Serie de Trabajos Varios 126
Procesos constructivos y edificación con tierra durante la Prehistoria reciente en las tierras meridionales valencianas
María Pastor Quiles
2021
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S E RV IC IO D E IN VESTI GACI ÓN PREHI STÓRI CA
D E L MU SE O D E PREHI STORI A DE VALENCI A
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 126
Procesos constructivos y edificación
con tierra durante la Prehistoria reciente
en las tierras meridionales valencianas
María Pastor Quiles
DIP UTA C IÓN DE VAL E NC IA
2021
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 126
Procesos constructivos y edificación
con tierra durante la Prehistoria reciente
en las tierras meridionales valencianas
María Pastor Quiles
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2021
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DIPUTACIÓN DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 126
La Serie de Trabajos Varios del SIP se intercambia con publicaciones dedicadas a la Prehistoria, Arqueología en general y ciencias o
disciplinas relacionadas (Antropología cultural o Etnología, Antropología física o Paleoantropología, Paleontología, Paleolingüística,
Epigrafía, Numismática, etc.), a fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del Museu de Prehistòria de València.
We exchange Trabajos Varios del SIP with publications concerning Prehistory, Archaeology in general, and related sciences (Cultural
Anthropology or Ethnology, Physical Anthropology or Human Palaeontology, Palaeolinguistics, Epigraphy, Numismatics, etc) in order to
increase the batch of the Library of the Prehistory Museum of Valencia.
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Los Trabajos Varios del SIP y el resto de publicaciones del Museu de Prehistòria de València son de libre acceso en la URL permanente:
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Creative Commons. Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España (CC BY-NC-SA 3.0)
Excepto para aquellas imágenes donde se indican reservas de derechos
ISBN: 978-84-7795-900-7
eISSN: 1989–540
Depósito legal: V-3115-2021
Diseño y maquetación: José A. Vidal Campello
Imprime: Blanch & Blanch Comunicación
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Prólogo
La arqueología, como disciplina científica, ha recorrido un largo camino desde sus inicios en el siglo XIX. El estudio de las sociedades
pretéritas desde su materialidad ha suscitado el interés de un destacado número de investigadores e investigadoras de todo el mundo.
La predominancia en la sociedad durante más de un siglo de la teoría del evolucionismo cultural y de la idea de progreso tecnológico
como forma de explicación del desarrollo social de la Humanidad
es lo que motivó que los objetos o artefactos muebles fuesen el centro de atención de buena parte de las investigaciones emprendidas.
Seriación y tipologías artefactuales han copado buena parte de las
series monográficas en materia arqueológica, aunque también lo
han sido los hallazgos y descubrimientos de conjuntos artefactuales
o de yacimientos arqueológicos. Este ha sido el caso de la serie en
la que se publica esta monografía. En 1937 arrancaba la Serie de
Treballs Solts del Servei d’Investigació Prehistòrica del Museu de
Prehistòria de València, con la publicación, de la mano de Isidro
Ballester Tormo, de su primer número sobre el yacimiento del Castellet del Porquet. Pocos años después, en 1942, una vez acabada
la Guerra Civil Española, se retomaba nuevamente su edición bajo
la denominación de Serie de Trabajos Varios, que con su número
6 dedicado a las excavaciones de los emblemáticos yacimientos
paleolíticos valencianos de la Cova Negra y de la Cova del Parpalló consolidaba definitivamente una de las series monográficas de
mayor importancia de la arqueología española. No en vano, desde
1937 hasta la actualidad se han publicado con este nuevo volumen,
un total de 125 títulos dedicados a los más variados aspectos de la
arqueología en tierras valencianas, desde excavaciones, a estudios
antropológicos, sin olvidar algunos objetos singulares e importantes
misceláneas dedicadas a grandes figuras de la arqueología española,
como Enrique Pla Ballester y Bernat Martí Oliver.
No obstante, nos alejaríamos de la realidad si no señalásemos que ha sido en las últimas décadas, cuando la arqueología
ha experimentado una auténtica revolución teórica, metodológica y técnica. Los planteamientos desarrollados desde la
década de 1960 por parte de la corriente procesualista, son lo
que ha posibilitado que la arqueología salga de su estadio de
“infancia” y haya emprendido un firme camino hacia su “madurez”. Así lo evidencia el hecho de que la arqueología sea,
aunque principalmente la orientada al estudio de las sociedades prehistóricas, la disciplina del ámbito de las humanidades
que mayor relación tiene con las ciencias “puras”, la que mayor
número de técnicas emplea en el estudio de la materialidad, o
que teóricamente siga creciendo gracias al continuo y amplio
debate existente entre posiciones teóricas. En este sentido, las
consecuencias de la implantación de estos requerimientos científicos también se pueden observar en la variedad y carácter de
las monografías publicadas a partir de los años 1980 en la Serie
de Trabajos Varios. Estudios sedimentológicos, palinológicos,
faunísticos, antracológicos, económicos, territoriales o estudios
de arqueología experimental, forman parte del amplio elenco
de monografías publicadas dentro de esta excepcional serie,
consiguiendo relanzar y potenciar la calidad y magnitud de la
actividad arqueológica valenciana.
Sin embargo, a pesar de la amplitud de esta serie y de la
calidad de los estudios que en materia arqueológica se vienen
efectuando en nuestras tierras, algunos aspectos de enorme
importancia en cuanto a la caracterización de los contextos
arqueológicos y de las condiciones materiales de sociedades
pretéritas no han contado hasta la fecha con la atención que se
merecen. Es el caso de la edificación con tierra en las sociedades pretéritas.
Al igual que en casi todo el orbe, la edificación con mampuestos labrados o no, ha ocupado un lugar preferente en los
estudios arqueológicos. En ello ha jugado un papel trascendental el hecho de que buena parte de las construcciones con tierra
de carácter menor prácticamente se desintegran y desaparecen
en poco tiempo, frente a aquellas en las que fue empleada la
piedra. Pero también cabe señalar que, psicológicamente, en relación con las técnicas constructivas también ha dominado en el
ámbito de la arqueología la idea de progreso: a mayor magnitud
V
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de las construcciones, mayor consideración social, estableciendo una relación directa entre el grado de “monumentalidad”
y la “complejidad social”. Sin embargo, numerosos ejemplos
documentados de sociedades muy distantes entre sí, desde el
este asiático, pasando por el próximo oriente, o el ámbito mesoamericano, han evidenciado cómo el uso de la tierra aplicada
a través del empleo de diversas técnicas también ha tenido un
papel fundamental en el desarrollo de la vida social de las comunidades humanas. No en vano, su empleo combinado con
vegetales leñosos fue uno de los factores que permitieron el
surgimiento de hábitats sedentarizados y, sobre todo, la aparición de procesos de concentración o nuclearización humana en
asentamientos estables.
La edificación con tierra desarrollada con profusión desde
el Neolítico y a la que se vuelve a recurrir en algunos lugares de
la Tierra con el objetivo de conseguir niveles de vida ecológica
y económicamente más sostenibles, requiere, por un lado, de un
bagaje de conocimientos sobre las propiedades que alberga la
tierra y los recursos existentes en cada espacio geográfico, adquiridos por la experiencia; y, por otro, de una continuada transmisión intergeneracional de este conjunto de conocimientos,
donde las experiencias exitosas serían mantenidas y desarrolladas y los errores desestimados. Se trata, por tanto, de un equipaje cultural en arquitectura, que durante buena parte del siglo
XX fue abandonado casi por completo, y en el que siempre fue
necesario concretar desde la elección de la materia prima hasta
los sistemas constructivos a emplear en cada lugar y momento.
Es por este motivo que, desde el campo de la arqueología, se
pueden aportar importantes conocimientos y avances sobre el
origen, desarrollo y bagaje adquirido sobre las materias primas
seleccionadas, sistemas constructivos y diseños construidos,
gestados en las primeras prácticas edilicias de los grupos humanos, a pesar de no existir una tradición investigadora dilatada en
estas líneas de trabajo.
Si bien en la arqueología valenciana ya se habían realizado
algunos trabajos sobre la arquitectura con tierra, en especial, los
efectuados por Magdalena Gómez Puche, desde muy temprano
consideramos la necesidad de profundizar en esta línea de trabajo. Tanto las excavaciones arqueológicas emprendidas entre
1997 y 2011 en Terlinques (Villena), como las llevadas a cabo
en 1999 como acción de salvamento en el yacimiento calcolítico de la Torreta-El Monastil (Elda), nos mostraron la importancia y magnitud de las evidencias edilicias en tierra, así como
sus implicaciones socioeconómicas. A través de la publicación
de algún trabajo sobre estas evidencias abríamos unas amplias
posibilidades de investigación cuyo testigo fue magníficamente
tomado por la autora de la presente monografía.
María Pastor Quiles fue una de las estudiantes que estuvo
interesada en participar y formarse en Arqueología y Prehistoria
asistiendo a las campañas que anualmente veníamos realizando. Su interés por aprender y en especial, por la arquitectura
con tierra, se manifestaron prontamente como consecuencia
de la observación directa durante los periodos de excavación y
catalogación de materiales, pero también de algunas conversaciones mantenidas al respecto, no sin antes manifestar algunos
titubeos hacia otros temas y sociedades históricas que le despertaban una enorme curiosidad.
Fruto de la inquietud que María siempre ha manifestado, los últimos 6 años de su trayectoria de formación en
investigación rozan la excelencia, teniendo por objeto preferente el estudio del uso de la tierra en labores constructivas,
VI
además de en otros objetos muebles. Además de la publicación
de varios artículos en revistas de impacto y de capítulos de libro, como resultado de la realización del Trabajo Fin de Máster
desarrollado en el Máster de Arqueología Profesional y Gestión del Patrimonio de la Universidad de Alicante cursado en el
2014-2015, elaboró su primera monografía –publicada en 2017
por la Universidad de Alicante–, centrada en aspectos teóricos
y metodológicos de la construcción con tierra. A este respecto
cabe indicar que esta aportación se ha convertido en una obra
de referencia obligada en todos los estudios sobre arquitectura,
siendo reportada como referencia bibliográfica esencial en diversas universidades nacionales e internacionales. Y, por otro
lado, la concesión por parte del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España de un contrato para la
formación de profesorado universitario, le permitió elaborar y
defender su tesis doctoral a finales de 2019 orientada en estos
mismos temas, pero con la intención de evaluar un conjunto de
hipótesis sobre el uso de distintos tipos de materiales o la introducción de distintas técnicas, que requerían el desarrollo de
un programa experimental y analítico de enorme envergadura.
Así, el volumen que los lectores y lectoras tienen entre
sus manos –o visualizan en formato digital– es el resultado,
aunque mejorado, de la tesis doctoral de María Pastor Quiles.
Este trabajo supone un salto cualitativo de enorme trascendencia para la arqueología valenciana y europea tal y como señaló
la Dra. Franziska Knoll en el acto de defensa de la tesis. Desde
el punto de vista de los objetivos de investigación, por primera
vez se combina la necesidad de determinar y concretar el uso de
los diferentes materiales empleados a lo largo de la Prehistoria
reciente, con caracterizar y reconocer la aplicación de distintas
técnicas constructivas –bajareque, barro amasado y modelado,
adobe, etc.– y su relación con la realidad social que lo posibilitó. Para ello, se ha contado con el registro material de un buen
número de yacimientos arqueológicos –13–, además de otros ya
estudiados, todos ellos recientemente excavados en el ámbito del
este de la península ibérica, y básicamente ubicados en las cuencas del Vinalopó y tramo final del Segura. Desde el punto de vista
metodológico, el estudio macroscópico de todos los elementos
documentados en dichos yacimientos ha sido complementado
con un programa de análisis microscópico y analítico, además de
comparado con un programa de arqueología experimental.
Por otro lado, este volumen también es una destacada contribución al afianzamiento de un marco general de
conocimiento sobre los modos de construcción practicados
por las sociedades humanas de la Prehistoria reciente, facilitando la caracterización e interpretación de los restos arqueológicos de construcción con tierra. Así, la autora realiza un recorrido por la construcción con tierra desde el Neolítico hasta
el Bronce final y la primera Edad del Hierro en las tierras del
Levante peninsular, utilizando como casos de estudio buena
parte del mejor registro arqueológico disponible, con lo que
consigue que los cimientos y las bases estructurales iniciadas
sean un punto de partida obligatorio en los futuros trabajos
que se pretendan desarrollar.
De igual modo, que en las investigaciones arqueológicas
de la Prehistoria reciente en la península ibérica se comience
a utilizar la terminología adecuada y certera también debe ser
considerado como un importante mérito de la autora. Términos
como bajareque, amasado, amasado en forma de bolas, tapial,
adobe y un largo etcétera son reconocidos y correctamente caracterizados, sin olvidar las más antiguas manifestaciones pic-
[page-n-8]
tóricas sobre restos de paredes interiores de edificios. Y, por
último, tampoco podemos olvidar que este estudio supone un
avance sustancial en relación con el reconocimiento y determinación del uso de la cal y del yeso en labores constructivas. En
este sentido, podemos asegurar que la metodología aplicada en
su detección y los resultados obtenidos constituyen, a nuestro
modo de ver, el modelo a seguir en futuros estudios en cualquier otro lugar del planeta.
En definitiva, creemos que no es casualidad que la Serie
de Trabajos Varios del Servicio de Investigación Prehistórica
del Museo de Prehistoria de Valencia haya incluido entre sus
volúmenes, las investigaciones que de forma sistemática ha desarrollado María Pastor Quiles sobre la construcción con tierra.
Desde los inicios de la serie, las monografías publicadas han
sido la principal referencia a nivel nacional e internacional de
la calidad y variedad de los estudios arqueológicos efectuados
en las tierras valencianas. Esta característica se ha incrementado con los más de 120 volúmenes publicados. Y, el trabajo
que aquí se presenta, supone un nuevo peldaño en este sentido.
Por todo ello, solo nos resta felicitar a María por esta nueva
publicación, que augura una importante trayectoria investigadora. Y, cómo no, a la directora del SIP, María Jesús de Pedro
Michó; al editor de la serie, Joaquín Juan Cabanilles, así como
al resto del personal del Servicio de Investigación Prehistórica
del Museo de Prehistoria de Valencia, por el esfuerzo que realizan como institución pública en seguir siendo un referente en
las investigaciones arqueológicas que se efectúan en las tierras
valencianas.
Francisco Javier Jover Maestre
INAPH
Universidad de Alicante
VII
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[page-n-10]
Índice
PrólogoV
1. INTRODUCCIÓN
1
2. PLANTEAMIENTO Y OBJETIVOS
5
3. METODOLOGÍA
3.1. Análisis macroscópico
11
12
3.1.1. Procedimiento seguido para el estudio macroscópico
12
3.1.2. Aspectos relacionados con la observación macroscópica
13
3.2. Análisis microscópico
18
3.2.1. Microfluorescencia de rayos x
18
3.2.2. Micromorfología de lámina delgada
19
3.3. Observación etnoarqueológica
20
3.4. Pruebas experimentales
24
4. BASES PARA EL ESTUDIO DE LA EDIFICACIÓN
DURANTE LA PREHISTORIA RECIENTE:
MATERIALES, TÉCNICAS Y PROCESOS CONSTRUCTIVOS
27
4.1. Materiales
27
4.1.1. Tierra
27
4.1.2. Estabilizantes
29
4.1.3. Materias vegetales
31
4.1.4. Madera
36
4.1.5. Piedra
37
4.1.6. Pigmentos
38
4.1.7. Reutilización de materiales
38
IX
[page-n-11]
4.2. Técnicas de construcción con tierra en la Prehistoria reciente de la península ibérica
39
4.2.1. Bajareque
40
4.2.2. Amasado y modelado
40
4.2.3. Adobe
42
4.3. Procesos constructivos y prácticas sociales
42
4.3.1. La construcción como proceso productivo
42
4.3.2. Obtención de materias primas y preparación de materiales de construcción
45
4.3.3. Puesta en obra de los materiales
49
5. LA CONSTRUCCIÓN CON TIERRA DURANTE EL NEOLÍTICO
5.1. Casos de estudio
55
63
5.1.1. Los Limoneros II
63
5.1.2. El Alterón
65
6. LA CONSTRUCCIÓN CON TIERRA DURANTE EL CALCOLÍTICO
6.1. Casos de estudio
6.1.1. La Torreta-El Monastil
69
76
76
6.1.2. Vilches IV
84
6.1.3. Les Moreres
92
7. LA CONSTRUCCIÓN CON TIERRA DURANTE LA EDAD DEL BRONCE
7.1. Bronce argárico
7.1.1. Casos de estudio
Laderas del Castillo
Cabezo Pardo
Caramoro I
7.2. Bronce valenciano
7.2.1. Casos de estudio
107
110
116
116
135
141
147
154
Peñón de la Zorra
154
Terlinques155
Cabezo del Polovar
163
Lloma de Betxí
167
8. LA CONSTRUCCIÓN CON TIERRA DURANTE EL BRONCE FINAL
Y LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO
8.1. Casos de estudio
8.1.1. Peña Negra
173
183
183
9. DISCUSIÓN
201
10. CONCLUSIONES
215
BIBLIOGRAFÍA221
X
[page-n-12]
[page-n-13]
[page-n-14]
1
Introducción
La tierra es uno de los materiales de construcción más utilizados
en todo el mundo, a lo largo de la Historia y hasta nuestros días.
El comienzo de este uso constructivo de la tierra cabe entenderlo asociado fundamentalmente a los procesos de sedentarización, con la edificación de espacios de hábitat permanentes. Las
comunidades con bases económicas agrícolas y ganaderas que
habitaron en la península ibérica en los inicios de la Prehistoria
reciente también participaron de este proceso. Desde entonces y
a lo largo de varios milenios, esta materia prima proporcionada
por la propia superficie terrestre en la que habitaban los grupos
humanos fue utilizada para satisfacer diversas necesidades, entre ellas la edificación del hábitat. Así, en solitario o combinada
con otros materiales constructivos, aplicada en un número mayor o menor de partes estructurales, la tierra se ha empleado
para configurar los espacios de residencia, de trabajo y de vida
de muchas sociedades desde el Neolítico.
En los contextos arqueológicos, la construcción con tierra
puede quedar materializada, entre otras formas, a partir de la
conservación de restos de barro endurecido, a pesar de que estos elementos, fragmentos de las edificaciones, no son ajenos
a los condicionantes de preservación e identificación que en
el registro presentan determinados materiales. En este grupo
se encuentran el barro no cocido y otros sedimentos o la materia orgánica, vegetales y madera, materiales muy utilizados
en la construcción por parte de sociedades muy diversas y que
también lo fueron en cronologías prehistóricas. Esto conlleva
que determinados elementos se conserven sólo de forma excepcional en algunos yacimientos y estén presentes únicamente de
forma parcial en otros muchos, o incluso completamente ausentes, siendo invisibles, aunque hubieran formado parte de las
estructuras de hábitat de quienes ocuparon dichos lugares.
No obstante, a pesar de la omnipresencia del empleo de
la tierra como material de construcción en los lugares de hábitat del pasado, esta cuestión ha recibido una atención limitada en el ámbito de la arqueología, más allá de excepciones,
constituidas sobre todo por hallazgos de carácter monumental.
Los fragmentos constructivos de barro endurecido, como evidencias arqueológicas de la edificación con tierra, han sido un
tipo de materialidad poco conocida y que con frecuencia no
se ha tenido, ni se tiene, en la necesaria consideración, con la
consiguiente pérdida de información que esto conlleva. Sólo
de forma minoritaria estos restos materiales son contemplados como fuentes de información por sí mismos y abordados como objeto de investigación, a pesar de que contienen
un tipo de datos propio y específico, que no se encuentra en
ningún otro componente del registro arqueológico. Así, a las
limitaciones propias de la conservación e identificación de
estas evidencias se han ido sumando la falta de valoración
e interés acerca de la información que pueden contener, así
como las carencias en el conocimiento acerca de estos aspectos constructivos. En este contexto, las incertezas que se
derivan del uso acrítico de los términos empleados en referencia a la construcción con tierra, instalado en la bibliografía
arqueológica desde hace décadas, como ya ha sido destacado
por distintos trabajos (De Chazelles y Poupet, 1985; Sánchez
García, 1999a; Belarte, 2002; entre otros), suponen también
trabas a un estudio más completo de la edificación prehistórica, para cuyo conocimiento dependemos de la información
proporcionada por la arqueología.
Con todo ello, puede decirse que, en general, es relativamente poco lo que se ha profundizado en el conocimiento de las
formas y materiales constructivos empleados en la Prehistoria
reciente, también en el ámbito peninsular. La investigación arqueológica se ha conformado tradicionalmente con generalidades acerca de las técnicas y materiales constructivos utilizados
en contextos prehistóricos, en vez de considerar la obtención
de información más específica, a partir de los restos que se hayan podido preservar de estructuras concretas (Shaffer, 1993:
59). Entre éstos ocupan un lugar muy importante los elementos
constructivos de barro.
1
[page-n-15]
Obtener un conocimiento más completo acerca de cómo se
emplearon los diferentes materiales de construcción, no sólo la
tierra, por parte de las comunidades prehistóricas, pasa por el
reconocimiento de estos fragmentos constructivos como fuentes
de información valiosas. Desde la arqueología, su estudio puede
llevarse a cabo desde un punto de vista macroscópico, complementándose con análisis microscópicos, con las aportaciones
procedentes de la comparación etnoarqueológica y también mediante la experimentación. Estos elementos informan, en primer
lugar, sobre el empleo de la propia tierra, pero los datos que
pueden proporcionar van mucho más allá. De forma más o menos indirecta, contienen indicios de otros materiales utilizados
para edificar, inorgánicos y orgánicos, de los que en la mayoría
de los casos apenas se conservan restos, pero que quedan reflejados en las improntas generadas en los morteros constructivos,
entendidos en este texto en sentido general, como las mezclas
de material en estado plástico utilizadas para edificar con ellas.
Los fragmentos de barro endurecido informan sobre las mezclas
empleadas, sobre las técnicas constructivas, sobre el estado de
los materiales utilizados y los procesos de afectación a los que
han podido estar sometidos y sobre el trabajo que fue realizado
para producir las estructuras de hábitat y actividad, cuestiones
que sólo este tipo de estudios pueden llegar a plantear. En definitiva, en la investigación de los modos de construir en el pasado y su relación con las prácticas económicas y sociales de los
grupos humanos que los llevaron a cabo y sus formas de vida,
esta materialidad juega un papel muy importante.
En el área meridional de las tierras valencianas, marco territorial
principal de este trabajo, puede decirse que existe, como en otros
ámbitos, un cierto relato, no carente de tintes evolucionistas, acerca
de qué construcciones caracterizarían a cada etapa durante la Prehistoria reciente. De las cabañas de materiales “perecederos” y difíciles
de rastrear del Neolítico, se pasaría al desarrollo de la construcción
con piedra en el primer periodo de la Edad de los Metales. La mayor
visibilidad de esta construcción con piedra desde el III milenio BC
ha propiciado una imagen en la que este material geológico prevalece como un elemento que define por sí mismo a una arquitectura
considerada, a partir de esos momentos, sólida y estable. Este cambio se sitúa en contraposición a la llamada arquitectura efímera anterior, como suele definirse la construcción con madera, materia vegetal y barro, cuyo reconocimiento es menos evidente en los contextos
arqueológicos. Las construcciones con piedra consideradas estables
y sólidas continúan durante la Edad del Bronce y sólo la fase del
Bronce final se asocia de nuevo a la arquitectura efímera, que dejará
paso a las novedades arquitectónicas propias de la Edad del Hierro.
Las evidencias disponibles acerca de las formas constructivas
desarrolladas en los distintos enclaves conocidos de la Prehistoria reciente presentan limitaciones como las señaladas en cuanto
a la conservación de la materialidad y son, en todo caso, desiguales a lo largo de la secuencia. La información proporcionada por el registro se encuentra muy condicionada por factores
de diverso tipo, como se ha apuntado para el caso del Neolítico
antiguo (Jover y Torregrosa, 2017; Jover et alii, 2019b), que
abarcan desde las propias investigaciones realizadas, el tipo de
yacimiento y las condiciones de los hallazgos, hasta los procesos postdeposicionales que han afectado a los restos arqueológicos, como también la naturaleza de los propios materiales en
estudio, en este caso, los utilizados para construir. No obstante,
las evidencias existentes acerca de las prácticas constructivas
2
desarrolladas durante este amplio periodo de la Prehistoria
muestran que los materiales considerados como propios de la
arquitectura efímera, la madera, los vegetales y la tierra, se utilizan y de forma muy importante a lo largo de toda la Prehistoria
reciente, junto con la piedra, sin que pueda afirmarse de forma
general que se emplean en una proporción menor a ella.
De estas materias están formados los elementos que, en la
mayoría de los casos, sustentan, cierran, cubren, compartimentan
y acondicionan los espacios en los que se desarrollaba la vida y el
trabajo de las poblaciones en estudio. La consideración global de
todo el conjunto de materiales y técnicas implicados en la edificación contribuye a cuestionar la idea de que es el uso de la piedra
por sí mismo el que convierte a un hábitat en estable y, sobre
todo, permite profundizar en el conocimiento de las formas constructivas de los grupos humanos y los procesos de edificación
llevados a cabo para generarlas. Para conocer mejor esta parte
tan fundamental de la materialidad y de la realidad de las sociedades del pasado, también es necesario abordar el estudio de los
materiales menos visibles, su disposición y su función en las edificaciones, para lo que es imprescindible el estudio de los restos
constructivos de tierra. Aunque el conocimiento acerca de estas
partes estructurales se encuentre limitado y, en consecuencia, sea
difícil llegar a conocer estas edificaciones en toda su dimensión,
sin la investigación de estos elementos, el puzle de la arquitectura
prehistórica permanecería aún más incompleto.
En las páginas que siguen se evidencia que el estudio de los
restos arqueológicos de la construcción con tierra en la Prehistoria es un terreno lleno de dudas y que, no obstante, permite también plantear un buen número de cuestiones, mediante la obtención de información básica que de otro modo se perdería, además
de poder proporcionar hallazgos importantes e inesperados, en un
campo en el que queda todavía mucho por conocer.
Son la mencionada escasez de estudios acerca de este tipo de
materialidad arqueológica en nuestra área de estudio y su falta de
consolidación las que estuvieron detrás de que iniciáramos esta
línea de investigación. Con este trabajo, pretendemos ofrecer a
la comunidad investigadora nuevos datos y propuestas acerca de
la construcción en la Prehistoria reciente y su investigación arqueológica, basados en el estudio de un tipo de base material que,
habiendo sido rara vez considerado, muestra con su estudio su
gran potencial informativo.
En cuanto a su estructura, este trabajo está organizado en 10
capítulos. Tras esta introducción, en el capítulo 2 se presenta el planteamiento del trabajo, delimitando cronológica y territorialmente la
investigación y exponiendo los diferentes objetivos de la misma.
En el capítulo 3 se abordan los aspectos metodológicos. Se
presenta el procedimiento de análisis macrovisual de los restos de barro endurecido y las diversas características a tener en
cuenta en la observación de estos materiales, estudiados a nivel
morfológico y compositivo. Además, se exponen las técnicas
instrumentales que han sido aplicadas para el análisis microvisual, así como las aportaciones a la investigación de estos elementos procedentes de las aproximaciones etnoarqueológicas y
experimentales que hemos llevado a cabo.
En el capítulo 4 se articulan lo que pueden considerarse unas
bases teóricas fundamentales para el estudio de la construcción
con tierra en la Prehistoria reciente. En primer lugar, se recogen qué materiales fueron y pudieron ser empleados durante
estas cronologías de acuerdo con las evidencias disponibles y
[page-n-16]
las aplicaciones y usos con los que se relacionan. Además, se
definen las formas en que se pueden aplicar esos materiales: las
técnicas constructivas. Por último, se abordan las actividades laborales implicadas en la edificación, entendida como un proceso
productivo, desde la planificación y el aprovisionamiento de las
materias primas a utilizar como materiales constructivos hasta
el uso de los espacios y estructuras de hábitat.
Los capítulos siguientes se han estructurado con un criterio
cronológico, articulando diferentes aspectos constructivos desde el Neolítico hasta la Edad del Hierro I, e incluyendo los
diferentes casos de estudio.
El capítulo 5 corresponde al Neolítico, abordando distintas
cuestiones acerca de las formas constructivas desarrolladas en
el marco peninsular desde mediados del VI milenio hasta finales
del IV milenio BC. En él, recogemos los estudios de los materiales de barro endurecido recuperados en Los Limoneros II
(Elche, Alicante) y El Alterón (Crevillente, Alicante).
El capítulo 6 aborda la construcción durante el Calcolítico,
a lo largo del III milenio BC. Aquí se exponen los estudios de
los fragmentos de barro analizados de La Torreta- El Monastil
(Elda, Alicante), Vilches IV (Hellín, Albacete) y Les Moreres
(Crevillente, Alicante).
El capítulo 7 trata la edificación durante la Edad del
Bronce. De acuerdo con las particularidades del contexto territorial principal de esta investigación, las tierras
meridionales valencianas, se abordan casos de estudio tanto del Bronce argárico, como de asentamientos del llamado
Bronce valenciano, que abarcan aproximadamente desde finales del III milenio y la primera mitad del II milenio BC.
Del ámbito de El Argar, presentamos los materiales de barro
endurecido de Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante), Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante) y Caramoro I (Elche, Alicante). Asociados al Bronce
valenciano, hemos llevado a cabo el estudio de fragmentos
de barro de dichas cronologías de los enclaves de Peñón de
la Zorra, Terlinques y Cabezo del Polovar (Villena, Alicante), junto con una muestra de los materiales hallados en la
Lloma de Betxí (Paterna, Valencia).
Finalmente, el capítulo 8 recoge diferentes aspectos
constructivos desarrollados en el marco peninsular durante el
Bronce final y la primera Edad del Hierro, durante los primeros
siglos del I milenio BC y hasta el siglo VI BC. En esta parte del
trabajo mostramos el estudio de materiales de cronología más
reciente que ha sido incluido, el de los restos de barro y yeso de
Peña Negra (Crevillente, Alicante).
A continuación, en la discusión, estructurada considerando
los objetivos de conocimiento planteados, se realiza una puesta
en común, análisis y valoración de los aspectos más fundamentales contenidos en los capítulos anteriores, relacionándolos con
las aportaciones de mayor relevancia expuestas a partir de los
diferentes estudios. Por último, formulamos unas conclusiones
junto con las líneas de trabajo que consideramos que quedan
abiertas en este campo de investigación.
La investigación que aquí se presenta ha sido realizada en el
marco de un contrato de Formación del Profesorado Universitario
del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, desarrollado en el
área de Prehistoria1 del Departamento de Prehistoria, Arqueología,
Historia Antigua, Filología Griega y Filología Latina de la Universidad de Alicante. Son muchas las personas e instituciones
que han contribuido, mucho y de distintas maneras, a que esta
monografía se haya llevado a cabo. Merecen un agradecimiento
especial las siguientes.
Gracias a Francisco Javier Jover Maestre, mi director de
tesis, por haberme acogido desde el principio dándome la oportunidad de introducirme en el mundo de la arqueología, hace
ya más de diez años, con alguien con su trayectoria y conocimientos, su cercanía y su enorme generosidad a la hora de
formar a otras personas y trabajar con ellas y que transmite tanto
entusiasmo por la arqueología y la Prehistoria. Por haberme animado, impulsado y guiado por el camino de la investigación, facilitando que este trabajo se emprendiera y desarrollara, camino
en el que siempre he contado con toda su ayuda y su respaldo.
Por su implicación, dedicación y por toda la confianza que me
ha dado a lo largo de este tiempo.
Y gracias a Daniel Mateo Corredor, por su enorme ayuda,
apoyo e interés y por compartir conmigo todos los pasos de esta
investigación. Gracias por todo lo que he aprendido gracias a él,
por su calma y su generosidad infinitas. Gracias por su valiosísima ayuda también con cuestiones informáticas y por las atentas
lecturas que ha realizado de este texto.
Estoy muy agradecida al conjunto del profesorado y del
personal que constituye el Departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Filología Griega y Filología Latina, del que me siento enormemente feliz de haber podido formar
parte durante los años en los que se ha desarrollado este trabajo.
En primer lugar, al área de Prehistoria, en especial a Gabriel
García Atiénzar, Palmira Torregrosa Giménez, Alberto J. Lorrio
Alvarado, Mauro S. Hernández Pérez, Virginia Barciela González y Alfredo González Prats, quienes me han proporcionado muchas veces su ayuda, sus conocimientos y su confianza.
Gracias también por poner en mis manos restos constructivos
de tierra procedentes de sus proyectos y hacer posible que esta
investigación se produjera y fuera creciendo. Gracias a Jaime
Molina Vidal, por su confianza, su estímulo y por haberme
brindado su apoyo y su ayuda en numerosas ocasiones. Gracias
también a María Paz de Miguel Ibáñez, Sonia Gutiérrez Lloret,
Ignacio Grau Mira, Fernando Prados Martínez, Lorenzo Abad
Casal, Feliciana Sala Sellés y Mª Dolores Sánchez de Prado,
entre otras personas.
Gracias a Isidro Martínez Mira, por su tiempo y por sus
sugerencias y orientaciones durante el proceso de realización
de los análisis microscópicos para esta investigación. Gracias a
Juan Antonio López Padilla, por todo su apoyo y su confianza.
Por su amistad, su ayuda, por el interés mostrado por los restos
constructivos y por este estudio, por su apoyo y por las experiencias compartidas, gracias a Ricardo Basso Rial, Ana Isa-
1
En este marco, hemos podido contribuir a los proyectos HAR201676586-P “Espacios sociales y espacios frontera durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el Levante de la península Ibérica”,
“El poblado calcolítico de Vilches: caracterización radiocarbónica,
ambiental y arqueométrica” de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, HAR2017-87495-P “Fenicios e indígenas en el
sureste de la Península Ibérica: Bronce Final y Hierro Antiguo entre
el Vinalopó y el Segura”, así como al proyecto Laderas del Castillo
de la Diputación Provincial de Alicante-MARQ.
3
[page-n-17]
bel Castro Carbonell, Carolina Frías Castillejo, Laura Castillo
Vizcaíno, Eloy Poveda Hernández, Sergio Martínez Monleón,
Juan José Mataix Albiñana, Rubén Santana Onrubia, Antonio
Sánchez Verdú, Adela Sánchez Lardiés, Rubén Cabezas Romero, Francisco Morales Tomás, Alicia Luján Navas, Raquel
Ruiz Pastor, Ximo Martorell Briz, Pablo Camacho Rodríguez,
Octavio Torres Gomariz, Violeta Martínez Lledó, Miriam Alba
Luzón, Pedro J. Saura Gil, Sonia Carbonell Pastor, Juan Francisco Álvarez Tortosa, Álvaro Castaños Montesinos, entre otros
compañeros y compañeras.
Gracias a quienes, en un momento u otro, han leído partes
de este texto en sus distintas versiones y han ayudado a mejorarlo, o me han facilitado información o material gráfico para que
fuera más completo, pues han contribuido al mismo de forma
valiosa.
Gracias a todas las personas que dirigieron las excavaciones
de las que proceden los materiales abordados por este libro, realizadas en el marco de proyectos de investigación y también
por diferentes empresas de arqueología y que han facilitado que
pudiera llevar a cabo su estudio. Gracias a los diferentes museos
en los que he podido desarrollar estos estudios, a su dirección
y a su personal, por la amable atención recibida: al Museo Arqueológico Provincial de Alicante, al Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena, al Museo Arqueológico y
de Historia de Elche, al Museo de Crevillente, al Museo de Elda
y al Museo de Prehistoria de Valencia.
Gracias a muchas de las personas que forman parte de las
instituciones en las que he tenido la suerte de realizar estancias
durante el desarrollo de mi tesis doctoral y que han contribuido
enormemente a ella, por su acogida, su generosidad y por brindarme el acceso a los diversos medios y recursos de los que he
podido hacer uso. Gracias al personal investigador que me proporcionó entonces su tiempo, orientaciones, recomendaciones
4
bibliográficas y experiencias que han beneficiado mucho a
esta investigación. De forma destacada, a Robert Chapman y
a Wendy Matthews por su fantástica acogida y por el tiempo
que compartieron conmigo y la formación que me facilitaron,
en el Departamento de Arqueología de la Universidad de Reading. A Marta Portillo Ramírez y a Daniel Grisales Betancur,
por su ayuda y compañía. A Harald Meller, director del Museo
de Prehistoria de Halle, por aceptar recibirme en su institución.
Agradezco profundamente a Franziska Knoll su acogida, su valioso tiempo y ayuda, su iniciativa y, sobre todo, gracias por
compartir conmigo su interés y sus conocimientos acerca de la
construcción con tierra y su estudio en la Prehistoria. Gracias a
Roberto Risch por su ayuda en la organización de las estancias.
Por último, gracias también al Departamento de Arqueología de
la Universidad de Southampton por acogerme no sólo en una,
sino en dos ocasiones y de forma especial por su ayuda y su
tiempo a Andrew M. Jones y a Stephanie Moser.
Gracias a Carme Belarte Franco, Claire-Anne de Chazelles,
Luis Fernando Guerrero Baca, Louise Cooke, Constanza Pellegrino, Marta Mateu Sagués y Magdalena Gómez Puche por la
confianza depositada, que también ha sido muy importante en el
desarrollo de esta investigación.
Gracias al Institut Català d’Arqueologia Clàssica, centro al
que he podido incorporarme en el tramo final de la publicación
de este trabajo con un contrato postdoctoral Juan de la Ciervaformación (FJC2019-039469-I).
Gracias al Servicio de Investigación Prehistórica de
Valencia, en especial a María Jesús de Pedro Michó, por hacer
posible la publicación de esta monografía.
Y finalmente gracias a toda mi familia y a mis amigas y
amigos, por su cariño y su apoyo. Gracias por encima de todo
a mi madre, a mi padre y a mi hermana, por acompañarme y
apoyarme desde siempre.
[page-n-18]
2
Planteamiento y objetivos
Con esta investigación abordamos el uso constructivo de la
tierra, en combinación con otros materiales, a lo largo de la
Prehistoria reciente en un territorio determinado ubicado en el
marco sur del área valenciana de la península ibérica. En ella, el
análisis llevado a cabo de las evidencias arqueológicas de construcción con tierra de cronología prehistórica está orientado al
estudio de los aspectos productivos de la edificación. Como se
recoge en el subtítulo del trabajo, la perspectiva desde la que se
aborda aquí el tema central de estudio, la arquitectura prehistórica, centra sus objetivos de conocimiento en los materiales, las
técnicas y los procesos de trabajo y producción implicados en
las actividades constructivas.
Las construcciones prehistóricas englobadas por esta
monografía serían, en su mayoría, aunque no exclusivamente,
estructuras domésticas, de hábitat o viviendas. De manera general, podemos aplicar el concepto de vivienda a una estructura o conjunto de ellas que hubieran tenido una función ocupacional o de hábitat, aunque ésta no fuera su función exclusiva.
Estas estructuras no son las únicas que pueden encontrarse en
un asentamiento prehistórico, ni las únicas en cuya conformación se emplearía la tierra, partiendo también de que no todos
los yacimientos arqueológicos son asentamientos o espacios de
residencia (Jover y Torregrosa, 2017).
Entendemos que, a diferencia de otras perspectivas de
estudio planteadas para abordar los espacios domésticos del pasado, la atención preferente a los aspectos materiales, técnicos
y productivos no sólo permite el planteamiento de lecturas históricas, sino que es una condición necesaria para ello. Es más,
consideramos que se trata de un enfoque prioritario y obligado
en un campo de estudio que se encuentra, en el mejor de los
casos, todavía en un desarrollo incipiente. Sin entrar a valorar la
naturaleza de este tipo de perspectivas, cabe preguntarse si no
sería, precisamente, “empezar la casa por el tejado”, plantearnos
cuestiones como el papel de las viviendas a la hora de conectar
a las comunidades con sus antepasados (Chapman, 1997: 144;
Blanco González et alii, 2017) o entre sus miembros (Whittle,
2003; Hofmann, 2013: 197), o cómo serían percibidas sensorialmente por quienes las habitaban (Tringham, 1991; Hofmann,
2006; Love, 2016), si no conocemos previamente cómo eran y
cómo se construyeron estas estructuras. Nos parece de gran importancia no dejar fuera las cuestiones que pueden considerarse
más básicas, precisamente porque lo son. Así, aun a riesgo de
mantener el foco excesivamente centrado en lo empírico y en
lo formal, sin tratar de trascender con nuestros planteamientos
el marco de las condiciones materiales de los grupos humanos
en estudio, esperamos contribuir al conocimiento histórico de
la construcción y de los espacios construidos en la Prehistoria
reciente, como también al propio estudio de estos aspectos,
mediante las aportaciones de tipo metodológico.
En este sentido, la investigación de la construcción con
tierra en los diferentes periodos de la Prehistoria reciente en
el marco de estudio parte en este trabajo de un cuerpo teórico
−capítulo 4− en el que se reúnen diversos aspectos relativos a la
edificación desde el punto de vista de los materiales, las técnicas
y los procesos productivos implicados en las actividades constructivas. En dicho capítulo se recogen prácticas constructivas
de diverso tipo en referencia a distintos contextos que, pudiendo
ser observadas en el registro arqueológico y mediante al estudio de restos constructivos de tierra, también están presentes en
parte en los capítulos posteriores de carácter cronológico.
Distintos estudios acerca de los modos de construcción y
las edificaciones autoconstruidas de comunidades agrícolas y
ganaderas, que a nivel general cuentan con bases económicas
compartidas por los diversos grupos humanos contemplados en
el espectro temporal y territorial de este trabajo, ponen de manifiesto la importante variabilidad existente en las formas arquitectónicas que pueden ponerse en práctica (Kramer, 1982; Blum,
2003; Tomasi y Rivet, 2011; entre otros). Esta variabilidad puede entenderse, entre otros factores, como resultado de las diversas posibilidades materiales al alcance de quienes construyen
5
[page-n-19]
y de las particularidades de cada ejecución. Consideramos que
este factor estaría muy presente también en muchas de las formas constructivas desarrolladas en la Prehistoria reciente, siendo
fundamental tener en cuenta la importancia de esta variable en la
investigación de la arquitectura prehistórica.
Sin embargo, ello no implica que no puedan observarse y
analizarse regularidades e incluso patrones en el empleo de los
distintos materiales y técnicas escogidos y sus combinaciones. En
la gran mayoría de los casos, disponer un determinado material
o técnica responde a algo y tiene una utilidad, aunque ésta pueda
variar o desconocerse. Buscar lo común a partir de las distintas
particularidades puede permitir estudiar cuestiones como el uso
constructivo de materiales concretos, la adopción y transmisión
de técnicas, su desarrollo en el tiempo o la posible innovación
experimentada en la puesta en práctica de éstas. Asimismo, buena parte de las transformaciones experimentadas en el ámbito de
la construcción a lo largo del amplio período cronológico que
abarca este trabajo, que engloba varios milenios, desde el VI al I
milenio BC, pueden ponerse en relación con cambios experimentados por estas sociedades. Así, a partir del estudio de las fuentes
materiales, buscamos contribuir no sólo al conocimiento de los
citados aspectos formales y técnicos, sino también a la necesaria
interpretación de las evidencias en el plano social.
En este sentido, partimos de la premisa de que la tierra fue
un material muy utilizado durante la Prehistoria reciente del
Levante peninsular en la construcción y el acondicionamiento
de los espacios de hábitat, como ya ha sido señalado por otros
trabajos (Sánchez García, 1996; 1997b; Gómez, 2008; Jover,
2010a). La tierra y el resto de materiales utilizados en la construcción procederían fundamentalmente del entorno de los asentamientos (Rivera, 2009; Martínez Mira et alii, 2014: 373) y
para su puesta en obra serían necesarios diferentes procesos de
trabajo. Su aplicación en las edificaciones se materializaría en el
uso de diferentes técnicas constructivas. En la investigación del
uso de la tierra en la arquitectura prehistórica, de los materiales
y sustancias aplicados en combinación con ella y de las técnicas
de construcción empleadas, el estudio de los elementos constructivos de barro aporta información determinante y que sólo
está contenida en estos restos arqueológicos.
Respecto a las técnicas, el bajareque habría sido una forma
de construir muy extendida en contextos temporales y geográficos diferentes ya durante la Prehistoria reciente, incluido el
Levante meridional peninsular (Sánchez García, 1999a; Gómez
et alii, 2004; Gómez, 2006; Pastor, 2014; 2017b; entre otros).
Son diversas las combinaciones de materiales y las formas en
las que se pueden disponer en el marco de esta técnica, cuestiones sobre las que los estudios de restos constructivos de barro
pueden arrojar mucha luz. No obstante, es necesario plantear
que su presencia sería más fácilmente identificable en las evidencias arqueológicas, a partir de la observación de improntas
en fragmentos constructivos, que la del uso de otras técnicas
constructivas con tierra, como el amasado empleado en la construcción de alzados de tierra maciza, cuyo uso también pudo
estar muy extendido. Asimismo, la cuestión del empleo de la
técnica del adobe durante la Prehistoria reciente peninsular, fabricado a mano o con molde, es de enorme interés y, en esta
línea, la extendida incertidumbre terminológica acerca de estas
evidencias dificulta de forma importante su investigación, sobre
todo en lo referente a su identificación bibliográfica.
6
Para tratar de aportar nuevos datos y propuestas sobre estas
y otras cuestiones, establecemos una serie de objetivos generales de conocimiento, que se concretan en objetivos específicos:
1. Investigar el uso de los diferentes materiales de construcción
empleados a lo largo de la Prehistoria reciente en el área de
estudio, por lo general procedentes del aprovechamiento de
recursos disponibles en el entorno natural y antropizado, con
especial énfasis en la tierra. Reunir y valorar las evidencias
que permitan plantear cuestiones como la introducción de
estos materiales, sus formas de puesta en obra y los procesos
de trabajo requeridos para su empleo en las distintas partes
arquitectónicas, así como la posibilidad de detectar cambios
en su uso a lo largo del marco cronológico empleado. Para
ello trataremos cuestiones como:
1.1. Acometer el estudio del empleo de la tierra en la
edificación y, en general, en la conformación de estructuras de distinto tipo. Identificar las técnicas constructivas empleadas en los diferentes contextos prehistóricos
estudiados, los materiales utilizados en ellas y las actividades productivas implicadas.
1.2. Identificar las diferentes materias utilizadas como
estabilizantes −vegetales, ceniza, estiércol, cal, etc.− en la
elaboración de los morteros, tanto de fábrica, empleados
para unir elementos, como utilizados en revestimientos.
Plantear sus procesos de obtención y preparación.
1.3. Recoger el uso constructivo de distintas materias
vegetales y elementos de madera, cuya disposición en
las edificaciones puede observarse de una forma particular a partir de sus improntas en restos constructivos.
Aproximarnos a los procesos de trabajo desarrollados
en su aprovisionamiento y tratamiento.
1.4. Abordar el empleo de la piedra en las estructuras, no
sólo en la edificación de zócalos y alzados, sino también de estructuras de actividad y su relación con el uso
de otros materiales, principalmente la tierra.
2. Investigar el uso de las diferentes técnicas constructivas
desarrolladas en el territorio en estudio y para el marco
cronológico escogido.
2.1. Caracterizar el uso de la técnica del bajareque y sus
posibles variaciones, en cuanto a los materiales utilizados, su disposición y su aplicación en partes diferentes
de las estructuras.
2.2. Determinar los usos constructivos del barro amasado
y modelado, tanto en la construcción de edificaciones
como de estructuras inmuebles.
2.3. Contribuir a la cuestión de la presencia de la técnica del
adobe en la Prehistoria reciente peninsular.
3. Poner en relación el estudio de materiales y técnicas constructivas
con la realidad social en estudio, los diferentes grupos humanos
que edificaron y habitaron los espacios de hábitat y actividad a
los que corresponde la materialidad analizada.
3.1. Conceptualizar los restos arqueológicos de la edificación
con tierra como el resultado de distintas actividades laborales, necesarias en los procesos de edificación. La
construcción, como proceso productivo, se relaciona con
las prácticas económicas y los modos de vida de quienes
la llevaron a cabo. Muestra de ello es la reutilización
de residuos procedentes de las actividades agrícolas y
ganaderas como materiales con los que construir.
[page-n-20]
Figura 2.1. Mapa en el que
se ubican los yacimientos
abordados como casos de
estudio, con su distribución
cronológica.
3.2.
Visibilizar la aplicación de diferentes soluciones
constructivas, orientadas en buena medida a mejorar las
cualidades de los materiales empleados en las edificaciones, así como a evitar su deterioro, aumentar su durabilidad
o mejorar las condiciones de habitabilidad, procedimientos
basados en la experiencia y en las tradiciones arquitectónicas
en las que se enmarcarían dichas estructuras.
3.3. Abordar las formas en las que diferentes prácticas
sociales que se llevarían a cabo en relación con los
procesos de edificación −transmisión de conocimientos constructivos mediante el aprendizaje, expresión
ideológica a partir de la materialidad arquitectónica,
experimentación de las propiedades de los materiales, etc.− pueden plasmarse y ser visibles en las evidencias arqueológicas.
En cuanto al marco territorial y cronológico del trabajo, la
base material de nuestra investigación procede de diversos enclaves situados en un área extensa, delimitada entre los ríos Turia
y Segura (fig. 2.1). Así, los yacimientos a los que corresponden
los materiales estudiados se sitúan mayoritariamente en la actual
provincia de Alicante, a los que se suman dos casos situados uno
más al norte, en la provincia de Valencia, y el otro hacia el interior, en lo que hoy es Albacete. Abarcan una cronología muy amplia, desde el Neolítico antiguo hasta la Edad del Hierro I, desde
mediados del V milenio BC hasta el siglo VI BC. De este modo,
en este texto se enfoca la cuestión del estudio arqueológico de la
edificación con tierra a partir de una muestra material procedente
de diversos contextos y cronologías, lo que aporta a la investigación un carácter diacrónico. En este punto, cabe considerar la Prehistoria reciente como un abanico cronológico de varios milenios
de desarrollo de la construcción con tierra en la península ibérica,
para cuyo conocimiento dependemos de las fuentes arqueológicas y que sería un marco temporal considerablemente más amplio
que el del desarrollo constructivo conocido en época histórica.
Aun teniendo en cuenta las limitaciones a la hora de aproximarnos a un abanico temporal y espacial tan extenso a partir de los
casos abordados, con este tipo de enfoque esperamos ofrecer
un marco de conocimiento útil, que pueda impulsar y en el que
puedan apoyarse nuevas investigaciones posteriores.
7
[page-n-21]
Tabla 2.1. Tabla-resumen con los principales yacimientos abordados como casos de estudio.
Yacimiento
Ubicación
Los Limoneros II
Elche, Alicante
Cronología
Nº piezas Campañas de excavación
estudiadas de las que proceden
Mediados del V
milenio BC
23
2013
Segunda mitad del
V milenio BC
Primera mitad del
III milenio BC
Primera mitadmediados del III
milenio BC
Segunda mitad del
III milenio BC
13
2008
59
1999
100
2011
1097
1988-1993,
desconocida
y superficial
López Padilla et alii, 2017; Finales del IIIinicios del II
2019; 2020
milenio BC
San Isidro/Granja de López Padilla, 2009; 2014 Primera mitad del
Rocamora, Alicante
II milenio BC
281
2013-2018
y superficial
107
2007, 2008 y 2011
Caramoro I
Elche, Alicante
Peñón de la Zorra
Villena, Alicante
1981, 1989,
1993, 2015, 2016
y superficial
2011-2014
Terlinques
El Alterón
Bibliografía
Barciela et alii, 2014;
García Atiénzar et alii,
2020
Crevillente, Alicante Trelis et alii, 2014
La Torreta-El Monastil Elda, Alicante
Vilches IV
Les Moreres
Laderas del Castillo
Cabezo Pardo
Jover et alii, 2001; Jover,
2010b
Hellín, Albacete
García Atiénzar et alii,
2016; García Atiénzar y
Busquier, 2020
Crevillente, Alicante González Prats, 1986a;
1986d; González Prats y
Ruiz Segura, 1992
Callosa de Segura,
Alicante
González Prats y Ruiz
Segura, 1995; Jover et alii,
2019a; 2020
Jover y De Miguel, 2002;
García Atiénzar, 2014;
2016a, 2016b; García
Atiénzar et alii, 2016
Primer cuarto del
II milenio BC
112
Mediados del IIIprimer cuarto del
II milenio BC
11
Villena, Alicante
Jover et alii, 2001;
Machado et alii, 2009;
Jover y López Padilla,
2004; 2009; 2016
Finales del IIImediados del II
milenio BC
69
1998-2001
2004-2006
2008, 2009, 2011
Cabezo del Polovar
Villena, Alicante
Jover et alii, 2016a; 2016b; Primera mitad del
II milenio BC
2018a
40
2012-2014
Lloma de Betxí
Paterna, Valencia
De Pedro, 1990; 1998
Peña Negra
Crevillente, Alicante González Prats, 1982;
1983; 1990; Lorrio et alii,
2017; 2020
Este trabajo se basa principalmente en el estudio de un
amplio conjunto de restos de barro endurecido y, en menor
medida, también restos de yeso, en su mayoría de naturaleza
constructiva, pertenecientes a edificaciones, aunque también a
estructuras de actividad y a elementos muebles u objetos. Por
lo tanto, aunque el tema central de nuestra investigación es la
edificación con tierra, ésta engloba también otros tipos de materiales constructivos y, en menor medida, evidencias del empleo
de otras mezclas sedimentarias.
Desde una metodología que combina varias aproximaciones, el presente estudio está sustentado, no obstante, en un
análisis macrovisual para llevar a cabo la observación, caracterización y documentación de las evidencias. Junto a este
estudio macroscópico se ha empleado de forma puntual instrumental diverso, se han aplicado una serie de análisis microscópicos y se ha recurrido de diferentes formas a la comparación,
8
Primera mitad del 11
II milenio BC
Mediados del
238
siglo IX-mediados
del siglo VI BC
1984, 1986,
1987, 2014-2017
etnoarqueológica, experimental y también a través de recursos bibliográficos, para poder así identificar e interpretar estas
evidencias en estudio.
Asimismo, esta investigación reúne varios niveles de análisis. Las formas constructivas conocidas para cada uno de los
periodos en los que hemos subdividido el espectro cronológico del trabajo, por razones prácticas, se abordan en el capítulo
correspondiente teniendo en cuenta el conjunto del panorama
de la península ibérica y profundizando a continuación en el
ámbito territorial en el que se ubican los conjuntos materiales
analizados, integrados en casos de estudio. Así, se aborda la
edificación con tierra en las distintas etapas diferenciadas, dibujando un marco constructivo general, con especial énfasis
en las evidencias de edificación con tierra y en el que poder
situar las aportaciones de los diferentes estudios de materiales, para que así puedan entenderse en su contexto. A su vez,
[page-n-22]
en la discusión se relacionan las aportaciones de los diferentes
estudios con las formas de construir planteadas en cada marco
temporal amplio. De este modo, se parte de un enfoque general,
para exponer y valorar lo particular y, a continuación, ponerlo
en relación de nuevo con aspectos arquitectónicos desarrollados por los grupos humanos de la Prehistoria reciente en el
conjunto del panorama peninsular.
Destacamos que éste es un estudio más cualitativo que
cuantitativo, con lo que ello supone de selección de lo que
se ha considerado informativo y relevante en relación con los
objetivos de conocimiento de la investigación. Asimismo, se
ha otorgado una gran importancia a la documentación e información visual, con el objetivo de mostrar esta dimensión
de los materiales, las técnicas y las evidencias arqueológicas
de diferentes prácticas económicas y sociales asociadas a los
procesos constructivos.
Los estudios de materiales concebidos como casos de
estudio1 se presentan en un apartado específico. No obstante, en
determinadas ocasiones se muestran también restos constructivos que hemos tenido la ocasión de analizar a nivel macroscópico integrados en el discurso general de los capítulos correspondientes, al abordar el enclave del que proceden, sin presentarse
como casos de estudio diferenciados por la menor entidad de
la muestra y de la información proporcionada. Asimismo, en el
trabajo se utilizan de forma puntual, para ejemplificar distintas
cuestiones, restos de barro procedentes de otros yacimientos2 no
desarrollados en el texto.
Las fuentes materiales que integran los casos de estudio
(tabla 2.1) proceden de actuaciones arqueológicas de distinta naturaleza, llevadas a cabo desde los inicios de la década de
1980 hasta la actualidad, en el marco, tanto de proyectos de investigación, como de excavaciones de urgencia. Los yacimientos
abordados también son de distinto tipo, desde los formados por
estructuras negativas, fosos y fosas, de las cronologías más antiguas, hasta los asentamientos que presentan restos de estructuras
de hábitat in situ, que son la mayor parte, a partir del III milenio
BC. Éstos cuentan con construcciones de planta circular en unos
momentos, cuadrangulares y alargadas en otros, y están ubicados
en altura, sobre cerros, encumbrados sobre cauces o fueron edificados sobre un terreno en ladera. El número de piezas estudiadas
de cada conjunto es desigual, como también lo son la relevancia y
la novedad de los hallazgos en cada uno de ellos.
1
En el anexo I de nuestra tesis doctoral (Pastor, 2019) se presenta el
catálogo de los restos materiales abordados en los casos de estudio,
organizados por yacimientos, donde se reflejan los datos extraídos
y las observaciones realizadas durante los estudios macroscópicos.
Conformado a partir de la base de datos utilizada, esperamos que
pueda ser útil en la continuación de las investigaciones acerca de la
construcción con tierra y la arquitectura prehistórica. A este catálogo corresponden las siglas que acompañan a los materiales estudiados en este trabajo.
2
Es el caso de algunos restos procedentes de La Macolla (Villena,
Alicante), que pudimos documentar de manera puntual en el Museo
Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena, así como
de algunas piezas de El Molón (Camporrobles, Valencia). Agradecemos a Alberto J. Lorrio Alvarado y a Mª Dolores Sánchez de Prado el habernos facilitado el acceso a los materiales para su estudio,
así como la información contextual proporcionada.
Tabla 2.2. Tabla-resumen de las muestras estudiadas mediante un
programa de análisis microscópicos.
Yacimiento
Nº muestras Referencias
Técnicas
aplicadas
La Torreta-El
Monastil
2
TM 4746
TM 4792
Micro FRX
Vilches IV
2
VL 1406/814-2 Micro FRX
VL 1203/10111
Les Moreres
5
MO 395
MO 630
MO 671
MO 739
MO 852
Laderas del
Castillo
8
LC 11005/1
Micro FRX
LC 11000/549- Lámina
11
delgada
LC 11000/54914
LC 31025/20
LC 31509/1
LC 31531/1
LC 2
LC 134
Caramoro I
2
CMI B SUP 13 Micro FRX
CM I 2101/6
Lámina
delgada
Terlinques
3
TE 26
TE 34
TE 54
Micro FRX
Lámina
delgada
Peña Negra
9
PN 1
PN 85
PN 99
PN 100
PN 114
PN 144
PN 154
PN 162
PN 167
Micro FRX
Lámina
delgada
Micro FRX
Los estudios macroscópicos se han completado con un
programa de análisis de tipo microscópico a una serie de muestras (tabla 2.2), seleccionadas entre los elementos estudiados a
nivel macrovisual. Estos análisis han sido planificados de acuerdo con los objetivos de conocimiento de esta investigación y
realizados a determinados restos constructivos, así como a fragmentos de estructuras y elementos muebles.
Con ellos se pretende fundamentalmente conocer, confirmar
o profundizar en aspectos relacionados sobre todo con su composición o tratar de responder a preguntas surgidas durante su
estudio macrovisual. De este modo, buscamos poder contribuir
a cuestiones como las relacionadas con el aprovechamiento de
materias primas, con la realización de las mezclas, el añadido
de materiales y la preparación y aplicación de determinadas
sustancias, como los pigmentos utilizados en la decoración
de estructuras o elementos, el yeso o la cal. En este sentido,
para abordar el estudio arqueológico del uso de la cal en la
edificación prehistórica es necesario identificar con fiabilidad
su presencia en los restos constructivos, llevando a cabo análi9
[page-n-23]
sis que han de diferenciar entre los restos de carbonato cálcico
natural, un compuesto químico muy abundante en la naturaleza,
y la presencia de cal antrópica, un producto de origen pirotecnológico, como el yeso. Asimismo, estos análisis pueden aportar
información sobre el empleo diferencial de materias primas en
función de distintos factores o sobre la presencia de elementos que permitan observar procesos de fabricación o prácticas
constructivas como la reutilización.
Las técnicas instrumentales utilizadas se abordan en el
capítulo siguiente. El haber empleado unas mismas técnicas de análisis microvisual en las diferentes muestras posibilita que los resultados puedan ser comparables entre sí. Estas
comparaciones pueden realizarse en relación con restos de un
10
mismo conjunto, así como entre conjuntos, para establecer posibles nexos y también poder plantear distintas formas de empleo
de los materiales. Los resultados de los análisis se presentan
integrados en el texto de los diferentes estudios, allí donde se
hace referencia al elemento analizado y junto con los resultados
de la observación macrovisual.3
3
El anexo II de nuestra tesis doctoral (Pastor, 2019) contiene los
datos completos de los análisis microscópicos realizados mediante
microfluorescencia de rayos X a una muestra del total de los materiales estudiados de forma macrovisual.
[page-n-24]
3
Metodología
En este capítulo se desarrollan las diferentes cuestiones que
componen la metodología empleada en esta investigación a
la hora de emprender el estudio de fragmentos de barro endurecido, en el caso que nos ocupa, de cronología prehistórica. Se abordan cuatro aproximaciones principales: el estudio macroscópico, los análisis microscópicos, la observación
etnoarqueológica y la experimentación.
La base material fundamental de este trabajo es el análisis
macrovisual de una serie de conjuntos de restos de barro, procedentes de diferentes yacimientos arqueológicos de la Prehistoria reciente −ver fig. 2.1 y tabla 2.1−. Se presentan como casos de estudio un total de 13 yacimientos, sumando un total de
2161 piezas, documentadas de forma individualizada de acuerdo con la metodología de estudio macroscópico que se detalla
en el siguiente apartado.
No obstante, dado que el análisis macrovisual, a pesar de
proporcionar información de gran importancia, presenta también ciertas limitaciones, para la observación de determinados
rasgos y detalles presentes en los restos se ha empleado instrumental para la observación microscópica: un microscopio
digital −modelo Dino-Lite Universal− y una lupa binocular −
modelo Leica EZ4 HD−, que nos han permitido también tomar
macrofotografías1. Además, los estudios macroscópicos han
sido complementados con una serie de análisis microscópicos
mediante diferentes técnicas instrumentales, llevados a cabo
por parte de los Servicios Técnicos de la Universidad de Alicante. Determinadas cuestiones de la caracterización e investigación de materiales, entre los que se encuentran los restos
1
Instrumental utilizado en el laboratorio de Restauración del Museo
Arqueológico Provincial de Alicante, disponible en los laboratorios
del Departamento de Química Inorgánica de la Universidad de Alicante y propiedad del área de Prehistoria de esta misma institución.
constructivos de tierra, requieren este tipo de estudios y pueden
ser pasadas por alto si éstos no se aplican, sobre todo en lo referente al estudio de su composición.
La aproximación microvisual a estos materiales puede
realizarse mediante distintas técnicas, que aporten datos no sólo
sobre su composición, mineral u orgánica, sino también sobre
la procedencia de las materias primas utilizadas, las transformaciones que han experimentado, o sobre posibles diferencias
en el empleo de sedimentos en distintas partes de la construcción. En esta investigación, se han aplicado dos técnicas instrumentales diferentes: microfluorescencia de rayos X (µFRX) y
micromorfología de lámina delgada, siguiendo los criterios ya
descritos y siendo las técnicas explicadas en este capítulo.
Asimismo, el estudio arqueológico de la edificación en el
pasado puede beneficiarse de herramientas como la etnoarqueología y la arqueología experimental, algo que ya ha sido recogido y mostrado en otros trabajos (Bankoff y Winter, 1979; Kramer, 1982; Pétrequin, 1991; Belarte, 2002; Blum, 2003; Cavulli
y Gheorghiu, 2008: 38; entre otros). Ambos enfoques pueden
ser de gran utilidad para el estudio de los restos constructivos
de tierra, como los procedentes de contextos prehistóricos. El
recurso a edificaciones y elementos constructivos recientes o
actuales, que sean comparables a los no conservados en el registro arqueológico, o de los que sólo se conservan evidencias
parciales, contribuye a su mejor identificación.
En este sentido, la observación de edificaciones y prácticas
constructivas contemporáneas desde una perspectiva arqueológica, orientada a la investigación de las construcciones desarrolladas
durante la Prehistoria reciente, es una valiosa fuente de comparaciones y ejemplos de uso, posibilitando la formulación, evaluación
y comprobación de interpretaciones para las problemáticas suscitadas a partir de los materiales prehistóricos. Por otro lado, para
determinar el origen de determinadas improntas y características
concretas presentes en los restos constructivos, se han realizado
una serie de pruebas y comprobaciones experimentales.
11
[page-n-25]
Además de las cuatro aproximaciones mencionadas y que
se abordan a continuación, nuestra investigación ha empleado
también diversos materiales, estructuras y contextos arqueológicos, habiendo accedido a ellos de forma directa o a través de
recursos bibliográficos. Entre ellos, se encuentran trabajos que
han abordado el estudio macroscópico de restos constructivos
de barro, en los que también nos hemos apoyado para la identificación de las improntas (en especial, De Chazelles, 2005b;
2008; Knoll y Klamm, 2015). Respecto a la documentación
bibliográfica necesaria para desarrollar la investigación sobre
las evidencias de la construcción en el pasado, en este caso en
contextos prehistóricos, ha de destacarse la importancia de la
interrelación entre trabajos de naturaleza arqueológica e histórica y los de otros campos, como la arquitectura, la antropología
y la etnografía.
3.1. ANÁLISIS MACROSCÓPICO
3.1.1. Procedimiento seguido para el estudio
macroscópico
El análisis macrovisual llevado a cabo de los restos constructivos
de barro endurecido sigue una metodología de estudio que ya
hemos presentado previamente (Pastor, 2014; 2016; 2017b) y
que tiene como base la de otros trabajos de investigación desarrollados con anterioridad sobre este tipo de materiales (García
López y Lara Astiz, 1999; Gómez, 2006; 2008; García López,
2010; entre otros).
En primer lugar, los fragmentos han sido limpiados en
seco con una brocha de cerdas suaves. Una vez desprovistos
de la tierra adherida a ellos y del polvo que los pudiera cubrir,
han sido analizados mediante la observación directa, recogiendo la información referida a los aspectos contextual, morfológico, compositivo e interpretativo. Los datos referentes a la
caracterización de todas las piezas estudiadas han sido incluidos en una base de datos. Esta información ha sido insertada
y presentada con formato de ficha (fig. 3.1), junto con fotografías de cada fragmento −ver anexo I, Pastor, 2019−. Todos
los restos han sido documentados mediante fotografía y sólo
de forma puntual, cuando se ha considerado necesario, se ha
procedido al dibujo de determinados aspectos de la pieza. La
documentación fotográfica ha comprendido, por regla general,
al menos una fotografía de cada una de sus caras o superficies,
además de fotografiar todas aquellas características y detalles
considerados informativos y significativos.
A cada fragmento se le ha asignado un número de
identificación propio que, en los casos en que ha sido posible,
incluye información sobre su contexto, incluyendo la unidad estratigráfica a la que pertenece y, en su caso, el número de inventario asignado de forma previa a nuestro estudio. En otros casos, por necesidad o practicidad, se han numerado los diferentes
elementos de un conjunto nuevamente, de forma correlativa. En
ningún caso las piezas han sido sigladas, sino que se ha adjuntado su identificación mediante una duradera etiqueta de plástico,
incluida en su embolsado individual.
Tras registrar datos generales sobre su recuperación en
contexto arqueológico y los correspondientes a su grado de endurecimiento, forma aproximada del contorno, dimensiones y
coloraciones, se ha tratado de atribuir cada una de las piezas a
12
Figura 3.1. Modelo de ficha para la recogida de datos que muestra
los criterios empleados en esta investigación durante el análisis macroscópico de elementos de barro.
uno de los tres grupos básicos siguientes. Por un lado, los restos
propiamente constructivos, que habrían pertenecido a una parte
de una edificación o a determinado punto de ella. En segundo
lugar, las piezas que pertenecerían a una instalación o estructura inmueble, ubicada en el espacio interno o externo de una
edificación, destinada a una determinada actividad o a varias
de ellas, pudiendo éstas ser simultáneas o sucederse en el tiempo. Por último, los fragmentos que pertenecerían a elementos
muebles u objetos. En algunos casos, se han registrado algunos
restos bajo la categoría “otros”, como por ejemplo muestras de
tierra documentadas por presentar rasgos de interés que clarificaran los presentes en otras piezas o de fragmentos que, según
lo observado, no pertenecerían a las categorías anteriores. En
no pocas ocasiones ha tenido que optarse por señalar varias de
estas posibles categorías a la vez.
[page-n-26]
Figura 3.2. Huellas negativas presentes en el mortero de diferentes restos de barro endurecido, interpretadas como posiblemente pertenecientes a frutos. a. La Torreta-El Monastil (Elda, Alicante). TM 4718. b. Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante). LC 31001/1.
c. Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante). CP 1063/28-4.
Una vez atribuida la pieza a uno de estos grupos,
consideramos que la segunda clasificación más importante a
realizar durante el análisis de estos materiales es, por una parte, entre los rasgos observados que reflejan propiamente partes
integrantes de la edificación y, por otra, los relativos a la composición de las mezclas, compuestas fundamentalmente por
tierra o, en su caso, por otras materias primas, como el yeso,
natural o pirotecnológico.
Respecto a la primera cuestión, se aborda la identificación
de improntas, de morfología negativa o positiva, dejadas por
elementos que desempeñaran funciones constructivas −como
una caña, un elemento de madera, una cuerda o incluso de una
estera que hubiera sido utilizada como material constructivo−.
Se ha reservado un espacio para recoger datos relativos a estos
elementos, como el número en que aparecen o sus dimensiones.
En el mismo sentido apunta la determinación de si las superficies observadas se corresponden con fracturas que muestran
partes estructurales internas y que no serían visibles originalmente, o con superficies exteriores, a la vista, que hubieran sido
regularizadas, alisadas, revestidas o incluso decoradas. Con el
conjunto de rasgos observados, puede tratar de determinarse la
técnica constructiva empleada.
En cuanto al segundo aspecto a determinar, nos referimos
a la identificación de elementos, algunos ya desaparecidos, que
hubieran formado parte de los morteros constructivos (fig. 3.2),
bien porque estuvieran contenidos previamente en el sedimento utilizado, bien como inclusiones no intencionales durante
la mezcla o porque se trate de componentes añadidos a ella,
generalmente, a modo de estabilizantes −ver 4.1.2.
Asimismo, se han indicado los rasgos observables en las
piezas cuyo origen atribuimos a alteraciones, sobre todo de
tipo postdeposicional. Otro de los campos utilizados relaciona a nivel interno de esta investigación unas piezas con otras
por las similitudes que presentan, sean de su mismo conjunto, perteneciendo al mismo yacimiento, o de otros, y cuya
comparación facilita su interpretación. Por último, destacamos que en las fichas de registro y observación macroscópica se ha indicado también la aplicación de otras técnicas de
análisis a las piezas, como los estudios microscópicos, con el
fin de hacer visibles las distintas aproximaciones de análisis
e interconectarlas lo más posible.
3.1.2. Aspectos relacionados con la observación
macroscópica
A continuación, exponemos algunos aspectos comunes a la
mayor parte de los restos de barro endurecido, por lo que
se pueden considerar transversales a los diferentes estudios de tipo macrovisual que se realicen sobre este tipo de
materialidad arqueológica.
Consistencia
Lo que denominamos consistencia o grado de endurecimiento de
los fragmentos de barro es posiblemente la característica más
determinante a la hora de posibilitar el estudio de este tipo de
restos. Desde hace décadas, la investigación centrada en el estudio de la construcción con tierra desde la arqueología ha resaltado que la conservación de estas evidencias es posible sobre todo
debido al contacto entre la estructura o el elemento de barro
y una fuente de calor (Bankoff y Winter, 1979; Miret, 1992;
Belarte, 2002; Sherard, 2009; García López, 2010: 99; Knoll y
Klamm, 2015; entre otros). La tierra utilizada para la construcción contiene arcilla que, al contacto con altas temperaturas, se
endurece (Rye, 1981: 29). Además, la deposición de los restos
de barro en estructuras negativas o su rápida introducción en una
matriz sedimentaria también favorecen su conservación (Miret,
2005: 319; Knoll, 2016: 15; entre otros). En cualquier caso, para
que se preserven las piezas de barro no cocido intencionalmente
son necesarios contextos arqueológicos con suficiente sequedad (Rye, 1981: 10). Por ello, en otras regiones, como en las
zonas atlánticas europeas, el hallazgo de restos constructivos
de barro en los yacimientos arqueológicos sería menos común
que en, por ejemplo, la península ibérica, debido en parte a las
diferentes características geoclimáticas.
En la mayoría de los casos, se considera que la causa
fundamental del contacto entre una estructura o parte estructural
de barro y las altas temperaturas habría sido un incendio, aunque
también se ha planteado la posibilidad de que el barro pudiera ser
endurecido al fuego como parte del proceso constructivo (Miret,
1992: 69; Shaffer, 1993: 62; Fabián, 2003: 14). La investigación
experimental sobre los procesos de incendio en contextos prehistóricos puede arrojar luz sobre la relación entre el fuego y la conservación de restos constructivos de barro. Un incendio experimental
13
[page-n-27]
Figura 3.3. Fragmentos de barro que
presentan un grado muy elevado de
endurecimiento y aspecto cristalino.
a. Detalle de una pieza con improntas
vegetales, una de ellas de carrizo,
procedente de Cabezo del Polovar
(Villena, Alicante). PO 3007/27-16.
b. Perfil de un resto con improntas
vegetales recuperado en Vilches IV
(Hellín, Albacete). VL 1406/814-19.
(Bankoff y Winter, 1979) de una estructura de bajareque y cubierta
vegetal dio como resultado que la cubierta fue prácticamente la
única parte de la vivienda que quedó realmente afectada por el
fuego. Los alzados de bajareque seguían en pie y escasamente alterados, con excepción de algunos de los postes y de los maderos
horizontales de la parte más alta de los muros. Los restos de barro
endurecido generados en esta experimentación provenían, en su
mayor parte, de la techumbre y, en menor medida, de la parte alta
de los alzados y del contorno de los postes verticales calcinados
(Bankoff y Winter, 1979: 13). Por norma general, las estructuras
incendiadas se encuentran más afectadas por el fuego en la parte
superior que en la inferior (Rasmussen, 2007: 96), debido al contacto y la proximidad de estas superficies de la edificación con los
materiales vegetales de la techumbre, más fácilmente inflamables
(Kruger, 2015: 894).
En el ámbito de la península ibérica, puede considerarse
que los episodios de incendio que afectaron a buena parte de
las edificaciones prehistóricas son concebidos, de manera mayoritaria, como accidentales. No obstante, la consideración de
una intencionalidad en los incendios identificados en cronologías prehistóricas sería mayor fuera del ámbito peninsular, que
suelen focalizarse en los momentos de abandono de las estructuras, más allá de otras circunstancias que supongan el fin del
uso de las mismas. La cuestión de los incendios intencionales de
construcciones prehistóricas relacionados con su abandono fue
planteada hace ya décadas, ante la observación de una ausencia
sustancial de materiales en el interior de estructuras incendiadas
de la Edad del Hierro del norte de Europa (Coles, 1979: 154).
Desde entonces, la cuestión de los incendios interpretados no
sólo como provocados de forma intencional, sino también como
simbólicos o rituales, ha sido planteada en numerosos asentamientos prehistóricos en distintas regiones, sobre todo del ámbito europeo (Tringham, 1990; 1994; Schaffer, 1993; Stevanović,
1997; Chapman, 1999; Cessford y Near, 2005; Cavulli y
Gheorghiu, 2008; Twiss et alii, 2008; entre otros).
Algunos estudios basados en incendios experimentales han
apuntado que la conservación en el registro arqueológico de
considerables cantidades de fragmentos constructivos de barro endurecido habría requerido fuegos de considerable inten14
sidad y duración (Shaffer, 1993: 61-62). De este modo, en el
asentamiento neolítico de Piana di Curinga (Calabria, Italia), se
planteó, a partir de un estudio de estos elementos constructivos
endurecidos por el fuego realizado mediante arqueomagnetismo, que el incendio que habría destruido sus estructuras habría
sido intencionado (Shaffer, 1993). Sin embargo, también ha sido
apuntado que los incendios de gran intensidad no sólo se producen de forma intencional, sino que también pueden generarse
favorecidos por condiciones atmosféricas de gran sequedad o
con mucho viento (Kruger, 2015: 888).
La relación entre el endurecimiento de los restos de barro y
la exposición a altas temperaturas es una cuestión fundamental
y no sólo en cuanto que posibilita la conservación de estos materiales y su estudio. El fuego puede afectarlos de distintas maneras, que todavía habrían de ser determinadas en mayor medida
por la investigación. En cualquier caso, se ha apuntado que la
temperatura a partir de la cual los restos de barro se endurecen y
conservan estaría en torno a los 350-450°C (Berna et alii, 2007:
360; Knoll y Klamm, 2015: 80), pudiendo llegar a ser muy elevado el grado de endurecimiento de los materiales (fig. 3.3).
De hecho, a temperaturas mayores de 700-800°C, los materiales
arcillosos comenzarían a vitrificarse, mediante la formación de
cristales en las partículas de arcilla (Courty et alii, 1989: 109;
Stevanović, 1997: 366; Berna et alii, 2007: 360).
Forma y dimensiones
El tamaño y la forma aproximada del contorno que presentan los
restos constructivos de tierra pueden relacionarse con las condiciones y el grado de fragmentación de las estructuras a las que
pertenecieron. Las circunstancias en las que los restos han estado
depositados −si quedaron enterrados de forma rápida o, en cambio, permanecieron en la superficie−, pueden asociarse en algunos
casos con contornos angulosos o, por el contrario, erosionados y
redondeados. La ruptura de los fragmentos constructivos recuperados en contextos primarios se habría producido, en la mayoría
de los casos, al desprenderse de su posición original y caer al
suelo (Kruger, 2015: 894) aunque, con posterioridad, estos restos
pueden ser afectados por otros procesos postdeposicionales. Así,
[page-n-28]
Figura 3.4. Restos constructivos con improntas que evidencian el uso combinado de distintos elementos vegetales. a. Vilches IV. VL
1406/814 6. b. Les Moreres. MO 229.
las piezas que no estuvieran sepultadas, sobre todo las de menor
dureza, pueden sufrir posteriores y sucesivas rupturas en los contextos de abandono que, de igual modo, pueden producirse de
nuevo a partir del momento de su extracción y recuperación de
una matriz de sedimento en una excavación arqueológica.
En algunos casos, existe una relación entre un tamaño
mayor de los fragmentos y un mayor potencial informativo
(Jongsma, 1997: 127), aunque éste no sea siempre el caso. Del
mismo modo que un bloque de barro de importantes dimensiones puede presentar una morfología indeterminada, que haga
muy difícil su atribución a una parte concreta de la estructura o al resultado del empleo de una determinada técnica, una
pieza pequeña puede contener, incluso en pocos milímetros,
rasgos que informen sobre aspectos diversos de las formas
constructivas o de los procesos de edificación.
fig. 11). Por otro lado, en torno a los 500°C, las partículas
de hierro que están presentes en la mezcla de barro utilizada
como material constructivo comenzarán a oxidarse y a tomar
una coloración rojiza o anaranjada (Stevanović, 1997: 366;
Kruger, 2015: 887). Las coloraciones rojo oscuro se relacionan
con la combustión en condiciones oxidantes a partir de 800°C
(Forget et alii, 2015, figs. 9-10). No obstante, los tonos negruzcos también pueden deberse al contacto superficial con materia
orgánica carbonizada, sin que se haya producido este cambio
de coloración en la propia pieza.
Coloraciones
En las coloraciones que presentan los restos de barro
endurecido influyen diversos factores, como los diferentes tipos de tierra empleada como materia prima (Volhard, 2010:
88), otras sustancias presentes en el mortero, como los estabilizantes (Love, 2017: 355), diferentes procesos postdeposicionales (Gómez, 2011: 231) y, sobre todo, la acción del fuego
(Gómez, 2006: 274).
Los tonos negruzcos o ennegrecidos (fig. 3.4a), así como
los rojizos, se relacionan normalmente con que el material
haya sufrido procesos de combustión, en atmósferas reductoras
u oxidantes (Courty et alii, 1989: 120), teniendo en cuenta las
reacciones que se producen entre los minerales que constituyen
los principales componentes de las arcillas: hierro, calcio y sílice (Gómez, 2011: 231). Por un lado, las coloraciones ennegrecidas se relacionan con unas condiciones de combustión reductoras, a temperaturas menores de 600°C y con una exposición
al fuego no muy prolongada, puesto que, con ésta, el interior
ennegrecido desaparece y se adoptan coloraciones marrones.
En menos de media hora y a tan solo 600°C, esta transformación ya puede hacerse efectiva (Forget et alii, 2015: 86-91,
Figura 3.5. Improntas constructivas dejadas por un elemento de madera trabajada. a. La Torreta-El Monastil. TM 4694. b. Vilches IV.
VL 1406/814-24. c. Les Moreres. MO 703. d. Laderas del Castillo.
LC 31018-4.
15
[page-n-29]
Figura 3.6. Detalle de las capas de
barro visibles en piezas interpretadas
como restos de pavimentos. a. Peñón
de la Zorra. PZ 7. b. Cabezo del
Polovar. PO 3005/1-1.
Identificación de improntas constructivas
Figura 3.7. a. Resto de barro con improntas vegetales, procedente
del enclave del Neolítico final-Calcolítico de La Macolla (Villena, Alicante). b. Fragmento con improntas de carácter claramente
constructivo, pertenecientes a elementos de madera, de sección circular y también angular, recuperado en Les Moreres (Crevillente,
Alicante). MO 14.
Figura 3.8. Improntas de piedras presentes en fragmentos constructivos. a. Elemento de barro en el que se preserva una piedra, procedente de Cabezo del Polovar. b. Impronta negativa de la misma.
PO 3008/25-2. c. Restos con improntas de piedras de Les Moreres.
MO 774. d. MO 925.
16
Puede decirse que el elemento central del análisis macroscópico
de restos constructivos de barro endurecido es la presencia de improntas de elementos que formaban parte de la edificación, pero
que no se han preservado. En muchas ocasiones, esto se debe a su
naturaleza orgánica, que facilita su descomposición, como ocurre
con una estructura de madera (fig. 3.5, fig. 3.7b), con la materia
vegetal de menor talla empleada en distintas partes del edificio
(fig. 3.4), o con las ataduras realizadas con materiales de origen
vegetal o animal, necesarias para fijar partes y componentes de la
construcción entre sí. El estudio de las improntas puede permitir
la identificación de las especies vegetales utilizadas, como abordan entre sus objetivos diferentes trabajos (por ejemplo, Daneels
y Guerrero, 2011: 15). En otras, los elementos constructivos a los
que corresponden las improntas habrían sido de naturaleza inorgánica y no perecedera, como en restos de mortero de barro utilizado como unión entre piedras en una estructura de mampostería
y con improntas de éstas, siendo la conexión entre ambas partes
estructurales lo que ya no se conserva en este caso.
Con frecuencia, es difícil interpretar a qué parte de una
estructura pertenecieron los fragmentos con improntas constructivas, como ya ha sido resaltado (Belarte, 2002: 42, 48; Gómez,
2008). Fundamentalmente, pudieron pertenecer a alzados o cubiertas, pero también a otras partes estructurales, como a pavimentaciones (fig. 3.6) y a instalaciones inmuebles, a modo de
bancos o estantes −ver fig. 4.17−. Las improntas indicativas de
paneles de cañas o de ramas, o de una estructura de piedras unidas
por mortero, pueden haber sido parte de estas estructuras no portables de equipamiento doméstico, que se construyen con los mismos materiales y técnicas que, por ejemplo, los alzados. De este
modo, es necesario considerar que entre los fragmentos a los que
atribuimos una interpretación más probable como posibles restos
de alzados o techumbres pueden encontrarse también partes de
mobiliario doméstico o de otras estructuras o elementos.
Asimismo, en ocasiones la presencia de la impronta de una
superficie de vegetales de considerable longitud se relaciona con
las techumbres, como se ha propuesto, por ejemplo, entre los materiales constructivos de barro neolíticos recuperados en la mina
84 de Gavà (Barcelona) (García López, 2010: 99-100, figs. 1-3).
En relación con esta aplicación del barro empleamos en ocasiones
el término “manteado”, aunque el concepto de manteado presenta
una estrecha relación con el de bajareque −ver 4.2.1.
Por último, un mismo fragmento puede presentar improntas y rasgos de diferente tipo en cada una de sus caras y que
podrían asociarse perfectamente a técnicas constructivas dife-
[page-n-30]
Figura 3.9. a. Cara externa de un
resto constructivo, con huellas de
alisado generadas por los dedos de la
mano, procedente de Cabezo Pardo.
CP 1063/28-29. b. Mismo tipo de
huellas de alisado manual, visibles
en el alzado de una edificación
contemporánea en Aspe (Alicante).
rentes. El barro aplicado en una construcción de bajareque o de
mampostería puede también modelarse para conformar determinadas partes. Las unidades amasadas y modeladas con frecuencia en forma de bolas o bloques pueden aplicarse sobre cañas o
elementos de madera, que dejarán su impronta en ellas, improntas típicas de la técnica del bajareque. A ello se une que el barro
aplicado sobre estructuras vegetales o de madera, el utilizado
para modelar estructuras u objetos o para unir mampuestos ha
podido ser amasado y estabilizado de formas muy similares.
Así, las clasificaciones claras son difíciles de establecer en
lo referente a estos materiales, sobre todo por la frecuente fragmentación y escasez de las evidencias, estudiadas fuera de su
contexto real. Es necesario tener presente que, en su mayoría,
estos restos se habrían generado en un panorama de elaboración
complejo, donde las posibilidades de aplicación son múltiples
y que las técnicas aplicadas no han de reproducir un modelo
estático, sino que suelen ser variables y además estar interconectadas. En algunos casos, se puede suponer y proponer la
asociación de un fragmento con una técnica o una determinada interpretación gracias a su comparación con otros restos del
mismo o de otro conjunto. Así, somos conscientes de que las
clasificaciones por las que nos hemos inclinado en el desarrollo de esta investigación son en ocasiones imperfectas y, a veces, arriesgadas, habiendo tratado de escoger los términos más
representativos entre los existentes.
Observación macrovisual de componentes
del mortero de barro
El análisis macroscópico de restos de barro endurecido permite
observar diferentes rasgos no estructurales que proporcionan también importante información constructiva. Son los
componentes que estuvieron presentes en la mezcla de barro,
sean orgánicos o inorgánicos, naturales o antrópicos. Pueden
haberse preservado en su forma original, tratarse de restos carbonizados de los mismos o, en cambio, de evidencias de ellos en
forma de huellas, generalmente en negativo (fig. 3.7a, fig. 3.8),
pero que también podrían ser de morfología positiva.
Como se ha mencionado con anterioridad, estos componentes
pudieron haberse incluido en el barro de forma accidental, haber estado presentes previamente en la tierra utilizada para
construir o haberse añadido intencionalmente, como materias
Figura 3.10. Alteraciones en las superficies de restos constructivos
de barro derivadas de procesos postdeposicionales. a y d. Líquenes. MO 1093 y MO 1094. b. Raíces. MO 414. c. Formaciones
cristalinas. LC 31025/5.
estabilizantes. Es significativo el caso de las piedras, donde es
importante establecer una diferenciación entre las inclusiones,
piedras que habrían estado contenidas o adheridas al mortero,
junto con las huellas dejadas por ellas, y entre las improntas
de piedras que habrían tenido una función constructiva, como
las dispuestas en alzados de mampostería, en las cubiertas o
formando parte de estructuras de actividad.
Superficies y su tratamiento
En los restos constructivos también pueden observarse
superficies externas, que hubieran sido visibles en la estructura original, pudiendo haber sido regularizadas, alisadas (fig.
3.9a), enfoscadas, enlucidas e incluso decoradas, por ejemplo,
con motivos pintados. Generalmente, los fragmentos alisados y
enlucidos pueden asociarse con las superficies de alzados (fig.
3.9b), teniendo en cuenta, no obstante, que esto no ha de ser
necesariamente así. También pueden corresponderse con superficies de instalaciones o mobiliario doméstico, como bancos, y
el empleo del barro en las cubiertas también puede suponer el
alisado de la superficie.
17
[page-n-31]
Alteraciones y procesos postdeposicionales
En ocasiones, algunos rasgos que se observan en los restos de
barro endurecido no se relacionan con las actividades constructivas, sino con procesos de deterioro, generalmente alteraciones
de tipo postdeposicional (fig. 3.10). Entre ellos, uno de los que
hemos documentado con mayor frecuencia es la presencia de
raíces, introducidas en la matriz del material, así como en los
espacios que constituyen las huellas e improntas negativas. Asimismo, también es frecuente la erosión de las superficies o la
presencia de concreciones calcáreas.
Algunas alteraciones de tipo postdeposicional son de
origen antrópico, como las marcas que pueden producirse durante los procesos de excavación (fig. 3.11a). En estos contextos, los elementos constructivos pueden sufrir sobre todo nuevas
fragmentaciones, durante su excavación, manipulación y transporte. A ello se suman las alteraciones derivadas del contacto
con la pieza de determinados materiales durante su almacenaje,
como las etiquetas de papel (fig. 3.11b) o el papel de aluminio,
cuyos restos pueden adherirse a ellas con el paso del tiempo.
Figura 3.11. Ejemplos de alteraciones de origen antrópico en restos
constructivos. a. Huella dejada por un paletín en un resto de barro
de Los Limoneros II (Elche, Alicante). LIM II 1002/7-1. b. Restos de etiquetado de papel adheridos a una pieza de Les Moreres.
MO 788.
3.2. ANÁLISIS MICROSCÓPICO
Como ya ha sido adelantado, en esta investigación se han aplicado
dos técnicas instrumentales: microfluorescencia de rayos X
(µFRX) y micromorfología de lámina delgada, que se detallan
a continuación. En la elección de dichas técnicas hemos contado con asesoramiento por parte de personal del Departamento de
Química Inorgánica y del Instituto Universitario de Materiales
(IUMA) de la Universidad de Alicante,2 así como de los Servicios
Técnicos de la Universidad de Alicante, en cuyos equipos se han
desarrollado los análisis. Las muestras analizadas proceden de 7
yacimientos −ver fig. 2.3−, con una cronología que abarca desde
el Calcolítico hasta la primera Edad del Hierro.
La determinación de la composición de los restos
muestreados se ha realizado fundamentalmente mediante microfluorescencia de rayos X (µFRX). Esta técnica instrumental
se ha aplicado a 31 muestras, posibilitando así que los resultados obtenidos −ver anexo II, Pastor, 2019− sean comparables
entre sí. En cambio, la realización de láminas delgadas se ha
planteado y desarrollado en casos concretos, a 6 muestras, con
la intención de analizar la disposición y caracterización de capas
de revestimiento (fig. 3.12), o de estudiar y comparar la estructura interna de determinadas piezas.
Figura 3.12. Fragmentos constructivos de barro con capas externas
alisadas y revestidas. a. Resto procedente de Peña Negra (Crevillente, Alicante). PN 220. b. Fragmento de cronología protohistórica de El Molón (Camporrobles, Valencia).
La microfluorescencia de rayos X (µFRX) es una técnica
instrumental destinada a determinar la composición de un
elemento mediante la focalización de un haz de rayos en
puntos concretos del material a analizar, lo que la diferencia
de la fluorescencia de rayos X. Debido al uso de este haz,
el área de análisis es limitada, con un diámetro máximo de
40 micras,3 por lo que los resultados indican la composición
de un punto muy concreto del material, pudiendo ser ésta
considerablemente diferente en un punto contiguo. Al mismo
tiempo, en el caso de querer determinar la composición de sustancias dispuestas en superficies muy pequeñas, es necesario
tener en cuenta que el haz puede abarcar una superficie mayor
a la de cuya composición se quiere determinar, por lo que los
resultados obtenidos procederán del conjunto del área abarcada por éste. Al no requerirse una preparación destructiva de
la muestra, pueden analizarse piezas con alto valor, en su estado sólido, también con contornos irregulares, sin necesidad
de fragmentarlas o pulverizarlas. Basta con depositar la pieza
en el interior del equipo y fijarla a un soporte. El tamaño de la
muestra sólo está limitado por su adecuación a este espacio.
2
3
3.2.1. Microfluorescencia de rayos x
18
Agradecemos especialmente a Isidro Martínez Mira su generosa
atención y disponibilidad durante la planificación y realización de
los análisis y la ayuda proporcionada en la interpretación de los
resultados.
Información proporcionada por los Servicios Técnicos de la
Universidad de Alicante. https://sstti.ua.es/es/instrumentacioncientifica/unidad-de-rayos-x/micro-fluorescencia-de-rayos-x.html
[page-n-32]
Figura 3.13. a. Huecos rectilíneos y
paralelos debidos a la presencia en el
mortero de tierra de materia vegetal
desaparecida. b. Fitolitos de gramíneas
en el interior de un hueco de este tipo
(identificados con ayuda de Marta Portillo
Ramírez). Microfotografías tomadas
por la autora de láminas delgadas sobre
muestras de adobes y morteros del
yacimiento neolítico de Çatalhöyük
(Konya, Turquía) (estudiados por cortesía
de Wendy Matthews).
3.2.2. Micromorfología de lámina delgada
Entre las principales técnicas de análisis microvisual se
encuentra la micromorfología de lámina delgada. Ésta se basa
en la observación, mediante un microscopio óptico petrográfico, de muestras situadas en el interior de un delgado soporte
transparente. Permite analizar diferentes unidades en su posición original y, por lo tanto, también las relaciones entre ellas
(Matthews, 1995: 46). Los análisis micromorfológicos de láminas delgadas pueden aplicarse a materiales constructivos de
tierra para investigar el origen de los sedimentos escogidos
como materia prima para edificar, determinar sus componentes, cómo se aplicaron y cómo han sido transformados o alterados durante el uso de las estructuras y desde su abandono e
incorporación al registro arqueológico.
Análisis de la composición
El estudio micromorfológico de láminas delgadas posibilita
profundizar en el conocimiento de la composición de los morteros constructivos. Permite identificar y caracterizar variados
componentes, sean de origen natural o antrópico y cuya presencia se deba a una inclusión accidental y aislada, a que formaran
parte de los sedimentos utilizados para construir o a que hayan
sido añadidos intencionalmente. De este modo, el análisis de
la composición hace posible obtener información sobre actividades implicadas en los procesos constructivos, sobre la obtención, selección y preparación de materias primas utilizadas
para edificar.
La observación microscópica de restos de materiales
constructivos de tierra aporta una evaluación más precisa de su
granulometría. El análisis macroscópico puede proporcionar
una estimación del tamaño de las partículas de tierra que forman la mezcla empleada para construir: si es más o menos fina
y homogénea, o si abundan las partículas de distintos tamaños
y fracción gruesa. No obstante, un estudio granulométrico requiere un análisis microscópico. Determinar el tamaño de las
partículas de los morteros es importante para poder plantear
si pudo darse una selección intencional de la granulometría,
con el añadido de partículas como parte de los procesos de
estabilización −lo que se conoce como estabilización homogénea, mediante la adición de otros componentes también de
naturaleza mineral (Guerrero, 2007: 188).
La micromorfología hace posible observar no sólo el
tamaño, sino también la forma de las partículas, lo que puede
ofrecer una aproximación al origen del sedimento utilizado, por
ejemplo, en el caso de las formas redondeadas, de tipo canto
rodado y el origen fluvial de ese sedimento. Por el contrario,
las formas angulosas pueden ser resultado de materiales obtenidos mediante actividades de extracción o cantería (Villaseñor,
2010: 75). Otros componentes presentes en las mezclas también
pueden contribuir a determinar su procedencia. Es el caso de
la existencia de moluscos debidos al empleo de sedimentos de
origen lacustre o fluvial, como pudo identificarse en el caso del
estudio de materiales constructivos del yacimiento argárico de
Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii, 2014: 372). Mediante micromorfología de lámina delgada, también puede analizarse si la
distribución de las partículas de la tierra es homogénea o heterogénea, indicador de que haya sido mezclada en mayor o menor
medida (Cammas, 2003).
Los análisis micromorfológicos permiten profundizar en la
identificación y el estudio de las materias estabilizantes, como
las de tipo vegetal. Su empleo puede observarse a nivel macroscópico, pero no en todos los casos, por ejemplo, si el fragmento presenta una pátina postdeposicional en su superficie
que impida observarlo con claridad. A través del microscopio
en una lámina delgada, estos elementos se distinguen a partir
de huecos rectilíneos, que se han formado en el mortero como
resultado de la presencia de estos elementos ya desaparecidos
(Courty et alii, 1989: 119; Matthews, 1995: 51; Wattez, 2003:
26; Mateu, 2015; entre otros) (fig. 3.13a). Como es bien conocido, la materia orgánica sólo se conserva en condiciones de
extrema humedad o sequedad, o carbonizada si sufrió procesos
de combustión a bajas temperaturas, menores a 400-500 °C.
Sin embargo, otros restos de vegetales pueden ser reconocidos en contextos sometidos al fuego a temperaturas mayores,
a través del estudio micromorfológico, por ejemplo, de cenizas (Matthews, 2016: 6). En el interior de estos huecos pueden encontrarse fitolitos, cuerpos de sílice microscópicos que
se forman en los tejidos de muchos vegetales (Weiner, 2010:
16; Portillo et alii, 2017) (fig. 3.13b) y que posibilitan una
aproximación al tipo de plantas que fueron añadidas.
Mediante la micromorfología de lámina delgada también
puede abordarse el empleo de excrementos de animales como
estabilizantes. La micromorfología permite identificar la posible
presencia de estiércol de determinados herbívoros a partir del
hallazgo de esferulitos, cuerpos de carbonato cálcico formados
en el interior de los animales durante la digestión (Weiner, 2010:
44; Portillo et alii, 2017), en materiales en los que este residuo
no se aprecie con la observación directa. Estos residuos también
pueden haber pasado a formar parte de los sedimentos analizados mediante otros procesos. En este sentido, el hallazgo de
ciertos componentes puede sugerir la reutilización de sedimentos
19
[page-n-33]
de origen natural (Goren y Goldberg, 1991: 132; Brysbaert, 2007:
35). Otros rasgos distintivos de los materiales con contenido en cal,
observables en lámina delgada, serían microporosidades derivadas
de la deshidratación de la piedra durante su producción o una mayor birrefringencia bajo luz cruzada (Courty et alii, 1989; Karkanas,
2007: 790; Matthews et alii, 2013: 125).
Identificación de procesos de manufactura y puesta en obra
Figura 3.14. Materiales que pueden formar parte de los morteros
constructivos, vistos a nivel macroscópico (izqda.) y microscópico,
en una lámina delgada (dcha.): a y b. Madera carbonizada. c y d.
Hueso quemado. e y f. Malacofauna. g y h. Cerámica. Fotografías
de materiales constructivos de barro de Caramoro I (a y c) y Les
Moreres (e y g). Microfotografías (b, d y f), tomadas por la autora,
de láminas delgadas sobre muestras de adobes y morteros de Çatalhöyük (cortesía de Wendy Matthews). h. Fragmentos de cerámica
vistos en lámina delgada (Shahack-Gross, 2011: 211, fig. 7b).
que procedan de la limpieza de espacios de hábitat o de hogares,
aunque, según el caso, también podría tratarse de inclusiones accidentales. Entre los materiales que pueden estar presentes en los
morteros y derivarse de otras actividades humanas, de producción o consumo, se encuentran los restos líticos, vegetales carbonizados, huesos, malacofauna o cerámica (fig. 3.14), e incluso
materiales constructivos de tierra reutilizados. Estos elementos
han sido documentados en diferentes casos de estudio de esta
investigación, como en los asentamientos de Laderas del Castillo o Caramoro I. La presencia de determinados materiales en la
composición del mortero puede indicar el empleo de sedimentos
de desecho, como también relacionarse con el lugar en el que se
realizó la mezcla (Volhard, 2010: 95).
Por último, esta técnica puede aportar información que ayude a
determinar el empleo de la cal antropogénica, ya que, por ejemplo,
los cristales del carbonato cálcico formado tras la combustión de la
piedra caliza serían de menor tamaño y diferente morfología que los
20
Dejando a un lado el estudio de la composición, la micromorfología permite observar indicadores de determinados procedimientos tecnológicos relacionados con la propia ejecución de
los materiales constructivos y de las estructuras. Por un lado, es
posible estimar el grado de humedad del mortero de barro en el
momento de su empleo. A través de micromorfología de lámina
delgada pueden observarse vacuolas o huecos de sección circular en el mortero que se deben a burbujas de aire atrapado durante la mezcla y que se formaron durante la aplicación del barro en
estado húmedo. Esto ha sido planteado, tanto en la construcción
de alzados de tierra maciza mediante la técnica del amasado
(Wattez, 2003: 26, fig. 11), como en lo relativo a la fabricación
de adobes (Matthews, 1995: 53; Cammas, 2003: 36, 39).
Por otra parte, la presencia en los fragmentos constructivos
de abundantes fisuras, paralelas a la superficie que estuvo en
contacto con los elementos de una estructura vegetal o de madera, sería el resultado de la aplicación del barro de una determinada manera, en estado húmedo y de su posterior contracción
tras el secado (Cammas, 2003: 40-41, fig. 8; Wattez, 2003: 28).
La dirección en la que fue aplicada la tierra puede observarse en
una lámina delgada en la orientación de las partículas y de los
huecos o porosidades que se generan en este proceso (Mateu,
2015: 253). Además, los análisis micromorfológicos de láminas
delgadas hacen posible distinguir de forma precisa las distintas capas de revestimiento que pueden estar presentes en los
materiales constructivos y caracterizar su composición.
3.3. OBSERVACIÓN ETNOARQUEOLÓGICA
La etnoarqueología busca aproximarse a sociedades
preindustriales vivas para obtener un conocimiento que facilite las interpretaciones arqueológicas a partir de la comparación
(González Ruibal, 2003a). Se centra en los elementos que forman la cultura material, pero que han podido dejar escasa huella en el registro arqueológico. Puede considerarse, junto con la
arqueología experimental, entre las técnicas destinadas a tratar
de facilitar la formulación y evaluación de las inferencias acerca
de la realidad pasada (Gándara, 1990: 46). En este sentido, es de
gran utilidad para el estudio de las construcciones prehistóricas.
Esta herramienta puede ofrecer paralelos útiles y ser una fuente
de hipótesis a la hora de formular y validar interpretaciones.
Además de ofrecer analogías, la etnoarqueología proporciona
límites a las hipótesis formuladas, ya que las evalúa al situarlas
en condiciones “reales” (Gould, 1989: 8, 13).
Durante décadas, buena parte de los estudios realizados desde
la etnoarqueología se han centrado en la investigación de cuestiones
económicas y en la reconstrucción de procesos tecnológicos, como
en la producción de cerámica o la fabricación de herramientas líticas. Este tipo de trabajos han sido de gran utilidad para interpretar
el funcionamiento de determinados artefactos e investigar cómo
[page-n-34]
pudieron ser sus procesos de producción. De la misma manera,
entendemos que la etnoarqueología puede aplicarse al estudio de
las actividades y formas constructivas en el pasado (Pastor, 2017a).
Los estudios etnoarqueológicos realizados acerca de la
construcción de edificaciones se han centrado en temas como
los refugios de sociedades cazadoras-recolectoras (González
Ruibal, 2001; Caruso et alii, 2010) y el hábitat en distintas zonas
de África (Agorsah, 1985; Oluwole, 2005; Calvo et alii, 2017;
entre otros), Sudamérica (Göbel, 2002; Tomasi, 2009; 2012; Tomasi y Rivet, 2011; entre otros) y el Próximo Oriente (Kramer,
1982; Aurenche y Desfargues, 1983; entre otros). Por un lado,
encontramos trabajos destinados a documentar edificaciones
actuales o del pasado más reciente de las que todavía quedan
restos (Göbel, 2002; González Ruibal et alii, 2009; entre otros).
Son sobre todo estudios etnográficos realizados desde la arqueología, aunque no necesariamente, cuyo objetivo es conocer a las
comunidades estudiadas, pero sin que por lo general se apliquen
después los datos obtenidos a problemas concretos del registro
arqueológico, aunque de ellos puedan extraerse consideraciones
de interés para la investigación en arqueología. Por otro lado,
otras publicaciones comparan edificaciones halladas en el registro con las actuales existentes en el mismo lugar (Seeden,
1985; Correas, 2013; entre otros). Por último, encontraríamos
los estudios destinados a la documentación arqueológica, toma
de muestras e incluso excavación de restos contemporáneos en
estado de abandono y deterioro, con la intención de analizar así
la acción de procesos postdeposicionales de transformación y
destrucción (McIntosh, 1974; Baloi, 2001; Correas, 2013). Estos trabajos suelen incluir y combinar estudios de microestratigrafía y geoarqueología, destinados a identificar, por ejemplo,
suelos de ocupación y profundizar en el conocimiento de áreas
de actividad (Milek, 2012), así como otras partes de las edificaciones construidas con tierra entre los niveles de derrumbe de la
edificación, como las cubiertas (Friesem et alii, 2014).
En este marco, con la intención de contribuir al estudio
macrovisual y a la interpretación de los restos constructivos
prehistóricos, se ha abordado la visita, observación y documentación de una serie de construcciones contemporáneas, tanto
abandonadas y semiderruidas, como todavía en uso.4 Estas edificaciones fueron construidas con distintas técnicas tradicionales, desde el bajareque al adobe, pasando por la mampostería y
las técnicas de tierra maciza, y con materiales como la caña y
el carrizo, ramas y troncos de madera, cuerdas de fibras vegetales, morteros de tierra y yeso, contando también con diferentes
revestimientos.
Durante este trabajo de campo, se ha abordado el análisis
visual y la documentación de distintos aspectos de las estructuras, tratando de aplicar las observaciones correspondientes a
4
Estas visitas de observación y documentación etnoarqueológica se
iniciaron en el año 2015, continuando en años sucesivos y desarrollándose principalmente en áreas de las provincias de Alicante,
Valencia y Teruel, además de en diferentes poblaciones del estado
de Sajonia-Anhalt, Alemania, donde destaca el uso de la tierra en
la arquitectura tradicional (Ziegert, 2003; Knoll y Klamm, 2015),
a lo que se suman otras observaciones realizadas en otros territorios. Han sido posibles gracias a la ayuda, entre otras personas,
de Francisco Javier Jover Maestre, Franziska Knoll, Daniel Mateo
Corredor y Ana Isabel Castro Carbonell.
Figura 3.15. Algunas de las estructuras abandonadas visitadas, donde se aprecia el volumen de la acumulación de materiales constructivos derruidos. a. Restos de estructuras en el término municipal de
Aspe (Alicante). b. Interior de una ermita abandonada, en el balneario de Salinetes, cerca de Novelda (Alicante).
problemas surgidos previamente durante el estudio del registro
material, siguiendo la propuesta de que el trabajo etnoarqueológico ha de comenzar y acabar con la información arqueológica
(Arnold, 2006). En algunos casos, estas observaciones, incluso
de los propios restos constructivos de estas edificaciones −de
barro u otros materiales, como el yeso−, nos han permitido ofrecer respuestas a algunas de las preguntas que nos planteamos
durante el estudio de materiales, así como mejorar la interpretación de rasgos presentes en los restos constructivos prehistóricos. Los elementos constructivos recientes, con un grado de deterioro menor a los de cronología prehistórica, ofrecen un “paso
intermedio” entre el resto arqueológico y su interpretación más
acertada, asociada al elemento constructivo al que perteneció
el fragmento antes de su destrucción, en su contexto vivo o
sistémico (Schiffer, 1990).
A continuación, recogemos algunos ejemplos de características formales específicas identificadas en elementos de barro
procedentes de yacimientos prehistóricos, cuya interpretación
se ha beneficiado gracias a comparaciones y paralelos obtenidos
durante el trabajo de campo etnoarqueológico.
Respecto a los elementos constructivos prehistóricos con
improntas de cañas, formando un panel de bajareque, que se
habrían dispuesto en direcciones cruzadas perpendicularmente (Pastor, 2014: 321), durante el trabajo de campo etnoarqueológico han sido documentados este tipo de cruces, por
ejemplo, en cubiertas, que se mantearon con barro en su cara
exterior. Ha podido observarse in situ la disposición de las
cañas e incluso las cuerdas de fibras vegetales que las ataron.
Esto nos ha permitido plantear, con un mayor número de datos, las disposiciones de los materiales que pudieron haberse
empleado en las edificaciones prehistóricas, mediante casos
concretos de analogía clara entre los restos constructivos prehistóricos y los materiales constructivos y las estructuras de
cronologías recientes.
Del mismo modo, la documentación del empleo de paneles
de cañas cortadas por la mitad y dispuestas en paralelo, conservándose estos elementos vegetales casi íntegramente, adheridos
a los restos constructivos de época contemporánea, ha validado interpretaciones previas que habíamos dado a improntas
21
[page-n-35]
Figura 3.16. Diferentes componentes,
también frecuentes en morteros
de barro prehistóricos, vistos de
forma macroscópica en muros de
tierra maciza durante observaciones
etnoarqueológicas, en las poblaciones
de Jüdendorf, Gollma y Langeneichstädt
(Sajonia-Anhalt, Alemania). a. Bellota,
visible una vez se ha desprendido
parte del revestimiento. b. Elemento
lítico. Nótense en la superficie de tierra
las líneas paralelas formadas por la
disposición de los vegetales, como
resultado de la forma en que la mezcla
fue aplicada, así como los orificios
realizados por insectos. c. Hueso.
d. Cerámica y restos carbonizados.
Se observa también la erosión de la
superficie de barro provocada por el
agua de lluvia.
positivas prehistóricas de sección circular (Pastor, 2014: 318;
2017a: 185, fig. 1), observadas de forma puntual en algunos
conjuntos. Las cañas cortadas por la mitad (Navarro Martínez
y Navarro Martínez, 2016: 50) facilitan la adhesión del mortero
constructivo a la estructura, como hemos podido constatar en
la observación etnoarqueológica y como se recoge en algunos
trabajos (Sherard, 2009).
Además, durante el estudio macrovisual de restos
constructivos de barro prehistóricos pueden distinguirse huellas interpretables como de ataduras, que pueden ser de finos
tallos vegetales, pero también de cuerdas, hechas con fibras
trenzadas o torsionadas. Durante los trabajos de documentación
etnoarqueológica llevados a cabo se han podido observar distintos tipos de cuerdas y la forma en que éstas pueden disponerse,
viendo qué elementos suelen atar y cómo.
En cuanto a los revestimientos de tierra, han podido
documentarse en diferentes casos surcos en la cara externa de
los alzados de las edificaciones, que habrían sido generados
por la disposición y el alisado manual de una capa externa
de barro, quedando impresa la huella de los dedos de quienes
realizaron estas acciones. Gracias a la observación de estas
características en revestimientos, que se encontraban en muy
Figura 3.17. Soluciones constructivas
mediante diferentes materiales
observadas durante los trabajos de
documentación etnoarqueológica,
destinadas a mejorar la adhesión de
los revestimientos. a. Piqueteado de la
superficie sobre la que se va a aplicar
el revestimiento (Agost, Alicante).
b. Panel de carrizos horizontales
cubiertos con barro, sobre el que
se dispone el revoco (Quedlinburg,
Alemania). c. Uso de tela metálica
(Gollma, Alemania). d. Estructura
de alambres para el mismo fin
(Langeneichstädt, Alemania).
22
[page-n-36]
Figura 3.18. a. Forjado de una segunda altura próximo a derrumbarse, en el interior de una construcción cerca de Agost (Alicante). b.
Interior de una edificación con muros de piedra y, a partir de una cierta altura, de tierra, en Hortichuela (Valencia). Entre los restos constructivos caídos se encuentra un bloque desprendido de los alzados de tierra. Nótense los elementos de madera caídos −viga, dinteles− y
los fragmentos de revestimientos. c. Vista cenital del citado bloque, donde todavía se distinguen superficies externas lisas.
buen estado de conservación, podemos interpretar con mayor
seguridad huellas análogas en las caras exteriores de algunos
restos constructivos prehistóricos.
No obstante, a lo largo de los trabajos de documentación
etnoarqueológica emprendidos, se han puesto de manifiesto distintas cuestiones que van más allá de estos aspectos concretos.
Dado que los materiales y las técnicas utilizados en estas edificaciones documentadas son, en la mayoría de los casos, similares o comparables a los que abordamos para la Prehistoria
reciente, este hecho permite plantear, confrontar y profundizar
en interpretaciones acerca de las evidencias arqueológicas de
las edificaciones prehistóricas. Por ejemplo, han sido observados procesos y prácticas constructivas en estas edificaciones
recientes o actuales y que también pueden observarse en las
edificaciones prehistóricas. Es el caso de la presencia de residuos diversos en los morteros de tierra, identificable tanto en
construcciones de tierra actuales (fig. 3.16), como en restos
prehistóricos −ver fig. 3.14.
Ha podido comprobarse de primera mano la gran
variabilidad existente en la arquitectura autoconstruida, por comunidades principalmente agricultoras y ganaderas, en cuanto
al empleo de técnicas y materiales y sus combinaciones. Esto se
ha visto ejemplificado en la construcción de partes estructurales,
hasta cierta altura con una técnica constructiva o un determinado material y siendo continuados con otra técnica o con un
material distinto, como alzados (fig. 3.18b), cubiertas o caras
internas de un forjado. Del mismo modo, esto puede apreciarse
también en la diversidad de materiales escogidos para funciones
muy similares, como la de mejorar la sujeción de los revestimientos (fig. 3.17) o la de levantar finos tabiques internos, utilizándose materiales como la caña, la piedra, el ladrillo hueco y el
macizo, documentados en construcciones realizadas en el mismo entorno. Cabe indicar que la identificación de los materiales
y técnicas utilizados es posible en este tipo de construcciones
al no encontrarse revestidos. En estos casos, el interior de las
distintas partes estructurales es visible con mayor frecuencia al
encontrarse las edificaciones en un estado de semidestrucción,
observándose en la sección de los alzados o tras desprenderse
los revestimientos.
Además, cabe destacar que este tipo de trabajos de
documentación etnoarqueológica permiten observar en el
presente diferentes fases dentro de los progresivos procesos de deterioro y destrucción de las estructuras, algo tan
fundamental en arqueología para abordar los procesos de
formación de los contextos arqueológicos. Ha sido el caso
de la documentación de los momentos previos al colapso
del forjado de un segundo piso en una de las construcciones visitadas (fig. 3.18a) y de la presencia de los elementos sustentantes de madera y de la pérdida de la cubierta,
como primeras partes afectadas durante la destrucción de
estas estructuras. Asimismo, se han podido apreciar diferentes etapas de los procesos de destrucción de alzados
Figura 3.19. Materia vegetal y madera
en edificaciones contemporáneas
abandonadas. a. Troncos y varas del
interior de una cubierta (Abejuela,
Teruel). b. Restos de una puerta de
madera, caída junto al vano de entrada
(Hortichuela, Valencia).
23
[page-n-37]
construidos con tierra y cómo su rápida degradación tiene
como consecuencia que sea tan difícil identificarlos durante
los trabajos de excavación (fig. 3.18b y c).
Asimismo, ha podido apreciarse la enorme cantidad de
residuos generados durante las fases de derrumbe de una edificación −ver fig. 3.15−, incluyendo la presencia de restos de materiales de construcción orgánicos, como las cañas o los troncos,
que generalmente no se observan en el registro arqueológico
prehistórico, o sólo de forma muy parcial. Del mismo modo,
destaca la abundante constatación de elementos orgánicos todavía presentes en los espacios o el entorno de las edificaciones
(fig. 3.19), formando parte de alzados, cubiertas o de diferentes
estructuras de actividad. La observación de elementos constructivos orgánicos y térreos en su disposición original y en estados intermedios de degradación enriquece de forma evidente el
planteamiento de hipótesis sobre las formas constructivas que
se infieren a partir de restos constructivos de barro.
3.4. PRUEBAS EXPERIMENTALES
La arqueología experimental posibilita la reproducción o
recreación de procesos que se habrían dado en el pasado, para
poder observar en el presente su resultado arqueológico (Binford, 1994: 28). Permite evaluar métodos, técnicas y principios
teóricos, así como estudiar los procesos de formación y transformación de los contextos arqueológicos (Ingersoll et alii, 1977).
Orientada a la investigación de la construcción en arqueología,
la experimentación puede aplicarse para evaluar cómo se pusieron en obra los materiales y técnicas y también para conocer
distintos aspectos de los procesos productivos que implica la
edificación. Además, la reconstrucción experimental de construcciones de la Prehistoria permite evaluar las interpretaciones
arqueológicas acerca de las mismas y contribuir a una mejor
excavación y recuperación de los datos (Harding, 2009: 201).
La recreación experimental de elementos y acciones que se
habrían producido en el pasado ha de realizarse necesariamente con recursos actuales, en muchos de los casos obtenidos del
mundo natural y que han de aplicarse de acuerdo con el conocimiento existente sobre las condiciones pasadas en que tuvieron lugar estos procesos productivos. A su vez, los trabajos de
construcción experimental se basan en la información disponible
acerca de una edificación concreta, que se reconstruye generalmente a tamaño real, siendo documentado cada paso del proceso
experimental (Harding, 2009: 204; Millson, 2011: 4).
No obstante, la experimentación también puede llevarse
hasta la fase de destrucción (Belarte, 2002: 64). Esto permite
abordar el estudio de los contextos de derrumbe de las estructuras construidas mediante su reproducción en el presente, como ha
sido desarrollado en diferentes investigaciones sobre edificaciones prehistóricas. Así, pueden investigarse los procesos de transformación y alteración de las estructuras, como en el caso de la
construcción y documentación experimental de edificaciones del
III milenio BC de Allerslev, por parte del Centro de Investigación Histórico-Arqueológica de Lejre, Dinamarca (Coles, 1979).
Durante esta experimentación se documentó, por ejemplo, que
durante los procesos de erosión de los revestimientos de barro
que cubrían las paredes de bajareque, el material caído protegía
la parte baja de los alzados, permitiendo su mejor conservación
(Coles, 1979: 152). Otros trabajos de arqueología experimental
recrean los contextos de incendio en construcciones realizadas con tierra y madera (Stevanović, 1997; Gheorghiu, 2005;
2008; 2009; Rasmussen, 2007; entre otros). Ello permite abordar el estudio de los contextos de destrucción de las estructuras
construidas, desde su reproducción en el presente.
Figura 3.20. a. Fragmento
constructivo de Cabezo Pardo
y detalle de una de las huellas
negativas presentes en el mismo.
CP 1063/28-2. b. Comprobación
experimental de su origen,
habiendo sido probablemente
generada por el extremo de un
carrizo.
Figura 3.21. a. Comprobación
experimental mediante el
manteado con barro de la
superposición de una caña y hojas
alargadas de pequeña talla, en
este caso de pino. b. Impronta
resultante. c. Resto prehistórico
que presentaba la impronta objeto
de la comprobación, procedente de
Les Moreres. MO 666.
24
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Figura 3.22. Prueba experimental acerca de las marcas de alisado en
superficies de barro húmedo. a. Huellas dejadas por el alisado con
una tabla de madera. b. Alisado mediante cuero. c. Uno de los tipos
de huellas que pueden resultar del uso de los dedos. d. Alisado con
una brocha de cerdas naturales.
En nuestro caso, hemos aplicado la experimentación a
pequeña escala, para contrastar algunos ejemplos concretos
a partir de la comparación de formas e improntas prehistóricas objeto de investigación con otras recreadas con materiales actuales. Las comparaciones experimentales han resultado
necesarias para proponer una mejor identificación de distintos elementos, como determinadas materias vegetales y sus
detalles anatómicos.
Por otro lado, las experimentaciones han estado orientadas
a determinar el origen de determinadas formas, resultado de
la presencia de distintos materiales y sus combinaciones en la
edificación. Así, por ejemplo, identificamos huellas negativas
de pequeño tamaño que parecían corresponderse con la impronta de un tallo hueco de carrizo en el mortero (fig. 3.20), o la presencia de lo que parecían improntas vegetales de pequeña talla
dispuestas de una determinada manera dentro de una impronta
mayor, como el manteado de un elemento de madera que contara con estas hojas, que quedaron entre el barro y dicho elemento
constructivo (fig. 3.21).
Por último, hemos abordado la comparación experimental
para contribuir a una mejor interpretación de las formas observables en las caras alisadas de los fragmentos, que pueden asociarse a la forma en que fueron tratadas y al posible empleo de
algún material o instrumento para ello, cuestión que se plantea
en varios de los estudios de materiales abordados, como se expondrá en capítulos posteriores. Así, tras extender con las manos barro húmedo sobre un bastidor de madera, observamos y
documentamos las huellas dejadas tras el alisado de la superficie
de barro con distintos materiales y objetos. Empleamos desde
tablas (fig. 3.22a) y otros elementos de madera, vegetales, textiles y cuero (fig. 3.22b), hasta cantos rodados, un fragmento de
cerámica y una brocha de cerdas naturales (fig. 3.22d). Asimismo, realizamos diferentes pruebas de alisado y tratamiento con
las manos. Una observación fundamental que cabe resaltar es
que las marcas generadas no sólo se deben al elemento empleado para alisarlas, sino también al arrastre de las partículas de
tierra de mayor tamaño que quedan en la superficie. De hecho,
también pudimos comprobar que éstas pueden desprenderse y
dejar tras de sí orificios de distinto tamaño. De este modo, comprobamos algo muy importante: que marcas lineales que a priori parecerían haber sido realizadas con algún material que no
fueran los dedos de las manos, podían ser generadas fácilmente
por éstos (fig. 3.22c).
25
[page-n-39]
[page-n-40]
4
Bases para el estudio de la edificación durante la Prehistoria reciente:
materiales, técnicas y procesos constructivos
En este capítulo se reúnen y relacionan materiales, técnicas y
diferentes aspectos implicados en los procesos productivos necesarios en la edificación. El objetivo es contribuir a generar
un marco de conocimiento sobre los modos de construcción
practicados por las sociedades humanas durante la Prehistoria
reciente, para poder así caracterizar e interpretar de la mejor manera posible los restos arqueológicos de construcción con tierra
(Pastor, 2017b: 20).
Presentamos toda una serie de materiales constructivos,
orgánicos e inorgánicos, en asociación a sus diversos usos y
funciones posibles, con la intención de mostrar la variabilidad
de elementos susceptibles de ser utilizados para edificar, así
como de técnicas y procedimientos para su puesta en obra. La
variabilidad es asimismo evidente en las soluciones constructivas que pueden adoptarse ante una misma necesidad y en las
combinaciones de materiales y técnicas que se dieron en muchos asentamientos de la Prehistoria reciente, como en otros
contextos temporales. Así, es necesario tener presente que no
todas las estructuras de un asentamiento se habrían edificado
necesariamente de la misma manera. Estructuras con funciones
distintas, como espacios de almacenaje, estabulación o descanso, pueden haber sido construidas con técnicas y materiales
diferentes (Coles, 1979: 132).
Asimismo, abordar la secuencia de actividades productivas
que conforman los procesos de construcción permite considerar
los recursos naturales utilizados como materiales constructivos
por los grupos humanos como objetos de trabajo necesarios
para producir las edificaciones. Igualmente imprescindibles son
los espacios físicos donde se llevan a cabo dichas actividades o
los instrumentos de trabajo utilizados, junto con otras prácticas
sociales asociadas a estos procesos constructivos.
Las diferentes cuestiones tratadas en torno a la construcción se acompañan de ejemplos de las mismas en contextos
prehistóricos, procedentes de diferentes marcos territoriales,
incluyendo los asentamientos abordados específicamente
como casos de estudio en este trabajo. Además, se ilustran
con evidencias arqueológicas de cronología prehistórica, así
como con elementos de comparación contemporáneos, tanto
de carácter etnoarqueológico, como procedentes de proyectos
de arqueología experimental.
4.1. MATERIALES
A continuación, se recogen diferentes materiales que han
sido y son frecuentemente utilizados en el ámbito de la autoconstrucción en sociedades agrícolas y ganaderas y de los que
existen evidencias arqueológicas de que fueron empleados durante la Prehistoria reciente, en relación y combinación con la
tierra. No obstante, los materiales que se abordan aquí posiblemente no habrían sido los únicos que se utilizaron y cabría
añadir el empleo de otros de los que, hasta la fecha, puedan no
conocerse evidencias. Esto puede ocurrir con mayor probabilidad en el campo de las diferentes materias empleadas como
estabilizantes, así como para elaborar pigmentos, al ser sustancias menos visibles en el registro arqueológico respecto a otras
y cuya identificación necesita por norma general de un análisis
microscópico. Los distintos materiales de construcción se abordan considerando sus características y propiedades −flexibilidad, aislamiento térmico, dureza, etc.−, en relación con los usos
constructivos principales a los que se asocian. Éstos, con sus
diversas características y formas de obtención, son la condición
necesaria para la existencia de construcciones.
4.1.1. Tierra
La tierra es un material resultante de la erosión de las rocas en
la corteza terrestre, utilizado por las comunidades humanas para
construir, al menos, desde los inicios de la sedentarización. Se
compone de partículas de distintos tamaños, diferenciándose según estas dimensiones entre: arcilla ‒menos de 0,004 mm‒, limo
27
[page-n-41]
Figura 4.1. a. Cara interna de una cubierta construida con troncos largos y estrechos, unidos con mortero de barro (Cruzpata, Perú). b.
Vivienda de muros de bajareque, edificados con una estructura de cañas horizontales y barro (Luya, Perú).
‒entre 0,004 y 0,0625 mm‒, arena ‒entre 0,0625 y 2 mm‒ y gravas
‒entre 2 y 8mm‒ (según la clasificación de De Hoz et alii, 2003:
196). La mezcla de tierra, agua y sustancias estabilizantes puede denominarse mortero de barro. Una distinción básica en este
campo es entre morteros de fábrica y morteros de revestimiento,
según la función que desempeñen (Ontiveros, 2006: 94). Para un
comportamiento constructivo adecuado del mortero de barro, éste
debe contar con una cantidad suficiente de partículas de arcilla (De
Hoz et alii, 2003: 77), que actúen como aglomerantes al añadirse agua a la mezcla, mientras que las partículas de mayor tamaño
proporcionan estabilidad (Guerrero, 2007: 187). El barro, aplicado
mediante distintas técnicas constructivas, actúa como aislante acústico y térmico (Aurenche, 1981: 46; Viñuales, 2009: 23) y, aplicado sobre elementos de madera, favorece su buena conservación
(Schrader, 1995: 81; Volhard, 2010: 42).
El mortero de barro puede aplicarse a la construcción de
techumbres y alzados (fig. 4.1), pero también de pavimentos
(fig. 4.2a). Las pavimentaciones de tierra pueden ser el resultado de la acumulación y del continuo pisado de sedimentos
o del añadido de tierra −a menudo junto con otros elementos,
como la ceniza o el estiércol− y su compactación. Por otro lado,
el mortero de barro también se emplea en el revestimiento de
los alzados, pudiendo utilizarse independientemente de la técnica constructiva utilizada para levantarlos: sobre muros de
bajareque, adobe, mampostería, sillería (fig. 4.2b), etc.
Además de en las edificaciones, la tierra se emplea en la
fabricación de estructuras inmuebles de barro, como cubetas,
soportes, bancos y otros asientos, escalones o estantes, en el espacio interior o en el exterior de las construcciones. El conjunto de estas estructuras, con distintas funciones y destinadas al
desarrollo de diversas actividades, pueden construirse no sólo
con tierra, sino también en combinación con otros materiales,
pudiendo tener, por ejemplo, una estructura interna de madera o
de piedra. Algunas estructuras de barro pudieron haber sido elaboradas para que fueran utilizadas por animales (por ejemplo,
Calvo et alii, 2017: 406, fig. 6d).
Hogares y hornos de barro son estructuras de actividad
muy comunes, conociéndose ejemplos desde el Neolítico antiguo, como se ha documentado en la península ibérica en el
VI milenio BC en Mas d´Is (Penàguila, Alicante) (Bernabeu et
alii, 2003: 43-44) −ver fig. 5.5c−. Los hogares son un tipo de
estructura abierta en su parte superior, que pueden estar más
o menos excavados en el suelo y con el borde o las paredes
más o menos recrecidas, hechas con tierra (fig. 4.3a), piedra,
ambos materiales u otros. La tierra se emplea con frecuencia
para su recubrimiento y suelen ser revestidos de forma sucesiva (por ejemplo, Matthews, 2016). Pueden estar situados tanto
en el espacio interior como en el exterior de las estructuras de
hábitat, aunque su función en ambos casos es la de albergar
una combustión abierta (Prevost-Dermarkar, 2002). Es impor-
Figura 4.2. a. Pavimento de tierra
apisonada en el interior de una
estructura (Hortichuela, Valencia).
b. Revestimiento de barro cubriendo
un muro de bloques escuadrados de
piedra (Machu Picchu, Perú).
28
[page-n-42]
Figura 4.3. a. Estructura de
combustión abierta, en uso, realizada
con barro (Chinchero, Perú). b. Horno
de barro con cúpula y abertura lateral,
reconstruido según modelos de la
Edad del Hierro inicial en el Scottish
Crannog Centre (Kenmore, Escocia).
tante no perder de vista que, en muchos casos y en sociedades
diversas, las prácticas de cocinado de alimentos se realizan mayoritariamente en estructuras exteriores (Göbel, 2002; Fewster,
2003; Tomasi y Rivet, 2011: 44; Pecci et alii, 2016: 256; entre
otros), en ocasiones alejadas de los lugares de hábitat. De igual
modo, en muchos enclaves de la Prehistoria reciente peninsular
se constatan estructuras de combustión en los espacios exteriores, desde en asentamientos neolíticos como Benàmer (Muro
d’Alcoi, Alicante) (Torregrosa et alii, 2011), calcolíticos como
Vilches IV (Hellín, Albacete) (García Atiénzar et alii, 2016)
–ver 6.1.2−, hasta casos de la Edad del Bronce, como El Pico
de Los Cotorros (Langa de Duero, Soria) (Fernández Moreno,
2013: 94). También es posible que construcciones prehistóricas
hubieran contado con un hogar, pero que éste no haya dejado una clara evidencia arqueológica al haber constituido una
estructura elevada (McQuade y Moriarty, 2009: 116).
El uso del barro, generalmente modelado, es una práctica
extendida en la construcción de hornos, pudiendo aplicarse también en combinación con la piedra e incluso con una estructura
interna vegetal o de madera (Prevost-Dermarkar, 2002). Los
hornos construidos con barro cuentan con paredes más desarrolladas que otras estructuras de combustión, pueden contar
con una abertura en la parte superior (Guidoni, 1977: 74) o
estar cerrados con una cúpula y presentar una abertura lateral
(fig. 4.3b). No obstante, puede considerarse que lo que define
a una instalación como horno es, más que su forma, su función, destinada a la combustión cerrada de distintas materias,
desde alimentos a productos cerámicos. Así, los hornos pueden ser también conformados excavando la superficie del terreno y cubriendo el material a combustionar, sin contar con
una estructura o superestructura, tal y como ilustran distintos
ejemplos etnográficos (por ejemplo, Salazar et alii, 2008: 131,
152). Un procedimiento similar, aunque a mayor escala, para
la combustión de diferentes materias sería el desarrollado en
instalaciones destinadas a la producción de carbón, cal o yeso,
mediante la formación de grandes montículos de material a los
que posteriormente se prende fuego.
En relación con las estructuras de combustión, como hogares y hornos, es necesario tener presente no sólo la función de
combustión de materias y cocinado de alimentos, sino la importancia crucial del poder calorífico del fuego para caldear estancias cerradas o para calentarse al aire libre, así como la iluminación que proporcionan. Asimismo, en el interior de estancias
con cubierta vegetal, el fuego del hogar genera humo que se
filtra lentamente hacia el exterior a través los componentes
vegetales de la techumbre, reteniendo el calor producido, que
con una salida de humos construida para este fin se dispersaría
con mayor facilidad. Además, el humo y la ceniza del fuego
contribuirían a proteger los elementos constructivos de madera
de la proliferación de insectos. La escasez o ausencia de vanos
evita las corrientes de aire, que pueden causar que el fuego se
extienda e incendie la estructura (Pétrequin, 1991: 20). Además
de las citadas estructuras de actividad, con tierra pueden elaborarse elementos muebles de diferentes tipos (Belarte, 2003; Nin,
2003; Knoll y Klamm, 2015; Pastor, 2018; entre otros), desde
recipientes de barro sin cocer, documentados también desde la
etnoarqueología (por ejemplo, Peña et alii, 2000: 410), hasta
muy distintos objetos.
4.1.2. Estabilizantes
La estabilización de los morteros de tierra es una práctica
constructiva que tiene como objetivo mejorar las cualidades de
la mezcla utilizada, por ejemplo, para conseguir una mayor resistencia frente a la aparición de fisuras por procesos de contracción o expansión (Vissac et alii, 2012: 1), mediante el añadido
de diferentes materias, los estabilizantes (Bardou y Arzoumanian, 1978: 6; Aurenche, 1981: 50; Guerrero, 2007; entre otros).
Se conoce la existencia de más de cien materiales y sustancias
utilizados con este fin, que pueden ser añadidos a los morteros,
tanto los empleados de forma masiva, para unir elementos o
como revestimientos (Houben y Guillaud, 1994: 73).
Así, los procesos de estabilización pueden clasificarse como
homogéneos o heterogéneos, según se añadan a la tierra componentes de su misma naturaleza o de otra distinta. El añadido
de arena, limo, arcilla o gravas a la tierra es un proceso de estabilización homogéneo. En relación con esto, se encuentra la
cuestión del añadido intencional de elementos sólidos a los morteros. El uso de grava o de piedras como estabilizantes constructivos se ha planteado en diferentes asentamientos prehistóricos,
como Khirokitia (Chipre) o Hassuna (Irak) (Aurenche, 1981:
51). Por otra parte, técnicas constructivas con tierra como la
tapia valenciana emplean guijarros como estabilizantes (Mileto et alii, 2012) (fig. 4.4a). No obstante, en otros trabajos se
considera que la presencia de piedras empeora las cualidades
de la mezcla, como ha sido manifestado para manteados de barro sobre techumbres vegetales (Rivet y Tomasi, 2011: 116), o
para la fabricación de adobes (Costi de Castrillo et alii, 2016:
29
[page-n-43]
Figura 4.4. a. Detalle de un muro
construido mediante la técnica de la
tapia valenciana, habiéndose incluido
guijarros y elementos cerámicos en
el mortero (Valencia). b. Superficie
de un alzado de tierra maciza
con abundante paja (Jüdendorf,
Alemania).
63). Evitar o retirar las piedras más grandes en la fabricación
de morteros de barro es una práctica que se recoge también en
trabajos etnográficos (por ejemplo, Šolc, 2011: 102).
En cualquier caso, es común que en el interior de los
morteros de barro se documenten restos sólidos, resultado de
la reutilización de sedimentos o de una inclusión accidental o
intencional de residuos. Estos materiales pueden ser fragmentos constructivos, materiales líticos (Ellison y Rahtz, 1987) o
restos de cerámica (Goldberg y Macphail, 2006: 268), para
los que en algunos casos se ha apuntado que no se trataría
simplemente de inclusiones, sino que cumplirían una función
constructiva (Ammerman et alii, 1988: 127). El empleo de residuos cerámicos en los morteros constructivos puede asociarse además con un tipo de morteros conocidos como puzolanas,
compuestos también por cenizas volcánicas. La fabricación de
éstos a partir de restos de ladrillos cocidos a altas temperaturas
se ha apuntado para el Bronce final de Chipre, alrededor del
1200 BC (Theodoridou et alii, 2013).
Por otro lado, existen tres tipos de procesos de estabilización
heterogéneos: por fricción, por consolidación −fomentando la
acción aglutinante de las arcillas− y por impermeabilización,
añadiendo sustancias hidrofugantes (Guerrero, 2007: 188). Entre las múltiples materias que pueden emplearse como estabilizantes se encuentran diferentes grasas (Tomasi y Rivet, 2011;
Vissac et alii, 2012: 31), la leche o la sangre, empleados generalmente en regiones desérticas (Bourgeois y Pelos, 1983: 8) y
los jugos y savias de distintas plantas (Houben y Guillaud, 1994:
99; Villaseñor, 2010: 51-52; entre otros). Asimismo, el empleo
de asfalto o betún natural como estabilizante ha sido recogido
por diferentes trabajos (Aurenche, 1981: 51; Routledge, 1998:
246; Guerrero, 2007: 190; Vegas et alii, 2010; Kita et alii, 2013;
entre otros). También la sal es añadida como material estabilizante, un uso conocido en Turquía o Yemen (Aurenche, 1981:
51). Otro elemento estabilizante que se añade de forma común
a los morteros constructivos es la ceniza (Houben y Guillaud,
1994; Tomasi y Rivet, 2011), que puede proceder de la cocción
30
de diferentes productos, como la cerámica (Navarro Martínez
y Navarro Martínez, 2016: 66, 67). La ceniza es el residuo inorgánico y en polvo que resulta de la combustión de materia
orgánica. Junto al carbón, es el principal residuo generado por
las diferentes actividades pirotecnológicas, incluida el propio
cocinado de alimentos llevado a cabo diariamente, por lo que
es una materia generada en cantidades considerables (Weiner,
2010: 166), que estaría ampliamente disponible en los contextos
domésticos de la Prehistoria reciente.
Uno de los estabilizantes constructivos más comunes,
también en el ámbito de la Prehistoria reciente de la península
ibérica, es la materia vegetal (fig. 4.4b). Su empleo se detecta
desde el Neolítico, algo representado en este trabajo mediante
su observación en los restos constructivos de Los Limoneros
II (Elche, Alicante) y El Alterón (Crevillente, Alicante) −ver
5.1−. Frecuentemente, los vegetales añadidos a la mezcla de tierra y agua son residuos de la actividad agrícola, como la paja,
o diferentes plantas terrestres, aunque también se ha apuntado
en algunos casos la presencia como estabilizantes de las algas
(Vissac et alii, 2012), como podría haber sido el caso en el yacimiento protohistórico de La Fonteta (Guardamar, Alicante)
(González Prats, 2001: 181, fig. 8).
En relación con los estabilizantes vegetales encontramos el
añadido de excrementos a los morteros. El estiércol de animales −generalmente herbívoros, debido a las fibras vegetales que
contiene−, es un estabilizante muy utilizado en diversas regiones del mundo y empleado en técnicas constructivas con tierra
muy diversas, tal y como ha sido recogido en diferentes trabajos
(Bourgeois y Pelos, 1983: 8; Guerrero, 2007: 190; 2017: 75;
Vissac et alii, 2012; Love, 2017). En construcciones de bajareque, se conoce el empleo de estiércol de vaca añadido al barro
en Namibia (Knoll y Klamm, 2015: 13), o para mantear paneles
de cañas en Nepal (Steen et alii, 2003: 43). También se utiliza en construcciones de amasado de barro o cob en Inglaterra
(Morriss, 2000: 46), en Irak, utilizando excrementos de caballo
(Aurenche, 1981: 52) o en Botswana, donde el estiércol de vaca
[page-n-44]
se emplea en la construcción con amasado en forma de bolas
o en la aplicación de revestimientos (Baloi, 2001: 51). En la
edificación con adobe, se conoce el empleo de estiércol como
estabilizante en Arabia Saudí (Facey, 1997: 84) o en Argentina
(Rotondaro, 2004: 20). En regiones de la Puna argentina, también sería una práctica común añadir estiércol a las cubiertas de
barro, generalmente estabilizadas también con paja (Tomasi y
Rivet, 2011: 116).
Por otro lado, en el caso de los revestimientos, se conoce el
empleo de estiércol como estabilizante en Burkina Faso (Steen
et alii, 2003: 54), Nigeria (Oluwole, 2005: 43), Sudáfrica (Van
Wyk, 1998: 78) o en Marruecos y Túnez, para revestir alzados
y pavimentos (Peña et alii, 2000: 412; Portillo et alii, 2017).
El estiércol como estabilizante de suelos se emplea también en
Ghana (Agorsah, 1985: 105). Asimismo, la mezcla de barro y
estiércol puede utilizarse para revestir las paredes de silos y en
la fabricación de elementos muebles, como recipientes de almacenaje (Peña et alii, 2000: 411). No obstante, los excrementos de
animales no sólo pueden usarse en las actividades constructivas
como estabilizantes, mezclados con el barro, sino que también
pueden utilizarse las propias “tortas” hechas con este material
para construir con ellas, apilándolas, como se documenta por
ejemplo en regiones de Turquía (Peña et alii, 2000: 412).
Para cronologías prehistóricas, se ha planteado el empleo de
estiércol con fines estabilizantes en casos como la elaboración
de adobes hechos a molde en la Edad del Bronce de Creta (Nodarou et alii, 2008). Para la Prehistoria reciente de la península
ibérica, la posibilidad del empleo de estiércol como estabilizante constructivo ha sido planteada por diferentes trabajos (Jover,
2010a: 113; Mateu, 2015; Pastor, 2016). También en este sentido, huellas esféricas que pudieron pertenecer a excrementos de
ovicápridos se han identificado en los restos constructivos de
barro argáricos de El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia)
(Ayala, 1991: 415).
Los excrementos de animales serían un material abundante
y fácilmente disponible en comunidades agrícolas y ganaderas,
teniendo diferentes usos más allá del constructivo, entre los que
destaca el del combustible. El estiércol es una sustancia muy
utilizada con este fin en muchos países, como Burkina Faso o
Tanzania, Turquía, Irán (Kramer, 1982: 47), la India o Nepal. En
Túnez, se ha observado el empleo de estiércol como combustible para cocinar y para cocer cerámica (Portillo et alii, 2017) y
en Siria, para combustionar rocas y producir yeso (Aurenche
y Maréchal, 1985). El empleo de estiércol como combustible
ha sido identificado mediante análisis micromorfológicos desde
momentos neolíticos tempranos en áreas de los Montes Zagros
(Matthews, 2016: 11), al igual que en Çatalhöyük (Konya, Turquía) (Cessford y Near, 2005: 182; Matthews, 2005: 137). En
el poblado de la Edad del Bronce de Terlinques, en el interior
de un hogar se documentaron conjuntos de excrementos de ovicápridos que se habrían utilizado como combustible (Jover y
López Padilla, 2004: 292; Machado et alii, 2008: 23). Al igual
que el estiércol, otras materias primas son empleadas con ambos
usos, para construir y también para la combustión, como por
ejemplo los bloques de turba o las algas (Prevost-Dermarkar,
2002; Braadbaart et alii, 2012: 836).
De forma similar actúan también las fibras de origen animal
que se añaden al mortero de barro para su estabilización (Guerrero, 2017: 75). Se ha recogido el empleo de pelo de animal en
la fabricación de adobes en Argentina (Tomasi y Rivet, 2011:
72) y en Chipre, utilizándose en este caso pelo de cabra (Costi
de Castrillo et alii, 2016: 63). También se usa en la fabricación
de hornos de barro en Irán (Kramer, 1982: 99). El pelo de animal, generalmente de vaca, se ha documentado también en revestimientos internos de barro en construcciones recientes del
suroeste de Inglaterra (Keefe, 2005: 96).
Finalmente, la cal y el yeso son productos pirotecnológicos
empleados habitualmente como estabilizantes. La cal, que generalmente es de color blanco, aunque también puede tener una
coloración amarillenta o gris, protege las estructuras de la humedad y de la acción erosiva del agua gracias a sus propiedades
hidrófugas, por lo que ha sido muy utilizada tradicionalmente en
recubrimientos de pavimentos, techumbres o alzados, también
con fines decorativos, o puede utilizarse mezclada en los morteros (Guerrero et alii, 2010). De igual modo, se ha empleado con
otros fines además del constructivo, como en la producción de
cerámica, el trabajo de las pieles, en la agricultura o con otros
usos diversos relacionados con sus propiedades desinfectantes.
Las evidencias más antiguas de aplicación de la cal en la
arquitectura se han situado en el área siriopalestina, durante el
Natufiense –en torno al 9000 BC– (Kingery et alii, 1988; Chu
et alii, 2008: 911). Durante el VII-VI milenio BC se habría producido una generalización del uso de la cal, sobre todo en la
construcción de suelos, documentándose en regiones como Chipre (Philokyprou, 2012), Grecia (Karkanas, 2007) o la actual
Serbia (Nandris, 1988: 14-15). El empleo de cal antrópica se
habría documentado en Europa central también en el Neolítico,
en la cultura Bernburger, en la actual Alemania (Wiermann y
Wunderlich, 2009). En lo referente a la península ibérica, el inicio del empleo de la cal ha sido tradicionalmente situado en la
Protohistoria, ligado a la presencia fenicia (por ejemplo, Díes,
2001), aunque esto se ha ido poniendo en cuestión en los últimos años, planteándose su posible uso desde el III milenio BC
(Jover et alii, 2016c).
Por su parte, el yeso se utiliza no sólo como argamasa, con
la que unir elementos, como mampuestos, sino también para
revestir alzados y techumbres (Carmona, 2011: 94), pudiendo
emplearse tanto en solitario, en forma de pasta, como mezclado con tierra o con cal (Navarro Martínez y Navarro Martínez,
2016: 37). Dado que el poder hidrófugo del yeso es bajo en
comparación con el de la cal, suele emplearse más en los revestimientos internos que en los externos (Rau y Braune, 1989: 39;
Rehhoff et alii, 1990: 86). Por otro lado, el yeso también puede
utilizarse para la fabricación de elementos u objetos muebles.
Un ejemplo destacado de ello son los materiales del asentamiento del Bronce final y la primera Edad del Hierro de Peña Negra
(Crevillente, Alicante), abordados como último caso de estudio
en esta investigación −ver 8.1.1.
4.1.3. Materias vegetales
Bajo esta denominación se considera generalmente a las plantas,
en su mayoría herbáceas, de tallo fino y no leñoso, flexible y de
vida corta, así como a otros elementos vegetales más o menos
blandos y flexibles, como por ejemplo las hojas. Las materias
vegetales que pueden emplearse para construir son múltiples, al
igual que sus usos, desde los tallos delgados de plantas como el
carrizo o el esparto, pasando por ramas finas de arbustos, hasta la
paja, un residuo generado por las actividades agrícolas. A modo
31
[page-n-45]
Figura 4.5. a. Estructura construida
con alzados de bajareque revestidos
y cubierta vegetal, en el centro de
visitantes de Stonehenge (Wiltshire,
Inglaterra), elevada de acuerdo con
los datos de las excavaciones en el
cercano enclave de Durrington Walls.
b. Detalle del exterior de la cubierta.
de ejemplo, vegetales como las hojas de palmera son empleados
ampliamente en la construcción en diferentes sociedades del mundo, tanto en alzados, como ocurre en la India (Oliver, 1987), como
en las techumbres, tal y como se observa en lugares tan diversos
como las islas Canarias (Merino, 2004: 172), Senegal (Piqué et
alii, 2016: 228), Indonesia o Papúa Nueva Guinea (Steen et alii,
2003: 163, 167). También la madera de palmera se emplea en las
edificaciones (Jaén, 1979; Facey, 1997: 88; Obendorf, 2009: 67).
Otros vegetales utilizados con fines constructivos son los musgos,
documentados como aislante en el interior de estructuras neolíticas en contextos lacustres, como Chalain (Francia) (Bailly, 1997),
o las algas, empleadas, por ejemplo, en cubiertas en la arquitectura
tradicional de Dinamarca (Steen et alii, 2003: 208). Incluso pueden levantarse edificaciones enteramente con vegetales, como en
el caso de las estructuras de ramas y hojas realizadas por poblaciones del Congo o Zaire (Sabater, 1985: 83, fig. 11, 13; Oliver, 2003:
28), o de las construidas enteramente con cañas, en lugares como
Irak o Bolivia (Oliver, 2003: 123-124).
En la mayor parte de las edificaciones que se habrían
construido durante la Prehistoria reciente peninsular, uno de los
usos principales de la materia vegetal en la construcción sería en
las cubiertas. La cubierta de una edificación consta de dos partes
principales: estructura y cubrición (Sáez de Tejada, 1998: 97).
Esta cubrición de las techumbres puede ser edificada con multitud de especies vegetales, que también pueden combinarse entre
sí, aunque entre las más habituales y conocidas están la caña y el
carrizo, así como la paja (Morriss, 1990: 100).
La caña común (Arundo donax) es un material de construcción
habitual que se utiliza, entre otras partes de las edificaciones, de
forma muy frecuente en las cubiertas (fig. 4.5) y en combinación
con otros materiales. Es una planta de tallo largo, verde y flexible,
que se endurece pasado un año de vida, desarrollando una superficie exterior muy resistente. Se adapta a la mayor parte de suelos
y se desarrolla bien en climas semiáridos. El carrizo (Phragmites
Australis), es una planta gramínea similar a la caña, aunque de
menor diámetro. Utilizados como material de construcción, estos
Figura 4.6. a. Estructura abierta y
techada, utilizando tallos vegetales
de pequeño calibre (Chachabamba,
Perú). b. Detalle del alero de la
cubierta.
32
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Figura 4.7. a. Panel de varas de
madera, conservado en las estructuras
neolíticas excavadas en Somerset
Levels (Somerset, Inglaterra) (Coles,
2006: 57, fig. 11). b. Interior de
la reconstrucción experimental
de una estructura de la Edad del
Hierro inicial, con cubierta vegetal
y cerramiento móvil del vano de
entrada mediante una estructura de
ramas, en el Scottish Crannog Centre
(Kenmore, Escocia).
materiales se consideran termoaislantes (Rau y Braune, 1989: 37)
y presentan una gran durabilidad. Se ha apuntado que, empleados
en el interior de las cubiertas, si éstas se encuentran debidamente
protegidas de los agentes externos −principalmente del agua−, la
caña y el carrizo pueden resistir más de 50 años (Morriss, 2000:
98, 100), incluso hasta 100 (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016: 49-50).
Por otro lado, también son comunes las cubiertas de paja. La
paja es el tallo seco de cualquier cereal o planta fibrosa generado
como residuo de las actividades agrícolas. De acuerdo con estudios realizados sobre arquitectura tradicional, algunos tipos de
paja se utilizan preferentemente frente a otros para la construcción de techumbres por su longitud y dureza, como la paja del
centeno (Popp, 2009: 81; Miret, 2019: 30), o de la escaña (Peña
et alii, 2000: 408). La paja del trigo, más elástica, se utilizaría
con frecuencia en la cestería, mientras que la de la avena, más
blanda, se usaría de forma habitual para dormir sobre ella (Dittmar, 2009: 88, 89). No obstante, para estos fines también sería
frecuente el empleo de otras plantas, como el esparto. La paja
es un material vegetal con una descomposición lenta, debido a
su alto contenido en silicatos (Minke y Mahlke, 2006: 17), lo
que la convierte también en una materia duradera, aunque en
menor medida que la caña y el carrizo. Asimismo, posee unas
propiedades que favorecen que actúe como aislante térmico y
acústico. Se ha apuntado que, bajo unas condiciones ideales,
una cubrición de paja tiene una duración de unos 30 años (Rau y
Braune, 1989: 37). Entre los factores que favorecerían su buena
conservación estarían una suficiente inclinación de la cubierta o
la ventilación (Popp, 2009: 81, 85).
Por lo general, las cubiertas vegetales tienen un importante
ángulo de inclinación que evita una acumulación del agua de
lluvia, que pueda afectar a los materiales que la componen (Morriss, 1990: 100). Además, en zonas con nevadas, un techo plano
podría colapsar al acumularse la nieve sobre el mismo. También
se ha apuntado que la forma cónica de las techumbres permite
la acumulación de aire en la parte alta del interior de la estructura, contribuyendo al aislamiento térmico respecto al exterior
(Vázquez, 2004: 58).
Las cubiertas construidas enteramente con vegetales pueden
adquirir gran volumen, son ligeras, pero también altamente inflamables. Como es bien conocido, cada especie vegetal presenta unas características físicas y químicas que influyen en la
manera en que arden. Así, las maderas densas y voluminosas
ofrecen una mayor resistencia ante la combustión frente a las
especies ligeras (Langendorf, 1988: 125; Piqué, 1999: 26-27).
Valga como ejemplo en este sentido un ejercicio experimental
realizado en una construcción con techumbre vegetal que apuntó que, al prenderse fuego en su interior, la cubierta comenzó a
arder en menos de tres minutos y, en otros tres, se encontraba
totalmente en llamas, hasta calcinarse por completo en unos 20
minutos (Bankoff y Winter, 1979: 11, 13).
Además, las cubiertas realizadas con vegetales como la caña
o la paja pueden cubrirse con un manteado de barro. El barro
puede aplicarse sobre las distintas capas de vegetales, formando
parte del interior de la cubierta, o aplicándose solamente en la
superficie exterior (Stevanović, 2013: 102). Las techumbres vegetales cubiertas con barro reciben la denominación de “torta” o
“entortado” (Viñuales et alii, 2003: 76; Tomasi y Rivet, 2011).
Ejemplos de ello han sido identificados entre los materiales de
Vilches IV −ver 6.1.2.
Materias vegetales como la hierba o la paja, además de
poder utilizarse en diferentes partes de las edificaciones, como
las cubiertas, tienen otro uso constructivo de gran importancia:
el citado empleo como estabilizantes del mortero de barro. Del
mismo modo, la caña y el carrizo pueden utilizarse en la construcción de otras partes estructurales, principalmente los alzados y, en estos casos, también es frecuente que sean manteados
con barro. Una función muy parecida a la de las cañas en alzados y techumbres es la que desempeñan varas y ramas, aplicadas en la construcción de forma similar a las anteriores. Este
tipo de elementos son el material constructivo de base en construcciones de tipo paraviento y destinadas al refugio, como las
construidas por poblaciones nómadas (Oliver, 2003: 33; Caruso
et alii, 2010: 459, fig. 3), en combinación con materiales que
proporcionen una superficie de cerramiento y cubrición, como
pieles, textiles o esteras. Además, en una misma estructura pueden encontrarse combinadas diferentes especies vegetales, e incluso en un mismo panel de bajareque (Volhard, 2010: 43). Con
cañas, varas y troncos se construyen también divisiones internas
del espacio o tabiques.
Asimismo, materias vegetales como cañas y ramas habrían
tenido, entre sus usos constructivos fundamentales durante la Prehistoria reciente, otros que van más allá de los implicados directamente en el levantamiento de edificaciones: como delimitadores
33
[page-n-47]
Figura 4.8. a. Estructura con porche
construida con elementos vegetales
y de madera, con una cubierta de
corteza de árbol (Bedo, Madagascar)
(Kelly et alii, 2005: 406). b. Cama
fabricada con elementos de madera y
una estera vegetal (Bourgeois y Pelos,
1983: 49).
de espacios de distinto tipo. Éstos se habrían podido disponer
conformando vallas y cercas en el exterior de las edificaciones,
en espacios adyacentes o más alejados, destinados a actividades
diversas, donde se dispusieran desde rediles a áreas de desecho
(Jover, 2013: 19). Pueden considerarse estructuras invisibles en
cuanto que su reconocimiento arqueológico es considerablemente limitado, debido sobre todo a la falta de condiciones favorables
para su preservación. No obstante, es de suponer su presencia en
muchos asentamientos prehistóricos, siendo altamente probable
que se hubieran realizado con materias vegetales unidas o entrelazadas, obteniendo estructuras ligeras, que pueden alcanzar una
longitud considerable y son fácilmente portables. Entre los escasos ejemplos de vallas o cercas vegetales prehistóricas conservadas en el registro arqueológico se encuentra el hallazgo de una,
de hasta 3 m de largo y 1,5 de ancho, en contextos subacuáticos
neolíticos en Somerset (Inglaterra), de hace unos 4000 años (Coles, 1979: 112) (fig. 4.7a). Otros casos se han documentado en el
yacimiento de la Edad del Bronce de Nola (Nápoles, Italia) (Albore et alii, 2005: 507, fig. 170) o han sido planteados en asentamientos prehistóricos de la península ibérica, como El Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala, 1991: 96) −ver fig. 7.9a−,
que se abordará más adelante.
Otro tipo de estructuras invisibles que habrían podido ser
habituales en los enclaves de la Prehistoria reciente y haber estado
fabricadas con vegetales −cubiertos o no con barro− son, como se
observa también en comparaciones etnoarqueológicas, estructuras
de almacenaje y cubrición (Oliver, 2003: 126; Steen et alii, 2003;
Salazar et alii, 2008: 142), externas e internas, exentas o no; ampliaciones del espacio y porches (Van Gijn, 1986: 185, fig. 3; Kelly
et alii, 2005: 406, fig. 2) (fig. 4.8a); cerramientos de vanos (Agorsah, 1985: 105, fig. 2) (fig. 4.7b), altillos o superficies de trabajo y
de descanso −camas− (Bourgeois y Pelos, 1983: 49; Seeden, 1985)
(fig. 4.8b). Con cañas manteadas con barro pueden fabricarse incluso recipientes contenedores, cuya fabricación se ha estudiado en
trabajos etnoarqueológicos, por ejemplo, en Marruecos (Peña et alii,
2000: 410). En sus diversos usos constructivos, las materias vegetales pueden utilizarse también en combinación con elementos de madera de mayor diámetro, como troncos, así como ser manteados con
barro. Acerca de la durabilidad estimada para las estructuras vegetales cubiertas de barro, se han apuntado cifras variables, desde muy
pocos años, hasta entre 20 y 40 años (Norton, 1986: 26; Jongsma,
1997: 9; Kelly et alii, 2005: 404).
También la corteza de la madera es empleada como material
de construcción en diferentes partes del mundo, como Indonesia, Madagascar o Norteamérica, en techumbres y cubriciones
34
(Sabater, 1985: 81, fig. 12; Pétrequin, 1991: 52; Kelly et alii,
2005: 406, fig. 2; Rodning, 2007: 468) (fig. 4.8a), pero también
en alzados y pavimentos, siendo considerablemente resistente al agua (Fitchen, 1988: 241). Suelos hechos con corteza de
madera se documentan en enclaves neolíticos de Centroeuropa,
a partir de la segunda mitad del IV milenio BC, en ocasiones
combinándose distintos tipos de madera, como en el yacimiento
de Aichbühl (Schussenried, Alemania) (Hofmann, 2013: 199,
202). Por otro lado, en el asentamiento de la Edad del Bronce de
Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), se habría podido utilizar
como material de construcción el corcho, obtenido del alcornoque, en cubiertas construidas con ramas, barro y lajas de piedra
(Rodríguez Ariza, 2000: 261).
Otra materia vegetal que se utilizó durante la Prehistoria
reciente de la península ibérica, de forma especial en el sureste
(Ayala y Jiménez Lorente, 2007: 192), es el esparto (generalmente, Stipa tenacissima), también con usos constructivos. El
esparto es una planta gramínea de hojas duras y alargadas de
hasta 1 m de altura, que crece en terrenos secos o semiáridos
(Fajardo et alii, 2015). Existen múltiples evidencias de su empleo para la fabricación de elementos variados, como tejidos o
cuerdas, siendo posiblemente el caso más destacado y conocido en el ámbito de la Prehistoria reciente peninsular el de los
materiales neolíticos de la Cueva de los Murciélagos (Granada)
(Alfaro, 1980). No obstante, el esparto también se pudo utilizar,
por ejemplo, extendido en las cubiertas, lo que se observa en
las improntas de restos constructivos de barro de la Edad del
Bronce argárico de Cabezo de la Cruz (Totana, Murcia) (Ayala, 1991; Ayala y Jiménez Lorente, 2007: 174, fig. 2), o como
se ha documentado para las cubiertas de Terlinques (Villena,
Alicante) (Jover y López Padilla, 2013: 158) −ver fig. 7.97b−,
también durante la Edad del Bronce.
El esparto, al igual que otras fibras, puede aplicarse a la
construcción en forma de esteras, cuyo empleo como material
constructivo es poco conocido, pero que es necesario considerar,
también para cronologías prehistóricas. En este sentido, aportan
información novedosa resultados apuntados por esta investigación, especialmente en el caso de los restos constructivos de barro
de Les Moreres (Crevillente, Alicante) −ver 6.1.3.
Las esteras vegetales se han utilizado como material
constructivo en muchas sociedades del planeta, aplicadas en
distintas partes de las edificaciones. En algunos casos, son el
material constructivo principal utilizado para toda la estructura,
como en las viviendas construidas por los dorze en Etiopía (Oliver, 1971: 118). En general, las fibras vegetales o animales de
[page-n-48]
Figura 4.9. a. Improntas de troncos
atados con cuerdas en el asentamiento
de la Edad del Bronce de Nola
(Nápoles, Italia) (Albore et alii, 2005:
495, fig. 7). b. Troncos utilizados
como vigas, atados con cuerdas y
cubiertos con barro (Hortichuela,
Valencia).
distinto tipo, como plantas, lana, textiles o crines, introducidas
en el interior de techumbres, alzados o forjados de segundos
pisos, pueden actuar como ligantes, aislantes o introducirse en
el entrevigado para contribuir a sostener el manteado de barro.
El uso de esteras como material principal en alzados se
documenta etnográficamente en numerosos países del sureste
asiático, en India, Nepal, así como en países africanos como
Etiopía (Oliver, 1987; Steen et alii, 2003). También se han empleado en regiones del Próximo Oriente, integradas entre las
hiladas de los alzados de adobe (Aurenche, 1977: 124; Houben
y Guillaud, 1994). Trabajos experimentales sobre edificaciones
de la Edad del Hierro en Dinamarca han planteado su empleo
en la superficie interna de los alzados, argumentando su función como aislante térmico adicional en alzados de bajareque
(Rasmussen, 2007: 160). El uso de fibras de esparto, aunque
no trenzado en esteras, ha sido asimismo planteado como parte
de los revestimientos en pavimentos y alzados durante la ocupación ibérica de la Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
(Martínez Carmona et alii, 2009: 161; Olcina Doménech et alii,
2009: 204; Perdiguero, 2016: 53-53).
El empleo de esteras vegetales en las cubiertas es algo más
conocido que en el caso de los alzados. Sería común, por ejemplo, en territorios del Próximo Oriente (Lloyd, 1963, fig. 15; Aurenche, 1977: 24; Guidoni, 1977: 11), y se documenta desde la
Prehistoria. Mellaart (1967: 56) lo mencionaba en referencia a las
cubiertas del asentamiento neolítico de Çatalhöyük, que habrían
sido construidas con cañas cubiertas de barro y conteniendo esteras en su superficie interna, basándose en paralelos etnográficos.
A partir de excavaciones más recientes en este yacimiento, la presencia de esteras en las cubiertas ha sido considerada en distintos
trabajos (Matthews, 2005: 134; Stevanović, 2013: 99).
Las materias vegetales también habrían sido utilizadas por
muchas sociedades prehistóricas para elaborar cuerdas, entre
cuyos usos principales se encuentra la edificación. El cordaje,
un material de construcción que ha recibido escasa atención
por parte de la investigación en arqueología, puede fabricarse
con variadas especies vegetales. En algunas sociedades se emplean las fibras obtenidas de palmeras para fabricar las cuerdas
(Piqué et alii, 2016: 226-227), como también las procedentes
de la corteza de muchos árboles (Pétrequin, 1991: 37; Jongsma, 1997: 8). Del mismo modo, se conoce el uso de raíces de
árboles como materia vegetal para elaborar cordajes (Dimbleby, 1978: 47). No obstante, para realizar las ataduras de las
edificaciones se habrían podido emplear no sólo materiales vegetales, sino también otros, como el cuero (Bankoff y Winter,
1979: 11; Tomasi, 2009; Guerrero, 2017: 78) o la lana (Šolc,
2011: 102). Las ataduras utilizadas en la construcción pueden
estar fabricadas con tiras vegetales individuales, pero también
con cuerdas, trenzadas o torsionadas.
El empleo de ataduras en las construcciones estaría
destinado generalmente a la unión o sujeción de diferentes componentes de las estructuras. Su empleo más común y conocido
es atando los distintos elementos de madera de mayores dimensiones (fig. 4.9) que forman el esqueleto de una estructura o de
una parte estructural. Ejemplo de ello es la atadura de postes
verticales de los alzados a las vigas horizontales de la techumbre. Dado que una aplicación fundamental del cordaje en la
construcción es en la unión de diversos elementos que forman
una edificación, las ataduras pueden quedar ocultas en las partes
internas o estar a la vista, tanto en los espacios interiores como
a la intemperie. Un ejemplo del uso constructivo de cuerdas a la
vista y en el espacio exterior de las edificaciones son las redes
y contrapesos sujetos con cuerdas que refuerzan las techumbres de paja, como puede verse, por ejemplo, en construcciones
tradicionales del norte de las islas británicas (fig. 4.14a).
No obstante, las cuerdas también se utilizan para sujetar
las partes más ligeras de las estructuras, como las cubiertas
construidas con materiales vegetales −ver fig. 4.29−. Esto
Figura 4.10. Soluciones constructivas
para mejorar la adhesión del mortero
a los troncos de madera. a. Aumento
de la rugosidad de la superficie
del tronco, utilizado como dintel,
mediante cortes en el mismo (Arcos
de las Salinas, Teruel). b. Disposición
de cuerdas en torno a la superficie
(Aspe, Alicante).
35
[page-n-49]
puede llegar a observarse en el registro arqueológico a través del estudio de restos constructivos de barro, como hemos
podido identificar en los materiales calcolíticos de Vilches
(Hellín, Albacete) –ver 6.1.2–. Además, las cuerdas utilizadas
en las construcciones también pueden tener otros usos, como
contribuir a una mejor sujeción del mortero a los elementos
estructurales (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016:
60, fig. 36), generalmente de madera (fig. 4.10b). Para una
mejor adhesión del mortero y de los revestimientos, es frecuente que se practiquen acanaladuras –como las que también se realizan en la superficie de adobes− o incisiones en
las superficies (Pressler, 1994: 41-42; Fromme y Herz, 2013:
17-20; Knoll y Klamm, 2015: 64-69; Knoll, 2018: 152, fig.
158), –tanto en los materiales de madera, como dinteles (fig.
4.10a), como en la superficie de los alzados (fig. 3.17a)–, así
como que se inserten elementos sólidos para este mismo fin
(Houben y Guillaud, 1994: 177; Schäfer, 2014). No obstante,
es necesario tener en cuenta que las incisiones y la inserción
de materiales en las superficies de los alzados también pueden
ser de carácter decorativo.
4.1.4. Madera
La madera es el material del que están compuestos los troncos y
ramas de los árboles y de las plantas no herbáceas, caracterizado
por su dureza, que puede ser menor o mayor. La madera presenta una serie de características que favorecen su empleo como
material de construcción, como el hecho de poder trabajarse con
relativa facilidad, pudiendo dársele diferentes formas, y de actuar como aislante acústico y térmico (Rodríguez Barreal, 1998:
57; Sáez de Tejada, 1998: 54). No sólo es un aislante térmico,
sino que algunas maderas aumentan su dureza al contacto con el
calor (Mannoni y Giannichedda, 2007: 122), lo que no impide
que arda al contacto con el fuego. Del mismo modo, la madera
también es afectada con frecuencia por la acción de diversos
agentes, como la radiación solar, la humedad, así como por flora
y fauna, sobre todo hongos e insectos (Langendorf, 1988: 13;
Rau y Braune, 1989: 36).
El uso constructivo más frecuente y conocido de la madera
es su empleo como estructura portante de las edificaciones, en
postes, vigas y travesaños, así como en dinteles. En las edificaciones construidas con una estructura interior de madera, ésta
une las distintas partes del edificio, desde el pavimento a la cubierta (Morriss, 1990: 21). La madera también puede utilizarse
con funciones no portantes, contribuyendo al cerramiento de
diferentes partes estructurales (fig. 4.11). También la madera y
la materia vegetal se emplearían en solitario en la construcción,
sin manteados de barro, al igual que otros materiales, como la
piedra ‒piedra seca‒ o la tierra, siendo la huella arqueológica de estos elementos orgánicos considerablemente difícil de
observar en muchos contextos.
A pesar de que el trabajo de la madera, el corte de troncos y
ramas, habría sido una práctica extendida en la construcción durante la Prehistoria reciente de la península ibérica, no es habitual
que se aborden o se mencionen estas prácticas en relación con
la arquitectura prehistórica. Puede considerarse que los ejemplos
arqueológicos más antiguos de madera trabajada con aplicaciones
constructivas en territorio peninsular son los documentados en el
yacimiento del Neolítico antiguo de La Draga (Banyoles, Girona)
(Bosch Lloret et alii, 2000: 316; Tarrús, 2008: 23, 24; Palomo et
alii, 2013). Por su parte, el empleo de tablas de madera como material constructivo también es conocido en la Prehistoria reciente
desde el Neolítico, como en el caso de las islas británicas (Darvill,
1996: 88; Harding, 2009) o en el Neolítico final del sureste europeo, utilizadas en alzados y pavimentaciones (Tringham, 1991:
14; Regenye, 2007). Además, los troncos de madera son utilizados para construir recintos, así como empalizadas, como las
documentadas en muy buenas condiciones de preservación en el
yacimiento de la Edad del Bronce de Must Farm (Peterborough,
Inglaterra) (Knight, 2009) (fig. 4.12a).
Figura 4.11. Ejemplos del uso
de elementos de madera para
cerramientos en la construcción.
a. Varas cortadas por la mitad
y entrelazadas en el interior de
la estructura de una cubierta en
Butser Ancient Farm (Hampshire,
Inglaterra). b. Construcción con
alzados de troncos, varas y tablas
(Cocachimba, Perú).
Figura 4.12. a. Restos de una
empalizada de madera de finales de
la Edad del Bronce excavada en Must
Farm (Cambridgeshire, Inglaterra)
(mustfarm.com). b. Postes de madera
en la reconstrucción del recinto de
fosos neolítico de Goseck (SajoniaAnhalt, Alemania).
36
[page-n-50]
Figura 4.13. Otros usos de la madera
en las edificaciones. a. Troncos
reforzando la sujeción de la cubierta
(Kuélap, Perú). b. Escalera fabricada a
partir de un tronco (Ouangara, Níger)
(Frobenius-Institut, 1990, fig. 9).
Asimismo, la madera se habría podido emplear en la
construcción con muchos otros usos, como en diversas estructuras de equipamiento doméstico, portables o no portables,
desde bancos y asientos, a escaleras (fig. 4.13b), pasando por
soportes o recipientes contenedores. Además, los troncos y
varas de madera pueden emplearse en solitario en las edificaciones de distintas maneras, por ejemplo, apuntalando un
alzado, cerrando un acceso o contribuyendo a sujetar una
cubierta, como se observa en edificaciones contemporáneas
(Pétrequin, 1991: 52) (fig. 4.13a).
4.1.5. Piedra
La piedra es un material de naturaleza mineral caracterizado
por ser compacto y por su dureza, que también puede ser mayor o menor. Es muy abundante en el medio natural y susceptible de ser modelada extrayendo o retirando materia de
la misma, sin que se transforme su composición o estructura interna (Mannoni y Giannichedda, 2007: 114-115). Entre
las características de este material en relación con los usos
constructivos se encuentra su baja o nula conducción de la
humedad, teniendo algunos tipos de rocas sedimentarias,
como la caliza o el yeso, la capacidad de absorberla. Así, cobra sentido la importancia de la construcción de zócalos de
piedra, especialmente en los alzados de tierra, ya que aíslan
el alzado de la humedad ascendente desde el suelo. Entre los
principales factores de alteración que afectan a este material
se encuentran la erosión eólica y los cambios de temperatura
(Rau y Braune, 1989: 35).
El empleo de la piedra en la edificación durante la Prehistoria
reciente se relaciona, sobre todo, con su utilización en zócalos
o en la totalidad de los alzados. Otro de sus usos constructivos fundamentales constatado durante ese periodo es el empleo
como refuerzo en calzos de poste. Además, al igual que ocurre
con la madera, la piedra se combina con la tierra en la construcción de estructuras de equipamiento y actividad, como bancos,
resaltes −ver fig. 7.85−, soportes −ver fig. 7.124−, instalaciones
para el almacenaje o para la combustión −ver fig. 6.26−. Las
piedras, utilizadas en solitario, podrían tener otras funciones
diversas en el equipamiento de los espacios domésticos, por
ejemplo, como soportes de trabajo o asientos. Además, el uso de
piedras para reforzar la sujeción de los materiales que componen
las cubiertas es algo frecuente, colocadas directamente sobre la
superficie exterior de las mismas, como puede observarse hoy en
día de forma habitual (fig. 4.14b) y como se recoge en diferentes
trabajos etnoarqueológicos (Rau y Braune, 1989: 194; Tomasi
y Rivet, 2011: 148; Gil, 2011: 69-70. fig. 12; entre otros). Esta
misma función también puede ser realizada por otros elementos,
como troncos y ramas (fig. 4.13a).
En cuanto a la documentación de este uso constructivo en
la Prehistoria, el empleo de lajas pétreas sobre cubiertas de vegetales manteados con barro, sobre el que dejaron su impronta,
Figura 4.14. Piedras utilizadas como refuerzo en techumbres. a. A modo de contrapeso en los extremos de una cubierta vegetal en las
Highlands (Escocia), como es habitual en la arquitectura tradicional de dicha región. b. Reforzando una cubierta de tejas (Abejuela,
Teruel).
37
[page-n-51]
pudo identificarse en el yacimiento del Neolítico final de Les
Vautes (Saint-Gély-du-Fesc, Francia) (De Chazelles, 2003). En
la península ibérica, la disposición de piedras en las techumbres
se ha apuntado en el poblado argárico de Peñalosa (Baños de
la Encina, Jaén), donde lajas de pizarra cubrirían un manteado
de barro sobre elementos vegetales (Contreras, 2009: 70), o en
el de la Edad del Hierro I del Puig Roig del Roget (Masroig,
Tarragona) (Genera, 1985: 170; Belarte, 1993: 121), como se
recogerá más adelante.
La durabilidad de la piedra facilita su reincorporación como
material de construcción en nuevas estructuras y también con
otros usos. La reutilización de materiales pétreos es una práctica habitual documentada en la Prehistoria reciente peninsular,
incorporándose, por ejemplo, molinos de piedra pulimentada
en desuso en alzados y también en otras partes estructurales
construidas con mampostería, como calzos de poste, bancos o
cerrando estructuras de actividad, como hornos (Jover, 2014:
171). Esto se ha observado en muy distintos asentamientos, sobre todo a partir de la Edad del Bronce, como en Gorgociles del
Escabezado (Jumilla, Murcia) (Gandía et alii, 2018) o Barranco
Tuerto (Villena, Alicante) (Jover y López Padilla, 2009: 276),
así como en los de la Edad del Bronce argárico de Peñalosa
(Moreno Onorato, 2010: 445), El Puntarrón Chico (Murcia)
(Lull, 1983: 342) o Pic de Les Moreres (Crevillente, Alicante) (González Prats, 1983: 52). También se ha indicado en El
Negret (Agost, Alicante), datado en el Bronce tardío y final
(Barciela et alii, 2012: 106, 108), en Vincamet (Fraga, Huesca)
(Moya et alii, 2005: 31), poblado del Bronce final, o en las construcciones de la primera Edad de Hierro del Puig Roig del Roget
(Genera, 1995: 32). Además, los molinos y molederas no son
los únicos instrumentos de piedra que se reutilizan e incorporan
a construcciones (Jover, 2014: 147).
También en lo referente a las aplicaciones constructivas de
la piedra durante la Prehistoria reciente es importante tener en
cuenta el empleo de determinadas rocas como materia prima en la
elaboración de productos pirotecnológicos, como la cal y el yeso.
Además, la producción de estas sustancias revierte con frecuencia en las construcciones, dado su uso como estabilizante en los
morteros de barro, en las pavimentaciones y en el revestimiento
de alzados y otras estructuras. De este modo, el posible empleo de
cal se plantea en determinados enlucidos prehistóricos que presenten rasgos como color amarillento o blanco y un alto grado
de endurecimiento, como en los documentados en La Torreta-El
Monastil (Elda, Alicante) −ver 6.1.1− o Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) −ver 7.1.1.
4.1.6. Pigmentos
Un pigmento es una sustancia utilizada para otorgar un
determinado color a otra y aplicarla sobre distintos materiales.
Las diferentes materias utilizadas como pigmentos pueden tener un origen orgánico o inorgánico, natural o artificial. Entre
las primeras materias utilizadas por los seres humanos como
pigmentos se encuentran las arcillas, el ocre y el carbón. Los
pigmentos que habrían sido más ampliamente utilizados son
los óxidos de hierro, que generan coloraciones desde el amarillo al rojo, pasando por marrones y violáceos. Los óxidos de
manganeso, de color negro, también han sido aplicados desde
momentos paleolíticos (Rapp y Hill, 2006: 217).
Los pigmentos pueden añadirse o utilizarse para generar
sustancias fluidas y aplicarlas sobre distintas superficies: de
elementos muebles ‒como la cerámica‒, o inmuebles, como
las edificaciones, conociéndose estas aplicaciones como pinturas murales. Entre los primeros revestimientos pintados que
se conocen en edificaciones prehistóricas en el ámbito europeo
se encuentran los ejemplos neolíticos de la cultura de la Cerámica de Bandas. Los motivos representados serán principalmente geométricos, al igual que durante la mayor parte de la
Prehistoria reciente (Knoll, 2016: 11, 181).
4.1.7. Reutilización de materiales
Las prácticas de reutilización de muy diversas materias y
sustancias juegan un papel fundamental en las actividades productivas de muchos grupos humanos, teniendo una importante presencia en el ámbito de la construcción, donde se reutilizan materiales
constructivos, pero también otros elementos que no se concibieron
inicialmente para formar parte de edificaciones.
Por un lado, la reutilización de materiales constructivos es
una práctica habitual en la autoconstrucción en distintas sociedades, como ha sido destacado en trabajos tanto etnográficos
como arqueológicos (Volhard, 2010: 99; Correas, 2013; Tung,
2013; Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016; entre otros).
El barro empleado como material constructivo puede ser en sí
mismo reutilizable, ya que puede volver a usarse para construir
después de triturarlo y humedecerlo (Minke, 2001: 17; Guerrero, 2007: 200; Dachverband Lehm e.V., 2009: 5, 20). Esta
práctica puede llegar a observarse mediante el estudio de restos
constructivos de tierra prehistóricos, como se ha apuntado para
los asentamientos de la Edad del Bronce argárico de Laderas
del Castillo ‒ver LC 45‒ y Caramoro I ‒ver CM I 2101/9, anexo
I, Pastor, 2019‒. También en este sentido, ha sido propuesto,
Figura 4.15. a. Restos de recipientes
cerámicos reutilizados para reforzar
parte del alero de una cubierta vegetal
(Işiklar, Turquía) (Blum, 2003: 146,
fig. 162). b. Fragmentos de tejas
integrados en la superficie de un
alzado (Abejuela, Teruel).
38
[page-n-52]
para el asentamiento neolítico de Piana di Curinga (Calabria,
Italia), que las estructuras de barro deterioradas habrían podido
ser incendiadas intencionalmente con el objetivo de endurecer
el material constructivo y poder almacenar los fragmentos de
barro en el asentamiento, de manera que no se disgregasen y pudiesen ser reintegrados en la construcción de nuevas estructuras
(Shaffer, 1993: 62). Además, desde la arqueología y la etnoarqueología se documenta la reutilización de materiales de construcción muy diversos, como bloques y lajas de piedra (Seeden,
1985: 293; González Ruibal, 2003b: 418), adobes (Barada et
alii, 2011: 73), fragmentos de revestimientos en la elaboración
de otros nuevos (Matthews, 2005: 141; Brysbaert, 2008: 112118; Villaseñor, 2010: 70; Çamurcuoĝlu, 2013: 325), elementos de madera (McIntosh, 1974: 163; Corrales et alii, 2011: 88;
Peinetti, 2016: 280), o incluso paja empleada en una edificación
(Daich y Palacios, 2011: 105).
Por otra parte, es importante considerar también
la reutilización como materiales constructivos de productos que
no estaban originalmente destinados a la construcción, sino a actividades más o menos ajenas a ésta ‒en época contemporánea,
destacarían como ejemplo de ello los envases de metal, vidrio y
plástico o los neumáticos (Gil, 2011: 65; Love, 2016, fig. 14.3;
entre otros)‒. Como material susceptible de haber sido reintegrado con frecuencia en las actividades constructivas durante la
Prehistoria reciente, podemos citar el caso de la cerámica (fig.
4.15), pudiendo utilizarse los recipientes para conformar alzados y cercados, uniéndolos con mortero de barro (Correas, 2013:
73, fig. 5), o incorporando fragmentos en el interior de muros de
bajareque, para aumentar el aislamiento térmico de la estructura
(Van Lengen, 1991: 138). Se conocen diversos ejemplos de la reutilización de fragmentos cerámicos en actividades constructivas
en contextos prehistóricos, como en los asentamientos calcolíticos de Fuente Lirio (Muñopepe, Ávila) (Fabián, 2003) y El Soto
(Valdezate, Burgos) (Palomino et alii, 1998), en pavimentos y paredes de estructuras de actividad, respectivamente. Otro caso se
ha documentado en el asentamiento de la Edad del Bronce de Los
Torojones (Morcuera, Soria), donde se habrían reutilizado restos
de cerámica para contribuir a la sujeción de un poste en el interior
del calzo (Fernández Moreno, 2013: 85). Especialmente abundante es el empleo de fragmentos cerámicos en la fabricación de
soleras de estructuras de combustión, documentado sobre todo
durante la Edad del Hierro.
4.2. TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN
CON TIERRA EN LA PREHISTORIA RECIENTE
DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
La tierra puede emplearse como material constructivo mediante
diferentes técnicas, que pueden combinarse entre ellas, incluso
en una misma edificación (por ejemplo, Mileto et alii, 2011)
y en una misma parte estructural, como un alzado o una cubierta. En lo referente a la Prehistoria reciente de la península ibérica, podemos considerar, principalmente, la puesta en
práctica de las técnicas constructivas con tierra del bajareque,
el amasado o modelado y el adobe. Además de éstas, existen
otras (Doat et alii, 1979; Viñuales et alii, 2003; Knoll et alii,
2019; entre otros), como el tapial o el terrón, pero no se aborda
su empleo en el marco cronológico y territorial de este trabajo,
por no conocerse evidencias arqueológicas de dicho uso exentas
de dudas.1 En cambio, sí se utilizaron ampliamente técnicas de
construcción que emplean la piedra, como la conocida como
piedra seca y, sobre todo, la mampostería, la unión de piedras no
escuadradas mediante mortero.
1
Por ejemplo, se ha planteado el empleo de estructuras de tapial durante el siglo VII BC en La Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante) (González Prats, 1999; 15, 40, Lám. II), aunque la identificación
de esta técnica presenta importantes dificultades y el empleo de esta
forma de construir no se documentaría con mayor claridad hasta
cronologías posteriores.
Figura 4.16. a. Alzado de bajareque con varas de madera entrelazadas cubiertas por mortero, en la reconstrucción de una vivienda prehistórica en el centro de visitantes de Stonehenge (Wiltshire, Inglaterra). b. Pared de bajareque en una de las viviendas prehistóricas experimentales en Butser Ancient Farm (Hampshire, Inglaterra).
39
[page-n-53]
Figura 4.17. a. Estante construido mediante la técnica del bajareque en la reconstrucción de una casa de la Edad del Bronce argárico en La
Bastida (Totana, Murcia). b. Vista lateral de esta instalación, donde se aprecia su estructura de cañas cubiertas con mortero (recreación del
Proyecto Bastida, Grupo ASOME, Universidad Autónoma de Barcelona).
4.2.1. Bajareque
Las técnicas constructivas que combinan la tierra con otros
elementos estructurales que realizan la función portante se
conocen como técnicas mixtas (Proterra, 2003; Knoll et alii,
2019; entre otros). La aplicación del mortero de barro sobre una
estructura vegetal o de madera, se conoce, entre otras muchas
denominaciones, como bajareque (Guerrero, 2007: 196; 2017;
Viñuales et alii, 2003). En este sentido, también se emplea el
término manteado, que puede referirse a la técnica constructiva
o forma de construir (Sánchez García, 1999a: 164), a la propia capa de barro que se aplica sobre los elementos vegetales
o lígneos, o a la acción de aplicarla. También se ha utilizado
como sinónimo de barro utilizado como material de construcción (Asensio, 1995:25). Aplicar barro sobre y/o entre elementos vegetales hace a las estructuras más resistentes al fuego
(Norton, 1986: 26; Minke, 2001: 133). Mediante el bajareque
pueden construirse no sólo alzados (fig. 4.16), sino también tabiques internos, forjados de segundos pisos, cubiertas planas y
curvas, además de estructuras de actividad y espacios para el
almacenaje (fig. 4.17).
El bajareque se considera una técnica constructiva muy
antigua y ampliamente extendida, practicada por las comunidades humanas en muchos territorios desde, al menos, los inicios de la sedentarización (Guerrero, 2007: 195; 2017). Su uso
se constata arqueológicamente en la península ibérica desde el
Neolítico, mediante el hallazgo de restos de barro con improntas constructivas indicativas de dicha técnica (Sánchez García,
1997b: 147; Rosser y Fuentes, 2007: 17; García López, 2010;
Torregrosa et alii, 2011: 89; Pastor, 2016), al igual que en otros
territorios del entorno, como la actual Francia (De Chazelles,
2005b; Onfray, 2012), o la península itálica (Ammermann et
alii, 1988; Peinetti, 2014). La técnica del bajareque seguirá
40
utilizándose a lo largo de la Prehistoria reciente en el ámbito peninsular, así como en épocas posteriores. De hecho, esta técnica
está representada en todos los casos de estudio que reúne este
trabajo, siendo sus evidencias especialmente relevantes en algunos de los asentamientos abordados, como el enclave argárico
de Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante).
4.2.2. Amasado y modelado
En el marco de las técnicas constructivas de tierra maciza (De
Chazelles, 1999; Guillaud et alii, 2007; Knoll et alii, 2019; entre
otros), el barro puede utilizarse en solitario para construir muros y otras estructuras, aplicándolo aún húmedo y manualmente,
reservando un tiempo de secado entre hileras o a partir de una
cierta altura (Houben y Guillaud, 1994: 176; Baloi, 2001; entre otros), de hasta un día o más (Aurenche, 1981: 54; Kramer,
1982: 92). Esta técnica recibe el nombre de amasado o tierra
modelada y aunque se recoge en diversas obras acerca de la
arquitectura de tierra desde hace décadas (Agorsah et alii, 1985:
105; Güntzel, 1986: 158, 369; Sánchez García, 1999a: 167;
Minke, 2001: 87; entre otros), es una forma de construir con
tierra poco conocida, en general y en el ámbito de la arqueología
y que ha sido poco estudiada en profundidad.
En la técnica del amasado, el barro también puede aplicarse
lanzándolo, para obtener una mayor compactación mediante estos procesos mecánicos (Minke, 2001: 73, 87; Guerrero, 2018:
131). En esta técnica constructiva es frecuente que, a la hora de
aplicar el barro húmedo a los muros, éste se modele en forma de
unidades individualizadas, como bolas o bloques, que después se
pueden regularizar, disimulándose la forma en la que se ha aplicado el barro inicialmente y obteniendo la apariencia de un muro
monolítico (fig. 4.19a). No obstante, la conformación de unidades modeladas en mayor o menor medida también puede estar
[page-n-54]
Figura 4.18. a. Regularización de una
pared estrecha de barro amasado y
modelado (a partir de Minke, 2001:
87, fig. 8.2-1). b. Restos de un horno
de barro modelado, excavado en el
asentamiento del Bronce final de
Vincamet (Huesca) (Moya et alii,
2005: 26, fig. 14).
relacionada con la agilización del proceso constructivo durante la
puesta en obra del material, algo que la edificación con elementos de barro húmedo permite, pero no las piezas prefabricadas
ya secas, que requieren su colocación más o menos ordenada y
habitualmente unidas por mortero.
Entre la preparación del mortero de barro y la aplicación
del mismo para construir suele dejarse reposar la mezcla durante uno o dos días (Houben y Guillaud, 1994: 178), al igual
que ocurre con otras técnicas (Guerrero, 2017: 192). A pesar
de que por norma general pueda considerarse que en esta técnica se emplea únicamente barro amasado, su aplicación puede darse combinada con otras, como el adobe, el bajareque o la
mampostería (Guerrero, 2018: 127) que, utilizada para construir zócalos, protege la estructura de la humedad ascendente
desde el suelo. El amasado de barro en forma de bolas puede
aplicarse sobre y junto con elementos vegetales y de madera,
como paneles de cañas o ramas y en estructuras sostenidas por
postes de madera, como ha sido reflejado en algunas publicaciones (Proterra, 2003, fig. 36; Mileto et alii, 2011) y como se
plantea en el caso de Laderas del Castillo (Callosa de Segura,
Alicante) −ver 7.1.1−. Con esta técnica se levantan alzados,
pero también puede aplicarse a techumbres sobre estructuras
de madera (Guerrero, 2018: 130), así como a la construcción
de estructuras de actividad y almacenaje, como hornos (fig.
4.18b) y silos (Guidoni, 1977: 250). Las esferas de barro húmedo también se pueden utilizar para reparar determinadas
partes de los muros o cubrir las superficies exteriores, a modo
de revestimiento (Dethier, 1982: 67, fig. 19), pudiendo después
regularizarse y crear una superficie lisa.
Así, el barro puede modelarse en forma de bolas por una
cuestión de mayor comodidad a la hora de transportar el material desde el espacio donde se ha realizado la mezcla hasta la
construcción en curso. Las bolas o bloques de barro pueden realizarse con una mezcla de barro y vegetales (Houben y Guillaud,
1994: 178; Schäfer, 2014), o bien puede aplicarse material vegetal entre dichas unidades o entre las hiladas de las mismas,
como apuntan ejemplos del uso reciente de esta técnica (Klein,
2003: 427, 432; Patte y Streiff, 2006: 42, 220). La disposición
de camas de vegetales entre hiladas o unidades también se conoce en otras técnicas de construcción con tierra, como el adobe
(por ejemplo, Mileto et alii, 2011).
La constatación arqueológica de esta técnica es una cuestión
compleja. Por un lado, el empleo del modelado en la elaboración de estructuras de actividad se conoce desde el Neolítico.
Este uso se constata también en la península ibérica en cronologías neolíticas, donde el modelado se habría empleado en
la elaboración de estructuras de actividad (Bernabeu et alii,
2003: 43-44; Gómez, 2008; García López, 2010: 106; Pastor,
2017b), interpretadas, por ejemplo, como de combustión o de
almacenamiento. Por otra parte, el hallazgo de restos de barro
interpretados como constructivos en contextos neolíticos, pero
en los que no se observa la presencia de improntas constructivas que permitan inferir la puesta en práctica de la técnica del
bajareque, permite plantear el posible empleo de la técnica del
amasado en algunos casos (por ejemplo, Jover y Pastor, 2014:
213), en restos que podrían haber pertenecido a edificaciones.
No obstante, la atribución de fragmentos constructivos a esta
técnica no está exenta de dudas, pudiendo tratarse de restos de
manteados de barro sobre una estructura vegetal que no conserven en su superficie improntas que permitan conocer la presencia de dicha estructura o de fragmentos no identificables de
estructuras realizadas con otra técnica.
Figura 4.19. a. Construcción de un alzado mediante la técnica del
amasado en forma de bolas o bloques (Wright, 1985, fig. 297). b.
Estructura de bloques de barro amasado del asentamiento de la
Edad del Bronce argárico de Caramoro I (Elche, Alicante).
41
[page-n-55]
Figura 4.20. a. Adobes fabricados
a mano (Jos, Nigeria) (Guillaud,
2011: 45, fig. 7). b. Adobes
producidos con molde en México
(Khalili, 2008, fig. 3. 8).
No es frecuente la conservación en el registro arqueológico
de muros completos de los que se tenga la certeza de que fueron edificados mediante la técnica del amasado de barro. En la
península ibérica, este podría ser el caso de alzados de asentamientos como Los Cenizales (Moradillo de Roa, Burgos), de
cronología calcolítica (Fonseca, 2015: 24), el de la Edad del
Bronce de Cerro de El Rocín (Villena, Alicante) (Observación
personal en campo) o de algunas estructuras de la primera Edad
del Hierro del Cerro de San Vicente (Salamanca), donde no
obstante predomina el uso del adobe (Blanco González, 2011;
Blanco González et alii, 2017). En otros casos, se conoce la
presencia de muros de tierra que podrían haber sido edificados
mediante el amasado, pero también de otro modo, puesto que
no disponemos de información suficiente para determinar la
técnica empleada, como, por ejemplo, en el asentamiento de la
Edad de Bronce de Foia de la Perera (Castalla, Alicante) (Cerdà,
1986: 86; 1994: 104).
Respecto al amasado en forma de bolas y bloques, en el
transcurso de esta investigación hemos constatado con seguridad su presencia en los yacimientos de la Edad del Bronce
argárico de Caramoro I (Elche, Alicante) (Pastor et alii, 2018)
(fig. 4.19b) y Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante).
También se habría empleado en Hoya Quemada (Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo, 1986: 10) −ver fig. 7.8a−. Fuera de la península ibérica, la construcción con amasado de barro se ha documentado en el yacimiento neolítico de Klimonas
(Ayios Tychonas, Chipre) (Jallot y Wattez, 2015: 22; Mylona et
alii, 2017: 112). Asimismo, el empleo de módulos de barro amasado ha sido identificado en el asentamiento del V milenio BC
de Jacques-Coeur II (Montpellier, Francia) (Jallot, 2003: 172) y
en el enclave de mediados del III milenio BC de La Capoulière
(Mauguio, Francia) (Wattez, 2003: 208-210; Burens-Carozza
et alii, 2005: 434; Gutherz et alii, 2011: 426; 2011).
4.2.3. Adobe
El adobe es una técnica constructiva que consiste en la
edificación mediante piezas de barro puestas en obra una vez
secas y, en la mayoría de las ocasiones, unidas con mortero.
Los adobes pueden haber sido hechos a mano −modelados en
estado plástico− (fig. 4.20a), o fabricados con un molde (fig.
4.20b). Cuando son realizados manualmente, pueden adoptar
formas diversas (Doat et alii, 1979: 108; Houben y Guillaud,
1994: 180; Knoll et alii, 2019), mientras que, en la elaboración
con molde, los adobes adoptan formas estandarizadas, siendo
generalmente planoconvexas, cuadrangulares y rectangulares.
42
Con la técnica del adobe se pueden construir alzados, tabiques y
plementos, arcos, bóvedas y cúpulas e incluso cubiertas planas
(Stevanović, 2013: 105). Las estructuras de adobe no son propensas a incendiarse y arden de forma lenta (Van Lengen, 1991:
122; Twiss et alii, 2008: 51).
El adobe fabricado con molde se documenta ya desde
el VII milenio BC en Mesopotamia, Anatolia y en la actual
Siria (Aurenche, 1981: 66; Wright, 2009: 140). No obstante, en la península ibérica, durante la Prehistoria reciente la
técnica del adobe se constata con seguridad sólo a partir del
Bronce final y, sobre todo, es habitual durante la primera
Edad del Hierro. El mal uso terminológico de las técnicas
de construcción con tierra, largamente señalado (De Chazelles y Poupet, 1985: 156; Sánchez García, 1997a: 350-352;
Vela, 2002: 25; Pastor, 2017b: 23; entre otros), obstaculiza el estudio de la presencia del adobe en asentamientos
prehistóricos en cronologías anteriores a las citadas. Además, no siempre resulta sencillo diferenciar las diferentes
técnicas de construcción con tierra en las que se emplean
unidades individuales o módulos (Pastor et alii, 2019). No
obstante, a día de hoy puede considerarse que el adobe se
ha documentado de forma puntual en algunos asentamientos
peninsulares en cronologías calcolíticas, contando con los
ejemplos de Marroquíes Bajos (Jaén) (Zafra et alii, 1999:
90) y Alto do Outeiro (Beja, Portugal) (Bruno et alii, 2010).
Asimismo, su empleo ya fue apuntado en el Cerro de la Virgen (Orce, Granada) (Schüle y Pellicer, 1966: 8; Kalb, 1969:
216; Schüle, 1980: 57, 1986; Molina et alii, 2016: 327, fig.
4), donde, se trate de adobe hecho a mano (Belarte, 2002:
35; 2011: 166) o a molde, se habrían construido con adobe
estructuras de planta circular.
4.3. PROCESOS CONSTRUCTIVOS Y PRÁCTICAS
SOCIALES
4.3.1. La construcción como proceso productivo
Pueden considerarse modos de construcción la manera en que
los grupos humanos han edificado estructuras, en los que escogieron como espacios de ocupación y de hábitat, para satisfacer
así un conjunto de necesidades básicas. Las características de
las estructuras construidas estarán motivadas por múltiples aspectos, como estas necesidades del grupo humano que las lleva
a cabo, la disponibilidad de materias primas que utilizar como
materiales constructivos, así como por factores climáticos,
[page-n-56]
Figura 4.21. Estructuras construidas,
con distintos materiales, como
resultado del juego infantil. a.
Susques, Argentina (Tomasi, 2012:
19, fig. 16). b. Işiklar, Turquía (Blum,
2003: 238, fig. 291).
tecnológicos y culturales y, de forma importante, la función o
funciones a las que están destinadas en el momento de su edificación, variables que ya han sido apuntadas y debatidas por
distintos trabajos desde hace décadas (Rapoport, 1969: 13; Vela,
1995; Love, 2013; entre otros). Así, el carácter y la organización
de las estructuras construidas, de hábitat y/o actividad, se relaciona con el carácter y la organización de las comunidades que
las utilizan y ocupan y que, en la mayoría de los casos, serían
las que las construyeron. En relación con esto, es importante
tratar de ser conscientes de algunas asunciones propias de nuestro presente que en ocasiones son trasladadas a los espacios de
hábitat de las sociedades prehistóricas. Por ejemplo, conviene
no dar por supuestas las asociaciones entre determinados materiales y nociones como la de permanencia y uso continuado
del espacio –sólidas estructuras de piedra pueden haber tenido
un uso estacional o esporádico−, así como elementos asociados
a nuestra idea actual de la casa y lo doméstico (Brück y Goodman, 2003: 3-5), conceptos que se construyen históricamente y
no son universales (Robin, 2002: 247).
Cuando se aborda el estudio de cualquier edificación en el
registro arqueológico, no nos encontramos simplemente ante un
lugar de hábitat, sino que éste es también el espacio donde y en
torno al cual se llevaron a cabo una serie de procesos de trabajo
destinados a la producción y al mantenimiento del mismo, que
posibilitaron su existencia y que también pudieron influir en las
condiciones de su abandono y deterioro.
La construcción implica trabajo, considerando éste como
toda actividad que requiere un gasto energético y de tiempo,
como una práctica social que busca cumplir un objetivo social
(Castro et alii, 2005: 7). La construcción se encuentra entre las
prácticas socioeconómicas de una sociedad destinadas a producir las condiciones materiales necesarias para la vida social
(Bate, 1998). Así, el proceso de construcción es un proceso
productivo, que requiere una fuerza y unos objetos y medios
de trabajo. La producción supone escoger y utilizar determinados recursos naturales −objetos de trabajo− y transformarlos.
Cuando un recurso natural es aprovechado por un grupo humano para sus actividades productivas se convierte en materia prima, para lo que se requiere que sea reconocido como tal y que
se cuente con las técnicas de explotación −y medios de trabajo− necesarias para su aprovechamiento (Jover, 1999b: 7, 12).
La construcción se ha considerado producción en otros trabajos, orientados desde diferentes posiciones teóricas (Tringham,
1994: 177; Rivera, 2007; Love, 2013; entre otros). En relación
con esto y también desde distintos posicionamientos teóricos,
las construcciones se han concebido como artefactos en sí
mismos (Gilman, 1987; Samson, 1990; Stevanović, 1997: 341;
Rivera, 2007; Kaltsogianni, 2011: 97; Knappett, 2015). Tanto
los materiales constructivos como la estructura edificada pueden considerarse productos.
Los procesos constructivos desarrollados durante, al menos,
la mayor parte de la Prehistoria reciente peninsular pueden entenderse bajo el concepto de autoconstrucción, unos modos de
construcción en los que entre las personas que levantan las edificaciones, quienes constituyen la fuerza de trabajo, se encuentran,
en mayor o menor medida, quienes las utilizarán (ejemplos en
Agorsah, 1985; Tomasi, 2009; Šolc, 2011; entre otros). Ello no
impide que pueda plantearse la existencia en determinados contextos de personas especializadas en el desarrollo de actividades
concretas de los procesos constructivos, como se ha planteado
puntualmente para el caso de El Argar (Eiroa, 2004: 84). En la
edificación de estructuras autoconstruidas o autoproducidas, la
participación del conjunto de la comunidad puede darse a distintos niveles. La autoconstrucción implica, como cualquier otra
actividad productiva, procesos de transmisión y aprendizaje del
conocimiento a las nuevas generaciones (Kamp, 2010: 109; Calvo et alii, 2015: 93). Con esto pueden relacionarse, por ejemplo,
las materializaciones de prácticas constructivas producidas en
el marco del juego infantil, señaladas por distintos trabajos etnoarqueológicos (Blum, 2003: 238; González Ruibal, 1998: 183;
Vitores, 2011: 285; Tomasi, 2012: 19; entre otros) (fig. 4.21).
Las actividades productivas requieren una serie de trabajos articulados, realizados en etapas concatenadas (Jover, 1999b: 9-10). La
construcción, como todo proceso productivo, requiere el desarrollo
de una serie de actividades. Éstas abarcan desde la adecuación del
espacio donde se va a construir, la planificación, selección, obtención y transformación o preparación de diversas materias primas,
hasta la ejecución de la propia construcción, su uso y mantenimiento. Además, es frecuente que durante el proceso se den actividades
de remodelación y/o reconstrucción y de reaprovechamiento de
elementos y materiales constructivos.
Esta serie de trabajos articulados formarían lo que se han
llamado cadenas operativas (Leroi-Gourhan, 1943; Lemonnier,
1976; Dobres, 2000: 153; Roux, 2019; entre otros), aplicadas
al ámbito constructivo (Cammas, 2003; Brysbaert, 2008: 22;
Homsher, 2012; Sillar, 2013; entre otros), o ciclos productivos,
que no son por lo general procesos lineales, sino que pueden
estar sujetos a variaciones, ni tampoco son necesariamente
realizados de forma consciente como tales (Mannoni y Giannichedda, 2007: 77). Desde otras conceptualizaciones, se han
acuñado términos como historias o ciclos de vida (Schiffer,
2004; Matthews, 2005; Matthews et alii, 2013; entre otros) para
43
[page-n-57]
Figura 4.22. a. Barrido y
acondicionamiento de un espacio
exterior de hábitat en Behisatse
(Madagascar) (Kelly et alii,
2005: 406, fig. 2). b. Trazado del
espacio que ocupará la planta de
una estructura previamente a su
construcción (Mettekel, Etiopía)
(González Ruibal et alii, 2009: 95).
definir esta secuencia de actividades productivas asociadas a
los materiales. Una cuestión fundamental es que buena parte
de los procedimientos que integran un determinado proceso de
producción no son exclusivos de ese proceso tecnológico, sino
comunes a varios de ellos (Brysbaert, 2008: 84), algo que también se produce en el marco de las actividades constructivas. Algunos procedimientos necesarios en un proceso de producción
se pueden transferir a otro diferente por analogía. Esta es sólo
una de las maneras en que diferentes ciclos productivos pueden
encontrarse conectados: ello también puede ocurrir porque se
reaprovechen residuos de uno en otro o porque el desarrollo de
una actividad productiva tenga un impacto en la otra (Mannoni
y Giannichedda, 2007: 79).
El análisis de la materialidad arqueológica y, en el caso que nos
ocupa, de las evidencias de construcción con tierra, permite llegar a inferir actividades concretas realizadas durante los procesos
constructivos. Es el caso del descortezado de los troncos utilizados
para edificar y que, al ser manteados con barro, puede detectarse
a partir del estudio de las improntas, como hemos planteado en el
asentamiento calcolítico de Les Moreres −ver 6.1.3−. Otras actividades implicadas en los procesos de construcción que pueden identificarse mediante el estudio de estos restos arqueológicos son la
preparación y machacado o corte de los vegetales utilizados como
estabilizantes de los morteros, así como el añadido de diferentes
materias a los mismos, sean residuos reutilizados o sustancias antrópicamente producidas −cal, yeso, pigmentos−, incluso expresamente fabricadas para fines constructivos.
Las actividades constructivas y los productos resultantes
de ellas se generan y desarrollan en un determinado contexto
social y, al mismo tiempo, se enmarcan en un medio físico y
natural que cuenta con unas condiciones climatológicas, edafológicas y con una determinada disponibilidad de recursos
hídricos, vegetales y faunísticos. En este sentido, el estudio de
las sociedades prehistóricas permite reconocer zonas de ocupación preferente y recurrente, que generalmente reúnen condiciones favorables para el hábitat humano, aun en sociedades
con bases organizativas muy distintas. En ellas se concentran
los espacios de construcción y hábitat, algo que debe entenderse en el marco del conocimiento acumulado en el seno de
los grupos humanos sobre el medio natural en el que habitan
(Jover, 2011: 342-343).
Así, los inicios de cualquier proceso constructivo implican escoger un espacio, considerando en mayor o menor medida las condiciones del terreno, así como la extensión dispo-
Figura 4.23.a. Haces de carrizo apilados previamente a su empleo en cubiertas (Rau y Braune, 1989: 31). b. Espacio destinado a extender
adobes para su secado (Tingo, Perú).
44
[page-n-58]
nible del área donde se va a construir, que generalmente será
acondicionada (fig. 4.22a), desbrozada y regularizada, lo que
puede llevarse a cabo retirando o añadiendo tierra. Este proceso
de añadido de sedimentos es común en la preparación del espacio para sucesivas reocupaciones y ha sido constatado arqueológicamente, por ejemplo, en asentamientos de la Edad del Bronce peninsular (Fumanal, 1990: 324). La adecuación del terreno
para albergar una estructura puede requerir un aterrazamiento.
La construcción de muros de aterrazamiento y refuerzo del terreno utilizado para edificar es frecuente en asentamientos construidos en altura y ladera, lo que se observa de manera especial
durante la Edad del Bronce en los territorios del Levante de la
península ibérica. En algunos casos, se trazaría o señalaría en el
suelo la planta de la estructura a construir, como se documenta
en distintos estudios etnoarqueológicos (Aurenche, 1981: 95;
Agorsah, 1985: 105; González Ruibal et alii, 2009: 95; Arnold,
2014: 50) (fig. 4.22b).
La disponibilidad de espacio físico es una cuestión clave, no
sólo donde edificar la estructura o estructuras, sino también en el
que poder desarrollar los procesos productivos implicados en la
construcción. Las actividades de preparación y elaboración de los
materiales constructivos requieren y ocupan espacios (fig. 4.23).
Los espacios de la construcción pueden ser, en mayor o menor
medida, espacios naturales o antropizados, habiendo sido previamente utilizados o habitados, abiertos o cerrados y son escogidos,
preparados, construidos, habitados y abandonados.
4.3.2. Obtención de materias primas y preparación
de materiales de construcción
En el marco de la investigación sobre la autoconstrucción se
considera que los recursos naturales que pueden utilizarse como materias primas y transformarse en materiales constructivos son localizados, seleccionados y obtenidos, generalmente, de acuerdo con su
disponibilidad local (Agorsah et alii, 1985; David y Kramer, 2001:
285; Blum, 2003; Gil, 2011: 47; entre otros). En los casos en los que
fuera necesario, si los materiales requeridos no se encontraran en
el entorno o los disponibles no fueran aptos para edificar con ellos,
éstos podrían obtenerse en otro lugar y transportarse hasta el espacio
donde se va a construir, algo que se observa a nivel etnoarqueológico, como en el caso de la tierra (Daich y Palacios, 2011: 103) o del
carrizo (Kelly et alii, 2005: 407).
Los distintos tipos de materias vegetales utilizados en las
actividades constructivas han de ser obtenidos y preparados de
distintas maneras. En el caso de la paja empleada conservando
la forma de tallos considerablemente largos, como por ejemplo
en las cubiertas vegetales, su uso puede ponerse en relación
con formas de siega determinadas, como el arrancado de la
planta completa o la siega a ras del suelo (Peña et alii, 2000:
406). Los elementos vegetales como la caña y el carrizo suelen dejarse secar al aire un tiempo antes de ser utilizados para
construir, requiriéndose un espacio para ello. Una vez seco,
el carrizo puede almacenarse y, en un ambiente seco y con
suficiente ventilación, se puede mantener durante años en buenas condiciones para ser utilizado en la construcción (Sooster,
2008: 19, 21). También en el caso del esparto, en los diferentes
procedimientos que se emplean para prepararlo, generalmente se reserva un tiempo de secado (Ayala y Jiménez Lorente,
2007: 191-192). No obstante, la flexibilidad de los elementos
vegetales que se vayan a utilizar entrelazados, como varas o
cañas, es mayor si se utilizan frescas (Pétrequin, 1991: 48).
Si la materia vegetal va a ser añadida como estabilizante al
mortero de barro, es común que sea machacada o cortada
previamente. Respecto a la observación macroscópica en los
restos constructivos de evidencias del uso de materia vegetal
empleada en la mezcla, es frecuente que las huellas que ocuparon los elementos vegetales sean aproximadamente del mismo
tamaño, lo que probablemente responde a que durante el aplastamiento o machacado del material vegetal, previamente a ser
añadido a la tierra, éste acabaría desmenuzándose en tramos
más o menos regulares (Volhard, 2010: 90).
Diferentes ejemplos de investigaciones experimentales
acerca de la edificación prehistórica han apuntado la gran cantidad de recursos madereros implicados en los procesos constructivos (Pétrequin, 1991; Harding, 2009). Muestra de ello son
los trabajos de edificación experimental realizados en Butser
Ancient Farm (Hampshire, Inglaterra), que aportaron que para
la construcción de la estructura de planta circular basada en la
vivienda de la Edad del Hierro de Maiden Castle (Dorset, Inglaterra), fue necesaria la madera de más de 30 árboles (Coles,
1979: 114). En este sentido, es importante considerar el impacto que las actividades constructivas habrían tenido en el medio
natural durante la Prehistoria reciente, especialmente en la flora
(Pétrequin, 1991: 13-14, 38).
Se ha apuntado que en la estrategia de aprovisionamiento de
un recurso natural como la madera actúan factores como las necesidades sociales del grupo humano que la lleva a cabo, el tamaño
de éste, el tipo de asentamiento y la duración del mismo, la disponibilidad de recursos y las capacidades de tipo técnico, y estos
factores se relacionan también con el grado de transformación
del entorno natural (Piqué, 1999: 23-24). Además, es importante considerar que la manera en que distintos materiales han sido
conceptualizados por los grupos humanos afecta al modo en que
se utilizan (Conneller, 2014: 4-5). Así, por ejemplo, en el caso
de la madera, puede evitarse o favorecerse el uso de determinadas especies incluso por razones culturales o simbólicas (Martín
Seijo, 2012: 206), como también se ha planteado para otros materiales constructivos (Rapoport, 1969: 109). La selección de la
madera puede darse teniendo en cuenta las diferentes especies
(Coles, 2006), así como el tamaño, según la función que van a
desempeñar los maderos en la estructura. Esta selección de la madera para la construcción se evidencia con la presencia de troncos
o ramas de aproximadamente el mismo diámetro (Rodríguez del
Cueto, 2012: 95). Un ejemplo de ello puede verse en la planta de
la estructura ovalada de troncos manteados con barro excavada en
Les Moreres −ver fig. 6.41.
Asimismo, diferentes estudios han profundizado
considerablemente en los procedimientos que habrían sido
empleados para talar y cortar los troncos y ramas utilizados
en la construcción prehistórica, para lo que serían fundamentales instrumentos de trabajo como las hachas y azuelas de
piedra, con un enmangue fabricado con materiales como la
madera o el asta (Coles, 1979; Pétrequin, 1991: 28). Dado el
grosor de las hachas de piedra, en comparación con las metálicas, sólo pueden profundizar en el tronco a partir de un
corte considerablemente ancho. Una manera de lograrlo es
realizar dos cortes distintos, uno encima del otro y profundizar
en ellos de manera en que se junten (Coles, 1979: 102). Otro
de estos procedimientos, en lo destinado a cortar los troncos
45
[page-n-59]
Figura 4.24. a. Corte transversal de un tronco mediante cuñas, en trabajos de arqueología experimental (Pétrequin, 1991: 31). b. Troncos
seccionados, apilados en el exterior junto a un muro para su almacenaje, en Butser Ancient Farm (Hampshire, Inglaterra). c. Troncos y
piezas de madera trabajada del Neolítico antiguo, excavados en Somerset Levels (Somerset, Inglaterra) (Coles, 2006: 91, fig. 1).
longitudinalmente, es la inserción de cuñas (Coles, 1979: 169,
fig. 53; Pétrequin, 1991: 31) (fig. 4.24a), con el que también
podrían cortarse tablas (Coles, 2006: 52, fig. 3).
Otra cuestión que puede llegar a ser estudiada desde la arqueología son las marcas dejadas por las hachas en los troncos utilizados
para construir, cuando la madera se ha conservado en condiciones
con un alto grado de humedad o subacuáticas. En estos casos, el
análisis de estas marcas podría incluso contribuir a clarificar fases
constructivas, basándose en la determinación del empleo de un mismo grupo de herramientas asociadas a un mismo momento constructivo (Sands, 1997: 5). Las marcas dejadas en los troncos por
el empleo de hachas de piedra han podido observarse, en algunos
casos, a partir de su impronta en restos constructivos de tierra, como
en los materiales neolíticos de Çatalhöyük (Stevanović, 2013: 105),
o en Seilh (Haute-Garonne, Francia) (Knoll et alii, 2019).
Las hachas y azuelas de piedra funcionan adecuadamente si
la madera está fresca, mientras que, cuando se seca, pierden su
eficacia, duplicando o triplicando la duración de esta actividad
(Pétrequin, 1991: 32). La madera recién talada presenta mayor
humedad y menor dureza que cuando está seca, por lo que es
más fácil de cortar y trabajar (Morriss, 2000: 64). Por ello, se
considera que en la mayoría de los casos el trabajo de la madera se realizaría antes de transportarla hasta el lugar donde va
a emplazarse la construcción (Pétrequin, 1991: 32). Además,
cortar o preparar las ramas o troncos en el lugar de su obtención
facilitaría su transporte (Rodríguez del Cueto, 2012: 95). Con el
desarrollo de la producción metalúrgica, herramientas de metal
como cuchillos, hachas o sierras pudieron haberse empleado en
diferentes actividades relacionadas con la construcción durante
cronologías prehistóricas, al igual que instrumentos óseos.
Figura 4.25. a. Tala experimental de troncos con un hacha de piedra (Pétrequin, 1991: 27). b. Acumulación de residuos resultantes del
trabajo de la madera, en el Scottish Crannog Centre (Kenmore, Escocia). c. Troncos cortados y apilados, quizá para su secado, en una zona
boscosa de Bibury (Inglaterra).
46
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Cortar los árboles cuando contienen menor humedad, como
en invierno, favorecería la buena conservación de la madera
como material de construcción (Facey, 1997: 120). Esto también es beneficioso si la madera va a almacenarse (Sobon y
Schroeder, 1984: 57), ya que las altas temperaturas propician su
deterioro. Además, los troncos utilizados para edificar generalmente son preparados de cierta manera, pudiendo retirarse las
ramas laterales, ser cortados en función de la longitud deseada
o ser descortezados. El descortezado de la madera previene el
deterioro de la estructura por aparición de insectos (Sobon y
Schroeder, 1984: 58; Stevanović, 2013: 111). La ausencia de
corteza en troncos prehistóricos destinados a la construcción
se ha detectado a partir de restos de barro, por ejemplo, en el
asentamiento neolítico de Çatalhöyük (Stevanović, 2013: 105).
No obstante, el descortezado de los troncos no tendría por qué
haber sido la norma durante la Prehistoria reciente. Conocemos
también casos del empleo constructivo de troncos con la corteza, como el de La Draga (Banyoles, Girona), donde se ha conservado ésta adherida a los postes (Bosch Lloret et alii, 2000;
Franch et alii, 2016: 52), preservados gracias a las condiciones
lacustres del yacimiento. Los residuos del trabajo de la madera (fig. 4.25b) suelen reutilizarse como combustible (Martín
Seijo, 2012: 33, 38).
Además, al igual que ocurre con los vegetales no leñosos,
reservar un tiempo de secado para los elementos de madera
(fig. 4.25c), previamente a su uso constructivo, favorece su durabilidad, al hacer menos probable que sean afectados por agentes biológicos o que la estructura se deteriore por cambios de
volumen en los mismos (Van Lengen, 1991: 95, 99; Carazas
y Rivero, 2002: 10-11; Stevanović, 2013: 111). El secado de
la madera puede realizarse almacenándola al aire libre, preferentemente a la sombra (Sobon y Schroeder, 1984: 60; Martín
Seijo, 2012: 37-38, figs. 1.16-18), pero también en el interior
de las construcciones, cerca del calor de una estructura de
combustión, como un hogar (Dufraisse et alii, 2007; 117-188,
fig. 3). No obstante, durante el secado de la madera antes de
su puesta en obra, ésta también puede ser afectada por insectos
(Langendorf, 1988: 29).
Los troncos de madera pueden ser talados, pero también
arrancados, o bien pueden hallarse caídos. El aprovechamiento
de la madera muerta, caída o no caída, es una estrategia que
exigiría una menor inversión de energía (Piqué, 1999: 26) y
planteada ya para el Paleolítico medio, al igual que en otras
cronologías prehistóricas (Vidal et alii, 2017). Es una práctica
que debería ser tenida en cuenta en el ámbito de la construcción
durante la Prehistoria, aunque la madera muerta sea preferentemente utilizada como combustible, en mayor medida que para
manufacturas (Martín Seijo, 2012: 47). En este sentido, los troncos jóvenes son más propensos a agrietarse longitudinalmente que los más viejos, lo que los hace menos favorables para
construir (Stevanović, 2013: 111).
La madera destinada a leña o a las actividades constructivas
es transportada generalmente con el propio cuerpo, pudiendo
utilizarse también cestos o cuerdas, o mediante tracción animal
(Martín Seijo, 2012: 579). La madera de gran tamaño puede
transportarse con mayor facilidad por flotación en cursos de
agua, aunque también por arrastre en pendientes pronunciadas
o mediante una estructura portante (Mannoni y Giannichedda,
2007: 124). No obstante, es importante tener en cuenta las
prácticas de reutilización de los elementos constructivos de
madera, como postes, vigas o listones, obtenidos de construcciones en desuso y reutilizados en otras nuevas, como ha sido
apuntado hace ya décadas (Rapoport, 1969: 105; Dimbleby,
1978: 42), siendo una actividad ampliamente documentada en
trabajos etnográficos y etnoarqueológicos (Cameron y Tomka,
1993: 47; Kelly et alii, 2005: 412; Peinetti, 2016). La madera de
construcciones abandonadas también se suele reutilizar como
combustible (Dufraisse et alii, 2007: 119). La posible retirada
y reaprovechamiento de materiales lígneos y vegetales, que habrían conformado techumbres y alzados de estructuras antes de
su abandono, se ha planteado en el poblado argárico de Barranco de la Viuda (Lorca, Murcia), ante la ausencia de restos de
estas partes estructurales en los derrumbes (Medina y Sánchez
González, 2016: 36).
Respecto a la obtención de la piedra, ésta puede encontrarse
en la superficie del terreno circundante al espacio donde se va a
construir, o ser extraída, generando canteras. Ambas formas de
obtención de la piedra pueden darse en un mismo asentamiento, como se documenta en estudios etnoarqueológicos (Blum,
2003: 52-53). En ambos casos, puede ser necesario que los
bloques se retoquen o trabajen. A la hora de utilizar un determinado tipo de piedra como material de construcción influirían
su dureza y resistencia estructural, su capacidad para resistir la
erosión, la facilidad a la hora de extraer dicho material de una
cantera, en el caso de que fuera necesario, y de darle forma, así
como su disponibilidad en el entorno, en relación con el coste de
su transporte (Rapp y Hill, 2006: 214). Así, por ejemplo, en la
construcción de la muralla del asentamiento argárico de La Bastida (Totana, Murcia), edificada con piedra trabada con barro, se
ha planteado que se escogieron como materia prima areniscas
de un área más alejada del emplazamiento, en vez de la pizarra
y la caliza disponibles en el sitio, por su mayor facilidad para
transportarse y escuadrarse (Lull et alii, 2015a: 51).
De este modo, rocas como la cuarcita raramente se utilizan
como material constructivo. Las rocas sedimentarias generalmente son más fáciles de trabajar y es más probable que se utilicen
para construir, respecto a rocas ígneas o metamórficas. La caliza
se puede extraer y trabajar fácilmente, pero su escasa dureza y
resistencia ante los agentes climáticos causan que suela ser utilizada en las partes internas de las edificaciones. La dureza y la
capacidad de laminarse de la pizarra explican su habitual empleo
en las cubiertas (Morriss, 2000: 27-31). Rocas más blandas como
la arenisca suelen fragmentarse con instrumentos como martillos,
mediante percusión, mientras que la caliza o el mármol suelen
cortarse con sierra. Según el método de trabajo de la piedra, se generan diferentes superficies en las mismas (Schrader, 1995: 13). A
ello habría que añadir la morfología concreta de bloques o piezas
utilizadas para construir, como en el caso de lajas destinadas a la
pavimentación o a las paredes de estructuras de actividad. Para
este propósito cabe suponer una recolección en la naturaleza de
los elementos pétreos para los que se percibiera un potencial uso
constructivo, al igual que se recogerían otros materiales para los
que se apreciara una utilidad.
Por su parte, la tierra se extraería generalmente del entorno
cercano al lugar donde se va a construir, como se documenta también en investigaciones etnoarqueológicas (McIntosh,
1974: 159; Agorsah et alii, 1985: 105; Blum, 2003: 61), evitando la capa más superficial del terreno que, por su contenido en
47
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materia orgánica, favorecería el deterioro de la estructura por
agentes biológicos (Carazas y Rivero, 2002; Guerrero, 2007:
185). La extracción de tierra supondrá una mayor o menor alteración antrópica del terreno, que puede materializarse en forma de fosas, fosos o incluso canteras. Estas canteras o minas
no serían muy diferentes de las que se generan para extraer
arcilla destinada a la producción cerámica (ejemplos en Borg y
Jacobsohn, 2013; Calvo et alii, 2015: 305).
La importancia de tener en cuenta que fosas documentadas
en el entorno de espacios construidos en contextos arqueológicos pueden tener su origen en la extracción de tierra para construir ha sido resaltada desde hace décadas (McIntosh, 1974:
166). Posteriormente, esas mismas fosas pueden tener otras
funciones, como la de basureros (Aurenche, 1981: 49; Coudart,
1998: 73). Sobre la cantidad de tierra necesaria y el tamaño de
las fosas, estudios etnoarqueológicos apuntan a que, para revestir con barro una pequeña estructura de bajareque de 6 m2, haría
falta el material extraído de un hoyo de unos 2 m de profundidad
y 2 m de diámetro (Kelly et alii, 2005: 404). Por otro lado, es
importante considerar la selección de sedimentos y la adecuación de las propiedades de éstos para elaborar morteros destinados a estructuras con distintas funciones, algo ya planteado
por diferentes trabajos para contextos de la Prehistoria reciente
peninsular (Capel, 1977; Serna, 1995; Rivera, 2007).
La misma fosa generada para la extracción de la tierra puede
usarse para realizar la mezcla de ésta con el agua y con otros
elementos añadidos durante la preparación del mortero de barro
(Aurenche, 1981: 48, fig. 7). La tierra escogida necesita agua
para generar barro y adoptar un estado plástico con el que poder
construir, en el uso de técnicas como el bajareque, el amasado
o el adobe, por lo que el agua debe ser obtenida y transportada
de alguna forma hasta la tierra. La mezcla o preparación del
mortero suele llevarse a cabo generalmente con los pies o con
la ayuda de herramientas o animales. Los materiales que componen los morteros pueden llegar a informar del modo en el
que se produjo la mezcla. Volhard (2010: 98) señala cómo la
presencia en los morteros de materiales sólidos de tamaño con-
siderable, como piedras u otro tipo de restos, llevaría a pensar
que la mezcla realizada con los pies es menos probable. Por su
parte, el empleo de animales grandes y la acción de las pezuñas sobre el barro supondría el aplastamiento de componentes,
generando fragmentos de escasas dimensiones. La mezcla por
tracción animal puede plantearse a partir de la presencia en el
mortero de excrementos, cerdas, crines u otros restos dejados
por los animales (Volhard, 2010: 98).
Por otro lado, es de gran relevancia la cuestión de la
producción de sustancias pirotecnológicas, como la cal y el
yeso, y su aplicación a las estructuras construidas durante la
Prehistoria reciente. Ambas materias habrían sido los primeros
productos fruto de la alteración química intencional (Brysbaert,
2007: 30). La cal se obtiene de la calcinación a altas temperaturas, que varían entre unos 650-900 °C, de materiales con
contenido en carbonato cálcico, generalmente de piedras calcáreas. No obstante, también puede producirse cal a partir de malacofauna (Brysbaert, 2007; Villaseñor, 2010; Thakuria, 2012) e
incluso coral (Carran et alii, 2011: 135; Hobbs y Siddall, 2011:
41). Así, la obtención de la cal puede realizarse de distintas formas, pero, en cualquier caso, implica una serie de procesos de
trabajo en los que se llevan a cabo distintas actividades.
En el ámbito de la autoconstrucción, el necesario
aprovisionamiento de materias primas se resuelve generalmente
mediante la obtención de recursos próximos, por lo que la producción de cal, en el caso de su fabricación a partir de rocas calcáreas, estaría relacionada con la presencia de éstas en el entorno
natural circundante, en la superficie del terreno u obteniéndose
en canteras. Este aprovisionamiento requiere asimismo obtener
madera para calcinar la piedra, en las cantidades necesarias y escogiendo las especies que se adecúen mejor como combustible.
Generalmente, el combustible más adecuado serán las especies
arbustivas que produzcan mucho fuego, pero poca ceniza, que han
de ser recogidas y dejarse secar previamente a su uso. Ambos materiales han de transportarse hasta el lugar en el que se producirá
la calcinación de la piedra, proceso que puede llevarse a cabo de
distintas maneras, en función del volumen de materia prima.
Figura 4.26. a. Almacenamiento de materiales constructivos −adobes y ladrillos−, cubiertos para su protección, junto a una edificación de
muros de bajareque (Cocachimba, Perú). b. Almacenamiento de tejas en el interior de un patio (Abejuela, Teruel).
48
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La cal puede producirse en hogueras al aire libre, en fosos
excavados en los que las rocas se cubren con tierra durante el
proceso de calcinación o en hornos sencillos (por ejemplo, Russell y Dahlin, 2007). En cualquier caso, la calcinación ha de ser
ininterrumpida y durante este proceso, la roca se desprende de
toda el agua que contiene. Una vez finalizada la combustión, se
requiere un tiempo de enfriamiento del material calcinado, antes
de ser extraído. La cal puede ser utilizada tanto viva, como apagada o hidratada, según su finalidad. Para proceder al apagado
de la cal viva, ésta ha de entrar en contacto con el agua. Al hacerlo, las rocas calcinadas se desintegran tras una fuerte emisión
de calor, convirtiéndose en polvo tras el secado (por ejemplo,
Carran et alii, 2011). Así, la cal se hidrata y pierde sus propiedades cáusticas. A la hora de elaborar los morteros, la cal ha
de añadirse a la tierra en seco, al igual que otros estabilizantes
(Aurenche, 1981: 50, 53).
Por su parte, el yeso se obtiene generalmente mediante la
deshidratación de una roca sedimentaria, el aljez o piedra de
yeso, mediante su combustión, que puede realizarse en menos de un día (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016:
39). Esta roca es abundante en el medio natural en determinadas regiones, especialmente en la mitad oriental de la península ibérica y en el área valenciana (De Villanueva y García
Santos, 2001: 20, 22). El yeso natural se extrae generalmente
en canteras y se traslada hasta el área de calcinación, en hogueras, fosas u hornos, proceso que puede producirse a una
temperatura menor a la de la cal, en torno a 150° C. Una vez
deshidratada la piedra y tras enfriarse, el yeso se somete generalmente a molturación. El polvo de yeso resultante suele
ser cribado para retirar las impurezas presentes en el material
(Carmona, 2011: 105). Finalmente, con el añadido de agua al
polvo de yeso se obtiene un material constructivo que endurece o fragua tras el secado (García Guardiola y Rizo, 2011:
27, 39-50). Esta mezcla se denomina pasta de yeso y, si se le
añade arena, se obtiene el mortero (De Villanueva y García
Santos, 2001: 19).
Respecto a la obtención de pigmentos, las materias primas
utilizadas son sometidas a preparación, mediante su desmenuzado o molido, como en el caso de minerales con óxido de
hierro (Meller et alii, 2013: 148), y su mezcla con otras materias, que pueden ser agua o aglutinantes, como grasas o resinas.
Los pigmentos también pueden ser almacenados.
En definitiva, el aprovisionamiento y la preparación de
las diferentes materias primas que poder utilizar como materiales de construcción suponen la organización de procesos
de trabajo, el uso de unos instrumentos de trabajo y, en su
caso, de unas formas de tracción y transporte. Dado el volumen de material constructivo necesario por lo general para
completar buena parte de las edificaciones, es probable que
en algunos casos estos materiales fueran progresivamente
acumulados en el asentamiento con anterioridad al inicio de
los procesos de edificación, una práctica que ha sido observada desde la etnoarqueología (Agorsah, 1985: 105; Barada
et alii, 2011: 7). Además, los materiales constructivos no
utilizados suelen ser almacenados para futuros usos en el
entorno de las construcciones (Kramer, 1982: 94; Rothschild
et alii, 1993: 132; Tomasi, 2009: 147; Kohn y Lee Dawdy,
2016: 127) (fig. 4.26).
4.3.3. Puesta en obra de los materiales
Los trabajos de construcción de la estructura propiamente dicha
equivaldrían al proceso de manufactura, poniendo en práctica
distintas técnicas constructivas. En el caso de las estructuras
que cuentan con un esqueleto de madera, para su montaje sería
necesaria la elevación de los postes, tras su traslado hasta el
espacio donde se va a construir. El montaje de una estructura
lígnea requiere la unión de los elementos que la conforman,
mediante su acoplamiento, empalme o ensamblaje (Sáez de Tejada, 1998: 77) (fig. 4.28) y/o sujeción mediante ataduras. En
la autoconstrucción con madera puede darse que se realicen
marcas en los troncos (fig. 4.27a) que indiquen la dirección en
Figura 4.27. a. Marcas realizadas en troncos descortezados destinados a la construcción (Der Holznagel, núm. 5, año 2003, p. 59). b.
Construcción de una zanja de fundación y colocación de postes en su interior durante una edificación experimental (Gheorghiu, 2013:
448, fig. 1).
49
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Figura 4.28. Diferentes ejemplos de unión de los elementos de madera. a. Asentamiento lacustre de la Edad de Bronce de Lavagnone
(Italia) (Coles y Lawson, 1987: 84, fig. 59). b. Estructura actual en Abejuela (Teruel). c. Reconstrucción experimental en Butser Ancient
Farm (Hampshire, Inglaterra).
la que han de practicarse los cortes para unir la estructura de
madera o el orden en que las piezas habrían de colocarse (Sobon y Schroeder, 1984: 105; Morriss, 1990: 67-68) y no puede
descartarse que estas prácticas se hubieran producido también
en algunos contextos prehistóricos.
La elevación de la estructura de madera parte de la
fijación de los postes verticales al suelo, mediante la excavación de zanjas (fig. 4.27b) o de hoyos individuales o calzos
de poste que los alberguen, pudiendo añadirse otros elementos de refuerzo para los postes, como piedras. El empleo de
piedras planas sobre las que apoyar la base de los postes se ha
documentado en asentamientos de la Edad del Bronce, como
Lloma de Betxí (Paterna, Valencia) (De Pedro, 1990: 338339) −ver fig. 7.120− o La Bastida (Totana, Murcia) (Lull
et alii, 2015a: 75).
En cuanto a las ataduras, pueden realizarse mediante diferentes
materiales, como cuerdas hechas de esparto o juncos utilizados con
ese fin. Para atar sólidamente postes, largueros y travesaños, en cada
punto de unión de estos maderos entre sí, trabajos experimentales
acerca de viviendas neolíticas han apuntado que serían necesarios
unos 10 m de cordaje y que una edificación completa necesitaría
unas 66 ataduras de este tipo en su armazón de madera (Pétrequin,
1991: 38). Considerando que estas cifras varían en función del tamaño y de las técnicas y materiales de construcción empleados, se
necesitaría la obtención de una cantidad muy considerable de fibras
vegetales, así como un determinado volumen de trabajo para su
transformación en un elemento de ligazón.
Las cualidades fundamentales que se requieren en el empleo
de cuerdas serían su resistencia y su capacidad de tracción (Fitchen, 1988: 136), dados los diversos usos en los que pueden
Figura 4.29. Ejemplos de sujeción de una cubierta vegetal mediante ataduras visibles desde el exterior. a. Mediante tallos individuales
(Ollantaytambo, Perú). b. Mediante cuerdas trenzadas, en el Museo Etnológico de Leipzig (Alemania).
50
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emplearse en las construcciones. Una aplicación fundamental
del cordaje es en la unión de diversos elementos que forman una
edificación, quedando éstas en el interior del cuerpo de la propia
edificación o a la vista, en los espacios internos o externos, cubiertas o a la intemperie. Para conformar una cubierta vegetal,
la paja, el carrizo o las materias que vayan a utilizarse, una vez
secas, han de ser transportadas y fijadas al armazón interior de
la cubierta. La fijación o refuerzo del material también puede
ser visible desde el exterior, realizándose con cuerdas (fig. 4.29)
o con otros elementos dispuestos horizontalmente, como cañas
(ejemplos en Ciscar, 1974: 232). Otra muestra del uso constructivo de cuerdas a la intemperie serían las que, formando redes
con contrapesos, sujetan techumbres de paja por su superficie
exterior, como puede verse en la citada arquitectura tradicional
de regiones atlánticas (fig. 4.14a). No obstante, en los procesos
de edificación las cuerdas no se utilizan solamente como material constructivo integrado en la estructura, sino también como
herramienta para la elevación o el transporte de los materiales.
La documentación del uso de cuerdas no sólo para la sujeción de
materias vegetales de las techumbres, sino quizá también desde
su transporte, se ha planteado en los materiales constructivos
calcolíticos de Vilches IV (Hellín, Albacete) −ver 6.1.2.
El cerramiento de los vanos en una construcción con
estructura de madera puede realizarse con elementos de madera
y/o con paneles de bajareque, utilizando varas o cañas, unas junto a otras o unidas en haces. Así, trabajos de arqueología experimental han planteado que, para una pared de 1,3 m de alto y 4
m de largo, serían necesarias unas 150-200 varas de madera (Pétrequin, 1991: 47, 48). No obstante, es necesario tener en cuenta
que no todas las construcciones tuvieron que haber estado cerradas en todos sus lados o haber contado con una cubierta. La edificación y el empleo de estructuras descubiertas o parcialmente
descubiertas, o semiabiertas en sus laterales, habría sido también
un fenómeno común en muchos asentamientos prehistóricos.
Estructuras con estas características han sido interpretadas en
diferentes asentamientos de la Edad del Bronce, como Barranco
Tuerto (Jover y López Padilla, 2005) −ver fig. 7.83− o Cabezo
del Polovar (Villena, Alicante) (Jover et alii, 2016b).
Los alzados y las techumbres, con independencia de la
técnica constructiva utilizada, pueden revestirse con barro, en
su superficie interna y/o externa. Los revestimientos, mediante
el añadido de una superficie homogénea, protegen las superficies de diversos agentes de deterioro, como los de tipo climático. La aplicación de la mezcla de barro para realizar el revestimiento puede llevarse a cabo utilizando directamente las manos
o mediante un instrumento.
Los enlucidos de barro de cualquier superficie, tanto en
alzados como en otras estructuras, como bancos, pueden ser
también decorados, mediante aplicaciones plásticas, elementos sólidos, incisiones o pintura. Entre las actividades que
forman la cadena operativa necesaria para generar los enlucidos pintados se encuentra la obtención de materias primas
−desde las necesarias para obtener el color, a los instrumentos para aplicar el pigmento−, la preparación de los medios
de trabajo –como morteros para moler el mineral− y de las
superficies que van a revestirse, el enlucido de las mismas
y su posterior pintado (Brysbaert, 2008: 33-34). El añadido de motivos pintados o grabados a una superficie no sólo
puede realizarse con carácter ornamental o decorativo, sino
también por razones de tipo cultural, simbólico o religioso
−como los objetos y las decoraciones de carácter apotropaico usuales en fachadas y sobre las puertas (Obendorf, 2009:
69; Correas, 2013: 73)−, pero también práctico, o reuniendo
varias de estas motivaciones a la vez.
En este sentido, entre las diferentes prácticas y acciones
que forman parte de los procesos constructivos pueden encontrarse algunas de carácter cultural, simbólico o ritual, que
también pueden dejar una huella arqueológica, al suponer, por
ejemplo, la elección o la incorporación de determinados materiales a la edificación o a los espacios, como se recoge en trabajos etnográficos (González Ruibal, 2001; Göbel, 2002: 70;
Daich y Palacios, 2011: 102; Šolc, 2011: 105; Arnold, 2014:
51). Dichos añadidos materiales con motivaciones simbólicas
o a modo de ofrenda pueden ser objetos colocados (fig. 4.31)
o colgados de vigas, sustancias vertidas a modo de ofrenda,
amontonamientos de piedras o revestimientos pintados. Esto
Figura 4.30. a. Grabado figurativo en el revestimiento de barro de un banco, en el yacimiento neolítico de Jerf el-Ahmar (Siria) (Stordeur,
2015: 353, fig. 110). b. Fecha −“año 1882”− inscrita en un sillar en una estructura abandonada de Hortichuela (Valencia). c. Inscripción
−“Tierra y libertad”− sobre el dintel de madera de la puerta de una vivienda abandonada en La Cervera (Teruel).
51
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Figura 4.31.Pareja de figurillas de
bóvidos coronando la cubierta de una
vivienda en Chinchero (Perú), en el
llamado Valle Sagrado de los Incas,
que tendrían un carácter apotropaico.
Figura 4.32.Alteraciones derivadas
de la acción de fauna en las
edificaciones. a. Telarañas en el
interior de una cubierta vegetal en uso
en Butser Ancient Farm (Hampshire,
Inglaterra). b. Varas de madera de
un alzado afectadas por xilófagos
(Quedlinburg, Alemania). c. Nidos
de insectos en la superficie de un
muro de tierra maciza (Hortichuela,
Valencia).
no sólo tiene lugar en las edificaciones, sino que también
puede producirse durante la propia producción de materiales
constructivos, como la cal (Russell y Dahlin, 2007). Entre estas prácticas culturales y simbólicas se encuentran también las
que se realizan al finalizar la casa, coronándola o rematándola
con algún elemento, como una cruz o un árbol adornado con
otros elementos decorativos y simbólicos (Robinson, 2001;
Arnold, 2014: 69), tradiciones que perduran en distintos territorios hasta la actualidad.
El uso del espacio de hábitat y la estructura construida
equivale al consumo del producto (Wilk, 1990; Rivera, 2007:
6). Una vez finalizada la edificación, la estructura comenzará a
ser utilizada y, al mismo tiempo, afectada de diferentes maneras.
Durante su ocupación se producirán diferentes procesos deposicionales y de deterioro que afectarán a los materiales que forman los alzados y techumbres, las estructuras de actividad y
52
los pavimentos. Entre los procesos de alteración derivados de
la acción antrópica, se encuentra incluso el propio uso de los
suelos de tierra batida, ya que la progresiva acción erosiva del
pisado genera la acumulación en la superficie de pequeños agregados de tierra, visibles mediante análisis micromorfológico de
lámina delgada (Cammas, 2003: 44).
Asimismo, sobre las superficies y estructuras construidas
intervienen las distintas actividades de mantenimiento y limpieza llevadas a cabo por los grupos humanos que las habitan,
con los consiguientes traslados y deposiciones secundarias
de los residuos. Estas actividades pueden calificarse como
procesos de reducción, ya que extraen materialidad o evitan que ésta se deposite. Las deposiciones secundarias de
materiales de desecho pueden efectuarse en construcciones
previamente abandonadas, en estructuras negativas –pozos,
silos excavados o fosas realizadas para la extracción de tierra‒ o
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Figura 4.33. Protección de la parte superior de muros de adobe para prevenir su deterioro por agentes erosivos, como el agua de lluvia. a.
Cubrición mediante ramas y piedras (Tingo, Perú). b. Cubrición utilizando tejas (Luya, Perú).
en montículos al aire libre (Jiménez Jáimez, 2008: 129-130),
además de que, como ya se ha resaltado, muchos materiales y residuos suelen ser reaprovechados o reintegrados en
nuevas acciones constructivas.
Del mismo modo, las construcciones experimentan
deterioro por factores de origen natural, como cambios de
temperatura y humedad-sequedad, por la erosión eólica y la
acción del agua de lluvia. También son destacables las alteraciones provocadas por flora y fauna (fig. 4.32) que, como
se tratará más adelante, pueden llegar a ser visibles en el
análisis macroscópico de restos constructivos de tierra −ver
fig. 6.31, fig. 6.47.
De esta manera, la inversión de trabajo en la construcción
no termina al finalizar el proceso constructivo, sino que continúa con actividades y acciones de prevención del deterioro (fig.
4.33), mantenimiento, además de las posibles reformas, ampliaciones o modificaciones de la estructura construida. Las edificaciones crecen y se transforman en función de nuevas necesidades, reparaciones u otros factores. Construcciones con una
determinada función pueden adoptar otra con el paso del tiempo. Así, estructuras construidas para el hábitat o el almacenaje
pueden utilizarse después, por ejemplo, para albergar animales,
como se refleja en estudios etnoarqueológicos (Kramer, 1982:
107; González Ruibal, 1998; Oluwole, 2005: 43). Algunas de
las edificaciones levantadas durante la Prehistoria reciente podrían haber continuado construyéndose progresivamente durante su uso, quedando inacabadas. Las estructuras inacabadas
podrían ser utilizadas o habitadas en este estado, como también
puede observarse en estudios actuales (Sillar, 2013: 34; Kohn y
Lee Dawdy, 2016; Nielsen, 2016: 277).
53
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5
La construcción con tierra durante el Neolítico
A partir del 5700-5600 cal BC se registran en la península
ibérica las primeras evidencias de un modo de vida agrícola y
ganadero. Esta transformación económica se documenta en diversos territorios sobre todo de la vertiente mediterránea en la
primera mitad del VI milenio BC, por lo general cercanos a la
costa y se habría extendido con rapidez hacia áreas del interior,
a través de personas e ideas, mediante la llamada neolitización.
La investigación muestra que la implantación de un modo de
vida campesino o basado en una economía productora, con el
cultivo de plantas y la cría de animales, se produjo inicialmente
de la mano de poblaciones llegadas a la península ibérica por
distintas rutas, marítimas y terrestres. Durante el Neolítico se
conocen, como en los periodos posteriores, desarrollos diferentes en los distintos territorios de la península ibérica, cuyo
conocimiento está también condicionado por la propia tradición
investigadora. Así, puede afirmarse que la información disponible acerca de las comunidades neolíticas en el ámbito peninsular es desigual. No obstante, se considera que la expansión, el
desarrollo y la consolidación del modo de vida neolítico tendría
lugar en los diferentes territorios desde mediados del VI milenio
hasta aproximadamente finales del IV milenio BC, periodo de
tiempo contemplado en este capítulo.
Esta fundamental transformación en las bases subsistenciales
y económicas se produjo acompañada de cambios en la cultura
material mueble. En este sentido, destaca la innovación tecnológica que supuso la producción de cerámica, fundamentalmente
de recipientes de barro cocidos al fuego. En estas producciones
cerámicas se aplicarán desde los inicios del Neolítico diversos
recursos decorativos. Las formas en las que se decoran los
productos cerámicos son también aplicables a las superficies
de estructuras de tierra: impresiones, incisiones, digitaciones, aplicaciones plásticas, acanaladuras, motivos pintados…
y, de hecho, en ocasiones se documentan en restos de barro
endurecido. Entre la cultura material neolítica destaca también la fabricación de instrumentos de trabajo con piedra
pulida, como azuelas y hachas que se utilizarán en el trabajo
de la madera, aplicándose de una forma fundamental a las
actividades constructivas.
No obstante, un aspecto enormemente importante asociado a
este cambio económico es la sedentarización o estabilización de
los lugares de hábitat. Ésta dependería de que el abastecimiento
de alimentos estuviera asegurado, así como de las formas de obtención de esos alimentos (Castro et alii, 2003: 5). Así, el modo
de vida neolítico no supondría sólo la adopción de la agricultura
y la ganadería, junto con el desarrollo de otras tecnologías y artesanías asociadas de una forma u otra a estas actividades, sino
también un impulso para el desarrollo arquitectónico.
Desde los inicios del Neolítico peninsular, la investigación
ha planteado la ocupación de cavidades y de espacios al aire
libre, siendo el conocimiento acerca del uso de unos u otros diferente en cada territorio y planteándose desde diferentes momentos. La mayor parte de los yacimientos conocidos del Neolítico antiguo se ubican en la periferia de la península ibérica, en
el Levante mediterráneo y la actual Andalucía, así como en la
franja litoral portuguesa, aunque también destacan los enclaves
en torno al área madrileña. En los asentamientos establecidos
al aire libre, las evidencias arqueológicas se encuentran afectadas de manera muy importante por diversos procesos de tipo
postdeposicional, por lo que la información que puede obtenerse acerca de ellos se encuentra limitada. Recientemente se ha
propuesto que los núcleos al aire libre del VI milenio BC, en
especial los de los momentos neolíticos iniciales, se organizarían a modo de granjas y pequeñas aldeas (Jover, 2013; Jover y
Torregrosa, 2017; Jover et alii, 2019b).
Desde el inicio del Neolítico en la península ibérica se
documentan, al igual que en otras regiones europeas, diferentes tipos de estructuras construidas. Entre ellas se encuentran
superficies empedradas, los denominados “encachados”, por lo
general interpretados como áreas para la combustión, aunque
también pudieran servir para otras actividades. La mayoría de
55
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las estructuras identificadas en estos primeros asentamientos
agropecuarios se encuentran excavadas en el subsuelo, destacando los denominados fosos, en ocasiones formando recintos −siendo el ejemplo más antiguo conocido el de Mas d´Is
(Penàguila, Alicante) (fig. 5.6)−, pero también otras estructuras
negativas de tipo silo o fosa. Entre las interpretaciones que se
formulan para las estructuras negativas del Neolítico antiguo se
encuentra, según lo planteado en diferentes trabajos (Bernabeu
et alii, 2003: 43; Jiménez Guijarro et alii, 2008: 128; Jover et
alii, 2019b: 10), la de la extracción de tierra, que se destinaría a
distintos fines, incluido el constructivo.
Los fosos, aunque presentan morfologías variables, tienen
en común el presentar un recorrido de mucha mayor extensión
que su anchura (Bernabeu et alii, 2012: 66). Se ha planteado que pudieron tener funciones distintas, desde las asociadas a actividades económicas, actuando como corrales o con
una función hidráulica, hasta como delimitadores del hábitat,
como defensa o manifestación de espacios de agregación o funerarios (Bernabeu et alii, 2012: 55). Aunque en un primer
momento se asociaron las secciones en “V” con los fosos delimitadores del hábitat y las secciones en “U” con fosos de mayores dimensiones e interpretados como de tipo monumental
(Bernabeu et alii, 2006; Orozco et alii, 2008), estas consideraciones han sido matizadas, señalando la variedad presente en
el registro y la presencia de ambos tipos de secciones en un
mismo foso (Bernabeu et alii, 2012: 58).
En relación con esto y en momentos algo más avanzados
del Neolítico, destacan los denominados “yacimientos de fosos”, interpretados tradicionalmente como lugares asociados
a “casas-pozo” −pithouses o dwelling pits−, en los que las estructuras excavadas en el subsuelo constituirían lugares de habitación semisubterráneos. Diferentes estudios han apuntado la
imposibilidad de que muchas de estas estructuras neolíticas y
calcolíticas se correspondan con espacios de hábitat, debido a
las propias características que presentan y que suponen su inhabitabilidad (Jiménez Jáimez y Márquez, 2006; Jiménez Jáimez,
2007; entre otros). Del mismo modo, en algunos casos se ha
empleado la denominación de fondos de cabaña en relación con
fosas sin atender a los indicadores arqueológicos concretos que
apuntarían a su empleo como espacios de hábitat, dificultando
la identificación y caracterización de las estructuras construidas
de estos asentamientos (Gómez et alii, 2011: 53).
Las estructuras negativas excavadas en el subsuelo de tipo
silo aparecen desde el Neolítico antiguo y muy rara vez aisladas. Al contrario, éstas suelen aparecer junto a otras estructuras
similares, de cronologías posteriores, pero también coetáneas
(Jover y Torregrosa, 2017). Estructuras de tipo silo fechadas en
el VI milenio BC han sido documentadas en yacimientos como
El Cavet (Cambrils, Tarragona) (Fontanals et alii, 2008) o La
Serreta (Vilafranca del Penedés, Barcelona) (Esteve et alii,
2012; Oms et alii, 2014). Asimismo, en La Caserna de Sant Pau
del Camp (Barcelona) (Molist et alii, 2008) se registró una ocupación del Neolítico antiguo al aire libre, de la segunda mitad
del VI milenio BC. Destaca el número de estructuras negativas
halladas, tanto planas como en cubeta, interpretadas como de
combustión, ya que contenían bloques de piedra con evidencias
de haber sido expuestos al fuego. Los bloques pudieron haber
servido para aumentar la capacidad calorífica de las estructuras
o como soporte intermedio entre el fuego y los elementos a
56
calentar (Molist et alii, 2008: 16). También se documentaron
nueve fosas muy bien conservadas, destinadas al almacenamiento y amortizadas como depósito de desechos (Molist et
alii, 2008: 19). Se ha apuntado que la presencia característica de
fosos y silos en los asentamientos se extendería hasta la generalización de la construcción con piedra, en torno al 2300-2200
cal BC (Bernabeu et alii, 2003: 48).
En lo referente a la edificación de estructuras de hábitat al aire
libre, su constatación en cronologías neolíticas antiguas en territorio peninsular también está ligada sobre todo a las evidencias
constructivas negativas, aunque esta identificación no está exenta
de problemas. Estas evidencias son principalmente los conocidos como fondos de cabaña, identificados a partir de superficies
rehundidas, fosas perimetrales y/o huellas de postes alineadas,
asociadas o no a dichas fosas. Los fondos de cabaña no son exclusivos del Neolítico, sino un tipo de evidencia arqueológica que
puede considerarse transversal, presente en muchas otras épocas
históricas. Establecer la forma original de la planta y los límites
espaciales de las estructuras identificadas a partir de agujeros de
poste entraña considerables dificultades, sobre todo en los casos en los que no se ha conservado la pavimentación (Harding,
2009: 45). Además, en el caso de conservarse, su preservación
suele ser parcial y, en muchos casos, no delimita de manera fiable y completa la planta de la estructura. Por otro lado, aunque
el hallazgo de huellas de poste suele considerarse un indicador
de la presencia de estructuras de hábitat, no debe realizarse una
asociación automática entre ambos elementos. Mediante postes
no sólo se construyen edificaciones –véase, por ejemplo, en cronologías neolíticas, la presencia de huellas de poste asociadas a
empedrados, interpretados como estructuras de actividad, como
en La Draga (Banyoles, Girona) o Barranc d´en Fabra (Amposta, Tarragona)− y, además, no todas las edificaciones son, per
se, estructuras destinadas al hábitat. Asimismo, no todas las estructuras del Neolítico antiguo interpretadas como cabañas son
fondos de cabaña visibles a partir de estructuras negativas, si se
tienen en cuenta construcciones con piedra como las de Barranc
d’en Fabra, datadas en la primera mitad del V milenio BC (Bosch
Argilagós et alii, 1996; Mestres y Tarrús, 2009).
Así, las estructuras consideradas de hábitat que han sido
identificadas para los momentos neolíticos iniciales en territorio
peninsular son enormemente escasas, más aún si consideramos
los ejemplos para los que se ha propuesto la forma de su planta. En este sentido, por el momento se cuenta con poquísimas
evidencias de construcciones, en su mayoría de planta circular u
oval, pero que en algún caso también se ha planteado que serían
rectangulares o con extremo absidal (Jover et alii, 2019b: 14,
fig. 13) (fig. 5.1a).
Si los restos detectados de estructuras de hábitat pertenecientes
al Neolítico antiguo son muy limitados, igualmente reducida es la
información acerca de sus formas constructivas. Dado que se plantea que las construcciones de estos momentos habrían sido realizadas con materiales “perecederos” y de difícil preservación
en el registro arqueológico, a estas edificaciones se las considera cabañas. Por lo general son entendidas como cabañas las
construcciones edificadas sobre todo con materias vegetales y
que, en contextos como los referidos a la Prehistoria, se suelen
describir además como construcciones “endebles” y “pobres”,
debido a cómo son considerados los materiales y técnicas de
construcción empleados en ellas.
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Figura 5.1. a. Indicación de los
principales yacimientos del Neolítico
antiguo peninsular donde se conocen
estructuras interpretadas como de
hábitat, con la representación de la
forma propuesta para su planta (Jover
et alii, 2019b: 14, fig. 13). b. Vista de
los restos superpuestos de dos cabañas
circulares delimitadas por agujeros de
poste, en Los Cascajos (Los Arcos,
Navarra) (García Gazólaz y Sesma,
2001: 305, Foto 4).
La información arqueológica disponible apunta a que en
estas construcciones del Neolítico antiguo peninsular se habrían
empleado otros materiales junto con los vegetales, como la tierra, la madera −en forma, al menos, de postes y posiblemente
empleada asimismo en el cerramiento de los alzados, junto con
el barro− y, en algunos casos, también la piedra. Aunque en el
ámbito de la península ibérica no suele asociarse la construcción de estructuras con piedra al Neolítico, entre las escasas
evidencias disponibles acerca de las formas constructivas de
estos momentos, la piedra está presente. Al uso de la piedra en
las numerosas estructuras de tipo encachado, se suman las estructuras circulares y pavimentadas de La Draga (Tarrús, 2008:
24), relacionadas con el almacenamiento, o las de Barranc d´en
Fabra, junto con los alzados de piedra de este mismo yacimiento
(Mestres y Tarrús, 2009: 524), o las improntas de superficies de
piedra planteadas en los restos constructivos de barro de Gavà
(Barcelona) (García López, 2010: 103). Se considera que las
techumbres serían de materiales vegetales, al igual que en la
mayor parte de las reconstrucciones que se realizan de edificaciones pertenecientes al conjunto del abanico temporal de
la Prehistoria reciente. La forma propuesta para la techumbre
suele relacionarse con la morfología de la planta, como en La
Draga, donde para construcciones de planta rectangular se ha
planteado que las techumbres serían a dos aguas y cerradas con
materia vegetal, posiblemente carrizo (Tarrús, 2008: 24).
La ocupación neolítica al aire libre ha sido objeto de
importantes estudios en el área catalana. Entre los yacimientos del Neolítico antiguo en estos territorios con presencia de
diferentes estructuras negativas, incluyendo evidencias de estructuras de hábitat como posibles fondos de cabaña y huellas
de poste del VI milenio BC, se encuentran Carrer d´en Xammar (Mataró, Barcelona) (Pou y Martí, 2005), Font del Ros
(Berga, Barcelona) (López Morillas et alii, 1996), Les Guixeres (Vilobí, Girona) (Mestres, 1981; Oms et alii, 2014; entre
otros) o Plansallosa (Tortellà, Girona) (Bosch Lloret et alii,
1997). También en Los Cascajos (Los Arcos, Navarra) se han
identificado varias estructuras de planta oval, delimitadas por
calzos de poste, interpretadas como restos de cabañas (García
Gazólaz y Sesma, 2007) (fig. 5.1b).
Sin duda, un yacimiento emblemático del Neolítico antiguo
en el marco de la península ibérica es La Draga (Banyoles, Girona) (Tarrús et alii, 1992a; 1994; Tarrús, 2008; Bosch Lloret et
alii, 1999; 2000; 2011; entre otros). Este asentamiento al aire libre
fechado en la segunda mitad del VI milenio BC, al tratarse de un
hábitat lacustre, cuenta con unas condiciones excepcionales de
preservación de la materia orgánica. Esto ha permitido contar con
muy valiosa información sobre la construcción en este yacimiento considerado como una aldea, de forma especial en lo referido
al uso de la madera, habiéndose documentado más de mil postes
(Franch et alii, 2016: 49). Por una parte, en este enclave neolítico lacustre se excavaron numerosas estructuras interpretadas
como cubetas de combustión, fosas para verter desechos, además
de otras estructuras que se habrían podido utilizar para el almacenamiento del grano (Bosch Lloret et alii, 2000: 55-79). Estas
últimas, situadas algo más alejadas del agua que las interpretadas
como viviendas, serían de planta circular, sustentadas por postes
de madera y pavimentadas con losas de piedra (Tarrús, 2008: 24),
como ya se ha mencionado.
En referencia a las construcciones destinadas al hábitat en
este enclave, con un esqueleto de postes de madera, sobre todo
de roble, cerrado con otros elementos de madera entrelazados y
manteados con barro, se habrían levantado estructuras que no
habrían estado sobreelevadas, a modo de palafitos, sino construidas directamente sobre el suelo y que tendrían una planta
rectangular (fig. 5.2). En cambio, otros yacimientos al aire libre fechados también en el Neolítico antiguo de esos territorios,
como Les Guixeres o Barranc d´en Fabra, presentan restos de
construcciones que habrían sido realizadas con planta oval.
Las singulares condiciones de preservación de las estructuras
neolíticas en La Draga han permitido profundizar en los materiales
y técnicas utilizados. En la pavimentación del interior de las estructuras se habría empleado corteza de árboles, así como troncos,
cortados por la mitad o con la sección completa (Bosch Lloret et
alii, 2000: 90, 316; Tarrús, 2008: 23, 24). La singular preservación
de postes y estacas de madera permite observar la forma en que sus
extremos fueron trabajados para facilitar su inserción en el suelo.
También se ha documentado que se utilizaron como postes troncos
no rectilíneos o que conservaban sin podar alguna de sus ramas
(Bosch Lloret et alii, 2000: 81, 86). Además, se han conservado,
entre otros restos materiales de naturaleza orgánica de singular relevancia, evidencias de cordelería y cestería, para los que ha podido
abordarse el estudio de distintos sistemas de trenzado (Bosch Lloret
et alii, 2000: 254-256) (fig. 5.5b). Esto ha permitido comprobar que
tanto la cuerda trenzada como la cuerda torsionada se emplearon ya
en el VI milenio en La Draga, con diferentes usos y fabricadas con
fibras de especies arbóreas y vegetales diferentes al esparto (Piqué
et alii, 2018: 267, fig. 8).
Desde los inicios de la Prehistoria reciente, en el interior de
estructuras negativas, tanto en fosos como en las de tipo silo, es
frecuente el hallazgo de restos de barro endurecido en deposición
57
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Figura 5.2. a. Plantas de viviendas en La Draga (Banyoles, Girona), planteadas a partir de postes en el sector C (a partir de Bosch Lloret
et alii, 2000: 101, fig. 78). b. Reconstrucción de las edificaciones de La Draga (Palomo et alii, 2017: 23, fig. 12).
secundaria, de origen constructivo, pero también que habrían
pertenecido a elementos muebles. Estos restos se asocian principalmente a edificaciones que pudieron ser de diverso tipo y de
las que con bastante frecuencia no se tiene evidencia directa en
los yacimientos neolíticos. En la península ibérica, hallazgos de
restos de barro de esta naturaleza se han producido en numerosos
enclaves y desde el Neolítico antiguo, como en las estructuras
negativas de Can Roqueta/Torre-romeu (Sabadell, Barcelona)
(Oliva y Terrats, 2005: 545), o en el interior de paleocanales en
El Barranquet (Oliva, Valencia) (Esquembre et alii, 2008).
Los fragmentos de barro hallados en yacimientos neolíticos
peninsulares pueden haber formado parte también de estructuras de
actividad, como las más de veinte documentadas en Xarez 12 (Reguengos de Monsaraz, Portugal), construidas con tierra y con una
base de piedra, que abarcarían una cronología desde el Neolítico
antiguo al Neolítico final (Gonçalves et alii, 2008: 169-170) (fig.
5.3). Formas circulares u ovales presentan también las instalaciones
de barro o grandes recipientes contenedores, de gruesas paredes, documentados en la estructura negativa 100 de Costamar (Ribera de
Cabanes, Castellón) (Flors, 2009: 582, Lám. V. 3) (fig. 5.4a).
No obstante, los restos de barro hallados en estos contextos
secundarios también pueden haber formado parte de las propias estructuras negativas (Sánchez García, 1997b: 148). Una
importante aplicación de la tierra en relación con las estructuras
de tipo silo o cubeta es su posible uso en el revestimiento de
las paredes y para su cubrición. Este empleo del barro se ha
documentado en el yacimiento neolítico antiguo de El Prado
(Burgos), donde las paredes de los silos se habrían revestido
con arcilla para su aislamiento, alcanzando entre 8 y 12 cm de
grosor, desde el tercio superior hacia el fondo de la estructura
negativa (Alonso y Jiménez, 2014: 42-43).
Por su parte, datadas en la primera mitad del V milenio BC,
en Barranc d´en Fabra (Amposta, Tarragona) (Bosch Argilagós
et alii, 1996) se conocen una serie de construcciones ovales en
cuyos muros se habría empleado la piedra, planteándose incluso
que habrían sido construidos mediante la técnica de la piedra seca
(Bosch Argilagós et alii, 1996: 55; Mestres y Tarrús, 2009: 524).
Se plantea que la piedra podría haberse empleado en los zócalos y
que el resto del alzado fuera de tierra y materia vegetal. Se han hallado ciertas evidencias del empleo de la tierra en la construcción
de este enclave, así como de los vegetales y la madera, asociados a
las cubiertas y a los postes sustentantes de las mismas. Además, se
ha apuntado la existencia de estructuras de combustión en los espacios exteriores y de un enlosado, en cuyo interior se encontraba
un agujero de poste e interpretado como una instalación destinada
al almacenamiento (Mestres y Tarrús, 2009: 524).
Figura 5.3. a. Planta de estructuras
de combustión neolíticas construidas
con barro en Xarez 12 (Reguengos
de Monsaraz, Portugal) (Gonçalves
et alii, 2008: 169, fig. 2). b. Vista de
las estructuras durante su excavación
(Gonçalves et alii, 2008: 170, fig. 3).
58
[page-n-72]
Figura 5.4. a. Estructuras neolíticas de
barro halladas en Costamar (Torre la
Sal, Castellón) (Flors, 2009: 587, Lám.
5. 3). b. Planta de las edificaciones de
Ca n’Isach (Palau-saverdera, Girona)
(Tarrús et alii, 2016: 252, fig. 4)
Otras estructuras neolíticas, del V y IV milenio BC, han sido
excavadas en Ca n’Isach (Palau-saverdera, Girona) (Tarrús et
alii, 1992b; 2016; Tarrús, 2017). Datada en el V milenio se documentó una construcción de planta rectangular, delimitada por
una fosa perimetral en cuyo interior se situaban una serie de
calzos de poste. Por otro lado, asociadas a la primera mitad del
IV milenio BC, se han identificado cuatro estancias, con una
planta en forma de “U”, muros gruesos que serían de piedra
seca y calzos de poste en su interior (fig. 5.4b). Además, durante
estos momentos se habría construido una edificación de planta
oval y mayor tamaño, también de alzados de piedra seca, con silos en su interior, algunos de ellos enlosados (Mestres y Tarrús,
2009: 528; Tarrús et alii, 2016: 251-252, fig. 4). El hallazgo de
un gran resto de barro endurecido en el interior de uno de los
silos enlosados permitió plantear que hubiera estado tapado o
recubierto con barro (Tarrús et alii, 1992b: 36).
Asimismo, en Bòbila Madurell (Sant Quirze del Vallès,
Barcelona) ya se destacó la presencia de fondos de cabaña de planta
circular (Muñoz Amilibia, 1965: 323), atribuibles al Neolítico medio, a la primera mitad del IV milenio BC (Martín Colliga et alii,
1996), así como de estructuras de combustión (Llongueras et alii,
1981). Se han hallado restos constructivos de barro en el interior
de estructuras interpretadas como de hábitat, pero también entre
los materiales recuperados en el interior de sepulturas (Plasencia, 2016), habiendo sido objeto de estudio junto con fragmentos
constructivos de barro de cronologías posteriores (Miret, 1992).
Además, entre los rellenos de la mina 84 de Gavà (Barcelona)
se documentaron en deposición secundaria restos de barro endurecido a los que se atribuye una cronología neolítica (García
López, 2010). Entre los elementos interpretados como constructivos (fig. 5.5a) se hallan fragmentos asociados a techumbres y
alzados y su documentación ha permitido inferir la existencia de
algún tipo de construcción o construcciones cercanas a la mina.
Los elementos asociados a techumbres presentan improntas de
vegetales y de piedras, así como evidencias de un alisado manual. Los fragmentos interpretados como revestimientos de barro de alzados no muestran improntas de vegetales en sus caras
internas y se ha planteado que estuvieran revistiendo alzados de
piedra. Además, se hallaron fragmentos de elementos muebles
de barro, que pertenecerían a estructuras de combustión y a recipientes (García López, 2010: 104).
Otros casos de hallazgo de restos de barro endurecido en
deposición secundaria de cronologías neolíticas a partir del V
milenio BC se han producido en Feixa del Moro (Juberri, Andorra), donde se hallan tanto en fosas como en el interior de
calzos de poste (Prats, 2018). También en Costamar (Torre la
Sal, Castellón), que cuenta con numerosas estructuras negativas datadas a inicios del V milenio BC (Flors, 2009), en Los
Limoneros II (Elche, Alicante) (Barciela et alii, 2014; García
Atiénzar et alii, 2020) −ver 5.1.1−, o en Fuente de Isso (Hellín,
Albacete) (García Atiénzar, 2010: 43, 75), yacimiento fechado
en el tránsito entre el IV y el III milenio BC.
Asimismo, en Los Castillejos de las Peñas de los Gitanos
(Montefrío, Granada) (Arribas y Molina, 1977; 1979; Ramos
Cordero et alii, 1997; entre otros) se documentaron estructuras de combustión, realizadas con tierra y piedras, datadas
desde el Neolítico antiguo. En momentos posteriores se identifican zócalos de piedra, bancos, soportes vasares y estructuras negativas de tipo silo (Ramos Cordero et alii, 1997: 268).
Asociado al Neolítico medio se habría registrado el hallazgo de restos de barro con improntas vegetales de cañas y ramas y de lo que se describió como “estuco pintado de rojo”
(Rubio, 1985: 156; Pellicer, 1995: 97).
Por otro lado, en relación con el tema de esta investigación
cabe destacar las propuestas formuladas acerca del uso del fuego en la configuración de tumbas monumentales neolíticas ubicadas en la Submeseta Norte, como en La Peña de la Abuela y
La Sima (Soria). Denominadas “tumbas-calero”, se ha planteado que se diseñaron para ser selladas por el fuego al colapsar
su estructura de piedra y con conocimiento de la tecnología de
producción de la cal (Rojo et alii, 2002).
En cuanto a la zona sur de las tierras valencianas, de acuerdo
con las investigaciones recientes, el proceso de neolitización se
habría iniciado en torno al 5600 cal BC (García Atiénzar, 2010:
44; García Atiénzar y Jover, 2011: 19; Jover y Torregrosa, 2017;
entre otros). Las evidencias más tempranas de este proceso se
centran por el momento en el valle del río Serpis, territorio del
que se dispone de una destacada calidad de información arqueológica, así como de los valles del Gorgos y Clariano (Torregrosa y
Jover, 2016). Para estos momentos iniciales del Neolítico, se considera que las evidencias de ocupación humana en las cuevas no
supondrían necesariamente su uso como lugares de hábitat, sino
59
[page-n-73]
Figura 5.5. a. Ambas caras de un
resto constructivo de tierra neolítico,
hallado en Gavà (Barcelona) (a partir
de García López, 2010: 99, figs. 1-2).
b. Distintos fragmentos carbonizados
de cuerdas, de La Draga (a partir de
Piqué et alii, 2018: 267, fig. 3). c.
Resto de barro interpretado como
parte de un horno, procedente de Mas
d’Is (Penàguila, Alicante) (Bernabeu
et alii, 2003: 44, fig. 3a).
que éste se desarrollaría de manera preferente en asentamientos
al aire libre (Bernabeu et alii, 2003: 46; García Atiénzar, 2004;
García Atiénzar y Jover, 2011: 18; entre otros).
Las cavidades se utilizarían por parte de comunidades
productoras de alimentos con variadas funciones: como lugares
de refugio, rediles, espacios de reunión, de enterramiento y con
carácter simbólico (García Atiénzar, 2004; 2012: 259; García
Atiénzar y Jover, 2011: 18). En la ocupación de las cuevas, el
barro se habría podido utilizar para su acondicionamiento interno, conformando, por ejemplo, cerramientos, separaciones
internas o estructuras de almacenamiento, en combinación con
otros materiales, como vegetales y madera. Así, en los niveles
estratigráficos 2, 3 y 4 de la Cova de les Aranyes del Carabassí
(Santa Pola, Alicante), para los que se estima una cronología
de finales del VI milenio BC, o quizá de inicios del V milenio BC, se hallaron restos de barro endurecido que indicarían la
existencia de una estructura realizada con este material (Guilabert y Hernández Pérez, 2014: 83). Asimismo, en la Cova de les
Cendres (Teulada-Moraira, Alicante) (Bernabeu et alii, 2001)
en el interior de diferentes fosas fueron también documentados
fragmentos constructivos de barro con improntas de ramaje,
que podrían proceder de estructuras realizadas en la cueva
(Bernabeu et alii, 2001: 70).
Los asentamientos al aire libre del Neolítico antiguo se
ubicarían en los fondos de valle, en zonas llanas cercanas a cursos de agua (Bernabeu et alii, 2003: 46; García Atiénzar y Jover,
2011: 18; García Atiénzar, 2012: 259; entre otros). La consideración de los asentamientos al aire libre como el tipo de hábitat
característico de los momentos iniciales del Neolítico comenzó
a establecerse en la investigación a inicios de la década de 1990
60
(Mestres, 1992; Gómez y Díez, 2005; Jover y Torregrosa, 2011:
8). Cabe pensar en estos espacios como áreas que permiten una
buena disponibilidad de recursos naturales que utilizar como materiales de construcción. La materia vegetal, la tierra y el agua se
obtendrían en el entorno de los espacios escogidos para construir
y para habitar en ellos. Entre los yacimientos al aire libre que
se constatan en estos territorios desde mediados del VI milenio
BC se encuentran Mas d’Is (Penàguila, Alicante) (Bernabeu et
alii, 2003; Bernabeu y Orozco, 2005; Bernabeu et alii, 2012),
Benàmer (Muro d´Alcoi, Alicante) (Torregrosa et alii, 2011) y El
Barranquet (Oliva, Valencia) (Esquembre et alii, 2008).
En lo referente a las evidencias de construcciones de los
inicios del Neolítico, destaca Mas d´Is, situado en la cabecera del
río Penàguila, donde se han excavado tres estructuras interpretadas como fondos de cabaña, que habrían sido construidas con
madera, materia vegetal y barro, datadas a mediados del VI milenio BC. Presentarían plantas rectangulares con extremo absidial
(fig. 5.6b) y se interpreta que habrían estado sostenidas por postes
de madera, de los que se han conservado las huellas de poste, formando el perímetro de la estructura, pero también, en algún caso,
asociados al espacio interno y externo de las edificaciones (Bernabeu et alii, 2003: 43). Con dichos materiales se habrían podido
construir también estructuras de delimitación del espacio interno
(Gómez y Díez, 2005: 478-479). A pocos metros de la llamada
Casa 1 se hallaron los restos de una estructura de barro con una
cubierta a modo de cúpula o semicúpula, tratándose posiblemente
de un horno (Bernabeu et alii, 2003: 43-44).
En Mas d´Is se han documentado también diversos fosos
concéntricos, construidos en distintos momentos a lo largo de unos
mil años. De ellos, los fosos 4, 5 y 6, datados en el VI milenio BC,
[page-n-74]
Figura 5.6. Localización de los restos
de estructuras de hábitat y tramos
de fosos excavados en Mas d’Is
(Penàguila, Alicante) (a partir de
Bernabeu et alii, 2012: 62, fig. 14).
b. Planta de la Casa 1 de Mas d‘Is
(Bernabeu et alii, 2003: 42, fig. 2).
se encontrarían separados de las viviendas, que estarían ubicadas
al exterior de los mismos. Los fosos alcanzan entre 12 y 18 m
de ancho en su parte más elevada (Bernabeu y Orozco, 2005)
y han sido interpretados como parte de un recinto monumental.
Tienen una sección en “U” y posiblemente estaban segmentados
(Bernabeu et alii, 2003: 44; Bernabeu y Orozco, 2005), hecho que
se ha observado en el foso 5. Es interesante señalar que el foso 1
se interpreta como relacionado con la extracción de tierra para la
construcción (Bernabeu et alii, 2003: 43).
En otros casos, se han recuperado evidencias indirectas de
construcciones del Neolítico antiguo, entre las que destaca el
hallazgo de restos constructivos de barro endurecido. En la segunda fase de Benàmer (Muro d´Alcoi, Alicante) (Torregrosa
et alii, 2011) se documentó una ocupación neolítica fechada en
el 5400-5200 cal BC, a la que se asociaban diferentes estructuras, como encachados o empedrados de planta circular. De estos
momentos se hallaron fragmentos constructivos de barro (fig.
5.7) que podrían asociarse a un fondo de cabaña y, posiblemente, también a alguna de las estructuras encachadas (Torregrosa
et alii, 2011: 90; Jover, 2013). El posible fondo de cabaña, de
planta oval-irregular, estaría relacionado con diferentes áreas de
actividad (Jover, 2013; Jover y Torregrosa, 2017). Una muestra de estos materiales fue analizada de forma microscópica
mediante diferentes técnicas, apuntándose el empleo de cenizas y carbones en el sedimento utilizado para construir durante esta ocupación, materias posiblemente añadidas a modo de
estabilizante (Vilaplana et alii, 2011).
Por otro lado, en el yacimiento de la calle Colón de
Novelda (Alicante) (García Atiénzar et alii, 2006) se documentaron tres estructuras datadas a finales del VI milenio
BC, que podrían haber perdurado hasta inicios del V milenio BC. Dos de ellas son estructuras negativas, posiblemente relacionadas con la combustión. Esta función ha sido
interpretada a partir de la presencia de carbones en el sedimento que las rellenaba, unido al hecho de que los cantos que
formaban parte de ellas sólo se encontraban rubefactados por
una cara, la expuesta a la parte superior. En el relleno de una
de las cubetas, además de cantos rubefactados y otros materiales arqueológicos, se hallaron fragmentos constructivos
de tierra. Además, una tercera estructura se interpreta como
una posible área habitacional y de desarrollo de distintas
actividades, donde se documentaron materiales arqueológicos, incluido restos de barro endurecido (García Atiénzar et
alii, 2006: 20-24). También en el Barranquet (Oliva, Valencia), se han identificado áreas de desecho con materiales del
Neolítico antiguo, entre los que se encontraron más de 90
restos de barro (Esquembre et alii, 2008).
Asimismo, desde finales del VI milenio BC se conocen
evidencias de ocupación en diferentes puntos del valle del río
Vinalopó, asociadas al proceso de expansión poblacional de
Figura 5.7. Ambas caras de un fragmento constructivo de barro endurecido, con huellas de vegetales, de la ocupación del Neolítico
antiguo de Benàmer (Muro d´Alcoi, Alicante).
61
[page-n-75]
los grupos neolíticos (Torregrosa y Jover, 2016; Jover et alii,
2018d). Éstas se registran en yacimientos como La Alcudia (Elche, Alicante) (Ramos Molina, 1989; Hernández Pérez, 2005;
Martínez Monleón, 2014b: 35), Ledua (Novelda, Alicante)
(Hernández Pérez y Alberola, 1988), el Arenal de la Virgen
(Villena, Alicante) (Soler García, 1965; 1976; Fernández López de Pablo et alii, 2008) o Casa de Lara (Soler García, 1961;
Fernández López de Pablo, 1999), donde se encontraron restos
constructivos con improntas vegetales (Soler García, 1961; Rubio, 1985: 156). No obstante, en estos momentos del Neolítico
antiguo en el Levante peninsular los restos arqueológicos de
estructuras construidas son considerablemente escasos y parciales. Por ejemplo, en el Arenal de la Virgen, como evidencia
de una posible estructura de hábitat y actividad, sólo han sido
hallados un agujero de poste, una cubeta y un hogar (Fernández
López de Pablo et alii, 2008: 115). Por su parte, en La Vital
(Gandía, Valencia) se hallaron, en el sector 3, dos cubetas y un
agujero de poste a los que se atribuye una cronología de finales
del VI milenio BC (Pérez Jordà et alii, 2011: 28).
Respecto a los asentamientos al aire libre fechados en el
V milenio BC, en el Tossal de les Basses (Alicante) (Rosser y
Fuentes, 2007; Rosser y Soler Ortiz, 2016) se documentaron varias estructuras de planta ovalada interpretadas como fondos de
cabaña, datadas en la segunda mitad del V milenio BC, en cuyo
interior se hallaron hogares y un vasar, rodeados de distintas
cubetas y enmarcados por un foso. Tanto en el interior de las cubetas como en el foso se recuperaron fragmentos constructivos
con improntas vegetales y con caras alisadas y enlucidas, que
procederían de las techumbres o alzados de estas construcciones. Cercano a este espacio de hábitat se documentó otro foso,
de escasa profundidad y que, conectado a dos pozos, se consideró que habría formado parte de un sistema de irrigación (Rosser
y Fuentes, 2007: 15-19, 31).
La excavación en el yacimiento de Benàmer (Muro d´Alcoi,
Alicante) (Torregrosa et alii, 2011) reveló también una fase de
ocupación asociada al Neolítico medio-final ‒Benàmer III y IV‒,
de mediados del V milenio BC, a la que pertenecerían multitud
de estructuras negativas, silos, cubetas y fosas, formando una amplia zona de almacenamiento (Torregrosa y Jover, 2011: 90-93).
Se realizaron análisis fisicoquímicos de dos muestras procedentes
del recubrimiento interno de dos silos de la fase Benàmer IV, que
presentaban dos superficies paralelas, una de ellas plana y compacta, y una coloración blanquecina, ante la hipótesis de que se
tratara de revestimientos de estas estructuras negativas, quizá con
contenido en cal. No obstante, los resultados concluyeron que se
trataba de una mineralización y calcificación de cianobacterias
(Martínez Mira et alii, 2011). También en Ledua (Novelda, Alicante) se excavaron estructuras neolíticas, de entre finales del V e
inicios del IV milenio BC, en cuyos muros se habría empleado el
barro, como puede inferirse a partir de los materiales constructivos
térreos hallados (Hernández Pérez y Alberola, 1988: 155).
Con una cronología establecida entre finales del IV milenio
e inicios del III milenio BC, el yacimiento de Galanet (Elche,
Alicante) (Torregrosa et alii, 2014) está formado por multitud
de estructuras negativas, de planta mayoritariamente circular,
de las que pudieron excavarse un total de 85 de cronología
prehistórica. Los materiales hallados en el interior de esta serie de estructuras se hallaban muy erosionados y fragmentados, lo que contribuiría a apuntar un uso inicial destinado al
62
Figura 5.8. a. Cara externa y alisada de un resto de barro endurecido
recuperado en Galanet (Elche, Alicante). b. Cara contraria del mismo fragmento, en la que se observan huellas de elementos vegetales
ya desaparecidos, que habrían formado parte de la mezcla de barro.
almacenamiento y otro posterior como depósito de desechos. El
yacimiento se encontraba afectado por distintos procesos erosivos, lo que ha podido influir en que no se hayan documentado
restos de estructuras de habitación, aunque éstas podrían haberse
encontrado más alejadas, separadas del área de almacenamiento
(Torregrosa et alii, 2014: 137-144).
En el interior de algunas de las estructuras se recuperó un
pequeño conjunto de restos constructivos de barro, que presentaban, en su mayoría, una cara alisada y huellas de elementos
vegetales integrados en el mortero, que habrían sido empleados
como estabilizante (fig. 5.8). Su estudio nos permite plantear
la existencia de estructuras construidas con tierra, al menos,
mediante la técnica constructiva del amasado, asociadas a las
estructuras negativas donde los restos habrían sido probablemente desechados, al dejar de funcionar como lugares de
almacenamiento (Jover y Pastor, 2014: 213).
Además, en Galanet se documentó un foso, para el que se ha
planteado que pudiera delimitar un área donde se concentraría un
mayor número de fosas y que podría haber estado destinado al
drenaje. Esta función ha sido planteada para otros fosos de similar
cronología, como el de Fuente de Isso (Hellín, Albacete) (García
Atiénzar, 2010: 53) o El Prado (Jumilla, Murcia) (Lillo y Walker,
1986). Otros fosos datados entre finales del IV milenio BC e inicios
del III se han identificado en La Torreta-El Monastil (Elda, Alicante) (Jover et alii, 2001), La Vital (Gandía, Valencia) (Bernabeu et
alii, 2006; Pérez Jordà et alii, 2011), Camí de Missena (La Pobla
del Duc, Valencia) (Pascual et alii, 2005) o Niuet (L´Alqueria
d´Asnar, Alicante) (Bernabeu et alii, 1994). En Niuet, la presencia
de fosos se ha asociado a funciones de delimitación de los espacios
de hábitat (Bernabeu et alii, 1994).
Otros yacimientos en estos territorios, fechados entre finales
del IV milenio e inicios del III milenio BC y que cuentan con
numerosas estructuras negativas, son Les Jovades (Cocentaina,
Alicante) (Bernabeu, 1993) o Fuente de Isso (Hellín, Albacete) (García Atiénzar y López Precioso, 2008; García Atiénzar,
2010). En Les Jovades se excavaron multitud de estructuras
negativas del Neolítico final, interpretadas de manera mayoritaria como silos, en cuyos rellenos se hallaron abundantes restos constructivos de barro con improntas vegetales (Bernabeu,
1993). En Fuente de Isso se excavó también una estructura de
[page-n-76]
Figura 5.9. a. Área de época neolítica excavada en Los Limoneros II (Elche, Alicante) (Barciela et alii, 2014: 47, fig. 6.4). b. Plano con
indicación de las estructuras excavadas (García Atiénzar et alii, 2020: 27, fig. 2).
tipo fondo de cabaña, excavada en el suelo, de planta rectangular
y esquinas redondeadas y que habría contado con un zócalo de
piedra (García Atiénzar y López Precioso, 2008: 118; García
Atiénzar, 2010: 45-47).
De los enclaves del Neolítico final de Niuet, Les Jovades,
Colata (Montaverner, Valencia) (Gómez et alii, 2004) y La Vital,
se abordó el estudio específico de los restos de barro recuperados
(Gómez, 2004; 2008), tanto de elementos constructivos, asociados a techumbres o alzados ‒con improntas de cañas, carrizo y
ramas‒, como de fragmentos interpretados como restos de pavimentos y de estructuras de combustión. Respecto a los restos
asociados a edificaciones, cabe resaltar el hallazgo de algunas
improntas en ángulo recto, interpretadas como de elementos de
madera cortados de forma transversal (Gómez, 2008: 6, fig. 1.2).
Entre los elementos muebles, destaca la presencia de fragmentos
de vasos contenedores (Gómez, 2004; 2008: 7).
5.1. CASOS DE ESTUDIO
5.1.1. Los Limoneros II
Introducción al yacimiento
El yacimiento prehistórico de Los Limoneros II (Barciela et
alii, 2014; García Atiénzar et alii, 2020) se sitúa al sur de la
ciudad de Elche. Fue localizado en el año 2010, durante el
seguimiento arqueológico de la obra de construcción de infraestructuras en la circunvalación sur de esta población (López Seguí y Lara Vives, 2013: 16). En las excavaciones en
este enclave, llevadas a cabo en 2013 y 2014, se documentaron
restos de lo que se pudo interpretar como un hábitat disperso
de época neolítica (García Atiénzar et alii, 2020: 31).
En la llamada zona 1 del yacimiento se hallaron nueve
estructuras negativas de tipo silo, así como un foso ‒UE 1213‒
(fig. 5.9), que habría sido realizado aprovechando un cauce de
agua y amortizado mediante el depósito de desechos (López
Seguí y Lara Vives, 2013: 26). Para estas estructuras, coetáneas, se ha establecido una cronología neolítica postcardial,
aproximadamente entre el 5000-4500 cal BC (García Atiénzar
et alii, 2020). Por su parte, en la zona 2, se hallaron materiales arqueológicos diversos, como cerámica peinada, en torno a manchas circulares interpretadas como posibles hogares
(Barciela et alii, 2014: 47).
Los materiales de barro de Los Limoneros II
De los niveles neolíticos de este yacimiento se recuperaron 23
fragmentos constructivos de barro.1 Fueron hallados en deposición secundaria, en el interior de algunas de las estructuras
negativas y, en su gran mayoría, del foso. Los restos de barro
recuperados son de tamaño variado, abarcando desde 1,6 x 1,2
x 0,8 cm hasta un máximo de 9 x 4,5 x 3 cm. De coloración
1
Agradecemos a la empresa Alebus Patrimonio Histórico S.L.U. el
habernos permitido el acceso a los restos constructivos procedentes
de Los Limoneros II y al informe preliminar de las excavaciones.
Para una primera aproximación a estos materiales y detalles sobre
el estudio, ver Pastor (2017b).
63
[page-n-77]
Figura 5.10. a. Huella negativa en el mortero de barro de uno de los
restos de Los Limoneros II, correspondiente a una semilla. LIM II
1002/7-1. b. Evidencias de la presencia de vegetales ya desaparecidos en la mezcla de barro de otra de las piezas del conjunto. LIM
II 1014/17-1.
marrón claro y amarillento, con el interior ennegrecido en
algunas piezas, presentan formas distintas y variadas y la mayoría muestran un considerable grado de endurecimiento.
En cuanto a la observación macroscópica de la composición
de los fragmentos, se aprecian algunas piedras y cantos rodados, de hasta 0,9 cm de largo. Además, se observan huellas
que parecen corresponderse con semillas (fig. 5.10a), así
como otras evidencias de la presencia de materia vegetal en
el mortero de barro (fig. 5.10b). El hallazgo puntual de huellas de semillas también ha sido señalado por otros estudios
de materiales de barro endurecido de cronologías neolíticas
(Gómez, 2008: 8).
En una pequeña parte de los fragmentos se observan
improntas constructivas, de sección circular (fig. 5.11), de entre 1 y 2 cm de ancho, que podrían haber pertenecido a cañas
en algún caso, dada la conservación de estrías verticales en el
interior de la impronta, así como a ramas o varas. Estas piezas
cuentan también con una cara contraria alisada o regularizada,
que se correspondería posiblemente con una superficie externa.
Es importante resaltar la presencia, en uno de los elementos
de barro, de una superficie con múltiples improntas negativas,
de sección circular y 1 mm de diámetro aproximadamente, dispuestas en diferentes planos de profundidad y con direcciones
opuestas, cruzadas. Su morfología parece responder al contacto
del mortero aún húmedo con una superficie de tejido vegetal, de
cestería o de parte de una estera (fig. 5.12). La cara contraria del
fragmento no presenta impronta alguna.
Durante la excavación arqueológica del foso de Los
Limoneros II se recuperó un pequeño grupo de piezas de barro
que parecen corresponderse con fragmentos de paredes de vasos
o recipientes, que no habrían sido sometidos a cocción cerámica. En algún caso puede observarse una fina capa aplicada en
una de las superficies de la pieza, la exterior. En este sentido,
recipientes de barro, con una cronología propuesta del Neolítico
medio, se han identificado por ejemplo entre los materiales térreos hallados en deposición secundaria de la mina 84 de Gavà
(Barcelona) (García López, 2010).
Por otro lado, entre los materiales de barro recuperados en
Los Limoneros II encontramos algunas piezas de pequeño tamaño con evidencias de modelado manual y cuya morfología
no permite determinar en mayor profundidad su naturaleza.
No creemos que pueda descartarse que una de ellas pudiera ser
parte de algún elemento mueble figurado (fig. 5.13a), aunque
su grado de fragmentación no permite identificarlo en mayor
medida.
64
Figura 5.11. a. Fragmento con una impronta constructiva (lateral
izquierdo de la imagen). LIM II 1017/209-11. b. Impronta, posiblemente de caña, en otro resto de barro (parte superior de la imagen).
LIM II 1018/10-2.
Figura 5.12. a. Fragmento de barro endurecido con la impronta de
un tejido vegetal en una de sus caras. b. Detalle de la impronta de
las fibras entrecruzadas. LIM II 1018/9-1.
Figura 5.13. Pequeños restos de barro con evidencias de modelado
manual. a. LIM II 1005/3-1. b. LIM II 1017/209-1.
Figura 5.14. a. Vista cenital de un elemento de barro interpretado
como parte del borde, algo apuntado, de una estructura. b. Vista
del perfil de la pieza, donde se observa que su interior tiene una
coloración ennegrecida. LIM II 1017/209-13.
[page-n-78]
Figura 5.15. Izda. Distribución de los
restos de barro de Los Limoneros II
en función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
Asimismo, una de las piezas del conjunto muestra un perfil
en ángulo y una superficie alisada, que permite plantear que proceda del borde, con forma algo apuntada, de una estructura de
barro (fig. 5.14), fuera ésta mueble o inmueble. El interior de la
pieza presenta una coloración ennegrecida y huellas negativas
del empleo de estabilizante vegetal.
el estudio de estos elementos de barro endurecido se constata la
producción de posibles instalaciones de equipamiento doméstico,
de tejidos vegetales −que no puede descartarse que se utilizaran
con funciones constructivas−, y de objetos de barro, fabricados
mediante el amasado y modelado de este material.
Valoración
En definitiva, a pesar de ser unos restos muy escasos y
fragmentados, proporcionan información sobre la existencia de
unas estructuras que no han podido ser identificadas durante el
proceso de excavación en Los Limoneros II. Desconocemos cuántas estructuras se construyeron en el enclave y dónde se ubicaron,
así como sus dimensiones y buena parte de sus aspectos constructivos. Sabemos que habrían sido edificadas, al menos, mediante la técnica del bajareque, con tierra y elementos vegetales
que han dejado su impronta en los restos constructivos. El barro,
estabilizado con materia vegetal, se habría aplicado sobre cañas
o varas, aunque las evidencias recuperadas de estos materiales y
partes constructivas son muy limitadas (fig. 5.15). Además, con
5.1.2. El Alterón
Introducción al yacimiento
El Alterón (Crevillente, Alicante) (Trelis et alii, 2014), es un
yacimiento ubicado en la llanura aluvial sobre una pequeña elevación, en la margen derecha del Barranc del Botx, a escasos
kilómetros al norte del área lagunar de El Fondo. Fue excavado
en el año 2008 en el marco de actuaciones arqueológicas de
salvamento.
En este yacimiento se excavaron un total de 11 estructuras negativas de tipo fosa adscritas a época neolítica, que se habrían utilizado
para la cocción, el almacenaje o a modo de vasar, reutilizadas después como basureros y para las que se ha estimado una cronología
Figura 5.16. a. Planta y distribución
de las fosas de época neolítica
excavadas en El Alterón. b.
Fragmentos de barro endurecido
hallados en el interior de la fosa 4800.
c. Dicha estructura negativa, una vez
excavada (a partir de Trelis et alii,
2014: 92, 96, figs. 9.2 y 9.8).
65
[page-n-79]
Figura 5.17. a. Algunos restos del
borde de la pieza de barro de El
Alterón, con digitaciones en la parte
superior e improntas de troncos en la
base. b. Reconstrucción hipotética del
gran recipiente al que pertenecerían
(a partir de Trelis et alii, 2014: 96,
fig. 9.9).
Figura 5.18. a. Detalle de un
fragmento de borde con digitaciones
y donde se aprecian las huellas del
estabilizante vegetal. AL 1. b. Vista
lateral de uno de los fragmentos,
donde se observan evidencias de una
capa externa. AL 5.
del último tercio del V milenio BC e inicios del IV (Trelis et alii,
2014: 95, 99) (fig. 5.16a). Diferentes alteraciones postdeposicionales, tanto naturales como antrópicas, principalmente la actividad
agrícola, han afectado a las fosas, que se considera que habrían
estado algo alejadas de las áreas de hábitat.
Entre los materiales hallados en el interior de los rellenos de
estas estructuras negativas se encuentran los fragmentos de lo que
se interpretó como una pieza de barro de gran tamaño. Fueron recuperados en la UE 11, en el interior de la fosa UE 4008 (fig. 5.16b y
c), considerados como pertenecientes a un gran recipiente inmueble,
rectangular y de fondo plano irregular, que también podría haber
sido transportable. Se observaron improntas vegetales en el exterior
de su fondo, que se corresponderían con troncos y ramaje, sobre
los que se asentaba. El borde presentaba una decoración realizada
mediante digitaciones (fig. 5.17). Sobre su funcionalidad, se planteó
que pudiera tratarse de un “brasero móvil”, de una cubeta para la
decantación de arcilla con la que producir cerámica o destinada al
almacenamiento del grano (Trelis et alii, 2014: 92-96).
Los materiales de barro de El Alterón
En el marco de esta investigación hemos podido abordar el
estudio macrovisual de las piezas de barro halladas en una de
las fosas de El Alterón2 e interpretadas como pertenecientes
2
66
Agradecemos a la empresa ARPA Patrimonio S. L., a Francisco
Andrés Molina Mas e Inmaculada Reina Gómez, quienes dirigieron
la intervención arqueológica, así como a Julio Trelis Martí, director
del Museo arqueológico de Crevillente, el acceso a los materiales
para su estudio.
a un gran recipiente. Hemos llevado a cabo el estudio
individualizado de un total de 13 fragmentos, que habían sido
consolidados y, en algún caso, pegados y en parte reconstruidos. Así, mostraban una consistencia altamente endurecida y
formas irregulares, aunque también alargadas o de contorno
ovalado. Las dimensiones de los restos estudiados abarcan
desde los 11 x 7 x 8 cm hasta los 30 x 27 x 7 cm en el de mayor
tamaño. Presentan una coloración marrón claro, observándose
el interior ennegrecido en la mayoría de las piezas estudiadas.
Asimismo, en la mayor parte de los fragmentos se observan
huellas claras del empleo como estabilizante de materia vegetal machacada o cortada, mostrando tramos de longitudes
regulares (fig. 5.18a).
La morfología de las piezas permite interpretarlas como
probables superficies, paredes y bordes de una estructura al modo
de la que fue descrita por Trelis y otros (2014), conservándose
algunas partes internas de la base y el arranque hacia las paredes,
o fragmentos de éstas con restos de su unión con una base de tendencia horizontal, en lo que sería la parte interior del recipiente o
estructura. Algunos fragmentos con dos caras alisadas paralelas
pueden considerarse pertenecientes a partes centrales de las paredes. No obstante, estas piezas son sólo una muestra del elemento u
elementos originales a los que pertenecieron, que no encajan entre
sí en su totalidad, por lo que consideramos que no puede descartarse del todo que, más allá de la muestra abordada, entre el conjunto
de los fragmentos de barro recuperados en la fosa UE 4800 no
haya algunos que no formaran parte de esta misma estructura.
En 8 de las 13 piezas analizadas se documenta una impronta
negativa de tronco, que se situaría en el exterior de la base de
este recipiente. El diámetro de las improntas presenta unas
[page-n-80]
Figura 5.19. Improntas de troncos con
huellas de vegetales en su superficie.
a. AL 11. b. AL 6.
Figura 5.20. a. Vista cenital de cuatro
digitaciones realizadas sobre el borde
en una de las piezas de El Alterón.
AL 1. b. Rehundimiento en la parte
inferior de una de las piezas. AL 5.
dimensiones desde los 6,5 cm hasta los 7,5 cm. En casi todas
estas improntas se observan huellas negativas de materia vegetal finas y alargadas (fig. 5.19), en mayor o menor cantidad en
función del fragmento considerado. La totalidad de los restos
conservaban superficies externas, alisadas y que, en algunos de
ellos, conservaban muestras de una capa externa que las recubría
(fig. 5.18b), a modo de enlucido. En algunas piezas se observan
huellas de la manipulación y moldeado del barro con los dedos de
la mano, así como huellas horizontales y paralelas del alisado de
las superficies. En uno de los fragmentos que correspondería a la
base ‒AL 2‒ se distinguen dos gruesas capas superpuestas, como
si hubiera sido objeto de una refacción o recrecimiento.
Destaca que en algún fragmento correspondiente a una parte del borde se observa un rehundimiento en su parte inferior,
que puede relacionarse con la manufactura de la pieza (De Chazelles, 2005b: 240) (fig. 5.20b), como se apunta también en el
capítulo siguiente, en restos de recipientes de barro de gran tamaño de Vilches IV y Les Moreres −ver fig. 6.66−. Tres de las
piezas del conjunto estudiado presentan un borde con distintas
digitaciones en su parte superior (fig. 5.20a), conservadas en un
número entre 4 y 7, realizadas consecutivamente y alineadas. El
diámetro de estas marcas realizadas con los dedos varía entre 1
y 1,2 cm, presentando distintas morfologías, rasgos que pueden
deberse a la diferente posición de los dedos al realizarlas.
Respecto a la morfología propuesta para el recipiente en
la reconstrucción hipotética, rectangular y alargada, con paredes de la misma altura, en el estudio macroscópico de las
piezas hemos observado dos fragmentos de gran tamaño con
dos superficies planas que convergían en el arranque de lo que
podría ser una subdivisión, de escasa altura, quedando ambas
superficies a cada uno de los lados de éste ‒AL 6‒. En la cara
contraria de ambas piezas se hallaron sendas improntas de
troncos, en direcciones perpendiculares al recorrido de esta
subdivisión. Considerando estas formas, cabe la posibilidad de
que, siendo estas piezas de gran tamaño del mismo recipiente
que el resto, con bordes de mayor recorrido y digitaciones,
este elemento no tuviera la totalidad de la forma propuesta
en la reconstrucción. Las piezas citadas apuntan a la existencia de una subdivisión entre dos superficies. Es posible que
ésta fuera una compartimentación interna de una pieza como
el recipiente propuesto, o que éste no tuviera la misma forma
cerrando la totalidad de su contorno.
Valoración
Estos fragmentos de barro recuperados en El Alterón permiten
plantear algunos aspectos acerca de la forma original a la que pertenecieron, considerando que es muy posible que al menos las 13 piezas que hemos abordado aquí pertenecieran a un mismo elemento.
Por un lado, pueden inferirse ciertas cuestiones acerca de su
elaboración. Se observan de forma destacada huellas de elementos
vegetales añadidos como estabilizante, visibles en toda la superficie
de la pieza, en la base y en las paredes, a tramos regulares, fruto de
la preparación de la materia vegetal para ser añadida a la mezcla
de barro. En este caso, observamos estas evidencias de estabilización en lo que parece ser una instalación o estructura de actividad,
rasgos que se observan en el resto de los conjuntos estudiados en
esta monografía, en fragmentos constructivos, elementos inmuebles y muebles. Este elemento de El Alterón habría sido modelado
a mano, de lo que se conservan huellas del uso de los dedos en sus
superficies. Éstas además se encontrarían revestidas, posiblemente
por completo, observándose restos de capas externas en varias de
las piezas estudiadas.
Acerca de la especie lígnea empleada cuyos troncos han
dejado improntas en lo que consideramos la base de la estructura, podría tratarse de madera de una de las especies identificadas
en los análisis antracológicos efectuados en El Alterón: acebuche
(Olea europaea), pino (Pinus nigra-sylvestris), lentisco (Pistacia
lentiscus) o roble (Quercus caducifolio) (Trelis et alii, 2014: 98).
67
[page-n-81]
Respecto a las huellas de vegetales largos en el interior de las
superficies de improntas de troncos, podrían haberse añadido para
mejorar la adhesión del mortero de barro a los maderos, sobre los
que se habría fabricado, aunque la cantidad de estas huellas vegetales sea desigual en los diferentes fragmentos en los que pueden
observarse. Quizá puedan corresponderse con las hojas en forma
de aguja o acículas del pino.
Por otra parte, respecto a su posible naturaleza y
funcionalidad, consideramos que se trata de los restos de
una estructura de equipamiento de carácter inmueble, que
68
pudo utilizarse como un contenedor y/o para realizar alguna
actividad en o sobre ella, si tomamos en consideración que
pudo tener superficies abiertas y algún resalte a modo de
subdivisión, y no haber estado cerrada por todos sus lados.
Los troncos dispuestos en paralelo habrían podido constituir
su base y soporte, posiblemente situándose sobreelevada,
bien para ubicarla a una altura adecuada para llevar a cabo
alguna actividad en ella o, quizá con una mayor probabilidad, con el objetivo de aislarla del suelo, pudiendo haber
sido utilizada también para el almacenamiento.
[page-n-82]
6
La construcción con tierra durante el Calcolítico
Entendiendo el Calcolítico en líneas generales como el periodo
de tiempo correspondiente al III milenio BC, la tradición investigadora ha generado la distinción, como en cronologías anteriores, de distintos grupos culturales en los territorios de la
península ibérica, cuyas características y marco temporal varían. De igual modo, de unas regiones se posee un conocimiento
mayor respecto a otras, destacando el volumen de estudios realizados acerca de este periodo en el Levante y sureste peninsular,
Andalucía y parte de Portugal, a lo que se suman también las
investigaciones acerca del Calcolítico en La Meseta.
Los estudios desarrollados acerca del Calcolítico peninsular
han permitido detectar que en cronologías del III milenio BC
se habría producido en distintos territorios, mayoritariamente
meridionales, un incremento demográfico y en el número de
asentamientos, así como de la actividad agrícola y ganadera y
de los procesos de intercambio, también de larga distancia, de
materias y productos, como el metal.
La producción metalúrgica, aunque se hayan detectado
evidencias de su desarrollo en algunos enclaves peninsulares desde el IV milenio BC, se generaliza en el periodo
abordado en este capítulo y puede ser entendida entre otras
muchas novedades producidas dentro de una atmósfera de
cambios (Delibes y Fernández-Miranda, 1993: 8, 156; Lichardus-Itten, 2007: 12). En el desarrollo tecnológico que
supone la producción de objetos de metal cabe considerar
la tradición previa existente de uso del fuego en la transformación de materias de origen geológico, destacando la
fabricación de cerámica. Como en el caso de la cerámica, la
producción de objetos metálicos supone la obtención de la
materia prima mineral, mediante su extracción o adquisición
por intercambio, así como la existencia de distintas “recetas”
en la composición de los productos. Con estas producciones,
cerámica y metal, pueden relacionarse también las tecnologías de transformación de determinadas rocas en productos de origen pirotecnológico, cal y yeso, con importantes
aplicaciones constructivas, cuyo uso puede plantearse, si no
antes, en determinados contextos del III milenio BC, como se
observará en las páginas siguientes.
El Calcolítico en la península ibérica se relaciona también
con una serie de cambios en lo constructivo, hablándose de un
paso “de la cabaña a la casa” (Delibes y Fernández-Miranda,
1993: 18, 161), en referencia fundamentalmente al modelo de
vivienda calcolítica de planta circular con zócalos de piedra.
Esta etapa de la Prehistoria se ha asociado, sobre todo, a un
mayor uso de la piedra en las edificaciones respecto a cronologías anteriores, señalándose como hito en la generalización
del empleo de este material la cronología del fenómeno campaniforme (Sánchez García, 1997b: 146), a partir de la segunda mitad del III milenio BC. La piedra se utiliza también en
la construcción de aterrazamientos, de gruesos muros de cierre, algunos interpretados como murallas, incluso en auténticas
fortificaciones. Aunque durante el III milenio BC se constatan
asentamientos tanto no amurallados, como amurallados o fortificados y se ha puesto énfasis en que estos últimos serían los
minoritarios (Micó, 1991: 56), los asentamientos abiertos al aire
libre han sido objeto de estudio en un número menor al de los
yacimientos de fosos o los fortificados (Lull et alii, 2015b: 368).
Como se ha adelantado en el capítulo anterior, durante el III
milenio BC se documentan fosos en numerosos yacimientos,
también formando recintos en algunos casos, ya documentados
incluso desde cronologías neolíticas antiguas, como muestra el
caso de Mas d´Is (Penàguila, Alicante). No obstante, ya ha sido
apuntado que ello no implica que los fosos o los recintos de fosos construidos a lo largo de este amplio espectro cronológico
tengan una misma naturaleza o unas mismas funciones (Díaz del
Río, 2009: 235). Los recintos de fosos (Díaz del Río, 2003; 2009;
Márquez y Jiménez Jáimez, 2010; 2012; entre otros), datados entre el IV y el III milenio BC, se construyen en la mayor parte
del territorio peninsular. No obstante, respecto a los del III milenio BC, buena parte de ellos se han documentado en el suroeste
69
[page-n-83]
(Risch, 2013: 164, fig. 1; Lull et alii, 2015b: 366, fig. 1). Entre
los yacimientos calcolíticos que cuentan con estos recintos se
encuentran Marroquíes Bajos (Jaén) (Sánchez Vizcaíno et alii,
2005; Aranda et alii, 2016), Valencina de la Concepción (Sevilla) (García Sanjuán et alii, 2013), El Casetón de la Era (Villalba de los Alcores, Valladolid) (Delibes et alii, 2016) o Perdigões
(Reguengos de Monsaraz, Portugal) (Valera, 2008; Márquez y
Jiménez Jáimez, 2010: 66; Márquez et alii, 2011).
En el III milenio BC continúan siendo habituales las
concentraciones de estructuras negativas, en yacimientos que han
sido denominados campos de hoyos o poblados de silos. En el
interior de estas estructuras negativas es común, al igual que durante el Neolítico, el hallazgo de restos de barro endurecido pertenecientes a edificaciones adyacentes o que debieron encontrarse
en el entorno cercano, cuyo estudio permite conocer aspectos de
las prácticas constructivas que de otro modo se desconocerían.
Este ha sido el caso de asentamientos como El Casetón de la Era
(Villalba de los Alcores, Valladolid) (Delibes et alii, 2016: 392,
fig. 8; Fonseca et alii, 2017; entre otros), Fuente Celada (Burgos)
(Alameda et alii, 2011), El Espinillo (Madrid) (Baquedano et alii,
2000) o Los Bajos I-II (Vecilla de Trasmonte, Zamora), donde
en el interior de hoyos se recuperaron restos constructivos de barro, algunos de los cuales estarían decorados con incisiones en
zig-zag y triángulos (Fonseca, 2015: 26-28).
Por otro lado, no todos los restos de barro recuperados en
el interior de estructuras negativas pertenecerían a partes de edificaciones. El uso de la tierra en el revestimiento de las paredes de
estructuras negativas, como silos, también se constata en asentamientos del III milenio BC, como Fuente Lirio (Muñopepe, Ávila) (Fabián, 2003: 14) o Molinos de Papel (Pujante, 1999: 142) y
Casa Noguera de Archivel (Brotons, 2004: 224), en Caravaca de la
Cruz (Murcia). Además, en estructuras negativas calcolíticas también se recuperan elementos muebles de barro endurecido, como
en Papa Uvas (Aljaraque, Huelva), donde se hallaron restos que
pertenecerían a grandes recipientes de almacenaje y a posibles
soportes de forma cónica (Lucena, 2004: 234, figs. 5 y 6).
Respecto a los asentamientos calcolíticos con fortificaciones,
el caso más destacado y conocido es el de Los Millares (Santa Fe
de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1981; 1983; 1987; Molina
y Cámara, 2005). Los asentamientos fortificados presentarían
por lo general ocupaciones más dilatadas en el tiempo que los
núcleos abiertos, siendo además arquitectónicamente diferentes
(Castro et alii, 2013: 104-106). Los enclaves con fortificaciones
de piedra se documentan sobre todo en la mitad sur peninsular, así como en algunos territorios occidentales de la península
ibérica (Nocete, 2001: 82; Risch, 2013: 164, fig. 1; Lull et alii,
2015b: 336, fig. 1).
Entre las técnicas constructivas utilizadas para levantar
muros de piedra más o menos gruesos, también en los considerados bastiones o murallas, se encuentra el uso y disposición de
piedras hincadas, bloques o lajas en los paramentos de ambos
laterales, rellenando el interior con piedras de menor tamaño y
tierra. Este es un rasgo que se observa en Los Millares (Santa
Fe de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1981: 74; 1987: 252;
entre otros), Puente de Santa Bárbara (Huércal-Overa, Almería)
(González Quintero et alii, 2018: 76, fig. 3), o Cabezo del Plomo (Mazarrón, Murcia) (Muñoz, 1993: 142), tres asentamientos
con destacadas murallas y con bastiones. No obstante, se ha documentado también en otros enclaves, como la Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) (Juan, 1994: 79). Asimismo, el uso de
lajas de piedra hincadas se detecta en la construcción de estructuras de actividad, como en Almizaraque (Herrerías, Almería)
(Delibes et alii, 1996: 159). Las piedras también se emplean
para reforzar la sujeción de los postes en diversos asentamientos
de estas cronologías, como ocurrirá también con posterioridad
en asentamientos de la Edad del Bronce.
Las estructuras de hábitat semiexcavadas en el terreno se han
asociado a las de tipo foso y, al mismo tiempo, las estructuras en
cuyos alzados se empleó la piedra se relacionarían en mayor medida con las fortificaciones (Lull et alii, 2015b: 366-367). Sólo en
algunos enclaves, como Marroquíes Bajos (Jaén), se constataría
la presencia al mismo tiempo, hacia finales del III milenio BC,
de fosos y de murallas (Lizcano et alii, 2004: 167, fig. 5; Lull
et alii, 2015b). Además, se ha apuntado que los asentamientos
en cronologías del III milenio BC no presentarían una trama urbana organizada, ni estructuras para las que pueda plantearse un
carácter público (Lull et alii, 2015b: 367), como sí ocurrirá en
algunos enclaves a partir del II milenio BC.
Respecto a las edificaciones consideradas generalmente
como estructuras de hábitat, se han constatado diferentes tipos,
en cuanto a la forma de la planta, pero, sobre todo, en lo referente a los materiales y técnicas empleados. Los cambios en las
técnicas constructivas pueden llegar a observarse en un mismo
asentamiento de forma diacrónica, como en Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1987; Molina y
Cámara, 2005) −ver fig. 6.5a−, en Terrera Ventura (Tabernas,
Almería) (Gusi y Olària, 1991; 2004: 179), o en Marroquíes
Bajos (Lizcano et alii, 2004: 167, fig. 5, 169).
Por un lado, se conocen estructuras de planta ovalada o
circular levantadas con materia vegetal y barro, sin zócalos de
piedra, que pueden estar semiexcavadas en el terreno, contar
con un perímetro de agujeros de poste o estar construidas con
fosas perimetrales. Entre los asentamientos con construcciones
de planta circular y huellas de postes perimetrales, en el sureste
Figura 6.1. Ejemplos de estructuras
calcolíticas con calzos de poste
perimetrales. a. Camino de las Yeseras
(San Fernando de Henares, Madrid)
(Liesau et alii, 2008: 104, fig. 4b). b.
Casa Noguera de Archivel (Caravaca
de la Cruz, Murcia) (Brotons, 2004:
222, Lám. 1).
70
[page-n-84]
Figura 6.2. Ejemplos de estructuras
calcolíticas con fosas perimetrales.
a. Casetón de la Era (Villalba de
los Alcores, Valladolid) (Fonseca y
Rodríguez Marcos, 2017: 571, fig. 2).
b. Marroquíes Bajos (Jaén) (a partir de
Zafra et alii, 1999: 84, Lám. III).
de la península ibérica se encuentran Casa Noguera de Archivel
(Brotons, 2004) (fig. 6.1b) y Molinos de Papel (Pujante, 1999:
148), en Caravaca de la Cruz (Murcia), así como Terrera Ventura (Tabernas, Almería) (Gusi, 1975) o las edificaciones iniciales,
de mediados del III milenio BC, de Almizaraque (Herrerías, Almería) (Delibes et alii, 1985: 226; Agustí y Martínez Peñarroya,
2004: 189).
En el interior peninsular, entre los asentamientos con
construcciones de planta circular y perímetro delimitado por
huellas de postes se encuentran Camino de las Yeseras (San
Fernando de Henares, Madrid) (Liesau et alii, 2008: 103; Ríos
et alii, 2016) (fig. 6.1a), El Juncal (Alcalá de Henares, Madrid)
(Díaz del Río, 2001: 184; Martínez Calvo et alii, 2012: 4), El
Ventorro (Madrid) (Quero y Priego, 1976; Priego y Quero,
1992; Díaz del Río, 2001), o Alto del Romo (Tarancón, Cuenca)
(Vicente et alii, 2007).
De enorme interés son los hallazgos de Fuente Lirio
(Muñopepe, Ávila) (Fabián, 2003), en la Meseta Norte, donde
se excavaron los restos de una cabaña en los que se recuperaron
numerosos fragmentos constructivos de barro con improntas de
elementos vegetales, troncos y ramas, que habrían conformado
sus alzados. También se hallaron numerosos restos de elementos muebles de barro, sobre todo de tipo soporte o morillos,
pero entre los que también se encontraban pesas de telar o cucharas de barro. En el espacio interno se documentaron restos
de diversas estructuras de actividad hechas con barro y, en el
centro, se construyó un hogar oval con borde peraltado. Fuera
de la edificación se hallaron dos estructuras de actividad, de
planta oval y circular, que contenían arcilla y cuya base y paredes fueron construidas con piedras planas −algunas eran restos
de molinos reutilizados− y con fragmentos de cerámica, todo
ello unido y revestido con barro. Piezas cerámicas reutilizadas también fueron dispuestas en el pavimento de la cabaña, al
igual que en otros hallazgos similares de cabañas en el entorno,
para cuyo uso se ha propuesto una función aislante. La concentración en esta única cabaña de alrededor de un centenar de
objetos de barro, en su mayoría de tipo morillo, y el contenido
en arcilla de diversas estructuras permiten plantear que se trataría de un espacio destinado a la fabricación de objetos de barro
(Fabián, 2003: 14, 18).
Por su parte, en El Casetón de la Era (Villalba de los Alcores,
Valladolid) se han identificado varias construcciones de planta
circular, con fosas perimetrales para ubicar los postes (fig. 6.2a),
que estarían reforzados con piedras. En el espacio interno de estas
construcciones se han conservado de forma puntual evidencias de
la pavimentación, de una estructura de combustión y de agujeros
de poste (Delibes et alii, 2016: 391). Los alzados habrían sido
cerrados con materia vegetal revestida con barro de forma manual, como se constata en los restos constructivos de barro endurecido recuperados en estructuras negativas adyacentes (Fonseca,
2015; Fonseca y Rodríguez Marcos, 2017: 570-571; Fonseca et
alii, 2017). Otros asentamientos en los que se ha identificado la
construcción mediante fosas perimetrales son El Soto (Valdezate,
Burgos) (Palomino et alii, 1998) o Las Peñas (Villardondiego,
Zamora) (Fonseca, 2015: 25-26). En El Soto se han documentado hogares, algunos conservando un reborde de barro e incluso
con fragmentos cerámicos reutilizados para construir su superficie (Palomino et alii, 1998: 72). Otro ejemplo de pavimentación
de una estructura sin zócalo de piedra, en este caso mediante losas pétreas, se encontraría en Berniollo (Subijana, Álava) (Rubio, 1985: 157), fechado entre finales del IV y mediados del III
milenio BC (Cava, 1990: 99).
Por otro lado, se documentan construcciones que también
son de planta circular u oval, pero empleando la piedra en el
zócalo. Parte de las construcciones de planta circular con zócalo
de piedra aparecen asociadas o incorporadas a murallas (Castro
et alii, 2013: 104-106). La construcción de zócalos de piedra en
edificaciones de planta circular se constata en asentamientos del
interior de la península ibérica, como Gózquez (San Martín de
la Vega, Madrid) (Díaz del Río, 2001). En el suroeste, en Las
Cabrerizas (La Cumbre, Cáceres), se documentaron estructuras
de planta circular y zócalos construidos con piedra, huellas de
poste y una pavimentación de tierra con ceniza, que habría contribuido a su aislamiento. Se hallaron restos constructivos de
barro, asociados a los alzados y techumbres (González Cordero,
1992).
En el sureste, destacan ejemplos como los de Terrera Ventura
(Gusi, 1975: 312), El Badil (Cantoria, Almería) (Gusi y Olària,
2009: 19) (fig. 6.3a) o Los Millares (Arribas, 1959; Arribas et
alii, 1981; Molina y Cámara, 2005: 49). En Almizaraque (Herrerías, Almería) (Delibes et alii, 1985; 1986; 1996; entre otros), se
conocen, a partir de finales del III milenio BC, cabañas circulares
con zócalos de piedra, alzados de barro y postes embutidos en
el paramento interior (Delibes et alii, 1986: 171). En relación
con estas estructuras se documentan hogares, tanto en su espacio
interno como al exterior (Delibes et alii, 1996: 159). En la última
fase constructiva de Almizaraque, hacia los momentos finales
del III milenio e inicios del II, se introduce el uso de la pizarra
71
[page-n-85]
Figura 6.3.a. Estructura de planta
circular y zócalo de piedra de El Badil
(Cantoria, Almería) (Gusi y Olària,
2009: 12, Foto 4). b. Restos de barro
con improntas de vegetales y ataduras
procedentes de Campos (Cuevas del
Almanzora, Almería) (Siret y Siret,
1890, Lám. 10).
como material constructivo (Delibes et alii, 1996: 161). El rasgo
constructivo de integrar los postes en los alzados se observa
también en otros yacimientos calcolíticos del sureste, como en
Los Millares (Arribas, 1959: 91; Arribas et alii, 1981: 66) o El
Malagón (Cúllar, Granada) (Arribas et alii, 1978: 81; Moreno,
1993; Micó, 1991: 56). También se construirá de ese modo en
asentamientos posteriores de la Edad del Bronce, de forma habitual en el ámbito argárico, como en Terrera del Reloj (Dehesas de
Guadix, Granada) (Contreras, 2009: 54, Lám. 5) o Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et alii, 1997: 70), pero también fuera de estos territorios, como en Hoya Quemada (Mora de
Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo, 1986).
En estas edificaciones, visibles sobre todo a partir del
contorno de piedra de su planta, también se conoce el empleo
del barro a partir, principalmente, del hallazgo de restos constructivos de tierra en sus niveles arqueológicos, como se observa en el caso de Vilches IV (Hellín, Albacete) −ver 6.1.2−. En
El Malagón (Cúllar, Granada), que cuenta con una muralla y
un fortín, se documentaron construcciones que habrían tenido
cubiertas cónicas y, sobre zócalos de piedra, alzados de barro
y elementos vegetales, tras una fase constructiva previa en la
que las edificaciones no tendrían zócalos de piedra (De la Torre
et alii, 1984). Se recuperaron numerosos restos constructivos
de barro con improntas vegetales y restos de enlucidos (Moreno, 1993: 706). En Campos (Cuevas del Almanzora, Almería)
(Martín Socas y Camalich, 1986; Martín Socas et alii, 1990), el
uso de la piedra no sólo se detectaría en zócalos, sino también
en pavimentaciones (Martín Socas et alii, 1990: 134; Agustí y
Martínez Peñarroya, 2004: 188). Al mismo tiempo, el empleo
constructivo de la tierra en este poblado también habría sido
significativo. Los hermanos Siret ya describieron el hallazgo
de restos constructivos de barro con improntas de ataduras en
este enclave (Siret y Siret, 1890) (fig. 6.3b), cuya abundante
presencia también ha sido apuntada en intervenciones más recientes (Martín Socas y Camalich, 1986: 189; Martín Socas et
alii, 1990: 144). También en el poblado de Los Castillejos de las
Peñas de los Gitanos (Montefrío, Granada) se han documentado
estructuras circulares, construidas con zócalo de piedra y alzado
de materia vegetal, revestidas con barro (Ramos Cordero et alii,
1997: 269).
En lo referente al empleo de la tierra en estructuras de
actividad durante el III milenio BC, son características las que
presentan forma de anillo perimetral, interpretadas como hogares, presentes en yacimientos como Los Millares (Arribas et alii,
1983: 134; 1987: 254; Molina y Cámara, 2005: 49, 50) (fig. 6.4a)
o El Malagón (De la Torre et alii, 1984: 145) (fig. 6.4b). Se conformaron tanto en el interior como en el exterior de las construcciones (De la Torre et alii, 1984: 145; Moreno, 1993), mediante la
técnica del amasado y modelado manual del barro.
Por último, se identifican construcciones que cuentan con
muros rectilíneos, con zócalos de piedra y que pueden presentar subdivisiones internas (Castro et alii, 2013: 104-106). Las
compartimentaciones en el interior de las estructuras se han documentado en núcleos como El Cerro de la Virgen (Castro et
alii, 2013: 106), o como se ha apuntado también en el Cerro de
las Canteras (Vélez-Blanco, Almería) (Micó, 1991: 56). En Los
Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1981;
1983; 1987; Molina et alii, 2004; Molina y Cámara, 2005; entre
Figura 6.4. a. Estructura para la
producción metalúrgica reconstruida
en Los Millares (fotografía de
Francisco Javier Jover). b. Hogar
con forma de anillo de El Malagón
(Cúllar, Granada) (De la Torre et alii,
1984: 145, Lám. IVb).
72
[page-n-86]
Figura 6.5.a. Reconstrucción de las
estructuras de Los Millares (Santa
Fe de Mondújar, Almería), donde se
aprecia la presencia tanto de muros
curvos como rectilíneos (fotografía
de Francisco Javier Jover). b. “Taller
metalúrgico” de Los Millares, de
planta rectangular (Arribas et alii,
1987: 250, Lám. Vb).
otros), se documentan algunos edificios de planta rectangular y
zócalo de piedra, como el llamado taller metalúrgico (Molina
et alii, 2004: 144; Molina y Cámara, 2005: 46) (fig. 6.5b). Estructuras calcolíticas de muros rectilíneos se conocen asimismo
en Puente de Santa Bárbara (Huércal-Overa, Almería) (González Quintero et alii, 2018: 80, fig. 10), Terrera Ventura (Gusi y
Olària, 2004: 179) o en Cabezo del Plomo, donde se excavaron
estructuras de planta circular, pero también de muros rectilíneos
con extremo absidal (Muñoz, 1993: 150).
No obstante, estos tres tipos principales de edificaciones,
aunque puedan ser las formas de construir más conocidas durante el III milenio BC, no son las únicas. Cabe añadir algunos ejemplos conocidos, aunque escasos, de estructuras con
alzados de barro.
Podemos citar el ejemplo de Los Cenizales (Moradillo de
Roa, Burgos), donde se documentó una estructura de planta cuadrangular cuyos alzados serían de tierra maciza, de alrededor de
1 m de grosor y sin que se documentaran calzos de poste (García
Barrios, 2007), posiblemente realizados con la técnica del amasado (Fonseca, 2015: 24). Más conocido es el caso de Marroquíes Bajos (Jaén) (Ruiz Rodríguez et alii, 1999; Zafra et alii,
1999; Lizcano et alii, 2004; entre otros), donde las estructuras
de hábitat, de planta circular, se construyen con zanjas perimetrales en las que se insertan los postes (Burgos et alii, 1998: 407)
(fig. 6.2b). Esta práctica también convive con la construcción de
zócalos, mientras que a partir del II milenio BC se levantarían
estructuras de planta rectangular (Lizcano et alii, 2004: 167, fig.
5). No obstante, lo más destacado de este asentamiento del III
milenio BC para el tema que nos ocupa es la documentación
del empleo de la técnica constructiva del adobe. Se trataría de
piezas cuadrangulares de 20 x 20 x 10 cm, que se emplearon
“trabados con argamasa” y dispuestos “en tongadas”, introduciendo una superficie plana de piedra entre cada tongada (Zafra
et alii, 1999: 90). La técnica del adobe se habría empleado en la
construcción de una muralla, que habría alcanzado los tres metros de altura, con torres semicirculares y rodeada por un foso,
así como en las paredes del quinto foso de Marroquíes Bajos
(Sánchez Vizcaíno et alii, 2005: 157, Lám. III, 159) (fig. 6.6).
Sería importante poder determinar con seguridad cómo habrían
sido fabricados los bloques, si se trata del empleo de la técnica
del adobe hecho a mano, hecho a molde o quizá de ambas.
Por su parte, en el yacimiento del Cerro de la Virgen (Orce,
Granada) se documentaron alzados de barro (fig. 6.7) que han
sido mayoritariamente considerados como de adobe desde su
hallazgo, hace medio siglo (Schüle y Pellicer, 1966: 8; Kalb,
1969: 216; Schüle, 1980: 57; 1986; Molina et alii, 2016: 327,
fig. 4). Conformarían dos estructuras de planta circular, con zócalo de piedra y alzados de bloques de barro, que habrían estado
revestidos al exterior y al interior, habiéndose hallado también
restos de pigmento blanco en el revestimiento del interior de las
estructuras (Schüle y Pellicer, 1966: 8). Respecto a las cubiertas, se apuntó que se habrían construido con adobes y mediante
la técnica de falsa cúpula (Schüle, 1986: 217; Pellicer, 1995:
116). La presencia en este yacimiento de la técnica constructiva
del adobe –implicando el uso mayoritario del término que los
bloques estarían hechos a molde−, ha sido puesta en duda (Sánchez García, 1997b: 148), argumentándose también que probablemente se trate de la técnica del adobe hecho a mano (Belarte,
2002: 35; 2011: 166).
En relación con el empleo de la técnica constructiva del
adobe en asentamientos de la península ibérica durante el III
milenio BC, cabe añadir que en Alto do Outeiro (Beja, Portugal), se han identificado adobes hechos a mano y probablemente también a molde en contextos calcolíticos, pertenecientes a
un muro asociado a un foso (Bruno et alii, 2010), al igual que
ocurriría en Marroquíes Bajos.
Figura 6.6. a. Estructuras de adobe de
Marroquíes Bajos (Jaén) (a partir de
Zafra et alii, 1999: 91, Lám. VI). b.
Adobes del foso de Marroquíes Bajos
(Sánchez Vizcaíno et alii, 2005: 157,
Lám. II).
73
[page-n-87]
Figura 6.7. a. Dibujo de la planta
(arriba) y la sección (abajo) de las
construcciones consideradas de adobe
del Cerro de la Virgen (Orce, Granada)
(a partir de Schüle y Pellicer, 1966,
planos I y II). b. Fotografía de una de
esas estructuras (Molina et alii, 2016:
327, fig. 4).
El extendido problema del uso del término adobe en la
bibliografía como sinónimo de resto constructivo de barro dificulta de forma clara profundizar en esta cuestión. Elementos
de barro de tipo modular pudieron haberse utilizado en otros
enclaves de estas cronologías, pero desconocemos su existencia. Al uso de la tierra en la edificación prehistórica se le ha dedicado una atención muy reducida, que se limita por lo general
a mencionar la presencia de adobes en cuya denominación, en
la mayoría de los casos, no podemos confiar y que habitualmente no podemos contrastar con la publicación de más datos o de material gráfico sobre su documentación. Ello impide
determinar si en dichos casos se emplearon adobes hechos a
mano, a molde, quizá bloques de barro amasados y dispuestos
en estado húmedo o que incluso pueda tratarse de estructuras
de bajareque.
En cuanto a las tierras valencianas, entre finales del IV
milenio BC y durante los inicios del III, los asentamientos se
ubican de forma mayoritaria en los fondos de valle y cerca de
cursos de agua (García Atiénzar, 2016: 366). En estos enclaves se documentan fosos y abundantes estructuras negativas
de tipo silo. Las edificaciones que se conocen para la primera
mitad del III milenio BC cuentan con muros curvilíneos, con
o sin zócalos de piedra. Es sobre todo a partir de la segunda
mitad del III milenio BC cuando se documentan cambios en
el patrón de asentamiento, uniéndose al poblamiento en llano
la aparición de enclaves construidos en ladera y en altura y
con un importante uso constructivo de la piedra, con lo que
se produce una “ampliación de los sistemas de ocupación”
del territorio (García Atiénzar, 2016). Los asentamientos en
altura cuentan con un mayor control visual del entorno y de
las vías naturales de comunicación y se asocian al fenómeno
campaniforme, aunque este cambio no se produce en todos
los territorios (López Padilla, 2006).
Así, en yacimientos como Mas de Pepelillo (Agullent,
Valencia) (Pascual et alii, 2016: 305), o La Vital (Gandía, Valencia) (Gómez, 2011; Gómez et alii, 2011) se han recuperado
restos constructivos de barro en el interior de estructuras negativas. En La Torreta-El Monastil (Elda, Alicante) (Jover et
alii, 2001; Jover, 2010b), donde se documentó un foso y diferentes estructuras negativas −una de ellas interpretada como un
74
posible fondo de cabaña−, se recuperó en el interior de las mismas un numeroso conjunto de restos constructivos −ver 6.1.1−.
En otros casos, en el interior de algunas de ellas se recuperan
materiales que se interpretan como restos de los revestimientos
de los propios silos o como posibles fragmentos de su cubrición
o sellado, como se planteó en Les Jovades (Cocentaina, Alicante) (Bernabeu, 1993: 27, 43).
En estos territorios se han excavado estructuras de
planta ovalada o circular y huellas de postes en su perímetro, sin
evidencias del uso de zócalos de piedra, en yacimientos como
Figuera Reona (Elche, Alicante) (Ramos Folqués, 1989). En el
Promontori d´Aigua Dolça i Salà (Elche, Alicante) (Ramos Fernández, 1981; 1986) se documentó un fondo de cabaña de forma
circular, en el que se hallaron restos constructivos con improntas vegetales y con una pavimentación de tierra que habría sufrido un proceso de calcinación, fechado aproximadamente en la
primera mitad del III milenio BC (Ramos Fernández, 1981: 215,
217; 1986: 123). Asociados a su perímetro se encontraron fragmentos con improntas de vegetales y caras contrarias alisadas
(Bernabeu et alii, 1989b: 176). También habrían sido de madera
y barro las construcciones circulares de La Salud (Lorca, Murcia), sostenidas por postes centrales y con restos de pavimentaciones de piedra, donde se documentó asimismo un muro que
habría podido estar relacionado con la contención del ganado
(Eiroa, 2006: 107, 120-121). Entre los elementos constructivos
de barro hallados se observó la presencia de huellas de alisado
de las superficies externas mediante algún tipo de instrumento
(Eiroa, 2005: 39).
La construcción de estructuras de planta circular con
zócalos de piedra se constata en la Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante) (Soler Díaz, 2006a), en la denominada cabaña
3 (fig. 6.8a), datada a inicios del III milenio BC y que habría
contado con techumbre y alzados de barro, cuyas evidencias
se observan en los estratos de derrumbe (Ferrer, 2015: 246,
301). El estudio de los restos constructivos procedentes de sus
niveles de destrucción (fig. 6.8b) ha permitido identificar, entre otras cuestiones, el uso de la paja como estabilizante en el
mortero de tierra de esta construcción, que contaría con alzados de barro y materia vegetal. En los fragmentos constructivos se observaban improntas de fibras trenzadas, que se ha-
[page-n-88]
Figura 6.8. a. Restos musealizados de
una construcción de planta circular
excavada en la Illeta dels Banyets
(El Campello, Alicante) (Soler
Díaz, 2006b: 288). b. Fragmentos
constructivos de barro recuperados en
ella (Gómez, 2006: 273).
brían utilizado a modo de ataduras, así como restos de enlucido
(Gómez, 2006: 277). En esta estructura se recuperaron, durante
las campañas de excavación de 1982/86 y 2001, dos recipientes de barro, de forma cónica y base plana, que habrían sido
levantados directamente sobre el pavimento, donde se hallaron
fragmentados (Soler Díaz y Belmonte, 2006: 54). Se interpretan como recipientes inmuebles destinados al almacenaje. Es
posible que las denominadas cabaña 1 y Unidad de Ocupación
Primera, documentadas en la década de 1930 del siglo pasado,
fueran contemporáneas a ésta (Soler Díaz y Belmonte, 2006:
62). La segunda, según su documentación, contenía también
recipientes de barro de gran tamaño, no cocidos y de paredes
gruesas (Soler Díaz y Belmonte, 2006: 34).
Otras estructuras de planta circular y zócalos de piedra se
encuentran en el Puntal del Olmo Seco (Ayora, Valencia) (Aparicio et alii, 1983), o en el Cabezo del Plomo (Mazarrón, Murcia), donde se excavaron construcciones de planta ovalada con
zócalos de piedra y alzados de materia vegetal y barro (Muñoz,
1985; 1993). También contaban con un zócalo de piedra las
edificaciones de planta elíptica de El Prado (Jumilla, Murcia),
levantadas sobre una fase constructiva previa, caracterizada por
estructuras sin zócalos y sostenidas por postes de madera (Jover
et alii, 2012; García Atiénzar et alii, 2014).
A estas evidencias se suman las de La Vital (Gandía,
Valencia), entre cuyas estructuras negativas se han identificado al menos 7 interpretadas como viviendas, con rasgos arquitectónicos diversos, desde huellas de poste a posibles zócalos
o muretes de piedra, como en las estructuras 4 y 7 (Gómez et
alii, 2011: 58, 72). En las áreas identificadas como de hábitat
y almacenaje se han recuperado un buen número de fragmentos de barro endurecido. Entre ellos se han identificado restos
constructivos, con caras alisadas, improntas de cañas y ramas
y evidencias de uso de estabilizantes vegetales. Además, se
encontraron fragmentos de recipientes y soportes de barro
(Gómez, 2011: 230-234).
En las tierras meridionales valencianas, durante la segunda
mitad del III milenio BC los asentamientos ubicados en altura suelen presentar restos de construcciones de piedra de gran
envergadura, en muchos casos interpretadas como murallas,
además de edificaciones de muros rectilíneos. Ello no implica
que la construcción de las estructuras de hábitat en estos asentamientos en altura sea necesariamente utilizando la piedra
o que se abandone por completo la planta circular. Como ya
fue señalado (Sánchez García, 1997b: 149), es significativo el
caso de las estructuras de hábitat de Les Moreres (Crevillente,
Alicante), ubicadas sobre una elevación, de planta oval y cuyos
alzados se construyeron con postes verticales y mortero de barro
desde la base, además de con otros materiales vegetales. En este
asentamiento las evidencias de construcción con tierra son muy
numerosas y destacadas −ver 6.1.3.
Entre los asentamientos en altura con importantes
construcciones de piedra se encuentran el Peñón de la Zorra
−ver 7.2.1− y el Puntal de los Carniceros (Villena, Alicante)
(Soler García, 1981; Jover y De Miguel, 2002), donde se ha
documentado un gran espacio de planta rectangular delimitado
por muros de cierre de mampostería de considerable grosor, que
alcanzan los más de 3 m de anchura. A su vez, en el Puntal sobre
la Rambla Castellarda (Llíria, Valencia) se hallaron restos de
estructuras de piedra, que podrían pertenecer no sólo a estancias, sino también a una muralla y dos torres (Aparicio et alii,
1977: 41-42). Asimismo, la muralla situada en la parte interna
del recinto de la Edad del Bronce de la Mola d´Agres (Agres,
Alicante) podría haber sido construida a finales del III milenio
(Gil-Mascarell, 1986: 78). En este contexto deben entenderse
las primeras construcciones de Laderas del Castillo (Callosa de
Segura, Alicante) −ver 7.1.1−, de planta rectangular con extremo absidal o esquinas redondeadas y donde algunas de las estructuras documentadas, con base de piedra, se han interpretado
como posibles bastiones o torres.
Durante estas cronologías también se siguen desarrollando
enclaves en zonas llanas, que ya estaban siendo ocupados en la
primera mitad del III milenio BC. Sería el caso de la Ereta del
Pedregal (Navarrés, Valencia) (Juan, 1994; 2006), donde se
documenta la construcción de estructuras de planta alargada,
con zócalos de piedra y alzados revestidos con barro, con un
interior de materia vegetal, cañas y ramaje (Bernabeu et alii,
1989a: 113-114; Juan, 1994: 94). Los pavimentos son de barro
y de losetas de piedra. En lo referente al empleo constructivo
de la piedra en este asentamiento, se enfatiza su función aislante de la humedad del terreno. Es importante señalar que entre los materiales que forman las pavimentaciones se identificó
la incorporación de restos constructivos de barro endurecido
(Juan, 1994). Por su parte, en el Arenal de la Costa (Ontinyent,
Alicante) (Bernabeu, 1993; Bernabeu et alii, 2012: 57), se conocen dos tramos de fosos concéntricos segmentados y parte
de lo que se interpretó como un fondo de cabaña (Bernabeu,
1993: 37, fig. 3. 14).
75
[page-n-89]
Figura 6.9. a. Vista del foso excavado en La Torreta-El Monastil (Elda, Alicante). b. Planta de dicha estructura, en la que se indica la
localización de los materiales arqueológicos hallados en su interior. La ubicación de los restos constructivos de barro se señala en gris
(imágenes de Francisco Javier Jover).
6.1. CASOS DE ESTUDIO
6.1.1. La Torreta-El Monastil
Introducción al yacimiento y estudios previos
Los materiales constructivos cuyo estudio se presenta a
continuación fueron recuperados durante los trabajos de excavación, con carácter de urgencia, efectuados en 1999 en la
partida conocida como La Torreta, cercana al yacimiento de El
Monastil (Elda, Alicante), en el valle medio del río Vinalopó.
El yacimiento de La Torreta-El Monastil (Jover et alii, 2001;
Jover, 2010b) se ubica en una terraza en la margen derecha de
este curso fluvial, a pocos metros del cauce y junto a la Sierra
de La Torreta y se correspondería con un asentamiento al aire
libre y en llano, del que las estructuras excavadas serían sólo
una pequeña parte. Se ha estimado una extensión superficial
de aproximadamente una hectárea (Jover, 2010b: 15). En este
enclave, con buena visibilidad sobre el cauce del río, sus habitantes habrían tenido al alcance variados recursos naturales,
incluida el agua del curso cercano y tierras para el cultivo. En
el entorno están presentes también diversos recursos geológicos, incluidas rocas calcáreas, arcillas, margas y yesos (Jover,
2010b: 38). El yacimiento se encuentra afectado por diferentes factores erosivos, tanto naturales, incluida la acción del
río junto al que se ubica, como antrópicos, sobre todo por la
construcción de bancales.
En el asentamiento se documentó un foso de 27 m de
longitud y 1,20 m de profundidad máxima, de tendencia curva y sección desigual (fig. 6.9a), que habría podido construirse
para delimitar el área de hábitat (Jover, 2010b: 67). Además, se
detectaron una quincena de estructuras negativas de tipo fosa o
cubeta, con diferentes morfologías en su sección. Tanto el foso
como las estructuras restantes se hallaron colmatadas por sedimentos de similares características (Jover, 2010b: 46) y en ellos
76
se recuperaron materiales arqueológicos muy diversos, al haber
sido utilizados como áreas de depósito de desechos. Respecto a
su cronología, se cuenta con una datación absoluta procedente
de la UE 2 del foso (Beta-139360: 4270±110 BP/ 3330-2573 cal
BC 2σ), por lo que se ha planteado que habría sido ocupado en
la primera mitad del III milenio BC (Jover, 2010b: 70).
Los restos constructivos de barro endurecido recuperados en
La Torreta-El Monastil fueron objeto de un estudio preliminar,
desde una aproximación macroscópica (Jover, 2010a). Los fragmentos fueron contabilizados, documentándose un total de 352
piezas. Estos restos, que muy posiblemente habrían formado parte
de diferentes edificaciones, fueron hallados en deposición secundaria en el interior de las estructuras negativas. La gran mayoría
fueron documentados en el interior del foso (fig. 6.9b), junto con
materiales arqueológicos de diverso tipo, el 60,8 % de ellos –214
fragmentos− en la llamada UE 1, y el 27,3% −96 piezas−, en la UE
2 (Jover, 2010a: 114, tabla 6). Se encontraban dispersos a lo largo
de todo el foso, con una mayor concentración en su zona central y
de mayor profundidad. Esta deposición fue interpretada como fruto
de transformaciones o remodelaciones de los espacios de hábitat,
en las que estos restos constructivos habrían sido arrojados al foso
junto con otros materiales desechados.
Por otro lado, un 11% de los fragmentos −41 piezas− fueron
hallados en la Estructura negativa 1, también en deposición secundaria y junto con algunos restos de semillas y de un molino. Esta
estructura, de planta ovalada y que habría tenido más de 4 m de
diámetro (fig. 6.10), fue interpretada como un posible fondo de cabaña, por sus dimensiones, ubicación y materiales asociados, sin
que presentara huellas de zócalos o de postes. Estaba situada a unos
40 m de distancia del foso (Jover, 2010b: 49-50).
Además, contamos con los análisis fisicoquímicos realizados mediante una serie de técnicas instrumentales a dos muestras de este conjunto –piezas TM 4860 y 4864−, procedentes
de la UE 2 del foso (Martínez Mira et alii, 2009; Martínez
[page-n-90]
Figura 6.10. Sección de la Estructura 1 de La Torreta-El Monastil, interpretada como un posible fondo de cabaña
(imagen de Francisco Javier Jover).
Mira y Vilaplana, 2010). Estos análisis determinaron el uso de
sedimentos fluviales y arcillas en el mortero constructivo y también plantearon la posibilidad de que se hubiera empleado cal en
las construcciones a las que habrían pertenecido los fragmentos
(Martínez Mira y Vilaplana, 2010).
En el marco de esta investigación hemos realizado un nuevo
estudio de los materiales constructivos de La Torreta-El Monastil,1 sobre una selección compuesta por 59 piezas. El análisis
macroscópico llevado a cabo ha permitido ampliar la información disponible acerca de las evidencias de construcción con
tierra en este yacimiento, así como identificar nuevos indicios
relacionados con las técnicas y materiales que se habrían empleado en las edificaciones a las que pertenecieron estos restos.
Los materiales de barro de La Torreta-El Monastil
Características generales del conjunto
La mayor parte de los fragmentos analizados presentan una
consistencia dura y formas y tamaños variados, desde 2,5 x 2,3
x 1,8 cm hasta un máximo de 22 x 14 x 12 cm. Presentan una
coloración marrón claro, grisáceo, así como tonalidades amarillentas y anaranjadas, siendo el interior de algunos de ellos
de color ennegrecido. Buena parte de los restos están alterados
por raíces y por agrietamiento. Aproximadamente la mitad de
las piezas analizadas presenta tanto una cara exterior como una
interior, mientras que la otra mitad de los elementos podría
1
Agradecemos a los directores de la excavación, Francisco Javier
Jover Maestre y Marco Aurelio Esquembre Bebia, así como al director del Museo Arqueológico Municipal de Elda, Antonio M. Poveda Navarro, el habernos facilitado el acceso a los materiales para
su estudio en las instalaciones del museo.
pertenecer a partes correspondientes al cuerpo interior de una
estructura, al no presentar superficies externas. La gran mayoría se interpretan como resultado de la aplicación de la técnica
constructiva del bajareque −ver fig. 6.24.
Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
En el estudio previo realizado sobre estos fragmentos
constructivos (Jover, 2010a) ya se destacó la presencia de materia vegetal en los morteros, que habría sido añadida a modo de
estabilizante. Entre los restos vegetales observados en las piezas
se menciona la existencia de semillas y de huellas de frutos,
interpretadas como de posibles bellotas (Jover, 2010a: 113, fig.
90) (fig. 6.11a). En este sentido, la carrasca (Quercus ilex ssp.
ilex), que produce bellotas, se encuentra entre las especies identificadas en el yacimiento mediante los análisis antracológicos
(Machado, 2010: 104).
En estos materiales constructivos hemos observado
diversas evidencias del empleo de estabilizante vegetal, también en forma de algunas huellas que habrían sido generadas
por tallos clavados o introducidos por uno de sus extremos en
el mortero durante la mezcla. En algunas piezas se observan
huellas negativas generadas por vegetales en tramos de en torno
a 1 cm de largo, algo indicativo de que la materia vegetal habría
sido probablemente machacada o cortada antes de ser añadida al
mortero. Uno de los restos hallados en la Estructura 1 presenta
la impronta de una hoja (fig. 6.11b).
Por otro lado, se han observado algunos ejemplares de
malacofauna: caracoles de muy pequeño tamaño y color
gris, así como fragmentos de conchas de color blanco. En
un buen número de piezas se observan gravas y piedras, de
entre 1,2 y 2 cm de longitud, en su mayoría de tipo guijarro
o canto rodado.
77
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Figura 6.11. a. Huella negativa circular, que habría sido generada por la presencia de un fruto, probablemente una bellota (Jover,
2010a: 113, fig. 90). b. Resto de barro endurecido en el que se observa la impronta de una hoja, procedente de la Estructura 1 de La
Torreta-El Monastil. TM 5092.
Figura 6.13. a. Resto constructivo con una superficie estriada,
documentado en La Torreta-El Monastil. TM 4748. b. Fragmento
constructivo con superficie plana y que continúa en ángulo recto (extremo superior derecho de la imagen), que correspondería también
a una superficie de madera plana. TM 4762. c. Pieza de barro que
muestra las fibras longitudinales de un elemento de madera trabajada, del yacimiento calcolítico de Boussargues (Hérault, Francia) (De
Chazelles, 2008: 164, fig. 238). d. Fragmentos constructivos en los
que pueden verse estas mismas formas, que pertenecerían a tablas
cortadas. Yacimiento romano de Vicus Faimingen (Lauingen, Alemania) (a partir de Knoll y Klamm, 2015: 108, fig. 111).
Improntas constructivas de madera
Buena parte de los restos constructivos de tierra de este
conjunto presentan improntas negativas de elementos de madera, en un número de entre una y dos y, en unos pocos casos,
hasta tres improntas de elementos diferentes. Los materiales
lígneos utilizados serían ramas y troncos, de entre 4 y 8 cm de
78
Figura 6.12. a. Vista lateral de un resto constructivo, con una impronta de un elemento circular (izquierda de la imagen) y otra impronta en ángulo (a la derecha), que se asociaría a un elemento de
madera cortada. TM 4785. b. Resto de barro que forma un ángulo,
que se habría podido generar en la convergencia entre dos elementos de madera con superficies planas. TM 4796.
diámetro (Jover, 2010a: 114). En este nuevo estudio hemos
documentado diferentes improntas de troncos de unos 10 cm de
diámetro. Algunas piezas con este tipo de evidencias presentan
también improntas de cuerdas asociadas a los elementos de madera. En algunos fragmentos se observa el cruce entre diferentes
componentes constructivos vegetales o lígneos, de sección circular y entre 1,5 y 2 cm de diámetro, pero que se cruzan también, en algunos casos, con elementos de sección angular, que se
corresponderían posiblemente con maderos cortados (fig. 6.12).
La presencia de elementos de madera seccionados ya fue
mencionada por el estudio previo de estos materiales (Jover,
2010a: 114). Como hemos observado, en diferentes piezas las
improntas de madera de sección circular se combinan con las
que presentan ángulos que podemos interpretar como de madera trabajada y cortada. En casi la mitad de los fragmentos analizados pueden distinguirse superficies más o menos planas y
estriadas, que se corresponderían con la impronta dejada por
la superficie de troncos cortados e incluso de tablas de madera
(fig. 6.13a y b). En referencia a las posibles especies de madera utilizadas en la construcción en este asentamiento, el análisis de los restos antracológicos recuperados en La Torreta-El
Monastil, que procedían principalmente del interior del foso,
ha identificado la presencia en el sitio de diferentes especies
arbustivas y arbóreas, predominando el pino carrasco (Pinus
halepensis), que cabría asociar a un empleo constructivo, como
también la encina (Quercus ilex/ Q. coccifera) y el acebuche
(Olea europaea ssp. sylvestris) (Machado, 2010).
La identificación de este tipo de improntas planas y con
superficies estriadas, correspondientes a las fibras internas de la
madera que se ha cortado o fragmentado una vez quedan en la
superficie, no es común en la bibliografía arqueológica, a pesar
de que su presencia en los contextos constructivos de la Prehistoria reciente no sería tan infrecuente como la ausencia de su reconocimiento parece reflejar. Los fragmentos con estas improntas pueden interpretarse en su mayoría como pertenecientes a
alzados o techumbres de las edificaciones. La práctica de haber
cortado o trabajado la madera utilizada para construir observada
a partir de evidencias en fragmentos de barro prehistóricos fue
documentada en el asentamiento neolítico antiguo de Piana di
Curinga (Calabria, Italia) (Ammerman et alii, 1988: 126, 137,
fig. 7b). La presencia de maderos cortados y tablas también se
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Figura 6.14. a. Bandas transversales
en la superficie de una impronta de
madera de La Torreta-El Monastil.
TM 4760. b. Vista lateral. c. Bandas
similares en un resto constructivo de
Les Moreres. MO 385.
d. Aspecto que puede presentar
la madera afectada por pudrición
(Langendorf, 1988: 42, fig. 4/22).
ha identificado a partir de improntas en restos constructivos
térreos en los yacimientos neolíticos de Opovo (Stevanović,
1997) y Çatalhöyük (Konya, Turquía) (Stevanović, 2013: 101).
Asimismo, estas improntas se han observado en materiales de
barro de yacimientos como el del Neolítico final de Les Vautes
(De Chazelles, 2003), el calcolítico de Boussargues (Hérault,
Francia) (De Chazelles, 2008: 164, fig. 238) (fig. 6.13c), o en
Steinheile (Langenselbold, Alemania), de la Edad del Bronce
(Staeves, 2017).
Además de estas superficies estriadas asociadas a madera trabajada, en el interior de improntas de elementos de
madera en fragmentos procedentes de La Torreta-El Monastil se observan otras formas características, a modo de
bandas más o menos rectilíneas y paralelas (fig. 6.14a y
b). Las mismas formas las hemos documentado también en
los materiales constructivos de barro procedentes del yacimiento calcolítico de Les Moreres (Crevillente, Alicante)
(fig. 6.14c). Éstas podrían deberse al empleo y manteado de
madera afectada por procesos de pudrición, que destruyen
la celulosa formando surcos transversales (fig. 6.14d) (Langendorf, 1988: 42, fig. 4/22).
Improntas constructivas de vegetales: posible uso de hojas
de palmera como material constructivo
Por otro lado, algunas de las improntas documentadas en este
conjunto consisten en formas longitudinales de sección angular,
mostrando un perfil dentado (fig. 6.15a y b). Este tipo de improntas se recuperaron tanto en el interior del foso como en la
Estructura 1. Una de las piezas con esta impronta presenta una
cara contraria alisada. Es probable que estas formas respondan
Figura 6.15. Vista del perfil dentado de dos restos constructivos de La Torreta-El Monastil. a. TM 4786. b. TM 5115. c. Aspecto que presentan las hojas de palmito.
79
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Figura 6.16. a. Improntas resultantes
de la aplicación de barro húmedo
sobre el nacimiento y el centro de una
hoja redonda de palmera. b. Perfil
dentado de la impronta generada
sobre el centro de la hoja.
Figura 6.17.Diferentes huellas de ataduras de tipo tallo en restos de
La Torreta-El Monastil. a. Vista lateral en una impronta de elemento de madera de sección circular. TM 4693. b. Vista frontal de otro
caso. TM 4798. c. Posible atadura asociada a superficies de madera
trabajada o cortada. TM 5113.
al manteado de un tipo de materia vegetal muy abundante hoy
en día en el Levante peninsular y ampliamente utilizado como
material constructivo, pero que no conocemos que se haya identificado hasta la fecha en ningún otro conjunto de materiales
constructivos de la Prehistoria reciente. Se trataría del manteado
de hojas de palmito o palmera.
Las hojas palmeadas y redondas de esta planta, divididas
en lo que se denominan foliolos, parecen haber dejado esta impronta característica en algunos fragmentos, al haber aplicado
barro sobre ellas. Con el objetivo de reforzar esta hipótesis, llevamos a cabo una sencilla prueba experimental (fig. 6.16). Con
ella comprobamos que la morfología de la impronta resultante
es muy similar a la observada en los restos de La Torreta-El
Monastil. Además, observamos que el manteado que reflejan estas improntas se corresponde con partes de las hojas donde los
foliolos se encuentran unidos entre ellos, por lo tanto, no en el
perímetro de la hoja, pero tampoco en su nacimiento, donde se
une con el tallo, ya que la impronta que se generaría sobre estas
partes de la hoja tendría una forma distinta.
La presencia de palmito o palmera enana (Chamaerops
humilis), que crece de forma natural en el Levante peninsular, ha
sido identificada en distintos yacimientos desde el Neolítico, tanto
en cueva, como en la Cova de les Cendres (Moraira-Teulada, Alicante) (Badal y Atienza, 2008: 397; Pérez Jordà, 2013: 73), como
al aire libre, por ejemplo, en el Barranc d´en Fabra (Amposta, Tarragona) (Bosch Argilagós et alii, 1996: 54). Esta especie se halla
también entre las documentadas en enclaves del II milenio BC,
como los argáricos de Barranco de la Viuda (Lorca, Murcia) (García Martínez et alii, 2011: 133) o Laderas del Castillo (Callosa de
Segura, Alicante) (Carrión y Pérez Jordà, 2014: 18).
Figura 6.18. Detalle de las improntas
de cuerdas trenzadas en fragmentos
constructivos. a. TM 4697. b. TM
4784.
80
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Figura 6.19. Restos constructivos
con capas de revestimiento en una
de sus superficies, de La Torreta-El
Monastil. a. TM 4730. b. TM 4758.
Ataduras
El análisis de este conjunto de restos constructivos prehistóricos
ha proporcionado evidencias del empleo de dos tipos diferentes de
ataduras: de tipo tallo individual (fig. 6.17), por un lado, y cuerdas
trenzadas, por el otro. La presencia de evidencias de ambos tipos de
ataduras también la hemos identificado en el asentamiento de Les
Moreres (Crevillente, Alicante) −ver 6.1.3−, así como en Laderas
del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) −ver 7.1.1.
Así, en diversas piezas del conjunto pueden verse huellas de
tipo tallo, de aproximadamente 1 mm de grosor, que se corresponderían con ataduras de los elementos de madera. En algunos
casos se trata de tallos individuales, situados a cierta distancia
unos de otros. En otras piezas −TM 4798 y TM 4753−, las huellas de ataduras responden a la disposición de varias vueltas con
el mismo material de sujeción (fig. 6.17b), como también hemos
documentado en Les Moreres −ver fig. 6.55.
Por otra parte, en seis de los fragmentos se observan
improntas de cuerdas, de 1 cm de ancho, elaboradas mediante el trenzado de las fibras (fig. 6.18). Respecto a la materia vegetal con la que podrían haber estado realizadas, cabe
mencionar que el análisis de los restos antracológicos de este
asentamiento identificó la presencia de torvisco (Daphne sp.),
un arbusto para el que se conoce su uso en la fabricación de
cuerdas (Machado, 2010: 105).
respondería a la presencia de restos óseos en polvo, lo que
contribuiría al color blanquecino del enlucido. La composición
del cuerpo del fragmento presenta una menor cantidad de carbonato cálcico y de yeso y la hidroxiapatita está ausente −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Otro aspecto destacable de estos revestimientos es que,
en algunas piezas –TM 4717, 4746−, se conserva esta capa
singular sólo en una parte de la superficie (fig. 6.20). Esta
circunstancia sugiere una reflexión general respecto al estudio de fragmentos constructivos: la necesidad de considerar la posible presencia de capas de enlucido desprendidas y ya no observables en fragmentos con caras externas
alisadas. En la observación macroscópica de los elementos
de barro, la presencia de estas caras alisadas puede hacer
Tratamiento de las superficies: Enlucidos y formas de alisado
La presencia de diferentes capas de enfoscados y enlucidos en
los restos constructivos de La Torreta-El Monastil fue apuntada
en su estudio preliminar, vinculándose a evidencias de actividades de mantenimiento y sucesivas reparaciones de los espacios de hábitat (Jover, 2010a). Sin duda, una parte importante
de los fragmentos constructivos de este yacimiento presenta
capas destacadas de un revestimiento externo con un aspecto
característico, diferente al del mortero de barro del resto de la
pieza, también en su coloración (fig. 6.19). Estas capas alcanzan
un grosor de hasta 1,5 mm. El análisis mediante microfluorescencia de rayos X de una muestra de uno de estos revestimientos −TM 4746−, blanquecino y con un grosor de entre 1 y 2
mm, indica que estaba compuesto principalmente por carbonato
cálcico, con algo de yeso y de hidroxiapatita. Este componente
Figura 6.20. Fragmento constructivo de barro en el que se observa
que el revestimiento externo se ha conservado sólo de forma parcial, habiéndose desprendido en el resto de la pieza. La capa inferior, alisada, muestra una serie de huellas negativas o hendiduras.
TM 4746.
81
[page-n-95]
Figura 6.21. Caras externas con dos
tipos diferentes de marcas de alisado
que podrían haber sido realizadas con
algún tipo de material o instrumento,
en restos constructivos de La TorretaEl Monastil. a. TM 4693. b. TM
4795.
que interpretemos que ésta era la última capa visible en la
edificación en el momento de su destrucción o abandono,
cuando no tiene por qué haber sido así. La superficie alisada que observamos pudo ser la correspondiente a momentos
previos y haber sido revestida con posterioridad y de forma
sucesiva, sin que estas capas superpuestas necesariamente se
observen, al poder haberse desprendido.
En uno de los fragmentos con estos restos de enlucido, que
se ha desprendido en el resto de la superficie, se observan unas
huellas negativas (fig. 6.20) que podrían corresponderse con
vegetales largos de tipo tallo, presentes en el barro y ya desaparecidos. No obstante, también existe la posibilidad de que se
trate de marcas o hendiduras realizadas intencionalmente para
facilitar la adhesión de la capa de enlucido (Isidro Martínez,
com. pers.). No hemos podido observar estas mismas huellas,
en su extensión y número, en otros fragmentos de estas características presentes en el conjunto que pudieran apuntar al
uso de esta práctica, aunque hay que tener en cuenta que esta
pieza es uno de los escasos restos en los que puede observarse
directamente la capa situada debajo del enlucido.
Es importante señalar que en otras superficies externas
han sido documentadas huellas de alisado que pudieron no
haber sido realizadas en contacto directo con las manos, sino
mediante el uso de algún tipo de material u objeto, a modo
de instrumento alisador (fig. 6.21). Marcas similares también
se han observado en algunas superficies de los materiales de
Les Moreres −ver fig. 6.58− y Laderas del Castillo −ver fig.
7.30−. Este tipo de superficies externas podrían asociarse a
alzados, aunque no exclusivamente, ya que éstas no son las
únicas partes constructivas que pueden alisarse. Un resto de
barro con marcas que podrían ser de este tipo −TM 4792, ver
anexo I, Pastor, 2019− y que presentaba una pigmentación de
color anaranjado-rojizo ha sido analizado mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose que esta coloración se debe
Figura 6.22. a-c. Cara externa, perfil
y cara interna de un fragmento de
barro hallado en la Estructura 1.
Ambas caras muestran huellas del
alisado manual de sus superficies. TM
5122. d-f. Cara externa, perfil y cara
interna de una de las piezas similares
documentadas en el interior del foso.
TM 4716-4718.
82
[page-n-96]
Figura 6.23. Ambas caras y perfil de
un fragmento con forma de borde,
que pudo pertenecer a un elemento
mueble de barro, como un recipiente.
TM 5121.
a la presencia de oxi-hidróxidos de hierro, pudiendo tratarse
de ocre, fuera un añadido intencional o una contaminación
−ver anexo II, Pastor, 2019.
Posibles estructuras de actividad o elementos muebles
El estudio previo de estos materiales ya planteaba la
posibilidad de que algunos de los elementos de barro endurecido hallados en la Estructura 1 hubieran pertenecido a
alguna estructura de equipamiento interno, presentando algunos de ellos formas en ángulo que se asociarían a esquinas
(Jover, 2010a). En este nuevo análisis hemos documentado
un grupo de piezas que parecen diferenciarse del resto del
conjunto de fragmentos constructivos y que podrían asociarse a instalaciones o estructuras de actividad o también a
elementos de barro de tipo mueble.
Por un lado, un total de seis piezas presentan una serie de
características diferentes al resto de las observadas. Muestran
una coloración anaranjada en el exterior y ennegrecida en su
interior y una consistencia media. En la composición del barro
se observan huellas negativas de vegetales, en algunos casos en
tramos de aproximadamente 1 cm de largo, gravas y piedras, así
como, en dos de ellas, una huella negativa circular de 1,7 cm de
diámetro. Desconocemos a qué tipo de estructura podrían haber
pertenecido estas piezas, aunque su morfología parece apuntar
a que hubieran constituido bordes (fig. 6.22) de algún tipo de
elemento, quizá de equipamiento interno, cubierto con barro.
Estas seis piezas proceden de la UE 1 del foso, salvo en un caso,
recuperado en la Estructura 1, el posible fondo de cabaña (fig.
6.22a-c).
Por otra parte, ha sido identificado un fragmento de pequeño
tamaño y con perfil en forma de borde redondeado, que por su
tamaño podría haber pertenecido a un recipiente de barro (fig.
6.23), o quizá al borde de una instalación. Fue hallado en la Estructura 1, la interpretada como fondo de cabaña. Si bien la altura original de la pared del posible recipiente o contenedor no se
puede determinar, sí se observa que las paredes serían de escaso
grosor, al menos a la altura del borde. Piezas similares a ésta han
sido identificadas entre los restos de barro también calcolíticos
hallados en Vilches IV −ver VL 1205/177-2, VL 1305/457-1,
anexo I, Pastor, 2019.
Valoración
El análisis del conjunto de restos constructivos de barro procedentes
del yacimiento de La Torreta-El Monastil ha proporcionado información diversa sobre las estructuras construidas de las que habrían
formado parte y de las que hoy prácticamente no quedarían más
evidencias que estos fragmentos. Como se ha comentado al inicio
de este estudio, fueron hallados en deposición secundaria en el
interior de estructuras negativas, destacando el foso y la Estructura
1, que podría tratarse de un fondo de cabaña. Respecto a la materia
prima térrea empleada, puede plantearse que al menos una parte de
las estructuras fueron edificadas con sedimentos de procedencia
fluvial, a lo que apunta la presencia de guijarros y moluscos de
pequeño tamaño en la composición del mortero, visibles a nivel
macroscópico. Esta hipótesis queda apoyada por los análisis microscópicos ya realizados sobre dos muestras, que identificaron el
uso de arenas fluviales, con granos de formas rodadas (Martínez
Mira y Vilaplana, 2010: 135).
Figura 6.24. Izda. Distribución de
los restos de barro de La TorretaEl Monastil en función de su
interpretación. Dcha. Clasificación de
los fragmentos por técnicas.
83
[page-n-97]
La técnica constructiva más representada en este conjunto
es el bajareque (fig. 6.24), algo indicado por la presencia de
improntas de elementos constructivos vegetales y de madera
en las caras internas de los fragmentos. El barro utilizado en
estas partes de las estructuras fue estabilizado, al menos, con
materia vegetal. Se han identificado improntas constructivas
de sección circular, así como superficies planas y angulares,
que asociamos a madera trabajada, a modo de troncos cortados
y/o tablas. Aparecen individualmente o varias de ellas, combinándose los diferentes tipos y también en direcciones cruzadas. En una parte se observan diámetros que abarcan hasta 2
cm y en otras, diámetros de un mayor grosor, de hasta 10 cm.
Es importante el indicio, observado en las improntas constructivas, del empleo de madera que habría podido estar afectada
por procesos de pudrición, apuntando a la posible utilización
de madera muerta, reutilizada o que hubiera estado almacenada. En cuanto a la especie o especies de madera utilizadas,
cabe recordar que la más representada en los análisis efectuados sobre los restos antracológicos recuperados en el yacimiento, sobre todo en el foso, es el pino (Pinus halepensis),
seguido de la encina (Quercus ilex/Q. coccifera) (Machado,
2010). Estas dos especies serían las predominantes en el Levante mediterráneo desde los inicios de la Prehistoria reciente
(Carrión, 2005: 289).
Otro rasgo novedoso documentado es el posible empleo
como material constructivo de las hojas de palmito, sobre las
que se habría aplicado el mortero de barro. Además, los elementos de madera manteados con barro se asocian también a
improntas de ataduras. Así, mediante este nuevo estudio macroscópico hemos observado que una parte de los fragmentos
con capas externas revestidas, que podrían corresponderse de
manera preferente con alzados, presentan en su cara interna las
huellas de ataduras de dos tipos: de tipo tallo, dispuesto con una
o varias vueltas, o de una cuerda trenzada.
Al tratarse de restos constructivos procedentes de deposiciones
secundarias y no poseer apenas datos sobre las edificaciones que
habrían sido construidas en el enclave, desconocemos la forma,
dimensiones, número y emplazamiento de las estructuras a las
que pertenecen los restos. Al igual que en el caso de Los Limoneros II, en el yacimiento de La Torreta-El Monastil se documentaron un foso y diferentes estructuras negativas, no restos
de edificaciones in situ, con la salvedad del posible fondo de
cabaña. Por analogía con otros asentamientos de similares cronologías puede plantearse que se hubiera tratado de estructuras
de planta ovalada o circular con alzados de madera y barro. Aun
sin contar con los restos arqueológicos en contextos primarios
de estas estructuras, sabemos gracias a estas evidencias constructivas que en La Torreta-El Monastil se edificó con madera,
trabajada y sin trabajar, posiblemente afectada por diferentes
procesos de alteración, unida mediante ataduras diferentes,
incluido cuerdas trenzadas y manteada con barro estabilizado
con materia vegetal, alisándose las superficies y combinándose
estos materiales con vegetales diversos.
Por último, cabe destacar la singularidad que, ya a nivel
macroscópico, parecen presentar los restos de revestimientos en
diferentes piezas de este conjunto. En algunas caras externas se
distinguen huellas de alisado que habrían podido ser generadas
mediante algún tipo de material o instrumento empleado para
este fin y no de forma directa con las manos, el procedimiento
84
de alisado que hemos documentado como más habitual en los
análisis macroscópicos realizados de materiales constructivos
de diferentes cronologías de la Prehistoria reciente.
Además, características como la dureza y la coloración de las
gruesas capas diferenciadas a modo de revestimientos externos
de La Torreta-El Monastil apuntan a la presencia, en la composición de estos revestimientos, de alguna sustancia más allá del
empleo únicamente de barro. Partiendo de los análisis fisicoquímicos ya realizados mediante una combinación de diferentes técnicas a dos muestras de este asentamiento y considerando los interesantes resultados obtenidos, que apuntaban el posible empleo
de cal antrópica (Martínez Mira y Vilaplana, 2010), hemos creído
necesario llevar a cabo un nuevo análisis a otra pieza del mismo
conjunto que contara con estos singulares revestimientos. Ello se
ha realizado con la intención de poder profundizar en la determinación de sus componentes y en su procedimiento de elaboración.
La aplicación de microfluorescencia de rayos X a una muestra
de este tipo de enlucidos ha proporcionado la identificación de
hidroxiapatita, relacionada con la presencia de restos óseos pulverizados −quizá incluidos en ceniza procedente de hogares donde
se hubieran desechado restos de fauna−, con una composición
fundamental a base de carbonato cálcico. La mayor presencia de
carbonato cálcico y yeso, así como la hidroxiapatita, en la capa
externa respecto al cuerpo del fragmento constructivo, formando
un material de destacada dureza y claramente diferenciado del
mortero de barro, nos permite plantear con seguridad que en las
construcciones de La Torreta-El Monastil se elaboró un material
específicamente para su aplicación en revestimientos, que pudo
haber contenido cal o al que quizá se añadió ceniza.
6.1.2. Vilches IV
Introducción al yacimiento
El asentamiento de Vilches IV (Hellín, Albacete) (García
Atiénzar et alii, 2016; García Atiénzar y Busquier, 2020) se
ubica sobre una elevación, la conocida como Loma de Vilches,
en el paraje del mismo nombre. En 2011 se llevó a cabo una
intervención arqueológica en este enclave, motivada por la explotación del cerro como cantera de piedra. El área de excavación se dividió en cuatro sectores, abarcando una superficie
de 435 m2. Se hallaron tres edificaciones, las llamadas Cabañas
1, 2 y 3, que presentaban una planta circular y alzados de piedra, conservando tramos de muros rectilíneos partiendo de las
mismas, también de mampostería (fig. 6.25a). Considerando la
superficie que habría tenido el enclave, se plantea que habría
contado con un total de 7-8 edificaciones de este tipo (Jover et
alii, 2018c: 34). Las dataciones radiocarbónicas realizadas permiten plantear que el asentamiento fue habitado durante la primera mitad-mediados del III milenio BC, con unas fechas obtenidas entre el 2876-2626 cal BC (Beta-397980: 4150±30 BP)
y el 2465-2280/2245-2230 cal BC (Beta-450082: 3880±30 BP)
(Jover et alii, 2018c: 36).
La Cabaña 1 contaba con un diámetro interno de casi 6 m,
mientras que el de las otras cabañas, 2 y 3, es menor, con 3,80 y
3,70 m de diámetro respectivamente. La Cabaña 1 conservaba
el alzado de mampostería hasta los 40 cm de altura y en el centro de su espacio interior se documentó una estructura excavada
de forma circular, interpretada como un agujero de poste. Por
su parte, en las cabañas 2 y 3 se ha documentado el vano de
[page-n-98]
Figura 6.25. a. Planta de las
estructuras del poblado de Vilches IV
(Hellín, Albacete) (García Atiénzar
et alii, 2016: 53, fig. 2). b. Vista de
los restos de la Cabaña 2 de Vilches
IV, desde la entrada a la misma. c.
Vista de la Cabaña 3 (fotografías de
Abydos Arqueológica S.L.).
Figura 6.26. a. Vista cenital de la
estructura E-2203 del Sector 2 de
Vilches IV, interpretada como un
horno de cámara. b. Vista lateral
de los restos del contorno de la
misma, construido con piedra
y barro (fotografías de Abydos
Arqueológica S.L.).
acceso, de unos 80 cm de ancho (García Atiénzar et alii, 2016)
(fig. 6.25b y c). Se observa el uso de la tierra como trabazón de
las piedras que constituyen los restos de alzados de mampostería, tanto de las tres construcciones, como de los tramos de
muros que se adosan a las mismas. Estos muros de recorrido
rectilíneo delimitarían áreas de actividad entre las edificaciones,
donde se han documentado restos de diversas instalaciones elaboradas con barro y piedra (fig. 6.26). También se observa el uso
de morteros de tierra en el interior de las estructuras, empleado
en la construcción de bancos corridos y cubetas.
Los materiales de barro de Vilches IV
Durante las excavaciones en Vilches IV se recuperaron un total
de 100 restos de barro endurecido. La mayor parte de los elementos abordados en este estudio2 fueron hallados en el Sector 2
2
Agradecemos a los directores de la intervención arqueológica en
el yacimiento de Vilches IV, Gabriel García Atiénzar, José David
Busquier Corbí y Patricio Domene Prats, el habernos facilitado el
acceso a los materiales para su estudio. Estos restos también se han
abordado en Pastor y Mataix, 2020.
–44%–, interpretado como un espacio de trabajo, la denominada
área de actividades 1, situada entre las Cabañas 1 y 2. En la
Cabaña 3 y en la 2 se recuperaron un número similar de materiales constructivos −27% y 23% respectivamente−. Los niveles de abandono/destrucción de estas edificaciones se habrían
encontrado mejor protegidos de los procesos erosivos respecto
a la Cabaña 1, algo favorecido por la mayor conservación de
sus alzados de mampostería. Por su parte, en la Cabaña 1, la
construcción más afectada por la erosión, apenas se recuperaron
restos constructivos de tierra –6%−, que además proceden del
estrato superficial UE 1101 (fig. 6.27).
En conjunto, la mayoría de los elementos de barro recuperados
en Vilches IV pertenecen a la técnica constructiva del bajareque. Otro gran grupo de restos habrían correspondido a estructuras de actividad modeladas y a recipientes de gran tamaño,
con diferentes funciones posibles, como la preparación y el
almacenamiento de alimentos y productos, y a otros elementos
muebles de barro de menores dimensiones, a modo, probablemente, de pequeños recipientes o vasos. En un determinado
porcentaje de los fragmentos es difícil interpretar con seguridad la naturaleza del elemento original al que pertenecieron,
debido a la ausencia de características definitorias en este
sentido −ver fig. 6.40.
85
[page-n-99]
Figura 6.27. Distribución de los elementos de barro de Vilches IV
en los espacios en los que fueron hallados.
Características generales del conjunto
El tamaño de los restos de barro endurecido recuperados en
el yacimiento varía de manera considerable, desde 2,6 x 1,6 x
1,3 cm, hasta 29,5 x 4,3 x 2,2 cm, en el mayor de los casos. La
forma de las piezas también es diversa, debido en parte a los
acusados procesos erosivos de ladera que sufrieron algunos de
los niveles arqueológicos, así como a la propia fragmentación
de las estructuras originales a las que pertenecieron, destruidas por episodios de incendio. En cuanto a las coloraciones de
los elementos, varían desde el marrón claro y amarillento en
algunas piezas, a una coloración blanquecina y gris en otras.
Los fragmentos de tonos grises y con partes ennegrecidas están asociados a la Cabaña 3. Algunos restos presentan tonos
anaranjados y rosados, siendo todos ellos de la Cabaña 2 y, en
menor medida, del Sector 2, área de actividades ubicada entre
esta estructura y la Cabaña 1.
La mayor parte de los fragmentos –53%– presentan una
importante consistencia, estando un grupo de ellos especialmente endurecidos –20%– y observándose en el resto
–27%– una consistencia media. Estos distintos grados de endurecimiento se registran en los materiales de los cuatro espacios definidos en la parte excavada del asentamiento, y no
concentrados en alguno de estos espacios. Por otro lado, más
del 40% de los restos se encuentra afectado por raíces. Otras
alteraciones que se identifican son la erosión de algunas superficies, la ruptura o fragmentación de las piezas –asociada a las que presentan un grado de endurecimiento menor–,
así como el agrietamiento, con apariencia de craquelado o
cuarteado (fig. 6.28a). Este agrietamiento lo presentan superficies externas de algunos restos muy endurecidos, como
ocurre en piezas recuperadas en la UE 1406, del incendio del
primer nivel de uso de la Cabaña 3.
Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
En la mezcla de barro de muchos de los fragmentos se observan gravas y piedras –en algún caso, un canto rodado de hasta 6 cm de largo–, así como malacofauna (fig. 6.29) de naturaleza dulceacuícola. Ésta habría estado presente en el barro
utilizado para construir, materia prima transportada desde
las cercanías de un curso de agua, probablemente el cauce
que discurre a los pies del asentamiento (García Atiénzar et
alii, 2016: 55). En aproximadamente el 60% de las piezas se
distinguen huellas del empleo de materia vegetal, que habría
sido añadida a la mezcla a modo de estabilizante.
Improntas constructivas de madera
Figura 6.28. Uno de los restos constructivos hallados en la Cabaña
3 de Vilches IV, que muestra un alto grado de endurecimiento. a.
Cara externa, con superficie alisada y aspecto craquelado. b. Cara
interna, con improntas paralelas de vegetales. VL 1403/782.
Cerca del 40% de los fragmentos de barro estudiados presenta
improntas constructivas de elementos vegetales y de madera. En
23 de los casos, procedentes de la UE 1406 −nivel de incendio y
destrucción del primero de los dos niveles de uso de la Cabaña
3−, lo que se observa es la huella de una superficie formada
Figura 6.29. a. Resto procedente del
derrumbe de la Cabaña 2 donde se
observa un ejemplar de malacofauna
formando parte del mortero de
barro. VL 1305/457-4. b. Fragmento
con huella negativa de un resto
malacológico ya desaparecido,
hallado en los estratos de destrucción
de la Cabaña 3. VL 1406/814-24.
86
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Figura 6.30. a. Impronta que se
habría generado al contacto con una
superficie plana, que interpretamos
como de madera trabajada, en un
resto constructivo hallado en la
Cabaña 2. b. Vista lateral de la misma
pieza, donde se aprecia la confluencia
de la impronta plana con otra de
sección circular (izquierda de la
imagen). VL 1307/471-1.
Figura 6.31.a. Resto constructivo con impronta de tronco, en el que
se aprecian surcos en relieve positivo. VL 1303/414-2. b. Acción de
insectos xilófagos en la superficie de un tronco (fondobook.com).
por numerosos vegetales dispuestos unos junto a otros. Por otro
lado, un total de 16 elementos de barro conservan improntas que
interpretamos como de ramas y troncos.
Las improntas pertenecerían tanto a elementos de madera
de sección circular, de entre 2,8 y 5 cm de ancho aproximadamente, como a superficies de madera trabajada o seccionada,
identificadas en 7 fragmentos, recuperados en los derrumbes de
las Cabañas 2 y 3. El caso más significativo de evidencias del
empleo de madera trabajada fue hallado en la UE 1307 de la
Cabaña 2, tratándose de una pieza con la impronta de una superficie plana, de 11 cm de largo conservado, en paralelo a otra de
sección circular y 5,2 cm de ancho (fig. 6.30).
En relación con el empleo constructivo de la madera, entre
los materiales constructivos de Vilches IV hemos observado un
único caso de impronta que se correspondería con la superficie
de un elemento de madera afectado por insectos xilófagos (fig.
6.31). Este tipo de rasgos, en forma de surcos en relieve positivo
en la superficie de las improntas constructivas, también han sido
identificados en diversos fragmentos de Les Moreres −ver fig.
6.47−. Asimismo, en los materiales de La Torreta-el Monastil ya
se ha recogido la identificación de formas que pueden indicar el
uso de madera afectada, en este caso, por posibles procesos de
pudrición −ver fig. 6.14a y b.
Los fragmentos de la cubierta de la cabaña 3
El grupo de materiales constructivos hallados en el interior
de la Cabaña 3 se relacionan con el nivel de incendio –UE
1406– de la primera fase de ocupación de esta estructura. Los
fragmentos se encontraban mezclados con abundantes restos de madera carbonizada y presentan una coloración gris
y blanquecina, con partes de la superficie ennegrecidas. Este
conjunto de piezas muestra un alto grado de endurecimiento y
una apariencia homogénea, en cuanto a las características del
mortero observables a nivel macroscópico. No se observa la
existencia de gravas y sólo uno de ellos presenta una huella negativa de contorno ovalado, probablemente dejada por un canto rodado desprendido. Tampoco observamos en ellas huellas
del empleo de estabilizante vegetal, sí visibles en otros restos
constructivos de este asentamiento, restos de barro. En este
Figura 6.32. a. Vista cenital de uno
de los restos de la techumbre de
la Cabaña 3, donde se aprecia la
superficie de vegetales y una parte
de la capa superior de mortero que la
cubría, posiblemente hacia el exterior
de la estructura. b. Vista lateral,
donde se aprecia la curvatura de la
capa superior. VL 1406/814-1.
87
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Figura 6.33. Diferentes vistas de uno
de los restos interpretados como parte
de la terminación de la cubierta de
la Cabaña 3. a. Cara externa alisada
y de perfil redondeado. b. Cara
interna, con improntas de vegetales.
c. Perfil de la pieza, donde se observa
en la parte superior una inflexión
en ángulo, de tendencia horizontal.
d. Detalle de dicha inflexión. VL
1406/814-5.
caso, la aparente ausencia de estabilizantes vegetales en este
grupo de piezas de la Cabaña 3 puede relacionarse con que no
se trate plenamente de un mortero de barro, sino de yeso, o de
una mezcla con un importante porcentaje de este material. El
análisis realizado mediante microfluorescencia de rayos X a
una muestra −VL 1406/814-2− de este grupo de fragmentos ha
apuntado que el material está compuesto principalmente por
yeso, también con presencia de carbonato cálcico y algo de
cuarzo –ver anexo II, Pastor, 2019.
Con el conjunto de la información disponible, este grupo de
fragmentos pueden interpretarse como parte de la techumbre de
esta estructura, de planta circular y alzados de piedra. Se infiere
que la cubierta estuvo cerrada con una estructura de vegetales
manteados con mortero por ambas caras, la interna y la externa,
que quedaría a la intemperie, a modo de “torta” o “entortado”
(Viñuales et alii, 2003: 76, 137). Este término ha sido acuñado
para definir la aplicación del barro sobre entramados vegetales, pero refiriéndose de forma específica a la construcción de
cubiertas. En un buen número de restos constructivos de esta
UE 1406, las caras alisadas presentan una cierta curvatura, bien
cóncava o convexa, apuntando a que dicha cara perteneciera a
la superficie interior o a la exterior de la torta de la cubierta,
respectivamente. En una parte de los fragmentos se conservan
restos de ambas caras (fig. 6.32).
Esta techumbre se encontraría sostenida por elementos de
madera. En este sentido, en el interior de la Cabaña 1 se documentó la estructura E-2101, interpretada como un agujero de
poste. Y entre los materiales constructivos recuperados en la
UE 1406 se han identificado también restos con improntas de
madera trabajada, que quizá podrían haber pertenecido a algún
madero dispuesto a modo de viga. En los restos recuperados no
se observan evidencias directas de que esta torta de vegetales
y mortero estuviera apoyada en vigas y/o en un posible poste
central, pero también es cierto que los fragmentos recuperados
constituyen sólo una pequeña parte de lo que habría sido la
estructura original completa.
Además, tres piezas de este conjunto de la Cabaña 3
parecen constituir terminaciones de la cubierta, de perfil redondeado y alisado (fig. 6.33a). Dos de estas terminaciones muestran una inflexión de tendencia horizontal en su parte superior
(fig. 6.33c y d), no una continuación de forma inclinada. Todo
ello apunta a que la techumbre podría no haber tenido un importante ángulo de pendiente, pudiendo haber sido plana o casi
Figura 6.34. a. Vista cenital de uno de
los restos de la cubierta de la Cabaña
3, con varias improntas de vegetales
dispuestos en dirección perpendicular
al resto de la superficie vegetal. VL
1406/814-3. b. Vista lateral de otra de
las piezas similares, donde se aprecia
el cruce de los distintos elementos.
VL 1406/814-4.
88
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Figura 6.35. a. Recreación de la disposición de los materiales que habrían conformado las techumbres de las estructuras de Khirokitia (Le
Brun, 1997: 22, fig. 12). b. Propuesta de la terminación de una de las cubiertas de este mismo asentamiento (Daune-Le Brun, 2001: 71, fig.
18). c. Recreación de las estructuras de Khirokitia (Chipre) (Le Brun, 1997: 18, fig. 8).
plana, o presentando una forma ligeramente convexa, quizá como
resultado de la acumulación de los vegetales utilizados como esqueleto de la techumbre. Por desgracia, a pesar del buen estado
de conservación de estos fragmentos constructivos, derivado de su
alto grado de endurecimiento que pudo deberse, al menos en parte,
a la acción del fuego, su limitado número y las características que
presentan no nos posibilitan establecer más relaciones entre ellos o
remontar alguna de las partes de esta cubierta de la Cabaña 3.
No obstante, las características de este conjunto de materiales
constructivos sí permiten conocer con cierta precisión los diferentes materiales que habrían compuesto la cubierta de esta edificación y su disposición. Prácticamente la totalidad de las piezas
recuperadas en la Cabaña 3 –25 fragmentos, de un total de 27–,
presentan la impronta de una superficie interna vegetal, compuesta por numerosos elementos dispuestos en paralelo, unos junto
a otros. Éstos presentaban, de acuerdo con la morfología de las
improntas conservadas, una sección circular y diámetros reducidos, aunque variables, además de tallos flexibles. Quizá se trate
de alguna especie de juncácea de tallo cilíndrico.
Cabe resaltar que en 10 de estos materiales se observan
improntas de unos elementos vegetales diferenciados, por encontrarse dispuestos en dirección perpendicular a la de la superficie vegetal (fig. 6.34). Estos elementos cruzados podrían ser
tallos de carrizo, de acuerdo con su morfología, diámetro y con
las estrías paralelas observables en la impronta del tallo, visibles
en la mayoría de los fragmentos que tienen esta impronta de vegetales perpendiculares. El carrizo podría haberse obtenido en
zonas con disponibilidad de agua, al igual que los posibles juncos, como en el cauce cercano al asentamiento. Si bien podría
tratarse de una disposición casual de los vegetales, pensamos que
también puede responder a algo intencional, a parte de la técnica
desarrollada para la construir la techumbre, con una colocación
de vegetales adicionales a modo de “elementos guía” (Navarro
Martínez y Navarro Martínez, 2016: 51), que contribuyeran a
fijar los materiales de la cubierta.
Un asentamiento prehistórico con edificaciones que
presentan ciertas similitudes en lo constructivo con las cabañas
de Vilches IV y del que se conoce en detalle la construcción de
sus techumbres es Khirokitia (Chipre). Las estructuras, del VII
milenio BC, son de planta circular y alzados de piedra y habrían
tenido cubiertas planas, hechas de barro y distintas capas de vegetales, dispuestos en diferentes direcciones y sostenidas por
elementos horizontales de madera (fig. 6.35) (Le Brun, 1997;
Daune-Le Brun, 2001).
Ataduras
En caso de haberse utilizado el citado recurso a un elemento guía
para la sujeción de los materiales vegetales de la techumbre, éste
no habría sido el único material utilizado para la sujeción del
esqueleto vegetal de la cubierta. En tres de los fragmentos hallados en esta estructura se distinguen improntas de una atadura
realizada mediante cuerda trenzada (fig. 6.36), siendo ésta triple,
al menos, en uno de los casos, al conservarse tres improntas paralelas de este tipo de cuerdas. Las cuerdas podrían haber sido
colocadas para reforzar los vegetales durante la construcción de
la techumbre, antes de ser cubiertos con mortero o, quizá, haber
atado en haces estos vegetales de forma previa, por ejemplo, para
su transporte hasta la estructura a cubrir, y no haber sido retiradas
las ataduras en el momento de su puesta en obra.
De cualquier modo, estas improntas de cuerdas no pertenecen
a las que podrían considerarse como más habituales en los restos
constructivos de barro, fruto de su aplicación para atar troncos
Figura 6.36. Improntas de cuerdas
junto a las de materias vegetales que
integrarían la cubierta de la Cabaña 3.
a. VL 1406/814-6. b. 1406/814-17.
89
[page-n-103]
o ramas, sino a otros usos más diversos y variados −ver 4.1.3 y
4.3.3.−, que posiblemente también cabría plantear como posibilidad en otros casos de improntas de cuerdas, sin asociarlas de
manera directa o automática a la atadura de elementos de madera que conforman la estructura. Al margen de estos ejemplos
de improntas de cuerdas en restos de la UE 1406, asociados
a la cubierta de la Cabaña 3, no se han identificado otras
improntas de ataduras.
Tratamiento de las superficies
Por otro lado, más de la mitad de los restos del conjunto presenta
superficies alisadas, cuyo tratamiento se habría producido, el menos en un buen número de casos, de forma manual y no mediante
algún tipo de instrumento, como evidencian las huellas digitales
visibles en muchas de las piezas. Se trata tanto de restos constructivos alisados asociados a la técnica del bajareque, como de
fragmentos de estructuras de actividad o recipientes, fabricados
mediante el modelado del barro. En el análisis macroscópico no
se aprecia la aplicación de capas de enlucido en ellas.
Estructuras de actividad y posibles elementos muebles
Los fragmentos interpretados como partes de posibles
estructuras de tipo inmueble, instalaciones y recipientes fabricados con barro proceden en su mayoría de la llamada área de
actividades 1 y, en menor medida, de las Cabañas 1 y 2. En el
barro que conforma estos posibles restos de estructuras y recipientes se observan algunos ejemplares de malacofauna y evidencias de la estabilización del mortero mediante el añadido de
materia vegetal. Presentan huellas del modelado y alisado de
sus superficies con los dedos de la mano, que pueden observarse
sobre todo en la cara interna de los fragmentos interpretados
como paredes de recipientes.
En el área de actividades 1 se han recuperado, por un lado,
restos de lo que habrían sido estructuras de actividad elaboradas
con barro, destacando un fragmento de considerable tamaño –22
x 9 x 10 cm–. Por su morfología y dimensiones, habría sido el
borde de alguna estructura, abierta o parcialmente abierta, aunque
al tratarse sólo de una parte reducida de la misma, no podemos
determinar con mayor seguridad su forma (fig. 6.37).
Por desgracia, apenas unas pocas piezas de este tipo
han podido unirse para tratar de remontar parte de las instalaciones de barro originales de esta zona, algunas de ellas
contemporáneas al hogar E-2201, conformado por un anillo de
mampostería o, de forma más excepcional, al posible horno de
cámara E-2203, con paredes de barro y piedra y con base de
lajas de arenisca, situados al sur de dicho espacio. Esta última estructura fue construida combinando la piedra y la tierra,
como ocurre también en parte de los alzados de mampostería
del asentamiento.
Por otra parte, entre los restos de barro endurecido hallados
en el área de actividades 1, así como en la Cabaña 1 −en el nivel
superficial UE 1101−, se encuentran fragmentos de recipientes
de gran formato, que habrían podido utilizarse como contenedores, destinados al almacenamiento. Entre ellos se encuentran
restos con borde y paredes alisadas de forma manual, en algún
caso de desarrollo rectilíneo (fig. 6.38) y no curvo, como hemos documentado con mayor frecuencia en los restos de barro
estudiados. Asimismo, en el nivel superficial de la Cabaña 1 se
recuperó un fragmento de lo que parece ser parte de la base
de una estructura de barro. En el caso de la Cabaña 2, también
se han hallado algunos elementos con superficies redondeadas,
que podrían ser bordes de algún tipo de instalación.
En algunas de las piezas de barro que interpretamos como
restos de paredes de recipientes se aprecia un rehundimiento en
la sección de la pared de su extremo inferior. Identificado en
los materiales de Puech Haut (Languedoc, Francia), yacimiento
ocupado a lo largo del III milenio BC, este rasgo morfológico
sería el resultado de la forma en que se fabricaron los recipientes,
Figura 6.37. a. Vista lateral de una pieza de barro, hallada en la
llamada área de actividades 1 de Vilches IV, posiblemente parte del
borde redondeado de una estructura. b. La misma pieza, vista desde
uno de sus extremos. VL 1205/179.
Figura 6.38. Resto de pared, de
desarrollo rectilíneo, de un posible
recipiente de barro del área de
actividades 1, que conserva un borde
redondeado. a. Cara interna, donde
se observan huellas horizontales
del alisado manual y evidencias del
empleo de estabilizante vegetal. b.
Cara externa. c. Perfil. VL 1203/101-1.
90
[page-n-104]
recreciendo las paredes de modo que la parte añadida y superpuesta se imbricaría con la inferior (De Chazelles, 2005b: 240,
fig. 3). Esta característica también ha sido observada en restos
de paredes de elementos de barro de los asentamientos de El
Alterón −ver fig. 5.20b− y Les Moreres −ver fig. 6.66b.
No obstante, la mayoría de los fragmentos de Vilches IV
interpretados como de recipientes de barro de gran formato
presentan paredes curvas (fig. 6.39a y b). Estas piezas serían
restos de recipientes posiblemente similares a los contenedores
hallados en la construcción calcolítica de la Illeta dels Banyets
(El Campello, Alicante) (Soler Díaz y Belmonte, 2006: 34, 54;
Gómez, 2006: 272, 278) (fig. 6.39c y d), aunque de menores
dimensiones.
Además, se han identificado un buen número de fragmentos
que podrían constituir paredes de recipientes muebles de pequeño tamaño, hechos de barro sin cocer, posiblemente comparables a los que fueron sido identificados en La Vital (Gandía,
Valencia) (Gómez, 2011: 234). Se ha abordado el análisis mediante microfluorescencia de rayos X de una muestra de uno de
estos elementos muebles −VL 1203/101-11−, que presenta una
estructura interior porosa, destacando en su composición el carbonato cálcico, así como oxi-hidróxidos de hierro, que habrían
contribuido a la tonalidad marrón anaranjado que presenta. El
análisis de su capa externa, de coloración grisácea, apunta también a la presencia de carbonato cálcico y en cantidades mayores a las identificadas en el cuerpo interior, a lo que se une
la presencia de yeso, que puede deberse a una preparación del
material utilizado a modo de revestimiento externo de la pieza
–ver anexo II, Pastor, 2019.
Valoración
Entre los casos de estudio que forman parte de esta
investigación, Vilches IV es el primero que mostramos en el que
se han excavado las evidencias in situ de edificaciones, las tres
construcciones circulares y los muros que parten de ellas, así como
de estructuras de actividad. Los materiales constructivos recuperados en este asentamiento, en el interior y también en el exterior
de las edificaciones, permiten conocer varios aspectos acerca de
cómo la tierra fue utilizada para la construcción en este enclave, combinada con el resto de los materiales mencionados en el
apartado anterior y mediante el empleo de técnicas constructivas
como el bajareque y el amasado y modelado. La documentación
Figura 6.39. Resto de pared curva de barro interpretada como de
un recipiente de gran formato, hallada en el área de actividades 1
de Vilches IV. a. Cara externa, con abundantes huellas negativas de
vegetales utilizados como estabilizante. b. Cara interna, donde se
aprecian con mayor claridad las huellas paralelas del alisado manual de la superficie. VL 1205/178-2. c y d. Recipientes de barro
hallados en el interior de la construcción calcolítica de la Illeta dels
Banyets (El Campello, Alicante) (a partir de Soler Díaz y Belmonte, 2006: 53, fig. 17).
de evidencias constructivas en sus contextos primarios, como la
presencia de alzados de piedra, permite contar con una información con la que asociar, en la medida de lo posible, estos restos.
El estudio de esta materialidad permite contribuir a la caracterización de las construcciones excavadas en Vilches IV y también
determinar la existencia de nuevos elementos estructurales, como
instalaciones de equipamiento doméstico, a partir de fragmentos
de las mismas. En este sentido, el análisis de los materiales de
barro de este enclave ha permitido la identificación de evidencias
Figura 6.40. Izda. Distribución de
los restos de barro de Vilches IV en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
91
[page-n-105]
de más estructuras de actividad, además de las dos destacadas en
el Sector 2, gracias al hallazgo de fragmentos, también asociados
a las cabañas. Similar a éstas podría haber sido, por ejemplo, la
estructura abierta o parcialmente abierta a la que habría pertenecido el fragmento con borde redondeado recuperado en el área de
actividades 1 −ver fig. 6.37.
Podemos relacionar los restos constructivos de Vilches IV
asociados a las tres construcciones, de planta circular y alzados
de mampostería, fundamentalmente con las cubiertas y con estructuras de actividad (fig. 6.40). El barro empleado para edificar habría sido estabilizado con vegetales, como es habitual en
la construcción con tierra y como se ha evidenciado en los casos
de estudio mostrados hasta el momento. La técnica del bajareque está constatada mediante la presencia de improntas constructivas de elementos de madera, ramas y troncos, de hasta 5
cm de diámetro, trabajados y no trabajados, combinados entre sí
y que fueron manteados con barro. Este estudio ha aportado información sobre el trabajo y la utilización de la madera en usos
constructivos, documentándose también evidencias que apuntan
al uso de madera afectada por xilófagos. Podemos plantear que
estos elementos de madera habrían podido pertenecer a las cubiertas, concretamente a su estructura de sustentación. En este
sentido, los resultados de los análisis realizados sobre los restos
antracológicos de Vilches IV apuntan la presencia mayoritaria
de la madera de pino (Pinus halepensis) y carrasca (Quercus
perennifolio), junto con el lentisco (Pistacia lentiscus) (García
Atiénzar et alii, 2016).
Al resto de las techumbres de las cabañas es posible
aproximarnos al poder observar con bastante detalle la forma
en que se habría construido la de la Cabaña 3. El alto grado de
endurecimiento de los restos constructivos hallados en el interior de esta construcción, interpretados como pertenecientes a
su techumbre, hace posible observar su morfología y la de las
improntas constructivas que contienen, tanto de los vegetales,
los dispuestos en paralelo, flexibles y de sección circular −quizá
juncos− y los cruzados −quizá carrizo−, que constituían el interior de la techumbre, como de las ataduras de cuerdas trenzadas y elementos que se habrían utilizado para su sujeción. Esto
ha permitido conocer de forma bastante precisa los distintos
materiales empleados en esta parte de la edificación, que posiblemente habría sido dispuesta con una orientación plana. Esta
forma de construir las cubiertas mediante elementos vegetales
manteados con barro podemos considerarla como construcción
con bajareque, recibiendo también la citada denominación de
cubierta de “torta” o “entortado” (Viñuales et alii, 2003: 76,
137). Es muy posible que las otras dos cabañas excavadas en
Vilches IV contaran con una cubrición similar, aunque no se
hayan recuperado sus restos.
Cabe resaltar que el mortero con el que se mantearon los
materiales vegetales para conformar la cubierta de la Cabaña 3,
como quizá también el resto de las edificaciones de Vilches IV, habría estado compuesto sobre todo por yeso, como reflejan los análisis realizados mediante microfluorescencia de rayos X. El yeso también está presente en el revestimiento de la otra de las piezas de este
conjunto analizada con esta técnica instrumental, un fragmento de
elemento mueble. Esto apunta a la posibilidad de que en este enclave se hubieran llevado a cabo procesos de tratamiento térmico de la
piedra de yeso para obtener sustancias con las que elaborar morteros
constructivos y, quizá también, con otros fines.
92
6.1.3. Les Moreres
Introducción al yacimiento
El asentamiento calcolítico de Les Moreres (Crevillente,
Alicante) (González Prats, 1986a; 1986d; González Prats y Ruiz
Segura, 1992a) se encuentra situado en la Sierra de Crevillente,
sobre el cerro de Les Moreres, ubicado junto a una rambla o
barranco, vía de comunicación entre el área de costa y el valle
del Vinalopó. A unos 300 m del yacimiento del Bronce final
de Peña Negra, Les Moreres fue localizado en los niveles inferiores de la necrópolis del Bronce Final de dicho asentamiento
(González Prats, 1986d: 89). Este poblado ha sido enmarcado
en la segunda mitad del III milenio BC (González Prats y Ruiz
Segura, 1992a: 18-19). Dataciones radiocarbónicas recientes
han proporcionado datos cronológicos más precisos (Beta505650, Beta-505651: 3890±30 BP, Beta-505652: 3820±30 BP)
(Francisco Javier Jover, com. pers.).
En Les Moreres se hallaron, en primer lugar, los restos de la
parte baja del alzado de barro de una estructura ovalada, con unos
6 m de recorrido conservados, en la que se observaban improntas
negativas de troncos, de unos 10 cm de diámetro, y que se adosaría
al interior de lo que se interpretó como los restos de una muralla de
mampostería (González Prats, 1986a: 121) (fig. 6.41). Las estructuras fueron excavadas mediante un sistema de cuadrículas, de 2,5
m de ancho. Esta estructura se ubicaba en el área 1, en los cortes K
y J-2/-1/1 y en ella se excavaron diferentes UUEE. El estrato IIa se
correspondía con el nivel de derrumbe, con abundantes restos constructivos de barro con improntas, así como material cerámico. Los
estratos IIb y IIc se interpretaron como asociados al nivel de habitación de esta estructura ovalada, hallándose también en el primero de
ellos abundantes fragmentos constructivos de barro, junto con otros
materiales arqueológicos (González Prats, 1986d: 90, 93).
Este alzado se habría construido con postes verticales de
sección circular, manteados con barro desde el interior y cuya
superficie interna habría estado revestida. Esta edificación habría colapsado en parte hacia su interior (Alfredo González,
com. pers.), hallándose grandes restos de material constructivo
de barro con improntas de los troncos. Dicha construcción, así
como la muralla en la que se apoya, se corresponderían con los
momentos finales de la ocupación de este poblado, hacia finales
del III milenio BC (González Prats, 1986d: 93, 98). Por desgracia, a la hora de conectar las evidencias abordadas en esta
investigación con su información contextual, sólo tenemos conocimiento de que provengan de esta construcción, de su nivel
IIb o de ocupación, 9 de los fragmentos analizados.
En 1990 se excavó una segunda estructura ovalada, en los cortes K-4 y -5, L-5 y M-4, para la que se estimaron unos 8,5 m de
diámetro y que presentaba restos de materiales constructivos similares, de barro con improntas vegetales, que fueron asociados tanto
a las paredes como a las techumbres. En su interior se documentó
un hogar de forma circular compuesto de piedras, así como recipientes cerámicos, también con decoraciones campaniformes, y
molinos de piedra. En el entorno de esta construcción se hallaron
otros restos materiales, como pesas de telar, restos líticos y de fauna o un punzón de cobre. Junto a esta estructura se excavaron los
restos de otra, edificada también con postes de madera manteados
con barro. Además, fueron documentadas tres estructuras más, de
planta ovalada pero construidas en este caso con zócalo de mampostería (González Prats y Ruiz Segura, 1992a: 18). Por otro lado,
[page-n-106]
Figura 6.41. a. Plano de la estructura
hallada en el área 1 de Les Moreres.
b. Parte baja del alzado de barro
con improntas de troncos (a partir
de plano y fotografía de Alfredo
González).
en Les Moreres se recuperaron diferentes elementos muebles de
barro, incluidas piezas de forma hiperboloide, interpretadas como
soportes (González Prats, 1986d: 93).
A partir de la información proporcionada por las
excavaciones, se determinó que las estructuras construidas
únicamente con barro y postes de madera serían posteriores a
las que presentaban zócalos de piedra. Sobre este cambio en la
técnica constructiva, se planteó que pudiera deberse a una estrategia ante posibles episodios sísmicos. El primer tipo de edificaciones habría contado con una techumbre de forma cónica y
se habrían utilizado ataduras de esparto para sujetar la materia
vegetal (González Prats y Ruiz Segura, 1992a: 18-19).
Los materiales de barro de Les Moreres
Características generales del conjunto
Este estudio macrovisual de fragmentos constructivos de barro
se basa en el análisis de un total de 1097 elementos,3 recuperados
durante las campañas de excavación de 1988, 1989, 1993 y, en
su mayor parte, 1990 y 1991, de acuerdo con los datos de los que
disponemos.4 Proceden de los niveles denominados “nivel II”,
en su mayoría de abandono (IIa) y, en algún caso, de ocupación
(IIb), de las diferentes estructuras excavadas. También incluimos en nuestro estudio algunos fragmentos recuperados en la
superficie del yacimiento en el año 2017.
3
Agradecemos a Alfredo González Prats, director de las excavaciones en Les Moreres, así como a Alberto J. Lorrio Alvarado, el
habernos facilitado el acceso a los materiales para su estudio, junto
con información contextual y gráfica sobre el asentamiento. También a Julio Trelis Martí, director del Museo arqueológico de Crevillente, la atención recibida en las instalaciones del museo.
4
En la mayoría de las cajas que contenían los fragmentos se hallaron restos del etiquetado original de papel, en muy mal estado de
conservación, del que se pudo obtener en algunos casos parte de
su información contextual, como los datos del corte y nivel al que
correspondían. No obstante, el malo o nulo estado de preservación
del etiquetado ha impedido la obtención de una gran parte de estos
datos.
En primer lugar, es destacable la abundante cantidad de
restos constructivos de barro conservados y recuperados en
este asentamiento, que presentan además un considerable grado de endurecimiento. Así, la mayor parte de los fragmentos
analizados presentaban una gran consistencia. Como consecuencia, las improntas constructivas se encontraban bien conservadas y podían observarse con un buen nivel de detalle en
la mayoría de los casos. No obstante, en algunas piezas la erosión de sus superficies no permite distinguir formas con certeza. Así, se han encontrado dificultades a la hora de distinguir
entre aparentes caras regularizadas, que se corresponderían
con el exterior de partes estructurales, y probables improntas
muy erosionadas, que constituirían entonces la cara interna de
la pieza. Del mismo modo, en algunos casos la erosión de las
superficies de los fragmentos no ha permitido apreciar a nivel
macroscópico determinados detalles importantes de los morteros. Ejemplos de ello son la identificación y caracterización
de las evidencias de uso de estabilizantes vegetales, que sí se
observan de forma clara en otros muchos casos, o la no conservación de restos orgánicos carbonizados que pudieran ser
visibles en las superficies de las piezas, como sí puede ocurrir
en otros estudios.
Los elementos constructivos de Les Moreres presentan
distintas coloraciones, la mayoría marrón claro de base, blanquecino y amarillento. Algunas piezas presentan tonos de marrón rosado, anaranjado claro y oscuro-rojizo, que pueden relacionarse con una exposición al fuego. Otras piezas muestran
tonos grisáceos o una coloración ennegrecida. Los fragmentos
presentan formas diversas y dimensiones que abarcan desde
los 2 x 2 x 1 cm hasta 16 x 20,5 x 6,6 cm en el fragmento de
mayor tamaño.
Por último, determinadas alteraciones de tipo postdeposicional
han sido especialmente visibles en el conjunto, además de la ya
mencionada erosión de las superficies. Algunos restos presentan
raíces, que habrían afectado a las piezas durante su deposición
arqueológica. Una parte presenta una pátina uniforme y de coloración grisácea adherida al fragmento, que con una alta probabilidad se habría generado con posterioridad a su excavación
y a causa de factores de alteración también postdeposicionales
−ver fig. 6.59c y d.
93
[page-n-107]
Figura 6.42. Elementos identificados formando parte de la composición de los morteros constructivos de Les Moreres. a. Piedra de varios
centímetros de largo. MO 208. b. Inclusiones geológicas de coloración rojiza. MO 596. c. Malacofauna. MO 36.
Observaciones macroscópicas sobre la composición y
características del mortero de barro
En la matriz de barro de los fragmentos estudiados se han
distinguido elementos que en diferentes casos se asocian posiblemente a una presencia natural en el sedimento utilizado para
construir. Así, en buena parte de las piezas se identificaron piedras en el mortero, con unas dimensiones desde 0,6 hasta 4,7 cm
de largo (fig. 6.42a). De forma excepcional, uno de los restos
constructivos recuperados en la superficie del yacimiento presentaba un canto rodado de 7 cm de largo. Esta presencia de piedras estaría indicando que no se llevó a cabo la retirada de los
elementos más gruesos del sedimento durante esta parte de los
procesos constructivos. En algunas de las piezas se identificaron
inclusiones o pequeños agregados de un material de tono rojizo y
que tiznaba, tratándose probablemente de un material geológico
natural, con contenido en hierro (fig. 6.42b). En relación con esto,
no obstante, en algunos restos constructivos −MO 1090, 1091,
1092− se han identificado fragmentos de cerámica, lo que podría estar apuntando a un posible uso intencional de éstos en los
morteros o al empleo constructivo de sedimentos de desecho. Por
otro lado, algunos de los elementos estudiados presentaban ejemplares de malacofauna, en algún caso caracoles de hasta 2 cm de
diámetro (fig. 6.42c), que estarían presentes de forma previa en el
barro utilizado para construir −procediera éste de sedimentos naturales o antropizados, con mayor o menor presencia de residuos
de la actividad humana−. Éstos podrían ser ejemplares del género
continental Iberus. También se observan algunos gasterópodos de
concha ovalada.
Un rasgo también presente en el mortero de algunas de las
piezas es una hendidura alargada y de extremos ovalados (fig.
6.43a y b), que consideramos que habría podido ser generada
por la acción de insectos en las superficies de tierra que formarían parte de las edificaciones. Esta interpretación se basa
en comparaciones morfológicas con rasgos actuales de este tipo
(fig. 6.43c), que también hemos observado en trabajos de documentación etnoarqueológica en edificaciones recientes construidas con tierra. De ser este el origen de las hendiduras referidas,
la acción de los insectos se habría producido necesariamente
una vez construidas las estructuras y aplicado el mortero de barro. La afectación por fauna pudo tener lugar en el marco de procesos postdeposicionales, una vez abandonadas las estructuras,
pero también mientras éstas estuvieron en pie. En las estructuras
94
Figura 6.43. Hendiduras ovaladas en la superficie de algunos fragmentos de barro. a. MO 69. b. MO 658. c. Acción de insectos en las
superficies de estructuras de tierra, a lo que podrían atribuirse estas
formas (earthstructures.co.uk).
de tierra es frecuente la acción de fauna de diferente tipo en
las superficies, tanto mamíferos como insectos, y se manifiesta en hendiduras y orificios de distinto tamaño y forma (Ziegert, 2003: 261-263, fig. 6.25a-26b; Knoll y Klamm, 2015: 78;
Knoll, 2018: 25, fig. 8).
Otros elementos contenidos en el mortero de barro habrían
sido añadidos de manera intencional a modo de estabilizante.
Los procesos de estabilización mediante materias vegetales
serían los más comunes en los procesos constructivos de las
sociedades prehistóricas y han sido documentados también en
las estructuras de Les Moreres. Como ha sido comentado más
arriba, en buena parte de las piezas la erosión de sus superficies
impide observar adecuadamente rasgos como la presencia de
este estabilizante. En determinados casos, la identificación del
empleo de este tipo de materias ha podido plantearse a partir de
la observación de unas pocas huellas vegetales características
de este tipo. Otra parte de los fragmentos sí presenta de manera
clara abundantes evidencias del empleo de estabilizante vegetal,
posiblemente restos de paja de cereal. Resulta muy interesante que en ellos se hayan constatado evidencias muy claras de
actividades de preparado y corte o machacado de los vegetales en pequeños tramos, al presentar las huellas negativas de
este producto unas dimensiones regulares, de en torno a 1 cm
de largo (fig. 6.44). A estas huellas de estabilizantes vegetales
[page-n-108]
Figura 6.44. Evidencias de
preparación del estabilizante vegetal,
a partir de la longitud uniforme de
las huellas negativas. a. MO 612. b.
MO 470.
cabe añadir la citada posibilidad de que se hubieran añadido,
en un determinado momento o una determinada estructura en
Les Moreres, fragmentos de cerámica a los morteros de barro.
Improntas constructivas de madera
Las numerosas y variadas improntas constructivas conservadas
en los fragmentos estudiados informan acerca de distintos aspectos de la estructura de madera, ya desaparecida, de las edificaciones de Les Moreres. Permiten reconocer el empleo de la
técnica del bajareque. Un grupo importante de las improntas,
negativas y de sección circular, pertenecerían a troncos, con
unas dimensiones de hasta 10 cm de diámetro y hasta 16 cm de
largo conservado. En este caso, las improntas de troncos se relacionan con fragmentos posiblemente procedentes de alzados,
pero también de techumbres, en combinación con otros elementos constructivos, como improntas de cañas, de ataduras o de la
materia vegetal que podemos asociar con mayor probabilidad a
las cubiertas.
Es importante resaltar la existencia de improntas negativas
de sección angular en 22 de los fragmentos, que se corresponderían con troncos cortados de forma longitudinal, dividiendo su
sección posiblemente en cuatro partes, dado el ángulo casi recto
de estos negativos de los elementos constructivos desaparecidos
(fig. 6.45). El ancho de las improntas angulares abarca desde los
3 hasta los 7 cm. El caso de un fragmento de los obtenidos en
superficie muestra una singular impronta plana de hasta 20 cm
de largo, 5 cm de ancho y 1 cm de profundidad, formando un
perfil en ángulo recto. Ésta parece corresponderse con la presencia de una tabla de madera, de la cual se conservarían marcas en
la superficie de la impronta.
En 21 fragmentos se han observado improntas que reflejan
el cruce de elementos de madera dispuestos en distintas direcciones. En algunos casos se documentan cruces entre troncos de
sección circular y angular, entre troncos y ramas y entre troncos
y cañas o carrizo. Además, algunas piezas podrían corresponderse morfológicamente con un manteado de barro aplicado sobre la estructura de madera en la unión de la parte superior de
los alzados con el inicio de una cubierta inclinada (fig. 6.46a).
Fragmentos de barro con formas similares han sido documentados en trabajos etnoarqueológicos (Kruger, 2015: 894) y en el
estudio de los fragmentos constructivos de barro de Çatalhöyük
(Stevanović, 2013: 109, fig. 6) (fig. 6.46c).
Figura 6.45. a. Impronta angular de madera trabajada. b. Perfil.
MO 4.
Por otro lado, en una parte del interior de las improntas
negativas de troncos se distinguen surcos que habrían quedado
impresos en ellas en relieve positivo, de formas alargadas, curvas e irregulares. Consideramos que se trata de improntas de
los túneles o galerías generadas en la madera por insectos xilófagos (fig. 6.47), como en el caso documentado en los materiales de Vilches IV −ver fig. 6.31−, que habrían afectado a los
troncos que se utilizaron para la edificación antes de su empleo
en la estructura y su manteado con barro. Al ser rasgos que se
observan en el barro a partir de improntas de troncos ya desaparecidos, podemos apreciar que las galerías se encuentran en
la superficie del tronco, aunque desconocemos si también afectaron a las partes internas del elemento de madera. Los insectos
afectan la madera bien para habitarla, para alimentarse o para
incubar en ella (Langendorf, 1988: 85). Estos surcos muestran
una morfología muy similar a los generados, por ejemplo, por
el Callidium violaceum, que se alimenta sobre todo de coníferas (Langendorf, 1988: 105). La presencia de surcos y orificios
generados por insectos en la madera de edificaciones tradicionales con barro y materia vegetal ha sido señalada en estudios
como el de Volhard (2010: 42).
En algunas improntas la conservación de la superficie de los
troncos es muy destacable, contando incluso con un ejemplo de
la impronta de un nudo de tronco (fig. 6.48). En la mayor parte
de los casos, el interior de las improntas analizadas en este conjunto correspondientes al exterior de troncos de sección circular
es una superficie lisa, sin rugosidades ni irregularidades destacables −al margen de que algunos de ellos presenten las aparentes
afectaciones por insectos ya señaladas−. A partir de la observación de las improntas de estas superficies de madera podemos
95
[page-n-109]
Figura 6.46. a. Vista cenital (arriba)
y perfil (abajo) de un fragmento
que podría corresponderse con la
unión entre el alzado y una cubierta
inclinada. MO 687. b. Vista de
improntas de troncos cruzados
cuya dirección podría indicar el
cruce entre estas dos partes de la
edificación. MO 1003. c. Dibujo de
fragmentos atribuidos a una cubierta
con una forma similar, procedentes
de Çatalhöyük (Konya, Turquía)
(Stevanović, 2013: 109, fig. 6).
plantear que posiblemente dichos troncos habrían sido utilizados
para edificar sin la corteza, aunque también cabe la posibilidad
de que la especie utilizada presentara una corteza de superficie
lisa y no fácilmente apreciable a nivel macroscópico.
Como ya se ha comentado, se considera que el descortezado
y secado de la madera, de forma previa a su empleo en la construcción, previene que se deteriore a causa de la acción de insectos en ella (Stevanović, 2013: 111), un tipo de alteraciones de los
materiales constructivos que han podido observarse en parte de
los materiales de barro que se recogen en este capítulo, no sólo
en este caso de estudio. Así, puede plantearse que los troncos hubieran sido descortezados como parte de las actividades productivas de preparación de los materiales escogidos para construir.
No obstante, es necesario tener en cuenta que la humedad y el
contacto prolongado con el suelo pueden provocar la pérdida de
la corteza en los troncos (Caruso et alii, 2010: 463). Por ello, no
ha de descartarse que hubiera sido utilizada, en determinados
casos, madera muerta, troncos ya caídos o que hubieran sido talados con anterioridad, almacenados y no empleados de manera
inmediata y que hubieran perdido esta capa externa del árbol.
En relación con esto, ya se ha apuntado que los troncos jóvenes
son más propensos a agrietarse longitudinalmente que los más
viejos, lo que haría que fuera menos frecuente su empleo para
construir (Stevanović, 2013: 111).
En cualquier caso, el empleo de madera muerta, almacenada un tiempo antes de ponerse en obra o reutilizada de otras
construcciones, serían prácticas acordes con la afectación de la
madera por insectos y otros factores de alteración, apuntados
a partir del análisis de los fragmentos constructivos en los tres
asentamientos que constituyen los casos de estudio de cronología calcolítica de esta investigación. En el caso de los troncos que aparentemente no presentaban corteza cuando se utilizaron para construir y además presentan huellas de haber sido
96
Figura 6.47. a. Detalle de los surcos en relieve positivo en la superficie de una impronta de tronco. MO 22. b. Surcos dejados en la
superficie de un tronco de madera por insectos xilófagos, como el
Callidium violaceum (Langendorf, 1988: 105, fig. 5. 37).
Figura 6.48. a. Impronta interpretada como perteneciente al nudo
de un tronco. MO 989. b. Este tipo de detalle anatómico presente en
elementos de madera.
[page-n-110]
Figura 6.49. a. Fragmento con dos
improntas de caña cruzadas en
diagonal. MO 871. b. Elemento
constructivo de barro de morfología
análoga procedente de Cabezo
Pardo. CP 1040/23-1 (cruces
resaltados mediante líneas).
c. Ejemplo contemporáneo de
entramado vegetal entrecruzado y
revestido con barro (Vegas et alii,
2011: 65), con una disposición
similar a la que tuvieron las cañas
que generaron dichas improntas.
afectados por insectos, la posible ausencia de corteza podría
deberse a que la hayan perdido, estando la madera muerta más
expuesta a los agentes externos. No obstante, también podría
tratarse de la acción de insectos xilófagos que se alimentaran
de la corteza, favoreciendo su pérdida y habiendo dejado estos
surcos en la superficie del tronco.
Improntas constructivas de otras materias vegetales
En el conjunto de fragmentos estudiados encontramos numerosas
improntas constructivas de tallos de caña y carrizo, en las que de
forma frecuente se observan las estrías paralelas que recorren la
superficie exterior de los tallos. Las improntas de caña en manteados de barro suponen la aplicación de la técnica constructiva
del bajareque que, en el caso de Les Moreres, consideramos que
se habría empleado probablemente en alzados y en techumbres.
Los fragmentos constructivos de barro con improntas de
caña pueden presentar diferentes morfologías, indicativas de
la forma en que se dispuso la estructura vegetal, ya desaparecida, en la edificación. Así, en 22 de los fragmentos analizados se ha observado que presentan una sección en forma
de “cuña”, resultado de la introducción del barro entre cañas
que se encuentren algo separadas (Pastor, 2014: 321). En
otros ejemplares se conserva la impronta de dos cañas cruzadas en diagonal, que podría corresponderse con una parte de
la estructura en la que estos elementos se hubieran dispuesto
entrelazados (fig. 6.49a).
Un total de 10 de los fragmentos con improntas constuctivas de caña y carrizo no contienen improntas negativas, sino
positivas, resultado de la introducción del barro en una caña
fragmentada, o cortada de forma intencional, por la mitad. Las
cañas cortadas pueden cumplir la función de facilitar la adhesión del barro a la estructura que conforman, algo que hemos
constatado en trabajos de documentación etnoarqueológica y
que ya ha sido apuntado (Sherard, 2009). No obstante, en este
caso, al observarse estas improntas positivas de forma aislada,
en un número bajo y no de forma contigua o en paneles, consideramos que posiblemente no se trata de un uso de las cañas
con esta intencionalidad.
Asimismo, es habitual que los restos presenten una sección
en la que las cañas se disponen “en abanico” en la cara interna, generándose una superficie de forma convexa, resultado
de la presión ejercida por la disposición del barro sobre el panel de cañas (Pastor, 2014: 320). Sin embargo, algunas piezas
Figura 6.50. Fragmentos de barro con dos caras internas de improntas de caña que confluyen en el centro. a y b. Vista cenital y de perfil
del fragmento MO 468. c y d. Vista lateral y de perfil del fragmento
MO 624.
muestran una disposición de las cañas en la cara interna de
forma contraria, algo curvada y cóncava (fig. 6.50). Teniendo
en cuenta el resto de datos constructivos extraídos de este estudio, así como la cara alisada contraria en estos fragmentos,
proponemos que pueda tratarse, bien de partes pertenecientes a esquinas internas de los alzados −en los que, de acuerdo
con las improntas observadas, las cañas se habrían dispuesto posiblemente en vertical−, bien del resultado de la aplicación del barro entre dos grupos de cañas separadas entre sí,
97
[page-n-111]
de Les Moreres cuenta con variadas combinaciones de improntas
constructivas en la cara contraria, pertenecientes tanto a carrizo y
caña, como a ramas y troncos. En estos casos, los troncos podrían
realizar la función sustentante de la techumbre, mientras que ramas y cañas pertenecerían a un entrevigado, dando soporte a una
capa de barro que, a su vez, se habría cubierto con elementos
vegetales de tipo paja que darían al exterior.
Empleo de esteras vegetales como material constructivo
Figura 6.51 Resto constructivo identificado como posiblemente
perteneciente a una techumbre. a. Cara externa. b. Cara interna.
MO 318.
quizá formando haces. En cualquier caso, esta morfología se
corresponde con la cara interna de los fragmentos, que presentan una cara contraria alisada.
Una de estas piezas de bajareque de Les Moreres −MO
630−, con una cara interior con improntas de caña y la cara
exterior alisada, quizá revestida con barro, ha sido analizada
mediante microfluorescencia de rayos X. Presenta en su composición interna carbonato cálcico y cuarzo en proporciones similares, así como arcillas y/o feldespatos potásicos, desigualmente
distribuidos. En la cara externa, la composición cambia, con una
mayor presencia de cuarzo y con arcillas de tipo caolín. Las
imágenes aumentadas de la zona de estudio en esta capa exterior
han permitido observar finos trazos que pueden relacionarse con
su alisado −ver anexo II, Pastor, 2019.
Por otra parte, en 51 restos constructivos fueron identificadas
superficies que se habrían generado al contacto con materia vegetal de tipo paja y que pueden asociarse a las techumbres (fig.
6.51), por lo que permitirían atribuir los fragmentos con este tipo
de morfología a esta parte de las edificaciones. Paralelos morfológicos con similar interpretación funcional los encontramos en los
estudios de materiales de barro neolíticos de Gavà (Barcelona)
(García López, 2010: 99-101), Les Vautes (Saint-Gély-du-Fesc,
Francia) (De Chazelles, 2003: 49, fig. 2) o Puech Haut (Paulhan,
Francia) (De Chazelles, 2005b: 241, 245, fig. 8) o del asentamiento protohistórico de Escodines Baixes (Mazaleón, Teruel) (Belarte, 1999-2000: 70, fig. 3). Este mismo grupo de fragmentos
Una parte importante de los restos de barro endurecido de este
conjunto constituyen evidencias de un aspecto constructivo del
que se conoce muy poco en la Prehistoria de la península ibérica, y en la Prehistoria en general: el empleo de esteras vegetales
integradas en las edificaciones como un material constructivo
más. Diversos trabajos han abordado el estudio de improntas de
esteras de la Prehistoria y Protohistoria de la península ibérica
(Alfaro, 1980; 1984; Papí, 1992; Moralejo et alii, 2015; entre
otros), aunque el empleo de esteras como material constructivo
no ha sido planteado en los mismos.
Un número abundante de piezas, hasta 53, muestra la impronta
negativa dejada por una superficie hecha con grupos de tallos o ramales paralelos entretejidos, dispuestos en bandas entrelazadas unas
con otras perpendicularmente, en dos direcciones diferentes. Estas
impresiones aparecen sobre la misma superficie de los fragmentos
en la que se hallan diversas improntas negativas paralelas, en la mayoría de los casos probablemente de cañas y, con frecuencia, con
una cara contraria externa de barro regularizado (fig. 6.52). Por ello,
podemos establecer que la estera vegetal se encontraba cubriendo
a un panel de cañas paralelas entre sí y que fue manteada con el
mortero de barro por su cara exterior, la que no estaría en contacto
directo con las cañas. En algún caso se han documentado estas impresiones de estera sobre improntas constructivas de sección circular, pero de diámetro mayor al de una caña, por lo que esta técnica se
habría podido emplear también sobre varas o ramas.
Se trataría de esteras realizadas con el entrelazado de tallos,
quizá de esparto, cuyas fibras conservarían su sección circular.
A partir de las evidencias conservadas, puede establecerse que
el tipo de entramado visible en las improntas de esteras de este
asentamiento sería el mismo en todas las piezas, salvo alguna
posible excepción ‒MO 951‒. Este entramado, que ha sido llamado de tipo liso (Alfaro, 1984: 103), se ha documentado en
Figura 6.52. Huellas dejadas por los dedos de la mano en el alisado de un revestimiento exterior (Pétrequin, 1991: 56). b. Cara externa
con huellas de alisado de un fragmento de Les Moreres. c. Cara interna de la misma pieza, con una impronta de estera, superpuesta a una
superficie con improntas probablemente originadas por un panel de cañas horizontales. MO 664. d. Entramado de fibras vegetales comparable al empleado en las construcciones de Les Moreres (apuntesdearquitecturadigital.blogspot.com).
98
[page-n-112]
Figura 6.53. a. Cara externa con
improntas de vegetales, asociadas
de forma habitual a techumbres. b.
Cara interna de la misma pieza, con
la impronta de una estera. MO 448. c.
Construcción de cubiertas con varas,
esteras y barro en Pakistán (Guidoni,
1977: 11).
otros contextos arqueológicos, en improntas sobre materiales
cerámicos (Makkay, 2003) o pavimentos (Wendrich, 2005: 336,
fig. 15. 6). En parte de los fragmentos de Les Moreres con este
tipo de formas impresas parece distinguirse que las improntas
de las bandas dispuestas en una de las dos direcciones serían
más estrechas que las dispuestas en la otra dirección.
En un buen número de casos, los fragmentos con improntas
de esteras presentan una cara contraria exterior y alisada, incluso habiéndose aplicado distintas capas de barro. En estas piezas,
además, la cara alisada presenta huellas paralelas digitales, resultado de su alisado manual en una misma dirección, al menos
durante cada una de las pasadas de la mano y que fundamentalmente habría sido horizontal (fig. 6.52a y b). Estas marcas
paralelas generadas por el alisado de las superficies con los
dedos han sido identificadas en otros contextos etnoarqueológicos (Knoll y Klamm, 2015; Kruger, 2015: 893) y arqueológicos
(Sherard, 2009: 33; Namdar et alii, 2011), incluidos los asentamientos neolíticos de Çatalhöyük (Stevanović, 2013: 105) y
Piana di Curinga (Shaffer, 1993: 63) o el enclave calcolítico de
São Pedro (Évora, Portugal) (Bruno et alii, 2010: 56).
Por los rasgos descritos y la presencia de estas características huellas de alisado manual y de cubrimiento en las superficies,
creemos que estos fragmentos se corresponden sobre todo con
alzados, lo que implicaría el empleo de esteras como parte de los
mismos. Dado que estas piezas que asociamos a alzados conservarían las huellas de los dedos con trayectoria preferentemente
horizontal en las caras externas, observando la dirección de las
improntas que se han conservado en la cara contraria de las piezas podemos establecer que la estructura de cañas de los alzados
se disponía, al menos en los tramos en los que se utilizaron las
esteras, también en horizontal. El hecho de contar con este indicador, que permitiría discernir la orientación de las improntas
constructivas vegetales en una parte concreta de la estructura, es
algo muy poco común en el campo del estudio arqueológico de
los restos constructivos de tierra.
Además, en una de las piezas ‒MO 1043‒ se ha conservado
la impresión de una superficie de estera vegetal en ambas caras
del fragmento, una de las cuales cuenta también con una impronta
constructiva de sección circular, que podría pertenecer a un panel
de cañas. La cara contraria presenta la huella de la estera en una
superficie aparentemente plana. Este caso apunta al empleo, al
menos en una parte estructural determinada, de dos capas de
esteras, una adyacente a la estructura vegetal, cubierta a su vez
con barro y la otra añadida a esa capa de barro y quizá quedando
a la vista, hacia el exterior.
No obstante, no puede descartarse por completo que estas
piezas o una parte de ellas se correspondieran con partes internas de las cubiertas, revestidas con barro desde el interior,
donde hubieran quedado impresas las huellas de los dedos. Tal
y como se ha expuesto con anterioridad, en la edificación de
planta ovalada que fue excavada en los cortes K y J -2/-1/1 los
alzados habrían sido revestidos con barro desde la parte interna
de la estructura, como permite plantear la conservación en su
parte más baja de grandes improntas de la estructura de madera, compuesta por troncos ‒ver fig. 6.41‒. No podría descartarse que también las cubiertas se hubieran revestido con barro
desde el interior.
En todo caso, aunque las piezas con huellas horizontales de
alisado con los dedos e improntas de esteras pertenecieran a alzados,
las esteras pudieron haberse utilizado también en otras partes de la
estructura, incluida la cubierta. Algunos fragmentos que muestran
en una de sus caras la impronta de una estera (fig. 6.53b) presentan
en la contraria abundantes negativos de vegetales de estrecho calibre, que generalmente se asocian a las techumbres (fig. 6.53a). Por
ello, las esteras pudieron haberse empleado también, quizá, como
parte del entrevigado, entre una superficie de cañas y la capa de barro que la cubriría, sobre la que se dispondría la materia vegetal que
daría al exterior de la techumbre. La estera haría de soporte para la
capa de barro dispuesta sobre las cañas.
Ataduras
En los fragmentos constructivos de Les Moreres se observan
numerosos ejemplos de improntas de las ataduras que se habrían
empleado para unir la estructura de madera y los distintos elementos vegetales, distinguiéndose diferentes tipos. Habitualmente las improntas de ataduras se identifican recorriendo la superficie de la impronta del elemento constructivo, vegetal o de
madera, en dirección perpendicular a su recorrido. No obstante,
99
[page-n-113]
Figura 6.54. Improntas interpretadas
como de ataduras de tipo tallo
individual, asociadas a improntas de
troncos. a. MO 16. b. MO 54. c. MO
428.
Figura 6.55. Improntas de ataduras
con varias vueltas sucesivas,
envolviendo elementos de sección
circular. a. MO 379. b. MO 341.
c. MO 856. d. Impronta similar
procedente del yacimiento argárico de
Cabezo Pardo. CP 1067/20-4.
en este conjunto también han sido documentadas en el lateral de
la misma con recorrido longitudinal, o en superficies de fragmentos de barro que se corresponderían con el interior del manteado
y asociadas a improntas constructivas en ese mismo fragmento.
Una parte de las improntas de ataduras habrían sido generadas
por el empleo de sogas individuales y estrechas, de tipo tallo, de 1-2
mm de grosor (fig. 6.54), habiendo sido identificadas en 21 fragmentos. En algún otro caso, se observan huellas de posibles ataduras
individuales, aunque más anchas y de superficie lisa, que atarían
troncos ‒ MO 53‒, pero también paneles de cañas ‒ MO 200.
Un material similar pudo haberse utilizado en las improntas de
posibles ataduras que se han identificado a partir de una superficie
característica en forma de bandas o franjas paralelas, en tres de las
piezas del conjunto (fig. 6.55). Se trataría de la huella dejada por
una atadura realizada con varias vueltas sucesivas en torno a una
vara o rama, dejando en algunos casos espacios estrechos entre
cada vuelta. Este tipo de impronta ha sido también identificada en
un fragmento constructivo correspondiente al Bronce medio en
Langenselbold (Hesse, Alemania) (Knoll y Klamm, 2015: 93, fig.
88). También hemos observado un ejemplar que puede corresponderse a este tipo entre los elementos constructivos de Cabezo
Pardo (fig. 6.55d).
Por otro lado, se han documentado en un total de 21 fragmentos
improntas de cuerdas trenzadas, aproximadamente de 1 cm de ancho. En algunos casos se observan las improntas de varias cuerdas dispuestas en paralelo, resultado de haber dado diferentes
vueltas para atar con ellas, conservándose varios ejemplos de
hasta cuatro vueltas (fig. 6.56). Los fragmentos constructivos
con impresiones de cuerdas se asocian sobre todo a improntas
de ramas y troncos y, en siete de los casos, también a improntas
de carrizo. En uno de ellos, una impronta de cuerda aparece
superpuesta cruzando en diagonal un panel de cañas y carrizo
‒MO 229‒. En alguna de las piezas se identifica la huella del
empleo de distintos tipos de ataduras, tanto individuales de tipo
tallo como de cuerdas trenzadas, a pocos centímetros de distancia y en el mismo elemento. En cualquier caso, en Les Moreres
Figura 6.56. Improntas de ataduras de troncos mediante cuerdas trenzadas. a. MO 131. b. MO 397. c. Ejemplo etnoarqueológico que
muestra troncos de la parte interna de una cubierta atados con cuerdas trenzadas (Hortichuela, Valencia).
100
[page-n-114]
puede plantearse que las improntas de cuerdas trenzadas, más
anchas y resistentes que los otros tipos de ataduras documentados en este conjunto, son las que aparecen asociadas de manera
preferente a troncos y ligarían los elementos portantes y los más
gruesos de la estructura de madera.
Disposición del barro y tratamiento de las superficies
La mayor parte de las evidencias observadas en las superficies de
los fragmentos constructivos de Les Moreres indican una aplicación y regularización del barro usando las manos de manera directa. En un total de 12 piezas se han identificado huellas que
serían el resultado de disponer el barro con los dedos sobre la
estructura de madera, quedando éstos impresos en el mortero
aún húmedo. Algunas de éstas tienen forma redondeada, la correspondiente a la yema de los dedos (fig. 6.57) y en ellas se
conservan las impresiones concéntricas de líneas dactilares.
Estas marcas se observan en la cara interna de fragmentos que
cuentan con improntas de ramas, troncos y, en dos casos, también de carrizo, pero no en caras externas que no se encuentran
necesariamente alisadas o enfoscadas.
Además, como ya ha sido comentado, en el conjunto de
materiales estudiados de este asentamiento se han identificado abundantes restos con marcas alargadas y paralelas,
resultado del alisado de una capa de barro con un movimiento
fundamentalmente horizontal y que dibujaría una cierta curva,
Figura 6.57. Fragmento de barro con improntas constructivas donde se aprecia la disposición manual del barro, con la impresión de
varias huellas dactilares. MO 1.
dejadas por el arrastre de los dedos. En algunos casos encontramos piezas, afectadas de forma considerable por la erosión en
sus superficies, en las que estas formas podrían confundirse con
la presencia de improntas de carrizo paralelas muy erosionadas.
En cambio, cabe añadir que, en un pequeño grupo de
fragmentos, se observan en su cara externa y alisada unas marcas rectilíneas y paralelas (fig. 6.58), que podrían ser el resultado del alisado del barro con algún tipo de objeto o instrumento, siendo similares a las documentadas en los restos también
calcolíticos de La Torreta-El Monastil −ver fig. 6.21.
Por otra parte, un buen número de fragmentos cuentan con
capas de color blanquecino. Teniendo en cuenta que no sólo aparecen en caras externas y planas o regularizadas, sino también
cubriendo el interior de improntas constructivas (fig. 6.59d),
donde no tienen lugar los revestimientos, consideramos que se
trataría de pátinas de tipo postdeposicional, posiblemente asociadas a las condiciones de su almacenamiento. En una de estas
piezas se observan marcas que parecerían hechas por un instrumento de tipo brocha (fig. 6.59c) pero, considerando lo anterior,
dudamos de que sean prehistóricas. Este elemento ha sido analizado mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose
que contiene gránulos blanquecinos en su interior, de carbonato
cálcico. La capa externa con las estrías longitudinales, así como
la observada debajo, están compuestas principalmente también
por carbonato cálcico. El análisis realizado apunta la posibilidad de que, aunque la capa más externa sea de carácter postdeposicional, el fragmento constructivo cuente con un enlucido
y que éste y otros restos hallados en la matriz interior puedan
corresponderse con cal −ver anexo II, Pastor, 2019.
En cambio, en algún ejemplar puntual de Les Moreres sí
se aprecian gruesos revestimientos (fig. 6.59a), al modo de los
observados en La Torreta-El Monastil y Laderas del Castillo,
aunque su presencia en el conjunto es muy poco representativa.
En otros casos, la existencia de capas de revestimiento no es
descartable, como en la pieza MO 671 (fig. 6.59b). El análisis
de microfluorescencia de rayos X muestra que en su composición predomina el carbonato cálcico, en el cuerpo y, sobre todo,
en la capa externa −ver anexo II, Pastor, 2019−. Por otra parte,
una pieza de barro −MO 895−, con dos caras alisadas paralelas,
presentaba una pigmentación de color anaranjado-rojizo en una
de sus superficies. Asimismo, en ella se observaban una serie de
incisiones paralelas. Su observación mediante una lupa binocular ha permitido distinguir que se trataría de nueve incisiones, de
terminación recta (fig. 6.60).
Figura 6.58. Fragmentos de Les
Moreres cuya cara externa muestra
marcas que podrían relacionarse con
el empleo de algún instrumento para
su alisado. a. MO 258. b. MO 840.
101
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Figura 6.59. a. Fragmento con revestimiento de barro. MO 153.
b. Resto constructivo con posible revestimiento. MO 671. c. Fragmento con capa externa y marcas, que podrían ser de tipo postdeposicional. MO 395. d. Pieza con capa postdeposicional cubriendo
una impronta constructiva. MO 974.
Figura 6.60. Detalles de la pieza MO 895 vistos mediante lupa binocular.
Estructuras de actividad y elementos modelados
Entre los fragmentos de barro endurecido estudiados se han
detectado algunos que pueden interpretarse como partes de instalaciones o estructuras de barro destinadas a distintas actividades. Se han hallado algunas piezas de superficies curvas que
podrían constituir bordes de estructuras de actividad.
Sin duda, la estructura más destacada la compondrían seis
fragmentos de gran tamaño que habían sido almacenados juntos, cuatro de los cuales encajan (fig. 6.61d), formando la mitad
derecha de lo que habría sido una estructura de planta ovala102
da. Ésta podría haber estado destinada a la combustión o a la
preparación de alimentos, de acuerdo con paralelos arqueológicos y etnográficos (fig. 6.61e y f). Esta estructura habría estado
abierta en su parte superior y en su parte delantera, al contar
con bordes superiores redondeados y, en su extremo delantero
conservado, con una terminación plana (fig. 6.61c). También es
plana la superficie de su extremo trasero, lo que podría apuntar
a que hubiera estado adosada a otro elemento, quizá a una pared.
El barro que la conforma incluía materia vegetal en la mezcla y
algún ejemplar de malacofauna (fig. 6.61a), y en sus superficies
externas se observan huellas dactilares de su modelado y alisado
(fig. 6.61b).
El análisis mediante microfluorescencia de rayos X de una
muestra de esta estructura −MO 852− ha indicado que el cuerpo
estaría compuesto por carbonato cálcico y cuarzo, observándose
una mayor proporción de carbonato cálcico respecto al cuarzo
en la capa externa −ver anexo II, Pastor, 2019.
Además, se ha documentado una pieza de barro que habría
sido modelada con forma apuntada, alisando su superficie, cuya
cara contraria era plana o se encontraba también alisada (fig.
6.62). Fue hallada durante las excavaciones de 1991 en el corte
N9/O9, nivel IIa4. Con unas dimensiones que abarcan los 5,6
x 5 x 4,2 cm, su similitud con otras piezas de barro documentadas de manera puntual en otros asentamientos prehistóricos,
aunque, por lo que conocemos, de cronologías algo posteriores,
permite plantear diferentes posibilidades de interpretación.
Por un lado, su morfología sería similar a las piezas de barro
con formas cónicas halladas en los asentamientos de la Edad del
Bronce de Cerro de las Viñas de Coy (Lorca, Murcia) y Agra
7 (Hellín, Albacete) (Ayala, 1986: 332-333, fig. 2) (fig. 6.63),
interpretadas como elementos decorativos que habrían estado
originalmente situados en las cubiertas de edificaciones. Éstos
se relacionan con los elementos de barro modelado de El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia), que también se asocian a
remates decorativos de las techumbres −ver fig. 7.9b−. Si bien
su carácter ornamental resulta verosímil, la atribución del conjunto de estas piezas a una parte tan concreta de las estructuras
como son las cubiertas, sin ser nada descartable, podría suscitar
mayores dudas.
En cronologías prehistóricas se conocen diversos casos de
elementos modelados con barro, de formas más o menos cónicas, identificados como decorativos, como partes del ornamento
de estructuras o edificios. Entre ellos destacan los realizados
con forma de pecho femenino, conocidos en el ámbito centroeuropeo, cuyas superficies también pueden ser decoradas con motivos pintados (Hofmann, 2013: 206, Fig 9.4; Knoll y Klamm,
2015: 110, fig. 114a-b).
El ejemplar de forma cónica y cara contraria plana de Les
Moreres, aunque sólo haya sido documentada una pieza de este
tipo en este conjunto, podría haber constituido parte de un motivo ornamental añadido a una edificación, a modo de decoración
plástica. Este tipo de aplicaciones de barro son comunes sobre
superficies revestidas con tierra, pudiendo tener forma cónica y
representando pechos (fig. 6.64a), o modelando otros motivos,
como zoomorfos (fig. 6.64). También pueden aplicarse finas tiras de barro generando motivos geométricos (Knoll y Klamm,
2015: 111-112, fig. 116 a-b). Estas decoraciones pueden encontrarse tanto en alzados de edificaciones, como en superficies de
instalaciones o equipamiento inmueble elaborado con barro.
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Figura 6.61. Estructura de actividad abierta en su parte superior. a. Malacofauna en la composición del mortero que la conforma. b. Huellas
dactilares en su superficie. c. Vista frontal de su extremo delantero. d. Fragmentos de barro remontados que conforman su mitad izquierda.
MO 848-853. e. Estructura similar excavada en el asentamiento neolítico de Çatalhöyük, interpretada como de combustión (Farid, 2009:
17, fig. 18). f. Ejemplos similares contemporáneos documentados en Siria (Aurenche, 1977: 91, fig. 247).
Figura 6.62. Elemento de barro
modelado con forma apuntada
hallado en Les Moreres. a. Vista
lateral. b. Vista del perfil. c. Cara
contraria alisada. MO 1073.
Figura 6.63. Elementos de barro
con formas cónicas, interpretados
como remates decorativos de
techumbres. a. Cerro de las Viñas
(Lorca, Murcia). b. Agra 7 (Hellín,
Albacete) (a partir de Ayala, 1986:
333, fig. 2). c. Vista lateral de la
pieza de Agra 7, en el Museo de
Albacete.
103
[page-n-117]
Figura 6.64. a. Granero gumuz de barro decorado con elementos
modelados (Mettekel, Etiopía) (González Ruibal, 2008: 25, fig. 10).
b. Decoración zoomorfa mediante aplicaciones de barro en Camerún (Knoll y Klamm, 2017: 181, fig. 185).
Figura 6.65. a. Pieza con forma cónica y cara contraria plana, reconstruida como parte de un soporte mueble, de Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (a partir de Soler García, 1987: 327, Lám.
55. 3). b. Remates de barro con formas apuntadas y bases planas,
que habrían decorado la parte alta de una edificación de la Edad
del Bronce en Trebatice (Eslovaquia) (a partir de Knoll y Klamm,
2015: 112-113, fig. 117a).
Por otra parte, en Cabezo Redondo (Villena, Alicante) se
menciona el hallazgo, en el departamento XVIII, de un “fragmento enlucido con un saliente en la cara opuesta en forma de
cuerno” (Soler García, 1987: 90). En esta estancia se documentaron evidencias del derrumbe de la cubierta por un incendio,
hallándose numerosos restos constructivos con improntas vegetales (Soler García, 1987: 86). No obstante, esta pieza con
forma de cuerno se habría considerado un objeto mueble, realizándose la reconstrucción propuesta de su forma como un soporte, formado por varias de estas formas cónicas (Soler García,
1987: 327, Lám. 55. 3) (fig. 6.65a). La pertenencia de esta pieza apuntada a un elemento mueble de barro sería también una
posibilidad que considerar.
Asimismo, parte de las piezas de barro del conjunto analizado de
Les Moreres corresponderían a fragmentos de artefactos o elementos muebles. Suelen presentar dos caras lisas y paralelas, con
materia vegetal empleada como estabilizante en la matriz de barro
y, en su mayoría, interpretadas como paredes y/o bordes de vasos
fabricados con tierra no cocida. En ocasiones, presentan marcas
del alisado manual de las paredes, sobre todo en su cara interna.
Así, destacan 19 fragmentos recuperados en la campaña de 1990,
corte L5, que fueron almacenados juntos, con la denominación de
“vasija cocida al sol”. Entre estas piezas se han detectado al menos
dos bordes, para cuya manufactura se empleó abundante materia
vegetal. En estos materiales se observan rehundimientos en la parte inferior de la pieza, que podrían relacionarse con su proceso de
manufactura, recreciendo sucesivamente las paredes, como ya se
ha comentado para los casos de El Alterón y Vilches IV, según
lo apuntado para los materiales, también del III milenio BC, de
Puech Haut (Languedoc, Francia) (De Chazelles, 2005b: 240, fig.
3). Algunos de estos fragmentos alcanzan dimensiones considerables, de hasta 22,5 x 5,5 x 2,5 cm. Considerando la curvatura de la
boca conservada en algunos de ellos, puede estimarse que la pieza
habría tenido unos 30 cm de diámetro. Podría tratarse de un gran
recipiente de barro similar a los documentados en yacimientos
como Niuet (L´Alqueria d´Asnar) que, en este caso, formaría parte de un hogar y presentaba una forma ovalada (Bernabeu et alii,
1994: 27), pero también comparable a los abordados en Vilches IV
o a los de la Illeta dels Banyets −ver fig. 6.39c y d.
Una de estas piezas −MO 739−, interpretada como parte
de la pared de un recipiente mueble de barro, ha sido analizada
mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose que en su
composición destaca el carbonato cálcico, especialmente en las
superficies exteriores de la pieza −ver anexo II, Pastor, 2019.
Valoración
Las evidencias de barro endurecido de Les Moreres son un conjunto
muy numeroso y que presenta rasgos enormemente interesantes y
en distintos sentidos, a pesar de que la posibilidad de asociar estas
evidencias con el registro excavado es limitada, dada la ausencia de
información contextual para buena parte de los restos.
Como en otros estudios de materiales que componen esta
investigación, las técnicas constructivas con tierra cuyo uso podemos señalar en Les Moreres son el amasado y modelado del
barro, así como el bajareque (fig. 6.67). Se han conservado numerosas evidencias de la aplicación del barro, estabilizado con
materia vegetal, sobre diferentes especies vegetales y de madera, observándose cruces y combinaciones entre los diferentes
Figura 6.66. a. Cara externa de un
fragmento de pared con borde de un
posible recipiente de barro. b. Cara
interna, donde se observan las huellas
horizontales y paralelas del modelado
y alisado manual, así como un
rehundimiento en el extremo inferior
de su sección, posiblemente resultante
de la forma en que se fabricó la pieza.
MO 725.
104
[page-n-118]
Figura 6.67. Izda. Distribución de los
restos de barro de Les Moreres en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
materiales, así como diversas disposiciones para éstos −en
paralelo, cruzados, entrelazados−. El empleo del bajareque se
asocia también a otros aspectos constructivos observados en
los materiales de este asentamiento, como las superficies con
la huella de numerosos vegetales de pequeña talla que pueden
asociarse a las cubiertas, o el empleo de esteras.
En este asentamiento, el uso constructivo de diversas materias
vegetales −como cañas (Arundo donax), carrizo (Phragmites australis) y otras plantas de pequeño calibre, éstas últimas especialmente asociadas a las cubiertas−, queda reflejado en las abundantes y variadas improntas de los restos de barro recuperados
durante las intervenciones arqueológicas. El uso constructivo
de las cañas, documentándose algunas de ellas fragmentadas, es
destacado en este poblado calcolítico respecto a los otros dos casos de estudio abordados en este capítulo. Las materias vegetales
tuvieron otros usos fundamentales como estabilizantes, de cuyo
preparado o machacado se aprecian claras evidencias, o como
elementos para atar diferentes materiales y partes constructivas.
En Les Moreres se han documentado ataduras de diferentes tipos,
destacando el empleo de numerosas vueltas en ataduras individuales documentado en diversos elementos de barro endurecido,
algo que prácticamente sólo hemos observado en los materiales
de este enclave. Respecto a las materias estabilizantes empleadas, cabe considerar también la posibilidad de que se hubieran
utilizado, al menos en alguna aplicación determinada, restos de
cerámica añadidos a los morteros de barro, aunque bien puede
tratarse de inclusiones sin esta finalidad.
También ha quedado registrada a través de las improntas
importante información sobre la madera utilizada como material constructivo, trabajada y sin trabajar. Ya se ha comentado la
preservación de improntas de troncos de hasta 10 cm de diámetro, en restos constructivos de barro documentados en contextos
primarios desde los inicios de las excavaciones en el enclave,
a finales de los años 80. En ellas se observa el uso de maderos
aparentemente sin corteza, así como afectados por insectos xilófagos, algo también apuntado en los materiales de Vilches IV,
pero que en las piezas de Les Moreres ha quedado manifestado
en un mayor número de ejemplares.
En este sentido, llama la atención también otro rasgo que
hasta el momento sólo hemos observado en materiales en este
asentamiento: las posibles manifestaciones de la acción de
fauna, seguramente insectos, en las superficies constructivas
de tierra. Sobre la disposición de los morteros de barro en las
construcciones y su regularización, ha quedado registrado en
las improntas el uso directo de las manos, pero también se han
identificado algunas superficies alisadas posiblemente mediante
algún material o instrumento, al igual que en los fragmentos de
La Torreta-El Monastil.
Algo muy novedoso es la constatación del empleo de
esteras vegetales como material de construcción, junto con
otras materias y posiblemente en diferentes partes de las edificaciones. Estas esteras habrían podido ser elaboradas con
esparto, especie vegetal abundante hoy en día en el entorno
del yacimiento y cuyo trabajo artesanal, por otra parte, ha sido
muy importante en la zona en cronologías contemporáneas
(Belmonte et alii, 2017b). En Les Moreres, fuera por sus propiedades aislantes, para mejorar la adherencia de los morteros
o de los revestimientos de barro exteriores o por otras razones,
las esteras vegetales parecen haber sido empleadas sobre todo
en los alzados de las estructuras, en asociación con otros materiales. Sin embargo, no puede descartarse que se hubieran
utilizado las esteras también en las techumbres, de lo que se
han observado algunos posibles indicios.
Como en la mayor parte de los asentamientos de la
Prehistoria reciente, en Les Moreres el barro no se utilizó
sólo en la construcción de edificaciones, sino también en la
fabricación de estructuras de actividad y otros elementos,
mediante su modelado y de forma habitual combinándose
con otras materias. En el enclave objeto de este estudio, destacan los fragmentos de la estructura cuya mitad derecha se
ha podido remontar, identificándose que habría tenido una
planta ovalada y la parte superior abierta −ver fig. 6.61−.
De gran tamaño, fue elaborada con barro, amasado con
estabilizantes vegetales y modelado dándole dicha forma.
Asimismo, los recipientes de barro de gran tamaño, documentados mediante un buen número de fragmentos en Les
Moreres pueden considerarse acordes con lo conocido para
otros enclaves calcolíticos, incluido Vilches IV. Podrían haber tenido un carácter inmueble, como los de la Illeta dels
Banyets, aunque también pudieron ser portables, dado que
en la mayoría de los fragmentos desconocemos sus dimensiones completas y la morfología de las piezas así permite
plantearlo.
105
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7
La construcción con tierra durante la Edad de Bronce
La llamada Edad del Bronce engloba un periodo de cronologías
variables en función de los distintos territorios en estudio y en el
que se han diferenciado asimismo áreas culturales diversas. Con
un inicio en el área mediterránea situado en torno al 2200 cal
BC, destacan, como en la etapa anterior, los estudios realizados
en el sureste sobre El Argar −ver 7.1−, junto con los referidos
a la Cultura de las Motillas de La Mancha o las investigaciones
acerca del denominado Bronce valenciano −ver 7.2−. Estas distintas entidades se habrían desarrollado en un marco cronológico entre aproximadamente el 2200 y el 1550 cal BC −Bronce
antiguo y medio−, espectro temporal abarcado en este capítulo
junto al llamado Bronce tardío (Molina González, 1978), nombre que recibe en el marco de estudio la etapa comprendida,
por lo general, entre el 1500 y el 1300 cal BC aproximadamente. Esta fase arqueológica también ha sido considerada para el
ámbito de El Argar como post-argárica (Castro et alii, 1996),
ya que buena parte de los asentamientos ocupados durante los
momentos previos serían abandonados, apuntándose una cierta
descomposición del entramado social argárico. Sin embargo,
en otras zonas de la periferia argárica, como el valle del Vinalopó, aunque se constata un menor número de asentamientos,
éstos fueron de mayores dimensiones, como es el caso de Cabezo Redondo (Soler García, 1987; Hernández et alii, 2016).
En tierras más septentrionales también se constata una reorganización poblacional, asociada a cambios en la cultura material
(Jover et alii, 2016d).
Durante la Edad del Bronce, las prácticas constructivas
documentadas en la península ibérica son variadas, registrándose desde estructuras más o menos aisladas construidas con
materia vegetal, madera y postes, hasta asentamientos extensos
con edificaciones adosadas y organizadas en el espacio, incluso
con grandes construcciones y fortificaciones.
En el área de la Meseta Norte, las estructuras de
hábitat documentadas son escasas, consistiendo por lo general
en construcciones identificadas a partir de huellas de poste, con
alzados de madera y barro, como en el enclave situado en altura
de Los Tolmos (Caracena, Soria), donde serían de planta rectangular y esquinas redondeadas (fig. 7.2b), y para sujetar los postes
se utilizaron tanto refuerzos de barro como grandes piedras (Jimeno y Fernández Moreno, 1991; Fernández Moreno, 2013: 98).
En El Pico de Los Cotorros (Langa de Duero, Soria), se conoce
una edificación de planta cuadrangular con alzados de bajareque
y postes. Al exterior de la misma se excavaron un vasar, una estructura de combustión y otra interpretada como de almacenaje,
construida con lajas hincadas (Fernández Moreno, 2013: 94).
Asimismo, en Los Torojones (Morcuera, Soria) y El
Parpantique (Balluncar, Soria) (Fernández Moreno, 2013), ubicados en altura, se han excavado edificaciones de planta rectangular
con alzados elevados por completo con la técnica del bajareque,
con entramado vegetal manteado con barro, y postes en su interior que sustentarían una techumbre vegetal (fig. 7.1). En ambos
yacimientos, no amurallados, se documentaron silos, que habrían
estado revestidos con barro. En El Parpantique se observaron
asimismo elementos divisorios del espacio interior de las estructuras (Almeida, 2011: 15; Fernández Moreno y Almeida, 2011:
96; Fernández Moreno, 2013: 84-97). Por su parte, en Teso del
Cuerno (Forfoleda, Salamanca), se halló una estructura de planta
elíptica u oval definida por postes perimetrales y con cuatro huellas de poste en su interior, que podría datarse a finales del Bronce
medio (Martín Benito y Jiménez González, 1988: 276; Blanco
González, 2011: 395; entre otros) (fig. 7.2a).
La identificación de construcciones a partir de las huellas
de poste como indicadores fundamentales de su existencia es
un rasgo presente desde las cronologías iniciales de la Prehistoria reciente. No obstante, en estos yacimientos de la Edad del
Bronce del interior peninsular se preservan y documentan abundantes restos constructivos de barro en los contextos arqueológicos (Fernández Moreno, 2013: 101), algo que contrasta con
las condiciones del hallazgo de éstos −cuando se produce− en
los asentamientos de cronologías previas, sobre todo neolíticas.
107
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Figura 7.1. a. Planta de una estructura excavada en Los Torojones (Morcuera, Soria) (Fernández Moreno, 2013: 86, fig. 23). b. Reconstrucción de una de las edificaciones de El Parpantique (Balluncar, Soria) (a partir de Almeida, 2011: 9).
Durante la Edad del Bronce, como en cronologías
anteriores, se documentan yacimientos con diversas estructuras
negativas, dentro de las cuales se recuperan fragmentos constructivos que permiten inferir la presencia de edificaciones no
conservadas que habrían sido construidas en el entorno. Es el
caso de Plana del Castell (Cerdanyola del Vallès, Barcelona)
(Guàrdia y Francès, 2017: 100) o de Getafe Sector III (Madrid)
(Blasco y Barrio, 1986: 88). En otros yacimientos compuestos
por múltiples estructuras negativas, se han recuperado elementos de barro endurecido en su interior que se asocian a la Edad
del Bronce, pero que han sido interpretados como pertenecientes a estructuras de actividad o elementos portables, como
fragmentos de hornos o braseros de barro, en el caso de Bòbila
Madurell (Sant Quirze del Vallès, Barcelona) (Miret, 1992: 70).
No obstante, en algunos territorios de la península, como
en el área valenciana, en la primera mitad del II milenio BC
se generalizan los asentamientos ubicados en altura y con
importantes construcciones de piedra −ver 7.1 y 7.2−. Son
frecuentes las obras de nivelación y de aterrazamiento, necesarias para establecer el hábitat en estos lugares, así como los
muros de cierre y las murallas, en frecuente combinación con
las llamadas defensas naturales, proporcionadas por la orografía
del emplazamiento.
También en el área de La Mancha, buena parte de los
asentamientos de estas cronologías se ubican en altura, como
los llamados morras y los castellones o castillejos, sobre cerros
(Martínez Navarrete, 1988). Entre los máximos exponentes de
las construcciones fortificadas hechas con piedra en la Edad del
Bronce peninsular se encuentran las motillas (Nájera y Molina, 1977; Nájera y Molina, 2004; Benítez de Lugo, 2010; entre
otros) (fig. 7.3a), aunque éstas se ubican en el llano. Al exterior de éstas pueden hallarse estructuras de habitación, como
las excavadas en la Motilla del Azuer (Daimiel, Ciudad Real).
Con alzados de barro sobre zócalos de piedra, presentan postes
embutidos en los muros y tabiques internos (Nájera y Molina,
2004: 194-195).
Asimismo, se habrían construido con alzados de tierra
maciza sobre zócalos de piedra las estructuras de hábitat
del Cerro de La Encantada (Granátula de Calatrava, Ciudad
Real), asentamiento que habría contado con construcciones
Figura 7.2. a. Planta de una estructura de postes excavada en Teso del Cuerno (Forfoleda, Salamanca) (Blanco González, 2011: 398, fig. 4).
b. Planta y fotografías de una construcción identificada en Los Tolmos (Caracena, Soria) (a partir de Blanco González, 2011: 397, fig. 3).
108
[page-n-122]
Figura 7.3. a. Reconstrucción virtual
de una motilla (Benítez de Lugo
y Mejías, 2014: 72). b. “Altar de
cuernos” del Cerro de la Encantada
(Granátula de Calatrava, Ciudad
Real) (Sánchez Meseguer y Galán,
2011, fig. 3).
Figura 7.4. a. Estructuras adosadas
de Gorgociles del Escabezado
(Jumilla, Murcia), vistas desde
la calle central, tras la primera
campaña de excavaciones en 2018.
b. Vista de la parte trasera de
algunas de las estructuras excavadas
y del muro perimetral que las rodea
(fotografías de Francisco Javier
Jover).
anteriores sin zócalos de piedra (Nieto y Sánchez Meseguer,
1980: 114; Sánchez Meseguer y Galán, 2004: 121-123). En el
pavimento de una de las estancias de este poblado se identificó una estructura de piedra revestida con barro, interpretada
como un “altar de cuernos” (Sánchez Meseguer et alii, 1985;
Sánchez Meseguer y Galán, 2011) (fig. 7.3b). De casi 1 m de
longitud, podría haber sido similar a la hallada en El Oficio
(Cuevas del Almanzora, Almería) por los hermanos Siret
(Sánchez Meseguer et alii, 1983).
Por su parte, en el Cerro de El Cuchillo (Almansa,
Albacete) (Hernández Pérez et alii, 1994), las estancias, de
planta rectangular, se construyen con alzados de mampostería,
que en algunos casos conservan revestimientos de tierra y restos
de enlucido. La técnica constructiva del bajareque se constataría
a partir del hallazgo de fragmentos constructivos con improntas
de elementos de madera. Con tierra se construyó también un
vasar, cuya base estaba formada por piedras planas, hallándose
restos de barro endurecido en su interior (Hernández Pérez et
alii, 1994: 109-110).
Se ha podido plantear también la presencia de partes
estructurales construidas con tierra, sobre zócalos de piedra, en
Gorgociles del Escabezado (Jumilla, Murcia). El yacimiento se
ubica sobre la cima llana de un pequeño cerro que forma parte de
la Sierra del Escabezado-La Pedrera, en el Altiplano de Jumilla.
Cercano a una rambla, el cerro está compuesto, entre otras rocas,
de calizas y areniscas. Las primeras excavaciones arqueológicas
efectuadas en su zona 2 tuvieron lugar en el año 2018. Rodeadas
por un muro perimetral de mampostería, se han documentado
una serie de estancias, de zócalos de piedra y posiblemente alzados y techumbres de barro, organizadas en torno a un espacio
central (fig. 7.4a). Las estancias contaban con estructuras en su
interior, como bancos o posibles subdivisiones internas. Se ha
observado la reutilización de molinos como mampuestos en los
muros (Gandía et alii, 2018). Con la información disponible,
Figura 7.5. Ambas caras de un resto constructivo de barro recuperado en Gorgociles del Escabezado, apreciándose huellas negativas
de vegetales. GE 5.
puede atribuírsele una cronología estimada de los primeros
siglos del II milenio BC, entre el 1950 y 1750 BC aproximadamente (Francisco Javier Jover, com. pers.).
Durante la primera campaña de excavación en Gorgociles del
Escabezado se recuperaron un total de 199 restos de barro endurecido,1 siendo la mayor parte de ellos fragmentos informes. Hemos
abordado en detalle el estudio de una selección de 9 fragmentos.
Presentan un grado de endurecimiento alto, con unas coloraciones
de base anaranjadas, con manchas marrón claro y partes ennegrecidas en algunos de ellos. Mostrarían evidencias de que el material
haya estado sometido a procesos de combustión (fig. 7.6c). Buena
parte se encuentran alterados por raíces y por un importante grado
de erosión en sus superficies. Las piezas presentan dimensiones variadas, desde 2,5 x 1,3 x 1 cm hasta un máximo de 12 x 9 x 7 cm, en
el mayor de los fragmentos, recuperado en la UE 1200.
1
Agradecemos a Estefanía Gandía Cutillas, Emiliano Hernández
Carrión, Francisco Javier Jover Maestre y Juan Antonio López
Padilla, quienes han dirigido las excavaciones en este enclave, el
acceso a los materiales para su estudio.
109
[page-n-123]
Figura 7.6.a. Resto constructivo
con una huella negativa circular, de
Gorgociles del Escabezado. Obsérvese
la presencia de raíces. GE 6. b. Detalle
de un fragmento que presenta piedras de
tamaño considerable, hasta 2,5 cm de
largo. GE 4. c. Fotografía de la matriz
de una de las piezas recuperadas, donde
se observan huellas de la presencia de
restos vegetales ya desaparecidos, así
como evidencias de combustión. GE 3.
Respecto a la composición del mortero de barro, la
observación macroscópica permite distinguir la presencia de
piedras, de hasta 1, 2 y 2,5 cm de largo. Se observan guijarros y huellas negativas en el barro, de contorno circular, que
habrían sido generadas por la presencia de guijarros desprendidos (fig. 7.6a). En cuanto al empleo de materias estabilizantes, puede observarse en algunas piezas la presencia de huellas negativas de materia vegetal añadida al barro con fines de
estabilización de la mezcla.
Los restos constructivos recuperados en la primera campaña
de excavaciones en este yacimiento no presentan apenas formas
que puedan relacionarse con elementos estructurales, técnicas y
otros materiales empleados en las construcciones. En un reducido número de casos puede observarse algún rasgo relacionado
con aspectos constructivos, como alguna superficie o cara regularizada (fig. 7.7). Un par de piezas presentan una superficie regularizada, que parece haber sido el resultado del contacto con
materia vegetal, como suele ocurrir en cubiertas construidas con
este material, caso de un fragmento de la UE 1100. En relación
con información indirecta, a través de improntas, sobre elementos constructivos ya desaparecidos como los de naturaleza orgánica, en una de las piezas parece observarse una impronta de
madera −UE 1002− y, en otra, una posible impronta de cuerda
trenzada −UE 1003−. Por desgracia, el elevado grado de erosión de las superficies de estos restos constructivos no permite
identificar estos elementos con seguridad ni detalle.
Por otra parte, en algunos enclaves de la Edad del Bronce de
la península ibérica se han identificado y documentado muros
construidos con barro en su totalidad. Destaca el asentamiento del Bronce medio de Hoya Quemada (Mora de Rubielos,
Teruel) (Burillo y Picazo, 1986), donde se documentaron construcciones de planta angular, con zócalo de piedra y alzados de
tierra y materia vegetal, pero también estructuras cuyos alzados
habrían sido construidos enteramente con barro. Se indica que
la tierra de los mismos se habría dispuesto colocando “pellas de
barro, unas sobre otras” (fig. 7.8a), en algunos tramos con elementos de barro de forma cónica “para asegurar una mayor imbricación” (Burillo y Picazo, 1986: 10). Se documentan también
revestimientos de tierra y “encalados” de diferentes capas sucesivas, así como pavimentaciones de arcilla y paja. Las viviendas
conservan evidencias de algunos postes de madera encastrados
en los muros, bancos corridos de tierra que funcionarían también a modo de soportes vasares y resaltes alargados de barro
en el interior de las estancias (Burillo y Picazo, 1986: 10-12).
110
Figura 7.7. Restos de barro con caras regularizadas de Gorgociles
del Escabezado. a. GE 3. b. GE 8.
Figura 7.8. a. Vista cenital de un alzado de barro amasado, excavado en Hoya Quemada (Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo,
1986: 19, lám. 6). b. Muro de barro y piedras de Foia de la Perera
(Castalla, Alicante) (Cerdà, 1994: 104, Foto IX).
7.1. BRONCE ARGÁRICO
Las investigaciones realizadas por Henri y Louis Siret a finales
del siglo XIX (1890) marcaron de forma fundamental el inicio de los estudios acerca de la entidad arqueológica conocida como Cultura de El Argar (Lull, 1983). En un periodo de
tiempo estimado entre el 2200 y el 1550 cal BC, se le atribuye
una extensión territorial que abarca las provincias de Murcia
y Almería, Jaén y Granada, así como el sur de Alicante. En la
actualidad se estima que se extendió por unos 35.000 km2 (Lull
et alii, 2015b: 370), habiendo sido los núcleos de mayor tamaño conocidos Lorca (Murcia) (Martínez Rodríguez, 2019: 157,
fig. 2), La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et alii, 2018) y El
Argar (Antas, Almería). En un segundo nivel encontraríamos
asentamientos cercanos a las 2 hectáreas, destacando San Antón
(Orihuela, Alicante) y Laderas del Castillo –ver 7.1.1− (López
et alii, 2017). Por debajo de éstos, se han registrado una amplia
variedad de asentamientos de distintos tamaños, siendo los de
[page-n-124]
Figura 7.9. a. Dibujo de la planta de
las estructuras Y-Z de El Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia). A la
izquierda de la imagen se señala el
hallazgo de restos de un posible cercado
de madera (Ayala, 1991: 96, fig. 33). b.
Dibujo del elemento de barro modelado,
de terminación “trilobulada”, hallado en
el mismo asentamiento (Ayala, 1991:
79, fig. 20).
menor extensión algunos de entre 500 y 800 m2, como en el caso
aquí estudiado de Caramoro I –ver 7.1.1− (Martínez Monleón,
2014a; Jover et alii, 2019a).
En las estructuras edificadas en el territorio argárico se
distinguen, como en otras áreas, continuidades en los materiales y técnicas empleados en cronologías previas, pero también
elementos particulares o novedosos, en el marco de una importante transformación en los asentamientos durante la Edad del
Bronce, en lo que puede considerarse como un desarrollo del
urbanismo.
Una parte de los asentamientos con ocupación argárica
se seguirían utilizando desde momentos anteriores, mientras
que otros son de nueva fundación. La mayoría se construyen
en zonas elevadas, en cimas y laderas, pero también se conoce poblamiento en el llano. Como ejemplo de construcción de
edificaciones argáricas en zonas llanas destaca El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala, 1985; 1986; 1991; Ayala et
alii, 1989; entre otros). Las estructuras de este poblado son de
planta rectangular y trapezoidal, con zócalo de piedra, alzado
de barro, postes sustentantes de la techumbre y tabiques internos con zócalo de mampostería y alzado de tierra maciza (fig.
7.9a). Durante las excavaciones se documentaron evidencias de
elementos de madera y vegetales interpretados como restos de
un cercado que rodearía las construcciones. En este asentamiento se recuperaron un conjunto de elementos constructivos de barro que pertenecerían a las techumbres y a parte de los alzados y
que presentaban diferentes improntas vegetales, apuntándose el
empleo del esparto en las cubiertas (Ayala, 1989: 9). Del mismo
modo, en los restos de barro se identificaron improntas esféricas atribuidas a la presencia de excrementos de ovicaprinos. Se
considera que se habría empleado cal en los enlucidos de sus
construcciones, también aplicada en el exterior de la cubierta
(Ayala et alii, 1989: 282; Ayala y Ortiz, 1989; Ayala, 1991: 7677). Destaca que entre los fragmentos de barro endurecido se
hallaron partes de un elemento modelado, posiblemente ornamental, que habría estado colocado en la cabecera de la cubierta de una de las edificaciones (Ayala, 1986: 332, fig. 1; Ayala,
2001: 77-79, fig. 20) (fig. 7.9b), como se ha mencionado en el
capítulo anterior.
Las ocupaciones en el llano no contarían con muros de
cierre y fortificaciones de piedra, pero sí la mayor parte de las
situadas en altura. No obstante, las edificaciones documentadas
en llano pueden presentar similitudes con las que se construyen en altura en cuanto a la forma de la planta de las viviendas
Figura 7.10. a. Edificación de Castellón Alto (Galera, Granada) (Contreras, 2009: 53, lám. 3), construida en lo alto de una escarpada ladera.
b. Vista lateral de la planta de una de las estructuras de Los Cipreses (Lorca, Murcia) (Eiroa, 2004: 99, lám. XVII), ubicada en el llano.
111
[page-n-125]
y la elección de técnicas y materiales constructivos (fig. 7.10).
En los asentamientos de las comunidades argáricas se observa el predominio de la construcción de estructuras de hábitat
de muros rectilíneos, como también ocurrirá en otros territorios durante la primera mitad del II milenio BC. La proyección de muros rectos en estos enclaves forma edificaciones
de plantas cuadrangulares, trapezoidales y rectangulares, pero
también se construyen muros curvilíneos, siendo habituales las
terminaciones absidales.
Un aspecto importante entre los que caracterizarían a los
enclaves argáricos es el carácter diferenciado o especializado que
habrían tenido algunos de ellos, como también se propone para
determinadas estancias construidas dentro de los asentamientos,
siendo ambas cuestiones no exclusivas del ámbito argárico. Así,
respecto a lo primero, existirían núcleos orientados a funciones específicas, como la gestión de productos y el control del territorio.
Característico para este planteamiento sería la Tira del
Lienzo (Totana, Murcia), al que se atribuye una función administrativa y productiva (Delgado-Raack et alii, 2015; Lull et
alii, 2015a). Delimitado por un muro perimetral con bastiones,
la Tira del Lienzo conserva restos de edificaciones erigidas con
piedra y postes de madera de pino, revestidas con barro, al que
se atribuye un contenido en cal. Para las cubiertas se habrían
empleado especies vegetales como el olivo, el romero y el lentisco. A su primera fase de construcción, fechada entre el 20001900 cal BC, pertenecen dos hogares de barro de forma circular
(Lull et alii, 2015a: 168, 171), así como un edificio rectangular
de grandes dimensiones y con una posición central, en el que
se concentrarían diferentes actividades productivas (DelgadoRaack et alii, 2015: 59).
Como ejemplos de lo segundo, de edificios para los que se
atribuye una función determinada, pueden señalarse las evidencias de estabulación propuestas en Castellón Alto (Galera,
Granada) (Molina y Cámara, 2004: 23), además de los casos de
especialización laboral asociados a edificaciones o estancias en
asentamientos como La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et alii,
2015a), donde se plantea la existencia, entre otros espacios de
producción especializados, de un “taller de molienda”. En este
sentido, en cronologías anteriores se ha propuesto la existencia,
por ejemplo, de un “taller metalúrgico” en Los Millares (Santa
Fe de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1987: 250).
En algunos asentamientos del territorio de El Argar, o en
ciertas fases constructivas de los mismos, las edificaciones se
organizan en torno a un edificio central o de mayor tamaño,
adosándose unas a otras y en torno a una calle, como en el propio enclave de la Tira del Lienzo (Delgado-Raack et alii, 2015;
Lull et alii, 2015a), o en la fase II-III de Cabezo Pardo (San
Isidro/Granja de Rocamora, Alicante) (López Padilla, 2014: 97,
126) −ver fig. 7.54b−. En otros núcleos argáricos se percibe que
las construcciones están organizadas en torno a una espacio o
estancia que comunicaría unas con otras, como en Caramoro I
−ver fig. 7.66a−. Sin duda, a esto se une otro elemento novedoso que podría considerarse incorporado a las construcciones en
los asentamientos argáricos: los enterramientos humanos, puesto que, como ya expresó L. Siret, “en lugar de construir casas
propias para los muertos, se les resguarda bajo el techo de los
vivos” (Siret, 1999 [1892]: 181).
Profundizando en la construcción de las edificaciones de El
Argar, los alzados no son únicamente construidos con piedra,
como no son única o totalmente rectos. Sólo en algunos núcleos
argáricos, como La Bastida o Peñalosa, se han documentado
edificaciones cuyos muros se habrían construido con mampostería por completo o hasta una importante altura. Por el contrario, es habitual la construcción de zócalos de piedra y alzados
de tierra, combinada o no con elementos vegetales mediante la
técnica del bajareque, de lo que se conocen numerosos ejemplos
a lo largo del territorio argárico. Las evidencias del empleo de
esta técnica en los asentamientos argáricos han estado presentes
desde los inicios del estudio de estas sociedades, recogiéndose
el hallazgo de restos constructivos de barro con improntas, junto
con otros objetos muebles de este material, en los trabajos de los
Siret (1890; Siret, 1999 [1892]).
En el Cerro de la Encina (Monachil, Granada), asentamiento
establecido en altura y junto a un curso de agua, sobre los aterrazamientos se edificaron estructuras de muros curvos y posteriormente rectilíneos, con zócalos de mampostería y alzados y
cubiertas de bajareque, sostenidas por postes (Aranda y Molina,
2005: 168, 171). La presencia de unas formas constructivas diferentes y previas a la edificación de muros rectos con zócalo
de piedra se ha apuntado también en Fuente Álamo (Cuevas del
Almanzora, Almería) (Pingel, 2000: 67, fig. 5; Pingel et alii,
2005: 189). En La Cuesta del Negro (Purullena, Granada) también se detectaron estructuras de hábitat argáricas erigidas con
materiales de naturaleza orgánica (Molina, 1978: 169).
Por su parte, en Castellón Alto (Galera, Granada) (Molina
et alii, 1986; Contreras et alii, 1997; Contreras, 2009; Moreno
y Haro, 2008; entre otros), las construcciones son de planta
alargada, estando compartimentadas y adaptadas a la escarpada ladera del cerro. Una disposición similar, sobre el terreno
inclinado, debieron tener las edificaciones argáricas de Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) −ver 7.1.1−.
Sobre zócalos de piedra, los alzados de Castellón Alto serían
de bajareque, con cañas manteadas con barro al interior y al
exterior. Las separaciones de las estancias se construirían tam-
Figura 7.11. a. Edificación
de planta circular del Cerro
de las Víboras de Bajil
(Moratalla, Murcia) (Eiroa,
2004: 92, lám. XIV).
b. Edificio A, de muros
rectilíneos, en el mismo
asentamiento (Eiroa, 2004:
91, lám. XIII).
112
[page-n-126]
Figura 7.12. a. Postes
embutidos en la
superficie interna de
un muro de piedra
en Terrera del Reloj
(Dehesas de Guadix,
Granada) (Contreras,
2009: 54, lám. 5). b.
Postes embutidos en
Castellón Alto (Contreras
et alii, 1997: 70).
bién con esta misma técnica constructiva, con o sin zócalos de
piedra. Postes de pino sustentarían la techumbre, dispuestos en
el interior de las estancias o embutidos en los muros traseros.
Las cubiertas se habrían construido con vigas y otras materias
vegetales, que se atarían con esparto (Contreras, 2009: 52-53).
En el caso del yacimiento de El Argar (Antas, Almería), se
plantea que las viviendas se construirían con zócalos de piedra
y alzados de barro y troncos (Eiroa, 2004: 61). También en
Gatas (Turre, Almería), además de alzados de tierra sobre zócalos de piedra, se documentaron estructuras internas de barro,
como tabiques divisorios, un banco y escaleras (Castro et alii,
1999; 2001: 16, fig. 6).
Ubicadas en el llano, las construcciones de Los Cipreses (Lorca, Murcia) (Martínez Rodríguez et alii, 1999) están
constituidas asimismo por alzados de barro sobre zócalos de
piedra, revestidos y con bancos corridos adosados a los muros. Son alargadas, de planta rectangular con extremo absidal.
Algunos edificios presentan tabiques internos, que cuentan
con zócalo de mampostería (fig. 7.10b). Las techumbres serían
planas y se habrían realizado con un entramado de madera y
material vegetal manteada con barro (Eiroa, 2004: 81; 2006:
134). Por su parte, en el Cerro de las Víboras de Bajil (Moratalla, Murcia), los muros defensivos son de piedra trabada con
barro, así como los de un gran edificio singular, cuyas paredes
pudieron estar revocadas con barro o yeso, pudiendo haberse
levantado con barro la parte más alta de los muros, de lo que
se habrían conservado algunos restos (Eiroa, 1995: 60, 64). En
este enclave también se construyó un edificio de planta circular y zócalo de piedra, que habría estado revestido con barro,
contemporáneo al gran edificio de muros rectilíneos (Eiroa,
2004: 91) (fig. 7.11a y b).
La construcción con tierra también está constatada en los
enclaves argáricos del área alicantina. En Pic de Les Moreres
(Crevillente, Alicante) (Román, 1975; González Prats, 1983;
1986b; 1986e), se documentaron diversas estructuras de muros rectilíneos, con zócalos de piedra y alzados enlucidos y
se señaló la existencia de sucesivas capas de pavimentación
(González Prats, 1983: 49-52; 1986b; Sánchez García, 1997b:
150). Durante las excavaciones se identificaron restos constructivos con improntas de cañas y ramas (González Prats,
1986e: 158). Respecto a la Illeta dels Banyets (El Campello,
Alicante), de su ocupación en época argárica se conocerían,
además de la cisterna, posibles restos de una edificación, de
la que se identificaron parte del zócalo de piedra, restos de
barro con improntas vegetales y restos de madera, junto con
un posible pavimento (Soler Díaz y Belmonte, 2006: 28-29;
Soler Díaz, 2009: 175).
Como puede verse, no sólo es importante el empleo del
barro en los alzados de las construcciones de los enclaves argáricos, sino que sus aplicaciones no se reducen a estas partes
estructurales, como tampoco la técnica del bajareque se habría
aplicado sólo en alzados y techumbres. La tierra se emplea,
junto con otros materiales, en cubiertas, pavimentaciones, tabiques o bancos. Los bancos se adosan a los muros, por lo general al interior, y no son sólo rectilíneos, sino también de forma
semicircular (fig. 7.10a).
Por otro lado, ya ha sido adelantado que en una parte de los
asentamientos argáricos se construye con postes embutidos en
los muros, como en Castellón Alto (Contreras et alii, 1997) (fig.
7.12b), Fuente Álamo (Pingel et alii, 2005: 195), Terrera del Reloj (Dehesas de Guadix, Granada) (Molina et alii, 1986: 354-355,
lám. IIa; Contreras, 2009: 54) (fig. 7.12a), La Bastida (Totana,
Murcia) (Lull et alii, 2009: 211), La Almoloya (Pliego, Murcia)
(Lull et alii, 2015d: 46), Cerro de las Viñas (Coy, Murcia) (Ayala,
1991: 194, 197) o Cabezo Pardo (López Padilla, 2014). Y como
ya se ha recogido, esta forma de construir se aplicó también en
otros asentamientos de la Edad del Bronce fuera del espacio argárico, como Hoya Quemada (Burillo y Picazo, 1986: 10-12) o
Motilla del Azuer (Nájera y Molina, 2004: 194-195).
El empleo constructivo de la madera es, sin duda, también
muy relevante en el ámbito argárico. No sólo habría sido utilizada en la construcción de postes sustentantes de la cubierta que,
en ocasiones como las referidas, se combinan con los zócalos
y muros de piedra, incorporándose encastrados en la parte central de los mismos o en su cara interna (fig. 7.12). También se
utilizaría en vigas; en algunos enclaves, como en El Argar (Eiroa, 2004: 61), en los propios alzados; en tabiques internos; en
dinteles y jambas, como la documentada en La Almoloya (fig.
7.15a); en cercados, como en El Rincón de Almendricos (Ayala,
1991) (fig. 7.9a) y en estructuras de equipamiento, como estantes o escaleras, y en mobiliario y otros objetos rara vez conservados. Los troncos de madera pueden utilizarse para estos
fines, tanto completos, como seccionados, y combinados o no
con barro. La presencia de madera trabajada se ha documentado
en asentamientos de la Edad del Bronce argárico como Punta
de los Gavilanes (Ros et alii, 2008) y Castellón Alto (Molina
et alii, 1986: 360; Rodríguez Ariza, 2008), tal y como ha sido
resaltado (García Martínez et alii, 2011).
Las techumbres de las construcciones argáricas serían por
lo general planas o inclinadas a una vertiente (Molina y Cámara, 2004: 17) y el espacio interior suele subdividirse mediante la construcción de tabiques, como ocurre también en otros
ámbitos fuera del territorio argárico durante la primera mitad
del II milenio BC. Estos tabiques son edificados con distintos
113
[page-n-127]
Figura 7.13. Ejemplos de
construcciones argáricas
con piedra. a. Vista cenital
de una edificación con
extremo absidal en Gatas
(Turre, Almería) (Castro
et alii, 1999: 33, fig.
12). b. Acceso norte de
Peñalosa (Baños de la
Encina, Jaén) (Contreras,
2009: 61, lám. 14).
materiales y técnicas. Si bien la técnica escogida para construirlos que se observa de forma más evidente es la mampostería,
ésta no es la única utilizada. El uso del bajareque con paneles de
cañas para estas partes constructivas se ha indicado en Castellón
Alto (Molina et alii, 1986: 357) o Loma de la Balunca (Castilléjar, Granada) (Molina et alii, 1986; Molina y Cámara, 2004:
34). La construcción de tabiques mediante troncos manteados
con barro se conoce en asentamientos de la Edad del Bronce
como Terlinques (Jover y López Padilla, 2016: 433) −ver fig.
7.98− y Cabezo Redondo (Soler García, 1987: 304, lám. 33 B).
Además, se ha señalado el uso de tierra maciza para construir
estos tabiques internos en Terrera del Reloj (Dehesas de Guadix,
Granada) (Aguayo y Contreras, 1981; Molina et alii, 1986: 354;
Contreras, 2009: 54; entre otros).
Buena parte de los rasgos arquitectónicos citados están
presentes en la obra de referencia de Lull (1983) sobre El Argar, donde se abordaba la caracterización de las edificaciones
de muchos asentamientos, en los que se apuntaba la presencia
de estancias de muros rectilíneos de piedra trabada con barro.
En algunos casos se mencionan subdivisiones internas en las
construcciones, como en El Oficio (Cuevas del Almanzora,
Almería), así como revestimientos de barro en los alzados de
piedra. En otros, se menciona de manera explícita que la parte
superior de los alzados con zócalos de piedra continuaría con
barro, como en el Cerro de En medio-Cerro del Rayo (Pechina,
Almería) (Lull, 1983: 277). Asimismo, en esta obra se apunta
el empleo, en las techumbres de muchos enclaves, de la técnica
que conocemos como bajareque.
No obstante, el material constructivo que simboliza buena
parte de las transformaciones que se producen en el ámbito arquitectónico durante la Edad del Bronce es la piedra, también en
El Argar. Se ha apuntado que, en el territorio argárico y las áreas
limítrofes, en torno al 2200 cal BC comenzarían a detectarse
cambios en la arquitectura, edificándose estructuras de piedra
más grandes y complejas (Lull et alii, 2015b: 379, 390). Muchos asentamientos argáricos cuentan con fortificaciones (Molina y Cámara, 2004; Serrano, 2012), compuestas por murallas
y/o bastiones, para cuya construcción se emplea la piedra, como
se observa en La Bastida (Lull et alii, 2013a; 2014a; 2015b),
Barranco de la Viuda (Medina y Sánchez González, 2016), Cerro de la Encina (Aranda y Molina, 2005) o Peñalosa (Contreras, 2000; 2009; entre otros) (fig. 7.13b). La protección de los
enclaves resulta de la combinación entre las características orográficas que presenta el emplazamiento y las construcciones que
se llevan a cabo, en las que, según lo que se conoce para estos
momentos, predomina la mampostería. Sin embargo, también se
114
aplicarían otras técnicas, como la piedra seca (Ayala, 1980: 155;
Eiroa, 2004: 59), señalada para la construcción de murallas durante la Edad del Bronce también en el área valenciana y fuera
del ámbito de El Argar.
El tipo de piedra utilizada en los asentamientos argáricos
varía en función de distintos factores. La arenisca, una roca sedimentaria, se utilizó en la construcción de asentamientos como
Castellón Alto (Galera, Granada) (Contreras, 2009: 52). En casos como Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), la roca más empleada en sus construcciones de mampostería es la pizarra, una
roca metamórfica utilizada también, entre otros tipos de piedra,
en La Bastida de Totana (Murcia) (Lull et alii, 2009: 211; Lull
et alii, 2015a: 75). Como se ha señalado en un capítulo anterior,
en el caso de la construcción de la muralla argárica de piedra
trabada con mortero de la Bastida de Totana, se ha planteado
que se escogieron areniscas de un área más alejada del emplazamiento de la muralla, en vez de la pizarra y la caliza disponibles en el sitio, por su mayor facilidad para ser transportadas y
escuadradas (Lull et alii, 2015a: 51). No obstante, es de resaltar
que esta muralla no se habría construido únicamente con mampostería, pues se habrían hallado evidencias en su cara interna
de partes construidas con tierra y elementos vegetales (Lull et
alii, 2015b: 374), materiales que posiblemente cabría añadir a
la piedra entre los que fueron utilizados en las construcciones
defensivas de este periodo. El desarrollo de la construcción con
piedra se aplica también al aterrazamiento de los enclaves. La
construcción de aterrazamientos de piedra es una característica común a muchos asentamientos argáricos (Contreras et alii,
1997: 62; Aranda y Molina, 2005), y que también está presente
en otros núcleos de la Edad del Bronce fuera de este espacio
social (De Pedro, 1998; Jover y López Padilla, 2016).
En los asentamientos de El Argar en los que la piedra
tiene un papel más predominante, la tierra también se utiliza
como un importante material constructivo. Un ejemplo de
ello es el poblado de Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén)
(Contreras et alii, 1997; Contreras, 2000; Contreras y Cámara, 2001; 2002; entre otros), ubicado en ladera en un valle
fluvial, que cuenta con un muro de cierre de piedra con bastiones. Las edificaciones son de planta rectangular, absidal u
ovalada, con muros de mampostería de pizarra trabada con
barro, y con postes de madera. Dentro de las estancias se
levantarían tabiques, construidos con pizarra y barro (Contreras et alii, 1997: 71). La tierra se habría utilizado no sólo
como trabazón y revestimiento de los muros de piedra, sino
también en los pavimentos de tierra apisonada y para la construcción de bancos en el interior de las estructuras. La tierra
[page-n-128]
Figura 7.14. a. Edificio H35-36
de La Bastida (Totana, Murcia),
que podría haber contado con una
segunda altura (Lull et alii, 2015a:
63). b. Edificio singular H9E de
La Almoloya (Pliego, Murcia)
(Lull et alii, 2015d: 84).
también habría formado parte de las techumbres, que serían
planas o ligeramente inclinadas, cubriendo un entramado de
materias vegetales diversas, sostenido por vigas de madera y
cubierto con lajas de pizarra (Contreras, 2000: 53-54; 2009:
70). Se documentaron ataduras mediante cuerdas de distinto
tipo, tanto trenzadas como torsionadas.
El análisis microscópico de restos constructivos de barro del
yacimiento ha apuntado el probable uso de sedimentos cercanos y
de origen aluvial, observándose diferencias en la composición de
los morteros empleados en diferentes partes estructurales y zonas
del asentamiento, destacando la calidad de los utilizados en la acrópolis (Rivera, 2007; 2009; 2011). Incorporando los resultados de
estudios antracológicos, se interpretó que la materia prima para la
construcción de postes y vigas sería la madera de encina y que, para
la techumbre, se utilizaría la de alcornoque (Contreras, 2000: 261).
Por otro lado, es interesante señalar que se han identificado restos de corcho, documentados como parte del registro de materiales
constructivos e interpretados como un posible impermeabilizante
utilizado en estas cubiertas (Contreras et alii, 1997: 70; Rodríguez
Ariza, 2000: 261; Rivera, 2007: 12).
También destaca la piedra en el Barranco de la Viuda (Lorca,
Murcia), donde se construyeron edificaciones de planta rectangular y trapezoidal, empleando la mampostería en los zócalos y en
variadas estructuras de actividad y equipamiento interno. Una de
las estancias cuenta en su interior con una estructura o plataforma
exenta, rectangular y también de piedra, que habría podido construirse para contribuir a sustentar la cubierta (Medina y Sánchez,
2016: 40, fig. 6), quizá apoyando sobre ella un poste. Los postes
sustentantes de la cubierta serían de pino (García Martínez et alii,
2011). En este poblado se han identificado varios ejemplos de
reutilización de materiales, procedentes de artefactos en desuso,
con nuevas funciones constructivas. Así, en la misma estancia se
documentó una estructura de combustión que contaba con fragmentos de cerámica dispuestos a modo de base o solera (Medina
y Sánchez, 2016: 45, lám. 3), al igual que otra estructura de combustión con un molino reutilizado contribuyendo a conformarla
(Medina y Sánchez, 2016: 43, lám. 2).
En cuanto a las estructuras de la primera fase de ocupación
del gran poblado argárico de La Bastida (Totana, Murcia), fechada entre el 2200-2000 cal BC, se habrían construido en parte
con una planta oval alargada, mediante alzados de barro y materia vegetal (Lull et alii, 2009: 211; Lull et alii, 2018), atándose
estos elementos con tiras de esparto y aplicando revestimientos
de tierra. Asimismo, esta fase constructiva cuenta con construcciones de muros rectilíneos y zócalo de piedra, entre los que
destaca con un gran edificio rectangular, de gruesos muros con
basamento y alzado pétreos (fig. 7.14a). Los restos constructivos de barro recuperados en esta estancia pertenecerían a la cubierta (Lull et alii, 2018: 320, fig. 4), resultado de la aplicación
de la técnica del bajareque. Contenía dos estructuras negativas
que se habrían destinado al almacenamiento y un gran banco corrido en su interior (Lull et alii, 2015a). Se considera que habría
contado con una segunda altura, a partir de observaciones estratigráficas y de los dos gruesos postes centrales que presenta, de
60 cm de diámetro.
No obstante, la mayor parte de las estructuras construidas en
La Bastida están datadas entre 1850 y 1600-1550. Entre ellas
se encuentra el edificio H83, de planta rectangular, alzados
construidos con tierra y zócalos de piedra, con una cubierta de
materia vegetal y barro y pavimento de tierra batida, parcialmente enlosado con piedra. La techumbre estaba sustentada
por postes de madera apoyados en lajas de pizarra (Lull et alii,
2015a: 75). La práctica de enlosar los suelos, colocando piedras planas, se ha observado también en otros enclaves argáricos, como Peñalosa (Contreras et alii, 1997: 71; Contreras y
Cámara, 2001: 230) y no argáricos, como Les Raboses (Albalat dels Tarongers, Valencia) (Ripollés, 1994: 59, lám. II.1) o
Cerro de El Cuchillo (Almansa, Albacete) (Hernández Pérez et
alii, 1994: 37; Blasco, 2001: 61). Los edificios que se habrían
construido en La Bastida en torno a 1800 cal BC presentan por
lo general doble paramento de piedra y revestimientos, en los
que se ha planteado, en determinados casos, el empleo de la
cal (Lull et alii, 2015a: 76).
En el poblado argárico de La Almoloya (Pliego, Murcia),
las primeras estructuras construidas se habrían levantado con
zócalos de piedra, postes de madera y techumbres de barro y
vegetales (Lull et alii, 2015e: 47). Con posterioridad al 1800
BC, se construyen grandes edificaciones con muros de piedra
revestidos y tabiques divisorios. Se han documentado, en muy
buen estado de conservación, diferentes evidencias del empleo
de la tierra en estas edificaciones, como una gran impronta de
una jamba de madera en su revestimiento de barro, en el interior del edificio H4 (Lull et alii, 2015d: 117) (fig. 7.15a). Las
condiciones generadas durante el incendio y destrucción de las
115
[page-n-129]
Figura 7.15. a. Jamba de barro con la
impronta de un tronco en el edificio
H4 de La Almoloya (Lull et alii,
2015d: 117). b. Restos constructivos
con improntas de troncos, vegetales
y restos de revestimiento, del mismo
yacimiento (Lull et alii, 2015d: 113).
estructuras han propiciado la conservación de restos de barro
con improntas de troncos y ramas, así como de fragmentos de
revestimientos (Lull et alii, 2015d: 113) (fig. 7.15b).
Un elemento novedoso de los asentamientos de la Edad del
Bronce, también en el ámbito argárico, es que se han identificado
partes de construcciones que muy rara vez se han constatado en
enclaves de cronologías anteriores. Entre ellas destacan las escaleras, observadas en Cabezo Pardo (López Padilla, 2014: 107),
en Gatas, construidas con barro (Castro et alii, 2001: 16, fig. 6),
mencionadas en Ifre (Ayala, 1980: 155), así como las documentadas en Cabezo Redondo, de piedra y de barro (Soler García,
1987: 69, 147, 301, lám. 28; Hernández Pérez et alii, 2016: 37,
72). También las partes asociadas a los vanos, como la jamba de
madera y barro conservada en La Almoloya (Lull et alii, 2015d:
117), las jambas de bloques de piedra de Cabezo Redondo (Soler García, 1987: 147, lám. 27A) o los dinteles y jambas que se
identificaron en el Cerro de El Cuchillo, construidos con piedra
(Hernández Pérez et alii, 1994: 36).
Por último, en el ámbito de las estructuras de actividad, entre
las destinadas al almacenamiento destaca la construcción de
grandes estructuras negativas de planta oval, interpretadas como
cisternas y depósitos de agua, como las de Peñalosa (Contreras,
2000: 52), Castellón Alto (Molina y Cámara, 2004: 36), Fuente
Álamo (Pingel, 2000: 81; Schubart et alii, 2000: 315-316, lám.
15 y 16), Illeta dels Banyets (Soler Díaz et alii, 2004; 2006; Soler Díaz, 2009) o La Almoloya (Lull et alii, 2015d: 85-86), junto
con la gran balsa de La Bastida (Lull et alii, 2015a; 2015c). En
cronologías anteriores ya se habrían podido construir cisternas,
contando con los ejemplos planteados en Los Millares (Arribas
et alii, 1981: 95; Molina y Cámara, 2005), y también fuera del
ámbito del sureste en Cabezo Juré (Alosno, Huelva) (Nocete,
2001, lám. 13). Las cisternas argáricas se construyen con piedra
y/o arcillas impermeabilizantes, planteándose en algunos casos
la presencia de postes de madera y posiblemente una cubrición
de bajareque (Lull et alii, 2015a; 2015c), como se ha planteado en la Illeta dels Banyets, donde en los niveles arqueológicos del interior de la cisterna 2 se hallaron restos constructivos
de barro (Gómez, 2006: 273, 275, fig. 152). También se conocen cisternas en otros enclaves de la Edad del Bronce fuera del
ámbito argárico, como en la Lloma de Betxí (De Pedro, 1990:
17; 1998: 145) o el Cerro de El Cuchillo (Almansa, Albacete)
116
(Hernández Pérez et alii, 1994: 65; Blasco, 2001: 59). Asimismo, una parte de las instalaciones y cubetas que se construyeron
en asentamientos de la Edad del Bronce habrían podido servir
también para el almacenamiento de líquidos, entre ellos el agua,
como se ha planteado en el caso de Terlinques (Jover y López
Padilla, 2016: 438-439, fig. 13).
En este sentido, durante la Prehistoria reciente la intervención
sobre el acceso y la gestión de un recurso tan valioso como el
agua se habría realizado principalmente de dos maneras: mediante su conservación, captándola y manteniéndola, por ejemplo,
en cisternas, y a través de su canalización, distribuyéndola hacia
áreas donde fuera necesario su uso, como las zonas de cultivo,
mediante un sistema de irrigación como puede ser una acequia
(Chapman, 1991: 178). Este último tipo de construcciones de canalización del agua pueden asociarse así a la práctica del regadío.
Se habrían identificado canalizaciones de agua en asentamientos
como el Cerro de la Virgen (Orce, Granada) (Schüle, 1966; Lull,
1983: 383; Lull et alii, 2015c), o El Rincón de Almendricos (Ayala, 2001: 153). También se ha planteado la función de drenaje o
canalización de agua para algunos espacios de La Almoloya (Lull
et alii, 2015d: 71) y Caramoro I (González Prats y Ruiz Segura,
1995: 87; Jover et alii, 2019a) −ver 7.1.1−. La existencia de canalizaciones se ha propuesto también en algunos asentamientos de
cronologías anteriores, desde el Neolítico, como se ha recogido
en un capítulo anterior para el caso del Tossal de les Basses (Rosser y Fuentes, 2007: 15-19, 31).
7.1.1. Casos de estudio
Laderas del Castillo
Introducción al yacimiento
El asentamiento de Laderas del Castillo (López Padilla et alii,
2017; 2020) es un hábitat ubicado en pendiente en la Sierra de
Callosa de Segura (Alicante), junto a la localidad homónima.
Las investigaciones en este enclave comenzaron a inicios del siglo XX, por parte del jesuita Julio Furgús y, más adelante, intervino en el yacimiento Josep Colominas, siendo conocido por sus
evidencias funerarias datadas en la Edad del Bronce. Desde el
año 2012, se han efectuado actuaciones arqueológicas anuales,
de prospección ese año y de excavación en su ladera oriental a
[page-n-130]
Figura 7.16. Planta de las diferentes
estructuras documentadas en Laderas
del Castillo (Callosa de Segura,
Alicante), con indicación de los
sectores y zonas en las que se ubican
(a partir de López Padilla et alii,
2016: 25).
partir de 2013, por parte del Museo Arqueológico Provincial de
Alicante y financiadas por la Diputación Provincial de Alicante.
Durante las intervenciones de estos últimos años se han documentado diferentes estructuras (fig. 7.16), fechadas a finales del
III milenio y en los inicios del II milenio BC, mediante un buen
número de dataciones radiocarbónicas (López Padilla et alii,
2019). En la parte alta de la ladera se halla una ocupación de
época medieval islámica.
En la primera campaña de excavación, llevada a cabo en
2013, se hallaron restos de diversos aterrazamientos en la ladera
y de una dilatada secuencia de ocupación con, al menos, restos
de cuatro edificaciones en la zona II del sector 3 (fig. 7.17a), que
siguieron excavándose en 2014. Esta zona cuenta con un primer
muro de aterrazamiento (López Padilla et alii, 2014: 6).
En la zona aterrazada se habría construido, en primer lugar,
el denominado Conjunto Estructural C (fig. 7.17b), formado
por los restos de una construcción que habría tenido una planta
ovalada o alargada con un extremo absidial (López Padilla et
alii, 2016: 9). De ella se conserva un tramo curvilíneo de zócalo de mampostería, con diversos calzos de poste al exterior.
El Conjunto Estructural B lo componen dos restos de muros de
piedra, de considerable grosor, pertenecientes a dos estructuras,
probablemente de planta oval y forma de torre (López Padilla
et alii, 2016: 10), que se habrían levantado sobre el Conjunto
Estructural C.
La más reciente de las ocupaciones de la zona II del sector 3
es el Conjunto Estructural A (fig. 7.18). De esta construcción se ha
preservado un lateral, el ubicado hacia el oeste. Se documentó un
Figura 7.17. a. Planta de los
diferentes conjuntos estructurales
excavados en la zona II del sector
3 de Laderas del Castillo (López
Padilla et alii, 2014: 34). b.
Vista aérea de una parte de estas
estructuras, con los restos del
Conjunto Estructural C en el centro
de la imagen (López Padilla et alii,
2013: 17).
117
[page-n-131]
Figura 7.18. a. Planta del Conjunto Estructural A (López Padilla et alii, 2015: 36). b. Reconstrucción virtual del Conjunto A (realizada por
Miranda Dreams, en López Padilla et alii, 2015: 33). c. Reconstrucción virtual del interior del Conjunto A (realizada por Miranda Dreams,
en López Padilla et alii, 2015: 40).
muro, asociado a varios calzos de poste, al que se adosaba un
banco enlucido con barro. En el pavimento asociado a este muro,
se documentaron también diferentes calzos de poste, que han sido
interpretados como posiblemente asociados a una estructura de
equipamiento interno, construida sobre postes de madera (López
Padilla et alii, 2013: 8). La destrucción del Conjunto Estructural
A mediante un incendio ha sido datada entre el 1950-1900 cal
BC (López Padilla et alii, 2013: 11). En el estrato de incendio y
destrucción del Conjunto A −UE 31005−, se hallaron materiales
como un botón con perforación en V y dos figurillas de barro con
forma de bóvido (López Padilla et alii, 2013: 9; 2018; 2019). En
cuanto a la zona II del sector 1, en un área algo más elevada de la
ladera respecto a las estructuras descritas, durante la campaña de
excavación de 2016 se documentaron nuevos restos arquitectónicos, con evidencias de varias viviendas que albergaban diversos
enterramientos (López Padilla et alii, 2016: 13).
Figura 7.19. a. Vista lateral de la
estructura UE 12018 excavada
en Laderas del Castillo, donde se
aprecia su contorno curvo. b. Vista
cenital de la misma (fotografías de
Juan Antonio López).
118
[page-n-132]
Figura 7.20. a. Fotografía de la
estructura UE 12018 desde el
exterior, donde se aprecia el contorno
de barro amasado y el molino
dispuesto en horizontal en su interior.
b. Vista de su interior, donde se
aprecian algunos de los materiales
reutilizados que la componen, como
restos de barro amasado en forma
de bolas y el molino, visto de perfil
(fotografías de Juan Antonio López).
Por otra parte, en la zona I del sector 3, que comenzó a
excavarse en 2014, se han documentado tres fases constructivas. A la primera de ellas pertenecen los restos de un edificio,
identificado mediante tramos de muros, huellas de poste y bancos asociados. Con posterioridad, sobre éste se habrían edificado posiblemente dos edificios, identificados, entre otros, por
dos tramos de muros paralelos. A una tercera fase constructiva
se asocian diversos enterramientos (López Padilla et alii, 2014:
18-20; 2015: 20). Durante la campaña llevada a cabo en 2016 se
excavaron, en esta zona I, los restos del denominado Conjunto
Estructural J, formado por restos murarios y de un pavimento
adosado, en deficiente estado de conservación. Estas estructuras
pertenecerían a los momentos más antiguos del asentamiento
(López Padilla et alii, 2015: 4).
La continuación de las excavaciones en el sector 1 en
2018 proporcionó información muy relevante sobre las técnicas constructivas en este enclave argárico. Además de
confirmar el uso de la técnica del amasado en forma de bolas, aplicada de diferentes formas −ver fig. 7.41 a fig. 7.50−,
el hallazgo de una particular estructura −UE 12018− permite plantear cuestiones muy interesantes sobre los modos de
construcción en Laderas del Castillo. Se trata de lo que habría podido ser un gran banco o estructura de refuerzo, situado en el interior de una de las estancias de este sector. Como
se ha observado durante su excavación, la construcción de
esta estructura habría comenzado con el recorte de su forma
en el terreno (fig. 7.19a) y el acondicionamiento del espacio
que la iba a albergar mediante una capa de preparación de
coloración gris, posiblemente compuesta por ceniza y que
contenía material carbonizado.
Esta estructura habría sido construida con tierra,
sedimentos reutilizados y diversos materiales de desecho
que conformarían su interior, mientras que su superficie exterior habría sido delimitada con un contorno curvo de barro amasado, siendo después enlucida. Entre los materiales
reutilizados que se usaron para realizarla se observan fragmentos de cerámica, de fauna, restos constructivos resultado
de la técnica del amasado en forma de bolas e incluso un
molino (fig. 7.20). Éste habría podido ser colocado de forma
intencional en posición horizontal, contribuyendo a conformar el contorno.
En lo referente a los residuos que cada sociedad genera, las
estrategias que se pueden desarrollar en torno a ellos incluyen
su vertido, su quema, su reutilización y su reducción mediante un consumo menor de las materias que se convertirán en
residuos (Rathje y Murphy, 2002: 33), pudiendo utilizarse
varias de ellas a la vez. En Laderas del Castillo, el empleo
constructivo de materiales y sedimentos de desecho es una
constante, utilizándose para la conformación de nivelaciones y en la preparación de las sucesivas pavimentaciones de
las estancias y espacios. La importancia del hallazgo de esta
estructura, que podría haber sido realizada a modo de banco
o refuerzo, recae principalmente en que permite constatar el
empleo de materiales de desecho como material constructivo principal en la construcción, también, de estructuras
elevadas.
Los materiales de barro de Laderas del Castillo
a) Características generales del conjunto
El conjunto de restos de barro analizados procedentes de
Laderas del Castillo se compone de 281 fragmentos,2 recogidos a lo largo de seis campañas de excavación, llevadas
a cabo entre 2013 y 2018. Estos materiales se encuentran,
en su mayoría, endurecidos o presentan un grado medio de
consistencia, teniendo una parte de ellos una consistencia
muy disgregable. Los tamaños de las piezas varían ampliamente, desde 0,9 x 1,5 x 2,5 cm en el menor de ellos, hasta
los 19 x 11 x 7 cm en el resto de barro de mayor tamaño.
Las coloraciones que presentan abarcan desde el marrón
claro, anaranjado y rojizo, a fragmentos con partes grisáceas y ennegrecidos. Las piezas del conjunto se encuentran
considerablemente afectadas por diversas acciones de tipo
postdeposicional, manifestadas en la erosión de las formas y
superficies, la abundante presencia de raíces, la aparición de
sales, grietas y en la presencia de concreciones. Un importante porcentaje del total de los restos de barro endurecido
estudiados de Laderas del Castillo proceden de la superficie del yacimiento, de la UE 11000, donde afloran de forma
abundante, algo favorecido por la erosión y los procesos de
arrastre de la ladera.
2
Agradecemos a los directores de las excavaciones en Laderas del
Castillo, Juan Antonio López Padilla y Francisco Javier Jover
Maestre, el acceso a estos materiales para su estudio, así como al
Museo Arqueológico Provincial de Alicante por permitirnos llevar
a cabo dicho estudio utilizando sus instalaciones y medios. En especial, gracias a su director, Manuel H. Olcina Doménech, y a Consuelo Roca de Togores Muñoz por la amable atención recibida.
119
[page-n-133]
Figura 7.21. a. Vista de la cara
externa de uno de los fragmentos
recuperados en superficie, que
muestra una capa de revestimiento
externo muy diferenciada y un
agregado blanco en el mortero
(izquierda de la imagen). b. Detalle
del revestimiento y huellas de
estabilizante vegetal en la capa
inferior. LC 11000/549-1
b) Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
Los fragmentos analizados presentan morteros de barro, a
excepción de un fragmento de color blanco −LC 31025/20−
compuesto fundamentalmente de yeso, que podría ser reconstituido −ver anexo II, Pastor, 2019−, de contorno aproximadamente circular y recuperado en las excavaciones de 2013. Gran
parte de los restos de barro presentan evidencias del empleo de
estabilizante vegetal (fig. 7.21b, fig. 7.23b), incluidas huellas de
tipo tallo clavado de hasta 0,5 cm de grosor. Una parte de las
huellas negativas de vegetales, presentes en el mortero en tramos de entre 0,4 y 0,7 cm de largo, indican que estos materiales
se emplearon cortados o machacados. En algunas de las piezas
se observan improntas de tipo hierba o de hojas alargadas.
En los materiales constructivos de este yacimiento se
aprecian también varios ejemplos de huellas esféricas, que
pueden corresponderse con improntas de frutos (fig. 7.22),
posiblemente bellotas. En este sentido, en el yacimiento se
han recuperado bellotas asociadas al Conjunto Estructural
D, en el nivel de incendio UE 31044 (López Padilla et alii,
2013: 10; Carrión y Pérez Jordà, 2014: 18), estrato sobre el
pavimento UE 31048.
Una parte de las piezas documentadas del conjunto
presenta un aspecto carbonizado (fig. 7.32, fig. 7.44b), de
color ennegrecido y siendo muy disgregables. La coloración
ennegrecida que pueden presentar los restos constructivos de
barro derivaría de la exposición al fuego en piezas que contendrían materia orgánica. Trabajos experimentales muestran que
Figura 7.22. Fragmentos
constructivos de Laderas del Castillo,
en los que se observan huellas
circulares, interpretadas como
posiblemente dejadas por frutos,
quizá bellotas. a. LC 31509/2. b. LC
31001/1.
Figura 7.23. a. Vista de la matriz de barro de uno de los fragmentos constructivos recuperados en el yacimiento, con improntas de cañas,
en la que predominan las partículas de fracción fina. LC 11000/549-1. b. Detalle de un resto en el que se observan las huellas dejadas por
los vegetales utilizados en el mortero, ya desaparecidos. LC 31026/16. c. Detalle de uno de los agregados blancos presentes en parte de
las piezas del conjunto. LC 31018/3.
120
[page-n-134]
son las condiciones reductoras, con ausencia de oxígeno, las
que generan esta coloración oscura en los fragmentos de barro que contienen materia vegetal, resultado de la combustión
parcial de ésta. El grado de temperatura en el que se generaría
esta coloración ennegrecida sería menor a 600° C puesto que,
a mayor temperatura, las coloraciones de las piezas, también
en condiciones reductoras, se transformarían en tonos grises y
marrones (Forget et alii, 2015: 86, 89).
Asimismo, un buen número de los fragmentos constructivos de Laderas del Castillo presenta piedras en su composición,
de entre 2,2 y 7,5 cm de largo. Mediante la observación macrovisual, destaca la aparente ausencia de malacofauna en la
composición de los fragmentos, salvo en dos piezas asociadas
a la técnica del amasado en forma de bolas −ver fig. 7.46a−. En
cambio, una parte importante de ellos presenta fragmentos de
materia vegetal carbonizada. En determinados restos se observan
agregados de color blanco en el mortero (fig. 7.21a, fig. 7.23c),
como en algunos procedentes de la UE 31018, interpretada como
de nivelación del Conjunto Estructural A.
c) Improntas constructivas de vegetales y madera
Buena parte de los restos constructivos presentan improntas
de gramíneas, en un número entre 1 y 9, que podemos interpretar como de carrizo, de entre 0,4 y 1 cm de diámetro,
y de caña, de hasta 2-2,3 cm de diámetro. En las improntas de carrizo y cañas se observan, en la mayor parte de los
casos, las estrías paralelas del exterior de sus tallos. Hemos
documentado también algunas improntas de cruces entre cañas en diferentes direcciones.
En algunos ejemplares se identifican improntas paralelas de
carrizo, de 0,8 cm de diámetro y una sección en forma de “cuña”,
que se habría generado al introducirse el barro entre los elementos vegetales paralelos, que se encontraban separados por una
cierta distancia (fig. 7.24b). Además, hemos identificado varias
improntas posiblemente correspondientes a ramas o varas y seis
casos de improntas de troncos, de unos 6 cm de ancho. Dos de
las piezas con improntas de troncos – LC 31025/1 y 31018/4−,
muestran perfiles en ángulo en su cara interna, apuntando al uso
de madera trabajada y seccionada (fig. 7.25).
Ambos fragmentos con improntas de madera trabajada
presentan una cara externa con huellas de alisado. Uno de
ellos muestra también improntas de otros elementos vegetales: caña, carrizo y una posible rama. Estas piezas tienen una
forma característica que puede verse en otros fragmentos de
las mismas UUEE 31018 y 31025, excavadas en 2013, en la
que la superficie externa alisada adopta un perfil ligeramente
cóncavo. La primera de estas UUEE se interpretó como una
capa de nivelación del terreno, bajo el pavimento UE 31006,
asociado al Conjunto Estructural A y en ella se documentaron
un total de 10 fragmentos constructivos de barro, junto con
otros materiales arqueológicos, sobre todo abundantes restos
de cerámica y fauna.
Figura 7.24. Fragmento constructivo
de Laderas del Castillo perteneciente
a una construcción en bajareque. a.
Cara externa con huellas de alisado
manual. b. Cara interna con improntas
de carrizo. LC 31544/1.
Figura 7.25. a. Vista cenital de una impronta de madera trabajada en un resto constructivo de barro hallado en la UE 31025, derrumbe del
Conjunto Estructural C. b. Vista del perfil de la pieza. c. Vista frontal de la impronta del elemento de madera. LC 31018/4.
121
[page-n-135]
Figura 7.26. Cara externa con huellas
de alisado y perfil ligeramente
cóncavo, en dos restos constructivos
recuperados en una unidad
estratigráfica interpretada como de
nivelación del Conjunto Estructural
A. a. LC 31018/3. b. LC 31018/4.
Todos los restos constructivos de barro recuperados en esta
UE presentaban una cara externa alisada e improntas vegetales
en su cara interna, en algunos casos de troncos. La segunda
unidad estratigráfica, UE 31025 −en la que se recuperaron 20
fragmentos de barro asociados a la técnica del bajareque, junto
con la pieza de yeso anteriormente mencionada−, es un nivel
de derrumbe junto al muro UE 32020, formado por un zócalo
de piedra y asociado a diferentes postes de madera equidistantes en su cara exterior. Este muro formaría parte del llamado
Conjunto Estructural C, la estructura de posible planta ovalada
que se habría edificado entre el 2000 y el 1950 cal BC. Por su
parte, cabe señalar de nuevo que la destrucción del Conjunto
Estructural A ha sido datada entre el 1950-1900 cal BC (López
Padilla et alii, 2013).
De acuerdo con esta información contextual, este tipo
de piezas de similar morfología, con caras externas alisadas
(fig. 7.26) y algo cóncavas e improntas de madera trabajada,
habría podido formar parte de la edificación del Conjunto
Estructural C, documentándose en su derrumbe y también
incorporándose en la posterior capa de nivelación asociada
al Conjunto A.
d) Ataduras
Entre los materiales constructivos de barro de Laderas del
Castillo hemos documentado improntas de ataduras de tipo
tallo en cinco piezas (fig. 7.27a). En un caso, se observa lo
que podría ser una impronta de cuerda torsionada uniendo diferentes improntas de caña (fig. 7.27b), aunque la morfología
que presenta la impronta no permite identificar este elemento
con seguridad. Esta pieza procede de un nivel superficial de la
zona I del sector 3.
Además, se observan improntas de cuerda trenzada en un total
de once piezas. Éstas presentan entre 0,5 y 1 cm de ancho y en una
de ellas se observan varias improntas de cuerdas cruzadas entre sí
(fig. 7.28a). Mientras que en la mayor parte de los ejemplares las
improntas de cuerda trenzada se han documentado en fragmentos
que pueden interpretarse claramente como constructivos, cuatro
de ellas aparecen en materiales con una morfología característica
(fig. 7.29a-c), que no atribuimos a restos de partes constructivas.
Dichos elementos de barro fueron recuperados en las UUEE
31001 y 31005, derrumbes asociados al muro UE 32000 del Conjunto Estructural A, en el segundo caso sobre el pavimento UE
31006. En estos mismos niveles de destrucción se han recuperado
algunos fragmentos de barro con aspecto carbonizado. Algunas de
estas piezas se hallaron en el estrato de incendio del Conjunto A,
donde se recuperaron materiales como las dos figurillas de barro
en forma de bóvido (López Padilla et alii, 2018; 2019). Podemos
proponer un origen para estas formas con improntas de cuerdas trenzadas gracias al hallazgo de materiales muy similares en la Lloma
de Betxí (Paterna, Valencia) −ver 7.3.1.4.−, donde la pieza de arcilla
de este tipo se documentó cubriendo una cuerda que estaba dispuesta en torno al cuello de una vasija cerámica (De Pedro, 1990, lám.
IVB; 1998: 306) (fig. 7.29d). Estas formas podrían responder a parte
del sellado de los recipientes aplicando barro en la superficie del
cuello (Francisco Javier Jover, com. pers.), cubriendo cuerdas que
podrían estar sujetando algún tipo de tejido.
Figura 7.27. a. Detalle de posibles
improntas de ataduras de tipo tallo en
la superficie de una impronta vegetal
de sección circular. LC 31005/8.
b. Posible impronta de cuerda
torsionada recorriendo diferentes
improntas paralelas de caña. LC
31500/1.
122
[page-n-136]
Figura 7.28. a. Impronta del cruce de
varias cuerdas trenzadas en un resto
con una impronta de caña y una cara
externa alisada, con varias capas de
enlucido. LC 4. b. Detalle de otro
negativo de cuerda trenzada, sobre
una impronta de caña. LC 10.
Figura 7.29. Fragmentos de barro con
una impronta de cuerda trenzada en
una de sus caras. Presentan dos caras
lisas paralelas y un perfil de tendencia
apuntada y fueron recuperadas en
el nivel de derrumbe del Conjunto
A. a. LC 31005/5. b. LC 31001/7. c.
LC 31005/6. d. Fragmento cerámico
hallado en la Lloma de Betxí
(Paterna, Valencia), con un resto
de arcilla endurecida adherido, que
mostraba la impronta de una cuerda
que habría estado dispuesta en torno a
la vasija (a partir de De Pedro, 1998:
306, lám. XIV).
e) Tratamiento de las superficies:enlucidos y formas de
alisado
La mayor parte de los restos de este conjunto muestran caras
externas y, en su mayoría, alisadas. Mientras que en algunos casos puede considerarse que las huellas de las superficies se corresponden con alisados llevados a cabo con los dedos, observándose
los trazos paralelos de éstos (fig. 7.24a), en un buen número de
piezas se aprecian evidencias de que el alisado se hubiera llevado
a cabo mediante algún tipo de material o instrumento alisador.
Como resultado, se han generado en las superficies trazos muy
finos, ondulantes o en distintas direcciones (fig. 7.30).
Un grupo numeroso de fragmentos muestra capas
diferenciadas de enfoscados y enlucidos (fig. 7.31). En algunas de las capas de enlucido se observan huellas negativas de
vegetales, en tramos de escasa longitud, que habrían sido empleados como estabilizante. Estos revestimientos alcanzan un
grosor de entre 0,2 y 0,4 cm. El análisis de una de estas piezas
con revestimiento de barro −LC 31509/1− mediante microfluorescencia de rayos X indica que está formada sobre todo por
cuarzo y carbonato cálcico, siendo la capa de revestimiento más
homogénea que el material que forma el cuerpo del fragmento
−ver anexo II, Pastor, 2019.
Uno de estos fragmentos con capas de enlucido blanquecinas
y superpuestas, con aspecto carbonizado y afectado por raíces
−LC 11000/549-14− (fig. 7.32), también ha sido analizado
mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose que la
capa que correspondería a un revestimiento posee un elevado
porcentaje de carbonato cálcico, pudiendo tratarse de cal −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Las piezas con este tipo de revestimientos procedían en
su mayoría de los niveles superficiales del yacimiento (fig.
7.21, fig. 7.31), hasta que en 2018 se avanzaron los trabajos
123
[page-n-137]
Figura 7.30. a. Cara externa de
un resto constructivo que muestra
huellas dejadas posiblemente por
el elemento con el que se alisó. LC
7. b. Huellas de alisado en distintas
direcciones. LC 96.
Figura 7.31. a. Fragmento recuperado en superficie en Laderas del Castillo, en el que se observa una capa de enlucido blanquecina. b.
Detalle del enlucido. c. El revestimiento blanquecino del fragmento visto con una lupa binocular. LC 11000/549-2.
Figura 7.32. a. Fragmento
constructivo de barro de aspecto
carbonizado, en el que se conserva
una fina superficie alisada. b. Vista
lateral y de detalle de dicha superficie,
en la que se observan dos capas
sucesivas de color blanco, que habrían
constituido enlucidos. Fotografía
tomada mediante microscopio digital.
LC 11000/549-14.
Figura 7.33. a. Cara externa de un
resto constructivo con distintas capas
de enlucido sucesivas. b. Detalle de la
superposición de capas, de diferentes
tonalidades. LC 109.
124
[page-n-138]
Figura 7.34. Detalle de las capas de
revestimiento de la pieza LC 134
vistas mediante lupa binocular.
de excavación en el Sector 1 y se recuperaron más de 50
nuevos restos constructivos enlucidos. En una de las piezas
−LC 45− puede observarse un resto de revestimiento integrado
en la matriz del fragmento, que habría sido reutilizado e integrado
en un nuevo mortero de barro para construir. En algunos restos
enlucidos se distinguen de forma macrovisual más de 5 capas superpuestas (fig. 7.33), de un máximo de 0,4 cm de grosor, lo que
informa sobre las actividades de construcción y, posiblemente, de
mantenimiento y reparación de las estructuras.
Un tercero de estos fragmentos constructivos con sucesivas
capas de revestimiento −LC 134− (fig. 7.34), con improntas de caña
en la cara contraria, ha sido asimismo analizado mediante microfluorescencia de rayos X. De este modo, se ha podido observar que
estaría formado por carbonato cálcico y yeso. Las capas de coloración rosada contienen oxi-hidróxidos de hierro, así como manganeso y un porcentaje mucho mayor de cuarzo que el presente en el
cuerpo de la pieza −ver anexo II, Pastor, 2019.
f) Huellas dactilares en un fragmento constructivo
Entre los rasgos observables en las superficies externas de los
materiales constructivos de barro de Laderas del Castillo destaca la presencia de huellas dactilares muy bien preservadas (fig.
7.35) en la cara externa de un pequeño fragmento de barro –LC
31531/1−, de sólo 3,5 x 3,2 x 1,5 cm, endurecido y con huellas
de estabilizante vegetal. Esta pieza fue recuperada de forma aislada, en una unidad estratigráfica interpretada como un nivel de
frecuentación, en la zona I del sector 3. Dichas huellas se habrían
correspondido probablemente con el modelado de la superficie
exterior de algún elemento de barro cuya naturaleza, mueble o
inmueble, no podemos determinar con mayor exactitud, pero del
que este resto sería sólo un pequeño fragmento.
La preservación de este tipo de detalles a modo de
impronta en determinadas piezas de barro suscita plantear
cuánto puede llegar a conocerse a partir de estas huellas. En
un trabajo publicado hace ya casi cuatro décadas, Åström y
Eriksson (1980) abordaban de forma específica el estudio de
las huellas dactilares generadas no intencionalmente sobre recipientes cerámicos hallados en contextos arqueológicos. Defendían que el estudio de las huellas dactilares, específicas de
cada persona y cuyo patrón no cambia a lo largo de la vida,
permitía determinar cuestiones como, por ejemplo, con qué
dedos y con qué mano un escriba cogió una tablilla de arcilla
aún húmeda en la Antigüedad. Realizaron un estudio estadístico de huellas dactilares procedentes de materiales de la Edad
del Bronce del Egeo, con el fin de realizar una aproximación
a la diferenciación entre grupos de población a través de ellas.
Afirmaban con rotundidad, entre otras cuestiones, que no era
posible determinar el sexo de la persona a la que perteneció
una determinada huella dactilar (Åström y Eriksson, 1980: 9).
Estudios recientes han puesto de manifiesto que el análisis de
las huellas dactilares sí puede llegar a permitir plantear el sexo
y la edad de la persona que las generó, a partir de la existencia
de anchuras distintas en función del sexo en las crestas papilares de los dedos y de la diferente distancia entre crestas en
la infancia y en la edad adulta (Míguez et alii, 2016). Estas
consideraciones han sido aplicadas al estudio de huellas dactilares del pasado, llamadas paleodermatoglifos, por parte de algunos trabajos (Kamp et alii, 1999; Míguez et alii, 2016; entre
otros). No obstante, son diversas las dificultades y cuestiones
a tener en cuenta a la hora de tratar de identificar la edad y el
sexo a través de estas marcas.
Åström y Eriksson (1980: 20) ya distinguieron que algunas
de las huellas dactilares preservadas, por sus características, no
permitían su estudio, como en el caso de las generadas con los
dedos en movimiento al modelar o arrastrar arcilla. Este parece
ser el caso de, al menos, una parte importante de las huellas
preservadas en la pieza de Laderas del Castillo. Kamp y otros
(1999: 314), insistieron en que la diferencia en la anchura de
estas crestas entre las huellas dactilares de mujeres y hombres
no sería lo suficientemente significativa como para que ésta no
pueda deberse a la edad, el tamaño de la mano o del esqueleto en
general de una persona. En el caso de poder aplicar un análisis
Figura 7.35. a. Resto de barro recuperado en Laderas del Castillo,
en el que se observan huellas dactilares. b. Detalle de estas huellas.
LC 31531/1.
125
[page-n-139]
de paleodermatoglifos a la pieza, la gran variabilidad posible en
las características físicas humanas limita la fiabilidad de los resultados del estudio. Por otro lado, se encuentran las limitaciones de tipo interpretativo, ya que, como señalan Míguez y otros
(2016: 157) tras analizar diferentes huellas dactilares preservadas en un fragmento cerámico de la Edad del Bronce y proponer
sexo y edad para la persona a la que corresponderían, no se tiene
absoluta certeza de que esas huellas pertenezcan en exclusiva a
quien la manufacturó y no, por ejemplo, a otra persona que la
tocara antes de su total secado.
En el caso que nos ocupa, la conservación de estos
rasgos singulares en un resto constructivo de barro no parece
que pueda suponer un acercamiento real al “agente” individual
que participó en las actividades constructivas en este asentamiento, valiéndose de la tierra como material constructivo.
De todos modos, en el caso de poder determinar en la pieza un posible sexo y edad, sólo nos encontraríamos ante un
caso puntual, no extrapolable al resto de agentes que habrían
desempeñado los trabajos de construcción en el enclave, cuyo
sexo y edad no podemos conocer, al igual que no conocemos
quiénes habrían desempeñado estas actividades en otros asentamientos argáricos. En cualquier caso, en lo referente a esta
pieza concreta, la persona a quien hubieran pertenecido estas
huellas dactilares pudo ser, o no, la misma que realizara otros
elementos singulares presentes en este mismo fragmento, que
desarrollamos a continuación.
g) Nuevos ejemplos de motivos pintados en materiales
constructivos argáricos
La pieza comentada para el caso de las huellas dactilares presenta
también motivos pintados, por lo que supone el tercer caso que
conocemos por el momento en el ámbito argárico de pintura en
fragmentos constructivos de barro. Como se ha adelantado más
arriba, este elemento se recuperó durante las excavaciones del
año 2015 en la zona I del sector 3, muy afectado por la erosión
en la ladera. Fue hallado en la UE 31531, un estrato blanquecino,
con presencia de cenizas y carbones, interpretado como un nivel
de frecuentación y fue el único resto de material constructivo de
barro recuperado en esta unidad (López Padilla et alii, 2015: 14).
Las estructuras construidas asociadas al contexto arqueológico en
el que se hall (López Padilla et alii, 2015: 18).
Los motivos representados que se han identificado son,
por un lado, al menos dos puntos o lunares, de unos 0,2 y
0,3 cm de diámetro, de contorno muy definido y que presentan un color marrón rojizo o rojo oscuro (fig. 7.36). Habrían
sido dispuestos posiblemente alineados, estando separados
entre sí por una distancia de 0,5 cm. La superficie de barro del
fragmento donde se ubican los motivos pintados y que cuenta
con las huellas dactilares, fue modelada pero no se encuentra
revestida y presenta diferentes tonalidades, desde el marrón
claro-amarillento al anaranjado y rosado. El análisis de esta
pieza mediante microfluorescencia de rayos X indica que la
zona de color marrón claro está formada principalmente por
Figura 7.36. a. Fragmento de barro
de Laderas del Castillo que presenta
puntos pintados en su superficie. b.
Detalle de los motivos pintados. LC
31531/1.
Figura 7.37. Diferentes vistas de
la pieza pintada de Laderas del
Castillo donde se observan las
líneas que recorren su superficie.
LC 31531/1.
126
[page-n-140]
Figura 7.38. Detalles de la
superficie pintada de la pieza LC
31531/1 vistos mediante lupa
binocular.
cuarzo y carbonato cálcico, junto con otros componentes,
entre los que se encuentra la hidroxiapatita, obteniéndose de
la zona de color rosado resultados muy similares. Esto apoyaría la idea de que las coloraciones distintas de esta superficie
no se deben a la aplicación de algún tipo de sustancia que le
confiriera estos colores. Como parte de la composición de los
motivos pintados en forma de puntos se observan óxidos de
cinc, de fósforo, oxi-hidróxidos de hierro y manganeso −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Las distintas coloraciones de la superficie del fragmento
podrían relacionarse con que éste haya sido afectado por el fuego. En torno a los 500°C, las partículas de hierro presentes en la
mezcla de barro comienzan a oxidarse y a tomar una coloración
rojiza o anaranjada (Stevanović, 1997: 366; Kruger, 2015: 887).
Las coloraciones rojo oscuro se relacionan con la combustión
en condiciones oxidantes a partir de 800°C (Forget et alii, 2015,
figs. 9, 10). No obstante, en la pequeña superficie conservada
se observan también una serie de líneas pintadas muy finas, de
0,25 mm, de un tono rojo más claro que el de los puntos, que
realizan un recorrido ondulante y llegan a conectar también con
los puntos y a éstos entre sí (fig. 7.37). Llama la atención que,
a su paso por los puntos, una de estas líneas delimita las zonas
de distintas tonalidades presentes en esta superficie de la pieza
(fig. 7.36, fig. 7.38).
Por otro lado, la campaña de excavación de 2018 ha
proporcionado dos nuevos posibles ejemplos de restos constructivos pintados. Además de una probable mancha de color
rojo en el extremo de la superficie alisada de un fragmento
Figura 7.39. a. Cara externa y alisada de un resto constructivo, en la que se observa una línea roja, posiblemente pintada. b. Detalle del
motivo pintado, una línea con recorrido horizontal en el centro de la imagen. LC 2.
127
[page-n-141]
Figura 7.40. Motivos pintados hallados en La Almoloya (Pliego, Murcia) (a partir de Lull et alii, 2015d: 101).
−LC 85−, el caso más destacado sería una línea, también de
color rojo oscuro, trazada en la superficie alisada de otro bloque (fig. 7.39). Este posible motivo lineal mide 7 cm de largo,
con un grosor que varía, a lo largo de su recorrido, entre 0,25
y 1 mm. Este grosor se debería a la diferente presión ejercida
durante su realización, mediante el instrumento que se habría
utilizado a modo de pincel para trazar la línea. Al igual que
en la pieza pintada anterior, este motivo presenta unas dimensiones muy reducidas y se realizó sobre una superficie que
presenta coloraciones distintivas, amarillentas y rosadas. El
fragmento con este posible resto de pintura −LC 2− ha sido
analizado mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose un predominio del yeso en la composición del cuerpo de
la pieza, mientras que en la capa externa alisada se detectan
unos mayores niveles de carbonato cálcico, junto al yeso −ver
anexo II, Pastor, 2019.
El caso más conocido hasta el momento en el mundo
argárico del empleo de motivos pintados en restos constructivos
lo constituye La Almoloya (Pliego, Murcia). En este enclave
se han hallado restos constructivos pintados en el gran edificio
H9E −ver fig. 7.14b−, dotado de un notable carácter singular,
acondicionado y revestido con barro en sus alzados, pavimentos
y banco corrido. En la pequeña estancia anexa al mismo, en
un nivel estratigráfico inferior al del uso de esta construcción,
interpretada como una gran sala de reunión (Lull et alii, 2015d:
81), fue donde se hallaron fragmentos de barro enlucidos que
presentaban variados motivos pintados de color rojo: líneas,
triángulos continuos, motivos figurativos y lunares (Lull et alii,
2015d: 100-101) (fig. 7.40).
A ellos habría que añadir la mención a una franja pintada
de color rojo de 10 cm de grosor en el revestimiento interno de
una edificación en Cabezo Gordo o de la Cruz (Totana, Murcia) (Ayala, 1986: 332; 2001: 154). Fuera del ámbito argárico,
los casos conocidos de motivos pintados durante la Edad del
Bronce también son escasos, contando con el citado hallazgo en
Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) de revestimientos
128
pintados con franjas rojas (Gusi y Olària, 2014: 65, 74-75).
Fuera de nuestro marco de estudio, fragmentos constructivos
de barro pintados con puntos de color rojo fueron hallados por
ejemplo en Wennungen (Burgenlandkreis, Alemania) (Knoll,
2016; 2018), yacimiento datado en el Bronce final o inicios de
la Edad del Hierro.
En el caso de los lunares pintados de La Almoloya, a
partir de las imágenes publicadas de los mismos, puede estimarse un grosor de en torno a 1 cm. En el caso de la pieza
de Laderas del Castillo, el grosor de los puntos conservados
es menor, en torno a 0,25 cm. Parece tratarse de puntos dispuestos en una línea, o de una línea de puntos, como también
se documentó en los restos pintados de Wennungen (Knoll,
2016: 29, fig. 42, 43; 2018). En Wennungen se distinguieron
puntos de dos tamaños diferentes, siendo la mayoría de los
lunares clasificados como de pequeño tamaño, con dimensiones variables, aunque en torno a unos 0,40 cm, y documentándose unos pocos puntos más grandes, de alrededor
de 1 cm de grosor (Knoll, 2016, fig. 43). En este conjunto,
a nivel ornamental se considera que el punteado se había
empleado, más que como motivo decorativo central, como
relleno en el interior de otros motivos pintados de mayor
tamaño (Knoll, 2016: 29).
h) El uso del amasado en forma de bolas
en Laderas del Castillo
Entre los restos constructivos de barro recuperados en el yacimiento
argárico de Laderas del Castillo se encuentran un total de 117 piezas que se corresponden con la aplicación de la técnica constructiva
del amasado de barro dispuesto en forma de unidades individualizadas que, por su morfología más o menos ovalada, podemos denominar bolas. Por desgracia, prácticamente todas ellas han sido
halladas fuera del que habría sido su contexto original.
En un primer momento, advertimos la aparente presencia
de esta técnica en el enclave durante las campañas de 2016 y
2017, cuando una decena de estas piezas fueron recuperadas en
[page-n-142]
Figura 7.41. Fragmentos de
barro de Laderas del Castillo
correspondientes a la técnica
constructiva del amasado en forma
de bolas. Recuperadas en superficie:
a. LC SUP 5. b. LC SUP 1. c. LC
11000/549-11. d. Fragmento de
posible bola de barro amasado
hallada en la UE 31005, derrumbe
del Conjunto A. LC 31005/10.
Figura 7.42. Imágenes de la pieza
LC 11000/549-11 mediante lámina
delgada.
superficie (fig. 7.41a-c), a lo que se añadió la identificación de
tres piezas de la UE 31005 (fig. 7.43), un derrumbe del Conjunto Estructural A, como pertenecientes a esta técnica constructiva. Todas ellas presentaban huellas de tallos largos de
vegetales, posiblemente paja, y formas ovaladas. Los fragmentos procedentes de la superficie del yacimiento muestran una
consistencia más dura y un tamaño menor que los tres restos
recuperados en el derrumbe del Conjunto A. Además, se encuentran afectados por raíces.
Uno de estos elementos de barro asociados a la técnica del
amasado de barro en forma de bolas −LC 11000/549-11− (fig.
7.41c) ha sido analizado mediante microfluorescencia de rayos X, mostrando una composición fundamentalmente a base
de cuarzo y carbonato cálcico −ver anexo II, Pastor, 2019−.
Además, en lámina delgada se observa que su composición
es homogénea, de matriz arcillosa y compacta, en la que se
observan bandas de sedimentación en una misma dirección y
de distintas coloraciones, que apuntarían a que el material que
129
[page-n-143]
Figura 7.43. Restos de barro que
pueden asociarse a la técnica del
amasado en forma de bolas, hallados
en la UE 31005. a. LC 31005/4.
Nótese la presencia de dos improntas
negativas en ella, de caña y carrizo
(parte inferior de la imagen). b. LC
31005/9.
Figura 7.44. Piezas correspondientes
a la técnica del amasado en forma de
bolas, halladas en la UE 11041. a. LC
5. b. LC 6.
Figura 7.45. a. Vista lateral de una
de las unidades de barro amasado,
con huellas de vegetales largos en la
superficie. b. Fotografía de su perfil
fragmentado, donde se observa que
los vegetales se encuentran en torno
a la superficie y no en todo el cuerpo
interno. LC 30.
Figura 7.46. a. Detalle de la matriz
de barro de un fragmento de bola,
donde se observa un ejemplar de
malacofauna. LC 37. b. Vista de una
impronta de caña en una de las bolas
de barro. LC 26. c. Impresión de
huellas dactilares en la superficie de
una de estas piezas. LC 68.
la compone no se hubiera mezclado demasiado −ver 3.2.2−.
Contiene partículas de mayor tamaño y formas angulares,
desigualmente distribuidas y en su estructura se observan
vénulas3 (fig. 7.42).
3
130
Agradecemos a Isidro Martínez Mira la ayuda proporcionada en la
interpretación de los resultados.
Las posibles bolas de barro recuperadas en la UE 31005
presentan unas dimensiones de entre 8 x 6 x 4,5 cm y 15 x 16 x
10 cm. Llamó la atención que una de las piezas –LC 31005/4−
presentaba una superficie regularizada y dos improntas de
carrizo y caña (fig. 7.43a). En tres de los posibles restos de bolas
de barro hallados en superficie también se documentaron improntas de caña, de entre 1,5 y 2 cm de diámetro, además de otro
caso de superficie regularizada en una de ellas.
[page-n-144]
Figura 7.47. a. Bola de amasado de barro que presenta restos de enlucido. b. Detalle lateral de la capa de enlucido. c. Cara contraria de la
pieza, que contiene un gran resto cerámico (parte superior de la imagen). LC 64.
Figura 7.48. a. Vista frontal de la
estructura, pendiente de excavación,
construida con una combinación
de piedras y unidades de barro
amasado con vegetales largos. b.
Detalle del enlucido conservado de
esta estructura, que cubría tanto a
sus componentes de piedra, como
a las unidades de barro amasado
(fotografías de Juan Antonio López).
Las excavaciones de 2018 permitieron confirmar el
empleo de la técnica del amasado de barro en forma de unidades
individualizadas o bolas en este yacimiento argárico. Nuevas
piezas representativas de esta técnica, un total de 103, fueron
documentadas en diferentes UUEE de distinta naturaleza del
sector 1: reutilizadas en el interior de la estructura construida
con materiales de desecho UE 12018 −ver fig. 7.20b−; presentes
en el interior de fosas de expolio; piezas visibles en el perfil, e
incluso halladas sobre un pavimento o en el nivel de nivelación
de un pavimento, mostrando una coloración ennegrecida, resultado de procesos de combustión (fig. 7.44b).
De los más de un centenar de restos constructivos de amasado
en forma de bolas hallados durante las excavaciones de 2018, han
sido objeto de un estudio específico un total de 44 piezas. Una
parte se encuentran muy endurecidas, mientras que otras presentan una consistencia media. Con un contorno en su mayoría ovalado, presentan unas dimensiones entre 3 x 6 x 3 cm y 14,5 x 12
x 8 cm. En todas ellas se observan huellas de vegetales largos en
sus superficies, con los que se habría mezclado el barro durante
el amasado de las unidades. La ubicación mayoritaria de estas
huellas de vegetales en la parte más externa de las piezas (fig.
7.45) apunta a la forma en la que se habría mezclado el barro
con la materia vegetal, posiblemente tomando primero el barro
y envolviendo las unidades con los vegetales, quedando éstos en
torno a ellas, en la parte más superficial de las unidades.
Entre estas evidencias del amasado de barro en forma de
bolas de Laderas del Castillo, son pocas las que presentan rehundimientos claros en sus superficies, en comparación con
los restos constructivos de esta técnica hallados en Caramoro
I −ver fig. 7.72, fig. 7.77−, lo que puede indicar que las unidades
de barro se produjeron o dispusieron de manera algo diferente, posiblemente con un grado menor de humedad. Respecto a
su composición, a nivel macroscópico se observan piedras en
algunas de ellas, de incluso hasta 4,5 cm de largo. Buena parte de ellas, procedentes de diferentes contextos estratigráficos,
presentan restos de carbón. En dos casos se identificó un ejemplar de malacofauna formando parte de la mezcla amasada (fig.
7.46a) y también, en otros dos casos, restos de cerámica, de hasta 5,8 cm de largo (fig. 7.47c). En una de las piezas se observa
lo que parece ser la impresión de huellas dactilares (fig. 7.46c),
que se habría generado durante el amasado.
Respecto a la aplicación de esta técnica constructiva, es muy
relevante que cinco de estas bolas cuentan con entre una y tres
improntas paralelas, de hasta 1,2 cm de diámetro, de elementos
vegetales como carrizo y caña (fig. 7.46b). Esto refuerza la hipótesis, apuntada previamente con los hallazgos de campañas anteriores, de que estas unidades amasadas no sólo se aplicaran uniéndose entre ellas, unas junto a otras, sino también sobre carrizo y
caña. Por otro lado, como también se había planteado con algunas piezas de campañas anteriores que presentaban una superficie
alisada, en Laderas del Castillo estructuras o partes estructurales
construidas con estas unidades habrían recibido un acabado, alisándose e incluso revistiéndose, como muestra que cuatro casos
de bolas recuperadas en 2018 presentaban restos de enlucido (fig.
7.47a y b).
Además, durante la campaña de 2018 también salió a la
luz, en una zona aún pendiente de excavación, parte de un
muro que habría sido construido con una combinación de
131
[page-n-145]
piedras y unidades de barro amasado, conservándose restos de
un enlucido (fig. 7.48) que cubría a ambos tipos de materiales
que conformaban el cuerpo de dicha estructura.
i) Estructuras de barro amasado y elementos muebles
Entre los restos de barro endurecido de Laderas del Castillo,
aproximadamente una quincena podría haber formado parte de
alguna estructura de actividad. En su mayoría presentan bordes o esquinas alisadas, incluso enlucidas. Todas estas piezas
presentan huellas de estabilizante vegetal. En dos casos se observan improntas de caña en su interior, apuntando a que seguramente se utilizó un armazón vegetal para construir la instalación. La mayor parte de estas piezas se han recuperado durante
las excavaciones de 2018. Entre ellas cabe resaltar una pieza en
forma de esquina (fig. 7.49), con un enlucido grueso de 0,4 cm,
que además parece haber sido conformada mediante la técnica
del amasado en forma de unidades individualizadas o bolas.
El uso del amasado de barro en forma de unidades para construir estructuras de actividad en Laderas del Castillo puede plantearse no sólo a partir del estudio de algunas piezas, sino también
por el hallazgo de lo que sería el remate en forma curva de una estructura todavía pendiente de excavación, que ha quedado a la vista
durante la campaña de 2018. Este remate parece estar formado a
partir de unidades individualizadas de barro amasado con vegetales,
habiendo sido modelado, alisado y enlucido (fig. 7.50).
Por otra parte, entre los restos de barro de Laderas del
Castillo destaca un elemento mueble, una pieza esférica hallada
en la campaña de excavación de 2017, en la UE 11015. Presenta
un diámetro de 1,8 cm y un peso de 6,77 g. La superficie se
encuentra alisada y presenta una coloración marrón y ennegrecida
(fig. 7.51), con pequeños restos carbonizados. Este elemento
cuenta con una base ligeramente plana.
En la Prehistoria de la península ibérica, puede decirse que
este tipo de materiales arqueológicos, pequeñas esferas de barro,
han sido objeto de escasa atención, sobre todo en lo referente a
cronologías previas a la Edad del Hierro. No obstante, su presencia podría ser más frecuente de lo que en principio podría pensarse. Hasta donde tenemos constancia, podría plantearse que estos
objetos aparecen sobre todo a partir del II milenio BC en algunos
yacimientos del área del Levante y sureste peninsular.
En su obra de referencia Las primeras edades del metal en el
sudeste de España (1890), H. y L. Siret recogen, entre los materiales hallados en el yacimiento de El Argar (Antas, Almería), la
presencia de dos esferas de arcilla de escaso diámetro y descritas
como ligeras (Siret y Siret, 1890, lám. 24, nº 77, 78) (fig. 7.52a).
Fruto de investigaciones más recientes, se menciona la presencia de una bola de arcilla en el yacimiento argárico de Peñalosa
(Baños de la Encina, Jaén) (Alarcón, 2010: 815).
Una esfera de barro muy similar a éstas fue encontrada
en la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia), en el nivel I de la
Habitación I, junto con dos discos de barro endurecido de un
tamaño poco mayor (De Pedro 1998: 29, 52, 63, fig. 26, núm.
1-3), donde también se habría hallado una pieza con una forma aproximada de cono, perforada en un extremo y con un
reborde aplanado en el extremo contrario. Entre otros casos de
hallazgo de esferas de barro se encontraría el de El Tomillar
(Bercial de Zapardiel, Ávila), yacimiento con una cronología
entre finales del Calcolítico e inicios de la Edad del Bronce,
Figura 7.49. a. Vista cenital de una
pieza en forma de esquina enlucida,
conformada mediante barro y
vegetales. b. Vista lateral de la
esquina, donde también se observa
una de las grandes piedras que
formaban parte del mortero. LC 60.
Figura 7.50. a. Vista lateral del remate curvo de una estructura de barro amasado, posiblemente formado a partir de unidades individualizadas. b. Detalle del lateral de la superficie que conserva enlucido. c. Vista cenital (fotografías de Juan Antonio López).
132
[page-n-146]
Figura 7.51. Diferentes vistas de la
bola de arcilla hallada en Laderas del
Castillo. LC 11015/164.
Figura 7.52. a. Dibujo de dos esferas de arcilla halladas en El Argar (Siret y Siret, 1890, lám. 24, nº 77, 78). b. Esferas de arcilla de Orpesa
La Vella (Gusi y Olària, 2014: 219, Foto 62). c. Conos de arcilla de Orpesa La Vella (Gusi y Olària, 2014: 219, Foto 62).
en torno al 2300-2000 cal BC (Fabián, 1995: 99, 101). En el
interior de fosas se hallaron diversos fragmentos de barro,
incluido morillos “de cuernos” y una “bola de barro cocido”
(Fabián, 1995: 75, 93, fig. 26). No obstante, destaca el hallazgo de Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón), donde se
recuperaron casi 350 pequeñas esferas y 20 piezas en forma de
cono (fig. 7.52b y c), con ocre rojo en su composición. Respecto a la función que podrían haber tenido estos objetos, se ha
propuesto que pudiesen estar asociados a la contabilidad, en
relación con la producción metalúrgica (Gusi y Olària, 2014:
214-216, 219, figs. 102, 102). En Cabezo Redondo se recoge
el hallazgo de un cono de barro con la base cóncava en el
departamento XVIII, aunque éste mide 10,5 cm de alto (Soler
García, 1987: 87, 111, fig. 40, lám. 55. 4).
En asentamientos de la Edad del Bronce también se han
hallado pequeñas piezas esféricas de piedra, como las que aparecen, junto con otras formas figuradas, en Cabezo Redondo
(Soler García, 1987: 106, lám. 50) o la documentada en Caramoro I (Francisco Javier Jover, com. pers.) −ver 7.1.1−. Otra
de las pequeñas esferas de piedra conocidas en contextos de la
Edad del Bronce apareció en un enterramiento infantil de Motilla del Azuer (Daimiel, Ciudad Real), junto con otros pequeños
objetos de barro, como pequeños vasos y fichas, interpretados
en conjunto como juguetes (Nájera et alii, 2006).
En la península ibérica, las esferas de arcilla parecen ser más
frecuentes durante la Edad del Hierro, apareciendo en contextos
funerarios (por ejemplo, Almagro et alii, 2006: 133). Un interesante grupo de esferas de arcilla, tanto lisas como decoradas,
así como de piedra, se recogen en el catálogo del Gabinete de
Antigüedades de la Real Academia de la Historia, aunque se
desconoce su procedencia (Almagro et alii, 2004: 378-381). Se
les atribuye una cronología de finales de la Edad del Hierro,
del siglo IV-III BC en el caso de las lisas y del siglo III al I
BC para las esferas decoradas, considerándose comunes en la
zona del Alto Ebro y cuenca central del Duero, especialmente en
territorio de los vacceos (Sanz Mínguez, 1998: 341-345).
Las funciones que han sido propuestas para las esferas de
arcilla son muy diversas, teniendo en cuenta aspectos como su
tamaño o si se encuentran decoradas o no, desde su empleo como
fichas, con una finalidad lúdica, contable −tokens− o como referencia para pesos y medidas (Atalay, 2005: 155), hasta la conducción del calor para el cocinado de alimentos (Stevanović, 1997:
343) o el calentamiento de estancias, en el caso de las piezas más
grandes. En este sentido, nos resulta de especial interés considerar
que la forma esférica es una de las que pueden adoptar los objetos identificados como tokens, pequeñas fichas relacionadas con
la contabilidad, por lo general hechas de arcilla y que presentan
diferentes formas geométricas −cónicas, aplanadas, etc.−, identificadas desde el VIII milenio BC en el Próximo Oriente (Schmandt-Besserat, 1997; Niemi, 2016; entre otros), en yacimientos
como Çatalhüyük (Konya, Turquía) (Bennison-Chapman, 2013).
En este yacimiento se han documentado multitud de piezas esféricas, de un diámetro de entre 0,9 y 2,6 cm, mayoritariamente
sin decoración, que presentan superficies alisadas (Atalay, 2005).
En Chogha Mish II (Juzestán, Irán), en contextos de la segunda
mitad del IV milenio BC, las esferas de arcilla se vinculan a una
función contable y a actividades administrativas, hallados junto
con otros materiales, interpretados como tokens, sellos de arcilla
y tablillas y, en este caso, las esferas cuentan con representaciones
figurativas en sus superficies (Alizadeh, 2008: 27).
133
[page-n-147]
Valoración
Este estudio ha proporcionado diferentes datos de gran importancia
relativos a las actividades constructivas y a los usos del barro en Laderas del Castillo, un asentamiento muy alterado por factores de tipo
postdeposicional, sobre todo por los procesos erosivos de ladera. En
él, los espacios excavados han permitido identificar diferentes estancias, que no obstante se encuentran sólo parcialmente preservadas.
Los fragmentos constructivos recuperados pertenecen a construcciones asociadas a distintas cronologías y una parte importante de
ellos proceden de niveles superficiales.
En estas estructuras edificadas sobre aterrazamientos en la
superficie inclinada de la ladera se emplearon como materiales
constructivos la tierra, diferentes especies vegetales, destacando
la caña, el carrizo y la madera, además de la piedra. En cuanto a
las especies vegetales, las más representadas en los análisis antracológicos realizados sobre el asentamiento son el pino carrasco (Pinus halepensis) y el taray (Tamarix sp.) (Carrión y Pérez
Jordà, 2014). La tierra fue estabilizada al menos con materia vegetal, algo observable en buena parte de los restos constructivos
recuperados en este enclave. En la mezcla de tierra utilizada como
material de construcción quedaron incorporados otros materiales
presentes en el asentamiento, como frutos, que habrían dejado
una huella negativa circular en los morteros.
La materia vegetal se habría utilizado para la construcción de
las estructuras de Laderas del Castillo, además de con otras funciones, para la producción de cuerdas utilizadas como ataduras en
las mismas. Las gramíneas, como la caña y el carrizo, parecen haberse utilizado mediante la técnica constructiva del bajareque ya
en los momentos más antiguos de la ocupación del área excavada.
Encontramos evidencias indirectas de su uso, a partir de improntas, en restos constructivos de barro en las estructuras datadas en
torno al 2000-1950 cal BC, el llamado Conjunto Estructural C.
Un uso que se habría combinado con el empleo de madera trabajada en las mismas partes de esa edificación. No obstante, la caña
y el carrizo se habrían aplicado también en el marco de la técnica
del amasado en forma de bolas (fig. 7.53), como apuntan las improntas de estas plantas en algunas de las piezas amasadas. Este
es un rasgo del que no conocemos, por el momento, paralelos en
otros yacimientos de nuestro marco de estudio.
A esta ocupación temprana de Laderas del Castillo se
asocia también el alisado de las superficies de barro, que reviste
troncos, cañas y carrizo, no sólo con los dedos, sino también
posiblemente mediante algún tipo de material o instrumento
alisador. Este tipo de finos surcos han podido observarse asimismo en los materiales constructivos de La Torreta-El Monastil y
Les Moreres. En cambio, no han sido identificados en los otros
conjuntos materiales de cronología argárica abarcados en esta
investigación, los de Cabezo Pardo y Caramoro I.
Además, diferentes evidencias documentadas en este
estudio, en forma de agregados de color blanco en los fragmentos de barro y, sobre todo, de enlucidos blanquecinos y de
considerable dureza observables en estos restos constructivos,
plantean la posibilidad de que se hubiera empleado cal antrópica
u otro material similar en las construcciones del asentamiento.
En este sentido, cabe tener presente que el empleo de cal en
enlucidos se ha apuntado en el asentamiento argárico de Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii, 2014; Jover et alii, 2016c).
Respecto a Laderas del Castillo, la información proporcionada
durante el estudio macrovisual de un buen número de elementos
constructivos con los enlucidos descritos, junto a los análisis
microscópicos realizados, que han apuntado una composición a
base de carbonato cálcico en las tres muestras diferentes abordadas mediante microfluorescencia de rayos X, permiten plantear
el posible uso de cal antrópica en este enclave.
Las evidencias de la acción del fuego, seguramente debida
a episodios de incendio de las estructuras, puede observarse en
los restos constructivos, pudiendo relacionarse con las piezas
ennegrecidas y de aspecto carbonizado, resultado de combustiones que no habrían superado los 600 ⁰C (Forget et alii, 2015:
86, 89), como las recuperadas en los derrumbes del Conjunto
Estructural A. Entre los restos constructivos ennegrecidos se
encuentran también piezas resultantes del amasado de barro en
forma de bolas. La acción del fuego también puede plantearse
en las dos piezas que preservan evidencias de pintura de color rojo oscuro, aplicada sobre una superficie de barro alisada a
mano y que muestra coloraciones diversas, que abarcan desde el
amarillento al anaranjado y rojizo.
Así, entre las importantes aportaciones del estudio de los
restos constructivos de barro de Laderas del Castillo se encuentra
el hallazgo de nuevos ejemplos de motivos pintados, de coloración
rojiza y representando puntos y líneas. Los casos documentados
son muy escasos y de pequeño tamaño, aunque remiten a los interesantísimos hallazgos del asentamiento de La Almoloya (Pliego, Murcia). Cabe recordar que el ejemplar pintado con puntos y
líneas ondulantes de Laderas del Castillo se asociaría, de acuerdo
Figura 7.53. Izda. Distribución
de los restos de barro de Laderas
del Castillo en función de su
interpretación. Dcha. Clasificación de
los fragmentos por técnicas.
134
[page-n-148]
con los datos estratigráficos, a los inicios de la ocupación argárica
del enclave. Las dificultades que han caracterizado a su identificación permiten tomar conciencia acerca de que las reducidas evidencias de este tipo de las que tenemos constancia pueden ser sólo
una parte muy pequeña de la realidad original.
En relación con esto, es importante considerar una
investigación reciente (Knoll et alii, 2013; Knoll, 2016; 2018),
que ha mostrado cómo las coloraciones que se observan en los
revestimientos pintados prehistóricos no son necesariamente las
tonalidades que presentaban los pigmentos originales. La causa de ello es la acción del fuego, que es también el principal
factor que permite su conservación. Los pigmentos generados
con sustancias orgánicas, por lo general vegetales, como el carbón, no suelen conservarse, observándose sólo los pigmentos
de origen mineral. Por otro lado, los pigmentos minerales con
contenido en hierro, que pueden presentar diferentes coloraciones, con la acción del fuego en condiciones oxidantes adoptan
una tonalidad roja y, en condiciones reductoras, diferentes tonos
entre el anaranjado y el marrón rojizo (Knoll et alii, 2013: 313).
De esta manera, es necesario considerar que el fuego habría podido transformar el color o los colores originales de los pigmentos aplicados en Laderas del Castillo, en cuya composición se
han identificado los oxi-hidróxidos de hierro.
Por otro lado, destaca la relevancia del hallazgo de materiales
constructivos de barro que han permitido documentar el uso en
Laderas del Castillo de la técnica constructiva del amasado en
forma de bolas. Esta técnica de construcción con tierra ha sido
constatada por primera vez para un asentamiento argárico en
Caramoro I (Pastor et alii, 2018) −ver 7.1.1−. En Laderas del
Castillo, los fragmentos de este tipo analizados en esta monografía se han documentado en superficie, en diferentes UUEE
del Sector 1 y en el derrumbe del Conjunto Estructural A, en la
UE 31005. Se trata de unidades de barro amasado mezcladas
con materia vegetal, posiblemente paja. En este enclave, algunas de las piezas que evidencian esta técnica presentan unos
rasgos que no se han observado en los restos de Caramoro I.
Son las caras alisadas y enlucidas y las improntas de elementos
constructivos vegetales, como cañas y carrizo.
Estas características no suelen asociarse a los materiales
resultantes del empleo del amasado de barro en forma de bolas e
incluso podrían parecer incompatibles con ella, si siguiéramos el
esquema básico de su ejecución recogido en buena parte de la bibliografía (Wright, 1985; Houben y Guillaud, 1994; Minke, 2001),
donde sólo de manera excepcional se recoge la aplicación de unidades de barro amasado en combinación con elementos vegetales
y de madera (Mileto et alii, 2011: 198). Sin embargo, bastaría el
empleo de las bolas amasadas de barro sobre una estructura lígnea
o de cañas para generar estas improntas, así como su alisado para
que presentaran caras externas. Esto sólo supondría nuevas formas de aplicar estos elementos, centrales en la construcción con
amasado en forma de bolas, en combinación con otros materiales,
preexistentes o añadidos y su posterior alisado. No contamos con
ejemplos claramente documentados de la constatación de esta forma de construir en contextos de la Prehistoria reciente peninsular.
No obstante, en este sentido, elementos constructivos de barro que
habrían sido amasados se han documentado en estructuras negativas en Can Roqueta (Sabadell, Barcelona), datados en el Bronce
inicial. Estas piezas, interpretadas como módulos hechos a mano,
que podrían haber sido empleados de forma apilada para levantar
muros, mostraban caras redondeadas y, en algún caso, improntas
de caña (García López y Lara Astiz, 1999: 197-198, fig. 95), aunque se ha apuntado que podría tratarse también de adobes hechos
a mano (Belarte, 2002: 35).
En cualquier caso, el conjunto de las evidencias materiales
recuperadas del amasado de barro en forma de bolas en Laderas del Castillo apunta a un empleo de la técnica en este asentamiento de forma diversa y versátil. La puesta en práctica de
esta forma de construir se aleja de la imagen uniforme que se
desprende, como ya se ha comentado, de buena parte de los trabajos existentes que recogen dicha técnica, de por sí escasos
y donde observamos una puesta en obra determinada y en solitario de las unidades amasadas. En Laderas del Castillo, las
piezas se habrían dispuesto de distintas maneras y junto con
distintos materiales, no sólo unas con otras, sino también combinadas con piedras, conformando posiblemente muros y sobre
elementos vegetales como carrizo o cañas, pero también para
realizar estructuras de actividad y siendo alisadas y revestidas,
tanto en el caso de los posibles alzados como de las estructuras
de equipamiento de las edificaciones.
De este conjunto de usos y asociaciones entre materiales,
sólo la combinación de las bolas de barro amasadas con la
piedra se ha identificado también en Caramoro I. Asimismo,
la aplicación de la técnica en ambos asentamientos tiene en
común la presencia de malacofauna y piedras en el mortero
con el que se modelaron las unidades amasadas, así como
de materiales reutilizados, como restos carbonizados y fragmentos de cerámica. En este sentido, Laderas del Castillo es
un asentamiento donde se plasman de forma clara y variada
las prácticas de gestión de los desechos y su reutilización en
las actividades constructivas. En este enclave, destacaría la
combinación de vertidos y de reutilizaciones de los materiales de carácter sólido, como la piedra, el barro endurecido
y la cerámica, que fueron documentados en el cuerpo interior del banco UE 12018. Algo que no ha sido documentado
hasta el momento en Laderas del Castillo son improntas de
cuerdas en las bolas amasadas, de lo que existen indicios en
Caramoro I −ver 7.1.1.
Por último, en este asentamiento argárico se identifica
también el uso del barro en la elaboración de instalaciones o
estructuras inmuebles, de lo que se conservan fragmentos, como
bordes, y que en parte habrían estado también revestidas. La
mezcla para realizarlas se habría estabilizado con vegetales,
al igual que la empleada en la construcción de las estancias.
Asimismo, se conocen distintos ejemplos de fabricación de elementos muebles con barro, representados por la pieza esférica
mostrada y, sobre todo, por las figurillas halladas representando
bóvidos (López Padilla et alii, 2018; 2019).
Cabezo Pardo
Introducción al yacimiento
El yacimiento arqueológico de Cabezo Pardo (San Isidro/Granja
de Rocamora, Alicante) (López Padilla y Ximénez de Embún,
2012; López Padilla, 2009; 2014;) se encuentra situado en la
cima y parte de la ladera de uno de los cerros del paraje denominado Cabezos de los Ojales o de Las Fuentes. Este cerro, en
su parte superior compuesto de rocas calcáreas, presenta una
escasa altura sobre el nivel del mar y permite una amplia visibilidad sobre la actual Vega Baja del Segura. En él se llevaron
135
[page-n-149]
Figura 7.54. a. Planta de las estructuras correspondientes a la fase I de Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante).
b. Estructuras de la fase II, adosadas y en torno a una calle (López Padilla, 2014: 89, fig. 2; 97, fig. 12).
Figura 7.55. a. Planta de los
edificios L, M y N de la fase II
de Cabezo Pardo. En la parte
inferior izquierda, huellas de postes
alineados en el interior del edificio
L, que pueden indicar la presencia
de un altillo (López Padilla, 2014:
105). b. Altillo en el interior de
la casa argárica reconstruida
en La Bastida (Totana, Murcia)
(recreación del Proyecto Bastida,
Grupo ASOME, Universidad
Autónoma de Barcelona).
a cabo excavaciones desde 2006 a 2012, por parte del Museo
Arqueológico Provincial de Alicante y financiadas por la Diputación Provincial de Alicante. El cerro se encontraba considerablemente afectado por la acción antrópica y faunística, superponiéndose además a los niveles de la Edad del Bronce una
ocupación de época emiral (López Padilla, 2014).
Correspondientes a la fase I, fechada entre 1950-1800 cal BC
aproximadamente, se han documentado restos de dos edificaciones y varias superficies pavimentadas. Las estructuras habitacionales construidas en estos primeros momentos del poblado, en
parte destruidas por episodios de incendio, habrían contado con
una planta rectangular y esquinas redondeadas (fig. 7.54a), con
zócalos bajos de piedra trabada con barro. El resto del alzado de
estas edificaciones se habría construido con barro, “amasado” y
“recubriendo un entramado de cañas” (López Padilla, 2014: 90,
122), teniendo en cuenta, entre otros indicadores, los gruesos estratos homogéneos de barro correspondientes a los derrumbes de
los edificios A y B. Se hallaron también numerosos restos de barro endurecido con improntas vegetales. En el centro del edificio
A, el mejor documentado para estos momentos, se halló un calzo
de poste que habría contribuido a la sujeción de la cubierta. Se
identificó la construcción de algunas estructuras internas de mampostería y de un hogar rodeado por un anillo hecho de barro. La
136
inclusión o incorporación de materiales, posiblemente residuos,
en las partes estructurales construidas con tierra queda ejemplificada en esta edificación por el hallazgo de un resto de caparazón
de tortuga integrado en el pavimento, que además sirvió para su
datación radiocarbónica (López Padilla, 2014: 90-91).
Las estructuras de la fase II, datada entre 1800-1650 cal
BC, mostrarían cambios respecto a las de momentos anteriores,
como unos zócalos de mampostería más altos, un menor uso del
barro y la construcción de bancos en el interior de los espacios
(López Padilla, 2014: 96). Se documenta una disposición de los
edificios de la que no se tienen evidencias para la fase anterior,
construyéndose adosados unos a otros y en torno a una calle, con
un edificio de mayor tamaño en la parte central del cerro (fig.
7.54b). Entre las estancias de estos momentos, que no habrían
sido afectadas por fenómenos de combustión, destaca el edificio
L, que cuenta con un gran banco corrido en su interior y alzados
que habrían podido estar revocados con cal (Martínez Mira et
alii, 2014; Jover et alii, 2016c). Además, este edificio podría
haber tenido una segunda altura a modo de altillo en una de sus
esquinas (López Padilla, 2014: 105) (fig. 7.55). Sobre la distribución urbanística de la fase II se realizan algunas actuaciones
constructivas durante la fase III, en la que el asentamiento se
ocuparía hasta aproximadamente el 1500 cal BC.
[page-n-150]
Figura 7.56. Ejemplares de malacofauna en el mortero de barro de los restos constructivos de Cabezo Pardo, vistos con una lupa binocular.
a. CP 1000/55-1. b. CP 1063/28-5. c. CP 1063/28-6.
Los materiales de barro de Cabezo Pardo
a) Características generales del conjunto
En los contextos de la Edad del Bronce del asentamiento de
Cabezo Pardo se recuperaron un total de 107 fragmentos de
barro, durante las campañas de los años 2007, 2008 y 20114.
Pertenecen a las tres fases de ocupación del poblado, aunque
en su mayoría se obtuvieron de la fase más antigua. Entre los
restos correspondientes a esta fase I, el mayor volumen de material se obtuvo de los denominados edificio E −UUEE 1063,
1067 y 1057−, y edificio B −UE 1149, nivel de incendio−.
Entre los de la fase II destacan los recuperados en el edificio
L −UE 1139−. El tamaño de los fragmentos constructivos de
Cabezo Pardo varía desde los apenas 1,2 x 1,4 x 1,3 cm, hasta
un máximo de 11 x 9,2 x 4 cm. Los restos se encuentran, en su
gran mayoría, considerablemente endurecidos. En lo referente
a sus coloraciones, destacan los tonos rosados y anaranjados
en muchos de ellos.
b) Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
Estos materiales constructivos argáricos muestran las
habituales evidencias del empleo de vegetales a modo de estabilizante, también observables con huellas de una longitud a
tramos más o menos regulares, resultado de haber preparado
el material, machacándolo, antes de su añadido a la mezcla de
barro. Pero, además, destaca una docena de huellas negativas
de superficie esférica, pudiendo corresponderse con distintos
elementos ya desaparecidos, pudiendo interpretarse algunas
como huellas de frutos.
4
Agradecemos a Juan Antonio López Padilla y Teresa Ximénez de
Embún Sánchez, quienes han dirigido las excavaciones en Cabezo
Pardo, el facilitarnos la posibilidad de estudiar dichos materiales
y por su ayuda y atención durante el estudio, así como al Museo
Arqueológico Provincial de Alicante, por permitirnos llevar a cabo
dicho estudio utilizando sus instalaciones y medios. Para el primer
estudio macroscópico de estos materiales, ver Pastor (2014). Para
los resultados de los análisis fisicoquímicos a algunas muestras de
ese mismo conjunto, ver Martínez Mira y otros (2014). Sobre la
puesta en común, valoración e interrelación de ambas aproximaciones, macroscópica y microscópica, a los materiales de Cabezo
Pardo, ver Pastor (2017b).
Buena parte de los fragmentos cuentan con ejemplares de
malacofauna integrados en el mortero de barro (fig. 7.56), de conchas ovaladas, pero también de forma planoespiral −de acuerdo
con la denominación de García Meseguer y otros (2017)−. Estos
organismos estarían integrados en la tierra utilizada como materia
prima, que procedería de sedimentos lagunares cercanos (Martínez Mira et alii, 2014: 373). En el entorno de Cabezo Pardo habrían existido amplias zonas lagunares y marjales, hoy desecados
(Ferrer y Blázquez, 2014: 32). Además, a partir de los análisis
de los fragmentos de barro, se plantea que la materia prima para
la construcción en la fase I procedería de los sedimentos del entorno del asentamiento, mientras que para la construcción de las
estructuras de la fase II se reutilizarían en buena medida tierra,
escombros y materiales presentes en el propio yacimiento (López
Padilla, 2014: 123; Martínez Mira et alii, 2014).
c) Improntas constructivas de vegetales
La mayoría de los fragmentos presentaban tanto una superficie externa alisada, como otra interna con improntas constructivas, de sección circular (fig. 7.57). Las improntas documentadas en los materiales de barro de Cabezo Pardo son de
cañas, probablemente de caña común y, en menor medida, de
carrizo. Sus superficies presentan las marcas muy bien conservadas de las estrías verticales presentes en el exterior de
los tallos y las hojas, además de otros detalles anatómicos.
Estas improntas de cañas se observan unas junto a otras, en
paralelo, informando de la existencia de paneles de caña y
carrizo manteados con barro, construidos mediante la técnica
del bajareque. En algunas piezas se observa la disposición
de las cañas cruzadas en distintas direcciones. Sobre todo
durante la primera fase de Cabezo Pardo, estos paneles de
cañas podrían haber formado parte de las techumbres, pero
también de los alzados de sus edificaciones.
En una de las piezas se aprecia con claridad la impronta
positiva de una caña, fragmentada por la mitad, dejando impreso el interior de la caña y generando una superficie convexa de barro (fig. 7.58b). Parece probable que esta caña utilizada en la construcción hubiese sido fragmentada de forma
accidental, más que cortada intencionalmente, una práctica
habitual en la construcción con cañas que, como hemos comentado con anterioridad, favorece la adhesión del mortero a las mismas (fig. 7.58a). La morfología de la impronta
resultante, si se observa a nivel individual, es la misma en
ambos casos. No obstante, en el caso de Cabezo Pardo, es
137
[page-n-151]
Figura 7.57. Uno de los restos
constructivos recuperados en Cabezo
Pardo. a. Cara interna, con hasta seis
improntas de caña y carrizo. b. Cara
externa, con huellas de alisado. CP
1057/15-1.
Figura 7.58. a. Detalle de un resto
constructivo de época contemporánea
con cañas cortadas por la mitad,
generando improntas positivas en el
mortero. b. Vista lateral de la cara
interna de un fragmento de barro
de Cabezo Pardo, con la impronta
positiva de caña (izquierda de la
imagen). CP 1063/28-5.
Figura 7.59. a. Impronta de perfil
dentado de Cabezo Pardo. CP
1063/28-12. b. Tallo fracturado de
una caña, a lo que correspondería la
impronta anterior.
Figura 7.60. a. Una de las caras con improntas del resto CP 1063/285. b. Cara contraria, que también presenta improntas de caña.
138
también la única impronta positiva de ese fragmento y no se
conocen más ejemplos en este asentamiento que evidencien
esta práctica.
Este no sería el único caso presente en los materiales de barro
de Cabezo Pardo del empleo de cañas fracturadas o más probablemente, de fracturación de las cañas durante los propios procesos constructivos. Otro ejemplo lo encontramos en una impronta
negativa, de sección circular, pero de perfil dentado (fig. 7.59a),
que se habría generado al mantear con barro el tallo de una caña,
aplastada y fragmentada en tramos verticales (fig. 7.59b).
En el caso del fragmento que presenta la impronta
positiva de una caña, es interesante resaltar que cuenta con
improntas de cañas en ambas caras (fig. 7.60), por lo que apun-
[page-n-152]
Figura 7.61.a. Elemento constructivo con una huella característica en el interior de una impronta de caña. CP 1063/28-9. b. Aspecto de dicha huella visto con una lupa binocular. c. Elemento anatómico de la caña con el que se habría producido. d. Comprobación experimental.
Figura 7.62. Detalles de fragmentos de
barro de Cabezo Pardo con improntas
dejadas por vegetales planos, largos
y flexibles. a. CP 1057/15-13. b. CP
2010/10-2. c y d. Pruebas experimentales
que generaron morfologías muy
similares a estas improntas, en este caso
con hojas de palmera secas.
ta al uso del barro a modo de relleno entre dos paneles o superficies realizados mediante estas plantas. Si bien ésta es una
aplicación común en alzados construidos con la técnica del
bajareque, se trata de un rasgo que no hemos observado más
que puntualmente a lo largo de los diferentes estudios realizados de restos constructivos de tierra.
Asimismo, en los fragmentos estudiados se documentaron
diferentes huellas de detalles anatómicos de las cañas. En estos
y otros casos, para reforzar las interpretaciones acerca de qué
elementos habrían estado en contacto con el barro en las diferentes partes de las edificaciones en las que estos materiales se
dispusieron, realizamos algunas comparaciones experimentales (fig. 7.61d, fig. 7.62c y d). Así, por ejemplo, comprobamos
que una huella ubicada en el centro de una de las improntas
de caña (fig. 7.61a y b) se correspondía con la protuberancia
característica de la prolongación del tallo fragmentado que da
lugar a las hojas (fig. 7.61c).
Entre los materiales constructivos de Cabezo Pardo llamaban la
atención algunas formas que considerábamos generadas por materia
vegetal (fig. 7.62a y b) que, con el apoyo de pruebas experimentales,
podemos afirmar que se corresponden con hojas planas. Éstas, largas y estriadas, por su flexibilidad se curvan y dejan estas morfologías en los restos de barro. En el caso de este asentamiento, probablemente las hojas serían de la misma planta de la caña, tan presente
en los restos del conjunto.
A pesar de la abundancia de restos de la técnica del
bajareque, no todos los elementos constructivos recuperados
en Cabezo Pardo presentan improntas de paneles de cañas.
139
[page-n-153]
Figura 7.63. a. Resto constructivo que
podría ser el resultado de la aplicación
de la técnica del amasado. CP 1039/9-1.
b. b. Pieza resultante de la aplicación del
amasado de barro en forma de bolas, de
Caramoro I.
Figura 7.64. a. Cara externa con
huellas de alisado, que pudieron
haberse generado al emplear un
instrumento. CP 1000/1. b. Detalle
de este tipo de alisado en otra
de las piezas de Cabezo Pardo.
CP 1063/28-2.
Algunos restos no presentan improntas y, si bien la mayoría
no permiten ser asociados a una técnica concreta, contamos
con algún ejemplo puntual del posible empleo del amasado
de barro, mezclado con vegetales de considerable longitud,
posiblemente paja (fig. 7.63a), procedente de la UE 1039, de
la fase II.
d) Tratamiento de las superficies
En lo referente al tratamiento de las superficies externas, en
Cabezo Pardo se han encontrado evidencias tanto de enfoscados,
como de enlucidos, correspondientes al edificio L de la fase II,
que contendrían cal (Martínez Mira et alii, 2014; Jover et alii,
2016c). No obstante, un rasgo frecuente en las superficies alisadas
de fragmentos constructivos en este yacimiento son las marcas de
alisado. Éstas, con el aspecto de estrechos surcos lineales y con
ondulaciones (fig. 7.64), no se corresponderían con el habitual
alisado hecho de forma directa con las manos, ni con otras huellas
de alisado más rectilíneas, como las observadas en La Torreta-El
Monastil o en Les Moreres. En el caso de Cabezo Pardo, parece
que estos alisados se hicieron con un elemento con fibras, de tipo
brocha. También el análisis de los materiales del edificio L con
enlucidos que contendrían cal ha apuntado el uso de brochas en
su aplicación (Martínez Mira et alii, 2014).
Valoración
Las evidencias arqueológicas documentadas en Cabezo Pardo
muestran que la técnica de la mampostería, utilizada en la construcción de zócalos y estructuras de actividad, como bancos, se
habría combinado también en este asentamiento, como en muchos otros, con la del bajareque (fig. 7.65). Los restos que evidencian esta técnica pueden asociarse con mayor probabilidad a
las cubiertas y, posiblemente, también a los alzados, para los
140
que no puede descartarse del todo que se hubiera utilizado
asimismo la técnica del amasado.
Se ha planteado que los alzados de la fase I habrían sido
de barro y que las cañas (Arundo donax), ampliamente representadas, no sólo podrían haberse empleado en las cubiertas,
sino también en estos alzados, que habrían sido de bajareque
(López Padilla, 2014; Pastor, 2014: 319). Ello no excluye la
posibilidad de que se hubieran construido alzados de tierra
maciza, levantados mediante la técnica del amasado y de que
el bajareque se hubiera empleado única o fundamentalmente
en las cubiertas. Los gruesos y homogéneos estratos de barro
asociados a los derrumbes de las estancias de la fase I (López Padilla, 2014: 90) podrían asociarse a muros masivos de
amasado de barro. Este diferente empleo de las técnicas habría
podido aplicarse asimismo en las edificaciones de la fase II,
ya que también se recuperaron restos con improntas de caña
asociados a estos momentos, aunque en menor cantidad que
los atribuidos a la primera ocupación.
Sin duda, el elemento constructivo con una representación
mayoritaria en este conjunto son las improntas de caña, presentes en la gran mayoría de los fragmentos recuperados. Asociados a éstas, se pueden entender los diferentes ejemplos de improntas de tallos anchos, posiblemente de hojas de esta planta,
que habrían sido mezcladas o quedado envueltas en el mortero
de barro. No se documentan otro tipo de improntas constructivas, como las asociadas a troncos o a superficies de madera
trabajada. Otras especies arbóreas y arbustivas cuyo uso se ha
planteado en las construcciones de Cabezo Pardo, como el pino
(Pinus halepensis) y el taray (Tamarix sp.) (Carrión, 2014),
no han dejado una huella con sus improntas en las piezas analizadas, quizá al no haber estado revestidas o por no haberse
recuperado evidencias de que lo hubieran estado.
[page-n-154]
Figura 7.65. Izda. Distribución de los
restos de barro de Cabezo Pardo en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
En este conjunto de materiales constructivos no se han
identificado improntas de ataduras mediante cuerdas trenzadas,
algo que podría relacionarse con la ausencia de improntas de
troncos, puesto que quizá sería más probable que en los contextos en estudio este tipo de ataduras, más gruesas y resistentes,
se usaran de manera preferente para atar maderos que elementos vegetales de menor calibre, como las cañas. La atadura de
éstas con cuerdas trenzadas es igualmente posible, pudiendo
observarse en edificaciones contemporáneas −por ejemplo, fig.
8.22b−, pero es cierto que en los conjuntos abordados por esta
investigación no hemos documentado improntas de la técnica
del bajareque de cañas con improntas de cuerdas que se observen claramente atadas por las cuerdas trenzadas. Son mínimos
los ejemplos en los que se ha identificado en la misma pieza
improntas que puedan corresponderse con cañas e improntas de
cuerda trenzada −TM 4784, MO 199 o LC 10− y, además, no
está claro que en ellas las cuerdas se dispusieran atándolas.
Caramoro I
Introducción al yacimiento
El yacimiento de la Edad del Bronce argárico de Caramoro I
(Elche, Alicante) (González Prats y Ruiz Segura, 1995; Jover
et alii, 2019a; 2020) se construyó sobre un espolón rocoso
ubicado entre dos barrancos, en la margen izquierda del río
Vinalopó, sobre el que proporciona una amplia visibilidad.
En el extremo de la Sierra de Borbano, la base sobre la que
se instaló el asentamiento está compuesta por calizas biclásticas arenosas y conglomerados, formados por cantos calizos
mesozoicos, cementados en arenas. En el entorno están presentes arcillas y yesos triásicos, margas arenosas y areniscas
(Jover et alii, 2019a).
La primera intervención arqueológica en el asentamiento
tuvo lugar en 1981 y 1982, dirigida por Rafael Ramos Fernández. Con posterioridad, en 1989 y 1993, se realizaron nuevas
Figura 7.66. a. Planimetría de Caramoro I (Elche, Alicante), donde pueden verse las fases de construcción y remodelación en el asentamiento (Jover et alii, 2019a, fig. 8). b. Recreación del aspecto del poblado de Caramoro I (ilustración de Juan Antonio López).
141
[page-n-155]
excavaciones, bajo la dirección de Alfredo González Prats y
Elisa Ruiz Segura. Fue en este momento cuando el yacimiento,
considerado como un fortín, recibió su actual denominación,
distinguiéndolo de este modo de Caramoro II, enclave cercano
del Bronce final (González Prats y Ruiz Segura, 1992b; García
Borja et alii, 2010).
En 2015 y 2016 se realizaron nuevas actuaciones arqueológicas.
Este nuevo proyecto de investigación sobre el asentamiento, con
una superficie máxima que no supera los 500 m2, ha permitido
excavar algunas zonas restantes, concretar la planta, estudiar los
materiales arqueológicos recuperados en él y diferenciar, al menos,
tres momentos constructivos, que habrían sido diferentes ampliaciones, remodelaciones y reacondicionamientos sobre la planta inicial. Las diferentes dataciones radiocarbónicas realizadas han permitido plantear que la construcción del enclave se produjo a inicios
del II milenio BC, ocupándose aproximadamente entre el 2045 y el
1749 cal BC (Jover et alii, 2019a).
En Caramoro I se han diferenciado 11 ambientes o espacios
diferentes, de planta más o menos rectangular o alargada (fig.
7.66), organizados a partir de un muro de considerables dimensiones. Estas construcciones habrían contado, en su mayor parte, con alzados de mampostería de piedra. El uso de postes de
madera puede inferirse a partir de la presencia de calzos en el
interior de la mayoría de los espacios. La tierra se utilizó para
trabar los mampuestos, pavimentar y revestir los alzados, así
como en otras estructuras, como bancos.
te de los fragmentos presentaban piedras y guijarros en su
composición, incluso de hasta 6,5 cm de largo. Además, se
ha documentado la presencia de algunos restos de malacofauna (fig. 7.68) en restos hallados en el espacio A. Entre
ellos hay fragmentos de bivalvos, algunos muy erosionados. También se observa un ejemplar con concha de forma
planoespiral fragmentada.
Figura 7.67. a. Vista cenital de un pequeño fragmento constructivo,
con huellas negativas de elementos vegetales que habrían formado
parte de su composición. b. Perfil del mismo fragmento, en el que
se aprecia un claro cambio en la coloración, ennegrecida en su parte
interior. CM I 1510/4-1.
Los materiales de barro de Caramoro I
a) Características generales del conjunto
Del yacimiento argárico de Caramoro I hemos estudiado un
total de 112 restos constructivos de barro, procedentes tanto de
las campañas más antiguas, como de las recientes.5 Se recuperaron en los diferentes espacios del asentamiento y pertenecen
a las tres fases constructivas, a los que se suman los restos hallados en superficie. La mayor parte de los restos se asocian al
espacio A −35%−, seguidos por los del espacio E −13%− y C
−12%−. El tamaño de los fragmentos constructivos recuperados en este enclave abarca unas dimensiones desde 1,9 x 2 x
0,6 cm hasta 13,8 x 11,3 x 3 cm. El grado de endurecimiento
que presentan las piezas es variado, como sus coloraciones, que
incluyen tonos anaranjados y rosados, grisáceos y ennegrecidos.
b) Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
Respecto a la composición de los morteros de tierra, a nivel
macroscópico destacan las evidencias del empleo de materias estabilizantes de tipo vegetal (fig. 7.67). Una gran par-
5
Agradecemos a los directores de las excavaciones en Caramoro I,
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón, Anna
María Álvarez Fortes y Juan Antonio López Padilla, el facilitarnos
el acceso a los materiales para su estudio. Agradecemos también al
Museo Arqueológico y de Historia de Elche y, en especial, a Anna
María Álvarez Fortes, la atención recibida durante el estudio de
estos materiales. Asimismo, agradecemos a Alfredo González Prats
y Elisa Ruiz Segura el haber proporcionado a nuestro equipo de
investigación documentación escrita y gráfica de sus excavaciones
en el enclave. Sobre este estudio, ver también Pastor (2020a).
142
Figura 7.68. a. Detalle de un resto constructivo de Caramoro I en el
que se aprecian diferentes restos de malacofauna en su composición.
CM I 2108/1-1. b. Ejemplar de malacofauna presente en otra pieza,
visto con un microscopio digital. CM I 2103/1-5.
[page-n-156]
Figura 7.69. Improntas de vegetales planos, posiblemente hojas de
caña o carrizo. a. CM I 12. b. CM I 29.
c) Diferentes rasgos constructivos
La mayoría de los elementos constructivos de barro de
Caramoro I no presenta improntas negativas de elementos constructivos vegetales, como cañas, ramas o troncos. No obstante, en 10 de los fragmentos sí se han documentado entre una y
seis improntas de caña o de carrizo, asociados a la segunda fase
constructiva en el espacio A, combinándose las improntas de
ambos tipos de planta en algunas piezas. También se han obtenido evidencias de improntas de hojas, planas y estriadas (fig.
7.69), que podrían pertenecer a esas mismas especies vegetales,
caña o carrizo. Los fragmentos con improntas de caña y carrizo
de Caramoro I podrían haber pertenecido a las techumbres, sin
poder descartarse una atribución a determinadas partes de algunos alzados o a instalaciones. En estas piezas con improntas
de caña y carrizo se han observado dos ejemplos de posibles
improntas de ataduras, de dos tipos distintos: algún tipo de fibra
vegetal, de tallo individual, y una cuerda trenzada.
Dos restos constructivos conservan en una de sus caras huellas del contacto con materia vegetal, de tipo paja,
asociada por lo general a las techumbres, por lo que pueden interpretarse como probablemente pertenecientes a
una cubierta. En las techumbres podrían haberse utilizado
distintas materias vegetales, manteadas con barro. Por otro
lado, en el conjunto se han identificado distintos fragmentos con caras externas (fig. 7.70). En algunos casos, se observan evidencias de alisado manual, marcas horizontales
y paralelas generadas por el uso de los dedos para aplicar
y alisar el barro, o restos de huellas dactilares. El análisis
mediante microfluorescencia de rayos X de uno de los restos constructivos asociados a la técnica del bajareque −CM
I 2101/6− (fig. 7.70) ha apuntado que estaría compuesto de
carbonato cálcico y yeso, con proporciones similares tanto
en el cuerpo como en la cara externa −ver anexo II, Pastor, 2019−. En este caso, cabe añadir que el fragmento presenta una cara externa y lisa, pero no se observa una capa
diferenciada de revestimiento.
Además, entre los materiales constructivos de Caramoro
I encontramos un ejemplo de reutilización de materiales en
nuevas prácticas constructivas dentro del mismo asentamiento
‒CM I 2101/9, ver anexo I, Pastor, 2019‒. En el interior de un
elemento constructivo, recuperado en la UE 2101 −asociada
Figura 7.70. a. Vista lateral de
uno de los restos constructivos de
Caramoro I con una cara externa,
en la que el barro presenta una
apariencia laminada. b. Vista cenital
de dicha superficie laminada, con un
microscopio digital. CM I 2101/6.
Figura 7.71. a. Vista cenital de
un fragmento de pavimentación,
procedente del espacio E. En su
superficie se observan huellas de
elementos vegetales. b. Vista del
perfil, donde se aprecia un cambio
en la coloración, ennegrecida hacia
el interior. CM I 16.
143
[page-n-157]
Figura 7.72. a. Cara que presenta un rehundimiento central en una de las piezas de Caramoro I interpretadas como resultantes del amasado
en forma de bolas, recuperada en superficie. b. Vista lateral de la pieza, donde se observa dicho rehundimiento. c. Cara contraria y convexa
de la misma. Obsérvense las huellas del empleo de vegetales de considerable longitud. CM I SUP 5.
a la segunda fase en el espacio A−, se ha identificado a su
vez otro fragmento más pequeño y endurecido, con una cara
alisada e improntas, posiblemente de carrizo. Éste habría sido
incorporado a un nuevo mortero, quizá al ser reutilizada tierra
empleada en construcciones anteriores. Por último, otro grupo de fragmentos se corresponde pavimentaciones (fig. 7.71),
procedentes de distintos espacios, con superficies regularizadas o lisas, col oraciones blanquecinas y restos de piedras en
su composición.
d) El uso del amasado en forma de bolas y bloques
en Caramoro I
Hace ya más de dos décadas, se publicó la presencia, en la parte
oriental del llamado bastión H de Caramoro I, de “adobes planoconvexos elaborados con barro y esparto” (González Prats y Ruiz Segura, 1995: 87-90). Las nuevas actuaciones arqueológicas llevadas a
cabo en este enclave durante 2015 y 2016 han posibilitado el estudio
en profundidad de las evidencias arqueológicas de construcción con
tierra a los que se refería dicho enunciado. Este estudio ha permitido identificar estos materiales constructivos como el resultado de
la aplicación de la técnica constructiva del amasado en forma de
bolas o bloques (Pastor et alii, 2018), profundizando en una línea ya
planteada (Sánchez García, 1997b: 150).
Por un lado, identificamos, tanto en superficie en el
asentamiento, como en los fondos del Museo Arqueológico y
de Historia de Elche y durante las nuevas excavaciones, un conjunto de piezas de barro, completas o fragmentadas, pero con
formas de tendencia en su mayoría esferoide (fig. 7.72). Hemos abordado el análisis macrovisual individualizado de una
selección compuesta por 21 de estas piezas, de un total de 107
documentadas. De éstas, 86 fueron contabilizadas en el museo,
procedentes de las excavaciones de 1989, y 13 fueron recogidas en superficie, además de siete unidades recuperadas durante
las excavaciones de 2016. Presentaban unas dimensiones variadas −de entre 10 x 9 x 6 cm y 17,5 x 11,5 x 6 cm‒, coloración marrón claro, con manchas blanquecinas y anaranjadas
y un considerable grado de endurecimiento. En sus superficies
se observaban huellas de elementos vegetales de considerable
longitud, que pueden pertenecer a paja. En una observación ma144
croscópica de sus componentes, pudieron identificarse piedras
y cantos rodados, malacofauna, restos de carbón, un fragmento
de hueso calcinado y agregados de ceniza. Estos componentes podrían estar indicando el uso o añadido de sedimentos
procedentes de hogares a los morteros de barro destinados a
elaborar estas unidades de barro amasado. Las estructuras de
combustión, hogares y hornos, pueden utilizarse como lugares
donde se arrojan desechos, por ejemplo, de alimentos (Pecci et
alii, 2016), pudiendo aprovecharse después dicho sedimento en
las actividades constructivas, como hemos planteado en el caso
de la presencia de materiales óseos pulverizados en los enlucidos
de La Torreta-El Monastil −ver 6.1.1.
En Caramoro I, una de estas piezas asociadas al bastión H
−CMI I B SUP 13− ha sido analizada mediante microfluorescencia de rayos X, observándose que el componente principal
de la misma es el carbonato cálcico, junto con las arcillas −ver
anexo II, Pastor, 2019−. Además, se realizó una lámina delga-
Figura 7.73. Imágenes de la pieza CMI I B SUP 13 mediante lámina
delgada.
[page-n-158]
Figura 7.74. a. Croquis de la
planta y sección de las estructuras
extramuros de Caramoro I, bastión
H y testigo B. b. Croquis-sección
del bastión H (diario de excavación
inédito, Elisa Ruiz).
da en la que se observó que su matriz es compacta, formada
por diferentes partículas de formas redondeadas, que pueden
asociarse a un origen fluvial −ver 3.2.2− y tamaños más o menos homogéneos, incluidas gravas de más de 1 mm de longitud.
También se observa la presencia de restos de materia orgánica
carbonizados, foraminíferos y vacuolas (fig. 7.73).
Estas piezas habrían contribuido a conformar parte de
las estructuras del llamado bastión o espacio H, delimitado
por la plataforma curva UE 2006, constituida por bloques de
piedra de diverso tamaño y tierra, que habría sido construido
inicialmente en la segunda de las fases diferenciadas en Caramoro I, durante el primer tercio del II milenio BC. Como se ha
comentado, la presencia de estos materiales fue determinada ya
en las excavaciones de 1989 y 1993 y su empleo fue plasmado,
además de en un plano general del enclave, en algunos croquis
realizados en el diario de la excavación inédito de 1989 (fig.
7.74). Aunque estos materiales fueron publicados como “adobes” (González Prats y Ruiz Segura, 1995: 87-90), en el diario,
a pesar de utilizarse ya esta denominación, además de la de tapial, se refleja que en realidad la técnica ya fue identificada en
las excavaciones de 1989. Se menciona un sistema de construcción de “pellas sobre pellas” y se afirma: “no podemos hablar de
adobes por cuanto las pellas se superponen estando frescas aún,
por lo que la de arriba adopta la forma de la inferior”.
Por otra parte, en 2016, a poca distancia del espacio H, se
excavó un testigo (fig. 7.75a y b) restante de las excavaciones
de 1989 y 1993. Durante este proceso, fue documentado in situ
un tramo de lo que habría sido un alzado −UE 1806−, dispuesto
con una orientación noroeste-sureste, construido con elementos
de barro de forma oblonga (fig. 7.75c).
Esta estructura de tierra −UE 1806− presentaba unas
dimensiones de 0,36 m de ancho en su extremo septentrional y 0,28
m en el más meridional y su longitud excavada ha sido de 1,30 m de
largo en su cara oriental y exterior y 1,05 m en su cara interior. Este
tramo parece conectar con el muro UE 2007, que cierra el espacio
G en su lateral oriental. También correspondería al tercer momento
de remodelación arquitectónica del asentamiento. Se adosa a una
unidad de sedimento blanquecino muy compacto, de unos 15-20
cm de grosor en talud y 1,36 m de altura, que ha sido interpretado
como un grueso enfoscado (fig. 7.75b) del muro UE 2000 en su extremo septentrional –UE 1804–. A este tramo de muro se le adosa,
en el lateral contrario al ocupado por este grueso revestimiento, el
pavimento UE 1810, asociado al tercer momento de modificación
de las estructuras constructivas del poblado.
Figura 7.75. a. Perfil de la zona del asentamiento donde se halló la
estructura de bloques de barro UE 1806, antes de su excavación, en
Caramoro I. b. Imagen de dicha área tras ser excavada, donde se
observa el tramo de bloques de barro (dcha.). c. Estructura UE 1806
(fotografías de Francisco Javier Jover).
Figura 7.76. a. Detalle de algunos de los bloques de barro que forman la estructura UE 1806, hallados in situ. b. Aspecto de dicha
área del tramo de bloques de barro tras la extracción de uno de ellos
para su estudio. c. Bloque extraído, visto desde su cara inferior. CM
I 1806/2-1.
145
[page-n-159]
Figura 7.77. a. Una de las piezas de barro
amasado de Caramoro I, con diversos
rehundimientos, generados al disponer,
todavía húmedas, unas unidades sobre
otras. b. Detalle de dichos rehundimientos.
CM I 1806/1.
Las piezas que configuran esta estructura UE 1806, de
forma oblonga y de dimensiones algo mayores a las piezas anteriormente mencionadas y asociadas al bastión H, también habrían
sido elaboradas mediante el amasado de barro con materia vegetal
de considerable longitud. Una de estas piezas, con un tamaño de
23 x 16 x 9 cm, fue extraída para su estudio (fig. 7.76).
Durante su estudio específico pudimos identificar también
una impronta de cuerda trenzada. En un principio, pensamos
que esta impronta podía ser el resultado de la reutilización de
sedimentos con inclusión de materiales antrópicos, pero en el
diario de la excavación de 1989 se asocian las cuerdas a la propia conformación de estas estructuras de barro. Se apunta que
las cuerdas contribuirían a la consistencia de las estructuras al
mejorar la unión entre las distintas unidades, basándose en la
observación de improntas de cuerdas “en el relleno de la parte
inferior de la muralla”. De ser así, estaríamos ante un ejemplo
de introducción en estructuras de barro de cuerdas de fibras vegetales, con el objetivo de conseguir una unión más sólida entre
los distintos elementos que forman la estructura.
Consideramos que estos elementos de barro, tanto los
identificados en el bastión H como junto a él en el tramo de
bloques de barro UE 1806, son resultado de la aplicación de
la técnica constructiva del amasado en forma de bolas. Sus
superficies presentan rehundimientos (fig. 7.77) y, en general,
formas aplastadas que serían el resultado de haber sido colocados unas junto y sobre otras todavía en estado húmedo (Pastor
et alii, 2018; 2019).
Conocemos que esta técnica constructiva habría sido
identificada al menos en otro asentamiento de la Edad del
Bronce fuera de territorio argárico, el poblado del Bronce medio de Hoya Quemada (Mora de Rubielos, Teruel), donde se
excavaron dos tramos de alzados que habrían sido construidos
con esta misma técnica, con un “amasado de arcilla, agua y
paja… colocando unas pellas de barro unas sobre otras” (Burillo y Picazo, 1986: 10) −ver fig. 7.8a−. Asimismo, ya se ha
mencionado su posible presencia en Can Roqueta (Sabadell,
Barcelona) (García López y Lara Astiz, 1999: 197-198), además de los ejemplares de Laderas del Castillo.
e) Posibles estructuras modeladas
Algunas de las piezas de este conjunto podrían haber formado parte de instalaciones o estructuras de actividad modeladas con barro. Entre ellas se encuentra una pieza en forma
de borde, más o menos redondeado, con unas dimensiones
de 8,5 x 5 x 4,5 cm y hallada en el espacio E. Su superficie
externa se encuentra alisada y podría haber estado revestida, siendo visibles en esta superficie acabada las huellas
de las materias estabilizantes vegetales, a tramos regulares
(fig. 7.78a). Por otro lado, otro resto de barro, recuperado
en 1989 en el espacio A, presenta un lateral curvo convexo,
también a modo de borde y podría corresponderse con un
resto de estructura de equipamiento doméstico (fig. 7.78b).
Presenta unas dimensiones de 8,5 x 9 x 5 cm. En esta pieza
se observan huellas digitales, resultado de su modelado, así
como una pequeña superficie con una impronta de una estera
o textil vegetal.
Valoración
Figura 7.78. a. Resto de barro con borde de una posible estructura
de equipamiento. CM I 1. b. Pieza modelada a mano y que conserva un borde redondeado en un extremo (izquierda de la imagen),
posiblemente parte de una estructura. CM I 8.
146
En este asentamiento de carácter agropecuario y fortificado
(Jover et alii, 2019a) no se ha recuperado un conjunto de
materiales de barro endurecido especialmente rico en improntas constructivas. Los fragmentos indicativos del empleo
del bajareque en Caramoro I son escasos (fig. 7.79), pero reúnen evidencias suficientes para plantear distintos aspectos
de sus formas constructivas: improntas de paneles de cañas
y carrizo, de cuerdas trenzadas y de caras alisadas, que no
necesariamente enlucidas. Este alisado de las superficies, de
acuerdo con la información disponible, se habría producido
mediante el uso directo de las manos y no mediante un posible instrumento alisador, como se ha planteado en Laderas del
Castillo y en los asentamientos de cronologías anteriores de
La Torreta-El Monastil y Les Moreres.
[page-n-160]
Figura 7.79. Izda. Distribución de
los restos de barro de Caramoro
I en función de su interpretación.
Dcha. Clasificación de los
fragmentos por técnicas.
Las huellas negativas de los restos de barro permiten
observar el uso de distintas especies vegetales, incluidas hojas
planas y estriadas que pueden asociarse a las plantas de la caña
y el carrizo. Estas hojas también se han observado en el conjunto de restos de barro endurecido de Cabezo Pardo, donde
las improntas de cañas son muy representativas. Estos materiales constructivos también se utilizaron en Laderas del Castillo. En Caramoro I no se han observado improntas de troncos
ni de madera trabajada, como tampoco en Cabezo Pardo, sí
observadas de manera puntual en restos de Laderas del Castillo, aunque asociadas al Conjunto C, el más antiguo de los
documentados en la zona II del sector 3.
La combinación de tierra y piedra en las actividades
constructivas de este enclave argárico ha quedado plasmada
también en las superficies de algunos de los elementos de
barro estudiados, que muestran improntas de piedras, algo
también documentado en otros yacimientos estudiados en
este trabajo, como Les Moreres o Peña Negra. En Caramoro
I, las improntas se corresponderían con guijarros, que podemos asociar a revestimientos de los conglomerados utilizados en las estructuras del asentamiento o a que estuvieran
presentes en los morteros.
No obstante, las evidencias del amasado de barro en forma
de bolas y bloques de Caramoro I suponen una aportación valiosa al conocimiento de la construcción con tierra en la Prehistoria reciente. Si bien el característico uso del amasado de barro
en forma de bolas y bloques de Caramoro I, con el empleo de
piezas esféricas en el alzado y refuerzo del bastión y el hallazgo del tramo de bloques in situ, no se conoce de momento en
ningún otro asentamiento argárico, el uso del amasado de barro
en forma de unidades individualizadas, mezclado también posiblemente con paja, ha quedado constatado también en Laderas
del Castillo, constituyendo un interesante elemento de comparación con la puesta en práctica de esta técnica en Caramoro I
–ver 7.1.1.
7.2. BRONCE VALENCIANO
En los territorios centrales y meridionales del Levante de la
península ibérica fue acuñada, desde finales de la década de 1950
y durante la siguiente, el área cultural denominada Bronce valenciano (Tarradell, 1958; 1969; entre otros), objeto de debate y, al
mismo tiempo, de diversos estudios posteriores, que han contribuido a definir a los grupos humanos prehistóricos que habitaron
en este ámbito (Hernández Pérez, 1985; Fernández Vega, 1987;
Jover, 1997; 1999a; De Pedro, 2001; 2004a; entre otros).
En el área del Bronce valenciano se conoce la construcción de numerosos asentamientos diferentes, en cuanto a sus
estructuras, tamaño y ubicación (De Pedro y Martí, 2004; Jover
et alii, 2018a), habiéndose identificado incluso enclaves que
habrían tenido una orientación complementaria en el marco de
la organización del territorio y el desarrollo de las actividades
económicas en el mismo (Jover et alii, 2017).
Como ya se ha adelantado, durante la Edad del Bronce se
generaliza en el área valenciana el poblamiento en altura, aterrazado y con plataformas de piedra. Respecto a la organización
interna de los asentamientos, en algunos, las estructuras, construidas con planta más o menos rectangular, se adosan unas a
otras en torno a un espacio o una calle central. Es el caso de
la fase III de Terlinques (Villena, Alicante) (Machado et alii,
2009; 79; Jover y López Padilla, 2016: 435), del asentamiento
amurallado de Muntanya Assolada (Alzira, Valencia) (Enguix
y Martí, 1988: 242; De Pedro, 2004b: 106; entre otros), o de
Mas de Menente (Alcoy, Alicante) (Ponsell, 1926) y Muntanyeta de Cabrera (Vedat de Torrent, Valencia) (Fletcher y Pla,
1956; De Pedro y Martí, 2004: 308). Como ya sido mencionado,
esta característica de la organización de las estructuras en los
espacios de hábitat también se observa en algunos núcleos argáricos, como también la presentan sitios de la Edad del Bronce
posteriores, del llamado Bronce tardío, como La Horna (Aspe,
Alicante) (Hernández Pérez, 1986; 1994) o el Altet de Palau
(Font de la Figuera, Valencia) (García Borja y De Pedro, 2013).
En los asentamientos del conocido como Bronce valenciano,
la piedra tiene un papel fundamental en sus construcciones, aplicada mediante la técnica de la mampostería, aunque no únicamente.
El uso de la piedra seca durante la Edad del Bronce en el área del
Levante, para la construcción de murallas, ya fue observado hace
décadas (Fernández Vega, 1987: 100), y se ha apuntado en Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) (Gusi y Olària, 2014: 15),
Mola d´Agres (Agres, Alicante) (Gil-Mascarell y Peña, 1994: 111)
o Mola Alta de Serelles (Alcoy, Alicante) (Trelis, 1984: 26), donde
las diferentes estancias se encuentran adosadas unas a otras, al interior del gran muro de cierre. En este enclave se recuperaron varias
piezas de barro de forma paralelepípeda, que habrían funcionado
como soportes (Trelis, 1984: 26, 57, fig. 23. 2). También se men147
[page-n-161]
Figura 7.80. Piezas muebles de barro de la Edad del Bronce interpretadas como soportes. a. El Oficio (Cuevas del Almanzora, Almería)
(a partir de Siret y Siret, 1890, lám. 68). b. Serra Grossa (Alicante)
(Llobregat, 1969: 23, fig. 16. 9). c. Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (a partir de Soler García, 1987, 327, lám. 55, 1 y 6).
cionó la presencia de murallas construidas con esta técnica en Peña
de la Dueña (Teresa, Castellón) o Muntanyeta de Cabrera (Torrent,
Valencia) (Arribas, 1959: 104-106). La técnica de la piedra seca se
apunta de forma puntual en la bibliografía arqueológica en relación
con yacimientos de cronologías anteriores a la Edad del Bronce,
como en el caso de algunos asentamientos del área catalana del V-IV
milenio BC (Bosch Argilagós et alii, 1996; Mestres y Tarrús, 2009;
Tarrús et alii, 2016).
Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) (Gusi y Olària,
2014; Aguilella et alii, 2018) es un yacimiento destacado del
Bronce valenciano. Ubicado en la costa, cuenta con dos fases de
ocupación durante el Bronce medio, en la segunda de las cuales
se construyó una muralla construida con la técnica de la piedra
seca, con una torre adosada en su interior (Gusi y Olària, 2014:
15). Durante esta segunda fase, la tierra se empleó en la pavimentación de los suelos y en el revestimiento de los alzados, documentándose enlucidos “de gran calidad” que se considera que serían de cal. Los espacios son de planta irregular o trapezoidal, con
agujeros de postes en su interior, que sustentarían la techumbre.
También se documentan agujeros de poste en el exterior de las
edificaciones. Se identificaron abundantes restos constructivos de
barro que presentaban improntas de caña, que pudieron utilizarse
no sólo en las techumbres, sino también como cerramiento de
los alzados, sobre los zócalos de piedra (Gusi y Olària, 2014: 29,
71-73). Pertenecientes a esta misma fase del Bronce medio se
excavaron hogares, fabricados con lajas de piedra cubiertas de
barro y enlucidas, considerándose que también con cal (Gusi y
Olària, 2014: 29). En un solo edificio se documentaron revestimientos en los zócalos de piedra que habrían estado pintados con
franjas rojas (Gusi, 2001: 171; Gusi y Olària, 2014: 65, 74-75). A
esta estancia se le atribuye un cierto carácter singular, ya que en
ella se encontraron también las ya mencionadas casi 350 esferas
de arcilla y una veintena de otras piezas similares, en forma de
cono, que pudieron haber tenido una función relacionada con la
contabilidad (Gusi y Olària, 2014: 67) −ver fig. 7.52b y c.
En los asentamientos, la piedra puede utilizarse en diferentes
partes de las edificaciones, como se ha observado en Les Ra148
boses (Albalat dels Tarongers, Valencia), donde las losas se utilizaron tanto para pavimentar, como para asentar los postes de
madera, así como para recubrir partes de los muros de mampostería, dispuestas verticalmente (Ripollés, 1994: 62). Al igual que
en el ámbito argárico, mientras que, en algunos asentamientos de
la Edad del Bronce del área valenciana, como Lloma de Betxí o
Cabezo Redondo, se tiene constancia de alzados edificados con
mampostería por completo, en la mayoría se ha planteado que,
sobre un zócalo de piedra trabada con barro, se habría levantado un alzado de entramado vegetal manteado con barro. Así,
por ejemplo, las edificaciones del poblado de la Serra Grossa
(Alicante) habrían sido construidas con zócalos de mampostería, alzados de tierra y cubiertas de barro y vegetales. Se habrían
documentado restos de empedrado en los suelos y entre los materiales recuperados se encuentra una pieza de barro de forma
troncocónica (Llobregat, 1969: 35, 54, fig. 16. 9) (fig. 7.80b),
que quizá fue fabricada para funcionar como soporte.
También en la Lloma Redona (Monforte del Cid, Alicante)
(Navarro Mederos, 1982; 1986) se documentaron restos de diversas estancias de muros rectilíneos, incluyendo los de una
construcción de planta trapezoidal, en cuyos niveles de derrumbe se documentaron fragmentos endurecidos de barro con
improntas vegetales de cañas, ramas y otras materias vegetales
(Navarro Mederos, 1982: 25-26). Evidencias del empleo de la
técnica del bajareque se han registrado en otros muchos enclaves de la Edad del Bronce, como en Los Pedruscales (García
Guardiola, 2004: 349), o en Las Peñicas (Villena, Alicante),
donde se hallaron fragmentos de enlucido y también se documentó una estructura de barro, interpretada como un banco
(Hernández Alcaraz et alii, 2004: 360-361).
Asimismo, en Castillarejo de Los Moros (Andilla, Valencia)
se hallaron restos constructivos con improntas de cañas y con
enlucido, atribuidos a las cubiertas, pero también a paramentos
(Fletcher y Alcácer, 1958: 100, 103). También es el caso de Pic
dels Corbs (Sagunto, Valencia) (Barrachina, 1989; 2012; entre
otros), un asentamiento en altura donde las estructuras angulares y compartimentadas de la Edad del Bronce antiguo se adosan a la pared de roca, considerándose que se habrían cubierto
a una vertiente (Barrachina, 2012: 65, 88). El hecho de que las
estancias se construyan aprovechando una pared rocosa y con
líneas de muros rectilíneas partiendo de ella es un rasgo que se
observa en otros enclaves de la Edad del Bronce del Levante
peninsular, como en el Cerro de los Purgaticos (La Canyada,
Alicante) (Jover et alii, 2017; 2020).
En el Cerro de los Purgaticos se han identificado una serie de
construcciones de mampostería que, apoyadas contra la pared de
roca, definen cuatro espacios adosados (fig. 7.81), además de un
quinto que quedaría cerrado contra la cornisa, donde se halló un
mayor volumen de material arqueológico. Se ha planteado que
alguno de estos espacios estaría abierto por el lateral y que parte
de los alzados y las cubiertas habrían sido de materia vegetal,
madera y barro, pudiendo haberse tratado de un enclave de tipo
refugio (Jover et alii, 2017: 17, 20). Los refugios son construcciones con un marcado carácter funcional, levantadas en el marco de actividades agrícolas, ganaderas y pastoriles −“cabañas de
pastor”− y/o cinegéticas. Están destinadas al almacenamiento de
determinados enseres y herramientas y al cobijo humano en caso
necesario, siendo generalmente de uso temporal. En ellas pueden
realizarse actividades como la alimentación, con la transforma-
[page-n-162]
Figura 7.81. Estructuras excavadas en el Cerro de los Purgaticos
(La Canyada, Alicante), con indicación de los diferentes espacios
identificados (Jover et alii, 2017: 20, fig. 12).
Figura 7.82. a y b. Fotografías de detalle de una parte de los restos
de barro recuperados en el Cerro de los Purgaticos, que presentan
caras alisadas y raíces. c y d. Vista de dichos materiales mediante un
microscopio digital, observándose grietas e inclusiones minerales.
ción de algunos productos, y el descanso. En refugios estudiados de época contemporánea se ha observado que se aprovecha
la existencia de grandes rocas para construirlos al resguardo de
las mismas (Calastrenc, 2014: 184), o adosando muros de piedra directamente a una pared de roca, que queda incorporada a la
construcción (Tomasi, 2015: 704).
Los restos de barro endurecido recuperados durante la
excavación del Cerro de los Purgaticos6 son muy escasos y de
tamaño muy pequeño. Presentan gravas en su composición y están alterados por raíces. Dadas sus características morfológicas,
es difícil atribuirles una procedencia de una parte u otra de las
estructuras edificadas. Estos fragmentos no presentan improntas
constructivas de carrizo, cañas o ramas, aunque sí superficies
exteriores y algunas caras alisadas (fig. 7.82). Las coloraciones
anaranjadas y rojo oscuro de una parte de ellos y su elevado grado
de endurecimiento apuntan a que fueron afectados por el fuego.
Otro espacio interpretado como posiblemente semiabierto
y cubierto fue identificado en Barranco Tuerto (Villena, Alicante) (Soler García, 1955; Jover y López Padilla, 1999; 2004;
2005; 2009). En este enclave se han identificado dos estancias
adosadas (fig. 7.83). De ellas, la que se considera que podría
haber estado semiabierta, presenta en su interior un calzo de
poste y una pequeña estructura semicircular adosada a uno de
los muros, construida con tierra. Correspondientes a la otra
estancia, cerrada, se han recuperado restos de enlucido (Jover
y López Padilla, 2005: 104). En las excavaciones realizadas
en 1951 por José María Soler García (1955) se hallaron restos de barro con improntas vegetales y un tronco de madera
carbonizado (Jover y López Padilla, 2005: 47-48). En este
sentido, la construcción excavada en la cresta occidental de
Cabezo del Polovar (Jover et alii, 2016a; 2016b; 2018b) −ver
fig. 7.113− también fue interpretada como semiabierta, con un
probable carácter de refugio o cobertizo, y no como un espacio
de hábitat permanente.
En algunos enclaves del Levante peninsular se han
documentado muros construidos enteramente con barro, como
ya ha sido resaltado (Sánchez García, 1999a: 178). Un ejemplo
de ello sería Mola d´Agres (Agres, Alicante) (Gil-Mascarell y
Peña, 1994: 114). También en Foia de la Perera (Castalla, Alicante) (Cerdà, 1986; 1994), ubicado en una elevación junto a
un curso de agua, se documentaron alzados rectilíneos de barro
en el sector sur, en algunos de los cuales se combinarían piedras y barro en su construcción (Cerdà, 1986: 86; 1994: 104,
Foto IX) −ver fig. 7.8b−. Además, se halló una estructura que
habría estado formada por dos elementos modelados con barro de forma redondeada (Cerdà, 1994: 104, Foto X) (fig.
a). Esta estructura parece ser similar a las documentadas en el
Cerro de El Rocín7 (La Encina-Villena, Alicante) (Busquier et
alii, 2016) (fig. 7.84b).
En este asentamiento se hallaron tres unidades
habitacionales (Busquier et alii, 2016). En el centro de la estancia de mayor tamaño, de planta ovalada, se documentaron
dos hileras no alineadas de estructuras de forma aproximadamente esférica, modeladas cada una sobre un pequeño desnivel o banco de barro enlucido, realizado sobre el pavimento
(fig. 7.85a). Las esferas son de barro, aplicado sobre una estructura interior constituida por una o varias piedras. En una de
las alineaciones, estas formas esféricas estaban realizadas con
barro anaranjado. En el caso de una de estas esferas, la central,
se pudo documentar una refacción de la misma, habiéndose recrecido con posterioridad. En la otra de las alineaciones, situada más hacia el centro de la estancia, las formas esféricas son
6
7
Agradecemos a Gabriel Segura Herrero y a la empresa Arquealia,
encargada de las intervenciones arqueológicas en el Cerro de los
Purgaticos, el habernos facilitado el acceso a los materiales para su
estudio.
Agradecemos a Virginia Barciela González y a José David Busquier Corbí, quienes dirigieron las excavaciones en El Rocín, el
habernos facilitado el acceso a la memoria final, así como la oportunidad de visitarlo.
149
[page-n-163]
Figura 7.83. a. Planta de las
construcciones excavadas en
Barranco Tuerto (Villena, Alicante)
(Jover y López Padilla, 1999: 247,
fig. 5). b. Recreación de dichas
edificaciones (a partir de Jover y
López Padilla, 2005: 114, fig. 53).
Figura 7.84. a. Estructuras de
barro en forma de bolas excavadas
en Foia de la Perera (Castalla,
Alicante) (Cerdà, 1994: 104,
fig. XI). b. Estructuras de barro
modelado y forma esférica de El
Rocín (La Encina-Villena, Alicante)
(fotografía de Virginia Barciela).
de tamaño algo menor y están acompañadas de otra estructura
de barro y piedras, con un reborde de contorno más o menos
circular, a modo de posible soporte para algún recipiente. Dos
de estas esferas se encuentran unidas por un pequeño tramo de
barro y en su superficie se observan huellas de dedos, fruto de
su modelado. La tercera parece contar con una prolongación,
posiblemente el final de la alineación, o unirse a otra estructura
de barro no conservada, quizá también otro posible soporte,
aunque abierto o en forma de “U”, de acuerdo con las eviden-
cias conservadas, no como el documentado al otro extremo de
la hilera de esferas. Estas estructuras parecen estar revestidas
con una capa de color gris.
El conjunto de estructuras de barro realizadas sobre el pavimento
de esta edificación parece estar delimitando ambientes y podrían
tener un carácter tanto funcional como decorativo, según el caso, o
quizá ambos. Junto con los soportes, las esferas podrían haber contribuido a sostener algún elemento, aunque su naturaleza bien podría
ser sobre todo decorativa. En El Rocín, además de importantes evi-
Figura 7.85. a. Vista del interior de la estancia de mayor tamaño documentada en El Rocín, con múltiples estructuras de barro y piedra
elaboradas sobre el pavimento. b. Detalle de algunas de las estructuras de dicha estancia (fotografías de Virginia Barciela).
150
[page-n-164]
dencias constructivas de barro, se hallaron algunos elementos muebles de este material, entre ellos una pieza de unos 4 cm de diámetro
y perfil bicónico (Busquier et alii, 2016, lám. 39).
A partir de mediados del II milenio BC, en el Levante y
sureste peninsular se denomina Bronce tardío a la etapa comprendida aproximadamente entre el 1550/1500 y el 1300/1250
(Castro et alii, 1996; Jover et alii, 2016d: 88-89; entre otros).
En estos momentos, una parte importante de los asentamientos de la Edad del Bronce de estos territorios se abandonan
y sólo algunos, sobre todo de gran tamaño, continúan siendo habitados (Jover y López Padilla, 2009: 280; Lull et alii,
2013b: 298; Martínez Monleón, 2015: 74, 76; entre otros). Se
ha identificado una continuidad habitacional en asentamientos
que habían tenido ocupación argárica, como en el Cerro de la
Encina (Monachil, Granada) (Molina, 1978: 164) y, en el área
valenciana, en Tabayà (Hernández Pérez, 2009a) o La Illeta
dels Banyets (Soler Díaz, 2006b). Por otro lado, asentamientos del Bronce valenciano como Muntanya Assolada, Pic dels
Corbs o Les Raboses se ocuparán también durante el llamado
Bronce tardío (De Pedro, 2004b: 111-112).
Las estructuras negativas datadas en estos momentos
proporcionan, al igual que en otras cronologías, diferente información arqueológica referente a los aspectos constructivos,
tanto en lo relativo a su forma, como a su contenido. Así, por
ejemplo, la estructura 108 de Costamar (Torre la Sal, Castellón)
ha sido interpretada como un fondo de cabaña del Bronce tardío
(Flors, 2009: 161). Por otro lado, en la fosa excavada en El
Botx-Grupintex se recuperaron numerosos restos constructivos
con improntas vegetales (Trelis et alii, 2004: 321-322).
No obstante, sólo en algunos de estos asentamientos del Bronce tardío puede conocerse en detalle su arquitectura. En los enclaves conocidos, las estancias suelen disponerse adosadas, de forma
habitual en torno a una calle, y construirse con alzados de mampostería. Las construcciones de mampostería se combinan con las
estructuras de barro. Así, en el asentamiento de Puntal dels Llops
(Olocau, Valencia), ubicado en altura y amurallado, se construyeron estancias de planta trapezoidal y muros de mampostería. La
tierra se utilizó para revestir los alzados, construir hogares y posiblemente en las cubiertas, sostenidas por postes. Se han documentado tabiques internos construidos con barro amasado y modelado
(De Pedro, 2002; 2004a: 48).
En el Altet de Palau (Font de la Figuera, Valencia)
(García Borja y De Pedro, 2013; De Pedro y García Borja,
2015), las estancias, distribuidas en torno a un espacio y una
calle central, son de planta cuadrangular y rectangular (fig.
7.86a). Cuentan con muros de piedra y estructuras de equipamiento interno, conservando una de las estancias restos de
una pavimentación realizada con piedras (García Borja y De
Pedro, 2013: 78, fig. 9).
Por su parte, en La Horna (Aspe, Alicante) (Hernández
Pérez, 1986; 1994; entre otros), que habría contado con un
muro de cierre construido mediante la técnica de la piedra
seca, se han excavado distintos departamentos de planta más
o menos rectangular (fig. 7.86b), adosados y dispuestos en
torno a una calle, con alzados de piedra trabada con barro y
pavimentos de tierra apisonada y cenizas. En un punto del
departamento I, se conservó cómo el pavimento se unía en
forma curva al revestimiento de los alzados (Hernández Pérez, 1994: 89). En otra estancia se halló un vasar, con espacio
para tres recipientes, y un posible horno de forma cuadrangular, con paredes de tierra y piedras. La tierra se empleó en
la construcción de muretes internos y en el revestimiento de
estructuras de equipamiento, como bancos y vasares. Entre
los materiales recuperados se hallaron algunos objetos muebles de barro de distinta forma, aunque se destacó la escasa
presencia de restos constructivos con improntas vegetales
(Hernández Pérez, 1994: 111). En La Horna, la comparación
entre los sedimentos empleados en estructuras con funciones específicas apunta a una selección consciente de estos
materiales geológicos, utilizándose, por ejemplo, arcillas
con propiedades impermeabilizantes para pavimentaciones o
revestimientos de silos (Serna, 1995).
En algunos asentamientos del Bronce tardío también se
documentan alzados de tierra. En Mas del Corral (Alcoy, Alicante), las edificaciones son de zócalo de piedra y alzado de barro, habiéndose recuperado restos constructivos. En una de las estancias
de documentó un banco de barro, poyetes circulares de este mismo
material y un hogar construido con tierra y piedras (Trelis, 1986: 84;
1992). También en el asentamiento de Murviedro (Lorca, Murcia),
aunque ubicado en territorios más meridionales que los anteriores,
las estructuras se construyen con muros de tierra sobre zócalos de
piedra, con postes sustentantes de la techumbre. De planta oval y
rectangular con extremo absidal, cuentan con bancos corridos y con
vasares en el exterior (Eiroa, 2004: 140) (fig. 7.87).
Por otro lado, en El Negret (Agost, Alicante) (Barciela et
alii, 2012), construido en la cumbre y ladera de un cabezo aterrazado, las edificaciones habrían estado separadas por estrechas
calles. De planta triangular o cuadrangular, en su construcción
Figura 7.86. a. Estancias
adosadas y calle central
excavadas en el Altet de Palau
(Font de la Figuera, Valencia) (De
Pedro y García Borja, 2015: 66,
fig. 7). b. Planta de las estructuras
de La Horna (Aspe, Alicante),
adosadas y organizadas en torno
a una calle (Hernández Pérez,
1994: 90, fig. 5).
151
[page-n-165]
Figura 7.87. Planta del asentamiento
de Murviedro (Lorca, Murcia) (Lull
et alii, 2014b: 140, fig. 11).
predomina la mampostería, también en las divisiones internas
y estructuras de equipamiento, como bancos (fig. 7.88a) o estructuras adosadas a los muros con un contorno semicircular.
Con piedras se habrían podido calzar los postes sustentantes
de la techumbre. Se hallaron restos constructivos de barro con
improntas vegetales, que provendrían de las cubiertas y, quizá
también, de otras partes estructurales, como el extremo superior
de los alzados (Barciela et alii, 2012: 106).
Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (Soler García, 1949;
1986; 1987; Hernández Pérez, 2001; Hernández Pérez et alii,
2016; entre otros) destaca como un ejemplo excepcional del
amplio uso de la tierra en la construcción, a partir de distintas
evidencias materiales muy bien conservadas. Este asentamiento
se ha ubicado cronológicamente, según las dataciones disponibles, entre 1765/1636 y 1390/1276 cal BC (Hernández Pérez et
alii, 2016: 116). Hacia el 1500 cal BC se documentan incendios
e importantes cambios en las estructuras constructivas (Hernández Pérez, 2009b; 2012). No obstante, cabe añadir que, teniendo
en cuenta las dataciones absolutas disponibles, se ha planteado recientemente que su fundación podría remontarse a inicios
del II milenio BC (Hernández et alii, 2016: 115-117; García
Atiénzar, 2017: 139, fig. 9; Jover et alii, 2018a: 98).
Las viviendas adoptan distintos tamaños y formas, con
muros rectilíneos, de planta rectangular y alargada, con un
extremo absidial, y también cuadrangulares, trapezoidales
o triangulares (fig. 7.89), como el departamento XXVII. Se
empleó la mampostería para construir los alzados, así como
subdivisiones internas y se utilizaron postes de madera con
profundos calzos de piedra para sustentar las vigas de la
techumbre. Buena parte de los postes habrían estado dispuestos de dos en dos (Soler García, 1987: 147; Hernández Pérez
et alii, 2016: 34). La tierra se habría utilizado en la parte superior de algunos muros y en los enlucidos, manteando materia vegetal y madera en las techumbres de tendencia plana,
además de en las pavimentaciones (Hernández Pérez, 2012:
118, 121), en las que la tierra se habría mezclado con ceniza
(Hernández Pérez et alii, 2016: 36). En algunos departamentos
se ha observado que para nivelar nuevos pisos de ocupación
se emplean como relleno restos constructivos de edificaciones
anteriores (Hernández Pérez et alii, 2016: 51). Además, el estudio mineralógico y micromorfológico de muestras de restos
de materiales constructivos con tierra permitió establecer que
el yeso presente en el sedimento empleado en la edificación no
fue tratado mediante su calcinación, sino que se encuentra en
estado natural (Fumanal et alii, 1996: 19).
Ya en los primeros trabajos de excavación realizados en el
yacimiento por parte de José María Soler García (1986; 1987)
se documentó la presencia de fragmentos constructivos de barro
con improntas de caña y de tejido vegetal trenzado (Soler García,
1987: 326, fig. 54), de hojas (Soler García, 1987: 349, fig. 77),
Figura 7.88. a. Banco de tierra y
lajas de piedra, con tres espacios
que habrían servido para alojar
recipientes, documentado en
El Negret (Agost, Alicante)
(Barciela et alii, 2012: 109, fig.
8). b. Soporte vasar de barro del
departamento XXV de Cabezo
Redondo (Hernández Pérez, 2010:
23, fig. 13).
152
[page-n-166]
Figura 7.89. Plano de las estructuras excavadas en Cabezo Redondo (Hernández Pérez et alii, 2016).
Figura 7.90. a. Pequeño horno
de barro documentado en el
departamento IV de Cabezo
Redondo (Soler García, 1987: 287,
fig. 13). b. Poyete de barro con un
molino alojado, documentado en
el departamento XV (Soler García,
1987: 301, fig. 29).
una impronta de asta (Soler García, 1987: 36) y restos de enlucidos, así como diferentes elementos muebles de barro, como soportes y un cilindro (Soler García, 1987: 77, 111, fig. 40, lám. 55).
A ello se añade la documentación de un pequeño horno (Soler
García, 1987: 32, lám. 13) (fig. 7.90a), ubicado en el departamento IV. Se documentó el uso constructivo del barro en poyetes,
como en el caso del departamento XV, en el que se localizaron
tres, hallándose en uno de ellos un molino alojado (Soler García,
1987: 76) (fig. 7.90b). Asimismo, en el departamento XVIII se
excavó una pared formada por doce troncos alineados, que habría
estado manteada con barro. En este sentido, asociado a esta pared
se recuperó un resto de barro endurecido con improntas de cuatro
estacas y marcas de cordaje (Soler García, 1987: 86, 304, fig. 33,)
que podría proceder del manteado de dicha pared.
Si Soler documentó hasta 18 departamentos, en los últimos
años la cifra ha alcanzado las más de 30 estancias excavadas
(Hernández Pérez, 2012: 116-117; Hernández Pérez et alii,
2016: 40) (fig. 7.89). La continuación de las excavaciones en
el asentamiento ha permitido profundizar en la documentación
del uso constructivo del barro en este poblado, combinado con
la piedra, en diferentes tipos de estructuras, que además suelen
estar enlucidas. Se documentan bancos, tabiques, poyetes y
soportes vasares, como los hallados en el departamento XXV
(fig. 7.88b), así como diversas estructuras de combustión, hogares y hornos, entre los que destacarían los de pivote central
ubicados en el departamento XIX (Hernández Pérez, 2012:
121; Hernández Pérez et alii, 2016: 37, 45-47). En algunos
casos, las estructuras fueron construidas enteramente con barro y enlucidas, como los bancos hallados en el departamento
XXIX o el murete detectado en el espacio abierto (Hernández
Pérez et alii, 2016: 69, 76). El amplio empleo constructivo del
barro en el interior de las estructuras proporciona abundantes
improntas que permiten documentar elementos orgánicos ya
desaparecidos, como en el caso de las huellas de esteras de
esparto trenzado sobre un banco de barro del departamento
XXVII (Hernández Pérez et alii, 2014: 217).
153
[page-n-167]
Figura 7.91. Estructuras de las
diferentes fases constructivas de
Peñón de la Zorra (Villena, Alicante)
(García Atiénzar, 2017: 129, fig. 2).
Figura 7.92. Resto constructivo de barro perteneciente a la técnica
constructiva del bajareque, recuperado en Peñón de la Zorra. a. Cara
externa, regularizada. b. Cara interna con improntas de caña. PZ 6.
Figura 7.93. a. Cara interna de un resto de barro con improntas de
Peñón de la Zorra. PZ 5. b. Cara lisa de otra pieza, que se correspondería con la superficie externa de alguna parte estructural. PZ 4.
7.2.1. Casos de estudio
A partir del 2100 cal BC se construyen cuatro nuevas
estancias de planta rectangular y muros de piedra, con estructuras de combustión en su interior, huellas de poste y pavimentos realizados con tierra. Se ha determinado que el poblado continuaría utilizándose hasta el 1800 cal BC (García
Atiénzar, 2016; 2017).
Peñón de la Zorra
Introducción al yacimiento
El asentamiento de Peñón de la Zorra (Villena, Alicante) (Jover et alii, 1995; Jover y De Miguel, 2002; García Atiénzar,
2014; 2016a, 2016b; García Atiénzar et alii, 2016; Alba y
García Atiénzar, 2018) se ubica en lo alto de un espolón rocoso, con una base caliza, en las estribaciones de la Sierra
del Morrón.
En este espacio se han documentado cuatro muros
cerrando el espacio en dirección a su cima, construidos en
paralelo a las curvas de nivel. Las excavaciones llevadas a
cabo entre 2011 y 2015 permitieron identificar, en la parte
más alta del espolón, los restos de una estructura sobreelevada de grandes mampuestos que se asocia a los primeros
momentos del enclave, en cuya base se identificaron diferentes espacios (fig. 7.91). A esta primera fase constructiva
de época campaniforme, iniciada a mediados del III milenio
BC, pertenecería también una única estancia, de muros de
mampostería y planta trapezoidal, con un banco de piedra interior adosado a uno de sus laterales. Destaca la presencia de
restos de lajas pétreas a modo de pavimentación. Procedente
de esta estancia y asociada a su nivel de uso se ha realizado
una datación sobre una muestra de vida corta −3900±40 BP
(Beta-332584) (Alba y García Atiénzar, 2018: 64).
154
Los materiales de barro de Peñón de la Zorra
El conjunto de restos constructivos de tierra recuperados en
Peñón de la Zorra es considerablemente escaso. En este estudio
hemos analizado 11 fragmentos,8 procedentes sobre todo de la
campaña de 2014 y, puntualmente, de campañas anteriores. Están asociados a contextos de inicios del II milenio BC, niveles
de abandono y destrucción, así como a pavimentaciones, de las
unidades habitacionales 1, 2 y 3. Presentan tonos blanquecinos,
marrón grisáceo y amarillento. Sus formas y consistencia son
variadas, con unas dimensiones desde los 4 x 2 x 3,3 cm hasta
un tamaño máximo de 15,5 x 12,4 x 3,1 cm. Algunas piezas
muestran huellas negativas de contorno circular en el mortero,
así como evidencias del empleo de estabilizante vegetal en la
mezcla de barro. En su mayoría están afectados por raíces.
8
Agradecemos a Gabriel García Atiénzar, director de las excavaciones en el asentamiento, el habernos facilitado el acceso a los materiales para su estudio, así como a su información contextual.
[page-n-168]
Figura 7.94. a. Fragmento de pavimento, en el que se superponen
varias capas. PZ 7. b. Resto de pavimento con improntas de vegetales largos. PZ 10.
En lo referente a su morfología, dos fragmentos, con una
cara alisada o regularizada, cuentan también con improntas en
su cara interna (fig. 7.92b y fig. 7.93a). Éstas, en un número de
cinco, pertenecerían a cañas y a carrizo, de 1,5 y 0,9 cm de diámetro respectivamente. Estos dos restos constructivos proceden
de la UE 1045, nivel de destrucción de la unidad habitacional
2. Además, se ha identificado una posible huella de atadura de
tipo tallo en uno de ellos. Pertenecerían posiblemente a techumbres, construidas con la técnica del bajareque, sin que pueda
descartarse que procedan de otras partes estructurales.
Por otro lado, predominan los restos con una cara externa.
Una parte de ellos son fragmentos de pavimentos, recuperados
de las UUEE 3003 y 3006, pavimentaciones de las unidades
habitacionales 3 y 2. Uno de estos restos, de la UH 2, presenta
huellas de tipo tallo en una de sus caras (fig. 7.94b). Además, se
ha recuperado un fragmento con una cara lisa que podría haber
pertenecido a alguna superficie externa (fig. 7.93b), de un alzado o quizá de un pavimento, asociado asimismo a la UH 2. Otra
pieza, procedente del estrato de abandono de la UH 1, podría
pertenecer a una posible esquina o borde de estructura.
Valoración
No contamos con evidencias que apunten a que se hubiera llevado a cabo un uso destacado de la tierra en la construcción y
equipamiento de las estancias de Peñón de la Zorra. No obstante, este pequeño conjunto material ha permitido visibilizar,
aunque con un mínimo número de evidencias, el uso de la técnica constructiva del bajareque, en unas estructuras en cuya
construcción habría predominado la piedra, utilizada en sus
alzados y en una parte de su pavimentación. Se ha identificado
la existencia de paneles de bajareque con hasta cinco improntas
paralelas, de carrizo y/o cañas, posiblemente atadas con fibras
individuales, paneles que fueron manteados con barro y después
regularizados. Es probable que estas estructuras de bajareque
hubieran formado parte de las cubiertas. Estos restos también
testimonian el empleo de morteros de barro en los que la tierra
se mezcló con los habituales estabilizantes vegetales. Asimismo, la tierra se utilizó en las pavimentaciones de las estancias
(García Atiénzar, 2016: 132).
Un aspecto que resaltar a propósito de este estudio es
la dificultad inherente a la interpretación de muchas piezas
de barro que no cuenten con otros rasgos que contribuyan
a identificar su origen. En casos como el de Peñón de la
Zorra, afortunadamente disponemos de la información contextual necesaria para conocer que, por ejemplo, determinadas piezas con dos caras más o menos lisas y paralelas
pertenecen a pavimentaciones −UUEE 3003 y 3006− (fig.
7.94), un dato que no siempre está al alcance en asociación
al fragmento en estudio.
Terlinques
Introducción al yacimiento
El asentamiento de la Edad del Bronce de Terlinques (Villena,
Alicante) (Jover et alii, 2001; Machado et alii, 2009; Jover y López Padilla, 2004; 2009; 2016), fue construido sobre un cerro aislado, de hasta 70 m de altitud sobre el llano, compuesto por una
cresta caliza. Situado en la cubeta o corredor de Villena, desde
el mismo se cuenta con muy buena visibilidad sobre el entorno.
Desde este cerro se pueden observar yacimientos cercanos contemporáneos o de cronologías cercanas, como los citados Cabezo
del Polovar o Cabezo Redondo. El emplazamiento en altura y la
amplia visibilidad del territorio circundante que caracterizan al
asentamiento de Terlinques son rasgos característicos compartidos con otros muchos yacimientos de la Edad del Bronce en el
área valenciana (Jover y López Padilla, 2016: 428).
Las primeras intervenciones en Terlinques tuvieron lugar
en 1969, con un sondeo realizado por José María Soler García
y Eduardo Fernández Moscoso. Al año siguiente, los trabajos
continuaron con la participación del llamado Grupo de Madrid,
compuesto por alumnado de la Universidad Complutense. Con
posterioridad, desde 1997 hasta 2011, se realizaron excavaciones arqueológicas de forma continua. El yacimiento se encuentra alterado, principalmente, por procesos erosivos de ladera, así
Figura 7.95. Izda. Distribución de
los restos de barro en función de su
interpretación. Dcha. Clasificación de
los fragmentos por técnicas.
155
[page-n-169]
Figura 7.96. Planta de las diferentes unidades habitacionales excavadas en Terlinques (Villena, Alicante) (Jover y López Padilla, 2016:
432, fig. 4).
como por fosas de plantación y surcos generados por un arado
mecánico, producidos en el marco de repoblaciones forestales a
inicios de la década de 1970 (Jover y López Padilla, 2016: 431).
Terlinques habría sido habitado desde finales del III milenio
BC hasta mediados del II milenio BC. Cuenta con gruesas estructuras de piedra a modo de plataformas y muros de aterrazamiento,
que rodean las estructuras de hábitat (fig. 7.96) y que se construyeron desde los inicios de su ocupación. Se han diferenciado tres
fases, entre las que se han documentado episodios de incendio. La
fase I o inicial del asentamiento −2150-2000/1950 cal BC, aproximadamente−, cuenta con estructuras amplias de planta rectangular, como la unidad habitacional 1 y culminaría en torno al 1950
cal BC (Jover et alii, 2014; Jover y López Padilla, 2016: 440).
156
La fase II abarcaría desde 1950 hasta aproximadamente 1750 BC
y en ella se habrían aprovechado las construcciones de la primera
fase, manteniendo la misma estructura y organización del espacio,
aunque repavimentando y alzando en parte nuevos muros.
En torno a 1750 cal BC, se habrían llevado a cabo cambios
muy importantes en la organización de las estructuras de hábitat
–fase III−. Las hasta 14 unidades habitacionales –UUHH– detectadas y excavadas (fig. 7.96), en esta última fase son de planta
rectangular o trapezoidal y de menor superficie que en momentos
anteriores, se construyen adosadas unas a otras y en torno a una
calle (Machado et alii, 2009; 79), utilizándose hasta alrededor
del 1500 BC, cuando se abandonaría el poblado (Jover y López Padilla, 2016: 443). El cambio hacia este diferente modelo
[page-n-170]
Figura 7.97. a. Materiales constructivos carbonizados excavados en
Terlinques: cuerdas trenzadas asociadas a troncos, en la UH 1. b.
Troncos excavados sobre el nivel de incendio de la UH 1 (fotografías de Francisco Javier Jover).
de organización de las estructuras se observa también en otros
asentamientos de la Edad del Bronce, como Cabezo Pardo (López Padilla, 2014; Jover y López Padilla, 2016: 443). En uno de
los edificios de esta última fase de Terlinques, correspondiente
a las unidades habitacionales 7 y 8, se han encontrado evidencias asociadas al desarrollo de distintas actividades, que no se
observan en el resto de espacios durante esa fase. Además, las
características y distribución de los calzos de poste detectados en
dicho edificio hacen pensar en la existencia de una segunda altura
(Jover y López Padilla, 2016: 436, 437, 443).
La estancia de este poblado de la que probablemente mejor
se conocen sus aspectos constructivos es la citada UH 1 de la
fase I (Jover y López Padilla, 2004: 291-292; 2016: 433, fig. 5)
(fig. 7.98a). Se trata de una edificación amplia, de planta alargada,
con muros de piedra de doble paramento, donde la tierra se habría
empleado junto con yeso para trabar los mampuestos de los muros,
en su revestimiento y en la cubierta. Esta estancia se construyó con
postes de madera que contribuirían a sustentar la techumbre –de
diámetros diferentes, como evidencian las huellas de postes–, en
función de su ubicación en la planta del edificio y de las diferentes
necesidades de sustentación (Machado et alii, 2009: 80). Vigas,
largueros y travesaños de madera de pino carrasco (Pinus halepensis), atados con cuerdas de esparto (fig. 7.97a), sustentarían la
techumbre, dispuesta probablemente a una sola vertiente (Machado et alii, 2009: 80). Esta cubierta habría sido edificada empleando
diferentes especies vegetales de procedencia local, manteadas con
barro, incluido esparto picado hallado entre los travesaños (Jover
y López Padilla, 2013: 158) (fig. 7.97b).
Asociadas a esta construcción se documentaron diferentes estructuras de equipamiento interno construidas con
una combinación de barro y piedra: bancos o resaltes, cubetas y hogares. Con tierra se manteó un tabique de 1,5 m
Figura 7.98. a. Planta de la
UH 1 con la distribución
de las diferentes evidencias
arqueológicas halladas en su
interior, incluido el tabique
carbonizado de troncos manteados
con barro (Jover y López Padilla,
2016: 433, fig. 5). b. Vista lateral
de dicho tabique (fotografía
de Francisco Javier Jover). c.
Recreación del interior de la UH 1,
con el tabique interno (ilustración
de Juan Antonio López, en Jover y
López Padilla, 2009: 281).
157
[page-n-171]
un aspecto carbonizado en toda su superficie (fig. 7.99). Entre los
componentes de la mezcla de barro de las piezas analizadas no se
ha identificado malacofauna a nivel macroscópico.
a) Improntas constructivas vegetales y de madera
Figura 7.99. Resto constructivo de aspecto carbonizado, recuperado en el nivel de derrumbe de la UH1. a. Cara externa con huellas
horizontales de alisado manual. b. Cara interna, con tres improntas
constructivas de elementos de madera. TE 10.
de longitud, compuesto por ocho troncos alineados, de entre
8 y 14 cm de diámetro (fig. 7.98b). Esta estancia, al igual que
otras, se pavimentó con un sedimento de grano fino y alto contenido en yeso (Machado et alii, 2009: 81), como también parece haber ocurrido en el cercano Cabezo del Polovar (Pastor,
2016: 360) –ver 7.2.1–. Durante la excavación de esta UH 1
se pudieron detectar diferentes áreas de actividad, a partir de
la conservación de un amplio registro material, también de naturaleza orgánica, en muy buenas condiciones de preservación
derivadas de la acción del fuego. Así, por ejemplo, cabe destacar el hallazgo, en el interior de la UH 1, de un saco de esparto
que contenía estiércol (Machado et alii, 2008; 2009: 81; Jover
y López Padilla, 2016: 434).
En una parte de los restos se observan improntas de carrizo, cañas
y/o ramas, de hasta 3 cm de ancho. Las improntas de carrizo,
presentes en 10 fragmentos, en un número desde dos, hasta un
único caso de seis (fig. 7.100), proceden de las UUEE 1006,
1009, 1481 y 1492. Estos hallazgos apuntan a la existencia de
paneles de carrizo cubiertos con barro en algunas partes de las
edificaciones, identificándose estas piezas en niveles de derrumbe, como la UE 1006. Estos paneles, aplicados mediante la técnica constructiva del bajareque, podrían haber formado parte
sobre todo de las cubiertas.
Del mismo modo, los cuatro ejemplos con posibles huellas
de ramas se recuperaron en la UE 1009, nivel de incendio de la
UH 1. En dos piezas de esta misma unidad estratigráfica se observan improntas de cuerda trenzada. En una de ellas han quedado
impresas tres cuerdas (fig. 7.101a), con una anchura de 1,2 cm,
dispuestas en paralelo −resultado de haber dado varias vueltas
con ellas a un elemento de sección circular, muy probablemente
un tronco−, separadas por una distancia de entre 1 y 2 cm.
Por otro lado, destacan las improntas de troncos, de sección circular y hasta 5 cm de diámetro, y algún caso de impronta que interpretamos como de madera trabajada (fig.
7.101b). Estos negativos de troncos de madera aparecen en
piezas de escasa consistencia, incluso muy disgregables, que
por lo general presentan sólo una impronta y también caras
alisadas y que proceden de las UUEE 1006 y 1009 de la UH 1,
además de alguna hallada en estratos superficiales. Asimismo,
Los materiales de barro de Terlinques
El conjunto de restos constructivos analizados de Terlinques
asciende a 69 fragmentos9, procedentes de las campañas de
excavación desarrolladas entre 1998 y 2011. El mayor número
de ellos fue recuperado en 1998 −UH1 (UE 1006, nivel de
derrumbe)− y 1999 −UH 1 (UE 1009, nivel de incendio)−. La
consistencia presentada por estos elementos es muy variable,
como sus formas y coloraciones, encontrándose desde piezas
muy disgregables a otras bastante endurecidas. Del mismo
modo, abarcan unas dimensiones desde 3,5 x 2,5 x 0,8 cm en
el fragmento más pequeño, hasta 25,3 x 14,5 x 4 cm en el
mayor de ellos.
Respecto a las observaciones sobre su composición, en unos
18 fragmentos −26%− se distinguen con claridad huellas de vegetales. Gran parte de los restos del conjunto −41%− cuentan con
piedras en su matriz, de hasta 4,3 cm de largo. De igual modo, dos
ejemplares, de las UUEE 1406 y 1481, presentan lo que parece
ser la impronta de una piedra. Muchos de ellos contienen restos
carbonizados o los presentan adheridos, teniendo algunas piezas
9
Agradecemos a los directores de las excavaciones en Terlinques,
Francisco Javier Jover Maestre y Juan Antonio López Padilla, el
habernos facilitado el acceso a los materiales para poder estudiarlos. Gracias también al Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena, donde llevamos a cabo el estudio, y especialmente a Jesús García Guardiola.
158
Figura 7.100. a. Cara interna de un resto constructivo con seis improntas paralelas de carrizo. b. Cara externa, regularizada. TE 55.
Figura 7.101. a. Cara interna de un resto constructivo que presenta
tres improntas de cuerdas trenzadas, separadas por cierta distancia,
en la impronta de lo que probablemente fue un tronco. TE 42. b.
Otro resto con impronta plana de un posible elemento de madera
trabajada. TE 39.
[page-n-172]
Figura 7.102. a. Fragmento de barro endurecido que conserva la
impronta de una superficie de textil vegetal en una de sus caras. b.
Cara contraria, informe. TE 51.
es interesante señalar que en la UE 1006 se recuperó un fragmento de escasos centímetros con la impronta de una superficie de textil vegetal (fig. 7.102).
Por otra parte, cabe la posibilidad de que algunos fragmentos
de barro con improntas de vegetales de considerable longitud recuperados en Terlinques fueran resultado de una técnica constructiva
similar o equiparable al amasado de barro a partir de unidades individualizadas o bolas (fig. 7.103a, c y d). Estas piezas de barro, con
huellas de vegetales largos que podrían corresponder a su mezcla
con paja, proceden de las UUEE 1006 y 1009 de la fase I y 1481
y 1492 de la fase III. En la identificación de esta técnica a partir de
restos arqueológicos aislados de construcción con tierra es clave
el criterio morfológico, principalmente la existencia de huellas en
sus superficies, resultado de la colocación de unas unidades junto
a otras (Pastor et alii, 2019). Entre los escasos ejemplos que conocemos del uso de esta forma de construir en la Prehistoria reciente
de la península ibérica existen otros elementos en común, como el
empleo de vegetales de considerable longitud en la mezcla de barro
y el hecho de que aparezcan, hasta la fecha, en asentamientos de la
primera mitad del II milenio BC.
Una de estas piezas de Terlinques asociadas a la técnica del
amasado, quizá en forma de unidades individualizadas −TE
54−, presentó, tras un análisis mediante microfluorescencia de
rayos X, una composición a base de cuarzo, arcillas y/o feldespatos potásicos, así como yeso y oxi-hidróxidos de hierro, que
le habrían otorgado su coloración rojiza −ver anexo II, Pastor,
2019−. En lámina delgada se pudo observar que la pieza cuenta con una matriz formada por partículas de tamaños similares, subredondeados y subangulares y que contenía numerosos
espacios vacíos (fig. 7.104).
b) Tratamiento de superficies externas
Figura 7.103. a. Vista cenital de un fragmento constructivo de Terlinques que presenta un cierto rehundimiento y huellas de vegetales. TE 67. b. Fragmento de bola de barro de Caramoro I, con
morfología muy similar. c y d. Vistas laterales de otras piezas de
Terlinques, que podrían ser el resultado de la aplicación del amasado de barro en forma de unidades individualizadas. TE 45 y TE 65.
Figura 7.104. Imágenes de la pieza TE 54 mediante lámina delgada.
Alrededor de la mitad de los fragmentos estudiados presentan
caras externas, generalmente alisadas. En algunos casos se aprecian evidencias de su alisado manual y en seis fragmentos pueden observarse los pequeños surcos paralelos y en ondulaciones de las huellas dactilares (fig. 7.105a). Este grupo de piezas
se encuentra entre las que se interpretan como revestimientos,
procedentes sobre todo de la UE 1006 de la UH 1.
Figura 7.105. a. Cara externa alisada de un fragmento constructivo,
en la que se observan marcas dejadas por huellas dactilares. b. Cara
interna de la misma pieza, de coloración ennegrecida. TE 3.
159
[page-n-173]
Figura 7.106. a. Fragmento
recuperado en la UE 1009, donde
se observa una de sus caras alisadas
(parte superior de la imagen) y una
impronta constructiva, de un tronco
(parte inferior). b. Detalle de la cara
externa, con huellas horizontales del
alisado. c. Vista del perfil de la pieza,
donde se observan las diferentes
capas bajo una de las superficies
alisadas, destacando la capa gris. d.
Detalle. TE 32.
Figura 7.107. a. Vista cenital de la
cara externa de un resto constructivo
de Terlinques hallado en la UE 1009,
que presenta franjas paralelas en
su revestimiento, que podrían ser
parte de un motivo decorativo. b.
Vista lateral, donde se observa que
las ondulaciones están separadas
del resto del mortero de barro de
la pieza, sobre una capa de color
más claro. TE 33. c. Revestimientos
con decoraciones acanaladas de
los yacimientos del Bronce final de
Cerro de los Infantes, Cerro de los
Cabezuelos y Cerro de la Encina
(Dorado et alii, 2015: 269, fig. 8). d.
Superficies decoradas similares en
fragmentos constructivos de barro
(Knoll y Klamm, 2015: 108, fig. 111).
160
[page-n-174]
Además del tratamiento alisado de buena parte de las
superficies constructivas de este conjunto, existe otro elemento
relacionado que este estudio de materiales permite plantear. En
un grupo de cinco piezas de la UE 1009 se observan unos rasgos
singulares. Cada una de ellas muestra la impronta constructiva
de un tronco de sección circular, de 3-4 cm de ancho, con dos
caras alisadas. En el perfil, especialmente en una de ellas, se
pueden ver con claridad distintas capas sucesivas, con diferentes coloraciones, destacando a nivel macroscópico en varias de
las piezas una relativamente gruesa capa gris (fig. 7.106c y d),
de unos 3 mm. El análisis mediante microfluorescencia de rayos
X de una de ellas −TE 34− ha apuntado que en la composición
del cuerpo de la pieza destaca la presencia de arcillas y/o feldespatos potásicos y que serían los oxi-hidróxidos de hierro y
óxidos de manganeso los que contribuirían a darle una tonalidad rojiza al mortero. Respecto a las capas diferenciadas, se han
identificado tres, de diferente composición. En las tres capas se
identifica la presencia de yeso, unido a carbonato cálcico en la
última y la penúltima de las observadas, planteándose la posibilidad de que éste fuera de origen antrópico y hubieran sido
mezcladas ambas sustancias −ver anexo II, Pastor, 2019.
En el otro extremo de estas piezas se observa otra cara externa,
paralela a la anterior, que en uno de los fragmentos conserva con
claridad un perfil ondulado o acanalado, generado por una serie de
franjas convexas paralelas (fig. 7.107a y b). Se observa en el perfil
que estas ondulaciones se encuentran en una capa de color más claro añadida al mortero del resto de la pieza, lo que refuerza la idea de
que este rasgo pertenezca al tratamiento de una superficie externa.
Esta morfología podría corresponderse con la de una decoración.
Fragmentos de revestimientos con motivos decorativos similares
se han identificado en yacimientos del Bronce final del sureste
peninsular, como Cerro de los Cabezuelos (Dorado et alii, 2015:
266, 269, fig. 8) (fig. 7.107c). Asimismo, decoraciones en relieve
de este tipo se han identificado también en materiales constructivos
de barro de los asentamientos protohistóricos de Escodines Altes y
San Cristóbal (Mazaleón, Teruel) (Belarte, 1999-2000: 74-80, figs.
8, 14-18). Otros casos de decoraciones mediante franjas en relieve
y acanaladuras en revestimientos prehistóricos se han documentado en asentamientos del centro y este de Europa (Knoll y Klamm,
2015: 106-108, figs. 108-111; Knoll, 2018: 318-324).
Figura 7.108. Vista cenital de un fragmento de borde de estructura
de barro, recuperado en la UE 1009. En su superficie se observan
las huellas negativas dejadas por restos vegetales. TE 48.
que presenta también un rehundimiento en su cara contraria, en
su base (fig. 7.109b). Desde uno de sus laterales, podría parecer
que dos de las esquinas de encuentran modeladas con una separación en el centro, dándoles aspecto de “patas” o puntos de
apoyo. De coloración marrón, se observa algún resto mineral y
carbonizado en su composición, que observamos como bastante
homogénea y de fracción fina.
No conocemos paralelos para este tipo de elemento mueble y
acerca del propósito con el que fue fabricado existen múltiples posibilidades. Existe la posibilidad de que sea simplemente el resultado
de un experimento o entretenimiento mediante el modelado con barro, quizá sin mayor propósito, perforándolo con una pequeña rama
o varilla. No obstante, también podría haber servido para contener,
o incluso quemar, alguna sustancia en el rehundimiento de su cara
superior, con las perforaciones como decoración o introduciendo y
sosteniendo la materia a quemar en las perforaciones.
c) Estructura de actividad
Entre los restos constructivos analizados de este asentamiento,
uno de ellos se correspondería con un fragmento de una estructura de barro. Se trata de una pieza alargada y de consistencia
altamente disgregable, hallada en la UE 1009. Tiene forma de
borde (fig. 7.108), alisado y redondeado, de coloración marrón
en el exterior y con un interior ennegrecido. En su composición
se aprecian algunas piedras, huellas de vegetales y restos carbonizados.
Figura 7.109. a. Vista cenital de la cara superior de un objeto rectangular de barro hallado en Terlinques, donde se aprecian las perforaciones en su perímetro. b. Cara inferior o base del mismo objeto.
TE 47.
d) Un objeto de barro singular
Por último, recogemos un objeto de barro cuyo (Pastor et alii,
2020) hallazgo se produjo en el relleno de uno de los calzos
de poste −UE 1093− de la UH 8 de la fase III (Jover y López
Padilla, 2016: 437). Con unas dimensiones de 6,5 x 4 x 2,5 cm,
presenta una forma rectangular, con una cara superior con perforaciones en su perímetro y modelada de forma que cuenta con
un espacio ligeramente rehundido en el centro y un fino reborde
(fig. 7.109a). Aunque se encuentra fragmentado, puede intuirse
Figura 7.110. a. Vista oblicua del objeto de barro de Terlinques. b.
Detalle de una de sus esquinas. TE 47.
161
[page-n-175]
Figura 7.111. Ejemplos de maquetas
arquitectónicas. a. Modelo en
arcilla perteneciente a la cultura
del Neolítico final y Calcolítico
de Cucuteni-Tripolye (a partir de
Lazarovici y Lazarovici, 2010: 124,
fig. 14.8). b. Modelo egipcio antiguo,
aunque de piedra, con perforaciones
en su interior, que se interpreta que
habrían albergado “árboles” para la
representación de un jardín (a partir
de Caja de Arquitectos, 1997: 176).
Asimismo, es posible que este objeto hubiera sido elaborado
como un juguete o como un modelo, quizá a modo de maqueta
arquitectónica (fig. 7.111), que contara con una superestructura de materia orgánica y de la que sólo se habría preservado
una parte, la inferior. Podría haber representado la base de una
edificación o recinto de planta rectangular y haber contado con
elementos orgánicos no conservados clavados en los orificios,
a modo de estacas o postes. Las maquetas arquitectónicas son
elementos muebles figurados, generalmente de barro, que representan elementos inanimados, en su mayoría edificaciones.
Se conocen desde cronologías neolíticas, en asentamientos tan
antiguos como Çayönü (Diyarbakir, Turquía), cuya primera
ocupación está datada en el IX milenio BC. Los modelos de
viviendas de este asentamiento datan de la primera mitad del
VII milenio BC y se ha planteado que pudieran haber sido utilizados como ofrendas funerarias, pero también como juguetes
(Biçakçi, 1995: 110). Estas maquetas se documentan también
en Grecia, desde el Neolítico. Durante la Edad del Bronce en el
Egeo, en el III y II milenios BC, las maquetas arquitectónicas
son por lo general hechas de barro, complementadas con otros
materiales, como la caña y se les atribuyen posibles funciones
rituales y funerarias (Schoep, 1997: 83, 86, 89).
Otra posible interpretación es que se hubiera tratado de un
pequeño tablero de juego. Objetos de similar morfología, realizados mayoritariamente con barro, pero también con otros
materiales, se han hallado en yacimientos prehistóricos del
Próximo Oriente y en el Egipto antiguo, relacionados con el
llamado juego de los 58 agujeros. No obstante, estos tableros
contarían con un mayor número de perforaciones que el objeto
de Terlinques.
Valoración
El conjunto de materiales de barro endurecido procedentes de
Terlinques no es muy numeroso, pero sí rico en datos de diverso tipo. En primer lugar, permite observar de forma indirecta
la presencia de diversos materiales constructivos de origen
vegetal: carrizo y cañas, cuerdas trenzadas, ramas, troncos y
elementos de madera trabajada. En este sentido, la especie
más representada en el análisis realizado de los restos antracológicos de Terlinques es el pino carrasco (Pinus halepensis),
con presencia también de encina (Quercus ilex /Q. coccifera).
Asimismo, se hallaron restos carbonizados de caña (Arundo
donax) en uno de los hogares del asentamiento (Machado et
alii, 2008; 2009: 83). En un caso concreto se ha identificado
también la impronta de un textil vegetal o estera. Como en
otros asentamientos de la Edad del Bronce del entorno, en Terlinques se habría utilizado para construir, junto con la tierra,
el yeso, identificado también en este enclave mediante análisis
compositivos −ver anexo II, Pastor, 2019.
Se observa el uso de la técnica del bajareque, mediante el
uso de diferentes especies vegetales y lígneas, documentándose también piezas de barro amasado (fig. 7.112) con vegetales, posiblemente paja, quizá dispuesto a partir de unidades
individualizadas. La manipulación y el modelado del barro
Figura 7.112. Izda. Distribución de
los restos de barro de Terlinques en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
162
[page-n-176]
se identifican mediante las huellas del alisado manual de las
superficies, así como sobre fragmentos de estructuras de actividad. En este asentamiento, el uso del barro modelado se extiende también, como es habitual a lo largo de la Prehistoria
reciente peninsular, a la construcción de estructuras de actividad
y equipamiento de los espacios domésticos. En Terlinques se ha
recuperado el borde de una de ellas. El alisado de las superficies
externas es manual, conservándose incluso huellas dactilares
producidas durante este proceso de elaboración.
Del mismo modo, destacan dos elementos que pueden
considerarse singulares y que no hemos observado en ningún otro conjunto de los abordados en esta investigación. En
primer lugar, una superficie de perfil ondulado y con franjas paralelas en la cara externa de algunos restos constructivos que, teniendo en cuenta sus rasgos morfológicos y los
paralelos existentes, consideramos que se trata de decoraciones, posiblemente plásticas, realizadas añadiendo materia en
las superficies estructurales de tierra. Asimismo, en el conjunto material de este poblado de la Edad del Bronce se encuentra un objeto de barro rectangular y con perforaciones en
su perímetro, que pudo haber sido producido como un objeto
doméstico funcional o como una maqueta, un juguete o un
tablero de juego.
Cabezo del Polovar
Introducción al yacimiento
El yacimiento de la Edad del Bronce de Cabezo del Polovar
(Villena, Alicante) (Jover et alii, 2016a; 2016b; 2018b), está
ubicado sobre un gran cerro alargado, compuesto de rocas
Figura 7.113. Planta de las
estructuras de la cresta occidental
de Cabezo del Polovar (Jover et
alii, 2016b: 51, fig. 5).
Figura 7.114. Planta de las
estructuras de la cresta central de
Cabezo del Polovar (Jover et alii,
2016b: 55, fig. 11).
163
[page-n-177]
Figura 7.115. a. Bloque
constructivo de barro con una cara
alisada, procedente de la cresta
occidental. PO 1003/1-1. b. Detalle
de piedras y raíces presentes en el
mortero de un resto de barro de la
cresta central. PO 3007/27-6.
calizas y yesos, en el centro de la cubeta de Villena. Enmarcado
en el corredor del Vinalopó, se encuentra próximo a la antigua
Laguna de Villena y a otros asentamientos de la Edad del Bronce, como Terlinques y Cabezo Redondo. Los trabajos de excavación en extensión realizados en este enclave tuvieron lugar
en la cresta occidental en el año 2012 y en la central durante las
campañas de 2013 y 2014. Ha sido fechado en la primera mitad
del II milenio BC y en dos de sus crestas se han documentado
restos de construcciones.
Por una parte, la única construcción existente en la cresta
occidental habría sido reforzada por un grueso muro de aterrazamiento y conformada por un alzado de mampostería de piedra
(fig. 7.113). De éste se han conservado hasta tres hiladas, junto
con postes de madera identificados mediante sus calzos, que sustentarían una cubierta formada por travesaños de madera de pino
(Jover y Martínez Monleón, 2012), algunos de cuyos restos se
han registrado carbonizados en el estrato de incendio, sobre el
suelo de la estancia. Este edificio pavimentado ha sido interpretado como una estancia semiabierta, que podría haber servido no
como un espacio de hábitat permanente, sino como cobertizo o
lugar de refugio y almacenaje de enseres domésticos y/o alimentos (Jover et alii, 2016b: 63). Habría sido destruido por un incendio, fechado por datación radiocarbónica por una muestra de vida
corta hacia el 1815 cal BC (Beta-332585: 3530±30 BP; 19401770 cal BC 2σ). Así, la construcción de la cresta occidental de
Cabezo del Polovar se habría edificado en momentos coetáneos a
la segunda fase de ocupación de Terlinques.
Por otro lado, en la cresta central del yacimiento fueron
localizadas dos estancias contiguas, de planta rectangular y dimensiones reducidas, delimitadas por algunos tramos de muros,
cuya base es de piedra (fig. 7.114). Ambas construcciones se
encontraban afectadas por procesos erosivos, en especial el ambiente 1, ubicado sobre la cresta del cerro y también fueron destruidas por un incendio. En el ambiente 2, ubicado hacia el norte
de éste y en la pendiente del cerro, se documentaron una estructura negativa excavada en la roca, junto con otra menor, que se
interpretó como un calzo de poste. La datación radiocarbónica
de un excremento de ovicaprino, hallado en el interior de un
resto constructivo de tierra, proporcionó una cronología de entre
el 1585/1545 y el 1436 cal BC –Beta-397232: 3230 ± 30BP;
1605-1585 y 1545-1436 cal BC (2 σ)– (Jover et alii, 2016b: 57).
Por lo tanto, la construcción o quizá una actividad posterior de
mantenimiento de estas estructuras se sitúan a mediados del II
milenio BC.
164
Los materiales de barro de Cabezo del Polovar
El conjunto de fragmentos de barro estudiados10 se compone de
40 restos, recuperados durante las excavaciones realizadas en el
asentamiento entre 2012 y 2014. Estos materiales proceden de las
unidades de incendio y derrumbe de las construcciones o de los
niveles inferiores de uso. Su consistencia es media o disgregable,
encontrándose una decena de restos considerablemente endurecidos. Las formas que presentan son variadas y sus dimensiones
abarcan desde los 18 x 16,5 x 7,5 cm, hasta los 2,2 x 1,9 x 1,3 cm
en el menor de los fragmentos. Muestran coloraciones marrones,
rojizas en algún caso, blanquecinas y ennegrecidas.
Por un lado, durante la excavación de las estructuras
detectadas en la cima de la cresta occidental se recogieron 11
restos de barro, correspondientes a tres unidades estratigráficas
asociadas al único alzado documentado de la estancia, el muro
de mampostería UE 2003. Cinco de estos elementos constructivos son compactos, de composición aparentemente homogénea,
el mayor de ellos con unas dimensiones de 5 x 4 x 3 cm, y
pertenecen al pavimento –UE 1004–. La mayor parte presentan
dos superficies lisas y paralelas. Su color blanquecino y su tacto
suave parecen corresponderse con una composición de éste a
base de yeso, que forma parte de la geología del cerro en el
que se ubica el yacimiento, así como de la cubeta de Villena
en general (Fumanal et alii, 1996: 8). En el segundo grupo se
encuentran seis restos que podemos denominar bloques, debido
a su forma y mayor tamaño –hasta 18 x 16,5 x 7,5 cm–, con
un aspecto distinto al de los anteriores, una coloración oscura,
grisácea y marrón y una escasa consistencia. En la composición
del mortero de los bloques se observan piedras, de hasta 3,2
cm de largo en uno de ellos. Tres de ellos presentan una cara
regularizada o alisada (fig. 7.115a) y otros tres tienen dos caras
alisadas y paralelas.
Por otra parte, los nueve fragmentos de barro recuperados
en la campaña de excavación de 2013 en el ambiente 1 de la
cresta central proceden de dos unidades estratigráficas: la UE
10
Agradecemos a los directores de las intervenciones arqueológicas
en Cabezo del Polovar, Francisco Javier Jover Maestre y Sergio
Martínez Monleón, el habernos facilitado el acceso a los materiales
para su estudio. Gracias también al Museo Arqueológico Municipal
“José María Soler” de Villena y, en especial, a Jesús García Guardiola, por la amable atención recibida. Para una primera aproximación a estos restos y detalles sobre el estudio, ver Pastor (2016).
[page-n-178]
3004, el nivel de incendio de este ambiente, conservado de manera muy puntual, y la UE 3005, denominación otorgada a un
probable pavimento. Las dimensiones de las piezas de este conjunto alcanzan los 6-7 cm de largo, 4-5 cm de ancho y 2-3 cm de
espesor en la mayoría de los fragmentos, con la excepción de un
bloque de mayor tamaño, 16 x 11 x 4,5 cm, el único asociado a
la UE 3005 o pavimento. Es destacable que en una parte de los
restos de este conjunto puedan observarse, al igual que en los
restos de la cresta occidental, piedras de hasta 2 cm de largo en
el interior del mortero de barro (fig. 7.115b). Por otro lado, algunos presentan huellas negativas de vegetales de diámetro muy
reducido, de tipo tallo o paja. En los fragmentos recuperados en
el ambiente 1 se ha observado también, de manera macroscópica, la posible presencia de yeso en su composición. Los elementos constructivos de este ambiente presentan una coloración
negruzca, grisácea y marrón claro.
Algunos fragmentos hallados en el ambiente 1 de la cresta
central presentan una cara regularizada y más o menos alisada,
que se correspondería con la superficie externa de una construcción. La pieza de mayor tamaño del conjunto y la única asociada
al nivel de pavimento presenta cuatro capas superpuestas y distinguibles a simple vista, también por su diferente coloración.
Estas capas constituirían sucesivas preparaciones y/o pavimentaciones del suelo de la estancia. La que sería la última de ellas,
con una granulometría que a nivel macroscópico se observa mucho más fina y de coloración blanquecina, presenta además distintas huellas negativas en la superficie, que podrían corresponderse con residuos vegetales ya desaparecidos. Asimismo, otras
dos piezas presentan una superficie curva con un tratamiento
alisado, a modo de borde o esquina. Estos elementos pueden
interpretarse como restos de posibles estructuras de actividad o
instalaciones de barro. En este ambiente se hallaron restos cerámicos y de molienda, materiales relacionados con la producción y el consumo de alimentos, por lo que es muy posible que
la construcción que se situó en la cima de la cresta central de
Cabezo del Polovar contara también con equipamiento doméstico elaborado con tierra, relacionado posiblemente con estas
actividades, aunque no podemos aproximarnos a su naturaleza
concreta. En este sentido, otra de las piezas puede interpretarse
como un posible resto de recipiente o vaso de barro, que parece
contar con una forma de tipo lengüeta en su cara externa.
Teniendo en cuenta estas evidencias, podemos afirmar que
la tierra se habría empleado de distintas maneras en la construcción y el acondicionamiento de esta estructura de la cresta
central, que habría estado destinada al hábitat y al desarrollo de
distintas actividades productivas. Además de haber contribuido
a la conformación de sus alzados, techumbre y pavimentación,
la tierra se habría podido emplear para moldear algún tipo de
estructura de equipamiento y/ o elemento portable.
Por último, de un total de 20 fragmentos procedentes de la
campaña de excavación de 2014 en el ambiente 2 de la cresta
central, dos de ellos proceden de la UE 3008, el nivel de incendio del ambiente 2 y, el resto, de la UE 3007, el nivel de
derrumbe de esta misma estancia. Los fragmentos presentan un
tamaño muy diverso, desde 3 hasta 28,5 cm de largo, alcanzando excepcionalmente los 10 cm de grosor. Respecto a algunas
de las características de su composición observables a nivel macroscópico, varios de los fragmentos procedentes del ambiente
2 presentan manchas de color blanco que han sido interpretadas,
Figura 7.116. Restos de barro con improntas vegetales, hallados en el
ambiente 2 de la cresta central. a. PO 3007/27-8. b. PO 3007/27-14.
Figura 7.117. Restos de barro hallados en el ambiente 2 de la cresta central. a. Una de las caras de un bloque que presenta huellas
de vegetales largos. PO 3007/27-6. b. Fragmento cuya forma está
generada por el contacto con una hoja alargada ya desaparecida,
posiblemente de caña o carrizo. PO 3007/27-7.
como en el caso de las otras estancias de Cabezo del Polovar,
como resultado de la posible presencia de yeso en el mortero. La
coloración de las piezas es muy similar a la de las recuperadas
en los otros dos ambientes, presentando tonos casi negros, gris
oscuro y marrón claro. Seis de los fragmentos muestran también piedras, de hasta 1,3 centímetros de largo. En algunos fragmentos se aprecian restos de carbón, que se relacionarían con la
presencia de materia vegetal en la mezcla. De hecho, cerca de la
mitad de las piezas de barro recuperadas en el ambiente 2 presentan improntas vegetales de tipo tallo o paja en su interior y
superficies (fig. 7.116). En una parte de los restos del ambiente 2
se distinguen improntas de hojas o tallos, posiblemente de caña
o carrizo (fig. 7.117b), en las que son visibles las estrías verticales que los recorrieron. Estas evidencias apuntan a un posible
aprovechamiento de esta planta en el interior del mortero, junto
con otros elementos vegetales.
Cabe resaltar que, en uno de los fragmentos, muy
disgregable y de color ennegrecido, se han identificado cuatro
excrementos de ovicaprino carbonizados, integrados en el mortero −PO 3007/27-5, ver anexo I, Pastor, 2019−. Asimismo, en
otras dos piezas, procedentes también de los niveles de derrumbe, se aprecian huellas esféricas que podrían corresponderse
con la presencia de otros ejemplares no conservados. En este
sentido, en las construcciones de la Edad del Bronce argárico
165
[page-n-179]
Figura 7.118. a. Fragmento constructivo de barro que presenta la
impronta de un textil vegetal en una cara. b. Vista de una impronta
de sección circular, posiblemente de caña, en uno de sus laterales. c.
Detalle de la impronta de textil vegetal. PO 3007/ 27-4.
de El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia) se hallaron restos
constructivos de barro con huellas esféricas, interpretadas como
de excrementos de ovicaprinos (Ayala et alii, 1989: 285).
En cuanto a los rasgos morfológicos que pueden asociarse a
aspectos estructurales, una parte de los fragmentos presentan una
cara regularizada y otros dos restos constructivos muestran dos
caras alisadas y paralelas. En otros casos, se observan improntas
que podrían corresponder a ramas. Destaca un bloque de barro que
muestra en una de sus caras, de color ennegrecido y rojizo, una impronta de una rama de 21 cm de largo conservado y posiblemente
ramificaciones de ésta. En la misma cara se aprecia una huella negativa de una superficie plana y cuadrangular, probablemente una
piedra. La otra cara está formada por barro compactado con coloraciones más claras, equiparable al material sedimentario que forma
el nivel de derrumbe UE 3007. En el interior de la impronta de tronco se conservan restos de la madera carbonizada. Otra de las piezas,
de color y consistencia similares, muestra también una impronta de
rama con restos de madera carbonizados. Estos bloques pueden
interpretarse como procedentes de la techumbre o las partes
más altas de los alzados que, al incendiarse la estancia, habrían
caído de forma directa sobre el nivel de uso o pavimento.
Asimismo, dos de las improntas parecen corresponder a
caña y carrizo respectivamente, con una significativa longitud
conservada y podrían apuntar al empleo de estas plantas en la
construcción, manteadas con barro. En este sentido, en el nivel
de incendio asociado a esta estancia se recuperaron fragmentos
de caña y carrizo carbonizados, que pudieron haberse empleado
como material constructivo. En ambos casos, las improntas se
encuentran aisladas, sin otras improntas contiguas que permitan
evidenciar un entramado elaborado con este material. Uno de
los restos muestra el orificio dejado por un carrizo completo,
una impronta de 360° a lo largo de 8 cm y junto a impresiones
vegetales de tipo tallo o paja.
Por otra parte, se halló un bloque de forma rectangular con
una impronta de textil vegetal trenzado en una de sus caras
(fig. 7.118), con una extensión conservada de 8,5 x 7,5 cm
que muestra también una impronta, posiblemente de caña,
de 3 cm de longitud en uno de los laterales (fig. 7.118b).
En cuanto a esta impronta de materia vegetal trenzada, si
bien pudo producirse al contacto de una estera con el barro
derruido durante los procesos de combustión derivados del
incendio, consideramos que es probable que el textil vegetal se hubiera empleado junto a la tierra en la propia construcción del edificio, ya que esta misma pieza presenta una
impronta constructiva de caña en uno de los laterales. La
estera podría haberse dispuesto, tanto en la techumbre, como
formando parte del cerramiento de los alzados −ver 4.1.3.−.
En relación con esto, durante la excavación en la otra cresta
del yacimiento de Cabezo del Polovar, en la occidental, se
hallaron restos de textil vegetal trenzado.
Valoración
Este conjunto de materiales constructivos de barro de la Edad
del Bronce permite realizar aportaciones a los aspectos arquitectónicos de las diferentes edificaciones documentadas en Cabezo
del Polovar. En las estructuras de ambas crestas, no contemporáneas, se ha identificado el uso del bajareque y del barro amasado, modelado y manteado (fig. 7.119). Los fragmentos constructivos de este pequeño enclave ejemplifican que los residuos
de las actividades agrícolas y ganaderas, la base económica de
estos grupos campesinos, también se integrarían en los procesos constructivos. En la elaboración de los morteros de barro se
Figura 7.119. Izda. Distribución
de los restos de barro de Cabezo
del Polovar en función de su
interpretación. Dcha. Clasificación de
los fragmentos por técnicas.
166
[page-n-180]
habrían incluido posiblemente desechos de la producción de cereal, como la paja, a modo de estabilizante de la mezcla, pero
también para este mismo fin parece haber sido aprovechado el
estiércol de ovicaprinos. La tierra que compone el mortero presenta piedras de considerable tamaño, por lo que no se habría
abordado la tarea de retirarlas a la hora de elaborarlo, un rasgo
común a los restos de materiales de construcción recuperados
en los tres ambientes.
Respecto a la estructura de la cresta occidental, interpretada
como semiabierta, los escasos restos de barro hallados pertenecerían a pavimentaciones y a posibles partes de alzados de tierra
maciza, correspondiéndose las caras alisadas de los bloques posiblemente a superficies de las paredes. En la cresta occidental,
la piedra, además de en los muros, se utilizó como base y calzo
para los postes. En el ambiente 1 de la cresta central destaca el
hallazgo de bloques de pavimentación en los que se observan
gruesas capas diferentes superpuestas. Tan solo en este ambiente se han recuperado algunos restos de barro que podrían corresponderse con estructuras de actividad o de acondicionamiento
interno, así como con un posible elemento mueble elaborado
con este material.
El mayor volumen de información proporcionado por este
conjunto se refiere al ambiente 2 de la cresta central. Para la
edificación de la techumbre, se habría empleado materia vegetal
de distinta naturaleza ‒tanto troncos y ramas, como algunas cañas‒, manteada con barro. Pudieron utilizarse piedras que contribuyeran a sujetar la techumbre, así como textil vegetal en la
elaboración de alguna de sus partes, aunque la citada estera también podría haber pertenecido a parte de un alzado o a otro elemento construido. La excavación del ambiente 2 ha permitido
establecer la disposición de un poste de madera ubicado hacia
la mitad de esta estancia, a 1,5 m hacia el norte del muro que lo
separa del ambiente 1, que también contribuiría a sostener esta
techumbre. En los alzados se empleó la mampostería de piedra,
al menos hasta una cierta altura, pero también podemos plantear
el uso del barro en solitario en las partes más elevadas del edificio, teniendo en cuenta la considerable cantidad de este material
que, en estado compactado y bastante homogéneo, constituía
los niveles de derrumbe de la estancia. La ausencia de abundantes improntas vegetales de ramas, varas, cañas o carrizo también
apunta al posible uso de la técnica constructiva del amasado en
los alzados. Los restos con caras alisadas podrían pertenecer a
las superficies de los alzados.
La pavimentación del suelo del ambiente 2 se habría
preparado con capas de tierra, de las que contamos en este
conjunto de materiales con tres restos. Ya que la textura de la
tierra que compone estos fragmentos es aparentemente más
fina que la que muestran otros fragmentos no asociados a
la pavimentación, podemos plantear que el sedimento empleado para el acondicionamiento del suelo de la estancia
hubiera sido distinto o fruto de un proceso de elaboración
diferente, en el que sí se hubiera seleccionado o depurado el
sedimento en mayor medida. De igual manera parece haber
ocurrido en la construcción documentada en la cresta occidental, dado que las características que presentan los restos de pavimento en ambas crestas son similares, desde una
aproximación a los mismos a escala macroscópica. Además,
en los restos se ha identificado restos de lo que podría ser
yeso, de forma mayoritaria en los que pertenecen a pavimentaciones. De este modo, no podemos descartar que el
yeso, que forma parte de la geología del cabezo, se incluyera
de forma intencional en partes constructivas en Cabezo del
Polovar, como en la pavimentación de los suelos, preparado
de diferentes maneras. Por su parte, algunas de las piezas
identificadas como restos de alzados presentan capas diferenciadas y blanquecinas en sus caras exteriores, identificadas como enfoscados y en los que se pudo haber empleado
este mismo material.
Lloma de Betxí
Introducción al yacimiento
El asentamiento de la Edad del Bronce de la Lloma de Betxí
(Paterna, Valencia) (De Pedro, 1990; 1998; 2001; 2004a; entre
otros) se ubica sobre un cerro no muy elevado junto al río Turia, desde el que se posee una buena visibilidad del llano aluvial.
En la composición geológica del emplazamiento y su entorno se
encuentran calizas, conglomerados, margas y arcillas (De Pedro,
1990; Ferrer et alii, 1993). Las investigaciones en este enclave,
con numerosas campañas de excavación que se iniciaron en 1984,
han aportado una información muy importante acerca de sus formas constructivas. Cuenta con una gran construcción en la zona
más alta del cerro, de planta alargada, dividida por un muro de
piedra en dos estancias –habitaciones I y II−, donde se han distinguido dos niveles de ocupación, fechados dentro de la primera
mitad del II milenio BC. Los alzados de su gran edificio alargado,
de piedra trabada con tierra, se encontraban enlucidos, tanto por
Figura 7.120. Planta y sección de las
Habitaciones I y II de la Lloma de
Betxí (Paterna, Valencia). En la planta
se señala la alineación de los soportes
de piedra para los postes y los restos
de troncos documentados en torno a
ellos (De Pedro, 1998: 49, fig. 18).
167
[page-n-181]
el exterior como por el interior. Habría tenido una techumbre de
materia vegetal manteada con barro, sustentada por postes de madera de carrasca (Quercus ilex) (De Pedro, 1990; 1998: 170, 175).
En el interior de estos dos espacios se han localizado dos hileras
de piedras planas asociadas a maderos carbonizados, que habrían
constituido bases para los postes (fig. 7.120).
En la excavación de los contextos de derrumbe de las
construcciones se recuperaron fragmentos de barro endurecido con improntas de cañas y ramaje, también con caras planas
revestidas, que pertenecerían a la cubierta o a otras estructuras internas (De Pedro, 1990: 5, 11; 1998: 47, 178). En estos
estratos de derrumbe se hallaron también troncos carbonizados
caídos. Se ha interpretado que, en la techumbre, el entramado
vegetal se dispondría sobre vigas y travesaños de madera de
pino (Pinus hapelensis), sujetos con cuerdas de esparto, de las
que se han conservado también algunos restos (De Pedro, 1990:
339). Se documentaron asimismo otras estructuras construidas
combinando barro y piedra, como bancos, soportes circulares
para recipientes cerámicos (De Pedro, 1990: 11; 1998: 47) (fig.
7.124) u hornos (De Pedro, 1998: 298, 302, Láms. VI. 1, X).
Algunas de estas estructuras se encuentran enlucidas y se menciona la presencia de cal en los revestimientos (De Pedro, 1998:
47, 299, lám. VII. 1).
Figura 7.121 a. Cara interna de un fragmento constructivo con improntas, posiblemente de cañas o varas. b. Cara externa y con huellas de alisado de la misma pieza. LB 4.
Algunos apuntes sobre los materiales de barro de La Lloma de
Betxí
La muestra de 11 fragmentos de barro analizados para esta
investigación11 procedentes de la Lloma de Betxí presenta formas
variadas y dimensiones desde los 4,8 x 3,4 x 1,1 cm en el menor
de los elementos, hasta los 22 x 21 x 8 cm en el de mayor tamaño.
Su coloración es marrón y anaranjada, presentando algunas piezas
partes ennegrecidas. Todos los restos estudiados cuentan con caras
exteriores, mayoritariamente alisadas y en la mayoría se observan
huellas del empleo de estabilizante vegetal (fig. 7.123b). Entre los
componentes de los morteros observables a nivel macroscópico
destacan piedras y ejemplares de malacofauna.
a) Improntas constructivas vegetales
Casi la mitad de este pequeño grupo de elementos de barro
estudiados de la Lloma de Betxí pertenecerían a edificaciones,
posiblemente a alzados o techumbres, evidenciando el empleo
de la técnica constructiva del bajareque. En dos de las piezas se
observan improntas negativas de cañas o varas, de 1,8-2,2 cm de
diámetro. La cara contraria ha sido alisada (fig. 7.121).
En un resto constructivo se observa, además de una superficie
regularizada y huellas negativas de tallos finos, la impronta de
un elemento de madera (fig. 7.122a). Al menos la mitad de los
elementos del conjunto cuentan con huellas de vegetales de tipo
paja o tallo. En un caso es posible plantear su pertenencia a
una cubierta, al presentar la impronta de múltiples vegetales de
pequeño calibre, que suelen asociarse a las techumbres y que
habrían sido manteados con barro (fig. 7.122b).
11
Queremos dar las gracias a la Dra. María Jesús De Pedro Michó,
directora de las excavaciones en la Lloma de Betxí, por darnos la
oportunidad de estudiar algunos de los materiales de barro de este
yacimiento, en las instalaciones del Servicio de Investigación Prehistórica y del Museo de Prehistoria de Valencia.
168
Figura 7.122. a. Resto constructivo con una impronta negativa, posiblemente correspondiente a un tronco. LB 5. b. Elemento de barro
endurecido con improntas vegetales. LB 10.
Figura 7.123 a. Cara interna de un resto constructivo de barro de
la Lloma de Betxí, con impronta de textil vegetal. b. Detalle de la
cara externa y curva, donde se observan trazos del alisado y huellas
negativas del estabilizante vegetal. LB 8.
[page-n-182]
Es destacable la presencia, en un pequeño fragmento
constructivo de 4,8 x 3,4 x 1,1 cm, de una impronta de estera vegetal en su cara interna (fig. 7.123a), que además muestra un color ennegrecido. En el exterior, alisado y algo curvo, se observan
huellas de vegetales añadidos a la mezcla en pequeños tramos.
Por otro lado, se ha documentado también una impronta de cuerda trenzada en una de las piezas de barro del conjunto −LB 7, ver
anexo I, Pastor, 2019− asociada a la pared de vasijas cerámicas
(De Pedro, 1990, lám. IVB; 1998: 306), pieza muy similar a las
documentadas también en Laderas del Castillo –ver fig. 7.29d.
b) Estructuras de actividad
Entre los elementos construidos con barro en la Lloma de Betxí
destacan soportes de forma cilíndrica (fig. 7.124), destinados a albergar recipientes cerámicos. Hallados prácticamente completos
en las habitaciones I y II, tienen alrededor de 70 cm de diámetro,
hasta 30 cm de altura y paredes de 10 cm de grosor (De Pedro,
1998: 47, 296-297, 302, Láms. IV.1, V.1, X). Soportes de barro
que funcionaron como vasares se han documentado también en
otros yacimientos de la Edad del Bronce, como Pic dels Corbs
(Sagunto, Valencia) (Barrachina, 2012: 81) u Hoya Quemada
(Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo, 1986: 10-12).
Tres de los restos de barro analizados son piezas modeladas
que muestran bordes de estructuras de actividad, a lo que se
suma un fragmento que posiblemente también constituyera
parte de la superficie de una estructura. En los restos de este
tipo que hemos tenido la oportunidad de estudiar, destacan diferentes cuestiones. Por un lado, en uno de los fragmentos de
borde y pared de una estructura de actividad de barro, con unas
dimensiones de 16 x 10 x 10,5 cm, se observa el arranque de
una pared divisoria del interior de esta estructura, que habría
estado compartimentada (fig. 7.125). En la pieza se observan
las huellas del empleo de abundante estabilizante vegetal en la
mezcla de barro.
Figura 7.124 a. Vista cenital de un
soporte de barro de la Lloma de
Betxí, una vez restaurado. b. Vista
lateral de la estructura. Obsérvense
las huellas negativas y rectilíneas
en la superficie, posiblemente
de vegetales (primer plano de la
imagen).
Figura 7.125 a. Uno de los
fragmentos de estructura de barro
de la Lloma de Betxí, que conserva
un borde redondeado y el arranque
de una subdivisión interna. b. Vista
lateral del borde, con la subdivisión
a la izquierda y la continuación de la
pared curva a la derecha. LB 9.
Figura 7.126 Dos vistas del perfil de
un resto de estructura de barro, donde
se aprecian las refacciones de la pared
y el borde. LB 1.
169
[page-n-183]
Por otra parte, en un resto de estructura de barro de la Lloma
de Betxí puede verse que su forma fue modificada, con una refacción de la estructura mediante una segunda aplicación de barro
modelado, visible en el perfil de la pieza (fig. 7.126). Los diferentes bordes que se observan en ella presentan un grosor de 5,5
y 6 cm respectivamente. Este fragmento cuenta con unas dimensiones de 22 x 21 x 8 cm. Esta práctica de refacción de las estructuras de actividad o mobiliario de barro debió ser algo común en
los asentamientos de la Edad del Bronce, aunque no suela observarse y menos con tanta claridad como en este caso. Ya hemos
apuntado las evidencias de una posible refacción en la base de la
estructura de barro planteada en El Alterón –ver 5.2.2.2.
c) Un elemento mueble singular
Por otro lado, en este yacimiento de la Edad del Bronce también
fue hallado el fragmento de un objeto mueble con perforaciones
en el perímetro (fig. 7.127). Se trata de una pieza hecha de un
material muy fino y homogéneo, de aspecto brillante y color negro, muy endurecida y con tres perforaciones de entre 0,4 y 0,7
cm de ancho en su perímetro. La sección de estas perforaciones
puede sugerir que se hubieran realizado para ensamblar alguna
otra pieza en ellas. El objeto tiene unas dimensiones de 5,5 x 3
x 0,8 cm, encontrándose incompleto.
A la hora de plantear la posible funcionalidad de este elemento,
encontramos algunos paralelos de objetos con morfologías similares. Por un lado, una pieza con una forma muy parecida, contorno
curvo y perforaciones junto al mismo, se encontraría entre los objetos de madera procedentes de la Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Málaga) y recogidos por Góngora (1870) (Badal et alii, 2016:
273, fig. 2) (fig. 7.128a). Perforaciones de este tipo, aunque la forma
concreta de la perforación haya de relacionarse fundamentalmente
con el instrumento con el que se practicó, pueden encontrarse también en piezas interpretadas como separadores de hilos o tensadores
textiles, que cuentan con varias perforaciones contiguas, como los
ibéricos hallados en el Cerro del Santuario (Baza, Granada) (Ruiz de
Haro, 2014: 52, fig. 4) (fig. 7.128b).
Como ya hemos expuesto en el caso del objeto mueble de
barro con perforaciones recuperado en Terlinques, algunas piezas
con estas marcas en el perímetro se interpretan como tableros de
juego. Este podría ser también el caso, quizá, de la pieza de la
Lloma de Betxí, utilizándose las perforaciones para situar o fijar
otras piezas más pequeñas.
Figura 7.127 a. Cara superior del fragmento de un objeto hallado en
la Lloma de Betxí. b. Cara inferior del mismo. Abajo, fotografías
de detalle de las perforaciones practicadas en su perímetro. LB 6.
Figura 7.128 a. Pieza de madera hallada en la Cueva de los Murciélagos (Góngora, 1870, en Badal et alii, 2016: 273, fig. 2). b.
Tensador textil de hueso procedente del Cerro del Santuario (Baza,
Granada) (Ruiz de Haro, 2014: 52, fig. 4).
Valoración
En el asentamiento de la Lloma de Betxí, los aspectos
relacionados con la edificación han sido documentados y abordados con detalle (De Pedro, 1990; 1998), permitiendo cono-
Figura 7.129. Izda. Distribución de
los restos de barro de Lloma de Betxí
en función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
170
[page-n-184]
cer muy bien sus formas constructivas. Aspectos mostrados
en este estudio, como las piezas que evidencian el empleo del
bajareque (fig. 7.129) o las improntas vegetales asociadas a techumbres, permiten ilustrar con ejemplos concretos aspectos
arquitectónicos ya señalados para este enclave.
Como en el resto de los yacimientos abordados como casos de estudio, se observa el empleo de materias vegetales
como estabilizantes de los morteros de barro. Por otro lado,
cabe resaltar la importancia de la presencia de una impronta
de estera en el interior de un fragmento constructivo de barro. Ello apunta, a pesar de contar con un único ejemplar de
ello, a la posible utilización de estos tejidos vegetales como
material de construcción también en este enclave. En este
sentido, durante las excavaciones en la habitación II de la
Lloma de Betxí se documentó la presencia, junto con troncos
carbonizados asociados a las techumbres, de restos de una
estera (De Pedro, 1998: 49).
Asimismo, destacan las evidencias de instalaciones
inmuebles de barro. Los materiales constructivos de este asentamiento ofrecen dos rasgos muy interesantes asociados a la
construcción de estructuras de actividad que no suelen reflejarse
en los restos arqueológicos de las mismas y/o en su documentación: la existencia de compartimentaciones y de refacciones.
Indicios de refacción o recrecimiento en elementos inmuebles
de barro se han podido observar en el caso de El Alterón, como
ya ha sido comentado. Por último, esta pequeña muestra de
materiales de la Lloma de Betxí abarca algunos ejemplos de
elementos muebles o restos de barro vinculados a éstos.
171
[page-n-185]
[page-n-186]
8
La construcción con tierra durante el Bronce Final
y la Primera Edad del Hierro
En estas páginas se abordan distintos aspectos acerca de las
edificaciones conocidas en contextos del Bronce final y, a continuación, del periodo conocido como Edad del Hierro I, Hierro
antiguo o primera Edad del Hierro. En líneas generales, el desarrollo cronológico del Bronce final está fijado para buena parte
de los territorios de la península ibérica entre el 1300/1250 y el
900/725 cal BC. En cuanto a la Edad del Hierro I, abarcaría los
siglos VIII al VI BC.
Como en otros momentos de la Prehistoria reciente,
la investigación ha podido diferenciar en suelo peninsular diversos ámbitos culturales, con desarrollos distintos. En el caso de
los territorios del sureste y de las tierras valencianas, durante los
últimos siglos del II milenio BC se ha definido la desarticulación del poblamiento argárico, así como del denominado Bronce valenciano, observándose hábitats de tipo más disperso, algo
que no ocurriría en todas las regiones ni a lo largo del abanico
cronológico definido como Bronce final. En dichos territorios
del Levante, los asentamientos conocidos para el Bronce final
son escasos y aún más los excavados en extensión. Algo que
caracteriza a los inicios de este periodo sería el abandono de
enclaves que se ubicaban en cerros y la documentación de poblamiento en el llano (Jover, 1999a; Jover et alii, 2016d: 92). A
inicios del I milenio BC se registran cambios en los asentamientos y la fundación de nuevos enclaves, para lo que en el Levante
meridional peninsular contamos con el ejemplo de Peña Negra
(Crevillente, Alicante) −ver 8.1.1.
En no pocas ocasiones, el Bronce final es asociado de forma
general a la construcción de estructuras de plantas circulares y
de materiales “perecederos”. No obstante, durante este periodo
se conoce una importante variedad de tipologías constructivas,
en función de la cronología y del territorio escogidos. Por un
lado, se consideran característicos de estos momentos los yacimientos denominados campos de hoyos, donde se identifican,
no sin dificultad, algunos fondos de cabaña. La crítica y el cuestionamiento de algunas de las estructuras denominadas fondos
de cabaña también han sido planteados para el Bronce final
(Suárez y Márquez, 2014; López Castro et alii, 2017), apuntando que una parte de las estructuras negativas interpretadas de
este modo no proporcionan indicadores claros de que se hubiera
tratado de construcciones destinadas al hábitat, como ocurriría, por ejemplo, en el caso de Peñalosa (Escacena del Campo,
Huelva) (García Sanz y Fernández Jurado, 2000).
Estructuras negativas interpretadas como fondos de cabaña
son conocidas durante el Bronce final en zonas como el litoral
catalán. Algunas de ellas fueron construidas aprovechando un
refugio natural y adosándose a la roca, como en La Pedra del
Sacrifici (Savassona, Barcelona) o La Mussara (Vilaplana del
Camp, Tarragona) (Rovira y Santacana, 1982; Francès y Pons,
1998: 34-35, fig. 2). En Can Roqueta (Sabadell, Barcelona), entre las estructuras del Bronce final se ha identificado una que
podría ser interpretada más claramente como fondo de cabaña:
de forma ovalada, con una cubeta, un hogar y agujeros de poste
en su interior (Carlús et alii, 2002: 131). En este asentamiento, junto con los fondos de cabaña, se han recuperado también
restos de barro (Carlús et alii, 2007).
Como ocurre en cronologías anteriores, también en los
yacimientos de tipo campos de hoyos del Bronce final se recuperan fragmentos constructivos (Maya, 1998: 354; Francès
y Pons, 1998), que permiten plantear la existencia de edificaciones no identificadas, pero que habrían estado en el entorno,
como en El Bustar (Carbonero el Mayor, Segovia) (Blanco García et alii, 2007: 10, fig. 10. 2). Respecto a los fragmentos hallados en el interior de estructuras negativas, éstos pueden asociarse asimismo a revestimientos de los propios silos, algo que
se ha planteado en enclaves como Teso del Cuerno (Forfoleda,
Salamanca) (González González, 1994: 312).
Durante el Bronce final no sólo se construyen edificaciones
de planta más o menos circular u oval, sino también de muros
rectilíneos. En algunos casos, asociados a los últimos siglos del
II milenio BC e inicios del I milenio BC, las construcciones
173
[page-n-187]
Figura 8.1. a. Recreación
del interior de una de las
construcciones de Can Cortès (Sant
Just Desvern, Barcelona) (Rovira
y Petit, 1996: 29, fig. 21). b. Vista
aérea de los restos de estructuras
construidas en Las Camas
(Villaverde, Madrid) (a partir de
Urbina et alii, 2007: 49, fig. 2).
son de planta alargada o rectangular, a veces con un extremo
absidal, con postes perimetrales y centrales y no cuentan con zócalos de piedra. Ejemplos de ello se encuentran en asentamientos como Can Cortès (Sant Just Desvern, Barcelona), donde se
excavaron los restos de una estructura de planta rectangular con
extremo absidal y cuya superficie habría estado excavada en el
terreno. La cubierta, dispuesta a dos aguas, se habría apoyado en una serie de postes centrales (Rovira y Petit, 1996) (fig.
8.1a). Asimismo, en La Fonollera (Torroella de Montgrí, Girona), se identificaron varios fondos de cabaña, correspondientes
a construcciones de planta rectangular con fosas perimetrales
para ubicar los postes de los alzados. Se documentaron también
restos de hogares (Pons, 1984: 67-70).
Respecto a la estructura identificada en Ecce Homo
(Alcalá de Henares, Madrid), a partir de múltiples agujeros
de poste y un rebaje de la superficie, ambos rasgos excavados
en la roca, habría tenido una planta trapezoidal-rectangular y
se planteó que habría sido construida con madera (Almagro
y Dávila, 1988; Maldonado y Vela, 1996). También en Las
Camas (Villaverde, Madrid) (Urbina et alii, 2007; AAVV,
2017) se han hallado los restos de dos edificaciones de postes
perimetrales y centrales, de gran tamaño y forma rectangular
con un extremo curvo, al modo de las longhouses, asociadas
a la transición a la primera Edad del Hierro (fig. 8.1b). Para
calzar los postes de madera, algunos de los cuales podrían haber estado trabajados con sección cuadrangular, se utilizaron
piedras y fragmentos cerámicos (Urbina et alii, 2007: 51). Por
su parte, en Guaya (Berrocalejo de Aragona, Ávila) (Misiego
et alii, 2005), asentamiento fechado entre los siglos X y VIII
BC, la mayoría de las estructuras, también de planta alargada
con extremo absidal y construidas con madera y barro, habrían
estado divididas en dos espacios interiores, documentándose
asimismo alguna estructura de planta circular. Se ha planteado
la existencia de espacios cercados junto a las viviendas y las
áreas de basurero (Misiego et alii, 2005).
En el sureste peninsular, el Bronce final se ha establecido
aproximadamente entre el 1300 y el 900 BC (Castro et alii,
1996). Durante estas cronologías, en estructuras de planta circular u oval, con una distribución dispersa, se documenta el uso
de zócalos de piedra con alzados de materia vegetal manteada
con barro, en yacimientos del sur y sureste, como el Cerro de los
Cabezuelos (Jódar, Jaén) (Molina et alii, 1978: 50; Contreras,
1982; Dorado et alii, 2015; entre otros) (fig. 8.2a) o el Cerro
de la Encina (Monachil, Granada) (Arribas et alii, 1974; Molina, 1978; Aranda y Molina, 2005: 168). En el Cerro de los
Cabezuelos destaca el hallazgo de restos de revestimientos con
decoraciones acanaladas, del siglo IX BC (Molina et alii, 1978:
51; Dorado et alii, 2015: 266, 269, fig. 8) −ver fig. 7.107c−,
también documentados en otros enclaves, como en el Cerro de
Los Infantes (Pinos Puente, Granada) o en el mencionado Cerro
de la Encina (Dorado et alii, 2015: 266).
En el Cerro de la Encina se han excavado restos
estructurales de muros curvos, con zócalo de piedra y alzados y cubiertas que habrían sido de barro y materia vegetal.
Figura 8.2. a. Restos de una de las
construcciones excavadas en el
Cerro de los Cabezuelos (Jódar,
Jaén) (Contreras, 1982: 323, Lám.
IIB). b. Recintos del Bronce final
del Cerro de la Encina (Monachil,
Granada) (Aranda y Molina, 2005:
178, Lám. IX).
174
[page-n-188]
La superficie de alzados y estructuras internas habría estado revestida y decorada con las mencionadas acanaladuras,
formando motivos geométricos. En este enclave también se
conocen estructuras de muros rectilíneos de cronologías más
recientes (Molina, 1978: 165-166; Aranda y Molina, 2005:
168, 177). En el espacio exterior de las edificaciones se han
hallado restos de varios recintos paralelos rectangulares,
formados por lajas de piedra hincadas y utilizadas como cubierta para los mismos (fig. 8.2b). Recintos similares se han
identificado en otros enclaves del Bronce final, como en el
ya abordado Cerro de los Cabezuelos (Molina et alii, 1978:
51; Contreras, 1982: 314; Dorado et alii, 2015: 264, fig. 5).
Aunque en el Cerro de la Encina se habló de la presencia de
adobes, “con improntas de cañas y ramajes” (Arribas et alii,
1974: 40), esto se ha puesto en duda, considerándose que se
trataría de un empleo incorrecto del término adobe (Sánchez
García, 1999a: 179; Belarte, 2011: 166). También en Castro
dos Ratinhos (Barragem do Alqueva, Portugal), un asentamiento amurallado, durante el Bronce final las edificaciones
habrían sido de planta elíptica. Sobre zócalos de piedra, los
alzados y cubiertas se habrían construido con materiales vegetales y barro (Berrocal y Silva, 2010: 249-250).
El bajareque no habría sido la única técnica constructiva
empleada en los alzados de construcciones circulares u ovales, con zócalo de piedra, conocidas para estas cronologías.
En Cerro Borreguero (Zalamea de la Serena, Badajoz) se ha
identificado una construcción de planta ovalada, fechada del
siglo IX BC, con muros de tierra maciza sobre una cimentación de piedra (Celestino y Rodríguez González, 2018: 175).
En el Peñón de la Reina (Alboloduy, Almería), las edificaciones del Bronce final son de planta oval alargada y zócalos de
piedra. En una de ellas se ha documentado un banco corrido y,
en otra, agujeros de poste en su espacio interior. Se considera
que los alzados habrían sido de tierra, habiéndose recuperado
restos constructivos con improntas de cañas (Martínez Padilla y Botella, 1980: 176, 295). Se menciona que los alzados
serían de “cañas y adobes”, aunque no se proporciona otra información que permita establecer con seguridad la presencia
de elementos modulares y descartar que se trate del habitual
empleo incorrecto del término adobe como sinónimo de resto
constructivo de barro. En cambio, en el Cerro del Real (Galera,
Granada) (Pellicer y Schüle, 1962; 1966), las estructuras del
Bronce final habrían tenido una distribución dispersa, planta
oval o elíptica, pero alzados, bancos y pilares de adobe (fig.
8.3), con postes sustentantes de la techumbre (Molina, 1978:
174). Por otra parte, en Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) se detectaron restos de construcciones del Bronce final
de perímetro circular, en las que se habría empleado la técnica
de la piedra seca. Además, en ellas se documentaron hogares,
hornos y soportes para postes conformados con piedras (Gusi
y Olària, 2014: 44, 63).
En otros casos, los alzados que se erigen sobre basamentos de
piedra son rectilíneos. En Cuesta del Negro (Purullena, Granada),
las edificaciones del Bronce final son de planta rectangular, con
paredes de madera y barro construidas sobre zócalos de piedra.
Alrededor de las estructuras se han documentado agujeros de poste, que podrían haber pertenecido a los aleros de una cubierta a
dos aguas (Molina, 1978: 170). Se menciona la existencia de un
muro de “adobes, muy duros y pesados, por lo que pudieran haber
sido cocidos en un horno” (Molina y Pareja, 1975: 28), sobre los
que también se ha dudado, considerándose un posible mal uso
terminológico (Sánchez García, 1999a: 179; Belarte, 2011: 167).
También se han documentado estructuras de planta rectangular
del Bronce final en otros territorios peninsulares, como en el caso
de la Ereta del Castellar (Vilafranca del Maestrat, Castellón) (Ripollés, 1997), con muros de mampostería, piedra seca y también
edificados por completo con barro. Se habló de la presencia de
adobes, aunque tampoco hay certeza acerca de estos últimos,
pudiendo tratarse de otro error terminológico, como ya ha sido
apuntado (Ripollés, 1997: 163). Otra estructura del Bronce final,
de planta rectangular con extremo absidal, zócalos de piedra y alzados de tierra con enlucido interior, se excavó en el Torrelló del
Boverot (Almassora, Castellón), contando con un amplio hogar
circular (Clausell, 2004: 169).
Otros enclaves cuentan con estructuras de planta rectangular, adosadas unas a otras y en torno a un espacio central,
habiendo sido construidas con muros de piedra y rebajando el
terreno en el área ocupada por la estancia. Es el caso de Vinca-
Figura 8.3. Estructuras de adobe del
Cerro del Real (Galera, Granada)
(Pellicer y Schüle, 1962, en Suárez y
Márquez, 2014: 206, fig. 5).
175
[page-n-189]
Figura 8.4. a. Edificación del
Bronce final excavada en Vincamet
(Fraga, Huesca) (Moya et alii,
2005: 22, fig. 9). b. Uno de los
hogares circulares hallados en
Vincamet, con placa de barro y
borde realzado (Moya et alii, 2005:
25, fig. 13).
met (Fraga, Huesca), donde además se construyeron con barro
numerosas instalaciones o estructuras de actividad dentro de
las estancias, como soportes, hornos adosados a los muros (fig.
8.4a) y hogares circulares con borde realzado (fig. 8.4b), durante su fase I, cuya cronología se ha propuesto entre 1250/12001000 cal BC (Moya et alii, 2005). Restos de estructuras de actividad comparables se han recuperado en el interior de fosas,
con una cronología estimada de la Edad del Hierro, en Bòbila
Madurell (Sant Quirze del Vallès, Barcelona), como, por ejemplo, fragmentos de lo que se interpretó como un brasero, una
pieza plana y de tendencia circular con borde realzado (Miret,
1992: 62, Fotografía 2). Por otra parte, en Cabezo de la Cruz (La
Muela, Zaragoza) se excavaron estructuras del Bronce final de
planta rectangular, pero que habrían contado con alzados de tierra, sin que se documenten zócalos pétreos. Se hallaron agujeros
de poste y hogares en su espacio central, datándose las estructuras entre finales del siglo X BC y la segunda mitad del siglo IX
BC (Picazo y Rodanés, 2009: 225-226, fig. 5, 247).
Algunos de los asentamientos conocidos del Bronce final
destacan especialmente por la organización espacial de las construcciones en los mismos. En el Avenc del Primo (Bellmunt del
Priorat, Tarragona), se han documentado estructuras datadas en
los siglos X-IX BC donde, a partir de un muro de cierre, se
construyeron muros paralelos y rectilíneos, delimitando diferentes ámbitos adosados en la superficie del cerro, de los que
se han conservado cuatro (Armada et alii, 2013: 281, fig. 4).
No obstante, en este sentido, destaca Genó (Aitona, Lleida), un
poblado ubicado en altura ocupado en el siglo XI BC en el que
las construcciones, de planta cuadrangular, se disponen adosadas y en torno a un gran espacio central (Maya, 1998: 358-359,
fig. 7; López Cachero, 1999; 2007: 105-106; entre otros) (fig.
8.5). Genó es un ejemplo de asentamiento donde los muros
de las edificaciones, que comparten una pared cada dos estancias, se habrían construido con mampostería hasta una altura
muy importante o por completo, al igual que en La Ferradura (Ulldecona, Tarragona) (Maluquer de Motes, 1983: 9; Belarte, 1993: 118). En Genó, la techumbre podría haber sido a
dos aguas (Maya, 1977: 88-89). Se constata la reutilización de
molinos como mampuestos en los alzados o en los escalones
de acceso a las estancias (López Cachero, 1999: 78). Esta organización de las estructuras en una disposición perimetral y
en torno a un espacio central es similar a la que presentan al-
Figura 8.5. Planta del asentamiento
de Genó (Aitona, Lleida) (López
Cachero, 2007: 106, fig. 2)..
176
[page-n-190]
gunos asentamientos desde la primera mitad del II milenio BC
−ver fig. 7.4a, fig. 7.54b o fig. 7.86− y a la que se adoptará en
muchos enclaves protohistóricos (por ejemplo, Ruiz Zapatero,
2018), algunos ocupados desde el siglo VII BC, como la Moleta
del Remei (Alcanar, Tarragona) (Gracia et alii, 2000) o Cabezo
de Monleón (Caspe, Zaragoza) (Maya, 1998: 380-381).
En el Levante de la península ibérica, se considera Bronce
final a la etapa comprendida aproximadamente entre el 1300 y
el 750/700 BC (Jover et alii, 2016d: 88, fig. 3). Durante estas
cronologías, en el ámbito del sureste y Levante peninsular se
documentan estructuras construidas de diferentes maneras, de
planta rectangular, pero también oval o circular, predominando
los alzados de materia vegetal y barro sobre zócalos de piedra.
Se produce el abandono de muchos asentamientos ubicados en
altura y se detecta un mayor número de hábitats en llano (Jover,
1999a; Jover et alii, 2016d: 92).
Como en otros momentos de la Prehistoria reciente y en otros
territorios peninsulares, asociadas al Bronce final del área del Levante peninsular se han detectado estructuras consideradas fondos
de cabaña, como los planteados en El Chinchorro-Cerro de las Balsas (Alicante), datados en el Bronce Tardío/Final I (Pérez Burgos,
2003). También en este sentido, en el Barranc del Botx (Crevillente, Alicante), se excavó una estructura negativa del Bronce final
cuya interpretación más probable se considera la de una fosa para la
extracción de arcillas y que fue reutilizada como basurero, aunque
no se descarta por completo que hubiera sido un fondo de cabaña
(García Borja et alii, 2007: 93).
Al margen de los indicios de estructuras de hábitat cuya
interpretación ha generado dudas, se conocen diversos casos de
construcciones del Bronce final en cuyos zócalos se empleó la
piedra. Entre las de planta circular se encuentran las excavadas
en la Serrecica de Cimbra (Totana, Murcia) (Lomba, 1998; Eiroa, 2004: 157-158, Lám. XXXI; entre otros) (fig. 8.6). Los zócalos se construyeron mediante la disposición de lajas verticales
en ambas superficies, interior y exterior, y un relleno de piedras
de menor tamaño, una técnica común a otros asentamientos de
estas cronologías, también en estructuras de planta circular,
como en el ya mencionado Cerro de los Cabezuelos (Contreras, 1982: 314). Las construcciones de la Serrecica de Cimbra
cuentan con bancos de piedra en el interior, postes para sostener
la techumbre y pequeños tabiques o compartimentos internos
hechos con lajas verticales paralelas, que parten del zócalo y en
ocasiones son dobles (Lomba, 1998: 74).
También se utiliza la piedra en la construcción de estructuras
de muros rectilíneos, como en la ocupación de Santa Catalina
del Monte (Verdolay, Murcia) planteada para cronologías avanzadas del Bronce final (Ros, 1985: 47), desde el siglo VIII BC,
donde se ha señalado que el alzado sobre zócalos de piedra
rectilíneos sería de adobe (Ruiz Sanz, 1998: 104-106, fig. 12).
Asimismo, se ha apuntado esta idea en El Castellar (Librilla,
Murcia) con edificaciones compartimentadas, datadas en el siglo VIII BC y donde los alzados pétreos conservan más de 1 m
de altura (Eiroa, 2004: 156). Por su parte, durante la ocupación
del Bronce final de Cobatillas la Vieja (Murcia), se ha apuntado
que los muros rectilíneos son de zócalo de piedra seca y el resto
del alzado construido con barro (Ros, 1985: 34).
En Pic dels Corbs (Sagunto, Valencia), las construcciones
del Bronce final son de planta circular y ovalada, aunque también de planta alargada en algunos momentos, con grandes
Figura 8.6. Estructura de planta circular excavada en la Serrecica
de Cimbra (Totana, Murcia) (a partir de Eiroa, 2004: 157, Lám.
XXXI).
bloques de piedra incorporados a los zócalos y estructuras de
combustión en el exterior de las edificaciones (Barrachina,
2012: 180). Mientras que en Los Villares (Caudete de las Fuentes, Valencia) se documentan alzados rectilíneos con zócalo de
piedra y parte superior de adobe en los niveles del Bronce finalinicios de la Edad del Hierro (Mata, 1991: 21, 188; González
Prats, 2001: 175).
Por otro lado, Caramoro II (Elche, Alicante) (González Prats
y Ruiz Segura, 1992b; García Borja et alii, 2010) es un yacimiento del Bronce final que cuenta con una muralla de piedra que delimitaría el espacio del poblado. En este enclave, aunque no se
han hallado estructuras de hábitat, se han documentado restos de
barro endurecido con improntas vegetales, caras alisadas y enlucidas, que se relacionaron con un manteado de barro sobre una
estructura vegetal o de madera. Algunos fragmentos conservarían
restos de enlucido, de tonalidad blanquecina y que podrían haber
estado también pintados de rojo, aunque análisis microvisuales
realizados no han podido concluir la presencia de pigmentos.
Además, se determinó también la existencia de posibles estructuras de barro, bordes de vasos contenedores o restos de posibles
adobes, a partir de fragmentos con dos caras alisadas o superficies
curvas (García Borja et alii, 2010: 49-51).
Se ha apuntado que a partir del siglo IX BC se producirían
en el panorama peninsular transformaciones hacia una mayor solidez de las estructuras de habitación (Blasco, 1993: 147; Ruiz
Zapatero, 2018: 349; entre otros). Se ha hablado también, para
definir los cambios observados entre el Bronce final y primera
Edad del Hierro en el valle del Duero, de un nuevo paso “de la
cabaña a la casa” (Blanco González, 2010; 2011; 2018).
Así, es a partir del Bronce final y, sobre todo, de la primera Edad del Hierro cuando se produce una de las incorporaciones más relevantes a los aspectos constructivos de la
Prehistoria reciente peninsular. Comienza a documentarse con
claridad y frecuencia en la península ibérica lo que supone, a
la vez, un nuevo material constructivo y una nueva técnica:
la construcción con adobe. Desde los siglos X-IX BC, se registra la presencia de adobes en asentamientos como Loma de
los Brunos (Caspe, Zaragoza) (Asensio, 1995: 32), dispuestos
sobre zócalos de piedra rectilíneos (Eiroa, 1982: 117), en muros también rectilíneos en Alto de la Cruz (Cortes, Navarra)
(fig. 8.7) o en estructuras circulares en El Soto de Medinilla
(Valladolid), donde los adobes podrían haber sido inicialmente
fabricados a mano (Belarte, 2011: 167-168). Durante la Edad
177
[page-n-191]
Figura 8.7. Alzado de adobe del siglo VIII BC en Alto de la Cruz (Cortes, Navarra) (a partir de Belarte, 2011: 167, fig. 4).
del Hierro I, su empleo puede considerarse generalizado. El
adobe se empleó en diferentes tipos de construcciones y en distintas partes constructivas, no sólo en los alzados. Además de
para construir pilastras y pavimentaciones, se ha planteado su
uso también para fabricar bancos y estructuras de actividad,
como en el caso de un horno en Los Cuestos de la Estación
(Benavente, Zamora) (Arnaiz, 2017: 97).
En la primera Edad del Hierro, en territorios como el valle
del Ebro se construyen enclaves con estructuras de planta
rectangular, con mayores o menores divisiones internas, pero
también se encuentran estructuras circulares, o la combinación
de ambos tipos de plantas (Ruiz Zapatero et alii, 1986). Entre
los asentamientos con construcciones tanto de muros curvos,
como de muros rectilíneos, se encuentran Los Cuestos de La
Estación (Benavente, Zamora), donde la estructura ortogonal
es la única conocida, considerándose del siglo VII BC (Arnaiz,
2017: 87, 97, fig. 1), o el Cerro de San Vicente (Salamanca),
donde ambos tipos de muros se documentan desde los inicios
del asentamiento en el siglo VII BC, aunque los circulares sean
más numerosos (Blanco González et alii, 2017: 223). A su vez,
en Castro dos Ratinhos (Barragem do Alqueva, Portugal) se
documentan restos de estructuras de la Edad del Hierro I de
muros rectilíneos, pero también construcciones circulares con
zócalo de piedra, revestido en su cara interior (Berrocal y Silva,
2010: 244-249). Pertenecientes a este enclave se han estudiado muestras de adobes y de revestimientos aplicados sobre los
zócalos de piedra, observándose el uso de estabilizante vegetal
en el mortero, tanto de los bloques como de los revocos (Bruno
y Faria, 2010: 400).
Durante la primera Edad del Hierro también se documentan
numerosas estructuras negativas. Respecto a los materiales
constructivos de tierra que pueden hallarse en su interior, en estas cronologías cabe tener en cuenta el hallazgo de adobes, que
se “incorporan” a estos contextos, como ocurre también en la
edificación de viviendas o incluso de murallas. Fechados en la
Edad del Hierro inicial, se han documentado adobes en el interior de fosas en Bòbila Madurell (Sant Quirze del Vallès, Barcelona) (Martín Colliga et alii, 1988; Miret, 1992: 68) o también
178
en el interior de estructuras negativas en Can Roqueta (Sabadell,
Barcelona) (García López y Lara Astiz, 1999: 197-198, 203, fig.
96; Belarte, 2011: 172). No obstante, en estas cronologías no
faltan los ejemplos del uso constructivo del adobe in situ en las
edificaciones, en asentamientos construidos en diferentes áreas
de la península ibérica.
Algunas de las estructuras negativas de la Edad del Hierro
I pueden interpretarse como fondos de cabaña, como ocurre
en el área prelitoral catalana (Francès, 2000: 35-36). Así, fondos de cabaña de la Edad del Hierro I, con huellas de postes,
se documentaron por ejemplo en Illa d’en Reixac (Ullastret,
Girona) (Pons, 1984: 97-102; Martín i Ortega, 1998). También se han identificado este tipo de estructuras en el interior
peninsular. En Getafe Sector III (Madrid) se excavaron los
restos de un fondo de cabaña de planta oval-irregular, datado
en la primera Edad del Hierro. Se registraron hasta ocho posibles huellas de poste en su perímetro y delimitando el contorno de la estructura, pero también dos de ellos en el interior
(Blasco y Barrio, 1986). Asimismo, se ha planteado la existencia de fondos de cabaña circulares y estructuras de planta
rectangular con extremo absidal, indicadas por agujeros de
poste, correspondientes a inicios de la Edad del Hierro, en
Soto del Henares (Torrejón de Ardoz, Madrid) (Blasco et alii,
2016). Otros posibles fondos de cabaña de la primera Edad
del Hierro han sido identificados en el sur de la península
ibérica, como en Taralpe Alto (Alhaurín de la Torre, Málaga)
(Santamaría et alii, 2012) o en Vega de Santa Lucía (Palma
del Río, Córdoba), donde se ha planteado que los alzados
serían de tierra maciza (Murillo, 1994: 71).
Por otra parte, en el medio Duero se conocen edificaciones
de paredes de bajareque y postes de madera, en asentamientos
como El Soto de Medinilla (Valladolid), donde son anteriores a
las construcciones circulares de adobe (Arnaiz, 2017: 88, 90),
al igual que en Los Cuestos de la Estación (Benavente, Zamora) (Celis, 1993: 97). Construcciones circulares con alzados
de bajareque y postes perimetrales, aunque sobre zócalos de
piedra, se han documentado también en Peñas de Oro (Zuya,
Álava) o en Castillo de Henayo (Alegría, Álava) (Maya, 1998:
[page-n-192]
Figura 8.8. a. Estructura circular de
El Soto de Medinilla (Valladolid)
(Belarte, 2011: 168, fig. 5). b.
Estructura circular del Cerro de San
Vicente (Salamanca) (a partir de
Blanco González et alii, 2017: 224,
fig. 6A).
401). En el primero se documentaron un tabique divisorio y un
horno y, en el segundo, un poste central de sustentación y un
hogar circular con borde (Romero, 1991: 228-229).
Las edificaciones de planta circular y alzados de tierra maciza
o adobe, revestidos y con frecuencia pintados en sus paredes interiores, con banco corrido en el espacio interior y un hogar en el
centro de este espacio, se han considerado un modelo de vivienda
característico de la Edad del Hierro I en el curso medio del Ebro
(Arnaiz, 2017: 88). El principal exponente de este tipo de edificaciones es El Soto de Medinilla (Valladolid) (Delibes y Romero,
1995; Romero y Sanz, 2007), donde se levantaron con adobe estructuras de planta circular (fig. 8.8a), con postes de refuerzo en
la cara exterior de los alzados y para las que se han planteado cubiertas cónicas (Maya, 1998: 410-411, fig. 19). Se construyeron
con bancos corridos y contaban con revestimientos pintados, con
motivos geométricos de tonos rojos y blancos (Romero, 1991:
227). En su fase plena se disponen estructuras rectangulares o
cuadrangulares en el espacio exterior entre las edificaciones, que
pudieron estar destinadas al almacenamiento (Arnaiz, 2017: 93).
Estructuras similares se han apuntado también en el Cerro de San
Vicente (fig. 8.8b), siendo éstas rectangulares o circulares (Blanco González et alii, 2017: 224), o en Los Cuestos de la Estación
(Benavente, Zamora) (Celis, 1993). Al igual que en Alto de la
Cruz, en El Soto de Medinilla se construyó una muralla con la
técnica del adobe (Maya, 1998: 410).
En el Cerro de San Vicente (Salamanca) (Macarro y Alario,
2012; Blanco González et alii, 2017), ubicado junto a un curso
fluvial y cuya ocupación se inicia en el siglo VII BC, se han
excavado diferentes estructuras, entre las que destaca la superposición de múltiples construcciones de planta circular con
alzados de barro, edificados mediante la técnica del adobe (fig.
8.9a). Algunas de las estructuras muestran grandes bancos de
barro adosados al interior de los muros y hogares cuadrangulares también de barro, muy similares a los excavados en El
Soto de Medinilla (Valladolid) (Blanco González, 2018: 315,
fig. 6c y d). Entre los derrumbes se hallaron restos constructivos con improntas vegetales, que habrían pertenecido a las
techumbres. Otra de las estructuras, de planta rectangular y
con divisiones internas, presenta muros de tierra maciza (fig.
8.9b). Dentro de una de las construcciones circulares de adobe
del Cerro de San Vicente se halló una estructura negativa en
la que se recuperaron restos de revestimientos pintados, entre
los que se encuentra un motivo de triángulos de color oscuro
sobre un fondo blanco (Blanco González et alii, 2017: 222, fig.
3d) (fig. 8.13a).
Las estructuras circulares del Cerro de San Vicente cuentan
además con vestíbulos de adobe. Vestíbulos o entradas pavimentadas han sido documentados en otros enclaves del Bronce final
y de la Edad del Hierro, como en las edificaciones de muros curvilíneos y zócalo de piedra de Acinipo (Ronda, Málaga), donde
Figura 8.9. Cerro de San Vicente
(Salamanca). a. Estructura de
planta circular y vestíbulo de adobe
(Blanco González et alii, 2017: 227,
fig. 10). b. Construcción rectangular
con muros de tierra maciza (Blanco
González et alii, 2017: 227, fig. 11).
179
[page-n-193]
Figura 8.10. a. Zócalos y
vestíbulos de las estructuras del
Bronce final de Acinipo (Ronda,
Málaga) (Torres, 2014: 255, fig.
1). b. Planta de las edificaciones
de la Edad del Hierro I de San
Martí d’Empúries (L’Escala,
Girona) (a partir de Aquilué et alii,
2000: 24, fig. 5).
se construyeron con piedra y con forma trapezoidal (Aguayo et
alii, 1986: 45; Torres, 2014: 254, fig. 1) (fig. 8.10a), o también
en el propio El Soto de Medinilla (Palol y Wattenberg, 1974:
190; Romero, 1991: 227).
En otros muchos asentamientos de la Edad del Hierro I se
constata la construcción de edificaciones de muros rectilíneos,
con alzados levantados con diferentes técnicas constructivas y
frecuentes terminaciones absidales. En Sant Martí d’Empúries
(L’Escala, Girona), durante la segunda mitad del siglo VII BC,
se conocen edificaciones adosadas, de planta rectangular y esquinas redondeadas (fig. 8.10b). Se construyeron con zócalos de
piedra y alzados de tierra. En su interior se documentan estructuras de combustión circulares, que funcionarían como hogares,
así como una de mayor tamaño, un horno con borde de barro
(Aquilué et alii, 2000: 24-25, figs. 5 y 6). Alzados rectilíneos
de tierra se conocen también, por ejemplo, en La Mota (Medina del Campo, Valladolid) (Seco y Treceño, 1995: 224-230;
Arnaiz, 2017: 97).
Las estructuras de Cabezo de Monleón (Caspe, Zaragoza)
son también de planta rectangular y con compartimentaciones
internas. En la construcción de los tabiques se habrían empleado troncos verticales manteados con barro (Maya, 1998: 381).
Cuentan con hogares y bancos adosados a la cara interna de los
muros (Beltrán, 1984; Ruiz Zapatero et alii, 1986: 89). Por su
parte, en el Cabezo del Lugar (Azaila, Teruel) se han hallado
estructuras de piedra muy erosionadas que se interpretan como
los restos de un poblado de la Edad del Hierro antiguo, con edificaciones adosadas de planta cuadrangular, dispuestas en torno
a una calle central (Díaz Ariño et alii, 2013-14). También se organizarían en torno a una calle las estructuras de El Calvari (El
Molar, Tarragona) (Asensio et alii, 1994-1996: 306) o de Loma
de los Brunos (Caspe, Zaragoza) (Eiroa, 1982: 115).
En muchos de los asentamientos con plantas rectangulares
y cuadrangulares se utiliza la técnica del adobe, como en Vinarragell (Burriana, Castellón) (Mesado, 1974; Mesado y Arteaga, 1979) o en San Cristóbal (Mazaleón, Teruel), datado en
los siglos VII-VI BC, donde se emplean los bloques de adobe
para construir alzados, bancos y también pavimentos (Fatás y
Catalán, 2005). La práctica de pavimentar con adobes, que será
más frecuente en época ibérica, se documenta también en asentamientos de estos momentos, como en El Soto de Medinilla
(Romero, 1991: 227). Alzados rectilíneos de adobe se construyen asimismo en otras áreas de la península, como en Cerro
Borreguero (Zalamea de la Serena, Badajoz), sobre zócalos de
piedra (Celestino y Rodríguez González, 2018: 175).
180
En cuanto al asentamiento de Los Almadenes (Hellín,
Albacete), habitado entre finales del siglo VII e inicios de la
segunda mitad del VI BC, cuenta con estancias cuadrangulares,
con divisiones internas y diversas estructuras de actividad, tales como bancos, hogares circulares u hornos, construidas con
piedra y tierra (Sala y López Precioso, 1995). Se ha planteado
la presencia de adobes en la construcción de un tabique, combinados con mampuestos (López Precioso y Sala, 1996: 232). En
este asentamiento se conocen evidencias, entre otros aspectos
constructivos, de madera trabajada, revestimientos pintados de
tonos rojos y ocres y de construcción con adobes, rectangulares
y hechos a molde, que se habrían utilizado en los alzados, sobre
zócalos de piedra (Sánchez García, 1999b).
Edificaciones rectangulares de adobe muy bien
conservadas se han excavado en Cabezo de la Cruz (La
Muela, Zaragoza) (Picazo y Rodanés, 2009). La principal
ocupación de este asentamiento se produjo durante la Edad
del Hierro, desde inicios del siglo VIII BC, cuando estuvo
protegido por un foso y una muralla. En la primera fase de
ocupación de la Edad del Hierro, las viviendas son alargadas
y de muros rectilíneos de adobe, enlucidos y reforzados con
postes de madera embutidos. Están compartimentadas mediante tabiques (fig. 8.11a y c), para cuya construcción se
usaron también adobes, piedra o madera. En el acceso a las
estructuras se construyen umbrales, mediante empedrados,
utilizando madera o revestidos de arcilla, enmarcados por
postes. Algunas estancias pudieron haber tenido altillos. En
su espacio interior cuentan con un banco corrido en uno de
lados, amplios hogares circulares, pero también rectangulares (fig. 8.11b), así como hornos circulares abovedados (fig.
8.11d), cuyas paredes se construyeron con barro. En algunas
viviendas se han conservado grandes maderos de la techumbre, vigas y travesaños, caídos sobre los hogares, así como
agujeros de poste centrales. Los postes suelen apoyarse sobre
losas (Picazo y Rodanés, 2009: 272-292).
Durante la segunda fase constructiva, datada entre mediados del siglo VII e inicios del VI BC, en el Cabezo de la Cruz se
detecta la ampliación de las viviendas y la construcción de muros más gruesos y sólidos (Picazo y Rodanés, 2009: 301-321).
Los análisis realizados a los morteros constructivos confirmarían el empleo de la cal y del yeso en el asentamiento (Marzo
et alii, 2009: 343).
La técnica constructiva del adobe se utilizó también en
asentamientos de la Edad del Hierro I del área catalana, combinada con otras, aunque no estuvo presente en todos los
[page-n-194]
Figura 8.11. a. Planta de la
casa 1 del Cabezo de la Cruz
(La Muela, Zaragoza). b. Hogar
central de la casa 1. c. Planta de
la casa 2 del mismo yacimiento.
d. Horno, plataforma circular y
troncos, indicando una posible
leñera, asociados a la segunda fase
constructiva del Cabezo de la Cruz
(a partir de Picazo y Rodanés,
2009: 275, 279, 281, 317, figs. 21,
26, 28, 75).
Figura 8.12. a. Hogar y tabique de
barro de una de las estancias de
Alto de la Cruz (Cortes, Navarra)
(Maluquer de Motes, 1958, Lám.
XXXIVa). b. Banco interior de
otra de las estancias (Maluquer de
Motes, 1958: Lám. XXVIIIa).
enclaves, donde se constatan distintas formas de construir.
En el Puig Roig del Roget (Masroig, Tarragona) (Genera,
1985; 1995; entre otros), las estancias son de planta rectangular, adosadas unas a otras. Las edificaciones cuentan con
alzados de adobe sobre zócalos de piedra, adobes que también se utilizan en la construcción de tabiques divisorios. Se
recuperaron restos constructivos de barro con improntas vegetales, procedentes de las cubiertas, además de un adobe
con restos de pigmento en ambas caras (Genera, 1995: 32,
34, figs. 21-24, 40). En este poblado se ha planteado también
el uso de piedras en las cubiertas de vegetales y barro, para
reforzarlas (Genera, 1985: 170; Belarte, 1993: 121). Otros
asentamientos de la Edad del Hierro I de este territorio que
cuentan con divisiones internas en las edificaciones son Barranc de Gàfols (Belarte, 1996: 105) y, en menor medida, La
Ferradura (Maluquer de Motes, 1983).
Por su parte, en la primera fase de ocupación de la Moleta
del Remei (Alcanar, Tarragona), durante finales del siglo VII y
la primera mitad del VI BC, las edificaciones son rectangulares,
construidas con zócalos de piedra y alzados de tierra maciza
o adobe. En su interior se documentan segundas alturas o altillos, bancos interiores construidos con barro y lajas de piedra, así como escalones de piedra. En estos momentos se sitúa
también la construcción de grandes estructuras de combustión
circulares, cuyas paredes se construyeron con barro modelado o
con adobes. En la solera se emplearon cantos y fragmentos de
cerámica reutilizados (Gracia et alii, 2000: 64-65).
La existencia de segundas alturas también se ha planteado
en Barranc de Gàfols (Asensio et alii, 1994-1996: 310; Belarte, 1993: 122; Sanmartí et alii, 2000), donde las estructuras
rectangulares y alargadas se adosan también unas a otras. En
este asentamiento se han hallado ejemplos de instalaciones
construidas con tierra adosadas a los muros, conformando
un espacio que pudo estar destinado al almacenaje, así como
restos de un gran borde de barro que podría haber formado
parte de un soporte, quizá para recipientes (Belarte, 1993:
138, figs. 21 y 23).
En cambio, en Sant Jaume-Mas d’en Serrà (Alcanar,
Tarragona) (Garcia i Rubert et alii, 2005; 2014; 2016; entre
otros), ocupado entre finales del siglo VII BC e inicios del
VI, no se ha identificado la construcción con adobe. En la superficie de una pequeña elevación se construyeron diferentes
estancias de muros rectilíneos, adosadas unas a otras y organizadas mediante calles. Los alzados de las edificaciones son
de mampostería y habrían tenido una segunda altura (Mateu,
2015: 136). La mampostería de piedra habría sido también una
técnica constructiva fundamental en La Ferradura (Ulldecona,
Tarragona) utilizada en los alzados, tabiques o para construir
un horno (Maluquer de Motes, 1983). Tramos de muros rectilíneos de piedra se han excavado asimismo en Santa Llúcia (Alcalà de Xivert, Castellón), datados entre finales del siglo VII y
finales del VI BC. En este enclave se recuperaron un soporte
a modo de parrilla y un amplio recipiente abierto de barro, de
escasa altura y borde realzado (Aguilella, 2016: 112-113, figs.
181
[page-n-195]
Figura 8.13. Revestimientos
pintados de la primera Edad del
Hierro. a. Cerro de San Vicente
(Salamanca) (Blanco González et
alii, 2017: 222, fig. 3D). b. Adobe
pintado de Barranc de Gàfols
(Ginestar, Tarragona), en el Museu
d’Arqueologia de Catalunya. c.
Pinturas de la Edad del Hierro I
en El Carambolo (Camas, Sevilla)
(Torres, 2014: 266, fig. 12).
9 y 10). Este último recipiente sería similar a los que han sido
denominados “bandejas” para el caso de Sant Jaume (Mateu,
2011: 332, fig. 2; 2015: 85, 180).
Uno de los enclaves más característicos de la construcción
con adobe es Alto de la Cruz (Cortes, Navarra) (Maluquer
de Motes, 1958; García López, 1994; Munilla et alii, 1996;
entre otros), donde a partir de la primera Edad del Hierro se
construyen estructuras de planta rectangular o trapezoidal,
alargadas y adosadas. El uso del adobe habría sido documentado desde el siglo X-IX BC (Belarte, 2011: 167). Cuentan
con alzados de adobe y postes en el interior de los espacios
y están compartimentadas por lo general en tres espacios. Se
ha planteado la existencia de altillos o segundas alturas en las
edificaciones (Maluquer de Motes, 1958: 122). Los hogares
son placas de arcilla de forma rectangular (fig. 8.12a) y, como
los bancos corridos (fig. 8.12b), se disponen con una ubicación regular en las diferentes estancias (Ruiz Zapatero et alii,
1986: 91-92; García López, 1994: 96). El poblado de Alto de
la Cruz contó asimismo con una muralla construida con la
técnica del adobe (Maluquer de Motes, 1958).
En este asentamiento se han documentado también
revestimientos pintados, que fueron aplicados en diversas
construcciones de adobe, tanto en alzados, como en bancos
(García López, 1994: 100), hallados en contextos primarios de
incendio. Los motivos, pintados en rojo sobre un fondo blanco, son de carácter geométrico (Knoll, 2016: 206; 2018). Uno
de los motivos pintados es una figura antropomorfa con los
brazos levantados, “orante”, cuyo cuerpo está representado en
forma de “reloj de arena”, de 25 cm de altura (Knoll, 2016:
207, fig. 306a).
Otros casos de revestimientos pintados sobre estructuras
de adobe de la Edad del Hierro I, además de los citados en El
Soto de Medinilla, Cerro de San Vicente o Alto de la Cruz, son
los de las construcciones de planta circular de Zorita (Valoria
la Buena, Valladolid), donde se hallaron motivos geométricos
de tonos amarillos y negros, con rombos rellenos de retícula y
bandas paralelas, sobre un fondo rojo (Martín Valls y Delibes,
1978: 222-225, fig. 4). Destacan también los enlucidos pintados con decoraciones geométricas de Los Cuestos de la Estación (Benavente, Zamora) (Celis, 1993: 107, fig. 8) o de Plaza
Figura 8.14. Vista aérea de la
estancia 100 de Casas del Turuñuelo
(Guareña, Badajoz) (Celestino et
alii, 2015: 47, fig. 5).
182
[page-n-196]
Figura 8.15. a. Estructura de adobe
excavada en La Fonteta (González
Prats, 1999: 52, Lám. XIV). b.
Perfil de un alzado de adobe en este
mismo asentamiento (González
Prats, 1999: 45, Lám. VII. 2).
del Castillo (Cuéllar, Segovia). En este enclave se conocen
edificaciones de muros rectilíneos de tierra y con hogar central
de forma cuadrangular (Barrio, 1993: 184, fig. 6).
El uso del adobe también es fundamental en los
asentamientos tartésicos, desde momentos iniciales del siglo IX
BC. Las formas arquitectónicas en el ámbito tartésico se asocian
a la influencia fenicia, generalizándose los muros rectilíneos
con zócalo de piedra y alzado de tierra, pudiendo ser “de adobe
o tapial” (Torres, 2014: 264). Así, en El Carambolo (Camas, Sevilla) se halló un fondo de cabaña de forma oval, donde apareció
el famoso tesoro, así como los restos de un poblado. En el fondo de cabaña se recuperaron numerosos restos constructivos de
barro con improntas vegetales (Carriazo, 1978: 114-116). Las
estructuras del asentamiento de El Carambolo, construidas en
los siglos VIII-VI BC, son de planta rectangular alargada, con
muros de adobe sobre zócalos de piedra. Con adobe se construyeron también tabiques y bancos adosados, rellenando el espacio interno de los mismos con restos de adobes fragmentados
(Bruno, 2009: 3). Se han conservado enlucidos con decoración
pintada (Torres, 2014: 265-266, fig. 12) (fig. 8.13c).
Cancho Roano (Zalamea la Serena, Badajoz), cuya
construcción se habría iniciado a finales del siglo VII BC,
también cuenta con basamentos de piedra y alzados de adobe.
Los pavimentos de esta construcción habrían sido de arcilla
apisonada, documentándose en una de las estancias una pavimentación de lajas de pizarra (Celestino et alii, 2015: 45).
Otro ejemplo destacado de construcción con tierra en la Edad
del Hierro se encuentra en Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz) (Celestino et alii, 2015; Rodríguez González y Celestino, 2017), donde se ha excavado una estancia muy singular,
la habitación 100 (fig. 8.14), que dejó de utilizarse a finales
del siglo V BC, resultando ser la planta superior de un edificio mayor. Cuenta con gruesos muros de adobe, revestidos y
decorados de diferentes formas, como con pinturas y relieves
de barro con forma de ondas, así como cubiertos con lajas de
pizarra. Éstas también se utilizaron para realizar las pavimentaciones, al igual que bloques de adobe. Asimismo, con adobe
se construyó un banco corrido, enlucido y cubierto por lajas
de pizarra en su parte superior. La estancia podría haber estado cubierta por una bóveda de ladrillos, bloques de barro que
habrían sido cocidos a unos 900° C (Celestino et alii, 2015:
46-49; Rodríguez González y Celestino, 2017: 187).
En el área del Levante peninsular, es también durante la Edad
del Hierro I cuando se generaliza el uso de la técnica del adobe.
En Los Saladares (Orihuela, Alicante) las estructuras son de muros
rectilíneos, con zócalos de piedra y el resto del alzado de adobe y se
encuentran revestidos. Se ha documentado que las cubiertas serían
de madera y vegetales cubiertos con barro (Arteaga y Serna, 1979:
83). El uso del adobe se documenta antes de que se registre una
presencia fenicia, al igual que ocurriría, por ejemplo, en Vinarragell
(Burriana, Castellón) (Belarte, 2011: 169).
Del mismo modo, en La Fonteta (Guardamar del Segura,
Alicante) (González Prats, 1999; 2010; 2011; 2014; Rouillard
et alii, 2007; entre otros) se documenta el uso de la técnica
del adobe en alzados (fig. 8.15) rectilíneos y enlucidos, sobre
zócalos de mampostería; en escaleras; en la construcción de
una estructura circular, interpretada como un horno (González
Prats, 1999: 17-18, 51, Lám. XIII); así como en pavimentos
(González Prats, 2001: 178-179). Esta técnica se utilizaría en
este enclave desde finales del siglo VIII BC (Belarte, 2011:
168). En La Fonteta también se ha mencionado la existencia de
muros rectilíneos de tapial (González Prats, 1999: 15, 40, Lám.
II), así como la presencia de posidonia en los restos constructivos de barro, que podría haber sido utilizada como estabilizante
(González Prats, 1999: 19; 2001: 178, 184-185, fig. 8; Sánchez
García, 1999b: 224). La muralla de La Fonteta se habría construido con adobe, sobre una base de mampostería (González
Prats, 1999: 22; 2011: 22).
8.1. CASOS DE ESTUDIO
8.1.1. Peña Negra
Introducción al yacimiento
El yacimiento prehistórico de La Penya Negra o Peña Negra
(Crevillente, Alicante) (González Prats, 1982; 1983; 1990; Lorrio et alii, 2017; 2020; entre otros) es un hábitat construido
en una zona elevada, enmarcado entre dos ramblas en la Sierra
de Crevillente, en la Vega Baja del Segura. La geología de
la sierra está compuesta, entre otras rocas, por arcillas, yesos
y dolomías de color oscuro, de las que recibe su nombre el
asentamiento (Belmonte et alii, 2017a), siendo considerables
los procesos de erosión del relieve y la formación de cárcavas,
que han alterado de forma importante los restos arqueológicos. Desde su emplazamiento se habría contado con una buena visibilidad sobre las zonas lagunares del llano. Peña Negra
presenta una ocupación desde mediados del siglo IX BC hasta
mediados del siglo VI BC.
Las primeras intervenciones arqueológicas en este enclave
tuvieron lugar en la década de 1970, siendo primero dirigidas
por Enrique Llobregat Conesa, aunque los trabajos de campo
183
[page-n-197]
Figura 8.16. Plano en el que se indican los sectores diferenciados en
Peña Negra, marcándose aquéllos en los que se han recuperado la
mayor parte de los fragmentos constructivos estudiados. Abajo a la
izda., distribución de los restos por cronologías (a partir de imagen
de Alberto J. Lorrio, Proyecto Peña Negra).
y la publicación de los resultados de aquellas intervenciones
fueran llevados a cabo por Alfredo González Prats, quien a partir de 1978 y hasta 1987 dirigiría en solitario las intervenciones. Las excavaciones fueron retomadas en el año 2014 con un
equipo de la Universidad de Alicante, desarrollándose hasta la
actualidad. En este asentamiento se han diferenciado desde los
inicios de su investigación dos fases de ocupación principales
(González Prats, 1983: 38; Lorrio et alii, 2017).
La primera es el llamado horizonte Peña Negra I, datado en
el Bronce final pleno o, de acuerdo con una propuesta reciente, Bronce final III (Jover et alii, 2016d: 95), desde aproximadamente el 900-850 al 750-725 BC. La segunda gran fase de
ocupación es el horizonte Peña Negra II, fechado en el Hierro
antiguo-orientalizante, desde el 750-725 a mediados del siglo
VI BC, relacionándose con la ciudad de Herna, mencionada en
los textos clásicos (Lorrio et alii, 2016: 47; Lorrio et alii, 2017:
85). El horizonte de ocupación del Hierro antiguo-orientalizante
de Peña Negra coincide con la fundación de los cercanos enclaves costeros fenicios de La Fonteta, ya mencionado, así como
del Cabezo Pequeño del Estaño (Guardamar del Segura, Alicante) (García Menárguez, 1994; Bueno et alii, 2013; García
Menárguez y Prados, 2014; entre otros). El yacimiento cuenta
con una necrópolis de incineración del Bronce final y el Hierro
antiguo fechada entre los siglos IX y VII BC, en el llamado Sector XI (fig. 8.16), donde se ubica también el poblado calcolítico
de Les Moreres −ver 6.1.3.
Pertenecientes a la ocupación del Bronce final se
documentaron diferentes tipos de estructuras, entre las que
predominarían las excavadas en el suelo, que son considerados
como posibles basureros, hallados en diferentes sectores, aunque fueron interpretados inicialmente como fondos de cabaña de
planta ovalada (González Prats, 1977: 122; 1983: 39, 59) (fig.
8.17a). También se han identificado estructuras de planta circular u oval y de paredes “de arcilla roja”, a las que se superpone
el Sector II, Corte E, una gran construcción de muros rectilíneos
con esquinas curvas y zócalos de piedras hincadas revestidos de
arcilla roja (González Prats, 1983: 60; 1985: 440-441; 1986c:
126; entre otros). Esta construcción, inicialmente considerada
como una “vivienda metalúrgica” (González Prats, 1990; 1992)
(fig. 8.17c), aunque con posterioridad se haya desestimado tal
interpretación (Lorrio et alii, 2017: 82), contaba con sucesivos
pavimentos blancos, que se apuntó que estarían compuestos por
caolín o cal (González Prats, 1990: 38; 1992: 245). No obstante, análisis realizados sobre este material mediante microscopía
electrónica de barrido (SEM) han determinado que se trataría
de yeso (Isidro Martínez, com. pers.). De estos momentos se
identificaron también diferentes hornos de carácter doméstico,
de planta circular y contorno de piedras (González Prats, 1983:
61-62; 1993b: 182). Durante el Bronce final, las estructuras
se localizan de manera dispersa a lo largo de un área amplia,
que con posterioridad ocupará el asentamiento orientalizante
(Lorrio et alii, 2017: 85).
Durante la fase del Hierro antiguo o fase orientalizante
se habría intensificado la construcción de estructuras, transformándose su ubicación y disposición y aterrazando partes
del asentamiento para permitir la edificación en un terreno
irregular (González Prats, 1983: 140). Las edificaciones de
esta fase cuentan con muros rectilíneos con zócalos de piedra
Figura 8.17. Estructuras del Bronce
final de Peña Negra (Crevillente,
Alicante). a. Estructuras negativas,
consideradas como posibles
basureros. b. Restos de una
edificación de muros rectilíneos
de piedra (González Prats, 1983:
60, fig. 12.2a y 1.b). c. Estructura
de planta rectangular y esquinas
redondeadas (González Prats, 1992:
246, fig. 2).
184
[page-n-198]
Figura 8.18. Construcciones del
Hierro antiguo de Peña Negra. a.
Edificación de planta alargada,
tabique interno y hogar central. b.
Estructura de planta rectangular
(González Prats, 1983: 141, fig.
26 1 y 5).
y alzados de barro, descritos como de “adobes o tapial”, con
plantas predominantemente cuadrangulares y rectangulares
(fig. 8.18). La técnica del adobe se utilizó también en tabiques
(González Prats, 1993b: 185). En algunas estancias se identifican
bancos corridos, un hogar central, vanos y los quicios de piedra
de una puerta. Las techumbres se habrían edificado con vegetales
y barro y algunas estructuras estarían enlucidas en el interior con
pintura roja. En esta fase se documentan también hogares ovales
o circulares, en cuya base se emplean fragmentos cerámicos, algunos construidos enteramente con barro (González Prats, 1983:
53, 140-150). Además, se producen cambios importantes en la
cultura material respecto a momentos previos, como la presencia
de cerámica hecha a torno y objetos de hierro.
En el asentamiento de Peña Negra, el yeso se habría
empleado como material constructivo durante ambos horizontes cronológicos, teniendo su apogeo en el período orientalizante (González Prats y Ruiz Segura, 1990-1991: 58; González
Prats, 1993a: 151). Se constata su uso en bancos y en “placas
de yeso con improntas de cañas”, restos constructivos resultado
de la técnica del bajareque de cañas y yeso, cuyo hallazgo en
contextos primarios, como en el Departamento 1 y el Área 4,
Sector VII, permitió interpretarlas como partes de segundas alturas de las estancias, destinadas al almacenaje (González Prats
y Ruiz Segura, 1990-1991: 56; González Prats, 1993a: 151).
Los afloramientos de yeso natural en la zona han propiciado
su aprovechamiento para una importante producción pirotecnológica de mortero de yeso constatada en época contemporánea
(Belmonte et alii, 2017a). Esta producción ya habría tenido una
importancia considerable en el enclave a finales de la Prehistoria reciente, como muestran buena parte de las evidencias que
se presentan a continuación que, como ha podido determinarse
también mediante análisis microscópicos, están formadas por
un mortero de yeso de origen pirotecnológico.
Los materiales de barro y yeso de Peña Negra
Características generales del conjunto
En este estudio hemos analizado un total de 238
fragmentos1, procedentes de diversas campañas de excavación llevadas a cabo en el yacimiento: desde algunos restos
1
Agradecemos al director de las excavaciones en Peña Negra, Alberto J. Lorrio Alvarado, el facilitarnos el acceso a los materiales para
su estudio, así como al conjunto del equipo de Peña Negra, por la
ayuda y la atención proporcionadas a lo largo de éste.
recuperados en 1984 y 1985, pasando por un buen número de
piezas de las intervenciones de 1986 y 1987, hasta los fragmentos recuperados en las campañas de 2014, 2015, 2016
y 2017. La mayoría de los materiales se corresponden con
el periodo orientalizante. Así, un total de 57 piezas −24%−
proceden de contextos del Bronce final, 173 −72,6% − de la
fase orientalizante y 8 −3,4%− son de procedencia dudosa.
La mayoría fueron recuperados en el sector II, seguidos de
los hallados en el sector VII y, en un número mucho menor,
en los sectores XII y III.
Las formas que presentan los materiales analizados de este
conjunto son muy variadas, así como sus tamaños, desde 1,8
x 0,7 x 0,7 cm en el ejemplar de menor tamaño, hasta 30 x 20
x 6,5 cm en el mayor de ellos. Respecto a las coloraciones de
las piezas, cabe distinguir en primer lugar entre los restos de
yeso, de color fundamentalmente blanco, y los compuestos por
barro, cuyas coloraciones varían, sobre todo en función de los
tonos naturales de los sedimentos utilizados y de su grado de
alteración por el fuego. En el total del conjunto, la gran mayoría de los fragmentos presenta caras externas, regularizadas o
alisadas, con huellas de alisado e incluso pintadas, como puede
observarse en un buen número de piezas. Por otra parte, una
cifra importante de los fragmentos analizados puede interpretarse como partes de elementos muebles, fabricados tanto con
barro como con yeso. En las piezas se observan también alteraciones de tipo postdeposicional. Algunos restos se encuentran
muy afectados por la presencia de raíces y un pequeño grupo
presenta concreciones en sus superficies.
Observaciones macroscópicas sobre los morteros
de barro y yeso
Los elementos de barro analizados, con diferente grado de
endurecimiento, presentan coloraciones marrones y amarillentas, anaranjadas o rosadas, algunos de ellos con el interior ennegrecido. En buena parte de los fragmentos se han observado
huellas que indican la presencia en la mezcla de materia vegetal
de pequeña talla (fig. 8.19a y d), ya desaparecida, en algunos casos en forma de tramos de entre 0,5 y 1,5 cm de largo, así como
huellas negativas de tipo tallo clavado. La materia vegetal se habría añadido a la mezcla de barro a modo de estabilizante, algo
que se observa en las piezas del conjunto compuestas por barro
y no en las de morteros de yeso. Algunos de los elementos de
tierra analizados presentan también restos de carbón en el mortero y ejemplares de malacofauna de muy pequeño tamaño y
color gris oscuro. En cuanto a los fragmentos de yeso, presentan
una consistencia dura o muy dura. En ellos se observan, a nivel
185
[page-n-199]
Figura 8.19. Detalle de diferentes
tipos de material constructivo que
componen los fragmentos de Peña
Negra. a. Mortero de barro, con
huellas negativas de materia vegetal.
PN 156. b. Mortero de yeso. PN
139. c. Superficie pintada. PN 100.
d. Huellas vegetales visibles en la
superficie alisada de un elemento
mueble. PN 117.
macroscópico, inclusiones geológicas de aspecto blanquecino
y transparente, que se corresponden muy probablemente con
restos del mineral de yeso.
Improntas constructivas de madera y vegetales
El análisis macroscópico de los restos constructivos de Peña
Negra ha permitido determinar diferentes aspectos referentes
a las técnicas constructivas desarrolladas en este asentamiento. Por una parte, en dos restos constructivos, recuperados en
el Sector II durante la campaña de excavación efectuada en
2015, asociados a la fase orientalizante, se observan superficies planas o que incluso convergen en sección angular en el
caso de un resto de yeso −PN 124−, pudiendo constituir improntas de elementos de madera trabajada. No obstante, las
evidencias que apuntan a ello en los materiales objeto de este
estudio son muy escasas y parciales, por lo que de momento
no puede plantearse con mayor seguridad la constatación del
trabajo de la madera a partir del análisis de los fragmentos
constructivos.
Por otro lado, son muy destacables los fragmentos de este
conjunto resultado de la aplicación de la técnica constructiva del
bajareque, con paneles de caña y carrizo cubiertos con mortero de yeso. La gran mayoría de las improntas constructivas del
conjunto se encuentran en fragmentos de yeso, aunque también
se han documentado restos de barro asociados a la construcción con bajareque. En buena parte de las piezas del conjunto se
observan improntas de elementos vegetales, plantas gramíneas
con diámetros de diferentes dimensiones. Se han documentado improntas de entre 0,5 y 1 cm de diámetro, que podemos
identificar como de carrizo, y de entre 1 y 1,9 cm de diámetro,
Figura 8.20. Fragmento constructivo
de yeso resultado de la construcción
mediante la técnica del bajareque,
durante la fase orientalizante de
Peña Negra. PN 4. a. Cara interna
con improntas de caña y carrizo. b.
Cara externa con huellas de alisado.
c. Alisado en dirección vertical en la
esquina de una edificación de época
contemporánea (Aspe, Alicante).
186
[page-n-200]
Figura 8.21. Detalles anatómicos
de la caña y el carrizo empleados
en las edificaciones, visibles
en las improntas en fragmentos
constructivos de yeso. a. Impronta
de la hoja que recubre el tallo
de una caña. PN 20. b. Surcos
longitudinales en los tallos de la
caña y el carrizo, que se habrían
originado al mantear con el yeso
tallos fragmentados. PN 8. c.
Surcos irregulares en la superficie
de improntas de caña y carrizo,
reflejo del empleo como material
constructivo de plantas afectadas
por xilófagos. PN 43.
tratándose en su mayor parte de improntas de caña. El número
de improntas vegetales por fragmento se sitúa sobre todo entre una y cuatro, existiendo ejemplos de hasta nueve improntas, siendo éstas tanto de carrizo como de caña en los casos de
fragmentos de más de cinco improntas.
Un caso excepcional cuenta con 23 negativos de carrizo y
caña en su cara interna (fig. 8.20a), siendo éste un resto constructivo de yeso de 30 x 20 x 6,5 cm, recuperado en 1986 en el
Sector VII. Su cara externa, alisada (fig. 8.20b), converge con la
interna mediante una superficie plana que las une. La morfología
de esta pieza permite asociarla a la terminación de una superficie,
pudiendo tratarse de la cara externa del forjado de una segunda altura o del revestimiento de un alzado en una esquina. Siendo así,
el panel de cañas y carrizo se habría dispuesto con tendencia horizontal y el alisado de la superficie externa se habría producido, al
acercarse a la esquina, en movimientos verticales, como también
puede verse en un ejemplo obtenido mediante una comparación
etnoarqueológica (fig. 8.20c). Estos paneles manteados con yeso
son ampliamente utilizados en la arquitectura tradicional del área
alicantina, reciben la denominación de testero y pueden enlucirse
con una capa de cal o de barro (Ciscar, 1974: 229).
Las improntas conservadas en los restos de yeso, debido
a su alto nivel de preservación, permiten observar sin dificultad diferentes detalles de la morfología de estos materiales
constructivos, cañas y carrizo, empleados y ya desaparecidos. Estos detalles abarcan desde las hojas de estas plantas
(fig. 8.21a), las estrías longitudinales de sus tallos, los nudos
que unen los tramos en dichos tallos, hasta incluso roturas
longitudinales que han quedado impresas en el mortero (fig.
8.21b), así como la acción destructiva de insectos xilófagos,
que generan túneles irregulares en estas plantas utilizadas
para construir (fig. 8.21c).
En estas piezas se observa que los vegetales fueron
dispuestos de manera cruzada en algunos tramos, con direcciones diferentes. También se aprecian secciones “en abanico”, que
se habrían generado mediante la presión del mortero de yeso sobre el panel o superficie de cañas y carrizo. En algunos fragmentos constructivos de yeso con caras alisadas, se observan huellas horizontales paralelas, resultado de haberlas alisado con los
dedos. El análisis compositivo mediante microfluorescencia de
rayos X de uno de estos elementos −PN 85− muestra que se trata
de yeso reconstituido, que sería bastante puro, aunque también
contiene restos de arcilla de tipo caolín, trazas de oxi-hidróxidos
de hierro, celestina y rutilo −ver anexo II, Pastor, 2019.
Ataduras
En los fragmentos constructivos hemos documentado siete
piezas con improntas de ataduras que se habrían realizado con
cuerdas enroscadas o de torsión helicoidal, recuperadas durante la campaña de 1986 en el Sector VII. Además de este tipo
de uniones, hemos observado algunos casos puntuales de posibles improntas de ataduras de tipo tallo –PN 23−. No hemos
observado improntas de cuerdas trenzadas.
La totalidad de ejemplos con improntas de cuerda
torsionada son fragmentos de yeso, muy endurecidos, que presentan tanto una cara exterior, regularizada o alisada, como
una interior con improntas de caña y carrizo. En estos restos,
la impronta de la cuerda torsionada suele localizarse en un extremo de la pieza, en una línea de rotura. Hemos observado
este mismo patrón en comparaciones etnoarqueológicas con
construcciones contemporáneas semiderruidas, de bajareque
de carrizo y cañas manteado con mortero de yeso. Esto puede
deberse a que la rotura del material constructivo se produzca preferentemente en el punto donde se sitúa la cuerda por
factores mecánicos.
En estos elementos constructivos puede observarse que lo que
estaba uniendo la cuerda torsionada era el propio panel de cañas y/o
carrizo, atando estas plantas entre sí. A pesar de los escasos restos
recuperados con improntas de este tipo de ataduras y del reducido
tamaño de los mismos, en ellos se observa un aspecto importante
a la hora de profundizar en el conocimiento de las técnicas constructivas empleadas en este yacimiento. En dos de estos fragmentos
aparecen otras dos evidencias de ataduras, también de torsión helicoidal, que unirían el panel de cañas a otro elemento (fig. 8.22a),
dispuesto en dirección perpendicular a las cañas, al que éstas estarían sujetas, posiblemente una rama o “caña guía” (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016: 51) que contribuyera a su sujeción,
una solución constructiva que también hemos observado mediante
comparaciones etnoarqueológicas (fig. 8.22b).
Las cuerdas de torsión helicoidal serían más resistentes
que las cuerdas trenzadas y su fabricación tendría también
una mayor dificultad (Sánchez Sanz, 2009: 429). Como se
187
[page-n-201]
Figura 8.22. a. Improntas de
cuerdas de torsión helicoidal en
un resto constructivo de yeso con
improntas negativas de cañas,
de la fase orientalizante de Peña
Negra. PN 5. b. Panel de cañas
dispuestas en horizontal, unidas a
una “caña guía” y manteadas con
yeso, en una edificación de época
contemporánea (El Rebolledo,
Alicante).
ha recogido en un capítulo anterior, del empleo de cuerdas
realizadas mediante torsión helicoidal se tiene constancia en
la península ibérica desde el Neolítico antiguo, habiéndose
preservado restos de estos materiales en La Draga (Banyoles,
Girona) (Bosch Lloret et alii, 2006: 124, 125; Piqué et alii,
2018: 267, fig. 8). Las ataduras mediante cuerdas torsionadas
han sido halladas también en el poblado argárico de Peñalosa
(Baños de la Encina, Jaén) (Contreras, 2009: 71) y en los
asentamientos de la primera Edad del Hierro de Alto de la
Cruz (Cortes, Navarra) y Cabezo de la Cruz (La Muela, Zaragoza) (Sánchez Sanz, 2009: 432).
Posibles fragmentos de adobes
Algunas piezas recuperadas en el Sector IIW de Peña Negra
parecen corresponderse con fragmentos de adobes. Presentan
gravas en su composición y huellas del empleo de estabilizante
vegetal, una coloración marrón anaranjada-rosada y una consistencia media. La pieza más completa (fig. 8.23) presenta unas
Figura 8.23. Probable fragmento de un adobe recuperado en Peña
Negra, asociado al periodo orientalizante. PN 154.
Figura 8.24. Imágenes de la pieza PN
154 mediante lámina delgada.
188
[page-n-202]
Figura 8.25. Estructuras
musealizadas en Peña Negra, Sector
IIW. a. Estancia con zócalo de
piedra, alzado de adobe y recreación
de hogares centrales. b. Tabique
divisorio construido con zócalo de
piedra y alzado de bloques de adobe.
dimensiones de 6 x 5,2 x 3,9 cm y conserva la convergencia de
dos caras alisadas en un ángulo de unos 90 grados, que podría
ser una esquina del adobe.
El análisis realizado mediante microfluorescencia de rayos X
a este fragmento muestra una composición de la parte externa a
base de carbonato cálcico, arcilla y/o feldespato potásico, cuarzo,
yeso desigualmente distribuido y oxi-hidróxidos de hierro que
favorecerían su coloración rojiza. En el interior se observa una
menor cantidad de carbonato cálcico y mayor de arcillas y oxihidróxidos de hierro −ver anexo II, Pastor, 2019−. En la observación mediante lámina delgada se apreció que su matriz es arcillosa, con abundantes vacuolas, que podrían deberse a aire atrapado
durante su manufactura −ver 3.2.2− y algunos granos dispersos
de ocre de más de 2 mm. Se identificaron también algunos huecos
dejados por vegetales ya desaparecidos que formaban parte de la
mezcla (fig. 8.24) −ver 3.2.2, fig. 3.13a.
La presencia de adobes en las estructuras excavadas
correspondientes a la fase orientalizante del asentamiento se recoge en la bibliografía acerca del mismo (González Prats, 1983:
142; 1993a: 151; 2001: 177), aunque el empleo impreciso en
estas obras de términos como adobe y tapial, también como sinónimos de estructuras de barro en general, resta seguridad en
algunos casos a la presencia en diferentes partes del asentamiento de las técnicas constructivas que se apuntan. En cualquier
caso, se menciona el hallazgo en 1977, de restos de adobes “de
sección rectangular”, ubicados in situ en un tabique interno sobre un zócalo de piedra, en una estructura singular de planta rectangular tipo megaron (González Prats, 1983: 142), en el mismo
sector del que proceden los restos que hemos identificado como
de posibles adobes. Esta construcción ha seguido siendo excavada entre 2015 y 2017 y en su musealización se aprecian sus
tres estancias, un banco corrido, hogares centrales y tabiques
internos (fig. 8.25). También se recogió la presencia de un alzado de adobe en una estructura del Sector VII excavada en 1982
(González Prats, 1983: 53; 2001: 177), tratándose de piezas con
un grosor uniforme de unos 10 cm y entre 30-50 cm de ancho
(González Prats, 1983: 53).
Tratamiento de las superficies: alisado y decoraciones pintadas
En este conjunto de restos constructivos, las superficies externas conservadas son abundantes, tanto en restos de barro
como en piezas de yeso. Se observan evidencias de alisado
manual, realizado directamente con los dedos, pero también
marcas en algunas superficies que apuntan a un acabado realizado mediante algún instrumento. Este es el caso, fundamentalmente, de piezas que presentan superficies pintadas,
como se recogerá a continuación. El alisado con los dedos
se observa sobre elementos muebles, de barro y de yeso y
sobre todo en los restos de bajareque con mortero de yeso.
Claras capas superpuestas de yeso se han observado en diversos fragmentos constructivos (fig. 8.26), asociados a la
ocupación del Bronce final.
Entre las piezas de este material hemos documentado
algunas que parecen corresponderse con revestimientos aplicados sobre estructuras de piedra. Presentan caras externas
alisadas con los dedos y caras internas con improntas que pertenecerían a piedras. De hecho, algunos fragmentos conservan, además de estas improntas, restos de piedras adheridas
aún a ellos (fig. 8.27a).
Además, entre los elementos de yeso, un grupo presenta una
cara alisada manualmente y en la contraria una forma apuntada (fig. 8.27b). Aunque en algún caso podría tratarse de revestimientos, habiéndose producido esta forma al introducirse el
mortero entre las piedras, por ejemplo, consideramos que dos
de ellas −PN 185 y PN 194− podrían ser tapaderas, elaboradas
con yeso y modelando en uno de sus lados un apéndice. Pertenecen a contextos del Bronce final. Su forma es muy similar a
las piezas de yeso interpretadas como tapaderas de La Pedrera
Figura 8.26. a. Resto constructivo
de yeso con dos capas adheridas
superpuestas, la primera de
coloración más oscura y la última de
color blanco, de la fase del Bronce
final de Peña Negra. b. Vista cenital.
c. Vista de perfil. PN 197.
189
[page-n-203]
Figura 8.27. a. Cara interna de un
fragmento constructivo de yeso,
con impronta de piedra y piedra
adherida. PN 175. b. Pieza de yeso
vista de perfil, que podría tratarse
de parte de una tapadera. PN 185.
Elementos asociados a la ocupación
del Bronce final.
Figura 8.28. a. Fragmento de barro
con superficie externa, huellas
horizontales y paralelas, quizá
fruto de su alisado mediante algún
instrumento y en cuya superficie se
observan diferentes coloraciones.
PN 131. b. Detalle de la superficie
de un resto de barro, altamente
disgregable y de coloración rojiza,
con aparentes huellas de alisado.
PN 144. Fragmentos de la fase
orientalizante.
(Vallfogona de Balaguer/Térmens, Lleida) y Carretelà (Aitona,
Lleida) (Vàzquez et alii, 2008: 183, 192, figs. 28 y 31), a las que
se atribuye una cronología del Bronce final y la primera Edad
del Hierro −ver fig. 8.45b.
En una parte de los fragmentos con caras alisadas se
observan las huellas del alisado, pero también diferentes coloraciones (fig. 8.28). La presencia de pigmentos en este grupo
de piezas no está clara y no es fácil de determinar con seguridad a nivel macroscópico. Las coloraciones de estos restos
pueden ser debidas a las materias primas empleadas. González
Prats (1983: 43; 2001: 177) ya señala la presencia, en una vivienda circular excavada en 1979, de un pavimento de barro
rojo, cuya coloración asocia a la de las tierras locales, de tonos rojos, amarillos y verdes. La ausencia de capas definidas y
delimitadas en las superficies externas impide afirmar la presencia en ellos de enlucidos pintados. No obstante, no dejan
de ser superficies acabadas que presentan coloraciones, por lo
que quizá no deba descartarse la intención decorativa en el
uso de estos sedimentos de colores, como se ha planteado en
otros asentamientos como, por ejemplo, Montlaurès (Narbona,
Francia) (De Chazelles, 2005a: 33).
En esta línea, una de estas piezas de Peña Negra con una superficie lisa y de coloración rojiza −PN 144− (fig. 8.28b) ha sido
analizada mediante microfluorescencia de rayos X, indicando
una composición del cuerpo de la muestra a base de carbonato
cálcico y yeso. Bajo la capa de coloración rojiza se ha detectado otra, blanquecina, de composición similar a la del cuerpo
del fragmento, aunque con un mayor porcentaje de yeso. En la
última capa rojiza destaca la proporción de yeso −ver anexo II,
Pastor, 2019.
190
Asimismo, en un pequeño fragmento de barro endurecido −
PN 151−, que presentaba una fina superficie exterior alisada de
color marrón claro, hemos podido identificar un lo que parece ser
un grabado inciso o grafito, con un motivo geométrico (fig. 8.29).
Este resto se recuperó durante la campaña de 2016 y presenta unas
dimensiones muy reducidas, de tan solo 2,3 x 1,7 x 0,5 cm.
Este motivo estaría compuesto por un triángulo, cuyos lados
presentan aproximadamente la misma longitud, unido en uno
de sus vértices a lo que parecería ser, en su extremo opuesto, un
triángulo o un rombo abierto (fig. 8.30b), o un rombo de menor
tamaño (fig. 8.30c). Las representaciones de motivos geomé-
Figura 8.29. Fragmento constructivo con un motivo grabado o inciso en su superficie externa alisada. PN 151.
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Figura 8.30. Interpretación de los motivos grabados en la superficie de un fragmento de barro de Peña Negra. PN 151. a. Conjunto de
elementos que pueden observarse en su superficie. b. Posible representación formada por un triángulo unido a otra figura abierta (en color
blanco). c. Posible representación formada por un triángulo unido a un rombo (en color blanco).
Figura 8.31. a. Grafitos fenicios sobre cerámicas documentadas en Peña Negra (González Prats, 1993a: 150). b. Cerámica fenicia con
grafito inciso (Museo Arqueológico de Elda, Alicante, CEFIRE-Biblioteca virtual).
tricos similares son abundantes a lo largo de la Prehistoria
reciente, sobre diversos soportes. En cronologías de inicios de
la Edad del Hierro, son comunes los hallazgos de grafitos o motivos incisos, con formas lineales y geométricas, constituyendo
con frecuencia posibles grafemas.
Se han hallado grafitos con caracteres fenicios en el propio asentamiento de Peña Negra (González Prats, 1982; 1983:
232, fig. 233; 1993a: 150, fig. 3; Mederos y Ruiz, 2001: 107,
fig. 6) (fig. 8.31a) o en La Fonteta (Elayi, 2011). No obstante, estos grafitos se conocen generalmente sobre soportes
cerámicos (Mederos y Ruiz Cabrero, 2001; Almagro, 2004;
entre otros) y no en restos constructivos. En cuanto a las representaciones sobre elementos constructivos, en las pinturas
murales del yacimiento de Alto de la Cruz (Cortes, Navarra),
dos triángulos unidos por el vértice forman el cuerpo de figuras antropomorfas (Knoll, 2016: 207, figs. 306, 315; Knoll,
2018: 171). Fuera del ámbito peninsular, en el conjunto de
fragmentos de barro pintados del Bronce final y la primera
Edad del Hierro de Wennungen (Karsdorf, Alemania) se halló también un grafito, en forma de un triángulo y una línea,
en la superficie de uno de ellos (Knoll, 2016: 49, fig. 3).
Figura 8.32. Resto estructural de Peña Negra con pintura en su superficie, formado por las piezas PN 1 (a la izquierda) y PN 2 (a la
derecha). a. Cara externa con revestimiento pintado. b. Cara interna
con superficie plana (en el centro de la imagen).
191
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Figura 8.33. Fotografías de detalle
tomadas a la pieza PN 1 mediante
un microscopio digital. a. Huellas de
elementos vegetales (en el centro de
la imagen) en una vista cenital de la
superficie pintada. b. Vista de los restos de
pintura. c. Capa anterior de pintura, visible
en el perfil de la pieza, que posteriormente
se habría vuelto a revestir y pintar.
Figura 8.34. Fotografías de detalle
tomadas a la pieza PN 2 mediante un
microscopio digital. a. Vista cenital
de la superficie pintada. b. Detalle
de la línea que separa la superficie
roja de la de color claro. c. Incisiones
en la superficie pintada que podrían
deberse a procesos de alteración de
tipo postdeposicional.
Además, en Peña Negra se han hallado diferentes ejemplos
de restos constructivos enlucidos y pintados. El enlucido de los
alzados combina la función decorativa con la utilidad arquitectónica: protege los alzados de agentes que los puedan deteriorar
(Brysbaert, 2008: 85). El empleo de revestimientos pintados ha
podido constatarse al menos en nueve fragmentos, siendo superficies externas visibles en la mayoría de los casos –PN 1 y
2 (fig. 8.32), PN 100 (fig. 8.19c), o PN 218 (fig. 8.35)−, junto
con otra pieza que presenta diferentes capas de pintura visibles
en el perfil –PN 99 (fig. 8.37a)−, aunque no a la vista en la última cara externa. Además, otras piezas recuperadas en 2015
y 2017 cuentan con superficies de coloración rojiza que también podrían presentar restos de pigmentos –PN 163, 221, 224,
226, 229−. Todos estos fragmentos con evidencias de pintura se
asocian a la fase orientalizante del asentamiento.
La evidencia de mayor tamaño y mejor conservada de
superficie pintada entre el conjunto de restos constructivos de
Peña Negra la forman las piezas PN 1 y 2, conformando un resto estructural de 25 cm de largo, 8 cm de alto y 5 cm de grosor
máximo (fig. 8.32). Habrían sido halladas en 1986, en el Área
B’10 (Área 4), Sector VII. En este sentido, en 1977, en el Corte
1 del Sector II, fueron documentadas también “placas de estuco”
con una “franja” de pintura roja que habría decorado la unión
entre la parte superior del alzado y la techumbre (González Prats,
1983: 39, 142). Presentan huellas de estabilizante vegetal y una
coloración ennegrecida en su matriz interior. En la cara externa
se observa una superficie lisa pintada, de un color rojo claro. En
la segunda pieza que forma este resto estructural se observa de
forma nítida la línea recta del límite entre la superficie roja y el
resto de la superficie del fragmento, de color claro (fig. 8.34b). En
la cara interna de este resto constructivo puede observarse una superficie plana (fig. 8.32b), que podría haberse generado al aplicar
el barro sobre un elemento de madera trabajada, como podría ser
una tabla o un tronco cortado. En el lateral de mayor longitud de
este resto estructural, uniendo la cara externa e interna de la pieza,
se observan ocho rehundimientos de hasta casi 4 cm de diámetro,
que aparentemente podrían corresponderse con improntas negativas de elementos de madera. Éstos habrían estado dispuestos
con una cierta inclinación, dada la dirección de las posibles improntas. No obstante, la superficie interior de estos rehundimientos
presenta también restos de pintura de color rojo, por lo que podría
tratarse de formas destinadas a estar a la vista.
Figura 8.35. a. Fragmento de
revestimiento con restos de un motivo
pintado. b. Detalle de la superficie
pintada. Nótense las huellas negativas
del estabilizante vegetal. PN 218.
192
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Figura 8.36. Imágenes de la pieza PN 99 mediante lámina delgada.
La observación de estos fragmentos mediante un microscopio
digital ha permitido constatar, junto con la observación macroscópica, que la capa visible en el exterior del resto estructural no fue la primera en aplicarse sobre él (fig. 8.33c). El
análisis realizado mediante microfluorescencia de rayos X a
la pieza −PN 1− indica que el pigmento presenta una composición a base de oxi-hidróxidos de hierro, asociados al empleo de ocre, además de trazas de pirolusita, yeso y carbonato
cálcico −ver anexo II, Pastor, 2019−. Por otro lado, análisis
realizados a otro resto con pigmento −PN 100− han apuntado
que estaría compuesto asimismo por oxi-hidróxidos de hierro,
habiéndose podido emplear ocre para elaborarlo −ver anexo
II, Pastor, 2019.
También proceden del Sector IIW fragmentos de barro que
interpretamos como partes de revestimientos, con dos caras lisas paralelas, en los que se observan asimismo motivos pintados
y de color rojo sobre una superficie de color claro, a su vez
bajo una capa de barro ennegrecida y con abundante materia
orgánica. Parece tratarse de franjas gruesas y superficies en forma de ángulo (fig. 8.35), que podrían estar cerrando triángulos.
El resto de mayor tamaño conserva unas dimensiones de 6 x 6
x 0,8 cm. Presenta huellas de estabilizante vegetal, visibles en
pequeños tramos huecos también en la propia superficie pintada
(fig. 8.35b). El motivo pintado ocupa una superficie de unos 4
cm de largo y 2,8 cm de ancho.
El resto de los fragmentos pintados analizados de Peña
Negra también presentan tonos rojos. Dado su pequeño tamaño, no podemos determinar si formaban parte de una superficie pintada mayor, lisa, o de un motivo concreto del que estos
fragmentos fueran sólo una parte.
Como ha sido adelantado, la presencia de capas sucesivas
de pigmentos de coloración roja ha sido identificada en una de
las piezas –PN 99– a partir de su observación en la sección (fig.
8.37a). El análisis de este fragmento mediante microfluorescencia de rayos X ha apuntado la existencia de una capa de revestimiento de color blanco, compuesta de yeso y algo de cuarzo.
Comparando la composición de este revoco y la del resto de la
pieza, se observa que también está formado por yeso, pero con
una cantidad considerable de cuarzo y arcillas. Ambas partes
presentan trazas de oxi-hidróxidos de hierro, más abundantes en
el cuerpo de la pieza –ver anexo II, Pastor, 2019–. Por su parte,
en lámina delgada se observa cómo la consistencia del material
es muy baja, además de la presencia de vénulas y de algunos
restos de materia orgánica carbonizada (fig. 8.36).
Por otra parte, bajo un microscopio digital pueden
distinguirse, en algunas de estas superficies, finas líneas paralelas, que pueden relacionarse con la aplicación y extensión del
pigmento, mediante un instrumento utilizado a modo de brocha
o pincel (fig. 8.37b).
Diferente a las otras evidencias de pintura en los restos
constructivos de Peña Negra es la pieza PN 162, un fragmento de muy pequeño tamaño, 4,5 x 3 x 0,8 cm, pero que
presenta en su cara externa hasta siete bandas paralelas que
presentan un tono rojo, pintadas a escasa distancia entre ellas
y sobre un fondo claro (fig. 8.38). Este resto pertenecería
asimismo a la fase constructiva del periodo orientalizante
(González Prats, 1993a: 151). Fue hallado en el sector IIE,
estrato Ie y pertenecería al revestimiento de un zócalo, que
habría contado con “motivos lineales originados por la conjunción de bandas pintadas finas horizontales y otras verticales, todo ello de color rojo y en algún punto concreto al
parecer con pintura negra” y del que se observaban numerosos restos en contexto arqueológico (González Prats, 1990:
30-31). Respecto a los motivos observados en estos restos de
revestimiento, se añade también la presencia de un “motivo
consistente en triángulos opuestos por su vértice” (González
Prats, 1990: 97). Desconocemos si la orientación original de
las bandas del fragmento conservado era vertical u horizontal. La cara interna, de coloración ennegrecida, muestra huellas
muy abundantes de estabilizante vegetal.
Figura 8.37. a. Fragmento de
barro recuperado en Peña Negra,
en el que se observan diferentes
capas sucesivas en el perfil, que
se corresponderían con superficies
de pigmento. PN 99. b. Fotografía
cenital de detalle tomada de una de
las superficies pintadas, en la que
se observan finos trazos paralelos
que se habrían generado durante su
aplicación. PN 127. Restos de la
fase orientalizante.
193
[page-n-207]
Figura 8.38. Fragmento de barro con un revestimiento pintado en
bandas paralelas. Nótese la presencia de huellas negativas dejadas
por tramos de materia vegetal ya desaparecida, que se habría empleado a modo de estabilizante. PN 162.
El análisis microscópico aplicado a la pieza ha contribuido
a distinguir en la cara externa un enlucido de 1 mm de espesor
aproximadamente, elaborado a base de carbonato cálcico. Sobre
éste se habría aplicado la decoración pintada. De acuerdo con
los resultados de la aplicación de microfluorescencia de rayos X,
el pigmento estaría formado por oxi-hidróxidos de hierro, junto
con un alto porcentaje de carbonato cálcico, así como cuarzo,
arcillas y algo de yeso, posiblemente habiéndose utilizado ocre
para elaborarlo −ver anexo II, Pastor, 2019.
En los restos constructivos con motivos pintados pueden
llegar a diferenciarse diferentes grosores en los trazos de pintura, originados al aplicar diferente presión con el pincel o diferente cantidad de pigmento, por ejemplo, justo después de
haber recargado el pincel (Knoll, 2016: 24). En la clasificación
realizada para el numeroso y variado conjunto de motivos pintados del Bronce final-primera Edad del Hierro de Wennungen
(Karsdorf, Alemania), se diferenció entre pinceladas gruesas,
de hasta 1,7 cm de grosor, y finas, de entre 0,40 y 0,70 cm
(Knoll, 2016: 26). El grosor de las bandas de este fragmento
de Peña Negra es de entre unos 0,25 y 0,40 cm. Estos motivos lineales pueden considerarse notablemente finos. Dado el
escaso grosor de estas bandas, las dimensiones del pincel utilizado serían también pequeñas. Respecto a la distancia entre
las diferentes bandas paralelas en la pieza, ésta varía entre los
0,10 cm y 1 cm aproximadamente.
También en las superficies externas de los revestimientos
pintados pueden observarse con frecuencia las huellas negativas
de fragmentos de materia vegetal que se habría empleado como
estabilizante, como en este último caso. Este rasgo también
se aprecia en las superficies de otros ejemplos de fragmentos
pintados de la Prehistoria reciente, incluidos los del conjunto
de Wennungen (Knoll, 2016; 2018). El añadido de estabilizantes vegetales a las capas de revestimiento, además de prevenir el agrietamiento tras su secado, hace más ligera esta capa,
favoreciendo su adherencia (Knoll, 2016: 143).
Una decoración con franjas paralelas empleando pintura roja
la presentan también cerámicas decoradas documentadas en Peña
Negra, asociadas a la ocupación del Bronce final, como el caso
de los motivos de triángulos rellenos con bandas paralelas y en
retícula (González Prats, 1983: 72, fig. 16; González Prats y Ruiz
Segura, 1990-1991: 66, fig. 15) (fig. 8.39a), pero también en otros
recipientes cerámicos de inicios de la Edad del Hierro (González
Prats, 1977: 123-125; 1983: 170, fig. 171; González Prats y Ruiz
Segura, 1990-1991: 65, fig. 12). Los motivos decorativos de triángulos con un relleno de bandas paralelas se encuentran también
en decoraciones incisas en cerámicas del Bronce final de Peña
Negra (González Prats, 1983: 74, fig. 18; González Prats y Ruiz
Segura, 1990-1991: 66, fig. 15) (fig. 8.39a), así como, por ejemplo, en el poblado de la Edad del Hierro inicial de Alto de la Cruz
(Cortes, Navarra), en cerámicas (Maluquer de Motes, 1958: 33)
y en los motivos en rojo de las pinturas murales de los alzados de
adobe (Knoll, 2016: 206-207; Knoll, 2018: 169-171) (fig. 8.39b).
Estos motivos serían comunes en el Bronce final europeo, estando presentes incluso en textiles (Grömer et alii, 2013: 521). Ya se
han mostrado también los revestimientos de los alzados de adobe
de Barranc de Gàfols, en los que se observan motivos pintados
de color rojizo en franjas paralelas −ver fig. 8.13b−, de 0,5 cm
de grosor, así como otros de una franja de un mayor grosor, 2 cm
(Asensio et alii, 1994-1996: 310, 315; Belarte, 1993: 121, figs.
12-15; 2011: 171, fig. 9).
Elementos muebles de barro y yeso: discos y recipientes
En el asentamiento de Peña Negra se han hallado diferentes tipos
de elementos muebles fabricados con barro y con yeso. Durante
las campañas de 1984, 1986 y, sobre todo, en 1987, fueron halladas un grupo de piezas de barro muy endurecidas que interpretamos
Figura 8.39. a. Cerámicas decoradas
del Bronce final de Peña Negra, con
motivos de triángulos rellenos con
bandas paralelas y retículas, pintados
(arriba), así como incisos (abajo)
(González Prats y Ruiz Segura,
1990-1991: 66, fig. 15). b. Motivos
presentes en los revestimientos
pintados de la Edad del Hierro inicial
de Alto de la Cruz (Cortes, Navarra)
(Knoll, 2018: 170-171, figs. 177 y
178).
194
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Figura 8.40. a. Fragmentos de
elementos muebles de barro, en
forma de discos, hallados en Peña
Negra en contextos de la fase
orientalizante. Las abundantes huellas
del estabilizante vegetal empleado
se observan sobre todo en sus caras
inferiores. a. Pieza cuya cara superior
presenta acanaladuras cerca del
borde, con labio también acanalado,
que posiblemente se realizaron con
los dedos. PN 118. b. Pieza con cara
superior alisada mediante algún tipo
de instrumento, generando trazos con
el barro húmedo que se entrecruzan, a
modo de pinceladas. PN 123.
Figura 8.41. a. Fragmentos de un
disco revestido, con huellas de
alisado en su cara superior, que se
podrían haber realizado mediante
algún instrumento. b. Capa
diferenciada superior. c. Capa
diferenciada inferior. PN 114.
como fragmentos de elementos muebles, de contornos circulares
y secciones planas, a modo de discos o platos (fig. 8.40, fig. 8.41).
Estos restos, que se asocian a la fase orientalizante, presentan diferentes tamaños, coloraciones y aspecto externo. Algunos de los
fragmentos son de un tamaño muy pequeño y, en cambio, otros se
encuentran en un mejor estado de conservación, permitiendo unir
y remontar un grupo de las piezas entre sí y observar parte de la
forma original de estos objetos. Tras el remontaje de los fragmentos, se han individualizado varios discos diferentes. En ellos se
observan huellas del alisado de las superficies. Del mismo modo,
las coloraciones de este conjunto de restos abarcan desde los marrones, claros y oscuros, con partes algo ennegrecidas, hasta el
anaranjado oscuro y rojizo en otros casos.
El fragmento de disco de mayor tamaño que ha sido
documentado −PN 114− alcanzaría los 19,5 x 13 x 1,8 cm. El grosor o altura de los discos se sitúa entre 1 y 2 cm, con labios rectos
o con una ligera acanaladura central. Lo que podemos considerar
como la cara superior de los mismos presentaba generalmente un
acabado alisado, mientras que la cara inferior, que podemos suponer que no quedaría a la vista, muestra un aspecto más tosco.
Unos contaban con una mayor cantidad de huellas de estabilizante vegetal que otros y en una de las piezas se observa con claridad
la presencia de una capa externa, diferenciada del resto del cuerpo
del disco, en la cara superior y en la inferior, aplicada a modo de
revestimiento de la pieza (fig. 8.41b y c).
Tras analizar una de estas piezas −PN 114− (fig. 8.41) mediante
microfluorescencia de rayos X, pudo comprobarse que la capa superior de color beige se compone de carbonato cálcico, yeso, cuarzo, arcillas y/o feldespatos potásicos, junto con oxi-hidróxidos de
hierro. La capa diferenciada inferior presenta los mismos componentes, pero en diferente proporción, con una menor cantidad de
yeso y una mayor proporción de arcilla. El fragmento presenta diversas inclusiones de yeso. El interior ennegrecido de la pieza y las
coloraciones claras de ambos extremos apuntan la posibilidad de
que hubiera estado expuesta a una fuente de calor, quizá de forma
intencional −ver anexo II, Pastor, 2019−. Mediante lámina delgada se observa su matriz arcillosa, además de partículas de formas
angulares de más de 1 mm, la presencia de restos orgánicos y de
vénulas paralelas a las superficies externas (fig. 8.42), que pueden
relacionarse con su manufactura y secado −ver 3.2.2.
En yacimientos de inicios de la Edad del Hierro
como Escodines Altes (Mazaleón, Teruel), Barranc de Gàfols
(Ginestar, Tarragona) y Sant Jaume (Alcanar, Tarragona)
(fig. 8.44a) se han documentado y estudiado piezas de barro
interpretadas como discos (Belarte, 2003: 85; Mateu, 2015:
88, 179). De los nueve discos registrados en Sant Jaume, en
tres de ellos se han observado acanaladuras y digitaciones
como decoración, contando otras piezas con un orificio central o apliques junto al borde, a modo de pies o asas. Se les
atribuye como función más probable la de tapaderas, habiéndose hallado algunos de ellos apilados unos sobre otros (Mateu, 2015: 88, 179). Otros casos de tapaderas con acanaladuras
y digitaciones se conocen en Puig Roig del Roget (Masroig,
Tarragona) (Genera, 1995: 55, 57, figs. 64, 65). Piezas de este
tipo se han documentado puntualmente en enclaves de cronologías anteriores, como en el asentamiento argárico de El Rincón de
Almendricos, donde se recuperaron discos de barro interpretados
como tapaderas (Ayala, 1991: 94, fig. 31).
195
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Figura 8.42. Imágenes de la pieza
PN 114 mediante lámina delgada.
Figura 8.43. Fotografías de
elementos presentes en la superficie
de los discos, tomadas mediante un
microscopio digital. a. Fragmento
de posible resto lítico. PN 114. b.
Cristal prismático de color blanco y
semitransparente. PN 120b. c. Resto
vegetal carbonizado. PN 123.
Figura 8.44. a. Disco de barro
documentado en el asentamiento de
la primera Edad del Hierro de Sant
Jaume (Alcanar, Tarragona) (Mateu,
2015: 162, fig. 49). b. Discos
del Bronce final centroeuropeo
procedentes de Brehna y Könnern
(Sajonia-Anhalt, Alemania) (a
partir de Knoll y Klamm, 2015:
139, fig. 147).
Discos de barro similares son habituales en el centro y sureste de
Europa en yacimientos de Campos de Urnas y de Hallstatt (MetznerNebelsick, 1991: 77), conocidos con los términos en alemán Tonplatte o Backteller. Se han interpretado como superficies asociadas
a la cocción o el horneado, con funciones de almacenamiento y conducción del calor (Knoll y Klamm, 2015: 139, fig. 147) (fig. 8.44b),
mostrando evidencias de haber estado expuestos al fuego (MetznerNebelsick, 1991: 77; Nebelsick, 1996: 343).
Una morfología similar a la de las piezas de Peña Negra interpretadas como discos de barro es la mostrada por lo que
parece ser un disco elaborado en yeso −PN 3−, recuperado en
1986 en el Área B’10 (Área 4), en el Sector VII, contexto de la
196
fase orientalizante. De labio redondeado, este fragmento tiene
unas dimensiones de 16,5 x 8,5 x 1,5 cm (fig. 8.45a). Como ya
se ha mencionado, un conjunto muy numeroso de discos fabricados en yeso, interpretados como tapaderas, fueron hallados
en la necrópolis y el poblado de La Pedrera (Vallfogona de Balaguer/Térmens, Lleida), con cronologías del Bronce final y la
primera Edad del Hierro (Vàzquez et alii, 2008) (fig. 8.45b).
Por otra parte, junto con los fragmentos de discos documentamos
dos piezas, elaboradas aparentemente con el mismo tipo de material
que éstos, pero con una morfología diferente, a modo de dos pequeños cuernos o formas apuntadas unidas entre sí por una superficie
curva (fig. 8.46). Ambas piezas, recuperadas en 1987 y asociadas
[page-n-210]
Figura 8.45. a. Fragmento de pieza
de yeso, en forma de disco y con
labio redondeado, procedente de la
fase orientalizante de Peña Negra.
PN 3. b. Fragmentos de discos
de yeso hallados en La Pedrera
(Vallfogona de Balaguer/Térmens,
Lleida) y Carretelà (Aitona, Lleida),
interpretados como tapaderas, que
cuentan con elementos para asirlas
(Vàzquez et alii, 2008: 183, 192,
figs. 28 y 31).
Figura 8.46.a. Vista lateral de una
de las piezas de barro modeladas
con dos formas apuntadas unidas
entre sí. b. Vista cenital de este
mismo fragmento, a la izquierda de
la imagen, unido a un fragmento de
disco. PN 116.
también a la fase orientalizante, presentan superficies alisadas, con
huellas del alisado y de estabilizante vegetal. Estas piezas cuentan con unas dimensiones de 12,5 x 8 x 1 cm en uno de los casos
−PN 116− y 9,5 x 4 x 3,5 cm en el otro −PN 119.
Durante el proceso de remontaje de los fragmentos de discos,
pudimos comprobar que una de las piezas en forma de cuernos
formaba parte, junto con otras, de uno de los discos o platos (fig.
8.46b). Por lo tanto, contaba con este tipo de aplique o decoración
plástica. Dado que ninguno de los discos analizados se encuentra completo y los restos documentados y remontados pertenecen
sólo a una parte de los bordes de éstos, cabe la posibilidad de
que otros discos del conjunto hubieran contado también con estos
apliques, o con otros elementos no conservados que determinaran
una interpretación diferente de estas piezas de barro.
Objetos muebles de barro con esta misma morfología se han
registrado en contextos funerarios centroeuropeos de cronologías
de finales de la Edad del Bronce e inicios de la Edad del Hierro,
como en Malkowice y Domaslaw (Wroclaw), en Silesia, al este
de Polonia, o Zainingen (Römerstein) y Rottenburg-Lindele (Tübingen), en el suroeste de Alemania (fig. 8.47). Las piezas se han
interpretado como modelos o réplicas de menor tamaño (MetznerNebelsick, 1991: 77; Nebelsick, 1996: 327, 342) de hogares u hornillos portátiles, unidos a morillos, en forma de “ídolos de media
luna” (Matzerath, 2009) o crecientes lunares. Se asocian a contextos funerarios desde cronologías tardías de Campos de Urnas,
desde el siglo IX BC (Nebelsick, 1996: 348).
Por otro lado, entre los fragmentos procedentes de Peña Negra
que interpretamos como elementos muebles se encuentran asimismo dos piezas similares −PN 172 y 173−, recuperadas en 2016, en
la UE 5022 del Corte 4, Área A, en el Sector XII. De muy pequeño
tamaño y consistencia dura, presentan dos caras alisadas paralelas y
Figura 8.47. Discos unidos a apliques, en forma de cuernos o media luna, procedentes de yacimientos centroeuropeos de finales
de la Edad del Bronce e inicios de la Edad del Hierro. a. Polanka
(Polonia). b. Malkowice (Wroclaw, Polonia) (a partir de Nebelsick, 1996: 342, fig. 12). c. Rottenburg-Lindele (Tübingen, Alemania). d. Zainingen (Römerstein, Alemania) (a partir de Matzerath, 2009: 170, fig. 5).
197
[page-n-211]
Figura 8.48. Cara externa de dos
fragmentos de yeso interpretados
como partes de recipientes, que
conservan un borde de sección
redondeada. a. PN 112. b. 113.
una capa diferenciada de color claro en una de ellas. Podría tratarse
de los restos de un recipiente, revestido en una de sus superficies. A
su vez, dos fragmentos recuperados en 1987 en el Corte E del Sector
II presentan una consistencia muy dura y superficies alisadas y podemos identificarlos como restos de recipientes de yeso, conservando ambos parte del borde (fig. 8.48). Se recuperaron en un contexto
asociado a la ocupación del Bronce final. Restos de recipientes de
yeso fueron hallados en Peña Negra ya en 1976 y fueron interpretados como moldes de yeso para la elaboración de cerámica durante el Bronce final (González Prats y Ruiz Segura, 1990-1991: 64;
González Prats, 1993a: 151; 2001: 177). En la Prehistoria reciente
del sureste de la península ibérica son conocidos los recipientes de
yeso neolíticos y calcolíticos recuperados en yacimientos en cueva,
como la Cueva Amador (Cehegín, Murcia) o la Cueva de la Represa
(Caravaca, Murcia) asociados a contextos funerarios, o en asentamientos al aire libre, como en el Cerro de las Viñas (Coy, Murcia),
decorados con incisiones o con pintura a la almagra (Muñoz, 1985;
Ayala y Ortiz, 1987).
Asimismo, un conjunto formado por seis piezas de yeso,
muy endurecidas, podría corresponderse con fragmentos de asas
(fig. 8.49), que habrían estado asociadas a algún elemento mueble de mayor tamaño. Fueron recuperadas en 1986 en el Área
B’10 (Área 4) en el Sector VII, salvo una de ellas, hallada en
2015 en la UE 4063 del Corte E, en el Sector II, asociándose
a la fase orientalizante. Sus dimensiones varían, alcanzando un
máximo de 7 cm de longitud, 4 cm de ancho y 3,5 de diámetro. A
estos elementos se suman las citadas piezas de yeso que podemos
interpretar como posibles tapaderas, con un apéndice que pudo
funcionar como asidero, asociadas a la fase del Bronce final.
Asimismo, entre los restos de Peña Negra, sobre todo de yeso,
destacan algunas piezas interpretables como posibles residuos −PN
178− (fig. 8.50a) y como pruebas de las propiedades del material
−PN 202 a 210− (fig. 8.50b y c). Éstas son piezas de yeso con la
impronta de superficies de cerámica. Por un lado, improntas de
cerámica decorada y que incluso mostrarían a nivel macroscópico
residuos de pintura, que estaría presente en la cerámica sobre la que
se habría aplicado el yeso. Este tipo de piezas serían las que se interpretaron como moldes para la elaboración de estos recipientes
(González Prats y Ruiz Segura, 1990-1991: 64; González Prats,
1993a: 151; 2001: 177). Por otra parte, se observan improntas de
fragmentos cerámicos de superficie lisa. En buena parte de ellas se
ha recuperado el propio fragmento adherido al yeso. Pertenecen a la
ocupación del Bronce final, aunque otras, con formas de tendencia
cilíndrica −PN 83, 84, 102− y que podrían tener interpretaciones
similares, se asocian a la fase orientalizante.
198
Figura 8.49. Diferentes vistas de una de las piezas de yeso halladas
en Peña Negra, cuya morfología sugiere que puedan tratarse de restos de asas. PN 105.
Figura 8.50. a. Pieza de yeso informe, que podría interpretarse
como un desecho del empleo del material. PN 178. b. Cara interna
de un fragmento de cerámica e impronta de la misma en un resto
de yeso, sobre el que se dispuso. c. Vista de la pieza de yeso con
la cerámica que se habría aplicado sobre el material antes de su
endurecimiento, en lo que podría constituir una prueba de las propiedades del yeso. PN 205.
En este sentido, también otros elementos de barro
procedentes de otros conjuntos de esta investigación podrían
tener un origen parecido, como una “preparación intermedia del
material” (Vitores, 2011). Podría ser el caso de piezas de Los
Limoneros II, modeladas, aunque informes −LIM II 1005/31, LIM II 1017/209-1− o cilíndricas −LIM II 1018/8-2−, de
[page-n-212]
Figura 8.51. Diferentes piezas de pequeño tamaño y forma cilíndrica, halladas en Peña Negra. a. PN 152. b. PN 86. c. PN 167.
Figura 8.52. Detalles de la pieza PN 167 vistos mediante lupa binocular.
otro cilindro recuperado en Cabezo Pardo −CP 1057/15-14− o
incluso de la esfera de arcilla recuperada en Laderas del Castillo
−LC 11015/164.
En Peña Negra se ha documentado un pequeño grupo de
piezas de forma cilíndrica. Presentan características distintas en
cuanto a su coloración, grado de endurecimiento y composición.
El resto cilíndrico que presenta un mayor tamaño −PN 86−, 3,6 x
1,3 x 1,3 cm, con una consistencia disgregable, fue hallado en el
Sector II, en contextos asociados al Bronce final y presenta en su
composición un fragmento de cerámica, visible a nivel macroscópico (fig. 8.51b).No obstante, en los otros dos casos parece
estar más claro que estas formas pueden corresponderse con
la morfología que presentan de manera natural determinados
minerales (Isidro Martínez, com. pers.). Así, el cilindro de menor tamaño y mayor grado de endurecimiento, de coloración
rojo oscuro −PN 167− (fig. 8.51c, fig. 8.52) y procedente del
Sector XII, asociado al periodo orientalizante, podría tratarse
de un resto de mineral utilizado para fabricar los pigmentos de
color rojo empleados en el asentamiento durante la Edad del
Hierro I (Franziska Knoll, com. pers.). El análisis de la pieza
mediante microfluorescencia de rayos X permite identificarla como oxi-hidróxido de hierro, posiblemente hematita/ocre,
por su tonalidad rojiza −ver anexo II, Pastor, 2019.
Valoración
El estudio del conjunto de fragmentos de barro endurecido y
de yeso de Peña Negra ha aportado información de gran relevancia respecto a una importante variedad de cuestiones. Por
un lado, ha permitido abordar en detalle algunos aspectos de
las técnicas constructivas desarrolladas en el asentamiento. El
estudio macrovisual de los restos constructivos de yeso con
improntas constructivas vegetales ha posibilitado conocer el
uso de una combinación de plantas gramíneas de diferente
calibre, tanto caña como carrizo, dispuestos de forma paralela
en paneles y cubiertos con mortero de yeso. Las improntas de
ataduras mediante cuerdas torsionadas, muy bien conservadas
en ellos, evidencian el uso constructivo de éstas en la unión
entre los diferentes elementos que forman los paneles de bajareque. Las improntas de ataduras muestran también el empleo
de las cuerdas en la unión de estos paneles con otro elemento guía. De acuerdo con la información proporcionada acerca
de los hallazgos de las “placas de yeso con improntas” en los
contextos arqueológicos, este tipo de piezas se asociarían a la
construcción de segundas alturas en las edificaciones durante
la ocupación de la Edad del Hierro (González Prats y Ruiz Segura, 1990-1991: 56; González Prats, 1993a: 151; 2001: 177).
No obstante, ello no excluye que los paneles de caña y carrizo
cubiertos con yeso se hubieran empleado asimismo en otras
partes estructurales.
En cualquier caso, en Peña Negra son muy significativas las
evidencias del empleo constructivo del yeso pirotecnológico. El uso
del yeso se ha planteado en varios de los casos de estudio abordados, con un mayor o menor grado de preparación o transformación
del material, destacando el posible tratamiento pirotecnológico del
yeso en Vilches IV. En Peña Negra, con la tecnología de producción
del yeso pueden relacionarse también los fragmentos interpretados
como residuos y, sobre todo, como posibles pruebas de las propiedades y del comportamiento de esta sustancia.
Son indicativos del empleo del bajareque (fig. 8.53) no sólo
los abundantes restos de mortero de yeso, sino también los fragmentos constructivos de barro recuperados, que presentan evidencias del uso de estabilizantes vegetales. Asimismo, se han
apuntado algunos indicios del empleo constructivo de elementos de madera trabajada, asociados a la fase orientalizante. En
estas cronologías, improntas de elementos planos de madera se
han documentado, por ejemplo, en el yacimiento de Los Almadenes (Hellín, Albacete) (Sánchez García, 1999b: 224, 231, fig.
9). También en este sentido se ha planteado la presencia de postes cortados con una sección cuadrangular en Las Camas (Villaverde, Madrid) (Urbina et alii, 2007) y en el asentamiento, también de la Edad del Hierro I de Cabezo de la Cruz (La Muela,
Zaragoza) (Picazo y Rodanés, 2009: 291).
Además, en este estudio se recoge, aunque de forma
testimonial, una cuestión de importancia en relación con las
técnicas constructivas desarrolladas en Peña Negra, la de la
construcción con adobes. La edificación de plantas de forma
199
[page-n-213]
Figura 8.53.Izda. Distribución de los
restos constructivos de Peña Negra en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
angular y alzados de adobe sobre zócalos de mampostería son
rasgos presentes en este enclave en su horizonte de inicios de
la Edad del Hierro y que se consideran comunes a los asentamientos del periodo orientalizante en el Levante peninsular,
como ocurre en Vinarragell (Burriana, Castellón) (Mesado,
1974; Mesado y Arteaga, 1979), Cabezo Pequeño del Estaño
(Guardamar del Segura, Alicante), Los Saladares (Orihuela,
Alicante) (González Prats, 2001: 175) y en el cercano enclave de La Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante) (González
Prats, 1999; 2010; 2011; 2014; Rouillard et alii, 2007; entre
otros) −ver fig. 8.15.
De igual modo, en los materiales de este conjunto, las
evidencias del alisado realizado directamente con las manos son
visibles tanto en restos constructivos, como en elementos muebles o portables. También se observan indicadores del alisado de
superficies mediante algún tipo de material o instrumento. Por
otra parte, los materiales constructivos de barro de Peña Negra
han proporcionado diferentes ejemplos de revestimientos pintados, con superficies lisas y motivos lineales o geométricos,
en ambos casos en color rojo. Todos los restos de este enclave
en los que se han identificado superficies y motivos pintados
durante esta investigación proceden de contextos asociados a
la fase orientalizante. La combinación de motivos en rojo sobre
fondos claros es la más frecuente en los restos constructivos
pintados prehistóricos en Europa central (Knoll, 2016: 147) y
la que se conoce en los fragmentos pintados del Bronce final de
los yacimientos de Rottelsdorf (Mansfeld-Südharz, Alemania)
o Zschernitz (Nordsachsen, Alemania) (Knoll, 2016: 54, 64).
En este punto, es importante tomar de nuevo en consideración
los estudios realizados (Knoll et alii, 2013; Knoll, 2016; 2018)
que han mostrado cómo las coloraciones que se observan en
200
los revestimientos pintados no son necesariamente las que se
dispusieron, pudiendo haber sido transformadas debido a la acción del fuego, principal factor que permite su conservación.
Los pigmentos generados con sustancias orgánicas, sobre todo
vegetales, como el carbón, por norma general no se conservan, pudiendo observarse sólo los pigmentos de origen mineral
(Knoll, 2016: 15, 148). Por otro lado, los pigmentos minerales
con contenido en hierro, de diferentes coloraciones, bajo la acción del fuego en condiciones oxidantes adoptan una coloración
roja y en condiciones reductoras diferentes tonos entre anaranjado y marrón rojizo (Knoll et alii, 2013: 313; Knoll, 2016: 154).
De este modo, la coloración rojiza que presentan los pigmentos
en fragmentos constructivos prehistóricos no tendría por qué ser
la coloración original que se aplicó sobre ellos, encontrándose
el color rojo sobrerrepresentado en los materiales constructivos
prehistóricos con restos de pintura.
La presencia de un posible grafito en la superficie de un
resto constructivo de barro en este asentamiento es también un
elemento singular. Se conocen diversos ejemplos de representaciones geométricas incisas datadas en los inicios de la Edad
del Hierro en la península ibérica, aunque no es habitual que se
recoja su presencia sobre elementos constructivos. No obstante,
es importante considerar que los enlucidos, también los prehistóricos, pueden incluir diversos elementos, decorativos o no,
como ungulaciones, digitaciones y otras impresiones o también
motivos incisos (Brysbaert, 2008), como el presentado.
Por último, entre los elementos de barro de Peña Negra
destaca la presencia de discos de barro de la fase orientalizante, de los que se conocen algunos ejemplos en el Bronce final e
inicios de la Edad del Hierro en la península ibérica.
[page-n-214]
9
Discusión
HÁBITATS ESTABLES, ECONOMÍA PRODUCTORA
Y CONSTRUCCIÓN CON TIERRA
Es en los contextos asociados al establecimiento de lugares de
hábitat estables, ligados generalmente a una economía campesina, cuando la tierra comienza a emplearse como material constructivo de forma más extendida. Aunque la consolidación del
hábitat sedentario no está obligatoriamente ligada a la práctica
de la agricultura, en nuestro marco de estudio y en la mayor
parte de las regiones circundantes, el establecimiento de comunidades en asentamientos estables sí se produjo vinculado a las
prácticas agropecuarias. La amplia disponibilidad de la tierra
en la mayor parte de los entornos, las adecuadas propiedades
que presenta para construir, así como para combinarse con otros
materiales, son sólo algunos de los factores que contribuyen
a explicar su amplio uso, desde los primeros desarrollos de la
construcción humana a inicios de la Prehistoria reciente, si no
antes, hasta la actualidad. La tierra en estado plástico, en forma
de barro, es necesaria en las construcciones para levantar, modelar y reparar estructuras, para unir los elementos que las conforman, para generar superficies lisas, para aislar los espacios,
cerrar aberturas y para proteger otros materiales de distintos
factores de alteración. A ello se une la posibilidad de producir
bloques con tierra, modelados a mano o hechos con molde −
adobe−, o extrayéndolos directamente del subsuelo, en forma
de terrones (Bardou y Arzoumanian, 1986: 29; Guillaud, 2003;
Knoll et alii, 2019; entre otros).
Son varias las cuestiones que relacionan un modo de vida
basado en la agricultura y la ganadería con la edificación con
tierra. La subsistencia de las comunidades campesinas se basa
generalmente en la combinación de distintas prácticas económicas (Toledo, 1993), que incluyen la obtención en el medio natural de recursos de diverso tipo, entre los que se incluyen buena parte de los utilizados como materiales de construcción. El
abastecimiento de la mayor parte de materias primas que utilizar
como materiales constructivos se enmarcaría en el conocimiento
acumulado acerca del entorno natural. Asimismo, las prácticas
económicas agropecuarias engloban estrategias múltiples de
producción de alimentos, tanto vegetales, como animales. Éstas
se relacionan con la construcción con tierra a través de prácticas
como la ya abordada reutilización de residuos, tanto de actividades agrícolas como procedentes de la ganadería, principalmente
el reaprovechamiento de paja y estiércol, entre otras materias.
Además, la sedentarización, generalmente vinculada con un
modo de vida agricultor y ganadero, se vincula a un aumento de
la producción de cultura material (Wilson, 1988: 58), a un desarrollo artesanal que en la península ibérica se ha señalado como
especialmente notable desde finales del V milenio BC (Molina
et alii, 2016: 318), aunque ya esté presente en algunos territorios desde los últimos siglos del VI milenio BC. En muchos casos, esta variada producción material estaría relacionada con las
actividades constructivas, bien en forma de fabricación de instrumentos de trabajo, bien de otros productos utilizados como
materiales constructivos o incorporados en las edificaciones. El
desarrollo de la producción artesanal acaba reflejado también
en estos materiales que se reutilizan en las construcciones, tras
convertirse en desechos disponibles en abundancia, siendo una
de las formas de dar salida a esta “basura”, entendida como cultura material en desuso (González Ruibal, 2003b: 414) o, más
bien, ya desechada, que ya no participaría en el sistema o ciclo
de vida de los materiales (Schiffer, 1990).
Por otra parte, muchas de las estructuras construidas con
barro frecuentes en los espacios de hábitat de estos “entornos
arquitecturalmente modificados” (Wilson, 1988: 57), estarían
destinadas al almacenamiento de alimentos. Aunque ésta no es
una práctica exclusiva de economías productoras (Testart, 1982;
Castro et alii, 2005: 11), el almacenamiento de productos es un
rasgo asociado frecuentemente a la agricultura y la ganadería.
La excavación de silos en los que almacenar genera tierra que
puede emplearse en las actividades constructivas y, a su vez, la
201
[page-n-215]
excavación de fosas para la extracción de dicha tierra genera
estructuras subterráneas que pueden utilizarse como silos. El
uso constructivo del barro permite también obtener estructuras
de almacenamiento elevadas y recubrir y sellar ambos tipos de
silos, sean éstos subterráneos o que cuenten con una estructura
elevada. En las comunidades humanas de base agropecuaria que
practicaron la autoconstrucción, no sólo sería necesario y habitual el almacenamiento de productos alimenticios, sino también
el de algunos materiales constructivos.
RELACIONES ENTRE MATERIALES, TÉCNICAS
Y USOS CONSTRUCTIVOS
En relación con los diferentes materiales de construcción que
se utilizaron, al igual que en otros contextos temporales, durante la Prehistoria reciente en el marco de estudio, existen una
serie de observaciones generales que pueden desprenderse de
la documentación arqueológica y de las comparaciones de tipo
etnoarqueológico. Estas cuestiones se relacionan con los usos
constructivos que se les atribuyeron, las técnicas mediante las
que pueden disponerse y también con sus procesos de obtención
y preparación.
Así, en el campo de los materiales, como también ocurre en
el de las técnicas, se aprecia la existencia de relaciones distintas
entre unos y otros. Hay materiales que pueden considerarse más
próximos entre sí, por sus propiedades y su naturaleza, por ser,
por ejemplo, inorgánicos u orgánicos, teniendo esto repercusiones en sus usos constructivos. De este modo, guijarros, lajas de
piedra o fragmentos de cerámica podrán disponerse para formar la solera de una estructura de combustión. Los materiales
pueden utilizarse para construir en solitario –estructuras únicamente de materia vegetal o madera, de tierra, de piedra seca–
o combinándose entre sí –bajareque, mampostería–, definiendo las diferentes técnicas. Algunas combinaciones se realizan
con materiales de una misma naturaleza: materia vegetal unida
con cordaje de esparto, o bloques de adobe unidos con mortero de barro. En otras, se utilizan materiales de composición y
propiedades más dispares.
Por un lado, se evidencia que un mismo material puede
destinarse, por las características que presenta, a usos constructivos diferentes. Muestra de ello sería, por ejemplo, el barro,
en estado plástico, aplicándose sobre un panel de cañas o sobre
una superficie de piedras, adaptándose en ambos casos a su forma y cubriendo los intersticios, pero que también puede conformar una estructura de actividad modelada. También cañas,
de cuerpo alargado y dispuestas en paralelo unas junto a otras,
cerrando un alzado, pero también conformando un recipiente
(Peña, et alii, 2000: 410) o el molde de un adobe (Chirinos y
Zárate, 2011: 123; Guillaud, 2011: 51, fig. 16). O piedra, con
propiedades aislantes de la humedad, constituyendo la base de
una instalación, pero también el zócalo de un muro.
Asimismo, puede apreciarse la diversidad de materiales que
son aptos para una misma función. Así, en determinadas aplicaciones constructivas, se observa que existen materiales que
podrían considerarse más o menos intercambiables, al presentar cualidades y, de este modo, cumplir funciones que serían
similares de cara a su aplicación en la estructura. Ejemplos de
ello serían: cañas, pero también varas o ramas entrelazadas, con
cuerpos alargados y flexibles, formando un panel de bajareque.
202
Superficies de vegetales de reducido calibre, o de hojas de
palmera, o de esteras, extendidas en las techumbres para sostener una capa de barro. Piedras, pero también troncos, así como
otros elementos sólidos, con un determinado peso mínimo, dispuestos sobre las cubiertas para contribuir a su sujeción. Materias vegetales, pero también cuero o lana, dispuestos en tiras y
utilizados como cordaje. Piedras, adobes o ladrillos, con forma
de bloque y un determinado peso, dispuestos de forma apilada
para cerrar un vano. O rocas calcáreas, pero también moluscos o
corales (Brysbaert, 2007; Carran et alii, 2011: 135; entre otros),
compuestos de carbonato cálcico, utilizados para producir cal.
PROCESOS PRODUCTIVOS Y TECNOLÓGICOS
Las similitudes entre materiales motivadas por sus características
y propiedades también causarían que las actividades implicadas en los procesos constructivos sean diferentes o similares,
para unos y otros. Así, la recolección posibilita abastecerse de
determinadas materias sólidas –vegetales, madera, piedra–, el
secado es una práctica vinculada a materiales orgánicos –carrizo, esparto, madera–, mientras que la extracción, formando
fosas o canteras, se aplica a los materiales geológicos –piedra,
minerales, tierra–. Del mismo modo, a materias geológicas se
aplica la molturación –yeso, minerales empleados para fabricar pigmentos–, generando sustancias en polvo, que son las
que se mezclan con agua para generar sustancias fluidas. En
cambio, las prácticas de almacenamiento y reutilización serían extensibles casi al conjunto de los materiales que pueden
utilizarse para construir.
Relacionados con las características que presentan los
distintos materiales, entre ellos los utilizados en la edificación,
existen procedimientos comunes a diversas actividades productivas. Dicho de otro modo, se dan semejanzas entre ciclos productivos diferentes (Mannoni y Giannichedda, 2007: 78). Por
ello, tanto en la producción cerámica como en la elaboración de
morteros constructivos de tierra se necesita mezclar el material
térreo con agua y añadir desgrasantes/estabilizantes. O para producir cerámica, cal o yeso es necesaria una cocción, utilizando
espacios o estructuras de combustión, así como combustibles.
En sí, la fabricación de productos cuya producción requiere
pirotecnología −cal/ yeso, cerámica, metal− (Kingery et alii,
1988; Routledge, 1998: 252), comparte importantes componentes del procedimiento productivo: la obtención o extracción
de la materia prima mineral, la preparación de estructuras de
combustión, el uso de combustible y la aplicación del fuego. El
empleo común de medios de producción como el agua o el combustible relaciona diferentes actividades entre sí, que también
pueden complementarse entre ellas (Routledge, 1998).
De este modo, los procesos tecnológicos implicados en
distintas producciones pueden interrelacionarse y dar lugar a
transferencias tecnológicas. Éste podría ser el caso del añadido de
estabilizantes/desgrasantes al barro que forma estructuras construidas o a la arcilla con la que se fabrica cerámica, para evitar
su agrietamiento durante el secado o la cocción, así como de las
formas de modelado y alisado de superficies constructivas, de
instalaciones de arcilla y de productos cerámicos. En este sentido, el desarrollo de la tecnología implicada en la fabricación de
morteros de barro destinados a la edificación podría entenderse,
en cierto modo, en paralelo a la tecnología cerámica.
[page-n-216]
Estas tecnologías parecen estar más cerca unas de otras
si consideramos el empleo de los morteros de barro en la
elaboración de instalaciones de carácter inmueble y, más aún,
de los objetos muebles de barro, donde la distancia tecnológica recae casi únicamente en la aplicación o no de una
cocción. Además, cabe tener en cuenta que muchos de los
objetos muebles de barro pudieron ser expuestos al fuego
en cierta medida, de forma intencional, aunque no hubieran
sido cocidos completamente. Respecto a la producción de
cerámica a mano, se relaciona con la construcción con tierra
también mediante los citados procedimientos de puesta en
obra del barro, recrecimiento y modelado de las formas. Las
paredes de instalaciones de almacenaje construidas con barro se realizarían en buena parte de los casos recreciéndolas
mediante la aplicación de cuerpos sucesivos, replicando en
cierto modo la elaboración de cerámica a mano, pero a mayor
escala, o quizá el proceso fuera al revés. De forma similar,
habrían podido producirse ciertas transferencias tecnológicas
entre la práctica constructiva de usar el barro para revestir
alzados o paneles vegetales y la destinada a recubrir silos, en
ambos casos con funciones aislantes.
Por otro lado, es singular que en cada uno de los tres
asentamientos argáricos cuyos materiales han sido analizados
en este estudio se han encontrado evidencias de reutilización de
materiales de construcción térreos en nuevas actividades constructivas. Mientras que ya fue apuntado el reempleo de sedimentos de la fase I de Cabezo Pardo en las edificaciones del período sucesivo (Martínez Mira et alii, 2014; Pastor, 2014), tanto
en Laderas del Castillo como en Caramoro I hemos identificado
casos de reutilización evidenciados por fragmentos constructivos integrados en la matriz de barro de otros nuevos. Nos inclinamos a pensar que estas prácticas serían habituales en muchos
enclaves de cronología prehistórica, sin poder por ahora señalar
o descartar una especial presencia de las prácticas de reutilización en estos asentamientos de El Argar respecto a los de otros
ámbitos y cronologías.
En Laderas del Castillo, no obstante, son especialmente
visibles los resultados de las actividades de adecuación del espacio disponible para construir y habitar nuevamente sobre él,
como parte de los procesos de trabajo que implican las actividades constructivas. En estas sucesivas nivelaciones y readecuaciones del terreno se observa un aprovechamiento, sobre todo,
de los materiales antrópicos presentes en los espacios de hábitat.
Estas refacciones de los espacios habitados se relacionan con
otras evidencias constructivas que podrían apuntar a la continuidad del uso de las estructuras: la superposición de capas de
revestimiento observada en los restos de barro de este enclave.
No obstante, cabe tener en cuenta que la presencia de una sucesión de capas de regularización y/o revestimiento no supone
necesariamente episodios separados en el tiempo, con remodelaciones o reparaciones, ya que pudieron haber sido dispuestas
en el marco de una misma acción constructiva. La reutilización
de material de fases constructivas anteriores en estructuras nuevas se ha documentado también, por ejemplo, en la Ereta del
Pedregal (Navarrés, Valencia) (Juan, 1994), en Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (Hernández et alii, 2016) o para elaborar
estructuras de barro amasado en diversos asentamientos de finales de la Prehistoria reciente del sur de la actual Francia (De
Chazelles, 2005a: 36).
Asimismo, algunos restos que forman parte de los conjuntos
de materiales analizados −piezas con evidencias de haber sido
modeladas, pero sin forma concreta, restos más o menos cilíndricos de difícil interpretación, etc.−, podrían corresponderse con residuos de material, descartes, así como pequeños
elementos manipulados fruto de la experimentación con los
materiales (ejemplos en Herva et alii, 2017), tanto con el barro como con el yeso. Por un lado, cabe recordar que las actividades productivas no sólo dejan como huella arqueológica
los propios productos, sino que también son muestra de ellas
las herramientas de trabajo y los desechos (Costin, 1991). Por
otro, la experimentación forma parte de los procesos tecnológicos, aunque sea muy difícilmente observable desde el plano
arqueológico. De hecho, se ha señalado la importancia de considerar que en la base de la generación de los conocimientos
constructivos que, transmitidos de generación en generación,
hicieran posible el desarrollo de la construcción con tierra se
encontrarían prolongadas fases de experimentación (Guerrero
et alii, 2012). El resultado a conseguir en un proceso tecnológico depende tanto de los procedimientos como del propio
material escogido (Mannoni y Giannichedda, 2007: 83), por
lo que la manipulación de las materias primas, con ensayos y
pruebas, sería algo necesario para conocer tanto el funcionamiento del material, como la idoneidad de su manipulación y
disposición, entendiendo que el desarrollo tecnológico está en
buena parte fundamentado en la experiencia acumulada en el
seno de una sociedad (Montané, 1980: 165). Buena parte de
las piezas interpretadas en este sentido proceden de Peña Negra −ver fig. 8.50−, donde puede plantearse el desarrollo de la
tecnología del yeso como producto pirotecnológico.
EMPLEO CONSTRUCTIVO DE RECURSOS
DEL ENTORNO
Como se ha señalado, determinados elementos contenidos en
las mezclas constructivas, aunque no se hubieran añadido intencionalmente a modo de estabilizantes, informan acerca del
aprovechamiento de los recursos naturales como materias primas y, más concretamente, de su procedencia. Un caso claro
es el de la presencia en los restos constructivos de moluscos
originarios de zonas lagunares o cursos fluviales, de las que se
habría obtenido el material para construir, algo identificado en
Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii, 2014: 373) y que también
puede plantearse, de acuerdo con las evidencias observadas de
forma macroscópica, para los materiales de La Torreta-El Monastil, Vilches IV, quizá también en Les Moreres, Peña Negra y
en las piezas de amasado de barro en forma de bolas de Laderas
del Castillo y Caramoro I. Estos casos ejemplifican el aprovechamiento de los recursos del entorno de los asentamientos, del
que procedería posiblemente la práctica totalidad de los materiales utilizados para construir durante la Prehistoria reciente:
tierra, materia vegetal, madera, así como rocas y minerales, con
un diferente grado de preparación y transformación. En ello se
incluyen algunos materiales constructivos utilizados en las edificaciones y producidos por las comunidades humanas a partir
de las citadas materias primas, como las esteras y cuerdas vegetales, la cal o el yeso pirotecnológicos o los pigmentos. En
cuanto a éstos últimos, se ha ido apuntando que los análisis microscópicos realizados muestran para las superficies pintadas
203
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una composición mayoritaria a base de oxi-hidróxidos de hierro
que pueden asociarse de forma mayoritaria con el empleo de
ocre −ver anexo II, Pastor, 2019.
De acuerdo con lo expuesto, el uso constructivo de la tierra es
abundante y constante en la conformación de los asentamientos
durante el marco cronológico que aborda esta investigación, desde el Neolítico hasta los inicios de la Edad del Hierro, y no sólo
en las tierras valencianas. Las importantes cantidades de tierra
utilizadas con usos constructivos en los asentamientos prehistóricos peninsulares tuvieron que haber sido obtenidas de trabajos de
extracción de uno u otro tipo. En este punto, cabe preguntarse de
dónde se obtuvo toda esta tierra y si podemos observar las huellas
que dejó en el terreno durante la Prehistoria reciente el aprovisionamiento continuo de parte del subsuelo para una actividad
productiva, básica y omnipresente en las comunidades, como es
la conformación de los espacios de hábitat.
La presencia de estructuras negativas excavadas en el
subsuelo, como fosas y cubetas, es constante a lo largo de la Prehistoria reciente peninsular, aunque su presencia en yacimientos
arqueológicos se concentre en algunas cronologías. Generalmente, de estas estructuras se aborda, por un lado, la que se considera
que habría sido su función principal, como, en el caso de muchas de ellas, el almacenamiento, y, por el otro, su posterior uso
como depósito de desechos. No obstante, es muy probable que
la tierra que necesariamente se extrajo para lograr estas diversas
estructuras negativas hubiera tenido, como uso principal, el de la
construcción, como ya han apuntado puntualmente otros trabajos
(Bernabeu et alii, 2003: 43; Jiménez Guijarro et alii, 2008: 128;
Jover et alii, 2019b: 10). Cabe pensar también que muchas de
estas estructuras se realizarían con la intención primera de obtener tierra que utilizar como materia prima para construir. De
este modo, consideramos que, en lo referente a las funciones
que habrían tenido muchas de esas estructuras negativas, debería
asentarse la idea de que, junto al almacenamiento y al depósito de
desechos, se encuentra la más que probable función del aprovisionamiento de tierra que utilizar como material constructivo, a lo
que pudieron sumarse otras aplicaciones.
MATERIALES, TÉCNICAS
Y FORMAS CONSTRUCTIVAS
A lo largo de los capítulos anteriores ha quedado reflejada
la importancia de la tierra como material de construcción a
lo largo de la Prehistoria reciente en el marco de estudio. Es
evidente su función fundamental para cerrar, separar, cubrir,
unir y aislar espacios y partes estructurales en edificaciones
de diverso tipo y mediante distintas técnicas constructivas. Un
mismo material básico, la tierra, en forma de variadas mezclas
o “recetas” (Homsher, 2012; Love, 2013), se aplica de diferentes maneras. La combinación de técnicas en las edificaciones
es un fenómeno presente desde los primeros momentos de la
Prehistoria reciente, sea mediante el uso conjunto del amasado
y el bajareque, de la mampostería y el bajareque –que, en ambos casos, combinan la tierra con otro material, sea la piedra
o los vegetales y la madera–, o de la mampostería junto con la
tierra maciza o con el adobe.
Además, puede decirse que la aplicación de las distintas técnicas no estaría determinada por la forma de la planta
de las edificaciones. Las técnicas de construcción con tierra
204
del amasado, amasado en forma de bolas, bajareque, adobe, a
mano o con molde, así como la mampostería, permiten edificar
muros tanto curvos como rectilíneos. Otra cuestión es que determinadas técnicas sean más adecuadas para aplicarlas en las
diferentes partes de una estructura –como la mampostería para
los zócalos–. Además, que variados materiales y técnicas constructivas puedan aplicarse en edificaciones con distintas formas
y plantas no quiere decir que no exista relación alguna entre
cambios sociales que pueden experimentarse y transformaciones en las formas arquitectónicas, con la posible introducción
de nuevos materiales y/o técnicas.
De este modo, pueden apuntarse algunas cuestiones acerca
de la forma de las plantas de estas construcciones. Las evidencias arqueológicas conocidas acerca de las edificaciones
de los primeros momentos del Neolítico en la península ibérica, del VI milenio BC, aun siendo considerablemente escasas,
muestran diferentes plantas, en su mayoría circulares u ovales,
construidas mayoritariamente con alzados de postes de madera, que también están presentes en los ejemplos de planta rectangular y con extremo absidal. El único caso reconocido de
plantas rectangulares durante las cronologías más antiguas en
el Levante peninsular pertenecería al único caso reconocido de
asentamiento de tipo aldea, La Draga (Banyoles, Girona). La
información disponible acerca de las formas arquitectónicas
de las estructuras de hábitat durante el V y el IV milenios BC
es también escasa, aunque las evidencias disponibles permitirían considerar la existencia de soluciones constructivas más
o menos variables.
Es sobre todo en contextos del III milenio BC cuando se
conoce un mayor número de asentamientos y pueden observarse diferentes aspectos de su arquitectura, evidenciándose la
existencia tanto de plantas circulares, como también de muros
rectilíneos, que parecen generalizarse a finales del III milenio e
inicios del II milenio BC. Las transformaciones en las formas
de las plantas, así como en la organización y distribución de las
edificaciones en el espacio habitado, pueden relacionarse con
cambios sociales, siendo un escenario adecuado para valorar
estas cuestiones muchos de los asentamientos construidos, también en el Levante peninsular, desde finales del III milenio BC y
durante la primera mitad del II milenio BC. En ellos se constata
un predominio de muros de trazado rectilíneo, configurándose
estancias con diversas formas en la planta, pero siendo menos
frecuente la forma circular u oval.
Cabe poner en relación los trazados rectilíneos de los muros
en la Edad del Bronce con un contexto social de mayor estructuración de los espacios de hábitat, en enclaves donde se observa un desarrollo del urbanismo. Los muros rectilíneos serían
más funcionales a la hora de permitir una capacidad mayor de
organización y crecimiento a un asentamiento. El cambio registrado desde estructuras de planta circular a rectangular se ha
interpretado como una respuesta ante el aumento demográfico
de los grupos, la intensificación de las actividades productivas,
la necesidad de concentración de la población en núcleos y su
defensa conjunta (Vela Cossío, 1995: 263), basándose en la
mayor capacidad de crecimiento y compartimentación de las
estructuras rectangulares.
Por una parte, las construcciones circulares requerirían una
menor cantidad de material constructivo que las de planta rectangular, generalmente de mayores dimensiones. Permiten una
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menor exposición de las superficies exteriores al viento y, junto
con las cubiertas cónicas que habitualmente presentan, serían
más resistentes ante los agentes atmosféricos (Harding, 2009:
272). No obstante, las edificaciones con postes y vigas de madera encuentran su limitación en la longitud que pueden adoptar
los troncos, principalmente en el caso de la cubierta (Bradley,
2013: 7). Así, si bien las estructuras circulares pueden compartimentarse, como se documenta también en diversos territorios
y en distintos momentos de la Prehistoria reciente fuera del ámbito peninsular (McQuade y Moriarty, 2009: 116; Vigne et alii,
2017; entre otros) y adoptar considerables dimensiones, estas
capacidades están limitadas estructuralmente debido a la construcción de la cubierta. Las estructuras rectangulares, aunque
presenten un ancho limitado, pueden ser ampliadas en cuanto a
su longitud sin limitaciones (Bradley, 2013: 9).
Además, las estructuras de muros rectilíneos podrían
organizarse más fácilmente en torno a calles y espacios de circulación. Pudiendo compartir paredes medianeras, permitirían
aprovechar en mayor medida un mismo espacio disponible,
pudiéndose así albergar o concentrar un mayor volumen de
población. En este sentido, puede plantearse una relación entre
la construcción con plantas de muros rectilíneos y el tamaño
del grupo que habitara el asentamiento, aunque no pueda establecerse una asociación automática. Por otro lado, las formas
alargadas de muros rectilíneos permiten adaptarse mejor a un
terreno en ladera, un tipo de emplazamiento en el terreno entre
los escogidos por los enclaves de finales del III milenio y la
primera mitad del II milenio BC.
En esta línea, en buena parte de los asentamientos
abordados del II milenio BC en los que las edificaciones se
construyen adosadas unas a otras, con áreas de circulación, pero
que contarían con un menor espacio para el desarrollo de actividades al aire libre junto a las construcciones, se documentan
diversas estructuras para el aprovechamiento de los espacios
internos. Se observa, en mayor medida que en momentos anteriores, la construcción de bancos corridos, predominantemente
en el interior de las estancias. Del mismo modo, son frecuentes las divisiones internas de los espacios, que por lo general
delimitarían diversas funciones para los mismos.
Los tabiques se documentan en diversos tipos de enclaves
de la Edad del Bronce, incluidas construcciones realizadas enteramente de bajareque, como en El Parpantique (Balluncar,
Soria) (Almeida, 2011: 15) y se levantan con distintas técnicas
constructivas. La variabilidad en las técnicas escogidas para la
construcción de divisiones internas se ha documentado durante
la Edad del Bronce −ver 7−, así como en la Edad del Hierro I.
Ejemplo de esto último son los tabiques de troncos manteados
con barro en Cabezo de Monleón (Caspe, Zaragoza) (Maya,
1998: 381), de adobe, en Puig Roig del Roget (Masroig, Tarragona) (Genera, 1995) o Cuestos de la Estación (Benavente,
Zamora) (Celis, 1993: 112), de tierra maciza, en el Cerro de San
Vicente (Salamanca) (Blanco González et alii, 2017: 227-228,
fig. 11), o las diferentes técnicas constructivas identificadas en
los tabiques de Cabezo de la Cruz (La Muela, Zaragoza) (Picazo
y Rodanés, 2009: 272-292). También en cuanto al equipamiento
de los espacios de hábitat, ya se ha mencionado que a partir
del II milenio BC han podido identificarse partes constructivas
que en cronologías anteriores, en el caso de haberse construido, se documentan de forma mucho más excepcional, como las
escaleras, observadas por ejemplo en algunos asentamientos de
la Edad del Bronce (Ayala, 1980: 155; Soler García, 1987: 301;
Castro et alii, 2001: 16, fig. 6; López Padilla, 2014: 107) y, posteriormente, sobre todo en cronologías de la Edad del Hierro I
(López Cachero, 1999: 78; Gracia et alii, 2000: 64-65; Picazo y
Rodanés, 2009: 272-292).
Por otro lado, entre los aspectos arquitectónicos que se
observan a partir de finales del III milenio e inicios del II milenio BC se encuentra también la documentación de posibles
altillos, que habrían podido destinarse al almacenamiento, como
el apuntado en Cabezo Pardo (López Padilla, 2014: 105), y de
posibles segundas plantas, como en un edificio de La Bastida
(Lull et alii, 2015a; 2018: 320), o de Terlinques (Jover y López
Padilla, 2016: 436). En el ámbito europeo y mediterráneo, se
conocen ejemplos de construcciones con dos alturas ya durante
el Neolítico, en las llamadas culturas de Gumelnitsa (Bulgaria),
Cucuteni B (Rumanía y Moldavia), Vinča (Yugoslavia) o Sesklo
(Grecia) (Stevanović, 1997: 344; Souvatzi, 2012: 20). Durante
la Edad del Hierro I en territorio peninsular, se habrían construido segundas alturas en diversos enclaves, como Moleta del
Remei y Sant Jaume (Alcanar, Tarragona) (Gracia et alii, 2000:
64-65; Mateu, 2015: 136), Barranc de Gàfols (Ginestar, Tarragona) (Asensio et alii, 1994-1996: 310; Belarte, 1993: 122), en
Alto de la Cruz (Cortes, Navarra) (Maluquer de Motes, 1958:
122) y en Cabezo de la Cruz (La Muela, Zaragoza) (Picazo y
Rodanés, 2009: 272-292), siendo planteados también en la fase
orientalizante de Peña Negra (González Prats y Ruiz Segura,
1990-1991: 56; González Prats, 1993a: 151).
De igual modo, en diversos asentamientos de la primera
mitad del II milenio BC se identifican, además de zonas definidas como acrópolis, edificios considerados singulares, de mayor
tamaño que el resto de las estructuras del enclave y con un aparente mayor esfuerzo realizado en su construcción, como en el
Cerro de las Víboras de Bajil (Moratalla, Murcia) (Eiroa, 1995),
en la Almoloya (Pliego, Murcia) (Lull et alii, 2015d: 81), en
Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) (Gusi y Olària,
2014: 65) o en Cabezo Pardo (López Padilla, 2014: 105). Esta
singularidad dada a dichas estancias se asocia con frecuencia a
enlucidos diferenciados, con aparente presencia de cal o incluso
pintados (Gusi, 2001: 171; Martínez Mira et alii, 2014: 338;
Lull et alii, 2015d: 100-101). Esta asociación proporciona un
panorama donde plantear si la cal, de utilizarse, fue o no un
producto desigualmente distribuido o de acceso restringido en
los asentamientos (Kingery et alii, 1988: 239).
Además de considerar las propiedades de los materiales y
su funcionalidad entre los factores que favorecerían que, en general, determinadas partes constructivas se construyeran de una
determinada manera, cabe tener presentes posibles razones culturales, procedimientos aprendidos y transmitidos y preferencias que imperarían durante periodos de tiempo y que también
afectarían a los modos de construcción. Entre los aspectos de
las formas constructivas conocidas para la Prehistoria reciente
peninsular que podrían vincularse a preferencias en la forma,
estilos o “modas”, podría contemplarse la forma de los hogares
construidos con barro, aunque ésta también pudiera responder
en parte a los usos a los que se destinaron dichas estructuras de
combustión. Así, frente a las más frecuentes formas circulares
u ovaladas y/o compuestas por un anillo perimetral de barro en
asentamientos del III milenio BC y de la primera mitad del II
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milenio BC, destacan los hogares con borde realzado estrecho,
de planta circular, como en el enclave del Bronce final de Vincamet (Fraga, Huesca) (Moya et alii, 2005) y cuadrangulares
o rectangulares en otros asentamientos, como Alto de la Cruz
(Cortes, Navarra) (Ruiz Zapatero et alii, 1986: 91-92; García
López, 1994: 96). Formas tanto circulares como rectangulares
se documentan en el poblado de la Edad del Hierro I de Cabezo
de la Cruz (La Muela, Zaragoza) (Picazo y Rodanés, 2009: 272292). Quizá también en este grupo de rasgos constructivos pueden ubicarse los vestíbulos o entradas pavimentadas del Bronce final y de la Edad del Hierro I (Palol y Wattenberg, 1974:
190; Aguayo et alii, 1986: 45; Torres, 2014: 254, fig. 1; Blanco
González et alii, 2017: 227, fig. 10; entre otros).
MATERIAS VEGETALES
De acuerdo con las evidencias documentadas, las materias
vegetales están presentes de distintas maneras en todos los conjuntos abordados, respondiendo a los variados usos que cabe
atribuirles en el ámbito constructivo en el área de estudio, desde
los inicios de la Prehistoria reciente. Se han identificado sobre
todo cañas, carrizo y vegetales de menor calibre, a las que cabe
sumar otros tipos. A partir del estudio de las improntas negativas se apunta el aprovechamiento constructivo también de las
hojas de plantas como las cañas, en enclaves como Caramoro I
o Cabezo Pardo.
En algunos conjuntos se ha podido registrar la combinación
de diferentes materiales vegetales asociados preferentemente a
las techumbres y se han podido concretar algunos aspectos de
su disposición. Entre los materiales constructivos de Les Moreres se encuentra un buen número de piezas con improntas de
numerosos vegetales de tipo tallo en una misma cara, que se
habría generado posiblemente al mantear con barro una superficie vegetal, como la que constituye en muchas ocasiones las
techumbres (Belarte, 1999-2000: 70, fig. 3; De Chazelles, 2003:
49, fig. 2; De Chazelles, 2005b: 241, 245, fig. 8; García López,
2010: 99-101) −ver, por ejemplo, fig. 6.51−. Cabría pensar en
este manteado de vegetales como una forma común de construir
las cubiertas en contextos prehistóricos. Sin embargo, sorprende
que la identificación de este tipo de improntas, salvo en Les Moreres, tan solo se haya producido en algunas piezas puntuales en
una parte del resto de conjuntos, como Caramoro I, Cabezo del
Polovar y Lloma de Betxí.
Aun teniendo en cuenta que los elementos de barro abordados
son sólo una parte de la materialidad que conformaba las estructuras de hábitat de los enclaves en estudio, esta escasez de improntas de tallos finos manteados con barro y que pueden asociarse a
techumbres puede deberse a otras cuestiones, como que estas materias se utilizaran en algunos asentamientos sin ser cubiertas con
barro o que las techumbres se construyeran fundamentalmente
con cañas. Donde sabemos con mayor seguridad que las cubiertas
habrían sido construidas con vegetales diversos cubiertos de barro a modo de “torta”, es en Vilches IV, asentamiento en el que la
composición y conformación de estas partes constructivas ha podido conocerse en relativa profundidad. Sobre la disposición de
las cubiertas, en casos puntuales identificados en Vilches IV y Les
Moreres se han observado formas que podrían relacionarse con
que hubieran sido más o menos planas o ligeramente inclinadas,
tratándose no obstante de evidencias escasas.
206
BAJAREQUE
De acuerdo con los datos recabados, la técnica constructiva más
representada en los restos constructivos analizados es el bajareque, de cañas y carrizo. En este sentido, destacan las evidencias del empleo constructivo de las cañas junto con la tierra en
Les Moreres, Laderas del Castillo, Cabezo Pardo y Peña Negra,
aunque estén presentes también en otros asentamientos, como
Peñón de la Zorra, Terlinques y Caramoro I. A pesar de que en
los materiales estudiados predomina el bajareque de cañas, esta
técnica también se evidencia a partir de improntas negativas de
elementos de madera de sección circular, como ramas, varas y
troncos.
En realidad, puede decirse que la técnica del bajareque ha
sido identificada en todos los conjuntos de materiales, si consideramos que incluso para la fabricación del elemento analizado
de El Alterón hubo de aplicarse barro sobre una estructura de
maderos, antes de completar su elaboración mediante el modelado. Puede afirmarse que el bajareque se empleó al menos desde el VI milenio BC, como muestran los restos constructivos recuperados en Benàmer II (Muro d´Alcoi, Alicante) (Torregrosa
et alii, 2011: 89, 90; Vilaplana et alii, 2011) o en El Barranquet
(Oliva, Valencia) (Esquembre et alii, 2008), o incluso en cuevas
como la de Les Aranyes del Carabassí (Santa Pola, Alicante)
(Guilabert y Hernández Pérez, 2014: 83). Las evidencias del
empleo de esta técnica constructiva también están presentes en
conjuntos del V milenio BC, como los de Tossal de les Basses
(Alicante) (Rosser y Fuentes, 2007: 17) o Los Limoneros II. Por
su parte, consideramos que los casos reconocidos de forma muy
puntual de improntas positivas, que responderían a la forma dejada por la parte interior del tallo de las cañas, se deberían a cañas fracturadas accidentalmente. No se han registrado indicios
del uso intencional de cañas cortadas por la mitad en los asentamientos prehistóricos abordados, aunque no puede descartarse que este procedimiento constructivo, destinado a mejorar la
adherencia del mortero a estas plantas mediante la modificación
de su forma, se hubiera llevado a cabo en otros contextos prehistóricos, considerando además la importancia y la gran presencia
de este recurso natural como materia prima para construir.
MADERA
Por otro lado, el estudio de restos constructivos de barro también
permite el reconocimiento de pruebas indirectas del trabajo de
la madera y su empleo en las edificaciones, una práctica constructiva identificada desde las primeras estructuras de hábitat
conocidas en la península ibérica durante el Neolítico antiguo.
En esta investigación, es en los conjuntos de La Torreta-El Monastil, Vilches IV, Les Moreres y Laderas del Castillo donde se
registran en un número más importante restos constructivos con
evidencias de madera trabajada, ubicándose todos ellos en cronologías del III milenio BC. Estas improntas aparecen en combinación con elementos de sección circular, como ramas, pero
también cañas y carrizo; asociadas a posibles ataduras; formando ángulos rectos y constituyendo posibles tablas, o con caras
contrarias alisadas. Entre los materiales estudiados del resto de
yacimientos también se han identificado estas improntas, aunque de forma más puntual y con menor seguridad que en los
citados enclaves calcolíticos.
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No obstante, no contamos con razones para no considerar el
trabajo de la madera como una actividad básica de los procesos
constructivos que se hubiera practicado posiblemente durante toda la Prehistoria reciente peninsular y también durante la
Protohistoria. El caso singular de La Draga (Banyoles, Girona)
permite conocer el empleo de vegetales como materia prima
para la manufactura de cuerdas y los variados usos de la madera
más allá de su empleo en postes sustentantes de viviendas u
otras estructuras de actividad, desde cronologías tempranas de
la Prehistoria reciente. En este yacimiento se ha observado el
trabajo y corte de la madera, también en tablas, la construcción
de empalizadas e incluso el empleo de madera en la pavimentación interna de las edificaciones (Bosch Lloret et alii, 2000:
90, 316; Tarrús, 2008: 23-24). Estos tres aspectos se conocen
también en otros asentamientos neolíticos del contexto europeo
y cabe suponer su presencia en otros enclaves peninsulares,
aunque las dificultades de la preservación arqueológica limiten
notablemente su conocimiento.
Además, otra de las observaciones aportada por esta
investigación es que en los tres yacimientos calcolíticos abordados se habría utilizado madera que se encontraba afectada
por diferentes procesos de alteración, previamente a su puesta
en obra y su manteado con barro. Así, tanto en La Torreta-El
Monastil como en Les Moreres, pueden observarse una serie
de surcos paralelos y más o menos rectilíneos en la superficie
de la madera cortada, que podrían corresponderse con el efecto
generado por procesos de pudrición −ver fig. 6.14−. Además,
en piezas de Les Moreres y en Vilches IV se ha documentado
la presencia de surcos irregulares en la superficie de las improntas de troncos, que consideramos que habrían sido generados por insectos xilófagos −ver fig. 6.31, fig. 6.47−. En otros
enclaves, como Laderas del Castillo o Terlinques, también se
han identificado improntas que se corresponderían con madera
trabajada y en las que no hemos identificado evidencias de
estos procesos de alteración, pero que no consideramos descartable que hubieran podido afectar a dicha madera, al no
poder evaluar su presencia de la misma forma, dado sobre
todo el menor número de fragmentos con estas improntas de
elementos lígneos.
Así, comprobamos que las evidencias de alteraciones o
deterioro en materiales empleados en la construcción también
pueden verse reflejadas mediante sus improntas en restos de barro endurecido, como ha podido constatarse principalmente en
los tres estudios de materiales que hemos emprendido correspondientes al III milenio BC. En este sentido, cabe sumar que se
han identificado asimismo galerías de xilófagos en improntas de
caña de restos constructivos de Peña Negra –ver fig. 8.21–, que
habrían podido ser generadas por insectos como la carcoma, que
ataca tanto la madera, como la caña o el carrizo (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016: 50). Junto con las huellas negativas en las superficies de tierra identificadas en Les Moreres, que
también pudieron haber sido causadas por insectos, se plantea
así que la observación de la incidencia de procesos de alteración
naturales en los análisis macroscópicos de fragmentos constructivos es posible además en materiales constructivos distintos: en
la madera, en materias vegetales y en los restos de tierra.
La presencia de dichas alteraciones en la madera podría
tener implicaciones en cuanto a la procedencia y la elección
de los materiales escogidos para construir, apuntándose la
posibilidad del empleo no de madera fresca, sino de madera
muerta, que estuviese caída y fuese recolectada de zonas boscosas, que hubiera estado almacenada o bien fuese reutilizada
de otros contextos antrópicos. Estas circunstancias favorecerían además la pérdida de la corteza de los troncos, que parecen no presentar, aunque éstos también podrían haber sido
descortezados o, quizá, corresponderse con especies arbóreas
de superficie externa lisa. Existen insectos xilófagos de muchos
tipos, que pueden alimentarse de madera seca o húmeda (Sáez
de Tejada, 1998: 67), viva o muerta y generar galerías cerca de
la corteza o en el interior. No obstante, existe una relación entre
un grado alto de humedad en la madera, su contacto con el suelo y una mayor incidencia de la acción destructiva de hongos
de pudrición e insectos xilófagos (Rodríguez Barreal, 1998:
39, 48; Petit, 2009: 51). La acción de insectos es más probable en madera muerta y almacenada (Sobon y Schroeder, 1984:
58). Así, los troncos con evidencias de xilófagos y aparente
ausencia de corteza, junto con las marcas paralelas que interpretamos como posible resultado de procesos de pudrición,
pueden responder a este uso de madera no fresca, aunque no
podamos descartar la acción de xilófagos, como los llamados
descortezadores, en árboles que estuvieran vivos.
Los materiales constructivos de La Torreta-El Monastil
presentan similitudes importantes con los procedentes de Les
Moreres, pero también de Laderas del Castillo, en una serie de
características que no hemos observado en los materiales de
otros yacimientos analizados en el marco de esta investigación,
de cronologías anteriores y posteriores. Entre estos rasgos destacan algunos referidos al empleo de madera cortada y trabajada,
también identificada en Vilches IV. En La Torreta-El Monastil,
Les Moreres y Laderas del Castillo se registra, a través del estudio de las improntas, el uso combinado de ataduras de tipo tallo
individual, aplicando en ocasiones varias vueltas sucesivas, y de
cuerdas trenzadas. Otro rasgo común observado en estos asentamientos son las huellas de alisado de las superficies externas
de barro que se corresponderían con algún tipo de material o
instrumento alisador. No obstante, entre los materiales constructivos de estos enclaves destacan los enlucidos de Torreta-El
Monastil y de Laderas del Castillo que, por sus características,
consideramos similares. En cuanto a los restos de estructuras de
actividad y de recipientes de barro calcolíticos de gran formato,
no conocemos evidencias de ellos en los contextos de TorretaEl Monastil, pero sí en Vilches IV y Les Moreres, observándose
además ciertas similitudes entre estas producciones de barro de
ambos asentamientos.
ESTERAS
Asimismo, en Les Moreres han sido identificadas como
material constructivo esteras vegetales, mediante la conservación de sus improntas en los fragmentos constructivos, algo que
sólo ha sido observado con esta claridad en dicho enclave, entre
los tres conjuntos calcolíticos abordados. Este grupo de materiales con improntas de esteras, posiblemente fabricadas con
esparto, es excepcional, abundante y enormemente interesante,
constituyendo una importante novedad. Ha permitido observar
el empleo de esteras que pudieron haber formado parte de los
alzados y/o de las techumbres, junto con barro y materiales
vegetales de sección circular, posiblemente cañas.
207
[page-n-221]
Si bien esta información es única entre los materiales
calcolíticos estudiados, por el número y las características que
presentan este grupo de piezas de Les Moreres, la presencia de
improntas de estera no es tan excepcional respecto al resto de
conjuntos de materiales prehistóricos analizados. Tanto en el
asentamiento neolítico de Los Limoneros II, como en los de la
Edad del Bronce de Caramoro I, Terlinques, Cabezo del Polovar
y Lloma de Betxí, en cada uno de ellos se ha documentado un
fragmento con la impronta de un tejido vegetal. Estas improntas
están en materiales de barro endurecido que en parte contaban
con claras improntas constructivas o caras alisadas, por lo que
existen razones para considerar que la impronta se generara por
el uso de la estera como material constructivo y no por otro tipo
de contacto con el barro, al menos en una parte de estos casos y
quizá también en los restantes.
El trabajo de las fibras vegetales es común a la producción
de cordajes y de esteras. Al igual que ocurre con el resto de
materiales constructivos, estos elementos de fibras vegetales,
cuerdas y esteras, no sólo se habrían empleado en la edificación. Si bien las cuerdas se asocian en mayor medida a aplicaciones constructivas, son otros los usos mejor conocidos de
las esteras vegetales durante la Prehistoria reciente peninsular,
destacando la elaboración de objetos muebles mediante fibras
vegetales (Alfaro, 1980; Ayala y Jiménez Lorente, 2007; Jover y López Padilla, 2013). A estos productos cabe sumar las
evidencias proporcionadas por diferentes estudios de materiales constructivos de barro desarrollados en esta investigación,
sobre todo el de Les Moreres, que han permitido constatar la
disposición de superficies de vegetales entretejidos, esteras, incorporados también a estructuras inmuebles. El uso constructivo de esteras y de cordajes vegetales sería un nuevo ejemplo
de cómo el desarrollo de un mismo proceso artesanal revierte
en diferentes aplicaciones, en el ámbito de la edificación y fuera de él. Otra cuestión a plantear es si las esteras utilizadas
en las edificaciones fueron fabricadas para ese propósito o se
reutilizaron, dándoles un nuevo uso.
ESTABILIZANTES
En cuanto a las materias vegetales, destaca su uso como
estabilizantes, una práctica muy extendida y transversal a los diferentes periodos históricos que abarca este trabajo. Además, estaría
plenamente implantada desde el Neolítico antiguo. Las huellas negativas que dejaron en los morteros y revestimientos de tierra han
informado, tanto de su propio uso, como de un proceso de trabajo
que se habría llevado a cabo con frecuencia en los contextos estudiados: el de la preparación de esta materia prima, machacándola
o cortándola antes de mezclarla con el barro. Esta materia vegetal,
que en algunos casos habría podido ser también reutilizada de otros
elementos o construcciones o recolectada del entorno natural cercano, procedería mayoritariamente de las actividades agrícolas desarrolladas por las comunidades que construyeron las estructuras. Así,
esta materia vegetal suele ser paja, disponible principalmente tras la
siega (Homsher, 2012: 4).
La materia vegetal empleada como estabilizante está
presente en todos los conjuntos abordados en esta investigación
como casos de estudio, desde el más antiguo al más reciente,
desde mediados del V milenio BC, hasta mediados del siglo VI
BC. Además, contamos con evidencias de su uso en materiales
208
constructivos más antiguos, del VI milenio BC, siendo el caso,
por ejemplo, de Benàmer (Torregrosa et alii, 2011; Vilaplana et
alii, 2011) −ver fig. 5.7−. La incorporación de estas materias a
las mezclas puede entenderse como un procedimiento destinado
a mejorar las cualidades y el comportamiento del barro utilizado
para construir. Su presencia ya en el primero de los yacimientos
abordados ejemplifica la existencia de una experiencia previa
de construcción con tierra durante la que se detectara la necesidad de aplicar esta solución constructiva, hubiera tenido este
desarrollo una duración mayor o menor, algo en lo que quizá
también pudo influir, como se ha comentado, el desarrollo de
la tecnología cerámica. Es importante señalar la identificación
del uso de estos estabilizantes no sólo en el cuerpo interior de
las piezas, sino también en las capas de revestimiento, incluso
en las que cuentan con acabados pintados, como se observa en
las superficies pintadas de Peña Negra. Del mismo modo, en
los estudios de materiales que hemos abordado, el empleo de
estabilizantes vegetales también ha sido plenamente constatado
en las estructuras de actividad y elementos muebles.
Aunque la materia vegetal sea el estabilizante más visible
en los restos constructivos de esta investigación, pudiendo ser
apreciable a nivel macroscópico, sabemos que no sería el único.
En algunos casos, es necesario considerar también el empleo de
la ceniza, añadida a la tierra con la que se construyen, por ejemplo, las pavimentaciones, como ya ha sido señalado en asentamientos de la Edad del Bronce como La Horna (Aspe, Alicante)
(Hernández Pérez, 1994: 90; Sánchez García, 1997b: 150) o
Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (Hernández Pérez et alii,
2016: 36). Su presencia en morteros de barro, planteándose que
hubiera sido añadida a la mezcla para mejorar sus propiedades,
ha sido indicada ya en materiales de la ocupación del Neolítico
antiguo de Benàmer (Muro d’Alcoi, Alicante) (Vilaplana et alii,
2011). Este uso puede estar detrás de la presencia de hidroxiapatita, asociada a evidencias en polvo de restos óseos, especialmente en los enlucidos de La Torreta-El Monastil −ver anexo II,
Pastor, 2019−, que pudieron estar contenidos en ceniza añadida
a la mezcla utilizada para revestir las estructuras. El añadido
de esta posible ceniza pudo producirse por el aprovechamiento
de sedimentos procedentes de hogares, utilizándose un residuo
cotidiano como materia prima para construir. Asimismo, se ha
mencionado la presencia de distintos restos de cerámica en los
morteros de un grupo de fragmentos constructivos de Les Moreres. También hemos recogido algunas evidencias del aprovechamiento del estiércol probablemente con fines estabilizantes,
destacando los ejemplares de Cabezo del Polovar.
Como puede verse, el uso de estabilizantes vegetales es
generalizado y evidente, mientras que, entre los casos abordados, se ha documentado en unos u otros la presencia de otros
materiales y sustancias que bien pudieron haberse usado para
estabilizar los morteros. Este conjunto de materias que podemos
plantear, con mayor o menor seguridad, que fueron utilizadas
como estabilizantes en la construcción son residuos, procedentes de otras actividades económicas y de otros elementos de la
materialidad, a los que se les da un nuevo uso.
A éstos cabe añadir el probable añadido y aplicación de yeso,
más o menos preparado y transformado, a determinadas partes
constructivas, planteado en distintos asentamientos de la Edad
del Bronce que se construyeron muy próximos entre sí, como
Terlinques o Cabezo del Polovar. Otra cuestión es la posibilidad
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de que, en algunos casos, la presencia de piedras y guijarros en
los morteros no resultara de no haber retirado estos elementos o
no haber tamizado el sedimento, sino de que se considerara su
presencia favorable para la estabilidad de las construcciones. En
este campo se encuentra también la importante cuestión del uso
constructivo de sustancias producidas mediante pirotecnología,
como la cal y los morteros de yeso claramente pirotecnológico,
que contribuyeran a mejorar la durabilidad o el aislamiento de
las edificaciones, añadidos a los morteros o a los revestimientos
(por ejemplo, Villaseñor y Barba, 2012: 17). El posible empleo
de la cal, así como el uso del yeso, han sido apuntados en algunos de los enclaves estudiados, a lo que nos referiremos nuevamente en estas páginas. Es más, en algunas muestras se ha
planteado a partir de los análisis microscópicos el posible uso
conjunto de cal y yeso −ver anexo II, Pastor, 2019.
AMASADO Y MODELADO DEL BARRO
En lo referente al modelado del barro, esta técnica, junto con
su amasado previo, ha sido identificada asimismo en todos los
conjuntos de materiales abordados, con una mayor o menor representación. Las técnicas del amasado y modelado del barro
están constatadas, al menos, desde el VI milenio BC, como por
ejemplo en Mas d’Is (Penàguila, Alicante) (Bernabeu et alii,
2003: 43-44) −ver fig. 5.5c−. Desde el Neolítico puede apreciarse lo extendido del uso de la tierra en el acondicionamiento
de los espacios de hábitat y de trabajo.
En todos los conjuntos estudiados se han identificado restos
de instalaciones de barro, que servirían para equipar estos espacios, externos e internos y para el desarrollo de distintas actividades. Del mismo modo, es importante poner el foco, entre los
elementos identificados en estos estudios, en la presencia de fragmentos de recipientes de barro endurecido, tanto de tamaño considerable, como también de menores dimensiones, observados ya
en los materiales del Neolítico antiguo, pero también en los de
cronologías más recientes. Estas piezas de barro muestran que
las comunidades de la Prehistoria reciente no sólo fabricaban y
utilizaban recipientes cerámicos, sino que también existían otras
producciones de barro no cocido, que pudieron ser muy diversas,
cuya visibilidad y presencia en el registro es mucho menor. Del
mismo modo, en prácticamente todos los conjuntos de materiales
abordados, del más al menos numeroso, se ha hallado al menos
un resto interpretado como perteneciente a un objeto. Así, posiblemente estemos sólo ante una pequeña representación de los
diferentes elementos muebles de barro que se producirían y utilizarían en muchos de los asentamientos prehistóricos. Además
de en la producción de piezas cerámicas, la arcilla podría haberse
utilizado en muchos contextos también para elaborar otros objetos, como por ejemplo juguetes, elaborados de forma expeditiva
por personas adultas (Vitores, 2011), o por niños y niñas en sus
procesos de socialización y aprendizaje, que también se pueden
relacionar con las actividades constructivas –ver fig. 4.21–, pudiendo cocerse o no estas producciones junto con los recipientes
cerámicos (Calvo et alii, 2015).
A lo largo de esta investigación ha podido observarse cómo
el estudio macroscópico de fragmentos de barro endurecido
también permite apreciar rasgos relacionados con las formas de
aplicación del material y con la propia fabricación de estructuras
o elementos. Ello se aprecia en los bordes modelados, de mayor
o menor grosor, presentes desde las cronologías más antiguas
de la Prehistoria reciente y en la mayor parte de los conjuntos
abordados y que, en los materiales de alguno de ellos, como la
Lloma de Betxí, conservaban evidencias claras de su refacción
y compartimentación −ver fig. 7.126 y fig. 7.125−. Formas resultantes de una refacción se han observado también en la estructura de El Alterón, en lo que habría sido posiblemente la
cara interna de la base. Sólo en algunos casos en los que puede
comprobarse más claramente su forma y su envergadura puede
plantearse con mayor seguridad su carácter inmueble, como en
el caso de las estructuras de El Alterón o de Les Moreres −ver
fig. 6.61−. Asimismo, informan sobre las formas de aplicación
del barro las huellas del alisado realizado con los dedos, tanto en
restos constructivos como en elementos muebles, o los rehundimientos presentes en las unidades de barro amasado, resultado
de disponerse unas junto y sobre las otras. También puede obtenerse información sobre los procesos de elaboración mediante
técnicas de análisis microscópico, siendo el caso de la aplicación de mezclas con distinta composición en partes diferentes
de la estructura que se construye o fabrica, en el cuerpo o en los
revestimientos, algo observado tanto en partes de edificaciones
como en elementos muebles, en enclaves como La Torreta-El
Monastil, Les Moreres, Laderas del Castillo o Peña Negra −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Mientras que el modelo del barro responde mayoritariamente
a una necesidad funcional, como en la conformación de un borde
o del asidero de una tapadera, en algunos casos, estas formas
modeladas pueden interpretarse más allá del campo de lo funcional, como restos de decoraciones o remates, que pudieron ser
ornamentales o incluso de carácter “simbólico”. Se han recogido algunos ejemplos de partes de elementos posiblemente
de tipo inmueble, modelados con barro y añadidos a las edificaciones, pasando a formar parte de ellas, como las formas
construidas sobre el pavimento en el Cerro de la Encantada
(Granátula de Calatrava, Ciudad Real) −“altar de cuernos”
(Sánchez Meseguer et alii, 1985; Sánchez Meseguer y Galán,
2011)− y El Oficio (Cuevas del Almanzora, Almería) (Sánchez Meseguer et alii, 1983), o las que habrían podido formar
parte de las techumbres de El Rincón de Almendricos (Lorca,
Murcia), Cerro de las Viñas (Coy, Murcia) y Agra 7 (Hellín,
Albacete) (Ayala, 1986: 332-333, figs. 1 y 2; Ayala, 2001:
77-79, fig. 20), a lo que podría añadirse la pieza que hemos
documentado en Les Moreres −ver fig. 6.62−, que tendría una
cronología anterior. Lo mismo puede decirse de los objetos o
elementos muebles, que pudieron tener bien un carácter funcional, bien simbólico, o ambos, como quizá los discos con
“cuernos” modelados de Peña Negra.
AMASADO EN FORMA DE BOLAS
Otra de las cuestiones de mayor interés que ha salido a la luz
en el marco de esta investigación ha sido la identificación del
empleo del amasado de barro en forma de bolas y bloques,
mezclado con vegetales largos, posiblemente paja. Se trata de
una técnica que claramente hemos podido constatar, al menos,
en los asentamientos argáricos de Laderas del Castillo y Caramoro I, en torno a los momentos iniciales del II milenio BC.
Hemos observado la aplicación de estas unidades amasadas, en
solitario y en combinación con la piedra, para alzar estructuras
209
[page-n-223]
como el bastión H y la estructura UE 1806 de Caramoro I. Las
evidencias de Laderas del Castillo muestran que esta técnica
también se utilizó de otras maneras, posiblemente sobre estructuras de bajareque, verticales o quizá horizontales, como en las
cubiertas, o siendo reforzadas por los elementos vegetales. En
este enclave argárico, las estructuras construidas con amasado
de barro en forma de bolas también fueron alisadas y enlucidas
y probablemente utilizadas en la construcción de instalaciones
de barro y estructuras de actividad.
Fuera de estos enclaves, las evidencias que pueden asociarse
a ella con mayor o menor seguridad se concentran de momento
en contextos de la primera mitad del II milenio BC. Destaca el
caso de Hoya Quemada (Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y
Picazo, 1986: 10). Asimismo, cabe la posibilidad de que se hubiera utilizado esta técnica en otros yacimientos de la Edad del
Bronce, como quizá en Cabezo Pardo y Terlinques, donde hemos identificado posibles casos puntuales de su uso o, de acuerdo con la descripción realizada de los materiales de barro, quizá
también en Can Roqueta (Sabadell, Barcelona) (García y Lara
Astiz, 1999: 197, fig. 95). En este sentido, cabe añadir respecto
a los procesos de fabricación y aplicación del material que las
observaciones resultantes de la realización de láminas delgadas
a muestras de bolas de barro de Laderas del Castillo, Caramoro
I y un posible ejemplar de Terlinques ejemplifican que, en este
caso, una misma técnica constructiva planteada puede ponerse
en práctica con mezclas de diversa composición y textura −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Existe una similitud tecnológica y morfológica entre las
bolas y bloques de barro amasado citadas y las estructuras de
barro de la Edad del Bronce modeladas, de forma redondeada,
halladas en Foia de la Perera (Castalla, Alicante) (Cerdà, 1994)
y en el Cerro de El Rocín (La Encina-Villena, Alicante) (Busquier et alii, 2016). La observación de posibles instalaciones y
estructuras de actividad elaboradas con la técnica del amasado
de barro en forma de bolas en Laderas del Castillo permite contemplar esta técnica no sólo como un modo de construir alzados,
sino como una práctica constructiva más amplia y general, el
resultado de una manipulación y disposición del barro común a
muchos procedimientos tecnológicos. Pensemos que, en el amasado del barro para diversas actividades productivas, la esfera
es una de las formas más básicas y frecuentes, de la que parte
el modelado de otras muchas formas. La elaboración de formas
esféricas o semiesféricas es común en el amasado de arcilla para
hacer cerámica (Rye, 1981: 4; Purri y Scarcella, 2011: 33), en el
modelado de figurillas (Gheorghiu, 2011: 108) o en el relleno de
moldes manualmente para fabricar adobes.
Así, tanto la edificación de alzados como la elaboración de
estructuras e instalaciones pueden considerarse fruto, en cierto
modo, de la misma técnica del amasado. De hecho, en Foia
de la Perera se habrían documentado muros de tierra (Cerdà,
1986: 86; 1994: 104), posiblemente de amasado de barro, que
podrían haber sido construidos con unidades individualizadas.
Y en el Cerro de El Rocín, el alzado de las estructuras se habría levantado también con barro amasado, de acuerdo con los
grandes bloques constructivos homogéneos documentados en
el asentamiento (observación personal en campo). En el Cerro
de El Rocín, las esferas modeladas, formando alineaciones, habían sido elaboradas con un cuerpo interior de piedra. También
ha ido quedando de manifiesto a lo largo del trabajo que es
210
frecuente la combinación de piedras y tierra en la fabricación
de estructuras de actividad, al parecer de forma más destacada
durante la Edad del Bronce. Ello puede verse en asentamientos
como el propio Cerro de El Rocín (Busquier et alii, 2016), Terlinques (Jover y López Padilla, 2016) o la Lloma de Betxí (De
Pedro, 1990; 1998).
PIEDRA
En cuanto a la piedra, este material parece emplearse para
construir en el ámbito peninsular ya en el VI milenio BC, combinada al menos con la madera, como en estructuras de combustión y de almacenaje (Tarrús, 2008: 24; Mestres y Tarrús,
2009: 524) y podemos considerar que desempeña desde el principio funciones fundamentales de aislamiento. En este sentido,
de acuerdo con la información abordada acerca de los aspectos
constructivos desarrollados durante el Neolítico en el territorio peninsular, cabría preguntarse por la posibilidad de que la
aplicación de la piedra a las superficies de estructuras de combustión y almacenaje, considerando sus funciones aislantes, se
produjera de forma previa al uso de zócalos pétreos en estructuras de hábitat y que este uso aislante de la piedra se trasladara
posteriormente a los alzados. De acuerdo con las evidencias a
nuestro alcance, podría plantearse su uso más extendido en estructuras de actividad con anterioridad a la generalización de la
piedra en los zócalos de las estructuras de hábitat.
Entre las evidencias constructivas del III milenio BC,
destaca esta extensión del uso de la piedra en la construcción de zócalos. En diferentes enclaves se observa que este
elemento se adopta después de que se hubiera construido en
fases anteriores sin zócalos pétreos. En esta aplicación de
la piedra, desde nuestro punto de vista, es fundamental su
función aislante. El empleo de materiales pétreos con esta
finalidad, que no excluye otras, se observa también en cronologías neolíticas, aunque aparentemente en unos usos más
reducidos. Desde el III milenio BC se sigue observando el
empleo de la piedra en estructuras de actividad, pero también en otras muchas aplicaciones. El aislamiento de los
alzados mediante la piedra utilizada en los zócalos, cuando
no en buena parte o en la totalidad de los mismos, es una
novedad constructiva muy relevante, no sólo por hacer más
visibles a las edificaciones en los contextos arqueológicos.
Este uso de la piedra es el que se observaría, por ejemplo, en
el asentamiento de Vilches IV, entre otros muchos casos. En
la mayor parte de los ejemplos conocidos, la piedra se emplea durante la Prehistoria reciente mediante la técnica de la
mampostería, aunque también se ha apuntado el empleo de la
piedra seca, desde finales del VI milenio BC en Barranc d’en
Fabra (Amposta, Tarragona) y en el V milenio en Ca n’Isach
(Palau-saverdera, Girona) (Bosch Argilagós et alii, 1996: 55;
Mestres y Tarrús, 2009: 524, 528). A ello se sumaría su uso
en otros asentamientos, por ejemplo, de la Edad del Bronce y
sobre todo apuntada para construcciones defensivas (Ayala,
1980: 155; Gil-Mascarell y Peña, 1994: 111; Eiroa, 2004: 59;
Gusi y Olària, 2014: 15; entre otros).
En las construcciones de la Edad del Bronce es frecuente
el empleo de la piedra en zócalos, alzados y construcciones de
mayor envergadura, pero también con otros usos, como en el
refuerzo de hoyos de poste y utilizadas a modo de calzo en sí,
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en numerosos yacimientos, desde en Los Tolmos (Caracena,
Soria) (Fernández Moreno, 2013: 98), hasta en Cabezo Redondo
(Villena, Alicante) (Hernández Pérez et alii, 2016: 34), pasando
por la Lloma de Betxí (De Pedro, 1990; 1998) o Terlinques (Jover y López Padilla, 2016), donde se documentaron numerosos
fragmentos de molinos y molederas reutilizados para calzar los
postes (Francisco Javier Jover, com. pers.). También en cronologías prehistóricas posteriores, la piedra se utiliza para reforzar o
asentar los postes de madera, como en Orpesa la Vella (Oropesa
del Mar, Castellón) (Gusi y Olària, 2014) o Cabezo de la Cruz
(La Muela, Zaragoza) (Picazo y Rodanés, 2009).
Consideramos que el aporte constructivo que supondría la
piedra para la mayor durabilidad de las edificaciones durante la
Prehistoria reciente no provendría tanto del uso de este material
por sí mismo, por su dureza o resistencia, sino principalmente
de su empleo estratégico como aislante, aplicándose en los zócalos y, en otros casos, en la totalidad de los alzados. Este uso en
los zócalos parece producirse de forma generalizada en muchas
edificaciones desde determinados momentos del III milenio BC
y durante la primera mitad del II milenio BC, con independencia de la forma de la planta que se escoja para la estructura. El
empleo de la piedra en la parte baja de los alzados también es
frecuente que se incorpore a las divisiones internas de las estancias en la Edad del Bronce (Ayala, 1991; Contreras et alii, 1997:
71; Martínez Rodríguez et alii, 1999; entre otros).
En el mismo sentido, durante el III milenio BC e inicios
del II milenio BC, asentamientos distintos se habrían construido
empleando bloques y losas pétreas en los suelos, como se ha
indicado en Campos (Cuevas del Almanzora, Almería) (Martín
Socas et alii, 1990: 134; Agustí y Martínez Peñarroya, 2004:
188), Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) (Juan, 1994: 87),
Ereta del Castellar (Vilafranca del Cid, Castellón) (Aparicio et
alii, 1977: 49) o Peñón de la Zorra (Villena, Alicante) (García
Atiénzar, 2014). Del mismo modo, se aísla la base de estructuras de actividad mediante lajas de piedra, como se observa en
el posible horno de Vilches IV (García Atiénzar et alii, 2016:
55). También las propiedades aislantes de la piedra se habrían
aprovechado en las construcciones de adobe de Marroquíes Bajos (Jaén), donde se habrían introducido lajas entre las distintas
hiladas (Zafra et alii, 1999: 90).
De forma similar, se practica el aislamiento de los alzados
también mediante el uso de la tierra, aplicada en las superficies externas de éstos, de lo que a partir del III milenio BC se
tiene un mayor número de evidencias respecto a momentos
anteriores. La protección de las edificaciones es algo fundamental que proporcionan los enlucidos. Éstos también son
aplicados sobre estructuras de actividad, como se ha observado en distintos casos, y ya en el V milenio BC mediante el
caso de El Alterón. La elección de materiales constructivos
con propiedades aislantes en construcciones que así lo requieren se ejemplifica de forma especial durante la Edad del Bronce en la construcción de cisternas y de determinados tipos de
cubetas. Asimismo, el uso aislante del barro se observa en la
aplicación de revestimientos internos en estructuras negativas
excavadas en el subsuelo.
La reutilización de materiales está también presente en la
búsqueda del aislamiento en las estructuras construidas, algo
representado en distintas evidencias peninsulares de la Edad
del Bronce y de cronologías más recientes. En el aislamiento
de las pavimentaciones se utilizan tanto la piedra y la tierra,
como fragmentos cerámicos reutilizados, como se ha planteado
en Fuente Lirio (Ávila) (Fabián, 2003), o como se observa en
estructuras de combustión en El Soto (Burgos), al igual que en
otros yacimientos del entorno (Fernández Moreno, 2013: 104).
El uso de restos de cerámica reutilizados dispuestos a modo de
base de una estructura de combustión se documenta también en
Barranco de la Viuda (Lorca, Murcia) (Medina y Sánchez González, 2016: 45, Lám. 3). Esta práctica se observaría sobre todo
en momentos más avanzados de la Prehistoria reciente, como
en los hornos del Bronce final e inicios de la Edad del Hierro de
Las Camas (Villaverde, Madrid), asentamiento donde también
se utilizaron fragmentos cerámicos para calzar los postes de las
edificaciones (Urbina et alii, 2007: 50-51). El uso frecuente de
fragmentos de cerámica para configurar la solera de estructuras
de combustión se observa en contextos de la Edad del Hierro
como Barranc de Gàfols (Ginestar, Tarragona) (Belarte, 1993:
124, 137, fig. 18) o La Fonteta (Guardamar, Alicante) (González
Prats, 1999: 16; 2011: 53), documentándose también en cronologías posteriores. También se ha mencionado en un capítulo
anterior el uso de esteras vegetales entre las hiladas de los alzados de adobe (Aurenche, 1977: 124; Houben y Guillaud, 1994).
La aplicación e inclusión de distintos materiales con una
función aislante, como una práctica constructiva específica, no
debe extrañar si tenemos en cuenta que se trata de edificaciones inmersas en una tradición de construcción con tierra que,
por lo que conocemos, llevaba desarrollándose varios milenios.
Y si algo requieren las edificaciones y estructuras de actividad
construidas con tierra es aislamiento, de la humedad del suelo,
así como de otros factores erosivos, como el agua. Esta idea
también podría estar detrás de las improntas de troncos identificadas en lo que se ha considerado la parte externa de la base
de la estructura de El Alterón, que pueden estar indicando que
hubiera estado sobreelevada, lo que habría favorecido no sólo
su propia preservación, al aislar esta estructura de tierra del
suelo, sino también la de los posibles elementos que hubiera
contenido, al haber podido destinarse, entre otras funciones, al
almacenamiento.
CAL
También en cuanto a los materiales utilizados con fines
aislantes y las consiguientes mejoras técnicas implementadas
en las edificaciones, se encuentra la citada cuestión del empleo
constructivo de la cal, cuya posible aplicación se focaliza en
esta investigación sobre todo en los revestimientos. El uso de
revestimientos de cal se ha apuntado en diferentes enclaves de
la Prehistoria reciente del ámbito de estudio. Pueden citarse los
argáricos, como El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia)
(Ayala et alii, 1989: 282), La Bastida (Lull et alii, 2015a: 76)
y Tira del Lienzo (Totana, Murcia) (Lull et alii, 2015a: 168) o
La Almoloya (Pliego, Murcia) (Lull et alii, 2015d: 75), pero
también otros de la Edad del Bronce como Hoya Quemada
(Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo, 1986: 10), Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) (Gusi y Olària, 2014:
28) y Lloma de Betxí (De Pedro, 1998: 47, 299, Lám. VII. 1).
En Cabezo Redondo ya se recogió la presencia de enlucidos
(Soler García, 1987), de color blanco (Hernández Pérez et alii,
1995), considerados como de cal, presentes “en prácticamente
211
[page-n-225]
todas las estancias” (Hernández Pérez et alii, 2016: 35). En
esta investigación, puede plantearse su presencia, en especial,
en los enlucidos de La Torreta-El Monastil, donde ya se indicó
esta posibilidad en análisis previos (Martínez Mira y Vilaplana,
2010), así como en Laderas del Castillo, como muestran los indicios recogidos por este trabajo. Estos casos se suman a lo ya
apuntado para Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii, 2014; Jover
et alii, 2016c).
YESO
Por otro lado, un cambio tecnológico de gran importancia
documentado a partir de la base material que constituye este trabajo es la producción y el empleo constructivo del yeso antrópico, como producto pirotecnológico, documentado ampliamente
en el asentamiento de Peña Negra, aunque planteado también
en Vilches IV, un asentamiento del III milenio BC. La obtención de esta sustancia para elaborar morteros de yeso pasa por la
transformación de una materia prima geológica, obtenida por lo
general en el entorno, que requiere, como muchas de las prácticas constructivas que se abordan en este texto, además de unos
conocimientos técnicos específicos, una determinada inversión
de trabajo, comparable, aunque por lo general menor (por ejemplo, Rehhoff et alii, 1990: 79) a la de la producción de cal. Los
morteros de yeso presentarían una mayor resistencia ante determinados procesos erosivos que los morteros de barro, suponiendo la introducción de una mejora técnica en los procesos constructivos desarrollados en este enclave. Cabe tener presente que
los morteros de yeso proporcionan aislamiento acústico y térmico, protegiendo las estructuras del fuego. No obstante, en Peña
Negra el yeso no sólo se habría empleado en la construcción,
sino también con otros fines, como la fabricación de elementos
muebles o la decoración de recipientes cerámicos, desde la fase
del Bronce final. Así, el desarrollo de una misma tecnología o
proceso artesanal habría revertido en diferentes aplicaciones.
La producción y el empleo del yeso es frecuente, sobre todo en
la arquitectura, allí donde la materia prima para su obtención
está presente, como en buena parte del Levante meridional peninsular. Entre los otros usos del yeso se encuentra también el
tratamiento de suelos para la agricultura.
DECORACIONES Y MOTIVOS PINTADOS
En el campo de las decoraciones, se encuentran las realizadas
con los dedos, como las digitaciones de la estructura neolítica
de El Alterón, así como las acanaladuras de revestimientos de la
Edad del Bronce, identificadas en Terlinques, conociéndose casos de cronologías posteriores (Molina et alii, 1978: 51; Belarte,
1999-2000: 74-80, figs. 8, 14-18; Dorado et alii, 2015: 266, 269,
fig. 8). De igual modo, quizá sean decorativas las perforaciones
del objeto rectangular de barro hallado también en Terlinques y,
de forma más clara, lo son los motivos pintados.
En nuestra investigación, los restos que informan de la
aplicación de pigmentos en las superficies construidas con tierra
se encuentran concentrados en dos conjuntos: en los materiales
argáricos de Laderas del Castillo y en los restos de Peña Negra.
De los tres casos de estudio argáricos presentados, sólo en
el más meridional hemos identificado motivos pintados en los
restos constructivos. El hallazgo de estos restos en Laderas del
212
Castillo supone, hasta donde conocemos, el tercer caso de los
documentados en el territorio de El Argar, junto a los recientemente publicados de La Almoloya (Pliego, Murcia) (Lull et alii,
2015d: 100-101) y de la mención realizada en los años 80 sobre Cabezo Gordo o de la Cruz (Totana, Murcia) (Ayala, 1986:
332). En los ejemplos de los tres enclaves argáricos considerados se han documentado diversos motivos −franjas, bandas
de triángulos, puntos o lunares, líneas rectas halladas de forma
aislada y unas junto a otras, formando diferentes motivos− que
presentan todos ellos un color rojo.
La presencia de pinturas en asentamientos argáricos no
constituiría un unicum en la Prehistoria reciente con anterioridad a la Edad del Hierro I, cuando se documentan con mayor
frecuencia. También se habrían identificado restos constructivos
pintados en otros asentamientos de la Edad del Bronce fuera del
ámbito de El Argar, caso de Orpesa la Vella (Oropesa del Mar,
Castellón) (Gusi y Olària, 2014: 65, 74-75), aunque sea asimismo de manera puntual. En cronologías previas, se menciona la
presencia de lo que podría ser el empleo de pintura en superficies constructivas, como en restos neolíticos de Los Castillejos
de las Peñas de los Gitanos (Montefrío, Granada) (Rubio, 1985:
156; Pellicer, 1995: 97) o en las construcciones calcolíticas del
Cerro de la Virgen (Orce, Granada) (Schüle y Pellicer, 1966: 8).
Los ejemplos del uso de motivos pintados son frecuentes sobre
todo durante la Edad del Hierro, como en Puig Roig del Roget
(Masroig, Tarragona) (Genera, 1995: 32, 34, figs. 21-24, 40) o
el Cerro de San Vicente (Salamanca) (Blanco González et alii,
2017: 222, fig. 3d), siendo destacados los casos de Alto de la
Cruz (Cortes, Navarra) (García López, 1994: 100; Knoll, 2016;
2018) o El Carambolo (Camas, Sevilla) (Torres, 2014: 266, fig.
12). En este contexto general se insertan los enlucidos pintados
de Peña Negra, que muestran superficies de color rojo, bandas
paralelas y partes de triángulos. En el ámbito mediterráneo, se
conocen motivos pintados de color rojo desde el Neolítico en
el actual Chipre o en Grecia (Le Brun, 1997: 23, fig. 13; Steel,
2004: 50; Souvatzi, 2008: 56, 81). La coloración que muestran
la mayoría de los motivos pintados mostrados o recogidos en
este trabajo es roja o marrón rojizo y anaranjado, sobre lo que
es necesario recordar que se han realizado estudios que apuntan
a que esta coloración no ha de ser necesariamente la original,
sino que puede haber sido transformada por la acción del fuego, quedando sobrerrepresentado este color (Knoll et alii, 2013;
Knoll, 2016; 2018).
ADOBE
Una incorporación también fundamental en cuanto a los
materiales y técnicas de construcción durante la Prehistoria reciente peninsular es la del adobe. En primer lugar, como ya se ha
adelantado, es importante considerar que la técnica del adobe habría estado presente en algunos asentamientos de la península ibérica en cronologías calcolíticas. Si en el Cerro de la Virgen (Orce,
Granada) se habrían construido estructuras circulares con piezas
modulares de barro, posiblemente hechas a mano (Belarte, 2011:
166), en Marroquíes Bajos (Jaén) y en Alto do Outeiro (Beja, Portugal) se utilizó el adobe, a mano y quizá también producido a
molde, en construcciones de tipo monumental, vinculadas a murallas o fosos (Sánchez Vizcaíno et alii, 2005: 157, Lám. III, 159;
Bruno et alii, 2010). No obstante, las referencias que recogen esta
[page-n-226]
técnica en el Calcolítico peninsular son muy escasas, por lo que su
empleo permanece de momento como algo excepcional o puntual
y pudiendo tratarse de una producción de adobes a mano.
Es principalmente en la primera Edad del Hierro cuando se
encuentra registrada de forma clara esta novedad en el ámbito
de la construcción con tierra peninsular. De este modo, a partir de dichas cronologías aparece entre los materiales hallados
en las estructuras negativas y, sobre todo, se une a las técnicas
empleadas en la construcción, especialmente en los alzados de
edificaciones, pero también en murallas, como las que se habrían
construido en Soto de Medinilla (Valladolid) o Alto de la Cruz
(Cortes, Navarra). Si bien, al igual que en cronologías previas,
durante la Edad del Hierro I las pavimentaciones más habituales
serían las de tierra, se ha apuntado el empleo de otros materiales
utilizados para pavimentar, como la pizarra, en Cancho Roano
(Zalamea la Serena, Badajoz) (Celestino et alii, 2015: 45) y el
adobe, por ejemplo, en Barranc de Gàfols (Ginestar, Tarragona)
(Fatás y Catalán, 2005: 139) o en Casas de El Turuñuelo (Guareña, Badajoz) (Celestino et alii, 2015). Es relevante señalar que
los módulos de adobe utilizados de forma abundante durante la
Edad del Hierro en distintas regiones de la península ibérica son
de forma cuadrangular o rectangular, paralelepípedos y parecen
haber sido hechos con molde, al menos en la mayor parte de
los asentamientos. Por otro lado, en algunos asentamientos de
la Edad del Hierro I con estructuras de muros de piedra y adobe,
los postes no necesariamente se utilizarían sólo para sustentar
las cubiertas. En Soto de Medinilla (Valladolid), Puig Roig del
Roget (Masroig, Tarragona) o La Hoya (Laguardia, Álava) se
habrían empleado maderos verticales también para reforzar los
paramentos de adobe de los muros e incluso los tabiques internos, como en Alto de la Cruz (Cortes, Navarra) (Maya, 1998:
397, 401, 410). Esta combinación de adobes y troncos de madera constituiría otro caso de puesta en práctica de una técnica
constructiva que se aleja del esquema básico que se observa en
la mayor parte de los casos mostrados desde los ámbitos de la
arqueología, la etnografía y la arquitectura.
Respecto a las técnicas del amasado en forma de bolas o
bloques, el adobe a mano y el adobe fabricado con molde, tienen en común, junto con el terrón, el emplear unidades de tierra
individualizadas. Aunque sus procesos de producción y puesta
en obra presenten importantes diferencias, su identificación y
diferenciación en los contextos arqueológicos no están exentas
de dificultades (Pastor et alii, 2019). En otros territorios, como
el Próximo Oriente, se ha interpretado el adobe hecho a mano
como una forma que resulta del empleo del amasado de barro en
forma de bolas y que a su vez antecede y conduce a los adobes
fabricados con molde, técnicas que, además, habrían sido concebidas basándose en la forma de los bloques pétreos (Wright,
1985; 2009: 140, 238).
Los bloques de adobe, tanto los hechos a mano −como los
apuntados para algunos enclaves calcolíticos (Belarte, 2011:
166)−, como con molde, son módulos preconcebidos, fabricados y puestos en obra de forma similar a la de otros elementos,
como mampuestos o ladrillos, siendo generalmente, al igual
que éstos, unidos por mortero. La fabricación de adobes requiere espacios de producción para su elaboración y secado −ver
fig. 4.23b−, disponiendo los bloques unos junto a otros y, en
su caso, también para su posible almacenamiento. En el adobe
hecho a mano, los distintos módulos presentan generalmente
formas similares entre sí, aunque sin la normalización característica de los adobes hechos con molde, ya que las formas
se modelan individualmente, una tras otra. Sin embargo, un
rasgo definitorio del empleo de la técnica del adobe fabricado
con molde es la estandarización morfológica y métrica de las
piezas. La elaboración mediante moldes no sólo agiliza la producción –además, los moldes pueden ser individuales, dobles o
múltiples−, sino que también facilita la fabricación de formas
paralelepipédicas y con superficies planas. A su vez, estas superficies planas favorecen, tanto que puedan ser cambiados de
posición durante su secado, como su posterior transporte una
vez secos, pudiendo ser más fácilmente apilados –característica
que comparten con otros materiales constructivos producidos
de forma distinta, como los bloques regulares extraídos del terreno de turba–. En la Edad del Hierro I del ámbito peninsular,
no sólo se generaliza el adobe, sino que también se habrían documentado ladrillos, bloques térreos cocidos, en el caso de Casas de El Turuñuelo (Guareña, Badajoz) (Rodríguez González
y Celestino, 2017: 187).
213
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10
Conclusiones
La base material presentada por esta investigación contribuye
a evidenciar que la tierra, un material históricamente omnipresente en la construcción, también lo fue durante la Prehistoria
reciente peninsular, especialmente en la edificación de los espacios de hábitat o domésticos, con estructuras de carácter no
monumental. El desarrollo de la construcción con tierra puede
vincularse a la implantación de hábitats permanentes y se relaciona de distintas maneras con las actividades económicas de la
agricultura y la ganadería y, así, con los inicios del Neolítico.
Puede considerarse que fue en estos milenios de la Historia humana cuando se desarrollaron los primeros procesos de experimentación, adquisición, transmisión y consolidación del conocimiento colectivo acerca de las importantes propiedades de la
tierra como material de construcción en territorio peninsular. En
este amplio periodo de tiempo tuvo lugar un importante desarrollo de la edificación con tierra, en forma de distintas técnicas
constructivas, generándose una tradición de edificación con este
material que conecta en buena medida hasta nuestros días. En
realidad, no puede hablarse del uso constructivo de la tierra sin
hablar también de otros materiales, los presentes en los morteros y los dispuestos junto a la tierra para conformar estructuras.
El estudio de la arquitectura prehistórica y sus materiales y
técnicas de construcción pasa por el análisis de sus evidencias
en el registro arqueológico, que no puede prescindir de los restos constructivos de barro. La información que contienen estos
fragmentos proviene principalmente de su composición y de sus
rasgos morfológicos. En este sentido, son también muy reseñables los datos que proporcionan acerca de otros materiales
que se dispusieron en asociación con la tierra, a través de sus
improntas, o que se incorporaron a los morteros y que no son
visibles si no es mediante estos estudios.
La metodología del análisis macrovisual de estos elementos, cuyo desarrollo y mejora ha de venir de la mano del
crecimiento de las investigaciones en este campo concreto,
permite el estudio de cuestiones muy diversas, que pueden
ser determinadas en el contexto de unas bases conceptuales
suficientes y con el recurso a análisis microscópicos orientados a fines específicos. Ofrece la posibilidad de profundizar
en el conocimiento de las edificaciones y de los procesos constructivos, así como de identificar o atisbar determinadas prácticas económicas y sociales cuya presencia puede detectarse a
partir de la materialidad asociada a lo constructivo, como las
reutilizaciones o las prácticas decorativas.
La aplicación de técnicas instrumentales para el análisis
microscópico y compositivo de muestras de los elementos de
construcción aporta información importante que completa su
estudio y permite profundizar en las preguntas que se planteen
acerca de estos fragmentos. Son diversas las técnicas instrumentales que pueden aportar información de tipo microscópico
a este tipo de investigaciones, como también son muchas las
cuestiones en las que, a nuestro entender, es necesario seguir
profundizando para poder valorar en mayor medida los datos
aportados por ellas al estudio de dichos restos arqueológicos.
En este terreno, consideramos que es indispensable la interrelación entre las aproximaciones a esta materialidad desde las
diferentes perspectivas desde las que se aborda, principalmente
entre las lecturas históricas y arqueológicas y los análisis químicos, geológicos o de otro tipo. Sólo esta interacción entre lo
que se quiere preguntar al registro a través de las técnicas analíticas y el tipo de respuestas que éstas pueden llegar a dar podrá
conducir a la investigación en este campo a la posibilidad de
obtener unos resultados cada vez más adecuados y fiables. Respecto a su puesta en práctica en este trabajo, consideramos que
el programa analítico diseñado y aplicado lo ha enriquecido,
proporcionando respuestas y abriendo también nuevas líneas de
investigación que merecen ser exploradas por trabajos futuros.
Las observaciones etnoarqueológicas llevadas a cabo de
distintos tipos de construcciones y en variados contextos geográficos han apoyado y complementado las interpretaciones de
buena parte de los rasgos presentes en los materiales estudiados.
215
[page-n-229]
Esta aportación ha sido especialmente importante respecto a las
evidencias de la técnica del bajareque, con improntas de vegetales y madera, para discernir aspectos de la disposición de las
cañas o varas y de las ataduras, contribuyendo a las interpretaciones de conjuntos como los de Cabezo Pardo y Peña Negra.
La documentación etnoarqueológica ha permitido también
realizar observaciones destacadas acerca de cuestiones como
los procesos postdeposicionales de alteración y destrucción de
las edificaciones y los debidos a la acción de insectos en las
partes constructivas de tierra, madera y elementos vegetales.
En general, la documentación etnoarqueológica ha sido de
gran utilidad para apreciar aspectos de los usos constructivos
de los materiales, la combinación de técnicas y la potencial
variabilidad en su disposición, así como para observar prácticas decorativas o que pueden entenderse como de expresión de
mensajes o de tipo simbólico.
Por su parte, la experimentación ha permitido plantear con
mayor seguridad la identificación de determinadas improntas y
rasgos, habiendo recurrido a estas pruebas experimentales en
diversos estudios. Ha contribuido también de forma especial a
la clarificación de formas dejadas por materias vegetales desaparecidas, principalmente cañas, como en el caso de Cabezo
Pardo, así como al planteamiento del origen de las huellas de
alisado presentes en las superficies externas, posibilitando que
fuéramos conscientes de que ésta no es una cuestión sencilla de
determinar. En cualquier caso, la comparación ha sido un recurso frecuente y necesario de cara a contrastar las interpretaciones, también utilizado en el plano bibliográfico, principalmente
en el ámbito de la arqueología, pero también de forma obligada
mediante recursos de otros campos de conocimiento, como la
arquitectura, la etnoarqueología o las ciencias naturales.
Podemos considerar que los materiales de construcción
identificados en los asentamientos de la Prehistoria reciente peninsular se obtienen a partir de la explotación de recursos presentes en el entorno natural −tierra, vegetales, madera, piedra−,
pero también de la reutilización de residuos y productos de la
actividad humana cotidiana −ceniza y otros sedimentos de desecho, cerámica desechada, madera de edificaciones previas− y
de las prácticas económicas principales en las que se basaría su
subsistencia –paja, estiércol−. A ellos se suma el uso de materiales y sustancias producidos por estas comunidades, fueran o
no fabricados expresamente para construir con ellos o concebidos para que la edificación fuera su uso principal, y teniendo
generalmente aplicaciones diversas −esteras, cuerdas, yeso,
cal, pigmentos.
Los procesos de trabajo requeridos para su obtención,
preparación y/o transformación son variados y, en una parte de
los casos, compartidos, con similar aplicación de instrumentos
de trabajo o tecnologías. A lo largo de esta investigación se han
ido mostrando distintos ejemplos de cómo estas cuestiones pueden llegar a observarse a partir del estudio de los restos constructivos, siendo ejemplos de ello las evidencias en el sedimento
de componentes, como los malacológicos, procedentes del entorno, de procesos de machacado o corte de los vegetales, del
posible descortezado de los troncos o de la aplicación del fuego
en el proceso de producción de la cal o de morteros de yeso.
A pesar de que, a nivel general, la información disponible
acerca de la construcción durante el Neolítico peninsular es
considerablemente escasa, para la mayoría de los materiales
216
considerados puede plantearse un uso en las edificaciones desde
las cronologías más antiguas de la Prehistoria reciente. Es el
caso del barro, los estabilizantes vegetales, las cañas o varas,
la madera, sin trabajar y trabajada, así como la piedra, las cuerdas y posiblemente las esteras. En cambio, es posible que la
selección y aplicación de ciertos sedimentos y sustancias, más o
menos modificados antrópicamente, a partes constructivas con
diversos fines, sean prácticas que se desarrollaran fundamentalmente en diferentes cronologías con posterioridad a estos primeros momentos de la secuencia. Entre ellas estaría el uso de la
ceniza o el yeso natural en las pavimentaciones, de determinados sedimentos con propiedades aislantes en estructuras destinadas a contener líquidos o el enlucido de superficies con mezclas distintas al mortero de barro empleado en las partes internas
de las edificaciones. Del mismo modo, este sería el caso de la
producción de cal y yeso pirotecnológicos y su empleo en la
arquitectura, con fines de aislamiento y que contribuyeran a una
mayor durabilidad de las edificaciones y posiblemente a unas
mejores condiciones de habitabilidad (Aurenche, 1981: 30).
Las técnicas constructivas pueden entenderse como los
procedimientos de empleo de los distintos materiales en relación con sus propiedades y con los usos para los que son aptos.
Es fundamentalmente en relación con estos últimos aspectos
que pueden observarse regularidades en el campo de la autoconstrucción prehistórica, al igual que ocurre en otros contextos
de cronologías posteriores. Ejemplo de esta relación entre las
características que presentan los materiales y las formas en las
que habitualmente se disponen es el empleo del barro mediante
formas esféricas, que permitan su manipulación, el uso de cañas o troncos con determinada longitud para partes constructivas que requieran cubrir cierta distancia o de elementos sólidos
con forma de bloques para utilizarse apilados y posteriormente
requieran poder ser desmontados con facilidad. No obstante,
ya se ha señalado también que materiales y técnicas diferentes
pueden utilizarse con fines constructivos similares, dando lugar a soluciones variables. Entre los ejemplos de la variabilidad
existente en la autoconstrucción observados en contextos de la
Prehistoria reciente peninsular se encuentran las diversas técnicas aplicadas en los alzados, siendo también un buen ejemplo de
ello las utilizadas para levantar tabiques, documentadas de manera especial en distintos asentamientos de la Edad del Bronce
y de la Edad del Hierro I.
De acuerdo con el conjunto de las evidencias disponibles,
el bajareque habría sido una técnica muy extendida en distintas regiones, cronologías y tipos de asentamientos durante la
Prehistoria reciente en la península ibérica y practicada con
toda probabilidad desde los inicios del Neolítico, si no antes.
Así, puede plantearse que el uso conjunto de la tierra y los
vegetales sea, posiblemente, la primera combinación principal
de materiales para la construcción que se diera en estos territorios. En los casos de estudio abordados correspondientes al
área meridional de las tierras valencianas, el bajareque es una
técnica presente en todos ellos. En esta técnica se emplean
cañas y carrizo, pero también se constatan ejemplos del uso
de éstos junto con varas o ramas, troncos de sección circular
y elementos de madera trabajada, de la que existen evidencias desde el Neolítico antiguo. El procedimiento registrado
para atar estos distintos elementos vegetales y de madera es el
empleo de ataduras, de distinto tipo, tanto de tallo individual
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como trenzadas y, en algunos casos, torsionadas, destacando
en este trabajo las improntas de éstas últimas documentadas
en los materiales de Peña Negra.
Poniendo el foco en los enclaves considerados como casos
de estudio en los que las evidencias del uso del bajareque son
más significativas, se aprecia que en ellos su empleo se habría
producido, de forma mayoritaria, en combinación con otras
técnicas, siendo la más visible la mampostería utilizada en los
zócalos. De este modo, cabe considerar el empleo del bajareque en parte de los alzados y en cubiertas, en función del asentamiento abordado, aunque la atribución de estos fragmentos
constructivos a una parte u otra de las edificaciones es difícil de
plantear con seguridad a partir del estudio arqueológico de estas
piezas. Fragmentadas y aisladas, no dejan de ser escombros, a la
vez productos y desechos (Pastor, 2017b: 87) de una estructura
en buena medida desaparecida en la mayor parte de los casos,
por lo que carecemos de una imagen original que utilizar como
referencia y a partir de la que encajar las piezas del puzle.
Cabe añadir que las evidencias más claras observadas en
esta investigación del uso constructivo de esteras vegetales en
edificaciones se producen también asociadas al empleo del bajareque, por lo que puede decirse que en los enclaves abordados
las esteras se habrían integrado en las partes constructivas edificadas con esta técnica. Asimismo, en uno de los dos casos en los
que se ha identificado con garantías el uso del amasado de barro
en forma de unidades individualizadas, se observa que éstas se
habrían empleado en parte junto con cañas o varas, por lo que
podríamos considerar que se utilizaron también en cierto modo
en el marco del empleo del bajareque, o que esta forma de construir cuya presencia planteamos en Laderas del Castillo sea una
combinación de ambas técnicas, amasado de barro en forma de
bolas y bajareque. Este caso de estudio apoya la idea de que ninguna técnica constructiva es una realidad estática y que éstas no
se ejecutarían ni ejecutan por norma de acuerdo con un esquema
explicativo básico diseñado para mostrarse en un manual.
Además de en la construcción de alzados o cubiertas, las
superficies de vegetales, cañas o varas, cubiertas de mortero de
barro, pudieron haberse empleado en muchos casos en instalaciones de tipo inmueble, como estantes o altillos, e incluso en
objetos de carácter portable. Estos usos, recogidos por trabajos etnográficos y etnoarqueológicos (Frobenius-Institut, 1990;
Peña et alii, 2000: 410; Guillaud, 2011: 51), son muy difíciles
de determinar en la mayoría de los contextos prehistóricos, pero
parte de los restos constructivos de bajareque recuperados en
ellos, como los recogidos en esta investigación, pudieron haber
pertenecido a este tipo de elementos.
Respecto a las técnicas del amasado y modelado, esta
forma de construir también puede considerarse muy extendida y utilizada desde las cronologías más antiguas del espectro temporal de este trabajo. Observándose en todos los casos
de estudio abordados, podemos plantear que su identificación
presenta menores dificultades cuando se trata de su uso en estructuras de actividad respecto a la construcción de alzados u
otras partes constructivas de tierra maciza. Posiblemente, ello
se deba a la mayor probabilidad de los fragmentos de instalaciones de endurecerse y presentar una determinada forma en
el registro arqueológico y durante su estudio. Al igual que se
ha determinado la aparente combinación entre las técnicas del
amasado de barro en forma de bolas y del bajareque en Laderas
del Castillo, puede plantearse también en este asentamiento la
identificación de estas unidades individualizadas en el empleo
de estructuras de actividad. Estas instalaciones fueron después
enlucidas, como las identificadas en buena parte de los conjuntos abordados, aunque, salvo en este caso señalado, no se
haya apreciado una manufactura a partir de unidades de barro
diferenciadas. Respecto a las estructuras inmuebles de barro
amasado y modelado, cabe señalar en buena parte de ellas la
combinación de tierra y piedra.
La siguiente gran combinación de materiales que puede
detectarse, la de la tierra y la piedra mediante la construcción
con mampostería, se generalizaría en el Levante peninsular a
partir del III milenio BC. Así, aunque la piedra se ha documentado como material constructivo en cronologías previas, a partir
del Calcolítico su empleo en la parte inferior de las edificaciones empezaría a ser mucho más frecuente, por lo que se habría
producido un cambio en el uso de la piedra para construir, manteniéndose la función aislante con la que ya se habría estado
utilizando en muchos enclaves, pero de forma más generalizada
y en las edificaciones.
Estas combinaciones de tierra con otros materiales, sean
vegetales, madera o piedra, repercuten en una mayor visibilidad
de estas técnicas, sobre todo en el caso del bajareque, respecto
al empleo en solitario de estos distintos materiales −tierra maciza, estructuras de vegetales y madera, piedra seca−, gracias
en parte a que posibilitan su observación a través de improntas,
allí donde los restos de barro endurecido se preservan, recuperan y estudian. El uso constructivo del barro hace que las
estructuras en las que se combina éste con otros materiales sean
menos invisibles en los contextos arqueológicos. Del mismo
modo, los negativos en el barro de la materia vegetal empleada
como estabilizante han permitido que ésta haya sido identificada en todos los conjuntos, desde en los materiales más antiguos
hasta en los más recientes.
Como contrapunto a la omnipresencia durante la Prehistoria
reciente peninsular de las técnicas constructivas con tierra del
bajareque, del amasado y, sobre todo desde el III milenio BC, de
la mampostería −que en cierto modo no deja de ser también una
técnica de construcción con tierra−, la documentación del uso
del adobe es, de momento, excepcional con anterioridad a cronologías del I milenio BC. De este modo, puede hablarse de esta
técnica como un nuevo uso de la tierra para construir, una incorporación a la tradición constructiva preexistente en la península
ibérica, habiendo sido su origen objeto de debate (De Chazelles, 1995; 2011; Sánchez García, 1999a; entre otros). El adobe,
como los bloques de piedra o los ladrillos, sería un elemento de
uso versátil con el que edificar no sólo los alzados, sino distintas partes constructivas en una misma edificación. La diferencia
principal entre la producción de adobes y ladrillos representa
la escasa distancia tecnológica existente durante amplias cronologías prehistóricas entre el uso del barro crudo, endurecido,
y el cocido, presente en figurillas, recipientes o artefactos de
producción, como pesas de telar.
Consideramos que las evidencias disponibles acerca del uso
durante la Prehistoria reciente de la península ibérica del amasado de barro en forma de bolas o bloques, así como del adobe
hecho a mano, por el momento son demasiado precarias como
para que podamos defender aquí líneas evolutivas o influencias
mutuas entre estas técnicas en el marco peninsular, a pesar de
217
[page-n-231]
que sin duda pudieron existir vínculos de distinto tipo entre el
uso de las citadas técnicas, lo que suscita que este tema deba
seguir siendo objeto de investigación y debate. Para ello es necesario, de manera especial, que continúen y se incrementen las
investigaciones sobre esta cuestión.
En nuestra opinión, esto también sería necesario en general
a la hora de ofrecer lecturas diacrónicas más completas de la
edificación a lo largo de la Prehistoria reciente peninsular. Son
todavía muchas las cuestiones que investigar y sobre las que
profundizar para poder ofrecer una imagen con la que podamos acercarnos más a la realidad en estudio. En cualquier caso,
el nuevo relato que resulte de la continuación de las investigaciones en este campo habría de reconocer la construcción
con tierra en la Prehistoria reciente de acuerdo con su amplia
presencia y relevancia y en toda su complejidad, abordando la
enorme utilidad, las particularidades y las limitaciones de un
material constructivo tan imprescindible como la tierra, con
el que se configuraron ya en la Prehistoria realidades materiales muy extendidas históricamente. Este relato habría de dar
cabida a cuestiones que el análisis de las evidencias de construcción con tierra permite entrever, como la variabilidad en
la aplicación de materiales y técnicas y lo fundamental de las
prácticas de reutilización de materiales, así como la relación
que pueden tener con una tendencia al autoabastecimiento en
las comunidades en estudio. Asimismo, habría de ampliar el
abanico de materiales y técnicas a considerar en los contextos
prehistóricos, teniendo presente, entre otros elementos, el uso
constructivo de las esteras y el empleo del amasado de barro
en forma de bolas o bloques, al igual que la posibilidad de la
presencia de otros no contemplados. Habría de desterrar definitivamente el uso acrítico de la terminología en este campo de
estudio, que supone una gran rémora al avance de las investigaciones acerca de la construcción con tierra y así, acerca de la
arquitectura prehistórica. Y sería necesario que se extendiese la
confianza en el valor de la información que puede encontrarse
en los restos arqueológicos de la llamada arquitectura efímera,
separando las dificultades en la conservación e identificación
de materiales constructivos en el registro arqueológico de asunciones automáticas sobre el carácter más o menos estable de las
estructuras a las que pertenecieron.
Son muchas las líneas de trabajo que quedan abiertas. La
investigación realizada, basada en una observación de detalle
que sin duda ha de seguir siendo perfeccionada, ha contado con
distintos niveles de análisis, combinando lo general y lo particular y donde están presentes multitud de cuestiones en las
que se puede ahondar en mayor medida. Podemos destacar la
profundización en el estudio del uso de materias estabilizantes
de los morteros de tierra que mejoran sus cualidades constructivas, enormemente necesarias en la construcción con tierra
practicada de forma amplia durante los tiempos prehistóricos,
partiendo de que los procesos de estabilización serían conocidos
al menos desde los inicios del Neolítico. Son necesarios nuevos
estudios que, con ayuda de análisis microscópicos, trabajen en
la identificación del empleo de estabilizantes como la ceniza y
el estiércol, que pudieron estar tan fácilmente disponibles como
la paja en el seno de muchas comunidades, pero cuyo reconocimiento es menos evidente que el de ésta y otras materias vegetales, cuyas evidencias son fácilmente visibles al ojo humano.
Asimismo, cabe recordar que se conoce el empleo con fines de
218
estabilización de sustancias que podrían ser también, como las
anteriores, muy abundantes en distintos territorios, como los jugos de diferentes plantas o las algas (Houben y Guillaud, 1994;
Vissac et alii, 2012).
En este sentido, la cuestión de la producción y el empleo
de cal pirotecnológica en la construcción prehistórica en el Levante meridional peninsular también está lejos de estar cerrada.
Con esta investigación no consideramos que se hayan obtenido
certezas absolutas sobre su presencia ni mucho menos sobre su
ausencia. De hecho, puede decirse que una de las conclusiones
a las que nos ha conducido esta investigación es la idea de que
estas certezas absolutas son seguramente, en la mayor parte de
los casos de nuestro marco de estudio, muy difíciles de obtener
y, más que perseguirlas, quizá deberíamos enfocar el problema
de otro modo. Ante la ausencia de reconocimiento en el registro
arqueológico de estructuras destinadas a la producción de esta
sustancia −hornos−, consideramos necesario continuar investigando las posibilidades del reconocimiento de la cal producida
intencionalmente a partir de las propias evidencias de esta sustancia en los restos constructivos. En ello ocupan un lugar destacado
las diferentes técnicas analíticas, pero no puede dejarse de lado el
conjunto de la información arqueológica disponible al respecto en
cada caso, empezando por el propio análisis macrovisual de estos
restos. Considerando lo anterior y con los datos disponibles, si
bien no creemos que podamos considerar infalibles las evidencias
de cal en algunos de los revestimientos estudiados en este trabajo,
sí podemos defender su probable empleo especialmente en los
enlucidos de La Torreta-El Monastil y Laderas del Castillo, que
se suman a lo planteado en Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii,
2014; Jover et alii, 2016c).
Por otro lado, consideramos que la información mostrada
permite plantear que el uso de las esteras como material de
construcción se habría practicado al menos en una parte de los
asentamientos prehistóricos situados en el área meridional del
Levante peninsular, pudiendo incluso haber sido algo habitual y
quizá también durante la totalidad del espectro cronológico de
la Prehistoria reciente. Para poder continuar las investigaciones
en esta línea, es necesario considerar la posibilidad de este uso
constructivo a la hora de documentar e interpretar las evidencias de esteras en contextos arqueológicos, así como durante
el estudio de los restos de barro. Del mismo modo, tenemos el
convencimiento de que el empleo de la técnica del amasado de
barro en forma de unidades individualizadas pudo ser también
frecuente en los enclaves, sobre todo, de la primera mitad del II
milenio BC, cronología a la que apuntarían por el momento los
indicios a nuestro alcance. En cuanto a las investigaciones sobre
el empleo del amasado en forma de bolas, al igual que sobre las
técnicas constructivas del adobe hecho a mano y del fabricado con molde y las posibles conexiones entre éstas, para seguir
profundizando en ello es necesario contar con nuevas y más
numerosas evidencias. Para ello, sería imprescindible una extensión del conocimiento a la comunidad investigadora acerca de
su naturaleza y diferenciación, nuevos estudios de materiales que
puedan clarificar si se emplearon estas técnicas, dónde y cuándo,
así como nueva información procedente de excavaciones.
Habiendo llegado a este punto, podemos preguntarnos, ¿en
qué medida pueden relacionarse el uso de materiales y técnicas constructivas y los procesos productivos desarrollados
para edificar, con los cambios sociales experimentados por
[page-n-232]
las comunidades en estudio durante la Prehistoria reciente?
Además de las ya mencionadas transformaciones en la planta
de las edificaciones, en relación con su organización en asentamientos en los que se aprecia un desarrollo del urbanismo a
partir del II milenio BC, en territorios entre los que se incluye
el área meridional de las tierras valencianas, quizá sea también
una de las cuestiones que podrían relacionarse con esos procesos
de cambio la existencia de unos materiales presentes desde los
inicios del periodo y de otros que serían introducidos en determinados momentos de la secuencia histórica abarcada. Nos referimos fundamentalmente a la selección y aplicación en superficies
constructivas de sedimentos con fines concretos y sobre todo al
desarrollo de las tecnologías de la cal y del yeso, cuestiones que
las evidencias disponibles permitirían plantear por el momento,
de acuerdo con la información de la que disponemos, desde el III
milenio BC. Estos materiales proporcionarían mayor aislamiento y, así, mayor durabilidad a las construcciones −al igual que la
piedra dispuesta en los zócalos y otras fórmulas constructivas
destinadas a este fin−, una protección mayor ante los incendios,
además de un probable aporte de salubridad (por ejemplo, Guerrero et alii, 2010: 184), en enclaves donde se concentrarían las
estancias y la población, respecto a lo que se plantea para los lugares de hábitat de momentos anteriores de la Prehistoria reciente. A ello se sumarían los cambios identificables en las técnicas,
en lo que destaca, además de la fundamental generalización de
los zócalos de mampostería de piedra, la producción estandarizada de bloques de construcción producidos con tierra, los adobes, una forma de construir planteada con seguridad desde el I
milenio BC en diferentes territorios del marco peninsular. El uso
del adobe permite la construcción regular de diversas partes estructurales, no sólo de alzados, con bloques producidos en serie
que pueden almacenarse e intercambiarse, a partir de una materia
prima fácilmente disponible. El adobe presenta propiedades muy
adecuadas para la construcción y el hábitat, no es propenso a los
incendios y no requiere tiempos de secado entre hiladas durante la construcción, como sí otras técnicas de construcción con
tierra, como el amasado y el tapial.
A partir de la variada información proporcionada por
diferentes conjuntos de materiales procedentes del Levante meridional peninsular, hemos tratado de esbozar una serie de líneas
generales acerca de las formas y actividades constructivas desarrolladas en distintas cronologías de la Prehistoria reciente.
Algunos de los rasgos identificados en los restos son observables en varios de los casos de estudio y permiten relacionarlos
y compararlos entre sí, mientras que otros aparecen aislados,
como muestra única o puntual de aquello a lo que remiten. En
este punto, cabe reflexionar acerca de todo lo que puede no estar
presente en la parte concreta del registro arqueológico que es
objeto de análisis. La base material analizada y los datos obtenidos son sólo una pequeña muestra del total de los indicios sobre
la realidad pasada en estudio, que necesariamente condiciona la
imagen que tenemos de ella.
Los restos constructivos de barro no son un tipo de
materialidad cuya conservación en el registro esté asegurada,
considerando las particularidades de la observación arqueológica de la construcción con tierra y de la conservación diferencial
de los materiales utilizados por las sociedades prehistóricas,
también en las actividades constructivas. Además, la interpretación y atribución de estos restos al tipo de estructura o parte
constructiva a la que originalmente pertenecieron tampoco son
sencillas ni están exentas de dudas, pudiendo ocurrir incluso
que éstas no sean posibles sin un margen mayor o menor de
incertidumbre. Del mismo modo, es fácil que rasgos presentes
en estos materiales sean pasados por alto si se desconoce que
pueden estar presentes en ellos o debido a que sean difíciles de
distinguir, tratándose de piezas que pueden estar erosionadas o
afectadas por procesos de tipo postdeposicional, ser pequeñas
y contar con rasgos a identificar aún más pequeños, como en el
caso de determinados motivos pintados. No obstante, cuando
cuestiones como éstas se detectan, permiten completar poco a
poco un panorama configurado, también, por muchas posibles
ausencias. No puede subestimarse la influencia de esta parcialidad del registro en las representaciones que formulamos de la
arquitectura prehistórica y que seguirá estando presente en distinta medida en el marco que pueda ir conformándose de forma
progresiva con los nuevos hallazgos.
En cuanto al propio planteamiento de la investigación,
somos conscientes de las limitaciones existentes a la hora de
analizar y valorar un espectro cronológico y territorial tan
amplio como el abarcado en este trabajo con los que, en proporción, serían pocos casos de estudio para acometerla de la
mejor manera, a lo que se suma su disparidad en número y en
la información contextual disponible para cada uno de ellos.
No obstante, creemos en la utilidad de haber abordado los estudios de materiales presentados, haber puesto en práctica en
ellos la metodología propuesta, pudiendo así ser evaluada, y
haber podido plantear diversas cuestiones surgidas a partir de
la base material, con la intención de contribuir a un mayor conocimiento de las formas constructivas y los procesos de edificación acometidos por diversas comunidades de la Prehistoria
reciente en el marco de estudio.
El análisis de los restos constructivos de tierra conservados
y recuperados en los contextos arqueológicos es una condición
necesaria para un conocimiento más completo de las formas
arquitectónicas desarrolladas en muchos de los espacios habitados del pasado y, en el caso que nos ocupa, de la Prehistoria
reciente del área meridional de las tierras valencianas. Esperamos que la información mostrada y las líneas que ha
S E RV IC IO D E IN VESTI GACI ÓN PREHI STÓRI CA
D E L MU SE O D E PREHI STORI A DE VALENCI A
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 126
Procesos constructivos y edificación
con tierra durante la Prehistoria reciente
en las tierras meridionales valencianas
María Pastor Quiles
DIP UTA C IÓN DE VAL E NC IA
2021
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 126
Procesos constructivos y edificación
con tierra durante la Prehistoria reciente
en las tierras meridionales valencianas
María Pastor Quiles
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2021
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DIPUTACIÓN DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 126
La Serie de Trabajos Varios del SIP se intercambia con publicaciones dedicadas a la Prehistoria, Arqueología en general y ciencias o
disciplinas relacionadas (Antropología cultural o Etnología, Antropología física o Paleoantropología, Paleontología, Paleolingüística,
Epigrafía, Numismática, etc.), a fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del Museu de Prehistòria de València.
We exchange Trabajos Varios del SIP with publications concerning Prehistory, Archaeology in general, and related sciences (Cultural
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ISBN: 978-84-7795-900-7
eISSN: 1989–540
Depósito legal: V-3115-2021
Diseño y maquetación: José A. Vidal Campello
Imprime: Blanch & Blanch Comunicación
[page-n-6]
Prólogo
La arqueología, como disciplina científica, ha recorrido un largo camino desde sus inicios en el siglo XIX. El estudio de las sociedades
pretéritas desde su materialidad ha suscitado el interés de un destacado número de investigadores e investigadoras de todo el mundo.
La predominancia en la sociedad durante más de un siglo de la teoría del evolucionismo cultural y de la idea de progreso tecnológico
como forma de explicación del desarrollo social de la Humanidad
es lo que motivó que los objetos o artefactos muebles fuesen el centro de atención de buena parte de las investigaciones emprendidas.
Seriación y tipologías artefactuales han copado buena parte de las
series monográficas en materia arqueológica, aunque también lo
han sido los hallazgos y descubrimientos de conjuntos artefactuales
o de yacimientos arqueológicos. Este ha sido el caso de la serie en
la que se publica esta monografía. En 1937 arrancaba la Serie de
Treballs Solts del Servei d’Investigació Prehistòrica del Museu de
Prehistòria de València, con la publicación, de la mano de Isidro
Ballester Tormo, de su primer número sobre el yacimiento del Castellet del Porquet. Pocos años después, en 1942, una vez acabada
la Guerra Civil Española, se retomaba nuevamente su edición bajo
la denominación de Serie de Trabajos Varios, que con su número
6 dedicado a las excavaciones de los emblemáticos yacimientos
paleolíticos valencianos de la Cova Negra y de la Cova del Parpalló consolidaba definitivamente una de las series monográficas de
mayor importancia de la arqueología española. No en vano, desde
1937 hasta la actualidad se han publicado con este nuevo volumen,
un total de 125 títulos dedicados a los más variados aspectos de la
arqueología en tierras valencianas, desde excavaciones, a estudios
antropológicos, sin olvidar algunos objetos singulares e importantes
misceláneas dedicadas a grandes figuras de la arqueología española,
como Enrique Pla Ballester y Bernat Martí Oliver.
No obstante, nos alejaríamos de la realidad si no señalásemos que ha sido en las últimas décadas, cuando la arqueología
ha experimentado una auténtica revolución teórica, metodológica y técnica. Los planteamientos desarrollados desde la
década de 1960 por parte de la corriente procesualista, son lo
que ha posibilitado que la arqueología salga de su estadio de
“infancia” y haya emprendido un firme camino hacia su “madurez”. Así lo evidencia el hecho de que la arqueología sea,
aunque principalmente la orientada al estudio de las sociedades prehistóricas, la disciplina del ámbito de las humanidades
que mayor relación tiene con las ciencias “puras”, la que mayor
número de técnicas emplea en el estudio de la materialidad, o
que teóricamente siga creciendo gracias al continuo y amplio
debate existente entre posiciones teóricas. En este sentido, las
consecuencias de la implantación de estos requerimientos científicos también se pueden observar en la variedad y carácter de
las monografías publicadas a partir de los años 1980 en la Serie
de Trabajos Varios. Estudios sedimentológicos, palinológicos,
faunísticos, antracológicos, económicos, territoriales o estudios
de arqueología experimental, forman parte del amplio elenco
de monografías publicadas dentro de esta excepcional serie,
consiguiendo relanzar y potenciar la calidad y magnitud de la
actividad arqueológica valenciana.
Sin embargo, a pesar de la amplitud de esta serie y de la
calidad de los estudios que en materia arqueológica se vienen
efectuando en nuestras tierras, algunos aspectos de enorme
importancia en cuanto a la caracterización de los contextos
arqueológicos y de las condiciones materiales de sociedades
pretéritas no han contado hasta la fecha con la atención que se
merecen. Es el caso de la edificación con tierra en las sociedades pretéritas.
Al igual que en casi todo el orbe, la edificación con mampuestos labrados o no, ha ocupado un lugar preferente en los
estudios arqueológicos. En ello ha jugado un papel trascendental el hecho de que buena parte de las construcciones con tierra
de carácter menor prácticamente se desintegran y desaparecen
en poco tiempo, frente a aquellas en las que fue empleada la
piedra. Pero también cabe señalar que, psicológicamente, en relación con las técnicas constructivas también ha dominado en el
ámbito de la arqueología la idea de progreso: a mayor magnitud
V
[page-n-7]
de las construcciones, mayor consideración social, estableciendo una relación directa entre el grado de “monumentalidad”
y la “complejidad social”. Sin embargo, numerosos ejemplos
documentados de sociedades muy distantes entre sí, desde el
este asiático, pasando por el próximo oriente, o el ámbito mesoamericano, han evidenciado cómo el uso de la tierra aplicada
a través del empleo de diversas técnicas también ha tenido un
papel fundamental en el desarrollo de la vida social de las comunidades humanas. No en vano, su empleo combinado con
vegetales leñosos fue uno de los factores que permitieron el
surgimiento de hábitats sedentarizados y, sobre todo, la aparición de procesos de concentración o nuclearización humana en
asentamientos estables.
La edificación con tierra desarrollada con profusión desde
el Neolítico y a la que se vuelve a recurrir en algunos lugares de
la Tierra con el objetivo de conseguir niveles de vida ecológica
y económicamente más sostenibles, requiere, por un lado, de un
bagaje de conocimientos sobre las propiedades que alberga la
tierra y los recursos existentes en cada espacio geográfico, adquiridos por la experiencia; y, por otro, de una continuada transmisión intergeneracional de este conjunto de conocimientos,
donde las experiencias exitosas serían mantenidas y desarrolladas y los errores desestimados. Se trata, por tanto, de un equipaje cultural en arquitectura, que durante buena parte del siglo
XX fue abandonado casi por completo, y en el que siempre fue
necesario concretar desde la elección de la materia prima hasta
los sistemas constructivos a emplear en cada lugar y momento.
Es por este motivo que, desde el campo de la arqueología, se
pueden aportar importantes conocimientos y avances sobre el
origen, desarrollo y bagaje adquirido sobre las materias primas
seleccionadas, sistemas constructivos y diseños construidos,
gestados en las primeras prácticas edilicias de los grupos humanos, a pesar de no existir una tradición investigadora dilatada en
estas líneas de trabajo.
Si bien en la arqueología valenciana ya se habían realizado
algunos trabajos sobre la arquitectura con tierra, en especial, los
efectuados por Magdalena Gómez Puche, desde muy temprano
consideramos la necesidad de profundizar en esta línea de trabajo. Tanto las excavaciones arqueológicas emprendidas entre
1997 y 2011 en Terlinques (Villena), como las llevadas a cabo
en 1999 como acción de salvamento en el yacimiento calcolítico de la Torreta-El Monastil (Elda), nos mostraron la importancia y magnitud de las evidencias edilicias en tierra, así como
sus implicaciones socioeconómicas. A través de la publicación
de algún trabajo sobre estas evidencias abríamos unas amplias
posibilidades de investigación cuyo testigo fue magníficamente
tomado por la autora de la presente monografía.
María Pastor Quiles fue una de las estudiantes que estuvo
interesada en participar y formarse en Arqueología y Prehistoria
asistiendo a las campañas que anualmente veníamos realizando. Su interés por aprender y en especial, por la arquitectura
con tierra, se manifestaron prontamente como consecuencia
de la observación directa durante los periodos de excavación y
catalogación de materiales, pero también de algunas conversaciones mantenidas al respecto, no sin antes manifestar algunos
titubeos hacia otros temas y sociedades históricas que le despertaban una enorme curiosidad.
Fruto de la inquietud que María siempre ha manifestado, los últimos 6 años de su trayectoria de formación en
investigación rozan la excelencia, teniendo por objeto preferente el estudio del uso de la tierra en labores constructivas,
VI
además de en otros objetos muebles. Además de la publicación
de varios artículos en revistas de impacto y de capítulos de libro, como resultado de la realización del Trabajo Fin de Máster
desarrollado en el Máster de Arqueología Profesional y Gestión del Patrimonio de la Universidad de Alicante cursado en el
2014-2015, elaboró su primera monografía –publicada en 2017
por la Universidad de Alicante–, centrada en aspectos teóricos
y metodológicos de la construcción con tierra. A este respecto
cabe indicar que esta aportación se ha convertido en una obra
de referencia obligada en todos los estudios sobre arquitectura,
siendo reportada como referencia bibliográfica esencial en diversas universidades nacionales e internacionales. Y, por otro
lado, la concesión por parte del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España de un contrato para la
formación de profesorado universitario, le permitió elaborar y
defender su tesis doctoral a finales de 2019 orientada en estos
mismos temas, pero con la intención de evaluar un conjunto de
hipótesis sobre el uso de distintos tipos de materiales o la introducción de distintas técnicas, que requerían el desarrollo de
un programa experimental y analítico de enorme envergadura.
Así, el volumen que los lectores y lectoras tienen entre
sus manos –o visualizan en formato digital– es el resultado,
aunque mejorado, de la tesis doctoral de María Pastor Quiles.
Este trabajo supone un salto cualitativo de enorme trascendencia para la arqueología valenciana y europea tal y como señaló
la Dra. Franziska Knoll en el acto de defensa de la tesis. Desde
el punto de vista de los objetivos de investigación, por primera
vez se combina la necesidad de determinar y concretar el uso de
los diferentes materiales empleados a lo largo de la Prehistoria
reciente, con caracterizar y reconocer la aplicación de distintas
técnicas constructivas –bajareque, barro amasado y modelado,
adobe, etc.– y su relación con la realidad social que lo posibilitó. Para ello, se ha contado con el registro material de un buen
número de yacimientos arqueológicos –13–, además de otros ya
estudiados, todos ellos recientemente excavados en el ámbito del
este de la península ibérica, y básicamente ubicados en las cuencas del Vinalopó y tramo final del Segura. Desde el punto de vista
metodológico, el estudio macroscópico de todos los elementos
documentados en dichos yacimientos ha sido complementado
con un programa de análisis microscópico y analítico, además de
comparado con un programa de arqueología experimental.
Por otro lado, este volumen también es una destacada contribución al afianzamiento de un marco general de
conocimiento sobre los modos de construcción practicados
por las sociedades humanas de la Prehistoria reciente, facilitando la caracterización e interpretación de los restos arqueológicos de construcción con tierra. Así, la autora realiza un recorrido por la construcción con tierra desde el Neolítico hasta
el Bronce final y la primera Edad del Hierro en las tierras del
Levante peninsular, utilizando como casos de estudio buena
parte del mejor registro arqueológico disponible, con lo que
consigue que los cimientos y las bases estructurales iniciadas
sean un punto de partida obligatorio en los futuros trabajos
que se pretendan desarrollar.
De igual modo, que en las investigaciones arqueológicas
de la Prehistoria reciente en la península ibérica se comience
a utilizar la terminología adecuada y certera también debe ser
considerado como un importante mérito de la autora. Términos
como bajareque, amasado, amasado en forma de bolas, tapial,
adobe y un largo etcétera son reconocidos y correctamente caracterizados, sin olvidar las más antiguas manifestaciones pic-
[page-n-8]
tóricas sobre restos de paredes interiores de edificios. Y, por
último, tampoco podemos olvidar que este estudio supone un
avance sustancial en relación con el reconocimiento y determinación del uso de la cal y del yeso en labores constructivas. En
este sentido, podemos asegurar que la metodología aplicada en
su detección y los resultados obtenidos constituyen, a nuestro
modo de ver, el modelo a seguir en futuros estudios en cualquier otro lugar del planeta.
En definitiva, creemos que no es casualidad que la Serie
de Trabajos Varios del Servicio de Investigación Prehistórica
del Museo de Prehistoria de Valencia haya incluido entre sus
volúmenes, las investigaciones que de forma sistemática ha desarrollado María Pastor Quiles sobre la construcción con tierra.
Desde los inicios de la serie, las monografías publicadas han
sido la principal referencia a nivel nacional e internacional de
la calidad y variedad de los estudios arqueológicos efectuados
en las tierras valencianas. Esta característica se ha incrementado con los más de 120 volúmenes publicados. Y, el trabajo
que aquí se presenta, supone un nuevo peldaño en este sentido.
Por todo ello, solo nos resta felicitar a María por esta nueva
publicación, que augura una importante trayectoria investigadora. Y, cómo no, a la directora del SIP, María Jesús de Pedro
Michó; al editor de la serie, Joaquín Juan Cabanilles, así como
al resto del personal del Servicio de Investigación Prehistórica
del Museo de Prehistoria de Valencia, por el esfuerzo que realizan como institución pública en seguir siendo un referente en
las investigaciones arqueológicas que se efectúan en las tierras
valencianas.
Francisco Javier Jover Maestre
INAPH
Universidad de Alicante
VII
[page-n-9]
[page-n-10]
Índice
PrólogoV
1. INTRODUCCIÓN
1
2. PLANTEAMIENTO Y OBJETIVOS
5
3. METODOLOGÍA
3.1. Análisis macroscópico
11
12
3.1.1. Procedimiento seguido para el estudio macroscópico
12
3.1.2. Aspectos relacionados con la observación macroscópica
13
3.2. Análisis microscópico
18
3.2.1. Microfluorescencia de rayos x
18
3.2.2. Micromorfología de lámina delgada
19
3.3. Observación etnoarqueológica
20
3.4. Pruebas experimentales
24
4. BASES PARA EL ESTUDIO DE LA EDIFICACIÓN
DURANTE LA PREHISTORIA RECIENTE:
MATERIALES, TÉCNICAS Y PROCESOS CONSTRUCTIVOS
27
4.1. Materiales
27
4.1.1. Tierra
27
4.1.2. Estabilizantes
29
4.1.3. Materias vegetales
31
4.1.4. Madera
36
4.1.5. Piedra
37
4.1.6. Pigmentos
38
4.1.7. Reutilización de materiales
38
IX
[page-n-11]
4.2. Técnicas de construcción con tierra en la Prehistoria reciente de la península ibérica
39
4.2.1. Bajareque
40
4.2.2. Amasado y modelado
40
4.2.3. Adobe
42
4.3. Procesos constructivos y prácticas sociales
42
4.3.1. La construcción como proceso productivo
42
4.3.2. Obtención de materias primas y preparación de materiales de construcción
45
4.3.3. Puesta en obra de los materiales
49
5. LA CONSTRUCCIÓN CON TIERRA DURANTE EL NEOLÍTICO
5.1. Casos de estudio
55
63
5.1.1. Los Limoneros II
63
5.1.2. El Alterón
65
6. LA CONSTRUCCIÓN CON TIERRA DURANTE EL CALCOLÍTICO
6.1. Casos de estudio
6.1.1. La Torreta-El Monastil
69
76
76
6.1.2. Vilches IV
84
6.1.3. Les Moreres
92
7. LA CONSTRUCCIÓN CON TIERRA DURANTE LA EDAD DEL BRONCE
7.1. Bronce argárico
7.1.1. Casos de estudio
Laderas del Castillo
Cabezo Pardo
Caramoro I
7.2. Bronce valenciano
7.2.1. Casos de estudio
107
110
116
116
135
141
147
154
Peñón de la Zorra
154
Terlinques155
Cabezo del Polovar
163
Lloma de Betxí
167
8. LA CONSTRUCCIÓN CON TIERRA DURANTE EL BRONCE FINAL
Y LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO
8.1. Casos de estudio
8.1.1. Peña Negra
173
183
183
9. DISCUSIÓN
201
10. CONCLUSIONES
215
BIBLIOGRAFÍA221
X
[page-n-12]
[page-n-13]
[page-n-14]
1
Introducción
La tierra es uno de los materiales de construcción más utilizados
en todo el mundo, a lo largo de la Historia y hasta nuestros días.
El comienzo de este uso constructivo de la tierra cabe entenderlo asociado fundamentalmente a los procesos de sedentarización, con la edificación de espacios de hábitat permanentes. Las
comunidades con bases económicas agrícolas y ganaderas que
habitaron en la península ibérica en los inicios de la Prehistoria
reciente también participaron de este proceso. Desde entonces y
a lo largo de varios milenios, esta materia prima proporcionada
por la propia superficie terrestre en la que habitaban los grupos
humanos fue utilizada para satisfacer diversas necesidades, entre ellas la edificación del hábitat. Así, en solitario o combinada
con otros materiales constructivos, aplicada en un número mayor o menor de partes estructurales, la tierra se ha empleado
para configurar los espacios de residencia, de trabajo y de vida
de muchas sociedades desde el Neolítico.
En los contextos arqueológicos, la construcción con tierra
puede quedar materializada, entre otras formas, a partir de la
conservación de restos de barro endurecido, a pesar de que estos elementos, fragmentos de las edificaciones, no son ajenos
a los condicionantes de preservación e identificación que en
el registro presentan determinados materiales. En este grupo
se encuentran el barro no cocido y otros sedimentos o la materia orgánica, vegetales y madera, materiales muy utilizados
en la construcción por parte de sociedades muy diversas y que
también lo fueron en cronologías prehistóricas. Esto conlleva
que determinados elementos se conserven sólo de forma excepcional en algunos yacimientos y estén presentes únicamente de
forma parcial en otros muchos, o incluso completamente ausentes, siendo invisibles, aunque hubieran formado parte de las
estructuras de hábitat de quienes ocuparon dichos lugares.
No obstante, a pesar de la omnipresencia del empleo de
la tierra como material de construcción en los lugares de hábitat del pasado, esta cuestión ha recibido una atención limitada en el ámbito de la arqueología, más allá de excepciones,
constituidas sobre todo por hallazgos de carácter monumental.
Los fragmentos constructivos de barro endurecido, como evidencias arqueológicas de la edificación con tierra, han sido un
tipo de materialidad poco conocida y que con frecuencia no
se ha tenido, ni se tiene, en la necesaria consideración, con la
consiguiente pérdida de información que esto conlleva. Sólo
de forma minoritaria estos restos materiales son contemplados como fuentes de información por sí mismos y abordados como objeto de investigación, a pesar de que contienen
un tipo de datos propio y específico, que no se encuentra en
ningún otro componente del registro arqueológico. Así, a las
limitaciones propias de la conservación e identificación de
estas evidencias se han ido sumando la falta de valoración
e interés acerca de la información que pueden contener, así
como las carencias en el conocimiento acerca de estos aspectos constructivos. En este contexto, las incertezas que se
derivan del uso acrítico de los términos empleados en referencia a la construcción con tierra, instalado en la bibliografía
arqueológica desde hace décadas, como ya ha sido destacado
por distintos trabajos (De Chazelles y Poupet, 1985; Sánchez
García, 1999a; Belarte, 2002; entre otros), suponen también
trabas a un estudio más completo de la edificación prehistórica, para cuyo conocimiento dependemos de la información
proporcionada por la arqueología.
Con todo ello, puede decirse que, en general, es relativamente poco lo que se ha profundizado en el conocimiento de las
formas y materiales constructivos empleados en la Prehistoria
reciente, también en el ámbito peninsular. La investigación arqueológica se ha conformado tradicionalmente con generalidades acerca de las técnicas y materiales constructivos utilizados
en contextos prehistóricos, en vez de considerar la obtención
de información más específica, a partir de los restos que se hayan podido preservar de estructuras concretas (Shaffer, 1993:
59). Entre éstos ocupan un lugar muy importante los elementos
constructivos de barro.
1
[page-n-15]
Obtener un conocimiento más completo acerca de cómo se
emplearon los diferentes materiales de construcción, no sólo la
tierra, por parte de las comunidades prehistóricas, pasa por el
reconocimiento de estos fragmentos constructivos como fuentes
de información valiosas. Desde la arqueología, su estudio puede
llevarse a cabo desde un punto de vista macroscópico, complementándose con análisis microscópicos, con las aportaciones
procedentes de la comparación etnoarqueológica y también mediante la experimentación. Estos elementos informan, en primer
lugar, sobre el empleo de la propia tierra, pero los datos que
pueden proporcionar van mucho más allá. De forma más o menos indirecta, contienen indicios de otros materiales utilizados
para edificar, inorgánicos y orgánicos, de los que en la mayoría
de los casos apenas se conservan restos, pero que quedan reflejados en las improntas generadas en los morteros constructivos,
entendidos en este texto en sentido general, como las mezclas
de material en estado plástico utilizadas para edificar con ellas.
Los fragmentos de barro endurecido informan sobre las mezclas
empleadas, sobre las técnicas constructivas, sobre el estado de
los materiales utilizados y los procesos de afectación a los que
han podido estar sometidos y sobre el trabajo que fue realizado
para producir las estructuras de hábitat y actividad, cuestiones
que sólo este tipo de estudios pueden llegar a plantear. En definitiva, en la investigación de los modos de construir en el pasado y su relación con las prácticas económicas y sociales de los
grupos humanos que los llevaron a cabo y sus formas de vida,
esta materialidad juega un papel muy importante.
En el área meridional de las tierras valencianas, marco territorial
principal de este trabajo, puede decirse que existe, como en otros
ámbitos, un cierto relato, no carente de tintes evolucionistas, acerca
de qué construcciones caracterizarían a cada etapa durante la Prehistoria reciente. De las cabañas de materiales “perecederos” y difíciles
de rastrear del Neolítico, se pasaría al desarrollo de la construcción
con piedra en el primer periodo de la Edad de los Metales. La mayor
visibilidad de esta construcción con piedra desde el III milenio BC
ha propiciado una imagen en la que este material geológico prevalece como un elemento que define por sí mismo a una arquitectura
considerada, a partir de esos momentos, sólida y estable. Este cambio se sitúa en contraposición a la llamada arquitectura efímera anterior, como suele definirse la construcción con madera, materia vegetal y barro, cuyo reconocimiento es menos evidente en los contextos
arqueológicos. Las construcciones con piedra consideradas estables
y sólidas continúan durante la Edad del Bronce y sólo la fase del
Bronce final se asocia de nuevo a la arquitectura efímera, que dejará
paso a las novedades arquitectónicas propias de la Edad del Hierro.
Las evidencias disponibles acerca de las formas constructivas
desarrolladas en los distintos enclaves conocidos de la Prehistoria reciente presentan limitaciones como las señaladas en cuanto
a la conservación de la materialidad y son, en todo caso, desiguales a lo largo de la secuencia. La información proporcionada por el registro se encuentra muy condicionada por factores
de diverso tipo, como se ha apuntado para el caso del Neolítico
antiguo (Jover y Torregrosa, 2017; Jover et alii, 2019b), que
abarcan desde las propias investigaciones realizadas, el tipo de
yacimiento y las condiciones de los hallazgos, hasta los procesos postdeposicionales que han afectado a los restos arqueológicos, como también la naturaleza de los propios materiales en
estudio, en este caso, los utilizados para construir. No obstante,
las evidencias existentes acerca de las prácticas constructivas
2
desarrolladas durante este amplio periodo de la Prehistoria
muestran que los materiales considerados como propios de la
arquitectura efímera, la madera, los vegetales y la tierra, se utilizan y de forma muy importante a lo largo de toda la Prehistoria
reciente, junto con la piedra, sin que pueda afirmarse de forma
general que se emplean en una proporción menor a ella.
De estas materias están formados los elementos que, en la
mayoría de los casos, sustentan, cierran, cubren, compartimentan
y acondicionan los espacios en los que se desarrollaba la vida y el
trabajo de las poblaciones en estudio. La consideración global de
todo el conjunto de materiales y técnicas implicados en la edificación contribuye a cuestionar la idea de que es el uso de la piedra
por sí mismo el que convierte a un hábitat en estable y, sobre
todo, permite profundizar en el conocimiento de las formas constructivas de los grupos humanos y los procesos de edificación
llevados a cabo para generarlas. Para conocer mejor esta parte
tan fundamental de la materialidad y de la realidad de las sociedades del pasado, también es necesario abordar el estudio de los
materiales menos visibles, su disposición y su función en las edificaciones, para lo que es imprescindible el estudio de los restos
constructivos de tierra. Aunque el conocimiento acerca de estas
partes estructurales se encuentre limitado y, en consecuencia, sea
difícil llegar a conocer estas edificaciones en toda su dimensión,
sin la investigación de estos elementos, el puzle de la arquitectura
prehistórica permanecería aún más incompleto.
En las páginas que siguen se evidencia que el estudio de los
restos arqueológicos de la construcción con tierra en la Prehistoria es un terreno lleno de dudas y que, no obstante, permite también plantear un buen número de cuestiones, mediante la obtención de información básica que de otro modo se perdería, además
de poder proporcionar hallazgos importantes e inesperados, en un
campo en el que queda todavía mucho por conocer.
Son la mencionada escasez de estudios acerca de este tipo de
materialidad arqueológica en nuestra área de estudio y su falta de
consolidación las que estuvieron detrás de que iniciáramos esta
línea de investigación. Con este trabajo, pretendemos ofrecer a
la comunidad investigadora nuevos datos y propuestas acerca de
la construcción en la Prehistoria reciente y su investigación arqueológica, basados en el estudio de un tipo de base material que,
habiendo sido rara vez considerado, muestra con su estudio su
gran potencial informativo.
En cuanto a su estructura, este trabajo está organizado en 10
capítulos. Tras esta introducción, en el capítulo 2 se presenta el planteamiento del trabajo, delimitando cronológica y territorialmente la
investigación y exponiendo los diferentes objetivos de la misma.
En el capítulo 3 se abordan los aspectos metodológicos. Se
presenta el procedimiento de análisis macrovisual de los restos de barro endurecido y las diversas características a tener en
cuenta en la observación de estos materiales, estudiados a nivel
morfológico y compositivo. Además, se exponen las técnicas
instrumentales que han sido aplicadas para el análisis microvisual, así como las aportaciones a la investigación de estos elementos procedentes de las aproximaciones etnoarqueológicas y
experimentales que hemos llevado a cabo.
En el capítulo 4 se articulan lo que pueden considerarse unas
bases teóricas fundamentales para el estudio de la construcción
con tierra en la Prehistoria reciente. En primer lugar, se recogen qué materiales fueron y pudieron ser empleados durante
estas cronologías de acuerdo con las evidencias disponibles y
[page-n-16]
las aplicaciones y usos con los que se relacionan. Además, se
definen las formas en que se pueden aplicar esos materiales: las
técnicas constructivas. Por último, se abordan las actividades laborales implicadas en la edificación, entendida como un proceso
productivo, desde la planificación y el aprovisionamiento de las
materias primas a utilizar como materiales constructivos hasta
el uso de los espacios y estructuras de hábitat.
Los capítulos siguientes se han estructurado con un criterio
cronológico, articulando diferentes aspectos constructivos desde el Neolítico hasta la Edad del Hierro I, e incluyendo los
diferentes casos de estudio.
El capítulo 5 corresponde al Neolítico, abordando distintas
cuestiones acerca de las formas constructivas desarrolladas en
el marco peninsular desde mediados del VI milenio hasta finales
del IV milenio BC. En él, recogemos los estudios de los materiales de barro endurecido recuperados en Los Limoneros II
(Elche, Alicante) y El Alterón (Crevillente, Alicante).
El capítulo 6 aborda la construcción durante el Calcolítico,
a lo largo del III milenio BC. Aquí se exponen los estudios de
los fragmentos de barro analizados de La Torreta- El Monastil
(Elda, Alicante), Vilches IV (Hellín, Albacete) y Les Moreres
(Crevillente, Alicante).
El capítulo 7 trata la edificación durante la Edad del
Bronce. De acuerdo con las particularidades del contexto territorial principal de esta investigación, las tierras
meridionales valencianas, se abordan casos de estudio tanto del Bronce argárico, como de asentamientos del llamado
Bronce valenciano, que abarcan aproximadamente desde finales del III milenio y la primera mitad del II milenio BC.
Del ámbito de El Argar, presentamos los materiales de barro
endurecido de Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante), Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante) y Caramoro I (Elche, Alicante). Asociados al Bronce
valenciano, hemos llevado a cabo el estudio de fragmentos
de barro de dichas cronologías de los enclaves de Peñón de
la Zorra, Terlinques y Cabezo del Polovar (Villena, Alicante), junto con una muestra de los materiales hallados en la
Lloma de Betxí (Paterna, Valencia).
Finalmente, el capítulo 8 recoge diferentes aspectos
constructivos desarrollados en el marco peninsular durante el
Bronce final y la primera Edad del Hierro, durante los primeros
siglos del I milenio BC y hasta el siglo VI BC. En esta parte del
trabajo mostramos el estudio de materiales de cronología más
reciente que ha sido incluido, el de los restos de barro y yeso de
Peña Negra (Crevillente, Alicante).
A continuación, en la discusión, estructurada considerando
los objetivos de conocimiento planteados, se realiza una puesta
en común, análisis y valoración de los aspectos más fundamentales contenidos en los capítulos anteriores, relacionándolos con
las aportaciones de mayor relevancia expuestas a partir de los
diferentes estudios. Por último, formulamos unas conclusiones
junto con las líneas de trabajo que consideramos que quedan
abiertas en este campo de investigación.
La investigación que aquí se presenta ha sido realizada en el
marco de un contrato de Formación del Profesorado Universitario
del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, desarrollado en el
área de Prehistoria1 del Departamento de Prehistoria, Arqueología,
Historia Antigua, Filología Griega y Filología Latina de la Universidad de Alicante. Son muchas las personas e instituciones
que han contribuido, mucho y de distintas maneras, a que esta
monografía se haya llevado a cabo. Merecen un agradecimiento
especial las siguientes.
Gracias a Francisco Javier Jover Maestre, mi director de
tesis, por haberme acogido desde el principio dándome la oportunidad de introducirme en el mundo de la arqueología, hace
ya más de diez años, con alguien con su trayectoria y conocimientos, su cercanía y su enorme generosidad a la hora de
formar a otras personas y trabajar con ellas y que transmite tanto
entusiasmo por la arqueología y la Prehistoria. Por haberme animado, impulsado y guiado por el camino de la investigación, facilitando que este trabajo se emprendiera y desarrollara, camino
en el que siempre he contado con toda su ayuda y su respaldo.
Por su implicación, dedicación y por toda la confianza que me
ha dado a lo largo de este tiempo.
Y gracias a Daniel Mateo Corredor, por su enorme ayuda,
apoyo e interés y por compartir conmigo todos los pasos de esta
investigación. Gracias por todo lo que he aprendido gracias a él,
por su calma y su generosidad infinitas. Gracias por su valiosísima ayuda también con cuestiones informáticas y por las atentas
lecturas que ha realizado de este texto.
Estoy muy agradecida al conjunto del profesorado y del
personal que constituye el Departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Filología Griega y Filología Latina, del que me siento enormemente feliz de haber podido formar
parte durante los años en los que se ha desarrollado este trabajo.
En primer lugar, al área de Prehistoria, en especial a Gabriel
García Atiénzar, Palmira Torregrosa Giménez, Alberto J. Lorrio
Alvarado, Mauro S. Hernández Pérez, Virginia Barciela González y Alfredo González Prats, quienes me han proporcionado muchas veces su ayuda, sus conocimientos y su confianza.
Gracias también por poner en mis manos restos constructivos
de tierra procedentes de sus proyectos y hacer posible que esta
investigación se produjera y fuera creciendo. Gracias a Jaime
Molina Vidal, por su confianza, su estímulo y por haberme
brindado su apoyo y su ayuda en numerosas ocasiones. Gracias
también a María Paz de Miguel Ibáñez, Sonia Gutiérrez Lloret,
Ignacio Grau Mira, Fernando Prados Martínez, Lorenzo Abad
Casal, Feliciana Sala Sellés y Mª Dolores Sánchez de Prado,
entre otras personas.
Gracias a Isidro Martínez Mira, por su tiempo y por sus
sugerencias y orientaciones durante el proceso de realización
de los análisis microscópicos para esta investigación. Gracias a
Juan Antonio López Padilla, por todo su apoyo y su confianza.
Por su amistad, su ayuda, por el interés mostrado por los restos
constructivos y por este estudio, por su apoyo y por las experiencias compartidas, gracias a Ricardo Basso Rial, Ana Isa-
1
En este marco, hemos podido contribuir a los proyectos HAR201676586-P “Espacios sociales y espacios frontera durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el Levante de la península Ibérica”,
“El poblado calcolítico de Vilches: caracterización radiocarbónica,
ambiental y arqueométrica” de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, HAR2017-87495-P “Fenicios e indígenas en el
sureste de la Península Ibérica: Bronce Final y Hierro Antiguo entre
el Vinalopó y el Segura”, así como al proyecto Laderas del Castillo
de la Diputación Provincial de Alicante-MARQ.
3
[page-n-17]
bel Castro Carbonell, Carolina Frías Castillejo, Laura Castillo
Vizcaíno, Eloy Poveda Hernández, Sergio Martínez Monleón,
Juan José Mataix Albiñana, Rubén Santana Onrubia, Antonio
Sánchez Verdú, Adela Sánchez Lardiés, Rubén Cabezas Romero, Francisco Morales Tomás, Alicia Luján Navas, Raquel
Ruiz Pastor, Ximo Martorell Briz, Pablo Camacho Rodríguez,
Octavio Torres Gomariz, Violeta Martínez Lledó, Miriam Alba
Luzón, Pedro J. Saura Gil, Sonia Carbonell Pastor, Juan Francisco Álvarez Tortosa, Álvaro Castaños Montesinos, entre otros
compañeros y compañeras.
Gracias a quienes, en un momento u otro, han leído partes
de este texto en sus distintas versiones y han ayudado a mejorarlo, o me han facilitado información o material gráfico para que
fuera más completo, pues han contribuido al mismo de forma
valiosa.
Gracias a todas las personas que dirigieron las excavaciones
de las que proceden los materiales abordados por este libro, realizadas en el marco de proyectos de investigación y también
por diferentes empresas de arqueología y que han facilitado que
pudiera llevar a cabo su estudio. Gracias a los diferentes museos
en los que he podido desarrollar estos estudios, a su dirección
y a su personal, por la amable atención recibida: al Museo Arqueológico Provincial de Alicante, al Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena, al Museo Arqueológico y
de Historia de Elche, al Museo de Crevillente, al Museo de Elda
y al Museo de Prehistoria de Valencia.
Gracias a muchas de las personas que forman parte de las
instituciones en las que he tenido la suerte de realizar estancias
durante el desarrollo de mi tesis doctoral y que han contribuido
enormemente a ella, por su acogida, su generosidad y por brindarme el acceso a los diversos medios y recursos de los que he
podido hacer uso. Gracias al personal investigador que me proporcionó entonces su tiempo, orientaciones, recomendaciones
4
bibliográficas y experiencias que han beneficiado mucho a
esta investigación. De forma destacada, a Robert Chapman y
a Wendy Matthews por su fantástica acogida y por el tiempo
que compartieron conmigo y la formación que me facilitaron,
en el Departamento de Arqueología de la Universidad de Reading. A Marta Portillo Ramírez y a Daniel Grisales Betancur,
por su ayuda y compañía. A Harald Meller, director del Museo
de Prehistoria de Halle, por aceptar recibirme en su institución.
Agradezco profundamente a Franziska Knoll su acogida, su valioso tiempo y ayuda, su iniciativa y, sobre todo, gracias por
compartir conmigo su interés y sus conocimientos acerca de la
construcción con tierra y su estudio en la Prehistoria. Gracias a
Roberto Risch por su ayuda en la organización de las estancias.
Por último, gracias también al Departamento de Arqueología de
la Universidad de Southampton por acogerme no sólo en una,
sino en dos ocasiones y de forma especial por su ayuda y su
tiempo a Andrew M. Jones y a Stephanie Moser.
Gracias a Carme Belarte Franco, Claire-Anne de Chazelles,
Luis Fernando Guerrero Baca, Louise Cooke, Constanza Pellegrino, Marta Mateu Sagués y Magdalena Gómez Puche por la
confianza depositada, que también ha sido muy importante en el
desarrollo de esta investigación.
Gracias al Institut Català d’Arqueologia Clàssica, centro al
que he podido incorporarme en el tramo final de la publicación
de este trabajo con un contrato postdoctoral Juan de la Ciervaformación (FJC2019-039469-I).
Gracias al Servicio de Investigación Prehistórica de
Valencia, en especial a María Jesús de Pedro Michó, por hacer
posible la publicación de esta monografía.
Y finalmente gracias a toda mi familia y a mis amigas y
amigos, por su cariño y su apoyo. Gracias por encima de todo
a mi madre, a mi padre y a mi hermana, por acompañarme y
apoyarme desde siempre.
[page-n-18]
2
Planteamiento y objetivos
Con esta investigación abordamos el uso constructivo de la
tierra, en combinación con otros materiales, a lo largo de la
Prehistoria reciente en un territorio determinado ubicado en el
marco sur del área valenciana de la península ibérica. En ella, el
análisis llevado a cabo de las evidencias arqueológicas de construcción con tierra de cronología prehistórica está orientado al
estudio de los aspectos productivos de la edificación. Como se
recoge en el subtítulo del trabajo, la perspectiva desde la que se
aborda aquí el tema central de estudio, la arquitectura prehistórica, centra sus objetivos de conocimiento en los materiales, las
técnicas y los procesos de trabajo y producción implicados en
las actividades constructivas.
Las construcciones prehistóricas englobadas por esta
monografía serían, en su mayoría, aunque no exclusivamente,
estructuras domésticas, de hábitat o viviendas. De manera general, podemos aplicar el concepto de vivienda a una estructura o conjunto de ellas que hubieran tenido una función ocupacional o de hábitat, aunque ésta no fuera su función exclusiva.
Estas estructuras no son las únicas que pueden encontrarse en
un asentamiento prehistórico, ni las únicas en cuya conformación se emplearía la tierra, partiendo también de que no todos
los yacimientos arqueológicos son asentamientos o espacios de
residencia (Jover y Torregrosa, 2017).
Entendemos que, a diferencia de otras perspectivas de
estudio planteadas para abordar los espacios domésticos del pasado, la atención preferente a los aspectos materiales, técnicos
y productivos no sólo permite el planteamiento de lecturas históricas, sino que es una condición necesaria para ello. Es más,
consideramos que se trata de un enfoque prioritario y obligado
en un campo de estudio que se encuentra, en el mejor de los
casos, todavía en un desarrollo incipiente. Sin entrar a valorar la
naturaleza de este tipo de perspectivas, cabe preguntarse si no
sería, precisamente, “empezar la casa por el tejado”, plantearnos
cuestiones como el papel de las viviendas a la hora de conectar
a las comunidades con sus antepasados (Chapman, 1997: 144;
Blanco González et alii, 2017) o entre sus miembros (Whittle,
2003; Hofmann, 2013: 197), o cómo serían percibidas sensorialmente por quienes las habitaban (Tringham, 1991; Hofmann,
2006; Love, 2016), si no conocemos previamente cómo eran y
cómo se construyeron estas estructuras. Nos parece de gran importancia no dejar fuera las cuestiones que pueden considerarse
más básicas, precisamente porque lo son. Así, aun a riesgo de
mantener el foco excesivamente centrado en lo empírico y en
lo formal, sin tratar de trascender con nuestros planteamientos
el marco de las condiciones materiales de los grupos humanos
en estudio, esperamos contribuir al conocimiento histórico de
la construcción y de los espacios construidos en la Prehistoria
reciente, como también al propio estudio de estos aspectos,
mediante las aportaciones de tipo metodológico.
En este sentido, la investigación de la construcción con
tierra en los diferentes periodos de la Prehistoria reciente en
el marco de estudio parte en este trabajo de un cuerpo teórico
−capítulo 4− en el que se reúnen diversos aspectos relativos a la
edificación desde el punto de vista de los materiales, las técnicas
y los procesos productivos implicados en las actividades constructivas. En dicho capítulo se recogen prácticas constructivas
de diverso tipo en referencia a distintos contextos que, pudiendo
ser observadas en el registro arqueológico y mediante al estudio de restos constructivos de tierra, también están presentes en
parte en los capítulos posteriores de carácter cronológico.
Distintos estudios acerca de los modos de construcción y
las edificaciones autoconstruidas de comunidades agrícolas y
ganaderas, que a nivel general cuentan con bases económicas
compartidas por los diversos grupos humanos contemplados en
el espectro temporal y territorial de este trabajo, ponen de manifiesto la importante variabilidad existente en las formas arquitectónicas que pueden ponerse en práctica (Kramer, 1982; Blum,
2003; Tomasi y Rivet, 2011; entre otros). Esta variabilidad puede entenderse, entre otros factores, como resultado de las diversas posibilidades materiales al alcance de quienes construyen
5
[page-n-19]
y de las particularidades de cada ejecución. Consideramos que
este factor estaría muy presente también en muchas de las formas constructivas desarrolladas en la Prehistoria reciente, siendo
fundamental tener en cuenta la importancia de esta variable en la
investigación de la arquitectura prehistórica.
Sin embargo, ello no implica que no puedan observarse y
analizarse regularidades e incluso patrones en el empleo de los
distintos materiales y técnicas escogidos y sus combinaciones. En
la gran mayoría de los casos, disponer un determinado material
o técnica responde a algo y tiene una utilidad, aunque ésta pueda
variar o desconocerse. Buscar lo común a partir de las distintas
particularidades puede permitir estudiar cuestiones como el uso
constructivo de materiales concretos, la adopción y transmisión
de técnicas, su desarrollo en el tiempo o la posible innovación
experimentada en la puesta en práctica de éstas. Asimismo, buena parte de las transformaciones experimentadas en el ámbito de
la construcción a lo largo del amplio período cronológico que
abarca este trabajo, que engloba varios milenios, desde el VI al I
milenio BC, pueden ponerse en relación con cambios experimentados por estas sociedades. Así, a partir del estudio de las fuentes
materiales, buscamos contribuir no sólo al conocimiento de los
citados aspectos formales y técnicos, sino también a la necesaria
interpretación de las evidencias en el plano social.
En este sentido, partimos de la premisa de que la tierra fue
un material muy utilizado durante la Prehistoria reciente del
Levante peninsular en la construcción y el acondicionamiento
de los espacios de hábitat, como ya ha sido señalado por otros
trabajos (Sánchez García, 1996; 1997b; Gómez, 2008; Jover,
2010a). La tierra y el resto de materiales utilizados en la construcción procederían fundamentalmente del entorno de los asentamientos (Rivera, 2009; Martínez Mira et alii, 2014: 373) y
para su puesta en obra serían necesarios diferentes procesos de
trabajo. Su aplicación en las edificaciones se materializaría en el
uso de diferentes técnicas constructivas. En la investigación del
uso de la tierra en la arquitectura prehistórica, de los materiales
y sustancias aplicados en combinación con ella y de las técnicas
de construcción empleadas, el estudio de los elementos constructivos de barro aporta información determinante y que sólo
está contenida en estos restos arqueológicos.
Respecto a las técnicas, el bajareque habría sido una forma
de construir muy extendida en contextos temporales y geográficos diferentes ya durante la Prehistoria reciente, incluido el
Levante meridional peninsular (Sánchez García, 1999a; Gómez
et alii, 2004; Gómez, 2006; Pastor, 2014; 2017b; entre otros).
Son diversas las combinaciones de materiales y las formas en
las que se pueden disponer en el marco de esta técnica, cuestiones sobre las que los estudios de restos constructivos de barro
pueden arrojar mucha luz. No obstante, es necesario plantear
que su presencia sería más fácilmente identificable en las evidencias arqueológicas, a partir de la observación de improntas
en fragmentos constructivos, que la del uso de otras técnicas
constructivas con tierra, como el amasado empleado en la construcción de alzados de tierra maciza, cuyo uso también pudo
estar muy extendido. Asimismo, la cuestión del empleo de la
técnica del adobe durante la Prehistoria reciente peninsular, fabricado a mano o con molde, es de enorme interés y, en esta
línea, la extendida incertidumbre terminológica acerca de estas
evidencias dificulta de forma importante su investigación, sobre
todo en lo referente a su identificación bibliográfica.
6
Para tratar de aportar nuevos datos y propuestas sobre estas
y otras cuestiones, establecemos una serie de objetivos generales de conocimiento, que se concretan en objetivos específicos:
1. Investigar el uso de los diferentes materiales de construcción
empleados a lo largo de la Prehistoria reciente en el área de
estudio, por lo general procedentes del aprovechamiento de
recursos disponibles en el entorno natural y antropizado, con
especial énfasis en la tierra. Reunir y valorar las evidencias
que permitan plantear cuestiones como la introducción de
estos materiales, sus formas de puesta en obra y los procesos
de trabajo requeridos para su empleo en las distintas partes
arquitectónicas, así como la posibilidad de detectar cambios
en su uso a lo largo del marco cronológico empleado. Para
ello trataremos cuestiones como:
1.1. Acometer el estudio del empleo de la tierra en la
edificación y, en general, en la conformación de estructuras de distinto tipo. Identificar las técnicas constructivas empleadas en los diferentes contextos prehistóricos
estudiados, los materiales utilizados en ellas y las actividades productivas implicadas.
1.2. Identificar las diferentes materias utilizadas como
estabilizantes −vegetales, ceniza, estiércol, cal, etc.− en la
elaboración de los morteros, tanto de fábrica, empleados
para unir elementos, como utilizados en revestimientos.
Plantear sus procesos de obtención y preparación.
1.3. Recoger el uso constructivo de distintas materias
vegetales y elementos de madera, cuya disposición en
las edificaciones puede observarse de una forma particular a partir de sus improntas en restos constructivos.
Aproximarnos a los procesos de trabajo desarrollados
en su aprovisionamiento y tratamiento.
1.4. Abordar el empleo de la piedra en las estructuras, no
sólo en la edificación de zócalos y alzados, sino también de estructuras de actividad y su relación con el uso
de otros materiales, principalmente la tierra.
2. Investigar el uso de las diferentes técnicas constructivas
desarrolladas en el territorio en estudio y para el marco
cronológico escogido.
2.1. Caracterizar el uso de la técnica del bajareque y sus
posibles variaciones, en cuanto a los materiales utilizados, su disposición y su aplicación en partes diferentes
de las estructuras.
2.2. Determinar los usos constructivos del barro amasado
y modelado, tanto en la construcción de edificaciones
como de estructuras inmuebles.
2.3. Contribuir a la cuestión de la presencia de la técnica del
adobe en la Prehistoria reciente peninsular.
3. Poner en relación el estudio de materiales y técnicas constructivas
con la realidad social en estudio, los diferentes grupos humanos
que edificaron y habitaron los espacios de hábitat y actividad a
los que corresponde la materialidad analizada.
3.1. Conceptualizar los restos arqueológicos de la edificación
con tierra como el resultado de distintas actividades laborales, necesarias en los procesos de edificación. La
construcción, como proceso productivo, se relaciona con
las prácticas económicas y los modos de vida de quienes
la llevaron a cabo. Muestra de ello es la reutilización
de residuos procedentes de las actividades agrícolas y
ganaderas como materiales con los que construir.
[page-n-20]
Figura 2.1. Mapa en el que
se ubican los yacimientos
abordados como casos de
estudio, con su distribución
cronológica.
3.2.
Visibilizar la aplicación de diferentes soluciones
constructivas, orientadas en buena medida a mejorar las
cualidades de los materiales empleados en las edificaciones, así como a evitar su deterioro, aumentar su durabilidad
o mejorar las condiciones de habitabilidad, procedimientos
basados en la experiencia y en las tradiciones arquitectónicas
en las que se enmarcarían dichas estructuras.
3.3. Abordar las formas en las que diferentes prácticas
sociales que se llevarían a cabo en relación con los
procesos de edificación −transmisión de conocimientos constructivos mediante el aprendizaje, expresión
ideológica a partir de la materialidad arquitectónica,
experimentación de las propiedades de los materiales, etc.− pueden plasmarse y ser visibles en las evidencias arqueológicas.
En cuanto al marco territorial y cronológico del trabajo, la
base material de nuestra investigación procede de diversos enclaves situados en un área extensa, delimitada entre los ríos Turia
y Segura (fig. 2.1). Así, los yacimientos a los que corresponden
los materiales estudiados se sitúan mayoritariamente en la actual
provincia de Alicante, a los que se suman dos casos situados uno
más al norte, en la provincia de Valencia, y el otro hacia el interior, en lo que hoy es Albacete. Abarcan una cronología muy amplia, desde el Neolítico antiguo hasta la Edad del Hierro I, desde
mediados del V milenio BC hasta el siglo VI BC. De este modo,
en este texto se enfoca la cuestión del estudio arqueológico de la
edificación con tierra a partir de una muestra material procedente
de diversos contextos y cronologías, lo que aporta a la investigación un carácter diacrónico. En este punto, cabe considerar la Prehistoria reciente como un abanico cronológico de varios milenios
de desarrollo de la construcción con tierra en la península ibérica,
para cuyo conocimiento dependemos de las fuentes arqueológicas y que sería un marco temporal considerablemente más amplio
que el del desarrollo constructivo conocido en época histórica.
Aun teniendo en cuenta las limitaciones a la hora de aproximarnos a un abanico temporal y espacial tan extenso a partir de los
casos abordados, con este tipo de enfoque esperamos ofrecer
un marco de conocimiento útil, que pueda impulsar y en el que
puedan apoyarse nuevas investigaciones posteriores.
7
[page-n-21]
Tabla 2.1. Tabla-resumen con los principales yacimientos abordados como casos de estudio.
Yacimiento
Ubicación
Los Limoneros II
Elche, Alicante
Cronología
Nº piezas Campañas de excavación
estudiadas de las que proceden
Mediados del V
milenio BC
23
2013
Segunda mitad del
V milenio BC
Primera mitad del
III milenio BC
Primera mitadmediados del III
milenio BC
Segunda mitad del
III milenio BC
13
2008
59
1999
100
2011
1097
1988-1993,
desconocida
y superficial
López Padilla et alii, 2017; Finales del IIIinicios del II
2019; 2020
milenio BC
San Isidro/Granja de López Padilla, 2009; 2014 Primera mitad del
Rocamora, Alicante
II milenio BC
281
2013-2018
y superficial
107
2007, 2008 y 2011
Caramoro I
Elche, Alicante
Peñón de la Zorra
Villena, Alicante
1981, 1989,
1993, 2015, 2016
y superficial
2011-2014
Terlinques
El Alterón
Bibliografía
Barciela et alii, 2014;
García Atiénzar et alii,
2020
Crevillente, Alicante Trelis et alii, 2014
La Torreta-El Monastil Elda, Alicante
Vilches IV
Les Moreres
Laderas del Castillo
Cabezo Pardo
Jover et alii, 2001; Jover,
2010b
Hellín, Albacete
García Atiénzar et alii,
2016; García Atiénzar y
Busquier, 2020
Crevillente, Alicante González Prats, 1986a;
1986d; González Prats y
Ruiz Segura, 1992
Callosa de Segura,
Alicante
González Prats y Ruiz
Segura, 1995; Jover et alii,
2019a; 2020
Jover y De Miguel, 2002;
García Atiénzar, 2014;
2016a, 2016b; García
Atiénzar et alii, 2016
Primer cuarto del
II milenio BC
112
Mediados del IIIprimer cuarto del
II milenio BC
11
Villena, Alicante
Jover et alii, 2001;
Machado et alii, 2009;
Jover y López Padilla,
2004; 2009; 2016
Finales del IIImediados del II
milenio BC
69
1998-2001
2004-2006
2008, 2009, 2011
Cabezo del Polovar
Villena, Alicante
Jover et alii, 2016a; 2016b; Primera mitad del
II milenio BC
2018a
40
2012-2014
Lloma de Betxí
Paterna, Valencia
De Pedro, 1990; 1998
Peña Negra
Crevillente, Alicante González Prats, 1982;
1983; 1990; Lorrio et alii,
2017; 2020
Este trabajo se basa principalmente en el estudio de un
amplio conjunto de restos de barro endurecido y, en menor
medida, también restos de yeso, en su mayoría de naturaleza
constructiva, pertenecientes a edificaciones, aunque también a
estructuras de actividad y a elementos muebles u objetos. Por
lo tanto, aunque el tema central de nuestra investigación es la
edificación con tierra, ésta engloba también otros tipos de materiales constructivos y, en menor medida, evidencias del empleo
de otras mezclas sedimentarias.
Desde una metodología que combina varias aproximaciones, el presente estudio está sustentado, no obstante, en un
análisis macrovisual para llevar a cabo la observación, caracterización y documentación de las evidencias. Junto a este
estudio macroscópico se ha empleado de forma puntual instrumental diverso, se han aplicado una serie de análisis microscópicos y se ha recurrido de diferentes formas a la comparación,
8
Primera mitad del 11
II milenio BC
Mediados del
238
siglo IX-mediados
del siglo VI BC
1984, 1986,
1987, 2014-2017
etnoarqueológica, experimental y también a través de recursos bibliográficos, para poder así identificar e interpretar estas
evidencias en estudio.
Asimismo, esta investigación reúne varios niveles de análisis. Las formas constructivas conocidas para cada uno de los
periodos en los que hemos subdividido el espectro cronológico del trabajo, por razones prácticas, se abordan en el capítulo
correspondiente teniendo en cuenta el conjunto del panorama
de la península ibérica y profundizando a continuación en el
ámbito territorial en el que se ubican los conjuntos materiales
analizados, integrados en casos de estudio. Así, se aborda la
edificación con tierra en las distintas etapas diferenciadas, dibujando un marco constructivo general, con especial énfasis
en las evidencias de edificación con tierra y en el que poder
situar las aportaciones de los diferentes estudios de materiales, para que así puedan entenderse en su contexto. A su vez,
[page-n-22]
en la discusión se relacionan las aportaciones de los diferentes
estudios con las formas de construir planteadas en cada marco
temporal amplio. De este modo, se parte de un enfoque general,
para exponer y valorar lo particular y, a continuación, ponerlo
en relación de nuevo con aspectos arquitectónicos desarrollados por los grupos humanos de la Prehistoria reciente en el
conjunto del panorama peninsular.
Destacamos que éste es un estudio más cualitativo que
cuantitativo, con lo que ello supone de selección de lo que
se ha considerado informativo y relevante en relación con los
objetivos de conocimiento de la investigación. Asimismo, se
ha otorgado una gran importancia a la documentación e información visual, con el objetivo de mostrar esta dimensión
de los materiales, las técnicas y las evidencias arqueológicas
de diferentes prácticas económicas y sociales asociadas a los
procesos constructivos.
Los estudios de materiales concebidos como casos de
estudio1 se presentan en un apartado específico. No obstante, en
determinadas ocasiones se muestran también restos constructivos que hemos tenido la ocasión de analizar a nivel macroscópico integrados en el discurso general de los capítulos correspondientes, al abordar el enclave del que proceden, sin presentarse
como casos de estudio diferenciados por la menor entidad de
la muestra y de la información proporcionada. Asimismo, en el
trabajo se utilizan de forma puntual, para ejemplificar distintas
cuestiones, restos de barro procedentes de otros yacimientos2 no
desarrollados en el texto.
Las fuentes materiales que integran los casos de estudio
(tabla 2.1) proceden de actuaciones arqueológicas de distinta naturaleza, llevadas a cabo desde los inicios de la década de
1980 hasta la actualidad, en el marco, tanto de proyectos de investigación, como de excavaciones de urgencia. Los yacimientos
abordados también son de distinto tipo, desde los formados por
estructuras negativas, fosos y fosas, de las cronologías más antiguas, hasta los asentamientos que presentan restos de estructuras
de hábitat in situ, que son la mayor parte, a partir del III milenio
BC. Éstos cuentan con construcciones de planta circular en unos
momentos, cuadrangulares y alargadas en otros, y están ubicados
en altura, sobre cerros, encumbrados sobre cauces o fueron edificados sobre un terreno en ladera. El número de piezas estudiadas
de cada conjunto es desigual, como también lo son la relevancia y
la novedad de los hallazgos en cada uno de ellos.
1
En el anexo I de nuestra tesis doctoral (Pastor, 2019) se presenta el
catálogo de los restos materiales abordados en los casos de estudio,
organizados por yacimientos, donde se reflejan los datos extraídos
y las observaciones realizadas durante los estudios macroscópicos.
Conformado a partir de la base de datos utilizada, esperamos que
pueda ser útil en la continuación de las investigaciones acerca de la
construcción con tierra y la arquitectura prehistórica. A este catálogo corresponden las siglas que acompañan a los materiales estudiados en este trabajo.
2
Es el caso de algunos restos procedentes de La Macolla (Villena,
Alicante), que pudimos documentar de manera puntual en el Museo
Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena, así como
de algunas piezas de El Molón (Camporrobles, Valencia). Agradecemos a Alberto J. Lorrio Alvarado y a Mª Dolores Sánchez de Prado el habernos facilitado el acceso a los materiales para su estudio,
así como la información contextual proporcionada.
Tabla 2.2. Tabla-resumen de las muestras estudiadas mediante un
programa de análisis microscópicos.
Yacimiento
Nº muestras Referencias
Técnicas
aplicadas
La Torreta-El
Monastil
2
TM 4746
TM 4792
Micro FRX
Vilches IV
2
VL 1406/814-2 Micro FRX
VL 1203/10111
Les Moreres
5
MO 395
MO 630
MO 671
MO 739
MO 852
Laderas del
Castillo
8
LC 11005/1
Micro FRX
LC 11000/549- Lámina
11
delgada
LC 11000/54914
LC 31025/20
LC 31509/1
LC 31531/1
LC 2
LC 134
Caramoro I
2
CMI B SUP 13 Micro FRX
CM I 2101/6
Lámina
delgada
Terlinques
3
TE 26
TE 34
TE 54
Micro FRX
Lámina
delgada
Peña Negra
9
PN 1
PN 85
PN 99
PN 100
PN 114
PN 144
PN 154
PN 162
PN 167
Micro FRX
Lámina
delgada
Micro FRX
Los estudios macroscópicos se han completado con un
programa de análisis de tipo microscópico a una serie de muestras (tabla 2.2), seleccionadas entre los elementos estudiados a
nivel macrovisual. Estos análisis han sido planificados de acuerdo con los objetivos de conocimiento de esta investigación y
realizados a determinados restos constructivos, así como a fragmentos de estructuras y elementos muebles.
Con ellos se pretende fundamentalmente conocer, confirmar
o profundizar en aspectos relacionados sobre todo con su composición o tratar de responder a preguntas surgidas durante su
estudio macrovisual. De este modo, buscamos poder contribuir
a cuestiones como las relacionadas con el aprovechamiento de
materias primas, con la realización de las mezclas, el añadido
de materiales y la preparación y aplicación de determinadas
sustancias, como los pigmentos utilizados en la decoración
de estructuras o elementos, el yeso o la cal. En este sentido,
para abordar el estudio arqueológico del uso de la cal en la
edificación prehistórica es necesario identificar con fiabilidad
su presencia en los restos constructivos, llevando a cabo análi9
[page-n-23]
sis que han de diferenciar entre los restos de carbonato cálcico
natural, un compuesto químico muy abundante en la naturaleza,
y la presencia de cal antrópica, un producto de origen pirotecnológico, como el yeso. Asimismo, estos análisis pueden aportar
información sobre el empleo diferencial de materias primas en
función de distintos factores o sobre la presencia de elementos que permitan observar procesos de fabricación o prácticas
constructivas como la reutilización.
Las técnicas instrumentales utilizadas se abordan en el
capítulo siguiente. El haber empleado unas mismas técnicas de análisis microvisual en las diferentes muestras posibilita que los resultados puedan ser comparables entre sí. Estas
comparaciones pueden realizarse en relación con restos de un
10
mismo conjunto, así como entre conjuntos, para establecer posibles nexos y también poder plantear distintas formas de empleo
de los materiales. Los resultados de los análisis se presentan
integrados en el texto de los diferentes estudios, allí donde se
hace referencia al elemento analizado y junto con los resultados
de la observación macrovisual.3
3
El anexo II de nuestra tesis doctoral (Pastor, 2019) contiene los
datos completos de los análisis microscópicos realizados mediante
microfluorescencia de rayos X a una muestra del total de los materiales estudiados de forma macrovisual.
[page-n-24]
3
Metodología
En este capítulo se desarrollan las diferentes cuestiones que
componen la metodología empleada en esta investigación a
la hora de emprender el estudio de fragmentos de barro endurecido, en el caso que nos ocupa, de cronología prehistórica. Se abordan cuatro aproximaciones principales: el estudio macroscópico, los análisis microscópicos, la observación
etnoarqueológica y la experimentación.
La base material fundamental de este trabajo es el análisis
macrovisual de una serie de conjuntos de restos de barro, procedentes de diferentes yacimientos arqueológicos de la Prehistoria reciente −ver fig. 2.1 y tabla 2.1−. Se presentan como casos de estudio un total de 13 yacimientos, sumando un total de
2161 piezas, documentadas de forma individualizada de acuerdo con la metodología de estudio macroscópico que se detalla
en el siguiente apartado.
No obstante, dado que el análisis macrovisual, a pesar de
proporcionar información de gran importancia, presenta también ciertas limitaciones, para la observación de determinados
rasgos y detalles presentes en los restos se ha empleado instrumental para la observación microscópica: un microscopio
digital −modelo Dino-Lite Universal− y una lupa binocular −
modelo Leica EZ4 HD−, que nos han permitido también tomar
macrofotografías1. Además, los estudios macroscópicos han
sido complementados con una serie de análisis microscópicos
mediante diferentes técnicas instrumentales, llevados a cabo
por parte de los Servicios Técnicos de la Universidad de Alicante. Determinadas cuestiones de la caracterización e investigación de materiales, entre los que se encuentran los restos
1
Instrumental utilizado en el laboratorio de Restauración del Museo
Arqueológico Provincial de Alicante, disponible en los laboratorios
del Departamento de Química Inorgánica de la Universidad de Alicante y propiedad del área de Prehistoria de esta misma institución.
constructivos de tierra, requieren este tipo de estudios y pueden
ser pasadas por alto si éstos no se aplican, sobre todo en lo referente al estudio de su composición.
La aproximación microvisual a estos materiales puede
realizarse mediante distintas técnicas, que aporten datos no sólo
sobre su composición, mineral u orgánica, sino también sobre
la procedencia de las materias primas utilizadas, las transformaciones que han experimentado, o sobre posibles diferencias
en el empleo de sedimentos en distintas partes de la construcción. En esta investigación, se han aplicado dos técnicas instrumentales diferentes: microfluorescencia de rayos X (µFRX) y
micromorfología de lámina delgada, siguiendo los criterios ya
descritos y siendo las técnicas explicadas en este capítulo.
Asimismo, el estudio arqueológico de la edificación en el
pasado puede beneficiarse de herramientas como la etnoarqueología y la arqueología experimental, algo que ya ha sido recogido y mostrado en otros trabajos (Bankoff y Winter, 1979; Kramer, 1982; Pétrequin, 1991; Belarte, 2002; Blum, 2003; Cavulli
y Gheorghiu, 2008: 38; entre otros). Ambos enfoques pueden
ser de gran utilidad para el estudio de los restos constructivos
de tierra, como los procedentes de contextos prehistóricos. El
recurso a edificaciones y elementos constructivos recientes o
actuales, que sean comparables a los no conservados en el registro arqueológico, o de los que sólo se conservan evidencias
parciales, contribuye a su mejor identificación.
En este sentido, la observación de edificaciones y prácticas
constructivas contemporáneas desde una perspectiva arqueológica, orientada a la investigación de las construcciones desarrolladas
durante la Prehistoria reciente, es una valiosa fuente de comparaciones y ejemplos de uso, posibilitando la formulación, evaluación
y comprobación de interpretaciones para las problemáticas suscitadas a partir de los materiales prehistóricos. Por otro lado, para
determinar el origen de determinadas improntas y características
concretas presentes en los restos constructivos, se han realizado
una serie de pruebas y comprobaciones experimentales.
11
[page-n-25]
Además de las cuatro aproximaciones mencionadas y que
se abordan a continuación, nuestra investigación ha empleado
también diversos materiales, estructuras y contextos arqueológicos, habiendo accedido a ellos de forma directa o a través de
recursos bibliográficos. Entre ellos, se encuentran trabajos que
han abordado el estudio macroscópico de restos constructivos
de barro, en los que también nos hemos apoyado para la identificación de las improntas (en especial, De Chazelles, 2005b;
2008; Knoll y Klamm, 2015). Respecto a la documentación
bibliográfica necesaria para desarrollar la investigación sobre
las evidencias de la construcción en el pasado, en este caso en
contextos prehistóricos, ha de destacarse la importancia de la
interrelación entre trabajos de naturaleza arqueológica e histórica y los de otros campos, como la arquitectura, la antropología
y la etnografía.
3.1. ANÁLISIS MACROSCÓPICO
3.1.1. Procedimiento seguido para el estudio
macroscópico
El análisis macrovisual llevado a cabo de los restos constructivos
de barro endurecido sigue una metodología de estudio que ya
hemos presentado previamente (Pastor, 2014; 2016; 2017b) y
que tiene como base la de otros trabajos de investigación desarrollados con anterioridad sobre este tipo de materiales (García
López y Lara Astiz, 1999; Gómez, 2006; 2008; García López,
2010; entre otros).
En primer lugar, los fragmentos han sido limpiados en
seco con una brocha de cerdas suaves. Una vez desprovistos
de la tierra adherida a ellos y del polvo que los pudiera cubrir,
han sido analizados mediante la observación directa, recogiendo la información referida a los aspectos contextual, morfológico, compositivo e interpretativo. Los datos referentes a la
caracterización de todas las piezas estudiadas han sido incluidos en una base de datos. Esta información ha sido insertada
y presentada con formato de ficha (fig. 3.1), junto con fotografías de cada fragmento −ver anexo I, Pastor, 2019−. Todos
los restos han sido documentados mediante fotografía y sólo
de forma puntual, cuando se ha considerado necesario, se ha
procedido al dibujo de determinados aspectos de la pieza. La
documentación fotográfica ha comprendido, por regla general,
al menos una fotografía de cada una de sus caras o superficies,
además de fotografiar todas aquellas características y detalles
considerados informativos y significativos.
A cada fragmento se le ha asignado un número de
identificación propio que, en los casos en que ha sido posible,
incluye información sobre su contexto, incluyendo la unidad estratigráfica a la que pertenece y, en su caso, el número de inventario asignado de forma previa a nuestro estudio. En otros casos, por necesidad o practicidad, se han numerado los diferentes
elementos de un conjunto nuevamente, de forma correlativa. En
ningún caso las piezas han sido sigladas, sino que se ha adjuntado su identificación mediante una duradera etiqueta de plástico,
incluida en su embolsado individual.
Tras registrar datos generales sobre su recuperación en
contexto arqueológico y los correspondientes a su grado de endurecimiento, forma aproximada del contorno, dimensiones y
coloraciones, se ha tratado de atribuir cada una de las piezas a
12
Figura 3.1. Modelo de ficha para la recogida de datos que muestra
los criterios empleados en esta investigación durante el análisis macroscópico de elementos de barro.
uno de los tres grupos básicos siguientes. Por un lado, los restos
propiamente constructivos, que habrían pertenecido a una parte
de una edificación o a determinado punto de ella. En segundo
lugar, las piezas que pertenecerían a una instalación o estructura inmueble, ubicada en el espacio interno o externo de una
edificación, destinada a una determinada actividad o a varias
de ellas, pudiendo éstas ser simultáneas o sucederse en el tiempo. Por último, los fragmentos que pertenecerían a elementos
muebles u objetos. En algunos casos, se han registrado algunos
restos bajo la categoría “otros”, como por ejemplo muestras de
tierra documentadas por presentar rasgos de interés que clarificaran los presentes en otras piezas o de fragmentos que, según
lo observado, no pertenecerían a las categorías anteriores. En
no pocas ocasiones ha tenido que optarse por señalar varias de
estas posibles categorías a la vez.
[page-n-26]
Figura 3.2. Huellas negativas presentes en el mortero de diferentes restos de barro endurecido, interpretadas como posiblemente pertenecientes a frutos. a. La Torreta-El Monastil (Elda, Alicante). TM 4718. b. Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante). LC 31001/1.
c. Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante). CP 1063/28-4.
Una vez atribuida la pieza a uno de estos grupos,
consideramos que la segunda clasificación más importante a
realizar durante el análisis de estos materiales es, por una parte, entre los rasgos observados que reflejan propiamente partes
integrantes de la edificación y, por otra, los relativos a la composición de las mezclas, compuestas fundamentalmente por
tierra o, en su caso, por otras materias primas, como el yeso,
natural o pirotecnológico.
Respecto a la primera cuestión, se aborda la identificación
de improntas, de morfología negativa o positiva, dejadas por
elementos que desempeñaran funciones constructivas −como
una caña, un elemento de madera, una cuerda o incluso de una
estera que hubiera sido utilizada como material constructivo−.
Se ha reservado un espacio para recoger datos relativos a estos
elementos, como el número en que aparecen o sus dimensiones.
En el mismo sentido apunta la determinación de si las superficies observadas se corresponden con fracturas que muestran
partes estructurales internas y que no serían visibles originalmente, o con superficies exteriores, a la vista, que hubieran sido
regularizadas, alisadas, revestidas o incluso decoradas. Con el
conjunto de rasgos observados, puede tratar de determinarse la
técnica constructiva empleada.
En cuanto al segundo aspecto a determinar, nos referimos
a la identificación de elementos, algunos ya desaparecidos, que
hubieran formado parte de los morteros constructivos (fig. 3.2),
bien porque estuvieran contenidos previamente en el sedimento utilizado, bien como inclusiones no intencionales durante
la mezcla o porque se trate de componentes añadidos a ella,
generalmente, a modo de estabilizantes −ver 4.1.2.
Asimismo, se han indicado los rasgos observables en las
piezas cuyo origen atribuimos a alteraciones, sobre todo de
tipo postdeposicional. Otro de los campos utilizados relaciona a nivel interno de esta investigación unas piezas con otras
por las similitudes que presentan, sean de su mismo conjunto, perteneciendo al mismo yacimiento, o de otros, y cuya
comparación facilita su interpretación. Por último, destacamos que en las fichas de registro y observación macroscópica se ha indicado también la aplicación de otras técnicas de
análisis a las piezas, como los estudios microscópicos, con el
fin de hacer visibles las distintas aproximaciones de análisis
e interconectarlas lo más posible.
3.1.2. Aspectos relacionados con la observación
macroscópica
A continuación, exponemos algunos aspectos comunes a la
mayor parte de los restos de barro endurecido, por lo que
se pueden considerar transversales a los diferentes estudios de tipo macrovisual que se realicen sobre este tipo de
materialidad arqueológica.
Consistencia
Lo que denominamos consistencia o grado de endurecimiento de
los fragmentos de barro es posiblemente la característica más
determinante a la hora de posibilitar el estudio de este tipo de
restos. Desde hace décadas, la investigación centrada en el estudio de la construcción con tierra desde la arqueología ha resaltado que la conservación de estas evidencias es posible sobre todo
debido al contacto entre la estructura o el elemento de barro
y una fuente de calor (Bankoff y Winter, 1979; Miret, 1992;
Belarte, 2002; Sherard, 2009; García López, 2010: 99; Knoll y
Klamm, 2015; entre otros). La tierra utilizada para la construcción contiene arcilla que, al contacto con altas temperaturas, se
endurece (Rye, 1981: 29). Además, la deposición de los restos
de barro en estructuras negativas o su rápida introducción en una
matriz sedimentaria también favorecen su conservación (Miret,
2005: 319; Knoll, 2016: 15; entre otros). En cualquier caso, para
que se preserven las piezas de barro no cocido intencionalmente
son necesarios contextos arqueológicos con suficiente sequedad (Rye, 1981: 10). Por ello, en otras regiones, como en las
zonas atlánticas europeas, el hallazgo de restos constructivos
de barro en los yacimientos arqueológicos sería menos común
que en, por ejemplo, la península ibérica, debido en parte a las
diferentes características geoclimáticas.
En la mayoría de los casos, se considera que la causa
fundamental del contacto entre una estructura o parte estructural
de barro y las altas temperaturas habría sido un incendio, aunque
también se ha planteado la posibilidad de que el barro pudiera ser
endurecido al fuego como parte del proceso constructivo (Miret,
1992: 69; Shaffer, 1993: 62; Fabián, 2003: 14). La investigación
experimental sobre los procesos de incendio en contextos prehistóricos puede arrojar luz sobre la relación entre el fuego y la conservación de restos constructivos de barro. Un incendio experimental
13
[page-n-27]
Figura 3.3. Fragmentos de barro que
presentan un grado muy elevado de
endurecimiento y aspecto cristalino.
a. Detalle de una pieza con improntas
vegetales, una de ellas de carrizo,
procedente de Cabezo del Polovar
(Villena, Alicante). PO 3007/27-16.
b. Perfil de un resto con improntas
vegetales recuperado en Vilches IV
(Hellín, Albacete). VL 1406/814-19.
(Bankoff y Winter, 1979) de una estructura de bajareque y cubierta
vegetal dio como resultado que la cubierta fue prácticamente la
única parte de la vivienda que quedó realmente afectada por el
fuego. Los alzados de bajareque seguían en pie y escasamente alterados, con excepción de algunos de los postes y de los maderos
horizontales de la parte más alta de los muros. Los restos de barro
endurecido generados en esta experimentación provenían, en su
mayor parte, de la techumbre y, en menor medida, de la parte alta
de los alzados y del contorno de los postes verticales calcinados
(Bankoff y Winter, 1979: 13). Por norma general, las estructuras
incendiadas se encuentran más afectadas por el fuego en la parte
superior que en la inferior (Rasmussen, 2007: 96), debido al contacto y la proximidad de estas superficies de la edificación con los
materiales vegetales de la techumbre, más fácilmente inflamables
(Kruger, 2015: 894).
En el ámbito de la península ibérica, puede considerarse
que los episodios de incendio que afectaron a buena parte de
las edificaciones prehistóricas son concebidos, de manera mayoritaria, como accidentales. No obstante, la consideración de
una intencionalidad en los incendios identificados en cronologías prehistóricas sería mayor fuera del ámbito peninsular, que
suelen focalizarse en los momentos de abandono de las estructuras, más allá de otras circunstancias que supongan el fin del
uso de las mismas. La cuestión de los incendios intencionales de
construcciones prehistóricas relacionados con su abandono fue
planteada hace ya décadas, ante la observación de una ausencia
sustancial de materiales en el interior de estructuras incendiadas
de la Edad del Hierro del norte de Europa (Coles, 1979: 154).
Desde entonces, la cuestión de los incendios interpretados no
sólo como provocados de forma intencional, sino también como
simbólicos o rituales, ha sido planteada en numerosos asentamientos prehistóricos en distintas regiones, sobre todo del ámbito europeo (Tringham, 1990; 1994; Schaffer, 1993; Stevanović,
1997; Chapman, 1999; Cessford y Near, 2005; Cavulli y
Gheorghiu, 2008; Twiss et alii, 2008; entre otros).
Algunos estudios basados en incendios experimentales han
apuntado que la conservación en el registro arqueológico de
considerables cantidades de fragmentos constructivos de barro endurecido habría requerido fuegos de considerable inten14
sidad y duración (Shaffer, 1993: 61-62). De este modo, en el
asentamiento neolítico de Piana di Curinga (Calabria, Italia), se
planteó, a partir de un estudio de estos elementos constructivos
endurecidos por el fuego realizado mediante arqueomagnetismo, que el incendio que habría destruido sus estructuras habría
sido intencionado (Shaffer, 1993). Sin embargo, también ha sido
apuntado que los incendios de gran intensidad no sólo se producen de forma intencional, sino que también pueden generarse
favorecidos por condiciones atmosféricas de gran sequedad o
con mucho viento (Kruger, 2015: 888).
La relación entre el endurecimiento de los restos de barro y
la exposición a altas temperaturas es una cuestión fundamental
y no sólo en cuanto que posibilita la conservación de estos materiales y su estudio. El fuego puede afectarlos de distintas maneras, que todavía habrían de ser determinadas en mayor medida
por la investigación. En cualquier caso, se ha apuntado que la
temperatura a partir de la cual los restos de barro se endurecen y
conservan estaría en torno a los 350-450°C (Berna et alii, 2007:
360; Knoll y Klamm, 2015: 80), pudiendo llegar a ser muy elevado el grado de endurecimiento de los materiales (fig. 3.3).
De hecho, a temperaturas mayores de 700-800°C, los materiales
arcillosos comenzarían a vitrificarse, mediante la formación de
cristales en las partículas de arcilla (Courty et alii, 1989: 109;
Stevanović, 1997: 366; Berna et alii, 2007: 360).
Forma y dimensiones
El tamaño y la forma aproximada del contorno que presentan los
restos constructivos de tierra pueden relacionarse con las condiciones y el grado de fragmentación de las estructuras a las que
pertenecieron. Las circunstancias en las que los restos han estado
depositados −si quedaron enterrados de forma rápida o, en cambio, permanecieron en la superficie−, pueden asociarse en algunos
casos con contornos angulosos o, por el contrario, erosionados y
redondeados. La ruptura de los fragmentos constructivos recuperados en contextos primarios se habría producido, en la mayoría
de los casos, al desprenderse de su posición original y caer al
suelo (Kruger, 2015: 894) aunque, con posterioridad, estos restos
pueden ser afectados por otros procesos postdeposicionales. Así,
[page-n-28]
Figura 3.4. Restos constructivos con improntas que evidencian el uso combinado de distintos elementos vegetales. a. Vilches IV. VL
1406/814 6. b. Les Moreres. MO 229.
las piezas que no estuvieran sepultadas, sobre todo las de menor
dureza, pueden sufrir posteriores y sucesivas rupturas en los contextos de abandono que, de igual modo, pueden producirse de
nuevo a partir del momento de su extracción y recuperación de
una matriz de sedimento en una excavación arqueológica.
En algunos casos, existe una relación entre un tamaño
mayor de los fragmentos y un mayor potencial informativo
(Jongsma, 1997: 127), aunque éste no sea siempre el caso. Del
mismo modo que un bloque de barro de importantes dimensiones puede presentar una morfología indeterminada, que haga
muy difícil su atribución a una parte concreta de la estructura o al resultado del empleo de una determinada técnica, una
pieza pequeña puede contener, incluso en pocos milímetros,
rasgos que informen sobre aspectos diversos de las formas
constructivas o de los procesos de edificación.
fig. 11). Por otro lado, en torno a los 500°C, las partículas
de hierro que están presentes en la mezcla de barro utilizada
como material constructivo comenzarán a oxidarse y a tomar
una coloración rojiza o anaranjada (Stevanović, 1997: 366;
Kruger, 2015: 887). Las coloraciones rojo oscuro se relacionan
con la combustión en condiciones oxidantes a partir de 800°C
(Forget et alii, 2015, figs. 9-10). No obstante, los tonos negruzcos también pueden deberse al contacto superficial con materia
orgánica carbonizada, sin que se haya producido este cambio
de coloración en la propia pieza.
Coloraciones
En las coloraciones que presentan los restos de barro
endurecido influyen diversos factores, como los diferentes tipos de tierra empleada como materia prima (Volhard, 2010:
88), otras sustancias presentes en el mortero, como los estabilizantes (Love, 2017: 355), diferentes procesos postdeposicionales (Gómez, 2011: 231) y, sobre todo, la acción del fuego
(Gómez, 2006: 274).
Los tonos negruzcos o ennegrecidos (fig. 3.4a), así como
los rojizos, se relacionan normalmente con que el material
haya sufrido procesos de combustión, en atmósferas reductoras
u oxidantes (Courty et alii, 1989: 120), teniendo en cuenta las
reacciones que se producen entre los minerales que constituyen
los principales componentes de las arcillas: hierro, calcio y sílice (Gómez, 2011: 231). Por un lado, las coloraciones ennegrecidas se relacionan con unas condiciones de combustión reductoras, a temperaturas menores de 600°C y con una exposición
al fuego no muy prolongada, puesto que, con ésta, el interior
ennegrecido desaparece y se adoptan coloraciones marrones.
En menos de media hora y a tan solo 600°C, esta transformación ya puede hacerse efectiva (Forget et alii, 2015: 86-91,
Figura 3.5. Improntas constructivas dejadas por un elemento de madera trabajada. a. La Torreta-El Monastil. TM 4694. b. Vilches IV.
VL 1406/814-24. c. Les Moreres. MO 703. d. Laderas del Castillo.
LC 31018-4.
15
[page-n-29]
Figura 3.6. Detalle de las capas de
barro visibles en piezas interpretadas
como restos de pavimentos. a. Peñón
de la Zorra. PZ 7. b. Cabezo del
Polovar. PO 3005/1-1.
Identificación de improntas constructivas
Figura 3.7. a. Resto de barro con improntas vegetales, procedente
del enclave del Neolítico final-Calcolítico de La Macolla (Villena, Alicante). b. Fragmento con improntas de carácter claramente
constructivo, pertenecientes a elementos de madera, de sección circular y también angular, recuperado en Les Moreres (Crevillente,
Alicante). MO 14.
Figura 3.8. Improntas de piedras presentes en fragmentos constructivos. a. Elemento de barro en el que se preserva una piedra, procedente de Cabezo del Polovar. b. Impronta negativa de la misma.
PO 3008/25-2. c. Restos con improntas de piedras de Les Moreres.
MO 774. d. MO 925.
16
Puede decirse que el elemento central del análisis macroscópico
de restos constructivos de barro endurecido es la presencia de improntas de elementos que formaban parte de la edificación, pero
que no se han preservado. En muchas ocasiones, esto se debe a su
naturaleza orgánica, que facilita su descomposición, como ocurre
con una estructura de madera (fig. 3.5, fig. 3.7b), con la materia
vegetal de menor talla empleada en distintas partes del edificio
(fig. 3.4), o con las ataduras realizadas con materiales de origen
vegetal o animal, necesarias para fijar partes y componentes de la
construcción entre sí. El estudio de las improntas puede permitir
la identificación de las especies vegetales utilizadas, como abordan entre sus objetivos diferentes trabajos (por ejemplo, Daneels
y Guerrero, 2011: 15). En otras, los elementos constructivos a los
que corresponden las improntas habrían sido de naturaleza inorgánica y no perecedera, como en restos de mortero de barro utilizado como unión entre piedras en una estructura de mampostería
y con improntas de éstas, siendo la conexión entre ambas partes
estructurales lo que ya no se conserva en este caso.
Con frecuencia, es difícil interpretar a qué parte de una
estructura pertenecieron los fragmentos con improntas constructivas, como ya ha sido resaltado (Belarte, 2002: 42, 48; Gómez,
2008). Fundamentalmente, pudieron pertenecer a alzados o cubiertas, pero también a otras partes estructurales, como a pavimentaciones (fig. 3.6) y a instalaciones inmuebles, a modo de
bancos o estantes −ver fig. 4.17−. Las improntas indicativas de
paneles de cañas o de ramas, o de una estructura de piedras unidas
por mortero, pueden haber sido parte de estas estructuras no portables de equipamiento doméstico, que se construyen con los mismos materiales y técnicas que, por ejemplo, los alzados. De este
modo, es necesario considerar que entre los fragmentos a los que
atribuimos una interpretación más probable como posibles restos
de alzados o techumbres pueden encontrarse también partes de
mobiliario doméstico o de otras estructuras o elementos.
Asimismo, en ocasiones la presencia de la impronta de una
superficie de vegetales de considerable longitud se relaciona con
las techumbres, como se ha propuesto, por ejemplo, entre los materiales constructivos de barro neolíticos recuperados en la mina
84 de Gavà (Barcelona) (García López, 2010: 99-100, figs. 1-3).
En relación con esta aplicación del barro empleamos en ocasiones
el término “manteado”, aunque el concepto de manteado presenta
una estrecha relación con el de bajareque −ver 4.2.1.
Por último, un mismo fragmento puede presentar improntas y rasgos de diferente tipo en cada una de sus caras y que
podrían asociarse perfectamente a técnicas constructivas dife-
[page-n-30]
Figura 3.9. a. Cara externa de un
resto constructivo, con huellas de
alisado generadas por los dedos de la
mano, procedente de Cabezo Pardo.
CP 1063/28-29. b. Mismo tipo de
huellas de alisado manual, visibles
en el alzado de una edificación
contemporánea en Aspe (Alicante).
rentes. El barro aplicado en una construcción de bajareque o de
mampostería puede también modelarse para conformar determinadas partes. Las unidades amasadas y modeladas con frecuencia en forma de bolas o bloques pueden aplicarse sobre cañas o
elementos de madera, que dejarán su impronta en ellas, improntas típicas de la técnica del bajareque. A ello se une que el barro
aplicado sobre estructuras vegetales o de madera, el utilizado
para modelar estructuras u objetos o para unir mampuestos ha
podido ser amasado y estabilizado de formas muy similares.
Así, las clasificaciones claras son difíciles de establecer en
lo referente a estos materiales, sobre todo por la frecuente fragmentación y escasez de las evidencias, estudiadas fuera de su
contexto real. Es necesario tener presente que, en su mayoría,
estos restos se habrían generado en un panorama de elaboración
complejo, donde las posibilidades de aplicación son múltiples
y que las técnicas aplicadas no han de reproducir un modelo
estático, sino que suelen ser variables y además estar interconectadas. En algunos casos, se puede suponer y proponer la
asociación de un fragmento con una técnica o una determinada interpretación gracias a su comparación con otros restos del
mismo o de otro conjunto. Así, somos conscientes de que las
clasificaciones por las que nos hemos inclinado en el desarrollo de esta investigación son en ocasiones imperfectas y, a veces, arriesgadas, habiendo tratado de escoger los términos más
representativos entre los existentes.
Observación macrovisual de componentes
del mortero de barro
El análisis macroscópico de restos de barro endurecido permite
observar diferentes rasgos no estructurales que proporcionan también importante información constructiva. Son los
componentes que estuvieron presentes en la mezcla de barro,
sean orgánicos o inorgánicos, naturales o antrópicos. Pueden
haberse preservado en su forma original, tratarse de restos carbonizados de los mismos o, en cambio, de evidencias de ellos en
forma de huellas, generalmente en negativo (fig. 3.7a, fig. 3.8),
pero que también podrían ser de morfología positiva.
Como se ha mencionado con anterioridad, estos componentes
pudieron haberse incluido en el barro de forma accidental, haber estado presentes previamente en la tierra utilizada para
construir o haberse añadido intencionalmente, como materias
Figura 3.10. Alteraciones en las superficies de restos constructivos
de barro derivadas de procesos postdeposicionales. a y d. Líquenes. MO 1093 y MO 1094. b. Raíces. MO 414. c. Formaciones
cristalinas. LC 31025/5.
estabilizantes. Es significativo el caso de las piedras, donde es
importante establecer una diferenciación entre las inclusiones,
piedras que habrían estado contenidas o adheridas al mortero,
junto con las huellas dejadas por ellas, y entre las improntas
de piedras que habrían tenido una función constructiva, como
las dispuestas en alzados de mampostería, en las cubiertas o
formando parte de estructuras de actividad.
Superficies y su tratamiento
En los restos constructivos también pueden observarse
superficies externas, que hubieran sido visibles en la estructura original, pudiendo haber sido regularizadas, alisadas (fig.
3.9a), enfoscadas, enlucidas e incluso decoradas, por ejemplo,
con motivos pintados. Generalmente, los fragmentos alisados y
enlucidos pueden asociarse con las superficies de alzados (fig.
3.9b), teniendo en cuenta, no obstante, que esto no ha de ser
necesariamente así. También pueden corresponderse con superficies de instalaciones o mobiliario doméstico, como bancos, y
el empleo del barro en las cubiertas también puede suponer el
alisado de la superficie.
17
[page-n-31]
Alteraciones y procesos postdeposicionales
En ocasiones, algunos rasgos que se observan en los restos de
barro endurecido no se relacionan con las actividades constructivas, sino con procesos de deterioro, generalmente alteraciones
de tipo postdeposicional (fig. 3.10). Entre ellos, uno de los que
hemos documentado con mayor frecuencia es la presencia de
raíces, introducidas en la matriz del material, así como en los
espacios que constituyen las huellas e improntas negativas. Asimismo, también es frecuente la erosión de las superficies o la
presencia de concreciones calcáreas.
Algunas alteraciones de tipo postdeposicional son de
origen antrópico, como las marcas que pueden producirse durante los procesos de excavación (fig. 3.11a). En estos contextos, los elementos constructivos pueden sufrir sobre todo nuevas
fragmentaciones, durante su excavación, manipulación y transporte. A ello se suman las alteraciones derivadas del contacto
con la pieza de determinados materiales durante su almacenaje,
como las etiquetas de papel (fig. 3.11b) o el papel de aluminio,
cuyos restos pueden adherirse a ellas con el paso del tiempo.
Figura 3.11. Ejemplos de alteraciones de origen antrópico en restos
constructivos. a. Huella dejada por un paletín en un resto de barro
de Los Limoneros II (Elche, Alicante). LIM II 1002/7-1. b. Restos de etiquetado de papel adheridos a una pieza de Les Moreres.
MO 788.
3.2. ANÁLISIS MICROSCÓPICO
Como ya ha sido adelantado, en esta investigación se han aplicado
dos técnicas instrumentales: microfluorescencia de rayos X
(µFRX) y micromorfología de lámina delgada, que se detallan
a continuación. En la elección de dichas técnicas hemos contado con asesoramiento por parte de personal del Departamento de
Química Inorgánica y del Instituto Universitario de Materiales
(IUMA) de la Universidad de Alicante,2 así como de los Servicios
Técnicos de la Universidad de Alicante, en cuyos equipos se han
desarrollado los análisis. Las muestras analizadas proceden de 7
yacimientos −ver fig. 2.3−, con una cronología que abarca desde
el Calcolítico hasta la primera Edad del Hierro.
La determinación de la composición de los restos
muestreados se ha realizado fundamentalmente mediante microfluorescencia de rayos X (µFRX). Esta técnica instrumental
se ha aplicado a 31 muestras, posibilitando así que los resultados obtenidos −ver anexo II, Pastor, 2019− sean comparables
entre sí. En cambio, la realización de láminas delgadas se ha
planteado y desarrollado en casos concretos, a 6 muestras, con
la intención de analizar la disposición y caracterización de capas
de revestimiento (fig. 3.12), o de estudiar y comparar la estructura interna de determinadas piezas.
Figura 3.12. Fragmentos constructivos de barro con capas externas
alisadas y revestidas. a. Resto procedente de Peña Negra (Crevillente, Alicante). PN 220. b. Fragmento de cronología protohistórica de El Molón (Camporrobles, Valencia).
La microfluorescencia de rayos X (µFRX) es una técnica
instrumental destinada a determinar la composición de un
elemento mediante la focalización de un haz de rayos en
puntos concretos del material a analizar, lo que la diferencia
de la fluorescencia de rayos X. Debido al uso de este haz,
el área de análisis es limitada, con un diámetro máximo de
40 micras,3 por lo que los resultados indican la composición
de un punto muy concreto del material, pudiendo ser ésta
considerablemente diferente en un punto contiguo. Al mismo
tiempo, en el caso de querer determinar la composición de sustancias dispuestas en superficies muy pequeñas, es necesario
tener en cuenta que el haz puede abarcar una superficie mayor
a la de cuya composición se quiere determinar, por lo que los
resultados obtenidos procederán del conjunto del área abarcada por éste. Al no requerirse una preparación destructiva de
la muestra, pueden analizarse piezas con alto valor, en su estado sólido, también con contornos irregulares, sin necesidad
de fragmentarlas o pulverizarlas. Basta con depositar la pieza
en el interior del equipo y fijarla a un soporte. El tamaño de la
muestra sólo está limitado por su adecuación a este espacio.
2
3
3.2.1. Microfluorescencia de rayos x
18
Agradecemos especialmente a Isidro Martínez Mira su generosa
atención y disponibilidad durante la planificación y realización de
los análisis y la ayuda proporcionada en la interpretación de los
resultados.
Información proporcionada por los Servicios Técnicos de la
Universidad de Alicante. https://sstti.ua.es/es/instrumentacioncientifica/unidad-de-rayos-x/micro-fluorescencia-de-rayos-x.html
[page-n-32]
Figura 3.13. a. Huecos rectilíneos y
paralelos debidos a la presencia en el
mortero de tierra de materia vegetal
desaparecida. b. Fitolitos de gramíneas
en el interior de un hueco de este tipo
(identificados con ayuda de Marta Portillo
Ramírez). Microfotografías tomadas
por la autora de láminas delgadas sobre
muestras de adobes y morteros del
yacimiento neolítico de Çatalhöyük
(Konya, Turquía) (estudiados por cortesía
de Wendy Matthews).
3.2.2. Micromorfología de lámina delgada
Entre las principales técnicas de análisis microvisual se
encuentra la micromorfología de lámina delgada. Ésta se basa
en la observación, mediante un microscopio óptico petrográfico, de muestras situadas en el interior de un delgado soporte
transparente. Permite analizar diferentes unidades en su posición original y, por lo tanto, también las relaciones entre ellas
(Matthews, 1995: 46). Los análisis micromorfológicos de láminas delgadas pueden aplicarse a materiales constructivos de
tierra para investigar el origen de los sedimentos escogidos
como materia prima para edificar, determinar sus componentes, cómo se aplicaron y cómo han sido transformados o alterados durante el uso de las estructuras y desde su abandono e
incorporación al registro arqueológico.
Análisis de la composición
El estudio micromorfológico de láminas delgadas posibilita
profundizar en el conocimiento de la composición de los morteros constructivos. Permite identificar y caracterizar variados
componentes, sean de origen natural o antrópico y cuya presencia se deba a una inclusión accidental y aislada, a que formaran
parte de los sedimentos utilizados para construir o a que hayan
sido añadidos intencionalmente. De este modo, el análisis de
la composición hace posible obtener información sobre actividades implicadas en los procesos constructivos, sobre la obtención, selección y preparación de materias primas utilizadas
para edificar.
La observación microscópica de restos de materiales
constructivos de tierra aporta una evaluación más precisa de su
granulometría. El análisis macroscópico puede proporcionar
una estimación del tamaño de las partículas de tierra que forman la mezcla empleada para construir: si es más o menos fina
y homogénea, o si abundan las partículas de distintos tamaños
y fracción gruesa. No obstante, un estudio granulométrico requiere un análisis microscópico. Determinar el tamaño de las
partículas de los morteros es importante para poder plantear
si pudo darse una selección intencional de la granulometría,
con el añadido de partículas como parte de los procesos de
estabilización −lo que se conoce como estabilización homogénea, mediante la adición de otros componentes también de
naturaleza mineral (Guerrero, 2007: 188).
La micromorfología hace posible observar no sólo el
tamaño, sino también la forma de las partículas, lo que puede
ofrecer una aproximación al origen del sedimento utilizado, por
ejemplo, en el caso de las formas redondeadas, de tipo canto
rodado y el origen fluvial de ese sedimento. Por el contrario,
las formas angulosas pueden ser resultado de materiales obtenidos mediante actividades de extracción o cantería (Villaseñor,
2010: 75). Otros componentes presentes en las mezclas también
pueden contribuir a determinar su procedencia. Es el caso de
la existencia de moluscos debidos al empleo de sedimentos de
origen lacustre o fluvial, como pudo identificarse en el caso del
estudio de materiales constructivos del yacimiento argárico de
Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii, 2014: 372). Mediante micromorfología de lámina delgada, también puede analizarse si la
distribución de las partículas de la tierra es homogénea o heterogénea, indicador de que haya sido mezclada en mayor o menor
medida (Cammas, 2003).
Los análisis micromorfológicos permiten profundizar en la
identificación y el estudio de las materias estabilizantes, como
las de tipo vegetal. Su empleo puede observarse a nivel macroscópico, pero no en todos los casos, por ejemplo, si el fragmento presenta una pátina postdeposicional en su superficie
que impida observarlo con claridad. A través del microscopio
en una lámina delgada, estos elementos se distinguen a partir
de huecos rectilíneos, que se han formado en el mortero como
resultado de la presencia de estos elementos ya desaparecidos
(Courty et alii, 1989: 119; Matthews, 1995: 51; Wattez, 2003:
26; Mateu, 2015; entre otros) (fig. 3.13a). Como es bien conocido, la materia orgánica sólo se conserva en condiciones de
extrema humedad o sequedad, o carbonizada si sufrió procesos
de combustión a bajas temperaturas, menores a 400-500 °C.
Sin embargo, otros restos de vegetales pueden ser reconocidos en contextos sometidos al fuego a temperaturas mayores,
a través del estudio micromorfológico, por ejemplo, de cenizas (Matthews, 2016: 6). En el interior de estos huecos pueden encontrarse fitolitos, cuerpos de sílice microscópicos que
se forman en los tejidos de muchos vegetales (Weiner, 2010:
16; Portillo et alii, 2017) (fig. 3.13b) y que posibilitan una
aproximación al tipo de plantas que fueron añadidas.
Mediante la micromorfología de lámina delgada también
puede abordarse el empleo de excrementos de animales como
estabilizantes. La micromorfología permite identificar la posible
presencia de estiércol de determinados herbívoros a partir del
hallazgo de esferulitos, cuerpos de carbonato cálcico formados
en el interior de los animales durante la digestión (Weiner, 2010:
44; Portillo et alii, 2017), en materiales en los que este residuo
no se aprecie con la observación directa. Estos residuos también
pueden haber pasado a formar parte de los sedimentos analizados mediante otros procesos. En este sentido, el hallazgo de
ciertos componentes puede sugerir la reutilización de sedimentos
19
[page-n-33]
de origen natural (Goren y Goldberg, 1991: 132; Brysbaert, 2007:
35). Otros rasgos distintivos de los materiales con contenido en cal,
observables en lámina delgada, serían microporosidades derivadas
de la deshidratación de la piedra durante su producción o una mayor birrefringencia bajo luz cruzada (Courty et alii, 1989; Karkanas,
2007: 790; Matthews et alii, 2013: 125).
Identificación de procesos de manufactura y puesta en obra
Figura 3.14. Materiales que pueden formar parte de los morteros
constructivos, vistos a nivel macroscópico (izqda.) y microscópico,
en una lámina delgada (dcha.): a y b. Madera carbonizada. c y d.
Hueso quemado. e y f. Malacofauna. g y h. Cerámica. Fotografías
de materiales constructivos de barro de Caramoro I (a y c) y Les
Moreres (e y g). Microfotografías (b, d y f), tomadas por la autora,
de láminas delgadas sobre muestras de adobes y morteros de Çatalhöyük (cortesía de Wendy Matthews). h. Fragmentos de cerámica
vistos en lámina delgada (Shahack-Gross, 2011: 211, fig. 7b).
que procedan de la limpieza de espacios de hábitat o de hogares,
aunque, según el caso, también podría tratarse de inclusiones accidentales. Entre los materiales que pueden estar presentes en los
morteros y derivarse de otras actividades humanas, de producción o consumo, se encuentran los restos líticos, vegetales carbonizados, huesos, malacofauna o cerámica (fig. 3.14), e incluso
materiales constructivos de tierra reutilizados. Estos elementos
han sido documentados en diferentes casos de estudio de esta
investigación, como en los asentamientos de Laderas del Castillo o Caramoro I. La presencia de determinados materiales en la
composición del mortero puede indicar el empleo de sedimentos
de desecho, como también relacionarse con el lugar en el que se
realizó la mezcla (Volhard, 2010: 95).
Por último, esta técnica puede aportar información que ayude a
determinar el empleo de la cal antropogénica, ya que, por ejemplo,
los cristales del carbonato cálcico formado tras la combustión de la
piedra caliza serían de menor tamaño y diferente morfología que los
20
Dejando a un lado el estudio de la composición, la micromorfología permite observar indicadores de determinados procedimientos tecnológicos relacionados con la propia ejecución de
los materiales constructivos y de las estructuras. Por un lado, es
posible estimar el grado de humedad del mortero de barro en el
momento de su empleo. A través de micromorfología de lámina
delgada pueden observarse vacuolas o huecos de sección circular en el mortero que se deben a burbujas de aire atrapado durante la mezcla y que se formaron durante la aplicación del barro en
estado húmedo. Esto ha sido planteado, tanto en la construcción
de alzados de tierra maciza mediante la técnica del amasado
(Wattez, 2003: 26, fig. 11), como en lo relativo a la fabricación
de adobes (Matthews, 1995: 53; Cammas, 2003: 36, 39).
Por otra parte, la presencia en los fragmentos constructivos
de abundantes fisuras, paralelas a la superficie que estuvo en
contacto con los elementos de una estructura vegetal o de madera, sería el resultado de la aplicación del barro de una determinada manera, en estado húmedo y de su posterior contracción
tras el secado (Cammas, 2003: 40-41, fig. 8; Wattez, 2003: 28).
La dirección en la que fue aplicada la tierra puede observarse en
una lámina delgada en la orientación de las partículas y de los
huecos o porosidades que se generan en este proceso (Mateu,
2015: 253). Además, los análisis micromorfológicos de láminas
delgadas hacen posible distinguir de forma precisa las distintas capas de revestimiento que pueden estar presentes en los
materiales constructivos y caracterizar su composición.
3.3. OBSERVACIÓN ETNOARQUEOLÓGICA
La etnoarqueología busca aproximarse a sociedades
preindustriales vivas para obtener un conocimiento que facilite las interpretaciones arqueológicas a partir de la comparación
(González Ruibal, 2003a). Se centra en los elementos que forman la cultura material, pero que han podido dejar escasa huella en el registro arqueológico. Puede considerarse, junto con la
arqueología experimental, entre las técnicas destinadas a tratar
de facilitar la formulación y evaluación de las inferencias acerca
de la realidad pasada (Gándara, 1990: 46). En este sentido, es de
gran utilidad para el estudio de las construcciones prehistóricas.
Esta herramienta puede ofrecer paralelos útiles y ser una fuente
de hipótesis a la hora de formular y validar interpretaciones.
Además de ofrecer analogías, la etnoarqueología proporciona
límites a las hipótesis formuladas, ya que las evalúa al situarlas
en condiciones “reales” (Gould, 1989: 8, 13).
Durante décadas, buena parte de los estudios realizados desde
la etnoarqueología se han centrado en la investigación de cuestiones
económicas y en la reconstrucción de procesos tecnológicos, como
en la producción de cerámica o la fabricación de herramientas líticas. Este tipo de trabajos han sido de gran utilidad para interpretar
el funcionamiento de determinados artefactos e investigar cómo
[page-n-34]
pudieron ser sus procesos de producción. De la misma manera,
entendemos que la etnoarqueología puede aplicarse al estudio de
las actividades y formas constructivas en el pasado (Pastor, 2017a).
Los estudios etnoarqueológicos realizados acerca de la
construcción de edificaciones se han centrado en temas como
los refugios de sociedades cazadoras-recolectoras (González
Ruibal, 2001; Caruso et alii, 2010) y el hábitat en distintas zonas
de África (Agorsah, 1985; Oluwole, 2005; Calvo et alii, 2017;
entre otros), Sudamérica (Göbel, 2002; Tomasi, 2009; 2012; Tomasi y Rivet, 2011; entre otros) y el Próximo Oriente (Kramer,
1982; Aurenche y Desfargues, 1983; entre otros). Por un lado,
encontramos trabajos destinados a documentar edificaciones
actuales o del pasado más reciente de las que todavía quedan
restos (Göbel, 2002; González Ruibal et alii, 2009; entre otros).
Son sobre todo estudios etnográficos realizados desde la arqueología, aunque no necesariamente, cuyo objetivo es conocer a las
comunidades estudiadas, pero sin que por lo general se apliquen
después los datos obtenidos a problemas concretos del registro
arqueológico, aunque de ellos puedan extraerse consideraciones
de interés para la investigación en arqueología. Por otro lado,
otras publicaciones comparan edificaciones halladas en el registro con las actuales existentes en el mismo lugar (Seeden,
1985; Correas, 2013; entre otros). Por último, encontraríamos
los estudios destinados a la documentación arqueológica, toma
de muestras e incluso excavación de restos contemporáneos en
estado de abandono y deterioro, con la intención de analizar así
la acción de procesos postdeposicionales de transformación y
destrucción (McIntosh, 1974; Baloi, 2001; Correas, 2013). Estos trabajos suelen incluir y combinar estudios de microestratigrafía y geoarqueología, destinados a identificar, por ejemplo,
suelos de ocupación y profundizar en el conocimiento de áreas
de actividad (Milek, 2012), así como otras partes de las edificaciones construidas con tierra entre los niveles de derrumbe de la
edificación, como las cubiertas (Friesem et alii, 2014).
En este marco, con la intención de contribuir al estudio
macrovisual y a la interpretación de los restos constructivos
prehistóricos, se ha abordado la visita, observación y documentación de una serie de construcciones contemporáneas, tanto
abandonadas y semiderruidas, como todavía en uso.4 Estas edificaciones fueron construidas con distintas técnicas tradicionales, desde el bajareque al adobe, pasando por la mampostería y
las técnicas de tierra maciza, y con materiales como la caña y
el carrizo, ramas y troncos de madera, cuerdas de fibras vegetales, morteros de tierra y yeso, contando también con diferentes
revestimientos.
Durante este trabajo de campo, se ha abordado el análisis
visual y la documentación de distintos aspectos de las estructuras, tratando de aplicar las observaciones correspondientes a
4
Estas visitas de observación y documentación etnoarqueológica se
iniciaron en el año 2015, continuando en años sucesivos y desarrollándose principalmente en áreas de las provincias de Alicante,
Valencia y Teruel, además de en diferentes poblaciones del estado
de Sajonia-Anhalt, Alemania, donde destaca el uso de la tierra en
la arquitectura tradicional (Ziegert, 2003; Knoll y Klamm, 2015),
a lo que se suman otras observaciones realizadas en otros territorios. Han sido posibles gracias a la ayuda, entre otras personas,
de Francisco Javier Jover Maestre, Franziska Knoll, Daniel Mateo
Corredor y Ana Isabel Castro Carbonell.
Figura 3.15. Algunas de las estructuras abandonadas visitadas, donde se aprecia el volumen de la acumulación de materiales constructivos derruidos. a. Restos de estructuras en el término municipal de
Aspe (Alicante). b. Interior de una ermita abandonada, en el balneario de Salinetes, cerca de Novelda (Alicante).
problemas surgidos previamente durante el estudio del registro
material, siguiendo la propuesta de que el trabajo etnoarqueológico ha de comenzar y acabar con la información arqueológica
(Arnold, 2006). En algunos casos, estas observaciones, incluso
de los propios restos constructivos de estas edificaciones −de
barro u otros materiales, como el yeso−, nos han permitido ofrecer respuestas a algunas de las preguntas que nos planteamos
durante el estudio de materiales, así como mejorar la interpretación de rasgos presentes en los restos constructivos prehistóricos. Los elementos constructivos recientes, con un grado de deterioro menor a los de cronología prehistórica, ofrecen un “paso
intermedio” entre el resto arqueológico y su interpretación más
acertada, asociada al elemento constructivo al que perteneció
el fragmento antes de su destrucción, en su contexto vivo o
sistémico (Schiffer, 1990).
A continuación, recogemos algunos ejemplos de características formales específicas identificadas en elementos de barro
procedentes de yacimientos prehistóricos, cuya interpretación
se ha beneficiado gracias a comparaciones y paralelos obtenidos
durante el trabajo de campo etnoarqueológico.
Respecto a los elementos constructivos prehistóricos con
improntas de cañas, formando un panel de bajareque, que se
habrían dispuesto en direcciones cruzadas perpendicularmente (Pastor, 2014: 321), durante el trabajo de campo etnoarqueológico han sido documentados este tipo de cruces, por
ejemplo, en cubiertas, que se mantearon con barro en su cara
exterior. Ha podido observarse in situ la disposición de las
cañas e incluso las cuerdas de fibras vegetales que las ataron.
Esto nos ha permitido plantear, con un mayor número de datos, las disposiciones de los materiales que pudieron haberse
empleado en las edificaciones prehistóricas, mediante casos
concretos de analogía clara entre los restos constructivos prehistóricos y los materiales constructivos y las estructuras de
cronologías recientes.
Del mismo modo, la documentación del empleo de paneles
de cañas cortadas por la mitad y dispuestas en paralelo, conservándose estos elementos vegetales casi íntegramente, adheridos
a los restos constructivos de época contemporánea, ha validado interpretaciones previas que habíamos dado a improntas
21
[page-n-35]
Figura 3.16. Diferentes componentes,
también frecuentes en morteros
de barro prehistóricos, vistos de
forma macroscópica en muros de
tierra maciza durante observaciones
etnoarqueológicas, en las poblaciones
de Jüdendorf, Gollma y Langeneichstädt
(Sajonia-Anhalt, Alemania). a. Bellota,
visible una vez se ha desprendido
parte del revestimiento. b. Elemento
lítico. Nótense en la superficie de tierra
las líneas paralelas formadas por la
disposición de los vegetales, como
resultado de la forma en que la mezcla
fue aplicada, así como los orificios
realizados por insectos. c. Hueso.
d. Cerámica y restos carbonizados.
Se observa también la erosión de la
superficie de barro provocada por el
agua de lluvia.
positivas prehistóricas de sección circular (Pastor, 2014: 318;
2017a: 185, fig. 1), observadas de forma puntual en algunos
conjuntos. Las cañas cortadas por la mitad (Navarro Martínez
y Navarro Martínez, 2016: 50) facilitan la adhesión del mortero
constructivo a la estructura, como hemos podido constatar en
la observación etnoarqueológica y como se recoge en algunos
trabajos (Sherard, 2009).
Además, durante el estudio macrovisual de restos
constructivos de barro prehistóricos pueden distinguirse huellas interpretables como de ataduras, que pueden ser de finos
tallos vegetales, pero también de cuerdas, hechas con fibras
trenzadas o torsionadas. Durante los trabajos de documentación
etnoarqueológica llevados a cabo se han podido observar distintos tipos de cuerdas y la forma en que éstas pueden disponerse,
viendo qué elementos suelen atar y cómo.
En cuanto a los revestimientos de tierra, han podido
documentarse en diferentes casos surcos en la cara externa de
los alzados de las edificaciones, que habrían sido generados
por la disposición y el alisado manual de una capa externa
de barro, quedando impresa la huella de los dedos de quienes
realizaron estas acciones. Gracias a la observación de estas
características en revestimientos, que se encontraban en muy
Figura 3.17. Soluciones constructivas
mediante diferentes materiales
observadas durante los trabajos de
documentación etnoarqueológica,
destinadas a mejorar la adhesión de
los revestimientos. a. Piqueteado de la
superficie sobre la que se va a aplicar
el revestimiento (Agost, Alicante).
b. Panel de carrizos horizontales
cubiertos con barro, sobre el que
se dispone el revoco (Quedlinburg,
Alemania). c. Uso de tela metálica
(Gollma, Alemania). d. Estructura
de alambres para el mismo fin
(Langeneichstädt, Alemania).
22
[page-n-36]
Figura 3.18. a. Forjado de una segunda altura próximo a derrumbarse, en el interior de una construcción cerca de Agost (Alicante). b.
Interior de una edificación con muros de piedra y, a partir de una cierta altura, de tierra, en Hortichuela (Valencia). Entre los restos constructivos caídos se encuentra un bloque desprendido de los alzados de tierra. Nótense los elementos de madera caídos −viga, dinteles− y
los fragmentos de revestimientos. c. Vista cenital del citado bloque, donde todavía se distinguen superficies externas lisas.
buen estado de conservación, podemos interpretar con mayor
seguridad huellas análogas en las caras exteriores de algunos
restos constructivos prehistóricos.
No obstante, a lo largo de los trabajos de documentación
etnoarqueológica emprendidos, se han puesto de manifiesto distintas cuestiones que van más allá de estos aspectos concretos.
Dado que los materiales y las técnicas utilizados en estas edificaciones documentadas son, en la mayoría de los casos, similares o comparables a los que abordamos para la Prehistoria
reciente, este hecho permite plantear, confrontar y profundizar
en interpretaciones acerca de las evidencias arqueológicas de
las edificaciones prehistóricas. Por ejemplo, han sido observados procesos y prácticas constructivas en estas edificaciones
recientes o actuales y que también pueden observarse en las
edificaciones prehistóricas. Es el caso de la presencia de residuos diversos en los morteros de tierra, identificable tanto en
construcciones de tierra actuales (fig. 3.16), como en restos
prehistóricos −ver fig. 3.14.
Ha podido comprobarse de primera mano la gran
variabilidad existente en la arquitectura autoconstruida, por comunidades principalmente agricultoras y ganaderas, en cuanto
al empleo de técnicas y materiales y sus combinaciones. Esto se
ha visto ejemplificado en la construcción de partes estructurales,
hasta cierta altura con una técnica constructiva o un determinado material y siendo continuados con otra técnica o con un
material distinto, como alzados (fig. 3.18b), cubiertas o caras
internas de un forjado. Del mismo modo, esto puede apreciarse
también en la diversidad de materiales escogidos para funciones
muy similares, como la de mejorar la sujeción de los revestimientos (fig. 3.17) o la de levantar finos tabiques internos, utilizándose materiales como la caña, la piedra, el ladrillo hueco y el
macizo, documentados en construcciones realizadas en el mismo entorno. Cabe indicar que la identificación de los materiales
y técnicas utilizados es posible en este tipo de construcciones
al no encontrarse revestidos. En estos casos, el interior de las
distintas partes estructurales es visible con mayor frecuencia al
encontrarse las edificaciones en un estado de semidestrucción,
observándose en la sección de los alzados o tras desprenderse
los revestimientos.
Además, cabe destacar que este tipo de trabajos de
documentación etnoarqueológica permiten observar en el
presente diferentes fases dentro de los progresivos procesos de deterioro y destrucción de las estructuras, algo tan
fundamental en arqueología para abordar los procesos de
formación de los contextos arqueológicos. Ha sido el caso
de la documentación de los momentos previos al colapso
del forjado de un segundo piso en una de las construcciones visitadas (fig. 3.18a) y de la presencia de los elementos sustentantes de madera y de la pérdida de la cubierta,
como primeras partes afectadas durante la destrucción de
estas estructuras. Asimismo, se han podido apreciar diferentes etapas de los procesos de destrucción de alzados
Figura 3.19. Materia vegetal y madera
en edificaciones contemporáneas
abandonadas. a. Troncos y varas del
interior de una cubierta (Abejuela,
Teruel). b. Restos de una puerta de
madera, caída junto al vano de entrada
(Hortichuela, Valencia).
23
[page-n-37]
construidos con tierra y cómo su rápida degradación tiene
como consecuencia que sea tan difícil identificarlos durante
los trabajos de excavación (fig. 3.18b y c).
Asimismo, ha podido apreciarse la enorme cantidad de
residuos generados durante las fases de derrumbe de una edificación −ver fig. 3.15−, incluyendo la presencia de restos de materiales de construcción orgánicos, como las cañas o los troncos,
que generalmente no se observan en el registro arqueológico
prehistórico, o sólo de forma muy parcial. Del mismo modo,
destaca la abundante constatación de elementos orgánicos todavía presentes en los espacios o el entorno de las edificaciones
(fig. 3.19), formando parte de alzados, cubiertas o de diferentes
estructuras de actividad. La observación de elementos constructivos orgánicos y térreos en su disposición original y en estados intermedios de degradación enriquece de forma evidente el
planteamiento de hipótesis sobre las formas constructivas que
se infieren a partir de restos constructivos de barro.
3.4. PRUEBAS EXPERIMENTALES
La arqueología experimental posibilita la reproducción o
recreación de procesos que se habrían dado en el pasado, para
poder observar en el presente su resultado arqueológico (Binford, 1994: 28). Permite evaluar métodos, técnicas y principios
teóricos, así como estudiar los procesos de formación y transformación de los contextos arqueológicos (Ingersoll et alii, 1977).
Orientada a la investigación de la construcción en arqueología,
la experimentación puede aplicarse para evaluar cómo se pusieron en obra los materiales y técnicas y también para conocer
distintos aspectos de los procesos productivos que implica la
edificación. Además, la reconstrucción experimental de construcciones de la Prehistoria permite evaluar las interpretaciones
arqueológicas acerca de las mismas y contribuir a una mejor
excavación y recuperación de los datos (Harding, 2009: 201).
La recreación experimental de elementos y acciones que se
habrían producido en el pasado ha de realizarse necesariamente con recursos actuales, en muchos de los casos obtenidos del
mundo natural y que han de aplicarse de acuerdo con el conocimiento existente sobre las condiciones pasadas en que tuvieron lugar estos procesos productivos. A su vez, los trabajos de
construcción experimental se basan en la información disponible
acerca de una edificación concreta, que se reconstruye generalmente a tamaño real, siendo documentado cada paso del proceso
experimental (Harding, 2009: 204; Millson, 2011: 4).
No obstante, la experimentación también puede llevarse
hasta la fase de destrucción (Belarte, 2002: 64). Esto permite
abordar el estudio de los contextos de derrumbe de las estructuras construidas mediante su reproducción en el presente, como ha
sido desarrollado en diferentes investigaciones sobre edificaciones prehistóricas. Así, pueden investigarse los procesos de transformación y alteración de las estructuras, como en el caso de la
construcción y documentación experimental de edificaciones del
III milenio BC de Allerslev, por parte del Centro de Investigación Histórico-Arqueológica de Lejre, Dinamarca (Coles, 1979).
Durante esta experimentación se documentó, por ejemplo, que
durante los procesos de erosión de los revestimientos de barro
que cubrían las paredes de bajareque, el material caído protegía
la parte baja de los alzados, permitiendo su mejor conservación
(Coles, 1979: 152). Otros trabajos de arqueología experimental
recrean los contextos de incendio en construcciones realizadas con tierra y madera (Stevanović, 1997; Gheorghiu, 2005;
2008; 2009; Rasmussen, 2007; entre otros). Ello permite abordar el estudio de los contextos de destrucción de las estructuras
construidas, desde su reproducción en el presente.
Figura 3.20. a. Fragmento
constructivo de Cabezo Pardo
y detalle de una de las huellas
negativas presentes en el mismo.
CP 1063/28-2. b. Comprobación
experimental de su origen,
habiendo sido probablemente
generada por el extremo de un
carrizo.
Figura 3.21. a. Comprobación
experimental mediante el
manteado con barro de la
superposición de una caña y hojas
alargadas de pequeña talla, en
este caso de pino. b. Impronta
resultante. c. Resto prehistórico
que presentaba la impronta objeto
de la comprobación, procedente de
Les Moreres. MO 666.
24
[page-n-38]
Figura 3.22. Prueba experimental acerca de las marcas de alisado en
superficies de barro húmedo. a. Huellas dejadas por el alisado con
una tabla de madera. b. Alisado mediante cuero. c. Uno de los tipos
de huellas que pueden resultar del uso de los dedos. d. Alisado con
una brocha de cerdas naturales.
En nuestro caso, hemos aplicado la experimentación a
pequeña escala, para contrastar algunos ejemplos concretos
a partir de la comparación de formas e improntas prehistóricas objeto de investigación con otras recreadas con materiales actuales. Las comparaciones experimentales han resultado
necesarias para proponer una mejor identificación de distintos elementos, como determinadas materias vegetales y sus
detalles anatómicos.
Por otro lado, las experimentaciones han estado orientadas
a determinar el origen de determinadas formas, resultado de
la presencia de distintos materiales y sus combinaciones en la
edificación. Así, por ejemplo, identificamos huellas negativas
de pequeño tamaño que parecían corresponderse con la impronta de un tallo hueco de carrizo en el mortero (fig. 3.20), o la presencia de lo que parecían improntas vegetales de pequeña talla
dispuestas de una determinada manera dentro de una impronta
mayor, como el manteado de un elemento de madera que contara con estas hojas, que quedaron entre el barro y dicho elemento
constructivo (fig. 3.21).
Por último, hemos abordado la comparación experimental
para contribuir a una mejor interpretación de las formas observables en las caras alisadas de los fragmentos, que pueden asociarse a la forma en que fueron tratadas y al posible empleo de
algún material o instrumento para ello, cuestión que se plantea
en varios de los estudios de materiales abordados, como se expondrá en capítulos posteriores. Así, tras extender con las manos barro húmedo sobre un bastidor de madera, observamos y
documentamos las huellas dejadas tras el alisado de la superficie
de barro con distintos materiales y objetos. Empleamos desde
tablas (fig. 3.22a) y otros elementos de madera, vegetales, textiles y cuero (fig. 3.22b), hasta cantos rodados, un fragmento de
cerámica y una brocha de cerdas naturales (fig. 3.22d). Asimismo, realizamos diferentes pruebas de alisado y tratamiento con
las manos. Una observación fundamental que cabe resaltar es
que las marcas generadas no sólo se deben al elemento empleado para alisarlas, sino también al arrastre de las partículas de
tierra de mayor tamaño que quedan en la superficie. De hecho,
también pudimos comprobar que éstas pueden desprenderse y
dejar tras de sí orificios de distinto tamaño. De este modo, comprobamos algo muy importante: que marcas lineales que a priori parecerían haber sido realizadas con algún material que no
fueran los dedos de las manos, podían ser generadas fácilmente
por éstos (fig. 3.22c).
25
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[page-n-40]
4
Bases para el estudio de la edificación durante la Prehistoria reciente:
materiales, técnicas y procesos constructivos
En este capítulo se reúnen y relacionan materiales, técnicas y
diferentes aspectos implicados en los procesos productivos necesarios en la edificación. El objetivo es contribuir a generar
un marco de conocimiento sobre los modos de construcción
practicados por las sociedades humanas durante la Prehistoria
reciente, para poder así caracterizar e interpretar de la mejor manera posible los restos arqueológicos de construcción con tierra
(Pastor, 2017b: 20).
Presentamos toda una serie de materiales constructivos,
orgánicos e inorgánicos, en asociación a sus diversos usos y
funciones posibles, con la intención de mostrar la variabilidad
de elementos susceptibles de ser utilizados para edificar, así
como de técnicas y procedimientos para su puesta en obra. La
variabilidad es asimismo evidente en las soluciones constructivas que pueden adoptarse ante una misma necesidad y en las
combinaciones de materiales y técnicas que se dieron en muchos asentamientos de la Prehistoria reciente, como en otros
contextos temporales. Así, es necesario tener presente que no
todas las estructuras de un asentamiento se habrían edificado
necesariamente de la misma manera. Estructuras con funciones
distintas, como espacios de almacenaje, estabulación o descanso, pueden haber sido construidas con técnicas y materiales
diferentes (Coles, 1979: 132).
Asimismo, abordar la secuencia de actividades productivas
que conforman los procesos de construcción permite considerar
los recursos naturales utilizados como materiales constructivos
por los grupos humanos como objetos de trabajo necesarios
para producir las edificaciones. Igualmente imprescindibles son
los espacios físicos donde se llevan a cabo dichas actividades o
los instrumentos de trabajo utilizados, junto con otras prácticas
sociales asociadas a estos procesos constructivos.
Las diferentes cuestiones tratadas en torno a la construcción se acompañan de ejemplos de las mismas en contextos
prehistóricos, procedentes de diferentes marcos territoriales,
incluyendo los asentamientos abordados específicamente
como casos de estudio en este trabajo. Además, se ilustran
con evidencias arqueológicas de cronología prehistórica, así
como con elementos de comparación contemporáneos, tanto
de carácter etnoarqueológico, como procedentes de proyectos
de arqueología experimental.
4.1. MATERIALES
A continuación, se recogen diferentes materiales que han
sido y son frecuentemente utilizados en el ámbito de la autoconstrucción en sociedades agrícolas y ganaderas y de los que
existen evidencias arqueológicas de que fueron empleados durante la Prehistoria reciente, en relación y combinación con la
tierra. No obstante, los materiales que se abordan aquí posiblemente no habrían sido los únicos que se utilizaron y cabría
añadir el empleo de otros de los que, hasta la fecha, puedan no
conocerse evidencias. Esto puede ocurrir con mayor probabilidad en el campo de las diferentes materias empleadas como
estabilizantes, así como para elaborar pigmentos, al ser sustancias menos visibles en el registro arqueológico respecto a otras
y cuya identificación necesita por norma general de un análisis
microscópico. Los distintos materiales de construcción se abordan considerando sus características y propiedades −flexibilidad, aislamiento térmico, dureza, etc.−, en relación con los usos
constructivos principales a los que se asocian. Éstos, con sus
diversas características y formas de obtención, son la condición
necesaria para la existencia de construcciones.
4.1.1. Tierra
La tierra es un material resultante de la erosión de las rocas en
la corteza terrestre, utilizado por las comunidades humanas para
construir, al menos, desde los inicios de la sedentarización. Se
compone de partículas de distintos tamaños, diferenciándose según estas dimensiones entre: arcilla ‒menos de 0,004 mm‒, limo
27
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Figura 4.1. a. Cara interna de una cubierta construida con troncos largos y estrechos, unidos con mortero de barro (Cruzpata, Perú). b.
Vivienda de muros de bajareque, edificados con una estructura de cañas horizontales y barro (Luya, Perú).
‒entre 0,004 y 0,0625 mm‒, arena ‒entre 0,0625 y 2 mm‒ y gravas
‒entre 2 y 8mm‒ (según la clasificación de De Hoz et alii, 2003:
196). La mezcla de tierra, agua y sustancias estabilizantes puede denominarse mortero de barro. Una distinción básica en este
campo es entre morteros de fábrica y morteros de revestimiento,
según la función que desempeñen (Ontiveros, 2006: 94). Para un
comportamiento constructivo adecuado del mortero de barro, éste
debe contar con una cantidad suficiente de partículas de arcilla (De
Hoz et alii, 2003: 77), que actúen como aglomerantes al añadirse agua a la mezcla, mientras que las partículas de mayor tamaño
proporcionan estabilidad (Guerrero, 2007: 187). El barro, aplicado
mediante distintas técnicas constructivas, actúa como aislante acústico y térmico (Aurenche, 1981: 46; Viñuales, 2009: 23) y, aplicado sobre elementos de madera, favorece su buena conservación
(Schrader, 1995: 81; Volhard, 2010: 42).
El mortero de barro puede aplicarse a la construcción de
techumbres y alzados (fig. 4.1), pero también de pavimentos
(fig. 4.2a). Las pavimentaciones de tierra pueden ser el resultado de la acumulación y del continuo pisado de sedimentos
o del añadido de tierra −a menudo junto con otros elementos,
como la ceniza o el estiércol− y su compactación. Por otro lado,
el mortero de barro también se emplea en el revestimiento de
los alzados, pudiendo utilizarse independientemente de la técnica constructiva utilizada para levantarlos: sobre muros de
bajareque, adobe, mampostería, sillería (fig. 4.2b), etc.
Además de en las edificaciones, la tierra se emplea en la
fabricación de estructuras inmuebles de barro, como cubetas,
soportes, bancos y otros asientos, escalones o estantes, en el espacio interior o en el exterior de las construcciones. El conjunto de estas estructuras, con distintas funciones y destinadas al
desarrollo de diversas actividades, pueden construirse no sólo
con tierra, sino también en combinación con otros materiales,
pudiendo tener, por ejemplo, una estructura interna de madera o
de piedra. Algunas estructuras de barro pudieron haber sido elaboradas para que fueran utilizadas por animales (por ejemplo,
Calvo et alii, 2017: 406, fig. 6d).
Hogares y hornos de barro son estructuras de actividad
muy comunes, conociéndose ejemplos desde el Neolítico antiguo, como se ha documentado en la península ibérica en el
VI milenio BC en Mas d´Is (Penàguila, Alicante) (Bernabeu et
alii, 2003: 43-44) −ver fig. 5.5c−. Los hogares son un tipo de
estructura abierta en su parte superior, que pueden estar más
o menos excavados en el suelo y con el borde o las paredes
más o menos recrecidas, hechas con tierra (fig. 4.3a), piedra,
ambos materiales u otros. La tierra se emplea con frecuencia
para su recubrimiento y suelen ser revestidos de forma sucesiva (por ejemplo, Matthews, 2016). Pueden estar situados tanto
en el espacio interior como en el exterior de las estructuras de
hábitat, aunque su función en ambos casos es la de albergar
una combustión abierta (Prevost-Dermarkar, 2002). Es impor-
Figura 4.2. a. Pavimento de tierra
apisonada en el interior de una
estructura (Hortichuela, Valencia).
b. Revestimiento de barro cubriendo
un muro de bloques escuadrados de
piedra (Machu Picchu, Perú).
28
[page-n-42]
Figura 4.3. a. Estructura de
combustión abierta, en uso, realizada
con barro (Chinchero, Perú). b. Horno
de barro con cúpula y abertura lateral,
reconstruido según modelos de la
Edad del Hierro inicial en el Scottish
Crannog Centre (Kenmore, Escocia).
tante no perder de vista que, en muchos casos y en sociedades
diversas, las prácticas de cocinado de alimentos se realizan mayoritariamente en estructuras exteriores (Göbel, 2002; Fewster,
2003; Tomasi y Rivet, 2011: 44; Pecci et alii, 2016: 256; entre
otros), en ocasiones alejadas de los lugares de hábitat. De igual
modo, en muchos enclaves de la Prehistoria reciente peninsular
se constatan estructuras de combustión en los espacios exteriores, desde en asentamientos neolíticos como Benàmer (Muro
d’Alcoi, Alicante) (Torregrosa et alii, 2011), calcolíticos como
Vilches IV (Hellín, Albacete) (García Atiénzar et alii, 2016)
–ver 6.1.2−, hasta casos de la Edad del Bronce, como El Pico
de Los Cotorros (Langa de Duero, Soria) (Fernández Moreno,
2013: 94). También es posible que construcciones prehistóricas
hubieran contado con un hogar, pero que éste no haya dejado una clara evidencia arqueológica al haber constituido una
estructura elevada (McQuade y Moriarty, 2009: 116).
El uso del barro, generalmente modelado, es una práctica
extendida en la construcción de hornos, pudiendo aplicarse también en combinación con la piedra e incluso con una estructura
interna vegetal o de madera (Prevost-Dermarkar, 2002). Los
hornos construidos con barro cuentan con paredes más desarrolladas que otras estructuras de combustión, pueden contar
con una abertura en la parte superior (Guidoni, 1977: 74) o
estar cerrados con una cúpula y presentar una abertura lateral
(fig. 4.3b). No obstante, puede considerarse que lo que define
a una instalación como horno es, más que su forma, su función, destinada a la combustión cerrada de distintas materias,
desde alimentos a productos cerámicos. Así, los hornos pueden ser también conformados excavando la superficie del terreno y cubriendo el material a combustionar, sin contar con
una estructura o superestructura, tal y como ilustran distintos
ejemplos etnográficos (por ejemplo, Salazar et alii, 2008: 131,
152). Un procedimiento similar, aunque a mayor escala, para
la combustión de diferentes materias sería el desarrollado en
instalaciones destinadas a la producción de carbón, cal o yeso,
mediante la formación de grandes montículos de material a los
que posteriormente se prende fuego.
En relación con las estructuras de combustión, como hogares y hornos, es necesario tener presente no sólo la función de
combustión de materias y cocinado de alimentos, sino la importancia crucial del poder calorífico del fuego para caldear estancias cerradas o para calentarse al aire libre, así como la iluminación que proporcionan. Asimismo, en el interior de estancias
con cubierta vegetal, el fuego del hogar genera humo que se
filtra lentamente hacia el exterior a través los componentes
vegetales de la techumbre, reteniendo el calor producido, que
con una salida de humos construida para este fin se dispersaría
con mayor facilidad. Además, el humo y la ceniza del fuego
contribuirían a proteger los elementos constructivos de madera
de la proliferación de insectos. La escasez o ausencia de vanos
evita las corrientes de aire, que pueden causar que el fuego se
extienda e incendie la estructura (Pétrequin, 1991: 20). Además
de las citadas estructuras de actividad, con tierra pueden elaborarse elementos muebles de diferentes tipos (Belarte, 2003; Nin,
2003; Knoll y Klamm, 2015; Pastor, 2018; entre otros), desde
recipientes de barro sin cocer, documentados también desde la
etnoarqueología (por ejemplo, Peña et alii, 2000: 410), hasta
muy distintos objetos.
4.1.2. Estabilizantes
La estabilización de los morteros de tierra es una práctica
constructiva que tiene como objetivo mejorar las cualidades de
la mezcla utilizada, por ejemplo, para conseguir una mayor resistencia frente a la aparición de fisuras por procesos de contracción o expansión (Vissac et alii, 2012: 1), mediante el añadido
de diferentes materias, los estabilizantes (Bardou y Arzoumanian, 1978: 6; Aurenche, 1981: 50; Guerrero, 2007; entre otros).
Se conoce la existencia de más de cien materiales y sustancias
utilizados con este fin, que pueden ser añadidos a los morteros,
tanto los empleados de forma masiva, para unir elementos o
como revestimientos (Houben y Guillaud, 1994: 73).
Así, los procesos de estabilización pueden clasificarse como
homogéneos o heterogéneos, según se añadan a la tierra componentes de su misma naturaleza o de otra distinta. El añadido
de arena, limo, arcilla o gravas a la tierra es un proceso de estabilización homogéneo. En relación con esto, se encuentra la
cuestión del añadido intencional de elementos sólidos a los morteros. El uso de grava o de piedras como estabilizantes constructivos se ha planteado en diferentes asentamientos prehistóricos,
como Khirokitia (Chipre) o Hassuna (Irak) (Aurenche, 1981:
51). Por otra parte, técnicas constructivas con tierra como la
tapia valenciana emplean guijarros como estabilizantes (Mileto et alii, 2012) (fig. 4.4a). No obstante, en otros trabajos se
considera que la presencia de piedras empeora las cualidades
de la mezcla, como ha sido manifestado para manteados de barro sobre techumbres vegetales (Rivet y Tomasi, 2011: 116), o
para la fabricación de adobes (Costi de Castrillo et alii, 2016:
29
[page-n-43]
Figura 4.4. a. Detalle de un muro
construido mediante la técnica de la
tapia valenciana, habiéndose incluido
guijarros y elementos cerámicos en
el mortero (Valencia). b. Superficie
de un alzado de tierra maciza
con abundante paja (Jüdendorf,
Alemania).
63). Evitar o retirar las piedras más grandes en la fabricación
de morteros de barro es una práctica que se recoge también en
trabajos etnográficos (por ejemplo, Šolc, 2011: 102).
En cualquier caso, es común que en el interior de los
morteros de barro se documenten restos sólidos, resultado de
la reutilización de sedimentos o de una inclusión accidental o
intencional de residuos. Estos materiales pueden ser fragmentos constructivos, materiales líticos (Ellison y Rahtz, 1987) o
restos de cerámica (Goldberg y Macphail, 2006: 268), para
los que en algunos casos se ha apuntado que no se trataría
simplemente de inclusiones, sino que cumplirían una función
constructiva (Ammerman et alii, 1988: 127). El empleo de residuos cerámicos en los morteros constructivos puede asociarse además con un tipo de morteros conocidos como puzolanas,
compuestos también por cenizas volcánicas. La fabricación de
éstos a partir de restos de ladrillos cocidos a altas temperaturas
se ha apuntado para el Bronce final de Chipre, alrededor del
1200 BC (Theodoridou et alii, 2013).
Por otro lado, existen tres tipos de procesos de estabilización
heterogéneos: por fricción, por consolidación −fomentando la
acción aglutinante de las arcillas− y por impermeabilización,
añadiendo sustancias hidrofugantes (Guerrero, 2007: 188). Entre las múltiples materias que pueden emplearse como estabilizantes se encuentran diferentes grasas (Tomasi y Rivet, 2011;
Vissac et alii, 2012: 31), la leche o la sangre, empleados generalmente en regiones desérticas (Bourgeois y Pelos, 1983: 8) y
los jugos y savias de distintas plantas (Houben y Guillaud, 1994:
99; Villaseñor, 2010: 51-52; entre otros). Asimismo, el empleo
de asfalto o betún natural como estabilizante ha sido recogido
por diferentes trabajos (Aurenche, 1981: 51; Routledge, 1998:
246; Guerrero, 2007: 190; Vegas et alii, 2010; Kita et alii, 2013;
entre otros). También la sal es añadida como material estabilizante, un uso conocido en Turquía o Yemen (Aurenche, 1981:
51). Otro elemento estabilizante que se añade de forma común
a los morteros constructivos es la ceniza (Houben y Guillaud,
1994; Tomasi y Rivet, 2011), que puede proceder de la cocción
30
de diferentes productos, como la cerámica (Navarro Martínez
y Navarro Martínez, 2016: 66, 67). La ceniza es el residuo inorgánico y en polvo que resulta de la combustión de materia
orgánica. Junto al carbón, es el principal residuo generado por
las diferentes actividades pirotecnológicas, incluida el propio
cocinado de alimentos llevado a cabo diariamente, por lo que
es una materia generada en cantidades considerables (Weiner,
2010: 166), que estaría ampliamente disponible en los contextos
domésticos de la Prehistoria reciente.
Uno de los estabilizantes constructivos más comunes,
también en el ámbito de la Prehistoria reciente de la península
ibérica, es la materia vegetal (fig. 4.4b). Su empleo se detecta
desde el Neolítico, algo representado en este trabajo mediante
su observación en los restos constructivos de Los Limoneros
II (Elche, Alicante) y El Alterón (Crevillente, Alicante) −ver
5.1−. Frecuentemente, los vegetales añadidos a la mezcla de tierra y agua son residuos de la actividad agrícola, como la paja,
o diferentes plantas terrestres, aunque también se ha apuntado
en algunos casos la presencia como estabilizantes de las algas
(Vissac et alii, 2012), como podría haber sido el caso en el yacimiento protohistórico de La Fonteta (Guardamar, Alicante)
(González Prats, 2001: 181, fig. 8).
En relación con los estabilizantes vegetales encontramos el
añadido de excrementos a los morteros. El estiércol de animales −generalmente herbívoros, debido a las fibras vegetales que
contiene−, es un estabilizante muy utilizado en diversas regiones del mundo y empleado en técnicas constructivas con tierra
muy diversas, tal y como ha sido recogido en diferentes trabajos
(Bourgeois y Pelos, 1983: 8; Guerrero, 2007: 190; 2017: 75;
Vissac et alii, 2012; Love, 2017). En construcciones de bajareque, se conoce el empleo de estiércol de vaca añadido al barro
en Namibia (Knoll y Klamm, 2015: 13), o para mantear paneles
de cañas en Nepal (Steen et alii, 2003: 43). También se utiliza en construcciones de amasado de barro o cob en Inglaterra
(Morriss, 2000: 46), en Irak, utilizando excrementos de caballo
(Aurenche, 1981: 52) o en Botswana, donde el estiércol de vaca
[page-n-44]
se emplea en la construcción con amasado en forma de bolas
o en la aplicación de revestimientos (Baloi, 2001: 51). En la
edificación con adobe, se conoce el empleo de estiércol como
estabilizante en Arabia Saudí (Facey, 1997: 84) o en Argentina
(Rotondaro, 2004: 20). En regiones de la Puna argentina, también sería una práctica común añadir estiércol a las cubiertas de
barro, generalmente estabilizadas también con paja (Tomasi y
Rivet, 2011: 116).
Por otro lado, en el caso de los revestimientos, se conoce el
empleo de estiércol como estabilizante en Burkina Faso (Steen
et alii, 2003: 54), Nigeria (Oluwole, 2005: 43), Sudáfrica (Van
Wyk, 1998: 78) o en Marruecos y Túnez, para revestir alzados
y pavimentos (Peña et alii, 2000: 412; Portillo et alii, 2017).
El estiércol como estabilizante de suelos se emplea también en
Ghana (Agorsah, 1985: 105). Asimismo, la mezcla de barro y
estiércol puede utilizarse para revestir las paredes de silos y en
la fabricación de elementos muebles, como recipientes de almacenaje (Peña et alii, 2000: 411). No obstante, los excrementos de
animales no sólo pueden usarse en las actividades constructivas
como estabilizantes, mezclados con el barro, sino que también
pueden utilizarse las propias “tortas” hechas con este material
para construir con ellas, apilándolas, como se documenta por
ejemplo en regiones de Turquía (Peña et alii, 2000: 412).
Para cronologías prehistóricas, se ha planteado el empleo de
estiércol con fines estabilizantes en casos como la elaboración
de adobes hechos a molde en la Edad del Bronce de Creta (Nodarou et alii, 2008). Para la Prehistoria reciente de la península
ibérica, la posibilidad del empleo de estiércol como estabilizante constructivo ha sido planteada por diferentes trabajos (Jover,
2010a: 113; Mateu, 2015; Pastor, 2016). También en este sentido, huellas esféricas que pudieron pertenecer a excrementos de
ovicápridos se han identificado en los restos constructivos de
barro argáricos de El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia)
(Ayala, 1991: 415).
Los excrementos de animales serían un material abundante
y fácilmente disponible en comunidades agrícolas y ganaderas,
teniendo diferentes usos más allá del constructivo, entre los que
destaca el del combustible. El estiércol es una sustancia muy
utilizada con este fin en muchos países, como Burkina Faso o
Tanzania, Turquía, Irán (Kramer, 1982: 47), la India o Nepal. En
Túnez, se ha observado el empleo de estiércol como combustible para cocinar y para cocer cerámica (Portillo et alii, 2017) y
en Siria, para combustionar rocas y producir yeso (Aurenche
y Maréchal, 1985). El empleo de estiércol como combustible
ha sido identificado mediante análisis micromorfológicos desde
momentos neolíticos tempranos en áreas de los Montes Zagros
(Matthews, 2016: 11), al igual que en Çatalhöyük (Konya, Turquía) (Cessford y Near, 2005: 182; Matthews, 2005: 137). En
el poblado de la Edad del Bronce de Terlinques, en el interior
de un hogar se documentaron conjuntos de excrementos de ovicápridos que se habrían utilizado como combustible (Jover y
López Padilla, 2004: 292; Machado et alii, 2008: 23). Al igual
que el estiércol, otras materias primas son empleadas con ambos
usos, para construir y también para la combustión, como por
ejemplo los bloques de turba o las algas (Prevost-Dermarkar,
2002; Braadbaart et alii, 2012: 836).
De forma similar actúan también las fibras de origen animal
que se añaden al mortero de barro para su estabilización (Guerrero, 2017: 75). Se ha recogido el empleo de pelo de animal en
la fabricación de adobes en Argentina (Tomasi y Rivet, 2011:
72) y en Chipre, utilizándose en este caso pelo de cabra (Costi
de Castrillo et alii, 2016: 63). También se usa en la fabricación
de hornos de barro en Irán (Kramer, 1982: 99). El pelo de animal, generalmente de vaca, se ha documentado también en revestimientos internos de barro en construcciones recientes del
suroeste de Inglaterra (Keefe, 2005: 96).
Finalmente, la cal y el yeso son productos pirotecnológicos
empleados habitualmente como estabilizantes. La cal, que generalmente es de color blanco, aunque también puede tener una
coloración amarillenta o gris, protege las estructuras de la humedad y de la acción erosiva del agua gracias a sus propiedades
hidrófugas, por lo que ha sido muy utilizada tradicionalmente en
recubrimientos de pavimentos, techumbres o alzados, también
con fines decorativos, o puede utilizarse mezclada en los morteros (Guerrero et alii, 2010). De igual modo, se ha empleado con
otros fines además del constructivo, como en la producción de
cerámica, el trabajo de las pieles, en la agricultura o con otros
usos diversos relacionados con sus propiedades desinfectantes.
Las evidencias más antiguas de aplicación de la cal en la
arquitectura se han situado en el área siriopalestina, durante el
Natufiense –en torno al 9000 BC– (Kingery et alii, 1988; Chu
et alii, 2008: 911). Durante el VII-VI milenio BC se habría producido una generalización del uso de la cal, sobre todo en la
construcción de suelos, documentándose en regiones como Chipre (Philokyprou, 2012), Grecia (Karkanas, 2007) o la actual
Serbia (Nandris, 1988: 14-15). El empleo de cal antrópica se
habría documentado en Europa central también en el Neolítico,
en la cultura Bernburger, en la actual Alemania (Wiermann y
Wunderlich, 2009). En lo referente a la península ibérica, el inicio del empleo de la cal ha sido tradicionalmente situado en la
Protohistoria, ligado a la presencia fenicia (por ejemplo, Díes,
2001), aunque esto se ha ido poniendo en cuestión en los últimos años, planteándose su posible uso desde el III milenio BC
(Jover et alii, 2016c).
Por su parte, el yeso se utiliza no sólo como argamasa, con
la que unir elementos, como mampuestos, sino también para
revestir alzados y techumbres (Carmona, 2011: 94), pudiendo
emplearse tanto en solitario, en forma de pasta, como mezclado con tierra o con cal (Navarro Martínez y Navarro Martínez,
2016: 37). Dado que el poder hidrófugo del yeso es bajo en
comparación con el de la cal, suele emplearse más en los revestimientos internos que en los externos (Rau y Braune, 1989: 39;
Rehhoff et alii, 1990: 86). Por otro lado, el yeso también puede
utilizarse para la fabricación de elementos u objetos muebles.
Un ejemplo destacado de ello son los materiales del asentamiento del Bronce final y la primera Edad del Hierro de Peña Negra
(Crevillente, Alicante), abordados como último caso de estudio
en esta investigación −ver 8.1.1.
4.1.3. Materias vegetales
Bajo esta denominación se considera generalmente a las plantas,
en su mayoría herbáceas, de tallo fino y no leñoso, flexible y de
vida corta, así como a otros elementos vegetales más o menos
blandos y flexibles, como por ejemplo las hojas. Las materias
vegetales que pueden emplearse para construir son múltiples, al
igual que sus usos, desde los tallos delgados de plantas como el
carrizo o el esparto, pasando por ramas finas de arbustos, hasta la
paja, un residuo generado por las actividades agrícolas. A modo
31
[page-n-45]
Figura 4.5. a. Estructura construida
con alzados de bajareque revestidos
y cubierta vegetal, en el centro de
visitantes de Stonehenge (Wiltshire,
Inglaterra), elevada de acuerdo con
los datos de las excavaciones en el
cercano enclave de Durrington Walls.
b. Detalle del exterior de la cubierta.
de ejemplo, vegetales como las hojas de palmera son empleados
ampliamente en la construcción en diferentes sociedades del mundo, tanto en alzados, como ocurre en la India (Oliver, 1987), como
en las techumbres, tal y como se observa en lugares tan diversos
como las islas Canarias (Merino, 2004: 172), Senegal (Piqué et
alii, 2016: 228), Indonesia o Papúa Nueva Guinea (Steen et alii,
2003: 163, 167). También la madera de palmera se emplea en las
edificaciones (Jaén, 1979; Facey, 1997: 88; Obendorf, 2009: 67).
Otros vegetales utilizados con fines constructivos son los musgos,
documentados como aislante en el interior de estructuras neolíticas en contextos lacustres, como Chalain (Francia) (Bailly, 1997),
o las algas, empleadas, por ejemplo, en cubiertas en la arquitectura
tradicional de Dinamarca (Steen et alii, 2003: 208). Incluso pueden levantarse edificaciones enteramente con vegetales, como en
el caso de las estructuras de ramas y hojas realizadas por poblaciones del Congo o Zaire (Sabater, 1985: 83, fig. 11, 13; Oliver, 2003:
28), o de las construidas enteramente con cañas, en lugares como
Irak o Bolivia (Oliver, 2003: 123-124).
En la mayor parte de las edificaciones que se habrían
construido durante la Prehistoria reciente peninsular, uno de los
usos principales de la materia vegetal en la construcción sería en
las cubiertas. La cubierta de una edificación consta de dos partes
principales: estructura y cubrición (Sáez de Tejada, 1998: 97).
Esta cubrición de las techumbres puede ser edificada con multitud de especies vegetales, que también pueden combinarse entre
sí, aunque entre las más habituales y conocidas están la caña y el
carrizo, así como la paja (Morriss, 1990: 100).
La caña común (Arundo donax) es un material de construcción
habitual que se utiliza, entre otras partes de las edificaciones, de
forma muy frecuente en las cubiertas (fig. 4.5) y en combinación
con otros materiales. Es una planta de tallo largo, verde y flexible,
que se endurece pasado un año de vida, desarrollando una superficie exterior muy resistente. Se adapta a la mayor parte de suelos
y se desarrolla bien en climas semiáridos. El carrizo (Phragmites
Australis), es una planta gramínea similar a la caña, aunque de
menor diámetro. Utilizados como material de construcción, estos
Figura 4.6. a. Estructura abierta y
techada, utilizando tallos vegetales
de pequeño calibre (Chachabamba,
Perú). b. Detalle del alero de la
cubierta.
32
[page-n-46]
Figura 4.7. a. Panel de varas de
madera, conservado en las estructuras
neolíticas excavadas en Somerset
Levels (Somerset, Inglaterra) (Coles,
2006: 57, fig. 11). b. Interior de
la reconstrucción experimental
de una estructura de la Edad del
Hierro inicial, con cubierta vegetal
y cerramiento móvil del vano de
entrada mediante una estructura de
ramas, en el Scottish Crannog Centre
(Kenmore, Escocia).
materiales se consideran termoaislantes (Rau y Braune, 1989: 37)
y presentan una gran durabilidad. Se ha apuntado que, empleados
en el interior de las cubiertas, si éstas se encuentran debidamente
protegidas de los agentes externos −principalmente del agua−, la
caña y el carrizo pueden resistir más de 50 años (Morriss, 2000:
98, 100), incluso hasta 100 (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016: 49-50).
Por otro lado, también son comunes las cubiertas de paja. La
paja es el tallo seco de cualquier cereal o planta fibrosa generado
como residuo de las actividades agrícolas. De acuerdo con estudios realizados sobre arquitectura tradicional, algunos tipos de
paja se utilizan preferentemente frente a otros para la construcción de techumbres por su longitud y dureza, como la paja del
centeno (Popp, 2009: 81; Miret, 2019: 30), o de la escaña (Peña
et alii, 2000: 408). La paja del trigo, más elástica, se utilizaría
con frecuencia en la cestería, mientras que la de la avena, más
blanda, se usaría de forma habitual para dormir sobre ella (Dittmar, 2009: 88, 89). No obstante, para estos fines también sería
frecuente el empleo de otras plantas, como el esparto. La paja
es un material vegetal con una descomposición lenta, debido a
su alto contenido en silicatos (Minke y Mahlke, 2006: 17), lo
que la convierte también en una materia duradera, aunque en
menor medida que la caña y el carrizo. Asimismo, posee unas
propiedades que favorecen que actúe como aislante térmico y
acústico. Se ha apuntado que, bajo unas condiciones ideales,
una cubrición de paja tiene una duración de unos 30 años (Rau y
Braune, 1989: 37). Entre los factores que favorecerían su buena
conservación estarían una suficiente inclinación de la cubierta o
la ventilación (Popp, 2009: 81, 85).
Por lo general, las cubiertas vegetales tienen un importante
ángulo de inclinación que evita una acumulación del agua de
lluvia, que pueda afectar a los materiales que la componen (Morriss, 1990: 100). Además, en zonas con nevadas, un techo plano
podría colapsar al acumularse la nieve sobre el mismo. También
se ha apuntado que la forma cónica de las techumbres permite
la acumulación de aire en la parte alta del interior de la estructura, contribuyendo al aislamiento térmico respecto al exterior
(Vázquez, 2004: 58).
Las cubiertas construidas enteramente con vegetales pueden
adquirir gran volumen, son ligeras, pero también altamente inflamables. Como es bien conocido, cada especie vegetal presenta unas características físicas y químicas que influyen en la
manera en que arden. Así, las maderas densas y voluminosas
ofrecen una mayor resistencia ante la combustión frente a las
especies ligeras (Langendorf, 1988: 125; Piqué, 1999: 26-27).
Valga como ejemplo en este sentido un ejercicio experimental
realizado en una construcción con techumbre vegetal que apuntó que, al prenderse fuego en su interior, la cubierta comenzó a
arder en menos de tres minutos y, en otros tres, se encontraba
totalmente en llamas, hasta calcinarse por completo en unos 20
minutos (Bankoff y Winter, 1979: 11, 13).
Además, las cubiertas realizadas con vegetales como la caña
o la paja pueden cubrirse con un manteado de barro. El barro
puede aplicarse sobre las distintas capas de vegetales, formando
parte del interior de la cubierta, o aplicándose solamente en la
superficie exterior (Stevanović, 2013: 102). Las techumbres vegetales cubiertas con barro reciben la denominación de “torta” o
“entortado” (Viñuales et alii, 2003: 76; Tomasi y Rivet, 2011).
Ejemplos de ello han sido identificados entre los materiales de
Vilches IV −ver 6.1.2.
Materias vegetales como la hierba o la paja, además de
poder utilizarse en diferentes partes de las edificaciones, como
las cubiertas, tienen otro uso constructivo de gran importancia:
el citado empleo como estabilizantes del mortero de barro. Del
mismo modo, la caña y el carrizo pueden utilizarse en la construcción de otras partes estructurales, principalmente los alzados y, en estos casos, también es frecuente que sean manteados
con barro. Una función muy parecida a la de las cañas en alzados y techumbres es la que desempeñan varas y ramas, aplicadas en la construcción de forma similar a las anteriores. Este
tipo de elementos son el material constructivo de base en construcciones de tipo paraviento y destinadas al refugio, como las
construidas por poblaciones nómadas (Oliver, 2003: 33; Caruso
et alii, 2010: 459, fig. 3), en combinación con materiales que
proporcionen una superficie de cerramiento y cubrición, como
pieles, textiles o esteras. Además, en una misma estructura pueden encontrarse combinadas diferentes especies vegetales, e incluso en un mismo panel de bajareque (Volhard, 2010: 43). Con
cañas, varas y troncos se construyen también divisiones internas
del espacio o tabiques.
Asimismo, materias vegetales como cañas y ramas habrían
tenido, entre sus usos constructivos fundamentales durante la Prehistoria reciente, otros que van más allá de los implicados directamente en el levantamiento de edificaciones: como delimitadores
33
[page-n-47]
Figura 4.8. a. Estructura con porche
construida con elementos vegetales
y de madera, con una cubierta de
corteza de árbol (Bedo, Madagascar)
(Kelly et alii, 2005: 406). b. Cama
fabricada con elementos de madera y
una estera vegetal (Bourgeois y Pelos,
1983: 49).
de espacios de distinto tipo. Éstos se habrían podido disponer
conformando vallas y cercas en el exterior de las edificaciones,
en espacios adyacentes o más alejados, destinados a actividades
diversas, donde se dispusieran desde rediles a áreas de desecho
(Jover, 2013: 19). Pueden considerarse estructuras invisibles en
cuanto que su reconocimiento arqueológico es considerablemente limitado, debido sobre todo a la falta de condiciones favorables
para su preservación. No obstante, es de suponer su presencia en
muchos asentamientos prehistóricos, siendo altamente probable
que se hubieran realizado con materias vegetales unidas o entrelazadas, obteniendo estructuras ligeras, que pueden alcanzar una
longitud considerable y son fácilmente portables. Entre los escasos ejemplos de vallas o cercas vegetales prehistóricas conservadas en el registro arqueológico se encuentra el hallazgo de una,
de hasta 3 m de largo y 1,5 de ancho, en contextos subacuáticos
neolíticos en Somerset (Inglaterra), de hace unos 4000 años (Coles, 1979: 112) (fig. 4.7a). Otros casos se han documentado en el
yacimiento de la Edad del Bronce de Nola (Nápoles, Italia) (Albore et alii, 2005: 507, fig. 170) o han sido planteados en asentamientos prehistóricos de la península ibérica, como El Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala, 1991: 96) −ver fig. 7.9a−,
que se abordará más adelante.
Otro tipo de estructuras invisibles que habrían podido ser
habituales en los enclaves de la Prehistoria reciente y haber estado
fabricadas con vegetales −cubiertos o no con barro− son, como se
observa también en comparaciones etnoarqueológicas, estructuras
de almacenaje y cubrición (Oliver, 2003: 126; Steen et alii, 2003;
Salazar et alii, 2008: 142), externas e internas, exentas o no; ampliaciones del espacio y porches (Van Gijn, 1986: 185, fig. 3; Kelly
et alii, 2005: 406, fig. 2) (fig. 4.8a); cerramientos de vanos (Agorsah, 1985: 105, fig. 2) (fig. 4.7b), altillos o superficies de trabajo y
de descanso −camas− (Bourgeois y Pelos, 1983: 49; Seeden, 1985)
(fig. 4.8b). Con cañas manteadas con barro pueden fabricarse incluso recipientes contenedores, cuya fabricación se ha estudiado en
trabajos etnoarqueológicos, por ejemplo, en Marruecos (Peña et alii,
2000: 410). En sus diversos usos constructivos, las materias vegetales pueden utilizarse también en combinación con elementos de madera de mayor diámetro, como troncos, así como ser manteados con
barro. Acerca de la durabilidad estimada para las estructuras vegetales cubiertas de barro, se han apuntado cifras variables, desde muy
pocos años, hasta entre 20 y 40 años (Norton, 1986: 26; Jongsma,
1997: 9; Kelly et alii, 2005: 404).
También la corteza de la madera es empleada como material
de construcción en diferentes partes del mundo, como Indonesia, Madagascar o Norteamérica, en techumbres y cubriciones
34
(Sabater, 1985: 81, fig. 12; Pétrequin, 1991: 52; Kelly et alii,
2005: 406, fig. 2; Rodning, 2007: 468) (fig. 4.8a), pero también
en alzados y pavimentos, siendo considerablemente resistente al agua (Fitchen, 1988: 241). Suelos hechos con corteza de
madera se documentan en enclaves neolíticos de Centroeuropa,
a partir de la segunda mitad del IV milenio BC, en ocasiones
combinándose distintos tipos de madera, como en el yacimiento
de Aichbühl (Schussenried, Alemania) (Hofmann, 2013: 199,
202). Por otro lado, en el asentamiento de la Edad del Bronce de
Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), se habría podido utilizar
como material de construcción el corcho, obtenido del alcornoque, en cubiertas construidas con ramas, barro y lajas de piedra
(Rodríguez Ariza, 2000: 261).
Otra materia vegetal que se utilizó durante la Prehistoria
reciente de la península ibérica, de forma especial en el sureste
(Ayala y Jiménez Lorente, 2007: 192), es el esparto (generalmente, Stipa tenacissima), también con usos constructivos. El
esparto es una planta gramínea de hojas duras y alargadas de
hasta 1 m de altura, que crece en terrenos secos o semiáridos
(Fajardo et alii, 2015). Existen múltiples evidencias de su empleo para la fabricación de elementos variados, como tejidos o
cuerdas, siendo posiblemente el caso más destacado y conocido en el ámbito de la Prehistoria reciente peninsular el de los
materiales neolíticos de la Cueva de los Murciélagos (Granada)
(Alfaro, 1980). No obstante, el esparto también se pudo utilizar,
por ejemplo, extendido en las cubiertas, lo que se observa en
las improntas de restos constructivos de barro de la Edad del
Bronce argárico de Cabezo de la Cruz (Totana, Murcia) (Ayala, 1991; Ayala y Jiménez Lorente, 2007: 174, fig. 2), o como
se ha documentado para las cubiertas de Terlinques (Villena,
Alicante) (Jover y López Padilla, 2013: 158) −ver fig. 7.97b−,
también durante la Edad del Bronce.
El esparto, al igual que otras fibras, puede aplicarse a la
construcción en forma de esteras, cuyo empleo como material
constructivo es poco conocido, pero que es necesario considerar,
también para cronologías prehistóricas. En este sentido, aportan
información novedosa resultados apuntados por esta investigación, especialmente en el caso de los restos constructivos de barro
de Les Moreres (Crevillente, Alicante) −ver 6.1.3.
Las esteras vegetales se han utilizado como material
constructivo en muchas sociedades del planeta, aplicadas en
distintas partes de las edificaciones. En algunos casos, son el
material constructivo principal utilizado para toda la estructura,
como en las viviendas construidas por los dorze en Etiopía (Oliver, 1971: 118). En general, las fibras vegetales o animales de
[page-n-48]
Figura 4.9. a. Improntas de troncos
atados con cuerdas en el asentamiento
de la Edad del Bronce de Nola
(Nápoles, Italia) (Albore et alii, 2005:
495, fig. 7). b. Troncos utilizados
como vigas, atados con cuerdas y
cubiertos con barro (Hortichuela,
Valencia).
distinto tipo, como plantas, lana, textiles o crines, introducidas
en el interior de techumbres, alzados o forjados de segundos
pisos, pueden actuar como ligantes, aislantes o introducirse en
el entrevigado para contribuir a sostener el manteado de barro.
El uso de esteras como material principal en alzados se
documenta etnográficamente en numerosos países del sureste
asiático, en India, Nepal, así como en países africanos como
Etiopía (Oliver, 1987; Steen et alii, 2003). También se han empleado en regiones del Próximo Oriente, integradas entre las
hiladas de los alzados de adobe (Aurenche, 1977: 124; Houben
y Guillaud, 1994). Trabajos experimentales sobre edificaciones
de la Edad del Hierro en Dinamarca han planteado su empleo
en la superficie interna de los alzados, argumentando su función como aislante térmico adicional en alzados de bajareque
(Rasmussen, 2007: 160). El uso de fibras de esparto, aunque
no trenzado en esteras, ha sido asimismo planteado como parte
de los revestimientos en pavimentos y alzados durante la ocupación ibérica de la Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante)
(Martínez Carmona et alii, 2009: 161; Olcina Doménech et alii,
2009: 204; Perdiguero, 2016: 53-53).
El empleo de esteras vegetales en las cubiertas es algo más
conocido que en el caso de los alzados. Sería común, por ejemplo, en territorios del Próximo Oriente (Lloyd, 1963, fig. 15; Aurenche, 1977: 24; Guidoni, 1977: 11), y se documenta desde la
Prehistoria. Mellaart (1967: 56) lo mencionaba en referencia a las
cubiertas del asentamiento neolítico de Çatalhöyük, que habrían
sido construidas con cañas cubiertas de barro y conteniendo esteras en su superficie interna, basándose en paralelos etnográficos.
A partir de excavaciones más recientes en este yacimiento, la presencia de esteras en las cubiertas ha sido considerada en distintos
trabajos (Matthews, 2005: 134; Stevanović, 2013: 99).
Las materias vegetales también habrían sido utilizadas por
muchas sociedades prehistóricas para elaborar cuerdas, entre
cuyos usos principales se encuentra la edificación. El cordaje,
un material de construcción que ha recibido escasa atención
por parte de la investigación en arqueología, puede fabricarse
con variadas especies vegetales. En algunas sociedades se emplean las fibras obtenidas de palmeras para fabricar las cuerdas
(Piqué et alii, 2016: 226-227), como también las procedentes
de la corteza de muchos árboles (Pétrequin, 1991: 37; Jongsma, 1997: 8). Del mismo modo, se conoce el uso de raíces de
árboles como materia vegetal para elaborar cordajes (Dimbleby, 1978: 47). No obstante, para realizar las ataduras de las
edificaciones se habrían podido emplear no sólo materiales vegetales, sino también otros, como el cuero (Bankoff y Winter,
1979: 11; Tomasi, 2009; Guerrero, 2017: 78) o la lana (Šolc,
2011: 102). Las ataduras utilizadas en la construcción pueden
estar fabricadas con tiras vegetales individuales, pero también
con cuerdas, trenzadas o torsionadas.
El empleo de ataduras en las construcciones estaría
destinado generalmente a la unión o sujeción de diferentes componentes de las estructuras. Su empleo más común y conocido
es atando los distintos elementos de madera de mayores dimensiones (fig. 4.9) que forman el esqueleto de una estructura o de
una parte estructural. Ejemplo de ello es la atadura de postes
verticales de los alzados a las vigas horizontales de la techumbre. Dado que una aplicación fundamental del cordaje en la
construcción es en la unión de diversos elementos que forman
una edificación, las ataduras pueden quedar ocultas en las partes
internas o estar a la vista, tanto en los espacios interiores como
a la intemperie. Un ejemplo del uso constructivo de cuerdas a la
vista y en el espacio exterior de las edificaciones son las redes
y contrapesos sujetos con cuerdas que refuerzan las techumbres de paja, como puede verse, por ejemplo, en construcciones
tradicionales del norte de las islas británicas (fig. 4.14a).
No obstante, las cuerdas también se utilizan para sujetar
las partes más ligeras de las estructuras, como las cubiertas
construidas con materiales vegetales −ver fig. 4.29−. Esto
Figura 4.10. Soluciones constructivas
para mejorar la adhesión del mortero
a los troncos de madera. a. Aumento
de la rugosidad de la superficie
del tronco, utilizado como dintel,
mediante cortes en el mismo (Arcos
de las Salinas, Teruel). b. Disposición
de cuerdas en torno a la superficie
(Aspe, Alicante).
35
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puede llegar a observarse en el registro arqueológico a través del estudio de restos constructivos de barro, como hemos
podido identificar en los materiales calcolíticos de Vilches
(Hellín, Albacete) –ver 6.1.2–. Además, las cuerdas utilizadas
en las construcciones también pueden tener otros usos, como
contribuir a una mejor sujeción del mortero a los elementos
estructurales (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016:
60, fig. 36), generalmente de madera (fig. 4.10b). Para una
mejor adhesión del mortero y de los revestimientos, es frecuente que se practiquen acanaladuras –como las que también se realizan en la superficie de adobes− o incisiones en
las superficies (Pressler, 1994: 41-42; Fromme y Herz, 2013:
17-20; Knoll y Klamm, 2015: 64-69; Knoll, 2018: 152, fig.
158), –tanto en los materiales de madera, como dinteles (fig.
4.10a), como en la superficie de los alzados (fig. 3.17a)–, así
como que se inserten elementos sólidos para este mismo fin
(Houben y Guillaud, 1994: 177; Schäfer, 2014). No obstante,
es necesario tener en cuenta que las incisiones y la inserción
de materiales en las superficies de los alzados también pueden
ser de carácter decorativo.
4.1.4. Madera
La madera es el material del que están compuestos los troncos y
ramas de los árboles y de las plantas no herbáceas, caracterizado
por su dureza, que puede ser menor o mayor. La madera presenta una serie de características que favorecen su empleo como
material de construcción, como el hecho de poder trabajarse con
relativa facilidad, pudiendo dársele diferentes formas, y de actuar como aislante acústico y térmico (Rodríguez Barreal, 1998:
57; Sáez de Tejada, 1998: 54). No sólo es un aislante térmico,
sino que algunas maderas aumentan su dureza al contacto con el
calor (Mannoni y Giannichedda, 2007: 122), lo que no impide
que arda al contacto con el fuego. Del mismo modo, la madera
también es afectada con frecuencia por la acción de diversos
agentes, como la radiación solar, la humedad, así como por flora
y fauna, sobre todo hongos e insectos (Langendorf, 1988: 13;
Rau y Braune, 1989: 36).
El uso constructivo más frecuente y conocido de la madera
es su empleo como estructura portante de las edificaciones, en
postes, vigas y travesaños, así como en dinteles. En las edificaciones construidas con una estructura interior de madera, ésta
une las distintas partes del edificio, desde el pavimento a la cubierta (Morriss, 1990: 21). La madera también puede utilizarse
con funciones no portantes, contribuyendo al cerramiento de
diferentes partes estructurales (fig. 4.11). También la madera y
la materia vegetal se emplearían en solitario en la construcción,
sin manteados de barro, al igual que otros materiales, como la
piedra ‒piedra seca‒ o la tierra, siendo la huella arqueológica de estos elementos orgánicos considerablemente difícil de
observar en muchos contextos.
A pesar de que el trabajo de la madera, el corte de troncos y
ramas, habría sido una práctica extendida en la construcción durante la Prehistoria reciente de la península ibérica, no es habitual
que se aborden o se mencionen estas prácticas en relación con
la arquitectura prehistórica. Puede considerarse que los ejemplos
arqueológicos más antiguos de madera trabajada con aplicaciones
constructivas en territorio peninsular son los documentados en el
yacimiento del Neolítico antiguo de La Draga (Banyoles, Girona)
(Bosch Lloret et alii, 2000: 316; Tarrús, 2008: 23, 24; Palomo et
alii, 2013). Por su parte, el empleo de tablas de madera como material constructivo también es conocido en la Prehistoria reciente
desde el Neolítico, como en el caso de las islas británicas (Darvill,
1996: 88; Harding, 2009) o en el Neolítico final del sureste europeo, utilizadas en alzados y pavimentaciones (Tringham, 1991:
14; Regenye, 2007). Además, los troncos de madera son utilizados para construir recintos, así como empalizadas, como las
documentadas en muy buenas condiciones de preservación en el
yacimiento de la Edad del Bronce de Must Farm (Peterborough,
Inglaterra) (Knight, 2009) (fig. 4.12a).
Figura 4.11. Ejemplos del uso
de elementos de madera para
cerramientos en la construcción.
a. Varas cortadas por la mitad
y entrelazadas en el interior de
la estructura de una cubierta en
Butser Ancient Farm (Hampshire,
Inglaterra). b. Construcción con
alzados de troncos, varas y tablas
(Cocachimba, Perú).
Figura 4.12. a. Restos de una
empalizada de madera de finales de
la Edad del Bronce excavada en Must
Farm (Cambridgeshire, Inglaterra)
(mustfarm.com). b. Postes de madera
en la reconstrucción del recinto de
fosos neolítico de Goseck (SajoniaAnhalt, Alemania).
36
[page-n-50]
Figura 4.13. Otros usos de la madera
en las edificaciones. a. Troncos
reforzando la sujeción de la cubierta
(Kuélap, Perú). b. Escalera fabricada a
partir de un tronco (Ouangara, Níger)
(Frobenius-Institut, 1990, fig. 9).
Asimismo, la madera se habría podido emplear en la
construcción con muchos otros usos, como en diversas estructuras de equipamiento doméstico, portables o no portables,
desde bancos y asientos, a escaleras (fig. 4.13b), pasando por
soportes o recipientes contenedores. Además, los troncos y
varas de madera pueden emplearse en solitario en las edificaciones de distintas maneras, por ejemplo, apuntalando un
alzado, cerrando un acceso o contribuyendo a sujetar una
cubierta, como se observa en edificaciones contemporáneas
(Pétrequin, 1991: 52) (fig. 4.13a).
4.1.5. Piedra
La piedra es un material de naturaleza mineral caracterizado
por ser compacto y por su dureza, que también puede ser mayor o menor. Es muy abundante en el medio natural y susceptible de ser modelada extrayendo o retirando materia de
la misma, sin que se transforme su composición o estructura interna (Mannoni y Giannichedda, 2007: 114-115). Entre
las características de este material en relación con los usos
constructivos se encuentra su baja o nula conducción de la
humedad, teniendo algunos tipos de rocas sedimentarias,
como la caliza o el yeso, la capacidad de absorberla. Así, cobra sentido la importancia de la construcción de zócalos de
piedra, especialmente en los alzados de tierra, ya que aíslan
el alzado de la humedad ascendente desde el suelo. Entre los
principales factores de alteración que afectan a este material
se encuentran la erosión eólica y los cambios de temperatura
(Rau y Braune, 1989: 35).
El empleo de la piedra en la edificación durante la Prehistoria
reciente se relaciona, sobre todo, con su utilización en zócalos
o en la totalidad de los alzados. Otro de sus usos constructivos fundamentales constatado durante ese periodo es el empleo
como refuerzo en calzos de poste. Además, al igual que ocurre
con la madera, la piedra se combina con la tierra en la construcción de estructuras de equipamiento y actividad, como bancos,
resaltes −ver fig. 7.85−, soportes −ver fig. 7.124−, instalaciones
para el almacenaje o para la combustión −ver fig. 6.26−. Las
piedras, utilizadas en solitario, podrían tener otras funciones
diversas en el equipamiento de los espacios domésticos, por
ejemplo, como soportes de trabajo o asientos. Además, el uso de
piedras para reforzar la sujeción de los materiales que componen
las cubiertas es algo frecuente, colocadas directamente sobre la
superficie exterior de las mismas, como puede observarse hoy en
día de forma habitual (fig. 4.14b) y como se recoge en diferentes
trabajos etnoarqueológicos (Rau y Braune, 1989: 194; Tomasi
y Rivet, 2011: 148; Gil, 2011: 69-70. fig. 12; entre otros). Esta
misma función también puede ser realizada por otros elementos,
como troncos y ramas (fig. 4.13a).
En cuanto a la documentación de este uso constructivo en
la Prehistoria, el empleo de lajas pétreas sobre cubiertas de vegetales manteados con barro, sobre el que dejaron su impronta,
Figura 4.14. Piedras utilizadas como refuerzo en techumbres. a. A modo de contrapeso en los extremos de una cubierta vegetal en las
Highlands (Escocia), como es habitual en la arquitectura tradicional de dicha región. b. Reforzando una cubierta de tejas (Abejuela,
Teruel).
37
[page-n-51]
pudo identificarse en el yacimiento del Neolítico final de Les
Vautes (Saint-Gély-du-Fesc, Francia) (De Chazelles, 2003). En
la península ibérica, la disposición de piedras en las techumbres
se ha apuntado en el poblado argárico de Peñalosa (Baños de
la Encina, Jaén), donde lajas de pizarra cubrirían un manteado
de barro sobre elementos vegetales (Contreras, 2009: 70), o en
el de la Edad del Hierro I del Puig Roig del Roget (Masroig,
Tarragona) (Genera, 1985: 170; Belarte, 1993: 121), como se
recogerá más adelante.
La durabilidad de la piedra facilita su reincorporación como
material de construcción en nuevas estructuras y también con
otros usos. La reutilización de materiales pétreos es una práctica habitual documentada en la Prehistoria reciente peninsular,
incorporándose, por ejemplo, molinos de piedra pulimentada
en desuso en alzados y también en otras partes estructurales
construidas con mampostería, como calzos de poste, bancos o
cerrando estructuras de actividad, como hornos (Jover, 2014:
171). Esto se ha observado en muy distintos asentamientos, sobre todo a partir de la Edad del Bronce, como en Gorgociles del
Escabezado (Jumilla, Murcia) (Gandía et alii, 2018) o Barranco
Tuerto (Villena, Alicante) (Jover y López Padilla, 2009: 276),
así como en los de la Edad del Bronce argárico de Peñalosa
(Moreno Onorato, 2010: 445), El Puntarrón Chico (Murcia)
(Lull, 1983: 342) o Pic de Les Moreres (Crevillente, Alicante) (González Prats, 1983: 52). También se ha indicado en El
Negret (Agost, Alicante), datado en el Bronce tardío y final
(Barciela et alii, 2012: 106, 108), en Vincamet (Fraga, Huesca)
(Moya et alii, 2005: 31), poblado del Bronce final, o en las construcciones de la primera Edad de Hierro del Puig Roig del Roget
(Genera, 1995: 32). Además, los molinos y molederas no son
los únicos instrumentos de piedra que se reutilizan e incorporan
a construcciones (Jover, 2014: 147).
También en lo referente a las aplicaciones constructivas de
la piedra durante la Prehistoria reciente es importante tener en
cuenta el empleo de determinadas rocas como materia prima en la
elaboración de productos pirotecnológicos, como la cal y el yeso.
Además, la producción de estas sustancias revierte con frecuencia en las construcciones, dado su uso como estabilizante en los
morteros de barro, en las pavimentaciones y en el revestimiento
de alzados y otras estructuras. De este modo, el posible empleo de
cal se plantea en determinados enlucidos prehistóricos que presenten rasgos como color amarillento o blanco y un alto grado
de endurecimiento, como en los documentados en La Torreta-El
Monastil (Elda, Alicante) −ver 6.1.1− o Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) −ver 7.1.1.
4.1.6. Pigmentos
Un pigmento es una sustancia utilizada para otorgar un
determinado color a otra y aplicarla sobre distintos materiales.
Las diferentes materias utilizadas como pigmentos pueden tener un origen orgánico o inorgánico, natural o artificial. Entre
las primeras materias utilizadas por los seres humanos como
pigmentos se encuentran las arcillas, el ocre y el carbón. Los
pigmentos que habrían sido más ampliamente utilizados son
los óxidos de hierro, que generan coloraciones desde el amarillo al rojo, pasando por marrones y violáceos. Los óxidos de
manganeso, de color negro, también han sido aplicados desde
momentos paleolíticos (Rapp y Hill, 2006: 217).
Los pigmentos pueden añadirse o utilizarse para generar
sustancias fluidas y aplicarlas sobre distintas superficies: de
elementos muebles ‒como la cerámica‒, o inmuebles, como
las edificaciones, conociéndose estas aplicaciones como pinturas murales. Entre los primeros revestimientos pintados que
se conocen en edificaciones prehistóricas en el ámbito europeo
se encuentran los ejemplos neolíticos de la cultura de la Cerámica de Bandas. Los motivos representados serán principalmente geométricos, al igual que durante la mayor parte de la
Prehistoria reciente (Knoll, 2016: 11, 181).
4.1.7. Reutilización de materiales
Las prácticas de reutilización de muy diversas materias y
sustancias juegan un papel fundamental en las actividades productivas de muchos grupos humanos, teniendo una importante presencia en el ámbito de la construcción, donde se reutilizan materiales
constructivos, pero también otros elementos que no se concibieron
inicialmente para formar parte de edificaciones.
Por un lado, la reutilización de materiales constructivos es
una práctica habitual en la autoconstrucción en distintas sociedades, como ha sido destacado en trabajos tanto etnográficos
como arqueológicos (Volhard, 2010: 99; Correas, 2013; Tung,
2013; Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016; entre otros).
El barro empleado como material constructivo puede ser en sí
mismo reutilizable, ya que puede volver a usarse para construir
después de triturarlo y humedecerlo (Minke, 2001: 17; Guerrero, 2007: 200; Dachverband Lehm e.V., 2009: 5, 20). Esta
práctica puede llegar a observarse mediante el estudio de restos
constructivos de tierra prehistóricos, como se ha apuntado para
los asentamientos de la Edad del Bronce argárico de Laderas
del Castillo ‒ver LC 45‒ y Caramoro I ‒ver CM I 2101/9, anexo
I, Pastor, 2019‒. También en este sentido, ha sido propuesto,
Figura 4.15. a. Restos de recipientes
cerámicos reutilizados para reforzar
parte del alero de una cubierta vegetal
(Işiklar, Turquía) (Blum, 2003: 146,
fig. 162). b. Fragmentos de tejas
integrados en la superficie de un
alzado (Abejuela, Teruel).
38
[page-n-52]
para el asentamiento neolítico de Piana di Curinga (Calabria,
Italia), que las estructuras de barro deterioradas habrían podido
ser incendiadas intencionalmente con el objetivo de endurecer
el material constructivo y poder almacenar los fragmentos de
barro en el asentamiento, de manera que no se disgregasen y pudiesen ser reintegrados en la construcción de nuevas estructuras
(Shaffer, 1993: 62). Además, desde la arqueología y la etnoarqueología se documenta la reutilización de materiales de construcción muy diversos, como bloques y lajas de piedra (Seeden,
1985: 293; González Ruibal, 2003b: 418), adobes (Barada et
alii, 2011: 73), fragmentos de revestimientos en la elaboración
de otros nuevos (Matthews, 2005: 141; Brysbaert, 2008: 112118; Villaseñor, 2010: 70; Çamurcuoĝlu, 2013: 325), elementos de madera (McIntosh, 1974: 163; Corrales et alii, 2011: 88;
Peinetti, 2016: 280), o incluso paja empleada en una edificación
(Daich y Palacios, 2011: 105).
Por otra parte, es importante considerar también
la reutilización como materiales constructivos de productos que
no estaban originalmente destinados a la construcción, sino a actividades más o menos ajenas a ésta ‒en época contemporánea,
destacarían como ejemplo de ello los envases de metal, vidrio y
plástico o los neumáticos (Gil, 2011: 65; Love, 2016, fig. 14.3;
entre otros)‒. Como material susceptible de haber sido reintegrado con frecuencia en las actividades constructivas durante la
Prehistoria reciente, podemos citar el caso de la cerámica (fig.
4.15), pudiendo utilizarse los recipientes para conformar alzados y cercados, uniéndolos con mortero de barro (Correas, 2013:
73, fig. 5), o incorporando fragmentos en el interior de muros de
bajareque, para aumentar el aislamiento térmico de la estructura
(Van Lengen, 1991: 138). Se conocen diversos ejemplos de la reutilización de fragmentos cerámicos en actividades constructivas
en contextos prehistóricos, como en los asentamientos calcolíticos de Fuente Lirio (Muñopepe, Ávila) (Fabián, 2003) y El Soto
(Valdezate, Burgos) (Palomino et alii, 1998), en pavimentos y paredes de estructuras de actividad, respectivamente. Otro caso se
ha documentado en el asentamiento de la Edad del Bronce de Los
Torojones (Morcuera, Soria), donde se habrían reutilizado restos
de cerámica para contribuir a la sujeción de un poste en el interior
del calzo (Fernández Moreno, 2013: 85). Especialmente abundante es el empleo de fragmentos cerámicos en la fabricación de
soleras de estructuras de combustión, documentado sobre todo
durante la Edad del Hierro.
4.2. TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN
CON TIERRA EN LA PREHISTORIA RECIENTE
DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
La tierra puede emplearse como material constructivo mediante
diferentes técnicas, que pueden combinarse entre ellas, incluso
en una misma edificación (por ejemplo, Mileto et alii, 2011)
y en una misma parte estructural, como un alzado o una cubierta. En lo referente a la Prehistoria reciente de la península ibérica, podemos considerar, principalmente, la puesta en
práctica de las técnicas constructivas con tierra del bajareque,
el amasado o modelado y el adobe. Además de éstas, existen
otras (Doat et alii, 1979; Viñuales et alii, 2003; Knoll et alii,
2019; entre otros), como el tapial o el terrón, pero no se aborda
su empleo en el marco cronológico y territorial de este trabajo,
por no conocerse evidencias arqueológicas de dicho uso exentas
de dudas.1 En cambio, sí se utilizaron ampliamente técnicas de
construcción que emplean la piedra, como la conocida como
piedra seca y, sobre todo, la mampostería, la unión de piedras no
escuadradas mediante mortero.
1
Por ejemplo, se ha planteado el empleo de estructuras de tapial durante el siglo VII BC en La Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante) (González Prats, 1999; 15, 40, Lám. II), aunque la identificación
de esta técnica presenta importantes dificultades y el empleo de esta
forma de construir no se documentaría con mayor claridad hasta
cronologías posteriores.
Figura 4.16. a. Alzado de bajareque con varas de madera entrelazadas cubiertas por mortero, en la reconstrucción de una vivienda prehistórica en el centro de visitantes de Stonehenge (Wiltshire, Inglaterra). b. Pared de bajareque en una de las viviendas prehistóricas experimentales en Butser Ancient Farm (Hampshire, Inglaterra).
39
[page-n-53]
Figura 4.17. a. Estante construido mediante la técnica del bajareque en la reconstrucción de una casa de la Edad del Bronce argárico en La
Bastida (Totana, Murcia). b. Vista lateral de esta instalación, donde se aprecia su estructura de cañas cubiertas con mortero (recreación del
Proyecto Bastida, Grupo ASOME, Universidad Autónoma de Barcelona).
4.2.1. Bajareque
Las técnicas constructivas que combinan la tierra con otros
elementos estructurales que realizan la función portante se
conocen como técnicas mixtas (Proterra, 2003; Knoll et alii,
2019; entre otros). La aplicación del mortero de barro sobre una
estructura vegetal o de madera, se conoce, entre otras muchas
denominaciones, como bajareque (Guerrero, 2007: 196; 2017;
Viñuales et alii, 2003). En este sentido, también se emplea el
término manteado, que puede referirse a la técnica constructiva
o forma de construir (Sánchez García, 1999a: 164), a la propia capa de barro que se aplica sobre los elementos vegetales
o lígneos, o a la acción de aplicarla. También se ha utilizado
como sinónimo de barro utilizado como material de construcción (Asensio, 1995:25). Aplicar barro sobre y/o entre elementos vegetales hace a las estructuras más resistentes al fuego
(Norton, 1986: 26; Minke, 2001: 133). Mediante el bajareque
pueden construirse no sólo alzados (fig. 4.16), sino también tabiques internos, forjados de segundos pisos, cubiertas planas y
curvas, además de estructuras de actividad y espacios para el
almacenaje (fig. 4.17).
El bajareque se considera una técnica constructiva muy
antigua y ampliamente extendida, practicada por las comunidades humanas en muchos territorios desde, al menos, los inicios de la sedentarización (Guerrero, 2007: 195; 2017). Su uso
se constata arqueológicamente en la península ibérica desde el
Neolítico, mediante el hallazgo de restos de barro con improntas constructivas indicativas de dicha técnica (Sánchez García,
1997b: 147; Rosser y Fuentes, 2007: 17; García López, 2010;
Torregrosa et alii, 2011: 89; Pastor, 2016), al igual que en otros
territorios del entorno, como la actual Francia (De Chazelles,
2005b; Onfray, 2012), o la península itálica (Ammermann et
alii, 1988; Peinetti, 2014). La técnica del bajareque seguirá
40
utilizándose a lo largo de la Prehistoria reciente en el ámbito peninsular, así como en épocas posteriores. De hecho, esta técnica
está representada en todos los casos de estudio que reúne este
trabajo, siendo sus evidencias especialmente relevantes en algunos de los asentamientos abordados, como el enclave argárico
de Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante).
4.2.2. Amasado y modelado
En el marco de las técnicas constructivas de tierra maciza (De
Chazelles, 1999; Guillaud et alii, 2007; Knoll et alii, 2019; entre
otros), el barro puede utilizarse en solitario para construir muros y otras estructuras, aplicándolo aún húmedo y manualmente,
reservando un tiempo de secado entre hileras o a partir de una
cierta altura (Houben y Guillaud, 1994: 176; Baloi, 2001; entre otros), de hasta un día o más (Aurenche, 1981: 54; Kramer,
1982: 92). Esta técnica recibe el nombre de amasado o tierra
modelada y aunque se recoge en diversas obras acerca de la
arquitectura de tierra desde hace décadas (Agorsah et alii, 1985:
105; Güntzel, 1986: 158, 369; Sánchez García, 1999a: 167;
Minke, 2001: 87; entre otros), es una forma de construir con
tierra poco conocida, en general y en el ámbito de la arqueología
y que ha sido poco estudiada en profundidad.
En la técnica del amasado, el barro también puede aplicarse
lanzándolo, para obtener una mayor compactación mediante estos procesos mecánicos (Minke, 2001: 73, 87; Guerrero, 2018:
131). En esta técnica constructiva es frecuente que, a la hora de
aplicar el barro húmedo a los muros, éste se modele en forma de
unidades individualizadas, como bolas o bloques, que después se
pueden regularizar, disimulándose la forma en la que se ha aplicado el barro inicialmente y obteniendo la apariencia de un muro
monolítico (fig. 4.19a). No obstante, la conformación de unidades modeladas en mayor o menor medida también puede estar
[page-n-54]
Figura 4.18. a. Regularización de una
pared estrecha de barro amasado y
modelado (a partir de Minke, 2001:
87, fig. 8.2-1). b. Restos de un horno
de barro modelado, excavado en el
asentamiento del Bronce final de
Vincamet (Huesca) (Moya et alii,
2005: 26, fig. 14).
relacionada con la agilización del proceso constructivo durante la
puesta en obra del material, algo que la edificación con elementos de barro húmedo permite, pero no las piezas prefabricadas
ya secas, que requieren su colocación más o menos ordenada y
habitualmente unidas por mortero.
Entre la preparación del mortero de barro y la aplicación
del mismo para construir suele dejarse reposar la mezcla durante uno o dos días (Houben y Guillaud, 1994: 178), al igual
que ocurre con otras técnicas (Guerrero, 2017: 192). A pesar
de que por norma general pueda considerarse que en esta técnica se emplea únicamente barro amasado, su aplicación puede darse combinada con otras, como el adobe, el bajareque o la
mampostería (Guerrero, 2018: 127) que, utilizada para construir zócalos, protege la estructura de la humedad ascendente
desde el suelo. El amasado de barro en forma de bolas puede
aplicarse sobre y junto con elementos vegetales y de madera,
como paneles de cañas o ramas y en estructuras sostenidas por
postes de madera, como ha sido reflejado en algunas publicaciones (Proterra, 2003, fig. 36; Mileto et alii, 2011) y como se
plantea en el caso de Laderas del Castillo (Callosa de Segura,
Alicante) −ver 7.1.1−. Con esta técnica se levantan alzados,
pero también puede aplicarse a techumbres sobre estructuras
de madera (Guerrero, 2018: 130), así como a la construcción
de estructuras de actividad y almacenaje, como hornos (fig.
4.18b) y silos (Guidoni, 1977: 250). Las esferas de barro húmedo también se pueden utilizar para reparar determinadas
partes de los muros o cubrir las superficies exteriores, a modo
de revestimiento (Dethier, 1982: 67, fig. 19), pudiendo después
regularizarse y crear una superficie lisa.
Así, el barro puede modelarse en forma de bolas por una
cuestión de mayor comodidad a la hora de transportar el material desde el espacio donde se ha realizado la mezcla hasta la
construcción en curso. Las bolas o bloques de barro pueden realizarse con una mezcla de barro y vegetales (Houben y Guillaud,
1994: 178; Schäfer, 2014), o bien puede aplicarse material vegetal entre dichas unidades o entre las hiladas de las mismas,
como apuntan ejemplos del uso reciente de esta técnica (Klein,
2003: 427, 432; Patte y Streiff, 2006: 42, 220). La disposición
de camas de vegetales entre hiladas o unidades también se conoce en otras técnicas de construcción con tierra, como el adobe
(por ejemplo, Mileto et alii, 2011).
La constatación arqueológica de esta técnica es una cuestión
compleja. Por un lado, el empleo del modelado en la elaboración de estructuras de actividad se conoce desde el Neolítico.
Este uso se constata también en la península ibérica en cronologías neolíticas, donde el modelado se habría empleado en
la elaboración de estructuras de actividad (Bernabeu et alii,
2003: 43-44; Gómez, 2008; García López, 2010: 106; Pastor,
2017b), interpretadas, por ejemplo, como de combustión o de
almacenamiento. Por otra parte, el hallazgo de restos de barro
interpretados como constructivos en contextos neolíticos, pero
en los que no se observa la presencia de improntas constructivas que permitan inferir la puesta en práctica de la técnica del
bajareque, permite plantear el posible empleo de la técnica del
amasado en algunos casos (por ejemplo, Jover y Pastor, 2014:
213), en restos que podrían haber pertenecido a edificaciones.
No obstante, la atribución de fragmentos constructivos a esta
técnica no está exenta de dudas, pudiendo tratarse de restos de
manteados de barro sobre una estructura vegetal que no conserven en su superficie improntas que permitan conocer la presencia de dicha estructura o de fragmentos no identificables de
estructuras realizadas con otra técnica.
Figura 4.19. a. Construcción de un alzado mediante la técnica del
amasado en forma de bolas o bloques (Wright, 1985, fig. 297). b.
Estructura de bloques de barro amasado del asentamiento de la
Edad del Bronce argárico de Caramoro I (Elche, Alicante).
41
[page-n-55]
Figura 4.20. a. Adobes fabricados
a mano (Jos, Nigeria) (Guillaud,
2011: 45, fig. 7). b. Adobes
producidos con molde en México
(Khalili, 2008, fig. 3. 8).
No es frecuente la conservación en el registro arqueológico
de muros completos de los que se tenga la certeza de que fueron edificados mediante la técnica del amasado de barro. En la
península ibérica, este podría ser el caso de alzados de asentamientos como Los Cenizales (Moradillo de Roa, Burgos), de
cronología calcolítica (Fonseca, 2015: 24), el de la Edad del
Bronce de Cerro de El Rocín (Villena, Alicante) (Observación
personal en campo) o de algunas estructuras de la primera Edad
del Hierro del Cerro de San Vicente (Salamanca), donde no
obstante predomina el uso del adobe (Blanco González, 2011;
Blanco González et alii, 2017). En otros casos, se conoce la
presencia de muros de tierra que podrían haber sido edificados
mediante el amasado, pero también de otro modo, puesto que
no disponemos de información suficiente para determinar la
técnica empleada, como, por ejemplo, en el asentamiento de la
Edad de Bronce de Foia de la Perera (Castalla, Alicante) (Cerdà,
1986: 86; 1994: 104).
Respecto al amasado en forma de bolas y bloques, en el
transcurso de esta investigación hemos constatado con seguridad su presencia en los yacimientos de la Edad del Bronce
argárico de Caramoro I (Elche, Alicante) (Pastor et alii, 2018)
(fig. 4.19b) y Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante).
También se habría empleado en Hoya Quemada (Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo, 1986: 10) −ver fig. 7.8a−. Fuera de la península ibérica, la construcción con amasado de barro se ha documentado en el yacimiento neolítico de Klimonas
(Ayios Tychonas, Chipre) (Jallot y Wattez, 2015: 22; Mylona et
alii, 2017: 112). Asimismo, el empleo de módulos de barro amasado ha sido identificado en el asentamiento del V milenio BC
de Jacques-Coeur II (Montpellier, Francia) (Jallot, 2003: 172) y
en el enclave de mediados del III milenio BC de La Capoulière
(Mauguio, Francia) (Wattez, 2003: 208-210; Burens-Carozza
et alii, 2005: 434; Gutherz et alii, 2011: 426; 2011).
4.2.3. Adobe
El adobe es una técnica constructiva que consiste en la
edificación mediante piezas de barro puestas en obra una vez
secas y, en la mayoría de las ocasiones, unidas con mortero.
Los adobes pueden haber sido hechos a mano −modelados en
estado plástico− (fig. 4.20a), o fabricados con un molde (fig.
4.20b). Cuando son realizados manualmente, pueden adoptar
formas diversas (Doat et alii, 1979: 108; Houben y Guillaud,
1994: 180; Knoll et alii, 2019), mientras que, en la elaboración
con molde, los adobes adoptan formas estandarizadas, siendo
generalmente planoconvexas, cuadrangulares y rectangulares.
42
Con la técnica del adobe se pueden construir alzados, tabiques y
plementos, arcos, bóvedas y cúpulas e incluso cubiertas planas
(Stevanović, 2013: 105). Las estructuras de adobe no son propensas a incendiarse y arden de forma lenta (Van Lengen, 1991:
122; Twiss et alii, 2008: 51).
El adobe fabricado con molde se documenta ya desde
el VII milenio BC en Mesopotamia, Anatolia y en la actual
Siria (Aurenche, 1981: 66; Wright, 2009: 140). No obstante, en la península ibérica, durante la Prehistoria reciente la
técnica del adobe se constata con seguridad sólo a partir del
Bronce final y, sobre todo, es habitual durante la primera
Edad del Hierro. El mal uso terminológico de las técnicas
de construcción con tierra, largamente señalado (De Chazelles y Poupet, 1985: 156; Sánchez García, 1997a: 350-352;
Vela, 2002: 25; Pastor, 2017b: 23; entre otros), obstaculiza el estudio de la presencia del adobe en asentamientos
prehistóricos en cronologías anteriores a las citadas. Además, no siempre resulta sencillo diferenciar las diferentes
técnicas de construcción con tierra en las que se emplean
unidades individuales o módulos (Pastor et alii, 2019). No
obstante, a día de hoy puede considerarse que el adobe se
ha documentado de forma puntual en algunos asentamientos
peninsulares en cronologías calcolíticas, contando con los
ejemplos de Marroquíes Bajos (Jaén) (Zafra et alii, 1999:
90) y Alto do Outeiro (Beja, Portugal) (Bruno et alii, 2010).
Asimismo, su empleo ya fue apuntado en el Cerro de la Virgen (Orce, Granada) (Schüle y Pellicer, 1966: 8; Kalb, 1969:
216; Schüle, 1980: 57, 1986; Molina et alii, 2016: 327, fig.
4), donde, se trate de adobe hecho a mano (Belarte, 2002:
35; 2011: 166) o a molde, se habrían construido con adobe
estructuras de planta circular.
4.3. PROCESOS CONSTRUCTIVOS Y PRÁCTICAS
SOCIALES
4.3.1. La construcción como proceso productivo
Pueden considerarse modos de construcción la manera en que
los grupos humanos han edificado estructuras, en los que escogieron como espacios de ocupación y de hábitat, para satisfacer
así un conjunto de necesidades básicas. Las características de
las estructuras construidas estarán motivadas por múltiples aspectos, como estas necesidades del grupo humano que las lleva
a cabo, la disponibilidad de materias primas que utilizar como
materiales constructivos, así como por factores climáticos,
[page-n-56]
Figura 4.21. Estructuras construidas,
con distintos materiales, como
resultado del juego infantil. a.
Susques, Argentina (Tomasi, 2012:
19, fig. 16). b. Işiklar, Turquía (Blum,
2003: 238, fig. 291).
tecnológicos y culturales y, de forma importante, la función o
funciones a las que están destinadas en el momento de su edificación, variables que ya han sido apuntadas y debatidas por
distintos trabajos desde hace décadas (Rapoport, 1969: 13; Vela,
1995; Love, 2013; entre otros). Así, el carácter y la organización
de las estructuras construidas, de hábitat y/o actividad, se relaciona con el carácter y la organización de las comunidades que
las utilizan y ocupan y que, en la mayoría de los casos, serían
las que las construyeron. En relación con esto, es importante
tratar de ser conscientes de algunas asunciones propias de nuestro presente que en ocasiones son trasladadas a los espacios de
hábitat de las sociedades prehistóricas. Por ejemplo, conviene
no dar por supuestas las asociaciones entre determinados materiales y nociones como la de permanencia y uso continuado
del espacio –sólidas estructuras de piedra pueden haber tenido
un uso estacional o esporádico−, así como elementos asociados
a nuestra idea actual de la casa y lo doméstico (Brück y Goodman, 2003: 3-5), conceptos que se construyen históricamente y
no son universales (Robin, 2002: 247).
Cuando se aborda el estudio de cualquier edificación en el
registro arqueológico, no nos encontramos simplemente ante un
lugar de hábitat, sino que éste es también el espacio donde y en
torno al cual se llevaron a cabo una serie de procesos de trabajo
destinados a la producción y al mantenimiento del mismo, que
posibilitaron su existencia y que también pudieron influir en las
condiciones de su abandono y deterioro.
La construcción implica trabajo, considerando éste como
toda actividad que requiere un gasto energético y de tiempo,
como una práctica social que busca cumplir un objetivo social
(Castro et alii, 2005: 7). La construcción se encuentra entre las
prácticas socioeconómicas de una sociedad destinadas a producir las condiciones materiales necesarias para la vida social
(Bate, 1998). Así, el proceso de construcción es un proceso
productivo, que requiere una fuerza y unos objetos y medios
de trabajo. La producción supone escoger y utilizar determinados recursos naturales −objetos de trabajo− y transformarlos.
Cuando un recurso natural es aprovechado por un grupo humano para sus actividades productivas se convierte en materia prima, para lo que se requiere que sea reconocido como tal y que
se cuente con las técnicas de explotación −y medios de trabajo− necesarias para su aprovechamiento (Jover, 1999b: 7, 12).
La construcción se ha considerado producción en otros trabajos, orientados desde diferentes posiciones teóricas (Tringham,
1994: 177; Rivera, 2007; Love, 2013; entre otros). En relación
con esto y también desde distintos posicionamientos teóricos,
las construcciones se han concebido como artefactos en sí
mismos (Gilman, 1987; Samson, 1990; Stevanović, 1997: 341;
Rivera, 2007; Kaltsogianni, 2011: 97; Knappett, 2015). Tanto
los materiales constructivos como la estructura edificada pueden considerarse productos.
Los procesos constructivos desarrollados durante, al menos,
la mayor parte de la Prehistoria reciente peninsular pueden entenderse bajo el concepto de autoconstrucción, unos modos de
construcción en los que entre las personas que levantan las edificaciones, quienes constituyen la fuerza de trabajo, se encuentran,
en mayor o menor medida, quienes las utilizarán (ejemplos en
Agorsah, 1985; Tomasi, 2009; Šolc, 2011; entre otros). Ello no
impide que pueda plantearse la existencia en determinados contextos de personas especializadas en el desarrollo de actividades
concretas de los procesos constructivos, como se ha planteado
puntualmente para el caso de El Argar (Eiroa, 2004: 84). En la
edificación de estructuras autoconstruidas o autoproducidas, la
participación del conjunto de la comunidad puede darse a distintos niveles. La autoconstrucción implica, como cualquier otra
actividad productiva, procesos de transmisión y aprendizaje del
conocimiento a las nuevas generaciones (Kamp, 2010: 109; Calvo et alii, 2015: 93). Con esto pueden relacionarse, por ejemplo,
las materializaciones de prácticas constructivas producidas en
el marco del juego infantil, señaladas por distintos trabajos etnoarqueológicos (Blum, 2003: 238; González Ruibal, 1998: 183;
Vitores, 2011: 285; Tomasi, 2012: 19; entre otros) (fig. 4.21).
Las actividades productivas requieren una serie de trabajos articulados, realizados en etapas concatenadas (Jover, 1999b: 9-10). La
construcción, como todo proceso productivo, requiere el desarrollo
de una serie de actividades. Éstas abarcan desde la adecuación del
espacio donde se va a construir, la planificación, selección, obtención y transformación o preparación de diversas materias primas,
hasta la ejecución de la propia construcción, su uso y mantenimiento. Además, es frecuente que durante el proceso se den actividades
de remodelación y/o reconstrucción y de reaprovechamiento de
elementos y materiales constructivos.
Esta serie de trabajos articulados formarían lo que se han
llamado cadenas operativas (Leroi-Gourhan, 1943; Lemonnier,
1976; Dobres, 2000: 153; Roux, 2019; entre otros), aplicadas
al ámbito constructivo (Cammas, 2003; Brysbaert, 2008: 22;
Homsher, 2012; Sillar, 2013; entre otros), o ciclos productivos,
que no son por lo general procesos lineales, sino que pueden
estar sujetos a variaciones, ni tampoco son necesariamente
realizados de forma consciente como tales (Mannoni y Giannichedda, 2007: 77). Desde otras conceptualizaciones, se han
acuñado términos como historias o ciclos de vida (Schiffer,
2004; Matthews, 2005; Matthews et alii, 2013; entre otros) para
43
[page-n-57]
Figura 4.22. a. Barrido y
acondicionamiento de un espacio
exterior de hábitat en Behisatse
(Madagascar) (Kelly et alii,
2005: 406, fig. 2). b. Trazado del
espacio que ocupará la planta de
una estructura previamente a su
construcción (Mettekel, Etiopía)
(González Ruibal et alii, 2009: 95).
definir esta secuencia de actividades productivas asociadas a
los materiales. Una cuestión fundamental es que buena parte
de los procedimientos que integran un determinado proceso de
producción no son exclusivos de ese proceso tecnológico, sino
comunes a varios de ellos (Brysbaert, 2008: 84), algo que también se produce en el marco de las actividades constructivas. Algunos procedimientos necesarios en un proceso de producción
se pueden transferir a otro diferente por analogía. Esta es sólo
una de las maneras en que diferentes ciclos productivos pueden
encontrarse conectados: ello también puede ocurrir porque se
reaprovechen residuos de uno en otro o porque el desarrollo de
una actividad productiva tenga un impacto en la otra (Mannoni
y Giannichedda, 2007: 79).
El análisis de la materialidad arqueológica y, en el caso que nos
ocupa, de las evidencias de construcción con tierra, permite llegar a inferir actividades concretas realizadas durante los procesos
constructivos. Es el caso del descortezado de los troncos utilizados
para edificar y que, al ser manteados con barro, puede detectarse
a partir del estudio de las improntas, como hemos planteado en el
asentamiento calcolítico de Les Moreres −ver 6.1.3−. Otras actividades implicadas en los procesos de construcción que pueden identificarse mediante el estudio de estos restos arqueológicos son la
preparación y machacado o corte de los vegetales utilizados como
estabilizantes de los morteros, así como el añadido de diferentes
materias a los mismos, sean residuos reutilizados o sustancias antrópicamente producidas −cal, yeso, pigmentos−, incluso expresamente fabricadas para fines constructivos.
Las actividades constructivas y los productos resultantes
de ellas se generan y desarrollan en un determinado contexto
social y, al mismo tiempo, se enmarcan en un medio físico y
natural que cuenta con unas condiciones climatológicas, edafológicas y con una determinada disponibilidad de recursos
hídricos, vegetales y faunísticos. En este sentido, el estudio de
las sociedades prehistóricas permite reconocer zonas de ocupación preferente y recurrente, que generalmente reúnen condiciones favorables para el hábitat humano, aun en sociedades
con bases organizativas muy distintas. En ellas se concentran
los espacios de construcción y hábitat, algo que debe entenderse en el marco del conocimiento acumulado en el seno de
los grupos humanos sobre el medio natural en el que habitan
(Jover, 2011: 342-343).
Así, los inicios de cualquier proceso constructivo implican escoger un espacio, considerando en mayor o menor medida las condiciones del terreno, así como la extensión dispo-
Figura 4.23.a. Haces de carrizo apilados previamente a su empleo en cubiertas (Rau y Braune, 1989: 31). b. Espacio destinado a extender
adobes para su secado (Tingo, Perú).
44
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nible del área donde se va a construir, que generalmente será
acondicionada (fig. 4.22a), desbrozada y regularizada, lo que
puede llevarse a cabo retirando o añadiendo tierra. Este proceso
de añadido de sedimentos es común en la preparación del espacio para sucesivas reocupaciones y ha sido constatado arqueológicamente, por ejemplo, en asentamientos de la Edad del Bronce peninsular (Fumanal, 1990: 324). La adecuación del terreno
para albergar una estructura puede requerir un aterrazamiento.
La construcción de muros de aterrazamiento y refuerzo del terreno utilizado para edificar es frecuente en asentamientos construidos en altura y ladera, lo que se observa de manera especial
durante la Edad del Bronce en los territorios del Levante de la
península ibérica. En algunos casos, se trazaría o señalaría en el
suelo la planta de la estructura a construir, como se documenta
en distintos estudios etnoarqueológicos (Aurenche, 1981: 95;
Agorsah, 1985: 105; González Ruibal et alii, 2009: 95; Arnold,
2014: 50) (fig. 4.22b).
La disponibilidad de espacio físico es una cuestión clave, no
sólo donde edificar la estructura o estructuras, sino también en el
que poder desarrollar los procesos productivos implicados en la
construcción. Las actividades de preparación y elaboración de los
materiales constructivos requieren y ocupan espacios (fig. 4.23).
Los espacios de la construcción pueden ser, en mayor o menor
medida, espacios naturales o antropizados, habiendo sido previamente utilizados o habitados, abiertos o cerrados y son escogidos,
preparados, construidos, habitados y abandonados.
4.3.2. Obtención de materias primas y preparación
de materiales de construcción
En el marco de la investigación sobre la autoconstrucción se
considera que los recursos naturales que pueden utilizarse como materias primas y transformarse en materiales constructivos son localizados, seleccionados y obtenidos, generalmente, de acuerdo con su
disponibilidad local (Agorsah et alii, 1985; David y Kramer, 2001:
285; Blum, 2003; Gil, 2011: 47; entre otros). En los casos en los que
fuera necesario, si los materiales requeridos no se encontraran en
el entorno o los disponibles no fueran aptos para edificar con ellos,
éstos podrían obtenerse en otro lugar y transportarse hasta el espacio
donde se va a construir, algo que se observa a nivel etnoarqueológico, como en el caso de la tierra (Daich y Palacios, 2011: 103) o del
carrizo (Kelly et alii, 2005: 407).
Los distintos tipos de materias vegetales utilizados en las
actividades constructivas han de ser obtenidos y preparados de
distintas maneras. En el caso de la paja empleada conservando
la forma de tallos considerablemente largos, como por ejemplo
en las cubiertas vegetales, su uso puede ponerse en relación
con formas de siega determinadas, como el arrancado de la
planta completa o la siega a ras del suelo (Peña et alii, 2000:
406). Los elementos vegetales como la caña y el carrizo suelen dejarse secar al aire un tiempo antes de ser utilizados para
construir, requiriéndose un espacio para ello. Una vez seco,
el carrizo puede almacenarse y, en un ambiente seco y con
suficiente ventilación, se puede mantener durante años en buenas condiciones para ser utilizado en la construcción (Sooster,
2008: 19, 21). También en el caso del esparto, en los diferentes
procedimientos que se emplean para prepararlo, generalmente se reserva un tiempo de secado (Ayala y Jiménez Lorente,
2007: 191-192). No obstante, la flexibilidad de los elementos
vegetales que se vayan a utilizar entrelazados, como varas o
cañas, es mayor si se utilizan frescas (Pétrequin, 1991: 48).
Si la materia vegetal va a ser añadida como estabilizante al
mortero de barro, es común que sea machacada o cortada
previamente. Respecto a la observación macroscópica en los
restos constructivos de evidencias del uso de materia vegetal
empleada en la mezcla, es frecuente que las huellas que ocuparon los elementos vegetales sean aproximadamente del mismo
tamaño, lo que probablemente responde a que durante el aplastamiento o machacado del material vegetal, previamente a ser
añadido a la tierra, éste acabaría desmenuzándose en tramos
más o menos regulares (Volhard, 2010: 90).
Diferentes ejemplos de investigaciones experimentales
acerca de la edificación prehistórica han apuntado la gran cantidad de recursos madereros implicados en los procesos constructivos (Pétrequin, 1991; Harding, 2009). Muestra de ello son
los trabajos de edificación experimental realizados en Butser
Ancient Farm (Hampshire, Inglaterra), que aportaron que para
la construcción de la estructura de planta circular basada en la
vivienda de la Edad del Hierro de Maiden Castle (Dorset, Inglaterra), fue necesaria la madera de más de 30 árboles (Coles,
1979: 114). En este sentido, es importante considerar el impacto que las actividades constructivas habrían tenido en el medio
natural durante la Prehistoria reciente, especialmente en la flora
(Pétrequin, 1991: 13-14, 38).
Se ha apuntado que en la estrategia de aprovisionamiento de
un recurso natural como la madera actúan factores como las necesidades sociales del grupo humano que la lleva a cabo, el tamaño
de éste, el tipo de asentamiento y la duración del mismo, la disponibilidad de recursos y las capacidades de tipo técnico, y estos
factores se relacionan también con el grado de transformación
del entorno natural (Piqué, 1999: 23-24). Además, es importante considerar que la manera en que distintos materiales han sido
conceptualizados por los grupos humanos afecta al modo en que
se utilizan (Conneller, 2014: 4-5). Así, por ejemplo, en el caso
de la madera, puede evitarse o favorecerse el uso de determinadas especies incluso por razones culturales o simbólicas (Martín
Seijo, 2012: 206), como también se ha planteado para otros materiales constructivos (Rapoport, 1969: 109). La selección de la
madera puede darse teniendo en cuenta las diferentes especies
(Coles, 2006), así como el tamaño, según la función que van a
desempeñar los maderos en la estructura. Esta selección de la madera para la construcción se evidencia con la presencia de troncos
o ramas de aproximadamente el mismo diámetro (Rodríguez del
Cueto, 2012: 95). Un ejemplo de ello puede verse en la planta de
la estructura ovalada de troncos manteados con barro excavada en
Les Moreres −ver fig. 6.41.
Asimismo, diferentes estudios han profundizado
considerablemente en los procedimientos que habrían sido
empleados para talar y cortar los troncos y ramas utilizados
en la construcción prehistórica, para lo que serían fundamentales instrumentos de trabajo como las hachas y azuelas de
piedra, con un enmangue fabricado con materiales como la
madera o el asta (Coles, 1979; Pétrequin, 1991: 28). Dado el
grosor de las hachas de piedra, en comparación con las metálicas, sólo pueden profundizar en el tronco a partir de un
corte considerablemente ancho. Una manera de lograrlo es
realizar dos cortes distintos, uno encima del otro y profundizar
en ellos de manera en que se junten (Coles, 1979: 102). Otro
de estos procedimientos, en lo destinado a cortar los troncos
45
[page-n-59]
Figura 4.24. a. Corte transversal de un tronco mediante cuñas, en trabajos de arqueología experimental (Pétrequin, 1991: 31). b. Troncos
seccionados, apilados en el exterior junto a un muro para su almacenaje, en Butser Ancient Farm (Hampshire, Inglaterra). c. Troncos y
piezas de madera trabajada del Neolítico antiguo, excavados en Somerset Levels (Somerset, Inglaterra) (Coles, 2006: 91, fig. 1).
longitudinalmente, es la inserción de cuñas (Coles, 1979: 169,
fig. 53; Pétrequin, 1991: 31) (fig. 4.24a), con el que también
podrían cortarse tablas (Coles, 2006: 52, fig. 3).
Otra cuestión que puede llegar a ser estudiada desde la arqueología son las marcas dejadas por las hachas en los troncos utilizados
para construir, cuando la madera se ha conservado en condiciones
con un alto grado de humedad o subacuáticas. En estos casos, el
análisis de estas marcas podría incluso contribuir a clarificar fases
constructivas, basándose en la determinación del empleo de un mismo grupo de herramientas asociadas a un mismo momento constructivo (Sands, 1997: 5). Las marcas dejadas en los troncos por
el empleo de hachas de piedra han podido observarse, en algunos
casos, a partir de su impronta en restos constructivos de tierra, como
en los materiales neolíticos de Çatalhöyük (Stevanović, 2013: 105),
o en Seilh (Haute-Garonne, Francia) (Knoll et alii, 2019).
Las hachas y azuelas de piedra funcionan adecuadamente si
la madera está fresca, mientras que, cuando se seca, pierden su
eficacia, duplicando o triplicando la duración de esta actividad
(Pétrequin, 1991: 32). La madera recién talada presenta mayor
humedad y menor dureza que cuando está seca, por lo que es
más fácil de cortar y trabajar (Morriss, 2000: 64). Por ello, se
considera que en la mayoría de los casos el trabajo de la madera se realizaría antes de transportarla hasta el lugar donde va
a emplazarse la construcción (Pétrequin, 1991: 32). Además,
cortar o preparar las ramas o troncos en el lugar de su obtención
facilitaría su transporte (Rodríguez del Cueto, 2012: 95). Con el
desarrollo de la producción metalúrgica, herramientas de metal
como cuchillos, hachas o sierras pudieron haberse empleado en
diferentes actividades relacionadas con la construcción durante
cronologías prehistóricas, al igual que instrumentos óseos.
Figura 4.25. a. Tala experimental de troncos con un hacha de piedra (Pétrequin, 1991: 27). b. Acumulación de residuos resultantes del
trabajo de la madera, en el Scottish Crannog Centre (Kenmore, Escocia). c. Troncos cortados y apilados, quizá para su secado, en una zona
boscosa de Bibury (Inglaterra).
46
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Cortar los árboles cuando contienen menor humedad, como
en invierno, favorecería la buena conservación de la madera
como material de construcción (Facey, 1997: 120). Esto también es beneficioso si la madera va a almacenarse (Sobon y
Schroeder, 1984: 57), ya que las altas temperaturas propician su
deterioro. Además, los troncos utilizados para edificar generalmente son preparados de cierta manera, pudiendo retirarse las
ramas laterales, ser cortados en función de la longitud deseada
o ser descortezados. El descortezado de la madera previene el
deterioro de la estructura por aparición de insectos (Sobon y
Schroeder, 1984: 58; Stevanović, 2013: 111). La ausencia de
corteza en troncos prehistóricos destinados a la construcción
se ha detectado a partir de restos de barro, por ejemplo, en el
asentamiento neolítico de Çatalhöyük (Stevanović, 2013: 105).
No obstante, el descortezado de los troncos no tendría por qué
haber sido la norma durante la Prehistoria reciente. Conocemos
también casos del empleo constructivo de troncos con la corteza, como el de La Draga (Banyoles, Girona), donde se ha conservado ésta adherida a los postes (Bosch Lloret et alii, 2000;
Franch et alii, 2016: 52), preservados gracias a las condiciones
lacustres del yacimiento. Los residuos del trabajo de la madera (fig. 4.25b) suelen reutilizarse como combustible (Martín
Seijo, 2012: 33, 38).
Además, al igual que ocurre con los vegetales no leñosos,
reservar un tiempo de secado para los elementos de madera
(fig. 4.25c), previamente a su uso constructivo, favorece su durabilidad, al hacer menos probable que sean afectados por agentes biológicos o que la estructura se deteriore por cambios de
volumen en los mismos (Van Lengen, 1991: 95, 99; Carazas
y Rivero, 2002: 10-11; Stevanović, 2013: 111). El secado de
la madera puede realizarse almacenándola al aire libre, preferentemente a la sombra (Sobon y Schroeder, 1984: 60; Martín
Seijo, 2012: 37-38, figs. 1.16-18), pero también en el interior
de las construcciones, cerca del calor de una estructura de
combustión, como un hogar (Dufraisse et alii, 2007; 117-188,
fig. 3). No obstante, durante el secado de la madera antes de
su puesta en obra, ésta también puede ser afectada por insectos
(Langendorf, 1988: 29).
Los troncos de madera pueden ser talados, pero también
arrancados, o bien pueden hallarse caídos. El aprovechamiento
de la madera muerta, caída o no caída, es una estrategia que
exigiría una menor inversión de energía (Piqué, 1999: 26) y
planteada ya para el Paleolítico medio, al igual que en otras
cronologías prehistóricas (Vidal et alii, 2017). Es una práctica
que debería ser tenida en cuenta en el ámbito de la construcción
durante la Prehistoria, aunque la madera muerta sea preferentemente utilizada como combustible, en mayor medida que para
manufacturas (Martín Seijo, 2012: 47). En este sentido, los troncos jóvenes son más propensos a agrietarse longitudinalmente que los más viejos, lo que los hace menos favorables para
construir (Stevanović, 2013: 111).
La madera destinada a leña o a las actividades constructivas
es transportada generalmente con el propio cuerpo, pudiendo
utilizarse también cestos o cuerdas, o mediante tracción animal
(Martín Seijo, 2012: 579). La madera de gran tamaño puede
transportarse con mayor facilidad por flotación en cursos de
agua, aunque también por arrastre en pendientes pronunciadas
o mediante una estructura portante (Mannoni y Giannichedda,
2007: 124). No obstante, es importante tener en cuenta las
prácticas de reutilización de los elementos constructivos de
madera, como postes, vigas o listones, obtenidos de construcciones en desuso y reutilizados en otras nuevas, como ha sido
apuntado hace ya décadas (Rapoport, 1969: 105; Dimbleby,
1978: 42), siendo una actividad ampliamente documentada en
trabajos etnográficos y etnoarqueológicos (Cameron y Tomka,
1993: 47; Kelly et alii, 2005: 412; Peinetti, 2016). La madera de
construcciones abandonadas también se suele reutilizar como
combustible (Dufraisse et alii, 2007: 119). La posible retirada
y reaprovechamiento de materiales lígneos y vegetales, que habrían conformado techumbres y alzados de estructuras antes de
su abandono, se ha planteado en el poblado argárico de Barranco de la Viuda (Lorca, Murcia), ante la ausencia de restos de
estas partes estructurales en los derrumbes (Medina y Sánchez
González, 2016: 36).
Respecto a la obtención de la piedra, ésta puede encontrarse
en la superficie del terreno circundante al espacio donde se va a
construir, o ser extraída, generando canteras. Ambas formas de
obtención de la piedra pueden darse en un mismo asentamiento, como se documenta en estudios etnoarqueológicos (Blum,
2003: 52-53). En ambos casos, puede ser necesario que los
bloques se retoquen o trabajen. A la hora de utilizar un determinado tipo de piedra como material de construcción influirían
su dureza y resistencia estructural, su capacidad para resistir la
erosión, la facilidad a la hora de extraer dicho material de una
cantera, en el caso de que fuera necesario, y de darle forma, así
como su disponibilidad en el entorno, en relación con el coste de
su transporte (Rapp y Hill, 2006: 214). Así, por ejemplo, en la
construcción de la muralla del asentamiento argárico de La Bastida (Totana, Murcia), edificada con piedra trabada con barro, se
ha planteado que se escogieron como materia prima areniscas
de un área más alejada del emplazamiento, en vez de la pizarra
y la caliza disponibles en el sitio, por su mayor facilidad para
transportarse y escuadrarse (Lull et alii, 2015a: 51).
De este modo, rocas como la cuarcita raramente se utilizan
como material constructivo. Las rocas sedimentarias generalmente son más fáciles de trabajar y es más probable que se utilicen
para construir, respecto a rocas ígneas o metamórficas. La caliza
se puede extraer y trabajar fácilmente, pero su escasa dureza y
resistencia ante los agentes climáticos causan que suela ser utilizada en las partes internas de las edificaciones. La dureza y la
capacidad de laminarse de la pizarra explican su habitual empleo
en las cubiertas (Morriss, 2000: 27-31). Rocas más blandas como
la arenisca suelen fragmentarse con instrumentos como martillos,
mediante percusión, mientras que la caliza o el mármol suelen
cortarse con sierra. Según el método de trabajo de la piedra, se generan diferentes superficies en las mismas (Schrader, 1995: 13). A
ello habría que añadir la morfología concreta de bloques o piezas
utilizadas para construir, como en el caso de lajas destinadas a la
pavimentación o a las paredes de estructuras de actividad. Para
este propósito cabe suponer una recolección en la naturaleza de
los elementos pétreos para los que se percibiera un potencial uso
constructivo, al igual que se recogerían otros materiales para los
que se apreciara una utilidad.
Por su parte, la tierra se extraería generalmente del entorno
cercano al lugar donde se va a construir, como se documenta también en investigaciones etnoarqueológicas (McIntosh,
1974: 159; Agorsah et alii, 1985: 105; Blum, 2003: 61), evitando la capa más superficial del terreno que, por su contenido en
47
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materia orgánica, favorecería el deterioro de la estructura por
agentes biológicos (Carazas y Rivero, 2002; Guerrero, 2007:
185). La extracción de tierra supondrá una mayor o menor alteración antrópica del terreno, que puede materializarse en forma de fosas, fosos o incluso canteras. Estas canteras o minas
no serían muy diferentes de las que se generan para extraer
arcilla destinada a la producción cerámica (ejemplos en Borg y
Jacobsohn, 2013; Calvo et alii, 2015: 305).
La importancia de tener en cuenta que fosas documentadas
en el entorno de espacios construidos en contextos arqueológicos pueden tener su origen en la extracción de tierra para construir ha sido resaltada desde hace décadas (McIntosh, 1974:
166). Posteriormente, esas mismas fosas pueden tener otras
funciones, como la de basureros (Aurenche, 1981: 49; Coudart,
1998: 73). Sobre la cantidad de tierra necesaria y el tamaño de
las fosas, estudios etnoarqueológicos apuntan a que, para revestir con barro una pequeña estructura de bajareque de 6 m2, haría
falta el material extraído de un hoyo de unos 2 m de profundidad
y 2 m de diámetro (Kelly et alii, 2005: 404). Por otro lado, es
importante considerar la selección de sedimentos y la adecuación de las propiedades de éstos para elaborar morteros destinados a estructuras con distintas funciones, algo ya planteado
por diferentes trabajos para contextos de la Prehistoria reciente
peninsular (Capel, 1977; Serna, 1995; Rivera, 2007).
La misma fosa generada para la extracción de la tierra puede
usarse para realizar la mezcla de ésta con el agua y con otros
elementos añadidos durante la preparación del mortero de barro
(Aurenche, 1981: 48, fig. 7). La tierra escogida necesita agua
para generar barro y adoptar un estado plástico con el que poder
construir, en el uso de técnicas como el bajareque, el amasado
o el adobe, por lo que el agua debe ser obtenida y transportada
de alguna forma hasta la tierra. La mezcla o preparación del
mortero suele llevarse a cabo generalmente con los pies o con
la ayuda de herramientas o animales. Los materiales que componen los morteros pueden llegar a informar del modo en el
que se produjo la mezcla. Volhard (2010: 98) señala cómo la
presencia en los morteros de materiales sólidos de tamaño con-
siderable, como piedras u otro tipo de restos, llevaría a pensar
que la mezcla realizada con los pies es menos probable. Por su
parte, el empleo de animales grandes y la acción de las pezuñas sobre el barro supondría el aplastamiento de componentes,
generando fragmentos de escasas dimensiones. La mezcla por
tracción animal puede plantearse a partir de la presencia en el
mortero de excrementos, cerdas, crines u otros restos dejados
por los animales (Volhard, 2010: 98).
Por otro lado, es de gran relevancia la cuestión de la
producción de sustancias pirotecnológicas, como la cal y el
yeso, y su aplicación a las estructuras construidas durante la
Prehistoria reciente. Ambas materias habrían sido los primeros
productos fruto de la alteración química intencional (Brysbaert,
2007: 30). La cal se obtiene de la calcinación a altas temperaturas, que varían entre unos 650-900 °C, de materiales con
contenido en carbonato cálcico, generalmente de piedras calcáreas. No obstante, también puede producirse cal a partir de malacofauna (Brysbaert, 2007; Villaseñor, 2010; Thakuria, 2012) e
incluso coral (Carran et alii, 2011: 135; Hobbs y Siddall, 2011:
41). Así, la obtención de la cal puede realizarse de distintas formas, pero, en cualquier caso, implica una serie de procesos de
trabajo en los que se llevan a cabo distintas actividades.
En el ámbito de la autoconstrucción, el necesario
aprovisionamiento de materias primas se resuelve generalmente
mediante la obtención de recursos próximos, por lo que la producción de cal, en el caso de su fabricación a partir de rocas calcáreas, estaría relacionada con la presencia de éstas en el entorno
natural circundante, en la superficie del terreno u obteniéndose
en canteras. Este aprovisionamiento requiere asimismo obtener
madera para calcinar la piedra, en las cantidades necesarias y escogiendo las especies que se adecúen mejor como combustible.
Generalmente, el combustible más adecuado serán las especies
arbustivas que produzcan mucho fuego, pero poca ceniza, que han
de ser recogidas y dejarse secar previamente a su uso. Ambos materiales han de transportarse hasta el lugar en el que se producirá
la calcinación de la piedra, proceso que puede llevarse a cabo de
distintas maneras, en función del volumen de materia prima.
Figura 4.26. a. Almacenamiento de materiales constructivos −adobes y ladrillos−, cubiertos para su protección, junto a una edificación de
muros de bajareque (Cocachimba, Perú). b. Almacenamiento de tejas en el interior de un patio (Abejuela, Teruel).
48
[page-n-62]
La cal puede producirse en hogueras al aire libre, en fosos
excavados en los que las rocas se cubren con tierra durante el
proceso de calcinación o en hornos sencillos (por ejemplo, Russell y Dahlin, 2007). En cualquier caso, la calcinación ha de ser
ininterrumpida y durante este proceso, la roca se desprende de
toda el agua que contiene. Una vez finalizada la combustión, se
requiere un tiempo de enfriamiento del material calcinado, antes
de ser extraído. La cal puede ser utilizada tanto viva, como apagada o hidratada, según su finalidad. Para proceder al apagado
de la cal viva, ésta ha de entrar en contacto con el agua. Al hacerlo, las rocas calcinadas se desintegran tras una fuerte emisión
de calor, convirtiéndose en polvo tras el secado (por ejemplo,
Carran et alii, 2011). Así, la cal se hidrata y pierde sus propiedades cáusticas. A la hora de elaborar los morteros, la cal ha
de añadirse a la tierra en seco, al igual que otros estabilizantes
(Aurenche, 1981: 50, 53).
Por su parte, el yeso se obtiene generalmente mediante la
deshidratación de una roca sedimentaria, el aljez o piedra de
yeso, mediante su combustión, que puede realizarse en menos de un día (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016:
39). Esta roca es abundante en el medio natural en determinadas regiones, especialmente en la mitad oriental de la península ibérica y en el área valenciana (De Villanueva y García
Santos, 2001: 20, 22). El yeso natural se extrae generalmente
en canteras y se traslada hasta el área de calcinación, en hogueras, fosas u hornos, proceso que puede producirse a una
temperatura menor a la de la cal, en torno a 150° C. Una vez
deshidratada la piedra y tras enfriarse, el yeso se somete generalmente a molturación. El polvo de yeso resultante suele
ser cribado para retirar las impurezas presentes en el material
(Carmona, 2011: 105). Finalmente, con el añadido de agua al
polvo de yeso se obtiene un material constructivo que endurece o fragua tras el secado (García Guardiola y Rizo, 2011:
27, 39-50). Esta mezcla se denomina pasta de yeso y, si se le
añade arena, se obtiene el mortero (De Villanueva y García
Santos, 2001: 19).
Respecto a la obtención de pigmentos, las materias primas
utilizadas son sometidas a preparación, mediante su desmenuzado o molido, como en el caso de minerales con óxido de
hierro (Meller et alii, 2013: 148), y su mezcla con otras materias, que pueden ser agua o aglutinantes, como grasas o resinas.
Los pigmentos también pueden ser almacenados.
En definitiva, el aprovisionamiento y la preparación de
las diferentes materias primas que poder utilizar como materiales de construcción suponen la organización de procesos
de trabajo, el uso de unos instrumentos de trabajo y, en su
caso, de unas formas de tracción y transporte. Dado el volumen de material constructivo necesario por lo general para
completar buena parte de las edificaciones, es probable que
en algunos casos estos materiales fueran progresivamente
acumulados en el asentamiento con anterioridad al inicio de
los procesos de edificación, una práctica que ha sido observada desde la etnoarqueología (Agorsah, 1985: 105; Barada
et alii, 2011: 7). Además, los materiales constructivos no
utilizados suelen ser almacenados para futuros usos en el
entorno de las construcciones (Kramer, 1982: 94; Rothschild
et alii, 1993: 132; Tomasi, 2009: 147; Kohn y Lee Dawdy,
2016: 127) (fig. 4.26).
4.3.3. Puesta en obra de los materiales
Los trabajos de construcción de la estructura propiamente dicha
equivaldrían al proceso de manufactura, poniendo en práctica
distintas técnicas constructivas. En el caso de las estructuras
que cuentan con un esqueleto de madera, para su montaje sería
necesaria la elevación de los postes, tras su traslado hasta el
espacio donde se va a construir. El montaje de una estructura
lígnea requiere la unión de los elementos que la conforman,
mediante su acoplamiento, empalme o ensamblaje (Sáez de Tejada, 1998: 77) (fig. 4.28) y/o sujeción mediante ataduras. En
la autoconstrucción con madera puede darse que se realicen
marcas en los troncos (fig. 4.27a) que indiquen la dirección en
Figura 4.27. a. Marcas realizadas en troncos descortezados destinados a la construcción (Der Holznagel, núm. 5, año 2003, p. 59). b.
Construcción de una zanja de fundación y colocación de postes en su interior durante una edificación experimental (Gheorghiu, 2013:
448, fig. 1).
49
[page-n-63]
Figura 4.28. Diferentes ejemplos de unión de los elementos de madera. a. Asentamiento lacustre de la Edad de Bronce de Lavagnone
(Italia) (Coles y Lawson, 1987: 84, fig. 59). b. Estructura actual en Abejuela (Teruel). c. Reconstrucción experimental en Butser Ancient
Farm (Hampshire, Inglaterra).
la que han de practicarse los cortes para unir la estructura de
madera o el orden en que las piezas habrían de colocarse (Sobon y Schroeder, 1984: 105; Morriss, 1990: 67-68) y no puede
descartarse que estas prácticas se hubieran producido también
en algunos contextos prehistóricos.
La elevación de la estructura de madera parte de la
fijación de los postes verticales al suelo, mediante la excavación de zanjas (fig. 4.27b) o de hoyos individuales o calzos
de poste que los alberguen, pudiendo añadirse otros elementos de refuerzo para los postes, como piedras. El empleo de
piedras planas sobre las que apoyar la base de los postes se ha
documentado en asentamientos de la Edad del Bronce, como
Lloma de Betxí (Paterna, Valencia) (De Pedro, 1990: 338339) −ver fig. 7.120− o La Bastida (Totana, Murcia) (Lull
et alii, 2015a: 75).
En cuanto a las ataduras, pueden realizarse mediante diferentes
materiales, como cuerdas hechas de esparto o juncos utilizados con
ese fin. Para atar sólidamente postes, largueros y travesaños, en cada
punto de unión de estos maderos entre sí, trabajos experimentales
acerca de viviendas neolíticas han apuntado que serían necesarios
unos 10 m de cordaje y que una edificación completa necesitaría
unas 66 ataduras de este tipo en su armazón de madera (Pétrequin,
1991: 38). Considerando que estas cifras varían en función del tamaño y de las técnicas y materiales de construcción empleados, se
necesitaría la obtención de una cantidad muy considerable de fibras
vegetales, así como un determinado volumen de trabajo para su
transformación en un elemento de ligazón.
Las cualidades fundamentales que se requieren en el empleo
de cuerdas serían su resistencia y su capacidad de tracción (Fitchen, 1988: 136), dados los diversos usos en los que pueden
Figura 4.29. Ejemplos de sujeción de una cubierta vegetal mediante ataduras visibles desde el exterior. a. Mediante tallos individuales
(Ollantaytambo, Perú). b. Mediante cuerdas trenzadas, en el Museo Etnológico de Leipzig (Alemania).
50
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emplearse en las construcciones. Una aplicación fundamental
del cordaje es en la unión de diversos elementos que forman una
edificación, quedando éstas en el interior del cuerpo de la propia
edificación o a la vista, en los espacios internos o externos, cubiertas o a la intemperie. Para conformar una cubierta vegetal,
la paja, el carrizo o las materias que vayan a utilizarse, una vez
secas, han de ser transportadas y fijadas al armazón interior de
la cubierta. La fijación o refuerzo del material también puede
ser visible desde el exterior, realizándose con cuerdas (fig. 4.29)
o con otros elementos dispuestos horizontalmente, como cañas
(ejemplos en Ciscar, 1974: 232). Otra muestra del uso constructivo de cuerdas a la intemperie serían las que, formando redes
con contrapesos, sujetan techumbres de paja por su superficie
exterior, como puede verse en la citada arquitectura tradicional
de regiones atlánticas (fig. 4.14a). No obstante, en los procesos
de edificación las cuerdas no se utilizan solamente como material constructivo integrado en la estructura, sino también como
herramienta para la elevación o el transporte de los materiales.
La documentación del uso de cuerdas no sólo para la sujeción de
materias vegetales de las techumbres, sino quizá también desde
su transporte, se ha planteado en los materiales constructivos
calcolíticos de Vilches IV (Hellín, Albacete) −ver 6.1.2.
El cerramiento de los vanos en una construcción con
estructura de madera puede realizarse con elementos de madera
y/o con paneles de bajareque, utilizando varas o cañas, unas junto a otras o unidas en haces. Así, trabajos de arqueología experimental han planteado que, para una pared de 1,3 m de alto y 4
m de largo, serían necesarias unas 150-200 varas de madera (Pétrequin, 1991: 47, 48). No obstante, es necesario tener en cuenta
que no todas las construcciones tuvieron que haber estado cerradas en todos sus lados o haber contado con una cubierta. La edificación y el empleo de estructuras descubiertas o parcialmente
descubiertas, o semiabiertas en sus laterales, habría sido también
un fenómeno común en muchos asentamientos prehistóricos.
Estructuras con estas características han sido interpretadas en
diferentes asentamientos de la Edad del Bronce, como Barranco
Tuerto (Jover y López Padilla, 2005) −ver fig. 7.83− o Cabezo
del Polovar (Villena, Alicante) (Jover et alii, 2016b).
Los alzados y las techumbres, con independencia de la
técnica constructiva utilizada, pueden revestirse con barro, en
su superficie interna y/o externa. Los revestimientos, mediante
el añadido de una superficie homogénea, protegen las superficies de diversos agentes de deterioro, como los de tipo climático. La aplicación de la mezcla de barro para realizar el revestimiento puede llevarse a cabo utilizando directamente las manos
o mediante un instrumento.
Los enlucidos de barro de cualquier superficie, tanto en
alzados como en otras estructuras, como bancos, pueden ser
también decorados, mediante aplicaciones plásticas, elementos sólidos, incisiones o pintura. Entre las actividades que
forman la cadena operativa necesaria para generar los enlucidos pintados se encuentra la obtención de materias primas
−desde las necesarias para obtener el color, a los instrumentos para aplicar el pigmento−, la preparación de los medios
de trabajo –como morteros para moler el mineral− y de las
superficies que van a revestirse, el enlucido de las mismas
y su posterior pintado (Brysbaert, 2008: 33-34). El añadido de motivos pintados o grabados a una superficie no sólo
puede realizarse con carácter ornamental o decorativo, sino
también por razones de tipo cultural, simbólico o religioso
−como los objetos y las decoraciones de carácter apotropaico usuales en fachadas y sobre las puertas (Obendorf, 2009:
69; Correas, 2013: 73)−, pero también práctico, o reuniendo
varias de estas motivaciones a la vez.
En este sentido, entre las diferentes prácticas y acciones
que forman parte de los procesos constructivos pueden encontrarse algunas de carácter cultural, simbólico o ritual, que
también pueden dejar una huella arqueológica, al suponer, por
ejemplo, la elección o la incorporación de determinados materiales a la edificación o a los espacios, como se recoge en trabajos etnográficos (González Ruibal, 2001; Göbel, 2002: 70;
Daich y Palacios, 2011: 102; Šolc, 2011: 105; Arnold, 2014:
51). Dichos añadidos materiales con motivaciones simbólicas
o a modo de ofrenda pueden ser objetos colocados (fig. 4.31)
o colgados de vigas, sustancias vertidas a modo de ofrenda,
amontonamientos de piedras o revestimientos pintados. Esto
Figura 4.30. a. Grabado figurativo en el revestimiento de barro de un banco, en el yacimiento neolítico de Jerf el-Ahmar (Siria) (Stordeur,
2015: 353, fig. 110). b. Fecha −“año 1882”− inscrita en un sillar en una estructura abandonada de Hortichuela (Valencia). c. Inscripción
−“Tierra y libertad”− sobre el dintel de madera de la puerta de una vivienda abandonada en La Cervera (Teruel).
51
[page-n-65]
Figura 4.31.Pareja de figurillas de
bóvidos coronando la cubierta de una
vivienda en Chinchero (Perú), en el
llamado Valle Sagrado de los Incas,
que tendrían un carácter apotropaico.
Figura 4.32.Alteraciones derivadas
de la acción de fauna en las
edificaciones. a. Telarañas en el
interior de una cubierta vegetal en uso
en Butser Ancient Farm (Hampshire,
Inglaterra). b. Varas de madera de
un alzado afectadas por xilófagos
(Quedlinburg, Alemania). c. Nidos
de insectos en la superficie de un
muro de tierra maciza (Hortichuela,
Valencia).
no sólo tiene lugar en las edificaciones, sino que también
puede producirse durante la propia producción de materiales
constructivos, como la cal (Russell y Dahlin, 2007). Entre estas prácticas culturales y simbólicas se encuentran también las
que se realizan al finalizar la casa, coronándola o rematándola
con algún elemento, como una cruz o un árbol adornado con
otros elementos decorativos y simbólicos (Robinson, 2001;
Arnold, 2014: 69), tradiciones que perduran en distintos territorios hasta la actualidad.
El uso del espacio de hábitat y la estructura construida
equivale al consumo del producto (Wilk, 1990; Rivera, 2007:
6). Una vez finalizada la edificación, la estructura comenzará a
ser utilizada y, al mismo tiempo, afectada de diferentes maneras.
Durante su ocupación se producirán diferentes procesos deposicionales y de deterioro que afectarán a los materiales que forman los alzados y techumbres, las estructuras de actividad y
52
los pavimentos. Entre los procesos de alteración derivados de
la acción antrópica, se encuentra incluso el propio uso de los
suelos de tierra batida, ya que la progresiva acción erosiva del
pisado genera la acumulación en la superficie de pequeños agregados de tierra, visibles mediante análisis micromorfológico de
lámina delgada (Cammas, 2003: 44).
Asimismo, sobre las superficies y estructuras construidas
intervienen las distintas actividades de mantenimiento y limpieza llevadas a cabo por los grupos humanos que las habitan,
con los consiguientes traslados y deposiciones secundarias
de los residuos. Estas actividades pueden calificarse como
procesos de reducción, ya que extraen materialidad o evitan que ésta se deposite. Las deposiciones secundarias de
materiales de desecho pueden efectuarse en construcciones
previamente abandonadas, en estructuras negativas –pozos,
silos excavados o fosas realizadas para la extracción de tierra‒ o
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Figura 4.33. Protección de la parte superior de muros de adobe para prevenir su deterioro por agentes erosivos, como el agua de lluvia. a.
Cubrición mediante ramas y piedras (Tingo, Perú). b. Cubrición utilizando tejas (Luya, Perú).
en montículos al aire libre (Jiménez Jáimez, 2008: 129-130),
además de que, como ya se ha resaltado, muchos materiales y residuos suelen ser reaprovechados o reintegrados en
nuevas acciones constructivas.
Del mismo modo, las construcciones experimentan
deterioro por factores de origen natural, como cambios de
temperatura y humedad-sequedad, por la erosión eólica y la
acción del agua de lluvia. También son destacables las alteraciones provocadas por flora y fauna (fig. 4.32) que, como
se tratará más adelante, pueden llegar a ser visibles en el
análisis macroscópico de restos constructivos de tierra −ver
fig. 6.31, fig. 6.47.
De esta manera, la inversión de trabajo en la construcción
no termina al finalizar el proceso constructivo, sino que continúa con actividades y acciones de prevención del deterioro (fig.
4.33), mantenimiento, además de las posibles reformas, ampliaciones o modificaciones de la estructura construida. Las edificaciones crecen y se transforman en función de nuevas necesidades, reparaciones u otros factores. Construcciones con una
determinada función pueden adoptar otra con el paso del tiempo. Así, estructuras construidas para el hábitat o el almacenaje
pueden utilizarse después, por ejemplo, para albergar animales,
como se refleja en estudios etnoarqueológicos (Kramer, 1982:
107; González Ruibal, 1998; Oluwole, 2005: 43). Algunas de
las edificaciones levantadas durante la Prehistoria reciente podrían haber continuado construyéndose progresivamente durante su uso, quedando inacabadas. Las estructuras inacabadas
podrían ser utilizadas o habitadas en este estado, como también
puede observarse en estudios actuales (Sillar, 2013: 34; Kohn y
Lee Dawdy, 2016; Nielsen, 2016: 277).
53
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[page-n-68]
5
La construcción con tierra durante el Neolítico
A partir del 5700-5600 cal BC se registran en la península
ibérica las primeras evidencias de un modo de vida agrícola y
ganadero. Esta transformación económica se documenta en diversos territorios sobre todo de la vertiente mediterránea en la
primera mitad del VI milenio BC, por lo general cercanos a la
costa y se habría extendido con rapidez hacia áreas del interior,
a través de personas e ideas, mediante la llamada neolitización.
La investigación muestra que la implantación de un modo de
vida campesino o basado en una economía productora, con el
cultivo de plantas y la cría de animales, se produjo inicialmente
de la mano de poblaciones llegadas a la península ibérica por
distintas rutas, marítimas y terrestres. Durante el Neolítico se
conocen, como en los periodos posteriores, desarrollos diferentes en los distintos territorios de la península ibérica, cuyo
conocimiento está también condicionado por la propia tradición
investigadora. Así, puede afirmarse que la información disponible acerca de las comunidades neolíticas en el ámbito peninsular es desigual. No obstante, se considera que la expansión, el
desarrollo y la consolidación del modo de vida neolítico tendría
lugar en los diferentes territorios desde mediados del VI milenio
hasta aproximadamente finales del IV milenio BC, periodo de
tiempo contemplado en este capítulo.
Esta fundamental transformación en las bases subsistenciales
y económicas se produjo acompañada de cambios en la cultura
material mueble. En este sentido, destaca la innovación tecnológica que supuso la producción de cerámica, fundamentalmente
de recipientes de barro cocidos al fuego. En estas producciones
cerámicas se aplicarán desde los inicios del Neolítico diversos
recursos decorativos. Las formas en las que se decoran los
productos cerámicos son también aplicables a las superficies
de estructuras de tierra: impresiones, incisiones, digitaciones, aplicaciones plásticas, acanaladuras, motivos pintados…
y, de hecho, en ocasiones se documentan en restos de barro
endurecido. Entre la cultura material neolítica destaca también la fabricación de instrumentos de trabajo con piedra
pulida, como azuelas y hachas que se utilizarán en el trabajo
de la madera, aplicándose de una forma fundamental a las
actividades constructivas.
No obstante, un aspecto enormemente importante asociado a
este cambio económico es la sedentarización o estabilización de
los lugares de hábitat. Ésta dependería de que el abastecimiento
de alimentos estuviera asegurado, así como de las formas de obtención de esos alimentos (Castro et alii, 2003: 5). Así, el modo
de vida neolítico no supondría sólo la adopción de la agricultura
y la ganadería, junto con el desarrollo de otras tecnologías y artesanías asociadas de una forma u otra a estas actividades, sino
también un impulso para el desarrollo arquitectónico.
Desde los inicios del Neolítico peninsular, la investigación
ha planteado la ocupación de cavidades y de espacios al aire
libre, siendo el conocimiento acerca del uso de unos u otros diferente en cada territorio y planteándose desde diferentes momentos. La mayor parte de los yacimientos conocidos del Neolítico antiguo se ubican en la periferia de la península ibérica, en
el Levante mediterráneo y la actual Andalucía, así como en la
franja litoral portuguesa, aunque también destacan los enclaves
en torno al área madrileña. En los asentamientos establecidos
al aire libre, las evidencias arqueológicas se encuentran afectadas de manera muy importante por diversos procesos de tipo
postdeposicional, por lo que la información que puede obtenerse acerca de ellos se encuentra limitada. Recientemente se ha
propuesto que los núcleos al aire libre del VI milenio BC, en
especial los de los momentos neolíticos iniciales, se organizarían a modo de granjas y pequeñas aldeas (Jover, 2013; Jover y
Torregrosa, 2017; Jover et alii, 2019b).
Desde el inicio del Neolítico en la península ibérica se
documentan, al igual que en otras regiones europeas, diferentes tipos de estructuras construidas. Entre ellas se encuentran
superficies empedradas, los denominados “encachados”, por lo
general interpretados como áreas para la combustión, aunque
también pudieran servir para otras actividades. La mayoría de
55
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las estructuras identificadas en estos primeros asentamientos
agropecuarios se encuentran excavadas en el subsuelo, destacando los denominados fosos, en ocasiones formando recintos −siendo el ejemplo más antiguo conocido el de Mas d´Is
(Penàguila, Alicante) (fig. 5.6)−, pero también otras estructuras
negativas de tipo silo o fosa. Entre las interpretaciones que se
formulan para las estructuras negativas del Neolítico antiguo se
encuentra, según lo planteado en diferentes trabajos (Bernabeu
et alii, 2003: 43; Jiménez Guijarro et alii, 2008: 128; Jover et
alii, 2019b: 10), la de la extracción de tierra, que se destinaría a
distintos fines, incluido el constructivo.
Los fosos, aunque presentan morfologías variables, tienen
en común el presentar un recorrido de mucha mayor extensión
que su anchura (Bernabeu et alii, 2012: 66). Se ha planteado que pudieron tener funciones distintas, desde las asociadas a actividades económicas, actuando como corrales o con
una función hidráulica, hasta como delimitadores del hábitat,
como defensa o manifestación de espacios de agregación o funerarios (Bernabeu et alii, 2012: 55). Aunque en un primer
momento se asociaron las secciones en “V” con los fosos delimitadores del hábitat y las secciones en “U” con fosos de mayores dimensiones e interpretados como de tipo monumental
(Bernabeu et alii, 2006; Orozco et alii, 2008), estas consideraciones han sido matizadas, señalando la variedad presente en
el registro y la presencia de ambos tipos de secciones en un
mismo foso (Bernabeu et alii, 2012: 58).
En relación con esto y en momentos algo más avanzados
del Neolítico, destacan los denominados “yacimientos de fosos”, interpretados tradicionalmente como lugares asociados
a “casas-pozo” −pithouses o dwelling pits−, en los que las estructuras excavadas en el subsuelo constituirían lugares de habitación semisubterráneos. Diferentes estudios han apuntado la
imposibilidad de que muchas de estas estructuras neolíticas y
calcolíticas se correspondan con espacios de hábitat, debido a
las propias características que presentan y que suponen su inhabitabilidad (Jiménez Jáimez y Márquez, 2006; Jiménez Jáimez,
2007; entre otros). Del mismo modo, en algunos casos se ha
empleado la denominación de fondos de cabaña en relación con
fosas sin atender a los indicadores arqueológicos concretos que
apuntarían a su empleo como espacios de hábitat, dificultando
la identificación y caracterización de las estructuras construidas
de estos asentamientos (Gómez et alii, 2011: 53).
Las estructuras negativas excavadas en el subsuelo de tipo
silo aparecen desde el Neolítico antiguo y muy rara vez aisladas. Al contrario, éstas suelen aparecer junto a otras estructuras
similares, de cronologías posteriores, pero también coetáneas
(Jover y Torregrosa, 2017). Estructuras de tipo silo fechadas en
el VI milenio BC han sido documentadas en yacimientos como
El Cavet (Cambrils, Tarragona) (Fontanals et alii, 2008) o La
Serreta (Vilafranca del Penedés, Barcelona) (Esteve et alii,
2012; Oms et alii, 2014). Asimismo, en La Caserna de Sant Pau
del Camp (Barcelona) (Molist et alii, 2008) se registró una ocupación del Neolítico antiguo al aire libre, de la segunda mitad
del VI milenio BC. Destaca el número de estructuras negativas
halladas, tanto planas como en cubeta, interpretadas como de
combustión, ya que contenían bloques de piedra con evidencias
de haber sido expuestos al fuego. Los bloques pudieron haber
servido para aumentar la capacidad calorífica de las estructuras
o como soporte intermedio entre el fuego y los elementos a
56
calentar (Molist et alii, 2008: 16). También se documentaron
nueve fosas muy bien conservadas, destinadas al almacenamiento y amortizadas como depósito de desechos (Molist et
alii, 2008: 19). Se ha apuntado que la presencia característica de
fosos y silos en los asentamientos se extendería hasta la generalización de la construcción con piedra, en torno al 2300-2200
cal BC (Bernabeu et alii, 2003: 48).
En lo referente a la edificación de estructuras de hábitat al aire
libre, su constatación en cronologías neolíticas antiguas en territorio peninsular también está ligada sobre todo a las evidencias
constructivas negativas, aunque esta identificación no está exenta
de problemas. Estas evidencias son principalmente los conocidos como fondos de cabaña, identificados a partir de superficies
rehundidas, fosas perimetrales y/o huellas de postes alineadas,
asociadas o no a dichas fosas. Los fondos de cabaña no son exclusivos del Neolítico, sino un tipo de evidencia arqueológica que
puede considerarse transversal, presente en muchas otras épocas
históricas. Establecer la forma original de la planta y los límites
espaciales de las estructuras identificadas a partir de agujeros de
poste entraña considerables dificultades, sobre todo en los casos en los que no se ha conservado la pavimentación (Harding,
2009: 45). Además, en el caso de conservarse, su preservación
suele ser parcial y, en muchos casos, no delimita de manera fiable y completa la planta de la estructura. Por otro lado, aunque
el hallazgo de huellas de poste suele considerarse un indicador
de la presencia de estructuras de hábitat, no debe realizarse una
asociación automática entre ambos elementos. Mediante postes
no sólo se construyen edificaciones –véase, por ejemplo, en cronologías neolíticas, la presencia de huellas de poste asociadas a
empedrados, interpretados como estructuras de actividad, como
en La Draga (Banyoles, Girona) o Barranc d´en Fabra (Amposta, Tarragona)− y, además, no todas las edificaciones son, per
se, estructuras destinadas al hábitat. Asimismo, no todas las estructuras del Neolítico antiguo interpretadas como cabañas son
fondos de cabaña visibles a partir de estructuras negativas, si se
tienen en cuenta construcciones con piedra como las de Barranc
d’en Fabra, datadas en la primera mitad del V milenio BC (Bosch
Argilagós et alii, 1996; Mestres y Tarrús, 2009).
Así, las estructuras consideradas de hábitat que han sido
identificadas para los momentos neolíticos iniciales en territorio
peninsular son enormemente escasas, más aún si consideramos
los ejemplos para los que se ha propuesto la forma de su planta. En este sentido, por el momento se cuenta con poquísimas
evidencias de construcciones, en su mayoría de planta circular u
oval, pero que en algún caso también se ha planteado que serían
rectangulares o con extremo absidal (Jover et alii, 2019b: 14,
fig. 13) (fig. 5.1a).
Si los restos detectados de estructuras de hábitat pertenecientes
al Neolítico antiguo son muy limitados, igualmente reducida es la
información acerca de sus formas constructivas. Dado que se plantea que las construcciones de estos momentos habrían sido realizadas con materiales “perecederos” y de difícil preservación
en el registro arqueológico, a estas edificaciones se las considera cabañas. Por lo general son entendidas como cabañas las
construcciones edificadas sobre todo con materias vegetales y
que, en contextos como los referidos a la Prehistoria, se suelen
describir además como construcciones “endebles” y “pobres”,
debido a cómo son considerados los materiales y técnicas de
construcción empleados en ellas.
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Figura 5.1. a. Indicación de los
principales yacimientos del Neolítico
antiguo peninsular donde se conocen
estructuras interpretadas como de
hábitat, con la representación de la
forma propuesta para su planta (Jover
et alii, 2019b: 14, fig. 13). b. Vista de
los restos superpuestos de dos cabañas
circulares delimitadas por agujeros de
poste, en Los Cascajos (Los Arcos,
Navarra) (García Gazólaz y Sesma,
2001: 305, Foto 4).
La información arqueológica disponible apunta a que en
estas construcciones del Neolítico antiguo peninsular se habrían
empleado otros materiales junto con los vegetales, como la tierra, la madera −en forma, al menos, de postes y posiblemente
empleada asimismo en el cerramiento de los alzados, junto con
el barro− y, en algunos casos, también la piedra. Aunque en el
ámbito de la península ibérica no suele asociarse la construcción de estructuras con piedra al Neolítico, entre las escasas
evidencias disponibles acerca de las formas constructivas de
estos momentos, la piedra está presente. Al uso de la piedra en
las numerosas estructuras de tipo encachado, se suman las estructuras circulares y pavimentadas de La Draga (Tarrús, 2008:
24), relacionadas con el almacenamiento, o las de Barranc d´en
Fabra, junto con los alzados de piedra de este mismo yacimiento
(Mestres y Tarrús, 2009: 524), o las improntas de superficies de
piedra planteadas en los restos constructivos de barro de Gavà
(Barcelona) (García López, 2010: 103). Se considera que las
techumbres serían de materiales vegetales, al igual que en la
mayor parte de las reconstrucciones que se realizan de edificaciones pertenecientes al conjunto del abanico temporal de
la Prehistoria reciente. La forma propuesta para la techumbre
suele relacionarse con la morfología de la planta, como en La
Draga, donde para construcciones de planta rectangular se ha
planteado que las techumbres serían a dos aguas y cerradas con
materia vegetal, posiblemente carrizo (Tarrús, 2008: 24).
La ocupación neolítica al aire libre ha sido objeto de
importantes estudios en el área catalana. Entre los yacimientos del Neolítico antiguo en estos territorios con presencia de
diferentes estructuras negativas, incluyendo evidencias de estructuras de hábitat como posibles fondos de cabaña y huellas
de poste del VI milenio BC, se encuentran Carrer d´en Xammar (Mataró, Barcelona) (Pou y Martí, 2005), Font del Ros
(Berga, Barcelona) (López Morillas et alii, 1996), Les Guixeres (Vilobí, Girona) (Mestres, 1981; Oms et alii, 2014; entre
otros) o Plansallosa (Tortellà, Girona) (Bosch Lloret et alii,
1997). También en Los Cascajos (Los Arcos, Navarra) se han
identificado varias estructuras de planta oval, delimitadas por
calzos de poste, interpretadas como restos de cabañas (García
Gazólaz y Sesma, 2007) (fig. 5.1b).
Sin duda, un yacimiento emblemático del Neolítico antiguo
en el marco de la península ibérica es La Draga (Banyoles, Girona) (Tarrús et alii, 1992a; 1994; Tarrús, 2008; Bosch Lloret et
alii, 1999; 2000; 2011; entre otros). Este asentamiento al aire libre
fechado en la segunda mitad del VI milenio BC, al tratarse de un
hábitat lacustre, cuenta con unas condiciones excepcionales de
preservación de la materia orgánica. Esto ha permitido contar con
muy valiosa información sobre la construcción en este yacimiento considerado como una aldea, de forma especial en lo referido
al uso de la madera, habiéndose documentado más de mil postes
(Franch et alii, 2016: 49). Por una parte, en este enclave neolítico lacustre se excavaron numerosas estructuras interpretadas
como cubetas de combustión, fosas para verter desechos, además
de otras estructuras que se habrían podido utilizar para el almacenamiento del grano (Bosch Lloret et alii, 2000: 55-79). Estas
últimas, situadas algo más alejadas del agua que las interpretadas
como viviendas, serían de planta circular, sustentadas por postes
de madera y pavimentadas con losas de piedra (Tarrús, 2008: 24),
como ya se ha mencionado.
En referencia a las construcciones destinadas al hábitat en
este enclave, con un esqueleto de postes de madera, sobre todo
de roble, cerrado con otros elementos de madera entrelazados y
manteados con barro, se habrían levantado estructuras que no
habrían estado sobreelevadas, a modo de palafitos, sino construidas directamente sobre el suelo y que tendrían una planta
rectangular (fig. 5.2). En cambio, otros yacimientos al aire libre fechados también en el Neolítico antiguo de esos territorios,
como Les Guixeres o Barranc d´en Fabra, presentan restos de
construcciones que habrían sido realizadas con planta oval.
Las singulares condiciones de preservación de las estructuras
neolíticas en La Draga han permitido profundizar en los materiales
y técnicas utilizados. En la pavimentación del interior de las estructuras se habría empleado corteza de árboles, así como troncos,
cortados por la mitad o con la sección completa (Bosch Lloret et
alii, 2000: 90, 316; Tarrús, 2008: 23, 24). La singular preservación
de postes y estacas de madera permite observar la forma en que sus
extremos fueron trabajados para facilitar su inserción en el suelo.
También se ha documentado que se utilizaron como postes troncos
no rectilíneos o que conservaban sin podar alguna de sus ramas
(Bosch Lloret et alii, 2000: 81, 86). Además, se han conservado,
entre otros restos materiales de naturaleza orgánica de singular relevancia, evidencias de cordelería y cestería, para los que ha podido
abordarse el estudio de distintos sistemas de trenzado (Bosch Lloret
et alii, 2000: 254-256) (fig. 5.5b). Esto ha permitido comprobar que
tanto la cuerda trenzada como la cuerda torsionada se emplearon ya
en el VI milenio en La Draga, con diferentes usos y fabricadas con
fibras de especies arbóreas y vegetales diferentes al esparto (Piqué
et alii, 2018: 267, fig. 8).
Desde los inicios de la Prehistoria reciente, en el interior de
estructuras negativas, tanto en fosos como en las de tipo silo, es
frecuente el hallazgo de restos de barro endurecido en deposición
57
[page-n-71]
Figura 5.2. a. Plantas de viviendas en La Draga (Banyoles, Girona), planteadas a partir de postes en el sector C (a partir de Bosch Lloret
et alii, 2000: 101, fig. 78). b. Reconstrucción de las edificaciones de La Draga (Palomo et alii, 2017: 23, fig. 12).
secundaria, de origen constructivo, pero también que habrían
pertenecido a elementos muebles. Estos restos se asocian principalmente a edificaciones que pudieron ser de diverso tipo y de
las que con bastante frecuencia no se tiene evidencia directa en
los yacimientos neolíticos. En la península ibérica, hallazgos de
restos de barro de esta naturaleza se han producido en numerosos
enclaves y desde el Neolítico antiguo, como en las estructuras
negativas de Can Roqueta/Torre-romeu (Sabadell, Barcelona)
(Oliva y Terrats, 2005: 545), o en el interior de paleocanales en
El Barranquet (Oliva, Valencia) (Esquembre et alii, 2008).
Los fragmentos de barro hallados en yacimientos neolíticos
peninsulares pueden haber formado parte también de estructuras de
actividad, como las más de veinte documentadas en Xarez 12 (Reguengos de Monsaraz, Portugal), construidas con tierra y con una
base de piedra, que abarcarían una cronología desde el Neolítico
antiguo al Neolítico final (Gonçalves et alii, 2008: 169-170) (fig.
5.3). Formas circulares u ovales presentan también las instalaciones
de barro o grandes recipientes contenedores, de gruesas paredes, documentados en la estructura negativa 100 de Costamar (Ribera de
Cabanes, Castellón) (Flors, 2009: 582, Lám. V. 3) (fig. 5.4a).
No obstante, los restos de barro hallados en estos contextos
secundarios también pueden haber formado parte de las propias estructuras negativas (Sánchez García, 1997b: 148). Una
importante aplicación de la tierra en relación con las estructuras
de tipo silo o cubeta es su posible uso en el revestimiento de
las paredes y para su cubrición. Este empleo del barro se ha
documentado en el yacimiento neolítico antiguo de El Prado
(Burgos), donde las paredes de los silos se habrían revestido
con arcilla para su aislamiento, alcanzando entre 8 y 12 cm de
grosor, desde el tercio superior hacia el fondo de la estructura
negativa (Alonso y Jiménez, 2014: 42-43).
Por su parte, datadas en la primera mitad del V milenio BC,
en Barranc d´en Fabra (Amposta, Tarragona) (Bosch Argilagós
et alii, 1996) se conocen una serie de construcciones ovales en
cuyos muros se habría empleado la piedra, planteándose incluso
que habrían sido construidos mediante la técnica de la piedra seca
(Bosch Argilagós et alii, 1996: 55; Mestres y Tarrús, 2009: 524).
Se plantea que la piedra podría haberse empleado en los zócalos y
que el resto del alzado fuera de tierra y materia vegetal. Se han hallado ciertas evidencias del empleo de la tierra en la construcción
de este enclave, así como de los vegetales y la madera, asociados a
las cubiertas y a los postes sustentantes de las mismas. Además, se
ha apuntado la existencia de estructuras de combustión en los espacios exteriores y de un enlosado, en cuyo interior se encontraba
un agujero de poste e interpretado como una instalación destinada
al almacenamiento (Mestres y Tarrús, 2009: 524).
Figura 5.3. a. Planta de estructuras
de combustión neolíticas construidas
con barro en Xarez 12 (Reguengos
de Monsaraz, Portugal) (Gonçalves
et alii, 2008: 169, fig. 2). b. Vista de
las estructuras durante su excavación
(Gonçalves et alii, 2008: 170, fig. 3).
58
[page-n-72]
Figura 5.4. a. Estructuras neolíticas de
barro halladas en Costamar (Torre la
Sal, Castellón) (Flors, 2009: 587, Lám.
5. 3). b. Planta de las edificaciones de
Ca n’Isach (Palau-saverdera, Girona)
(Tarrús et alii, 2016: 252, fig. 4)
Otras estructuras neolíticas, del V y IV milenio BC, han sido
excavadas en Ca n’Isach (Palau-saverdera, Girona) (Tarrús et
alii, 1992b; 2016; Tarrús, 2017). Datada en el V milenio se documentó una construcción de planta rectangular, delimitada por
una fosa perimetral en cuyo interior se situaban una serie de
calzos de poste. Por otro lado, asociadas a la primera mitad del
IV milenio BC, se han identificado cuatro estancias, con una
planta en forma de “U”, muros gruesos que serían de piedra
seca y calzos de poste en su interior (fig. 5.4b). Además, durante
estos momentos se habría construido una edificación de planta
oval y mayor tamaño, también de alzados de piedra seca, con silos en su interior, algunos de ellos enlosados (Mestres y Tarrús,
2009: 528; Tarrús et alii, 2016: 251-252, fig. 4). El hallazgo de
un gran resto de barro endurecido en el interior de uno de los
silos enlosados permitió plantear que hubiera estado tapado o
recubierto con barro (Tarrús et alii, 1992b: 36).
Asimismo, en Bòbila Madurell (Sant Quirze del Vallès,
Barcelona) ya se destacó la presencia de fondos de cabaña de planta
circular (Muñoz Amilibia, 1965: 323), atribuibles al Neolítico medio, a la primera mitad del IV milenio BC (Martín Colliga et alii,
1996), así como de estructuras de combustión (Llongueras et alii,
1981). Se han hallado restos constructivos de barro en el interior
de estructuras interpretadas como de hábitat, pero también entre
los materiales recuperados en el interior de sepulturas (Plasencia, 2016), habiendo sido objeto de estudio junto con fragmentos
constructivos de barro de cronologías posteriores (Miret, 1992).
Además, entre los rellenos de la mina 84 de Gavà (Barcelona)
se documentaron en deposición secundaria restos de barro endurecido a los que se atribuye una cronología neolítica (García
López, 2010). Entre los elementos interpretados como constructivos (fig. 5.5a) se hallan fragmentos asociados a techumbres y
alzados y su documentación ha permitido inferir la existencia de
algún tipo de construcción o construcciones cercanas a la mina.
Los elementos asociados a techumbres presentan improntas de
vegetales y de piedras, así como evidencias de un alisado manual. Los fragmentos interpretados como revestimientos de barro de alzados no muestran improntas de vegetales en sus caras
internas y se ha planteado que estuvieran revistiendo alzados de
piedra. Además, se hallaron fragmentos de elementos muebles
de barro, que pertenecerían a estructuras de combustión y a recipientes (García López, 2010: 104).
Otros casos de hallazgo de restos de barro endurecido en
deposición secundaria de cronologías neolíticas a partir del V
milenio BC se han producido en Feixa del Moro (Juberri, Andorra), donde se hallan tanto en fosas como en el interior de
calzos de poste (Prats, 2018). También en Costamar (Torre la
Sal, Castellón), que cuenta con numerosas estructuras negativas datadas a inicios del V milenio BC (Flors, 2009), en Los
Limoneros II (Elche, Alicante) (Barciela et alii, 2014; García
Atiénzar et alii, 2020) −ver 5.1.1−, o en Fuente de Isso (Hellín,
Albacete) (García Atiénzar, 2010: 43, 75), yacimiento fechado
en el tránsito entre el IV y el III milenio BC.
Asimismo, en Los Castillejos de las Peñas de los Gitanos
(Montefrío, Granada) (Arribas y Molina, 1977; 1979; Ramos
Cordero et alii, 1997; entre otros) se documentaron estructuras de combustión, realizadas con tierra y piedras, datadas
desde el Neolítico antiguo. En momentos posteriores se identifican zócalos de piedra, bancos, soportes vasares y estructuras negativas de tipo silo (Ramos Cordero et alii, 1997: 268).
Asociado al Neolítico medio se habría registrado el hallazgo de restos de barro con improntas vegetales de cañas y ramas y de lo que se describió como “estuco pintado de rojo”
(Rubio, 1985: 156; Pellicer, 1995: 97).
Por otro lado, en relación con el tema de esta investigación
cabe destacar las propuestas formuladas acerca del uso del fuego en la configuración de tumbas monumentales neolíticas ubicadas en la Submeseta Norte, como en La Peña de la Abuela y
La Sima (Soria). Denominadas “tumbas-calero”, se ha planteado que se diseñaron para ser selladas por el fuego al colapsar
su estructura de piedra y con conocimiento de la tecnología de
producción de la cal (Rojo et alii, 2002).
En cuanto a la zona sur de las tierras valencianas, de acuerdo
con las investigaciones recientes, el proceso de neolitización se
habría iniciado en torno al 5600 cal BC (García Atiénzar, 2010:
44; García Atiénzar y Jover, 2011: 19; Jover y Torregrosa, 2017;
entre otros). Las evidencias más tempranas de este proceso se
centran por el momento en el valle del río Serpis, territorio del
que se dispone de una destacada calidad de información arqueológica, así como de los valles del Gorgos y Clariano (Torregrosa y
Jover, 2016). Para estos momentos iniciales del Neolítico, se considera que las evidencias de ocupación humana en las cuevas no
supondrían necesariamente su uso como lugares de hábitat, sino
59
[page-n-73]
Figura 5.5. a. Ambas caras de un
resto constructivo de tierra neolítico,
hallado en Gavà (Barcelona) (a partir
de García López, 2010: 99, figs. 1-2).
b. Distintos fragmentos carbonizados
de cuerdas, de La Draga (a partir de
Piqué et alii, 2018: 267, fig. 3). c.
Resto de barro interpretado como
parte de un horno, procedente de Mas
d’Is (Penàguila, Alicante) (Bernabeu
et alii, 2003: 44, fig. 3a).
que éste se desarrollaría de manera preferente en asentamientos
al aire libre (Bernabeu et alii, 2003: 46; García Atiénzar, 2004;
García Atiénzar y Jover, 2011: 18; entre otros).
Las cavidades se utilizarían por parte de comunidades
productoras de alimentos con variadas funciones: como lugares
de refugio, rediles, espacios de reunión, de enterramiento y con
carácter simbólico (García Atiénzar, 2004; 2012: 259; García
Atiénzar y Jover, 2011: 18). En la ocupación de las cuevas, el
barro se habría podido utilizar para su acondicionamiento interno, conformando, por ejemplo, cerramientos, separaciones
internas o estructuras de almacenamiento, en combinación con
otros materiales, como vegetales y madera. Así, en los niveles
estratigráficos 2, 3 y 4 de la Cova de les Aranyes del Carabassí
(Santa Pola, Alicante), para los que se estima una cronología
de finales del VI milenio BC, o quizá de inicios del V milenio BC, se hallaron restos de barro endurecido que indicarían la
existencia de una estructura realizada con este material (Guilabert y Hernández Pérez, 2014: 83). Asimismo, en la Cova de les
Cendres (Teulada-Moraira, Alicante) (Bernabeu et alii, 2001)
en el interior de diferentes fosas fueron también documentados
fragmentos constructivos de barro con improntas de ramaje,
que podrían proceder de estructuras realizadas en la cueva
(Bernabeu et alii, 2001: 70).
Los asentamientos al aire libre del Neolítico antiguo se
ubicarían en los fondos de valle, en zonas llanas cercanas a cursos de agua (Bernabeu et alii, 2003: 46; García Atiénzar y Jover,
2011: 18; García Atiénzar, 2012: 259; entre otros). La consideración de los asentamientos al aire libre como el tipo de hábitat
característico de los momentos iniciales del Neolítico comenzó
a establecerse en la investigación a inicios de la década de 1990
60
(Mestres, 1992; Gómez y Díez, 2005; Jover y Torregrosa, 2011:
8). Cabe pensar en estos espacios como áreas que permiten una
buena disponibilidad de recursos naturales que utilizar como materiales de construcción. La materia vegetal, la tierra y el agua se
obtendrían en el entorno de los espacios escogidos para construir
y para habitar en ellos. Entre los yacimientos al aire libre que
se constatan en estos territorios desde mediados del VI milenio
BC se encuentran Mas d’Is (Penàguila, Alicante) (Bernabeu et
alii, 2003; Bernabeu y Orozco, 2005; Bernabeu et alii, 2012),
Benàmer (Muro d´Alcoi, Alicante) (Torregrosa et alii, 2011) y El
Barranquet (Oliva, Valencia) (Esquembre et alii, 2008).
En lo referente a las evidencias de construcciones de los
inicios del Neolítico, destaca Mas d´Is, situado en la cabecera del
río Penàguila, donde se han excavado tres estructuras interpretadas como fondos de cabaña, que habrían sido construidas con
madera, materia vegetal y barro, datadas a mediados del VI milenio BC. Presentarían plantas rectangulares con extremo absidial
(fig. 5.6b) y se interpreta que habrían estado sostenidas por postes
de madera, de los que se han conservado las huellas de poste, formando el perímetro de la estructura, pero también, en algún caso,
asociados al espacio interno y externo de las edificaciones (Bernabeu et alii, 2003: 43). Con dichos materiales se habrían podido
construir también estructuras de delimitación del espacio interno
(Gómez y Díez, 2005: 478-479). A pocos metros de la llamada
Casa 1 se hallaron los restos de una estructura de barro con una
cubierta a modo de cúpula o semicúpula, tratándose posiblemente
de un horno (Bernabeu et alii, 2003: 43-44).
En Mas d´Is se han documentado también diversos fosos
concéntricos, construidos en distintos momentos a lo largo de unos
mil años. De ellos, los fosos 4, 5 y 6, datados en el VI milenio BC,
[page-n-74]
Figura 5.6. Localización de los restos
de estructuras de hábitat y tramos
de fosos excavados en Mas d’Is
(Penàguila, Alicante) (a partir de
Bernabeu et alii, 2012: 62, fig. 14).
b. Planta de la Casa 1 de Mas d‘Is
(Bernabeu et alii, 2003: 42, fig. 2).
se encontrarían separados de las viviendas, que estarían ubicadas
al exterior de los mismos. Los fosos alcanzan entre 12 y 18 m
de ancho en su parte más elevada (Bernabeu y Orozco, 2005)
y han sido interpretados como parte de un recinto monumental.
Tienen una sección en “U” y posiblemente estaban segmentados
(Bernabeu et alii, 2003: 44; Bernabeu y Orozco, 2005), hecho que
se ha observado en el foso 5. Es interesante señalar que el foso 1
se interpreta como relacionado con la extracción de tierra para la
construcción (Bernabeu et alii, 2003: 43).
En otros casos, se han recuperado evidencias indirectas de
construcciones del Neolítico antiguo, entre las que destaca el
hallazgo de restos constructivos de barro endurecido. En la segunda fase de Benàmer (Muro d´Alcoi, Alicante) (Torregrosa
et alii, 2011) se documentó una ocupación neolítica fechada en
el 5400-5200 cal BC, a la que se asociaban diferentes estructuras, como encachados o empedrados de planta circular. De estos
momentos se hallaron fragmentos constructivos de barro (fig.
5.7) que podrían asociarse a un fondo de cabaña y, posiblemente, también a alguna de las estructuras encachadas (Torregrosa
et alii, 2011: 90; Jover, 2013). El posible fondo de cabaña, de
planta oval-irregular, estaría relacionado con diferentes áreas de
actividad (Jover, 2013; Jover y Torregrosa, 2017). Una muestra de estos materiales fue analizada de forma microscópica
mediante diferentes técnicas, apuntándose el empleo de cenizas y carbones en el sedimento utilizado para construir durante esta ocupación, materias posiblemente añadidas a modo de
estabilizante (Vilaplana et alii, 2011).
Por otro lado, en el yacimiento de la calle Colón de
Novelda (Alicante) (García Atiénzar et alii, 2006) se documentaron tres estructuras datadas a finales del VI milenio
BC, que podrían haber perdurado hasta inicios del V milenio BC. Dos de ellas son estructuras negativas, posiblemente relacionadas con la combustión. Esta función ha sido
interpretada a partir de la presencia de carbones en el sedimento que las rellenaba, unido al hecho de que los cantos que
formaban parte de ellas sólo se encontraban rubefactados por
una cara, la expuesta a la parte superior. En el relleno de una
de las cubetas, además de cantos rubefactados y otros materiales arqueológicos, se hallaron fragmentos constructivos
de tierra. Además, una tercera estructura se interpreta como
una posible área habitacional y de desarrollo de distintas
actividades, donde se documentaron materiales arqueológicos, incluido restos de barro endurecido (García Atiénzar et
alii, 2006: 20-24). También en el Barranquet (Oliva, Valencia), se han identificado áreas de desecho con materiales del
Neolítico antiguo, entre los que se encontraron más de 90
restos de barro (Esquembre et alii, 2008).
Asimismo, desde finales del VI milenio BC se conocen
evidencias de ocupación en diferentes puntos del valle del río
Vinalopó, asociadas al proceso de expansión poblacional de
Figura 5.7. Ambas caras de un fragmento constructivo de barro endurecido, con huellas de vegetales, de la ocupación del Neolítico
antiguo de Benàmer (Muro d´Alcoi, Alicante).
61
[page-n-75]
los grupos neolíticos (Torregrosa y Jover, 2016; Jover et alii,
2018d). Éstas se registran en yacimientos como La Alcudia (Elche, Alicante) (Ramos Molina, 1989; Hernández Pérez, 2005;
Martínez Monleón, 2014b: 35), Ledua (Novelda, Alicante)
(Hernández Pérez y Alberola, 1988), el Arenal de la Virgen
(Villena, Alicante) (Soler García, 1965; 1976; Fernández López de Pablo et alii, 2008) o Casa de Lara (Soler García, 1961;
Fernández López de Pablo, 1999), donde se encontraron restos
constructivos con improntas vegetales (Soler García, 1961; Rubio, 1985: 156). No obstante, en estos momentos del Neolítico
antiguo en el Levante peninsular los restos arqueológicos de
estructuras construidas son considerablemente escasos y parciales. Por ejemplo, en el Arenal de la Virgen, como evidencia
de una posible estructura de hábitat y actividad, sólo han sido
hallados un agujero de poste, una cubeta y un hogar (Fernández
López de Pablo et alii, 2008: 115). Por su parte, en La Vital
(Gandía, Valencia) se hallaron, en el sector 3, dos cubetas y un
agujero de poste a los que se atribuye una cronología de finales
del VI milenio BC (Pérez Jordà et alii, 2011: 28).
Respecto a los asentamientos al aire libre fechados en el
V milenio BC, en el Tossal de les Basses (Alicante) (Rosser y
Fuentes, 2007; Rosser y Soler Ortiz, 2016) se documentaron varias estructuras de planta ovalada interpretadas como fondos de
cabaña, datadas en la segunda mitad del V milenio BC, en cuyo
interior se hallaron hogares y un vasar, rodeados de distintas
cubetas y enmarcados por un foso. Tanto en el interior de las cubetas como en el foso se recuperaron fragmentos constructivos
con improntas vegetales y con caras alisadas y enlucidas, que
procederían de las techumbres o alzados de estas construcciones. Cercano a este espacio de hábitat se documentó otro foso,
de escasa profundidad y que, conectado a dos pozos, se consideró que habría formado parte de un sistema de irrigación (Rosser
y Fuentes, 2007: 15-19, 31).
La excavación en el yacimiento de Benàmer (Muro d´Alcoi,
Alicante) (Torregrosa et alii, 2011) reveló también una fase de
ocupación asociada al Neolítico medio-final ‒Benàmer III y IV‒,
de mediados del V milenio BC, a la que pertenecerían multitud
de estructuras negativas, silos, cubetas y fosas, formando una amplia zona de almacenamiento (Torregrosa y Jover, 2011: 90-93).
Se realizaron análisis fisicoquímicos de dos muestras procedentes
del recubrimiento interno de dos silos de la fase Benàmer IV, que
presentaban dos superficies paralelas, una de ellas plana y compacta, y una coloración blanquecina, ante la hipótesis de que se
tratara de revestimientos de estas estructuras negativas, quizá con
contenido en cal. No obstante, los resultados concluyeron que se
trataba de una mineralización y calcificación de cianobacterias
(Martínez Mira et alii, 2011). También en Ledua (Novelda, Alicante) se excavaron estructuras neolíticas, de entre finales del V e
inicios del IV milenio BC, en cuyos muros se habría empleado el
barro, como puede inferirse a partir de los materiales constructivos
térreos hallados (Hernández Pérez y Alberola, 1988: 155).
Con una cronología establecida entre finales del IV milenio
e inicios del III milenio BC, el yacimiento de Galanet (Elche,
Alicante) (Torregrosa et alii, 2014) está formado por multitud
de estructuras negativas, de planta mayoritariamente circular,
de las que pudieron excavarse un total de 85 de cronología
prehistórica. Los materiales hallados en el interior de esta serie de estructuras se hallaban muy erosionados y fragmentados, lo que contribuiría a apuntar un uso inicial destinado al
62
Figura 5.8. a. Cara externa y alisada de un resto de barro endurecido
recuperado en Galanet (Elche, Alicante). b. Cara contraria del mismo fragmento, en la que se observan huellas de elementos vegetales
ya desaparecidos, que habrían formado parte de la mezcla de barro.
almacenamiento y otro posterior como depósito de desechos. El
yacimiento se encontraba afectado por distintos procesos erosivos, lo que ha podido influir en que no se hayan documentado
restos de estructuras de habitación, aunque éstas podrían haberse
encontrado más alejadas, separadas del área de almacenamiento
(Torregrosa et alii, 2014: 137-144).
En el interior de algunas de las estructuras se recuperó un
pequeño conjunto de restos constructivos de barro, que presentaban, en su mayoría, una cara alisada y huellas de elementos
vegetales integrados en el mortero, que habrían sido empleados
como estabilizante (fig. 5.8). Su estudio nos permite plantear
la existencia de estructuras construidas con tierra, al menos,
mediante la técnica constructiva del amasado, asociadas a las
estructuras negativas donde los restos habrían sido probablemente desechados, al dejar de funcionar como lugares de
almacenamiento (Jover y Pastor, 2014: 213).
Además, en Galanet se documentó un foso, para el que se ha
planteado que pudiera delimitar un área donde se concentraría un
mayor número de fosas y que podría haber estado destinado al
drenaje. Esta función ha sido planteada para otros fosos de similar
cronología, como el de Fuente de Isso (Hellín, Albacete) (García
Atiénzar, 2010: 53) o El Prado (Jumilla, Murcia) (Lillo y Walker,
1986). Otros fosos datados entre finales del IV milenio BC e inicios
del III se han identificado en La Torreta-El Monastil (Elda, Alicante) (Jover et alii, 2001), La Vital (Gandía, Valencia) (Bernabeu et
alii, 2006; Pérez Jordà et alii, 2011), Camí de Missena (La Pobla
del Duc, Valencia) (Pascual et alii, 2005) o Niuet (L´Alqueria
d´Asnar, Alicante) (Bernabeu et alii, 1994). En Niuet, la presencia
de fosos se ha asociado a funciones de delimitación de los espacios
de hábitat (Bernabeu et alii, 1994).
Otros yacimientos en estos territorios, fechados entre finales
del IV milenio e inicios del III milenio BC y que cuentan con
numerosas estructuras negativas, son Les Jovades (Cocentaina,
Alicante) (Bernabeu, 1993) o Fuente de Isso (Hellín, Albacete) (García Atiénzar y López Precioso, 2008; García Atiénzar,
2010). En Les Jovades se excavaron multitud de estructuras
negativas del Neolítico final, interpretadas de manera mayoritaria como silos, en cuyos rellenos se hallaron abundantes restos constructivos de barro con improntas vegetales (Bernabeu,
1993). En Fuente de Isso se excavó también una estructura de
[page-n-76]
Figura 5.9. a. Área de época neolítica excavada en Los Limoneros II (Elche, Alicante) (Barciela et alii, 2014: 47, fig. 6.4). b. Plano con
indicación de las estructuras excavadas (García Atiénzar et alii, 2020: 27, fig. 2).
tipo fondo de cabaña, excavada en el suelo, de planta rectangular
y esquinas redondeadas y que habría contado con un zócalo de
piedra (García Atiénzar y López Precioso, 2008: 118; García
Atiénzar, 2010: 45-47).
De los enclaves del Neolítico final de Niuet, Les Jovades,
Colata (Montaverner, Valencia) (Gómez et alii, 2004) y La Vital,
se abordó el estudio específico de los restos de barro recuperados
(Gómez, 2004; 2008), tanto de elementos constructivos, asociados a techumbres o alzados ‒con improntas de cañas, carrizo y
ramas‒, como de fragmentos interpretados como restos de pavimentos y de estructuras de combustión. Respecto a los restos
asociados a edificaciones, cabe resaltar el hallazgo de algunas
improntas en ángulo recto, interpretadas como de elementos de
madera cortados de forma transversal (Gómez, 2008: 6, fig. 1.2).
Entre los elementos muebles, destaca la presencia de fragmentos
de vasos contenedores (Gómez, 2004; 2008: 7).
5.1. CASOS DE ESTUDIO
5.1.1. Los Limoneros II
Introducción al yacimiento
El yacimiento prehistórico de Los Limoneros II (Barciela et
alii, 2014; García Atiénzar et alii, 2020) se sitúa al sur de la
ciudad de Elche. Fue localizado en el año 2010, durante el
seguimiento arqueológico de la obra de construcción de infraestructuras en la circunvalación sur de esta población (López Seguí y Lara Vives, 2013: 16). En las excavaciones en
este enclave, llevadas a cabo en 2013 y 2014, se documentaron
restos de lo que se pudo interpretar como un hábitat disperso
de época neolítica (García Atiénzar et alii, 2020: 31).
En la llamada zona 1 del yacimiento se hallaron nueve
estructuras negativas de tipo silo, así como un foso ‒UE 1213‒
(fig. 5.9), que habría sido realizado aprovechando un cauce de
agua y amortizado mediante el depósito de desechos (López
Seguí y Lara Vives, 2013: 26). Para estas estructuras, coetáneas, se ha establecido una cronología neolítica postcardial,
aproximadamente entre el 5000-4500 cal BC (García Atiénzar
et alii, 2020). Por su parte, en la zona 2, se hallaron materiales arqueológicos diversos, como cerámica peinada, en torno a manchas circulares interpretadas como posibles hogares
(Barciela et alii, 2014: 47).
Los materiales de barro de Los Limoneros II
De los niveles neolíticos de este yacimiento se recuperaron 23
fragmentos constructivos de barro.1 Fueron hallados en deposición secundaria, en el interior de algunas de las estructuras
negativas y, en su gran mayoría, del foso. Los restos de barro
recuperados son de tamaño variado, abarcando desde 1,6 x 1,2
x 0,8 cm hasta un máximo de 9 x 4,5 x 3 cm. De coloración
1
Agradecemos a la empresa Alebus Patrimonio Histórico S.L.U. el
habernos permitido el acceso a los restos constructivos procedentes
de Los Limoneros II y al informe preliminar de las excavaciones.
Para una primera aproximación a estos materiales y detalles sobre
el estudio, ver Pastor (2017b).
63
[page-n-77]
Figura 5.10. a. Huella negativa en el mortero de barro de uno de los
restos de Los Limoneros II, correspondiente a una semilla. LIM II
1002/7-1. b. Evidencias de la presencia de vegetales ya desaparecidos en la mezcla de barro de otra de las piezas del conjunto. LIM
II 1014/17-1.
marrón claro y amarillento, con el interior ennegrecido en
algunas piezas, presentan formas distintas y variadas y la mayoría muestran un considerable grado de endurecimiento.
En cuanto a la observación macroscópica de la composición
de los fragmentos, se aprecian algunas piedras y cantos rodados, de hasta 0,9 cm de largo. Además, se observan huellas
que parecen corresponderse con semillas (fig. 5.10a), así
como otras evidencias de la presencia de materia vegetal en
el mortero de barro (fig. 5.10b). El hallazgo puntual de huellas de semillas también ha sido señalado por otros estudios
de materiales de barro endurecido de cronologías neolíticas
(Gómez, 2008: 8).
En una pequeña parte de los fragmentos se observan
improntas constructivas, de sección circular (fig. 5.11), de entre 1 y 2 cm de ancho, que podrían haber pertenecido a cañas
en algún caso, dada la conservación de estrías verticales en el
interior de la impronta, así como a ramas o varas. Estas piezas
cuentan también con una cara contraria alisada o regularizada,
que se correspondería posiblemente con una superficie externa.
Es importante resaltar la presencia, en uno de los elementos
de barro, de una superficie con múltiples improntas negativas,
de sección circular y 1 mm de diámetro aproximadamente, dispuestas en diferentes planos de profundidad y con direcciones
opuestas, cruzadas. Su morfología parece responder al contacto
del mortero aún húmedo con una superficie de tejido vegetal, de
cestería o de parte de una estera (fig. 5.12). La cara contraria del
fragmento no presenta impronta alguna.
Durante la excavación arqueológica del foso de Los
Limoneros II se recuperó un pequeño grupo de piezas de barro
que parecen corresponderse con fragmentos de paredes de vasos
o recipientes, que no habrían sido sometidos a cocción cerámica. En algún caso puede observarse una fina capa aplicada en
una de las superficies de la pieza, la exterior. En este sentido,
recipientes de barro, con una cronología propuesta del Neolítico
medio, se han identificado por ejemplo entre los materiales térreos hallados en deposición secundaria de la mina 84 de Gavà
(Barcelona) (García López, 2010).
Por otro lado, entre los materiales de barro recuperados en
Los Limoneros II encontramos algunas piezas de pequeño tamaño con evidencias de modelado manual y cuya morfología
no permite determinar en mayor profundidad su naturaleza.
No creemos que pueda descartarse que una de ellas pudiera ser
parte de algún elemento mueble figurado (fig. 5.13a), aunque
su grado de fragmentación no permite identificarlo en mayor
medida.
64
Figura 5.11. a. Fragmento con una impronta constructiva (lateral
izquierdo de la imagen). LIM II 1017/209-11. b. Impronta, posiblemente de caña, en otro resto de barro (parte superior de la imagen).
LIM II 1018/10-2.
Figura 5.12. a. Fragmento de barro endurecido con la impronta de
un tejido vegetal en una de sus caras. b. Detalle de la impronta de
las fibras entrecruzadas. LIM II 1018/9-1.
Figura 5.13. Pequeños restos de barro con evidencias de modelado
manual. a. LIM II 1005/3-1. b. LIM II 1017/209-1.
Figura 5.14. a. Vista cenital de un elemento de barro interpretado
como parte del borde, algo apuntado, de una estructura. b. Vista
del perfil de la pieza, donde se observa que su interior tiene una
coloración ennegrecida. LIM II 1017/209-13.
[page-n-78]
Figura 5.15. Izda. Distribución de los
restos de barro de Los Limoneros II
en función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
Asimismo, una de las piezas del conjunto muestra un perfil
en ángulo y una superficie alisada, que permite plantear que proceda del borde, con forma algo apuntada, de una estructura de
barro (fig. 5.14), fuera ésta mueble o inmueble. El interior de la
pieza presenta una coloración ennegrecida y huellas negativas
del empleo de estabilizante vegetal.
el estudio de estos elementos de barro endurecido se constata la
producción de posibles instalaciones de equipamiento doméstico,
de tejidos vegetales −que no puede descartarse que se utilizaran
con funciones constructivas−, y de objetos de barro, fabricados
mediante el amasado y modelado de este material.
Valoración
En definitiva, a pesar de ser unos restos muy escasos y
fragmentados, proporcionan información sobre la existencia de
unas estructuras que no han podido ser identificadas durante el
proceso de excavación en Los Limoneros II. Desconocemos cuántas estructuras se construyeron en el enclave y dónde se ubicaron,
así como sus dimensiones y buena parte de sus aspectos constructivos. Sabemos que habrían sido edificadas, al menos, mediante la técnica del bajareque, con tierra y elementos vegetales
que han dejado su impronta en los restos constructivos. El barro,
estabilizado con materia vegetal, se habría aplicado sobre cañas
o varas, aunque las evidencias recuperadas de estos materiales y
partes constructivas son muy limitadas (fig. 5.15). Además, con
5.1.2. El Alterón
Introducción al yacimiento
El Alterón (Crevillente, Alicante) (Trelis et alii, 2014), es un
yacimiento ubicado en la llanura aluvial sobre una pequeña elevación, en la margen derecha del Barranc del Botx, a escasos
kilómetros al norte del área lagunar de El Fondo. Fue excavado
en el año 2008 en el marco de actuaciones arqueológicas de
salvamento.
En este yacimiento se excavaron un total de 11 estructuras negativas de tipo fosa adscritas a época neolítica, que se habrían utilizado
para la cocción, el almacenaje o a modo de vasar, reutilizadas después como basureros y para las que se ha estimado una cronología
Figura 5.16. a. Planta y distribución
de las fosas de época neolítica
excavadas en El Alterón. b.
Fragmentos de barro endurecido
hallados en el interior de la fosa 4800.
c. Dicha estructura negativa, una vez
excavada (a partir de Trelis et alii,
2014: 92, 96, figs. 9.2 y 9.8).
65
[page-n-79]
Figura 5.17. a. Algunos restos del
borde de la pieza de barro de El
Alterón, con digitaciones en la parte
superior e improntas de troncos en la
base. b. Reconstrucción hipotética del
gran recipiente al que pertenecerían
(a partir de Trelis et alii, 2014: 96,
fig. 9.9).
Figura 5.18. a. Detalle de un
fragmento de borde con digitaciones
y donde se aprecian las huellas del
estabilizante vegetal. AL 1. b. Vista
lateral de uno de los fragmentos,
donde se observan evidencias de una
capa externa. AL 5.
del último tercio del V milenio BC e inicios del IV (Trelis et alii,
2014: 95, 99) (fig. 5.16a). Diferentes alteraciones postdeposicionales, tanto naturales como antrópicas, principalmente la actividad
agrícola, han afectado a las fosas, que se considera que habrían
estado algo alejadas de las áreas de hábitat.
Entre los materiales hallados en el interior de los rellenos de
estas estructuras negativas se encuentran los fragmentos de lo que
se interpretó como una pieza de barro de gran tamaño. Fueron recuperados en la UE 11, en el interior de la fosa UE 4008 (fig. 5.16b y
c), considerados como pertenecientes a un gran recipiente inmueble,
rectangular y de fondo plano irregular, que también podría haber
sido transportable. Se observaron improntas vegetales en el exterior
de su fondo, que se corresponderían con troncos y ramaje, sobre
los que se asentaba. El borde presentaba una decoración realizada
mediante digitaciones (fig. 5.17). Sobre su funcionalidad, se planteó
que pudiera tratarse de un “brasero móvil”, de una cubeta para la
decantación de arcilla con la que producir cerámica o destinada al
almacenamiento del grano (Trelis et alii, 2014: 92-96).
Los materiales de barro de El Alterón
En el marco de esta investigación hemos podido abordar el
estudio macrovisual de las piezas de barro halladas en una de
las fosas de El Alterón2 e interpretadas como pertenecientes
2
66
Agradecemos a la empresa ARPA Patrimonio S. L., a Francisco
Andrés Molina Mas e Inmaculada Reina Gómez, quienes dirigieron
la intervención arqueológica, así como a Julio Trelis Martí, director
del Museo arqueológico de Crevillente, el acceso a los materiales
para su estudio.
a un gran recipiente. Hemos llevado a cabo el estudio
individualizado de un total de 13 fragmentos, que habían sido
consolidados y, en algún caso, pegados y en parte reconstruidos. Así, mostraban una consistencia altamente endurecida y
formas irregulares, aunque también alargadas o de contorno
ovalado. Las dimensiones de los restos estudiados abarcan
desde los 11 x 7 x 8 cm hasta los 30 x 27 x 7 cm en el de mayor
tamaño. Presentan una coloración marrón claro, observándose
el interior ennegrecido en la mayoría de las piezas estudiadas.
Asimismo, en la mayor parte de los fragmentos se observan
huellas claras del empleo como estabilizante de materia vegetal machacada o cortada, mostrando tramos de longitudes
regulares (fig. 5.18a).
La morfología de las piezas permite interpretarlas como
probables superficies, paredes y bordes de una estructura al modo
de la que fue descrita por Trelis y otros (2014), conservándose
algunas partes internas de la base y el arranque hacia las paredes,
o fragmentos de éstas con restos de su unión con una base de tendencia horizontal, en lo que sería la parte interior del recipiente o
estructura. Algunos fragmentos con dos caras alisadas paralelas
pueden considerarse pertenecientes a partes centrales de las paredes. No obstante, estas piezas son sólo una muestra del elemento u
elementos originales a los que pertenecieron, que no encajan entre
sí en su totalidad, por lo que consideramos que no puede descartarse del todo que, más allá de la muestra abordada, entre el conjunto
de los fragmentos de barro recuperados en la fosa UE 4800 no
haya algunos que no formaran parte de esta misma estructura.
En 8 de las 13 piezas analizadas se documenta una impronta
negativa de tronco, que se situaría en el exterior de la base de
este recipiente. El diámetro de las improntas presenta unas
[page-n-80]
Figura 5.19. Improntas de troncos con
huellas de vegetales en su superficie.
a. AL 11. b. AL 6.
Figura 5.20. a. Vista cenital de cuatro
digitaciones realizadas sobre el borde
en una de las piezas de El Alterón.
AL 1. b. Rehundimiento en la parte
inferior de una de las piezas. AL 5.
dimensiones desde los 6,5 cm hasta los 7,5 cm. En casi todas
estas improntas se observan huellas negativas de materia vegetal finas y alargadas (fig. 5.19), en mayor o menor cantidad en
función del fragmento considerado. La totalidad de los restos
conservaban superficies externas, alisadas y que, en algunos de
ellos, conservaban muestras de una capa externa que las recubría
(fig. 5.18b), a modo de enlucido. En algunas piezas se observan
huellas de la manipulación y moldeado del barro con los dedos de
la mano, así como huellas horizontales y paralelas del alisado de
las superficies. En uno de los fragmentos que correspondería a la
base ‒AL 2‒ se distinguen dos gruesas capas superpuestas, como
si hubiera sido objeto de una refacción o recrecimiento.
Destaca que en algún fragmento correspondiente a una parte del borde se observa un rehundimiento en su parte inferior,
que puede relacionarse con la manufactura de la pieza (De Chazelles, 2005b: 240) (fig. 5.20b), como se apunta también en el
capítulo siguiente, en restos de recipientes de barro de gran tamaño de Vilches IV y Les Moreres −ver fig. 6.66−. Tres de las
piezas del conjunto estudiado presentan un borde con distintas
digitaciones en su parte superior (fig. 5.20a), conservadas en un
número entre 4 y 7, realizadas consecutivamente y alineadas. El
diámetro de estas marcas realizadas con los dedos varía entre 1
y 1,2 cm, presentando distintas morfologías, rasgos que pueden
deberse a la diferente posición de los dedos al realizarlas.
Respecto a la morfología propuesta para el recipiente en
la reconstrucción hipotética, rectangular y alargada, con paredes de la misma altura, en el estudio macroscópico de las
piezas hemos observado dos fragmentos de gran tamaño con
dos superficies planas que convergían en el arranque de lo que
podría ser una subdivisión, de escasa altura, quedando ambas
superficies a cada uno de los lados de éste ‒AL 6‒. En la cara
contraria de ambas piezas se hallaron sendas improntas de
troncos, en direcciones perpendiculares al recorrido de esta
subdivisión. Considerando estas formas, cabe la posibilidad de
que, siendo estas piezas de gran tamaño del mismo recipiente
que el resto, con bordes de mayor recorrido y digitaciones,
este elemento no tuviera la totalidad de la forma propuesta
en la reconstrucción. Las piezas citadas apuntan a la existencia de una subdivisión entre dos superficies. Es posible que
ésta fuera una compartimentación interna de una pieza como
el recipiente propuesto, o que éste no tuviera la misma forma
cerrando la totalidad de su contorno.
Valoración
Estos fragmentos de barro recuperados en El Alterón permiten
plantear algunos aspectos acerca de la forma original a la que pertenecieron, considerando que es muy posible que al menos las 13 piezas que hemos abordado aquí pertenecieran a un mismo elemento.
Por un lado, pueden inferirse ciertas cuestiones acerca de su
elaboración. Se observan de forma destacada huellas de elementos
vegetales añadidos como estabilizante, visibles en toda la superficie
de la pieza, en la base y en las paredes, a tramos regulares, fruto de
la preparación de la materia vegetal para ser añadida a la mezcla
de barro. En este caso, observamos estas evidencias de estabilización en lo que parece ser una instalación o estructura de actividad,
rasgos que se observan en el resto de los conjuntos estudiados en
esta monografía, en fragmentos constructivos, elementos inmuebles y muebles. Este elemento de El Alterón habría sido modelado
a mano, de lo que se conservan huellas del uso de los dedos en sus
superficies. Éstas además se encontrarían revestidas, posiblemente
por completo, observándose restos de capas externas en varias de
las piezas estudiadas.
Acerca de la especie lígnea empleada cuyos troncos han
dejado improntas en lo que consideramos la base de la estructura, podría tratarse de madera de una de las especies identificadas
en los análisis antracológicos efectuados en El Alterón: acebuche
(Olea europaea), pino (Pinus nigra-sylvestris), lentisco (Pistacia
lentiscus) o roble (Quercus caducifolio) (Trelis et alii, 2014: 98).
67
[page-n-81]
Respecto a las huellas de vegetales largos en el interior de las
superficies de improntas de troncos, podrían haberse añadido para
mejorar la adhesión del mortero de barro a los maderos, sobre los
que se habría fabricado, aunque la cantidad de estas huellas vegetales sea desigual en los diferentes fragmentos en los que pueden
observarse. Quizá puedan corresponderse con las hojas en forma
de aguja o acículas del pino.
Por otra parte, respecto a su posible naturaleza y
funcionalidad, consideramos que se trata de los restos de
una estructura de equipamiento de carácter inmueble, que
68
pudo utilizarse como un contenedor y/o para realizar alguna
actividad en o sobre ella, si tomamos en consideración que
pudo tener superficies abiertas y algún resalte a modo de
subdivisión, y no haber estado cerrada por todos sus lados.
Los troncos dispuestos en paralelo habrían podido constituir
su base y soporte, posiblemente situándose sobreelevada,
bien para ubicarla a una altura adecuada para llevar a cabo
alguna actividad en ella o, quizá con una mayor probabilidad, con el objetivo de aislarla del suelo, pudiendo haber
sido utilizada también para el almacenamiento.
[page-n-82]
6
La construcción con tierra durante el Calcolítico
Entendiendo el Calcolítico en líneas generales como el periodo
de tiempo correspondiente al III milenio BC, la tradición investigadora ha generado la distinción, como en cronologías anteriores, de distintos grupos culturales en los territorios de la
península ibérica, cuyas características y marco temporal varían. De igual modo, de unas regiones se posee un conocimiento
mayor respecto a otras, destacando el volumen de estudios realizados acerca de este periodo en el Levante y sureste peninsular,
Andalucía y parte de Portugal, a lo que se suman también las
investigaciones acerca del Calcolítico en La Meseta.
Los estudios desarrollados acerca del Calcolítico peninsular
han permitido detectar que en cronologías del III milenio BC
se habría producido en distintos territorios, mayoritariamente
meridionales, un incremento demográfico y en el número de
asentamientos, así como de la actividad agrícola y ganadera y
de los procesos de intercambio, también de larga distancia, de
materias y productos, como el metal.
La producción metalúrgica, aunque se hayan detectado
evidencias de su desarrollo en algunos enclaves peninsulares desde el IV milenio BC, se generaliza en el periodo
abordado en este capítulo y puede ser entendida entre otras
muchas novedades producidas dentro de una atmósfera de
cambios (Delibes y Fernández-Miranda, 1993: 8, 156; Lichardus-Itten, 2007: 12). En el desarrollo tecnológico que
supone la producción de objetos de metal cabe considerar
la tradición previa existente de uso del fuego en la transformación de materias de origen geológico, destacando la
fabricación de cerámica. Como en el caso de la cerámica, la
producción de objetos metálicos supone la obtención de la
materia prima mineral, mediante su extracción o adquisición
por intercambio, así como la existencia de distintas “recetas”
en la composición de los productos. Con estas producciones,
cerámica y metal, pueden relacionarse también las tecnologías de transformación de determinadas rocas en productos de origen pirotecnológico, cal y yeso, con importantes
aplicaciones constructivas, cuyo uso puede plantearse, si no
antes, en determinados contextos del III milenio BC, como se
observará en las páginas siguientes.
El Calcolítico en la península ibérica se relaciona también
con una serie de cambios en lo constructivo, hablándose de un
paso “de la cabaña a la casa” (Delibes y Fernández-Miranda,
1993: 18, 161), en referencia fundamentalmente al modelo de
vivienda calcolítica de planta circular con zócalos de piedra.
Esta etapa de la Prehistoria se ha asociado, sobre todo, a un
mayor uso de la piedra en las edificaciones respecto a cronologías anteriores, señalándose como hito en la generalización
del empleo de este material la cronología del fenómeno campaniforme (Sánchez García, 1997b: 146), a partir de la segunda mitad del III milenio BC. La piedra se utiliza también en
la construcción de aterrazamientos, de gruesos muros de cierre, algunos interpretados como murallas, incluso en auténticas
fortificaciones. Aunque durante el III milenio BC se constatan
asentamientos tanto no amurallados, como amurallados o fortificados y se ha puesto énfasis en que estos últimos serían los
minoritarios (Micó, 1991: 56), los asentamientos abiertos al aire
libre han sido objeto de estudio en un número menor al de los
yacimientos de fosos o los fortificados (Lull et alii, 2015b: 368).
Como se ha adelantado en el capítulo anterior, durante el III
milenio BC se documentan fosos en numerosos yacimientos,
también formando recintos en algunos casos, ya documentados
incluso desde cronologías neolíticas antiguas, como muestra el
caso de Mas d´Is (Penàguila, Alicante). No obstante, ya ha sido
apuntado que ello no implica que los fosos o los recintos de fosos construidos a lo largo de este amplio espectro cronológico
tengan una misma naturaleza o unas mismas funciones (Díaz del
Río, 2009: 235). Los recintos de fosos (Díaz del Río, 2003; 2009;
Márquez y Jiménez Jáimez, 2010; 2012; entre otros), datados entre el IV y el III milenio BC, se construyen en la mayor parte
del territorio peninsular. No obstante, respecto a los del III milenio BC, buena parte de ellos se han documentado en el suroeste
69
[page-n-83]
(Risch, 2013: 164, fig. 1; Lull et alii, 2015b: 366, fig. 1). Entre
los yacimientos calcolíticos que cuentan con estos recintos se
encuentran Marroquíes Bajos (Jaén) (Sánchez Vizcaíno et alii,
2005; Aranda et alii, 2016), Valencina de la Concepción (Sevilla) (García Sanjuán et alii, 2013), El Casetón de la Era (Villalba de los Alcores, Valladolid) (Delibes et alii, 2016) o Perdigões
(Reguengos de Monsaraz, Portugal) (Valera, 2008; Márquez y
Jiménez Jáimez, 2010: 66; Márquez et alii, 2011).
En el III milenio BC continúan siendo habituales las
concentraciones de estructuras negativas, en yacimientos que han
sido denominados campos de hoyos o poblados de silos. En el
interior de estas estructuras negativas es común, al igual que durante el Neolítico, el hallazgo de restos de barro endurecido pertenecientes a edificaciones adyacentes o que debieron encontrarse
en el entorno cercano, cuyo estudio permite conocer aspectos de
las prácticas constructivas que de otro modo se desconocerían.
Este ha sido el caso de asentamientos como El Casetón de la Era
(Villalba de los Alcores, Valladolid) (Delibes et alii, 2016: 392,
fig. 8; Fonseca et alii, 2017; entre otros), Fuente Celada (Burgos)
(Alameda et alii, 2011), El Espinillo (Madrid) (Baquedano et alii,
2000) o Los Bajos I-II (Vecilla de Trasmonte, Zamora), donde
en el interior de hoyos se recuperaron restos constructivos de barro, algunos de los cuales estarían decorados con incisiones en
zig-zag y triángulos (Fonseca, 2015: 26-28).
Por otro lado, no todos los restos de barro recuperados en
el interior de estructuras negativas pertenecerían a partes de edificaciones. El uso de la tierra en el revestimiento de las paredes de
estructuras negativas, como silos, también se constata en asentamientos del III milenio BC, como Fuente Lirio (Muñopepe, Ávila) (Fabián, 2003: 14) o Molinos de Papel (Pujante, 1999: 142) y
Casa Noguera de Archivel (Brotons, 2004: 224), en Caravaca de la
Cruz (Murcia). Además, en estructuras negativas calcolíticas también se recuperan elementos muebles de barro endurecido, como
en Papa Uvas (Aljaraque, Huelva), donde se hallaron restos que
pertenecerían a grandes recipientes de almacenaje y a posibles
soportes de forma cónica (Lucena, 2004: 234, figs. 5 y 6).
Respecto a los asentamientos calcolíticos con fortificaciones,
el caso más destacado y conocido es el de Los Millares (Santa Fe
de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1981; 1983; 1987; Molina
y Cámara, 2005). Los asentamientos fortificados presentarían
por lo general ocupaciones más dilatadas en el tiempo que los
núcleos abiertos, siendo además arquitectónicamente diferentes
(Castro et alii, 2013: 104-106). Los enclaves con fortificaciones
de piedra se documentan sobre todo en la mitad sur peninsular, así como en algunos territorios occidentales de la península
ibérica (Nocete, 2001: 82; Risch, 2013: 164, fig. 1; Lull et alii,
2015b: 336, fig. 1).
Entre las técnicas constructivas utilizadas para levantar
muros de piedra más o menos gruesos, también en los considerados bastiones o murallas, se encuentra el uso y disposición de
piedras hincadas, bloques o lajas en los paramentos de ambos
laterales, rellenando el interior con piedras de menor tamaño y
tierra. Este es un rasgo que se observa en Los Millares (Santa
Fe de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1981: 74; 1987: 252;
entre otros), Puente de Santa Bárbara (Huércal-Overa, Almería)
(González Quintero et alii, 2018: 76, fig. 3), o Cabezo del Plomo (Mazarrón, Murcia) (Muñoz, 1993: 142), tres asentamientos
con destacadas murallas y con bastiones. No obstante, se ha documentado también en otros enclaves, como la Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) (Juan, 1994: 79). Asimismo, el uso de
lajas de piedra hincadas se detecta en la construcción de estructuras de actividad, como en Almizaraque (Herrerías, Almería)
(Delibes et alii, 1996: 159). Las piedras también se emplean
para reforzar la sujeción de los postes en diversos asentamientos
de estas cronologías, como ocurrirá también con posterioridad
en asentamientos de la Edad del Bronce.
Las estructuras de hábitat semiexcavadas en el terreno se han
asociado a las de tipo foso y, al mismo tiempo, las estructuras en
cuyos alzados se empleó la piedra se relacionarían en mayor medida con las fortificaciones (Lull et alii, 2015b: 366-367). Sólo en
algunos enclaves, como Marroquíes Bajos (Jaén), se constataría
la presencia al mismo tiempo, hacia finales del III milenio BC,
de fosos y de murallas (Lizcano et alii, 2004: 167, fig. 5; Lull
et alii, 2015b). Además, se ha apuntado que los asentamientos
en cronologías del III milenio BC no presentarían una trama urbana organizada, ni estructuras para las que pueda plantearse un
carácter público (Lull et alii, 2015b: 367), como sí ocurrirá en
algunos enclaves a partir del II milenio BC.
Respecto a las edificaciones consideradas generalmente
como estructuras de hábitat, se han constatado diferentes tipos,
en cuanto a la forma de la planta, pero, sobre todo, en lo referente a los materiales y técnicas empleados. Los cambios en las
técnicas constructivas pueden llegar a observarse en un mismo
asentamiento de forma diacrónica, como en Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1987; Molina y
Cámara, 2005) −ver fig. 6.5a−, en Terrera Ventura (Tabernas,
Almería) (Gusi y Olària, 1991; 2004: 179), o en Marroquíes
Bajos (Lizcano et alii, 2004: 167, fig. 5, 169).
Por un lado, se conocen estructuras de planta ovalada o
circular levantadas con materia vegetal y barro, sin zócalos de
piedra, que pueden estar semiexcavadas en el terreno, contar
con un perímetro de agujeros de poste o estar construidas con
fosas perimetrales. Entre los asentamientos con construcciones
de planta circular y huellas de postes perimetrales, en el sureste
Figura 6.1. Ejemplos de estructuras
calcolíticas con calzos de poste
perimetrales. a. Camino de las Yeseras
(San Fernando de Henares, Madrid)
(Liesau et alii, 2008: 104, fig. 4b). b.
Casa Noguera de Archivel (Caravaca
de la Cruz, Murcia) (Brotons, 2004:
222, Lám. 1).
70
[page-n-84]
Figura 6.2. Ejemplos de estructuras
calcolíticas con fosas perimetrales.
a. Casetón de la Era (Villalba de
los Alcores, Valladolid) (Fonseca y
Rodríguez Marcos, 2017: 571, fig. 2).
b. Marroquíes Bajos (Jaén) (a partir de
Zafra et alii, 1999: 84, Lám. III).
de la península ibérica se encuentran Casa Noguera de Archivel
(Brotons, 2004) (fig. 6.1b) y Molinos de Papel (Pujante, 1999:
148), en Caravaca de la Cruz (Murcia), así como Terrera Ventura (Tabernas, Almería) (Gusi, 1975) o las edificaciones iniciales,
de mediados del III milenio BC, de Almizaraque (Herrerías, Almería) (Delibes et alii, 1985: 226; Agustí y Martínez Peñarroya,
2004: 189).
En el interior peninsular, entre los asentamientos con
construcciones de planta circular y perímetro delimitado por
huellas de postes se encuentran Camino de las Yeseras (San
Fernando de Henares, Madrid) (Liesau et alii, 2008: 103; Ríos
et alii, 2016) (fig. 6.1a), El Juncal (Alcalá de Henares, Madrid)
(Díaz del Río, 2001: 184; Martínez Calvo et alii, 2012: 4), El
Ventorro (Madrid) (Quero y Priego, 1976; Priego y Quero,
1992; Díaz del Río, 2001), o Alto del Romo (Tarancón, Cuenca)
(Vicente et alii, 2007).
De enorme interés son los hallazgos de Fuente Lirio
(Muñopepe, Ávila) (Fabián, 2003), en la Meseta Norte, donde
se excavaron los restos de una cabaña en los que se recuperaron
numerosos fragmentos constructivos de barro con improntas de
elementos vegetales, troncos y ramas, que habrían conformado
sus alzados. También se hallaron numerosos restos de elementos muebles de barro, sobre todo de tipo soporte o morillos,
pero entre los que también se encontraban pesas de telar o cucharas de barro. En el espacio interno se documentaron restos
de diversas estructuras de actividad hechas con barro y, en el
centro, se construyó un hogar oval con borde peraltado. Fuera
de la edificación se hallaron dos estructuras de actividad, de
planta oval y circular, que contenían arcilla y cuya base y paredes fueron construidas con piedras planas −algunas eran restos
de molinos reutilizados− y con fragmentos de cerámica, todo
ello unido y revestido con barro. Piezas cerámicas reutilizadas también fueron dispuestas en el pavimento de la cabaña, al
igual que en otros hallazgos similares de cabañas en el entorno,
para cuyo uso se ha propuesto una función aislante. La concentración en esta única cabaña de alrededor de un centenar de
objetos de barro, en su mayoría de tipo morillo, y el contenido
en arcilla de diversas estructuras permiten plantear que se trataría de un espacio destinado a la fabricación de objetos de barro
(Fabián, 2003: 14, 18).
Por su parte, en El Casetón de la Era (Villalba de los Alcores,
Valladolid) se han identificado varias construcciones de planta
circular, con fosas perimetrales para ubicar los postes (fig. 6.2a),
que estarían reforzados con piedras. En el espacio interno de estas
construcciones se han conservado de forma puntual evidencias de
la pavimentación, de una estructura de combustión y de agujeros
de poste (Delibes et alii, 2016: 391). Los alzados habrían sido
cerrados con materia vegetal revestida con barro de forma manual, como se constata en los restos constructivos de barro endurecido recuperados en estructuras negativas adyacentes (Fonseca,
2015; Fonseca y Rodríguez Marcos, 2017: 570-571; Fonseca et
alii, 2017). Otros asentamientos en los que se ha identificado la
construcción mediante fosas perimetrales son El Soto (Valdezate,
Burgos) (Palomino et alii, 1998) o Las Peñas (Villardondiego,
Zamora) (Fonseca, 2015: 25-26). En El Soto se han documentado hogares, algunos conservando un reborde de barro e incluso
con fragmentos cerámicos reutilizados para construir su superficie (Palomino et alii, 1998: 72). Otro ejemplo de pavimentación
de una estructura sin zócalo de piedra, en este caso mediante losas pétreas, se encontraría en Berniollo (Subijana, Álava) (Rubio, 1985: 157), fechado entre finales del IV y mediados del III
milenio BC (Cava, 1990: 99).
Por otro lado, se documentan construcciones que también
son de planta circular u oval, pero empleando la piedra en el
zócalo. Parte de las construcciones de planta circular con zócalo
de piedra aparecen asociadas o incorporadas a murallas (Castro
et alii, 2013: 104-106). La construcción de zócalos de piedra en
edificaciones de planta circular se constata en asentamientos del
interior de la península ibérica, como Gózquez (San Martín de
la Vega, Madrid) (Díaz del Río, 2001). En el suroeste, en Las
Cabrerizas (La Cumbre, Cáceres), se documentaron estructuras
de planta circular y zócalos construidos con piedra, huellas de
poste y una pavimentación de tierra con ceniza, que habría contribuido a su aislamiento. Se hallaron restos constructivos de
barro, asociados a los alzados y techumbres (González Cordero,
1992).
En el sureste, destacan ejemplos como los de Terrera Ventura
(Gusi, 1975: 312), El Badil (Cantoria, Almería) (Gusi y Olària,
2009: 19) (fig. 6.3a) o Los Millares (Arribas, 1959; Arribas et
alii, 1981; Molina y Cámara, 2005: 49). En Almizaraque (Herrerías, Almería) (Delibes et alii, 1985; 1986; 1996; entre otros), se
conocen, a partir de finales del III milenio BC, cabañas circulares
con zócalos de piedra, alzados de barro y postes embutidos en
el paramento interior (Delibes et alii, 1986: 171). En relación
con estas estructuras se documentan hogares, tanto en su espacio
interno como al exterior (Delibes et alii, 1996: 159). En la última
fase constructiva de Almizaraque, hacia los momentos finales
del III milenio e inicios del II, se introduce el uso de la pizarra
71
[page-n-85]
Figura 6.3.a. Estructura de planta
circular y zócalo de piedra de El Badil
(Cantoria, Almería) (Gusi y Olària,
2009: 12, Foto 4). b. Restos de barro
con improntas de vegetales y ataduras
procedentes de Campos (Cuevas del
Almanzora, Almería) (Siret y Siret,
1890, Lám. 10).
como material constructivo (Delibes et alii, 1996: 161). El rasgo
constructivo de integrar los postes en los alzados se observa
también en otros yacimientos calcolíticos del sureste, como en
Los Millares (Arribas, 1959: 91; Arribas et alii, 1981: 66) o El
Malagón (Cúllar, Granada) (Arribas et alii, 1978: 81; Moreno,
1993; Micó, 1991: 56). También se construirá de ese modo en
asentamientos posteriores de la Edad del Bronce, de forma habitual en el ámbito argárico, como en Terrera del Reloj (Dehesas de
Guadix, Granada) (Contreras, 2009: 54, Lám. 5) o Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et alii, 1997: 70), pero también fuera de estos territorios, como en Hoya Quemada (Mora de
Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo, 1986).
En estas edificaciones, visibles sobre todo a partir del
contorno de piedra de su planta, también se conoce el empleo
del barro a partir, principalmente, del hallazgo de restos constructivos de tierra en sus niveles arqueológicos, como se observa en el caso de Vilches IV (Hellín, Albacete) −ver 6.1.2−. En
El Malagón (Cúllar, Granada), que cuenta con una muralla y
un fortín, se documentaron construcciones que habrían tenido
cubiertas cónicas y, sobre zócalos de piedra, alzados de barro
y elementos vegetales, tras una fase constructiva previa en la
que las edificaciones no tendrían zócalos de piedra (De la Torre
et alii, 1984). Se recuperaron numerosos restos constructivos
de barro con improntas vegetales y restos de enlucidos (Moreno, 1993: 706). En Campos (Cuevas del Almanzora, Almería)
(Martín Socas y Camalich, 1986; Martín Socas et alii, 1990), el
uso de la piedra no sólo se detectaría en zócalos, sino también
en pavimentaciones (Martín Socas et alii, 1990: 134; Agustí y
Martínez Peñarroya, 2004: 188). Al mismo tiempo, el empleo
constructivo de la tierra en este poblado también habría sido
significativo. Los hermanos Siret ya describieron el hallazgo
de restos constructivos de barro con improntas de ataduras en
este enclave (Siret y Siret, 1890) (fig. 6.3b), cuya abundante
presencia también ha sido apuntada en intervenciones más recientes (Martín Socas y Camalich, 1986: 189; Martín Socas et
alii, 1990: 144). También en el poblado de Los Castillejos de las
Peñas de los Gitanos (Montefrío, Granada) se han documentado
estructuras circulares, construidas con zócalo de piedra y alzado
de materia vegetal, revestidas con barro (Ramos Cordero et alii,
1997: 269).
En lo referente al empleo de la tierra en estructuras de
actividad durante el III milenio BC, son características las que
presentan forma de anillo perimetral, interpretadas como hogares, presentes en yacimientos como Los Millares (Arribas et alii,
1983: 134; 1987: 254; Molina y Cámara, 2005: 49, 50) (fig. 6.4a)
o El Malagón (De la Torre et alii, 1984: 145) (fig. 6.4b). Se conformaron tanto en el interior como en el exterior de las construcciones (De la Torre et alii, 1984: 145; Moreno, 1993), mediante la
técnica del amasado y modelado manual del barro.
Por último, se identifican construcciones que cuentan con
muros rectilíneos, con zócalos de piedra y que pueden presentar subdivisiones internas (Castro et alii, 2013: 104-106). Las
compartimentaciones en el interior de las estructuras se han documentado en núcleos como El Cerro de la Virgen (Castro et
alii, 2013: 106), o como se ha apuntado también en el Cerro de
las Canteras (Vélez-Blanco, Almería) (Micó, 1991: 56). En Los
Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1981;
1983; 1987; Molina et alii, 2004; Molina y Cámara, 2005; entre
Figura 6.4. a. Estructura para la
producción metalúrgica reconstruida
en Los Millares (fotografía de
Francisco Javier Jover). b. Hogar
con forma de anillo de El Malagón
(Cúllar, Granada) (De la Torre et alii,
1984: 145, Lám. IVb).
72
[page-n-86]
Figura 6.5.a. Reconstrucción de las
estructuras de Los Millares (Santa
Fe de Mondújar, Almería), donde se
aprecia la presencia tanto de muros
curvos como rectilíneos (fotografía
de Francisco Javier Jover). b. “Taller
metalúrgico” de Los Millares, de
planta rectangular (Arribas et alii,
1987: 250, Lám. Vb).
otros), se documentan algunos edificios de planta rectangular y
zócalo de piedra, como el llamado taller metalúrgico (Molina
et alii, 2004: 144; Molina y Cámara, 2005: 46) (fig. 6.5b). Estructuras calcolíticas de muros rectilíneos se conocen asimismo
en Puente de Santa Bárbara (Huércal-Overa, Almería) (González Quintero et alii, 2018: 80, fig. 10), Terrera Ventura (Gusi y
Olària, 2004: 179) o en Cabezo del Plomo, donde se excavaron
estructuras de planta circular, pero también de muros rectilíneos
con extremo absidal (Muñoz, 1993: 150).
No obstante, estos tres tipos principales de edificaciones,
aunque puedan ser las formas de construir más conocidas durante el III milenio BC, no son las únicas. Cabe añadir algunos ejemplos conocidos, aunque escasos, de estructuras con
alzados de barro.
Podemos citar el ejemplo de Los Cenizales (Moradillo de
Roa, Burgos), donde se documentó una estructura de planta cuadrangular cuyos alzados serían de tierra maciza, de alrededor de
1 m de grosor y sin que se documentaran calzos de poste (García
Barrios, 2007), posiblemente realizados con la técnica del amasado (Fonseca, 2015: 24). Más conocido es el caso de Marroquíes Bajos (Jaén) (Ruiz Rodríguez et alii, 1999; Zafra et alii,
1999; Lizcano et alii, 2004; entre otros), donde las estructuras
de hábitat, de planta circular, se construyen con zanjas perimetrales en las que se insertan los postes (Burgos et alii, 1998: 407)
(fig. 6.2b). Esta práctica también convive con la construcción de
zócalos, mientras que a partir del II milenio BC se levantarían
estructuras de planta rectangular (Lizcano et alii, 2004: 167, fig.
5). No obstante, lo más destacado de este asentamiento del III
milenio BC para el tema que nos ocupa es la documentación
del empleo de la técnica constructiva del adobe. Se trataría de
piezas cuadrangulares de 20 x 20 x 10 cm, que se emplearon
“trabados con argamasa” y dispuestos “en tongadas”, introduciendo una superficie plana de piedra entre cada tongada (Zafra
et alii, 1999: 90). La técnica del adobe se habría empleado en la
construcción de una muralla, que habría alcanzado los tres metros de altura, con torres semicirculares y rodeada por un foso,
así como en las paredes del quinto foso de Marroquíes Bajos
(Sánchez Vizcaíno et alii, 2005: 157, Lám. III, 159) (fig. 6.6).
Sería importante poder determinar con seguridad cómo habrían
sido fabricados los bloques, si se trata del empleo de la técnica
del adobe hecho a mano, hecho a molde o quizá de ambas.
Por su parte, en el yacimiento del Cerro de la Virgen (Orce,
Granada) se documentaron alzados de barro (fig. 6.7) que han
sido mayoritariamente considerados como de adobe desde su
hallazgo, hace medio siglo (Schüle y Pellicer, 1966: 8; Kalb,
1969: 216; Schüle, 1980: 57; 1986; Molina et alii, 2016: 327,
fig. 4). Conformarían dos estructuras de planta circular, con zócalo de piedra y alzados de bloques de barro, que habrían estado
revestidos al exterior y al interior, habiéndose hallado también
restos de pigmento blanco en el revestimiento del interior de las
estructuras (Schüle y Pellicer, 1966: 8). Respecto a las cubiertas, se apuntó que se habrían construido con adobes y mediante
la técnica de falsa cúpula (Schüle, 1986: 217; Pellicer, 1995:
116). La presencia en este yacimiento de la técnica constructiva
del adobe –implicando el uso mayoritario del término que los
bloques estarían hechos a molde−, ha sido puesta en duda (Sánchez García, 1997b: 148), argumentándose también que probablemente se trate de la técnica del adobe hecho a mano (Belarte,
2002: 35; 2011: 166).
En relación con el empleo de la técnica constructiva del
adobe en asentamientos de la península ibérica durante el III
milenio BC, cabe añadir que en Alto do Outeiro (Beja, Portugal), se han identificado adobes hechos a mano y probablemente también a molde en contextos calcolíticos, pertenecientes a
un muro asociado a un foso (Bruno et alii, 2010), al igual que
ocurriría en Marroquíes Bajos.
Figura 6.6. a. Estructuras de adobe de
Marroquíes Bajos (Jaén) (a partir de
Zafra et alii, 1999: 91, Lám. VI). b.
Adobes del foso de Marroquíes Bajos
(Sánchez Vizcaíno et alii, 2005: 157,
Lám. II).
73
[page-n-87]
Figura 6.7. a. Dibujo de la planta
(arriba) y la sección (abajo) de las
construcciones consideradas de adobe
del Cerro de la Virgen (Orce, Granada)
(a partir de Schüle y Pellicer, 1966,
planos I y II). b. Fotografía de una de
esas estructuras (Molina et alii, 2016:
327, fig. 4).
El extendido problema del uso del término adobe en la
bibliografía como sinónimo de resto constructivo de barro dificulta de forma clara profundizar en esta cuestión. Elementos
de barro de tipo modular pudieron haberse utilizado en otros
enclaves de estas cronologías, pero desconocemos su existencia. Al uso de la tierra en la edificación prehistórica se le ha dedicado una atención muy reducida, que se limita por lo general
a mencionar la presencia de adobes en cuya denominación, en
la mayoría de los casos, no podemos confiar y que habitualmente no podemos contrastar con la publicación de más datos o de material gráfico sobre su documentación. Ello impide
determinar si en dichos casos se emplearon adobes hechos a
mano, a molde, quizá bloques de barro amasados y dispuestos
en estado húmedo o que incluso pueda tratarse de estructuras
de bajareque.
En cuanto a las tierras valencianas, entre finales del IV
milenio BC y durante los inicios del III, los asentamientos se
ubican de forma mayoritaria en los fondos de valle y cerca de
cursos de agua (García Atiénzar, 2016: 366). En estos enclaves se documentan fosos y abundantes estructuras negativas
de tipo silo. Las edificaciones que se conocen para la primera
mitad del III milenio BC cuentan con muros curvilíneos, con
o sin zócalos de piedra. Es sobre todo a partir de la segunda
mitad del III milenio BC cuando se documentan cambios en
el patrón de asentamiento, uniéndose al poblamiento en llano
la aparición de enclaves construidos en ladera y en altura y
con un importante uso constructivo de la piedra, con lo que
se produce una “ampliación de los sistemas de ocupación”
del territorio (García Atiénzar, 2016). Los asentamientos en
altura cuentan con un mayor control visual del entorno y de
las vías naturales de comunicación y se asocian al fenómeno
campaniforme, aunque este cambio no se produce en todos
los territorios (López Padilla, 2006).
Así, en yacimientos como Mas de Pepelillo (Agullent,
Valencia) (Pascual et alii, 2016: 305), o La Vital (Gandía, Valencia) (Gómez, 2011; Gómez et alii, 2011) se han recuperado
restos constructivos de barro en el interior de estructuras negativas. En La Torreta-El Monastil (Elda, Alicante) (Jover et
alii, 2001; Jover, 2010b), donde se documentó un foso y diferentes estructuras negativas −una de ellas interpretada como un
74
posible fondo de cabaña−, se recuperó en el interior de las mismas un numeroso conjunto de restos constructivos −ver 6.1.1−.
En otros casos, en el interior de algunas de ellas se recuperan
materiales que se interpretan como restos de los revestimientos
de los propios silos o como posibles fragmentos de su cubrición
o sellado, como se planteó en Les Jovades (Cocentaina, Alicante) (Bernabeu, 1993: 27, 43).
En estos territorios se han excavado estructuras de
planta ovalada o circular y huellas de postes en su perímetro, sin
evidencias del uso de zócalos de piedra, en yacimientos como
Figuera Reona (Elche, Alicante) (Ramos Folqués, 1989). En el
Promontori d´Aigua Dolça i Salà (Elche, Alicante) (Ramos Fernández, 1981; 1986) se documentó un fondo de cabaña de forma
circular, en el que se hallaron restos constructivos con improntas vegetales y con una pavimentación de tierra que habría sufrido un proceso de calcinación, fechado aproximadamente en la
primera mitad del III milenio BC (Ramos Fernández, 1981: 215,
217; 1986: 123). Asociados a su perímetro se encontraron fragmentos con improntas de vegetales y caras contrarias alisadas
(Bernabeu et alii, 1989b: 176). También habrían sido de madera
y barro las construcciones circulares de La Salud (Lorca, Murcia), sostenidas por postes centrales y con restos de pavimentaciones de piedra, donde se documentó asimismo un muro que
habría podido estar relacionado con la contención del ganado
(Eiroa, 2006: 107, 120-121). Entre los elementos constructivos
de barro hallados se observó la presencia de huellas de alisado
de las superficies externas mediante algún tipo de instrumento
(Eiroa, 2005: 39).
La construcción de estructuras de planta circular con
zócalos de piedra se constata en la Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante) (Soler Díaz, 2006a), en la denominada cabaña
3 (fig. 6.8a), datada a inicios del III milenio BC y que habría
contado con techumbre y alzados de barro, cuyas evidencias
se observan en los estratos de derrumbe (Ferrer, 2015: 246,
301). El estudio de los restos constructivos procedentes de sus
niveles de destrucción (fig. 6.8b) ha permitido identificar, entre otras cuestiones, el uso de la paja como estabilizante en el
mortero de tierra de esta construcción, que contaría con alzados de barro y materia vegetal. En los fragmentos constructivos se observaban improntas de fibras trenzadas, que se ha-
[page-n-88]
Figura 6.8. a. Restos musealizados de
una construcción de planta circular
excavada en la Illeta dels Banyets
(El Campello, Alicante) (Soler
Díaz, 2006b: 288). b. Fragmentos
constructivos de barro recuperados en
ella (Gómez, 2006: 273).
brían utilizado a modo de ataduras, así como restos de enlucido
(Gómez, 2006: 277). En esta estructura se recuperaron, durante
las campañas de excavación de 1982/86 y 2001, dos recipientes de barro, de forma cónica y base plana, que habrían sido
levantados directamente sobre el pavimento, donde se hallaron
fragmentados (Soler Díaz y Belmonte, 2006: 54). Se interpretan como recipientes inmuebles destinados al almacenaje. Es
posible que las denominadas cabaña 1 y Unidad de Ocupación
Primera, documentadas en la década de 1930 del siglo pasado,
fueran contemporáneas a ésta (Soler Díaz y Belmonte, 2006:
62). La segunda, según su documentación, contenía también
recipientes de barro de gran tamaño, no cocidos y de paredes
gruesas (Soler Díaz y Belmonte, 2006: 34).
Otras estructuras de planta circular y zócalos de piedra se
encuentran en el Puntal del Olmo Seco (Ayora, Valencia) (Aparicio et alii, 1983), o en el Cabezo del Plomo (Mazarrón, Murcia), donde se excavaron construcciones de planta ovalada con
zócalos de piedra y alzados de materia vegetal y barro (Muñoz,
1985; 1993). También contaban con un zócalo de piedra las
edificaciones de planta elíptica de El Prado (Jumilla, Murcia),
levantadas sobre una fase constructiva previa, caracterizada por
estructuras sin zócalos y sostenidas por postes de madera (Jover
et alii, 2012; García Atiénzar et alii, 2014).
A estas evidencias se suman las de La Vital (Gandía,
Valencia), entre cuyas estructuras negativas se han identificado al menos 7 interpretadas como viviendas, con rasgos arquitectónicos diversos, desde huellas de poste a posibles zócalos
o muretes de piedra, como en las estructuras 4 y 7 (Gómez et
alii, 2011: 58, 72). En las áreas identificadas como de hábitat
y almacenaje se han recuperado un buen número de fragmentos de barro endurecido. Entre ellos se han identificado restos
constructivos, con caras alisadas, improntas de cañas y ramas
y evidencias de uso de estabilizantes vegetales. Además, se
encontraron fragmentos de recipientes y soportes de barro
(Gómez, 2011: 230-234).
En las tierras meridionales valencianas, durante la segunda
mitad del III milenio BC los asentamientos ubicados en altura suelen presentar restos de construcciones de piedra de gran
envergadura, en muchos casos interpretadas como murallas,
además de edificaciones de muros rectilíneos. Ello no implica
que la construcción de las estructuras de hábitat en estos asentamientos en altura sea necesariamente utilizando la piedra
o que se abandone por completo la planta circular. Como ya
fue señalado (Sánchez García, 1997b: 149), es significativo el
caso de las estructuras de hábitat de Les Moreres (Crevillente,
Alicante), ubicadas sobre una elevación, de planta oval y cuyos
alzados se construyeron con postes verticales y mortero de barro
desde la base, además de con otros materiales vegetales. En este
asentamiento las evidencias de construcción con tierra son muy
numerosas y destacadas −ver 6.1.3.
Entre los asentamientos en altura con importantes
construcciones de piedra se encuentran el Peñón de la Zorra
−ver 7.2.1− y el Puntal de los Carniceros (Villena, Alicante)
(Soler García, 1981; Jover y De Miguel, 2002), donde se ha
documentado un gran espacio de planta rectangular delimitado
por muros de cierre de mampostería de considerable grosor, que
alcanzan los más de 3 m de anchura. A su vez, en el Puntal sobre
la Rambla Castellarda (Llíria, Valencia) se hallaron restos de
estructuras de piedra, que podrían pertenecer no sólo a estancias, sino también a una muralla y dos torres (Aparicio et alii,
1977: 41-42). Asimismo, la muralla situada en la parte interna
del recinto de la Edad del Bronce de la Mola d´Agres (Agres,
Alicante) podría haber sido construida a finales del III milenio
(Gil-Mascarell, 1986: 78). En este contexto deben entenderse
las primeras construcciones de Laderas del Castillo (Callosa de
Segura, Alicante) −ver 7.1.1−, de planta rectangular con extremo absidal o esquinas redondeadas y donde algunas de las estructuras documentadas, con base de piedra, se han interpretado
como posibles bastiones o torres.
Durante estas cronologías también se siguen desarrollando
enclaves en zonas llanas, que ya estaban siendo ocupados en la
primera mitad del III milenio BC. Sería el caso de la Ereta del
Pedregal (Navarrés, Valencia) (Juan, 1994; 2006), donde se
documenta la construcción de estructuras de planta alargada,
con zócalos de piedra y alzados revestidos con barro, con un
interior de materia vegetal, cañas y ramaje (Bernabeu et alii,
1989a: 113-114; Juan, 1994: 94). Los pavimentos son de barro
y de losetas de piedra. En lo referente al empleo constructivo
de la piedra en este asentamiento, se enfatiza su función aislante de la humedad del terreno. Es importante señalar que entre los materiales que forman las pavimentaciones se identificó
la incorporación de restos constructivos de barro endurecido
(Juan, 1994). Por su parte, en el Arenal de la Costa (Ontinyent,
Alicante) (Bernabeu, 1993; Bernabeu et alii, 2012: 57), se conocen dos tramos de fosos concéntricos segmentados y parte
de lo que se interpretó como un fondo de cabaña (Bernabeu,
1993: 37, fig. 3. 14).
75
[page-n-89]
Figura 6.9. a. Vista del foso excavado en La Torreta-El Monastil (Elda, Alicante). b. Planta de dicha estructura, en la que se indica la
localización de los materiales arqueológicos hallados en su interior. La ubicación de los restos constructivos de barro se señala en gris
(imágenes de Francisco Javier Jover).
6.1. CASOS DE ESTUDIO
6.1.1. La Torreta-El Monastil
Introducción al yacimiento y estudios previos
Los materiales constructivos cuyo estudio se presenta a
continuación fueron recuperados durante los trabajos de excavación, con carácter de urgencia, efectuados en 1999 en la
partida conocida como La Torreta, cercana al yacimiento de El
Monastil (Elda, Alicante), en el valle medio del río Vinalopó.
El yacimiento de La Torreta-El Monastil (Jover et alii, 2001;
Jover, 2010b) se ubica en una terraza en la margen derecha de
este curso fluvial, a pocos metros del cauce y junto a la Sierra
de La Torreta y se correspondería con un asentamiento al aire
libre y en llano, del que las estructuras excavadas serían sólo
una pequeña parte. Se ha estimado una extensión superficial
de aproximadamente una hectárea (Jover, 2010b: 15). En este
enclave, con buena visibilidad sobre el cauce del río, sus habitantes habrían tenido al alcance variados recursos naturales,
incluida el agua del curso cercano y tierras para el cultivo. En
el entorno están presentes también diversos recursos geológicos, incluidas rocas calcáreas, arcillas, margas y yesos (Jover,
2010b: 38). El yacimiento se encuentra afectado por diferentes factores erosivos, tanto naturales, incluida la acción del
río junto al que se ubica, como antrópicos, sobre todo por la
construcción de bancales.
En el asentamiento se documentó un foso de 27 m de
longitud y 1,20 m de profundidad máxima, de tendencia curva y sección desigual (fig. 6.9a), que habría podido construirse
para delimitar el área de hábitat (Jover, 2010b: 67). Además, se
detectaron una quincena de estructuras negativas de tipo fosa o
cubeta, con diferentes morfologías en su sección. Tanto el foso
como las estructuras restantes se hallaron colmatadas por sedimentos de similares características (Jover, 2010b: 46) y en ellos
76
se recuperaron materiales arqueológicos muy diversos, al haber
sido utilizados como áreas de depósito de desechos. Respecto a
su cronología, se cuenta con una datación absoluta procedente
de la UE 2 del foso (Beta-139360: 4270±110 BP/ 3330-2573 cal
BC 2σ), por lo que se ha planteado que habría sido ocupado en
la primera mitad del III milenio BC (Jover, 2010b: 70).
Los restos constructivos de barro endurecido recuperados en
La Torreta-El Monastil fueron objeto de un estudio preliminar,
desde una aproximación macroscópica (Jover, 2010a). Los fragmentos fueron contabilizados, documentándose un total de 352
piezas. Estos restos, que muy posiblemente habrían formado parte
de diferentes edificaciones, fueron hallados en deposición secundaria en el interior de las estructuras negativas. La gran mayoría
fueron documentados en el interior del foso (fig. 6.9b), junto con
materiales arqueológicos de diverso tipo, el 60,8 % de ellos –214
fragmentos− en la llamada UE 1, y el 27,3% −96 piezas−, en la UE
2 (Jover, 2010a: 114, tabla 6). Se encontraban dispersos a lo largo
de todo el foso, con una mayor concentración en su zona central y
de mayor profundidad. Esta deposición fue interpretada como fruto
de transformaciones o remodelaciones de los espacios de hábitat,
en las que estos restos constructivos habrían sido arrojados al foso
junto con otros materiales desechados.
Por otro lado, un 11% de los fragmentos −41 piezas− fueron
hallados en la Estructura negativa 1, también en deposición secundaria y junto con algunos restos de semillas y de un molino. Esta
estructura, de planta ovalada y que habría tenido más de 4 m de
diámetro (fig. 6.10), fue interpretada como un posible fondo de cabaña, por sus dimensiones, ubicación y materiales asociados, sin
que presentara huellas de zócalos o de postes. Estaba situada a unos
40 m de distancia del foso (Jover, 2010b: 49-50).
Además, contamos con los análisis fisicoquímicos realizados mediante una serie de técnicas instrumentales a dos muestras de este conjunto –piezas TM 4860 y 4864−, procedentes
de la UE 2 del foso (Martínez Mira et alii, 2009; Martínez
[page-n-90]
Figura 6.10. Sección de la Estructura 1 de La Torreta-El Monastil, interpretada como un posible fondo de cabaña
(imagen de Francisco Javier Jover).
Mira y Vilaplana, 2010). Estos análisis determinaron el uso de
sedimentos fluviales y arcillas en el mortero constructivo y también plantearon la posibilidad de que se hubiera empleado cal en
las construcciones a las que habrían pertenecido los fragmentos
(Martínez Mira y Vilaplana, 2010).
En el marco de esta investigación hemos realizado un nuevo
estudio de los materiales constructivos de La Torreta-El Monastil,1 sobre una selección compuesta por 59 piezas. El análisis
macroscópico llevado a cabo ha permitido ampliar la información disponible acerca de las evidencias de construcción con
tierra en este yacimiento, así como identificar nuevos indicios
relacionados con las técnicas y materiales que se habrían empleado en las edificaciones a las que pertenecieron estos restos.
Los materiales de barro de La Torreta-El Monastil
Características generales del conjunto
La mayor parte de los fragmentos analizados presentan una
consistencia dura y formas y tamaños variados, desde 2,5 x 2,3
x 1,8 cm hasta un máximo de 22 x 14 x 12 cm. Presentan una
coloración marrón claro, grisáceo, así como tonalidades amarillentas y anaranjadas, siendo el interior de algunos de ellos
de color ennegrecido. Buena parte de los restos están alterados
por raíces y por agrietamiento. Aproximadamente la mitad de
las piezas analizadas presenta tanto una cara exterior como una
interior, mientras que la otra mitad de los elementos podría
1
Agradecemos a los directores de la excavación, Francisco Javier
Jover Maestre y Marco Aurelio Esquembre Bebia, así como al director del Museo Arqueológico Municipal de Elda, Antonio M. Poveda Navarro, el habernos facilitado el acceso a los materiales para
su estudio en las instalaciones del museo.
pertenecer a partes correspondientes al cuerpo interior de una
estructura, al no presentar superficies externas. La gran mayoría se interpretan como resultado de la aplicación de la técnica
constructiva del bajareque −ver fig. 6.24.
Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
En el estudio previo realizado sobre estos fragmentos
constructivos (Jover, 2010a) ya se destacó la presencia de materia vegetal en los morteros, que habría sido añadida a modo de
estabilizante. Entre los restos vegetales observados en las piezas
se menciona la existencia de semillas y de huellas de frutos,
interpretadas como de posibles bellotas (Jover, 2010a: 113, fig.
90) (fig. 6.11a). En este sentido, la carrasca (Quercus ilex ssp.
ilex), que produce bellotas, se encuentra entre las especies identificadas en el yacimiento mediante los análisis antracológicos
(Machado, 2010: 104).
En estos materiales constructivos hemos observado
diversas evidencias del empleo de estabilizante vegetal, también en forma de algunas huellas que habrían sido generadas
por tallos clavados o introducidos por uno de sus extremos en
el mortero durante la mezcla. En algunas piezas se observan
huellas negativas generadas por vegetales en tramos de en torno
a 1 cm de largo, algo indicativo de que la materia vegetal habría
sido probablemente machacada o cortada antes de ser añadida al
mortero. Uno de los restos hallados en la Estructura 1 presenta
la impronta de una hoja (fig. 6.11b).
Por otro lado, se han observado algunos ejemplares de
malacofauna: caracoles de muy pequeño tamaño y color
gris, así como fragmentos de conchas de color blanco. En
un buen número de piezas se observan gravas y piedras, de
entre 1,2 y 2 cm de longitud, en su mayoría de tipo guijarro
o canto rodado.
77
[page-n-91]
Figura 6.11. a. Huella negativa circular, que habría sido generada por la presencia de un fruto, probablemente una bellota (Jover,
2010a: 113, fig. 90). b. Resto de barro endurecido en el que se observa la impronta de una hoja, procedente de la Estructura 1 de La
Torreta-El Monastil. TM 5092.
Figura 6.13. a. Resto constructivo con una superficie estriada,
documentado en La Torreta-El Monastil. TM 4748. b. Fragmento
constructivo con superficie plana y que continúa en ángulo recto (extremo superior derecho de la imagen), que correspondería también
a una superficie de madera plana. TM 4762. c. Pieza de barro que
muestra las fibras longitudinales de un elemento de madera trabajada, del yacimiento calcolítico de Boussargues (Hérault, Francia) (De
Chazelles, 2008: 164, fig. 238). d. Fragmentos constructivos en los
que pueden verse estas mismas formas, que pertenecerían a tablas
cortadas. Yacimiento romano de Vicus Faimingen (Lauingen, Alemania) (a partir de Knoll y Klamm, 2015: 108, fig. 111).
Improntas constructivas de madera
Buena parte de los restos constructivos de tierra de este
conjunto presentan improntas negativas de elementos de madera, en un número de entre una y dos y, en unos pocos casos,
hasta tres improntas de elementos diferentes. Los materiales
lígneos utilizados serían ramas y troncos, de entre 4 y 8 cm de
78
Figura 6.12. a. Vista lateral de un resto constructivo, con una impronta de un elemento circular (izquierda de la imagen) y otra impronta en ángulo (a la derecha), que se asociaría a un elemento de
madera cortada. TM 4785. b. Resto de barro que forma un ángulo,
que se habría podido generar en la convergencia entre dos elementos de madera con superficies planas. TM 4796.
diámetro (Jover, 2010a: 114). En este nuevo estudio hemos
documentado diferentes improntas de troncos de unos 10 cm de
diámetro. Algunas piezas con este tipo de evidencias presentan
también improntas de cuerdas asociadas a los elementos de madera. En algunos fragmentos se observa el cruce entre diferentes
componentes constructivos vegetales o lígneos, de sección circular y entre 1,5 y 2 cm de diámetro, pero que se cruzan también, en algunos casos, con elementos de sección angular, que se
corresponderían posiblemente con maderos cortados (fig. 6.12).
La presencia de elementos de madera seccionados ya fue
mencionada por el estudio previo de estos materiales (Jover,
2010a: 114). Como hemos observado, en diferentes piezas las
improntas de madera de sección circular se combinan con las
que presentan ángulos que podemos interpretar como de madera trabajada y cortada. En casi la mitad de los fragmentos analizados pueden distinguirse superficies más o menos planas y
estriadas, que se corresponderían con la impronta dejada por
la superficie de troncos cortados e incluso de tablas de madera
(fig. 6.13a y b). En referencia a las posibles especies de madera utilizadas en la construcción en este asentamiento, el análisis de los restos antracológicos recuperados en La Torreta-El
Monastil, que procedían principalmente del interior del foso,
ha identificado la presencia en el sitio de diferentes especies
arbustivas y arbóreas, predominando el pino carrasco (Pinus
halepensis), que cabría asociar a un empleo constructivo, como
también la encina (Quercus ilex/ Q. coccifera) y el acebuche
(Olea europaea ssp. sylvestris) (Machado, 2010).
La identificación de este tipo de improntas planas y con
superficies estriadas, correspondientes a las fibras internas de la
madera que se ha cortado o fragmentado una vez quedan en la
superficie, no es común en la bibliografía arqueológica, a pesar
de que su presencia en los contextos constructivos de la Prehistoria reciente no sería tan infrecuente como la ausencia de su reconocimiento parece reflejar. Los fragmentos con estas improntas pueden interpretarse en su mayoría como pertenecientes a
alzados o techumbres de las edificaciones. La práctica de haber
cortado o trabajado la madera utilizada para construir observada
a partir de evidencias en fragmentos de barro prehistóricos fue
documentada en el asentamiento neolítico antiguo de Piana di
Curinga (Calabria, Italia) (Ammerman et alii, 1988: 126, 137,
fig. 7b). La presencia de maderos cortados y tablas también se
[page-n-92]
Figura 6.14. a. Bandas transversales
en la superficie de una impronta de
madera de La Torreta-El Monastil.
TM 4760. b. Vista lateral. c. Bandas
similares en un resto constructivo de
Les Moreres. MO 385.
d. Aspecto que puede presentar
la madera afectada por pudrición
(Langendorf, 1988: 42, fig. 4/22).
ha identificado a partir de improntas en restos constructivos
térreos en los yacimientos neolíticos de Opovo (Stevanović,
1997) y Çatalhöyük (Konya, Turquía) (Stevanović, 2013: 101).
Asimismo, estas improntas se han observado en materiales de
barro de yacimientos como el del Neolítico final de Les Vautes
(De Chazelles, 2003), el calcolítico de Boussargues (Hérault,
Francia) (De Chazelles, 2008: 164, fig. 238) (fig. 6.13c), o en
Steinheile (Langenselbold, Alemania), de la Edad del Bronce
(Staeves, 2017).
Además de estas superficies estriadas asociadas a madera trabajada, en el interior de improntas de elementos de
madera en fragmentos procedentes de La Torreta-El Monastil se observan otras formas características, a modo de
bandas más o menos rectilíneas y paralelas (fig. 6.14a y
b). Las mismas formas las hemos documentado también en
los materiales constructivos de barro procedentes del yacimiento calcolítico de Les Moreres (Crevillente, Alicante)
(fig. 6.14c). Éstas podrían deberse al empleo y manteado de
madera afectada por procesos de pudrición, que destruyen
la celulosa formando surcos transversales (fig. 6.14d) (Langendorf, 1988: 42, fig. 4/22).
Improntas constructivas de vegetales: posible uso de hojas
de palmera como material constructivo
Por otro lado, algunas de las improntas documentadas en este
conjunto consisten en formas longitudinales de sección angular,
mostrando un perfil dentado (fig. 6.15a y b). Este tipo de improntas se recuperaron tanto en el interior del foso como en la
Estructura 1. Una de las piezas con esta impronta presenta una
cara contraria alisada. Es probable que estas formas respondan
Figura 6.15. Vista del perfil dentado de dos restos constructivos de La Torreta-El Monastil. a. TM 4786. b. TM 5115. c. Aspecto que presentan las hojas de palmito.
79
[page-n-93]
Figura 6.16. a. Improntas resultantes
de la aplicación de barro húmedo
sobre el nacimiento y el centro de una
hoja redonda de palmera. b. Perfil
dentado de la impronta generada
sobre el centro de la hoja.
Figura 6.17.Diferentes huellas de ataduras de tipo tallo en restos de
La Torreta-El Monastil. a. Vista lateral en una impronta de elemento de madera de sección circular. TM 4693. b. Vista frontal de otro
caso. TM 4798. c. Posible atadura asociada a superficies de madera
trabajada o cortada. TM 5113.
al manteado de un tipo de materia vegetal muy abundante hoy
en día en el Levante peninsular y ampliamente utilizado como
material constructivo, pero que no conocemos que se haya identificado hasta la fecha en ningún otro conjunto de materiales
constructivos de la Prehistoria reciente. Se trataría del manteado
de hojas de palmito o palmera.
Las hojas palmeadas y redondas de esta planta, divididas
en lo que se denominan foliolos, parecen haber dejado esta impronta característica en algunos fragmentos, al haber aplicado
barro sobre ellas. Con el objetivo de reforzar esta hipótesis, llevamos a cabo una sencilla prueba experimental (fig. 6.16). Con
ella comprobamos que la morfología de la impronta resultante
es muy similar a la observada en los restos de La Torreta-El
Monastil. Además, observamos que el manteado que reflejan estas improntas se corresponde con partes de las hojas donde los
foliolos se encuentran unidos entre ellos, por lo tanto, no en el
perímetro de la hoja, pero tampoco en su nacimiento, donde se
une con el tallo, ya que la impronta que se generaría sobre estas
partes de la hoja tendría una forma distinta.
La presencia de palmito o palmera enana (Chamaerops
humilis), que crece de forma natural en el Levante peninsular, ha
sido identificada en distintos yacimientos desde el Neolítico, tanto
en cueva, como en la Cova de les Cendres (Moraira-Teulada, Alicante) (Badal y Atienza, 2008: 397; Pérez Jordà, 2013: 73), como
al aire libre, por ejemplo, en el Barranc d´en Fabra (Amposta, Tarragona) (Bosch Argilagós et alii, 1996: 54). Esta especie se halla
también entre las documentadas en enclaves del II milenio BC,
como los argáricos de Barranco de la Viuda (Lorca, Murcia) (García Martínez et alii, 2011: 133) o Laderas del Castillo (Callosa de
Segura, Alicante) (Carrión y Pérez Jordà, 2014: 18).
Figura 6.18. Detalle de las improntas
de cuerdas trenzadas en fragmentos
constructivos. a. TM 4697. b. TM
4784.
80
[page-n-94]
Figura 6.19. Restos constructivos
con capas de revestimiento en una
de sus superficies, de La Torreta-El
Monastil. a. TM 4730. b. TM 4758.
Ataduras
El análisis de este conjunto de restos constructivos prehistóricos
ha proporcionado evidencias del empleo de dos tipos diferentes de
ataduras: de tipo tallo individual (fig. 6.17), por un lado, y cuerdas
trenzadas, por el otro. La presencia de evidencias de ambos tipos de
ataduras también la hemos identificado en el asentamiento de Les
Moreres (Crevillente, Alicante) −ver 6.1.3−, así como en Laderas
del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) −ver 7.1.1.
Así, en diversas piezas del conjunto pueden verse huellas de
tipo tallo, de aproximadamente 1 mm de grosor, que se corresponderían con ataduras de los elementos de madera. En algunos
casos se trata de tallos individuales, situados a cierta distancia
unos de otros. En otras piezas −TM 4798 y TM 4753−, las huellas de ataduras responden a la disposición de varias vueltas con
el mismo material de sujeción (fig. 6.17b), como también hemos
documentado en Les Moreres −ver fig. 6.55.
Por otra parte, en seis de los fragmentos se observan
improntas de cuerdas, de 1 cm de ancho, elaboradas mediante el trenzado de las fibras (fig. 6.18). Respecto a la materia vegetal con la que podrían haber estado realizadas, cabe
mencionar que el análisis de los restos antracológicos de este
asentamiento identificó la presencia de torvisco (Daphne sp.),
un arbusto para el que se conoce su uso en la fabricación de
cuerdas (Machado, 2010: 105).
respondería a la presencia de restos óseos en polvo, lo que
contribuiría al color blanquecino del enlucido. La composición
del cuerpo del fragmento presenta una menor cantidad de carbonato cálcico y de yeso y la hidroxiapatita está ausente −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Otro aspecto destacable de estos revestimientos es que,
en algunas piezas –TM 4717, 4746−, se conserva esta capa
singular sólo en una parte de la superficie (fig. 6.20). Esta
circunstancia sugiere una reflexión general respecto al estudio de fragmentos constructivos: la necesidad de considerar la posible presencia de capas de enlucido desprendidas y ya no observables en fragmentos con caras externas
alisadas. En la observación macroscópica de los elementos
de barro, la presencia de estas caras alisadas puede hacer
Tratamiento de las superficies: Enlucidos y formas de alisado
La presencia de diferentes capas de enfoscados y enlucidos en
los restos constructivos de La Torreta-El Monastil fue apuntada
en su estudio preliminar, vinculándose a evidencias de actividades de mantenimiento y sucesivas reparaciones de los espacios de hábitat (Jover, 2010a). Sin duda, una parte importante
de los fragmentos constructivos de este yacimiento presenta
capas destacadas de un revestimiento externo con un aspecto
característico, diferente al del mortero de barro del resto de la
pieza, también en su coloración (fig. 6.19). Estas capas alcanzan
un grosor de hasta 1,5 mm. El análisis mediante microfluorescencia de rayos X de una muestra de uno de estos revestimientos −TM 4746−, blanquecino y con un grosor de entre 1 y 2
mm, indica que estaba compuesto principalmente por carbonato
cálcico, con algo de yeso y de hidroxiapatita. Este componente
Figura 6.20. Fragmento constructivo de barro en el que se observa
que el revestimiento externo se ha conservado sólo de forma parcial, habiéndose desprendido en el resto de la pieza. La capa inferior, alisada, muestra una serie de huellas negativas o hendiduras.
TM 4746.
81
[page-n-95]
Figura 6.21. Caras externas con dos
tipos diferentes de marcas de alisado
que podrían haber sido realizadas con
algún tipo de material o instrumento,
en restos constructivos de La TorretaEl Monastil. a. TM 4693. b. TM
4795.
que interpretemos que ésta era la última capa visible en la
edificación en el momento de su destrucción o abandono,
cuando no tiene por qué haber sido así. La superficie alisada que observamos pudo ser la correspondiente a momentos
previos y haber sido revestida con posterioridad y de forma
sucesiva, sin que estas capas superpuestas necesariamente se
observen, al poder haberse desprendido.
En uno de los fragmentos con estos restos de enlucido, que
se ha desprendido en el resto de la superficie, se observan unas
huellas negativas (fig. 6.20) que podrían corresponderse con
vegetales largos de tipo tallo, presentes en el barro y ya desaparecidos. No obstante, también existe la posibilidad de que se
trate de marcas o hendiduras realizadas intencionalmente para
facilitar la adhesión de la capa de enlucido (Isidro Martínez,
com. pers.). No hemos podido observar estas mismas huellas,
en su extensión y número, en otros fragmentos de estas características presentes en el conjunto que pudieran apuntar al
uso de esta práctica, aunque hay que tener en cuenta que esta
pieza es uno de los escasos restos en los que puede observarse
directamente la capa situada debajo del enlucido.
Es importante señalar que en otras superficies externas
han sido documentadas huellas de alisado que pudieron no
haber sido realizadas en contacto directo con las manos, sino
mediante el uso de algún tipo de material u objeto, a modo
de instrumento alisador (fig. 6.21). Marcas similares también
se han observado en algunas superficies de los materiales de
Les Moreres −ver fig. 6.58− y Laderas del Castillo −ver fig.
7.30−. Este tipo de superficies externas podrían asociarse a
alzados, aunque no exclusivamente, ya que éstas no son las
únicas partes constructivas que pueden alisarse. Un resto de
barro con marcas que podrían ser de este tipo −TM 4792, ver
anexo I, Pastor, 2019− y que presentaba una pigmentación de
color anaranjado-rojizo ha sido analizado mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose que esta coloración se debe
Figura 6.22. a-c. Cara externa, perfil
y cara interna de un fragmento de
barro hallado en la Estructura 1.
Ambas caras muestran huellas del
alisado manual de sus superficies. TM
5122. d-f. Cara externa, perfil y cara
interna de una de las piezas similares
documentadas en el interior del foso.
TM 4716-4718.
82
[page-n-96]
Figura 6.23. Ambas caras y perfil de
un fragmento con forma de borde,
que pudo pertenecer a un elemento
mueble de barro, como un recipiente.
TM 5121.
a la presencia de oxi-hidróxidos de hierro, pudiendo tratarse
de ocre, fuera un añadido intencional o una contaminación
−ver anexo II, Pastor, 2019.
Posibles estructuras de actividad o elementos muebles
El estudio previo de estos materiales ya planteaba la
posibilidad de que algunos de los elementos de barro endurecido hallados en la Estructura 1 hubieran pertenecido a
alguna estructura de equipamiento interno, presentando algunos de ellos formas en ángulo que se asociarían a esquinas
(Jover, 2010a). En este nuevo análisis hemos documentado
un grupo de piezas que parecen diferenciarse del resto del
conjunto de fragmentos constructivos y que podrían asociarse a instalaciones o estructuras de actividad o también a
elementos de barro de tipo mueble.
Por un lado, un total de seis piezas presentan una serie de
características diferentes al resto de las observadas. Muestran
una coloración anaranjada en el exterior y ennegrecida en su
interior y una consistencia media. En la composición del barro
se observan huellas negativas de vegetales, en algunos casos en
tramos de aproximadamente 1 cm de largo, gravas y piedras, así
como, en dos de ellas, una huella negativa circular de 1,7 cm de
diámetro. Desconocemos a qué tipo de estructura podrían haber
pertenecido estas piezas, aunque su morfología parece apuntar
a que hubieran constituido bordes (fig. 6.22) de algún tipo de
elemento, quizá de equipamiento interno, cubierto con barro.
Estas seis piezas proceden de la UE 1 del foso, salvo en un caso,
recuperado en la Estructura 1, el posible fondo de cabaña (fig.
6.22a-c).
Por otra parte, ha sido identificado un fragmento de pequeño
tamaño y con perfil en forma de borde redondeado, que por su
tamaño podría haber pertenecido a un recipiente de barro (fig.
6.23), o quizá al borde de una instalación. Fue hallado en la Estructura 1, la interpretada como fondo de cabaña. Si bien la altura original de la pared del posible recipiente o contenedor no se
puede determinar, sí se observa que las paredes serían de escaso
grosor, al menos a la altura del borde. Piezas similares a ésta han
sido identificadas entre los restos de barro también calcolíticos
hallados en Vilches IV −ver VL 1205/177-2, VL 1305/457-1,
anexo I, Pastor, 2019.
Valoración
El análisis del conjunto de restos constructivos de barro procedentes
del yacimiento de La Torreta-El Monastil ha proporcionado información diversa sobre las estructuras construidas de las que habrían
formado parte y de las que hoy prácticamente no quedarían más
evidencias que estos fragmentos. Como se ha comentado al inicio
de este estudio, fueron hallados en deposición secundaria en el
interior de estructuras negativas, destacando el foso y la Estructura
1, que podría tratarse de un fondo de cabaña. Respecto a la materia
prima térrea empleada, puede plantearse que al menos una parte de
las estructuras fueron edificadas con sedimentos de procedencia
fluvial, a lo que apunta la presencia de guijarros y moluscos de
pequeño tamaño en la composición del mortero, visibles a nivel
macroscópico. Esta hipótesis queda apoyada por los análisis microscópicos ya realizados sobre dos muestras, que identificaron el
uso de arenas fluviales, con granos de formas rodadas (Martínez
Mira y Vilaplana, 2010: 135).
Figura 6.24. Izda. Distribución de
los restos de barro de La TorretaEl Monastil en función de su
interpretación. Dcha. Clasificación de
los fragmentos por técnicas.
83
[page-n-97]
La técnica constructiva más representada en este conjunto
es el bajareque (fig. 6.24), algo indicado por la presencia de
improntas de elementos constructivos vegetales y de madera
en las caras internas de los fragmentos. El barro utilizado en
estas partes de las estructuras fue estabilizado, al menos, con
materia vegetal. Se han identificado improntas constructivas
de sección circular, así como superficies planas y angulares,
que asociamos a madera trabajada, a modo de troncos cortados
y/o tablas. Aparecen individualmente o varias de ellas, combinándose los diferentes tipos y también en direcciones cruzadas. En una parte se observan diámetros que abarcan hasta 2
cm y en otras, diámetros de un mayor grosor, de hasta 10 cm.
Es importante el indicio, observado en las improntas constructivas, del empleo de madera que habría podido estar afectada
por procesos de pudrición, apuntando a la posible utilización
de madera muerta, reutilizada o que hubiera estado almacenada. En cuanto a la especie o especies de madera utilizadas,
cabe recordar que la más representada en los análisis efectuados sobre los restos antracológicos recuperados en el yacimiento, sobre todo en el foso, es el pino (Pinus halepensis),
seguido de la encina (Quercus ilex/Q. coccifera) (Machado,
2010). Estas dos especies serían las predominantes en el Levante mediterráneo desde los inicios de la Prehistoria reciente
(Carrión, 2005: 289).
Otro rasgo novedoso documentado es el posible empleo
como material constructivo de las hojas de palmito, sobre las
que se habría aplicado el mortero de barro. Además, los elementos de madera manteados con barro se asocian también a
improntas de ataduras. Así, mediante este nuevo estudio macroscópico hemos observado que una parte de los fragmentos
con capas externas revestidas, que podrían corresponderse de
manera preferente con alzados, presentan en su cara interna las
huellas de ataduras de dos tipos: de tipo tallo, dispuesto con una
o varias vueltas, o de una cuerda trenzada.
Al tratarse de restos constructivos procedentes de deposiciones
secundarias y no poseer apenas datos sobre las edificaciones que
habrían sido construidas en el enclave, desconocemos la forma,
dimensiones, número y emplazamiento de las estructuras a las
que pertenecen los restos. Al igual que en el caso de Los Limoneros II, en el yacimiento de La Torreta-El Monastil se documentaron un foso y diferentes estructuras negativas, no restos
de edificaciones in situ, con la salvedad del posible fondo de
cabaña. Por analogía con otros asentamientos de similares cronologías puede plantearse que se hubiera tratado de estructuras
de planta ovalada o circular con alzados de madera y barro. Aun
sin contar con los restos arqueológicos en contextos primarios
de estas estructuras, sabemos gracias a estas evidencias constructivas que en La Torreta-El Monastil se edificó con madera,
trabajada y sin trabajar, posiblemente afectada por diferentes
procesos de alteración, unida mediante ataduras diferentes,
incluido cuerdas trenzadas y manteada con barro estabilizado
con materia vegetal, alisándose las superficies y combinándose
estos materiales con vegetales diversos.
Por último, cabe destacar la singularidad que, ya a nivel
macroscópico, parecen presentar los restos de revestimientos en
diferentes piezas de este conjunto. En algunas caras externas se
distinguen huellas de alisado que habrían podido ser generadas
mediante algún tipo de material o instrumento empleado para
este fin y no de forma directa con las manos, el procedimiento
84
de alisado que hemos documentado como más habitual en los
análisis macroscópicos realizados de materiales constructivos
de diferentes cronologías de la Prehistoria reciente.
Además, características como la dureza y la coloración de las
gruesas capas diferenciadas a modo de revestimientos externos
de La Torreta-El Monastil apuntan a la presencia, en la composición de estos revestimientos, de alguna sustancia más allá del
empleo únicamente de barro. Partiendo de los análisis fisicoquímicos ya realizados mediante una combinación de diferentes técnicas a dos muestras de este asentamiento y considerando los interesantes resultados obtenidos, que apuntaban el posible empleo
de cal antrópica (Martínez Mira y Vilaplana, 2010), hemos creído
necesario llevar a cabo un nuevo análisis a otra pieza del mismo
conjunto que contara con estos singulares revestimientos. Ello se
ha realizado con la intención de poder profundizar en la determinación de sus componentes y en su procedimiento de elaboración.
La aplicación de microfluorescencia de rayos X a una muestra
de este tipo de enlucidos ha proporcionado la identificación de
hidroxiapatita, relacionada con la presencia de restos óseos pulverizados −quizá incluidos en ceniza procedente de hogares donde
se hubieran desechado restos de fauna−, con una composición
fundamental a base de carbonato cálcico. La mayor presencia de
carbonato cálcico y yeso, así como la hidroxiapatita, en la capa
externa respecto al cuerpo del fragmento constructivo, formando
un material de destacada dureza y claramente diferenciado del
mortero de barro, nos permite plantear con seguridad que en las
construcciones de La Torreta-El Monastil se elaboró un material
específicamente para su aplicación en revestimientos, que pudo
haber contenido cal o al que quizá se añadió ceniza.
6.1.2. Vilches IV
Introducción al yacimiento
El asentamiento de Vilches IV (Hellín, Albacete) (García
Atiénzar et alii, 2016; García Atiénzar y Busquier, 2020) se
ubica sobre una elevación, la conocida como Loma de Vilches,
en el paraje del mismo nombre. En 2011 se llevó a cabo una
intervención arqueológica en este enclave, motivada por la explotación del cerro como cantera de piedra. El área de excavación se dividió en cuatro sectores, abarcando una superficie
de 435 m2. Se hallaron tres edificaciones, las llamadas Cabañas
1, 2 y 3, que presentaban una planta circular y alzados de piedra, conservando tramos de muros rectilíneos partiendo de las
mismas, también de mampostería (fig. 6.25a). Considerando la
superficie que habría tenido el enclave, se plantea que habría
contado con un total de 7-8 edificaciones de este tipo (Jover et
alii, 2018c: 34). Las dataciones radiocarbónicas realizadas permiten plantear que el asentamiento fue habitado durante la primera mitad-mediados del III milenio BC, con unas fechas obtenidas entre el 2876-2626 cal BC (Beta-397980: 4150±30 BP)
y el 2465-2280/2245-2230 cal BC (Beta-450082: 3880±30 BP)
(Jover et alii, 2018c: 36).
La Cabaña 1 contaba con un diámetro interno de casi 6 m,
mientras que el de las otras cabañas, 2 y 3, es menor, con 3,80 y
3,70 m de diámetro respectivamente. La Cabaña 1 conservaba
el alzado de mampostería hasta los 40 cm de altura y en el centro de su espacio interior se documentó una estructura excavada
de forma circular, interpretada como un agujero de poste. Por
su parte, en las cabañas 2 y 3 se ha documentado el vano de
[page-n-98]
Figura 6.25. a. Planta de las
estructuras del poblado de Vilches IV
(Hellín, Albacete) (García Atiénzar
et alii, 2016: 53, fig. 2). b. Vista de
los restos de la Cabaña 2 de Vilches
IV, desde la entrada a la misma. c.
Vista de la Cabaña 3 (fotografías de
Abydos Arqueológica S.L.).
Figura 6.26. a. Vista cenital de la
estructura E-2203 del Sector 2 de
Vilches IV, interpretada como un
horno de cámara. b. Vista lateral
de los restos del contorno de la
misma, construido con piedra
y barro (fotografías de Abydos
Arqueológica S.L.).
acceso, de unos 80 cm de ancho (García Atiénzar et alii, 2016)
(fig. 6.25b y c). Se observa el uso de la tierra como trabazón de
las piedras que constituyen los restos de alzados de mampostería, tanto de las tres construcciones, como de los tramos de
muros que se adosan a las mismas. Estos muros de recorrido
rectilíneo delimitarían áreas de actividad entre las edificaciones,
donde se han documentado restos de diversas instalaciones elaboradas con barro y piedra (fig. 6.26). También se observa el uso
de morteros de tierra en el interior de las estructuras, empleado
en la construcción de bancos corridos y cubetas.
Los materiales de barro de Vilches IV
Durante las excavaciones en Vilches IV se recuperaron un total
de 100 restos de barro endurecido. La mayor parte de los elementos abordados en este estudio2 fueron hallados en el Sector 2
2
Agradecemos a los directores de la intervención arqueológica en
el yacimiento de Vilches IV, Gabriel García Atiénzar, José David
Busquier Corbí y Patricio Domene Prats, el habernos facilitado el
acceso a los materiales para su estudio. Estos restos también se han
abordado en Pastor y Mataix, 2020.
–44%–, interpretado como un espacio de trabajo, la denominada
área de actividades 1, situada entre las Cabañas 1 y 2. En la
Cabaña 3 y en la 2 se recuperaron un número similar de materiales constructivos −27% y 23% respectivamente−. Los niveles de abandono/destrucción de estas edificaciones se habrían
encontrado mejor protegidos de los procesos erosivos respecto
a la Cabaña 1, algo favorecido por la mayor conservación de
sus alzados de mampostería. Por su parte, en la Cabaña 1, la
construcción más afectada por la erosión, apenas se recuperaron
restos constructivos de tierra –6%−, que además proceden del
estrato superficial UE 1101 (fig. 6.27).
En conjunto, la mayoría de los elementos de barro recuperados
en Vilches IV pertenecen a la técnica constructiva del bajareque. Otro gran grupo de restos habrían correspondido a estructuras de actividad modeladas y a recipientes de gran tamaño,
con diferentes funciones posibles, como la preparación y el
almacenamiento de alimentos y productos, y a otros elementos
muebles de barro de menores dimensiones, a modo, probablemente, de pequeños recipientes o vasos. En un determinado
porcentaje de los fragmentos es difícil interpretar con seguridad la naturaleza del elemento original al que pertenecieron,
debido a la ausencia de características definitorias en este
sentido −ver fig. 6.40.
85
[page-n-99]
Figura 6.27. Distribución de los elementos de barro de Vilches IV
en los espacios en los que fueron hallados.
Características generales del conjunto
El tamaño de los restos de barro endurecido recuperados en
el yacimiento varía de manera considerable, desde 2,6 x 1,6 x
1,3 cm, hasta 29,5 x 4,3 x 2,2 cm, en el mayor de los casos. La
forma de las piezas también es diversa, debido en parte a los
acusados procesos erosivos de ladera que sufrieron algunos de
los niveles arqueológicos, así como a la propia fragmentación
de las estructuras originales a las que pertenecieron, destruidas por episodios de incendio. En cuanto a las coloraciones de
los elementos, varían desde el marrón claro y amarillento en
algunas piezas, a una coloración blanquecina y gris en otras.
Los fragmentos de tonos grises y con partes ennegrecidas están asociados a la Cabaña 3. Algunos restos presentan tonos
anaranjados y rosados, siendo todos ellos de la Cabaña 2 y, en
menor medida, del Sector 2, área de actividades ubicada entre
esta estructura y la Cabaña 1.
La mayor parte de los fragmentos –53%– presentan una
importante consistencia, estando un grupo de ellos especialmente endurecidos –20%– y observándose en el resto
–27%– una consistencia media. Estos distintos grados de endurecimiento se registran en los materiales de los cuatro espacios definidos en la parte excavada del asentamiento, y no
concentrados en alguno de estos espacios. Por otro lado, más
del 40% de los restos se encuentra afectado por raíces. Otras
alteraciones que se identifican son la erosión de algunas superficies, la ruptura o fragmentación de las piezas –asociada a las que presentan un grado de endurecimiento menor–,
así como el agrietamiento, con apariencia de craquelado o
cuarteado (fig. 6.28a). Este agrietamiento lo presentan superficies externas de algunos restos muy endurecidos, como
ocurre en piezas recuperadas en la UE 1406, del incendio del
primer nivel de uso de la Cabaña 3.
Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
En la mezcla de barro de muchos de los fragmentos se observan gravas y piedras –en algún caso, un canto rodado de hasta 6 cm de largo–, así como malacofauna (fig. 6.29) de naturaleza dulceacuícola. Ésta habría estado presente en el barro
utilizado para construir, materia prima transportada desde
las cercanías de un curso de agua, probablemente el cauce
que discurre a los pies del asentamiento (García Atiénzar et
alii, 2016: 55). En aproximadamente el 60% de las piezas se
distinguen huellas del empleo de materia vegetal, que habría
sido añadida a la mezcla a modo de estabilizante.
Improntas constructivas de madera
Figura 6.28. Uno de los restos constructivos hallados en la Cabaña
3 de Vilches IV, que muestra un alto grado de endurecimiento. a.
Cara externa, con superficie alisada y aspecto craquelado. b. Cara
interna, con improntas paralelas de vegetales. VL 1403/782.
Cerca del 40% de los fragmentos de barro estudiados presenta
improntas constructivas de elementos vegetales y de madera. En
23 de los casos, procedentes de la UE 1406 −nivel de incendio y
destrucción del primero de los dos niveles de uso de la Cabaña
3−, lo que se observa es la huella de una superficie formada
Figura 6.29. a. Resto procedente del
derrumbe de la Cabaña 2 donde se
observa un ejemplar de malacofauna
formando parte del mortero de
barro. VL 1305/457-4. b. Fragmento
con huella negativa de un resto
malacológico ya desaparecido,
hallado en los estratos de destrucción
de la Cabaña 3. VL 1406/814-24.
86
[page-n-100]
Figura 6.30. a. Impronta que se
habría generado al contacto con una
superficie plana, que interpretamos
como de madera trabajada, en un
resto constructivo hallado en la
Cabaña 2. b. Vista lateral de la misma
pieza, donde se aprecia la confluencia
de la impronta plana con otra de
sección circular (izquierda de la
imagen). VL 1307/471-1.
Figura 6.31.a. Resto constructivo con impronta de tronco, en el que
se aprecian surcos en relieve positivo. VL 1303/414-2. b. Acción de
insectos xilófagos en la superficie de un tronco (fondobook.com).
por numerosos vegetales dispuestos unos junto a otros. Por otro
lado, un total de 16 elementos de barro conservan improntas que
interpretamos como de ramas y troncos.
Las improntas pertenecerían tanto a elementos de madera
de sección circular, de entre 2,8 y 5 cm de ancho aproximadamente, como a superficies de madera trabajada o seccionada,
identificadas en 7 fragmentos, recuperados en los derrumbes de
las Cabañas 2 y 3. El caso más significativo de evidencias del
empleo de madera trabajada fue hallado en la UE 1307 de la
Cabaña 2, tratándose de una pieza con la impronta de una superficie plana, de 11 cm de largo conservado, en paralelo a otra de
sección circular y 5,2 cm de ancho (fig. 6.30).
En relación con el empleo constructivo de la madera, entre
los materiales constructivos de Vilches IV hemos observado un
único caso de impronta que se correspondería con la superficie
de un elemento de madera afectado por insectos xilófagos (fig.
6.31). Este tipo de rasgos, en forma de surcos en relieve positivo
en la superficie de las improntas constructivas, también han sido
identificados en diversos fragmentos de Les Moreres −ver fig.
6.47−. Asimismo, en los materiales de La Torreta-el Monastil ya
se ha recogido la identificación de formas que pueden indicar el
uso de madera afectada, en este caso, por posibles procesos de
pudrición −ver fig. 6.14a y b.
Los fragmentos de la cubierta de la cabaña 3
El grupo de materiales constructivos hallados en el interior
de la Cabaña 3 se relacionan con el nivel de incendio –UE
1406– de la primera fase de ocupación de esta estructura. Los
fragmentos se encontraban mezclados con abundantes restos de madera carbonizada y presentan una coloración gris
y blanquecina, con partes de la superficie ennegrecidas. Este
conjunto de piezas muestra un alto grado de endurecimiento y
una apariencia homogénea, en cuanto a las características del
mortero observables a nivel macroscópico. No se observa la
existencia de gravas y sólo uno de ellos presenta una huella negativa de contorno ovalado, probablemente dejada por un canto rodado desprendido. Tampoco observamos en ellas huellas
del empleo de estabilizante vegetal, sí visibles en otros restos
constructivos de este asentamiento, restos de barro. En este
Figura 6.32. a. Vista cenital de uno
de los restos de la techumbre de
la Cabaña 3, donde se aprecia la
superficie de vegetales y una parte
de la capa superior de mortero que la
cubría, posiblemente hacia el exterior
de la estructura. b. Vista lateral,
donde se aprecia la curvatura de la
capa superior. VL 1406/814-1.
87
[page-n-101]
Figura 6.33. Diferentes vistas de uno
de los restos interpretados como parte
de la terminación de la cubierta de
la Cabaña 3. a. Cara externa alisada
y de perfil redondeado. b. Cara
interna, con improntas de vegetales.
c. Perfil de la pieza, donde se observa
en la parte superior una inflexión
en ángulo, de tendencia horizontal.
d. Detalle de dicha inflexión. VL
1406/814-5.
caso, la aparente ausencia de estabilizantes vegetales en este
grupo de piezas de la Cabaña 3 puede relacionarse con que no
se trate plenamente de un mortero de barro, sino de yeso, o de
una mezcla con un importante porcentaje de este material. El
análisis realizado mediante microfluorescencia de rayos X a
una muestra −VL 1406/814-2− de este grupo de fragmentos ha
apuntado que el material está compuesto principalmente por
yeso, también con presencia de carbonato cálcico y algo de
cuarzo –ver anexo II, Pastor, 2019.
Con el conjunto de la información disponible, este grupo de
fragmentos pueden interpretarse como parte de la techumbre de
esta estructura, de planta circular y alzados de piedra. Se infiere
que la cubierta estuvo cerrada con una estructura de vegetales
manteados con mortero por ambas caras, la interna y la externa,
que quedaría a la intemperie, a modo de “torta” o “entortado”
(Viñuales et alii, 2003: 76, 137). Este término ha sido acuñado
para definir la aplicación del barro sobre entramados vegetales, pero refiriéndose de forma específica a la construcción de
cubiertas. En un buen número de restos constructivos de esta
UE 1406, las caras alisadas presentan una cierta curvatura, bien
cóncava o convexa, apuntando a que dicha cara perteneciera a
la superficie interior o a la exterior de la torta de la cubierta,
respectivamente. En una parte de los fragmentos se conservan
restos de ambas caras (fig. 6.32).
Esta techumbre se encontraría sostenida por elementos de
madera. En este sentido, en el interior de la Cabaña 1 se documentó la estructura E-2101, interpretada como un agujero de
poste. Y entre los materiales constructivos recuperados en la
UE 1406 se han identificado también restos con improntas de
madera trabajada, que quizá podrían haber pertenecido a algún
madero dispuesto a modo de viga. En los restos recuperados no
se observan evidencias directas de que esta torta de vegetales
y mortero estuviera apoyada en vigas y/o en un posible poste
central, pero también es cierto que los fragmentos recuperados
constituyen sólo una pequeña parte de lo que habría sido la
estructura original completa.
Además, tres piezas de este conjunto de la Cabaña 3
parecen constituir terminaciones de la cubierta, de perfil redondeado y alisado (fig. 6.33a). Dos de estas terminaciones muestran una inflexión de tendencia horizontal en su parte superior
(fig. 6.33c y d), no una continuación de forma inclinada. Todo
ello apunta a que la techumbre podría no haber tenido un importante ángulo de pendiente, pudiendo haber sido plana o casi
Figura 6.34. a. Vista cenital de uno de
los restos de la cubierta de la Cabaña
3, con varias improntas de vegetales
dispuestos en dirección perpendicular
al resto de la superficie vegetal. VL
1406/814-3. b. Vista lateral de otra de
las piezas similares, donde se aprecia
el cruce de los distintos elementos.
VL 1406/814-4.
88
[page-n-102]
Figura 6.35. a. Recreación de la disposición de los materiales que habrían conformado las techumbres de las estructuras de Khirokitia (Le
Brun, 1997: 22, fig. 12). b. Propuesta de la terminación de una de las cubiertas de este mismo asentamiento (Daune-Le Brun, 2001: 71, fig.
18). c. Recreación de las estructuras de Khirokitia (Chipre) (Le Brun, 1997: 18, fig. 8).
plana, o presentando una forma ligeramente convexa, quizá como
resultado de la acumulación de los vegetales utilizados como esqueleto de la techumbre. Por desgracia, a pesar del buen estado
de conservación de estos fragmentos constructivos, derivado de su
alto grado de endurecimiento que pudo deberse, al menos en parte,
a la acción del fuego, su limitado número y las características que
presentan no nos posibilitan establecer más relaciones entre ellos o
remontar alguna de las partes de esta cubierta de la Cabaña 3.
No obstante, las características de este conjunto de materiales
constructivos sí permiten conocer con cierta precisión los diferentes materiales que habrían compuesto la cubierta de esta edificación y su disposición. Prácticamente la totalidad de las piezas
recuperadas en la Cabaña 3 –25 fragmentos, de un total de 27–,
presentan la impronta de una superficie interna vegetal, compuesta por numerosos elementos dispuestos en paralelo, unos junto
a otros. Éstos presentaban, de acuerdo con la morfología de las
improntas conservadas, una sección circular y diámetros reducidos, aunque variables, además de tallos flexibles. Quizá se trate
de alguna especie de juncácea de tallo cilíndrico.
Cabe resaltar que en 10 de estos materiales se observan
improntas de unos elementos vegetales diferenciados, por encontrarse dispuestos en dirección perpendicular a la de la superficie vegetal (fig. 6.34). Estos elementos cruzados podrían ser
tallos de carrizo, de acuerdo con su morfología, diámetro y con
las estrías paralelas observables en la impronta del tallo, visibles
en la mayoría de los fragmentos que tienen esta impronta de vegetales perpendiculares. El carrizo podría haberse obtenido en
zonas con disponibilidad de agua, al igual que los posibles juncos, como en el cauce cercano al asentamiento. Si bien podría
tratarse de una disposición casual de los vegetales, pensamos que
también puede responder a algo intencional, a parte de la técnica
desarrollada para la construir la techumbre, con una colocación
de vegetales adicionales a modo de “elementos guía” (Navarro
Martínez y Navarro Martínez, 2016: 51), que contribuyeran a
fijar los materiales de la cubierta.
Un asentamiento prehistórico con edificaciones que
presentan ciertas similitudes en lo constructivo con las cabañas
de Vilches IV y del que se conoce en detalle la construcción de
sus techumbres es Khirokitia (Chipre). Las estructuras, del VII
milenio BC, son de planta circular y alzados de piedra y habrían
tenido cubiertas planas, hechas de barro y distintas capas de vegetales, dispuestos en diferentes direcciones y sostenidas por
elementos horizontales de madera (fig. 6.35) (Le Brun, 1997;
Daune-Le Brun, 2001).
Ataduras
En caso de haberse utilizado el citado recurso a un elemento guía
para la sujeción de los materiales vegetales de la techumbre, éste
no habría sido el único material utilizado para la sujeción del
esqueleto vegetal de la cubierta. En tres de los fragmentos hallados en esta estructura se distinguen improntas de una atadura
realizada mediante cuerda trenzada (fig. 6.36), siendo ésta triple,
al menos, en uno de los casos, al conservarse tres improntas paralelas de este tipo de cuerdas. Las cuerdas podrían haber sido
colocadas para reforzar los vegetales durante la construcción de
la techumbre, antes de ser cubiertos con mortero o, quizá, haber
atado en haces estos vegetales de forma previa, por ejemplo, para
su transporte hasta la estructura a cubrir, y no haber sido retiradas
las ataduras en el momento de su puesta en obra.
De cualquier modo, estas improntas de cuerdas no pertenecen
a las que podrían considerarse como más habituales en los restos
constructivos de barro, fruto de su aplicación para atar troncos
Figura 6.36. Improntas de cuerdas
junto a las de materias vegetales que
integrarían la cubierta de la Cabaña 3.
a. VL 1406/814-6. b. 1406/814-17.
89
[page-n-103]
o ramas, sino a otros usos más diversos y variados −ver 4.1.3 y
4.3.3.−, que posiblemente también cabría plantear como posibilidad en otros casos de improntas de cuerdas, sin asociarlas de
manera directa o automática a la atadura de elementos de madera que conforman la estructura. Al margen de estos ejemplos
de improntas de cuerdas en restos de la UE 1406, asociados
a la cubierta de la Cabaña 3, no se han identificado otras
improntas de ataduras.
Tratamiento de las superficies
Por otro lado, más de la mitad de los restos del conjunto presenta
superficies alisadas, cuyo tratamiento se habría producido, el menos en un buen número de casos, de forma manual y no mediante
algún tipo de instrumento, como evidencian las huellas digitales
visibles en muchas de las piezas. Se trata tanto de restos constructivos alisados asociados a la técnica del bajareque, como de
fragmentos de estructuras de actividad o recipientes, fabricados
mediante el modelado del barro. En el análisis macroscópico no
se aprecia la aplicación de capas de enlucido en ellas.
Estructuras de actividad y posibles elementos muebles
Los fragmentos interpretados como partes de posibles
estructuras de tipo inmueble, instalaciones y recipientes fabricados con barro proceden en su mayoría de la llamada área de
actividades 1 y, en menor medida, de las Cabañas 1 y 2. En el
barro que conforma estos posibles restos de estructuras y recipientes se observan algunos ejemplares de malacofauna y evidencias de la estabilización del mortero mediante el añadido de
materia vegetal. Presentan huellas del modelado y alisado de
sus superficies con los dedos de la mano, que pueden observarse
sobre todo en la cara interna de los fragmentos interpretados
como paredes de recipientes.
En el área de actividades 1 se han recuperado, por un lado,
restos de lo que habrían sido estructuras de actividad elaboradas
con barro, destacando un fragmento de considerable tamaño –22
x 9 x 10 cm–. Por su morfología y dimensiones, habría sido el
borde de alguna estructura, abierta o parcialmente abierta, aunque
al tratarse sólo de una parte reducida de la misma, no podemos
determinar con mayor seguridad su forma (fig. 6.37).
Por desgracia, apenas unas pocas piezas de este tipo
han podido unirse para tratar de remontar parte de las instalaciones de barro originales de esta zona, algunas de ellas
contemporáneas al hogar E-2201, conformado por un anillo de
mampostería o, de forma más excepcional, al posible horno de
cámara E-2203, con paredes de barro y piedra y con base de
lajas de arenisca, situados al sur de dicho espacio. Esta última estructura fue construida combinando la piedra y la tierra,
como ocurre también en parte de los alzados de mampostería
del asentamiento.
Por otra parte, entre los restos de barro endurecido hallados
en el área de actividades 1, así como en la Cabaña 1 −en el nivel
superficial UE 1101−, se encuentran fragmentos de recipientes
de gran formato, que habrían podido utilizarse como contenedores, destinados al almacenamiento. Entre ellos se encuentran
restos con borde y paredes alisadas de forma manual, en algún
caso de desarrollo rectilíneo (fig. 6.38) y no curvo, como hemos documentado con mayor frecuencia en los restos de barro
estudiados. Asimismo, en el nivel superficial de la Cabaña 1 se
recuperó un fragmento de lo que parece ser parte de la base
de una estructura de barro. En el caso de la Cabaña 2, también
se han hallado algunos elementos con superficies redondeadas,
que podrían ser bordes de algún tipo de instalación.
En algunas de las piezas de barro que interpretamos como
restos de paredes de recipientes se aprecia un rehundimiento en
la sección de la pared de su extremo inferior. Identificado en
los materiales de Puech Haut (Languedoc, Francia), yacimiento
ocupado a lo largo del III milenio BC, este rasgo morfológico
sería el resultado de la forma en que se fabricaron los recipientes,
Figura 6.37. a. Vista lateral de una pieza de barro, hallada en la
llamada área de actividades 1 de Vilches IV, posiblemente parte del
borde redondeado de una estructura. b. La misma pieza, vista desde
uno de sus extremos. VL 1205/179.
Figura 6.38. Resto de pared, de
desarrollo rectilíneo, de un posible
recipiente de barro del área de
actividades 1, que conserva un borde
redondeado. a. Cara interna, donde
se observan huellas horizontales
del alisado manual y evidencias del
empleo de estabilizante vegetal. b.
Cara externa. c. Perfil. VL 1203/101-1.
90
[page-n-104]
recreciendo las paredes de modo que la parte añadida y superpuesta se imbricaría con la inferior (De Chazelles, 2005b: 240,
fig. 3). Esta característica también ha sido observada en restos
de paredes de elementos de barro de los asentamientos de El
Alterón −ver fig. 5.20b− y Les Moreres −ver fig. 6.66b.
No obstante, la mayoría de los fragmentos de Vilches IV
interpretados como de recipientes de barro de gran formato
presentan paredes curvas (fig. 6.39a y b). Estas piezas serían
restos de recipientes posiblemente similares a los contenedores
hallados en la construcción calcolítica de la Illeta dels Banyets
(El Campello, Alicante) (Soler Díaz y Belmonte, 2006: 34, 54;
Gómez, 2006: 272, 278) (fig. 6.39c y d), aunque de menores
dimensiones.
Además, se han identificado un buen número de fragmentos
que podrían constituir paredes de recipientes muebles de pequeño tamaño, hechos de barro sin cocer, posiblemente comparables a los que fueron sido identificados en La Vital (Gandía,
Valencia) (Gómez, 2011: 234). Se ha abordado el análisis mediante microfluorescencia de rayos X de una muestra de uno de
estos elementos muebles −VL 1203/101-11−, que presenta una
estructura interior porosa, destacando en su composición el carbonato cálcico, así como oxi-hidróxidos de hierro, que habrían
contribuido a la tonalidad marrón anaranjado que presenta. El
análisis de su capa externa, de coloración grisácea, apunta también a la presencia de carbonato cálcico y en cantidades mayores a las identificadas en el cuerpo interior, a lo que se une
la presencia de yeso, que puede deberse a una preparación del
material utilizado a modo de revestimiento externo de la pieza
–ver anexo II, Pastor, 2019.
Valoración
Entre los casos de estudio que forman parte de esta
investigación, Vilches IV es el primero que mostramos en el que
se han excavado las evidencias in situ de edificaciones, las tres
construcciones circulares y los muros que parten de ellas, así como
de estructuras de actividad. Los materiales constructivos recuperados en este asentamiento, en el interior y también en el exterior
de las edificaciones, permiten conocer varios aspectos acerca de
cómo la tierra fue utilizada para la construcción en este enclave, combinada con el resto de los materiales mencionados en el
apartado anterior y mediante el empleo de técnicas constructivas
como el bajareque y el amasado y modelado. La documentación
Figura 6.39. Resto de pared curva de barro interpretada como de
un recipiente de gran formato, hallada en el área de actividades 1
de Vilches IV. a. Cara externa, con abundantes huellas negativas de
vegetales utilizados como estabilizante. b. Cara interna, donde se
aprecian con mayor claridad las huellas paralelas del alisado manual de la superficie. VL 1205/178-2. c y d. Recipientes de barro
hallados en el interior de la construcción calcolítica de la Illeta dels
Banyets (El Campello, Alicante) (a partir de Soler Díaz y Belmonte, 2006: 53, fig. 17).
de evidencias constructivas en sus contextos primarios, como la
presencia de alzados de piedra, permite contar con una información con la que asociar, en la medida de lo posible, estos restos.
El estudio de esta materialidad permite contribuir a la caracterización de las construcciones excavadas en Vilches IV y también
determinar la existencia de nuevos elementos estructurales, como
instalaciones de equipamiento doméstico, a partir de fragmentos
de las mismas. En este sentido, el análisis de los materiales de
barro de este enclave ha permitido la identificación de evidencias
Figura 6.40. Izda. Distribución de
los restos de barro de Vilches IV en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
91
[page-n-105]
de más estructuras de actividad, además de las dos destacadas en
el Sector 2, gracias al hallazgo de fragmentos, también asociados
a las cabañas. Similar a éstas podría haber sido, por ejemplo, la
estructura abierta o parcialmente abierta a la que habría pertenecido el fragmento con borde redondeado recuperado en el área de
actividades 1 −ver fig. 6.37.
Podemos relacionar los restos constructivos de Vilches IV
asociados a las tres construcciones, de planta circular y alzados
de mampostería, fundamentalmente con las cubiertas y con estructuras de actividad (fig. 6.40). El barro empleado para edificar habría sido estabilizado con vegetales, como es habitual en
la construcción con tierra y como se ha evidenciado en los casos
de estudio mostrados hasta el momento. La técnica del bajareque está constatada mediante la presencia de improntas constructivas de elementos de madera, ramas y troncos, de hasta 5
cm de diámetro, trabajados y no trabajados, combinados entre sí
y que fueron manteados con barro. Este estudio ha aportado información sobre el trabajo y la utilización de la madera en usos
constructivos, documentándose también evidencias que apuntan
al uso de madera afectada por xilófagos. Podemos plantear que
estos elementos de madera habrían podido pertenecer a las cubiertas, concretamente a su estructura de sustentación. En este
sentido, los resultados de los análisis realizados sobre los restos
antracológicos de Vilches IV apuntan la presencia mayoritaria
de la madera de pino (Pinus halepensis) y carrasca (Quercus
perennifolio), junto con el lentisco (Pistacia lentiscus) (García
Atiénzar et alii, 2016).
Al resto de las techumbres de las cabañas es posible
aproximarnos al poder observar con bastante detalle la forma
en que se habría construido la de la Cabaña 3. El alto grado de
endurecimiento de los restos constructivos hallados en el interior de esta construcción, interpretados como pertenecientes a
su techumbre, hace posible observar su morfología y la de las
improntas constructivas que contienen, tanto de los vegetales,
los dispuestos en paralelo, flexibles y de sección circular −quizá
juncos− y los cruzados −quizá carrizo−, que constituían el interior de la techumbre, como de las ataduras de cuerdas trenzadas y elementos que se habrían utilizado para su sujeción. Esto
ha permitido conocer de forma bastante precisa los distintos
materiales empleados en esta parte de la edificación, que posiblemente habría sido dispuesta con una orientación plana. Esta
forma de construir las cubiertas mediante elementos vegetales
manteados con barro podemos considerarla como construcción
con bajareque, recibiendo también la citada denominación de
cubierta de “torta” o “entortado” (Viñuales et alii, 2003: 76,
137). Es muy posible que las otras dos cabañas excavadas en
Vilches IV contaran con una cubrición similar, aunque no se
hayan recuperado sus restos.
Cabe resaltar que el mortero con el que se mantearon los
materiales vegetales para conformar la cubierta de la Cabaña 3,
como quizá también el resto de las edificaciones de Vilches IV, habría estado compuesto sobre todo por yeso, como reflejan los análisis realizados mediante microfluorescencia de rayos X. El yeso también está presente en el revestimiento de la otra de las piezas de este
conjunto analizada con esta técnica instrumental, un fragmento de
elemento mueble. Esto apunta a la posibilidad de que en este enclave se hubieran llevado a cabo procesos de tratamiento térmico de la
piedra de yeso para obtener sustancias con las que elaborar morteros
constructivos y, quizá también, con otros fines.
92
6.1.3. Les Moreres
Introducción al yacimiento
El asentamiento calcolítico de Les Moreres (Crevillente,
Alicante) (González Prats, 1986a; 1986d; González Prats y Ruiz
Segura, 1992a) se encuentra situado en la Sierra de Crevillente,
sobre el cerro de Les Moreres, ubicado junto a una rambla o
barranco, vía de comunicación entre el área de costa y el valle
del Vinalopó. A unos 300 m del yacimiento del Bronce final
de Peña Negra, Les Moreres fue localizado en los niveles inferiores de la necrópolis del Bronce Final de dicho asentamiento
(González Prats, 1986d: 89). Este poblado ha sido enmarcado
en la segunda mitad del III milenio BC (González Prats y Ruiz
Segura, 1992a: 18-19). Dataciones radiocarbónicas recientes
han proporcionado datos cronológicos más precisos (Beta505650, Beta-505651: 3890±30 BP, Beta-505652: 3820±30 BP)
(Francisco Javier Jover, com. pers.).
En Les Moreres se hallaron, en primer lugar, los restos de la
parte baja del alzado de barro de una estructura ovalada, con unos
6 m de recorrido conservados, en la que se observaban improntas
negativas de troncos, de unos 10 cm de diámetro, y que se adosaría
al interior de lo que se interpretó como los restos de una muralla de
mampostería (González Prats, 1986a: 121) (fig. 6.41). Las estructuras fueron excavadas mediante un sistema de cuadrículas, de 2,5
m de ancho. Esta estructura se ubicaba en el área 1, en los cortes K
y J-2/-1/1 y en ella se excavaron diferentes UUEE. El estrato IIa se
correspondía con el nivel de derrumbe, con abundantes restos constructivos de barro con improntas, así como material cerámico. Los
estratos IIb y IIc se interpretaron como asociados al nivel de habitación de esta estructura ovalada, hallándose también en el primero de
ellos abundantes fragmentos constructivos de barro, junto con otros
materiales arqueológicos (González Prats, 1986d: 90, 93).
Este alzado se habría construido con postes verticales de
sección circular, manteados con barro desde el interior y cuya
superficie interna habría estado revestida. Esta edificación habría colapsado en parte hacia su interior (Alfredo González,
com. pers.), hallándose grandes restos de material constructivo
de barro con improntas de los troncos. Dicha construcción, así
como la muralla en la que se apoya, se corresponderían con los
momentos finales de la ocupación de este poblado, hacia finales
del III milenio BC (González Prats, 1986d: 93, 98). Por desgracia, a la hora de conectar las evidencias abordadas en esta
investigación con su información contextual, sólo tenemos conocimiento de que provengan de esta construcción, de su nivel
IIb o de ocupación, 9 de los fragmentos analizados.
En 1990 se excavó una segunda estructura ovalada, en los cortes K-4 y -5, L-5 y M-4, para la que se estimaron unos 8,5 m de
diámetro y que presentaba restos de materiales constructivos similares, de barro con improntas vegetales, que fueron asociados tanto
a las paredes como a las techumbres. En su interior se documentó
un hogar de forma circular compuesto de piedras, así como recipientes cerámicos, también con decoraciones campaniformes, y
molinos de piedra. En el entorno de esta construcción se hallaron
otros restos materiales, como pesas de telar, restos líticos y de fauna o un punzón de cobre. Junto a esta estructura se excavaron los
restos de otra, edificada también con postes de madera manteados
con barro. Además, fueron documentadas tres estructuras más, de
planta ovalada pero construidas en este caso con zócalo de mampostería (González Prats y Ruiz Segura, 1992a: 18). Por otro lado,
[page-n-106]
Figura 6.41. a. Plano de la estructura
hallada en el área 1 de Les Moreres.
b. Parte baja del alzado de barro
con improntas de troncos (a partir
de plano y fotografía de Alfredo
González).
en Les Moreres se recuperaron diferentes elementos muebles de
barro, incluidas piezas de forma hiperboloide, interpretadas como
soportes (González Prats, 1986d: 93).
A partir de la información proporcionada por las
excavaciones, se determinó que las estructuras construidas
únicamente con barro y postes de madera serían posteriores a
las que presentaban zócalos de piedra. Sobre este cambio en la
técnica constructiva, se planteó que pudiera deberse a una estrategia ante posibles episodios sísmicos. El primer tipo de edificaciones habría contado con una techumbre de forma cónica y
se habrían utilizado ataduras de esparto para sujetar la materia
vegetal (González Prats y Ruiz Segura, 1992a: 18-19).
Los materiales de barro de Les Moreres
Características generales del conjunto
Este estudio macrovisual de fragmentos constructivos de barro
se basa en el análisis de un total de 1097 elementos,3 recuperados
durante las campañas de excavación de 1988, 1989, 1993 y, en
su mayor parte, 1990 y 1991, de acuerdo con los datos de los que
disponemos.4 Proceden de los niveles denominados “nivel II”,
en su mayoría de abandono (IIa) y, en algún caso, de ocupación
(IIb), de las diferentes estructuras excavadas. También incluimos en nuestro estudio algunos fragmentos recuperados en la
superficie del yacimiento en el año 2017.
3
Agradecemos a Alfredo González Prats, director de las excavaciones en Les Moreres, así como a Alberto J. Lorrio Alvarado, el
habernos facilitado el acceso a los materiales para su estudio, junto
con información contextual y gráfica sobre el asentamiento. También a Julio Trelis Martí, director del Museo arqueológico de Crevillente, la atención recibida en las instalaciones del museo.
4
En la mayoría de las cajas que contenían los fragmentos se hallaron restos del etiquetado original de papel, en muy mal estado de
conservación, del que se pudo obtener en algunos casos parte de
su información contextual, como los datos del corte y nivel al que
correspondían. No obstante, el malo o nulo estado de preservación
del etiquetado ha impedido la obtención de una gran parte de estos
datos.
En primer lugar, es destacable la abundante cantidad de
restos constructivos de barro conservados y recuperados en
este asentamiento, que presentan además un considerable grado de endurecimiento. Así, la mayor parte de los fragmentos
analizados presentaban una gran consistencia. Como consecuencia, las improntas constructivas se encontraban bien conservadas y podían observarse con un buen nivel de detalle en
la mayoría de los casos. No obstante, en algunas piezas la erosión de sus superficies no permite distinguir formas con certeza. Así, se han encontrado dificultades a la hora de distinguir
entre aparentes caras regularizadas, que se corresponderían
con el exterior de partes estructurales, y probables improntas
muy erosionadas, que constituirían entonces la cara interna de
la pieza. Del mismo modo, en algunos casos la erosión de las
superficies de los fragmentos no ha permitido apreciar a nivel
macroscópico determinados detalles importantes de los morteros. Ejemplos de ello son la identificación y caracterización
de las evidencias de uso de estabilizantes vegetales, que sí se
observan de forma clara en otros muchos casos, o la no conservación de restos orgánicos carbonizados que pudieran ser
visibles en las superficies de las piezas, como sí puede ocurrir
en otros estudios.
Los elementos constructivos de Les Moreres presentan
distintas coloraciones, la mayoría marrón claro de base, blanquecino y amarillento. Algunas piezas presentan tonos de marrón rosado, anaranjado claro y oscuro-rojizo, que pueden relacionarse con una exposición al fuego. Otras piezas muestran
tonos grisáceos o una coloración ennegrecida. Los fragmentos
presentan formas diversas y dimensiones que abarcan desde
los 2 x 2 x 1 cm hasta 16 x 20,5 x 6,6 cm en el fragmento de
mayor tamaño.
Por último, determinadas alteraciones de tipo postdeposicional
han sido especialmente visibles en el conjunto, además de la ya
mencionada erosión de las superficies. Algunos restos presentan
raíces, que habrían afectado a las piezas durante su deposición
arqueológica. Una parte presenta una pátina uniforme y de coloración grisácea adherida al fragmento, que con una alta probabilidad se habría generado con posterioridad a su excavación
y a causa de factores de alteración también postdeposicionales
−ver fig. 6.59c y d.
93
[page-n-107]
Figura 6.42. Elementos identificados formando parte de la composición de los morteros constructivos de Les Moreres. a. Piedra de varios
centímetros de largo. MO 208. b. Inclusiones geológicas de coloración rojiza. MO 596. c. Malacofauna. MO 36.
Observaciones macroscópicas sobre la composición y
características del mortero de barro
En la matriz de barro de los fragmentos estudiados se han
distinguido elementos que en diferentes casos se asocian posiblemente a una presencia natural en el sedimento utilizado para
construir. Así, en buena parte de las piezas se identificaron piedras en el mortero, con unas dimensiones desde 0,6 hasta 4,7 cm
de largo (fig. 6.42a). De forma excepcional, uno de los restos
constructivos recuperados en la superficie del yacimiento presentaba un canto rodado de 7 cm de largo. Esta presencia de piedras estaría indicando que no se llevó a cabo la retirada de los
elementos más gruesos del sedimento durante esta parte de los
procesos constructivos. En algunas de las piezas se identificaron
inclusiones o pequeños agregados de un material de tono rojizo y
que tiznaba, tratándose probablemente de un material geológico
natural, con contenido en hierro (fig. 6.42b). En relación con esto,
no obstante, en algunos restos constructivos −MO 1090, 1091,
1092− se han identificado fragmentos de cerámica, lo que podría estar apuntando a un posible uso intencional de éstos en los
morteros o al empleo constructivo de sedimentos de desecho. Por
otro lado, algunos de los elementos estudiados presentaban ejemplares de malacofauna, en algún caso caracoles de hasta 2 cm de
diámetro (fig. 6.42c), que estarían presentes de forma previa en el
barro utilizado para construir −procediera éste de sedimentos naturales o antropizados, con mayor o menor presencia de residuos
de la actividad humana−. Éstos podrían ser ejemplares del género
continental Iberus. También se observan algunos gasterópodos de
concha ovalada.
Un rasgo también presente en el mortero de algunas de las
piezas es una hendidura alargada y de extremos ovalados (fig.
6.43a y b), que consideramos que habría podido ser generada
por la acción de insectos en las superficies de tierra que formarían parte de las edificaciones. Esta interpretación se basa
en comparaciones morfológicas con rasgos actuales de este tipo
(fig. 6.43c), que también hemos observado en trabajos de documentación etnoarqueológica en edificaciones recientes construidas con tierra. De ser este el origen de las hendiduras referidas,
la acción de los insectos se habría producido necesariamente
una vez construidas las estructuras y aplicado el mortero de barro. La afectación por fauna pudo tener lugar en el marco de procesos postdeposicionales, una vez abandonadas las estructuras,
pero también mientras éstas estuvieron en pie. En las estructuras
94
Figura 6.43. Hendiduras ovaladas en la superficie de algunos fragmentos de barro. a. MO 69. b. MO 658. c. Acción de insectos en las
superficies de estructuras de tierra, a lo que podrían atribuirse estas
formas (earthstructures.co.uk).
de tierra es frecuente la acción de fauna de diferente tipo en
las superficies, tanto mamíferos como insectos, y se manifiesta en hendiduras y orificios de distinto tamaño y forma (Ziegert, 2003: 261-263, fig. 6.25a-26b; Knoll y Klamm, 2015: 78;
Knoll, 2018: 25, fig. 8).
Otros elementos contenidos en el mortero de barro habrían
sido añadidos de manera intencional a modo de estabilizante.
Los procesos de estabilización mediante materias vegetales
serían los más comunes en los procesos constructivos de las
sociedades prehistóricas y han sido documentados también en
las estructuras de Les Moreres. Como ha sido comentado más
arriba, en buena parte de las piezas la erosión de sus superficies
impide observar adecuadamente rasgos como la presencia de
este estabilizante. En determinados casos, la identificación del
empleo de este tipo de materias ha podido plantearse a partir de
la observación de unas pocas huellas vegetales características
de este tipo. Otra parte de los fragmentos sí presenta de manera
clara abundantes evidencias del empleo de estabilizante vegetal,
posiblemente restos de paja de cereal. Resulta muy interesante que en ellos se hayan constatado evidencias muy claras de
actividades de preparado y corte o machacado de los vegetales en pequeños tramos, al presentar las huellas negativas de
este producto unas dimensiones regulares, de en torno a 1 cm
de largo (fig. 6.44). A estas huellas de estabilizantes vegetales
[page-n-108]
Figura 6.44. Evidencias de
preparación del estabilizante vegetal,
a partir de la longitud uniforme de
las huellas negativas. a. MO 612. b.
MO 470.
cabe añadir la citada posibilidad de que se hubieran añadido,
en un determinado momento o una determinada estructura en
Les Moreres, fragmentos de cerámica a los morteros de barro.
Improntas constructivas de madera
Las numerosas y variadas improntas constructivas conservadas
en los fragmentos estudiados informan acerca de distintos aspectos de la estructura de madera, ya desaparecida, de las edificaciones de Les Moreres. Permiten reconocer el empleo de la
técnica del bajareque. Un grupo importante de las improntas,
negativas y de sección circular, pertenecerían a troncos, con
unas dimensiones de hasta 10 cm de diámetro y hasta 16 cm de
largo conservado. En este caso, las improntas de troncos se relacionan con fragmentos posiblemente procedentes de alzados,
pero también de techumbres, en combinación con otros elementos constructivos, como improntas de cañas, de ataduras o de la
materia vegetal que podemos asociar con mayor probabilidad a
las cubiertas.
Es importante resaltar la existencia de improntas negativas
de sección angular en 22 de los fragmentos, que se corresponderían con troncos cortados de forma longitudinal, dividiendo su
sección posiblemente en cuatro partes, dado el ángulo casi recto
de estos negativos de los elementos constructivos desaparecidos
(fig. 6.45). El ancho de las improntas angulares abarca desde los
3 hasta los 7 cm. El caso de un fragmento de los obtenidos en
superficie muestra una singular impronta plana de hasta 20 cm
de largo, 5 cm de ancho y 1 cm de profundidad, formando un
perfil en ángulo recto. Ésta parece corresponderse con la presencia de una tabla de madera, de la cual se conservarían marcas en
la superficie de la impronta.
En 21 fragmentos se han observado improntas que reflejan
el cruce de elementos de madera dispuestos en distintas direcciones. En algunos casos se documentan cruces entre troncos de
sección circular y angular, entre troncos y ramas y entre troncos
y cañas o carrizo. Además, algunas piezas podrían corresponderse morfológicamente con un manteado de barro aplicado sobre la estructura de madera en la unión de la parte superior de
los alzados con el inicio de una cubierta inclinada (fig. 6.46a).
Fragmentos de barro con formas similares han sido documentados en trabajos etnoarqueológicos (Kruger, 2015: 894) y en el
estudio de los fragmentos constructivos de barro de Çatalhöyük
(Stevanović, 2013: 109, fig. 6) (fig. 6.46c).
Figura 6.45. a. Impronta angular de madera trabajada. b. Perfil.
MO 4.
Por otro lado, en una parte del interior de las improntas
negativas de troncos se distinguen surcos que habrían quedado
impresos en ellas en relieve positivo, de formas alargadas, curvas e irregulares. Consideramos que se trata de improntas de
los túneles o galerías generadas en la madera por insectos xilófagos (fig. 6.47), como en el caso documentado en los materiales de Vilches IV −ver fig. 6.31−, que habrían afectado a los
troncos que se utilizaron para la edificación antes de su empleo
en la estructura y su manteado con barro. Al ser rasgos que se
observan en el barro a partir de improntas de troncos ya desaparecidos, podemos apreciar que las galerías se encuentran en
la superficie del tronco, aunque desconocemos si también afectaron a las partes internas del elemento de madera. Los insectos
afectan la madera bien para habitarla, para alimentarse o para
incubar en ella (Langendorf, 1988: 85). Estos surcos muestran
una morfología muy similar a los generados, por ejemplo, por
el Callidium violaceum, que se alimenta sobre todo de coníferas (Langendorf, 1988: 105). La presencia de surcos y orificios
generados por insectos en la madera de edificaciones tradicionales con barro y materia vegetal ha sido señalada en estudios
como el de Volhard (2010: 42).
En algunas improntas la conservación de la superficie de los
troncos es muy destacable, contando incluso con un ejemplo de
la impronta de un nudo de tronco (fig. 6.48). En la mayor parte
de los casos, el interior de las improntas analizadas en este conjunto correspondientes al exterior de troncos de sección circular
es una superficie lisa, sin rugosidades ni irregularidades destacables −al margen de que algunos de ellos presenten las aparentes
afectaciones por insectos ya señaladas−. A partir de la observación de las improntas de estas superficies de madera podemos
95
[page-n-109]
Figura 6.46. a. Vista cenital (arriba)
y perfil (abajo) de un fragmento
que podría corresponderse con la
unión entre el alzado y una cubierta
inclinada. MO 687. b. Vista de
improntas de troncos cruzados
cuya dirección podría indicar el
cruce entre estas dos partes de la
edificación. MO 1003. c. Dibujo de
fragmentos atribuidos a una cubierta
con una forma similar, procedentes
de Çatalhöyük (Konya, Turquía)
(Stevanović, 2013: 109, fig. 6).
plantear que posiblemente dichos troncos habrían sido utilizados
para edificar sin la corteza, aunque también cabe la posibilidad
de que la especie utilizada presentara una corteza de superficie
lisa y no fácilmente apreciable a nivel macroscópico.
Como ya se ha comentado, se considera que el descortezado
y secado de la madera, de forma previa a su empleo en la construcción, previene que se deteriore a causa de la acción de insectos en ella (Stevanović, 2013: 111), un tipo de alteraciones de los
materiales constructivos que han podido observarse en parte de
los materiales de barro que se recogen en este capítulo, no sólo
en este caso de estudio. Así, puede plantearse que los troncos hubieran sido descortezados como parte de las actividades productivas de preparación de los materiales escogidos para construir.
No obstante, es necesario tener en cuenta que la humedad y el
contacto prolongado con el suelo pueden provocar la pérdida de
la corteza en los troncos (Caruso et alii, 2010: 463). Por ello, no
ha de descartarse que hubiera sido utilizada, en determinados
casos, madera muerta, troncos ya caídos o que hubieran sido talados con anterioridad, almacenados y no empleados de manera
inmediata y que hubieran perdido esta capa externa del árbol.
En relación con esto, ya se ha apuntado que los troncos jóvenes
son más propensos a agrietarse longitudinalmente que los más
viejos, lo que haría que fuera menos frecuente su empleo para
construir (Stevanović, 2013: 111).
En cualquier caso, el empleo de madera muerta, almacenada un tiempo antes de ponerse en obra o reutilizada de otras
construcciones, serían prácticas acordes con la afectación de la
madera por insectos y otros factores de alteración, apuntados
a partir del análisis de los fragmentos constructivos en los tres
asentamientos que constituyen los casos de estudio de cronología calcolítica de esta investigación. En el caso de los troncos que aparentemente no presentaban corteza cuando se utilizaron para construir y además presentan huellas de haber sido
96
Figura 6.47. a. Detalle de los surcos en relieve positivo en la superficie de una impronta de tronco. MO 22. b. Surcos dejados en la
superficie de un tronco de madera por insectos xilófagos, como el
Callidium violaceum (Langendorf, 1988: 105, fig. 5. 37).
Figura 6.48. a. Impronta interpretada como perteneciente al nudo
de un tronco. MO 989. b. Este tipo de detalle anatómico presente en
elementos de madera.
[page-n-110]
Figura 6.49. a. Fragmento con dos
improntas de caña cruzadas en
diagonal. MO 871. b. Elemento
constructivo de barro de morfología
análoga procedente de Cabezo
Pardo. CP 1040/23-1 (cruces
resaltados mediante líneas).
c. Ejemplo contemporáneo de
entramado vegetal entrecruzado y
revestido con barro (Vegas et alii,
2011: 65), con una disposición
similar a la que tuvieron las cañas
que generaron dichas improntas.
afectados por insectos, la posible ausencia de corteza podría
deberse a que la hayan perdido, estando la madera muerta más
expuesta a los agentes externos. No obstante, también podría
tratarse de la acción de insectos xilófagos que se alimentaran
de la corteza, favoreciendo su pérdida y habiendo dejado estos
surcos en la superficie del tronco.
Improntas constructivas de otras materias vegetales
En el conjunto de fragmentos estudiados encontramos numerosas
improntas constructivas de tallos de caña y carrizo, en las que de
forma frecuente se observan las estrías paralelas que recorren la
superficie exterior de los tallos. Las improntas de caña en manteados de barro suponen la aplicación de la técnica constructiva
del bajareque que, en el caso de Les Moreres, consideramos que
se habría empleado probablemente en alzados y en techumbres.
Los fragmentos constructivos de barro con improntas de
caña pueden presentar diferentes morfologías, indicativas de
la forma en que se dispuso la estructura vegetal, ya desaparecida, en la edificación. Así, en 22 de los fragmentos analizados se ha observado que presentan una sección en forma
de “cuña”, resultado de la introducción del barro entre cañas
que se encuentren algo separadas (Pastor, 2014: 321). En
otros ejemplares se conserva la impronta de dos cañas cruzadas en diagonal, que podría corresponderse con una parte de
la estructura en la que estos elementos se hubieran dispuesto
entrelazados (fig. 6.49a).
Un total de 10 de los fragmentos con improntas constuctivas de caña y carrizo no contienen improntas negativas, sino
positivas, resultado de la introducción del barro en una caña
fragmentada, o cortada de forma intencional, por la mitad. Las
cañas cortadas pueden cumplir la función de facilitar la adhesión del barro a la estructura que conforman, algo que hemos
constatado en trabajos de documentación etnoarqueológica y
que ya ha sido apuntado (Sherard, 2009). No obstante, en este
caso, al observarse estas improntas positivas de forma aislada,
en un número bajo y no de forma contigua o en paneles, consideramos que posiblemente no se trata de un uso de las cañas
con esta intencionalidad.
Asimismo, es habitual que los restos presenten una sección
en la que las cañas se disponen “en abanico” en la cara interna, generándose una superficie de forma convexa, resultado
de la presión ejercida por la disposición del barro sobre el panel de cañas (Pastor, 2014: 320). Sin embargo, algunas piezas
Figura 6.50. Fragmentos de barro con dos caras internas de improntas de caña que confluyen en el centro. a y b. Vista cenital y de perfil
del fragmento MO 468. c y d. Vista lateral y de perfil del fragmento
MO 624.
muestran una disposición de las cañas en la cara interna de
forma contraria, algo curvada y cóncava (fig. 6.50). Teniendo
en cuenta el resto de datos constructivos extraídos de este estudio, así como la cara alisada contraria en estos fragmentos,
proponemos que pueda tratarse, bien de partes pertenecientes a esquinas internas de los alzados −en los que, de acuerdo
con las improntas observadas, las cañas se habrían dispuesto posiblemente en vertical−, bien del resultado de la aplicación del barro entre dos grupos de cañas separadas entre sí,
97
[page-n-111]
de Les Moreres cuenta con variadas combinaciones de improntas
constructivas en la cara contraria, pertenecientes tanto a carrizo y
caña, como a ramas y troncos. En estos casos, los troncos podrían
realizar la función sustentante de la techumbre, mientras que ramas y cañas pertenecerían a un entrevigado, dando soporte a una
capa de barro que, a su vez, se habría cubierto con elementos
vegetales de tipo paja que darían al exterior.
Empleo de esteras vegetales como material constructivo
Figura 6.51 Resto constructivo identificado como posiblemente
perteneciente a una techumbre. a. Cara externa. b. Cara interna.
MO 318.
quizá formando haces. En cualquier caso, esta morfología se
corresponde con la cara interna de los fragmentos, que presentan una cara contraria alisada.
Una de estas piezas de bajareque de Les Moreres −MO
630−, con una cara interior con improntas de caña y la cara
exterior alisada, quizá revestida con barro, ha sido analizada
mediante microfluorescencia de rayos X. Presenta en su composición interna carbonato cálcico y cuarzo en proporciones similares, así como arcillas y/o feldespatos potásicos, desigualmente
distribuidos. En la cara externa, la composición cambia, con una
mayor presencia de cuarzo y con arcillas de tipo caolín. Las
imágenes aumentadas de la zona de estudio en esta capa exterior
han permitido observar finos trazos que pueden relacionarse con
su alisado −ver anexo II, Pastor, 2019.
Por otra parte, en 51 restos constructivos fueron identificadas
superficies que se habrían generado al contacto con materia vegetal de tipo paja y que pueden asociarse a las techumbres (fig.
6.51), por lo que permitirían atribuir los fragmentos con este tipo
de morfología a esta parte de las edificaciones. Paralelos morfológicos con similar interpretación funcional los encontramos en los
estudios de materiales de barro neolíticos de Gavà (Barcelona)
(García López, 2010: 99-101), Les Vautes (Saint-Gély-du-Fesc,
Francia) (De Chazelles, 2003: 49, fig. 2) o Puech Haut (Paulhan,
Francia) (De Chazelles, 2005b: 241, 245, fig. 8) o del asentamiento protohistórico de Escodines Baixes (Mazaleón, Teruel) (Belarte, 1999-2000: 70, fig. 3). Este mismo grupo de fragmentos
Una parte importante de los restos de barro endurecido de este
conjunto constituyen evidencias de un aspecto constructivo del
que se conoce muy poco en la Prehistoria de la península ibérica, y en la Prehistoria en general: el empleo de esteras vegetales
integradas en las edificaciones como un material constructivo
más. Diversos trabajos han abordado el estudio de improntas de
esteras de la Prehistoria y Protohistoria de la península ibérica
(Alfaro, 1980; 1984; Papí, 1992; Moralejo et alii, 2015; entre
otros), aunque el empleo de esteras como material constructivo
no ha sido planteado en los mismos.
Un número abundante de piezas, hasta 53, muestra la impronta
negativa dejada por una superficie hecha con grupos de tallos o ramales paralelos entretejidos, dispuestos en bandas entrelazadas unas
con otras perpendicularmente, en dos direcciones diferentes. Estas
impresiones aparecen sobre la misma superficie de los fragmentos
en la que se hallan diversas improntas negativas paralelas, en la mayoría de los casos probablemente de cañas y, con frecuencia, con
una cara contraria externa de barro regularizado (fig. 6.52). Por ello,
podemos establecer que la estera vegetal se encontraba cubriendo
a un panel de cañas paralelas entre sí y que fue manteada con el
mortero de barro por su cara exterior, la que no estaría en contacto
directo con las cañas. En algún caso se han documentado estas impresiones de estera sobre improntas constructivas de sección circular, pero de diámetro mayor al de una caña, por lo que esta técnica se
habría podido emplear también sobre varas o ramas.
Se trataría de esteras realizadas con el entrelazado de tallos,
quizá de esparto, cuyas fibras conservarían su sección circular.
A partir de las evidencias conservadas, puede establecerse que
el tipo de entramado visible en las improntas de esteras de este
asentamiento sería el mismo en todas las piezas, salvo alguna
posible excepción ‒MO 951‒. Este entramado, que ha sido llamado de tipo liso (Alfaro, 1984: 103), se ha documentado en
Figura 6.52. Huellas dejadas por los dedos de la mano en el alisado de un revestimiento exterior (Pétrequin, 1991: 56). b. Cara externa
con huellas de alisado de un fragmento de Les Moreres. c. Cara interna de la misma pieza, con una impronta de estera, superpuesta a una
superficie con improntas probablemente originadas por un panel de cañas horizontales. MO 664. d. Entramado de fibras vegetales comparable al empleado en las construcciones de Les Moreres (apuntesdearquitecturadigital.blogspot.com).
98
[page-n-112]
Figura 6.53. a. Cara externa con
improntas de vegetales, asociadas
de forma habitual a techumbres. b.
Cara interna de la misma pieza, con
la impronta de una estera. MO 448. c.
Construcción de cubiertas con varas,
esteras y barro en Pakistán (Guidoni,
1977: 11).
otros contextos arqueológicos, en improntas sobre materiales
cerámicos (Makkay, 2003) o pavimentos (Wendrich, 2005: 336,
fig. 15. 6). En parte de los fragmentos de Les Moreres con este
tipo de formas impresas parece distinguirse que las improntas
de las bandas dispuestas en una de las dos direcciones serían
más estrechas que las dispuestas en la otra dirección.
En un buen número de casos, los fragmentos con improntas
de esteras presentan una cara contraria exterior y alisada, incluso habiéndose aplicado distintas capas de barro. En estas piezas,
además, la cara alisada presenta huellas paralelas digitales, resultado de su alisado manual en una misma dirección, al menos
durante cada una de las pasadas de la mano y que fundamentalmente habría sido horizontal (fig. 6.52a y b). Estas marcas
paralelas generadas por el alisado de las superficies con los
dedos han sido identificadas en otros contextos etnoarqueológicos (Knoll y Klamm, 2015; Kruger, 2015: 893) y arqueológicos
(Sherard, 2009: 33; Namdar et alii, 2011), incluidos los asentamientos neolíticos de Çatalhöyük (Stevanović, 2013: 105) y
Piana di Curinga (Shaffer, 1993: 63) o el enclave calcolítico de
São Pedro (Évora, Portugal) (Bruno et alii, 2010: 56).
Por los rasgos descritos y la presencia de estas características huellas de alisado manual y de cubrimiento en las superficies,
creemos que estos fragmentos se corresponden sobre todo con
alzados, lo que implicaría el empleo de esteras como parte de los
mismos. Dado que estas piezas que asociamos a alzados conservarían las huellas de los dedos con trayectoria preferentemente
horizontal en las caras externas, observando la dirección de las
improntas que se han conservado en la cara contraria de las piezas podemos establecer que la estructura de cañas de los alzados
se disponía, al menos en los tramos en los que se utilizaron las
esteras, también en horizontal. El hecho de contar con este indicador, que permitiría discernir la orientación de las improntas
constructivas vegetales en una parte concreta de la estructura, es
algo muy poco común en el campo del estudio arqueológico de
los restos constructivos de tierra.
Además, en una de las piezas ‒MO 1043‒ se ha conservado
la impresión de una superficie de estera vegetal en ambas caras
del fragmento, una de las cuales cuenta también con una impronta
constructiva de sección circular, que podría pertenecer a un panel
de cañas. La cara contraria presenta la huella de la estera en una
superficie aparentemente plana. Este caso apunta al empleo, al
menos en una parte estructural determinada, de dos capas de
esteras, una adyacente a la estructura vegetal, cubierta a su vez
con barro y la otra añadida a esa capa de barro y quizá quedando
a la vista, hacia el exterior.
No obstante, no puede descartarse por completo que estas
piezas o una parte de ellas se correspondieran con partes internas de las cubiertas, revestidas con barro desde el interior,
donde hubieran quedado impresas las huellas de los dedos. Tal
y como se ha expuesto con anterioridad, en la edificación de
planta ovalada que fue excavada en los cortes K y J -2/-1/1 los
alzados habrían sido revestidos con barro desde la parte interna
de la estructura, como permite plantear la conservación en su
parte más baja de grandes improntas de la estructura de madera, compuesta por troncos ‒ver fig. 6.41‒. No podría descartarse que también las cubiertas se hubieran revestido con barro
desde el interior.
En todo caso, aunque las piezas con huellas horizontales de
alisado con los dedos e improntas de esteras pertenecieran a alzados,
las esteras pudieron haberse utilizado también en otras partes de la
estructura, incluida la cubierta. Algunos fragmentos que muestran
en una de sus caras la impronta de una estera (fig. 6.53b) presentan
en la contraria abundantes negativos de vegetales de estrecho calibre, que generalmente se asocian a las techumbres (fig. 6.53a). Por
ello, las esteras pudieron haberse empleado también, quizá, como
parte del entrevigado, entre una superficie de cañas y la capa de barro que la cubriría, sobre la que se dispondría la materia vegetal que
daría al exterior de la techumbre. La estera haría de soporte para la
capa de barro dispuesta sobre las cañas.
Ataduras
En los fragmentos constructivos de Les Moreres se observan
numerosos ejemplos de improntas de las ataduras que se habrían
empleado para unir la estructura de madera y los distintos elementos vegetales, distinguiéndose diferentes tipos. Habitualmente las improntas de ataduras se identifican recorriendo la superficie de la impronta del elemento constructivo, vegetal o de
madera, en dirección perpendicular a su recorrido. No obstante,
99
[page-n-113]
Figura 6.54. Improntas interpretadas
como de ataduras de tipo tallo
individual, asociadas a improntas de
troncos. a. MO 16. b. MO 54. c. MO
428.
Figura 6.55. Improntas de ataduras
con varias vueltas sucesivas,
envolviendo elementos de sección
circular. a. MO 379. b. MO 341.
c. MO 856. d. Impronta similar
procedente del yacimiento argárico de
Cabezo Pardo. CP 1067/20-4.
en este conjunto también han sido documentadas en el lateral de
la misma con recorrido longitudinal, o en superficies de fragmentos de barro que se corresponderían con el interior del manteado
y asociadas a improntas constructivas en ese mismo fragmento.
Una parte de las improntas de ataduras habrían sido generadas
por el empleo de sogas individuales y estrechas, de tipo tallo, de 1-2
mm de grosor (fig. 6.54), habiendo sido identificadas en 21 fragmentos. En algún otro caso, se observan huellas de posibles ataduras
individuales, aunque más anchas y de superficie lisa, que atarían
troncos ‒ MO 53‒, pero también paneles de cañas ‒ MO 200.
Un material similar pudo haberse utilizado en las improntas de
posibles ataduras que se han identificado a partir de una superficie
característica en forma de bandas o franjas paralelas, en tres de las
piezas del conjunto (fig. 6.55). Se trataría de la huella dejada por
una atadura realizada con varias vueltas sucesivas en torno a una
vara o rama, dejando en algunos casos espacios estrechos entre
cada vuelta. Este tipo de impronta ha sido también identificada en
un fragmento constructivo correspondiente al Bronce medio en
Langenselbold (Hesse, Alemania) (Knoll y Klamm, 2015: 93, fig.
88). También hemos observado un ejemplar que puede corresponderse a este tipo entre los elementos constructivos de Cabezo
Pardo (fig. 6.55d).
Por otro lado, se han documentado en un total de 21 fragmentos
improntas de cuerdas trenzadas, aproximadamente de 1 cm de ancho. En algunos casos se observan las improntas de varias cuerdas dispuestas en paralelo, resultado de haber dado diferentes
vueltas para atar con ellas, conservándose varios ejemplos de
hasta cuatro vueltas (fig. 6.56). Los fragmentos constructivos
con impresiones de cuerdas se asocian sobre todo a improntas
de ramas y troncos y, en siete de los casos, también a improntas
de carrizo. En uno de ellos, una impronta de cuerda aparece
superpuesta cruzando en diagonal un panel de cañas y carrizo
‒MO 229‒. En alguna de las piezas se identifica la huella del
empleo de distintos tipos de ataduras, tanto individuales de tipo
tallo como de cuerdas trenzadas, a pocos centímetros de distancia y en el mismo elemento. En cualquier caso, en Les Moreres
Figura 6.56. Improntas de ataduras de troncos mediante cuerdas trenzadas. a. MO 131. b. MO 397. c. Ejemplo etnoarqueológico que
muestra troncos de la parte interna de una cubierta atados con cuerdas trenzadas (Hortichuela, Valencia).
100
[page-n-114]
puede plantearse que las improntas de cuerdas trenzadas, más
anchas y resistentes que los otros tipos de ataduras documentados en este conjunto, son las que aparecen asociadas de manera
preferente a troncos y ligarían los elementos portantes y los más
gruesos de la estructura de madera.
Disposición del barro y tratamiento de las superficies
La mayor parte de las evidencias observadas en las superficies de
los fragmentos constructivos de Les Moreres indican una aplicación y regularización del barro usando las manos de manera directa. En un total de 12 piezas se han identificado huellas que
serían el resultado de disponer el barro con los dedos sobre la
estructura de madera, quedando éstos impresos en el mortero
aún húmedo. Algunas de éstas tienen forma redondeada, la correspondiente a la yema de los dedos (fig. 6.57) y en ellas se
conservan las impresiones concéntricas de líneas dactilares.
Estas marcas se observan en la cara interna de fragmentos que
cuentan con improntas de ramas, troncos y, en dos casos, también de carrizo, pero no en caras externas que no se encuentran
necesariamente alisadas o enfoscadas.
Además, como ya ha sido comentado, en el conjunto de
materiales estudiados de este asentamiento se han identificado abundantes restos con marcas alargadas y paralelas,
resultado del alisado de una capa de barro con un movimiento
fundamentalmente horizontal y que dibujaría una cierta curva,
Figura 6.57. Fragmento de barro con improntas constructivas donde se aprecia la disposición manual del barro, con la impresión de
varias huellas dactilares. MO 1.
dejadas por el arrastre de los dedos. En algunos casos encontramos piezas, afectadas de forma considerable por la erosión en
sus superficies, en las que estas formas podrían confundirse con
la presencia de improntas de carrizo paralelas muy erosionadas.
En cambio, cabe añadir que, en un pequeño grupo de
fragmentos, se observan en su cara externa y alisada unas marcas rectilíneas y paralelas (fig. 6.58), que podrían ser el resultado del alisado del barro con algún tipo de objeto o instrumento, siendo similares a las documentadas en los restos también
calcolíticos de La Torreta-El Monastil −ver fig. 6.21.
Por otra parte, un buen número de fragmentos cuentan con
capas de color blanquecino. Teniendo en cuenta que no sólo aparecen en caras externas y planas o regularizadas, sino también
cubriendo el interior de improntas constructivas (fig. 6.59d),
donde no tienen lugar los revestimientos, consideramos que se
trataría de pátinas de tipo postdeposicional, posiblemente asociadas a las condiciones de su almacenamiento. En una de estas
piezas se observan marcas que parecerían hechas por un instrumento de tipo brocha (fig. 6.59c) pero, considerando lo anterior,
dudamos de que sean prehistóricas. Este elemento ha sido analizado mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose
que contiene gránulos blanquecinos en su interior, de carbonato
cálcico. La capa externa con las estrías longitudinales, así como
la observada debajo, están compuestas principalmente también
por carbonato cálcico. El análisis realizado apunta la posibilidad de que, aunque la capa más externa sea de carácter postdeposicional, el fragmento constructivo cuente con un enlucido
y que éste y otros restos hallados en la matriz interior puedan
corresponderse con cal −ver anexo II, Pastor, 2019.
En cambio, en algún ejemplar puntual de Les Moreres sí
se aprecian gruesos revestimientos (fig. 6.59a), al modo de los
observados en La Torreta-El Monastil y Laderas del Castillo,
aunque su presencia en el conjunto es muy poco representativa.
En otros casos, la existencia de capas de revestimiento no es
descartable, como en la pieza MO 671 (fig. 6.59b). El análisis
de microfluorescencia de rayos X muestra que en su composición predomina el carbonato cálcico, en el cuerpo y, sobre todo,
en la capa externa −ver anexo II, Pastor, 2019−. Por otra parte,
una pieza de barro −MO 895−, con dos caras alisadas paralelas,
presentaba una pigmentación de color anaranjado-rojizo en una
de sus superficies. Asimismo, en ella se observaban una serie de
incisiones paralelas. Su observación mediante una lupa binocular ha permitido distinguir que se trataría de nueve incisiones, de
terminación recta (fig. 6.60).
Figura 6.58. Fragmentos de Les
Moreres cuya cara externa muestra
marcas que podrían relacionarse con
el empleo de algún instrumento para
su alisado. a. MO 258. b. MO 840.
101
[page-n-115]
Figura 6.59. a. Fragmento con revestimiento de barro. MO 153.
b. Resto constructivo con posible revestimiento. MO 671. c. Fragmento con capa externa y marcas, que podrían ser de tipo postdeposicional. MO 395. d. Pieza con capa postdeposicional cubriendo
una impronta constructiva. MO 974.
Figura 6.60. Detalles de la pieza MO 895 vistos mediante lupa binocular.
Estructuras de actividad y elementos modelados
Entre los fragmentos de barro endurecido estudiados se han
detectado algunos que pueden interpretarse como partes de instalaciones o estructuras de barro destinadas a distintas actividades. Se han hallado algunas piezas de superficies curvas que
podrían constituir bordes de estructuras de actividad.
Sin duda, la estructura más destacada la compondrían seis
fragmentos de gran tamaño que habían sido almacenados juntos, cuatro de los cuales encajan (fig. 6.61d), formando la mitad
derecha de lo que habría sido una estructura de planta ovala102
da. Ésta podría haber estado destinada a la combustión o a la
preparación de alimentos, de acuerdo con paralelos arqueológicos y etnográficos (fig. 6.61e y f). Esta estructura habría estado
abierta en su parte superior y en su parte delantera, al contar
con bordes superiores redondeados y, en su extremo delantero
conservado, con una terminación plana (fig. 6.61c). También es
plana la superficie de su extremo trasero, lo que podría apuntar
a que hubiera estado adosada a otro elemento, quizá a una pared.
El barro que la conforma incluía materia vegetal en la mezcla y
algún ejemplar de malacofauna (fig. 6.61a), y en sus superficies
externas se observan huellas dactilares de su modelado y alisado
(fig. 6.61b).
El análisis mediante microfluorescencia de rayos X de una
muestra de esta estructura −MO 852− ha indicado que el cuerpo
estaría compuesto por carbonato cálcico y cuarzo, observándose
una mayor proporción de carbonato cálcico respecto al cuarzo
en la capa externa −ver anexo II, Pastor, 2019.
Además, se ha documentado una pieza de barro que habría
sido modelada con forma apuntada, alisando su superficie, cuya
cara contraria era plana o se encontraba también alisada (fig.
6.62). Fue hallada durante las excavaciones de 1991 en el corte
N9/O9, nivel IIa4. Con unas dimensiones que abarcan los 5,6
x 5 x 4,2 cm, su similitud con otras piezas de barro documentadas de manera puntual en otros asentamientos prehistóricos,
aunque, por lo que conocemos, de cronologías algo posteriores,
permite plantear diferentes posibilidades de interpretación.
Por un lado, su morfología sería similar a las piezas de barro
con formas cónicas halladas en los asentamientos de la Edad del
Bronce de Cerro de las Viñas de Coy (Lorca, Murcia) y Agra
7 (Hellín, Albacete) (Ayala, 1986: 332-333, fig. 2) (fig. 6.63),
interpretadas como elementos decorativos que habrían estado
originalmente situados en las cubiertas de edificaciones. Éstos
se relacionan con los elementos de barro modelado de El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia), que también se asocian a
remates decorativos de las techumbres −ver fig. 7.9b−. Si bien
su carácter ornamental resulta verosímil, la atribución del conjunto de estas piezas a una parte tan concreta de las estructuras
como son las cubiertas, sin ser nada descartable, podría suscitar
mayores dudas.
En cronologías prehistóricas se conocen diversos casos de
elementos modelados con barro, de formas más o menos cónicas, identificados como decorativos, como partes del ornamento
de estructuras o edificios. Entre ellos destacan los realizados
con forma de pecho femenino, conocidos en el ámbito centroeuropeo, cuyas superficies también pueden ser decoradas con motivos pintados (Hofmann, 2013: 206, Fig 9.4; Knoll y Klamm,
2015: 110, fig. 114a-b).
El ejemplar de forma cónica y cara contraria plana de Les
Moreres, aunque sólo haya sido documentada una pieza de este
tipo en este conjunto, podría haber constituido parte de un motivo ornamental añadido a una edificación, a modo de decoración
plástica. Este tipo de aplicaciones de barro son comunes sobre
superficies revestidas con tierra, pudiendo tener forma cónica y
representando pechos (fig. 6.64a), o modelando otros motivos,
como zoomorfos (fig. 6.64). También pueden aplicarse finas tiras de barro generando motivos geométricos (Knoll y Klamm,
2015: 111-112, fig. 116 a-b). Estas decoraciones pueden encontrarse tanto en alzados de edificaciones, como en superficies de
instalaciones o equipamiento inmueble elaborado con barro.
[page-n-116]
Figura 6.61. Estructura de actividad abierta en su parte superior. a. Malacofauna en la composición del mortero que la conforma. b. Huellas
dactilares en su superficie. c. Vista frontal de su extremo delantero. d. Fragmentos de barro remontados que conforman su mitad izquierda.
MO 848-853. e. Estructura similar excavada en el asentamiento neolítico de Çatalhöyük, interpretada como de combustión (Farid, 2009:
17, fig. 18). f. Ejemplos similares contemporáneos documentados en Siria (Aurenche, 1977: 91, fig. 247).
Figura 6.62. Elemento de barro
modelado con forma apuntada
hallado en Les Moreres. a. Vista
lateral. b. Vista del perfil. c. Cara
contraria alisada. MO 1073.
Figura 6.63. Elementos de barro
con formas cónicas, interpretados
como remates decorativos de
techumbres. a. Cerro de las Viñas
(Lorca, Murcia). b. Agra 7 (Hellín,
Albacete) (a partir de Ayala, 1986:
333, fig. 2). c. Vista lateral de la
pieza de Agra 7, en el Museo de
Albacete.
103
[page-n-117]
Figura 6.64. a. Granero gumuz de barro decorado con elementos
modelados (Mettekel, Etiopía) (González Ruibal, 2008: 25, fig. 10).
b. Decoración zoomorfa mediante aplicaciones de barro en Camerún (Knoll y Klamm, 2017: 181, fig. 185).
Figura 6.65. a. Pieza con forma cónica y cara contraria plana, reconstruida como parte de un soporte mueble, de Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (a partir de Soler García, 1987: 327, Lám.
55. 3). b. Remates de barro con formas apuntadas y bases planas,
que habrían decorado la parte alta de una edificación de la Edad
del Bronce en Trebatice (Eslovaquia) (a partir de Knoll y Klamm,
2015: 112-113, fig. 117a).
Por otra parte, en Cabezo Redondo (Villena, Alicante) se
menciona el hallazgo, en el departamento XVIII, de un “fragmento enlucido con un saliente en la cara opuesta en forma de
cuerno” (Soler García, 1987: 90). En esta estancia se documentaron evidencias del derrumbe de la cubierta por un incendio,
hallándose numerosos restos constructivos con improntas vegetales (Soler García, 1987: 86). No obstante, esta pieza con
forma de cuerno se habría considerado un objeto mueble, realizándose la reconstrucción propuesta de su forma como un soporte, formado por varias de estas formas cónicas (Soler García,
1987: 327, Lám. 55. 3) (fig. 6.65a). La pertenencia de esta pieza apuntada a un elemento mueble de barro sería también una
posibilidad que considerar.
Asimismo, parte de las piezas de barro del conjunto analizado de
Les Moreres corresponderían a fragmentos de artefactos o elementos muebles. Suelen presentar dos caras lisas y paralelas, con
materia vegetal empleada como estabilizante en la matriz de barro
y, en su mayoría, interpretadas como paredes y/o bordes de vasos
fabricados con tierra no cocida. En ocasiones, presentan marcas
del alisado manual de las paredes, sobre todo en su cara interna.
Así, destacan 19 fragmentos recuperados en la campaña de 1990,
corte L5, que fueron almacenados juntos, con la denominación de
“vasija cocida al sol”. Entre estas piezas se han detectado al menos
dos bordes, para cuya manufactura se empleó abundante materia
vegetal. En estos materiales se observan rehundimientos en la parte inferior de la pieza, que podrían relacionarse con su proceso de
manufactura, recreciendo sucesivamente las paredes, como ya se
ha comentado para los casos de El Alterón y Vilches IV, según
lo apuntado para los materiales, también del III milenio BC, de
Puech Haut (Languedoc, Francia) (De Chazelles, 2005b: 240, fig.
3). Algunos de estos fragmentos alcanzan dimensiones considerables, de hasta 22,5 x 5,5 x 2,5 cm. Considerando la curvatura de la
boca conservada en algunos de ellos, puede estimarse que la pieza
habría tenido unos 30 cm de diámetro. Podría tratarse de un gran
recipiente de barro similar a los documentados en yacimientos
como Niuet (L´Alqueria d´Asnar) que, en este caso, formaría parte de un hogar y presentaba una forma ovalada (Bernabeu et alii,
1994: 27), pero también comparable a los abordados en Vilches IV
o a los de la Illeta dels Banyets −ver fig. 6.39c y d.
Una de estas piezas −MO 739−, interpretada como parte
de la pared de un recipiente mueble de barro, ha sido analizada
mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose que en su
composición destaca el carbonato cálcico, especialmente en las
superficies exteriores de la pieza −ver anexo II, Pastor, 2019.
Valoración
Las evidencias de barro endurecido de Les Moreres son un conjunto
muy numeroso y que presenta rasgos enormemente interesantes y
en distintos sentidos, a pesar de que la posibilidad de asociar estas
evidencias con el registro excavado es limitada, dada la ausencia de
información contextual para buena parte de los restos.
Como en otros estudios de materiales que componen esta
investigación, las técnicas constructivas con tierra cuyo uso podemos señalar en Les Moreres son el amasado y modelado del
barro, así como el bajareque (fig. 6.67). Se han conservado numerosas evidencias de la aplicación del barro, estabilizado con
materia vegetal, sobre diferentes especies vegetales y de madera, observándose cruces y combinaciones entre los diferentes
Figura 6.66. a. Cara externa de un
fragmento de pared con borde de un
posible recipiente de barro. b. Cara
interna, donde se observan las huellas
horizontales y paralelas del modelado
y alisado manual, así como un
rehundimiento en el extremo inferior
de su sección, posiblemente resultante
de la forma en que se fabricó la pieza.
MO 725.
104
[page-n-118]
Figura 6.67. Izda. Distribución de los
restos de barro de Les Moreres en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
materiales, así como diversas disposiciones para éstos −en
paralelo, cruzados, entrelazados−. El empleo del bajareque se
asocia también a otros aspectos constructivos observados en
los materiales de este asentamiento, como las superficies con
la huella de numerosos vegetales de pequeña talla que pueden
asociarse a las cubiertas, o el empleo de esteras.
En este asentamiento, el uso constructivo de diversas materias
vegetales −como cañas (Arundo donax), carrizo (Phragmites australis) y otras plantas de pequeño calibre, éstas últimas especialmente asociadas a las cubiertas−, queda reflejado en las abundantes y variadas improntas de los restos de barro recuperados
durante las intervenciones arqueológicas. El uso constructivo
de las cañas, documentándose algunas de ellas fragmentadas, es
destacado en este poblado calcolítico respecto a los otros dos casos de estudio abordados en este capítulo. Las materias vegetales
tuvieron otros usos fundamentales como estabilizantes, de cuyo
preparado o machacado se aprecian claras evidencias, o como
elementos para atar diferentes materiales y partes constructivas.
En Les Moreres se han documentado ataduras de diferentes tipos,
destacando el empleo de numerosas vueltas en ataduras individuales documentado en diversos elementos de barro endurecido,
algo que prácticamente sólo hemos observado en los materiales
de este enclave. Respecto a las materias estabilizantes empleadas, cabe considerar también la posibilidad de que se hubieran
utilizado, al menos en alguna aplicación determinada, restos de
cerámica añadidos a los morteros de barro, aunque bien puede
tratarse de inclusiones sin esta finalidad.
También ha quedado registrada a través de las improntas
importante información sobre la madera utilizada como material constructivo, trabajada y sin trabajar. Ya se ha comentado la
preservación de improntas de troncos de hasta 10 cm de diámetro, en restos constructivos de barro documentados en contextos
primarios desde los inicios de las excavaciones en el enclave,
a finales de los años 80. En ellas se observa el uso de maderos
aparentemente sin corteza, así como afectados por insectos xilófagos, algo también apuntado en los materiales de Vilches IV,
pero que en las piezas de Les Moreres ha quedado manifestado
en un mayor número de ejemplares.
En este sentido, llama la atención también otro rasgo que
hasta el momento sólo hemos observado en materiales en este
asentamiento: las posibles manifestaciones de la acción de
fauna, seguramente insectos, en las superficies constructivas
de tierra. Sobre la disposición de los morteros de barro en las
construcciones y su regularización, ha quedado registrado en
las improntas el uso directo de las manos, pero también se han
identificado algunas superficies alisadas posiblemente mediante
algún material o instrumento, al igual que en los fragmentos de
La Torreta-El Monastil.
Algo muy novedoso es la constatación del empleo de
esteras vegetales como material de construcción, junto con
otras materias y posiblemente en diferentes partes de las edificaciones. Estas esteras habrían podido ser elaboradas con
esparto, especie vegetal abundante hoy en día en el entorno
del yacimiento y cuyo trabajo artesanal, por otra parte, ha sido
muy importante en la zona en cronologías contemporáneas
(Belmonte et alii, 2017b). En Les Moreres, fuera por sus propiedades aislantes, para mejorar la adherencia de los morteros
o de los revestimientos de barro exteriores o por otras razones,
las esteras vegetales parecen haber sido empleadas sobre todo
en los alzados de las estructuras, en asociación con otros materiales. Sin embargo, no puede descartarse que se hubieran
utilizado las esteras también en las techumbres, de lo que se
han observado algunos posibles indicios.
Como en la mayor parte de los asentamientos de la
Prehistoria reciente, en Les Moreres el barro no se utilizó
sólo en la construcción de edificaciones, sino también en la
fabricación de estructuras de actividad y otros elementos,
mediante su modelado y de forma habitual combinándose
con otras materias. En el enclave objeto de este estudio, destacan los fragmentos de la estructura cuya mitad derecha se
ha podido remontar, identificándose que habría tenido una
planta ovalada y la parte superior abierta −ver fig. 6.61−.
De gran tamaño, fue elaborada con barro, amasado con
estabilizantes vegetales y modelado dándole dicha forma.
Asimismo, los recipientes de barro de gran tamaño, documentados mediante un buen número de fragmentos en Les
Moreres pueden considerarse acordes con lo conocido para
otros enclaves calcolíticos, incluido Vilches IV. Podrían haber tenido un carácter inmueble, como los de la Illeta dels
Banyets, aunque también pudieron ser portables, dado que
en la mayoría de los fragmentos desconocemos sus dimensiones completas y la morfología de las piezas así permite
plantearlo.
105
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[page-n-120]
7
La construcción con tierra durante la Edad de Bronce
La llamada Edad del Bronce engloba un periodo de cronologías
variables en función de los distintos territorios en estudio y en el
que se han diferenciado asimismo áreas culturales diversas. Con
un inicio en el área mediterránea situado en torno al 2200 cal
BC, destacan, como en la etapa anterior, los estudios realizados
en el sureste sobre El Argar −ver 7.1−, junto con los referidos
a la Cultura de las Motillas de La Mancha o las investigaciones
acerca del denominado Bronce valenciano −ver 7.2−. Estas distintas entidades se habrían desarrollado en un marco cronológico entre aproximadamente el 2200 y el 1550 cal BC −Bronce
antiguo y medio−, espectro temporal abarcado en este capítulo
junto al llamado Bronce tardío (Molina González, 1978), nombre que recibe en el marco de estudio la etapa comprendida,
por lo general, entre el 1500 y el 1300 cal BC aproximadamente. Esta fase arqueológica también ha sido considerada para el
ámbito de El Argar como post-argárica (Castro et alii, 1996),
ya que buena parte de los asentamientos ocupados durante los
momentos previos serían abandonados, apuntándose una cierta
descomposición del entramado social argárico. Sin embargo,
en otras zonas de la periferia argárica, como el valle del Vinalopó, aunque se constata un menor número de asentamientos,
éstos fueron de mayores dimensiones, como es el caso de Cabezo Redondo (Soler García, 1987; Hernández et alii, 2016).
En tierras más septentrionales también se constata una reorganización poblacional, asociada a cambios en la cultura material
(Jover et alii, 2016d).
Durante la Edad del Bronce, las prácticas constructivas
documentadas en la península ibérica son variadas, registrándose desde estructuras más o menos aisladas construidas con
materia vegetal, madera y postes, hasta asentamientos extensos
con edificaciones adosadas y organizadas en el espacio, incluso
con grandes construcciones y fortificaciones.
En el área de la Meseta Norte, las estructuras de
hábitat documentadas son escasas, consistiendo por lo general
en construcciones identificadas a partir de huellas de poste, con
alzados de madera y barro, como en el enclave situado en altura
de Los Tolmos (Caracena, Soria), donde serían de planta rectangular y esquinas redondeadas (fig. 7.2b), y para sujetar los postes
se utilizaron tanto refuerzos de barro como grandes piedras (Jimeno y Fernández Moreno, 1991; Fernández Moreno, 2013: 98).
En El Pico de Los Cotorros (Langa de Duero, Soria), se conoce
una edificación de planta cuadrangular con alzados de bajareque
y postes. Al exterior de la misma se excavaron un vasar, una estructura de combustión y otra interpretada como de almacenaje,
construida con lajas hincadas (Fernández Moreno, 2013: 94).
Asimismo, en Los Torojones (Morcuera, Soria) y El
Parpantique (Balluncar, Soria) (Fernández Moreno, 2013), ubicados en altura, se han excavado edificaciones de planta rectangular
con alzados elevados por completo con la técnica del bajareque,
con entramado vegetal manteado con barro, y postes en su interior que sustentarían una techumbre vegetal (fig. 7.1). En ambos
yacimientos, no amurallados, se documentaron silos, que habrían
estado revestidos con barro. En El Parpantique se observaron
asimismo elementos divisorios del espacio interior de las estructuras (Almeida, 2011: 15; Fernández Moreno y Almeida, 2011:
96; Fernández Moreno, 2013: 84-97). Por su parte, en Teso del
Cuerno (Forfoleda, Salamanca), se halló una estructura de planta
elíptica u oval definida por postes perimetrales y con cuatro huellas de poste en su interior, que podría datarse a finales del Bronce
medio (Martín Benito y Jiménez González, 1988: 276; Blanco
González, 2011: 395; entre otros) (fig. 7.2a).
La identificación de construcciones a partir de las huellas
de poste como indicadores fundamentales de su existencia es
un rasgo presente desde las cronologías iniciales de la Prehistoria reciente. No obstante, en estos yacimientos de la Edad del
Bronce del interior peninsular se preservan y documentan abundantes restos constructivos de barro en los contextos arqueológicos (Fernández Moreno, 2013: 101), algo que contrasta con
las condiciones del hallazgo de éstos −cuando se produce− en
los asentamientos de cronologías previas, sobre todo neolíticas.
107
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Figura 7.1. a. Planta de una estructura excavada en Los Torojones (Morcuera, Soria) (Fernández Moreno, 2013: 86, fig. 23). b. Reconstrucción de una de las edificaciones de El Parpantique (Balluncar, Soria) (a partir de Almeida, 2011: 9).
Durante la Edad del Bronce, como en cronologías
anteriores, se documentan yacimientos con diversas estructuras
negativas, dentro de las cuales se recuperan fragmentos constructivos que permiten inferir la presencia de edificaciones no
conservadas que habrían sido construidas en el entorno. Es el
caso de Plana del Castell (Cerdanyola del Vallès, Barcelona)
(Guàrdia y Francès, 2017: 100) o de Getafe Sector III (Madrid)
(Blasco y Barrio, 1986: 88). En otros yacimientos compuestos
por múltiples estructuras negativas, se han recuperado elementos de barro endurecido en su interior que se asocian a la Edad
del Bronce, pero que han sido interpretados como pertenecientes a estructuras de actividad o elementos portables, como
fragmentos de hornos o braseros de barro, en el caso de Bòbila
Madurell (Sant Quirze del Vallès, Barcelona) (Miret, 1992: 70).
No obstante, en algunos territorios de la península, como
en el área valenciana, en la primera mitad del II milenio BC
se generalizan los asentamientos ubicados en altura y con
importantes construcciones de piedra −ver 7.1 y 7.2−. Son
frecuentes las obras de nivelación y de aterrazamiento, necesarias para establecer el hábitat en estos lugares, así como los
muros de cierre y las murallas, en frecuente combinación con
las llamadas defensas naturales, proporcionadas por la orografía
del emplazamiento.
También en el área de La Mancha, buena parte de los
asentamientos de estas cronologías se ubican en altura, como
los llamados morras y los castellones o castillejos, sobre cerros
(Martínez Navarrete, 1988). Entre los máximos exponentes de
las construcciones fortificadas hechas con piedra en la Edad del
Bronce peninsular se encuentran las motillas (Nájera y Molina, 1977; Nájera y Molina, 2004; Benítez de Lugo, 2010; entre
otros) (fig. 7.3a), aunque éstas se ubican en el llano. Al exterior de éstas pueden hallarse estructuras de habitación, como
las excavadas en la Motilla del Azuer (Daimiel, Ciudad Real).
Con alzados de barro sobre zócalos de piedra, presentan postes
embutidos en los muros y tabiques internos (Nájera y Molina,
2004: 194-195).
Asimismo, se habrían construido con alzados de tierra
maciza sobre zócalos de piedra las estructuras de hábitat
del Cerro de La Encantada (Granátula de Calatrava, Ciudad
Real), asentamiento que habría contado con construcciones
Figura 7.2. a. Planta de una estructura de postes excavada en Teso del Cuerno (Forfoleda, Salamanca) (Blanco González, 2011: 398, fig. 4).
b. Planta y fotografías de una construcción identificada en Los Tolmos (Caracena, Soria) (a partir de Blanco González, 2011: 397, fig. 3).
108
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Figura 7.3. a. Reconstrucción virtual
de una motilla (Benítez de Lugo
y Mejías, 2014: 72). b. “Altar de
cuernos” del Cerro de la Encantada
(Granátula de Calatrava, Ciudad
Real) (Sánchez Meseguer y Galán,
2011, fig. 3).
Figura 7.4. a. Estructuras adosadas
de Gorgociles del Escabezado
(Jumilla, Murcia), vistas desde
la calle central, tras la primera
campaña de excavaciones en 2018.
b. Vista de la parte trasera de
algunas de las estructuras excavadas
y del muro perimetral que las rodea
(fotografías de Francisco Javier
Jover).
anteriores sin zócalos de piedra (Nieto y Sánchez Meseguer,
1980: 114; Sánchez Meseguer y Galán, 2004: 121-123). En el
pavimento de una de las estancias de este poblado se identificó una estructura de piedra revestida con barro, interpretada
como un “altar de cuernos” (Sánchez Meseguer et alii, 1985;
Sánchez Meseguer y Galán, 2011) (fig. 7.3b). De casi 1 m de
longitud, podría haber sido similar a la hallada en El Oficio
(Cuevas del Almanzora, Almería) por los hermanos Siret
(Sánchez Meseguer et alii, 1983).
Por su parte, en el Cerro de El Cuchillo (Almansa,
Albacete) (Hernández Pérez et alii, 1994), las estancias, de
planta rectangular, se construyen con alzados de mampostería,
que en algunos casos conservan revestimientos de tierra y restos
de enlucido. La técnica constructiva del bajareque se constataría
a partir del hallazgo de fragmentos constructivos con improntas
de elementos de madera. Con tierra se construyó también un
vasar, cuya base estaba formada por piedras planas, hallándose
restos de barro endurecido en su interior (Hernández Pérez et
alii, 1994: 109-110).
Se ha podido plantear también la presencia de partes
estructurales construidas con tierra, sobre zócalos de piedra, en
Gorgociles del Escabezado (Jumilla, Murcia). El yacimiento se
ubica sobre la cima llana de un pequeño cerro que forma parte de
la Sierra del Escabezado-La Pedrera, en el Altiplano de Jumilla.
Cercano a una rambla, el cerro está compuesto, entre otras rocas,
de calizas y areniscas. Las primeras excavaciones arqueológicas
efectuadas en su zona 2 tuvieron lugar en el año 2018. Rodeadas
por un muro perimetral de mampostería, se han documentado
una serie de estancias, de zócalos de piedra y posiblemente alzados y techumbres de barro, organizadas en torno a un espacio
central (fig. 7.4a). Las estancias contaban con estructuras en su
interior, como bancos o posibles subdivisiones internas. Se ha
observado la reutilización de molinos como mampuestos en los
muros (Gandía et alii, 2018). Con la información disponible,
Figura 7.5. Ambas caras de un resto constructivo de barro recuperado en Gorgociles del Escabezado, apreciándose huellas negativas
de vegetales. GE 5.
puede atribuírsele una cronología estimada de los primeros
siglos del II milenio BC, entre el 1950 y 1750 BC aproximadamente (Francisco Javier Jover, com. pers.).
Durante la primera campaña de excavación en Gorgociles del
Escabezado se recuperaron un total de 199 restos de barro endurecido,1 siendo la mayor parte de ellos fragmentos informes. Hemos
abordado en detalle el estudio de una selección de 9 fragmentos.
Presentan un grado de endurecimiento alto, con unas coloraciones
de base anaranjadas, con manchas marrón claro y partes ennegrecidas en algunos de ellos. Mostrarían evidencias de que el material
haya estado sometido a procesos de combustión (fig. 7.6c). Buena
parte se encuentran alterados por raíces y por un importante grado
de erosión en sus superficies. Las piezas presentan dimensiones variadas, desde 2,5 x 1,3 x 1 cm hasta un máximo de 12 x 9 x 7 cm, en
el mayor de los fragmentos, recuperado en la UE 1200.
1
Agradecemos a Estefanía Gandía Cutillas, Emiliano Hernández
Carrión, Francisco Javier Jover Maestre y Juan Antonio López
Padilla, quienes han dirigido las excavaciones en este enclave, el
acceso a los materiales para su estudio.
109
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Figura 7.6.a. Resto constructivo
con una huella negativa circular, de
Gorgociles del Escabezado. Obsérvese
la presencia de raíces. GE 6. b. Detalle
de un fragmento que presenta piedras de
tamaño considerable, hasta 2,5 cm de
largo. GE 4. c. Fotografía de la matriz
de una de las piezas recuperadas, donde
se observan huellas de la presencia de
restos vegetales ya desaparecidos, así
como evidencias de combustión. GE 3.
Respecto a la composición del mortero de barro, la
observación macroscópica permite distinguir la presencia de
piedras, de hasta 1, 2 y 2,5 cm de largo. Se observan guijarros y huellas negativas en el barro, de contorno circular, que
habrían sido generadas por la presencia de guijarros desprendidos (fig. 7.6a). En cuanto al empleo de materias estabilizantes, puede observarse en algunas piezas la presencia de huellas negativas de materia vegetal añadida al barro con fines de
estabilización de la mezcla.
Los restos constructivos recuperados en la primera campaña
de excavaciones en este yacimiento no presentan apenas formas
que puedan relacionarse con elementos estructurales, técnicas y
otros materiales empleados en las construcciones. En un reducido número de casos puede observarse algún rasgo relacionado
con aspectos constructivos, como alguna superficie o cara regularizada (fig. 7.7). Un par de piezas presentan una superficie regularizada, que parece haber sido el resultado del contacto con
materia vegetal, como suele ocurrir en cubiertas construidas con
este material, caso de un fragmento de la UE 1100. En relación
con información indirecta, a través de improntas, sobre elementos constructivos ya desaparecidos como los de naturaleza orgánica, en una de las piezas parece observarse una impronta de
madera −UE 1002− y, en otra, una posible impronta de cuerda
trenzada −UE 1003−. Por desgracia, el elevado grado de erosión de las superficies de estos restos constructivos no permite
identificar estos elementos con seguridad ni detalle.
Por otra parte, en algunos enclaves de la Edad del Bronce de
la península ibérica se han identificado y documentado muros
construidos con barro en su totalidad. Destaca el asentamiento del Bronce medio de Hoya Quemada (Mora de Rubielos,
Teruel) (Burillo y Picazo, 1986), donde se documentaron construcciones de planta angular, con zócalo de piedra y alzados de
tierra y materia vegetal, pero también estructuras cuyos alzados
habrían sido construidos enteramente con barro. Se indica que
la tierra de los mismos se habría dispuesto colocando “pellas de
barro, unas sobre otras” (fig. 7.8a), en algunos tramos con elementos de barro de forma cónica “para asegurar una mayor imbricación” (Burillo y Picazo, 1986: 10). Se documentan también
revestimientos de tierra y “encalados” de diferentes capas sucesivas, así como pavimentaciones de arcilla y paja. Las viviendas
conservan evidencias de algunos postes de madera encastrados
en los muros, bancos corridos de tierra que funcionarían también a modo de soportes vasares y resaltes alargados de barro
en el interior de las estancias (Burillo y Picazo, 1986: 10-12).
110
Figura 7.7. Restos de barro con caras regularizadas de Gorgociles
del Escabezado. a. GE 3. b. GE 8.
Figura 7.8. a. Vista cenital de un alzado de barro amasado, excavado en Hoya Quemada (Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo,
1986: 19, lám. 6). b. Muro de barro y piedras de Foia de la Perera
(Castalla, Alicante) (Cerdà, 1994: 104, Foto IX).
7.1. BRONCE ARGÁRICO
Las investigaciones realizadas por Henri y Louis Siret a finales
del siglo XIX (1890) marcaron de forma fundamental el inicio de los estudios acerca de la entidad arqueológica conocida como Cultura de El Argar (Lull, 1983). En un periodo de
tiempo estimado entre el 2200 y el 1550 cal BC, se le atribuye
una extensión territorial que abarca las provincias de Murcia
y Almería, Jaén y Granada, así como el sur de Alicante. En la
actualidad se estima que se extendió por unos 35.000 km2 (Lull
et alii, 2015b: 370), habiendo sido los núcleos de mayor tamaño conocidos Lorca (Murcia) (Martínez Rodríguez, 2019: 157,
fig. 2), La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et alii, 2018) y El
Argar (Antas, Almería). En un segundo nivel encontraríamos
asentamientos cercanos a las 2 hectáreas, destacando San Antón
(Orihuela, Alicante) y Laderas del Castillo –ver 7.1.1− (López
et alii, 2017). Por debajo de éstos, se han registrado una amplia
variedad de asentamientos de distintos tamaños, siendo los de
[page-n-124]
Figura 7.9. a. Dibujo de la planta de
las estructuras Y-Z de El Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia). A la
izquierda de la imagen se señala el
hallazgo de restos de un posible cercado
de madera (Ayala, 1991: 96, fig. 33). b.
Dibujo del elemento de barro modelado,
de terminación “trilobulada”, hallado en
el mismo asentamiento (Ayala, 1991:
79, fig. 20).
menor extensión algunos de entre 500 y 800 m2, como en el caso
aquí estudiado de Caramoro I –ver 7.1.1− (Martínez Monleón,
2014a; Jover et alii, 2019a).
En las estructuras edificadas en el territorio argárico se
distinguen, como en otras áreas, continuidades en los materiales y técnicas empleados en cronologías previas, pero también
elementos particulares o novedosos, en el marco de una importante transformación en los asentamientos durante la Edad del
Bronce, en lo que puede considerarse como un desarrollo del
urbanismo.
Una parte de los asentamientos con ocupación argárica
se seguirían utilizando desde momentos anteriores, mientras
que otros son de nueva fundación. La mayoría se construyen
en zonas elevadas, en cimas y laderas, pero también se conoce poblamiento en el llano. Como ejemplo de construcción de
edificaciones argáricas en zonas llanas destaca El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala, 1985; 1986; 1991; Ayala et
alii, 1989; entre otros). Las estructuras de este poblado son de
planta rectangular y trapezoidal, con zócalo de piedra, alzado
de barro, postes sustentantes de la techumbre y tabiques internos con zócalo de mampostería y alzado de tierra maciza (fig.
7.9a). Durante las excavaciones se documentaron evidencias de
elementos de madera y vegetales interpretados como restos de
un cercado que rodearía las construcciones. En este asentamiento se recuperaron un conjunto de elementos constructivos de barro que pertenecerían a las techumbres y a parte de los alzados y
que presentaban diferentes improntas vegetales, apuntándose el
empleo del esparto en las cubiertas (Ayala, 1989: 9). Del mismo
modo, en los restos de barro se identificaron improntas esféricas atribuidas a la presencia de excrementos de ovicaprinos. Se
considera que se habría empleado cal en los enlucidos de sus
construcciones, también aplicada en el exterior de la cubierta
(Ayala et alii, 1989: 282; Ayala y Ortiz, 1989; Ayala, 1991: 7677). Destaca que entre los fragmentos de barro endurecido se
hallaron partes de un elemento modelado, posiblemente ornamental, que habría estado colocado en la cabecera de la cubierta de una de las edificaciones (Ayala, 1986: 332, fig. 1; Ayala,
2001: 77-79, fig. 20) (fig. 7.9b), como se ha mencionado en el
capítulo anterior.
Las ocupaciones en el llano no contarían con muros de
cierre y fortificaciones de piedra, pero sí la mayor parte de las
situadas en altura. No obstante, las edificaciones documentadas
en llano pueden presentar similitudes con las que se construyen en altura en cuanto a la forma de la planta de las viviendas
Figura 7.10. a. Edificación de Castellón Alto (Galera, Granada) (Contreras, 2009: 53, lám. 3), construida en lo alto de una escarpada ladera.
b. Vista lateral de la planta de una de las estructuras de Los Cipreses (Lorca, Murcia) (Eiroa, 2004: 99, lám. XVII), ubicada en el llano.
111
[page-n-125]
y la elección de técnicas y materiales constructivos (fig. 7.10).
En los asentamientos de las comunidades argáricas se observa el predominio de la construcción de estructuras de hábitat
de muros rectilíneos, como también ocurrirá en otros territorios durante la primera mitad del II milenio BC. La proyección de muros rectos en estos enclaves forma edificaciones
de plantas cuadrangulares, trapezoidales y rectangulares, pero
también se construyen muros curvilíneos, siendo habituales las
terminaciones absidales.
Un aspecto importante entre los que caracterizarían a los
enclaves argáricos es el carácter diferenciado o especializado que
habrían tenido algunos de ellos, como también se propone para
determinadas estancias construidas dentro de los asentamientos,
siendo ambas cuestiones no exclusivas del ámbito argárico. Así,
respecto a lo primero, existirían núcleos orientados a funciones específicas, como la gestión de productos y el control del territorio.
Característico para este planteamiento sería la Tira del
Lienzo (Totana, Murcia), al que se atribuye una función administrativa y productiva (Delgado-Raack et alii, 2015; Lull et
alii, 2015a). Delimitado por un muro perimetral con bastiones,
la Tira del Lienzo conserva restos de edificaciones erigidas con
piedra y postes de madera de pino, revestidas con barro, al que
se atribuye un contenido en cal. Para las cubiertas se habrían
empleado especies vegetales como el olivo, el romero y el lentisco. A su primera fase de construcción, fechada entre el 20001900 cal BC, pertenecen dos hogares de barro de forma circular
(Lull et alii, 2015a: 168, 171), así como un edificio rectangular
de grandes dimensiones y con una posición central, en el que
se concentrarían diferentes actividades productivas (DelgadoRaack et alii, 2015: 59).
Como ejemplos de lo segundo, de edificios para los que se
atribuye una función determinada, pueden señalarse las evidencias de estabulación propuestas en Castellón Alto (Galera,
Granada) (Molina y Cámara, 2004: 23), además de los casos de
especialización laboral asociados a edificaciones o estancias en
asentamientos como La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et alii,
2015a), donde se plantea la existencia, entre otros espacios de
producción especializados, de un “taller de molienda”. En este
sentido, en cronologías anteriores se ha propuesto la existencia,
por ejemplo, de un “taller metalúrgico” en Los Millares (Santa
Fe de Mondújar, Almería) (Arribas et alii, 1987: 250).
En algunos asentamientos del territorio de El Argar, o en
ciertas fases constructivas de los mismos, las edificaciones se
organizan en torno a un edificio central o de mayor tamaño,
adosándose unas a otras y en torno a una calle, como en el propio enclave de la Tira del Lienzo (Delgado-Raack et alii, 2015;
Lull et alii, 2015a), o en la fase II-III de Cabezo Pardo (San
Isidro/Granja de Rocamora, Alicante) (López Padilla, 2014: 97,
126) −ver fig. 7.54b−. En otros núcleos argáricos se percibe que
las construcciones están organizadas en torno a una espacio o
estancia que comunicaría unas con otras, como en Caramoro I
−ver fig. 7.66a−. Sin duda, a esto se une otro elemento novedoso que podría considerarse incorporado a las construcciones en
los asentamientos argáricos: los enterramientos humanos, puesto que, como ya expresó L. Siret, “en lugar de construir casas
propias para los muertos, se les resguarda bajo el techo de los
vivos” (Siret, 1999 [1892]: 181).
Profundizando en la construcción de las edificaciones de El
Argar, los alzados no son únicamente construidos con piedra,
como no son única o totalmente rectos. Sólo en algunos núcleos
argáricos, como La Bastida o Peñalosa, se han documentado
edificaciones cuyos muros se habrían construido con mampostería por completo o hasta una importante altura. Por el contrario, es habitual la construcción de zócalos de piedra y alzados
de tierra, combinada o no con elementos vegetales mediante la
técnica del bajareque, de lo que se conocen numerosos ejemplos
a lo largo del territorio argárico. Las evidencias del empleo de
esta técnica en los asentamientos argáricos han estado presentes
desde los inicios del estudio de estas sociedades, recogiéndose
el hallazgo de restos constructivos de barro con improntas, junto
con otros objetos muebles de este material, en los trabajos de los
Siret (1890; Siret, 1999 [1892]).
En el Cerro de la Encina (Monachil, Granada), asentamiento
establecido en altura y junto a un curso de agua, sobre los aterrazamientos se edificaron estructuras de muros curvos y posteriormente rectilíneos, con zócalos de mampostería y alzados y
cubiertas de bajareque, sostenidas por postes (Aranda y Molina,
2005: 168, 171). La presencia de unas formas constructivas diferentes y previas a la edificación de muros rectos con zócalo
de piedra se ha apuntado también en Fuente Álamo (Cuevas del
Almanzora, Almería) (Pingel, 2000: 67, fig. 5; Pingel et alii,
2005: 189). En La Cuesta del Negro (Purullena, Granada) también se detectaron estructuras de hábitat argáricas erigidas con
materiales de naturaleza orgánica (Molina, 1978: 169).
Por su parte, en Castellón Alto (Galera, Granada) (Molina
et alii, 1986; Contreras et alii, 1997; Contreras, 2009; Moreno
y Haro, 2008; entre otros), las construcciones son de planta
alargada, estando compartimentadas y adaptadas a la escarpada ladera del cerro. Una disposición similar, sobre el terreno
inclinado, debieron tener las edificaciones argáricas de Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) −ver 7.1.1−.
Sobre zócalos de piedra, los alzados de Castellón Alto serían
de bajareque, con cañas manteadas con barro al interior y al
exterior. Las separaciones de las estancias se construirían tam-
Figura 7.11. a. Edificación
de planta circular del Cerro
de las Víboras de Bajil
(Moratalla, Murcia) (Eiroa,
2004: 92, lám. XIV).
b. Edificio A, de muros
rectilíneos, en el mismo
asentamiento (Eiroa, 2004:
91, lám. XIII).
112
[page-n-126]
Figura 7.12. a. Postes
embutidos en la
superficie interna de
un muro de piedra
en Terrera del Reloj
(Dehesas de Guadix,
Granada) (Contreras,
2009: 54, lám. 5). b.
Postes embutidos en
Castellón Alto (Contreras
et alii, 1997: 70).
bién con esta misma técnica constructiva, con o sin zócalos de
piedra. Postes de pino sustentarían la techumbre, dispuestos en
el interior de las estancias o embutidos en los muros traseros.
Las cubiertas se habrían construido con vigas y otras materias
vegetales, que se atarían con esparto (Contreras, 2009: 52-53).
En el caso del yacimiento de El Argar (Antas, Almería), se
plantea que las viviendas se construirían con zócalos de piedra
y alzados de barro y troncos (Eiroa, 2004: 61). También en
Gatas (Turre, Almería), además de alzados de tierra sobre zócalos de piedra, se documentaron estructuras internas de barro,
como tabiques divisorios, un banco y escaleras (Castro et alii,
1999; 2001: 16, fig. 6).
Ubicadas en el llano, las construcciones de Los Cipreses (Lorca, Murcia) (Martínez Rodríguez et alii, 1999) están
constituidas asimismo por alzados de barro sobre zócalos de
piedra, revestidos y con bancos corridos adosados a los muros. Son alargadas, de planta rectangular con extremo absidal.
Algunos edificios presentan tabiques internos, que cuentan
con zócalo de mampostería (fig. 7.10b). Las techumbres serían
planas y se habrían realizado con un entramado de madera y
material vegetal manteada con barro (Eiroa, 2004: 81; 2006:
134). Por su parte, en el Cerro de las Víboras de Bajil (Moratalla, Murcia), los muros defensivos son de piedra trabada con
barro, así como los de un gran edificio singular, cuyas paredes
pudieron estar revocadas con barro o yeso, pudiendo haberse
levantado con barro la parte más alta de los muros, de lo que
se habrían conservado algunos restos (Eiroa, 1995: 60, 64). En
este enclave también se construyó un edificio de planta circular y zócalo de piedra, que habría estado revestido con barro,
contemporáneo al gran edificio de muros rectilíneos (Eiroa,
2004: 91) (fig. 7.11a y b).
La construcción con tierra también está constatada en los
enclaves argáricos del área alicantina. En Pic de Les Moreres
(Crevillente, Alicante) (Román, 1975; González Prats, 1983;
1986b; 1986e), se documentaron diversas estructuras de muros rectilíneos, con zócalos de piedra y alzados enlucidos y
se señaló la existencia de sucesivas capas de pavimentación
(González Prats, 1983: 49-52; 1986b; Sánchez García, 1997b:
150). Durante las excavaciones se identificaron restos constructivos con improntas de cañas y ramas (González Prats,
1986e: 158). Respecto a la Illeta dels Banyets (El Campello,
Alicante), de su ocupación en época argárica se conocerían,
además de la cisterna, posibles restos de una edificación, de
la que se identificaron parte del zócalo de piedra, restos de
barro con improntas vegetales y restos de madera, junto con
un posible pavimento (Soler Díaz y Belmonte, 2006: 28-29;
Soler Díaz, 2009: 175).
Como puede verse, no sólo es importante el empleo del
barro en los alzados de las construcciones de los enclaves argáricos, sino que sus aplicaciones no se reducen a estas partes
estructurales, como tampoco la técnica del bajareque se habría
aplicado sólo en alzados y techumbres. La tierra se emplea,
junto con otros materiales, en cubiertas, pavimentaciones, tabiques o bancos. Los bancos se adosan a los muros, por lo general al interior, y no son sólo rectilíneos, sino también de forma
semicircular (fig. 7.10a).
Por otro lado, ya ha sido adelantado que en una parte de los
asentamientos argáricos se construye con postes embutidos en
los muros, como en Castellón Alto (Contreras et alii, 1997) (fig.
7.12b), Fuente Álamo (Pingel et alii, 2005: 195), Terrera del Reloj (Dehesas de Guadix, Granada) (Molina et alii, 1986: 354-355,
lám. IIa; Contreras, 2009: 54) (fig. 7.12a), La Bastida (Totana,
Murcia) (Lull et alii, 2009: 211), La Almoloya (Pliego, Murcia)
(Lull et alii, 2015d: 46), Cerro de las Viñas (Coy, Murcia) (Ayala,
1991: 194, 197) o Cabezo Pardo (López Padilla, 2014). Y como
ya se ha recogido, esta forma de construir se aplicó también en
otros asentamientos de la Edad del Bronce fuera del espacio argárico, como Hoya Quemada (Burillo y Picazo, 1986: 10-12) o
Motilla del Azuer (Nájera y Molina, 2004: 194-195).
El empleo constructivo de la madera es, sin duda, también
muy relevante en el ámbito argárico. No sólo habría sido utilizada en la construcción de postes sustentantes de la cubierta que,
en ocasiones como las referidas, se combinan con los zócalos
y muros de piedra, incorporándose encastrados en la parte central de los mismos o en su cara interna (fig. 7.12). También se
utilizaría en vigas; en algunos enclaves, como en El Argar (Eiroa, 2004: 61), en los propios alzados; en tabiques internos; en
dinteles y jambas, como la documentada en La Almoloya (fig.
7.15a); en cercados, como en El Rincón de Almendricos (Ayala,
1991) (fig. 7.9a) y en estructuras de equipamiento, como estantes o escaleras, y en mobiliario y otros objetos rara vez conservados. Los troncos de madera pueden utilizarse para estos
fines, tanto completos, como seccionados, y combinados o no
con barro. La presencia de madera trabajada se ha documentado
en asentamientos de la Edad del Bronce argárico como Punta
de los Gavilanes (Ros et alii, 2008) y Castellón Alto (Molina
et alii, 1986: 360; Rodríguez Ariza, 2008), tal y como ha sido
resaltado (García Martínez et alii, 2011).
Las techumbres de las construcciones argáricas serían por
lo general planas o inclinadas a una vertiente (Molina y Cámara, 2004: 17) y el espacio interior suele subdividirse mediante la construcción de tabiques, como ocurre también en otros
ámbitos fuera del territorio argárico durante la primera mitad
del II milenio BC. Estos tabiques son edificados con distintos
113
[page-n-127]
Figura 7.13. Ejemplos de
construcciones argáricas
con piedra. a. Vista cenital
de una edificación con
extremo absidal en Gatas
(Turre, Almería) (Castro
et alii, 1999: 33, fig.
12). b. Acceso norte de
Peñalosa (Baños de la
Encina, Jaén) (Contreras,
2009: 61, lám. 14).
materiales y técnicas. Si bien la técnica escogida para construirlos que se observa de forma más evidente es la mampostería,
ésta no es la única utilizada. El uso del bajareque con paneles de
cañas para estas partes constructivas se ha indicado en Castellón
Alto (Molina et alii, 1986: 357) o Loma de la Balunca (Castilléjar, Granada) (Molina et alii, 1986; Molina y Cámara, 2004:
34). La construcción de tabiques mediante troncos manteados
con barro se conoce en asentamientos de la Edad del Bronce
como Terlinques (Jover y López Padilla, 2016: 433) −ver fig.
7.98− y Cabezo Redondo (Soler García, 1987: 304, lám. 33 B).
Además, se ha señalado el uso de tierra maciza para construir
estos tabiques internos en Terrera del Reloj (Dehesas de Guadix,
Granada) (Aguayo y Contreras, 1981; Molina et alii, 1986: 354;
Contreras, 2009: 54; entre otros).
Buena parte de los rasgos arquitectónicos citados están
presentes en la obra de referencia de Lull (1983) sobre El Argar, donde se abordaba la caracterización de las edificaciones
de muchos asentamientos, en los que se apuntaba la presencia
de estancias de muros rectilíneos de piedra trabada con barro.
En algunos casos se mencionan subdivisiones internas en las
construcciones, como en El Oficio (Cuevas del Almanzora,
Almería), así como revestimientos de barro en los alzados de
piedra. En otros, se menciona de manera explícita que la parte
superior de los alzados con zócalos de piedra continuaría con
barro, como en el Cerro de En medio-Cerro del Rayo (Pechina,
Almería) (Lull, 1983: 277). Asimismo, en esta obra se apunta
el empleo, en las techumbres de muchos enclaves, de la técnica
que conocemos como bajareque.
No obstante, el material constructivo que simboliza buena
parte de las transformaciones que se producen en el ámbito arquitectónico durante la Edad del Bronce es la piedra, también en
El Argar. Se ha apuntado que, en el territorio argárico y las áreas
limítrofes, en torno al 2200 cal BC comenzarían a detectarse
cambios en la arquitectura, edificándose estructuras de piedra
más grandes y complejas (Lull et alii, 2015b: 379, 390). Muchos asentamientos argáricos cuentan con fortificaciones (Molina y Cámara, 2004; Serrano, 2012), compuestas por murallas
y/o bastiones, para cuya construcción se emplea la piedra, como
se observa en La Bastida (Lull et alii, 2013a; 2014a; 2015b),
Barranco de la Viuda (Medina y Sánchez González, 2016), Cerro de la Encina (Aranda y Molina, 2005) o Peñalosa (Contreras, 2000; 2009; entre otros) (fig. 7.13b). La protección de los
enclaves resulta de la combinación entre las características orográficas que presenta el emplazamiento y las construcciones que
se llevan a cabo, en las que, según lo que se conoce para estos
momentos, predomina la mampostería. Sin embargo, también se
114
aplicarían otras técnicas, como la piedra seca (Ayala, 1980: 155;
Eiroa, 2004: 59), señalada para la construcción de murallas durante la Edad del Bronce también en el área valenciana y fuera
del ámbito de El Argar.
El tipo de piedra utilizada en los asentamientos argáricos
varía en función de distintos factores. La arenisca, una roca sedimentaria, se utilizó en la construcción de asentamientos como
Castellón Alto (Galera, Granada) (Contreras, 2009: 52). En casos como Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), la roca más empleada en sus construcciones de mampostería es la pizarra, una
roca metamórfica utilizada también, entre otros tipos de piedra,
en La Bastida de Totana (Murcia) (Lull et alii, 2009: 211; Lull
et alii, 2015a: 75). Como se ha señalado en un capítulo anterior,
en el caso de la construcción de la muralla argárica de piedra
trabada con mortero de la Bastida de Totana, se ha planteado
que se escogieron areniscas de un área más alejada del emplazamiento de la muralla, en vez de la pizarra y la caliza disponibles en el sitio, por su mayor facilidad para ser transportadas y
escuadradas (Lull et alii, 2015a: 51). No obstante, es de resaltar
que esta muralla no se habría construido únicamente con mampostería, pues se habrían hallado evidencias en su cara interna
de partes construidas con tierra y elementos vegetales (Lull et
alii, 2015b: 374), materiales que posiblemente cabría añadir a
la piedra entre los que fueron utilizados en las construcciones
defensivas de este periodo. El desarrollo de la construcción con
piedra se aplica también al aterrazamiento de los enclaves. La
construcción de aterrazamientos de piedra es una característica común a muchos asentamientos argáricos (Contreras et alii,
1997: 62; Aranda y Molina, 2005), y que también está presente
en otros núcleos de la Edad del Bronce fuera de este espacio
social (De Pedro, 1998; Jover y López Padilla, 2016).
En los asentamientos de El Argar en los que la piedra
tiene un papel más predominante, la tierra también se utiliza
como un importante material constructivo. Un ejemplo de
ello es el poblado de Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén)
(Contreras et alii, 1997; Contreras, 2000; Contreras y Cámara, 2001; 2002; entre otros), ubicado en ladera en un valle
fluvial, que cuenta con un muro de cierre de piedra con bastiones. Las edificaciones son de planta rectangular, absidal u
ovalada, con muros de mampostería de pizarra trabada con
barro, y con postes de madera. Dentro de las estancias se
levantarían tabiques, construidos con pizarra y barro (Contreras et alii, 1997: 71). La tierra se habría utilizado no sólo
como trabazón y revestimiento de los muros de piedra, sino
también en los pavimentos de tierra apisonada y para la construcción de bancos en el interior de las estructuras. La tierra
[page-n-128]
Figura 7.14. a. Edificio H35-36
de La Bastida (Totana, Murcia),
que podría haber contado con una
segunda altura (Lull et alii, 2015a:
63). b. Edificio singular H9E de
La Almoloya (Pliego, Murcia)
(Lull et alii, 2015d: 84).
también habría formado parte de las techumbres, que serían
planas o ligeramente inclinadas, cubriendo un entramado de
materias vegetales diversas, sostenido por vigas de madera y
cubierto con lajas de pizarra (Contreras, 2000: 53-54; 2009:
70). Se documentaron ataduras mediante cuerdas de distinto
tipo, tanto trenzadas como torsionadas.
El análisis microscópico de restos constructivos de barro del
yacimiento ha apuntado el probable uso de sedimentos cercanos y
de origen aluvial, observándose diferencias en la composición de
los morteros empleados en diferentes partes estructurales y zonas
del asentamiento, destacando la calidad de los utilizados en la acrópolis (Rivera, 2007; 2009; 2011). Incorporando los resultados de
estudios antracológicos, se interpretó que la materia prima para la
construcción de postes y vigas sería la madera de encina y que, para
la techumbre, se utilizaría la de alcornoque (Contreras, 2000: 261).
Por otro lado, es interesante señalar que se han identificado restos de corcho, documentados como parte del registro de materiales
constructivos e interpretados como un posible impermeabilizante
utilizado en estas cubiertas (Contreras et alii, 1997: 70; Rodríguez
Ariza, 2000: 261; Rivera, 2007: 12).
También destaca la piedra en el Barranco de la Viuda (Lorca,
Murcia), donde se construyeron edificaciones de planta rectangular y trapezoidal, empleando la mampostería en los zócalos y en
variadas estructuras de actividad y equipamiento interno. Una de
las estancias cuenta en su interior con una estructura o plataforma
exenta, rectangular y también de piedra, que habría podido construirse para contribuir a sustentar la cubierta (Medina y Sánchez,
2016: 40, fig. 6), quizá apoyando sobre ella un poste. Los postes
sustentantes de la cubierta serían de pino (García Martínez et alii,
2011). En este poblado se han identificado varios ejemplos de
reutilización de materiales, procedentes de artefactos en desuso,
con nuevas funciones constructivas. Así, en la misma estancia se
documentó una estructura de combustión que contaba con fragmentos de cerámica dispuestos a modo de base o solera (Medina
y Sánchez, 2016: 45, lám. 3), al igual que otra estructura de combustión con un molino reutilizado contribuyendo a conformarla
(Medina y Sánchez, 2016: 43, lám. 2).
En cuanto a las estructuras de la primera fase de ocupación
del gran poblado argárico de La Bastida (Totana, Murcia), fechada entre el 2200-2000 cal BC, se habrían construido en parte
con una planta oval alargada, mediante alzados de barro y materia vegetal (Lull et alii, 2009: 211; Lull et alii, 2018), atándose
estos elementos con tiras de esparto y aplicando revestimientos
de tierra. Asimismo, esta fase constructiva cuenta con construcciones de muros rectilíneos y zócalo de piedra, entre los que
destaca con un gran edificio rectangular, de gruesos muros con
basamento y alzado pétreos (fig. 7.14a). Los restos constructivos de barro recuperados en esta estancia pertenecerían a la cubierta (Lull et alii, 2018: 320, fig. 4), resultado de la aplicación
de la técnica del bajareque. Contenía dos estructuras negativas
que se habrían destinado al almacenamiento y un gran banco corrido en su interior (Lull et alii, 2015a). Se considera que habría
contado con una segunda altura, a partir de observaciones estratigráficas y de los dos gruesos postes centrales que presenta, de
60 cm de diámetro.
No obstante, la mayor parte de las estructuras construidas en
La Bastida están datadas entre 1850 y 1600-1550. Entre ellas
se encuentra el edificio H83, de planta rectangular, alzados
construidos con tierra y zócalos de piedra, con una cubierta de
materia vegetal y barro y pavimento de tierra batida, parcialmente enlosado con piedra. La techumbre estaba sustentada
por postes de madera apoyados en lajas de pizarra (Lull et alii,
2015a: 75). La práctica de enlosar los suelos, colocando piedras planas, se ha observado también en otros enclaves argáricos, como Peñalosa (Contreras et alii, 1997: 71; Contreras y
Cámara, 2001: 230) y no argáricos, como Les Raboses (Albalat dels Tarongers, Valencia) (Ripollés, 1994: 59, lám. II.1) o
Cerro de El Cuchillo (Almansa, Albacete) (Hernández Pérez et
alii, 1994: 37; Blasco, 2001: 61). Los edificios que se habrían
construido en La Bastida en torno a 1800 cal BC presentan por
lo general doble paramento de piedra y revestimientos, en los
que se ha planteado, en determinados casos, el empleo de la
cal (Lull et alii, 2015a: 76).
En el poblado argárico de La Almoloya (Pliego, Murcia),
las primeras estructuras construidas se habrían levantado con
zócalos de piedra, postes de madera y techumbres de barro y
vegetales (Lull et alii, 2015e: 47). Con posterioridad al 1800
BC, se construyen grandes edificaciones con muros de piedra
revestidos y tabiques divisorios. Se han documentado, en muy
buen estado de conservación, diferentes evidencias del empleo
de la tierra en estas edificaciones, como una gran impronta de
una jamba de madera en su revestimiento de barro, en el interior del edificio H4 (Lull et alii, 2015d: 117) (fig. 7.15a). Las
condiciones generadas durante el incendio y destrucción de las
115
[page-n-129]
Figura 7.15. a. Jamba de barro con la
impronta de un tronco en el edificio
H4 de La Almoloya (Lull et alii,
2015d: 117). b. Restos constructivos
con improntas de troncos, vegetales
y restos de revestimiento, del mismo
yacimiento (Lull et alii, 2015d: 113).
estructuras han propiciado la conservación de restos de barro
con improntas de troncos y ramas, así como de fragmentos de
revestimientos (Lull et alii, 2015d: 113) (fig. 7.15b).
Un elemento novedoso de los asentamientos de la Edad del
Bronce, también en el ámbito argárico, es que se han identificado
partes de construcciones que muy rara vez se han constatado en
enclaves de cronologías anteriores. Entre ellas destacan las escaleras, observadas en Cabezo Pardo (López Padilla, 2014: 107),
en Gatas, construidas con barro (Castro et alii, 2001: 16, fig. 6),
mencionadas en Ifre (Ayala, 1980: 155), así como las documentadas en Cabezo Redondo, de piedra y de barro (Soler García,
1987: 69, 147, 301, lám. 28; Hernández Pérez et alii, 2016: 37,
72). También las partes asociadas a los vanos, como la jamba de
madera y barro conservada en La Almoloya (Lull et alii, 2015d:
117), las jambas de bloques de piedra de Cabezo Redondo (Soler García, 1987: 147, lám. 27A) o los dinteles y jambas que se
identificaron en el Cerro de El Cuchillo, construidos con piedra
(Hernández Pérez et alii, 1994: 36).
Por último, en el ámbito de las estructuras de actividad, entre
las destinadas al almacenamiento destaca la construcción de
grandes estructuras negativas de planta oval, interpretadas como
cisternas y depósitos de agua, como las de Peñalosa (Contreras,
2000: 52), Castellón Alto (Molina y Cámara, 2004: 36), Fuente
Álamo (Pingel, 2000: 81; Schubart et alii, 2000: 315-316, lám.
15 y 16), Illeta dels Banyets (Soler Díaz et alii, 2004; 2006; Soler Díaz, 2009) o La Almoloya (Lull et alii, 2015d: 85-86), junto
con la gran balsa de La Bastida (Lull et alii, 2015a; 2015c). En
cronologías anteriores ya se habrían podido construir cisternas,
contando con los ejemplos planteados en Los Millares (Arribas
et alii, 1981: 95; Molina y Cámara, 2005), y también fuera del
ámbito del sureste en Cabezo Juré (Alosno, Huelva) (Nocete,
2001, lám. 13). Las cisternas argáricas se construyen con piedra
y/o arcillas impermeabilizantes, planteándose en algunos casos
la presencia de postes de madera y posiblemente una cubrición
de bajareque (Lull et alii, 2015a; 2015c), como se ha planteado en la Illeta dels Banyets, donde en los niveles arqueológicos del interior de la cisterna 2 se hallaron restos constructivos
de barro (Gómez, 2006: 273, 275, fig. 152). También se conocen cisternas en otros enclaves de la Edad del Bronce fuera del
ámbito argárico, como en la Lloma de Betxí (De Pedro, 1990:
17; 1998: 145) o el Cerro de El Cuchillo (Almansa, Albacete)
116
(Hernández Pérez et alii, 1994: 65; Blasco, 2001: 59). Asimismo, una parte de las instalaciones y cubetas que se construyeron
en asentamientos de la Edad del Bronce habrían podido servir
también para el almacenamiento de líquidos, entre ellos el agua,
como se ha planteado en el caso de Terlinques (Jover y López
Padilla, 2016: 438-439, fig. 13).
En este sentido, durante la Prehistoria reciente la intervención
sobre el acceso y la gestión de un recurso tan valioso como el
agua se habría realizado principalmente de dos maneras: mediante su conservación, captándola y manteniéndola, por ejemplo,
en cisternas, y a través de su canalización, distribuyéndola hacia
áreas donde fuera necesario su uso, como las zonas de cultivo,
mediante un sistema de irrigación como puede ser una acequia
(Chapman, 1991: 178). Este último tipo de construcciones de canalización del agua pueden asociarse así a la práctica del regadío.
Se habrían identificado canalizaciones de agua en asentamientos
como el Cerro de la Virgen (Orce, Granada) (Schüle, 1966; Lull,
1983: 383; Lull et alii, 2015c), o El Rincón de Almendricos (Ayala, 2001: 153). También se ha planteado la función de drenaje o
canalización de agua para algunos espacios de La Almoloya (Lull
et alii, 2015d: 71) y Caramoro I (González Prats y Ruiz Segura,
1995: 87; Jover et alii, 2019a) −ver 7.1.1−. La existencia de canalizaciones se ha propuesto también en algunos asentamientos de
cronologías anteriores, desde el Neolítico, como se ha recogido
en un capítulo anterior para el caso del Tossal de les Basses (Rosser y Fuentes, 2007: 15-19, 31).
7.1.1. Casos de estudio
Laderas del Castillo
Introducción al yacimiento
El asentamiento de Laderas del Castillo (López Padilla et alii,
2017; 2020) es un hábitat ubicado en pendiente en la Sierra de
Callosa de Segura (Alicante), junto a la localidad homónima.
Las investigaciones en este enclave comenzaron a inicios del siglo XX, por parte del jesuita Julio Furgús y, más adelante, intervino en el yacimiento Josep Colominas, siendo conocido por sus
evidencias funerarias datadas en la Edad del Bronce. Desde el
año 2012, se han efectuado actuaciones arqueológicas anuales,
de prospección ese año y de excavación en su ladera oriental a
[page-n-130]
Figura 7.16. Planta de las diferentes
estructuras documentadas en Laderas
del Castillo (Callosa de Segura,
Alicante), con indicación de los
sectores y zonas en las que se ubican
(a partir de López Padilla et alii,
2016: 25).
partir de 2013, por parte del Museo Arqueológico Provincial de
Alicante y financiadas por la Diputación Provincial de Alicante.
Durante las intervenciones de estos últimos años se han documentado diferentes estructuras (fig. 7.16), fechadas a finales del
III milenio y en los inicios del II milenio BC, mediante un buen
número de dataciones radiocarbónicas (López Padilla et alii,
2019). En la parte alta de la ladera se halla una ocupación de
época medieval islámica.
En la primera campaña de excavación, llevada a cabo en
2013, se hallaron restos de diversos aterrazamientos en la ladera
y de una dilatada secuencia de ocupación con, al menos, restos
de cuatro edificaciones en la zona II del sector 3 (fig. 7.17a), que
siguieron excavándose en 2014. Esta zona cuenta con un primer
muro de aterrazamiento (López Padilla et alii, 2014: 6).
En la zona aterrazada se habría construido, en primer lugar,
el denominado Conjunto Estructural C (fig. 7.17b), formado
por los restos de una construcción que habría tenido una planta
ovalada o alargada con un extremo absidial (López Padilla et
alii, 2016: 9). De ella se conserva un tramo curvilíneo de zócalo de mampostería, con diversos calzos de poste al exterior.
El Conjunto Estructural B lo componen dos restos de muros de
piedra, de considerable grosor, pertenecientes a dos estructuras,
probablemente de planta oval y forma de torre (López Padilla
et alii, 2016: 10), que se habrían levantado sobre el Conjunto
Estructural C.
La más reciente de las ocupaciones de la zona II del sector 3
es el Conjunto Estructural A (fig. 7.18). De esta construcción se ha
preservado un lateral, el ubicado hacia el oeste. Se documentó un
Figura 7.17. a. Planta de los
diferentes conjuntos estructurales
excavados en la zona II del sector
3 de Laderas del Castillo (López
Padilla et alii, 2014: 34). b.
Vista aérea de una parte de estas
estructuras, con los restos del
Conjunto Estructural C en el centro
de la imagen (López Padilla et alii,
2013: 17).
117
[page-n-131]
Figura 7.18. a. Planta del Conjunto Estructural A (López Padilla et alii, 2015: 36). b. Reconstrucción virtual del Conjunto A (realizada por
Miranda Dreams, en López Padilla et alii, 2015: 33). c. Reconstrucción virtual del interior del Conjunto A (realizada por Miranda Dreams,
en López Padilla et alii, 2015: 40).
muro, asociado a varios calzos de poste, al que se adosaba un
banco enlucido con barro. En el pavimento asociado a este muro,
se documentaron también diferentes calzos de poste, que han sido
interpretados como posiblemente asociados a una estructura de
equipamiento interno, construida sobre postes de madera (López
Padilla et alii, 2013: 8). La destrucción del Conjunto Estructural
A mediante un incendio ha sido datada entre el 1950-1900 cal
BC (López Padilla et alii, 2013: 11). En el estrato de incendio y
destrucción del Conjunto A −UE 31005−, se hallaron materiales
como un botón con perforación en V y dos figurillas de barro con
forma de bóvido (López Padilla et alii, 2013: 9; 2018; 2019). En
cuanto a la zona II del sector 1, en un área algo más elevada de la
ladera respecto a las estructuras descritas, durante la campaña de
excavación de 2016 se documentaron nuevos restos arquitectónicos, con evidencias de varias viviendas que albergaban diversos
enterramientos (López Padilla et alii, 2016: 13).
Figura 7.19. a. Vista lateral de la
estructura UE 12018 excavada
en Laderas del Castillo, donde se
aprecia su contorno curvo. b. Vista
cenital de la misma (fotografías de
Juan Antonio López).
118
[page-n-132]
Figura 7.20. a. Fotografía de la
estructura UE 12018 desde el
exterior, donde se aprecia el contorno
de barro amasado y el molino
dispuesto en horizontal en su interior.
b. Vista de su interior, donde se
aprecian algunos de los materiales
reutilizados que la componen, como
restos de barro amasado en forma
de bolas y el molino, visto de perfil
(fotografías de Juan Antonio López).
Por otra parte, en la zona I del sector 3, que comenzó a
excavarse en 2014, se han documentado tres fases constructivas. A la primera de ellas pertenecen los restos de un edificio,
identificado mediante tramos de muros, huellas de poste y bancos asociados. Con posterioridad, sobre éste se habrían edificado posiblemente dos edificios, identificados, entre otros, por
dos tramos de muros paralelos. A una tercera fase constructiva
se asocian diversos enterramientos (López Padilla et alii, 2014:
18-20; 2015: 20). Durante la campaña llevada a cabo en 2016 se
excavaron, en esta zona I, los restos del denominado Conjunto
Estructural J, formado por restos murarios y de un pavimento
adosado, en deficiente estado de conservación. Estas estructuras
pertenecerían a los momentos más antiguos del asentamiento
(López Padilla et alii, 2015: 4).
La continuación de las excavaciones en el sector 1 en
2018 proporcionó información muy relevante sobre las técnicas constructivas en este enclave argárico. Además de
confirmar el uso de la técnica del amasado en forma de bolas, aplicada de diferentes formas −ver fig. 7.41 a fig. 7.50−,
el hallazgo de una particular estructura −UE 12018− permite plantear cuestiones muy interesantes sobre los modos de
construcción en Laderas del Castillo. Se trata de lo que habría podido ser un gran banco o estructura de refuerzo, situado en el interior de una de las estancias de este sector. Como
se ha observado durante su excavación, la construcción de
esta estructura habría comenzado con el recorte de su forma
en el terreno (fig. 7.19a) y el acondicionamiento del espacio
que la iba a albergar mediante una capa de preparación de
coloración gris, posiblemente compuesta por ceniza y que
contenía material carbonizado.
Esta estructura habría sido construida con tierra,
sedimentos reutilizados y diversos materiales de desecho
que conformarían su interior, mientras que su superficie exterior habría sido delimitada con un contorno curvo de barro amasado, siendo después enlucida. Entre los materiales
reutilizados que se usaron para realizarla se observan fragmentos de cerámica, de fauna, restos constructivos resultado
de la técnica del amasado en forma de bolas e incluso un
molino (fig. 7.20). Éste habría podido ser colocado de forma
intencional en posición horizontal, contribuyendo a conformar el contorno.
En lo referente a los residuos que cada sociedad genera, las
estrategias que se pueden desarrollar en torno a ellos incluyen
su vertido, su quema, su reutilización y su reducción mediante un consumo menor de las materias que se convertirán en
residuos (Rathje y Murphy, 2002: 33), pudiendo utilizarse
varias de ellas a la vez. En Laderas del Castillo, el empleo
constructivo de materiales y sedimentos de desecho es una
constante, utilizándose para la conformación de nivelaciones y en la preparación de las sucesivas pavimentaciones de
las estancias y espacios. La importancia del hallazgo de esta
estructura, que podría haber sido realizada a modo de banco
o refuerzo, recae principalmente en que permite constatar el
empleo de materiales de desecho como material constructivo principal en la construcción, también, de estructuras
elevadas.
Los materiales de barro de Laderas del Castillo
a) Características generales del conjunto
El conjunto de restos de barro analizados procedentes de
Laderas del Castillo se compone de 281 fragmentos,2 recogidos a lo largo de seis campañas de excavación, llevadas
a cabo entre 2013 y 2018. Estos materiales se encuentran,
en su mayoría, endurecidos o presentan un grado medio de
consistencia, teniendo una parte de ellos una consistencia
muy disgregable. Los tamaños de las piezas varían ampliamente, desde 0,9 x 1,5 x 2,5 cm en el menor de ellos, hasta
los 19 x 11 x 7 cm en el resto de barro de mayor tamaño.
Las coloraciones que presentan abarcan desde el marrón
claro, anaranjado y rojizo, a fragmentos con partes grisáceas y ennegrecidos. Las piezas del conjunto se encuentran
considerablemente afectadas por diversas acciones de tipo
postdeposicional, manifestadas en la erosión de las formas y
superficies, la abundante presencia de raíces, la aparición de
sales, grietas y en la presencia de concreciones. Un importante porcentaje del total de los restos de barro endurecido
estudiados de Laderas del Castillo proceden de la superficie del yacimiento, de la UE 11000, donde afloran de forma
abundante, algo favorecido por la erosión y los procesos de
arrastre de la ladera.
2
Agradecemos a los directores de las excavaciones en Laderas del
Castillo, Juan Antonio López Padilla y Francisco Javier Jover
Maestre, el acceso a estos materiales para su estudio, así como al
Museo Arqueológico Provincial de Alicante por permitirnos llevar
a cabo dicho estudio utilizando sus instalaciones y medios. En especial, gracias a su director, Manuel H. Olcina Doménech, y a Consuelo Roca de Togores Muñoz por la amable atención recibida.
119
[page-n-133]
Figura 7.21. a. Vista de la cara
externa de uno de los fragmentos
recuperados en superficie, que
muestra una capa de revestimiento
externo muy diferenciada y un
agregado blanco en el mortero
(izquierda de la imagen). b. Detalle
del revestimiento y huellas de
estabilizante vegetal en la capa
inferior. LC 11000/549-1
b) Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
Los fragmentos analizados presentan morteros de barro, a
excepción de un fragmento de color blanco −LC 31025/20−
compuesto fundamentalmente de yeso, que podría ser reconstituido −ver anexo II, Pastor, 2019−, de contorno aproximadamente circular y recuperado en las excavaciones de 2013. Gran
parte de los restos de barro presentan evidencias del empleo de
estabilizante vegetal (fig. 7.21b, fig. 7.23b), incluidas huellas de
tipo tallo clavado de hasta 0,5 cm de grosor. Una parte de las
huellas negativas de vegetales, presentes en el mortero en tramos de entre 0,4 y 0,7 cm de largo, indican que estos materiales
se emplearon cortados o machacados. En algunas de las piezas
se observan improntas de tipo hierba o de hojas alargadas.
En los materiales constructivos de este yacimiento se
aprecian también varios ejemplos de huellas esféricas, que
pueden corresponderse con improntas de frutos (fig. 7.22),
posiblemente bellotas. En este sentido, en el yacimiento se
han recuperado bellotas asociadas al Conjunto Estructural
D, en el nivel de incendio UE 31044 (López Padilla et alii,
2013: 10; Carrión y Pérez Jordà, 2014: 18), estrato sobre el
pavimento UE 31048.
Una parte de las piezas documentadas del conjunto
presenta un aspecto carbonizado (fig. 7.32, fig. 7.44b), de
color ennegrecido y siendo muy disgregables. La coloración
ennegrecida que pueden presentar los restos constructivos de
barro derivaría de la exposición al fuego en piezas que contendrían materia orgánica. Trabajos experimentales muestran que
Figura 7.22. Fragmentos
constructivos de Laderas del Castillo,
en los que se observan huellas
circulares, interpretadas como
posiblemente dejadas por frutos,
quizá bellotas. a. LC 31509/2. b. LC
31001/1.
Figura 7.23. a. Vista de la matriz de barro de uno de los fragmentos constructivos recuperados en el yacimiento, con improntas de cañas,
en la que predominan las partículas de fracción fina. LC 11000/549-1. b. Detalle de un resto en el que se observan las huellas dejadas por
los vegetales utilizados en el mortero, ya desaparecidos. LC 31026/16. c. Detalle de uno de los agregados blancos presentes en parte de
las piezas del conjunto. LC 31018/3.
120
[page-n-134]
son las condiciones reductoras, con ausencia de oxígeno, las
que generan esta coloración oscura en los fragmentos de barro que contienen materia vegetal, resultado de la combustión
parcial de ésta. El grado de temperatura en el que se generaría
esta coloración ennegrecida sería menor a 600° C puesto que,
a mayor temperatura, las coloraciones de las piezas, también
en condiciones reductoras, se transformarían en tonos grises y
marrones (Forget et alii, 2015: 86, 89).
Asimismo, un buen número de los fragmentos constructivos de Laderas del Castillo presenta piedras en su composición,
de entre 2,2 y 7,5 cm de largo. Mediante la observación macrovisual, destaca la aparente ausencia de malacofauna en la
composición de los fragmentos, salvo en dos piezas asociadas
a la técnica del amasado en forma de bolas −ver fig. 7.46a−. En
cambio, una parte importante de ellos presenta fragmentos de
materia vegetal carbonizada. En determinados restos se observan
agregados de color blanco en el mortero (fig. 7.21a, fig. 7.23c),
como en algunos procedentes de la UE 31018, interpretada como
de nivelación del Conjunto Estructural A.
c) Improntas constructivas de vegetales y madera
Buena parte de los restos constructivos presentan improntas
de gramíneas, en un número entre 1 y 9, que podemos interpretar como de carrizo, de entre 0,4 y 1 cm de diámetro,
y de caña, de hasta 2-2,3 cm de diámetro. En las improntas de carrizo y cañas se observan, en la mayor parte de los
casos, las estrías paralelas del exterior de sus tallos. Hemos
documentado también algunas improntas de cruces entre cañas en diferentes direcciones.
En algunos ejemplares se identifican improntas paralelas de
carrizo, de 0,8 cm de diámetro y una sección en forma de “cuña”,
que se habría generado al introducirse el barro entre los elementos vegetales paralelos, que se encontraban separados por una
cierta distancia (fig. 7.24b). Además, hemos identificado varias
improntas posiblemente correspondientes a ramas o varas y seis
casos de improntas de troncos, de unos 6 cm de ancho. Dos de
las piezas con improntas de troncos – LC 31025/1 y 31018/4−,
muestran perfiles en ángulo en su cara interna, apuntando al uso
de madera trabajada y seccionada (fig. 7.25).
Ambos fragmentos con improntas de madera trabajada
presentan una cara externa con huellas de alisado. Uno de
ellos muestra también improntas de otros elementos vegetales: caña, carrizo y una posible rama. Estas piezas tienen una
forma característica que puede verse en otros fragmentos de
las mismas UUEE 31018 y 31025, excavadas en 2013, en la
que la superficie externa alisada adopta un perfil ligeramente
cóncavo. La primera de estas UUEE se interpretó como una
capa de nivelación del terreno, bajo el pavimento UE 31006,
asociado al Conjunto Estructural A y en ella se documentaron
un total de 10 fragmentos constructivos de barro, junto con
otros materiales arqueológicos, sobre todo abundantes restos
de cerámica y fauna.
Figura 7.24. Fragmento constructivo
de Laderas del Castillo perteneciente
a una construcción en bajareque. a.
Cara externa con huellas de alisado
manual. b. Cara interna con improntas
de carrizo. LC 31544/1.
Figura 7.25. a. Vista cenital de una impronta de madera trabajada en un resto constructivo de barro hallado en la UE 31025, derrumbe del
Conjunto Estructural C. b. Vista del perfil de la pieza. c. Vista frontal de la impronta del elemento de madera. LC 31018/4.
121
[page-n-135]
Figura 7.26. Cara externa con huellas
de alisado y perfil ligeramente
cóncavo, en dos restos constructivos
recuperados en una unidad
estratigráfica interpretada como de
nivelación del Conjunto Estructural
A. a. LC 31018/3. b. LC 31018/4.
Todos los restos constructivos de barro recuperados en esta
UE presentaban una cara externa alisada e improntas vegetales
en su cara interna, en algunos casos de troncos. La segunda
unidad estratigráfica, UE 31025 −en la que se recuperaron 20
fragmentos de barro asociados a la técnica del bajareque, junto
con la pieza de yeso anteriormente mencionada−, es un nivel
de derrumbe junto al muro UE 32020, formado por un zócalo
de piedra y asociado a diferentes postes de madera equidistantes en su cara exterior. Este muro formaría parte del llamado
Conjunto Estructural C, la estructura de posible planta ovalada
que se habría edificado entre el 2000 y el 1950 cal BC. Por su
parte, cabe señalar de nuevo que la destrucción del Conjunto
Estructural A ha sido datada entre el 1950-1900 cal BC (López
Padilla et alii, 2013).
De acuerdo con esta información contextual, este tipo
de piezas de similar morfología, con caras externas alisadas
(fig. 7.26) y algo cóncavas e improntas de madera trabajada,
habría podido formar parte de la edificación del Conjunto
Estructural C, documentándose en su derrumbe y también
incorporándose en la posterior capa de nivelación asociada
al Conjunto A.
d) Ataduras
Entre los materiales constructivos de barro de Laderas del
Castillo hemos documentado improntas de ataduras de tipo
tallo en cinco piezas (fig. 7.27a). En un caso, se observa lo
que podría ser una impronta de cuerda torsionada uniendo diferentes improntas de caña (fig. 7.27b), aunque la morfología
que presenta la impronta no permite identificar este elemento
con seguridad. Esta pieza procede de un nivel superficial de la
zona I del sector 3.
Además, se observan improntas de cuerda trenzada en un total
de once piezas. Éstas presentan entre 0,5 y 1 cm de ancho y en una
de ellas se observan varias improntas de cuerdas cruzadas entre sí
(fig. 7.28a). Mientras que en la mayor parte de los ejemplares las
improntas de cuerda trenzada se han documentado en fragmentos
que pueden interpretarse claramente como constructivos, cuatro
de ellas aparecen en materiales con una morfología característica
(fig. 7.29a-c), que no atribuimos a restos de partes constructivas.
Dichos elementos de barro fueron recuperados en las UUEE
31001 y 31005, derrumbes asociados al muro UE 32000 del Conjunto Estructural A, en el segundo caso sobre el pavimento UE
31006. En estos mismos niveles de destrucción se han recuperado
algunos fragmentos de barro con aspecto carbonizado. Algunas de
estas piezas se hallaron en el estrato de incendio del Conjunto A,
donde se recuperaron materiales como las dos figurillas de barro
en forma de bóvido (López Padilla et alii, 2018; 2019). Podemos
proponer un origen para estas formas con improntas de cuerdas trenzadas gracias al hallazgo de materiales muy similares en la Lloma
de Betxí (Paterna, Valencia) −ver 7.3.1.4.−, donde la pieza de arcilla
de este tipo se documentó cubriendo una cuerda que estaba dispuesta en torno al cuello de una vasija cerámica (De Pedro, 1990, lám.
IVB; 1998: 306) (fig. 7.29d). Estas formas podrían responder a parte
del sellado de los recipientes aplicando barro en la superficie del
cuello (Francisco Javier Jover, com. pers.), cubriendo cuerdas que
podrían estar sujetando algún tipo de tejido.
Figura 7.27. a. Detalle de posibles
improntas de ataduras de tipo tallo en
la superficie de una impronta vegetal
de sección circular. LC 31005/8.
b. Posible impronta de cuerda
torsionada recorriendo diferentes
improntas paralelas de caña. LC
31500/1.
122
[page-n-136]
Figura 7.28. a. Impronta del cruce de
varias cuerdas trenzadas en un resto
con una impronta de caña y una cara
externa alisada, con varias capas de
enlucido. LC 4. b. Detalle de otro
negativo de cuerda trenzada, sobre
una impronta de caña. LC 10.
Figura 7.29. Fragmentos de barro con
una impronta de cuerda trenzada en
una de sus caras. Presentan dos caras
lisas paralelas y un perfil de tendencia
apuntada y fueron recuperadas en
el nivel de derrumbe del Conjunto
A. a. LC 31005/5. b. LC 31001/7. c.
LC 31005/6. d. Fragmento cerámico
hallado en la Lloma de Betxí
(Paterna, Valencia), con un resto
de arcilla endurecida adherido, que
mostraba la impronta de una cuerda
que habría estado dispuesta en torno a
la vasija (a partir de De Pedro, 1998:
306, lám. XIV).
e) Tratamiento de las superficies:enlucidos y formas de
alisado
La mayor parte de los restos de este conjunto muestran caras
externas y, en su mayoría, alisadas. Mientras que en algunos casos puede considerarse que las huellas de las superficies se corresponden con alisados llevados a cabo con los dedos, observándose
los trazos paralelos de éstos (fig. 7.24a), en un buen número de
piezas se aprecian evidencias de que el alisado se hubiera llevado
a cabo mediante algún tipo de material o instrumento alisador.
Como resultado, se han generado en las superficies trazos muy
finos, ondulantes o en distintas direcciones (fig. 7.30).
Un grupo numeroso de fragmentos muestra capas
diferenciadas de enfoscados y enlucidos (fig. 7.31). En algunas de las capas de enlucido se observan huellas negativas de
vegetales, en tramos de escasa longitud, que habrían sido empleados como estabilizante. Estos revestimientos alcanzan un
grosor de entre 0,2 y 0,4 cm. El análisis de una de estas piezas
con revestimiento de barro −LC 31509/1− mediante microfluorescencia de rayos X indica que está formada sobre todo por
cuarzo y carbonato cálcico, siendo la capa de revestimiento más
homogénea que el material que forma el cuerpo del fragmento
−ver anexo II, Pastor, 2019.
Uno de estos fragmentos con capas de enlucido blanquecinas
y superpuestas, con aspecto carbonizado y afectado por raíces
−LC 11000/549-14− (fig. 7.32), también ha sido analizado
mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose que la
capa que correspondería a un revestimiento posee un elevado
porcentaje de carbonato cálcico, pudiendo tratarse de cal −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Las piezas con este tipo de revestimientos procedían en
su mayoría de los niveles superficiales del yacimiento (fig.
7.21, fig. 7.31), hasta que en 2018 se avanzaron los trabajos
123
[page-n-137]
Figura 7.30. a. Cara externa de
un resto constructivo que muestra
huellas dejadas posiblemente por
el elemento con el que se alisó. LC
7. b. Huellas de alisado en distintas
direcciones. LC 96.
Figura 7.31. a. Fragmento recuperado en superficie en Laderas del Castillo, en el que se observa una capa de enlucido blanquecina. b.
Detalle del enlucido. c. El revestimiento blanquecino del fragmento visto con una lupa binocular. LC 11000/549-2.
Figura 7.32. a. Fragmento
constructivo de barro de aspecto
carbonizado, en el que se conserva
una fina superficie alisada. b. Vista
lateral y de detalle de dicha superficie,
en la que se observan dos capas
sucesivas de color blanco, que habrían
constituido enlucidos. Fotografía
tomada mediante microscopio digital.
LC 11000/549-14.
Figura 7.33. a. Cara externa de un
resto constructivo con distintas capas
de enlucido sucesivas. b. Detalle de la
superposición de capas, de diferentes
tonalidades. LC 109.
124
[page-n-138]
Figura 7.34. Detalle de las capas de
revestimiento de la pieza LC 134
vistas mediante lupa binocular.
de excavación en el Sector 1 y se recuperaron más de 50
nuevos restos constructivos enlucidos. En una de las piezas
−LC 45− puede observarse un resto de revestimiento integrado
en la matriz del fragmento, que habría sido reutilizado e integrado
en un nuevo mortero de barro para construir. En algunos restos
enlucidos se distinguen de forma macrovisual más de 5 capas superpuestas (fig. 7.33), de un máximo de 0,4 cm de grosor, lo que
informa sobre las actividades de construcción y, posiblemente, de
mantenimiento y reparación de las estructuras.
Un tercero de estos fragmentos constructivos con sucesivas
capas de revestimiento −LC 134− (fig. 7.34), con improntas de caña
en la cara contraria, ha sido asimismo analizado mediante microfluorescencia de rayos X. De este modo, se ha podido observar que
estaría formado por carbonato cálcico y yeso. Las capas de coloración rosada contienen oxi-hidróxidos de hierro, así como manganeso y un porcentaje mucho mayor de cuarzo que el presente en el
cuerpo de la pieza −ver anexo II, Pastor, 2019.
f) Huellas dactilares en un fragmento constructivo
Entre los rasgos observables en las superficies externas de los
materiales constructivos de barro de Laderas del Castillo destaca la presencia de huellas dactilares muy bien preservadas (fig.
7.35) en la cara externa de un pequeño fragmento de barro –LC
31531/1−, de sólo 3,5 x 3,2 x 1,5 cm, endurecido y con huellas
de estabilizante vegetal. Esta pieza fue recuperada de forma aislada, en una unidad estratigráfica interpretada como un nivel de
frecuentación, en la zona I del sector 3. Dichas huellas se habrían
correspondido probablemente con el modelado de la superficie
exterior de algún elemento de barro cuya naturaleza, mueble o
inmueble, no podemos determinar con mayor exactitud, pero del
que este resto sería sólo un pequeño fragmento.
La preservación de este tipo de detalles a modo de
impronta en determinadas piezas de barro suscita plantear
cuánto puede llegar a conocerse a partir de estas huellas. En
un trabajo publicado hace ya casi cuatro décadas, Åström y
Eriksson (1980) abordaban de forma específica el estudio de
las huellas dactilares generadas no intencionalmente sobre recipientes cerámicos hallados en contextos arqueológicos. Defendían que el estudio de las huellas dactilares, específicas de
cada persona y cuyo patrón no cambia a lo largo de la vida,
permitía determinar cuestiones como, por ejemplo, con qué
dedos y con qué mano un escriba cogió una tablilla de arcilla
aún húmeda en la Antigüedad. Realizaron un estudio estadístico de huellas dactilares procedentes de materiales de la Edad
del Bronce del Egeo, con el fin de realizar una aproximación
a la diferenciación entre grupos de población a través de ellas.
Afirmaban con rotundidad, entre otras cuestiones, que no era
posible determinar el sexo de la persona a la que perteneció
una determinada huella dactilar (Åström y Eriksson, 1980: 9).
Estudios recientes han puesto de manifiesto que el análisis de
las huellas dactilares sí puede llegar a permitir plantear el sexo
y la edad de la persona que las generó, a partir de la existencia
de anchuras distintas en función del sexo en las crestas papilares de los dedos y de la diferente distancia entre crestas en
la infancia y en la edad adulta (Míguez et alii, 2016). Estas
consideraciones han sido aplicadas al estudio de huellas dactilares del pasado, llamadas paleodermatoglifos, por parte de algunos trabajos (Kamp et alii, 1999; Míguez et alii, 2016; entre
otros). No obstante, son diversas las dificultades y cuestiones
a tener en cuenta a la hora de tratar de identificar la edad y el
sexo a través de estas marcas.
Åström y Eriksson (1980: 20) ya distinguieron que algunas
de las huellas dactilares preservadas, por sus características, no
permitían su estudio, como en el caso de las generadas con los
dedos en movimiento al modelar o arrastrar arcilla. Este parece
ser el caso de, al menos, una parte importante de las huellas
preservadas en la pieza de Laderas del Castillo. Kamp y otros
(1999: 314), insistieron en que la diferencia en la anchura de
estas crestas entre las huellas dactilares de mujeres y hombres
no sería lo suficientemente significativa como para que ésta no
pueda deberse a la edad, el tamaño de la mano o del esqueleto en
general de una persona. En el caso de poder aplicar un análisis
Figura 7.35. a. Resto de barro recuperado en Laderas del Castillo,
en el que se observan huellas dactilares. b. Detalle de estas huellas.
LC 31531/1.
125
[page-n-139]
de paleodermatoglifos a la pieza, la gran variabilidad posible en
las características físicas humanas limita la fiabilidad de los resultados del estudio. Por otro lado, se encuentran las limitaciones de tipo interpretativo, ya que, como señalan Míguez y otros
(2016: 157) tras analizar diferentes huellas dactilares preservadas en un fragmento cerámico de la Edad del Bronce y proponer
sexo y edad para la persona a la que corresponderían, no se tiene
absoluta certeza de que esas huellas pertenezcan en exclusiva a
quien la manufacturó y no, por ejemplo, a otra persona que la
tocara antes de su total secado.
En el caso que nos ocupa, la conservación de estos
rasgos singulares en un resto constructivo de barro no parece
que pueda suponer un acercamiento real al “agente” individual
que participó en las actividades constructivas en este asentamiento, valiéndose de la tierra como material constructivo.
De todos modos, en el caso de poder determinar en la pieza un posible sexo y edad, sólo nos encontraríamos ante un
caso puntual, no extrapolable al resto de agentes que habrían
desempeñado los trabajos de construcción en el enclave, cuyo
sexo y edad no podemos conocer, al igual que no conocemos
quiénes habrían desempeñado estas actividades en otros asentamientos argáricos. En cualquier caso, en lo referente a esta
pieza concreta, la persona a quien hubieran pertenecido estas
huellas dactilares pudo ser, o no, la misma que realizara otros
elementos singulares presentes en este mismo fragmento, que
desarrollamos a continuación.
g) Nuevos ejemplos de motivos pintados en materiales
constructivos argáricos
La pieza comentada para el caso de las huellas dactilares presenta
también motivos pintados, por lo que supone el tercer caso que
conocemos por el momento en el ámbito argárico de pintura en
fragmentos constructivos de barro. Como se ha adelantado más
arriba, este elemento se recuperó durante las excavaciones del
año 2015 en la zona I del sector 3, muy afectado por la erosión
en la ladera. Fue hallado en la UE 31531, un estrato blanquecino,
con presencia de cenizas y carbones, interpretado como un nivel
de frecuentación y fue el único resto de material constructivo de
barro recuperado en esta unidad (López Padilla et alii, 2015: 14).
Las estructuras construidas asociadas al contexto arqueológico en
el que se hall (López Padilla et alii, 2015: 18).
Los motivos representados que se han identificado son,
por un lado, al menos dos puntos o lunares, de unos 0,2 y
0,3 cm de diámetro, de contorno muy definido y que presentan un color marrón rojizo o rojo oscuro (fig. 7.36). Habrían
sido dispuestos posiblemente alineados, estando separados
entre sí por una distancia de 0,5 cm. La superficie de barro del
fragmento donde se ubican los motivos pintados y que cuenta
con las huellas dactilares, fue modelada pero no se encuentra
revestida y presenta diferentes tonalidades, desde el marrón
claro-amarillento al anaranjado y rosado. El análisis de esta
pieza mediante microfluorescencia de rayos X indica que la
zona de color marrón claro está formada principalmente por
Figura 7.36. a. Fragmento de barro
de Laderas del Castillo que presenta
puntos pintados en su superficie. b.
Detalle de los motivos pintados. LC
31531/1.
Figura 7.37. Diferentes vistas de
la pieza pintada de Laderas del
Castillo donde se observan las
líneas que recorren su superficie.
LC 31531/1.
126
[page-n-140]
Figura 7.38. Detalles de la
superficie pintada de la pieza LC
31531/1 vistos mediante lupa
binocular.
cuarzo y carbonato cálcico, junto con otros componentes,
entre los que se encuentra la hidroxiapatita, obteniéndose de
la zona de color rosado resultados muy similares. Esto apoyaría la idea de que las coloraciones distintas de esta superficie
no se deben a la aplicación de algún tipo de sustancia que le
confiriera estos colores. Como parte de la composición de los
motivos pintados en forma de puntos se observan óxidos de
cinc, de fósforo, oxi-hidróxidos de hierro y manganeso −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Las distintas coloraciones de la superficie del fragmento
podrían relacionarse con que éste haya sido afectado por el fuego. En torno a los 500°C, las partículas de hierro presentes en la
mezcla de barro comienzan a oxidarse y a tomar una coloración
rojiza o anaranjada (Stevanović, 1997: 366; Kruger, 2015: 887).
Las coloraciones rojo oscuro se relacionan con la combustión
en condiciones oxidantes a partir de 800°C (Forget et alii, 2015,
figs. 9, 10). No obstante, en la pequeña superficie conservada
se observan también una serie de líneas pintadas muy finas, de
0,25 mm, de un tono rojo más claro que el de los puntos, que
realizan un recorrido ondulante y llegan a conectar también con
los puntos y a éstos entre sí (fig. 7.37). Llama la atención que,
a su paso por los puntos, una de estas líneas delimita las zonas
de distintas tonalidades presentes en esta superficie de la pieza
(fig. 7.36, fig. 7.38).
Por otro lado, la campaña de excavación de 2018 ha
proporcionado dos nuevos posibles ejemplos de restos constructivos pintados. Además de una probable mancha de color
rojo en el extremo de la superficie alisada de un fragmento
Figura 7.39. a. Cara externa y alisada de un resto constructivo, en la que se observa una línea roja, posiblemente pintada. b. Detalle del
motivo pintado, una línea con recorrido horizontal en el centro de la imagen. LC 2.
127
[page-n-141]
Figura 7.40. Motivos pintados hallados en La Almoloya (Pliego, Murcia) (a partir de Lull et alii, 2015d: 101).
−LC 85−, el caso más destacado sería una línea, también de
color rojo oscuro, trazada en la superficie alisada de otro bloque (fig. 7.39). Este posible motivo lineal mide 7 cm de largo,
con un grosor que varía, a lo largo de su recorrido, entre 0,25
y 1 mm. Este grosor se debería a la diferente presión ejercida
durante su realización, mediante el instrumento que se habría
utilizado a modo de pincel para trazar la línea. Al igual que
en la pieza pintada anterior, este motivo presenta unas dimensiones muy reducidas y se realizó sobre una superficie que
presenta coloraciones distintivas, amarillentas y rosadas. El
fragmento con este posible resto de pintura −LC 2− ha sido
analizado mediante microfluorescencia de rayos X, apuntándose un predominio del yeso en la composición del cuerpo de
la pieza, mientras que en la capa externa alisada se detectan
unos mayores niveles de carbonato cálcico, junto al yeso −ver
anexo II, Pastor, 2019.
El caso más conocido hasta el momento en el mundo
argárico del empleo de motivos pintados en restos constructivos
lo constituye La Almoloya (Pliego, Murcia). En este enclave
se han hallado restos constructivos pintados en el gran edificio
H9E −ver fig. 7.14b−, dotado de un notable carácter singular,
acondicionado y revestido con barro en sus alzados, pavimentos
y banco corrido. En la pequeña estancia anexa al mismo, en
un nivel estratigráfico inferior al del uso de esta construcción,
interpretada como una gran sala de reunión (Lull et alii, 2015d:
81), fue donde se hallaron fragmentos de barro enlucidos que
presentaban variados motivos pintados de color rojo: líneas,
triángulos continuos, motivos figurativos y lunares (Lull et alii,
2015d: 100-101) (fig. 7.40).
A ellos habría que añadir la mención a una franja pintada
de color rojo de 10 cm de grosor en el revestimiento interno de
una edificación en Cabezo Gordo o de la Cruz (Totana, Murcia) (Ayala, 1986: 332; 2001: 154). Fuera del ámbito argárico,
los casos conocidos de motivos pintados durante la Edad del
Bronce también son escasos, contando con el citado hallazgo en
Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) de revestimientos
128
pintados con franjas rojas (Gusi y Olària, 2014: 65, 74-75).
Fuera de nuestro marco de estudio, fragmentos constructivos
de barro pintados con puntos de color rojo fueron hallados por
ejemplo en Wennungen (Burgenlandkreis, Alemania) (Knoll,
2016; 2018), yacimiento datado en el Bronce final o inicios de
la Edad del Hierro.
En el caso de los lunares pintados de La Almoloya, a
partir de las imágenes publicadas de los mismos, puede estimarse un grosor de en torno a 1 cm. En el caso de la pieza
de Laderas del Castillo, el grosor de los puntos conservados
es menor, en torno a 0,25 cm. Parece tratarse de puntos dispuestos en una línea, o de una línea de puntos, como también
se documentó en los restos pintados de Wennungen (Knoll,
2016: 29, fig. 42, 43; 2018). En Wennungen se distinguieron
puntos de dos tamaños diferentes, siendo la mayoría de los
lunares clasificados como de pequeño tamaño, con dimensiones variables, aunque en torno a unos 0,40 cm, y documentándose unos pocos puntos más grandes, de alrededor
de 1 cm de grosor (Knoll, 2016, fig. 43). En este conjunto,
a nivel ornamental se considera que el punteado se había
empleado, más que como motivo decorativo central, como
relleno en el interior de otros motivos pintados de mayor
tamaño (Knoll, 2016: 29).
h) El uso del amasado en forma de bolas
en Laderas del Castillo
Entre los restos constructivos de barro recuperados en el yacimiento
argárico de Laderas del Castillo se encuentran un total de 117 piezas que se corresponden con la aplicación de la técnica constructiva
del amasado de barro dispuesto en forma de unidades individualizadas que, por su morfología más o menos ovalada, podemos denominar bolas. Por desgracia, prácticamente todas ellas han sido
halladas fuera del que habría sido su contexto original.
En un primer momento, advertimos la aparente presencia
de esta técnica en el enclave durante las campañas de 2016 y
2017, cuando una decena de estas piezas fueron recuperadas en
[page-n-142]
Figura 7.41. Fragmentos de
barro de Laderas del Castillo
correspondientes a la técnica
constructiva del amasado en forma
de bolas. Recuperadas en superficie:
a. LC SUP 5. b. LC SUP 1. c. LC
11000/549-11. d. Fragmento de
posible bola de barro amasado
hallada en la UE 31005, derrumbe
del Conjunto A. LC 31005/10.
Figura 7.42. Imágenes de la pieza
LC 11000/549-11 mediante lámina
delgada.
superficie (fig. 7.41a-c), a lo que se añadió la identificación de
tres piezas de la UE 31005 (fig. 7.43), un derrumbe del Conjunto Estructural A, como pertenecientes a esta técnica constructiva. Todas ellas presentaban huellas de tallos largos de
vegetales, posiblemente paja, y formas ovaladas. Los fragmentos procedentes de la superficie del yacimiento muestran una
consistencia más dura y un tamaño menor que los tres restos
recuperados en el derrumbe del Conjunto A. Además, se encuentran afectados por raíces.
Uno de estos elementos de barro asociados a la técnica del
amasado de barro en forma de bolas −LC 11000/549-11− (fig.
7.41c) ha sido analizado mediante microfluorescencia de rayos X, mostrando una composición fundamentalmente a base
de cuarzo y carbonato cálcico −ver anexo II, Pastor, 2019−.
Además, en lámina delgada se observa que su composición
es homogénea, de matriz arcillosa y compacta, en la que se
observan bandas de sedimentación en una misma dirección y
de distintas coloraciones, que apuntarían a que el material que
129
[page-n-143]
Figura 7.43. Restos de barro que
pueden asociarse a la técnica del
amasado en forma de bolas, hallados
en la UE 31005. a. LC 31005/4.
Nótese la presencia de dos improntas
negativas en ella, de caña y carrizo
(parte inferior de la imagen). b. LC
31005/9.
Figura 7.44. Piezas correspondientes
a la técnica del amasado en forma de
bolas, halladas en la UE 11041. a. LC
5. b. LC 6.
Figura 7.45. a. Vista lateral de una
de las unidades de barro amasado,
con huellas de vegetales largos en la
superficie. b. Fotografía de su perfil
fragmentado, donde se observa que
los vegetales se encuentran en torno
a la superficie y no en todo el cuerpo
interno. LC 30.
Figura 7.46. a. Detalle de la matriz
de barro de un fragmento de bola,
donde se observa un ejemplar de
malacofauna. LC 37. b. Vista de una
impronta de caña en una de las bolas
de barro. LC 26. c. Impresión de
huellas dactilares en la superficie de
una de estas piezas. LC 68.
la compone no se hubiera mezclado demasiado −ver 3.2.2−.
Contiene partículas de mayor tamaño y formas angulares,
desigualmente distribuidas y en su estructura se observan
vénulas3 (fig. 7.42).
3
130
Agradecemos a Isidro Martínez Mira la ayuda proporcionada en la
interpretación de los resultados.
Las posibles bolas de barro recuperadas en la UE 31005
presentan unas dimensiones de entre 8 x 6 x 4,5 cm y 15 x 16 x
10 cm. Llamó la atención que una de las piezas –LC 31005/4−
presentaba una superficie regularizada y dos improntas de
carrizo y caña (fig. 7.43a). En tres de los posibles restos de bolas
de barro hallados en superficie también se documentaron improntas de caña, de entre 1,5 y 2 cm de diámetro, además de otro
caso de superficie regularizada en una de ellas.
[page-n-144]
Figura 7.47. a. Bola de amasado de barro que presenta restos de enlucido. b. Detalle lateral de la capa de enlucido. c. Cara contraria de la
pieza, que contiene un gran resto cerámico (parte superior de la imagen). LC 64.
Figura 7.48. a. Vista frontal de la
estructura, pendiente de excavación,
construida con una combinación
de piedras y unidades de barro
amasado con vegetales largos. b.
Detalle del enlucido conservado de
esta estructura, que cubría tanto a
sus componentes de piedra, como
a las unidades de barro amasado
(fotografías de Juan Antonio López).
Las excavaciones de 2018 permitieron confirmar el
empleo de la técnica del amasado de barro en forma de unidades
individualizadas o bolas en este yacimiento argárico. Nuevas
piezas representativas de esta técnica, un total de 103, fueron
documentadas en diferentes UUEE de distinta naturaleza del
sector 1: reutilizadas en el interior de la estructura construida
con materiales de desecho UE 12018 −ver fig. 7.20b−; presentes
en el interior de fosas de expolio; piezas visibles en el perfil, e
incluso halladas sobre un pavimento o en el nivel de nivelación
de un pavimento, mostrando una coloración ennegrecida, resultado de procesos de combustión (fig. 7.44b).
De los más de un centenar de restos constructivos de amasado
en forma de bolas hallados durante las excavaciones de 2018, han
sido objeto de un estudio específico un total de 44 piezas. Una
parte se encuentran muy endurecidas, mientras que otras presentan una consistencia media. Con un contorno en su mayoría ovalado, presentan unas dimensiones entre 3 x 6 x 3 cm y 14,5 x 12
x 8 cm. En todas ellas se observan huellas de vegetales largos en
sus superficies, con los que se habría mezclado el barro durante
el amasado de las unidades. La ubicación mayoritaria de estas
huellas de vegetales en la parte más externa de las piezas (fig.
7.45) apunta a la forma en la que se habría mezclado el barro
con la materia vegetal, posiblemente tomando primero el barro
y envolviendo las unidades con los vegetales, quedando éstos en
torno a ellas, en la parte más superficial de las unidades.
Entre estas evidencias del amasado de barro en forma de
bolas de Laderas del Castillo, son pocas las que presentan rehundimientos claros en sus superficies, en comparación con
los restos constructivos de esta técnica hallados en Caramoro
I −ver fig. 7.72, fig. 7.77−, lo que puede indicar que las unidades
de barro se produjeron o dispusieron de manera algo diferente, posiblemente con un grado menor de humedad. Respecto a
su composición, a nivel macroscópico se observan piedras en
algunas de ellas, de incluso hasta 4,5 cm de largo. Buena parte de ellas, procedentes de diferentes contextos estratigráficos,
presentan restos de carbón. En dos casos se identificó un ejemplar de malacofauna formando parte de la mezcla amasada (fig.
7.46a) y también, en otros dos casos, restos de cerámica, de hasta 5,8 cm de largo (fig. 7.47c). En una de las piezas se observa
lo que parece ser la impresión de huellas dactilares (fig. 7.46c),
que se habría generado durante el amasado.
Respecto a la aplicación de esta técnica constructiva, es muy
relevante que cinco de estas bolas cuentan con entre una y tres
improntas paralelas, de hasta 1,2 cm de diámetro, de elementos
vegetales como carrizo y caña (fig. 7.46b). Esto refuerza la hipótesis, apuntada previamente con los hallazgos de campañas anteriores, de que estas unidades amasadas no sólo se aplicaran uniéndose entre ellas, unas junto a otras, sino también sobre carrizo y
caña. Por otro lado, como también se había planteado con algunas piezas de campañas anteriores que presentaban una superficie
alisada, en Laderas del Castillo estructuras o partes estructurales
construidas con estas unidades habrían recibido un acabado, alisándose e incluso revistiéndose, como muestra que cuatro casos
de bolas recuperadas en 2018 presentaban restos de enlucido (fig.
7.47a y b).
Además, durante la campaña de 2018 también salió a la
luz, en una zona aún pendiente de excavación, parte de un
muro que habría sido construido con una combinación de
131
[page-n-145]
piedras y unidades de barro amasado, conservándose restos de
un enlucido (fig. 7.48) que cubría a ambos tipos de materiales
que conformaban el cuerpo de dicha estructura.
i) Estructuras de barro amasado y elementos muebles
Entre los restos de barro endurecido de Laderas del Castillo,
aproximadamente una quincena podría haber formado parte de
alguna estructura de actividad. En su mayoría presentan bordes o esquinas alisadas, incluso enlucidas. Todas estas piezas
presentan huellas de estabilizante vegetal. En dos casos se observan improntas de caña en su interior, apuntando a que seguramente se utilizó un armazón vegetal para construir la instalación. La mayor parte de estas piezas se han recuperado durante
las excavaciones de 2018. Entre ellas cabe resaltar una pieza en
forma de esquina (fig. 7.49), con un enlucido grueso de 0,4 cm,
que además parece haber sido conformada mediante la técnica
del amasado en forma de unidades individualizadas o bolas.
El uso del amasado de barro en forma de unidades para construir estructuras de actividad en Laderas del Castillo puede plantearse no sólo a partir del estudio de algunas piezas, sino también
por el hallazgo de lo que sería el remate en forma curva de una estructura todavía pendiente de excavación, que ha quedado a la vista
durante la campaña de 2018. Este remate parece estar formado a
partir de unidades individualizadas de barro amasado con vegetales,
habiendo sido modelado, alisado y enlucido (fig. 7.50).
Por otra parte, entre los restos de barro de Laderas del
Castillo destaca un elemento mueble, una pieza esférica hallada
en la campaña de excavación de 2017, en la UE 11015. Presenta
un diámetro de 1,8 cm y un peso de 6,77 g. La superficie se
encuentra alisada y presenta una coloración marrón y ennegrecida
(fig. 7.51), con pequeños restos carbonizados. Este elemento
cuenta con una base ligeramente plana.
En la Prehistoria de la península ibérica, puede decirse que
este tipo de materiales arqueológicos, pequeñas esferas de barro,
han sido objeto de escasa atención, sobre todo en lo referente a
cronologías previas a la Edad del Hierro. No obstante, su presencia podría ser más frecuente de lo que en principio podría pensarse. Hasta donde tenemos constancia, podría plantearse que estos
objetos aparecen sobre todo a partir del II milenio BC en algunos
yacimientos del área del Levante y sureste peninsular.
En su obra de referencia Las primeras edades del metal en el
sudeste de España (1890), H. y L. Siret recogen, entre los materiales hallados en el yacimiento de El Argar (Antas, Almería), la
presencia de dos esferas de arcilla de escaso diámetro y descritas
como ligeras (Siret y Siret, 1890, lám. 24, nº 77, 78) (fig. 7.52a).
Fruto de investigaciones más recientes, se menciona la presencia de una bola de arcilla en el yacimiento argárico de Peñalosa
(Baños de la Encina, Jaén) (Alarcón, 2010: 815).
Una esfera de barro muy similar a éstas fue encontrada
en la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia), en el nivel I de la
Habitación I, junto con dos discos de barro endurecido de un
tamaño poco mayor (De Pedro 1998: 29, 52, 63, fig. 26, núm.
1-3), donde también se habría hallado una pieza con una forma aproximada de cono, perforada en un extremo y con un
reborde aplanado en el extremo contrario. Entre otros casos de
hallazgo de esferas de barro se encontraría el de El Tomillar
(Bercial de Zapardiel, Ávila), yacimiento con una cronología
entre finales del Calcolítico e inicios de la Edad del Bronce,
Figura 7.49. a. Vista cenital de una
pieza en forma de esquina enlucida,
conformada mediante barro y
vegetales. b. Vista lateral de la
esquina, donde también se observa
una de las grandes piedras que
formaban parte del mortero. LC 60.
Figura 7.50. a. Vista lateral del remate curvo de una estructura de barro amasado, posiblemente formado a partir de unidades individualizadas. b. Detalle del lateral de la superficie que conserva enlucido. c. Vista cenital (fotografías de Juan Antonio López).
132
[page-n-146]
Figura 7.51. Diferentes vistas de la
bola de arcilla hallada en Laderas del
Castillo. LC 11015/164.
Figura 7.52. a. Dibujo de dos esferas de arcilla halladas en El Argar (Siret y Siret, 1890, lám. 24, nº 77, 78). b. Esferas de arcilla de Orpesa
La Vella (Gusi y Olària, 2014: 219, Foto 62). c. Conos de arcilla de Orpesa La Vella (Gusi y Olària, 2014: 219, Foto 62).
en torno al 2300-2000 cal BC (Fabián, 1995: 99, 101). En el
interior de fosas se hallaron diversos fragmentos de barro,
incluido morillos “de cuernos” y una “bola de barro cocido”
(Fabián, 1995: 75, 93, fig. 26). No obstante, destaca el hallazgo de Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón), donde se
recuperaron casi 350 pequeñas esferas y 20 piezas en forma de
cono (fig. 7.52b y c), con ocre rojo en su composición. Respecto a la función que podrían haber tenido estos objetos, se ha
propuesto que pudiesen estar asociados a la contabilidad, en
relación con la producción metalúrgica (Gusi y Olària, 2014:
214-216, 219, figs. 102, 102). En Cabezo Redondo se recoge
el hallazgo de un cono de barro con la base cóncava en el
departamento XVIII, aunque éste mide 10,5 cm de alto (Soler
García, 1987: 87, 111, fig. 40, lám. 55. 4).
En asentamientos de la Edad del Bronce también se han
hallado pequeñas piezas esféricas de piedra, como las que aparecen, junto con otras formas figuradas, en Cabezo Redondo
(Soler García, 1987: 106, lám. 50) o la documentada en Caramoro I (Francisco Javier Jover, com. pers.) −ver 7.1.1−. Otra
de las pequeñas esferas de piedra conocidas en contextos de la
Edad del Bronce apareció en un enterramiento infantil de Motilla del Azuer (Daimiel, Ciudad Real), junto con otros pequeños
objetos de barro, como pequeños vasos y fichas, interpretados
en conjunto como juguetes (Nájera et alii, 2006).
En la península ibérica, las esferas de arcilla parecen ser más
frecuentes durante la Edad del Hierro, apareciendo en contextos
funerarios (por ejemplo, Almagro et alii, 2006: 133). Un interesante grupo de esferas de arcilla, tanto lisas como decoradas,
así como de piedra, se recogen en el catálogo del Gabinete de
Antigüedades de la Real Academia de la Historia, aunque se
desconoce su procedencia (Almagro et alii, 2004: 378-381). Se
les atribuye una cronología de finales de la Edad del Hierro,
del siglo IV-III BC en el caso de las lisas y del siglo III al I
BC para las esferas decoradas, considerándose comunes en la
zona del Alto Ebro y cuenca central del Duero, especialmente en
territorio de los vacceos (Sanz Mínguez, 1998: 341-345).
Las funciones que han sido propuestas para las esferas de
arcilla son muy diversas, teniendo en cuenta aspectos como su
tamaño o si se encuentran decoradas o no, desde su empleo como
fichas, con una finalidad lúdica, contable −tokens− o como referencia para pesos y medidas (Atalay, 2005: 155), hasta la conducción del calor para el cocinado de alimentos (Stevanović, 1997:
343) o el calentamiento de estancias, en el caso de las piezas más
grandes. En este sentido, nos resulta de especial interés considerar
que la forma esférica es una de las que pueden adoptar los objetos identificados como tokens, pequeñas fichas relacionadas con
la contabilidad, por lo general hechas de arcilla y que presentan
diferentes formas geométricas −cónicas, aplanadas, etc.−, identificadas desde el VIII milenio BC en el Próximo Oriente (Schmandt-Besserat, 1997; Niemi, 2016; entre otros), en yacimientos
como Çatalhüyük (Konya, Turquía) (Bennison-Chapman, 2013).
En este yacimiento se han documentado multitud de piezas esféricas, de un diámetro de entre 0,9 y 2,6 cm, mayoritariamente
sin decoración, que presentan superficies alisadas (Atalay, 2005).
En Chogha Mish II (Juzestán, Irán), en contextos de la segunda
mitad del IV milenio BC, las esferas de arcilla se vinculan a una
función contable y a actividades administrativas, hallados junto
con otros materiales, interpretados como tokens, sellos de arcilla
y tablillas y, en este caso, las esferas cuentan con representaciones
figurativas en sus superficies (Alizadeh, 2008: 27).
133
[page-n-147]
Valoración
Este estudio ha proporcionado diferentes datos de gran importancia
relativos a las actividades constructivas y a los usos del barro en Laderas del Castillo, un asentamiento muy alterado por factores de tipo
postdeposicional, sobre todo por los procesos erosivos de ladera. En
él, los espacios excavados han permitido identificar diferentes estancias, que no obstante se encuentran sólo parcialmente preservadas.
Los fragmentos constructivos recuperados pertenecen a construcciones asociadas a distintas cronologías y una parte importante de
ellos proceden de niveles superficiales.
En estas estructuras edificadas sobre aterrazamientos en la
superficie inclinada de la ladera se emplearon como materiales
constructivos la tierra, diferentes especies vegetales, destacando
la caña, el carrizo y la madera, además de la piedra. En cuanto a
las especies vegetales, las más representadas en los análisis antracológicos realizados sobre el asentamiento son el pino carrasco (Pinus halepensis) y el taray (Tamarix sp.) (Carrión y Pérez
Jordà, 2014). La tierra fue estabilizada al menos con materia vegetal, algo observable en buena parte de los restos constructivos
recuperados en este enclave. En la mezcla de tierra utilizada como
material de construcción quedaron incorporados otros materiales
presentes en el asentamiento, como frutos, que habrían dejado
una huella negativa circular en los morteros.
La materia vegetal se habría utilizado para la construcción de
las estructuras de Laderas del Castillo, además de con otras funciones, para la producción de cuerdas utilizadas como ataduras en
las mismas. Las gramíneas, como la caña y el carrizo, parecen haberse utilizado mediante la técnica constructiva del bajareque ya
en los momentos más antiguos de la ocupación del área excavada.
Encontramos evidencias indirectas de su uso, a partir de improntas, en restos constructivos de barro en las estructuras datadas en
torno al 2000-1950 cal BC, el llamado Conjunto Estructural C.
Un uso que se habría combinado con el empleo de madera trabajada en las mismas partes de esa edificación. No obstante, la caña
y el carrizo se habrían aplicado también en el marco de la técnica
del amasado en forma de bolas (fig. 7.53), como apuntan las improntas de estas plantas en algunas de las piezas amasadas. Este
es un rasgo del que no conocemos, por el momento, paralelos en
otros yacimientos de nuestro marco de estudio.
A esta ocupación temprana de Laderas del Castillo se
asocia también el alisado de las superficies de barro, que reviste
troncos, cañas y carrizo, no sólo con los dedos, sino también
posiblemente mediante algún tipo de material o instrumento
alisador. Este tipo de finos surcos han podido observarse asimismo en los materiales constructivos de La Torreta-El Monastil y
Les Moreres. En cambio, no han sido identificados en los otros
conjuntos materiales de cronología argárica abarcados en esta
investigación, los de Cabezo Pardo y Caramoro I.
Además, diferentes evidencias documentadas en este
estudio, en forma de agregados de color blanco en los fragmentos de barro y, sobre todo, de enlucidos blanquecinos y de
considerable dureza observables en estos restos constructivos,
plantean la posibilidad de que se hubiera empleado cal antrópica
u otro material similar en las construcciones del asentamiento.
En este sentido, cabe tener presente que el empleo de cal en
enlucidos se ha apuntado en el asentamiento argárico de Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii, 2014; Jover et alii, 2016c).
Respecto a Laderas del Castillo, la información proporcionada
durante el estudio macrovisual de un buen número de elementos
constructivos con los enlucidos descritos, junto a los análisis
microscópicos realizados, que han apuntado una composición a
base de carbonato cálcico en las tres muestras diferentes abordadas mediante microfluorescencia de rayos X, permiten plantear
el posible uso de cal antrópica en este enclave.
Las evidencias de la acción del fuego, seguramente debida
a episodios de incendio de las estructuras, puede observarse en
los restos constructivos, pudiendo relacionarse con las piezas
ennegrecidas y de aspecto carbonizado, resultado de combustiones que no habrían superado los 600 ⁰C (Forget et alii, 2015:
86, 89), como las recuperadas en los derrumbes del Conjunto
Estructural A. Entre los restos constructivos ennegrecidos se
encuentran también piezas resultantes del amasado de barro en
forma de bolas. La acción del fuego también puede plantearse
en las dos piezas que preservan evidencias de pintura de color rojo oscuro, aplicada sobre una superficie de barro alisada a
mano y que muestra coloraciones diversas, que abarcan desde el
amarillento al anaranjado y rojizo.
Así, entre las importantes aportaciones del estudio de los
restos constructivos de barro de Laderas del Castillo se encuentra
el hallazgo de nuevos ejemplos de motivos pintados, de coloración
rojiza y representando puntos y líneas. Los casos documentados
son muy escasos y de pequeño tamaño, aunque remiten a los interesantísimos hallazgos del asentamiento de La Almoloya (Pliego, Murcia). Cabe recordar que el ejemplar pintado con puntos y
líneas ondulantes de Laderas del Castillo se asociaría, de acuerdo
Figura 7.53. Izda. Distribución
de los restos de barro de Laderas
del Castillo en función de su
interpretación. Dcha. Clasificación de
los fragmentos por técnicas.
134
[page-n-148]
con los datos estratigráficos, a los inicios de la ocupación argárica
del enclave. Las dificultades que han caracterizado a su identificación permiten tomar conciencia acerca de que las reducidas evidencias de este tipo de las que tenemos constancia pueden ser sólo
una parte muy pequeña de la realidad original.
En relación con esto, es importante considerar una
investigación reciente (Knoll et alii, 2013; Knoll, 2016; 2018),
que ha mostrado cómo las coloraciones que se observan en los
revestimientos pintados prehistóricos no son necesariamente las
tonalidades que presentaban los pigmentos originales. La causa de ello es la acción del fuego, que es también el principal
factor que permite su conservación. Los pigmentos generados
con sustancias orgánicas, por lo general vegetales, como el carbón, no suelen conservarse, observándose sólo los pigmentos
de origen mineral. Por otro lado, los pigmentos minerales con
contenido en hierro, que pueden presentar diferentes coloraciones, con la acción del fuego en condiciones oxidantes adoptan
una tonalidad roja y, en condiciones reductoras, diferentes tonos
entre el anaranjado y el marrón rojizo (Knoll et alii, 2013: 313).
De esta manera, es necesario considerar que el fuego habría podido transformar el color o los colores originales de los pigmentos aplicados en Laderas del Castillo, en cuya composición se
han identificado los oxi-hidróxidos de hierro.
Por otro lado, destaca la relevancia del hallazgo de materiales
constructivos de barro que han permitido documentar el uso en
Laderas del Castillo de la técnica constructiva del amasado en
forma de bolas. Esta técnica de construcción con tierra ha sido
constatada por primera vez para un asentamiento argárico en
Caramoro I (Pastor et alii, 2018) −ver 7.1.1−. En Laderas del
Castillo, los fragmentos de este tipo analizados en esta monografía se han documentado en superficie, en diferentes UUEE
del Sector 1 y en el derrumbe del Conjunto Estructural A, en la
UE 31005. Se trata de unidades de barro amasado mezcladas
con materia vegetal, posiblemente paja. En este enclave, algunas de las piezas que evidencian esta técnica presentan unos
rasgos que no se han observado en los restos de Caramoro I.
Son las caras alisadas y enlucidas y las improntas de elementos
constructivos vegetales, como cañas y carrizo.
Estas características no suelen asociarse a los materiales
resultantes del empleo del amasado de barro en forma de bolas e
incluso podrían parecer incompatibles con ella, si siguiéramos el
esquema básico de su ejecución recogido en buena parte de la bibliografía (Wright, 1985; Houben y Guillaud, 1994; Minke, 2001),
donde sólo de manera excepcional se recoge la aplicación de unidades de barro amasado en combinación con elementos vegetales
y de madera (Mileto et alii, 2011: 198). Sin embargo, bastaría el
empleo de las bolas amasadas de barro sobre una estructura lígnea
o de cañas para generar estas improntas, así como su alisado para
que presentaran caras externas. Esto sólo supondría nuevas formas de aplicar estos elementos, centrales en la construcción con
amasado en forma de bolas, en combinación con otros materiales,
preexistentes o añadidos y su posterior alisado. No contamos con
ejemplos claramente documentados de la constatación de esta forma de construir en contextos de la Prehistoria reciente peninsular.
No obstante, en este sentido, elementos constructivos de barro que
habrían sido amasados se han documentado en estructuras negativas en Can Roqueta (Sabadell, Barcelona), datados en el Bronce
inicial. Estas piezas, interpretadas como módulos hechos a mano,
que podrían haber sido empleados de forma apilada para levantar
muros, mostraban caras redondeadas y, en algún caso, improntas
de caña (García López y Lara Astiz, 1999: 197-198, fig. 95), aunque se ha apuntado que podría tratarse también de adobes hechos
a mano (Belarte, 2002: 35).
En cualquier caso, el conjunto de las evidencias materiales
recuperadas del amasado de barro en forma de bolas en Laderas del Castillo apunta a un empleo de la técnica en este asentamiento de forma diversa y versátil. La puesta en práctica de
esta forma de construir se aleja de la imagen uniforme que se
desprende, como ya se ha comentado, de buena parte de los trabajos existentes que recogen dicha técnica, de por sí escasos
y donde observamos una puesta en obra determinada y en solitario de las unidades amasadas. En Laderas del Castillo, las
piezas se habrían dispuesto de distintas maneras y junto con
distintos materiales, no sólo unas con otras, sino también combinadas con piedras, conformando posiblemente muros y sobre
elementos vegetales como carrizo o cañas, pero también para
realizar estructuras de actividad y siendo alisadas y revestidas,
tanto en el caso de los posibles alzados como de las estructuras
de equipamiento de las edificaciones.
De este conjunto de usos y asociaciones entre materiales,
sólo la combinación de las bolas de barro amasadas con la
piedra se ha identificado también en Caramoro I. Asimismo,
la aplicación de la técnica en ambos asentamientos tiene en
común la presencia de malacofauna y piedras en el mortero
con el que se modelaron las unidades amasadas, así como
de materiales reutilizados, como restos carbonizados y fragmentos de cerámica. En este sentido, Laderas del Castillo es
un asentamiento donde se plasman de forma clara y variada
las prácticas de gestión de los desechos y su reutilización en
las actividades constructivas. En este enclave, destacaría la
combinación de vertidos y de reutilizaciones de los materiales de carácter sólido, como la piedra, el barro endurecido
y la cerámica, que fueron documentados en el cuerpo interior del banco UE 12018. Algo que no ha sido documentado
hasta el momento en Laderas del Castillo son improntas de
cuerdas en las bolas amasadas, de lo que existen indicios en
Caramoro I −ver 7.1.1.
Por último, en este asentamiento argárico se identifica
también el uso del barro en la elaboración de instalaciones o
estructuras inmuebles, de lo que se conservan fragmentos, como
bordes, y que en parte habrían estado también revestidas. La
mezcla para realizarlas se habría estabilizado con vegetales,
al igual que la empleada en la construcción de las estancias.
Asimismo, se conocen distintos ejemplos de fabricación de elementos muebles con barro, representados por la pieza esférica
mostrada y, sobre todo, por las figurillas halladas representando
bóvidos (López Padilla et alii, 2018; 2019).
Cabezo Pardo
Introducción al yacimiento
El yacimiento arqueológico de Cabezo Pardo (San Isidro/Granja
de Rocamora, Alicante) (López Padilla y Ximénez de Embún,
2012; López Padilla, 2009; 2014;) se encuentra situado en la
cima y parte de la ladera de uno de los cerros del paraje denominado Cabezos de los Ojales o de Las Fuentes. Este cerro, en
su parte superior compuesto de rocas calcáreas, presenta una
escasa altura sobre el nivel del mar y permite una amplia visibilidad sobre la actual Vega Baja del Segura. En él se llevaron
135
[page-n-149]
Figura 7.54. a. Planta de las estructuras correspondientes a la fase I de Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante).
b. Estructuras de la fase II, adosadas y en torno a una calle (López Padilla, 2014: 89, fig. 2; 97, fig. 12).
Figura 7.55. a. Planta de los
edificios L, M y N de la fase II
de Cabezo Pardo. En la parte
inferior izquierda, huellas de postes
alineados en el interior del edificio
L, que pueden indicar la presencia
de un altillo (López Padilla, 2014:
105). b. Altillo en el interior de
la casa argárica reconstruida
en La Bastida (Totana, Murcia)
(recreación del Proyecto Bastida,
Grupo ASOME, Universidad
Autónoma de Barcelona).
a cabo excavaciones desde 2006 a 2012, por parte del Museo
Arqueológico Provincial de Alicante y financiadas por la Diputación Provincial de Alicante. El cerro se encontraba considerablemente afectado por la acción antrópica y faunística, superponiéndose además a los niveles de la Edad del Bronce una
ocupación de época emiral (López Padilla, 2014).
Correspondientes a la fase I, fechada entre 1950-1800 cal BC
aproximadamente, se han documentado restos de dos edificaciones y varias superficies pavimentadas. Las estructuras habitacionales construidas en estos primeros momentos del poblado, en
parte destruidas por episodios de incendio, habrían contado con
una planta rectangular y esquinas redondeadas (fig. 7.54a), con
zócalos bajos de piedra trabada con barro. El resto del alzado de
estas edificaciones se habría construido con barro, “amasado” y
“recubriendo un entramado de cañas” (López Padilla, 2014: 90,
122), teniendo en cuenta, entre otros indicadores, los gruesos estratos homogéneos de barro correspondientes a los derrumbes de
los edificios A y B. Se hallaron también numerosos restos de barro endurecido con improntas vegetales. En el centro del edificio
A, el mejor documentado para estos momentos, se halló un calzo
de poste que habría contribuido a la sujeción de la cubierta. Se
identificó la construcción de algunas estructuras internas de mampostería y de un hogar rodeado por un anillo hecho de barro. La
136
inclusión o incorporación de materiales, posiblemente residuos,
en las partes estructurales construidas con tierra queda ejemplificada en esta edificación por el hallazgo de un resto de caparazón
de tortuga integrado en el pavimento, que además sirvió para su
datación radiocarbónica (López Padilla, 2014: 90-91).
Las estructuras de la fase II, datada entre 1800-1650 cal
BC, mostrarían cambios respecto a las de momentos anteriores,
como unos zócalos de mampostería más altos, un menor uso del
barro y la construcción de bancos en el interior de los espacios
(López Padilla, 2014: 96). Se documenta una disposición de los
edificios de la que no se tienen evidencias para la fase anterior,
construyéndose adosados unos a otros y en torno a una calle, con
un edificio de mayor tamaño en la parte central del cerro (fig.
7.54b). Entre las estancias de estos momentos, que no habrían
sido afectadas por fenómenos de combustión, destaca el edificio
L, que cuenta con un gran banco corrido en su interior y alzados
que habrían podido estar revocados con cal (Martínez Mira et
alii, 2014; Jover et alii, 2016c). Además, este edificio podría
haber tenido una segunda altura a modo de altillo en una de sus
esquinas (López Padilla, 2014: 105) (fig. 7.55). Sobre la distribución urbanística de la fase II se realizan algunas actuaciones
constructivas durante la fase III, en la que el asentamiento se
ocuparía hasta aproximadamente el 1500 cal BC.
[page-n-150]
Figura 7.56. Ejemplares de malacofauna en el mortero de barro de los restos constructivos de Cabezo Pardo, vistos con una lupa binocular.
a. CP 1000/55-1. b. CP 1063/28-5. c. CP 1063/28-6.
Los materiales de barro de Cabezo Pardo
a) Características generales del conjunto
En los contextos de la Edad del Bronce del asentamiento de
Cabezo Pardo se recuperaron un total de 107 fragmentos de
barro, durante las campañas de los años 2007, 2008 y 20114.
Pertenecen a las tres fases de ocupación del poblado, aunque
en su mayoría se obtuvieron de la fase más antigua. Entre los
restos correspondientes a esta fase I, el mayor volumen de material se obtuvo de los denominados edificio E −UUEE 1063,
1067 y 1057−, y edificio B −UE 1149, nivel de incendio−.
Entre los de la fase II destacan los recuperados en el edificio
L −UE 1139−. El tamaño de los fragmentos constructivos de
Cabezo Pardo varía desde los apenas 1,2 x 1,4 x 1,3 cm, hasta
un máximo de 11 x 9,2 x 4 cm. Los restos se encuentran, en su
gran mayoría, considerablemente endurecidos. En lo referente
a sus coloraciones, destacan los tonos rosados y anaranjados
en muchos de ellos.
b) Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
Estos materiales constructivos argáricos muestran las
habituales evidencias del empleo de vegetales a modo de estabilizante, también observables con huellas de una longitud a
tramos más o menos regulares, resultado de haber preparado
el material, machacándolo, antes de su añadido a la mezcla de
barro. Pero, además, destaca una docena de huellas negativas
de superficie esférica, pudiendo corresponderse con distintos
elementos ya desaparecidos, pudiendo interpretarse algunas
como huellas de frutos.
4
Agradecemos a Juan Antonio López Padilla y Teresa Ximénez de
Embún Sánchez, quienes han dirigido las excavaciones en Cabezo
Pardo, el facilitarnos la posibilidad de estudiar dichos materiales
y por su ayuda y atención durante el estudio, así como al Museo
Arqueológico Provincial de Alicante, por permitirnos llevar a cabo
dicho estudio utilizando sus instalaciones y medios. Para el primer
estudio macroscópico de estos materiales, ver Pastor (2014). Para
los resultados de los análisis fisicoquímicos a algunas muestras de
ese mismo conjunto, ver Martínez Mira y otros (2014). Sobre la
puesta en común, valoración e interrelación de ambas aproximaciones, macroscópica y microscópica, a los materiales de Cabezo
Pardo, ver Pastor (2017b).
Buena parte de los fragmentos cuentan con ejemplares de
malacofauna integrados en el mortero de barro (fig. 7.56), de conchas ovaladas, pero también de forma planoespiral −de acuerdo
con la denominación de García Meseguer y otros (2017)−. Estos
organismos estarían integrados en la tierra utilizada como materia
prima, que procedería de sedimentos lagunares cercanos (Martínez Mira et alii, 2014: 373). En el entorno de Cabezo Pardo habrían existido amplias zonas lagunares y marjales, hoy desecados
(Ferrer y Blázquez, 2014: 32). Además, a partir de los análisis
de los fragmentos de barro, se plantea que la materia prima para
la construcción en la fase I procedería de los sedimentos del entorno del asentamiento, mientras que para la construcción de las
estructuras de la fase II se reutilizarían en buena medida tierra,
escombros y materiales presentes en el propio yacimiento (López
Padilla, 2014: 123; Martínez Mira et alii, 2014).
c) Improntas constructivas de vegetales
La mayoría de los fragmentos presentaban tanto una superficie externa alisada, como otra interna con improntas constructivas, de sección circular (fig. 7.57). Las improntas documentadas en los materiales de barro de Cabezo Pardo son de
cañas, probablemente de caña común y, en menor medida, de
carrizo. Sus superficies presentan las marcas muy bien conservadas de las estrías verticales presentes en el exterior de
los tallos y las hojas, además de otros detalles anatómicos.
Estas improntas de cañas se observan unas junto a otras, en
paralelo, informando de la existencia de paneles de caña y
carrizo manteados con barro, construidos mediante la técnica
del bajareque. En algunas piezas se observa la disposición
de las cañas cruzadas en distintas direcciones. Sobre todo
durante la primera fase de Cabezo Pardo, estos paneles de
cañas podrían haber formado parte de las techumbres, pero
también de los alzados de sus edificaciones.
En una de las piezas se aprecia con claridad la impronta
positiva de una caña, fragmentada por la mitad, dejando impreso el interior de la caña y generando una superficie convexa de barro (fig. 7.58b). Parece probable que esta caña utilizada en la construcción hubiese sido fragmentada de forma
accidental, más que cortada intencionalmente, una práctica
habitual en la construcción con cañas que, como hemos comentado con anterioridad, favorece la adhesión del mortero a las mismas (fig. 7.58a). La morfología de la impronta
resultante, si se observa a nivel individual, es la misma en
ambos casos. No obstante, en el caso de Cabezo Pardo, es
137
[page-n-151]
Figura 7.57. Uno de los restos
constructivos recuperados en Cabezo
Pardo. a. Cara interna, con hasta seis
improntas de caña y carrizo. b. Cara
externa, con huellas de alisado. CP
1057/15-1.
Figura 7.58. a. Detalle de un resto
constructivo de época contemporánea
con cañas cortadas por la mitad,
generando improntas positivas en el
mortero. b. Vista lateral de la cara
interna de un fragmento de barro
de Cabezo Pardo, con la impronta
positiva de caña (izquierda de la
imagen). CP 1063/28-5.
Figura 7.59. a. Impronta de perfil
dentado de Cabezo Pardo. CP
1063/28-12. b. Tallo fracturado de
una caña, a lo que correspondería la
impronta anterior.
Figura 7.60. a. Una de las caras con improntas del resto CP 1063/285. b. Cara contraria, que también presenta improntas de caña.
138
también la única impronta positiva de ese fragmento y no se
conocen más ejemplos en este asentamiento que evidencien
esta práctica.
Este no sería el único caso presente en los materiales de barro
de Cabezo Pardo del empleo de cañas fracturadas o más probablemente, de fracturación de las cañas durante los propios procesos constructivos. Otro ejemplo lo encontramos en una impronta
negativa, de sección circular, pero de perfil dentado (fig. 7.59a),
que se habría generado al mantear con barro el tallo de una caña,
aplastada y fragmentada en tramos verticales (fig. 7.59b).
En el caso del fragmento que presenta la impronta
positiva de una caña, es interesante resaltar que cuenta con
improntas de cañas en ambas caras (fig. 7.60), por lo que apun-
[page-n-152]
Figura 7.61.a. Elemento constructivo con una huella característica en el interior de una impronta de caña. CP 1063/28-9. b. Aspecto de dicha huella visto con una lupa binocular. c. Elemento anatómico de la caña con el que se habría producido. d. Comprobación experimental.
Figura 7.62. Detalles de fragmentos de
barro de Cabezo Pardo con improntas
dejadas por vegetales planos, largos
y flexibles. a. CP 1057/15-13. b. CP
2010/10-2. c y d. Pruebas experimentales
que generaron morfologías muy
similares a estas improntas, en este caso
con hojas de palmera secas.
ta al uso del barro a modo de relleno entre dos paneles o superficies realizados mediante estas plantas. Si bien ésta es una
aplicación común en alzados construidos con la técnica del
bajareque, se trata de un rasgo que no hemos observado más
que puntualmente a lo largo de los diferentes estudios realizados de restos constructivos de tierra.
Asimismo, en los fragmentos estudiados se documentaron
diferentes huellas de detalles anatómicos de las cañas. En estos
y otros casos, para reforzar las interpretaciones acerca de qué
elementos habrían estado en contacto con el barro en las diferentes partes de las edificaciones en las que estos materiales se
dispusieron, realizamos algunas comparaciones experimentales (fig. 7.61d, fig. 7.62c y d). Así, por ejemplo, comprobamos
que una huella ubicada en el centro de una de las improntas
de caña (fig. 7.61a y b) se correspondía con la protuberancia
característica de la prolongación del tallo fragmentado que da
lugar a las hojas (fig. 7.61c).
Entre los materiales constructivos de Cabezo Pardo llamaban la
atención algunas formas que considerábamos generadas por materia
vegetal (fig. 7.62a y b) que, con el apoyo de pruebas experimentales,
podemos afirmar que se corresponden con hojas planas. Éstas, largas y estriadas, por su flexibilidad se curvan y dejan estas morfologías en los restos de barro. En el caso de este asentamiento, probablemente las hojas serían de la misma planta de la caña, tan presente
en los restos del conjunto.
A pesar de la abundancia de restos de la técnica del
bajareque, no todos los elementos constructivos recuperados
en Cabezo Pardo presentan improntas de paneles de cañas.
139
[page-n-153]
Figura 7.63. a. Resto constructivo que
podría ser el resultado de la aplicación
de la técnica del amasado. CP 1039/9-1.
b. b. Pieza resultante de la aplicación del
amasado de barro en forma de bolas, de
Caramoro I.
Figura 7.64. a. Cara externa con
huellas de alisado, que pudieron
haberse generado al emplear un
instrumento. CP 1000/1. b. Detalle
de este tipo de alisado en otra
de las piezas de Cabezo Pardo.
CP 1063/28-2.
Algunos restos no presentan improntas y, si bien la mayoría
no permiten ser asociados a una técnica concreta, contamos
con algún ejemplo puntual del posible empleo del amasado
de barro, mezclado con vegetales de considerable longitud,
posiblemente paja (fig. 7.63a), procedente de la UE 1039, de
la fase II.
d) Tratamiento de las superficies
En lo referente al tratamiento de las superficies externas, en
Cabezo Pardo se han encontrado evidencias tanto de enfoscados,
como de enlucidos, correspondientes al edificio L de la fase II,
que contendrían cal (Martínez Mira et alii, 2014; Jover et alii,
2016c). No obstante, un rasgo frecuente en las superficies alisadas
de fragmentos constructivos en este yacimiento son las marcas de
alisado. Éstas, con el aspecto de estrechos surcos lineales y con
ondulaciones (fig. 7.64), no se corresponderían con el habitual
alisado hecho de forma directa con las manos, ni con otras huellas
de alisado más rectilíneas, como las observadas en La Torreta-El
Monastil o en Les Moreres. En el caso de Cabezo Pardo, parece
que estos alisados se hicieron con un elemento con fibras, de tipo
brocha. También el análisis de los materiales del edificio L con
enlucidos que contendrían cal ha apuntado el uso de brochas en
su aplicación (Martínez Mira et alii, 2014).
Valoración
Las evidencias arqueológicas documentadas en Cabezo Pardo
muestran que la técnica de la mampostería, utilizada en la construcción de zócalos y estructuras de actividad, como bancos, se
habría combinado también en este asentamiento, como en muchos otros, con la del bajareque (fig. 7.65). Los restos que evidencian esta técnica pueden asociarse con mayor probabilidad a
las cubiertas y, posiblemente, también a los alzados, para los
140
que no puede descartarse del todo que se hubiera utilizado
asimismo la técnica del amasado.
Se ha planteado que los alzados de la fase I habrían sido
de barro y que las cañas (Arundo donax), ampliamente representadas, no sólo podrían haberse empleado en las cubiertas,
sino también en estos alzados, que habrían sido de bajareque
(López Padilla, 2014; Pastor, 2014: 319). Ello no excluye la
posibilidad de que se hubieran construido alzados de tierra
maciza, levantados mediante la técnica del amasado y de que
el bajareque se hubiera empleado única o fundamentalmente
en las cubiertas. Los gruesos y homogéneos estratos de barro
asociados a los derrumbes de las estancias de la fase I (López Padilla, 2014: 90) podrían asociarse a muros masivos de
amasado de barro. Este diferente empleo de las técnicas habría
podido aplicarse asimismo en las edificaciones de la fase II,
ya que también se recuperaron restos con improntas de caña
asociados a estos momentos, aunque en menor cantidad que
los atribuidos a la primera ocupación.
Sin duda, el elemento constructivo con una representación
mayoritaria en este conjunto son las improntas de caña, presentes en la gran mayoría de los fragmentos recuperados. Asociados a éstas, se pueden entender los diferentes ejemplos de improntas de tallos anchos, posiblemente de hojas de esta planta,
que habrían sido mezcladas o quedado envueltas en el mortero
de barro. No se documentan otro tipo de improntas constructivas, como las asociadas a troncos o a superficies de madera
trabajada. Otras especies arbóreas y arbustivas cuyo uso se ha
planteado en las construcciones de Cabezo Pardo, como el pino
(Pinus halepensis) y el taray (Tamarix sp.) (Carrión, 2014),
no han dejado una huella con sus improntas en las piezas analizadas, quizá al no haber estado revestidas o por no haberse
recuperado evidencias de que lo hubieran estado.
[page-n-154]
Figura 7.65. Izda. Distribución de los
restos de barro de Cabezo Pardo en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
En este conjunto de materiales constructivos no se han
identificado improntas de ataduras mediante cuerdas trenzadas,
algo que podría relacionarse con la ausencia de improntas de
troncos, puesto que quizá sería más probable que en los contextos en estudio este tipo de ataduras, más gruesas y resistentes,
se usaran de manera preferente para atar maderos que elementos vegetales de menor calibre, como las cañas. La atadura de
éstas con cuerdas trenzadas es igualmente posible, pudiendo
observarse en edificaciones contemporáneas −por ejemplo, fig.
8.22b−, pero es cierto que en los conjuntos abordados por esta
investigación no hemos documentado improntas de la técnica
del bajareque de cañas con improntas de cuerdas que se observen claramente atadas por las cuerdas trenzadas. Son mínimos
los ejemplos en los que se ha identificado en la misma pieza
improntas que puedan corresponderse con cañas e improntas de
cuerda trenzada −TM 4784, MO 199 o LC 10− y, además, no
está claro que en ellas las cuerdas se dispusieran atándolas.
Caramoro I
Introducción al yacimiento
El yacimiento de la Edad del Bronce argárico de Caramoro I
(Elche, Alicante) (González Prats y Ruiz Segura, 1995; Jover
et alii, 2019a; 2020) se construyó sobre un espolón rocoso
ubicado entre dos barrancos, en la margen izquierda del río
Vinalopó, sobre el que proporciona una amplia visibilidad.
En el extremo de la Sierra de Borbano, la base sobre la que
se instaló el asentamiento está compuesta por calizas biclásticas arenosas y conglomerados, formados por cantos calizos
mesozoicos, cementados en arenas. En el entorno están presentes arcillas y yesos triásicos, margas arenosas y areniscas
(Jover et alii, 2019a).
La primera intervención arqueológica en el asentamiento
tuvo lugar en 1981 y 1982, dirigida por Rafael Ramos Fernández. Con posterioridad, en 1989 y 1993, se realizaron nuevas
Figura 7.66. a. Planimetría de Caramoro I (Elche, Alicante), donde pueden verse las fases de construcción y remodelación en el asentamiento (Jover et alii, 2019a, fig. 8). b. Recreación del aspecto del poblado de Caramoro I (ilustración de Juan Antonio López).
141
[page-n-155]
excavaciones, bajo la dirección de Alfredo González Prats y
Elisa Ruiz Segura. Fue en este momento cuando el yacimiento,
considerado como un fortín, recibió su actual denominación,
distinguiéndolo de este modo de Caramoro II, enclave cercano
del Bronce final (González Prats y Ruiz Segura, 1992b; García
Borja et alii, 2010).
En 2015 y 2016 se realizaron nuevas actuaciones arqueológicas.
Este nuevo proyecto de investigación sobre el asentamiento, con
una superficie máxima que no supera los 500 m2, ha permitido
excavar algunas zonas restantes, concretar la planta, estudiar los
materiales arqueológicos recuperados en él y diferenciar, al menos,
tres momentos constructivos, que habrían sido diferentes ampliaciones, remodelaciones y reacondicionamientos sobre la planta inicial. Las diferentes dataciones radiocarbónicas realizadas han permitido plantear que la construcción del enclave se produjo a inicios
del II milenio BC, ocupándose aproximadamente entre el 2045 y el
1749 cal BC (Jover et alii, 2019a).
En Caramoro I se han diferenciado 11 ambientes o espacios
diferentes, de planta más o menos rectangular o alargada (fig.
7.66), organizados a partir de un muro de considerables dimensiones. Estas construcciones habrían contado, en su mayor parte, con alzados de mampostería de piedra. El uso de postes de
madera puede inferirse a partir de la presencia de calzos en el
interior de la mayoría de los espacios. La tierra se utilizó para
trabar los mampuestos, pavimentar y revestir los alzados, así
como en otras estructuras, como bancos.
te de los fragmentos presentaban piedras y guijarros en su
composición, incluso de hasta 6,5 cm de largo. Además, se
ha documentado la presencia de algunos restos de malacofauna (fig. 7.68) en restos hallados en el espacio A. Entre
ellos hay fragmentos de bivalvos, algunos muy erosionados. También se observa un ejemplar con concha de forma
planoespiral fragmentada.
Figura 7.67. a. Vista cenital de un pequeño fragmento constructivo,
con huellas negativas de elementos vegetales que habrían formado
parte de su composición. b. Perfil del mismo fragmento, en el que
se aprecia un claro cambio en la coloración, ennegrecida en su parte
interior. CM I 1510/4-1.
Los materiales de barro de Caramoro I
a) Características generales del conjunto
Del yacimiento argárico de Caramoro I hemos estudiado un
total de 112 restos constructivos de barro, procedentes tanto de
las campañas más antiguas, como de las recientes.5 Se recuperaron en los diferentes espacios del asentamiento y pertenecen
a las tres fases constructivas, a los que se suman los restos hallados en superficie. La mayor parte de los restos se asocian al
espacio A −35%−, seguidos por los del espacio E −13%− y C
−12%−. El tamaño de los fragmentos constructivos recuperados en este enclave abarca unas dimensiones desde 1,9 x 2 x
0,6 cm hasta 13,8 x 11,3 x 3 cm. El grado de endurecimiento
que presentan las piezas es variado, como sus coloraciones, que
incluyen tonos anaranjados y rosados, grisáceos y ennegrecidos.
b) Observaciones macroscópicas sobre la composición
del mortero de barro
Respecto a la composición de los morteros de tierra, a nivel
macroscópico destacan las evidencias del empleo de materias estabilizantes de tipo vegetal (fig. 7.67). Una gran par-
5
Agradecemos a los directores de las excavaciones en Caramoro I,
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón, Anna
María Álvarez Fortes y Juan Antonio López Padilla, el facilitarnos
el acceso a los materiales para su estudio. Agradecemos también al
Museo Arqueológico y de Historia de Elche y, en especial, a Anna
María Álvarez Fortes, la atención recibida durante el estudio de
estos materiales. Asimismo, agradecemos a Alfredo González Prats
y Elisa Ruiz Segura el haber proporcionado a nuestro equipo de
investigación documentación escrita y gráfica de sus excavaciones
en el enclave. Sobre este estudio, ver también Pastor (2020a).
142
Figura 7.68. a. Detalle de un resto constructivo de Caramoro I en el
que se aprecian diferentes restos de malacofauna en su composición.
CM I 2108/1-1. b. Ejemplar de malacofauna presente en otra pieza,
visto con un microscopio digital. CM I 2103/1-5.
[page-n-156]
Figura 7.69. Improntas de vegetales planos, posiblemente hojas de
caña o carrizo. a. CM I 12. b. CM I 29.
c) Diferentes rasgos constructivos
La mayoría de los elementos constructivos de barro de
Caramoro I no presenta improntas negativas de elementos constructivos vegetales, como cañas, ramas o troncos. No obstante, en 10 de los fragmentos sí se han documentado entre una y
seis improntas de caña o de carrizo, asociados a la segunda fase
constructiva en el espacio A, combinándose las improntas de
ambos tipos de planta en algunas piezas. También se han obtenido evidencias de improntas de hojas, planas y estriadas (fig.
7.69), que podrían pertenecer a esas mismas especies vegetales,
caña o carrizo. Los fragmentos con improntas de caña y carrizo
de Caramoro I podrían haber pertenecido a las techumbres, sin
poder descartarse una atribución a determinadas partes de algunos alzados o a instalaciones. En estas piezas con improntas
de caña y carrizo se han observado dos ejemplos de posibles
improntas de ataduras, de dos tipos distintos: algún tipo de fibra
vegetal, de tallo individual, y una cuerda trenzada.
Dos restos constructivos conservan en una de sus caras huellas del contacto con materia vegetal, de tipo paja,
asociada por lo general a las techumbres, por lo que pueden interpretarse como probablemente pertenecientes a
una cubierta. En las techumbres podrían haberse utilizado
distintas materias vegetales, manteadas con barro. Por otro
lado, en el conjunto se han identificado distintos fragmentos con caras externas (fig. 7.70). En algunos casos, se observan evidencias de alisado manual, marcas horizontales
y paralelas generadas por el uso de los dedos para aplicar
y alisar el barro, o restos de huellas dactilares. El análisis
mediante microfluorescencia de rayos X de uno de los restos constructivos asociados a la técnica del bajareque −CM
I 2101/6− (fig. 7.70) ha apuntado que estaría compuesto de
carbonato cálcico y yeso, con proporciones similares tanto
en el cuerpo como en la cara externa −ver anexo II, Pastor, 2019−. En este caso, cabe añadir que el fragmento presenta una cara externa y lisa, pero no se observa una capa
diferenciada de revestimiento.
Además, entre los materiales constructivos de Caramoro
I encontramos un ejemplo de reutilización de materiales en
nuevas prácticas constructivas dentro del mismo asentamiento
‒CM I 2101/9, ver anexo I, Pastor, 2019‒. En el interior de un
elemento constructivo, recuperado en la UE 2101 −asociada
Figura 7.70. a. Vista lateral de
uno de los restos constructivos de
Caramoro I con una cara externa,
en la que el barro presenta una
apariencia laminada. b. Vista cenital
de dicha superficie laminada, con un
microscopio digital. CM I 2101/6.
Figura 7.71. a. Vista cenital de
un fragmento de pavimentación,
procedente del espacio E. En su
superficie se observan huellas de
elementos vegetales. b. Vista del
perfil, donde se aprecia un cambio
en la coloración, ennegrecida hacia
el interior. CM I 16.
143
[page-n-157]
Figura 7.72. a. Cara que presenta un rehundimiento central en una de las piezas de Caramoro I interpretadas como resultantes del amasado
en forma de bolas, recuperada en superficie. b. Vista lateral de la pieza, donde se observa dicho rehundimiento. c. Cara contraria y convexa
de la misma. Obsérvense las huellas del empleo de vegetales de considerable longitud. CM I SUP 5.
a la segunda fase en el espacio A−, se ha identificado a su
vez otro fragmento más pequeño y endurecido, con una cara
alisada e improntas, posiblemente de carrizo. Éste habría sido
incorporado a un nuevo mortero, quizá al ser reutilizada tierra
empleada en construcciones anteriores. Por último, otro grupo de fragmentos se corresponde pavimentaciones (fig. 7.71),
procedentes de distintos espacios, con superficies regularizadas o lisas, col oraciones blanquecinas y restos de piedras en
su composición.
d) El uso del amasado en forma de bolas y bloques
en Caramoro I
Hace ya más de dos décadas, se publicó la presencia, en la parte
oriental del llamado bastión H de Caramoro I, de “adobes planoconvexos elaborados con barro y esparto” (González Prats y Ruiz Segura, 1995: 87-90). Las nuevas actuaciones arqueológicas llevadas a
cabo en este enclave durante 2015 y 2016 han posibilitado el estudio
en profundidad de las evidencias arqueológicas de construcción con
tierra a los que se refería dicho enunciado. Este estudio ha permitido identificar estos materiales constructivos como el resultado de
la aplicación de la técnica constructiva del amasado en forma de
bolas o bloques (Pastor et alii, 2018), profundizando en una línea ya
planteada (Sánchez García, 1997b: 150).
Por un lado, identificamos, tanto en superficie en el
asentamiento, como en los fondos del Museo Arqueológico y
de Historia de Elche y durante las nuevas excavaciones, un conjunto de piezas de barro, completas o fragmentadas, pero con
formas de tendencia en su mayoría esferoide (fig. 7.72). Hemos abordado el análisis macrovisual individualizado de una
selección compuesta por 21 de estas piezas, de un total de 107
documentadas. De éstas, 86 fueron contabilizadas en el museo,
procedentes de las excavaciones de 1989, y 13 fueron recogidas en superficie, además de siete unidades recuperadas durante
las excavaciones de 2016. Presentaban unas dimensiones variadas −de entre 10 x 9 x 6 cm y 17,5 x 11,5 x 6 cm‒, coloración marrón claro, con manchas blanquecinas y anaranjadas
y un considerable grado de endurecimiento. En sus superficies
se observaban huellas de elementos vegetales de considerable
longitud, que pueden pertenecer a paja. En una observación ma144
croscópica de sus componentes, pudieron identificarse piedras
y cantos rodados, malacofauna, restos de carbón, un fragmento
de hueso calcinado y agregados de ceniza. Estos componentes podrían estar indicando el uso o añadido de sedimentos
procedentes de hogares a los morteros de barro destinados a
elaborar estas unidades de barro amasado. Las estructuras de
combustión, hogares y hornos, pueden utilizarse como lugares
donde se arrojan desechos, por ejemplo, de alimentos (Pecci et
alii, 2016), pudiendo aprovecharse después dicho sedimento en
las actividades constructivas, como hemos planteado en el caso
de la presencia de materiales óseos pulverizados en los enlucidos
de La Torreta-El Monastil −ver 6.1.1.
En Caramoro I, una de estas piezas asociadas al bastión H
−CMI I B SUP 13− ha sido analizada mediante microfluorescencia de rayos X, observándose que el componente principal
de la misma es el carbonato cálcico, junto con las arcillas −ver
anexo II, Pastor, 2019−. Además, se realizó una lámina delga-
Figura 7.73. Imágenes de la pieza CMI I B SUP 13 mediante lámina
delgada.
[page-n-158]
Figura 7.74. a. Croquis de la
planta y sección de las estructuras
extramuros de Caramoro I, bastión
H y testigo B. b. Croquis-sección
del bastión H (diario de excavación
inédito, Elisa Ruiz).
da en la que se observó que su matriz es compacta, formada
por diferentes partículas de formas redondeadas, que pueden
asociarse a un origen fluvial −ver 3.2.2− y tamaños más o menos homogéneos, incluidas gravas de más de 1 mm de longitud.
También se observa la presencia de restos de materia orgánica
carbonizados, foraminíferos y vacuolas (fig. 7.73).
Estas piezas habrían contribuido a conformar parte de
las estructuras del llamado bastión o espacio H, delimitado
por la plataforma curva UE 2006, constituida por bloques de
piedra de diverso tamaño y tierra, que habría sido construido
inicialmente en la segunda de las fases diferenciadas en Caramoro I, durante el primer tercio del II milenio BC. Como se ha
comentado, la presencia de estos materiales fue determinada ya
en las excavaciones de 1989 y 1993 y su empleo fue plasmado,
además de en un plano general del enclave, en algunos croquis
realizados en el diario de la excavación inédito de 1989 (fig.
7.74). Aunque estos materiales fueron publicados como “adobes” (González Prats y Ruiz Segura, 1995: 87-90), en el diario,
a pesar de utilizarse ya esta denominación, además de la de tapial, se refleja que en realidad la técnica ya fue identificada en
las excavaciones de 1989. Se menciona un sistema de construcción de “pellas sobre pellas” y se afirma: “no podemos hablar de
adobes por cuanto las pellas se superponen estando frescas aún,
por lo que la de arriba adopta la forma de la inferior”.
Por otra parte, en 2016, a poca distancia del espacio H, se
excavó un testigo (fig. 7.75a y b) restante de las excavaciones
de 1989 y 1993. Durante este proceso, fue documentado in situ
un tramo de lo que habría sido un alzado −UE 1806−, dispuesto
con una orientación noroeste-sureste, construido con elementos
de barro de forma oblonga (fig. 7.75c).
Esta estructura de tierra −UE 1806− presentaba unas
dimensiones de 0,36 m de ancho en su extremo septentrional y 0,28
m en el más meridional y su longitud excavada ha sido de 1,30 m de
largo en su cara oriental y exterior y 1,05 m en su cara interior. Este
tramo parece conectar con el muro UE 2007, que cierra el espacio
G en su lateral oriental. También correspondería al tercer momento
de remodelación arquitectónica del asentamiento. Se adosa a una
unidad de sedimento blanquecino muy compacto, de unos 15-20
cm de grosor en talud y 1,36 m de altura, que ha sido interpretado
como un grueso enfoscado (fig. 7.75b) del muro UE 2000 en su extremo septentrional –UE 1804–. A este tramo de muro se le adosa,
en el lateral contrario al ocupado por este grueso revestimiento, el
pavimento UE 1810, asociado al tercer momento de modificación
de las estructuras constructivas del poblado.
Figura 7.75. a. Perfil de la zona del asentamiento donde se halló la
estructura de bloques de barro UE 1806, antes de su excavación, en
Caramoro I. b. Imagen de dicha área tras ser excavada, donde se
observa el tramo de bloques de barro (dcha.). c. Estructura UE 1806
(fotografías de Francisco Javier Jover).
Figura 7.76. a. Detalle de algunos de los bloques de barro que forman la estructura UE 1806, hallados in situ. b. Aspecto de dicha
área del tramo de bloques de barro tras la extracción de uno de ellos
para su estudio. c. Bloque extraído, visto desde su cara inferior. CM
I 1806/2-1.
145
[page-n-159]
Figura 7.77. a. Una de las piezas de barro
amasado de Caramoro I, con diversos
rehundimientos, generados al disponer,
todavía húmedas, unas unidades sobre
otras. b. Detalle de dichos rehundimientos.
CM I 1806/1.
Las piezas que configuran esta estructura UE 1806, de
forma oblonga y de dimensiones algo mayores a las piezas anteriormente mencionadas y asociadas al bastión H, también habrían
sido elaboradas mediante el amasado de barro con materia vegetal
de considerable longitud. Una de estas piezas, con un tamaño de
23 x 16 x 9 cm, fue extraída para su estudio (fig. 7.76).
Durante su estudio específico pudimos identificar también
una impronta de cuerda trenzada. En un principio, pensamos
que esta impronta podía ser el resultado de la reutilización de
sedimentos con inclusión de materiales antrópicos, pero en el
diario de la excavación de 1989 se asocian las cuerdas a la propia conformación de estas estructuras de barro. Se apunta que
las cuerdas contribuirían a la consistencia de las estructuras al
mejorar la unión entre las distintas unidades, basándose en la
observación de improntas de cuerdas “en el relleno de la parte
inferior de la muralla”. De ser así, estaríamos ante un ejemplo
de introducción en estructuras de barro de cuerdas de fibras vegetales, con el objetivo de conseguir una unión más sólida entre
los distintos elementos que forman la estructura.
Consideramos que estos elementos de barro, tanto los
identificados en el bastión H como junto a él en el tramo de
bloques de barro UE 1806, son resultado de la aplicación de
la técnica constructiva del amasado en forma de bolas. Sus
superficies presentan rehundimientos (fig. 7.77) y, en general,
formas aplastadas que serían el resultado de haber sido colocados unas junto y sobre otras todavía en estado húmedo (Pastor
et alii, 2018; 2019).
Conocemos que esta técnica constructiva habría sido
identificada al menos en otro asentamiento de la Edad del
Bronce fuera de territorio argárico, el poblado del Bronce medio de Hoya Quemada (Mora de Rubielos, Teruel), donde se
excavaron dos tramos de alzados que habrían sido construidos
con esta misma técnica, con un “amasado de arcilla, agua y
paja… colocando unas pellas de barro unas sobre otras” (Burillo y Picazo, 1986: 10) −ver fig. 7.8a−. Asimismo, ya se ha
mencionado su posible presencia en Can Roqueta (Sabadell,
Barcelona) (García López y Lara Astiz, 1999: 197-198), además de los ejemplares de Laderas del Castillo.
e) Posibles estructuras modeladas
Algunas de las piezas de este conjunto podrían haber formado parte de instalaciones o estructuras de actividad modeladas con barro. Entre ellas se encuentra una pieza en forma
de borde, más o menos redondeado, con unas dimensiones
de 8,5 x 5 x 4,5 cm y hallada en el espacio E. Su superficie
externa se encuentra alisada y podría haber estado revestida, siendo visibles en esta superficie acabada las huellas
de las materias estabilizantes vegetales, a tramos regulares
(fig. 7.78a). Por otro lado, otro resto de barro, recuperado
en 1989 en el espacio A, presenta un lateral curvo convexo,
también a modo de borde y podría corresponderse con un
resto de estructura de equipamiento doméstico (fig. 7.78b).
Presenta unas dimensiones de 8,5 x 9 x 5 cm. En esta pieza
se observan huellas digitales, resultado de su modelado, así
como una pequeña superficie con una impronta de una estera
o textil vegetal.
Valoración
Figura 7.78. a. Resto de barro con borde de una posible estructura
de equipamiento. CM I 1. b. Pieza modelada a mano y que conserva un borde redondeado en un extremo (izquierda de la imagen),
posiblemente parte de una estructura. CM I 8.
146
En este asentamiento de carácter agropecuario y fortificado
(Jover et alii, 2019a) no se ha recuperado un conjunto de
materiales de barro endurecido especialmente rico en improntas constructivas. Los fragmentos indicativos del empleo
del bajareque en Caramoro I son escasos (fig. 7.79), pero reúnen evidencias suficientes para plantear distintos aspectos
de sus formas constructivas: improntas de paneles de cañas
y carrizo, de cuerdas trenzadas y de caras alisadas, que no
necesariamente enlucidas. Este alisado de las superficies, de
acuerdo con la información disponible, se habría producido
mediante el uso directo de las manos y no mediante un posible instrumento alisador, como se ha planteado en Laderas del
Castillo y en los asentamientos de cronologías anteriores de
La Torreta-El Monastil y Les Moreres.
[page-n-160]
Figura 7.79. Izda. Distribución de
los restos de barro de Caramoro
I en función de su interpretación.
Dcha. Clasificación de los
fragmentos por técnicas.
Las huellas negativas de los restos de barro permiten
observar el uso de distintas especies vegetales, incluidas hojas
planas y estriadas que pueden asociarse a las plantas de la caña
y el carrizo. Estas hojas también se han observado en el conjunto de restos de barro endurecido de Cabezo Pardo, donde
las improntas de cañas son muy representativas. Estos materiales constructivos también se utilizaron en Laderas del Castillo. En Caramoro I no se han observado improntas de troncos
ni de madera trabajada, como tampoco en Cabezo Pardo, sí
observadas de manera puntual en restos de Laderas del Castillo, aunque asociadas al Conjunto C, el más antiguo de los
documentados en la zona II del sector 3.
La combinación de tierra y piedra en las actividades
constructivas de este enclave argárico ha quedado plasmada
también en las superficies de algunos de los elementos de
barro estudiados, que muestran improntas de piedras, algo
también documentado en otros yacimientos estudiados en
este trabajo, como Les Moreres o Peña Negra. En Caramoro
I, las improntas se corresponderían con guijarros, que podemos asociar a revestimientos de los conglomerados utilizados en las estructuras del asentamiento o a que estuvieran
presentes en los morteros.
No obstante, las evidencias del amasado de barro en forma
de bolas y bloques de Caramoro I suponen una aportación valiosa al conocimiento de la construcción con tierra en la Prehistoria reciente. Si bien el característico uso del amasado de barro
en forma de bolas y bloques de Caramoro I, con el empleo de
piezas esféricas en el alzado y refuerzo del bastión y el hallazgo del tramo de bloques in situ, no se conoce de momento en
ningún otro asentamiento argárico, el uso del amasado de barro
en forma de unidades individualizadas, mezclado también posiblemente con paja, ha quedado constatado también en Laderas
del Castillo, constituyendo un interesante elemento de comparación con la puesta en práctica de esta técnica en Caramoro I
–ver 7.1.1.
7.2. BRONCE VALENCIANO
En los territorios centrales y meridionales del Levante de la
península ibérica fue acuñada, desde finales de la década de 1950
y durante la siguiente, el área cultural denominada Bronce valenciano (Tarradell, 1958; 1969; entre otros), objeto de debate y, al
mismo tiempo, de diversos estudios posteriores, que han contribuido a definir a los grupos humanos prehistóricos que habitaron
en este ámbito (Hernández Pérez, 1985; Fernández Vega, 1987;
Jover, 1997; 1999a; De Pedro, 2001; 2004a; entre otros).
En el área del Bronce valenciano se conoce la construcción de numerosos asentamientos diferentes, en cuanto a sus
estructuras, tamaño y ubicación (De Pedro y Martí, 2004; Jover
et alii, 2018a), habiéndose identificado incluso enclaves que
habrían tenido una orientación complementaria en el marco de
la organización del territorio y el desarrollo de las actividades
económicas en el mismo (Jover et alii, 2017).
Como ya se ha adelantado, durante la Edad del Bronce se
generaliza en el área valenciana el poblamiento en altura, aterrazado y con plataformas de piedra. Respecto a la organización
interna de los asentamientos, en algunos, las estructuras, construidas con planta más o menos rectangular, se adosan unas a
otras en torno a un espacio o una calle central. Es el caso de
la fase III de Terlinques (Villena, Alicante) (Machado et alii,
2009; 79; Jover y López Padilla, 2016: 435), del asentamiento
amurallado de Muntanya Assolada (Alzira, Valencia) (Enguix
y Martí, 1988: 242; De Pedro, 2004b: 106; entre otros), o de
Mas de Menente (Alcoy, Alicante) (Ponsell, 1926) y Muntanyeta de Cabrera (Vedat de Torrent, Valencia) (Fletcher y Pla,
1956; De Pedro y Martí, 2004: 308). Como ya sido mencionado,
esta característica de la organización de las estructuras en los
espacios de hábitat también se observa en algunos núcleos argáricos, como también la presentan sitios de la Edad del Bronce
posteriores, del llamado Bronce tardío, como La Horna (Aspe,
Alicante) (Hernández Pérez, 1986; 1994) o el Altet de Palau
(Font de la Figuera, Valencia) (García Borja y De Pedro, 2013).
En los asentamientos del conocido como Bronce valenciano,
la piedra tiene un papel fundamental en sus construcciones, aplicada mediante la técnica de la mampostería, aunque no únicamente.
El uso de la piedra seca durante la Edad del Bronce en el área del
Levante, para la construcción de murallas, ya fue observado hace
décadas (Fernández Vega, 1987: 100), y se ha apuntado en Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) (Gusi y Olària, 2014: 15),
Mola d´Agres (Agres, Alicante) (Gil-Mascarell y Peña, 1994: 111)
o Mola Alta de Serelles (Alcoy, Alicante) (Trelis, 1984: 26), donde
las diferentes estancias se encuentran adosadas unas a otras, al interior del gran muro de cierre. En este enclave se recuperaron varias
piezas de barro de forma paralelepípeda, que habrían funcionado
como soportes (Trelis, 1984: 26, 57, fig. 23. 2). También se men147
[page-n-161]
Figura 7.80. Piezas muebles de barro de la Edad del Bronce interpretadas como soportes. a. El Oficio (Cuevas del Almanzora, Almería)
(a partir de Siret y Siret, 1890, lám. 68). b. Serra Grossa (Alicante)
(Llobregat, 1969: 23, fig. 16. 9). c. Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (a partir de Soler García, 1987, 327, lám. 55, 1 y 6).
cionó la presencia de murallas construidas con esta técnica en Peña
de la Dueña (Teresa, Castellón) o Muntanyeta de Cabrera (Torrent,
Valencia) (Arribas, 1959: 104-106). La técnica de la piedra seca se
apunta de forma puntual en la bibliografía arqueológica en relación
con yacimientos de cronologías anteriores a la Edad del Bronce,
como en el caso de algunos asentamientos del área catalana del V-IV
milenio BC (Bosch Argilagós et alii, 1996; Mestres y Tarrús, 2009;
Tarrús et alii, 2016).
Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) (Gusi y Olària,
2014; Aguilella et alii, 2018) es un yacimiento destacado del
Bronce valenciano. Ubicado en la costa, cuenta con dos fases de
ocupación durante el Bronce medio, en la segunda de las cuales
se construyó una muralla construida con la técnica de la piedra
seca, con una torre adosada en su interior (Gusi y Olària, 2014:
15). Durante esta segunda fase, la tierra se empleó en la pavimentación de los suelos y en el revestimiento de los alzados, documentándose enlucidos “de gran calidad” que se considera que serían de cal. Los espacios son de planta irregular o trapezoidal, con
agujeros de postes en su interior, que sustentarían la techumbre.
También se documentan agujeros de poste en el exterior de las
edificaciones. Se identificaron abundantes restos constructivos de
barro que presentaban improntas de caña, que pudieron utilizarse
no sólo en las techumbres, sino también como cerramiento de
los alzados, sobre los zócalos de piedra (Gusi y Olària, 2014: 29,
71-73). Pertenecientes a esta misma fase del Bronce medio se
excavaron hogares, fabricados con lajas de piedra cubiertas de
barro y enlucidas, considerándose que también con cal (Gusi y
Olària, 2014: 29). En un solo edificio se documentaron revestimientos en los zócalos de piedra que habrían estado pintados con
franjas rojas (Gusi, 2001: 171; Gusi y Olària, 2014: 65, 74-75). A
esta estancia se le atribuye un cierto carácter singular, ya que en
ella se encontraron también las ya mencionadas casi 350 esferas
de arcilla y una veintena de otras piezas similares, en forma de
cono, que pudieron haber tenido una función relacionada con la
contabilidad (Gusi y Olària, 2014: 67) −ver fig. 7.52b y c.
En los asentamientos, la piedra puede utilizarse en diferentes
partes de las edificaciones, como se ha observado en Les Ra148
boses (Albalat dels Tarongers, Valencia), donde las losas se utilizaron tanto para pavimentar, como para asentar los postes de
madera, así como para recubrir partes de los muros de mampostería, dispuestas verticalmente (Ripollés, 1994: 62). Al igual que
en el ámbito argárico, mientras que, en algunos asentamientos de
la Edad del Bronce del área valenciana, como Lloma de Betxí o
Cabezo Redondo, se tiene constancia de alzados edificados con
mampostería por completo, en la mayoría se ha planteado que,
sobre un zócalo de piedra trabada con barro, se habría levantado un alzado de entramado vegetal manteado con barro. Así,
por ejemplo, las edificaciones del poblado de la Serra Grossa
(Alicante) habrían sido construidas con zócalos de mampostería, alzados de tierra y cubiertas de barro y vegetales. Se habrían
documentado restos de empedrado en los suelos y entre los materiales recuperados se encuentra una pieza de barro de forma
troncocónica (Llobregat, 1969: 35, 54, fig. 16. 9) (fig. 7.80b),
que quizá fue fabricada para funcionar como soporte.
También en la Lloma Redona (Monforte del Cid, Alicante)
(Navarro Mederos, 1982; 1986) se documentaron restos de diversas estancias de muros rectilíneos, incluyendo los de una
construcción de planta trapezoidal, en cuyos niveles de derrumbe se documentaron fragmentos endurecidos de barro con
improntas vegetales de cañas, ramas y otras materias vegetales
(Navarro Mederos, 1982: 25-26). Evidencias del empleo de la
técnica del bajareque se han registrado en otros muchos enclaves de la Edad del Bronce, como en Los Pedruscales (García
Guardiola, 2004: 349), o en Las Peñicas (Villena, Alicante),
donde se hallaron fragmentos de enlucido y también se documentó una estructura de barro, interpretada como un banco
(Hernández Alcaraz et alii, 2004: 360-361).
Asimismo, en Castillarejo de Los Moros (Andilla, Valencia)
se hallaron restos constructivos con improntas de cañas y con
enlucido, atribuidos a las cubiertas, pero también a paramentos
(Fletcher y Alcácer, 1958: 100, 103). También es el caso de Pic
dels Corbs (Sagunto, Valencia) (Barrachina, 1989; 2012; entre
otros), un asentamiento en altura donde las estructuras angulares y compartimentadas de la Edad del Bronce antiguo se adosan a la pared de roca, considerándose que se habrían cubierto
a una vertiente (Barrachina, 2012: 65, 88). El hecho de que las
estancias se construyan aprovechando una pared rocosa y con
líneas de muros rectilíneas partiendo de ella es un rasgo que se
observa en otros enclaves de la Edad del Bronce del Levante
peninsular, como en el Cerro de los Purgaticos (La Canyada,
Alicante) (Jover et alii, 2017; 2020).
En el Cerro de los Purgaticos se han identificado una serie de
construcciones de mampostería que, apoyadas contra la pared de
roca, definen cuatro espacios adosados (fig. 7.81), además de un
quinto que quedaría cerrado contra la cornisa, donde se halló un
mayor volumen de material arqueológico. Se ha planteado que
alguno de estos espacios estaría abierto por el lateral y que parte
de los alzados y las cubiertas habrían sido de materia vegetal,
madera y barro, pudiendo haberse tratado de un enclave de tipo
refugio (Jover et alii, 2017: 17, 20). Los refugios son construcciones con un marcado carácter funcional, levantadas en el marco de actividades agrícolas, ganaderas y pastoriles −“cabañas de
pastor”− y/o cinegéticas. Están destinadas al almacenamiento de
determinados enseres y herramientas y al cobijo humano en caso
necesario, siendo generalmente de uso temporal. En ellas pueden
realizarse actividades como la alimentación, con la transforma-
[page-n-162]
Figura 7.81. Estructuras excavadas en el Cerro de los Purgaticos
(La Canyada, Alicante), con indicación de los diferentes espacios
identificados (Jover et alii, 2017: 20, fig. 12).
Figura 7.82. a y b. Fotografías de detalle de una parte de los restos
de barro recuperados en el Cerro de los Purgaticos, que presentan
caras alisadas y raíces. c y d. Vista de dichos materiales mediante un
microscopio digital, observándose grietas e inclusiones minerales.
ción de algunos productos, y el descanso. En refugios estudiados de época contemporánea se ha observado que se aprovecha
la existencia de grandes rocas para construirlos al resguardo de
las mismas (Calastrenc, 2014: 184), o adosando muros de piedra directamente a una pared de roca, que queda incorporada a la
construcción (Tomasi, 2015: 704).
Los restos de barro endurecido recuperados durante la
excavación del Cerro de los Purgaticos6 son muy escasos y de
tamaño muy pequeño. Presentan gravas en su composición y están alterados por raíces. Dadas sus características morfológicas,
es difícil atribuirles una procedencia de una parte u otra de las
estructuras edificadas. Estos fragmentos no presentan improntas
constructivas de carrizo, cañas o ramas, aunque sí superficies
exteriores y algunas caras alisadas (fig. 7.82). Las coloraciones
anaranjadas y rojo oscuro de una parte de ellos y su elevado grado
de endurecimiento apuntan a que fueron afectados por el fuego.
Otro espacio interpretado como posiblemente semiabierto
y cubierto fue identificado en Barranco Tuerto (Villena, Alicante) (Soler García, 1955; Jover y López Padilla, 1999; 2004;
2005; 2009). En este enclave se han identificado dos estancias
adosadas (fig. 7.83). De ellas, la que se considera que podría
haber estado semiabierta, presenta en su interior un calzo de
poste y una pequeña estructura semicircular adosada a uno de
los muros, construida con tierra. Correspondientes a la otra
estancia, cerrada, se han recuperado restos de enlucido (Jover
y López Padilla, 2005: 104). En las excavaciones realizadas
en 1951 por José María Soler García (1955) se hallaron restos de barro con improntas vegetales y un tronco de madera
carbonizado (Jover y López Padilla, 2005: 47-48). En este
sentido, la construcción excavada en la cresta occidental de
Cabezo del Polovar (Jover et alii, 2016a; 2016b; 2018b) −ver
fig. 7.113− también fue interpretada como semiabierta, con un
probable carácter de refugio o cobertizo, y no como un espacio
de hábitat permanente.
En algunos enclaves del Levante peninsular se han
documentado muros construidos enteramente con barro, como
ya ha sido resaltado (Sánchez García, 1999a: 178). Un ejemplo
de ello sería Mola d´Agres (Agres, Alicante) (Gil-Mascarell y
Peña, 1994: 114). También en Foia de la Perera (Castalla, Alicante) (Cerdà, 1986; 1994), ubicado en una elevación junto a
un curso de agua, se documentaron alzados rectilíneos de barro
en el sector sur, en algunos de los cuales se combinarían piedras y barro en su construcción (Cerdà, 1986: 86; 1994: 104,
Foto IX) −ver fig. 7.8b−. Además, se halló una estructura que
habría estado formada por dos elementos modelados con barro de forma redondeada (Cerdà, 1994: 104, Foto X) (fig.
a). Esta estructura parece ser similar a las documentadas en el
Cerro de El Rocín7 (La Encina-Villena, Alicante) (Busquier et
alii, 2016) (fig. 7.84b).
En este asentamiento se hallaron tres unidades
habitacionales (Busquier et alii, 2016). En el centro de la estancia de mayor tamaño, de planta ovalada, se documentaron
dos hileras no alineadas de estructuras de forma aproximadamente esférica, modeladas cada una sobre un pequeño desnivel o banco de barro enlucido, realizado sobre el pavimento
(fig. 7.85a). Las esferas son de barro, aplicado sobre una estructura interior constituida por una o varias piedras. En una de
las alineaciones, estas formas esféricas estaban realizadas con
barro anaranjado. En el caso de una de estas esferas, la central,
se pudo documentar una refacción de la misma, habiéndose recrecido con posterioridad. En la otra de las alineaciones, situada más hacia el centro de la estancia, las formas esféricas son
6
7
Agradecemos a Gabriel Segura Herrero y a la empresa Arquealia,
encargada de las intervenciones arqueológicas en el Cerro de los
Purgaticos, el habernos facilitado el acceso a los materiales para su
estudio.
Agradecemos a Virginia Barciela González y a José David Busquier Corbí, quienes dirigieron las excavaciones en El Rocín, el
habernos facilitado el acceso a la memoria final, así como la oportunidad de visitarlo.
149
[page-n-163]
Figura 7.83. a. Planta de las
construcciones excavadas en
Barranco Tuerto (Villena, Alicante)
(Jover y López Padilla, 1999: 247,
fig. 5). b. Recreación de dichas
edificaciones (a partir de Jover y
López Padilla, 2005: 114, fig. 53).
Figura 7.84. a. Estructuras de
barro en forma de bolas excavadas
en Foia de la Perera (Castalla,
Alicante) (Cerdà, 1994: 104,
fig. XI). b. Estructuras de barro
modelado y forma esférica de El
Rocín (La Encina-Villena, Alicante)
(fotografía de Virginia Barciela).
de tamaño algo menor y están acompañadas de otra estructura
de barro y piedras, con un reborde de contorno más o menos
circular, a modo de posible soporte para algún recipiente. Dos
de estas esferas se encuentran unidas por un pequeño tramo de
barro y en su superficie se observan huellas de dedos, fruto de
su modelado. La tercera parece contar con una prolongación,
posiblemente el final de la alineación, o unirse a otra estructura
de barro no conservada, quizá también otro posible soporte,
aunque abierto o en forma de “U”, de acuerdo con las eviden-
cias conservadas, no como el documentado al otro extremo de
la hilera de esferas. Estas estructuras parecen estar revestidas
con una capa de color gris.
El conjunto de estructuras de barro realizadas sobre el pavimento
de esta edificación parece estar delimitando ambientes y podrían
tener un carácter tanto funcional como decorativo, según el caso, o
quizá ambos. Junto con los soportes, las esferas podrían haber contribuido a sostener algún elemento, aunque su naturaleza bien podría
ser sobre todo decorativa. En El Rocín, además de importantes evi-
Figura 7.85. a. Vista del interior de la estancia de mayor tamaño documentada en El Rocín, con múltiples estructuras de barro y piedra
elaboradas sobre el pavimento. b. Detalle de algunas de las estructuras de dicha estancia (fotografías de Virginia Barciela).
150
[page-n-164]
dencias constructivas de barro, se hallaron algunos elementos muebles de este material, entre ellos una pieza de unos 4 cm de diámetro
y perfil bicónico (Busquier et alii, 2016, lám. 39).
A partir de mediados del II milenio BC, en el Levante y
sureste peninsular se denomina Bronce tardío a la etapa comprendida aproximadamente entre el 1550/1500 y el 1300/1250
(Castro et alii, 1996; Jover et alii, 2016d: 88-89; entre otros).
En estos momentos, una parte importante de los asentamientos de la Edad del Bronce de estos territorios se abandonan
y sólo algunos, sobre todo de gran tamaño, continúan siendo habitados (Jover y López Padilla, 2009: 280; Lull et alii,
2013b: 298; Martínez Monleón, 2015: 74, 76; entre otros). Se
ha identificado una continuidad habitacional en asentamientos
que habían tenido ocupación argárica, como en el Cerro de la
Encina (Monachil, Granada) (Molina, 1978: 164) y, en el área
valenciana, en Tabayà (Hernández Pérez, 2009a) o La Illeta
dels Banyets (Soler Díaz, 2006b). Por otro lado, asentamientos del Bronce valenciano como Muntanya Assolada, Pic dels
Corbs o Les Raboses se ocuparán también durante el llamado
Bronce tardío (De Pedro, 2004b: 111-112).
Las estructuras negativas datadas en estos momentos
proporcionan, al igual que en otras cronologías, diferente información arqueológica referente a los aspectos constructivos,
tanto en lo relativo a su forma, como a su contenido. Así, por
ejemplo, la estructura 108 de Costamar (Torre la Sal, Castellón)
ha sido interpretada como un fondo de cabaña del Bronce tardío
(Flors, 2009: 161). Por otro lado, en la fosa excavada en El
Botx-Grupintex se recuperaron numerosos restos constructivos
con improntas vegetales (Trelis et alii, 2004: 321-322).
No obstante, sólo en algunos de estos asentamientos del Bronce tardío puede conocerse en detalle su arquitectura. En los enclaves conocidos, las estancias suelen disponerse adosadas, de forma
habitual en torno a una calle, y construirse con alzados de mampostería. Las construcciones de mampostería se combinan con las
estructuras de barro. Así, en el asentamiento de Puntal dels Llops
(Olocau, Valencia), ubicado en altura y amurallado, se construyeron estancias de planta trapezoidal y muros de mampostería. La
tierra se utilizó para revestir los alzados, construir hogares y posiblemente en las cubiertas, sostenidas por postes. Se han documentado tabiques internos construidos con barro amasado y modelado
(De Pedro, 2002; 2004a: 48).
En el Altet de Palau (Font de la Figuera, Valencia)
(García Borja y De Pedro, 2013; De Pedro y García Borja,
2015), las estancias, distribuidas en torno a un espacio y una
calle central, son de planta cuadrangular y rectangular (fig.
7.86a). Cuentan con muros de piedra y estructuras de equipamiento interno, conservando una de las estancias restos de
una pavimentación realizada con piedras (García Borja y De
Pedro, 2013: 78, fig. 9).
Por su parte, en La Horna (Aspe, Alicante) (Hernández
Pérez, 1986; 1994; entre otros), que habría contado con un
muro de cierre construido mediante la técnica de la piedra
seca, se han excavado distintos departamentos de planta más
o menos rectangular (fig. 7.86b), adosados y dispuestos en
torno a una calle, con alzados de piedra trabada con barro y
pavimentos de tierra apisonada y cenizas. En un punto del
departamento I, se conservó cómo el pavimento se unía en
forma curva al revestimiento de los alzados (Hernández Pérez, 1994: 89). En otra estancia se halló un vasar, con espacio
para tres recipientes, y un posible horno de forma cuadrangular, con paredes de tierra y piedras. La tierra se empleó en
la construcción de muretes internos y en el revestimiento de
estructuras de equipamiento, como bancos y vasares. Entre
los materiales recuperados se hallaron algunos objetos muebles de barro de distinta forma, aunque se destacó la escasa
presencia de restos constructivos con improntas vegetales
(Hernández Pérez, 1994: 111). En La Horna, la comparación
entre los sedimentos empleados en estructuras con funciones específicas apunta a una selección consciente de estos
materiales geológicos, utilizándose, por ejemplo, arcillas
con propiedades impermeabilizantes para pavimentaciones o
revestimientos de silos (Serna, 1995).
En algunos asentamientos del Bronce tardío también se
documentan alzados de tierra. En Mas del Corral (Alcoy, Alicante), las edificaciones son de zócalo de piedra y alzado de barro, habiéndose recuperado restos constructivos. En una de las estancias
de documentó un banco de barro, poyetes circulares de este mismo
material y un hogar construido con tierra y piedras (Trelis, 1986: 84;
1992). También en el asentamiento de Murviedro (Lorca, Murcia),
aunque ubicado en territorios más meridionales que los anteriores,
las estructuras se construyen con muros de tierra sobre zócalos de
piedra, con postes sustentantes de la techumbre. De planta oval y
rectangular con extremo absidal, cuentan con bancos corridos y con
vasares en el exterior (Eiroa, 2004: 140) (fig. 7.87).
Por otro lado, en El Negret (Agost, Alicante) (Barciela et
alii, 2012), construido en la cumbre y ladera de un cabezo aterrazado, las edificaciones habrían estado separadas por estrechas
calles. De planta triangular o cuadrangular, en su construcción
Figura 7.86. a. Estancias
adosadas y calle central
excavadas en el Altet de Palau
(Font de la Figuera, Valencia) (De
Pedro y García Borja, 2015: 66,
fig. 7). b. Planta de las estructuras
de La Horna (Aspe, Alicante),
adosadas y organizadas en torno
a una calle (Hernández Pérez,
1994: 90, fig. 5).
151
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Figura 7.87. Planta del asentamiento
de Murviedro (Lorca, Murcia) (Lull
et alii, 2014b: 140, fig. 11).
predomina la mampostería, también en las divisiones internas
y estructuras de equipamiento, como bancos (fig. 7.88a) o estructuras adosadas a los muros con un contorno semicircular.
Con piedras se habrían podido calzar los postes sustentantes
de la techumbre. Se hallaron restos constructivos de barro con
improntas vegetales, que provendrían de las cubiertas y, quizá
también, de otras partes estructurales, como el extremo superior
de los alzados (Barciela et alii, 2012: 106).
Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (Soler García, 1949;
1986; 1987; Hernández Pérez, 2001; Hernández Pérez et alii,
2016; entre otros) destaca como un ejemplo excepcional del
amplio uso de la tierra en la construcción, a partir de distintas
evidencias materiales muy bien conservadas. Este asentamiento
se ha ubicado cronológicamente, según las dataciones disponibles, entre 1765/1636 y 1390/1276 cal BC (Hernández Pérez et
alii, 2016: 116). Hacia el 1500 cal BC se documentan incendios
e importantes cambios en las estructuras constructivas (Hernández Pérez, 2009b; 2012). No obstante, cabe añadir que, teniendo
en cuenta las dataciones absolutas disponibles, se ha planteado recientemente que su fundación podría remontarse a inicios
del II milenio BC (Hernández et alii, 2016: 115-117; García
Atiénzar, 2017: 139, fig. 9; Jover et alii, 2018a: 98).
Las viviendas adoptan distintos tamaños y formas, con
muros rectilíneos, de planta rectangular y alargada, con un
extremo absidial, y también cuadrangulares, trapezoidales
o triangulares (fig. 7.89), como el departamento XXVII. Se
empleó la mampostería para construir los alzados, así como
subdivisiones internas y se utilizaron postes de madera con
profundos calzos de piedra para sustentar las vigas de la
techumbre. Buena parte de los postes habrían estado dispuestos de dos en dos (Soler García, 1987: 147; Hernández Pérez
et alii, 2016: 34). La tierra se habría utilizado en la parte superior de algunos muros y en los enlucidos, manteando materia vegetal y madera en las techumbres de tendencia plana,
además de en las pavimentaciones (Hernández Pérez, 2012:
118, 121), en las que la tierra se habría mezclado con ceniza
(Hernández Pérez et alii, 2016: 36). En algunos departamentos
se ha observado que para nivelar nuevos pisos de ocupación
se emplean como relleno restos constructivos de edificaciones
anteriores (Hernández Pérez et alii, 2016: 51). Además, el estudio mineralógico y micromorfológico de muestras de restos
de materiales constructivos con tierra permitió establecer que
el yeso presente en el sedimento empleado en la edificación no
fue tratado mediante su calcinación, sino que se encuentra en
estado natural (Fumanal et alii, 1996: 19).
Ya en los primeros trabajos de excavación realizados en el
yacimiento por parte de José María Soler García (1986; 1987)
se documentó la presencia de fragmentos constructivos de barro
con improntas de caña y de tejido vegetal trenzado (Soler García,
1987: 326, fig. 54), de hojas (Soler García, 1987: 349, fig. 77),
Figura 7.88. a. Banco de tierra y
lajas de piedra, con tres espacios
que habrían servido para alojar
recipientes, documentado en
El Negret (Agost, Alicante)
(Barciela et alii, 2012: 109, fig.
8). b. Soporte vasar de barro del
departamento XXV de Cabezo
Redondo (Hernández Pérez, 2010:
23, fig. 13).
152
[page-n-166]
Figura 7.89. Plano de las estructuras excavadas en Cabezo Redondo (Hernández Pérez et alii, 2016).
Figura 7.90. a. Pequeño horno
de barro documentado en el
departamento IV de Cabezo
Redondo (Soler García, 1987: 287,
fig. 13). b. Poyete de barro con un
molino alojado, documentado en
el departamento XV (Soler García,
1987: 301, fig. 29).
una impronta de asta (Soler García, 1987: 36) y restos de enlucidos, así como diferentes elementos muebles de barro, como soportes y un cilindro (Soler García, 1987: 77, 111, fig. 40, lám. 55).
A ello se añade la documentación de un pequeño horno (Soler
García, 1987: 32, lám. 13) (fig. 7.90a), ubicado en el departamento IV. Se documentó el uso constructivo del barro en poyetes,
como en el caso del departamento XV, en el que se localizaron
tres, hallándose en uno de ellos un molino alojado (Soler García,
1987: 76) (fig. 7.90b). Asimismo, en el departamento XVIII se
excavó una pared formada por doce troncos alineados, que habría
estado manteada con barro. En este sentido, asociado a esta pared
se recuperó un resto de barro endurecido con improntas de cuatro
estacas y marcas de cordaje (Soler García, 1987: 86, 304, fig. 33,)
que podría proceder del manteado de dicha pared.
Si Soler documentó hasta 18 departamentos, en los últimos
años la cifra ha alcanzado las más de 30 estancias excavadas
(Hernández Pérez, 2012: 116-117; Hernández Pérez et alii,
2016: 40) (fig. 7.89). La continuación de las excavaciones en
el asentamiento ha permitido profundizar en la documentación
del uso constructivo del barro en este poblado, combinado con
la piedra, en diferentes tipos de estructuras, que además suelen
estar enlucidas. Se documentan bancos, tabiques, poyetes y
soportes vasares, como los hallados en el departamento XXV
(fig. 7.88b), así como diversas estructuras de combustión, hogares y hornos, entre los que destacarían los de pivote central
ubicados en el departamento XIX (Hernández Pérez, 2012:
121; Hernández Pérez et alii, 2016: 37, 45-47). En algunos
casos, las estructuras fueron construidas enteramente con barro y enlucidas, como los bancos hallados en el departamento
XXIX o el murete detectado en el espacio abierto (Hernández
Pérez et alii, 2016: 69, 76). El amplio empleo constructivo del
barro en el interior de las estructuras proporciona abundantes
improntas que permiten documentar elementos orgánicos ya
desaparecidos, como en el caso de las huellas de esteras de
esparto trenzado sobre un banco de barro del departamento
XXVII (Hernández Pérez et alii, 2014: 217).
153
[page-n-167]
Figura 7.91. Estructuras de las
diferentes fases constructivas de
Peñón de la Zorra (Villena, Alicante)
(García Atiénzar, 2017: 129, fig. 2).
Figura 7.92. Resto constructivo de barro perteneciente a la técnica
constructiva del bajareque, recuperado en Peñón de la Zorra. a. Cara
externa, regularizada. b. Cara interna con improntas de caña. PZ 6.
Figura 7.93. a. Cara interna de un resto de barro con improntas de
Peñón de la Zorra. PZ 5. b. Cara lisa de otra pieza, que se correspondería con la superficie externa de alguna parte estructural. PZ 4.
7.2.1. Casos de estudio
A partir del 2100 cal BC se construyen cuatro nuevas
estancias de planta rectangular y muros de piedra, con estructuras de combustión en su interior, huellas de poste y pavimentos realizados con tierra. Se ha determinado que el poblado continuaría utilizándose hasta el 1800 cal BC (García
Atiénzar, 2016; 2017).
Peñón de la Zorra
Introducción al yacimiento
El asentamiento de Peñón de la Zorra (Villena, Alicante) (Jover et alii, 1995; Jover y De Miguel, 2002; García Atiénzar,
2014; 2016a, 2016b; García Atiénzar et alii, 2016; Alba y
García Atiénzar, 2018) se ubica en lo alto de un espolón rocoso, con una base caliza, en las estribaciones de la Sierra
del Morrón.
En este espacio se han documentado cuatro muros
cerrando el espacio en dirección a su cima, construidos en
paralelo a las curvas de nivel. Las excavaciones llevadas a
cabo entre 2011 y 2015 permitieron identificar, en la parte
más alta del espolón, los restos de una estructura sobreelevada de grandes mampuestos que se asocia a los primeros
momentos del enclave, en cuya base se identificaron diferentes espacios (fig. 7.91). A esta primera fase constructiva
de época campaniforme, iniciada a mediados del III milenio
BC, pertenecería también una única estancia, de muros de
mampostería y planta trapezoidal, con un banco de piedra interior adosado a uno de sus laterales. Destaca la presencia de
restos de lajas pétreas a modo de pavimentación. Procedente
de esta estancia y asociada a su nivel de uso se ha realizado
una datación sobre una muestra de vida corta −3900±40 BP
(Beta-332584) (Alba y García Atiénzar, 2018: 64).
154
Los materiales de barro de Peñón de la Zorra
El conjunto de restos constructivos de tierra recuperados en
Peñón de la Zorra es considerablemente escaso. En este estudio
hemos analizado 11 fragmentos,8 procedentes sobre todo de la
campaña de 2014 y, puntualmente, de campañas anteriores. Están asociados a contextos de inicios del II milenio BC, niveles
de abandono y destrucción, así como a pavimentaciones, de las
unidades habitacionales 1, 2 y 3. Presentan tonos blanquecinos,
marrón grisáceo y amarillento. Sus formas y consistencia son
variadas, con unas dimensiones desde los 4 x 2 x 3,3 cm hasta
un tamaño máximo de 15,5 x 12,4 x 3,1 cm. Algunas piezas
muestran huellas negativas de contorno circular en el mortero,
así como evidencias del empleo de estabilizante vegetal en la
mezcla de barro. En su mayoría están afectados por raíces.
8
Agradecemos a Gabriel García Atiénzar, director de las excavaciones en el asentamiento, el habernos facilitado el acceso a los materiales para su estudio, así como a su información contextual.
[page-n-168]
Figura 7.94. a. Fragmento de pavimento, en el que se superponen
varias capas. PZ 7. b. Resto de pavimento con improntas de vegetales largos. PZ 10.
En lo referente a su morfología, dos fragmentos, con una
cara alisada o regularizada, cuentan también con improntas en
su cara interna (fig. 7.92b y fig. 7.93a). Éstas, en un número de
cinco, pertenecerían a cañas y a carrizo, de 1,5 y 0,9 cm de diámetro respectivamente. Estos dos restos constructivos proceden
de la UE 1045, nivel de destrucción de la unidad habitacional
2. Además, se ha identificado una posible huella de atadura de
tipo tallo en uno de ellos. Pertenecerían posiblemente a techumbres, construidas con la técnica del bajareque, sin que pueda
descartarse que procedan de otras partes estructurales.
Por otro lado, predominan los restos con una cara externa.
Una parte de ellos son fragmentos de pavimentos, recuperados
de las UUEE 3003 y 3006, pavimentaciones de las unidades
habitacionales 3 y 2. Uno de estos restos, de la UH 2, presenta
huellas de tipo tallo en una de sus caras (fig. 7.94b). Además, se
ha recuperado un fragmento con una cara lisa que podría haber
pertenecido a alguna superficie externa (fig. 7.93b), de un alzado o quizá de un pavimento, asociado asimismo a la UH 2. Otra
pieza, procedente del estrato de abandono de la UH 1, podría
pertenecer a una posible esquina o borde de estructura.
Valoración
No contamos con evidencias que apunten a que se hubiera llevado a cabo un uso destacado de la tierra en la construcción y
equipamiento de las estancias de Peñón de la Zorra. No obstante, este pequeño conjunto material ha permitido visibilizar,
aunque con un mínimo número de evidencias, el uso de la técnica constructiva del bajareque, en unas estructuras en cuya
construcción habría predominado la piedra, utilizada en sus
alzados y en una parte de su pavimentación. Se ha identificado
la existencia de paneles de bajareque con hasta cinco improntas
paralelas, de carrizo y/o cañas, posiblemente atadas con fibras
individuales, paneles que fueron manteados con barro y después
regularizados. Es probable que estas estructuras de bajareque
hubieran formado parte de las cubiertas. Estos restos también
testimonian el empleo de morteros de barro en los que la tierra
se mezcló con los habituales estabilizantes vegetales. Asimismo, la tierra se utilizó en las pavimentaciones de las estancias
(García Atiénzar, 2016: 132).
Un aspecto que resaltar a propósito de este estudio es
la dificultad inherente a la interpretación de muchas piezas
de barro que no cuenten con otros rasgos que contribuyan
a identificar su origen. En casos como el de Peñón de la
Zorra, afortunadamente disponemos de la información contextual necesaria para conocer que, por ejemplo, determinadas piezas con dos caras más o menos lisas y paralelas
pertenecen a pavimentaciones −UUEE 3003 y 3006− (fig.
7.94), un dato que no siempre está al alcance en asociación
al fragmento en estudio.
Terlinques
Introducción al yacimiento
El asentamiento de la Edad del Bronce de Terlinques (Villena,
Alicante) (Jover et alii, 2001; Machado et alii, 2009; Jover y López Padilla, 2004; 2009; 2016), fue construido sobre un cerro aislado, de hasta 70 m de altitud sobre el llano, compuesto por una
cresta caliza. Situado en la cubeta o corredor de Villena, desde
el mismo se cuenta con muy buena visibilidad sobre el entorno.
Desde este cerro se pueden observar yacimientos cercanos contemporáneos o de cronologías cercanas, como los citados Cabezo
del Polovar o Cabezo Redondo. El emplazamiento en altura y la
amplia visibilidad del territorio circundante que caracterizan al
asentamiento de Terlinques son rasgos característicos compartidos con otros muchos yacimientos de la Edad del Bronce en el
área valenciana (Jover y López Padilla, 2016: 428).
Las primeras intervenciones en Terlinques tuvieron lugar
en 1969, con un sondeo realizado por José María Soler García
y Eduardo Fernández Moscoso. Al año siguiente, los trabajos
continuaron con la participación del llamado Grupo de Madrid,
compuesto por alumnado de la Universidad Complutense. Con
posterioridad, desde 1997 hasta 2011, se realizaron excavaciones arqueológicas de forma continua. El yacimiento se encuentra alterado, principalmente, por procesos erosivos de ladera, así
Figura 7.95. Izda. Distribución de
los restos de barro en función de su
interpretación. Dcha. Clasificación de
los fragmentos por técnicas.
155
[page-n-169]
Figura 7.96. Planta de las diferentes unidades habitacionales excavadas en Terlinques (Villena, Alicante) (Jover y López Padilla, 2016:
432, fig. 4).
como por fosas de plantación y surcos generados por un arado
mecánico, producidos en el marco de repoblaciones forestales a
inicios de la década de 1970 (Jover y López Padilla, 2016: 431).
Terlinques habría sido habitado desde finales del III milenio
BC hasta mediados del II milenio BC. Cuenta con gruesas estructuras de piedra a modo de plataformas y muros de aterrazamiento,
que rodean las estructuras de hábitat (fig. 7.96) y que se construyeron desde los inicios de su ocupación. Se han diferenciado tres
fases, entre las que se han documentado episodios de incendio. La
fase I o inicial del asentamiento −2150-2000/1950 cal BC, aproximadamente−, cuenta con estructuras amplias de planta rectangular, como la unidad habitacional 1 y culminaría en torno al 1950
cal BC (Jover et alii, 2014; Jover y López Padilla, 2016: 440).
156
La fase II abarcaría desde 1950 hasta aproximadamente 1750 BC
y en ella se habrían aprovechado las construcciones de la primera
fase, manteniendo la misma estructura y organización del espacio,
aunque repavimentando y alzando en parte nuevos muros.
En torno a 1750 cal BC, se habrían llevado a cabo cambios
muy importantes en la organización de las estructuras de hábitat
–fase III−. Las hasta 14 unidades habitacionales –UUHH– detectadas y excavadas (fig. 7.96), en esta última fase son de planta
rectangular o trapezoidal y de menor superficie que en momentos
anteriores, se construyen adosadas unas a otras y en torno a una
calle (Machado et alii, 2009; 79), utilizándose hasta alrededor
del 1500 BC, cuando se abandonaría el poblado (Jover y López Padilla, 2016: 443). El cambio hacia este diferente modelo
[page-n-170]
Figura 7.97. a. Materiales constructivos carbonizados excavados en
Terlinques: cuerdas trenzadas asociadas a troncos, en la UH 1. b.
Troncos excavados sobre el nivel de incendio de la UH 1 (fotografías de Francisco Javier Jover).
de organización de las estructuras se observa también en otros
asentamientos de la Edad del Bronce, como Cabezo Pardo (López Padilla, 2014; Jover y López Padilla, 2016: 443). En uno de
los edificios de esta última fase de Terlinques, correspondiente
a las unidades habitacionales 7 y 8, se han encontrado evidencias asociadas al desarrollo de distintas actividades, que no se
observan en el resto de espacios durante esa fase. Además, las
características y distribución de los calzos de poste detectados en
dicho edificio hacen pensar en la existencia de una segunda altura
(Jover y López Padilla, 2016: 436, 437, 443).
La estancia de este poblado de la que probablemente mejor
se conocen sus aspectos constructivos es la citada UH 1 de la
fase I (Jover y López Padilla, 2004: 291-292; 2016: 433, fig. 5)
(fig. 7.98a). Se trata de una edificación amplia, de planta alargada,
con muros de piedra de doble paramento, donde la tierra se habría
empleado junto con yeso para trabar los mampuestos de los muros,
en su revestimiento y en la cubierta. Esta estancia se construyó con
postes de madera que contribuirían a sustentar la techumbre –de
diámetros diferentes, como evidencian las huellas de postes–, en
función de su ubicación en la planta del edificio y de las diferentes
necesidades de sustentación (Machado et alii, 2009: 80). Vigas,
largueros y travesaños de madera de pino carrasco (Pinus halepensis), atados con cuerdas de esparto (fig. 7.97a), sustentarían la
techumbre, dispuesta probablemente a una sola vertiente (Machado et alii, 2009: 80). Esta cubierta habría sido edificada empleando
diferentes especies vegetales de procedencia local, manteadas con
barro, incluido esparto picado hallado entre los travesaños (Jover
y López Padilla, 2013: 158) (fig. 7.97b).
Asociadas a esta construcción se documentaron diferentes estructuras de equipamiento interno construidas con
una combinación de barro y piedra: bancos o resaltes, cubetas y hogares. Con tierra se manteó un tabique de 1,5 m
Figura 7.98. a. Planta de la
UH 1 con la distribución
de las diferentes evidencias
arqueológicas halladas en su
interior, incluido el tabique
carbonizado de troncos manteados
con barro (Jover y López Padilla,
2016: 433, fig. 5). b. Vista lateral
de dicho tabique (fotografía
de Francisco Javier Jover). c.
Recreación del interior de la UH 1,
con el tabique interno (ilustración
de Juan Antonio López, en Jover y
López Padilla, 2009: 281).
157
[page-n-171]
un aspecto carbonizado en toda su superficie (fig. 7.99). Entre los
componentes de la mezcla de barro de las piezas analizadas no se
ha identificado malacofauna a nivel macroscópico.
a) Improntas constructivas vegetales y de madera
Figura 7.99. Resto constructivo de aspecto carbonizado, recuperado en el nivel de derrumbe de la UH1. a. Cara externa con huellas
horizontales de alisado manual. b. Cara interna, con tres improntas
constructivas de elementos de madera. TE 10.
de longitud, compuesto por ocho troncos alineados, de entre
8 y 14 cm de diámetro (fig. 7.98b). Esta estancia, al igual que
otras, se pavimentó con un sedimento de grano fino y alto contenido en yeso (Machado et alii, 2009: 81), como también parece haber ocurrido en el cercano Cabezo del Polovar (Pastor,
2016: 360) –ver 7.2.1–. Durante la excavación de esta UH 1
se pudieron detectar diferentes áreas de actividad, a partir de
la conservación de un amplio registro material, también de naturaleza orgánica, en muy buenas condiciones de preservación
derivadas de la acción del fuego. Así, por ejemplo, cabe destacar el hallazgo, en el interior de la UH 1, de un saco de esparto
que contenía estiércol (Machado et alii, 2008; 2009: 81; Jover
y López Padilla, 2016: 434).
En una parte de los restos se observan improntas de carrizo, cañas
y/o ramas, de hasta 3 cm de ancho. Las improntas de carrizo,
presentes en 10 fragmentos, en un número desde dos, hasta un
único caso de seis (fig. 7.100), proceden de las UUEE 1006,
1009, 1481 y 1492. Estos hallazgos apuntan a la existencia de
paneles de carrizo cubiertos con barro en algunas partes de las
edificaciones, identificándose estas piezas en niveles de derrumbe, como la UE 1006. Estos paneles, aplicados mediante la técnica constructiva del bajareque, podrían haber formado parte
sobre todo de las cubiertas.
Del mismo modo, los cuatro ejemplos con posibles huellas
de ramas se recuperaron en la UE 1009, nivel de incendio de la
UH 1. En dos piezas de esta misma unidad estratigráfica se observan improntas de cuerda trenzada. En una de ellas han quedado
impresas tres cuerdas (fig. 7.101a), con una anchura de 1,2 cm,
dispuestas en paralelo −resultado de haber dado varias vueltas
con ellas a un elemento de sección circular, muy probablemente
un tronco−, separadas por una distancia de entre 1 y 2 cm.
Por otro lado, destacan las improntas de troncos, de sección circular y hasta 5 cm de diámetro, y algún caso de impronta que interpretamos como de madera trabajada (fig.
7.101b). Estos negativos de troncos de madera aparecen en
piezas de escasa consistencia, incluso muy disgregables, que
por lo general presentan sólo una impronta y también caras
alisadas y que proceden de las UUEE 1006 y 1009 de la UH 1,
además de alguna hallada en estratos superficiales. Asimismo,
Los materiales de barro de Terlinques
El conjunto de restos constructivos analizados de Terlinques
asciende a 69 fragmentos9, procedentes de las campañas de
excavación desarrolladas entre 1998 y 2011. El mayor número
de ellos fue recuperado en 1998 −UH1 (UE 1006, nivel de
derrumbe)− y 1999 −UH 1 (UE 1009, nivel de incendio)−. La
consistencia presentada por estos elementos es muy variable,
como sus formas y coloraciones, encontrándose desde piezas
muy disgregables a otras bastante endurecidas. Del mismo
modo, abarcan unas dimensiones desde 3,5 x 2,5 x 0,8 cm en
el fragmento más pequeño, hasta 25,3 x 14,5 x 4 cm en el
mayor de ellos.
Respecto a las observaciones sobre su composición, en unos
18 fragmentos −26%− se distinguen con claridad huellas de vegetales. Gran parte de los restos del conjunto −41%− cuentan con
piedras en su matriz, de hasta 4,3 cm de largo. De igual modo, dos
ejemplares, de las UUEE 1406 y 1481, presentan lo que parece
ser la impronta de una piedra. Muchos de ellos contienen restos
carbonizados o los presentan adheridos, teniendo algunas piezas
9
Agradecemos a los directores de las excavaciones en Terlinques,
Francisco Javier Jover Maestre y Juan Antonio López Padilla, el
habernos facilitado el acceso a los materiales para poder estudiarlos. Gracias también al Museo Arqueológico Municipal “José María Soler” de Villena, donde llevamos a cabo el estudio, y especialmente a Jesús García Guardiola.
158
Figura 7.100. a. Cara interna de un resto constructivo con seis improntas paralelas de carrizo. b. Cara externa, regularizada. TE 55.
Figura 7.101. a. Cara interna de un resto constructivo que presenta
tres improntas de cuerdas trenzadas, separadas por cierta distancia,
en la impronta de lo que probablemente fue un tronco. TE 42. b.
Otro resto con impronta plana de un posible elemento de madera
trabajada. TE 39.
[page-n-172]
Figura 7.102. a. Fragmento de barro endurecido que conserva la
impronta de una superficie de textil vegetal en una de sus caras. b.
Cara contraria, informe. TE 51.
es interesante señalar que en la UE 1006 se recuperó un fragmento de escasos centímetros con la impronta de una superficie de textil vegetal (fig. 7.102).
Por otra parte, cabe la posibilidad de que algunos fragmentos
de barro con improntas de vegetales de considerable longitud recuperados en Terlinques fueran resultado de una técnica constructiva
similar o equiparable al amasado de barro a partir de unidades individualizadas o bolas (fig. 7.103a, c y d). Estas piezas de barro, con
huellas de vegetales largos que podrían corresponder a su mezcla
con paja, proceden de las UUEE 1006 y 1009 de la fase I y 1481
y 1492 de la fase III. En la identificación de esta técnica a partir de
restos arqueológicos aislados de construcción con tierra es clave
el criterio morfológico, principalmente la existencia de huellas en
sus superficies, resultado de la colocación de unas unidades junto
a otras (Pastor et alii, 2019). Entre los escasos ejemplos que conocemos del uso de esta forma de construir en la Prehistoria reciente
de la península ibérica existen otros elementos en común, como el
empleo de vegetales de considerable longitud en la mezcla de barro
y el hecho de que aparezcan, hasta la fecha, en asentamientos de la
primera mitad del II milenio BC.
Una de estas piezas de Terlinques asociadas a la técnica del
amasado, quizá en forma de unidades individualizadas −TE
54−, presentó, tras un análisis mediante microfluorescencia de
rayos X, una composición a base de cuarzo, arcillas y/o feldespatos potásicos, así como yeso y oxi-hidróxidos de hierro, que
le habrían otorgado su coloración rojiza −ver anexo II, Pastor,
2019−. En lámina delgada se pudo observar que la pieza cuenta con una matriz formada por partículas de tamaños similares, subredondeados y subangulares y que contenía numerosos
espacios vacíos (fig. 7.104).
b) Tratamiento de superficies externas
Figura 7.103. a. Vista cenital de un fragmento constructivo de Terlinques que presenta un cierto rehundimiento y huellas de vegetales. TE 67. b. Fragmento de bola de barro de Caramoro I, con
morfología muy similar. c y d. Vistas laterales de otras piezas de
Terlinques, que podrían ser el resultado de la aplicación del amasado de barro en forma de unidades individualizadas. TE 45 y TE 65.
Figura 7.104. Imágenes de la pieza TE 54 mediante lámina delgada.
Alrededor de la mitad de los fragmentos estudiados presentan
caras externas, generalmente alisadas. En algunos casos se aprecian evidencias de su alisado manual y en seis fragmentos pueden observarse los pequeños surcos paralelos y en ondulaciones de las huellas dactilares (fig. 7.105a). Este grupo de piezas
se encuentra entre las que se interpretan como revestimientos,
procedentes sobre todo de la UE 1006 de la UH 1.
Figura 7.105. a. Cara externa alisada de un fragmento constructivo,
en la que se observan marcas dejadas por huellas dactilares. b. Cara
interna de la misma pieza, de coloración ennegrecida. TE 3.
159
[page-n-173]
Figura 7.106. a. Fragmento
recuperado en la UE 1009, donde
se observa una de sus caras alisadas
(parte superior de la imagen) y una
impronta constructiva, de un tronco
(parte inferior). b. Detalle de la cara
externa, con huellas horizontales del
alisado. c. Vista del perfil de la pieza,
donde se observan las diferentes
capas bajo una de las superficies
alisadas, destacando la capa gris. d.
Detalle. TE 32.
Figura 7.107. a. Vista cenital de la
cara externa de un resto constructivo
de Terlinques hallado en la UE 1009,
que presenta franjas paralelas en
su revestimiento, que podrían ser
parte de un motivo decorativo. b.
Vista lateral, donde se observa que
las ondulaciones están separadas
del resto del mortero de barro de
la pieza, sobre una capa de color
más claro. TE 33. c. Revestimientos
con decoraciones acanaladas de
los yacimientos del Bronce final de
Cerro de los Infantes, Cerro de los
Cabezuelos y Cerro de la Encina
(Dorado et alii, 2015: 269, fig. 8). d.
Superficies decoradas similares en
fragmentos constructivos de barro
(Knoll y Klamm, 2015: 108, fig. 111).
160
[page-n-174]
Además del tratamiento alisado de buena parte de las
superficies constructivas de este conjunto, existe otro elemento
relacionado que este estudio de materiales permite plantear. En
un grupo de cinco piezas de la UE 1009 se observan unos rasgos
singulares. Cada una de ellas muestra la impronta constructiva
de un tronco de sección circular, de 3-4 cm de ancho, con dos
caras alisadas. En el perfil, especialmente en una de ellas, se
pueden ver con claridad distintas capas sucesivas, con diferentes coloraciones, destacando a nivel macroscópico en varias de
las piezas una relativamente gruesa capa gris (fig. 7.106c y d),
de unos 3 mm. El análisis mediante microfluorescencia de rayos
X de una de ellas −TE 34− ha apuntado que en la composición
del cuerpo de la pieza destaca la presencia de arcillas y/o feldespatos potásicos y que serían los oxi-hidróxidos de hierro y
óxidos de manganeso los que contribuirían a darle una tonalidad rojiza al mortero. Respecto a las capas diferenciadas, se han
identificado tres, de diferente composición. En las tres capas se
identifica la presencia de yeso, unido a carbonato cálcico en la
última y la penúltima de las observadas, planteándose la posibilidad de que éste fuera de origen antrópico y hubieran sido
mezcladas ambas sustancias −ver anexo II, Pastor, 2019.
En el otro extremo de estas piezas se observa otra cara externa,
paralela a la anterior, que en uno de los fragmentos conserva con
claridad un perfil ondulado o acanalado, generado por una serie de
franjas convexas paralelas (fig. 7.107a y b). Se observa en el perfil
que estas ondulaciones se encuentran en una capa de color más claro añadida al mortero del resto de la pieza, lo que refuerza la idea de
que este rasgo pertenezca al tratamiento de una superficie externa.
Esta morfología podría corresponderse con la de una decoración.
Fragmentos de revestimientos con motivos decorativos similares
se han identificado en yacimientos del Bronce final del sureste
peninsular, como Cerro de los Cabezuelos (Dorado et alii, 2015:
266, 269, fig. 8) (fig. 7.107c). Asimismo, decoraciones en relieve
de este tipo se han identificado también en materiales constructivos
de barro de los asentamientos protohistóricos de Escodines Altes y
San Cristóbal (Mazaleón, Teruel) (Belarte, 1999-2000: 74-80, figs.
8, 14-18). Otros casos de decoraciones mediante franjas en relieve
y acanaladuras en revestimientos prehistóricos se han documentado en asentamientos del centro y este de Europa (Knoll y Klamm,
2015: 106-108, figs. 108-111; Knoll, 2018: 318-324).
Figura 7.108. Vista cenital de un fragmento de borde de estructura
de barro, recuperado en la UE 1009. En su superficie se observan
las huellas negativas dejadas por restos vegetales. TE 48.
que presenta también un rehundimiento en su cara contraria, en
su base (fig. 7.109b). Desde uno de sus laterales, podría parecer
que dos de las esquinas de encuentran modeladas con una separación en el centro, dándoles aspecto de “patas” o puntos de
apoyo. De coloración marrón, se observa algún resto mineral y
carbonizado en su composición, que observamos como bastante
homogénea y de fracción fina.
No conocemos paralelos para este tipo de elemento mueble y
acerca del propósito con el que fue fabricado existen múltiples posibilidades. Existe la posibilidad de que sea simplemente el resultado
de un experimento o entretenimiento mediante el modelado con barro, quizá sin mayor propósito, perforándolo con una pequeña rama
o varilla. No obstante, también podría haber servido para contener,
o incluso quemar, alguna sustancia en el rehundimiento de su cara
superior, con las perforaciones como decoración o introduciendo y
sosteniendo la materia a quemar en las perforaciones.
c) Estructura de actividad
Entre los restos constructivos analizados de este asentamiento,
uno de ellos se correspondería con un fragmento de una estructura de barro. Se trata de una pieza alargada y de consistencia
altamente disgregable, hallada en la UE 1009. Tiene forma de
borde (fig. 7.108), alisado y redondeado, de coloración marrón
en el exterior y con un interior ennegrecido. En su composición
se aprecian algunas piedras, huellas de vegetales y restos carbonizados.
Figura 7.109. a. Vista cenital de la cara superior de un objeto rectangular de barro hallado en Terlinques, donde se aprecian las perforaciones en su perímetro. b. Cara inferior o base del mismo objeto.
TE 47.
d) Un objeto de barro singular
Por último, recogemos un objeto de barro cuyo (Pastor et alii,
2020) hallazgo se produjo en el relleno de uno de los calzos
de poste −UE 1093− de la UH 8 de la fase III (Jover y López
Padilla, 2016: 437). Con unas dimensiones de 6,5 x 4 x 2,5 cm,
presenta una forma rectangular, con una cara superior con perforaciones en su perímetro y modelada de forma que cuenta con
un espacio ligeramente rehundido en el centro y un fino reborde
(fig. 7.109a). Aunque se encuentra fragmentado, puede intuirse
Figura 7.110. a. Vista oblicua del objeto de barro de Terlinques. b.
Detalle de una de sus esquinas. TE 47.
161
[page-n-175]
Figura 7.111. Ejemplos de maquetas
arquitectónicas. a. Modelo en
arcilla perteneciente a la cultura
del Neolítico final y Calcolítico
de Cucuteni-Tripolye (a partir de
Lazarovici y Lazarovici, 2010: 124,
fig. 14.8). b. Modelo egipcio antiguo,
aunque de piedra, con perforaciones
en su interior, que se interpreta que
habrían albergado “árboles” para la
representación de un jardín (a partir
de Caja de Arquitectos, 1997: 176).
Asimismo, es posible que este objeto hubiera sido elaborado
como un juguete o como un modelo, quizá a modo de maqueta
arquitectónica (fig. 7.111), que contara con una superestructura de materia orgánica y de la que sólo se habría preservado
una parte, la inferior. Podría haber representado la base de una
edificación o recinto de planta rectangular y haber contado con
elementos orgánicos no conservados clavados en los orificios,
a modo de estacas o postes. Las maquetas arquitectónicas son
elementos muebles figurados, generalmente de barro, que representan elementos inanimados, en su mayoría edificaciones.
Se conocen desde cronologías neolíticas, en asentamientos tan
antiguos como Çayönü (Diyarbakir, Turquía), cuya primera
ocupación está datada en el IX milenio BC. Los modelos de
viviendas de este asentamiento datan de la primera mitad del
VII milenio BC y se ha planteado que pudieran haber sido utilizados como ofrendas funerarias, pero también como juguetes
(Biçakçi, 1995: 110). Estas maquetas se documentan también
en Grecia, desde el Neolítico. Durante la Edad del Bronce en el
Egeo, en el III y II milenios BC, las maquetas arquitectónicas
son por lo general hechas de barro, complementadas con otros
materiales, como la caña y se les atribuyen posibles funciones
rituales y funerarias (Schoep, 1997: 83, 86, 89).
Otra posible interpretación es que se hubiera tratado de un
pequeño tablero de juego. Objetos de similar morfología, realizados mayoritariamente con barro, pero también con otros
materiales, se han hallado en yacimientos prehistóricos del
Próximo Oriente y en el Egipto antiguo, relacionados con el
llamado juego de los 58 agujeros. No obstante, estos tableros
contarían con un mayor número de perforaciones que el objeto
de Terlinques.
Valoración
El conjunto de materiales de barro endurecido procedentes de
Terlinques no es muy numeroso, pero sí rico en datos de diverso tipo. En primer lugar, permite observar de forma indirecta
la presencia de diversos materiales constructivos de origen
vegetal: carrizo y cañas, cuerdas trenzadas, ramas, troncos y
elementos de madera trabajada. En este sentido, la especie
más representada en el análisis realizado de los restos antracológicos de Terlinques es el pino carrasco (Pinus halepensis),
con presencia también de encina (Quercus ilex /Q. coccifera).
Asimismo, se hallaron restos carbonizados de caña (Arundo
donax) en uno de los hogares del asentamiento (Machado et
alii, 2008; 2009: 83). En un caso concreto se ha identificado
también la impronta de un textil vegetal o estera. Como en
otros asentamientos de la Edad del Bronce del entorno, en Terlinques se habría utilizado para construir, junto con la tierra,
el yeso, identificado también en este enclave mediante análisis
compositivos −ver anexo II, Pastor, 2019.
Se observa el uso de la técnica del bajareque, mediante el
uso de diferentes especies vegetales y lígneas, documentándose también piezas de barro amasado (fig. 7.112) con vegetales, posiblemente paja, quizá dispuesto a partir de unidades
individualizadas. La manipulación y el modelado del barro
Figura 7.112. Izda. Distribución de
los restos de barro de Terlinques en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
162
[page-n-176]
se identifican mediante las huellas del alisado manual de las
superficies, así como sobre fragmentos de estructuras de actividad. En este asentamiento, el uso del barro modelado se extiende también, como es habitual a lo largo de la Prehistoria
reciente peninsular, a la construcción de estructuras de actividad
y equipamiento de los espacios domésticos. En Terlinques se ha
recuperado el borde de una de ellas. El alisado de las superficies
externas es manual, conservándose incluso huellas dactilares
producidas durante este proceso de elaboración.
Del mismo modo, destacan dos elementos que pueden
considerarse singulares y que no hemos observado en ningún otro conjunto de los abordados en esta investigación. En
primer lugar, una superficie de perfil ondulado y con franjas paralelas en la cara externa de algunos restos constructivos que, teniendo en cuenta sus rasgos morfológicos y los
paralelos existentes, consideramos que se trata de decoraciones, posiblemente plásticas, realizadas añadiendo materia en
las superficies estructurales de tierra. Asimismo, en el conjunto material de este poblado de la Edad del Bronce se encuentra un objeto de barro rectangular y con perforaciones en
su perímetro, que pudo haber sido producido como un objeto
doméstico funcional o como una maqueta, un juguete o un
tablero de juego.
Cabezo del Polovar
Introducción al yacimiento
El yacimiento de la Edad del Bronce de Cabezo del Polovar
(Villena, Alicante) (Jover et alii, 2016a; 2016b; 2018b), está
ubicado sobre un gran cerro alargado, compuesto de rocas
Figura 7.113. Planta de las
estructuras de la cresta occidental
de Cabezo del Polovar (Jover et
alii, 2016b: 51, fig. 5).
Figura 7.114. Planta de las
estructuras de la cresta central de
Cabezo del Polovar (Jover et alii,
2016b: 55, fig. 11).
163
[page-n-177]
Figura 7.115. a. Bloque
constructivo de barro con una cara
alisada, procedente de la cresta
occidental. PO 1003/1-1. b. Detalle
de piedras y raíces presentes en el
mortero de un resto de barro de la
cresta central. PO 3007/27-6.
calizas y yesos, en el centro de la cubeta de Villena. Enmarcado
en el corredor del Vinalopó, se encuentra próximo a la antigua
Laguna de Villena y a otros asentamientos de la Edad del Bronce, como Terlinques y Cabezo Redondo. Los trabajos de excavación en extensión realizados en este enclave tuvieron lugar
en la cresta occidental en el año 2012 y en la central durante las
campañas de 2013 y 2014. Ha sido fechado en la primera mitad
del II milenio BC y en dos de sus crestas se han documentado
restos de construcciones.
Por una parte, la única construcción existente en la cresta
occidental habría sido reforzada por un grueso muro de aterrazamiento y conformada por un alzado de mampostería de piedra
(fig. 7.113). De éste se han conservado hasta tres hiladas, junto
con postes de madera identificados mediante sus calzos, que sustentarían una cubierta formada por travesaños de madera de pino
(Jover y Martínez Monleón, 2012), algunos de cuyos restos se
han registrado carbonizados en el estrato de incendio, sobre el
suelo de la estancia. Este edificio pavimentado ha sido interpretado como una estancia semiabierta, que podría haber servido no
como un espacio de hábitat permanente, sino como cobertizo o
lugar de refugio y almacenaje de enseres domésticos y/o alimentos (Jover et alii, 2016b: 63). Habría sido destruido por un incendio, fechado por datación radiocarbónica por una muestra de vida
corta hacia el 1815 cal BC (Beta-332585: 3530±30 BP; 19401770 cal BC 2σ). Así, la construcción de la cresta occidental de
Cabezo del Polovar se habría edificado en momentos coetáneos a
la segunda fase de ocupación de Terlinques.
Por otro lado, en la cresta central del yacimiento fueron
localizadas dos estancias contiguas, de planta rectangular y dimensiones reducidas, delimitadas por algunos tramos de muros,
cuya base es de piedra (fig. 7.114). Ambas construcciones se
encontraban afectadas por procesos erosivos, en especial el ambiente 1, ubicado sobre la cresta del cerro y también fueron destruidas por un incendio. En el ambiente 2, ubicado hacia el norte
de éste y en la pendiente del cerro, se documentaron una estructura negativa excavada en la roca, junto con otra menor, que se
interpretó como un calzo de poste. La datación radiocarbónica
de un excremento de ovicaprino, hallado en el interior de un
resto constructivo de tierra, proporcionó una cronología de entre
el 1585/1545 y el 1436 cal BC –Beta-397232: 3230 ± 30BP;
1605-1585 y 1545-1436 cal BC (2 σ)– (Jover et alii, 2016b: 57).
Por lo tanto, la construcción o quizá una actividad posterior de
mantenimiento de estas estructuras se sitúan a mediados del II
milenio BC.
164
Los materiales de barro de Cabezo del Polovar
El conjunto de fragmentos de barro estudiados10 se compone de
40 restos, recuperados durante las excavaciones realizadas en el
asentamiento entre 2012 y 2014. Estos materiales proceden de las
unidades de incendio y derrumbe de las construcciones o de los
niveles inferiores de uso. Su consistencia es media o disgregable,
encontrándose una decena de restos considerablemente endurecidos. Las formas que presentan son variadas y sus dimensiones
abarcan desde los 18 x 16,5 x 7,5 cm, hasta los 2,2 x 1,9 x 1,3 cm
en el menor de los fragmentos. Muestran coloraciones marrones,
rojizas en algún caso, blanquecinas y ennegrecidas.
Por un lado, durante la excavación de las estructuras
detectadas en la cima de la cresta occidental se recogieron 11
restos de barro, correspondientes a tres unidades estratigráficas
asociadas al único alzado documentado de la estancia, el muro
de mampostería UE 2003. Cinco de estos elementos constructivos son compactos, de composición aparentemente homogénea,
el mayor de ellos con unas dimensiones de 5 x 4 x 3 cm, y
pertenecen al pavimento –UE 1004–. La mayor parte presentan
dos superficies lisas y paralelas. Su color blanquecino y su tacto
suave parecen corresponderse con una composición de éste a
base de yeso, que forma parte de la geología del cerro en el
que se ubica el yacimiento, así como de la cubeta de Villena
en general (Fumanal et alii, 1996: 8). En el segundo grupo se
encuentran seis restos que podemos denominar bloques, debido
a su forma y mayor tamaño –hasta 18 x 16,5 x 7,5 cm–, con
un aspecto distinto al de los anteriores, una coloración oscura,
grisácea y marrón y una escasa consistencia. En la composición
del mortero de los bloques se observan piedras, de hasta 3,2
cm de largo en uno de ellos. Tres de ellos presentan una cara
regularizada o alisada (fig. 7.115a) y otros tres tienen dos caras
alisadas y paralelas.
Por otra parte, los nueve fragmentos de barro recuperados
en la campaña de excavación de 2013 en el ambiente 1 de la
cresta central proceden de dos unidades estratigráficas: la UE
10
Agradecemos a los directores de las intervenciones arqueológicas
en Cabezo del Polovar, Francisco Javier Jover Maestre y Sergio
Martínez Monleón, el habernos facilitado el acceso a los materiales
para su estudio. Gracias también al Museo Arqueológico Municipal
“José María Soler” de Villena y, en especial, a Jesús García Guardiola, por la amable atención recibida. Para una primera aproximación a estos restos y detalles sobre el estudio, ver Pastor (2016).
[page-n-178]
3004, el nivel de incendio de este ambiente, conservado de manera muy puntual, y la UE 3005, denominación otorgada a un
probable pavimento. Las dimensiones de las piezas de este conjunto alcanzan los 6-7 cm de largo, 4-5 cm de ancho y 2-3 cm de
espesor en la mayoría de los fragmentos, con la excepción de un
bloque de mayor tamaño, 16 x 11 x 4,5 cm, el único asociado a
la UE 3005 o pavimento. Es destacable que en una parte de los
restos de este conjunto puedan observarse, al igual que en los
restos de la cresta occidental, piedras de hasta 2 cm de largo en
el interior del mortero de barro (fig. 7.115b). Por otro lado, algunos presentan huellas negativas de vegetales de diámetro muy
reducido, de tipo tallo o paja. En los fragmentos recuperados en
el ambiente 1 se ha observado también, de manera macroscópica, la posible presencia de yeso en su composición. Los elementos constructivos de este ambiente presentan una coloración
negruzca, grisácea y marrón claro.
Algunos fragmentos hallados en el ambiente 1 de la cresta
central presentan una cara regularizada y más o menos alisada,
que se correspondería con la superficie externa de una construcción. La pieza de mayor tamaño del conjunto y la única asociada
al nivel de pavimento presenta cuatro capas superpuestas y distinguibles a simple vista, también por su diferente coloración.
Estas capas constituirían sucesivas preparaciones y/o pavimentaciones del suelo de la estancia. La que sería la última de ellas,
con una granulometría que a nivel macroscópico se observa mucho más fina y de coloración blanquecina, presenta además distintas huellas negativas en la superficie, que podrían corresponderse con residuos vegetales ya desaparecidos. Asimismo, otras
dos piezas presentan una superficie curva con un tratamiento
alisado, a modo de borde o esquina. Estos elementos pueden
interpretarse como restos de posibles estructuras de actividad o
instalaciones de barro. En este ambiente se hallaron restos cerámicos y de molienda, materiales relacionados con la producción y el consumo de alimentos, por lo que es muy posible que
la construcción que se situó en la cima de la cresta central de
Cabezo del Polovar contara también con equipamiento doméstico elaborado con tierra, relacionado posiblemente con estas
actividades, aunque no podemos aproximarnos a su naturaleza
concreta. En este sentido, otra de las piezas puede interpretarse
como un posible resto de recipiente o vaso de barro, que parece
contar con una forma de tipo lengüeta en su cara externa.
Teniendo en cuenta estas evidencias, podemos afirmar que
la tierra se habría empleado de distintas maneras en la construcción y el acondicionamiento de esta estructura de la cresta
central, que habría estado destinada al hábitat y al desarrollo de
distintas actividades productivas. Además de haber contribuido
a la conformación de sus alzados, techumbre y pavimentación,
la tierra se habría podido emplear para moldear algún tipo de
estructura de equipamiento y/ o elemento portable.
Por último, de un total de 20 fragmentos procedentes de la
campaña de excavación de 2014 en el ambiente 2 de la cresta
central, dos de ellos proceden de la UE 3008, el nivel de incendio del ambiente 2 y, el resto, de la UE 3007, el nivel de
derrumbe de esta misma estancia. Los fragmentos presentan un
tamaño muy diverso, desde 3 hasta 28,5 cm de largo, alcanzando excepcionalmente los 10 cm de grosor. Respecto a algunas
de las características de su composición observables a nivel macroscópico, varios de los fragmentos procedentes del ambiente
2 presentan manchas de color blanco que han sido interpretadas,
Figura 7.116. Restos de barro con improntas vegetales, hallados en el
ambiente 2 de la cresta central. a. PO 3007/27-8. b. PO 3007/27-14.
Figura 7.117. Restos de barro hallados en el ambiente 2 de la cresta central. a. Una de las caras de un bloque que presenta huellas
de vegetales largos. PO 3007/27-6. b. Fragmento cuya forma está
generada por el contacto con una hoja alargada ya desaparecida,
posiblemente de caña o carrizo. PO 3007/27-7.
como en el caso de las otras estancias de Cabezo del Polovar,
como resultado de la posible presencia de yeso en el mortero. La
coloración de las piezas es muy similar a la de las recuperadas
en los otros dos ambientes, presentando tonos casi negros, gris
oscuro y marrón claro. Seis de los fragmentos muestran también piedras, de hasta 1,3 centímetros de largo. En algunos fragmentos se aprecian restos de carbón, que se relacionarían con la
presencia de materia vegetal en la mezcla. De hecho, cerca de la
mitad de las piezas de barro recuperadas en el ambiente 2 presentan improntas vegetales de tipo tallo o paja en su interior y
superficies (fig. 7.116). En una parte de los restos del ambiente 2
se distinguen improntas de hojas o tallos, posiblemente de caña
o carrizo (fig. 7.117b), en las que son visibles las estrías verticales que los recorrieron. Estas evidencias apuntan a un posible
aprovechamiento de esta planta en el interior del mortero, junto
con otros elementos vegetales.
Cabe resaltar que, en uno de los fragmentos, muy
disgregable y de color ennegrecido, se han identificado cuatro
excrementos de ovicaprino carbonizados, integrados en el mortero −PO 3007/27-5, ver anexo I, Pastor, 2019−. Asimismo, en
otras dos piezas, procedentes también de los niveles de derrumbe, se aprecian huellas esféricas que podrían corresponderse
con la presencia de otros ejemplares no conservados. En este
sentido, en las construcciones de la Edad del Bronce argárico
165
[page-n-179]
Figura 7.118. a. Fragmento constructivo de barro que presenta la
impronta de un textil vegetal en una cara. b. Vista de una impronta
de sección circular, posiblemente de caña, en uno de sus laterales. c.
Detalle de la impronta de textil vegetal. PO 3007/ 27-4.
de El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia) se hallaron restos
constructivos de barro con huellas esféricas, interpretadas como
de excrementos de ovicaprinos (Ayala et alii, 1989: 285).
En cuanto a los rasgos morfológicos que pueden asociarse a
aspectos estructurales, una parte de los fragmentos presentan una
cara regularizada y otros dos restos constructivos muestran dos
caras alisadas y paralelas. En otros casos, se observan improntas
que podrían corresponder a ramas. Destaca un bloque de barro que
muestra en una de sus caras, de color ennegrecido y rojizo, una impronta de una rama de 21 cm de largo conservado y posiblemente
ramificaciones de ésta. En la misma cara se aprecia una huella negativa de una superficie plana y cuadrangular, probablemente una
piedra. La otra cara está formada por barro compactado con coloraciones más claras, equiparable al material sedimentario que forma
el nivel de derrumbe UE 3007. En el interior de la impronta de tronco se conservan restos de la madera carbonizada. Otra de las piezas,
de color y consistencia similares, muestra también una impronta de
rama con restos de madera carbonizados. Estos bloques pueden
interpretarse como procedentes de la techumbre o las partes
más altas de los alzados que, al incendiarse la estancia, habrían
caído de forma directa sobre el nivel de uso o pavimento.
Asimismo, dos de las improntas parecen corresponder a
caña y carrizo respectivamente, con una significativa longitud
conservada y podrían apuntar al empleo de estas plantas en la
construcción, manteadas con barro. En este sentido, en el nivel
de incendio asociado a esta estancia se recuperaron fragmentos
de caña y carrizo carbonizados, que pudieron haberse empleado
como material constructivo. En ambos casos, las improntas se
encuentran aisladas, sin otras improntas contiguas que permitan
evidenciar un entramado elaborado con este material. Uno de
los restos muestra el orificio dejado por un carrizo completo,
una impronta de 360° a lo largo de 8 cm y junto a impresiones
vegetales de tipo tallo o paja.
Por otra parte, se halló un bloque de forma rectangular con
una impronta de textil vegetal trenzado en una de sus caras
(fig. 7.118), con una extensión conservada de 8,5 x 7,5 cm
que muestra también una impronta, posiblemente de caña,
de 3 cm de longitud en uno de los laterales (fig. 7.118b).
En cuanto a esta impronta de materia vegetal trenzada, si
bien pudo producirse al contacto de una estera con el barro
derruido durante los procesos de combustión derivados del
incendio, consideramos que es probable que el textil vegetal se hubiera empleado junto a la tierra en la propia construcción del edificio, ya que esta misma pieza presenta una
impronta constructiva de caña en uno de los laterales. La
estera podría haberse dispuesto, tanto en la techumbre, como
formando parte del cerramiento de los alzados −ver 4.1.3.−.
En relación con esto, durante la excavación en la otra cresta
del yacimiento de Cabezo del Polovar, en la occidental, se
hallaron restos de textil vegetal trenzado.
Valoración
Este conjunto de materiales constructivos de barro de la Edad
del Bronce permite realizar aportaciones a los aspectos arquitectónicos de las diferentes edificaciones documentadas en Cabezo
del Polovar. En las estructuras de ambas crestas, no contemporáneas, se ha identificado el uso del bajareque y del barro amasado, modelado y manteado (fig. 7.119). Los fragmentos constructivos de este pequeño enclave ejemplifican que los residuos
de las actividades agrícolas y ganaderas, la base económica de
estos grupos campesinos, también se integrarían en los procesos constructivos. En la elaboración de los morteros de barro se
Figura 7.119. Izda. Distribución
de los restos de barro de Cabezo
del Polovar en función de su
interpretación. Dcha. Clasificación de
los fragmentos por técnicas.
166
[page-n-180]
habrían incluido posiblemente desechos de la producción de cereal, como la paja, a modo de estabilizante de la mezcla, pero
también para este mismo fin parece haber sido aprovechado el
estiércol de ovicaprinos. La tierra que compone el mortero presenta piedras de considerable tamaño, por lo que no se habría
abordado la tarea de retirarlas a la hora de elaborarlo, un rasgo
común a los restos de materiales de construcción recuperados
en los tres ambientes.
Respecto a la estructura de la cresta occidental, interpretada
como semiabierta, los escasos restos de barro hallados pertenecerían a pavimentaciones y a posibles partes de alzados de tierra
maciza, correspondiéndose las caras alisadas de los bloques posiblemente a superficies de las paredes. En la cresta occidental,
la piedra, además de en los muros, se utilizó como base y calzo
para los postes. En el ambiente 1 de la cresta central destaca el
hallazgo de bloques de pavimentación en los que se observan
gruesas capas diferentes superpuestas. Tan solo en este ambiente se han recuperado algunos restos de barro que podrían corresponderse con estructuras de actividad o de acondicionamiento
interno, así como con un posible elemento mueble elaborado
con este material.
El mayor volumen de información proporcionado por este
conjunto se refiere al ambiente 2 de la cresta central. Para la
edificación de la techumbre, se habría empleado materia vegetal
de distinta naturaleza ‒tanto troncos y ramas, como algunas cañas‒, manteada con barro. Pudieron utilizarse piedras que contribuyeran a sujetar la techumbre, así como textil vegetal en la
elaboración de alguna de sus partes, aunque la citada estera también podría haber pertenecido a parte de un alzado o a otro elemento construido. La excavación del ambiente 2 ha permitido
establecer la disposición de un poste de madera ubicado hacia
la mitad de esta estancia, a 1,5 m hacia el norte del muro que lo
separa del ambiente 1, que también contribuiría a sostener esta
techumbre. En los alzados se empleó la mampostería de piedra,
al menos hasta una cierta altura, pero también podemos plantear
el uso del barro en solitario en las partes más elevadas del edificio, teniendo en cuenta la considerable cantidad de este material
que, en estado compactado y bastante homogéneo, constituía
los niveles de derrumbe de la estancia. La ausencia de abundantes improntas vegetales de ramas, varas, cañas o carrizo también
apunta al posible uso de la técnica constructiva del amasado en
los alzados. Los restos con caras alisadas podrían pertenecer a
las superficies de los alzados.
La pavimentación del suelo del ambiente 2 se habría
preparado con capas de tierra, de las que contamos en este
conjunto de materiales con tres restos. Ya que la textura de la
tierra que compone estos fragmentos es aparentemente más
fina que la que muestran otros fragmentos no asociados a
la pavimentación, podemos plantear que el sedimento empleado para el acondicionamiento del suelo de la estancia
hubiera sido distinto o fruto de un proceso de elaboración
diferente, en el que sí se hubiera seleccionado o depurado el
sedimento en mayor medida. De igual manera parece haber
ocurrido en la construcción documentada en la cresta occidental, dado que las características que presentan los restos de pavimento en ambas crestas son similares, desde una
aproximación a los mismos a escala macroscópica. Además,
en los restos se ha identificado restos de lo que podría ser
yeso, de forma mayoritaria en los que pertenecen a pavimentaciones. De este modo, no podemos descartar que el
yeso, que forma parte de la geología del cabezo, se incluyera
de forma intencional en partes constructivas en Cabezo del
Polovar, como en la pavimentación de los suelos, preparado
de diferentes maneras. Por su parte, algunas de las piezas
identificadas como restos de alzados presentan capas diferenciadas y blanquecinas en sus caras exteriores, identificadas como enfoscados y en los que se pudo haber empleado
este mismo material.
Lloma de Betxí
Introducción al yacimiento
El asentamiento de la Edad del Bronce de la Lloma de Betxí
(Paterna, Valencia) (De Pedro, 1990; 1998; 2001; 2004a; entre
otros) se ubica sobre un cerro no muy elevado junto al río Turia, desde el que se posee una buena visibilidad del llano aluvial.
En la composición geológica del emplazamiento y su entorno se
encuentran calizas, conglomerados, margas y arcillas (De Pedro,
1990; Ferrer et alii, 1993). Las investigaciones en este enclave,
con numerosas campañas de excavación que se iniciaron en 1984,
han aportado una información muy importante acerca de sus formas constructivas. Cuenta con una gran construcción en la zona
más alta del cerro, de planta alargada, dividida por un muro de
piedra en dos estancias –habitaciones I y II−, donde se han distinguido dos niveles de ocupación, fechados dentro de la primera
mitad del II milenio BC. Los alzados de su gran edificio alargado,
de piedra trabada con tierra, se encontraban enlucidos, tanto por
Figura 7.120. Planta y sección de las
Habitaciones I y II de la Lloma de
Betxí (Paterna, Valencia). En la planta
se señala la alineación de los soportes
de piedra para los postes y los restos
de troncos documentados en torno a
ellos (De Pedro, 1998: 49, fig. 18).
167
[page-n-181]
el exterior como por el interior. Habría tenido una techumbre de
materia vegetal manteada con barro, sustentada por postes de madera de carrasca (Quercus ilex) (De Pedro, 1990; 1998: 170, 175).
En el interior de estos dos espacios se han localizado dos hileras
de piedras planas asociadas a maderos carbonizados, que habrían
constituido bases para los postes (fig. 7.120).
En la excavación de los contextos de derrumbe de las
construcciones se recuperaron fragmentos de barro endurecido con improntas de cañas y ramaje, también con caras planas
revestidas, que pertenecerían a la cubierta o a otras estructuras internas (De Pedro, 1990: 5, 11; 1998: 47, 178). En estos
estratos de derrumbe se hallaron también troncos carbonizados
caídos. Se ha interpretado que, en la techumbre, el entramado
vegetal se dispondría sobre vigas y travesaños de madera de
pino (Pinus hapelensis), sujetos con cuerdas de esparto, de las
que se han conservado también algunos restos (De Pedro, 1990:
339). Se documentaron asimismo otras estructuras construidas
combinando barro y piedra, como bancos, soportes circulares
para recipientes cerámicos (De Pedro, 1990: 11; 1998: 47) (fig.
7.124) u hornos (De Pedro, 1998: 298, 302, Láms. VI. 1, X).
Algunas de estas estructuras se encuentran enlucidas y se menciona la presencia de cal en los revestimientos (De Pedro, 1998:
47, 299, lám. VII. 1).
Figura 7.121 a. Cara interna de un fragmento constructivo con improntas, posiblemente de cañas o varas. b. Cara externa y con huellas de alisado de la misma pieza. LB 4.
Algunos apuntes sobre los materiales de barro de La Lloma de
Betxí
La muestra de 11 fragmentos de barro analizados para esta
investigación11 procedentes de la Lloma de Betxí presenta formas
variadas y dimensiones desde los 4,8 x 3,4 x 1,1 cm en el menor
de los elementos, hasta los 22 x 21 x 8 cm en el de mayor tamaño.
Su coloración es marrón y anaranjada, presentando algunas piezas
partes ennegrecidas. Todos los restos estudiados cuentan con caras
exteriores, mayoritariamente alisadas y en la mayoría se observan
huellas del empleo de estabilizante vegetal (fig. 7.123b). Entre los
componentes de los morteros observables a nivel macroscópico
destacan piedras y ejemplares de malacofauna.
a) Improntas constructivas vegetales
Casi la mitad de este pequeño grupo de elementos de barro
estudiados de la Lloma de Betxí pertenecerían a edificaciones,
posiblemente a alzados o techumbres, evidenciando el empleo
de la técnica constructiva del bajareque. En dos de las piezas se
observan improntas negativas de cañas o varas, de 1,8-2,2 cm de
diámetro. La cara contraria ha sido alisada (fig. 7.121).
En un resto constructivo se observa, además de una superficie
regularizada y huellas negativas de tallos finos, la impronta de
un elemento de madera (fig. 7.122a). Al menos la mitad de los
elementos del conjunto cuentan con huellas de vegetales de tipo
paja o tallo. En un caso es posible plantear su pertenencia a
una cubierta, al presentar la impronta de múltiples vegetales de
pequeño calibre, que suelen asociarse a las techumbres y que
habrían sido manteados con barro (fig. 7.122b).
11
Queremos dar las gracias a la Dra. María Jesús De Pedro Michó,
directora de las excavaciones en la Lloma de Betxí, por darnos la
oportunidad de estudiar algunos de los materiales de barro de este
yacimiento, en las instalaciones del Servicio de Investigación Prehistórica y del Museo de Prehistoria de Valencia.
168
Figura 7.122. a. Resto constructivo con una impronta negativa, posiblemente correspondiente a un tronco. LB 5. b. Elemento de barro
endurecido con improntas vegetales. LB 10.
Figura 7.123 a. Cara interna de un resto constructivo de barro de
la Lloma de Betxí, con impronta de textil vegetal. b. Detalle de la
cara externa y curva, donde se observan trazos del alisado y huellas
negativas del estabilizante vegetal. LB 8.
[page-n-182]
Es destacable la presencia, en un pequeño fragmento
constructivo de 4,8 x 3,4 x 1,1 cm, de una impronta de estera vegetal en su cara interna (fig. 7.123a), que además muestra un color ennegrecido. En el exterior, alisado y algo curvo, se observan
huellas de vegetales añadidos a la mezcla en pequeños tramos.
Por otro lado, se ha documentado también una impronta de cuerda trenzada en una de las piezas de barro del conjunto −LB 7, ver
anexo I, Pastor, 2019− asociada a la pared de vasijas cerámicas
(De Pedro, 1990, lám. IVB; 1998: 306), pieza muy similar a las
documentadas también en Laderas del Castillo –ver fig. 7.29d.
b) Estructuras de actividad
Entre los elementos construidos con barro en la Lloma de Betxí
destacan soportes de forma cilíndrica (fig. 7.124), destinados a albergar recipientes cerámicos. Hallados prácticamente completos
en las habitaciones I y II, tienen alrededor de 70 cm de diámetro,
hasta 30 cm de altura y paredes de 10 cm de grosor (De Pedro,
1998: 47, 296-297, 302, Láms. IV.1, V.1, X). Soportes de barro
que funcionaron como vasares se han documentado también en
otros yacimientos de la Edad del Bronce, como Pic dels Corbs
(Sagunto, Valencia) (Barrachina, 2012: 81) u Hoya Quemada
(Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo, 1986: 10-12).
Tres de los restos de barro analizados son piezas modeladas
que muestran bordes de estructuras de actividad, a lo que se
suma un fragmento que posiblemente también constituyera
parte de la superficie de una estructura. En los restos de este
tipo que hemos tenido la oportunidad de estudiar, destacan diferentes cuestiones. Por un lado, en uno de los fragmentos de
borde y pared de una estructura de actividad de barro, con unas
dimensiones de 16 x 10 x 10,5 cm, se observa el arranque de
una pared divisoria del interior de esta estructura, que habría
estado compartimentada (fig. 7.125). En la pieza se observan
las huellas del empleo de abundante estabilizante vegetal en la
mezcla de barro.
Figura 7.124 a. Vista cenital de un
soporte de barro de la Lloma de
Betxí, una vez restaurado. b. Vista
lateral de la estructura. Obsérvense
las huellas negativas y rectilíneas
en la superficie, posiblemente
de vegetales (primer plano de la
imagen).
Figura 7.125 a. Uno de los
fragmentos de estructura de barro
de la Lloma de Betxí, que conserva
un borde redondeado y el arranque
de una subdivisión interna. b. Vista
lateral del borde, con la subdivisión
a la izquierda y la continuación de la
pared curva a la derecha. LB 9.
Figura 7.126 Dos vistas del perfil de
un resto de estructura de barro, donde
se aprecian las refacciones de la pared
y el borde. LB 1.
169
[page-n-183]
Por otra parte, en un resto de estructura de barro de la Lloma
de Betxí puede verse que su forma fue modificada, con una refacción de la estructura mediante una segunda aplicación de barro
modelado, visible en el perfil de la pieza (fig. 7.126). Los diferentes bordes que se observan en ella presentan un grosor de 5,5
y 6 cm respectivamente. Este fragmento cuenta con unas dimensiones de 22 x 21 x 8 cm. Esta práctica de refacción de las estructuras de actividad o mobiliario de barro debió ser algo común en
los asentamientos de la Edad del Bronce, aunque no suela observarse y menos con tanta claridad como en este caso. Ya hemos
apuntado las evidencias de una posible refacción en la base de la
estructura de barro planteada en El Alterón –ver 5.2.2.2.
c) Un elemento mueble singular
Por otro lado, en este yacimiento de la Edad del Bronce también
fue hallado el fragmento de un objeto mueble con perforaciones
en el perímetro (fig. 7.127). Se trata de una pieza hecha de un
material muy fino y homogéneo, de aspecto brillante y color negro, muy endurecida y con tres perforaciones de entre 0,4 y 0,7
cm de ancho en su perímetro. La sección de estas perforaciones
puede sugerir que se hubieran realizado para ensamblar alguna
otra pieza en ellas. El objeto tiene unas dimensiones de 5,5 x 3
x 0,8 cm, encontrándose incompleto.
A la hora de plantear la posible funcionalidad de este elemento,
encontramos algunos paralelos de objetos con morfologías similares. Por un lado, una pieza con una forma muy parecida, contorno
curvo y perforaciones junto al mismo, se encontraría entre los objetos de madera procedentes de la Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Málaga) y recogidos por Góngora (1870) (Badal et alii, 2016:
273, fig. 2) (fig. 7.128a). Perforaciones de este tipo, aunque la forma
concreta de la perforación haya de relacionarse fundamentalmente
con el instrumento con el que se practicó, pueden encontrarse también en piezas interpretadas como separadores de hilos o tensadores
textiles, que cuentan con varias perforaciones contiguas, como los
ibéricos hallados en el Cerro del Santuario (Baza, Granada) (Ruiz de
Haro, 2014: 52, fig. 4) (fig. 7.128b).
Como ya hemos expuesto en el caso del objeto mueble de
barro con perforaciones recuperado en Terlinques, algunas piezas
con estas marcas en el perímetro se interpretan como tableros de
juego. Este podría ser también el caso, quizá, de la pieza de la
Lloma de Betxí, utilizándose las perforaciones para situar o fijar
otras piezas más pequeñas.
Figura 7.127 a. Cara superior del fragmento de un objeto hallado en
la Lloma de Betxí. b. Cara inferior del mismo. Abajo, fotografías
de detalle de las perforaciones practicadas en su perímetro. LB 6.
Figura 7.128 a. Pieza de madera hallada en la Cueva de los Murciélagos (Góngora, 1870, en Badal et alii, 2016: 273, fig. 2). b.
Tensador textil de hueso procedente del Cerro del Santuario (Baza,
Granada) (Ruiz de Haro, 2014: 52, fig. 4).
Valoración
En el asentamiento de la Lloma de Betxí, los aspectos
relacionados con la edificación han sido documentados y abordados con detalle (De Pedro, 1990; 1998), permitiendo cono-
Figura 7.129. Izda. Distribución de
los restos de barro de Lloma de Betxí
en función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
170
[page-n-184]
cer muy bien sus formas constructivas. Aspectos mostrados
en este estudio, como las piezas que evidencian el empleo del
bajareque (fig. 7.129) o las improntas vegetales asociadas a techumbres, permiten ilustrar con ejemplos concretos aspectos
arquitectónicos ya señalados para este enclave.
Como en el resto de los yacimientos abordados como casos de estudio, se observa el empleo de materias vegetales
como estabilizantes de los morteros de barro. Por otro lado,
cabe resaltar la importancia de la presencia de una impronta
de estera en el interior de un fragmento constructivo de barro. Ello apunta, a pesar de contar con un único ejemplar de
ello, a la posible utilización de estos tejidos vegetales como
material de construcción también en este enclave. En este
sentido, durante las excavaciones en la habitación II de la
Lloma de Betxí se documentó la presencia, junto con troncos
carbonizados asociados a las techumbres, de restos de una
estera (De Pedro, 1998: 49).
Asimismo, destacan las evidencias de instalaciones
inmuebles de barro. Los materiales constructivos de este asentamiento ofrecen dos rasgos muy interesantes asociados a la
construcción de estructuras de actividad que no suelen reflejarse
en los restos arqueológicos de las mismas y/o en su documentación: la existencia de compartimentaciones y de refacciones.
Indicios de refacción o recrecimiento en elementos inmuebles
de barro se han podido observar en el caso de El Alterón, como
ya ha sido comentado. Por último, esta pequeña muestra de
materiales de la Lloma de Betxí abarca algunos ejemplos de
elementos muebles o restos de barro vinculados a éstos.
171
[page-n-185]
[page-n-186]
8
La construcción con tierra durante el Bronce Final
y la Primera Edad del Hierro
En estas páginas se abordan distintos aspectos acerca de las
edificaciones conocidas en contextos del Bronce final y, a continuación, del periodo conocido como Edad del Hierro I, Hierro
antiguo o primera Edad del Hierro. En líneas generales, el desarrollo cronológico del Bronce final está fijado para buena parte
de los territorios de la península ibérica entre el 1300/1250 y el
900/725 cal BC. En cuanto a la Edad del Hierro I, abarcaría los
siglos VIII al VI BC.
Como en otros momentos de la Prehistoria reciente,
la investigación ha podido diferenciar en suelo peninsular diversos ámbitos culturales, con desarrollos distintos. En el caso de
los territorios del sureste y de las tierras valencianas, durante los
últimos siglos del II milenio BC se ha definido la desarticulación del poblamiento argárico, así como del denominado Bronce valenciano, observándose hábitats de tipo más disperso, algo
que no ocurriría en todas las regiones ni a lo largo del abanico
cronológico definido como Bronce final. En dichos territorios
del Levante, los asentamientos conocidos para el Bronce final
son escasos y aún más los excavados en extensión. Algo que
caracteriza a los inicios de este periodo sería el abandono de
enclaves que se ubicaban en cerros y la documentación de poblamiento en el llano (Jover, 1999a; Jover et alii, 2016d: 92). A
inicios del I milenio BC se registran cambios en los asentamientos y la fundación de nuevos enclaves, para lo que en el Levante
meridional peninsular contamos con el ejemplo de Peña Negra
(Crevillente, Alicante) −ver 8.1.1.
En no pocas ocasiones, el Bronce final es asociado de forma
general a la construcción de estructuras de plantas circulares y
de materiales “perecederos”. No obstante, durante este periodo
se conoce una importante variedad de tipologías constructivas,
en función de la cronología y del territorio escogidos. Por un
lado, se consideran característicos de estos momentos los yacimientos denominados campos de hoyos, donde se identifican,
no sin dificultad, algunos fondos de cabaña. La crítica y el cuestionamiento de algunas de las estructuras denominadas fondos
de cabaña también han sido planteados para el Bronce final
(Suárez y Márquez, 2014; López Castro et alii, 2017), apuntando que una parte de las estructuras negativas interpretadas de
este modo no proporcionan indicadores claros de que se hubiera
tratado de construcciones destinadas al hábitat, como ocurriría, por ejemplo, en el caso de Peñalosa (Escacena del Campo,
Huelva) (García Sanz y Fernández Jurado, 2000).
Estructuras negativas interpretadas como fondos de cabaña
son conocidas durante el Bronce final en zonas como el litoral
catalán. Algunas de ellas fueron construidas aprovechando un
refugio natural y adosándose a la roca, como en La Pedra del
Sacrifici (Savassona, Barcelona) o La Mussara (Vilaplana del
Camp, Tarragona) (Rovira y Santacana, 1982; Francès y Pons,
1998: 34-35, fig. 2). En Can Roqueta (Sabadell, Barcelona), entre las estructuras del Bronce final se ha identificado una que
podría ser interpretada más claramente como fondo de cabaña:
de forma ovalada, con una cubeta, un hogar y agujeros de poste
en su interior (Carlús et alii, 2002: 131). En este asentamiento, junto con los fondos de cabaña, se han recuperado también
restos de barro (Carlús et alii, 2007).
Como ocurre en cronologías anteriores, también en los
yacimientos de tipo campos de hoyos del Bronce final se recuperan fragmentos constructivos (Maya, 1998: 354; Francès
y Pons, 1998), que permiten plantear la existencia de edificaciones no identificadas, pero que habrían estado en el entorno,
como en El Bustar (Carbonero el Mayor, Segovia) (Blanco García et alii, 2007: 10, fig. 10. 2). Respecto a los fragmentos hallados en el interior de estructuras negativas, éstos pueden asociarse asimismo a revestimientos de los propios silos, algo que
se ha planteado en enclaves como Teso del Cuerno (Forfoleda,
Salamanca) (González González, 1994: 312).
Durante el Bronce final no sólo se construyen edificaciones
de planta más o menos circular u oval, sino también de muros
rectilíneos. En algunos casos, asociados a los últimos siglos del
II milenio BC e inicios del I milenio BC, las construcciones
173
[page-n-187]
Figura 8.1. a. Recreación
del interior de una de las
construcciones de Can Cortès (Sant
Just Desvern, Barcelona) (Rovira
y Petit, 1996: 29, fig. 21). b. Vista
aérea de los restos de estructuras
construidas en Las Camas
(Villaverde, Madrid) (a partir de
Urbina et alii, 2007: 49, fig. 2).
son de planta alargada o rectangular, a veces con un extremo
absidal, con postes perimetrales y centrales y no cuentan con zócalos de piedra. Ejemplos de ello se encuentran en asentamientos como Can Cortès (Sant Just Desvern, Barcelona), donde se
excavaron los restos de una estructura de planta rectangular con
extremo absidal y cuya superficie habría estado excavada en el
terreno. La cubierta, dispuesta a dos aguas, se habría apoyado en una serie de postes centrales (Rovira y Petit, 1996) (fig.
8.1a). Asimismo, en La Fonollera (Torroella de Montgrí, Girona), se identificaron varios fondos de cabaña, correspondientes
a construcciones de planta rectangular con fosas perimetrales
para ubicar los postes de los alzados. Se documentaron también
restos de hogares (Pons, 1984: 67-70).
Respecto a la estructura identificada en Ecce Homo
(Alcalá de Henares, Madrid), a partir de múltiples agujeros
de poste y un rebaje de la superficie, ambos rasgos excavados
en la roca, habría tenido una planta trapezoidal-rectangular y
se planteó que habría sido construida con madera (Almagro
y Dávila, 1988; Maldonado y Vela, 1996). También en Las
Camas (Villaverde, Madrid) (Urbina et alii, 2007; AAVV,
2017) se han hallado los restos de dos edificaciones de postes
perimetrales y centrales, de gran tamaño y forma rectangular
con un extremo curvo, al modo de las longhouses, asociadas
a la transición a la primera Edad del Hierro (fig. 8.1b). Para
calzar los postes de madera, algunos de los cuales podrían haber estado trabajados con sección cuadrangular, se utilizaron
piedras y fragmentos cerámicos (Urbina et alii, 2007: 51). Por
su parte, en Guaya (Berrocalejo de Aragona, Ávila) (Misiego
et alii, 2005), asentamiento fechado entre los siglos X y VIII
BC, la mayoría de las estructuras, también de planta alargada
con extremo absidal y construidas con madera y barro, habrían
estado divididas en dos espacios interiores, documentándose
asimismo alguna estructura de planta circular. Se ha planteado
la existencia de espacios cercados junto a las viviendas y las
áreas de basurero (Misiego et alii, 2005).
En el sureste peninsular, el Bronce final se ha establecido
aproximadamente entre el 1300 y el 900 BC (Castro et alii,
1996). Durante estas cronologías, en estructuras de planta circular u oval, con una distribución dispersa, se documenta el uso
de zócalos de piedra con alzados de materia vegetal manteada
con barro, en yacimientos del sur y sureste, como el Cerro de los
Cabezuelos (Jódar, Jaén) (Molina et alii, 1978: 50; Contreras,
1982; Dorado et alii, 2015; entre otros) (fig. 8.2a) o el Cerro
de la Encina (Monachil, Granada) (Arribas et alii, 1974; Molina, 1978; Aranda y Molina, 2005: 168). En el Cerro de los
Cabezuelos destaca el hallazgo de restos de revestimientos con
decoraciones acanaladas, del siglo IX BC (Molina et alii, 1978:
51; Dorado et alii, 2015: 266, 269, fig. 8) −ver fig. 7.107c−,
también documentados en otros enclaves, como en el Cerro de
Los Infantes (Pinos Puente, Granada) o en el mencionado Cerro
de la Encina (Dorado et alii, 2015: 266).
En el Cerro de la Encina se han excavado restos
estructurales de muros curvos, con zócalo de piedra y alzados y cubiertas que habrían sido de barro y materia vegetal.
Figura 8.2. a. Restos de una de las
construcciones excavadas en el
Cerro de los Cabezuelos (Jódar,
Jaén) (Contreras, 1982: 323, Lám.
IIB). b. Recintos del Bronce final
del Cerro de la Encina (Monachil,
Granada) (Aranda y Molina, 2005:
178, Lám. IX).
174
[page-n-188]
La superficie de alzados y estructuras internas habría estado revestida y decorada con las mencionadas acanaladuras,
formando motivos geométricos. En este enclave también se
conocen estructuras de muros rectilíneos de cronologías más
recientes (Molina, 1978: 165-166; Aranda y Molina, 2005:
168, 177). En el espacio exterior de las edificaciones se han
hallado restos de varios recintos paralelos rectangulares,
formados por lajas de piedra hincadas y utilizadas como cubierta para los mismos (fig. 8.2b). Recintos similares se han
identificado en otros enclaves del Bronce final, como en el
ya abordado Cerro de los Cabezuelos (Molina et alii, 1978:
51; Contreras, 1982: 314; Dorado et alii, 2015: 264, fig. 5).
Aunque en el Cerro de la Encina se habló de la presencia de
adobes, “con improntas de cañas y ramajes” (Arribas et alii,
1974: 40), esto se ha puesto en duda, considerándose que se
trataría de un empleo incorrecto del término adobe (Sánchez
García, 1999a: 179; Belarte, 2011: 166). También en Castro
dos Ratinhos (Barragem do Alqueva, Portugal), un asentamiento amurallado, durante el Bronce final las edificaciones
habrían sido de planta elíptica. Sobre zócalos de piedra, los
alzados y cubiertas se habrían construido con materiales vegetales y barro (Berrocal y Silva, 2010: 249-250).
El bajareque no habría sido la única técnica constructiva
empleada en los alzados de construcciones circulares u ovales, con zócalo de piedra, conocidas para estas cronologías.
En Cerro Borreguero (Zalamea de la Serena, Badajoz) se ha
identificado una construcción de planta ovalada, fechada del
siglo IX BC, con muros de tierra maciza sobre una cimentación de piedra (Celestino y Rodríguez González, 2018: 175).
En el Peñón de la Reina (Alboloduy, Almería), las edificaciones del Bronce final son de planta oval alargada y zócalos de
piedra. En una de ellas se ha documentado un banco corrido y,
en otra, agujeros de poste en su espacio interior. Se considera
que los alzados habrían sido de tierra, habiéndose recuperado
restos constructivos con improntas de cañas (Martínez Padilla y Botella, 1980: 176, 295). Se menciona que los alzados
serían de “cañas y adobes”, aunque no se proporciona otra información que permita establecer con seguridad la presencia
de elementos modulares y descartar que se trate del habitual
empleo incorrecto del término adobe como sinónimo de resto
constructivo de barro. En cambio, en el Cerro del Real (Galera,
Granada) (Pellicer y Schüle, 1962; 1966), las estructuras del
Bronce final habrían tenido una distribución dispersa, planta
oval o elíptica, pero alzados, bancos y pilares de adobe (fig.
8.3), con postes sustentantes de la techumbre (Molina, 1978:
174). Por otra parte, en Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) se detectaron restos de construcciones del Bronce final
de perímetro circular, en las que se habría empleado la técnica
de la piedra seca. Además, en ellas se documentaron hogares,
hornos y soportes para postes conformados con piedras (Gusi
y Olària, 2014: 44, 63).
En otros casos, los alzados que se erigen sobre basamentos de
piedra son rectilíneos. En Cuesta del Negro (Purullena, Granada),
las edificaciones del Bronce final son de planta rectangular, con
paredes de madera y barro construidas sobre zócalos de piedra.
Alrededor de las estructuras se han documentado agujeros de poste, que podrían haber pertenecido a los aleros de una cubierta a
dos aguas (Molina, 1978: 170). Se menciona la existencia de un
muro de “adobes, muy duros y pesados, por lo que pudieran haber
sido cocidos en un horno” (Molina y Pareja, 1975: 28), sobre los
que también se ha dudado, considerándose un posible mal uso
terminológico (Sánchez García, 1999a: 179; Belarte, 2011: 167).
También se han documentado estructuras de planta rectangular
del Bronce final en otros territorios peninsulares, como en el caso
de la Ereta del Castellar (Vilafranca del Maestrat, Castellón) (Ripollés, 1997), con muros de mampostería, piedra seca y también
edificados por completo con barro. Se habló de la presencia de
adobes, aunque tampoco hay certeza acerca de estos últimos,
pudiendo tratarse de otro error terminológico, como ya ha sido
apuntado (Ripollés, 1997: 163). Otra estructura del Bronce final,
de planta rectangular con extremo absidal, zócalos de piedra y alzados de tierra con enlucido interior, se excavó en el Torrelló del
Boverot (Almassora, Castellón), contando con un amplio hogar
circular (Clausell, 2004: 169).
Otros enclaves cuentan con estructuras de planta rectangular, adosadas unas a otras y en torno a un espacio central,
habiendo sido construidas con muros de piedra y rebajando el
terreno en el área ocupada por la estancia. Es el caso de Vinca-
Figura 8.3. Estructuras de adobe del
Cerro del Real (Galera, Granada)
(Pellicer y Schüle, 1962, en Suárez y
Márquez, 2014: 206, fig. 5).
175
[page-n-189]
Figura 8.4. a. Edificación del
Bronce final excavada en Vincamet
(Fraga, Huesca) (Moya et alii,
2005: 22, fig. 9). b. Uno de los
hogares circulares hallados en
Vincamet, con placa de barro y
borde realzado (Moya et alii, 2005:
25, fig. 13).
met (Fraga, Huesca), donde además se construyeron con barro
numerosas instalaciones o estructuras de actividad dentro de
las estancias, como soportes, hornos adosados a los muros (fig.
8.4a) y hogares circulares con borde realzado (fig. 8.4b), durante su fase I, cuya cronología se ha propuesto entre 1250/12001000 cal BC (Moya et alii, 2005). Restos de estructuras de actividad comparables se han recuperado en el interior de fosas,
con una cronología estimada de la Edad del Hierro, en Bòbila
Madurell (Sant Quirze del Vallès, Barcelona), como, por ejemplo, fragmentos de lo que se interpretó como un brasero, una
pieza plana y de tendencia circular con borde realzado (Miret,
1992: 62, Fotografía 2). Por otra parte, en Cabezo de la Cruz (La
Muela, Zaragoza) se excavaron estructuras del Bronce final de
planta rectangular, pero que habrían contado con alzados de tierra, sin que se documenten zócalos pétreos. Se hallaron agujeros
de poste y hogares en su espacio central, datándose las estructuras entre finales del siglo X BC y la segunda mitad del siglo IX
BC (Picazo y Rodanés, 2009: 225-226, fig. 5, 247).
Algunos de los asentamientos conocidos del Bronce final
destacan especialmente por la organización espacial de las construcciones en los mismos. En el Avenc del Primo (Bellmunt del
Priorat, Tarragona), se han documentado estructuras datadas en
los siglos X-IX BC donde, a partir de un muro de cierre, se
construyeron muros paralelos y rectilíneos, delimitando diferentes ámbitos adosados en la superficie del cerro, de los que
se han conservado cuatro (Armada et alii, 2013: 281, fig. 4).
No obstante, en este sentido, destaca Genó (Aitona, Lleida), un
poblado ubicado en altura ocupado en el siglo XI BC en el que
las construcciones, de planta cuadrangular, se disponen adosadas y en torno a un gran espacio central (Maya, 1998: 358-359,
fig. 7; López Cachero, 1999; 2007: 105-106; entre otros) (fig.
8.5). Genó es un ejemplo de asentamiento donde los muros
de las edificaciones, que comparten una pared cada dos estancias, se habrían construido con mampostería hasta una altura
muy importante o por completo, al igual que en La Ferradura (Ulldecona, Tarragona) (Maluquer de Motes, 1983: 9; Belarte, 1993: 118). En Genó, la techumbre podría haber sido a
dos aguas (Maya, 1977: 88-89). Se constata la reutilización de
molinos como mampuestos en los alzados o en los escalones
de acceso a las estancias (López Cachero, 1999: 78). Esta organización de las estructuras en una disposición perimetral y
en torno a un espacio central es similar a la que presentan al-
Figura 8.5. Planta del asentamiento
de Genó (Aitona, Lleida) (López
Cachero, 2007: 106, fig. 2)..
176
[page-n-190]
gunos asentamientos desde la primera mitad del II milenio BC
−ver fig. 7.4a, fig. 7.54b o fig. 7.86− y a la que se adoptará en
muchos enclaves protohistóricos (por ejemplo, Ruiz Zapatero,
2018), algunos ocupados desde el siglo VII BC, como la Moleta
del Remei (Alcanar, Tarragona) (Gracia et alii, 2000) o Cabezo
de Monleón (Caspe, Zaragoza) (Maya, 1998: 380-381).
En el Levante de la península ibérica, se considera Bronce
final a la etapa comprendida aproximadamente entre el 1300 y
el 750/700 BC (Jover et alii, 2016d: 88, fig. 3). Durante estas
cronologías, en el ámbito del sureste y Levante peninsular se
documentan estructuras construidas de diferentes maneras, de
planta rectangular, pero también oval o circular, predominando
los alzados de materia vegetal y barro sobre zócalos de piedra.
Se produce el abandono de muchos asentamientos ubicados en
altura y se detecta un mayor número de hábitats en llano (Jover,
1999a; Jover et alii, 2016d: 92).
Como en otros momentos de la Prehistoria reciente y en otros
territorios peninsulares, asociadas al Bronce final del área del Levante peninsular se han detectado estructuras consideradas fondos
de cabaña, como los planteados en El Chinchorro-Cerro de las Balsas (Alicante), datados en el Bronce Tardío/Final I (Pérez Burgos,
2003). También en este sentido, en el Barranc del Botx (Crevillente, Alicante), se excavó una estructura negativa del Bronce final
cuya interpretación más probable se considera la de una fosa para la
extracción de arcillas y que fue reutilizada como basurero, aunque
no se descarta por completo que hubiera sido un fondo de cabaña
(García Borja et alii, 2007: 93).
Al margen de los indicios de estructuras de hábitat cuya
interpretación ha generado dudas, se conocen diversos casos de
construcciones del Bronce final en cuyos zócalos se empleó la
piedra. Entre las de planta circular se encuentran las excavadas
en la Serrecica de Cimbra (Totana, Murcia) (Lomba, 1998; Eiroa, 2004: 157-158, Lám. XXXI; entre otros) (fig. 8.6). Los zócalos se construyeron mediante la disposición de lajas verticales
en ambas superficies, interior y exterior, y un relleno de piedras
de menor tamaño, una técnica común a otros asentamientos de
estas cronologías, también en estructuras de planta circular,
como en el ya mencionado Cerro de los Cabezuelos (Contreras, 1982: 314). Las construcciones de la Serrecica de Cimbra
cuentan con bancos de piedra en el interior, postes para sostener
la techumbre y pequeños tabiques o compartimentos internos
hechos con lajas verticales paralelas, que parten del zócalo y en
ocasiones son dobles (Lomba, 1998: 74).
También se utiliza la piedra en la construcción de estructuras
de muros rectilíneos, como en la ocupación de Santa Catalina
del Monte (Verdolay, Murcia) planteada para cronologías avanzadas del Bronce final (Ros, 1985: 47), desde el siglo VIII BC,
donde se ha señalado que el alzado sobre zócalos de piedra
rectilíneos sería de adobe (Ruiz Sanz, 1998: 104-106, fig. 12).
Asimismo, se ha apuntado esta idea en El Castellar (Librilla,
Murcia) con edificaciones compartimentadas, datadas en el siglo VIII BC y donde los alzados pétreos conservan más de 1 m
de altura (Eiroa, 2004: 156). Por su parte, durante la ocupación
del Bronce final de Cobatillas la Vieja (Murcia), se ha apuntado
que los muros rectilíneos son de zócalo de piedra seca y el resto
del alzado construido con barro (Ros, 1985: 34).
En Pic dels Corbs (Sagunto, Valencia), las construcciones
del Bronce final son de planta circular y ovalada, aunque también de planta alargada en algunos momentos, con grandes
Figura 8.6. Estructura de planta circular excavada en la Serrecica
de Cimbra (Totana, Murcia) (a partir de Eiroa, 2004: 157, Lám.
XXXI).
bloques de piedra incorporados a los zócalos y estructuras de
combustión en el exterior de las edificaciones (Barrachina,
2012: 180). Mientras que en Los Villares (Caudete de las Fuentes, Valencia) se documentan alzados rectilíneos con zócalo de
piedra y parte superior de adobe en los niveles del Bronce finalinicios de la Edad del Hierro (Mata, 1991: 21, 188; González
Prats, 2001: 175).
Por otro lado, Caramoro II (Elche, Alicante) (González Prats
y Ruiz Segura, 1992b; García Borja et alii, 2010) es un yacimiento del Bronce final que cuenta con una muralla de piedra que delimitaría el espacio del poblado. En este enclave, aunque no se
han hallado estructuras de hábitat, se han documentado restos de
barro endurecido con improntas vegetales, caras alisadas y enlucidas, que se relacionaron con un manteado de barro sobre una
estructura vegetal o de madera. Algunos fragmentos conservarían
restos de enlucido, de tonalidad blanquecina y que podrían haber
estado también pintados de rojo, aunque análisis microvisuales
realizados no han podido concluir la presencia de pigmentos.
Además, se determinó también la existencia de posibles estructuras de barro, bordes de vasos contenedores o restos de posibles
adobes, a partir de fragmentos con dos caras alisadas o superficies
curvas (García Borja et alii, 2010: 49-51).
Se ha apuntado que a partir del siglo IX BC se producirían
en el panorama peninsular transformaciones hacia una mayor solidez de las estructuras de habitación (Blasco, 1993: 147; Ruiz
Zapatero, 2018: 349; entre otros). Se ha hablado también, para
definir los cambios observados entre el Bronce final y primera
Edad del Hierro en el valle del Duero, de un nuevo paso “de la
cabaña a la casa” (Blanco González, 2010; 2011; 2018).
Así, es a partir del Bronce final y, sobre todo, de la primera Edad del Hierro cuando se produce una de las incorporaciones más relevantes a los aspectos constructivos de la
Prehistoria reciente peninsular. Comienza a documentarse con
claridad y frecuencia en la península ibérica lo que supone, a
la vez, un nuevo material constructivo y una nueva técnica:
la construcción con adobe. Desde los siglos X-IX BC, se registra la presencia de adobes en asentamientos como Loma de
los Brunos (Caspe, Zaragoza) (Asensio, 1995: 32), dispuestos
sobre zócalos de piedra rectilíneos (Eiroa, 1982: 117), en muros también rectilíneos en Alto de la Cruz (Cortes, Navarra)
(fig. 8.7) o en estructuras circulares en El Soto de Medinilla
(Valladolid), donde los adobes podrían haber sido inicialmente
fabricados a mano (Belarte, 2011: 167-168). Durante la Edad
177
[page-n-191]
Figura 8.7. Alzado de adobe del siglo VIII BC en Alto de la Cruz (Cortes, Navarra) (a partir de Belarte, 2011: 167, fig. 4).
del Hierro I, su empleo puede considerarse generalizado. El
adobe se empleó en diferentes tipos de construcciones y en distintas partes constructivas, no sólo en los alzados. Además de
para construir pilastras y pavimentaciones, se ha planteado su
uso también para fabricar bancos y estructuras de actividad,
como en el caso de un horno en Los Cuestos de la Estación
(Benavente, Zamora) (Arnaiz, 2017: 97).
En la primera Edad del Hierro, en territorios como el valle
del Ebro se construyen enclaves con estructuras de planta
rectangular, con mayores o menores divisiones internas, pero
también se encuentran estructuras circulares, o la combinación
de ambos tipos de plantas (Ruiz Zapatero et alii, 1986). Entre
los asentamientos con construcciones tanto de muros curvos,
como de muros rectilíneos, se encuentran Los Cuestos de La
Estación (Benavente, Zamora), donde la estructura ortogonal
es la única conocida, considerándose del siglo VII BC (Arnaiz,
2017: 87, 97, fig. 1), o el Cerro de San Vicente (Salamanca),
donde ambos tipos de muros se documentan desde los inicios
del asentamiento en el siglo VII BC, aunque los circulares sean
más numerosos (Blanco González et alii, 2017: 223). A su vez,
en Castro dos Ratinhos (Barragem do Alqueva, Portugal) se
documentan restos de estructuras de la Edad del Hierro I de
muros rectilíneos, pero también construcciones circulares con
zócalo de piedra, revestido en su cara interior (Berrocal y Silva,
2010: 244-249). Pertenecientes a este enclave se han estudiado muestras de adobes y de revestimientos aplicados sobre los
zócalos de piedra, observándose el uso de estabilizante vegetal
en el mortero, tanto de los bloques como de los revocos (Bruno
y Faria, 2010: 400).
Durante la primera Edad del Hierro también se documentan
numerosas estructuras negativas. Respecto a los materiales
constructivos de tierra que pueden hallarse en su interior, en estas cronologías cabe tener en cuenta el hallazgo de adobes, que
se “incorporan” a estos contextos, como ocurre también en la
edificación de viviendas o incluso de murallas. Fechados en la
Edad del Hierro inicial, se han documentado adobes en el interior de fosas en Bòbila Madurell (Sant Quirze del Vallès, Barcelona) (Martín Colliga et alii, 1988; Miret, 1992: 68) o también
178
en el interior de estructuras negativas en Can Roqueta (Sabadell,
Barcelona) (García López y Lara Astiz, 1999: 197-198, 203, fig.
96; Belarte, 2011: 172). No obstante, en estas cronologías no
faltan los ejemplos del uso constructivo del adobe in situ en las
edificaciones, en asentamientos construidos en diferentes áreas
de la península ibérica.
Algunas de las estructuras negativas de la Edad del Hierro
I pueden interpretarse como fondos de cabaña, como ocurre
en el área prelitoral catalana (Francès, 2000: 35-36). Así, fondos de cabaña de la Edad del Hierro I, con huellas de postes,
se documentaron por ejemplo en Illa d’en Reixac (Ullastret,
Girona) (Pons, 1984: 97-102; Martín i Ortega, 1998). También se han identificado este tipo de estructuras en el interior
peninsular. En Getafe Sector III (Madrid) se excavaron los
restos de un fondo de cabaña de planta oval-irregular, datado
en la primera Edad del Hierro. Se registraron hasta ocho posibles huellas de poste en su perímetro y delimitando el contorno de la estructura, pero también dos de ellos en el interior
(Blasco y Barrio, 1986). Asimismo, se ha planteado la existencia de fondos de cabaña circulares y estructuras de planta
rectangular con extremo absidal, indicadas por agujeros de
poste, correspondientes a inicios de la Edad del Hierro, en
Soto del Henares (Torrejón de Ardoz, Madrid) (Blasco et alii,
2016). Otros posibles fondos de cabaña de la primera Edad
del Hierro han sido identificados en el sur de la península
ibérica, como en Taralpe Alto (Alhaurín de la Torre, Málaga)
(Santamaría et alii, 2012) o en Vega de Santa Lucía (Palma
del Río, Córdoba), donde se ha planteado que los alzados
serían de tierra maciza (Murillo, 1994: 71).
Por otra parte, en el medio Duero se conocen edificaciones
de paredes de bajareque y postes de madera, en asentamientos
como El Soto de Medinilla (Valladolid), donde son anteriores a
las construcciones circulares de adobe (Arnaiz, 2017: 88, 90),
al igual que en Los Cuestos de la Estación (Benavente, Zamora) (Celis, 1993: 97). Construcciones circulares con alzados
de bajareque y postes perimetrales, aunque sobre zócalos de
piedra, se han documentado también en Peñas de Oro (Zuya,
Álava) o en Castillo de Henayo (Alegría, Álava) (Maya, 1998:
[page-n-192]
Figura 8.8. a. Estructura circular de
El Soto de Medinilla (Valladolid)
(Belarte, 2011: 168, fig. 5). b.
Estructura circular del Cerro de San
Vicente (Salamanca) (a partir de
Blanco González et alii, 2017: 224,
fig. 6A).
401). En el primero se documentaron un tabique divisorio y un
horno y, en el segundo, un poste central de sustentación y un
hogar circular con borde (Romero, 1991: 228-229).
Las edificaciones de planta circular y alzados de tierra maciza
o adobe, revestidos y con frecuencia pintados en sus paredes interiores, con banco corrido en el espacio interior y un hogar en el
centro de este espacio, se han considerado un modelo de vivienda
característico de la Edad del Hierro I en el curso medio del Ebro
(Arnaiz, 2017: 88). El principal exponente de este tipo de edificaciones es El Soto de Medinilla (Valladolid) (Delibes y Romero,
1995; Romero y Sanz, 2007), donde se levantaron con adobe estructuras de planta circular (fig. 8.8a), con postes de refuerzo en
la cara exterior de los alzados y para las que se han planteado cubiertas cónicas (Maya, 1998: 410-411, fig. 19). Se construyeron
con bancos corridos y contaban con revestimientos pintados, con
motivos geométricos de tonos rojos y blancos (Romero, 1991:
227). En su fase plena se disponen estructuras rectangulares o
cuadrangulares en el espacio exterior entre las edificaciones, que
pudieron estar destinadas al almacenamiento (Arnaiz, 2017: 93).
Estructuras similares se han apuntado también en el Cerro de San
Vicente (fig. 8.8b), siendo éstas rectangulares o circulares (Blanco González et alii, 2017: 224), o en Los Cuestos de la Estación
(Benavente, Zamora) (Celis, 1993). Al igual que en Alto de la
Cruz, en El Soto de Medinilla se construyó una muralla con la
técnica del adobe (Maya, 1998: 410).
En el Cerro de San Vicente (Salamanca) (Macarro y Alario,
2012; Blanco González et alii, 2017), ubicado junto a un curso
fluvial y cuya ocupación se inicia en el siglo VII BC, se han
excavado diferentes estructuras, entre las que destaca la superposición de múltiples construcciones de planta circular con
alzados de barro, edificados mediante la técnica del adobe (fig.
8.9a). Algunas de las estructuras muestran grandes bancos de
barro adosados al interior de los muros y hogares cuadrangulares también de barro, muy similares a los excavados en El
Soto de Medinilla (Valladolid) (Blanco González, 2018: 315,
fig. 6c y d). Entre los derrumbes se hallaron restos constructivos con improntas vegetales, que habrían pertenecido a las
techumbres. Otra de las estructuras, de planta rectangular y
con divisiones internas, presenta muros de tierra maciza (fig.
8.9b). Dentro de una de las construcciones circulares de adobe
del Cerro de San Vicente se halló una estructura negativa en
la que se recuperaron restos de revestimientos pintados, entre
los que se encuentra un motivo de triángulos de color oscuro
sobre un fondo blanco (Blanco González et alii, 2017: 222, fig.
3d) (fig. 8.13a).
Las estructuras circulares del Cerro de San Vicente cuentan
además con vestíbulos de adobe. Vestíbulos o entradas pavimentadas han sido documentados en otros enclaves del Bronce final
y de la Edad del Hierro, como en las edificaciones de muros curvilíneos y zócalo de piedra de Acinipo (Ronda, Málaga), donde
Figura 8.9. Cerro de San Vicente
(Salamanca). a. Estructura de
planta circular y vestíbulo de adobe
(Blanco González et alii, 2017: 227,
fig. 10). b. Construcción rectangular
con muros de tierra maciza (Blanco
González et alii, 2017: 227, fig. 11).
179
[page-n-193]
Figura 8.10. a. Zócalos y
vestíbulos de las estructuras del
Bronce final de Acinipo (Ronda,
Málaga) (Torres, 2014: 255, fig.
1). b. Planta de las edificaciones
de la Edad del Hierro I de San
Martí d’Empúries (L’Escala,
Girona) (a partir de Aquilué et alii,
2000: 24, fig. 5).
se construyeron con piedra y con forma trapezoidal (Aguayo et
alii, 1986: 45; Torres, 2014: 254, fig. 1) (fig. 8.10a), o también
en el propio El Soto de Medinilla (Palol y Wattenberg, 1974:
190; Romero, 1991: 227).
En otros muchos asentamientos de la Edad del Hierro I se
constata la construcción de edificaciones de muros rectilíneos,
con alzados levantados con diferentes técnicas constructivas y
frecuentes terminaciones absidales. En Sant Martí d’Empúries
(L’Escala, Girona), durante la segunda mitad del siglo VII BC,
se conocen edificaciones adosadas, de planta rectangular y esquinas redondeadas (fig. 8.10b). Se construyeron con zócalos de
piedra y alzados de tierra. En su interior se documentan estructuras de combustión circulares, que funcionarían como hogares,
así como una de mayor tamaño, un horno con borde de barro
(Aquilué et alii, 2000: 24-25, figs. 5 y 6). Alzados rectilíneos
de tierra se conocen también, por ejemplo, en La Mota (Medina del Campo, Valladolid) (Seco y Treceño, 1995: 224-230;
Arnaiz, 2017: 97).
Las estructuras de Cabezo de Monleón (Caspe, Zaragoza)
son también de planta rectangular y con compartimentaciones
internas. En la construcción de los tabiques se habrían empleado troncos verticales manteados con barro (Maya, 1998: 381).
Cuentan con hogares y bancos adosados a la cara interna de los
muros (Beltrán, 1984; Ruiz Zapatero et alii, 1986: 89). Por su
parte, en el Cabezo del Lugar (Azaila, Teruel) se han hallado
estructuras de piedra muy erosionadas que se interpretan como
los restos de un poblado de la Edad del Hierro antiguo, con edificaciones adosadas de planta cuadrangular, dispuestas en torno
a una calle central (Díaz Ariño et alii, 2013-14). También se organizarían en torno a una calle las estructuras de El Calvari (El
Molar, Tarragona) (Asensio et alii, 1994-1996: 306) o de Loma
de los Brunos (Caspe, Zaragoza) (Eiroa, 1982: 115).
En muchos de los asentamientos con plantas rectangulares
y cuadrangulares se utiliza la técnica del adobe, como en Vinarragell (Burriana, Castellón) (Mesado, 1974; Mesado y Arteaga, 1979) o en San Cristóbal (Mazaleón, Teruel), datado en
los siglos VII-VI BC, donde se emplean los bloques de adobe
para construir alzados, bancos y también pavimentos (Fatás y
Catalán, 2005). La práctica de pavimentar con adobes, que será
más frecuente en época ibérica, se documenta también en asentamientos de estos momentos, como en El Soto de Medinilla
(Romero, 1991: 227). Alzados rectilíneos de adobe se construyen asimismo en otras áreas de la península, como en Cerro
Borreguero (Zalamea de la Serena, Badajoz), sobre zócalos de
piedra (Celestino y Rodríguez González, 2018: 175).
180
En cuanto al asentamiento de Los Almadenes (Hellín,
Albacete), habitado entre finales del siglo VII e inicios de la
segunda mitad del VI BC, cuenta con estancias cuadrangulares,
con divisiones internas y diversas estructuras de actividad, tales como bancos, hogares circulares u hornos, construidas con
piedra y tierra (Sala y López Precioso, 1995). Se ha planteado
la presencia de adobes en la construcción de un tabique, combinados con mampuestos (López Precioso y Sala, 1996: 232). En
este asentamiento se conocen evidencias, entre otros aspectos
constructivos, de madera trabajada, revestimientos pintados de
tonos rojos y ocres y de construcción con adobes, rectangulares
y hechos a molde, que se habrían utilizado en los alzados, sobre
zócalos de piedra (Sánchez García, 1999b).
Edificaciones rectangulares de adobe muy bien
conservadas se han excavado en Cabezo de la Cruz (La
Muela, Zaragoza) (Picazo y Rodanés, 2009). La principal
ocupación de este asentamiento se produjo durante la Edad
del Hierro, desde inicios del siglo VIII BC, cuando estuvo
protegido por un foso y una muralla. En la primera fase de
ocupación de la Edad del Hierro, las viviendas son alargadas
y de muros rectilíneos de adobe, enlucidos y reforzados con
postes de madera embutidos. Están compartimentadas mediante tabiques (fig. 8.11a y c), para cuya construcción se
usaron también adobes, piedra o madera. En el acceso a las
estructuras se construyen umbrales, mediante empedrados,
utilizando madera o revestidos de arcilla, enmarcados por
postes. Algunas estancias pudieron haber tenido altillos. En
su espacio interior cuentan con un banco corrido en uno de
lados, amplios hogares circulares, pero también rectangulares (fig. 8.11b), así como hornos circulares abovedados (fig.
8.11d), cuyas paredes se construyeron con barro. En algunas
viviendas se han conservado grandes maderos de la techumbre, vigas y travesaños, caídos sobre los hogares, así como
agujeros de poste centrales. Los postes suelen apoyarse sobre
losas (Picazo y Rodanés, 2009: 272-292).
Durante la segunda fase constructiva, datada entre mediados del siglo VII e inicios del VI BC, en el Cabezo de la Cruz se
detecta la ampliación de las viviendas y la construcción de muros más gruesos y sólidos (Picazo y Rodanés, 2009: 301-321).
Los análisis realizados a los morteros constructivos confirmarían el empleo de la cal y del yeso en el asentamiento (Marzo
et alii, 2009: 343).
La técnica constructiva del adobe se utilizó también en
asentamientos de la Edad del Hierro I del área catalana, combinada con otras, aunque no estuvo presente en todos los
[page-n-194]
Figura 8.11. a. Planta de la
casa 1 del Cabezo de la Cruz
(La Muela, Zaragoza). b. Hogar
central de la casa 1. c. Planta de
la casa 2 del mismo yacimiento.
d. Horno, plataforma circular y
troncos, indicando una posible
leñera, asociados a la segunda fase
constructiva del Cabezo de la Cruz
(a partir de Picazo y Rodanés,
2009: 275, 279, 281, 317, figs. 21,
26, 28, 75).
Figura 8.12. a. Hogar y tabique de
barro de una de las estancias de
Alto de la Cruz (Cortes, Navarra)
(Maluquer de Motes, 1958, Lám.
XXXIVa). b. Banco interior de
otra de las estancias (Maluquer de
Motes, 1958: Lám. XXVIIIa).
enclaves, donde se constatan distintas formas de construir.
En el Puig Roig del Roget (Masroig, Tarragona) (Genera,
1985; 1995; entre otros), las estancias son de planta rectangular, adosadas unas a otras. Las edificaciones cuentan con
alzados de adobe sobre zócalos de piedra, adobes que también se utilizan en la construcción de tabiques divisorios. Se
recuperaron restos constructivos de barro con improntas vegetales, procedentes de las cubiertas, además de un adobe
con restos de pigmento en ambas caras (Genera, 1995: 32,
34, figs. 21-24, 40). En este poblado se ha planteado también
el uso de piedras en las cubiertas de vegetales y barro, para
reforzarlas (Genera, 1985: 170; Belarte, 1993: 121). Otros
asentamientos de la Edad del Hierro I de este territorio que
cuentan con divisiones internas en las edificaciones son Barranc de Gàfols (Belarte, 1996: 105) y, en menor medida, La
Ferradura (Maluquer de Motes, 1983).
Por su parte, en la primera fase de ocupación de la Moleta
del Remei (Alcanar, Tarragona), durante finales del siglo VII y
la primera mitad del VI BC, las edificaciones son rectangulares,
construidas con zócalos de piedra y alzados de tierra maciza
o adobe. En su interior se documentan segundas alturas o altillos, bancos interiores construidos con barro y lajas de piedra, así como escalones de piedra. En estos momentos se sitúa
también la construcción de grandes estructuras de combustión
circulares, cuyas paredes se construyeron con barro modelado o
con adobes. En la solera se emplearon cantos y fragmentos de
cerámica reutilizados (Gracia et alii, 2000: 64-65).
La existencia de segundas alturas también se ha planteado
en Barranc de Gàfols (Asensio et alii, 1994-1996: 310; Belarte, 1993: 122; Sanmartí et alii, 2000), donde las estructuras
rectangulares y alargadas se adosan también unas a otras. En
este asentamiento se han hallado ejemplos de instalaciones
construidas con tierra adosadas a los muros, conformando
un espacio que pudo estar destinado al almacenaje, así como
restos de un gran borde de barro que podría haber formado
parte de un soporte, quizá para recipientes (Belarte, 1993:
138, figs. 21 y 23).
En cambio, en Sant Jaume-Mas d’en Serrà (Alcanar,
Tarragona) (Garcia i Rubert et alii, 2005; 2014; 2016; entre
otros), ocupado entre finales del siglo VII BC e inicios del
VI, no se ha identificado la construcción con adobe. En la superficie de una pequeña elevación se construyeron diferentes
estancias de muros rectilíneos, adosadas unas a otras y organizadas mediante calles. Los alzados de las edificaciones son
de mampostería y habrían tenido una segunda altura (Mateu,
2015: 136). La mampostería de piedra habría sido también una
técnica constructiva fundamental en La Ferradura (Ulldecona,
Tarragona) utilizada en los alzados, tabiques o para construir
un horno (Maluquer de Motes, 1983). Tramos de muros rectilíneos de piedra se han excavado asimismo en Santa Llúcia (Alcalà de Xivert, Castellón), datados entre finales del siglo VII y
finales del VI BC. En este enclave se recuperaron un soporte
a modo de parrilla y un amplio recipiente abierto de barro, de
escasa altura y borde realzado (Aguilella, 2016: 112-113, figs.
181
[page-n-195]
Figura 8.13. Revestimientos
pintados de la primera Edad del
Hierro. a. Cerro de San Vicente
(Salamanca) (Blanco González et
alii, 2017: 222, fig. 3D). b. Adobe
pintado de Barranc de Gàfols
(Ginestar, Tarragona), en el Museu
d’Arqueologia de Catalunya. c.
Pinturas de la Edad del Hierro I
en El Carambolo (Camas, Sevilla)
(Torres, 2014: 266, fig. 12).
9 y 10). Este último recipiente sería similar a los que han sido
denominados “bandejas” para el caso de Sant Jaume (Mateu,
2011: 332, fig. 2; 2015: 85, 180).
Uno de los enclaves más característicos de la construcción
con adobe es Alto de la Cruz (Cortes, Navarra) (Maluquer
de Motes, 1958; García López, 1994; Munilla et alii, 1996;
entre otros), donde a partir de la primera Edad del Hierro se
construyen estructuras de planta rectangular o trapezoidal,
alargadas y adosadas. El uso del adobe habría sido documentado desde el siglo X-IX BC (Belarte, 2011: 167). Cuentan
con alzados de adobe y postes en el interior de los espacios
y están compartimentadas por lo general en tres espacios. Se
ha planteado la existencia de altillos o segundas alturas en las
edificaciones (Maluquer de Motes, 1958: 122). Los hogares
son placas de arcilla de forma rectangular (fig. 8.12a) y, como
los bancos corridos (fig. 8.12b), se disponen con una ubicación regular en las diferentes estancias (Ruiz Zapatero et alii,
1986: 91-92; García López, 1994: 96). El poblado de Alto de
la Cruz contó asimismo con una muralla construida con la
técnica del adobe (Maluquer de Motes, 1958).
En este asentamiento se han documentado también
revestimientos pintados, que fueron aplicados en diversas
construcciones de adobe, tanto en alzados, como en bancos
(García López, 1994: 100), hallados en contextos primarios de
incendio. Los motivos, pintados en rojo sobre un fondo blanco, son de carácter geométrico (Knoll, 2016: 206; 2018). Uno
de los motivos pintados es una figura antropomorfa con los
brazos levantados, “orante”, cuyo cuerpo está representado en
forma de “reloj de arena”, de 25 cm de altura (Knoll, 2016:
207, fig. 306a).
Otros casos de revestimientos pintados sobre estructuras
de adobe de la Edad del Hierro I, además de los citados en El
Soto de Medinilla, Cerro de San Vicente o Alto de la Cruz, son
los de las construcciones de planta circular de Zorita (Valoria
la Buena, Valladolid), donde se hallaron motivos geométricos
de tonos amarillos y negros, con rombos rellenos de retícula y
bandas paralelas, sobre un fondo rojo (Martín Valls y Delibes,
1978: 222-225, fig. 4). Destacan también los enlucidos pintados con decoraciones geométricas de Los Cuestos de la Estación (Benavente, Zamora) (Celis, 1993: 107, fig. 8) o de Plaza
Figura 8.14. Vista aérea de la
estancia 100 de Casas del Turuñuelo
(Guareña, Badajoz) (Celestino et
alii, 2015: 47, fig. 5).
182
[page-n-196]
Figura 8.15. a. Estructura de adobe
excavada en La Fonteta (González
Prats, 1999: 52, Lám. XIV). b.
Perfil de un alzado de adobe en este
mismo asentamiento (González
Prats, 1999: 45, Lám. VII. 2).
del Castillo (Cuéllar, Segovia). En este enclave se conocen
edificaciones de muros rectilíneos de tierra y con hogar central
de forma cuadrangular (Barrio, 1993: 184, fig. 6).
El uso del adobe también es fundamental en los
asentamientos tartésicos, desde momentos iniciales del siglo IX
BC. Las formas arquitectónicas en el ámbito tartésico se asocian
a la influencia fenicia, generalizándose los muros rectilíneos
con zócalo de piedra y alzado de tierra, pudiendo ser “de adobe
o tapial” (Torres, 2014: 264). Así, en El Carambolo (Camas, Sevilla) se halló un fondo de cabaña de forma oval, donde apareció
el famoso tesoro, así como los restos de un poblado. En el fondo de cabaña se recuperaron numerosos restos constructivos de
barro con improntas vegetales (Carriazo, 1978: 114-116). Las
estructuras del asentamiento de El Carambolo, construidas en
los siglos VIII-VI BC, son de planta rectangular alargada, con
muros de adobe sobre zócalos de piedra. Con adobe se construyeron también tabiques y bancos adosados, rellenando el espacio interno de los mismos con restos de adobes fragmentados
(Bruno, 2009: 3). Se han conservado enlucidos con decoración
pintada (Torres, 2014: 265-266, fig. 12) (fig. 8.13c).
Cancho Roano (Zalamea la Serena, Badajoz), cuya
construcción se habría iniciado a finales del siglo VII BC,
también cuenta con basamentos de piedra y alzados de adobe.
Los pavimentos de esta construcción habrían sido de arcilla
apisonada, documentándose en una de las estancias una pavimentación de lajas de pizarra (Celestino et alii, 2015: 45).
Otro ejemplo destacado de construcción con tierra en la Edad
del Hierro se encuentra en Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz) (Celestino et alii, 2015; Rodríguez González y Celestino, 2017), donde se ha excavado una estancia muy singular,
la habitación 100 (fig. 8.14), que dejó de utilizarse a finales
del siglo V BC, resultando ser la planta superior de un edificio mayor. Cuenta con gruesos muros de adobe, revestidos y
decorados de diferentes formas, como con pinturas y relieves
de barro con forma de ondas, así como cubiertos con lajas de
pizarra. Éstas también se utilizaron para realizar las pavimentaciones, al igual que bloques de adobe. Asimismo, con adobe
se construyó un banco corrido, enlucido y cubierto por lajas
de pizarra en su parte superior. La estancia podría haber estado cubierta por una bóveda de ladrillos, bloques de barro que
habrían sido cocidos a unos 900° C (Celestino et alii, 2015:
46-49; Rodríguez González y Celestino, 2017: 187).
En el área del Levante peninsular, es también durante la Edad
del Hierro I cuando se generaliza el uso de la técnica del adobe.
En Los Saladares (Orihuela, Alicante) las estructuras son de muros
rectilíneos, con zócalos de piedra y el resto del alzado de adobe y se
encuentran revestidos. Se ha documentado que las cubiertas serían
de madera y vegetales cubiertos con barro (Arteaga y Serna, 1979:
83). El uso del adobe se documenta antes de que se registre una
presencia fenicia, al igual que ocurriría, por ejemplo, en Vinarragell
(Burriana, Castellón) (Belarte, 2011: 169).
Del mismo modo, en La Fonteta (Guardamar del Segura,
Alicante) (González Prats, 1999; 2010; 2011; 2014; Rouillard
et alii, 2007; entre otros) se documenta el uso de la técnica
del adobe en alzados (fig. 8.15) rectilíneos y enlucidos, sobre
zócalos de mampostería; en escaleras; en la construcción de
una estructura circular, interpretada como un horno (González
Prats, 1999: 17-18, 51, Lám. XIII); así como en pavimentos
(González Prats, 2001: 178-179). Esta técnica se utilizaría en
este enclave desde finales del siglo VIII BC (Belarte, 2011:
168). En La Fonteta también se ha mencionado la existencia de
muros rectilíneos de tapial (González Prats, 1999: 15, 40, Lám.
II), así como la presencia de posidonia en los restos constructivos de barro, que podría haber sido utilizada como estabilizante
(González Prats, 1999: 19; 2001: 178, 184-185, fig. 8; Sánchez
García, 1999b: 224). La muralla de La Fonteta se habría construido con adobe, sobre una base de mampostería (González
Prats, 1999: 22; 2011: 22).
8.1. CASOS DE ESTUDIO
8.1.1. Peña Negra
Introducción al yacimiento
El yacimiento prehistórico de La Penya Negra o Peña Negra
(Crevillente, Alicante) (González Prats, 1982; 1983; 1990; Lorrio et alii, 2017; 2020; entre otros) es un hábitat construido
en una zona elevada, enmarcado entre dos ramblas en la Sierra
de Crevillente, en la Vega Baja del Segura. La geología de
la sierra está compuesta, entre otras rocas, por arcillas, yesos
y dolomías de color oscuro, de las que recibe su nombre el
asentamiento (Belmonte et alii, 2017a), siendo considerables
los procesos de erosión del relieve y la formación de cárcavas,
que han alterado de forma importante los restos arqueológicos. Desde su emplazamiento se habría contado con una buena visibilidad sobre las zonas lagunares del llano. Peña Negra
presenta una ocupación desde mediados del siglo IX BC hasta
mediados del siglo VI BC.
Las primeras intervenciones arqueológicas en este enclave
tuvieron lugar en la década de 1970, siendo primero dirigidas
por Enrique Llobregat Conesa, aunque los trabajos de campo
183
[page-n-197]
Figura 8.16. Plano en el que se indican los sectores diferenciados en
Peña Negra, marcándose aquéllos en los que se han recuperado la
mayor parte de los fragmentos constructivos estudiados. Abajo a la
izda., distribución de los restos por cronologías (a partir de imagen
de Alberto J. Lorrio, Proyecto Peña Negra).
y la publicación de los resultados de aquellas intervenciones
fueran llevados a cabo por Alfredo González Prats, quien a partir de 1978 y hasta 1987 dirigiría en solitario las intervenciones. Las excavaciones fueron retomadas en el año 2014 con un
equipo de la Universidad de Alicante, desarrollándose hasta la
actualidad. En este asentamiento se han diferenciado desde los
inicios de su investigación dos fases de ocupación principales
(González Prats, 1983: 38; Lorrio et alii, 2017).
La primera es el llamado horizonte Peña Negra I, datado en
el Bronce final pleno o, de acuerdo con una propuesta reciente, Bronce final III (Jover et alii, 2016d: 95), desde aproximadamente el 900-850 al 750-725 BC. La segunda gran fase de
ocupación es el horizonte Peña Negra II, fechado en el Hierro
antiguo-orientalizante, desde el 750-725 a mediados del siglo
VI BC, relacionándose con la ciudad de Herna, mencionada en
los textos clásicos (Lorrio et alii, 2016: 47; Lorrio et alii, 2017:
85). El horizonte de ocupación del Hierro antiguo-orientalizante
de Peña Negra coincide con la fundación de los cercanos enclaves costeros fenicios de La Fonteta, ya mencionado, así como
del Cabezo Pequeño del Estaño (Guardamar del Segura, Alicante) (García Menárguez, 1994; Bueno et alii, 2013; García
Menárguez y Prados, 2014; entre otros). El yacimiento cuenta
con una necrópolis de incineración del Bronce final y el Hierro
antiguo fechada entre los siglos IX y VII BC, en el llamado Sector XI (fig. 8.16), donde se ubica también el poblado calcolítico
de Les Moreres −ver 6.1.3.
Pertenecientes a la ocupación del Bronce final se
documentaron diferentes tipos de estructuras, entre las que
predominarían las excavadas en el suelo, que son considerados
como posibles basureros, hallados en diferentes sectores, aunque fueron interpretados inicialmente como fondos de cabaña de
planta ovalada (González Prats, 1977: 122; 1983: 39, 59) (fig.
8.17a). También se han identificado estructuras de planta circular u oval y de paredes “de arcilla roja”, a las que se superpone
el Sector II, Corte E, una gran construcción de muros rectilíneos
con esquinas curvas y zócalos de piedras hincadas revestidos de
arcilla roja (González Prats, 1983: 60; 1985: 440-441; 1986c:
126; entre otros). Esta construcción, inicialmente considerada
como una “vivienda metalúrgica” (González Prats, 1990; 1992)
(fig. 8.17c), aunque con posterioridad se haya desestimado tal
interpretación (Lorrio et alii, 2017: 82), contaba con sucesivos
pavimentos blancos, que se apuntó que estarían compuestos por
caolín o cal (González Prats, 1990: 38; 1992: 245). No obstante, análisis realizados sobre este material mediante microscopía
electrónica de barrido (SEM) han determinado que se trataría
de yeso (Isidro Martínez, com. pers.). De estos momentos se
identificaron también diferentes hornos de carácter doméstico,
de planta circular y contorno de piedras (González Prats, 1983:
61-62; 1993b: 182). Durante el Bronce final, las estructuras
se localizan de manera dispersa a lo largo de un área amplia,
que con posterioridad ocupará el asentamiento orientalizante
(Lorrio et alii, 2017: 85).
Durante la fase del Hierro antiguo o fase orientalizante
se habría intensificado la construcción de estructuras, transformándose su ubicación y disposición y aterrazando partes
del asentamiento para permitir la edificación en un terreno
irregular (González Prats, 1983: 140). Las edificaciones de
esta fase cuentan con muros rectilíneos con zócalos de piedra
Figura 8.17. Estructuras del Bronce
final de Peña Negra (Crevillente,
Alicante). a. Estructuras negativas,
consideradas como posibles
basureros. b. Restos de una
edificación de muros rectilíneos
de piedra (González Prats, 1983:
60, fig. 12.2a y 1.b). c. Estructura
de planta rectangular y esquinas
redondeadas (González Prats, 1992:
246, fig. 2).
184
[page-n-198]
Figura 8.18. Construcciones del
Hierro antiguo de Peña Negra. a.
Edificación de planta alargada,
tabique interno y hogar central. b.
Estructura de planta rectangular
(González Prats, 1983: 141, fig.
26 1 y 5).
y alzados de barro, descritos como de “adobes o tapial”, con
plantas predominantemente cuadrangulares y rectangulares
(fig. 8.18). La técnica del adobe se utilizó también en tabiques
(González Prats, 1993b: 185). En algunas estancias se identifican
bancos corridos, un hogar central, vanos y los quicios de piedra
de una puerta. Las techumbres se habrían edificado con vegetales
y barro y algunas estructuras estarían enlucidas en el interior con
pintura roja. En esta fase se documentan también hogares ovales
o circulares, en cuya base se emplean fragmentos cerámicos, algunos construidos enteramente con barro (González Prats, 1983:
53, 140-150). Además, se producen cambios importantes en la
cultura material respecto a momentos previos, como la presencia
de cerámica hecha a torno y objetos de hierro.
En el asentamiento de Peña Negra, el yeso se habría
empleado como material constructivo durante ambos horizontes cronológicos, teniendo su apogeo en el período orientalizante (González Prats y Ruiz Segura, 1990-1991: 58; González
Prats, 1993a: 151). Se constata su uso en bancos y en “placas
de yeso con improntas de cañas”, restos constructivos resultado
de la técnica del bajareque de cañas y yeso, cuyo hallazgo en
contextos primarios, como en el Departamento 1 y el Área 4,
Sector VII, permitió interpretarlas como partes de segundas alturas de las estancias, destinadas al almacenaje (González Prats
y Ruiz Segura, 1990-1991: 56; González Prats, 1993a: 151).
Los afloramientos de yeso natural en la zona han propiciado
su aprovechamiento para una importante producción pirotecnológica de mortero de yeso constatada en época contemporánea
(Belmonte et alii, 2017a). Esta producción ya habría tenido una
importancia considerable en el enclave a finales de la Prehistoria reciente, como muestran buena parte de las evidencias que
se presentan a continuación que, como ha podido determinarse
también mediante análisis microscópicos, están formadas por
un mortero de yeso de origen pirotecnológico.
Los materiales de barro y yeso de Peña Negra
Características generales del conjunto
En este estudio hemos analizado un total de 238
fragmentos1, procedentes de diversas campañas de excavación llevadas a cabo en el yacimiento: desde algunos restos
1
Agradecemos al director de las excavaciones en Peña Negra, Alberto J. Lorrio Alvarado, el facilitarnos el acceso a los materiales para
su estudio, así como al conjunto del equipo de Peña Negra, por la
ayuda y la atención proporcionadas a lo largo de éste.
recuperados en 1984 y 1985, pasando por un buen número de
piezas de las intervenciones de 1986 y 1987, hasta los fragmentos recuperados en las campañas de 2014, 2015, 2016
y 2017. La mayoría de los materiales se corresponden con
el periodo orientalizante. Así, un total de 57 piezas −24%−
proceden de contextos del Bronce final, 173 −72,6% − de la
fase orientalizante y 8 −3,4%− son de procedencia dudosa.
La mayoría fueron recuperados en el sector II, seguidos de
los hallados en el sector VII y, en un número mucho menor,
en los sectores XII y III.
Las formas que presentan los materiales analizados de este
conjunto son muy variadas, así como sus tamaños, desde 1,8
x 0,7 x 0,7 cm en el ejemplar de menor tamaño, hasta 30 x 20
x 6,5 cm en el mayor de ellos. Respecto a las coloraciones de
las piezas, cabe distinguir en primer lugar entre los restos de
yeso, de color fundamentalmente blanco, y los compuestos por
barro, cuyas coloraciones varían, sobre todo en función de los
tonos naturales de los sedimentos utilizados y de su grado de
alteración por el fuego. En el total del conjunto, la gran mayoría de los fragmentos presenta caras externas, regularizadas o
alisadas, con huellas de alisado e incluso pintadas, como puede
observarse en un buen número de piezas. Por otra parte, una
cifra importante de los fragmentos analizados puede interpretarse como partes de elementos muebles, fabricados tanto con
barro como con yeso. En las piezas se observan también alteraciones de tipo postdeposicional. Algunos restos se encuentran
muy afectados por la presencia de raíces y un pequeño grupo
presenta concreciones en sus superficies.
Observaciones macroscópicas sobre los morteros
de barro y yeso
Los elementos de barro analizados, con diferente grado de
endurecimiento, presentan coloraciones marrones y amarillentas, anaranjadas o rosadas, algunos de ellos con el interior ennegrecido. En buena parte de los fragmentos se han observado
huellas que indican la presencia en la mezcla de materia vegetal
de pequeña talla (fig. 8.19a y d), ya desaparecida, en algunos casos en forma de tramos de entre 0,5 y 1,5 cm de largo, así como
huellas negativas de tipo tallo clavado. La materia vegetal se habría añadido a la mezcla de barro a modo de estabilizante, algo
que se observa en las piezas del conjunto compuestas por barro
y no en las de morteros de yeso. Algunos de los elementos de
tierra analizados presentan también restos de carbón en el mortero y ejemplares de malacofauna de muy pequeño tamaño y
color gris oscuro. En cuanto a los fragmentos de yeso, presentan
una consistencia dura o muy dura. En ellos se observan, a nivel
185
[page-n-199]
Figura 8.19. Detalle de diferentes
tipos de material constructivo que
componen los fragmentos de Peña
Negra. a. Mortero de barro, con
huellas negativas de materia vegetal.
PN 156. b. Mortero de yeso. PN
139. c. Superficie pintada. PN 100.
d. Huellas vegetales visibles en la
superficie alisada de un elemento
mueble. PN 117.
macroscópico, inclusiones geológicas de aspecto blanquecino
y transparente, que se corresponden muy probablemente con
restos del mineral de yeso.
Improntas constructivas de madera y vegetales
El análisis macroscópico de los restos constructivos de Peña
Negra ha permitido determinar diferentes aspectos referentes
a las técnicas constructivas desarrolladas en este asentamiento. Por una parte, en dos restos constructivos, recuperados en
el Sector II durante la campaña de excavación efectuada en
2015, asociados a la fase orientalizante, se observan superficies planas o que incluso convergen en sección angular en el
caso de un resto de yeso −PN 124−, pudiendo constituir improntas de elementos de madera trabajada. No obstante, las
evidencias que apuntan a ello en los materiales objeto de este
estudio son muy escasas y parciales, por lo que de momento
no puede plantearse con mayor seguridad la constatación del
trabajo de la madera a partir del análisis de los fragmentos
constructivos.
Por otro lado, son muy destacables los fragmentos de este
conjunto resultado de la aplicación de la técnica constructiva del
bajareque, con paneles de caña y carrizo cubiertos con mortero de yeso. La gran mayoría de las improntas constructivas del
conjunto se encuentran en fragmentos de yeso, aunque también
se han documentado restos de barro asociados a la construcción con bajareque. En buena parte de las piezas del conjunto se
observan improntas de elementos vegetales, plantas gramíneas
con diámetros de diferentes dimensiones. Se han documentado improntas de entre 0,5 y 1 cm de diámetro, que podemos
identificar como de carrizo, y de entre 1 y 1,9 cm de diámetro,
Figura 8.20. Fragmento constructivo
de yeso resultado de la construcción
mediante la técnica del bajareque,
durante la fase orientalizante de
Peña Negra. PN 4. a. Cara interna
con improntas de caña y carrizo. b.
Cara externa con huellas de alisado.
c. Alisado en dirección vertical en la
esquina de una edificación de época
contemporánea (Aspe, Alicante).
186
[page-n-200]
Figura 8.21. Detalles anatómicos
de la caña y el carrizo empleados
en las edificaciones, visibles
en las improntas en fragmentos
constructivos de yeso. a. Impronta
de la hoja que recubre el tallo
de una caña. PN 20. b. Surcos
longitudinales en los tallos de la
caña y el carrizo, que se habrían
originado al mantear con el yeso
tallos fragmentados. PN 8. c.
Surcos irregulares en la superficie
de improntas de caña y carrizo,
reflejo del empleo como material
constructivo de plantas afectadas
por xilófagos. PN 43.
tratándose en su mayor parte de improntas de caña. El número
de improntas vegetales por fragmento se sitúa sobre todo entre una y cuatro, existiendo ejemplos de hasta nueve improntas, siendo éstas tanto de carrizo como de caña en los casos de
fragmentos de más de cinco improntas.
Un caso excepcional cuenta con 23 negativos de carrizo y
caña en su cara interna (fig. 8.20a), siendo éste un resto constructivo de yeso de 30 x 20 x 6,5 cm, recuperado en 1986 en el
Sector VII. Su cara externa, alisada (fig. 8.20b), converge con la
interna mediante una superficie plana que las une. La morfología
de esta pieza permite asociarla a la terminación de una superficie,
pudiendo tratarse de la cara externa del forjado de una segunda altura o del revestimiento de un alzado en una esquina. Siendo así,
el panel de cañas y carrizo se habría dispuesto con tendencia horizontal y el alisado de la superficie externa se habría producido, al
acercarse a la esquina, en movimientos verticales, como también
puede verse en un ejemplo obtenido mediante una comparación
etnoarqueológica (fig. 8.20c). Estos paneles manteados con yeso
son ampliamente utilizados en la arquitectura tradicional del área
alicantina, reciben la denominación de testero y pueden enlucirse
con una capa de cal o de barro (Ciscar, 1974: 229).
Las improntas conservadas en los restos de yeso, debido
a su alto nivel de preservación, permiten observar sin dificultad diferentes detalles de la morfología de estos materiales
constructivos, cañas y carrizo, empleados y ya desaparecidos. Estos detalles abarcan desde las hojas de estas plantas
(fig. 8.21a), las estrías longitudinales de sus tallos, los nudos
que unen los tramos en dichos tallos, hasta incluso roturas
longitudinales que han quedado impresas en el mortero (fig.
8.21b), así como la acción destructiva de insectos xilófagos,
que generan túneles irregulares en estas plantas utilizadas
para construir (fig. 8.21c).
En estas piezas se observa que los vegetales fueron
dispuestos de manera cruzada en algunos tramos, con direcciones diferentes. También se aprecian secciones “en abanico”, que
se habrían generado mediante la presión del mortero de yeso sobre el panel o superficie de cañas y carrizo. En algunos fragmentos constructivos de yeso con caras alisadas, se observan huellas horizontales paralelas, resultado de haberlas alisado con los
dedos. El análisis compositivo mediante microfluorescencia de
rayos X de uno de estos elementos −PN 85− muestra que se trata
de yeso reconstituido, que sería bastante puro, aunque también
contiene restos de arcilla de tipo caolín, trazas de oxi-hidróxidos
de hierro, celestina y rutilo −ver anexo II, Pastor, 2019.
Ataduras
En los fragmentos constructivos hemos documentado siete
piezas con improntas de ataduras que se habrían realizado con
cuerdas enroscadas o de torsión helicoidal, recuperadas durante la campaña de 1986 en el Sector VII. Además de este tipo
de uniones, hemos observado algunos casos puntuales de posibles improntas de ataduras de tipo tallo –PN 23−. No hemos
observado improntas de cuerdas trenzadas.
La totalidad de ejemplos con improntas de cuerda
torsionada son fragmentos de yeso, muy endurecidos, que presentan tanto una cara exterior, regularizada o alisada, como
una interior con improntas de caña y carrizo. En estos restos,
la impronta de la cuerda torsionada suele localizarse en un extremo de la pieza, en una línea de rotura. Hemos observado
este mismo patrón en comparaciones etnoarqueológicas con
construcciones contemporáneas semiderruidas, de bajareque
de carrizo y cañas manteado con mortero de yeso. Esto puede
deberse a que la rotura del material constructivo se produzca preferentemente en el punto donde se sitúa la cuerda por
factores mecánicos.
En estos elementos constructivos puede observarse que lo que
estaba uniendo la cuerda torsionada era el propio panel de cañas y/o
carrizo, atando estas plantas entre sí. A pesar de los escasos restos
recuperados con improntas de este tipo de ataduras y del reducido
tamaño de los mismos, en ellos se observa un aspecto importante
a la hora de profundizar en el conocimiento de las técnicas constructivas empleadas en este yacimiento. En dos de estos fragmentos
aparecen otras dos evidencias de ataduras, también de torsión helicoidal, que unirían el panel de cañas a otro elemento (fig. 8.22a),
dispuesto en dirección perpendicular a las cañas, al que éstas estarían sujetas, posiblemente una rama o “caña guía” (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016: 51) que contribuyera a su sujeción,
una solución constructiva que también hemos observado mediante
comparaciones etnoarqueológicas (fig. 8.22b).
Las cuerdas de torsión helicoidal serían más resistentes
que las cuerdas trenzadas y su fabricación tendría también
una mayor dificultad (Sánchez Sanz, 2009: 429). Como se
187
[page-n-201]
Figura 8.22. a. Improntas de
cuerdas de torsión helicoidal en
un resto constructivo de yeso con
improntas negativas de cañas,
de la fase orientalizante de Peña
Negra. PN 5. b. Panel de cañas
dispuestas en horizontal, unidas a
una “caña guía” y manteadas con
yeso, en una edificación de época
contemporánea (El Rebolledo,
Alicante).
ha recogido en un capítulo anterior, del empleo de cuerdas
realizadas mediante torsión helicoidal se tiene constancia en
la península ibérica desde el Neolítico antiguo, habiéndose
preservado restos de estos materiales en La Draga (Banyoles,
Girona) (Bosch Lloret et alii, 2006: 124, 125; Piqué et alii,
2018: 267, fig. 8). Las ataduras mediante cuerdas torsionadas
han sido halladas también en el poblado argárico de Peñalosa
(Baños de la Encina, Jaén) (Contreras, 2009: 71) y en los
asentamientos de la primera Edad del Hierro de Alto de la
Cruz (Cortes, Navarra) y Cabezo de la Cruz (La Muela, Zaragoza) (Sánchez Sanz, 2009: 432).
Posibles fragmentos de adobes
Algunas piezas recuperadas en el Sector IIW de Peña Negra
parecen corresponderse con fragmentos de adobes. Presentan
gravas en su composición y huellas del empleo de estabilizante
vegetal, una coloración marrón anaranjada-rosada y una consistencia media. La pieza más completa (fig. 8.23) presenta unas
Figura 8.23. Probable fragmento de un adobe recuperado en Peña
Negra, asociado al periodo orientalizante. PN 154.
Figura 8.24. Imágenes de la pieza PN
154 mediante lámina delgada.
188
[page-n-202]
Figura 8.25. Estructuras
musealizadas en Peña Negra, Sector
IIW. a. Estancia con zócalo de
piedra, alzado de adobe y recreación
de hogares centrales. b. Tabique
divisorio construido con zócalo de
piedra y alzado de bloques de adobe.
dimensiones de 6 x 5,2 x 3,9 cm y conserva la convergencia de
dos caras alisadas en un ángulo de unos 90 grados, que podría
ser una esquina del adobe.
El análisis realizado mediante microfluorescencia de rayos X
a este fragmento muestra una composición de la parte externa a
base de carbonato cálcico, arcilla y/o feldespato potásico, cuarzo,
yeso desigualmente distribuido y oxi-hidróxidos de hierro que
favorecerían su coloración rojiza. En el interior se observa una
menor cantidad de carbonato cálcico y mayor de arcillas y oxihidróxidos de hierro −ver anexo II, Pastor, 2019−. En la observación mediante lámina delgada se apreció que su matriz es arcillosa, con abundantes vacuolas, que podrían deberse a aire atrapado
durante su manufactura −ver 3.2.2− y algunos granos dispersos
de ocre de más de 2 mm. Se identificaron también algunos huecos
dejados por vegetales ya desaparecidos que formaban parte de la
mezcla (fig. 8.24) −ver 3.2.2, fig. 3.13a.
La presencia de adobes en las estructuras excavadas
correspondientes a la fase orientalizante del asentamiento se recoge en la bibliografía acerca del mismo (González Prats, 1983:
142; 1993a: 151; 2001: 177), aunque el empleo impreciso en
estas obras de términos como adobe y tapial, también como sinónimos de estructuras de barro en general, resta seguridad en
algunos casos a la presencia en diferentes partes del asentamiento de las técnicas constructivas que se apuntan. En cualquier
caso, se menciona el hallazgo en 1977, de restos de adobes “de
sección rectangular”, ubicados in situ en un tabique interno sobre un zócalo de piedra, en una estructura singular de planta rectangular tipo megaron (González Prats, 1983: 142), en el mismo
sector del que proceden los restos que hemos identificado como
de posibles adobes. Esta construcción ha seguido siendo excavada entre 2015 y 2017 y en su musealización se aprecian sus
tres estancias, un banco corrido, hogares centrales y tabiques
internos (fig. 8.25). También se recogió la presencia de un alzado de adobe en una estructura del Sector VII excavada en 1982
(González Prats, 1983: 53; 2001: 177), tratándose de piezas con
un grosor uniforme de unos 10 cm y entre 30-50 cm de ancho
(González Prats, 1983: 53).
Tratamiento de las superficies: alisado y decoraciones pintadas
En este conjunto de restos constructivos, las superficies externas conservadas son abundantes, tanto en restos de barro
como en piezas de yeso. Se observan evidencias de alisado
manual, realizado directamente con los dedos, pero también
marcas en algunas superficies que apuntan a un acabado realizado mediante algún instrumento. Este es el caso, fundamentalmente, de piezas que presentan superficies pintadas,
como se recogerá a continuación. El alisado con los dedos
se observa sobre elementos muebles, de barro y de yeso y
sobre todo en los restos de bajareque con mortero de yeso.
Claras capas superpuestas de yeso se han observado en diversos fragmentos constructivos (fig. 8.26), asociados a la
ocupación del Bronce final.
Entre las piezas de este material hemos documentado
algunas que parecen corresponderse con revestimientos aplicados sobre estructuras de piedra. Presentan caras externas
alisadas con los dedos y caras internas con improntas que pertenecerían a piedras. De hecho, algunos fragmentos conservan, además de estas improntas, restos de piedras adheridas
aún a ellos (fig. 8.27a).
Además, entre los elementos de yeso, un grupo presenta una
cara alisada manualmente y en la contraria una forma apuntada (fig. 8.27b). Aunque en algún caso podría tratarse de revestimientos, habiéndose producido esta forma al introducirse el
mortero entre las piedras, por ejemplo, consideramos que dos
de ellas −PN 185 y PN 194− podrían ser tapaderas, elaboradas
con yeso y modelando en uno de sus lados un apéndice. Pertenecen a contextos del Bronce final. Su forma es muy similar a
las piezas de yeso interpretadas como tapaderas de La Pedrera
Figura 8.26. a. Resto constructivo
de yeso con dos capas adheridas
superpuestas, la primera de
coloración más oscura y la última de
color blanco, de la fase del Bronce
final de Peña Negra. b. Vista cenital.
c. Vista de perfil. PN 197.
189
[page-n-203]
Figura 8.27. a. Cara interna de un
fragmento constructivo de yeso,
con impronta de piedra y piedra
adherida. PN 175. b. Pieza de yeso
vista de perfil, que podría tratarse
de parte de una tapadera. PN 185.
Elementos asociados a la ocupación
del Bronce final.
Figura 8.28. a. Fragmento de barro
con superficie externa, huellas
horizontales y paralelas, quizá
fruto de su alisado mediante algún
instrumento y en cuya superficie se
observan diferentes coloraciones.
PN 131. b. Detalle de la superficie
de un resto de barro, altamente
disgregable y de coloración rojiza,
con aparentes huellas de alisado.
PN 144. Fragmentos de la fase
orientalizante.
(Vallfogona de Balaguer/Térmens, Lleida) y Carretelà (Aitona,
Lleida) (Vàzquez et alii, 2008: 183, 192, figs. 28 y 31), a las que
se atribuye una cronología del Bronce final y la primera Edad
del Hierro −ver fig. 8.45b.
En una parte de los fragmentos con caras alisadas se
observan las huellas del alisado, pero también diferentes coloraciones (fig. 8.28). La presencia de pigmentos en este grupo
de piezas no está clara y no es fácil de determinar con seguridad a nivel macroscópico. Las coloraciones de estos restos
pueden ser debidas a las materias primas empleadas. González
Prats (1983: 43; 2001: 177) ya señala la presencia, en una vivienda circular excavada en 1979, de un pavimento de barro
rojo, cuya coloración asocia a la de las tierras locales, de tonos rojos, amarillos y verdes. La ausencia de capas definidas y
delimitadas en las superficies externas impide afirmar la presencia en ellos de enlucidos pintados. No obstante, no dejan
de ser superficies acabadas que presentan coloraciones, por lo
que quizá no deba descartarse la intención decorativa en el
uso de estos sedimentos de colores, como se ha planteado en
otros asentamientos como, por ejemplo, Montlaurès (Narbona,
Francia) (De Chazelles, 2005a: 33).
En esta línea, una de estas piezas de Peña Negra con una superficie lisa y de coloración rojiza −PN 144− (fig. 8.28b) ha sido
analizada mediante microfluorescencia de rayos X, indicando
una composición del cuerpo de la muestra a base de carbonato
cálcico y yeso. Bajo la capa de coloración rojiza se ha detectado otra, blanquecina, de composición similar a la del cuerpo
del fragmento, aunque con un mayor porcentaje de yeso. En la
última capa rojiza destaca la proporción de yeso −ver anexo II,
Pastor, 2019.
190
Asimismo, en un pequeño fragmento de barro endurecido −
PN 151−, que presentaba una fina superficie exterior alisada de
color marrón claro, hemos podido identificar un lo que parece ser
un grabado inciso o grafito, con un motivo geométrico (fig. 8.29).
Este resto se recuperó durante la campaña de 2016 y presenta unas
dimensiones muy reducidas, de tan solo 2,3 x 1,7 x 0,5 cm.
Este motivo estaría compuesto por un triángulo, cuyos lados
presentan aproximadamente la misma longitud, unido en uno
de sus vértices a lo que parecería ser, en su extremo opuesto, un
triángulo o un rombo abierto (fig. 8.30b), o un rombo de menor
tamaño (fig. 8.30c). Las representaciones de motivos geomé-
Figura 8.29. Fragmento constructivo con un motivo grabado o inciso en su superficie externa alisada. PN 151.
[page-n-204]
Figura 8.30. Interpretación de los motivos grabados en la superficie de un fragmento de barro de Peña Negra. PN 151. a. Conjunto de
elementos que pueden observarse en su superficie. b. Posible representación formada por un triángulo unido a otra figura abierta (en color
blanco). c. Posible representación formada por un triángulo unido a un rombo (en color blanco).
Figura 8.31. a. Grafitos fenicios sobre cerámicas documentadas en Peña Negra (González Prats, 1993a: 150). b. Cerámica fenicia con
grafito inciso (Museo Arqueológico de Elda, Alicante, CEFIRE-Biblioteca virtual).
tricos similares son abundantes a lo largo de la Prehistoria
reciente, sobre diversos soportes. En cronologías de inicios de
la Edad del Hierro, son comunes los hallazgos de grafitos o motivos incisos, con formas lineales y geométricas, constituyendo
con frecuencia posibles grafemas.
Se han hallado grafitos con caracteres fenicios en el propio asentamiento de Peña Negra (González Prats, 1982; 1983:
232, fig. 233; 1993a: 150, fig. 3; Mederos y Ruiz, 2001: 107,
fig. 6) (fig. 8.31a) o en La Fonteta (Elayi, 2011). No obstante, estos grafitos se conocen generalmente sobre soportes
cerámicos (Mederos y Ruiz Cabrero, 2001; Almagro, 2004;
entre otros) y no en restos constructivos. En cuanto a las representaciones sobre elementos constructivos, en las pinturas
murales del yacimiento de Alto de la Cruz (Cortes, Navarra),
dos triángulos unidos por el vértice forman el cuerpo de figuras antropomorfas (Knoll, 2016: 207, figs. 306, 315; Knoll,
2018: 171). Fuera del ámbito peninsular, en el conjunto de
fragmentos de barro pintados del Bronce final y la primera
Edad del Hierro de Wennungen (Karsdorf, Alemania) se halló también un grafito, en forma de un triángulo y una línea,
en la superficie de uno de ellos (Knoll, 2016: 49, fig. 3).
Figura 8.32. Resto estructural de Peña Negra con pintura en su superficie, formado por las piezas PN 1 (a la izquierda) y PN 2 (a la
derecha). a. Cara externa con revestimiento pintado. b. Cara interna
con superficie plana (en el centro de la imagen).
191
[page-n-205]
Figura 8.33. Fotografías de detalle
tomadas a la pieza PN 1 mediante
un microscopio digital. a. Huellas de
elementos vegetales (en el centro de
la imagen) en una vista cenital de la
superficie pintada. b. Vista de los restos de
pintura. c. Capa anterior de pintura, visible
en el perfil de la pieza, que posteriormente
se habría vuelto a revestir y pintar.
Figura 8.34. Fotografías de detalle
tomadas a la pieza PN 2 mediante un
microscopio digital. a. Vista cenital
de la superficie pintada. b. Detalle
de la línea que separa la superficie
roja de la de color claro. c. Incisiones
en la superficie pintada que podrían
deberse a procesos de alteración de
tipo postdeposicional.
Además, en Peña Negra se han hallado diferentes ejemplos
de restos constructivos enlucidos y pintados. El enlucido de los
alzados combina la función decorativa con la utilidad arquitectónica: protege los alzados de agentes que los puedan deteriorar
(Brysbaert, 2008: 85). El empleo de revestimientos pintados ha
podido constatarse al menos en nueve fragmentos, siendo superficies externas visibles en la mayoría de los casos –PN 1 y
2 (fig. 8.32), PN 100 (fig. 8.19c), o PN 218 (fig. 8.35)−, junto
con otra pieza que presenta diferentes capas de pintura visibles
en el perfil –PN 99 (fig. 8.37a)−, aunque no a la vista en la última cara externa. Además, otras piezas recuperadas en 2015
y 2017 cuentan con superficies de coloración rojiza que también podrían presentar restos de pigmentos –PN 163, 221, 224,
226, 229−. Todos estos fragmentos con evidencias de pintura se
asocian a la fase orientalizante del asentamiento.
La evidencia de mayor tamaño y mejor conservada de
superficie pintada entre el conjunto de restos constructivos de
Peña Negra la forman las piezas PN 1 y 2, conformando un resto estructural de 25 cm de largo, 8 cm de alto y 5 cm de grosor
máximo (fig. 8.32). Habrían sido halladas en 1986, en el Área
B’10 (Área 4), Sector VII. En este sentido, en 1977, en el Corte
1 del Sector II, fueron documentadas también “placas de estuco”
con una “franja” de pintura roja que habría decorado la unión
entre la parte superior del alzado y la techumbre (González Prats,
1983: 39, 142). Presentan huellas de estabilizante vegetal y una
coloración ennegrecida en su matriz interior. En la cara externa
se observa una superficie lisa pintada, de un color rojo claro. En
la segunda pieza que forma este resto estructural se observa de
forma nítida la línea recta del límite entre la superficie roja y el
resto de la superficie del fragmento, de color claro (fig. 8.34b). En
la cara interna de este resto constructivo puede observarse una superficie plana (fig. 8.32b), que podría haberse generado al aplicar
el barro sobre un elemento de madera trabajada, como podría ser
una tabla o un tronco cortado. En el lateral de mayor longitud de
este resto estructural, uniendo la cara externa e interna de la pieza,
se observan ocho rehundimientos de hasta casi 4 cm de diámetro,
que aparentemente podrían corresponderse con improntas negativas de elementos de madera. Éstos habrían estado dispuestos
con una cierta inclinación, dada la dirección de las posibles improntas. No obstante, la superficie interior de estos rehundimientos
presenta también restos de pintura de color rojo, por lo que podría
tratarse de formas destinadas a estar a la vista.
Figura 8.35. a. Fragmento de
revestimiento con restos de un motivo
pintado. b. Detalle de la superficie
pintada. Nótense las huellas negativas
del estabilizante vegetal. PN 218.
192
[page-n-206]
Figura 8.36. Imágenes de la pieza PN 99 mediante lámina delgada.
La observación de estos fragmentos mediante un microscopio
digital ha permitido constatar, junto con la observación macroscópica, que la capa visible en el exterior del resto estructural no fue la primera en aplicarse sobre él (fig. 8.33c). El
análisis realizado mediante microfluorescencia de rayos X a
la pieza −PN 1− indica que el pigmento presenta una composición a base de oxi-hidróxidos de hierro, asociados al empleo de ocre, además de trazas de pirolusita, yeso y carbonato
cálcico −ver anexo II, Pastor, 2019−. Por otro lado, análisis
realizados a otro resto con pigmento −PN 100− han apuntado
que estaría compuesto asimismo por oxi-hidróxidos de hierro,
habiéndose podido emplear ocre para elaborarlo −ver anexo
II, Pastor, 2019.
También proceden del Sector IIW fragmentos de barro que
interpretamos como partes de revestimientos, con dos caras lisas paralelas, en los que se observan asimismo motivos pintados
y de color rojo sobre una superficie de color claro, a su vez
bajo una capa de barro ennegrecida y con abundante materia
orgánica. Parece tratarse de franjas gruesas y superficies en forma de ángulo (fig. 8.35), que podrían estar cerrando triángulos.
El resto de mayor tamaño conserva unas dimensiones de 6 x 6
x 0,8 cm. Presenta huellas de estabilizante vegetal, visibles en
pequeños tramos huecos también en la propia superficie pintada
(fig. 8.35b). El motivo pintado ocupa una superficie de unos 4
cm de largo y 2,8 cm de ancho.
El resto de los fragmentos pintados analizados de Peña
Negra también presentan tonos rojos. Dado su pequeño tamaño, no podemos determinar si formaban parte de una superficie pintada mayor, lisa, o de un motivo concreto del que estos
fragmentos fueran sólo una parte.
Como ha sido adelantado, la presencia de capas sucesivas
de pigmentos de coloración roja ha sido identificada en una de
las piezas –PN 99– a partir de su observación en la sección (fig.
8.37a). El análisis de este fragmento mediante microfluorescencia de rayos X ha apuntado la existencia de una capa de revestimiento de color blanco, compuesta de yeso y algo de cuarzo.
Comparando la composición de este revoco y la del resto de la
pieza, se observa que también está formado por yeso, pero con
una cantidad considerable de cuarzo y arcillas. Ambas partes
presentan trazas de oxi-hidróxidos de hierro, más abundantes en
el cuerpo de la pieza –ver anexo II, Pastor, 2019–. Por su parte,
en lámina delgada se observa cómo la consistencia del material
es muy baja, además de la presencia de vénulas y de algunos
restos de materia orgánica carbonizada (fig. 8.36).
Por otra parte, bajo un microscopio digital pueden
distinguirse, en algunas de estas superficies, finas líneas paralelas, que pueden relacionarse con la aplicación y extensión del
pigmento, mediante un instrumento utilizado a modo de brocha
o pincel (fig. 8.37b).
Diferente a las otras evidencias de pintura en los restos
constructivos de Peña Negra es la pieza PN 162, un fragmento de muy pequeño tamaño, 4,5 x 3 x 0,8 cm, pero que
presenta en su cara externa hasta siete bandas paralelas que
presentan un tono rojo, pintadas a escasa distancia entre ellas
y sobre un fondo claro (fig. 8.38). Este resto pertenecería
asimismo a la fase constructiva del periodo orientalizante
(González Prats, 1993a: 151). Fue hallado en el sector IIE,
estrato Ie y pertenecería al revestimiento de un zócalo, que
habría contado con “motivos lineales originados por la conjunción de bandas pintadas finas horizontales y otras verticales, todo ello de color rojo y en algún punto concreto al
parecer con pintura negra” y del que se observaban numerosos restos en contexto arqueológico (González Prats, 1990:
30-31). Respecto a los motivos observados en estos restos de
revestimiento, se añade también la presencia de un “motivo
consistente en triángulos opuestos por su vértice” (González
Prats, 1990: 97). Desconocemos si la orientación original de
las bandas del fragmento conservado era vertical u horizontal. La cara interna, de coloración ennegrecida, muestra huellas
muy abundantes de estabilizante vegetal.
Figura 8.37. a. Fragmento de
barro recuperado en Peña Negra,
en el que se observan diferentes
capas sucesivas en el perfil, que
se corresponderían con superficies
de pigmento. PN 99. b. Fotografía
cenital de detalle tomada de una de
las superficies pintadas, en la que
se observan finos trazos paralelos
que se habrían generado durante su
aplicación. PN 127. Restos de la
fase orientalizante.
193
[page-n-207]
Figura 8.38. Fragmento de barro con un revestimiento pintado en
bandas paralelas. Nótese la presencia de huellas negativas dejadas
por tramos de materia vegetal ya desaparecida, que se habría empleado a modo de estabilizante. PN 162.
El análisis microscópico aplicado a la pieza ha contribuido
a distinguir en la cara externa un enlucido de 1 mm de espesor
aproximadamente, elaborado a base de carbonato cálcico. Sobre
éste se habría aplicado la decoración pintada. De acuerdo con
los resultados de la aplicación de microfluorescencia de rayos X,
el pigmento estaría formado por oxi-hidróxidos de hierro, junto
con un alto porcentaje de carbonato cálcico, así como cuarzo,
arcillas y algo de yeso, posiblemente habiéndose utilizado ocre
para elaborarlo −ver anexo II, Pastor, 2019.
En los restos constructivos con motivos pintados pueden
llegar a diferenciarse diferentes grosores en los trazos de pintura, originados al aplicar diferente presión con el pincel o diferente cantidad de pigmento, por ejemplo, justo después de
haber recargado el pincel (Knoll, 2016: 24). En la clasificación
realizada para el numeroso y variado conjunto de motivos pintados del Bronce final-primera Edad del Hierro de Wennungen
(Karsdorf, Alemania), se diferenció entre pinceladas gruesas,
de hasta 1,7 cm de grosor, y finas, de entre 0,40 y 0,70 cm
(Knoll, 2016: 26). El grosor de las bandas de este fragmento
de Peña Negra es de entre unos 0,25 y 0,40 cm. Estos motivos lineales pueden considerarse notablemente finos. Dado el
escaso grosor de estas bandas, las dimensiones del pincel utilizado serían también pequeñas. Respecto a la distancia entre
las diferentes bandas paralelas en la pieza, ésta varía entre los
0,10 cm y 1 cm aproximadamente.
También en las superficies externas de los revestimientos
pintados pueden observarse con frecuencia las huellas negativas
de fragmentos de materia vegetal que se habría empleado como
estabilizante, como en este último caso. Este rasgo también
se aprecia en las superficies de otros ejemplos de fragmentos
pintados de la Prehistoria reciente, incluidos los del conjunto
de Wennungen (Knoll, 2016; 2018). El añadido de estabilizantes vegetales a las capas de revestimiento, además de prevenir el agrietamiento tras su secado, hace más ligera esta capa,
favoreciendo su adherencia (Knoll, 2016: 143).
Una decoración con franjas paralelas empleando pintura roja
la presentan también cerámicas decoradas documentadas en Peña
Negra, asociadas a la ocupación del Bronce final, como el caso
de los motivos de triángulos rellenos con bandas paralelas y en
retícula (González Prats, 1983: 72, fig. 16; González Prats y Ruiz
Segura, 1990-1991: 66, fig. 15) (fig. 8.39a), pero también en otros
recipientes cerámicos de inicios de la Edad del Hierro (González
Prats, 1977: 123-125; 1983: 170, fig. 171; González Prats y Ruiz
Segura, 1990-1991: 65, fig. 12). Los motivos decorativos de triángulos con un relleno de bandas paralelas se encuentran también
en decoraciones incisas en cerámicas del Bronce final de Peña
Negra (González Prats, 1983: 74, fig. 18; González Prats y Ruiz
Segura, 1990-1991: 66, fig. 15) (fig. 8.39a), así como, por ejemplo, en el poblado de la Edad del Hierro inicial de Alto de la Cruz
(Cortes, Navarra), en cerámicas (Maluquer de Motes, 1958: 33)
y en los motivos en rojo de las pinturas murales de los alzados de
adobe (Knoll, 2016: 206-207; Knoll, 2018: 169-171) (fig. 8.39b).
Estos motivos serían comunes en el Bronce final europeo, estando presentes incluso en textiles (Grömer et alii, 2013: 521). Ya se
han mostrado también los revestimientos de los alzados de adobe
de Barranc de Gàfols, en los que se observan motivos pintados
de color rojizo en franjas paralelas −ver fig. 8.13b−, de 0,5 cm
de grosor, así como otros de una franja de un mayor grosor, 2 cm
(Asensio et alii, 1994-1996: 310, 315; Belarte, 1993: 121, figs.
12-15; 2011: 171, fig. 9).
Elementos muebles de barro y yeso: discos y recipientes
En el asentamiento de Peña Negra se han hallado diferentes tipos
de elementos muebles fabricados con barro y con yeso. Durante
las campañas de 1984, 1986 y, sobre todo, en 1987, fueron halladas un grupo de piezas de barro muy endurecidas que interpretamos
Figura 8.39. a. Cerámicas decoradas
del Bronce final de Peña Negra, con
motivos de triángulos rellenos con
bandas paralelas y retículas, pintados
(arriba), así como incisos (abajo)
(González Prats y Ruiz Segura,
1990-1991: 66, fig. 15). b. Motivos
presentes en los revestimientos
pintados de la Edad del Hierro inicial
de Alto de la Cruz (Cortes, Navarra)
(Knoll, 2018: 170-171, figs. 177 y
178).
194
[page-n-208]
Figura 8.40. a. Fragmentos de
elementos muebles de barro, en
forma de discos, hallados en Peña
Negra en contextos de la fase
orientalizante. Las abundantes huellas
del estabilizante vegetal empleado
se observan sobre todo en sus caras
inferiores. a. Pieza cuya cara superior
presenta acanaladuras cerca del
borde, con labio también acanalado,
que posiblemente se realizaron con
los dedos. PN 118. b. Pieza con cara
superior alisada mediante algún tipo
de instrumento, generando trazos con
el barro húmedo que se entrecruzan, a
modo de pinceladas. PN 123.
Figura 8.41. a. Fragmentos de un
disco revestido, con huellas de
alisado en su cara superior, que se
podrían haber realizado mediante
algún instrumento. b. Capa
diferenciada superior. c. Capa
diferenciada inferior. PN 114.
como fragmentos de elementos muebles, de contornos circulares
y secciones planas, a modo de discos o platos (fig. 8.40, fig. 8.41).
Estos restos, que se asocian a la fase orientalizante, presentan diferentes tamaños, coloraciones y aspecto externo. Algunos de los
fragmentos son de un tamaño muy pequeño y, en cambio, otros se
encuentran en un mejor estado de conservación, permitiendo unir
y remontar un grupo de las piezas entre sí y observar parte de la
forma original de estos objetos. Tras el remontaje de los fragmentos, se han individualizado varios discos diferentes. En ellos se
observan huellas del alisado de las superficies. Del mismo modo,
las coloraciones de este conjunto de restos abarcan desde los marrones, claros y oscuros, con partes algo ennegrecidas, hasta el
anaranjado oscuro y rojizo en otros casos.
El fragmento de disco de mayor tamaño que ha sido
documentado −PN 114− alcanzaría los 19,5 x 13 x 1,8 cm. El grosor o altura de los discos se sitúa entre 1 y 2 cm, con labios rectos
o con una ligera acanaladura central. Lo que podemos considerar
como la cara superior de los mismos presentaba generalmente un
acabado alisado, mientras que la cara inferior, que podemos suponer que no quedaría a la vista, muestra un aspecto más tosco.
Unos contaban con una mayor cantidad de huellas de estabilizante vegetal que otros y en una de las piezas se observa con claridad
la presencia de una capa externa, diferenciada del resto del cuerpo
del disco, en la cara superior y en la inferior, aplicada a modo de
revestimiento de la pieza (fig. 8.41b y c).
Tras analizar una de estas piezas −PN 114− (fig. 8.41) mediante
microfluorescencia de rayos X, pudo comprobarse que la capa superior de color beige se compone de carbonato cálcico, yeso, cuarzo, arcillas y/o feldespatos potásicos, junto con oxi-hidróxidos de
hierro. La capa diferenciada inferior presenta los mismos componentes, pero en diferente proporción, con una menor cantidad de
yeso y una mayor proporción de arcilla. El fragmento presenta diversas inclusiones de yeso. El interior ennegrecido de la pieza y las
coloraciones claras de ambos extremos apuntan la posibilidad de
que hubiera estado expuesta a una fuente de calor, quizá de forma
intencional −ver anexo II, Pastor, 2019−. Mediante lámina delgada se observa su matriz arcillosa, además de partículas de formas
angulares de más de 1 mm, la presencia de restos orgánicos y de
vénulas paralelas a las superficies externas (fig. 8.42), que pueden
relacionarse con su manufactura y secado −ver 3.2.2.
En yacimientos de inicios de la Edad del Hierro
como Escodines Altes (Mazaleón, Teruel), Barranc de Gàfols
(Ginestar, Tarragona) y Sant Jaume (Alcanar, Tarragona)
(fig. 8.44a) se han documentado y estudiado piezas de barro
interpretadas como discos (Belarte, 2003: 85; Mateu, 2015:
88, 179). De los nueve discos registrados en Sant Jaume, en
tres de ellos se han observado acanaladuras y digitaciones
como decoración, contando otras piezas con un orificio central o apliques junto al borde, a modo de pies o asas. Se les
atribuye como función más probable la de tapaderas, habiéndose hallado algunos de ellos apilados unos sobre otros (Mateu, 2015: 88, 179). Otros casos de tapaderas con acanaladuras
y digitaciones se conocen en Puig Roig del Roget (Masroig,
Tarragona) (Genera, 1995: 55, 57, figs. 64, 65). Piezas de este
tipo se han documentado puntualmente en enclaves de cronologías anteriores, como en el asentamiento argárico de El Rincón de
Almendricos, donde se recuperaron discos de barro interpretados
como tapaderas (Ayala, 1991: 94, fig. 31).
195
[page-n-209]
Figura 8.42. Imágenes de la pieza
PN 114 mediante lámina delgada.
Figura 8.43. Fotografías de
elementos presentes en la superficie
de los discos, tomadas mediante un
microscopio digital. a. Fragmento
de posible resto lítico. PN 114. b.
Cristal prismático de color blanco y
semitransparente. PN 120b. c. Resto
vegetal carbonizado. PN 123.
Figura 8.44. a. Disco de barro
documentado en el asentamiento de
la primera Edad del Hierro de Sant
Jaume (Alcanar, Tarragona) (Mateu,
2015: 162, fig. 49). b. Discos
del Bronce final centroeuropeo
procedentes de Brehna y Könnern
(Sajonia-Anhalt, Alemania) (a
partir de Knoll y Klamm, 2015:
139, fig. 147).
Discos de barro similares son habituales en el centro y sureste de
Europa en yacimientos de Campos de Urnas y de Hallstatt (MetznerNebelsick, 1991: 77), conocidos con los términos en alemán Tonplatte o Backteller. Se han interpretado como superficies asociadas
a la cocción o el horneado, con funciones de almacenamiento y conducción del calor (Knoll y Klamm, 2015: 139, fig. 147) (fig. 8.44b),
mostrando evidencias de haber estado expuestos al fuego (MetznerNebelsick, 1991: 77; Nebelsick, 1996: 343).
Una morfología similar a la de las piezas de Peña Negra interpretadas como discos de barro es la mostrada por lo que
parece ser un disco elaborado en yeso −PN 3−, recuperado en
1986 en el Área B’10 (Área 4), en el Sector VII, contexto de la
196
fase orientalizante. De labio redondeado, este fragmento tiene
unas dimensiones de 16,5 x 8,5 x 1,5 cm (fig. 8.45a). Como ya
se ha mencionado, un conjunto muy numeroso de discos fabricados en yeso, interpretados como tapaderas, fueron hallados
en la necrópolis y el poblado de La Pedrera (Vallfogona de Balaguer/Térmens, Lleida), con cronologías del Bronce final y la
primera Edad del Hierro (Vàzquez et alii, 2008) (fig. 8.45b).
Por otra parte, junto con los fragmentos de discos documentamos
dos piezas, elaboradas aparentemente con el mismo tipo de material
que éstos, pero con una morfología diferente, a modo de dos pequeños cuernos o formas apuntadas unidas entre sí por una superficie
curva (fig. 8.46). Ambas piezas, recuperadas en 1987 y asociadas
[page-n-210]
Figura 8.45. a. Fragmento de pieza
de yeso, en forma de disco y con
labio redondeado, procedente de la
fase orientalizante de Peña Negra.
PN 3. b. Fragmentos de discos
de yeso hallados en La Pedrera
(Vallfogona de Balaguer/Térmens,
Lleida) y Carretelà (Aitona, Lleida),
interpretados como tapaderas, que
cuentan con elementos para asirlas
(Vàzquez et alii, 2008: 183, 192,
figs. 28 y 31).
Figura 8.46.a. Vista lateral de una
de las piezas de barro modeladas
con dos formas apuntadas unidas
entre sí. b. Vista cenital de este
mismo fragmento, a la izquierda de
la imagen, unido a un fragmento de
disco. PN 116.
también a la fase orientalizante, presentan superficies alisadas, con
huellas del alisado y de estabilizante vegetal. Estas piezas cuentan con unas dimensiones de 12,5 x 8 x 1 cm en uno de los casos
−PN 116− y 9,5 x 4 x 3,5 cm en el otro −PN 119.
Durante el proceso de remontaje de los fragmentos de discos,
pudimos comprobar que una de las piezas en forma de cuernos
formaba parte, junto con otras, de uno de los discos o platos (fig.
8.46b). Por lo tanto, contaba con este tipo de aplique o decoración
plástica. Dado que ninguno de los discos analizados se encuentra completo y los restos documentados y remontados pertenecen
sólo a una parte de los bordes de éstos, cabe la posibilidad de
que otros discos del conjunto hubieran contado también con estos
apliques, o con otros elementos no conservados que determinaran
una interpretación diferente de estas piezas de barro.
Objetos muebles de barro con esta misma morfología se han
registrado en contextos funerarios centroeuropeos de cronologías
de finales de la Edad del Bronce e inicios de la Edad del Hierro,
como en Malkowice y Domaslaw (Wroclaw), en Silesia, al este
de Polonia, o Zainingen (Römerstein) y Rottenburg-Lindele (Tübingen), en el suroeste de Alemania (fig. 8.47). Las piezas se han
interpretado como modelos o réplicas de menor tamaño (MetznerNebelsick, 1991: 77; Nebelsick, 1996: 327, 342) de hogares u hornillos portátiles, unidos a morillos, en forma de “ídolos de media
luna” (Matzerath, 2009) o crecientes lunares. Se asocian a contextos funerarios desde cronologías tardías de Campos de Urnas,
desde el siglo IX BC (Nebelsick, 1996: 348).
Por otro lado, entre los fragmentos procedentes de Peña Negra
que interpretamos como elementos muebles se encuentran asimismo dos piezas similares −PN 172 y 173−, recuperadas en 2016, en
la UE 5022 del Corte 4, Área A, en el Sector XII. De muy pequeño
tamaño y consistencia dura, presentan dos caras alisadas paralelas y
Figura 8.47. Discos unidos a apliques, en forma de cuernos o media luna, procedentes de yacimientos centroeuropeos de finales
de la Edad del Bronce e inicios de la Edad del Hierro. a. Polanka
(Polonia). b. Malkowice (Wroclaw, Polonia) (a partir de Nebelsick, 1996: 342, fig. 12). c. Rottenburg-Lindele (Tübingen, Alemania). d. Zainingen (Römerstein, Alemania) (a partir de Matzerath, 2009: 170, fig. 5).
197
[page-n-211]
Figura 8.48. Cara externa de dos
fragmentos de yeso interpretados
como partes de recipientes, que
conservan un borde de sección
redondeada. a. PN 112. b. 113.
una capa diferenciada de color claro en una de ellas. Podría tratarse
de los restos de un recipiente, revestido en una de sus superficies. A
su vez, dos fragmentos recuperados en 1987 en el Corte E del Sector
II presentan una consistencia muy dura y superficies alisadas y podemos identificarlos como restos de recipientes de yeso, conservando ambos parte del borde (fig. 8.48). Se recuperaron en un contexto
asociado a la ocupación del Bronce final. Restos de recipientes de
yeso fueron hallados en Peña Negra ya en 1976 y fueron interpretados como moldes de yeso para la elaboración de cerámica durante el Bronce final (González Prats y Ruiz Segura, 1990-1991: 64;
González Prats, 1993a: 151; 2001: 177). En la Prehistoria reciente
del sureste de la península ibérica son conocidos los recipientes de
yeso neolíticos y calcolíticos recuperados en yacimientos en cueva,
como la Cueva Amador (Cehegín, Murcia) o la Cueva de la Represa
(Caravaca, Murcia) asociados a contextos funerarios, o en asentamientos al aire libre, como en el Cerro de las Viñas (Coy, Murcia),
decorados con incisiones o con pintura a la almagra (Muñoz, 1985;
Ayala y Ortiz, 1987).
Asimismo, un conjunto formado por seis piezas de yeso,
muy endurecidas, podría corresponderse con fragmentos de asas
(fig. 8.49), que habrían estado asociadas a algún elemento mueble de mayor tamaño. Fueron recuperadas en 1986 en el Área
B’10 (Área 4) en el Sector VII, salvo una de ellas, hallada en
2015 en la UE 4063 del Corte E, en el Sector II, asociándose
a la fase orientalizante. Sus dimensiones varían, alcanzando un
máximo de 7 cm de longitud, 4 cm de ancho y 3,5 de diámetro. A
estos elementos se suman las citadas piezas de yeso que podemos
interpretar como posibles tapaderas, con un apéndice que pudo
funcionar como asidero, asociadas a la fase del Bronce final.
Asimismo, entre los restos de Peña Negra, sobre todo de yeso,
destacan algunas piezas interpretables como posibles residuos −PN
178− (fig. 8.50a) y como pruebas de las propiedades del material
−PN 202 a 210− (fig. 8.50b y c). Éstas son piezas de yeso con la
impronta de superficies de cerámica. Por un lado, improntas de
cerámica decorada y que incluso mostrarían a nivel macroscópico
residuos de pintura, que estaría presente en la cerámica sobre la que
se habría aplicado el yeso. Este tipo de piezas serían las que se interpretaron como moldes para la elaboración de estos recipientes
(González Prats y Ruiz Segura, 1990-1991: 64; González Prats,
1993a: 151; 2001: 177). Por otra parte, se observan improntas de
fragmentos cerámicos de superficie lisa. En buena parte de ellas se
ha recuperado el propio fragmento adherido al yeso. Pertenecen a la
ocupación del Bronce final, aunque otras, con formas de tendencia
cilíndrica −PN 83, 84, 102− y que podrían tener interpretaciones
similares, se asocian a la fase orientalizante.
198
Figura 8.49. Diferentes vistas de una de las piezas de yeso halladas
en Peña Negra, cuya morfología sugiere que puedan tratarse de restos de asas. PN 105.
Figura 8.50. a. Pieza de yeso informe, que podría interpretarse
como un desecho del empleo del material. PN 178. b. Cara interna
de un fragmento de cerámica e impronta de la misma en un resto
de yeso, sobre el que se dispuso. c. Vista de la pieza de yeso con
la cerámica que se habría aplicado sobre el material antes de su
endurecimiento, en lo que podría constituir una prueba de las propiedades del yeso. PN 205.
En este sentido, también otros elementos de barro
procedentes de otros conjuntos de esta investigación podrían
tener un origen parecido, como una “preparación intermedia del
material” (Vitores, 2011). Podría ser el caso de piezas de Los
Limoneros II, modeladas, aunque informes −LIM II 1005/31, LIM II 1017/209-1− o cilíndricas −LIM II 1018/8-2−, de
[page-n-212]
Figura 8.51. Diferentes piezas de pequeño tamaño y forma cilíndrica, halladas en Peña Negra. a. PN 152. b. PN 86. c. PN 167.
Figura 8.52. Detalles de la pieza PN 167 vistos mediante lupa binocular.
otro cilindro recuperado en Cabezo Pardo −CP 1057/15-14− o
incluso de la esfera de arcilla recuperada en Laderas del Castillo
−LC 11015/164.
En Peña Negra se ha documentado un pequeño grupo de
piezas de forma cilíndrica. Presentan características distintas en
cuanto a su coloración, grado de endurecimiento y composición.
El resto cilíndrico que presenta un mayor tamaño −PN 86−, 3,6 x
1,3 x 1,3 cm, con una consistencia disgregable, fue hallado en el
Sector II, en contextos asociados al Bronce final y presenta en su
composición un fragmento de cerámica, visible a nivel macroscópico (fig. 8.51b).No obstante, en los otros dos casos parece
estar más claro que estas formas pueden corresponderse con
la morfología que presentan de manera natural determinados
minerales (Isidro Martínez, com. pers.). Así, el cilindro de menor tamaño y mayor grado de endurecimiento, de coloración
rojo oscuro −PN 167− (fig. 8.51c, fig. 8.52) y procedente del
Sector XII, asociado al periodo orientalizante, podría tratarse
de un resto de mineral utilizado para fabricar los pigmentos de
color rojo empleados en el asentamiento durante la Edad del
Hierro I (Franziska Knoll, com. pers.). El análisis de la pieza
mediante microfluorescencia de rayos X permite identificarla como oxi-hidróxido de hierro, posiblemente hematita/ocre,
por su tonalidad rojiza −ver anexo II, Pastor, 2019.
Valoración
El estudio del conjunto de fragmentos de barro endurecido y
de yeso de Peña Negra ha aportado información de gran relevancia respecto a una importante variedad de cuestiones. Por
un lado, ha permitido abordar en detalle algunos aspectos de
las técnicas constructivas desarrolladas en el asentamiento. El
estudio macrovisual de los restos constructivos de yeso con
improntas constructivas vegetales ha posibilitado conocer el
uso de una combinación de plantas gramíneas de diferente
calibre, tanto caña como carrizo, dispuestos de forma paralela
en paneles y cubiertos con mortero de yeso. Las improntas de
ataduras mediante cuerdas torsionadas, muy bien conservadas
en ellos, evidencian el uso constructivo de éstas en la unión
entre los diferentes elementos que forman los paneles de bajareque. Las improntas de ataduras muestran también el empleo
de las cuerdas en la unión de estos paneles con otro elemento guía. De acuerdo con la información proporcionada acerca
de los hallazgos de las “placas de yeso con improntas” en los
contextos arqueológicos, este tipo de piezas se asociarían a la
construcción de segundas alturas en las edificaciones durante
la ocupación de la Edad del Hierro (González Prats y Ruiz Segura, 1990-1991: 56; González Prats, 1993a: 151; 2001: 177).
No obstante, ello no excluye que los paneles de caña y carrizo
cubiertos con yeso se hubieran empleado asimismo en otras
partes estructurales.
En cualquier caso, en Peña Negra son muy significativas las
evidencias del empleo constructivo del yeso pirotecnológico. El uso
del yeso se ha planteado en varios de los casos de estudio abordados, con un mayor o menor grado de preparación o transformación
del material, destacando el posible tratamiento pirotecnológico del
yeso en Vilches IV. En Peña Negra, con la tecnología de producción
del yeso pueden relacionarse también los fragmentos interpretados
como residuos y, sobre todo, como posibles pruebas de las propiedades y del comportamiento de esta sustancia.
Son indicativos del empleo del bajareque (fig. 8.53) no sólo
los abundantes restos de mortero de yeso, sino también los fragmentos constructivos de barro recuperados, que presentan evidencias del uso de estabilizantes vegetales. Asimismo, se han
apuntado algunos indicios del empleo constructivo de elementos de madera trabajada, asociados a la fase orientalizante. En
estas cronologías, improntas de elementos planos de madera se
han documentado, por ejemplo, en el yacimiento de Los Almadenes (Hellín, Albacete) (Sánchez García, 1999b: 224, 231, fig.
9). También en este sentido se ha planteado la presencia de postes cortados con una sección cuadrangular en Las Camas (Villaverde, Madrid) (Urbina et alii, 2007) y en el asentamiento, también de la Edad del Hierro I de Cabezo de la Cruz (La Muela,
Zaragoza) (Picazo y Rodanés, 2009: 291).
Además, en este estudio se recoge, aunque de forma
testimonial, una cuestión de importancia en relación con las
técnicas constructivas desarrolladas en Peña Negra, la de la
construcción con adobes. La edificación de plantas de forma
199
[page-n-213]
Figura 8.53.Izda. Distribución de los
restos constructivos de Peña Negra en
función de su interpretación. Dcha.
Clasificación de los fragmentos por
técnicas.
angular y alzados de adobe sobre zócalos de mampostería son
rasgos presentes en este enclave en su horizonte de inicios de
la Edad del Hierro y que se consideran comunes a los asentamientos del periodo orientalizante en el Levante peninsular,
como ocurre en Vinarragell (Burriana, Castellón) (Mesado,
1974; Mesado y Arteaga, 1979), Cabezo Pequeño del Estaño
(Guardamar del Segura, Alicante), Los Saladares (Orihuela,
Alicante) (González Prats, 2001: 175) y en el cercano enclave de La Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante) (González
Prats, 1999; 2010; 2011; 2014; Rouillard et alii, 2007; entre
otros) −ver fig. 8.15.
De igual modo, en los materiales de este conjunto, las
evidencias del alisado realizado directamente con las manos son
visibles tanto en restos constructivos, como en elementos muebles o portables. También se observan indicadores del alisado de
superficies mediante algún tipo de material o instrumento. Por
otra parte, los materiales constructivos de barro de Peña Negra
han proporcionado diferentes ejemplos de revestimientos pintados, con superficies lisas y motivos lineales o geométricos,
en ambos casos en color rojo. Todos los restos de este enclave
en los que se han identificado superficies y motivos pintados
durante esta investigación proceden de contextos asociados a
la fase orientalizante. La combinación de motivos en rojo sobre
fondos claros es la más frecuente en los restos constructivos
pintados prehistóricos en Europa central (Knoll, 2016: 147) y
la que se conoce en los fragmentos pintados del Bronce final de
los yacimientos de Rottelsdorf (Mansfeld-Südharz, Alemania)
o Zschernitz (Nordsachsen, Alemania) (Knoll, 2016: 54, 64).
En este punto, es importante tomar de nuevo en consideración
los estudios realizados (Knoll et alii, 2013; Knoll, 2016; 2018)
que han mostrado cómo las coloraciones que se observan en
200
los revestimientos pintados no son necesariamente las que se
dispusieron, pudiendo haber sido transformadas debido a la acción del fuego, principal factor que permite su conservación.
Los pigmentos generados con sustancias orgánicas, sobre todo
vegetales, como el carbón, por norma general no se conservan, pudiendo observarse sólo los pigmentos de origen mineral
(Knoll, 2016: 15, 148). Por otro lado, los pigmentos minerales
con contenido en hierro, de diferentes coloraciones, bajo la acción del fuego en condiciones oxidantes adoptan una coloración
roja y en condiciones reductoras diferentes tonos entre anaranjado y marrón rojizo (Knoll et alii, 2013: 313; Knoll, 2016: 154).
De este modo, la coloración rojiza que presentan los pigmentos
en fragmentos constructivos prehistóricos no tendría por qué ser
la coloración original que se aplicó sobre ellos, encontrándose
el color rojo sobrerrepresentado en los materiales constructivos
prehistóricos con restos de pintura.
La presencia de un posible grafito en la superficie de un
resto constructivo de barro en este asentamiento es también un
elemento singular. Se conocen diversos ejemplos de representaciones geométricas incisas datadas en los inicios de la Edad
del Hierro en la península ibérica, aunque no es habitual que se
recoja su presencia sobre elementos constructivos. No obstante,
es importante considerar que los enlucidos, también los prehistóricos, pueden incluir diversos elementos, decorativos o no,
como ungulaciones, digitaciones y otras impresiones o también
motivos incisos (Brysbaert, 2008), como el presentado.
Por último, entre los elementos de barro de Peña Negra
destaca la presencia de discos de barro de la fase orientalizante, de los que se conocen algunos ejemplos en el Bronce final e
inicios de la Edad del Hierro en la península ibérica.
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9
Discusión
HÁBITATS ESTABLES, ECONOMÍA PRODUCTORA
Y CONSTRUCCIÓN CON TIERRA
Es en los contextos asociados al establecimiento de lugares de
hábitat estables, ligados generalmente a una economía campesina, cuando la tierra comienza a emplearse como material constructivo de forma más extendida. Aunque la consolidación del
hábitat sedentario no está obligatoriamente ligada a la práctica
de la agricultura, en nuestro marco de estudio y en la mayor
parte de las regiones circundantes, el establecimiento de comunidades en asentamientos estables sí se produjo vinculado a las
prácticas agropecuarias. La amplia disponibilidad de la tierra
en la mayor parte de los entornos, las adecuadas propiedades
que presenta para construir, así como para combinarse con otros
materiales, son sólo algunos de los factores que contribuyen
a explicar su amplio uso, desde los primeros desarrollos de la
construcción humana a inicios de la Prehistoria reciente, si no
antes, hasta la actualidad. La tierra en estado plástico, en forma
de barro, es necesaria en las construcciones para levantar, modelar y reparar estructuras, para unir los elementos que las conforman, para generar superficies lisas, para aislar los espacios,
cerrar aberturas y para proteger otros materiales de distintos
factores de alteración. A ello se une la posibilidad de producir
bloques con tierra, modelados a mano o hechos con molde −
adobe−, o extrayéndolos directamente del subsuelo, en forma
de terrones (Bardou y Arzoumanian, 1986: 29; Guillaud, 2003;
Knoll et alii, 2019; entre otros).
Son varias las cuestiones que relacionan un modo de vida
basado en la agricultura y la ganadería con la edificación con
tierra. La subsistencia de las comunidades campesinas se basa
generalmente en la combinación de distintas prácticas económicas (Toledo, 1993), que incluyen la obtención en el medio natural de recursos de diverso tipo, entre los que se incluyen buena parte de los utilizados como materiales de construcción. El
abastecimiento de la mayor parte de materias primas que utilizar
como materiales constructivos se enmarcaría en el conocimiento
acumulado acerca del entorno natural. Asimismo, las prácticas
económicas agropecuarias engloban estrategias múltiples de
producción de alimentos, tanto vegetales, como animales. Éstas
se relacionan con la construcción con tierra a través de prácticas
como la ya abordada reutilización de residuos, tanto de actividades agrícolas como procedentes de la ganadería, principalmente
el reaprovechamiento de paja y estiércol, entre otras materias.
Además, la sedentarización, generalmente vinculada con un
modo de vida agricultor y ganadero, se vincula a un aumento de
la producción de cultura material (Wilson, 1988: 58), a un desarrollo artesanal que en la península ibérica se ha señalado como
especialmente notable desde finales del V milenio BC (Molina
et alii, 2016: 318), aunque ya esté presente en algunos territorios desde los últimos siglos del VI milenio BC. En muchos casos, esta variada producción material estaría relacionada con las
actividades constructivas, bien en forma de fabricación de instrumentos de trabajo, bien de otros productos utilizados como
materiales constructivos o incorporados en las edificaciones. El
desarrollo de la producción artesanal acaba reflejado también
en estos materiales que se reutilizan en las construcciones, tras
convertirse en desechos disponibles en abundancia, siendo una
de las formas de dar salida a esta “basura”, entendida como cultura material en desuso (González Ruibal, 2003b: 414) o, más
bien, ya desechada, que ya no participaría en el sistema o ciclo
de vida de los materiales (Schiffer, 1990).
Por otra parte, muchas de las estructuras construidas con
barro frecuentes en los espacios de hábitat de estos “entornos
arquitecturalmente modificados” (Wilson, 1988: 57), estarían
destinadas al almacenamiento de alimentos. Aunque ésta no es
una práctica exclusiva de economías productoras (Testart, 1982;
Castro et alii, 2005: 11), el almacenamiento de productos es un
rasgo asociado frecuentemente a la agricultura y la ganadería.
La excavación de silos en los que almacenar genera tierra que
puede emplearse en las actividades constructivas y, a su vez, la
201
[page-n-215]
excavación de fosas para la extracción de dicha tierra genera
estructuras subterráneas que pueden utilizarse como silos. El
uso constructivo del barro permite también obtener estructuras
de almacenamiento elevadas y recubrir y sellar ambos tipos de
silos, sean éstos subterráneos o que cuenten con una estructura
elevada. En las comunidades humanas de base agropecuaria que
practicaron la autoconstrucción, no sólo sería necesario y habitual el almacenamiento de productos alimenticios, sino también
el de algunos materiales constructivos.
RELACIONES ENTRE MATERIALES, TÉCNICAS
Y USOS CONSTRUCTIVOS
En relación con los diferentes materiales de construcción que
se utilizaron, al igual que en otros contextos temporales, durante la Prehistoria reciente en el marco de estudio, existen una
serie de observaciones generales que pueden desprenderse de
la documentación arqueológica y de las comparaciones de tipo
etnoarqueológico. Estas cuestiones se relacionan con los usos
constructivos que se les atribuyeron, las técnicas mediante las
que pueden disponerse y también con sus procesos de obtención
y preparación.
Así, en el campo de los materiales, como también ocurre en
el de las técnicas, se aprecia la existencia de relaciones distintas
entre unos y otros. Hay materiales que pueden considerarse más
próximos entre sí, por sus propiedades y su naturaleza, por ser,
por ejemplo, inorgánicos u orgánicos, teniendo esto repercusiones en sus usos constructivos. De este modo, guijarros, lajas de
piedra o fragmentos de cerámica podrán disponerse para formar la solera de una estructura de combustión. Los materiales
pueden utilizarse para construir en solitario –estructuras únicamente de materia vegetal o madera, de tierra, de piedra seca–
o combinándose entre sí –bajareque, mampostería–, definiendo las diferentes técnicas. Algunas combinaciones se realizan
con materiales de una misma naturaleza: materia vegetal unida
con cordaje de esparto, o bloques de adobe unidos con mortero de barro. En otras, se utilizan materiales de composición y
propiedades más dispares.
Por un lado, se evidencia que un mismo material puede
destinarse, por las características que presenta, a usos constructivos diferentes. Muestra de ello sería, por ejemplo, el barro,
en estado plástico, aplicándose sobre un panel de cañas o sobre
una superficie de piedras, adaptándose en ambos casos a su forma y cubriendo los intersticios, pero que también puede conformar una estructura de actividad modelada. También cañas,
de cuerpo alargado y dispuestas en paralelo unas junto a otras,
cerrando un alzado, pero también conformando un recipiente
(Peña, et alii, 2000: 410) o el molde de un adobe (Chirinos y
Zárate, 2011: 123; Guillaud, 2011: 51, fig. 16). O piedra, con
propiedades aislantes de la humedad, constituyendo la base de
una instalación, pero también el zócalo de un muro.
Asimismo, puede apreciarse la diversidad de materiales que
son aptos para una misma función. Así, en determinadas aplicaciones constructivas, se observa que existen materiales que
podrían considerarse más o menos intercambiables, al presentar cualidades y, de este modo, cumplir funciones que serían
similares de cara a su aplicación en la estructura. Ejemplos de
ello serían: cañas, pero también varas o ramas entrelazadas, con
cuerpos alargados y flexibles, formando un panel de bajareque.
202
Superficies de vegetales de reducido calibre, o de hojas de
palmera, o de esteras, extendidas en las techumbres para sostener una capa de barro. Piedras, pero también troncos, así como
otros elementos sólidos, con un determinado peso mínimo, dispuestos sobre las cubiertas para contribuir a su sujeción. Materias vegetales, pero también cuero o lana, dispuestos en tiras y
utilizados como cordaje. Piedras, adobes o ladrillos, con forma
de bloque y un determinado peso, dispuestos de forma apilada
para cerrar un vano. O rocas calcáreas, pero también moluscos o
corales (Brysbaert, 2007; Carran et alii, 2011: 135; entre otros),
compuestos de carbonato cálcico, utilizados para producir cal.
PROCESOS PRODUCTIVOS Y TECNOLÓGICOS
Las similitudes entre materiales motivadas por sus características
y propiedades también causarían que las actividades implicadas en los procesos constructivos sean diferentes o similares,
para unos y otros. Así, la recolección posibilita abastecerse de
determinadas materias sólidas –vegetales, madera, piedra–, el
secado es una práctica vinculada a materiales orgánicos –carrizo, esparto, madera–, mientras que la extracción, formando
fosas o canteras, se aplica a los materiales geológicos –piedra,
minerales, tierra–. Del mismo modo, a materias geológicas se
aplica la molturación –yeso, minerales empleados para fabricar pigmentos–, generando sustancias en polvo, que son las
que se mezclan con agua para generar sustancias fluidas. En
cambio, las prácticas de almacenamiento y reutilización serían extensibles casi al conjunto de los materiales que pueden
utilizarse para construir.
Relacionados con las características que presentan los
distintos materiales, entre ellos los utilizados en la edificación,
existen procedimientos comunes a diversas actividades productivas. Dicho de otro modo, se dan semejanzas entre ciclos productivos diferentes (Mannoni y Giannichedda, 2007: 78). Por
ello, tanto en la producción cerámica como en la elaboración de
morteros constructivos de tierra se necesita mezclar el material
térreo con agua y añadir desgrasantes/estabilizantes. O para producir cerámica, cal o yeso es necesaria una cocción, utilizando
espacios o estructuras de combustión, así como combustibles.
En sí, la fabricación de productos cuya producción requiere
pirotecnología −cal/ yeso, cerámica, metal− (Kingery et alii,
1988; Routledge, 1998: 252), comparte importantes componentes del procedimiento productivo: la obtención o extracción
de la materia prima mineral, la preparación de estructuras de
combustión, el uso de combustible y la aplicación del fuego. El
empleo común de medios de producción como el agua o el combustible relaciona diferentes actividades entre sí, que también
pueden complementarse entre ellas (Routledge, 1998).
De este modo, los procesos tecnológicos implicados en
distintas producciones pueden interrelacionarse y dar lugar a
transferencias tecnológicas. Éste podría ser el caso del añadido de
estabilizantes/desgrasantes al barro que forma estructuras construidas o a la arcilla con la que se fabrica cerámica, para evitar
su agrietamiento durante el secado o la cocción, así como de las
formas de modelado y alisado de superficies constructivas, de
instalaciones de arcilla y de productos cerámicos. En este sentido, el desarrollo de la tecnología implicada en la fabricación de
morteros de barro destinados a la edificación podría entenderse,
en cierto modo, en paralelo a la tecnología cerámica.
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Estas tecnologías parecen estar más cerca unas de otras
si consideramos el empleo de los morteros de barro en la
elaboración de instalaciones de carácter inmueble y, más aún,
de los objetos muebles de barro, donde la distancia tecnológica recae casi únicamente en la aplicación o no de una
cocción. Además, cabe tener en cuenta que muchos de los
objetos muebles de barro pudieron ser expuestos al fuego
en cierta medida, de forma intencional, aunque no hubieran
sido cocidos completamente. Respecto a la producción de
cerámica a mano, se relaciona con la construcción con tierra
también mediante los citados procedimientos de puesta en
obra del barro, recrecimiento y modelado de las formas. Las
paredes de instalaciones de almacenaje construidas con barro se realizarían en buena parte de los casos recreciéndolas
mediante la aplicación de cuerpos sucesivos, replicando en
cierto modo la elaboración de cerámica a mano, pero a mayor
escala, o quizá el proceso fuera al revés. De forma similar,
habrían podido producirse ciertas transferencias tecnológicas
entre la práctica constructiva de usar el barro para revestir
alzados o paneles vegetales y la destinada a recubrir silos, en
ambos casos con funciones aislantes.
Por otro lado, es singular que en cada uno de los tres
asentamientos argáricos cuyos materiales han sido analizados
en este estudio se han encontrado evidencias de reutilización de
materiales de construcción térreos en nuevas actividades constructivas. Mientras que ya fue apuntado el reempleo de sedimentos de la fase I de Cabezo Pardo en las edificaciones del período sucesivo (Martínez Mira et alii, 2014; Pastor, 2014), tanto
en Laderas del Castillo como en Caramoro I hemos identificado
casos de reutilización evidenciados por fragmentos constructivos integrados en la matriz de barro de otros nuevos. Nos inclinamos a pensar que estas prácticas serían habituales en muchos
enclaves de cronología prehistórica, sin poder por ahora señalar
o descartar una especial presencia de las prácticas de reutilización en estos asentamientos de El Argar respecto a los de otros
ámbitos y cronologías.
En Laderas del Castillo, no obstante, son especialmente
visibles los resultados de las actividades de adecuación del espacio disponible para construir y habitar nuevamente sobre él,
como parte de los procesos de trabajo que implican las actividades constructivas. En estas sucesivas nivelaciones y readecuaciones del terreno se observa un aprovechamiento, sobre todo,
de los materiales antrópicos presentes en los espacios de hábitat.
Estas refacciones de los espacios habitados se relacionan con
otras evidencias constructivas que podrían apuntar a la continuidad del uso de las estructuras: la superposición de capas de
revestimiento observada en los restos de barro de este enclave.
No obstante, cabe tener en cuenta que la presencia de una sucesión de capas de regularización y/o revestimiento no supone
necesariamente episodios separados en el tiempo, con remodelaciones o reparaciones, ya que pudieron haber sido dispuestas
en el marco de una misma acción constructiva. La reutilización
de material de fases constructivas anteriores en estructuras nuevas se ha documentado también, por ejemplo, en la Ereta del
Pedregal (Navarrés, Valencia) (Juan, 1994), en Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (Hernández et alii, 2016) o para elaborar
estructuras de barro amasado en diversos asentamientos de finales de la Prehistoria reciente del sur de la actual Francia (De
Chazelles, 2005a: 36).
Asimismo, algunos restos que forman parte de los conjuntos
de materiales analizados −piezas con evidencias de haber sido
modeladas, pero sin forma concreta, restos más o menos cilíndricos de difícil interpretación, etc.−, podrían corresponderse con residuos de material, descartes, así como pequeños
elementos manipulados fruto de la experimentación con los
materiales (ejemplos en Herva et alii, 2017), tanto con el barro como con el yeso. Por un lado, cabe recordar que las actividades productivas no sólo dejan como huella arqueológica
los propios productos, sino que también son muestra de ellas
las herramientas de trabajo y los desechos (Costin, 1991). Por
otro, la experimentación forma parte de los procesos tecnológicos, aunque sea muy difícilmente observable desde el plano
arqueológico. De hecho, se ha señalado la importancia de considerar que en la base de la generación de los conocimientos
constructivos que, transmitidos de generación en generación,
hicieran posible el desarrollo de la construcción con tierra se
encontrarían prolongadas fases de experimentación (Guerrero
et alii, 2012). El resultado a conseguir en un proceso tecnológico depende tanto de los procedimientos como del propio
material escogido (Mannoni y Giannichedda, 2007: 83), por
lo que la manipulación de las materias primas, con ensayos y
pruebas, sería algo necesario para conocer tanto el funcionamiento del material, como la idoneidad de su manipulación y
disposición, entendiendo que el desarrollo tecnológico está en
buena parte fundamentado en la experiencia acumulada en el
seno de una sociedad (Montané, 1980: 165). Buena parte de
las piezas interpretadas en este sentido proceden de Peña Negra −ver fig. 8.50−, donde puede plantearse el desarrollo de la
tecnología del yeso como producto pirotecnológico.
EMPLEO CONSTRUCTIVO DE RECURSOS
DEL ENTORNO
Como se ha señalado, determinados elementos contenidos en
las mezclas constructivas, aunque no se hubieran añadido intencionalmente a modo de estabilizantes, informan acerca del
aprovechamiento de los recursos naturales como materias primas y, más concretamente, de su procedencia. Un caso claro
es el de la presencia en los restos constructivos de moluscos
originarios de zonas lagunares o cursos fluviales, de las que se
habría obtenido el material para construir, algo identificado en
Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii, 2014: 373) y que también
puede plantearse, de acuerdo con las evidencias observadas de
forma macroscópica, para los materiales de La Torreta-El Monastil, Vilches IV, quizá también en Les Moreres, Peña Negra y
en las piezas de amasado de barro en forma de bolas de Laderas
del Castillo y Caramoro I. Estos casos ejemplifican el aprovechamiento de los recursos del entorno de los asentamientos, del
que procedería posiblemente la práctica totalidad de los materiales utilizados para construir durante la Prehistoria reciente:
tierra, materia vegetal, madera, así como rocas y minerales, con
un diferente grado de preparación y transformación. En ello se
incluyen algunos materiales constructivos utilizados en las edificaciones y producidos por las comunidades humanas a partir
de las citadas materias primas, como las esteras y cuerdas vegetales, la cal o el yeso pirotecnológicos o los pigmentos. En
cuanto a éstos últimos, se ha ido apuntando que los análisis microscópicos realizados muestran para las superficies pintadas
203
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una composición mayoritaria a base de oxi-hidróxidos de hierro
que pueden asociarse de forma mayoritaria con el empleo de
ocre −ver anexo II, Pastor, 2019.
De acuerdo con lo expuesto, el uso constructivo de la tierra es
abundante y constante en la conformación de los asentamientos
durante el marco cronológico que aborda esta investigación, desde el Neolítico hasta los inicios de la Edad del Hierro, y no sólo
en las tierras valencianas. Las importantes cantidades de tierra
utilizadas con usos constructivos en los asentamientos prehistóricos peninsulares tuvieron que haber sido obtenidas de trabajos de
extracción de uno u otro tipo. En este punto, cabe preguntarse de
dónde se obtuvo toda esta tierra y si podemos observar las huellas
que dejó en el terreno durante la Prehistoria reciente el aprovisionamiento continuo de parte del subsuelo para una actividad
productiva, básica y omnipresente en las comunidades, como es
la conformación de los espacios de hábitat.
La presencia de estructuras negativas excavadas en el
subsuelo, como fosas y cubetas, es constante a lo largo de la Prehistoria reciente peninsular, aunque su presencia en yacimientos
arqueológicos se concentre en algunas cronologías. Generalmente, de estas estructuras se aborda, por un lado, la que se considera
que habría sido su función principal, como, en el caso de muchas de ellas, el almacenamiento, y, por el otro, su posterior uso
como depósito de desechos. No obstante, es muy probable que
la tierra que necesariamente se extrajo para lograr estas diversas
estructuras negativas hubiera tenido, como uso principal, el de la
construcción, como ya han apuntado puntualmente otros trabajos
(Bernabeu et alii, 2003: 43; Jiménez Guijarro et alii, 2008: 128;
Jover et alii, 2019b: 10). Cabe pensar también que muchas de
estas estructuras se realizarían con la intención primera de obtener tierra que utilizar como materia prima para construir. De
este modo, consideramos que, en lo referente a las funciones
que habrían tenido muchas de esas estructuras negativas, debería
asentarse la idea de que, junto al almacenamiento y al depósito de
desechos, se encuentra la más que probable función del aprovisionamiento de tierra que utilizar como material constructivo, a lo
que pudieron sumarse otras aplicaciones.
MATERIALES, TÉCNICAS
Y FORMAS CONSTRUCTIVAS
A lo largo de los capítulos anteriores ha quedado reflejada
la importancia de la tierra como material de construcción a
lo largo de la Prehistoria reciente en el marco de estudio. Es
evidente su función fundamental para cerrar, separar, cubrir,
unir y aislar espacios y partes estructurales en edificaciones
de diverso tipo y mediante distintas técnicas constructivas. Un
mismo material básico, la tierra, en forma de variadas mezclas
o “recetas” (Homsher, 2012; Love, 2013), se aplica de diferentes maneras. La combinación de técnicas en las edificaciones
es un fenómeno presente desde los primeros momentos de la
Prehistoria reciente, sea mediante el uso conjunto del amasado
y el bajareque, de la mampostería y el bajareque –que, en ambos casos, combinan la tierra con otro material, sea la piedra
o los vegetales y la madera–, o de la mampostería junto con la
tierra maciza o con el adobe.
Además, puede decirse que la aplicación de las distintas técnicas no estaría determinada por la forma de la planta
de las edificaciones. Las técnicas de construcción con tierra
204
del amasado, amasado en forma de bolas, bajareque, adobe, a
mano o con molde, así como la mampostería, permiten edificar
muros tanto curvos como rectilíneos. Otra cuestión es que determinadas técnicas sean más adecuadas para aplicarlas en las
diferentes partes de una estructura –como la mampostería para
los zócalos–. Además, que variados materiales y técnicas constructivas puedan aplicarse en edificaciones con distintas formas
y plantas no quiere decir que no exista relación alguna entre
cambios sociales que pueden experimentarse y transformaciones en las formas arquitectónicas, con la posible introducción
de nuevos materiales y/o técnicas.
De este modo, pueden apuntarse algunas cuestiones acerca
de la forma de las plantas de estas construcciones. Las evidencias arqueológicas conocidas acerca de las edificaciones
de los primeros momentos del Neolítico en la península ibérica, del VI milenio BC, aun siendo considerablemente escasas,
muestran diferentes plantas, en su mayoría circulares u ovales,
construidas mayoritariamente con alzados de postes de madera, que también están presentes en los ejemplos de planta rectangular y con extremo absidal. El único caso reconocido de
plantas rectangulares durante las cronologías más antiguas en
el Levante peninsular pertenecería al único caso reconocido de
asentamiento de tipo aldea, La Draga (Banyoles, Girona). La
información disponible acerca de las formas arquitectónicas
de las estructuras de hábitat durante el V y el IV milenios BC
es también escasa, aunque las evidencias disponibles permitirían considerar la existencia de soluciones constructivas más
o menos variables.
Es sobre todo en contextos del III milenio BC cuando se
conoce un mayor número de asentamientos y pueden observarse diferentes aspectos de su arquitectura, evidenciándose la
existencia tanto de plantas circulares, como también de muros
rectilíneos, que parecen generalizarse a finales del III milenio e
inicios del II milenio BC. Las transformaciones en las formas
de las plantas, así como en la organización y distribución de las
edificaciones en el espacio habitado, pueden relacionarse con
cambios sociales, siendo un escenario adecuado para valorar
estas cuestiones muchos de los asentamientos construidos, también en el Levante peninsular, desde finales del III milenio BC y
durante la primera mitad del II milenio BC. En ellos se constata
un predominio de muros de trazado rectilíneo, configurándose
estancias con diversas formas en la planta, pero siendo menos
frecuente la forma circular u oval.
Cabe poner en relación los trazados rectilíneos de los muros
en la Edad del Bronce con un contexto social de mayor estructuración de los espacios de hábitat, en enclaves donde se observa un desarrollo del urbanismo. Los muros rectilíneos serían
más funcionales a la hora de permitir una capacidad mayor de
organización y crecimiento a un asentamiento. El cambio registrado desde estructuras de planta circular a rectangular se ha
interpretado como una respuesta ante el aumento demográfico
de los grupos, la intensificación de las actividades productivas,
la necesidad de concentración de la población en núcleos y su
defensa conjunta (Vela Cossío, 1995: 263), basándose en la
mayor capacidad de crecimiento y compartimentación de las
estructuras rectangulares.
Por una parte, las construcciones circulares requerirían una
menor cantidad de material constructivo que las de planta rectangular, generalmente de mayores dimensiones. Permiten una
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menor exposición de las superficies exteriores al viento y, junto
con las cubiertas cónicas que habitualmente presentan, serían
más resistentes ante los agentes atmosféricos (Harding, 2009:
272). No obstante, las edificaciones con postes y vigas de madera encuentran su limitación en la longitud que pueden adoptar
los troncos, principalmente en el caso de la cubierta (Bradley,
2013: 7). Así, si bien las estructuras circulares pueden compartimentarse, como se documenta también en diversos territorios
y en distintos momentos de la Prehistoria reciente fuera del ámbito peninsular (McQuade y Moriarty, 2009: 116; Vigne et alii,
2017; entre otros) y adoptar considerables dimensiones, estas
capacidades están limitadas estructuralmente debido a la construcción de la cubierta. Las estructuras rectangulares, aunque
presenten un ancho limitado, pueden ser ampliadas en cuanto a
su longitud sin limitaciones (Bradley, 2013: 9).
Además, las estructuras de muros rectilíneos podrían
organizarse más fácilmente en torno a calles y espacios de circulación. Pudiendo compartir paredes medianeras, permitirían
aprovechar en mayor medida un mismo espacio disponible,
pudiéndose así albergar o concentrar un mayor volumen de
población. En este sentido, puede plantearse una relación entre
la construcción con plantas de muros rectilíneos y el tamaño
del grupo que habitara el asentamiento, aunque no pueda establecerse una asociación automática. Por otro lado, las formas
alargadas de muros rectilíneos permiten adaptarse mejor a un
terreno en ladera, un tipo de emplazamiento en el terreno entre
los escogidos por los enclaves de finales del III milenio y la
primera mitad del II milenio BC.
En esta línea, en buena parte de los asentamientos
abordados del II milenio BC en los que las edificaciones se
construyen adosadas unas a otras, con áreas de circulación, pero
que contarían con un menor espacio para el desarrollo de actividades al aire libre junto a las construcciones, se documentan
diversas estructuras para el aprovechamiento de los espacios
internos. Se observa, en mayor medida que en momentos anteriores, la construcción de bancos corridos, predominantemente
en el interior de las estancias. Del mismo modo, son frecuentes las divisiones internas de los espacios, que por lo general
delimitarían diversas funciones para los mismos.
Los tabiques se documentan en diversos tipos de enclaves
de la Edad del Bronce, incluidas construcciones realizadas enteramente de bajareque, como en El Parpantique (Balluncar,
Soria) (Almeida, 2011: 15) y se levantan con distintas técnicas
constructivas. La variabilidad en las técnicas escogidas para la
construcción de divisiones internas se ha documentado durante
la Edad del Bronce −ver 7−, así como en la Edad del Hierro I.
Ejemplo de esto último son los tabiques de troncos manteados
con barro en Cabezo de Monleón (Caspe, Zaragoza) (Maya,
1998: 381), de adobe, en Puig Roig del Roget (Masroig, Tarragona) (Genera, 1995) o Cuestos de la Estación (Benavente,
Zamora) (Celis, 1993: 112), de tierra maciza, en el Cerro de San
Vicente (Salamanca) (Blanco González et alii, 2017: 227-228,
fig. 11), o las diferentes técnicas constructivas identificadas en
los tabiques de Cabezo de la Cruz (La Muela, Zaragoza) (Picazo
y Rodanés, 2009: 272-292). También en cuanto al equipamiento
de los espacios de hábitat, ya se ha mencionado que a partir
del II milenio BC han podido identificarse partes constructivas
que en cronologías anteriores, en el caso de haberse construido, se documentan de forma mucho más excepcional, como las
escaleras, observadas por ejemplo en algunos asentamientos de
la Edad del Bronce (Ayala, 1980: 155; Soler García, 1987: 301;
Castro et alii, 2001: 16, fig. 6; López Padilla, 2014: 107) y, posteriormente, sobre todo en cronologías de la Edad del Hierro I
(López Cachero, 1999: 78; Gracia et alii, 2000: 64-65; Picazo y
Rodanés, 2009: 272-292).
Por otro lado, entre los aspectos arquitectónicos que se
observan a partir de finales del III milenio e inicios del II milenio BC se encuentra también la documentación de posibles
altillos, que habrían podido destinarse al almacenamiento, como
el apuntado en Cabezo Pardo (López Padilla, 2014: 105), y de
posibles segundas plantas, como en un edificio de La Bastida
(Lull et alii, 2015a; 2018: 320), o de Terlinques (Jover y López
Padilla, 2016: 436). En el ámbito europeo y mediterráneo, se
conocen ejemplos de construcciones con dos alturas ya durante
el Neolítico, en las llamadas culturas de Gumelnitsa (Bulgaria),
Cucuteni B (Rumanía y Moldavia), Vinča (Yugoslavia) o Sesklo
(Grecia) (Stevanović, 1997: 344; Souvatzi, 2012: 20). Durante
la Edad del Hierro I en territorio peninsular, se habrían construido segundas alturas en diversos enclaves, como Moleta del
Remei y Sant Jaume (Alcanar, Tarragona) (Gracia et alii, 2000:
64-65; Mateu, 2015: 136), Barranc de Gàfols (Ginestar, Tarragona) (Asensio et alii, 1994-1996: 310; Belarte, 1993: 122), en
Alto de la Cruz (Cortes, Navarra) (Maluquer de Motes, 1958:
122) y en Cabezo de la Cruz (La Muela, Zaragoza) (Picazo y
Rodanés, 2009: 272-292), siendo planteados también en la fase
orientalizante de Peña Negra (González Prats y Ruiz Segura,
1990-1991: 56; González Prats, 1993a: 151).
De igual modo, en diversos asentamientos de la primera
mitad del II milenio BC se identifican, además de zonas definidas como acrópolis, edificios considerados singulares, de mayor
tamaño que el resto de las estructuras del enclave y con un aparente mayor esfuerzo realizado en su construcción, como en el
Cerro de las Víboras de Bajil (Moratalla, Murcia) (Eiroa, 1995),
en la Almoloya (Pliego, Murcia) (Lull et alii, 2015d: 81), en
Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) (Gusi y Olària,
2014: 65) o en Cabezo Pardo (López Padilla, 2014: 105). Esta
singularidad dada a dichas estancias se asocia con frecuencia a
enlucidos diferenciados, con aparente presencia de cal o incluso
pintados (Gusi, 2001: 171; Martínez Mira et alii, 2014: 338;
Lull et alii, 2015d: 100-101). Esta asociación proporciona un
panorama donde plantear si la cal, de utilizarse, fue o no un
producto desigualmente distribuido o de acceso restringido en
los asentamientos (Kingery et alii, 1988: 239).
Además de considerar las propiedades de los materiales y
su funcionalidad entre los factores que favorecerían que, en general, determinadas partes constructivas se construyeran de una
determinada manera, cabe tener presentes posibles razones culturales, procedimientos aprendidos y transmitidos y preferencias que imperarían durante periodos de tiempo y que también
afectarían a los modos de construcción. Entre los aspectos de
las formas constructivas conocidas para la Prehistoria reciente
peninsular que podrían vincularse a preferencias en la forma,
estilos o “modas”, podría contemplarse la forma de los hogares
construidos con barro, aunque ésta también pudiera responder
en parte a los usos a los que se destinaron dichas estructuras de
combustión. Así, frente a las más frecuentes formas circulares
u ovaladas y/o compuestas por un anillo perimetral de barro en
asentamientos del III milenio BC y de la primera mitad del II
205
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milenio BC, destacan los hogares con borde realzado estrecho,
de planta circular, como en el enclave del Bronce final de Vincamet (Fraga, Huesca) (Moya et alii, 2005) y cuadrangulares
o rectangulares en otros asentamientos, como Alto de la Cruz
(Cortes, Navarra) (Ruiz Zapatero et alii, 1986: 91-92; García
López, 1994: 96). Formas tanto circulares como rectangulares
se documentan en el poblado de la Edad del Hierro I de Cabezo
de la Cruz (La Muela, Zaragoza) (Picazo y Rodanés, 2009: 272292). Quizá también en este grupo de rasgos constructivos pueden ubicarse los vestíbulos o entradas pavimentadas del Bronce final y de la Edad del Hierro I (Palol y Wattenberg, 1974:
190; Aguayo et alii, 1986: 45; Torres, 2014: 254, fig. 1; Blanco
González et alii, 2017: 227, fig. 10; entre otros).
MATERIAS VEGETALES
De acuerdo con las evidencias documentadas, las materias
vegetales están presentes de distintas maneras en todos los conjuntos abordados, respondiendo a los variados usos que cabe
atribuirles en el ámbito constructivo en el área de estudio, desde
los inicios de la Prehistoria reciente. Se han identificado sobre
todo cañas, carrizo y vegetales de menor calibre, a las que cabe
sumar otros tipos. A partir del estudio de las improntas negativas se apunta el aprovechamiento constructivo también de las
hojas de plantas como las cañas, en enclaves como Caramoro I
o Cabezo Pardo.
En algunos conjuntos se ha podido registrar la combinación
de diferentes materiales vegetales asociados preferentemente a
las techumbres y se han podido concretar algunos aspectos de
su disposición. Entre los materiales constructivos de Les Moreres se encuentra un buen número de piezas con improntas de
numerosos vegetales de tipo tallo en una misma cara, que se
habría generado posiblemente al mantear con barro una superficie vegetal, como la que constituye en muchas ocasiones las
techumbres (Belarte, 1999-2000: 70, fig. 3; De Chazelles, 2003:
49, fig. 2; De Chazelles, 2005b: 241, 245, fig. 8; García López,
2010: 99-101) −ver, por ejemplo, fig. 6.51−. Cabría pensar en
este manteado de vegetales como una forma común de construir
las cubiertas en contextos prehistóricos. Sin embargo, sorprende
que la identificación de este tipo de improntas, salvo en Les Moreres, tan solo se haya producido en algunas piezas puntuales en
una parte del resto de conjuntos, como Caramoro I, Cabezo del
Polovar y Lloma de Betxí.
Aun teniendo en cuenta que los elementos de barro abordados
son sólo una parte de la materialidad que conformaba las estructuras de hábitat de los enclaves en estudio, esta escasez de improntas de tallos finos manteados con barro y que pueden asociarse a
techumbres puede deberse a otras cuestiones, como que estas materias se utilizaran en algunos asentamientos sin ser cubiertas con
barro o que las techumbres se construyeran fundamentalmente
con cañas. Donde sabemos con mayor seguridad que las cubiertas
habrían sido construidas con vegetales diversos cubiertos de barro a modo de “torta”, es en Vilches IV, asentamiento en el que la
composición y conformación de estas partes constructivas ha podido conocerse en relativa profundidad. Sobre la disposición de
las cubiertas, en casos puntuales identificados en Vilches IV y Les
Moreres se han observado formas que podrían relacionarse con
que hubieran sido más o menos planas o ligeramente inclinadas,
tratándose no obstante de evidencias escasas.
206
BAJAREQUE
De acuerdo con los datos recabados, la técnica constructiva más
representada en los restos constructivos analizados es el bajareque, de cañas y carrizo. En este sentido, destacan las evidencias del empleo constructivo de las cañas junto con la tierra en
Les Moreres, Laderas del Castillo, Cabezo Pardo y Peña Negra,
aunque estén presentes también en otros asentamientos, como
Peñón de la Zorra, Terlinques y Caramoro I. A pesar de que en
los materiales estudiados predomina el bajareque de cañas, esta
técnica también se evidencia a partir de improntas negativas de
elementos de madera de sección circular, como ramas, varas y
troncos.
En realidad, puede decirse que la técnica del bajareque ha
sido identificada en todos los conjuntos de materiales, si consideramos que incluso para la fabricación del elemento analizado
de El Alterón hubo de aplicarse barro sobre una estructura de
maderos, antes de completar su elaboración mediante el modelado. Puede afirmarse que el bajareque se empleó al menos desde el VI milenio BC, como muestran los restos constructivos recuperados en Benàmer II (Muro d´Alcoi, Alicante) (Torregrosa
et alii, 2011: 89, 90; Vilaplana et alii, 2011) o en El Barranquet
(Oliva, Valencia) (Esquembre et alii, 2008), o incluso en cuevas
como la de Les Aranyes del Carabassí (Santa Pola, Alicante)
(Guilabert y Hernández Pérez, 2014: 83). Las evidencias del
empleo de esta técnica constructiva también están presentes en
conjuntos del V milenio BC, como los de Tossal de les Basses
(Alicante) (Rosser y Fuentes, 2007: 17) o Los Limoneros II. Por
su parte, consideramos que los casos reconocidos de forma muy
puntual de improntas positivas, que responderían a la forma dejada por la parte interior del tallo de las cañas, se deberían a cañas fracturadas accidentalmente. No se han registrado indicios
del uso intencional de cañas cortadas por la mitad en los asentamientos prehistóricos abordados, aunque no puede descartarse que este procedimiento constructivo, destinado a mejorar la
adherencia del mortero a estas plantas mediante la modificación
de su forma, se hubiera llevado a cabo en otros contextos prehistóricos, considerando además la importancia y la gran presencia
de este recurso natural como materia prima para construir.
MADERA
Por otro lado, el estudio de restos constructivos de barro también
permite el reconocimiento de pruebas indirectas del trabajo de
la madera y su empleo en las edificaciones, una práctica constructiva identificada desde las primeras estructuras de hábitat
conocidas en la península ibérica durante el Neolítico antiguo.
En esta investigación, es en los conjuntos de La Torreta-El Monastil, Vilches IV, Les Moreres y Laderas del Castillo donde se
registran en un número más importante restos constructivos con
evidencias de madera trabajada, ubicándose todos ellos en cronologías del III milenio BC. Estas improntas aparecen en combinación con elementos de sección circular, como ramas, pero
también cañas y carrizo; asociadas a posibles ataduras; formando ángulos rectos y constituyendo posibles tablas, o con caras
contrarias alisadas. Entre los materiales estudiados del resto de
yacimientos también se han identificado estas improntas, aunque de forma más puntual y con menor seguridad que en los
citados enclaves calcolíticos.
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No obstante, no contamos con razones para no considerar el
trabajo de la madera como una actividad básica de los procesos
constructivos que se hubiera practicado posiblemente durante toda la Prehistoria reciente peninsular y también durante la
Protohistoria. El caso singular de La Draga (Banyoles, Girona)
permite conocer el empleo de vegetales como materia prima
para la manufactura de cuerdas y los variados usos de la madera
más allá de su empleo en postes sustentantes de viviendas u
otras estructuras de actividad, desde cronologías tempranas de
la Prehistoria reciente. En este yacimiento se ha observado el
trabajo y corte de la madera, también en tablas, la construcción
de empalizadas e incluso el empleo de madera en la pavimentación interna de las edificaciones (Bosch Lloret et alii, 2000:
90, 316; Tarrús, 2008: 23-24). Estos tres aspectos se conocen
también en otros asentamientos neolíticos del contexto europeo
y cabe suponer su presencia en otros enclaves peninsulares,
aunque las dificultades de la preservación arqueológica limiten
notablemente su conocimiento.
Además, otra de las observaciones aportada por esta
investigación es que en los tres yacimientos calcolíticos abordados se habría utilizado madera que se encontraba afectada
por diferentes procesos de alteración, previamente a su puesta
en obra y su manteado con barro. Así, tanto en La Torreta-El
Monastil como en Les Moreres, pueden observarse una serie
de surcos paralelos y más o menos rectilíneos en la superficie
de la madera cortada, que podrían corresponderse con el efecto
generado por procesos de pudrición −ver fig. 6.14−. Además,
en piezas de Les Moreres y en Vilches IV se ha documentado
la presencia de surcos irregulares en la superficie de las improntas de troncos, que consideramos que habrían sido generados por insectos xilófagos −ver fig. 6.31, fig. 6.47−. En otros
enclaves, como Laderas del Castillo o Terlinques, también se
han identificado improntas que se corresponderían con madera
trabajada y en las que no hemos identificado evidencias de
estos procesos de alteración, pero que no consideramos descartable que hubieran podido afectar a dicha madera, al no
poder evaluar su presencia de la misma forma, dado sobre
todo el menor número de fragmentos con estas improntas de
elementos lígneos.
Así, comprobamos que las evidencias de alteraciones o
deterioro en materiales empleados en la construcción también
pueden verse reflejadas mediante sus improntas en restos de barro endurecido, como ha podido constatarse principalmente en
los tres estudios de materiales que hemos emprendido correspondientes al III milenio BC. En este sentido, cabe sumar que se
han identificado asimismo galerías de xilófagos en improntas de
caña de restos constructivos de Peña Negra –ver fig. 8.21–, que
habrían podido ser generadas por insectos como la carcoma, que
ataca tanto la madera, como la caña o el carrizo (Navarro Martínez y Navarro Martínez, 2016: 50). Junto con las huellas negativas en las superficies de tierra identificadas en Les Moreres, que
también pudieron haber sido causadas por insectos, se plantea
así que la observación de la incidencia de procesos de alteración
naturales en los análisis macroscópicos de fragmentos constructivos es posible además en materiales constructivos distintos: en
la madera, en materias vegetales y en los restos de tierra.
La presencia de dichas alteraciones en la madera podría
tener implicaciones en cuanto a la procedencia y la elección
de los materiales escogidos para construir, apuntándose la
posibilidad del empleo no de madera fresca, sino de madera
muerta, que estuviese caída y fuese recolectada de zonas boscosas, que hubiera estado almacenada o bien fuese reutilizada
de otros contextos antrópicos. Estas circunstancias favorecerían además la pérdida de la corteza de los troncos, que parecen no presentar, aunque éstos también podrían haber sido
descortezados o, quizá, corresponderse con especies arbóreas
de superficie externa lisa. Existen insectos xilófagos de muchos
tipos, que pueden alimentarse de madera seca o húmeda (Sáez
de Tejada, 1998: 67), viva o muerta y generar galerías cerca de
la corteza o en el interior. No obstante, existe una relación entre
un grado alto de humedad en la madera, su contacto con el suelo y una mayor incidencia de la acción destructiva de hongos
de pudrición e insectos xilófagos (Rodríguez Barreal, 1998:
39, 48; Petit, 2009: 51). La acción de insectos es más probable en madera muerta y almacenada (Sobon y Schroeder, 1984:
58). Así, los troncos con evidencias de xilófagos y aparente
ausencia de corteza, junto con las marcas paralelas que interpretamos como posible resultado de procesos de pudrición,
pueden responder a este uso de madera no fresca, aunque no
podamos descartar la acción de xilófagos, como los llamados
descortezadores, en árboles que estuvieran vivos.
Los materiales constructivos de La Torreta-El Monastil
presentan similitudes importantes con los procedentes de Les
Moreres, pero también de Laderas del Castillo, en una serie de
características que no hemos observado en los materiales de
otros yacimientos analizados en el marco de esta investigación,
de cronologías anteriores y posteriores. Entre estos rasgos destacan algunos referidos al empleo de madera cortada y trabajada,
también identificada en Vilches IV. En La Torreta-El Monastil,
Les Moreres y Laderas del Castillo se registra, a través del estudio de las improntas, el uso combinado de ataduras de tipo tallo
individual, aplicando en ocasiones varias vueltas sucesivas, y de
cuerdas trenzadas. Otro rasgo común observado en estos asentamientos son las huellas de alisado de las superficies externas
de barro que se corresponderían con algún tipo de material o
instrumento alisador. No obstante, entre los materiales constructivos de estos enclaves destacan los enlucidos de Torreta-El
Monastil y de Laderas del Castillo que, por sus características,
consideramos similares. En cuanto a los restos de estructuras de
actividad y de recipientes de barro calcolíticos de gran formato,
no conocemos evidencias de ellos en los contextos de TorretaEl Monastil, pero sí en Vilches IV y Les Moreres, observándose
además ciertas similitudes entre estas producciones de barro de
ambos asentamientos.
ESTERAS
Asimismo, en Les Moreres han sido identificadas como
material constructivo esteras vegetales, mediante la conservación de sus improntas en los fragmentos constructivos, algo que
sólo ha sido observado con esta claridad en dicho enclave, entre
los tres conjuntos calcolíticos abordados. Este grupo de materiales con improntas de esteras, posiblemente fabricadas con
esparto, es excepcional, abundante y enormemente interesante,
constituyendo una importante novedad. Ha permitido observar
el empleo de esteras que pudieron haber formado parte de los
alzados y/o de las techumbres, junto con barro y materiales
vegetales de sección circular, posiblemente cañas.
207
[page-n-221]
Si bien esta información es única entre los materiales
calcolíticos estudiados, por el número y las características que
presentan este grupo de piezas de Les Moreres, la presencia de
improntas de estera no es tan excepcional respecto al resto de
conjuntos de materiales prehistóricos analizados. Tanto en el
asentamiento neolítico de Los Limoneros II, como en los de la
Edad del Bronce de Caramoro I, Terlinques, Cabezo del Polovar
y Lloma de Betxí, en cada uno de ellos se ha documentado un
fragmento con la impronta de un tejido vegetal. Estas improntas
están en materiales de barro endurecido que en parte contaban
con claras improntas constructivas o caras alisadas, por lo que
existen razones para considerar que la impronta se generara por
el uso de la estera como material constructivo y no por otro tipo
de contacto con el barro, al menos en una parte de estos casos y
quizá también en los restantes.
El trabajo de las fibras vegetales es común a la producción
de cordajes y de esteras. Al igual que ocurre con el resto de
materiales constructivos, estos elementos de fibras vegetales,
cuerdas y esteras, no sólo se habrían empleado en la edificación. Si bien las cuerdas se asocian en mayor medida a aplicaciones constructivas, son otros los usos mejor conocidos de
las esteras vegetales durante la Prehistoria reciente peninsular,
destacando la elaboración de objetos muebles mediante fibras
vegetales (Alfaro, 1980; Ayala y Jiménez Lorente, 2007; Jover y López Padilla, 2013). A estos productos cabe sumar las
evidencias proporcionadas por diferentes estudios de materiales constructivos de barro desarrollados en esta investigación,
sobre todo el de Les Moreres, que han permitido constatar la
disposición de superficies de vegetales entretejidos, esteras, incorporados también a estructuras inmuebles. El uso constructivo de esteras y de cordajes vegetales sería un nuevo ejemplo
de cómo el desarrollo de un mismo proceso artesanal revierte
en diferentes aplicaciones, en el ámbito de la edificación y fuera de él. Otra cuestión a plantear es si las esteras utilizadas
en las edificaciones fueron fabricadas para ese propósito o se
reutilizaron, dándoles un nuevo uso.
ESTABILIZANTES
En cuanto a las materias vegetales, destaca su uso como
estabilizantes, una práctica muy extendida y transversal a los diferentes periodos históricos que abarca este trabajo. Además, estaría
plenamente implantada desde el Neolítico antiguo. Las huellas negativas que dejaron en los morteros y revestimientos de tierra han
informado, tanto de su propio uso, como de un proceso de trabajo
que se habría llevado a cabo con frecuencia en los contextos estudiados: el de la preparación de esta materia prima, machacándola
o cortándola antes de mezclarla con el barro. Esta materia vegetal,
que en algunos casos habría podido ser también reutilizada de otros
elementos o construcciones o recolectada del entorno natural cercano, procedería mayoritariamente de las actividades agrícolas desarrolladas por las comunidades que construyeron las estructuras. Así,
esta materia vegetal suele ser paja, disponible principalmente tras la
siega (Homsher, 2012: 4).
La materia vegetal empleada como estabilizante está
presente en todos los conjuntos abordados en esta investigación
como casos de estudio, desde el más antiguo al más reciente,
desde mediados del V milenio BC, hasta mediados del siglo VI
BC. Además, contamos con evidencias de su uso en materiales
208
constructivos más antiguos, del VI milenio BC, siendo el caso,
por ejemplo, de Benàmer (Torregrosa et alii, 2011; Vilaplana et
alii, 2011) −ver fig. 5.7−. La incorporación de estas materias a
las mezclas puede entenderse como un procedimiento destinado
a mejorar las cualidades y el comportamiento del barro utilizado
para construir. Su presencia ya en el primero de los yacimientos
abordados ejemplifica la existencia de una experiencia previa
de construcción con tierra durante la que se detectara la necesidad de aplicar esta solución constructiva, hubiera tenido este
desarrollo una duración mayor o menor, algo en lo que quizá
también pudo influir, como se ha comentado, el desarrollo de
la tecnología cerámica. Es importante señalar la identificación
del uso de estos estabilizantes no sólo en el cuerpo interior de
las piezas, sino también en las capas de revestimiento, incluso
en las que cuentan con acabados pintados, como se observa en
las superficies pintadas de Peña Negra. Del mismo modo, en
los estudios de materiales que hemos abordado, el empleo de
estabilizantes vegetales también ha sido plenamente constatado
en las estructuras de actividad y elementos muebles.
Aunque la materia vegetal sea el estabilizante más visible
en los restos constructivos de esta investigación, pudiendo ser
apreciable a nivel macroscópico, sabemos que no sería el único.
En algunos casos, es necesario considerar también el empleo de
la ceniza, añadida a la tierra con la que se construyen, por ejemplo, las pavimentaciones, como ya ha sido señalado en asentamientos de la Edad del Bronce como La Horna (Aspe, Alicante)
(Hernández Pérez, 1994: 90; Sánchez García, 1997b: 150) o
Cabezo Redondo (Villena, Alicante) (Hernández Pérez et alii,
2016: 36). Su presencia en morteros de barro, planteándose que
hubiera sido añadida a la mezcla para mejorar sus propiedades,
ha sido indicada ya en materiales de la ocupación del Neolítico
antiguo de Benàmer (Muro d’Alcoi, Alicante) (Vilaplana et alii,
2011). Este uso puede estar detrás de la presencia de hidroxiapatita, asociada a evidencias en polvo de restos óseos, especialmente en los enlucidos de La Torreta-El Monastil −ver anexo II,
Pastor, 2019−, que pudieron estar contenidos en ceniza añadida
a la mezcla utilizada para revestir las estructuras. El añadido
de esta posible ceniza pudo producirse por el aprovechamiento
de sedimentos procedentes de hogares, utilizándose un residuo
cotidiano como materia prima para construir. Asimismo, se ha
mencionado la presencia de distintos restos de cerámica en los
morteros de un grupo de fragmentos constructivos de Les Moreres. También hemos recogido algunas evidencias del aprovechamiento del estiércol probablemente con fines estabilizantes,
destacando los ejemplares de Cabezo del Polovar.
Como puede verse, el uso de estabilizantes vegetales es
generalizado y evidente, mientras que, entre los casos abordados, se ha documentado en unos u otros la presencia de otros
materiales y sustancias que bien pudieron haberse usado para
estabilizar los morteros. Este conjunto de materias que podemos
plantear, con mayor o menor seguridad, que fueron utilizadas
como estabilizantes en la construcción son residuos, procedentes de otras actividades económicas y de otros elementos de la
materialidad, a los que se les da un nuevo uso.
A éstos cabe añadir el probable añadido y aplicación de yeso,
más o menos preparado y transformado, a determinadas partes
constructivas, planteado en distintos asentamientos de la Edad
del Bronce que se construyeron muy próximos entre sí, como
Terlinques o Cabezo del Polovar. Otra cuestión es la posibilidad
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de que, en algunos casos, la presencia de piedras y guijarros en
los morteros no resultara de no haber retirado estos elementos o
no haber tamizado el sedimento, sino de que se considerara su
presencia favorable para la estabilidad de las construcciones. En
este campo se encuentra también la importante cuestión del uso
constructivo de sustancias producidas mediante pirotecnología,
como la cal y los morteros de yeso claramente pirotecnológico,
que contribuyeran a mejorar la durabilidad o el aislamiento de
las edificaciones, añadidos a los morteros o a los revestimientos
(por ejemplo, Villaseñor y Barba, 2012: 17). El posible empleo
de la cal, así como el uso del yeso, han sido apuntados en algunos de los enclaves estudiados, a lo que nos referiremos nuevamente en estas páginas. Es más, en algunas muestras se ha
planteado a partir de los análisis microscópicos el posible uso
conjunto de cal y yeso −ver anexo II, Pastor, 2019.
AMASADO Y MODELADO DEL BARRO
En lo referente al modelado del barro, esta técnica, junto con
su amasado previo, ha sido identificada asimismo en todos los
conjuntos de materiales abordados, con una mayor o menor representación. Las técnicas del amasado y modelado del barro
están constatadas, al menos, desde el VI milenio BC, como por
ejemplo en Mas d’Is (Penàguila, Alicante) (Bernabeu et alii,
2003: 43-44) −ver fig. 5.5c−. Desde el Neolítico puede apreciarse lo extendido del uso de la tierra en el acondicionamiento
de los espacios de hábitat y de trabajo.
En todos los conjuntos estudiados se han identificado restos
de instalaciones de barro, que servirían para equipar estos espacios, externos e internos y para el desarrollo de distintas actividades. Del mismo modo, es importante poner el foco, entre los
elementos identificados en estos estudios, en la presencia de fragmentos de recipientes de barro endurecido, tanto de tamaño considerable, como también de menores dimensiones, observados ya
en los materiales del Neolítico antiguo, pero también en los de
cronologías más recientes. Estas piezas de barro muestran que
las comunidades de la Prehistoria reciente no sólo fabricaban y
utilizaban recipientes cerámicos, sino que también existían otras
producciones de barro no cocido, que pudieron ser muy diversas,
cuya visibilidad y presencia en el registro es mucho menor. Del
mismo modo, en prácticamente todos los conjuntos de materiales
abordados, del más al menos numeroso, se ha hallado al menos
un resto interpretado como perteneciente a un objeto. Así, posiblemente estemos sólo ante una pequeña representación de los
diferentes elementos muebles de barro que se producirían y utilizarían en muchos de los asentamientos prehistóricos. Además
de en la producción de piezas cerámicas, la arcilla podría haberse
utilizado en muchos contextos también para elaborar otros objetos, como por ejemplo juguetes, elaborados de forma expeditiva
por personas adultas (Vitores, 2011), o por niños y niñas en sus
procesos de socialización y aprendizaje, que también se pueden
relacionar con las actividades constructivas –ver fig. 4.21–, pudiendo cocerse o no estas producciones junto con los recipientes
cerámicos (Calvo et alii, 2015).
A lo largo de esta investigación ha podido observarse cómo
el estudio macroscópico de fragmentos de barro endurecido
también permite apreciar rasgos relacionados con las formas de
aplicación del material y con la propia fabricación de estructuras
o elementos. Ello se aprecia en los bordes modelados, de mayor
o menor grosor, presentes desde las cronologías más antiguas
de la Prehistoria reciente y en la mayor parte de los conjuntos
abordados y que, en los materiales de alguno de ellos, como la
Lloma de Betxí, conservaban evidencias claras de su refacción
y compartimentación −ver fig. 7.126 y fig. 7.125−. Formas resultantes de una refacción se han observado también en la estructura de El Alterón, en lo que habría sido posiblemente la
cara interna de la base. Sólo en algunos casos en los que puede
comprobarse más claramente su forma y su envergadura puede
plantearse con mayor seguridad su carácter inmueble, como en
el caso de las estructuras de El Alterón o de Les Moreres −ver
fig. 6.61−. Asimismo, informan sobre las formas de aplicación
del barro las huellas del alisado realizado con los dedos, tanto en
restos constructivos como en elementos muebles, o los rehundimientos presentes en las unidades de barro amasado, resultado
de disponerse unas junto y sobre las otras. También puede obtenerse información sobre los procesos de elaboración mediante
técnicas de análisis microscópico, siendo el caso de la aplicación de mezclas con distinta composición en partes diferentes
de la estructura que se construye o fabrica, en el cuerpo o en los
revestimientos, algo observado tanto en partes de edificaciones
como en elementos muebles, en enclaves como La Torreta-El
Monastil, Les Moreres, Laderas del Castillo o Peña Negra −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Mientras que el modelo del barro responde mayoritariamente
a una necesidad funcional, como en la conformación de un borde
o del asidero de una tapadera, en algunos casos, estas formas
modeladas pueden interpretarse más allá del campo de lo funcional, como restos de decoraciones o remates, que pudieron ser
ornamentales o incluso de carácter “simbólico”. Se han recogido algunos ejemplos de partes de elementos posiblemente
de tipo inmueble, modelados con barro y añadidos a las edificaciones, pasando a formar parte de ellas, como las formas
construidas sobre el pavimento en el Cerro de la Encantada
(Granátula de Calatrava, Ciudad Real) −“altar de cuernos”
(Sánchez Meseguer et alii, 1985; Sánchez Meseguer y Galán,
2011)− y El Oficio (Cuevas del Almanzora, Almería) (Sánchez Meseguer et alii, 1983), o las que habrían podido formar
parte de las techumbres de El Rincón de Almendricos (Lorca,
Murcia), Cerro de las Viñas (Coy, Murcia) y Agra 7 (Hellín,
Albacete) (Ayala, 1986: 332-333, figs. 1 y 2; Ayala, 2001:
77-79, fig. 20), a lo que podría añadirse la pieza que hemos
documentado en Les Moreres −ver fig. 6.62−, que tendría una
cronología anterior. Lo mismo puede decirse de los objetos o
elementos muebles, que pudieron tener bien un carácter funcional, bien simbólico, o ambos, como quizá los discos con
“cuernos” modelados de Peña Negra.
AMASADO EN FORMA DE BOLAS
Otra de las cuestiones de mayor interés que ha salido a la luz
en el marco de esta investigación ha sido la identificación del
empleo del amasado de barro en forma de bolas y bloques,
mezclado con vegetales largos, posiblemente paja. Se trata de
una técnica que claramente hemos podido constatar, al menos,
en los asentamientos argáricos de Laderas del Castillo y Caramoro I, en torno a los momentos iniciales del II milenio BC.
Hemos observado la aplicación de estas unidades amasadas, en
solitario y en combinación con la piedra, para alzar estructuras
209
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como el bastión H y la estructura UE 1806 de Caramoro I. Las
evidencias de Laderas del Castillo muestran que esta técnica
también se utilizó de otras maneras, posiblemente sobre estructuras de bajareque, verticales o quizá horizontales, como en las
cubiertas, o siendo reforzadas por los elementos vegetales. En
este enclave argárico, las estructuras construidas con amasado
de barro en forma de bolas también fueron alisadas y enlucidas
y probablemente utilizadas en la construcción de instalaciones
de barro y estructuras de actividad.
Fuera de estos enclaves, las evidencias que pueden asociarse
a ella con mayor o menor seguridad se concentran de momento
en contextos de la primera mitad del II milenio BC. Destaca el
caso de Hoya Quemada (Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y
Picazo, 1986: 10). Asimismo, cabe la posibilidad de que se hubiera utilizado esta técnica en otros yacimientos de la Edad del
Bronce, como quizá en Cabezo Pardo y Terlinques, donde hemos identificado posibles casos puntuales de su uso o, de acuerdo con la descripción realizada de los materiales de barro, quizá
también en Can Roqueta (Sabadell, Barcelona) (García y Lara
Astiz, 1999: 197, fig. 95). En este sentido, cabe añadir respecto
a los procesos de fabricación y aplicación del material que las
observaciones resultantes de la realización de láminas delgadas
a muestras de bolas de barro de Laderas del Castillo, Caramoro
I y un posible ejemplar de Terlinques ejemplifican que, en este
caso, una misma técnica constructiva planteada puede ponerse
en práctica con mezclas de diversa composición y textura −ver
anexo II, Pastor, 2019.
Existe una similitud tecnológica y morfológica entre las
bolas y bloques de barro amasado citadas y las estructuras de
barro de la Edad del Bronce modeladas, de forma redondeada,
halladas en Foia de la Perera (Castalla, Alicante) (Cerdà, 1994)
y en el Cerro de El Rocín (La Encina-Villena, Alicante) (Busquier et alii, 2016). La observación de posibles instalaciones y
estructuras de actividad elaboradas con la técnica del amasado
de barro en forma de bolas en Laderas del Castillo permite contemplar esta técnica no sólo como un modo de construir alzados,
sino como una práctica constructiva más amplia y general, el
resultado de una manipulación y disposición del barro común a
muchos procedimientos tecnológicos. Pensemos que, en el amasado del barro para diversas actividades productivas, la esfera
es una de las formas más básicas y frecuentes, de la que parte
el modelado de otras muchas formas. La elaboración de formas
esféricas o semiesféricas es común en el amasado de arcilla para
hacer cerámica (Rye, 1981: 4; Purri y Scarcella, 2011: 33), en el
modelado de figurillas (Gheorghiu, 2011: 108) o en el relleno de
moldes manualmente para fabricar adobes.
Así, tanto la edificación de alzados como la elaboración de
estructuras e instalaciones pueden considerarse fruto, en cierto
modo, de la misma técnica del amasado. De hecho, en Foia
de la Perera se habrían documentado muros de tierra (Cerdà,
1986: 86; 1994: 104), posiblemente de amasado de barro, que
podrían haber sido construidos con unidades individualizadas.
Y en el Cerro de El Rocín, el alzado de las estructuras se habría levantado también con barro amasado, de acuerdo con los
grandes bloques constructivos homogéneos documentados en
el asentamiento (observación personal en campo). En el Cerro
de El Rocín, las esferas modeladas, formando alineaciones, habían sido elaboradas con un cuerpo interior de piedra. También
ha ido quedando de manifiesto a lo largo del trabajo que es
210
frecuente la combinación de piedras y tierra en la fabricación
de estructuras de actividad, al parecer de forma más destacada
durante la Edad del Bronce. Ello puede verse en asentamientos
como el propio Cerro de El Rocín (Busquier et alii, 2016), Terlinques (Jover y López Padilla, 2016) o la Lloma de Betxí (De
Pedro, 1990; 1998).
PIEDRA
En cuanto a la piedra, este material parece emplearse para
construir en el ámbito peninsular ya en el VI milenio BC, combinada al menos con la madera, como en estructuras de combustión y de almacenaje (Tarrús, 2008: 24; Mestres y Tarrús,
2009: 524) y podemos considerar que desempeña desde el principio funciones fundamentales de aislamiento. En este sentido,
de acuerdo con la información abordada acerca de los aspectos
constructivos desarrollados durante el Neolítico en el territorio peninsular, cabría preguntarse por la posibilidad de que la
aplicación de la piedra a las superficies de estructuras de combustión y almacenaje, considerando sus funciones aislantes, se
produjera de forma previa al uso de zócalos pétreos en estructuras de hábitat y que este uso aislante de la piedra se trasladara
posteriormente a los alzados. De acuerdo con las evidencias a
nuestro alcance, podría plantearse su uso más extendido en estructuras de actividad con anterioridad a la generalización de la
piedra en los zócalos de las estructuras de hábitat.
Entre las evidencias constructivas del III milenio BC,
destaca esta extensión del uso de la piedra en la construcción de zócalos. En diferentes enclaves se observa que este
elemento se adopta después de que se hubiera construido en
fases anteriores sin zócalos pétreos. En esta aplicación de
la piedra, desde nuestro punto de vista, es fundamental su
función aislante. El empleo de materiales pétreos con esta
finalidad, que no excluye otras, se observa también en cronologías neolíticas, aunque aparentemente en unos usos más
reducidos. Desde el III milenio BC se sigue observando el
empleo de la piedra en estructuras de actividad, pero también en otras muchas aplicaciones. El aislamiento de los
alzados mediante la piedra utilizada en los zócalos, cuando
no en buena parte o en la totalidad de los mismos, es una
novedad constructiva muy relevante, no sólo por hacer más
visibles a las edificaciones en los contextos arqueológicos.
Este uso de la piedra es el que se observaría, por ejemplo, en
el asentamiento de Vilches IV, entre otros muchos casos. En
la mayor parte de los ejemplos conocidos, la piedra se emplea durante la Prehistoria reciente mediante la técnica de la
mampostería, aunque también se ha apuntado el empleo de la
piedra seca, desde finales del VI milenio BC en Barranc d’en
Fabra (Amposta, Tarragona) y en el V milenio en Ca n’Isach
(Palau-saverdera, Girona) (Bosch Argilagós et alii, 1996: 55;
Mestres y Tarrús, 2009: 524, 528). A ello se sumaría su uso
en otros asentamientos, por ejemplo, de la Edad del Bronce y
sobre todo apuntada para construcciones defensivas (Ayala,
1980: 155; Gil-Mascarell y Peña, 1994: 111; Eiroa, 2004: 59;
Gusi y Olària, 2014: 15; entre otros).
En las construcciones de la Edad del Bronce es frecuente
el empleo de la piedra en zócalos, alzados y construcciones de
mayor envergadura, pero también con otros usos, como en el
refuerzo de hoyos de poste y utilizadas a modo de calzo en sí,
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en numerosos yacimientos, desde en Los Tolmos (Caracena,
Soria) (Fernández Moreno, 2013: 98), hasta en Cabezo Redondo
(Villena, Alicante) (Hernández Pérez et alii, 2016: 34), pasando
por la Lloma de Betxí (De Pedro, 1990; 1998) o Terlinques (Jover y López Padilla, 2016), donde se documentaron numerosos
fragmentos de molinos y molederas reutilizados para calzar los
postes (Francisco Javier Jover, com. pers.). También en cronologías prehistóricas posteriores, la piedra se utiliza para reforzar o
asentar los postes de madera, como en Orpesa la Vella (Oropesa
del Mar, Castellón) (Gusi y Olària, 2014) o Cabezo de la Cruz
(La Muela, Zaragoza) (Picazo y Rodanés, 2009).
Consideramos que el aporte constructivo que supondría la
piedra para la mayor durabilidad de las edificaciones durante la
Prehistoria reciente no provendría tanto del uso de este material
por sí mismo, por su dureza o resistencia, sino principalmente
de su empleo estratégico como aislante, aplicándose en los zócalos y, en otros casos, en la totalidad de los alzados. Este uso en
los zócalos parece producirse de forma generalizada en muchas
edificaciones desde determinados momentos del III milenio BC
y durante la primera mitad del II milenio BC, con independencia de la forma de la planta que se escoja para la estructura. El
empleo de la piedra en la parte baja de los alzados también es
frecuente que se incorpore a las divisiones internas de las estancias en la Edad del Bronce (Ayala, 1991; Contreras et alii, 1997:
71; Martínez Rodríguez et alii, 1999; entre otros).
En el mismo sentido, durante el III milenio BC e inicios
del II milenio BC, asentamientos distintos se habrían construido
empleando bloques y losas pétreas en los suelos, como se ha
indicado en Campos (Cuevas del Almanzora, Almería) (Martín
Socas et alii, 1990: 134; Agustí y Martínez Peñarroya, 2004:
188), Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) (Juan, 1994: 87),
Ereta del Castellar (Vilafranca del Cid, Castellón) (Aparicio et
alii, 1977: 49) o Peñón de la Zorra (Villena, Alicante) (García
Atiénzar, 2014). Del mismo modo, se aísla la base de estructuras de actividad mediante lajas de piedra, como se observa en
el posible horno de Vilches IV (García Atiénzar et alii, 2016:
55). También las propiedades aislantes de la piedra se habrían
aprovechado en las construcciones de adobe de Marroquíes Bajos (Jaén), donde se habrían introducido lajas entre las distintas
hiladas (Zafra et alii, 1999: 90).
De forma similar, se practica el aislamiento de los alzados
también mediante el uso de la tierra, aplicada en las superficies externas de éstos, de lo que a partir del III milenio BC se
tiene un mayor número de evidencias respecto a momentos
anteriores. La protección de las edificaciones es algo fundamental que proporcionan los enlucidos. Éstos también son
aplicados sobre estructuras de actividad, como se ha observado en distintos casos, y ya en el V milenio BC mediante el
caso de El Alterón. La elección de materiales constructivos
con propiedades aislantes en construcciones que así lo requieren se ejemplifica de forma especial durante la Edad del Bronce en la construcción de cisternas y de determinados tipos de
cubetas. Asimismo, el uso aislante del barro se observa en la
aplicación de revestimientos internos en estructuras negativas
excavadas en el subsuelo.
La reutilización de materiales está también presente en la
búsqueda del aislamiento en las estructuras construidas, algo
representado en distintas evidencias peninsulares de la Edad
del Bronce y de cronologías más recientes. En el aislamiento
de las pavimentaciones se utilizan tanto la piedra y la tierra,
como fragmentos cerámicos reutilizados, como se ha planteado
en Fuente Lirio (Ávila) (Fabián, 2003), o como se observa en
estructuras de combustión en El Soto (Burgos), al igual que en
otros yacimientos del entorno (Fernández Moreno, 2013: 104).
El uso de restos de cerámica reutilizados dispuestos a modo de
base de una estructura de combustión se documenta también en
Barranco de la Viuda (Lorca, Murcia) (Medina y Sánchez González, 2016: 45, Lám. 3). Esta práctica se observaría sobre todo
en momentos más avanzados de la Prehistoria reciente, como
en los hornos del Bronce final e inicios de la Edad del Hierro de
Las Camas (Villaverde, Madrid), asentamiento donde también
se utilizaron fragmentos cerámicos para calzar los postes de las
edificaciones (Urbina et alii, 2007: 50-51). El uso frecuente de
fragmentos de cerámica para configurar la solera de estructuras
de combustión se observa en contextos de la Edad del Hierro
como Barranc de Gàfols (Ginestar, Tarragona) (Belarte, 1993:
124, 137, fig. 18) o La Fonteta (Guardamar, Alicante) (González
Prats, 1999: 16; 2011: 53), documentándose también en cronologías posteriores. También se ha mencionado en un capítulo
anterior el uso de esteras vegetales entre las hiladas de los alzados de adobe (Aurenche, 1977: 124; Houben y Guillaud, 1994).
La aplicación e inclusión de distintos materiales con una
función aislante, como una práctica constructiva específica, no
debe extrañar si tenemos en cuenta que se trata de edificaciones inmersas en una tradición de construcción con tierra que,
por lo que conocemos, llevaba desarrollándose varios milenios.
Y si algo requieren las edificaciones y estructuras de actividad
construidas con tierra es aislamiento, de la humedad del suelo,
así como de otros factores erosivos, como el agua. Esta idea
también podría estar detrás de las improntas de troncos identificadas en lo que se ha considerado la parte externa de la base
de la estructura de El Alterón, que pueden estar indicando que
hubiera estado sobreelevada, lo que habría favorecido no sólo
su propia preservación, al aislar esta estructura de tierra del
suelo, sino también la de los posibles elementos que hubiera
contenido, al haber podido destinarse, entre otras funciones, al
almacenamiento.
CAL
También en cuanto a los materiales utilizados con fines
aislantes y las consiguientes mejoras técnicas implementadas
en las edificaciones, se encuentra la citada cuestión del empleo
constructivo de la cal, cuya posible aplicación se focaliza en
esta investigación sobre todo en los revestimientos. El uso de
revestimientos de cal se ha apuntado en diferentes enclaves de
la Prehistoria reciente del ámbito de estudio. Pueden citarse los
argáricos, como El Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia)
(Ayala et alii, 1989: 282), La Bastida (Lull et alii, 2015a: 76)
y Tira del Lienzo (Totana, Murcia) (Lull et alii, 2015a: 168) o
La Almoloya (Pliego, Murcia) (Lull et alii, 2015d: 75), pero
también otros de la Edad del Bronce como Hoya Quemada
(Mora de Rubielos, Teruel) (Burillo y Picazo, 1986: 10), Orpesa la Vella (Oropesa del Mar, Castellón) (Gusi y Olària, 2014:
28) y Lloma de Betxí (De Pedro, 1998: 47, 299, Lám. VII. 1).
En Cabezo Redondo ya se recogió la presencia de enlucidos
(Soler García, 1987), de color blanco (Hernández Pérez et alii,
1995), considerados como de cal, presentes “en prácticamente
211
[page-n-225]
todas las estancias” (Hernández Pérez et alii, 2016: 35). En
esta investigación, puede plantearse su presencia, en especial,
en los enlucidos de La Torreta-El Monastil, donde ya se indicó
esta posibilidad en análisis previos (Martínez Mira y Vilaplana,
2010), así como en Laderas del Castillo, como muestran los indicios recogidos por este trabajo. Estos casos se suman a lo ya
apuntado para Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii, 2014; Jover
et alii, 2016c).
YESO
Por otro lado, un cambio tecnológico de gran importancia
documentado a partir de la base material que constituye este trabajo es la producción y el empleo constructivo del yeso antrópico, como producto pirotecnológico, documentado ampliamente
en el asentamiento de Peña Negra, aunque planteado también
en Vilches IV, un asentamiento del III milenio BC. La obtención de esta sustancia para elaborar morteros de yeso pasa por la
transformación de una materia prima geológica, obtenida por lo
general en el entorno, que requiere, como muchas de las prácticas constructivas que se abordan en este texto, además de unos
conocimientos técnicos específicos, una determinada inversión
de trabajo, comparable, aunque por lo general menor (por ejemplo, Rehhoff et alii, 1990: 79) a la de la producción de cal. Los
morteros de yeso presentarían una mayor resistencia ante determinados procesos erosivos que los morteros de barro, suponiendo la introducción de una mejora técnica en los procesos constructivos desarrollados en este enclave. Cabe tener presente que
los morteros de yeso proporcionan aislamiento acústico y térmico, protegiendo las estructuras del fuego. No obstante, en Peña
Negra el yeso no sólo se habría empleado en la construcción,
sino también con otros fines, como la fabricación de elementos
muebles o la decoración de recipientes cerámicos, desde la fase
del Bronce final. Así, el desarrollo de una misma tecnología o
proceso artesanal habría revertido en diferentes aplicaciones.
La producción y el empleo del yeso es frecuente, sobre todo en
la arquitectura, allí donde la materia prima para su obtención
está presente, como en buena parte del Levante meridional peninsular. Entre los otros usos del yeso se encuentra también el
tratamiento de suelos para la agricultura.
DECORACIONES Y MOTIVOS PINTADOS
En el campo de las decoraciones, se encuentran las realizadas
con los dedos, como las digitaciones de la estructura neolítica
de El Alterón, así como las acanaladuras de revestimientos de la
Edad del Bronce, identificadas en Terlinques, conociéndose casos de cronologías posteriores (Molina et alii, 1978: 51; Belarte,
1999-2000: 74-80, figs. 8, 14-18; Dorado et alii, 2015: 266, 269,
fig. 8). De igual modo, quizá sean decorativas las perforaciones
del objeto rectangular de barro hallado también en Terlinques y,
de forma más clara, lo son los motivos pintados.
En nuestra investigación, los restos que informan de la
aplicación de pigmentos en las superficies construidas con tierra
se encuentran concentrados en dos conjuntos: en los materiales
argáricos de Laderas del Castillo y en los restos de Peña Negra.
De los tres casos de estudio argáricos presentados, sólo en
el más meridional hemos identificado motivos pintados en los
restos constructivos. El hallazgo de estos restos en Laderas del
212
Castillo supone, hasta donde conocemos, el tercer caso de los
documentados en el territorio de El Argar, junto a los recientemente publicados de La Almoloya (Pliego, Murcia) (Lull et alii,
2015d: 100-101) y de la mención realizada en los años 80 sobre Cabezo Gordo o de la Cruz (Totana, Murcia) (Ayala, 1986:
332). En los ejemplos de los tres enclaves argáricos considerados se han documentado diversos motivos −franjas, bandas
de triángulos, puntos o lunares, líneas rectas halladas de forma
aislada y unas junto a otras, formando diferentes motivos− que
presentan todos ellos un color rojo.
La presencia de pinturas en asentamientos argáricos no
constituiría un unicum en la Prehistoria reciente con anterioridad a la Edad del Hierro I, cuando se documentan con mayor
frecuencia. También se habrían identificado restos constructivos
pintados en otros asentamientos de la Edad del Bronce fuera del
ámbito de El Argar, caso de Orpesa la Vella (Oropesa del Mar,
Castellón) (Gusi y Olària, 2014: 65, 74-75), aunque sea asimismo de manera puntual. En cronologías previas, se menciona la
presencia de lo que podría ser el empleo de pintura en superficies constructivas, como en restos neolíticos de Los Castillejos
de las Peñas de los Gitanos (Montefrío, Granada) (Rubio, 1985:
156; Pellicer, 1995: 97) o en las construcciones calcolíticas del
Cerro de la Virgen (Orce, Granada) (Schüle y Pellicer, 1966: 8).
Los ejemplos del uso de motivos pintados son frecuentes sobre
todo durante la Edad del Hierro, como en Puig Roig del Roget
(Masroig, Tarragona) (Genera, 1995: 32, 34, figs. 21-24, 40) o
el Cerro de San Vicente (Salamanca) (Blanco González et alii,
2017: 222, fig. 3d), siendo destacados los casos de Alto de la
Cruz (Cortes, Navarra) (García López, 1994: 100; Knoll, 2016;
2018) o El Carambolo (Camas, Sevilla) (Torres, 2014: 266, fig.
12). En este contexto general se insertan los enlucidos pintados
de Peña Negra, que muestran superficies de color rojo, bandas
paralelas y partes de triángulos. En el ámbito mediterráneo, se
conocen motivos pintados de color rojo desde el Neolítico en
el actual Chipre o en Grecia (Le Brun, 1997: 23, fig. 13; Steel,
2004: 50; Souvatzi, 2008: 56, 81). La coloración que muestran
la mayoría de los motivos pintados mostrados o recogidos en
este trabajo es roja o marrón rojizo y anaranjado, sobre lo que
es necesario recordar que se han realizado estudios que apuntan
a que esta coloración no ha de ser necesariamente la original,
sino que puede haber sido transformada por la acción del fuego, quedando sobrerrepresentado este color (Knoll et alii, 2013;
Knoll, 2016; 2018).
ADOBE
Una incorporación también fundamental en cuanto a los
materiales y técnicas de construcción durante la Prehistoria reciente peninsular es la del adobe. En primer lugar, como ya se ha
adelantado, es importante considerar que la técnica del adobe habría estado presente en algunos asentamientos de la península ibérica en cronologías calcolíticas. Si en el Cerro de la Virgen (Orce,
Granada) se habrían construido estructuras circulares con piezas
modulares de barro, posiblemente hechas a mano (Belarte, 2011:
166), en Marroquíes Bajos (Jaén) y en Alto do Outeiro (Beja, Portugal) se utilizó el adobe, a mano y quizá también producido a
molde, en construcciones de tipo monumental, vinculadas a murallas o fosos (Sánchez Vizcaíno et alii, 2005: 157, Lám. III, 159;
Bruno et alii, 2010). No obstante, las referencias que recogen esta
[page-n-226]
técnica en el Calcolítico peninsular son muy escasas, por lo que su
empleo permanece de momento como algo excepcional o puntual
y pudiendo tratarse de una producción de adobes a mano.
Es principalmente en la primera Edad del Hierro cuando se
encuentra registrada de forma clara esta novedad en el ámbito
de la construcción con tierra peninsular. De este modo, a partir de dichas cronologías aparece entre los materiales hallados
en las estructuras negativas y, sobre todo, se une a las técnicas
empleadas en la construcción, especialmente en los alzados de
edificaciones, pero también en murallas, como las que se habrían
construido en Soto de Medinilla (Valladolid) o Alto de la Cruz
(Cortes, Navarra). Si bien, al igual que en cronologías previas,
durante la Edad del Hierro I las pavimentaciones más habituales
serían las de tierra, se ha apuntado el empleo de otros materiales
utilizados para pavimentar, como la pizarra, en Cancho Roano
(Zalamea la Serena, Badajoz) (Celestino et alii, 2015: 45) y el
adobe, por ejemplo, en Barranc de Gàfols (Ginestar, Tarragona)
(Fatás y Catalán, 2005: 139) o en Casas de El Turuñuelo (Guareña, Badajoz) (Celestino et alii, 2015). Es relevante señalar que
los módulos de adobe utilizados de forma abundante durante la
Edad del Hierro en distintas regiones de la península ibérica son
de forma cuadrangular o rectangular, paralelepípedos y parecen
haber sido hechos con molde, al menos en la mayor parte de
los asentamientos. Por otro lado, en algunos asentamientos de
la Edad del Hierro I con estructuras de muros de piedra y adobe,
los postes no necesariamente se utilizarían sólo para sustentar
las cubiertas. En Soto de Medinilla (Valladolid), Puig Roig del
Roget (Masroig, Tarragona) o La Hoya (Laguardia, Álava) se
habrían empleado maderos verticales también para reforzar los
paramentos de adobe de los muros e incluso los tabiques internos, como en Alto de la Cruz (Cortes, Navarra) (Maya, 1998:
397, 401, 410). Esta combinación de adobes y troncos de madera constituiría otro caso de puesta en práctica de una técnica
constructiva que se aleja del esquema básico que se observa en
la mayor parte de los casos mostrados desde los ámbitos de la
arqueología, la etnografía y la arquitectura.
Respecto a las técnicas del amasado en forma de bolas o
bloques, el adobe a mano y el adobe fabricado con molde, tienen en común, junto con el terrón, el emplear unidades de tierra
individualizadas. Aunque sus procesos de producción y puesta
en obra presenten importantes diferencias, su identificación y
diferenciación en los contextos arqueológicos no están exentas
de dificultades (Pastor et alii, 2019). En otros territorios, como
el Próximo Oriente, se ha interpretado el adobe hecho a mano
como una forma que resulta del empleo del amasado de barro en
forma de bolas y que a su vez antecede y conduce a los adobes
fabricados con molde, técnicas que, además, habrían sido concebidas basándose en la forma de los bloques pétreos (Wright,
1985; 2009: 140, 238).
Los bloques de adobe, tanto los hechos a mano −como los
apuntados para algunos enclaves calcolíticos (Belarte, 2011:
166)−, como con molde, son módulos preconcebidos, fabricados y puestos en obra de forma similar a la de otros elementos,
como mampuestos o ladrillos, siendo generalmente, al igual
que éstos, unidos por mortero. La fabricación de adobes requiere espacios de producción para su elaboración y secado −ver
fig. 4.23b−, disponiendo los bloques unos junto a otros y, en
su caso, también para su posible almacenamiento. En el adobe
hecho a mano, los distintos módulos presentan generalmente
formas similares entre sí, aunque sin la normalización característica de los adobes hechos con molde, ya que las formas
se modelan individualmente, una tras otra. Sin embargo, un
rasgo definitorio del empleo de la técnica del adobe fabricado
con molde es la estandarización morfológica y métrica de las
piezas. La elaboración mediante moldes no sólo agiliza la producción –además, los moldes pueden ser individuales, dobles o
múltiples−, sino que también facilita la fabricación de formas
paralelepipédicas y con superficies planas. A su vez, estas superficies planas favorecen, tanto que puedan ser cambiados de
posición durante su secado, como su posterior transporte una
vez secos, pudiendo ser más fácilmente apilados –característica
que comparten con otros materiales constructivos producidos
de forma distinta, como los bloques regulares extraídos del terreno de turba–. En la Edad del Hierro I del ámbito peninsular,
no sólo se generaliza el adobe, sino que también se habrían documentado ladrillos, bloques térreos cocidos, en el caso de Casas de El Turuñuelo (Guareña, Badajoz) (Rodríguez González
y Celestino, 2017: 187).
213
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10
Conclusiones
La base material presentada por esta investigación contribuye
a evidenciar que la tierra, un material históricamente omnipresente en la construcción, también lo fue durante la Prehistoria
reciente peninsular, especialmente en la edificación de los espacios de hábitat o domésticos, con estructuras de carácter no
monumental. El desarrollo de la construcción con tierra puede
vincularse a la implantación de hábitats permanentes y se relaciona de distintas maneras con las actividades económicas de la
agricultura y la ganadería y, así, con los inicios del Neolítico.
Puede considerarse que fue en estos milenios de la Historia humana cuando se desarrollaron los primeros procesos de experimentación, adquisición, transmisión y consolidación del conocimiento colectivo acerca de las importantes propiedades de la
tierra como material de construcción en territorio peninsular. En
este amplio periodo de tiempo tuvo lugar un importante desarrollo de la edificación con tierra, en forma de distintas técnicas
constructivas, generándose una tradición de edificación con este
material que conecta en buena medida hasta nuestros días. En
realidad, no puede hablarse del uso constructivo de la tierra sin
hablar también de otros materiales, los presentes en los morteros y los dispuestos junto a la tierra para conformar estructuras.
El estudio de la arquitectura prehistórica y sus materiales y
técnicas de construcción pasa por el análisis de sus evidencias
en el registro arqueológico, que no puede prescindir de los restos constructivos de barro. La información que contienen estos
fragmentos proviene principalmente de su composición y de sus
rasgos morfológicos. En este sentido, son también muy reseñables los datos que proporcionan acerca de otros materiales
que se dispusieron en asociación con la tierra, a través de sus
improntas, o que se incorporaron a los morteros y que no son
visibles si no es mediante estos estudios.
La metodología del análisis macrovisual de estos elementos, cuyo desarrollo y mejora ha de venir de la mano del
crecimiento de las investigaciones en este campo concreto,
permite el estudio de cuestiones muy diversas, que pueden
ser determinadas en el contexto de unas bases conceptuales
suficientes y con el recurso a análisis microscópicos orientados a fines específicos. Ofrece la posibilidad de profundizar
en el conocimiento de las edificaciones y de los procesos constructivos, así como de identificar o atisbar determinadas prácticas económicas y sociales cuya presencia puede detectarse a
partir de la materialidad asociada a lo constructivo, como las
reutilizaciones o las prácticas decorativas.
La aplicación de técnicas instrumentales para el análisis
microscópico y compositivo de muestras de los elementos de
construcción aporta información importante que completa su
estudio y permite profundizar en las preguntas que se planteen
acerca de estos fragmentos. Son diversas las técnicas instrumentales que pueden aportar información de tipo microscópico
a este tipo de investigaciones, como también son muchas las
cuestiones en las que, a nuestro entender, es necesario seguir
profundizando para poder valorar en mayor medida los datos
aportados por ellas al estudio de dichos restos arqueológicos.
En este terreno, consideramos que es indispensable la interrelación entre las aproximaciones a esta materialidad desde las
diferentes perspectivas desde las que se aborda, principalmente
entre las lecturas históricas y arqueológicas y los análisis químicos, geológicos o de otro tipo. Sólo esta interacción entre lo
que se quiere preguntar al registro a través de las técnicas analíticas y el tipo de respuestas que éstas pueden llegar a dar podrá
conducir a la investigación en este campo a la posibilidad de
obtener unos resultados cada vez más adecuados y fiables. Respecto a su puesta en práctica en este trabajo, consideramos que
el programa analítico diseñado y aplicado lo ha enriquecido,
proporcionando respuestas y abriendo también nuevas líneas de
investigación que merecen ser exploradas por trabajos futuros.
Las observaciones etnoarqueológicas llevadas a cabo de
distintos tipos de construcciones y en variados contextos geográficos han apoyado y complementado las interpretaciones de
buena parte de los rasgos presentes en los materiales estudiados.
215
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Esta aportación ha sido especialmente importante respecto a las
evidencias de la técnica del bajareque, con improntas de vegetales y madera, para discernir aspectos de la disposición de las
cañas o varas y de las ataduras, contribuyendo a las interpretaciones de conjuntos como los de Cabezo Pardo y Peña Negra.
La documentación etnoarqueológica ha permitido también
realizar observaciones destacadas acerca de cuestiones como
los procesos postdeposicionales de alteración y destrucción de
las edificaciones y los debidos a la acción de insectos en las
partes constructivas de tierra, madera y elementos vegetales.
En general, la documentación etnoarqueológica ha sido de
gran utilidad para apreciar aspectos de los usos constructivos
de los materiales, la combinación de técnicas y la potencial
variabilidad en su disposición, así como para observar prácticas decorativas o que pueden entenderse como de expresión de
mensajes o de tipo simbólico.
Por su parte, la experimentación ha permitido plantear con
mayor seguridad la identificación de determinadas improntas y
rasgos, habiendo recurrido a estas pruebas experimentales en
diversos estudios. Ha contribuido también de forma especial a
la clarificación de formas dejadas por materias vegetales desaparecidas, principalmente cañas, como en el caso de Cabezo
Pardo, así como al planteamiento del origen de las huellas de
alisado presentes en las superficies externas, posibilitando que
fuéramos conscientes de que ésta no es una cuestión sencilla de
determinar. En cualquier caso, la comparación ha sido un recurso frecuente y necesario de cara a contrastar las interpretaciones, también utilizado en el plano bibliográfico, principalmente
en el ámbito de la arqueología, pero también de forma obligada
mediante recursos de otros campos de conocimiento, como la
arquitectura, la etnoarqueología o las ciencias naturales.
Podemos considerar que los materiales de construcción
identificados en los asentamientos de la Prehistoria reciente peninsular se obtienen a partir de la explotación de recursos presentes en el entorno natural −tierra, vegetales, madera, piedra−,
pero también de la reutilización de residuos y productos de la
actividad humana cotidiana −ceniza y otros sedimentos de desecho, cerámica desechada, madera de edificaciones previas− y
de las prácticas económicas principales en las que se basaría su
subsistencia –paja, estiércol−. A ellos se suma el uso de materiales y sustancias producidos por estas comunidades, fueran o
no fabricados expresamente para construir con ellos o concebidos para que la edificación fuera su uso principal, y teniendo
generalmente aplicaciones diversas −esteras, cuerdas, yeso,
cal, pigmentos.
Los procesos de trabajo requeridos para su obtención,
preparación y/o transformación son variados y, en una parte de
los casos, compartidos, con similar aplicación de instrumentos
de trabajo o tecnologías. A lo largo de esta investigación se han
ido mostrando distintos ejemplos de cómo estas cuestiones pueden llegar a observarse a partir del estudio de los restos constructivos, siendo ejemplos de ello las evidencias en el sedimento
de componentes, como los malacológicos, procedentes del entorno, de procesos de machacado o corte de los vegetales, del
posible descortezado de los troncos o de la aplicación del fuego
en el proceso de producción de la cal o de morteros de yeso.
A pesar de que, a nivel general, la información disponible
acerca de la construcción durante el Neolítico peninsular es
considerablemente escasa, para la mayoría de los materiales
216
considerados puede plantearse un uso en las edificaciones desde
las cronologías más antiguas de la Prehistoria reciente. Es el
caso del barro, los estabilizantes vegetales, las cañas o varas,
la madera, sin trabajar y trabajada, así como la piedra, las cuerdas y posiblemente las esteras. En cambio, es posible que la
selección y aplicación de ciertos sedimentos y sustancias, más o
menos modificados antrópicamente, a partes constructivas con
diversos fines, sean prácticas que se desarrollaran fundamentalmente en diferentes cronologías con posterioridad a estos primeros momentos de la secuencia. Entre ellas estaría el uso de la
ceniza o el yeso natural en las pavimentaciones, de determinados sedimentos con propiedades aislantes en estructuras destinadas a contener líquidos o el enlucido de superficies con mezclas distintas al mortero de barro empleado en las partes internas
de las edificaciones. Del mismo modo, este sería el caso de la
producción de cal y yeso pirotecnológicos y su empleo en la
arquitectura, con fines de aislamiento y que contribuyeran a una
mayor durabilidad de las edificaciones y posiblemente a unas
mejores condiciones de habitabilidad (Aurenche, 1981: 30).
Las técnicas constructivas pueden entenderse como los
procedimientos de empleo de los distintos materiales en relación con sus propiedades y con los usos para los que son aptos.
Es fundamentalmente en relación con estos últimos aspectos
que pueden observarse regularidades en el campo de la autoconstrucción prehistórica, al igual que ocurre en otros contextos
de cronologías posteriores. Ejemplo de esta relación entre las
características que presentan los materiales y las formas en las
que habitualmente se disponen es el empleo del barro mediante
formas esféricas, que permitan su manipulación, el uso de cañas o troncos con determinada longitud para partes constructivas que requieran cubrir cierta distancia o de elementos sólidos
con forma de bloques para utilizarse apilados y posteriormente
requieran poder ser desmontados con facilidad. No obstante,
ya se ha señalado también que materiales y técnicas diferentes
pueden utilizarse con fines constructivos similares, dando lugar a soluciones variables. Entre los ejemplos de la variabilidad
existente en la autoconstrucción observados en contextos de la
Prehistoria reciente peninsular se encuentran las diversas técnicas aplicadas en los alzados, siendo también un buen ejemplo de
ello las utilizadas para levantar tabiques, documentadas de manera especial en distintos asentamientos de la Edad del Bronce
y de la Edad del Hierro I.
De acuerdo con el conjunto de las evidencias disponibles,
el bajareque habría sido una técnica muy extendida en distintas regiones, cronologías y tipos de asentamientos durante la
Prehistoria reciente en la península ibérica y practicada con
toda probabilidad desde los inicios del Neolítico, si no antes.
Así, puede plantearse que el uso conjunto de la tierra y los
vegetales sea, posiblemente, la primera combinación principal
de materiales para la construcción que se diera en estos territorios. En los casos de estudio abordados correspondientes al
área meridional de las tierras valencianas, el bajareque es una
técnica presente en todos ellos. En esta técnica se emplean
cañas y carrizo, pero también se constatan ejemplos del uso
de éstos junto con varas o ramas, troncos de sección circular
y elementos de madera trabajada, de la que existen evidencias desde el Neolítico antiguo. El procedimiento registrado
para atar estos distintos elementos vegetales y de madera es el
empleo de ataduras, de distinto tipo, tanto de tallo individual
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como trenzadas y, en algunos casos, torsionadas, destacando
en este trabajo las improntas de éstas últimas documentadas
en los materiales de Peña Negra.
Poniendo el foco en los enclaves considerados como casos
de estudio en los que las evidencias del uso del bajareque son
más significativas, se aprecia que en ellos su empleo se habría
producido, de forma mayoritaria, en combinación con otras
técnicas, siendo la más visible la mampostería utilizada en los
zócalos. De este modo, cabe considerar el empleo del bajareque en parte de los alzados y en cubiertas, en función del asentamiento abordado, aunque la atribución de estos fragmentos
constructivos a una parte u otra de las edificaciones es difícil de
plantear con seguridad a partir del estudio arqueológico de estas
piezas. Fragmentadas y aisladas, no dejan de ser escombros, a la
vez productos y desechos (Pastor, 2017b: 87) de una estructura
en buena medida desaparecida en la mayor parte de los casos,
por lo que carecemos de una imagen original que utilizar como
referencia y a partir de la que encajar las piezas del puzle.
Cabe añadir que las evidencias más claras observadas en
esta investigación del uso constructivo de esteras vegetales en
edificaciones se producen también asociadas al empleo del bajareque, por lo que puede decirse que en los enclaves abordados
las esteras se habrían integrado en las partes constructivas edificadas con esta técnica. Asimismo, en uno de los dos casos en los
que se ha identificado con garantías el uso del amasado de barro
en forma de unidades individualizadas, se observa que éstas se
habrían empleado en parte junto con cañas o varas, por lo que
podríamos considerar que se utilizaron también en cierto modo
en el marco del empleo del bajareque, o que esta forma de construir cuya presencia planteamos en Laderas del Castillo sea una
combinación de ambas técnicas, amasado de barro en forma de
bolas y bajareque. Este caso de estudio apoya la idea de que ninguna técnica constructiva es una realidad estática y que éstas no
se ejecutarían ni ejecutan por norma de acuerdo con un esquema
explicativo básico diseñado para mostrarse en un manual.
Además de en la construcción de alzados o cubiertas, las
superficies de vegetales, cañas o varas, cubiertas de mortero de
barro, pudieron haberse empleado en muchos casos en instalaciones de tipo inmueble, como estantes o altillos, e incluso en
objetos de carácter portable. Estos usos, recogidos por trabajos etnográficos y etnoarqueológicos (Frobenius-Institut, 1990;
Peña et alii, 2000: 410; Guillaud, 2011: 51), son muy difíciles
de determinar en la mayoría de los contextos prehistóricos, pero
parte de los restos constructivos de bajareque recuperados en
ellos, como los recogidos en esta investigación, pudieron haber
pertenecido a este tipo de elementos.
Respecto a las técnicas del amasado y modelado, esta
forma de construir también puede considerarse muy extendida y utilizada desde las cronologías más antiguas del espectro temporal de este trabajo. Observándose en todos los casos
de estudio abordados, podemos plantear que su identificación
presenta menores dificultades cuando se trata de su uso en estructuras de actividad respecto a la construcción de alzados u
otras partes constructivas de tierra maciza. Posiblemente, ello
se deba a la mayor probabilidad de los fragmentos de instalaciones de endurecerse y presentar una determinada forma en
el registro arqueológico y durante su estudio. Al igual que se
ha determinado la aparente combinación entre las técnicas del
amasado de barro en forma de bolas y del bajareque en Laderas
del Castillo, puede plantearse también en este asentamiento la
identificación de estas unidades individualizadas en el empleo
de estructuras de actividad. Estas instalaciones fueron después
enlucidas, como las identificadas en buena parte de los conjuntos abordados, aunque, salvo en este caso señalado, no se
haya apreciado una manufactura a partir de unidades de barro
diferenciadas. Respecto a las estructuras inmuebles de barro
amasado y modelado, cabe señalar en buena parte de ellas la
combinación de tierra y piedra.
La siguiente gran combinación de materiales que puede
detectarse, la de la tierra y la piedra mediante la construcción
con mampostería, se generalizaría en el Levante peninsular a
partir del III milenio BC. Así, aunque la piedra se ha documentado como material constructivo en cronologías previas, a partir
del Calcolítico su empleo en la parte inferior de las edificaciones empezaría a ser mucho más frecuente, por lo que se habría
producido un cambio en el uso de la piedra para construir, manteniéndose la función aislante con la que ya se habría estado
utilizando en muchos enclaves, pero de forma más generalizada
y en las edificaciones.
Estas combinaciones de tierra con otros materiales, sean
vegetales, madera o piedra, repercuten en una mayor visibilidad
de estas técnicas, sobre todo en el caso del bajareque, respecto
al empleo en solitario de estos distintos materiales −tierra maciza, estructuras de vegetales y madera, piedra seca−, gracias
en parte a que posibilitan su observación a través de improntas,
allí donde los restos de barro endurecido se preservan, recuperan y estudian. El uso constructivo del barro hace que las
estructuras en las que se combina éste con otros materiales sean
menos invisibles en los contextos arqueológicos. Del mismo
modo, los negativos en el barro de la materia vegetal empleada
como estabilizante han permitido que ésta haya sido identificada en todos los conjuntos, desde en los materiales más antiguos
hasta en los más recientes.
Como contrapunto a la omnipresencia durante la Prehistoria
reciente peninsular de las técnicas constructivas con tierra del
bajareque, del amasado y, sobre todo desde el III milenio BC, de
la mampostería −que en cierto modo no deja de ser también una
técnica de construcción con tierra−, la documentación del uso
del adobe es, de momento, excepcional con anterioridad a cronologías del I milenio BC. De este modo, puede hablarse de esta
técnica como un nuevo uso de la tierra para construir, una incorporación a la tradición constructiva preexistente en la península
ibérica, habiendo sido su origen objeto de debate (De Chazelles, 1995; 2011; Sánchez García, 1999a; entre otros). El adobe,
como los bloques de piedra o los ladrillos, sería un elemento de
uso versátil con el que edificar no sólo los alzados, sino distintas partes constructivas en una misma edificación. La diferencia
principal entre la producción de adobes y ladrillos representa
la escasa distancia tecnológica existente durante amplias cronologías prehistóricas entre el uso del barro crudo, endurecido,
y el cocido, presente en figurillas, recipientes o artefactos de
producción, como pesas de telar.
Consideramos que las evidencias disponibles acerca del uso
durante la Prehistoria reciente de la península ibérica del amasado de barro en forma de bolas o bloques, así como del adobe
hecho a mano, por el momento son demasiado precarias como
para que podamos defender aquí líneas evolutivas o influencias
mutuas entre estas técnicas en el marco peninsular, a pesar de
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que sin duda pudieron existir vínculos de distinto tipo entre el
uso de las citadas técnicas, lo que suscita que este tema deba
seguir siendo objeto de investigación y debate. Para ello es necesario, de manera especial, que continúen y se incrementen las
investigaciones sobre esta cuestión.
En nuestra opinión, esto también sería necesario en general
a la hora de ofrecer lecturas diacrónicas más completas de la
edificación a lo largo de la Prehistoria reciente peninsular. Son
todavía muchas las cuestiones que investigar y sobre las que
profundizar para poder ofrecer una imagen con la que podamos acercarnos más a la realidad en estudio. En cualquier caso,
el nuevo relato que resulte de la continuación de las investigaciones en este campo habría de reconocer la construcción
con tierra en la Prehistoria reciente de acuerdo con su amplia
presencia y relevancia y en toda su complejidad, abordando la
enorme utilidad, las particularidades y las limitaciones de un
material constructivo tan imprescindible como la tierra, con
el que se configuraron ya en la Prehistoria realidades materiales muy extendidas históricamente. Este relato habría de dar
cabida a cuestiones que el análisis de las evidencias de construcción con tierra permite entrever, como la variabilidad en
la aplicación de materiales y técnicas y lo fundamental de las
prácticas de reutilización de materiales, así como la relación
que pueden tener con una tendencia al autoabastecimiento en
las comunidades en estudio. Asimismo, habría de ampliar el
abanico de materiales y técnicas a considerar en los contextos
prehistóricos, teniendo presente, entre otros elementos, el uso
constructivo de las esteras y el empleo del amasado de barro
en forma de bolas o bloques, al igual que la posibilidad de la
presencia de otros no contemplados. Habría de desterrar definitivamente el uso acrítico de la terminología en este campo de
estudio, que supone una gran rémora al avance de las investigaciones acerca de la construcción con tierra y así, acerca de la
arquitectura prehistórica. Y sería necesario que se extendiese la
confianza en el valor de la información que puede encontrarse
en los restos arqueológicos de la llamada arquitectura efímera,
separando las dificultades en la conservación e identificación
de materiales constructivos en el registro arqueológico de asunciones automáticas sobre el carácter más o menos estable de las
estructuras a las que pertenecieron.
Son muchas las líneas de trabajo que quedan abiertas. La
investigación realizada, basada en una observación de detalle
que sin duda ha de seguir siendo perfeccionada, ha contado con
distintos niveles de análisis, combinando lo general y lo particular y donde están presentes multitud de cuestiones en las
que se puede ahondar en mayor medida. Podemos destacar la
profundización en el estudio del uso de materias estabilizantes
de los morteros de tierra que mejoran sus cualidades constructivas, enormemente necesarias en la construcción con tierra
practicada de forma amplia durante los tiempos prehistóricos,
partiendo de que los procesos de estabilización serían conocidos
al menos desde los inicios del Neolítico. Son necesarios nuevos
estudios que, con ayuda de análisis microscópicos, trabajen en
la identificación del empleo de estabilizantes como la ceniza y
el estiércol, que pudieron estar tan fácilmente disponibles como
la paja en el seno de muchas comunidades, pero cuyo reconocimiento es menos evidente que el de ésta y otras materias vegetales, cuyas evidencias son fácilmente visibles al ojo humano.
Asimismo, cabe recordar que se conoce el empleo con fines de
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estabilización de sustancias que podrían ser también, como las
anteriores, muy abundantes en distintos territorios, como los jugos de diferentes plantas o las algas (Houben y Guillaud, 1994;
Vissac et alii, 2012).
En este sentido, la cuestión de la producción y el empleo
de cal pirotecnológica en la construcción prehistórica en el Levante meridional peninsular también está lejos de estar cerrada.
Con esta investigación no consideramos que se hayan obtenido
certezas absolutas sobre su presencia ni mucho menos sobre su
ausencia. De hecho, puede decirse que una de las conclusiones
a las que nos ha conducido esta investigación es la idea de que
estas certezas absolutas son seguramente, en la mayor parte de
los casos de nuestro marco de estudio, muy difíciles de obtener
y, más que perseguirlas, quizá deberíamos enfocar el problema
de otro modo. Ante la ausencia de reconocimiento en el registro
arqueológico de estructuras destinadas a la producción de esta
sustancia −hornos−, consideramos necesario continuar investigando las posibilidades del reconocimiento de la cal producida
intencionalmente a partir de las propias evidencias de esta sustancia en los restos constructivos. En ello ocupan un lugar destacado
las diferentes técnicas analíticas, pero no puede dejarse de lado el
conjunto de la información arqueológica disponible al respecto en
cada caso, empezando por el propio análisis macrovisual de estos
restos. Considerando lo anterior y con los datos disponibles, si
bien no creemos que podamos considerar infalibles las evidencias
de cal en algunos de los revestimientos estudiados en este trabajo,
sí podemos defender su probable empleo especialmente en los
enlucidos de La Torreta-El Monastil y Laderas del Castillo, que
se suman a lo planteado en Cabezo Pardo (Martínez Mira et alii,
2014; Jover et alii, 2016c).
Por otro lado, consideramos que la información mostrada
permite plantear que el uso de las esteras como material de
construcción se habría practicado al menos en una parte de los
asentamientos prehistóricos situados en el área meridional del
Levante peninsular, pudiendo incluso haber sido algo habitual y
quizá también durante la totalidad del espectro cronológico de
la Prehistoria reciente. Para poder continuar las investigaciones
en esta línea, es necesario considerar la posibilidad de este uso
constructivo a la hora de documentar e interpretar las evidencias de esteras en contextos arqueológicos, así como durante
el estudio de los restos de barro. Del mismo modo, tenemos el
convencimiento de que el empleo de la técnica del amasado de
barro en forma de unidades individualizadas pudo ser también
frecuente en los enclaves, sobre todo, de la primera mitad del II
milenio BC, cronología a la que apuntarían por el momento los
indicios a nuestro alcance. En cuanto a las investigaciones sobre
el empleo del amasado en forma de bolas, al igual que sobre las
técnicas constructivas del adobe hecho a mano y del fabricado con molde y las posibles conexiones entre éstas, para seguir
profundizando en ello es necesario contar con nuevas y más
numerosas evidencias. Para ello, sería imprescindible una extensión del conocimiento a la comunidad investigadora acerca de
su naturaleza y diferenciación, nuevos estudios de materiales que
puedan clarificar si se emplearon estas técnicas, dónde y cuándo,
así como nueva información procedente de excavaciones.
Habiendo llegado a este punto, podemos preguntarnos, ¿en
qué medida pueden relacionarse el uso de materiales y técnicas constructivas y los procesos productivos desarrollados
para edificar, con los cambios sociales experimentados por
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las comunidades en estudio durante la Prehistoria reciente?
Además de las ya mencionadas transformaciones en la planta
de las edificaciones, en relación con su organización en asentamientos en los que se aprecia un desarrollo del urbanismo a
partir del II milenio BC, en territorios entre los que se incluye
el área meridional de las tierras valencianas, quizá sea también
una de las cuestiones que podrían relacionarse con esos procesos
de cambio la existencia de unos materiales presentes desde los
inicios del periodo y de otros que serían introducidos en determinados momentos de la secuencia histórica abarcada. Nos referimos fundamentalmente a la selección y aplicación en superficies
constructivas de sedimentos con fines concretos y sobre todo al
desarrollo de las tecnologías de la cal y del yeso, cuestiones que
las evidencias disponibles permitirían plantear por el momento,
de acuerdo con la información de la que disponemos, desde el III
milenio BC. Estos materiales proporcionarían mayor aislamiento y, así, mayor durabilidad a las construcciones −al igual que la
piedra dispuesta en los zócalos y otras fórmulas constructivas
destinadas a este fin−, una protección mayor ante los incendios,
además de un probable aporte de salubridad (por ejemplo, Guerrero et alii, 2010: 184), en enclaves donde se concentrarían las
estancias y la población, respecto a lo que se plantea para los lugares de hábitat de momentos anteriores de la Prehistoria reciente. A ello se sumarían los cambios identificables en las técnicas,
en lo que destaca, además de la fundamental generalización de
los zócalos de mampostería de piedra, la producción estandarizada de bloques de construcción producidos con tierra, los adobes, una forma de construir planteada con seguridad desde el I
milenio BC en diferentes territorios del marco peninsular. El uso
del adobe permite la construcción regular de diversas partes estructurales, no sólo de alzados, con bloques producidos en serie
que pueden almacenarse e intercambiarse, a partir de una materia
prima fácilmente disponible. El adobe presenta propiedades muy
adecuadas para la construcción y el hábitat, no es propenso a los
incendios y no requiere tiempos de secado entre hiladas durante la construcción, como sí otras técnicas de construcción con
tierra, como el amasado y el tapial.
A partir de la variada información proporcionada por
diferentes conjuntos de materiales procedentes del Levante meridional peninsular, hemos tratado de esbozar una serie de líneas
generales acerca de las formas y actividades constructivas desarrolladas en distintas cronologías de la Prehistoria reciente.
Algunos de los rasgos identificados en los restos son observables en varios de los casos de estudio y permiten relacionarlos
y compararlos entre sí, mientras que otros aparecen aislados,
como muestra única o puntual de aquello a lo que remiten. En
este punto, cabe reflexionar acerca de todo lo que puede no estar
presente en la parte concreta del registro arqueológico que es
objeto de análisis. La base material analizada y los datos obtenidos son sólo una pequeña muestra del total de los indicios sobre
la realidad pasada en estudio, que necesariamente condiciona la
imagen que tenemos de ella.
Los restos constructivos de barro no son un tipo de
materialidad cuya conservación en el registro esté asegurada,
considerando las particularidades de la observación arqueológica de la construcción con tierra y de la conservación diferencial
de los materiales utilizados por las sociedades prehistóricas,
también en las actividades constructivas. Además, la interpretación y atribución de estos restos al tipo de estructura o parte
constructiva a la que originalmente pertenecieron tampoco son
sencillas ni están exentas de dudas, pudiendo ocurrir incluso
que éstas no sean posibles sin un margen mayor o menor de
incertidumbre. Del mismo modo, es fácil que rasgos presentes
en estos materiales sean pasados por alto si se desconoce que
pueden estar presentes en ellos o debido a que sean difíciles de
distinguir, tratándose de piezas que pueden estar erosionadas o
afectadas por procesos de tipo postdeposicional, ser pequeñas
y contar con rasgos a identificar aún más pequeños, como en el
caso de determinados motivos pintados. No obstante, cuando
cuestiones como éstas se detectan, permiten completar poco a
poco un panorama configurado, también, por muchas posibles
ausencias. No puede subestimarse la influencia de esta parcialidad del registro en las representaciones que formulamos de la
arquitectura prehistórica y que seguirá estando presente en distinta medida en el marco que pueda ir conformándose de forma
progresiva con los nuevos hallazgos.
En cuanto al propio planteamiento de la investigación,
somos conscientes de las limitaciones existentes a la hora de
analizar y valorar un espectro cronológico y territorial tan
amplio como el abarcado en este trabajo con los que, en proporción, serían pocos casos de estudio para acometerla de la
mejor manera, a lo que se suma su disparidad en número y en
la información contextual disponible para cada uno de ellos.
No obstante, creemos en la utilidad de haber abordado los estudios de materiales presentados, haber puesto en práctica en
ellos la metodología propuesta, pudiendo así ser evaluada, y
haber podido plantear diversas cuestiones surgidas a partir de
la base material, con la intención de contribuir a un mayor conocimiento de las formas constructivas y los procesos de edificación acometidos por diversas comunidades de la Prehistoria
reciente en el marco de estudio.
El análisis de los restos constructivos de tierra conservados
y recuperados en los contextos arqueológicos es una condición
necesaria para un conocimiento más completo de las formas
arquitectónicas desarrolladas en muchos de los espacios habitados del pasado y, en el caso que nos ocupa, de la Prehistoria
reciente del área meridional de las tierras valencianas. Esperamos que la información mostrada y las líneas que ha