Serie de Trabajos Varios 124
La vida en la frontera argárica: el asentamiento de Caramoro I (Elche, Alicante)
Francisco Javier Jover Maestre
Sergio Martínez Monleón
Juan Antonio López Padilla
2020
, ISBN 978-84-7795-855-0 , 283 p.
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S E RV IC IO D E IN VESTI GACI ÓN PREHI STÓRI CA
D E L MU SE O D E PREHI STORI A DE VALENCI A
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 124
La vida en la frontera argárica
El asentamiento de Caramoro I (Elche, Alicante)
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón
y Juan Antonio López Padilla (eds.)
DIP UTA C IÓN DE VAL E NC IA
2020
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 124
La vida en la frontera argárica
El asentamiento de Caramoro I (Elche, Alicante)
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón
y Juan Antonio López Padilla (eds.)
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2020
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DIPUTACIÓN DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 124
La Serie de Trabajos Varios del SIP se intercambia con publicaciones dedicadas a la Prehistoria, Arqueología en general y ciencias o
disciplinas relacionadas (Antropología cultural o Etnología, Antropología física o Paleoantropología, Paleontología, Paleolingüística,
Epigrafía, Numismática, etc.), a fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del Museu de Prehistòria de València.
We exchange Trabajos Varios del SIP with publications concerning Prehistory, Archaeology in general, and related sciences (Cultural
Anthropology or Ethnology, Physical Anthropology or Human Palaeontology, Palaeolinguistics, Epigraphy, Numismatics, etc) in order to
increase the batch of the Library of the Prehistory Museum of Valencia.
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Excepto para aquellas imágenes donde se indican reservas de derechos
ISBN: 978-84-7795-855-0
eISSN: 1989–540
Depósito legal: V-2739-2020
Diseño y maquetación: José A. Vidal Campello
Imprime: Blanch & Blanch comunicación
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El presente trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación
«Espacios sociales y espacios de frontera durante el Calcolítico y la Edad del Bronce
en el Levante de la península ibérica» (HAR2016-76586-P),
financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España.
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Prólogo
El yacimiento de Caramoro I (Elx, Alacant) está situado en
la margen izquierda del río Vinalopó, en la comarca del Baix
Vinalopó o Camp d’Elx, sobre un espolón rocoso en el inicio
de la sierra de Borbano, en el extremo septentrional del paraje
conocido como Aigua Dolça i Salà. Debe su nombre al perfil o
silueta que ofrece y su identificación con el numeral I es para
diferenciarlo del poblado anexo del Bronce Final, Caramoro II.
Es conocido gracias a las prospecciones realizadas a inicios
de la década de 1980 por Rafael Ramos Fernández, anterior
director del Museo Arqueológico e Histórico de Elx, que lo excavó en 1981 y lo adscribió a la Fase II del Bronce Valenciano,
entre 1500 y 1150 a.n.e. Nuevas actuaciones se llevan a cabo
en 1989 y 1993 bajo la dirección de Alfredo González Prats
y Elisa Ruiz Segura, que sitúan el yacimiento en el contexto
de un intenso poblamiento argárico en el curso inferior del Vinalopó. Ello de acuerdo con su fortificación, integrada por un
importante bastión de forma arriñonada y un foso, además de
dos supuestas torres defensivas; y también por la cultura material y por la existencia de una inhumación infantil bajo el suelo
de una vivienda, junto a unas técnicas constructivas netamente
argáricas.
El paraje de Aigua Dolça i Salà cuenta con una importante
tradición investigadora desde finales del siglo XIX y principios
del XX, impulsada desde la década de 1950 por A. Ramos Folqués y R. Ramos Fernández, y por la labor desarrollada por
diversos grupos arqueológicos locales. La recopilación de todas
las intervenciones ha sido la base sobre la que se han sustentado
diversos proyectos de investigación sobre la Prehistoria reciente de la zona y de forma más precisa, en cuanto al yacimiento
que nos ocupa, sobre la formación y disolución de la Cultura
del Argar en su extremo nororiental.
De dichos proyectos se deduce que durante la Prehistoria
reciente se ocupan las zonas más próximas al cauce del río, en
su margen izquierda principalmente; que durante el Neolítico
el poblamiento se circunscribe a la vega cuaternaria del Camp
d’Elx; y que a mediados del III milenio a.C., durante la fase
Campaniforme, empiezan a aparecer los primeros enclaves en
estribaciones montañosas como El Tabaià y Castellar de la Morera. A partir del último cuarto del III milenio a.C., los nuevos asentamientos como Caramoro I surgirán únicamente en
el área comprendida entre sierra Negra, sierra del Búho y sierra de Borbano, y, a partir de mediados del II milenio a.C., las
evidencias de ocupación prácticamente desaparecerán y solo se
mantendrá el núcleo de El Tabaià. Esto hasta el siglo IX a.C.,
cuando el hábitat vuelve a concentrarse en la llanura aluvial y se
reocupan algunos núcleos previos como Tabaià y Castellar de la
Morera, o surjan otros en sus proximidades como Caramoro II.
En resumen, Caramoro I es uno de los pequeños asentamientos que, a partir de los inicios del II milenio a.C., se fundan
en la margen izquierda del Vinalopó. Asentamientos situados a
escasa distancia unos de otros, en pequeñas elevaciones escasamente destacadas sobre su entorno, en la periferia de las tierras
de mayor capacidad agrícola a diferencia de lo que sucedía durante las etapas previas. Todos son controlados desde El Tabaià,
que ejerce un importante control territorial sobre la frontera nororiental argárica, poblado nuclear del curso bajo del Vinalopó.
No obstante, pese a ser considerado uno de los hitos de la
Prehistoria del territorio de Elx tras la excavación de Ramos,
junto con el Promontori de l’Aigua Dolça i Salà, el yacimiento se ha ido alterando y destruyendo por la acción erosiva y
climatológica, y también por la acción antrópica. Lo cierto es
que después de la excavación de González Prats y Ruiz Segura,
VII
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cuya planimetría data de 1993, el yacimiento cayó en el olvido,
encontrándose ya en ese momento en un lamentable estado de
conservación a causa de las visitas de clandestinos. De hecho,
Ramos ya advierte en 1990 del peligro en el que se encuentra el
yacimiento y la necesidad de adoptar medidas de conservación
y protección, y en 1991 señala la necesidad de colocar paneles
informativos en Caramoro I y en Promontori.
El estado de abandono y la destrucción de las estructuras
murarias obligó, en 2014, a considerar la necesidad de emprender una actuación que permitiese documentar la información
preservada. Así, desde la Universidad de Alicante, a través del
Instituto Universitario de Investigación en Arqueología y Patrimonio Histórico, INAPH, con la colaboración del Ayuntamiento de Elx a través del Museo Arqueológico e Histórico de Elx,
MAHE, se inicia un programa de actuaciones cuyos resultados
se dan a conocer en el presente volumen. Son trabajos de documentación de las estructuras conservadas y de la estratigrafía;
de profundizar en el conocimiento de la ocupación del asentamiento, su secuencia, aproximadamente entre el 2000 y el 1750
a.n.e., y el momento de su fundación; las sucesivas reformas y
remodelaciones que, en esencia, no cambiaron la estructura del
poblado, o el tiempo transcurrido entre la fundación y el abandono que no superó los 250 años.
El presente libro es fruto de una seria y profunda investigación, en la que se ha prestado atención a los avances de los
estudios sobre la Edad del Bronce, atendiendo igualmente a
cuestiones de conservación, protección y difusión del patrimonio arqueológico. Un trabajo exhaustivo en la documentación
abierto a nuevas líneas de investigación que nos revela a Caramoro como un importante yacimiento del Bronce. Trabajo desarrollado por un amplio equipo de profesionales especialistas
en diversas líneas de conocimiento científico, coordinados por
Francisco Javier Jover Maestre, Juan Antonio López Padilla y
Sergio Martínez Monleón.
La trayectoria investigadora de los autores que participan
en la publicación es diversa, pero mayoritariamente vinculada a la Universidad de Alicante y a las excavaciones impulsadas por el Departamento de Prehistoria y Arqueología en
numerosos poblados de la Edad del Bronce. De la mano de
Mauro Hernández, al menos en el caso de los más veteranos,
se gestaron numerosos proyectos de investigación, tesis doctorales y publicaciones sobre repertorios de cultura material
de numerosos yacimientos alicantinos, pero también del resto de comarcas valencianas. Guardo un grato recuerdo de
las estancias en Valencia de F.J. Jover y J.A. López Padilla,
cuando a principios de la década de 1990, ambos estaban
realizando sus tesis doctorales sobre la industria lítica y ósea
de la Edad del Bronce, y completaban sus inventarios con las
colecciones del Museu de Prehistòria de València. Su evolución en lo profesional, y también en lo personal, ha servido
de estímulo a las recientes generaciones de investigadoras e
investigadores, como prueba el amplio elenco de participantes en esta publicación. Una evolución que arranca en aquellas memorables campañas de Cabezo Redondo, El Cuchillo
y El Tabaià, que tuvieron continuidad en sus posteriores estudios vinculados a la Edad del Bronce con los proyectos
de Barranco Tuerto y Terlinques, en relación con las comunidades agropecuarias del Vinalopó; en sus trabajos sobre
la cerámica o la producción textil en San Antón y Laderas
del Castillo de Callosa, y sus proyectos en Cabezo Pardo y
en Laderas del Castillo, a vueltas con la caracterización del
VIII
territorio argárico alicantino; o sobre las prácticas funerarias, la periodización del Bronce, etc. Dinámica de trabajo
a la que se suma en los últimos años S. Martínez Monleón
con sus aportaciones sobre el patrón de asentamiento en el
territorio de frontera, en relación con la Vega Baja del Segura y el Vinalopó, y confluyendo los tres en Caramoro con un
excelente y nutrido grupo de profesionales que han llevado a
buen puerto este proyecto iniciado en 2015.
El libro, a través de 21 capítulos, recorre la historia de
Caramoro I incluyendo en los dos primeros la recuperación
de la información producida, los aspectos relacionados con
su espacio social y entorno; las excavaciones, la interpretación de su ocupación y sus materiales; las prácticas funerarias y consideraciones sobre su carácter y funcionalidad con
aportaciones al estudio del proceso histórico de las comunidades de las que formó parte, destacando el hecho de que su
ubicación lo sitúa en un espacio de frontera. En el capítulo 3,
su ubicación y características geológicas, geomorfológicas
y litológicas; y en el 4, el área de captación del yacimiento,
los aspectos relacionados con su campo visual y los recursos
potencialmente explotables. El capítulo 5 supone una interesante aportación sobre lo que supuso su excavación en la
década de 1980 por R. Ramos. En el siguiente capítulo, el
6, se abordan los trabajos de excavación, la historia de la
ocupación de Caramoro I, la estratigrafía y restos constructivos, la cronología absoluta, etc. A continuación se presentan estudios específicos sobre la arquitectura, técnicas constructivas como el amasado en forma de bolas y materiales
empleados en la construcción del asentamiento. Sobre las
prácticas funerarias y los habitantes de Caramoro I a partir
de las evidencias existentes, con el individuo infantil hallado
en 1989 cuyo cráneo presenta una fractura en scalp, datado
en el momento fundacional del asentamiento. Los aspectos
relacionados con el consumo paleoetnobotánico y la paleoecología del momento, con la identificación antracológica de
especies como pino, pistacia y olea, además de leguminosas
y cereales entre el material carpológico. La gestión y consumo del bestiar de Caramoro, con una muestra suficiente
de restos entre los que se identifican bóvidos, perro, cabra
y oveja, cerdo y caballo, como animales domésticos en una
proporción de 67,68%, y ciervo, conejo, jabalí, lince y zorro
entre la fauna salvaje con un 32,32 %. El recorrido sigue con
la presentación de los bienes muebles e instrumentales de
los habitantes de Caramoro I: los instrumentos líticos, entre
los cuales dientes de hoz e instrumentos de molienda, percutores, alisadores; el repertorio cerámico, que representa el
conjunto má abundante, con ollas, cuencos, cazuelas y escudillas como formas más representadas, vasijas carenadas,
grandes ollas, copas, fuentes y grandes contenedores, todo
ello de clara tipología argárica. El instrumental metálico en
el que destaca una punta de Palmela, punzones y bolas lingote de cobre. Los artefactos óseos con punzones, alfileres,
punta de flecha, cinceles, escoplos, espatulas y alisadores,
cuenta de collar; los artefactos de marfil ente los que señalar
un botón prismático y brazaletes. El estudio malacológico
con la presencia de bivalvos entre los cuales glicimeridos,
cerastoderma o cardium y una ostrea, gasterópodos y equinodermos, y ornamentos diversos. La producción textil, con
las pesas de telar rectangulares con cuatro perforaciones, una
pieza bicónica de arcilla sin perforación que pudiera ser una
fusayola incompleta y diversos objetos de barro.
[page-n-10]
Hasta llegar a los capítulos finales, dedicados a sintetizar y
valorar el interés patrimonial de este asentamiento, la necesidad
de impedir su destrucción a través de su socialización; sobre Caramoro I interpretado como un fortín en los límites fronterizos
septentrionales del espacio social argárico; sobre la racionalidad
campesina en el Argar y Caramoro I como ejemplo de unidad
básica de producción. Finalmente, en el capítulo 21, se plantea
una propuesta de carácter patrimonial que permita revalorizar el
asentamiento mediante un proyecto de conservación, destacando el interés turístico cultural de Elx, y la necesidad de aplicar
una buena política de comunicación dirigida a la sociedad ilicitana. La propuesta parte de la Declaración del yacimiento de
Caramoro I como Bien de Interés Cultural, la consolidación y
protección de las estructuras, la creación de un espacio de ocio
y aparcamiento para las visitas, y un discurso expositivo con un
diseño del recorrido. Un proyecto en el cual deberían implicarse distintas administraciones como la Universidad de Alicante
a través del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología y Patrimonio Histórico, INAPH, el Ayuntamiento de Elx
a través del Museo Arqueológico e Histórico de Elx, MAHE,
y la Diputación de Alicante a través del Museo Arqueológico
de Alicante, MARQ. En resumen, el trabajo que se presenta
pretende contribuir a cubrir las carencias de información sobre
asentamientos de reducidas dimensiones, a la vez que evaluar
hipótesis planteadas, contribuyendo al conjunto de estudios sobre la sociedad argárica en lo que se refiere a la organización
socioeconómica y política de las comunidades que habitaron las
comarcas meridionales de las actuales tierras valencianas. Caramoro es un asentamiento singular, no solo por sus construcciones de carácter defensivo que deberían ser consideradas Bien de
Interés Cultural, sino por su ubicación en los límites territoriales
septentrionales de la cultura argárica y su aportación a la Historia de las comunidades que nos precedieron. Es de esperar que
el trabajo realizado sirva de estímulo para que Caramoro I no
vuelva a caer en el olvido y que se inicien nuevas acciones, esta
vez encaminadas a preservar un legado arquitectónico y arqueológico de gran valor patrimonial.
María Jesús de Pedro Michó
Museu de Prehistòria de València
IX
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Índice
PRÓLOGO
1 LA RECUPERACIÓN DE LA INFORMACIÓN PRODUCIDA: UNA TAREA
33
DOS HITOS DE LA PREHISTORIA DEL TERRITORIO DE ELCHE
EXCAVADOS POR RAFAEL RAMOS FERNÁNDEZ
A. M. Álvarez Fortes
6 LOS TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS EN CARAMORO I: APUNTES
25
S. Martínez Monleón
5 A PROPÓSITO DE CARAMORO I Y PROMONTORI:
17
S. Martínez Monleón y F. J. Jover Maestre
4 CARAMORO I: TERRITORIO DE CAPTACIÓN Y VISIBILIDAD
5
DE FRONTERA
F. J. Jover Maestre, S. Martínez Monleón y J. A. López Padilla
3 EL YACIMIENTO ARGÁRICO DE CARAMORO I
1
NECESARIA PARA EL ASENTAMIENTO ARGÁRICO DE CARAMORO I
F. J. Jover Maestre, S. Martínez Monleón y J. A. López Padilla
2 CARAMORO I Y SU ESPACIO SOCIAL EN UN TERRITORIO
VII
45
PARA LA CONCRECIÓN DE SU FORMACIÓN Y EXCAVACIÓN
S. Martínez Monleón y F. J. Jover Maestre
XI
[page-n-13]
7 HISTORIA DE LA OCUPACIÓN DE CARAMORO I:
CONSTRUCCIÓN, REMODELACIONES, USO Y ABANDONO
F. J. Jover Maestre, S. Martínez Monleón, M. Pastor Quiles, R. E. Basso Rial
y J. A. López Padilla
8 LA ARQUITECTURA DE CARAMORO I: MATERIALES Y TÉCNICAS
XII
213
CONSIDERACIONES SOBRE SU USO Y CONSUMO
EN LA SOCIEDAD ARGÁRICA
A. Luján Navas y F. J. Jover Maestre
18 LA PRODUCCIÓN TEXTIL EN EL ASENTAMIENTO ARGÁRICO
199
J. A. López Padilla
17 ESTUDIO MALACOLÓGICO DE CARAMORO I: ALGUNAS
187
J. A. López Padilla
16 LOS ARTEFACTOS DE MARFIL DE CARAMORO I
183
S. Martínez Monleón y F. J. Jover Maestre
15 LOS ARTEFACTOS ÓSEOS DE CARAMORO I
157
SU CARACTERIZACIÓN FORMAL Y TECNOLÓGICA
S. Martínez Monleón y F. J. Jover Maestre
14 EL INSTRUMENTAL METÁLICO DE CARAMORO I
141
DE CARAMORO I
F. J. Jover Maestre y S. Martínez Monleón
13 EL REPERTORIO CERÁMICO DE CARAMORO I: APUNTES PARA
103
DE UNA PEQUEÑA CABAÑA GANADERA
L. Andúgar Martínez
12 LOS INSTRUMENTOS LÍTICOS EN LA VIDA COTIDIANA
97
ANTRACOLÓGICOS Y CARPOLÓGICOS PARA UNA REPRESENTACIÓN
PALEOAMBIENTAL Y PALEOETNOLOGÍA
M. Ruíz Alonso
11 EL BESTIAR DE CARAMORO I: GESTIÓN Y CONSUMO
87
DE CARAMORO I: APUNTES SOBRE NORMAS Y COSTUMBRES
F. J. Jover Maestre, S. Martínez Monleón, P. de Miguel Ibáñez, M. Pastor Quiles
R. E. Basso Rial, J. A. López Padilla y P. Torregrosa Giménez
10 EL CONSUMO BOTÁNICO EN CARAMORO I: APUNTES
75
M. Pastor Quiles
9 PRÁCTICAS FUNERARIAS EN EL ASENTAMIENTO ARGÁRICO
61
DE CARAMORO I: INSTRUMENTOS DE TRABAJO
Y ÁREAS DE ACTIVIDAD
R. E. Basso Rial
221
[page-n-14]
19 CARAMORO I: ¿UN FORTÍN EN LOS LÍMITES FRONTERIZOS
SEPTENTRIONALES DEL ESPACIO SOCIAL ARGÁRICO?
S. Martínez Monleón, F. J. Jover Maestre, J. A. López Padilla, M. Pastor Quiles
y R. E. Basso Rial
20 SOBRE LA RACIONALIDAD CAMPESINA EN EL ARGAR:
243
CARAMORO I COMO EJEMPLO DE UNIDAD BÁSICA DE PRODUCCIÓN
F. J. Jover Maestre, M. Pastor Quiles, R. E. Basso Rial, S. Martínez Monleón
y J. A. López Padilla
21 CARAMORO I: UN PATRIMONIO PREHISTÓRICO, ARQUITECTÓNICO
231
257
Y CULTURAL A SOCIALIZAR
R. Chacopino Pianelo y F. J. Jover Maestre
BIBLIOGRAFÍA
263
AUTORES
283
XIII
[page-n-15]
[page-n-16]
1
La recuperación de la información producida:
una tarea necesaria para el asentamiento argárico de Caramoro I
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón
y Juan Antonio López Padilla
Gracias a la labor desarrollada, entre otros investigadores, por
Domingo Fletcher Valls (1953), Enrique Pla Ballester (1958;
1959) y Miquel Tarradell Mateu (1947; 1950; 1963a; 1963b,
1965; 1969), quedó roto para siempre el paradigma que había
hecho sinónimos los términos “Argar” y “Edad del Bronce”
para la península ibérica. Hasta ese momento, a la “Cultura de
El Argar” –reconocida y caracterizada inicialmente a finales
del siglo XIX por los hermanos Henri y Louis Siret (1890)– se
la suponía proyectada desde su foco almeriense a todo el resto
de la península, a pesar de la propuesta de sus investigadores.
Las tesis de Tarradell, en cambio, defendían justificadamente
la existencia de otras áreas culturales singulares y plenamente
contemporáneas a la cultura argárica, la cual debía quedar restringida territorialmente al ámbito del Sureste sensu stricto: las
actuales provincias de Murcia y Almería, en donde se situaban
la mayoría de los yacimientos explorados por los Siret. En los
aledaños de esta área nuclear argárica –zona oriental de Granada o el sur de Alicante– también se constataba la existencia
de asentamientos con rasgos inequívocamente argáricos cuya
presencia, sin embargo, decaía claramente a partir de un determinado punto geográfico.
Sin embargo, desde los fundamentos culturalistas con los
que se abordó entonces esta cuestión, resultaba imposible concretar en el espacio una delimitación precisa entre El Argar y el
resto de las áreas culturales identificadas. Desde aquel momento, y durante un largo periodo, las tierras del sur de Alicante –en
esencia, las cuencas del Bajo Segura y del Vinalopó– quedaron
ligadas al debate que trataba de esclarecer dónde debía fijarse
la delimitación septentrional del espacio argárico y su frontera
con la reconocida por aquellos años, área cultural del “Bronce
Valenciano” (Tarradell, 1963, 1965; Hernández, 1986; Jover,
1999; Jover y López, 1997; 1999; 2009a).
A pesar del tiempo transcurrido, buena parte de las características observadas por los Siret (1890) en sus excavaciones
son aún hoy indicadores válidos para el reconocimiento del gru-
po argárico en el registro arqueológico: asentamientos de muy
diversos tamaños, pero algunos superiores a las 4 ha, entre los
que destacan La Bastida de Totana (Lull et al., 2015a) y, en
especial, Lorca (Martínez Rodríguez, 2019), ubicados preferentemente en cerros y promontorios elevados; prácticas funerarias
normalizadas, caracterizadas por la inhumación individual, o a
lo sumo doble o triple, con ajuares recurrentes y con sepulturas
preservadas en el subsuelo de las casas; y un abundante, variado
y singular repertorio artefactual, especialmente característico en
lo que se refiere a las producciones cerámicas y los objetos metálicos (Aranda et al., 2015).
En la actualidad, El Argar sigue siendo el grupo arqueológico de la Edad del Bronce mejor conocido de la península
ibérica, con un desarrollo temporal entre el 2200 y el 1550 cal
BC. También se puede afirmar que fue una de las sociedades
con mayor capacidad productiva y desarrollo social de la Edad
del Bronce de Europa occidental. En este sentido, conviene recordar que la sociedad argárica se distribuyó por un área de al
menos 33.000 km2 en el sureste de la península ibérica (Lull et
al., 2009), espacio geográfico más o menos delimitado a partir
de la constatación de una serie de prácticas sociales singulares
y recurrentes que se desarrollaron dialécticamente a lo largo de
su proceso histórico. La complejidad de los patrones de asentamiento, la normalización y uniformidad material e ideológica,
la escala de determinadas actividades económicas con la concentración y control de los procesos de producción subsistencial por parte de un segmento de la población (Risch, 2002); las
marcadas diferencias observadas en el registro funerario, tanto
en la composición de los ajuares a lo largo del tiempo, como en
el registro diferencial de patologías óseas entre los individuos
inhumados, o el hecho de que los grupos dominantes disfrutasen de un acceso a ciertos bienes de relevancia social, a los que
tenían derecho desde la infancia (Lull et al., 2004), y que, en
parte, se amortizaban al depositarse en los ajuares funerarios de
1
[page-n-17]
sus sepulturas, han llevado a que diversos investigadores planteasen la hipótesis de que la sociedad argárica podría haber tenido una estructura política de tipo estatal (Lull y Estévez, 1986;
Schubart y Arteaga, 1986; Lull y Risch, 1995; Jover, 1999; Arteaga, 2001; Cámara, 2001; Aranda y Molina, 2006; Lull et al.,
2009; 2010a; 2010b; 2013; Cámara y Molina, 2011).
De igual modo, según las últimas hipótesis, desde un área
nuclear ubicada a lo largo de la fosa intrabética, con preferencia en la depresión de Vera (Almería), el valle del Guadalentín
(Murcia) y las tierras de la Vega Baja del Segura (Jover et al.,
2019), la sociedad argárica habría ido expandiéndose territorialmente hasta alcanzar, en el tránsito del III al II milenio cal BC,
las actuales provincias de Jaén, Granada, Almería y Murcia, en
donde asentamientos como Laderas del Castillo, y especialmente el enclave oriolano de San Antón, habrían desempeñado el
papel de centros políticos en lo que cabría definir como “los
confines orientales de El Argar” (Jover y López, 1997; López
Padilla, 2009a; López et al., 2017).
En cualquier caso, las excavaciones y estudios emprendidos en el ámbito argárico hasta la fecha y publicados de forma
amplia no son todo lo numerosos que cabría esperar, a tenor del
conjunto de hipótesis y propuestas teóricas deducibles explicitadas en relación con los aspectos de organización sociopolítica
atribuidos a El Argar. Los trabajos efectuados en asentamientos
como Gatas (Castro et al., 1999), Fuente Álamo (Schubart et
al., 2004), Peñalosa (Contreras, 2000), junto a otros como el
Rincón de Almendricos (Ayala, 1991), Castellón Alto (Molina
y Cámara, 2011) o Barranco de la Viuda (Medina y Sánchez,
2016), a falta de la detenida publicación de otros núcleos de
reciente excavación como Lorca (Martínez Rodríguez, 2019),
La Bastida, La Tira del Lienzo y La Almoloya (Lull et al., 2014;
2015a; 2015b; 2015c; 2016), constituyen las principales bases
empíricas con las que abordar el análisis de la sociedad argárica.
Y, lo mismo podemos afirmar si nos centramos en el ámbito
donde se ubica el asentamiento aquí presentado.
En este sentido, hasta hace unos años el territorio de los
tramos finales de los ríos Vinalopó y Segura adolecía aún de
una falta total de información referente a determinados aspectos claves del registro arqueológico, como el modelo de articulación del poblamiento y de la organización del espacio, así
como la extensión y características de los yacimientos conocidos, a los que se sumaba también la ausencia de un marco
cronológico fundamental en dataciones radiocarbónicas referenciadas estratigráficamente. Esta ausencia de datos básicos
sobre las características de los asentamientos de la zona había
provocado que todo este amplio territorio, articulado básicamente en torno a la antigua albufera de Elche y la desembocadura de los ríos Segura y Vinalopó, hubiera quedado relegado
en las interpretaciones sociales y territoriales de la cultura de
El Argar, teniéndose sólo en cuenta para fijar con claridad sus
límites septentrionales.
La mayor parte de los datos referentes al grupo argárico en
el Bajo Segura y Bajo Vinalopó procedían de los materiales arqueológicos exhumados por J. Furgús y J. Colominas a inicios
del siglo XX en San Antón (Orihuela, Alicante) y Laderas del
Castillo (Callosa de Segura, Alicante) (Colominas, 1931; 1936;
Furgús, 1937), a pesar de las intervenciones realizadas en algunos enclaves como Tabayá (Aspe, Alicante) (Hernández, 2009;
Hernández et al., 2019), Caramoro I (Elche, Alicante) (Ramos
2
Fernández, 1988; González y Ruiz, 1995) o Pic de les Moreres
(Crevillente, Alicante) (González, 1986) durante la década de
los ochenta y noventa del pasado siglo.
La situación ha ido mejorando en los últimos años debido a
la labor desarrollada desde el Museo Arqueológico Provincial de
Alicante –MARQ– en asentamientos como la Illeta dels Banyets
(El Campello, Alicante) (Soler Díaz, 2006), Cabezo Pardo (San
Isidro/Granja de Rocamora, Alicante) (López Padilla, 2014a)
o, más recientemente, Laderas del Castillo (Callosa de Segura,
Alicante), en el cual se vienen desarrollando excavaciones sistemáticas desde 2013 bajo la dirección de J. A. López Padilla y F.
J. Jover Maestre, a lo que se une la revisión de los materiales arqueológicos de la Colección Furgús (Hernández et al., 2009). Al
mismo tiempo, se ha tratado de contribuir a toda esa ingente labor
de investigación con el desarrollo de un conjunto de prospecciones que se han realizado en los cursos bajos de los ríos Vinalopó y
Segura, con el objetivo de establecer las primeras hipótesis sobre
la ocupación y explotación del territorio entre el III y II milenio
cal BC a partir del análisis espacial (López Padilla, 2009a; López
et al., 2014; Martínez Monleón, 2014a; 2014b).
Por lo tanto, puede considerarse que la investigación en las
tierras del sur de Alicante han dado un salto cualitativo de cierta
importancia: se han revisado todos los materiales procedentes
de las excavaciones antiguas, se dispone de valiosa información a nivel territorial y sobre el número y características de los
yacimientos, consiguiendo establecer los límites territoriales de
diversas prácticas sociales.
Pero a pesar de estos considerables esfuerzos, aún queda mucho camino por recorrer, siendo necesario insistir en la necesidad
de mejorar las bases estratigráficas y temporales del proceso histórico en estudio, a partir de la determinación de eventos significativos que puedan indicar cambios en el proceso histórico de
las comunidades argáricas en su límite septentrional. Queremos
insistir en la idea de que sólo concatenando y articulando las diferentes unidades de observación y análisis utilizadas, a partir de la
información estratigráfica y secuencial aportada por diversos yacimientos, debidamente excavados y datados, podremos avanzar
en la investigación. Avance que, sin embargo, únicamente podrá
concretarse en el marco de estrategias de investigación cooperativas entre investigadores que permitan compartir y conjugar la
información generada (Jover y López, 2011: 220).
Por este motivo, en los proyectos que desde hace años fueron emprendidos en relación con el estudio de la sociedad argárica en las tierras del sur de la actual provincia de Alicante, uno
de los objetivos prioritarios fue el de aminorar las deficiencias
señaladas y acrecentar las bases estratigráficas y secuenciales.
Así, lo que comenzó como la posibilidad de abordar el estudio
del conjunto material registrado durante las excavaciones desarrolladas en los años ochenta y noventa del siglo XX en el yacimiento argárico de Caramoro I, se ha convertido en un proyecto
algo más ambicioso que se plasma en esta monografía. Además
del estudio de los materiales, también ha sido abordado, desde
un punto de vista crítico, el análisis de las excavaciones efectuadas en las décadas de 1980 y 1990 de la mano de varios investigadores. Y durante 2015 y 2016 fueron acometidos diversos
trabajos de limpieza, documentación e incluso de excavación
parcial en algunos puntos, lo que ha permitido profundizar de
un modo global en la historia deposicional y ocupacional del
asentamiento de Caramoro I.
[page-n-18]
El interés de llevar a cabo esta ingente labor, a veces poco
agradecida por las dificultades de aunar datos obtenidos por
diversos investigadores bajo diversos objetivos y perspectivas, además de otros limitantes económicos o administrativos, reside en el hecho de ser el único asentamiento argárico
de pequeñas dimensiones ampliamente excavado en todo este
amplio territorio.
La posibilidad de relectura de un yacimiento arqueológico
excavado por otros investigadores, en este caso Caramoro I (Ramos, 1988; González Prats y Ruiz, 1995), entendido como documento histórico singular, dirige, además, nuestra atención, hacia
un objetivo más general como es el profundizar en el estudio
de los procesos de intensificación productiva y jerarquización
social, enmarcado dentro de uno de los problemas cruciales en
el desarrollo de las sociedades humanas como es el surgimiento
y desarrollo de las primeras sociedades clasistas. Por esta razón,
si consideramos que el Argar es una sociedad de tipo clasista
inicial bajo los parámetros propuestos desde la Arqueología Social Iberoamericana (Bate, 1998), debe de ser perceptible en el
registro arqueológico la existencia de indicadores que permitan
validar esta correspondencia. Desde este planteamiento, se trata
de formular una hipótesis que, en principio, debe contar con
una base justificativa apoyada en el conjunto de conocimientos
acumulados durante varias décadas de investigación, así como
en las teorías que constituyen el núcleo de la posición teórica
asumida. Con todo ello se pretende, desde una posición falibilista contribuir a describir, interpretar y a explicar, el patrón de
ocupación y explotación del territorio por parte de las comunidades argáricas que ocuparon el solar del Bajo Vinalopó y Bajo
Segura y a proponer qué papel cumplieron asentamientos como
Caramoro I en este espacio social.
En este sentido, consideramos que lo que permitiría plantear o validar que El Argar pudiera ser una sociedad clasista
inicial sería el desarrollo por parte de los grupos dominantes
de una política de control y dominio sobre la fuerza de trabajo
humana y una parte de los resultados de su actividad, orientada
a la producción de bienes y a la explotación de recursos, y materializada en el desarrollo de una política de dirección sobre
distribución en el espacio geográfico. Por lo tanto, deberían
existir uno o varios asentamientos donde residirían los grupos dominantes, en este caso San Antón y Laderas del Castillo (López Padilla, 2009a; Martínez Monleón, 2014a; 2014b),
controlando políticamente la producción y distribución de determinados bienes pero, especialmente, controlando la fuerza
de trabajo y de reproducción, siendo el excedente extraído y
dirigido, en parte, hacia estos enclaves. Además podrían existir determinadas unidades de asentamiento de tipo campesino,
que además, podrían ejercer un cierto control del territorio político y/o de la circulación de determinados productos, como
podría haber sido el caso de Caramoro I. Por lo tanto, diferentes tipos de asentamientos de diverso orden y características
en cuanto a tamaño, emplazamiento, entorno físico y registro
material, que serían la evidencia más explícita de la planificación y organización política del espacio social.
El trabajo que aquí presentamos, pretende, por tanto, contribuir a cubrir las carencias de información existente en la investigación sobre los asentamientos de reducidas dimensiones,
a la vez que evaluar las hipótesis planteadas, constituyendo una
aportación más al conjunto de estudios sobre la sociedad argári-
ca, sobre todo en lo que se refiere a la organización socio-económica y política de las comunidades que habitaron las comarcas
meridionales de las actuales tierras valencianas.
Con todo, no sería justo no reconocer el trabajo realizado
anteriormente por sus anteriores excavadores, tanto por Rafael
Ramos Fernández, como por Alfredo González Prats y Elisa
Ruíz Segura, que centraron sus esfuerzos en la intervención en
este yacimiento, porque sin su labor de documentación hubiera
sido imposible la realización del mismo. Con su trabajo sentaron las bases del conocimiento que constituye la base material
sobre la que se articula este trabajo y que por diversas razones
y motivaciones no llegaron a publicar de manera detallada en
su momento. Por lo tanto, el trabajo de investigación aquí presentado, centrado en la realización del inventario, catalogación,
dibujo, digitalización, estudio y análisis de la cultura material y
de las estructuras murarias generada durante estas intervenciones es lo que nos permite hoy en día abordar la interpretación de
este yacimiento desde otros planteamientos teóricos, hipótesis y
perspectivas de análisis en relación con el proceso histórico de
la sociedad argárica.
En definitiva, aunque han sido varios los trabajos publicados
sobre Caramoro I, en los que se han dado cuenta, tanto de los
procesos de excavación, como información e interpretaciones
sobre algunos de sus hallazgos más relevantes, creemos que
sigue siendo un gran desconocido a nivel científico y social,
y con este trabajo pretendemos ayudar y contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a revitalizar una pequeña parte de nuestra historia y de nuestro patrimonio. Junto al interés
científico, le otorgamos igual importancia a la posibilidad de
difundir y divulgar a partir de este proyecto de investigación,
este yacimiento olvidado de la arqueología ilicitana y, por lo
tanto, del patrimonio histórico y cultural de todos los valencianos y valencianas, al tratarse de un asentamiento singular, no
solo por sus construcciones de carácter defensivo, que deberían
ser consideradas como Bien de Interés Cultural antes de que
desaparezcan, sino por su ubicación en los límites territoriales
septentrionales de la cultura argárica y su aportación a la Historia de las comunidades que nos precedieron.
Así, desde que fue excavado por última vez en junio de
1993, el yacimiento se fue alterando y destruyendo por la acción, tanto de los procesos erosivos y climatológicos, como
de las diferentes visitas antrópicas, que lo han sometido a un
continuado deterioro y expolio. En estos momentos, el estado
de abandono y destrucción de las estructuras murarias que
fueron exhumadas en los procesos de excavación es considerable, y han seguido incrementándose en los años posteriores
a los últimos trabajos de documentación efectuados en 2016.
Instamos desde estas páginas a que las autoridades públicas
competentes asuman, de una vez por todas, su conservación
y socialización.
Con respecto a la estructura del presente trabajo, su desarrollo está integrado por diversos capítulos, con el objeto de
facilitar su lectura. En total son 21 los capítulos, sin incluir las
referencias bibliográficas de la totalidad del texto, en los que se
divide la obra. Se incluyen desde aspectos relacionados con su
espacio social o su entorno, a las diversas excavaciones efectuadas, la interpretación de su ocupación, sus materiales tanto
inmuebles como muebles; a las prácticas funerarias y diversas
consideraciones sobre su carácter y funcionalidad; aportaciones
3
[page-n-19]
al estudio del proceso histórico de las comunidades de las que
formó parte, acabando con la necesidad de socialización de las
estructuras conservadas. De forma específica, después de esta
introducción donde se exponen nuestros planteamientos de partida, la problemática donde se inserta Caramoro I y los objetivos
que se pretenden cumplir, en el capítulo 2 se contextualiza este
yacimiento con su espacio social, destacando el hecho de que
su ubicación lo sitúa en un espacio de frontera. En el siguiente capítulo, el 3, se presenta su ubicación y las características
geológicas, geomorfológicas y litológicas del entorno en el que
se ubica el yacimiento. En el cuarto capítulo, se pasa a exponer, desde un punto de vista teórico, el área de captación del
yacimiento, aspectos relacionados con su campo visual y los
recursos potencialmente explotables.
En el siguiente capítulo, el quinto, Anna María Álvarez Fortes presenta datos de enorme interés en relación con las excavaciones de yacimientos prehistóricos emprendidas en la década
de 1980 por Rafael Ramos Fernández, con la intención de destacar la relevancia que algunas de sus investigaciones tuvieron
en aquellos años. A partir de aquí, en el siguiente apartado, se
expone el conjunto de los trabajos de excavación efectuados en
Caramoro I, partiendo de los primeros trabajos realizados en
1981, los desarrollados años más tarde por Alfredo González
Prats y Elisa Ruiz Segura, y mostrando el resultado de los efectuados durante los años 2015 y 2016.
De lo anterior, se desprende una propuesta sobre la historia
ocupacional de Caramoro I –capítulo 7–, avalada no sólo por
la información estratigráfica recabada, sino también por diversas dataciones absolutas que vienen a concretar temporalmente el periodo en el que Caramoro I estuvo ocupado dentro del
II milenio cal BC.
A partir de aquí, con las bases espaciales, estratigráficas
y cronológicas establecidas, se inicia la presentación de diferentes estudios específicos que permiten profundizar en
numerosos aspectos sobre la materialidad del sitio. Se comienza por el análisis de la arquitectura y de los materiales
empleados en la construcción del asentamiento, efectuado
por María Pastor Quiles –capítulo 8–. Le sigue un estudio
sobre sus habitantes, a partir de las evidencias funerarias.
Los capítulos 10 y 11 exponen aspectos relacionados con el
consumo paleoetnobotánico y la paleoecología del momento,
así como de gestión y consumo de especies animales, tanto
domesticadas, como salvajes.
4
Los siguientes capítulos del 12 al 18, están dedicados a aspectos relacionados con los bienes muebles e instrumentales de
los habitantes de Caramoro I, desde el instrumental lítico y la
vajilla cerámica, pasando por los objetos metálicos, óseos, ebúrneos, de concha y diversos objetos de barro.
Los capítulos 19 y 20 están dedicados a sintetizar y valorar
todos los estudios efectuados sobre Caramoro I, intentando justificar qué papel habría podido cumplir este asentamiento en su espacio social. Por último, como apartado final, intentamos mostrar
el valor patrimonial de este asentamiento, la necesidad de impedir
su destrucción a través de su socialización. Valores patrimoniales
como Caramoro I hay pocos en estas tierras y con la inacción
todos somos cómplices de su deterioro y futura desaparición.
Este trabajo no hubiera sido posible sin la ayuda y colaboración de Raquel Ruíz Pastor, Rubén Cabezas Romero, María
Pastor Quiles, Ricardo Basso Rial, Agustina d’Amico e Irene
Mendoza, voluntarios durante las excavaciones emprendidas,
y que participaron en los trabajos de revisión de los materiales
depositados en el MAHE. Especialmente importante ha sido la
labor de Anna María Álvarez Fortes, codirectora de los trabajos de documentación y excavación efectuados en 2015 y 2016
y técnica del MAHE. También al personal del MAHE por la
inestimable ayuda que nos ha brindado a la hora de consultar
la información y los fondos depositados; y como no, gracias a
Rafael Ramos Fernández, Alfredo González Prats y Elisa Ruiz
Segura, por permitirnos el acceso a la documentación generada
durante sus intervenciones –fotografías, planimetrías, diarios
de los trabajos efectuados, observaciones sobre los mismos–.
También a todos los participantes en la presente obra, sin cuyas contribuciones este trabajo no habría adquirido la magnitud e importancia que consideramos que tiene. Y, por último,
no podemos olvidar las instituciones que han posibilitado su
desarrollo y publicación. Este trabajo ha sido realizado dentro
del proyecto HAR2016-76586-P Espacios sociales y espacios
frontera durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el Levante de la península Ibérica, financiado por el Ministerio de
Economía y Competitividad del Gobierno de España y publicado gracias al interés del Servicio de Investigación Prehistórica
de Valencia, en especial, a Joaquim Juan Cabanilles y María
Jesús de Pedro Michó, sin cuyo estímulo y dedicación, no se
hubiese llegado a publicar el presente trabajo en una de las
más prestigiosas series monográficas de arqueología de nuestro
país. Gracias a todos y a todas.
[page-n-20]
2
Caramoro I y su espacio social en un territorio de frontera
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón
y Juan Antonio López Padilla
150 AÑOS DE INVESTIGACIONES
Si bien las primeras exploraciones arqueológicas en las tierras
de los tramos finales de los ríos Segura y Vinalopó corresponden a las efectuadas en el yacimiento de San Antón (Orihuela), gracias a los trabajos del ingeniero Santiago Moreno (1942
[1870]) a finales de la década de 1860, la excavación en este
asentamiento y el grueso de los datos arqueológicos de los que
se dispone se deben a Julio Furgús (1937), cuyos trabajos, sin
embargo, nunca llegaron a verse publicados exhaustivamente,
quizá a causa de su temprana desaparición. Para el jesuita J.
Furgús (fig. 2.1), San Antón era exclusivamente una necrópolis
–el cementerio de la antigua Orcelis– y siempre negó las –por
otra parte abundantes– evidencias de la existencia de un asentamiento en el mismo lugar en el que había excavado las sepulturas. Aparentemente, sus convicciones se mantuvieron firmes
a este respecto incluso cuando el propio Henri Siret (1905) se
manifestara públicamente en contra, a propósito de una comunicación presentada a los Annales de la Société d’Archéologie de
Bruxelles en las que J. Furgús ofrecía un resumen de sus trabajos. Esta obcecación del investigador jesuita es, con toda probabilidad, el principal motivo –aunque no el único– que explica la
escueta información contextual que acompaña a los materiales
exhumados durante sus trabajos (fig. 2.2), de manera que sólo
de algunas tumbas disponemos de cierta información relativa a
los ajuares que contenían y al número o características de los
inhumados (Jover y López, 1997).
Sin embargo, J. Furgús no fue el único que efectuó excavaciones en los yacimientos argáricos del tramo final del río
Segura. Algunos años más tarde el arqueólogo catalán Josep
Colominas Roca (1929; 1931; 1936) insistiría en que el vecino yacimiento de Laderas del Castillo, en Callosa de Segura
–cuyas primeras exploraciones también iniciara Furgús (1937)
poco antes de su temprana desaparición– correspondían exclusivamente a una necrópolis.
Los objetos recogidos por J. Colominas (fig. 2.4) –hoy depositados en el Museu d’Arqueologia de Catalunya en Barcelona– y el
conjunto de materiales procedente de las excavaciones de J. Furgús
–que por avatares de la guerra fue casi totalmente disgregado y desperdigado en diversas colecciones– junto con la colección Brotons
y algunos otros conjuntos materiales, fruto de rebuscas y actuaciones más o menos incontroladas, constituyeron durante muchísimo
tiempo la única base material para el estudio del grupo argárico en
el área meridional de la actual provincia de Alicante.
En gran medida esto se debe a que, a partir de la publicación de
los trabajos de M. Tarradell (fig. 2.5), el interés en la investigación
se desplazó claramente desde las comarcas del Bajo Segura a las
del valle del Vinalopó, ya que identificar y precisar la frontera de
“lo argárico” y su cronología frente a la recién caracterizada área
del “Bronce Valenciano” se convirtió en el objetivo prioritario (Tarradell, 1963; 1965). En este marco es en el que se inscriben los
trabajos que llevó a cabo José Mª Soler (fig. 2.6), entre otros, en los
yacimientos villenenses de Cabezo Redondo y Terlinques (Soler
García, 1986; Soler García y Fernández, 1971).
No sería hasta las décadas de 1980 y 1990 que el registro
arqueológico argárico en tierras alicantinas se vería incrementado sustancialmente, gracias al estudio de las colecciones de San
Antón y Laderas del Castillo depositados en los museos locales
(Soriano, 1984; 1989), así como la excavación de nuevos asentamientos como Pic de Les Moreres (González, 1986), Tabayá
(Hernández, 1990), el aquí analizado detenidamente de Caramoro I (Ramos, 1988; González y Ruiz, 1995), y a la revisión de los
materiales y los trabajos iniciados por E. Llobregat a mediados
y finales de los años setenta y ochenta en la Illeta dels Banyets
(Llobregat, 1976; Simón, 1997; Soler Díaz, 2006).
Al acopio de nueva y abundante información se sumó,
algunos años más tarde, el cambio en la perspectiva desde la
que abordar la cuestión de la divisoria entre El Argar y el denominado “Bronce Valenciano”, abandonando las posiciones eminentemente culturalistas por otros posicionamientos
5
[page-n-21]
Figura 2.2. Imagen de una de las tumbas documentada por J. Furgús
en San Antón de Orihuela (Furgús, 1937: lám. II, fig. 3).
Figura 2.1. El arqueólogo jesuita Julio Furgús.
teóricos (Jover, 1999a) que incidían en el valor del espacio
social como unidad de observación pertinente para el análisis de las prácticas sociales de nuestro pasado. El análisis
de la distribución territorial de las prácticas funerarias y de
ciertos elementos muy ligados a la reproducción socioideológica de El Argar situaba las comarcas del Bajo Segura y
Bajo Vinalopó claramente en el ámbito argárico (fig. 2.7),
estableciéndose una frontera o coexistencia en territorios
colindantes de comunidades con prácticas sociales muy
distantes –vigente al menos durante las primeras centurias
del II milenio cal BC– en la orla montañosa del Subbético
alicantino (Jover y López, 1997; 1999; 2004). Una frontera
o claro límite espacial de desarrollo de las prácticas sociales reconocidas como argáricas con un indudable carácter
político que, desde nuestro punto de vista, es lo que cabía
esperar en el caso de una sociedad como la argárica, a la
que desde hacía mucho había consenso en considerar como
altamente jerarquizada.
Figura 2.3. Reconstrucción ideal de un enterramiento de tipo
“túmulo” de San Antón de Orihuela (Furgús, 1902: lám. 3, fig. 3).
EL PATRÓN DE ASENTAMIENTO EN EL ÁREA
DE ESTUDIO
Una vez establecidos los límites para lo argárico, identificables
con claridad en unas coordenadas espacio-temporales definidas,
resultaba imprescindible actualizar la información arqueológica
disponible para la zona, de manera que pudiera hacerse comparable con la generada en su periferia inmediata, en especial
en el curso medio y alto del Vinalopó, área en la que durante
varias décadas se había invertido un esfuerzo continuado en la
prospección del territorio y en la excavación de diversos yacimientos que habían proporcionado buenas series estratigráficas,
baterías de dataciones radiocarbónicas y amplios repertorios
artefactuales (Hernández et al., 2013). Como resultado, hacia
comienzos del siglo XXI se asistía a la paradójica situación de
disponer de un registro del área del Prébetico valenciano consi6
Figura 2.4. Laderas del Castillo durante las excavaciones efectuadas por J. Colominas en 1925.
derablemente más actualizado y completo que el que ofrecía el
ámbito argárico de la depresión litoral alicantina, en gran medida deudora aún de los datos y materiales proporcionados por
los trabajos pioneros de Julio Furgús (1937) y Josep Colominas
(1936) en San Antón y Laderas del Castillo.
[page-n-22]
Figura 2.6. Excavaciones de J. M. Soler en Terlinques (Villena,
Alicante) con el “Grupo de Madrid”.
Figura 2.5. M. Tarradel Mateu durante sus excavaciones en el Mas
d’en Miró (Alcoi). Archivo del Museu Arqueològic d’Alcoi.
Así, en 2005 se emprendió un programa de prospecciones
sistemáticas en la zona del Bajo Segura y del Bajo Vinalopó
en el que se pretendía actualizar la localización cartográfica
de los yacimientos y evaluar su estado actual de conservación y la extensión superficial del depósito sedimentario preservado en cada uno de ellos (López Padilla, 2009). Dicho
estudio se ha completado en fechas recientes, ampliando la
base de información cartográfica y recalculando la extensión
estimada de los yacimientos mediante herramientas de medición más precisas (Martínez Monleón, 2014a; 2014b; López
et al., 2014).
Teniendo en cuenta la trayectoria expuesta, a partir de los
trabajos que venimos desarrollando en los últimos años, puede
comenzar a esbozarse una representación cada vez más precisa
de lo acontecido en estas tierras entre finales del III y la primera mitad del II milenio cal. BC. El patrón de asentamiento
que se configura en estas tierras puede establecerse en cuatro
niveles (fig. 2.8) (Martínez Monleón, 2014a; 2014b), algo que
también parece advertirse en el área nuclear de la sociedad
argárica (Arteaga, 2000; Ayala, 1991; Lull et al., 2010a). Así,
podemos diferenciar:
1) Los yacimientos con una extensión superficial en
torno a 2 ha –San Antón (fig. 2.9) y Laderas del Castillo–
debieron constituir los asentamientos nucleares alrededor
de los cuales pivotó el modelo de articulación política del
territorio del Bajo Segura y Bajo Vinalopó desde ca. 2200 cal
BC. Los trabajos efectuados en Laderas del Castillo muestran
una larga secuencia cuyos inicios debemos situarlo en torno
a esta fecha.
Figura 2.7. Mapa del límite septentrional del territorio argárico.
2) Los poblados entre 0,5 y 1 ha, situados sobre las principales vías de comunicación, tanto en relación con las sociedades del Prebético Meridional Valenciano, como de conexión con el grupo argárico de la Vega Media del Segura,
y fundados preferentemente en los momentos iniciales de la
dinámica histórica argárica, básicamente desde finales del III
milenio cal BC. Su vigencia en algunos casos, parece tam7
[page-n-23]
bién truncarse hacia ca. 1500 cal BC, aunque en otros, como
Tabayá, mantuvieron su ocupación hasta momentos indeterminados del Bronce final (Jover et al., 2016a). De otros,
como el Morterico (fig. 2.10), solamente tenemos noticias
del expolio de alguna tumba.
3) Los yacimientos del tercer nivel, con un área habitada
entre 0,2 y 0,3 ha, y dedicados preferentemente a actividades
agropecuarias, fueron fundados en torno a ca. 2000/1950 cal.
BC y parecen perdurar hasta ca. 1500 cal BC.
4) Por último, se localizan un amplio grupo de enclaves
con menos de 0,1 ha de extensión y, posiblemente, de menor
duración, cuyo momento de fundación y periodo de ocupación
puede oscilar ostensiblemente de unos a otros. Entre otros asentamientos, en este grupo se incluirían sitios como el Barranco de
los Arcos (fig. 2.11) o Caramoro I.
A partir de ca. 1550-1500 cal BC, como parecen indicar las
dataciones de Cabezo Pardo (Jover et al., 2014), yacimientos
surgidos durante época argárica son abandonados y sólo aque-
llos poblados de mayores dimensiones parecen perdurar, circunstancia común a todo el territorio argárico, donde el colapso
sociopolítico se experimentó con mayor severidad en las comunidades más pequeñas, produciéndose movimientos territoriales
de reorganización de la población (Lull et al., 2013).
Para poder validar o refutar esta propuesta sobre la ocupación y explotación del territorio del Bajo Segura y Bajo Vinalopó entre el III y II milenio cal BC ha sido necesario disponer de
información sobre yacimientos de cada uno de los cuatro niveles propuestos a partir del análisis territorial.
Para los yacimientos de mayor nivel, en torno a las 2 ha,
se dispone de la información procedente de las excavaciones
realizadas por J. Furgús a principios del siglo XX en San Antón
(Orihuela) y Laderas del Castillo (Callosa de Segura), así como
de las nuevas intervenciones que viene desarrollando el Museo
Arqueológico Provincial de Alicante bajo la dirección de J. A.
López Padilla y F. J. Jover Maestre en el enclave de Laderas del
Castillo (fig. 2.12).
Figura 2.8. Asentamientos argáricos del área próxima a Caramoro I, con indicación de la agrupación establecida en cuanto a extensión
superficial. 1.-Illeta dels Banyets; 2.-Tabayá; 3.-Conjunto de la Serra del Búho, de oeste a este Serra del Búho I, Puntal del Búho, Serra
del Búho III, Serra del Búho IV; 4.-Caramoro I; 5.-Barranco de los Arcos; 6.-Pic de les Moreres; 7.-Cabezo de Hurchillo; 8.-El Morterico;
9.-Cabezo del Molino; 10.-Cabezo Pardo; 11.-Cabezo del Pallarés; 12.-Laderas del Castillo; 13.-Grieta de los Palmitos; 14.-San Antón;
15.-La Mina; 16.-Cabezo Soler; 17.-Monte Calvario; 18.-Cabezo del Muladar; 19.-Cabezo de las Yeseras; 20.-Cabezo del Mojón; 21.-Cabezo del Rosario; 22.-Cabezo de la Mina; 23.-Cuestas del Pelegrín; 24.-Cabezo del Moro; 25.-Arroyo Grande.
8
[page-n-24]
Figura 2.9. Panorámica de San Antón (Orihuela) desde el noreste.
En relación a los poblados de segundo nivel, entre 0,5 y 1
ha, se cuenta con la información procedente de las actuaciones
efectuadas entre 2000 y 2003 para la puesta en valor del yacimiento de la Illeta dels Banyets (El Campello) (Soler Díaz,
2006), así como de las intervenciones desarrolladas a finales de
los años ochenta y principios de los noventa en el enclave del
Tabayá (Aspe) (fig. 2.13) (Hernández, 2009; Hernández y López Padilla, 2010; Hernández et al., 2019).
Por lo que respecta a los asentamientos del tercer nivel, entre 0,2 y 0,3 ha, recientemente se ha publicado la monografía sobre las excavaciones desarrolladas entre 2006 y 2012 en Cabezo
Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora) (López Padilla, 2014a),
así como, hace ya tiempo, la publicación de la intervención realizada por A. González Prats en Pic de les Moreres (Crevillente)
(González, 1986).
Por lo tanto, con este panorama, era obligado obtener información de uno de los yacimientos de menor nivel, inferiores a 0,1 ha, que por otra parte constituyen el conjunto más
numeroso de los poblados localizados en la Vega Baja del
Segura y Bajo Vinalopó, como hemos comentado previamente. Para este grupo de asentamientos solo disponemos de la
información de las excavaciones desarrolladas por R. Ramos
Fernández en 1981 y A. González Prats y E. Ruiz Segura en
1989-1993 en el yacimiento de Caramoro I. La publicación
parcial de los resultados de estas intervenciones, centradas
fundamentalmente en sus aspectos constructivos, han provocado que el yacimiento siga siendo un gran desconocido, tanto
a nivel científico como social, a pesar de que puede considerarse un yacimiento singular dentro del ámbito argárico y de la
Edad del Bronce peninsular, por sus construcciones defensivas
y estructurales.
En este sentido, uno de los aspectos más relevantes que ha
ofrecido el estudio del territorio argárico en sus confines nororientales es la situación estratégica que ocuparon determinados asentamientos, a nuestro juicio altamente significativa de
su desempeño en funciones relacionadas con el control de los
pasos principales de comunicación intersociales o de frontera
entre comunidades con prácticas sociales plenamente diferenciadas. El caso paradigmático es el que registramos en el cauce
del Vinalopó, donde se constata una medida equidistancia entre
el pequeño asentamiento de Caramoro I, emplazado justo donde
Figura 2.10. Vista de la ladera medridional del Morterico (Abanilla).
Figura 2.11. Barranco de los Arcos (Elche) desde el norte.
Figura 2.12. Excavaciones en Laderas del Castillo. Complejo habitacional CE-A.
el río deja de encajonarse entre los relieves de la serranía, al
Sur, y Puntal del Búho, a medio camino entre aquél y el yacimiento de Tabayá, al Norte, justo sobre el punto en el que el
Vinalopó comienza a atravesar la sierra en dirección al Camp
d’Elx (ver fig. 2.8). Parece evidente que durante mucho tiempo
el pasillo que conforma el río Vinalopó en este tramo desempeñó un papel esencial como área de entrada y salida del territorio
argárico de personas, bienes y materias primas de todo tipo.
9
[page-n-25]
LAS EXCAVACIONES EMPRENDIDAS EN EL
EXTREMO SEPTENTRIONAL ARGÁRICO
Figura 2.13. Tabayá visto desde el norte.
La comparación entre la extensión de los asentamientos registrados en el Bajo Segura y Bajo Vinalopó con las que ofrecen
los yacimientos localizados en el Medio y Alto Vinalopó y la
Vall d’Albaida, permite inferir de inmediato el superior tamaño
de los asentamientos argáricos en relación a los yacimientos de
análoga posición jerárquica en el territorio periférico no argárico. Tan sólo a partir de ca. 1500 cal BC parece que Cabezo
Redondo, en el Alto Vinalopó, alcanzó los niveles de concentración demográfica de los principales centros argáricos precedentes (López Padilla, 2009a).
Una estimación a partir de un cálculo conservador de aproximadamente 1 persona por cada 25 m², nos daría como resultado que un núcleo como San Antón podría acoger alrededor de
un millar de habitantes, mientras que los núcleos de rango medio, como Cabezo Pardo, no estarían habitados por más de un
centenar. Sin embargo, estos niveles estarían muy por encima de
los que acogerían los enclaves más pequeños, como el Barranco
de los Arcos o Caramoro I, en donde apenas habría una veintena o treintena de habitantes respectivamente. Ello vendría en
nuestra opinión a subrayar el papel de centro político ejercido
de manera continuada por San Antón y Laderas del Castillo, y
que en la zona periférica del Prebético Meridional valenciano
sólo sería asumido, mucho tiempo más tarde, por asentamientos
como Cabezo Redondo.
Una vez conocido el territorio, era imprescindible mejorar nuestro
conocimiento de las estratigrafías y de la cronología del grupo argárico en los territorios septentrionales de El Argar. Ya se habían
realizado excavaciones en distintos yacimientos como Pic de les
Moreres (figs. 2.14 y 2.15) (González Prats, 1986a; 1986b), Tabayá (Hernández, 1990) o la Illeta dels Banyets (Simón, 1997; Soler
Díaz, 2006), pero todavía se adolecía de secuencias bien contextualizadas y datadas que permitieran fijar la ocupación territorial a lo
largo del desarrollo del proceso histórico de El Argar.
El primero, aunque muy erosionado, fue excavado en 1982
por A. González Prats (1983; 1986a; 1986b), siendo considerado
como el Sector XIII del conjunto arqueológico de la sierra de
Crevillente (González, 1986a: 145). Aunque su excavador diferenció dos zonas, la excavación principal se centró en el subsector B, ya que la otra se encontraba muy afectada por los procesos
postdeposicionales. La secuencia en el subsector B se iniciaba
con la presencia de dos pavimentos de arcilla que no se encontraban asociados a ninguna estructura constructiva y donde se documentaron varios molinos in situ. La siguiente fase proporcionó
los restos de una estancia de planta cuadrangular o rectangular,
con unas dimensiones aproximadas de 5 x 2,20 m (González,
1986a: 159), con un hogar o vasar en su ángulo norte y varios
molinos depositados sobre el pavimento, además de restos cerámicos, un diente de hoz y un punzón óseo. La fase más reciente
se caracterizaba por la presencia de dos estancias de planta rectangular separadas por una calle con una anchura de 1 m. La
construcción mejor conservada presentaba unas medidas máximas de 8 x 5,80 m, y en ella se documentó un vasar con los restos
de varios recipientes cerámicos. Vinculados a esta fase también
se excavaron dos espacios definidos por dos muros dispuestos de
forma perpendicular. En las unidades habitacionales de esta fase
se documentó un amplio repertorio de materiales compuesto por
un importante número de vasijas cerámicos, molinos, dientes de
hoz, hachas y otros objetos (ver fig. 2.15).
Con respecto a Tabayá (fig. 2.16), entre 1987 y 1991 fueron
efectuadas diversas campañas de excavación en diversas zonas
del asentamiento, practicando 16 cortes y mostrando una larga
secuencia de ocupación entre momentos del Bronce antiguo y
Figura 2.14. Planta de las estructuras
de la fase VI de Pic de Les Moreres
(González Prats, 1986a: fig. 12).
10
[page-n-26]
Figura 2.15. Dibujo de los
principales materiales arqueológicos
documentados en Pic de les Moreres
(González Prats, 1986a: fig. 15).
Figura 2.16. Planta de las excavaciones en la terraza inferior de Tabayá, con indicación de las sepulturas localizadas: en rectángulo, tumbas
en cista de mampostería; en óvalo, tumbas en fosa; en círculo, enterramientos en urna de cerámica. Cortesía de M. S. Hernández Pérez.
11
[page-n-27]
Figura 2.17. Imágenes de la excavación (A), del ajuar (B) de la tumba 1 y de la tumba 3 (C) del Tabayá. Cortesía de M. S. Hernández Pérez.
Bronce final (Mas, 1999). La zona de abancalamientos del área
inferior, donde se trazaron los cortes desde el nº 7 al 16, presentaba una historia deposicional y ocupacional bastante compleja,
de la que por el momento no se ha publicado más que algunos
apuntes sobre las características de las cerámicas y los datos
de las tumbas halladas (Mas, 1999; Belmonte, 2004; Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019), aunque se pudieron
documentar partes de diversas unidades habitacionales, algunas
superpuestas, en cuyo interior se pudieron reconocer al menos 4
niveles de ocupación.
El momento más antiguo de la ocupación fue registrado en
un espacio muy reducido de los cortes 8 y 11. Se trataba de un
nivel correspondiente al interior de una unidad habitacional
levantado sobre la roca base, en la que fue documentada parte
de un banco o vasar asociado a un pequeño silo o vertedero
relleno de restos de fauna, carbones y cerámica. Junto a éstos, se registraron fragmentos cerámicos con decoración incisa y puntillada (Hernández Pérez, 1997: 102, fig. 1), además
de pesas de telar oblongas con cuatro perforaciones (López
Mira, 2009). La datación de este nivel permite ubicar cronológicamente su abandono hacia los momentos finales del III
milenio cal BC (Hernández et al., 2019). El segundo momento se corresponde con la deposición continuada constituido a
base de suelos de ocupación integrados por tierras arcillosas
12
verdosas y numerosos restos materiales, que una vez colmatados de basura eran cubiertos por una capa de cenizas y cal
sobre las que se vuelve a habitar. Estos niveles de los que en
el corte 8 se documentaron al menos 3, estaban asociados a un
muro longitudinal con dirección este-oeste, que constituía el
muro medianero de dos unidades habitacionales que parecían
estar dispuestas de forma paralela. En el corte 7, y sobre uno
de los suelos de uso correspondiente al interior de una unidad
habitacional sin que podamos definir sus dimensiones, se evidenció la presencia de al menos 4 molinos barquiformes de
gran tamaño y algunas molederas, así como varios nódulos
y núcleos de sílex y una azuela, lo que nos permite reconocer la existencia de un área de transformación de grano y el
almacenamiento de bloques silíceos de materia prima. Estos
estratos estaban modificados en algunos puntos para la realización de fosas empleadas como continentes funerarios (fig.
2.17). Se documentaron un total de 11 inhumaciones que utilizaban cistas de mampostería o fosas con las paredes parcial o
completamente revestidas de mampuesto (Hernández y López
Padilla, 2010). En todos los casos se trataba de varones en
edad adulta o juvenil (De Miguel, 2003), con la excepción de
un enterramiento en urna de un niño/a de 5 años. La mayoría
de ellos no presentaban ajuar, a excepción de algunos restos
óseos de fauna correspondientes a extremidades anteriores de
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ovicaprinos. La única tumba que presentaba un ajuar destacado fue una cista de mampostería que en la que se depositó a
un individuo masculino adulto, acompañado de una extremidad de ovicaprino, una forma 5 de Siret y una alarbarda tipo
“Argar” (Hernández, 1990). Las dataciones obtenidas de estas
tumbas, ha permitido concretar que fueron realizadas entre el
2000 y el 1900 cal BC (Hernández et al., 2019). Esta sucesión
de suelos estaban cubiertos por un estrato interpretado como
derrumbe, sobre el que se superponían otros dos estratos, uno
de tono marrón claro y otro, el superficial, de tono pardogrisáceo, en los que dado el grado de arrasamiento no se documentaron construcciones.
No obstante, y aunque la información obtenida en los yacimientos señalados no es nada desdeñable, podría decirse que la
sensible mejora en la cantidad y calidad del registro comenzó
a raíz de las obras de musealización y puesta en valor del yacimiento de la Illeta dels Banyets en 2001. Estos trabajos, de los
que se dio cumplida cuenta en una extensa monografía (Soler
Díaz, 2006), consistieron esencialmente en una exhaustiva revisión de las notas y documentos de campo recopilados por E.
Llobregat a lo largo de sus excavaciones en el yacimiento –realizadas entre 1975 y 1986– a la luz de los datos proporcionados
por la excavación de los testigos estratigráficos que aún permanecían intactos. Al margen de otras importantes novedades
relacionadas con la ocupación argárica –en especial la secuencia
constructiva y de uso de dos cisternas para el almacenamiento
de agua (fig. 2.18)–, cabe destacar los restos muy alterados de
unidades habitaciones, un posible taller ebúrneo (Belmonte y
López, 2006), un conjunto de 20 estructuras funerarias correspondientes a inhumaciones individuales o dobles realizadas en
fosas o cistas (López et al., 2006), sin olvidar la primera batería
de dataciones radiocarbónicas de un yacimiento argárico en este
ámbito de los confines septentrionales de El Argar, que fijan la
ocupación de este yacimiento a partir de finales del III milenio
cal BC (Soler Díaz, 2009).
Con lo expuesto, se hacía visible la necesidad de contar con
nuevas excavaciones arqueológicas en distintos yacimientos de
la zona, con el objeto de mejorar nuestras bases secuenciales,
cronológicas y sobre todo, de determinación de las características de cada tipo de asentamiento.
Así, en 2006, se iniciaron los trabajos en el yacimiento de
Cabezo Pardo, situado en las proximidades de las actuales poblaciones de San Isidro-Granja de Rocamora. Las excavaciones,
financiadas por la Diputación Provincial de Alicante en el marco de los proyectos impulsados por el Museo Arqueológico de
Alicante-MARQ, se prolongaron hasta 2012, y sus resultados
han sido publicados detalladamente (López Padilla, 2014a).
La excavación de una mínima parte del asentamiento (fig.
2.19) ha ofrecido datos muy interesantes acerca de la estratigrafía y organización urbanística de un asentamiento de no más
de 0,3 ha –que podríamos considerar prototípico de los asentamientos de pequeño tamaño de la Vega Baja del Segura– al
tiempo que ha proporcionado la primera secuencia radiocarbónica para un yacimiento argárico de la zona. De acuerdo con la
información obtenida, la fundación de Cabezo Pardo arrancaría en torno a 1950 cal BC, con un poblado de cabañas más o
menos alargadas, de tamaño mediano y paredes con esquinas
redondeadas, con un zócalo de piedras y un alzado y cubierta
construidos básicamente con barro amasado, troncos, carrizos
Figura 2.18. Cisterna argárica de la Illeta dels Banyets. Foto:
Archivo Gráfico del MARQ.
Figura 2.19. Ladera norte del Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de
Rocamora, Alicante).
y ramajes. Sobre los pavimentos se descubrieron huellas del
empleo de postes para la sujeción de la techumbre. Todos estos
edificios fueron destruidos a causa de un incendio que debió
producirse hacia el 1800 cal BC. Muy poco tiempo después, el
poblado sufrió una importante transformación urbanística, al
menos en la zona de la cima, donde se concentraron los trabajos de excavación. Allí se constató la existencia de un edificio
central –al que se adivinan unas dimensiones notables a pesar
de su pésimo estado de conservación– que fue reconstruido o
remodelado al menos tres veces hasta el abandono definitivo
del sitio. A su alrededor discurría una calle de poco más de
0,50 m de anchura, a lo largo de la cual se distribuía una serie
de departamentos, cuyos pavimentos se encontraban a una cota
inferior a la de aquélla, y a la mayoría de los cuales se accedía
13
[page-n-29]
Figura 2.20. Comparación de las plantas urbanísticas de la Tira del Lienzo (plano elaborado a partir de Lull et al., 2015a) a la izquierda y
Cabezo Pardo, a la derecha.
mediante un vano dotado de rudimentarios escalones. Prácticamente todos estos edificios estaban dotados de bancadas y de
un considerable número de calzos y estructuras de mampostería
relacionadas con la sustentación de la cubierta. El más relevante de ellos es el edificio “L”, que no disponía de acceso directo
desde la calle pero que contaba con un banco corrido adosado
a la cara interna de las paredes, éstas además revocadas con
una capa de cal de color blanco. Es la única construcción de
estas características localizada en el yacimiento. Casi todos los
edificios fueron destruidos sin que se encontrasen en su interior evidencias de incendios, y sobre sus ruinas se levantó otro
conjunto de estructuras que repetían el mismo esquema urbanístico precedente, y que perduró al menos hasta el abandono
definitivo del enclave, en torno a 1550/1500 cal BC. Resultan
muy notables la semejanzas que en este aspecto guarda Cabezo
Pardo (fig. 2.20) con la organización urbanística observada en
el yacimiento murciano de la Tira del Lienzo, en Totana (Lull
et al., 2012; Lull et al., 2015a).
Por otro lado, en fechas más recientes se han iniciado trabajos de excavación sistemática en el importante enclave argárico
de Laderas del Castillo, en Callosa de Segura, que continúan
en marcha en la actualidad. Tras una documentación superficial del yacimiento realizada en 2012, desde junio de 2013 se
viene llevando a cabo excavaciones sistemáticas. El objetivo
14
fundamental de estos trabajos es documentar la fundación y desarrollo de uno de los yacimientos considerados “nucleares” en
el ámbito argárico del Bajo Segura, de forma que sea posible
realizar comparaciones en coordenadas espacio-temporales con
lo documentado en Cabezo Pardo y con otras secuencias del
ámbito argárico, como hemos pretendido conseguir con los trabajos emprendidos en Caramoro I.
Ya las primeras observaciones permitían reconocer la considerable extensión superficial de este asentamiento, que debió superar
las 2 ha pero que, desgraciadamente, ha desaparecido en buena medida bajo el casco urbano de la actual población de Callosa de Segura. Las excavaciones se han centrado en la vertiente oriental del
promontorio serrano sobre el que se ubica el yacimiento, recayente
al barrio de El Salitre de esta localidad. A pesar del considerable
deterioro que muestra el paquete estratigráfico en esta zona –afectado gravemente por una intensa erosión de ladera que, a lo largo de
casi 2.500 años, ha conseguido labrar profundos surcos y amplias
barrancas en el sedimento– las excavaciones ha sacado a la luz varias estructuras arquitectónicas relacionadas con la construcción
y acondicionamiento de las viviendas, así como los restos de dos
torreones –uno más antiguo, de planta pseudo-rectangular, sobre el
que se construyó más tarde otro, con una planta de tendencia oval–
y tramos de pavimentos sobre los que se depositaron un amplio
conjunto de artefactos de todo tipo.
[page-n-30]
Sin duda, lo más relevante hasta la fecha es la constatación de
la creación de grandes plataformas de aterrazamiento desde los
momentos iniciales de la fundación del asentamiento, sobre los
que edificar las diferentes viviendas que a lo largo del dilatado
tiempo de ocupación se fueron reestructurando y reedificando.
De este modo, Laderas del Castillo fue un asentamiento de larga
ocupación temporal dentro del desarrollo de la cultura argárica.
Al menos, eso es lo que parecen indicar las dataciones radiocarbónicas que se han obtenido, y también los materiales registrados en los diferentes niveles estratigráficos documentados.
A estas evidencias arquitectónicas se suman las siete sepulturas excavadas hasta el momento, documentadas también en
distintos grados de conservación, pero que han permitido corroborar su considerable abundancia en el asentamiento. No obstante, ninguna sepultura se vincula hasta ahora con los niveles
fundacionales, sino que todas parecen situarse cronológicamente a partir de 1950 cal BC en adelante. Los estudios preliminares
parecen apuntar, así mismo, a un amplio predominio de los individuos jóvenes, algunos de ellos prácticamente recién nacidos,
depositados en el interior de fosas o de vasijas de cerámica.
Con este nivel de información, que permite definir con
ciertas garantías las características de las distintas agrupaciones de asentamientos propuesta, en función de su tamaño
y de su posición sobre el territorio, abordamos el reestudio
del asentamiento de Caramoro I. En 2015 y 2016 llevamos
a cabo diversos trabajos de limpieza, documentación y excavación puntual de algunos testigos desmoronados que habían
sido conservados por sus anteriores excavadores (González y
Ruiz, 1995). En las siguientes páginas presentamos, de forma
detallada, la labor efectuada y la información obtenida de uno
de los asentamientos de menor tamaño de todo el ámbito argárico, situado en el extremo septentrional de su espacio social.
Si los resultados obtenidos a lo largo de varias décadas de
investigación muestran la enorme complejidad de la dinámica
del poblamiento argárico en la zona de los confines nororientales de El Argar, no es menos cierto que Caramoro I viene a
reafirmar la existencia de un poblamiento políticamente estructurado de forma jerarquizada y socialmente integrado, en el que
será necesario profundizar arqueológicamente para concretar el
(su) proceso histórico.
15
[page-n-31]
[page-n-32]
3
El yacimiento argárico de Caramoro I
Sergio Martínez Monleón y Francisco Javier Jover Maestre
UBICACIÓN Y CARACTERÍSTICAS
El yacimiento de Caramoro I (Elche, Alicante) se encuentra al norte
del término municipal de Elche, en la margen izquierda del río Vinalopó, y muy próximo al trazado de la autovía A-7. Las coordenadas centrales del área ocupada por el yacimiento son X: 700.662 m;
Y: 4.240.791 m (Datum ETRS89; Huso 30), con una altura sobre
el nivel del mar de 138 m. La zona objeto de estudio se localiza al
sur de la provincia de Alicante, en la denominada comarca del Bajo
Vinalopó o Camp d’Elx. Este territorio se enmarca en el amplio
dominio geológico de las cordilleras béticas.
Este enclave se ubica en la zona de transición entre los glacis y piedemontes que conectan la alineación montañosa septentrional, dispuesta en sentido suroeste a noreste y formada
por las sierras de Abanilla, Crevillente, de la Madera, Negra,
Tabayá, Gorda, de Sancho y Borbuño y de Colmenares, y la
llanura aluvial, gran fosa tectónica que constituye una continuación de la depresión prelitoral murciana (fig. 3.1). Esta
depresión en su extremo oriental se encuentra presidido por
el abanico deltaico del río Vinalopó, que tapiza los fondos de
las áreas subsidentes –El Fondo de Crevillent, vestigios de la
albufera de Elche, las salinas de Santa Pola, el Carabassí, el
Clot de Galvany y las salinas de Agua Amarga–. Durante la
Prehistoria constituirían, en buena medida, un amplio espacio
lacustre que iría desde el cabo de Santa Pola, siguiendo la isohipsa de los 10 m.s.n.m., hasta el mismo cauce del río Segura,
delimitado por la elevación de la sierra del Molar (Jover et al.,
1997: 126-127).
Caramoro se localiza sobre un pequeño espolón rocoso en
el inicio de la sierra de Borbano, extremo septentrional del
paraje conocido como Aigua Dolça i Salà (fig. 3.2). Se eleva
unos 48 m sobre el entorno del fondo del valle, disponiéndose
en voladizo sobre el cauce del río Vinalopó, del que dista 170
m. Encajado entre dos barrancos, configura un auténtico balcón sobre el glacis descendiente y el cauce del río Vinalopó
(fig. 3.3), desde donde se puede divisar un amplio trecho del
campo de Elche y ejercer un control directo sobre su principal
vía de comunicación.
La denominación del yacimiento se debe al perfil o silueta que ofrece, aunque a partir de las intervenciones desarrolladas por A. González Prats y E. Ruiz Segura pasó a identificarse como Caramoro I para diferenciarlo del poblado anexo del
Bronce final, Caramoro II, en donde se realizó una excavación
de urgencia en 1988, ya que el trazado de la autovía AlicanteMurcia discurría precisamente por el yacimiento (González
Prats y Ruiz, 1992),1 y que vino a suponer su destrucción.
Como la mayoría de los asentamientos argáricos de la Vega
Baja del Segura ocupa un cerro o escarpe rocoso situado en las
estribaciones de las sierras, separados de los llanos o vegas pero
con un amplio control visual sobre éstos, en lugares con buenas
defensas naturales (Martínez Monleón, 2014b: 58). Este respectivo
distanciamiento con respecto a las llanuras aluviales condiciona, en
gran medida, el acceso a las mejores tierras para el aprovechamiento agrícola, ya que el abandono de las tierras de piedemonte y del
cono aluvial del Vinalopó, ocupadas en momentos previos (Ramos
Fernández, 1984; Ramos Folques, 1989; Jover et al., 2014), a favor
de aquéllas ubicadas en el tramo montañoso por el que discurre el
río comporta el traslado de las zonas de cultivo a terrenos más limitados y de peor productividad (Jover et al., 1997: 132).
Durante las prospecciones efectuadas se tomaron unas medidas para el área con sedimento conservado en el yacimiento
que ofrecía una extensión máxima de 796,5 m2 (fig. 3.4). Por lo
1
Caramoro II ha vuelto a ser objeto de una intervención arqueológica de urgencia (García Borja et al., 2010), que en parte ha venido a
modificar algunas de las apreciaciones realizadas por sus primeros
excavadores.
17
[page-n-33]
tanto, se incluye dentro de un grupo de yacimientos de reducidas
dimensiones –inferiores a 0,1 ha–, que constituye el conjunto de
poblados más numeroso dentro de la organización territorial argárica del Bajo Segura y Bajo Vinalopó. Éstos se distribuyen preferentemente en las proximidades de otros enclaves de dimensiones
superiores, aunque no en torno a los de mayores dimensiones,
compartiendo y complementando sus áreas de captación, como
es el caso del yacimiento de Caramoro I en relación al importante
enclave del Tabayá o al más cercano de La Moleta,2 produciéndose concentraciones de asentamientos de reducidas dimensiones
en espacios muy concretos, como es el caso del curso bajo del río
Vinalopó (Martínez Monleón, 2014a).
2
Situado a 250 m al noreste, estratégicamente situado frente al estrecho de la Manga, único camino para franquear por dicha zona el
paso de las sierras del Búho y de Animeta. Para este yacimiento se
han estimado unas dimensiones de 0,3 ha para el conjunto del yacimiento (Jover et al., 1997), aunque su posterior ocupación durante
época tardorromana y altomedieval impiden precisar las características para la Prehistoria reciente.
El yacimiento se enmarca dentro de la articulación regional
del área más nororiental de la sociedad argárica, donde dentro
del desarrollo de las prospecciones efectuadas se han reconocido
un conjunto de 28 yacimientos adscribibles a la Edad del Bronce
Figura 3.1. Mapa general de ubicación de Caramoro I en el litoral
alicantino.
Figura 3.2. Mapa topográfico 1:25.000, indicando la ubicación de Caramoro I.
18
[page-n-34]
Figura 3.3. Localización del yacimiento de Caramoro I sobre una ortofoto de su entorno actual. Escala 1:5.000.
(Martínez Monleón, 2014b: 54), con importantes diferencias de
tamaño entre todos ellos, a los que habría que añadir, probablemente, algunos yacimientos situados en el curso bajo del Vinalopó (Ramos Folques, 1953; Jover et al., 1997: 133, fig. 5), que
resultó imposible localizar en el marco de esas prospecciones.
Este espacio se encuentra delimitado por un conjunto de sierras
que, en sentido suroeste-noreste, irían desde la sierra de Abanilla hasta alcanzar la sierra del Tabayá, en Elche. A partir de este
punto, esta línea divisoria parece difuminarse, aunque de algún
modo se prolongaría por la sierra Gorda y la sierra de Sancho, en
Torrellano, y enlazará con el yacimiento de la Illeta dels Banyets
(Simón, 1997), el enclave más septentrional de la sociedad argárica, pudiendo inferirse la existencia de un límite fronterizo político
y cultural con respecto a las sociedades vecinas del Prebético Meridional Valenciano (Jover y López, 1997; 2004: 54-56).
Al sur de esta divisoria se articula un denso poblamiento,
básicamente, en torno a los cursos bajos de los ríos Segura
y Vinalopó, y la antigua albufera de Elche. La concentración de poblados ubicados en el curso del Vinalopó,3 zona
3
Los yacimientos de la Serra del Búho se encuentran a menos de
0,5 km de Caramoro I, Barranco de los Arcos a menos de 2 km y el
poblado de Tabayá a unos 4,5 km.
tradicionalmente empleada para el trazado de los caminos
que comunican este tramo del Bajo Vinalopó con el Medio
Vinalopó y el Altiplano de Yecla-Jumilla (Jover et al., 1997:
133) confieren una singular importancia a esta vía de comunicación, donde los poblados de la Serra del Búho, Caramoro
I y Barranco de los Arcos se convierten en asentamientos
dependientes del Tabayá (Martínez Monleón, 2014b: 59-60),
considerado poblado nuclear en el Bajo Vinalopó (González
y Ruiz, 1995), siendo éste último yacimiento el único que
presenta una visibilidad claramente orientada al control de
las comunidades asentadas en la periferia del territorio argárico en el Medio Vinalopó.
Por otro lado, es conocido gracias a las prospecciones realizadas a inicios de la década de 1980 por R. Ramos Fernández
(1988: 93), antiguo director del MAHE, quien ya informaba de
la existencia de un yacimiento de similares características, Barranco de los Arcos (Martínez Monleón, 2014a: 56-58), en otra
de las vías de penetración desde las sierras septentrionales al
campo de Elche. Posteriormente, este investigador realizó una
campaña de excavaciones en 1981, cuyos resultados serían
publicados algunos años más tarde (Ramos Fernández, 1988).
Sin embargo, con motivo de la construcción de la autovía A-7
que une Alicante con Murcia (fig. 3.5), cuyo trazado afectaba
a parte del yacimiento vecino de Caramoro II (González Prats
y Ruiz, 1992), se llevaron a cabo nuevas actuaciones en 1989 y
1993, bajo la dirección de A. González Prats y E. Ruiz Segura,
19
[page-n-35]
Figura 3.4. Planimetría general de
Caramoro I.
Figura 3.5. Foto del entorno del yacimiento desde Caramoro I,
previa a la construcción de la autovía A-7 (Fotografía: R. Ramos
Fernández).
que vinieron a completar y en parte a modificar algunos de los
datos proporcionados por la primera intervención (González
Prats y Ruiz, 1995).
No obstante, desde que fue excavado y/o realizada su planimetría por última vez en junio de 1993, el yacimiento se ha
ido alterando y destruyendo por la acción, tanto de procesos
erosivos y climatológicos, como de las diferentes visitas antrópicas, que lo han sometido a un continuado deterioro y expolio.
A principios de 2014, el estado de abandono y de destrucción de
las estructuras murarias que fueron exhumadas en los procesos
de excavación era elevado (fig. 3.6), lo que obligó a considerar
la necesidad de emprender una actuación que permitiese documentar la información preservada en alguno de los testigos
conservados, así como llevar a cabo una lectura estratigráfica
de sus evidencias. Como hemos comentado previamente, este
yacimiento es un gran desconocido a nivel científico y social,
y con este trabajo pretendemos ayudar y contribuir, en nuestra
medida, a revitalizar una pequeña parte de la Historia y del Patrimonio desconocido.
CARACTERÍSTICAS GEOMORFÓLÓGICAS
Y GEOLÓGICAS DEL ENTORNO
Figura 3.6. Estado de conservación del espacio A de Caramoro I
en 2014.
20
La comarca del Baix Vinalopó, donde se localiza el yacimiento de Caramoro I, se enmarca en una serie de conjuntos morfoestructurales de la cordillera Bética, base del relieve y del
paisaje actual. Especialmente relevante es la presencia de los
dominios externos béticos que, hacia el norte, se dividen entre
Prebético y Subbético, mientras que hacia el sur asoman unos
[page-n-36]
Figura 3.7. Principales conjuntos estructurales de la zona. Caramoro I se ubica en la zona superior central l, indicado con una estrella.
localizados, pero destacados vestigios, de dominio interno en
las sierras de Callosa y Orihuela, aisladas en una gran fosa
tectónica (fig. 3.7, detalle superior).
El Subbético está representado por los elementos del relieve
de edad jurásica que constituye la sierra de Crevillente, ubicada a escasa distancia de la sierra de Borbano. Este conjunto es
el extremo más oriental del dominio, superando la decena de
kilómetros de longitud. Al este se inicia el dominio Prebético
en su sector más meridional que, por sus peculiaridades estratigráficas, ha merecido, incluso, la denominación de Prebético de
Alicante. Está integrado, predominantemente, por terrenos de
edad cretácica cuyos elementos más destacados se sitúan algo
más al norte, en el límite septentrional de la comarca del Camp
d’Alacant. Este conjunto que, en otras ocasiones ha recibido la
denominación de franja cretácica meridional (Marco Molina,
1990), se caracteriza, además, por la frecuencia de fajas diapíricas. Rasgo que, por otro lado, comparte con el límite meridional
del Subbético, aunque más bien cabe pensar que las fajas diapíricas del Keüper que jalonan la sierra de Crevillente se continúan hacia el este, tanto en longitudes y materiales propias del
Prebético, como en los materiales neógenos que limitan ambos
dominios por el sur (Marco et al., 2014).
La mayor parte del Baix Vinalopó es, desde un punto de
vista morfoestructural, continuación de la depresión prelitoral
murciana, integrada en un conjunto de depresiones que, casi en
su totalidad, merecen la conceptuación de “fosas tectónicas”. La
más oriental de todas ellas, la de Elche, viene a ser el extremo
oriental de la fosa Intrabética. Esta gran área deprimida queda
enmarcada, en el sector que nos ocupa, por dos conjuntos levantados constituidos, principalmente, por materiales neógenos
y pliocuaternarios. Rebordes sobreelevados que contactan, de
forma compleja, sobre el cuaternario más reciente que predomina en el amplio espacio hundido de la fosa propiamente dicha.
La configuración de este espacio por los procesos neotectónicos vigentes, configura una compartimentación del relieve bastante peculiar, al combinarse bloques hundidos con
bloques levantados. Mientras los mayores espesores de limos
y arcillas lacustres se acumulan en los espacios más deprimidos, los coluviones y aluviones aportados por barrancos y
ramblizos caracterizan los bordes septentrionales y meridionales de la fosa.
El sector de contacto con la fosa, en general, se realiza mediante el predominio de una estructura de tipo monoclinal. El
buzamiento suave de las litofacies hacia el sur –predominantemente alternancia de margas con areniscas, calizas y conglomerados– se relaciona con los movimientos de subsidencia que
han supuesto un basculamiento de los sedimentos (Marco et al.,
2014). En todo este proceso ha jugado un papel primordial la
red hidrográfica cuya disposición refleja procesos de escorrentía
organizada y dirigida hacia la fosa. En dichos cursos se puede
21
[page-n-37]
Figura 3.8. Esquema geomorfológico del Bajo Vinalopó y Bajo Segura, con indicación de la ubicación de Caramoro I con una estrella.
diferenciar, igualmente, dos generaciones: los más recientes, que
sólo muerden el reverso de las cuestas –al igual que los anaclinales que se insinúan en los taludes margosos de los frentes– y
los más antiguos, responsables de elaborar los boquetes cataclinales que fragmentan las cuestas (Marco Molina, 1990; Díez et
al., 2003). No obstante, en la configuración de estos elementos
característicos del borde neógeno septentrional, hay que añadir
la acción intrusiva de los materiales del Keüper, cuyo comportamiento diapírico aporta cierta diversidad a las formas relieve. Al
intruir y perforar sobre los materiales subbéticos y neógenos, se
ha alterado la disposición original de las estructuras, incrementando tanto las altitudes como el basculamiento de las cuestas,
algunas convertidas así en crestas, y variando el rumbo de alguna
de estas estructuras mediante desgarres (Marco Molina, 2006).
Así, las cuencas vertientes que desaguan en la fosa presentan como rasgo común, el tener sus cabeceras hendidas en los
materiales cretácicos del Prebético, su organización y jerarquización se lleva a cabo en los materiales neógenos del borde de
la fosa y tienen su exutoria a la misma a través de un único boquete cataclinal correspondiente al cauce principal de cada una
de ellas (Marco et al., 2014) (fig. 3.8). Es a partir de éste desde
donde se inicial los abanicos aluviales.
En este contexto, Caramoro I está directamente edificado
sobre un nivel de conglomerados compuesto de cantos redondeados, que tiene por término medio un tamaño superior a los
22
10-30 cm, compuestos por calizas, areniscas, pequeños nódulos
sílex y, de forma accidental, rocas volcánicas básicas unidas con
carbonato cálcico asociados con óxidos de hierro. El agua, debido a su alta porosidad y permeabilidad, se filtra con suma rapidez. Debajo de tales conglomerados aparece un nivel de margas
arcillosas triásicas de coloración ocre-blanquecina. Geomorfológicamente estos dos niveles dan un relieve típico de murallones con bruscas pendientes, debido a que la erosión se realiza en
las margas infrayacentes, lo que produce una caída por gravedad
de parte del nivel superior de conglomerados (fig. 3.9).
Este conjunto corresponde a materiales pliocenos a los que
se les superponen en algunos puntos orientales conglomerados
y arcillas antiguas cuaternarias. Del Neogeno hasta la actualidad
se ha producido en toda la zona una sedimentación casi continua, con pequeñas interrupciones, depositándose rocas en su
mayoría de origen marino. Estos sedimentos y costras se han
formado a partir de materiales anteriores que en la actualidad
están recubiertos en gran parte (Pignatelli, 1973: 13). Desde la
sierra de Tabayá hasta los pies de la sierra de Borbano, cuya
distancia no va más allá de 5 km, encontramos una serie de tramos, bien escalonados, del Triásico, Plioceno, Mioceno y Cuaternario. En este conjunto destacan arcillas y yesos del Triásico;
discordante sobre el anterior y el Cretácico, margas arenosas y
areniscas masivas del Burdigaliense superior; a los que le siguen otras del Tortoniense y Andaluciense. Esta secuencia se
[page-n-38]
completa con los materiales pliocenos, integrados por una banda de conglomerados que coronan la base de margas pardas. Los
conglomerados, sobre todo de calizas mesozoicas con cementos
arenosos, sobrepasan los 30 cm. En el techo se suele encontrar
caliza biclástica arenosa con frecuentes niveles de fauna marina,
básicamente ostras (Pignatelli, 1973).
APUNTES LITOLÓGICOS DEL ENTORNO
Como hemos expuesto, la geografía del espacio físico donde
se ubica Caramoro I, viene definida por el contraste entre
zonas montañosas de desarrollo destacado, especialmente,
las sierras de Crevillente-Tabayá que sirven de límite septentrional a la fosa Intrabética, y los depósitos aluviales y
abanicos o mantos de arrollada constituidos por el aporte de
grandes cantidades de materiales desplazados de las zonas
montañosas como consecuencia de los fuertes procesos erosivos, enormemente acelerados en los últimos milenios. El
resultado es un paisaje ciertamente agreste, surcado por una
enorme cantidad de ramblas o barrancos de gran desarrollo,
que partiendo desde las zonas altas de las sierras septentrionales, vienen a desaguar todas ellas, después de recorrer caminos paralelos, a los ríos y a la laguna del Fondó u Hondo
de Elche-Crevillente. En este conjunto, el curso del río Vinalopó es el de mayor tamaño, llevando agua de forma constante todo el año.
Los recursos bióticos y abióticos seleccionados por el grupo humano que se asentó en Caramoro I proceden en gran parte del entorno del enclave. Mientras algunos recursos como
cantos y bloques calizos, areniscas y margas amarillentasblanquecinas y verdosas –las que constituyen la base geológica del yacimiento y de su entorno inmediato– fueron utilizados
en labores constructivas, o en la elaboración de pesas de telar,
empleando en este caso, arcillas más depuradas. Del mismo
modo cabe descartar el uso de las arcillas rojizas situadas a
escasa distancia, con la excepción de su selección para la producción cerámica. Sin embargo, otra amplia gama de rocas
proceden de mayores distancias, en algunos casos obtenidos
gracias a procesos de distribución y/o intercambio con otras
comunidades de territorios próximos.
Ello significa que aunque los recursos líticos seleccionados
por los pobladores de Caramoro se encuentran muy localizados
en las bandas y elevaciones montañosas del entorno septentrional inmediato, existen depósitos derivados de difícil cuantificación y cartografiado a lo largo del curso del río, pero también
de diversas ramblas o barrancos paralelos, que constituirían las
principales áreas potenciales de captación. Este debe ser el caso
de parte de los soportes macrolíticos empleados como instrumentos de molienda en los que emplearon clastos erosionados
de conglomerados y calizas bioclásticas de mediano tamaño
que, en el caso de Caramoro, pudieron obtenerse a escasa distancia dentro del cauce del río.
A grandes rasgos y por lo que se refiere a otras posibles
fuentes de materia prima potenciales se pueden indicar la presencia de nódulos de sílex de diferentes tamaños, aunque principalmente de muy pequeño tamaño, en la misma banda de conglomerados donde se ubica el asentamiento, del Messiniense.
También en numerosos puntos de la banda de conglomerados
que recorre toda la sierra de Crevillente-San Pascual, Cossil, La
Figura 3.9. Foto del espolón donde se ubica el yacimiento. Obsérvese la secuencia geológica siguiendo la descripción del texto.
Garganta, Els Molins, Barranc de Amorós, Canya de les Moreres, Costera dels Dragons, Cantal de Mateu, Xorret, Barranc de
Sant Gaitano, Malià, las sierras de Elche y de Tabayá, especialmente, en diversos puntos en los que se encaja el río Vinalopó
en su paso por esta sierra, a escasos kilómetros de Caramoro
(fig. 3.10). De especial interés es el paraje de las Terrazas del río
Vinalopó (Aspe), así como aguas abajo en su margen izquierda
y en otra pequeña banda de conglomerados a escasa distancia
de Caramoro, se documentan una enorme cantidad de nódulos
de sílex de muy diversos tamaños, calidades y tonos cromáticos del Tortoniense. No obstante, a mayor distancia, también se
documentan nódulos de mayor tamaño y diversas calidades y
tonos cromáticos –principalmente marrones y grisáceos– en una
pequeña banda del Jurásico –Tortoniense y Messiniense– junto
a calizas y margas bien estratificadas en la sierra de Crevillente
(Molina et al., 2018).
Del mismo modo, las cuarcitas también son frecuentes en
gran parte de los lugares señalados, al menos en las bandas de
conglomerados de la sierra de Crevillente. Por citar un ejemplo,
en los parajes de El Pantano de Elche, Barranquet, Manchón de
la sierra de Crevillente y de Tabayá son casi tan abundantes o
más que el propio sílex.
Por último, sólo queda comentar los asomos de rocas metamórficas y rocas ígneas, todos ellos de tipo masivo. Esquistos
y calizas metamorfoseadas –algunas de tonos marrones o verdosas– se localizan exclusivamente en diversos puntos de las
sierras de Orihuela, Callosa y Los Cabezos, especialmente en
su zona occidental; mientras que las rocas ígneas –diabasas o
metabasitas– sólo aparecen dentro de este amplio territorio en
tres puntos: Cabezo de San Antón (Orihuela), Cabezo Negro
(Albatera) e Isla de Tabarca (Alicante). Tanto los asomos del
cabezo Negro a unos 18-20 km de distancia, como el de San
Antón, a cerca de 29 km, constituyen afloramientos potenciales
del marco regional. No obstante, aunque los afloramientos del
Alto Vinalopó, en la zona de Sax-Salinas-Villena, y los afloramientos de Orxeta, en su zona nororiental, se localizan a una
mayor distancia, no pueden ser descartados como potenciales
fuentes de aprovisionamiento.
En cualquier caso, en lo que se refiere a los afloramientos
masivos de rocas ígneas del Bajo Segura, el cabezo de San
Antón, situado en la sierra de Orihuela, y en pleno proceso
de explotación como cantera de áridos, se encuentra a escasos
23
[page-n-39]
Figura 3.10. Plano geológico del entorno de Caramoro I.
metros de la carretera nacional 340 de Orihuela a Murcia, a
la altura del túnel que atraviesa la sierra. Se ubica a menos de
500 m del asentamiento argárico de San Antón de Orihuela.
Las dimensiones de este afloramiento, en forma de cerro integrado en el conjunto de la sierra, superan los 200 m de eje. Es
una de los pocos afloramientos donde se observa la presencia
de importantes cristales de cuarzo blanquecino de tamaño considerable. No obstante, también es uno de los más alejados de
Caramoro I, dentro del espacio argárico, ya que se encuentra
a cerca de 30 km.
El segundo de los afloramientos situados en tierra firme, el
cabezo Negro, está situado en el término municipal de Albatera
(Murcia), en las estribaciones más septentrionales de la sierra
de Abanilla, pero muy cerca del límite con la provincia de Alicante. El cerro está coronado y estratificado junto a dolomías
claramente triásicas. Sus dimensiones muestran que se trata de
uno de los afloramientos de mayores dimensiones –300/400 m
de diámetro– y con mayor diversidad cristalográfica. Su proximidad a Caramoro I, aproximadamente unos 18 km, permiten
24
considerar que pueda tratarse, a modo de hipótesis, de la fuente
de procedencia de buena parte de las rocas ígneas presentes en
el yacimiento.
El último de los afloramientos masivos está alejado varios
kilómetros de la costa, situado justamente en uno de los extremos de la isla de Tabarca (Alicante) y en la que las recientes
excavaciones realizadas han permitido verificar que la primera
ocupación de la misma parece que se realizó en época romana
(Pérez, 2017). Estos datos reducen considerablemente las posibilidades de que este último afloramiento pudiese haber sido
una fuente potencialmente explotada.
En definitiva, aunque buena parte de los recursos líticos
presentes potencialmente empleados están en las proximidades del asentamiento –sílex, cuarcitas, areniscas, conglomerados, calizas, etc–, algunas rocas como las diabasas o
los esquistos podrían proceder de asomos situados en lugares algo más alejados, como los existentes en las sierras de
Abanilla, Callosa y Orihuela, distantes entre 18 y 40 km de
Caramoro I.
[page-n-40]
4
Caramoro I: territorio de captación y visibilidad
Sergio Martínez Monleón
El yacimiento de Caramoro I se emplaza en el extremo noroccidental de un pequeño promontorio dividido en dos partes por la
construcción de la autovía A-7 durante la década de 1980. Esta
elevación se localiza en la sierra de Borbano, dentro del paraje
conocido como Aigua Dolça i Salà, próxima al cauce del río
Vinalopó y al norte del actual núcleo urbano de Elche.
A nivel geográfico, este lugar se enmarca dentro de la unidad
fisiográfica comprendida por el curso bajo del Vinalopó, desde
el estrechamiento que sufre su cauce a su paso por la sierra del
Tabayá, al norte, hasta su antigua desembocadura en la Albufera
de Elche, sin llegar a alcanzar el mar como lo hace actualmente
mediante un azarbe.
Este espacio cuenta con una importante tradición investigadora desde finales del s. XIX y principios del s. XX (Ibarra Manzoni, 1879; Ibarra Ruiz, 1895; Jiménez de Cisneros, 1910; 1914;
González Simancas, 2010), que se vio impulsada desde la década
de 1950 gracias a los trabajos de A. Ramos Folqués, continuados
por su hijo R. Ramos Fernández, y a la labor desarrollada por
diversos grupos arqueológicos locales (Ramos Folqués, 1953;
1989; Román, 1978; 1980; Ramos Fernández, 1981; 1984; 1988).
La información recopilada en estas intervenciones ha sido la base
sobre la que se ha sustentado la realización de diversos proyectos de
investigación sobre la Prehistoria reciente en la zona (Jover Maestre
et al., 1997; 2014; Soler y López, 2000/01; López Padilla, 2009a;
2014a; López Mira et al., 2014; 2015; López Padilla et al., 2014;
2015; 2017; Martínez Monleón, 2014a; 2014b; 2015a; 2015b).
A partir del conjunto de prospecciones y excavaciones
efectuadas se han llevado a cabo varias síntesis sobre la ocupación del área durante el Neolítico (García Atiénzar, 2014)
como durante el Bronce final (Soriano et al., 2012). Aunque
no han faltado en los últimos años trabajos que abarcaran el
poblamiento en el lapso temporal que media entre ambos periodos, esta zona ha sido siempre incluida con el curso bajo
del Segura (López Padilla, 2009a; López Padilla et al., 2014;
Martínez Monleón, 2014a). Sin embargo, si queremos obtener
una visión más precisa del marco geográfico en el que se engloba el yacimiento de Caramoro I resulta pertinente abordar
con algo más de detalle este extremo nororiental de El Argar
en el marco temporal existente entre la formación y disolución
de dicha entidad social.
Ciñéndonos al territorio que se extiende 5 km a ambas
márgenes del río Vinalopó y que abarca una superficie de
230,18 km2 se localizan 15 yacimientos (fig. 4.1), 5 de ellos
adscribibles al Campaniforme, 9 a la Edad del Bronce y el
Tabayá que es el único que presenta una amplia secuencia de
ocupación desde el Campaniforme, siendo además el único
que permanece ocupado durante el Bronce Tardío (Hernández et al., 2019). Con respecto a los enclaves de la Edad del
Bronce todos ellos se adscriben a la cultura argárica (Martínez Monleón, 2014b), con excepción de Las Tres Hermanas (García Gandía, 2004) que se enmarca en el denominado
“Bronce Valenciano” (Jover et al., 2018).
No obstante, las referencias antiguas sobre la existencia de
otros yacimientos de estas cronologías son más numerosas, aunque no han podido ser corroboradas durante los diferentes trabajos de prospección. Entre este conjunto de enclaves se encuentran Terra Roja y Animeta1 en las estribaciones meridionales de
la sierra de Animetes, Carayala al sur de las elevaciones de la
sierra del Búho (Ramos Folqués, 1953: 345), La Cárcava y la
Loma en las elevaciones situadas al sur de la sierra de Borbano
o recientemente en la partida de Altabix.2
1
Noticias recogidas en el informe sobre el patrimonio arqueológico
del término municipal de Elche elaborado en 1994 por G. Segura
Herrero y F. J. Jover Maestre para la elaboración del Plan General
de Ordenación Urbana.
2
http://www.diarioinformacion.com/elche/2017/02/28/suelo-repleto-historia/1865456.html
25
[page-n-41]
Figura 4.1. Mapa con la distribución de los yacimientos localizados
en el curso bajo del Vinalopó entre mediados del III y II milenio
cal BC (1-Las Tres Hermanas; 2-Tabayá; 3-Castellar de la Morera;
4-Serra del Búho I; 5-Puntal del Búho; 6-Serra del Búho III; 7-Serra
del Búho IV; 8-El Cerro; 9-La Moleta; 10-Caramoro I; 11-Barranco
de los Arcos; 12-Promontori; 13-Figuera Reona; 14-El Arsenal; 15La Alcudia).
Así, durante la Prehistoria reciente se observa cómo hay
un interés por ocupar las zonas más próximas al cauce del río
(García Atiénzar, 2014: 244, fig. 21.1; Soriano et al., 2012:
fig. 17-19), salvo contadas excepciones como Galanet en la
margen izquierda del barranco de San Antón (Torregrosa et
al., 2014; Torregrosa y López, 2016) o Barranco de los Arcos, también conocido como Fortín II (Peñas Blancas) en la
margen izquierda del mismo barranco de las Monjas (Martínez, 2014b: 56-58). Además, la mayor parte de estos yacimientos se concentran en la margen izquierda del río, siendo
escasas las evidencias existentes en la otra orilla como Figuera Reona (Ramos Folqués, 1989: 14-16) o Casa de Secà
(Soriano et al., 2012).
Durante el transcurso del Neolítico, este poblamiento se
circunscribe únicamente a la vega cuaternaria del campo de
Elche, aunque sin establecer en las zonas próximas al antiguo
espacio lacustre, y no será hasta mediados del III milenio cal
BC, durante la fase Campaniforme, cuando además de ocuparse
estas áreas empiecen a aparecer los primeros enclaves en las
26
estribaciones montañosa que jalonan el curso del río como El
Tabayá (Hernández, 2009) y Castellar de la Morera (López Padilla, 2010). A partir del último cuarto del III milenio cal BC,
la dicotomía existente previamente desaparece y los nuevos
asentamientos como Caramoro I surgirán únicamente en el área
comprendida por las estribaciones meridionales de sierra Negra,
sierra del Búho y sierra de Borbano, sin que ello implique un
traslado importante dada la distancia de menos de 1 km que
dista Caramoro I del Promontori d’Aigua Dolça i Salà (Ramos
Fernández, 1981; 1984).
A partir de mediados del II milenio cal BC, las evidencias
de ocupación prácticamente desaparecerán y sólo se mantendrá
el núcleo del Tabayá, aunque ahora claramente vinculado a una
nueva realidad socio-política y orientado claramente al curso medio del Vinalopó (Jover y Segura, 1992/93; Martínez Monleón,
2015a). Esta práctica ausencia de yacimientos en la zona se mantendrá hasta el s. IX cal BC, cuando el hábitat vuelva a concentrarse en la llanura aluvial y se reocupen algunos núcleos previos
como El Tabayá (Hernández y López Mira, 1992) y Castellar de
la Morera, o surjan otros en sus proximidades como Caramoro II
(González Prats y Ruiz, 1992; García Borja et al., 2010).
Centrándonos en el periodo comprendido entre ca.
2200/2150–1550/1500 cal BC, se observa que a pesar de existir
una densidad de poblamiento notablemente inferior en los cursos bajos del Segura y del Vinalopó con respecto a la constatada
en otras unidades fisiográficas ubicadas al norte de la frontera
nororiental argárica (Jover et al., 2018: 101, fig. 4), la distancia
al vecino más próximo es inferior a la existente en los cursos
medio del Vinalopó y bajo del Montnegre, observándose una
especial concentración del mismo en torno al cauce del Vinalopó (tabla 4.1), aunque sin alcanzar los valores presentes en el
Alto Vinalopó y Montnegre en cuanto a densidad. Sin embargo,
la distancia existente entre los asentamientos del curso bajo del
Vinalopó es inferior a la constatada en el resto de zonas, teniendo además en cuenta que ésta se ve aumentada por la relativa
lejanía que presentan Tabayá –3,17 km–, Barranco de los Arcos
–1,9 km– y, sobre todo, Las Tres Hermanas –3,75 km– de su
yacimiento más próximo.
La situación observada en esta zona deriva claramente del
importante poblamiento existente durante el Campaniforme,
también constatado, aunque en menor medida, en la vega del
Segura (López Padilla et al., 2014). Sin embargo, la situación
es totalmente diferente a la experimentada al norte de esta área,
donde frente a las escasas evidencias documentadas durante el
Campaniforme (García Atiénzar, 2016) se observa un destacado
aumento de evidencias antrópicas a partir de la Edad del Bronce
(Jover et al., 2018: 112, fig. 11).
Por otro lado, uno de los aspectos considerados clave en
cualquier estudio de índole territorial es el tamaño o superficie
conservada de los yacimientos, como expresión de la magnitud
e intensidad en la ocupación de un sitio y que ha sido considerado un indicador potencial de la existencia de centros políticos
y de relaciones de dependencia entre asentamientos –jerarquización social– (Steponaitis, 1981; Feinman, 2011). Dado que
numerosos factores pueden incidir en la distorsión de la extensión original de estos (Burillo y Peña, 1984; Burillo, 1996), a
los que hay que unir la práctica desaparición de algunos por la
construcción durante el pasado siglo de canteras de extracción
de áridos –Serra del Búho III y IV–, durante las prospecciones
[page-n-42]
Tabla 4.1. Comparación entre la superficie territorial, número de yacimientos, densidad y distancia entre yacimientos en la unidad fisiográfica del Bajo Segura y Bajo Vinalopó y la zona de estudio entre mediados del III y II milenio cal BC.
Unidad fisiográfica
Cronología
Superficie
Nº yacimientos
Densidad
Distancia
Bajo Vinalopó
Campaniforme
230,18 km2
6
1 yac. / 38,36 km2
1,76 km
Bajo Segura/Bajo Vinalopó
Campaniforme
1524,23 km2
14
1 yac. / 108,87 km2
3,46 km
Bajo Vinalopó
Edad del Bronce
230,18 km2
10
1 yac. / 23,02 km2
1,08 km
Bajo Segura/Bajo Vinalopó
Edad del Bronce
1524,23 km2
30
1 yac. / 50,81 km2
2,44 km
llevadas a cabo en la zona (López Padilla et al., 2014; Martínez
Monleon, 2014a; 2014b) fue necesario identificar la superficie
actualmente conservada3 en los yacimientos y plantear su interpretación teórica, teniendo en cuenta los procesos que pueden
incidir en su destrucción y/o ampliación por dispersión de los
restos, principalmente de fragmentos cerámicos.
La mayor parte de los asentamientos de época argárica de la
zona son de reducido tamaño, inferiores la mayor parte de ellos
a 1.000 m2 como Caramoro I. Estas dimensiones concuerdan con
las propuestas realizadas en su día para los yacimientos de la
sierra del Búho actualmente desaparecidos (Román, 1978; 1980)
y también son las constatadas tanto en la mayor parte de los enclaves de la vega baja del Segura (Martínez, 2014a: 94), como
en otros yacimientos argáricos como La Tira del Lienzo (Totana,
Murcia), Barranco de la Viuda (Lorca, Murcia) o Piedras Bermejas (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al., 1993; DelgadoRaack et al., 2016; Medina y Sánchez, 2016). Por otro lado, a
pesar de su pequeño tamaño, éste es superior a la mayor parte
de los enclaves del denominado “Bronce Valenciano” como el
cercano asentamiento de Las Tres Hermanas, que no llegan a
superar los 300 m2 (Jover et al., 2018: 100, fig. 3).
Sin embargo, en el curso del Segura existe otro importante
grupo de yacimientos de mayores dimensiones, entre 0,2 y 0,3
ha, que no se encuentran en el Vinalopó, quizá con la excepción
de La Moleta (Elche, Alicante) para el que algunos autores han
llegado a proponer que pudo ocupar una superficie ligeramente
superior, en torno a los 3.000 m2 (Jover et al., 1997) aunando
los diversos momentos de ocupación que alberga, tanto ibéricos
como tardorromanos. Únicamente el yacimiento del Tabayá, en
el paso entre el curso medio y bajo del río, supera estas dimensiones –6.700 m2– y parece convertirse en el centro principal,
por lo menos en cuanto a su capacidad de agregación poblacional (fig. 4.2), del curso bajo del Vinalopó, aunque en todo caso
sin alcanzar la extensión que ofrecen los principales núcleos
argáricos del Segura como San Antón y Laderas del Castillo.
Otro factor que se debe analizar es la altura relativa de
los asentamientos respecto al llano circundante, un indicador
que puede aportar interesantes datos sobre las estrategias de
3
Se entiende por superficie conservada el área en la que se observa
la presencia de depósitos sedimentarios artificiales asociados a evidencias arqueológicas. Ello supone considerar para el caso aquí en
estudio que la superficie estimada será siempre el tamaño máximo
posible conservado.
implantación en el territorio. Aunque la elección de un determinado emplazamiento no siempre hubo de estar orientada a
maximizar el aprovechamiento de todas las condiciones que
este podía ofrecer en cada caso, es razonable suponer que
las características del mismo y de su entorno físico revelen
qué factores –como, por ejemplo, la visibilidad o el coste de
desplazamiento a las áreas de captación– se potencian dentro
de los sistemas de ocupación del territorio, permitiendo, así,
realizar valoraciones sobre la funcionalidad probable de los
mismos. Frente a otros métodos de cálculo empleados para
cuantificar esta variable (Nocete, 1996: 16-17; Burillo y López, 2005/06: 75-76), en este caso se han desarrollado dos procedimientos diferentes. Los valores se han obtenido tomando
como referencia la altura máxima del yacimiento y su diferencia con respecto a la altura mínima (Hr1) y la altura media
(Hr2) existente en el entorno de 1 km.
Frente a la dicotomía existente durante el Campaniforme
entre asentamientos emplazados en la llanura aluvial del Vinalopó y otros enclaves que buscan una posición destacada
sobre su entorno, durante la Edad del Bronce se aprecia la ausencia de asentamientos en las zonas llanas. No obstante, ello
no implica la búsqueda de emplazamientos tan elevados como
ocurría en el caso del Castellar de la Morera, con excepción de
la continuidad del hábitat en el Tabayá, sino pequeños cerros
o promontorios rocosos ligeramente sobreelevados sobre su
entorno circundante (fig. 4.3). Esta característica también es
extensible al resto de núcleos argáricos de la vega del Segura,
con excepción del paraje más agreste en el que se ubican Pic
de les Moreres o Cabezo de Hurchillo en las sierras septentrionales que delimitan el extremo oriental de la fosa intrabética,
y a la mayor parte de los enclaves del denominado “Bronce
Valenciano”. Sin embargo, entre los enclaves adscritos a esta
última entidad/es social/es resulta más frecuente la existencia
de yacimientos que destacan por su posición predominante, lo
que inexorablemente conlleva el alejamiento de los principales cursos hídricos y las tierras más óptimas para la práctica
agrícola (Jover et al., 2018: 103, fig. 6).
Pero no sólo valorando el entorno físico en el que se enclavan los diferentes yacimientos analizados podemos aproximarnos a las intenciones de las sociedades que lo habitaron, debemos tener en cuenta también otros aspectos como la
relación proximidad/lejanía a las tierras potencialmente explotables. Así, las mejores tierras para las prácticas agrícolas
las encontramos en la llanura aluvial del Vinalopó (fig. 4.4),
principalmente en la margen izquierda del río, vinculada a la
explotación agrícola mediante prácticas de irrigación desde
27
[page-n-43]
Figura 4.2. Gráfica con el tamaño de los yacimientos del curso bajo
del Vinalopó (los círculos negros hacen referencia a las dimensiones de los yacimientos tomadas durante las prospecciones, en
rojo aparece el asentamiento de Caramoro I y los rombos blancos
corresponden al tamaño propuesto para aquellos enclaves que no
han podido ser dimensionados en los trabajos de campo).
Figura 4.3. Gráfica que muestra la distribución de los yacimientos
estudiados relacionando la altura máxima del yacimiento y su diferencia con respecto a la altura mínima (Hr1) y media (Hr2) existente en el entorno de 1 km (los círculos negros hacen referencia a
los yacimientos argáricos, en rojo aparece el asentamiento de Caramoro I y los cuadrados naranjas corresponden a los asentamientos
campaniformes, estando el enclave del Tabayá representado con un
cuadrado negro debido a su amplia secuencia de ocupación).
28
época romana (Azuar et al., 1998) y, sobre todo, con sus tradicionales huertos de palmeras desde la fundación de la madîna
de Ils durante la primera mitad del s. XI (López Seguí et al.,
2004; Barceló y López Seguí, 2006). Estas tierras de alta capacidad también se encuentran en la margen derecha del río,
pero en las zonas más próximas a la antigua Albufera de Elche,
presentando más limitaciones en las zonas cercanas al piedemonte de sierra Negra y sierra de la Madera.
Aunque se puede llevar a cabo una agricultura extensiva
en el resto del territorio, la menor potencia edáfica, mayor
pendiente y el riesgo de erosión nos lleva a considerarlas
como zonas con unas condiciones de baja productividad. Es
el caso de las estribaciones montañosas situadas al norte de la
llanura aluvial, aunque hasta buena parte del s. XX no solía
ser extraño encontrar entre las distintas elevaciones pequeñas
parcelas dedicadas al cultivo regadas mediante qanawat desde época islámica.
Así, en la figura 4.4, se observa como los yacimientos campaniformes ubicados en la llanura aluvial del Vinalopó presentan en su entorno un predominio de suelos de capacidad alta, a
lo que se une las amplias áreas de captación que tienen dada la
topografía poco accidentada del terreno en el que se emplazan,
como han demostrado los diferentes estudios efectuados sobre
La Alcudia (Martínez Monleón, 2014c: 46, fig.5.7) y Figuera
Reona (García Atiénzar, 2014: 246, fig. 21.3). Por el contrario,
tanto los yacimientos argáricos como el enclave del Castellar de
la Morera se localizan en las zonas menos productivas desde el
punto de vista agrícola, aunque no muy alejados de ellas. Así,
únicamente el yacimiento del Tabayá presentaría limitaciones a
la hora de cubrir sus necesidades subsistenciales, dado lo escabroso del paraje donde se emplaza y la distancia que lo separa
de las tierras agrícolas más productivas del valle de Aspe (Martínez, 2014b: 61, fig. 3).
En el caso concreto de Caramoro I (fig. 4.5), en el entorno inmediato del yacimiento –15 minutos– ya se encuentra
tierras con una alta capacidad de uso tanto al este, como
al sudoeste, en la otra margen del río, que dado el escaso
contingente de población que albergaría este enclave serían suficientes para cubrir tanto sus necesidades alimenticias como la obtención de un excedente productivo y el
almacenamiento y conservación de semillas para la próxima
cosecha. En este sentido, hay que ser conscientes de que a
pesar de que en la actualidad la zona cercana al yacimiento
se encuentra ampliamente transformada por la construcción
de diversos chalets y, sobre todo, por las obras realizadas
para la construcción de la autovía A-7 (fig. 4.6a), hasta la
década de 1950 existían numerosas parcelas de cultivo en su
entorno, como puede observarse en las fotografías del vuelo
fotogramétrico realizado en los años 1956-57 por el Army
Map Service de EE.UU. (fig. 4.6b).
Estas tierras de alta capacidad de uso aumentan notablemente si ampliamos el margen temporal hasta 30 minutos y 1 hora,
circunstancia de especial relevancia porque teniendo la cuenta
la proximidad del resto de yacimientos argáricos, ligeramente
más alejados de ellas, sería lógico pensar que todos estos enclaves se vieran obligados a explotar las mismas tierras.
Un último aspecto a valorar es la visibilidad con que cuentan este conjunto de yacimientos, partiendo de la base de que el
tamaño y la forma de la cuenca visual son fruto de una volun-
[page-n-44]
tad de control del territorio (Molinos et al., 1994). Este análisis pretende definir el conjunto de territorio y yacimientos que
son visibles desde un punto de observación, dada una distancia
máxima de visión y con base únicamente a la topografía (García
Sanjuán, 2005). En este caso concreto hemos optado por considerar la altura del observador y de lo observado en 2 m, suponiendo la altura de una persona más algún punto de apoyo al que
pudiera subirse, siendo los límites máximos de visión utilizados
de 3 y 30 km. El primero, coincidente con el umbral establecido
como límite máximo de la visibilidad humana fiable en los estudios de medio físico y planificación territorial (Aguiló et al.,
1993: 494-495), nos permite evaluar si existe un control visual
del territorio de explotación inmediato, mientras el segundo es
empleado para valorar las posibles relaciones y comunicaciones
establecidas entre los asentamientos, así como el control de las
vías de comunicación (Picazo, 1998; Burillo y López, 2005/06;
Aguilella y Flors, 2009). Para matizar el aspecto del control visual, se ha diferenciado el área visible desde el asentamiento
por ángulos verticales: por debajo de la horizontal (de -90º a
1º), visibilidad rasante (-1º a 0º) y por encima del horizonte (0º a
90º), considerando que sólo el primero de ellos permite dominar
visualmente el terreno (Zamora, 2006).
Como ya hemos comentado en otras ocasiones (Martínez
Monleón, 2014a: 97), la visibilidad que se tiene desde Caramoro I es bastante reducida en comparación con la que presentan la
mayor parte de yacimientos argáricos de los cursos bajos del Vinalopó y del Segura. Esta situación se acrecenta aún más si tenemos en cuenta únicamente aquellas zonas sobre las que se ejerce
un dominio visual, que se concentran en el área más próxima
ubicada en la otra margen del río, al oeste, así como a lo largo
del discurrir del Vinalopó, al sur (fig. 4.7). En este sentido, destaca que de las tierras potencialmente aprovechables desde este
enclave, no se tenga ningún control sobre aquellas emplazadas
al este del asentamiento, lo cual podría servir de base para inferir que las tierras explotadas desde este asentamiento serían las
ubicadas enfrente del mismo, básicamente al noroeste y oeste,
por donde discurre el río. Esta hipótesis también viene sustentada por las noticias existentes sobre la existencia de diversos restos cerámicos de época argárica localizados en esa zona durante
las obras de construcción de la autovía A-7, habiendo incluso
referencias a la presencia de posibles enterramientos.
En relación con la intervisibilidad, desde Caramoro I no se
controla ningún yacimiento argárico del curso del Vinalopó,
teniendo una visibilidad rasante con otros enclaves como La
Figura 4.4. Mapa con la distribución de los yacimientos localizados
en el curso bajo del Vinalopó entre mediados del III y II milenio
cal BC sobre la cartografía de capacidad de uso del suelo, a escala
1:50.000, elaborada por la C.O.P.U.T. de la Generalitat Valenciana
(Antolín, 1998).
Figura 4.5. Áreas de captación isocrónicas de 15, 30 y 60 minutos
desde Caramoro I con indicación del potencial agrario.
29
[page-n-45]
a)
b)
Figura 4.6. Área de captación isocrónica de 15 minutos desde Caramoro I sobre: a) la ortofoto más actual del proyecto PNOA; y b) fotografía del Vuelo Americano Serie B 1956-1957.
Moleta o los núcleos ubicados en la sierra de Rojales y siendo
dominado a nivel visual desde la Serra del Búho I y Puntal del
Búho (fig. 4.8d). Aunque otros enclaves del Vinalopó presentan
una mejor situación que Caramoro I, se encuentran muy alejados de las condiciones que permitiría considerarlos como yacimientos con un importante control territorial (Martínez Monleón, 2014a: 98, tabla 3).
Únicamente desde el Tabayá se tiene un amplio control tanto del curso medio como bajo del Vinalopó, aunque muestra una
escasa comunicación visual con el resto de yacimiento argáricos
del área (fig. 4.8b). No obstante, el dominio visual del Tabayá es
bastante limitado en comparación con el que presenta durante la
fase Campaniforme el núcleo del Castellar de la Morera, asentamiento desde el cual su visibilidad rasante permite alcanzar
buena parte del curso del Segura e, incluso, la sierra de Callosa
(fig. 4.8a). Por lo tanto, la desaparición de este asentamiento en
época argárica parece indicar un menor interés en controlar la
llanura aluvial del Vinalopó, ya que ninguno de los yacimientos
fundados en estos momentos llega a cumplir esa función, frente
a una mayor preocupación por dominar visualmente aquellos
territorios localizados al otro lado de la frontera nororiental argárica. De todas formas, durante el Campaniforme este control
visual únicamente se podría ejercer desde Castellar de la Morera, ya que el resto de yacimientos como Promontori d’Aigua
Dolça i Salà tienen un control visual prácticamente nulo sobre
el territorio (fig. 4.8c).
En resumen, Caramoro I es uno de los pequeños asentamientos que a partir de inicios del II milenio cal BC se funda,
principalmente, en la margen izquierda del río Vinalopó. Estos asentamientos, situados a escasa distancia unos de otros,
se emplazan en pequeñas elevaciones escasamente destacadas
sobre su entorno, en la periferia de las tierras de mayor capa30
Figura 4.7. Campo visual (3 km) por ángulos verticales del yacimiento de Caramoro I.
[page-n-46]
Figura 4.8. Campo visual (3 km) por ángulos verticales de los yacimientos: a) Castellar de la Morera; b) Tabayá; c) Promontori
d’Aigua Dolça i Salà; d) Caramoro I.
31
[page-n-47]
cidad agrícola a diferencia de lo que sucedía durante las etapas previas. Sin embargo, ello no implica que su localización
les impida acceder a las tierras más productivas, puede ser
que con mayores limitaciones, pero con la innegable ventaja
que aporta poder ejercer un control visual sobre ellas del que
carecían los núcleos precedentes. Todos estos enclaves, situados en la margen izquierda del río Vinalopó, estarían controlados desde el asentamiento del Tabayá, el cual tanto por sus
dimensiones como por el importante control territorial que
ejerce sobre la frontera nororiental argárica llegaría a convertirse en el poblado nuclear del curso bajo del Vinalopó. Esta
32
posición predominante implica un importante alejamiento de
las mejores tierras del cultivo, por lo que no resulta descartable que buena parte del plusproducto o excedente obtenido por la población asentada en el resto de yacimientos del
Vinalopó fuera a cubrir las necesidades subsistenciales de la
población que ocuparía el Tabayá. Sin embargo, no conviene
olvidar que esta zona se enmarca dentro de un contexto más
amplio que abarcaría todo el extremo oriental de la fosa intrabética, donde San Antón y Laderas del Castillo en la vega
del Segura serían los principales núcleos rectores de toda esta
unidad fisiográfica.
[page-n-48]
5
A propósito de Caramoro I y Promontori: dos hitos de la prehistoria
del territorio de Elche excavados por Rafael Ramos Fernández
1
Anna M. Álvarez Fortes
INTRODUCCIÓN
Los yacimientos arqueológicos de Caramoro I y, en especial,
del Promontori de l’Aigua Dolça i Salada son los enclaves de
la Prehistoria reciente ilicitana más destacados y conocidos en
el panorama investigador. Ambos fueron excavados por el, por
entonces, director del Museo Arqueológico Municipal de Elche,
Rafael Ramos Fernández. El interés por llevar a cabo su excavación debemos contextualizarlo históricamente para comprender, en su justa medida, el valor del trabajo desarrollado. Este
es el objetivo que pretendemos cumplir con el presente texto,
sirviendo, a su vez, como homenaje a la labor desarrollada por
su excavador.
Con la restauración de la democracia se iniciaba una nueva
etapa en los municipios españoles. La promoción cultural creció
exponencialmente y muchas ciudades se dotaron de nuevas instalaciones, como bibliotecas, aulas de cultura, universidades populares,2 y museos.3 A estos últimos se asignarían plazas de direc1
Queremos agradecer muy encarecidamente a Rafael Ramos Fernández su amabilidad al concedernos una entrevista para la realización del presente texto.
2
Elche no fue una excepción. Durante los primeros años de la democracia se inauguró el Museu d’Art Contemporani d’Elx (1980), la
Universidad Popular (1981), la Biblioteca Municipal de San José
(1982), el Museo de la Palma (1984), el conservatorio de Música
(1986), la Casa de la Festa (1988).
3
En la provincia de Alicante podemos citar, entre otros, el Museo
de la Asegurada (1977), el Museo Arqueológico de Callosa de Segura, el Museo Histórico Municipal de Novelda (1980), el Museo
Municipal de Benisa o el Museo Arqueológico de Elda (1983).
Extraemos los datos de la tesis de María Marco Such Estudio y
análisis de los museos y colecciones museográficas de la provincia
de Alicante. Tesis presentada en 1998 en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Alicante. Se puede consultar en: http://
rua.ua.es/dspace/handle/10045/9884.
ción asumidas por profesionales formados. Es el caso de Rafael
Ramos Fernández (Elche, 1942), quien, en 1978, pasó a ocupar la
plaza de director del entonces Museo Arqueológico Municipal.4
En el año 2012, tras haberse responsabilizado de su dirección durante treinta y seis años, dejaba el actual Museo Arqueológico y
de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués” (MAHE).
El ímpetu y la energía de los primeros años al frente de la
entidad depararon una serie de hallazgos arqueológicos entre
los que destacan Promontori de l’Aigua Dolça i Salada y Caramoro I, ambos situados en las terrazas junto al río Vinalopó, al
norte de la actual población. Estos yacimientos supusieron un
hito para el museo y se enmarcan en un contexto de cambios en
distintos niveles: la inauguración de una nueva instalación en
el palacio de Altamira, donde se podría mostrar el resultado de
estas excavaciones; una ciudad que cambiaba aceleradamente
y donde, por primera vez, se iba a plantear la necesidad de una
vigilancia arqueológica de las intervenciones urbanísticas; un
nuevo contexto académico propiciado por el CEU de Alicante y,
a partir de 1979, por la Universidad de Alicante, centros ambos
donde R. Ramos Fernández impartiría clases. Además, Promontori y Caramoro se enmarcan en otra de las facetas que caracterizan estos primeros momentos de Ramos al frente del museo:
su intención de llevar a cabo la excavación sistemática de los
yacimientos del término municipal.
No obstante, en el presente trabajo nos limitaremos a exponer
la intervención de R. Ramos en ambos enclaves, ya que en otras
publicaciones (Álvarez, 2019: 11-56) ha sido presentado un tratamiento en profundidad sobre el arduo proceso hasta llegar, el 29 de
noviembre de 1985, a la inauguración, en el palacio de Altamira,
del Museo Arqueológico Municipal “Alejandro Ramos Folqués”.
4
El 24 de abril de 1978 el periódico La Verdad publicaba un artículo,
“Museos municipales: ya hay director”, en el que se informaba de
la incorporación al puesto de Rafael Ramos.
33
[page-n-49]
EL MUSEO DEL PARQUE Y SUS FONDOS
En el momento en el que Rafael Ramos Fernández asumió la
dirección del museo, éste se encontraba situado en el pabellón
central construido en el parque municipal con motivo de la I
Feria de la Industria, Agricultura y Artesanía de 1946 (actual
Centro de Visitantes). Se había inaugurado en 19535 y acogía
piezas procedentes de La Alcudia, fruto de las actuaciones del
entonces director de la institución y propietario del yacimiento,
Alejandro Ramos Folqués, y parte del legado del erudito local
Pedro Ibarra Ruiz: aportaciones de La Alcudia y de otros yacimientos del término, desde hachas de época prehistórica hasta
cerámicas andalusíes procedentes del subsuelo de la ciudad, donados por su viuda tras su fallecimiento en el año 1934.6 A estos
fondos se añadirían, en 1972, las piezas escultóricas ibéricas del
Arenero del Vinalopó (Monforte del Cid), procedentes de un
hallazgo casual, así como el producto de las excavaciones realizadas, también a partir de 1972, por Alejandro Ramos Folqués y
Rafael Ramos Fernández en el Parque de Elche.7
Unos años antes, en 1965, Alejandro Ramos había realizado
una intervención en el yacimiento eneolítico de la Figuera Redona, un asentamiento, descubierto por Pedro Ibarra en 1900, situado en llano a la derecha del río, y actualmente absorbido por
la población. Como cuenta el mismo Ramos Folqués, en 1940
había realizado un primer rastreo al norte de la vía del ferrocarril,
encontrando tres fondos de cabaña que contenían únicamente algunos fragmentos cerámicos, frente a la abundancia de materiales
en superficie (Ramos Folqués, 1953: 349). La actuación de 1965
se produjo a raíz de la comunicación de la aparición de unas manchas oscuras, observadas por un vecino de la calle Blas Valero al
realizarse obras de desmonte de tierras en dicha calle para proceder a su asfaltado. Tras acceder el concejal de obras de la época –y el contratista– a la paralización de las actuaciones (Ramos
Folqués, 1989: 14), se pudieron iniciar los trabajos de excavación
en el tramo situado al final de la vía citada, junto a la avenida del
Ferrocarril, ayudado Ramos Folqués, como se ve en las fotogra
El 13 agosto de 1953, el diario Información, en un artículo titulado
“El museo en el Parque” daba noticia de la nueva instalación.
Sobre Pedro Ibarra Ruiz, su labor en el campo de la arqueología y
su colección, se puede consultar la obra de Joan Castaño i García
Els germans Aurelià i Pere Ibarra: cent anys en la vida cultural
d’Elx (1834-1934), Alacant, Publicacions Universitat d’Alacant,
2001. También existe un estudio, inédito, El legado de Pedro Ibarra (1858-1934) en el Museu Arqueològic i d’Història d’Elx “Alejandro Ramos Folqués” presentado por la que suscribe el presente escrito, el 14 de julio de 2017, como trabajo fin del máster en
Arqueología Profesional y Gestión Integral del Patrimonio de la
Universidad de Alicante, ante un tribunal formado por los profesores Sonia Gutiérrez Lloret, Feliciana Salas Selles y Jesús Moratalla
Jávega, trabajo dirigido por este último profesor. Hemos de señalar
que el “Museo Municipal de Elche”, según el libro de firmas del
museo que se conserva en el Archivo del MAHE, se abriría al público, en primer término, en el domicilio de Pedro Ibarra en la calle
Conde (actual Pedro Ibarra) en 1940.
5
6
7
34
La primera campaña fue realizada a raíz del “hallazgo eventual de
una escultura de piedra caliza representando un pájaro efectuado
al abrir una zanja para colocar la tubería del agua potable para la
población”. Memoria publicada con el título “Excavaciones al este
del Parque Infantil de Tráfico en Elche (Alicante)”, Noticiario Arqueológico Hispánico, Arqueología IV, 1976, p. 671-700.
Figura 5.1. Excavación en 1965 en el yacimiento de la Figuera Redona (calle Blas Valero). Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
fías de la época, por dos peones armados de pico y legón, que iban
descubriendo los fondos circulares de las cabañas y depositando
en una cesta lo que iban encontrando (fig. 5.1). Creemos de interés la narración de estos hechos porque reflejan muy bien no solo
en qué podía consistir una actuación arqueológica en esos años
en Elche, sino también la dependencia de la existencia o no de
interés por parte de la autoridad municipal, ante la inexistencia de
una legislación protectora de estricto cumplimiento.
Por estos años, pero también más tarde, ya con Rafael
Ramos Fernández al frente del museo, lo normal era que la
materialidad de las actuaciones se realizara con la única y
exclusiva colaboración de peones del Ayuntamiento, lo que
dependía de la disponibilidad del municipio y, obviamente,
de la voluntad del alcalde.8
LAS CAMPAÑAS EN EL TERRITORIO
En las labores de ordenación del archivo del MAHE, que se
están desarrollando en la actualidad, hemos encontrado un
escrito de Rafael Ramos en el que él mismo enuncia las dos
directrices fundamentales que orientan su actividad en estos
años: “lograr un nuevo edificio para emplazamiento de nuestro museo, dado que el existente ha quedado ampliamente
desbordado” y “proseguir la excavación sistemática de los
yacimientos de nuestro término”.9
Como ya hemos señalado, el nuevo museo en el palacio de
Altamira había de albergar dignamente los objetos del antiguo
museo del Parque Municipal, pero también habría de presentar los
nuevos hallazgos que iba a deparar la actividad arqueológica en el
Rafael Ramos apunta en una nota, fechada el viernes 2 de marzo
[de 1979], que se había dirigido al alcalde Vicente Quiles solicitando cuatro peones para una excavación, y que este le contestó que
esperara, sin más explicación. Archivo del MAHE, sig.: A 1/3.
El documento no lleva fecha, pero, por el contexto, pensamos que
podría datar de finales de 1982 o del primer semestre de 1983, ya
que menciona la publicación Festa d’Elig, de agosto de 1982, sig.:
A 2/14.
8
9
[page-n-50]
término. Es decir, los resultados materiales del cumplimiento de
la segunda de las directrices fijadas por Ramos en estos primeros
años al frente del museo. La intervención en el territorio se plasmaría en una serie de campañas programadas, destacando las efectuadas en el Parque Infantil de Tráfico y las dos que centran estas
líneas: el Promontori de l’Aigua Dolça i Salada y Caramoro I.
Además, las memorias de estos años, nos informan también
de actividades de exploración y prospección en el término. En la
memoria de 1979,10 Ramos expone que ha realizado prospecciones en El Castellar de la Morera, donde se procedió a levantar
un plano con curvas de nivel y a realizar el señalamiento de las
posibles zonas arqueológicas; en el Puntal del Búho, resaltando el peligro que atenazaba a este yacimiento por el progresivo
avance de una cantera; el yacimiento que denomina “Camino
de las Canteras”, al que “debemos prestar atención en un próximo estudio”; Cueva de las Arañas del Carabassí, que adscribe al
Neolítico final (en 1979, un particular, Antonio Sáez Llorens, había donado al museo materiales líticos y cerámicos encontrados
en la cueva);11 El Cabezo del Carabassí, emplazamiento romano
en el que observa la presencia de restos de estructuras y donde
afloraba abundante cerámica de época romana imperial.
Al año siguiente de la memoria citada, entre octubre y noviembre de 1980, se realizan trabajos de exploración y prospección en
la cueva de las Arañas.12
Rafael Ramos recoge y amplia parte de esta memoria en un artículo, “Actividad arqueológica de los museos de Elche”, publicado en
la revista Festa d’Elig de 1980, p. 59-67.
10
Archivo del MAHE, sig.: A 1/80. El dato se incluye en un informe que Ramos remite a la Subdirección General de Arqueología el 11 de marzo de 1981. En el mismo también comunica
que, tras realizar una inspección en la cueva, se comprobó la
existencia de una pintura parietal y que de todo ello se informó
al Museo Provincial de Alicante. Además, expone la existencia
de varios trabajos en vías de publicación sobre los hallazgos y
que se solicitó, al Ayuntamiento de Santa Pola, la protección de
los restos, si bien la reja que se puso fue arrancada en diversas
ocasiones. A tenor de todos estos datos, solicitaba autorización
para que el Museo Arqueológico de Elche se responsabilizara
del yacimiento, para intervenir en la zona de los hallazgos y
efectuar prospecciones en la zona y alrededores, así como para
que los materiales se depositaran en el museo de Elche. Por fin,
pedía una subvención de 200.000 pesetas para la realización de
los trabajos y proceder a un mejor cierre de la cueva (no sabemos si el informe tuvo contestación).
11
Archivo MAHE, “Actividad del Museo Arqueológico de Elche
19/4/79 - 31/1/83”, sig.: A 2/17. “El hallazgo en esta cueva de un
conjunto integrado por un vaso ovoide modelado a mano, de superficie exterior anaranjada, bruñida y con decoración incisa incrustada
de pasta roja tras su cocción; varios fragmentos cerámicos de otras
vasijas; un cuchillo de sílex marrón traslúcido y otro sílex tubular
blancuzco; una punta de flecha de talla bifacial con mantenimiento
de arista central, de tipo romboidal; una astilla de sílex gris amarillento con incipiente retoque invasor que responde a una pieza en
proceso de fabricación; varios fragmentos de hojas líticas; un punzón
sobre caña de hueso; un fragmento distal de aguja en hueso marrón
muy pulido y brillante; nueve valvas de pectúnculo con el natis perforado; así como otras piezas y abundantes restos óseos animales y
un bloque de piedra caliza con tres manchas de colorante rojo, que
se encontraba en el fondo de la cueva, junto a la pared rocosa de la
misma, con el resto de los materiales citados, todos cubiertos por una
espesa capa de tierra polvorienta negruzca, sobre los cuales, en la
pared citada, existe la representación de un équido”.
12
Figura 5.2. El yacimiento del Parque Infantil de Tráfico antes de su
cubrimiento. Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
El 17 de octubre de 1983, Ramos iniciaría la segunda
campaña de excavaciones en el Parque Infantil de Tráfico
(Parque Municipal), tras la realizada con su padre en 1972.
Esta segunda campaña se produciría, según la solicitud de autorización de excavación que dirige al Ministerio en enero de
1983, con motivo de un proyecto de remodelación de los jardines que iba a afectar a las estructuras sacadas a la luz en la
anterior intervención y a los materiales subyacentes.13 Posteriormente, en 1984, 1985 y 1986, se autorizaría la realización
de nuevas campañas14 (fig. 5.2).
También en ese año 1983, remite, a fin de confeccionar la
memoria de la gestión municipal, la relación de los yacimientos arqueológicos “de protección municipal”: El Castellar, Las
Canteras, Puntal del Búho, La Moleta, El Fortín (Caramoro),
Caherulet, Promontori [de l’Aigua Dolça i Salada], Parque Infantil de Tráfico, El Cabezo [del Clot de Galvany], La Alcudia,
La Meseta (“posible yacimiento ibérico”), La Torre (“emplazamiento defensivo de la Edad del Bronce”) y las “Villas” (como
consecuencia de la parcelación centurial y distribuidas por el
campo de Elche).15
Solicitud de permiso de excavación, Archivo del MAHE, sig.: 2/13.
Siguen comunicaciones sobre el asunto e informe sobre la excavación, sacada de la memoria anual de actividades de dicho año 1983.
13
En el archivo del MAHE se guarda un informe, de fecha 7 de julio
de 1992, suscrito por Rafael Ramos y Gaspar Jaén i Urban, doctor en arquitectura, exponiendo el deterioro de los restos ibéricos
y romanos del yacimiento y proponiendo proceder al cubrimiento
controlado del mismo, previa autorización de la Conselleria de Cultura, así como a la recreación en superficie de la planta de la villa
romana existente en dicho lugar. No se indica en el documento a
quién se dirige dicho informe. Archivo MAHE, sig.: A 4/44.
14
La relación se realiza a raíz de un oficio dirigido por el secretario
general en el que solicita información del periodo comprendido entre el 19 de abril de 1979 y enero de 1983. Archivo MAHE, sig.:
2/17. La misma relación, a falta de incluir “La Meseta” y “La Torre”, se remitiría al Ayuntamiento el 20 de febrero de 1981. Archivo
del MAHE, sig.: 1/77. Sobre las “Villas” copiamos textualmente:
“como consecuencia de la parcelación centurial de 750 mts aplicada a Illici, y en muchos lugares fosilizada por los actuales caminos,
existe una villa en cada parcela. Situadas en el plano, responden a
construcciones de época imperial”.
15
35
[page-n-51]
XXX,16 que el 13 de diciembre de 1978, acudieron a este museo
a depositar materiales que habían encontrado, procedentes del
corte en el arenero y de las extracciones producidas al cimentar
una torre de tendido eléctrico”. Desplazado Ramos al lugar, no
solo verificó la localización del emplazamiento, sino que, como
anota en el diario, comprobó el gran interés del posible yacimiento. Inmediatamente, realizó un sondeo de prospección en
el lugar donde era visible la extracción de tierras y donde los
estudiantes habían encontrado los fragmentos, siendo el resultado positivo (fig. 5.3).
De hecho, con la misma fecha de 13 de diciembre de 1978, se
custodia en el museo una comunicación enviada por Ramos a Juan
Maluquer de Motes, en ese momento subdirector general de Arqueología de la Dirección General de Patrimonio Artístico, Archivos y Museos. En dicha comunicación, Ramos señala que procedió
a prospectar la zona y expone sus primeras impresiones:
Nuestro reconocimiento de la superficie del terreno nos permite suponer la posibilidad de la existencia de un yacimiento
Calcolítico-Bronce, puesto que tanto los materiales recogidos en el lugar del establecimiento de la mencionada torre de
tendido eléctrico, con los que ahora preparamos un detallado
informe; como los recogidos en la prospección de superficie,
consisten en cerámicas incisas y lisas, con predominio de
tipos campaniformes.17
Figura 5.3. Promontori preparado para iniciar la excavación,
[1979]. Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro
Ramos Folqués”-MAHE.
Los primeros años de Ramos al frente del museo se revelan
como un periodo complicado, donde, a las urgencias que presenta el tener que acudir a las necesidades del edificio, se suma un
amplio territorio por descubrir y proteger. Por otra parte, habría
que sumar un espacio urbano falto de normativa protectora y de
vigilancia. En ambas zonas, además, campo y ciudad, se acelera
un proceso definido por la ocupación residencial e industrial, la
transformación de viales, y la erección de todo tipo de dotaciones
y equipamientos, proceso que continuará la gran transformación
urbana de los años setenta del siglo XX, que había cambiado la
imagen de la ciudad histórica y había destruido impunemente
gran parte de su patrimonio arquitectónico. Como en los tiempos
de Pedro Ibarra, también caracterizados por un rápido cambio de
la ciudad y su territorio, a veces la excavación de una zanja o la
colocación de una nueva instalación sacaba a la luz un yacimiento
arqueológico, es lo que pasó en Promontori. La diferencia es que
ahora Ramos sí que podría llevar a cabo excavaciones.
PROMONTORI DE L’AIGUA DOLÇA I SALADA
La intervención en Promontori surge a partir del afloramiento
de restos cerámicos a consecuencia de las obras de cimentación
realizadas para emplazar una torre del tendido eléctrico. Rafael
Ramos anota, en el diario de la excavación, que el yacimiento fue localizado por “los jóvenes estudiantes de bachillerato
En la comunicación también expone el peligro inminente
de destrucción, ya que la futura ordenación urbana prevé que
el lugar se convierta en un nudo de carreteras.18 Por fin, solicita la autorización para proceder a la excavación, cuyos gastos correrían a cargo del presupuesto anual aprobado para el
Museo Arqueológico de Elche. No obstante, el 25 de enero de
1979, Rafael Ramos todavía no había recibido respuesta a su
petición y se dirige otra vez al Ministerio, denunciando, además, la intervención de excavadores clandestinos que habrían
destruido parcialmente el yacimiento. Por fin, la autorización
llegaría el 15 de febrero de 1979 y los trabajos se llevarían a
cabo, según comunicación al Ministerio, entre el 15 de mayo
y el 1 de junio de dicho año.19 Con fecha de 4 de junio Ramos escribe a la Subdirección General de Arqueología, informando de que, ante la gran cantidad de objetos obtenidos,
da por concluida la intervención. Según dicha comunicación
se habrían recogido “700 fragmentos de cerámicas lisas, 230
fragmentos de cerámicas decoradas de tipo predominantemente inciso, 2 fragmentos de hachas pulidas, cuatro conchas
perforadas, 1 punzón de hueso, 2 pequeños cuchillos y varias
lascas de sílex, correspondientes al Eneolítico I y II y a la
Edad del Bronce”20 (fig. 5.4).
Incluido en las comunicaciones entre Rafael Ramos, la Subdirección General de Arqueología y el director del Museo Arqueológico
Provincial de Alicante sobre el hallazgo y excavación del yacimiento de Promontori de l’Aigua Dolça i Salada, entre el 13 de
diciembre de 1978 y 10 de diciembre de 1979. Archivo del MAHE,
sig.: A 1/59.
17
En un borrador de un artículo titulado “El Promontorio del Aigua
Dolça y Salà de Elche. Avance de su estudio”, incluido en la misma
carpeta que el diario de la excavación (archivo del MAHE, sig.:
A 2/45), se recogen los nombres de los estudiantes: José Antonio
Sáez, Juan Jesús Vallejo, Pascual Bolaños y José Manuel Boix. Se
debe señalar que los tres primeros formaron parte del Grupo Ilicitano de Estudios Arqueológicos, según la relación de miembros que
se incluye en un artículo sobre un conjunto de cerámica azul y de
reflejo metálico aparecido junto al antiguo convento de San José,
publicado en la revista Anales de la Universidad de Alicante en el
año 1987 (nº 6, p. 387- 406).
16
36
La comunicación se acompaña con un plano de situación y otro con
el proyecto de nueva ordenación.
18
En el diario de la excavación (archivo del MAHE, sig.: A 2/45) la
primera anotación se realiza el 14 de mayo.
19
Archivo del MAHE, sig.: A 1/59.
20
[page-n-52]
Figura 5.4. El despacho de Rafael Ramos en un momento del estudio de las piezas de Promontori (1979). Museo Arqueológico y de
Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
La segunda campaña se llevó a cabo en junio del año
siguiente,21 contando ya con una subvención del Ministerio de
Cultura de cien mil pesetas. Entonces, se procedió a la delimitación del yacimiento, según informe de Rafael Ramos remitido a la Subdirección General de Arqueología de Madrid, tarea
prioritaria ante la previsión de que por el lugar de ubicación del
hallazgo pasaran en el futuro diversos viales de circunvalación,
como ya hemos señalado anteriormente. También se describen
en el informe los trabajos realizados: se practicaron cuatro sondeos que resultaron negativos, pero en el segundo se encontró
una bolsada de arcilla de la que se extrajeron muestras para
confirmar si la pasta de las cerámicas halladas en el lugar procedían de la misma. Además, se procedió al desplazamiento de
las tierras extraídas en la campaña de 1979 y se limpió la zona,
dejándola en condiciones de excavación, y la zona acotada con
vistas a su protección.22 Por otra parte, según la memoria de
actividades del museo del año 1979, los estudiantes que habían
dado noticia del descubrimiento, José Antonio Sáez Zaragoza, Juan Jesús Vallejo, Pascual Bolaños y José Manuel Boix,
entregarían al museo, el 1 de marzo del mismo año 1979, una
colección de materiales procedentes del lugar, consistente en
cuatrocientos noventa y seis fragmentos cerámicos, dos laminillas y dos astillas de sílex, que habrían sido recogidos entre
el otoño de 1975 y el otoño de 1978.23 Posteriormente, José
Antonio Sáez Zaragoza publicaba un artículo en la revista local
Rafael Ramos dirige una comunicación a la Delegación Provincial
del Ministerio de Cultura de Alicante informando de que va a comenzar la excavación el 9 de junio. Por su parte, la autorización del
Ministerio de Cultura se había dictado con fecha de 28 de abril de
1980 (el documento lleva sello de salida del Registro de la Sección
de Excavaciones de dicho Ministerio de 12 de mayo). Archivo del
MAHE, sig.: A 4/22.
Pobladores de Elche en el que daba cuenta de la aparición en
superficie, el 13 de mayo de 1983, en el extremo sur del yacimiento, en un punto alejado de las excavaciones realizadas, de
un canto trabajado en cuarcita, así como de otras piezas líticas
recogidas junto a las gravas amontonadas en un radio de quince
metros de las excavaciones, materiales que serían también depositados en el museo.24
En mayo de 1981 se llevaría a cabo la tercera campaña,25
sufragada por el Ministerio de Cultura con 189.845 pesetas.26
Por fin, la Dirección General de Bellas Artes Archivos y Bibliotecas autorizaba, el 7 de septiembre de 1982, la realización de
una nueva campaña.27 Pero esta no se llegó a realizar, ya que
el 10 de marzo de 1989, Rafael Ramos solicitaba autorización
para una cuarta campaña a la Dirección General de Patrimonio
Cultural de la Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana, pidiendo asimismo una subvención de 450.000 pesetas.
La solicitud también estaba suscrita por Elisa Ruiz Segura, en
ese momento alumna de doctorado del Área de Prehistoria de la
Universidad de Alicante y quien, según el plan adjunto a la solicitud, había colaborado en el estudio de los materiales obtenidos
en las anteriores campañas, contando para ello con una beca del
Instituto Juan Gil-Albert de la Diputación de Alicante.28
En la solicitud, Ramos destacaba la importancia del conjunto tanto en el ámbito de la arqueología peninsular como en el
contexto del País Valenciano, calificando el yacimiento como
una referencia indispensable para el estudio del tránsito de la
Edad del Cobre a la Edad del Bronce. Las preguntas que había
de contestar la nueva intervención eran: “¿Es el Promontori una
ocupación indígena a la que llega una moda de decoración cerámica? ¿Son alfareros alóctonos o, por el contrario, se parte de
una evolución desde reminiscencias marítimas?” Además, Ramos también incidía en la conveniencia de una nueva actuación
por el constante y sistemático expolio al que se veía sometido
el yacimiento. No obstante, la Conselleria parece ser que no accedería a lo solicitado, ya que no tenemos ningún testimonio
de una nueva intervención. Por otra parte, se debe señalar que
los materiales que se conservan en los almacenes del MAHE
están datados en los años 1979, 1980 y 1981, correspondien Revista Pobladores de Elche, 1985, p. [26-28]. En el MAHE no
hemos encontrado constancia documental de la donación de estos
materiales. Por otra parte, en el archivo del museo se conserva una
carta, también de José Antonio Sáez, con fecha de 31 de enero de
1989, por la que se dirige a Rafael Ramos comunicando su intención de donar al museo cinco cajas con unos 300 fragmentos cerámicos del yacimiento (sig.: A 3/81). No obstante, en el actual estado
de revisión del almacén del MAHE, no tenemos constancia de esta
donación, por lo que no sabemos si se llegó a efectuar.
24
21
El informe aparece unido a la autorización de nueva campaña de
excavación, de fecha 29 de abril de 1981, de la Sección de Excavaciones de la Dirección General de Patrimonio Artístico, Archivos y
Museos. Archivo del MAHE, sig.: A 1/79.
Esta campaña se realizaría, según la documentación que se conserva en el Archivo del MAHE, entre el 13 de mayo y el 5 de junio de
dicho año. Permiso de excavación y comunicación de la fecha de
finalización de la intervención, signaturas: A 4/23 y A 4/24.
25
Oficio de remisión, de la Dirección Provincial del Ministerio de
Cultura, del cheque de la subvención. Archivo del MAHE, 4 de
marzo de 1982, sig.: A 2/7. Sabemos que Ramos, el 23 de enero,
había pedido una subvención de 200.000 pesetas. Archivo MAHE,
sig.: A 1/79.
26
22
Archivo del MAHE, Memoria de las actividades desarrolladas por
el Museo Arqueológico de Elche en 1979 (sig.: A 1/69).
23
Archivo del MAHE, sig.: A 4/25.
27
Archivo del MAHE, sig.: A 2/43. De este estudio no hemos encontrado ningún testimonio en el MAHE.
28
37
[page-n-53]
do, por tanto, a dichas campañas, aunque también abundan las
bolsas sin indicación de año. Por fin, una bolsa lleva la fecha 19
de mayo de 1985, pero pensamos que bien podría deberse a un
error en la anotación.29
Por fin, debemos destacar que el archivo del MAHE conserva abundante documentación de esta excavación, constituida
por varias carpetas de fotografías, tanto de la intervención como
de los materiales obtenidos, y croquis y dibujos del yacimiento,
de las piezas y de los motivos decorativos de los recipientes
cerámicos (fig. 5.5).
Ramos vio en Promontori los restos de un poblado en el que
documentó tres fases: un estrato inferior, al que denomino estrato
C, correspondiente al Eneolítico I, con una ubicación cronológica
entre el 3000 y el 2500 a.n.e., y con cerámicas lisas y en general
de buenas pastas y buena cocción; un nivel intermedio, estrato B,
nivel de predominio de la cerámica campaniforme, correspondiente al Eneolítico II, con datación entre el 2500 y el 2000 a.n.e.; y
un último nivel, estrato A, que identificó como un momento de
transición al Bronce Valenciano, con presencia de cerámicas lisas, “de pastas amarillentas y calidades deficientes”, asociadas
a recipientes con decoración incisa, con “reminiscencias” en los
motivos campaniformes, pero con aspecto, textura y composición
diferente (Ramos Fernández, 1985b: 15). A partir de la secuencia
estratigráfica (no se realizó ninguna datación absoluta), Ramos determinó la evolución del poblado sin solución de continuidad. De
esta manera, la aparición de las cerámicas campaniformes debía
valorarse “como el resultado de una moda, ya de importaciones o
de producciones locales”, lo que habría de determinar el estudio
de las muestras de arcilla extraídas del mismo yacimiento, pero
que, en todo caso, no respondía “a la llegada de nueva población,
puesto que no existe ruptura en el resto del complejo material integrante de su periodo cultural” (Ramos Fernández, 1985b: 18).
Tipológicamente (Ramos identificó y clasificó las decoraciones de
Promontori y las comparó con las de otros yacimientos), adscribió
la cerámica al denominado Campaniforme inciso, abundando los
cuencos y, en menor medida, los vasos; y la relacionó estilísticamente con el complejo de Ciempozuelos, “de lógicos contactos
con Palmela, y, en general, con la costa mediterránea, especialmente con Salamó, que a su vez queda conectado con el conjunto
de la Meseta” (Ramos Fernández, 1985b: 16).
Podemos considerar el hallazgo de Promontori como un hito
para el Museo Arqueológico de Elche y para su director. El interés
del yacimiento tuvo como resultado que por primera vez el museo
contara con subvención del Ministerio de Cultura para realizar una
excavación arqueológica. Por otra parte, solo un año después de la
primera campaña, aparecía un artículo en una revista de divulgación de ámbito nacional, Historia 16, revista especializada sí, pero
dirigida a un amplio público. Promontori, además, también estaría
presente en el XVI Congreso Nacional de Arqueología, realizado
en Cartagena y Murcia en 1982. En todas estas circunstancias,
creemos, hemos de tener en cuenta el debate que movía en esos
años un fenómeno, como el Campaniforme, que aún hoy en día
nos encontramos lejos de resolver totalmente, como expone, entre
otros, Garrido Pena (1999: 16-27 y 2008: 5-12).
En el archivo del MAHE se conserva un acta de entrega de materiales de un particular de ese año 1985, pero del 10 de octubre.
Concretamente, se trataría de una punta de sílex, a la que le faltaba
el rabillo, y tres fragmentos cerámicos, depositadas en el museo por
Antonio Ramírez Fernández. Sig.: A 3/41.
Figura 5.5. El archivo fotográfico del MAHE conserva un buen número de fotografías, coetáneas a la intervención, de las piezas de
Promontori. Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
Por otra parte, como bien nos señalaba el propio Ramos
en la entrevista que realizamos para la redacción de este artículo, Promontori sirvió para situar a Elche en la primera línea
de un ámbito del conocimiento arqueológico, la Prehistoria,
de la que estaba ausente hasta ese momento. Los numerosos
vasos cerámicos hallados lo convertirían en un referente en
el contexto de la arqueología prehistórica valenciana de los
años ochenta del siglo XX. Pero es que, además, la identificación de los distintos estratos realizada por Ramos removía
un panorama donde abundaban los hallazgos casuales, las
intervenciones antiguas sin estratigrafía o las recogidas de
materiales procedentes de prospecciones superficiales. Solo
el yacimiento de La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia),
ofrecía en esos momentos una secuencia identificada. De este
modo, Promontori ocuparía un lugar central en el estudio de
Joan Bernabeu El vaso campaniforme en el País Valenciano
(1984), una obra sobre esta temática que aún hoy en día sigue
siendo una referencia en nuestro territorio.
CARAMORO I
Según nos relata Rafael Ramos en los artículos publicados sobre
la intervención en este yacimiento,30 el hallazgo no fue casual
en este caso, ya que la localización del emplazamiento fue la
consecuencia de un estudio previo del terreno. En la entrevista citada anteriormente, Ramos recordaría como por esos años
publicó un manual de técnicas arqueológicas, su Arqueología:
métodos y técnicas, y que una de las tareas que se autoimpuso
fue la comprobación sobre el terreno de que las directrices que
29
38
Bajo el título “Caramoro: una fortaleza vigía de la edad del Bronce”, Ramos publica un artículo en la revista Pobladores de Elche de
1988, p. 93-98. Con el mismo título y en el mismo año publicaría
otro artículo en Homenaje a Samuel Santos, Albacete, p. 93-108.
30
[page-n-54]
Figura 5.6. El espolón de Caramoro fotografiado por Rafael Ramos.
Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos
Folqués”-MAHE.
exponía sobre cómo proceder a una prospección podían ser o no
correctas.31 De este modo, en uno de sus recorridos por el campo
de Elche, se propuso comprobar la “existencia de poblados de
la Edad del Bronce diseminados por puntos de fácil defensa en
el territorio ilicitano”. A esta tesis se añadió la hipótesis de la
más que probable relación entre los mismos, ya que todos los
materiales encontrados hasta ese momento indicaban “una misma comunidad” que habitaba diversos lugares próximos entre sí
(Ramos Fernández, 1988a: 93).
Partiendo, por consiguiente, de estas premisas, del carácter
defensivo de las construcciones y de la necesidad de puestos de
observación, Ramos buscó sobre el terreno puntos que ofreciesen una gran visibilidad. Para ello siguió los caminos naturales
que accedían al territorio ilicitano desde el interior: la cuenca
del Vinalopó y el barranco de los Arcos. Localizada una eminencia en la primera de las vías citadas, el espolón de Caramoro,
que cumplía con las condiciones de visibilidad, sin embargo no
halló materiales en superficie. No obstante, realizó un sondeo de
prospección que, esta vez sí, descubrió restos de muro asociado
a cerámicas de la Edad del Bronce. Este primer sondeo sería
seguido inmediatamente por la realización de una trinchera en
El manual, tras la realización de un concurso de presentación de
proyectos que ganaría Ramos, lo publicó la editorial catalana Bellaterra en 1977, teniendo una segunda edición en 1981, el año de
la excavación de Caramoro. Su acogida fue muy buena entre la comunidad docente y llegaría a tener una tercera edición en 1987. En
la introducción del apartado dedicado a “La prospección”, páginas
16 a 34 (manejamos la 2ª edición), Ramos expone: “Para intentar
localizar un yacimiento, en primer lugar hay que realizar un estudio
del relieve y de la hidrografía de la región, ver el mapa geológico
y tener en cuenta el clima. Con los datos obtenidos se podrá indicar sobre el terreno los puntos de hábitat más favorables. Es decir,
para intentar descubrir nuevos yacimientos es importante tener un
conocimiento lo más preciso posible de la geografía local y ver qué
puntos podrían haber estado ocupados en el pasado. Lógicamente,
los más idóneos serán los que presenten abastecimiento de agua,
defensas naturales, etc.”
“Z”, en dirección E-O, con eje N-S y 1 metro de anchura, para
conocer la amplitud del yacimiento (Ramos, 1988b: 94). La colmatación del recinto interior, la fuerte erosión facilitada por la
pendiente del lugar y la visita de clandestinos explicaban por sí
mismas la ausencia de materiales detectadas en la primera visita
de observación (fig. 5.6).
La excavación, casi inmediatamente después de la realización del sondeo, según testimonio de Ramos, se llevaría a cabo
en el primer semestre de 1981. Dos dibujos del yacimiento aparecen datados el 7 de febrero y el 22 de mayo, datos que testimonian que la intervención se prolongó durante varios meses.32
Como era habitual en la época, el proceso se realizó mediante
la implantación de una cuadrícula, la realización de sondeos
y el recurso a muros testigo. Para todos los trabajos, también
como era habitual, Ramos contó exclusivamente con peones del
Ayuntamiento.
La intervención de Ramos sacó a la luz unas estructuras que
se interpretaron como una fortificación, con una limitada población residente, entre cuatro y seis personas, y con la dedicación
exclusiva de servir de puesto de vigilancia avanzado del que
pudo ser el gran poblado de La Moleta. De hecho, en una memoria de las actividades realizadas por el Museo Arqueológico
Municipal entre 1979 y 1983, ya citada, que se custodia en el
archivo del MAHE, Rafael Ramos no habla de la excavación en
Caramoro, sino de “El Fortín de la Moleta”, un “puesto vigía
para alerta de los pobladores del territorio”. Posteriormente, en
un documento sobre la “Actividad prevista del Museo Arqueológico durante 1984”, señala que durante ese año estaba prevista
la realización de una segunda campaña, “con el fin de conocer
las totalidad del emplazamiento y [proceder] a la limpieza total
de la muralla exterior”.33 En este mismo documento relaciona
también La Moleta, “yacimiento de la Edad del Bronce al que
posiblemente pertenezca el fortín citado. Es una meseta de propiedad privada en la que, tras los trámites precisos para poder
realizar trabajos en ella, este Museo tiene previsto realizar una
primera prospección”34 (fig. 5.7).
Años más tarde, las obras realizadas para la construcción
de la autovía A-7, así como el mal estado en que se hallaba el
asentamiento, motivaron una excavación de urgencia en el yacimiento, en noviembre de 1989, bajo la dirección de Alfredo
González Prats y Elisa Ruiz Segura. La actuación se justificaría
por los efectos del “trasiego de la maquinaria pesada encargada
de los trabajos de rebajamiento de la plataforma sobre la que
se asientan ambos poblados [Caramoro I y Caramoro II]”, pero
también por el “lamentable estado en que se hallaba el asen-
31
Archivo del MAHE, sig.: A 2/39. Ambos dibujos se recogen en
papel milimetrado. El primero, fechado el 7 de febrero, está suscrito por Rafael Ramos y recoge un croquis de la excavación con la
señalización del acceso al yacimiento y las estructuras arquitectónicas halladas; en el segundo, no se identifican las estructuras representadas. Se debe señalar que algunos de los materiales de este
yacimiento que se custodian en los almacenes del MAHE aparecen
fechados en 1982.
32
Archivo del MAHE, sig.: A 2/28.
33
No obstante, debemos señalar que este yacimiento, descubierto por
Pedro Ibarra, todavía sigue sin excavar. Sobre el mismo se puede
consultar el artículo de Iván López Salinas “Aproximación al yacimiento arqueológico de La Moleta (Elche, Alicante): un descubrimiento de Pedro Ibarra” en la revista Festa d’Elx, 2014, p. 79-95.
34
39
[page-n-55]
Figura 5.7. Foto aérea del yacimiento durante la excavación de
1981. Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
tamiento excavado por Ramos, fruto de las persistentes visitas
de clandestinos”. Además, a todo esto se añadía “la utilización
del lugar como vertedero de residuos textiles y de retales de
la fabricación de calzado”. Posteriormente, en junio de 1993,
los mismos arqueólogos efectuaron la planimetría del enclave
(González Prats y Ruiz, 1995: 86).
Tanto en la excavación efectuada por Ramos, como en la
actuación realizada por González Prats y Ruiz Segura, se obtuvieron una gran cantidad de restos arqueológicos, con una amplia representación de vasos y fragmentos cerámicos, restos que
están depositados actualmente en el MAHE.
Ramos, a tenor de la tipología cerámica, adscribiría el
yacimiento a la II fase del Bronce Valenciano, con una ocupación que podría haberse desarrollado entre los años 1500
y 1150 a.n.e. Posteriormente, González Prats y Ruiz Segura
establecieron la adscripción al Argar: “El carácter argárico
de la fortificación de Caramoro I nos resulta incuestionable
manejando, por un lado, los elementos de su cultura material,
por otro, la existencia de una inhumación bajo el suelo de la
vivienda E,35 así como el uso en un tramo de muro de la técnica denominada “espina de pez” para la disposición de algunas
hiladas de piedra, que recuerda la utilizada en varios poblados
del Cobre y que documentamos en poblados argáricos como
La Bastida de Totana o el Cerro de Enmedio” (González Prats
y Ruiz, 1995: 100). Para estos investigadores Caramoro I se
articulaba en el contexto de un intenso poblamiento argári En 1996 Blas Cloquell y María Aguilar publicaron un artículo sobre los restos humanos hallados, correspondientes a un individuo
infantil de corta edad, situados en el rincón de una vivienda y con
señales evidentes de una fractura en scalp en el cráneo provocada
por un instrumento afilado (Cloquell y Aguilar, 1996: 10-15).
35
40
Figura 5.8. Dibujo de Rafael Ramos de tipos cerámicos de Caramoro, Archivo del MAHE, sig.: A 2/59.
co en el curso inferior del Vinalopó, con un máximo exponente en el “gran poblado del Tabaià, del que apenas dista 3
km, constituyendo este, posiblemente, el poblado nuclear de
los asentamientos de la zona, boca del corredor natural que
constituye el valle del Vinalopó, debiéndose valorar como un
asentamiento de carácter estratégico” (González Prats y Ruiz,
1995: 100-101).
En relación con la filiación por Ramos del yacimiento
dentro del Bronce Valenciano creemos que se debe señalar
que en las Primeras Jornadas de Arqueología de la Universidad de Alicante, celebradas dos años después de las primeras
[page-n-56]
excavaciones en Caramoro, Mauro Hernández señalaba, en
su ponencia sobre la Edad del Bronce en el País Valenciano,
que el esquema propuesto por M. Tarradell para dicho territorio en los años sesenta seguía vigente. Según dicho esquema, salvo algunos yacimientos de la Vega Baja del Segura, el
resto de este amplio espacio se encuadraba en el denominado Bronce Valenciano. No obstante, la ponencia resaltaba la
necesidad de realizar una revisión crítica y puntual a fin de
poder diferenciar dicho Bronce Valenciano de la denominada
cultura argárica, en lo referente a la delimitación geográfica,
cronología –a partir de estratigrafías claras y dataciones absolutas–, tipo de hábitat y enterramiento. Además, también
se debían realizar estudios exhaustivos de la cerámica, de la
metalurgia, del utillaje óseo y lítico, así como de los testimonios sobre posibles actividades económicas (Hernández,
1985: 5-63). Hernández no citaba Caramoro en su ponencia,
pero sí mencionaba el entonces reciente hallazgo del poblado del Puntal del Búho, de adscripción argárica a partir de
un enterramiento en cista en el interior del poblado y de la
presencia de cerámicas que podían encuadrarse en este marco cultural (1985: 25 y 34). Ramos, por su parte, presentó
en estas jornadas una ponencia en la que apenas describía
las estructuras de Caramoro, conocidas “solo parcialmente”.
Por lo que respecta al material, cita el hallazgo de “piezas
carenadas, molinos de mano barquiformes, dientes de hoz y
punzones de hueso” (Ramos Fernández, 1985a: 459-460), sin
más comentario (fig. 5.8).
Además de los restos arqueológicos, el MAHE conserva de
Caramoro un conjunto de documentos correspondiente a las tareas de excavación y descripción del material: fotografías del
yacimiento y de la actuación arqueológica, un conjunto de láminas en papel vegetal milimetrado de los tipos de recipientes
cerámicos, otro conjunto similar de dibujos en papel vegetal
(probablemente con vistas a su publicación) y una serie de croquis, planos y dibujos del yacimiento, así como una recreación
de las posibles estructuras originarias.36
Hemos de señalar que pasados unos años de la actuación,
en junio de 1990, Rafael Ramos redactaría un informe en el
que presentaba el peligro en el que se encontraba el yacimiento por la acción de los factores ambientales y, sobre todo, por
la actuación de expoliadores, a la vez que hacía ver la necesidad de adoptar medidas de conservación y protección que
permitieran la preservación en el futuro del yacimiento con
vistas a posteriores estudios, pero también para posibilitar su
contemplación y disfrute.
Es lamentable su progresivo deterioro debido no sólo a los
agentes naturales que inciden sobre ellos, puesto que no han
sido consolidados por carencia de dotación económica, sino,
esencialmente, a las devastadoras acciones de los prospectores clandestinos, que con sus rebuscas socavan las bases
de los muros de esta construcción que, debido a ello, acaban
derrumbándose.
Es necesario, pues, que este monumento prehistórico valenciano sea consolidado, restaurado y protegido, ya que
constituye uno de los escasos ejemplares de la arquitectura
de la Edad del Bronce que todavía hoy puede admirarse y
estudiarse.37
Un año más tarde, en un resumen de actividades, proyectos y necesidades del museo, con fecha de 8 de julio de
1991, Rafael Ramos, planteaba la necesidad de colocación
de paneles informativos tanto en Caramoro I como en Promonotori.38
LA DIFUSIÓN DE LOS TRABAJOS
Promontori y Caramoro tuvieron un distinto tratamiento a la
hora de divulgar los resultados de las excavaciones, en beneficio del primer yacimiento, tanto por la diligencia en la difusión
como por el número de publicaciones (fig. 5.9).
Comenzando por las exposiciones, en junio de 1982 se realizaría la exposición “Muestras arqueológicas de Elche” que
presentaba, según palabras del propio Rafael Ramos, tipos representativos del pasado prehistórico, protohistórico e histórico de la ciudad. Se presentaron materiales de Figuera Redona,
Promontori y de La Alcudia (no cita Caramoro). En el apartado
dedicado al mundo ibérico se exhibían el denominado “vaso de
Tanit” y la esfinge del Parque Municipal. La Venus de Ilici y
“los ricos ajuares funerarios obtenidos en las excavaciones de
La Alcudia”, representaban la cultura romana. El bloque final se
dedicó al periodo andalusí con cerámicas procedentes del subsuelo de la urbe actual.39
Un año después, en marzo de 1983, se presentaba en la
ciudad “El Eneolítico y la cerámica campaniforme en Elche”,
en torno a los recientes hallazgos de las campañas realizadas en el Promontori de l’Agua Dolça i Salada.40 Por último,
en el programa de actividades del Museo Arqueológico para
1988, presentado a requerimiento del Ayuntamiento en noviembre de 1987, Ramos incluye la celebración de una exposición dedicada a “El Eneolítico y la Edad del Bronce en
la Comarca de Elche”, que, sin embargo, parece que no se
celebraría hasta 1990.41
“Informe sobre las excavaciones arqueológicas de Caramoro. Pleno de 25 de junio de 1990”. No obstante, no sabemos si llegó a
presentarse a la Corporación, ya que hemos consultado las actas
de Pleno de la época y no hemos encontrado referencia alguna al
tema. Sí que aparece como informe oficial producido por el Consell
Valencià de Cultura en 1990, cuando Rafael Ramos Fernández era
miembro de este organismo, y se puede consultar en la página de
la institución: https://cvc.gva.es/es/documentos-es/informe-sobrelas-excavaciones-arqueologicas-de-caramoro/.
37
La fecha aparece en el margen del documento a lápiz, los datos recogidos remiten al periodo entre 1987 y 1991. Archivo del MAHE,
sig.: A 3/84.
38
Archivo MAHE, sig.: A 2/6.
39
Todo este material se digitalizó con motivo de las intervenciones
realizadas en 2015 y 2016. Por lo que respecta al cuaderno de excavaciones, que no se encuentra en el MAHE, Rafael Ramos, en la
entrevista realizada para este artículo, nos señaló que en su momento lo entregó a Alfredo González Prats, cuando éste intervino en el
yacimiento.
36
Información recogida en el currículum de Rafael Ramos que se
conserva en el archivo del MAHE.
40
Archivo MAHE, Programa de actividades para 1988, sig. A 1/29.
Según un segundo documento, “Actividades del Museo Arqueológico” (1987 - 1991), con fecha en el margen de 8 de julio de 1991,
esta exposición se realizó en 1990. Archivo del MAHE, sig.: 3/84.
41
41
[page-n-57]
Figura 5.10. Viñeta sobre Promontori del cómic “Historia de Elche”
publicada en fascículos por el periódico Baix Vinalopó en mayo
de 1985. Guión y dibujos: Juan José Tarí Agulló. Asesoramiento:
Rafael Ramos Fernández.
Figura 5.9. Tipología decorativa de la cerámica campaniforme. Rafael Ramos Fernández, Arqueología prehistórica de la Península
Ibérica, 1982.
No obstante, debemos señalar que, salvo las notas que citamos, no tenemos datos sobre estas exposiciones, ya que no
hemos localizado catálogos, folletos u otra información sobre
su celebración ni sobre su contenido.
Ramos también presentaría los resultados de la excavación
en Promontori en diversos encuentros científicos, como en el
XVI Congreso Nacional de Arqueología (Cartagena-Murcia,
1982), exponiendo los trabajos realizados en el yacimiento
y las conclusiones obtenidas en una ponencia titulada “Precisiones evolutivas sobre cerámicas de tipo campaniforme”
(Ramos Fernández, 1983: 117-120). Por otra parte, en las Primeras Jornadas de Arqueología de la Universidad de Alicante,
ya citadas, Ramos presentaría el artículo “Un modelo de periodización arqueológica: la zona de Elche” (Ramos Fernández, 1985a: 451-478) en el que hacía un recorrido desde los
primeros establecimientos de población en el territorio ilicitano hasta el último periodo de la Ilici visigoda. De Promontori relacionaba la estratigrafía del yacimiento, describía los
materiales cerámicos hallados en cada estrato, estableciendo
una periodización a través de la propia cerámica, y, por fin, exponía sus hipótesis sobre el origen, tipo, actividad y desarrollo
del enclave, así como sobre la cerámica campaniforme que,
como hemos señalado más arriba, debía valorarse “como el
resultado de una moda, ya de importaciones o de producciones
42
Figura 5.11. El espolón de Caramoro según el cómic “Historia de
Elche” publicada en fascículos por el periódico Baix Vinalopó en
mayo de 1985. Guión y dibujos: Juan José Tarí Agulló. Asesoramiento: Rafael Ramos Fernández.
locales”. Por fin, en 1984, presentaría un trabajo sobre las formas y los motivos decorativos de los vasos hallados en Elche
en un coloquio celebrado en Alcoi, el 1 y el 2 de diciembre,
sobre el Eneolítico en el País Valenciano.
Por lo que respecta a las publicaciones (figs. 5.10 y 5.11),
al año siguiente de la primera campaña en Promontori Ramos expone los resultados, como ya señalamos más arriba,
en un primer artículo sobre el Campaniforme en Elche en la
revista de divulgación histórica de ámbito nacional Historia
16. Además, en los años siguientes, varias revistas especializadas recogerían diversos artículos sobre este yacimiento.
Los resultados de la campaña de excavaciones en Caramoro,
sin embargo, salvo la breve nota de la ponencia presentada
en las Primeras Jornadas de Arqueología de la Universidad
de Alicante, no serían publicados hasta pasados unos años.
Ramos daría cuenta de los trabajos, de forma parcial, en un
artículo publicado en el Homenaje a Samuel de los Santos
[page-n-58]
(Ramos Fernández, 1988: 93-98), donde mostraba un croquis
de la planimetría del asentamiento y una interpretación de la
evolución arquitectónica del mismo.
VALORACIONES FINALES
Los primeros años de Rafael Ramos Fernández al frente de
la arqueología ilicitana constituyen un momento de efervescencia a todos los niveles. Para la ciudad, la llegada de los
nuevos gobernantes municipales elegidos democráticamente
comportará la realización de proyectos largamente esperados, entre ellos el traslado del Museo Arqueológico Municipal al palacio de Altamira, proceso dirigido por un Ramos
que también reclama vigilancia ante una fiebre edificatoria
que se está llevando por delante gran parte del patrimonio
ilicitano y que saca a la luz, en cada nueva obra en el centro
de la ciudad, los testimonios arqueológicos del Ilš andalusí.
Las nuevas vías que se abren, en un proceso de modernización imparable, también sacan a la luz restos de otro pasado,
el de un territorio ocupado desde la Prehistoria (figs. 5.10 y
5.11). Es así como Ramos puede excavar en el yacimiento
del Promontori de l’Aigua Dolça i Salada, un hito para el
museo donde Ramos halló un impresionante conjunto campaniforme. La excavación sistemática de los yacimientos del
término era una de las directrices que se fijó como propósito
al comienzo de su andadura como director del museo, y Caramoro uno de sus objetivos. Ambos, junto a las noticias de los
antiguos hallazgos de Pedro Ibarra y a las actuales excavaciones realizadas en el término por instituciones y empresas
especializadas en arqueología, nos ofrecen un paisaje caracterizado por una intensa habitación en la Prehistoria desde
las primeras ocupaciones neolíticas.
43
[page-n-59]
[page-n-60]
6
Los trabajos arqueológicos en Caramoro I:
apuntes sobre su excavación
Sergio Martínez Monleón y Francisco Javier Jover Maestre
A diferencia de otros yacimientos de la Edad del Bronce,
Caramoro I no fue descubierto hasta fechas muy recientes,
prácticamente casi unos pocos años antes del inicio de las
primeras excavaciones arqueológicas emprendidas por R.
Ramos Fernández (1988). Ni en los tempranos estudios de
los hermanos Ibarra, ni en las notas de D. Jiménez de Cisneros, ni siquiera en los trabajos de A. Ramos Folqués (1953),
en especial, en su famosa carta arqueológica del término municipal de Elche, se daba cuenta de un amplio número de
yacimientos de la Edad del Bronce o con algunos materiales
adscritos a este periodo.
Del mismo modo, R. Ramos Fernández (1981; 1986) tampoco mencionaba su existencia en diversos trabajos publicados
en relación con las excavaciones emprendidas en el cercano
asentamiento campaniforme del Promontori d’Aigua Dolça i
Salada. Era, por tanto, en la publicación efectuada por R. Ramos Fernández (1988) en el homenaje a Samuel de los Santos,
donde se presentaba por primera vez su existencia, así como
los resultados obtenidos de la excavación efectuada años antes.
El ex-director del Museo Arqueológico Municipal de Elche no
hizo ninguna otra publicación específica sobre el yacimiento,
aunque sí defendió en distintos foros y consejos oficiales la necesidad de su conservación y puesta en valor.
Posteriormente, y como consecuencia de la ejecución de las
obras de la autovía A-7 en su tramo de Alicante a Murcia, A.
González Prats y E. Ruiz Segura pudieron emprender nuevas
excavaciones en el mismo, aunque centraron su atención en otro
núcleo cercano denominado por ellos como Caramoro II para
diferenciarlo del anterior (González Prats y Ruiz, 1992). El resultado de sus trabajos se vio reflejado en un capítulo de una
monografía sobre urbanismo, donde exponían los principales
resultados (González y Ruiz, 1995), al igual que otros investigadores daban cuenta del estudio de los restos óseos humanos de
una inhumación de un infante con signos de violencia (Cloquell
y Aguilar,1996).
A continuación, pasamos a valorar los trabajos efectuados
con el objeto de establecer su conexión con los resultados obtenidos en nuestras actuaciones llevadas a cabo en 2015 y 2016.
LA EXCAVACIÓN DE RAFAEL RAMOS FERNÁNDEZ
Caramoro I fue objeto, durante el primer semestre de 1981,1 de
una campaña de excavación a cargo de R. Ramos Fernández, director del MAHE desde 1977, quien dio cuenta de los trabajos,
de forma parcial, en un breve artículo (Ramos Fernández, 1988)
(fig. 6.1). En esta publicación, su autor mostraba un croquis de
la planimetría del asentamiento y una interpretación de la evolución arquitectónica del mismo (fig. 6.2). Según informa el autor,
tras una primera visita al yacimiento no se hallaron materiales en
superficie (fig. 6.3), lo cual posteriormente, y en vista de los resultados que deparó la intervención, interpretó como resultado de la
colmatación del recinto interior, la fuerte erosión de la zona y la
visita de clandestinos al yacimiento.
A pesar de estas circunstancias, el excavador realizó un sondeo de prospección de 2 x 2 m (fig. 6.4), en lo que posteriormente sería el ángulo suroeste del sondeo 4, y una trinchera en
Z de dirección este-oeste y un eje norte-sur de 1 m de anchura
para conocer la amplitud del yacimiento (fig. 6.5). Los resultados que ofrecieron estos trabajos fueron positivos, aflorando
estructuras en un espacio con una potencia superior a 1 m de
profundidad.
1
Esta es la fecha que aparece en la documentación de Rafael Ramos
Fernández depositada en el MAHE, y no 1986 como se llegó a publicar posteriormente (González y Ruiz, 1995). Cabe la posibilidad
de que esta intervención se alargara al siguiente año, a tenor de la
información que acompaña algunos de los materiales depositados
en esta institución y que aparecen con la fecha de 1982.
45
[page-n-61]
Figura 6.1. Vista de Caramoro I desde el río en 1981 (fotografía: R.
Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.2. Croquis del asentamiento una vez excavado, elaborado
por R. Ramos Fernández. Archivo documental del MAHE.
Figura 6.3. Estado que presentaba el yacimiento durante la primera
visita realizada por R. Ramos Fernández (fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.4. Uno de los sondeos realizados durante la prospección
(fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
46
Estratigráficamente, el yacimiento presentaba, a tenor de la
información publicada (Ramos Fernández, 1988), al menos dos
niveles de ocupación relacionables con dos pavimentos a su vez
amortizados bajo niveles de derrumbe. Tras una capa de superficie
de 0,33 m aparecía un primer nivel de derrumbe de 0,16 m, seguido de otro que contenía más restos arqueológicos, de 0,24 m, y
que colmataban un pavimento de arcilla amarillenta pisada de 0,12
m. Infrayacente a este pavimento, aparecía un importante nivel de
incendio de 0,18 m sobre otro pavimento de las mismas características que el anterior y con una potencia de 0,13 m (fig. 6.6). Este
pavimento se había levantado sobre un nivel de preparación de en
torno a los 0,15 m de potencia que se asentaba directamente sobre
la roca madre. No obstante, a juicio de su excavador, sin embargo,
no era posible señalar diferencias evidentes entre el material arqueológico registrado en ambos niveles, que debían pertenecer, por
tanto, a un mismo “horizonte” cultural.
Con base en toda la documentación obtenida en las primeras
catas, se procedió a la excavación del yacimiento implantando una
cuadrícula de panal de orientación simple (fig. 6.7), con 25 sondeos
de patrón divisibles en cuatro casillas de 2 x 2 m, con muros testigos de 0,50 m de espesor entre sondeos y de 0,25 m entre casillas.
Según los datos recabados, en la excavación en cuadrículas se repetía la sucesión estratigráfica observada en los sondeos previos.
Esta intervención hizo aflorar, según su excavador, los restos de un recinto de planta arriñonada adaptada a la superficie
del terreno (ver fig. 6.2) y con un revestimiento de barro arcillo-
[page-n-62]
Figura 6.5. Trinchera en Z realizada durante la prospección (fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.6. Estratigrafía del yacimiento observada en el testigo dejado junto al hogar de los sondeos 5D y 5E, a la derecha (fotografía:
R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.7. Proceso de excavación de los distintos sondeos de la
cuadrícula implantada en el yacimiento (fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.8. Espacio interpretado por R. Ramos Fernández como los
restos de una posible torre, aunque realmente corresponden a un
tramo del muro de cierre del asentamiento en su zona nororiental
fFotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
so amarillento. Este recinto estaba formado por un muro principal en su extremo oriental que cerraba toda la edificación, al que
se le habían ido adosando posteriormente diversos muros, tanto
por su cara exterior, como interior, interpretando esta estructura
final como un bastión, con un grosor que disminuía en dirección
sur. Por su cara oriental, la adición de muros había dejado tres
espacios abiertos entre los muros que, en sentido sur-norte, conformaban un espacio triangular en cuña relleno de piedras, una
plataforma rectangular de 1,5 x 2 m interpretada como los restos
de una posible torre (fig. 6.8) y un espacio semicircular relleno
de piedras en el extremo septentrional.
Por su cara occidental se adosaron otra seríe de muros conformando dos habitaciones, las denominadas como A y B (fig.
6.9). La primera –A– interpretada como una estancia o vestíbulo de ingreso de planta circular y 3,5 de diámetro, a la que se
accedía desde el exterior por medio de un estrecho pasillo en
su ángulo noroeste de poco más de 1 m de anchura, y que por
medio de un acceso en recodo en su extremo suroriental daba
acceso a la estancia central –B–, de planta irregular de 4 x 6 m
de superficie, que presentaba un banco en su extremo occidental
y oriental, respectivamente, además de un hogar semicircular
junto al banco del extremo oriental (fig. 6.10). En su extremo
meridional presentaba una puerta de salida con portal enlosado
(fig. 6.11) y delimitación de jambas que daba acceso a una tercera estancia –C– identificada como una terraza que no estaba
cubierta y en la que sólo se identificó un estrato (fig 6.12). Esta
terraza tenía una puerta de comunicación del recinto con el exterior en el extremo sureste y un muro que obligaba a un ingreso
en recodo a la estancia central –B.
Su excavador interpretaba este recinto como una fortificación
construida en un punto de fácil defensa y gran visibilidad, que
presentaba dos niveles de ocupación, debido a la remodelación
que sufrió el recinto tras el incendio que asoló a la primera fase
constructiva del poblado. Así mismo, infería que en este puesto vigía deberían haber vivido entre cuatro y seis personas que
debían tener una dedicación única de vigilancia e información,
como puesto avanzado del poblado de La Moleta en la Edad del
Bronce, dentro de la facies del Bronce Valenciano, y que atendiendo a sus productos cerámicos debía situarse en la IIª fase de
este periodo cronológico y cultural, entre 1500 y 1150 a.C.
47
[page-n-63]
Figura 6.10. Hogar documentado en la estancia B de R. Ramos Fernández. En los trabajos de A. González y E. Ruiz estancia A (fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.9. Habitaciones A, en primer plano, y B, al fondo, con la
puerta que daba acceso a la estancia C o terraza (montaje efectuado
a partir de dos fotografías de R. Ramos Fernández depositadas en
el MAHE).
Figura 6.11. Vano de acceso al espacio B de R. Ramos Fernández
(fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE)
LA ACTUACIÓN ARQUEOLÓGICA DE ALFREDO
GONZÁLEZ PRATS Y ELISA RUIZ SEGURA
ba la existencia de una compleja fortificación (fig. 6.13) en el
extremo oriental del asentamiento, compuesta por un importante bastión –H– de forma arriñonada con unas dimensiones
de 13,5 x 3,5 m en su extremo nororiental, al que se adosaba en
su extremo meridional una estrecha plataforma –F– o “cuerpo
de guardia” y un foso –G– interpretado como la acequia que
recogería el agua vertida por el techado de la plataforma superior y la conduciría hacia el cauce del río, relacionándolo
con dos grandes bloques de piedra con profundos surcos incisos artificiales (fig. 6.14). Finalmente, se detectaron los restos
de una posible línea exterior de muro –J–, probablemente de
aterrazamiento, muy deteriorada y que no llegaron a excavar.
Presentaba un trazado oblicuo en relación al resto de la construcción y tenía una longitud de 9 m.
La técnica de construcción del bastión –H– se realizó con la
colocación de gruesas piedras en talud en buena parte de su perímetro, quedando el resto cerrado por una serie de elementos de
barro de forma plano-convexa. El interior presentaba un relleno
homogéneo de piedras y barro que se alzaría 2 m y que serviría
Años más tarde, las obras realizadas para la construcción de
la autovía A-7, así como el lamentable estado en que se hallaba el asentamiento tras la excavación de R. Ramos Fernández, motivaron una nueva excavación de urgencia en el
yacimiento. Los trabajos se iniciaron en noviembre de 1989
bajo la dirección de A. González Prats y E. Ruiz Segura, teniendo continuidad para labores de planimetría en junio de
1993. Los resultados preliminares de esta intervención se
publicarían al poco tiempo, abordando los nuevos datos arquitectónicos, escasa información sobre la estratigrafía que
presentaba y los nuevos elementos de cultura material que
obligaron a variar el ámbito cultural al que se había adscrito
el poblado (González Prats y Ruiz, 1995).
Las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo vinieron
a definir una serie de estructuras articuladas a lo largo de un
eje norte-sur con una longitud máxima de 33 m. Se confirma48
[page-n-64]
de zócalo, según sus excavadores, a una superestructura ligera
vegetal. A pesar de la intervención no fue posible delimitar cual
era la relación de este bastión con la entrada del poblado, aunque
se planteaba que en un primer momento, una de las plataformas
circulares de la entrada debía ser una torre y, posteriormente, reforzando la fortificación y ganando espacio habitable al interior,
se construiría este gran bastión, ya que aparecía adosado al muro
oriental de la estancia A.
La plataforma –F– estaba construida por una línea simple de
piedras en talud (fig. 6.15), con una orientación noroeste-sureste
en sus primeros 8 m, y que, tras la realización de una trinchera
para definir la orientación de este muro, se unía a otro tramo de
muro de 8,5 m de longitud que realizaba una inflexión de 150º,
alcanzando una altura superior a los 2 m y revocado con una
espesa capa de arcilla (fig. 6.16).
Paralelo al primer tramo de muro de la plataforma F discurría un estrecho muro de 0,3 m de anchura y 5,7 m de
longitud, delimitando un foso –G–, de 1,2 m de amplitud y
cuya superficie presentaba grandes lajas de piedras, que se
Figura 6.12. Vista de la estancia B y C de R. Ramos Fernández.
Obsérvese el grosor del muro UE 2001 y su engrosamiento en el
interior de la estancia.Al fondo el vano de acceso (fotografía: R.
Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.13. Planimetría de las excavaciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura, efectuada en 1993.
49
[page-n-65]
Figura 6.14. Grandes bloques de piedra con surcos incisos localizados en el extremo suroriental del poblado (fotografía de R. Ramos
Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.16. Vista frontal de la plataforma F y construcción G (fotografía: Alfredo González Prats).
iba estrechando en su extremo meridional hasta conectar con
la plataforma F y que en su extremo septentrional conectaba
con el bastión H mediante una construcción de arcilla (fig.
6.17).
50
Figura 6.15. Arranque septentrional de la plataforma F o antemural.
A la izquierda se puede observar la construcción interpretada como
acequia (fotografía: Alfredo González Prats).
El sistema de fortificación se completaba con dos supuestas
torres defensivas que configuraban un estrecho corredor de acceso al interior del poblado de apenas 1 m de anchura, en donde se
documentaron los restos de un madero hincado que constituía el
eje del portón de madera que cerraba el acceso al recinto. A través
de esta entrada se accedía a una serie de unidades habitacionales,
con una estancia principal por donde discurría el acceso –A– y un
pequeño patio –B– a través del cual se accedía indistintamente al
resto de unidades habitacionales –C, D y E.
La habitación A estaba constituida por las estancias A y B de
la excavación de R. Ramos Fernández. No hay ninguna mención
al muro central que dividiría esta habitación A en dos estancias,
pudiendo, tal vez, corresponder a una segunda fase constructiva
del poblado, y que en el momento de la excavación de A. González Prats y E. Ruiz Segura ya habría desaparecido fruto de la
erosión y las agresiones antrópicas (fig. 6.18). En esta vivienda
A, integrada por un potente muro, de 4 m de anchura, se prolongaba hacia el extremo meridional, decreciendo en amplitud hasta
alcanzar una anchura aproximada de 1m. Bajo el banco corrido
documentado por R. Ramos Fernández en el extremo oriental de
su estancia B, aparecía otro banco corrido y un hoyo de poste
correspondientes a la fase constructiva más antigua del poblado,
y que habría que relacionar con el supuesto hogar registrado en la
excavación realizada en 1981. Asimismo, esta habitación también
presentaba un banco corrido en su extremo occidental.
Desde esta primera unidad habitacional y a través de un vano
de 1 m de anchura aproximadamente se accedía a un nuevo espacio –B– de pequeñas dimensiones, interpretada como un pequeño
patio cubierto o porche con una gran cantidad de calzos de poste
–7– y con un hogar situado en su extremo nororiental. A pesar
de que sus excavadores sólo documentaron un único derrumbe y
finas capas de pavimento en esta zona que hacen pensar en una
única fase constructiva, los calzos de postes se encuentran a distinta altura y no parecen haberse construido al mismo tiempo,
sino corresponder a continuas remodelaciones.
A través de este “patio” B o espacio abierto se accedía al
resto de las dependencias del poblado. En el extremo occidental y paralela a la estancia A, había un nuevo espacio definido como habitación D, delimitado por el muro occidental
[page-n-66]
Figura 6.18. Fotografía de R. Ramos en la que se observa el muro
medianero que separaba las estancias por el denominadas como A
B. La ausencia de dicho mucho en las excavaciones de González y
Ruiz les llevó a unificar ambas estancias bajo la letra A.
Figura 6.17. Zona de conexión entre la plataforma F y el bastión H.
Obsérvese la construcción en tierra (fotografía: Alfredo González
Prats).
de la habitación A y por los restos de otro que se sitúan en
dirección este-sureste a oeste-noroeste. Este espacio estaba
muy alterado por la cremación de residuos industriales vertidos en un momento posterior a la excavación de R. Ramos
Fernández. No obstante, en su extremo oriental pudo detectarse un nuevo banco corrido y varios suelos de hogares, así
como calzos de poste, con abundante material arqueológico,
entre el que destacaba una escudilla de madera carbonizada
(fig. 6.19), varios colgantes de marfil y algunos punzones de
hueso en una única fase constructiva. Parte de esta habitación
había desaparecido por el desprendimiento de la cresta rocosa en el extremo occidental del espolón. Esta circunstancia,
unido a las grietas presentes en esta zona del yacimiento, habría hecho desaparecer parte de otra habitación en el extremo
suroccidental, que no recibió denominación en la posterior
publicación realizada.
Desde la habitación B también se accedía a un nuevo
departamento –C– en el extremo meridional del poblado,
de planta rectangular y que a pesar de presentar estratos
Figura 6.19. Detalle de la escudilla de madera (fotografía: Elisa
Ruiz Segura).
Figura 6.20. Corredor entre muros y restos del testigo A en 2015
antes de la intervención efectuada.
51
[page-n-67]
correspondientes a una única fase de ocupación con varios
pavimentos, restos de hogares y calzos de poste, presentaba
al menos dos muros superpuestos al muro oriental original
de la misma. Éstos debían corresponder a una segunda fase
constructiva totalmente arrasada por la erosión. En el lado
oriental de esta habitación aparecía un estrecho corredor de
0,50 m (figs. 6.20 y 6.21), que sus excavadores interpretaron
como un conducto de evacuación del agua de lluvia procedente de la cubierta de esta vivienda y de la habitación E, así
como del patio. A pesar de ello en el interior de este espacio
se documentaron restos de calzos de poste que podrían indicar que este espacio también estuvo techado, conformando una calle que articularía el acceso y la circulación entre
estas unidades habitacionales, tal como se ha documentado
en otros yacimientos argáricos próximos como Pic de les
Moreres (González, 1986a; 1986b) o Cabezo Pardo (López
Padilla, 2014a).
Al este de la calle se situaba la vivienda E, que presentaba
una estratigrafía indicativa de una única fase de ocupación, con
un potente nivel de incendio que ofrecía una gran cantidad de
material arqueológico. Presentaba una planta triangular, con dos
hogares junto a su muro oriental. En el ángulo septentrional de
esta habitación se detectó una fosa en donde se había enterrado
un infante (Cloquell y Aguilar, 1996) (fig. 6.24).
Según sus excavadores, la cultura material documentada,
el uso de la técnica constructiva denominada “espina de pez”
y, fundamentalmente, la presencia de una inhumación bajo el
suelo de la vivienda E reflejaban, de manera incuestionable, el
carácter argárico del poblado. Asimismo, planteaban que esta
fortificación tenía un carácter estratégico en relación al intenso
poblamiento argárico del curso bajo del río Vinalopó.
LOS TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS DE DOCUMENTACIÓN EN 2015 Y 2016
Después de los trabajos de excavación efectuados en Caramoro
I, inicialmente por parte de R. Ramos y, posteriormente, por A.
González Prats y E. Ruiz Segura, que afectaron a más de un
90 % de los espacios interiores del asentamiento y algo menos
a sus zonas exteriores, el interés de actuar nuevamente en el
mismo residió en la posibilidad de documentar, en la medida
de lo posible, las estructuras conservadas, así como recabar la
posible información estratigráfica que todavía pudiera contener,
a pesar de que su grado de conservación no era óptimo. Nuestra
intención estuvo siempre orientada a profundizar en la ocupación del asentamiento, reconociendo su secuencia, y concretando, al menos, el momento de su fundación. En todo momento,
se trató de determinar la formación y transformación del contexto arqueológico, intentado concretar su historia deposicional
a partir de la asociación de las distintas unidades estratigráficas
–UUEE– reconocidas con los distintos eventos de construcción,
uso, reuso, abandono y post-abandono (Shiffer, 1977; 1985). Si
bien determinar el tipo de basuras del que podían proceder los
materiales arqueológicos depositados en los fondos del Museo
Arqueológico y de Historia de Elche (MAHE) era una quimera, la posibilidad de concretar a nivel estratigráfico, eventos de
construcción, uso y abandono, serviría para valorar mínimamente la presencia o no de basuras de facto, frente a basuras
primarias y basuras de abandono y postabandono. Si además,
52
Figura 6.21. Espacio K o pasillo una vez limpio y excavados los
restos del testigo A en julio de 2015.
con dicha labor crítica se posibilitaba establecer relaciones y
comparaciones con otros asentamientos del ámbito territorial,
Caramoro I podría convertirse en un nuevo documento con el
que mejorar las bases arqueológicas para abordar el análisis del
proceso histórico durante el II milenio cal BC en las tierras meridionales valencianas.
Como hemos señalado, las actuaciones efectuadas previamente en los años 1980 y 1990 supusieron la excavación de casi
la totalidad del yacimiento, con la excepción de dos pequeños
testigos longitudinales –A y B– muy alterados y con enorme
riesgo de desaparecer por procesos erosivos, además de quedar
a la intemperie las estructuras murarias documentadas, bastante
derruidas muchas de ellas ya con anterioridad a 2015. La degradación que se estaba produciendo en el asentamiento y las
escasas perspectivas de conseguir una mejora en la calidad de
la información disponible, aconsejaban el desarrollo de una actuación arqueológica que permitiese documentar mínimamente
ambos testigos, efectuar una planimetría fotogramétrica (fig.
6.22) de las evidencias murarias y analizar algunos aspectos estratigráficos y cronológicos del mismo a partir de la excavación
puntual en algunas áreas del asentamiento.
Así, los trabajos de limpieza y documentación arqueológica en
el yacimiento de Caramoro I, fueron iniciados el día 29 de junio y
desarrollada hasta el 22 de julio de 2015.2 Dicha actuación no se
[page-n-68]
Figura 6.22. Fotogrametría final de Caramoro I una vez limpiado. En la imagen inferior se muestra la separación por espacios o
ambientes, indicando mediante colores diferentes los eventos constructivos detectados.
53
[page-n-69]
Figura 6.23. Zona del espacio D excavada en 2015 vista desde
el noroeste.
Figura 6.24. Vista frontal del muro 2001 en el que se puede apreciar
el refuerzo en “P” levantado sobre el primer momento de ocupación.
pudo efectuar de forma continua, como consecuencia de las diversas olas de calor y otra serie de problemas logísticos. Los trabajos
fotogramétricos y planimétricos obligaron a dedicar buena parte
del tiempo a la limpieza de las estructuras y de los ambientes ya
excavados. El tiempo restante, el menos, fue dedicado a la excavación del testigo A conservado en el interior del asentamiento, así
como de algunos retazos sedimentarios conservados en el espacio
D, algo alterados y no excavados con anterioridad (fig. 6.23). La
zona exterior del poblado también fue limpiada en parte para su
fotografiado y topografiado, pero la conservación del segundo de
los testigos con relleno sedimentario no alterado, denominado por
sus anteriores excavadores con la letra B, aconsejó que su documentación fuese efectuada en una nueva campaña en 2016.
En el proceso de documentación y registro de los materiales
documentados durante la limpieza y excavación de algunas zonas
intramuros, se consideró oportuno, una vez leídos con detenimiento los trabajos publicados por los excavadores previos, mantener la denominación de los espacios diferenciados. La denominación alfabética establecida por Rafael Ramos Fernández para
los distintos espacios o ambientes, y la aplicada por A. González
Prats y E. Ruiz Segura en su diario de excavación de 1989, ha sido
mantenida en la medida de lo posible, ya que, una vez desbrozado
el yacimiento, se pudo comprobar que la planimetría efectuada
por estos últimos investigadores prácticamente no difería en nada
de las estructuras conservadas, pudiendo mantenerse dicha denominación. Así, para cada espacio, en los trabajos emprendidos
se mantuvieron la letra y el número otorgado en el diario inédito de la excavación efectuado por E. Ruiz Segura, asignando a
las UUEE –unidades estratigráficas–sedimentarias los números
a partir del 1000, añadiendo el número distintivo como centena
e incorporando la letra de cada espacio. Por su parte, las UUEE
estructurales fueron denominadas a partir del 2000.
Teniendo en cuenta estas premisas, destinadas a conseguir
un registro documental acompasado con las excavaciones iniciales, fueron desarrollados los siguientes trabajos:
– Desbrozado de toda el área ocupada por el asentamiento. Mientras en 2015 se llevó a cabo este proceso en todo el asentamiento,
en 2016 esta actividad se centró exclusivamente a extramuros.
– Limpieza de todas las estructuras murarias y de los espacios
intramuros, consistente en la extracción de los limos acumulados como consecuencia de la acción eólica y de la erosión
de las estructuras constructivas. En las zonas cercanas a los
muros, la erosión de trabazón de los mismos generó diversos
depósitos sedimentarios de escasa entidad que fue necesario
eliminar para la correcta lectura de los mismos. También fueron recolocados diversos bloques caídos que formaban parte
de las estructuras –en los casos en los que ha sido posible por
proximidad y asociación.
Un vez limpios los diferentes espacios, se procedió a la documentación estratigráfica de diversas zonas, en las que en principio, parecía, a tenor de lo reflejado en el diario de excavación
de E. Ruiz Segura de 1989 y de la observación directa, que se
había conservado diversos estratos, de escasa potencia, pero con
cierta fiabilidad. Mientras en 2015 se actuó en el testigo A y de
la zona D o UE 2019, inicialmente muraria –ahora consideramos que se trataría más bien de un derrumbe de bloques alineados sobrepuestos a dos tramos murarios de escasa entidad–; en
2016 se intervino en tres zonas correspondientes las dos primeras a áreas del espacio A –zonas 1 y 2– así como el testigo B en
la zona de extramuros –zona 3.
De cada una de las zonas donde se actuó y a modo de resumen cabe señalar:
– Con respecto al testigo A situado intramuros, se trataba de
un pequeño testigo de unos 0,50 m de anchura que con
dirección E-O, cruzaba los espacios E, K, C y J. No obs-
2
54
En la actuación de junio-julio de 2015 participaron los directores
de la actuación –Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez
Monleón, Ana Mª Álvarez Fortés, Juan Antonio López Padilla–,
los/as arqueólogos/as Raquel Ruíz Pastor, María Pastor Quiles y
Ricardo Basso Rial, y las estudiantes en prácticas en los grados
de Historia y Humanidades, Agustina d’Amico e Irene Mendoza,
respectivamente. Los trabajos de fotogrametría inicial y durante el
desarrollo de las actuaciones han sido efectuados por Eloy Poveda
Martínez, mientras que la topografía, fotogrametría y modelado 3D
final fue realizada por de Ignacio Segura.
A todos y a todas les damos nuestro más sincero agradecimiento.
[page-n-70]
Figura 6.25. Vista desde el norte del banco UE 2036 dentro del
espacio A en proceso de excavación.
Figura 6.26. Vista frontal desde el oeste del banco UE 2036 una vez
finalizado el proceso de excavación.
tante, en el momento de su excavación se encontraba muy
erosionado y casi desaparecido. No conservaba más de
30-35 cm de anchura, manteniendo cierta presencia con
cierta fiabilidad entre los espacios K y mínimamente en
el espacio C. En el proceso de excavación del testigo A en
el espacio C, se pudo comprobar cómo la zona más meridional de dicho ambiente, aunque de modo parcial, ha-
bía sido excavada de modo incompleto. Por esta razón se
pudo asociar la excavación del testigo A en el espacio C
con la superficie más cercana a los muros superpuestos,
UUEE 2015 y 2017. Los resultados fueron positivos, ya
que se pudo interpretar la secuencia estratigráfica de los
momentos iniciales de ocupación del espacio C y establecer la relación estratigráfica con las zonas K, E y J, además
de con el espacio D, aunque, en este caso, a partir de la
excavación de una limitada superficie que constituía lo que
inicialmente parecía el muro UE 2019.
– En relación con la zona de la UE 2019, situada en el espacio D, ya se advertía en el diario de 1989 de Elisa Ruiz
Segura que durante el proceso de excavación se documentaron fosas con vertidos de materiales de desechos actuales
de marroquinería que restaban fiabilidad a lo documentado. Por esta razón es probable que durante la intervención
de 1989 se decidiera no invertir esfuerzos en su excavación, dejando en resalte un área máxima, probablemente
sin excavar, de unos 4,40 m con dirección E-O y aproximadamente 1,20 m de anchura N-S. En total una superficie
de 3,35 m2. A pesar de constatar la presencia de vertidos y
espacios alterados, en este espacio se pudo comprobar la
conservación de zonas fiables sin excavar que posibilitaron
establecer la relación estratigráfica del espacio D con el
C, además de concretar los distintos momentos de construcción, uso, reuso y abandono de este espacio. En esta
zona es donde se ha podido determinar hasta 3 momentos
continuados de ocupación.
– En relación con el espacio A, se pudo actuar en dos áreas. En
la denominada como zona 2 o zona de acceso al asentamiento, se pudo constatar que el muro UE 2001 fue ampliado
–UE 2002A– con un refuerzo de morfología cuadrangular
y un muro de una sola cara en su cara interior u occidental –UE 2002B– conformando una ampliación en “P” (fig.
6.24). A esta ampliación se le adosó un banco UE 2003, que
a su vez fue cubierto por un nuevo muro UE 2004. Del proceso de abandono y construcción de estos espacios, donde
se observan al menos, dos reformas después de la construcción del espacio A, se han podido diferenciar diversas
unidades estratigráficas –UUEE 2100 y siguientes– donde
fueron documentados diversos calzos de poste, rellenos de
derrumbe y diversos objetos y restos materiales de interés.
Entre ellos una pesa de telar y un fragmento de recipiente
cerámico. Del relleno de la ampliación procede un pequeño
lingote de cobre de 3,2 gramos de peso.
– Por otro lado, dentro del espacio A también se actuó en una
pequeña franja sedimentaria conservada y situada en el ángulo nororiental del mismo –zona 1–, claramente asociada
al banco UE 2036. Se pudo determinar una sucesión de
estratos. Los estratos superpuestos documentados correspondían claramente al abandono y nivel de uso del primer
momento de uso de dicho espacio y, por extensión, también del asentamiento (figs. 6.25 y 6.26). Entre los objetos
materiales documentados en un pequeño espacio situado
a los pies del banco cabe destacar la de al menos 4 fragmentos de pesas de telar oblongas de 4 perforaciones; un
punzón óseo, una concha de Cerastoderma edule, varios
instrumentos de molienda y percutores, así como un hacha
de piedra pulida.
55
[page-n-71]
Figura 6.27. Plano general con indicación a color de las tres zonas donde se actuó en 2016.
Figura 6.28. Zona del testigo B al final de su excavación.
– Por último, también se llevó a cabo la excavación de los restos del testigo B situado en la zona extramuros –zona 3–, justo
en la zona de conexión entre la plataforma UE 2006 y el antemural UE 2000, justo en los espacios denominados con las
letras H, G y F (fig. 6. 27). Además de constatar tres momentos de rellenado del espacio, probablemente vinculados con
los tres momentos sucesivos de uso del asentamiento, se ha
documento un muro de aterrazamiento-refuerzo construido
56
en los momentos finales de ocupación, elaborando a base de
un manteado de panes de barro, enlucidos con el mismo barro
(ver fig. 6.28). Se trata de un hallazgo de enorme interés, dada
su singularidad, siendo uno de los pocos ejemplos conocidos
en la península ibérica de este tipo de técnicas. Esta estructura
corresponde al segundo momento de construcción, posterior
al antemural 2000, al que se adosa.
Con toda la labor descrita, los espacios diferenciados en Caramoro I han sido los que se indican a continuación:
– Espacio A: Se trata de un área definida por los muros
UUEE 2001-2004 y 2012 en su lado oriental (ver figs. 6.
22, 6.25 y 6.29), el muro UE 2009 y el vano UE 2010 en
su extremo meridional y el muro UE 2011 en su vertiente
occidental. Comprende un espacio de tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 10,70 m en el eje
SE-NO y 3,60 m en el eje NE-SO –aunque en su extremo
septentrional, entre los muros UUEE 2011 y 2012, se estrecha, 3,15 m–, delimitando un área aproximada de 38 m2.
Las UUEE sedimentarias documentadas en el interior de
este ambiente fueron denominadas a partir de la 1000 –de
la 1000 a 1009–, incluyendo estratos sedimentarios superpuestos correspondientes a postabandono, abandono, uso,
y acondicionamiento, incluyendo un pavimento –1002–.
Aunque fue limpiado superficialmente en la intervención
de 2015, la excavación y diferenciación de estas UUEE
fue realizada en 2016. A este espacio en su zona de acceso
también corresponden las UUEE 2100 y siguientes hasta
la 2120, que denominan tanto unidades sedimentarias de
relleno como UUEE de carácter estructural. Esta numera-
[page-n-72]
Figura 6.30. Espacio B una vez limpio, visto desde el norte.
Figura 6.29. Ortofoto del complejo estructural de acceso al asentamiento 2001-2004.
ción fue otorgada para diferenciar del conjunto de UUEE
de carácter sedimentario localizadas exclusivamente en el
extremo nororiental de dicho edificio.
– Espacio B: Se trata de un área definida por los muros UE
2009 y el vano UE 2010 en su extremo septentrional, el muro
UE 2001 en su vertiente oriental y los muros UUEE 2014 y
2015 en su lado meridional (fig. 6.30). Comprende un espacio
de tendencia irregular con unas dimensiones máximas de 3,75
m en el eje SE-NO y 4,75 m en el eje NE-SO, delimitando
un área aproximada de 12,75 m2. Este espacio fue excavado
en su totalidad en las anteriores intervenciones, por lo que su
limpieza fue incluida en la UE 1100.
– Espacio C: Se trata de un área definida por el muro UE 2015
en su extremo occidental, el muro UE 2018 en su vertiente
occidental y la estructura muraria inicial UE 2019 en su lado
septentrional (fig. 6.31). Comprende un espacio de tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 8,95 m
en el eje S-N y 4,20 m en el eje E-O –aunque en su extremo meridional es más estrecho, 2,70 m–, delimitando un
área aproximada de 30 m2. La excavación de una reducida
zona asociada al testigo A, permitió el reconocimiento de
distintas estructuras y UUEE sedimentarias asociadas, co-
Figura 6.31. Testigo A en el espacio C durante la excavación.
Figura 6.32. Vista áerea de Caramoro I, con el espacio E en primer
término.
57
[page-n-73]
Figura 6.33. Vista desde el norte del arranque del muro UE 2000 y
del enfoscado de tierra que lo protegida por su cara exterior.
rrespondientes en su mayor parte al primer momento de uso
del mismo. Se diferenciaron un total de 11 unidades, de la
UUEE 1200 a la 1210.
– Espacio D: Se trata de un área definida por la estructura muraria inicial UE 2019 en su extremo meridional y el muro UE
2011 en su vertiente oriental. Comprende un espacio de tendencia irregular con unas dimensiones máximas de 11,40 m
en el eje SE-NO y 5,25 m en el eje SO-NE –aunque en su extremo septentrional es más estrecho, 1,75 m–, delimitando un
área aproximada de 35 m2. La excavación del área integrada
bajo la denominación de 2019, permitió el reconocimiento de
un total de 14 UUEE, numeradas de la 1500 a la 1513. Corresponden a los distintos momentos de construcción, uso y
abandono de este espacio. Pudieron ser reconocidos al menos
3 momentos de reutilización del espacio.
– Espacio E: Se trata de un área definida por el muro UE 2013
en su extremo oriental, el muro UE 2014 en su vertiente
occidental y el muro UE 2001 en su lado nororiental (fig.
6.32). Comprende un espacio de tendencia rectangular, que
termina en forma de cuña en el ángulo nororiental, con unas
dimensiones máximas de 13,85 m en el eje SO-NE y 4 m en
el eje SE-NO, delimitando un área aproximada de 44 m2. Se
trataba de un espacio totalmente vaciado. En el proceso de
limpieza fueron diferenciados 7 UUEE, numeradas del 1600
al 1606. En su mayor parte corresponden a la construcción o
abandono de 2 momentos de uso.
– Espacio F: Se trata de una plataforma extramuros, al E del
muro UE 2001 que articula la organización del yacimiento
en sentido SE-NO (fig. 6.33). Ha sido denominada con la
UE 2000 el muro que delimita la estructura y a partir de las
UUEE 1800 a los rellenos sedimentarios detectados en el
testigo B. En concreto fueron diferenciados un total de 14
UUEE sedimentarias superpuestas, correspondientes a los
tres momentos de uso y abandono del asentamiento. El espacio interno, de tendencia rectangular-irregular, presenta
unas dimensiones máximas de 17,20 m en el eje SE-NO y
3 m en el eje NE-SO –aunque en el extremo septentrional
se va estrechando, 1,35 m–, delimitando un área aproximada de 33,75 m2.
Figura 6.34. Vista de la estratigrafía de la zona extramuros una vez desmontado el testigo B.
58
[page-n-74]
– Espacio G: Se trata de la pequeña estructura longitudinal
a modo de refuerzo murario del antemural UE 2000, que
A. González y E. Ruiz interpretaron como un posible canal
de desagüe. Está situado a los pies de la plataforma o antemural UE 2000 a la que se la ha otorgado las UUEE 1900
y siguientes. El espacio interno, de tendencia rectangularirregular, presenta unas dimensiones máximas de 8,10 m en
el eje SE-NO y 1 m en el eje NE-SO, delimitando un área
aproximada de 6,80 m2. Esta zona sólo ha sido limpiada y
en ella, el testigo B de las excavaciones de A. González y E.
Ruiz se encuentra muy desmoronado.
– Espacio H: Zona extramuros denomina con la letra H y definida por el muro UE 2006, a la que se le ha asignado las
UUEE 3000 y siguientes. Su espacio interno, de tendencia
rectangular-irregular, presenta unas dimensiones máximas
de 12,90 m en el eje SE-NO y 2,95 m en el eje NE-SO, delimitando un área aproximada de 33,65 m2. Solamente ha sido
limpiado a nivel superficial, observándose la presencia de
importantes rellenos de bloques y arcillas margosas locales
a modo de relleno.
– Espacio L: Nueva letra no utilizada por sus anteriores excavadores, asignada al espacio intramuros situada al SE
del muro UE 2013 y al S de lo que sería la prolongación
del muro UE 2001. Comprende un espacio de tendencia
rectangular con unas dimensiones máximas de 7,35 m en
el eje SO-NE y 3,15 m en el eje SE-NO, delimitando un
área aproximada de 23 m2. En esta zona solamente se ha
desbrozado y eliminado algunas terreras. La existencia de
grietas en la base geológica del cerro y su pendiente, desaconsejaban seguir trabajando en la zona ante el riesgo de
desmoronamiento de la peña.
– Espacio J: Espacio situado al O del muro UE 2018. Comprende un espacio de tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 9 m en el eje S-N y 1,55 m en el
eje E-O, delimitando un área aproximada de 10,5 m2. Las
UUEE asignadas fueron 1400 y siguientes. Solamente se
ha limpiado superficialmente en relación con la conservación muy parcial del testigo A. La proximidad del precipicio y la escasa fiabilidad de los sedimentos conservados
aconsejaron efectuar únicamente labores de limpieza de la
zona y documentar mínimamente dicho espacio en relación con el testigo A. Solamente fueron diferenciadas tres
UUEE –1400, 1401 y 1402.
– Espacio K: Correspondiente a los estratos situados en el corredor o zona estrecha entre los muros UUEE 2013 y 2015, además de los muros UE 2016 (ya desmontado por A. González
Prats y E. Ruiz Segura) y UE 2017. Comprende un espacio de
tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 10,55
m en el eje SO-NE y 0,80 m en el eje SE-NO, delimitando un
área aproximada de 7,75 m2. Los estratos excavados asociados
al testigo A, han sido denominados a partir de la UUEE 1300 en
un número de 6 –de 1300 a 1305–, con lo que se ha mantenido
la numeración del diario de excavación redactado en 1989 por
E. Ruiz Segura.3 Testigo B: Se trata de un testigo sedimentario implantado durante las excavaciones de A. González Prats
y E. Ruiz Segura en la zona extramuros, entre los espacios H
al noroeste; los espacios F y G al sureste y L al este (fig. 6.34).
Comprende un espacio de tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 1,55 m en el eje SE-NO y 3,5 m en el eje
NE-SO, delimitando un área aproximada de 5,35 m2. La actuación en esta zona fue llevada a cabo en el año 2016. La numeración de las distintas UUEE diferenciadas correspondientes a los
tres momentos de construcción-uso-abandono-postabandono
arrancó del número 1800 hasta la 1813.
Por lo demás, antes de iniciar el proceso de excavación y
a partir del plano de A. González Prats y E. Ruiz Segura y de
nuestras observaciones de campo, se asignó una UE estructural a
los diferentes tramos de muros visibles –no a los calzos de poste
excavados por ellos y ya no conservados–. De este modo se otorgaron de la UE 2000 a la UE 2019 (ver fig. 6. 27). A partir de la
UE 2019, durante el proceso de excavación se fueron numerando
nuevas unidades tanto a nuevos muros, bancadas, fosas y calzos
de poste documentados ex novo, como a unidades sedimentarias
vinculadas. Todo ello, unido a la realización de diversas dataciones absolutas sobre muestras debidamente seleccionadas, ha
permitido realizar una mejor lectura estratigráfica del depósito
y determinar la existencia de distintos momentos de uso. Poder
concretar la historia deposicional de Caramoro ha permitido proponer su historia de ocupación, que aunque breve a nivel temporal, se muestra compleja y de enorme interés para el estudio del
proceso histórico de las poblaciones aquí analizadas.
3
Agradecemos a Elisa Ruiz Segura la cesión de dicho diario y la relación de materiales documentados en sus excavaciones. Sin estos
documentos no hubiese sido posible efectuar esta labor de análisis
del asentamiento de Caramoro I.
59
[page-n-75]
[page-n-76]
7
Historia de la ocupación de Caramoro I:
construcción, remodelaciones, uso y abandono
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón,
María Pastor Quiles, Ricardo E. Basso Rial y Juan Antonio López Padilla
El asentamiento de Caramoro I ha sido objeto de repetidas
excavaciones a lo largo de las décadas de 1980 y 1990, y más
recientemente en 2015 y 2016. Las intervenciones de R. Ramos
Fernández primero, y de A. González Prats y E. Ruiz Segura,
después, implicaron la excavación de más del 90 % del depósito intramuros del asentamiento. Las zonas delimitadas durante
estos trabajos abarcan una superficie de 420 m2, a los que cabe
añadir algo más de 200 m2 de las construcciones extramuros.
Los únicos espacios en los que restaría todavía excavar se localizan extramuros del núcleo hasta alcanzar una superficie total
cercana a 800 m2. Una parte de estas zonas se hayan cubiertas
por las terreras de las primeras excavaciones (fig.7.1).
Las publicaciones efectuadas por sus primeros excavadores
permitieron mostrar la planta del asentamiento, primero un croquis y luego su planimetría, así como señalar la constatación
de al menos dos pavimentaciones sucesivas en la denominada
habitación A, la superposición de algunos tramos de muros y
la determinación de un solo momento de ocupación en la zona
del espacio E (Ramos, 1988; González Prats y Ruiz, 1995). La
homogeneidad formal de los materiales documentados, especialmente los cerámicos, no despertaron el interés de sus excavadores en relación con la necesidad de concretar la cronología
del emplazamiento. Ni siquiera la documentación de la inhumación de un infante con señales de violencia (Cloquell y Aguilar,
1996; Jover et al., 2018) despertó la inquietud, aunque sí posibilitó, junto a la constatación de algunas formas cerámicas de tipología claramente argárica y de algunas técnicas constructivas
asociadas a este ámbito, adscribirlo al grupo argárico (González
Prats y Ruiz, 1995).
Sin embargo, las pocas notas publicadas de Caramoro I no
mostraron la verdadera magnitud del asentamiento, no tanto por
su tamaño, del que ya se evidenciaba que era reducido, como
por su secuencia estratigráfica y materialidad. Así, los trabajos
emprendidos en 2015 y 2016 han tratado de mejorar las bases
secuenciales del asentamiento, estudiando los fondos materiales
depositados en el MAHE, valorando la documentación fotográfica de R. Ramos Fernández, los dibujos y el diario de excavaciones redactado por E. Ruiz Segura, así como emprendiendo
la documentación y estudio de la secuencia estratigráfica del
yacimiento, a partir de los pocos restos conservados –algunos
paquetes sedimentarios –testigos A y B– y las relaciones estratigráficas murarias.
En concreto, la labor de campo emprendida entre 2015 y
1026 tuvo por objeto limpiar las áreas excavadas, documentar
las estructuras visibles y excavar las pocas zonas con trazas de
conservar algunos depósitos sedimentarios. Frente a los dos
momentos de uso –reconocidos por sendas pavimentaciones–
señalados por R. Ramos para la estancia A y la misma interpretación efectuada por A. González y E. Ruiz para la zona
C, a través de la excavación de los restos del testigo A y de
una pequeña zona no excavada asociada a la UE 2019 en el
espacio D, podemos afirmar que la complejidad estratigráfica
detectada es algo mayor que la planteada por sus excavadores
iniciales, aunque, en general, la planificación y estructura arquitectónica del sitio se definió y no se transformó en su esencia desde los momentos iniciales de su fundación. Además de
las dos pavimentaciones ya señaladas, la actuación efectuada
ha permitido constatar que el número de momentos de uso
estratigráficamente materializados es superior al inicialmente
considerado. Los diferentes momentos de uso, al menos 3, se
concretan, simplemente en ampliaciones, refuerzos o reformas
que no supusieron grandes transformaciones en la estructura y
organización del asentamiento.
LA FUNDACIÓN DE CARAMORO I
A grandes rasgos, los trabajos efectuados durante 2015 y 2016
han podido determinar diversos momentos en su ocupación. En
concreto, podemos indicar que además de las construcciones
61
[page-n-77]
Figura 7.1. Vista exterior del asentamiento desde el sureste. Obsérvese la presencia de terreras de las excavaciones de 1981 y 1989.
del momento de su fundación y el primer momento de uso materializado, son, al menos, otros dos los momentos de remodelación-reuso documentados en el asentamiento. Toda la trama
urbanística y organizativa del asentamiento estaba definida y
configurada desde su fundación, efectuando con posterioridad,
en sucesivos momentos de su vida útil, diversas reformas, remodelaciones o pequeñas ampliaciones. Aunque se trata de
modificaciones de interés, no transformaron en esencia la estructura del enclave.
La trama del asentamiento se configura a través de la construcción de un gran muro longitudinal –UE 2001– (fig. 7.2),
asentado sobre la base geológica, que siguiendo las curvas de
nivel se prolonga ligeramente de NO a SE a lo largo de algo
más de 30 m. Este muro en su extremo más meridional, en
contacto con la peña natural, y coincidiendo con la zona de
mayor pendiente, no se conserva como consecuencia de los
procesos erosivos de ladera que lo han arrasado. No obstante,
se prolongaría hasta empatar con un gran bloque natural de
conglomerado, cerrando totalmente el acceso al asentamiento por este extremo meridional. Este muro de delimitación y
cierre del asentamiento presenta una anchura media cercana a
1,10-1,20 m, aunque en el tercio más septentrional, justamente
cuando la pendiente natural va aminorando, se va ensanchando hasta superar en algún punto los 2,50 m de anchura. En su
zona septentrional el muro acaba de forma rectilínea, dejando
un espacio de algo más de 4 m hasta el arranque de la pendiente. Este espacio constituye el único acceso al interior del
asentamiento. Como refuerzo de este muro, especialmente en
su extremo central y meridional, en el punto donde reduce su
anchura, se construyó y adosó un gran antemural –UE 2000–
apoyado sobre un relleno de margas verdes muy compactas
–UE 1813– que a su vez se apoyan en el muro 2001, dispuesto
a modo de refuerzo y de tirante para aguantar la fuerza de su
empute. En sí, el antemural 2000 es un muro de aterrazamiento
ataludado de distinta anchura, que conserva algo más de 2 m
de altura y casi 4 m de ancho en la zona meridional, preci62
samente donde el muro 2001 hace una mayor inflexión y la
pendiente es más acusada. Además, el antemural adquiere una
mayor altura conservada –y mayor anchura–, cercana a los 2,5
m, allí donde la construcción en su conjunto más lo requiere
en atención a la pendiente de la peña. En este punto de la zona
meridional es donde la base geológica hace una caída en vertical de algo más de 1,20 m. En el proceso de limpieza efectuado se pudo comprobar cómo la base de este antemural estuvo
pavimentada –UE 1809– en su extremo oriental.
En definitiva, se trata de un muro que funciona como un aterrazamiento de gran porte, que sirvió para soportar los empujes
del muro de cierre del asentamiento además de evitar el acceso
al mismo por su mitad meridional. Esta construcción solamente
se desarrolla extramuros, desde la zona meridional y oriental
del mismo hasta la zona medial del muro de cierre 2001, coincidiendo justo donde éste comienza a ensancharse y la pendiente desaparece. No parece estar presente a lo largo de todo su
desarrollo, aunque este extremo es difícil de determinar, ya que
en una segunda fase se construyó en el tercio septentrional una
gran plataforma de aterrazamiento –UE 2006, espacio H–, a la
que nos referiremos más adelante.
El muro de delimitación y cierre –UE 2001– en la única zona
por donde se puede acceder al enclave, es decir, por su lado nororiental, delimitaba una superficie útil actual de casi 420 m2, con escasa pendiente, con la excepción de su tramo meridional –espacios
E e I–, donde de forma progresiva ésta va aumentando. En esta
superficie fueron edificados diversos muros, de los que se conservan tramos de algunos de ellos, con el objeto de delimitar y separar
diversos ambientes o unidades habitacionales. Los espacios definidos son los denominados como A, B, C, E e I. Atendiendo a la
información y a los croquis elaborados por R. Ramos Fernández
(1988), algunos de los tramos de muros ya no se conservan.
Una vez que se accedía al asentamiento por su extremo
nororiental, se encontraría un vano de acceso al denominado
espacio A (ver fig. 6.25), configurado entre el tramo de muro
conservado 2012 y la cara interior u occidental del muro 2001.
[page-n-78]
Figura 7.2. Planta secuencial de la construcción de Caramoro I. a. Trazados de los muros inicialmente construidos. b. Conjunto de estructuras murarias conservadas de la primera fase de ocupación.
El vano de acceso tendría aproximadamente 1,60 m de anchura. Este ambiente o espacio A estaría delimitado por los muros
2001, 2009 que se adosa a éste, 2010, 2011 y el tramo curvo
conservado 2012, que con bastante probabilidad, y atendiendo
a la información proporcionada por R. Ramos (1988), conectaría o sería la prolongación del muro 2011, configurando una
habitación o edificio cerrado con un solo ambiente. No obstante, desde este espacio A se podría salir del mismo o acceder
al espacio B, a través del vano escalonado 2010. Se configura
así un edificio con un espacio útil de unos 34 m2. Este espacio
cuenta con un gran banco en “L invertida” –UE 2036– ubicado
en su extremo suroriental (fig. 7.3), adosado a los muros 2001
y 2009. No podemos concretar si existiría otro banco formando
parte del muro 2011, aunque sí podemos asegurar que parte de
la inflexión del suelo en el extremo oriental de la habitación
estaría pavimentada –UE 1002–. También estaría pavimentado su extremo nororiental, habiendo detectado su conservación
–UUEE 2116 y 2119– en diversos puntos bajo algunas de las
estructuras del segundo de los momentos de uso.
Figura 7.3. Extremo meridional del espacio A. A la derecha se
puede observar el banco 2036 adosado al muro 2001 y a sus pies,
el pavimento 1002.
63
[page-n-79]
Figura 7.4. Conjunto de restos documentados en 2016 sobre el pavimento 1002 y a los pies del banco 2036 de la estancia A.
Figura 7.5. Detalle del conjunto de restos materiales hallados en la
estancia A.
Este espacio fue transformado como consecuencia de un incendio, que obligó a abandonarlo de forma súbita –UE 1007 y
1003 de nuestras excavaciones en el año 2016–. De dicho evento se conservó parte del derrumbe –UE 1005– y del ajuar de
objetos utilizados en el mismo. La presencia de un buen número
de objetos muebles de diversa naturaleza en las unidades estratigráficas conservadas en el extremo suroriental de este espa64
cio, además de otros obtenidos en las diferentes excavaciones
efectuadas, ha mostrado que en su interior se efectuarían, entre
otras, labores de molturación de cereales, producción de tejidos,
dada la presencia de pesas de telar y diversas labores de mantenimiento y consumo (figs. 7.4 y 7.5).
Las dataciones absolutas obtenidas a partir de dos muestras de vida corta procedentes del pavimento UE 1002
(Beta-446590: 3580±30 BP) y del nivel de incendio 1007
(Beta-446589: 3580±30 BP) (tabla 7.1), han mostrado el
mismo rango cronológico, por lo que la construcción del pavimento y el evento de incendio que causó su destrucción
se produjeron en un corto periodo de tiempo a inicios del II
milenio cal BC.
En el resto del espacio útil, se levantaron diversos muros que sirvieron para delimitar distintos ambientes. Como
hemos indicado, desde el espacio A, se podría acceder al B
a través de un vano escalonado, UE 2010. Este espacio, del
que no sabremos si formaría parte de otros espacios colindantes, sí podemos asegurar que estaría cubierto, dada la
presencia de diversos calzos de poste documentados en las
excavaciones de A. González y E. Ruiz. De igual modo, a
partir de la información anotada por E. Ruiz en el diario
de excavación de 1989, se constató la presencia de diversos
lentejones de tierras cenicientas, lo que aseguraría la presencia de hogares en el mismo. Además, lo único que podemos
señalar es la presencia de un pequeño banco, UE 2030, adosado al muro 2011 (fig. 7.6).
Desconocemos si el muro UE 2015 conectaría con el
muro 2011, tal y como R. Ramos (1988) indicaba en sus
croquis. Pero lo que sí podemos asegurar es que este muro
separaría dos espacios de habitación techados. Por un lado,
al oeste, el denominado como espacio C (fig. 7.7), del que
no conocemos sus límites ni nororientales ni suroccidentales;
mientras que hacia su lado oriental se definiría el espacio E,
integrado por los muros 2015, 2013 y un pequeño tramo del
muro 2001 (ver fig. 6.25). En este espacio E es donde fue
excavada la fosa de inhumación –UE 2020 y relleno 4005–
de un individuo infantil (Cloquell y Aguilar, 1996), cuya datación (Beta-464794: 3620±30 BP) muestra un considerable
solapamiento con las obtenidas en los espacios A y D, ubicando su fallecimiento también a inicios del II milenio cal
BC. Del mismo modo, el espacio más meridional y oriental
del poblado, el I, quedaría delimitado entre en muro 2013 y
el tramo meridional del muro 2001.
La coetaneidad de los muros que configuran diversos espacios en el interior del asentamiento –UUEE 2015 y 2013–
y por extensión de los espacios que definen, viene dada por
cinco razones. La primera es el hecho de que ambos muros,
los numerados como 2013 y 2015, arrancan directamente de
la roca madre, cosa que no ocurre con el resto de tramos de
muros detectados y conservados en estos espacios; en segundo
lugar, que ambos muros presentan una ligera disposición NESO, siendo plenamente rectilíneos y paralelos entre ambos (ver
fig. 7.2), cosa que tampoco ocurre con el resto; en tercer lugar,
se trata de muros que presentan una equidistancia claramente
planificada en la distribución del espacio construido y gestionado; por otro lado, la anchura de ambos muros, unos 0,50 m,
y la técnica constructiva es la misma; y en quinto lugar, los
bloques calizos paralelepípedos empleados como mampuestos
[page-n-80]
Tabla 7.1. Relación de dataciones absolutas de Caramoro I.
Laboratorio
Contexto
Beta-446590
CMI-03
Momento
Muestra
D13C
Fecha BP
1σ
2σ
Eventos
UE 1002. Pavi- Material de
mento Espacio
construcción
A. Construcción momento 1
Fase I
Metacarpo
IV. Sus
domesticus.
Menos de 2
años
-19.7
0/00
3580 ± 30
1965-1889
2028-1828
Construcción 1
Beta-419055
CMI-01
UE 1506. Pavi- Material de
mento Espacio
construcción
D. Construcción momento 1
Fase I
Fragmento
distal tibia
ovicaprino
juvenil
-18.7
0/00
3570 ± 30
1956-1884
2022-1781
Construcción 1
Beta-446589
CMI-02
UE 1007. Nivel
de incendio
sobre pavimento. Espacio A.
Fase I
Basura de
abandono
momento 1
Vértebra
torácica.
Cerphus
elaphus
-19.8
0/00
3580 ± 30
1965-1889
2028-1828
Abandono 1
Beta-505646
CMI-06
UE 1303. Inv.
2. CMI-15. Basura de relleno
empleada para
acondicionar
el segundo
momento de
construcción
Basura de
momento 1
reutilizada
Fragmento
de extremidad de O/C
-19.1
0/00
3630 ± 30
2030-1948
2045-1905
(86.4%)
2127-2090
(9%)
Uso 1
Beta-464794
CMI-05
Espacio E.
Uso de
1989. B7. tumba momento 1
Infante de
Caramoro.
Esferoides
del cráneo
de Homo
sapiens
-18.0
0/00
3620 ± 30
2025-1943
2040-1894
(91.6%)
2118-2097
(3.8%)
Uso 1
Beta-464793
CMI-04
UE 1503. Fase
III. Derrumbe
del espacio D
entre tramos de
muros
Basura de
abandono
momento 2
Fragmento
de tíbia de
ovicaprino
-19.0
0/00
3550 ± 30
1945-1878
(57.1%)
1840-1826
(6.9%)
1793-1784
(4.2%)
1976-1861
(67.7%)
1853-1772
(26.9%)
2009-2002
(0.8%)
Uso-abandono
2
Beta-510335
CMI-07
UE 1501. Espacio D. CMI-15.
Momento final
de abandono
Basura de
abandono
momento 3
Hordeum
vulgare
-23.2
0/00
3510 ± 30
1887-1867
(0.199%)
1848-1774
(0.801%)
1916-1749
Uso-abandono
3
Figura 7.6. Espacio B, una vez
limpio en la actuación de 2016. A la
izquierda, se puede observar el vano
de acceso desde el espacio A.
65
[page-n-81]
Figura 7.7. Muro UE 2015 y calzo de poste y relleno UE 1207 del
espacio C.
en todo su trazado son similares y claramente distintos de los
empleados en el resto de muros, que son de conglomerados
locales de un tono amarillento.
De las características del espacio I, no es posible efectuar
ninguna valoración, no solo por el alto grado de arrasamiento
de la zona, sino también porque esta superficie fue utilizada
como terrera de las excavaciones, primero de Ramos y luego
de González y Ruiz. Tampoco del espacio E, excavado en buena medida por estos últimos. Sus excavadores señalaron un
único momento de ocupación, asociado al muro UE 2014 no
correspondiente a este primer momento fundacional y de uso,
sino posterior a la fosa de inhumación detectada, situada en
la parte más baja del terreno. Ello nos hace plantear que este
espacio sería acondicionado durante las remodelaciones que
se llevaron a cabo con posterioridad, respetando la tumba del
individuo infantil.
Sin embargo, la mayor cantidad de información disponible
procede del espacio C. Se trata de una superficie muy amplia y
transformada por las distintas remodelaciones efectuadas con
posterioridad en la zona. Desconocemos cuales serían los límites occidentales y meridional de este espacio, mientras que
por su zona septentrional es el muro 2011 el que serviría de
límite. A este primer momento corresponde la documentación
en este espacio o habitación C, de diversos calzos de poste,
algunos de ellos coetáneos con probabilidad, asociados tanto
al muro 2015 –2022– como al muro 2011 –2028, 2029, 2031,
2032, 2033, 2034– así como otros ya no conservados, pero
documentados en las anteriores excavaciones (ver figs. 6.25
y 6.30). La dificultad reside en determinar cuáles de ellos serían exclusivos de la primera fase y cuáles podrían haber sido
empleados durante el segundo momento de ocupación –o en
ambos–. Con la información obtenida durante nuestros trabajos, a esta primera fase correspondería el calzo 2022 (fig.7.8)
y buena parte del resto.
Por otro lado, a este primer momento de uso también
corresponderían en la zona D, los restos de un pavimento UUEE
1506-1510, al que se asociaban dos hogares: los número 2034 y
2035. Ambos, de tendencia ovalada, están efectuados rebajando
el pavimento ligeramente. Uno de ellos se localiza en el extremo
66
Figura 7.8. Calzos de poste UE 2022 y niveles cenicientos UE 1208
del espacio C.
Figura 7.9. Fragmento de brazalete de marfil aparecido en las proximidades del hogar UE 2034.
más occidental del espacio D, casi en la terrera del precipicio,
frente al muro 2011 y rebajando el pavimento 1506/1510; el
otro, el 2035, se localiza a casi medio metro del muro 2015,
rebajando el pavimento 1207.
Al estrato que cubría al hogar 2034, el 1504, corresponde la
documentación de un fragmento de brazalete de marfil (fig. 7.9),
y probablemente buena parte de los brazaletes documentados en
las anteriores excavaciones (ver capítulo 16).
Al pavimento 1506, continuidad del pavimento 1207 asociado al muro 2015 en su extremo más occidental, corresponde
la datación absoluta efectuada sobre una muestra de vida corta
(Beta-419055: 3570±30 BP). La fecha de construcción del primer pavimento de la zona viene a coincidir plenamente con las
dataciones obtenidas en el espacio A para el pavimento 1002.
Ello implica aceptar que las primeras pavimentaciones y probablemente, también la construcción del asentamiento se llevarían
a cabo a inicios del II milenio cal BC (fig. 7.10).
[page-n-82]
EL INICIO DE LAS REMODELACIONES:
EL SEGUNDO MOMENTO DE USO
Como ya ha sido señalado, la estructura esencial del asentamiento
no varió de forma ostensible a lo largo de su vida. No obstante, durante la primera de las remodelaciones o segundo de los momentos
de uso se produjeron las mayores transformaciones del mismo. A
este momento, pocos años después de la construcción del asentamiento a inicios del II milenio cal BC, corresponde la ampliaciónrefuerzo del muro 2001 en su extremo septentrional, consistente
en el alzado de una gran plataforma pétrea con planta de tendencia
cuadrangular –UE 2002A– de unos 3,20 x 2,8 m de lado, junto
al que se añadía un nuevo muro de refuerzo –2002B– adosado al
muro 2001 en su cara occidental (figs. 7.11 y 7.12). Se creaba así
una ampliación-refuerzo del muro 2001 con planta en “P”, prolongándolo en más de 2,8 m y reduciendo considerablemente la zona
y las posibilidades de acceso al asentamiento.
Acompañando a dicha ampliación, fue construida y adosada
en el tercio septentrional del muro 2001 por su cara externa, una
gran plataforma con forma de arco de círculo –UE 2006, configurando el espacio H– de unos 14,20 m de longitud con dirección SO-NE, una anchura máxima de unos 3,35 m, conservando
una altura de casi 0,60 m. Esta plataforma H viene a coincidir
en su desarrollo con el tramo de mayor anchura del muro 2001.
Según R. Ramos (1988) estaba recubierto por una capa de barro en todo el trazado de su cara superior. Su desarrollo finaliza
exactamente donde, además, se inicia el desarrollo del antemural 2000. Probablemente como refuerzo del antemural también
fue construido un muro de refuerzo, cercano a 1 m de anchura,
cuyo desarrollo también corría paralelo al antemural partiendo
desde la base de la plataforma 2006. El espacio L entre los muros 2007 y la plataforma 2008 fue nuevamente pavimentado o
nivelado, generando un nuevo nivel de uso –UE 1812.
Por su parte, en el interior del asentamiento también se
efectuaron diversas transformaciones. En el espacio A, al refuerzo en “P” se le añadió un banco en la zona de acceso al
muro 2002B –UE 2003/2105–; probablemente cambió la fisonomía del muro 2011, acortando su prolongación sin llegar
al tramo de muro 2012, que en este momento de uso es muy
probable que estuviese amortizado; no sabemos si el espacio
interior se compartimentaría con la construcción de un tabique interno, documentado en las excavaciones de R. Ramos
(1988), aunque parece más bien corresponder a la siguiente de
las reformas; mientras que en el ángulo sureste se construiría
un hogar de tendencia semicircular, adosado a la parte alta y
cubriendo al banco 2036 (ver figs. 6.9b; 6.10 y 7.13).
En el resto de los espacios, se configurarían tres nuevos espacios a partir de la construcción de al menos dos muros. La construcción del muro 2014, apoyado directamente en el muro 2001
y con un desarrollo curvo en su trayecto inicial, se extendería de
forma paralela al muro 2015 en su tramo meridional, configurando el espacio K a modo de pasillo, y una clara reducción del
espacio E, que sería completamente remodelado. Por otro lado,
a oriente del muro 2015 se construyó otro muro, del que se conservan dos tramos –2018 y 2026–, superpuesto a los tramos del
pavimento inicial en dicha zona 1207/1506/1510. Este muro, más
ancho que los muros iniciales y elaborado al igual que el muro
2014 con bloques de conglomerado, presenta una disposición
N-S, reduciendo el espacio C y generando la creación de un nuevo espacio a oriente de los anteriores, el espacio J (ver fig. 7.13).
Figura 7.10. Modelo
secuencial de las dataciones
de la Fase I de Caramoro I,
realizada con el programa
OxCal.
67
[page-n-83]
Figura 7.11. Vista desde el norte
del contrafuerte UE 2002a y
del banco adosado del segundo
momento de ocupación UE
2002b.
Por lo demás, el espacio C continuó siendo utilizado de
igual modo que en el primer momento de uso, al documentarse un nuevo hogar, el 2024. Este hogar estaba rellenado por
1206, de similares características sedimentarias, sin olvidar
la construcción de un banco adosado –UE 2023–, ubicado en
su tercio meridional.
HACIA EL FINAL DE LA OCUPACIÓN: SUS ÚLTIMAS
REFORMAS Y ACONDICIONAMIENTOS
Desconocemos en qué momento sería abandonado Caramoro I. No obstante, en el registro estratigráfico se han podido documentar otras remodelaciones que permiten sostener la
existencia en el mismo de, al menos, un tercer momento de uso,
sin descartar un cuarto. Son varias las zonas del asentamiento donde han sido documentados restos muy parciales, correspondientes a estos momentos ya avanzados o finales (fig. 7.14).
No obstante, las dataciones absolutas obtenidas, permiten proponer que estos momentos no se prolongarían más allá de c.
1800/1750 cal BC.
En los espacios H, L y G extramuros, justo en la zona de
conexión entre la plataforma 2006 y el arranque del antemural 2000, detectamos el reacondicionamiento de la zona mediante el forrado con barro del espacio de unión entre ambos
–1807–, la creación de un murete de bolas de barro –1806–
(fig. 7.15), que discurriendo en paralelo con el muro 2007,
probablemente no lo cubriría o enfoscaría totalmente; y, por
último, un enlucido de barro de bastante grosor en el antemural 2000 –UE 1804–. El murete 1806 estaría integrado por
unidades oblongas de barro superpuestas. Además se creó
una nueva pavimentación en el espacio L –UE 1810–, conectando los muros 2007 y 2008. El abandono de este espacio
viene atestiguado por el paquete sedimentario 1805 y la caída
y erosión de parte del enlucido del antemural –UUEE 1802 y
1803– (figs. 7.16 y 7.17).
68
El espacio A también sufrió diversas reformas, aunque en este
caso solamente podemos inferirlas a partir de los datos fotográficos proporcionados por R. Ramos (1988). Consideramos que
sobre el muro 2011 fue reconstruido un nuevo muro, el 2037, del
que solamente se conserva un tramo. No podemos asegurar que
este muro corresponda únicamente al tercero de los momentos de
uso descritos, pero dada la documentación en las excavaciones de
R. Ramos de un muro o tabique en disposición oblicua al 2037,
del que posiblemente arrancaría, el espacio A sería dividido en
dos ambientes (ver fig. 7.14b). Estas reformas reducirían considerablemente el espacio útil de estas estancias al ser compartimentadas. De forma más concreta, durante este momento final
fue levantado el muro de refuerzo 2004, cubriendo parte de las
estructuras y bancos del segundo momento; también fue cubierto
el banco 2036 mediante la construcción de otro muro de refuerzo
adosado a los muros 2001 y 2009. A los pies de ambos extremos
Figura 7.12. Calzo de poste encastrado en el contrafuerte UE 2002a.
[page-n-84]
Figura 7.13. Plano con la secuencia del desarrollo constructivo de Caramoro I. a. Estructuras edificadas durante el segundo momento
en color ocre. B. Representación del asentamiento con la ubicación del gran hogar documentado por R. Ramos en el espacio A, del que
solamente se conserva alguna fotografía.
de las ampliaciones del muro 2001, fueron construidos nuevos
bancos. De este modo, consideramos que durante el tercer momento de uso o segunda remodelación de importancia en la ocupación de Caramoro I, sí pudieron existir dos ambientes o estancias en el denominado como espacio A. Estos ambientes, que ya
fueron denominados por R. Ramos (1988) como A y B, estaban
conectados entre sí, aunque separados en parte por un tabique interno que ya no se conserva. De hecho, solamente los podemos
reconocer a partir de algunas fotografías y el croquis elaborados
por su excavador. No podemos determinar si el primero de los
pavimentos que documentó R. Ramos (1988) corresponde a este
momento final o al segundo de los momentos. Creemos que por la
profundidad a la que señala su documentación, la primera de las
pavimentaciones que registra se podría relacionar con el segundo
de los momentos de ocupación.
Por otro lado, la zona del espacio C también sufrió bastantes
modificaciones. El muro 2015 fue abandonado. Sobre los restos
del mismo fue acondicionada la zona mediante rellenos sedi-
mentarios de escasa potencia –UUEE 1302, 1303 y 1201– con
el objeto de levantar un nuevo edificio del que solamente se conservan en la actualidad dos pequeños tramos de muros –UUEE
2017 y 2027– (fig. 7.18) con disposición paralela entre ambos
SO-NE, aunque un tercer tramo ya no conservado lo hacía en
disposición contraria, pudiendo tratarse de una de las esquinas
de la habitación o edificio edificado. De uno de estos rellenos
de acondicionamiento, fue seleccionado un fragmento óseo
como muestra radiocarbónica. La idea era intentar determinar
si ese resto de basura correspondía al momento de construcción
de los muros conservados. La datación obtenida (Beta-505646:
3630±30 BP) no fue positiva, ya que se trataba de un desecho
reutilizado del primero de los momentos de uso.
En definitiva, todo parece indicar que los espacios I, E, K,
C y D de las ocupaciones anteriores ya no estaban en uso, habiéndose construido nuevos espacios habitacionales en la zona
sobre los restos terraplenados o allanados en algunos puntos, de
las anteriores ocupaciones. De estos momentos solamente nos
69
[page-n-85]
Figura 7.14. Secuencia del desarrollo constructivo de Caramoro I, tercer momento. a. Conjunto de estructuras documentadas en Caramoro
I indicando en color naranja las estructuras del tercer momento. b. Representación del conjunto de estructuras edificadas durante el tercer
momento, ya desaparecidas.
Figura 7.15. Estratigrafía del testigo B en la que se pueden distinguir las distintas UUEE reconocidas en la zona de conexión entre el
antemural UE 2000 y el bastión UE 2006.
70
[page-n-86]
Figura 7.17. Vista frontal del murete de bolas de barro 1806, del
enfoscado conservado de la cara del antemural 2000 y de los pavimentos reconocidos.
Figura 7.16. Detalles del área de conexión entre la plataforma 2006
y el antemural 2000. A. Vista cenital. B. Vista lateral desde el sur.
quedan las evidencias del abandono de la construcción de la
que formaban parte los muros 2027 y 2026 –UE 1503–, del que
también fue datada una muestra (Beta-464793: 3550±30 BP) y
el abandono definitivo de la ocupación en la zona –UUEE 1502
y 1501–, de la que se dató otra (Beta-510335: 3510±30 BP).
Precisamente, en una pequeña superficie del espacio D, donde
se conservaban algunos estratos sin excavar en torno al posible
muro o derrumbe 2019, ha mostrado la existencia de al menos
tres momentos:
- El inicial asociado a una primera pavimentación –1506– y
a diversos calzos de poste, equivalentes o sincrónicos a la
primera pavimentación del espacio C –1207–. También se
asociaría con el muro 2011.
- Un segundo momento que se corresponde con la construcción del muro 2026, aunque no se puede descartar que
este segundo momento pudiera corresponder o integrarse
con el primer momento de uso del espacio en un periodo de tiempo indefinido. En cualquier caso, este tramo
de muro parece ser una prolongación del muro UE 2018,
también superpuesto al pavimento 1207 del espacio C.
- Un tercer momento, iniciado con la construcción del
muro 2027, prolongado con su convivencia con el muro
2026, hasta su abandono y derrumbe definitivo. No obstante, también hay que indicar que sobre el abandono del
muro 2026, fue detectado un posible momento de uso
Figura 7.18. Estado final de la zona D donde fue documentado el
tramo de muro UE 2027 (a la izquierda) y 2026 (a la derecha).
del que solamente se han conservado algunos restos muy
puntuales –UE 1501– asociados a diversas manchas de
sedimentos con gran cantidad de materia orgánica deshecha, que cubrían el derrumbe 1503-1504 y a los muros
2026 y 2027, para el que no se puede descartar que pudiera tratarse de restos sedimentarios removidos o procedentes de la excavación de zonas próximas. Su superficialidad y los diversos procesos antrópicos que han alterado
la zona no permiten considerar la posibilidad de un cuarto
momento de uso.
En definitiva, el proceso de documentación llevado a cabo
durante las campañas de 2015 y 2016 ha posibilitado detectar que
en Caramoro I se produjeron a lo largo de su ocupación, diversas reformas y remodelaciones sobre la fundación inicial, que en
esencia, no cambiaron la estructura del asentamiento. El resultado de las dataciones obtenidas permite confirmar que el tiempo
transcurrido entre la construcción del asentamiento y el último
momento de abandono detectado no superó los 250 años. Su ocu71
[page-n-87]
Figura 7.19. Sección O-E del asentamiento de Caramoro I, mostrando los restos de las UUEE conservadas en 2016.
Figura 7.20. Plano con la distribución general de muestras datadas.
pación se desarrolló fundamentalmente durante el primer cuarto
del II milenio cal BC, aunque el balance cronológico que muestra
el conjunto de las dataciones efectuadas viene a señalar que el periodo máximo transcurrido entre la construcción del asentamiento
y su abandono se llevó a cabo entre el 2045 y el 1749 cal BC.
72
Dentro de este periodo, en los restos conservados del depósito arqueológico, al menos se han podido diferenciar tres momentos de uso:
-El primero momento de uso corresponde en sí a la fundación del asentamiento en la que se definió la trama urbanística del mismo. Con la construcción del gran muro longitudinal UE 2001 de delimitación (y el antemural) del poblado y
el trazado de diversos muros en el espacio delimitado en su
interior, se construyeron distintos edificios y posiblemente
algún espacio abierto, como el B, situado entre el A, E, C y
D. En algunos de estos espacios han sido detectados diversos tramos de pavimentos en los que se quedaron integrados
restos de fauna. La datación de los pavimentos documentados en el espacio A y D a partir de dos restos de fauna
doméstica, son las pruebas que vienen a fijar la fundación
del asentamiento en los momentos iniciales del II milenio
cal BC (fig. 7.20).
La datación absoluta procedente de la UE 1506 del espacio
D (Beta 419055: 3570±30 BP; 2015-1830 cal BC 2σ) evidencia
el momento inicial de la primera fase constructiva asociado al
muro 2011; que puede ser extrapolada al pavimento 1207 de la
primera fase del espacio C y al muro 2015. Y, al mismo tiempo, la obtenida de otra muestra del pavimento UE 1002 (Beta446590) señala, justamente, la misma datación, extrapolable a
la construcción del espacio A (fig. 7.20). Esta cronología viene
avalada, además, por otras dos dataciones. Por un lado, la procedente de una muestra ósea de la UE 1007 o nivel de incendio
que asoló este primer momento de uso del espacio A. Los resultados muestran que entre la construcción y el incendio del
espacio A transcurrieron muy pocos años, ya que el resultado
fue el mismo (Beta-446589: 3580±30 BP/2028-1828 2σ) que el
obtenido con la muestra procedente del pavimento infrayacente UE 1002. Por otro, la datación obtenida de los restos óseos
humanos procedentes de la fosa de inhumación ubicados en el
espacio E, excavado en 1989 por A. González Prats y E. Ruiz
Segura, aunque es la más antigua de todas las efectuadas, es
la más antigua de todas las efectuadas, difiere en poco de las
obtenidas para la construcción de las pavimentaciones. Cabe la
posibilidad de que sea un enterramiento casi fundacional (Beta464794: 3620±30 BP/2040-1894 cal BC, 2σ).
No parecen haber transcurrido muchos años para llevar a
cabo la primera (segundo momento de ocupación del asentamiento) y la segunda (tercer momento) de las remodelaciones
detectadas, a tenor de la escasa distancia entre las dataciones
[page-n-88]
obtenidas para el primero de los momentos de uso y el tercero.
Solamente contamos, por el momento, con dos dataciones para
el tercer momento de uso. Otros restos faunísticos procedente
de las UUEE 1503 y 1501 del espacio D, correspondiente al
abandono del tercero de los momentos, señalan que el tiempo
fue realmente breve, sin que se pueda precisar si fueron unas
pocas décadas o algo más de un siglo (Beta-464793: 3550±30
BP/2009-1772 cal BC 2σ; Beta-510335: 3510±30 BP/18871746 cal BC 2σ).
Por tanto, todo parece indicar que Caramoro I estuvo en
uso durante poco tiempo, no más de 250 años, si tenemos en
cuenta las dataciones disponibles y el hecho de que en otros
asentamientos sí han sido determinadas secuencias de ocupación mucho más prolongadas, tanto estratigráfica, como
cronológicamente (López y Jover, 2014). Si la fundación de
Caramoro I se puede establecer en torno al 2000 cal BC, su
abandono definitivo no se produjo más allá de 1800/1750 cal
BC. A partir de una edificación inicial, a lo largo de este tiempo se fueron produciendo diversas remodelaciones, ampliaciones y reorganizaciones de los espacios construidos, sin afectar
en esencia a su configuración inicial. Esta característica hace
que Caramoro I sea un documento excepcional para el estudio
de la fase central o plena del desarrollo del grupo argárico en
estas tierras septentrionales.
73
[page-n-89]
[page-n-90]
8
La arquitectura de Caramoro I: materiales y técnicas
María Pastor Quiles
Como ya ha sido apuntado, las actuaciones arqueológicas desarrolladas en 2015 y 2016 han permitido diferenciar, al menos,
tres momentos de uso, con diferentes ampliaciones, remodelaciones y reacondicionamientos sobre la planta inicial del asentamiento. Las actividades constructivas realizadas en el enclave
argárico de Caramoro I durante el período de tiempo en que fue
ocupado generaron una serie de estructuras que han sido individualizadas en 11 ambientes diferentes (fig. 8.1), denominados
con letras de la A a la K.
Las edificaciones del poblado conforman así diversos espacios, de planta más o menos rectangular o alargada, como es
habitual en la Edad del Bronce peninsular y en el ámbito argárico, que estarían organizados y delimitados a partir de un
muro de considerables dimensiones –UE 2001–. El grosor de
este muro, especialmente en su tramo septentrional, donde llega
a alcanzar los casi 4 m, no se encuentra en ninguna otra construcción del asentamiento. Sólo el muro UE 2011 –paralelo al
muro UE 2001 en su cara occidental, formando entre ambos el
espacio A–, presenta una anchura notable, aunque mucho menor a la de la citada construcción que vertebraría las estructuras
conservadas en el enclave y las separaría del exterior por el lado
oriental del mismo. Estas construcciones cuentan con muros de
mampostería de piedra, al menos en la parte baja de los alzados,
aunque no podemos descartar que algunos muros interiores y de
menor grosor hubieran contado con parte del alzado construido
con otros materiales y técnicas. El empleo de la piedra en las
edificaciones de Caramoro I ya fue plasmado en una reconstrucción realizada a partir de la intervención de Rafael Ramos
Fernández en 1981 (fig. 8.2).
No obstante, la piedra no fue el único material constructivo
empleado en las edificaciones del poblado, aunque es sin duda
el más visible a partir de sus restos arqueológicos. En Caramoro I, la tierra fue un material constructivo fundamental, como
en otros muchos asentamientos argáricos (Ayala y Ortiz, 1989;
Ayala et al., 1989; Rivera, 2007; 2009; 2011; Martínez Mira et
al., 2014; Pastor, 2014; entre otros). Fue utilizada para construir en forma de morteros para trabar los mampuestos, de revestimientos de los alzados y de instalaciones o estructuras de
actividad, como bancos y hogares, o de pavimentaciones. Asimismo, con barro, materia vegetal y madera se habrían edificado techumbres y también, en determinados casos, parte de los
alzados, empleando diferentes técnicas constructivas.
Los materiales y técnicas empleados en el asentamiento argárico de Caramoro I han podido abordarse mediante el análisis
macroscópico de los restos constructivos de barro documentados en los diferentes espacios (fig. 8.3). El análisis de estas evidencias arqueológicas aporta valiosa información no sólo sobre
el uso constructivo de la tierra, sino también sobre otros materiales, a través de sus improntas. Este estudio ha permitido plantear diferentes cuestiones de relevancia respecto a la arquitectura de este enclave, como la presencia de diferentes técnicas de
construcción con tierra, incluida el amasado de barro en forma
de bolas y bloques, o de prácticas de reutilización de materiales
en las actividades constructivas.
ESTUDIO MACROSCÓPICO DE LOS FRAGMENTOS
CONSTRUCTIVOS DE BARRO DE CARAMORO I
A continuación, se exponen los resultados del análisis macroscópico de los restos constructivos de barro endurecido del
yacimiento argárico de Caramoro I. Este estudio ha abordado
unos restos que comenzaron a recuperarse de manera puntual
en 1981, iniciándose un conjunto que fue nutrido a lo largo de
las diversas campañas de excavación, especialmente durante los
años 1989 y 2016.
Por un lado, han sido estudiados los fragmentos depositados
en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche –MAHE–,
procedentes de las campañas de excavación llevadas a cabo en
el yacimiento en los años 1981, dirigida por Rafael Ramos Fer75
[page-n-91]
Figura 8.1. Plano
del asentamiento de
Caramoro I con espacios
y zonas excavadas.
Figura 8.2. El poblado de Caramoro I construido con alzados de
mampostería de piedra, según la información arqueológica obtenida por R. Ramos Fernández en su intervención en 1981. Dibujo de
R. Ramos Fernández. Archivo del MAHE.
Figura 8.3. Distribución de los fragmentos constructivos de barro
en los diferentes espacios en los que se recuperaron.
76
nández, así como 1989 y 1993, bajo la dirección de Alfredo
González Prats y Elisa Ruiz Segura. Éstos suman un total de
39 piezas estudiadas. Por otra parte, han sido analizados los
elementos de barro recuperados en las excavaciones recientes
de 2015 y 2016 –25 fragmentos en 2016 y 37 en 2016–. En
total, se han estudiado 101 fragmentos de barro endurecido. A
estos materiales se suma el análisis macrovisual de las piezas
resultantes de la aplicación de la técnica del amasado de barro
en forma de bolas, que se abordan en el apartado siguiente.
La mayor parte de los fragmentos constructivos de tierra
recuperados en el enclave son de pequeño tamaño, presentando desde 1,9 x 2 x 0,6 cm hasta 13,8 x 11,3 x 3 cm en el caso
del mayor de los elementos. Las coloraciones que presentan
son variadas, desde el marrón claro, blanquecino y amarillento, al marrón anaranjado, rojizo y rosado, mientras que otras
piezas presentan una coloración grisácea y ennegrecida. Su
grado de endurecimiento es variable, documentándose desde
fragmentos altamente disgregables a otros muy endurecidos,
aunque la mayoría presenta una consistencia dura o media. Se
encuentran afectados por la erosión y, sobre todo, por la presencia de raíces.
Aunque una parte importante de los fragmentos analizados
es difícil atribuirlos con seguridad a una parte concreta de las
edificaciones o de estructuras de equipamiento doméstico, ha
podido establecerse que 40 de ellos presentan una o dos caras
externas, regularizadas o alisadas (fig. 8.4a), interpretadas como
superficies exteriores de distintas partes estructurales. En este
sentido, algunos fragmentos corresponden a restos de revestimientos, como los recuperados en 2016 en el espacio A: el
perteneciente al banco UE 2036 o los tres restos hallados en
el interior de un calzo de poste. Por otra parte, 21 piezas son
interpretadas como restos de pavimento, correspondientes a la
campaña de 1989 o tomadas de los espacios C y D durante los
trabajos de 2015.
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Procedencia contextual de los materiales analizados
Los materiales analizados correspondientes a las excavaciones
anteriores en el yacimiento procedían de los espacios A –9 fragmentos–, C –5 fragmentos–, E –14 fragmentos– y J –4 fragmentos–. Los únicos 5 restos recuperados en 1981 habrían sido
localizados en superficie y, en otros dos casos, en el espacio A.
Correspondientes a 1989, han podido incluirse en este estudio
restos procedentes de los cuatro espacios citados y de 1993 únicamente 2 fragmentos asociados al espacio E.
Respecto a los elementos recuperados en los trabajos de
excavación de 2015, proceden de las unidades estratigráficas
siguientes: en el espacio A, UE 1000, superficial; en el espacio
C, de la UE superficial 1200, de la UE 1206 como relleno de
amortización del hogar UE 2024 y del pavimento UE 1207; en
el espacio D, del pavimento UE 1506, de la UE 1508, relleno
del calzo de poste UE 2029, y de la UE 1510 sobre el pavimento
de esta estancia y en el espacio J, de la superficial UE 1400.
Así, pertenecen a estratos superficiales de distintos espacios y a
pavimentaciones y niveles de abandono de los espacios C y D,
asociados a la primera fase de construcción del asentamiento.
Los restos recuperados en 2016 proceden de las UUEE identificadas en el espacio A, UE 1007 –estrato sobre el pavimento
1002–, UUEE 2101 y 2102 –rellenos constructivos–, del calzo
de poste UE 2103 y de los niveles de uso UUEE 2106 y 2108.
Estas unidades, salvo la primera, se asocian a una segunda fase
constructiva. Asimismo, en esta campaña de excavación se recuperaron restos constructivos de barro asociados a la tercera
fase, procedentes de la zona 3, de las UUEE 1801 –superficial–,
1805 –estrato sobre el pavimento 1810– y 1806.
Figura 8.4.a. Cara externa alisada de un resto constructivo. b.
Cara interna del mismo fragmento con huellas negativas ovaladas, que se habrían generado al contacto con guijarros.
Estudio macrovisual de la composición
de los morteros de barro
Respecto a la composición de los morteros constructivos, destaca
la presencia de evidencias del empleo de materias estabilizantes
de tipo vegetal, altamente comunes en las prácticas constructivas
con tierra. Los procesos de estabilización (Bardou y Arzoumanian, 1978: 6; Houben y Guillaud, 1994; Guerrero, 2007; entre
otros) tienen como finalidad mejorar la mezcla de barro de cara
a su función constructiva, mediante el añadido de diferentes materias. Aproximadamente la mitad de los fragmentos analizados
presentan huellas negativas en sus superficies que indican el añadido de vegetales como estabilizantes, probablemente paja de
cereal. En doce de ellos se han hallado improntas de tipo tallo
clavado (fig. 8.5a). En algunos casos, es posible observar que las
huellas de elementos vegetales son aproximadamente del mismo
tamaño, 1 cm de largo (fig. 8.5b), lo que respondería probablemente a la preparación y machacado de la materia vegetal previamente a ser añadida a la tierra, que se desmenuzaría en tramos
pequeños y más o menos regulares (Volhard, 2010: 90).
Una gran parte de los fragmentos presentaban piedras en
su composición. La mayor de las observadas alcanzaba los 6,5
cm de largo y, en otros casos, se han observado guijarros de
entre 2,5-3,5 cm de largo. En este sentido, uno de los fragmentos, recuperado en 1981 en la superficie del enclave, presentaba en su cara interna diversas improntas negativas de forma oval (fig. 8.4b), que se corresponderían con guijarros. Las
improntas habrían podido ser generadas por la presencia de
estas piedras en el mortero, ya desprendidas de la pieza o, más
a
b
0
2 cm
Figura 8.5. Evidencias del empleo de vegetales en los morteros
constructivos. a. Huellas de tipo tallo clavado. b. Huellas de vegetales en tramos regulares utilizados como materia estabilizante
añadida al mortero de barro.
77
[page-n-93]
Figura 8.6. Elementos que formaban parte de la composición de los morteros constructivos. a y b. Malacofauna. c. Fragmento de carbón.
probablemente, porque este fragmento constituyera parte del
revestimiento de una estructura hecha con piedra que contara
con este tipo de morfología, como los conglomerados que aún
hoy son visibles en el asentamiento. Además, se ha documentado malacofauna (fig. 8.6a y 8.6b) en la matriz de tres de los
elementos analizados, recuperados en 2016 y asociados a una
segunda fase de construcción en el espacio A, y restos de carbón en cuatro fragmentos, dos de ellos recuperados en la UE
1206, interpretada como de amortización del hogar UE 2024
en el espacio C (fig. 8.6c).
EVIDENCIAS DEL EMPLEO DE DIVERSAS
MATERIAS VEGETALES COMO MATERIAL
CONSTRUCTIVO
A nivel general, la mayoría de los elementos de barro de Caramoro I no presentan improntas negativas de elementos constructivos vegetales ya desaparecidos, como carrizo, cañas, ramas o troncos. Buena parte de los materiales que componen este
estudio, o bien sólo presentan una cara exterior regularizada y la
contraria no presenta improntas constructivas, o bien pertenecerían a pavimentaciones o a posibles instalaciones o estructuras
de equipamiento, a lo que sumamos las piezas correspondientes
a la técnica del amasado de barro en forma de bolas.
No obstante, en 10 de los fragmentos sí se han documentado
improntas de carrizo (fig. 8.7a) o de caña (fig. 8.7b), combinándose ambos tipos de plantas en una parte de las piezas. También
se han observado improntas de hojas, alargadas y planas, que
podemos asociar a estas gramíneas. La totalidad de los restos con
improntas de caña y/o carrizo se han recuperado en el espacio A,
asociados a su segunda fase constructiva. Estas piezas presentan
entre una y seis de estas improntas, de hasta 2 cm de diámetro
máximo en el caso de las cañas. Son representativas de la técnica
del bajareque (Minke, 2001; Guerrero, 2007: 196; Pastor, 2017;
entre otros), que consiste en la aplicación del mortero de barro
sobre estructuras de troncos, ramas, cañas o carrizo.
El material vegetal también fue utilizado por muchas sociedades prehistóricas para unir diferentes componentes de las edificaciones mediante cuerdas. Asociadas a las improntas constructivas
de caña y carrizo se han podido observar dos ejemplos de posibles
huellas de ataduras, de dos tipos distintos. En uno de los casos se
habría empleado alguna fibra vegetal de tipo tallo individual (fig.
8.7b) y, en el otro, una cuerda trenzada elaborada con fibras vegetales (fig. 8.8a). Ambos ejemplos se recuperaron en la UE 2101,
78
también en el espacio A, asociados a la segunda fase constructiva.
Asimismo, dos de los restos conservan en una de sus caras huellas del contacto con materia vegetal asociada por lo general a las
techumbres (fig. 8.8b), por lo que puede plantearse que pertenecieran a una cubierta. También proceden del espacio A, habiendo
sido recuperados en 1989. Las cubiertas vegetales pueden ser edificadas con multitud de especies, que también pueden combinarse
entre sí, aunque las más habituales y conocidas son la paja y el
carrizo. Estas techumbres adquieren gran volumen, son ligeras,
pero también altamente inflamables.
Formas de aplicación del mortero de barro
Como se ha mencionado más arriba, una gran parte de los elementos constructivos analizados muestra superficies o caras regularizadas y también alisadas, así como evidencias del empleo
de capas diferenciadas de revestimientos de barro. Además, una
parte muestran huellas del alisado de las caras externas directamente con los dedos de la mano, en forma de bandas paralelas de
tendencia horizontal generadas por el alisamiento con movimientos de izquierda a derecha y viceversa (fig. 8.9a), e incluso con la
conservación de aparentes huellas dactilares (fig. 8.9b).
Es interesante resaltar la presencia de huellas digitales en
uno de los fragmentos recuperados en 1989 en el espacio A,
que podría corresponderse con un resto de estructura de equipamiento doméstico, modelada manualmente. Este resto de
barro conserva un lateral curvo y convexo, a modo de borde
(fig. 8.10a). Además, presenta en una pequeña superficie lo
que parecen ser los restos de la impronta de una estera o textil
vegetal (fig. 8.10b).
Evidencias de la reutilización de material constructivo
La reutilización de materiales constructivos es una práctica muy
habitual en la autoconstrucción en el seno de sociedades con un
modo de vida agropecuario, como ha sido destacado en diferentes
trabajos, tanto etnográficos como arqueológicos (Volhard, 2010;
Tung, 2013; Navarro y Navarro, 2016). Se documenta desde la reutilización de fragmentos de revestimientos en la elaboración de
otros nuevos (Matthews, 2005: 141), pasando por elementos de
madera (Corrales et al., 2011: 88; Peinetti, 2016), hasta incluso de
paja empleada en la edificación (Daich y Palacios, 2011: 105). El
barro empleado como material constructivo puede ser en sí mismo
reutilizable, ya que puede volver a usarse para edificar al triturarlo
y humedecerlo (Minke, 2001: 17; Guerrero, 2007: 200).
[page-n-94]
a
b
0
2 cm
0
2 cm
Figura 8.7. a. Cara interna de un resto constructivo con diversas improntas de carrizo. b. Cara interna de un
fragmento con dos improntas de caña y posibles huellas de ataduras de tipo tallo.
a
b
0
2 cm
0
2 cm
Figura 8.8. a. Fragmento constructivo con improntas de caña y la huella de una cuerda trenzada. b. Resto de
barro con huellas vegetales diversas, que pueden asociarse a techumbres vegetales.
a
b
0
2 cm
0
2 cm
Figura 8.9. a. Cara externa de un resto constructivo con huellas de alisado manual, con bandas paralelas
generadas por los dedos de la mano. b. Superficie de un fragmento constructivo con alisado manual, donde
se distinguirían huellas dactilares.
79
[page-n-95]
a
a
0
0
2 cm
b
2 cm
b
Figura 8.10. a. Resto de barro con huellas de dedos generadas durante su amasado, posiblemente perteneciente a una estructura de
equipamiento. b. Detalle de la impronta de textil vegetal presente
en el mismo fragmento.
Figura 8.11. a. Resto que incorpora otro fragmento constructivo, reutilizado en un nuevo mortero de barro. b. Impronta de una cuerda
trenzada ya desaparecida en uno de los restos de amasado de barro
en forma de bolas, procedente de la estructura UE 1806.
El estudio macroscópico de los fragmentos constructivos de
tierra de Caramoro I ha proporcionado evidencias que apuntan
a prácticas de reutilización de materiales en nuevas actividades
constructivas. Así, en el interior de uno de los restos de tierra,
recuperado en la UE 2101 –asociada a la segunda fase en el
espacio A–, se ha identificado a su vez la presencia de otro fragmento de material constructivo (fig. 8.11a). Este fragmento, de
tamaño menor que el que lo contenía, con un mayor grado de
endurecimiento y con improntas constructivas (fig. 8.12), probablemente de carrizo, habría sido incorporado a un nuevo mortero, posiblemente al ser reutilizada tierra empleada en construcciones anteriores.
intervenciones apuntaron la presencia, en la parte oriental
del llamado bastión H, de “adobes planoconvexos elaborados
con barro y esparto, en los que hoy se aprecian claramente las
improntas de las hebras vegetales” (González Prats y Ruiz,
1995: 87-90). La ubicación de estos restos se plasmó gráficamente sobre un plano, formando dos hileras en el cierre
suroriental del bastión.
Se trata de un conjunto de piezas de formas generalmente esferoides y oblongas (fig. 8.13), de dimensiones variadas, que habrían formado parte de las estructuras del límite
oriental extramuros del poblado, el llamado “bastión” o espacio H y su unión con el espacio G y el antemural UE 2000.
Este espacio H, delimitado por la plataforma UE 2006, constituida por bloques de piedra de diverso tamaño y tierra, habría sido construido inicialmente en la segunda de las fases
diferenciadas en Caramoro I. Hemos abordado el análisis
macrovisual de 21 de estas piezas, de un total de 107 documentadas, que han sido halladas completas o fragmentadas.
De éstas, 86 proceden de las excavaciones de 1989, y 13
fueron recogidas en superficie en el asentamiento, además
de 7 fragmentos recuperados durante las excavaciones de
2016, a lo que se suma una pieza oblonga de barro que fue
extraída para su análisis directamente de la estructura UE
1806 (fig. 8.14a).
EL USO DE LA TIERRA DURANTE EL TERCER
MOMENTO CONSTRUCTIVO: LA TÉCNICA
DEL AMASADO EN FORMA DE BOLAS
Las recientes excavaciones arqueológicas en Caramoro I durante 2015 y 2016 han permitido abordar, identificar y definir unos restos de barro singulares cuya presencia ya fue
advertida por Alfredo González Prats y Elisa Ruiz Segura en
sus trabajos arqueológicos hace más de dos décadas, aunque
no fueran analizados en profundidad. Los resultados de sus
80
[page-n-96]
Figura 8.12. Diferentes vistas del fragmento constructivo reutilizado, donde se distinguen una cara alisada (a) y dos improntas negativas,
probablemente de carrizo (b, c). Fotografías tomadas mediante microscopio digital.
Figura 8.13. Elementos constructivos de barro resultantes del empleo de la técnica del amasado en forma de bolas, recuperados en 2016.
a y c. Restos documentados junto a la estructura UE 1806. b. Pieza de barro amasado hallada en superficie.
Así, a escasa distancia de esta construcción, en la conexión
entre el extremo oriental del bastión y el arranque del antemural 2000, fue documentado en 2016 un tramo de estructura de
barro –UE 1806– (fig. 8.14a), construida también con elementos de barro de forma oblonga, mezclados con materia vegetal
de considerable longitud. Estaba dispuesta con una orientación
noroeste-sureste, posiblemente constituyendo parte de un muro
que unía ambas construcciones. Esta estructura presentaba unas
dimensiones de 0,36 m de ancho en su extremo septentrional
y 0,28 m en el más meridional y su longitud excavada ha sido
de 1,30 m de largo en su cara oriental y exterior y 1,05 m en su
cara interior. Su orientación parece conectar con el muro UE
2007, que cierra el espacio G en su lateral oriental. Al igual que
la construcción curva con tierra del bastión H, correspondería
al tercer momento de remodelación arquitectónica del asentamiento. A este tramo de muro UE 1806 se le adosa, en el lateral
contrario al ocupado por este grueso revestimiento, el pavimento UE 1810, asociado al tercer momento de modificación de las
estructuras constructivas del poblado (fig. 8.15a). A su vez, se
adosa a una unidad de sedimento blanquecino muy compacto,
de unos 15-20 cm de grosor en talud y 1,36 m de altura, que ha
sido interpretado como un enfoscado del muro UE 2000 en su
extremo septentrional –UE 1804– (fig. 8.15b).
Las piezas de barro que conformaban el bastión H y la estructura UE 1806 presentan una coloración marrón claro, con
manchas blanquecinas y anaranjadas, un considerable grado de
endurecimiento y huellas de haber sido conformadas junto con
elementos vegetales de considerable longitud. Como parte de su
composición, presentan piedras, restos carbonizados, malacofauna, fragmentos de hueso quemado y agregados de ceniza. Por otro
lado, en la superficie de la pieza amasada de barro extraída de
la estructura UE 1806 para su estudio específico, hemos podido
81
[page-n-97]
documentar una impronta de cuerda trenzada (fig. 8.11b). En un
principio, pensamos que esta impronta podía ser el resultado de
una reutilización de materiales, aprovechándose sedimentos de
desecho o de construcciones anteriores en los que se encontrara
dicho elemento. No obstante, en el diario inédito de la excavación
de 1989 se asocian las cuerdas a la propia conformación de estas
construcciones de barro. Se apunta que las cuerdas contribuirían
a la consistencia de las estructuras al mejorar la unión entre las
distintas unidades, basándose en la observación de improntas de
cuerdas “en el relleno de la parte inferior de la muralla”. De ser
así, estaríamos ante un ejemplo de incorporación de cuerdas de fibras vegetales durante la construcción de estructuras de barro con
el objetivo de conseguir una unión más sólida entre los distintos
elementos que las forman.
Consideramos que estos elementos de barro, que conformaron el bastión H y la estructura UE 1806, son fruto de la aplicación de la técnica constructiva del amasado de barro en forma
de bolas o bloques (Pastor et al., 2018). Habrían sido dispuestos
manualmente y todavía en estado húmedo (fig. 8.14b), sin haber sido secados previamente a su puesta en obra. Sus superficies presentan rehundimientos y, en general, formas aplastadas
que serían el resultado de haber sido colocados unos junto y
sobre otros. Aunque estos materiales fueron publicados como
“adobes” (González Prats y Ruiz, 1995: 87-90), en el diario de
excavación, la técnica ya fue planteada: “no podemos hablar de
adobes por cuanto las pellas se superponen estando frescas aún,
por lo que la de arriba adopta la forma de la inferior”.
Esta técnica cabe entenderla en el marco de la denominada
como amasado o tierra modelada (Agorsah et al., 1985: 105;
Sánchez, 1999: 167; Minke, 2001: 87; Wright, 2009; Guerrero,
2018; entre otros), en la que es habitual que, a la hora de aplicar
el barro húmedo a los muros, éste se modele en forma de bolas
o bloques, que después se pueden regularizar, disimulándose
su forma. Es importante diferenciar esta forma de construir de
otras que también emplean unidades individualizadas o módulos, como el adobe, hecho a mano o con molde, y el terrón
(Pastor et al., 2019).
LOS MATERIALES Y TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN
EMPLEADOS EN CARAMORO I
En las estructuras de Caramoro I la tierra se habría utilizado en pavimentos, en parte de los alzados, en las techumbres y en la elaboración de estructuras de equipamiento interno o externo de las edificaciones, en combinación con otros materiales. Entre ellos destacan
materias vegetales diversas –también utilizadas como estabilizantes
de los morteros y en productos elaborados con ellas, como cuerdas
de fibras vegetales–, además de la piedra y la madera. El análisis de
los restos materiales de construcción con tierra de Caramoro I ha
visibilizado el empleo de diferentes técnicas de construcción con
tierra: el bajareque, el amasado y el amasado de barro en forma de
bolas o bloques.
La técnica del bajareque en Caramoro I cabe asociarla de
forma preferente a las cubiertas. Ha sido documentada en otros
muchos asentamientos argáricos, por ejemplo, en el Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala et al., 1989: 284), Cabezo
Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante) (Pastor, 2014;
Martínez Mira et al., 2014) o en los alzados y techumbres de
Castellón Alto (Galera, Granada) (Contreras, 2000; 2009: 52).
82
Techumbres de bajareque han sido identificadas también en Los
Cipreses (Lorca, Murcia) (Eiroa, 2006: 134) o en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), donde la materia vegetal y el barro que
la mantearía serían cubiertos por lajas de pizarra (Contreras,
2009: 70). Los materiales principales implicados en esta técnica
son el mortero de barro y diferentes materias vegetales, habiéndose observado en este enclave fundamentalmente la caña y el
carrizo. En las techumbres pudieron utilizarse también otros vegetales de tallo largo. La caña común (Arundo donax) es una
planta que presenta un tallo verde y flexible, que se endurece pasado un año de vida, desarrollando una superficie exterior muy
resistente. Se adapta a la mayor parte de suelos y se desarrolla
bien en climas semiáridos, creciendo en zonas húmedas. Este
sería el caso del entorno natural de Caramoro I, ubicado sobre
el cauce del río y rodeado de terreno fértil, donde abundaría este
tipo de vegetación. La caña presenta también una gran durabilidad. Las cualidades del carrizo (Phragmites Australis) como
material de construcción, planta gramínea de menor diámetro
que la caña, pueden considerarse similares. Se ha apuntado que,
empleados en cubiertas, si se encuentran debidamente protegidas de los agentes externos, principalmente del agua, estos materiales pueden resistir entre 50 y 100 años (Morriss, 2000: 98,
100; Navarro y Navarro, 2016: 49-50).
El barro también fue empleado mediante la técnica del
amasado y modelado en la conformación de instalaciones o estructuras domésticas, en las que también se utilizó la piedra.
En el análisis macroscópico han podido observarse evidencias
de las materias vegetales utilizadas para estabilizar estos morteros. Por otro lado, posiblemente entre lo más destacado de las
formas arquitectónicas de Caramoro I se encuentra la constatación de la técnica constructiva del amasado en forma de bolas
y bloques, y no sólo a través de la recuperación de sus restos
constructivos –habiéndose documentado más de un centenar–,
sino también por la singular conservación de un ejemplo directo de su empleo, la estructura UE 1806. La excavación de esta
construcción durante la campaña de 2016 ha sido fundamental
a la hora de identificar con mayor seguridad esta técnica. No
conocemos ejemplos en la bibliografía científica que recojan su
uso en asentamientos argáricos, aunque sin duda esta forma de
construir pudo haberse empleado en otros enclaves.
Las construcciones de Caramoro I son, además, un ejemplo
del extenso uso de la mampostería de piedra en la conformación
de estructuras durante la Edad del Bronce (fig 8.16). Su uso se
documenta en los diferentes tipos de asentamientos conocidos
en el ámbito argárico, desde en los esencialmente residenciales,
hasta en los núcleos más orientados a la gestión y el control del
territorio. Se utiliza en la construcción de estructuras de defensa,
aterrazamientos, alzados y otras instalaciones. De los materiales
constructivos empleados en la Edad del Bronce del Levante de
la península ibérica, la piedra sería el que más reconocimiento
ha recibido a la hora de configurar cómo habrían sido las formas
constructivas de las sociedades argáricas.
Los tipos de piedra empleados para construir en Caramoro
I son principalmente las calizas, las areniscas y los conglomerados, recursos geológicos ampliamente disponibles en la
propia base del espolón donde se emplaza y en su entorno.
Entre los factores que influirían a la hora de emplear un tipo de
piedra en la edificación se encuentran su dureza, su resistencia
estructural y ante la erosión, la facilidad a la hora de extraerla
[page-n-98]
Figura 8.14. a. Vista desde su extremo septentrional del tramo de estructura de amasado de barro en forma de bolas UE 1806. b. Ejemplo
de construcción experimental de la base de un alzado de barro mediante esta técnica (Jallot, 2015: 11).
de una cantera y de darle forma, así como su disponibilidad
en el entorno, en relación al coste de su transporte (Rapp y
Hill, 2006: 214). De este modo, las rocas sedimentarias son
generalmente más fáciles de trabajar en relación a las rocas
metamórficas o ígneas, siendo más probable que se utilicen
como material de construcción (Morriss, 2000: 27), como ocurre en Caramoro I. La arenisca se utilizó en la construcción de
asentamientos argáricos como Castellón Alto (Galera, Granada) (Contreras, 2009: 52) y la caliza se documenta en Barranco
de la Viuda (Lorca, Murcia) (Medina y Sánchez, 2016: 41).
En otros asentamientos, como Peñalosa (Baños de la Encina,
Jaén), la roca empleada en sus construcciones de mampostería
es fundamentalmente la pizarra, una roca metamórfica también utilizada, entre otros tipos de piedra, en La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et al., 2015a: 75).
Por último, aunque en los restos constructivos de barro no
se han documentado improntas de troncos, el uso de postes de
madera en este enclave se identifica a partir de la presencia de
calzos de poste en el interior de casi todos los espacios. La madera se habría utilizado también para largueros y travesaños en
la sujeción de las cubiertas. Respecto a las especies que pudieron ser utilizadas, el estudio de los restos antracológicos (ver
Ruíz Alonso en este volumen) ha mostrado la presencia fundamentalmente de pino carrasco (Pinus halepensis), olivo (Olea),
lentisco (Pistacia lentiscus) y taray (Tamarix sp.).
Estos diversos materiales constructivos son recursos vegetales o geológicos disponibles en el entorno natural del asentamiento, junto con el agua del cauce que discurre bajo el espolón,
necesaria en las actividades constructivas –al igual que en otros
procesos productivos desarrollados en el enclave–, sobre todo
para dar plasticidad a la tierra. Las materias estabilizantes de tipo
vegetal serían posiblemente residuos de la actividad agrícola –
constatada en el poblado a través del hallazgo de dientes de hoz,
molinos de piedra y cereales carbonizados–, reincorporados en
las actividades constructivas. En este asentamiento se documenta
también la reutilización de otros materiales en la construcción,
como restos de barro endurecido o sedimentos posiblemente procedentes de áreas de combustión, como apunta la presencia en los
morteros de restos carbonizados, fauna quemada o ceniza.
CONCLUSIONES
En este capítulo han sido abordados los diferentes materiales
constructivos empleados en Caramoro I, en relación con las técnicas en las que se aplicaron. Esta aproximación se ha realizado
desde el estudio de los restos constructivos de tierra, en los que
se observan evidencias de la diversidad de materias utilizadas
en la arquitectura del asentamiento. No obstante, son importantes las dificultades a la hora de profundizar en la caracterización
de las edificaciones prehistóricas, como en las de este enclave
argárico, teniendo en cuenta diferentes factores.
Partiendo de las limitaciones existentes en la conservación del
registro arqueológico, a ello cabe añadir la todavía persistente práctica de no considerar a los restos constructivos de tierra como un
elemento integrante más de la cultura material prehistórica, cuyo
estudio es necesario para conocer a los grupos humanos que la generaron de forma más completa. A modo de ejemplo, es muy poco
habitual que estos materiales se incluyan, junto con otros restos
como los antracológicos, faunísticos o malacológicos, a la hora de
presentar los resultados de los trabajos de excavación en los medios
de difusión del conocimiento. Los restos consumidos de madera o
de determinados animales no tienen una mayor vinculación con las
actividades humanas que los fragmentos constructivos de barro y el
estudio de éstos últimos no debería seguir siendo pasado por alto.
Los restos constructivos de tierra están compuestos por sedimento
83
[page-n-99]
Figura 8.15. a. Vista desde el extremo noreste del pavimento UE 1810, el lateral externo de la estructura de amasado de barro UE 1806 y
la vista frontal de la UE 1804, interpretada como un grueso revestimiento de barro del muro de mampostería UE 2000. b. Vista lateral de
la unidad de sedimento UE 1804, adosada al muro UE 2000.
Figura 8.16. a. Banco de piedra UE 2036, ubicado en el lado suroriental del espacio A. b. Vista frontal del extremo noroeste de la gruesa
estructura muraria UE 2001, en el acceso al espacio A.
que, aunque tenga un origen natural, ha sido plenamente antropizado a través de los procesos productivos implicados en la construcción, y constituyen productos humanos, a la vez que desechos
(Pastor, 2017). En algunos casos, los restos constructivos de tierra
preservados en el registro son recuperados en el campo, pero no son
estudiados al mismo nivel y con la misma frecuencia que otros materiales. En otros casos, no se informa sobre las evidencias constructivas de este tipo porque no fueron advertidas o recogidas durante
los procesos de excavación. En el caso del asentamiento que nos
ocupa, frente a la imagen de unas edificaciones fundamentalmente
de piedra generada en los inicios de la investigación en Caramoro I,
la incorporación del estudio de los restos constructivos de tierra,
84
junto con el resto de la materialidad recuperada y analizada, aporta
nuevos datos que contribuyen a generar un cuadro más completo de
la arquitectura de este enclave.
A pesar de que el número de investigaciones acerca de la edificación prehistórica con tierra crece, por otro lado continúa el
frecuente uso impreciso e incorrecto de los conceptos asociados
a las técnicas constructivas en las publicaciones científicas, como
el empleo, muchas veces acrítico y erróneo, de conceptos tan cargados de significado como “adobe”, “tapial” o “cal” en contextos
prehistóricos peninsulares. No contar con garantías mínimas que
avalen la identificación de los materiales y las técnicas constructivas en los diferentes contextos al alcance de la investigación
[page-n-100]
perjudica claramente el desarrollo del conocimiento. Esto afecta
al estudio de temas tan relevantes como la posible constatación de
formas de construir durante la Prehistoria reciente prácticamente
desconocidas hasta el momento, como el amasado de barro en
forma de bolas o bloques, en Caramoro I, claramente constatada,
o la incorporación de productos antrópicos de compleja fabricación a las edificaciones, como la propia cal (Jover et al., 2016).
La investigación sobre la construcción en la Prehistoria
reciente, tomando en consideración la diversidad y la variabilidad de materiales y técnicas que existirían en los contextos
prehistóricos, aporta nuevos conocimientos, no sólo acerca de
la introducción de mejoras en la habitabilidad de los espacios,
sino también sobre las capacidades productivas y los conocimientos técnicos de los grupos que los edificaron. Estas y otras
cuestiones relativas a las actividades constructivas del pasado
merecen seguir siendo investigadas, pues las edificaciones y
los procesos constructivos que estas sociedades hubieron de
desarrollar para generarlas constituyeron una parte fundamental de esas vidas pasadas, como son hoy una parte crucial, aunque no siempre visible, del registro arqueológico.
85
[page-n-101]
[page-n-102]
9
Prácticas funerarias en Caramoro I:
apuntes sobre normas y costumbres
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón,
Patxuka de Miguel Ibáñez, María Pastor Quiles, Ricardo E. Basso Rial,
Juan Antonio López Padilla y Palmira Torregrosa Giménez
INTRODUCCIÓN
Uno de los aspectos más ampliamente abordados en el estudio
de la sociedad argárica ha sido el de sus prácticas funerarias. El
hecho de que se ejecutara un ritual de inhumación bajo el suelo
de las viviendas (Siret y Siret, 1890), además de que una parte
de los difuntos fuesen acompañados de un destacado ajuar (Lull
y Estévez, 1986), motivó que su estudio fuese el centro y foco
principal de las investigaciones.
Las excavaciones efectuadas hasta la fecha en asentamientos argáricos han puesto en evidencia que, aunque la inhumación individual suele ser la más habitual, no es extraña la documentación de tumbas con dos, tres y hasta cuatro individuos,
ubicados en diferentes tipos de continentes (Siret y Siret, 1890;
Lull, 1983; Aranda et al., 2015). Y, al mismo tiempo, el número de tumbas constatadas en los asentamientos excavados suele
oscilar considerablemente, siendo en los yacimientos de pequeño tamaño donde menor número de tumbas ha sido constado
(Delgado Raack, 2008). De hecho, para el territorio alicantino,
frente a las más de 1.000 tumbas señaladas para yacimientos
como San Antón o Laderas del Castillo (Furgús, 1937; Colominas, 1936) (fig 9.1), en otros yacimientos excavados como Pic
de les Moreres (González Prats, 1986a;1986b) no se constató
ninguna. Esta amplia disparidad en el número de entierros entre
asentamientos de distintos tamaños ya empieza a ser algo común como han puesto de manifiesto las recientes excavaciones
en La Bastida de Totana, la Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a)
o Cabezo Pardo (López y Jover, 2014).
En el caso de Caramoro I, un asentamiento de pequeño tamaño –no más de 800 m2– solamente en las excavaciones efectuadas por A. González Prats y E. Ruiz (1995) se pudo constatar la presencia de una tumba. En 1989 fue documentada en el
ángulo noreste del espacio E, bajo lo que consideraron como el
pavimento de dicha habitación, una fosa de pequeñas dimensiones, que se había realizado aprovechando las inflexiones
que hacía la roca madre (González Prats y Ruiz, 1995). En
su interior se encontraban depositados los restos óseos de un
individuo de corta edad (fig. 9.2). En aquel momento, la excavación no permitió asociar ningún elemento de ajuar con los
restos óseos del inhumado. Este caso fue publicado por su singularidad, al haber sido detectados signos de violencia en los
restos craneales conservados del individuo infantil (Cloquell
y Aguilar, 1996).
En los recientes trabajos de limpieza y documentación del
yacimiento, en concreto en la campaña de 2015, tuvimos la
oportunidad de documentar dicha fosa, limpiarla y comprobar
la conservación in situ de algunos restos óseos humanos, así
como un muy pequeño fragmento de una microvasija cerámica
para la que consideramos, dadas sus características, que podría
haber sido parte del ajuar de acompañamiento del infante inhumado. Del mismo modo, entre los restos óseos que integran
el esqueleto del infante expuesto en el MAHE, se conserva
un hueso largo considerado en su momento como correspondiente a una de sus extremidades. De hecho, dicho hueso ha
sido expuesto en el Museo Arqueológico de Elche, como uno
más junto al conjunto de restos óseos humanos. Sin embargo,
tras su reestudio, se trata de la extremidad de un ovicaprino,
para el que, en atención a la información proporcionada por su
excavadora –Elisa Ruiz Segura– en el diario de excavación de
1989, apareció en la fosa de inhumación. Por tanto, actualmente podemos considerar que se trataría de una porción de carne
que formaría parte del ajuar funerario.
Por otro lado, en las labores de limpieza y excavación llevadas
a cabo en 2016 en la UUEE 1005 del espacio A, fueron documentados algunos fragmentos termoalterados correspondientes al cráneo de un individuo joven, además de una clavícula incompleta.
Estos restos fueron localizados junto a otros restos materiales. La
parcialidad de los estratos conservados y la imposibilidad de poder asociar dichos restos con alguna práctica funeraria, nos llevan
a considerar que estos pudieran proceder de una tumba destruida
87
[page-n-103]
Figura 9.1. Enterramiento en urna
documentada en el asentamiento de San
Antón por J. Furgús (1937: lám. IV, fig. 7).
como consecuencia de las remodelaciones que afectaron al asentamiento a lo largo de su ocupación. Por otro lado, también fue
documentado un diente humano suelto en el estrato superficial UE
1500 del espacio D. Se trata de un incisivo con desgaste por uso,
con raíz reabsorbida y caída fisiológica. Corresponde con un individuo de unos 6-7 años.
Por tanto, son al menos 3 las evidencias óseas de individuos muy jóvenes documentadas, aunque solamente uno
conservaba una posición primaria. Sobre este último centraremos nuestra atención.
LA TUMBA DEL ESPACIO E
El continente funerario donde fue depositado el cadáver
de un individuo infantil es una fosa practicada en el ángulo
nororiental del espacio E, justo en la confluencia de los muros 2001 y 2014. Dicha fosa, cuyo fondo era la roca base,
aprovechaba una inflexión de la misma. No obstante, ésta fue
acondicionada en la definición de sus límites empleando tres
Figura 9.2. Momento de excavación de la sepultura del individuo
infantil (fotografía de A. González Prats y E. Ruiz Segura).
88
grandes bloques calizos creando un cierre curvo y configurando así una especie de pseudo-cista. Las dimensiones de la
fosa, definidas por la base geológica, mostraban una longitud
N-S de 1,16 x 0,39 m, aunque el espacio donde fue depositado el cadáver quedaba delimitado por los bloques señalados
en un espacio de unos 0,58 x 0,39 m, y poco más de 0,17 m
de profundidad (figs. 9.3 y 9.4).
El contenido
Esta tumba fue excavada por E. Ruiz Segura en 1989. En el
diario de excavación indicó la posición del individuo, pero no
señaló ningún elemento de ajuar. Posteriormente, el estudio
de los restos óseos fueron publicados detenidamente por Cloquell y Aguilar (1996).
En 2015 se procedió a la limpieza de dicho espacio. La
fosa estaba rellenada por un estrato de tierra marrón oscura
con algunos cantos de pequeño tamaño –UE 1605– que habrían servido para cubrir los restos humanos. Es destacable
que en 2015 fueron documentadas algunas zonas con restos de
los sedimentos que colmataban la fosa, entre los que se pudieron recuperar dos fragmentos óseos postcraneales, correspondientes al individuo infantil y un pequeño fragmento de una
microvasija cerámica, con toda probabilidad de tipo miniatura,
que consideramos como un posible elemento de ajuar del inhumado. El fragmento del posible microvaso recuperado se localizaba en el extremo suroriental de la misma, prácticamente
bajo el muro 2001.
En su conjunto, los restos óseos hallados pertenecían a un
individuo de corta edad, que como indicó E. Ruiz Segura habría
sido depositado con la cabeza orientada al norte, conservando
algunas vértebras y costillas la conexión anatómica. Estaría
depositado, probablemente, en decúbito lateral derecho. En las
proximidades del cráneo se detectó un “hueso largo” (E. Ruiz
Segura, diario de excavaciones), que su estudio posterior ha determinado que se trata de la tibia izquierda de un ovicaprino,
depositado como ajuar (fig. 9.5).
[page-n-104]
Estudio antropológico y paleopatológico
El estudio antropológico realizado por Cloquell y Aguilar
(1996) (fig. 9.6) determinó la conservación de los siguientes restos recogidos en la tabla 9.1. A este conjunto debemos
sumar los dos fragmentos documentados en el proceso de
limpieza efectuado en la campaña de 2015. Su descripción
es la siguiente:
–– Fragmento costal (distal) que pudiera corresponder a un
individuo infantil I. Nº inventario 3.1.
–– Fragmento indeterminado de cráneo o pelvis. Por sus características no se puede descartar que no sea un resto
óseo humano. Nº inventario 3.2.
Con todo, la inmadurez esquelética impidió realizar la discriminación sexual, mientras que la edad se dedujo en función
del grado de erupción y reabsorción de los dientes decíduos,
empleando la tabla de Ubelaker (2007). Los restos pertenecían a
un lactante de unos 18 meses, con un error de ±3 meses.
Las medidas morfométricas de los dientes medidos vienen
recogidos en la tabla 9.2.
El estudio de los dientes erupcionados, es decir, el 54
–primer molar superior derecho–, 62 –incisivo lateral superior izquierdo–, 64 –primer molar superior izquierdo–, 72
–incisivo lateral inferior izquierdo–, 74 –primer molar inferior
izquierdo–, 81 –incisivo central inferior derecho– y 82 –incisivo lateral inferior derecho–, todos decíduos y con un desgaste nulo, mostraba las siguientes malformaciones congénitas
–sólo presentes en la dentición–: los primeros molares superiores izquierdo y derecho presentaban tubérculo de Bolk,1 y
el incisivo lateral inferior izquierdo presentaba giroversión2 en
sentido distal.
En el posterior estudio paleopatológico, se realizó una radiografía de la porción vertical del hueso frontal del cráneo para
confirmar si se produjeron o no signos de reacción en los bordes
de fractura y para confirmar la sutura mesotópica (fig. 9.7). Este
estudio mostró como en la línea media, de la porción vertical
del hueso frontal aparecía una fractura del cráneo, muy tangencial y oblicua, que continuaba hasta la parte mesial del arco
supraciliar izquierdo por un surco ancho y poco profundo. Se
detectaba, además, arrancamiento de parte del hueso frontal que
quedaba unido al resto del frontal sólo por un pedúnculo. Por
lo tanto, el cráneo mostraba los restos de una fractura en scalp
(fig. 9.8), que no llegaba a afectar a la cara interna del díploe,
1
Una cúspide accesoria localizada en la cara vestibular del tubérculo
mesial de ambos dientes.
2
Consiste en un giro sobre el eje del diente.
Figura 9.3. Espacio E. Al fondo se localiza la fosa de inhumación.
Figura 9.4. Detalle de la fosa, una vez limpia y reexcavada en
2015.
pero sí a comunicar con la cavidad craneal a través de una sutura
mesotópica que aún estaba abierta. La radiografía presentaba
una fuerte condensación en los bordes de la fractura, así como
una más ligera en los bordes de la fractura.
El estudio antropológico de Cloquell y Aguilar (1996), revisado recientemente por M. P. de Miguel Ibáñez, ha determinado
que se trata de un individuo infantil cuya inmadurez esquelética
impide realizar la discriminación sexual. Su edad, deducida a
partir del grado de erupción de los dientes deciduos, indica que
se trataría de un infantil de 18 meses ±3 meses.
Figura 9.5. Detalle de la tibia de ovicáprido.
89
[page-n-105]
Tabla 9.1. Relación de restos humanos documentos en la fosa del espacio E.
Campaña
Tipo de hueso
Observaciones
Hab.
Sec.
Nº
frag.
Malformaciones
congénitas
Paleopatología
1989
Cráneo completo
E
BC6
E
Diente 54 (primer molar
superior derecho)
Quedan restos de la
sutura mesotópica y
casi todos los dientes
in situ
Casi todos los dientes
in situ
Decíduo, desgaste
nulo
1
Fractura en scalp
1989
Mandíbula
BC6
1
1989
E
BC6
1
Tubérculo de Bolk
1989
Diente 62 (incisivo lateral
superior izquierdo)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
1989
Diente 64 (primer molar
superior izquierdo)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
Tubérculo de Bolk
1989
Diente 72 (incisivo lateral
inferior izquierdo)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
Giroversión
1989
Diente 74 (primer molar
inferior izquierdo)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
1989
Diente 81 (incisivo central
inferior derecho)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
1989
Diente 82 (incisivo lateral
inferior derecho)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
1989
Tibia izquierda
Falta el tercio distal
(Se trata de una tibia
de ovicáprido, inicialmente clasificada
como humana).
E
BC6
1
1989
3ª costilla izquierda
Fragmento
E
BC6
1
1989
4ª costilla izquierda
Fragmento
E
BC6
1
1989
7ª costilla izquierda
Fragmento
E
BC6
1
1989
6ª costilla derecha
Fragmento
E
BC6
1
1989
7ª costilla derecha
Fragmento
E
BC6
1
1989
2º metatarsiano izquierdo
E
BC6
1
1989
Cuerpos vertebrales
inmaduros
E
BC6
4
1989
Vértebras dorsales
E
BC6
2
1989
Vértebras cervicales
Completas
E
BC6
5
1989
Indeterminado
E
BC6
13
1989
Indeterminado
Todos los fragmentos
parecen corresponder
al mismo hueso
E
BC6
7
90
[page-n-106]
Por lo tanto, el cuerpo inhumado correspondía a un individuo infantil de entre 1 y 2 años, que no presentaba, como es
lógico, dada su edad, signos de degaste en su dentición. Y a
pesar de verse afectado por algunas malformaciones congénitas como la giroversión o el tubérculo de Bolk, éstas no habían
afectado a su normal desarrollo.
Más complejo resulta el hecho de que el cráneo presente una
fractura en scalp, ya que el hecho de que los bordes de la fractura no se hallaran muy separados, no hubiera rehundimiento de la
bóveda y se continuara con un surco, llevó a Cloquell y Aquilar
(1996: 13) a proponer que la herida se habría producido con un
arma larga y afilada, que llevaría una trayectoria casi paralela a
la frente y en sentido oblicuo de arriba a abajo y de fuera hacia dentro, con suficiente fuerza y violencia como para arrancar
parte del hueso frontal. No obstante, estos autores consideraron
que la herida traumática de la piel debió ser más amplia que la
fractura, llegando hasta la ceja izquierda.
A pesar de esta herida, el individuo infantil sobrevivió, pues
el cráneo presentaba en algunos puntos un puente de unión
del hueso esponjoso entre ambos bordes de fractura (fig. 9.9).
A pesar de ello, su vida no debió alargarse en demasía ya que no
se aprecia en ningún momento un hueso compacto que recubra el
hueso esponjoso. Por lo tanto, es posible que alguna enfermedad
asociada a esta herida pudiera terminar ocasionando, finalmente,
su muerte. No obstante, el hecho de que el lactante sobreviviera,
aunque fuera de manera breve, nos informa sobre las labores que
debieron realizar algunos miembros de esta comunidad para su
cuidado y alimentación (Alarcón, 2007; Sánchez, 2007).
Según la opinión de Cloquell y Aguilar, de haber recaído el
impacto del arma sobre la cabeza del infante, el hueso frontal
habría sido arrancado completamente. La fuerza del impacto
debió ser amortiguada en parte, tal vez por alguna parte del
cuerpo de un adulto que lo transportaba. En su artículo, Cloquell y Aguilar (1996: 14) barajaban dos hipótesis sobre lo que
pudo haber ocurrido (fig. 9.10). En la primera hipótesis, planteaba que el encuentro con el agresor pudo ser frontal y éste
lanzó una cuchillada dirigida en un principio al lado izquierdo
del cuello de la persona adulta que llevaba al pequeño entre
los brazos con la cabeza en ese lado pero, en su trayectoria, se
encontró con la cabeza del lactante. En la segunda hipótesis,
se proponía que el agresor podría haber llegado por detrás,
alcanzándolo en su huída.
También merece un comentario la posibilidad de que el infante inhumado fuese acompañado de una posible microvasija
y de una porción de carne como elemento de ajuar. No es un
caso único, ya que en otros yacimientos han sido documentadas
microvasijas similares, cuyos ejemplos más próximos son los
yacimientos de San Antón y Laderas del Castillo, excavados por
J. Furgús (1937). Sin embargo, no suelen ser frecuentes. Quizás
el mejor caso de los documentados no procede del ámbito argárico, sino de la Motilla de Azuer. Se trata de la tumba de un niño
de unos 9 años, cuyo ajuar estaba integrado por 7 microvasijas
y un instrumento lítico (Nájera et al., 2010).
Además cabe añadir que la tumba también estuvo integrada
por una ofrenda cárnica correspondiente a una extremidad de ovicaprino. El acompañamiento de porciones de carne de animales
domésticos es bastante habitual entre los inhumados jóvenes o
adultos, pero bastante más raro entre los infantiles, donde la comensalidad no parece estar extendida. Este tipo de prácticas esta-
Tabla 9.2. Médidas morfométricas de los dientes erupcionados
(Cloquell y Aguilar, 1996: 11).
Diente1
MD2
VL3
Robustez
Módulo
Índice4
54
7.4
7.5
55.5
7.4
101.3
62
5.4
5.0
27.0
5.2
92.6
64
7.3
7.3
53.3
7.3
100.0
72
5.0
4.7
23.5
4.9
94.0
74
8.1
7.1
57.5
7.6
87.7
81
4.0
4.1
16.4
4.0
102.5
82
5.2
-
-
-
-
1. Las piezas dentarias se han designado con el sistema de dos dígitos de la
Federación Dentaria Internacional.
2. Máximos mesio-distales.
3. Máximos vestíbulo-lingulares.
4. Índice coronario.
Figura 9.6. Conjunto de restos óseos del individuo infantil, conservados en el MAHE.
91
[page-n-107]
Figura 9.7. Radiografía de la porción vertical del hueso frontal realizada por Cloquell y Aguilar (1996).
Figura 9.8. Detalle del cráneo del niño inhumado en la habitación
E, donde se puede observa la fractura en scalp.
ría mostrando las labores de socialización y de educación de los
individuos infantiles y jóvenes, haciéndolos partícipes desde muy
temprana edad de la importancia y el papel de la materialidad de
la vida cotidiana (Sánchez, 2008).
La datación obtenida para este individuo infantil (3620±30
BP/2118-1894 cal BC, 2σ), obtenido del esfenoide derecho,
aunque plenamente coherente con las fechas obtenidas para el
momento fundacional del asentamiento (ver capítulo 7 en este
volumen), podría mostrar un intervalo temporal ligeramente más
antiguo de lo esperado. El elevado valor de δ15N, aunque propio
de un lactante (Nájera et al., 2010; Molina et al., 2016), podría
ser indicativo al respecto. Este resultado se vincula a una dieta
92
Figura 9.9. Detalle en el que se puede observar el proceso de reosificación (Cloquell y Aguilar, 1996).
enriquecida en nitrógeno, con un alto nivel trófico, que suele relacionarse con un consumo de alimentos de origen marino o fluvial
(Schoeninger et al., 1983). Por lo tanto, la muestra podría haberse
visto afectada por una ligera desviación radiocarbónica inducida
por dieta debida al denominado freshwater reservoir efect (Ascough et al., 2010). Esta posibilidad no debe extrañar si tenemos
en cuenta que el asentamiento está ubicado junto al río Vinalopó
y a escasos kilómetros de la antigua albufera de Elche, además de
que en el estudio faunístico en curso ha sido constatado el consumo de diversas especies de ictiofauna, entre ellas Luciobarbus
guiraonis (barbo mediterráneo). Además, el consumo de peces en
los asentamientos argáricos de esta zona está ampliamente corroborado (Roselló y Morales, 2014).
Es difícil, por el momento, determinar en qué medida
esta circunstancia podría estar afectando al resultado de la
datación (tabla 9.3). No obstante, otras dataciones correspondientes al inicio y abandono del asentamiento matizan
este posible problema, ya que la tumba es posterior a su
construcción. Por tanto, atendiendo a las dataciones de los
espacios A y D (ver capítulo 7), la inhumación tuvo que realizarse ca. 1950 cal BC.
Por otro lado, aunque el carácter guerrero y la violencia social en general de las poblaciones argáricas ha sido asumido de
forma generalizada desde la época de los hermanos Siret (Siret
y Siret, 1890; Gilman, 1976; Lull, 1983; Molina, 1983; Lull y
Estévez, 1986; Contreras y Cámara, 2002; Molina y Cámara,
2009), recientes análisis críticos se orientan hacia un panorama
diferente. Los diferentes estudios antropológicos realizados en
el ámbito argárico (Buikstra, Hoshower y Rihuete, 1999; Contreras et al.., 2000; Kunter, 2000; López, Belmonte y De Miguel, 2006; Aranda, Montón y Jiménez-Brobeil, 2009) muestran
una escasa presencia de heridas causadas por hojas metálicas
en cualquier parte del esqueleto (Oliart, 2020), sí presentes en
[page-n-108]
Figura 9.10. Reconstrucción de las dos posibles hipótesis planteadas por Cloquell y Aguilar (1996: 14) de cómo se habría podido producir
la herida del infante.
individuos de otras sociedades vecinas (Nájera et al., 2010; Velasco y Esparza, 2017). No obstante, sí se documenta, de forma
prioritaria a hombres, la presencia de un patrón de traumatismos
craneales producidos por golpes directos con objetos de forma
redondeada, mazas o porras (Aranda, Montón y Jiménez-Brobeil, 2009; Aranda et al., 2015), además del golpe con alabarda,
que no necesariamente debe dejar corte.
En cualquier caso, a pesar del elevado número de enterramientos infantiles argáricos analizados, en ninguno se han observado
traumatismos craneales (Jiménez-Brobeil et al., 2007; Aranda et
al., 2009: 1045, tab. 2; Rihuete et al., 2011), y el caso aquí expuesto
es el único que se ha interpretado como consecuencia del ejercicio
de violencia física (Cloquell y Aguilar, 1996). Sin rechazar esta hipótesis, que nos parece plausible e innegable, queremos exponer
algunas reflexiones a partir de los nuevos datos.
En primer lugar, la única señal de violencia detectada es la
fractura en scalp observada en el cráneo (fig. 9.11), a diferencia
de otros casos con violencia física donde el número de traumatismos es múltiple (Nájera et al., 2010). En segundo lugar, su
grupo doméstico le proporcionó cuidados para que sobreviviera. El desarrollo de puentes de unión del hueso en la fractura o la
selección de alimentos proteínicos de alto valor nutricional así
lo atestiguan. En tercer lugar, tras su fallecimiento, fue enterrado siguiendo la norma argárica, acompañándolo de, al menos,
un ajuar cárnico, y posiblemente de una microvasija, guardando
un patrón similar a otros (Sánchez et al., 2007).
Todo lo expuesto permite proponer explicaciones alternativas a la violencia física intencional, sin necesariamente
tener que descartarla. La posibilidad de un accidente durante
el manejo de un instrumento metálico con filo cortante también debería ser contemplada.
SOBRE EL NÚMERO DE INHUMADOS
EN LOS ASENTAMIENTOS ARGÁRICOS
Caramoro I fue un un pequeño asentamiento que podemos considerar como de escasa entidad dentro del contexto argárico
del Bajo Segura-Bajo Vinalopó. Este núcleo de corta duración
dentro de la secuencia argárica, no excedió de las 0,08 ha de
extensión, ocupando un espolón rocoso con caída vertical sobre
el cauce del río Vinalopó.
La vida cotidiana de sus pobladores estuvo orientada, en
esencia, al desarrollo de actividades agropecuarias: cría de ganado ovino, porcino y vacuno, así como al cultivo de trigo y
cebada y de diversas leguminosas, como las arvejas. El aprovechamiento de los recursos silvestres también constituyó una
actividad destacada en el mantenimiento de la comunidad. En
este sentido, destacan la caza de ciervos y conejos. En cualquier
caso, la presencia de un considerable volumen de instrumentos
de molienda en diferentes estancias y en las distintas fases de
ocupación registradas, aunque preferentemente en el espacio
A –el de mayor entidad–, permite inferir que estamos ante un
grupo humano con un modo de vida campesino basado principalmente en la agricultura cerealista, donde la realización de diversos modos de trabajo, debidamente articulados en el tiempo
y en el espacio, constituirían las actividades cotidianas para su
sostenimiento y reproducción (Jover, 1999a: 106-110).
La mayor parte de las materias primas necesarias para la
manufactura de los equipamientos muebles fue –o pudo ser– obtenido en el entorno del asentamiento o de lugares no demasiado
alejados del mismo, en una clara tendencia al autoabastecimiento de buena parte de los medios de producción básicos. Otras
rocas como las diabasas para elaborar percutores o hachas fue-
Tabla 9.3. Datos de la datación efectuada al individuo infantil.
Laboratorio
Contexto
Muestra
Beta-464794
Espacio E.
1989. B7
Tumba de infante
Tumba.
Esfenoide
derecho
C/12C
d15N
Fecha BP
1σ
2σ
-18.0 0/00
+14.1 0/00
3620±30
2025-1943
2040-1894 (91.6%)
2118-2097 (3.8%)
13
93
[page-n-109]
Figura 9.11. Vista cenital del cráneo del individuo infantil de Caramoro I.
ron obtenidas a través de redes de circulación al documentarse
los afloramientos masivos más cercanos a algo más de 30 km de
distancia. Lo mismo podemos decir para otros minerales como
el cobre cuyos afloramientos más cercanos se localizan en la
sierra de Orihuela. De igual modo, otras materias alóctonas de
alto valor de producción, como el marfil, están muy bien representados en Caramoro I en forma de brazaletes y botones, habiéndose localizado los talleres de transformación de las rodajas
en bruto más próximos en yacimientos costeros como Illeta dels
Banyets (López Padilla, 2011; 2012).
No se han localizado por el momento evidencias de fundición o del trabajo del metal –crisoles, escorias, moldes de fundición, yunques, etc.– pero sí han sido registrada la presencia de
bolas de cobre y algunos instrumentos manufacturados. Su mera
presencia implica, en todo caso, que su obtención debió pasar
necesariamente por la participación de la comunidad allí asentada en el sistema productivo –producción, distribución, intercambio y consumo– del espacio social argárico. En este sentido,
en el ámbito territorial de la Vega Baja-Bajo Vinalopó donde se
ubica Caramoro I, cabe destacar la presencia de asentamientos
de gran tamaño como Tabayá, San Antón y Laderas del Castillo con evidencias de elementos relacionados con el trabajo del
metal; otros relacionados directamente con el trabajo especializado del marfil como la Illeta dels Banyets, pero también otros
de menor tamaño, como Cabezo Pardo (López Padilla, 2014)
plenamente dedicados a actividades agropecuarias y sin ninguna evidencia ni práctica de actividades artesanales relacionadas
con el trabajo del metal ni del marfil.
En las investigaciones llevadas a cabo en otros ámbitos
cercanos, como es el caso del valle del Guadalentín (Delgado,
2008), se ha propuesto un modelo de poblamiento articulado
en torno al gran asentamiento que existía sobre la cima y ladera meridional del Cerro del Castillo de Lorca, a cuyo pie se
extendía un área ocupada –actualmente bajo el casco urbano
de la ciudad– que pudo llegar a superar las 18 ha (Martínez
Rodríguez, 2019). Este núcleo, ubicado en un punto estratégico de extraordinaria importancia para las comunicaciones
94
a escala inter-regional, se encontraba además muy cercano
a vetas de mineral de cobre. En las excavaciones efectuadas
en distintos solares de la ciudad de Lorca se han documentado espacios especializados en las actividades de molienda,
además de una gran cantidad de evidencias relacionadas con
la producción metalúrgica (Delgado Raack, 2008: 607). La
abundancia de objetos de metal –muchos de ellos amortizados en las tumbas– contrasta con su notable escasez en otros
asentamientos del valle –como el Barranco de La Viuda– o en
la inexistencia de áreas de actividad relacionadas con la producción de manufacturas metálicas –como en el asentamiento
de llanura de Los Cipreses–, muy cercano al asentamiento de
la ciudad de Lorca.
A esto se añade, por otra parte, la disparidad en cuanto al
número de tumbas registradas en unos y otros yacimientos en
relación con la superficie excavada. Los datos aportados por S.
Delgado Raack (2008: 602, fig. 7.2.1) ponen claramente de manifiesto estas diferencias: frente al amplio número de tumbas
documentadas en yacimientos como La Bastida –0,1086 N/m²–
y Lorca-laderas –0,1358 N/m²– destaca su escasez en Barranco de la Viuda –0,0053 N/m²–, con valores similares a los que
ofrece La Tira del Lienzo (Lull et al., 2011; 2015a), excavado
más recientemente.
El debate abierto hace ya algunos años en torno a las divergencias en el registro funerario constatable en las distintas
áreas ocupadas en los asentamientos argáricos (Cámara y Molina, 2011; Schubart, 2004) se ha referido básicamente a las
disimilitudes de los ajuares que contenían, o a las características fisiológicas de los individuos inhumados, y no a posibles
desequilibrios entre ellas en cuanto al número de sepulturas
localizadas, que no parecen ser nunca muy acusados. Los datos recientemente publicados del registro funerario de Fuente
Álamo (Schubart, 2012) avalan en buena media esta impresión
general (tabla 9.4).3
Por tanto, no parece que las diferencias constatadas puedan
achacarse a las particularidades de las zonas de los asentamientos excavados, ni a sus condiciones de conservación, sino que
más bien están en relación con la distinta posición que cada uno
de ellos ocupaba en el marco político y económico en el que
se articulaba un determinado modelo de ocupación y explotación del territorio, unido al tipo de acceso que dicha posición
les confería respecto a ciertos tipos de bienes y al desarrollo de
determinadas actividades productivas.
Este modelo de compleja articulación económica entre núcleos de base agropecuaria y asentamientos en altura desde los
que se centralizó y redistribuyó cierto tipo de materias primas
y parte de la producción agrícola procedente de las primeras es
precisamente el que ha propuesto S. Delgado Raack (2008: 608)
3
A partir de los datos publicados (Schubart, 2012: Beil 1), si consideramos conjuntamente el área explorada por Luís Siret y la excavada entre 1977 y 1998 por el Instituto Arqueológico Alemán, la
relación de tumbas por m² es de una sepultura por cada 17,83 m².
Una estimación aproximada de este índice, contemplando únicamente los sectores de la cima y las laderas este y oeste arroja un
valor sensiblemente similar (1/17,5 m²) y si consideramos exclusivamente las documentadas en los cortes abiertos en la ladera sur,
esta relación varía sólo ligeramente (1/22,86 m²).
[page-n-110]
para el valle del Guadalentín. Según esta investigadora, es posible reconocer una clara interdependencia entre asentamientos a
diferentes niveles. En primer lugar, entre los poblados en altura –como Lorca-laderas o Barranco de la Viuda– y los núcleos
agrícolas cercanos emplazados en el llano –como Los Cipreses,
en relación al primero, y Peladilla, La Casa Boquera o Derramadores, respecto al segundo–. Pero además de éste, existiría
también otro nivel de articulación económica que involucraba a
los poblados en altura de menor tamaño, como Barranco de la
Viuda, con el gran núcleo poblacional de Lorca, desde donde,
probablemente, se controlaría la producción y circulación de determinados tipos de bienes.
Aunque estamos próximos a contar con una información
equiparable con la que se cuenta para valles como el del Guadalentín, consideramos que en buena medida es posible trazar
ciertas similitudes entre el modelo propuesto y el que se vislumbra en el Bajo Segura y Bajo Vinalopó. Aquí también parece evidente la presencia de dos grandes núcleos emplazados en
las laderas de las sierras de Orihuela –San Antón– y de Callosa
de Segura –Laderas del Castillo– en los que se constata la presencia de un hábitat concentrado, que en ambos casos llegó a
alcanzar las 2 ha. Además de la notable disponibilidad de fuerza
de trabajo que este tamaño sugiere, las antiguas excavaciones
efectuadas en estos dos yacimientos, difícilmente cuantificables
en cuanto a su extensión superficial, permiten considerar un elevado número de tumbas y una importante cantidad de objetos
metálicos amortizados en ellas (Simón, 1998). Las recientes excavaciones en superficies todavía muy limitadas de Laderas del
Castillo así lo evidencian. A todo esto debemos unir su proximidad a las tierras de mayor rendimiento agrícola de toda la
vega, su fácil acceso al transporte por vía fluvial hacia la costa
y la existencia en plena sierra de Orihuela de diversos asomos
de diabasas-metabasitas y de los únicos afloramientos de filones
cúpricos y auríferos de la zona.
En un segundo orden hallaríamos otros dos asentamientos,
cuya extensión máxima estimada rondaría las 0,7 ha, y situados en puntos escogidos de la orla montañosa que delimita la
depresión litoral alicantina. Estos poblados –Tabayá (sobre el
cauce del Vinalopó) y El Morterico (en Abanilla, junto al curso
del Chicamo)– ejercían un control sobre las principales rutas
de acceso y salida al espacio argárico: el primero, orientado al
control visual de las comunidades de la periferia argárica del
valle Medio del Vinalopó; y el segundo, hacia todo el espacio
argárico del curso del Segura. Además de estas funciones de
vigilancia, estos núcleos debieron también desempeñar un papel como centros perceptores y redistribuidores de productos
en relación con otros asentamientos argáricos y, especialmente,
con los grupos establecidos en la periferia. En ese mismo plano
debemos considerar al asentamiento emplazado en la Illeta dels
Banyets, con un tamaño similar –en torno a las 0,6 ha– y ubicado sobre un estrecho cabo, en la misma línea de costa, a casi 50
km de distancia de la desembocadura del Segura. La existencia
de un enclave claramente argárico en las costas de El Campello
solo puede explicarse mediante una comunicación regular con
el territorio argárico por vía marítima, y justificarse en el interés
por recibir y redistribuir bienes y personas a través de una relación directa con el espacio no argárico, en cuyas costas se había
establecido. Aquí no podemos olvidar que el taller especializado
en el trabajo del marfil localizado en este asentamiento (López
Padilla, 2011; 2012).
El control de las comunicaciones entre el espacio argárico
y su periferia se complementa con un tercer grupo de asentamientos, de mucho menor tamaño que, como Caramoro I, Pic
de les Moreres o Hurchillo, también están ubicados jalonando
los diversos pasos que comunican las tierras del Bajo Vinalopó con su curso medio. En el único que ha sido excavado
en extensión –Caramoro I (Ramos Fernández, 1988; González
Prats y Ruiz, 1995)– se ha constatado la fortificación del ac-
Tabla 9.4. Tabla comparativa entre extensión del yacimiento, superficie excavada y número de tumbas. Datos obtenidos de S. Delgado
Raack (2008: 602, fig. 7.2.1), V. Lull y otros (2010), M. M. Ayala (1991: 55, fig. 10 y 11), e información propia.
Yacimiento
Extensión
máxima
estimada
(m²)
Extensión
excavada
(m²)
Porcentaje
excavado
respecto al
total (m²)
Nº de
tumbas
excavadas
Nº tumbas / m²
excavados
Nº de tumbas
estimado
para todo el
yacimiento
Tumba / m²
Lorca-Laderas
55.000
184
0,33%
25
0,1359
7.609
1 / 7,36 m²
La Bastida
40.000
1.400
3,50%
152
0,1086
4.343
1 / 9,21 m²
Los Cipreses
20.000
960
4,80%
16
0,0167
333
1 / 60 m²
Rincón de Almendricos
20.000
1.000
5,00%
16
0,0160
320
1 / 62,50 m²
Barranco de La Viuda
800
380
47,50%
2
0,0053
4
1 / 190,02 m²
La Tira del Lienzo
900
700
77,78%
2
0,0029
3
1 / 320,37 m²
San Antón
20.000
10.000
50,00%
800
0,0800
1.600
1 / 12,50 m²
Laderas del Castillo
20.000
250
1,25%
8
0,032
640
1 / 31,25 m²
Tabayá
7.000
350
5,00%
12
0,0343
240
1 / 29,17 m²
Illeta dels Banyets
6.000
400
6,67%
9
0,0225
135
1 / 44,44 m²
Cabezo Pardo
2.400
350
14,58%
2
0,0057
14
1 / 175,18 m²
Caramoro I
750
600
80,00%
1
0,0030
2
1 / 300,00 m²
95
[page-n-111]
ceso principal al asentamiento, lo que no excluye que sus habitantes desarrollaran todas las labores productivas necesarias
en su mantenimiento.
Por último, encontraríamos un amplio conjunto de asentamientos de carácter plenamente agropecuario, de diferentes
tamaños pero que en ningún caso superan las 0,3 ha. Éstos estarían emplazados generalmente en cerros aislados o lomas adelantadas, siempre con un control directo sobre las tierras llanas
circundantes donde se localizan las tierras de cultivo y las áreas
de aprovechamiento pecuario. Cabezo Pardo podría considerarse el ejemplo más destacado de este tipo de asentamientos. No
obstante, en torno a ellos se podrían articular aún otros núcleos
menores dependientes y, probablemente, de corta duración,
cuyo tamaño sería inferior a 0,1 ha.
De forma muy similar a lo que se observa en el valle del Guadalentín, este modelo parece también avalado por otros indicadores, como el índice de enterramientos por área excavada (ver
tabla).4 De acuerdo con este dato, San Antón sería el único yacimiento que se aproximaría a los valores de Lorca-Laderas o de La
Bastida de Totana, mientras que Laderas del Castillo estaría, por
4
96
Las estimaciones que podemos efectuar sobre algunos yacimientos son
especialmente imprecisas. En el caso de San Antón no contamos con
datos fidedignos sobre la superficie excavada por Furgús o con una
relación detallada del número exacto de sepulturas, de modo que los
datos reflejados en la tabla 9.4. se basan en lo documentado en nuestras
propias prospecciones y en las vagas informaciones proporcionadas por
el jesuita. Por una parte, éste afirmaba haber descubierto al menos 800
tumbas en San Antón, y por otra, nuestras observaciones a pie de yaci-
ahora, más en consonancia con los datos de Tabayá y la Illeta dels
Banyets. A mucha distancia del resto se sitúan los índices de Caramoro I, que encuentra su reflejo en el Guadalentín en yacimientos
como Barranco de la Viuda y La Tira del Lienzo.
En conclusión, Caramoro I, junto a los datos obtenidos de
Tabayá, Illeta dels Banyets, Cabezo Pardo y, más recientemente,
de Laderas del Castillo, constituye un punto de partida desde el
que comenzar a reordenar y encajar un importante volumen de información arqueológica y artefactual generada a lo largo de varias
décadas de investigaciones en la zona de estudio.
A pesar de la escasez de los datos publicados y de las dificultades para efectuar una nueva lectura de un yacimiento excavado hace años, como es Caramoro I, los trabajos emprendidos
han permitido abordar aspectos muy diversos relacionados con
sus habitantes, desde la mejor caracterización de una de las evidencias funerarias más singulares del todo el mundo argárico, a
la concreción de una explicación a las diferencias reconocidas
en cuanto al número de tumbas existentes en los distintos asentamientos en función de su tamaño, duración de su ocupación e
importancia en el contexto sociopolítico.
miento nos hacen pensar que Furgús debió explorar aproximadamente
la mitad de su extensión total. Los datos relativos a Laderas del Castillo, en cambio, contemplan sólo datos inéditos de las excavaciones que
hemos iniciado en este yacimiento en los últimos años, y se refieren a
una superficie excavada aún muy pequeña. Para Caramoro I, aunque
solamente se ha documentado una única tumba, la presencia de parte de
un cráneo que pudiera proceder de una tumba destruida nos ha hecho
considerar su más que probable existencia.
[page-n-112]
10
El consumo botánico en Caramoro I: apuntes antracológicos
y carpológicos para una representación paleoambiental
Mónica Ruiz Alonso
Los estudios sobre las maderas que se localizan en los yacimientos
arqueológicos aportan diferentes conclusiones. Así, centrándonos
en los carbones localizados dispersos en el sedimento, y unido a
otros estudios arqueobotánicos, como los palinológicos, pueden
ofrecer una imagen general sobre la vegetación leñosa circundante
a los mismos. Junto a esta visión del paisaje a través de los macrorrestos se obtiene además información sobre la selección por parte
de los habitantes del yacimiento de los elementos vegetales utilizados para la elaboración de diferentes instrumentos, construcciones o para su consumo en hornos, hogares, etc., mostrando así las
interacciones entre los seres humanos y los ecosistemas.
Con el estudio del yacimiento de Caramoro I intentamos contribuir a ese conocimiento, aportando nuevos datos acerca de los
habitantes de la zona del Bajo Vinalopó en la Edad del Bronce.
Siguiendo el ritmo de las investigaciones realizadas en el
yacimiento, se han recuperado diferentes restos botánicos a
lo largo de los años, en las campañas que se han ido desarrollando. Así, en los primeros momentos de intervención sobre
el yacimiento se hizo una pequeña recuperación de elementos
botánicos (tabla 10.1). Se recogieron y conservaron 6 fragmentos de carbón durante el transcurso de las excavaciones
realizadas en la década de 1980 por R. Ramos Fernández
(1988) y 19 en las realizadas en los años 1989 y 1993 por A.
González Prats y E. Ruiz Segura (1995).
Este pequeño conjunto de muestras, según la información
aportada por sus excavadores, procede de contextos domésticos asociados fundamentalmente a actividades constructivas y
a restos localizados dentro de estructuras de combustión. Así,
de forma más concreta, 1 carbón procede de la habitación A; 6
carbones del sondeo 7E (R. Ramos Fernández) de la habitación
B o E; 11 carbones proceden de la habitación E; 2 carbones de la
habitación J y 5 carbones de la plataforma F. En este último caso
corresponden a troncos quemados que formaban parte del sistema de techumbre de este espacio, dispuestos en sentido oesteeste y de manera perpendicular a la orientación de la plataforma.
Destaca el escaso conjunto de restos recogidos en relación a los
potentes niveles de incendio que asolaron la fase constructiva
más antigua del poblado, así como en relación al gran número
de estructuras de combustión documentadas y a los rellenos de
los numerosos calzos de poste.
De igual manera, durante los trabajos de excavación de A.
González Prats y E. Ruiz Segura se recogió un pequeño conjunto de semillas. En este caso proceden de la habitación E y se
identifican como semillas del género de las arvejas o Vicia sp.
(González Prats y Ruiz, 1995).
En el caso de las muestras procedentes de las nuevas intervenciones de los años 2015 y 2016 se ha realizado una recogida programada de los materiales botánicos conservados
en todos los casos de forma carbonizada (tabla 10.2). Para
ello se planteó la realización de un muestreo sistemático de
los macrorrestos vegetales, llevándose a cabo la recogida de
sedimento para su procesado.
Sin el proceso de carbonización de los materiales botánicos de Caramoro I, los componentes vegetales son rápidamente reutilizados por diferentes organismos y no quedan restos
visibles. La carbonización es un fenómeno que se produce en
diferentes fases (Chabal et al., 1999: 52). Los macrorrestos
vegetales carbonizados son producto de una combustión incompleta, ya sea de forma intencionada o accidental, debida a
diferentes motivos como pueden ser una acumulación de residuos de combustión, acciones mecánicas de origen antrópico,
etc. (Piqué, 1999). Los componentes orgánicos de la planta se
convierten en material rico en carbón, lo que les hace resistentes a la descomposición, permitiendo su durabilidad en el
tiempo, y así su estudio e identificación.
Existen diferentes métodos de recuperación de los macrorrestos vegetales que están condicionados por la conservación
de los mismos. En el caso que nos ocupa, debido a la carbonización de los materiales, la flotación es el método más completo
para la recuperación de macrorrestos vegetales en Carmoro I (11
97
[page-n-113]
Tabla 10.1. Muestras de macrorrestos vegetales recuperadas en las primeras intervenciones arqueológicas realizadas en Caramoro I.
Nº
Caja
Año
Área/Sector
Estrato
Espacio actual
Observaciones
1
1.2.1
1989
B6
E
Junto a sílex
2
1.3.2
1982
Sondeo 7E-1
B-E
Caja 22. Troncos área exterior
3
1.4.2
06/XI/89
A
A
Bolsa con tierra roja con cenizas y carbones desechos
4
1.4.2
08/XI/89
Exterior
Debajo relleno exterior muralla
5
1.4.2
B
Hogar
6
1.4.2
D
Exterior
Poste carbonizado entre muro y talud. Número 1
B2
1989
IV
7
1.4.2
1989
D
Exterior
Poste carbonizado entre poste y talud. Número 2
8
1.5.2
1989
B1
B
Con el poste nº 3
9
1.5.2
1989
B6/2 casa A
E
En el centro de la habitación
10
1.5.2
1989
B6
E
Fragmentos del mismo carbón
11
1.5.2
10/XI/89
D
¿Capa 11?
Fragmentos de semillas. “troncos quemados y asta”
Exterior
muestras-58 litros). Es un sistema de procesado con agua que
separa los restos por densidades. El material carbonizado, que
es más ligero y menos denso que el agua, flota (Zapata y Peña
Chocarro, 2013). Además, se añaden al muestreo otros materiales localizados in situ durante el transcurso de la excavación.
Así, aquí se presentan los resultados de 45 muestras (tablas 10.1
y 10.2) recuperadas en el yacimiento y que incluyen tanto semillas como maderas carbonizadas.
LA IDENTIFICACIÓN
Una vez procesadas las muestras, la identificación de los
macrorrestos botánicos, tanto materiales carpológicos como
antracológicos, se ha realizado en los Laboratorios de Arqueobiología del Instituto de Historia en el Centro Ciencias
Humanas y Sociales (CCHS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Los restos antracológicos se han examinado en un microscopio de luz incidente Leica DM 4000M (50x/100x/200x/500x)
en sus secciones transversal, longitudinal radial y longitudinal
tangencial. La identificación se ha realizado mediante la comparación de las características anatómicas del material arqueológico con la colección de referencia de maderas modernas del
laboratorio de Arqueobotánica así como consultando diferentes
atlas de anatomía de madera (Schweingruber, 1990; Hather,
2000; Vernet et al., 2001; García Esteban et al., 2002). Por otra
parte, las identificaciones del material carpológico se han realizado con una lupa binocular Leica M165 C.
Material antracológico
Se han estudiado un total de 999 fragmentos de madera carbonizada mayores de 2 mm, correspondientes con todas las
intervenciones llevadas a cabo. Los resultados absolutos se
exponen en las tablas 10.3 y 10.4. Para una mejor interpretación de los resultados se han unido aquellos que se han
identificado como posibles (cf), con su taxón de referencia.
98
En el caso de las primeras intervenciones se han estudiado
un total de 50 fragmentos, 48 de los cuales han sido identificados, de estos la mayoría de ellos se corresponden con 3
taxones como son el pino, tamarindo y Olea. Junto a ellos se
ha identificado una madera de pistacia.
En el caso de las intervenciones de 2015 y 2016 se han
estudiado 949 carbones, de los cuales 860 han resultado identificables. En este caso se han determinado un mayor número de especies. La madera se corresponde con un mínimo de
11 taxones: cf Arbutus sp. (madroño), cf Ericaceae (brezos),
cf Juniperus sp. (enebro), Leguminosae, Monocotiledoneae
(plantas monocotiledóneas), Olea sp. (olivo), Pinus sp. (pino),
Pistacia sp. (pistacia), Rhamnus/Phillyrea, Rosaceae, Tamarix sp. (tamariz, tamarisco). Las maderas utilizadas de forma
mayoritaria en este conjunto son la madera de pino y pistacia
por igual, junto con la madera de Olea. Junto a ellas, la madera de tamarindo tiene también amplios valores. Leguminosas,
rosáceas monocotiledóneas y Rhamnus/Phillyrea tienen una
presencia menor, junto a ellas otros taxones con un único fragmento (cf Arbutus, cf Ericaceae y cf Juniperus).
Los restos carpológicos
Los restos carpológicos localizados en una de las intervenciones
de los años 90, ya habían sido mencionados en un trabajo anterior (González Prats y Ruiz, 1995). En este caso se han revisado.
Se trata de 5 restos carpológicos procedentes de la muestra 11.
4 de ellos son fragmentos, solo uno está completo. En el actual
estudio se identifican como Vicia faba o Leguminosae, reafirmando la identificación anterior.
En el caso de las muestras de la excavaciones de 2015 y
2016 se han identificado restos carpológicos en diferentes unidades estratigráficas. Se trata de 4 Hordeum vulgare, 1 cereal
indeterminado y 2 fragmentos de cereal indeterminado. Junto a
ellos se ha localizado un hueso de aceituna, 2 leguminosas y una
semilla indeterminada (tabla 10.5).
[page-n-114]
Tabla 10.2. Muestras de macrorrestos vegetales recuperadas en las
campañas arqueológicas realizadas en 2015 y 2016 en Caramoro I.
Nº
Campaña
UE
Nº
inventario
Criba
Litros
12
13
2015
1000
1000
12
criba
14
2016
1001
15
2016
1003
16
2016
1005
Tabla 10.3. Resultados absolutos de la madera carbonizada correspondiente con las primeras intervenciones arqueológicas realizadas
en Caramoro I (n=50, ID=48).
Olea sp.
Pinus sp.
Pistacia sp. Tamarix Total No id.
1
10
2
6
flotación
10
3
flotación
5
4
3
flotación
5
5
7
1
10
1
6
11
11
1
3
5
12
1
17
1005
6
18
2016
1007
flotación
5
7
1
1
19
2015
1200
24
criba
8
1
1
20
2015
1201
9
criba
21
2015
1202
flotación
12
22
2015
1202
13
criba
23
2015
1203
6
criba
24
2015
1204
4
criba
25
2015
1206
flotación
3
26
2015
1206
1
criba
27
2015
1303
3
criba
28
2015
1501
1
criba
29
2015
1501
2
flotación
1
30
2016
1501
flotación
2
31
2015
1503
12
criba
32
2015
1505
12
criba
33
2015
1507
flotación
2
34
2015
1507
1
criba
35
2015
1508
6
criba
36
2015
1511
3
criba
37
2015
1512
2
criba
38
2015
1600
14
criba
39
2015
1604
flotación
12
40
2015
1604
4
criba
41
2015
1604
5
criba
42
2015
2019
5
criba
43
2016
2106
flotación
1
44
45
2107
2114
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Los estudios sobre macrorrestos vegetales se revelan indispensables para la interpretación de los yacimientos arqueológicos, de sus contextos, para el conocimiento del medio
ambiente circundante, en consonancia con otros estudios botánicos, y el conocimiento del uso de los recursos vegetales
circundantes.
En el caso de Caramoro I, debido a las características propias
del proceso de estudio del yacimiento se han de tener en cuenta
el desigual muestreo y resultados en el caso de los macrorrestos.
9
1
1
10
1
1
11
1
1
En primer lugar se ha de mencionar el reducido número de fragmentos estudiados. Como se puede observar en las tablas 10.3
y 10.4, con la excepción de algunas unidades, la mayoría de las
muestras contienen pocos elementos. Esto se relaciona directamente con el tipo de recuperación. Así, en aquellas muestras en
las que se ha realizado una recuperación por flotación, el número de elementos es mayor, frente a aquellos recogidos directamente del sedimento, donde se recuperan elementos únicos, o
de reducido volumen. Además se ha de añadir la recuperación
sistemática únicamente en las últimas intervenciones, algo que
también reduce el número de elementos a analizar. Debido a
este reducido número, para intentar realizar una caracterización
lo más completa posible de los diferentes momentos de ocupación del yacimiento, resulta interesante la unión de las muestras
por UUEE, y también la unión de las mismas en las fases cronoculturales de Caramoro I.
Las maderas identificadas se distribuyen por distintos espacios. Las correspondiente con las primeras intervenciones
(Ramos Fernández, 1988; González Prats y Ruiz Segura, 1995)
se recuperaron, como se muestra en la tabla 10.1, de contextos
puntuales, bien contextualizados, como son postes, troncos o un
hogar, siempre evidentes a simple vista durante el transcurso de
las excavaciones. En el caso de las últimas excavaciones realizadas (2015 y 2016) se distribuyen por los espacios denominados
como las zonas 1 y 2, ambas correspondientes con la habitación
A, el espacio denominado como C, el espacio D (UE 2019), E y
K (tabla 10.2). Dentro de cada uno de estos espacios se han estudiado diferentes UUEE que se corresponden con distintas procedencias como pueden ser lugares de habitación, muros y aquellos
que se localizan más concentrados. Junto a estas algunas podrían
pertenecer a vigas o materiales de construcción. Además también se recuperan maderas dispersas, perteneciente a residuos.
En el Espacio A (ver capítulos 6 y 7), se ha intervenido en
2 zonas. Así, en las unidades de la zona 1 (UUEE 1000, 1001,
1003, 1005 y 1007) se han localizado todos los carbones dispersos. Este espacio es la zona en la que hay una mayor variedad taxonómica, aunque siempre con una preponderancia de
la madera de Tamarix, Pistacia y Olea, junto con madera de
Rhamnus/Phillyrea y pino. El resto de taxones tienen valores
99
[page-n-115]
Tabla 10.4. Resultados absolutos de la madera carbonizada localizada en las intervenciones realizadas en los años 2015 y 2016
(n=949, ID=860).
UE
cf
cf
cf
cf
Monocot.
Arbutus Ericaceae Juniperus Legumi.
Olea
sp.
Pinus
sp.
Pistacia
sp.
R/P Rosaceae Tamarix
sp.
3
1000
2
3
1001
3
1003
11
1005
1
1
3
36
14
41
24
1007
1
5
1
7
1200
5
7
1
1201
4
1202
45
1203
23
1204
1206
38
1303
1501
1503
1505
1507
1508
Total No id.
8
1
4
2
11
2
6
52
178
32
8
4
26
7
13
4
8
5
1
49
4
1
100
1
3
1
27
2
34
1
35
1
18
3
89
7
155
1
1
1
1
1
1
3
3
1
1
1
1
2
101
101
1
1
1511
1
14
15
1512
100
100
13
1600
3
3
1604
4
8
4
5
3
23
47
15
2019
4
4
2106
6
6
5
2107
3
1
4
2114
7
7
puntuales (rosáceas, ericáceas, Juniperus y monocotiledonea). Durante el proceso de excavación se observa que dos de
las unidades se corresponden con estratos cenicientos grisáceos (1001 y 1003), aunque en estos el número de carbones
es reducido. En el caso de la zona 2 (2106, 2107 y 2114) los
carbones localizados son 22, aunque los taxones identificados
son similares a los predominantes en la anterior zona mencionada, ya que aparece únicamente la madera de Tamarix,
Pistacia y Olea. Se menciona también a la UE 2106 como un
nivel ceniciento, aunque se localizan 11 fragmentos, todos los
identificables son de madera de Tamarix (n=6).
El Espacio B se ve reflejado únicamente en las muestras
procedentes de las primeras intervenciones. Aquí se han individualizado 3 muestras, 2 procedentes de postes y una muestra
identificada como madera de un hogar. Los troncos se identifican con madera de pino y la madera con el poste nº 3, con
pistacia. En el caso de la madera del hogar se ha recuperado
tanto madera de Tamarix como de Olea. En todos los casos con
un número muy reducido de fragmentos.
100
En el caso del Espacio C (ver capítulo 6), se han localizado fragmentos de madera carbonizada en las UUEE 1200,
1201, 1202, 1203, 1204 y 1206. Las unidades 1201, 1202 y
1206 se relacionan con estratos cenicientos, con tierra rubefactada. El resto no contienen cenizas de forma concreta. En
este espacio la madera de Pistacia es muy abundante, junto
con la madera de Olea, aunque con valores menores. Junto a
esta, la madera de leguminosas tiene una gran presencia, aunque únicamente en la muestra 1206. Además de estos aparece
madera de pino, Rhamnus/Phillyrea, rosácea y Tamarix, de
forma testimonial en todo el espacio.
En el Espacio D es donde más unidades estratigráficas se
han estudiado (1501, 1503, 1505, 1507, 1508, 1511, 1512 y
2019). Este tiene una problemática específica, ya que algunas
de ellas se corresponden tanto con huellas como con rellenos
de un poste. Ocurre así en 2 de las unidades (1507 y 1512). En
la unidad 1507 se relaciona con el poste UE 2028, en esta se
recoge sedimento que al ser examinado se identifica un único
taxón, el pino. Esto mismo ocurre en la unidad 1512, un relle-
[page-n-116]
Tabla 10.5. Unidades estratigráficas con restos carpológicos de
las intervenciones realizadas en los años 2015 y 2016.
UE 1001
Semilla indeterminada (¿cereal o fruto?)
UE 1003
Hordeum vulgare vestido
UE 1005
1 Olea europaea
UE 1202
Leguminosa
UE 1501
2 Hordeum vulgare
UE 1507
UE 1604
Hordeum vulgare
Leguminosa (¿lens?), 1 cereal indeterminado, 2
fragmentos de cereal indeterminado
no sedimentario de la huella de poste UE 2032, donde la madera también es únicamente de pino. En el resto de las UUEE
se han localizado muy poco fragmentos de madera, siendo
en este caso más diversos, apareciendo madera de Pinus sp.,
Pistacia sp. y Tamarix sp. con elementos siempre puntuales.
Se ha de mencionar la aparición de Rhamnus/Phillyrea en la
unidad 1511, relleno de la huella de poste UE 2031, con un
total de 14 fragmentos.
En el Espacio E se han estudiado las maderas de 2 unidades.
En la 1600 únicamente se han localizado 3 carbones de pino,
algo normal ya que se trata de un estrato de limpieza. En el caso
de la UE 1604 hay un número mayor de fragmentos y con una
variabilidad más amplia, siendo la madera de Tamarix sp. la mejor representadas junto con madera de monocotiledóneas, Olea
sp., Pinus sp., Pistacia sp. y rosácea, todas con valores reducido
(<8 fragmentos). Además se habían recuperado en las primeras
excavaciones diferentes fragmentos en el espacio, en los que se
repiten los taxones como pino y Tamarix.
En el Espacio K, correspondiente con un corredor o pasillo,
se ha estudiado la unidad 1303. Aquí se localiza únicamente 1
fragmento identificado como Pistacia sp.
Por último en las primeras intervenciones se localizan diferentes fragmentos en el Espacio Exterior relacionados con la
muralla, todos ellos de Olea. Se trata de la madera de debajo del
relleno exterior de la muralla, como de 2 postes carbonizados
localizados entre el muro y el talud.
El medio ambiente circundante en Caramoro I
Como hemos presentado, en Caramoro I se ha recuperado
madera procedente tanto de contextos individualizados,
como son los postes u hogares, y de material disperso en el
sedimento, que pueden aportar diferentes tipos de información. Como se describe ampliamente en los capítulos 6 y 7,
estratigráficamente el yacimiento presenta al menos tres momentos de ocupación, amortizados bajo niveles de derrumbe
o incendio. En el caso de los restos de madera carbonizados no se observan diferencias entre las fases o niveles de
construcción u ocupación. Estas diferencias son puntuales,
únicamente por UUEE, donde se puede observar algún cambio o tendencia frente a la aparición de una madera, pero
difícilmente se diferenciarían fases, debido a la similitud de
los resultados de la madera dispersa. En todo caso es la madera de pistacia la mejor representada junto con la madera de
Olea. El resto de taxones tienen apariciones puntuales, con la
excepción de la madera de pino. En este caso mencionamos,
que pese a tener una representación reducida, tiene importancia como elemento constructivo.
Los materiales dispersos proceden de contextos abiertos.
Son el resultado de acumulaciones durante procesos de larga
duración, por lo que estos carbones representan diferentes recogidas de leña de la vegetación del entorno. Esta actividad continuada podría ofrecer una visión representativa de las formaciones circundantes, generando resultados ecológicos válidos, que
se pueden interpretar en términos de composición y evolución
de la vegetación circundante (Badal, 1992; Chabal, 1988, 1997;
Ntinou, 2000; Badal et al., 2003; Carrión, 2005; Théry Parisot
et al., 2010). Así, la vegetación que reflejarían las maderas recuperadas en Caramoro I nos presentaría un paisaje compuesto
por una vegetación xerotermófila, típica de climas térmicos y
áridos. La madera de pistacia, localizada de forma mayoritaria,
suele indicar una degradación del bosque mediterráneo, compuesto por pinos, Quercus perennifolios y Olea.
Selección de materiales
Los elementos constructivos, proceden de un único momento
y elemento de uso, representando una madera muy concreta.
En Caramoro I tenemos maderas procedentes de estructuras
concentradas, como el hogar del Espacio B. En este caso representaría un acontecimiento breve que nos ofrece poca diversidad vegetal. Con esta información complementaríamos
la imagen de la vegetación anteriormente presentada, aunque
es más restringida, debido a sus características propias, ofreciendo información sobre las preferencias de combustible
(Chabal, 1997; Badal et al., 2003; Carrión, 2005; Théry Parisot et al., 2010), ofreciendo datos directos sobre el uso que
el grupo humano hacía de los recursos vegetales del entorno
(Zapata y Figueiral, 2003). Aunque en el caso que nos ocupa esta información también es limitada debido al reducido
número de carbones localizado (n=12). Pese a esto, están
representados los taxones más abundantes entre el material
disperso, como son Tamarix y Olea.
Además, claramente se distinguen frente al resto las unidades que se corresponden con elementos que podríamos
identificar como únicos. Estos pertenecen igualmente a maderas que representan una selección en función de sus diferentes
cualidades y del fin para el que van a ser utilizados, en este
caso como elementos constructivos, por lo que los resultados
obtenidos deben interpretarse desde el punto de vista etnológico (Chabal, 1988, 1991, 1997; Carrión, 2005). Este es el
caso de las unidades 1507 y 1512 y el tronco procedente del
Espacio B. En ellos se ve como se trata de muestras monoespecíficas, de madera de pino, denotando su carácter de piezas
únicas. Es singular que esta madera aparezca en el resto de
las estancias/UUEE, pero no de forma mayoritaria, siendo importante en los elementos de tipo constructivo, lo que puede
apuntar que el pino, resistente y fácil de trabajar, pudo presentar características interesantes para la construcción (López
González, 2002). Lo mismo sucede con la UE 1511, identificado como un relleno de la huella de poste (UE 2031), identificado como Rhamnus/Phillyrea junto con un único elemento
de pistacia, cumpliendo aquí la misma función de tipo constructivo. Un último caso son los postes de madera de Olea,
localizados en el espacio exterior.
101
[page-n-117]
Otros estudios arqueobotánicos en la zona
Existen diferentes estudios sobre los restos de maderas localizados en yacimientos arqueológicos realizados en la región.
Estos nos muestran dos escenarios bien diferenciados. En primer lugar se encuentran aquellos en los que la madera de pino
es preponderante. Lo vemos en el yacimiento de cronología
calcolítica de Torreta-El Monastil (Elda) (Jover, 2006). Aquí
Pinus halepensis domina el espectro antracológico, acompañado por otros elementos como Quercus perennifolios, Arbutus, Juniperus sp., Olea o Pistacia, entre otros. Ya para la
Edad del Bronce, yacimientos como Terlinques en Villena
(Machado et al., 2004, 2009), continúan con la preponderancia del pino carrasco, en este caso en todas las fases estudiadas, mostrando valores muy superiores al resto de los taxones
(entre 52,04 y 88,88 %). Este se ve acompañado por otras
maderas como leguminosas, Tamarix u Oleaceae, siempre
con valores muy reducidos. La misma situación se observa en
los yacimientos de la Edad del Bronce de La Lloma de Betxí
en Paterna, (Grau, 1998), Castellón Alto (Rodríguez y Ruiz,
1995), Barranco Tuerto (Jover y López, 2005 en Machado et
al., 2009) o la Lloma Redona (Monforte del Cid) (Machado,
2001). Sobre este tema se señala (Rodríguez Ariza, 1992) que
la presencia de los pinos en algunos yacimientos se encuentra
sobrerrepresentada por su uso sistemático para la construcción. Esta misma situación podríamos observarla en los datos
que obtenemos con el estudio de Caramoro I, donde esos elementos relacionados con la construcción están realizados de
forma mayoritaria en madera de pino.
En el segundo escenario planteado, el pino no solo no es
preponderante, sino que está mínimamente representado. En
Cabezo del Pardo (Alicante) es Tamarix la madera más abundante, apareciendo otros taxones como Olea, Pistacia y de
forma muy reducida los pinos. En este caso, se ha de tener en
cuenta que los resultados proceden en su mayoría material de
tipo constructivo, lo que hace que algunas especies puedan
haber sido utilizadas, en detrimento de otras (Carrión, 2014).
También en el yacimiento del Bronce final del Barranc del
Bosch o Botx en Crevillente (García Borja et al., 2007) el
estudio antracológico muestra la presencia de taxones como
pistacia, Olea, monocotiledóneas, Tamarix, Rhamnus/Phillyrea, acompañadas por valores reducidos de pino. En el yacimiento de Caramoro II (Elche) las especies más utilizadas
son similares a las anteriores con una preponderancia del uso
de pistacia y Olea, acompañada por otros taxones de forma
reducida, entre los que se encuentra el pino carrasco (García
Borja et al., 2010). Esto es lo que ocurre también en Caramoro I, donde se observa un escenario similar con Olea, pistacia
y tamarindo como las maderas mejor representadas, unidas o
otras, de valores reducidos, como rosáceas, ericáceas o Rhamnus/Phillyrea. Junto a ellas valores importantes de madera de
pino, en las muestras de carácter constructivo, como hemos
comentado anteriormente.
Las escasas secuencias palinológicas del entorno no recogen con claridad el momento de ocupación de Caramoro I, por
lo que no es sencillo establecer paralelos. En la Laguna de Salinas (Salinas), el estudio palinológico señala para una cronología de 2830±60 BP, por lo tanto posterior a la ocupación de
Caramoro I, la presencia importante de pinares, junto con valores elevados de arbustos entre los que prevalece Erica (Julià et
102
al., 1994; Giralt et al., 1999; Burjachs, 2009). Se detecta Olea,
también presente en el registro antracológico. En la cercana
Laguna de Villena, el Holoceno final se caracteriza igualmente
por la presencia importante de pinares (Yll et al., 2003). Por
último, la secuencia polínica correspondiente al Holoceno final de Elx (marismas de El Hondo, antigua albufera de Elche)
está afectada por hiatos, lo que dificulta su interpretación. En
cualquier caso, señala bajos porcentajes de cobertura arbórea,
con el dominio de Pinus y aumento de Erica (Burjachs y Riera,
1996; Burjachs et al., 1997). También se documenta Tamarix y
Pistacia, que han sido identificadas entre las maderas recuperadas en Caramoro I.
CONCLUSIONES
En las últimas intervenciones efectuadas en el yacimiento
de Caramoro I se ha perseguido la recuperación integral de
los macrorrestos botánicos. Esto representa un gran cambio,
frente a los anteriores métodos de recogida, donde se primaba una recogida puntual, de elementos observables a simple
vista o conjunto de estos. Ahora los resultados pueden ser
más completos, ayudando así a conformar un nuevo ámbito
de cara al conocimiento de la flora y la explotación de esta
en la zona durante la Prehistoria reciente, sumándose así al
corpus existente de estudios sobre macrorrestos vegetales ya
publicados anteriormente.
Es aquí la madera de Olea, pistacia, tamarindo y pino la
que se ha consumido de forma prioritaria. Existe una clara
diferenciación, marcada por la preponderancia del uso de madera de pino en aquellos contextos identificados como de tipo
constructivo. Pese a esto, a través de los resultados obtenidos
en este trabajo, no podemos observar diferencias entre los
taxones identificados en las distintas fases de habitación en
Caramoro I, aunque si podemos observarlas centrándonos en
las UUEE y su procedencia.
Esta vegetación de tipo leñoso, que es la que los carbones
nos permiten reconocer, representa un paisaje coherente con los
estudio palinológico llevados a cabo en zonas cercanas a Caramoro I. Esto atestigua el uso del entorno para el aprovisionamiento de las maderas.
Por último, el estudio de las semillas carbonizadas ha determinado la presencia de especies como las habas e incluso, lentejas; de cereales como la cebada, así como de algún
fruto silvestre como las acebuchinas. Todas ellas especies
habituales durante la Edad del Bronce en yacimientos de la
zona como se ha puesto de manifiesto en Cabezo Pardo (Pérez
Jordá, 2014). Todo ello vendría a confirmar que en todos los
asentamientos existirían zonas de huerta, que en el caso de
Caramoro I se situarían probablemente en los márgenes del
río Vinalopó, así como amplios campos de cereales, en tierras
aptas para la agricultura aprovechando, en este caso, las terrazas más cercanas al propio cauce del río.
AGRADECIMIENTOS
Mónica Ruiz Alonso está financiada por el Programa Estatal de
Promoción del Talento y su Empleabilidad en I+D+i en la modalidad Juan de la Cierva-Formación.
[page-n-118]
11
El bestiar de Caramoro I: gestión y consumo de una pequeña cabaña
ganadera y distribución espacial de los restos de procesado
y marcas de corte
Lourdes Andúgar Martínez
OBJETIVOS Y ANTECEDENTES
El objetivo de este trabajo ha sido profundizar en el conocimiento del aprovechamiento de la fauna en un poblado argárico
situado en la periferia del territorio ocupado por este grupo social. Caramoro I (Elche, Alicante) es un asentamiento fortificado situado en la frontera septentrional de la cultura argárica
(Jover y López, 1997; Martínez Monleón, 2014a; 2014b). Para
su estudio, se han reunido los resultados arqueozoológicos de
varios conjuntos de restos óseos y se ha estudiado la fauna recuperada durante las campañas de R. Ramos Fernández entre
1981 y 1982 (Ramos, 1988), de las intervenciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura en 1989 (González Prats y Ruiz,
1995) y los más recientes hallazgos de F. J. Jover Maestre, S.
Martínez Monleón, A. Mª. Álvarez Fortes y J. A. López Padilla
en 2015 y 2016. Los primeros datos acerca de la fauna prehistórica alicantina comienzan a aparecer en 1969, año en el que se
publica el estudio de los restos faunísticos del Cabezo Redondo
(Driesch y Boessneck, 1969; Driesch, 1972). Entre las recientes incorporaciones y revisiones del conocimiento de la fauna
de la edad del bronce en la provincia de Alicante se cuentan la
del llamado corte 11 del Tabayá (Rizo, 2009), las de Illeta dels
Banyets de El Campello (Benito, 1994, 2006) y Cabezo Pardo
(Benito, 2014). Completan esta lista muestras de menor entidad
numérica, como las procedentes de Peña Negra (Aguilar et al.,
1992-1994), Foia de la Perera, La Lloma Redona y La Horna
(Puigcerver, 1992-1994).
Con el objetivo de contrastar las estrategias de gestión
de las ganaderías y la caracterización de las especies se ha
escogido una muestra representativa de asentamientos argáricos cuyos estudios faunísticos aportan resultados demográficos de la población animal consumida. Se han comparado
los resultados de Caramoro I con los obtenidos en recientes
estudios de fauna de otros yacimientos coetáneos: Illeta dels
Banyets (Benito, 1994, 2006), Tabayá (Rizo, 2009) y Cabezo
Pardo (Benito, 2014). La razón de su selección se debe a la
similitud en la presentación de los datos y por su importancia
numérica, además de la coetaneidad de su ocupación con la
muestra analizada.
MUESTRA ANALIZADA Y METODOLOGÍA
EMPLEADA
La mayor parte del estudio ha consistido en el análisis de material osteológico. Los resultados de nuestra investigación han
sido cotejados con los obtenidos por el estudio previo e inédito
de Juan Antonio López Padilla, que estudió la parte del material faunístico procedente de las excavaciones más antiguas,
concretamente de las intervenciones entre 1981 y 1982 por R.
Ramos Fernández y en 1989 por A. González Prats y E. Ruiz
Segura. A esta información, se han añadido datos obtenidos
en una segunda revisión de los restos procedentes de aquellas
unidades estratigráficas de las que se conocía a qué ámbito habitacional correspondían. Todas ellas de la campaña de 1989.
Además del estudio de los restos de fauna recuperados durante
las últimas excavaciones de 2015 y 2016. De este modo ha
sido posible reunir de nuevo la información relativa a la fauna
procedente de los mismos espacios habitacionales excavados
en un intervalo de 16 años y analizarla desde una perspectiva
espacial.
La totalidad de la fauna recuperada procedente de Caramoro
asciende a 3.141 restos, de los que 315 proceden de las excavaciones de R. Ramos Fernández, 2.265 de las intervenciones
de A. González Prats y E. Ruiz Segura y 561 restantes de las
últimas campañas llevadas a cabo por F. J. Jover Maestre, S.
Martínez Monleón, A. Mª Álvarez Fortes y J. A. López Padilla. Se han excluido del análisis aquellos restos recuperados en
contextos superficiales y aquellos procedentes de campañas antiguas que no ha sido posible asociar a un espacio habitacional
103
[page-n-119]
concreto. De este modo la muestra analizada en este trabajo alcanza los 2.289 restos de los que han sido clasificados taxonómicamente 1.386, el 60 % del total de la muestra.
La lectura por fases de ocupación no ha sido posible dado el
escaso número de restos adscritos a ellas y la dificultad añadida
de asociar las unidades estratigráficas de las campañas antiguas
a la lectura por fases cronológicas de las excavaciones más recientes, de las que procede el grueso de la muestra faunística.
CLASIFICACIÓN ANATÓMICA Y TAXONÓMICA
El material óseo estudiado se conserva en el Museo de Arqueología y de Historia de Elche-MAHE (Alicante). El análisis osteológico ha tenido lugar en el museo en el caso de los materiales procedentes de las campañas más antiguas, mientras que
los recuperados en las campañas de 2015 y 2016 se trasladaron
a la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) donde fue posible la determinación anatómica y taxonómica consultando la
colección de referencia del Laboratori d’Arqueozoologia del
Departament de Prehistòria de la UAB. Para la identificación
específica se han utilizado, en el caso de los dientes, los trabajos de Lavocat (1966); Payne (19859; Hillson (2005) y Zeder
y Pilaar (2010); para diferenciar entre oveja y cabra se ha empleado un amplio número de publicaciones (Boessneck et al.,
1964; Boessneck, 1980; Payne, 1985; Prummel y Frisch, 1986;
Helmer, 2000; Halstead et al., 2002; Balasse y Ambrose, 2005;
Zeder y Lapham, 2010).
La ictiofauna ha sido identificada por la especialista Sonia Gabriel que actualmente trabaja en el Laboratorio de Arqueociencias de Lisboa. Para los restos de aves se ha contado
con la ayuda del Lluís García Petit que nos ha guiado en la
clasificación y determinación de especies.
En aquellos casos en los que no se pudo determinar la especie,
se establecieron categorías más generales según la talla del animal:
mamífero de talla grande (équidos, bóvidos y cérvidos), de talla
media/grande (cérvidos y suidos), de talla media (suidos y ovicápridos), de talla pequeña (pequeños carnívoros y lagomorfos)
y mamíferos no determinados en el caso de no poder clasificarse
por tamaño. Por otro lado, se han empleado categorías generales
cuando no se ha podido concretar más la clasificación, como es el
caso de las aves, anfibios, reptiles, peces y tortugas.
Cuando no ha sido posible la clasificación anatómica del
resto (tabla 11.1) se han empleado agrupaciones morfológicas más amplias: fragmento de hueso de cráneo (cuando no
se identificó la fracción), fragmento de hueso plano (tronco,
escápula y pelvis) y diáfisis de hueso largo (extremidades).
ESTIMACIÓN DE EDAD DE LOS ANIMALES
REPRESENTADOS
Para reconstruir el perfil demográfico de la cabaña animal
e interpretar cuál fue la estrategia de gestión adoptada, se
han utilizado principalmente dos variables: la edad y el sexo
de los animales consumidos (tabla 11.2). Esta interpretación
parte de la premisa que supone una constante en la mortalidad natural de los animales. Si existe algún tipo de selección
humana, ésta queda reflejada en la frecuencia de categorías
de edad del perfil demográfico animal, así como en la proporción de machos y hembras (Saña, 1999: 57).
104
Tabla 11.1. Taxones identificados en el estudio de fauna del
yacimiento de Caramoro I.
BOTA
Bos taurus
Buey / Vaca
CAFA
Canis familiares
Perro
CAHI
Capra hircus
Cabra doméstica
CEEL
Cervus elaphus
Ciervo
EQCA
Equus caballus
Caballo
OVCA
Ovis / Capra
Ovicaprino
ORCU
Oryctolagus cuniculus
Conejo
OVAR
Ovis aries
Oveja
SUDO
Sus domesticus
Cerdo
SUSC
Sus scrofa
Jabalí
LYPA
Lynx pardinus
Lince
VUVU
Vulpes vulpes
Zorro
MGND
Mamífero grande no determinado
MM/MG
Mamífero medio / grande no determinado
MMND
Mamífero medio no determinado
MND
Mamífero no determinado
La estimación de la edad de sacrificio se efectuó siguiendo los trabajos de Grant (1975; 1982); Payne (1973); Barone
(1976); Silver (1980); Habermehl (1985) y Jones (2006). El
primero y segundo autor establecen la edad a partir del estado del desarrollo y desgaste dentario de los premolares y
molares en bóvidos, suidos y ovicápridos; el tercero y cuarto
se basan en el crecimiento óseo de los elementos del cráneo y
esqueleto apendicular para caballo, oveja, cabra, cerdo y perro. Para el conejo se han consultado los dos últimos autores.
Además se han manejado otras referencias para establecer la
edad de muerte en especímenes salvajes. Para el ciervo, se
ha utilizado la propuesta de Reitz y Wing (1999: Tab. 3.5),
que recoge y resume el trabajo de Purdeu (1983) que detalla
la edad de esta especie en meses según el momento en que la
fusión de las epífisis óseas es completa.
ESTUDIO BIOMÉTRICO Y CÁLCULO DE ALTURA
DE LA CRUZ
El estudio biométrico ha permitido la caracterización de las especies explotadas. La biometría se ha empleado, además, como criterio diferenciador entre especies morfológicamente similares, como
las variantes salvajes y domésticas (cerdo/jabalí, perro/lobo), entre
especies (conejo/liebre) y entre sexos. El sexo de los conejos se ha
estimado empleando como criterio diferenciador dos dimensiones
de la mandíbula, longitud y anchura del diastema (Jones, 2006:
280) y como referencia se ha empleado la población de machos y
hembras del asentamiento argárico de Gatas (Andúgar, 2016: 153).
El trabajo de Driesch (1976) ha servido de referente para la medición de los huesos. Las abreviaturas de las dimensiones utilizadas en las tablas biométricas se especifican en los anexos adjuntos
(11.1, 11.2 y 11.3) ubicados al final de este trabajo.
[page-n-120]
Tabla 11.2. Categorías y grupos de edad empleados en la lectura de la cabaña ganadera. Abreviaturas empleadas
en la tabla: m = meses, a = años.
Bos taurus
Ovis aries y Capra hircus
Sus domesticus
Grupos
Edad
Grupos
Edad
Grupos
Edad
Neonato
0-6 m
Neonato
0-2 m
Neonato
0-6 m
Infantil
6-12 m
Infantil
2-6 m
Infantil
6-12 m
Juvenil
12-18 m
Juvenil
6-12 m
Juvenil
12-18 m
Subadulto
18-24 m
Subadulto
1-2 a
Subadulto
18-24 m
Subadulto
24-36 m
Subadulto
2-3 a
Adulto
24-36 m
Adulto
3-4 a
Adulto
3-4 a
Senil
< 36 m
Adulto
4-6 a
Adulto
4-6 a
Adulto
6-8 a
Adulto
6-8 a
Adulto
8-10 a
Senil
8-10 a
Senil
Más de 10 a
Con la ayuda de la biometría ha sido posible calcular la
altura de la cruz de Ovis aries y Capra hircus, empleando las
dimensiones máximas de algunos huesos (talus y calcáneo)
y multiplicando estos valores por unos factores calculados a
partir de poblaciones actuales. Según la especie se han empleado factores y autores diferentes: Teichert (1975) para
Ovis aries y Schramm (1967) para Capra hircus.
TAFONOMÍA: ALTERACIONES ANTRÓPICAS
Para la reconstrucción del procesado del animal, una vez sacrificado, se han sistematizado las alteraciones óseas resultado de la
acción humana. Otro de los objetivos ha consistido en detectar
evidencias recurrentes durante el procesado del animal para la
obtención de su carne. En función de su localización y sus características morfológicas (longitud, profundidad, relación entre
las trazas, si se registra más de una por resto) se ha interpretado
la acción que pudo ocasionarlas y se han caracterizado las actividades implicadas en el procesado de cada una de las especies.
En este sentido, se ha tenido en cuenta la representación de los
diferentes elementos anatómicos para constatar si ha habido una
selección de las partes con un mayor aporte cárnico. Además se
ha estudiado el perfil de sacrificio (estructura de sexo y edad)
para identificar los criterios de selección específicos.
ANALISIS DE DISTRIBUCIÓN ESPACIAL
Para evaluar la variabilidad anatómica se han tenido en cuenta los diferentes elementos del esqueleto representados para
cada especie. Se ha analizado complementariamente el porcentaje de partes anatómicas representadas por especie. Para
ello se han diferenciado cinco partes: cabeza, tronco, extremidad anterior (escápula, húmero, radio y ulna), extremidad
posterior (pelvis, fémur, rótula, tibia, fíbula) y extremidad
distal (metápodos, carpos, tarsos y falanges).
Además, se ha escogido aquellos espacios en los que la
presencia de restos de fauna es más numerosa y se ha analizado su distribución espacial diferenciando, en primer lugar,
entre especies domésticas y salvajes y en segundo lugar, por
taxones. De este modo, se pretende establecer si existen diferencias de consumo entre los diferentes ámbitos del asentamiento y patrones de distribución de partes anatómicas en
función de las actividades seguidas durante el procesado según los espacios de habitación.
CUANTIFICACIÓN
Las unidades de cuantificación empleadas en este trabajo son: el
número total de restos analizados (NR), el número de restos clasificados anatómica y taxonómicamente (NISP), el número mínimo de individuos (NMI) se ha calculado para cada espacio y
para cada taxón teniendo en cuenta las frecuencias de representación de los diferentes elementos esqueléticos, su lateralidad y
la edad estimada y el peso de los restos. Se ha considerado esta
unidad teniendo en cuenta que puede verse influida por el grado
de mineralización de los restos y por la naturaleza formativa
de los depósitos arqueológicos. Pese a ello, aporta información
relativa al grado de importancia de una especie, que tan sólo con
las otras variables no es posible inferir.
Además se ha contemplado también el número de restos no clasificados taxonómicamente (ND). Es, por tanto, la
suma del número de restos ordenados en categorías más generales, como es el caso de MGND, MMND, MG/MMND,
MPND, MND y otras categorías como testudines, avifauna,
ictiofauna y reptiles.
ESTRATEGIAS DE GESTIÓN DE RECURSOS
ANIMALES
El conjunto de la fauna analizada está formado por 2.289 restos de
los que se ha calculado un número mínimo de 116 individuos. Los
restos identificados taxonómicamente suman el 60% en los que se
incluyen mamíferos, aves, peces, testudines y reptiles. El 40% corresponde a los no identificados donde quedan incluidos los mamíferos de talla grande, de talla media/grande, de talla media, de talla
pequeña y mamíferos no determinados.
105
[page-n-121]
Tabla 11.3. Número de restos (NR) y distribución porcentual de los
taxones identificados en Caramoro I.
jes son el ciervo (Cervus elaphus), el conejo (Oryctolagus
cuniculus), el jabalí (Sus scrofa), el lince (Lynx pardinus),
el zorro (Vulpes vulpes) la dorada (Sparus aurata), el mújol
o lisa (cf. Liza sp./ Mugil sp.), la focha (Fulica atra) y la
perdiz común (Alectoris rufa). También se han documentado restos de avifauna, ictiofauna, testudines y reptiles no
identificados.
La fauna doméstica constituye la fuente principal de
los recursos animales explotados en el asentamiento (tabla
11.3). La categoría más representada es ovicáprido (NR:
754, 54,4%), la especie más numerosa es la oveja (NR: 95,
6,85%), seguida del cerdo (NR: 68, 4,91%) y le sigue con
una representación numérica similar el ganado bovino (NR:
66, 4,76%). La representación de restos de oveja duplica la
de cabra (NR: 36, 2,60%). Los restos recuperados de caballo alcanzan la cifra de 36 (2,60%). Por último, en cuanto a
los carnívoros domésticos, se han clasificado 14 restos como
perro suponiendo el 1,01% de la fauna clasificada.Entre las
especies salvajes, el conejo destaca significativamente (NR:
373, 26,91%), ocupando el segundo lugar en importancia
relativa por detrás de los ovicapridos. Los restos de ciervo
también son numerosos (NR: 39, 2,81%), mientras que los
efectivos de las demás especies salvajes han sido muy escasos y no superan el 2,8 %.
NR
% total
NMI
Peso (g)
Fauna doméstica
938
67,68
74
5790,18
Equus caballus
36
2,60
3
945,27
Bos taurus
66
4,76
3
997,13
Sus domesticus
68
4,91
5
496,98
Ovis aries
95
6,85
25
862,05
Ovis / Capra
623
44,95
30
2130,99
Capra hircus
36
2,60
5
277,4
Total ovicaprinos
754
54,40
60
3270,44
Canis familiaris
14
1,01
3
80,36
448
32,32
42
876,47
Cervus elaphus
39
2,81
2
464,95
Sus scrofa
2
0,14
1
8,88
373
26,91
27
383,47
Lynx pardinus
3
0,22
1
17,75
Vulpes vulpes
1
0,07
1
1,42
Avifauna
21
1,52
4
–
Ictiofauna
5
0,36
4
–
Reptil
1
0,07
1
–
Testudines sp.
3
0,22
1
–
Mamífero grande no
determinado
El caballo - Equus caballus
150
–
–
–
Mamífero medio-grande
no determinado
57
–
–
–
Mamífero medio no
determinado
337
–
–
–
Mamífero pequeño no
determinado
30
–
–
–
Mamífero no
determinado
329
–
–
–
Total de restos
clasificados
2289
Del total de restos identificados con este taxón (NR: 36) se ha
estimado un número mínimo de 3 individuos. El peso de los
restos de caballo es de 945,27 gramos.
Todas las partes anatómicas están presentes en la muestra
(tabla 11.4). La más abundante es la cabeza (55,6%) donde los
dientes sueltos, superiores e inferiores son los elementos más
numerosos. La extremidad distal es la segunda parte numéricamente (16,7%) donde destacan los metápodos. De las extremidades, la posterior es la más representada (13,9%), tibia y pelvis son los elementos que aparecen en la misma proporción. El
tronco también está presente (8,3%) y por último, la extremidad
anterior (5,6%) representada por el húmero.
El análisis del esqueleto apendicular y del estado de fusión de
las articulaciones confirma un predominio de animales adultos.
Parece que se trata de un modelo de explotación que no se orienta
a su consumo cárnico sino que más bien prefiere conservar los
animales hasta que alcanzan la edad adulta para aprovechar su
fuerza de trabajo. También se ha documentado el sacrificio de
algún ejemplar menor de 15 meses.
Fauna salvaje
Oryctolagus cuniculus
La muestra está representada tanto por especies domésticas como por salvajes, siendo los animales domésticos, con un
porcentaje de 67,68 % más abundantes que los salvajes (32,32%). El
asentamiento se abastece principalmente de estas especies como así
lo indican los resultados de la comparación entre número de restos,
número mínimo de individuos y el peso de los restos (tabla 11.3).
Las especies domésticas identificadas han sido el bovino
(Bos taurus), los suidos (Sus domesticus), la cabra (Capra
hircus), la oveja (Ovis aries), el caballo (Equus caballus) y
el perro (Canis familiaris). Mientras que las especies salva106
MODELOS DE EXPLOTACIÓN Y CARACTERIZACIÓN
DE LAS ESPECIES DOMÉSTICAS
El ganado bovino - Bos taurus
De los 66 restos clasificados con este taxón se ha estimado
un número mínimo de 3 individuos. Esta especie ocupa el segundo lugar de las domésticas por orden numérico, después
de los ovicápridos y también de la oveja si se la considera
individualmente. El peso de los restos de bóvidos es 997,13
gramos.
[page-n-122]
Tabla 11.4. Distribución porcentual de las partes anatómicas de las especies consumidas en Caramoro I.
Taxones
Parte anatómica
A
C
D
E
J
K
n
% total
Equus caballus
Cabeza
Tronco
0
50
22,2
0
0
0
0
0
91,7
8,3
63,6
0
20
3
55,6
8,3
Extremidad anterior
0
11,1
0
0
0
9,1
2
5,6
Extremidad posterior
50
11,1
0
0
0
18,2
5
13,9
Extremidad distal
0
55,6
0
0
0
9,1
6
16,7
Bos taurus
Cabeza
Tronco
11,1
66,7
28,6
28,6
25
50
35,7
35,7
84,6
15,4
0
0
25
23
37,9
34,8
Extremidad anterior
11,1
19
12,5
7,1
0
100
8
12,1
Extremidad posterior
0
4,8
0
0
0
0
1
1,5
Extremidad distal
11,1
19
12,5
21,4
0
0
9
13,6
Total de ovicápridos
Cabeza
Tronco
20,3
19
25,4
12,1
17,8
23
25,2
22,6
21,7
10
36,7
15,3
184
127
24,4
16,8
Extremidad anterior
22,8
20,2
16,4
21,7
21,7
20,4
151
20,0
Extremidad posterior
25,3
27
23
16,5
35
19,4
182
24,1
Extremidad distal
12,7
15,3
19,7
13,9
11,7
8,2
110
14,6
Capra hircus
Cabeza
Tronco
16,7
0
22,2
0
11,1
0
37,5
0
100
0
80
0
12
0
33,3
0
Extremidad anterior
16,7
22,2
11,1
12,5
0
0
5
13,9
Extremidad posterior
33,3
33,3
0
0
0
0
5
13,9
Extremidad distal
33,3
22,2
55,6
50
0
20
14
38,9
Cabeza
Tronco
45,5
0
56,7
0
18,2
0
42,9
0
55,6
0
63,6
0
44
0
45,8
0
Extremidad anterior
18,2
13,3
22,7
14,3
33,3
36,4
20
20,8
Extremidad posterior
9,1
10
13,6
21,4
0
0
10
10,4
Extremidad distal
18,2
20
45,5
21,4
11,1
0
22
22,9
Cabeza
Tronco
30
10
30
0
0
25
35,7
7,1
0
33,3
28,6
14,3
19
7
27,9
10,3
Extremidad anterior
3,3
10
0
21,4
0
14,3
6
8,8
Ovis aries
Sus domesticus
Extremidad posterior
13,3
20
50
14,3
33,3
0
11
16,2
Extremidad distal
43,3
40
25
21,4
33,3
42,9
25
36,8
Canis familiaris
Cabeza
Tronco
0
50
0
0
0
0
0
0
0
0
50
50
1
2
7,1
14,3
Extremidad anterior
0
100
100
37,5
0
0
5
35,7
Extremidad posterior
0
0
0
25
0
0
2
14,3
Extremidad distal
50
0
0
37,5
0
0
4
28,6
Cervus elaphus
Cabeza
Tronco
33,3
55,6
45,5
27,3
33,3
33,3
25
75
33,3
16,7
33,3
50
14
16
35,9
41
Extremidad anterior
0
0
0
0
16,7
0
1
2,6
Extremidad posterior
0
9,1
33,3
0
0,0
16,7
3
7,7
Extremidad distal
11,1
18,2
0
0
33,3
0
5
12,8
Oryctolagus cuniculus
Cabeza
Tronco
9,8
11,5
13,6
11,4
12,0
3,8
10,7
9,7
18,2
0
20
0
43
27
11,8
7,4
Extremidad anterior
21,3
29,5
29,3
32,0
45,5
0
103
28,4
Extremidad posterior
49,2
36,4
51,1
44,7
36,4
72,7
172
47,4
Extremidad distal
8,2
9,1
3,8
2,9
0
9,1
18
5
107
[page-n-123]
La alta fragmentación de los restos y la conservación incompleta de los huesos ha impedido obtener datos relativos
a la altura de la cruz de los bóvidos, del mismo modo sucede
con otras especies como es el caso de los suidos y cánidos de
este asentamiento.
La cabeza es la parte anatómica más representada (37,9%)
y el occipital el hueso del cráneo más abundante. La segunda
parte en orden de abundancia es el tronco (34,8%), las costillas los elementos predominantes. Le sigue la parte distal
de la extremidad (13,6%), donde los metápodos son los huesos que destacan numéricamente. De las dos extremidades
la anterior está mejor representada (12,1%) que la posterior
(1,5%). De la extremidad anterior están presentes todos los
elementos (escápula, húmero, radio y ulna) y de la posterior
únicamente se ha recuperado la pelvis.
El perfil de sacrificio de los bovinos sugiere un tipo de
explotación centrada en la obtención de su carne. Los individuos sacrificados en mayor número oscilan entre 1-2 años,
antes incluso de alcanzar el peso máximo de carne (entre los
3-4 años). Además se documenta la muerte de un individuo
infantil (6-15 meses) para el consumo de la carne tierna. Ocasionalmente, se ha sacrificado un ejemplar adulto entre 6-8
años. La escasa presencia de animales sacrificados en edad
avanzada indica una tendencia a la conservación de estos animales para el aprovechamiento de su fuerza, reproducción y
explotación láctea. El análisis del esqueleto apendicular y del
estado de fusión de las articulaciones confirma el predominio
de animales adultos y el sacrificio de un individuo subadulto
(15-18 meses).
El ganado ovicaprino
Los ovicaprinos alcanzan en total los 754 restos y se calcula un número mínimo de 60 individuos. Entre estos restos,
se han contado 95 restos de oveja y 36 de cabra. El peso
de los restos de ovicáprido es 3.270,44 gramos. Este ganado
es, con mucha diferencia, el más abundante de la muestra.
Todas las partes anatómicas están representadas y la parte
más abundante es la cabeza (24,4%), donde destacan por su
abundancia los fragmentos de mandíbula y los dientes sueltos de oveja. La extremidad posterior está más representada
que la anterior (24,1% y 20%, respectivamente), siendo los
huesos más numerosos el radio y la tibia. Le siguen los elementos del tronco (16,8%) de los que costillas y vértebras
tienen una representación similar. Por último, la parte distal
de las extremidades es la menos representada (14,6%) siendo
los metápodos los huesos más numerosos.
La caracterización de las especies Ovis aries y Capra hircus
ha sido posible con el cálculo de su altura de la cruz. La talla de
Ovis aries varía entre 56,5 y 57,4 cm. Los valores relativos a la
talla de Capra hircus alcanzan los 55,3 cm (tabla 11.5).
Se han comparado los datos aportados en Caramoro I con
otros poblados coetáneos como La Bastida, Gatas y Cabezo Pardo, entre otros. En primer lugar, se puede considerar
que las ovejas de Caramoro I son de menor tamaño que las
documentadas en La Bastida. En este último la altura de la
cruz de esta especie oscila entre 53,2 y 78,2 cm (Andúgar,
2016: 330). Ha sido posible estimar el sexo a partir de la
morfología del talus y observar que la altura en las hembras
se establece en un caso en 59,7 cm y en los machos en 4
108
casos entre 65,2 y 78,2 cm. En La Bastida se documenta un
sacrificio más numeroso de machos, no es así en Caramoro donde puede entenderse que la talla de las ovejas al ser
más reducida responde a la selección de las hembras para
ser sacrificadas, pudiendo ser elegidas por haber agotado su
capacidad reproductora o que su producción de vellón haya
disminuido de calidad. En Fuente Álamo y Castellón Alto,
también se documentan hembras con valores cercanos a los
de La Bastida y Caramoro oscilan entre 59,5 y 61,1 cm y 55,2
cm, respectivamente (Andúgar, 2016: A4). En Gatas la talla
de las ovejas oscila entre 58,9 y 69,4 cm. Se ha registrado
un caso en el que la altura de la cruz supera esta horquilla y
alcanza 72,3 cm. En este caso, la presencia de un individuo
de gran tamaño puede corresponder a un macho o carnero
de talla superior a la media en el resto de los casos no ha
sido posible diferenciar sexualmente la talla de esta especie
(Andúgar, 2016).
La altura de la cruz de la cabra registrada en Caramoro podría interpretarse como una hembra si se compara con
las documentadas en otros yacimientos coetáneos como es
el caso de Terrera del Reloj donde se ha documentado una
hembra de 57,1 cm; en Fuente Álamo dos hembras, cuya talla
oscila entre 54,6 y 58,7; en Cerro de la Virgen dos hembras
entre 57,9 y 64,1; en La Bastida una hembra con 59,6 cm y
en Cerro de la Encina un macho con 62,5 cm (Andúgar, 2016:
A4). La altura de la cruz de esta especie en el poblado de Gatas oscila entre 58,7 y 69,7 cm y en La Bastida entre 53,2 y
78,2, donde los valores más elevados (74,1 y 78,2 cm) se han
interpretado como correspondientes a machos.
Cabra - Capra hircus
Del total de restos identificados con este taxón (NR: 36)
en dos casos se ha podido confirmar el sexo, a partir de la
morfología de la pelvis, un individuo macho y otro hembra.
Ambos ejemplares fueron recogidos en el espacio C. El número mínimo de individuos estimado para esta especie es 5.
Los datos biométricos de la altura de la cruz muestran una
preferencia por el sacrificio de ejemplares de menor tamaño,
probablemente hembras. El peso de los restos de cabra es de
277,4 gramos.
La cabeza y la parte distal de las extremidades son las
partes anatómicas más representadas de manera general de
Capra hircus (38,9% y 33,3%, respectivamente). Éstas son
las porciones del esqueleto que suelen abandonarse durante la fase primaria del procesado, siendo las partes con menor proporción de biomasa potencialmente consumible de la
carcasa. La extremidad anterior y posterior representan un
porcentaje similar (13,9%) siendo el radio y la pelvis los elementos óseos más representados.
La gestión ganadera de Capra hircus en Caramoro I se
orienta a la explotación de la carne y de la leche. La explotación cárnica se registra por el sacrificio de animales que se
encuentran al final de su etapa de crecimiento (entre 1 y 4
años) y la producción láctea por la presencia de ejemplares
de edad inferior a 6 meses. No son muy numerosos los efectivos identificados, por lo que no ha sido posible establecer
proporciones pero sí se ha documentado la evidencia de estos
dos tipos de explotación.
[page-n-124]
Tabla 11.5. Cálculo de la altura de la cruz de Ovis aries y Capra hircus a partir de restos recuperados en Caramoro I.
Schramm 1967
Especie
NIN
YAC
AMB
UE
Hueso
LM (mm)
Factor
h Cruz (cm)
Capra hircus
739
CMI
D
B5a
CAL
48,54
11,4
55,3
Especie
NIN
YAC
AMB
UE
Hueso
Lla (mm)
Factor
h Cruz (cm)
Ovis aries
350
CMI
C
B2
TA
25,32
22,68
57,4
Ovis aries
D107
CMI
D
1503
TA
24,91
22,68
56,5
Teichert 1975
Oveja - Ovis aries
El total del número de restos determinados con este taxón
es 95 y el número mínimo de individuos estimados es 25. El
peso de los restos de suidos es de 862,05 gramos.
A partir de la morfología de los huesos no ha sido posible
confirmar el sexo de ningún individuo. Por criterios biométricos y los datos aportados por el análisis comparativo de
la altura de la cruz de esta especie al menos dos ejemplares
corresponden a hembras.
La parte anatómica más numerosa representada es la cabeza
(45,8%), la totalidad de los elementos anatómicos son mandíbulas
o dientes inferiores sueltos. Le sigue la extremidad distal (22,9%)
siendo en este caso el calcáneo el elemento más numeroso. Del
mismo modo que sucede con las cabras, las partes desechadas durante el procesado primario son las más representadas. En cuanto
a las extremidades, la anterior (20,8%) obtiene un porcentaje más
elevado que la posterior (10,4%), los elementos esqueléticos más
representados en la muestra son el radio y la tibia. La menor representación de la extremidad posterior podría explicarse porque
sus huesos son los preferidos para la elaboración de útiles por su
característica estructura y morfología ósea y han sido reutilizados.
Del mismo modo, ha podido suceder con los elementos de la extremidad posterior de bóvido, también ausentes de la muestra.
El perfil de la edad de sacrificio de las ovejas (Fig. 11.1)
muestra cómo los porcentajes más elevados corresponden a
animales en torno a 6-12 meses, lo que indica un modelo de
explotación orientado a la obtención de carne. Destaca una
preferencia por la carne tierna reflejada en el sacrificio de
algunos animales neonatos o antes de alcanzar los 6 meses
junto a la explotación de la leche que iba destinado a ellos.
El escaso número de individuos sacrificados en edad de
reproducción, indicaría un interés por el mantenimiento del
rebaño. Puede deberse a que se trate de rebaños seleccionados y orientados a obtener una mayor producción con un menor número de efectivos. Así mismo, se observa el sacrificio
de unos pocos animales adultos (una vez han superado los 6
años) y un porcentaje mayor de seniles, que ya han superado
la edad óptima para la reproducción y muestran un descenso
en la calidad de la producción de vellón.
El ganado porcino - Sus domesticus
Los suidos presentan en la muestra un total de 68 restos y su
número mínimo es 5 individuos. Dentro de la cabaña doméstica
ocupan el tercer lugar por su abundancia numérica, sin embargo
por el NMI ocupan el segundo lugar después de la categoría de
ovicápridos. El peso de los restos de suidos es de 496,98 gramos.
Figura 11.1. Histograma de edad obtenido para Ovis aries (n= 25).
109
[page-n-125]
Todas las partes anatómicas están presentes en la muestra, la
más abundante es la extremidad distal (36,8%) y los metápodos
los huesos más numerosos. Le sigue la cabeza (27,9%) siendo
los huesos del cráneo los más representados por encima de los
restos dentarios. De las dos extremidades, la posterior registra
un porcentaje más elevado (16,2%) frente a la anterior (8,8%).
Húmero y tibia son los elementos esqueléticos más abundantes.
Y por último, cabe mencionar la parte del tronco (10,3%) donde
las vértebras son las representadas.
El análisis del esqueleto apendicular y del estado de fusión
de las articulaciones junto con los resultados aportados por el
desgaste y erupción dentaria proporcionan información acerca de las edades de sacrificio de Sus domesticus. El cerdo es
sacrificado principalmente entorno a los dos años, a esta edad
ya ha alcanzado su peso máximo (mayores de 18 meses) y se
explota principalmente por su carne. Se observa también una
preferencia por el consumo de carne tierna evidenciada en la
representación de animales después del destete (8-12 meses).
En la muestra son escasos los animales adultos probablemente
conservados para su reproducción.
Tendencias registradas para Canis familiaris
Del total de restos identificados con este taxón 14, se ha calculado un número mínimo de 3 individuos.
Todas las partes anatómicas se ven representadas, la más
numerosa la extremidad anterior (35,7%) y la ulna el hueso más
numeroso. Le sigue la parte distal de la extremidad (28,6%) con
el metatarso como el elemento más cuantioso. La extremidad
posterior y el tronco presentan el mismo porcentaje de representación (14,3%) y los huesos más abundantes son la tibia,
vértebras y costillas. Estas dos últimas se han conservado en
igualdad numérica.
El análisis del estado de fusión de las articulaciones confirma un predominio de animales adultos con la presencia de algún
individuo juvenil (menor de 9 meses). Esto podría indicar que
la cría de este animal no estuvo orientada al abastecimiento cárnico, sino que su conservación hasta alcanzar una edad adulta
pudo estar relacionada con su aprovechamiento para otras tareas. No se han registrado restos con marcas de procesado por
lo que no ha sido posible confirmar que se destinase algún ejemplar a su consumo cárnico.
GESTIÓN DE LAS ESPECIES SALVAJES
Hay que destacar la importancia de la actividad cinegética en el
abastecimiento cárnico de la población de Caramoro I. De las
especies cazadas las más representadas son el conejo (Oryctolagus cuniculus) y el ciervo (Cervus elaphus) la presencia del
resto de especies es bastante reducida. Además de las dos especies mencionadas se ha documentado la caza ocasional de otras
como el jabalí (Sus scrofa), el lince (Lynx pardinus) y el zorro
(Vulpes vulpes) representados en la muestra con 2, 3 y 1 restos,
respectivamente. El número mínimo de individuos de estas especies es uno en cada caso.
En función de la representación numérica la presencia del conejo (26,91%) es claramente superior que la del ciervo (2,81%),
aunque hay que destacar que el aporte cárnico de un ciervo es
mucho mayor que el proporcionado por un conejo. Esta diferen110
cia se observa claramente si se compara el peso específico de los
restos donde el orden se invierte, el primer lugar lo ocupa el ciervo (464,95g), seguido del conejo (383,47g).
Estrategias cinegéticas registradas para Cervus elaphus
Se han clasificado 39 restos con este taxón y 2 es el número
mínimo de individuos estimado. La parte esquelética más representada de esta especie en general es el tronco (41%) y las
vértebras torácicas y lumbares los huesos con mayor número
de restos. La cabeza ocupa el segundo lugar por su abundancia
numérica (35,9%), aunque destaca el elevado número de restos
de asta como el elemento esquelético más cuantioso. Le sigue la
extremidad distal (12,8%) y son los metápodos los huesos más
abundantes. De las dos extremidades la más representada es la
posterior (7,7%) respecto a la anterior (2,6%) y el húmero y la
tibia los elementos representados.
El análisis del esqueleto apendicular y del estado de fusión
de las articulaciones confirma el predominio de animales subadultos sacrificados por su aporte cárnico. Por la erupción dentaria y el desgaste de la dentina se ha podido establecer la edad de
muerte de un animal en más de dos años.
Estrategias cinegéticas registradas para Oryctolagus
cuniculus
Del total de los restos identificados con este taxón (NR: 373) se
ha estimado un número mínimo de 27 individuos. Todas las partes
anatómicas están representadas, la más abundantes son las extremidades, la posterior es más numerosa (47,4%) seguida de la anterior
(28,4%). La tibia y el húmero los elementos esqueléticos presentes
en mayor número. En tercer lugar aparece representada la cabeza
(11,8%) y la mandíbula el hueso que más destaca. Por último, la
parte distal de la extremidad (5%) es la parte menos presente en la
muestra y los metatarsos son los elementos que predominan.
Se han comparado biométricamente 20 mandíbulas de esta
especie, de las cuales 16 han sido identificadas como machos,
ya que se aproximaban a los ejemplares de este mismo sexo documentados en Gatas (fig. 11.2), mientras que las cuatro restantes se aproximaban a los individuos infantiles registrados en el
asentamiento almeriense, pudiendo ser uno de ellos clasificado
como hembra infantil. Con este análisis a pesar del bajo número
de efectivos analizados se constata el predominio de restos de
conejo de sexo masculino.
Entre los animales cazados se registra una preferencia por los
individuos adultos y subadultos. Se registran también algunos individuos infantiles. El modelo de explotación está orientado a la
obtención de carne. La presencia mayoritaria de individuos masculinos y adultos, se acerca más a la estructura poblacional de un
conjunto cuya formación responde a la caza y consumo humano y
se aleja de la demografía propia de una conejera.
Sus scrofa - Jabalí
De esta especie se ha documentado dos fragmentos, un metacarpo y un metatarso III, ambos encontrados en el espacio C.
Lynx pardinus - Lince
Se han identificado tres restos con este taxón: una tibia y dos húmeros, recuperados en los espacios A, C y J respectivamente.
[page-n-126]
Figura. 11.2. Relación entre la longitud
y anchura del diastema mandibular,
en el que se han usado como medidas
comparativas datos de Gatas (azul
machos y rosa hembras) (Andúgar,
2016). Los datos representados con
puntos negros corresponden a los
ejemplares de Caramoro I.
Vulpes vulpes - Zorro
El zorro está representado en la muestra por un metatarso IV
derecho, localizado en el espacio C.
Ictiofauna
Los restos de ictiofauna recuperados en Caramoro I son cinco.
La escasa representación podría indicar que la pesca no era una
actividad habitual para los habitantes de este asentamiento pero
no hay que olvidar que los restos de peces están sujetos a unas
mayores pérdidas que los mamíferos. Además, hay que considerar que la recuperación de la muestra es parcial si no se emplean
cribas o se flota el sedimento. Los restos incluidos aquí proceden en su mayoría de la recogida durante las primeras campañas
de excavación. Así mismo, es interesante mencionar que cuando
la ictiofauna convive con perros en el poblado, este grupo de
restos es el primero que se lleva y se devora (Manhart et al.,
2000: 232). Son escasos los poblados argáricos en los que se ha
documentado también restos de peces como es el caso de Fuente
Álamo (Driesch et al., 1985; Manhart et al., 2000), Cerro de la
Encina (Lauk, 1976) y Cabezo Pardo (Roselló y Morales, 2014:
289-301). En los dos primeros asentamientos las especies identificadas son todas ellas marinas, mientras que en Cabezo Pardo
se considera una pesca en cursos de agua fluviales cercanos al
asentamiento. En Fuente Àlamo se citan cinco especies distintas
(Sphyrna zygaena: pez martillo, Epinephelus guaza: mero, Jo-
hnius hololepidotus: corvina, Sparidae indet.: espáridos, Lichia
amia: palometón) y en Cerro de la Encina también se recuperaron restos de mero y otras dos especies (Dentex dentex: dentón
y Pagrus pagrus: pargo).
Por otro lado, Cabezo Pardo presenta similitudes con los taxones encontrados en Caramoro I. Entre las especies identificadas en Cabezo Pardo se habla de Anguilla Anguilla: anguila, Luciobarbus guiraonis: barbo mediterráneo, Epinephelus aeneus:
cherne de ley, cf. Pagellus erythrinus: breca, Sparus aurata:
dorada, Sparidae indet., Chelon labrosus: lisa, Liza aurata: galupe, Mugil cephalus: pardete, Liza sp./M. Cephalus.
Los restos de peces de Caramoro I representan tres taxones distintos (tabla 11.6), entre los que se ha identificado dos
especies de agua salada como son la dorada (Sparus aurata) y
el mújol (cf. Liza sp./Mugil sp.). El tercer taxón corresponde a
la familia de los Cyprinidae de los que se han clasificado unos
pocos restos pero sin poder concretar la especie. Ésta se trata de
una familia de peces que habitan en agua dulce y que incluyen
los barbos y bogas, entre otros.
La especie dominante en Caramoro I es la dorada. Se ha
identificado un número mínimo de dos individuos, por la recuperación de dos fragmentos de premaxilar derecho (tabla 11.6).
La dorada es una especie litoral capaz de vivir en aguas que
poseen un amplio rango de concentración de sales sin que se vea
afectado su metabolismo. A esta característica se le da el nombre de eurihalina. Tradicionalmente esta especie suele desovar
en aguas someras siendo las lagunas costeras, deltas, estuarios y
111
[page-n-127]
Tabla 11.6. Listado de taxones de ictiofauna identificados en Caramoro I. Abreviaturas: DT - Dentario; FAR - Pharyngeal bone (Hueso
faríngeo); PMX - Premaxilar; VC - Vertebra caudal; VPC - Vertebra precaudal; (d) derecha.
Ref.
Ámbito y sector/UE
Hueso (lado)
Taxón
Observaciones
A44
ESPACIO A
Sector A
VPC
Mugilidae (cf. Liza sp. / Mugil sp.)
Tainha
B2_348
ESPACIO C
Capa 2
Phry (d)
Cyprinidae (cf. Barbus sp.)
Familia de peces de agua dulce
que incluye los barbos, bogas, etc.
B6_1119
ESPACIO E
Sector B6
PMX (d)
Sparidae (Sparus aurata)
Dorada
B6_1180
ESPACIO E
Sector B6
PMX/DT
(fragmento)
Sparidae (cf. Sparus aurata)
Dorada
C137
ESPACIO C
UE 1203
VC
Sparidae (cf. Pagrus sp. /
Sparus aurata)
esteros, zonas de cría para los juveniles. En estos biotopos, así
como en los tramos bajos de los ríos es donde penetra sobre todo
en los meses de verano. La abundancia de la dorada se mantiene
más o menos constante a lo largo de todo el año. Es una especie
actualmente “rara” no solo en el litoral levantino ibérico sino en
todo el Mediterráneo pero en el pasado pudo haber sido distinto
(Roselló y Morales, 2014: 298-299).
El mújol también es una especie eurihalina. Durante los meses de otoño e invierno, los adultos migran al mar en grandes
congregaciones para desovar. Cuando las larvas alcanzan los
16-20 mm, migran a aguas interiores o estuarios, donde pueden ser recolectadas para fines acuícolas desde fines de agosto a
principios de diciembre (http://www.fao.org./fishery/culturedspecies/Mugil_cephalus/.es#tcNA008C).
Si consideramos que en el asentamiento de Cabezo Pardo
los restos de barbo suponen el más elevado porcentaje de
los restos de ictiofauna identificada en la muestra, no sería
arriesgado pensar que lo pudiese ser también el resto recuperado en Caramoro I. El barbo mediterráneo coloniza los ríos
levantinos desde el sur del Ebro al Vinalopó. Los barbos, en
general, se distribuyen preferentemente en los tramos medios
y bajos de los ríos. Todas las especies de barbo ascienden
desde los tramos bajos y medios del río hacia los tramos altos para desovar. Muchos pescadores sitúan trampas y encañizadas en lugares estratégicos que capturan peces de forma pasiva (Roselló y Morales, 2014: 297). La pesca en este
asentamiento puede compartir la hipótesis planteada para
Cabezo Pardo que considera la presencia de estas especies
como evidencias de una pesca de carácter local, llevada a
cabo en el entorno más inmediato del yacimiento, y no como
productos de un comercio con zonas más distantes (Roselló
y Morales, 2014).
Avifauna
Lejos de sobrevalorar la importancia de estas especies en reconstrucciones ambientales mencionamos a continuación la
presencia de algunas aves en Caramoro I y los biotopos en
los que habitan. Son escasos los estudios de avifauna argárica, como ejemplo de otro yacimiento argárico donde se han
publicado restos de avifauna se quiere resaltar Fuente Álamo
(Manhart et al., 2000) porque se han documentado diversi112
dad de especies. Las especies documentadas en el yacimiento
almeriense son Accipiter nisus: gavilán, Aquila chrysaetos:
águila real, Aquila heliaca: águila imperial, Gypaetus barbatus: quebrantahuesos, Aegypius monachus: buitre negro,
Alectoris rufa: perdíz común, Columba oenas/livia: paloma zurita/bravía, Columba palumbus: paloma torcaz, Buho
buho: búho real, Monticola solitarius: roquero solitario, Pica
pica: urraca, Corvus corone: corneja negra.
La muestra de avifauna de Caramoro I cuenta con 21 restos de ave. Destaca la presencia de aves acuáticas, como la
Fulica atra o focha y otros restos de la familia de las Anatidae pero sin poder concretar especie. A esta familia pertenecen las ocas, patos, entre otros. La focha se caracteriza por
presentar un plumaje prácticamente negro a excepción de los
flancos y las zonas inferiores, que adquieren un tono grisáceo, y las puntas de las rémiges secundarias que son blancas.
El aspecto más llamativo de esta especie es la posesión de
un escudete frontal blanco que se estrecha hacia la base del
pico, también de color blanco. Habita en lagos, ríos, charcas
marjales, y en invierno, suele refugiarse en bahías abrigadas. Su biotopo son las marismas, zonas palustres y aguas
continentales (Morales, 1990: Tabla 6). En la actualidad,
las fochas residentes en los humedales españoles son básicamente sedentarias, a pesar de lo cual resultan habituales
los movimientos dispersos después de la reproducción, así
como las fugas a consecuencia de las sequías, que obliga a
las aves a buscar humedales con niveles hídricos aceptables.
En relación a su alimentación se trata de un ave de tendencias
omnívoras, aunque mayoritariamente vegetariana.
Los galliformes son los más numerosos en Caramoro I. En
concreto, seis restos, de los que se ha podido concretar especie
en 4 casos como Alectoris rufa o perdiz común. De esta especie
se ha identificado un número mínimo de dos individuos.
La perdiz común es un ave sedentaria, aunque se han descrito trashumancias altitudinales en zonas de alta montaña
durante el invierno. Ocupa una amplia variedad de hábitats,
preferentemente en medios abiertos o con arbolado disperso, como pastizales, cultivos matorrales aclarados y dehesas,
mostrando una clara preferencia por las campiñas más diversificadas y de uso agrícola de secano extensivo. Su valencia
es esteparia y ubiquista y su biotopo, los cultivos, matorrales y campos baldíos (Morales, 1990: Tabla 6). Se alimenta
[page-n-128]
Figura 11.3. Representación porcentual del
número de restos (NR) y peso de las especies
domésticas y salvajes por espacios.
principalmente de vegetales, entre los que predominan los
cereales cultivados, hierbas verdes de prados y frutas silvestres. Por todo ello, los campos de trigo y cebada del ámbito
argárico serían un entorno propicio para la reproducción de
estas aves. Esta especie se documenta en otros yacimientos
coetáneos, como el ya mencionado Fuente Álamo.
DISTRIBUCIÓN ANATÓMICA DE LOS RESTOS
POR ESPECIES Y DISTRIBUCIÓN ESPACIAL
DE LAS ESPECIES
La distribución espacial de los restos no resulta homogénea
en Caramoro I. Se pueden distinguir dos zonas en función de
cantidad de restos, frecuencia de especies y distribución de
partes anatómicas. De la comparación del número de restos
se pueden ordenar los ámbitos en dos grupos: Grupo I: formado por los ámbitos donde se concentra el mayor número
de restos (espacios C, E y D) (Anexo 11.2). Destaca el amplio volumen de restos localizados en la habitación C (NR:
579), principalmente, y en la habitación E (NR: 503). También son numerosos los ejemplares de la habitación D (NR:
410). Grupo II: formado por los espacios donde desciende la
frecuencia de los restos son los ámbitos A (NR: 250), J (NR:
323) y K (NR: 200). En el caso del espacio A, el hecho de que
se trate de una estancia de acceso al poblado situado junto al
bastión como vestíbulo de acceso podría explicar el menor
número de restos hallados. La presencia un buen número de
objetos de diversa naturaleza ha mostrado que en el interior
de este espacio A se efectuarían tareas de molienda de cereales, producción textil y otras tareas relacionadas con el consumo alimenticio (Jover et al., 2019: 9-10). Que se registre
un menor número de restos óseos en el espacio K debe ser
explicado en función de su uso como corredor o canalización
de agua, donde su presencia podría responder a que en algún
momento se emplease como vertedero de desechos de consumo. La interpretación de un espacio como calle o corredor
no excluye que también hubiera servido para conducción o
drenaje de agua, como se plantea en La Almoloya (Lull et al.,
2015: 71) y en Caramoro (Jover et al., 2019:16). La superficie reducida del espacio J, del mismo modo que el K, puede
ser la razón del menor número de restos registrado.
Si se analiza la distribución de fauna salvaje y doméstica en
los diferentes ámbitos del asentamiento (fig. 11.3) se observa que
los mamíferos destinados al consumo son predominantemente especies domésticas en todos ellos. La base de la aportación cárnica
en la sociedad argárica fue, sin duda, la ganadería. La caza, en
cambio, cumplió una función complementaria para el mantenimiento de la comunidad. Con esta comparación los espacios se
agrupan de otra manera. En los espacios C, J y K se registra una
diferencia acusada entre la proporción de especies domésticas y
salvajes, diferencia todavía más importante si la unidad comparada es el peso de los restos. Estas desigualdades podrían estar relacionadas con las actividades desarrolladas en ellos. Si se considera cuáles son las especies que aparecen en estos ámbitos coincide
que en los tres son escasos los restos de conejo, lo que provoca
una clara disminución de la representación de animales salvajes
(fig. 11.3). Así mismo, los restos clasificados como Ovis/Capra
son los más numerosos entre las categorías domésticas en los tres
espacios. Un segundo grupo estaría formado por los ámbitos D y
E, que muestran proporciones similares y por último el espacio
A, donde la presencia de caballo hace aumentar la proporción de
especies domésticas respecto al grupo anterior.
113
[page-n-129]
Tabla 11.7. Listado de taxones de avifauna identificados. Abreviaturas: 1) FRACCIÓN: EP - Epífisis proximal; DM - Diáfisis medial;
ED - Epífisis distal; 2) PARTE: EA - Extremidad anterior; EP - Extremidad posterior; T - Tronco; E - Extremidad distal.
Ref.
Ámbito y Sector / UE
Hueso (lado)
Fracción
Parte
Taxón
Observaciones
152
Espacio A
Sector A. Estrato I
Escápula (d)
EP-DM
EA
Anátida
Por morfología pero según
morfometría es algo más
pequeño
223
Espacio C
Sector B2. Capa 2
CAR-MC (i)
EP-DM
E
Anátida
1527
Espacio C
Sector C2
Fúrcula
T
Anátida
413
Espacio C
Estrato III
Coracoides (d)
EP-ED
EA
Alectoris rufa
Perdiz roja de gran tamaño
1343
Espacio E
Suelo de la casa
Coracoides (i)
EP-ED
EA
Alectoris rufa
Perdiz roja
748
Espacio D
Sector B5a. Estrato III
Tibiotarso (d)
DM-ED
EP
Alectoris rufa
Perdiz roja
D200
Espacio D
UE 1506
Tibiotarso (d)
DD-ED
EP
Alectoris rufa
Perdiz roja
45
Espacio A
Sector A. Suelo de la casa
Tibiotarso (i)
EP-ED
EP
Galliforme cf.
Especie no determinada
814
Espacio D
Sector B5a. Estrato II
CAR-MC
–
E
Galliforme
Especie no determinada
449
Espacio C
Sector B2. Estrato III
Húmero (d)
EP
EA
Fulica atra
Focha
A128
Espacio A
UE 1005
Ulna (i)
DM-ED
EA
Fulica atra
Focha
D123
Espacio D
UE 1504
Tibiotarso (d)
DP-ED
EP
Fulica atra
Focha
A126
Espacio A
UE 1005
Falange segunda del –
2º dedo anterior
EA
Ave no determinada
De mayor tamaño que la
oca
D80
Espacio D
UE 1503
Costilla
–
E
Ave no determinada
15
Espacio A
Sector A. Suelo de la casa
No determinada
–
–
Ave no determinada
412
Espacio C
Sector B2. Estrato III
No determinada
–
–
Ave no determinada
780
Espacio D
Sector B5a. Estrato III
No determinada
–
–
Ave no determinada
1623
Espacio C
Sector C2
No determinada
–
–
Ave no determinada
1828
Espacio K
Sector C3
No determinada
–
–
Ave no determinada
1829
Espacio K
Sector C3
No determinada
–
–
Ave no determinada
1830
Espacio K
Sector C3
No determinada
–
–
Ave no determinada
114
[page-n-130]
Figura 11.4. Distribución porcentual de NR de los taxones identificados por espacios.
115
[page-n-131]
Figura 11.5. Distribución porcentual del NR y NMI de las especies domésticas ordenado por espacios.
116
[page-n-132]
Figura 11.6. Localización de las marcas de carnicería en las especies domésticas consumidas en Caramoro I.
Destaca el espacio C por ser la zona donde se ha registrado
el mayor número de restos y también de especies, tanto domésticas como salvajes (anexo 11.2 y fig. 11.4). Los restos de ovicápridos son con mucha diferencia los más abundantes, seguidos
de lejos por el conejo, el ciervo, el bovino, el cerdo y el caballo.
Mucho más minoritarios son los restos de perro, jabalí, lince
y zorro. La representación de las partes anatómicas de varias
especies vinculan este espacio con actividades de carnicería
(tabla 11.7), son más abundantes las partes con un menor aporte cárnico las que suelen ser desechadas durante el procesado
del animal. La cabeza y la parte distal de las extremidades son
las partes más representadas entre los huesos de caballo, cerdo,
ciervo y oveja en este espacio. Si se diferencian de los restos de
ovicáprido, las partes anatómicas más representadas de la oveja
son la cabeza (56,7%) y la extremidad distal (20%). Además,
este espacio reúne el mayor número de restos con marcas de
procesado, hecho que confirma el desarrollo de estas actividades, como se explicará más adelante en el apartado de las marcas de procesado.
El predominio de las partes desechadas durante el procesado
(cabeza y extremidad distal) vinculan también el espacio E con
actividades de carnicería, pero a diferencia del espacio anterior, en
esta ocasión las especies que presentan este patrón son únicamente
oveja, cabra (cabeza 37,5% y la extremidad distal 50%) y cerdo,
no así las especies de mayor tamaño (bóvidos, ciervo y caballo).
El cerdo es la única especie que muestra evidencias de procesado (por la representación de las partes anatómicas ya mencionadas) en más de una estancia. A los ya mencionados espacios
C y E habría que añadir K y A. En este último se ha registrado
una extremidad distal posterior articulada (metatarsos III, IV, V y
tarsos: central, tercero y cuarto) de un ejemplar de dos años, así
como restos de cráneo al menos de dos individuos juveniles.
El conejo muestra un patrón de representación anatómico
muy distinto al mencionado para mamíferos de talla media o
grande. En esta especie son las extremidades, las partes con
mayor aportación de carne, las que aparecen en mayor número.
Su presencia en los ámbitos A, C, D, E y J se vinculan a actividades de consumo, lo que lleva a documentar esta actividad
en prácticamente la totalidad de los espacios salvo el descrito
como corredor.
Por último, se ha considerado de interés establecer la comparación de la distribución espacial de las especies domésticas
en el poblado según el número de restos y el número mínimo
de individuos (NMI) (fig. 11.5). En los espacios C y E se con117
[page-n-133]
Tabla 11.8. Número de restos con marcas de procesado según especie y tipo de actividad en cada espacio diferenciado. Abreviaturas
empleadas: cst: costilla, e: escápula, fa1: primera falange, fe: fémur, hu: húmero, md: mandíbula, mp: metápodo, mt: metatarso,
occ: occipital, par: parietal, pel: pelvis, ra: radio, ta: talus, t 2+3: tarso 2+3, ti: tibia, ul: ulna, vto: vértebra torácica, zy: zigomático.
Taxones
Actividad
A
C
D
E
J
K
N
% total
Equus caballus
n1
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
0
0
1 (t 2+3)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0
0
0
0
100
0
0
0
0
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
0
0
1 (zy)
0
1 (occ)
0
1 (cst)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0
1
0
1
33
0
33
0
33
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
1 (hu)
0
0
0
1 (pel)
0
0
1 (ta)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0
1
1
0
33
0
33
33
0
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
2 (ra y ul)
0
1 (md)
0
2 (fe y pel)
0
0
3 (mp y fa1)
0
0
2 (ra y hu)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (ra)
0
4
0
2
5
0
36
0
18
45
0
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
1 (cst)
0
1 (md)
0
3 (zy y mt)
0
2 (pel y e)
0
1 (vto)
1 (par)
0
2 (pel y at)
1 (cst)
3 (cst, hu y ra)
0
0
0
1 (cst)
1 (cst)
1 (par)
0
0
1 (hu)
0
1 (mt)
0
0
0
0
6
1
4
4
5
30
5
20
20
25
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
1 (ta 4)
0
0
1 (ti)
1 (cst)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (mp)
0
0
1 (cst)
1 (cst)
0
0
0
0
0
2
0
0
2
2
33
0
0
33
33
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
1 (vto)
0
0
0
0
0
1 (ti)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (cst)
0
0
0
0
0
0
0
0
1
2
0
0
0
33
66
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (fe)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (pel)
0
0
0
0
2
0
0
0
0
100
0
0
9
15
13
3
6
3
49
Bos taurus
n3
Capra hircus
n3
Ovis aries
n 11
Ovis/Capra
n 20
Sus domesticus
n6
Cervus elaphus
n3
Oryctolagus c.
n2
Total
118
[page-n-134]
centra el mayor número de individuos de especies domésticas,
30 y 23 respectivamente, espacios en los que mencionábamos
las partes esqueléticas muestran pruebas de actividades de procesado. El número de restos de caballo es mayor en los espacios J y K que en el resto. Si se comparan las partes anatómicas
que aparecen representadas en estos espacios es posible observar que la cabeza es la parte más abundante y concretamente
los dientes los elementos más numerosos lo que provoca un
aumento de la representación de esta especie, sin que suponga
un número mínimo de individuos superior al registrado en los
espacios A y C. La distribución de bóvidos en los diferentes
ámbitos es heterogénea. El número de restos de bóvidos muestra un porcentaje más elevado en el espacio J. Si se considera
el NMI, el porcentaje de representación aumenta en el espacio
A respecto al NR documentado en ese mismo ámbito y disminuye en el caso del espacio C. En relación a los ejemplares de
oveja, se observa como el NMI es igual al de restos de Ovis/
Capra en el espacio D y K; y supera la suma de Ovis/Capra y
cabra en los espacios C y J. La proporción entre estos dos taxones es muy distinta si la unidad comparada es el número de
restos ya que la oveja aparece infrarrepresentada. Los restos
de cerdo evidencian gran variabilidad en su distribución numérica, según el NMI la distribución de esta especie es similar
en los espacios A, C, D, K y ligeramente superior en E. Esto
mismo sucede con los restos de cabra, según el número mínimo de individuos la distribución porcentual es homogénea
salvo en el caso del espacio J que disminuye. La distribución
porcentual de los restos de perro es heterogénea en los diferentes ámbitos del poblado probablemente debido a que no se
trata de una especie destinada al consumo de su carne.
ACTIVIDADES IMPLICADAS EN EL PROCESADO
ANIMAL DE LAS ESPECIES CONSUMIDAS
EN CARAMORO I Y LA DISTRIBUCIÓN ESPACIAL
DE RESTOS CON MARCAS DE PROCESADO
El registro de las alteraciones antrópicas permite la reconstrucción del procesado de los animales. Las actividades implicadas
en el procesado de las carcasas consideradas en este estudio son:
desuello, evisceración, descuartizamiento, despiece, descarnadura y consumo del cerebro (Saña, 1999: 66). La localización
de las trazas y sus características morfológicas ha permitido interpretar la acción que pudo ocasionarlas y se han caracterizado
las actividades implicadas en el procesado de cada una de las
especies (fig.11.6 y tabla 11.8).
El desuello o la acción por la que se separa la piel del
animal ha sido registrada en restos de Bos taurus y ovicápridos, concretamente en el hueso zigomático (fig. 11.7f). Estas
marcas se ocasionaron en el intento de separar la piel de la
cabeza, incidiendo en el lugar donde la piel está adherida al
hueso apenas sin carne. También se encuentran en un parietal de ovicáprido y en una mandíbula de Ovis aries. Además
de en la cabeza se han documentado marcas como resultado
de esta acción en huesos de la parte distal de la extremidad.
También es el caso de Sus domesticus, en el que las marcas
rodean el tarso 4, la diáfisis distal de la tibia y los metápodos.
Así mismo, se ha observado en restos de Equus caballus, sobre un tarso 2+3. En restos de ovicápridos se registran marcas
longitudinales en la misma dirección del eje del metatarso.
Así mismo, se ha registrado evidencias de desollado en metápodos y en la diáfisis distal de una primera falange de Ovis
aries, así como en un talus de Capra hircus (fig. 11.7e).
La evisceración consiste en la extracción de las vísceras y la
lengua. En Caramoro no existen evidencias del aprovechamiento
de la lengua pero sí se ha documentado marcas de evisceración en
la cara ventral del corpus de una costilla de ovicáprido.
El descuartizamiento consiste en la separación de los cuartos trasero y delantero del tronco. En el caso del Oryctolagus
cuniculus se han encontrado evidencias de esta acción sobre un
fémur y una pelvis. En restos de ovicáprido se observan en el
corpus de la escápula y junto al acetábulum de la pelvis. También en este hueso se han registrado en huesos tanto de oveja
como de cabra. Del mismo modo, durante el despiece primario
quedan marcas en la base del cráneo resultado de la separación
del cráneo del esqueleto axial. Se ha observado en el cóndilo occipital de Bos taurus, mientras que en ovicápridos estas marcas
se han documentado en un atlas (fig. 11.7c).
Una vez separadas las extremidades, tiene lugar su despiece.
Éstas se trocean en porciones más pequeñas. La extremidad posterior muestra evidencias de haber sido fragmentada en dos porciones de menor tamaño a la altura de la articulación de la tibia con el
fémur, dejando muestras de ello en el diáfisis proximal de una tibia
de Sus domesticus. La extremidad anterior se trocea a la altura de la
articulación entre el húmero (fig. 11.7d), el radio y la ulna, así se ha
evidenciado en huesos de Capra hircus y Ovis aries. Otras partes
anatómicas también se despiezan o filetean, es el caso del tronco
que se trocea a la altura de las vértebras torácicas. Se ha documentado en restos de Cervus elaphus y en la desarticulación de costillas
(fig. 11.7b) o la mandíbula, en restos de ovicáprido.
La descarnadura consiste en la separación de la carne del
hueso. Se han observado marcas de esta acción en aquellas partes del animal que poseen un mayor aporte cárnico, como las
costillas de Bos taurus, Sus domesticus, ovicápridos y Cervus
elaphus, concretamente, en la superficie dorsal del corpus de
este hueso (fig. 11.7a). Específicamente en el caso del cerdo se
ha identificado esta acción sobre la décima costilla. También se
han registrado marcas de descanadura sobre un húmero y un
radio de ovicápridos y sobre una tibia de Cervus elaphus.
Se ha comparado la distribución espacial de los restos con
trazas de procesado, considerando las especies que las presentan y las actividades que las ocasionaron, lo que ha permitido
identificar patrones de procesado relacionados con el uso de los
diferentes espacios del asentamiento.
Los restos de Bos taurus con trazas de procesado se han localizado en el espacio C. En este mismo espacio se recogió el único
resto de Equus caballus con marcas de carnicería. Hay restos de
ovicápridos con trazas asociados a los espacios A, C, D, E, J y K.
En los casos que ha sido posible discriminar entre oveja y cabra,
los restos con marcas de procesado proceden de los espacios A, C
y D. Los huesos de oveja con estas evidencias también aparecen
el espacio K. Las trazas registradas en huesos de Sus domesticus
se han recuperado en el espacio A y en el espacio J. Los huesos
de conejo con marcas se encontraron en los espacios E y K. Por
último, los huesos de ciervo con alteraciones antrópicas se concentran en los espacios A, C y J (tabla 11.8).
Los ámbitos en los que se ha registrado un mayor número
de trazas coincide con los espacios considerados de habitación
(Jover et al., 2019: 16), C, D y A por orden numérico (tabla 11.8).
119
[page-n-135]
Figura 11.7. Marcas de procesado documentadas en
restos de Caramoro I y actividades que las produjeron: Descarnado en costilla de Cervus elaphus (a),
descuartizado en costilla de Sus domesticus (b) y
atlas de Ovis/Capra (d), desarticulado en húmero de
Ovis aries (d), desollado en talus de Capra hircus (e)
y zigomático de Bos taurus (f); despiece en costilla
de Sus domesticus (g).
En cambio la escasa presencia de restos, casi anecdótica, en otros
como el espacio K y el espacio E podría indicar que su presencia
sea ocasional. En el espacio J se han localizado cinco restos con
marcas de procesado pero su ubicación, cercana al barranco y el
efecto de la erosión sobre su conservación ha podido afectar directamente en la representación de restos de fauna.
Si analizamos la distribución espacial de los restos con trazas y en qué partes del esqueleto aparecen, se observa que en
los espacios C y D tenía lugar una primera fase del procesado
de los animales. En ambos espacios se desollaba y descuartizaba tanto ovejas, como cabras. Además, en el espacio C, se han
encontrado evidencias de estas actividades en restos de especies de mayor tamaño como, los bóvidos y cérvidos, este hecho unido a la mayor representación de las partes anatómicas
desechadas durante el procesado primario del animal podría
sugerir que este espacio pudo ser el lugar del asentamiento
desde donde se distribuían las porciones de mayor aporte cárnico (extremidades delantera y trasera) a espacios donde tenía
120
lugar su despiece en porciones de menor tamaño y descarnado para facilitar su consumo. Aunque esta hipótesis podría ser
refutada si se considera que es también en este espacio donde
se concentra el mayor número de restos y por tanto este hecho
podría condicionar la presencia de un mayor número de restos con marcas. Lo que se puede asegurar es que estos restos
fueron desechados en este espacio y probablemente también
consumidos. La segunda fase del procesado se documenta en
los espacios A y J. Es interesante destacar que los restos de
cerdo con evidencias de procesado se concentran en estos mismos dos espacios (A y J) donde pudo tener lugar el desollado,
despiece y descarnado de esta especie. Esta especie se sacrifica predominantemente a una edad temprana, como ya se ha
mencionado y por tanto que su tamaño sea menor podría haber
influido en el hecho que se procesase en un mayor número
de ámbitos que el resto, como indicaría la mayor proporción
de restos pertenecientes a las partes anatómicas con un aporte
cárnico menor (ver tabla 11.4).
[page-n-136]
CONSIDERACIONES FINALES
El estudio arqueozoológico de los restos procedentes de tres
actuaciones distintas en Caramoro I ha mostrado algunos datos de interés sobre la cabaña ganadera gestionada y algunas de
las prácticas de caza y pesca que sus habitantes realizarían de
forma habitual. A nivel general, los datos obtenidos no difieren
de forma significativa de lo ya observado en otros conjuntos
faunísticos analizados, tanto de asentamientos próximos, como
puede ser Cabezo Pardo (Benito, 2014) o Tabayá (Rizo, 2009),
como de otros mucho más alejados, caso de La Bastida (Andúgar, 2016). Sin embargo, consideramos necesario comentar
de forma sucinta algunos rasgos singulares que sería necesario
considerar para futuras investigaciones.
En primer lugar, la presencia de un número mayor de restos
de caballo en un yacimiento fronterizo como Caramoro I, respecto a otros asentamientos coetáneos puede responder a una
necesidad de comunicación con los asentamientos de mayor tamaño e importancia, considerados centros de control de la producción, donde se concentraría un mayor número de habitantes.
Sorprende cómo en un asentamiento de mayor tamaño, como
La Bastida (NR: 71, 1,4%), se han recuperado restos de esta
especie en una proporción menor que en Caramoro I (NR: 36,
2,6%), respecto a la muestra identificada taxonómicamente. Su
representación numérica es superior también a los asentamientos alicantinos más cercanos en su fase argárica, como es el caso
de Tabayá (NR: 34, 1,53%), Cabezo Pardo (NR: 1, 0,11%) y
la Illeta dels Banyets (NR: 1, 0,11%). Esta especie no se cría
prioritariamente por su carne, aunque sí se ha podido consumir
de manera ocasional, como evidencia la presencia de marcas de
procesado en algunos restos.
Por otro lado, la acusada diferencia en la presencia de restos
de ovejas respecto a las cabras también es una característica que
solo puede atribuirse a Caramoro I si se compara con Tabayá
(oveja NR: 46, 2,07% y cabra NR: 41, 1,85%), Cabezo Pardo
(oveja NR: 31, 3,42% y cabra NR: 25, 2,76%) y la Illeta dels
Banyets (oveja NR: 2, 2,3% y cabra NR: 1, 1,1%). En los yacimientos argáricos del área actual alicantina, la proporción entre
ovejas y cabras es similar, aunque es importante matizar también que los restos de ovejas son ligeramente predominantes en
todos ellos. Una hipótesis que podría explicar la preferencia por
esta especie vendría a considerar el hecho que de este animal
además de la carne, la leche y otros productos derivados que
pueda compartir con la cabra, se puede aprovechar también el
vellón lo que podría ser un criterio decisivo para discriminar
entre ambas especies en un espacio en el que no es posible la
cría de un rebaño muy numeroso. El escaso número de individuos sacrificados en edad reproductiva indica además un interés
por el mantenimiento del rebaño. Esta ausencia también podría
explicarse por la necesidad de la cría de rebaños más pequeños y
selectivos y de este modo conseguir una mayor producción con
un menor número de efectivos.
En sí, la cabaña doméstica es la más importante proveedora
de alimentos en Caramoro I, como muestran los datos obtenidos
de la comparación de representación de especies domésticas y
salvajes. En relación con los patrones de sacrificio de las especies domésticas cabe destacar el sacrificio de animales jóvenes
entre las ovejas, lo que denota un consumo destinado a la obtención de carne tierna y de algunos animales en edad adulta/senil
que podría indicar un interés por el mantenimiento de algunos
de ellos por su capacidad reproductiva o por la lana, entre otras.
Las cabras presentan un patrón distinto en el que predomina el
sacrificio de animales jóvenes, lo que revela una preferencia por
la carne tierna. En el caso de los cerdos, predomina el sacrificio
de animales jóvenes que han alcanzado el máximo de peso para
ser consumidos. Son escasos los animales adultos de esta especie en el asentamiento.
La distribución espacial del NR, del NMI y de las partes
anatómicas de las especies domésticas también ha permitido interpretar, junto con la distribución de los restos con marcas de
procesado, las actividades relacionadas con el procesado animal
en los diferentes espacios del asentamiento. Las marcas de corte resultado de actividades de carnicería se han documentado
con mayor relevancia numérica en restos de ovicápridos. En los
casos en los que ha sido posible discernir entre especies se ha
observado que los restos de oveja con evidencias de procesado
son más numerosas que las de cabra. Existen huellas de cortes
también en bóvidos, suidos, cérvidos y de manera anecdótica
en caballo y conejo. Además, se puede concluir la existencia
de patrones del proceso de carnicería que se repiten en algunos
espacios, concretando así qué fases del procesado animal tiene
lugar en qué partes del asentamiento. En los espacios A y C se
desolla y se descuartiza a ovejas y cabras, y en los espacios A y J
a los cerdos. En el espacio C también se han encontrado evidencias de desollado y descuartizado de bóvidos y de descarnado
de ciervo. Es en este mismo espacio C donde se representan más
abundantes las partes anatómicas desechadas durante el procesado (cabeza y extremidades distales) en el caso de caballo,
oveja, cerdo y ciervo. El espacio E muestra estas mismas partes
como las más numerosas, pero para cabras, ovejas y cerdos.
Los biotopos en los que habitan las especies de avifauna documentadas en la muestra de Caramoro I aportan una idea aproximada del entorno de este asentamiento. Muestran en el caso
de la perdiz una amplia variedad de hábitats, preferentemente
en medios abiertos, con arbolado disperso y así como zonas
agrícolas de secano extensivo. Este último podría ser el típico
paisaje argárico con campos de cebada sirviendo como entorno
propicio para la reproducción de la perdiz común. También se
registran aves acuáticas en el poblado, como por ejemplo la focha, una especie acuática sedentaria que habita en lagunas costeras, deltas y estuarios. Su presencia en el poblado junto con la
de otras anátidas, permite considerar la existencia de zonas de
humedales como una amplia biodiversidad en las proximidades
del asentamiento. En este sentido, no debemos olvidar que a sus
pies discurre el río Vinalopó realizando trazados meandriformes
donde se estancan las aguas de forma habitual.
En conclusión, los datos aportados por este breve estudio de
la avifauna no son más que una primera aproximación a las especies identificadas en Caramoro que bien podría ser ampliada
por la comparación de los restos con una colección de referencia
y completada con un análisis biométrico que pueda aportar más
datos acerca de la presencia de las aves en este asentamiento.
La escasa presencia de la muestra de ictiofauna no permite
más que mencionar entre las especies documentadas la dorada,
un resto de la familia de los barbos y un mugílido. De la comparación con la muestra de Cabezo Pardo y de la coincidencia de
algunas especies, se podría deducir que las actividades de pesca
por parte de los habitantes de Caramoro I se desarrollaron en
cursos fluviales cercanos al asentamiento.
121
[page-n-137]
ANEXO 11.1
Contextos incluidos en el estudio de la distribución espacial de restos de fauna en Caramoro I.
Año
Habitación
Sector/ UE
Fecha
Observaciones
Año
Habitación
Sector/ UE
Fecha
Observaciones
1989
A
A
6/XI/89
Tierra rojiza con
carbones
1989
D
B5 a/b
-
-
1989
A
A
6/XI/89
Estrato I
2015
D
1500
Limpieza superficial
1989
A
A
17/XI/89
Suelo de la casa
2015
D
1502
1989
A
A
18/XI/89
Debajo banco
entrada-sobre
suelo habitación
Derrumbe segunda fase
2015
D
1503
Derrumbe
1989
A
A
18/XI/89
Suelo casa
2015
D
1504
Relleno primera
fase
1989
A
A
25/XI/89
Limpieza del
suelo de la casa
2015
D
1505
1989
A
A
-
Nivel de la casa
Nivel de
abandono sobre
pavimento
2015
A
1000
2015
D
1506
2015
A
1001
Uso?
Pavimento primera fase
2015
A
1002
Pavimento
2015
D
1508
Relleno de calzo
de poste
2016
A
1000
Superficial
2015
D
1511
2016
A
1001
Relleno casi
superficial
Relleno de calzo
de poste
2015
D
2019
2016
A
1003
Nivel incendio
sobre banco
Limpieza superficial
1989
E
B6
-
-
2016
A
1004
Derrumbe de
muro 2004
1989
E
B6
27/XI/89
Estrato II
2016
A
1005
Derrumbe antiguo
1989
E
B6
29/XI/89
Suelo habitación
2016
A
1006
Relleno segunda
fase
1989
E
B6
30/XI/89
Suelo de la casa
habitación
2016
A
1007
Nivel de incendio
antiguo
1989
E
C6
30/XI/89
Cenizas bajo capa
amarilla y cantos
2016
A
2107
Uso
1989
E
B6
1/XII/89
Estrato I
2016
A
2114
Abandono
1989
E
B6
1/XII/89
Relleno roca-fosa
1989
C
B2
2015
E
1600
2015
E
1602
Derrumbe
2015
E
1604
Derrumbe primera
fase -incendio-
Superficial
7/XI/89
Capa 2. Grupo
superior (bajo
superficial)
Superficial
1989
C
B2
7/XI/89
Área 2 / Capa 2º
(bajo superficial)
2015
E
1605
Relleno tumba
1989
C
B2
8/XI/89
Estrato III
2016
F
1803
1989
C
C2
-
-
Relleno con desechos (Testigo B)
2015
C
1200
Superficial
2016
F
1805
2015
C
1201
Superficial
2016
F
1809
2015
C
1202
Superficial
Pavimento primera fase
2015
C
1203
Derrumbe
1989
J
B4
-
2015
C
1204
Pavimento
1989
J
C4
-
2015
C
1209
Relleno de acondicionamiento de
pavimento
2015
J
1400
1989
K
C3
2015
K
1300
Superficial
Superficial
-
-
1989
D
B5
10/XI/89
Estrato I
2015
K
1301
Superficial
1989
D
B5a
13/XI/89
Estrato II
2015
K
1302
Derrumbe
1989
D
B5a
13/XI/89
Estrato III
2015
K
1303
1989
D
B5a
17/XI/89
Estrato III
Relleno de nivelación entre fases
1989
D
B5a
-
-
122
[page-n-138]
ANEXO 11.2
Representación de especies por ámbito (% taxón calculado en relación al NISP). Abreviaturas utilizadas: EQCA: Equus caballus, BOTA:
Bos taurus, SUDO: Sus domesticus, OVAR: Ovis aries, CAHI: Capra hircus, OVCA: Ovis/Capra, CAFA: Canis familiaris, CEEL: Cervus elaphus, SUSC: Sus scrofa, LYPA: Lynx pardinus, ORCU: Oryctolagus cuniculus, VUVU: Vulpes vulpes.
A
ESPECIE
C
D
NISP
%
Peso (g)
NMI
NISP
%
Peso (g)
NMI
NISP
%
Peso (g)
NMI
DO tt
123
63,08
716,30
290
82,62
2235,44
165
53,92
586,17
EQCA
4
2,05
107,62
1
9
2,56
307,61
2
0
0,00
0,00
0
BOTA
9
4,62
68,94
2
21
5,98
567,24
2
8
2,61
76,33
1
SUDO
30
15,38
203,01
2
10
2,85
61,18
4
4
1,31
14,42
2
OVAR
9
4,62
57,63
2
30
8,55
298,83
11
22
7,19
165,50
4
OVCA
63
32,31
214,55
5
210
59,83
916,64
7
123
40,20
294,59
4
CAHI
6
3,08
56,16
3
9
2,56
74,56
3
7
2,29
24,69
2
OVCA tt
78
40,00
328,34
10
249
70,94
1290,03
21
152
49,67
484,78
10
CAFA
2
1,03
8,39
1
1
0,28
9,38
1
1
0,33
10,64
1
SAL tt
72
36,92
171,29
61
17,38
121,53
141
46,08
182,19
CEEL
9
4,62
102,38
2
11
3,13
70,18
1
3
0,98
13,80
1
SUSC
0
0,00
0,00
0
2
0,57
8,88
1
0
0,00
0,00
0
LYPA
1
0,51
3,11
1
1
0,28
7,61
1
0
0,00
0,00
0
ORCU
62
31,79
65,80
13
46
13,11
33,44
3
138
45,10
168,39
15
VUVU
0
0,00
0,00
0
1
0,28
1,42
1
0
0,00
0,00
0
NR
250
_
_
_
579
_
_
_
410
_
_
NISP
195
77,38
_
_
351
60,62
_
_
306
74,63
_
_
ND
57
22,62
_
_
228
39,38
_
_
104
25,37
_
_
E
ESPECIE
J
K
NISP
%
Peso (g)
NMI
NISP
%
Peso (g)
NMI
NISP
%
Peso (g)
NMI
DO tt
153
58,40
878,81
_
88
83,02
589,49
119
87,50
783,97
EQCA
0
0,00
0,00
0
12
12,77
223,16
3
11
8,80
306,88
1
BOTA
14
5,34
186,45
1
13
13,83
94,64
3
1
0,80
3,53
1
SUDO
14
5,34
129,03
4
3
3,19
31,84
1
7
5,60
57,50
2
OVAR
14
5,34
167,78
6
9
9,57
69,37
5
11
8,80
102,94
4
OVCA
95
36,26
310,00
7
50
53,19
149,01
3
82
65,60
246,20
4
CAHI
8
3,05
54,90
3
1
1,06
21,47
1
5
4,00
45,62
2
117
44,66
532,68
16
60
63,83
239,85
9
98
78,40
394,76
10
0
1
OVCA tt
CAFA
8
3,05
30,65
2
0
0,00
0,00
SAL tt
109
41,60
285,19
_
18
16,98
57,39
2
1,60
21,30
17
12,50
58,88
CEEL
4
1,53
193,94
1
6
6,38
37,32
2
6
4,80
47,33
1
SUSC
0
0,00
0,00
0
0
0,00
0,00
0
0
0,00
0,00
0
LYPA
0
0,00
0,00
0
1
1,06
7,03
1
0
0,00
0,00
0
ORCU
105
40,08
91,25
12
11
11,70
13,04
3
11
8,80
11,55
2
VUVU
0
0,00
0,00
0
0
0,00
0,00
0
0
0,00
0,00
0
NR
503
_
_
323
_
_
200
_
_
NISP
262
55,02
_
_
94
29,10
_
_
125
62,50
_
_
ND
241
47,91
_
_
229
70,90
_
_
75
37,50
_
_
123
[page-n-139]
ANEXO 11.3. DATOS BIOMÉTRICOS DE LA MUESTRA DE CARAMORO I
Las dimensiones consideradas en el apartado biométrico de este estudio responden a la propuesta desarrollada por el Laboratori
d’Arqueozoologia de la UAB. A continuación, se incluyen las abreviaturas empleadas en este anexo y entre paréntesis se indica la abreviatura correspondiente a la sistematización de Driesch (1976). Las medidas que no disponen de ésta correspondencia se señalan con un
guión (-).
Esqueleto post-craneal
AC
-
Anchura del Caput (fémur).
AD
(SD)
Anchura mínima de la diáfisis.
Ad
(Bd)
Anchura máxima distal.
AM
(GB)
Anchura máxima.
AmrI
(SB)
Anchura mínima de la rama del Ilion (pelvis).
Ap
(Bp)
Anchura máxima proximal.
aPC
(DC)
Medida antero-posterior del Caput (fémur).
aPC
(SLC)
Medida antero-posterior del Collum (escápula).
aPD
(DD)
Medida antero-posterior de la diáfisis (metacarpo y metatarso).
aPd
(Dd)
Medida antero-posterior distal.
aPla
(Dl)
Medida antero-posterior lateral (talus de rumiantes).
aPM
-
Medida antero-posterior máxima (calcáneo y huesos cortos).
aPme
(Dm)
Medida antero-posterior medial (talus de rumiantes).
aPP
(GLP)
Medida antero-posterior del proceso articular (escápula).
aPp
(Dp)
Medida antero-posterior máxima proximal.
aPPa
(DPA)
Medida antero-posterior del proceso Anconaeus (ulna).
aPS
(LG)
Medida antero-posterior mínima de la superficie articular hasta el borde caudal de la ulna.
aPsD
-
Medida antero-posterior máxima supra diáfisis (ulna).
aPSd
(Dd)
Medida antero-posterior de la superficie articular distal (metacarpo y metatarso).
AS
(BG)
Anchura de la superficie articular (escápula).
ASd
(BT)
Anchura de la superficie articular distal (húmero, radio, metacarpo y metatarso).
ASp
(BFp)
Anchura de la superficie articular proximal (radio, ulna).
ATd
-
Anchura de la tróclea distal (fémur).
ATr
(BTr)
Anchura de la región del Trochanter tertius (lagomorfos).
BF
(BF)
Anchura de la facies articular (FA3 de équidos).
HmrI
(SH)
Altura mínima de la rama del Ilion (pelvis).
HMSd
-
Altura máxima de la superficie articular distal (húmero).
HmSd
-
Altura mínima de la superficie articular distal (húmero).
HO
(LO)
Altura máxima del Olecranon (ulna de rumiantes).
HS
(HP)
Altura de la superficie articular (FA3 de équidos y artiodáctilos).
HSp
-
Altura de la superficie articular proximal (ulna).
LA
(LA)
Longitud del Acetabulum incluyendo el labio (pelvis).
LAb
(LAR)
Longitud del Acetabulum en el borde interior (pelvis).
LC
(GLC)
Longitud máxima desde el Caput (húmero, fémur).
Ldo
(Ld)
Longitud de la superficie dorsal (FA3 de équidos y artiodáctilos).
LDP
(DLS)
Longitud diagonal (FA3 de équidos y artiodáctilos).
LE
(HS)
Longitud máxima en la región de la espina (escápula).
LF
(LF)
Longitud de la superficie articular (FA3 de équidos).
Lla
(GLl)
Longitud lateral (talus artiodáctilos).
LM
(GL)
Longitud máxima.
124
[page-n-140]
Lme
(GLm)
Longitud medial (talus artiodáctilos).
LMpe
(GLpe)
Longitud máxima periférica (FA1 y 2 de artiodáctilos).
LPc
-
Longitud del proceso calcáneo (calcáneo de équidos y artiodáctilos).
MBS
MBS
Anchura media de la cara plantar (FA3 de suidos y rumiantes).
SDO
SDO
Profundidad mínima del Olecranon (ulna).
Bos taurus
HUE
NIN YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
HU
LM
LC
Ap
aPp
AD
399
CMI
C
B2
BOTA
F
LA
LAb
PEL
LM
209
CMI
C
B2
BOTA
F
FA2
A9
CMI
A
FA3
996
CMI
E
D4Inf
493
M2Inf
69,31 52,04
LMpe
F
36,69
LDP
B6
BOTA
F
69,42
LM
AM
CMI
J
B4
_
11,51
LM
AM
494
CMI
J
B4
BOTA
6-8 años
26,72
10,80
UE
ESP
1001 BOTA
BOTA 15-26 meses
Ap
APp
Ad
ASd
HMSd
HmSd
63,92 62,42
35,29
26,27
Hmrl Amrl
AD
Ad
APd
25,47 26,10 19,23 20,71 23,37
Ldo
MBS
53,32 24,34
Cervus elaphus
HUE
CAL
M2Sup
NIN YAC AMB
1984 CMI
A107 CMI
EF
Medidas
LM
AM
aPM
A
A
CEEL
F
74,50
19,53
27,36
LM
AM
Mayor de 2 años
23,55
13,60
A
1005 CEEL
LPc
27,45
125
[page-n-141]
Equus caballus
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
MP
Ad
ASd
aPd
aPSd
1614
CMI
C
C2
EQCA
F
42,45
42,83
32,74
25,69
FA3
LM
HP
Ldo
AM
BF
LF
215
CMI
C
B2
EQCA
F
57,89
37,83
48,59
70,14
40,38
23,31
SES
LM
AM
216
CMI
C
B2
EQCA
_
40,83
12,50
Capra hircus
HUE
NIN YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
HU
LM
LC
Ap
aPp
AD
Ad
127
CMI
A
A
CAHI
F
13,80
R
LM
Ap
ASp
APp
AD
270
CMI
C
B2
CAHI
F
27,06
717
CMI
D
B5
CAHI
F
PEL
LA
LAb
Hmrl Amrl
C
C2
CAHI
F
27,15
22,85
15,58 7,45
LM
Ap
AC
ATr
aPC
AD
aPM
LPc
FE
1485 CMI
A76
CMI
A
1005 CAHI PF (3,5 años)
26,07 14,08
ASd HMSd
HmSd
27,37
27,8
16,07
12,67
Ad
ASd
APd
21,12
16,52 14,42
MACHO
Ad
ATd
32,27 38,07
CAL
LM
AM
739
CMI
D
B5a
CAHI
F
48,54
16,14
18,67 19,13
961
CMI
E
B6
CAHI
_
18,19 17,16
TA
Lla
Lme
aPla aPme
Ad
874
CMI
D
B5a
CAHI
_
28,60
26,06
14,13 14,05 18,26
MT
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPd
aPSd
E
B6
CAHI
18,13
16,49
APp
AD
Ad
APd
12,15 8,66
8,89
10,7
FA2
126
1123 CMI
1902 CMI
LMpe
Ap
E
C6
CAHI
F
25,48
11,92
[page-n-142]
Capra hircus
HUE
NIN YAC AMB
D2Inf
UE
ESP
EF
Medidas
LM
AM
1909 CMI
E
C6
CAHI
0-2 semanas
5,94
3,41
1688 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
5,32
3,35
LM
AM
D3Inf
1909 CMI
E
C6
CAHI
0-2 semanas
8,45
4,64
1799 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
8,62
4,80
1688 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
9,03
4,97
LM
AM
D4Inf
1689 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
14,19
5,37
1688 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
14,85
6,32
1799 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
14,79
6,63
LM
AM
P3Inf
1878 CMI
K
C3
CAHI
_
8,13
4,74
175
C
B2
CAHI
2-3 años
9,26
3,90
CMI
P4Inf
LM
AM
175
CMI
C
B2
CAHI
2-3 años
11,71
5,23
M1Inf
LM
AM
474
CMI
J
B4
CAHI
1-2 años
15,13
6,71
175
CMI
C
B2
CAHI
2-3 años
9,36
1,76
1689 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
12,75
5,12
1799 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
15,00
6,30
1572 CMI
C
C2
CAHI
6-12 meses
16,01
6,74
M2Inf
LM
AM
175
CMI
C
B2
CAHI
2-3 años
12,25
1,71
Ovis aries
HUE
NIN
UE
ESP
EF
Medidas
YAC AMB
E
aPC
aPP
aPS
AS
LE
1466
CMI
C
C2
OVAR
F
14,79
26,74 18,39 16,87
805
CMI
D
B5a
OVAR
F
13,81
27,22 19,24 16,69
127
[page-n-143]
Ovis aries
HUE
NIN
UE
ESP
EF
Medidas
YAC AMB
HU
LM
LC
Ap
aPp
AD
877
CMI
D
B5a
OVAR
F
25,54 25,25
16,65
12,43
734
CMI
D
B5
OVAR
F
8,70
20,12 20,35
11,02
7,75
R
LM
Ap
ASp
APp
AD
716
CMI
D
B5
OVAR
F
UL
LM
HO
A100
CMI
A
1005
OVAR
F
PEL
LM
LA
351
CMI
C
B2
OVAR
F
23,23 24,42 13,16 13,70
aPPa
aPS
Ad
ASd
Ad
ASd
APd
ASp
SDO
APsD HSp
22,57 14,50 13,88 19,18 19,22
LAb
HMSd HmSd
Hmrl Amrl
26,65 21,48 12,50
6,36
FE
LM
Ap
AC
ATr
aPC
AD
Ad
ATd
740
CMI
D
B5a
OVAR
F
32,21
38,31
Ap
APp
AD
Ad
ASd
aPd
TI
LM
945
CMI
E
B6
OVAR
F
CAL
LM
AM
D106
CMI
D
1503
OVAR
PF (3 años)
48,54
477
CMI
J
B4
OVAR
_
22,19 17,75 11,81
aPM
LPc
19,28 17,66
16,23 19,65 18,61
TA
Lla
350
CMI
C
B2
OVAR
_
25,32
24,31 14,14 14,38 15,85
Lme
D107
CMI
D
1503
OVAR
_
24,91
23,79 14,43
MC
LM
973
CMI
E
B6
OVAR
_
CENTQ
LM
AM
D108
CMI
D
1503
OVAR
_
17,16
19,35
Ap
aPla
aPp
aPme
15,60
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
19,52 13,30 11,32
C 2+3
LM
AM
206
CMI
C
B2
OVAR
_
16,85
15,43
Ad
FA2
LMpe
Ap
APp
AD
Ad
APd
372
CMI
C
B2
OVAR
5-7 meses
21,04
11,92
12,57
9,02
9,34
11,29
128
[page-n-144]
Ovis aries
HUE
NIN
YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
D2Inf
LM
AM
168
CMI
1571
CMI
A
A
OVAR
6-12 meses
6,06
3,05
C
C2
OVAR
2-6 meses
5,14
2,58
174
690
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
5,75
3,29
CMI
D
B5
OVAR
6-12 meses
5,41
2,88
D3Inf
LM
AM
168
CMI
A
A
OVAR
6-12 meses
7,30
_
1122
CMI
C
C2
OVAR
_
8,15
4,44
1470
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
7,30
4,69
174
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
9,56
4,38
1571
CMI
C
C2
OVAR
2-6 meses
9,42
4,43
304
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
7,27
4,74
690
CMI
D
B5
OVAR
6-12 meses
7,60
4,74
1687
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
8,90
4,76
D4Inf
LM
AM
168
CMI
A
A
OVAR
6-12 meses
17,35
6,41
1470
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
14,29
5,58
1469
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
14,53
5,97
304
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
16,92
5,55
174
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
17,82
5,64
D150
CMI
D
1504
OVAR
2-6 meses
15,63
4,92
690
CMI
D
B5
OVAR
6-12 meses
17,95
5,81
D151
CMI
D
1504
OVAR
6-12 meses
17,57
6,32
801
CMI
D
B5a
OVAR
6-12 meses
15,27
6,37
1687
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
14,90
6,18
1794
CMI
K
C3
OVAR
2-6 meses
18,70
5,58
I2Inf
LM
AM
393
CMI
C
B2
OVAR
_
6,97
2,99
P2Inf
LM
AM
1471
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
5,78
4,25
P3Inf
LM
AM
99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
7,21
5,88
1471
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
6,27
5,10
1472
CMI
C
C2
OVAR
8-10 años
7,78
5,00
1997
CMI
J
C4
OVAR
1-2 años
8,67
5,24
473
CMI
J
B4
OVAR
8-10 años
7,26
5,88
129
[page-n-145]
Ovis aries
HUE
NIN
YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
P4Inf
LM
AM
99
CMI
A99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
6,90
5,74
A
1005
OVAR
8-10 años
9,33
6,65
305
1471
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
8,89
5,62
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
8,22
5,92
1472
CMI
C
C2
OVAR
8-10 años
9,76
5,91
1910
CMI
E
C6
OVAR
3-4 años
9,92
6,06
1908
CMI
E
C6
OVAR
8-10 años
6,94
5,25
473
CMI
J
B4
OVAR
8-10 años
8,14
6,64
M1Inf
LM
AM
168
CMI
A
A
OVAR
6-12 meses
15,24
6,27
99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
8,53
6,45
1470
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
12,34
6,38
1474
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
12,91
6,74
1469
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
13,13
6,99
386
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
16,41
7,43
305
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
11,89
7,48
176
CMI
C
B2
OVAR
6-12 meses
8,57
1,91
1475
CMI
C
C2
OVAR
6-12 meses
13,87
6,86
1473
CMI
C
C2
OVAR
6-12 meses
16,18
6,90
1471
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
10,06
6,26
690
CMI
D
B5
OVAR
6-12 meses
15,44
5,56
1910
CMI
E
C6
OVAR
3-4 años
12,66
6,94
1912
CMI
E
C6
OVAR
6-12 meses
13,74
7,28
1908
CMI
E
C6
OVAR
8-10 años
9,41
6,67
1997
CMI
J
C4
OVAR
1-2 años
15,33
6,75
574
CMI
J
B4
OVAR
8-10 años
10,78
7,23
575
CMI
J
B4
OVAR
8-10 años
13,00
7,83
1687
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
12,78
6,81
1690
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
14,02
6,91
1800
CMI
K
C3
OVAR
6-12 meses
14,73
6,19
1797
CMI
K
C3
OVAR
6-12 meses
15,36
7,92
M2Inf
LM
AM
99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
11,25
7,51
1474
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
15,30
6,53
1470
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
15,38
6,64
386
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
13,80
7,19
1469
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
17,17
7,44
305
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
15,00
7,68
1473
CMI
C
C2
OVAR
6-12 meses
17,29
6,01
1475
CMI
C
C2
OVAR
6-12 meses
16,30
6,59
130
[page-n-146]
Ovis aries
HUE
NIN
YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
M2Inf
LM
AM
303
1471
CMI
C
B2
OVAR
6-12 meses
18,62
7,31
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
13,78
7,66
1910
CMI
E
C6
OVAR
3-4 años
16,79
7,36
1913
CMI
E
C6
OVAR
6-12 meses
17,00
6,84
1908
CMI
E
C6
OVAR
8-10 años
10,40
6,93
1687
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
15,85
6,95
M3Inf
LM
AM
99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
21,15
7,89
1471
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
20,13
7,57
1908
CMI
E
C6
OVAR
8-10 años
20,12
7,30
Ovicaprino
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
PEL
LM
LA
LAb
Hmrl
Amrl
1585
CMI
C
C2
OVCA
F
12,78
8,95
1586
CMI
C
C2
OVCA
_
11,84
7,50
FE
LM
Ap
AC
ATr
aPC
AD
Ad
ATd
D160
CMI
D
1505
OVCA
F
13,09
MACHO
TI
LM
Ap
APp
AD
Ad
ASd
aPd
D161
CMI
D
1505
OVCA
F
12,80
D2Sup
D3Sup
D4Sup
LM
AM
367
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
8,14
5,55
D199
CMI
D
1505
OVCA
JUV
8,25
5,55
LM
AM
169
CMI
A
A
OVCA
6-12 meses
8,12
5,08
366
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
10,77
8,31
367
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
12,84
8,29
LM
AM
169
CMI
A
A
OVCA
6-12 meses
13,06
7,41
366
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
10,40
10,32
307
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
10,42
9,93
131
[page-n-147]
Ovicaprino
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
P3Sup
LM
261
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
306
CMI
C
B2
OVCA
3-4 años
100
CMI
A
A
OVCA
C60
CMI
C
1201
394
CMI
C
B2
261
CMI
C
306
CMI
C
D197
CMI
P4Sup
M1Sup
M2Sup
132
AM
8,50
_
7,86
5,29
LM
AM
2-3 años
7,43
_
OVCA
_
8,95
8,74
OVCA
1-2 años
9,58
7,83
B2
OVCA
1-2 años
9,48
_
B2
OVCA
3-4 años
10,29
8,21
D
1505
OVCA
2-4 años
8,52
8,40
LM
AM
100
CMI
A
A
OVCA
2-3 años
11,06
_
169
CMI
A
A
OVCA
6-12 meses
14,50
8,41
366
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
14,00
10,81
261
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
12,79
10,11
307
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
15,03
10,28
306
CMI
C
B2
OVCA
3-4 años
12,45
10,85
1573
CMI
C
C2
OVCA
6-12 meses
16,01
6,74
1573
CMI
C
C2
OVCA
6-12 meses
13,54
10,20
1468
CMI
C
C2
OVCA
6-12 meses
16,56
10,96
367
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
14,08
9,55
262
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
13,64
8,85
265
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
8,97
5,25
D197
CMI
D
1505
OVCA
2-4 años
11,66
10,40
1334
CMI
E
B6
OVCA
1-2 años
13,56
10,45
1334
CMI
E
B6
OVCA
1-2 años
16,36
10,41
1333
CMI
E
B6
OVCA
6-12 meses
13,11
9,36
1914
CMI
E
C6
OVCA
6-12 meses
13,47
8,88
475
CMI
J
B4
OVCA
6-12 meses
14,75
10,25
1793
CMI
K
C3
OVCA
1-2 años
12,73
8,92
K12
CMI
K
1302
OVCA
2-4 años
11,88
11,36
LM
AM
100
CMI
A
A
OVCA
2-3 años
13,44
9,18
A110
CMI
A
1005
OVCA
2-4 años
15,08
10,07
366
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
16,62
9,45
261
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
15,30
9,53
263
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
14,82
5,70
298
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
16,01
9,87
307
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
16,61
9,60
306
CMI
C
B2
OVCA
3-4 años
15,94
10,27
[page-n-148]
Ovicaprino
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
M2Sup
LM
AM
M3Sup
367
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
15,10
9,55
1917
CMI
E
C6
OVCA
1-2 años
16,84
_
1915
CMI
E
C6
OVCA
2-3 años
15,30
9,92
1916
CMI
E
C6
OVCA
2-3 años
14,74
10,24
1333
CMI
E
B6
OVCA
6-12 meses
15,34
8,70
1996
CMI
J
C4
OVCA
1-2 años
17,08
8,85
1792
CMI
K
C3
OVCA
1-2 años
15,82
9,24
LM
AM
100
CMI
A
A
OVCA
2-3 años
17,84
10,33
264
CMI
C
B2
OVCA
2-3 años
11,44
4,95
266
CMI
C
B2
OVCA
2-3 años
11,49
_
306
CMI
C
B2
OVCA
3-4 años
17,62
10,05
1918
CMI
E
C6
OVCA
4-6 años
16,57
9,43
UE
ESP
Sus domesticus
HUE
NIN
YAC AMB
EF
Medidas
E
aPC
aPP
aPS
AS
LE
1714
CMI
K
C3
SUDO
F
21,04
UL
LM
HO
aPPa
aPS
APsD
1928
CMI
E
C6
SUDO
_
34,21
CAL
LM
AM
aPM
LPc
1818
CMI
K
C3
SUDO
F
19,00
28,59
MC II
LM
Ap
aPp
AD
Ad
A160
CMI
A
53,88
6,51
10,15
6,25
MT V
A84
CMI
A
2114 SUDO PF (2 años)
1005 SUDO
HSp
ASp
23,17 20,49 23,90 20,26
ASd
aPD
SDO
aPSd
11,18 11,54 12,47 15,11
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
_
5,54
11,33
5,42
AD
Ad
APd
FA1
LMpe
Ap
ASp
APp
212
CMI
C
B2
SUDO
F
33,66
15,96
15,24
16,29 12,64 14,18 10,33
P2Inf
LM
AM
1919
CMI
E
C6
SUDO
_
10,01
6,10
133
[page-n-149]
Canis familiaris y Vulpes vulpes
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
E
aPC
aPP
aPS
AS
LE
1520
CMI
C
C2
CAFA
F
18,74
22,96
19,04
14,76
UL
LM
HO
aPPa
aPS
APsD
HSp
ASp
SDO
1006
CMI
E
B6
CAFA
F
19,06
19,96
11,49
17,52
18,43
12,93
17,63
TI
LM
Ap
APp
AD
Ad
ASd
aPd
1009
CMI
E
B6
CAFA
F
10,78
17,95
12,47
13,02
1114
CMI
E
B6
CAFA
F
26,23
30,86
CAL
LM
AM
aPM
LPc
1986
CMI
A
A
CAFA
F
38,01
14,01
15,96
MT III
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
1230
CMI
E
B6
CAFA
_
10,41
14,44
MT IV
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
C115
CMI
C
1203
VUVU
_
50,74
4,35
_
4,86
6,85
6,14
4,89
5,60
MD
6
10
14
18
1715
CMI
K
C3
CAFA
_
91,17
33,61
19,08
46,45
Lynx pardina
HUE
NIN
HU
1519
TI
134
YAC AMB
UE
ESP
EF Medidas
LM
LC
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
HMSd
CMI
C
C2
LYPA
F
7,17
19,50
12,8
10,73
LM
Ap
APp
AD
Ad
ASd
aPd
66
CMI
A
A
LYPA
F
8,81
15,45
15,15
10,31
[page-n-150]
Oryctolagus cuniculus
HUE
NIN
YAC AMB
UE
ESP
EF
E
Medidas
aPC
aPP
aPS
8,08
6,77
7,39
8,11
6,88
299
CMI
C
B2
ORCU
F
4,31
D62
CMI
D
1503
ORCU
F
4,23
AS
D61
CMI
D
1503
ORCU
F
4,41
8,08
7,44
7,22
D66
CMI
D
1503
ORCU
F
4,69
8,66
7,08
7,23
762
CMI
D
B5a
ORCU
F
4,10
8,70
7,97
7,37
1062
CMI
E
B6
ORCU
F
3,59
7,64
7,51
6,76
1067
CMI
E
B6
ORCU
F
4,35
7,74
7,02
7,27
1068
CMI
E
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ORCU
F
1323
CMI
E
B6
ORCU
F
1222
CMI
E
B6
ORCU
F
957
CMI
E
B6
ORCU
F
15,16
5,59
15,76
6,59
11,98
13,44
6,60
E
12,49
7,00
15,02
CMI
11,71
7,38
F
CMI
12,43
6,47
6,24
1032
ATd
6,14
6,60
80,43
Ad
5,97
15,60
15,22
1040
AD
15,86
5,97
532
CMI
J
B4
ORCU
F
14,40
5,84
13,29
5,77
533
CMI
J
B4
ORCU
F
15,62
6,38
13,75
5,99
2000
CMI
J
C4
ORCU
F
14,43
5,73
13,36
5,97
6,29
[page-n-154]
Oryctolagus cuniculus
HUE
NIN
YAC AMB
A88
CMI
A
1005
38
CMI
A
A
ORCU
F
TI
UE
ESP
EF
Medidas
LM
ORCU
F
C83
CMI
C
1202
ORCU
F
219
CMI
C
B2
ORCU
F
89,38
Ap
APp
12,56 13,02
AD
Ad
aPd
ASd
4,68
10,48
8,51
5,53
5,21
10,59
8,72
5,88
5,22
11,56
8,73
5,98
11,47
9,35
6,14
13,20 13,47
D64
CMI
D
1503
ORCU
F
D171
CMI
D
1505
ORCU
F
889
CMI
D
B5a
ORCU
F
14,06 14,14
890
CMI
D
B5a
ORCU
F
12,90 13,63
891
CMI
D
B5a
ORCU
F
13,91 14,30
894
CMI
D
B5a
ORCU
F
5,63
11,42
9,12
6,4
825
CMI
D
B5a
ORCU
F
5,43
10,90
8,74
6,06
712
CMI
D
B5
ORCU
F
13,84 13,96
5,29
713
CMI
D
B5
ORCU
F
13,76 13,78
4,70
766
CMI
D
B5a
ORCU
F
13,88 14,15
767
CMI
D
B5a
ORCU
F
13,64 14,60
11,51
8,93
6,16
5,06
10,48
8,51
5,55
768
CMI
D
B5a
ORCU
F
1011
CMI
E
B6
ORCU
F
1013
CMI
E
B6
ORCU
F
12,89 13,19
4,98
5,30
88,23
5,08
13,29 14,05
5,46
14,61 14,35
4,41
1015
CMI
E
B6
ORCU
F
5,23
10,24
8,48
5,6
1016
CMI
E
B6
ORCU
F
5,51
9,88
8,73
5,9
955
CMI
E
B6
ORCU
F
4,87
10,44
9,36
6,23
CAL
LM
AM
aPM
A133
CMI
A
1005
ORCU
F
20,28
7,56
6,51
410
CMI
C
B2
ORCU
F
21,65
7,66
7,23
430
CMI
C
B2
ORCU
F
7,38
7,14
D43
CMI
D
1502
ORCU
F
21,24
8,09
D74
CMI
D
1503
ORCU
F
20,77
8,10
6,11
911
CMI
D
B5a
ORCU
F
21,29
8,24
6,82
LM
AM
CMI
C
B2
ORCU
_
10,15
5,43
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
CMI
D
1503
ORCU
18,45
2,91
3,77
2,02
2,96
2,66
1,89
2,52
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
A134
CMI
A
1005
ORCU
33,23
3,53
5,28
3,05
4,28
4,17
2,91
3,76
68
CMI
A
A
ORCU
3,16
4,22
3,98
3,18
3,69
TA
220
MC IV
D60
MT II
139
[page-n-155]
Oryctolagus cuniculus
HUE
NIN
MT IV
67
YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPd
aPSd
CMI
A
A
ORCU
31,74
3,50
5,51
2,71
3,95
3,59
3,3
2,78
3,25
3,49
3,40
1108
CMI
E
B6
ORCU
31,10
3,92
4,80
2,70
3,74
1857
CMI
K
C3
ORCU
31,90
3,52
5,65
2,68
3,79
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
A64
CMI
A
1005
ORCU
26,87
4,96
4,15
2,25
3,40
3,26
2,56
2,89
1
2
3
4
5
6
7 *
A142
CMI
A
1005
ORCU
17,65
10,60
A141
CMI
A
1005
ORCU
16,28
10,36
D67
CMI
D
1503
ORCU
13,58 28,16 14,58
9,43
D69
CMI
D
1503
ORCU
15,25
10,33
D68
CMI
D
1503
ORCU
15,35
10,22
D70
CMI
D
1503
ORCU
16,32
9,72
D71
CMI
D
1503
ORCU
15,86
10,64
D135
CMI
D
1504
ORCU
13,17 27,77 14,60
9,94
909
CMI
D
B5a
ORCU
13,67 29,84 16,17
9,39
MT V
MD
3,02
910
CMI
D
B5a
ORCU
14,27 29,75 15,48
11,21
831
CMI
D
B5a
ORCU
13,87 26,34 12,47
9,00
754
CMI
D
B5a
ORCU
16,01 29,82 13,81
10,18
755
CMI
D
B5a
ORCU
13,10 27,42 14,32
9,01
1069
CMI
E
B6
ORCU
13,43 28,26 14,83
10,59
1070
CMI
E
B6
ORCU
13,54
15,49
9,42
1071
CMI
E
B6
ORCU
12,54
13,56
8,61
1072
CMI
E
B6
ORCU
14,15
15,73
10,41
1073
CMI
E
B6
ORCU
11,26
12,18
8,17
534
CMI
J
B4
ORCU
12,81 26,61 13,80
7,93
535
CMI
J
B4
ORCU
14,89 32,28 17,39
9,95
* La dimensión número 7 de la mandíbula (MD) corresponde a la altura del diastema (Jones, 2005). El resto de dimensiones de este hueso son
las recogidas por Driesch (1976: Fig. 25).
140
[page-n-156]
12
Los intrumentos líticos en la vida cotidiana de Caramoro I
Francisco Javier Jover Maestre y Sergio Martínez Monleón
INTRODUCCIÓN
En los asentamientos argáricos suele ser habitual la documentación de una amplia gama de útiles elaborados sobre distintos tipos
de rocas empleados en numerosos menesteres. Los primeros estudios publicados en el siglo XIX, ya destacaron la presencia de
un buen número de artefactos líticos entre las evidencias materiales, en especial, de los instrumentos de molienda (Moreno, 1942
[1870]). Fueron los hermanos Siret (1890), los que, de forma sistemática, pusieron en evidencia su trascendencia en las prácticas
y economía de los grupos campesinos de la Edad del Bronce. Sin
embargo, hubo que esperar a la década de 1950 para encontrar la
primera publicación específica sobre la caracterización tipológica
de los útiles y las armas de El Argar (Cuadrado, 1950), y, treinta
años después, a la tesis doctoral de V. Lull (1983: 219-220, 420424), para disponer de un trabajo de análisis integral en el que se
destacaba y se reflexionaba sobre la importancia de los objetos
líticos como instrumentos de producción agrícola.
En los últimos años, el desarrollo de diversos proyectos de
investigación que han tenido como eje central el estudio de la
sociedad argárica en su globalidad, ha posibilitado reconocer la
importancia que entre los complejos artefactuales tuvieron los
instrumentos líticos (Risch, 1995, 1998; 2002; Martínez y Risch,
1999; Delgado Raack, 2008; 2013a; Afonso, 2000; Carrión, 2000;
Jover, 1997; 2014), pero también en otras zonas próximas como
el área del Levante de la península ibérica (De Pedro, 1985; Jover,
1997; 1998a; 1998b; 1998c; 2008; 2009), iniciándose en ambos
espacios, los primeros estudios de carácter traceológico (Jover,
1997; Jover et al., 2019; Clemente et al., 1999; Gibaja, 1999;
2002; 2003; Risch, 2002; Delgado Raack, 2008; 2013a; 2013b).
En las diferentes líneas de investigación emprendidas, los
planteamientos teóricos y metodológicos aplicados han venido
mostrando la relación directa que se puede establecer, como hipótesis de funcionalidad probable, entre la forma y la función de
cada grupo de objetos. Así, los instrumentos líticos, en especial,
los destinados al consumo productivo, participaron en numerosos procesos de trabajo –labores agrícolas, producción de instrumental óseo, labores metalúrgicas, etc.–, y ocuparon un lugar central en tareas de procesado de alimentos (Carrión, 2000;
Risch, 2002; Jover, 2008; Delgado Raack, 2013a; Jover, 2014).
Además, el análisis de su producción y su participación en otras
labores permite deducir aspectos relacionados con la organización social del trabajo, al haber sido elaborados siguiendo una
serie de procesos de trabajo lógica y secuencialmente establecidos, que implicaron desde la localización de los recursos naturales potenciales, la obtención de los soportes, los procesos de
manufactura y consumo, hasta su transporte, almacenamiento,
mantenimiento y desecho en cualquiera de los momentos del
ciclo producción-consumo (Marx, 1981; Jover, 1999a).
El estudio que aquí presentamos sobre el instrumental lítico
de Caramoro I es un nuevo caso de estudio aunque con limitaciones severas. La escasa información disponible sobre el contexto
de aparición de la mayor parte de los útiles líticos recuperados en
las antiguas excavaciones realizadas en Caramoro I, así como el
hecho de que el número de efectivos se ha visto reducido considerablemente al no haberse conservado buena parte de los mismos
en los fondos del MAHE, son algunos de los problemas que reducen, considerablemente, las inferencias deducibles de su estudio.
Estas dificultades no impiden, por otro lado, clasificar e incluso
proponer algunas hipótesis para el conjunto de los objetos recuperados de las antiguas excavaciones, junto a los obtenidos en las
intervenciones efectuadas en 2015 y 2016.
EL REGISTRO ARTEFACTUAL LÍTICO
DE CARAMORO I
El presente trabajo parte de la idea de considerar que prácticamente la totalidad de los artefactos líticos fueron instrumentos
de trabajo (Semenov, 1981), así como preformas o desechos
141
[page-n-157]
Figura 12.1. Representación
porcentual de los grupos
tipológicos de los objetos
líticos documentados en las
antiguas excavaciones en
Caramoro I.
relacionados con su producción. Partiendo de esta idea, se pretende representar los diferentes procesos de trabajo en los que
pudieron participar, pudiendo, de este modo, concretar las labores que de forma habitual serían efectuadas en las distintas
estancias del asentamiento.
El conjunto de procesos de trabajo relacionados con la producción lítica que pretendemos representar, pueden ser observados a través de las diferentes unidades de observación y análisis.
Ante la imposibilidad de reconocer áreas de actividad en las
excavaciones de Caramoro I, debemos partir necesariamente,
de la información implícita en los objetos –como productos–,
para, en algunos casos, complementarla con la limitada información contextual obtenida las excavaciones antiguas y de las
labores efectuadas en 2015 y 2016. Los criterios seguidos para
el estudio del conjunto son los mismos que los propuestos y
explicitados en trabajos previos (Jover, 2008; 2014), por lo que
no consideramos necesario insistir en ellos.
El registro artefactual
El conjunto de evidencias líticas analizadas asciende a un total
de 155 efectivos. En las excavaciones efectuadas entre 1981 y
1993 en Caramoro I se documentaron un total de 100 objetos
líticos. De este conjunto, 67 piezas corresponden a productos
líticos tallados sobre sílex, mientras que el resto –33– son bloques o cantos sin modificar –con o sin señales de uso–, soportes
desbastados, piqueteados y/o pulidos. A este reducido conjunto,
claramente disminuido durante el proceso de excavación efectuado en su momento, fruto de únicamente la selección de las
piezas completas o singulares –mucho más evidente en el caso
de los instrumentos de molienda–, debemos sumar los 55 objetos documentados en los trabajos desarrollados en los espacios
A, B, C, D y E en 2015 –35– y A y testigo B en 2016 –20–.
De ellos, 28 son evidencias relacionadas con la talla del sílex,
que sumados a las 67 piezas de anteriores excavaciones, queda
patente que la mayor parte del registro artefactual corresponde
a restos de talla e instrumentos líticos tallados en sílex –95 efectivos, 61,29 % sobre un total de 155 evidencias.
142
Distribución por grupos tipológicos y materias primas
En el conjunto artefactual recuperado se incluyen soportes de
diferentes litologías en los que no se observa ninguna modificación ni desbastado; los obtenidos por procesos de talla, así
como los desbastados, piqueteados y pulidos. Dentro de los
grupos tipológicos diferenciados, se ha distinguido entre los
productos líticos tallados –nódulos, núcleos, lascas, indeterminados y productos retocados (dientes de hoz, tabletas de
hoz y denticulados)–, junto a los bloques desbastados, piqueteados y/o pulidos –alisadores, afiladeras, bloques desbastados o sin desbastar, cantos, instrumentos pulidos de cara plana –entre los que incluimos fragmentos y/o esquirla pulida–,
instrumentos de molienda y triturado – molinos, molederas,
morteros y mano de mortero–, percutores y placas con o sin
perforación. Por su parte, las materias primas identificadas
han sido variadas, aunque habituales en el contexto regional.
A grandes rasgos cabe destacar la presencia de areniscas, calizas, conglomerados y microconglomerados, cuarcitas, diabasas/metabasitas, micaesquistos y sílex.
Observando la relación entre tipos líticos y materias primas, recogido en las tablas 12.1 y 12.2, destaca la presencia
de restos líticos y útiles tallados en sílex –95 piezas–, mientras que el resto de soportes –60– presenta señales de desbastado, piqueteado y/o pulidos, aunque en su mayor parte
corresponden a fragmentos de instrumentos. Los ejemplares
registrados durante las excavaciones de R. Ramos Fernández
ascienden a 61 objetos, mientras que los procedentes de las
intervenciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura suman
39 (fig. 12.1).
En relación con la distribución espacial de los objetos
documentados en las antiguas excavaciones contamos con
alguna información contextual. De los 100 soportes líticos,
13 fueron documentados en la habitación A; 2 en la B; 1 en
la zona de contacto entre la habitación B y D; 3 fueron recuperados en la habitación C; 6 fueron documentados en la
D; 5 fueron registrados en la E; 1 en la habitación I; 1 fue
recuperado en el espacio K y 48 tienen una procedencia indeterminada dentro del asentamiento.
[page-n-158]
Tabla 12.1. Relación entre grupos tipológicos y materias primas de los materiales de las antiguas excavaciones depositados en el MAHE.
Arenisca
Caliza
Congomerado /
Microconglomerado
Cuarcita
Diabasas /
Metabasitas
Esquistos
Sílex
Total
%
3
3
3
1
1
1
1
1
1
13
13
13
1
1
1
Debris
1
1
1
Dientes de hoz
12
12
12
Hachas
1
1
1
Indeterminados
Ins. pulidos
cara plana
Láminas
16
16
16
3
3
1
7
7
2
2
2
Lascas
18
18
18
Molederas
5
5
5
Molinos
15
15
15
Núcleos
2
2
2
Percutores
1
1
1
Tabletas de hoz
1
1
1
Total
3
3
20
1
5
1
67
100
100
%
3
3
20
1
5
1
67
100
Afiladeras/
alisadores
Astillas
Azuelas
Chunks/
Indeterminados
Cúpula térmica
Tabla 12.2. Relación entre grupos tipológicos y materias primas de los materiales de las labores efectuadas en 2015 y 2016.
Arenisca
Caliza
Bloque pulido
Cantos
modificados
Cantos sin
modificados
Chunk/
Indeterminados
Cúpula térmica
Congomerado /
Microconglomerado
2
5
Cuarcita
Diabasas /
Metabasitas
1
Total
%
3
5,45
1
1
1,81
1
6
10,9
3
3
5,45
2
2
3,64
Debris
2
2
3,64
Denticulado
1
1
1,81
Diente de hoz
1
1
1,81
Hacha
Esquistos
Sílex
1
Lascas
15
1
1,81
15
27,27
Molederas
6
6
10,9
Molinos
9
9
16,36
3
3
5,45
1
2
3,64
100
Núcleos/nódulos
Percutores/maza
Total
%
1
5
18
2
2
28
55
9,09
32,74
3,64
3,64
50,90
100
143
[page-n-159]
Figura 12.2. Relación entre grupos
tipológicos y materias primas de los
materiales de las labores efectuadas en
2015 y 2016.
De igual modo, en los trabajos efectuados en 2015 y 2016
se pudo constatar una amplia distribución de los objetos líticos, tanto en las distintos espacios señalados, como también
formando parte como mampuestos en distintos contrafuertes
murarios y paramentos. Ahora bien, el conjunto más destacado fue el documentado en la estancia A, donde, como basura
de facto del nivel más antiguo de ocupación del asentamiento –UUEE 1005 y 1007– se recuperaron, junto a otros tipos
de objetos como 4 vasijas, pesas de telar, punzones óseos y
caparazones marinos, un conjunto de 13 instrumentos líticos,
entre los que cabe citar, varios cantos calizos y de cuarcita,
un percutor de sílex, 2 lascas de sílex, una moledera, un fragmento de molino, un bloque de diabasa pulida y un hacha
pulida. Por tanto, de todo el conjunto parece evidente que en
la estancia A existía una importante presencia de instrumentos líticos, superior en número al resto. Junto a este conjunto
también debemos señalar la documentación en distintos espacios de fragmentos de molinos y molederas, además de un
diente de hoz, un denticulado y un variado conjunto de lascas
y de restos de talla en el espacio D, lo que viene a significar que las labores de talla serían efectuadas en este espacio,
pero no de modo exclusivo.
Por otro lado, dentro de los grupos tipológicos se han distinguido entre los productos líticos tallados –núcleos, astillas,
chunks/indeterminados, cúpulas térmicas, debris, lascas (completas y fragmentadas), láminas fragmentadas y productos retocados (dientes de hoz y tabletas de hoz)–, junto a bloques desbastados, piqueteados y/o pulidos –azuelas, afiladeras, hachas,
instrumentos pulidos de cara plana, instrumentos de molienda y
triturado, y percutores/maza.
Las materias primas más recurrentemente empleadas fueron
el sílex, seguida de los microconglomerados-conglomerados y,
en menor medida, las diabasas/metabasitas, areniscas, calizas
dolomías, cuarcitas y, puntualmente, esquistos de clara procedencia alóctona (fig. 12.2). Así, el sílex tiene una estricta relación con las labores de talla, los microconglomerados y conglomerados fueron empleados exclusivamente para la manufactura
144
de instrumentos de molienda y triturado, las diabasas/metabasitas para el trabajo de la madera y labores de afilado por fricción,
las cuarcitas para la percursión sobre materias primas blandas,
mientras que las areniscas, las calizas y los esquistos están relacionados con labores de abrasión.
Los grupos artefactuales
Por otro lado, los grupos artefactuales reconocidos en Caramoro I no difieren de los documentados habitualmente en
otros yacimientos argáricos o del ámbito valenciano (Jover,
1997; Risch, 2002, Delgado Raack, 2008; 2013a; 2013b).
Entre los productos tallados se han registrado nódulos de sílex, núcleos, lascas, dientes de hoz, una tableta de hoz y un
denticulado, también sobre lasca. Y entre el conjunto de instrumentos macrolíticos están presentes los alisadores y afiladeras, instrumentos de molienda, morteros, cantos con o sin
señales de uso, bloques desbastados o no, hachas y azuelas,
instrumentos pulidos de cara plana fracturados –o lascados
de éstos– y percutores /mazas. Es destacable, en el conjunto, la presencia de restos de talla de sílex, cuyas estrategias
debieron estar orientadas a la elaboración de dientes de hoz,
dada la documentación de tabletas de hoz como paso previo
a su definitiva conformación. Tampoco se puede olvidar el
amplio volumen de molinos, molederas, percutores –sin incluir algunos bloques desbastados que también pudieron ser
usados como percutores– y alisadores/afiladeras.
Uno de los aspectos más reseñables es la ausencia de instrumentos pulidos con filo de tipo atizadores, lajas y quicios
(Ayala, 1991; Delgado-Raack, 2013a), brazales de arquero y
placas de escaso espesor, presentes con cierta asiduidad en
los yacimientos argáricos de la Vega Baja del Segura y ámbito argárico en general. Pero tampoco se han documentado
yunques, martillos y grandes mazos, relacionados en algunas
publicaciones con los trabajos metalúrgicos (Risch, 2002;
Delgado-Raack, 2013a; 2013b).
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LAS LABORES DE TALLA
El conjunto artefactual más destacado, como ya hemos señalado, es
la presencia de restos de talla asociados a la producción de dientes
de hoz. Más del 61 % de las evidencias corresponden a esta actividad. La distribución espacial de restos es muy amplia, habiéndose
documentado tanto en distintas estancias del asentamiento, como
en su zona exterior. De su análisis se pueden extraer algunas apreciaciones de interés que pasamos a detallar.
Los bloques de materia prima
A lo largo de las distintas intervenciones arqueológicas han sido
documentados, al menos, 4 núcleos y un nódulo. Parece evidente
que para las labores de talla fueron seleccionados nódulos de sílex
pequeño tamaño, de tonos marrones y grisáceos preferentemente.
La presencia de un bloque sin tallar y de núcleos extremadamente
agotados –31 x 35 x 26 mm y 41 x 30 x 18 mm– es un indicador
de que mediante laboreos superficiales efectuados en el entorno
del yacimiento y a lo largo de los márgenes del río Vinalopó serían
seleccionados diversos bloques para su traslado al asentamiento.
De su documentación en los espacios D, E y también como desecho en la zona de la plataforma F –UE 1805–, unido a una amplia
dispersión de los productos de talla, se puede inferir que su talla
sería llevada a cabo en distintas estancias del asentamiento, sin
que se pueda determinar la existencia de un lugar específico.
Los productos de lascado
Las labores de talla efectuadas dejaron todo un conjunto de
fragmentos de sílex de pequeño tamaño –astillas, chunks/indeterminados, cúpulas térmicas, debris e indeterminados–, que no
constituyen el objetivo de los procesos de talla, pero que se generarían como consecuencia directa de éstos y de su proximidad
a fuentes a calor –en el caso de las cúpulas y astillados térmicos.
Las astillas son aquellas lascas de tamaño muy reducido, que
presentan todas las características de una lasca, pero que son consideradas habitualmente como desechos de talla y se suelen englobar
dentro de un conjunto más amplio denominado debris. La única
astilla identificada en el yacimiento fue registrada en la habitación
C, sobre un sílex de tono grisáceo. Otros ejemplares que hemos
identificado como debris proceden del espacio D, al igual que algunas esquirlas térmicas. Una de las cúpulas térmicas identificadas se
encontraba en el espacio E, asociada al nivel de incendio registrado, con unas dimensiones de 21 x 17 x 3 mm.
Los chunks o indeterminados son pequeños bloques de materia prima amorfos, que se suelen generar como consecuencia
de los procesos de talla. Durante las excavaciones realizadas en
el yacimiento se recuperaron un conjunto de 32 chunks/indeterminados, sobre un sílex grisáceo y, en menor medida, marrón,
casi todos de 3º, menos en un caso que es de 2º orden. Presentan
unas dimensiones en torno a los 20-25 x 15-20 x 5-10 mm. En
cuanto a su distribución, 5 se hallaron en el espacio A, otros 8 en
el D, 1 en el J y 2 tienen una procedencia indeterminada.
Lascas
De los 95 soportes sobre sílex, 33 son lascas o lascas fracturadas,1 todas de sílex, con un dominio de los tonos marrones
claros y grisáceos. No obstante, también hay una lasca de tono
blanquecino, verde grisáceo y otra de tono negruzco. Muestran
una morfología de tendencia pseudotriangular y dimensiones
muy variadas que oscilan desde la más pequeña de 8 x 16 x 4
mm hasta la más grande de 63 x 51 x 18 mm. Los talones son en
su mayoría lisos, con algún ejemplo de corticales, diedros o lascas con el talón suprimido. Entre el repertorio están presentes,
tanto las de 3º orden, como las de 2º y 1º orden. La presencia de
2 soportes completos de 1º orden y otros 6 de 2º, es indicativo,
junto a la presencia de núcleos agotados, de que las labores de
talla se realizarían en las mismas áreas residenciales, lo cual
contrasta con lo planteado por otros investigadores para yacimientos de la cuenca de Antas y del Almanzora (Gibaja, 2003:
124). Así se podría validar dicha hipótesis con la presencia de
un conjunto de 7 lascas en el espacio A, 1 en el B, 1 en el espacio de contacto entre B y D, 2 en C, 12 en el espacio D, 3 en E y
1 en el pasillo o espacio K. El resto carecen de contexto.
Láminas
Únicamente se han documentado dos láminas de sílex, ambas
de 3º orden y sin contexto, procedentes de las antiguas excavaciones. Presentan unas dimensiones en torno a los 45 mm de
longitud, 10-20 mm de anchura y 3-4 mm de espesor. La lámina
CMI-1304 está elaborada sobre un sílex grisáceo, mientras la
otra está facturada y elaborada sobre un sílex melado de grano
muy fino. No hay ninguna evidencia que permita contemplar
que su producción se pudo llevar a cabo en el asentamiento,
por lo que consideramos, que estos ejemplares pueden ser un
reclamo de algún contexto arqueológico próximo de época calcolítica, como puede ser Kalathos o el Promontori. La ausencia
de indicios de producción laminar en los contextos argáricos
del Bajo Vinalopó y Bajo Segura es una constante y solamente
en aquellos yacimientos con ocupaciones campaniformes podría considerarse la presencia, en niveles antiguos de este tipo
de soportes. Su presencia en la superficie de enclaves próximos
haría fácil su aprovechamiento directo.
Los productos retocados
Los soportes modificados mediante retoque ascienden a 15. Trece de ellos pueden ser considerados como dientes de hoz (fig.
12.3), mientras que los soportes restantes, son una tableta de
hoz hallada en el espacio B, realizada a partir de un proceso de
desbastado por percusión en un sílex de tono marrón oscuro de
3º orden, con unas dimensiones de 27 x 21 x 11 mm; y una lasca
denticulada en procedente de la zona D y recuperada en los trabajos efectuados en 2015.
Los dientes de hoz presentan una forma trapezoidal, junto a
alguno de tendencia rectangular. Están elaborados sobre lasca,
siendo el sílex predominante de tonalidad grisácea, aunque también hay algún ejemplar sobre un sílex melado o marrón claro
de grano muy fino, y uno de tonalidad negruzca. Sus dimensiones no sobrepasan los 40 mm de longitud, entre 15 y 20 mm de
anchura y de 5 a 8 mm de espesor. También se emplean soportes
de 2º orden en su elaboración –1–, pero fundamentalmente de
3º. Solo dos de los ejemplares presentan lustre en el filo, mientras la mayoría no presentan señales de uso, encontrándose uno
quemado y otros dos patinados.
1
Dos ejemplares presentan fractura de Siret y una lasca está reflejada.
145
[page-n-161]
Figura 12.3. Conjunto de dientes de hoz probablemente documentados en el espacio A.
Los dientes de hoz –CMI-830 y CMI-831– fueron hallados en el espacio A y otro del espacio D en la actuación de
2015. Del resto de ejemplares no disponemos de información
sobre su contexto de procedencia. Todos –menos uno– fueron
recuperados durante las excavaciones de R. Ramos Fernández, por lo que es posible que todo el conjunto se encontrara
en el espacio A durante alguna de sus fases constructivas. La
ausencia de lustre en el filo de la mayoría de los ejemplares podría indicar la posible acumulación de estos productos
modificados en el espacio A para su posterior utilización en
labores de siega y/o triga, sin poder determinar si este proceso se realizó en alguna de los tres momentos de uso diferenciados en este espacio.
LOS PRODUCTOS PULIDOS Y/O DESBASTADOS
Afiladeras/alisadores
Dentro de este grupo se han incluido 3 soportes elaborados
sobre calizas, de morfología de tendencia ovalada, sección
rectangular o irregular y con unas dimensiones en torno a
146
80 mm de longitud, entre 40 y 70 mm de anchura y unos 20
mm de grosor. Todos ellas suelen presentar alguna de sus
facetas –caras o bordes– con superficies pulidas por fricción
con otras materias primas. La afiladera o alisador CMI-940
presenta una fractura distal-lateral, mientras la CMI-611
presenta desconchados. En cuanto a su distribución espacial,
dos se localizaron en la habitación A y de la otra desconocemos el contexto. El alisador de diabasa CMI-611 es un
canto ovalado, de superficies muy pulidas de forma natural.
Esta característica no lleva a considerar que su procedencia
pudiera ponerse en relación con el litoral fruto del arrastre
hacia la costa de algunos soportes procedentes del asomo de
la isla de Tabarca.
Azuelas
En este grupo tipológico se ha incluido una pieza –CMI608– elaborada sobre roca ígnea (fig. 12.4). Presenta una
morfología de tendencia ovalada, sección irregular y unas
dimensiones de 92 x 59 x 25 mm. Desconocemos en que
espacio fue hallada. La presencia de azuelas en yacimientos
argáricos es habitual, al igual que el de hachas pulidas.
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Hachas
Entre el conjunto de soportes líticos han sido documentadas dos
hachas pulidas –CMI-592 y UE 1007– elaboradas sobre diabasa-metabasita (fig. 12.5). Ambas son de morfología ovalada,
sección ovoide, talón redondeado y unas dimensiones reducidas
aunque mayores que las de la azuela –143 x 66 x 48 mm–. Una
de las hachas fue hallada en la UE 1007 o nivel de incendio,
sobre el pavimento 1002 de la estancia A. Esta pieza muestra
señales claras de haber sido empleada en trabajos de percusión
directa, al poder observarse claramente desconchados de distinta magnitud en el filo activo (fig. 12.7).
Instrumentos y bloques pulidos
Los diez objetos incluidos dentro de este grupo, corresponden
a fragmentos de instrumentos pulidos elaborados sobre bloques de calizas o dolomías –3–, areniscas –3–, microconglomerado –2–, diabasas –1– y esquistos –1–. Presentan una morfología rectangular o irregular, con una sección rectangular y
dimensiones muy variadas entre 57 y 140 mm de longitud,
entre 58 y 66 mm de anchura y de 8 a 18 mm de grosor. Las
elaboradas sobre arenisca parecer haber sido utilizadas como
material abrasivo –una en el espacio D, otra en E y otra sin
contexto–, mientras de las otras cuatro es más difícil determinar cuál sería su funcionalidad –cinco en el espacio A, una en
el C y otra sin contexto.
Figura 12.4. Azuela CMI-608. Excavaciones de R. Ramos Fernández.
Molinos y molederas
El grupo de molinos de mano y molederas o muelas móviles
son el más numeroso en Caramoro I dentro del material macrolítico, junto con el conjunto de soportes resultado de la
talla del sílex. Han sido documentados un total de 24 molinos
o fragmentos de éstos y 11 molederas o fragmentos de éstas,
lo que supone el 28,38% del total de evidencias. Su abundante presencia en los contextos argáricos y, en general, de la
Edad del Bronce peninsular, son una constante. No debemos
olvidar que las labores de molturación del grano de cereal
y de otros productos sería realizado con este tipo de instrumentos. Quizás su importancia, además de poder determinar
la distribución y el número de molinos en activo que pudo
haber en cada uno de los momentos de uso del asentamiento,
resida también, en determinar la existencia o no de molinos
de gran tamaño, frente a los habitualmente y más abundantes,
de pequeño tamaño, de manejo individual, y fácil transporte.
A esta característica también debemos considerar el alto número de fragmentos de molino y molederas agotadas y reutilizadas como mampuestos en labores de construcción.
Los molinos documentados en Caramoro I, al igual que en
otros muchos asentamientos, presentan prioritariamente una
morfología tradicionalmente conocida como de tipo barquiforme. Todos ellos están elaborados sobre bloques de microconglomerados y conglomerados fosilíferos y/o calizos. Presentan en
su cara de apoyo superficies piqueteadas de forma regularizada.
Los objetos documentados en las intervenciones de 2015 y 2016
(figs. 12.7) y los 6 molinos fracturados procedentes las antiguas
excavaciones se encuentran fracturados de forma transversal a
la superficie activa en sus zonas mediales y distales, fruto del
mayor desgaste generado, estando uno de ellos afectado por
Figura 12.5. Hacha pulida CMI-592.
147
[page-n-163]
Figura 12.6. Hacha pulida de diabasa de la UE 1007. Se puede observar los desconchados por uso presentes en el filo.
la acción térmica. Mientras los fragmentos menores presentan
unas dimensiones en torno a 50 x 50 x 40 mm, los dos fragmentos de mayores dimensiones presentan unas dimensiones de
140 x 160 x 52 mm y 165 x 180 x 85 mm, respectivamente. Los
fragmentos de molinos presentan una gran distribución espacial, habiéndose documentado en varios de los espacios interiores –A, B, C, D y E–, como empleado como mampuesto en
alguna construcción –U2011– y desechado entre los sedimentos
exteriores de amortización del antemural. De todos ellos destaca
el fragmento de molino documentado en la UE 1005 de la estancia A, claramente asociado al abandono del primer momento de
uso del asentamiento.
A este conjunto debemos añadir los 9 molinos hallados
durante la excavación de R. Ramos Fernández (fig. 12.8),
que no han sido localizados entre los fondos depositados en
el MAHE, pero que conocemos gracias a los dibujos de éstos
que se encontraban en la documentación del citado excavador. En cualquier caso, se trata de molinos de pequeño tamaño, cuyas dimensiones se sitúan entre los 343 y los 239 mm
de longitud, 142 y 219 mm de anchura y un grosor variable
entre 31 y 88 mm. Por tanto, se trata de molinos fácilmente
transportables, de pequeño tamaño, empleados por una sola
persona, cuyas dimensiones coinciden plenamente con las
constatadas en otros asentamientos argáricos (Risch, 2002;
Delgado Raack, 2013a). No hay ninguna evidencia que nos
permita considerar la existencia de molinos de gran tamaño,
es decir, molinos de algo más de 60 cm de longitud y al menos, 23-32 cm de anchura.
En cuanto a las molederas, se trata de instrumentos de
menor tamaño que los molinos, unos con forma barquiforme para ser empleadas con dos manos, y, en algunos casos,
148
circular u oval para emplearse con una única mano. Para
su elaboración también se emplearon microconglomerados
y conglomerados. Del conjunto de molederas destacan dos
piezas. Una documentada en la estancia A, UE 1005, asociada a vasijas cerámicas, fragmento de molino, pesas de telar,
etc. y desligadas de la actividad humana como consecuencia
de un incendio. Se trata de una moledera completa. De las
antiguas excavaciones procede otra que se encontraba piqueteada de forma regular para su mejor sujeción con las manos.
Las otras cuatro proceden de las excavaciones de R. Ramos
Fernández y, al igual que los molinos, sólo las conocemos
por los dibujos de este investigador. En cuanto a sus dimensiones, oscilan entre 166 y 90 mm de longitud; entre 101 y 78
mm de anchura y entre 45 y 36 mm de grosor.
Cantos modificados o sin modificar
Al igual que en otros muchos yacimientos argáricos, los cantos
modificados o sin modificar que presentan algún tipo de señales
de haber sido empleados, son abundantes. En Caramoro I se han
registrado un total de 6 cantos sin modificaciones elaborados
sobre caliza y conglomerado, y un canto modificado, recortado
en uno de sus extremos, sobre cuarcita. La mayor parte de los
cantos fueron hallados en el proceso de excavación de los sedimentos conservados sobre el pavimento UE 1002 de la estancia
A, y asociados a una enorme variedad de objetos cerámicos,
líticos, óseos y de barro. Estos objetos, de pequeño tamaño y
de uso manual, serían empleados con bruñidores o acciones similares, dado que no se observan en sus extremos señales de
percusión directa.
[page-n-164]
Figura 12.7. Molinos documentas en distintos espacios durante las labores de excavación y limpieza efectuados en 2015. En el ángulo
inferior derecho, un posible fragmento de mazo sobre roca ígnea.
149
[page-n-165]
La litología del corredor de la Vega Baja del SeguraBajo Vinalopó y las materias primas seleccionadas
en Caramoro I
Figura 12.8. Conjunto de molinos procedentes de las excavaciones
de R. Ramos Fernández según la documentación existente en el
MAHE (dibujo: R. Ramos Fernández).
A falta de una serie de prospecciones sistemáticas de tipo geoarqueológico que permitan concretar con mayor probabilidad la
procedencia de las rocas seleccionadas, la cartografía del instituto
geológico y minero de España (escala 1:50.000 en sus hojas de
Fortuna (892), Elx (893), Orihuela (913) y Guardamar del Segura
(914)), supone una buena base para aproximarnos a la litología
del corredor de la Vega Baja del Segura-Bajo Vinalopó. La determinación de la variedad litológica manipulada en los diferentes
momentos de la ocupación argárica de Caramoro I y su relación
con la disponibilidad de rocas en el ámbito comarcal, facilitará, a
modo de hipótesis, proponer cómo se habrían efectuado los procesos de abastecimiento y las estrategias de aprovisionamiento.
La geografía del corredor viene marcado por el contraste
entre zonas montañosas de desarrollo destacado, especialmente,
las sierras de Tabayá, Negra y Crevillente que sirven de límite septentrional a la fosa Intrabética, y los depósitos aluviales
y abanicos o mantos de arroyada constituidos por el aporte de
grandes cantidades de materiales desplazados de las zonas montañosas, como consecuencia de los fuertes procesos erosivos,
enormemente acelerados en los últimos milenios. El resultado
es un paisaje ciertamente agreste, surcado por una enorme cantidad de ramblas de gran desarrollo. Ello significa que, además
de que existen afloramientos o depósitos primarios líticos situados en zonas elevadas de sierra, también podemos encontrar
bloques o cantos desplazados en depósitos derivados, de difícil
cuantificación y cartografiado a lo largo de los cursos de las
numerosas ramblas descendientes situadas entre los ríos Chiclamo, Vinalopó, barranco de los Arcos o barranco de San Antón.
Por tanto, atendiendo a las señales de rodamiento que presentan
algunos soportes líticos, muchos de ellos pudieron ser obtenidos
mediante la realización de laboreos superficiales.
Percutores
Bajo esta denominación se incluyen tres soportes. Dos de ellos,
elaborados sobre cuarcita –CMI-610 (fig. 12.9) y UE1100 en la
estancia B–, que presentan un extremo ligeramente redondeado,
en el que se aprecian señales de desgaste por uso –desconchados– generados por la percusión directa sobre otras materias
primas duras. La pieza más completa presenta unas dimensiones de 81 mm de longitud y 47 mm de anchura. La otra está
fragmentada y podría tratarse de un percutor de tipo maza (ver
fig. 12.7, abajo derecha).
La pieza restante es un percutor ovalado sobre sílex que
presenta numerosas huellas de percusión en su superficie. Probablemente se trata de un percutor empleado en las labores de
talla (fig. 12.10). Su contexto de aparición, al igual que otros
muchos objetos es la estancia A y, en concreto, en la UE 1007 o
nivel de incendio sobre el pavimento 1002 del primer momento
de ocupación. Este tipo de percutores de sílex son habituales en
los contextos arqueológicos. Están bien documentados en yacimientos como Cabezo Redondo o La Horna (Jover, 1997).
150
Figura 12.9. Percutor CMI-610 procedente de las excavaciones realizadas en Caramoro I.
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Figura 12.10. Percutor de sílex documentado en la UE 1007.
El primer paso, por tanto, es considerar qué materias primas fueron seleccionadas y manipuladas por los habitantes
de Caramoro I. Así, se ha documentado la selección y uso
del sílex para obtención de diversos instrumentos mediante
labores de talla; microconglomerados y conglomerados para
instrumentos de molienda y triturado; pequeños cantos calizos como alisadores, cuarcitas como alisadores, percutores y
cantos sin claras señales de uso; areniscas en forma de placas
para afilar; rocas ígneas básicas como metabasitas y diabasas
para ser empleados como percutores, instrumentos pulidos
con filo de tipo hacha y azuela y como bloques desbastados.
Con todo, las rocas de las que habitualmente se aprovisionarían son de diferentes tipos y naturaleza, todas ellas presentes en el ámbito geológico más próximo: sílex, calizas,
cuarcitas, areniscas, conglomerados y microconglomerados
y diabasas-metabasitas (fig. 12.11).
Con la excepción del sílex, presente tanto en la misma banda de conglomerados donde se edificó Caramoro I (fig. 12.12),
como especialmente aguas arriba, el resto de rocas no se localizan en el mismo promontorio, aunque la presencia de la mayor
parte de ellas se puede encontrar en un radio de 5 km, mientras
que las restantes los hacen a no más de 20-25 km.
Aunque el sílex parece proceder del entorno más inmediato,
incluso fruto de su recolección en el mismo cauce del río Vinalopó, no se puede descartar que algunos soportes puedan proce-
der de lugares más alejados de las Terrazas del Vinalopó, o de
la sierra de Crevillente. La proximidad del asentamiento calcolítico de Kalathos con sílex en su superficie, también se debería
tener en cuenta como fuente potencial. No debemos olvidar en
este sentido, la presencia de algunas láminas y de algunos sílex
melados de grano fino, que pudieron ser obtenidos, ya tallados,
de este yacimiento arqueológico situado a escasa distancia.
Del mismo modo, las cuarcitas también son frecuentes en la
zona y pudieron ser obtenidas del lecho del cauce del río, de ramblas cercanas, e incluso de la misma banda de conglomerados.
Otras rocas bastante abundantes, de tipo sedimentarias como
las areniscas, o los microconglomerados y conglomerados, empleadas como instrumentos de molienda y triturado, las encontramos, tanto en la banda de las sierras de Crevillente-Negra,
como en los distintos barrancos paralelos al propio cauce del
río Vinalopó o de éste mismo, por lo que mediante una simples
tareas de laboreo superficial podrían ser obtenidos.
Por último, sólo queda comentar los asomos de rocas ígneas
básicas, todos ellos de tipo masivo, como son las diabasas. Este
tipo de rocas, asociadas a zonas con arcillas y yesos triásicos, aparecen como asomos en diversos puntos de este territorio, especialmente en las sierras de Orihuela y sierra de Abanilla. En concreto,
se han señalado en la zona de la formación Mina, en el mismo
Cabezo de la Mina, al sur de Orihuela, en las unidades Túnel,
Orihuela y Redován (IGME, 1982: 37). Por el tamaño del asomo
destaca el situado en la proximidad del cabezo de San Antón (Orihuela). El otro conjunto de afloramientos, algo más cercanos que
los anteriores a Caramoro I –unos 20 km– lo encontramos en el
Cabezo Negro (Albatera) (fig. 12.13). Pero también la misma isla
de Tabarca situada a escasa distancia de la costa encontramos este
tipo de rocas subvolcánicas, aunque su obtención se nos antoja
algo más difícil al requerir de embarcaciones.
En definitiva, los diferentes tipos de rocas documentadas
pudieron ser obtenidas y seleccionadas de diferentes afloramientos o depósitos derivados y/o primarios, ubicados a lo
largo y ancho del corredor del Segura-Bajo Vinalopó, pero
en especial de las estribaciones montañosas situadas en ambos márgenes del río Vinalopó. Por esta razón, aunque no se
puede descartar que algunas rocas, como las diabasas y los
esquistos pudiesen ser obtenidas a través de las relaciones de
intercambio que establecieron con otros enclaves cercanos,
la proximidad y abundancia de los recursos líticos seleccionados hace probable que fuesen obtenidas de forma directa.
En este sentido, si tomásemos como referencia las propuestas
efectuadas en otros trabajos sobre recursos líticos de yacimientos argáricos (Delgado-Raack, 2008; 2013a), donde se
ha considerado que el territorio recorrido en aproximadamente en 2 horas, es decir unos 10 km, correspondería al
entorno inmediato del asentamiento, y hasta unos 30 km de
distancia, aproximadamente una jornada de distancia, como
el área compartida por varias comunidades, se debería considerar que los recursos líticos presentes en Caramoro I fueron
obtenidos, de forma habitual, mediante prácticas de autoabastecimiento o abastecimiento directo, y en el caso de las
diabasas y esquistos a través de redes de intercambio con comunidades próximas. En cualquier caso, con independencia,
de que esta hipótesis pueda ser validada con más y mejores
datos, lo que sí es evidente es que no se han documentado
rocas alóctonas, ajenas al ámbito litológico de la zona.
151
[page-n-167]
Figura 12.11. Mapa geológico con indicación de Caramoro I.
Figura 12.12. Mapa con indicación
de las zonas con presencia de sílex.
En el caso de Caramoro I destaca
su ubicación sobre una banda
Messinniense. La mayor parte
del sílex procedería del entorno
inmediato. Mapa elaborado a partir
de Molina Hernández (2018).
152
[page-n-168]
Si validamos esta hipótesis y consideramos que la obtención de los recursos líticos se pudo llevar a cabo de forma
directa mediante procesos de laboreo superficial, debemos
inferir que la inversión laboral efectuada fue reducida. Con
la realización de batidas superficiales en las zonas donde
habitualmente se abastecieran, sería más que suficiente para
cubrir las necesidades que en cada momento tuviese el conjunto del grupo humano de Caramoro I. Así, se harían diversas batidas para la recolección de nódulos de sílex, cantos de
cuarcita y caliza, y bloques de diversos tamaños de areniscas, conglomerados y microconglomerados, sin olvidar, las
diabasas o los esquistos presentes en la sierra de Abanilla y
en cabezos próximos a la sierra de Callosa como puntos más
próximos respectivamente.
Por lo que se deduce de las evidencias, las estrategias
de gestión de los diferentes tipos de rocas fueron diversas.
En el caso del sílex preferentemente se recolectaban nódulos que eran transportados al asentamiento para ser tallados,
al parecer, en el interior de algunos edificios con actividades de carácter doméstico. Una estrategia similar concurre
con los cantos de cuarcita y caliza, aunque, en este caso, su
aprovechamiento no era para la talla, sino para su empleo
como alisadores, afiladeras o percutores, la mayor parte sin
modificar. A lo sumo, algunos de los cantos, en concreto, los
de cuarcita empleados como percutores, eran modificados
ligeramente, siendo acondicionados algunos de sus bordes o
extremos mediante percusión para conseguir un mejor agarre manual.
Por otra parte, los bloques de diabasas/metabasitas serían
recolectados en las proximidades de alguno de los asomos existentes en la sierra de Abanilla o de Orihuela. La distancia de los
afloramientos al asentamiento es suficiente como para conside-
rar que su obtención se tuvo que efectuar de forma preferencial
mediante redes de circulación de bloques de este tipo de rocas,
o bien, como instrumentos ya elaborados.
Una inversión algo menor se tuvo que efectuar en la obtención de los bloques pétreos sobre los que se elaborarían
los instrumentos de molienda. Aunque no debió ser fácil
localizar bloques de conglomerados y microconglomerados de
dimensiones considerables y morfología adecuada, su presencia
en depósitos derivados a lo largo de los cauces del conjunto de
ramblas que descienden de las sierras que delimitan la Vega Baja
del Segura-Vinalopó, aseguran su obtención. Similar esfuerzo
se tuvo que invertir en la conformación morfológica y métrica
de los soportes mediante el desbastado y piqueteado –cuando
así fue necesario– de la cara no activa, y en la adecuación de la
superficie activa mediante el piqueteado. En Caramoro I no hay
ninguna evidencia del proceso de desbastado ni de piqueteado,
pero cabría esperar que los procesos de manufactura se efectuaran en la zona de asentamiento. En cualquier caso, la lógica hace
considerar que, una vez embotados por el uso, las caras activas
serían piqueteadas nuevamente en los mismos asentamientos,
aunque no hay evidencias de desechos de su mantenimiento.
Con todo, los datos analizados permiten inferir que los habitantes de Caramoro I obtuvieron los recursos líticos necesarios
para elaborar una amplia gama de útiles sin la necesidad de invertir grandes esfuerzos, básicamente mediante laboreos superficiales en lugares próximos al asentamiento y redes de circulación de
corta distancia. Los costes de producción, también se redujeron,
ya que buena parte de los soportes seleccionados se convirtieron en útiles sin haber sido modificados, o a lo sumo, con ligeros
acondicionamientos o desbastados, aprovechando sus características naturales.
Figura 12.13. Mapa
con indicación de los
afloramientos masivos de
diabasas más cercanos a
Caramoro I.
153
[page-n-169]
El uso de los instrumentos: las trazas de manipulación
y la distribución espacial como bases para la construcción
de una hipótesis de funcionalidad probable.
Sobre los
dientes de hoz y los instrumentos de molienda
Los dientes de hoz y los instrumentos de molienda, son la parte
fundamental del conjunto instrumental estudiado. Las labores
de talla del sílex estuvieron encaminadas a la producción de este
tipo de armaduras de hoces, mientras que los instrumentos de
molienda constituyen el grueso del registro analizado.
Algunos apuntes sobre los dientes de hoz
Los dientes de hoz han sido caracterizados morfológica y traceológicamente de forma amplia en diversos trabajos (Juan
Cabanilles, 1985; Jover, 1997; 2008; 2014; Clemente et al.,
1999; Gibaja, 2002; 2003; 2004). Los estudios efectuados
muestran su inserción en número variable en hoces de madera
ligeramente curvas, como mínimo 8, pero como norma, superior a 11 (Jover, 1997). Con estas hoces se realizarían acciones
de siega de vegetales blandos. La pátina por uso, de similares
características en todos los elementos y dispuesta de forma
paralela en el filo denticulado, y en algunos casos, según la
posición que ocupen dentro de la hoz, de forma ligeramente
oblicua (Jover, 1997; Gibaja, 2003: 127), permite asegurar su
participación en este tipo de labores.
Así, algunos de los dientes de hoz documentados en Caramoro I presentan claramente desarrollado el denominado lustre
de cereal, con clara disposición paralela al borde y distinta profundidad (fig 12.14). Su mayor o menor profundidad, lustrosidad
y redondeamiento del filo, depende del número de horas que ha
estado en uso y de la calidad de la materia prima empleada (Jover, 1997). Aunque los elementos aquí estudiados no han sido
analizados desde un punto de vista traceológico, las trazas por
uso observables en su filo, coinciden plenamente con las documentadas en otros dientes de hoz de yacimientos argáricos como
El Argar, El Oficio o Fuente Álamo (Gibaja, 2002; 2003, 2004)
o próximos, como por ejemplo Tabayá, donde sí fueron estudiados un buen grupo de elementos (Jover, 1997; Jover et al., 2019).
De su estudio traceológico se ha podido deducir su empleo en el
corte de vegetales blandos, con toda probabilidad en la siega de
cereales (Jover, 1997; Clemente et al., 1999; Gibaja, 2003). El
desarrollo de un amplio programa de arqueología experimental,
también mostró que las características de la pátina por uso presente en el borde dentado no se produjeron como consecuencia
del trillado en el suelo, sino del cortado de vegetales blandos. La
presencia en las zonas lustrosas, de pulidos muy profundos de
trama semicerrada o cerrada, redondeamientos de aristas, estrías
paralelas al filo y, sobre todo, de las denominadas cometas, así lo
evidenciaron (Jover, 1997; 2008; Jover et al., 2019). Los dientes
de hoz documentados en Caramoro I no difieren en nada de los
analizados en otros asentamientos. La pátina por uso observada
en el filo de dos de las piezas halladas responde a las mismas características que las ya señaladas para otros contextos, por lo que
se puede inferir que estos elementos también formarían parte de
hoces empleadas en labores agrícolas.
Los instrumentos de molienda
Los molinos y molederas documentadas presentan claros desgastes,
redondeamientos y pulidos en toda la superficie activa piqueteada.
Se trata de una superficie piqueteada muy amplia, de bastantes centímetros cuadrados, de forma ovalada, donde gracias a la fricción de
dos soportes líticos, con iguales características en su superficie activa, se conseguiría con un movimiento de vaivén, con el fin de molturar y triturar diversos tipos de materias primas, principalmente,
cereales. Sin embargo, no podemos descartar que algunos de ellos
pudieran ser empleados en el triturado de otros alimentos, e incluso
materias abióticas, como la piedra de ocre, como ha sido constatado
en el cercano yacimiento del III milenio cal BC de Galanet (Jover,
2014). No obstante, mientras en Galanet se pudo documentar la presencia de ocre en la superficie activa de uno de los instrumentos de
molienda, en Caramoro I no ha sido posible.
A partir de estas consideraciones se pueden plantear las siguientes proposiciones observacionales:
a. Una de las actividades fundamentales documentadas en Caramoro I es la molturación de cereales. Los instrumentos
de molienda son los artefactos más abundantes en el asentamiento, estando bien representados en buena parte de las
estancias y en especial, en el espacio A.
b. En Caramoro I, los fragmentos de molinos fueron empleados
como mampuestos como también ha sido documentado en otros
yacimientos argáricos, como La Bastida de Totana ((Martínez
Santa-Olalla et al., 1947), Castellón Alto (Contreras et al., 2000)
o sobre bancos, caso de Peñalosa (Carrión, 2000).
Figura 12.14. Detalle de la pátina por
uso en labores de corte de vegetales
blandos en desarrollo de la pieza
CMI-604.
154
[page-n-170]
c. Se trata de molinos de pequeño tamaño, no más de 35 cm
de longitud, fácilmente transportables, cuya presencia ha
quedado materializada, al menos, en una parte significativa
de los edificios.
d. Las actividades de molienda no estaban controladas ni concentradas en ningún edificio, sino que, por el contrario, parece ser una actividad cotidiana en varios de los edificios o
espacios documentados de las distintas fases de ocupación
del asentamiento. No obstante, destaca una mayor presencia
de efectivos en el espacio A, probablemente por ser, además
del edificio de mayor tamaño, el área con mayor calidad de
información.
e. Alisadores y percutores sobre diversos tipos de materia prima complementarias están presentes habitualmente en el
ajuar de diversos edificios y espacios. Es frecuente que se
combinen con algún bloque desbastado o sin desbastar de
diabasa/metabasita.
f. Cabe la posibilidad de que la mayor parte de los dientes de
hoz procedan de la estancia A. No obstante, las labores de
talla del sílex está atestiguada en distintos espacios del asentamiento por la presencia de núcleos, lascas y debris.
En definitiva, la presencia de instrumentos de molienda,
instrumental de siega como las hoces, restos de talla de sílex y
diversos instrumentos de percusión, alisado o afilado, son una
constante en los ámbitos domésticos argáricos. Instrumentos todos ellos habituales en el seno de grupos de base agropecuaria y
en casi la totalidad de los asentamientos conocidos del Levante
peninsular durante la Edad del Bronce (Jover, 1999a).
CONCLUSIONES
Ya desde los trabajos de J. Furgús (1937) y G. Nieto (1959) en yacimientos como San Antón (Orihuela) y también de J. Colominas
(1932; 1936) en Laderas del Castillo (Callosa de Segura), se puso
en evidencia la destacada importancia de los instrumentos líticos
como medios de producción en las comunidades de la Edad del
Bronce del Sureste peninsular. En prácticamente la totalidad de
los asentamientos de la Vega Baja del río Segura (López Padilla, 2009a; Jover, 2009; 2014), se ha evidenciado la presencia de
productos líticos relacionados con la siega –dientes de hoz–, la
molturación de cereales –molinos de mano, morteros–, el trabajo
de la madera –hachas y azuelas–, trabajos de percusión directa
sobre todo tipo de materias primas, entre las que se incluyen las
actividades metalúrgicas –percutores, martillos, mazos, afiladeras, placas perforadas, yunques–, diversas actividades domésticas
en las que participaron cantos, alisadores y placas pulidas con o
sin perforaciones de carácter multifuncional y, en menor medida, artesanías de carácter suntuario, como se observa en diversos
adornos. Aunque esta afirmación también tiene como apoyo los
resultados obtenidos en excavaciones arqueológicas como las
realizadas en Pic de les Moreres (González Prats, 1986a; 1986b),
Tabayá (Jover, 1997) y, Cabezo Pardo (Jover, 2014), buena parte
de la información sigue procediendo de antiguas exploraciones,
excavaciones y recogidas superficiales. Caramoro I en este sentido, sin ser un contexto con una calidad de información excepcional, permite ahondar en la determinación de las actividades en las
que participarían los soportes líticos y que serían efectuados de
forma habitual en el interior de los distintos edificios y espacios
conformados en los asentamientos.
Así, entre el equipamiento material de casi todos los yacimientos destacan dos tipos de objetos: dientes de hoz e instrumentos de molienda. Caramoro I no es una excepción. De
hecho, ya sus excavadores hicieron esta afirmación. De Caramoro I, asentamiento de muy pequeñas dimensiones, del que se
opinaba que se trataría de un fortín, procede “una variada gama
de molinos barquiformes integrada por 9 piezas y 4 manos agrupados en dos tipos en función, dimensiones y silueta” (Ramos
Fernández, 1988: 97).
Por tanto, con independencia del tamaño de los asentamientos y de su ubicación en el espacio –San Antón, Laderas del
Castillo, Cabezo Pardo, Pic de Les Moreres, Tabayá y Caramoro
I–, todo parece indicar que cada unidad de asentamiento tendería a producir por sí mismo la mayor cantidad de instrumentos
necesarios en su mantenimiento y reproducción, primando la
autosuficiencia y el autoabastecimiento. Ahora bien, existe una
serie de recursos líticos, que nos permiten inferir que su adquisición se realizaría a través de procesos de intercambio a escala
local, y en algún caso, regional.
Mientras la obtención del sílex y de la mayor parte de las
rocas parece gestionarse mediante el autoabastecimiento, a partir de laboreos superficiales, el aprovisionamiento de materias
primas como rocas ígneas, no parece gestionarse de la misma
forma al tratarse de asomos masivos puntuales existentes a algo
más de 20 km de distancia de Caramoro I. Los únicos afloramientos de rocas ígneas se localizan en las sierras de Orihuela,
Abanilla, isla de Tabarca y, a mayor distancia, en el término
municipal de Orxeta, al norte de El Campello. Es por eso, que
cabe suponer un abastecimiento indirecto, obtenido a través
de procesos de intercambio y distribución con asentamientos
más próximos como el propio Hurchillo. Lo mismo podemos
considerar de los productos manufacturados en esquistos, sólo
presente en las sierras de Orihuela, Callosa y diversos cabezos
aislados próximos, como el Cabezo Pardo (Jover, 2014).
En este sentido, Caramoro I muestra un complejo lítico similar
al del resto de asentamientos del ámbito septentrional argárico, centrado en la siega y la molturación del cereal, labores de percusión,
afilado y alisado de instrumentos, así como la tala y desbastado
de madera. La inexistencia de objetos que por sus especificidades
se pueden relacionar con la producción de metales es, quizás, la
característica más reseñable, ya que pone de manifiesto cómo estas
labores estuvieron controladas desde los asentamientos de mayor
importancia del ámbito comarcal, probablemente desde núcleos
como Tabayá, Laderas del Castillo o San Antón.
155
[page-n-171]
[page-n-172]
13
El repertorio cerámico de Caramoro I:
caracterización formal y tecnológica
Sergio Martínez Monleón y Francisco Javier Jover Maestre
INTRODUCCIÓN
Han transcurrido más de 120 años desde que los hermanos Siret
(1890: 170-171) realizaran la primera clasificación de la cerámica
argárica a partir de una colección de 650 vasijas procedentes del
conjunto de tumbas excavadas en el yacimiento de El Argar (Antas, Almería). La propuesta incluía la diferenciación de 8 grandes
tipos y tres subtipos o variantes. Los posteriores estudios cerámicos siguieron utilizando dicha propuesta, no sólo porque su centro
de atención siguió centrándose en las cerámicas sepulcrales, sino
porque en los estudios efectuados sobre la vajilla cerámica se siguió dando prioridad a recipientes completos. Es por ello, que la
tipología de los hermanos Siret, desarrollada a partir del análisis
de un único yacimiento y de recipientes cerámicos procedentes de
tumbas, fuese asumida a nivel científico.
No obstante, aunque hubo intentos de subsanar algunos
de los problemas detectados en dicha clasificación (Cuadrado,
1950: 114-119) incorporando nuevos tipos, la falta de ordenación jerárquica de los criterios empleados para su clasificación
no fueron salvados hasta fechas recientes. Fue V. Lull (1983:
502-153), en su tesis doctoral, quien de forma detenida llamó
la atención sobre los problemas de la tipología de los hermanos Siret, señalando las incongruencias de la misma, al situar
al mismo nivel de clasificación taxonómica criterios formales
o métricos, además de contar con un sesgo muy importante por
estar basada únicamente en el análisis de recipientes completos
procedentes de un contexto funerario. Sin embargo, el hecho
de que la propuesta de ordenación de los Siret ya estuviese tan
implantada en la investigación, le llevó a mantener la denominación de los tipos, y a establecer una propuesta de clasificación
interna estableciendo tipos y variantes en función de sus rasgos
formales y métricos. La importancia de su propuesta residía, no
sólo en la coherencia de la clasificación, sino también en la inclusión de un buen número de recipientes completos procedentes, tanto de necrópolis, como de asentamientos.
La propuesta de V. Lull (1983), efectuada casi un siglo después que la de los hermanos Siret, ha sido tomada como referencia, ya que las más significativas tentativas de estudio de los recipientes cerámicos han intentado ordenar y analizar la cerámica
procedente de contextos domésticos, con independencia de si se
trataba de recipientes completos o simples fragmentos, aunando
la tipología de los Siret con el establecimiento de tipos y variantes
a partir de la variabilidad morfológica de las partes estructurales más reconocibles y destacadas de los recipientes cerámicos
(Schubart y Arteaga, 1986; Ayala, 1991; Van Berg, 1998; Castro
et al., 1999; Schuhmacher, 2003; Schubart, 2004, entre otros).
Seguir utilizando estos mismos criterios en los estudios actuales priorizando no tanto los materiales procedentes de ajuares
funerarios, sino, sobre todo, de contextos domésticos donde es
escasa la conservación de recipientes completos, tiene, como es
de suponer, sus ventajas, pero también sus inconvenientes. En
cuanto a las primeras, es evidente que poder comparar la representatividad de los distintos tipos cerámicos entre yacimientos
distantes territorialmente, pero también, temporalmente, podría
aportar avances en su seriación. Sin embargo, en relación a las
desventajas, el principal problema reside en la imposibilidad de
clasificar un buen número de fragmentos cerámicos correspondientes a partes estructurales de vasijas, limitándose la clasificación, de modo fiable, a aquellos recipientes restituibles o de los
que, al menos, se podría determinar claramente su morfología.
Por otro lado, no podemos olvidar que en los últimos años
se ha avanzado enormemente en la realización de estudios arqueométricos sobre los procesos tecnológicos de fabricación
(Seva, [1995] 2002); Contreras y Cámara, 2000; Aranda, 2001;
Colomer, 2005; Santacreu y Aranda, 2014, entre otros), pero,
también, sobre los residuos contenidos en algunos de ellos (Molina, 2015; Molina y Rosell, 2017).
En el caso de Caramoro I, prácticamente la totalidad de los
restos aquí analizados proceden de las antiguas excavaciones
efectuadas primero, en 1981, por R. Ramos Fernández, y más
157
[page-n-173]
tarde, en 1989, por A. González Prats y E. Ruiz. Durante los
trabajos efectuados en 2015 y 2016, el número de restos cerámicos, aunque abundantes, presentaban un alto grado de fragmentación que ha imposibilitado, con la excepción del exiguo
conjunto de las UUEE 1005-1007 del espacio A, una lectura
de mayor calado sobre sus características y distribución espacial. Esta serie de condiciones, que han limitado la información contextual a nuestro alcance, es una de las razones
por las que en su estudio se ha considerado oportuno seguir
empleando, como ya señaló V. Lull (1983: 56) la propuesta
de formas establecida por los hermanos Siret, aunque actualizada siguiendo estudios más recientes (Schuhmacher, 2003;
Schubart, 2004). Esta se ha visto reforzada por el hecho de
que previamente ya había sido abordado el estudio de algunos
conjuntos cerámicos recuperados en otros asentamientos de
la zona (López y Jover, 2009; López Padilla, 2017; Martínez
y Sánchez, 2017), además de haber sido empleado el mismo
procedimiento de clasificación formal para el asentamiento de
Cabezo Pardo (López y Martínez, 2014).
Teniendo en cuenta, por tanto, los antecedentes expuestos,
en el presente texto nos centraremos en presentar, de forma somera, la clasificación tipológica del repertorio cerámico, aportando algunos datos sobre su distribución espacial, en la medida
en que la información contextual disponible nos lo ha facilitado.
Su comparación con otros conjuntos cerámicos recuperados en
el ámbito comarcal, básicamente los estudios efectuados en los
niveles tardíos y finales de Tabayá (Molina, 1999; Belmonte,
2004), Cabezo Pardo (López Padilla y Martínez, 2014) y Pic de
Les Moreres (González, 1986a;1986b) además del estudio de
colecciones sin contexto de San Antón y Laderas del Castillo
(López y Jover, 2009), posibilitará, además, proponer algunas
proposiciones observables con las que caracterizar la producción cerámica.
Este estudio también se acompaña de la exposición de los
datos obtenidos en el análisis arqueométrico de 40 muestras
cerámicas de Caramoro I, procedentes de las excavaciones de
A. González y E. Ruiz, efectuado por R. Seva Román ([1995]
2002) en el marco de su tesis doctoral. La posibilidad de contar
con este análisis tecnológico, así como los obtenidos en su comparación con otros conjuntos cerámicos de yacimientos próximos, nos ha llevado a incluir, a modo de resumen, los resultados obtenidos por dicho autor. Todo ello, permitirá, además, de
conocer las características de los recipientes cerámicos, inferir
algunos aspectos de la manufactura, distribución e intercambio
de la producción cerámica.
Tabla 13.1. Tabla con la distribución de las formas cerámicas registradas por espacios y su representación porcentual en la cerámica documentada en las antiguas excavaciones de R. Ramos y A. González y E. Ruiz.
A
B
B-E
C
D
E
F
G
H
I
J
K
IND.
Total
%
107
40
4
32
55
54
16
0
0
0
22
19
155
504
44,72
1A
1
0
0
0
0
1
2
0
0
0
0
0
6
10
0,89
1B
7
0
0
0
4
0
0
0
0
0
0
1
9
21
1,86
1C
1
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0,09
1D
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
2A1
9
1
0
1
4
4
1
0
0
0
1
0
13
34
3,02
2A2
9
3
0
1
9
7
4
0
0
0
2
0
15
50
4,44
2B1
1
0
0
1
7
2
0
0
0
0
0
2
8
21
1,86
2B2
4
0
0
1
4
6
2
0
0
0
1
0
9
27
2,40
3A
1
1
0
1
1
1
0
0
0
0
0
0
4
9
0,80
3B
0
0
0
0
5
2
0
0
0
0
0
0
2
9
0,80
3C
4
1
0
0
3
0
1
0
0
0
0
1
6
16
1,42
4A
0
0
0
1
1
2
1
0
0
0
0
0
2
7
0,62
4B
3
0
0
1
1
2
0
0
0
0
0
0
6
13
1,15
5
17
3
1
4
10
11
6
0
0
0
1
2
31
86
7,63
6
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
7
1
1
0
0
1
0
0
0
0
0
5
0
2
10
0,89
8
1
0
0
0
1
1
0
0
0
0
0
0
1
4
0,35
9
0
0
0
0
3
0
0
0
0
0
0
0
2
5
0,44
10
4
0
0
1
7
4
0
0
0
0
0
1
8
25
2,22
IND.
49
13
4
21
32
41
14
0
0
0
10
8
83
275
24,40
148
138
47
0
0
0
42
34
362
1.127
100
4,17
0
0
0
3,73
3,02
32,12
1, 2 ó 3
Total
%
158
219
63
9
65
19,43
5,59
0,80
5,77
13,13 12,24
[page-n-174]
EL REGISTRO CERÁMICO DE CARAMORO I
Las tres actuaciones arqueológicas efectuadas en Caramoro I
entre 1981 y 2016 han evidenciado la destacada presencia de
recipientes cerámicos. Junto a los restos óseos faunísticos constituye el grueso de la materialidad recuperada. El conjunto cerámico procedente de las campañas de excavación realizadas
asciende a 8.397 fragmentos, de los cuales 3.286 restos fueron
documentados en la actuación de R. Ramos Fernández; 4.391
en las intervenciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura;
473 a la campaña de 2015 –fundamentalmente espacios A, B,
C, D y E– y 247 a la de 2016 –espacio A en la zona de acceso y
banco, y plataforma F–. Todas las vasijas corresponden al ajuar
doméstico de los habitantes del asentamiento a lo largo de los
cerca de 250 años de ocupación.
Los fragmentos informes o de galbos en que es imposible
reconocer información estructural sobre la vasija a la que pertenecerían representan el 84,78% del material recuperado –7.119
fragmentos–. Es significativo que estos datos son similares a
los obtenidos en el reciente estudio efectuado en Cabezo Pardo
(López y Martínez, 2014). Sólo se ha podido determinar la parte
estructural a la que correspondería el fragmento en un total de
1.278 evidencias, lo que supone un 15,27 %.
Si descartamos los fragmentos de galbo con algún tipo de
aplique, elementos de aprehensión, 2 fragmentos de galbo con
decoración en las paredes exteriores y algunas bases documentadas, por lo general, redondeadas, se puede indicar que cerca
de un 14 % corresponden a fragmentos de bordes perfectamente
individualizados y partes de vasijas restituibles en su totalidad.
De este conjunto, algo más del 11 % de los fragmentos podría
adscribirse a alguna de las formas propuestas –922 recipientes,
de los que 854 corresponden a las antiguas excavaciones y 68 a
las recientes–, aunque esta cifra viene condicionada por el elevado número de fragmentos que, por su escaso desarrollo superficial, se incluirían en un grupo conformado por cuencos y ollas
de los tipos 1, 2 y 3 –552 bordes, de los que 504 son fragmentos
de las excavaciones antiguas y 44 de las campañas de 2015 y
2016, lo que supone prácticamente el 60% de las formas identificadas–, sin poder precisar con claridad a qué tipo de recipiente
pertenecieron.
En cualquier caso, parece claro que en el repertorio formal
de Caramoro I destaca la forma 2, estando muy bien representadas las formas 1 y 3, además de la forma 5 (tabla 13.1; fig. 13.1).
En menor medida encontramos las formas 4 y 10. Por el contrario, son escasas las vasijas que se pueden incluir dentro de las
formas 7, 8 y 9 y no se ha localizado ningún fragmento que se
Figura 13.1. Gráfica con indicación de la representación porcentual de las distintas formas cerámicas diferenciadas en el conjunto cerámico
recuperado de las excavaciones de R. Ramos y A. González Prats y E. Ruiz.
159
[page-n-175]
Tabla 13.2. Distribución por UUEE agrupadas y espacios de las formas cerámicas constatadas en las actuaciones de 2015 y 2016.
1000/
1001A
1005/
1007A
1800/
10F
1200/
1204C
1302K
1502/
1503D
1504/
1505D
1510/
1512D
1600/
1604E
Total
%
1, 2 ó 3
0
0
4
0
0
1
3
0
0
8
11,76
1A
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1B
1
2
0
3
0
2
1
0
0
9
13,23
1C
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1D
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
2A1
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
2A2
6
5
0
1
0
0
0
0
0
12
17,64
2B1
0
0
0
1
0
0
0
0
0
1
0,68
2B2
2
2
0
3
3
1
1
0
0
12
17,64
3A
0
0
0
2
0
0
0
0
0
2
2,94
3B
0
1
0
0
0
0
0
0
1
2
2,94
3C
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
4A
1
1
1
0
0
0
0
0
0
3
4,41
4B
0
3
0
0
2
1
1
1
0
8
11,76
5
0
3
0
3
0
0
0
0
0
6
8,82
6
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
7
1
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0,68
8
0
0
0
1
0
0
0
0
0
1
0,68
9
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
10
0
2
0
0
0
1
0
0
0
3
4,41
Total
11
19
5
14
5
5
6
1
1
68
100
16,17
27,94
7,35
20,58
7,35
7,35
8,82
0,68
0,68
%
corresponda con los cuencos trípodes del subtipo 1d, ni de vasijas carenadas del tipo 6 de Siret, aspecto que concuerda con la
escasa presencia de estas formas en el territorio argárico de las
tierras alicantinas, conociéndose hasta el momento ejemplares
de la forma 6 en tres asentamientos –uno en San Antón (Jover
y López, 2009: fig. 14), otro en Pic de les Moreres (González,
1986a: 175, fig. 15) y el restante en las recientes excavaciones
en Laderas del Castillo.
Durante las labores de limpieza y excavación efectuadas en
2015 y 2016 también se pudo recuperar un importante lote de
cerámica, muy fragmentada, cuya clasificación ha venido a ratificar lo observado a través del estudio de repertorio de las antiguas actuaciones. Los recipientes fueron localizados en todas
las zonas en las que se actuó, aunque con diferente cantidad y
calidad de restos y de información.
En 2015 se actuó con especial intensidad en los espacios
o habitaciones C y D. En la excavación del testigo A del espacio C se pudo recuperar diversos fragmentos de recipientes de
las formas 1, 2 y 3, en especial, en las unidades iniciales correspondientes al segundo momento de ocupación, junto a tres
fragmentos carenados de la forma 5. Únicamente cabe reseñar
la documentación durante la limpieza superficial, de una base
correspondiente a la forma 8. Ejemplar, por otro lado, único en
todo el yacimiento. Por su parte, el espacio D, deparó la do160
cumentación de 3 recipientes de la forma 1, 5 de la forma 2, y
tres de la forma 4, siendo dos de ellos del momento inicial de
ocupación del asentamiento. También es destacable la presencia
de un borde que podría considerarse de la forma 10. De los espacios E, K y A también se recuperaron algunos fragmentos de
las formas 1, 2 y 3.
En 2016, la actuación se centró en el espacio A –zona de acceso en su segundo momento y banco UE 2036 junto a los rellenos
sedimentarios 1005-1007 sobre el pavimento 1002 del primer momento de ocupación– y en el testigo B, situado al sur de la plataforma F en la zona exterior del asentamiento. De esta última zona,
fueron recuperados unos escasos fragmentos de las formas 2, 3
y posiblemente 4, mientras que mayor interés mostró el conjunto conservado sobre el tramo de pavimento UE 1002, correspondiente al primer momento de ocupación del espacio o habitación
A. Además de un conjunto mínimo de 18 vasijas cerámicas en las
UUEE 1005-1007, se documentó un instrumento de molienda, un
hacha de piedra pulida, punzón óseo, una Cerastoderma glaucum
perforada y diversos fragmentos de pesas de telar de barro oblongas de 4 perforaciones. Entre las vasijas cabe destacar la abundante
presencia de la forma 2 –7–, 4 –4–, 1 –2–, 3 –1–, forma 5 –3– y un
posible recipiente de la forma 10 (tabla 13.2). En definitiva, un conjunto muy variado en cuanto a formas y capacidades, destinadas al
consumo individual, cocinado y almacenamiento de alimentos y
[page-n-176]
Figura 13.2. Gráfica con indicación de la representación porcentual de las distintas formas cerámicas diferenciadas en el conjunto cerámico recuperado de las excavaciones de R. Ramos y A. González Prats y E. Ruiz. a: tipos de bordes diferenciados; b: tipos de labios
diferenciados; c: apliques; d: tratamiento exterior (en azul) e interior (en rojo) de la superficie de los recipientes; e: desgrasantes; f: tipos
de cocciones diferenciadas.
161
[page-n-177]
Figura 13.3. Conjunto de bordes con el labio decorado con ungulaciones, impresiones y digitaciones.
Figura 13.4. Detalle del motivo campaniforme inciso documentado
en Caramoro I.
líquidos, que viene a representar las formas más habituales y representadas en todos los espacios del asentamiento si nos atenemos a
lo reflejado en la tabla 13.1.
La presencia de elementos de prensión que se adhieren a la
superficie de los recipientes cerámicos alcanza un valor elevado
en el yacimiento –aparecen en 154 vasijas– en comparación con
lo observado en el resto de poblados de la Vega Baja del Segura. El tipo más representado son los mamelones, seguido de las
lengüetas horizontales (fig. 13.2c). La elevada presencia de este
último aplique contrasta con su escasa presencia en el registro
material de Cabezo Pardo (López y Martínez, 2014). También
aparece alguna vasija con cordones, asas verticales y/o teoría
de mamelones. Destaca la presencia de un recipiente con un asa
horizontal, ya que este tipo de elementos son muy escasos dentro del registro cerámico argárico, aunque se pueden encontrar
ejemplos como la vasija de la forma 4 de El Oficio (Cuevas
del Almanzora, Almería) empleada como urna de enterramiento
(Schubart y Ulreich, 1991: taf. 101. 48).
Por lo que respecta al tratamiento superficial, más del 60%
las piezas suelen presentar un acabado alisado y algo menos de
un 20% presentan su superficie bruñida (fig. 13.2d). Los tratamientos groseros y espatulados no alcanzan valores significativos, siendo escasas las piezas que se encuentran erosionadas.
El desgrasante empleado en las pastas cerámicas es, fundamentalmente, local –en torno al 95% de los restos cerámicos–,
formado por minerales como la calcita y el cuarzo, incluyendo
Características morfoestructurales
Por lo que respecta a las características morfológicas de los recipientes cerámicos, destaca la preeminencia de labios convexos –CX–, planos –PL– y engrosados al exterior –EEXT– (fig.
13.2a). El resto de variantes tienen una representación porcentual inferior al 6% (biselados al interior –BINT–, engrosados
al exterior y biselados al interior –EEXT–BINT–, apuntados
–AP–, engrosados al exterior y al interior –EEXT-EINT– y biselados al exterior –BEXT–).
En cuanto a los tipos de bordes, dominan ampliamente las
formas abiertas (recto saliente –RT–, convexo saliente –CXS– y
cóncavo saliente –CVS–), seguidas de las rectas –RT– y, en menor
medida, los recipientes cerrados (cóncavo entrante –CVE–, recto
entrante –RTE– y convexo entrante –CXE–) (fig. 13.2b).
162
Figura 13.5. Galbo de cerámica con doble lañado y borde con impronta de cuerda.
[page-n-178]
Figura 13.6. Ejemplares de la forma 1A.
Figura 13.7. Ejemplares de la Forma 1B.
en estas mismas vasijas la presencia de desgrasantes vegetales
y de chamota (fig. 13.2e). No obstante, hay un reducido grupo,
que no alcanza el 5%, de recipientes que fueron elaborados utilizando como desgrasante rocas metamórficas, parte de ellas de
tipo lamproítico –mica plateada–, de claro origen alóctono, cuyos
afloramientos más cercanos se localizan en la sierra de Orihuela y
la zona de Fortuna (Murcia).
Figura 13.8. Único ejemplar de la Forma 1C.
163
[page-n-179]
Figura 13.9. Ejemplares de la Forma 2A1.
164
[page-n-180]
Figura 13.10. Ejemplares de la Forma 2A2.
165
[page-n-181]
Figura 13.11. Ejemplares de la Forma 2B1.
Todas las cerámicas fueron realizadas, principalmente, en
una atmósfera de cocción reductora –más del 80% de los recipientes–, mientras que la cocción oxidante sólo se documenta
en torno a un 10% de las vasijas (fig. 13.2f). Los restos cerámicos con una cocción alternante o mixta son muy escasos.
Prácticamente la totalidad de las vasijas cerámicas son lisas.
Tan sólo seis fragmentos presentan ungulaciones, digitaciones
e impresiones en el labio (fig. 13.3). La cerámica decorada es
escasa entre los yacimientos argáricos del Bajo Segura y Bajo
Vinalopó (Simón, 1997: 91, fig. 21; López y Martínez, 2014:
183), reduciéndose a los mismos tipos descritos para Caramoro
I. Más común resulta en los yacimientos del Bronce Tardío,
como La Loma de Bigastro (Alicante), o, principalmente, en
los asentamientos adscritos a los momentos iniciales del Bronce Final, como el Cabezo de las Particiones (Rojales, Alicante)
(Martínez Monleón, 2015b) o el nivel I del Tabayá (Molina
Mas, 1999; Belmonte, 2004).
Mención aparte dos fragmentos que presentan una decoración incisa en el cuerpo. El ejemplar CMI-238 presenta
línea incisas verticales en el borde combinado con lo que
parecen ser formas triangulares inscritas unas en otras en el
cuerpo, mientras en el fragmento CMI-814 aparecen motivos
reticulados incisos delimitados por un trazo vertical. Este
tipo de decoraciones recuerdan a las documentadas en el es166
trato A del Promontori del Aigua Dolça i Salà (Elche, Alicante) (Ramos Fernández, 1984), propias de un campaniforme
tardío (fig.13 4).
Otros tres ejemplares (fig. 13.5) presentan improntas vegetales, un doble lañado –CMI-191– y la impronta dejada por
un instrumento sobre el borde –CMI-1325–, posiblemente una
cuerda, respectivamente.
Sobre la variedad formal y métrica del repertorio
cerámico
Formas 1, 2 y 3
La variedad formal y métrica de las ollas bajas, cuencos, cazuelas
y escudillas incluidas en las formas 1, 2 y 3 (figs. 13.6 a 13.15)
es muy amplia y presenta una amplia amalgama de posibles tipos
transicionales que dificultan su reconocimiento y perfecta diferenciación, especialmente cuando tratamos de analizar fragmentos de vasijas. Este problema ya ha sido señalado en otros trabajos
(Schubart, 2004: 39, 43; López y Martínez, 2014).
Constituyen el grupo más numeroso dentro del repertorio cerámico de Caramoro I, al igual que en el resto de yacimientos argáricos de la zona (González, 1986a: fig. 15, tipo 1; Simón, 1997:
80-83, fig. 10-13; Jover y López, 2009: 103, fig. 1; López Padilla
y Martínez, 2014). Se ha recuperado un total de 253 fragmentos de
[page-n-182]
Figura 13.12. Ejemplares de la Forma 2B2.
bordes de vasijas que podrían considerarse como de las formas 1,
2 y 3. 198 fragmentos corresponden a las antiguas excavaciones
y 55 a las campañas de 2015 y 2016. Los más numerosos son los
cuencos de la forma 2 (más del 60 %), aunque todos están bien
representados en los distintos espacios interiores del asentamiento,
así como en la plataforma F, ya en el exterior del asentamiento.
En general, la forma 1 (figs. 13.6, 13.7 y 13.8) está menos representada que la forma 2, aunque su reparto también
es amplio. Apenas se han encontrado vasijas que puedan
corresponder claramente a escudillas del subtipo 1a –CMI560– en la plataforma F, que también aparecen en San Antón
(Jover y López, 2009: 103, fig. 1). Los otros recipientes –9
167
[page-n-183]
Figura 13.13. Ejemplares de la Forma 3A.
Figura 13.14. Ejemplares de la forma 3B.
más completos recuperados de las antiguas excavaciones– se
incluirían en el subtipo 1a2, cuencos profundos con borde
marcadamente saliente y una proporción aproximada entre
el diámetro de boca y la altura de 3/1, localizándose sendos
ejemplares en los espacios A y E, y otro en la plataforma F,
mientras el resto carecen de contexto.
Más comunes son los cuencos hondos con borde saliente de
la forma 1b (fig. 13.7), desde recipientes de pequeño tamaño
hasta vasijas muy grandes –su diámetro de boca oscila entre
los 110 y los 440 mm–. Se concentran, principalmente, en el
espacio o habitación A –7 ejemplares de antiguas excavaciones
y 3 de la campaña de 2016–, aunque también se encuentran en
168
los espacios C –3 de la segunda fase–, D –4 vasijas de antiguas
excavaciones y 3 de la campaña de 2015– y en el pasillo K –1
recipiente–, mientras 9 de estos restos carecen de contexto.
Sólo se ha reconocido un ejemplar de la variante 1c –CMI4–, cuenco hondo con borde entrante y un diámetro de boca de
100 mm, localizado en el espacio A (fig. 13.8), aunque algún
pequeño fragmento de borde de difícil clasificación formal también podría incluirse en esta variante.
Los cuencos de la forma 2 constituyen el tipo mejor representado dentro del conjunto vascular de Caramoro I –132 fragmentos
y aproximadamente 35 de las campañas de 2015 y 2016–, siendo
más frecuentes los del tipo 2a que los del tipo 2b.
[page-n-184]
Figura 13.15. Ejemplares de la forma 3C.
El subtipo 2a1, cuencos con borde saliente y una morfología de casquete esférico, está compuesto por 34 ejemplares (fig.
13.9). Presentan unas dimensiones en el diámetro de boca entre
105 y 260 mm, y en dos casos emplean mica plateada como
desgrasante. Aparecen representados en todos los espacios del
yacimiento: en las habitaciones A –9–, B –1–, C –1–, D –4–,
E–4– y J –1–, así como en la plataforma F –1–. Un conjunto de
13 recipientes carecen de contexto.
El subtipo 2a2 (fig. 13.10), cuencos con borde saliente y una
morfología semiesférica, está compuesto por 69 ejemplares –50
de las antiguas excavaciones y 19 de la actuación efectuada en
2015 y 2016–. Presentan unas dimensiones en el diámetro de
boca entre 70 y 295 mm, aunque la mayor parte de estas vasijas
se sitúan entre 100 y 150 mm, y en solo un caso emplearon mica
plateada como desgrasante. Aparecen representados en todos
los espacios del yacimiento: en las habitaciones A –20–, B –3–,
C –4–, D –12–, E–9– y J –2–, así como en la plataforma F –4–.
Un conjunto de 15 recipientes carecen de contexto.
El subtipo 2b1, cuencos con borde saliente o recto y una morfología de tendencia esférica, está compuesto por 22 ejemplares
(fig. 13.11), que presentan unas dimensiones en el diámetro de
boca entre 80 y 240 mm. Estos recipientes también presentan una
169
[page-n-185]
Figura 13.16. Ejemplares de la forma 4A.
amplia distribución, concentrándose fundamentalmente en la habitación D –6–, aunque también hay dos ejemplares en los espacios C, E, en el pasillo K, y un recipiente en las habitación A. Un
conjunto de 8 vasijas carecen de contexto.
El subtipo 2b2, cuencos con borde entrante y una morfología de tendencia esférica, está compuesto por 39 ejemplares (fig.
13.12). Presentan unas dimensiones en el diámetro de boca entre
70 y 280 mm, aunque la mayor parte de estas vasijas se sitúan
entre 100 y 200 mm, y en un caso emplean mica plateada como
desgrasante. Suele ser frecuente que estas vasijas presenten algún
elemento de prensión, fundamentalmente mamelones –en 13 casos– y, en menor medida, lengüetas horizontales –2–, asas verticales –1– y teoría de mamelones –1–. Aparecen representados en
casi todos las habitaciones del yacimiento: A –8–, C –4–, D –6–,
E–6– K -3- e I –1–, así como en la plataforma F –2–. Un conjunto
de 15 recipientes carecen de contexto.
170
Los cuencos u ollas de la forma 3, con un perfil oval que se
orienta horizontalmente, no son tan numerosos, pero están bien
representados. Encontramos recipientes pertenecientes a casi
todos los subtipos.
El subtipo 3a, ollas abiertas con una morfología elipsoide
horizontal, está integrado por 11 ejemplares (fig. 13.13). Presentan unas dimensiones en el diámetro de boca entre 160 y 330
mm. Se localizó un ejemplar en cada una de las estancias –A,
B, D y E–, con la excepción de la C, donde se localizaron 2,
ademas de 4 vasijas que carecen de contexto.
El subtipo 3b, ollas con borde entrante y una morfología
elipsoide horizontal, está integrado por 11 ejemplares (fig.
13.14). Presentan unas dimensiones en el diámetro de boca entre 120 y 200 mm y todos los ejemplares pertenecen al subtipo
3b1, con excepción del fragmento CMI-629, empleado como
cuenco de una copa, que se incluye dentro del subtipo 3b2 ca-
[page-n-186]
Figura 13.17. Ejemplares de la forma 4B.
racterizado por su borde entrante indicado. Estos ejemplares se
concentran, fundamentalmente, en la habitación D –6–, aunque
también se localizó una vasija en el espacio A, C y otras dos en
la E. Un conjunto de 2 recipientes carecen de contexto.
Más abundantes son las ollas del subtipo 3c –16 ejemplares– caracterizadas por su tendencia oval y su tendencia
recta en las paredes (fig. 13.15). Con algunas dificultades se
pueden incluir los fragmentos –CMI-562, CMI-507 y CMI-
832– al subtipo 3c1, con un diámetro de boca entre 140 y
160 mm y localizadas en plataforma F, el pasillo K y en la
habitación A, respectivamente. Más frecuentes son los recipientes del subtipo 3c2 –7–, con un diámetro de boca entre
70 y 130 mm, con excepción de la vasija CMI-644 de dimensiones ligeramente superiores. Se hallaron dos recipientes
en los espacios D y uno en A y B, mientras los 3 restantes
carecen de contexto.
171
[page-n-187]
Figura 13.18. Ejemplares de la forma 5.
172
[page-n-188]
Figura 13.19. Bordes de probable adscripción a la forma 5.
El subtipo 3c3 es una variante de gran tamaño de ollas con perfil de tendencia elipsoide orientado verticalmente, con un diámetro
de boca entre 200 y 400 mm y que puede presentar mamelones o
cordón para su sustentación. Sólo se ha registrado una en las habitaciones A y D, mientras tres carecen de contexto.
Por lo tanto, son más frecuentes los cuencos de la formas
2 que los cuencos u ollas de las forma 1 y 3. A tenor del registro del yacimiento almeriense de Fuente Álamo (Schuhmacher,
2003; Schubart, 2004), la mayor importancia de los cuencos de
la forma 2 en detrimento de la forma 1 no se observa en las
fases más antiguas, así como el predominio de bordes salientes
en los cuencos de las formas 1 y 2 no se observa en las fases
finales. Estas apreciaciones podrían indicar que el yacimiento
de Caramoro I se desarrollaría en una etapa plena, a inicios del
II milenio cal BC, lo que coincide con lo planteado para la fase I
o inicial de Cabezo Pardo (López y Martínez, 2014).
173
[page-n-189]
Figura 13.20. Ejemplares de la forma 7.
Figura 13.21. Ejemplares de la forma 8.
174
[page-n-190]
Figura 13.22. Ejemplares de la forma 9.
Forma 4
Las grandes ollas de la forma 4 no son muy abundantes en el
registro cerámico de Caramoro I. La forma básica de las ollas
definidas por Siret constituye el tipo 4a. Contamos con 10 fragmentos de esta variante (fig. 13.16) que se localizan en las habitaciones A –2–, C –1–, D –1– y E–2–, así como en la plataforma
F –1–, mientras dos recipientes carecen de contexto. Presentan
unas dimensiones en el diámetro de boca entre 140 y 298 mm
y suelen presentar elementos de suspensión como teoría de mamelones –2–, mamelones –2– o lengüetas horizontales –1.
Junto a estas ollas hay que considerar la forma 4b
(Schubart, 2004: 44), con un diámetro de boca entre 128 y
465 mm y siempre con un borde indicado, en la mayoría de
los casos vertical, pero a veces también ligeramente saliente
(fig. 13.17). Contamos con 21 fragmentos que se localizan
en los espacios A –6–, C –1–, D –4–, E–2– y K –2–, mientras seis recipientes carecen de contexto. Suelen presentar
elementos de suspensión como mamelones –3–, lengüetas
horizontales –2– y asas verticales –1.
Forma 5
Las vasijas carenadas de la forma 5 constituyen uno de los tipos cerámicos más reconocibles del registro material argárico.
Cuenta además con una gran variabilidad formal y métrica.
Dejando aparte el rasgo más definitorio del tipo –la presencia
de una carena que separa en dos mitades el vaso– es posible
encontrar casi cualquier variedad de recipiente en lo que respecta a dimensiones, anchura y altura. Se han diferenciado tres
subtipos básicos (Schubart, 2004: 45), caracterizados los dos
primeros –subtipos 5a y b– por la altura del cuello, y caracterizándose el último –subtipo 5c– por la forma cónica de las
paredes del cuello y la base.
Se han clasificado 30 fragmentos –26 en las antiguas excavaciones– de paredes de vasijas con carena en Caramoro I (fig.
13.18), a los que habría que añadir un conjunto de 60 fragmentos de
borde saliente (fig. 13.19), cuyo perfil curvilíneo cóncavo permite
aventurar con cierta probabilidad su adscripción a la forma 5, aunque no se conserve la carena. A pesar de que se encuentra presente
en todos los espacios definidos en el asentamiento, el número de
recipientes de la forma 5 resulta muy elevado en la habitación A,
–21 ejemplares–, en especial en su momento inicial (ver fig. 13.29)
y, en menor medida, en las estancias E –11– y D –10–. También
está representada en la plataforma F –6–, las habitaciones C –7–,
B–3– y I –1–, así como en el pasillo K –2– y la zona de contacto
entre las habitaciones B y E –1–. Aunque el desgrasante empleado
básicamente, para la elaboración de estas tulipas es calcita/cuarcita,
tres de los recipientes presentan mica plateada.
En pocos casos se ha podido definir la forma completa, tratándose casi siempre de vasijas carenadas achatadas del subtipo
5a –como las que presenta R. Ramos Fernández en su tabla tipológica y los recipientes CMI-321 y CMI-59–. Sin embargo,
tampoco faltan fragmentos adscribibles al subtipo 5b, de mayor
altura –CMI-1229 y CMI-1319–. No aparecen fragmentos de
tulipas de cuerpo superior cónico de la variante 5c, que sí se
constatan en San Antón y Laderas del Castillo (Jover y López,
2009: 105, fig.6) y para las que se ha apuntado una cronología
más reciente con respecto a las formas carenadas de los momentos iniciales de El Argar.
175
[page-n-191]
Figura 13.23. Ejemplares de la forma 10.
176
[page-n-192]
En cuatro ejemplares se ha registrado la presencia de asas
asociadas a recipientes de esta forma, al igual que en otros yacimientos de la Vega Baja del Segura (Jover y López, 2009:
105, fig. 6), llegando a considerarse éste un elemento ajeno a la
tradición alfarera argárica (Soriano, 1984: 129).
Forma 7
Aunque las copas de la forma 7 son, junto con las vasijas
carenadas, dos de las formas más reconocibles de la vajilla
argarica, no resultan frecuentes en el área del Bajo Segura y
Vinalopó (Jover y López, 2009: 106). La adscripción a uno
u otro subtipo de la propuesta tipológica de Fuente Álamo
se realiza tomando como criterio general la forma del pie
(Schubart, 2004: 52).
Entre el material cerámico documentado en las campañas de
excavación de Caramoro I se han identificado tres pies de copa,
una peana, cuatro cuencos de copa y tres bordes que podrían
pertenecer a este tipo de partes superiores de las copas (figs.
13.20; 13.29). El fragmento CMI-1021 es un pie de copa ancho
y bajo del subtipo 7a2, el fragmento CMI-63 es un pie de copa
ancho y medianamente largo de la forma 7b1, mientras el pie de
copa CMI-210 no permite definir su morfología. El fragmento
CMI-116 es un cuenco del subtipo 1b que conserva la parte superior de la peana y formaría parte de una copa del subtipo 7a2.
Los fragmentos CMI-629 (fig.13.20) y UE 1000/1 documentada
en el espacio A (ver fig. 13.29) son cuencos del subtipo 3b1,
semejante a la parte superior de las copas del subtipo 7c2 y que
por sus dimensiones podría ser similar al que tendría la peana
CMI-1164, aunque estos no forman parte de la misma copa. El
fragmento CMI-217/233 es un cuenco de la forma 2a1, que también parece ser la parte superior de una copa. Más dudas presentan los fragmentos de borde CMI-224, CMI-226 y CMI-232,
localizados en el espacio I, debido a su peor estado de conservación, pero que por sus características morfológicas y técnicas
hemos optado por incluirlos en este grupo. Todos estos recipientes emplean como desgrasante mica plateada. Con excepción de
los tres bordes de dudosa adscripción de la habitación I, el resto
de las copas se localizan en las habitaciones A –2–, B –1–, D
–1– y I –2–, mientras dos ejemplares carecen de contexto.
Según el estudio del material de Fuente Álamo, las copas de
los subtipos 7a2 y 7b1 aparecen en las fases antiguas y las del
subtipo 7c2 corresponderían a momentos avanzados, si bien su
presencia se registra en casi toda la secuencia del asentamiento
(Schubart, 2004: 56).
Forma 8
La forma 8 de Siret designaba fundamentalmente los pies de
copa reutilizados que aparecían en las sepulturas de El Argar.
Los criterios de clasificación aplicados en la actualidad, en cambio, prefieren adscribir estos recipientes a la forma 7b2, comúnmente denominada “copa de peana baja o ancha” (Schubart,
2004: 56). Este criterio ha hecho menguar considerablemente la
representación de esta forma en los repertorios de cerámica de
los yacimientos argáricos.
En Caramoro I no se ha documentado ningún fragmento de
base que pueda clasificarse inequívocamente en la forma 8, con
la excepción de la pieza recuperada en la campaña de 2015 en
la limpieza del espacio C –CMI/2015–1200/11–. Junto a esta
base, tan sólo algún fragmento de borde podría clasificarse, con
grandes reservas, en este tipo (fig. 13.21), como las piezas CMI-
380 –espacio E–, CMI-621/623 –espacio D–, CMI-1177 –sin
contexto– y CMI-919 – espacio A–, con unas dimensiones entre
160 y 230 mm. Los únicos vasos de la forma 8 registrados en el
territorio argárico alicantino continúan siendo los escasos ejemplares documentados en Pic de les Moreres (González, 1986a:
fig. 15, tipo 6), la Illeta dels Banyets (Simón, 1997: 79, fig. 9.7)
y San Antón (Jover y López, 2009: 107, fig. 16.10 y 11).
Forma 9
La forma 9 representa un tipo de recipiente de paredes abiertas,
que podríamos interpretar funcionalmente como fuentes, con
borde fuertemente saliente, fondo redondo y perfil en S. Se trata
de un tipo exclusivo de contextos domésticos, completamente ausente en las sepulturas (Arteaga y Schubart, 2000: 104).
De acuerdo con los datos que ha proporcionado la estratigrafía
de Fuente Álamo, este tipo formaría parte del ajuar cerámico
argárico característico de momentos antiguos (Schuhmacher,
2003: 130). Los cinco recipientes de esta forma aparecidos en
Caramoro I (fig. 13.22), por lo tanto, deberían situarse también
en ese intervalo cronológico. Los tres fragmentos que presentan
contexto proceden de la estancia D. Presenta un diámetro de
boca que oscila entre 156 y 440 mm y suelen presentar elementos de prensión como lengüetas horizontales –2– o asas verticales –2–. Estas vasijas constituyen, junto a las de Cabezo Pardo
(López y Martínez, 2014), los únicos ejemplares conocidos en
todo el registro cerámico del Bajo Segura y Bajo Vinalopó.
Forma 10
La forma 10 incluye grandes contenedores de almacenamiento
en forma de pithos. Con 28 ejemplares de gran variedad morfológica (fig. 13.23) están presentes en los espacios A –6–, C –1–,
D –7– y E –4–, así como en el pasillo K –1–, mientras 8 piezas
carecen de contexto.
Suelen presentar la adición de mamelones –2–, lengüetas
horizontales –6– o cordones –3– para facilitar la sustentación
de los recipientes y unas dimensiones de diámetro de boca que
oscilan, frecuentemente, entre los 300 y 500 mm. No resultan
frecuentes entre los materiales de la colección conservada de
San Antón y Laderas del Castillo (Jover y López, 2009: 107),
dada la selección realizada por los gestores de estas colecciones, donde se primaba la exhibición de vasos completos, cosa
difícilmente conseguible para los vasos de gran tamaño como es
el caso. En cambio, sí que aparecen en otros yacimientos como
Pic de les Moreres (González, 1986a: fig. 15, tipo 4) o la Illeta
dels Banyets (Simón, 1997: 83-85, fig. 13.11, 14.1, 14.7, 15.6
y 15.8). La mayoría del resto de fragmentos corresponde sólo
a la parte superior de la vasija, lo que dificulta su adscripción a
alguno de los subtipos establecidos en Fuente Álamo (Arteaga
y Schubart, 2000: 105).
SOBRE LA PROCEDENCIA Y CARACTERIZACIÓN
TECNOLÓGICA DE LA VAJILLA CERÁMICA
Algunos de los recipientes documentados por González y Ruiz
en su excavación fueron estudiados en la tesis doctoral de R.
Seva Román (2002 [1995]: 119-125). En su estudio analizó un
conjunto de 41 muestras –40 de cerámica y 1 pella de barro–
correspondientes a distintas vasijas de formas y tamaños muy
variados procedentes de distintos espacios del asentamiento. 6
recipientes eran de la forma 1, 17 de la forma 2 –uno con un
177
[page-n-193]
Figura 13.24. Reportorio formal de vasijas completas expuestas en el MAHE (Museo Arqueológico y de Historia de Elche).
178
[page-n-194]
Figura 13.26. Zona junto al banco UE 2036 donde se puede observar basura de facto materializada como consecuencia de un incendio del primer momento de uso del espacio A.
Figura 13.25. Fragmentos cerámicos recuperados en el espacio C
en la campaña de 2015.
Figura 13.27. Fragmentos cerámicos recuperados en el espacio A en
la campaña de 2016.
cordón horizontal–, 4 de la forma 3, 6 de la forma 4 –uno con
mamelones–, 5 de la forma 5 y 1, posiblemente, de la forma
10, correspondiente a un fragmento de borde muy grueso con
labio engrosado. A estos recipientes cabe añadir una lengüeta
y una pella de barro. Además de la caracterización formal de
los recipientes, fueron aplicadas diversas técnicas de análisis
en la caracterización de las pastas –lámina delgada, DRX, análisis de la porosidad de las pastas, y estudios estadísticos de
componentes–.
Entre las conclusiones que se pudieron extraer (Seva, 2002:
126-148) cabe destacar:
No existen correlación entre la morfología de los recipientes
y su tratamiento o acabado superficial. Aunque dominan los tratamientos superficiales alisados y las pastas bien levigadas, en
un buen número de recipientes pusieron especial atención, aportando un especial bruñido a su aspecto. Sin embargo, tampoco
están ausentes las pastas groseras, sin prestar ninguna atención
a su acabado y simetría.
También destaca la presencia de trazas de uso en la superficie de las vasijas, en especial, las marcas provocadas por fuego
en los recipientes de las formas 3 y 4.
Es significativo el empleo de materia vegetal como desgrasante, junto a desgrasantes minerales. El contenido de desgrasante es habitual, destacando una mayor presencia de éstos en
las vasijas con desgrasantes metamórficos. Lo normal es que se
añada desgrasante al sedimento original, que en la mayoría de
los casos, ya contenían. Por otro lado, también se detecta el uso
de chamota como desgrasante, aspecto éste bastante generalizado en la zona desde momentos calcolíticos.
La presencia en distintos vasos de una matriz sedimentaria
carbonática, con la presencia de microfósiles del Oligoceno,
Mioceno y Eoceno, permite deducir un origen autóctono para la
mayor parte de las cerámicas. El dominio de elementos calcáreos
acompañados por cuarzo de origen triásico, avala esta hipótesis.
La técnica de fabricación de la mayor parte de los recipientes
de pequeño tamaño fue el vaciado, empleando para los de mayor
tamaño la unión de churros de arcilla empleando instrumentos de
tipo espátula, o aplicando piezas previamente modeladas.
179
[page-n-195]
Figura 13.28. Fragmentos cerámicos recuperados junto al banco del espacio A en la campaña de 2016.
A nivel de composición, efectuada a partir de análisis de
DRX, se diferenciaron 6 agrupaciones que muestran la existencia de varias fábricas, muchas de ellas localizables en el entorno
del asentamiento. No obstante, también hay materiales alóctonos de tipo metamórfico e ígneo que denota una procedencia
foránea del sur de Alicante, Murcia o Almería.
Las vasijas serían elaboradas en hornos de tipo hoyo con el
contacto directo del combustible.
Las temperaturas de cocción no fueron excesivamente elevadas, habiendo alcanzado en general temperaturas por debajo
de los 700º. No obstante, en algunos recipientes se ha podido
determinar temperaturas más elevadas, destacando algunos que
pudieron alcanzar los 800º. Las cerámicas con desgrasantes
metamórficos, cuya producción no pudo ser llevada a cabo en
Caramoro I, también muestra la misma disparidad en cuanto a
la temperatura de cocción, aunque en general se ubican entre
720 y 760º.
Reducida presencia de cocciones de tipo oxidante, y dominio de las reductoras, en las que pudo incidir la posición de las
mismas dentro del horno y la forma de ser apiladas.
Los recipientes cerámicos analizados no difieren prácticamente de otros conjuntos analizados de yacimientos coetáneos.
De todo ello, se deduce que fue empleada una tecnología muy
rudimentaria, en hornos a cielo abierto, en los que se alcanzarían
temperaturas óptimas entre 650º y 800º para su cocción. Las arcillas y desgrasantes empleados fueron de procedencia local en
casi toda la vajilla. Sin embargo, algunos recipientes –a nivel macrovisual observado en algo menos del 5% de los recipientes, en
especial, en pies de copas, cuencos y escudillas de las formas 1
y 2, y algunas formas 5, presentan como desgrasante una mica
plateada de muy pequeño tamaño, cuyos afloramientos de tipo
180
asomo puntual, están distanciados de Caramoro I en algo más
de 30 Km. Los afloramientos más cercanos se encuentran en la
sierra de Orihuela y en la zona de Murcia, en concreto en el área
de Fortuna. El buen acabado de las vasijas, asociado al desgrasante foráneo, permite deducir que estos recipientes no serían
elaborados en Caramoro I. Su obtención habría que asociarla con
redes de intercambio en las que también circularían otras materias
primas o productos, como es el caso de rocas subvolcánicas y
metamórficas –diabasas, esquistos, etc–, también presentes en la
zona de Orihuela.
CONCLUSIONES
El conjunto de evidencias cerámicas obtenido en las distintas
campañas de actuación efectuadas en Caramoro I es lo suficientemente amplio y representativo como para caracterizar la
producción cerámica de este pequeño asentamiento del extremo
septentrional de El Argar (fig. 13.25). A partir de algo más de
8.300 fragmentos cerámicos se reconocieron cerca de 1.278 piezas con información estructural sobre la tipología de la vajilla
cerámica empleada en Caramoro I a lo largo de 250 años. Es
resaltable, que, aunque con ciertas precauciones, han podido ser
reconocidos y clasificados un mínimo de 922 recipientes, que a
nivel formal se podrían encuadrar en todas las formas establecidas por los hermanos Siret. Al igual que en el resto de asentamientos argáricos estudiados, las tres primeras formas son las
mayoritarias, estando igualmente bien representadas por este
orden, las formas 5 y 4 y en menor número las formas 7, 8 y 10.
La forma 9 está representada con 5 ejemplares, mientras que la
única ausente es la forma 6. En este sentido, de acuerdo con los
datos que ha proporcionado la estratigrafía de Fuente Álamo, la
forma 9 formaría parte del ajuar cerámico argárico característico
[page-n-196]
de momentos antiguos (Schuhmacher, 2003: 130). Solo 3 de los
5 fragmentos de recipiente presentan contexto, procediendo del
espacio D. Estas vasijas constituyen, junto a los ejemplares de
Cabezo Pardo (López y Martínez, 2014), los únicos conocidos
en todo el registro cerámico del Bajo Segura y Bajo Vinalopó.
La forma 6, aunque ausente de Caramoro I, no es habitual en los registros cerámicos domésticos de los yacimientos argáricos de la Vega Baja del Segura y Bajo Vinalopó.
Ni tampoco es abundante en otras zonas del territorio argárico. Más bien al contrario, se trata de un tipo de recipiente
escasamente representado y casi siempre vinculado a
contextos funerarios.
Aunque todas las formas muestran una amplia distribución espacial en todas las habitaciones o espacios reconocidos, es importante destacar una mayor presencia de recipientes en los espacios C (fig. 13.25), D y, sobre todo el A (figs.
13.27 a 13.29).
En cuanto a las copas o forma 7 cabe destacar su presencia
en al menos 4 estancias –A, B, D e I– de Caramoro I. La mayor
cantidad y variedad formal detectada en el espacio A responde,
sin lugar a dudas, a que se trataba del espacio con mayor potencia estratigráfica y donde mejor se conservaron los niveles de
ocupación, como consecuencia de la sucesión de, al menos, 2
incendios súbitos. Todas las vasijas son de uso doméstico, habiéndose detectado trazas de uso en un buen número de ellas.
Por tanto, el registro cerámico de Caramoro I no difiere a
nivel formal y de capacidad de los recipientes del resto de asentamientos excavados, tanto del área de la Vega Baja como de
otros territorios como el campo de Lorca, Totana o la cuenca de
Vera. Están representadas las mismas formas cerámicas, incluso
las copas (forma 7). Las únicas diferencias observables se pueden concretar en tres aspectos.
En primer lugar, mientras en asentamientos argáricos más
meridionales, como el Rincón de Almendricos o el Cerro de las
Viñas de Coy (Ayala, 1991), pero también en muchos otros, la
forma 1 es la dominante, seguida de la forma 2; en Caramoro I se
invierten ligeramente los términos. Esta cuestión podría deberse
al alto grado de fragmentación del conjunto analizado. No obstante, sí nos gustaría resaltar que Caramoro I es un asentamiento
ubicado en el extremo más septentrional de El Argar y los
estudios cerámicos efectuados en el área del Bronce Valenciano
muestran como la forma 1 tiene una menor representatividad. En
concreto, en el territorio adscrito del Bronce Valenciano, es la
forma 2 de cuencos de tipo casquete esférico y semiesférico los
dominantes en términos absolutos en todos los asentamientos,
junto a las formas de tendencia esférica representadas con la forma 3. Este dato habría de ser considerado en la explicación de la
proporción en la representatividad de los tipos.
En segundo lugar, todo parece indicar que en Caramoro I
se fabricó y utilizó una vajilla cerámica donde la presencia de
elementos de prensión parece ser más abundante que en el área
central argárica. Mamelones, teorías de mamelones, lengüetas
y asas están bien representados frente a lo que normalmente se
ha publicado del ámbito argárico. Incluso algunos autores señalaban su relativa escasez (Lull, 1983: 144-145). Sin embargo,
están posibles diferencias no son reales si observamos el registro publicado de otros yacimientos cercanos como Pic de Les
Moreres (González Prats, 1986a; 1986b), o incluso más alejados, como Rincón de Almendricos o Cerro de las Viñas de Coy
(Ayala, 1991). Además, si atendemos al registro que venimos
documentando en las excavaciones realizadas en los últimos
años en Laderas del Castillo (Callosa de Segura), la proporción
de elementos de prensión sería similar. Por tanto, sería importante que se publicaran de forma extensa los repertorios cerámicos de los asentamientos argáricos excavados, con el objeto de
comprobar dicha cuestión.
Y, en tercer lugar, mientras en el área murciana las producciones están elaboradas con desgrasantes metamórficos propios y
característicos de la zona, en Caramoro I, en algo más del 95% de
los recipientes fueron empleados desgrasantes y arcillas locales
de origen secundario (triásico) y terciario. Solamente un porcentaje muy bajo de recipientes cerámicos, cercano al 5 %, algunos
de ellos correspondientes a las formas 1, 2, 5 y 7, habrían sido
elaborados en otros asentamientos más meridionales de la zona
de Orihuela o murciana. A través de procesos de intercambio es
como consideramos que serían obtenidos, empleando las mismas
redes de circulación y cauces que otras materias primas u objetos. Entre otros, cabe destacar que las rocas ígneas empleadas en
Caramoro I procederían, o bien del asomo del Cabezo Negro de
Hurchillo en la sierra de Abanilla-Crevillente, o bien del afloramiento de San Antón en Orihuela. En esta última sierra es donde
también encontramos los filones cúpricos más septentrionales de
las tierras del sureste, localizados en el cerro de la Mina (Brandherm et al., 2014). Y probablemente, fuese desde núcleos poblacionales principales como San Antón o Laderas del Castillo, de
donde pudieron proceder, vía intercambio y distribución algunos
de los objetos presentes en Caramoro I.
Por último, cabe señalar que los recipientes cerámicos en
todas sus formas presentan una amplia distribución espacial
dentro del asentamiento. En los espacios A, C, D y E se localizaba una amplia y variada gama de vasijas que podríamos
considerar como basura primaria y de abandono, sin que podamos concretar su adscripción a los distintos momentos de
ocupación que han sido detectados. Solamente para el primer
momento de uso del espacio A, del que en la campaña de 2016
todavía se pudo constatar la conservación de una pequeña zona
no excavada previamente a los pies del banco UE 2036 (fig.
13.26), que deparó la presencia de algunas vasijas incompletas,
fragmentos de pesas de telar, una moledera, un hacha de piedra,
un punzón óseo y una concha marina podríamos considerar que
buena parte del repertorio cerámico (figs. 13.27 a 13.29) podría
tratarse de basura de facto abandonada de forma súbita como
consecuencia de un incendio. También cabría esta posibilidad
para los niveles del espacio E. Mientras que para los niveles
excavados en los espacios C y D, la cerámica detectada puede
considerarse como basura de abandono y, en una pequeña proporción primaria.
No obstante, con independencia de los tipos de basura generados en el asentamiento y la falta de información contextual,
las dataciones absolutas obtenidas permiten concretar su empleo durante aproximadamente los 250 años de ocupación del
asentamiento, entre aproximadamente el 2000 y el 1750 cal BC.
Este dato se convierte en un indicador de enorme calidad para
futuros trabajos.
181
[page-n-197]
[page-n-198]
14
El instrumental metálico de Caramoro I
Sergio Martínez Monleón y Francisco Javier Jover Maestre
Los objetos metálicos de cobre documentados en Caramoro I
son escasos aunque muy representativos del instrumental metálico habitual en los contextos habitacionales del ámbito argárico. Una constante en el registro arqueológico argárico es,
precisamente, el reducido número de objetos metálicos documentados en contextos domésticos frente a su relativa abundancia, amortizados en tumbas. Este hecho, se acentúa mucho más
si se trata de asentamientos de muy pequeño tamaño, como es
el caso de Caramoro I.
Todos los objetos documentados se corresponden con instrumentos de trabajo, habituales en los ámbitos argáricos, con
la excepción de una pieza. Por sus características, todos ellos
fueron manipulados y usados ampliamente, por lo que alguno
de ellos son de difícil identificación morfológica y funcional,
caso de un punzón o escoplo.
En el conjunto de las excavaciones efectuadas han sido cinco los objetos recuperados. Cuatro ellos documentados durante
las excavaciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura (fig.
14.1): uno en el espacio C –CMI-589–, otro en la D –CMI-588–
y dos en la habitación E –CMI-590 y CMI-591–. El objeto restante, documentado durante la actuación de 2016, se trata de una
amalgama de bolitas de cobre procedente del relleno sedimentario –UE 2102–, vertido como basura en el relleno sedimentario
del contrafuerte murario levantado en acceso al asentamiento
(fig. 14.2).
DESCRIPCIÓN DE LOS ARTEFACTOS
Punta de Palmela
El ejemplar CMI-590 está conservado en su totalidad. Se
trata de una punta de flecha de Palmela o Foliácea del tipo
I (Simón, 1998: 261). La hoja presenta un perfil apuntado,
con una sección de hoja ovalada. La unión entre la hoja y
el pedúnculo es trapezoidal y el pedúnculo es largo y de
sección circular. Este objeto presenta unas dimensiones: 84
mm de longitud –44 mm de hoja y 40 mm de pedúnculo–,
17,5 mm de anchura máxima en la hoja y 0,55 mm en el
pedúnculo, y un espesor máximo de 3,5 mm en la hoja y 4
mm en el pedúnculo. Este tipo de objetos metálicos aparecen ampliamente representados en los yacimientos argáricos
del extremo septentrional argárico, como en San Antón, Laderas del Castillo, Tabayá, Illeta dels Banyets y Cabezo de
la Mina (San Miguel de Salinas, Alicante), así como en los
yacimientos de su periferia (Simón, 1998), siendo las más
frecuentes las de hoja de sección ovalada y pedúnculo corto
o largo de sección cuadrangular.
Punzones
El ejemplar CMI-589 está conservado en su totalidad y presenta morfología fusiforme, un único ápice y sección transversal
cuadrangular (ver fig. 14.1). Su cuerpo es asimétrico, concentrándose la anchura máxima de la pieza en el tercio proximal.
Sus dimensiones son: 79,5 mm de longitud, 8,5 mm de anchura
y 10 mm de espesor máximo. En relación a su contexto de hallazgo, procede del espacio C. La sección cuadrangular del punzón mejora la fijación de la varilla dentro del mango y es más
adecuado para un accionado manual a baja velocidad (Soriano,
2014: 219). La presencia de huellas asociadas con el sistema
de enmangue son comunes en alabardas (Brandherm, 2011: 2831), punzones (Simón, 2009: 96) y puñales de remaches (Simón, 1998; Bashore, 2013: 34-36). En todos estos casos se trata
de mangos de madera o de hueso, aunque en otros yacimientos
argáricos –Illeta dels Banyets– se emplearon soportes de asta
para los punzones (López Padilla, 2011: 174, fig. IV.3.20.1).
El ejemplar CMI-588 también está conservado en su totalidad, presentando morfología fusiforme, un único ápice y
sección transversal cilíndrica. Su cuerpo es prácticamente simétrico, dando la impresión a primera vista de ser un punzón
183
[page-n-199]
Figura 14.1. Instrumentos metálicos expuestos al público en el MAHE con indicación de la signatura.
biapuntado. Sus dimensiones son: 87 mm de longitud, 4,5
mm de anchura y 4,5 mm de espesor máximo. En relación a
su contexto de hallazgo, fue localizado en el espacio D. La
sección circular o mixta –cuadrangular/circular– es más apta
cuando se pretende usar el instrumento para taladrar mediante un sistema de accionado mecánico, como un taladro de
arco (Soriano, 2013: 126).
El restante ejemplar se encuentra fragmentado y no presenta ningún ápice, lo que dificulta definir su morfología, siendo su
sección transversal cuadrangular. Sus dimensiones son: 19 mm de
longitud, 4 mm de anchura y 3 mm de espesor máximo. En relación
a su contexto de hallazgo, procede del espacio E. Este objeto fue
publicado previamente como un fragmento de escoplo de sección
cuadrada (Simón, 1998: 55), aunque tras haberlo observado detenidamente durante nuestro trabajo resulta difícil determinar si se
trata de un fragmento de escoplo o de punzón. En este sentido, un
objeto similar al que aquí hemos estudiado ha sido publicado recientemente como un fragmento de punzón de sección transversal
cuadrangular (Soriano, 2014: 223, fig.3.2).
Bola/lingote de cobre
Figura 14.2. Bola de cobre recuperada del relleno del contrafuerte
2102.
184
Entre las evidencias más destacadas, efectuadas en la campaña
de 2016, cabe señalar la documentación de un pequeño lingote
de 21 mm de longitud, 10 mm de anchura, 6 mm de espesor y 6
gr de peso. Está integrado por una amalgama de 3 bolitas de pequeño tamaño. Fue localizado como basura vertida en el relleno
del contrafuerte UE 2002, prolongación del muro principal UE
2001 (fig. 14.3). Por tanto, corresponde a basura del primero
momento de ocupación, reutilizada en la primera de las remodelaciones que se realizan del asentamiento. Este contrafuerte
de planta rectangular, se ubica en el extremo septentrional del
asentamiento, en su zona de acceso.
Este tipo de bolitas, probablemente utilizadas habitualmente
como lingotes, son la forma más común en la que se encuentra el
cobre antes de su fundición para transformarlos en instrumen-
[page-n-200]
yor tamaño y peso fueron documentadas en Terlinques (Jover y
López, 2016). Una de ellas fue documentada en el nivel de uso
más antiguo de la Habitación 1, junto a un amplio conjunto de
enseres domésticos. La restante, también procede del interior de
otra unidad habitacional, aunque correspondiente a la tercera fase
de ocupación de Terlinques. También tenemos constancia de la
documentación de otra bola-lingote similar en un ámbito doméstico de Cabezo Redondo (Hernández et al., 2016) y en La Bastida
(Totana, Murcia) (Escanilla, 2016: 314-315, fig. 5.24).
CONCLUSIONES
Figura 14.3. Distribución general de objetos metálicos en Caramoro I. Los punzones aparecen marcados con triángulos; la punta de
flecha, con un rombo; y con un circulo, la bola de cobre.
tos. Es probable que este tipo de lingotes fuese la forma en la
que se intercambiaba y distribuía el cobre internamente en el área
argárica, aunque también desde El Argar hacia otras sociedades
concretas colindantes. Así, dos bolitas similares, aunque de ma-
Más allá de la abundancia de objetos de cobre o bronce (Montero et al., 2019) amortizados en las tumbas, la realidad es que
en los contextos domésticos argáricos su presencia es bastante
reducida y limitada a una serie de objetos básicos de pequeño
tamaño claramente vinculados con actividades productivas cotidianas. Estas evidentes diferencias entre contextos domésticos
y funerarios ya fueron constatadas y señaladas por los hermanos
Siret (1890) en sus excavaciones, por lo que la supuesta riqueza
metalúrgica de El Argar está fundamentalmente reconocida por
las evidencias metálicas procedentes de algunas tumbas documentadas en los asentamientos argáricos de mayor relevancia,
que en el caso del territorio en estudio, fueron Tabayá, Laderas
del Castillo y San Antón (Simón, 1998). Otros asentamientos
excavados en la zona de menor tamaño y relevancia política,
como Caramoro I, Cabezo Pardo (Soriano, 2014) o Pic de Les
Moreres (González Prats, 1986a) destacan precisamente por lo
contrario: escaso número de objetos metálicos y escasa o nula
presencia de tumbas.
Los objetos documentados en Caramoro I, por otro lado,
constituyen parte del conjunto de instrumentos básicos de cualquier asentamiento de la Edad del Bronce en el ámbito del Sureste y Levante peninsular: punzones, escoplos y puntas son
más que habituales en todos los contextos, a los que habría que
añadir, totalmente ausentes en Caramoro I, cuchillos de remaches y sierras.
Además, en Caramoro I, al igual que en Cabezo Pardo
(Soriano, 2014) o Pic de Les Moreres (González Prats, 1986a;
1986b), no se han constatado evidencias de áreas de actividad metalúrgica, ni tampoco de instrumentos que se puedan
relacionar con su desarrollo. Solamente tenemos constancia
de una amalgama de pequeñas bolas de cobre desechada en
Tabla 14.1. Indicación del contexto de los elementos metálicos y algunas de sus características.
Campaña
Nº inv.
Tipo
Habitación
Tipología
Sección
Longitud
Anchura
Grosor
1989
CMI-588
Punzón
D
B5A
1
Apuntado
Circular
87 mm
4,5 mm
4,5 mm
1989
CMI-589
Punzón
C
B2
1
Apuntado
Cuadrada
79,5 mm
8,5 mm
10 mm
1989
CMI-590
Punta de
Palmela
E
B6
1
Tipo 1 Hoja
apuntada
Ovalada
84 mm
17,5 mm
4 mm
1989
CMI-591
Punzón o
escoplo
E
B6
1
Indeterminado
Cuadrada
19 mm
4 mm
3 mm
2016
CMI-16
2102/02
1
Lingote?
Ovalada
amorfa
21 mm
10 mm
6 mm
Amalgama Contrafuerte mude bolitas rario espacio A
Sector Nº frags.
185
[page-n-201]
un relleno de construcción, que pudieron ser utilizadas como
lingotes para su distribución antes de ser convertidos en instrumentos u objetos. Su presencia en el asentamiento podría
ser considerada como materia prima disponible para ser intercambiada o trabajada.
En cualquier caso, solamente realizando estudios isotópicos
de plomo de este tipo de restos es como podremos determinar la
procedencia y redes de circulación. Por el momento, los estudios
efectuados muestran que en asentamientos como San Antón, Ladera del Castillo y Cobatillas la Vieja (Santomera, Murcia), y
con cierta probabilidad en Tabayá (Simón, 1998), se llevarían a
cabo labores de fundición. De igual modo, solamente hay cons-
186
tancia de posibles explotaciones mineras en el Cerro de la Mina
(Orihuela-Santomera), ubicado en las únicas menas de cobre
existentes en el ámbito septentrional argárico (Bradherm et al.,
2014: 123-124), aunque estudios recientes vienen a señalar la
ausencia de explotaciones mineras con anterioridad a época contemporánea (Escanilla, 2016). No obstante, los estudios efectuados vienen mostrando un importante trasiego en la distribución
y uso del metal (Montero y Murillo, 2010: 47-48; Murillo et al.,
2015). Y, de igual modo, los primeros datos para algunos objetos
documentados en asentamientos de la Vega Baja no coindicen
con los disponibles a nivel local (Brandherm et al., 2014: 125),
lo que afianzaría la idea de su procedencia alóctona.
[page-n-202]
15
Los artefactos óseos de Caramoro I
Juan A. López Padilla
INTRODUCCIÓN
Aún resultaba un lugar común en la bibliografía arqueológica
del siglo pasado señalar la paulatina decadencia de la producción de artefactos de hueso a medida que nos adentrábamos en
las denominadas “Edades del Metal”. La suposición de que el
“descubrimiento” del metal y su incorporación al ajuar doméstico de las comunidades calcolíticas y de la Edad del Bronce
conllevaría un paulatino desuso de las materias óseas –en franca
desventaja frente a la mayor dureza y durabilidad atribuida a los
artefactos metálicos– siempre estuvo muy en consonancia con
la perspectiva del “progreso” tecnológico que, de forma mayoritaria, y más o menos consciente, ha guiado las explicaciones
más comunes relativas al desarrollo de nuestra prehistoria.
Aunque desde un punto de vista meramente estadístico podríamos encontrar algunos datos con los que avalar este tipo de
argumentos, hace ya tiempo que expuse las razones por las que,
a mi juicio, la implementación de la producción metalúrgica en
el Sureste y Este de la península ibérica no supuso una “decadencia” de la manufactura de productos de asta y de hueso, y
mucho menos su abandono, sino que el registro arqueológico
conservado en esta zona permite advertir, entre mediados del III
y mediados del II milenio ANE, una profunda transformación y
adaptación a nuevas necesidades (López Padilla, 2011).
Aunque El Argar constituye, sin lugar a dudas, el grupo arqueológico de la Edad del Bronce más investigado de la
península ibérica, y el que probablemente concentra en la actualidad el mayor número de proyectos de intervención arqueológica, evaluar la producción y el consumo de objetos óseos en
los yacimientos argáricos no resulta, a pesar de lo que podría
pensarse, una tarea sencilla. Estamos aún lejos de disponer de
información contextual y estratigráfica actualizada, y aún permanecen sustancialmente inéditos los catálogos detallados de
artefactos óseos de algunos de los yacimientos más intensamente investigados en las últimas décadas, como Gatas, Fuente
Álamo o Castellón Alto, entre muchos otros. Lamentablemente,
por tanto, para trascender la mera catalogación de ítems y su
análisis arqueométrico, y abarcar cuestiones relativas a los
modelos de gestión de la producción ósea y a sus pautas de
consumo, todavía debemos atenernos al material publicado,
procedente de excavaciones más o menos recientes –como Tabayá, Illeta dels Banyets, Cerro de la Encina o Peñalosa (López
Padilla, 2011; Mérida, 2000; Altamirano, 2012; 2013)– y a los
amplios pero en su inmensa mayoría descontextualizados conjuntos de los trabajos clásicos del siglo pasado.
Es en ese marco en el que este pequeño estudio cobra su
mayor sentido y relevancia. Proveniente casi en su totalidad de
unos trabajos arqueológicos llevados a cabo en las postrimerías
del siglo XX, y que quedaron en esencia inéditos, el conjunto
de artefactos óseos de Caramoro I permite, a la luz de los datos
estratigráficos que han proporcionado las intervenciones realizadas en 2015 y 2016, incrementar un poco el exiguo inventario de objetos hallados en los yacimientos argáricos excavados
y avanzar un pequeño paso más hacia nuestra comprensión de
esta parte esencial del registro arqueológico.
EL REGISTRO ARTEFACTUAL ÓSEO DE CARAMORO I:
CLASIFICACIÓN Y DESCRIPCIÓN
En el yacimiento de Caramoro I se recuperó un total de 21
artefactos mediales (instrumentos) elaborados con materias
óseas –huesos de vertebrados y asta de cérvido– en su gran
mayoría documentados durante las excavaciones de R. Ramos
Fernández en 1981 y de A. González Prats y E. Ruiz Segura
en 1989. Durante los trabajos realizados en 2015 y 2016 se
localizaron sólo tres objetos más: una punta de flecha de pedúnculo y aletas de la UE 1000 del espacio A, y dos punzones:
uno de la UE 1007 –espacio A– y otro de la UE 1805 –testigo
B, ubicado extramuros–. Una pequeña cuenta de collar dis187
[page-n-203]
Tabla 15.1. Relación de artefactos óseos localizados en Caramoro I.
Sigla
Tipo
CMI-572
A211
CMI-573
Descripción
Figura
Longitud
Anchura
Espesor
Punzón sin base epifisial con abertura del canal
medular
3.1
128 mm
20,5 mm
2 mm
A222
Punzón sin base epifisial sin abertura del canal
medular, de sección aplanada
3.4
94 mm
10 mm
4 mm
CMI-574
A222
Punzón sin base epifisial sin abertura del canal
medular, de sección aplanada
3.5
84,5 mm
14,5 mm
4 mm
CMI-575
L111a
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.7
118 mm
11,5 mm
3,5 mm
CMI-577
L111b
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.2
96 mm
14,5 mm
5 mm
CMI-578
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.4
86 mm
10,5 mm
2,5 mm
CMI-579
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.2
114,5 mm
15 mm
1,5 mm
CMI-580
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.3
83 mm
32 mm
2,5 mm
CMI-599
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.1
118 mm
32 mm
1,5 mm
CMI-600
A111
Punzón de base epifisial en ulna de cánido
1.1
147 mm
25 mm
4 mm
CMI-601
L111a
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.4
100 mm
11,5 mm
2,5 mm
CMI-602
E221
Cincel en asta de ciervo
4.2
101,5 mm
36 mm
9,5 mm
CMI-603
A211
Punzón sin base epifisial con abertura del canal
medular
3.2
65,5 mm
8 mm
2 mm
CMI-929
L111a
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.5
97,5 mm
8,5 mm
3,5 mm
CMI-sn-1
L111a
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.6
117,1 mm
12 mm
7 mm
CMI-sn-2
H113
Cuña o espátula sobre porción diafisiaria
longitudinal
4.3
122 mm
16,2 mm
8 mm
CMI-sn-3
A211
Punzón sin base epifisial con abertura del canal
medular
3.6
83 mm
7,2 mm
4,3 mm
CMI-1016
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.5
68,5 mm
11 mm
3,5 mm
CMI-1106
E111
Cincel de base epifisial
4.1
180,5 mm
78 mm
19,5 mm
CMI-16/1000-7
F122
Punta de flecha en lámina ósea con dos aletas y
pedúnculo
3.3
51,1 mm
10 mm
3 mm
CMI-16/1007-12
L112
Alfiler de base epifisial en metacarpo de équido
1.3
97 mm
13 mm
4 mm
coidal, elaborada en nácar, fue localizada en la UE 1204 del
espacio C. Ésta última se añade a una serie de productos de
marfil, que analizaré más en detalle en un capítulo aparte,
con los que conforma el total de artefactos finales hallado en
el yacimiento.
Los artefactos de hueso o asta de ciervo localizados en
los almacenes del MAHE en la actualidad son los que se relacionan en la tabla 15.1.
Exceptuando un par de piezas, de las que tenemos referencias en los diarios de campo o en las etiquetas de las bolsas y
cajas en las que se conservaban, el grueso de los materiales de
las campañas de excavación de 1981 y 1989 carece de datos
acerca de su contexto o estratigrafía. Por otro lado, en las dependencias del MAHE se conservan otras tres piezas sin número
de registro que, no obstante, se hallaban almacenadas entre los
materiales arqueológicos del yacimiento. Estas tres piezas se
188
han identificado provisionalmente para este estudio como CMIsn-1, CMI-sn-2 y CMI-sn-3. En mi opinión, es probable que se
trate de artefactos hallados durante la campaña de 1981, de los
que en el inventario realizado apenas hemos localizado media
docena. Hay, por último, otras tres piezas que en su día fueron
catalogadas como artefactos, y por tanto sigladas (CMI-576,
CMI-856 y CMI 1099), pero que tras una detenida observación
de las mismas he descartado como tales, ya que se trata de huesos quemados y un fragmento de asta de ciervo que no presenta
huellas de elaboración.
En la última década hemos visto publicadas diversas obras
que han afrontado la clasificación de artefactos óseos del Calcolítico y/o de la Edad del Bronce desde diversas perspectivas
teórico-metodológicas (Maicas, 2007; López Padilla 2011; Altamirano 2013; 2014; Pau y Cámara 2019). Sin embargo, sólo
unos pocos trabajos se han centrado explícitamente en el es-
[page-n-204]
Figura 15.1. Representación del número de artefactos óseos de
Caramoro I, según su clasificación tipológica.
La clasificación del conjunto artefactual de Caramoro I permite apreciar de inmediato su sintonía con los conjuntos conocidos de otros yacimientos, tanto argáricos como de las zonas
de contacto periféricas al Argar –principalmente, La Mancha
Oriental y el Levante peninsular– y tanto en los tipos de artefactos documentados como en su representación proporcional
dentro del conjunto. En la figura 15.1 podemos apreciar cómo
punzones y alfileres predominan ampliamente, seguidos a mucha distancia por los demás tipos de productos, en un marco de
dominio absoluto de los artefactos mediales:
La representación porcentual por clases de artefactos que se
muestra en la figura 15.2, refleja de forma aún más acusada esta
hegemonía, dado que la suma de ambas clases de instrumentos
–Punzones (A) y Alfileres (L)– supone el 81% del total. Caramoro I tampoco se distancia en nada del resto de yacimientos
argáricos analizados en la zona en lo que concierne al aprovisionamiento de la materia prima empleada para la producción
de artefactos. Excepto un pequeño grupo de objetos, de los que
por su estado fragmentario o por su grado de transformación
no ha sido posible identificar con claridad el tipo de soporte
óseo utilizado, el resto se ha elaborado casi exclusivamente en
huesos o porciones diafisiarias de huesos de las extremidades,
destacando en cierta medida las tibias y las fíbulas, tal y como
se observa en la figura 15.3.
Finalmente, el análisis de las especies a las que pertenecían
los huesos utilizados muestra también que los animales domésticos proporcionaron las tres cuartas partes del total de los artefactos inventariados, sobresaliendo en especial cerdos y ovicaprinos,
que conjuntamente suponen el 57% del total (fig. 15.4).
Punzones
Figura 15.2. Representación porcentual de las clases de artefactos
localizados en Caramoro I. A: Punzones; E: Cinceles y escoplos; H:
Cuñas-espátulas; F: puntas de flecha; L: Alfileres.
tudio de conjuntos de la Edad del Bronce, y menos aún de colecciones procedentes de yacimientos argáricos (López Padilla
2011; Altamirano, 2012). De todo ello no ha resultado, lógicamente, una propuesta unificada para la clasificación artefactual, sino que cada investigador ha propuesto un modelo acorde
con sus posicionamientos teóricos y también con los objetivos
de investigación planteados. Estoy firmemente convencido de
que, al menos en lo que respecta al cuadrante sudoriental de la
península, sería posible y positivo unificar ciertos criterios y
terminología con los que identificar un significativo conjunto
de tipos de artefactos ampliamente representados en el registro arqueológico de esta área durante la Edad del Bronce. Pero
en tanto no surja el necesario debate entre investigadores que
contribuya a este esfuerzo, habremos de continuar empleando
el modelo que a cada momento consideremos más oportuno.
Por mi parte, seguiré utilizando básicamente la propuesta realizada en mi tesis doctoral (López Padilla, 2011), que ya ha sido
aplicada al estudio de otros asentamientos argáricos del sur de
Alicante (López Padilla, 2014b).
Entre el conjunto de objetos apuntados localizado en el yacimiento sobresale claramente, como ya hemos visto, el número
de punzones, con 11 piezas (figs. 15.5 y 15.6). Dentro de nuestro
modelo de clasificación, encontramos artefactos tanto del grupo
A1 –punzones que conservan la epífisis natural del hueso en su
parte proximal– como del grupo A2 –aquéllos que no la conservan (López Padilla, 2011: 350).
Tipo A111
El tipo de diseño más básico y que implica menor inversión de
trabajo en su obtención conforma el sub-grupo A11, caracterizado por utilizar como soportes óseos huesos del esqueleto apendicular carentes de canal medular. Entre los huesos de este tipo,
las ulnas son, con diferencia, las más ampliamente utilizadas en
esta zona durante la Edad del Bronce. Los punzones elaborados
con estos huesos constituyen el tipo A111. El único ejemplar
localizado en Caramoro I es la pieza CMI-600 (fig. 15.5.1), manufacturado en ulna de cánido (con toda probabilidad, un perro
doméstico, aunque de talla bastante grande). Ofrece señales de
reaguzado en el extremo distal, y lustre de uso, que se aprecia
más intenso por la parte caudal de la diáfisis. Por sus dimensiones y el tipo de soporte óseo elegido, la mayoría de estos
punzones debieron ser utilizados como perforadores.
Tipo A121
El sub-grupo A12 se caracteriza por emplear huesos con canal
medular interno, también del esqueleto apendicular, que requieren un grado mayor de inversión de trabajo en su proceso de
189
[page-n-205]
Figura 15.3. Representación porcentual de los tipos de hueso del
esqueleto de vertebrados utilizados en la manufactura de artefactos
mediales en Caramoro I.
Figura 15.4. Representación porcentual de las especies explotadas
para la obtención de materia prima para la producción ósea en Caramoro I.
transformación en producto, y poseen menor densidad ósea en
la diáfisis que el sub-grupo A11. En contrapartida, ofrecen una
mayor longitud aprovechable como parte activa del instrumento. Durante la Edad del Bronce, las tibias de ovicaprinos fueron,
con diferencia, el soporte más ampliamente utilizado para elaborar esta clase de artefactos, y constituyen el tipo A121 (López
Padilla, 2011: 350).
Entre los artefactos de este tipo registrados en el Este y
Sureste peninsulares durante la Edad del Bronce identifiqué
tres técnicas diferentes de manufactura de este tipo de punzones, que proporcionaban tres variedades o sub-tipos que
designé en su momento como A121a, b y c, basándome en
un gradiente teórico de complejidad técnica atribuible al proceso de manufactura de cada uno de ellos. El más complejo
de los tres es el sub-tipo A121c. Se trata de punzones sobre
tibia de ovicaprino, con apuntamiento en la parte distal de
190
la tibia y un ranurado que afecta completamente a la diáfisis
–seccionando la cresta tibial en un plano oblicuo con respecto al eje longitudinal del hueso, y siempre en la faceta craneal
del mismo– y también a la epífisis proximal de la tibia, que
se conserva siempre, aunque parcialmente, en la base del instrumento. Esto determina un rasgo diagnóstico, observable
en el producto final, que permite discriminar este sub-tipo
del sub-tipo A121b, como es la posición del foramen nutricio
de la tibia con respecto a la ranura de la diáfisis. En el caso
del tipo A121c, el foramen siempre aparece en una de las
paredes laterales del punzón, mientras que en el tipo A121b
éste asoma en el centro del seno del canal medular abierto,
ya que en esta segunda variedad el ranurado, que nunca es
completo, se practica preferentemente en la cara ventral o
caudal de la tibia, y nunca en la craneal (López Padilla, 2011:
347). Se trata de una cuestión relevante por cuanto que ya he
señalado en varias ocasiones que ambos sub-tipos presentan,
en general, cronologías diferentes durante la Edad del Bronce (López Padilla 2014b: 211).
En Caramoro I hemos logrado identificar 5 piezas del tipo
A121c, de las que sólo una (CMI-599) se ha conservado completa (fig. 15.6.1). De otros dos ejemplares se han conservado
porciones meso-proximales (CMI-579 y CMI-580) (fig. 15.6.2
y 15.6.3), y el resto son una parte distal con reaguzado lateral (CMI-578) (fig. 15.6.4) y una porción mesial fragmentada
longitudinalmente (CMI-1016) (fig. 15.6.5). En todos ellos se
pueden observar restos del proceso de manufactura característico de este tipo de punzones, en particular las marcas de raspado
en el interior de la cavidad medular y de abrasión de las paredes óseas diafisiarias (fig. 15.7). Así mismo, todos los que conservan parcial o completamente la epífisis proximal de la tibia
fueron elaborados a partir de huesos de ejemplares de ovejas o
cabras de edad juvenil, como demuestra el hecho de que ninguna epífisis se encuentre fusionada.
La única pieza completa (CMI-599) muestra claras evidencias de un uso prolongado. En la parte distal se aprecia la huella
de repetidos aguzamientos, los cuales acabaron provocando un
desplazamiento lateral de la zona activa hacia el perfil izquierdo. Por otro lado, la longitud total conservada indica que su vida
útil estaba prácticamente agotada, (López Padilla, 2011: 489),
razón por la que probablemente fue desechado.
Tipo A21
Dentro del grupo A2 –punzones que no conservan restos de la
epífisis del hueso que ha servido de soporte material para su
elaboración– el subgrupo A21 agrupa aquéllos que muestran
claramente, apenas modificado, el canal medular. A diferencia
de los considerados anteriormente, la serie de artefactos que se
reúnen aquí presentan en general un carácter más heterogéneo,
bajo el que realmente subyace un aspecto de la producción ósea
de la Edad del Bronce al que, en mi opinión, no se le ha prestado
hasta ahora suficiente atención. Me estoy refiriendo al reciclado, que permite obtener nuevos productos a partir de productos
previos o, como sucede en un significativo número de casos, a
partir de sus fragmentos.
El conjunto de Caramoro I ofrece varios ejemplos. Así,
las piezas CMI-572, CMI-574 y CMI-603, clasificadas en este
grupo, constituyen artefactos o restos de artefactos reciclados
a partir de ejemplares del tipo A121c. El caso más evidente
es el de la pieza CMI-572 (fig. 15.8.1), que aún conserva una
[page-n-206]
Figura 15.5. Diferentes tipos de punzones localizados en Caramoro I.
amplia parte de la diáfisis del hueso, y que fue reciclado a
partir de un punzón que se fracturó longitudinalmente durante
su uso (o quizá durante el propio proceso de elaboración). En
cambio, las señales de abrasión que presenta en su base la pieza CMI-603 (fig. 15.8.2) indican que se trata de la parte distal
–o de una esquirla longitudinal de la zona mesial– fracturada,
de un punzón del tipo A121c, reaprovechada posiblemente
para ser usada de nuevo inserta en un mango de madera. En
este mismo caso estaría la pieza CMI-574 (fig. 15.8.5), aunque en este caso, dado que la esquirla reaprovechada provenía
de la parte más cercana a la epífisis proximal de la tibia, la
sección transversal aplanada de la pieza lleva a clasificarla
dentro del tipo A222.
Realmente, por tanto, hay un considerable número de artefactos óseos que deben clasificarse en este grupo A2 pero que
no fueron diseñados inicialmente con los rasgos morfológicos
que se seleccionaron para definirlo, y que constituyen un heterogéneo conjunto de artefactos reciclados a partir de otros
productos. En cualquier caso, también encontramos punzones
que claramente se diseñaron desde el principio bajo esos pa-
rámetros, como por ejemplo la pieza CMI-sn-03 (fig. 15.8.6),
elaborada a partir de una porción longitudinal de diáfisis de un
metapodio de ovicaprino hendido.
Alfileres
En el marco del modelo de clasificación que utilicé en mi tesis doctoral, opté por desgajar de la Clase A de los punzones un conjunto
de artefactos, muchos ellos elaborados a partir de fíbulas y metapodios de equinos, a los que por sus características morfológicas
preferí interpretar como alfileres, y agruparlos en una clase diferente de artefactos –Clase L–. Pese a que, en rigor, resulta difícil
continuar justificando en todos sus términos esta separación a la
vista de las huellas de uso que muchos de ellos presentan, he optado
por seguir utilizando este mismo criterio de clasificación, aunque es
altamente probable que deba modificarse en futuros estudios.
Tipo L111
De los 6 ejemplares catalogados, 5 fueron elaborados en fíbulas
de suido (cerdo doméstico, en todos los casos), que constituye
el tipo de soporte más ampliamente utilizado en la producción
191
[page-n-207]
Figura 15.6. Punzones óseos del tipo A121c.
Figura 15.7. Marcas de raspado interior en un punzón A121.
192
de este tipo de artefactos en el Este y Sureste de la península durante la Edad del Bronce (López Padilla, 2011: 375). Todos corresponden al tipo L111, el cual fue dividido en dos variantes en
atención a la epífisis preservada en su extremo basal: L111a (en
el caso de conservar la epífisis proximal de la fíbula) y L111b
(cuando la conservada es la distal).
Cuatro de los ejemplares –CMI-601, CMI-929, CMIsn-01 y CMI-575– pertenecen a la variante L111a (ver fig.
15.5.4-7). Sólo la pieza CMI-929 presenta fractura en el extremo distal, mientras que todas tienen roto o fracturado el
extremo proximal. En buena medida, se trata de un rasgo bastante común en este tipo de objetos, por cuanto que esa parte
de la fíbula es la de menor grosor y la que posee una estructura ósea menos densa. La longitud conservada en la parte
activa de estas piezas de Caramoro I indica también, por otro
lado, que se trataba de instrumentos al límite de su vida útil.
En concreto, las piezas CMI-601 y CMI-sn-01 muestran señales inequívocas de un intenso reaguzado del extremo distal, y
huellas de uso macroscópicas compatibles con la realización
[page-n-208]
Figura 15.8. Punzones reciclados y punta de flecha.
de tareas de perforación de materias de mediana consistencia,
con movimientos penetrantes y rotatorios, lo que ciertamente hace poco probable que estos artefactos fueran empleados
realmente como alfileres.
Tipo L112
En condiciones parecidas está la pieza CMI-16-1007-12 (fig.
15.5.3), elaborada a partir de un metatarso II de équido (caballo), hallado en la habitación A durante la última campaña de
excavaciones realizada en el yacimiento.
Punta de flecha
Las puntas de flecha de hueso han merecido una atención especial en la investigación arqueológica, fundamentalmente debido al valor que en un principio se les atribuyó como “fósiles
directores” en las secuencias cronoculturales de la Prehistoria
europea (López Padilla, 2011: 400). Aunque su representación
en contextos de la Edad del Bronce de la peninsula no ha cesado
de crecer en las últimas décadas, su importancia en los conjun-
tos artefactuales argáricos no alcanza por ahora la misma relevancia. En este sentido, su presencia, más o menos esporádica,
denota posiblemente la necesidad de cubrir una demanda por
encima de las posibilidades productivas, o quizá, más probablemente, todavía por encima de las capacidades técnicas de la
metalurgia de la primera mitad del II milenio ANE.
Tipo F122
La punta de flecha localizada en Caramoro I corresponde al tipo
F122, que constituye el tipo más común dentro del grupo F1. Éste
agrupa las puntas de flecha elaboradas a partir de láminas de materias
óseas de sección aplanada, frente a un segundo grupo –grupo F2–
en el que se incluyen las puntas de secciones espesas, elaboradas a
partir de varillas macizas de hueso o asta de ciervo (López Padilla,
2011: 402). La pieza en cuestión (CMI-16-1000/7) (fig. 15.8.3) presenta una sección aplanada, con arista central, y un pedúnculo apuntado de sección aproximadamente cuadrangular. Una de sus aletas
laterales (ambas dispuestas en ángulo agudo con respecto al cuerpo
central de la hoja) se halla fragmentada. La observación atenta de la
pieza permite apreciar de inmediato varias marcas relacionadas, por
193
[page-n-209]
Tipo E221
Figura 15.9. Detalle de la punta de flecha.
un lado, con el proceso de manufactura (fig. 15.9, izquierda), y por
otro, con el enmangado en el astil de madera a cuyo extremo estuvo
engarzada (fig. 15.9, derecha). Aunque se localizó en la Habitación
A, su posición estratigráfica, en el sedimento revuelto de la capa
superficial, impide precisar una cronología para ella en la secuencia
de ocupación del yacimiento.
Cinceles, escoplos, espátulas y alisadores
Por último, del yacimiento proceden tres piezas de las que al menos
dos pueden incluirse en la Clase E de cinceles y escoplos, mientras
que la tercera podría también clasificarse entre las espátulas y alisadores de la Clase H.
Tipo E111
La pieza CMI-1106 pertenece al tipo más básico de los cinceles elaborados con huesos que conservan intacta o parcialmente
modificada la epífisis natural. En este caso (fig. 15.10.1) se trata
de un radio derecho de bovino (sin duda, un buey adulto) al que
se extrajo completamente la ulna, ya casi totalmente fusionada
con el radio, y la parte ventral de la diáfisis, utilizando la pared
opuesta del hueso como parte activa del instrumento. En el momento de su hallazgo se hallaba ya fracturado en su parte distal,
probablemente debido a un impacto que provocó su rotura y que
hizo que fuera definitivamente desechado.
La pieza conserva lustre de uso muy intenso en el extremo
distal (fig. 15.11a), pero también en la parte meso-distal, en el
borde lateral del radio (fig.15.11b). Las huellas que se observan
a simple vista en la parte meso-proximal (fig. 15.11d) podrían
ser resultado del frotamiento de la superficie con la mano al
asir el instrumento, pero lo más significativo es que en la epífisis no se observen señales de enmangado ni tampoco impactos
que permitan pensar que fuera usado como elemento intermedio
para la percusión indirecta. Las únicas marcas que se aprecian
están relacionadas con el descuartizado y desmembramiento del
animal, antes de que esta parte de su esqueleto fuera seleccionada para elaborar el cincel. En cualquier caso, y habida cuenta
de que la efectividad del instrumento en el golpeo disminuye
notablemente si se empuña con la mano, no puede descartarse
completamente que el artefacto se hubiera usado enmangado en
algún tipo de soporte, sin que se hayan conservado huellas de
ello que puedan apreciarse macroscópicamente.
194
En cambio, el cincel CMI-602 (fig. 15.10.2) sí estuvo, sin duda
alguna, enmangado. Las marcas que se observan en su extremo
proximal, y la forma apuntada de éste, dejan pocas dudas al respecto. Las primeras, en mi opinión, son consecuencia clara de
la extracción de parte de la superficie natural del candil o rama
del asta de ciervo con el que fue elaborado, y probablemente responden a la necesidad de adelgazar esta parte del artefacto para
acomodarlo al mango en el que estuvo insertado. Su aspecto en
general rugoso, pero con las aristas suavizadas por el roce (fig.
15.12, derecha), señalan en la misma dirección. La escasa longitud de la pieza, a pesar de estar completa, también invita a considerar que el artefacto habría ya agotado completamente su vida
útil, tras una larga secuencia de reavivados del filo. Éste presenta
un intenso lustre de uso, y una observación detenida muestra con
claridad pequeñas fracturas que parecen derivadas –aunque no
en todos los casos– de microimpactos (fig. 15.12, izquierda), que
creo probable se hayan producido durante el trabajo de extracción
de porciones de material de cierta consistencia.
Tipo H113
A falta de los necesarios ensayos experimentales y análisis de
las huellas de uso, en la línea de los realizados en las últimas
décadas en otros ámbitos de Europa Occidental (Jensen, 2001;
Griffitts y Bonsall, 2001; van Gijn, 2007, entre otros), resulta
difícil precisar una línea que separe ciertos artefactos biselados
como los que acabamos de analizar, considerados abiertamente
cinceles, de otras herramientas similares, de menor grosor, que
preferentemente se han interpretado como espátulas o alisadores. Ya me enfrenté a esa particular circunstancia al revisar el
conjunto de objetos de estas características recogido en mi tesis
doctoral, teniendo que asumir que, sin un concienzudo análisis
microscópico de las huellas de uso conservadas, resultaba muy
difícil hacer una separación neta entre ambas clases de artefactos (López Padilla, 2011: 410; 416).
La pieza CMI-sn-02 (ver fig. 15.10.3) se ha elaborado en
una porción longitudinal de diáfisis de un fémur derecho de bovino (un buey). Carece de contexto, y su atribución al conjunto artefactual del yacimiento se basa únicamente en el hecho
de encontrarse almacenada en las dependencias del MAHE en
compañía de otros materiales hallados durante las excavaciones
de 1981. En cualquier caso, se trata de un tipo de cincel o espátula bastante común en contextos del III y del II milenio ANE,
por lo que no resulta un elemento extraño dentro del conjunto.
La mala conservación de la pieza, afectada por concreciones
calcáreas y por erosiones químicas y orgánicas impide realizar
un análisis más pormenorizado de las huellas de uso que presenta, todas ellas conservadas en la parte distal. En la zona mesial
se observan algunos esquirlados rebajados que, como es común
en este tipo de objetos, se produjeron durante el proceso de extracción de la varilla longitudinal de la diáfisis del fémur.
Cuenta de collar
Al margen de los objetos de marfil localizados, de los que me ocupo
en un capítulo aparte, el único artefacto final hallado en el yacimiento es una cuenta de collar elaborada en nácar (CMI-583), de la que
no disponemos de información contextual. La pieza presenta un perfil circular, con una perforación, elaborada a partir de un fragmento
de concha, con unas dimensiones de 5,5 x 5,5 x 1,5 mm.
[page-n-210]
Figura 15.10. Cinceles.
EL REGISTRO ARTEFACTUAL ÓSEO DE CARAMORO I:
CONCLUSIONES
El conjunto de útiles de hueso y asta de Caramoro I puede considerarse en general característico de los yacimientos de la Edad
del Bronce del cuadrante suroriental de la península ibérica,
tanto de los pertenecientes al grupo argárico como a los de su
periferia septentrional –grupos del Bronce de La Mancha y del
Bronce Valenciano.
Tal y como sucede en una amplia mayoría de los yacimientos
de este momento estudiados –en especial, en aquellos en los que se
han llevado a cabo excavaciones sistemáticas–, en el conjunto de
artefactos elaborados en materias óseas predominan ampliamente
los punzones, seguidos a considerable distancia por otros tipos de
instrumentos, como cinceles, espátulas, agujas, etc. Capítulo aparte
merecen –y así se ha considerado en esta monografía– los artefactos finales elaborados en marfil, que constituyen un grupo destacable en el contexto de la Edad del Bronce de la zona.
195
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Figura 15.11. Detalles de la superficie
del cincel CMI-1106.
En este sentido, pues, Caramoro I no representa ninguna novedad. En el conjunto de punzones se puede realizar una clásica
distinción entre aquellos manufacturados a partir de huesos con
diáfisis macizas, sin canal medular, y los elaborados con huesos
que sí lo poseen, principalmente metapodios y tibias de rumiantes
de mediano tamaño. En el primer caso, las morfologías naturales
se prestan a obtener, con poca inversión de trabajo, instrumentos
apropiados para la punción y la perforación de materiales de dureza considerable (ver fig. 15.5). Los soportes óseos empleados
son ante todo fíbulas y ulnas de suidos (principalmente), ovejas
o cabras y también cánidos. Se trata de objetos –en particular los
elaborados en ulnas– ampliamente representados en el registro
arqueológico prehistórico, que podemos encontrar incluso en cronologías paleolíticas. Aunque no constituyen un grupo particularmente numeroso en el repertorio artefactual óseo de la Edad del
Bronce, los hallamos presentes en los yacimientos a lo largo de
toda la secuencia del II milenio ANE.
En comparación con los anteriores, los punzones elaborados a partir de tibias de ovicaprino son considerablemente
más numerosos en Caramoro I (ver fig. 15.6). Esta circunstancia está también en sintonía con lo que se observa en la
mayoría de los yacimientos de la Edad del Bronce de esta
zona, tanto en los argáricos como en los pertenecientes a su
periferia (López Padilla, 2011). Varios indicios apuntan a
que este tipo de punzón remonta sus orígenes a momentos
finales del Calcolítico, y que se convertirá en el tipo de artefacto óseo más común en el registro arqueológico hasta al
menos mediados del segundo cuarto del II milenio ANE. Por
su configuración, y la relativa diversidad del desgaste observado en su parte activa, se puede seguir considerando un artefacto destinado a múltiples usos, entre los que no siempre
la punción y perforación de materiales hubo de ser el priori196
tario. Su implicación en trabajos textiles y especialmente en
la manufactura de productos de cestería podría considerarse
muy probable.
Una de las circunstancias que a mi juicio resultan más sobresalientes en el marco de la producción ósea de la Edad del
Bronce en esta zona de la península es el reciclado sistemático de los artefactos óseos, que en épocas precedentes sólo se
constata de forma testimonial. A diferencia de lo que ocurría
en el Calcolítico, en donde el agotamiento o la rotura de un
punzón solía conllevar su inmediato abandono y sustitución
por otro del mismo tipo, a lo largo de la Edad del Bronce se
consolida la tendencia a un reaprovechamiento de los artefactos con el objetivo de prolongar al máximo su vida útil. Este
hecho se observa no sólo en el reavivado irregular de las partes
distales de algunos punzones sino, especialmente, en la transformación de porciones longitudinales fracturadas en nuevos
artefactos. Caramoro I no representa tampoco una excepción a
este respecto (ver fig. 15.8).
Muy lejos del nivel de representación de los punzones encontramos otros tipos de artefactos mediales, como los cinceles (ver fig. 15.10). En Caramoro I se han registrado dos útiles
de este tipo, cada uno de ellos elaborado en un material óseo
diferente, y representativos ambos, respectivamente, de las
dos clases de cinceles más comunes de este momento.
En primer lugar hallamos un cincel manufacturado en un
candil o rama de asta de ciervo, seccionado longitudinalmente
–tipo E221–. Sus dimensiones y la morfología apuntada de su
extremo proximal, invitan a pensar que originariamente debió
usarse enmangado, y el tipo de huellas de uso que se observan
en su parte activa, con intenso lustre de uso, que principalmente pudo emplearse en labores de carpintería. En particular, el
descortezado y labrado de maderas de dureza media parece bas-
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tante probable. Piezas parecidas se han localizado en diversos
asentamientos argáricos del sur de Alicante, como por ejemplo
San Antón y Laderas del Castillo. Su uso también se atestigua
en cronologías de mediados del II milenio ANE, en yacimientos
como Cabezo Redondo (López Padilla, 2011: 406).
La dureza y, al mismo tiempo, flexibilidad y resistencia del
asta de ciervo convierten a este material óseo en el más idóneo
para elaborar artefactos mediales destinados a la percusión o
tratamiento de materias de considerable dureza. Las astas de
cérvidos poseen además otras ventajas, como por ejemplo que
puedan recolectarse en el campo durante la época de desmogue, y que soporten un tiempo de almacenamiento prolongado, hasta su aprovechamiento para la producción de artefactos.
El hallazgo de astas de ciervo en el interior de ciertas habitaciones, documentado en diversos yacimientos de la Edad del
Bronce excavados (López Padilla, 2011: 340), responde indudablemente a esta práctica. A ellos podemos sumar también el
caso de Caramoro I, como muestra el hallazgo en las habitaciones A y E de astas de ciervo de desmogue, desafortunadamente en ambos casos, fragmentadas y en malas condiciones
de conservación a causa del incendio que sufrió esta parte del
asentamiento (fig.15.13).
Sin embargo, también se documentan cinceles manufacturados con huesos de gran tamaño y paredes óseas de grosor
apreciable, que a menudo guardan testimonio de la rudeza del
material con el que ocasionalmente tuvieron que lidiar. Este es
el caso del cincel manufacturado con la porción meso-proximal
de un radio de bóvido –tipo E111–, que muestra una fractura
longitudinal desde el ápice distal de la pieza hasta prácticamente
la epífisis del hueso. En la parte activa del artefacto se aprecia
un intenso lustre de uso, que claramente podemos relacionar
con una prolongada utilización del instrumento en labores que
suponían el roce constante con materiales de dureza media no
abrasivos. A pesar de que el tipo de fractura que presenta es muy
compatible con trabajos de percusión, en la superficie articular
de la epífisis del hueso que sirve de soporte óseo no se observan
marcas macroscópicas de impactos. Eso hace pensar que o bien
la pieza se empleó en percusión indirecta, enmangada probablemente en madera, o que se utilizó empuñada directamente
con la mano, lo que, aunque no es descartable, la haría sin duda
menos efectiva en trabajos de carpintería como el descortezado
y, especialmente, la talla de madera. En cambio, sí resultaría
plenamente factible su uso en otras labores, como la limpieza
de grasas en cueros y pieles animales. Sin un análisis detenido
de las huellas de uso resulta por ahora imposible decantarse por
una u otra posibilidad.
Los cinceles y cuñas de este tipo conservados en el registro de la Edad del Bronce no son muy numerosos. En especial
si se comparan con aquéllos elaborados también en diáfisis
óseas de paredes gruesas, pero que no conservan la epífisis.
Una de las piezas localizada en Cabezo Redondo sigue un
patrón de diseño similar, aunque en este caso elaborada sobre una porción meso-proximal de un metatarso, también de
bóvido (López Padilla, 2011: 403).
Figura 15.12. Detalle de la superficie del cincel CMI-602.
Figura 15.13. Asta de ciervo de desmogue de la habitación E.
Por último, la presencia de puntas de flecha de hueso resulta cada vez menos extraña en contextos del II milenio ANE, y
probablemente responden a la necesidad de cubrir una demanda
por encima de las posibilidades materiales y técnicas de una
metalurgia en pleno desarrollo.
En conclusión, pues, podría decirse que a pesar de no constituir un conjunto extraordinariamente amplio de objetos, el de
Caramoro I resulta muy representativo del repertorio artefactual óseo de la Edad del Bronce del cuadrante suroriental de
la península ibérica. Sin embargo, resta por realizar un estudio
que profundice en las huellas de manufactura y del uso de estos
artefactos, que permita incrementar nuestro conocimiento sobre
la producción y, sobre todo, el consumo de un tipo de productos
que continúa constituyendo una parte muy significativa del registro arqueológico del II milenio ANE.
197
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16
Los artefactos de marfil de Caramoro I
Juan A. López Padilla
INTRODUCCIÓN
En un célebre artículo, publicado hace ya más de cuatro décadas,
R. J. Harrison y A. Gilman (1977) elaboraban el listado de objetos
de marfil de la prehistoria reciente peninsular más exhaustivo realizado hasta el momento, fundamentalmente basado en la recopilación de referencias bibliográficas de los trabajos de Luís Siret o
el matrimonio Leisner, entre otros. Ese mismo año, vio la luz otro
trabajo de importancia decisiva, en el que A. Arribas (1977) daba
a conocer el llamado “ídolo de El Malagón”. Aunque la parte sustancial del estudio se centraba en el análisis estilístico de la pieza y de su contexto peninsular y mediterráneo, sus conclusiones
consolidaron un giro definitivo en la investigación, constatándose
una artesanía local del marfil durante el Calcolítico, que necesariamente debía aprovisionarse desde fuera de la península.
Ha transcurrido ya casi medio siglo, y el número de publicaciones científicas que de forma más o menos directa ha
abordado el estudio de los diversos aspectos relacionados con
el marfil documentado en los yacimientos del III y II milenio
ANE es amplísimo. Entre ellos se incluyen varios estudios genéricos (Pascual Benito, 1995; López Padilla, 2012; Cardoso
y Schuhmacher, 2012; Barciela, 2012, entre otros), múltiples
estudios sobre colecciones específicas (Barciela, 2002; 2006;
López Padilla, 2009b; 2014b; Pascual Benito, 2012; 2015; Liesau y Schuhmacher, 2012; Marín et al., 2012; Liesau y Moreno,
2012; Pau et al., 2018; Nocete et al., 2013; García Sanjuán et
al., 2013; Schuhmacher y Cardoso, 2007; Valera et al., 2015,
entre otros) y diversas tesis doctorales –no todas ellas, desafortunadamente, publicadas– (López Padilla, 2011; Altamirano,
2013; Barciela, 2015; Pau, 2016; Luciáñez, 2017). No obstante,
en esta tendencia de incremento potencial de las publicaciones, cabe destacar el proyecto impulsado desde el Deutsches
Archäologisches Institut de Madrid y encabezado por Thomas
X. Schuhmacher, cuyos resultados han sido publicados en tres
volúmenes (Banerjee et al., 2012; Schuhmacher, 2012; 2016).
El área oriental de la península ibérica no ha sido ajena a este
proceso del quehacer investigador. Los materiales ebúrneos hallados en los yacimientos del área septentrional argárica fueron
presentados y detallados en diversos trabajos (López Padilla,
2011; 2012), destacando tanto su número como su diversidad
tipológica, muy por encima de la constatada en el ámbito de las
áreas culturales del Bronce Valenciano y Bronce de La Mancha
(López Padilla, 2009a).
En el presente trabajo, en consonancia con el resto de capítulos que integran esta monografía de Caramoro I, se presenta
de forma detallada el estudio de los objetos de marfil documentados, algunos de los cuales ya fue publicado por A. González
y E. Ruiz (1995).
EL YACIMIENTO DE CARAMORO I:
LOS MATERIALES DE MARFIL
En el inventario de nuestra tesis doctoral sólo se incluyeron las
dos únicas piezas publicadas hasta entonces –un brazalete perforado en ambos extremos (CMI-596) y el botón prismático
de perforación en V (CMI-587) (López Padilla, 2011: 158, fig.
IV.3.9, 12-13)– tomadas de A. González y E. Ruiz (1995: 91). Un
año más tarde, T. X. Schuhmacher (2012: 481, taf. 9, 30-31) recogía igualmente ambos objetos en su catálogo del marfil peninsular
del Calcolítico y la Edad del Bronce, aunque sin realizar tampoco
un estudio directo de los mismos.
Hubo que esperar al trabajo de tesis doctoral de V. Barciela
(2015: 470-479; 483-484; fig.III.4.2) para contar por primera
vez con una descripción pormenorizada de las piezas, tanto
desde el punto de vista tipológico como tecnológico. Aquí
apenas voy a ampliar su aportación, en el plano descriptivo,
más que con algunos datos complementarios, y en lo que respecta al inventario general, con un nuevo fragmento de brazalete encontrado durante las últimas excavaciones, además de
199
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Tabla 16.1. Relación de objetos de marfil documentados en Caramoro I.
Nº inventario
Objeto
Hab.
Sector
Tipo
L (mm)
A (mm)
G (mm)
P (g)
Fig.
1989
CMI-587
Botón
D
B5
Q132
30
10
6,2
1,96
16.2
1989
CMI-584
Brazalete
E
BC6
B111a
-
-
-
0,36
-
1989
CMI-585
Brazalete
A
A
B112b
41,5
9
7,5
3,91
16.1
1989
CMI-586
Brazalete
A
A
B112b
50
13,5
2,5
2,57
16.4
1989
CMI-594
Brazalete
D
B5
B112b
75
13,5
3,5
6,54
16.5
1989
CMI-595
Brazalete
D
B5
B112a
45
6,5
4,5
2,07
16.6
1989
CMI-597
Brazalete
D
B5
B112b
63,5
7
5
4,63
16.7
1989
CMI-598
Brazalete
D
B5
B111a
13
8,5
4,5
0,64
16.3
1989
CMI-596
Brazalete
D
B5
B112a
51
11
6
4,58
16.8
2015
CMI-15/UE 1504
Brazalete
D
-
B111a
55,4
6,9
5,8
2,93
16.9
incorporar la escasa información contextual que ha podido ser
recuperada a partir, básicamente, del diario de excavaciones,
amablemente cedido por Elisa Ruiz Segura.
Descripción, clasificación y contextualización de las piezas
En la actualidad, el inventario de objetos de marfil de Caramoro I asciende a un total de 10 piezas: 9 pertenecientes a partes
o fragmentos de aros o brazaletes, a los que se suma un botón
prismático de sección triangular, de perforación en V. En la tabla adjunta (tabla 16.1) se ofrece el listado de piezas con sus
dimensiones y pesos actuales, así como algunos datos referidos
a su localización topográfica en el yacimiento, lo que ha permitido reconstruir, hasta cierto punto, el contexto habitacional
de una parte importante de las piezas. Como puede observarse,
aunque son tres los espacios con presencia de objetos, la mayor
parte de los mismos, y los mejor conservados, fueron documentados en el espacio D. Solamente de la pieza documentada
en la UE 1504 podemos asegurar que corresponde al abandono
del primer momento de uso del asentamiento.
Clasificación de los materiales
Aunque se trata de objetos muy ampliamente representados en
el registro arqueológico de la Edad del Bronce de la península,
y a pesar de que en la última década hemos asistido a un considerable incremento de los estudios en torno a este tipo de artefactos y conocido diversos ensayos de clasificación tipológica,
se carece aún de una propuesta unificada a este respecto para
el Sureste peninsular, o al menos una que cuente con suficiente
consenso entre los investigadores.
Botón prismático largo de sección triangular con doble
perforación en V (tipo Q113)
Tradicionalmente, los llamados “botones de perforación en V”
han sido objeto de atención especial desde hace mucho tiempo.
Su amplia distribución territorial por toda Europa Occidental
despertó un interés creciente por ellos desde mediados del siglo pasado (Arnal, 1954; 1973; Guilaine, 1963; Barge-Mahieu
200
y Arnal, 1984-85). Inspirados en esos estudios, en nuestro país
comenzaron a publicarse diversos trabajos en las décadas de
1980 y 1990, alguno abordado desde una óptica de amplio espectro, tanto cronológico como territorial –aunque mayoritariamente basado en documentación bibliográfica (Uscatescu,
1992)– y otros con objetivos más limitados en lo geográfico, y
englobados en análisis de conjunto de la producción ósea –por
ejemplo, M. T. Andrés (1981), J. M. Rodanés (1989) o J. L.
Pascual Benito (1998)–. Por encima de los diferentes criterios
de ordenación empleados en su clasificación, la mayoría de estos estudios utiliza un modelo descriptivo común para este tipo
de objetos, básicamente heredado del propuesto por J. Arnal
(1973). Puede observarse así cómo los tipos 61.4 y 61.8 de J. M.
Rodanés (1989: 155, L. 30) se corresponden con los tipos 16 y
17 de la clasificación de M. T. Andrés (1981: 153-154), y ambos
se describen como “botones prismáticos”: unos como “botones
prismáticos cortos” o “de perforación simple” y los otros como
“botones prismáticos largos” o “de perforación doble”. En general, este criterio se ha mantenido vigente hasta la actualidad
(Maicas, 2007: 169-170).
Por mi parte, en mi clasificación tipológica de los artefactos
óseos de la Edad del Bronce del Este y Sureste de la península,
todos los denominados “botones de perforación en V” quedaban incluidos en un conjunto de artefactos finales que agrupé
en el tipo Q1, quedando los de morfología prismática de sección triangular en el sub-tipo Q13, y dentro de éste en el subtipo de botones prismáticos largos con doble perforación –tipo
Q132– (López Padilla, 2011: 469). T. X. Schuhmacher (2012)
adoptó una perspectiva muy similar, identificando un tipo de
botón –prismatische knöpfe– considerado aparte del resto de
tipos artefactuales catalogados como botones (ocho en total),
si bien luego realizaría hasta una decena de subdivisiones dentro de este tipo, en atención a sus características morfológicas
–(principalmente la longitud y la forma de la base (Schuhmacher, 2012:182)–. De ese modo, el botón de Caramoro I quedaba incluido en su tipo de botones “prismáticos largos con base
trapezoidal o irregular, arista longitudinal y doble perforación
[page-n-216]
Figura 16.1. Conjunto de objetos de marfil documentados en Caramoro I.
201
[page-n-217]
en V” (Schuhmacher, 2012: 197). Para V. Barciela (2015: 283)
este tipo de artefactos se integraría mayoritariamente en su grupo A.1, en el que la autora incluye todos los objetos de adorno
elaborados a partir de extracciones longitudinales de porciones
de marfil en bruto. En concreto, los botones prismáticos largos,
como el hallado en Caramoro I, se corresponderían con el tipo
A-112, descrito como “botones prismáticos triangulares de perforación en “V” largos” (Barciela, 2015: 469).
Podemos concluir, en suma, que más allá de las singularidades derivadas del modelo de “arquitectura” escogido en cada
una de estas propuestas de clasificación tipólogica, hay un amplio consenso en el empleo del término “botón prismático de
perforación en “V”, a pesar de que atribuye a estos objetos una
funcionalidad muy concreta que, por otra parte, también hay
bastante acuerdo en matizar (López Padilla, 2011: 465; Pau,
2012: 74; Barciela, 2015: 1199), pues parece cada vez más claro
que, en su conjunto, su uso nunca quedó específicamente restringido a abrochar prendas de vestir (López Padilla, 2006b).
El botón de Caramoro I presenta, pues, una morfología prismática de sección transversal de forma triangular, con una base
de contorno ligeramente trapezoidal y una doble perforación
convergente en cada uno de los extremos, realizada a escasos
milímetros del borde (fig. 16.1.2). Las dimensiones tomadas (30
x 10 x 6,2 mm) difieren apenas un tanto de las publicadas por
V. Barciela (2015: 469) y sólo en lo que atañe al espesor de la
pieza, lo que es poco significativo dada la ligera desviación que
presenta la arista superior. La anchura máxima de las perforaciones oscila entre los 2,2 y 1,8 mm. También presenta una fractura
longitudinal que afecta parcialmente a una de las perforaciones y
que ha supuesto la pérdida de una pequeña parte del borde lateral
derecho de la pieza, en toda su longitud. En la actualidad, su peso
es de 1,96 gr. La pieza ofrece señales de aserrado por su cara
ventral, que en los contornos de las perforaciones han sido suavizadas por huellas de uso, igualmente observadas en el interior
de los orificios (Barciela, 2015: 469, fig. III.4.3).
Este tipo de botones de perforación en “V” son los más numerosos en los contextos de la Edad del Bronce del área central
y meridional del Este peninsular. Hace una década, constituían
casi el 70% de la muestra total de este tipo de artefactos en la
zona (López Padilla, 2011: 469). Sin embargo, mientras en el territorio del Grupo Argárico se advierte una mayor presencia de
los tipos cónico –Q12– y, sobre todo, piramidal –Q11–, el tipo
prismático –Q13– se distribuye preferentemente en su ámbito
periférico (López Padilla, 2006a).
Los diversos estudios tecnológicos llevados a cabo en los
últimos años han permitido determinar claramente los pasos
seguidos en la manufactura de este tipo de botones (Barciela
2012, 2015; Pascual Benito, 2012; 2015; Altamirano, 2013).
Los hallazgos realizados en yacimientos como la Muntanyeta
de Cabrera o La Mola d’Agres avalan la elaboración y circulación entre asentamientos de barras prismáticas de marfil, a partir
de las cuales la elaboración de este tipo de botones apenas requeriría más que la realización de cortes transversales con sierra
metálica, con los que determinar la longitud de la pieza, y de
perforaciones practicadas con taladros de arco provistos de una
fina punta, también de metal.
En general, a los botones de perforación en “V” se les ha
atribuido desde hace tiempo una cronología antigua en el ámbito argárico (Schubart, 1979: 298; Lull, 1983: 214) que, en su
202
mayoría, los datos más recientes vienen a corroborar (Schuhmacher, 2012: 198), y que quedaría principalmente circunscrita
al periodo comprendido entre finales del III milenio y el primer
tercio del II milenio cal ANE. No obstante, ya se ha señalado que
existen indicios suficientes como para considerar la posibilidad
de una continuación en el consumo de este tipo de productos en
algunas zonas del ámbito argárico más cercano a su periferia
septentrional, como cabría inferir de los ejemplares aparecidos
en las sepulturas de la Illeta dels Banyets (López, Belmonte y
De Miguel, 2006). Por tanto, la desaparición de los botones de
perforación en V del registro artefactual argárico creo que debió
iniciarse probablemente a partir de ca. 1700 cal ANE, quedando
ya completamente en desuso, casi con total seguridad, a partir
de ca. 1500 cal ANE (López Padilla, 2011: 473).
Brazaletes (tipo B111 y B112)
A diferencia de lo que ocurre con los botones, en lo que se refiere a los brazaletes de marfil no se aprecia aún en los trabajos
publicados el mismo grado de consenso, ni para su descripción
ni para su clasificación, aunque sí hay cierto acuerdo en una
distinción básica entre las piezas que presentan perforaciones de
aquéllas que no las poseen. A pesar de la evidente sintonía con
los morfotipos ya conocidos desde el Neolítico (Pascual Benito,
1998: 158), la aparición de brazaletes de marfil en el registro
arqueológico del Este y Sureste peninsular apenas remonta al
final del Calcolítico, concentrándose básicamente en la Edad
del Bronce (López Padilla, 2012). En el marco del esquema de
clasificación utilizado en mi tesis doctoral, propuse dos tipos
básicos de brazaletes, diferenciados entre sí por el criterio ya
comentado de la presencia o no de perforaciones. En este último caso (tipo B111), reuní en una sola variante (B111a) todos
aquellos con secciones transversales con formas comprendidas
entre el cuadrado y el óvalo, frente a otra (B111b) que parecía responder a un diseño más definido y que en ese momento
consideré genuinamente argárico (López Padilla, 2011: 458). El
tipo de brazalete con perforaciones (tipo B112) también quedaba subdividido en dos variantes, en función de la localización
de los orificios con respecto al arco de circunferencia del brazalete –atravesándolo de afuera-a dentro, o viceversa (B112a), o
perpendicularmente (B112b).
V. Barciela, por su parte, incluye este tipo de piezas en su
grupo de objetos de marfil obtenidos a partir de extracciones
transversales (A-21), separando los brazaletes macizos (A211)
de los articulados (A212), y subdividiendo ambos a su vez en
variantes de brazaletes anchos y estrechos (Barciela, 2015:
283-284). La principal particularidad de esta clasificación es,
no obstante, que la autora estima más apropiado definir como
“placas-colgantes multi-perforadas” (A-222) (Barciela, 2015:
1238) una pequeña parte de los objetos que yo consideré como
brazaletes –incluidos en mi subtipo B112b– en los que la anchura de la pieza supera claramente su espesor. Esta circunstancia
sólo resulta de particular interés aquí, en primer lugar, porque
una de las piezas utilizadas por la autora para ilustrar dicho grupo de placas-colgantes proviene precisamente del yacimiento
de Caramoro I (Barciela, 2015: 472); y, en segundo lugar, porque pone nuevamente de relieve la cuestión de la interpretación
funcional que hacemos de los objetos que analizamos –convertida a menudo en el principal criterio para su clasificación y
ordenación tipológica– los cuales en realidad pueden haber sido
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usados de diferente modo a lo largo de una prolongada vida útil,
y especialmente en el complejo ámbito de los artefactos finales
destinados al ornato, para cuya elaboración se suelen emplear
materias primas con alto valor de producción.
Desde el punto de vista de la mera clasificación tipológica,
la propuesta más detallada de las publicadas hasta la fecha es,
en mi opinión, la de T. X. Schuhmacher (2012: 210-221). El
autor clasifica los brazaletes de marfil incluidos en su inventario
básicamente en función de la forma de su sección transversal.
El resultado es un total de 9 tipos, a los que se añade un grupo
de piezas de difícil o imposible clasificación (Weitere Armringfragmente). Para T. X. Schuhmacher, por tanto, la presencia o
no de perforaciones resulta menos diagnóstica para la definición
de los tipos que el diseño general del brazalete y, en particular,
menos que la relación entre el grosor y la anchura. En consecuencia, una parte de los brazaletes “estrechos” agrupados por
V. Barciela (2015: 283) en sus variantes A211a y A211b, y todos los agrupados por mí en el tipo B111a, quedarían repartidos
entre varios de los tipos considerados por T. X. Schuhmacher
en función de la forma de sus secciones transversales –ovalada,
cuadrada-rectangular, trapezoidal, en forma “de gota”, en forma
de “D”…–, mientras que mi tipo B111b resultaría exactamente
equivalente a su Armringe mit dachförmigem Querschnitt (literalmente: brazaletes con sección transversal en forma de tejado). El resto de brazaletes, tanto los articulados, perforados
en los extremos, como aquellos carentes de perforaciones, pero
considerados “anchos” según los criterios fijados por V. Barciela, quedarían englobados en el tipo Flache Armringe mit breitem rechteckigem Querschnitt (brazaletes planos con sección
transversal rectangular ancha) (Schuhmacher, 2012: 216).
Sería conveniente, sin duda, abordar en un futuro próximo un
estudio conjunto de este tipo de artefactos, y analizar de forma
más pormenorizada qué criterios podrían considerarse realmente
relevantes para una clasificación significativa desde el punto de
vista de la secuencia de su producción y consumo, tanto en el ámbito argárico como en el de su periferia territorial. En este sentido,
creo que resultan de gran interés las apreciaciones de V. Barciela
(2015: 1257, fig. III.85) en relación con la incidencia de los trabajos de ranurado y abrasión en la conformación de la morfología
final de la sección transversal de los brazaletes de marfil, que dependería así, en ciertos casos, más de la calidad en el acabado y de
la inversión de trabajo realizada en la finalización del objeto que
del seguimiento de normas estilísticas. La importancia de estas
últimas, sin embargo, creo que claramente no pueden excluirse
en otros ejemplos –como en alguno de los brazaletes de la Motilla
de Azuer, de marcada sección ovalada (Schuhmacher 2012: taf.
22.10), o el (o los) brazaletes de San Antón, y su estrecha afinidad
formal con el brazalete de oro de Fuente Álamo (López Padilla,
2011: 458, fig. V.2.109). Mientras tanto, la propuesta presentada
por mí hace unos años (López Padilla, 2011) es tan válida como
estas otras, si bien es cierto que, por no estar incluidos en el catálogo, en ella no se contemplaban otros tipos que sí analizaban los
autores mencionados.
Brazaletes no articulados (tipo B111a)
Del conjunto total de brazaletes de marfil hallado en Caramoro
I, sólo dos fragmentos carecen por entero de perforaciones. De
ninguno de ellos, sin embargo, puede asegurarse que no pertenecieran originariamente a partes de brazaletes articulados,
Figura 16.2. Detalle de las líneas de Schreger en la pieza documentada en la campaña de 2015.
dado lo escaso de la longitud de cuerda conservada: de 53 mm
de longitud en uno de los casos (CMI-15/UE 1504) y de apenas
13 mm en el otro (CMI-598).
El primero de ellos (fig. 16.1.9), localizado durante los
trabajos de excavación llevados a cabo en 2015 en la UE
1504, en el denominado espacio D, presenta un grado de
conservación muy deficiente, con abundantes incrustaciones
calcáreas en la superficie y sendas fracturas que siguen las
líneas concéntricas de crecimiento del colmillo, o “líneas
de Owen”. A pesar de su degradación, que impide realizar
ninguna apreciación consistente sobre aspectos relacionados
con su elaboración o uso, el fragmento sí muestra con claridad la estructura característica de los colmillos de elefantes y mamuts, observable en sección transversal, conocida
como “líneas de Schreger” (fig. 16.2). Todo ello indica que
el brazalete se obtuvo, como es habitual, de una rodaja transversal de colmillo de elefante. En la actualidad, la pieza pesa
2,93 gr y tiene unas dimensiones de 53 mm de longitud por
6,6 mm de anchura y 6,1 mm de espesor, por lo que su sección transversal presenta una forma cuadrangular, bastante
regular, con las aristas ligeramente redondeadas, de forma
más acusada en el perímetro exterior.
El segundo de los fragmentos difiere notablemente del anterior (fig. 16.1.3), no sólo por sus dimensiones (13,1 mm de
longitud por 7,4 mm de anchura y 4,4 mm de espesor) sino especialmente por su mejor estado de conservación. Con todo, se
aprecian varias fracturas laminares que siguen las trayectorias
de las líneas de Owen, y que en un determinado momento fueron reparadas y consolidadas con pegamento. Se puede observar
un intenso pulimento de su superficie, tanto en las facetas laterales (exterior e interior) como en las caras dorsal y ventral, de lo
que se infiere un alto grado de calidad en el acabado de la pieza
(fig. 16.3). En la faceta lateral interior, incluso parece apreciarse
un lustre que podría asociarse al roce continuado con superficies
lisas y blandas, lo que sería lógico si consideramos que ésta sería la zona del brazalete en contacto directo con la piel o la ropa.
Presenta una sección transversal rectangular, ligeramente aplanada. Por su forma y calidad, creo que este fragmento corresponde al único resto conservado del brazalete al que perteneció,
ya que el resto de los hallados en el yacimiento no comparten
con él ni su forma ni su factura.
203
[page-n-219]
Figura 16.3. Detalle en la pieza CMI-598.
brazalete sea casi exactamente el doble de su anchura dio pie a T. X.
Schuhmacher (2012: 217) a especular con su inclusión en su tipo
Hohe Armbänder (literalmente: “pulseras altas”). En cambio, de
acuerdo con los parámetros empleados por V. Barciela (2015: 472),
se trataría claramente de un brazalete estrecho.
La morfología de la sección transversal es de tendencia rectangular, pero de aristas poco marcadas y con la superficie dorsal
y ventral ligeramente convexas. Una de las características más
evidentes es la presencia de restos de cemento del colmillo en la
faceta exterior del brazalete (fig. 16.4). Esto indica que fue elaborado empleando la porción más exterior del colmillo, lo que
concuerda con un deseo expreso de alcanzar el diámetro más
amplio posible a partir de la materia prima utilizada. Se aprecian
perforaciones en ambos extremos del segmento del brazalete,
de las que cabe deducir que inicialmente era de mayor longitud,
pero se quebró y precisó de una nueva perforación cerca del extremo fragmentado. Con estas circunstancias se deben relacionar las diferencias en el diámetro, forma y grado de desgaste de
las perforaciones localizadas en cada uno de los extremos (fig.
16.5). En el extremo no fragmentado se advierte un considerable
desgaste por el uso, y un diámetro mayor de la perforación en
la cara dorsal (4,2 mm), frente al de la perforación del extremo
opuesto (apenas 1,4 mm), que además fue realizada de forma
unidireccional desde el plano lateral interior.
Figura 16.4. Detalle de la capa exterior de contacto dentina-cemento en la pieza CMI-596.
Brazaletes articulados (tipos B112a y b)
El resto de los brazaletes o pulseras descubiertos en Caramoro
I corresponde al tipo de brazaletes articulados, caracterizados
por presentar perforaciones, bien porque fueron ya diseñados
inicialmente de ese modo, o bien porque se los sometiera a reparaciones o a modificaciones posteriores para agrandar sus diámetros originales. En cualquier caso, su rasgo distintivo reside
en que estaban constituidos por dos o más segmentos, unidos
entre sí con pequeños cordeles de fibra vegetal o animal, de las
que no han quedado vestigios materiales, que serían pasados a
través de las perforaciones de sus extremos, y anudados.
El análisis realizado indica que los ocho fragmentos de este
tipo documentados pudieron pertenecer a un mínimo de 4 pulseras o brazaletes: dos de ellos del tipo B112a (en los que las
perforaciones se realizaron atravesando la pieza por sus caras
exterior e interior) y otros dos del tipo B112b (en los que la perforación atraviesa las caras dorsal y ventral de la pieza).
- Tipo B112a
El primero de los segmentos del tipo B112a (CMI-596) (fig. 16.1.8)
presenta unas dimensiones de 54 mm de longitud por 5,3 mm de
anchura y 10,6 mm de espesor. El hecho de que el espesor de este
204
Figura 16.5. Comparación del diámetro de las perforaciones en la
pieza CMI-596.
[page-n-220]
Figura 16.6. Detalle de las perforaciones en la pieza CMI-595.
Figura 16.7. Detalle del grado de conservación de los extremos en
la pieza CMI-597.
Sus características morfométricas lo apartan de los demásfragmentos de brazalete hallados en Caramoro I. Ello indicaría
que, al menos originariamente, formó parte de una pieza de la
que no se ha conservado ningún otro resto. Es posible, sin embargo, que con posterioridad a su rotura fuera reutilizado como
segmento complementario para reparar o completar otros brazaletes del conjunto.
Las piezas CMI-595 y CMI-597 pertenecen, éstas sí claramente, al mismo brazalete (fig. 16.1.6 y 16.1.7). Este extremo, ya insinuado por V. Barciela (2015: 479), se reafirma no
sólo en la estrecha similitud que guardan en su morfometría
–la sección transversal de ambos segmentos es de tendencia
rectangular, y sus dimensiones apenas difieren entre sí unos
milímetros– sino también en el dibujo que ambas piezas conforman del perímetro exterior del brazalete, que tiende a una
figura oval, más que circular. Las secciones transversales de
forma ligeramente oval son las más comunes en los colmillos
de elefante, que sólo en ciertas partes (y no muy habitualmente) ofrecen una morfología completamente cilíndrica (Kunz,
1916: 242). Ello contribuye a suponer que ambos segmentos
procedan, por tanto, de una misma rodaja, pero también invita
a pensar que la parte del colmillo de la que se obtuvo ésta podría provenir de la zona más cercana a su extremo proximal,
donde la cavidad pulpar se agranda y, por tanto, resulta más
difícil corregir esa morfología natural del colmillo. En todo
caso, lo que no ofrece duda alguna es que aún sería necesario
el concurso de al menos un segmento más para completar la
circunferencia del brazalete, lo que impide corroborar las hipótesis precedentes.
El grado de conservación de ambas piezas es, en términos
generales, deficiente. Las dos presentan fracturas postdeposicionales y resquebrajaduras que siguen las líneas de Owen, lo
que indica pérdida significativa de humedad y unas malas condiciones de preservación. Partes de la superficie se han visto
afectadas por la acción de raíces, y otras zonas han sufrido alteraciones de origen químico. A pesar de ello, las superficies que
no se han visto alteradas permiten apreciar un intenso pulido, y
un claro lustre de uso en las facetas interiores del brazalete, que
denotan un uso prolongado.
Un aspecto destacable es la forma y disposición de las perforaciones que se observan en los extremos de ambos segmentos de brazalete. En el caso de la pieza CMI-595, la característica más sobresaliente es la localización de las perforaciones,
ligeramente desplazadas con respecto al eje (fig. 16.6) lo que
indudablemente favoreció el que una de ellas terminara rota al
ceder la pared lateral exterior del segmento. Esta rotura permite observar la forma bicónica de la perforación, y revela
que se practicó primero desde una de las facetas laterales del
segmento y después se completó repitiendo la operación desde
la faceta lateral opuesta. Ambas perforaciones presentan unos
diámetros máximos similares: 2,7 mm en un caso y 2,2 mm
en el otro. Debido al estado de conservación del brazalete en
esta zona no es fácil discernir si la rotura que presenta en la
perforación se produjo con posterioridad a la deposición de la
pieza en el sedimento arqueológico. Es evidente que, de no ser
así, ello habría impedido continuar utilizándolo como parte de
un brazalete articulado.
La pieza CMI-597 presenta esta misma particularidad.
Los diámetros de las perforaciones que posee en los extremos son ligeramente mayores –3,8 mm y 3,1 mm, respectivamente– pero una de ellas se encuentra afectada por la
rotura de una parte del extremo del segmento, mientras que,
en el opuesto, mejor conservado, se aprecian algunas débiles
huellas de lustre de uso (fig. 16.7).
- Tipo B112b
Otros dos brazaletes articulados pertenecen al tipo B112b.
Del primero de ellos –CMI-585– sólo se ha recuperado un
único segmento (fig. 16.1.1). Su morfometría se aparta claramente del otro brazalete de este tipo documentado en el
yacimiento, tanto en anchura y espesor como en la forma de
su sección transversal. Ésta última es rectangular, pero con
las caras ventral y dorsal ligeramente convexas. Además de
esto, la morfología del extremo conservado presenta un perfil
también convexo, redondeado, con evidentes señales de uso
y un acusado lustre producido por el roce continuado con
otras superficies. Su estado de conservación es precario, básicamente debido a la fragmentación causada por la pérdida
205
[page-n-221]
Figura 16.8. Detalle del cemento externo y del desgaste en la pieza
CMI-585.
Figura 16.9. Detalle de las señales de aserrado (izquierda) y de
abrasión (derecha) en la pieza CMI-594.
Figura 16.10. Detalle de la cara interior en el que se observa la
diferencia de desgaste CMI-594.
Figura 16.11. Detalle del desgaste de uso en los extremos de la pieza CMI-594.
de humedad. Una de estas fracturas afecta a la perforación,
que ha sido mal reparada (fig. 16.8). Esto ha impedido tomar medidas precisas de su diámetro original. El resto de los
fragmentos se han unido correctamente con adhesivos. Con
todo, la conservación de la superficie del brazalete permite
comprobar un intenso trabajo de abrasión y de pulimento que
denotan un acabado de cierta calidad. Esto se advierte también en el hecho de que el cemento exterior del colmillo ha
sido eliminado casi completamente, a pesar de que, a partir
de la disposición que se observa de las líneas de Schreger en
la cara dorsal de la pieza, se infiere que el segmento se obtuvo de los anillos más exteriores.
El segundo brazalete del tipo B112b registrado se compone de un segmento prácticamente completo –CMI 594– y
de un fragmento –CMI-586– que, dadas sus características
en cuanto a forma y dimensiones, perteneció muy probablemente a la misma pieza, opinión compartida con V. Barciela
(2015: 473). Por el contrario, debido a la relación entre an-
chura y espesor de su sección transversal, esta autora catalogó
la pieza como “placa multiperforada”, y no como un brazalete
(Barciela, 2015: 472) (fig. 16.1.4 y 16.1.5).
En cualquier caso, muestra una escasa calidad en su acabado, conservando casi completo el cemento del colmillo. Se
pueden observar señales del aserrado de la rodaja y de una
abrasión grosera de la superficie, con abundantes marcas que
la recorren en todas direcciones, entrecruzándose (fig. 16.9).
La faceta lateral interior presenta un aspecto en general bastante descuidado, con una abrasión que apenas regularizó las
señales del cincelado que delimitan el perímetro interior (fig.
16.10). A pesar de ello, se observa un considerable lustre de
uso en los extremos (fig. 16.11). Por otro lado, la pieza CMI586 no las conserva a causa de su estado de fragmentación.
Tampoco conserva perforaciones. En cambio, las perforaciones de la pieza CMI-594 resultan reveladoras del verdadero
uso dado a esta pieza. El desgaste que se observa en la perforación practicada en el extremo mejor conservado se mues-
206
[page-n-222]
Descripción técnica de los procesos de manufactura
y de las huellas de uso/desgaste
Figura 16.12. Detalle de la orientación del desgaste en la perforación de la pieza CMI-594.
traclaramente más acusado en dirección al borde de la pieza,
lo que resulta lógico si suponemos que estuvo engarzado por
esta parte a otro segmento opuesto del mismo tamaño, con
una perforación situada más o menos en el mismo lugar (fig.
16.12). El hallazgo reciente de un brazalete muy similar a
éste de Caramoro en el yacimiento argárico de La Almoloya,
en Pliego (Murcia) (Lull et al., 2016: 47, fig. 3) no hace sino
reforzar esta hipótesis (fig. 16.13).
En los últimos años se ha ampliado notablemente nuestro conocimiento de los procesos de manufactura de los artefactos de marfil
de la Prehistoria reciente en la península Ibérica (Barciela, 2006;
2015; Altamirano, 2012; Pascual Benito, 2012; Luciáñez, 2018).
En ellos se han llevado a cabo análisis macro y microscópicos de
las piezas y realizado experimentaciones que nos aproximan al
conocimiento de las técnicas utilizadas en su elaboración.
Aunque es poco lo que podemos aportar en este trabajo, la
importancia numérica de los brazaletes documentados en Caramoro I sí permite realizar algunas apreciaciones. El análisis de V.
Barciela (2015: 1236-1241) es, con diferencia, el más detallado
y completo de los publicados hasta la fecha. La autora plantea,
desde un plano esencialmente teórico, los distintos pasos técnicos
que serían necesarios para obtener brazaletes macizos o articulados a partir de las rodajas de marfil. En el caso de rodajas macizas, éstos se obtendrían por medio de un ranurado o de una percusión indirecta practicadas desde ambas caras de la rodaja. Estas
operaciones habrían dejado estigmas apreciables en la sección
transversal de los brazaletes, a pesar de que los trabajos posteriores de abrasión y pulimento las atenuarían considerablemente
(Barciela, 2015: 1238, fig. III.71). A juicio de la autora, dichas
huellas se reconocerían en la morfología convexa que presentan
en su faceta lateral interna la mayoría de los brazaletes de marfil
analizados (Barciela, 2015: 1257, fig. III.85).
A mi modo de ver, sin embargo, la gran mayoría de los
brazaletes de marfil conservados debieron obtenerse a partir de rodajas procedentes de la parte proximal del colmillo,
seleccionadas precisamente por la presencia de la amplia
cavidad pulpar que facilitaba la obtención de una preforma
cuya morfología natural permitía reducir considerablemente
la inversión de trabajo para su transformación en el producto
final. Así se advierte, por ejemplo, en las propias piezas de la
Mola d’Agres que V. Barciela (2015: 1239) interpreta como
matrices para la elaboración de brazaletes articulados, a pesar de que a juicio de otros investigadores (Pascual Benito,
2012: 177), algunas de ellas no sirvieron para este propósito,
Figura 16.13. Montaje
comparativo entre uno de los
brazaletes de Caramoro I y el
documentado en La Almoloya.
207
[page-n-223]
sino para obtener prismas cortos con los que elaborar pequeños botones. Las partes más cercanas a la raíz del colmillo,
en las que la cavidad pulpar alcanza su máximo diámetro y
las capas de dentina su máxima delgadez, serían las elegidas
para elaborar los denominados “brazaletes anchos”.
A este respecto, diversas fuentes, tanto arqueológicas como
etnográficas, nos ofrecen información acerca de las técnicas
e instrumentos empleados antiguamente en la elaboración de
brazaletes de marfil en lugares como la India o el continente
africano. En general, los datos apuntan a que técnicamente los
procedimientos no han sufrido grandes variaciones a lo largo
del tiempo. El sistema empleado en los talleres tradicionales de
Tando, en la actual Pakistán, a comienzos del siglo pasado, consistía en hacer girar una rodaja extraída del colmillo, convenientemente engarzada en una especie de torno manual, e incidir
sobre ella un instrumento metálico de punta afilada que seguía
el trazado de varias líneas concéntricas, marcadas previamente, a partir de las que se obtenía un conjunto seriado de brazaletes ordenados de mayor a menor diámetro. Posteriormente,
éstos eran extraídos de la matriz con ayuda de una especie de
pequeño cincel y sometidos a un proceso de acabado mediante
el pulimento de la superficie (Burns, 1901: 54). Posiblemente,
técnicas similares serían empleadas para elaborar los brazaletes
localizados en diferentes zonas del área sudoriental de África en
épocas anteriores a la colonización europea del continente (Reid
y Segobye, 2000; Coutu et al., 2016).
No obstante, la sistemática presencia de restos de cemento en
la superficie lateral exterior de un buen número de los brazaletes
documentados en la Edad del Bronce peninsular denotan, en mi
opinión, un empleo preferente de la parte proximal del colmillo.
Ésta, donde la cavidad pulpar es más amplia, presentaría la ventaja
de reducir el tiempo de trabajo invertido en la obtención del producto, al aprovechar su morfología natural. Para evitar fracturas
accidentales durante el aserrado, en los talleres de eboraria tradicionales era habitual insertar un rollizo de madera de dimensiones
apropiadas en el interior de la cavidad pulpar (Kunz, 1916: 241).
Un aspecto a destacar en el conjunto de brazaletes de Caramoro I son las diferencias que se advierten en cuanto a la calidad en
el acabado de las piezas. Esto es observable, por ejemplo, comparando el acabado de los dos brazaletes del tipo B112b documentados: CMI-585 y CMI-586-594. Mientras que en el primero
se advierte con claridad una parte considerablemente gruesa del
cemento exterior del colmillo, en el segundo apenas queda rastro
de él, y la pieza ofrece en general una superficie más pulida y limpia. A diferencia de lo que ocurría en los talleres del Mediterráneo
Oriental, donde la eliminación o “pelado” del cemento del colmillo constituía la primera tarea en la preparación del marfil para su
transformación en productos manufacturados, para los artesanos
argáricos la presencia de partes del cemento del colmillo en las
piezas acabadas no parece que constituyera un problema, al igual
que para los artesanos calcolíticos, tal y como señala M. Luciáñez
(2018: 530) a propósito de las piezas de marfil halladas en el dolmen de Montelirio.
Por otro lado, el distinto grado de calidad en el acabado de
las piezas condiciona también la claridad con la que pueden observarse las huellas dejadas en el objeto por las distintas técnicas empleadas durante su manufactura. En la mayor parte de
los brazaletes de Caramoro I, la abrasión y pulimento de las
superficies ha eliminado las huellas de aserrado o de percusión
208
indirecta con las que debieron prepararse las preformas. No obstante, podemos reconstruirlas parcialmente a partir de un análisis conjunto de las piezas. El aserrado transversal del colmillo,
para la obtención de las porciones de materia prima necesarias,
se llevó a cabo con sierras de metal.
La característica que unifica a todo el conjunto de objetos
de marfil de Caramoro I es el hecho de que se trata incuestionablemente de piezas ya utilizadas en el momento en que pasaron
a formar parte del contexto arqueológico. Siempre que el grado
de conservación lo permite, en sus superficies pueden observarse señales inequívocas de que tanto los brazaletes como el botón
de perforación en V habían estado ya en uso, y en algunos casos
todo indica que durante bastante tiempo.
LA PRODUCCIÓN Y CONSUMO DE ADORNOS
Y ELEMENTOS DE MARFIL EN EL EXTREMO
ORIENTAL DE EL ARGAR Y SU ÁREA PERIFÉRICA
En cuanto al contexto arqueológico de las piezas, y salvo unos
pocos datos aún inéditos, reflejados en los diarios de excavación,
lo sustancial continúa siendo la información, un tanto vaga, proporcionada por A. González y E. Ruiz (1995). Concebido como
una presentación preliminar de los resultados de la intervención,
los autores no llegaron a precisar en ningún momento el número
de hallazgos ni a proporcionar un inventario detallado de los
mismos, aunque sí se hacía una breve descripción de los tipos
y se señalaba su localización aproximada en el asentamiento
(González Prats y Ruiz, 1995: 89; 97-99; fig. 2, 14-15).
De la revisión de los diarios de excavaciones y de algunas
informaciones inéditas, generosamente proporcionadas por sus
excavadores, se ha podido reconstruir, hasta cierto punto, una
distribución de los objetos en el espacio interior del asentamiento, la cual muestra una significativa concentración en el extremo
oriental de la habitación D (fig. 16.14). En concreto, en un punto
en el que A. González y E. Ruiz (1995: 89) señalaban una apreciable agrupación de piedras y barro, que no llegaron a identificar
plenamente como un banco adosado a la cara interna del muro
que separa esta habitación del espacio A. Existen algunos indicios
que, efectivamente, parecen descartar esta hipótesis. Uno de ellos
es precisamente el que dos de los fragmentos de brazalete encontrados –nº 3 y 4 del inventario (CMI-586 y CMI-594)–, pertenecientes casi con total seguridad a la misma pieza, fueron hallados
uno en cada una de las dos habitaciones. Esto quizá abundaría en
la idea de que, más que sobre un banco corrido adosado, los brazaletes y el botón de perforación en V pudieran haberse hallado
entre los escombros de alguna pared o estructura compartida por
las habitaciones A y D. En todo caso, el hallazgo de un nuevo
fragmento de brazalete en las proximidades de un hogar del espacio D durante las actuaciones de 2015 parece confirmar que,
en efecto, era en este último espacio en el que debía encontrarse almacenado el grueso del conjunto de piezas de marfil. Otra
cuestión diferente, sobre la que volveré más adelante, es por qué
pudieron estar allí concentrados. El pequeño y sumamente deteriorado fragmento que se localizó en el espacio E, en cambio,
debe considerarse aparte del resto de piezas y relacionarse con el
consumo individual de este tipo de ornamentos.
Un aspecto crucial en relación con la producción y consumo
del marfil en el ámbito argárico es la diferencia sustancial de los
instrumentos involucrados en la producción de artefactos de marfil,
[page-n-224]
Figura 16.14. Plano del yacimiento de Caramoro I con la localización aproximada de los objetos de marfil hallados. Los cuadrados
corresponden a fragmentos de brazaletes, y el triángulo al botón de
perforación en V.
en comparación con los empleados en la elaboración de objetos
de hueso (López Padilla, 2006b; 2009b; 2012). Mientras que en
ésta última el empleo de instrumental metálico es muy esporádico –cuando no prácticamente inexistente– la gran mayoría de los
pasos técnicos seguidos en la manufactura de artefactos finales de
marfil se realizó con herramientas de metal, con la única excepción de los trabajos de abrasión y pulimento. Ésta, a juzgar por
el registro documentado, parece también haber estado centralizada
en determinadas unidades habitacionales, y sus productos a menudo concentrados y almacenados en determinados ámbitos de los
asentamientos, aspecto que podemos observar de forma recurrente
tanto en la zona argárica como en su zona periférica.
Ya en el trabajo clásico de los hermanos Siret se mencionaba
la presencia en El Argar de porciones de marfil con señales de
trabajo, consistentes básicamente en planos de corte y huellas
de extracciones, que sin duda constituyeron bloques de materia
prima (Siret y Siret, 1890: lám. 25. 57 y 58). Es posible que
éstas se encontraran en el mismo lugar en el que también se ha-
llaron varios botones de dimensiones apreciables (Siret y Siret,
1890: Lám. 25. 44), que se acompañaban de una lámina y un
anillo de plata, una punta de flecha y una placa de metal de forma aproximadamente cuadrangular, a la que estaban adheridos
trozos de carbones, semillas y también trozos de marfil de forma
indeterminada (Siret y Siret, 1890: 159, Lám. 26. 59). De la
información proporcionada cabe inferir, por tanto, la existencia
de al menos una unidad habitacional en la que probablemente
se hacía acopio de artefactos finales de marfil –botones– y plata
–anillo– y también de metal en forma de láminas y placas, así
como bloques de marfil en bruto destinados a la producción de
distintos tipos de artefactos finales.
La presencia de porciones de marfil en bruto con señales de
extracciones se ha determinado también en otros enclaves argáricos. Sin embargo, en su mayoría se presentan en el registro
formando parte de contextos desligados de otros indicios vinculados a la producción de artefactos. Así sucede, por ejemplo,
con un ápice de colmillo localizado en Tabayá (López Padilla,
2011: 326, fig. V.1.20), y también con la rodaja descubierta en
un área de acumulación de desechos en el solar de Madres Mercedarias, en el casco urbano de Lorca (López Padilla, 2009b:
12, lám. 2-3; Schuhmacher, 2012: 527, taf. 32.11). De Fuente Álamo proceden así mismo otros fragmentos de rodajas de
marfil con señales de aserrados, varios de ellos probablemente
provenientes de un área de actividad localizada en el interior del
edificio O (Liesau y Schuhmacher, 2012).
Todo ello evidencia que en estos asentamientos se llevaron
a cabo procesos de trabajo sobre bloques primarios de marfil en
bruto –principalmente rodajas– aunque no sea posible precisar
la localización de las áreas de actividad. Por el momento, sólo
el enclave argárico de la Illeta dels Banyets, en El Campello,
ha proporcionado datos que permitan inferir su presencia en el
asentamiento, gracias al hallazgo de los lascados y esquirlas
resultantes de los trabajos de talla sobre las rodajas o los bloques preformados (Belmonte Mas y López Padilla, 2006) (fig.
16.15), y las marcas dejadas en ellas por cinceles y escoplos de
varios grosores, así como también de sierras y de punzones de
metal (López Padilla, 2011: 346).
Por lo que respecta al ámbito periférico del Argar, son ya
bien conocidos los indicios de áreas de actividad en puntos
como la Cova de les Cendres (Pascual Benito, 1995), la Mola
d’Agres (Pascual Benito, 2012) y Cabeço del Navarro (López
Padilla, 2012). También se ha señalado la existencia de áreas
de actividad en algunos enclaves de La Mancha oriental, en
concreto en el Acequión (Fernández Miranda et al., 1994: 266;
Barciela, 2015: 1269) y en el Cerro de La Encantada, de donde
se conoce la presencia de rodajas de marfil en bruto preparadas para su transformación en artefactos (Fonseca, 1985: 165;
Schuhmacher, 2012: 486).
Sin embargo, en lo que concierne al consumo, el registro
permite inferir diferencias sensibles entre el ámbito argárico y
su área periférica, aunque éstas sólo se manifestarán claramente
a partir de inicios del II milenio cal ANE. Con anterioridad a
ca. 2000-1900 cal ANE, tanto en el territorio del grupo argárico
como en el ámbito de los grupos arqueológicos de su periferia, se aprecia una ausencia de normalización, a escala regional,
tanto en la producción como en el consumo de los artefactos
finales en marfil. Esto se hace especialmente evidente en el caso
de los botones o apliques del tipo Q, que constituye el produc209
[page-n-225]
Figura 16.15. Fragmentos de rodajas de marfil documentadas en
la Illeta dels Banyets de El Campello (Alicante). MARQ. Museo
Arqueológico de Alicante.
Figura 16.16. Pomo de marfil de San Antón (Orihuela). Colección
Brotóns. Museo Arqueológico de Murcia.
to más ampliamente consumido en estos momentos, y del que
encontramos prácticamente todas las variantes formales tanto a
uno como a otro lado de la frontera argárica: se observa la presencia de botones piramidales del tipo Q111 en El Argar (Siret
y Siret, 1890: 170), en el Cerro de la Virgen (Schüle, 1980),
en la sepultura del Cerro de las Viñas (Ayala, 1991: 198) y en
Gatas (Siret y Siret, 1890: 222), entre otros yacimientos argáricos, pero también aparecen en la base de las estratigrafías de
yacimientos del llamado Bronce Valenciano, como la Lloma de
Betxí (De Pedro, 1998) o el Picarcho (Lorrio et al., 2004); así
210
mismo, se advierte la coexistencia de piezas prismáticas del tipo
Q131 y Q132 junto con botones cónicos del tipo Q121 en el
enterramiento de los Molinos de Papel (Marín et al., 2012), o la
de botones piramidales del tipo Q111 con botones prismáticos
en el Acequión (Barciela, 2015: 1093) y en la Lloma de Betxí
(Pascual Benito, 2015).
Con posterioridad a ca. 1900 BC, sin embargo, se produciría un cambio en las pautas de consumo en ambas zonas,
que a este respecto terminaría por convertir a los tipos prismáticos Q131 y Q132 en los más ampliamente difundidos en
la franja periférica argárica, mientras que en el territorio argárico se consolidaría un amplio predominio del tipo cónico
–Q121– y especialmente del piramidal –Q111– (López Padilla, 2006a), aunque en un marco general de consumo mucho menos acusado que en la periferia: mientras que en ésta
los botones o apliques prismáticos triangulares conforman
el conjunto más importante de artefactos finales de marfil,
en el ámbito argárico sólo se han registrado en abundancia
en la Illeta dels Banyets (López et al., 2006). Por otra parte,
resulta manifiesta la disimilitud entre los tipos de artefactos
producidos y consumidos a un lado y otro de la frontera argárica en cuanto al grado de calidad y exigencia técnica en
su elaboración. Así, mientras que en la amplia faja territorial
periférica los productos de marfil localizados se caracterizan
por ser objetos de manufactura relativamente sencilla –brazaletes del tipo B111 y B112, botones prismáticos del tipo
Q131 y Q132 y colgantes del tipo K311– en el área argárica, junto a éstos, se localizan también otros productos para
cuya realización se precisa un refinado dominio de la talla
del marfil, como pomos y apliques para mangos de puñales
y cuchillos (fig. 16.16), o peines, objetos que no aparecen
documentados fuera del territorio argárico hasta fechas cercanas a 1500 cal BC (López Padilla, 2011).
Por último, conviene destacar que, mientras los objetos
de marfil aparecen repetidamente registrados en las sepulturas argáricas, son muy infrecuentes en tumbas de la franja
periférica. Esto resulta especialmente evidente en el Este peninsular, donde lo habitual es que los enterramientos practicados en el interior de los espacios habitados carezcan por
completo de ajuar, y cuando existe, prácticamente nunca
incluye productos de marfil. Menos extraordinario resulta
en el área oriental de La Mancha, donde hallamos algunos
casos particularmente relevantes. Uno de los más conocidos
es el de una de las tumbas de la Morra de El Quintanar, que
contenía el esqueleto de un individuo depositado en decúbito
lateral izquierdo, en cuyo antebrazo portaba un brazalete del
tipo B111 con coloraciones rojizas en la superficie, y a la
altura de su muñeca una placa de piedra con remaches de
plata (Fernández Miranda et al., 1994: 260; Schuhmacher,
2012: 506, Farbtaf. 6.c). Recientemente, dos botones del tipo
Q111 aparecieron como parte del ajuar de un enterramiento
doble, de un hombre y una mujer, localizado en Castillejo del
Bonete (Benítez de Lugo et al., 2015) y también es conocido
el enterramiento de los Molinos de Papel, en Caravaca, con
su extraordinario conjunto de piezas de marfil (Marín et al.,
2012). Sin embargo, la inmensa mayoría de los artefactos
finales registrados en los asentamientos del área centro-meridional del Este peninsular comparecen en contextos ajenos a
las deposiciones de carácter funerario.
[page-n-226]
CONCLUSIONES
El estudio de un conjunto de 10 piezas de marfil documentadas en Caramoro I, junto al de otros conjuntos del ámbito territorial más próximo, ha permitido determinar que, en torno
a 1950-1800 cal BC, la sociedad argárica y sus coetáneas colindantes demandaban marfil para la manufactura de distintos
tipos de adornos, principalmente brazaletes y botones. Ambos
tipos de objetos están representados en Caramoro I, aunque con
una clara preeminencia de los primeros, faltando, en cambio,
otros objetos de alta complejidad técnica, como peines o pomos
de cuchillos, que sí están acreditados en otros asentamientos de
la zona (López Padilla, 2006b; 2011). Tampoco se registran en
Caramoro I evidencias relacionadas con la producción, que por
ahora sólo se constatan en yacimientos como Illeta dels Banyets, Tabayá, o Laderas del Castillo.
Todo parece indicar que el conjunto de piezas de marfil documentado en Caramoro I corresponde exclusivamente a objetos ya elaborados y usados, vinculados al consumo habitual de
este tipo de adornos durante el corto periodo en el que estuvo
ocupado el asentamiento. No obstante, desde el primer momento destacó el hecho de que la gran mayoría de los productos se
hallaran concentrados en sólo dos de las habitaciones del asentamiento –la habitación A y, muy especialmente, el espacio D–
lo que, por otro lado, no resulta excepcional.
Durante la primera mitad del II milenio cal ANE esta tendencia a la concentración de los artefactos de marfil en determinadas unidades habitacionales de los asentamientos se documenta tanto en el espacio argárico como en su ámbito periférico.
Buenos ejemplos serían la habitación de El Argar descrita por
los Siret, a la que antes nos hemos referido, y la vivienda “x” de
El Oficio, donde registraron un pomo de marfil del tipo T111b
en el interior de una vasija, junto a una cincuentena de pesas de
telar apiladas, un molino con su correspondiente muela todavía
dispuesta sobre él, un punzón, restos de tela almacenados en
el interior de otra vasija, y un cuchillo o puñal de lengüeta con
remaches (Siret y Siret, 1890: 235).
Por su parte, en la periferia argárica encontramos varios casos en los que se da esta misma asociación de almacenamiento
de medios de subsistencia básicos y de utensilios para la producción textil, con la concentración significativa de artefactos
finales elaborados en marfil. Posiblemente la Habitación I de
la Lloma de Betxí sea uno de los mejores ejemplos (De Pedro,
1998; Pascual Benito, 2015: 97, fig. 2), pero siendo uno de los
mejor documentados y publicados, no constituye, sin embargo,
el único caso: del asentamiento turolense de Las Costeras se dio
también noticia del hallazgo de un conjunto de once botones
prismáticos del tipo Q131 y 132 en una de las unidades habitacionales del poblado (Picazo, 1993: 38), mientras que en el
denominado “departamento 8” del Cerro de El Cuchillo apareció un conjunto de hasta ocho botones de marfil, todos del tipo
Q132, en el mismo espacio en el que se localizó un importante
lote de pesas de telar, probablemente relacionadas con un área
de producción textil (Barciela, 2015).
Creo que todos estos ejemplos que acabamos de mencionar
ilustran claramente dos aspectos clave del modelo de organización del consumo de los artefactos finales de marfil durante
la Edad del Bronce: por un lado, el estrecho control al que
las comunidades del cuadrante sudoriental de la península sometían la distribución de estos productos de alto valor social
dentro de los asentamientos; y por otro, la estrecha relación
que, en ese mismo sentido, parecen haber tenido con la producción textil.
La concentración del marfil en determinados espacios
revela el interés por mantener bajo control la distribución de
unos artefactos ligados socialmente a la manifestación del
grado de disposición de la fuerza de trabajo de la comunidad,
y a menudo involucrados en el establecimiento de lazos o
vínculos entre comunidades o linajes. En algunos ejemplos
etnográficos, el mantenimiento y reforzamiento de estos lazos se solía conseguir a través de los intercambios materiales
asociados con la política de alianzas matrimoniales (Meillasoux, 1977: 107).
Al menos en el ámbito argárico este control se revela extendido a la producción textil y a las manufacturas metálicas,
producidas frecuentemente en los mismos ámbitos que se emplearon para la elaboración de artefactos de marfil, lo que probablemente es un indicio de que el consumo de unas y otros había
adquirido una gran importancia en la reproducción social.
La concentración de brazaletes en el espacio D de Caramoro
I, que contextualmente se vincula con el abandono de su primer
momento de uso, debe relacionarse, por tanto, con estas prácticas de almacenamiento de piezas de alto valor de producción,
determinado por los costes invertidos en su manufactura y, sobre todo, de obtención y transporte de un material exótico como
el marfil. En este sentido, no podemos olvidar que el valle del
Vinalopó constituyó un punto neurálgico para la comunicación
intersocial entre las comunidades septentrionales de El Argar y
el grupo arqueológico del Prebético meridional Valenciano (Jover y López, 1997), en el que Caramoro I debió jugar un papel
destacado, aunque subsidiario, de otros núcleos de mayor peso
político, como pudo ser Tabayá.
211
[page-n-227]
[page-n-228]
17
Estudio malacológico de Caramoro I.
Algunas consideraciones sobre su uso y consumo en la sociedad argárica
Alicia Luján Navas y Francisco Javier Jover Maestre
INTRODUCCIÓN
El yacimiento de Caramoro I, excavado hace décadas, cuenta en
su trayectoria de investigación con tres actuaciones arqueológicas
sucesivas, ejecutadas por distintos grupos científicos. En todas las
intervenciones fueron documentados exoesqueletos de moluscos
marinos y terrestres que a continuación pasamos a clasificar y analizar en detalle. De las campañas antiguas a cargo de R. Ramos –7
NR– y A. González y E. Ruiz –13 NR– proceden 20 ejemplares, a
los que se suman 19 ítems más, localizados en el transcurso de las
recientes labores, acometidas durante los años 2015 y 2016, lo que
se resume en un total de 39 evidencias.
A partir del orden cronológico seguido en la ejecución de
actividades arqueológicas en Caramoro I, aportamos una clasificación taxonómica y cuantificación de los elementos malacológicos recuperados y su distribución espacial en el asentamiento,
a fin de obtener una serie de consideraciones que contribuyan
a la interpretación sobre los procesos de abastecimiento y funcionalidad de los recursos malacológicos, especialmente aquellos de procedencia marina, en las comunidades argáricas del
II milenio cal BC. Si bien para el estudio aquí presentado se ha
priorizado la diferente calidad de información contextual disponible, en el caso de todos los ejemplares localizados aportamos
apreciaciones en cuanto al espacio de procedencia.
Dicha catalogación y la información extraída de la misma, referente a las principales características de las especies analizadas,
se ha elaborado a partir de la consulta de obras tanto de carácter
general (Nordsiek, 1969; Lindner, 1976; Ghisotti y Melone, 1975;
Saunders, 1991; Poppe y Goto, 1991, 1993; Peter, 1992) así como
otras más específicas (Pla, 2000; Sánchez, 1982; Fechter y Falkner,
1993). A la hora de proceder al estudio de la malacofauna, tanto
marina como terrestre, el estado físico-morfológico de conservación ha constituido un factor clave no sólo para su identificación
taxonómica, sino también para su cuantificación1 en el inventario
total de la intervención arqueológica llevada a cabo.
EL REGISTRO MALACOLÓGICO PROCEDENTE
DE LAS ANTIGUAS EXCAVACIONES
Atendiendo a los resultados obtenidos en las campañas de
excavación realizadas en el yacimiento de Caramoro I bajo
la dirección de R. Ramos Fernández y posteriormente por A.
González Prats y E. Ruiz Segura, el número de restos malacológicos asciende a un total de 20, de los cuales 19 NR corresponden a especies marinas, lo que nos ofrece un porcentaje del
95%, frente a un único ejemplar de procedencia continental,
5%. El conjunto malacológico correspondiente a la campaña
inicial de 1981 se encuentra integrado por 7 ejemplares, mientras que los restantes 13 ítems fueron documentados en la actuación de 1989 (tabla 17.1).
A falta de un estudio más detallado de los materiales procedentes de la campaña de R. Ramos Fernández, sólo contamos con la
información aportada por dichos autores, quienes citan la presencia
de dos conchas perforadas,2 sin especificar la especie, ni entrar en
detalles sobre el contexto en el que éstas fueron halladas, salvo una
breve mención sobre su localización junto a un punzón de hueso. No obstante, se constata la existencia abundante de adornos de
marfil como botones prismáticos, brazaletes y pequeñas placas en
este yacimiento (Barciela, 2015: 468-474).
1
La metodología aplicada en el presente estudio se ajusta al criterio propuesto por autores como A. Moreno (1992, 1995); Moreno y Zapata (1995) aplicando el NR/NMI (Número de Restos/
Número Mínimo de Individuos) al registro malacológico, en
función de las condiciones que los restos presenten. En el caso
del recuento individualizado de los elementos –NR– se especificará estado de los mismos (ejemplar entero, fragmentado y/o
fragmento).
2
Estos ejemplares no han sido incluidos en el inventario general al
no ser posible una identificación taxonómica precisa.
213
[page-n-229]
Tabla 17.1. Relación de recursos malacológicos procedentes de las antiguas excavaciones. Elaborado a partir de la
información de S. Martínez Monleón y V. Barciela (2015).
Campaña
Nº inv.
Localización
Especie
Perforación
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 1.
Ostrea edulis
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 2
Indeterminada
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 2
Indeterminada
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 4C
Rumina decollata
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 5D
Indeterminada
1981
S/N
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
1981
S/N
Indeterminado
Indeterminada
1989
S/N
Espacio B-D, B1/B5A
Glycymeris glycymeris
1989
S/N
Espacio C
Cerastoderma edule
Apical
1989
S/N
Espacio E, B6
Cerastoderma edule
1989
S/N
Espacio E, B6
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
S/N
Espacio J, C4
Cerastoderma edule
1989
CMI-583
Indeterminado
Cuenta discoidal
Central
1989
CMI-507
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
CMI-606
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
S/N
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
S/N
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
CMI-605
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
CMI-604
Indeterminado
Cerastoderma edule
Apical
1989
CMI-582
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
Dentro del conjunto ornamental procedente de la Campaña
1989, junto a los colgantes elaborados sobre valvas enteras destacamos el hallazgo de una cuenta discoidal de sección plana
descontextualizada, CMI-583, sobre un bivalvo indeterminado que forma parte del depósito de materiales presentes en el
MAHE (Barciela, 2015: 478).
En función de los porcentajes aportados por los recursos malacológicos procedentes de las antiguas excavaciones
establecemos un claro predominio de los bivalvos marinos,
constituyendo los Glyciméridos, tanto violacescens como sp.
–45%–, la especie predominante, seguida en menor medida
de la Cerastoderma edule –20%– y una representación mínima de la Ostrea edulis –5%–, al contabilizar un único ejemplar, a los que se suma la presencia de cuatro fragmentos
pertenecientes a valvas no identificadas, 25%. Frente a este
registro tan solo se localizó un ejemplar de gasterópodo continental, de la especie Rumina decollata.
Si bien es cierto que el análisis de la distribución de los individuos se encuentra indudablemente limitado al desconocer la
procedencia de la mitad de los ítems,3 incidimos en la presencia de una mayor concentración de malacofauna en el Espacio
A, con 5 ejemplares, y un recuento mínimo de 1 en los Espacios B-D, C y J, y 2 ejemplares en el Espacio E, indicando la
inexistencia de hallazgos casuales o grandes concentraciones ex
214
profeso en determinadas áreas del asentamiento que pudieran
interpretarse como áreas de producción o almacenamiento de
este tipo de recursos.
Por otro lado, el estudio traceológico efectuado sobre algunos de los restos (Barciela, 2015) denota un claro interés por esta
materia de origen marino con fines ornamentales, puesto que de
la observación de sus perforaciones –7 ejemplares de Glycymeris glyc. y 2 Cerastoderma edule– se deriva tanto el empleo de
ejemplares seleccionados post mortem, presentando éstos un orificio de carácter natural en el umbo a causa de la propia erosión
marina –CMI-582 y CMI-605–, como valvas desarticuladas y
perforadas por la acción antrópica, como la Cerastoderma edule
CMI-604, mediante la abrasión de la zona umbonal hasta proceder a su rotura, lo que genera en la pieza unas marcadas estrías
de desgaste en el contorno del orificio y la zona de fricción (fig.
17.1). Mientras que en algunos de los ítems resulta apreciable un
acusado desgaste de su superficie, otros ejemplares muestran a su
vez desconchados en algunas áreas localizadas, como el borde, a
causa de su uso (fig. 17.2).
Entre ellos los ejemplares CMI-507, CMI-582, CMI-583, CMI604, CMI-605 y CMI-606.
3
[page-n-230]
ris –8 NR– y Cerastoderma edule –4 NR–, junto a un único
ejemplar de Luria lurida. A este conjunto debemos añadir
la presencia de 6 gasterópodos continentales de las especies
Iberus gualtieranus alonensis –4 NR– y Rumina decollata –1
NR– así como 6 fragmentos de un mismo equinodermo de la
especie Paracentrotus lividus (tabla 17.2).
Frente al registro de ejemplares malacológicos documentados en la Campaña 2015, únicamente contamos con el hallazgo de un ejemplar de Cerastoderma edule durante la Campaña
2016 procedente del Espacio A, momento antiguo de ocupación
–UE 1007– sobre el pavimento original UE 1002. Dicha concha
apareció asociada con un conjunto de materiales muy diversos,
en el que se incluyen pesas de telar, vasijas cerámicas, un hacha
pulida de piedra y otros elementos.
CLASIFICACIÓN TAXONÓMICA
Bivalvos marinos
Figura 17.1. Malacofauna marina perforada correspondiente a las
campañas iniciales en Caramoro I.
Familia Glycymeriidae. Superfamilia: Limopsoidea
Género Glycymeris
Especies Glycymeris violacescens (Lamark, 1819), Glycymeris glycymeris (Linnaeus, 1758), Glycymeris sp.
Este bivalvo, cuyo tamaño ronda entre los 25 y 55 mm de
longitud y anchura, cuenta con una alta representatividad
–42,10%–, ascendiendo a un total de 8 restos –4 valvas completas y 4 fragmentos– (fig. 17.3). Si bien su empleo abarca
diversas funciones –contenedores de sustancias colorantes,
pulidores o raspadores de pieles y tejidos, sección de fibras
vegetales– (Mansur-Franchomme, 1983; Rodríguez y Navarro, 1999; Gómez et al., 2004; Pascual, 2008; Jover y Luján,
2010: 109), su uso principal recae en una función ornamental, al destinarse a la confección de elementos de suspensión
(Taborin, 1974). En este sentido, cabe destacar que 4 de los
ejemplares de Caramoro I presentan una perforación umbonal posiblemente con esta finalidad.
No obstante, la presencia de este bivalvo no se registra en otros
yacimientos próximos como Cabezo Pardo (Luján, 2014), aunque
sí resulta frecuente en las excavaciones que en la actualidad se
están realizando en Laderas del Castillo (López et al., 2017).
Familia Cardiidae
Género: Cardium
Especies Cerastoderma edule (Linnaeus, 1758)
Figura 17.2. Detalle de borde de Glycymeris sp. con señales de
desgaste.
EL REGISTRO MALACOLÓGICO PROCEDENTE
DE LAS CAMPAÑAS 2015 Y 2016
La colección malacológica correspondiente a la Campaña
2015 de Caramoro I asciende a un total de 19 NR, de los
cuales 12 se identifican con especies marinas y 5 con especies continentales. La mayor parte de los moluscos marinos
corresponden a bivalvos de las especies Glycymeris glycyme-
Dentro de los restos malacológicos, los exoesqueletos de
esta especie recuperados durante las campañas 2015 y 2016
cuentan con una representación de 4 NR, 21% –3 valvas y 1
fragmento– (fig. 17.4). Atendiendo a los ejemplares correspondientes a las antiguas excavaciones –4 ejemplares en la
habitación C, E y J y el último descontextualizado CMI-604–
las dimensiones de los restos completos girarían en torno a
un tamaño medio de unos 25 mm de longitud y anchura aproximadamente, sobrepasándose puntualmente estas medidas.
Contamos con un ejemplar de 38 mm de longitud y anchura.
Pese a encontrarnos ante una especie ampliamente consumida parece más adecuado justificar su presencia en Caramoro I
en función de recogidas esporádicas post mortem en la playa
para ser utilizadas con carácter ornamental como colgantes y
cuentas de collar (Ruiz, 1999; Luján, 2004; 2014; Barciela,
215
[page-n-231]
Tabla 17.2. Relación de restos malacológicos documentados en Caramoro I, campañas 2015-2016.
Campaña
Localización
Nº inv.
n
Especie
2015
2015
Espacio A, UE 1000
8
1
Bivalvo indeterminado*
Espacio A, UE 1000
9 y 10
2
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio A, UE 1000
11
6
Paracentrotus lividus
2015
Espacio C, UE 1200
19
1
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio C, UE 1200
20
1
Cerastoderma edule
2015
Espacio C, UE 1200
21
1
Rumina decollata
2015
Espacio C, UE 1200
22 y 23
2
Iberus alonensis
2015
Espacio C, UE 1201
7y8
2
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio C, UE 1203
5
1
Cerastoderma edule
2015
Espacio D, UE 1502
5
1
Iberus alonensis
2015
Espacio D, UE 1503
11
1
Iberus alonensis
2015
Espacio D, UE 1504
10
1
Cerastoderma edule
2015
Espacio D, UE 1505
10
1
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio D, UE 1505
11
1
Luria lurida
2015
Espacio D, UE 2019
4
1
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio E, UE 1600
13
1
Glycymeris glycymeris
2016
Espacio A, UE 1007
13
1
Cerastoderma edule
* Cuenta discoidal
2006). Tres de los ejemplares estudiados exhiben una perforación en el natis, presentando dos de los ejemplares eliminación del umbo por sección, lo cual vendría a indicar una
intencionalidad claramente antrópica.
Familia: Ostreidae
Superfamilia: Ostreoidea
Especie: Ostrea edulis
Este bivalvo, característico de sustratos duros y rocas en zonas
batidas por el oleaje, presenta una valva oval redondeada, irregularmente ondulada, cubierta por láminas foliáceas concéntricas surcadas por costillas radiales.
En el yacimiento de Caramoro I hasta la fecha sólo contamos con un único ejemplar –5,2%–, muy fragmentado, en el
interior del Espacio A, que no permite hacer apreciaciones más
allá de su presencia. No obstante, pese a su puntual registro resulta muy interesante, puesto que nos hallamos ante un bivalvo
marino escasamente registrado en otros yacimientos argáricos
como Cabezo Pardo (Luján, 2014).
Bivalvos marinos indeterminados
En el transcurso de las excavaciones, tanto las vinculadas con
las intervenciones antiguas como las campañas 2015 y 2016,
han sido documentados un total de 5 restos, lo que a nivel porcentual corresponde al 26,31%.
Destacamos las piezas CMI-583 y el ejemplar localizado en la
UE 1000, nº inv. 8, durante la Campaña 2015, por tratarse de dos
fragmentos de bivalvo indeterminado a partir de los cuales se han
elaborado cuentas discoidales destinadas al ornato personal.
216
Gasterópodos marinos
Familia Cypraeoidea
Género Luria
Especies Luria lurida (Linnaeus, 1758)
En el caso de este gasterópodo marino nos hallamos ante una cypraea de tamaño medio, especie empleada con fines ornamentales
durante la Prehistoria reciente aunque de un modo mucho más limitado que los bivalvos y otros gasterópodos de menores dimensiones como la Columbella rustica o el Conus mediterraneus. Sólo
se constata la existencia de un único ejemplar –5,2%–, bastante
erosionada y sin perforaciones que apunten a su uso como cuenta.
Fue reutilizada como material de construcción del primer o más
antiguo pavimento documentado en el Espacio D.
Gasterópodos continentales
Familia Helicidae
Género: Iberus (Montfort, 1810)
Especies Iberus gualterianus alonensis (Férussac, 1831)
En el yacimiento de Caramoro I se han recuperado un total de
4 ejemplares de este gasterópodo terrestre, todos ellos pertenecientes a la Campaña 2015, lo que corresponde a un 26,31% del
conjunto de restos malacológicos.
Familia Subulinidae
Género Rumina (Risso, 1826)
Especies Rumina decollata (Linnaeus, 1758)
La presencia de esta especie, muy frecuente en todo el Mediterráneo, se limita a un ejemplar correspondiente a las antiguas excavaciones, recuperado en el Edifico o Espacio A,
[page-n-232]
Figura 17.3. Glyciméridos documentados en la campaña de 2015 procedentes de los espacios A, C y D.
cuya presencia se asocia con una posible intrusión de carácter no antrópico en un momento posterior a la ocupación del
yacimiento y su abandono (Luján, 2014: 251) así como otro
individuo procedente de la UE 1200.
Equinodermos
Orden Camarodonta
Clase Echinoidea
Especie Paracentrotus lividus
Pese a no formar parte del conjunto malacológico propiamente
dicho, al no integrarse dentro de los Bivalvos, Gasterópodos o
Cefalópodos, resaltamos la existencia de restos pertenecientes a
un erizo de mar o erizo común.
Los mariscos equinodermos se caracterizan por tener un gran
número de espinas cubriendo su cuerpo, lo que genera marcas en
su caparazón. Los erizos de mar son animales gregarios, forman
grupos muy numerosos, pegados en las rocas o en suelos arenosos
ricos en algas, a 40-50 m de la costa, sin embargo en Caramoro I
sólo contamos con un fragmento incompleto y fragmentado.
217
[page-n-233]
Figura 17.4. Concha de Cardium edule documentada en la UE 1007
del primer momento de ocupación del Espacio A.
CONSIDERACIONES FINALES. A PROPÓSITO
DE LA PRESENCIA DE RECURSOS MALACOLÓGICOS EN CARAMORO I
El número de restos malacológicos recopilados en las intervenciones ejecutadas en el yacimiento de Caramoro I asciende a un
total de 39 NR, correspondiendo un 82,05% a bivalvos marinos
mientras que los gasterópodos marinos representan el 2,56%, en
clara minoría. Al conjunto malacológico se suma un 15,38%,
compuesto por gasterópodos continentales (fig. 17.5).
Dentro del conjunto malacológico integrado mayoritariamente por bivalvos marinos, señalamos la presencia de 17 NR
de Glyciméridos frente a solamente 8 restos de Cerastoderma o
Cardium edule y una única valva de Ostrea edulis. A este registro se añade la presencia de 5 fragmentos de ejemplares de compleja clasificación, posiblemente preformas potenciales para la
elaboración de ornatos como cuentas discoidales, como los dos
ejemplares documentados hasta la fecha en Caramoro I.
Atendiendo a la cuantificación de restos y el estado de los
mismos, apreciamos como el hidrodinamismo afecta a la morfología de los exoesqueletos, plasmándose en un avanzado
desgaste de la superficie de ciertos individuos –CMI-1200-20,
CMI-1504-10 o CMI-1505-11– que puede alcanzar en ocasiones el pulido total del manto –CMI15-1201-7 y 8, por ejemplo–,
y la pérdida de parte de los exoesqueletos, así como provocar la
perforación de ciertas zonas sobresalientes, en especial, el umbo
en el caso de los bivalvos, práctica documentada con frecuencia
en moluscos cuya captación se asocia con una recogida post
mortem en la zona costera.
En el caso de Caramoro I, resulta visible como los recursos malacológicos marinos parecen responder a dicha actividad,
puesto que la procedencia del mayor porcentaje de especies localizadas, bivalvos de hábitats arenosos en las zonas someras, y
no a la práctica de un laboreo intensivo del mar para su empleo
con fines bromatológicos.
Para realizar esta afirmación, partimos de la escasa representación numérica alcanzada por el conjunto malacológico marino, lo
que conduce a descartar su inclusión como un recursos importante
en la dieta de estos grupos humanos ubicados a escasos kilómetros
de la línea de costa, frente a otros alimentos, tales como la carne o
los cereales y leguminosas. Por otro lado, el registro arqueológico
de Caramoro I ha aportado información sobre la presencia de res218
tos de ictiofauna, revelando el consumo de ciertos ciprínidos de río
como el barbo y peces litorales como los espáridos y mújoles, entre
otras especies, que durante la etapa de reproducción tienden a agruparse en aguas someras volviéndose más vulnerables al desplazarse a zonas más accesibles (Helfman et al., 1997; Pitcher, 1993;
Wootton, 1990). Estas incursiones realizadas para abastecerse de
pescado posibilitarían la recogida ocasional de aquellos moluscos
depositados en la franja costera por el oleaje, sin mayor complejidad por parte de estos estas comunidades.
Así bien, durante este periodo asistimos a una marcada
disminución de las fuentes de subsistencia a explotar respecto a épocas precedentes, pasando la caza, la pesca y la recolección, entre la que incluimos la práctica de un marisqueo o
laboreo de recursos malacológicos marinos, a constituir actividades minoritarias, e incluso ocasionales, de una alimentación basada en la ganadería, de ovicápridos y bóvidos (Lull y
Risck, 1995: 105; Ruiz et al., 1992) y el cultivo del cereal de
secano, como el Triticum monococcum y otros trigos desnudos y la cebada desnuda y vestida, junto a leguminosas como
las habas y los guisantes y en menor medida las lentejas,
Vicia sativa o Lathyrus sp. (Pérez, 2013: 176).
Figura 17.5. Plano de distribución de exoesqueletos marinos en
Caramoro I.
[page-n-234]
Una vez descartado el empleo bromatológico, y a partir de
lo expuesto, deberemos proponer otras formas de consumo para
justificar la presencia de malacofauna marina en el yacimiento
de Caramoro I. La consideración de su uso para la elaboración
de elementos ornamentales aparece reforzada con la existencia
de 14 individuos perforados, ya sea de forma natural o mediante manipulación antrópica. Este rasgo vendría a confirmar su
utilización por parte de estas sociedades como objetos de suspensión y/o cuentas –CMI-583 y CMI15-1204-3– a partir de
preformas pulidas de concha.
Algunos de los bivalvos analizados presentan trazas antrópicas, lo que se traduce en la ejecución de tratamientos de la superficie y horadamientos localizados (fig. 17.6), obtenidos mediante
la abrasión o sección de la zona umbonal o natis que permiten
la suspensión o sujeción de la pieza. Sin embargo, una práctica
registrada con frecuencia es la reutilización de individuos post
mortem, cuyas valvas desarticuladas y fuertemente erosionadas4
tienden a presentan un orificio natural en el umbo.
El análisis taxonómico revela que tanto los Glyciméridos como
los cárdidos de Caramoro I, todos ellos con señales de desgaste
marino, constituyen especies ampliamente seleccionadas y consumidas, no sólo durante el II milenio sino a lo largo de toda la
Prehistoria reciente (Pascual-Benito, 1998; Soler Díaz, 2002; Luján, 2004, 2010; Luján y Jover, 2008), documentándose durante la
Edad del Bronce en otros enclaves argáricos como Tabayá (Hernández, 1986, 1994), El Puntal del Búho (Jover y López, 1997),
El Rincón de los Almendricos (Ayala, 1991; Cabezo Pardo (López
Padilla, 2014), Fuente Álamo (Schubart et al., 2000; Pingel et al.,
2004) y Gatas (Ruíz et al., 1999).
La mayor cuantificación de valvas de dichos ejemplares
podría explicarse no sólo a partir de sus propias características
morfológicas, que pueden favorecer a su selección frente a otras
familias malacológicas, sino que en buena medida parece beneficiarse de la elevada frecuencia con la que estas especies son
depositadas por el oleaje en la franja litoral y cordones arenosos,
facilitando así su captación a los grupos humanos.
Junto a los colgantes sobre caparazones completos incidimos en la existencia de adornos más complejos como las cuentas discoidales, ítems de reducida presencia en el ámbito argárico, y cuya producción se asocia especialmente con elementos
de ajuar depositados en cuevas sepulcrales calcolíticas de este
mismo ámbito de estudio (Soler Díaz, 2002).
La presencia del gasterópodo marino Luria lurida parece reafirmar esta consideración al hallarse formando parte de los materiales
de Caramoro I, al igual que en otros yacimientos como el Negret
(Barciela et al., 2012) o integrando ajuares en El Argar o Fuente
Álamo (Siret y Siret, 1890). Pese a que el ejemplar se encuentra
completo y bastante erosionado, no presenta perforaciones que
posibiliten su suspensión. No obstante, su hallazgo como material
reutilizado en un pavimento, indica que pudo tratarse en un inicio
de materia prima en reserva que pasó a descartarse finalmente, ya
fuera de modo voluntario o accidental.
Junto al estudio de las piezas malacológicas de origen marino,
incluimos también el inventario de las especies terrestres recogidas
durante la campaña de excavación 2015, que se resume en un total
4
Dicho proceso puede verse acelerado no sólo por la bioerosión marina sino que puede implementarse por la acción de ciertos organismos litófagos.
Figura 17.6. Detalle del proceso de abrasión y perforación efectuado en una de las conchas de Cardium edule del Espacio D.
de 6 NR. La malacofauna de carácter continental contemplada en
Caramoro I recoge la existencia de 4 Hélix o Iberus gualtieranus
alonensis completos y 2 Rumina decollata, ambas presentes en
numerosos yacimientos arqueológicos de la Edad del Bronce en
la Comunidad Valenciana, como la Mola d'Agres (Gil-Mascarell,
1982, 1983). Estos gasterópodos son característicos de medios
fuertemente antropizados, donde abunda la materia orgánica y hábitats húmedos y no muy expuestos al sol (Nordsieck, 1969), lo
que provoca su frecuente presencia en contextos arqueológicos de
diversa índole y cronología.
Aunque potencialmente comestibles (Acuña y Robles,
1984), creemos poco probable, dado su escaso porcentaje
–15,7%– justificar su presencia en Caramoro I como un recurso
bromatológico, sino más bien como el resultado de un proceso
natural originado por la tendencia desarrollada por dichos gasterópodos a ocultarse del sol (Rico y Martín, 1989), alterando en
ocasiones la misma estratigrafía.
En el marco de los trabajos ejecutados en el yacimiento de
Caramoro I, incidimos en la existencia de un conjunto ornamental compuesto tanto por recursos malacológicos marinos,
como elementos elaborados a partir de huesos de vertebrados,
cuernas o astas de cérvidos y marfil proveniente de colmillos
y piezas dentales de algunos mamíferos (López Padilla, 2011;
Barciela, 2015). Dentro de esta sección y a expensas de nuevas
revisiones, destacamos la existencia de 1 botón de perforación
en V –CMI-587–, 1 cuenta discoidal –CMI15-1000– y 2 placas-colgantes –CMI-594 y CMI-586– así como 7 fragmentos
de brazaletes articulados que podrían corresponder a un número más reducido de piezas,5 como el procedente de la campaña
2015, CMI15-1504-9.
Ante lo expuesto, podemos establecer que el conjunto malacológico marino de Caramoro I desempeñaría una función de carácter
ornamental para lo cual se procedería a la ejecución de perforaciones en determinadas zonas de los caparazones que posibilitaran su
5
CMI-597 (2), CMI-598, CMI-585, CMI-596 (Barciela, 2015)
219
[page-n-235]
suspensión, ya fuera en el cuerpo o bien en la indumentaria y/o
tocados (Taborin, 1974; Soler Mayor, 1990; Noain, 1995; Pascual,
1998). Así bien, también señalamos para aquellos ejemplares que
conservan su morfología natural y no presentan trazas de manipulación la posibilidad de tratarse de materia prima en reserva.
No obstante, resulta pertinente indicar que, pese al mantenimiento del empleo de la malacofauna marina a lo largo de toda
la Prehistoria reciente para la confección de ornatos, este recurso de origen animal paulatinamente irá experimentando un claro
220
proceso de sustitución en relación con etapas anteriores, lo que
parece evidenciar que nos hallamos ante un periodo de cambios
en el seno de estas sociedades y en su concepción de los ornamentos personales, motivada por el aumento de más eficaces y
exóticas materias primas, como el metal o el marfil respectivamente, lo que conllevará una variación tipológica de los adornos
y otros elementos de prestigio social, más acordes al desarrollo
de la sociedad que se está gestando en la Edad del Bronce y que
resultará especialmente visible durante sus fases finales.
[page-n-236]
18
La producción textil en el asentamiento argárico de Caramoro I:
instrumentos de trabajo y áreas de actividad
Ricardo E. Basso Rial
INTRODUCCIÓN
La producción textil es una de las actividades económicas
más difíciles de rastrear en contextos arqueológicos. El carácter perecedero de los productos resultantes de la misma,
así como gran parte de los instrumentos implicados en su
elaboración, han condicionado sobremanera la capacidad
por parte de la investigación de registrar una de las actividades subsistenciales más básicas practicadas por todas las
sociedades prehistóricas. Sin embargo, la presencia de una
serie de artefactos de barro de diversa morfología, peso y
distinto número de perforaciones transversales, interpretados
como los contrapesos de la urdimbre en los telares verticales
(López Mira, 2009; Jover y López Padilla, 2013), ha permitido inferir uno de los procesos de trabajo fundamentales en el
proceso productivo textil: la tejeduría.
Por otro lado, ha sido frecuente considerar en el proceso de
investigación del registro arqueológico a toda agrupación de
este tipo de artefactos como áreas de actividad donde se habrían
desarrollado actividades textiles y, por lo tanto, como la evidencia directa de telares verticales. No obstante, desde nuestro punto de vista, este tipo de inferencia directa, simplista y especulativa, no es del todo correcta a nivel metodológico si tenemos
en cuenta la complejidad y la variabilidad de la formación de
los contextos arqueológicos (Schiffer, 1977). Es probable que
la concentración de este tipo de artefactos también responda a
otras áreas de actividad, incluso a la posible reutilización de éstos en otros menesteres (Basso, 2018a).
En este estudio presentamos el conjunto de instrumentos de
trabajo que pudieron estar relacionados con la actividad textil en
el poblado argárico de Caramoro I, con independencia de que se
trate de evidencias directas de telares o de otro tipo de áreas de
actividad, como pueden ser las de almacenamiento o desecho.
A su vez, para intentar dilucidar esas cuestiones, se indaga sobre la disposición en la que fueron documentadas las pesas de
telar, tanto en número como posición, así como la distribución
espacial de los hallazgos, su ubicación exacta en el yacimiento
y su relación con el resto de medios y espacios de producción
inferidos. Toda esta información, desde nuestra perspectiva, es
fundamental para entender este tipo de actividades en el registro
arqueológico y para ser puesta en relación con las evidencias
existentes en otros yacimientos de la Edad del Bronce.
PESAS DE TELAR
Durante las diversas campañas de excavación realizadas en Caramoro I se documentaron numerosas pesas de telar de barro. A
pesar de que ninguna de ellas fue encontrada completa, por la
morfología de todos los fragmentos registrados podemos saber
que se trata de las pesas de telar oblongas o de tendencia rectangular con los lados cortos redondeados de cuatro perforaciones alineados 2 a 2 (Jover y López Padilla, 2013: 160; Basso,
2018b). El total de fragmentos de pesas de telar documentadas
en el yacimiento asciende aproximadamente a los 50 ejemplares. En las excavaciones antiguas se documentaron más de 30
fragmentos, aunque solo unos pocos fueron identificados como
fragmentos de pesas de telar. En lo que respecta a las excavaciones más recientes, desarrolladas en los años 2015 y 2016,
se encontraron en mejores condiciones de conservación más de
una decena de fragmentos, los cuales fueron identificados como
integrantes, como mínimo, de unas nueve pesas de telar.
Campaña de 1989
Durante las excavaciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura
efectuadas en 1989 se documentaron varios grupos de fragmentos
identificados como pesas de telar. De los grupos de fragmentos
que integran partes de las pesas de telar y permiten identificarlas
como tales, dos fueron hallados en el Espacio A –CMI-612 y CMI613– y otro en el Espacio D –CM-614–. La más completa de las
221
[page-n-237]
Figura 18.1. Pesa de telar CMI-612.
Figura 18.2. Dibujo de las pesas de
telar documentadas en las campañas
antiguas (Dibujos: Sergio Martínez
Monleón).
pesas de telar –CMI-612– (figs. 18.1) está formada por tres fragmentos que al unirlos presenta unas dimensiones de 17,5 x 14 x
4,5/6 cm y permiten describirla claramente como una pesa de telar
oblonga de cuatro perforaciones. Dos de esas cuatro perforaciones
se conservan íntegramente y las otras dos, aunque se encuentran
222
partidas por la fractura que sufrió la pieza en uno de sus extremos,
pueden distinguirse con claridad. El diámetro máximo de las perforaciones completas, presente en ambas caras de la pieza, es de
1,5 cm. Seguramente éste fue ampliado por el desgaste producido
por el recurrente uso, puesto que en el interior de la pieza el diáme-
[page-n-238]
En el Espacio E, concretamente en lo que fue definido por A.
González Prats y E. Ruiz Segura como el “estrato de incendio”
del “Área B6”, fueron documentados aproximadamente unos
24 fragmentos de pesas de telar. Son fragmentos de pequeño
tamaño que presentan muy mala conservación y de los que solo
han podido identificarse 4 bordes de diferente grosor –7,5; 5,7;
5; y 3,7 cm–, que nos permiten individualizar 4 pesas de telar
del conjunto total de fragmentos. El más grande de todos ellos
–9 x 4 x 7,5 cm– es el más interesante, puesto que presenta en el
centro de la acanaladura de su perforación partida lo que parece
ser la impronta de un vegetal, posiblemente carrizo (fig. 18.3).
Lo significativo de dicha impronta, no apreciable en las perforaciones del resto de pesas de telar, es que podría ser la huella de
uno de los materiales utilizados para realizar las perforaciones
durante el proceso de manufacturación de las pesas de telar. El
poco uso de este artefacto podría estar mostrándonos algo muy
difícil de identificar y que pocas veces se conserva en otras pesas debido al evidente desgaste producido por el roce de los
hilos o cuerdas al estar suspendidas en el telar. De los otros tres
fragmentos de pesas de telar reconocibles de este contexto solo
uno presenta la evidencia de una perforación.
Alfredo González Prats y Elisa Ruiz Segura también documentaron en el Estrato II del Área B5a otro fragmento de pesa
de telar. Sus dimensiones son de 5 x 5,8 x 5,6 cm con una única perforación, que se encuentra seccionada. Lo mismo ocurre
con uno de los dos fragmentos inventariados como CMI-1012
(fig. 18.2.3), al parecer los únicos encontrados durante las excavaciones de Rafael Ramos en 1981 y de los que no tenemos
contexto, aunque es probable que pertenezcan al Espacio A. Las
medidas del fragmento que presenta la perforación son: 7,7 x
4,3 x 5,3 cm.
Campañas 2015-2016
Figura 18.3. A. Fragmento seccionado de pesa de telar con impronta vegetal en la perforación. B. Detalle de la impronta.
tro de la acanaladura de las perforaciones, observable en sección
gracias a las diversas roturas de los fragmentos, se estrecha hasta
tener 1 cm aproximadamente.
Los otros fragmentos –CMI-613 y CMI-614– presentan unas
dimensiones de 12,8 x 10,5 x 5,8 cm y 7,9 x 5,2 x 5,9 cm, respectivamente. La pieza CMI-613 (fig. 18.2.1) está formada por
un conjunto de fragmentos del extremo de una pesa de telar de
la que solo se conserva una de sus caras y en la que se observan
dos perforaciones, una completa y otra partida, en ambos casos
más estrechas que la de la pesa de telar CMI-612. Los fragmentos
que forman la CMI-614 (fig. 18.2.2) son el borde de una de las
esquinas de una pesa de telar de la que solo puede observarse una
perforación partida por la mitad. Sobre las características de estas
tres pesas documentadas e identificadas en las campañas antiguas,
podemos señalar que estos tres ejemplares tienen un grosor de dimensiones similares, rondando los 6 cm.
No obstante, los hallazgos más significativos fueron los que tuvieron lugar durante la campaña de 2016. En la Zona 1 del Espacio
A se documentó en la UE 1007, interfaz entre el derrumbe –UE
1005– y el pavimento –UE 1002–, una concentración de pesas
de telar. A pesar del grado de fragmentación de las mismas y el
mal estado de conservación que presentan –ninguna se encuentra
completa–, se han podido identificar un total de 7 pesas, todas
ellas de la misma tipología que las antes descritas. Las que nos
aportan los datos más relevantes son las que conservan alguna
de sus perforaciones o de las que puede apreciarse su grosor y en
algún caso su anchura (fig. 18.4). Contamos con 3 ejemplares que
conservan una de sus perforaciones –CMI-16 1007/15, CMI-16
1007/20 y CMI-16 1007/21– y de las que puede conocerse, de sus
dimensiones totales, únicamente el grosor.
La pesa de telar CMI-16 1007/15 solo presenta buenas
condiciones de conservación en una de sus esquinas donde
se localiza una perforación de 1,4 cm que no está centrada en
el eje del vértice, como sucede en la mayoría de los casos de
pesas de telar de esta tipología. El resto de la pieza está muy
fragmentado, aunque puede apreciarse que el grosor es de 7
cm. La pesa CMI-16 1007/20 conserva un único fragmento
en buen estado, cuyas medidas son 13 x 8,5 x 5,2 cm y tiene
una perforación que por el desgaste de uso presenta un diámetro diferente en cada cara: 1,6 cm de un lado y 1,1 cm del
otro. Por otro lado, la pesa CMI-16 1007/21, también muy
fragmentada, conserva una de sus esquinas con un grosor de
223
[page-n-239]
Figura 18.4. Fragmentos de las pesas de telar de la concentración de la UE 1007.
224
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7 cm y una perforación muy pequeña que, aunque parece ensancharse en el interior, es de 0,5 cm en ambas caras. En este
caso la perforación tampoco se encuentra centrada en el eje
del ángulo de la pieza.
Del resto de pesas de telar, la más singular es la CMI16 1007/19. De los dos fragmentos conservados que unen
formando uno de los extremos de la pesa se observan tres
perforaciones, dos de las cuales se encuentran en una de las
esquinas, a muy próxima distancia entre sí. Un caso similar fue el documentado en el Cabezo de la Escoba (Cabezas,
2015: 169, Lám. 43), donde se encontró una pesa de telar con
un total de 5 perforaciones, de las que 2 se encontraban juntas en uno de los ángulos. Aunque desconocemos si esta pesa
de telar contaba también con 5 perforaciones en su momento
de vida útil, sí podemos observar que por algún motivo contó
con tres perforaciones en uno de sus lados cortos, posiblemente para corregir algún error en una de sus perforaciones.
De esta pesa, además del grosor de 7 cm, puede observarse
que su anchura es de 15 cm.
Al margen de esta concentración significativa también
fueron documentados en la campaña de 2016 fragmentos de
pesas de telar en otras unidades estratigráficas. Es el caso de
los tres fragmentos de una misma pesa –CMI-16 1005/44–
encontrada en la UE 1005 y de otros tres fragmentos de otra
pesa –CMI-16 2102/3– en la UE 2101, que en ambos casos
conservan escasos indicios de sus perforaciones. Cabe mencionar que la pesa de telar CM-16 1005/44 fue documentada en la UE 1005, estrato de derrumbe que cubría la interfaz
donde se documentó la concentración de las 7 pesas antes
mencionada. Por la posición donde fue hallada, a pocos centímetros por encima del pavimento en el que se concentraban
el resto de pesas de telar de la UE 1007, consideramos que
formaría parte del mismo conjunto.
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL Y ÁREAS DE ACTIVIDAD
La producción textil en Caramoro I está atestiguada por la
evidencia de artefactos vinculados a los procesos de trabajo
de tejeduría: las pesas de telar (fig. 18.5). Sin embargo, a la
hora de inferir las áreas de actividad donde pudieron haberse desarrollado en un espacio determinado dichos procesos
de trabajo es necesario contar con el agrupamiento de las
mismas. De gran dificultad será inferir dichos procesos si no
fueron realizados con el telar vertical de pesas debido a la
Figura 18.5. Distribución espacial de los instrumentos de trabajo textil registrados con las áreas de actividad determinadas y los espacios
sin determinación exacta.
225
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Figura 18.6. Concentración de pesas de telar de la UE 1007 asociadas al banco UE 2036 de la Zona I del Espacio A. A. Vista general
desde el norte. B. Se puede observar su concentración a ambos extremos del jalón.
ausencia de evidencias materiales en el registro arqueológico
por el posible carácter perecedero de los instrumentos de trabajo utilizados (Basso, 2018a).
La concentración de pesas de telar más significativa y mejor documentada fue la encontrada en la campaña de 2016 en
la Zona 1 del Espacio A (fig. 18.6). Se trata de la zona meridional de la Habitación A donde está ubicado el banco UE 2036,
el cual se adosa a los muros UE 2001 y 2009, junto al vano de
acceso al patio interior del poblado –Espacio B–. El conjunto
de pesas de telar fue documentado en un contexto de incendio,
concretamente en la UE 1007 sobre el pavimento UE 1002,
a los pies del banco, y pudo ser asociado a un amplio repertorio de materiales. Entre ellos se encuentran 4-5 recipientes
cerámicos –ollas de la forma 4 y tulipas de la forma 5 de gran
tamaño–, un hacha pulida, varios cantos en estado de preparación, un punzón con forma de aguja de hueso (fig. 18.7) y
una valva de Cerastoderma edule. A pesar de encontrarse muy
fragmentadas y haber sido compactadas por la presión de los
niveles de ocupación posteriores al sedimento de relleno y a
otros materiales, presentaban una disposición irregular, pero
bastante alineada, de poco más de un metro de distancia, paralela al banco (fig. 18.6a y 18.6b).
Por la disposición de las pesas de telar y algunos de los
materiales asociados, muchos de los que posiblemente se encontraban en el banco, podemos inferir dicho espacio como
un área de actividad múltiple, entre las que se encuentran
las textiles. Al estar situado muy cerca del vano de acceso al
patio, y por lo tanto de una ingente entrada de luz, es posible
plantear que allí se encontraba montado un telar vertical. De
ser así estaríamos ante un área de actividad productiva dentro
de una habitación de gran tamaño –unos 34 m2– donde también se realizaron otro tipo de actividades laborales, como es
el caso de la molturación de cereales. La presencia de agrupaciones de pesas de telar en habitaciones donde se desarrollaron también otro tipo de actividades ha sido constatada en
otros yacimientos argáricos, como en el edificio central H1
Figura 18.7. Pesas de telar fragmentadas de la concentración de la UE 1007 y diversos materiales asociados..
226
[page-n-242]
Figura 18.8. Localización de las concentraciones de pesas de telar
del Espacio A.
de la Tira del Lienzo (Delgado-Raack et al., 2015), o de la
periferia argárica, como el Departamento XVIII de Cabezo
Redondo (Soler García, 1987).
Otra posibilidad que no descartamos en la relación entre el
espacio de producción textil inferido y el patio interior, dada
la cercanía entre ambos, es que el telar también pudiera ser
montado fuera. De ser así, la delimitación de dicho espacio
interior como un área de producción de tejidos recurrente en
el tiempo estaría determinada por la posibilidad de optar entre
tejer en una zona exterior o interior, en función de la estación
del año o de las condiciones climatológicas. Áreas de actividad textil en zonas exteriores o cercanas a las mismas también fueron inferidas en el CEVIg de Peñalosa, junto al patio
donde se desarrollaron actividades metalúrgicas (Contreras y
Cámara, 2000: 129), y en el espacio de circulación de Cabezo
Redondo (Hernández et al., 2009), interpretado como un área
donde se desarrollaron diversas actividades productivas (García Atiénzar, comunicación personal).
Sobre la distribución espacial del resto de pesas de telar,
mayoritariamente documentadas en las campañas antiguas,
solo podemos mencionar algunos apuntes. La información
más detallada y significativa con la que contamos, a pesar de
las limitaciones que nos ofrece para saber exactamente donde fueron encontradas, es la de las pesas de telar CMI-612 y
CMI-613. Sus excavadores apuntan que fueron halladas en la
“Casa A”, concretamente en el “suelo de la casa”, “debajo del
banco de entrada de la casa”. Por el diario de excavación de
A. González Prats y E. Ruiz Segura sabemos que se trata de
“varias pesas de telar”, asociadas a objetos de marfil –botón
prismático en “V” y 2 fragmentos de brazalete–, documentadas en la zona de acceso del Espacio A.
Exactamente en ese mismo espacio, durante la campaña de
2016 se encontró un banco –UE 2003– sobre el que descansaba
un estrato –UE 2101– donde se documentó una pesa de telar aislada –la 2102-3– (fig. 18.9), la cual creemos, sin embargo, que
podría estar asociada a las pesas de telar documentadas por A.
González Prats y E. Ruiz Segura. Eso podría significar que esta
concentración de pesas, documentada al desmontar el banco del
momento más reciente de ocupación del poblado, se encontraba sobre otro banco más antiguo –UE 2003–, no identificado
como tal hasta la campaña de 2016. De ser así, consideramos
que todo este conjunto de artefactos pertenecería al segundo
momento de ocupación del poblado, a diferencia del otro grupo
de pesas de telar encontrado en la zona 1 del Espacio A, datado
en el primer momento. Esto nos permite plantear la posibilidad
de estar ante otra área de actividad textil vinculada al Espacio
A, también asociada a un banco y a una entrada de acceso y
de luz, pero correspondiente cronológicamente a otro momento
de ocupación. Aunque, en este caso, el área de actividad textil
estaría localizada en un espacio exterior junto al banco ubicado
en la zona de acceso al Espacio A, muy cercano también a la
zona de acceso al poblado. Los calzos de poste registrados en
torno al banco nos hacen pensar que se trataría de un patio de
acceso techado, bastante similar a lo propuesto para el Espacio
D, utilizado como área de trabajo (fig. 18.9).
Sobre la ubicación del grupo de 24 fragmentos de pesas de
telar antes mencionado, a partir del que se ha podido individualizar, como mínimo, unas cuatro pesas por las diferencias en el
grosor, solo contamos con la indicación de que fueron encontradas en el “estrato de incendio” del “Área B6” del Espacio E. A
pesar del elevado grado de fragmentación de las piezas, se trata
de un número significativo de pesas de telar correspondiente a
un contexto que sufrió las inclemencias del fuego, lo que nos
hace pensar en la existencia de un telar en la habitación o de un
espacio de almacenamiento. A partir de estos datos es posible
inferir que allí también debieron realizarse trabajos de carácter
textil, aunque desconocemos el lugar exacto donde pudo haber
estado montado el telar o ubicada el área de almacenamiento.
Por último, otras de las pesas de telar de las que tenemos
algo de información sobre su ubicación espacial aproximada,
son las correspondientes al Espacio D: por un lado, la CMI-614;
y por otro, la que carece de número de inventario, hallada en el
“Estrato II” del “Área B5a” de dicho espacio.
LA PRODUCCIÓN TEXTIL EN CARAMORO I
De los instrumentos de trabajo imprescindibles para desarrollar las actividades textiles en el poblado argárico de Caramoro
I únicamente contamos con la evidencia de las pesas de telar.
Aunque solo ha sido posible inferir dos áreas de actividad donde pudieron haberse situado telares verticales, la presencia de
más pesas o fragmentos de las mismas en más espacios del
poblado constata, a pesar de las limitaciones del registro, que
la tejeduría fue una actividad de carácter habitual entre sus
habitantes. No podemos decir lo mismo del hilado o de otros
procesos de trabajo necesarios para la obtención del producto
textil final. En ese sentido, merece ser destacada la ausencia
227
[page-n-243]
Figura 18.9. Pesa de telar CMI-2102-3 documentada sobre el banco UE 2003.
de fusayolas, cuestión que nos abre una serie de interrogantes
sobre cómo se desarrolló el proceso de obtención de hilo, indispensable para posteriormente realizar los tejidos. El único
artefacto que por morfología podría aproximarse a una fusayola es la pieza bicónica de arcilla –CMI-571– documentada
durante las excavaciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura (fig. 18.10). Formalmente, parece una fusayola bicónica
como las que se han documentado en el territorio argárico del
Bajo Segura y Bajo Vinalopó y su periferia –en yacimientos
como San Antón, Laderas del Castillo, Tabayá y Cabezo Redondo– (López Mira, 1995; 2004), con un tratamiento externo
de la pasta muy depurado y unas dimensiones de 4,58 x 4,52 x
2,7 cm. Sin embargo, la ausencia de perforación en su eje central, característica principal para poder desempeñar su función
como contrapeso de huso en el proceso del hilado, la excluiría
para ser caracterizada como tal.
Una posibilidad que barajamos es que se trate de una fusayola que no atravesó todo el proceso de manufacturación y
que fue descartada para tal uso antes de que se le realizase la
perforación. Como desconocemos el contexto exacto donde fue
documentada, y si tenemos en cuenta la existencia de niveles de
incendio en el asentamiento, es posible que su endurecimiento haya sido provocado por un proceso independiente al de su
fabricación interrumpida. De esta manera, la perforación no
habría sido realizada en el momento en el que la pieza de arcilla aún estaba fresca y el resultado final, fruto de avatares que
228
se nos escapan, habría dado lugar a un artefacto similar a una
peonza. En ese sentido, de tratarse de una fusayola incompleta,
tendríamos un interesante ejemplo para reflexionar sobre el proceso de manufacturación de este tipo de instrumentos y plantear
que las fusayolas de la Edad del Bronce podrían haberse perforado con el barro aún crudo una vez realizada la forma de la
pieza y no simultáneamente.
El proceso de la tejeduría está claramente constatado por
las numerosas pesas de telar documentadas. Todas ellas se corresponden al grupo tipológico de las oblongas-rectangulares
de gran tamaño con cuatro perforaciones alineadas 2 a 2, que
pueden presentar una morfología de tendencia circular o rectangular con los bordes redondeados y una sección frontal rectangular (Jover y López, 2013; Basso, 2018b). Se trata de un
tipo de pesas de telar característico del cuadrante suroriental de
la península Ibérica durante los momentos iniciales de la Edad
del Bronce, y cuyo origen podría remontarse a los momentos
finales del III milenio cal BC, como al parecer quedó constatado
en Tabayá, donde pesas de telar similares fueron encontradas en
asociación a cerámicas decoradas con puntillado y triángulos
invertidos (López Mira, 2009) características de la fase inicial
de El Argar (Hernández et al., 2019: 39).
Pesas de telar de este tipo fueron documentadas, siempre en
contextos previos a c. 1750 cal BC (Jover y López, 2013), en
numerosos yacimientos del grupo argárico como Tabayá (López
Mira, 2009), San Antón, Laderas del Castillo (Furgús, 1937), Ca-
[page-n-244]
bezo Pardo (López y Martínez, 2014), La Almoloya (Cuadrado,
1945; Lull et al., 2015), Lorca (Ponce, 1997), El Oficio (Siret y
Siret, 1890) o Fuente Álamo (Siret y Siret, 1890), pero también
en yacimientos del denominado “Bronce Valenciano” como la
Lloma de Betxí (De Pedro, 1998), Cabezo de la Escoba (Cabezas, 2015), Barranco Tuerto (Jover y López, 2005), Castell
d’Almizra (Basso, 2018b), Mas de Menente (Pericot y Ponsell,
1928) o Serra Grossa (Llobregat, 1969), y del Bronce Manchego, como el Cerro del Cuchillo (Hernández y Simón, 1993), el
Acequión (Fernández Miranda et al., 1990), la Motilla de Azuer
(Molina et al., 1979) y la Morra del Quintanar (Martín, 1984),
entre otros. En ese marco cronológico se encuadra la datación
realizada sobre una vértebra de Cervus elaphus procedente del
nivel de incendio sobre el pavimento en la Zona I del Espacio A
–UE 1007– donde se encontró el conjunto de pesas de telar más
relevante de Caramoro I, otorgando unas fechas cercanas al 1950
cal BC –3580±30 BP (2σ).
Por lo general, se trata de un tipo de artefacto bastante habitual en el repertorio de materiales documentados en los yacimientos de la Edad del Bronce, aunque en la mayoría de las ocasiones se recuperan aisladas, muy fragmentadas o en pequeños
grupos. Para hablar de telares son las concentraciones de pesas
de telar las que nos posibilitan a nivel metodológico inferir su
presencia y plantear donde pudieron estar ubicados y qué papel
pudieron haber desempeñado en la vida del asentamiento (Basso, 2018a). Los numerosos fragmentos hallados en el “estrato de
incendio” del Espacio E apuntan a que seguramente allí existió
un espacio de producción de tejidos, y por lo tanto un telar. Sin
embargo, son las concentraciones del Espacio A las que nos permiten delimitar con mayor precisión dos áreas de actividad donde se ubicaron dos telares, correspondientes a diferentes fases
de ocupación. Ambos presentan semejanzas en lo que respecta a
las características de su ubicación, puesto que se encuentran en
zonas cercanas a las puertas de acceso de la habitación –tanto
al acceso norte en la Zona II, como al acceso sur en la Zona I–,
así como junto a bancos (ver fig. 18.8). En ese sentido, la concentración de la Zona I es la que mejor información nos ofrece,
tanto por el número de pesas –un total de 8–, como por el hecho
de poder ser asociadas a una serie de artefactos vinculados a
otras actividades de trabajo en clara relación con el banco. De
los objetos asociados podemos relacionar con las actividades
textiles y con el propio telar, el punzón de hueso y la valva de
Cerastoderma edule. El punzón presenta pulidos de manufacturas y de uso en su extremo útil, mientras que en relación a la
valva no queremos descartar la posibilidad de atribuirle, dado
su borde agudo, la función como herramienta cortante, posiblemente para el corte de hilos.
En otros yacimientos donde fueron registradas concentraciones significativas de este tipo de pesas de telar el número de
ejemplares que componen las agrupaciones varía considerablemente. El caso más parecido a la concentración de 8 pesas de
telar de la Zona I del Espacio A de Caramoro I es el registrado
en Lorca, concretamente en la c/ Rubira, nº 12 (Ponce, 1997).
En la excavación de urgencia allí desarrollada se documentó en
el Estrato VIII una concentración de un total de 9 pesas de telar
(Ponce, 1997: 360, lám. 3).
Sin embargo, en contextos de los momentos iniciales de la
Edad del Bronce lo más frecuente es documentar agrupaciones
con un menor número de pesas de telar oblongas, aproximada-
Figura 18.10. Pieza bicónica de barro cocido CMI-571.
mente entre los 2 y los 4 ejemplares, como ha sucedido en yacimientos como La Almoloya (Cuadrado, 1945: fig. 7), Tabayá
(López Mira, 2009: 147, nota 7), el Cabezo de la Escoba (Soler,
1986: 384; Cabezas, 2015), Barranco Tuerto (Jover y López,
2005: 135), Cerro del Cuchillo (Hernández y Simón, 1993: 42)
o el Acequión (Fernandez Miranda et al., 1990: 355). Esto podría estar hablándonos de que a la hora de montar telares verticales con este tipo de pesas de telar lo más habitual sería recurrir
a esa cantidad aproximada de ejemplares, siendo así, los telares
inferidos en Caramoro I y Lorca, de mayores dimensiones por
usar más del doble de contrapesos.
Por otra parte, se conocen dos contextos excepcionales
donde las concentraciones de pesas de telar oblongas superan
con creces a la cantidad de ejemplares documentadas en la concentración de Caramoro I. Nos referimos a los casos de la Lloma de Betxí, donde se encontraron un total de 28 pesas apiladas
en el suelo de la Habitación I (De Pedro, 1998: 181-182) y del
Castell d’Almizra (Camp de Mirra, Alicante), donde un conjunto de 23 pesas fue evidenciado de la misma forma tras una
pequeña intervención –Sondeo A– (Basso, 2018b). En estos
casos, donde más de una veintena de pesas de telar de grandes
dimensiones y elevado peso fueron documentadas, lo más razonable es plantear que no se trate de un área de actividad productiva, sino de almacenamiento de pesas. Por la disposición que
presentaban, y en el caso de la la Lloma de Betxí también por
su ubicación junto a la puerta de comunicación entre estancias
cerradas (De Pedro et al., 2015: 74), parecen acercarnos más a
esta hipótesis (Basso, 2018b: 59).
En definitiva, el yacimiento de Caramoro I presenta varios espacios donde fueron documentados conjuntos y restos
fragmentarios de pesas de telar que nos permiten valorar la
producción de tejidos como una actividad habitual y relevan229
[page-n-245]
te entre los habitantes de Caramoro I. Sin duda, el Espacio
A, parece ser la estancia que presenta una mayor concentración de actividades de carácter productivo, entre las que se
encuentran las textiles. La presencia de dos espacios donde
posiblemente se localizaron dos telares verticales de pesas,
correspondientes a momentos de ocupación diferente, pero
asociados a una misma habitación, que por ubicación y tamaño parece ser la principal del asentamiento, permite inferir
230
un cierto grado centralización de algunas de las actividades
subsistenciales y necesarias para la comunidad allí residente.
Esto es algo que será más frecuente a partir de c. 1800 cal
BC (López y Jover, 2014), aunque con el claro interés de un
mayor control de los procesos productivos esenciales para
la reproducción de la vida social, como quedó constatado en
otros núcleos de población argárica como la Tira del Lienzo
(Delgado et al., 2015).
[page-n-246]
19
Caramoro I: ¿un fortín en los límites fronterizos
septentrionales del espacio social argárico?
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón,
Juan A. López Padilla, María Pastor Quiles y Ricardo E. Basso Rial
INTRODUCCIÓN
LA UBICACIÓN DE CARAMORO I
Entre los estudios prehistóricos en la península ibérica siempre
han destacado los efectuados sobre El Argar (Siret y Siret 1890;
Lull 1983; Aranda et al., 2015). La larga tradición investigadora
en el Sureste ha permitido conocer en profundidad numerosos
aspectos de la materialidad y del desarrollo de este grupo arqueológico, hasta el punto de que, en la actualidad, es una de
las entidades culturales para la que más propuestas de orden
sociológico han sido formuladas.
Todo ello ha sido posible gracias a la intervención arqueológica en un buen número de asentamientos, en especial, durante
las últimas décadas, generando una amplia base empírica y cronológica. Sin embargo, solamente unos pocos enclaves argáricos
han sido excavados prácticamente en su totalidad, caso de Peñalosa, Castellón Alto o, más recientemente, Tira del Lienzo y La
Almoloya (Lull et al., 2015a; 2015b). En este sentido, son muy
pocos los estudios específicos publicados sobre asentamientos,
en los que se haya abordado, desde la secuencia de ocupación
asociada al desarrollo constructivo y técnicas empleadas en su
edificación, cronología, materialidad a las prácticas sociales.
Es por ello que con esta monografía hemos intentado contribuir a los estudios sobre El Argar, presentando el caso del pequeño
asentamiento de Caramoro I. Y es que, aunque sus dimensiones
son reducidas, la inversión laboral efectuada en su planificación
urbanística y en su construcción fue de considerable magnitud.
Además, la posibilidad de realizar una lectura estratigráfica de
las estructuras conservadas, a pesar de haber sido excavado en
la década de 1980 e inicios de los 1990, apoyada por una serie
de dataciones radiocarbónicas, ha permitido establecer cronológicamente su secuencia de ocupación y desarrollo constructivo,
contribuyendo a fijar con precisión la duración de este tipo de
asentamientos fortificados de pequeño tamaño dentro del desarrollo temporal de la cultura argárica.
Como ya ha sido expuesto a lo largo del presente texto, Caramoro I es uno de los asentamientos ubicados en el extremo
septentrional del territorio argárico. Se localiza sobre un pequeño espolón rocoso en el inicio de la sierra de Borbano, extremo septentrional del paraje conocido como Aigua Dolça i
Salada, dentro del término municipal de Elche (Alicante) (fig.
19.1). Se eleva unos 48 m sobre el entorno del fondo del valle,
disponiéndose en voladizo sobre el cauce del río Vinalopó,
del que dista 170 m (fig. 19.2). Encajado entre dos barrancos,
configura un auténtico balcón sobre el glacis descendiente y
el cauce del río Vinalopó, desde donde se puede divisar un
amplio trecho del campo de Elche y ejercer un control directo
sobre su principal vía de comunicación.
Desde el escarpe rocoso donde se ubica, en la margen
izquierda del río Vinalopó, se cuenta, con un amplio control visual hacia las tierras llanas orientales y meridionales,
alcanzando a cubrir el marjal de Crevillente-Elche y buena
parte de la bahía de Santa Pola (ver capítulo 4). Ajeno al
comportamiento de intervisibilidad que manifiestan la mayoría de los asentamientos argáricos de la zona, Caramoro I se
enmarca dentro de un grupo de asentamientos de muy pequeño tamaño, en este caso no supera los 796 m2, y escasa altitud
relativa. Solamente guarda una relación visual directa con
el próximo yacimiento de La Moleta, a pesar de que en sus
proximidades se encuentran otros yacimientos como los de
la Serra del Búho, Tabayá o el Barranco de los Arcos (Martínez Monleón, 2014a). En este sentido, desde Caramoro I se
puede divisar el pequeño yacimiento calcolítico de Kalathos
(fig. 19.3), situado a escasos 400 m agua arriba. Este emplazamiento, por sus características edáficas y su proximidad
al río, podría haber sido aprovechado por los habitantes de
Caramoro I como zona de cultivo.
231
[page-n-247]
Figura 19.1. Vista del curso del río Vinalopó desde Caramoro I.
Caramoro I está directamente edificado sobre un conjunto estratificado de materiales pliocenos, básicamente calizas y conglomerados. El agua, debido a su alta porosidad y permeabilidad, se
filtra con suma rapidez. Debajo de tales conglomerados aparece un
nivel de margas arcillosas triásicas de coloración ocre-blanquecina
y verdosa a medida a que se humedece. Geomorfológicamente
estos dos niveles dan un relieve típico de murallones con bruscas
pendientes (figs. 19.4 y 19.5), debido a que la erosión se realiza en
las margas infrayacentes, lo que produce una caída por gravedad
de parte del nivel superior de conglomerados (Pignatelli, 1973). El
espolón que ocupa Caramoro I presenta una caída en vertical en
buena parte de su trayectoria, con excepción de su lado oriental. De
este modo, la superficie máxima que delimita el muro de cierre del
asentamiento no supera los 500 m2, habiendo empleado más de 250
m2 en su delimitación, con la construcción de diversas estructuras
de gran porte, siendo muy destacado el empleo de la piedra. El acceso al asentamiento solamente se podría efectuar por una pequeña
zona abierta, situada en su extremo nororiental.
Figura 19.2. Vista del espolón de Caramoro I, en el que se puede
observar su altura respecto del curso del río.
Figura 19.3. Vista del yacimiento calcolítico de Kalathos desde Caramoro I, tomada por Rafael Ramos Fernández en 1981. Fondos
del MAHE.
232
[page-n-248]
Figura 19.4. Vista desde la ladera oriental del espolón de Caramoro
I y sus procesos erosivos.
Figura 19.5. Detalle del proceso de erosión en las margas de la base
del espolón.
LA DOCUMENTACIÓN Y REGISTRO
DE CARAMORO I
Como ya ha sido señalado anteriormente, Caramoro I fue objeto de excavación sistemática en fechas relativamente recientes.
Fue descubierto gracias a las prospecciones realizadas por R.
Ramos Fernández (1988: 93), antiguo director del MAHE, donde realizó una campaña de excavaciones en 1981, y cuyos resultados serían publicados algunos años más tarde. Sin embargo,
con motivo de la construcción de la autovía A-7 que une Alicante con Murcia, cuyo trazado afectaba a parte del yacimiento vecino de Caramoro II (González Prats y Ruiz, 1992), se llevaron
a cabo nuevas actuaciones en 1989 y 1993, bajo la dirección de
A. González Prats y E. Ruiz Segura, que vinieron a completar y
en parte a modificar algunos de los datos proporcionados por la
primera intervención (González Prats y Ruiz, 1995).
Durante el primer semestre de 1981, fue realizada la primera campaña de excavaciones a cargo de R. Ramos Fernández,
quien dio cuenta de los trabajos de forma parcial, en un artículo publicado en el Homenaje a Samuel de los Santos (Ramos
Fernández, 1988). En esta breve publicación dicho autor mostraba un croquis de la planimetría del asentamiento y una interpretación de la evolución arquitectónica del mismo. Según lo
publicado, tras una primera visita al yacimiento no se hallaron
materiales en superficie, lo cual posteriormente, y en vista de los
resultados que deparó la intervención, interpretó como resultado de la colmatación del recinto interior, la fuerte erosión de la
zona y la visita de clandestinos al yacimiento.
A pesar de estas circunstancias, R. Ramos realizó un sondeo
de prospección de 2 x 2 m, en lo que posteriormente sería el
ángulo suroeste del sondeo 4, y una trinchera en Z de dirección
E-O y un eje N-S de 1 m de anchura para conocer la amplitud
del yacimiento. Los resultados que ofrecieron estos trabajos
fueron positivos, aflorando estructuras en un espacio con una
potencia superior a 1 m de profundidad (figs. 19.6 y 19.7).
Siguiendo las notas de R. Ramos Fernández, el yacimiento
presentaba, en lo que a registro estratigráfico se refiere, al menos
dos niveles de ocupación relacionables con dos pavimentos registrados en el espacio A (figs. 19.6 y 19.7), a su vez amortizados
Figura 19.6. Detalle del primer sondeo practicado en 1981 por R.
Ramos Fernández. Fondos documentales del MAHE.
bajo niveles de derrumbe o de incendio. No obstante, a juicio de
su excavador, no era posible señalar diferencias evidentes entre
el material arqueológico registrado en ambos niveles, que debían
pertenecer, por tanto, a un mismo “horizonte” cultural.
En función de toda la documentación obtenida se procedió a la excavación del resto del yacimiento implantando una
cuadrícula de panal de orientación simple, con 25 sondeos de
patrón divisibles en cuatro casillas de 2 x 2 m, con muros tes233
[page-n-249]
Figura 19.7. Testigo estratigráfico practicado por R. Ramos en el
espacio A. Fondo documental del MAHE.
Figura 19.8. Vista aérea del área excavada en 1981. Se puede observar el sistema de cuadrículas establecido por R. Ramos Fernández.
Fondos documentales del MAHE.
Figura 19.9. Detalle del hogar de la estancia B de R. Ramos. Fotografía de R. Ramos Fernández. Fondos documentales del MAHE.
234
tigos de 0,50 m de espesor entre sondeos y de 0,25 m entre
casillas, donde se repetía la sucesión estratigráfica observada
en el sondeo de prospección (fig. 19.8).
Esta intervención hizo aflorar, según su excavador, los restos de un recinto de planta arriñonada adaptada a la superficie
del terreno y con un revestimiento de barro arcilloso amarillento.
Este recinto estaba formado por un muro principal en su extremo
oriental que cerraba toda la edificación, al que se le habían ido
adosando posteriormente diversos muros, tanto por su cara externa como interna, interpretando esta estructura final como un
bastión, con un grosor que disminuía en dirección sur. Por su cara
oriental, la adición de muros había dejado tres espacios abiertos
entre los muros que, en sentido S-N, conformaban un espacio
triangular en cuña relleno de piedras, una plataforma rectangular
de 1,5 x 2 m interpretada como los restos de una posible torre y
un espacio semicircular relleno de piedras en el extremo septentrional. Por su cara occidental se adosaron otra seríe de muros
conformando dos habitaciones, denominadas por Ramos como A
y B. La primera –A– interpretada como una estancia o vestíbulo
de ingreso de planta circular y 3,5 m de diámetro, a la que se
accedía desde el exterior por medio de un estrecho pasillo en su
ángulo noroeste de poco más de 1 m de anchura, y que por medio
de un acceso en recodo en su extremo suroriental daba acceso a la
estancia central –B–, de planta irregular de 4 x 6 m de superficie,
que presentaba un banco en su extremo occidental y oriental, respectivamente, además de un hogar semicircular junto al banco del
extremo oriental (fig. 19.9). En su extremo meridional presentaba
una puerta de salida con portal enlosado y delimitación de jambas
que daba acceso a una tercera estancia –C– identificada como una
terraza que no estaba cubierta y en la que sólo se identificó un
estrato. Esta terraza tenía una puerta de comunicación del recinto
con el exterior en el extremo sureste y un muro que obligaba a un
ingreso en recodo a la estancia central –B.
Con todo, este asentamiento era interpretado como una fortificación construida en un punto de fácil defensa y gran visibilidad, que presentaba dos niveles de ocupación, debido a la
remodelación que sufrió el recinto tras el incendio que asoló la
primera fase constructiva del poblado. Así mismo, infería que
en este asentamiento, catalogado como “un puesto vigía” deberían haber vivido entre cuatro y seis personas que debían tener
una dedicación única de vigilancia e información, como puesto
avanzado del gran poblado de La Moleta, dentro de la facies del
Bronce Valenciano, y que atendiendo a sus productos cerámicos
debía situarse en la II fase de este periodo cronológico y cultural, entre 1.500 y 1.150 a.C.
Años más tarde, las obras realizadas para la construcción de
la autovía A-7, así como el lamentable estado en que se hallaba el asentamiento tras la excavación de R. Ramos Fernández,
motivaron una nueva excavación de urgencia en el yacimiento.
Éstas fueron iniciadas en noviembre de 1989 bajo la dirección
de A. González Prats y E. Ruiz Segura, que tendrían continuidad en junio de 1993, centrados básicamente en trabajos de
planimetría. Los resultados preliminares de esta intervención
se publicarían al poco tiempo, abordando los nuevos datos arquitectónicos, la escasa información sobre la estratigrafía que
presentaba el yacimiento y los nuevos elementos de cultura material que obligaron a variar el ámbito cultural al que se había
adscrito (González Prats y Ruiz Segura, 1995). A partir de estos
momentos ya fue considerado como plenamente argárico.
[page-n-250]
Las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo vinieron a
definir una serie de estructuras articuladas a lo largo de un eje
N-S con una longitud máxima de 33 m. Se confirmaba la existencia de una compleja fortificación en el extremo oriental del
poblado, compuesta por un importante bastión –H– de forma
arriñonada con unas dimensiones de 13,5 x 3,5 m en su extremo
nororiental, al que se adosaba en su extremo meridional una estrecha plataforma –F– o “cuerpo de guardia” y un foso –G– interpretado como la acequia que recogería el agua vertida por el
techado de la plataforma superior y la conduciría hacia el cauce
del río, relacionándolo con dos grandes bloques de piedra con
profundos surcos incisos artificiales. Finalmente, se detectaron
los restos de una posible muralla –I–, muy deteriorada y que no
llegaron a excavar, que presentaba un trazado oblicuo en relación al resto de la construcción con una longitud de 9 m.
La construcción del bastión –H– se realizó con la colocación
de gruesas piedras en talud en buena parte de su perímetro, quedando el resto cerrado por una serie de elementos de barro de
forma plano-convexa. El interior presentaba un relleno homogéneo de piedras y barro que se alzaría 2 m y que serviría de zócalo,
según sus excavadores, a una superestructura ligera integrada por
vegetales. A pesar de la intervención no se pudo delimitar cual era
la relación de este posible bastión con la entrada del poblado, aunque se planteaba que en un primer momento, una de las plataformas circulares de la entrada debía ser una torre y, posteriormente,
reforzando la fortificación y ganando espacio habitable al interior,
se construiría este gran bastión, ya que aparecía adosado al muro
oriental de la habitación A.
La plataforma –F– estaba construida por una línea simple
de piedras en talud, con una orientación NO-SE en sus primeros 8 m, y que, tras la realización de una trinchera para definir
la orientación de este muro, se unía a otro tramo de muro de
8,5 m de longitud que realizaba una inflexión de 150º, alcanzando una altura superior a los 2 m, estando revocado por una
espesa capa de arcilla.
Paralelo al primer tramo de muro de la plataforma F discurría un estrecho muro de 0,3 m de anchura y 5,7 m de longitud
(fig. 19.10), delimitando un foso –G–, de 1,2 m de amplitud y
cuya superficie presentaba grandes lajas de piedras, que se iba
estrechando en su extremo meridional hasta conectar con la plataforma F y que en su extremo septentrional conectaba con el
bastión H mediante una construcción de arcilla.
El sistema de fortificación se completaba con dos posibles
torres defensivas que configuraban un estrecho corredor de acceso al interior del asentamiento de apenas 1 m de anchura, en
donde fueron documentados los restos de un madero hincado
que constituía el eje del portón de madera que cerraba el acceso
al recinto. A través de esta entrada se accedía a una serie de unidades habitacionales –o de ocupación–, con una estancia principal por donde discurría el acceso –A– y un pequeño patio –B– a
través del cual se accedía indistintamente al resto de unidades
habitacionales –C, D y E.
La habitación A estaba constituida por las estancias A y B
de la excavación de R. Ramos Fernández (fig. 19.11). No hay
ninguna mención al muro central que dividiría esta habitación
A en dos estancias, pudiendo, tal vez, corresponder a una segunda fase constructiva, y que en el momento de la excavación
de A. González Prats y E. Ruiz Segura ya habría desaparecido
fruto de la erosión y las agresiones antrópicas. En esta vivienda
Figura 19.10. Detalle de la plataforma F y G. Fotografía de E. Ruiz
Segura durante su proceso de excavación.
Figura 19.11. Extremo meridional del espacio A. Vano de acceso.
Fotografía de R. Ramos Fernández. Archivo del MAHE.
A, un potente muro oriental, de 4 m de anchura, se prolongaba
hacia el extremo meridional, decreciendo en amplitud hasta alcanzar una anchura aproximada de 1 m. Bajo el banco corrido
documentado por R. Ramos Fernández en el extremo oriental de su estancia B, aparecía otro banco corrido y un hoyo de
poste correspondiente a la fase constructiva más antigua del
poblado, y que habría que considerar como infrapuestos con el
supuesto hogar registrado en la excavación realizada en 1981.
Asimismo, esta habitación también presentaba un banco corrido en su extremo occidental.
Desde esta primera unidad habitacional y a través de un vano
de 1 m de anchura aproximadamente se accedía a una nueva habitación –B– de pequeñas dimensiones, interpretada como un
pequeño patio cubierto o porche con gran cantidad de calzos de
poste –7– y con un hogar situado en su extremo nororiental. A
pesar de ello, sus excavadores sólo documentaron un único derrumbe y finas capas de pavimento en esta zona que hacen pensar
en una única fase constructiva. Los calzos de poste se encontraban
a distinta altura y no parecían haberse construido al mismo tiempo,
sino corresponder a continuas remodelaciones.
A través de este “patio” o espacio abierto se accedía al resto de las dependencias del poblado (fig. 19.12). En el extremo
occidental y paralela a la habitación A, había un nuevo espacio
235
[page-n-251]
Figura 19.12. Imagen general del “patio” de González y Ruiz o espacio B actual.
Figura 19.13. Detalle de uno de los hogares documentado en la
campaña de 2015 en el espacio o habitación C.
Figura 19.14. Detalle de uno de los calzos de poste del espacio C
documentado en 2015.
236
definido como habitación D, delimitado por el muro occidental de la habitación A y por los restos de otro que se sitúan en
dirección E-SE a O-NO. Este espacio estaba muy alterado por
la cremación de residuos industriales vertidos en un momento
posterior a la excavación de R. Ramos Fernández. No obstante,
en su extremo oriental pudo detectarse un nuevo banco corrido y varios suelos de hogares, así como calzos de poste, con
abundante material arqueológico, entre el que destacaba una
escudilla de madera carbonizada no conservada, varios colgantes de marfil y algunos punzones de hueso en una única fase
constructiva. Parte de esta habitación había desparecido por el
desprendimiento de la cresta rocosa en el extremo occidental del
espolón. Esta circunstancia, unido a las grietas presentes en esta
zona del yacimiento, habría hecho desaparecer parte de otra habitación en el extremo suroccidental del poblado, que no recibió
denominación en la posterior publicación realizada.
Desde la habitación B también se accedía a un nuevo departamento –C– en el extremo meridional del poblado, de planta
rectangular y que a pesar de presentar estratos correspondientes
a una única fase de ocupación con varios pavimentos, restos de
hogares (fig. 19.13) y calzos de poste, presentaba al menos dos
muros superpuestos al muro oriental original de la misma. Éstos
debían corresponder a una segunda fase constructiva totalmente arrasada por la erosión. En el lado oriental de esta habitación
aparecía un estrecho corredor de 0,50 m, que sus excavadores
interpretaron como un conductor de evacuación del agua de lluvia
procedente de la cubierta de esta vivienda y de la habitación E,
así como del patio. A pesar de ellos, en el interior de este espacio
se documentaron restos de calzos de poste que podrían indicar
que también éste estuvo techado (fig. 19.14), conformando una
calle que articularía el acceso y la circulación entre estas unidades
de ocupación, tal como se ha documentado en otros yacimientos
argáricos próximos como Pic de les Moreres (González Prats,
1986a; 1986b) o Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a).
Al este de la calle se situaba la vivienda E, que presentaba
una estratigrafía indicativa de una única fase de ocupación, con
un potente nivel de incendio que ofrecía una gran cantidad de
material arqueológico. Presentaba una planta triangular, con dos
hogares junto a su muro oriental. En el ángulo septentrional de
esta habitación se detectó una fosa en donde se había enterrado
un infante de 1 año y medio de edad aproximadamente, en el
que se apreciaban las señales de un amplio corte en la parte
frontal del cráneo producido por una hoja metálica de gran tamaño (Cloquell y Aguilar, 1996).
Según sus excavadores, la cultura material del poblado,
el uso de la técnica constructiva denominada “espina de pez”
y, fundamentalmente, la presencia de una inhumación bajo el
suelo de la vivienda E reflejaban, de manera incuestionable, el
carácter argárico del poblado. Asimismo, planteaban que esta
fortificación tenía un carácter estratégico en relación al intenso
poblamiento argárico del curso bajo del río Vinalopó.
Tanto en las excavaciones efectuadas por R. Ramos Fernández (1988) como en las actuaciones de urgencia realizadas por A.
González Prats y E. Ruiz Segura (1995) se registró una importante cantidad de restos arqueológicos que en su totalidad están
depositados en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche.
Con motivo del inicio de nuevos trabajos de limpieza y documentación arqueológica del yacimiento, también se ha tenido acceso a
dichos fondos materiales. Se trata de un conjunto muy amplio de
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vasos y fragmentos cerámicos, entre los que se destacan algunas
formas carenadas y copas de clara filiación argárica, así como un
amplio número de cuencos de tipo casquete esférico, semiesférico y de tendencia esférica. Además se han registrado diversos
productos óseos, como punzones, cinceles, alisadores y un conjunto importante de objetos de marfil, especialmente brazaletes o
colgantes con los extremos perforados y un botón prismático con
doble perforación en V. También se han localizado instrumentos
metálicos como puntas de Palmela, un punzón de sección circular
y otros dos de sección cuadrada. Asimismo, ha sido detectado un
fragmento de terracota de cuerno de toro y una importante cantidad de elementos líticos, como molinos y molederas, percutores,
dientes de hoz de sílex, lascas y un hacha de piedra pulida. Por
último, señalar la presencia de diversas valvas marinas perforadas, fragmentos de al menos una pesa de telar de forma oblonga
con cuatro perforaciones y semillas carbonizadas, al parecer, de
Vicia faba. Cabe destacar el amplio número de retos faunísticos
conservados, entre los que destaca el dominio de los ovicaprinos,
junto a astas y huesos de grandes ciervos y colmillos de jabalí (ver
del capítulo 10 al 18).
Con todo, a pesar de la importancia de Caramoro I, desde la
última actuación llevada a cabo en 1993, el yacimiento entró en
el olvido. Con independencia de la magnífica conservación de sus
estructuras murarias, no fue planteado ningún proyecto ni de conservación ni de restauración, aunque por parte de Rafael Ramos
Fernández, director del Museo Arqueológico de Elche, sí fue planteada en varias ocasiones a la corporación local la necesidad de
conservar y poner en valor el yacimiento. No hubo respuesta.
Por este motivo, desde 1993 hasta 2015 el yacimiento entró
en un estado de abandono y degradación considerable, sin que
fuese objeto de atención por parte de ningún investigador, ni
autoridad o funcionario público. El interés de actuar nuevamente en este enclave residió en la posibilidad de documentar las
estructuras conservadas, intentando efectuar una lectura estratigráfica de las mismas para entender de forma más completa el
asentamiento, dada la limitada información publicada, así como
excavar los testigos estratigráficos dejados por las anteriores excavaciones, con el objeto de recuperar información que permitiera reconocer su secuencia y concretar, al menos, el momento
de su fundación. Todo ello se enmarca en el proyecto de investigación que venimos desarrollando sobre el III y II milenio cal
BC en las tierras del Levante peninsular.
Así, los trabajos de limpieza y documentación arqueológica
fueron desarrollados entre junio y julio de 2015 y se retomaron
nuevamente hacia las mismas fechas en 2016. Los trabajos fotogramétricos y planimétricos obligaron a dedicar buena parte del
tiempo a la limpieza de las estructuras y de los ambientes ya excavados. El tiempo restante fue dedicado a la excavación de los
restos del testigo A conservado en el interior del asentamiento,
así como de algunos retazos sedimentarios en la zona D, algo alterados. La zona exterior también fue limpiada en parte para su
fotogrametría, pero la conservación de parte del segundo de los
testigos –B– con relleno sedimentario no alterado, aconsejó que
su documentación fuese efectuada en 2016.
Durante la campaña realizada en 2015 se pudieron reconocer
y definir los espacios A, B, C, D, E, F, G, H, I, J y K, manteniendo
las denominaciones de las excavaciones previas. A ellos se incorporaron tres nuevos espacios: el espacio J, situado al O del muro
UE 2018, el cual comprende un espacio de tendencia rectangular
Figura 19.15. Arranque del antemural en su extremo septentrional
en el que se puede observar la conservación de parte de su grueso
revestimiento.
con unas dimensiones máximas de 9 m en el eje S-N y 1,55 m en el
eje E-O, delimitando un área aproximada de 10,5 m2; el espacio L,
ubicado intramuros al SE del muro UE 2013 y al S de lo que sería
la prolongación del muro UE 2001, el cual comprende un área de
aproximada de 23 m2 de tendencia rectangular; y el espacio K, estrecho corredor que ya había sido identificado por A. González y E.
Ruiz durante sus excavaciones, pero que no había sido definido de
forma independiente al resto de espacios.
Con todo, la labor de campo emprendida en 2015 y 2016 permitió fijar con mucha mayor precisión el proceso de construcción y
ocupación del asentamiento. A través de la limpieza y excavación
puntual en algunas zonas del asentamiento –testigos A y B, restos
sedimentarios en el espacio D, zona de acceso e interior en el espacio A– y de la lectura estratigráfica de las estructuras murarias, se
han podido determinar y reconocer, al menos, tres momentos de uso
(ver capitulo 7). No obstante, en general, la planificación espacial y
la estructura arquitectónica del sitio no se transformaron en su esencia desde su fundación.
Los diferentes momentos de uso detectados se concretan, básicamente, en ampliaciones, refuerzos murarios, reformas y saneamientos de determinados espacios. En algunos casos, la causa que pudo
ocasionar la necesidad de emprender reformas fueron incendios que
obligaron a reacondicionar el espacio. Así, tanto en las excavaciones
iniciales como en las últimas actuaciones, en los espacios A y E han
sido detectados niveles de incendio sobre las pavimentaciones más
antiguas, habiéndose conservado, además, algunas evidencias materiales de facto y basura primaria (Schiffer, 1985).
No obstante, a partir de los nuevos datos recabados en el
proceso de documentación sí podemos colegir que el aspecto
más destacado de su historia constructiva fue la considerable
inversión efectuada en la ampliación y mejora de las estructuras
de acceso al poblado, reforzando en todo momento su fortificación. Este rasgo de carácter defensivo, basada en la edificación
de antemurales (fig. 19.15) y bastiones de distinta magnitud,
es una de las características también descritas en otros asentamientos argáricos. Aunque en el territorio de El Argar han sido
excavados un buen número de asentamientos, sólo de unos po237
[page-n-253]
cos han sido analizados sus rasgos arquitectónicos. Entre ellos
se encuentran Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras
2000; 2009-2010; Moreno 2010), Castellón Alto (Galera, Granada) (Molina et al., 1986; Contreras et al., 1997), Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a), La Bastida, Tira del Lienzo (Totana,
Murcia) (Lull et al., 2011; 2015a; Delgado-Raack et al., 2015)
y La Almoloya (Lull et al., 2015b). El desarrollo de la investigación ha permitido conocer la construcción de asentamientos
emplazados principalmente en ladera y en altura, donde son frecuentes las grandes construcciones de piedra, como en el caso
aquí presentado, aunque también se conocen enclaves en llano,
como Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala 1985;
1991) o Los Cipreses (Lorca, Murcia) (Martínez Rodríguez et
al., 1999), que no habrían contado con muros de cierre o defensa hechos de mampostería, aunque en el primero de ellos se
planteó el hallazgo de los restos de una empalizada de madera
(Ayala, 1991: 96, Fig. 33).
La amplia planificación de los accesos a los asentamientos, la destacada densidad de edificios y su organización a lo
largo de pasillos de tránsito, permiten reconocer un urbanismo
incipiente para el ámbito de El Argar. No obstante, todavía no
ha sido publicado en detalle ni el desarrollo de la secuencia
constructiva, ni de ocupación de los mismos, y en muy pocos casos contamos con trabajos específicos sobre su arquitectura (ver Contreras, 2009-2010; Moreno 2010, para el caso
de Peñalosa), habiéndose abordado, principalmente, la citada
cuestión del urbanismo (Molina y Cámara, 2004; Contreras,
2009-2010) y las fortificaciones en El Argar (Serrano, 2012;
Lull et al., 2013; 2014), o las obras hidráulicas (Soler et al.,
2004; Lull et al., 2015c). En Caramoro I no se han identificado
construcciones que puedan interpretarse como cisternas. No
obstante, espacios como el K y el G fueron asociados en intervenciones previas a la gestión de agua, concretamente a su
evacuación. La existencia de canalizaciones de agua de época
argárica se ha planteado en asentamientos como el Cerro de la
Virgen (Orce, Granada) (Schüle, 1966; Lull, 1983: 383; Lull
et al., 2015c), o el Rincón de Almendricos (Ayala, 2001-2002:
153). De todos modos, la interpretación de un espacio como
calle o pasillo no excluye que también hubiera servido para
la conducción y drenaje de agua, como se ha planteado, por
ejemplo, en La Almoloya (Lull et al., 2015b: 71).
Con todo, el uso de la piedra fue fundamental en grandes obras de infraestructura (Lull et al., 2014), así como en
la construcción de viviendas y estructuras de actividad, en
combinación con otros materiales. La piedra es el material
constructivo habitual y claramente el más visible en murallas y/o bastiones, como se observa en La Bastida (Lull et al.,
2013; 2014; 2015a), Barranco de la Viuda (Medina y Sánchez,
2016), Cerro de la Encina (Aranda y Molina, 2005) o Peñalosa (Contreras, 2000; 2009-2010; entre otros). Como también
ocurriría en el asentamiento de Caramoro I, la protección del
enclave suele resultar de la combinación entre las características orográficas del emplazamiento y las construcciones artificiales, en las que, de acuerdo con lo que se conoce para estos
momentos, generalmente predomina la técnica de la mampostería, pero también se aplicarían otras, como la piedra seca
(Ayala, 1980: 155; Eiroa, 2004: 59), utilizada asimismo fuera
del territorio argárico. Si bien en Caramoro I, un enclave situado en las proximidades del cauce del río, pero reforzado de
238
forma considerable, la importancia del uso de la piedra en la
construcción es indudable, éste también reúne evidencias de
construcción con tierra únicas, por el momento, para el ámbito
de El Argar (ver capítulo 8) y que, además, fueron aplicadas
en el área de cierre y mayor fortificación del emplazamiento,
sobre y junto al bastión H. Se han documentado estructuras
de piedra interpretadas como bastiones en otros asentamientos
argáricos, como Tira del Lienzo (Delgado-Raack et al., 2015:
46), Cuesta del Negro, Cerro de la Encina o Peñalosa (Contreras, 2009-2010: 46). Respecto a la disposición de la piedra mediante el aparejo en espiga, cuya presencia ya hemos indicado
en Caramoro I, también está costatada en asentamientos de El
Argar, como la Bastida (Ponsac et al., 1947: 48) o el Barranco
de la Viuda (Medina y Sánchez, 2016: 39).
En algunos yacimientos del territorio argárico se ha señalado
el empleo de tipos concretos de litologías. La arenisca en forma
de bloques fue la principal materia prima utilizada en la edificación de viviendas, plataformas de aterrazamiento e incluso cisternas, en asentamientos argáricos como Castellón Alto (Galera,
Granada) (Contreras, 2009-2010: 52), sin olvidar el empleo de
arcillas margosas locales en la trabazón y revestimiento de los
muros. En otros asentamientos argáricos se utilizan otras rocas,
como en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), donde la pizarra
fue empleada en sus construcciones de mampostería, una piedra también utilizada, entre otros tipos, en La Bastida de Totana
(Murcia) (Lull et al., 2015a: 75). En el caso de la construcción
de la muralla argárica de la Bastida, de piedra trabada con mortero, ha sido planteado que se escogieron, prioritariamente, areniscas procedentes de un área más alejada del emplazamiento de
la muralla, en vez de la pizarra y la caliza disponibles en el sitio,
a causa de su mayor facilidad para ser transportadas y escuadradas (Lull et al., 2015a: 51). Del mismo modo, se ha interpretado
que las piedras utilizadas en las edificaciones de Tira del Lienzo
se habrían obtenido de una rambla cercana, dada la gran dureza
de la litología de la cima del cerro y la poca resistencia de los
yesos que forman su base (Lull et al., 2015a: 168).
Al igual que en los casos comentados, en Caramoro I las
rocas se emplearon como mampuestos en el alzado de los muros y bancos de las diferentes estancias, así como en las partes fortificadas. Se han podido diferenciar tres tipos. En primer
lugar, calizas biclásticas arenosas de distintos tamaños, siendo
de este material los grandes bloques de más de 1 m de longitud. Estas mismas calizas fueron empleadas en el Barranco de
la Viuda (Lorca, Murcia) (Medina y Sánchez, 2016: 41). Este
tipo de roca constituye la base sobre la que fue planificada la
instalación del asentamiento. Las calizas están acompañadas de
bloques de areniscas, también abundantes en la zona, así como
de conglomerados de tamaño medio, entre 20 y 50 cm, integrados por cantos calizos mesozoicos cementados en arenas cuya
procedencia se encuentra bajo las calizas biclásticas, en la misma columna estratigráfica que configura el espolón rocoso que
ocupa Caramoro I (fig. 19.16).
Toda esta serie de recursos litológicos, incluyendo los sedimentos empleados en su trabazón y revestimiento, serían obtenidos en el entorno. A lo largo de las márgenes del río Vinalopó,
entre las sierras de Tabayá y Borbano, y en un radio inferior a 5
km de distancia de Caramoro I, se pueden observar una serie de
tramos bien escalonados donde destaca la presencia de arcillas
y yesos del Triásico, margas arenosas y areniscas masivas del
[page-n-254]
Figura 19.16. Vista general de Caramoro I desde su zona de acceso. Toma realizada en agosto de 2016.
Burdigaliense superior, a los que les siguen otras del Tortoniense
y Andaluciense, y que se completan con los conglomerados señalados. En el techo de esta secuencia se suele encontrar caliza
biclástica arenosa con fauna marina (Pignatelli, 1973). Entre los
factores que influirían a la hora de utilizar un determinado tipo
de piedra como material constructivo se encontrarían su dureza
y resistencia estructural, su capacidad para resistir la erosión, la
facilidad a la hora de extraerla de una cantera, en su caso, y de
darle forma, así como su disponibilidad en el entorno, en relación al coste de su transporte (Rapp y Hill, 2006: 214). Así, las
rocas sedimentarias como las calizas arenosas y los cantos calizos empleados en Caramoro I son generalmente más fáciles de
trabajar respecto a otras rocas, como las metamórficas o ígneas y,
por ello, serían utilizadas como materiales de construcción (Morriss, 2000: 27). Además, su abundancia y variedad de tamaño
en el mismo emplazamiento donde se ubica Caramoro I habrían
facilitado enormemente su obtención y puesta en obra.
Respecto al uso de la piedra en la construcción de viviendas argáricas, sólo en algunos enclaves, como La Bastida o
Peñalosa, se conocen edificaciones en las que los muros se habrían construido con mampostería hasta una importante altura
o por completo. Por el contrario, es habitual la construcción,
sobre zócalos de piedra, de alzados de tierra, combinada o no
con elementos vegetales, siendo construidos con tierra masiva
(Guillaud et al., 2007; Knoll et al., 2019) o mediante la técnica
del bahareque, de lo que se conocen numerosos ejemplos a lo
largo del territorio argárico.
En el caso concreto de Caramoro I se construyeron 11 espacios diferentes desde su construcción. La planta de los espacios
habitacionales es alargada, con una forma más o menos rectangular, formada por muros en su mayoría rectilíneos, aunque construyéndose también algunas formas de tendencia curva. Respecto
a las técnicas constructivas detectadas, los alzados habrían sido
construidos mediante la técnica de la mampostería de piedra,
en su mayoría por completo, aunque no podemos descartar del
todo que algunos muros interiores y de menor grosor hubieran
contado con parte del alzado construido con otra técnica. El estudio macrovisual de los fragmentos constructivos de barro de
Caramoro I ha hecho posible visibilizar el empleo de diferentes
técnicas de construcción con tierra (Doat et al., 1979; Knoll y
Klamm, 2015). Entre ellas se han identificado las del amasado,
bajareque (Viñuales et al., 2003; Guerrero, 2007; Pastor, 2017),
manteado de barro sobre diferentes especies vegetales y amasado
de barro en forma de bolas, aplicadas junto con la mampostería.
En el estudio macrovisual de los restos constructivos de tierra del
asentamiento no se han hallado improntas de troncos, aunque la
presencia de postes de madera está constatada mediante la ya citada documentación de sus calzos en casi todos los espacios, además de en el contrafuerte de acceso al asentamiento. En cuanto
a la construcción de tabiques internos que dividan las estancias,
frecuentes en la arquitectura argárica, únicamente se ha identificado un posible muro medianero, que habría sido construido con
tierra y piedras, en el espacio A.
Referencias a los aspectos constructivos de los enclaves argáricos existen desde los inicios de su estudio (Siret y Siret, 1890).
En la obra de Lull (1983) sobre El Argar, también se abordaba
la caracterización de las edificaciones de muchos asentamientos,
desde Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) hasta
el propio enclave de El Argar (Antas, Almería), en los que se
apuntaba el empleo de la técnica del bajareque, asociada principalmente, aunque no exclusivamente, a las cubiertas. La forma
que se ha planteado mayoritariamente para las techumbres de las
construcciones argáricas viene a considerar su tendencia plana o
ligeramente inclinada a una vertiente, como ya ha sido señalado
239
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(Molina y Cámara, 2004: 17), algo que también cabe proponer
para Caramoro I. Otro rasgo constructivo documentado en Caramoro I son los postes embutidos en los muros, identificados asimismo en Castellón Alto (Contreras et al., 1997), Fuente Álamo
(Pingel et al., 2005: 195), Terrera del Reloj (Molina et al., 1986:
354-355, Lám. IIa; Contreras 2009-2010: 54), La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et al., 2009: 211), Cerro de las Viñas (Coy,
Murcia) (Ayala, 1991: 194, 197) o los cercanos asentamientos
de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a) y Laderas del Castillo
(López Padilla et al., 2017).
La madera y la materia vegetal, aunque menos visibles,
también fueron materiales constructivos de importancia en labores constructivas. En Caramoro I se han conservado diversos
agujeros de poste en el interior del asentamiento que habrían
contribuido a sustentar las techumbres, algunos exentos y otros
encastrados en los muros, bancos y contrafuertes. Asimismo,
la madera se habría utilizado en largueros y travesaños de las
cubiertas, aunque no se han conservado evidencias directas de
ello. El estudio de los restos antracológicos recuperados tanto
en las excavaciones antiguas, como en las recientes, efectuado por Mónica Ruiz Alonso (ver capítulo 10), ha ofrecido una
imagen de la vegetación leñosa que habría estado presente en el
entorno del enclave, además de apuntar la selección de distintas especies para las actividades constructivas. Se ha observado
una presencia significativa de pino, olivo y pistacia, además de
tamarindo, conservándose en algunos casos en forma de troncos
de gran tamaño y asociados a calzos de poste. En el entramado
de las techumbres se habría utilizado materia vegetal, habiéndose recuperado una decena de restos de barro con improntas
de caña y carrizo (ver capítulo 8) que podrían pertenecer a las
cubiertas, así como improntas de hojas alargadas y planas, posiblemente pertenecientes también a estas plantas. También se
utilizaron vegetales integrados en los morteros de tierra, a modo
de estabilizante y contribuyendo a conformar las bolas y bloques de barro amasado.
Las mismas especies identificadas en Caramoro I se documentan en otros poblados argáricos como Rincón de Almendricos (Ayala et al., 1989: 284), Barranco de la Viuda (Lorca,
Murcia) (García Martínez et al., 2011) o Castellón Alto (Contreras, 2009-2010: 52), estando también presente en Cabezo
Pardo (Carrión, 2014). La importante presencia del empleo
del pino carrasco en los asentamientos de la Edad del Bronce
ha sido resaltada también por diferentes investigaciones antracológicas (Grau, 1998; Carrión, 2005: 275; Machado et al.,
2004, 2009), aunque en el ámbito argárico alicantino, murciano y almeriense parece existir una cierta preferencia por
el tamarindo, la olea, e incluso, la pistacia. Ejemplos como
el asentamiento argárico de Cabezo Pardo (Carrión, 2014),
pero también del cercano yacimiento del Bronce final de Caramoro II (García Borja et al., 2010), e incluso más meridionales como Fuente Álamo (Carrión, 2005), así lo atestiguan.
Esta diferenciación entre unas latitudes y otras parece responder, por un lado, a las condiciones más áridas y cálidas
de las tierras del Sureste en sentido estricto, lo que facilitaría
el predominio de especies como el acebuche, el tamarindo,
y en las zonas más degradadas, de la pistacia frente al pino.
Pero también, a un uso preferencial de aquellas especies que,
cumpliendo los requerimientos exigidos para su empleo en
labores constructivas, se encontraban de forma más extendida
240
en los entornos de los asentamientos. En el caso de Caramoro I, su proximidad a estribaciones montañosas facilitó la selección de pino, pero también de tamarindo, olivo y pistacia.
Sin embargo, en las tierras del Bajo Segura, y en especial en
asentamientos excavados como Cabezo Pardo, los estudios
efectuados muestran una inversión en la proporción de las
especies. El tamarindo fue la especie más empleada. Estas diferencias entre Caramoro I y Cabezo Pardo pueden ser explicadas por las características del entorno de los asentamientos.
El tamarindo sería la especie más abundante y casi única en el
entorno de Cabezo Pardo.
Las técnicas constructivas empleadas en los asentamientos
argáricos suelen mencionarse y en algunos casos se indica la
presencia de restos constructivos de tierra (ya señalado en Siret
y Siret, 1890). No obstante, no abundan los estudios específicos
sobre los materiales y técnicas constructivas empleados en el ámbito de El Argar. En este sentido, entre los trabajos que abordan
los materiales constructivos argáricos destacan los de restos de
tierra, realizados desde una perspectiva tanto macroscópica como
microscópica. Estos análisis han sido abordados para Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala y Ortiz, 1989; Ayala et al.,
1989), Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Rivera, 2007; 2009;
2011) y Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante)
(Pastor, 2014; 2017; Martínez Mira et al., 2014).
En el interior de Caramoro I son pocas las evidencias que se
han podido conservar de la construcción con tierra, aunque posiblemente habría sido aplicada en un mayor número de partes
constructivas de las que ha quedado testimonio arqueológico,
como en estructuras de equipamiento interno o externo de las
edificaciones, de las que se han conservado sólo algunos restos
parciales. En las áreas intramuros, el uso del barro se observa
principalmente en el mortero de unión de los mampuestos, en
revestimientos y en las pavimentaciones. Se han identificado
hogares en el espacio interno de algunas edificaciones, así como
bancos ubicados en los espacios A, B y C, en los que se habría
utilizado tanto la tierra como la piedra.
No obstante, en el recinto exterior se han conservado restos
de estructuras de tierra de gran relevancia, ya documentadas en
las excavaciones de finales de los años 1980 e inicios de los
1990, cuyo estudio ha podido ser abordado a raíz de las últimas
intervenciones (Pastor et al., 2018). El sedimento cuaternario
con cantos existente en el entorno inmediato fue utilizado como
relleno de contrafuertes y del antemural. Y arcillas margosas
de tonos ocres y verdosos fueron empleadas en el alzado y revestimiento del bastión H y en un tramo de bloques de barro
amasado −UE 1806−. En este conjunto destaca la constatación
de la técnica constructiva del amasado en forma de bolas, no
sólo a través de la recuperación de sus restos constructivos −habiéndose documentado más de un centenar−, sino también por
la conservación de un ejemplo directo de su empleo en el alzado
de una estructura (ver capítulo 8).
Por otro lado, aunque en Caramoro I no se ha detectado hasta la fecha, en distintos asentamientos del ámbito de El Argar se
ha propuesto la presencia de enlucidos de cal o encalados, como
en La Bastida, Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a: 76, 168) o La
Almoloya (Lull et al., 2015b: 75). No obstante, no siempre han
sido publicados análisis fisicoquímicos sobre la cuestión, como
sí en Rincón de Almendricos (Ayala et al., 1989: 282; Ayala y
Ortiz, 1989; Ayala, 1991: 76-77) o Cabezo Pardo (San Isidro/
[page-n-256]
Granja de Rocamora, Alicante) (Martínez Mira et al., 2014),
habiéndose planteado el posible uso de cal en revestimientos
desde el III milenio BC (Jover et al., 2016).
En el interior de los distintos espacios diferenciados, y asociados a bancos y hogares, fueron documentados un ingente número
de evidencias materiales desechadas que denotan que en dichos
espacios se llevaron a cabo distintas labores productivas y de consumo de las personas que allí residieron. Molinos y molederas,
hoces, percutores, hachas de piedra pulida, una amplia variedad
de recipientes cerámicos, algunos recipientes de madera, instrumentos metálicos, un amplio número de restos óseos de especies
animales domésticas y salvajes, restos de semillas carbonizadas,
adornos de marfil, hueso y concha, pesas de telar, o la inhumación
en fosa de un individuo infantil, son la prueba del desarrollo de
la vida cotidiana y de prácticas sociales propias de una pequeña
comunidad campesina, cuyos rasgos fenomenológicos muestran
su carácter argárico (ver los capítulos del 10 al 18).
Los estudios específicos efectuados han venido a validar la
hipótesis de que el conjunto recurrente de evidencias materiales
registradas en varios de los espacios distinguidos correspondería a varias unidades domésticas. En concreto podríamos plantear dicha consideración para al menos los espacios A, C, D y E.
Por el contrario, el espacio B, podría ser una zona de conexión
entre unidades domésticas, donde también se llevaran a cabo diversas actividades, incluso de consumo. Así, en los espacios A,
C, D y E se documentaron hogares de distinta magnitud, restos
de consumo tanto óseos como vegetales, una amplia variedad
de recipientes cerámicos y alguno de madera, instrumentos de
molienda, percutores, así como punzones óseos y metálicos,
además de pesas de telar, que en al menos dos casos, parecen
corresponderse con la presencia de telares. Es interesante señalar que a través del estudio arqueozoológico se puede señalar un
consumo cárnico bastante similar de especies en los espacios
señalados, aunque existan algunas diferencias en relación con el
procesado de algunas de las especies de gran tamaño.
Otro aspecto que merece ser comentado es la documentación de un número bastante significativo de brazaletes de marfil
de elefante (ver capítulo 16), que a diferencia de otros asentamientos excavados en su totalidad, excede con creces lo documentado en contextos arqueológicos. Es el caso de Terlinques,
asentamiento no argárico situado a unos 50 km de distancia,
donde tan sólo fueron hallados 3 ejemplares en una superficie
excavada mayor que Caramoro I. En ambos casos, el marfil ya
parece llegar elaborado, siendo un posible lugar de producción
la Illeta dels Banyets (López Padilla, 2011).
Por último, merece mencionarse que Caramoro I guarda
significativas concomitancias con otros asentamientos bastante alejados, como Piedras Bermejas (Baños de la Encina, Jaén)
(Contreras et al., 1993), localizados en el extremo noroccidental
del territorio argárico, en la cuenca del Rumblar. Este emplazamiento, definido como un asentamiento estratégico tipo fortín, es
conocido por las actuaciones llevadas a cabo para su documentación planimétrica y topográfica. Se caracteriza por su reducido
tamaño –ocupando una superficie de 750 m2–, la existencia de un
recinto de planta piriforme con unas dimensiones máximas de 32
m de longitud por 22 m de anchura, y la presencia de potentes
muros con un grosor que oscila entre 1,60 y 2 m. En él se distinguen dos espacios diferentes, una torre de tendencia circular
en el ángulo sureste para reforzar la entrada –similar a las docu-
Figura 19.17. Refuerzos constructivos. a. Contrafuerte cuadrangular documentado en el acceso al asentamiento de Caramoro I; b
. Contrafuertes (aunque ya restaurados y recrecidos) en Peñalosa
(Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al., 1993).
mentadas en Peñalosa (fig. 19.17), con una envergadura de los
muros superior a los 2 m, y un recinto oval amurallado en el que
abren dos accesos opuestos, situados en las zonas noroeste y sur,
ya que son las zonas que permiten un acceso de menor dificultad.
En un segundo momento, se produjo una reestructuración de estos accesos, adosando nuevos tramos adaptados al trazado de la
estructura original y estrechando con ello las puertas de acceso.
Finalmente, se produjo el definitivo cierre de la puerta sur y un
reforzamiento general con adosamientos sucesivos de lienzos en
todo este flanco, dejando sólo el acceso desde el noroeste (Contreras et al., 1993). Procesos similares de refuerzo de los accesos han sido documentados en Caramoro I. La protección y la
limitación del acceso al interior del asentamiento fue una de las
grandes preocupaciones de sus constructores durante el periodo
en el que estuvo ocupado.
Por tanto, a pesar de las limitaciones impuestas por la ausencia de referencias estratigráficas procedentes de las intervenciones previas realizadas en el yacimiento, la reinterpretación del
mismo a partir de la lectura estratigráfica de sus estructuras, apoyada en una serie de dataciones absolutas, ha permitido caracterizar su desarrollo constructivo y planificación urbanística. El
rasgo más destacable, en este sentido, ha sido poder confirmar
una gran inversión laboral que fue efectuada en su inicial construcción, posterior fortificación y protección de su acceso, a pesar
de tratarse de un asentamiento de muy pequeño tamaño donde las
241
[page-n-257]
Figura 19.18. Representación
infográfica de Caramoro I vista
desde el sur. Diseño realizado
por José A. Vidal Campello,
Juan A. López Padilla y Francisco
Javier Jover Maestre.
actividades fundamentales estuvieron orientadas a la producción
agropecuaria. Por esta razón, más que calificarlo como torre vigía (Ramos, 1988) o fortín (González Prats y Ruiz, 1995), deberíamos considerarlo como un pequeño asentamiento de carácter
agropecuario fortificado o granja fortificada (fig. 19.18).
En este sentido, aunque la planificación interior, caracterizada por un edificio principal y otros adyacentes, no difiere de
otros núcleos argáricos un poco mayores también dedicados a
actividades agropecuarias, caso de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a) o la Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a), la arquitectura defensiva no tiene parangón, y no parece haber estado
presente en los núcleos citados.
Aunque el modelo de compleja articulación económica observado en la Vega Baja del Segura (López y Jover, 2014) es
precisamente el mismo que se ha propuesto para el valle del
Guadalentín (Delgado-Raack, 2008), la organización territorial
del Bajo Vinalopó guarda ciertas similitudes con el patrón de
asentamiento propuesto en los análisis más recientes para el valle del Rumblar (Cámara et al., 2007). En este territorio que, al
242
igual que el que aquí estudiamos, constituye otro de los confines
de El Argar, se ha sugerido la existencia de diferencias entre los
asentamientos en cuanto a su capacidad estratégica, así como la
presencia de enclaves de muy pequeño tamaño explicados como
fortines. Estos últimos se distribuyen desde los bordes de la depresión Linares-Bailén hasta el interior de la cuenca del Rumblar, habiéndose constatado también asentamientos de mayores
dimensiones, aunque dentro de una articulación territorial en la
que estarían controlados por los núcleos centrales de la Depresión y de la Loma de Úbeda, donde la jerarquización social se
muestra de forma más clara en los enterramientos (Zafra, 1991;
Zafra y Pérez, 1992; Lizcano et al., 2009).
Por tanto, la función que pudo cumplir Caramoro I, entre
el 2000 y el 1750 cal BC en los límites septentrionales de El
Argar debe ponerse en relación con su ubicación en una de las
vías principales de entrada y salida al espacio social argárico,
lo que explicaría su especial configuración y arquitectura, pudiendo ser descrito y explicado como un pequeño asentamiento campesino fortificado.
[page-n-258]
20
Sobre la racionalidad campesina en El Argar:
Caramoro I como ejemplo de unidad básica de producción
Francisco Javier Jover Maestre, María Pastor Quiles,
Ricardo E. Basso Rial, Sergio Martínez Monleón y Juan A. López Padilla
INTRODUCCIÓN
Uno de los grupos arqueológicos más importantes de la Edad
del Bronce en el Mediterráneo occidental es, sin duda, El Argar
(Lull, 1983; Lull et al., 2013; Kristiansen y Larsson, 2005; Aranda et al., 2015). Este reconocimiento se argumenta por la magnitud y el desarrollo urbanístico de algunos de sus asentamientos,
la destacada inversión efectuada en infraestructuras defensivas
e hidráulicas y, ya desde los inicios de la investigación, en la
calidad y variedad de los ajuares funerarios (Siret y Siret, 1890).
Ahora bien, a menudo olvidamos que la posibilidad de que se
pudieran gestar dichos logros, se debería, fundamentalmente, al
control de la capacidad productiva y económica de dicha sociedad por parte de un sector de la población. Un desarrollo social
políticamente dirigido que, como en el resto del ámbito del Mediterráneo, necesariamente estuvo sustentado en la agricultura y
ganadería como prácticas auspiciadoras.
En efecto, en el estado actual de la investigación, podemos
afirmar que el trabajo del campesinado fue la base que sustentó
el desarrollo social en las sociedades mediterráneas durante la
Prehistoria reciente. Por esta razón es conveniente colegir que
nuestro objeto de estudio son las comunidades campesinas y su
modo de vida (Vargas, 1985; 1990; Bate, 1998). En este sentido,
el modo de vida campesino es una forma particular y específica de producir que puede trascender a una formación social y
requiere ser analizada en relación con el grado de desarrollo
social históricamente determinado (Bate, 1998: 66). En esencia
se trataría de una particular forma de producción y de resolución
de las necesidades de un grupo humano a través, básicamente,
de mecanismos de producción de alimentos de base agrícola –en
el caso concreto de El Argar, principalmente de cereales (Lull,
1983; Buxó, 1997; Jover, 1999; Peña-Chocarro, 2000; Risch,
2002; Pérez, 2013)–. Para ello, el medio de trabajo esencial fue,
sin duda, la tierra (Marx y Hobsbawn, 1975). Dado que la tierra
susceptible de convertirse en medio de producción se encuen-
tra ampliamente repartida, los grupos humanos se organizaron
social y políticamente, en unidades o células de producción dispersas ligadas a la misma, pudiendo considerarlos como campesinado (Marx, [1867] 1972; Engels, 1884 (1986); Wolf, 1971;
Díaz-Polanco, 1977; Toledo, 1981; 1993, entre otros).
En relación con la producción y el consumo, cada unidad
productiva campesina mantendría una relación directa y específica con tres medios o espacios de interacción. En primer lugar, con el medio natural (Toledo, 1981: 130) –MN a partir de
ahora–, concebido como el ecosistema natural no transformado situado en las proximidades de los lugares de asentamiento
–bosques, estepas, ríos, afloramientos rocosos, etc.–; el medio
transformado –MT– integrado por campos de cultivo, pastizales, espacios de hábitat, minas, canteras, etc., y el medio o entorno social –MS–, refiriéndose a otras unidades humanas de producción próximas (Toledo, 1981: 130), con las que mantendrían
lazos productivos y reproductivos (fig. 20.1).
A través de la inversión de trabajo en el MN y MT, cada
unidad campesina obtendría una serie de materias primas –sin
transformar– o elaboraría productos que podrían ser empleados en su propio consumo o ser transferidos al medio social
a través de diversos mecanismos, básicamente relaciones socialmente establecidas –relaciones afectivas, reciprocidad, intercambio directo simétrico, intercambios diferidos, etc.–. De
igual modo, como proceso social instituido, llegarían a cada
unidad de producción campesina diversos productos que serían
requeridos para la sostenibilidad y reproducción del grupo. A
fin de cuentas, este intercambio económico surgiría con el fin
de satisfacer necesidades que no podrían ser cubiertas por la
interacción directa de cada grupo con su ecosistema (Toledo,
1981). De este modo, una parte de lo producido sería excluido
del autoconsumo de cada unidad para ser transferido al MS, y
una parte del consumo comenzaría a depender del intercambio
económico (Toledo, 1981: 141). La recurrencia de este proceso social produciría la escisión entre el valor de uso y el valor
243
[page-n-259]
Figura 20.1. Esquema teórico de las esferas o medios que integran el ecosistema de toda unidad de asentamiento (A) en su
espacio social.
de cambio (Marx, 1972). Para que las relaciones fuesen socialmente equitativas, sería necesario que la parte de la producción
transferida tuviese su contrapartida a través de la obtención de
bienes valorados socialmente que permitiesen cubrir las necesidades adquiridas, revirtiendo en el grupo que los generó. Pero,
dado que el valor de cambio presupone la existencia de mercancías, y, en última instancia de propiedad privada, cuestión
difícilmente comprobable en las sociedades en estudio, creemos
viable utilizar el concepto de valor de producción (Risch, 2002:
29). Se trata del valor que adquiere cualquier objeto a través de
su elaboración en relación con la fuerza de trabajo requerida,
el objeto de trabajo y los medios de trabajo disponibles. Puede ser determinado a partir de diversas variables que influyen
en el tiempo invertido y la energía necesaria en su producción.
Entre otras variables deben ser consideradas las propiedades de
la materia prima, la distancia e inversión efectuada en su transporte, el grado de intensidad en su trabajo o la eficacia de los
medios de trabajo. De este modo, la magnitud del valor social
de los productos se establece de la relación entre el valor de uso
y el valor de producción. Y la reducción del valor de producción
depende del aumento de la productividad de sus procesos de
manufactura y circulación (Risch, 2002: 30).
Bajo estas condiciones, el sistema productivo campesino se
caracterizaría básicamente por:
a. La agricultura depende, en esencia, de la energía muscular humana, complementada con la energía animal, así
como del empleo de materias de origen vegetal, mineral
y animal. En el cultivo de cereales son las estaciones del
año y el ciclo de reproducción de las plantas, las que condicionan las prácticas y los procesos laborales a realizar
de forma organizada (Díaz-Polanco, 1977). Se requiere
de inversiones intensivas de energía, pero en superficies
relativamente pequeñas, por lo que un grupo humano re244
ducido organizaría mejor su gestión que un grupo amplio
y numeroso (Guha y Gadgil, 1993: 73-75). Este es uno de
los motivos por los que la unidad básica de organización
en el modo de vida campesino de base cerealista es el
grupo doméstico basado en la consanguinidad, aunque
pueden existir otros lazos que faciliten la integración o
participación (Meillassoux, 1993). Cada grupo es el productor directo. Por tanto, todo lo que necesita para su
mantenimiento y reproducción lo consigue poniendo en
funcionamiento su propia fuerza de trabajo, sus instrumentos y medios de producción. No se trabaja para otro
grupo doméstico (Díaz-Polanco, 1977: 88), aunque la reciprocidad entre grupos domésticos es el mecanismo más
importante para sobreponerse ante adversidades.
b. Al igual que la tierra útil para ser explotada está de forma
natural diseminada, los grupos campesinos con sus instrumentos y medios de producción también lo están al vincularse directamente con ésta, además de por una cuestión
estructural –sostenibilidad y racionalidad económica–. La
tierra debe estar delimitada y/o parcelada, lo que no facilita
la concentración poblacional ni la introducción de mejoras
tecnológicas en la organización del trabajo. El nivel de las
fuerzas de trabajo con el que se desarrolla la actividad en
cada grupo doméstico es bajo, aunque suficiente dentro de
las condiciones en las que se produce.
c. La racionalidad de la economía campesina estaría regida por la necesidad de asegurar la plena reproducción de
todos los miembros que integran el grupo doméstico, intentando evitar el agotamiento de los recursos obtenidos
del MN y MT, así como la especialización de los espacios
naturales y de sus actividades productivas (Toledo, 1993:
209-210). Se adoptan así estrategias que maximicen la variedad de recursos para proveer las necesidades a lo largo
de todo el año a través de la gestión de espacios heterogéneos y el aprovechamiento de su diversidad biológica. Es
lo que V. Toledo y otros (1976: 33-39) definieron como
la estrategia multiuso, claramente orientada a la consecución de la autosubsistencia, que no la autarquía (Meillassoux, 1993: 60). Esta aptitud y orientación económica
no excluye la existencia de especialistas –que no de especialización laboral a tiempo completo– en determinados
procesos de trabajo o práctica de técnicas –metalurgia,
tejeduría o eboraria, por ejemplo–, ya que su ejecución no
supone el menoscabo de las actividades agrícolas.
d. Cada grupo destinaría buena parte de lo producido al consumo individual y social, previendo la reserva de otra parte
para la siguiente producción de cosechas o instrumentos.
Ahora bien, con independencia de ello, todo grupo doméstico puede con su trabajo, principalmente con el plustrabajo efectuado durante los periodos improductivos o de
menor actividad agrícola (Meillassoux, 1993), producir un
conjunto de bienes sobrantes que pueden ser transferidos
a la sociedad con el propósito de cubrir las necesidades
sociales adquiridas para su reproducción.
Esta última cuestión es capital ya que en cualquier análisis
histórico determinar la capacidad que tuvieron los productores directos –el campesinado– de disponer libremente o no de
su plustrabajo o de los bienes resultantes y sobrantes de su
trabajo para su transferencia a la sociedad es fundamental. Si
[page-n-260]
contaban con dicha capacidad estamos ante lo que denominamos como plusproductos, mientras que, si dicha capacidad le
ha sido enajenada por un grupo social dominante y esa parte
de la producción no revierte en forma alguna al grupo que lo
ha generado, entonces se trataría de excedentes (Bate, 1998;
Risch, 2002: 26). Esta diferencia es el rasgo esencial que permite considerar si estamos refiriéndonos a grupos campesinos de una formación social tribal (Vargas, 1990; Sarmiento,
1992), en el primer caso, o de distintas formaciones sociales
clasistas (Bate, 1984; 1998), con diferentes formas de extracción del excedente a los grupos campesinos, en el segundo.
Mientras en el primero no hay intención de enriquecerse, sino
cubrir las necesidades que no se pueden satisfacer con lo obtenido de su MN o MT, además de fortalecer la reciprocidad o
los vínculos afectivos, políticos y de reproducción biológica
con otras células productivas o comunidades (Meillassoux,
1993: 14); en las formaciones clasistas el objetivo de los
grupos dominantes es apropiarse, en primera instancia, del
plusproducto, pero también de la fuerza de trabajo o de los
medios de trabajo de los grupos campesinos, con el objetivo
de acumular bienes y asegurar su privilegiada posición social.
El excedente aparece cuando la apropiación del resultado material del trabajo es restringido socialmente, y del grado de
asimetría entre la producción social y el consumo individual
dependerá el nivel de explotación económica y desigualdad
social (Risch, 2002: 27).
Para afianzar el mantenimiento del proceso social de extracción del excedente a los grupos campesinos, sería necesario conseguir su dependencia económica del MS, es decir, que el consumo de los bienes básicos en la producción y reproducción en
el seno de cada unidad doméstica, obtenidos a través del MS se
fuese incrementando. Ésta se alcanzaría aumentando y desarrollando las condiciones materiales necesarias para la participación
en la vida social –mejores instrumentos, nuevos bienes de considerable valor social e identificación grupal, etc.–, además de
disuadiendo a los grupos campesinos de recurrir continuamente
al intercambio económico.
Así, determinar qué bienes fueron obtenidos directamente
por los grupos domésticos campesinos del MN y MT, y cuáles
lo fueron a través del intercambio en el MS, nos acercará a
concretar el grado de desarrollo económico, pero también de
dependencia del mismo. Utilizar este indicador como forma
de determinar el modo de vida y el grado de desarrollo social
de aquellos grupos, así como inferir la capacidad y formas de
extracción del excedente en cada sociedad concreta clasista y
momento histórico, se constituye en una vía de análisis poco
explorada hasta el momento en los estudios arqueológicos.
LA GEOGRAFÍA ARGÁRICA DEL EXTREMO
ORIENTAL DE LA FOSA INTRABÉTICA
El área donde se ubica el asentamiento de Caramoro I, como ya
hemos señalado en capítulos anteriores, se enmarca en el extremo más septentrional del sureste de la península ibérica, exactamente en las zonas de contacto entre los dominios Subbético
y Prebético meridional valenciano, en la actual área litoral del
sur de la provincia de Alicante (Matarredona et al., 2006). Se
encuentra delimitado al sur por el asomo de destacados vestigios del dominio interno en las sierras de Callosa y Orihuela,
aisladas en una gran fosa tectónica; y al este, por un conjunto
de sierras –Abanilla, Crevillente, Tabayá, etc.– de edad jurásica
que, en sentido suroeste-noreste, cerrarían dicho espacio.
Figura 20.2. Mapa del área
argárica donde se ubica
Caramoro I, en el que se
indican los recursos litológicos
y metalíferos existentes en la
zona.
245
[page-n-261]
Figura 20.3. Ubicación
de Caramoro I
en relación con
los principales
asentamientos argáricos
de la zona y de los
límites con el ámbito del
“Bronce Valenciano”.
El territorio delimitado por esta serie de elevaciones que delimitan la cuenca del Bajo Segura constituye la depresión septentrional de la fosa tectónica Intrabética, constituida por las vegas
de Orihuela, Dolores y, por proximidad a Caramoro I, la de Elche.
Esta gran área queda enmarcada principalmente, por materiales
neógenos y pliocuaternarios. Rebordes sobreelevados que contactan, de forma compleja, sobre el Cuaternario más reciente que
predomina en el amplio espacio hundido de la fosa propiamente
dicha. Aunque el régimen de precipitaciones es escaso –sobre los
300 mm anuales–, existen amplias extensiones de tierras de considerable potencia edáfica, llanas y de escasa pendiente, situadas a
ambos lados del curso del río Segura, pero también a lo largo del
curso del río Vinalopó y, en especial, al sur de la ciudad de Elche.
De hecho, los cultivos tradicionales de la zona han sido principalmente los cereales y en menor medida legumbres y hortalizas,
además de determinadas especies como el lino y el cáñamo, favorecidos por las amplias zonas encharcadas.
Con respecto a la distribución de los recursos litológicos
cabe indicar el contraste existente entre las zonas montañosas,
en especial, el arco montañoso de las sierras de Abanilla-Crevillente-Negra-Tabayá, y los depósitos aluviales y abanicos o
mantos de arroyada de su vertiente oriental. El resultado es un
paisaje ciertamente agreste, surcado por una enorme cantidad
de ramblas, que vienen a desaguar todas ellas a los ríos y a
la laguna del Hondo de Elche-Crevillente. Ello significa que,
aunque los recursos líticos se encuentran muy localizados en
las bandas y elevaciones montañosas, existen depósitos derivados de difícil cuantificación y cartografiado a lo largo de
los cursos de las numerosas ramblas que horadan el territorio.
A grandes rasgos se puede señalar que además de arcillas y
limos cuaternarios, se advierte el dominio de las rocas calizas
246
y areniscas, junto a cuarcitas, sílex, yesos y arcillas triásicas,
así como en asomos muy localizados del dominio Bético y
Subbético, justo a unos cuantos kilómetros al sur de Caramoro
I, también están presentes las calizas metamorfoseadas, pizarras, esquistos y rocas ígneas (fig. 20.2). Los únicos afloramientos de sulfuros de cobre y oro de toda la zona se localizan
en la sierra de Orihuela –la Mola, el Oriolet, etc.– aunque el
principal filón cúprico se encuentra al sureste de la sierra, ya
en Santomera (Murcia), en el denominado Cerro de la Mina,
coincidiendo con el asentamiento argárico homónimo (Simón,
1998: 217; Brandherm et al., 2014).
EL PATRÓN DE ASENTAMIENTO EN EL EXTREMO
SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR
Los diversos trabajos de investigación efectuados en el tramo bajo
de los ríos Segura y Vinalopó han venido a reafirmar la hipótesis
de que este territorio fue el área septentrional del espacio social
argárico (Jover y López, 1997; López y Jover, 2014). El patrón
de asentamiento que entre finales del III y la primera mitad del II
milenio cal. BC se configuró puede establecerse en cuatro niveles
(Martínez, 2014), algo que también parece advertirse en el área
nuclear de la sociedad argárica correspondiente a las cuencas de
los ríos Vera, Almanzora, Guadalentín y tramo medio del Segura
(Arteaga, 2000; Ayala, 1991; Lull et al., 2010).
Así, podemos diferenciar cuatro agrupaciones en función de
su tamaño (ver figs. 2.8 y 20.3):
Grupo 1) Los yacimientos con una extensión superficial
en torno a 2 ha –San Antón y Laderas del Castillo– debieron
constituir los asentamientos nucleares y de mayor rango desde
[page-n-262]
a
b
c
d
Figura 20.4. Vistas de distintos yacimientos de la zona en estudio. a. Laderas del Castillo; b. Tabayá; c. Cabezo Pardo; d. Caramoro I.
c. 2200/2150 cal. BC. De los yacimientos de mayor tamaño,
Laderas del Castillo (López Padilla et al., 2017; 2018) se ubica en la vertiente sureste de la sierra de Callosa de Segura,
justo en las laderas de las Camineras, San Bruno y San Juan,
además de las zonas llanas colindantes (fig. 20.4a). Aunque
fue excavado por J. Furgús y J. Colominas, documentando una
amplia variedad de tumbas con destacados elementos de ajuar
(Soriano, 1989), han sido las recientes excavaciones las que
han evidenciado estructuras domésticas. La excavación de una
superficie de unos 400 m2 ha permitido documentar grandes
muros de aterrazamiento sobre los que se edificaron diferentes
viviendas superpuestas entre el 2200 y 1600 cal. BC. Este registro ha hecho posible concretar cambios significativos en la
gestión de los espacios y en la materialidad. También han sido
documentadas 7 tumbas en fosa y urna, algunas con ajuares
cerámicos y objetos de marfil, correspondientes a los momentos centrales de ocupación.
Grupo 2) Asentamientos entre 0,5 y 1 ha, situados sobre las
principales vías de comunicación, tanto en las rutas con las sociedades colindantes, como de conexión con el área argárica y fundados preferentemente desde los momentos iniciales. Su vigencia
en algunos casos parece también truncarse hacia c. 1500 cal BC,
aunque en otros, como Tabayá, mantuvieron su ocupación hasta
momentos indeterminados del Bronce final (Jover et al., 2016).
En la actualidad se cuenta con la información procedente de
las actuaciones efectuadas en la Illeta dels Banyets (Soler Díaz,
2006), así como del Tabayá (Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019) (fig. 20.4b). Tabayá ocupa el espolón rocoso más
cercano al río Vinalopó de la sierra homónima, dominando su
paso. Su disposición en la ladera septentrional evidencia su clara
orientación visual hacia las tierras externas al espacio argárico.
Las excavaciones efectuadas por M. S. Hernández entre 1986 y
1991 en la terraza inferior permitieron documentar una amplia
secuencia ocupacional desde c. 2150 hasta el tránsito al I milenio
cal BC, con la superposición de edificios de tendencia rectangular
levantados con mampostería. En su interior se pudieron registrar
diversas áreas de actividad –un posible telar, concentraciones de
molinos, etc.– así como tumbas de tipo cista de mampostería,
urna y fosa con ajuares diversos (Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019).
Grupo 3) Los yacimientos del tercer nivel, con un área habitada
entre 0,1 y 0,3 ha, fueron fundados en torno a 2000/1950 cal. BC y
parecen perdurar hasta 1500 cal. BC. Por lo que respecta a este grupo de asentamientos, entre 2006 y 2012 fue desarrollado un programa de excavaciones arqueológicas sistemáticas en Cabezo Pardo
(López Padilla, 2014a) (fig. 20.4c). Este asentamiento se localiza
sobre un cerro redondeado aislado del Triásico Alpujárride, situado
al noroeste de la sierra de Callosa de Segura. Está rodeado por amplias extensiones de tierras llanas y amplios espacios endorreicos.
Las excavaciones emprendidas muestran un asentamiento argárico
muy transformado por una ocupación emiral posterior. Para la primera de las ocupaciones, se pudieron diferenciar 3 momentos de
247
[page-n-263]
ocupación desde 1950 hasta 1550 cal. BC. Para la fase más antigua
solamente se han podido documentar los restos de una vivienda de
tendencia oval, mientras que para los momentos centrales, se constata una importante remodelación con diversas estancias adosadas
de tendencia rectangular dispuestas a un lado de una calle, con un
edificio de mayores dimensiones al otro. Sobre los suelos de ocupación de las distintas estancias fueron recuperados ajuares domésticos: instrumentos de molienda, percutores, vasijas cerámicas, además de dos enterramientos sin ajuar correspondientes a la segunda
y tercera fase. A partir de 1550-1500 cal BC, como parecen indicar
las dataciones de Cabezo Pardo (Jover et al., 2014) y de un buen
números de núcleos argáricos, buena parte de los asentamientos
fueron abandonados, produciéndose movimientos poblacionales
de reorganización territorial (Lull et al., 2013).
Grupo 4) Por último, un amplio grupo de enclaves con
menos de 0,1 ha de extensión y, posiblemente, de menor duración, cuyo momento de fundación y periodo de ocupación
puede oscilar ostensiblemente de unos a otros. Entre otros
asentamientos, en este grupo se incluye Caramoro I (Jover et
al., 2018, Pastor et al., 2018), núcleo de muy pequeño tamaño, como ha sido descrito, localizado en un espolón rocoso
dispuesto en voladizo en la margen izquierda del río Vinalopó
(fig. 20.4d). Caracterizado por un sistema defensivo integrado por un antemural, un bastión y un muro de gran anchura
que cerraba un espacio habitable con al menos 5 estancias, su
fundación se remonta al 2000-1950 cal BC, mientras que su
abandono no se prolongó más allá del 1750 cal. BC.
SOBRE LA MATERIALIDAD EN EL EXTREMO
SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR: CARAMORO I
COMO CASO DE ESTUDIO
En el proceso de excavación arqueológica de Caramoro I, pero
también de los asentamientos argáricos citados han sido documentados una amplia y variada gama de recursos de muy diversa naturaleza. En la tabla adjunta (tabla 20.1) han sido agrupados en relación con la principal actividad desarrollada para su
obtención, al uso al que fueron destinados y el probable espacio
o medio de procedencia. Y, decimos probable, a modo de hipótesis, porque no se puede descartar que el medio de procedencia
–MN, MT o MS– fuese otro que el sugerido, en especial, en el
caso del MS. En momentos de carestía o catástrofe, sería habitual que la cooperación y reciprocidad entre grupos humanos
fuese esencial para la subsistencia.
Atendiendo a las condiciones materiales adquiridas, han sido
establecidos 5 grandes ámbitos: las evidencias relacionadas con la
construcción de los espacios de residencia, la alimentación, la vestimenta e indumentaria personal, los instrumentos de trabajo y las
evidencias materiales que se pueden vincular con el mundo ideológico, básicamente con las creencias o aspectos lúdico-festivos.
Las evidencias de la construcción de los espacios
de residencia
Con independencia del tamaño de los asentamientos excavados, se advierte una importante inversión laboral en la construcción de los espacios de residencia y actividad. En Caramoro
I, a pesar de su reducido tamaño, fue construido un gran muro
de cierre de más de 30 m, reforzado con un antemural y un bas248
tión en la zona de acceso a las distintas viviendas. En otros casos, como Tabayá o Cabezo Pardo, el hecho de que la superficie
excavada haya sido mucho más limitada impide determinar si
también fue así, aunque las viviendas guardan un patrón similar.
Por su parte, en Laderas del Castillo, la fuerte pendiente de la
ladera y el continuo riesgo de fuertes escorrentías de sedimentos
y bloques, obligó a la construcción de grandes plataformas de
aterrazamiento sobre las que edificar las viviendas.
Los materiales de construcción empleados se obtendrían
del entorno inmediato. En Caramoro I se han podido diferenciar tres tipos de rocas utilizadas como mampuestos: calizas
biclásticas arenosas, areniscas y conglomerados, todas ellas
existentes en el propio espolón rocoso, al igual que las margas arenosas de tonos amarillentos y verdosos de la base. Lo
mismo podemos señalar para Cabezo Pardo, donde los bloques
proceden de la misma cresta rocosa del cerro o, en el caso
de las arcillas, de la base (Martínez et al., 2014). En Laderas
del Castillo, fueron los mismos depósitos sedimentarios con
grandes bloques calizos, generados por el arrastre de los derrubios de los abanicos aluviales, los empleados, a pesar de la
inestabilidad y el riesgo que suponen para la implantación del
hábitat humano.
Por su parte, la tierra también fue muy importante en las labores constructivas, aplicada mediante diferentes técnicas, en especial el bajareque (Pastor, 2014; 2017) y el amasado de barro
en forma de bolas o bloques (Pastor et al., 2018). Los estudios
efectuados en este volumen (ver el capítulo 8) señalan que los
materiales térreos procederían del entorno natural circundante, a
lo que se sumarían sedimentos reutilizados, tanto de construcciones previas, como de estructuras de combustión. Los resultados
analíticos de restos constructivos relacionan su composición con
la geología del entorno natural en el que se emplaza, avalado
asimismo por la presencia de ejemplares de malacofauna local
integrados en el mortero de barro. De igual modo, han sido identificadas prácticas de reutilización de materiales en las actividades
constructivas, indicadas por la presencia de desechos antrópicos
en los morteros de barro –cerámica, fauna, cenizas.
De igual modo, los estudios antracológicos muestran la selección de especies existentes en el entorno de los asentamientos –pino carras
S E RV IC IO D E IN VESTI GACI ÓN PREHI STÓRI CA
D E L MU SE O D E PREHI STORI A DE VALENCI A
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 124
La vida en la frontera argárica
El asentamiento de Caramoro I (Elche, Alicante)
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón
y Juan Antonio López Padilla (eds.)
DIP UTA C IÓN DE VAL E NC IA
2020
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 124
La vida en la frontera argárica
El asentamiento de Caramoro I (Elche, Alicante)
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón
y Juan Antonio López Padilla (eds.)
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2020
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DIPUTACIÓN DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 124
La Serie de Trabajos Varios del SIP se intercambia con publicaciones dedicadas a la Prehistoria, Arqueología en general y ciencias o
disciplinas relacionadas (Antropología cultural o Etnología, Antropología física o Paleoantropología, Paleontología, Paleolingüística,
Epigrafía, Numismática, etc.), a fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del Museu de Prehistòria de València.
We exchange Trabajos Varios del SIP with publications concerning Prehistory, Archaeology in general, and related sciences (Cultural
Anthropology or Ethnology, Physical Anthropology or Human Palaeontology, Palaeolinguistics, Epigraphy, Numismatics, etc) in order to
increase the batch of the Library of the Prehistory Museum of Valencia.
INTERCAMBIOS
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Los Trabajos Varios del SIP y el resto de publicaciones del Museu de Prehistòria de València son de libre acceso en la URL permanente:
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Excepto para aquellas imágenes donde se indican reservas de derechos
ISBN: 978-84-7795-855-0
eISSN: 1989–540
Depósito legal: V-2739-2020
Diseño y maquetación: José A. Vidal Campello
Imprime: Blanch & Blanch comunicación
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El presente trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación
«Espacios sociales y espacios de frontera durante el Calcolítico y la Edad del Bronce
en el Levante de la península ibérica» (HAR2016-76586-P),
financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España.
[page-n-7]
[page-n-8]
Prólogo
El yacimiento de Caramoro I (Elx, Alacant) está situado en
la margen izquierda del río Vinalopó, en la comarca del Baix
Vinalopó o Camp d’Elx, sobre un espolón rocoso en el inicio
de la sierra de Borbano, en el extremo septentrional del paraje
conocido como Aigua Dolça i Salà. Debe su nombre al perfil o
silueta que ofrece y su identificación con el numeral I es para
diferenciarlo del poblado anexo del Bronce Final, Caramoro II.
Es conocido gracias a las prospecciones realizadas a inicios
de la década de 1980 por Rafael Ramos Fernández, anterior
director del Museo Arqueológico e Histórico de Elx, que lo excavó en 1981 y lo adscribió a la Fase II del Bronce Valenciano,
entre 1500 y 1150 a.n.e. Nuevas actuaciones se llevan a cabo
en 1989 y 1993 bajo la dirección de Alfredo González Prats
y Elisa Ruiz Segura, que sitúan el yacimiento en el contexto
de un intenso poblamiento argárico en el curso inferior del Vinalopó. Ello de acuerdo con su fortificación, integrada por un
importante bastión de forma arriñonada y un foso, además de
dos supuestas torres defensivas; y también por la cultura material y por la existencia de una inhumación infantil bajo el suelo
de una vivienda, junto a unas técnicas constructivas netamente
argáricas.
El paraje de Aigua Dolça i Salà cuenta con una importante
tradición investigadora desde finales del siglo XIX y principios
del XX, impulsada desde la década de 1950 por A. Ramos Folqués y R. Ramos Fernández, y por la labor desarrollada por
diversos grupos arqueológicos locales. La recopilación de todas
las intervenciones ha sido la base sobre la que se han sustentado
diversos proyectos de investigación sobre la Prehistoria reciente de la zona y de forma más precisa, en cuanto al yacimiento
que nos ocupa, sobre la formación y disolución de la Cultura
del Argar en su extremo nororiental.
De dichos proyectos se deduce que durante la Prehistoria
reciente se ocupan las zonas más próximas al cauce del río, en
su margen izquierda principalmente; que durante el Neolítico
el poblamiento se circunscribe a la vega cuaternaria del Camp
d’Elx; y que a mediados del III milenio a.C., durante la fase
Campaniforme, empiezan a aparecer los primeros enclaves en
estribaciones montañosas como El Tabaià y Castellar de la Morera. A partir del último cuarto del III milenio a.C., los nuevos asentamientos como Caramoro I surgirán únicamente en
el área comprendida entre sierra Negra, sierra del Búho y sierra de Borbano, y, a partir de mediados del II milenio a.C., las
evidencias de ocupación prácticamente desaparecerán y solo se
mantendrá el núcleo de El Tabaià. Esto hasta el siglo IX a.C.,
cuando el hábitat vuelve a concentrarse en la llanura aluvial y se
reocupan algunos núcleos previos como Tabaià y Castellar de la
Morera, o surjan otros en sus proximidades como Caramoro II.
En resumen, Caramoro I es uno de los pequeños asentamientos que, a partir de los inicios del II milenio a.C., se fundan
en la margen izquierda del Vinalopó. Asentamientos situados a
escasa distancia unos de otros, en pequeñas elevaciones escasamente destacadas sobre su entorno, en la periferia de las tierras
de mayor capacidad agrícola a diferencia de lo que sucedía durante las etapas previas. Todos son controlados desde El Tabaià,
que ejerce un importante control territorial sobre la frontera nororiental argárica, poblado nuclear del curso bajo del Vinalopó.
No obstante, pese a ser considerado uno de los hitos de la
Prehistoria del territorio de Elx tras la excavación de Ramos,
junto con el Promontori de l’Aigua Dolça i Salà, el yacimiento se ha ido alterando y destruyendo por la acción erosiva y
climatológica, y también por la acción antrópica. Lo cierto es
que después de la excavación de González Prats y Ruiz Segura,
VII
[page-n-9]
cuya planimetría data de 1993, el yacimiento cayó en el olvido,
encontrándose ya en ese momento en un lamentable estado de
conservación a causa de las visitas de clandestinos. De hecho,
Ramos ya advierte en 1990 del peligro en el que se encuentra el
yacimiento y la necesidad de adoptar medidas de conservación
y protección, y en 1991 señala la necesidad de colocar paneles
informativos en Caramoro I y en Promontori.
El estado de abandono y la destrucción de las estructuras
murarias obligó, en 2014, a considerar la necesidad de emprender una actuación que permitiese documentar la información
preservada. Así, desde la Universidad de Alicante, a través del
Instituto Universitario de Investigación en Arqueología y Patrimonio Histórico, INAPH, con la colaboración del Ayuntamiento de Elx a través del Museo Arqueológico e Histórico de Elx,
MAHE, se inicia un programa de actuaciones cuyos resultados
se dan a conocer en el presente volumen. Son trabajos de documentación de las estructuras conservadas y de la estratigrafía;
de profundizar en el conocimiento de la ocupación del asentamiento, su secuencia, aproximadamente entre el 2000 y el 1750
a.n.e., y el momento de su fundación; las sucesivas reformas y
remodelaciones que, en esencia, no cambiaron la estructura del
poblado, o el tiempo transcurrido entre la fundación y el abandono que no superó los 250 años.
El presente libro es fruto de una seria y profunda investigación, en la que se ha prestado atención a los avances de los
estudios sobre la Edad del Bronce, atendiendo igualmente a
cuestiones de conservación, protección y difusión del patrimonio arqueológico. Un trabajo exhaustivo en la documentación
abierto a nuevas líneas de investigación que nos revela a Caramoro como un importante yacimiento del Bronce. Trabajo desarrollado por un amplio equipo de profesionales especialistas
en diversas líneas de conocimiento científico, coordinados por
Francisco Javier Jover Maestre, Juan Antonio López Padilla y
Sergio Martínez Monleón.
La trayectoria investigadora de los autores que participan
en la publicación es diversa, pero mayoritariamente vinculada a la Universidad de Alicante y a las excavaciones impulsadas por el Departamento de Prehistoria y Arqueología en
numerosos poblados de la Edad del Bronce. De la mano de
Mauro Hernández, al menos en el caso de los más veteranos,
se gestaron numerosos proyectos de investigación, tesis doctorales y publicaciones sobre repertorios de cultura material
de numerosos yacimientos alicantinos, pero también del resto de comarcas valencianas. Guardo un grato recuerdo de
las estancias en Valencia de F.J. Jover y J.A. López Padilla,
cuando a principios de la década de 1990, ambos estaban
realizando sus tesis doctorales sobre la industria lítica y ósea
de la Edad del Bronce, y completaban sus inventarios con las
colecciones del Museu de Prehistòria de València. Su evolución en lo profesional, y también en lo personal, ha servido
de estímulo a las recientes generaciones de investigadoras e
investigadores, como prueba el amplio elenco de participantes en esta publicación. Una evolución que arranca en aquellas memorables campañas de Cabezo Redondo, El Cuchillo
y El Tabaià, que tuvieron continuidad en sus posteriores estudios vinculados a la Edad del Bronce con los proyectos
de Barranco Tuerto y Terlinques, en relación con las comunidades agropecuarias del Vinalopó; en sus trabajos sobre
la cerámica o la producción textil en San Antón y Laderas
del Castillo de Callosa, y sus proyectos en Cabezo Pardo y
en Laderas del Castillo, a vueltas con la caracterización del
VIII
territorio argárico alicantino; o sobre las prácticas funerarias, la periodización del Bronce, etc. Dinámica de trabajo
a la que se suma en los últimos años S. Martínez Monleón
con sus aportaciones sobre el patrón de asentamiento en el
territorio de frontera, en relación con la Vega Baja del Segura y el Vinalopó, y confluyendo los tres en Caramoro con un
excelente y nutrido grupo de profesionales que han llevado a
buen puerto este proyecto iniciado en 2015.
El libro, a través de 21 capítulos, recorre la historia de
Caramoro I incluyendo en los dos primeros la recuperación
de la información producida, los aspectos relacionados con
su espacio social y entorno; las excavaciones, la interpretación de su ocupación y sus materiales; las prácticas funerarias y consideraciones sobre su carácter y funcionalidad con
aportaciones al estudio del proceso histórico de las comunidades de las que formó parte, destacando el hecho de que su
ubicación lo sitúa en un espacio de frontera. En el capítulo 3,
su ubicación y características geológicas, geomorfológicas
y litológicas; y en el 4, el área de captación del yacimiento,
los aspectos relacionados con su campo visual y los recursos
potencialmente explotables. El capítulo 5 supone una interesante aportación sobre lo que supuso su excavación en la
década de 1980 por R. Ramos. En el siguiente capítulo, el
6, se abordan los trabajos de excavación, la historia de la
ocupación de Caramoro I, la estratigrafía y restos constructivos, la cronología absoluta, etc. A continuación se presentan estudios específicos sobre la arquitectura, técnicas constructivas como el amasado en forma de bolas y materiales
empleados en la construcción del asentamiento. Sobre las
prácticas funerarias y los habitantes de Caramoro I a partir
de las evidencias existentes, con el individuo infantil hallado
en 1989 cuyo cráneo presenta una fractura en scalp, datado
en el momento fundacional del asentamiento. Los aspectos
relacionados con el consumo paleoetnobotánico y la paleoecología del momento, con la identificación antracológica de
especies como pino, pistacia y olea, además de leguminosas
y cereales entre el material carpológico. La gestión y consumo del bestiar de Caramoro, con una muestra suficiente
de restos entre los que se identifican bóvidos, perro, cabra
y oveja, cerdo y caballo, como animales domésticos en una
proporción de 67,68%, y ciervo, conejo, jabalí, lince y zorro
entre la fauna salvaje con un 32,32 %. El recorrido sigue con
la presentación de los bienes muebles e instrumentales de
los habitantes de Caramoro I: los instrumentos líticos, entre
los cuales dientes de hoz e instrumentos de molienda, percutores, alisadores; el repertorio cerámico, que representa el
conjunto má abundante, con ollas, cuencos, cazuelas y escudillas como formas más representadas, vasijas carenadas,
grandes ollas, copas, fuentes y grandes contenedores, todo
ello de clara tipología argárica. El instrumental metálico en
el que destaca una punta de Palmela, punzones y bolas lingote de cobre. Los artefactos óseos con punzones, alfileres,
punta de flecha, cinceles, escoplos, espatulas y alisadores,
cuenta de collar; los artefactos de marfil ente los que señalar
un botón prismático y brazaletes. El estudio malacológico
con la presencia de bivalvos entre los cuales glicimeridos,
cerastoderma o cardium y una ostrea, gasterópodos y equinodermos, y ornamentos diversos. La producción textil, con
las pesas de telar rectangulares con cuatro perforaciones, una
pieza bicónica de arcilla sin perforación que pudiera ser una
fusayola incompleta y diversos objetos de barro.
[page-n-10]
Hasta llegar a los capítulos finales, dedicados a sintetizar y
valorar el interés patrimonial de este asentamiento, la necesidad
de impedir su destrucción a través de su socialización; sobre Caramoro I interpretado como un fortín en los límites fronterizos
septentrionales del espacio social argárico; sobre la racionalidad
campesina en el Argar y Caramoro I como ejemplo de unidad
básica de producción. Finalmente, en el capítulo 21, se plantea
una propuesta de carácter patrimonial que permita revalorizar el
asentamiento mediante un proyecto de conservación, destacando el interés turístico cultural de Elx, y la necesidad de aplicar
una buena política de comunicación dirigida a la sociedad ilicitana. La propuesta parte de la Declaración del yacimiento de
Caramoro I como Bien de Interés Cultural, la consolidación y
protección de las estructuras, la creación de un espacio de ocio
y aparcamiento para las visitas, y un discurso expositivo con un
diseño del recorrido. Un proyecto en el cual deberían implicarse distintas administraciones como la Universidad de Alicante
a través del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología y Patrimonio Histórico, INAPH, el Ayuntamiento de Elx
a través del Museo Arqueológico e Histórico de Elx, MAHE,
y la Diputación de Alicante a través del Museo Arqueológico
de Alicante, MARQ. En resumen, el trabajo que se presenta
pretende contribuir a cubrir las carencias de información sobre
asentamientos de reducidas dimensiones, a la vez que evaluar
hipótesis planteadas, contribuyendo al conjunto de estudios sobre la sociedad argárica en lo que se refiere a la organización
socioeconómica y política de las comunidades que habitaron las
comarcas meridionales de las actuales tierras valencianas. Caramoro es un asentamiento singular, no solo por sus construcciones de carácter defensivo que deberían ser consideradas Bien de
Interés Cultural, sino por su ubicación en los límites territoriales
septentrionales de la cultura argárica y su aportación a la Historia de las comunidades que nos precedieron. Es de esperar que
el trabajo realizado sirva de estímulo para que Caramoro I no
vuelva a caer en el olvido y que se inicien nuevas acciones, esta
vez encaminadas a preservar un legado arquitectónico y arqueológico de gran valor patrimonial.
María Jesús de Pedro Michó
Museu de Prehistòria de València
IX
[page-n-11]
[page-n-12]
Índice
PRÓLOGO
1 LA RECUPERACIÓN DE LA INFORMACIÓN PRODUCIDA: UNA TAREA
33
DOS HITOS DE LA PREHISTORIA DEL TERRITORIO DE ELCHE
EXCAVADOS POR RAFAEL RAMOS FERNÁNDEZ
A. M. Álvarez Fortes
6 LOS TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS EN CARAMORO I: APUNTES
25
S. Martínez Monleón
5 A PROPÓSITO DE CARAMORO I Y PROMONTORI:
17
S. Martínez Monleón y F. J. Jover Maestre
4 CARAMORO I: TERRITORIO DE CAPTACIÓN Y VISIBILIDAD
5
DE FRONTERA
F. J. Jover Maestre, S. Martínez Monleón y J. A. López Padilla
3 EL YACIMIENTO ARGÁRICO DE CARAMORO I
1
NECESARIA PARA EL ASENTAMIENTO ARGÁRICO DE CARAMORO I
F. J. Jover Maestre, S. Martínez Monleón y J. A. López Padilla
2 CARAMORO I Y SU ESPACIO SOCIAL EN UN TERRITORIO
VII
45
PARA LA CONCRECIÓN DE SU FORMACIÓN Y EXCAVACIÓN
S. Martínez Monleón y F. J. Jover Maestre
XI
[page-n-13]
7 HISTORIA DE LA OCUPACIÓN DE CARAMORO I:
CONSTRUCCIÓN, REMODELACIONES, USO Y ABANDONO
F. J. Jover Maestre, S. Martínez Monleón, M. Pastor Quiles, R. E. Basso Rial
y J. A. López Padilla
8 LA ARQUITECTURA DE CARAMORO I: MATERIALES Y TÉCNICAS
XII
213
CONSIDERACIONES SOBRE SU USO Y CONSUMO
EN LA SOCIEDAD ARGÁRICA
A. Luján Navas y F. J. Jover Maestre
18 LA PRODUCCIÓN TEXTIL EN EL ASENTAMIENTO ARGÁRICO
199
J. A. López Padilla
17 ESTUDIO MALACOLÓGICO DE CARAMORO I: ALGUNAS
187
J. A. López Padilla
16 LOS ARTEFACTOS DE MARFIL DE CARAMORO I
183
S. Martínez Monleón y F. J. Jover Maestre
15 LOS ARTEFACTOS ÓSEOS DE CARAMORO I
157
SU CARACTERIZACIÓN FORMAL Y TECNOLÓGICA
S. Martínez Monleón y F. J. Jover Maestre
14 EL INSTRUMENTAL METÁLICO DE CARAMORO I
141
DE CARAMORO I
F. J. Jover Maestre y S. Martínez Monleón
13 EL REPERTORIO CERÁMICO DE CARAMORO I: APUNTES PARA
103
DE UNA PEQUEÑA CABAÑA GANADERA
L. Andúgar Martínez
12 LOS INSTRUMENTOS LÍTICOS EN LA VIDA COTIDIANA
97
ANTRACOLÓGICOS Y CARPOLÓGICOS PARA UNA REPRESENTACIÓN
PALEOAMBIENTAL Y PALEOETNOLOGÍA
M. Ruíz Alonso
11 EL BESTIAR DE CARAMORO I: GESTIÓN Y CONSUMO
87
DE CARAMORO I: APUNTES SOBRE NORMAS Y COSTUMBRES
F. J. Jover Maestre, S. Martínez Monleón, P. de Miguel Ibáñez, M. Pastor Quiles
R. E. Basso Rial, J. A. López Padilla y P. Torregrosa Giménez
10 EL CONSUMO BOTÁNICO EN CARAMORO I: APUNTES
75
M. Pastor Quiles
9 PRÁCTICAS FUNERARIAS EN EL ASENTAMIENTO ARGÁRICO
61
DE CARAMORO I: INSTRUMENTOS DE TRABAJO
Y ÁREAS DE ACTIVIDAD
R. E. Basso Rial
221
[page-n-14]
19 CARAMORO I: ¿UN FORTÍN EN LOS LÍMITES FRONTERIZOS
SEPTENTRIONALES DEL ESPACIO SOCIAL ARGÁRICO?
S. Martínez Monleón, F. J. Jover Maestre, J. A. López Padilla, M. Pastor Quiles
y R. E. Basso Rial
20 SOBRE LA RACIONALIDAD CAMPESINA EN EL ARGAR:
243
CARAMORO I COMO EJEMPLO DE UNIDAD BÁSICA DE PRODUCCIÓN
F. J. Jover Maestre, M. Pastor Quiles, R. E. Basso Rial, S. Martínez Monleón
y J. A. López Padilla
21 CARAMORO I: UN PATRIMONIO PREHISTÓRICO, ARQUITECTÓNICO
231
257
Y CULTURAL A SOCIALIZAR
R. Chacopino Pianelo y F. J. Jover Maestre
BIBLIOGRAFÍA
263
AUTORES
283
XIII
[page-n-15]
[page-n-16]
1
La recuperación de la información producida:
una tarea necesaria para el asentamiento argárico de Caramoro I
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón
y Juan Antonio López Padilla
Gracias a la labor desarrollada, entre otros investigadores, por
Domingo Fletcher Valls (1953), Enrique Pla Ballester (1958;
1959) y Miquel Tarradell Mateu (1947; 1950; 1963a; 1963b,
1965; 1969), quedó roto para siempre el paradigma que había
hecho sinónimos los términos “Argar” y “Edad del Bronce”
para la península ibérica. Hasta ese momento, a la “Cultura de
El Argar” –reconocida y caracterizada inicialmente a finales
del siglo XIX por los hermanos Henri y Louis Siret (1890)– se
la suponía proyectada desde su foco almeriense a todo el resto
de la península, a pesar de la propuesta de sus investigadores.
Las tesis de Tarradell, en cambio, defendían justificadamente
la existencia de otras áreas culturales singulares y plenamente
contemporáneas a la cultura argárica, la cual debía quedar restringida territorialmente al ámbito del Sureste sensu stricto: las
actuales provincias de Murcia y Almería, en donde se situaban
la mayoría de los yacimientos explorados por los Siret. En los
aledaños de esta área nuclear argárica –zona oriental de Granada o el sur de Alicante– también se constataba la existencia
de asentamientos con rasgos inequívocamente argáricos cuya
presencia, sin embargo, decaía claramente a partir de un determinado punto geográfico.
Sin embargo, desde los fundamentos culturalistas con los
que se abordó entonces esta cuestión, resultaba imposible concretar en el espacio una delimitación precisa entre El Argar y el
resto de las áreas culturales identificadas. Desde aquel momento, y durante un largo periodo, las tierras del sur de Alicante –en
esencia, las cuencas del Bajo Segura y del Vinalopó– quedaron
ligadas al debate que trataba de esclarecer dónde debía fijarse
la delimitación septentrional del espacio argárico y su frontera
con la reconocida por aquellos años, área cultural del “Bronce
Valenciano” (Tarradell, 1963, 1965; Hernández, 1986; Jover,
1999; Jover y López, 1997; 1999; 2009a).
A pesar del tiempo transcurrido, buena parte de las características observadas por los Siret (1890) en sus excavaciones
son aún hoy indicadores válidos para el reconocimiento del gru-
po argárico en el registro arqueológico: asentamientos de muy
diversos tamaños, pero algunos superiores a las 4 ha, entre los
que destacan La Bastida de Totana (Lull et al., 2015a) y, en
especial, Lorca (Martínez Rodríguez, 2019), ubicados preferentemente en cerros y promontorios elevados; prácticas funerarias
normalizadas, caracterizadas por la inhumación individual, o a
lo sumo doble o triple, con ajuares recurrentes y con sepulturas
preservadas en el subsuelo de las casas; y un abundante, variado
y singular repertorio artefactual, especialmente característico en
lo que se refiere a las producciones cerámicas y los objetos metálicos (Aranda et al., 2015).
En la actualidad, El Argar sigue siendo el grupo arqueológico de la Edad del Bronce mejor conocido de la península
ibérica, con un desarrollo temporal entre el 2200 y el 1550 cal
BC. También se puede afirmar que fue una de las sociedades
con mayor capacidad productiva y desarrollo social de la Edad
del Bronce de Europa occidental. En este sentido, conviene recordar que la sociedad argárica se distribuyó por un área de al
menos 33.000 km2 en el sureste de la península ibérica (Lull et
al., 2009), espacio geográfico más o menos delimitado a partir
de la constatación de una serie de prácticas sociales singulares
y recurrentes que se desarrollaron dialécticamente a lo largo de
su proceso histórico. La complejidad de los patrones de asentamiento, la normalización y uniformidad material e ideológica,
la escala de determinadas actividades económicas con la concentración y control de los procesos de producción subsistencial por parte de un segmento de la población (Risch, 2002); las
marcadas diferencias observadas en el registro funerario, tanto
en la composición de los ajuares a lo largo del tiempo, como en
el registro diferencial de patologías óseas entre los individuos
inhumados, o el hecho de que los grupos dominantes disfrutasen de un acceso a ciertos bienes de relevancia social, a los que
tenían derecho desde la infancia (Lull et al., 2004), y que, en
parte, se amortizaban al depositarse en los ajuares funerarios de
1
[page-n-17]
sus sepulturas, han llevado a que diversos investigadores planteasen la hipótesis de que la sociedad argárica podría haber tenido una estructura política de tipo estatal (Lull y Estévez, 1986;
Schubart y Arteaga, 1986; Lull y Risch, 1995; Jover, 1999; Arteaga, 2001; Cámara, 2001; Aranda y Molina, 2006; Lull et al.,
2009; 2010a; 2010b; 2013; Cámara y Molina, 2011).
De igual modo, según las últimas hipótesis, desde un área
nuclear ubicada a lo largo de la fosa intrabética, con preferencia en la depresión de Vera (Almería), el valle del Guadalentín
(Murcia) y las tierras de la Vega Baja del Segura (Jover et al.,
2019), la sociedad argárica habría ido expandiéndose territorialmente hasta alcanzar, en el tránsito del III al II milenio cal BC,
las actuales provincias de Jaén, Granada, Almería y Murcia, en
donde asentamientos como Laderas del Castillo, y especialmente el enclave oriolano de San Antón, habrían desempeñado el
papel de centros políticos en lo que cabría definir como “los
confines orientales de El Argar” (Jover y López, 1997; López
Padilla, 2009a; López et al., 2017).
En cualquier caso, las excavaciones y estudios emprendidos en el ámbito argárico hasta la fecha y publicados de forma
amplia no son todo lo numerosos que cabría esperar, a tenor del
conjunto de hipótesis y propuestas teóricas deducibles explicitadas en relación con los aspectos de organización sociopolítica
atribuidos a El Argar. Los trabajos efectuados en asentamientos
como Gatas (Castro et al., 1999), Fuente Álamo (Schubart et
al., 2004), Peñalosa (Contreras, 2000), junto a otros como el
Rincón de Almendricos (Ayala, 1991), Castellón Alto (Molina
y Cámara, 2011) o Barranco de la Viuda (Medina y Sánchez,
2016), a falta de la detenida publicación de otros núcleos de
reciente excavación como Lorca (Martínez Rodríguez, 2019),
La Bastida, La Tira del Lienzo y La Almoloya (Lull et al., 2014;
2015a; 2015b; 2015c; 2016), constituyen las principales bases
empíricas con las que abordar el análisis de la sociedad argárica.
Y, lo mismo podemos afirmar si nos centramos en el ámbito
donde se ubica el asentamiento aquí presentado.
En este sentido, hasta hace unos años el territorio de los
tramos finales de los ríos Vinalopó y Segura adolecía aún de
una falta total de información referente a determinados aspectos claves del registro arqueológico, como el modelo de articulación del poblamiento y de la organización del espacio, así
como la extensión y características de los yacimientos conocidos, a los que se sumaba también la ausencia de un marco
cronológico fundamental en dataciones radiocarbónicas referenciadas estratigráficamente. Esta ausencia de datos básicos
sobre las características de los asentamientos de la zona había
provocado que todo este amplio territorio, articulado básicamente en torno a la antigua albufera de Elche y la desembocadura de los ríos Segura y Vinalopó, hubiera quedado relegado
en las interpretaciones sociales y territoriales de la cultura de
El Argar, teniéndose sólo en cuenta para fijar con claridad sus
límites septentrionales.
La mayor parte de los datos referentes al grupo argárico en
el Bajo Segura y Bajo Vinalopó procedían de los materiales arqueológicos exhumados por J. Furgús y J. Colominas a inicios
del siglo XX en San Antón (Orihuela, Alicante) y Laderas del
Castillo (Callosa de Segura, Alicante) (Colominas, 1931; 1936;
Furgús, 1937), a pesar de las intervenciones realizadas en algunos enclaves como Tabayá (Aspe, Alicante) (Hernández, 2009;
Hernández et al., 2019), Caramoro I (Elche, Alicante) (Ramos
2
Fernández, 1988; González y Ruiz, 1995) o Pic de les Moreres
(Crevillente, Alicante) (González, 1986) durante la década de
los ochenta y noventa del pasado siglo.
La situación ha ido mejorando en los últimos años debido a
la labor desarrollada desde el Museo Arqueológico Provincial de
Alicante –MARQ– en asentamientos como la Illeta dels Banyets
(El Campello, Alicante) (Soler Díaz, 2006), Cabezo Pardo (San
Isidro/Granja de Rocamora, Alicante) (López Padilla, 2014a)
o, más recientemente, Laderas del Castillo (Callosa de Segura,
Alicante), en el cual se vienen desarrollando excavaciones sistemáticas desde 2013 bajo la dirección de J. A. López Padilla y F.
J. Jover Maestre, a lo que se une la revisión de los materiales arqueológicos de la Colección Furgús (Hernández et al., 2009). Al
mismo tiempo, se ha tratado de contribuir a toda esa ingente labor
de investigación con el desarrollo de un conjunto de prospecciones que se han realizado en los cursos bajos de los ríos Vinalopó y
Segura, con el objetivo de establecer las primeras hipótesis sobre
la ocupación y explotación del territorio entre el III y II milenio
cal BC a partir del análisis espacial (López Padilla, 2009a; López
et al., 2014; Martínez Monleón, 2014a; 2014b).
Por lo tanto, puede considerarse que la investigación en las
tierras del sur de Alicante han dado un salto cualitativo de cierta
importancia: se han revisado todos los materiales procedentes
de las excavaciones antiguas, se dispone de valiosa información a nivel territorial y sobre el número y características de los
yacimientos, consiguiendo establecer los límites territoriales de
diversas prácticas sociales.
Pero a pesar de estos considerables esfuerzos, aún queda mucho camino por recorrer, siendo necesario insistir en la necesidad
de mejorar las bases estratigráficas y temporales del proceso histórico en estudio, a partir de la determinación de eventos significativos que puedan indicar cambios en el proceso histórico de
las comunidades argáricas en su límite septentrional. Queremos
insistir en la idea de que sólo concatenando y articulando las diferentes unidades de observación y análisis utilizadas, a partir de la
información estratigráfica y secuencial aportada por diversos yacimientos, debidamente excavados y datados, podremos avanzar
en la investigación. Avance que, sin embargo, únicamente podrá
concretarse en el marco de estrategias de investigación cooperativas entre investigadores que permitan compartir y conjugar la
información generada (Jover y López, 2011: 220).
Por este motivo, en los proyectos que desde hace años fueron emprendidos en relación con el estudio de la sociedad argárica en las tierras del sur de la actual provincia de Alicante, uno
de los objetivos prioritarios fue el de aminorar las deficiencias
señaladas y acrecentar las bases estratigráficas y secuenciales.
Así, lo que comenzó como la posibilidad de abordar el estudio
del conjunto material registrado durante las excavaciones desarrolladas en los años ochenta y noventa del siglo XX en el yacimiento argárico de Caramoro I, se ha convertido en un proyecto
algo más ambicioso que se plasma en esta monografía. Además
del estudio de los materiales, también ha sido abordado, desde
un punto de vista crítico, el análisis de las excavaciones efectuadas en las décadas de 1980 y 1990 de la mano de varios investigadores. Y durante 2015 y 2016 fueron acometidos diversos
trabajos de limpieza, documentación e incluso de excavación
parcial en algunos puntos, lo que ha permitido profundizar de
un modo global en la historia deposicional y ocupacional del
asentamiento de Caramoro I.
[page-n-18]
El interés de llevar a cabo esta ingente labor, a veces poco
agradecida por las dificultades de aunar datos obtenidos por
diversos investigadores bajo diversos objetivos y perspectivas, además de otros limitantes económicos o administrativos, reside en el hecho de ser el único asentamiento argárico
de pequeñas dimensiones ampliamente excavado en todo este
amplio territorio.
La posibilidad de relectura de un yacimiento arqueológico
excavado por otros investigadores, en este caso Caramoro I (Ramos, 1988; González Prats y Ruiz, 1995), entendido como documento histórico singular, dirige, además, nuestra atención, hacia
un objetivo más general como es el profundizar en el estudio
de los procesos de intensificación productiva y jerarquización
social, enmarcado dentro de uno de los problemas cruciales en
el desarrollo de las sociedades humanas como es el surgimiento
y desarrollo de las primeras sociedades clasistas. Por esta razón,
si consideramos que el Argar es una sociedad de tipo clasista
inicial bajo los parámetros propuestos desde la Arqueología Social Iberoamericana (Bate, 1998), debe de ser perceptible en el
registro arqueológico la existencia de indicadores que permitan
validar esta correspondencia. Desde este planteamiento, se trata
de formular una hipótesis que, en principio, debe contar con
una base justificativa apoyada en el conjunto de conocimientos
acumulados durante varias décadas de investigación, así como
en las teorías que constituyen el núcleo de la posición teórica
asumida. Con todo ello se pretende, desde una posición falibilista contribuir a describir, interpretar y a explicar, el patrón de
ocupación y explotación del territorio por parte de las comunidades argáricas que ocuparon el solar del Bajo Vinalopó y Bajo
Segura y a proponer qué papel cumplieron asentamientos como
Caramoro I en este espacio social.
En este sentido, consideramos que lo que permitiría plantear o validar que El Argar pudiera ser una sociedad clasista
inicial sería el desarrollo por parte de los grupos dominantes
de una política de control y dominio sobre la fuerza de trabajo
humana y una parte de los resultados de su actividad, orientada
a la producción de bienes y a la explotación de recursos, y materializada en el desarrollo de una política de dirección sobre
distribución en el espacio geográfico. Por lo tanto, deberían
existir uno o varios asentamientos donde residirían los grupos dominantes, en este caso San Antón y Laderas del Castillo (López Padilla, 2009a; Martínez Monleón, 2014a; 2014b),
controlando políticamente la producción y distribución de determinados bienes pero, especialmente, controlando la fuerza
de trabajo y de reproducción, siendo el excedente extraído y
dirigido, en parte, hacia estos enclaves. Además podrían existir determinadas unidades de asentamiento de tipo campesino,
que además, podrían ejercer un cierto control del territorio político y/o de la circulación de determinados productos, como
podría haber sido el caso de Caramoro I. Por lo tanto, diferentes tipos de asentamientos de diverso orden y características
en cuanto a tamaño, emplazamiento, entorno físico y registro
material, que serían la evidencia más explícita de la planificación y organización política del espacio social.
El trabajo que aquí presentamos, pretende, por tanto, contribuir a cubrir las carencias de información existente en la investigación sobre los asentamientos de reducidas dimensiones,
a la vez que evaluar las hipótesis planteadas, constituyendo una
aportación más al conjunto de estudios sobre la sociedad argári-
ca, sobre todo en lo que se refiere a la organización socio-económica y política de las comunidades que habitaron las comarcas
meridionales de las actuales tierras valencianas.
Con todo, no sería justo no reconocer el trabajo realizado
anteriormente por sus anteriores excavadores, tanto por Rafael
Ramos Fernández, como por Alfredo González Prats y Elisa
Ruíz Segura, que centraron sus esfuerzos en la intervención en
este yacimiento, porque sin su labor de documentación hubiera
sido imposible la realización del mismo. Con su trabajo sentaron las bases del conocimiento que constituye la base material
sobre la que se articula este trabajo y que por diversas razones
y motivaciones no llegaron a publicar de manera detallada en
su momento. Por lo tanto, el trabajo de investigación aquí presentado, centrado en la realización del inventario, catalogación,
dibujo, digitalización, estudio y análisis de la cultura material y
de las estructuras murarias generada durante estas intervenciones es lo que nos permite hoy en día abordar la interpretación de
este yacimiento desde otros planteamientos teóricos, hipótesis y
perspectivas de análisis en relación con el proceso histórico de
la sociedad argárica.
En definitiva, aunque han sido varios los trabajos publicados
sobre Caramoro I, en los que se han dado cuenta, tanto de los
procesos de excavación, como información e interpretaciones
sobre algunos de sus hallazgos más relevantes, creemos que
sigue siendo un gran desconocido a nivel científico y social,
y con este trabajo pretendemos ayudar y contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a revitalizar una pequeña parte de nuestra historia y de nuestro patrimonio. Junto al interés
científico, le otorgamos igual importancia a la posibilidad de
difundir y divulgar a partir de este proyecto de investigación,
este yacimiento olvidado de la arqueología ilicitana y, por lo
tanto, del patrimonio histórico y cultural de todos los valencianos y valencianas, al tratarse de un asentamiento singular, no
solo por sus construcciones de carácter defensivo, que deberían
ser consideradas como Bien de Interés Cultural antes de que
desaparezcan, sino por su ubicación en los límites territoriales
septentrionales de la cultura argárica y su aportación a la Historia de las comunidades que nos precedieron.
Así, desde que fue excavado por última vez en junio de
1993, el yacimiento se fue alterando y destruyendo por la acción, tanto de los procesos erosivos y climatológicos, como
de las diferentes visitas antrópicas, que lo han sometido a un
continuado deterioro y expolio. En estos momentos, el estado
de abandono y destrucción de las estructuras murarias que
fueron exhumadas en los procesos de excavación es considerable, y han seguido incrementándose en los años posteriores
a los últimos trabajos de documentación efectuados en 2016.
Instamos desde estas páginas a que las autoridades públicas
competentes asuman, de una vez por todas, su conservación
y socialización.
Con respecto a la estructura del presente trabajo, su desarrollo está integrado por diversos capítulos, con el objeto de
facilitar su lectura. En total son 21 los capítulos, sin incluir las
referencias bibliográficas de la totalidad del texto, en los que se
divide la obra. Se incluyen desde aspectos relacionados con su
espacio social o su entorno, a las diversas excavaciones efectuadas, la interpretación de su ocupación, sus materiales tanto
inmuebles como muebles; a las prácticas funerarias y diversas
consideraciones sobre su carácter y funcionalidad; aportaciones
3
[page-n-19]
al estudio del proceso histórico de las comunidades de las que
formó parte, acabando con la necesidad de socialización de las
estructuras conservadas. De forma específica, después de esta
introducción donde se exponen nuestros planteamientos de partida, la problemática donde se inserta Caramoro I y los objetivos
que se pretenden cumplir, en el capítulo 2 se contextualiza este
yacimiento con su espacio social, destacando el hecho de que
su ubicación lo sitúa en un espacio de frontera. En el siguiente capítulo, el 3, se presenta su ubicación y las características
geológicas, geomorfológicas y litológicas del entorno en el que
se ubica el yacimiento. En el cuarto capítulo, se pasa a exponer, desde un punto de vista teórico, el área de captación del
yacimiento, aspectos relacionados con su campo visual y los
recursos potencialmente explotables.
En el siguiente capítulo, el quinto, Anna María Álvarez Fortes presenta datos de enorme interés en relación con las excavaciones de yacimientos prehistóricos emprendidas en la década
de 1980 por Rafael Ramos Fernández, con la intención de destacar la relevancia que algunas de sus investigaciones tuvieron
en aquellos años. A partir de aquí, en el siguiente apartado, se
expone el conjunto de los trabajos de excavación efectuados en
Caramoro I, partiendo de los primeros trabajos realizados en
1981, los desarrollados años más tarde por Alfredo González
Prats y Elisa Ruiz Segura, y mostrando el resultado de los efectuados durante los años 2015 y 2016.
De lo anterior, se desprende una propuesta sobre la historia
ocupacional de Caramoro I –capítulo 7–, avalada no sólo por
la información estratigráfica recabada, sino también por diversas dataciones absolutas que vienen a concretar temporalmente el periodo en el que Caramoro I estuvo ocupado dentro del
II milenio cal BC.
A partir de aquí, con las bases espaciales, estratigráficas
y cronológicas establecidas, se inicia la presentación de diferentes estudios específicos que permiten profundizar en
numerosos aspectos sobre la materialidad del sitio. Se comienza por el análisis de la arquitectura y de los materiales
empleados en la construcción del asentamiento, efectuado
por María Pastor Quiles –capítulo 8–. Le sigue un estudio
sobre sus habitantes, a partir de las evidencias funerarias.
Los capítulos 10 y 11 exponen aspectos relacionados con el
consumo paleoetnobotánico y la paleoecología del momento,
así como de gestión y consumo de especies animales, tanto
domesticadas, como salvajes.
4
Los siguientes capítulos del 12 al 18, están dedicados a aspectos relacionados con los bienes muebles e instrumentales de
los habitantes de Caramoro I, desde el instrumental lítico y la
vajilla cerámica, pasando por los objetos metálicos, óseos, ebúrneos, de concha y diversos objetos de barro.
Los capítulos 19 y 20 están dedicados a sintetizar y valorar
todos los estudios efectuados sobre Caramoro I, intentando justificar qué papel habría podido cumplir este asentamiento en su espacio social. Por último, como apartado final, intentamos mostrar
el valor patrimonial de este asentamiento, la necesidad de impedir
su destrucción a través de su socialización. Valores patrimoniales
como Caramoro I hay pocos en estas tierras y con la inacción
todos somos cómplices de su deterioro y futura desaparición.
Este trabajo no hubiera sido posible sin la ayuda y colaboración de Raquel Ruíz Pastor, Rubén Cabezas Romero, María
Pastor Quiles, Ricardo Basso Rial, Agustina d’Amico e Irene
Mendoza, voluntarios durante las excavaciones emprendidas,
y que participaron en los trabajos de revisión de los materiales
depositados en el MAHE. Especialmente importante ha sido la
labor de Anna María Álvarez Fortes, codirectora de los trabajos de documentación y excavación efectuados en 2015 y 2016
y técnica del MAHE. También al personal del MAHE por la
inestimable ayuda que nos ha brindado a la hora de consultar
la información y los fondos depositados; y como no, gracias a
Rafael Ramos Fernández, Alfredo González Prats y Elisa Ruiz
Segura, por permitirnos el acceso a la documentación generada
durante sus intervenciones –fotografías, planimetrías, diarios
de los trabajos efectuados, observaciones sobre los mismos–.
También a todos los participantes en la presente obra, sin cuyas contribuciones este trabajo no habría adquirido la magnitud e importancia que consideramos que tiene. Y, por último,
no podemos olvidar las instituciones que han posibilitado su
desarrollo y publicación. Este trabajo ha sido realizado dentro
del proyecto HAR2016-76586-P Espacios sociales y espacios
frontera durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el Levante de la península Ibérica, financiado por el Ministerio de
Economía y Competitividad del Gobierno de España y publicado gracias al interés del Servicio de Investigación Prehistórica
de Valencia, en especial, a Joaquim Juan Cabanilles y María
Jesús de Pedro Michó, sin cuyo estímulo y dedicación, no se
hubiese llegado a publicar el presente trabajo en una de las
más prestigiosas series monográficas de arqueología de nuestro
país. Gracias a todos y a todas.
[page-n-20]
2
Caramoro I y su espacio social en un territorio de frontera
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón
y Juan Antonio López Padilla
150 AÑOS DE INVESTIGACIONES
Si bien las primeras exploraciones arqueológicas en las tierras
de los tramos finales de los ríos Segura y Vinalopó corresponden a las efectuadas en el yacimiento de San Antón (Orihuela), gracias a los trabajos del ingeniero Santiago Moreno (1942
[1870]) a finales de la década de 1860, la excavación en este
asentamiento y el grueso de los datos arqueológicos de los que
se dispone se deben a Julio Furgús (1937), cuyos trabajos, sin
embargo, nunca llegaron a verse publicados exhaustivamente,
quizá a causa de su temprana desaparición. Para el jesuita J.
Furgús (fig. 2.1), San Antón era exclusivamente una necrópolis
–el cementerio de la antigua Orcelis– y siempre negó las –por
otra parte abundantes– evidencias de la existencia de un asentamiento en el mismo lugar en el que había excavado las sepulturas. Aparentemente, sus convicciones se mantuvieron firmes
a este respecto incluso cuando el propio Henri Siret (1905) se
manifestara públicamente en contra, a propósito de una comunicación presentada a los Annales de la Société d’Archéologie de
Bruxelles en las que J. Furgús ofrecía un resumen de sus trabajos. Esta obcecación del investigador jesuita es, con toda probabilidad, el principal motivo –aunque no el único– que explica la
escueta información contextual que acompaña a los materiales
exhumados durante sus trabajos (fig. 2.2), de manera que sólo
de algunas tumbas disponemos de cierta información relativa a
los ajuares que contenían y al número o características de los
inhumados (Jover y López, 1997).
Sin embargo, J. Furgús no fue el único que efectuó excavaciones en los yacimientos argáricos del tramo final del río
Segura. Algunos años más tarde el arqueólogo catalán Josep
Colominas Roca (1929; 1931; 1936) insistiría en que el vecino yacimiento de Laderas del Castillo, en Callosa de Segura
–cuyas primeras exploraciones también iniciara Furgús (1937)
poco antes de su temprana desaparición– correspondían exclusivamente a una necrópolis.
Los objetos recogidos por J. Colominas (fig. 2.4) –hoy depositados en el Museu d’Arqueologia de Catalunya en Barcelona– y el
conjunto de materiales procedente de las excavaciones de J. Furgús
–que por avatares de la guerra fue casi totalmente disgregado y desperdigado en diversas colecciones– junto con la colección Brotons
y algunos otros conjuntos materiales, fruto de rebuscas y actuaciones más o menos incontroladas, constituyeron durante muchísimo
tiempo la única base material para el estudio del grupo argárico en
el área meridional de la actual provincia de Alicante.
En gran medida esto se debe a que, a partir de la publicación de
los trabajos de M. Tarradell (fig. 2.5), el interés en la investigación
se desplazó claramente desde las comarcas del Bajo Segura a las
del valle del Vinalopó, ya que identificar y precisar la frontera de
“lo argárico” y su cronología frente a la recién caracterizada área
del “Bronce Valenciano” se convirtió en el objetivo prioritario (Tarradell, 1963; 1965). En este marco es en el que se inscriben los
trabajos que llevó a cabo José Mª Soler (fig. 2.6), entre otros, en los
yacimientos villenenses de Cabezo Redondo y Terlinques (Soler
García, 1986; Soler García y Fernández, 1971).
No sería hasta las décadas de 1980 y 1990 que el registro
arqueológico argárico en tierras alicantinas se vería incrementado sustancialmente, gracias al estudio de las colecciones de San
Antón y Laderas del Castillo depositados en los museos locales
(Soriano, 1984; 1989), así como la excavación de nuevos asentamientos como Pic de Les Moreres (González, 1986), Tabayá
(Hernández, 1990), el aquí analizado detenidamente de Caramoro I (Ramos, 1988; González y Ruiz, 1995), y a la revisión de los
materiales y los trabajos iniciados por E. Llobregat a mediados
y finales de los años setenta y ochenta en la Illeta dels Banyets
(Llobregat, 1976; Simón, 1997; Soler Díaz, 2006).
Al acopio de nueva y abundante información se sumó,
algunos años más tarde, el cambio en la perspectiva desde la
que abordar la cuestión de la divisoria entre El Argar y el denominado “Bronce Valenciano”, abandonando las posiciones eminentemente culturalistas por otros posicionamientos
5
[page-n-21]
Figura 2.2. Imagen de una de las tumbas documentada por J. Furgús
en San Antón de Orihuela (Furgús, 1937: lám. II, fig. 3).
Figura 2.1. El arqueólogo jesuita Julio Furgús.
teóricos (Jover, 1999a) que incidían en el valor del espacio
social como unidad de observación pertinente para el análisis de las prácticas sociales de nuestro pasado. El análisis
de la distribución territorial de las prácticas funerarias y de
ciertos elementos muy ligados a la reproducción socioideológica de El Argar situaba las comarcas del Bajo Segura y
Bajo Vinalopó claramente en el ámbito argárico (fig. 2.7),
estableciéndose una frontera o coexistencia en territorios
colindantes de comunidades con prácticas sociales muy
distantes –vigente al menos durante las primeras centurias
del II milenio cal BC– en la orla montañosa del Subbético
alicantino (Jover y López, 1997; 1999; 2004). Una frontera
o claro límite espacial de desarrollo de las prácticas sociales reconocidas como argáricas con un indudable carácter
político que, desde nuestro punto de vista, es lo que cabía
esperar en el caso de una sociedad como la argárica, a la
que desde hacía mucho había consenso en considerar como
altamente jerarquizada.
Figura 2.3. Reconstrucción ideal de un enterramiento de tipo
“túmulo” de San Antón de Orihuela (Furgús, 1902: lám. 3, fig. 3).
EL PATRÓN DE ASENTAMIENTO EN EL ÁREA
DE ESTUDIO
Una vez establecidos los límites para lo argárico, identificables
con claridad en unas coordenadas espacio-temporales definidas,
resultaba imprescindible actualizar la información arqueológica
disponible para la zona, de manera que pudiera hacerse comparable con la generada en su periferia inmediata, en especial
en el curso medio y alto del Vinalopó, área en la que durante
varias décadas se había invertido un esfuerzo continuado en la
prospección del territorio y en la excavación de diversos yacimientos que habían proporcionado buenas series estratigráficas,
baterías de dataciones radiocarbónicas y amplios repertorios
artefactuales (Hernández et al., 2013). Como resultado, hacia
comienzos del siglo XXI se asistía a la paradójica situación de
disponer de un registro del área del Prébetico valenciano consi6
Figura 2.4. Laderas del Castillo durante las excavaciones efectuadas por J. Colominas en 1925.
derablemente más actualizado y completo que el que ofrecía el
ámbito argárico de la depresión litoral alicantina, en gran medida deudora aún de los datos y materiales proporcionados por
los trabajos pioneros de Julio Furgús (1937) y Josep Colominas
(1936) en San Antón y Laderas del Castillo.
[page-n-22]
Figura 2.6. Excavaciones de J. M. Soler en Terlinques (Villena,
Alicante) con el “Grupo de Madrid”.
Figura 2.5. M. Tarradel Mateu durante sus excavaciones en el Mas
d’en Miró (Alcoi). Archivo del Museu Arqueològic d’Alcoi.
Así, en 2005 se emprendió un programa de prospecciones
sistemáticas en la zona del Bajo Segura y del Bajo Vinalopó
en el que se pretendía actualizar la localización cartográfica
de los yacimientos y evaluar su estado actual de conservación y la extensión superficial del depósito sedimentario preservado en cada uno de ellos (López Padilla, 2009). Dicho
estudio se ha completado en fechas recientes, ampliando la
base de información cartográfica y recalculando la extensión
estimada de los yacimientos mediante herramientas de medición más precisas (Martínez Monleón, 2014a; 2014b; López
et al., 2014).
Teniendo en cuenta la trayectoria expuesta, a partir de los
trabajos que venimos desarrollando en los últimos años, puede
comenzar a esbozarse una representación cada vez más precisa
de lo acontecido en estas tierras entre finales del III y la primera mitad del II milenio cal. BC. El patrón de asentamiento
que se configura en estas tierras puede establecerse en cuatro
niveles (fig. 2.8) (Martínez Monleón, 2014a; 2014b), algo que
también parece advertirse en el área nuclear de la sociedad
argárica (Arteaga, 2000; Ayala, 1991; Lull et al., 2010a). Así,
podemos diferenciar:
1) Los yacimientos con una extensión superficial en
torno a 2 ha –San Antón (fig. 2.9) y Laderas del Castillo–
debieron constituir los asentamientos nucleares alrededor
de los cuales pivotó el modelo de articulación política del
territorio del Bajo Segura y Bajo Vinalopó desde ca. 2200 cal
BC. Los trabajos efectuados en Laderas del Castillo muestran
una larga secuencia cuyos inicios debemos situarlo en torno
a esta fecha.
Figura 2.7. Mapa del límite septentrional del territorio argárico.
2) Los poblados entre 0,5 y 1 ha, situados sobre las principales vías de comunicación, tanto en relación con las sociedades del Prebético Meridional Valenciano, como de conexión con el grupo argárico de la Vega Media del Segura,
y fundados preferentemente en los momentos iniciales de la
dinámica histórica argárica, básicamente desde finales del III
milenio cal BC. Su vigencia en algunos casos, parece tam7
[page-n-23]
bién truncarse hacia ca. 1500 cal BC, aunque en otros, como
Tabayá, mantuvieron su ocupación hasta momentos indeterminados del Bronce final (Jover et al., 2016a). De otros,
como el Morterico (fig. 2.10), solamente tenemos noticias
del expolio de alguna tumba.
3) Los yacimientos del tercer nivel, con un área habitada
entre 0,2 y 0,3 ha, y dedicados preferentemente a actividades
agropecuarias, fueron fundados en torno a ca. 2000/1950 cal.
BC y parecen perdurar hasta ca. 1500 cal BC.
4) Por último, se localizan un amplio grupo de enclaves
con menos de 0,1 ha de extensión y, posiblemente, de menor
duración, cuyo momento de fundación y periodo de ocupación
puede oscilar ostensiblemente de unos a otros. Entre otros asentamientos, en este grupo se incluirían sitios como el Barranco de
los Arcos (fig. 2.11) o Caramoro I.
A partir de ca. 1550-1500 cal BC, como parecen indicar las
dataciones de Cabezo Pardo (Jover et al., 2014), yacimientos
surgidos durante época argárica son abandonados y sólo aque-
llos poblados de mayores dimensiones parecen perdurar, circunstancia común a todo el territorio argárico, donde el colapso
sociopolítico se experimentó con mayor severidad en las comunidades más pequeñas, produciéndose movimientos territoriales
de reorganización de la población (Lull et al., 2013).
Para poder validar o refutar esta propuesta sobre la ocupación y explotación del territorio del Bajo Segura y Bajo Vinalopó entre el III y II milenio cal BC ha sido necesario disponer de
información sobre yacimientos de cada uno de los cuatro niveles propuestos a partir del análisis territorial.
Para los yacimientos de mayor nivel, en torno a las 2 ha,
se dispone de la información procedente de las excavaciones
realizadas por J. Furgús a principios del siglo XX en San Antón
(Orihuela) y Laderas del Castillo (Callosa de Segura), así como
de las nuevas intervenciones que viene desarrollando el Museo
Arqueológico Provincial de Alicante bajo la dirección de J. A.
López Padilla y F. J. Jover Maestre en el enclave de Laderas del
Castillo (fig. 2.12).
Figura 2.8. Asentamientos argáricos del área próxima a Caramoro I, con indicación de la agrupación establecida en cuanto a extensión
superficial. 1.-Illeta dels Banyets; 2.-Tabayá; 3.-Conjunto de la Serra del Búho, de oeste a este Serra del Búho I, Puntal del Búho, Serra
del Búho III, Serra del Búho IV; 4.-Caramoro I; 5.-Barranco de los Arcos; 6.-Pic de les Moreres; 7.-Cabezo de Hurchillo; 8.-El Morterico;
9.-Cabezo del Molino; 10.-Cabezo Pardo; 11.-Cabezo del Pallarés; 12.-Laderas del Castillo; 13.-Grieta de los Palmitos; 14.-San Antón;
15.-La Mina; 16.-Cabezo Soler; 17.-Monte Calvario; 18.-Cabezo del Muladar; 19.-Cabezo de las Yeseras; 20.-Cabezo del Mojón; 21.-Cabezo del Rosario; 22.-Cabezo de la Mina; 23.-Cuestas del Pelegrín; 24.-Cabezo del Moro; 25.-Arroyo Grande.
8
[page-n-24]
Figura 2.9. Panorámica de San Antón (Orihuela) desde el noreste.
En relación a los poblados de segundo nivel, entre 0,5 y 1
ha, se cuenta con la información procedente de las actuaciones
efectuadas entre 2000 y 2003 para la puesta en valor del yacimiento de la Illeta dels Banyets (El Campello) (Soler Díaz,
2006), así como de las intervenciones desarrolladas a finales de
los años ochenta y principios de los noventa en el enclave del
Tabayá (Aspe) (fig. 2.13) (Hernández, 2009; Hernández y López Padilla, 2010; Hernández et al., 2019).
Por lo que respecta a los asentamientos del tercer nivel, entre 0,2 y 0,3 ha, recientemente se ha publicado la monografía sobre las excavaciones desarrolladas entre 2006 y 2012 en Cabezo
Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora) (López Padilla, 2014a),
así como, hace ya tiempo, la publicación de la intervención realizada por A. González Prats en Pic de les Moreres (Crevillente)
(González, 1986).
Por lo tanto, con este panorama, era obligado obtener información de uno de los yacimientos de menor nivel, inferiores a 0,1 ha, que por otra parte constituyen el conjunto más
numeroso de los poblados localizados en la Vega Baja del
Segura y Bajo Vinalopó, como hemos comentado previamente. Para este grupo de asentamientos solo disponemos de la
información de las excavaciones desarrolladas por R. Ramos
Fernández en 1981 y A. González Prats y E. Ruiz Segura en
1989-1993 en el yacimiento de Caramoro I. La publicación
parcial de los resultados de estas intervenciones, centradas
fundamentalmente en sus aspectos constructivos, han provocado que el yacimiento siga siendo un gran desconocido, tanto
a nivel científico como social, a pesar de que puede considerarse un yacimiento singular dentro del ámbito argárico y de la
Edad del Bronce peninsular, por sus construcciones defensivas
y estructurales.
En este sentido, uno de los aspectos más relevantes que ha
ofrecido el estudio del territorio argárico en sus confines nororientales es la situación estratégica que ocuparon determinados asentamientos, a nuestro juicio altamente significativa de
su desempeño en funciones relacionadas con el control de los
pasos principales de comunicación intersociales o de frontera
entre comunidades con prácticas sociales plenamente diferenciadas. El caso paradigmático es el que registramos en el cauce
del Vinalopó, donde se constata una medida equidistancia entre
el pequeño asentamiento de Caramoro I, emplazado justo donde
Figura 2.10. Vista de la ladera medridional del Morterico (Abanilla).
Figura 2.11. Barranco de los Arcos (Elche) desde el norte.
Figura 2.12. Excavaciones en Laderas del Castillo. Complejo habitacional CE-A.
el río deja de encajonarse entre los relieves de la serranía, al
Sur, y Puntal del Búho, a medio camino entre aquél y el yacimiento de Tabayá, al Norte, justo sobre el punto en el que el
Vinalopó comienza a atravesar la sierra en dirección al Camp
d’Elx (ver fig. 2.8). Parece evidente que durante mucho tiempo
el pasillo que conforma el río Vinalopó en este tramo desempeñó un papel esencial como área de entrada y salida del territorio
argárico de personas, bienes y materias primas de todo tipo.
9
[page-n-25]
LAS EXCAVACIONES EMPRENDIDAS EN EL
EXTREMO SEPTENTRIONAL ARGÁRICO
Figura 2.13. Tabayá visto desde el norte.
La comparación entre la extensión de los asentamientos registrados en el Bajo Segura y Bajo Vinalopó con las que ofrecen
los yacimientos localizados en el Medio y Alto Vinalopó y la
Vall d’Albaida, permite inferir de inmediato el superior tamaño
de los asentamientos argáricos en relación a los yacimientos de
análoga posición jerárquica en el territorio periférico no argárico. Tan sólo a partir de ca. 1500 cal BC parece que Cabezo
Redondo, en el Alto Vinalopó, alcanzó los niveles de concentración demográfica de los principales centros argáricos precedentes (López Padilla, 2009a).
Una estimación a partir de un cálculo conservador de aproximadamente 1 persona por cada 25 m², nos daría como resultado que un núcleo como San Antón podría acoger alrededor de
un millar de habitantes, mientras que los núcleos de rango medio, como Cabezo Pardo, no estarían habitados por más de un
centenar. Sin embargo, estos niveles estarían muy por encima de
los que acogerían los enclaves más pequeños, como el Barranco
de los Arcos o Caramoro I, en donde apenas habría una veintena o treintena de habitantes respectivamente. Ello vendría en
nuestra opinión a subrayar el papel de centro político ejercido
de manera continuada por San Antón y Laderas del Castillo, y
que en la zona periférica del Prebético Meridional valenciano
sólo sería asumido, mucho tiempo más tarde, por asentamientos
como Cabezo Redondo.
Una vez conocido el territorio, era imprescindible mejorar nuestro
conocimiento de las estratigrafías y de la cronología del grupo argárico en los territorios septentrionales de El Argar. Ya se habían
realizado excavaciones en distintos yacimientos como Pic de les
Moreres (figs. 2.14 y 2.15) (González Prats, 1986a; 1986b), Tabayá (Hernández, 1990) o la Illeta dels Banyets (Simón, 1997; Soler
Díaz, 2006), pero todavía se adolecía de secuencias bien contextualizadas y datadas que permitieran fijar la ocupación territorial a lo
largo del desarrollo del proceso histórico de El Argar.
El primero, aunque muy erosionado, fue excavado en 1982
por A. González Prats (1983; 1986a; 1986b), siendo considerado
como el Sector XIII del conjunto arqueológico de la sierra de
Crevillente (González, 1986a: 145). Aunque su excavador diferenció dos zonas, la excavación principal se centró en el subsector B, ya que la otra se encontraba muy afectada por los procesos
postdeposicionales. La secuencia en el subsector B se iniciaba
con la presencia de dos pavimentos de arcilla que no se encontraban asociados a ninguna estructura constructiva y donde se documentaron varios molinos in situ. La siguiente fase proporcionó
los restos de una estancia de planta cuadrangular o rectangular,
con unas dimensiones aproximadas de 5 x 2,20 m (González,
1986a: 159), con un hogar o vasar en su ángulo norte y varios
molinos depositados sobre el pavimento, además de restos cerámicos, un diente de hoz y un punzón óseo. La fase más reciente
se caracterizaba por la presencia de dos estancias de planta rectangular separadas por una calle con una anchura de 1 m. La
construcción mejor conservada presentaba unas medidas máximas de 8 x 5,80 m, y en ella se documentó un vasar con los restos
de varios recipientes cerámicos. Vinculados a esta fase también
se excavaron dos espacios definidos por dos muros dispuestos de
forma perpendicular. En las unidades habitacionales de esta fase
se documentó un amplio repertorio de materiales compuesto por
un importante número de vasijas cerámicos, molinos, dientes de
hoz, hachas y otros objetos (ver fig. 2.15).
Con respecto a Tabayá (fig. 2.16), entre 1987 y 1991 fueron
efectuadas diversas campañas de excavación en diversas zonas
del asentamiento, practicando 16 cortes y mostrando una larga
secuencia de ocupación entre momentos del Bronce antiguo y
Figura 2.14. Planta de las estructuras
de la fase VI de Pic de Les Moreres
(González Prats, 1986a: fig. 12).
10
[page-n-26]
Figura 2.15. Dibujo de los
principales materiales arqueológicos
documentados en Pic de les Moreres
(González Prats, 1986a: fig. 15).
Figura 2.16. Planta de las excavaciones en la terraza inferior de Tabayá, con indicación de las sepulturas localizadas: en rectángulo, tumbas
en cista de mampostería; en óvalo, tumbas en fosa; en círculo, enterramientos en urna de cerámica. Cortesía de M. S. Hernández Pérez.
11
[page-n-27]
Figura 2.17. Imágenes de la excavación (A), del ajuar (B) de la tumba 1 y de la tumba 3 (C) del Tabayá. Cortesía de M. S. Hernández Pérez.
Bronce final (Mas, 1999). La zona de abancalamientos del área
inferior, donde se trazaron los cortes desde el nº 7 al 16, presentaba una historia deposicional y ocupacional bastante compleja,
de la que por el momento no se ha publicado más que algunos
apuntes sobre las características de las cerámicas y los datos
de las tumbas halladas (Mas, 1999; Belmonte, 2004; Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019), aunque se pudieron
documentar partes de diversas unidades habitacionales, algunas
superpuestas, en cuyo interior se pudieron reconocer al menos 4
niveles de ocupación.
El momento más antiguo de la ocupación fue registrado en
un espacio muy reducido de los cortes 8 y 11. Se trataba de un
nivel correspondiente al interior de una unidad habitacional
levantado sobre la roca base, en la que fue documentada parte
de un banco o vasar asociado a un pequeño silo o vertedero
relleno de restos de fauna, carbones y cerámica. Junto a éstos, se registraron fragmentos cerámicos con decoración incisa y puntillada (Hernández Pérez, 1997: 102, fig. 1), además
de pesas de telar oblongas con cuatro perforaciones (López
Mira, 2009). La datación de este nivel permite ubicar cronológicamente su abandono hacia los momentos finales del III
milenio cal BC (Hernández et al., 2019). El segundo momento se corresponde con la deposición continuada constituido a
base de suelos de ocupación integrados por tierras arcillosas
12
verdosas y numerosos restos materiales, que una vez colmatados de basura eran cubiertos por una capa de cenizas y cal
sobre las que se vuelve a habitar. Estos niveles de los que en
el corte 8 se documentaron al menos 3, estaban asociados a un
muro longitudinal con dirección este-oeste, que constituía el
muro medianero de dos unidades habitacionales que parecían
estar dispuestas de forma paralela. En el corte 7, y sobre uno
de los suelos de uso correspondiente al interior de una unidad
habitacional sin que podamos definir sus dimensiones, se evidenció la presencia de al menos 4 molinos barquiformes de
gran tamaño y algunas molederas, así como varios nódulos
y núcleos de sílex y una azuela, lo que nos permite reconocer la existencia de un área de transformación de grano y el
almacenamiento de bloques silíceos de materia prima. Estos
estratos estaban modificados en algunos puntos para la realización de fosas empleadas como continentes funerarios (fig.
2.17). Se documentaron un total de 11 inhumaciones que utilizaban cistas de mampostería o fosas con las paredes parcial o
completamente revestidas de mampuesto (Hernández y López
Padilla, 2010). En todos los casos se trataba de varones en
edad adulta o juvenil (De Miguel, 2003), con la excepción de
un enterramiento en urna de un niño/a de 5 años. La mayoría
de ellos no presentaban ajuar, a excepción de algunos restos
óseos de fauna correspondientes a extremidades anteriores de
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ovicaprinos. La única tumba que presentaba un ajuar destacado fue una cista de mampostería que en la que se depositó a
un individuo masculino adulto, acompañado de una extremidad de ovicaprino, una forma 5 de Siret y una alarbarda tipo
“Argar” (Hernández, 1990). Las dataciones obtenidas de estas
tumbas, ha permitido concretar que fueron realizadas entre el
2000 y el 1900 cal BC (Hernández et al., 2019). Esta sucesión
de suelos estaban cubiertos por un estrato interpretado como
derrumbe, sobre el que se superponían otros dos estratos, uno
de tono marrón claro y otro, el superficial, de tono pardogrisáceo, en los que dado el grado de arrasamiento no se documentaron construcciones.
No obstante, y aunque la información obtenida en los yacimientos señalados no es nada desdeñable, podría decirse que la
sensible mejora en la cantidad y calidad del registro comenzó
a raíz de las obras de musealización y puesta en valor del yacimiento de la Illeta dels Banyets en 2001. Estos trabajos, de los
que se dio cumplida cuenta en una extensa monografía (Soler
Díaz, 2006), consistieron esencialmente en una exhaustiva revisión de las notas y documentos de campo recopilados por E.
Llobregat a lo largo de sus excavaciones en el yacimiento –realizadas entre 1975 y 1986– a la luz de los datos proporcionados
por la excavación de los testigos estratigráficos que aún permanecían intactos. Al margen de otras importantes novedades
relacionadas con la ocupación argárica –en especial la secuencia
constructiva y de uso de dos cisternas para el almacenamiento
de agua (fig. 2.18)–, cabe destacar los restos muy alterados de
unidades habitaciones, un posible taller ebúrneo (Belmonte y
López, 2006), un conjunto de 20 estructuras funerarias correspondientes a inhumaciones individuales o dobles realizadas en
fosas o cistas (López et al., 2006), sin olvidar la primera batería
de dataciones radiocarbónicas de un yacimiento argárico en este
ámbito de los confines septentrionales de El Argar, que fijan la
ocupación de este yacimiento a partir de finales del III milenio
cal BC (Soler Díaz, 2009).
Con lo expuesto, se hacía visible la necesidad de contar con
nuevas excavaciones arqueológicas en distintos yacimientos de
la zona, con el objeto de mejorar nuestras bases secuenciales,
cronológicas y sobre todo, de determinación de las características de cada tipo de asentamiento.
Así, en 2006, se iniciaron los trabajos en el yacimiento de
Cabezo Pardo, situado en las proximidades de las actuales poblaciones de San Isidro-Granja de Rocamora. Las excavaciones,
financiadas por la Diputación Provincial de Alicante en el marco de los proyectos impulsados por el Museo Arqueológico de
Alicante-MARQ, se prolongaron hasta 2012, y sus resultados
han sido publicados detalladamente (López Padilla, 2014a).
La excavación de una mínima parte del asentamiento (fig.
2.19) ha ofrecido datos muy interesantes acerca de la estratigrafía y organización urbanística de un asentamiento de no más
de 0,3 ha –que podríamos considerar prototípico de los asentamientos de pequeño tamaño de la Vega Baja del Segura– al
tiempo que ha proporcionado la primera secuencia radiocarbónica para un yacimiento argárico de la zona. De acuerdo con la
información obtenida, la fundación de Cabezo Pardo arrancaría en torno a 1950 cal BC, con un poblado de cabañas más o
menos alargadas, de tamaño mediano y paredes con esquinas
redondeadas, con un zócalo de piedras y un alzado y cubierta
construidos básicamente con barro amasado, troncos, carrizos
Figura 2.18. Cisterna argárica de la Illeta dels Banyets. Foto:
Archivo Gráfico del MARQ.
Figura 2.19. Ladera norte del Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de
Rocamora, Alicante).
y ramajes. Sobre los pavimentos se descubrieron huellas del
empleo de postes para la sujeción de la techumbre. Todos estos
edificios fueron destruidos a causa de un incendio que debió
producirse hacia el 1800 cal BC. Muy poco tiempo después, el
poblado sufrió una importante transformación urbanística, al
menos en la zona de la cima, donde se concentraron los trabajos de excavación. Allí se constató la existencia de un edificio
central –al que se adivinan unas dimensiones notables a pesar
de su pésimo estado de conservación– que fue reconstruido o
remodelado al menos tres veces hasta el abandono definitivo
del sitio. A su alrededor discurría una calle de poco más de
0,50 m de anchura, a lo largo de la cual se distribuía una serie
de departamentos, cuyos pavimentos se encontraban a una cota
inferior a la de aquélla, y a la mayoría de los cuales se accedía
13
[page-n-29]
Figura 2.20. Comparación de las plantas urbanísticas de la Tira del Lienzo (plano elaborado a partir de Lull et al., 2015a) a la izquierda y
Cabezo Pardo, a la derecha.
mediante un vano dotado de rudimentarios escalones. Prácticamente todos estos edificios estaban dotados de bancadas y de
un considerable número de calzos y estructuras de mampostería
relacionadas con la sustentación de la cubierta. El más relevante de ellos es el edificio “L”, que no disponía de acceso directo
desde la calle pero que contaba con un banco corrido adosado
a la cara interna de las paredes, éstas además revocadas con
una capa de cal de color blanco. Es la única construcción de
estas características localizada en el yacimiento. Casi todos los
edificios fueron destruidos sin que se encontrasen en su interior evidencias de incendios, y sobre sus ruinas se levantó otro
conjunto de estructuras que repetían el mismo esquema urbanístico precedente, y que perduró al menos hasta el abandono
definitivo del enclave, en torno a 1550/1500 cal BC. Resultan
muy notables la semejanzas que en este aspecto guarda Cabezo
Pardo (fig. 2.20) con la organización urbanística observada en
el yacimiento murciano de la Tira del Lienzo, en Totana (Lull
et al., 2012; Lull et al., 2015a).
Por otro lado, en fechas más recientes se han iniciado trabajos de excavación sistemática en el importante enclave argárico
de Laderas del Castillo, en Callosa de Segura, que continúan
en marcha en la actualidad. Tras una documentación superficial del yacimiento realizada en 2012, desde junio de 2013 se
viene llevando a cabo excavaciones sistemáticas. El objetivo
14
fundamental de estos trabajos es documentar la fundación y desarrollo de uno de los yacimientos considerados “nucleares” en
el ámbito argárico del Bajo Segura, de forma que sea posible
realizar comparaciones en coordenadas espacio-temporales con
lo documentado en Cabezo Pardo y con otras secuencias del
ámbito argárico, como hemos pretendido conseguir con los trabajos emprendidos en Caramoro I.
Ya las primeras observaciones permitían reconocer la considerable extensión superficial de este asentamiento, que debió superar
las 2 ha pero que, desgraciadamente, ha desaparecido en buena medida bajo el casco urbano de la actual población de Callosa de Segura. Las excavaciones se han centrado en la vertiente oriental del
promontorio serrano sobre el que se ubica el yacimiento, recayente
al barrio de El Salitre de esta localidad. A pesar del considerable
deterioro que muestra el paquete estratigráfico en esta zona –afectado gravemente por una intensa erosión de ladera que, a lo largo de
casi 2.500 años, ha conseguido labrar profundos surcos y amplias
barrancas en el sedimento– las excavaciones ha sacado a la luz varias estructuras arquitectónicas relacionadas con la construcción
y acondicionamiento de las viviendas, así como los restos de dos
torreones –uno más antiguo, de planta pseudo-rectangular, sobre el
que se construyó más tarde otro, con una planta de tendencia oval–
y tramos de pavimentos sobre los que se depositaron un amplio
conjunto de artefactos de todo tipo.
[page-n-30]
Sin duda, lo más relevante hasta la fecha es la constatación de
la creación de grandes plataformas de aterrazamiento desde los
momentos iniciales de la fundación del asentamiento, sobre los
que edificar las diferentes viviendas que a lo largo del dilatado
tiempo de ocupación se fueron reestructurando y reedificando.
De este modo, Laderas del Castillo fue un asentamiento de larga
ocupación temporal dentro del desarrollo de la cultura argárica.
Al menos, eso es lo que parecen indicar las dataciones radiocarbónicas que se han obtenido, y también los materiales registrados en los diferentes niveles estratigráficos documentados.
A estas evidencias arquitectónicas se suman las siete sepulturas excavadas hasta el momento, documentadas también en
distintos grados de conservación, pero que han permitido corroborar su considerable abundancia en el asentamiento. No obstante, ninguna sepultura se vincula hasta ahora con los niveles
fundacionales, sino que todas parecen situarse cronológicamente a partir de 1950 cal BC en adelante. Los estudios preliminares
parecen apuntar, así mismo, a un amplio predominio de los individuos jóvenes, algunos de ellos prácticamente recién nacidos,
depositados en el interior de fosas o de vasijas de cerámica.
Con este nivel de información, que permite definir con
ciertas garantías las características de las distintas agrupaciones de asentamientos propuesta, en función de su tamaño
y de su posición sobre el territorio, abordamos el reestudio
del asentamiento de Caramoro I. En 2015 y 2016 llevamos
a cabo diversos trabajos de limpieza, documentación y excavación puntual de algunos testigos desmoronados que habían
sido conservados por sus anteriores excavadores (González y
Ruiz, 1995). En las siguientes páginas presentamos, de forma
detallada, la labor efectuada y la información obtenida de uno
de los asentamientos de menor tamaño de todo el ámbito argárico, situado en el extremo septentrional de su espacio social.
Si los resultados obtenidos a lo largo de varias décadas de
investigación muestran la enorme complejidad de la dinámica
del poblamiento argárico en la zona de los confines nororientales de El Argar, no es menos cierto que Caramoro I viene a
reafirmar la existencia de un poblamiento políticamente estructurado de forma jerarquizada y socialmente integrado, en el que
será necesario profundizar arqueológicamente para concretar el
(su) proceso histórico.
15
[page-n-31]
[page-n-32]
3
El yacimiento argárico de Caramoro I
Sergio Martínez Monleón y Francisco Javier Jover Maestre
UBICACIÓN Y CARACTERÍSTICAS
El yacimiento de Caramoro I (Elche, Alicante) se encuentra al norte
del término municipal de Elche, en la margen izquierda del río Vinalopó, y muy próximo al trazado de la autovía A-7. Las coordenadas centrales del área ocupada por el yacimiento son X: 700.662 m;
Y: 4.240.791 m (Datum ETRS89; Huso 30), con una altura sobre
el nivel del mar de 138 m. La zona objeto de estudio se localiza al
sur de la provincia de Alicante, en la denominada comarca del Bajo
Vinalopó o Camp d’Elx. Este territorio se enmarca en el amplio
dominio geológico de las cordilleras béticas.
Este enclave se ubica en la zona de transición entre los glacis y piedemontes que conectan la alineación montañosa septentrional, dispuesta en sentido suroeste a noreste y formada
por las sierras de Abanilla, Crevillente, de la Madera, Negra,
Tabayá, Gorda, de Sancho y Borbuño y de Colmenares, y la
llanura aluvial, gran fosa tectónica que constituye una continuación de la depresión prelitoral murciana (fig. 3.1). Esta
depresión en su extremo oriental se encuentra presidido por
el abanico deltaico del río Vinalopó, que tapiza los fondos de
las áreas subsidentes –El Fondo de Crevillent, vestigios de la
albufera de Elche, las salinas de Santa Pola, el Carabassí, el
Clot de Galvany y las salinas de Agua Amarga–. Durante la
Prehistoria constituirían, en buena medida, un amplio espacio
lacustre que iría desde el cabo de Santa Pola, siguiendo la isohipsa de los 10 m.s.n.m., hasta el mismo cauce del río Segura,
delimitado por la elevación de la sierra del Molar (Jover et al.,
1997: 126-127).
Caramoro se localiza sobre un pequeño espolón rocoso en
el inicio de la sierra de Borbano, extremo septentrional del
paraje conocido como Aigua Dolça i Salà (fig. 3.2). Se eleva
unos 48 m sobre el entorno del fondo del valle, disponiéndose
en voladizo sobre el cauce del río Vinalopó, del que dista 170
m. Encajado entre dos barrancos, configura un auténtico balcón sobre el glacis descendiente y el cauce del río Vinalopó
(fig. 3.3), desde donde se puede divisar un amplio trecho del
campo de Elche y ejercer un control directo sobre su principal
vía de comunicación.
La denominación del yacimiento se debe al perfil o silueta que ofrece, aunque a partir de las intervenciones desarrolladas por A. González Prats y E. Ruiz Segura pasó a identificarse como Caramoro I para diferenciarlo del poblado anexo del
Bronce final, Caramoro II, en donde se realizó una excavación
de urgencia en 1988, ya que el trazado de la autovía AlicanteMurcia discurría precisamente por el yacimiento (González
Prats y Ruiz, 1992),1 y que vino a suponer su destrucción.
Como la mayoría de los asentamientos argáricos de la Vega
Baja del Segura ocupa un cerro o escarpe rocoso situado en las
estribaciones de las sierras, separados de los llanos o vegas pero
con un amplio control visual sobre éstos, en lugares con buenas
defensas naturales (Martínez Monleón, 2014b: 58). Este respectivo
distanciamiento con respecto a las llanuras aluviales condiciona, en
gran medida, el acceso a las mejores tierras para el aprovechamiento agrícola, ya que el abandono de las tierras de piedemonte y del
cono aluvial del Vinalopó, ocupadas en momentos previos (Ramos
Fernández, 1984; Ramos Folques, 1989; Jover et al., 2014), a favor
de aquéllas ubicadas en el tramo montañoso por el que discurre el
río comporta el traslado de las zonas de cultivo a terrenos más limitados y de peor productividad (Jover et al., 1997: 132).
Durante las prospecciones efectuadas se tomaron unas medidas para el área con sedimento conservado en el yacimiento
que ofrecía una extensión máxima de 796,5 m2 (fig. 3.4). Por lo
1
Caramoro II ha vuelto a ser objeto de una intervención arqueológica de urgencia (García Borja et al., 2010), que en parte ha venido a
modificar algunas de las apreciaciones realizadas por sus primeros
excavadores.
17
[page-n-33]
tanto, se incluye dentro de un grupo de yacimientos de reducidas
dimensiones –inferiores a 0,1 ha–, que constituye el conjunto de
poblados más numeroso dentro de la organización territorial argárica del Bajo Segura y Bajo Vinalopó. Éstos se distribuyen preferentemente en las proximidades de otros enclaves de dimensiones
superiores, aunque no en torno a los de mayores dimensiones,
compartiendo y complementando sus áreas de captación, como
es el caso del yacimiento de Caramoro I en relación al importante
enclave del Tabayá o al más cercano de La Moleta,2 produciéndose concentraciones de asentamientos de reducidas dimensiones
en espacios muy concretos, como es el caso del curso bajo del río
Vinalopó (Martínez Monleón, 2014a).
2
Situado a 250 m al noreste, estratégicamente situado frente al estrecho de la Manga, único camino para franquear por dicha zona el
paso de las sierras del Búho y de Animeta. Para este yacimiento se
han estimado unas dimensiones de 0,3 ha para el conjunto del yacimiento (Jover et al., 1997), aunque su posterior ocupación durante
época tardorromana y altomedieval impiden precisar las características para la Prehistoria reciente.
El yacimiento se enmarca dentro de la articulación regional
del área más nororiental de la sociedad argárica, donde dentro
del desarrollo de las prospecciones efectuadas se han reconocido
un conjunto de 28 yacimientos adscribibles a la Edad del Bronce
Figura 3.1. Mapa general de ubicación de Caramoro I en el litoral
alicantino.
Figura 3.2. Mapa topográfico 1:25.000, indicando la ubicación de Caramoro I.
18
[page-n-34]
Figura 3.3. Localización del yacimiento de Caramoro I sobre una ortofoto de su entorno actual. Escala 1:5.000.
(Martínez Monleón, 2014b: 54), con importantes diferencias de
tamaño entre todos ellos, a los que habría que añadir, probablemente, algunos yacimientos situados en el curso bajo del Vinalopó (Ramos Folques, 1953; Jover et al., 1997: 133, fig. 5), que
resultó imposible localizar en el marco de esas prospecciones.
Este espacio se encuentra delimitado por un conjunto de sierras
que, en sentido suroeste-noreste, irían desde la sierra de Abanilla hasta alcanzar la sierra del Tabayá, en Elche. A partir de este
punto, esta línea divisoria parece difuminarse, aunque de algún
modo se prolongaría por la sierra Gorda y la sierra de Sancho, en
Torrellano, y enlazará con el yacimiento de la Illeta dels Banyets
(Simón, 1997), el enclave más septentrional de la sociedad argárica, pudiendo inferirse la existencia de un límite fronterizo político
y cultural con respecto a las sociedades vecinas del Prebético Meridional Valenciano (Jover y López, 1997; 2004: 54-56).
Al sur de esta divisoria se articula un denso poblamiento,
básicamente, en torno a los cursos bajos de los ríos Segura
y Vinalopó, y la antigua albufera de Elche. La concentración de poblados ubicados en el curso del Vinalopó,3 zona
3
Los yacimientos de la Serra del Búho se encuentran a menos de
0,5 km de Caramoro I, Barranco de los Arcos a menos de 2 km y el
poblado de Tabayá a unos 4,5 km.
tradicionalmente empleada para el trazado de los caminos
que comunican este tramo del Bajo Vinalopó con el Medio
Vinalopó y el Altiplano de Yecla-Jumilla (Jover et al., 1997:
133) confieren una singular importancia a esta vía de comunicación, donde los poblados de la Serra del Búho, Caramoro
I y Barranco de los Arcos se convierten en asentamientos
dependientes del Tabayá (Martínez Monleón, 2014b: 59-60),
considerado poblado nuclear en el Bajo Vinalopó (González
y Ruiz, 1995), siendo éste último yacimiento el único que
presenta una visibilidad claramente orientada al control de
las comunidades asentadas en la periferia del territorio argárico en el Medio Vinalopó.
Por otro lado, es conocido gracias a las prospecciones realizadas a inicios de la década de 1980 por R. Ramos Fernández
(1988: 93), antiguo director del MAHE, quien ya informaba de
la existencia de un yacimiento de similares características, Barranco de los Arcos (Martínez Monleón, 2014a: 56-58), en otra
de las vías de penetración desde las sierras septentrionales al
campo de Elche. Posteriormente, este investigador realizó una
campaña de excavaciones en 1981, cuyos resultados serían
publicados algunos años más tarde (Ramos Fernández, 1988).
Sin embargo, con motivo de la construcción de la autovía A-7
que une Alicante con Murcia (fig. 3.5), cuyo trazado afectaba
a parte del yacimiento vecino de Caramoro II (González Prats
y Ruiz, 1992), se llevaron a cabo nuevas actuaciones en 1989 y
1993, bajo la dirección de A. González Prats y E. Ruiz Segura,
19
[page-n-35]
Figura 3.4. Planimetría general de
Caramoro I.
Figura 3.5. Foto del entorno del yacimiento desde Caramoro I,
previa a la construcción de la autovía A-7 (Fotografía: R. Ramos
Fernández).
que vinieron a completar y en parte a modificar algunos de los
datos proporcionados por la primera intervención (González
Prats y Ruiz, 1995).
No obstante, desde que fue excavado y/o realizada su planimetría por última vez en junio de 1993, el yacimiento se ha
ido alterando y destruyendo por la acción, tanto de procesos
erosivos y climatológicos, como de las diferentes visitas antrópicas, que lo han sometido a un continuado deterioro y expolio.
A principios de 2014, el estado de abandono y de destrucción de
las estructuras murarias que fueron exhumadas en los procesos
de excavación era elevado (fig. 3.6), lo que obligó a considerar
la necesidad de emprender una actuación que permitiese documentar la información preservada en alguno de los testigos
conservados, así como llevar a cabo una lectura estratigráfica
de sus evidencias. Como hemos comentado previamente, este
yacimiento es un gran desconocido a nivel científico y social,
y con este trabajo pretendemos ayudar y contribuir, en nuestra
medida, a revitalizar una pequeña parte de la Historia y del Patrimonio desconocido.
CARACTERÍSTICAS GEOMORFÓLÓGICAS
Y GEOLÓGICAS DEL ENTORNO
Figura 3.6. Estado de conservación del espacio A de Caramoro I
en 2014.
20
La comarca del Baix Vinalopó, donde se localiza el yacimiento de Caramoro I, se enmarca en una serie de conjuntos morfoestructurales de la cordillera Bética, base del relieve y del
paisaje actual. Especialmente relevante es la presencia de los
dominios externos béticos que, hacia el norte, se dividen entre
Prebético y Subbético, mientras que hacia el sur asoman unos
[page-n-36]
Figura 3.7. Principales conjuntos estructurales de la zona. Caramoro I se ubica en la zona superior central l, indicado con una estrella.
localizados, pero destacados vestigios, de dominio interno en
las sierras de Callosa y Orihuela, aisladas en una gran fosa
tectónica (fig. 3.7, detalle superior).
El Subbético está representado por los elementos del relieve
de edad jurásica que constituye la sierra de Crevillente, ubicada a escasa distancia de la sierra de Borbano. Este conjunto es
el extremo más oriental del dominio, superando la decena de
kilómetros de longitud. Al este se inicia el dominio Prebético
en su sector más meridional que, por sus peculiaridades estratigráficas, ha merecido, incluso, la denominación de Prebético de
Alicante. Está integrado, predominantemente, por terrenos de
edad cretácica cuyos elementos más destacados se sitúan algo
más al norte, en el límite septentrional de la comarca del Camp
d’Alacant. Este conjunto que, en otras ocasiones ha recibido la
denominación de franja cretácica meridional (Marco Molina,
1990), se caracteriza, además, por la frecuencia de fajas diapíricas. Rasgo que, por otro lado, comparte con el límite meridional
del Subbético, aunque más bien cabe pensar que las fajas diapíricas del Keüper que jalonan la sierra de Crevillente se continúan hacia el este, tanto en longitudes y materiales propias del
Prebético, como en los materiales neógenos que limitan ambos
dominios por el sur (Marco et al., 2014).
La mayor parte del Baix Vinalopó es, desde un punto de
vista morfoestructural, continuación de la depresión prelitoral
murciana, integrada en un conjunto de depresiones que, casi en
su totalidad, merecen la conceptuación de “fosas tectónicas”. La
más oriental de todas ellas, la de Elche, viene a ser el extremo
oriental de la fosa Intrabética. Esta gran área deprimida queda
enmarcada, en el sector que nos ocupa, por dos conjuntos levantados constituidos, principalmente, por materiales neógenos
y pliocuaternarios. Rebordes sobreelevados que contactan, de
forma compleja, sobre el cuaternario más reciente que predomina en el amplio espacio hundido de la fosa propiamente dicha.
La configuración de este espacio por los procesos neotectónicos vigentes, configura una compartimentación del relieve bastante peculiar, al combinarse bloques hundidos con
bloques levantados. Mientras los mayores espesores de limos
y arcillas lacustres se acumulan en los espacios más deprimidos, los coluviones y aluviones aportados por barrancos y
ramblizos caracterizan los bordes septentrionales y meridionales de la fosa.
El sector de contacto con la fosa, en general, se realiza mediante el predominio de una estructura de tipo monoclinal. El
buzamiento suave de las litofacies hacia el sur –predominantemente alternancia de margas con areniscas, calizas y conglomerados– se relaciona con los movimientos de subsidencia que
han supuesto un basculamiento de los sedimentos (Marco et al.,
2014). En todo este proceso ha jugado un papel primordial la
red hidrográfica cuya disposición refleja procesos de escorrentía
organizada y dirigida hacia la fosa. En dichos cursos se puede
21
[page-n-37]
Figura 3.8. Esquema geomorfológico del Bajo Vinalopó y Bajo Segura, con indicación de la ubicación de Caramoro I con una estrella.
diferenciar, igualmente, dos generaciones: los más recientes, que
sólo muerden el reverso de las cuestas –al igual que los anaclinales que se insinúan en los taludes margosos de los frentes– y
los más antiguos, responsables de elaborar los boquetes cataclinales que fragmentan las cuestas (Marco Molina, 1990; Díez et
al., 2003). No obstante, en la configuración de estos elementos
característicos del borde neógeno septentrional, hay que añadir
la acción intrusiva de los materiales del Keüper, cuyo comportamiento diapírico aporta cierta diversidad a las formas relieve. Al
intruir y perforar sobre los materiales subbéticos y neógenos, se
ha alterado la disposición original de las estructuras, incrementando tanto las altitudes como el basculamiento de las cuestas,
algunas convertidas así en crestas, y variando el rumbo de alguna
de estas estructuras mediante desgarres (Marco Molina, 2006).
Así, las cuencas vertientes que desaguan en la fosa presentan como rasgo común, el tener sus cabeceras hendidas en los
materiales cretácicos del Prebético, su organización y jerarquización se lleva a cabo en los materiales neógenos del borde de
la fosa y tienen su exutoria a la misma a través de un único boquete cataclinal correspondiente al cauce principal de cada una
de ellas (Marco et al., 2014) (fig. 3.8). Es a partir de éste desde
donde se inicial los abanicos aluviales.
En este contexto, Caramoro I está directamente edificado
sobre un nivel de conglomerados compuesto de cantos redondeados, que tiene por término medio un tamaño superior a los
22
10-30 cm, compuestos por calizas, areniscas, pequeños nódulos
sílex y, de forma accidental, rocas volcánicas básicas unidas con
carbonato cálcico asociados con óxidos de hierro. El agua, debido a su alta porosidad y permeabilidad, se filtra con suma rapidez. Debajo de tales conglomerados aparece un nivel de margas
arcillosas triásicas de coloración ocre-blanquecina. Geomorfológicamente estos dos niveles dan un relieve típico de murallones con bruscas pendientes, debido a que la erosión se realiza en
las margas infrayacentes, lo que produce una caída por gravedad
de parte del nivel superior de conglomerados (fig. 3.9).
Este conjunto corresponde a materiales pliocenos a los que
se les superponen en algunos puntos orientales conglomerados
y arcillas antiguas cuaternarias. Del Neogeno hasta la actualidad
se ha producido en toda la zona una sedimentación casi continua, con pequeñas interrupciones, depositándose rocas en su
mayoría de origen marino. Estos sedimentos y costras se han
formado a partir de materiales anteriores que en la actualidad
están recubiertos en gran parte (Pignatelli, 1973: 13). Desde la
sierra de Tabayá hasta los pies de la sierra de Borbano, cuya
distancia no va más allá de 5 km, encontramos una serie de tramos, bien escalonados, del Triásico, Plioceno, Mioceno y Cuaternario. En este conjunto destacan arcillas y yesos del Triásico;
discordante sobre el anterior y el Cretácico, margas arenosas y
areniscas masivas del Burdigaliense superior; a los que le siguen otras del Tortoniense y Andaluciense. Esta secuencia se
[page-n-38]
completa con los materiales pliocenos, integrados por una banda de conglomerados que coronan la base de margas pardas. Los
conglomerados, sobre todo de calizas mesozoicas con cementos
arenosos, sobrepasan los 30 cm. En el techo se suele encontrar
caliza biclástica arenosa con frecuentes niveles de fauna marina,
básicamente ostras (Pignatelli, 1973).
APUNTES LITOLÓGICOS DEL ENTORNO
Como hemos expuesto, la geografía del espacio físico donde
se ubica Caramoro I, viene definida por el contraste entre
zonas montañosas de desarrollo destacado, especialmente,
las sierras de Crevillente-Tabayá que sirven de límite septentrional a la fosa Intrabética, y los depósitos aluviales y
abanicos o mantos de arrollada constituidos por el aporte de
grandes cantidades de materiales desplazados de las zonas
montañosas como consecuencia de los fuertes procesos erosivos, enormemente acelerados en los últimos milenios. El
resultado es un paisaje ciertamente agreste, surcado por una
enorme cantidad de ramblas o barrancos de gran desarrollo,
que partiendo desde las zonas altas de las sierras septentrionales, vienen a desaguar todas ellas, después de recorrer caminos paralelos, a los ríos y a la laguna del Fondó u Hondo
de Elche-Crevillente. En este conjunto, el curso del río Vinalopó es el de mayor tamaño, llevando agua de forma constante todo el año.
Los recursos bióticos y abióticos seleccionados por el grupo humano que se asentó en Caramoro I proceden en gran parte del entorno del enclave. Mientras algunos recursos como
cantos y bloques calizos, areniscas y margas amarillentasblanquecinas y verdosas –las que constituyen la base geológica del yacimiento y de su entorno inmediato– fueron utilizados
en labores constructivas, o en la elaboración de pesas de telar,
empleando en este caso, arcillas más depuradas. Del mismo
modo cabe descartar el uso de las arcillas rojizas situadas a
escasa distancia, con la excepción de su selección para la producción cerámica. Sin embargo, otra amplia gama de rocas
proceden de mayores distancias, en algunos casos obtenidos
gracias a procesos de distribución y/o intercambio con otras
comunidades de territorios próximos.
Ello significa que aunque los recursos líticos seleccionados
por los pobladores de Caramoro se encuentran muy localizados
en las bandas y elevaciones montañosas del entorno septentrional inmediato, existen depósitos derivados de difícil cuantificación y cartografiado a lo largo del curso del río, pero también
de diversas ramblas o barrancos paralelos, que constituirían las
principales áreas potenciales de captación. Este debe ser el caso
de parte de los soportes macrolíticos empleados como instrumentos de molienda en los que emplearon clastos erosionados
de conglomerados y calizas bioclásticas de mediano tamaño
que, en el caso de Caramoro, pudieron obtenerse a escasa distancia dentro del cauce del río.
A grandes rasgos y por lo que se refiere a otras posibles
fuentes de materia prima potenciales se pueden indicar la presencia de nódulos de sílex de diferentes tamaños, aunque principalmente de muy pequeño tamaño, en la misma banda de conglomerados donde se ubica el asentamiento, del Messiniense.
También en numerosos puntos de la banda de conglomerados
que recorre toda la sierra de Crevillente-San Pascual, Cossil, La
Figura 3.9. Foto del espolón donde se ubica el yacimiento. Obsérvese la secuencia geológica siguiendo la descripción del texto.
Garganta, Els Molins, Barranc de Amorós, Canya de les Moreres, Costera dels Dragons, Cantal de Mateu, Xorret, Barranc de
Sant Gaitano, Malià, las sierras de Elche y de Tabayá, especialmente, en diversos puntos en los que se encaja el río Vinalopó
en su paso por esta sierra, a escasos kilómetros de Caramoro
(fig. 3.10). De especial interés es el paraje de las Terrazas del río
Vinalopó (Aspe), así como aguas abajo en su margen izquierda
y en otra pequeña banda de conglomerados a escasa distancia
de Caramoro, se documentan una enorme cantidad de nódulos
de sílex de muy diversos tamaños, calidades y tonos cromáticos del Tortoniense. No obstante, a mayor distancia, también se
documentan nódulos de mayor tamaño y diversas calidades y
tonos cromáticos –principalmente marrones y grisáceos– en una
pequeña banda del Jurásico –Tortoniense y Messiniense– junto
a calizas y margas bien estratificadas en la sierra de Crevillente
(Molina et al., 2018).
Del mismo modo, las cuarcitas también son frecuentes en
gran parte de los lugares señalados, al menos en las bandas de
conglomerados de la sierra de Crevillente. Por citar un ejemplo,
en los parajes de El Pantano de Elche, Barranquet, Manchón de
la sierra de Crevillente y de Tabayá son casi tan abundantes o
más que el propio sílex.
Por último, sólo queda comentar los asomos de rocas metamórficas y rocas ígneas, todos ellos de tipo masivo. Esquistos
y calizas metamorfoseadas –algunas de tonos marrones o verdosas– se localizan exclusivamente en diversos puntos de las
sierras de Orihuela, Callosa y Los Cabezos, especialmente en
su zona occidental; mientras que las rocas ígneas –diabasas o
metabasitas– sólo aparecen dentro de este amplio territorio en
tres puntos: Cabezo de San Antón (Orihuela), Cabezo Negro
(Albatera) e Isla de Tabarca (Alicante). Tanto los asomos del
cabezo Negro a unos 18-20 km de distancia, como el de San
Antón, a cerca de 29 km, constituyen afloramientos potenciales
del marco regional. No obstante, aunque los afloramientos del
Alto Vinalopó, en la zona de Sax-Salinas-Villena, y los afloramientos de Orxeta, en su zona nororiental, se localizan a una
mayor distancia, no pueden ser descartados como potenciales
fuentes de aprovisionamiento.
En cualquier caso, en lo que se refiere a los afloramientos
masivos de rocas ígneas del Bajo Segura, el cabezo de San
Antón, situado en la sierra de Orihuela, y en pleno proceso
de explotación como cantera de áridos, se encuentra a escasos
23
[page-n-39]
Figura 3.10. Plano geológico del entorno de Caramoro I.
metros de la carretera nacional 340 de Orihuela a Murcia, a
la altura del túnel que atraviesa la sierra. Se ubica a menos de
500 m del asentamiento argárico de San Antón de Orihuela.
Las dimensiones de este afloramiento, en forma de cerro integrado en el conjunto de la sierra, superan los 200 m de eje. Es
una de los pocos afloramientos donde se observa la presencia
de importantes cristales de cuarzo blanquecino de tamaño considerable. No obstante, también es uno de los más alejados de
Caramoro I, dentro del espacio argárico, ya que se encuentra
a cerca de 30 km.
El segundo de los afloramientos situados en tierra firme, el
cabezo Negro, está situado en el término municipal de Albatera
(Murcia), en las estribaciones más septentrionales de la sierra
de Abanilla, pero muy cerca del límite con la provincia de Alicante. El cerro está coronado y estratificado junto a dolomías
claramente triásicas. Sus dimensiones muestran que se trata de
uno de los afloramientos de mayores dimensiones –300/400 m
de diámetro– y con mayor diversidad cristalográfica. Su proximidad a Caramoro I, aproximadamente unos 18 km, permiten
24
considerar que pueda tratarse, a modo de hipótesis, de la fuente
de procedencia de buena parte de las rocas ígneas presentes en
el yacimiento.
El último de los afloramientos masivos está alejado varios
kilómetros de la costa, situado justamente en uno de los extremos de la isla de Tabarca (Alicante) y en la que las recientes
excavaciones realizadas han permitido verificar que la primera
ocupación de la misma parece que se realizó en época romana
(Pérez, 2017). Estos datos reducen considerablemente las posibilidades de que este último afloramiento pudiese haber sido
una fuente potencialmente explotada.
En definitiva, aunque buena parte de los recursos líticos
presentes potencialmente empleados están en las proximidades del asentamiento –sílex, cuarcitas, areniscas, conglomerados, calizas, etc–, algunas rocas como las diabasas o
los esquistos podrían proceder de asomos situados en lugares algo más alejados, como los existentes en las sierras de
Abanilla, Callosa y Orihuela, distantes entre 18 y 40 km de
Caramoro I.
[page-n-40]
4
Caramoro I: territorio de captación y visibilidad
Sergio Martínez Monleón
El yacimiento de Caramoro I se emplaza en el extremo noroccidental de un pequeño promontorio dividido en dos partes por la
construcción de la autovía A-7 durante la década de 1980. Esta
elevación se localiza en la sierra de Borbano, dentro del paraje
conocido como Aigua Dolça i Salà, próxima al cauce del río
Vinalopó y al norte del actual núcleo urbano de Elche.
A nivel geográfico, este lugar se enmarca dentro de la unidad
fisiográfica comprendida por el curso bajo del Vinalopó, desde
el estrechamiento que sufre su cauce a su paso por la sierra del
Tabayá, al norte, hasta su antigua desembocadura en la Albufera
de Elche, sin llegar a alcanzar el mar como lo hace actualmente
mediante un azarbe.
Este espacio cuenta con una importante tradición investigadora desde finales del s. XIX y principios del s. XX (Ibarra Manzoni, 1879; Ibarra Ruiz, 1895; Jiménez de Cisneros, 1910; 1914;
González Simancas, 2010), que se vio impulsada desde la década
de 1950 gracias a los trabajos de A. Ramos Folqués, continuados
por su hijo R. Ramos Fernández, y a la labor desarrollada por
diversos grupos arqueológicos locales (Ramos Folqués, 1953;
1989; Román, 1978; 1980; Ramos Fernández, 1981; 1984; 1988).
La información recopilada en estas intervenciones ha sido la base
sobre la que se ha sustentado la realización de diversos proyectos de
investigación sobre la Prehistoria reciente en la zona (Jover Maestre
et al., 1997; 2014; Soler y López, 2000/01; López Padilla, 2009a;
2014a; López Mira et al., 2014; 2015; López Padilla et al., 2014;
2015; 2017; Martínez Monleón, 2014a; 2014b; 2015a; 2015b).
A partir del conjunto de prospecciones y excavaciones
efectuadas se han llevado a cabo varias síntesis sobre la ocupación del área durante el Neolítico (García Atiénzar, 2014)
como durante el Bronce final (Soriano et al., 2012). Aunque
no han faltado en los últimos años trabajos que abarcaran el
poblamiento en el lapso temporal que media entre ambos periodos, esta zona ha sido siempre incluida con el curso bajo
del Segura (López Padilla, 2009a; López Padilla et al., 2014;
Martínez Monleón, 2014a). Sin embargo, si queremos obtener
una visión más precisa del marco geográfico en el que se engloba el yacimiento de Caramoro I resulta pertinente abordar
con algo más de detalle este extremo nororiental de El Argar
en el marco temporal existente entre la formación y disolución
de dicha entidad social.
Ciñéndonos al territorio que se extiende 5 km a ambas
márgenes del río Vinalopó y que abarca una superficie de
230,18 km2 se localizan 15 yacimientos (fig. 4.1), 5 de ellos
adscribibles al Campaniforme, 9 a la Edad del Bronce y el
Tabayá que es el único que presenta una amplia secuencia de
ocupación desde el Campaniforme, siendo además el único
que permanece ocupado durante el Bronce Tardío (Hernández et al., 2019). Con respecto a los enclaves de la Edad del
Bronce todos ellos se adscriben a la cultura argárica (Martínez Monleón, 2014b), con excepción de Las Tres Hermanas (García Gandía, 2004) que se enmarca en el denominado
“Bronce Valenciano” (Jover et al., 2018).
No obstante, las referencias antiguas sobre la existencia de
otros yacimientos de estas cronologías son más numerosas, aunque no han podido ser corroboradas durante los diferentes trabajos de prospección. Entre este conjunto de enclaves se encuentran Terra Roja y Animeta1 en las estribaciones meridionales de
la sierra de Animetes, Carayala al sur de las elevaciones de la
sierra del Búho (Ramos Folqués, 1953: 345), La Cárcava y la
Loma en las elevaciones situadas al sur de la sierra de Borbano
o recientemente en la partida de Altabix.2
1
Noticias recogidas en el informe sobre el patrimonio arqueológico
del término municipal de Elche elaborado en 1994 por G. Segura
Herrero y F. J. Jover Maestre para la elaboración del Plan General
de Ordenación Urbana.
2
http://www.diarioinformacion.com/elche/2017/02/28/suelo-repleto-historia/1865456.html
25
[page-n-41]
Figura 4.1. Mapa con la distribución de los yacimientos localizados
en el curso bajo del Vinalopó entre mediados del III y II milenio
cal BC (1-Las Tres Hermanas; 2-Tabayá; 3-Castellar de la Morera;
4-Serra del Búho I; 5-Puntal del Búho; 6-Serra del Búho III; 7-Serra
del Búho IV; 8-El Cerro; 9-La Moleta; 10-Caramoro I; 11-Barranco
de los Arcos; 12-Promontori; 13-Figuera Reona; 14-El Arsenal; 15La Alcudia).
Así, durante la Prehistoria reciente se observa cómo hay
un interés por ocupar las zonas más próximas al cauce del río
(García Atiénzar, 2014: 244, fig. 21.1; Soriano et al., 2012:
fig. 17-19), salvo contadas excepciones como Galanet en la
margen izquierda del barranco de San Antón (Torregrosa et
al., 2014; Torregrosa y López, 2016) o Barranco de los Arcos, también conocido como Fortín II (Peñas Blancas) en la
margen izquierda del mismo barranco de las Monjas (Martínez, 2014b: 56-58). Además, la mayor parte de estos yacimientos se concentran en la margen izquierda del río, siendo
escasas las evidencias existentes en la otra orilla como Figuera Reona (Ramos Folqués, 1989: 14-16) o Casa de Secà
(Soriano et al., 2012).
Durante el transcurso del Neolítico, este poblamiento se
circunscribe únicamente a la vega cuaternaria del campo de
Elche, aunque sin establecer en las zonas próximas al antiguo
espacio lacustre, y no será hasta mediados del III milenio cal
BC, durante la fase Campaniforme, cuando además de ocuparse
estas áreas empiecen a aparecer los primeros enclaves en las
26
estribaciones montañosa que jalonan el curso del río como El
Tabayá (Hernández, 2009) y Castellar de la Morera (López Padilla, 2010). A partir del último cuarto del III milenio cal BC,
la dicotomía existente previamente desaparece y los nuevos
asentamientos como Caramoro I surgirán únicamente en el área
comprendida por las estribaciones meridionales de sierra Negra,
sierra del Búho y sierra de Borbano, sin que ello implique un
traslado importante dada la distancia de menos de 1 km que
dista Caramoro I del Promontori d’Aigua Dolça i Salà (Ramos
Fernández, 1981; 1984).
A partir de mediados del II milenio cal BC, las evidencias
de ocupación prácticamente desaparecerán y sólo se mantendrá
el núcleo del Tabayá, aunque ahora claramente vinculado a una
nueva realidad socio-política y orientado claramente al curso medio del Vinalopó (Jover y Segura, 1992/93; Martínez Monleón,
2015a). Esta práctica ausencia de yacimientos en la zona se mantendrá hasta el s. IX cal BC, cuando el hábitat vuelva a concentrarse en la llanura aluvial y se reocupen algunos núcleos previos
como El Tabayá (Hernández y López Mira, 1992) y Castellar de
la Morera, o surjan otros en sus proximidades como Caramoro II
(González Prats y Ruiz, 1992; García Borja et al., 2010).
Centrándonos en el periodo comprendido entre ca.
2200/2150–1550/1500 cal BC, se observa que a pesar de existir
una densidad de poblamiento notablemente inferior en los cursos bajos del Segura y del Vinalopó con respecto a la constatada
en otras unidades fisiográficas ubicadas al norte de la frontera
nororiental argárica (Jover et al., 2018: 101, fig. 4), la distancia
al vecino más próximo es inferior a la existente en los cursos
medio del Vinalopó y bajo del Montnegre, observándose una
especial concentración del mismo en torno al cauce del Vinalopó (tabla 4.1), aunque sin alcanzar los valores presentes en el
Alto Vinalopó y Montnegre en cuanto a densidad. Sin embargo,
la distancia existente entre los asentamientos del curso bajo del
Vinalopó es inferior a la constatada en el resto de zonas, teniendo además en cuenta que ésta se ve aumentada por la relativa
lejanía que presentan Tabayá –3,17 km–, Barranco de los Arcos
–1,9 km– y, sobre todo, Las Tres Hermanas –3,75 km– de su
yacimiento más próximo.
La situación observada en esta zona deriva claramente del
importante poblamiento existente durante el Campaniforme,
también constatado, aunque en menor medida, en la vega del
Segura (López Padilla et al., 2014). Sin embargo, la situación
es totalmente diferente a la experimentada al norte de esta área,
donde frente a las escasas evidencias documentadas durante el
Campaniforme (García Atiénzar, 2016) se observa un destacado
aumento de evidencias antrópicas a partir de la Edad del Bronce
(Jover et al., 2018: 112, fig. 11).
Por otro lado, uno de los aspectos considerados clave en
cualquier estudio de índole territorial es el tamaño o superficie
conservada de los yacimientos, como expresión de la magnitud
e intensidad en la ocupación de un sitio y que ha sido considerado un indicador potencial de la existencia de centros políticos
y de relaciones de dependencia entre asentamientos –jerarquización social– (Steponaitis, 1981; Feinman, 2011). Dado que
numerosos factores pueden incidir en la distorsión de la extensión original de estos (Burillo y Peña, 1984; Burillo, 1996), a
los que hay que unir la práctica desaparición de algunos por la
construcción durante el pasado siglo de canteras de extracción
de áridos –Serra del Búho III y IV–, durante las prospecciones
[page-n-42]
Tabla 4.1. Comparación entre la superficie territorial, número de yacimientos, densidad y distancia entre yacimientos en la unidad fisiográfica del Bajo Segura y Bajo Vinalopó y la zona de estudio entre mediados del III y II milenio cal BC.
Unidad fisiográfica
Cronología
Superficie
Nº yacimientos
Densidad
Distancia
Bajo Vinalopó
Campaniforme
230,18 km2
6
1 yac. / 38,36 km2
1,76 km
Bajo Segura/Bajo Vinalopó
Campaniforme
1524,23 km2
14
1 yac. / 108,87 km2
3,46 km
Bajo Vinalopó
Edad del Bronce
230,18 km2
10
1 yac. / 23,02 km2
1,08 km
Bajo Segura/Bajo Vinalopó
Edad del Bronce
1524,23 km2
30
1 yac. / 50,81 km2
2,44 km
llevadas a cabo en la zona (López Padilla et al., 2014; Martínez
Monleon, 2014a; 2014b) fue necesario identificar la superficie
actualmente conservada3 en los yacimientos y plantear su interpretación teórica, teniendo en cuenta los procesos que pueden
incidir en su destrucción y/o ampliación por dispersión de los
restos, principalmente de fragmentos cerámicos.
La mayor parte de los asentamientos de época argárica de la
zona son de reducido tamaño, inferiores la mayor parte de ellos
a 1.000 m2 como Caramoro I. Estas dimensiones concuerdan con
las propuestas realizadas en su día para los yacimientos de la
sierra del Búho actualmente desaparecidos (Román, 1978; 1980)
y también son las constatadas tanto en la mayor parte de los enclaves de la vega baja del Segura (Martínez, 2014a: 94), como
en otros yacimientos argáricos como La Tira del Lienzo (Totana,
Murcia), Barranco de la Viuda (Lorca, Murcia) o Piedras Bermejas (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al., 1993; DelgadoRaack et al., 2016; Medina y Sánchez, 2016). Por otro lado, a
pesar de su pequeño tamaño, éste es superior a la mayor parte
de los enclaves del denominado “Bronce Valenciano” como el
cercano asentamiento de Las Tres Hermanas, que no llegan a
superar los 300 m2 (Jover et al., 2018: 100, fig. 3).
Sin embargo, en el curso del Segura existe otro importante
grupo de yacimientos de mayores dimensiones, entre 0,2 y 0,3
ha, que no se encuentran en el Vinalopó, quizá con la excepción
de La Moleta (Elche, Alicante) para el que algunos autores han
llegado a proponer que pudo ocupar una superficie ligeramente
superior, en torno a los 3.000 m2 (Jover et al., 1997) aunando
los diversos momentos de ocupación que alberga, tanto ibéricos
como tardorromanos. Únicamente el yacimiento del Tabayá, en
el paso entre el curso medio y bajo del río, supera estas dimensiones –6.700 m2– y parece convertirse en el centro principal,
por lo menos en cuanto a su capacidad de agregación poblacional (fig. 4.2), del curso bajo del Vinalopó, aunque en todo caso
sin alcanzar la extensión que ofrecen los principales núcleos
argáricos del Segura como San Antón y Laderas del Castillo.
Otro factor que se debe analizar es la altura relativa de
los asentamientos respecto al llano circundante, un indicador
que puede aportar interesantes datos sobre las estrategias de
3
Se entiende por superficie conservada el área en la que se observa
la presencia de depósitos sedimentarios artificiales asociados a evidencias arqueológicas. Ello supone considerar para el caso aquí en
estudio que la superficie estimada será siempre el tamaño máximo
posible conservado.
implantación en el territorio. Aunque la elección de un determinado emplazamiento no siempre hubo de estar orientada a
maximizar el aprovechamiento de todas las condiciones que
este podía ofrecer en cada caso, es razonable suponer que
las características del mismo y de su entorno físico revelen
qué factores –como, por ejemplo, la visibilidad o el coste de
desplazamiento a las áreas de captación– se potencian dentro
de los sistemas de ocupación del territorio, permitiendo, así,
realizar valoraciones sobre la funcionalidad probable de los
mismos. Frente a otros métodos de cálculo empleados para
cuantificar esta variable (Nocete, 1996: 16-17; Burillo y López, 2005/06: 75-76), en este caso se han desarrollado dos procedimientos diferentes. Los valores se han obtenido tomando
como referencia la altura máxima del yacimiento y su diferencia con respecto a la altura mínima (Hr1) y la altura media
(Hr2) existente en el entorno de 1 km.
Frente a la dicotomía existente durante el Campaniforme
entre asentamientos emplazados en la llanura aluvial del Vinalopó y otros enclaves que buscan una posición destacada
sobre su entorno, durante la Edad del Bronce se aprecia la ausencia de asentamientos en las zonas llanas. No obstante, ello
no implica la búsqueda de emplazamientos tan elevados como
ocurría en el caso del Castellar de la Morera, con excepción de
la continuidad del hábitat en el Tabayá, sino pequeños cerros
o promontorios rocosos ligeramente sobreelevados sobre su
entorno circundante (fig. 4.3). Esta característica también es
extensible al resto de núcleos argáricos de la vega del Segura,
con excepción del paraje más agreste en el que se ubican Pic
de les Moreres o Cabezo de Hurchillo en las sierras septentrionales que delimitan el extremo oriental de la fosa intrabética,
y a la mayor parte de los enclaves del denominado “Bronce
Valenciano”. Sin embargo, entre los enclaves adscritos a esta
última entidad/es social/es resulta más frecuente la existencia
de yacimientos que destacan por su posición predominante, lo
que inexorablemente conlleva el alejamiento de los principales cursos hídricos y las tierras más óptimas para la práctica
agrícola (Jover et al., 2018: 103, fig. 6).
Pero no sólo valorando el entorno físico en el que se enclavan los diferentes yacimientos analizados podemos aproximarnos a las intenciones de las sociedades que lo habitaron, debemos tener en cuenta también otros aspectos como la
relación proximidad/lejanía a las tierras potencialmente explotables. Así, las mejores tierras para las prácticas agrícolas
las encontramos en la llanura aluvial del Vinalopó (fig. 4.4),
principalmente en la margen izquierda del río, vinculada a la
explotación agrícola mediante prácticas de irrigación desde
27
[page-n-43]
Figura 4.2. Gráfica con el tamaño de los yacimientos del curso bajo
del Vinalopó (los círculos negros hacen referencia a las dimensiones de los yacimientos tomadas durante las prospecciones, en
rojo aparece el asentamiento de Caramoro I y los rombos blancos
corresponden al tamaño propuesto para aquellos enclaves que no
han podido ser dimensionados en los trabajos de campo).
Figura 4.3. Gráfica que muestra la distribución de los yacimientos
estudiados relacionando la altura máxima del yacimiento y su diferencia con respecto a la altura mínima (Hr1) y media (Hr2) existente en el entorno de 1 km (los círculos negros hacen referencia a
los yacimientos argáricos, en rojo aparece el asentamiento de Caramoro I y los cuadrados naranjas corresponden a los asentamientos
campaniformes, estando el enclave del Tabayá representado con un
cuadrado negro debido a su amplia secuencia de ocupación).
28
época romana (Azuar et al., 1998) y, sobre todo, con sus tradicionales huertos de palmeras desde la fundación de la madîna
de Ils durante la primera mitad del s. XI (López Seguí et al.,
2004; Barceló y López Seguí, 2006). Estas tierras de alta capacidad también se encuentran en la margen derecha del río,
pero en las zonas más próximas a la antigua Albufera de Elche,
presentando más limitaciones en las zonas cercanas al piedemonte de sierra Negra y sierra de la Madera.
Aunque se puede llevar a cabo una agricultura extensiva
en el resto del territorio, la menor potencia edáfica, mayor
pendiente y el riesgo de erosión nos lleva a considerarlas
como zonas con unas condiciones de baja productividad. Es
el caso de las estribaciones montañosas situadas al norte de la
llanura aluvial, aunque hasta buena parte del s. XX no solía
ser extraño encontrar entre las distintas elevaciones pequeñas
parcelas dedicadas al cultivo regadas mediante qanawat desde época islámica.
Así, en la figura 4.4, se observa como los yacimientos campaniformes ubicados en la llanura aluvial del Vinalopó presentan en su entorno un predominio de suelos de capacidad alta, a
lo que se une las amplias áreas de captación que tienen dada la
topografía poco accidentada del terreno en el que se emplazan,
como han demostrado los diferentes estudios efectuados sobre
La Alcudia (Martínez Monleón, 2014c: 46, fig.5.7) y Figuera
Reona (García Atiénzar, 2014: 246, fig. 21.3). Por el contrario,
tanto los yacimientos argáricos como el enclave del Castellar de
la Morera se localizan en las zonas menos productivas desde el
punto de vista agrícola, aunque no muy alejados de ellas. Así,
únicamente el yacimiento del Tabayá presentaría limitaciones a
la hora de cubrir sus necesidades subsistenciales, dado lo escabroso del paraje donde se emplaza y la distancia que lo separa
de las tierras agrícolas más productivas del valle de Aspe (Martínez, 2014b: 61, fig. 3).
En el caso concreto de Caramoro I (fig. 4.5), en el entorno inmediato del yacimiento –15 minutos– ya se encuentra
tierras con una alta capacidad de uso tanto al este, como
al sudoeste, en la otra margen del río, que dado el escaso
contingente de población que albergaría este enclave serían suficientes para cubrir tanto sus necesidades alimenticias como la obtención de un excedente productivo y el
almacenamiento y conservación de semillas para la próxima
cosecha. En este sentido, hay que ser conscientes de que a
pesar de que en la actualidad la zona cercana al yacimiento
se encuentra ampliamente transformada por la construcción
de diversos chalets y, sobre todo, por las obras realizadas
para la construcción de la autovía A-7 (fig. 4.6a), hasta la
década de 1950 existían numerosas parcelas de cultivo en su
entorno, como puede observarse en las fotografías del vuelo
fotogramétrico realizado en los años 1956-57 por el Army
Map Service de EE.UU. (fig. 4.6b).
Estas tierras de alta capacidad de uso aumentan notablemente si ampliamos el margen temporal hasta 30 minutos y 1 hora,
circunstancia de especial relevancia porque teniendo la cuenta
la proximidad del resto de yacimientos argáricos, ligeramente
más alejados de ellas, sería lógico pensar que todos estos enclaves se vieran obligados a explotar las mismas tierras.
Un último aspecto a valorar es la visibilidad con que cuentan este conjunto de yacimientos, partiendo de la base de que el
tamaño y la forma de la cuenca visual son fruto de una volun-
[page-n-44]
tad de control del territorio (Molinos et al., 1994). Este análisis pretende definir el conjunto de territorio y yacimientos que
son visibles desde un punto de observación, dada una distancia
máxima de visión y con base únicamente a la topografía (García
Sanjuán, 2005). En este caso concreto hemos optado por considerar la altura del observador y de lo observado en 2 m, suponiendo la altura de una persona más algún punto de apoyo al que
pudiera subirse, siendo los límites máximos de visión utilizados
de 3 y 30 km. El primero, coincidente con el umbral establecido
como límite máximo de la visibilidad humana fiable en los estudios de medio físico y planificación territorial (Aguiló et al.,
1993: 494-495), nos permite evaluar si existe un control visual
del territorio de explotación inmediato, mientras el segundo es
empleado para valorar las posibles relaciones y comunicaciones
establecidas entre los asentamientos, así como el control de las
vías de comunicación (Picazo, 1998; Burillo y López, 2005/06;
Aguilella y Flors, 2009). Para matizar el aspecto del control visual, se ha diferenciado el área visible desde el asentamiento
por ángulos verticales: por debajo de la horizontal (de -90º a
1º), visibilidad rasante (-1º a 0º) y por encima del horizonte (0º a
90º), considerando que sólo el primero de ellos permite dominar
visualmente el terreno (Zamora, 2006).
Como ya hemos comentado en otras ocasiones (Martínez
Monleón, 2014a: 97), la visibilidad que se tiene desde Caramoro I es bastante reducida en comparación con la que presentan la
mayor parte de yacimientos argáricos de los cursos bajos del Vinalopó y del Segura. Esta situación se acrecenta aún más si tenemos en cuenta únicamente aquellas zonas sobre las que se ejerce
un dominio visual, que se concentran en el área más próxima
ubicada en la otra margen del río, al oeste, así como a lo largo
del discurrir del Vinalopó, al sur (fig. 4.7). En este sentido, destaca que de las tierras potencialmente aprovechables desde este
enclave, no se tenga ningún control sobre aquellas emplazadas
al este del asentamiento, lo cual podría servir de base para inferir que las tierras explotadas desde este asentamiento serían las
ubicadas enfrente del mismo, básicamente al noroeste y oeste,
por donde discurre el río. Esta hipótesis también viene sustentada por las noticias existentes sobre la existencia de diversos restos cerámicos de época argárica localizados en esa zona durante
las obras de construcción de la autovía A-7, habiendo incluso
referencias a la presencia de posibles enterramientos.
En relación con la intervisibilidad, desde Caramoro I no se
controla ningún yacimiento argárico del curso del Vinalopó,
teniendo una visibilidad rasante con otros enclaves como La
Figura 4.4. Mapa con la distribución de los yacimientos localizados
en el curso bajo del Vinalopó entre mediados del III y II milenio
cal BC sobre la cartografía de capacidad de uso del suelo, a escala
1:50.000, elaborada por la C.O.P.U.T. de la Generalitat Valenciana
(Antolín, 1998).
Figura 4.5. Áreas de captación isocrónicas de 15, 30 y 60 minutos
desde Caramoro I con indicación del potencial agrario.
29
[page-n-45]
a)
b)
Figura 4.6. Área de captación isocrónica de 15 minutos desde Caramoro I sobre: a) la ortofoto más actual del proyecto PNOA; y b) fotografía del Vuelo Americano Serie B 1956-1957.
Moleta o los núcleos ubicados en la sierra de Rojales y siendo
dominado a nivel visual desde la Serra del Búho I y Puntal del
Búho (fig. 4.8d). Aunque otros enclaves del Vinalopó presentan
una mejor situación que Caramoro I, se encuentran muy alejados de las condiciones que permitiría considerarlos como yacimientos con un importante control territorial (Martínez Monleón, 2014a: 98, tabla 3).
Únicamente desde el Tabayá se tiene un amplio control tanto del curso medio como bajo del Vinalopó, aunque muestra una
escasa comunicación visual con el resto de yacimiento argáricos
del área (fig. 4.8b). No obstante, el dominio visual del Tabayá es
bastante limitado en comparación con el que presenta durante la
fase Campaniforme el núcleo del Castellar de la Morera, asentamiento desde el cual su visibilidad rasante permite alcanzar
buena parte del curso del Segura e, incluso, la sierra de Callosa
(fig. 4.8a). Por lo tanto, la desaparición de este asentamiento en
época argárica parece indicar un menor interés en controlar la
llanura aluvial del Vinalopó, ya que ninguno de los yacimientos
fundados en estos momentos llega a cumplir esa función, frente
a una mayor preocupación por dominar visualmente aquellos
territorios localizados al otro lado de la frontera nororiental argárica. De todas formas, durante el Campaniforme este control
visual únicamente se podría ejercer desde Castellar de la Morera, ya que el resto de yacimientos como Promontori d’Aigua
Dolça i Salà tienen un control visual prácticamente nulo sobre
el territorio (fig. 4.8c).
En resumen, Caramoro I es uno de los pequeños asentamientos que a partir de inicios del II milenio cal BC se funda,
principalmente, en la margen izquierda del río Vinalopó. Estos asentamientos, situados a escasa distancia unos de otros,
se emplazan en pequeñas elevaciones escasamente destacadas
sobre su entorno, en la periferia de las tierras de mayor capa30
Figura 4.7. Campo visual (3 km) por ángulos verticales del yacimiento de Caramoro I.
[page-n-46]
Figura 4.8. Campo visual (3 km) por ángulos verticales de los yacimientos: a) Castellar de la Morera; b) Tabayá; c) Promontori
d’Aigua Dolça i Salà; d) Caramoro I.
31
[page-n-47]
cidad agrícola a diferencia de lo que sucedía durante las etapas previas. Sin embargo, ello no implica que su localización
les impida acceder a las tierras más productivas, puede ser
que con mayores limitaciones, pero con la innegable ventaja
que aporta poder ejercer un control visual sobre ellas del que
carecían los núcleos precedentes. Todos estos enclaves, situados en la margen izquierda del río Vinalopó, estarían controlados desde el asentamiento del Tabayá, el cual tanto por sus
dimensiones como por el importante control territorial que
ejerce sobre la frontera nororiental argárica llegaría a convertirse en el poblado nuclear del curso bajo del Vinalopó. Esta
32
posición predominante implica un importante alejamiento de
las mejores tierras del cultivo, por lo que no resulta descartable que buena parte del plusproducto o excedente obtenido por la población asentada en el resto de yacimientos del
Vinalopó fuera a cubrir las necesidades subsistenciales de la
población que ocuparía el Tabayá. Sin embargo, no conviene
olvidar que esta zona se enmarca dentro de un contexto más
amplio que abarcaría todo el extremo oriental de la fosa intrabética, donde San Antón y Laderas del Castillo en la vega
del Segura serían los principales núcleos rectores de toda esta
unidad fisiográfica.
[page-n-48]
5
A propósito de Caramoro I y Promontori: dos hitos de la prehistoria
del territorio de Elche excavados por Rafael Ramos Fernández
1
Anna M. Álvarez Fortes
INTRODUCCIÓN
Los yacimientos arqueológicos de Caramoro I y, en especial,
del Promontori de l’Aigua Dolça i Salada son los enclaves de
la Prehistoria reciente ilicitana más destacados y conocidos en
el panorama investigador. Ambos fueron excavados por el, por
entonces, director del Museo Arqueológico Municipal de Elche,
Rafael Ramos Fernández. El interés por llevar a cabo su excavación debemos contextualizarlo históricamente para comprender, en su justa medida, el valor del trabajo desarrollado. Este
es el objetivo que pretendemos cumplir con el presente texto,
sirviendo, a su vez, como homenaje a la labor desarrollada por
su excavador.
Con la restauración de la democracia se iniciaba una nueva
etapa en los municipios españoles. La promoción cultural creció
exponencialmente y muchas ciudades se dotaron de nuevas instalaciones, como bibliotecas, aulas de cultura, universidades populares,2 y museos.3 A estos últimos se asignarían plazas de direc1
Queremos agradecer muy encarecidamente a Rafael Ramos Fernández su amabilidad al concedernos una entrevista para la realización del presente texto.
2
Elche no fue una excepción. Durante los primeros años de la democracia se inauguró el Museu d’Art Contemporani d’Elx (1980), la
Universidad Popular (1981), la Biblioteca Municipal de San José
(1982), el Museo de la Palma (1984), el conservatorio de Música
(1986), la Casa de la Festa (1988).
3
En la provincia de Alicante podemos citar, entre otros, el Museo
de la Asegurada (1977), el Museo Arqueológico de Callosa de Segura, el Museo Histórico Municipal de Novelda (1980), el Museo
Municipal de Benisa o el Museo Arqueológico de Elda (1983).
Extraemos los datos de la tesis de María Marco Such Estudio y
análisis de los museos y colecciones museográficas de la provincia
de Alicante. Tesis presentada en 1998 en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Alicante. Se puede consultar en: http://
rua.ua.es/dspace/handle/10045/9884.
ción asumidas por profesionales formados. Es el caso de Rafael
Ramos Fernández (Elche, 1942), quien, en 1978, pasó a ocupar la
plaza de director del entonces Museo Arqueológico Municipal.4
En el año 2012, tras haberse responsabilizado de su dirección durante treinta y seis años, dejaba el actual Museo Arqueológico y
de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués” (MAHE).
El ímpetu y la energía de los primeros años al frente de la
entidad depararon una serie de hallazgos arqueológicos entre
los que destacan Promontori de l’Aigua Dolça i Salada y Caramoro I, ambos situados en las terrazas junto al río Vinalopó, al
norte de la actual población. Estos yacimientos supusieron un
hito para el museo y se enmarcan en un contexto de cambios en
distintos niveles: la inauguración de una nueva instalación en
el palacio de Altamira, donde se podría mostrar el resultado de
estas excavaciones; una ciudad que cambiaba aceleradamente
y donde, por primera vez, se iba a plantear la necesidad de una
vigilancia arqueológica de las intervenciones urbanísticas; un
nuevo contexto académico propiciado por el CEU de Alicante y,
a partir de 1979, por la Universidad de Alicante, centros ambos
donde R. Ramos Fernández impartiría clases. Además, Promontori y Caramoro se enmarcan en otra de las facetas que caracterizan estos primeros momentos de Ramos al frente del museo:
su intención de llevar a cabo la excavación sistemática de los
yacimientos del término municipal.
No obstante, en el presente trabajo nos limitaremos a exponer
la intervención de R. Ramos en ambos enclaves, ya que en otras
publicaciones (Álvarez, 2019: 11-56) ha sido presentado un tratamiento en profundidad sobre el arduo proceso hasta llegar, el 29 de
noviembre de 1985, a la inauguración, en el palacio de Altamira,
del Museo Arqueológico Municipal “Alejandro Ramos Folqués”.
4
El 24 de abril de 1978 el periódico La Verdad publicaba un artículo,
“Museos municipales: ya hay director”, en el que se informaba de
la incorporación al puesto de Rafael Ramos.
33
[page-n-49]
EL MUSEO DEL PARQUE Y SUS FONDOS
En el momento en el que Rafael Ramos Fernández asumió la
dirección del museo, éste se encontraba situado en el pabellón
central construido en el parque municipal con motivo de la I
Feria de la Industria, Agricultura y Artesanía de 1946 (actual
Centro de Visitantes). Se había inaugurado en 19535 y acogía
piezas procedentes de La Alcudia, fruto de las actuaciones del
entonces director de la institución y propietario del yacimiento,
Alejandro Ramos Folqués, y parte del legado del erudito local
Pedro Ibarra Ruiz: aportaciones de La Alcudia y de otros yacimientos del término, desde hachas de época prehistórica hasta
cerámicas andalusíes procedentes del subsuelo de la ciudad, donados por su viuda tras su fallecimiento en el año 1934.6 A estos
fondos se añadirían, en 1972, las piezas escultóricas ibéricas del
Arenero del Vinalopó (Monforte del Cid), procedentes de un
hallazgo casual, así como el producto de las excavaciones realizadas, también a partir de 1972, por Alejandro Ramos Folqués y
Rafael Ramos Fernández en el Parque de Elche.7
Unos años antes, en 1965, Alejandro Ramos había realizado
una intervención en el yacimiento eneolítico de la Figuera Redona, un asentamiento, descubierto por Pedro Ibarra en 1900, situado en llano a la derecha del río, y actualmente absorbido por
la población. Como cuenta el mismo Ramos Folqués, en 1940
había realizado un primer rastreo al norte de la vía del ferrocarril,
encontrando tres fondos de cabaña que contenían únicamente algunos fragmentos cerámicos, frente a la abundancia de materiales
en superficie (Ramos Folqués, 1953: 349). La actuación de 1965
se produjo a raíz de la comunicación de la aparición de unas manchas oscuras, observadas por un vecino de la calle Blas Valero al
realizarse obras de desmonte de tierras en dicha calle para proceder a su asfaltado. Tras acceder el concejal de obras de la época –y el contratista– a la paralización de las actuaciones (Ramos
Folqués, 1989: 14), se pudieron iniciar los trabajos de excavación
en el tramo situado al final de la vía citada, junto a la avenida del
Ferrocarril, ayudado Ramos Folqués, como se ve en las fotogra
El 13 agosto de 1953, el diario Información, en un artículo titulado
“El museo en el Parque” daba noticia de la nueva instalación.
Sobre Pedro Ibarra Ruiz, su labor en el campo de la arqueología y
su colección, se puede consultar la obra de Joan Castaño i García
Els germans Aurelià i Pere Ibarra: cent anys en la vida cultural
d’Elx (1834-1934), Alacant, Publicacions Universitat d’Alacant,
2001. También existe un estudio, inédito, El legado de Pedro Ibarra (1858-1934) en el Museu Arqueològic i d’Història d’Elx “Alejandro Ramos Folqués” presentado por la que suscribe el presente escrito, el 14 de julio de 2017, como trabajo fin del máster en
Arqueología Profesional y Gestión Integral del Patrimonio de la
Universidad de Alicante, ante un tribunal formado por los profesores Sonia Gutiérrez Lloret, Feliciana Salas Selles y Jesús Moratalla
Jávega, trabajo dirigido por este último profesor. Hemos de señalar
que el “Museo Municipal de Elche”, según el libro de firmas del
museo que se conserva en el Archivo del MAHE, se abriría al público, en primer término, en el domicilio de Pedro Ibarra en la calle
Conde (actual Pedro Ibarra) en 1940.
5
6
7
34
La primera campaña fue realizada a raíz del “hallazgo eventual de
una escultura de piedra caliza representando un pájaro efectuado
al abrir una zanja para colocar la tubería del agua potable para la
población”. Memoria publicada con el título “Excavaciones al este
del Parque Infantil de Tráfico en Elche (Alicante)”, Noticiario Arqueológico Hispánico, Arqueología IV, 1976, p. 671-700.
Figura 5.1. Excavación en 1965 en el yacimiento de la Figuera Redona (calle Blas Valero). Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
fías de la época, por dos peones armados de pico y legón, que iban
descubriendo los fondos circulares de las cabañas y depositando
en una cesta lo que iban encontrando (fig. 5.1). Creemos de interés la narración de estos hechos porque reflejan muy bien no solo
en qué podía consistir una actuación arqueológica en esos años
en Elche, sino también la dependencia de la existencia o no de
interés por parte de la autoridad municipal, ante la inexistencia de
una legislación protectora de estricto cumplimiento.
Por estos años, pero también más tarde, ya con Rafael
Ramos Fernández al frente del museo, lo normal era que la
materialidad de las actuaciones se realizara con la única y
exclusiva colaboración de peones del Ayuntamiento, lo que
dependía de la disponibilidad del municipio y, obviamente,
de la voluntad del alcalde.8
LAS CAMPAÑAS EN EL TERRITORIO
En las labores de ordenación del archivo del MAHE, que se
están desarrollando en la actualidad, hemos encontrado un
escrito de Rafael Ramos en el que él mismo enuncia las dos
directrices fundamentales que orientan su actividad en estos
años: “lograr un nuevo edificio para emplazamiento de nuestro museo, dado que el existente ha quedado ampliamente
desbordado” y “proseguir la excavación sistemática de los
yacimientos de nuestro término”.9
Como ya hemos señalado, el nuevo museo en el palacio de
Altamira había de albergar dignamente los objetos del antiguo
museo del Parque Municipal, pero también habría de presentar los
nuevos hallazgos que iba a deparar la actividad arqueológica en el
Rafael Ramos apunta en una nota, fechada el viernes 2 de marzo
[de 1979], que se había dirigido al alcalde Vicente Quiles solicitando cuatro peones para una excavación, y que este le contestó que
esperara, sin más explicación. Archivo del MAHE, sig.: A 1/3.
El documento no lleva fecha, pero, por el contexto, pensamos que
podría datar de finales de 1982 o del primer semestre de 1983, ya
que menciona la publicación Festa d’Elig, de agosto de 1982, sig.:
A 2/14.
8
9
[page-n-50]
término. Es decir, los resultados materiales del cumplimiento de
la segunda de las directrices fijadas por Ramos en estos primeros
años al frente del museo. La intervención en el territorio se plasmaría en una serie de campañas programadas, destacando las efectuadas en el Parque Infantil de Tráfico y las dos que centran estas
líneas: el Promontori de l’Aigua Dolça i Salada y Caramoro I.
Además, las memorias de estos años, nos informan también
de actividades de exploración y prospección en el término. En la
memoria de 1979,10 Ramos expone que ha realizado prospecciones en El Castellar de la Morera, donde se procedió a levantar
un plano con curvas de nivel y a realizar el señalamiento de las
posibles zonas arqueológicas; en el Puntal del Búho, resaltando el peligro que atenazaba a este yacimiento por el progresivo
avance de una cantera; el yacimiento que denomina “Camino
de las Canteras”, al que “debemos prestar atención en un próximo estudio”; Cueva de las Arañas del Carabassí, que adscribe al
Neolítico final (en 1979, un particular, Antonio Sáez Llorens, había donado al museo materiales líticos y cerámicos encontrados
en la cueva);11 El Cabezo del Carabassí, emplazamiento romano
en el que observa la presencia de restos de estructuras y donde
afloraba abundante cerámica de época romana imperial.
Al año siguiente de la memoria citada, entre octubre y noviembre de 1980, se realizan trabajos de exploración y prospección en
la cueva de las Arañas.12
Rafael Ramos recoge y amplia parte de esta memoria en un artículo, “Actividad arqueológica de los museos de Elche”, publicado en
la revista Festa d’Elig de 1980, p. 59-67.
10
Archivo del MAHE, sig.: A 1/80. El dato se incluye en un informe que Ramos remite a la Subdirección General de Arqueología el 11 de marzo de 1981. En el mismo también comunica
que, tras realizar una inspección en la cueva, se comprobó la
existencia de una pintura parietal y que de todo ello se informó
al Museo Provincial de Alicante. Además, expone la existencia
de varios trabajos en vías de publicación sobre los hallazgos y
que se solicitó, al Ayuntamiento de Santa Pola, la protección de
los restos, si bien la reja que se puso fue arrancada en diversas
ocasiones. A tenor de todos estos datos, solicitaba autorización
para que el Museo Arqueológico de Elche se responsabilizara
del yacimiento, para intervenir en la zona de los hallazgos y
efectuar prospecciones en la zona y alrededores, así como para
que los materiales se depositaran en el museo de Elche. Por fin,
pedía una subvención de 200.000 pesetas para la realización de
los trabajos y proceder a un mejor cierre de la cueva (no sabemos si el informe tuvo contestación).
11
Archivo MAHE, “Actividad del Museo Arqueológico de Elche
19/4/79 - 31/1/83”, sig.: A 2/17. “El hallazgo en esta cueva de un
conjunto integrado por un vaso ovoide modelado a mano, de superficie exterior anaranjada, bruñida y con decoración incisa incrustada
de pasta roja tras su cocción; varios fragmentos cerámicos de otras
vasijas; un cuchillo de sílex marrón traslúcido y otro sílex tubular
blancuzco; una punta de flecha de talla bifacial con mantenimiento
de arista central, de tipo romboidal; una astilla de sílex gris amarillento con incipiente retoque invasor que responde a una pieza en
proceso de fabricación; varios fragmentos de hojas líticas; un punzón
sobre caña de hueso; un fragmento distal de aguja en hueso marrón
muy pulido y brillante; nueve valvas de pectúnculo con el natis perforado; así como otras piezas y abundantes restos óseos animales y
un bloque de piedra caliza con tres manchas de colorante rojo, que
se encontraba en el fondo de la cueva, junto a la pared rocosa de la
misma, con el resto de los materiales citados, todos cubiertos por una
espesa capa de tierra polvorienta negruzca, sobre los cuales, en la
pared citada, existe la representación de un équido”.
12
Figura 5.2. El yacimiento del Parque Infantil de Tráfico antes de su
cubrimiento. Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
El 17 de octubre de 1983, Ramos iniciaría la segunda
campaña de excavaciones en el Parque Infantil de Tráfico
(Parque Municipal), tras la realizada con su padre en 1972.
Esta segunda campaña se produciría, según la solicitud de autorización de excavación que dirige al Ministerio en enero de
1983, con motivo de un proyecto de remodelación de los jardines que iba a afectar a las estructuras sacadas a la luz en la
anterior intervención y a los materiales subyacentes.13 Posteriormente, en 1984, 1985 y 1986, se autorizaría la realización
de nuevas campañas14 (fig. 5.2).
También en ese año 1983, remite, a fin de confeccionar la
memoria de la gestión municipal, la relación de los yacimientos arqueológicos “de protección municipal”: El Castellar, Las
Canteras, Puntal del Búho, La Moleta, El Fortín (Caramoro),
Caherulet, Promontori [de l’Aigua Dolça i Salada], Parque Infantil de Tráfico, El Cabezo [del Clot de Galvany], La Alcudia,
La Meseta (“posible yacimiento ibérico”), La Torre (“emplazamiento defensivo de la Edad del Bronce”) y las “Villas” (como
consecuencia de la parcelación centurial y distribuidas por el
campo de Elche).15
Solicitud de permiso de excavación, Archivo del MAHE, sig.: 2/13.
Siguen comunicaciones sobre el asunto e informe sobre la excavación, sacada de la memoria anual de actividades de dicho año 1983.
13
En el archivo del MAHE se guarda un informe, de fecha 7 de julio
de 1992, suscrito por Rafael Ramos y Gaspar Jaén i Urban, doctor en arquitectura, exponiendo el deterioro de los restos ibéricos
y romanos del yacimiento y proponiendo proceder al cubrimiento
controlado del mismo, previa autorización de la Conselleria de Cultura, así como a la recreación en superficie de la planta de la villa
romana existente en dicho lugar. No se indica en el documento a
quién se dirige dicho informe. Archivo MAHE, sig.: A 4/44.
14
La relación se realiza a raíz de un oficio dirigido por el secretario
general en el que solicita información del periodo comprendido entre el 19 de abril de 1979 y enero de 1983. Archivo MAHE, sig.:
2/17. La misma relación, a falta de incluir “La Meseta” y “La Torre”, se remitiría al Ayuntamiento el 20 de febrero de 1981. Archivo
del MAHE, sig.: 1/77. Sobre las “Villas” copiamos textualmente:
“como consecuencia de la parcelación centurial de 750 mts aplicada a Illici, y en muchos lugares fosilizada por los actuales caminos,
existe una villa en cada parcela. Situadas en el plano, responden a
construcciones de época imperial”.
15
35
[page-n-51]
XXX,16 que el 13 de diciembre de 1978, acudieron a este museo
a depositar materiales que habían encontrado, procedentes del
corte en el arenero y de las extracciones producidas al cimentar
una torre de tendido eléctrico”. Desplazado Ramos al lugar, no
solo verificó la localización del emplazamiento, sino que, como
anota en el diario, comprobó el gran interés del posible yacimiento. Inmediatamente, realizó un sondeo de prospección en
el lugar donde era visible la extracción de tierras y donde los
estudiantes habían encontrado los fragmentos, siendo el resultado positivo (fig. 5.3).
De hecho, con la misma fecha de 13 de diciembre de 1978, se
custodia en el museo una comunicación enviada por Ramos a Juan
Maluquer de Motes, en ese momento subdirector general de Arqueología de la Dirección General de Patrimonio Artístico, Archivos y Museos. En dicha comunicación, Ramos señala que procedió
a prospectar la zona y expone sus primeras impresiones:
Nuestro reconocimiento de la superficie del terreno nos permite suponer la posibilidad de la existencia de un yacimiento
Calcolítico-Bronce, puesto que tanto los materiales recogidos en el lugar del establecimiento de la mencionada torre de
tendido eléctrico, con los que ahora preparamos un detallado
informe; como los recogidos en la prospección de superficie,
consisten en cerámicas incisas y lisas, con predominio de
tipos campaniformes.17
Figura 5.3. Promontori preparado para iniciar la excavación,
[1979]. Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro
Ramos Folqués”-MAHE.
Los primeros años de Ramos al frente del museo se revelan
como un periodo complicado, donde, a las urgencias que presenta el tener que acudir a las necesidades del edificio, se suma un
amplio territorio por descubrir y proteger. Por otra parte, habría
que sumar un espacio urbano falto de normativa protectora y de
vigilancia. En ambas zonas, además, campo y ciudad, se acelera
un proceso definido por la ocupación residencial e industrial, la
transformación de viales, y la erección de todo tipo de dotaciones
y equipamientos, proceso que continuará la gran transformación
urbana de los años setenta del siglo XX, que había cambiado la
imagen de la ciudad histórica y había destruido impunemente
gran parte de su patrimonio arquitectónico. Como en los tiempos
de Pedro Ibarra, también caracterizados por un rápido cambio de
la ciudad y su territorio, a veces la excavación de una zanja o la
colocación de una nueva instalación sacaba a la luz un yacimiento
arqueológico, es lo que pasó en Promontori. La diferencia es que
ahora Ramos sí que podría llevar a cabo excavaciones.
PROMONTORI DE L’AIGUA DOLÇA I SALADA
La intervención en Promontori surge a partir del afloramiento
de restos cerámicos a consecuencia de las obras de cimentación
realizadas para emplazar una torre del tendido eléctrico. Rafael
Ramos anota, en el diario de la excavación, que el yacimiento fue localizado por “los jóvenes estudiantes de bachillerato
En la comunicación también expone el peligro inminente
de destrucción, ya que la futura ordenación urbana prevé que
el lugar se convierta en un nudo de carreteras.18 Por fin, solicita la autorización para proceder a la excavación, cuyos gastos correrían a cargo del presupuesto anual aprobado para el
Museo Arqueológico de Elche. No obstante, el 25 de enero de
1979, Rafael Ramos todavía no había recibido respuesta a su
petición y se dirige otra vez al Ministerio, denunciando, además, la intervención de excavadores clandestinos que habrían
destruido parcialmente el yacimiento. Por fin, la autorización
llegaría el 15 de febrero de 1979 y los trabajos se llevarían a
cabo, según comunicación al Ministerio, entre el 15 de mayo
y el 1 de junio de dicho año.19 Con fecha de 4 de junio Ramos escribe a la Subdirección General de Arqueología, informando de que, ante la gran cantidad de objetos obtenidos,
da por concluida la intervención. Según dicha comunicación
se habrían recogido “700 fragmentos de cerámicas lisas, 230
fragmentos de cerámicas decoradas de tipo predominantemente inciso, 2 fragmentos de hachas pulidas, cuatro conchas
perforadas, 1 punzón de hueso, 2 pequeños cuchillos y varias
lascas de sílex, correspondientes al Eneolítico I y II y a la
Edad del Bronce”20 (fig. 5.4).
Incluido en las comunicaciones entre Rafael Ramos, la Subdirección General de Arqueología y el director del Museo Arqueológico
Provincial de Alicante sobre el hallazgo y excavación del yacimiento de Promontori de l’Aigua Dolça i Salada, entre el 13 de
diciembre de 1978 y 10 de diciembre de 1979. Archivo del MAHE,
sig.: A 1/59.
17
En un borrador de un artículo titulado “El Promontorio del Aigua
Dolça y Salà de Elche. Avance de su estudio”, incluido en la misma
carpeta que el diario de la excavación (archivo del MAHE, sig.:
A 2/45), se recogen los nombres de los estudiantes: José Antonio
Sáez, Juan Jesús Vallejo, Pascual Bolaños y José Manuel Boix. Se
debe señalar que los tres primeros formaron parte del Grupo Ilicitano de Estudios Arqueológicos, según la relación de miembros que
se incluye en un artículo sobre un conjunto de cerámica azul y de
reflejo metálico aparecido junto al antiguo convento de San José,
publicado en la revista Anales de la Universidad de Alicante en el
año 1987 (nº 6, p. 387- 406).
16
36
La comunicación se acompaña con un plano de situación y otro con
el proyecto de nueva ordenación.
18
En el diario de la excavación (archivo del MAHE, sig.: A 2/45) la
primera anotación se realiza el 14 de mayo.
19
Archivo del MAHE, sig.: A 1/59.
20
[page-n-52]
Figura 5.4. El despacho de Rafael Ramos en un momento del estudio de las piezas de Promontori (1979). Museo Arqueológico y de
Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
La segunda campaña se llevó a cabo en junio del año
siguiente,21 contando ya con una subvención del Ministerio de
Cultura de cien mil pesetas. Entonces, se procedió a la delimitación del yacimiento, según informe de Rafael Ramos remitido a la Subdirección General de Arqueología de Madrid, tarea
prioritaria ante la previsión de que por el lugar de ubicación del
hallazgo pasaran en el futuro diversos viales de circunvalación,
como ya hemos señalado anteriormente. También se describen
en el informe los trabajos realizados: se practicaron cuatro sondeos que resultaron negativos, pero en el segundo se encontró
una bolsada de arcilla de la que se extrajeron muestras para
confirmar si la pasta de las cerámicas halladas en el lugar procedían de la misma. Además, se procedió al desplazamiento de
las tierras extraídas en la campaña de 1979 y se limpió la zona,
dejándola en condiciones de excavación, y la zona acotada con
vistas a su protección.22 Por otra parte, según la memoria de
actividades del museo del año 1979, los estudiantes que habían
dado noticia del descubrimiento, José Antonio Sáez Zaragoza, Juan Jesús Vallejo, Pascual Bolaños y José Manuel Boix,
entregarían al museo, el 1 de marzo del mismo año 1979, una
colección de materiales procedentes del lugar, consistente en
cuatrocientos noventa y seis fragmentos cerámicos, dos laminillas y dos astillas de sílex, que habrían sido recogidos entre
el otoño de 1975 y el otoño de 1978.23 Posteriormente, José
Antonio Sáez Zaragoza publicaba un artículo en la revista local
Rafael Ramos dirige una comunicación a la Delegación Provincial
del Ministerio de Cultura de Alicante informando de que va a comenzar la excavación el 9 de junio. Por su parte, la autorización del
Ministerio de Cultura se había dictado con fecha de 28 de abril de
1980 (el documento lleva sello de salida del Registro de la Sección
de Excavaciones de dicho Ministerio de 12 de mayo). Archivo del
MAHE, sig.: A 4/22.
Pobladores de Elche en el que daba cuenta de la aparición en
superficie, el 13 de mayo de 1983, en el extremo sur del yacimiento, en un punto alejado de las excavaciones realizadas, de
un canto trabajado en cuarcita, así como de otras piezas líticas
recogidas junto a las gravas amontonadas en un radio de quince
metros de las excavaciones, materiales que serían también depositados en el museo.24
En mayo de 1981 se llevaría a cabo la tercera campaña,25
sufragada por el Ministerio de Cultura con 189.845 pesetas.26
Por fin, la Dirección General de Bellas Artes Archivos y Bibliotecas autorizaba, el 7 de septiembre de 1982, la realización de
una nueva campaña.27 Pero esta no se llegó a realizar, ya que
el 10 de marzo de 1989, Rafael Ramos solicitaba autorización
para una cuarta campaña a la Dirección General de Patrimonio
Cultural de la Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana, pidiendo asimismo una subvención de 450.000 pesetas.
La solicitud también estaba suscrita por Elisa Ruiz Segura, en
ese momento alumna de doctorado del Área de Prehistoria de la
Universidad de Alicante y quien, según el plan adjunto a la solicitud, había colaborado en el estudio de los materiales obtenidos
en las anteriores campañas, contando para ello con una beca del
Instituto Juan Gil-Albert de la Diputación de Alicante.28
En la solicitud, Ramos destacaba la importancia del conjunto tanto en el ámbito de la arqueología peninsular como en el
contexto del País Valenciano, calificando el yacimiento como
una referencia indispensable para el estudio del tránsito de la
Edad del Cobre a la Edad del Bronce. Las preguntas que había
de contestar la nueva intervención eran: “¿Es el Promontori una
ocupación indígena a la que llega una moda de decoración cerámica? ¿Son alfareros alóctonos o, por el contrario, se parte de
una evolución desde reminiscencias marítimas?” Además, Ramos también incidía en la conveniencia de una nueva actuación
por el constante y sistemático expolio al que se veía sometido
el yacimiento. No obstante, la Conselleria parece ser que no accedería a lo solicitado, ya que no tenemos ningún testimonio
de una nueva intervención. Por otra parte, se debe señalar que
los materiales que se conservan en los almacenes del MAHE
están datados en los años 1979, 1980 y 1981, correspondien Revista Pobladores de Elche, 1985, p. [26-28]. En el MAHE no
hemos encontrado constancia documental de la donación de estos
materiales. Por otra parte, en el archivo del museo se conserva una
carta, también de José Antonio Sáez, con fecha de 31 de enero de
1989, por la que se dirige a Rafael Ramos comunicando su intención de donar al museo cinco cajas con unos 300 fragmentos cerámicos del yacimiento (sig.: A 3/81). No obstante, en el actual estado
de revisión del almacén del MAHE, no tenemos constancia de esta
donación, por lo que no sabemos si se llegó a efectuar.
24
21
El informe aparece unido a la autorización de nueva campaña de
excavación, de fecha 29 de abril de 1981, de la Sección de Excavaciones de la Dirección General de Patrimonio Artístico, Archivos y
Museos. Archivo del MAHE, sig.: A 1/79.
Esta campaña se realizaría, según la documentación que se conserva en el Archivo del MAHE, entre el 13 de mayo y el 5 de junio de
dicho año. Permiso de excavación y comunicación de la fecha de
finalización de la intervención, signaturas: A 4/23 y A 4/24.
25
Oficio de remisión, de la Dirección Provincial del Ministerio de
Cultura, del cheque de la subvención. Archivo del MAHE, 4 de
marzo de 1982, sig.: A 2/7. Sabemos que Ramos, el 23 de enero,
había pedido una subvención de 200.000 pesetas. Archivo MAHE,
sig.: A 1/79.
26
22
Archivo del MAHE, Memoria de las actividades desarrolladas por
el Museo Arqueológico de Elche en 1979 (sig.: A 1/69).
23
Archivo del MAHE, sig.: A 4/25.
27
Archivo del MAHE, sig.: A 2/43. De este estudio no hemos encontrado ningún testimonio en el MAHE.
28
37
[page-n-53]
do, por tanto, a dichas campañas, aunque también abundan las
bolsas sin indicación de año. Por fin, una bolsa lleva la fecha 19
de mayo de 1985, pero pensamos que bien podría deberse a un
error en la anotación.29
Por fin, debemos destacar que el archivo del MAHE conserva abundante documentación de esta excavación, constituida
por varias carpetas de fotografías, tanto de la intervención como
de los materiales obtenidos, y croquis y dibujos del yacimiento,
de las piezas y de los motivos decorativos de los recipientes
cerámicos (fig. 5.5).
Ramos vio en Promontori los restos de un poblado en el que
documentó tres fases: un estrato inferior, al que denomino estrato
C, correspondiente al Eneolítico I, con una ubicación cronológica
entre el 3000 y el 2500 a.n.e., y con cerámicas lisas y en general
de buenas pastas y buena cocción; un nivel intermedio, estrato B,
nivel de predominio de la cerámica campaniforme, correspondiente al Eneolítico II, con datación entre el 2500 y el 2000 a.n.e.; y
un último nivel, estrato A, que identificó como un momento de
transición al Bronce Valenciano, con presencia de cerámicas lisas, “de pastas amarillentas y calidades deficientes”, asociadas
a recipientes con decoración incisa, con “reminiscencias” en los
motivos campaniformes, pero con aspecto, textura y composición
diferente (Ramos Fernández, 1985b: 15). A partir de la secuencia
estratigráfica (no se realizó ninguna datación absoluta), Ramos determinó la evolución del poblado sin solución de continuidad. De
esta manera, la aparición de las cerámicas campaniformes debía
valorarse “como el resultado de una moda, ya de importaciones o
de producciones locales”, lo que habría de determinar el estudio
de las muestras de arcilla extraídas del mismo yacimiento, pero
que, en todo caso, no respondía “a la llegada de nueva población,
puesto que no existe ruptura en el resto del complejo material integrante de su periodo cultural” (Ramos Fernández, 1985b: 18).
Tipológicamente (Ramos identificó y clasificó las decoraciones de
Promontori y las comparó con las de otros yacimientos), adscribió
la cerámica al denominado Campaniforme inciso, abundando los
cuencos y, en menor medida, los vasos; y la relacionó estilísticamente con el complejo de Ciempozuelos, “de lógicos contactos
con Palmela, y, en general, con la costa mediterránea, especialmente con Salamó, que a su vez queda conectado con el conjunto
de la Meseta” (Ramos Fernández, 1985b: 16).
Podemos considerar el hallazgo de Promontori como un hito
para el Museo Arqueológico de Elche y para su director. El interés
del yacimiento tuvo como resultado que por primera vez el museo
contara con subvención del Ministerio de Cultura para realizar una
excavación arqueológica. Por otra parte, solo un año después de la
primera campaña, aparecía un artículo en una revista de divulgación de ámbito nacional, Historia 16, revista especializada sí, pero
dirigida a un amplio público. Promontori, además, también estaría
presente en el XVI Congreso Nacional de Arqueología, realizado
en Cartagena y Murcia en 1982. En todas estas circunstancias,
creemos, hemos de tener en cuenta el debate que movía en esos
años un fenómeno, como el Campaniforme, que aún hoy en día
nos encontramos lejos de resolver totalmente, como expone, entre
otros, Garrido Pena (1999: 16-27 y 2008: 5-12).
En el archivo del MAHE se conserva un acta de entrega de materiales de un particular de ese año 1985, pero del 10 de octubre.
Concretamente, se trataría de una punta de sílex, a la que le faltaba
el rabillo, y tres fragmentos cerámicos, depositadas en el museo por
Antonio Ramírez Fernández. Sig.: A 3/41.
Figura 5.5. El archivo fotográfico del MAHE conserva un buen número de fotografías, coetáneas a la intervención, de las piezas de
Promontori. Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
Por otra parte, como bien nos señalaba el propio Ramos
en la entrevista que realizamos para la redacción de este artículo, Promontori sirvió para situar a Elche en la primera línea
de un ámbito del conocimiento arqueológico, la Prehistoria,
de la que estaba ausente hasta ese momento. Los numerosos
vasos cerámicos hallados lo convertirían en un referente en
el contexto de la arqueología prehistórica valenciana de los
años ochenta del siglo XX. Pero es que, además, la identificación de los distintos estratos realizada por Ramos removía
un panorama donde abundaban los hallazgos casuales, las
intervenciones antiguas sin estratigrafía o las recogidas de
materiales procedentes de prospecciones superficiales. Solo
el yacimiento de La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia),
ofrecía en esos momentos una secuencia identificada. De este
modo, Promontori ocuparía un lugar central en el estudio de
Joan Bernabeu El vaso campaniforme en el País Valenciano
(1984), una obra sobre esta temática que aún hoy en día sigue
siendo una referencia en nuestro territorio.
CARAMORO I
Según nos relata Rafael Ramos en los artículos publicados sobre
la intervención en este yacimiento,30 el hallazgo no fue casual
en este caso, ya que la localización del emplazamiento fue la
consecuencia de un estudio previo del terreno. En la entrevista citada anteriormente, Ramos recordaría como por esos años
publicó un manual de técnicas arqueológicas, su Arqueología:
métodos y técnicas, y que una de las tareas que se autoimpuso
fue la comprobación sobre el terreno de que las directrices que
29
38
Bajo el título “Caramoro: una fortaleza vigía de la edad del Bronce”, Ramos publica un artículo en la revista Pobladores de Elche de
1988, p. 93-98. Con el mismo título y en el mismo año publicaría
otro artículo en Homenaje a Samuel Santos, Albacete, p. 93-108.
30
[page-n-54]
Figura 5.6. El espolón de Caramoro fotografiado por Rafael Ramos.
Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos
Folqués”-MAHE.
exponía sobre cómo proceder a una prospección podían ser o no
correctas.31 De este modo, en uno de sus recorridos por el campo
de Elche, se propuso comprobar la “existencia de poblados de
la Edad del Bronce diseminados por puntos de fácil defensa en
el territorio ilicitano”. A esta tesis se añadió la hipótesis de la
más que probable relación entre los mismos, ya que todos los
materiales encontrados hasta ese momento indicaban “una misma comunidad” que habitaba diversos lugares próximos entre sí
(Ramos Fernández, 1988a: 93).
Partiendo, por consiguiente, de estas premisas, del carácter
defensivo de las construcciones y de la necesidad de puestos de
observación, Ramos buscó sobre el terreno puntos que ofreciesen una gran visibilidad. Para ello siguió los caminos naturales
que accedían al territorio ilicitano desde el interior: la cuenca
del Vinalopó y el barranco de los Arcos. Localizada una eminencia en la primera de las vías citadas, el espolón de Caramoro,
que cumplía con las condiciones de visibilidad, sin embargo no
halló materiales en superficie. No obstante, realizó un sondeo de
prospección que, esta vez sí, descubrió restos de muro asociado
a cerámicas de la Edad del Bronce. Este primer sondeo sería
seguido inmediatamente por la realización de una trinchera en
El manual, tras la realización de un concurso de presentación de
proyectos que ganaría Ramos, lo publicó la editorial catalana Bellaterra en 1977, teniendo una segunda edición en 1981, el año de
la excavación de Caramoro. Su acogida fue muy buena entre la comunidad docente y llegaría a tener una tercera edición en 1987. En
la introducción del apartado dedicado a “La prospección”, páginas
16 a 34 (manejamos la 2ª edición), Ramos expone: “Para intentar
localizar un yacimiento, en primer lugar hay que realizar un estudio
del relieve y de la hidrografía de la región, ver el mapa geológico
y tener en cuenta el clima. Con los datos obtenidos se podrá indicar sobre el terreno los puntos de hábitat más favorables. Es decir,
para intentar descubrir nuevos yacimientos es importante tener un
conocimiento lo más preciso posible de la geografía local y ver qué
puntos podrían haber estado ocupados en el pasado. Lógicamente,
los más idóneos serán los que presenten abastecimiento de agua,
defensas naturales, etc.”
“Z”, en dirección E-O, con eje N-S y 1 metro de anchura, para
conocer la amplitud del yacimiento (Ramos, 1988b: 94). La colmatación del recinto interior, la fuerte erosión facilitada por la
pendiente del lugar y la visita de clandestinos explicaban por sí
mismas la ausencia de materiales detectadas en la primera visita
de observación (fig. 5.6).
La excavación, casi inmediatamente después de la realización del sondeo, según testimonio de Ramos, se llevaría a cabo
en el primer semestre de 1981. Dos dibujos del yacimiento aparecen datados el 7 de febrero y el 22 de mayo, datos que testimonian que la intervención se prolongó durante varios meses.32
Como era habitual en la época, el proceso se realizó mediante
la implantación de una cuadrícula, la realización de sondeos
y el recurso a muros testigo. Para todos los trabajos, también
como era habitual, Ramos contó exclusivamente con peones del
Ayuntamiento.
La intervención de Ramos sacó a la luz unas estructuras que
se interpretaron como una fortificación, con una limitada población residente, entre cuatro y seis personas, y con la dedicación
exclusiva de servir de puesto de vigilancia avanzado del que
pudo ser el gran poblado de La Moleta. De hecho, en una memoria de las actividades realizadas por el Museo Arqueológico
Municipal entre 1979 y 1983, ya citada, que se custodia en el
archivo del MAHE, Rafael Ramos no habla de la excavación en
Caramoro, sino de “El Fortín de la Moleta”, un “puesto vigía
para alerta de los pobladores del territorio”. Posteriormente, en
un documento sobre la “Actividad prevista del Museo Arqueológico durante 1984”, señala que durante ese año estaba prevista
la realización de una segunda campaña, “con el fin de conocer
las totalidad del emplazamiento y [proceder] a la limpieza total
de la muralla exterior”.33 En este mismo documento relaciona
también La Moleta, “yacimiento de la Edad del Bronce al que
posiblemente pertenezca el fortín citado. Es una meseta de propiedad privada en la que, tras los trámites precisos para poder
realizar trabajos en ella, este Museo tiene previsto realizar una
primera prospección”34 (fig. 5.7).
Años más tarde, las obras realizadas para la construcción
de la autovía A-7, así como el mal estado en que se hallaba el
asentamiento, motivaron una excavación de urgencia en el yacimiento, en noviembre de 1989, bajo la dirección de Alfredo
González Prats y Elisa Ruiz Segura. La actuación se justificaría
por los efectos del “trasiego de la maquinaria pesada encargada
de los trabajos de rebajamiento de la plataforma sobre la que
se asientan ambos poblados [Caramoro I y Caramoro II]”, pero
también por el “lamentable estado en que se hallaba el asen-
31
Archivo del MAHE, sig.: A 2/39. Ambos dibujos se recogen en
papel milimetrado. El primero, fechado el 7 de febrero, está suscrito por Rafael Ramos y recoge un croquis de la excavación con la
señalización del acceso al yacimiento y las estructuras arquitectónicas halladas; en el segundo, no se identifican las estructuras representadas. Se debe señalar que algunos de los materiales de este
yacimiento que se custodian en los almacenes del MAHE aparecen
fechados en 1982.
32
Archivo del MAHE, sig.: A 2/28.
33
No obstante, debemos señalar que este yacimiento, descubierto por
Pedro Ibarra, todavía sigue sin excavar. Sobre el mismo se puede
consultar el artículo de Iván López Salinas “Aproximación al yacimiento arqueológico de La Moleta (Elche, Alicante): un descubrimiento de Pedro Ibarra” en la revista Festa d’Elx, 2014, p. 79-95.
34
39
[page-n-55]
Figura 5.7. Foto aérea del yacimiento durante la excavación de
1981. Museo Arqueológico y de Historia de Elche “Alejandro Ramos Folqués”-MAHE.
tamiento excavado por Ramos, fruto de las persistentes visitas
de clandestinos”. Además, a todo esto se añadía “la utilización
del lugar como vertedero de residuos textiles y de retales de
la fabricación de calzado”. Posteriormente, en junio de 1993,
los mismos arqueólogos efectuaron la planimetría del enclave
(González Prats y Ruiz, 1995: 86).
Tanto en la excavación efectuada por Ramos, como en la
actuación realizada por González Prats y Ruiz Segura, se obtuvieron una gran cantidad de restos arqueológicos, con una amplia representación de vasos y fragmentos cerámicos, restos que
están depositados actualmente en el MAHE.
Ramos, a tenor de la tipología cerámica, adscribiría el
yacimiento a la II fase del Bronce Valenciano, con una ocupación que podría haberse desarrollado entre los años 1500
y 1150 a.n.e. Posteriormente, González Prats y Ruiz Segura
establecieron la adscripción al Argar: “El carácter argárico
de la fortificación de Caramoro I nos resulta incuestionable
manejando, por un lado, los elementos de su cultura material,
por otro, la existencia de una inhumación bajo el suelo de la
vivienda E,35 así como el uso en un tramo de muro de la técnica denominada “espina de pez” para la disposición de algunas
hiladas de piedra, que recuerda la utilizada en varios poblados
del Cobre y que documentamos en poblados argáricos como
La Bastida de Totana o el Cerro de Enmedio” (González Prats
y Ruiz, 1995: 100). Para estos investigadores Caramoro I se
articulaba en el contexto de un intenso poblamiento argári En 1996 Blas Cloquell y María Aguilar publicaron un artículo sobre los restos humanos hallados, correspondientes a un individuo
infantil de corta edad, situados en el rincón de una vivienda y con
señales evidentes de una fractura en scalp en el cráneo provocada
por un instrumento afilado (Cloquell y Aguilar, 1996: 10-15).
35
40
Figura 5.8. Dibujo de Rafael Ramos de tipos cerámicos de Caramoro, Archivo del MAHE, sig.: A 2/59.
co en el curso inferior del Vinalopó, con un máximo exponente en el “gran poblado del Tabaià, del que apenas dista 3
km, constituyendo este, posiblemente, el poblado nuclear de
los asentamientos de la zona, boca del corredor natural que
constituye el valle del Vinalopó, debiéndose valorar como un
asentamiento de carácter estratégico” (González Prats y Ruiz,
1995: 100-101).
En relación con la filiación por Ramos del yacimiento
dentro del Bronce Valenciano creemos que se debe señalar
que en las Primeras Jornadas de Arqueología de la Universidad de Alicante, celebradas dos años después de las primeras
[page-n-56]
excavaciones en Caramoro, Mauro Hernández señalaba, en
su ponencia sobre la Edad del Bronce en el País Valenciano,
que el esquema propuesto por M. Tarradell para dicho territorio en los años sesenta seguía vigente. Según dicho esquema, salvo algunos yacimientos de la Vega Baja del Segura, el
resto de este amplio espacio se encuadraba en el denominado Bronce Valenciano. No obstante, la ponencia resaltaba la
necesidad de realizar una revisión crítica y puntual a fin de
poder diferenciar dicho Bronce Valenciano de la denominada
cultura argárica, en lo referente a la delimitación geográfica,
cronología –a partir de estratigrafías claras y dataciones absolutas–, tipo de hábitat y enterramiento. Además, también
se debían realizar estudios exhaustivos de la cerámica, de la
metalurgia, del utillaje óseo y lítico, así como de los testimonios sobre posibles actividades económicas (Hernández,
1985: 5-63). Hernández no citaba Caramoro en su ponencia,
pero sí mencionaba el entonces reciente hallazgo del poblado del Puntal del Búho, de adscripción argárica a partir de
un enterramiento en cista en el interior del poblado y de la
presencia de cerámicas que podían encuadrarse en este marco cultural (1985: 25 y 34). Ramos, por su parte, presentó
en estas jornadas una ponencia en la que apenas describía
las estructuras de Caramoro, conocidas “solo parcialmente”.
Por lo que respecta al material, cita el hallazgo de “piezas
carenadas, molinos de mano barquiformes, dientes de hoz y
punzones de hueso” (Ramos Fernández, 1985a: 459-460), sin
más comentario (fig. 5.8).
Además de los restos arqueológicos, el MAHE conserva de
Caramoro un conjunto de documentos correspondiente a las tareas de excavación y descripción del material: fotografías del
yacimiento y de la actuación arqueológica, un conjunto de láminas en papel vegetal milimetrado de los tipos de recipientes
cerámicos, otro conjunto similar de dibujos en papel vegetal
(probablemente con vistas a su publicación) y una serie de croquis, planos y dibujos del yacimiento, así como una recreación
de las posibles estructuras originarias.36
Hemos de señalar que pasados unos años de la actuación,
en junio de 1990, Rafael Ramos redactaría un informe en el
que presentaba el peligro en el que se encontraba el yacimiento por la acción de los factores ambientales y, sobre todo, por
la actuación de expoliadores, a la vez que hacía ver la necesidad de adoptar medidas de conservación y protección que
permitieran la preservación en el futuro del yacimiento con
vistas a posteriores estudios, pero también para posibilitar su
contemplación y disfrute.
Es lamentable su progresivo deterioro debido no sólo a los
agentes naturales que inciden sobre ellos, puesto que no han
sido consolidados por carencia de dotación económica, sino,
esencialmente, a las devastadoras acciones de los prospectores clandestinos, que con sus rebuscas socavan las bases
de los muros de esta construcción que, debido a ello, acaban
derrumbándose.
Es necesario, pues, que este monumento prehistórico valenciano sea consolidado, restaurado y protegido, ya que
constituye uno de los escasos ejemplares de la arquitectura
de la Edad del Bronce que todavía hoy puede admirarse y
estudiarse.37
Un año más tarde, en un resumen de actividades, proyectos y necesidades del museo, con fecha de 8 de julio de
1991, Rafael Ramos, planteaba la necesidad de colocación
de paneles informativos tanto en Caramoro I como en Promonotori.38
LA DIFUSIÓN DE LOS TRABAJOS
Promontori y Caramoro tuvieron un distinto tratamiento a la
hora de divulgar los resultados de las excavaciones, en beneficio del primer yacimiento, tanto por la diligencia en la difusión
como por el número de publicaciones (fig. 5.9).
Comenzando por las exposiciones, en junio de 1982 se realizaría la exposición “Muestras arqueológicas de Elche” que
presentaba, según palabras del propio Rafael Ramos, tipos representativos del pasado prehistórico, protohistórico e histórico de la ciudad. Se presentaron materiales de Figuera Redona,
Promontori y de La Alcudia (no cita Caramoro). En el apartado
dedicado al mundo ibérico se exhibían el denominado “vaso de
Tanit” y la esfinge del Parque Municipal. La Venus de Ilici y
“los ricos ajuares funerarios obtenidos en las excavaciones de
La Alcudia”, representaban la cultura romana. El bloque final se
dedicó al periodo andalusí con cerámicas procedentes del subsuelo de la urbe actual.39
Un año después, en marzo de 1983, se presentaba en la
ciudad “El Eneolítico y la cerámica campaniforme en Elche”,
en torno a los recientes hallazgos de las campañas realizadas en el Promontori de l’Agua Dolça i Salada.40 Por último,
en el programa de actividades del Museo Arqueológico para
1988, presentado a requerimiento del Ayuntamiento en noviembre de 1987, Ramos incluye la celebración de una exposición dedicada a “El Eneolítico y la Edad del Bronce en
la Comarca de Elche”, que, sin embargo, parece que no se
celebraría hasta 1990.41
“Informe sobre las excavaciones arqueológicas de Caramoro. Pleno de 25 de junio de 1990”. No obstante, no sabemos si llegó a
presentarse a la Corporación, ya que hemos consultado las actas
de Pleno de la época y no hemos encontrado referencia alguna al
tema. Sí que aparece como informe oficial producido por el Consell
Valencià de Cultura en 1990, cuando Rafael Ramos Fernández era
miembro de este organismo, y se puede consultar en la página de
la institución: https://cvc.gva.es/es/documentos-es/informe-sobrelas-excavaciones-arqueologicas-de-caramoro/.
37
La fecha aparece en el margen del documento a lápiz, los datos recogidos remiten al periodo entre 1987 y 1991. Archivo del MAHE,
sig.: A 3/84.
38
Archivo MAHE, sig.: A 2/6.
39
Todo este material se digitalizó con motivo de las intervenciones
realizadas en 2015 y 2016. Por lo que respecta al cuaderno de excavaciones, que no se encuentra en el MAHE, Rafael Ramos, en la
entrevista realizada para este artículo, nos señaló que en su momento lo entregó a Alfredo González Prats, cuando éste intervino en el
yacimiento.
36
Información recogida en el currículum de Rafael Ramos que se
conserva en el archivo del MAHE.
40
Archivo MAHE, Programa de actividades para 1988, sig. A 1/29.
Según un segundo documento, “Actividades del Museo Arqueológico” (1987 - 1991), con fecha en el margen de 8 de julio de 1991,
esta exposición se realizó en 1990. Archivo del MAHE, sig.: 3/84.
41
41
[page-n-57]
Figura 5.10. Viñeta sobre Promontori del cómic “Historia de Elche”
publicada en fascículos por el periódico Baix Vinalopó en mayo
de 1985. Guión y dibujos: Juan José Tarí Agulló. Asesoramiento:
Rafael Ramos Fernández.
Figura 5.9. Tipología decorativa de la cerámica campaniforme. Rafael Ramos Fernández, Arqueología prehistórica de la Península
Ibérica, 1982.
No obstante, debemos señalar que, salvo las notas que citamos, no tenemos datos sobre estas exposiciones, ya que no
hemos localizado catálogos, folletos u otra información sobre
su celebración ni sobre su contenido.
Ramos también presentaría los resultados de la excavación
en Promontori en diversos encuentros científicos, como en el
XVI Congreso Nacional de Arqueología (Cartagena-Murcia,
1982), exponiendo los trabajos realizados en el yacimiento
y las conclusiones obtenidas en una ponencia titulada “Precisiones evolutivas sobre cerámicas de tipo campaniforme”
(Ramos Fernández, 1983: 117-120). Por otra parte, en las Primeras Jornadas de Arqueología de la Universidad de Alicante,
ya citadas, Ramos presentaría el artículo “Un modelo de periodización arqueológica: la zona de Elche” (Ramos Fernández, 1985a: 451-478) en el que hacía un recorrido desde los
primeros establecimientos de población en el territorio ilicitano hasta el último periodo de la Ilici visigoda. De Promontori relacionaba la estratigrafía del yacimiento, describía los
materiales cerámicos hallados en cada estrato, estableciendo
una periodización a través de la propia cerámica, y, por fin, exponía sus hipótesis sobre el origen, tipo, actividad y desarrollo
del enclave, así como sobre la cerámica campaniforme que,
como hemos señalado más arriba, debía valorarse “como el
resultado de una moda, ya de importaciones o de producciones
42
Figura 5.11. El espolón de Caramoro según el cómic “Historia de
Elche” publicada en fascículos por el periódico Baix Vinalopó en
mayo de 1985. Guión y dibujos: Juan José Tarí Agulló. Asesoramiento: Rafael Ramos Fernández.
locales”. Por fin, en 1984, presentaría un trabajo sobre las formas y los motivos decorativos de los vasos hallados en Elche
en un coloquio celebrado en Alcoi, el 1 y el 2 de diciembre,
sobre el Eneolítico en el País Valenciano.
Por lo que respecta a las publicaciones (figs. 5.10 y 5.11),
al año siguiente de la primera campaña en Promontori Ramos expone los resultados, como ya señalamos más arriba,
en un primer artículo sobre el Campaniforme en Elche en la
revista de divulgación histórica de ámbito nacional Historia
16. Además, en los años siguientes, varias revistas especializadas recogerían diversos artículos sobre este yacimiento.
Los resultados de la campaña de excavaciones en Caramoro,
sin embargo, salvo la breve nota de la ponencia presentada
en las Primeras Jornadas de Arqueología de la Universidad
de Alicante, no serían publicados hasta pasados unos años.
Ramos daría cuenta de los trabajos, de forma parcial, en un
artículo publicado en el Homenaje a Samuel de los Santos
[page-n-58]
(Ramos Fernández, 1988: 93-98), donde mostraba un croquis
de la planimetría del asentamiento y una interpretación de la
evolución arquitectónica del mismo.
VALORACIONES FINALES
Los primeros años de Rafael Ramos Fernández al frente de
la arqueología ilicitana constituyen un momento de efervescencia a todos los niveles. Para la ciudad, la llegada de los
nuevos gobernantes municipales elegidos democráticamente
comportará la realización de proyectos largamente esperados, entre ellos el traslado del Museo Arqueológico Municipal al palacio de Altamira, proceso dirigido por un Ramos
que también reclama vigilancia ante una fiebre edificatoria
que se está llevando por delante gran parte del patrimonio
ilicitano y que saca a la luz, en cada nueva obra en el centro
de la ciudad, los testimonios arqueológicos del Ilš andalusí.
Las nuevas vías que se abren, en un proceso de modernización imparable, también sacan a la luz restos de otro pasado,
el de un territorio ocupado desde la Prehistoria (figs. 5.10 y
5.11). Es así como Ramos puede excavar en el yacimiento
del Promontori de l’Aigua Dolça i Salada, un hito para el
museo donde Ramos halló un impresionante conjunto campaniforme. La excavación sistemática de los yacimientos del
término era una de las directrices que se fijó como propósito
al comienzo de su andadura como director del museo, y Caramoro uno de sus objetivos. Ambos, junto a las noticias de los
antiguos hallazgos de Pedro Ibarra y a las actuales excavaciones realizadas en el término por instituciones y empresas
especializadas en arqueología, nos ofrecen un paisaje caracterizado por una intensa habitación en la Prehistoria desde
las primeras ocupaciones neolíticas.
43
[page-n-59]
[page-n-60]
6
Los trabajos arqueológicos en Caramoro I:
apuntes sobre su excavación
Sergio Martínez Monleón y Francisco Javier Jover Maestre
A diferencia de otros yacimientos de la Edad del Bronce,
Caramoro I no fue descubierto hasta fechas muy recientes,
prácticamente casi unos pocos años antes del inicio de las
primeras excavaciones arqueológicas emprendidas por R.
Ramos Fernández (1988). Ni en los tempranos estudios de
los hermanos Ibarra, ni en las notas de D. Jiménez de Cisneros, ni siquiera en los trabajos de A. Ramos Folqués (1953),
en especial, en su famosa carta arqueológica del término municipal de Elche, se daba cuenta de un amplio número de
yacimientos de la Edad del Bronce o con algunos materiales
adscritos a este periodo.
Del mismo modo, R. Ramos Fernández (1981; 1986) tampoco mencionaba su existencia en diversos trabajos publicados
en relación con las excavaciones emprendidas en el cercano
asentamiento campaniforme del Promontori d’Aigua Dolça i
Salada. Era, por tanto, en la publicación efectuada por R. Ramos Fernández (1988) en el homenaje a Samuel de los Santos,
donde se presentaba por primera vez su existencia, así como
los resultados obtenidos de la excavación efectuada años antes.
El ex-director del Museo Arqueológico Municipal de Elche no
hizo ninguna otra publicación específica sobre el yacimiento,
aunque sí defendió en distintos foros y consejos oficiales la necesidad de su conservación y puesta en valor.
Posteriormente, y como consecuencia de la ejecución de las
obras de la autovía A-7 en su tramo de Alicante a Murcia, A.
González Prats y E. Ruiz Segura pudieron emprender nuevas
excavaciones en el mismo, aunque centraron su atención en otro
núcleo cercano denominado por ellos como Caramoro II para
diferenciarlo del anterior (González Prats y Ruiz, 1992). El resultado de sus trabajos se vio reflejado en un capítulo de una
monografía sobre urbanismo, donde exponían los principales
resultados (González y Ruiz, 1995), al igual que otros investigadores daban cuenta del estudio de los restos óseos humanos de
una inhumación de un infante con signos de violencia (Cloquell
y Aguilar,1996).
A continuación, pasamos a valorar los trabajos efectuados
con el objeto de establecer su conexión con los resultados obtenidos en nuestras actuaciones llevadas a cabo en 2015 y 2016.
LA EXCAVACIÓN DE RAFAEL RAMOS FERNÁNDEZ
Caramoro I fue objeto, durante el primer semestre de 1981,1 de
una campaña de excavación a cargo de R. Ramos Fernández, director del MAHE desde 1977, quien dio cuenta de los trabajos,
de forma parcial, en un breve artículo (Ramos Fernández, 1988)
(fig. 6.1). En esta publicación, su autor mostraba un croquis de
la planimetría del asentamiento y una interpretación de la evolución arquitectónica del mismo (fig. 6.2). Según informa el autor,
tras una primera visita al yacimiento no se hallaron materiales en
superficie (fig. 6.3), lo cual posteriormente, y en vista de los resultados que deparó la intervención, interpretó como resultado de la
colmatación del recinto interior, la fuerte erosión de la zona y la
visita de clandestinos al yacimiento.
A pesar de estas circunstancias, el excavador realizó un sondeo de prospección de 2 x 2 m (fig. 6.4), en lo que posteriormente sería el ángulo suroeste del sondeo 4, y una trinchera en
Z de dirección este-oeste y un eje norte-sur de 1 m de anchura
para conocer la amplitud del yacimiento (fig. 6.5). Los resultados que ofrecieron estos trabajos fueron positivos, aflorando
estructuras en un espacio con una potencia superior a 1 m de
profundidad.
1
Esta es la fecha que aparece en la documentación de Rafael Ramos
Fernández depositada en el MAHE, y no 1986 como se llegó a publicar posteriormente (González y Ruiz, 1995). Cabe la posibilidad
de que esta intervención se alargara al siguiente año, a tenor de la
información que acompaña algunos de los materiales depositados
en esta institución y que aparecen con la fecha de 1982.
45
[page-n-61]
Figura 6.1. Vista de Caramoro I desde el río en 1981 (fotografía: R.
Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.2. Croquis del asentamiento una vez excavado, elaborado
por R. Ramos Fernández. Archivo documental del MAHE.
Figura 6.3. Estado que presentaba el yacimiento durante la primera
visita realizada por R. Ramos Fernández (fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.4. Uno de los sondeos realizados durante la prospección
(fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
46
Estratigráficamente, el yacimiento presentaba, a tenor de la
información publicada (Ramos Fernández, 1988), al menos dos
niveles de ocupación relacionables con dos pavimentos a su vez
amortizados bajo niveles de derrumbe. Tras una capa de superficie
de 0,33 m aparecía un primer nivel de derrumbe de 0,16 m, seguido de otro que contenía más restos arqueológicos, de 0,24 m, y
que colmataban un pavimento de arcilla amarillenta pisada de 0,12
m. Infrayacente a este pavimento, aparecía un importante nivel de
incendio de 0,18 m sobre otro pavimento de las mismas características que el anterior y con una potencia de 0,13 m (fig. 6.6). Este
pavimento se había levantado sobre un nivel de preparación de en
torno a los 0,15 m de potencia que se asentaba directamente sobre
la roca madre. No obstante, a juicio de su excavador, sin embargo,
no era posible señalar diferencias evidentes entre el material arqueológico registrado en ambos niveles, que debían pertenecer, por
tanto, a un mismo “horizonte” cultural.
Con base en toda la documentación obtenida en las primeras
catas, se procedió a la excavación del yacimiento implantando una
cuadrícula de panal de orientación simple (fig. 6.7), con 25 sondeos
de patrón divisibles en cuatro casillas de 2 x 2 m, con muros testigos de 0,50 m de espesor entre sondeos y de 0,25 m entre casillas.
Según los datos recabados, en la excavación en cuadrículas se repetía la sucesión estratigráfica observada en los sondeos previos.
Esta intervención hizo aflorar, según su excavador, los restos de un recinto de planta arriñonada adaptada a la superficie
del terreno (ver fig. 6.2) y con un revestimiento de barro arcillo-
[page-n-62]
Figura 6.5. Trinchera en Z realizada durante la prospección (fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.6. Estratigrafía del yacimiento observada en el testigo dejado junto al hogar de los sondeos 5D y 5E, a la derecha (fotografía:
R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.7. Proceso de excavación de los distintos sondeos de la
cuadrícula implantada en el yacimiento (fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.8. Espacio interpretado por R. Ramos Fernández como los
restos de una posible torre, aunque realmente corresponden a un
tramo del muro de cierre del asentamiento en su zona nororiental
fFotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
so amarillento. Este recinto estaba formado por un muro principal en su extremo oriental que cerraba toda la edificación, al que
se le habían ido adosando posteriormente diversos muros, tanto
por su cara exterior, como interior, interpretando esta estructura
final como un bastión, con un grosor que disminuía en dirección
sur. Por su cara oriental, la adición de muros había dejado tres
espacios abiertos entre los muros que, en sentido sur-norte, conformaban un espacio triangular en cuña relleno de piedras, una
plataforma rectangular de 1,5 x 2 m interpretada como los restos
de una posible torre (fig. 6.8) y un espacio semicircular relleno
de piedras en el extremo septentrional.
Por su cara occidental se adosaron otra seríe de muros conformando dos habitaciones, las denominadas como A y B (fig.
6.9). La primera –A– interpretada como una estancia o vestíbulo de ingreso de planta circular y 3,5 de diámetro, a la que se
accedía desde el exterior por medio de un estrecho pasillo en
su ángulo noroeste de poco más de 1 m de anchura, y que por
medio de un acceso en recodo en su extremo suroriental daba
acceso a la estancia central –B–, de planta irregular de 4 x 6 m
de superficie, que presentaba un banco en su extremo occidental
y oriental, respectivamente, además de un hogar semicircular
junto al banco del extremo oriental (fig. 6.10). En su extremo
meridional presentaba una puerta de salida con portal enlosado
(fig. 6.11) y delimitación de jambas que daba acceso a una tercera estancia –C– identificada como una terraza que no estaba
cubierta y en la que sólo se identificó un estrato (fig 6.12). Esta
terraza tenía una puerta de comunicación del recinto con el exterior en el extremo sureste y un muro que obligaba a un ingreso
en recodo a la estancia central –B.
Su excavador interpretaba este recinto como una fortificación
construida en un punto de fácil defensa y gran visibilidad, que
presentaba dos niveles de ocupación, debido a la remodelación
que sufrió el recinto tras el incendio que asoló a la primera fase
constructiva del poblado. Así mismo, infería que en este puesto vigía deberían haber vivido entre cuatro y seis personas que
debían tener una dedicación única de vigilancia e información,
como puesto avanzado del poblado de La Moleta en la Edad del
Bronce, dentro de la facies del Bronce Valenciano, y que atendiendo a sus productos cerámicos debía situarse en la IIª fase de
este periodo cronológico y cultural, entre 1500 y 1150 a.C.
47
[page-n-63]
Figura 6.10. Hogar documentado en la estancia B de R. Ramos Fernández. En los trabajos de A. González y E. Ruiz estancia A (fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.9. Habitaciones A, en primer plano, y B, al fondo, con la
puerta que daba acceso a la estancia C o terraza (montaje efectuado
a partir de dos fotografías de R. Ramos Fernández depositadas en
el MAHE).
Figura 6.11. Vano de acceso al espacio B de R. Ramos Fernández
(fotografía: R. Ramos Fernández depositada en el MAHE)
LA ACTUACIÓN ARQUEOLÓGICA DE ALFREDO
GONZÁLEZ PRATS Y ELISA RUIZ SEGURA
ba la existencia de una compleja fortificación (fig. 6.13) en el
extremo oriental del asentamiento, compuesta por un importante bastión –H– de forma arriñonada con unas dimensiones
de 13,5 x 3,5 m en su extremo nororiental, al que se adosaba en
su extremo meridional una estrecha plataforma –F– o “cuerpo
de guardia” y un foso –G– interpretado como la acequia que
recogería el agua vertida por el techado de la plataforma superior y la conduciría hacia el cauce del río, relacionándolo
con dos grandes bloques de piedra con profundos surcos incisos artificiales (fig. 6.14). Finalmente, se detectaron los restos
de una posible línea exterior de muro –J–, probablemente de
aterrazamiento, muy deteriorada y que no llegaron a excavar.
Presentaba un trazado oblicuo en relación al resto de la construcción y tenía una longitud de 9 m.
La técnica de construcción del bastión –H– se realizó con la
colocación de gruesas piedras en talud en buena parte de su perímetro, quedando el resto cerrado por una serie de elementos de
barro de forma plano-convexa. El interior presentaba un relleno
homogéneo de piedras y barro que se alzaría 2 m y que serviría
Años más tarde, las obras realizadas para la construcción de
la autovía A-7, así como el lamentable estado en que se hallaba el asentamiento tras la excavación de R. Ramos Fernández, motivaron una nueva excavación de urgencia en el
yacimiento. Los trabajos se iniciaron en noviembre de 1989
bajo la dirección de A. González Prats y E. Ruiz Segura, teniendo continuidad para labores de planimetría en junio de
1993. Los resultados preliminares de esta intervención se
publicarían al poco tiempo, abordando los nuevos datos arquitectónicos, escasa información sobre la estratigrafía que
presentaba y los nuevos elementos de cultura material que
obligaron a variar el ámbito cultural al que se había adscrito
el poblado (González Prats y Ruiz, 1995).
Las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo vinieron
a definir una serie de estructuras articuladas a lo largo de un
eje norte-sur con una longitud máxima de 33 m. Se confirma48
[page-n-64]
de zócalo, según sus excavadores, a una superestructura ligera
vegetal. A pesar de la intervención no fue posible delimitar cual
era la relación de este bastión con la entrada del poblado, aunque
se planteaba que en un primer momento, una de las plataformas
circulares de la entrada debía ser una torre y, posteriormente, reforzando la fortificación y ganando espacio habitable al interior,
se construiría este gran bastión, ya que aparecía adosado al muro
oriental de la estancia A.
La plataforma –F– estaba construida por una línea simple de
piedras en talud (fig. 6.15), con una orientación noroeste-sureste
en sus primeros 8 m, y que, tras la realización de una trinchera
para definir la orientación de este muro, se unía a otro tramo de
muro de 8,5 m de longitud que realizaba una inflexión de 150º,
alcanzando una altura superior a los 2 m y revocado con una
espesa capa de arcilla (fig. 6.16).
Paralelo al primer tramo de muro de la plataforma F discurría un estrecho muro de 0,3 m de anchura y 5,7 m de
longitud, delimitando un foso –G–, de 1,2 m de amplitud y
cuya superficie presentaba grandes lajas de piedras, que se
Figura 6.12. Vista de la estancia B y C de R. Ramos Fernández.
Obsérvese el grosor del muro UE 2001 y su engrosamiento en el
interior de la estancia.Al fondo el vano de acceso (fotografía: R.
Ramos Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.13. Planimetría de las excavaciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura, efectuada en 1993.
49
[page-n-65]
Figura 6.14. Grandes bloques de piedra con surcos incisos localizados en el extremo suroriental del poblado (fotografía de R. Ramos
Fernández depositada en el MAHE).
Figura 6.16. Vista frontal de la plataforma F y construcción G (fotografía: Alfredo González Prats).
iba estrechando en su extremo meridional hasta conectar con
la plataforma F y que en su extremo septentrional conectaba
con el bastión H mediante una construcción de arcilla (fig.
6.17).
50
Figura 6.15. Arranque septentrional de la plataforma F o antemural.
A la izquierda se puede observar la construcción interpretada como
acequia (fotografía: Alfredo González Prats).
El sistema de fortificación se completaba con dos supuestas
torres defensivas que configuraban un estrecho corredor de acceso al interior del poblado de apenas 1 m de anchura, en donde se
documentaron los restos de un madero hincado que constituía el
eje del portón de madera que cerraba el acceso al recinto. A través
de esta entrada se accedía a una serie de unidades habitacionales,
con una estancia principal por donde discurría el acceso –A– y un
pequeño patio –B– a través del cual se accedía indistintamente al
resto de unidades habitacionales –C, D y E.
La habitación A estaba constituida por las estancias A y B de
la excavación de R. Ramos Fernández. No hay ninguna mención
al muro central que dividiría esta habitación A en dos estancias,
pudiendo, tal vez, corresponder a una segunda fase constructiva
del poblado, y que en el momento de la excavación de A. González Prats y E. Ruiz Segura ya habría desaparecido fruto de la
erosión y las agresiones antrópicas (fig. 6.18). En esta vivienda
A, integrada por un potente muro, de 4 m de anchura, se prolongaba hacia el extremo meridional, decreciendo en amplitud hasta
alcanzar una anchura aproximada de 1m. Bajo el banco corrido
documentado por R. Ramos Fernández en el extremo oriental de
su estancia B, aparecía otro banco corrido y un hoyo de poste
correspondientes a la fase constructiva más antigua del poblado,
y que habría que relacionar con el supuesto hogar registrado en la
excavación realizada en 1981. Asimismo, esta habitación también
presentaba un banco corrido en su extremo occidental.
Desde esta primera unidad habitacional y a través de un vano
de 1 m de anchura aproximadamente se accedía a un nuevo espacio –B– de pequeñas dimensiones, interpretada como un pequeño
patio cubierto o porche con una gran cantidad de calzos de poste
–7– y con un hogar situado en su extremo nororiental. A pesar
de que sus excavadores sólo documentaron un único derrumbe y
finas capas de pavimento en esta zona que hacen pensar en una
única fase constructiva, los calzos de postes se encuentran a distinta altura y no parecen haberse construido al mismo tiempo,
sino corresponder a continuas remodelaciones.
A través de este “patio” B o espacio abierto se accedía al
resto de las dependencias del poblado. En el extremo occidental y paralela a la estancia A, había un nuevo espacio definido como habitación D, delimitado por el muro occidental
[page-n-66]
Figura 6.18. Fotografía de R. Ramos en la que se observa el muro
medianero que separaba las estancias por el denominadas como A
B. La ausencia de dicho mucho en las excavaciones de González y
Ruiz les llevó a unificar ambas estancias bajo la letra A.
Figura 6.17. Zona de conexión entre la plataforma F y el bastión H.
Obsérvese la construcción en tierra (fotografía: Alfredo González
Prats).
de la habitación A y por los restos de otro que se sitúan en
dirección este-sureste a oeste-noroeste. Este espacio estaba
muy alterado por la cremación de residuos industriales vertidos en un momento posterior a la excavación de R. Ramos
Fernández. No obstante, en su extremo oriental pudo detectarse un nuevo banco corrido y varios suelos de hogares, así
como calzos de poste, con abundante material arqueológico,
entre el que destacaba una escudilla de madera carbonizada
(fig. 6.19), varios colgantes de marfil y algunos punzones de
hueso en una única fase constructiva. Parte de esta habitación
había desaparecido por el desprendimiento de la cresta rocosa en el extremo occidental del espolón. Esta circunstancia,
unido a las grietas presentes en esta zona del yacimiento, habría hecho desaparecer parte de otra habitación en el extremo
suroccidental, que no recibió denominación en la posterior
publicación realizada.
Desde la habitación B también se accedía a un nuevo
departamento –C– en el extremo meridional del poblado,
de planta rectangular y que a pesar de presentar estratos
Figura 6.19. Detalle de la escudilla de madera (fotografía: Elisa
Ruiz Segura).
Figura 6.20. Corredor entre muros y restos del testigo A en 2015
antes de la intervención efectuada.
51
[page-n-67]
correspondientes a una única fase de ocupación con varios
pavimentos, restos de hogares y calzos de poste, presentaba
al menos dos muros superpuestos al muro oriental original
de la misma. Éstos debían corresponder a una segunda fase
constructiva totalmente arrasada por la erosión. En el lado
oriental de esta habitación aparecía un estrecho corredor de
0,50 m (figs. 6.20 y 6.21), que sus excavadores interpretaron
como un conducto de evacuación del agua de lluvia procedente de la cubierta de esta vivienda y de la habitación E, así
como del patio. A pesar de ello en el interior de este espacio
se documentaron restos de calzos de poste que podrían indicar que este espacio también estuvo techado, conformando una calle que articularía el acceso y la circulación entre
estas unidades habitacionales, tal como se ha documentado
en otros yacimientos argáricos próximos como Pic de les
Moreres (González, 1986a; 1986b) o Cabezo Pardo (López
Padilla, 2014a).
Al este de la calle se situaba la vivienda E, que presentaba
una estratigrafía indicativa de una única fase de ocupación, con
un potente nivel de incendio que ofrecía una gran cantidad de
material arqueológico. Presentaba una planta triangular, con dos
hogares junto a su muro oriental. En el ángulo septentrional de
esta habitación se detectó una fosa en donde se había enterrado
un infante (Cloquell y Aguilar, 1996) (fig. 6.24).
Según sus excavadores, la cultura material documentada,
el uso de la técnica constructiva denominada “espina de pez”
y, fundamentalmente, la presencia de una inhumación bajo el
suelo de la vivienda E reflejaban, de manera incuestionable, el
carácter argárico del poblado. Asimismo, planteaban que esta
fortificación tenía un carácter estratégico en relación al intenso
poblamiento argárico del curso bajo del río Vinalopó.
LOS TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS DE DOCUMENTACIÓN EN 2015 Y 2016
Después de los trabajos de excavación efectuados en Caramoro
I, inicialmente por parte de R. Ramos y, posteriormente, por A.
González Prats y E. Ruiz Segura, que afectaron a más de un
90 % de los espacios interiores del asentamiento y algo menos
a sus zonas exteriores, el interés de actuar nuevamente en el
mismo residió en la posibilidad de documentar, en la medida
de lo posible, las estructuras conservadas, así como recabar la
posible información estratigráfica que todavía pudiera contener,
a pesar de que su grado de conservación no era óptimo. Nuestra
intención estuvo siempre orientada a profundizar en la ocupación del asentamiento, reconociendo su secuencia, y concretando, al menos, el momento de su fundación. En todo momento,
se trató de determinar la formación y transformación del contexto arqueológico, intentado concretar su historia deposicional
a partir de la asociación de las distintas unidades estratigráficas
–UUEE– reconocidas con los distintos eventos de construcción,
uso, reuso, abandono y post-abandono (Shiffer, 1977; 1985). Si
bien determinar el tipo de basuras del que podían proceder los
materiales arqueológicos depositados en los fondos del Museo
Arqueológico y de Historia de Elche (MAHE) era una quimera, la posibilidad de concretar a nivel estratigráfico, eventos de
construcción, uso y abandono, serviría para valorar mínimamente la presencia o no de basuras de facto, frente a basuras
primarias y basuras de abandono y postabandono. Si además,
52
Figura 6.21. Espacio K o pasillo una vez limpio y excavados los
restos del testigo A en julio de 2015.
con dicha labor crítica se posibilitaba establecer relaciones y
comparaciones con otros asentamientos del ámbito territorial,
Caramoro I podría convertirse en un nuevo documento con el
que mejorar las bases arqueológicas para abordar el análisis del
proceso histórico durante el II milenio cal BC en las tierras meridionales valencianas.
Como hemos señalado, las actuaciones efectuadas previamente en los años 1980 y 1990 supusieron la excavación de casi
la totalidad del yacimiento, con la excepción de dos pequeños
testigos longitudinales –A y B– muy alterados y con enorme
riesgo de desaparecer por procesos erosivos, además de quedar
a la intemperie las estructuras murarias documentadas, bastante
derruidas muchas de ellas ya con anterioridad a 2015. La degradación que se estaba produciendo en el asentamiento y las
escasas perspectivas de conseguir una mejora en la calidad de
la información disponible, aconsejaban el desarrollo de una actuación arqueológica que permitiese documentar mínimamente
ambos testigos, efectuar una planimetría fotogramétrica (fig.
6.22) de las evidencias murarias y analizar algunos aspectos estratigráficos y cronológicos del mismo a partir de la excavación
puntual en algunas áreas del asentamiento.
Así, los trabajos de limpieza y documentación arqueológica en
el yacimiento de Caramoro I, fueron iniciados el día 29 de junio y
desarrollada hasta el 22 de julio de 2015.2 Dicha actuación no se
[page-n-68]
Figura 6.22. Fotogrametría final de Caramoro I una vez limpiado. En la imagen inferior se muestra la separación por espacios o
ambientes, indicando mediante colores diferentes los eventos constructivos detectados.
53
[page-n-69]
Figura 6.23. Zona del espacio D excavada en 2015 vista desde
el noroeste.
Figura 6.24. Vista frontal del muro 2001 en el que se puede apreciar
el refuerzo en “P” levantado sobre el primer momento de ocupación.
pudo efectuar de forma continua, como consecuencia de las diversas olas de calor y otra serie de problemas logísticos. Los trabajos
fotogramétricos y planimétricos obligaron a dedicar buena parte
del tiempo a la limpieza de las estructuras y de los ambientes ya
excavados. El tiempo restante, el menos, fue dedicado a la excavación del testigo A conservado en el interior del asentamiento, así
como de algunos retazos sedimentarios conservados en el espacio
D, algo alterados y no excavados con anterioridad (fig. 6.23). La
zona exterior del poblado también fue limpiada en parte para su
fotografiado y topografiado, pero la conservación del segundo de
los testigos con relleno sedimentario no alterado, denominado por
sus anteriores excavadores con la letra B, aconsejó que su documentación fuese efectuada en una nueva campaña en 2016.
En el proceso de documentación y registro de los materiales
documentados durante la limpieza y excavación de algunas zonas
intramuros, se consideró oportuno, una vez leídos con detenimiento los trabajos publicados por los excavadores previos, mantener la denominación de los espacios diferenciados. La denominación alfabética establecida por Rafael Ramos Fernández para
los distintos espacios o ambientes, y la aplicada por A. González
Prats y E. Ruiz Segura en su diario de excavación de 1989, ha sido
mantenida en la medida de lo posible, ya que, una vez desbrozado
el yacimiento, se pudo comprobar que la planimetría efectuada
por estos últimos investigadores prácticamente no difería en nada
de las estructuras conservadas, pudiendo mantenerse dicha denominación. Así, para cada espacio, en los trabajos emprendidos
se mantuvieron la letra y el número otorgado en el diario inédito de la excavación efectuado por E. Ruiz Segura, asignando a
las UUEE –unidades estratigráficas–sedimentarias los números
a partir del 1000, añadiendo el número distintivo como centena
e incorporando la letra de cada espacio. Por su parte, las UUEE
estructurales fueron denominadas a partir del 2000.
Teniendo en cuenta estas premisas, destinadas a conseguir
un registro documental acompasado con las excavaciones iniciales, fueron desarrollados los siguientes trabajos:
– Desbrozado de toda el área ocupada por el asentamiento. Mientras en 2015 se llevó a cabo este proceso en todo el asentamiento,
en 2016 esta actividad se centró exclusivamente a extramuros.
– Limpieza de todas las estructuras murarias y de los espacios
intramuros, consistente en la extracción de los limos acumulados como consecuencia de la acción eólica y de la erosión
de las estructuras constructivas. En las zonas cercanas a los
muros, la erosión de trabazón de los mismos generó diversos
depósitos sedimentarios de escasa entidad que fue necesario
eliminar para la correcta lectura de los mismos. También fueron recolocados diversos bloques caídos que formaban parte
de las estructuras –en los casos en los que ha sido posible por
proximidad y asociación.
Un vez limpios los diferentes espacios, se procedió a la documentación estratigráfica de diversas zonas, en las que en principio, parecía, a tenor de lo reflejado en el diario de excavación
de E. Ruiz Segura de 1989 y de la observación directa, que se
había conservado diversos estratos, de escasa potencia, pero con
cierta fiabilidad. Mientras en 2015 se actuó en el testigo A y de
la zona D o UE 2019, inicialmente muraria –ahora consideramos que se trataría más bien de un derrumbe de bloques alineados sobrepuestos a dos tramos murarios de escasa entidad–; en
2016 se intervino en tres zonas correspondientes las dos primeras a áreas del espacio A –zonas 1 y 2– así como el testigo B en
la zona de extramuros –zona 3.
De cada una de las zonas donde se actuó y a modo de resumen cabe señalar:
– Con respecto al testigo A situado intramuros, se trataba de
un pequeño testigo de unos 0,50 m de anchura que con
dirección E-O, cruzaba los espacios E, K, C y J. No obs-
2
54
En la actuación de junio-julio de 2015 participaron los directores
de la actuación –Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez
Monleón, Ana Mª Álvarez Fortés, Juan Antonio López Padilla–,
los/as arqueólogos/as Raquel Ruíz Pastor, María Pastor Quiles y
Ricardo Basso Rial, y las estudiantes en prácticas en los grados
de Historia y Humanidades, Agustina d’Amico e Irene Mendoza,
respectivamente. Los trabajos de fotogrametría inicial y durante el
desarrollo de las actuaciones han sido efectuados por Eloy Poveda
Martínez, mientras que la topografía, fotogrametría y modelado 3D
final fue realizada por de Ignacio Segura.
A todos y a todas les damos nuestro más sincero agradecimiento.
[page-n-70]
Figura 6.25. Vista desde el norte del banco UE 2036 dentro del
espacio A en proceso de excavación.
Figura 6.26. Vista frontal desde el oeste del banco UE 2036 una vez
finalizado el proceso de excavación.
tante, en el momento de su excavación se encontraba muy
erosionado y casi desaparecido. No conservaba más de
30-35 cm de anchura, manteniendo cierta presencia con
cierta fiabilidad entre los espacios K y mínimamente en
el espacio C. En el proceso de excavación del testigo A en
el espacio C, se pudo comprobar cómo la zona más meridional de dicho ambiente, aunque de modo parcial, ha-
bía sido excavada de modo incompleto. Por esta razón se
pudo asociar la excavación del testigo A en el espacio C
con la superficie más cercana a los muros superpuestos,
UUEE 2015 y 2017. Los resultados fueron positivos, ya
que se pudo interpretar la secuencia estratigráfica de los
momentos iniciales de ocupación del espacio C y establecer la relación estratigráfica con las zonas K, E y J, además
de con el espacio D, aunque, en este caso, a partir de la
excavación de una limitada superficie que constituía lo que
inicialmente parecía el muro UE 2019.
– En relación con la zona de la UE 2019, situada en el espacio D, ya se advertía en el diario de 1989 de Elisa Ruiz
Segura que durante el proceso de excavación se documentaron fosas con vertidos de materiales de desechos actuales
de marroquinería que restaban fiabilidad a lo documentado. Por esta razón es probable que durante la intervención
de 1989 se decidiera no invertir esfuerzos en su excavación, dejando en resalte un área máxima, probablemente
sin excavar, de unos 4,40 m con dirección E-O y aproximadamente 1,20 m de anchura N-S. En total una superficie
de 3,35 m2. A pesar de constatar la presencia de vertidos y
espacios alterados, en este espacio se pudo comprobar la
conservación de zonas fiables sin excavar que posibilitaron
establecer la relación estratigráfica del espacio D con el
C, además de concretar los distintos momentos de construcción, uso, reuso y abandono de este espacio. En esta
zona es donde se ha podido determinar hasta 3 momentos
continuados de ocupación.
– En relación con el espacio A, se pudo actuar en dos áreas. En
la denominada como zona 2 o zona de acceso al asentamiento, se pudo constatar que el muro UE 2001 fue ampliado
–UE 2002A– con un refuerzo de morfología cuadrangular
y un muro de una sola cara en su cara interior u occidental –UE 2002B– conformando una ampliación en “P” (fig.
6.24). A esta ampliación se le adosó un banco UE 2003, que
a su vez fue cubierto por un nuevo muro UE 2004. Del proceso de abandono y construcción de estos espacios, donde
se observan al menos, dos reformas después de la construcción del espacio A, se han podido diferenciar diversas
unidades estratigráficas –UUEE 2100 y siguientes– donde
fueron documentados diversos calzos de poste, rellenos de
derrumbe y diversos objetos y restos materiales de interés.
Entre ellos una pesa de telar y un fragmento de recipiente
cerámico. Del relleno de la ampliación procede un pequeño
lingote de cobre de 3,2 gramos de peso.
– Por otro lado, dentro del espacio A también se actuó en una
pequeña franja sedimentaria conservada y situada en el ángulo nororiental del mismo –zona 1–, claramente asociada
al banco UE 2036. Se pudo determinar una sucesión de
estratos. Los estratos superpuestos documentados correspondían claramente al abandono y nivel de uso del primer
momento de uso de dicho espacio y, por extensión, también del asentamiento (figs. 6.25 y 6.26). Entre los objetos
materiales documentados en un pequeño espacio situado
a los pies del banco cabe destacar la de al menos 4 fragmentos de pesas de telar oblongas de 4 perforaciones; un
punzón óseo, una concha de Cerastoderma edule, varios
instrumentos de molienda y percutores, así como un hacha
de piedra pulida.
55
[page-n-71]
Figura 6.27. Plano general con indicación a color de las tres zonas donde se actuó en 2016.
Figura 6.28. Zona del testigo B al final de su excavación.
– Por último, también se llevó a cabo la excavación de los restos del testigo B situado en la zona extramuros –zona 3–, justo
en la zona de conexión entre la plataforma UE 2006 y el antemural UE 2000, justo en los espacios denominados con las
letras H, G y F (fig. 6. 27). Además de constatar tres momentos de rellenado del espacio, probablemente vinculados con
los tres momentos sucesivos de uso del asentamiento, se ha
documento un muro de aterrazamiento-refuerzo construido
56
en los momentos finales de ocupación, elaborando a base de
un manteado de panes de barro, enlucidos con el mismo barro
(ver fig. 6.28). Se trata de un hallazgo de enorme interés, dada
su singularidad, siendo uno de los pocos ejemplos conocidos
en la península ibérica de este tipo de técnicas. Esta estructura
corresponde al segundo momento de construcción, posterior
al antemural 2000, al que se adosa.
Con toda la labor descrita, los espacios diferenciados en Caramoro I han sido los que se indican a continuación:
– Espacio A: Se trata de un área definida por los muros
UUEE 2001-2004 y 2012 en su lado oriental (ver figs. 6.
22, 6.25 y 6.29), el muro UE 2009 y el vano UE 2010 en
su extremo meridional y el muro UE 2011 en su vertiente
occidental. Comprende un espacio de tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 10,70 m en el eje
SE-NO y 3,60 m en el eje NE-SO –aunque en su extremo
septentrional, entre los muros UUEE 2011 y 2012, se estrecha, 3,15 m–, delimitando un área aproximada de 38 m2.
Las UUEE sedimentarias documentadas en el interior de
este ambiente fueron denominadas a partir de la 1000 –de
la 1000 a 1009–, incluyendo estratos sedimentarios superpuestos correspondientes a postabandono, abandono, uso,
y acondicionamiento, incluyendo un pavimento –1002–.
Aunque fue limpiado superficialmente en la intervención
de 2015, la excavación y diferenciación de estas UUEE
fue realizada en 2016. A este espacio en su zona de acceso
también corresponden las UUEE 2100 y siguientes hasta
la 2120, que denominan tanto unidades sedimentarias de
relleno como UUEE de carácter estructural. Esta numera-
[page-n-72]
Figura 6.30. Espacio B una vez limpio, visto desde el norte.
Figura 6.29. Ortofoto del complejo estructural de acceso al asentamiento 2001-2004.
ción fue otorgada para diferenciar del conjunto de UUEE
de carácter sedimentario localizadas exclusivamente en el
extremo nororiental de dicho edificio.
– Espacio B: Se trata de un área definida por los muros UE
2009 y el vano UE 2010 en su extremo septentrional, el muro
UE 2001 en su vertiente oriental y los muros UUEE 2014 y
2015 en su lado meridional (fig. 6.30). Comprende un espacio
de tendencia irregular con unas dimensiones máximas de 3,75
m en el eje SE-NO y 4,75 m en el eje NE-SO, delimitando
un área aproximada de 12,75 m2. Este espacio fue excavado
en su totalidad en las anteriores intervenciones, por lo que su
limpieza fue incluida en la UE 1100.
– Espacio C: Se trata de un área definida por el muro UE 2015
en su extremo occidental, el muro UE 2018 en su vertiente
occidental y la estructura muraria inicial UE 2019 en su lado
septentrional (fig. 6.31). Comprende un espacio de tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 8,95 m
en el eje S-N y 4,20 m en el eje E-O –aunque en su extremo meridional es más estrecho, 2,70 m–, delimitando un
área aproximada de 30 m2. La excavación de una reducida
zona asociada al testigo A, permitió el reconocimiento de
distintas estructuras y UUEE sedimentarias asociadas, co-
Figura 6.31. Testigo A en el espacio C durante la excavación.
Figura 6.32. Vista áerea de Caramoro I, con el espacio E en primer
término.
57
[page-n-73]
Figura 6.33. Vista desde el norte del arranque del muro UE 2000 y
del enfoscado de tierra que lo protegida por su cara exterior.
rrespondientes en su mayor parte al primer momento de uso
del mismo. Se diferenciaron un total de 11 unidades, de la
UUEE 1200 a la 1210.
– Espacio D: Se trata de un área definida por la estructura muraria inicial UE 2019 en su extremo meridional y el muro UE
2011 en su vertiente oriental. Comprende un espacio de tendencia irregular con unas dimensiones máximas de 11,40 m
en el eje SE-NO y 5,25 m en el eje SO-NE –aunque en su extremo septentrional es más estrecho, 1,75 m–, delimitando un
área aproximada de 35 m2. La excavación del área integrada
bajo la denominación de 2019, permitió el reconocimiento de
un total de 14 UUEE, numeradas de la 1500 a la 1513. Corresponden a los distintos momentos de construcción, uso y
abandono de este espacio. Pudieron ser reconocidos al menos
3 momentos de reutilización del espacio.
– Espacio E: Se trata de un área definida por el muro UE 2013
en su extremo oriental, el muro UE 2014 en su vertiente
occidental y el muro UE 2001 en su lado nororiental (fig.
6.32). Comprende un espacio de tendencia rectangular, que
termina en forma de cuña en el ángulo nororiental, con unas
dimensiones máximas de 13,85 m en el eje SO-NE y 4 m en
el eje SE-NO, delimitando un área aproximada de 44 m2. Se
trataba de un espacio totalmente vaciado. En el proceso de
limpieza fueron diferenciados 7 UUEE, numeradas del 1600
al 1606. En su mayor parte corresponden a la construcción o
abandono de 2 momentos de uso.
– Espacio F: Se trata de una plataforma extramuros, al E del
muro UE 2001 que articula la organización del yacimiento
en sentido SE-NO (fig. 6.33). Ha sido denominada con la
UE 2000 el muro que delimita la estructura y a partir de las
UUEE 1800 a los rellenos sedimentarios detectados en el
testigo B. En concreto fueron diferenciados un total de 14
UUEE sedimentarias superpuestas, correspondientes a los
tres momentos de uso y abandono del asentamiento. El espacio interno, de tendencia rectangular-irregular, presenta
unas dimensiones máximas de 17,20 m en el eje SE-NO y
3 m en el eje NE-SO –aunque en el extremo septentrional
se va estrechando, 1,35 m–, delimitando un área aproximada de 33,75 m2.
Figura 6.34. Vista de la estratigrafía de la zona extramuros una vez desmontado el testigo B.
58
[page-n-74]
– Espacio G: Se trata de la pequeña estructura longitudinal
a modo de refuerzo murario del antemural UE 2000, que
A. González y E. Ruiz interpretaron como un posible canal
de desagüe. Está situado a los pies de la plataforma o antemural UE 2000 a la que se la ha otorgado las UUEE 1900
y siguientes. El espacio interno, de tendencia rectangularirregular, presenta unas dimensiones máximas de 8,10 m en
el eje SE-NO y 1 m en el eje NE-SO, delimitando un área
aproximada de 6,80 m2. Esta zona sólo ha sido limpiada y
en ella, el testigo B de las excavaciones de A. González y E.
Ruiz se encuentra muy desmoronado.
– Espacio H: Zona extramuros denomina con la letra H y definida por el muro UE 2006, a la que se le ha asignado las
UUEE 3000 y siguientes. Su espacio interno, de tendencia
rectangular-irregular, presenta unas dimensiones máximas
de 12,90 m en el eje SE-NO y 2,95 m en el eje NE-SO, delimitando un área aproximada de 33,65 m2. Solamente ha sido
limpiado a nivel superficial, observándose la presencia de
importantes rellenos de bloques y arcillas margosas locales
a modo de relleno.
– Espacio L: Nueva letra no utilizada por sus anteriores excavadores, asignada al espacio intramuros situada al SE
del muro UE 2013 y al S de lo que sería la prolongación
del muro UE 2001. Comprende un espacio de tendencia
rectangular con unas dimensiones máximas de 7,35 m en
el eje SO-NE y 3,15 m en el eje SE-NO, delimitando un
área aproximada de 23 m2. En esta zona solamente se ha
desbrozado y eliminado algunas terreras. La existencia de
grietas en la base geológica del cerro y su pendiente, desaconsejaban seguir trabajando en la zona ante el riesgo de
desmoronamiento de la peña.
– Espacio J: Espacio situado al O del muro UE 2018. Comprende un espacio de tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 9 m en el eje S-N y 1,55 m en el
eje E-O, delimitando un área aproximada de 10,5 m2. Las
UUEE asignadas fueron 1400 y siguientes. Solamente se
ha limpiado superficialmente en relación con la conservación muy parcial del testigo A. La proximidad del precipicio y la escasa fiabilidad de los sedimentos conservados
aconsejaron efectuar únicamente labores de limpieza de la
zona y documentar mínimamente dicho espacio en relación con el testigo A. Solamente fueron diferenciadas tres
UUEE –1400, 1401 y 1402.
– Espacio K: Correspondiente a los estratos situados en el corredor o zona estrecha entre los muros UUEE 2013 y 2015, además de los muros UE 2016 (ya desmontado por A. González
Prats y E. Ruiz Segura) y UE 2017. Comprende un espacio de
tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 10,55
m en el eje SO-NE y 0,80 m en el eje SE-NO, delimitando un
área aproximada de 7,75 m2. Los estratos excavados asociados
al testigo A, han sido denominados a partir de la UUEE 1300 en
un número de 6 –de 1300 a 1305–, con lo que se ha mantenido
la numeración del diario de excavación redactado en 1989 por
E. Ruiz Segura.3 Testigo B: Se trata de un testigo sedimentario implantado durante las excavaciones de A. González Prats
y E. Ruiz Segura en la zona extramuros, entre los espacios H
al noroeste; los espacios F y G al sureste y L al este (fig. 6.34).
Comprende un espacio de tendencia rectangular con unas dimensiones máximas de 1,55 m en el eje SE-NO y 3,5 m en el eje
NE-SO, delimitando un área aproximada de 5,35 m2. La actuación en esta zona fue llevada a cabo en el año 2016. La numeración de las distintas UUEE diferenciadas correspondientes a los
tres momentos de construcción-uso-abandono-postabandono
arrancó del número 1800 hasta la 1813.
Por lo demás, antes de iniciar el proceso de excavación y
a partir del plano de A. González Prats y E. Ruiz Segura y de
nuestras observaciones de campo, se asignó una UE estructural a
los diferentes tramos de muros visibles –no a los calzos de poste
excavados por ellos y ya no conservados–. De este modo se otorgaron de la UE 2000 a la UE 2019 (ver fig. 6. 27). A partir de la
UE 2019, durante el proceso de excavación se fueron numerando
nuevas unidades tanto a nuevos muros, bancadas, fosas y calzos
de poste documentados ex novo, como a unidades sedimentarias
vinculadas. Todo ello, unido a la realización de diversas dataciones absolutas sobre muestras debidamente seleccionadas, ha
permitido realizar una mejor lectura estratigráfica del depósito
y determinar la existencia de distintos momentos de uso. Poder
concretar la historia deposicional de Caramoro ha permitido proponer su historia de ocupación, que aunque breve a nivel temporal, se muestra compleja y de enorme interés para el estudio del
proceso histórico de las poblaciones aquí analizadas.
3
Agradecemos a Elisa Ruiz Segura la cesión de dicho diario y la relación de materiales documentados en sus excavaciones. Sin estos
documentos no hubiese sido posible efectuar esta labor de análisis
del asentamiento de Caramoro I.
59
[page-n-75]
[page-n-76]
7
Historia de la ocupación de Caramoro I:
construcción, remodelaciones, uso y abandono
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón,
María Pastor Quiles, Ricardo E. Basso Rial y Juan Antonio López Padilla
El asentamiento de Caramoro I ha sido objeto de repetidas
excavaciones a lo largo de las décadas de 1980 y 1990, y más
recientemente en 2015 y 2016. Las intervenciones de R. Ramos
Fernández primero, y de A. González Prats y E. Ruiz Segura,
después, implicaron la excavación de más del 90 % del depósito intramuros del asentamiento. Las zonas delimitadas durante
estos trabajos abarcan una superficie de 420 m2, a los que cabe
añadir algo más de 200 m2 de las construcciones extramuros.
Los únicos espacios en los que restaría todavía excavar se localizan extramuros del núcleo hasta alcanzar una superficie total
cercana a 800 m2. Una parte de estas zonas se hayan cubiertas
por las terreras de las primeras excavaciones (fig.7.1).
Las publicaciones efectuadas por sus primeros excavadores
permitieron mostrar la planta del asentamiento, primero un croquis y luego su planimetría, así como señalar la constatación
de al menos dos pavimentaciones sucesivas en la denominada
habitación A, la superposición de algunos tramos de muros y
la determinación de un solo momento de ocupación en la zona
del espacio E (Ramos, 1988; González Prats y Ruiz, 1995). La
homogeneidad formal de los materiales documentados, especialmente los cerámicos, no despertaron el interés de sus excavadores en relación con la necesidad de concretar la cronología
del emplazamiento. Ni siquiera la documentación de la inhumación de un infante con señales de violencia (Cloquell y Aguilar,
1996; Jover et al., 2018) despertó la inquietud, aunque sí posibilitó, junto a la constatación de algunas formas cerámicas de tipología claramente argárica y de algunas técnicas constructivas
asociadas a este ámbito, adscribirlo al grupo argárico (González
Prats y Ruiz, 1995).
Sin embargo, las pocas notas publicadas de Caramoro I no
mostraron la verdadera magnitud del asentamiento, no tanto por
su tamaño, del que ya se evidenciaba que era reducido, como
por su secuencia estratigráfica y materialidad. Así, los trabajos
emprendidos en 2015 y 2016 han tratado de mejorar las bases
secuenciales del asentamiento, estudiando los fondos materiales
depositados en el MAHE, valorando la documentación fotográfica de R. Ramos Fernández, los dibujos y el diario de excavaciones redactado por E. Ruiz Segura, así como emprendiendo
la documentación y estudio de la secuencia estratigráfica del
yacimiento, a partir de los pocos restos conservados –algunos
paquetes sedimentarios –testigos A y B– y las relaciones estratigráficas murarias.
En concreto, la labor de campo emprendida entre 2015 y
1026 tuvo por objeto limpiar las áreas excavadas, documentar
las estructuras visibles y excavar las pocas zonas con trazas de
conservar algunos depósitos sedimentarios. Frente a los dos
momentos de uso –reconocidos por sendas pavimentaciones–
señalados por R. Ramos para la estancia A y la misma interpretación efectuada por A. González y E. Ruiz para la zona
C, a través de la excavación de los restos del testigo A y de
una pequeña zona no excavada asociada a la UE 2019 en el
espacio D, podemos afirmar que la complejidad estratigráfica
detectada es algo mayor que la planteada por sus excavadores
iniciales, aunque, en general, la planificación y estructura arquitectónica del sitio se definió y no se transformó en su esencia desde los momentos iniciales de su fundación. Además de
las dos pavimentaciones ya señaladas, la actuación efectuada
ha permitido constatar que el número de momentos de uso
estratigráficamente materializados es superior al inicialmente
considerado. Los diferentes momentos de uso, al menos 3, se
concretan, simplemente en ampliaciones, refuerzos o reformas
que no supusieron grandes transformaciones en la estructura y
organización del asentamiento.
LA FUNDACIÓN DE CARAMORO I
A grandes rasgos, los trabajos efectuados durante 2015 y 2016
han podido determinar diversos momentos en su ocupación. En
concreto, podemos indicar que además de las construcciones
61
[page-n-77]
Figura 7.1. Vista exterior del asentamiento desde el sureste. Obsérvese la presencia de terreras de las excavaciones de 1981 y 1989.
del momento de su fundación y el primer momento de uso materializado, son, al menos, otros dos los momentos de remodelación-reuso documentados en el asentamiento. Toda la trama
urbanística y organizativa del asentamiento estaba definida y
configurada desde su fundación, efectuando con posterioridad,
en sucesivos momentos de su vida útil, diversas reformas, remodelaciones o pequeñas ampliaciones. Aunque se trata de
modificaciones de interés, no transformaron en esencia la estructura del enclave.
La trama del asentamiento se configura a través de la construcción de un gran muro longitudinal –UE 2001– (fig. 7.2),
asentado sobre la base geológica, que siguiendo las curvas de
nivel se prolonga ligeramente de NO a SE a lo largo de algo
más de 30 m. Este muro en su extremo más meridional, en
contacto con la peña natural, y coincidiendo con la zona de
mayor pendiente, no se conserva como consecuencia de los
procesos erosivos de ladera que lo han arrasado. No obstante,
se prolongaría hasta empatar con un gran bloque natural de
conglomerado, cerrando totalmente el acceso al asentamiento por este extremo meridional. Este muro de delimitación y
cierre del asentamiento presenta una anchura media cercana a
1,10-1,20 m, aunque en el tercio más septentrional, justamente
cuando la pendiente natural va aminorando, se va ensanchando hasta superar en algún punto los 2,50 m de anchura. En su
zona septentrional el muro acaba de forma rectilínea, dejando
un espacio de algo más de 4 m hasta el arranque de la pendiente. Este espacio constituye el único acceso al interior del
asentamiento. Como refuerzo de este muro, especialmente en
su extremo central y meridional, en el punto donde reduce su
anchura, se construyó y adosó un gran antemural –UE 2000–
apoyado sobre un relleno de margas verdes muy compactas
–UE 1813– que a su vez se apoyan en el muro 2001, dispuesto
a modo de refuerzo y de tirante para aguantar la fuerza de su
empute. En sí, el antemural 2000 es un muro de aterrazamiento
ataludado de distinta anchura, que conserva algo más de 2 m
de altura y casi 4 m de ancho en la zona meridional, preci62
samente donde el muro 2001 hace una mayor inflexión y la
pendiente es más acusada. Además, el antemural adquiere una
mayor altura conservada –y mayor anchura–, cercana a los 2,5
m, allí donde la construcción en su conjunto más lo requiere
en atención a la pendiente de la peña. En este punto de la zona
meridional es donde la base geológica hace una caída en vertical de algo más de 1,20 m. En el proceso de limpieza efectuado se pudo comprobar cómo la base de este antemural estuvo
pavimentada –UE 1809– en su extremo oriental.
En definitiva, se trata de un muro que funciona como un aterrazamiento de gran porte, que sirvió para soportar los empujes
del muro de cierre del asentamiento además de evitar el acceso
al mismo por su mitad meridional. Esta construcción solamente
se desarrolla extramuros, desde la zona meridional y oriental
del mismo hasta la zona medial del muro de cierre 2001, coincidiendo justo donde éste comienza a ensancharse y la pendiente desaparece. No parece estar presente a lo largo de todo su
desarrollo, aunque este extremo es difícil de determinar, ya que
en una segunda fase se construyó en el tercio septentrional una
gran plataforma de aterrazamiento –UE 2006, espacio H–, a la
que nos referiremos más adelante.
El muro de delimitación y cierre –UE 2001– en la única zona
por donde se puede acceder al enclave, es decir, por su lado nororiental, delimitaba una superficie útil actual de casi 420 m2, con escasa pendiente, con la excepción de su tramo meridional –espacios
E e I–, donde de forma progresiva ésta va aumentando. En esta
superficie fueron edificados diversos muros, de los que se conservan tramos de algunos de ellos, con el objeto de delimitar y separar
diversos ambientes o unidades habitacionales. Los espacios definidos son los denominados como A, B, C, E e I. Atendiendo a la
información y a los croquis elaborados por R. Ramos Fernández
(1988), algunos de los tramos de muros ya no se conservan.
Una vez que se accedía al asentamiento por su extremo
nororiental, se encontraría un vano de acceso al denominado
espacio A (ver fig. 6.25), configurado entre el tramo de muro
conservado 2012 y la cara interior u occidental del muro 2001.
[page-n-78]
Figura 7.2. Planta secuencial de la construcción de Caramoro I. a. Trazados de los muros inicialmente construidos. b. Conjunto de estructuras murarias conservadas de la primera fase de ocupación.
El vano de acceso tendría aproximadamente 1,60 m de anchura. Este ambiente o espacio A estaría delimitado por los muros
2001, 2009 que se adosa a éste, 2010, 2011 y el tramo curvo
conservado 2012, que con bastante probabilidad, y atendiendo
a la información proporcionada por R. Ramos (1988), conectaría o sería la prolongación del muro 2011, configurando una
habitación o edificio cerrado con un solo ambiente. No obstante, desde este espacio A se podría salir del mismo o acceder
al espacio B, a través del vano escalonado 2010. Se configura
así un edificio con un espacio útil de unos 34 m2. Este espacio
cuenta con un gran banco en “L invertida” –UE 2036– ubicado
en su extremo suroriental (fig. 7.3), adosado a los muros 2001
y 2009. No podemos concretar si existiría otro banco formando
parte del muro 2011, aunque sí podemos asegurar que parte de
la inflexión del suelo en el extremo oriental de la habitación
estaría pavimentada –UE 1002–. También estaría pavimentado su extremo nororiental, habiendo detectado su conservación
–UUEE 2116 y 2119– en diversos puntos bajo algunas de las
estructuras del segundo de los momentos de uso.
Figura 7.3. Extremo meridional del espacio A. A la derecha se
puede observar el banco 2036 adosado al muro 2001 y a sus pies,
el pavimento 1002.
63
[page-n-79]
Figura 7.4. Conjunto de restos documentados en 2016 sobre el pavimento 1002 y a los pies del banco 2036 de la estancia A.
Figura 7.5. Detalle del conjunto de restos materiales hallados en la
estancia A.
Este espacio fue transformado como consecuencia de un incendio, que obligó a abandonarlo de forma súbita –UE 1007 y
1003 de nuestras excavaciones en el año 2016–. De dicho evento se conservó parte del derrumbe –UE 1005– y del ajuar de
objetos utilizados en el mismo. La presencia de un buen número
de objetos muebles de diversa naturaleza en las unidades estratigráficas conservadas en el extremo suroriental de este espa64
cio, además de otros obtenidos en las diferentes excavaciones
efectuadas, ha mostrado que en su interior se efectuarían, entre
otras, labores de molturación de cereales, producción de tejidos,
dada la presencia de pesas de telar y diversas labores de mantenimiento y consumo (figs. 7.4 y 7.5).
Las dataciones absolutas obtenidas a partir de dos muestras de vida corta procedentes del pavimento UE 1002
(Beta-446590: 3580±30 BP) y del nivel de incendio 1007
(Beta-446589: 3580±30 BP) (tabla 7.1), han mostrado el
mismo rango cronológico, por lo que la construcción del pavimento y el evento de incendio que causó su destrucción
se produjeron en un corto periodo de tiempo a inicios del II
milenio cal BC.
En el resto del espacio útil, se levantaron diversos muros que sirvieron para delimitar distintos ambientes. Como
hemos indicado, desde el espacio A, se podría acceder al B
a través de un vano escalonado, UE 2010. Este espacio, del
que no sabremos si formaría parte de otros espacios colindantes, sí podemos asegurar que estaría cubierto, dada la
presencia de diversos calzos de poste documentados en las
excavaciones de A. González y E. Ruiz. De igual modo, a
partir de la información anotada por E. Ruiz en el diario
de excavación de 1989, se constató la presencia de diversos
lentejones de tierras cenicientas, lo que aseguraría la presencia de hogares en el mismo. Además, lo único que podemos
señalar es la presencia de un pequeño banco, UE 2030, adosado al muro 2011 (fig. 7.6).
Desconocemos si el muro UE 2015 conectaría con el
muro 2011, tal y como R. Ramos (1988) indicaba en sus
croquis. Pero lo que sí podemos asegurar es que este muro
separaría dos espacios de habitación techados. Por un lado,
al oeste, el denominado como espacio C (fig. 7.7), del que
no conocemos sus límites ni nororientales ni suroccidentales;
mientras que hacia su lado oriental se definiría el espacio E,
integrado por los muros 2015, 2013 y un pequeño tramo del
muro 2001 (ver fig. 6.25). En este espacio E es donde fue
excavada la fosa de inhumación –UE 2020 y relleno 4005–
de un individuo infantil (Cloquell y Aguilar, 1996), cuya datación (Beta-464794: 3620±30 BP) muestra un considerable
solapamiento con las obtenidas en los espacios A y D, ubicando su fallecimiento también a inicios del II milenio cal
BC. Del mismo modo, el espacio más meridional y oriental
del poblado, el I, quedaría delimitado entre en muro 2013 y
el tramo meridional del muro 2001.
La coetaneidad de los muros que configuran diversos espacios en el interior del asentamiento –UUEE 2015 y 2013–
y por extensión de los espacios que definen, viene dada por
cinco razones. La primera es el hecho de que ambos muros,
los numerados como 2013 y 2015, arrancan directamente de
la roca madre, cosa que no ocurre con el resto de tramos de
muros detectados y conservados en estos espacios; en segundo
lugar, que ambos muros presentan una ligera disposición NESO, siendo plenamente rectilíneos y paralelos entre ambos (ver
fig. 7.2), cosa que tampoco ocurre con el resto; en tercer lugar,
se trata de muros que presentan una equidistancia claramente
planificada en la distribución del espacio construido y gestionado; por otro lado, la anchura de ambos muros, unos 0,50 m,
y la técnica constructiva es la misma; y en quinto lugar, los
bloques calizos paralelepípedos empleados como mampuestos
[page-n-80]
Tabla 7.1. Relación de dataciones absolutas de Caramoro I.
Laboratorio
Contexto
Beta-446590
CMI-03
Momento
Muestra
D13C
Fecha BP
1σ
2σ
Eventos
UE 1002. Pavi- Material de
mento Espacio
construcción
A. Construcción momento 1
Fase I
Metacarpo
IV. Sus
domesticus.
Menos de 2
años
-19.7
0/00
3580 ± 30
1965-1889
2028-1828
Construcción 1
Beta-419055
CMI-01
UE 1506. Pavi- Material de
mento Espacio
construcción
D. Construcción momento 1
Fase I
Fragmento
distal tibia
ovicaprino
juvenil
-18.7
0/00
3570 ± 30
1956-1884
2022-1781
Construcción 1
Beta-446589
CMI-02
UE 1007. Nivel
de incendio
sobre pavimento. Espacio A.
Fase I
Basura de
abandono
momento 1
Vértebra
torácica.
Cerphus
elaphus
-19.8
0/00
3580 ± 30
1965-1889
2028-1828
Abandono 1
Beta-505646
CMI-06
UE 1303. Inv.
2. CMI-15. Basura de relleno
empleada para
acondicionar
el segundo
momento de
construcción
Basura de
momento 1
reutilizada
Fragmento
de extremidad de O/C
-19.1
0/00
3630 ± 30
2030-1948
2045-1905
(86.4%)
2127-2090
(9%)
Uso 1
Beta-464794
CMI-05
Espacio E.
Uso de
1989. B7. tumba momento 1
Infante de
Caramoro.
Esferoides
del cráneo
de Homo
sapiens
-18.0
0/00
3620 ± 30
2025-1943
2040-1894
(91.6%)
2118-2097
(3.8%)
Uso 1
Beta-464793
CMI-04
UE 1503. Fase
III. Derrumbe
del espacio D
entre tramos de
muros
Basura de
abandono
momento 2
Fragmento
de tíbia de
ovicaprino
-19.0
0/00
3550 ± 30
1945-1878
(57.1%)
1840-1826
(6.9%)
1793-1784
(4.2%)
1976-1861
(67.7%)
1853-1772
(26.9%)
2009-2002
(0.8%)
Uso-abandono
2
Beta-510335
CMI-07
UE 1501. Espacio D. CMI-15.
Momento final
de abandono
Basura de
abandono
momento 3
Hordeum
vulgare
-23.2
0/00
3510 ± 30
1887-1867
(0.199%)
1848-1774
(0.801%)
1916-1749
Uso-abandono
3
Figura 7.6. Espacio B, una vez
limpio en la actuación de 2016. A la
izquierda, se puede observar el vano
de acceso desde el espacio A.
65
[page-n-81]
Figura 7.7. Muro UE 2015 y calzo de poste y relleno UE 1207 del
espacio C.
en todo su trazado son similares y claramente distintos de los
empleados en el resto de muros, que son de conglomerados
locales de un tono amarillento.
De las características del espacio I, no es posible efectuar
ninguna valoración, no solo por el alto grado de arrasamiento
de la zona, sino también porque esta superficie fue utilizada
como terrera de las excavaciones, primero de Ramos y luego
de González y Ruiz. Tampoco del espacio E, excavado en buena medida por estos últimos. Sus excavadores señalaron un
único momento de ocupación, asociado al muro UE 2014 no
correspondiente a este primer momento fundacional y de uso,
sino posterior a la fosa de inhumación detectada, situada en
la parte más baja del terreno. Ello nos hace plantear que este
espacio sería acondicionado durante las remodelaciones que
se llevaron a cabo con posterioridad, respetando la tumba del
individuo infantil.
Sin embargo, la mayor cantidad de información disponible
procede del espacio C. Se trata de una superficie muy amplia y
transformada por las distintas remodelaciones efectuadas con
posterioridad en la zona. Desconocemos cuales serían los límites occidentales y meridional de este espacio, mientras que
por su zona septentrional es el muro 2011 el que serviría de
límite. A este primer momento corresponde la documentación
en este espacio o habitación C, de diversos calzos de poste,
algunos de ellos coetáneos con probabilidad, asociados tanto
al muro 2015 –2022– como al muro 2011 –2028, 2029, 2031,
2032, 2033, 2034– así como otros ya no conservados, pero
documentados en las anteriores excavaciones (ver figs. 6.25
y 6.30). La dificultad reside en determinar cuáles de ellos serían exclusivos de la primera fase y cuáles podrían haber sido
empleados durante el segundo momento de ocupación –o en
ambos–. Con la información obtenida durante nuestros trabajos, a esta primera fase correspondería el calzo 2022 (fig.7.8)
y buena parte del resto.
Por otro lado, a este primer momento de uso también
corresponderían en la zona D, los restos de un pavimento UUEE
1506-1510, al que se asociaban dos hogares: los número 2034 y
2035. Ambos, de tendencia ovalada, están efectuados rebajando
el pavimento ligeramente. Uno de ellos se localiza en el extremo
66
Figura 7.8. Calzos de poste UE 2022 y niveles cenicientos UE 1208
del espacio C.
Figura 7.9. Fragmento de brazalete de marfil aparecido en las proximidades del hogar UE 2034.
más occidental del espacio D, casi en la terrera del precipicio,
frente al muro 2011 y rebajando el pavimento 1506/1510; el
otro, el 2035, se localiza a casi medio metro del muro 2015,
rebajando el pavimento 1207.
Al estrato que cubría al hogar 2034, el 1504, corresponde la
documentación de un fragmento de brazalete de marfil (fig. 7.9),
y probablemente buena parte de los brazaletes documentados en
las anteriores excavaciones (ver capítulo 16).
Al pavimento 1506, continuidad del pavimento 1207 asociado al muro 2015 en su extremo más occidental, corresponde
la datación absoluta efectuada sobre una muestra de vida corta
(Beta-419055: 3570±30 BP). La fecha de construcción del primer pavimento de la zona viene a coincidir plenamente con las
dataciones obtenidas en el espacio A para el pavimento 1002.
Ello implica aceptar que las primeras pavimentaciones y probablemente, también la construcción del asentamiento se llevarían
a cabo a inicios del II milenio cal BC (fig. 7.10).
[page-n-82]
EL INICIO DE LAS REMODELACIONES:
EL SEGUNDO MOMENTO DE USO
Como ya ha sido señalado, la estructura esencial del asentamiento
no varió de forma ostensible a lo largo de su vida. No obstante, durante la primera de las remodelaciones o segundo de los momentos
de uso se produjeron las mayores transformaciones del mismo. A
este momento, pocos años después de la construcción del asentamiento a inicios del II milenio cal BC, corresponde la ampliaciónrefuerzo del muro 2001 en su extremo septentrional, consistente
en el alzado de una gran plataforma pétrea con planta de tendencia
cuadrangular –UE 2002A– de unos 3,20 x 2,8 m de lado, junto
al que se añadía un nuevo muro de refuerzo –2002B– adosado al
muro 2001 en su cara occidental (figs. 7.11 y 7.12). Se creaba así
una ampliación-refuerzo del muro 2001 con planta en “P”, prolongándolo en más de 2,8 m y reduciendo considerablemente la zona
y las posibilidades de acceso al asentamiento.
Acompañando a dicha ampliación, fue construida y adosada
en el tercio septentrional del muro 2001 por su cara externa, una
gran plataforma con forma de arco de círculo –UE 2006, configurando el espacio H– de unos 14,20 m de longitud con dirección SO-NE, una anchura máxima de unos 3,35 m, conservando
una altura de casi 0,60 m. Esta plataforma H viene a coincidir
en su desarrollo con el tramo de mayor anchura del muro 2001.
Según R. Ramos (1988) estaba recubierto por una capa de barro en todo el trazado de su cara superior. Su desarrollo finaliza
exactamente donde, además, se inicia el desarrollo del antemural 2000. Probablemente como refuerzo del antemural también
fue construido un muro de refuerzo, cercano a 1 m de anchura,
cuyo desarrollo también corría paralelo al antemural partiendo
desde la base de la plataforma 2006. El espacio L entre los muros 2007 y la plataforma 2008 fue nuevamente pavimentado o
nivelado, generando un nuevo nivel de uso –UE 1812.
Por su parte, en el interior del asentamiento también se
efectuaron diversas transformaciones. En el espacio A, al refuerzo en “P” se le añadió un banco en la zona de acceso al
muro 2002B –UE 2003/2105–; probablemente cambió la fisonomía del muro 2011, acortando su prolongación sin llegar
al tramo de muro 2012, que en este momento de uso es muy
probable que estuviese amortizado; no sabemos si el espacio
interior se compartimentaría con la construcción de un tabique interno, documentado en las excavaciones de R. Ramos
(1988), aunque parece más bien corresponder a la siguiente de
las reformas; mientras que en el ángulo sureste se construiría
un hogar de tendencia semicircular, adosado a la parte alta y
cubriendo al banco 2036 (ver figs. 6.9b; 6.10 y 7.13).
En el resto de los espacios, se configurarían tres nuevos espacios a partir de la construcción de al menos dos muros. La construcción del muro 2014, apoyado directamente en el muro 2001
y con un desarrollo curvo en su trayecto inicial, se extendería de
forma paralela al muro 2015 en su tramo meridional, configurando el espacio K a modo de pasillo, y una clara reducción del
espacio E, que sería completamente remodelado. Por otro lado,
a oriente del muro 2015 se construyó otro muro, del que se conservan dos tramos –2018 y 2026–, superpuesto a los tramos del
pavimento inicial en dicha zona 1207/1506/1510. Este muro, más
ancho que los muros iniciales y elaborado al igual que el muro
2014 con bloques de conglomerado, presenta una disposición
N-S, reduciendo el espacio C y generando la creación de un nuevo espacio a oriente de los anteriores, el espacio J (ver fig. 7.13).
Figura 7.10. Modelo
secuencial de las dataciones
de la Fase I de Caramoro I,
realizada con el programa
OxCal.
67
[page-n-83]
Figura 7.11. Vista desde el norte
del contrafuerte UE 2002a y
del banco adosado del segundo
momento de ocupación UE
2002b.
Por lo demás, el espacio C continuó siendo utilizado de
igual modo que en el primer momento de uso, al documentarse un nuevo hogar, el 2024. Este hogar estaba rellenado por
1206, de similares características sedimentarias, sin olvidar
la construcción de un banco adosado –UE 2023–, ubicado en
su tercio meridional.
HACIA EL FINAL DE LA OCUPACIÓN: SUS ÚLTIMAS
REFORMAS Y ACONDICIONAMIENTOS
Desconocemos en qué momento sería abandonado Caramoro I. No obstante, en el registro estratigráfico se han podido documentar otras remodelaciones que permiten sostener la
existencia en el mismo de, al menos, un tercer momento de uso,
sin descartar un cuarto. Son varias las zonas del asentamiento donde han sido documentados restos muy parciales, correspondientes a estos momentos ya avanzados o finales (fig. 7.14).
No obstante, las dataciones absolutas obtenidas, permiten proponer que estos momentos no se prolongarían más allá de c.
1800/1750 cal BC.
En los espacios H, L y G extramuros, justo en la zona de
conexión entre la plataforma 2006 y el arranque del antemural 2000, detectamos el reacondicionamiento de la zona mediante el forrado con barro del espacio de unión entre ambos
–1807–, la creación de un murete de bolas de barro –1806–
(fig. 7.15), que discurriendo en paralelo con el muro 2007,
probablemente no lo cubriría o enfoscaría totalmente; y, por
último, un enlucido de barro de bastante grosor en el antemural 2000 –UE 1804–. El murete 1806 estaría integrado por
unidades oblongas de barro superpuestas. Además se creó
una nueva pavimentación en el espacio L –UE 1810–, conectando los muros 2007 y 2008. El abandono de este espacio
viene atestiguado por el paquete sedimentario 1805 y la caída
y erosión de parte del enlucido del antemural –UUEE 1802 y
1803– (figs. 7.16 y 7.17).
68
El espacio A también sufrió diversas reformas, aunque en este
caso solamente podemos inferirlas a partir de los datos fotográficos proporcionados por R. Ramos (1988). Consideramos que
sobre el muro 2011 fue reconstruido un nuevo muro, el 2037, del
que solamente se conserva un tramo. No podemos asegurar que
este muro corresponda únicamente al tercero de los momentos de
uso descritos, pero dada la documentación en las excavaciones de
R. Ramos de un muro o tabique en disposición oblicua al 2037,
del que posiblemente arrancaría, el espacio A sería dividido en
dos ambientes (ver fig. 7.14b). Estas reformas reducirían considerablemente el espacio útil de estas estancias al ser compartimentadas. De forma más concreta, durante este momento final
fue levantado el muro de refuerzo 2004, cubriendo parte de las
estructuras y bancos del segundo momento; también fue cubierto
el banco 2036 mediante la construcción de otro muro de refuerzo
adosado a los muros 2001 y 2009. A los pies de ambos extremos
Figura 7.12. Calzo de poste encastrado en el contrafuerte UE 2002a.
[page-n-84]
Figura 7.13. Plano con la secuencia del desarrollo constructivo de Caramoro I. a. Estructuras edificadas durante el segundo momento
en color ocre. B. Representación del asentamiento con la ubicación del gran hogar documentado por R. Ramos en el espacio A, del que
solamente se conserva alguna fotografía.
de las ampliaciones del muro 2001, fueron construidos nuevos
bancos. De este modo, consideramos que durante el tercer momento de uso o segunda remodelación de importancia en la ocupación de Caramoro I, sí pudieron existir dos ambientes o estancias en el denominado como espacio A. Estos ambientes, que ya
fueron denominados por R. Ramos (1988) como A y B, estaban
conectados entre sí, aunque separados en parte por un tabique interno que ya no se conserva. De hecho, solamente los podemos
reconocer a partir de algunas fotografías y el croquis elaborados
por su excavador. No podemos determinar si el primero de los
pavimentos que documentó R. Ramos (1988) corresponde a este
momento final o al segundo de los momentos. Creemos que por la
profundidad a la que señala su documentación, la primera de las
pavimentaciones que registra se podría relacionar con el segundo
de los momentos de ocupación.
Por otro lado, la zona del espacio C también sufrió bastantes
modificaciones. El muro 2015 fue abandonado. Sobre los restos
del mismo fue acondicionada la zona mediante rellenos sedi-
mentarios de escasa potencia –UUEE 1302, 1303 y 1201– con
el objeto de levantar un nuevo edificio del que solamente se conservan en la actualidad dos pequeños tramos de muros –UUEE
2017 y 2027– (fig. 7.18) con disposición paralela entre ambos
SO-NE, aunque un tercer tramo ya no conservado lo hacía en
disposición contraria, pudiendo tratarse de una de las esquinas
de la habitación o edificio edificado. De uno de estos rellenos
de acondicionamiento, fue seleccionado un fragmento óseo
como muestra radiocarbónica. La idea era intentar determinar
si ese resto de basura correspondía al momento de construcción
de los muros conservados. La datación obtenida (Beta-505646:
3630±30 BP) no fue positiva, ya que se trataba de un desecho
reutilizado del primero de los momentos de uso.
En definitiva, todo parece indicar que los espacios I, E, K,
C y D de las ocupaciones anteriores ya no estaban en uso, habiéndose construido nuevos espacios habitacionales en la zona
sobre los restos terraplenados o allanados en algunos puntos, de
las anteriores ocupaciones. De estos momentos solamente nos
69
[page-n-85]
Figura 7.14. Secuencia del desarrollo constructivo de Caramoro I, tercer momento. a. Conjunto de estructuras documentadas en Caramoro
I indicando en color naranja las estructuras del tercer momento. b. Representación del conjunto de estructuras edificadas durante el tercer
momento, ya desaparecidas.
Figura 7.15. Estratigrafía del testigo B en la que se pueden distinguir las distintas UUEE reconocidas en la zona de conexión entre el
antemural UE 2000 y el bastión UE 2006.
70
[page-n-86]
Figura 7.17. Vista frontal del murete de bolas de barro 1806, del
enfoscado conservado de la cara del antemural 2000 y de los pavimentos reconocidos.
Figura 7.16. Detalles del área de conexión entre la plataforma 2006
y el antemural 2000. A. Vista cenital. B. Vista lateral desde el sur.
quedan las evidencias del abandono de la construcción de la
que formaban parte los muros 2027 y 2026 –UE 1503–, del que
también fue datada una muestra (Beta-464793: 3550±30 BP) y
el abandono definitivo de la ocupación en la zona –UUEE 1502
y 1501–, de la que se dató otra (Beta-510335: 3510±30 BP).
Precisamente, en una pequeña superficie del espacio D, donde
se conservaban algunos estratos sin excavar en torno al posible
muro o derrumbe 2019, ha mostrado la existencia de al menos
tres momentos:
- El inicial asociado a una primera pavimentación –1506– y
a diversos calzos de poste, equivalentes o sincrónicos a la
primera pavimentación del espacio C –1207–. También se
asociaría con el muro 2011.
- Un segundo momento que se corresponde con la construcción del muro 2026, aunque no se puede descartar que
este segundo momento pudiera corresponder o integrarse
con el primer momento de uso del espacio en un periodo de tiempo indefinido. En cualquier caso, este tramo
de muro parece ser una prolongación del muro UE 2018,
también superpuesto al pavimento 1207 del espacio C.
- Un tercer momento, iniciado con la construcción del
muro 2027, prolongado con su convivencia con el muro
2026, hasta su abandono y derrumbe definitivo. No obstante, también hay que indicar que sobre el abandono del
muro 2026, fue detectado un posible momento de uso
Figura 7.18. Estado final de la zona D donde fue documentado el
tramo de muro UE 2027 (a la izquierda) y 2026 (a la derecha).
del que solamente se han conservado algunos restos muy
puntuales –UE 1501– asociados a diversas manchas de
sedimentos con gran cantidad de materia orgánica deshecha, que cubrían el derrumbe 1503-1504 y a los muros
2026 y 2027, para el que no se puede descartar que pudiera tratarse de restos sedimentarios removidos o procedentes de la excavación de zonas próximas. Su superficialidad y los diversos procesos antrópicos que han alterado
la zona no permiten considerar la posibilidad de un cuarto
momento de uso.
En definitiva, el proceso de documentación llevado a cabo
durante las campañas de 2015 y 2016 ha posibilitado detectar que
en Caramoro I se produjeron a lo largo de su ocupación, diversas reformas y remodelaciones sobre la fundación inicial, que en
esencia, no cambiaron la estructura del asentamiento. El resultado de las dataciones obtenidas permite confirmar que el tiempo
transcurrido entre la construcción del asentamiento y el último
momento de abandono detectado no superó los 250 años. Su ocu71
[page-n-87]
Figura 7.19. Sección O-E del asentamiento de Caramoro I, mostrando los restos de las UUEE conservadas en 2016.
Figura 7.20. Plano con la distribución general de muestras datadas.
pación se desarrolló fundamentalmente durante el primer cuarto
del II milenio cal BC, aunque el balance cronológico que muestra
el conjunto de las dataciones efectuadas viene a señalar que el periodo máximo transcurrido entre la construcción del asentamiento
y su abandono se llevó a cabo entre el 2045 y el 1749 cal BC.
72
Dentro de este periodo, en los restos conservados del depósito arqueológico, al menos se han podido diferenciar tres momentos de uso:
-El primero momento de uso corresponde en sí a la fundación del asentamiento en la que se definió la trama urbanística del mismo. Con la construcción del gran muro longitudinal UE 2001 de delimitación (y el antemural) del poblado y
el trazado de diversos muros en el espacio delimitado en su
interior, se construyeron distintos edificios y posiblemente
algún espacio abierto, como el B, situado entre el A, E, C y
D. En algunos de estos espacios han sido detectados diversos tramos de pavimentos en los que se quedaron integrados
restos de fauna. La datación de los pavimentos documentados en el espacio A y D a partir de dos restos de fauna
doméstica, son las pruebas que vienen a fijar la fundación
del asentamiento en los momentos iniciales del II milenio
cal BC (fig. 7.20).
La datación absoluta procedente de la UE 1506 del espacio
D (Beta 419055: 3570±30 BP; 2015-1830 cal BC 2σ) evidencia
el momento inicial de la primera fase constructiva asociado al
muro 2011; que puede ser extrapolada al pavimento 1207 de la
primera fase del espacio C y al muro 2015. Y, al mismo tiempo, la obtenida de otra muestra del pavimento UE 1002 (Beta446590) señala, justamente, la misma datación, extrapolable a
la construcción del espacio A (fig. 7.20). Esta cronología viene
avalada, además, por otras dos dataciones. Por un lado, la procedente de una muestra ósea de la UE 1007 o nivel de incendio
que asoló este primer momento de uso del espacio A. Los resultados muestran que entre la construcción y el incendio del
espacio A transcurrieron muy pocos años, ya que el resultado
fue el mismo (Beta-446589: 3580±30 BP/2028-1828 2σ) que el
obtenido con la muestra procedente del pavimento infrayacente UE 1002. Por otro, la datación obtenida de los restos óseos
humanos procedentes de la fosa de inhumación ubicados en el
espacio E, excavado en 1989 por A. González Prats y E. Ruiz
Segura, aunque es la más antigua de todas las efectuadas, es
la más antigua de todas las efectuadas, difiere en poco de las
obtenidas para la construcción de las pavimentaciones. Cabe la
posibilidad de que sea un enterramiento casi fundacional (Beta464794: 3620±30 BP/2040-1894 cal BC, 2σ).
No parecen haber transcurrido muchos años para llevar a
cabo la primera (segundo momento de ocupación del asentamiento) y la segunda (tercer momento) de las remodelaciones
detectadas, a tenor de la escasa distancia entre las dataciones
[page-n-88]
obtenidas para el primero de los momentos de uso y el tercero.
Solamente contamos, por el momento, con dos dataciones para
el tercer momento de uso. Otros restos faunísticos procedente
de las UUEE 1503 y 1501 del espacio D, correspondiente al
abandono del tercero de los momentos, señalan que el tiempo
fue realmente breve, sin que se pueda precisar si fueron unas
pocas décadas o algo más de un siglo (Beta-464793: 3550±30
BP/2009-1772 cal BC 2σ; Beta-510335: 3510±30 BP/18871746 cal BC 2σ).
Por tanto, todo parece indicar que Caramoro I estuvo en
uso durante poco tiempo, no más de 250 años, si tenemos en
cuenta las dataciones disponibles y el hecho de que en otros
asentamientos sí han sido determinadas secuencias de ocupación mucho más prolongadas, tanto estratigráfica, como
cronológicamente (López y Jover, 2014). Si la fundación de
Caramoro I se puede establecer en torno al 2000 cal BC, su
abandono definitivo no se produjo más allá de 1800/1750 cal
BC. A partir de una edificación inicial, a lo largo de este tiempo se fueron produciendo diversas remodelaciones, ampliaciones y reorganizaciones de los espacios construidos, sin afectar
en esencia a su configuración inicial. Esta característica hace
que Caramoro I sea un documento excepcional para el estudio
de la fase central o plena del desarrollo del grupo argárico en
estas tierras septentrionales.
73
[page-n-89]
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La arquitectura de Caramoro I: materiales y técnicas
María Pastor Quiles
Como ya ha sido apuntado, las actuaciones arqueológicas desarrolladas en 2015 y 2016 han permitido diferenciar, al menos,
tres momentos de uso, con diferentes ampliaciones, remodelaciones y reacondicionamientos sobre la planta inicial del asentamiento. Las actividades constructivas realizadas en el enclave
argárico de Caramoro I durante el período de tiempo en que fue
ocupado generaron una serie de estructuras que han sido individualizadas en 11 ambientes diferentes (fig. 8.1), denominados
con letras de la A a la K.
Las edificaciones del poblado conforman así diversos espacios, de planta más o menos rectangular o alargada, como es
habitual en la Edad del Bronce peninsular y en el ámbito argárico, que estarían organizados y delimitados a partir de un
muro de considerables dimensiones –UE 2001–. El grosor de
este muro, especialmente en su tramo septentrional, donde llega
a alcanzar los casi 4 m, no se encuentra en ninguna otra construcción del asentamiento. Sólo el muro UE 2011 –paralelo al
muro UE 2001 en su cara occidental, formando entre ambos el
espacio A–, presenta una anchura notable, aunque mucho menor a la de la citada construcción que vertebraría las estructuras
conservadas en el enclave y las separaría del exterior por el lado
oriental del mismo. Estas construcciones cuentan con muros de
mampostería de piedra, al menos en la parte baja de los alzados,
aunque no podemos descartar que algunos muros interiores y de
menor grosor hubieran contado con parte del alzado construido
con otros materiales y técnicas. El empleo de la piedra en las
edificaciones de Caramoro I ya fue plasmado en una reconstrucción realizada a partir de la intervención de Rafael Ramos
Fernández en 1981 (fig. 8.2).
No obstante, la piedra no fue el único material constructivo
empleado en las edificaciones del poblado, aunque es sin duda
el más visible a partir de sus restos arqueológicos. En Caramoro I, la tierra fue un material constructivo fundamental, como
en otros muchos asentamientos argáricos (Ayala y Ortiz, 1989;
Ayala et al., 1989; Rivera, 2007; 2009; 2011; Martínez Mira et
al., 2014; Pastor, 2014; entre otros). Fue utilizada para construir en forma de morteros para trabar los mampuestos, de revestimientos de los alzados y de instalaciones o estructuras de
actividad, como bancos y hogares, o de pavimentaciones. Asimismo, con barro, materia vegetal y madera se habrían edificado techumbres y también, en determinados casos, parte de los
alzados, empleando diferentes técnicas constructivas.
Los materiales y técnicas empleados en el asentamiento argárico de Caramoro I han podido abordarse mediante el análisis
macroscópico de los restos constructivos de barro documentados en los diferentes espacios (fig. 8.3). El análisis de estas evidencias arqueológicas aporta valiosa información no sólo sobre
el uso constructivo de la tierra, sino también sobre otros materiales, a través de sus improntas. Este estudio ha permitido plantear diferentes cuestiones de relevancia respecto a la arquitectura de este enclave, como la presencia de diferentes técnicas de
construcción con tierra, incluida el amasado de barro en forma
de bolas y bloques, o de prácticas de reutilización de materiales
en las actividades constructivas.
ESTUDIO MACROSCÓPICO DE LOS FRAGMENTOS
CONSTRUCTIVOS DE BARRO DE CARAMORO I
A continuación, se exponen los resultados del análisis macroscópico de los restos constructivos de barro endurecido del
yacimiento argárico de Caramoro I. Este estudio ha abordado
unos restos que comenzaron a recuperarse de manera puntual
en 1981, iniciándose un conjunto que fue nutrido a lo largo de
las diversas campañas de excavación, especialmente durante los
años 1989 y 2016.
Por un lado, han sido estudiados los fragmentos depositados
en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche –MAHE–,
procedentes de las campañas de excavación llevadas a cabo en
el yacimiento en los años 1981, dirigida por Rafael Ramos Fer75
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Figura 8.1. Plano
del asentamiento de
Caramoro I con espacios
y zonas excavadas.
Figura 8.2. El poblado de Caramoro I construido con alzados de
mampostería de piedra, según la información arqueológica obtenida por R. Ramos Fernández en su intervención en 1981. Dibujo de
R. Ramos Fernández. Archivo del MAHE.
Figura 8.3. Distribución de los fragmentos constructivos de barro
en los diferentes espacios en los que se recuperaron.
76
nández, así como 1989 y 1993, bajo la dirección de Alfredo
González Prats y Elisa Ruiz Segura. Éstos suman un total de
39 piezas estudiadas. Por otra parte, han sido analizados los
elementos de barro recuperados en las excavaciones recientes
de 2015 y 2016 –25 fragmentos en 2016 y 37 en 2016–. En
total, se han estudiado 101 fragmentos de barro endurecido. A
estos materiales se suma el análisis macrovisual de las piezas
resultantes de la aplicación de la técnica del amasado de barro
en forma de bolas, que se abordan en el apartado siguiente.
La mayor parte de los fragmentos constructivos de tierra
recuperados en el enclave son de pequeño tamaño, presentando desde 1,9 x 2 x 0,6 cm hasta 13,8 x 11,3 x 3 cm en el caso
del mayor de los elementos. Las coloraciones que presentan
son variadas, desde el marrón claro, blanquecino y amarillento, al marrón anaranjado, rojizo y rosado, mientras que otras
piezas presentan una coloración grisácea y ennegrecida. Su
grado de endurecimiento es variable, documentándose desde
fragmentos altamente disgregables a otros muy endurecidos,
aunque la mayoría presenta una consistencia dura o media. Se
encuentran afectados por la erosión y, sobre todo, por la presencia de raíces.
Aunque una parte importante de los fragmentos analizados
es difícil atribuirlos con seguridad a una parte concreta de las
edificaciones o de estructuras de equipamiento doméstico, ha
podido establecerse que 40 de ellos presentan una o dos caras
externas, regularizadas o alisadas (fig. 8.4a), interpretadas como
superficies exteriores de distintas partes estructurales. En este
sentido, algunos fragmentos corresponden a restos de revestimientos, como los recuperados en 2016 en el espacio A: el
perteneciente al banco UE 2036 o los tres restos hallados en
el interior de un calzo de poste. Por otra parte, 21 piezas son
interpretadas como restos de pavimento, correspondientes a la
campaña de 1989 o tomadas de los espacios C y D durante los
trabajos de 2015.
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Procedencia contextual de los materiales analizados
Los materiales analizados correspondientes a las excavaciones
anteriores en el yacimiento procedían de los espacios A –9 fragmentos–, C –5 fragmentos–, E –14 fragmentos– y J –4 fragmentos–. Los únicos 5 restos recuperados en 1981 habrían sido
localizados en superficie y, en otros dos casos, en el espacio A.
Correspondientes a 1989, han podido incluirse en este estudio
restos procedentes de los cuatro espacios citados y de 1993 únicamente 2 fragmentos asociados al espacio E.
Respecto a los elementos recuperados en los trabajos de
excavación de 2015, proceden de las unidades estratigráficas
siguientes: en el espacio A, UE 1000, superficial; en el espacio
C, de la UE superficial 1200, de la UE 1206 como relleno de
amortización del hogar UE 2024 y del pavimento UE 1207; en
el espacio D, del pavimento UE 1506, de la UE 1508, relleno
del calzo de poste UE 2029, y de la UE 1510 sobre el pavimento
de esta estancia y en el espacio J, de la superficial UE 1400.
Así, pertenecen a estratos superficiales de distintos espacios y a
pavimentaciones y niveles de abandono de los espacios C y D,
asociados a la primera fase de construcción del asentamiento.
Los restos recuperados en 2016 proceden de las UUEE identificadas en el espacio A, UE 1007 –estrato sobre el pavimento
1002–, UUEE 2101 y 2102 –rellenos constructivos–, del calzo
de poste UE 2103 y de los niveles de uso UUEE 2106 y 2108.
Estas unidades, salvo la primera, se asocian a una segunda fase
constructiva. Asimismo, en esta campaña de excavación se recuperaron restos constructivos de barro asociados a la tercera
fase, procedentes de la zona 3, de las UUEE 1801 –superficial–,
1805 –estrato sobre el pavimento 1810– y 1806.
Figura 8.4.a. Cara externa alisada de un resto constructivo. b.
Cara interna del mismo fragmento con huellas negativas ovaladas, que se habrían generado al contacto con guijarros.
Estudio macrovisual de la composición
de los morteros de barro
Respecto a la composición de los morteros constructivos, destaca
la presencia de evidencias del empleo de materias estabilizantes
de tipo vegetal, altamente comunes en las prácticas constructivas
con tierra. Los procesos de estabilización (Bardou y Arzoumanian, 1978: 6; Houben y Guillaud, 1994; Guerrero, 2007; entre
otros) tienen como finalidad mejorar la mezcla de barro de cara
a su función constructiva, mediante el añadido de diferentes materias. Aproximadamente la mitad de los fragmentos analizados
presentan huellas negativas en sus superficies que indican el añadido de vegetales como estabilizantes, probablemente paja de
cereal. En doce de ellos se han hallado improntas de tipo tallo
clavado (fig. 8.5a). En algunos casos, es posible observar que las
huellas de elementos vegetales son aproximadamente del mismo
tamaño, 1 cm de largo (fig. 8.5b), lo que respondería probablemente a la preparación y machacado de la materia vegetal previamente a ser añadida a la tierra, que se desmenuzaría en tramos
pequeños y más o menos regulares (Volhard, 2010: 90).
Una gran parte de los fragmentos presentaban piedras en
su composición. La mayor de las observadas alcanzaba los 6,5
cm de largo y, en otros casos, se han observado guijarros de
entre 2,5-3,5 cm de largo. En este sentido, uno de los fragmentos, recuperado en 1981 en la superficie del enclave, presentaba en su cara interna diversas improntas negativas de forma oval (fig. 8.4b), que se corresponderían con guijarros. Las
improntas habrían podido ser generadas por la presencia de
estas piedras en el mortero, ya desprendidas de la pieza o, más
a
b
0
2 cm
Figura 8.5. Evidencias del empleo de vegetales en los morteros
constructivos. a. Huellas de tipo tallo clavado. b. Huellas de vegetales en tramos regulares utilizados como materia estabilizante
añadida al mortero de barro.
77
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Figura 8.6. Elementos que formaban parte de la composición de los morteros constructivos. a y b. Malacofauna. c. Fragmento de carbón.
probablemente, porque este fragmento constituyera parte del
revestimiento de una estructura hecha con piedra que contara
con este tipo de morfología, como los conglomerados que aún
hoy son visibles en el asentamiento. Además, se ha documentado malacofauna (fig. 8.6a y 8.6b) en la matriz de tres de los
elementos analizados, recuperados en 2016 y asociados a una
segunda fase de construcción en el espacio A, y restos de carbón en cuatro fragmentos, dos de ellos recuperados en la UE
1206, interpretada como de amortización del hogar UE 2024
en el espacio C (fig. 8.6c).
EVIDENCIAS DEL EMPLEO DE DIVERSAS
MATERIAS VEGETALES COMO MATERIAL
CONSTRUCTIVO
A nivel general, la mayoría de los elementos de barro de Caramoro I no presentan improntas negativas de elementos constructivos vegetales ya desaparecidos, como carrizo, cañas, ramas o troncos. Buena parte de los materiales que componen este
estudio, o bien sólo presentan una cara exterior regularizada y la
contraria no presenta improntas constructivas, o bien pertenecerían a pavimentaciones o a posibles instalaciones o estructuras
de equipamiento, a lo que sumamos las piezas correspondientes
a la técnica del amasado de barro en forma de bolas.
No obstante, en 10 de los fragmentos sí se han documentado
improntas de carrizo (fig. 8.7a) o de caña (fig. 8.7b), combinándose ambos tipos de plantas en una parte de las piezas. También
se han observado improntas de hojas, alargadas y planas, que
podemos asociar a estas gramíneas. La totalidad de los restos con
improntas de caña y/o carrizo se han recuperado en el espacio A,
asociados a su segunda fase constructiva. Estas piezas presentan
entre una y seis de estas improntas, de hasta 2 cm de diámetro
máximo en el caso de las cañas. Son representativas de la técnica
del bajareque (Minke, 2001; Guerrero, 2007: 196; Pastor, 2017;
entre otros), que consiste en la aplicación del mortero de barro
sobre estructuras de troncos, ramas, cañas o carrizo.
El material vegetal también fue utilizado por muchas sociedades prehistóricas para unir diferentes componentes de las edificaciones mediante cuerdas. Asociadas a las improntas constructivas
de caña y carrizo se han podido observar dos ejemplos de posibles
huellas de ataduras, de dos tipos distintos. En uno de los casos se
habría empleado alguna fibra vegetal de tipo tallo individual (fig.
8.7b) y, en el otro, una cuerda trenzada elaborada con fibras vegetales (fig. 8.8a). Ambos ejemplos se recuperaron en la UE 2101,
78
también en el espacio A, asociados a la segunda fase constructiva.
Asimismo, dos de los restos conservan en una de sus caras huellas del contacto con materia vegetal asociada por lo general a las
techumbres (fig. 8.8b), por lo que puede plantearse que pertenecieran a una cubierta. También proceden del espacio A, habiendo
sido recuperados en 1989. Las cubiertas vegetales pueden ser edificadas con multitud de especies, que también pueden combinarse
entre sí, aunque las más habituales y conocidas son la paja y el
carrizo. Estas techumbres adquieren gran volumen, son ligeras,
pero también altamente inflamables.
Formas de aplicación del mortero de barro
Como se ha mencionado más arriba, una gran parte de los elementos constructivos analizados muestra superficies o caras regularizadas y también alisadas, así como evidencias del empleo
de capas diferenciadas de revestimientos de barro. Además, una
parte muestran huellas del alisado de las caras externas directamente con los dedos de la mano, en forma de bandas paralelas de
tendencia horizontal generadas por el alisamiento con movimientos de izquierda a derecha y viceversa (fig. 8.9a), e incluso con la
conservación de aparentes huellas dactilares (fig. 8.9b).
Es interesante resaltar la presencia de huellas digitales en
uno de los fragmentos recuperados en 1989 en el espacio A,
que podría corresponderse con un resto de estructura de equipamiento doméstico, modelada manualmente. Este resto de
barro conserva un lateral curvo y convexo, a modo de borde
(fig. 8.10a). Además, presenta en una pequeña superficie lo
que parecen ser los restos de la impronta de una estera o textil
vegetal (fig. 8.10b).
Evidencias de la reutilización de material constructivo
La reutilización de materiales constructivos es una práctica muy
habitual en la autoconstrucción en el seno de sociedades con un
modo de vida agropecuario, como ha sido destacado en diferentes
trabajos, tanto etnográficos como arqueológicos (Volhard, 2010;
Tung, 2013; Navarro y Navarro, 2016). Se documenta desde la reutilización de fragmentos de revestimientos en la elaboración de
otros nuevos (Matthews, 2005: 141), pasando por elementos de
madera (Corrales et al., 2011: 88; Peinetti, 2016), hasta incluso de
paja empleada en la edificación (Daich y Palacios, 2011: 105). El
barro empleado como material constructivo puede ser en sí mismo
reutilizable, ya que puede volver a usarse para edificar al triturarlo
y humedecerlo (Minke, 2001: 17; Guerrero, 2007: 200).
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a
b
0
2 cm
0
2 cm
Figura 8.7. a. Cara interna de un resto constructivo con diversas improntas de carrizo. b. Cara interna de un
fragmento con dos improntas de caña y posibles huellas de ataduras de tipo tallo.
a
b
0
2 cm
0
2 cm
Figura 8.8. a. Fragmento constructivo con improntas de caña y la huella de una cuerda trenzada. b. Resto de
barro con huellas vegetales diversas, que pueden asociarse a techumbres vegetales.
a
b
0
2 cm
0
2 cm
Figura 8.9. a. Cara externa de un resto constructivo con huellas de alisado manual, con bandas paralelas
generadas por los dedos de la mano. b. Superficie de un fragmento constructivo con alisado manual, donde
se distinguirían huellas dactilares.
79
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a
a
0
0
2 cm
b
2 cm
b
Figura 8.10. a. Resto de barro con huellas de dedos generadas durante su amasado, posiblemente perteneciente a una estructura de
equipamiento. b. Detalle de la impronta de textil vegetal presente
en el mismo fragmento.
Figura 8.11. a. Resto que incorpora otro fragmento constructivo, reutilizado en un nuevo mortero de barro. b. Impronta de una cuerda
trenzada ya desaparecida en uno de los restos de amasado de barro
en forma de bolas, procedente de la estructura UE 1806.
El estudio macroscópico de los fragmentos constructivos de
tierra de Caramoro I ha proporcionado evidencias que apuntan
a prácticas de reutilización de materiales en nuevas actividades
constructivas. Así, en el interior de uno de los restos de tierra,
recuperado en la UE 2101 –asociada a la segunda fase en el
espacio A–, se ha identificado a su vez la presencia de otro fragmento de material constructivo (fig. 8.11a). Este fragmento, de
tamaño menor que el que lo contenía, con un mayor grado de
endurecimiento y con improntas constructivas (fig. 8.12), probablemente de carrizo, habría sido incorporado a un nuevo mortero, posiblemente al ser reutilizada tierra empleada en construcciones anteriores.
intervenciones apuntaron la presencia, en la parte oriental
del llamado bastión H, de “adobes planoconvexos elaborados
con barro y esparto, en los que hoy se aprecian claramente las
improntas de las hebras vegetales” (González Prats y Ruiz,
1995: 87-90). La ubicación de estos restos se plasmó gráficamente sobre un plano, formando dos hileras en el cierre
suroriental del bastión.
Se trata de un conjunto de piezas de formas generalmente esferoides y oblongas (fig. 8.13), de dimensiones variadas, que habrían formado parte de las estructuras del límite
oriental extramuros del poblado, el llamado “bastión” o espacio H y su unión con el espacio G y el antemural UE 2000.
Este espacio H, delimitado por la plataforma UE 2006, constituida por bloques de piedra de diverso tamaño y tierra, habría sido construido inicialmente en la segunda de las fases
diferenciadas en Caramoro I. Hemos abordado el análisis
macrovisual de 21 de estas piezas, de un total de 107 documentadas, que han sido halladas completas o fragmentadas.
De éstas, 86 proceden de las excavaciones de 1989, y 13
fueron recogidas en superficie en el asentamiento, además
de 7 fragmentos recuperados durante las excavaciones de
2016, a lo que se suma una pieza oblonga de barro que fue
extraída para su análisis directamente de la estructura UE
1806 (fig. 8.14a).
EL USO DE LA TIERRA DURANTE EL TERCER
MOMENTO CONSTRUCTIVO: LA TÉCNICA
DEL AMASADO EN FORMA DE BOLAS
Las recientes excavaciones arqueológicas en Caramoro I durante 2015 y 2016 han permitido abordar, identificar y definir unos restos de barro singulares cuya presencia ya fue
advertida por Alfredo González Prats y Elisa Ruiz Segura en
sus trabajos arqueológicos hace más de dos décadas, aunque
no fueran analizados en profundidad. Los resultados de sus
80
[page-n-96]
Figura 8.12. Diferentes vistas del fragmento constructivo reutilizado, donde se distinguen una cara alisada (a) y dos improntas negativas,
probablemente de carrizo (b, c). Fotografías tomadas mediante microscopio digital.
Figura 8.13. Elementos constructivos de barro resultantes del empleo de la técnica del amasado en forma de bolas, recuperados en 2016.
a y c. Restos documentados junto a la estructura UE 1806. b. Pieza de barro amasado hallada en superficie.
Así, a escasa distancia de esta construcción, en la conexión
entre el extremo oriental del bastión y el arranque del antemural 2000, fue documentado en 2016 un tramo de estructura de
barro –UE 1806– (fig. 8.14a), construida también con elementos de barro de forma oblonga, mezclados con materia vegetal
de considerable longitud. Estaba dispuesta con una orientación
noroeste-sureste, posiblemente constituyendo parte de un muro
que unía ambas construcciones. Esta estructura presentaba unas
dimensiones de 0,36 m de ancho en su extremo septentrional
y 0,28 m en el más meridional y su longitud excavada ha sido
de 1,30 m de largo en su cara oriental y exterior y 1,05 m en su
cara interior. Su orientación parece conectar con el muro UE
2007, que cierra el espacio G en su lateral oriental. Al igual que
la construcción curva con tierra del bastión H, correspondería
al tercer momento de remodelación arquitectónica del asentamiento. A este tramo de muro UE 1806 se le adosa, en el lateral
contrario al ocupado por este grueso revestimiento, el pavimento UE 1810, asociado al tercer momento de modificación de las
estructuras constructivas del poblado (fig. 8.15a). A su vez, se
adosa a una unidad de sedimento blanquecino muy compacto,
de unos 15-20 cm de grosor en talud y 1,36 m de altura, que ha
sido interpretado como un enfoscado del muro UE 2000 en su
extremo septentrional –UE 1804– (fig. 8.15b).
Las piezas de barro que conformaban el bastión H y la estructura UE 1806 presentan una coloración marrón claro, con
manchas blanquecinas y anaranjadas, un considerable grado de
endurecimiento y huellas de haber sido conformadas junto con
elementos vegetales de considerable longitud. Como parte de su
composición, presentan piedras, restos carbonizados, malacofauna, fragmentos de hueso quemado y agregados de ceniza. Por otro
lado, en la superficie de la pieza amasada de barro extraída de
la estructura UE 1806 para su estudio específico, hemos podido
81
[page-n-97]
documentar una impronta de cuerda trenzada (fig. 8.11b). En un
principio, pensamos que esta impronta podía ser el resultado de
una reutilización de materiales, aprovechándose sedimentos de
desecho o de construcciones anteriores en los que se encontrara
dicho elemento. No obstante, en el diario inédito de la excavación
de 1989 se asocian las cuerdas a la propia conformación de estas
construcciones de barro. Se apunta que las cuerdas contribuirían
a la consistencia de las estructuras al mejorar la unión entre las
distintas unidades, basándose en la observación de improntas de
cuerdas “en el relleno de la parte inferior de la muralla”. De ser
así, estaríamos ante un ejemplo de incorporación de cuerdas de fibras vegetales durante la construcción de estructuras de barro con
el objetivo de conseguir una unión más sólida entre los distintos
elementos que las forman.
Consideramos que estos elementos de barro, que conformaron el bastión H y la estructura UE 1806, son fruto de la aplicación de la técnica constructiva del amasado de barro en forma
de bolas o bloques (Pastor et al., 2018). Habrían sido dispuestos
manualmente y todavía en estado húmedo (fig. 8.14b), sin haber sido secados previamente a su puesta en obra. Sus superficies presentan rehundimientos y, en general, formas aplastadas
que serían el resultado de haber sido colocados unos junto y
sobre otros. Aunque estos materiales fueron publicados como
“adobes” (González Prats y Ruiz, 1995: 87-90), en el diario de
excavación, la técnica ya fue planteada: “no podemos hablar de
adobes por cuanto las pellas se superponen estando frescas aún,
por lo que la de arriba adopta la forma de la inferior”.
Esta técnica cabe entenderla en el marco de la denominada
como amasado o tierra modelada (Agorsah et al., 1985: 105;
Sánchez, 1999: 167; Minke, 2001: 87; Wright, 2009; Guerrero,
2018; entre otros), en la que es habitual que, a la hora de aplicar
el barro húmedo a los muros, éste se modele en forma de bolas
o bloques, que después se pueden regularizar, disimulándose
su forma. Es importante diferenciar esta forma de construir de
otras que también emplean unidades individualizadas o módulos, como el adobe, hecho a mano o con molde, y el terrón
(Pastor et al., 2019).
LOS MATERIALES Y TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN
EMPLEADOS EN CARAMORO I
En las estructuras de Caramoro I la tierra se habría utilizado en pavimentos, en parte de los alzados, en las techumbres y en la elaboración de estructuras de equipamiento interno o externo de las edificaciones, en combinación con otros materiales. Entre ellos destacan
materias vegetales diversas –también utilizadas como estabilizantes
de los morteros y en productos elaborados con ellas, como cuerdas
de fibras vegetales–, además de la piedra y la madera. El análisis de
los restos materiales de construcción con tierra de Caramoro I ha
visibilizado el empleo de diferentes técnicas de construcción con
tierra: el bajareque, el amasado y el amasado de barro en forma de
bolas o bloques.
La técnica del bajareque en Caramoro I cabe asociarla de
forma preferente a las cubiertas. Ha sido documentada en otros
muchos asentamientos argáricos, por ejemplo, en el Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala et al., 1989: 284), Cabezo
Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante) (Pastor, 2014;
Martínez Mira et al., 2014) o en los alzados y techumbres de
Castellón Alto (Galera, Granada) (Contreras, 2000; 2009: 52).
82
Techumbres de bajareque han sido identificadas también en Los
Cipreses (Lorca, Murcia) (Eiroa, 2006: 134) o en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), donde la materia vegetal y el barro que
la mantearía serían cubiertos por lajas de pizarra (Contreras,
2009: 70). Los materiales principales implicados en esta técnica
son el mortero de barro y diferentes materias vegetales, habiéndose observado en este enclave fundamentalmente la caña y el
carrizo. En las techumbres pudieron utilizarse también otros vegetales de tallo largo. La caña común (Arundo donax) es una
planta que presenta un tallo verde y flexible, que se endurece pasado un año de vida, desarrollando una superficie exterior muy
resistente. Se adapta a la mayor parte de suelos y se desarrolla
bien en climas semiáridos, creciendo en zonas húmedas. Este
sería el caso del entorno natural de Caramoro I, ubicado sobre
el cauce del río y rodeado de terreno fértil, donde abundaría este
tipo de vegetación. La caña presenta también una gran durabilidad. Las cualidades del carrizo (Phragmites Australis) como
material de construcción, planta gramínea de menor diámetro
que la caña, pueden considerarse similares. Se ha apuntado que,
empleados en cubiertas, si se encuentran debidamente protegidas de los agentes externos, principalmente del agua, estos materiales pueden resistir entre 50 y 100 años (Morriss, 2000: 98,
100; Navarro y Navarro, 2016: 49-50).
El barro también fue empleado mediante la técnica del
amasado y modelado en la conformación de instalaciones o estructuras domésticas, en las que también se utilizó la piedra.
En el análisis macroscópico han podido observarse evidencias
de las materias vegetales utilizadas para estabilizar estos morteros. Por otro lado, posiblemente entre lo más destacado de las
formas arquitectónicas de Caramoro I se encuentra la constatación de la técnica constructiva del amasado en forma de bolas
y bloques, y no sólo a través de la recuperación de sus restos
constructivos –habiéndose documentado más de un centenar–,
sino también por la singular conservación de un ejemplo directo de su empleo, la estructura UE 1806. La excavación de esta
construcción durante la campaña de 2016 ha sido fundamental
a la hora de identificar con mayor seguridad esta técnica. No
conocemos ejemplos en la bibliografía científica que recojan su
uso en asentamientos argáricos, aunque sin duda esta forma de
construir pudo haberse empleado en otros enclaves.
Las construcciones de Caramoro I son, además, un ejemplo
del extenso uso de la mampostería de piedra en la conformación
de estructuras durante la Edad del Bronce (fig 8.16). Su uso se
documenta en los diferentes tipos de asentamientos conocidos
en el ámbito argárico, desde en los esencialmente residenciales,
hasta en los núcleos más orientados a la gestión y el control del
territorio. Se utiliza en la construcción de estructuras de defensa,
aterrazamientos, alzados y otras instalaciones. De los materiales
constructivos empleados en la Edad del Bronce del Levante de
la península ibérica, la piedra sería el que más reconocimiento
ha recibido a la hora de configurar cómo habrían sido las formas
constructivas de las sociedades argáricas.
Los tipos de piedra empleados para construir en Caramoro
I son principalmente las calizas, las areniscas y los conglomerados, recursos geológicos ampliamente disponibles en la
propia base del espolón donde se emplaza y en su entorno.
Entre los factores que influirían a la hora de emplear un tipo de
piedra en la edificación se encuentran su dureza, su resistencia
estructural y ante la erosión, la facilidad a la hora de extraerla
[page-n-98]
Figura 8.14. a. Vista desde su extremo septentrional del tramo de estructura de amasado de barro en forma de bolas UE 1806. b. Ejemplo
de construcción experimental de la base de un alzado de barro mediante esta técnica (Jallot, 2015: 11).
de una cantera y de darle forma, así como su disponibilidad
en el entorno, en relación al coste de su transporte (Rapp y
Hill, 2006: 214). De este modo, las rocas sedimentarias son
generalmente más fáciles de trabajar en relación a las rocas
metamórficas o ígneas, siendo más probable que se utilicen
como material de construcción (Morriss, 2000: 27), como ocurre en Caramoro I. La arenisca se utilizó en la construcción de
asentamientos argáricos como Castellón Alto (Galera, Granada) (Contreras, 2009: 52) y la caliza se documenta en Barranco
de la Viuda (Lorca, Murcia) (Medina y Sánchez, 2016: 41).
En otros asentamientos, como Peñalosa (Baños de la Encina,
Jaén), la roca empleada en sus construcciones de mampostería
es fundamentalmente la pizarra, una roca metamórfica también utilizada, entre otros tipos de piedra, en La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et al., 2015a: 75).
Por último, aunque en los restos constructivos de barro no
se han documentado improntas de troncos, el uso de postes de
madera en este enclave se identifica a partir de la presencia de
calzos de poste en el interior de casi todos los espacios. La madera se habría utilizado también para largueros y travesaños en
la sujeción de las cubiertas. Respecto a las especies que pudieron ser utilizadas, el estudio de los restos antracológicos (ver
Ruíz Alonso en este volumen) ha mostrado la presencia fundamentalmente de pino carrasco (Pinus halepensis), olivo (Olea),
lentisco (Pistacia lentiscus) y taray (Tamarix sp.).
Estos diversos materiales constructivos son recursos vegetales o geológicos disponibles en el entorno natural del asentamiento, junto con el agua del cauce que discurre bajo el espolón,
necesaria en las actividades constructivas –al igual que en otros
procesos productivos desarrollados en el enclave–, sobre todo
para dar plasticidad a la tierra. Las materias estabilizantes de tipo
vegetal serían posiblemente residuos de la actividad agrícola –
constatada en el poblado a través del hallazgo de dientes de hoz,
molinos de piedra y cereales carbonizados–, reincorporados en
las actividades constructivas. En este asentamiento se documenta
también la reutilización de otros materiales en la construcción,
como restos de barro endurecido o sedimentos posiblemente procedentes de áreas de combustión, como apunta la presencia en los
morteros de restos carbonizados, fauna quemada o ceniza.
CONCLUSIONES
En este capítulo han sido abordados los diferentes materiales
constructivos empleados en Caramoro I, en relación con las técnicas en las que se aplicaron. Esta aproximación se ha realizado
desde el estudio de los restos constructivos de tierra, en los que
se observan evidencias de la diversidad de materias utilizadas
en la arquitectura del asentamiento. No obstante, son importantes las dificultades a la hora de profundizar en la caracterización
de las edificaciones prehistóricas, como en las de este enclave
argárico, teniendo en cuenta diferentes factores.
Partiendo de las limitaciones existentes en la conservación del
registro arqueológico, a ello cabe añadir la todavía persistente práctica de no considerar a los restos constructivos de tierra como un
elemento integrante más de la cultura material prehistórica, cuyo
estudio es necesario para conocer a los grupos humanos que la generaron de forma más completa. A modo de ejemplo, es muy poco
habitual que estos materiales se incluyan, junto con otros restos
como los antracológicos, faunísticos o malacológicos, a la hora de
presentar los resultados de los trabajos de excavación en los medios
de difusión del conocimiento. Los restos consumidos de madera o
de determinados animales no tienen una mayor vinculación con las
actividades humanas que los fragmentos constructivos de barro y el
estudio de éstos últimos no debería seguir siendo pasado por alto.
Los restos constructivos de tierra están compuestos por sedimento
83
[page-n-99]
Figura 8.15. a. Vista desde el extremo noreste del pavimento UE 1810, el lateral externo de la estructura de amasado de barro UE 1806 y
la vista frontal de la UE 1804, interpretada como un grueso revestimiento de barro del muro de mampostería UE 2000. b. Vista lateral de
la unidad de sedimento UE 1804, adosada al muro UE 2000.
Figura 8.16. a. Banco de piedra UE 2036, ubicado en el lado suroriental del espacio A. b. Vista frontal del extremo noroeste de la gruesa
estructura muraria UE 2001, en el acceso al espacio A.
que, aunque tenga un origen natural, ha sido plenamente antropizado a través de los procesos productivos implicados en la construcción, y constituyen productos humanos, a la vez que desechos
(Pastor, 2017). En algunos casos, los restos constructivos de tierra
preservados en el registro son recuperados en el campo, pero no son
estudiados al mismo nivel y con la misma frecuencia que otros materiales. En otros casos, no se informa sobre las evidencias constructivas de este tipo porque no fueron advertidas o recogidas durante
los procesos de excavación. En el caso del asentamiento que nos
ocupa, frente a la imagen de unas edificaciones fundamentalmente
de piedra generada en los inicios de la investigación en Caramoro I,
la incorporación del estudio de los restos constructivos de tierra,
84
junto con el resto de la materialidad recuperada y analizada, aporta
nuevos datos que contribuyen a generar un cuadro más completo de
la arquitectura de este enclave.
A pesar de que el número de investigaciones acerca de la edificación prehistórica con tierra crece, por otro lado continúa el
frecuente uso impreciso e incorrecto de los conceptos asociados
a las técnicas constructivas en las publicaciones científicas, como
el empleo, muchas veces acrítico y erróneo, de conceptos tan cargados de significado como “adobe”, “tapial” o “cal” en contextos
prehistóricos peninsulares. No contar con garantías mínimas que
avalen la identificación de los materiales y las técnicas constructivas en los diferentes contextos al alcance de la investigación
[page-n-100]
perjudica claramente el desarrollo del conocimiento. Esto afecta
al estudio de temas tan relevantes como la posible constatación de
formas de construir durante la Prehistoria reciente prácticamente
desconocidas hasta el momento, como el amasado de barro en
forma de bolas o bloques, en Caramoro I, claramente constatada,
o la incorporación de productos antrópicos de compleja fabricación a las edificaciones, como la propia cal (Jover et al., 2016).
La investigación sobre la construcción en la Prehistoria
reciente, tomando en consideración la diversidad y la variabilidad de materiales y técnicas que existirían en los contextos
prehistóricos, aporta nuevos conocimientos, no sólo acerca de
la introducción de mejoras en la habitabilidad de los espacios,
sino también sobre las capacidades productivas y los conocimientos técnicos de los grupos que los edificaron. Estas y otras
cuestiones relativas a las actividades constructivas del pasado
merecen seguir siendo investigadas, pues las edificaciones y
los procesos constructivos que estas sociedades hubieron de
desarrollar para generarlas constituyeron una parte fundamental de esas vidas pasadas, como son hoy una parte crucial, aunque no siempre visible, del registro arqueológico.
85
[page-n-101]
[page-n-102]
9
Prácticas funerarias en Caramoro I:
apuntes sobre normas y costumbres
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón,
Patxuka de Miguel Ibáñez, María Pastor Quiles, Ricardo E. Basso Rial,
Juan Antonio López Padilla y Palmira Torregrosa Giménez
INTRODUCCIÓN
Uno de los aspectos más ampliamente abordados en el estudio
de la sociedad argárica ha sido el de sus prácticas funerarias. El
hecho de que se ejecutara un ritual de inhumación bajo el suelo
de las viviendas (Siret y Siret, 1890), además de que una parte
de los difuntos fuesen acompañados de un destacado ajuar (Lull
y Estévez, 1986), motivó que su estudio fuese el centro y foco
principal de las investigaciones.
Las excavaciones efectuadas hasta la fecha en asentamientos argáricos han puesto en evidencia que, aunque la inhumación individual suele ser la más habitual, no es extraña la documentación de tumbas con dos, tres y hasta cuatro individuos,
ubicados en diferentes tipos de continentes (Siret y Siret, 1890;
Lull, 1983; Aranda et al., 2015). Y, al mismo tiempo, el número de tumbas constatadas en los asentamientos excavados suele
oscilar considerablemente, siendo en los yacimientos de pequeño tamaño donde menor número de tumbas ha sido constado
(Delgado Raack, 2008). De hecho, para el territorio alicantino,
frente a las más de 1.000 tumbas señaladas para yacimientos
como San Antón o Laderas del Castillo (Furgús, 1937; Colominas, 1936) (fig 9.1), en otros yacimientos excavados como Pic
de les Moreres (González Prats, 1986a;1986b) no se constató
ninguna. Esta amplia disparidad en el número de entierros entre
asentamientos de distintos tamaños ya empieza a ser algo común como han puesto de manifiesto las recientes excavaciones
en La Bastida de Totana, la Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a)
o Cabezo Pardo (López y Jover, 2014).
En el caso de Caramoro I, un asentamiento de pequeño tamaño –no más de 800 m2– solamente en las excavaciones efectuadas por A. González Prats y E. Ruiz (1995) se pudo constatar la presencia de una tumba. En 1989 fue documentada en el
ángulo noreste del espacio E, bajo lo que consideraron como el
pavimento de dicha habitación, una fosa de pequeñas dimensiones, que se había realizado aprovechando las inflexiones
que hacía la roca madre (González Prats y Ruiz, 1995). En
su interior se encontraban depositados los restos óseos de un
individuo de corta edad (fig. 9.2). En aquel momento, la excavación no permitió asociar ningún elemento de ajuar con los
restos óseos del inhumado. Este caso fue publicado por su singularidad, al haber sido detectados signos de violencia en los
restos craneales conservados del individuo infantil (Cloquell
y Aguilar, 1996).
En los recientes trabajos de limpieza y documentación del
yacimiento, en concreto en la campaña de 2015, tuvimos la
oportunidad de documentar dicha fosa, limpiarla y comprobar
la conservación in situ de algunos restos óseos humanos, así
como un muy pequeño fragmento de una microvasija cerámica
para la que consideramos, dadas sus características, que podría
haber sido parte del ajuar de acompañamiento del infante inhumado. Del mismo modo, entre los restos óseos que integran
el esqueleto del infante expuesto en el MAHE, se conserva
un hueso largo considerado en su momento como correspondiente a una de sus extremidades. De hecho, dicho hueso ha
sido expuesto en el Museo Arqueológico de Elche, como uno
más junto al conjunto de restos óseos humanos. Sin embargo,
tras su reestudio, se trata de la extremidad de un ovicaprino,
para el que, en atención a la información proporcionada por su
excavadora –Elisa Ruiz Segura– en el diario de excavación de
1989, apareció en la fosa de inhumación. Por tanto, actualmente podemos considerar que se trataría de una porción de carne
que formaría parte del ajuar funerario.
Por otro lado, en las labores de limpieza y excavación llevadas
a cabo en 2016 en la UUEE 1005 del espacio A, fueron documentados algunos fragmentos termoalterados correspondientes al cráneo de un individuo joven, además de una clavícula incompleta.
Estos restos fueron localizados junto a otros restos materiales. La
parcialidad de los estratos conservados y la imposibilidad de poder asociar dichos restos con alguna práctica funeraria, nos llevan
a considerar que estos pudieran proceder de una tumba destruida
87
[page-n-103]
Figura 9.1. Enterramiento en urna
documentada en el asentamiento de San
Antón por J. Furgús (1937: lám. IV, fig. 7).
como consecuencia de las remodelaciones que afectaron al asentamiento a lo largo de su ocupación. Por otro lado, también fue
documentado un diente humano suelto en el estrato superficial UE
1500 del espacio D. Se trata de un incisivo con desgaste por uso,
con raíz reabsorbida y caída fisiológica. Corresponde con un individuo de unos 6-7 años.
Por tanto, son al menos 3 las evidencias óseas de individuos muy jóvenes documentadas, aunque solamente uno
conservaba una posición primaria. Sobre este último centraremos nuestra atención.
LA TUMBA DEL ESPACIO E
El continente funerario donde fue depositado el cadáver
de un individuo infantil es una fosa practicada en el ángulo
nororiental del espacio E, justo en la confluencia de los muros 2001 y 2014. Dicha fosa, cuyo fondo era la roca base,
aprovechaba una inflexión de la misma. No obstante, ésta fue
acondicionada en la definición de sus límites empleando tres
Figura 9.2. Momento de excavación de la sepultura del individuo
infantil (fotografía de A. González Prats y E. Ruiz Segura).
88
grandes bloques calizos creando un cierre curvo y configurando así una especie de pseudo-cista. Las dimensiones de la
fosa, definidas por la base geológica, mostraban una longitud
N-S de 1,16 x 0,39 m, aunque el espacio donde fue depositado el cadáver quedaba delimitado por los bloques señalados
en un espacio de unos 0,58 x 0,39 m, y poco más de 0,17 m
de profundidad (figs. 9.3 y 9.4).
El contenido
Esta tumba fue excavada por E. Ruiz Segura en 1989. En el
diario de excavación indicó la posición del individuo, pero no
señaló ningún elemento de ajuar. Posteriormente, el estudio
de los restos óseos fueron publicados detenidamente por Cloquell y Aguilar (1996).
En 2015 se procedió a la limpieza de dicho espacio. La
fosa estaba rellenada por un estrato de tierra marrón oscura
con algunos cantos de pequeño tamaño –UE 1605– que habrían servido para cubrir los restos humanos. Es destacable
que en 2015 fueron documentadas algunas zonas con restos de
los sedimentos que colmataban la fosa, entre los que se pudieron recuperar dos fragmentos óseos postcraneales, correspondientes al individuo infantil y un pequeño fragmento de una
microvasija cerámica, con toda probabilidad de tipo miniatura,
que consideramos como un posible elemento de ajuar del inhumado. El fragmento del posible microvaso recuperado se localizaba en el extremo suroriental de la misma, prácticamente
bajo el muro 2001.
En su conjunto, los restos óseos hallados pertenecían a un
individuo de corta edad, que como indicó E. Ruiz Segura habría
sido depositado con la cabeza orientada al norte, conservando
algunas vértebras y costillas la conexión anatómica. Estaría
depositado, probablemente, en decúbito lateral derecho. En las
proximidades del cráneo se detectó un “hueso largo” (E. Ruiz
Segura, diario de excavaciones), que su estudio posterior ha determinado que se trata de la tibia izquierda de un ovicaprino,
depositado como ajuar (fig. 9.5).
[page-n-104]
Estudio antropológico y paleopatológico
El estudio antropológico realizado por Cloquell y Aguilar
(1996) (fig. 9.6) determinó la conservación de los siguientes restos recogidos en la tabla 9.1. A este conjunto debemos
sumar los dos fragmentos documentados en el proceso de
limpieza efectuado en la campaña de 2015. Su descripción
es la siguiente:
–– Fragmento costal (distal) que pudiera corresponder a un
individuo infantil I. Nº inventario 3.1.
–– Fragmento indeterminado de cráneo o pelvis. Por sus características no se puede descartar que no sea un resto
óseo humano. Nº inventario 3.2.
Con todo, la inmadurez esquelética impidió realizar la discriminación sexual, mientras que la edad se dedujo en función
del grado de erupción y reabsorción de los dientes decíduos,
empleando la tabla de Ubelaker (2007). Los restos pertenecían a
un lactante de unos 18 meses, con un error de ±3 meses.
Las medidas morfométricas de los dientes medidos vienen
recogidos en la tabla 9.2.
El estudio de los dientes erupcionados, es decir, el 54
–primer molar superior derecho–, 62 –incisivo lateral superior izquierdo–, 64 –primer molar superior izquierdo–, 72
–incisivo lateral inferior izquierdo–, 74 –primer molar inferior
izquierdo–, 81 –incisivo central inferior derecho– y 82 –incisivo lateral inferior derecho–, todos decíduos y con un desgaste nulo, mostraba las siguientes malformaciones congénitas
–sólo presentes en la dentición–: los primeros molares superiores izquierdo y derecho presentaban tubérculo de Bolk,1 y
el incisivo lateral inferior izquierdo presentaba giroversión2 en
sentido distal.
En el posterior estudio paleopatológico, se realizó una radiografía de la porción vertical del hueso frontal del cráneo para
confirmar si se produjeron o no signos de reacción en los bordes
de fractura y para confirmar la sutura mesotópica (fig. 9.7). Este
estudio mostró como en la línea media, de la porción vertical
del hueso frontal aparecía una fractura del cráneo, muy tangencial y oblicua, que continuaba hasta la parte mesial del arco
supraciliar izquierdo por un surco ancho y poco profundo. Se
detectaba, además, arrancamiento de parte del hueso frontal que
quedaba unido al resto del frontal sólo por un pedúnculo. Por
lo tanto, el cráneo mostraba los restos de una fractura en scalp
(fig. 9.8), que no llegaba a afectar a la cara interna del díploe,
1
Una cúspide accesoria localizada en la cara vestibular del tubérculo
mesial de ambos dientes.
2
Consiste en un giro sobre el eje del diente.
Figura 9.3. Espacio E. Al fondo se localiza la fosa de inhumación.
Figura 9.4. Detalle de la fosa, una vez limpia y reexcavada en
2015.
pero sí a comunicar con la cavidad craneal a través de una sutura
mesotópica que aún estaba abierta. La radiografía presentaba
una fuerte condensación en los bordes de la fractura, así como
una más ligera en los bordes de la fractura.
El estudio antropológico de Cloquell y Aguilar (1996), revisado recientemente por M. P. de Miguel Ibáñez, ha determinado
que se trata de un individuo infantil cuya inmadurez esquelética
impide realizar la discriminación sexual. Su edad, deducida a
partir del grado de erupción de los dientes deciduos, indica que
se trataría de un infantil de 18 meses ±3 meses.
Figura 9.5. Detalle de la tibia de ovicáprido.
89
[page-n-105]
Tabla 9.1. Relación de restos humanos documentos en la fosa del espacio E.
Campaña
Tipo de hueso
Observaciones
Hab.
Sec.
Nº
frag.
Malformaciones
congénitas
Paleopatología
1989
Cráneo completo
E
BC6
E
Diente 54 (primer molar
superior derecho)
Quedan restos de la
sutura mesotópica y
casi todos los dientes
in situ
Casi todos los dientes
in situ
Decíduo, desgaste
nulo
1
Fractura en scalp
1989
Mandíbula
BC6
1
1989
E
BC6
1
Tubérculo de Bolk
1989
Diente 62 (incisivo lateral
superior izquierdo)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
1989
Diente 64 (primer molar
superior izquierdo)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
Tubérculo de Bolk
1989
Diente 72 (incisivo lateral
inferior izquierdo)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
Giroversión
1989
Diente 74 (primer molar
inferior izquierdo)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
1989
Diente 81 (incisivo central
inferior derecho)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
1989
Diente 82 (incisivo lateral
inferior derecho)
Decíduo, desgaste
nulo
E
BC6
1
1989
Tibia izquierda
Falta el tercio distal
(Se trata de una tibia
de ovicáprido, inicialmente clasificada
como humana).
E
BC6
1
1989
3ª costilla izquierda
Fragmento
E
BC6
1
1989
4ª costilla izquierda
Fragmento
E
BC6
1
1989
7ª costilla izquierda
Fragmento
E
BC6
1
1989
6ª costilla derecha
Fragmento
E
BC6
1
1989
7ª costilla derecha
Fragmento
E
BC6
1
1989
2º metatarsiano izquierdo
E
BC6
1
1989
Cuerpos vertebrales
inmaduros
E
BC6
4
1989
Vértebras dorsales
E
BC6
2
1989
Vértebras cervicales
Completas
E
BC6
5
1989
Indeterminado
E
BC6
13
1989
Indeterminado
Todos los fragmentos
parecen corresponder
al mismo hueso
E
BC6
7
90
[page-n-106]
Por lo tanto, el cuerpo inhumado correspondía a un individuo infantil de entre 1 y 2 años, que no presentaba, como es
lógico, dada su edad, signos de degaste en su dentición. Y a
pesar de verse afectado por algunas malformaciones congénitas como la giroversión o el tubérculo de Bolk, éstas no habían
afectado a su normal desarrollo.
Más complejo resulta el hecho de que el cráneo presente una
fractura en scalp, ya que el hecho de que los bordes de la fractura no se hallaran muy separados, no hubiera rehundimiento de la
bóveda y se continuara con un surco, llevó a Cloquell y Aquilar
(1996: 13) a proponer que la herida se habría producido con un
arma larga y afilada, que llevaría una trayectoria casi paralela a
la frente y en sentido oblicuo de arriba a abajo y de fuera hacia dentro, con suficiente fuerza y violencia como para arrancar
parte del hueso frontal. No obstante, estos autores consideraron
que la herida traumática de la piel debió ser más amplia que la
fractura, llegando hasta la ceja izquierda.
A pesar de esta herida, el individuo infantil sobrevivió, pues
el cráneo presentaba en algunos puntos un puente de unión
del hueso esponjoso entre ambos bordes de fractura (fig. 9.9).
A pesar de ello, su vida no debió alargarse en demasía ya que no
se aprecia en ningún momento un hueso compacto que recubra el
hueso esponjoso. Por lo tanto, es posible que alguna enfermedad
asociada a esta herida pudiera terminar ocasionando, finalmente,
su muerte. No obstante, el hecho de que el lactante sobreviviera,
aunque fuera de manera breve, nos informa sobre las labores que
debieron realizar algunos miembros de esta comunidad para su
cuidado y alimentación (Alarcón, 2007; Sánchez, 2007).
Según la opinión de Cloquell y Aguilar, de haber recaído el
impacto del arma sobre la cabeza del infante, el hueso frontal
habría sido arrancado completamente. La fuerza del impacto
debió ser amortiguada en parte, tal vez por alguna parte del
cuerpo de un adulto que lo transportaba. En su artículo, Cloquell y Aguilar (1996: 14) barajaban dos hipótesis sobre lo que
pudo haber ocurrido (fig. 9.10). En la primera hipótesis, planteaba que el encuentro con el agresor pudo ser frontal y éste
lanzó una cuchillada dirigida en un principio al lado izquierdo
del cuello de la persona adulta que llevaba al pequeño entre
los brazos con la cabeza en ese lado pero, en su trayectoria, se
encontró con la cabeza del lactante. En la segunda hipótesis,
se proponía que el agresor podría haber llegado por detrás,
alcanzándolo en su huída.
También merece un comentario la posibilidad de que el infante inhumado fuese acompañado de una posible microvasija
y de una porción de carne como elemento de ajuar. No es un
caso único, ya que en otros yacimientos han sido documentadas
microvasijas similares, cuyos ejemplos más próximos son los
yacimientos de San Antón y Laderas del Castillo, excavados por
J. Furgús (1937). Sin embargo, no suelen ser frecuentes. Quizás
el mejor caso de los documentados no procede del ámbito argárico, sino de la Motilla de Azuer. Se trata de la tumba de un niño
de unos 9 años, cuyo ajuar estaba integrado por 7 microvasijas
y un instrumento lítico (Nájera et al., 2010).
Además cabe añadir que la tumba también estuvo integrada
por una ofrenda cárnica correspondiente a una extremidad de ovicaprino. El acompañamiento de porciones de carne de animales
domésticos es bastante habitual entre los inhumados jóvenes o
adultos, pero bastante más raro entre los infantiles, donde la comensalidad no parece estar extendida. Este tipo de prácticas esta-
Tabla 9.2. Médidas morfométricas de los dientes erupcionados
(Cloquell y Aguilar, 1996: 11).
Diente1
MD2
VL3
Robustez
Módulo
Índice4
54
7.4
7.5
55.5
7.4
101.3
62
5.4
5.0
27.0
5.2
92.6
64
7.3
7.3
53.3
7.3
100.0
72
5.0
4.7
23.5
4.9
94.0
74
8.1
7.1
57.5
7.6
87.7
81
4.0
4.1
16.4
4.0
102.5
82
5.2
-
-
-
-
1. Las piezas dentarias se han designado con el sistema de dos dígitos de la
Federación Dentaria Internacional.
2. Máximos mesio-distales.
3. Máximos vestíbulo-lingulares.
4. Índice coronario.
Figura 9.6. Conjunto de restos óseos del individuo infantil, conservados en el MAHE.
91
[page-n-107]
Figura 9.7. Radiografía de la porción vertical del hueso frontal realizada por Cloquell y Aguilar (1996).
Figura 9.8. Detalle del cráneo del niño inhumado en la habitación
E, donde se puede observa la fractura en scalp.
ría mostrando las labores de socialización y de educación de los
individuos infantiles y jóvenes, haciéndolos partícipes desde muy
temprana edad de la importancia y el papel de la materialidad de
la vida cotidiana (Sánchez, 2008).
La datación obtenida para este individuo infantil (3620±30
BP/2118-1894 cal BC, 2σ), obtenido del esfenoide derecho,
aunque plenamente coherente con las fechas obtenidas para el
momento fundacional del asentamiento (ver capítulo 7 en este
volumen), podría mostrar un intervalo temporal ligeramente más
antiguo de lo esperado. El elevado valor de δ15N, aunque propio
de un lactante (Nájera et al., 2010; Molina et al., 2016), podría
ser indicativo al respecto. Este resultado se vincula a una dieta
92
Figura 9.9. Detalle en el que se puede observar el proceso de reosificación (Cloquell y Aguilar, 1996).
enriquecida en nitrógeno, con un alto nivel trófico, que suele relacionarse con un consumo de alimentos de origen marino o fluvial
(Schoeninger et al., 1983). Por lo tanto, la muestra podría haberse
visto afectada por una ligera desviación radiocarbónica inducida
por dieta debida al denominado freshwater reservoir efect (Ascough et al., 2010). Esta posibilidad no debe extrañar si tenemos
en cuenta que el asentamiento está ubicado junto al río Vinalopó
y a escasos kilómetros de la antigua albufera de Elche, además de
que en el estudio faunístico en curso ha sido constatado el consumo de diversas especies de ictiofauna, entre ellas Luciobarbus
guiraonis (barbo mediterráneo). Además, el consumo de peces en
los asentamientos argáricos de esta zona está ampliamente corroborado (Roselló y Morales, 2014).
Es difícil, por el momento, determinar en qué medida
esta circunstancia podría estar afectando al resultado de la
datación (tabla 9.3). No obstante, otras dataciones correspondientes al inicio y abandono del asentamiento matizan
este posible problema, ya que la tumba es posterior a su
construcción. Por tanto, atendiendo a las dataciones de los
espacios A y D (ver capítulo 7), la inhumación tuvo que realizarse ca. 1950 cal BC.
Por otro lado, aunque el carácter guerrero y la violencia social en general de las poblaciones argáricas ha sido asumido de
forma generalizada desde la época de los hermanos Siret (Siret
y Siret, 1890; Gilman, 1976; Lull, 1983; Molina, 1983; Lull y
Estévez, 1986; Contreras y Cámara, 2002; Molina y Cámara,
2009), recientes análisis críticos se orientan hacia un panorama
diferente. Los diferentes estudios antropológicos realizados en
el ámbito argárico (Buikstra, Hoshower y Rihuete, 1999; Contreras et al.., 2000; Kunter, 2000; López, Belmonte y De Miguel, 2006; Aranda, Montón y Jiménez-Brobeil, 2009) muestran
una escasa presencia de heridas causadas por hojas metálicas
en cualquier parte del esqueleto (Oliart, 2020), sí presentes en
[page-n-108]
Figura 9.10. Reconstrucción de las dos posibles hipótesis planteadas por Cloquell y Aguilar (1996: 14) de cómo se habría podido producir
la herida del infante.
individuos de otras sociedades vecinas (Nájera et al., 2010; Velasco y Esparza, 2017). No obstante, sí se documenta, de forma
prioritaria a hombres, la presencia de un patrón de traumatismos
craneales producidos por golpes directos con objetos de forma
redondeada, mazas o porras (Aranda, Montón y Jiménez-Brobeil, 2009; Aranda et al., 2015), además del golpe con alabarda,
que no necesariamente debe dejar corte.
En cualquier caso, a pesar del elevado número de enterramientos infantiles argáricos analizados, en ninguno se han observado
traumatismos craneales (Jiménez-Brobeil et al., 2007; Aranda et
al., 2009: 1045, tab. 2; Rihuete et al., 2011), y el caso aquí expuesto
es el único que se ha interpretado como consecuencia del ejercicio
de violencia física (Cloquell y Aguilar, 1996). Sin rechazar esta hipótesis, que nos parece plausible e innegable, queremos exponer
algunas reflexiones a partir de los nuevos datos.
En primer lugar, la única señal de violencia detectada es la
fractura en scalp observada en el cráneo (fig. 9.11), a diferencia
de otros casos con violencia física donde el número de traumatismos es múltiple (Nájera et al., 2010). En segundo lugar, su
grupo doméstico le proporcionó cuidados para que sobreviviera. El desarrollo de puentes de unión del hueso en la fractura o la
selección de alimentos proteínicos de alto valor nutricional así
lo atestiguan. En tercer lugar, tras su fallecimiento, fue enterrado siguiendo la norma argárica, acompañándolo de, al menos,
un ajuar cárnico, y posiblemente de una microvasija, guardando
un patrón similar a otros (Sánchez et al., 2007).
Todo lo expuesto permite proponer explicaciones alternativas a la violencia física intencional, sin necesariamente
tener que descartarla. La posibilidad de un accidente durante
el manejo de un instrumento metálico con filo cortante también debería ser contemplada.
SOBRE EL NÚMERO DE INHUMADOS
EN LOS ASENTAMIENTOS ARGÁRICOS
Caramoro I fue un un pequeño asentamiento que podemos considerar como de escasa entidad dentro del contexto argárico
del Bajo Segura-Bajo Vinalopó. Este núcleo de corta duración
dentro de la secuencia argárica, no excedió de las 0,08 ha de
extensión, ocupando un espolón rocoso con caída vertical sobre
el cauce del río Vinalopó.
La vida cotidiana de sus pobladores estuvo orientada, en
esencia, al desarrollo de actividades agropecuarias: cría de ganado ovino, porcino y vacuno, así como al cultivo de trigo y
cebada y de diversas leguminosas, como las arvejas. El aprovechamiento de los recursos silvestres también constituyó una
actividad destacada en el mantenimiento de la comunidad. En
este sentido, destacan la caza de ciervos y conejos. En cualquier
caso, la presencia de un considerable volumen de instrumentos
de molienda en diferentes estancias y en las distintas fases de
ocupación registradas, aunque preferentemente en el espacio
A –el de mayor entidad–, permite inferir que estamos ante un
grupo humano con un modo de vida campesino basado principalmente en la agricultura cerealista, donde la realización de diversos modos de trabajo, debidamente articulados en el tiempo
y en el espacio, constituirían las actividades cotidianas para su
sostenimiento y reproducción (Jover, 1999a: 106-110).
La mayor parte de las materias primas necesarias para la
manufactura de los equipamientos muebles fue –o pudo ser– obtenido en el entorno del asentamiento o de lugares no demasiado
alejados del mismo, en una clara tendencia al autoabastecimiento de buena parte de los medios de producción básicos. Otras
rocas como las diabasas para elaborar percutores o hachas fue-
Tabla 9.3. Datos de la datación efectuada al individuo infantil.
Laboratorio
Contexto
Muestra
Beta-464794
Espacio E.
1989. B7
Tumba de infante
Tumba.
Esfenoide
derecho
C/12C
d15N
Fecha BP
1σ
2σ
-18.0 0/00
+14.1 0/00
3620±30
2025-1943
2040-1894 (91.6%)
2118-2097 (3.8%)
13
93
[page-n-109]
Figura 9.11. Vista cenital del cráneo del individuo infantil de Caramoro I.
ron obtenidas a través de redes de circulación al documentarse
los afloramientos masivos más cercanos a algo más de 30 km de
distancia. Lo mismo podemos decir para otros minerales como
el cobre cuyos afloramientos más cercanos se localizan en la
sierra de Orihuela. De igual modo, otras materias alóctonas de
alto valor de producción, como el marfil, están muy bien representados en Caramoro I en forma de brazaletes y botones, habiéndose localizado los talleres de transformación de las rodajas
en bruto más próximos en yacimientos costeros como Illeta dels
Banyets (López Padilla, 2011; 2012).
No se han localizado por el momento evidencias de fundición o del trabajo del metal –crisoles, escorias, moldes de fundición, yunques, etc.– pero sí han sido registrada la presencia de
bolas de cobre y algunos instrumentos manufacturados. Su mera
presencia implica, en todo caso, que su obtención debió pasar
necesariamente por la participación de la comunidad allí asentada en el sistema productivo –producción, distribución, intercambio y consumo– del espacio social argárico. En este sentido,
en el ámbito territorial de la Vega Baja-Bajo Vinalopó donde se
ubica Caramoro I, cabe destacar la presencia de asentamientos
de gran tamaño como Tabayá, San Antón y Laderas del Castillo con evidencias de elementos relacionados con el trabajo del
metal; otros relacionados directamente con el trabajo especializado del marfil como la Illeta dels Banyets, pero también otros
de menor tamaño, como Cabezo Pardo (López Padilla, 2014)
plenamente dedicados a actividades agropecuarias y sin ninguna evidencia ni práctica de actividades artesanales relacionadas
con el trabajo del metal ni del marfil.
En las investigaciones llevadas a cabo en otros ámbitos
cercanos, como es el caso del valle del Guadalentín (Delgado,
2008), se ha propuesto un modelo de poblamiento articulado
en torno al gran asentamiento que existía sobre la cima y ladera meridional del Cerro del Castillo de Lorca, a cuyo pie se
extendía un área ocupada –actualmente bajo el casco urbano
de la ciudad– que pudo llegar a superar las 18 ha (Martínez
Rodríguez, 2019). Este núcleo, ubicado en un punto estratégico de extraordinaria importancia para las comunicaciones
94
a escala inter-regional, se encontraba además muy cercano
a vetas de mineral de cobre. En las excavaciones efectuadas
en distintos solares de la ciudad de Lorca se han documentado espacios especializados en las actividades de molienda,
además de una gran cantidad de evidencias relacionadas con
la producción metalúrgica (Delgado Raack, 2008: 607). La
abundancia de objetos de metal –muchos de ellos amortizados en las tumbas– contrasta con su notable escasez en otros
asentamientos del valle –como el Barranco de La Viuda– o en
la inexistencia de áreas de actividad relacionadas con la producción de manufacturas metálicas –como en el asentamiento
de llanura de Los Cipreses–, muy cercano al asentamiento de
la ciudad de Lorca.
A esto se añade, por otra parte, la disparidad en cuanto al
número de tumbas registradas en unos y otros yacimientos en
relación con la superficie excavada. Los datos aportados por S.
Delgado Raack (2008: 602, fig. 7.2.1) ponen claramente de manifiesto estas diferencias: frente al amplio número de tumbas
documentadas en yacimientos como La Bastida –0,1086 N/m²–
y Lorca-laderas –0,1358 N/m²– destaca su escasez en Barranco de la Viuda –0,0053 N/m²–, con valores similares a los que
ofrece La Tira del Lienzo (Lull et al., 2011; 2015a), excavado
más recientemente.
El debate abierto hace ya algunos años en torno a las divergencias en el registro funerario constatable en las distintas
áreas ocupadas en los asentamientos argáricos (Cámara y Molina, 2011; Schubart, 2004) se ha referido básicamente a las
disimilitudes de los ajuares que contenían, o a las características fisiológicas de los individuos inhumados, y no a posibles
desequilibrios entre ellas en cuanto al número de sepulturas
localizadas, que no parecen ser nunca muy acusados. Los datos recientemente publicados del registro funerario de Fuente
Álamo (Schubart, 2012) avalan en buena media esta impresión
general (tabla 9.4).3
Por tanto, no parece que las diferencias constatadas puedan
achacarse a las particularidades de las zonas de los asentamientos excavados, ni a sus condiciones de conservación, sino que
más bien están en relación con la distinta posición que cada uno
de ellos ocupaba en el marco político y económico en el que
se articulaba un determinado modelo de ocupación y explotación del territorio, unido al tipo de acceso que dicha posición
les confería respecto a ciertos tipos de bienes y al desarrollo de
determinadas actividades productivas.
Este modelo de compleja articulación económica entre núcleos de base agropecuaria y asentamientos en altura desde los
que se centralizó y redistribuyó cierto tipo de materias primas
y parte de la producción agrícola procedente de las primeras es
precisamente el que ha propuesto S. Delgado Raack (2008: 608)
3
A partir de los datos publicados (Schubart, 2012: Beil 1), si consideramos conjuntamente el área explorada por Luís Siret y la excavada entre 1977 y 1998 por el Instituto Arqueológico Alemán, la
relación de tumbas por m² es de una sepultura por cada 17,83 m².
Una estimación aproximada de este índice, contemplando únicamente los sectores de la cima y las laderas este y oeste arroja un
valor sensiblemente similar (1/17,5 m²) y si consideramos exclusivamente las documentadas en los cortes abiertos en la ladera sur,
esta relación varía sólo ligeramente (1/22,86 m²).
[page-n-110]
para el valle del Guadalentín. Según esta investigadora, es posible reconocer una clara interdependencia entre asentamientos a
diferentes niveles. En primer lugar, entre los poblados en altura –como Lorca-laderas o Barranco de la Viuda– y los núcleos
agrícolas cercanos emplazados en el llano –como Los Cipreses,
en relación al primero, y Peladilla, La Casa Boquera o Derramadores, respecto al segundo–. Pero además de éste, existiría
también otro nivel de articulación económica que involucraba a
los poblados en altura de menor tamaño, como Barranco de la
Viuda, con el gran núcleo poblacional de Lorca, desde donde,
probablemente, se controlaría la producción y circulación de determinados tipos de bienes.
Aunque estamos próximos a contar con una información
equiparable con la que se cuenta para valles como el del Guadalentín, consideramos que en buena medida es posible trazar
ciertas similitudes entre el modelo propuesto y el que se vislumbra en el Bajo Segura y Bajo Vinalopó. Aquí también parece evidente la presencia de dos grandes núcleos emplazados en
las laderas de las sierras de Orihuela –San Antón– y de Callosa
de Segura –Laderas del Castillo– en los que se constata la presencia de un hábitat concentrado, que en ambos casos llegó a
alcanzar las 2 ha. Además de la notable disponibilidad de fuerza
de trabajo que este tamaño sugiere, las antiguas excavaciones
efectuadas en estos dos yacimientos, difícilmente cuantificables
en cuanto a su extensión superficial, permiten considerar un elevado número de tumbas y una importante cantidad de objetos
metálicos amortizados en ellas (Simón, 1998). Las recientes excavaciones en superficies todavía muy limitadas de Laderas del
Castillo así lo evidencian. A todo esto debemos unir su proximidad a las tierras de mayor rendimiento agrícola de toda la
vega, su fácil acceso al transporte por vía fluvial hacia la costa
y la existencia en plena sierra de Orihuela de diversos asomos
de diabasas-metabasitas y de los únicos afloramientos de filones
cúpricos y auríferos de la zona.
En un segundo orden hallaríamos otros dos asentamientos,
cuya extensión máxima estimada rondaría las 0,7 ha, y situados en puntos escogidos de la orla montañosa que delimita la
depresión litoral alicantina. Estos poblados –Tabayá (sobre el
cauce del Vinalopó) y El Morterico (en Abanilla, junto al curso
del Chicamo)– ejercían un control sobre las principales rutas
de acceso y salida al espacio argárico: el primero, orientado al
control visual de las comunidades de la periferia argárica del
valle Medio del Vinalopó; y el segundo, hacia todo el espacio
argárico del curso del Segura. Además de estas funciones de
vigilancia, estos núcleos debieron también desempeñar un papel como centros perceptores y redistribuidores de productos
en relación con otros asentamientos argáricos y, especialmente,
con los grupos establecidos en la periferia. En ese mismo plano
debemos considerar al asentamiento emplazado en la Illeta dels
Banyets, con un tamaño similar –en torno a las 0,6 ha– y ubicado sobre un estrecho cabo, en la misma línea de costa, a casi 50
km de distancia de la desembocadura del Segura. La existencia
de un enclave claramente argárico en las costas de El Campello
solo puede explicarse mediante una comunicación regular con
el territorio argárico por vía marítima, y justificarse en el interés
por recibir y redistribuir bienes y personas a través de una relación directa con el espacio no argárico, en cuyas costas se había
establecido. Aquí no podemos olvidar que el taller especializado
en el trabajo del marfil localizado en este asentamiento (López
Padilla, 2011; 2012).
El control de las comunicaciones entre el espacio argárico
y su periferia se complementa con un tercer grupo de asentamientos, de mucho menor tamaño que, como Caramoro I, Pic
de les Moreres o Hurchillo, también están ubicados jalonando
los diversos pasos que comunican las tierras del Bajo Vinalopó con su curso medio. En el único que ha sido excavado
en extensión –Caramoro I (Ramos Fernández, 1988; González
Prats y Ruiz, 1995)– se ha constatado la fortificación del ac-
Tabla 9.4. Tabla comparativa entre extensión del yacimiento, superficie excavada y número de tumbas. Datos obtenidos de S. Delgado
Raack (2008: 602, fig. 7.2.1), V. Lull y otros (2010), M. M. Ayala (1991: 55, fig. 10 y 11), e información propia.
Yacimiento
Extensión
máxima
estimada
(m²)
Extensión
excavada
(m²)
Porcentaje
excavado
respecto al
total (m²)
Nº de
tumbas
excavadas
Nº tumbas / m²
excavados
Nº de tumbas
estimado
para todo el
yacimiento
Tumba / m²
Lorca-Laderas
55.000
184
0,33%
25
0,1359
7.609
1 / 7,36 m²
La Bastida
40.000
1.400
3,50%
152
0,1086
4.343
1 / 9,21 m²
Los Cipreses
20.000
960
4,80%
16
0,0167
333
1 / 60 m²
Rincón de Almendricos
20.000
1.000
5,00%
16
0,0160
320
1 / 62,50 m²
Barranco de La Viuda
800
380
47,50%
2
0,0053
4
1 / 190,02 m²
La Tira del Lienzo
900
700
77,78%
2
0,0029
3
1 / 320,37 m²
San Antón
20.000
10.000
50,00%
800
0,0800
1.600
1 / 12,50 m²
Laderas del Castillo
20.000
250
1,25%
8
0,032
640
1 / 31,25 m²
Tabayá
7.000
350
5,00%
12
0,0343
240
1 / 29,17 m²
Illeta dels Banyets
6.000
400
6,67%
9
0,0225
135
1 / 44,44 m²
Cabezo Pardo
2.400
350
14,58%
2
0,0057
14
1 / 175,18 m²
Caramoro I
750
600
80,00%
1
0,0030
2
1 / 300,00 m²
95
[page-n-111]
ceso principal al asentamiento, lo que no excluye que sus habitantes desarrollaran todas las labores productivas necesarias
en su mantenimiento.
Por último, encontraríamos un amplio conjunto de asentamientos de carácter plenamente agropecuario, de diferentes
tamaños pero que en ningún caso superan las 0,3 ha. Éstos estarían emplazados generalmente en cerros aislados o lomas adelantadas, siempre con un control directo sobre las tierras llanas
circundantes donde se localizan las tierras de cultivo y las áreas
de aprovechamiento pecuario. Cabezo Pardo podría considerarse el ejemplo más destacado de este tipo de asentamientos. No
obstante, en torno a ellos se podrían articular aún otros núcleos
menores dependientes y, probablemente, de corta duración,
cuyo tamaño sería inferior a 0,1 ha.
De forma muy similar a lo que se observa en el valle del Guadalentín, este modelo parece también avalado por otros indicadores, como el índice de enterramientos por área excavada (ver
tabla).4 De acuerdo con este dato, San Antón sería el único yacimiento que se aproximaría a los valores de Lorca-Laderas o de La
Bastida de Totana, mientras que Laderas del Castillo estaría, por
4
96
Las estimaciones que podemos efectuar sobre algunos yacimientos son
especialmente imprecisas. En el caso de San Antón no contamos con
datos fidedignos sobre la superficie excavada por Furgús o con una
relación detallada del número exacto de sepulturas, de modo que los
datos reflejados en la tabla 9.4. se basan en lo documentado en nuestras
propias prospecciones y en las vagas informaciones proporcionadas por
el jesuita. Por una parte, éste afirmaba haber descubierto al menos 800
tumbas en San Antón, y por otra, nuestras observaciones a pie de yaci-
ahora, más en consonancia con los datos de Tabayá y la Illeta dels
Banyets. A mucha distancia del resto se sitúan los índices de Caramoro I, que encuentra su reflejo en el Guadalentín en yacimientos
como Barranco de la Viuda y La Tira del Lienzo.
En conclusión, Caramoro I, junto a los datos obtenidos de
Tabayá, Illeta dels Banyets, Cabezo Pardo y, más recientemente,
de Laderas del Castillo, constituye un punto de partida desde el
que comenzar a reordenar y encajar un importante volumen de información arqueológica y artefactual generada a lo largo de varias
décadas de investigaciones en la zona de estudio.
A pesar de la escasez de los datos publicados y de las dificultades para efectuar una nueva lectura de un yacimiento excavado hace años, como es Caramoro I, los trabajos emprendidos
han permitido abordar aspectos muy diversos relacionados con
sus habitantes, desde la mejor caracterización de una de las evidencias funerarias más singulares del todo el mundo argárico, a
la concreción de una explicación a las diferencias reconocidas
en cuanto al número de tumbas existentes en los distintos asentamientos en función de su tamaño, duración de su ocupación e
importancia en el contexto sociopolítico.
miento nos hacen pensar que Furgús debió explorar aproximadamente
la mitad de su extensión total. Los datos relativos a Laderas del Castillo, en cambio, contemplan sólo datos inéditos de las excavaciones que
hemos iniciado en este yacimiento en los últimos años, y se refieren a
una superficie excavada aún muy pequeña. Para Caramoro I, aunque
solamente se ha documentado una única tumba, la presencia de parte de
un cráneo que pudiera proceder de una tumba destruida nos ha hecho
considerar su más que probable existencia.
[page-n-112]
10
El consumo botánico en Caramoro I: apuntes antracológicos
y carpológicos para una representación paleoambiental
Mónica Ruiz Alonso
Los estudios sobre las maderas que se localizan en los yacimientos
arqueológicos aportan diferentes conclusiones. Así, centrándonos
en los carbones localizados dispersos en el sedimento, y unido a
otros estudios arqueobotánicos, como los palinológicos, pueden
ofrecer una imagen general sobre la vegetación leñosa circundante
a los mismos. Junto a esta visión del paisaje a través de los macrorrestos se obtiene además información sobre la selección por parte
de los habitantes del yacimiento de los elementos vegetales utilizados para la elaboración de diferentes instrumentos, construcciones o para su consumo en hornos, hogares, etc., mostrando así las
interacciones entre los seres humanos y los ecosistemas.
Con el estudio del yacimiento de Caramoro I intentamos contribuir a ese conocimiento, aportando nuevos datos acerca de los
habitantes de la zona del Bajo Vinalopó en la Edad del Bronce.
Siguiendo el ritmo de las investigaciones realizadas en el
yacimiento, se han recuperado diferentes restos botánicos a
lo largo de los años, en las campañas que se han ido desarrollando. Así, en los primeros momentos de intervención sobre
el yacimiento se hizo una pequeña recuperación de elementos
botánicos (tabla 10.1). Se recogieron y conservaron 6 fragmentos de carbón durante el transcurso de las excavaciones
realizadas en la década de 1980 por R. Ramos Fernández
(1988) y 19 en las realizadas en los años 1989 y 1993 por A.
González Prats y E. Ruiz Segura (1995).
Este pequeño conjunto de muestras, según la información
aportada por sus excavadores, procede de contextos domésticos asociados fundamentalmente a actividades constructivas y
a restos localizados dentro de estructuras de combustión. Así,
de forma más concreta, 1 carbón procede de la habitación A; 6
carbones del sondeo 7E (R. Ramos Fernández) de la habitación
B o E; 11 carbones proceden de la habitación E; 2 carbones de la
habitación J y 5 carbones de la plataforma F. En este último caso
corresponden a troncos quemados que formaban parte del sistema de techumbre de este espacio, dispuestos en sentido oesteeste y de manera perpendicular a la orientación de la plataforma.
Destaca el escaso conjunto de restos recogidos en relación a los
potentes niveles de incendio que asolaron la fase constructiva
más antigua del poblado, así como en relación al gran número
de estructuras de combustión documentadas y a los rellenos de
los numerosos calzos de poste.
De igual manera, durante los trabajos de excavación de A.
González Prats y E. Ruiz Segura se recogió un pequeño conjunto de semillas. En este caso proceden de la habitación E y se
identifican como semillas del género de las arvejas o Vicia sp.
(González Prats y Ruiz, 1995).
En el caso de las muestras procedentes de las nuevas intervenciones de los años 2015 y 2016 se ha realizado una recogida programada de los materiales botánicos conservados
en todos los casos de forma carbonizada (tabla 10.2). Para
ello se planteó la realización de un muestreo sistemático de
los macrorrestos vegetales, llevándose a cabo la recogida de
sedimento para su procesado.
Sin el proceso de carbonización de los materiales botánicos de Caramoro I, los componentes vegetales son rápidamente reutilizados por diferentes organismos y no quedan restos
visibles. La carbonización es un fenómeno que se produce en
diferentes fases (Chabal et al., 1999: 52). Los macrorrestos
vegetales carbonizados son producto de una combustión incompleta, ya sea de forma intencionada o accidental, debida a
diferentes motivos como pueden ser una acumulación de residuos de combustión, acciones mecánicas de origen antrópico,
etc. (Piqué, 1999). Los componentes orgánicos de la planta se
convierten en material rico en carbón, lo que les hace resistentes a la descomposición, permitiendo su durabilidad en el
tiempo, y así su estudio e identificación.
Existen diferentes métodos de recuperación de los macrorrestos vegetales que están condicionados por la conservación
de los mismos. En el caso que nos ocupa, debido a la carbonización de los materiales, la flotación es el método más completo
para la recuperación de macrorrestos vegetales en Carmoro I (11
97
[page-n-113]
Tabla 10.1. Muestras de macrorrestos vegetales recuperadas en las primeras intervenciones arqueológicas realizadas en Caramoro I.
Nº
Caja
Año
Área/Sector
Estrato
Espacio actual
Observaciones
1
1.2.1
1989
B6
E
Junto a sílex
2
1.3.2
1982
Sondeo 7E-1
B-E
Caja 22. Troncos área exterior
3
1.4.2
06/XI/89
A
A
Bolsa con tierra roja con cenizas y carbones desechos
4
1.4.2
08/XI/89
Exterior
Debajo relleno exterior muralla
5
1.4.2
B
Hogar
6
1.4.2
D
Exterior
Poste carbonizado entre muro y talud. Número 1
B2
1989
IV
7
1.4.2
1989
D
Exterior
Poste carbonizado entre poste y talud. Número 2
8
1.5.2
1989
B1
B
Con el poste nº 3
9
1.5.2
1989
B6/2 casa A
E
En el centro de la habitación
10
1.5.2
1989
B6
E
Fragmentos del mismo carbón
11
1.5.2
10/XI/89
D
¿Capa 11?
Fragmentos de semillas. “troncos quemados y asta”
Exterior
muestras-58 litros). Es un sistema de procesado con agua que
separa los restos por densidades. El material carbonizado, que
es más ligero y menos denso que el agua, flota (Zapata y Peña
Chocarro, 2013). Además, se añaden al muestreo otros materiales localizados in situ durante el transcurso de la excavación.
Así, aquí se presentan los resultados de 45 muestras (tablas 10.1
y 10.2) recuperadas en el yacimiento y que incluyen tanto semillas como maderas carbonizadas.
LA IDENTIFICACIÓN
Una vez procesadas las muestras, la identificación de los
macrorrestos botánicos, tanto materiales carpológicos como
antracológicos, se ha realizado en los Laboratorios de Arqueobiología del Instituto de Historia en el Centro Ciencias
Humanas y Sociales (CCHS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Los restos antracológicos se han examinado en un microscopio de luz incidente Leica DM 4000M (50x/100x/200x/500x)
en sus secciones transversal, longitudinal radial y longitudinal
tangencial. La identificación se ha realizado mediante la comparación de las características anatómicas del material arqueológico con la colección de referencia de maderas modernas del
laboratorio de Arqueobotánica así como consultando diferentes
atlas de anatomía de madera (Schweingruber, 1990; Hather,
2000; Vernet et al., 2001; García Esteban et al., 2002). Por otra
parte, las identificaciones del material carpológico se han realizado con una lupa binocular Leica M165 C.
Material antracológico
Se han estudiado un total de 999 fragmentos de madera carbonizada mayores de 2 mm, correspondientes con todas las
intervenciones llevadas a cabo. Los resultados absolutos se
exponen en las tablas 10.3 y 10.4. Para una mejor interpretación de los resultados se han unido aquellos que se han
identificado como posibles (cf), con su taxón de referencia.
98
En el caso de las primeras intervenciones se han estudiado
un total de 50 fragmentos, 48 de los cuales han sido identificados, de estos la mayoría de ellos se corresponden con 3
taxones como son el pino, tamarindo y Olea. Junto a ellos se
ha identificado una madera de pistacia.
En el caso de las intervenciones de 2015 y 2016 se han
estudiado 949 carbones, de los cuales 860 han resultado identificables. En este caso se han determinado un mayor número de especies. La madera se corresponde con un mínimo de
11 taxones: cf Arbutus sp. (madroño), cf Ericaceae (brezos),
cf Juniperus sp. (enebro), Leguminosae, Monocotiledoneae
(plantas monocotiledóneas), Olea sp. (olivo), Pinus sp. (pino),
Pistacia sp. (pistacia), Rhamnus/Phillyrea, Rosaceae, Tamarix sp. (tamariz, tamarisco). Las maderas utilizadas de forma
mayoritaria en este conjunto son la madera de pino y pistacia
por igual, junto con la madera de Olea. Junto a ellas, la madera de tamarindo tiene también amplios valores. Leguminosas,
rosáceas monocotiledóneas y Rhamnus/Phillyrea tienen una
presencia menor, junto a ellas otros taxones con un único fragmento (cf Arbutus, cf Ericaceae y cf Juniperus).
Los restos carpológicos
Los restos carpológicos localizados en una de las intervenciones
de los años 90, ya habían sido mencionados en un trabajo anterior (González Prats y Ruiz, 1995). En este caso se han revisado.
Se trata de 5 restos carpológicos procedentes de la muestra 11.
4 de ellos son fragmentos, solo uno está completo. En el actual
estudio se identifican como Vicia faba o Leguminosae, reafirmando la identificación anterior.
En el caso de las muestras de la excavaciones de 2015 y
2016 se han identificado restos carpológicos en diferentes unidades estratigráficas. Se trata de 4 Hordeum vulgare, 1 cereal
indeterminado y 2 fragmentos de cereal indeterminado. Junto a
ellos se ha localizado un hueso de aceituna, 2 leguminosas y una
semilla indeterminada (tabla 10.5).
[page-n-114]
Tabla 10.2. Muestras de macrorrestos vegetales recuperadas en las
campañas arqueológicas realizadas en 2015 y 2016 en Caramoro I.
Nº
Campaña
UE
Nº
inventario
Criba
Litros
12
13
2015
1000
1000
12
criba
14
2016
1001
15
2016
1003
16
2016
1005
Tabla 10.3. Resultados absolutos de la madera carbonizada correspondiente con las primeras intervenciones arqueológicas realizadas
en Caramoro I (n=50, ID=48).
Olea sp.
Pinus sp.
Pistacia sp. Tamarix Total No id.
1
10
2
6
flotación
10
3
flotación
5
4
3
flotación
5
5
7
1
10
1
6
11
11
1
3
5
12
1
17
1005
6
18
2016
1007
flotación
5
7
1
1
19
2015
1200
24
criba
8
1
1
20
2015
1201
9
criba
21
2015
1202
flotación
12
22
2015
1202
13
criba
23
2015
1203
6
criba
24
2015
1204
4
criba
25
2015
1206
flotación
3
26
2015
1206
1
criba
27
2015
1303
3
criba
28
2015
1501
1
criba
29
2015
1501
2
flotación
1
30
2016
1501
flotación
2
31
2015
1503
12
criba
32
2015
1505
12
criba
33
2015
1507
flotación
2
34
2015
1507
1
criba
35
2015
1508
6
criba
36
2015
1511
3
criba
37
2015
1512
2
criba
38
2015
1600
14
criba
39
2015
1604
flotación
12
40
2015
1604
4
criba
41
2015
1604
5
criba
42
2015
2019
5
criba
43
2016
2106
flotación
1
44
45
2107
2114
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Los estudios sobre macrorrestos vegetales se revelan indispensables para la interpretación de los yacimientos arqueológicos, de sus contextos, para el conocimiento del medio
ambiente circundante, en consonancia con otros estudios botánicos, y el conocimiento del uso de los recursos vegetales
circundantes.
En el caso de Caramoro I, debido a las características propias
del proceso de estudio del yacimiento se han de tener en cuenta
el desigual muestreo y resultados en el caso de los macrorrestos.
9
1
1
10
1
1
11
1
1
En primer lugar se ha de mencionar el reducido número de fragmentos estudiados. Como se puede observar en las tablas 10.3
y 10.4, con la excepción de algunas unidades, la mayoría de las
muestras contienen pocos elementos. Esto se relaciona directamente con el tipo de recuperación. Así, en aquellas muestras en
las que se ha realizado una recuperación por flotación, el número de elementos es mayor, frente a aquellos recogidos directamente del sedimento, donde se recuperan elementos únicos, o
de reducido volumen. Además se ha de añadir la recuperación
sistemática únicamente en las últimas intervenciones, algo que
también reduce el número de elementos a analizar. Debido a
este reducido número, para intentar realizar una caracterización
lo más completa posible de los diferentes momentos de ocupación del yacimiento, resulta interesante la unión de las muestras
por UUEE, y también la unión de las mismas en las fases cronoculturales de Caramoro I.
Las maderas identificadas se distribuyen por distintos espacios. Las correspondiente con las primeras intervenciones
(Ramos Fernández, 1988; González Prats y Ruiz Segura, 1995)
se recuperaron, como se muestra en la tabla 10.1, de contextos
puntuales, bien contextualizados, como son postes, troncos o un
hogar, siempre evidentes a simple vista durante el transcurso de
las excavaciones. En el caso de las últimas excavaciones realizadas (2015 y 2016) se distribuyen por los espacios denominados
como las zonas 1 y 2, ambas correspondientes con la habitación
A, el espacio denominado como C, el espacio D (UE 2019), E y
K (tabla 10.2). Dentro de cada uno de estos espacios se han estudiado diferentes UUEE que se corresponden con distintas procedencias como pueden ser lugares de habitación, muros y aquellos
que se localizan más concentrados. Junto a estas algunas podrían
pertenecer a vigas o materiales de construcción. Además también se recuperan maderas dispersas, perteneciente a residuos.
En el Espacio A (ver capítulos 6 y 7), se ha intervenido en
2 zonas. Así, en las unidades de la zona 1 (UUEE 1000, 1001,
1003, 1005 y 1007) se han localizado todos los carbones dispersos. Este espacio es la zona en la que hay una mayor variedad taxonómica, aunque siempre con una preponderancia de
la madera de Tamarix, Pistacia y Olea, junto con madera de
Rhamnus/Phillyrea y pino. El resto de taxones tienen valores
99
[page-n-115]
Tabla 10.4. Resultados absolutos de la madera carbonizada localizada en las intervenciones realizadas en los años 2015 y 2016
(n=949, ID=860).
UE
cf
cf
cf
cf
Monocot.
Arbutus Ericaceae Juniperus Legumi.
Olea
sp.
Pinus
sp.
Pistacia
sp.
R/P Rosaceae Tamarix
sp.
3
1000
2
3
1001
3
1003
11
1005
1
1
3
36
14
41
24
1007
1
5
1
7
1200
5
7
1
1201
4
1202
45
1203
23
1204
1206
38
1303
1501
1503
1505
1507
1508
Total No id.
8
1
4
2
11
2
6
52
178
32
8
4
26
7
13
4
8
5
1
49
4
1
100
1
3
1
27
2
34
1
35
1
18
3
89
7
155
1
1
1
1
1
1
3
3
1
1
1
1
2
101
101
1
1
1511
1
14
15
1512
100
100
13
1600
3
3
1604
4
8
4
5
3
23
47
15
2019
4
4
2106
6
6
5
2107
3
1
4
2114
7
7
puntuales (rosáceas, ericáceas, Juniperus y monocotiledonea). Durante el proceso de excavación se observa que dos de
las unidades se corresponden con estratos cenicientos grisáceos (1001 y 1003), aunque en estos el número de carbones
es reducido. En el caso de la zona 2 (2106, 2107 y 2114) los
carbones localizados son 22, aunque los taxones identificados
son similares a los predominantes en la anterior zona mencionada, ya que aparece únicamente la madera de Tamarix,
Pistacia y Olea. Se menciona también a la UE 2106 como un
nivel ceniciento, aunque se localizan 11 fragmentos, todos los
identificables son de madera de Tamarix (n=6).
El Espacio B se ve reflejado únicamente en las muestras
procedentes de las primeras intervenciones. Aquí se han individualizado 3 muestras, 2 procedentes de postes y una muestra
identificada como madera de un hogar. Los troncos se identifican con madera de pino y la madera con el poste nº 3, con
pistacia. En el caso de la madera del hogar se ha recuperado
tanto madera de Tamarix como de Olea. En todos los casos con
un número muy reducido de fragmentos.
100
En el caso del Espacio C (ver capítulo 6), se han localizado fragmentos de madera carbonizada en las UUEE 1200,
1201, 1202, 1203, 1204 y 1206. Las unidades 1201, 1202 y
1206 se relacionan con estratos cenicientos, con tierra rubefactada. El resto no contienen cenizas de forma concreta. En
este espacio la madera de Pistacia es muy abundante, junto
con la madera de Olea, aunque con valores menores. Junto a
esta, la madera de leguminosas tiene una gran presencia, aunque únicamente en la muestra 1206. Además de estos aparece
madera de pino, Rhamnus/Phillyrea, rosácea y Tamarix, de
forma testimonial en todo el espacio.
En el Espacio D es donde más unidades estratigráficas se
han estudiado (1501, 1503, 1505, 1507, 1508, 1511, 1512 y
2019). Este tiene una problemática específica, ya que algunas
de ellas se corresponden tanto con huellas como con rellenos
de un poste. Ocurre así en 2 de las unidades (1507 y 1512). En
la unidad 1507 se relaciona con el poste UE 2028, en esta se
recoge sedimento que al ser examinado se identifica un único
taxón, el pino. Esto mismo ocurre en la unidad 1512, un relle-
[page-n-116]
Tabla 10.5. Unidades estratigráficas con restos carpológicos de
las intervenciones realizadas en los años 2015 y 2016.
UE 1001
Semilla indeterminada (¿cereal o fruto?)
UE 1003
Hordeum vulgare vestido
UE 1005
1 Olea europaea
UE 1202
Leguminosa
UE 1501
2 Hordeum vulgare
UE 1507
UE 1604
Hordeum vulgare
Leguminosa (¿lens?), 1 cereal indeterminado, 2
fragmentos de cereal indeterminado
no sedimentario de la huella de poste UE 2032, donde la madera también es únicamente de pino. En el resto de las UUEE
se han localizado muy poco fragmentos de madera, siendo
en este caso más diversos, apareciendo madera de Pinus sp.,
Pistacia sp. y Tamarix sp. con elementos siempre puntuales.
Se ha de mencionar la aparición de Rhamnus/Phillyrea en la
unidad 1511, relleno de la huella de poste UE 2031, con un
total de 14 fragmentos.
En el Espacio E se han estudiado las maderas de 2 unidades.
En la 1600 únicamente se han localizado 3 carbones de pino,
algo normal ya que se trata de un estrato de limpieza. En el caso
de la UE 1604 hay un número mayor de fragmentos y con una
variabilidad más amplia, siendo la madera de Tamarix sp. la mejor representadas junto con madera de monocotiledóneas, Olea
sp., Pinus sp., Pistacia sp. y rosácea, todas con valores reducido
(<8 fragmentos). Además se habían recuperado en las primeras
excavaciones diferentes fragmentos en el espacio, en los que se
repiten los taxones como pino y Tamarix.
En el Espacio K, correspondiente con un corredor o pasillo,
se ha estudiado la unidad 1303. Aquí se localiza únicamente 1
fragmento identificado como Pistacia sp.
Por último en las primeras intervenciones se localizan diferentes fragmentos en el Espacio Exterior relacionados con la
muralla, todos ellos de Olea. Se trata de la madera de debajo del
relleno exterior de la muralla, como de 2 postes carbonizados
localizados entre el muro y el talud.
El medio ambiente circundante en Caramoro I
Como hemos presentado, en Caramoro I se ha recuperado
madera procedente tanto de contextos individualizados,
como son los postes u hogares, y de material disperso en el
sedimento, que pueden aportar diferentes tipos de información. Como se describe ampliamente en los capítulos 6 y 7,
estratigráficamente el yacimiento presenta al menos tres momentos de ocupación, amortizados bajo niveles de derrumbe
o incendio. En el caso de los restos de madera carbonizados no se observan diferencias entre las fases o niveles de
construcción u ocupación. Estas diferencias son puntuales,
únicamente por UUEE, donde se puede observar algún cambio o tendencia frente a la aparición de una madera, pero
difícilmente se diferenciarían fases, debido a la similitud de
los resultados de la madera dispersa. En todo caso es la madera de pistacia la mejor representada junto con la madera de
Olea. El resto de taxones tienen apariciones puntuales, con la
excepción de la madera de pino. En este caso mencionamos,
que pese a tener una representación reducida, tiene importancia como elemento constructivo.
Los materiales dispersos proceden de contextos abiertos.
Son el resultado de acumulaciones durante procesos de larga
duración, por lo que estos carbones representan diferentes recogidas de leña de la vegetación del entorno. Esta actividad continuada podría ofrecer una visión representativa de las formaciones circundantes, generando resultados ecológicos válidos, que
se pueden interpretar en términos de composición y evolución
de la vegetación circundante (Badal, 1992; Chabal, 1988, 1997;
Ntinou, 2000; Badal et al., 2003; Carrión, 2005; Théry Parisot
et al., 2010). Así, la vegetación que reflejarían las maderas recuperadas en Caramoro I nos presentaría un paisaje compuesto
por una vegetación xerotermófila, típica de climas térmicos y
áridos. La madera de pistacia, localizada de forma mayoritaria,
suele indicar una degradación del bosque mediterráneo, compuesto por pinos, Quercus perennifolios y Olea.
Selección de materiales
Los elementos constructivos, proceden de un único momento
y elemento de uso, representando una madera muy concreta.
En Caramoro I tenemos maderas procedentes de estructuras
concentradas, como el hogar del Espacio B. En este caso representaría un acontecimiento breve que nos ofrece poca diversidad vegetal. Con esta información complementaríamos
la imagen de la vegetación anteriormente presentada, aunque
es más restringida, debido a sus características propias, ofreciendo información sobre las preferencias de combustible
(Chabal, 1997; Badal et al., 2003; Carrión, 2005; Théry Parisot et al., 2010), ofreciendo datos directos sobre el uso que
el grupo humano hacía de los recursos vegetales del entorno
(Zapata y Figueiral, 2003). Aunque en el caso que nos ocupa esta información también es limitada debido al reducido
número de carbones localizado (n=12). Pese a esto, están
representados los taxones más abundantes entre el material
disperso, como son Tamarix y Olea.
Además, claramente se distinguen frente al resto las unidades que se corresponden con elementos que podríamos
identificar como únicos. Estos pertenecen igualmente a maderas que representan una selección en función de sus diferentes
cualidades y del fin para el que van a ser utilizados, en este
caso como elementos constructivos, por lo que los resultados
obtenidos deben interpretarse desde el punto de vista etnológico (Chabal, 1988, 1991, 1997; Carrión, 2005). Este es el
caso de las unidades 1507 y 1512 y el tronco procedente del
Espacio B. En ellos se ve como se trata de muestras monoespecíficas, de madera de pino, denotando su carácter de piezas
únicas. Es singular que esta madera aparezca en el resto de
las estancias/UUEE, pero no de forma mayoritaria, siendo importante en los elementos de tipo constructivo, lo que puede
apuntar que el pino, resistente y fácil de trabajar, pudo presentar características interesantes para la construcción (López
González, 2002). Lo mismo sucede con la UE 1511, identificado como un relleno de la huella de poste (UE 2031), identificado como Rhamnus/Phillyrea junto con un único elemento
de pistacia, cumpliendo aquí la misma función de tipo constructivo. Un último caso son los postes de madera de Olea,
localizados en el espacio exterior.
101
[page-n-117]
Otros estudios arqueobotánicos en la zona
Existen diferentes estudios sobre los restos de maderas localizados en yacimientos arqueológicos realizados en la región.
Estos nos muestran dos escenarios bien diferenciados. En primer lugar se encuentran aquellos en los que la madera de pino
es preponderante. Lo vemos en el yacimiento de cronología
calcolítica de Torreta-El Monastil (Elda) (Jover, 2006). Aquí
Pinus halepensis domina el espectro antracológico, acompañado por otros elementos como Quercus perennifolios, Arbutus, Juniperus sp., Olea o Pistacia, entre otros. Ya para la
Edad del Bronce, yacimientos como Terlinques en Villena
(Machado et al., 2004, 2009), continúan con la preponderancia del pino carrasco, en este caso en todas las fases estudiadas, mostrando valores muy superiores al resto de los taxones
(entre 52,04 y 88,88 %). Este se ve acompañado por otras
maderas como leguminosas, Tamarix u Oleaceae, siempre
con valores muy reducidos. La misma situación se observa en
los yacimientos de la Edad del Bronce de La Lloma de Betxí
en Paterna, (Grau, 1998), Castellón Alto (Rodríguez y Ruiz,
1995), Barranco Tuerto (Jover y López, 2005 en Machado et
al., 2009) o la Lloma Redona (Monforte del Cid) (Machado,
2001). Sobre este tema se señala (Rodríguez Ariza, 1992) que
la presencia de los pinos en algunos yacimientos se encuentra
sobrerrepresentada por su uso sistemático para la construcción. Esta misma situación podríamos observarla en los datos
que obtenemos con el estudio de Caramoro I, donde esos elementos relacionados con la construcción están realizados de
forma mayoritaria en madera de pino.
En el segundo escenario planteado, el pino no solo no es
preponderante, sino que está mínimamente representado. En
Cabezo del Pardo (Alicante) es Tamarix la madera más abundante, apareciendo otros taxones como Olea, Pistacia y de
forma muy reducida los pinos. En este caso, se ha de tener en
cuenta que los resultados proceden en su mayoría material de
tipo constructivo, lo que hace que algunas especies puedan
haber sido utilizadas, en detrimento de otras (Carrión, 2014).
También en el yacimiento del Bronce final del Barranc del
Bosch o Botx en Crevillente (García Borja et al., 2007) el
estudio antracológico muestra la presencia de taxones como
pistacia, Olea, monocotiledóneas, Tamarix, Rhamnus/Phillyrea, acompañadas por valores reducidos de pino. En el yacimiento de Caramoro II (Elche) las especies más utilizadas
son similares a las anteriores con una preponderancia del uso
de pistacia y Olea, acompañada por otros taxones de forma
reducida, entre los que se encuentra el pino carrasco (García
Borja et al., 2010). Esto es lo que ocurre también en Caramoro I, donde se observa un escenario similar con Olea, pistacia
y tamarindo como las maderas mejor representadas, unidas o
otras, de valores reducidos, como rosáceas, ericáceas o Rhamnus/Phillyrea. Junto a ellas valores importantes de madera de
pino, en las muestras de carácter constructivo, como hemos
comentado anteriormente.
Las escasas secuencias palinológicas del entorno no recogen con claridad el momento de ocupación de Caramoro I, por
lo que no es sencillo establecer paralelos. En la Laguna de Salinas (Salinas), el estudio palinológico señala para una cronología de 2830±60 BP, por lo tanto posterior a la ocupación de
Caramoro I, la presencia importante de pinares, junto con valores elevados de arbustos entre los que prevalece Erica (Julià et
102
al., 1994; Giralt et al., 1999; Burjachs, 2009). Se detecta Olea,
también presente en el registro antracológico. En la cercana
Laguna de Villena, el Holoceno final se caracteriza igualmente
por la presencia importante de pinares (Yll et al., 2003). Por
último, la secuencia polínica correspondiente al Holoceno final de Elx (marismas de El Hondo, antigua albufera de Elche)
está afectada por hiatos, lo que dificulta su interpretación. En
cualquier caso, señala bajos porcentajes de cobertura arbórea,
con el dominio de Pinus y aumento de Erica (Burjachs y Riera,
1996; Burjachs et al., 1997). También se documenta Tamarix y
Pistacia, que han sido identificadas entre las maderas recuperadas en Caramoro I.
CONCLUSIONES
En las últimas intervenciones efectuadas en el yacimiento
de Caramoro I se ha perseguido la recuperación integral de
los macrorrestos botánicos. Esto representa un gran cambio,
frente a los anteriores métodos de recogida, donde se primaba una recogida puntual, de elementos observables a simple
vista o conjunto de estos. Ahora los resultados pueden ser
más completos, ayudando así a conformar un nuevo ámbito
de cara al conocimiento de la flora y la explotación de esta
en la zona durante la Prehistoria reciente, sumándose así al
corpus existente de estudios sobre macrorrestos vegetales ya
publicados anteriormente.
Es aquí la madera de Olea, pistacia, tamarindo y pino la
que se ha consumido de forma prioritaria. Existe una clara
diferenciación, marcada por la preponderancia del uso de madera de pino en aquellos contextos identificados como de tipo
constructivo. Pese a esto, a través de los resultados obtenidos
en este trabajo, no podemos observar diferencias entre los
taxones identificados en las distintas fases de habitación en
Caramoro I, aunque si podemos observarlas centrándonos en
las UUEE y su procedencia.
Esta vegetación de tipo leñoso, que es la que los carbones
nos permiten reconocer, representa un paisaje coherente con los
estudio palinológico llevados a cabo en zonas cercanas a Caramoro I. Esto atestigua el uso del entorno para el aprovisionamiento de las maderas.
Por último, el estudio de las semillas carbonizadas ha determinado la presencia de especies como las habas e incluso, lentejas; de cereales como la cebada, así como de algún
fruto silvestre como las acebuchinas. Todas ellas especies
habituales durante la Edad del Bronce en yacimientos de la
zona como se ha puesto de manifiesto en Cabezo Pardo (Pérez
Jordá, 2014). Todo ello vendría a confirmar que en todos los
asentamientos existirían zonas de huerta, que en el caso de
Caramoro I se situarían probablemente en los márgenes del
río Vinalopó, así como amplios campos de cereales, en tierras
aptas para la agricultura aprovechando, en este caso, las terrazas más cercanas al propio cauce del río.
AGRADECIMIENTOS
Mónica Ruiz Alonso está financiada por el Programa Estatal de
Promoción del Talento y su Empleabilidad en I+D+i en la modalidad Juan de la Cierva-Formación.
[page-n-118]
11
El bestiar de Caramoro I: gestión y consumo de una pequeña cabaña
ganadera y distribución espacial de los restos de procesado
y marcas de corte
Lourdes Andúgar Martínez
OBJETIVOS Y ANTECEDENTES
El objetivo de este trabajo ha sido profundizar en el conocimiento del aprovechamiento de la fauna en un poblado argárico
situado en la periferia del territorio ocupado por este grupo social. Caramoro I (Elche, Alicante) es un asentamiento fortificado situado en la frontera septentrional de la cultura argárica
(Jover y López, 1997; Martínez Monleón, 2014a; 2014b). Para
su estudio, se han reunido los resultados arqueozoológicos de
varios conjuntos de restos óseos y se ha estudiado la fauna recuperada durante las campañas de R. Ramos Fernández entre
1981 y 1982 (Ramos, 1988), de las intervenciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura en 1989 (González Prats y Ruiz,
1995) y los más recientes hallazgos de F. J. Jover Maestre, S.
Martínez Monleón, A. Mª. Álvarez Fortes y J. A. López Padilla
en 2015 y 2016. Los primeros datos acerca de la fauna prehistórica alicantina comienzan a aparecer en 1969, año en el que se
publica el estudio de los restos faunísticos del Cabezo Redondo
(Driesch y Boessneck, 1969; Driesch, 1972). Entre las recientes incorporaciones y revisiones del conocimiento de la fauna
de la edad del bronce en la provincia de Alicante se cuentan la
del llamado corte 11 del Tabayá (Rizo, 2009), las de Illeta dels
Banyets de El Campello (Benito, 1994, 2006) y Cabezo Pardo
(Benito, 2014). Completan esta lista muestras de menor entidad
numérica, como las procedentes de Peña Negra (Aguilar et al.,
1992-1994), Foia de la Perera, La Lloma Redona y La Horna
(Puigcerver, 1992-1994).
Con el objetivo de contrastar las estrategias de gestión
de las ganaderías y la caracterización de las especies se ha
escogido una muestra representativa de asentamientos argáricos cuyos estudios faunísticos aportan resultados demográficos de la población animal consumida. Se han comparado
los resultados de Caramoro I con los obtenidos en recientes
estudios de fauna de otros yacimientos coetáneos: Illeta dels
Banyets (Benito, 1994, 2006), Tabayá (Rizo, 2009) y Cabezo
Pardo (Benito, 2014). La razón de su selección se debe a la
similitud en la presentación de los datos y por su importancia
numérica, además de la coetaneidad de su ocupación con la
muestra analizada.
MUESTRA ANALIZADA Y METODOLOGÍA
EMPLEADA
La mayor parte del estudio ha consistido en el análisis de material osteológico. Los resultados de nuestra investigación han
sido cotejados con los obtenidos por el estudio previo e inédito
de Juan Antonio López Padilla, que estudió la parte del material faunístico procedente de las excavaciones más antiguas,
concretamente de las intervenciones entre 1981 y 1982 por R.
Ramos Fernández y en 1989 por A. González Prats y E. Ruiz
Segura. A esta información, se han añadido datos obtenidos
en una segunda revisión de los restos procedentes de aquellas
unidades estratigráficas de las que se conocía a qué ámbito habitacional correspondían. Todas ellas de la campaña de 1989.
Además del estudio de los restos de fauna recuperados durante
las últimas excavaciones de 2015 y 2016. De este modo ha
sido posible reunir de nuevo la información relativa a la fauna
procedente de los mismos espacios habitacionales excavados
en un intervalo de 16 años y analizarla desde una perspectiva
espacial.
La totalidad de la fauna recuperada procedente de Caramoro
asciende a 3.141 restos, de los que 315 proceden de las excavaciones de R. Ramos Fernández, 2.265 de las intervenciones
de A. González Prats y E. Ruiz Segura y 561 restantes de las
últimas campañas llevadas a cabo por F. J. Jover Maestre, S.
Martínez Monleón, A. Mª Álvarez Fortes y J. A. López Padilla. Se han excluido del análisis aquellos restos recuperados en
contextos superficiales y aquellos procedentes de campañas antiguas que no ha sido posible asociar a un espacio habitacional
103
[page-n-119]
concreto. De este modo la muestra analizada en este trabajo alcanza los 2.289 restos de los que han sido clasificados taxonómicamente 1.386, el 60 % del total de la muestra.
La lectura por fases de ocupación no ha sido posible dado el
escaso número de restos adscritos a ellas y la dificultad añadida
de asociar las unidades estratigráficas de las campañas antiguas
a la lectura por fases cronológicas de las excavaciones más recientes, de las que procede el grueso de la muestra faunística.
CLASIFICACIÓN ANATÓMICA Y TAXONÓMICA
El material óseo estudiado se conserva en el Museo de Arqueología y de Historia de Elche-MAHE (Alicante). El análisis osteológico ha tenido lugar en el museo en el caso de los materiales procedentes de las campañas más antiguas, mientras que
los recuperados en las campañas de 2015 y 2016 se trasladaron
a la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) donde fue posible la determinación anatómica y taxonómica consultando la
colección de referencia del Laboratori d’Arqueozoologia del
Departament de Prehistòria de la UAB. Para la identificación
específica se han utilizado, en el caso de los dientes, los trabajos de Lavocat (1966); Payne (19859; Hillson (2005) y Zeder
y Pilaar (2010); para diferenciar entre oveja y cabra se ha empleado un amplio número de publicaciones (Boessneck et al.,
1964; Boessneck, 1980; Payne, 1985; Prummel y Frisch, 1986;
Helmer, 2000; Halstead et al., 2002; Balasse y Ambrose, 2005;
Zeder y Lapham, 2010).
La ictiofauna ha sido identificada por la especialista Sonia Gabriel que actualmente trabaja en el Laboratorio de Arqueociencias de Lisboa. Para los restos de aves se ha contado
con la ayuda del Lluís García Petit que nos ha guiado en la
clasificación y determinación de especies.
En aquellos casos en los que no se pudo determinar la especie,
se establecieron categorías más generales según la talla del animal:
mamífero de talla grande (équidos, bóvidos y cérvidos), de talla
media/grande (cérvidos y suidos), de talla media (suidos y ovicápridos), de talla pequeña (pequeños carnívoros y lagomorfos)
y mamíferos no determinados en el caso de no poder clasificarse
por tamaño. Por otro lado, se han empleado categorías generales
cuando no se ha podido concretar más la clasificación, como es el
caso de las aves, anfibios, reptiles, peces y tortugas.
Cuando no ha sido posible la clasificación anatómica del
resto (tabla 11.1) se han empleado agrupaciones morfológicas más amplias: fragmento de hueso de cráneo (cuando no
se identificó la fracción), fragmento de hueso plano (tronco,
escápula y pelvis) y diáfisis de hueso largo (extremidades).
ESTIMACIÓN DE EDAD DE LOS ANIMALES
REPRESENTADOS
Para reconstruir el perfil demográfico de la cabaña animal
e interpretar cuál fue la estrategia de gestión adoptada, se
han utilizado principalmente dos variables: la edad y el sexo
de los animales consumidos (tabla 11.2). Esta interpretación
parte de la premisa que supone una constante en la mortalidad natural de los animales. Si existe algún tipo de selección
humana, ésta queda reflejada en la frecuencia de categorías
de edad del perfil demográfico animal, así como en la proporción de machos y hembras (Saña, 1999: 57).
104
Tabla 11.1. Taxones identificados en el estudio de fauna del
yacimiento de Caramoro I.
BOTA
Bos taurus
Buey / Vaca
CAFA
Canis familiares
Perro
CAHI
Capra hircus
Cabra doméstica
CEEL
Cervus elaphus
Ciervo
EQCA
Equus caballus
Caballo
OVCA
Ovis / Capra
Ovicaprino
ORCU
Oryctolagus cuniculus
Conejo
OVAR
Ovis aries
Oveja
SUDO
Sus domesticus
Cerdo
SUSC
Sus scrofa
Jabalí
LYPA
Lynx pardinus
Lince
VUVU
Vulpes vulpes
Zorro
MGND
Mamífero grande no determinado
MM/MG
Mamífero medio / grande no determinado
MMND
Mamífero medio no determinado
MND
Mamífero no determinado
La estimación de la edad de sacrificio se efectuó siguiendo los trabajos de Grant (1975; 1982); Payne (1973); Barone
(1976); Silver (1980); Habermehl (1985) y Jones (2006). El
primero y segundo autor establecen la edad a partir del estado del desarrollo y desgaste dentario de los premolares y
molares en bóvidos, suidos y ovicápridos; el tercero y cuarto
se basan en el crecimiento óseo de los elementos del cráneo y
esqueleto apendicular para caballo, oveja, cabra, cerdo y perro. Para el conejo se han consultado los dos últimos autores.
Además se han manejado otras referencias para establecer la
edad de muerte en especímenes salvajes. Para el ciervo, se
ha utilizado la propuesta de Reitz y Wing (1999: Tab. 3.5),
que recoge y resume el trabajo de Purdeu (1983) que detalla
la edad de esta especie en meses según el momento en que la
fusión de las epífisis óseas es completa.
ESTUDIO BIOMÉTRICO Y CÁLCULO DE ALTURA
DE LA CRUZ
El estudio biométrico ha permitido la caracterización de las especies explotadas. La biometría se ha empleado, además, como criterio diferenciador entre especies morfológicamente similares, como
las variantes salvajes y domésticas (cerdo/jabalí, perro/lobo), entre
especies (conejo/liebre) y entre sexos. El sexo de los conejos se ha
estimado empleando como criterio diferenciador dos dimensiones
de la mandíbula, longitud y anchura del diastema (Jones, 2006:
280) y como referencia se ha empleado la población de machos y
hembras del asentamiento argárico de Gatas (Andúgar, 2016: 153).
El trabajo de Driesch (1976) ha servido de referente para la medición de los huesos. Las abreviaturas de las dimensiones utilizadas en las tablas biométricas se especifican en los anexos adjuntos
(11.1, 11.2 y 11.3) ubicados al final de este trabajo.
[page-n-120]
Tabla 11.2. Categorías y grupos de edad empleados en la lectura de la cabaña ganadera. Abreviaturas empleadas
en la tabla: m = meses, a = años.
Bos taurus
Ovis aries y Capra hircus
Sus domesticus
Grupos
Edad
Grupos
Edad
Grupos
Edad
Neonato
0-6 m
Neonato
0-2 m
Neonato
0-6 m
Infantil
6-12 m
Infantil
2-6 m
Infantil
6-12 m
Juvenil
12-18 m
Juvenil
6-12 m
Juvenil
12-18 m
Subadulto
18-24 m
Subadulto
1-2 a
Subadulto
18-24 m
Subadulto
24-36 m
Subadulto
2-3 a
Adulto
24-36 m
Adulto
3-4 a
Adulto
3-4 a
Senil
< 36 m
Adulto
4-6 a
Adulto
4-6 a
Adulto
6-8 a
Adulto
6-8 a
Adulto
8-10 a
Senil
8-10 a
Senil
Más de 10 a
Con la ayuda de la biometría ha sido posible calcular la
altura de la cruz de Ovis aries y Capra hircus, empleando las
dimensiones máximas de algunos huesos (talus y calcáneo)
y multiplicando estos valores por unos factores calculados a
partir de poblaciones actuales. Según la especie se han empleado factores y autores diferentes: Teichert (1975) para
Ovis aries y Schramm (1967) para Capra hircus.
TAFONOMÍA: ALTERACIONES ANTRÓPICAS
Para la reconstrucción del procesado del animal, una vez sacrificado, se han sistematizado las alteraciones óseas resultado de la
acción humana. Otro de los objetivos ha consistido en detectar
evidencias recurrentes durante el procesado del animal para la
obtención de su carne. En función de su localización y sus características morfológicas (longitud, profundidad, relación entre
las trazas, si se registra más de una por resto) se ha interpretado
la acción que pudo ocasionarlas y se han caracterizado las actividades implicadas en el procesado de cada una de las especies.
En este sentido, se ha tenido en cuenta la representación de los
diferentes elementos anatómicos para constatar si ha habido una
selección de las partes con un mayor aporte cárnico. Además se
ha estudiado el perfil de sacrificio (estructura de sexo y edad)
para identificar los criterios de selección específicos.
ANALISIS DE DISTRIBUCIÓN ESPACIAL
Para evaluar la variabilidad anatómica se han tenido en cuenta los diferentes elementos del esqueleto representados para
cada especie. Se ha analizado complementariamente el porcentaje de partes anatómicas representadas por especie. Para
ello se han diferenciado cinco partes: cabeza, tronco, extremidad anterior (escápula, húmero, radio y ulna), extremidad
posterior (pelvis, fémur, rótula, tibia, fíbula) y extremidad
distal (metápodos, carpos, tarsos y falanges).
Además, se ha escogido aquellos espacios en los que la
presencia de restos de fauna es más numerosa y se ha analizado su distribución espacial diferenciando, en primer lugar,
entre especies domésticas y salvajes y en segundo lugar, por
taxones. De este modo, se pretende establecer si existen diferencias de consumo entre los diferentes ámbitos del asentamiento y patrones de distribución de partes anatómicas en
función de las actividades seguidas durante el procesado según los espacios de habitación.
CUANTIFICACIÓN
Las unidades de cuantificación empleadas en este trabajo son: el
número total de restos analizados (NR), el número de restos clasificados anatómica y taxonómicamente (NISP), el número mínimo de individuos (NMI) se ha calculado para cada espacio y
para cada taxón teniendo en cuenta las frecuencias de representación de los diferentes elementos esqueléticos, su lateralidad y
la edad estimada y el peso de los restos. Se ha considerado esta
unidad teniendo en cuenta que puede verse influida por el grado
de mineralización de los restos y por la naturaleza formativa
de los depósitos arqueológicos. Pese a ello, aporta información
relativa al grado de importancia de una especie, que tan sólo con
las otras variables no es posible inferir.
Además se ha contemplado también el número de restos no clasificados taxonómicamente (ND). Es, por tanto, la
suma del número de restos ordenados en categorías más generales, como es el caso de MGND, MMND, MG/MMND,
MPND, MND y otras categorías como testudines, avifauna,
ictiofauna y reptiles.
ESTRATEGIAS DE GESTIÓN DE RECURSOS
ANIMALES
El conjunto de la fauna analizada está formado por 2.289 restos de
los que se ha calculado un número mínimo de 116 individuos. Los
restos identificados taxonómicamente suman el 60% en los que se
incluyen mamíferos, aves, peces, testudines y reptiles. El 40% corresponde a los no identificados donde quedan incluidos los mamíferos de talla grande, de talla media/grande, de talla media, de talla
pequeña y mamíferos no determinados.
105
[page-n-121]
Tabla 11.3. Número de restos (NR) y distribución porcentual de los
taxones identificados en Caramoro I.
jes son el ciervo (Cervus elaphus), el conejo (Oryctolagus
cuniculus), el jabalí (Sus scrofa), el lince (Lynx pardinus),
el zorro (Vulpes vulpes) la dorada (Sparus aurata), el mújol
o lisa (cf. Liza sp./ Mugil sp.), la focha (Fulica atra) y la
perdiz común (Alectoris rufa). También se han documentado restos de avifauna, ictiofauna, testudines y reptiles no
identificados.
La fauna doméstica constituye la fuente principal de
los recursos animales explotados en el asentamiento (tabla
11.3). La categoría más representada es ovicáprido (NR:
754, 54,4%), la especie más numerosa es la oveja (NR: 95,
6,85%), seguida del cerdo (NR: 68, 4,91%) y le sigue con
una representación numérica similar el ganado bovino (NR:
66, 4,76%). La representación de restos de oveja duplica la
de cabra (NR: 36, 2,60%). Los restos recuperados de caballo alcanzan la cifra de 36 (2,60%). Por último, en cuanto a
los carnívoros domésticos, se han clasificado 14 restos como
perro suponiendo el 1,01% de la fauna clasificada.Entre las
especies salvajes, el conejo destaca significativamente (NR:
373, 26,91%), ocupando el segundo lugar en importancia
relativa por detrás de los ovicapridos. Los restos de ciervo
también son numerosos (NR: 39, 2,81%), mientras que los
efectivos de las demás especies salvajes han sido muy escasos y no superan el 2,8 %.
NR
% total
NMI
Peso (g)
Fauna doméstica
938
67,68
74
5790,18
Equus caballus
36
2,60
3
945,27
Bos taurus
66
4,76
3
997,13
Sus domesticus
68
4,91
5
496,98
Ovis aries
95
6,85
25
862,05
Ovis / Capra
623
44,95
30
2130,99
Capra hircus
36
2,60
5
277,4
Total ovicaprinos
754
54,40
60
3270,44
Canis familiaris
14
1,01
3
80,36
448
32,32
42
876,47
Cervus elaphus
39
2,81
2
464,95
Sus scrofa
2
0,14
1
8,88
373
26,91
27
383,47
Lynx pardinus
3
0,22
1
17,75
Vulpes vulpes
1
0,07
1
1,42
Avifauna
21
1,52
4
–
Ictiofauna
5
0,36
4
–
Reptil
1
0,07
1
–
Testudines sp.
3
0,22
1
–
Mamífero grande no
determinado
El caballo - Equus caballus
150
–
–
–
Mamífero medio-grande
no determinado
57
–
–
–
Mamífero medio no
determinado
337
–
–
–
Mamífero pequeño no
determinado
30
–
–
–
Mamífero no
determinado
329
–
–
–
Total de restos
clasificados
2289
Del total de restos identificados con este taxón (NR: 36) se ha
estimado un número mínimo de 3 individuos. El peso de los
restos de caballo es de 945,27 gramos.
Todas las partes anatómicas están presentes en la muestra
(tabla 11.4). La más abundante es la cabeza (55,6%) donde los
dientes sueltos, superiores e inferiores son los elementos más
numerosos. La extremidad distal es la segunda parte numéricamente (16,7%) donde destacan los metápodos. De las extremidades, la posterior es la más representada (13,9%), tibia y pelvis son los elementos que aparecen en la misma proporción. El
tronco también está presente (8,3%) y por último, la extremidad
anterior (5,6%) representada por el húmero.
El análisis del esqueleto apendicular y del estado de fusión de
las articulaciones confirma un predominio de animales adultos.
Parece que se trata de un modelo de explotación que no se orienta
a su consumo cárnico sino que más bien prefiere conservar los
animales hasta que alcanzan la edad adulta para aprovechar su
fuerza de trabajo. También se ha documentado el sacrificio de
algún ejemplar menor de 15 meses.
Fauna salvaje
Oryctolagus cuniculus
La muestra está representada tanto por especies domésticas como por salvajes, siendo los animales domésticos, con un
porcentaje de 67,68 % más abundantes que los salvajes (32,32%). El
asentamiento se abastece principalmente de estas especies como así
lo indican los resultados de la comparación entre número de restos,
número mínimo de individuos y el peso de los restos (tabla 11.3).
Las especies domésticas identificadas han sido el bovino
(Bos taurus), los suidos (Sus domesticus), la cabra (Capra
hircus), la oveja (Ovis aries), el caballo (Equus caballus) y
el perro (Canis familiaris). Mientras que las especies salva106
MODELOS DE EXPLOTACIÓN Y CARACTERIZACIÓN
DE LAS ESPECIES DOMÉSTICAS
El ganado bovino - Bos taurus
De los 66 restos clasificados con este taxón se ha estimado
un número mínimo de 3 individuos. Esta especie ocupa el segundo lugar de las domésticas por orden numérico, después
de los ovicápridos y también de la oveja si se la considera
individualmente. El peso de los restos de bóvidos es 997,13
gramos.
[page-n-122]
Tabla 11.4. Distribución porcentual de las partes anatómicas de las especies consumidas en Caramoro I.
Taxones
Parte anatómica
A
C
D
E
J
K
n
% total
Equus caballus
Cabeza
Tronco
0
50
22,2
0
0
0
0
0
91,7
8,3
63,6
0
20
3
55,6
8,3
Extremidad anterior
0
11,1
0
0
0
9,1
2
5,6
Extremidad posterior
50
11,1
0
0
0
18,2
5
13,9
Extremidad distal
0
55,6
0
0
0
9,1
6
16,7
Bos taurus
Cabeza
Tronco
11,1
66,7
28,6
28,6
25
50
35,7
35,7
84,6
15,4
0
0
25
23
37,9
34,8
Extremidad anterior
11,1
19
12,5
7,1
0
100
8
12,1
Extremidad posterior
0
4,8
0
0
0
0
1
1,5
Extremidad distal
11,1
19
12,5
21,4
0
0
9
13,6
Total de ovicápridos
Cabeza
Tronco
20,3
19
25,4
12,1
17,8
23
25,2
22,6
21,7
10
36,7
15,3
184
127
24,4
16,8
Extremidad anterior
22,8
20,2
16,4
21,7
21,7
20,4
151
20,0
Extremidad posterior
25,3
27
23
16,5
35
19,4
182
24,1
Extremidad distal
12,7
15,3
19,7
13,9
11,7
8,2
110
14,6
Capra hircus
Cabeza
Tronco
16,7
0
22,2
0
11,1
0
37,5
0
100
0
80
0
12
0
33,3
0
Extremidad anterior
16,7
22,2
11,1
12,5
0
0
5
13,9
Extremidad posterior
33,3
33,3
0
0
0
0
5
13,9
Extremidad distal
33,3
22,2
55,6
50
0
20
14
38,9
Cabeza
Tronco
45,5
0
56,7
0
18,2
0
42,9
0
55,6
0
63,6
0
44
0
45,8
0
Extremidad anterior
18,2
13,3
22,7
14,3
33,3
36,4
20
20,8
Extremidad posterior
9,1
10
13,6
21,4
0
0
10
10,4
Extremidad distal
18,2
20
45,5
21,4
11,1
0
22
22,9
Cabeza
Tronco
30
10
30
0
0
25
35,7
7,1
0
33,3
28,6
14,3
19
7
27,9
10,3
Extremidad anterior
3,3
10
0
21,4
0
14,3
6
8,8
Ovis aries
Sus domesticus
Extremidad posterior
13,3
20
50
14,3
33,3
0
11
16,2
Extremidad distal
43,3
40
25
21,4
33,3
42,9
25
36,8
Canis familiaris
Cabeza
Tronco
0
50
0
0
0
0
0
0
0
0
50
50
1
2
7,1
14,3
Extremidad anterior
0
100
100
37,5
0
0
5
35,7
Extremidad posterior
0
0
0
25
0
0
2
14,3
Extremidad distal
50
0
0
37,5
0
0
4
28,6
Cervus elaphus
Cabeza
Tronco
33,3
55,6
45,5
27,3
33,3
33,3
25
75
33,3
16,7
33,3
50
14
16
35,9
41
Extremidad anterior
0
0
0
0
16,7
0
1
2,6
Extremidad posterior
0
9,1
33,3
0
0,0
16,7
3
7,7
Extremidad distal
11,1
18,2
0
0
33,3
0
5
12,8
Oryctolagus cuniculus
Cabeza
Tronco
9,8
11,5
13,6
11,4
12,0
3,8
10,7
9,7
18,2
0
20
0
43
27
11,8
7,4
Extremidad anterior
21,3
29,5
29,3
32,0
45,5
0
103
28,4
Extremidad posterior
49,2
36,4
51,1
44,7
36,4
72,7
172
47,4
Extremidad distal
8,2
9,1
3,8
2,9
0
9,1
18
5
107
[page-n-123]
La alta fragmentación de los restos y la conservación incompleta de los huesos ha impedido obtener datos relativos
a la altura de la cruz de los bóvidos, del mismo modo sucede
con otras especies como es el caso de los suidos y cánidos de
este asentamiento.
La cabeza es la parte anatómica más representada (37,9%)
y el occipital el hueso del cráneo más abundante. La segunda
parte en orden de abundancia es el tronco (34,8%), las costillas los elementos predominantes. Le sigue la parte distal
de la extremidad (13,6%), donde los metápodos son los huesos que destacan numéricamente. De las dos extremidades
la anterior está mejor representada (12,1%) que la posterior
(1,5%). De la extremidad anterior están presentes todos los
elementos (escápula, húmero, radio y ulna) y de la posterior
únicamente se ha recuperado la pelvis.
El perfil de sacrificio de los bovinos sugiere un tipo de
explotación centrada en la obtención de su carne. Los individuos sacrificados en mayor número oscilan entre 1-2 años,
antes incluso de alcanzar el peso máximo de carne (entre los
3-4 años). Además se documenta la muerte de un individuo
infantil (6-15 meses) para el consumo de la carne tierna. Ocasionalmente, se ha sacrificado un ejemplar adulto entre 6-8
años. La escasa presencia de animales sacrificados en edad
avanzada indica una tendencia a la conservación de estos animales para el aprovechamiento de su fuerza, reproducción y
explotación láctea. El análisis del esqueleto apendicular y del
estado de fusión de las articulaciones confirma el predominio
de animales adultos y el sacrificio de un individuo subadulto
(15-18 meses).
El ganado ovicaprino
Los ovicaprinos alcanzan en total los 754 restos y se calcula un número mínimo de 60 individuos. Entre estos restos,
se han contado 95 restos de oveja y 36 de cabra. El peso
de los restos de ovicáprido es 3.270,44 gramos. Este ganado
es, con mucha diferencia, el más abundante de la muestra.
Todas las partes anatómicas están representadas y la parte
más abundante es la cabeza (24,4%), donde destacan por su
abundancia los fragmentos de mandíbula y los dientes sueltos de oveja. La extremidad posterior está más representada
que la anterior (24,1% y 20%, respectivamente), siendo los
huesos más numerosos el radio y la tibia. Le siguen los elementos del tronco (16,8%) de los que costillas y vértebras
tienen una representación similar. Por último, la parte distal
de las extremidades es la menos representada (14,6%) siendo
los metápodos los huesos más numerosos.
La caracterización de las especies Ovis aries y Capra hircus
ha sido posible con el cálculo de su altura de la cruz. La talla de
Ovis aries varía entre 56,5 y 57,4 cm. Los valores relativos a la
talla de Capra hircus alcanzan los 55,3 cm (tabla 11.5).
Se han comparado los datos aportados en Caramoro I con
otros poblados coetáneos como La Bastida, Gatas y Cabezo Pardo, entre otros. En primer lugar, se puede considerar
que las ovejas de Caramoro I son de menor tamaño que las
documentadas en La Bastida. En este último la altura de la
cruz de esta especie oscila entre 53,2 y 78,2 cm (Andúgar,
2016: 330). Ha sido posible estimar el sexo a partir de la
morfología del talus y observar que la altura en las hembras
se establece en un caso en 59,7 cm y en los machos en 4
108
casos entre 65,2 y 78,2 cm. En La Bastida se documenta un
sacrificio más numeroso de machos, no es así en Caramoro donde puede entenderse que la talla de las ovejas al ser
más reducida responde a la selección de las hembras para
ser sacrificadas, pudiendo ser elegidas por haber agotado su
capacidad reproductora o que su producción de vellón haya
disminuido de calidad. En Fuente Álamo y Castellón Alto,
también se documentan hembras con valores cercanos a los
de La Bastida y Caramoro oscilan entre 59,5 y 61,1 cm y 55,2
cm, respectivamente (Andúgar, 2016: A4). En Gatas la talla
de las ovejas oscila entre 58,9 y 69,4 cm. Se ha registrado
un caso en el que la altura de la cruz supera esta horquilla y
alcanza 72,3 cm. En este caso, la presencia de un individuo
de gran tamaño puede corresponder a un macho o carnero
de talla superior a la media en el resto de los casos no ha
sido posible diferenciar sexualmente la talla de esta especie
(Andúgar, 2016).
La altura de la cruz de la cabra registrada en Caramoro podría interpretarse como una hembra si se compara con
las documentadas en otros yacimientos coetáneos como es
el caso de Terrera del Reloj donde se ha documentado una
hembra de 57,1 cm; en Fuente Álamo dos hembras, cuya talla
oscila entre 54,6 y 58,7; en Cerro de la Virgen dos hembras
entre 57,9 y 64,1; en La Bastida una hembra con 59,6 cm y
en Cerro de la Encina un macho con 62,5 cm (Andúgar, 2016:
A4). La altura de la cruz de esta especie en el poblado de Gatas oscila entre 58,7 y 69,7 cm y en La Bastida entre 53,2 y
78,2, donde los valores más elevados (74,1 y 78,2 cm) se han
interpretado como correspondientes a machos.
Cabra - Capra hircus
Del total de restos identificados con este taxón (NR: 36)
en dos casos se ha podido confirmar el sexo, a partir de la
morfología de la pelvis, un individuo macho y otro hembra.
Ambos ejemplares fueron recogidos en el espacio C. El número mínimo de individuos estimado para esta especie es 5.
Los datos biométricos de la altura de la cruz muestran una
preferencia por el sacrificio de ejemplares de menor tamaño,
probablemente hembras. El peso de los restos de cabra es de
277,4 gramos.
La cabeza y la parte distal de las extremidades son las
partes anatómicas más representadas de manera general de
Capra hircus (38,9% y 33,3%, respectivamente). Éstas son
las porciones del esqueleto que suelen abandonarse durante la fase primaria del procesado, siendo las partes con menor proporción de biomasa potencialmente consumible de la
carcasa. La extremidad anterior y posterior representan un
porcentaje similar (13,9%) siendo el radio y la pelvis los elementos óseos más representados.
La gestión ganadera de Capra hircus en Caramoro I se
orienta a la explotación de la carne y de la leche. La explotación cárnica se registra por el sacrificio de animales que se
encuentran al final de su etapa de crecimiento (entre 1 y 4
años) y la producción láctea por la presencia de ejemplares
de edad inferior a 6 meses. No son muy numerosos los efectivos identificados, por lo que no ha sido posible establecer
proporciones pero sí se ha documentado la evidencia de estos
dos tipos de explotación.
[page-n-124]
Tabla 11.5. Cálculo de la altura de la cruz de Ovis aries y Capra hircus a partir de restos recuperados en Caramoro I.
Schramm 1967
Especie
NIN
YAC
AMB
UE
Hueso
LM (mm)
Factor
h Cruz (cm)
Capra hircus
739
CMI
D
B5a
CAL
48,54
11,4
55,3
Especie
NIN
YAC
AMB
UE
Hueso
Lla (mm)
Factor
h Cruz (cm)
Ovis aries
350
CMI
C
B2
TA
25,32
22,68
57,4
Ovis aries
D107
CMI
D
1503
TA
24,91
22,68
56,5
Teichert 1975
Oveja - Ovis aries
El total del número de restos determinados con este taxón
es 95 y el número mínimo de individuos estimados es 25. El
peso de los restos de suidos es de 862,05 gramos.
A partir de la morfología de los huesos no ha sido posible
confirmar el sexo de ningún individuo. Por criterios biométricos y los datos aportados por el análisis comparativo de
la altura de la cruz de esta especie al menos dos ejemplares
corresponden a hembras.
La parte anatómica más numerosa representada es la cabeza
(45,8%), la totalidad de los elementos anatómicos son mandíbulas
o dientes inferiores sueltos. Le sigue la extremidad distal (22,9%)
siendo en este caso el calcáneo el elemento más numeroso. Del
mismo modo que sucede con las cabras, las partes desechadas durante el procesado primario son las más representadas. En cuanto
a las extremidades, la anterior (20,8%) obtiene un porcentaje más
elevado que la posterior (10,4%), los elementos esqueléticos más
representados en la muestra son el radio y la tibia. La menor representación de la extremidad posterior podría explicarse porque
sus huesos son los preferidos para la elaboración de útiles por su
característica estructura y morfología ósea y han sido reutilizados.
Del mismo modo, ha podido suceder con los elementos de la extremidad posterior de bóvido, también ausentes de la muestra.
El perfil de la edad de sacrificio de las ovejas (Fig. 11.1)
muestra cómo los porcentajes más elevados corresponden a
animales en torno a 6-12 meses, lo que indica un modelo de
explotación orientado a la obtención de carne. Destaca una
preferencia por la carne tierna reflejada en el sacrificio de
algunos animales neonatos o antes de alcanzar los 6 meses
junto a la explotación de la leche que iba destinado a ellos.
El escaso número de individuos sacrificados en edad de
reproducción, indicaría un interés por el mantenimiento del
rebaño. Puede deberse a que se trate de rebaños seleccionados y orientados a obtener una mayor producción con un menor número de efectivos. Así mismo, se observa el sacrificio
de unos pocos animales adultos (una vez han superado los 6
años) y un porcentaje mayor de seniles, que ya han superado
la edad óptima para la reproducción y muestran un descenso
en la calidad de la producción de vellón.
El ganado porcino - Sus domesticus
Los suidos presentan en la muestra un total de 68 restos y su
número mínimo es 5 individuos. Dentro de la cabaña doméstica
ocupan el tercer lugar por su abundancia numérica, sin embargo
por el NMI ocupan el segundo lugar después de la categoría de
ovicápridos. El peso de los restos de suidos es de 496,98 gramos.
Figura 11.1. Histograma de edad obtenido para Ovis aries (n= 25).
109
[page-n-125]
Todas las partes anatómicas están presentes en la muestra, la
más abundante es la extremidad distal (36,8%) y los metápodos
los huesos más numerosos. Le sigue la cabeza (27,9%) siendo
los huesos del cráneo los más representados por encima de los
restos dentarios. De las dos extremidades, la posterior registra
un porcentaje más elevado (16,2%) frente a la anterior (8,8%).
Húmero y tibia son los elementos esqueléticos más abundantes.
Y por último, cabe mencionar la parte del tronco (10,3%) donde
las vértebras son las representadas.
El análisis del esqueleto apendicular y del estado de fusión
de las articulaciones junto con los resultados aportados por el
desgaste y erupción dentaria proporcionan información acerca de las edades de sacrificio de Sus domesticus. El cerdo es
sacrificado principalmente entorno a los dos años, a esta edad
ya ha alcanzado su peso máximo (mayores de 18 meses) y se
explota principalmente por su carne. Se observa también una
preferencia por el consumo de carne tierna evidenciada en la
representación de animales después del destete (8-12 meses).
En la muestra son escasos los animales adultos probablemente
conservados para su reproducción.
Tendencias registradas para Canis familiaris
Del total de restos identificados con este taxón 14, se ha calculado un número mínimo de 3 individuos.
Todas las partes anatómicas se ven representadas, la más
numerosa la extremidad anterior (35,7%) y la ulna el hueso más
numeroso. Le sigue la parte distal de la extremidad (28,6%) con
el metatarso como el elemento más cuantioso. La extremidad
posterior y el tronco presentan el mismo porcentaje de representación (14,3%) y los huesos más abundantes son la tibia,
vértebras y costillas. Estas dos últimas se han conservado en
igualdad numérica.
El análisis del estado de fusión de las articulaciones confirma un predominio de animales adultos con la presencia de algún
individuo juvenil (menor de 9 meses). Esto podría indicar que
la cría de este animal no estuvo orientada al abastecimiento cárnico, sino que su conservación hasta alcanzar una edad adulta
pudo estar relacionada con su aprovechamiento para otras tareas. No se han registrado restos con marcas de procesado por
lo que no ha sido posible confirmar que se destinase algún ejemplar a su consumo cárnico.
GESTIÓN DE LAS ESPECIES SALVAJES
Hay que destacar la importancia de la actividad cinegética en el
abastecimiento cárnico de la población de Caramoro I. De las
especies cazadas las más representadas son el conejo (Oryctolagus cuniculus) y el ciervo (Cervus elaphus) la presencia del
resto de especies es bastante reducida. Además de las dos especies mencionadas se ha documentado la caza ocasional de otras
como el jabalí (Sus scrofa), el lince (Lynx pardinus) y el zorro
(Vulpes vulpes) representados en la muestra con 2, 3 y 1 restos,
respectivamente. El número mínimo de individuos de estas especies es uno en cada caso.
En función de la representación numérica la presencia del conejo (26,91%) es claramente superior que la del ciervo (2,81%),
aunque hay que destacar que el aporte cárnico de un ciervo es
mucho mayor que el proporcionado por un conejo. Esta diferen110
cia se observa claramente si se compara el peso específico de los
restos donde el orden se invierte, el primer lugar lo ocupa el ciervo (464,95g), seguido del conejo (383,47g).
Estrategias cinegéticas registradas para Cervus elaphus
Se han clasificado 39 restos con este taxón y 2 es el número
mínimo de individuos estimado. La parte esquelética más representada de esta especie en general es el tronco (41%) y las
vértebras torácicas y lumbares los huesos con mayor número
de restos. La cabeza ocupa el segundo lugar por su abundancia
numérica (35,9%), aunque destaca el elevado número de restos
de asta como el elemento esquelético más cuantioso. Le sigue la
extremidad distal (12,8%) y son los metápodos los huesos más
abundantes. De las dos extremidades la más representada es la
posterior (7,7%) respecto a la anterior (2,6%) y el húmero y la
tibia los elementos representados.
El análisis del esqueleto apendicular y del estado de fusión
de las articulaciones confirma el predominio de animales subadultos sacrificados por su aporte cárnico. Por la erupción dentaria y el desgaste de la dentina se ha podido establecer la edad de
muerte de un animal en más de dos años.
Estrategias cinegéticas registradas para Oryctolagus
cuniculus
Del total de los restos identificados con este taxón (NR: 373) se
ha estimado un número mínimo de 27 individuos. Todas las partes
anatómicas están representadas, la más abundantes son las extremidades, la posterior es más numerosa (47,4%) seguida de la anterior
(28,4%). La tibia y el húmero los elementos esqueléticos presentes
en mayor número. En tercer lugar aparece representada la cabeza
(11,8%) y la mandíbula el hueso que más destaca. Por último, la
parte distal de la extremidad (5%) es la parte menos presente en la
muestra y los metatarsos son los elementos que predominan.
Se han comparado biométricamente 20 mandíbulas de esta
especie, de las cuales 16 han sido identificadas como machos,
ya que se aproximaban a los ejemplares de este mismo sexo documentados en Gatas (fig. 11.2), mientras que las cuatro restantes se aproximaban a los individuos infantiles registrados en el
asentamiento almeriense, pudiendo ser uno de ellos clasificado
como hembra infantil. Con este análisis a pesar del bajo número
de efectivos analizados se constata el predominio de restos de
conejo de sexo masculino.
Entre los animales cazados se registra una preferencia por los
individuos adultos y subadultos. Se registran también algunos individuos infantiles. El modelo de explotación está orientado a la
obtención de carne. La presencia mayoritaria de individuos masculinos y adultos, se acerca más a la estructura poblacional de un
conjunto cuya formación responde a la caza y consumo humano y
se aleja de la demografía propia de una conejera.
Sus scrofa - Jabalí
De esta especie se ha documentado dos fragmentos, un metacarpo y un metatarso III, ambos encontrados en el espacio C.
Lynx pardinus - Lince
Se han identificado tres restos con este taxón: una tibia y dos húmeros, recuperados en los espacios A, C y J respectivamente.
[page-n-126]
Figura. 11.2. Relación entre la longitud
y anchura del diastema mandibular,
en el que se han usado como medidas
comparativas datos de Gatas (azul
machos y rosa hembras) (Andúgar,
2016). Los datos representados con
puntos negros corresponden a los
ejemplares de Caramoro I.
Vulpes vulpes - Zorro
El zorro está representado en la muestra por un metatarso IV
derecho, localizado en el espacio C.
Ictiofauna
Los restos de ictiofauna recuperados en Caramoro I son cinco.
La escasa representación podría indicar que la pesca no era una
actividad habitual para los habitantes de este asentamiento pero
no hay que olvidar que los restos de peces están sujetos a unas
mayores pérdidas que los mamíferos. Además, hay que considerar que la recuperación de la muestra es parcial si no se emplean
cribas o se flota el sedimento. Los restos incluidos aquí proceden en su mayoría de la recogida durante las primeras campañas
de excavación. Así mismo, es interesante mencionar que cuando
la ictiofauna convive con perros en el poblado, este grupo de
restos es el primero que se lleva y se devora (Manhart et al.,
2000: 232). Son escasos los poblados argáricos en los que se ha
documentado también restos de peces como es el caso de Fuente
Álamo (Driesch et al., 1985; Manhart et al., 2000), Cerro de la
Encina (Lauk, 1976) y Cabezo Pardo (Roselló y Morales, 2014:
289-301). En los dos primeros asentamientos las especies identificadas son todas ellas marinas, mientras que en Cabezo Pardo
se considera una pesca en cursos de agua fluviales cercanos al
asentamiento. En Fuente Àlamo se citan cinco especies distintas
(Sphyrna zygaena: pez martillo, Epinephelus guaza: mero, Jo-
hnius hololepidotus: corvina, Sparidae indet.: espáridos, Lichia
amia: palometón) y en Cerro de la Encina también se recuperaron restos de mero y otras dos especies (Dentex dentex: dentón
y Pagrus pagrus: pargo).
Por otro lado, Cabezo Pardo presenta similitudes con los taxones encontrados en Caramoro I. Entre las especies identificadas en Cabezo Pardo se habla de Anguilla Anguilla: anguila, Luciobarbus guiraonis: barbo mediterráneo, Epinephelus aeneus:
cherne de ley, cf. Pagellus erythrinus: breca, Sparus aurata:
dorada, Sparidae indet., Chelon labrosus: lisa, Liza aurata: galupe, Mugil cephalus: pardete, Liza sp./M. Cephalus.
Los restos de peces de Caramoro I representan tres taxones distintos (tabla 11.6), entre los que se ha identificado dos
especies de agua salada como son la dorada (Sparus aurata) y
el mújol (cf. Liza sp./Mugil sp.). El tercer taxón corresponde a
la familia de los Cyprinidae de los que se han clasificado unos
pocos restos pero sin poder concretar la especie. Ésta se trata de
una familia de peces que habitan en agua dulce y que incluyen
los barbos y bogas, entre otros.
La especie dominante en Caramoro I es la dorada. Se ha
identificado un número mínimo de dos individuos, por la recuperación de dos fragmentos de premaxilar derecho (tabla 11.6).
La dorada es una especie litoral capaz de vivir en aguas que
poseen un amplio rango de concentración de sales sin que se vea
afectado su metabolismo. A esta característica se le da el nombre de eurihalina. Tradicionalmente esta especie suele desovar
en aguas someras siendo las lagunas costeras, deltas, estuarios y
111
[page-n-127]
Tabla 11.6. Listado de taxones de ictiofauna identificados en Caramoro I. Abreviaturas: DT - Dentario; FAR - Pharyngeal bone (Hueso
faríngeo); PMX - Premaxilar; VC - Vertebra caudal; VPC - Vertebra precaudal; (d) derecha.
Ref.
Ámbito y sector/UE
Hueso (lado)
Taxón
Observaciones
A44
ESPACIO A
Sector A
VPC
Mugilidae (cf. Liza sp. / Mugil sp.)
Tainha
B2_348
ESPACIO C
Capa 2
Phry (d)
Cyprinidae (cf. Barbus sp.)
Familia de peces de agua dulce
que incluye los barbos, bogas, etc.
B6_1119
ESPACIO E
Sector B6
PMX (d)
Sparidae (Sparus aurata)
Dorada
B6_1180
ESPACIO E
Sector B6
PMX/DT
(fragmento)
Sparidae (cf. Sparus aurata)
Dorada
C137
ESPACIO C
UE 1203
VC
Sparidae (cf. Pagrus sp. /
Sparus aurata)
esteros, zonas de cría para los juveniles. En estos biotopos, así
como en los tramos bajos de los ríos es donde penetra sobre todo
en los meses de verano. La abundancia de la dorada se mantiene
más o menos constante a lo largo de todo el año. Es una especie
actualmente “rara” no solo en el litoral levantino ibérico sino en
todo el Mediterráneo pero en el pasado pudo haber sido distinto
(Roselló y Morales, 2014: 298-299).
El mújol también es una especie eurihalina. Durante los meses de otoño e invierno, los adultos migran al mar en grandes
congregaciones para desovar. Cuando las larvas alcanzan los
16-20 mm, migran a aguas interiores o estuarios, donde pueden ser recolectadas para fines acuícolas desde fines de agosto a
principios de diciembre (http://www.fao.org./fishery/culturedspecies/Mugil_cephalus/.es#tcNA008C).
Si consideramos que en el asentamiento de Cabezo Pardo
los restos de barbo suponen el más elevado porcentaje de
los restos de ictiofauna identificada en la muestra, no sería
arriesgado pensar que lo pudiese ser también el resto recuperado en Caramoro I. El barbo mediterráneo coloniza los ríos
levantinos desde el sur del Ebro al Vinalopó. Los barbos, en
general, se distribuyen preferentemente en los tramos medios
y bajos de los ríos. Todas las especies de barbo ascienden
desde los tramos bajos y medios del río hacia los tramos altos para desovar. Muchos pescadores sitúan trampas y encañizadas en lugares estratégicos que capturan peces de forma pasiva (Roselló y Morales, 2014: 297). La pesca en este
asentamiento puede compartir la hipótesis planteada para
Cabezo Pardo que considera la presencia de estas especies
como evidencias de una pesca de carácter local, llevada a
cabo en el entorno más inmediato del yacimiento, y no como
productos de un comercio con zonas más distantes (Roselló
y Morales, 2014).
Avifauna
Lejos de sobrevalorar la importancia de estas especies en reconstrucciones ambientales mencionamos a continuación la
presencia de algunas aves en Caramoro I y los biotopos en
los que habitan. Son escasos los estudios de avifauna argárica, como ejemplo de otro yacimiento argárico donde se han
publicado restos de avifauna se quiere resaltar Fuente Álamo
(Manhart et al., 2000) porque se han documentado diversi112
dad de especies. Las especies documentadas en el yacimiento
almeriense son Accipiter nisus: gavilán, Aquila chrysaetos:
águila real, Aquila heliaca: águila imperial, Gypaetus barbatus: quebrantahuesos, Aegypius monachus: buitre negro,
Alectoris rufa: perdíz común, Columba oenas/livia: paloma zurita/bravía, Columba palumbus: paloma torcaz, Buho
buho: búho real, Monticola solitarius: roquero solitario, Pica
pica: urraca, Corvus corone: corneja negra.
La muestra de avifauna de Caramoro I cuenta con 21 restos de ave. Destaca la presencia de aves acuáticas, como la
Fulica atra o focha y otros restos de la familia de las Anatidae pero sin poder concretar especie. A esta familia pertenecen las ocas, patos, entre otros. La focha se caracteriza por
presentar un plumaje prácticamente negro a excepción de los
flancos y las zonas inferiores, que adquieren un tono grisáceo, y las puntas de las rémiges secundarias que son blancas.
El aspecto más llamativo de esta especie es la posesión de
un escudete frontal blanco que se estrecha hacia la base del
pico, también de color blanco. Habita en lagos, ríos, charcas
marjales, y en invierno, suele refugiarse en bahías abrigadas. Su biotopo son las marismas, zonas palustres y aguas
continentales (Morales, 1990: Tabla 6). En la actualidad,
las fochas residentes en los humedales españoles son básicamente sedentarias, a pesar de lo cual resultan habituales
los movimientos dispersos después de la reproducción, así
como las fugas a consecuencia de las sequías, que obliga a
las aves a buscar humedales con niveles hídricos aceptables.
En relación a su alimentación se trata de un ave de tendencias
omnívoras, aunque mayoritariamente vegetariana.
Los galliformes son los más numerosos en Caramoro I. En
concreto, seis restos, de los que se ha podido concretar especie
en 4 casos como Alectoris rufa o perdiz común. De esta especie
se ha identificado un número mínimo de dos individuos.
La perdiz común es un ave sedentaria, aunque se han descrito trashumancias altitudinales en zonas de alta montaña
durante el invierno. Ocupa una amplia variedad de hábitats,
preferentemente en medios abiertos o con arbolado disperso, como pastizales, cultivos matorrales aclarados y dehesas,
mostrando una clara preferencia por las campiñas más diversificadas y de uso agrícola de secano extensivo. Su valencia
es esteparia y ubiquista y su biotopo, los cultivos, matorrales y campos baldíos (Morales, 1990: Tabla 6). Se alimenta
[page-n-128]
Figura 11.3. Representación porcentual del
número de restos (NR) y peso de las especies
domésticas y salvajes por espacios.
principalmente de vegetales, entre los que predominan los
cereales cultivados, hierbas verdes de prados y frutas silvestres. Por todo ello, los campos de trigo y cebada del ámbito
argárico serían un entorno propicio para la reproducción de
estas aves. Esta especie se documenta en otros yacimientos
coetáneos, como el ya mencionado Fuente Álamo.
DISTRIBUCIÓN ANATÓMICA DE LOS RESTOS
POR ESPECIES Y DISTRIBUCIÓN ESPACIAL
DE LAS ESPECIES
La distribución espacial de los restos no resulta homogénea
en Caramoro I. Se pueden distinguir dos zonas en función de
cantidad de restos, frecuencia de especies y distribución de
partes anatómicas. De la comparación del número de restos
se pueden ordenar los ámbitos en dos grupos: Grupo I: formado por los ámbitos donde se concentra el mayor número
de restos (espacios C, E y D) (Anexo 11.2). Destaca el amplio volumen de restos localizados en la habitación C (NR:
579), principalmente, y en la habitación E (NR: 503). También son numerosos los ejemplares de la habitación D (NR:
410). Grupo II: formado por los espacios donde desciende la
frecuencia de los restos son los ámbitos A (NR: 250), J (NR:
323) y K (NR: 200). En el caso del espacio A, el hecho de que
se trate de una estancia de acceso al poblado situado junto al
bastión como vestíbulo de acceso podría explicar el menor
número de restos hallados. La presencia un buen número de
objetos de diversa naturaleza ha mostrado que en el interior
de este espacio A se efectuarían tareas de molienda de cereales, producción textil y otras tareas relacionadas con el consumo alimenticio (Jover et al., 2019: 9-10). Que se registre
un menor número de restos óseos en el espacio K debe ser
explicado en función de su uso como corredor o canalización
de agua, donde su presencia podría responder a que en algún
momento se emplease como vertedero de desechos de consumo. La interpretación de un espacio como calle o corredor
no excluye que también hubiera servido para conducción o
drenaje de agua, como se plantea en La Almoloya (Lull et al.,
2015: 71) y en Caramoro (Jover et al., 2019:16). La superficie reducida del espacio J, del mismo modo que el K, puede
ser la razón del menor número de restos registrado.
Si se analiza la distribución de fauna salvaje y doméstica en
los diferentes ámbitos del asentamiento (fig. 11.3) se observa que
los mamíferos destinados al consumo son predominantemente especies domésticas en todos ellos. La base de la aportación cárnica
en la sociedad argárica fue, sin duda, la ganadería. La caza, en
cambio, cumplió una función complementaria para el mantenimiento de la comunidad. Con esta comparación los espacios se
agrupan de otra manera. En los espacios C, J y K se registra una
diferencia acusada entre la proporción de especies domésticas y
salvajes, diferencia todavía más importante si la unidad comparada es el peso de los restos. Estas desigualdades podrían estar relacionadas con las actividades desarrolladas en ellos. Si se considera cuáles son las especies que aparecen en estos ámbitos coincide
que en los tres son escasos los restos de conejo, lo que provoca
una clara disminución de la representación de animales salvajes
(fig. 11.3). Así mismo, los restos clasificados como Ovis/Capra
son los más numerosos entre las categorías domésticas en los tres
espacios. Un segundo grupo estaría formado por los ámbitos D y
E, que muestran proporciones similares y por último el espacio
A, donde la presencia de caballo hace aumentar la proporción de
especies domésticas respecto al grupo anterior.
113
[page-n-129]
Tabla 11.7. Listado de taxones de avifauna identificados. Abreviaturas: 1) FRACCIÓN: EP - Epífisis proximal; DM - Diáfisis medial;
ED - Epífisis distal; 2) PARTE: EA - Extremidad anterior; EP - Extremidad posterior; T - Tronco; E - Extremidad distal.
Ref.
Ámbito y Sector / UE
Hueso (lado)
Fracción
Parte
Taxón
Observaciones
152
Espacio A
Sector A. Estrato I
Escápula (d)
EP-DM
EA
Anátida
Por morfología pero según
morfometría es algo más
pequeño
223
Espacio C
Sector B2. Capa 2
CAR-MC (i)
EP-DM
E
Anátida
1527
Espacio C
Sector C2
Fúrcula
T
Anátida
413
Espacio C
Estrato III
Coracoides (d)
EP-ED
EA
Alectoris rufa
Perdiz roja de gran tamaño
1343
Espacio E
Suelo de la casa
Coracoides (i)
EP-ED
EA
Alectoris rufa
Perdiz roja
748
Espacio D
Sector B5a. Estrato III
Tibiotarso (d)
DM-ED
EP
Alectoris rufa
Perdiz roja
D200
Espacio D
UE 1506
Tibiotarso (d)
DD-ED
EP
Alectoris rufa
Perdiz roja
45
Espacio A
Sector A. Suelo de la casa
Tibiotarso (i)
EP-ED
EP
Galliforme cf.
Especie no determinada
814
Espacio D
Sector B5a. Estrato II
CAR-MC
–
E
Galliforme
Especie no determinada
449
Espacio C
Sector B2. Estrato III
Húmero (d)
EP
EA
Fulica atra
Focha
A128
Espacio A
UE 1005
Ulna (i)
DM-ED
EA
Fulica atra
Focha
D123
Espacio D
UE 1504
Tibiotarso (d)
DP-ED
EP
Fulica atra
Focha
A126
Espacio A
UE 1005
Falange segunda del –
2º dedo anterior
EA
Ave no determinada
De mayor tamaño que la
oca
D80
Espacio D
UE 1503
Costilla
–
E
Ave no determinada
15
Espacio A
Sector A. Suelo de la casa
No determinada
–
–
Ave no determinada
412
Espacio C
Sector B2. Estrato III
No determinada
–
–
Ave no determinada
780
Espacio D
Sector B5a. Estrato III
No determinada
–
–
Ave no determinada
1623
Espacio C
Sector C2
No determinada
–
–
Ave no determinada
1828
Espacio K
Sector C3
No determinada
–
–
Ave no determinada
1829
Espacio K
Sector C3
No determinada
–
–
Ave no determinada
1830
Espacio K
Sector C3
No determinada
–
–
Ave no determinada
114
[page-n-130]
Figura 11.4. Distribución porcentual de NR de los taxones identificados por espacios.
115
[page-n-131]
Figura 11.5. Distribución porcentual del NR y NMI de las especies domésticas ordenado por espacios.
116
[page-n-132]
Figura 11.6. Localización de las marcas de carnicería en las especies domésticas consumidas en Caramoro I.
Destaca el espacio C por ser la zona donde se ha registrado
el mayor número de restos y también de especies, tanto domésticas como salvajes (anexo 11.2 y fig. 11.4). Los restos de ovicápridos son con mucha diferencia los más abundantes, seguidos
de lejos por el conejo, el ciervo, el bovino, el cerdo y el caballo.
Mucho más minoritarios son los restos de perro, jabalí, lince
y zorro. La representación de las partes anatómicas de varias
especies vinculan este espacio con actividades de carnicería
(tabla 11.7), son más abundantes las partes con un menor aporte cárnico las que suelen ser desechadas durante el procesado
del animal. La cabeza y la parte distal de las extremidades son
las partes más representadas entre los huesos de caballo, cerdo,
ciervo y oveja en este espacio. Si se diferencian de los restos de
ovicáprido, las partes anatómicas más representadas de la oveja
son la cabeza (56,7%) y la extremidad distal (20%). Además,
este espacio reúne el mayor número de restos con marcas de
procesado, hecho que confirma el desarrollo de estas actividades, como se explicará más adelante en el apartado de las marcas de procesado.
El predominio de las partes desechadas durante el procesado
(cabeza y extremidad distal) vinculan también el espacio E con
actividades de carnicería, pero a diferencia del espacio anterior, en
esta ocasión las especies que presentan este patrón son únicamente
oveja, cabra (cabeza 37,5% y la extremidad distal 50%) y cerdo,
no así las especies de mayor tamaño (bóvidos, ciervo y caballo).
El cerdo es la única especie que muestra evidencias de procesado (por la representación de las partes anatómicas ya mencionadas) en más de una estancia. A los ya mencionados espacios
C y E habría que añadir K y A. En este último se ha registrado
una extremidad distal posterior articulada (metatarsos III, IV, V y
tarsos: central, tercero y cuarto) de un ejemplar de dos años, así
como restos de cráneo al menos de dos individuos juveniles.
El conejo muestra un patrón de representación anatómico
muy distinto al mencionado para mamíferos de talla media o
grande. En esta especie son las extremidades, las partes con
mayor aportación de carne, las que aparecen en mayor número.
Su presencia en los ámbitos A, C, D, E y J se vinculan a actividades de consumo, lo que lleva a documentar esta actividad
en prácticamente la totalidad de los espacios salvo el descrito
como corredor.
Por último, se ha considerado de interés establecer la comparación de la distribución espacial de las especies domésticas
en el poblado según el número de restos y el número mínimo
de individuos (NMI) (fig. 11.5). En los espacios C y E se con117
[page-n-133]
Tabla 11.8. Número de restos con marcas de procesado según especie y tipo de actividad en cada espacio diferenciado. Abreviaturas
empleadas: cst: costilla, e: escápula, fa1: primera falange, fe: fémur, hu: húmero, md: mandíbula, mp: metápodo, mt: metatarso,
occ: occipital, par: parietal, pel: pelvis, ra: radio, ta: talus, t 2+3: tarso 2+3, ti: tibia, ul: ulna, vto: vértebra torácica, zy: zigomático.
Taxones
Actividad
A
C
D
E
J
K
N
% total
Equus caballus
n1
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
0
0
1 (t 2+3)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0
0
0
0
100
0
0
0
0
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
0
0
1 (zy)
0
1 (occ)
0
1 (cst)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0
1
0
1
33
0
33
0
33
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
1 (hu)
0
0
0
1 (pel)
0
0
1 (ta)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0
1
1
0
33
0
33
33
0
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
2 (ra y ul)
0
1 (md)
0
2 (fe y pel)
0
0
3 (mp y fa1)
0
0
2 (ra y hu)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (ra)
0
4
0
2
5
0
36
0
18
45
0
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
1 (cst)
0
1 (md)
0
3 (zy y mt)
0
2 (pel y e)
0
1 (vto)
1 (par)
0
2 (pel y at)
1 (cst)
3 (cst, hu y ra)
0
0
0
1 (cst)
1 (cst)
1 (par)
0
0
1 (hu)
0
1 (mt)
0
0
0
0
6
1
4
4
5
30
5
20
20
25
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
1 (ta 4)
0
0
1 (ti)
1 (cst)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (mp)
0
0
1 (cst)
1 (cst)
0
0
0
0
0
2
0
0
2
2
33
0
0
33
33
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
1 (vto)
0
0
0
0
0
1 (ti)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (cst)
0
0
0
0
0
0
0
0
1
2
0
0
0
33
66
Desuello
Evisceración
Descuartizamiento
Despiece
Descanadura
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (fe)
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1 (pel)
0
0
0
0
2
0
0
0
0
100
0
0
9
15
13
3
6
3
49
Bos taurus
n3
Capra hircus
n3
Ovis aries
n 11
Ovis/Capra
n 20
Sus domesticus
n6
Cervus elaphus
n3
Oryctolagus c.
n2
Total
118
[page-n-134]
centra el mayor número de individuos de especies domésticas,
30 y 23 respectivamente, espacios en los que mencionábamos
las partes esqueléticas muestran pruebas de actividades de procesado. El número de restos de caballo es mayor en los espacios J y K que en el resto. Si se comparan las partes anatómicas
que aparecen representadas en estos espacios es posible observar que la cabeza es la parte más abundante y concretamente
los dientes los elementos más numerosos lo que provoca un
aumento de la representación de esta especie, sin que suponga
un número mínimo de individuos superior al registrado en los
espacios A y C. La distribución de bóvidos en los diferentes
ámbitos es heterogénea. El número de restos de bóvidos muestra un porcentaje más elevado en el espacio J. Si se considera
el NMI, el porcentaje de representación aumenta en el espacio
A respecto al NR documentado en ese mismo ámbito y disminuye en el caso del espacio C. En relación a los ejemplares de
oveja, se observa como el NMI es igual al de restos de Ovis/
Capra en el espacio D y K; y supera la suma de Ovis/Capra y
cabra en los espacios C y J. La proporción entre estos dos taxones es muy distinta si la unidad comparada es el número de
restos ya que la oveja aparece infrarrepresentada. Los restos
de cerdo evidencian gran variabilidad en su distribución numérica, según el NMI la distribución de esta especie es similar
en los espacios A, C, D, K y ligeramente superior en E. Esto
mismo sucede con los restos de cabra, según el número mínimo de individuos la distribución porcentual es homogénea
salvo en el caso del espacio J que disminuye. La distribución
porcentual de los restos de perro es heterogénea en los diferentes ámbitos del poblado probablemente debido a que no se
trata de una especie destinada al consumo de su carne.
ACTIVIDADES IMPLICADAS EN EL PROCESADO
ANIMAL DE LAS ESPECIES CONSUMIDAS
EN CARAMORO I Y LA DISTRIBUCIÓN ESPACIAL
DE RESTOS CON MARCAS DE PROCESADO
El registro de las alteraciones antrópicas permite la reconstrucción del procesado de los animales. Las actividades implicadas
en el procesado de las carcasas consideradas en este estudio son:
desuello, evisceración, descuartizamiento, despiece, descarnadura y consumo del cerebro (Saña, 1999: 66). La localización
de las trazas y sus características morfológicas ha permitido interpretar la acción que pudo ocasionarlas y se han caracterizado
las actividades implicadas en el procesado de cada una de las
especies (fig.11.6 y tabla 11.8).
El desuello o la acción por la que se separa la piel del
animal ha sido registrada en restos de Bos taurus y ovicápridos, concretamente en el hueso zigomático (fig. 11.7f). Estas
marcas se ocasionaron en el intento de separar la piel de la
cabeza, incidiendo en el lugar donde la piel está adherida al
hueso apenas sin carne. También se encuentran en un parietal de ovicáprido y en una mandíbula de Ovis aries. Además
de en la cabeza se han documentado marcas como resultado
de esta acción en huesos de la parte distal de la extremidad.
También es el caso de Sus domesticus, en el que las marcas
rodean el tarso 4, la diáfisis distal de la tibia y los metápodos.
Así mismo, se ha observado en restos de Equus caballus, sobre un tarso 2+3. En restos de ovicápridos se registran marcas
longitudinales en la misma dirección del eje del metatarso.
Así mismo, se ha registrado evidencias de desollado en metápodos y en la diáfisis distal de una primera falange de Ovis
aries, así como en un talus de Capra hircus (fig. 11.7e).
La evisceración consiste en la extracción de las vísceras y la
lengua. En Caramoro no existen evidencias del aprovechamiento
de la lengua pero sí se ha documentado marcas de evisceración en
la cara ventral del corpus de una costilla de ovicáprido.
El descuartizamiento consiste en la separación de los cuartos trasero y delantero del tronco. En el caso del Oryctolagus
cuniculus se han encontrado evidencias de esta acción sobre un
fémur y una pelvis. En restos de ovicáprido se observan en el
corpus de la escápula y junto al acetábulum de la pelvis. También en este hueso se han registrado en huesos tanto de oveja
como de cabra. Del mismo modo, durante el despiece primario
quedan marcas en la base del cráneo resultado de la separación
del cráneo del esqueleto axial. Se ha observado en el cóndilo occipital de Bos taurus, mientras que en ovicápridos estas marcas
se han documentado en un atlas (fig. 11.7c).
Una vez separadas las extremidades, tiene lugar su despiece.
Éstas se trocean en porciones más pequeñas. La extremidad posterior muestra evidencias de haber sido fragmentada en dos porciones de menor tamaño a la altura de la articulación de la tibia con el
fémur, dejando muestras de ello en el diáfisis proximal de una tibia
de Sus domesticus. La extremidad anterior se trocea a la altura de la
articulación entre el húmero (fig. 11.7d), el radio y la ulna, así se ha
evidenciado en huesos de Capra hircus y Ovis aries. Otras partes
anatómicas también se despiezan o filetean, es el caso del tronco
que se trocea a la altura de las vértebras torácicas. Se ha documentado en restos de Cervus elaphus y en la desarticulación de costillas
(fig. 11.7b) o la mandíbula, en restos de ovicáprido.
La descarnadura consiste en la separación de la carne del
hueso. Se han observado marcas de esta acción en aquellas partes del animal que poseen un mayor aporte cárnico, como las
costillas de Bos taurus, Sus domesticus, ovicápridos y Cervus
elaphus, concretamente, en la superficie dorsal del corpus de
este hueso (fig. 11.7a). Específicamente en el caso del cerdo se
ha identificado esta acción sobre la décima costilla. También se
han registrado marcas de descanadura sobre un húmero y un
radio de ovicápridos y sobre una tibia de Cervus elaphus.
Se ha comparado la distribución espacial de los restos con
trazas de procesado, considerando las especies que las presentan y las actividades que las ocasionaron, lo que ha permitido
identificar patrones de procesado relacionados con el uso de los
diferentes espacios del asentamiento.
Los restos de Bos taurus con trazas de procesado se han localizado en el espacio C. En este mismo espacio se recogió el único
resto de Equus caballus con marcas de carnicería. Hay restos de
ovicápridos con trazas asociados a los espacios A, C, D, E, J y K.
En los casos que ha sido posible discriminar entre oveja y cabra,
los restos con marcas de procesado proceden de los espacios A, C
y D. Los huesos de oveja con estas evidencias también aparecen
el espacio K. Las trazas registradas en huesos de Sus domesticus
se han recuperado en el espacio A y en el espacio J. Los huesos
de conejo con marcas se encontraron en los espacios E y K. Por
último, los huesos de ciervo con alteraciones antrópicas se concentran en los espacios A, C y J (tabla 11.8).
Los ámbitos en los que se ha registrado un mayor número
de trazas coincide con los espacios considerados de habitación
(Jover et al., 2019: 16), C, D y A por orden numérico (tabla 11.8).
119
[page-n-135]
Figura 11.7. Marcas de procesado documentadas en
restos de Caramoro I y actividades que las produjeron: Descarnado en costilla de Cervus elaphus (a),
descuartizado en costilla de Sus domesticus (b) y
atlas de Ovis/Capra (d), desarticulado en húmero de
Ovis aries (d), desollado en talus de Capra hircus (e)
y zigomático de Bos taurus (f); despiece en costilla
de Sus domesticus (g).
En cambio la escasa presencia de restos, casi anecdótica, en otros
como el espacio K y el espacio E podría indicar que su presencia
sea ocasional. En el espacio J se han localizado cinco restos con
marcas de procesado pero su ubicación, cercana al barranco y el
efecto de la erosión sobre su conservación ha podido afectar directamente en la representación de restos de fauna.
Si analizamos la distribución espacial de los restos con trazas y en qué partes del esqueleto aparecen, se observa que en
los espacios C y D tenía lugar una primera fase del procesado
de los animales. En ambos espacios se desollaba y descuartizaba tanto ovejas, como cabras. Además, en el espacio C, se han
encontrado evidencias de estas actividades en restos de especies de mayor tamaño como, los bóvidos y cérvidos, este hecho unido a la mayor representación de las partes anatómicas
desechadas durante el procesado primario del animal podría
sugerir que este espacio pudo ser el lugar del asentamiento
desde donde se distribuían las porciones de mayor aporte cárnico (extremidades delantera y trasera) a espacios donde tenía
120
lugar su despiece en porciones de menor tamaño y descarnado para facilitar su consumo. Aunque esta hipótesis podría ser
refutada si se considera que es también en este espacio donde
se concentra el mayor número de restos y por tanto este hecho
podría condicionar la presencia de un mayor número de restos con marcas. Lo que se puede asegurar es que estos restos
fueron desechados en este espacio y probablemente también
consumidos. La segunda fase del procesado se documenta en
los espacios A y J. Es interesante destacar que los restos de
cerdo con evidencias de procesado se concentran en estos mismos dos espacios (A y J) donde pudo tener lugar el desollado,
despiece y descarnado de esta especie. Esta especie se sacrifica predominantemente a una edad temprana, como ya se ha
mencionado y por tanto que su tamaño sea menor podría haber
influido en el hecho que se procesase en un mayor número
de ámbitos que el resto, como indicaría la mayor proporción
de restos pertenecientes a las partes anatómicas con un aporte
cárnico menor (ver tabla 11.4).
[page-n-136]
CONSIDERACIONES FINALES
El estudio arqueozoológico de los restos procedentes de tres
actuaciones distintas en Caramoro I ha mostrado algunos datos de interés sobre la cabaña ganadera gestionada y algunas de
las prácticas de caza y pesca que sus habitantes realizarían de
forma habitual. A nivel general, los datos obtenidos no difieren
de forma significativa de lo ya observado en otros conjuntos
faunísticos analizados, tanto de asentamientos próximos, como
puede ser Cabezo Pardo (Benito, 2014) o Tabayá (Rizo, 2009),
como de otros mucho más alejados, caso de La Bastida (Andúgar, 2016). Sin embargo, consideramos necesario comentar
de forma sucinta algunos rasgos singulares que sería necesario
considerar para futuras investigaciones.
En primer lugar, la presencia de un número mayor de restos
de caballo en un yacimiento fronterizo como Caramoro I, respecto a otros asentamientos coetáneos puede responder a una
necesidad de comunicación con los asentamientos de mayor tamaño e importancia, considerados centros de control de la producción, donde se concentraría un mayor número de habitantes.
Sorprende cómo en un asentamiento de mayor tamaño, como
La Bastida (NR: 71, 1,4%), se han recuperado restos de esta
especie en una proporción menor que en Caramoro I (NR: 36,
2,6%), respecto a la muestra identificada taxonómicamente. Su
representación numérica es superior también a los asentamientos alicantinos más cercanos en su fase argárica, como es el caso
de Tabayá (NR: 34, 1,53%), Cabezo Pardo (NR: 1, 0,11%) y
la Illeta dels Banyets (NR: 1, 0,11%). Esta especie no se cría
prioritariamente por su carne, aunque sí se ha podido consumir
de manera ocasional, como evidencia la presencia de marcas de
procesado en algunos restos.
Por otro lado, la acusada diferencia en la presencia de restos
de ovejas respecto a las cabras también es una característica que
solo puede atribuirse a Caramoro I si se compara con Tabayá
(oveja NR: 46, 2,07% y cabra NR: 41, 1,85%), Cabezo Pardo
(oveja NR: 31, 3,42% y cabra NR: 25, 2,76%) y la Illeta dels
Banyets (oveja NR: 2, 2,3% y cabra NR: 1, 1,1%). En los yacimientos argáricos del área actual alicantina, la proporción entre
ovejas y cabras es similar, aunque es importante matizar también que los restos de ovejas son ligeramente predominantes en
todos ellos. Una hipótesis que podría explicar la preferencia por
esta especie vendría a considerar el hecho que de este animal
además de la carne, la leche y otros productos derivados que
pueda compartir con la cabra, se puede aprovechar también el
vellón lo que podría ser un criterio decisivo para discriminar
entre ambas especies en un espacio en el que no es posible la
cría de un rebaño muy numeroso. El escaso número de individuos sacrificados en edad reproductiva indica además un interés
por el mantenimiento del rebaño. Esta ausencia también podría
explicarse por la necesidad de la cría de rebaños más pequeños y
selectivos y de este modo conseguir una mayor producción con
un menor número de efectivos.
En sí, la cabaña doméstica es la más importante proveedora
de alimentos en Caramoro I, como muestran los datos obtenidos
de la comparación de representación de especies domésticas y
salvajes. En relación con los patrones de sacrificio de las especies domésticas cabe destacar el sacrificio de animales jóvenes
entre las ovejas, lo que denota un consumo destinado a la obtención de carne tierna y de algunos animales en edad adulta/senil
que podría indicar un interés por el mantenimiento de algunos
de ellos por su capacidad reproductiva o por la lana, entre otras.
Las cabras presentan un patrón distinto en el que predomina el
sacrificio de animales jóvenes, lo que revela una preferencia por
la carne tierna. En el caso de los cerdos, predomina el sacrificio
de animales jóvenes que han alcanzado el máximo de peso para
ser consumidos. Son escasos los animales adultos de esta especie en el asentamiento.
La distribución espacial del NR, del NMI y de las partes
anatómicas de las especies domésticas también ha permitido interpretar, junto con la distribución de los restos con marcas de
procesado, las actividades relacionadas con el procesado animal
en los diferentes espacios del asentamiento. Las marcas de corte resultado de actividades de carnicería se han documentado
con mayor relevancia numérica en restos de ovicápridos. En los
casos en los que ha sido posible discernir entre especies se ha
observado que los restos de oveja con evidencias de procesado
son más numerosas que las de cabra. Existen huellas de cortes
también en bóvidos, suidos, cérvidos y de manera anecdótica
en caballo y conejo. Además, se puede concluir la existencia
de patrones del proceso de carnicería que se repiten en algunos
espacios, concretando así qué fases del procesado animal tiene
lugar en qué partes del asentamiento. En los espacios A y C se
desolla y se descuartiza a ovejas y cabras, y en los espacios A y J
a los cerdos. En el espacio C también se han encontrado evidencias de desollado y descuartizado de bóvidos y de descarnado
de ciervo. Es en este mismo espacio C donde se representan más
abundantes las partes anatómicas desechadas durante el procesado (cabeza y extremidades distales) en el caso de caballo,
oveja, cerdo y ciervo. El espacio E muestra estas mismas partes
como las más numerosas, pero para cabras, ovejas y cerdos.
Los biotopos en los que habitan las especies de avifauna documentadas en la muestra de Caramoro I aportan una idea aproximada del entorno de este asentamiento. Muestran en el caso
de la perdiz una amplia variedad de hábitats, preferentemente
en medios abiertos, con arbolado disperso y así como zonas
agrícolas de secano extensivo. Este último podría ser el típico
paisaje argárico con campos de cebada sirviendo como entorno
propicio para la reproducción de la perdiz común. También se
registran aves acuáticas en el poblado, como por ejemplo la focha, una especie acuática sedentaria que habita en lagunas costeras, deltas y estuarios. Su presencia en el poblado junto con la
de otras anátidas, permite considerar la existencia de zonas de
humedales como una amplia biodiversidad en las proximidades
del asentamiento. En este sentido, no debemos olvidar que a sus
pies discurre el río Vinalopó realizando trazados meandriformes
donde se estancan las aguas de forma habitual.
En conclusión, los datos aportados por este breve estudio de
la avifauna no son más que una primera aproximación a las especies identificadas en Caramoro que bien podría ser ampliada
por la comparación de los restos con una colección de referencia
y completada con un análisis biométrico que pueda aportar más
datos acerca de la presencia de las aves en este asentamiento.
La escasa presencia de la muestra de ictiofauna no permite
más que mencionar entre las especies documentadas la dorada,
un resto de la familia de los barbos y un mugílido. De la comparación con la muestra de Cabezo Pardo y de la coincidencia de
algunas especies, se podría deducir que las actividades de pesca
por parte de los habitantes de Caramoro I se desarrollaron en
cursos fluviales cercanos al asentamiento.
121
[page-n-137]
ANEXO 11.1
Contextos incluidos en el estudio de la distribución espacial de restos de fauna en Caramoro I.
Año
Habitación
Sector/ UE
Fecha
Observaciones
Año
Habitación
Sector/ UE
Fecha
Observaciones
1989
A
A
6/XI/89
Tierra rojiza con
carbones
1989
D
B5 a/b
-
-
1989
A
A
6/XI/89
Estrato I
2015
D
1500
Limpieza superficial
1989
A
A
17/XI/89
Suelo de la casa
2015
D
1502
1989
A
A
18/XI/89
Debajo banco
entrada-sobre
suelo habitación
Derrumbe segunda fase
2015
D
1503
Derrumbe
1989
A
A
18/XI/89
Suelo casa
2015
D
1504
Relleno primera
fase
1989
A
A
25/XI/89
Limpieza del
suelo de la casa
2015
D
1505
1989
A
A
-
Nivel de la casa
Nivel de
abandono sobre
pavimento
2015
A
1000
2015
D
1506
2015
A
1001
Uso?
Pavimento primera fase
2015
A
1002
Pavimento
2015
D
1508
Relleno de calzo
de poste
2016
A
1000
Superficial
2015
D
1511
2016
A
1001
Relleno casi
superficial
Relleno de calzo
de poste
2015
D
2019
2016
A
1003
Nivel incendio
sobre banco
Limpieza superficial
1989
E
B6
-
-
2016
A
1004
Derrumbe de
muro 2004
1989
E
B6
27/XI/89
Estrato II
2016
A
1005
Derrumbe antiguo
1989
E
B6
29/XI/89
Suelo habitación
2016
A
1006
Relleno segunda
fase
1989
E
B6
30/XI/89
Suelo de la casa
habitación
2016
A
1007
Nivel de incendio
antiguo
1989
E
C6
30/XI/89
Cenizas bajo capa
amarilla y cantos
2016
A
2107
Uso
1989
E
B6
1/XII/89
Estrato I
2016
A
2114
Abandono
1989
E
B6
1/XII/89
Relleno roca-fosa
1989
C
B2
2015
E
1600
2015
E
1602
Derrumbe
2015
E
1604
Derrumbe primera
fase -incendio-
Superficial
7/XI/89
Capa 2. Grupo
superior (bajo
superficial)
Superficial
1989
C
B2
7/XI/89
Área 2 / Capa 2º
(bajo superficial)
2015
E
1605
Relleno tumba
1989
C
B2
8/XI/89
Estrato III
2016
F
1803
1989
C
C2
-
-
Relleno con desechos (Testigo B)
2015
C
1200
Superficial
2016
F
1805
2015
C
1201
Superficial
2016
F
1809
2015
C
1202
Superficial
Pavimento primera fase
2015
C
1203
Derrumbe
1989
J
B4
-
2015
C
1204
Pavimento
1989
J
C4
-
2015
C
1209
Relleno de acondicionamiento de
pavimento
2015
J
1400
1989
K
C3
2015
K
1300
Superficial
Superficial
-
-
1989
D
B5
10/XI/89
Estrato I
2015
K
1301
Superficial
1989
D
B5a
13/XI/89
Estrato II
2015
K
1302
Derrumbe
1989
D
B5a
13/XI/89
Estrato III
2015
K
1303
1989
D
B5a
17/XI/89
Estrato III
Relleno de nivelación entre fases
1989
D
B5a
-
-
122
[page-n-138]
ANEXO 11.2
Representación de especies por ámbito (% taxón calculado en relación al NISP). Abreviaturas utilizadas: EQCA: Equus caballus, BOTA:
Bos taurus, SUDO: Sus domesticus, OVAR: Ovis aries, CAHI: Capra hircus, OVCA: Ovis/Capra, CAFA: Canis familiaris, CEEL: Cervus elaphus, SUSC: Sus scrofa, LYPA: Lynx pardinus, ORCU: Oryctolagus cuniculus, VUVU: Vulpes vulpes.
A
ESPECIE
C
D
NISP
%
Peso (g)
NMI
NISP
%
Peso (g)
NMI
NISP
%
Peso (g)
NMI
DO tt
123
63,08
716,30
290
82,62
2235,44
165
53,92
586,17
EQCA
4
2,05
107,62
1
9
2,56
307,61
2
0
0,00
0,00
0
BOTA
9
4,62
68,94
2
21
5,98
567,24
2
8
2,61
76,33
1
SUDO
30
15,38
203,01
2
10
2,85
61,18
4
4
1,31
14,42
2
OVAR
9
4,62
57,63
2
30
8,55
298,83
11
22
7,19
165,50
4
OVCA
63
32,31
214,55
5
210
59,83
916,64
7
123
40,20
294,59
4
CAHI
6
3,08
56,16
3
9
2,56
74,56
3
7
2,29
24,69
2
OVCA tt
78
40,00
328,34
10
249
70,94
1290,03
21
152
49,67
484,78
10
CAFA
2
1,03
8,39
1
1
0,28
9,38
1
1
0,33
10,64
1
SAL tt
72
36,92
171,29
61
17,38
121,53
141
46,08
182,19
CEEL
9
4,62
102,38
2
11
3,13
70,18
1
3
0,98
13,80
1
SUSC
0
0,00
0,00
0
2
0,57
8,88
1
0
0,00
0,00
0
LYPA
1
0,51
3,11
1
1
0,28
7,61
1
0
0,00
0,00
0
ORCU
62
31,79
65,80
13
46
13,11
33,44
3
138
45,10
168,39
15
VUVU
0
0,00
0,00
0
1
0,28
1,42
1
0
0,00
0,00
0
NR
250
_
_
_
579
_
_
_
410
_
_
NISP
195
77,38
_
_
351
60,62
_
_
306
74,63
_
_
ND
57
22,62
_
_
228
39,38
_
_
104
25,37
_
_
E
ESPECIE
J
K
NISP
%
Peso (g)
NMI
NISP
%
Peso (g)
NMI
NISP
%
Peso (g)
NMI
DO tt
153
58,40
878,81
_
88
83,02
589,49
119
87,50
783,97
EQCA
0
0,00
0,00
0
12
12,77
223,16
3
11
8,80
306,88
1
BOTA
14
5,34
186,45
1
13
13,83
94,64
3
1
0,80
3,53
1
SUDO
14
5,34
129,03
4
3
3,19
31,84
1
7
5,60
57,50
2
OVAR
14
5,34
167,78
6
9
9,57
69,37
5
11
8,80
102,94
4
OVCA
95
36,26
310,00
7
50
53,19
149,01
3
82
65,60
246,20
4
CAHI
8
3,05
54,90
3
1
1,06
21,47
1
5
4,00
45,62
2
117
44,66
532,68
16
60
63,83
239,85
9
98
78,40
394,76
10
0
1
OVCA tt
CAFA
8
3,05
30,65
2
0
0,00
0,00
SAL tt
109
41,60
285,19
_
18
16,98
57,39
2
1,60
21,30
17
12,50
58,88
CEEL
4
1,53
193,94
1
6
6,38
37,32
2
6
4,80
47,33
1
SUSC
0
0,00
0,00
0
0
0,00
0,00
0
0
0,00
0,00
0
LYPA
0
0,00
0,00
0
1
1,06
7,03
1
0
0,00
0,00
0
ORCU
105
40,08
91,25
12
11
11,70
13,04
3
11
8,80
11,55
2
VUVU
0
0,00
0,00
0
0
0,00
0,00
0
0
0,00
0,00
0
NR
503
_
_
323
_
_
200
_
_
NISP
262
55,02
_
_
94
29,10
_
_
125
62,50
_
_
ND
241
47,91
_
_
229
70,90
_
_
75
37,50
_
_
123
[page-n-139]
ANEXO 11.3. DATOS BIOMÉTRICOS DE LA MUESTRA DE CARAMORO I
Las dimensiones consideradas en el apartado biométrico de este estudio responden a la propuesta desarrollada por el Laboratori
d’Arqueozoologia de la UAB. A continuación, se incluyen las abreviaturas empleadas en este anexo y entre paréntesis se indica la abreviatura correspondiente a la sistematización de Driesch (1976). Las medidas que no disponen de ésta correspondencia se señalan con un
guión (-).
Esqueleto post-craneal
AC
-
Anchura del Caput (fémur).
AD
(SD)
Anchura mínima de la diáfisis.
Ad
(Bd)
Anchura máxima distal.
AM
(GB)
Anchura máxima.
AmrI
(SB)
Anchura mínima de la rama del Ilion (pelvis).
Ap
(Bp)
Anchura máxima proximal.
aPC
(DC)
Medida antero-posterior del Caput (fémur).
aPC
(SLC)
Medida antero-posterior del Collum (escápula).
aPD
(DD)
Medida antero-posterior de la diáfisis (metacarpo y metatarso).
aPd
(Dd)
Medida antero-posterior distal.
aPla
(Dl)
Medida antero-posterior lateral (talus de rumiantes).
aPM
-
Medida antero-posterior máxima (calcáneo y huesos cortos).
aPme
(Dm)
Medida antero-posterior medial (talus de rumiantes).
aPP
(GLP)
Medida antero-posterior del proceso articular (escápula).
aPp
(Dp)
Medida antero-posterior máxima proximal.
aPPa
(DPA)
Medida antero-posterior del proceso Anconaeus (ulna).
aPS
(LG)
Medida antero-posterior mínima de la superficie articular hasta el borde caudal de la ulna.
aPsD
-
Medida antero-posterior máxima supra diáfisis (ulna).
aPSd
(Dd)
Medida antero-posterior de la superficie articular distal (metacarpo y metatarso).
AS
(BG)
Anchura de la superficie articular (escápula).
ASd
(BT)
Anchura de la superficie articular distal (húmero, radio, metacarpo y metatarso).
ASp
(BFp)
Anchura de la superficie articular proximal (radio, ulna).
ATd
-
Anchura de la tróclea distal (fémur).
ATr
(BTr)
Anchura de la región del Trochanter tertius (lagomorfos).
BF
(BF)
Anchura de la facies articular (FA3 de équidos).
HmrI
(SH)
Altura mínima de la rama del Ilion (pelvis).
HMSd
-
Altura máxima de la superficie articular distal (húmero).
HmSd
-
Altura mínima de la superficie articular distal (húmero).
HO
(LO)
Altura máxima del Olecranon (ulna de rumiantes).
HS
(HP)
Altura de la superficie articular (FA3 de équidos y artiodáctilos).
HSp
-
Altura de la superficie articular proximal (ulna).
LA
(LA)
Longitud del Acetabulum incluyendo el labio (pelvis).
LAb
(LAR)
Longitud del Acetabulum en el borde interior (pelvis).
LC
(GLC)
Longitud máxima desde el Caput (húmero, fémur).
Ldo
(Ld)
Longitud de la superficie dorsal (FA3 de équidos y artiodáctilos).
LDP
(DLS)
Longitud diagonal (FA3 de équidos y artiodáctilos).
LE
(HS)
Longitud máxima en la región de la espina (escápula).
LF
(LF)
Longitud de la superficie articular (FA3 de équidos).
Lla
(GLl)
Longitud lateral (talus artiodáctilos).
LM
(GL)
Longitud máxima.
124
[page-n-140]
Lme
(GLm)
Longitud medial (talus artiodáctilos).
LMpe
(GLpe)
Longitud máxima periférica (FA1 y 2 de artiodáctilos).
LPc
-
Longitud del proceso calcáneo (calcáneo de équidos y artiodáctilos).
MBS
MBS
Anchura media de la cara plantar (FA3 de suidos y rumiantes).
SDO
SDO
Profundidad mínima del Olecranon (ulna).
Bos taurus
HUE
NIN YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
HU
LM
LC
Ap
aPp
AD
399
CMI
C
B2
BOTA
F
LA
LAb
PEL
LM
209
CMI
C
B2
BOTA
F
FA2
A9
CMI
A
FA3
996
CMI
E
D4Inf
493
M2Inf
69,31 52,04
LMpe
F
36,69
LDP
B6
BOTA
F
69,42
LM
AM
CMI
J
B4
_
11,51
LM
AM
494
CMI
J
B4
BOTA
6-8 años
26,72
10,80
UE
ESP
1001 BOTA
BOTA 15-26 meses
Ap
APp
Ad
ASd
HMSd
HmSd
63,92 62,42
35,29
26,27
Hmrl Amrl
AD
Ad
APd
25,47 26,10 19,23 20,71 23,37
Ldo
MBS
53,32 24,34
Cervus elaphus
HUE
CAL
M2Sup
NIN YAC AMB
1984 CMI
A107 CMI
EF
Medidas
LM
AM
aPM
A
A
CEEL
F
74,50
19,53
27,36
LM
AM
Mayor de 2 años
23,55
13,60
A
1005 CEEL
LPc
27,45
125
[page-n-141]
Equus caballus
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
MP
Ad
ASd
aPd
aPSd
1614
CMI
C
C2
EQCA
F
42,45
42,83
32,74
25,69
FA3
LM
HP
Ldo
AM
BF
LF
215
CMI
C
B2
EQCA
F
57,89
37,83
48,59
70,14
40,38
23,31
SES
LM
AM
216
CMI
C
B2
EQCA
_
40,83
12,50
Capra hircus
HUE
NIN YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
HU
LM
LC
Ap
aPp
AD
Ad
127
CMI
A
A
CAHI
F
13,80
R
LM
Ap
ASp
APp
AD
270
CMI
C
B2
CAHI
F
27,06
717
CMI
D
B5
CAHI
F
PEL
LA
LAb
Hmrl Amrl
C
C2
CAHI
F
27,15
22,85
15,58 7,45
LM
Ap
AC
ATr
aPC
AD
aPM
LPc
FE
1485 CMI
A76
CMI
A
1005 CAHI PF (3,5 años)
26,07 14,08
ASd HMSd
HmSd
27,37
27,8
16,07
12,67
Ad
ASd
APd
21,12
16,52 14,42
MACHO
Ad
ATd
32,27 38,07
CAL
LM
AM
739
CMI
D
B5a
CAHI
F
48,54
16,14
18,67 19,13
961
CMI
E
B6
CAHI
_
18,19 17,16
TA
Lla
Lme
aPla aPme
Ad
874
CMI
D
B5a
CAHI
_
28,60
26,06
14,13 14,05 18,26
MT
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPd
aPSd
E
B6
CAHI
18,13
16,49
APp
AD
Ad
APd
12,15 8,66
8,89
10,7
FA2
126
1123 CMI
1902 CMI
LMpe
Ap
E
C6
CAHI
F
25,48
11,92
[page-n-142]
Capra hircus
HUE
NIN YAC AMB
D2Inf
UE
ESP
EF
Medidas
LM
AM
1909 CMI
E
C6
CAHI
0-2 semanas
5,94
3,41
1688 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
5,32
3,35
LM
AM
D3Inf
1909 CMI
E
C6
CAHI
0-2 semanas
8,45
4,64
1799 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
8,62
4,80
1688 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
9,03
4,97
LM
AM
D4Inf
1689 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
14,19
5,37
1688 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
14,85
6,32
1799 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
14,79
6,63
LM
AM
P3Inf
1878 CMI
K
C3
CAHI
_
8,13
4,74
175
C
B2
CAHI
2-3 años
9,26
3,90
CMI
P4Inf
LM
AM
175
CMI
C
B2
CAHI
2-3 años
11,71
5,23
M1Inf
LM
AM
474
CMI
J
B4
CAHI
1-2 años
15,13
6,71
175
CMI
C
B2
CAHI
2-3 años
9,36
1,76
1689 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
12,75
5,12
1799 CMI
K
C3
CAHI
6-12 meses
15,00
6,30
1572 CMI
C
C2
CAHI
6-12 meses
16,01
6,74
M2Inf
LM
AM
175
CMI
C
B2
CAHI
2-3 años
12,25
1,71
Ovis aries
HUE
NIN
UE
ESP
EF
Medidas
YAC AMB
E
aPC
aPP
aPS
AS
LE
1466
CMI
C
C2
OVAR
F
14,79
26,74 18,39 16,87
805
CMI
D
B5a
OVAR
F
13,81
27,22 19,24 16,69
127
[page-n-143]
Ovis aries
HUE
NIN
UE
ESP
EF
Medidas
YAC AMB
HU
LM
LC
Ap
aPp
AD
877
CMI
D
B5a
OVAR
F
25,54 25,25
16,65
12,43
734
CMI
D
B5
OVAR
F
8,70
20,12 20,35
11,02
7,75
R
LM
Ap
ASp
APp
AD
716
CMI
D
B5
OVAR
F
UL
LM
HO
A100
CMI
A
1005
OVAR
F
PEL
LM
LA
351
CMI
C
B2
OVAR
F
23,23 24,42 13,16 13,70
aPPa
aPS
Ad
ASd
Ad
ASd
APd
ASp
SDO
APsD HSp
22,57 14,50 13,88 19,18 19,22
LAb
HMSd HmSd
Hmrl Amrl
26,65 21,48 12,50
6,36
FE
LM
Ap
AC
ATr
aPC
AD
Ad
ATd
740
CMI
D
B5a
OVAR
F
32,21
38,31
Ap
APp
AD
Ad
ASd
aPd
TI
LM
945
CMI
E
B6
OVAR
F
CAL
LM
AM
D106
CMI
D
1503
OVAR
PF (3 años)
48,54
477
CMI
J
B4
OVAR
_
22,19 17,75 11,81
aPM
LPc
19,28 17,66
16,23 19,65 18,61
TA
Lla
350
CMI
C
B2
OVAR
_
25,32
24,31 14,14 14,38 15,85
Lme
D107
CMI
D
1503
OVAR
_
24,91
23,79 14,43
MC
LM
973
CMI
E
B6
OVAR
_
CENTQ
LM
AM
D108
CMI
D
1503
OVAR
_
17,16
19,35
Ap
aPla
aPp
aPme
15,60
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
19,52 13,30 11,32
C 2+3
LM
AM
206
CMI
C
B2
OVAR
_
16,85
15,43
Ad
FA2
LMpe
Ap
APp
AD
Ad
APd
372
CMI
C
B2
OVAR
5-7 meses
21,04
11,92
12,57
9,02
9,34
11,29
128
[page-n-144]
Ovis aries
HUE
NIN
YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
D2Inf
LM
AM
168
CMI
1571
CMI
A
A
OVAR
6-12 meses
6,06
3,05
C
C2
OVAR
2-6 meses
5,14
2,58
174
690
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
5,75
3,29
CMI
D
B5
OVAR
6-12 meses
5,41
2,88
D3Inf
LM
AM
168
CMI
A
A
OVAR
6-12 meses
7,30
_
1122
CMI
C
C2
OVAR
_
8,15
4,44
1470
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
7,30
4,69
174
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
9,56
4,38
1571
CMI
C
C2
OVAR
2-6 meses
9,42
4,43
304
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
7,27
4,74
690
CMI
D
B5
OVAR
6-12 meses
7,60
4,74
1687
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
8,90
4,76
D4Inf
LM
AM
168
CMI
A
A
OVAR
6-12 meses
17,35
6,41
1470
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
14,29
5,58
1469
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
14,53
5,97
304
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
16,92
5,55
174
CMI
C
B2
OVAR
2-6 meses
17,82
5,64
D150
CMI
D
1504
OVAR
2-6 meses
15,63
4,92
690
CMI
D
B5
OVAR
6-12 meses
17,95
5,81
D151
CMI
D
1504
OVAR
6-12 meses
17,57
6,32
801
CMI
D
B5a
OVAR
6-12 meses
15,27
6,37
1687
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
14,90
6,18
1794
CMI
K
C3
OVAR
2-6 meses
18,70
5,58
I2Inf
LM
AM
393
CMI
C
B2
OVAR
_
6,97
2,99
P2Inf
LM
AM
1471
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
5,78
4,25
P3Inf
LM
AM
99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
7,21
5,88
1471
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
6,27
5,10
1472
CMI
C
C2
OVAR
8-10 años
7,78
5,00
1997
CMI
J
C4
OVAR
1-2 años
8,67
5,24
473
CMI
J
B4
OVAR
8-10 años
7,26
5,88
129
[page-n-145]
Ovis aries
HUE
NIN
YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
P4Inf
LM
AM
99
CMI
A99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
6,90
5,74
A
1005
OVAR
8-10 años
9,33
6,65
305
1471
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
8,89
5,62
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
8,22
5,92
1472
CMI
C
C2
OVAR
8-10 años
9,76
5,91
1910
CMI
E
C6
OVAR
3-4 años
9,92
6,06
1908
CMI
E
C6
OVAR
8-10 años
6,94
5,25
473
CMI
J
B4
OVAR
8-10 años
8,14
6,64
M1Inf
LM
AM
168
CMI
A
A
OVAR
6-12 meses
15,24
6,27
99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
8,53
6,45
1470
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
12,34
6,38
1474
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
12,91
6,74
1469
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
13,13
6,99
386
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
16,41
7,43
305
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
11,89
7,48
176
CMI
C
B2
OVAR
6-12 meses
8,57
1,91
1475
CMI
C
C2
OVAR
6-12 meses
13,87
6,86
1473
CMI
C
C2
OVAR
6-12 meses
16,18
6,90
1471
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
10,06
6,26
690
CMI
D
B5
OVAR
6-12 meses
15,44
5,56
1910
CMI
E
C6
OVAR
3-4 años
12,66
6,94
1912
CMI
E
C6
OVAR
6-12 meses
13,74
7,28
1908
CMI
E
C6
OVAR
8-10 años
9,41
6,67
1997
CMI
J
C4
OVAR
1-2 años
15,33
6,75
574
CMI
J
B4
OVAR
8-10 años
10,78
7,23
575
CMI
J
B4
OVAR
8-10 años
13,00
7,83
1687
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
12,78
6,81
1690
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
14,02
6,91
1800
CMI
K
C3
OVAR
6-12 meses
14,73
6,19
1797
CMI
K
C3
OVAR
6-12 meses
15,36
7,92
M2Inf
LM
AM
99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
11,25
7,51
1474
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
15,30
6,53
1470
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
15,38
6,64
386
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
13,80
7,19
1469
CMI
C
C2
OVAR
1-2 años
17,17
7,44
305
CMI
C
B2
OVAR
1-2 años
15,00
7,68
1473
CMI
C
C2
OVAR
6-12 meses
17,29
6,01
1475
CMI
C
C2
OVAR
6-12 meses
16,30
6,59
130
[page-n-146]
Ovis aries
HUE
NIN
YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
M2Inf
LM
AM
303
1471
CMI
C
B2
OVAR
6-12 meses
18,62
7,31
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
13,78
7,66
1910
CMI
E
C6
OVAR
3-4 años
16,79
7,36
1913
CMI
E
C6
OVAR
6-12 meses
17,00
6,84
1908
CMI
E
C6
OVAR
8-10 años
10,40
6,93
1687
CMI
K
C3
OVAR
1-2 años
15,85
6,95
M3Inf
LM
AM
99
CMI
A
A
OVAR
8-10 años
21,15
7,89
1471
CMI
C
C2
OVAR
6-8 años
20,13
7,57
1908
CMI
E
C6
OVAR
8-10 años
20,12
7,30
Ovicaprino
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
PEL
LM
LA
LAb
Hmrl
Amrl
1585
CMI
C
C2
OVCA
F
12,78
8,95
1586
CMI
C
C2
OVCA
_
11,84
7,50
FE
LM
Ap
AC
ATr
aPC
AD
Ad
ATd
D160
CMI
D
1505
OVCA
F
13,09
MACHO
TI
LM
Ap
APp
AD
Ad
ASd
aPd
D161
CMI
D
1505
OVCA
F
12,80
D2Sup
D3Sup
D4Sup
LM
AM
367
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
8,14
5,55
D199
CMI
D
1505
OVCA
JUV
8,25
5,55
LM
AM
169
CMI
A
A
OVCA
6-12 meses
8,12
5,08
366
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
10,77
8,31
367
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
12,84
8,29
LM
AM
169
CMI
A
A
OVCA
6-12 meses
13,06
7,41
366
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
10,40
10,32
307
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
10,42
9,93
131
[page-n-147]
Ovicaprino
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
P3Sup
LM
261
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
306
CMI
C
B2
OVCA
3-4 años
100
CMI
A
A
OVCA
C60
CMI
C
1201
394
CMI
C
B2
261
CMI
C
306
CMI
C
D197
CMI
P4Sup
M1Sup
M2Sup
132
AM
8,50
_
7,86
5,29
LM
AM
2-3 años
7,43
_
OVCA
_
8,95
8,74
OVCA
1-2 años
9,58
7,83
B2
OVCA
1-2 años
9,48
_
B2
OVCA
3-4 años
10,29
8,21
D
1505
OVCA
2-4 años
8,52
8,40
LM
AM
100
CMI
A
A
OVCA
2-3 años
11,06
_
169
CMI
A
A
OVCA
6-12 meses
14,50
8,41
366
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
14,00
10,81
261
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
12,79
10,11
307
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
15,03
10,28
306
CMI
C
B2
OVCA
3-4 años
12,45
10,85
1573
CMI
C
C2
OVCA
6-12 meses
16,01
6,74
1573
CMI
C
C2
OVCA
6-12 meses
13,54
10,20
1468
CMI
C
C2
OVCA
6-12 meses
16,56
10,96
367
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
14,08
9,55
262
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
13,64
8,85
265
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
8,97
5,25
D197
CMI
D
1505
OVCA
2-4 años
11,66
10,40
1334
CMI
E
B6
OVCA
1-2 años
13,56
10,45
1334
CMI
E
B6
OVCA
1-2 años
16,36
10,41
1333
CMI
E
B6
OVCA
6-12 meses
13,11
9,36
1914
CMI
E
C6
OVCA
6-12 meses
13,47
8,88
475
CMI
J
B4
OVCA
6-12 meses
14,75
10,25
1793
CMI
K
C3
OVCA
1-2 años
12,73
8,92
K12
CMI
K
1302
OVCA
2-4 años
11,88
11,36
LM
AM
100
CMI
A
A
OVCA
2-3 años
13,44
9,18
A110
CMI
A
1005
OVCA
2-4 años
15,08
10,07
366
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
16,62
9,45
261
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
15,30
9,53
263
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
14,82
5,70
298
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
16,01
9,87
307
CMI
C
B2
OVCA
1-2 años
16,61
9,60
306
CMI
C
B2
OVCA
3-4 años
15,94
10,27
[page-n-148]
Ovicaprino
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
M2Sup
LM
AM
M3Sup
367
CMI
C
B2
OVCA
6-12 meses
15,10
9,55
1917
CMI
E
C6
OVCA
1-2 años
16,84
_
1915
CMI
E
C6
OVCA
2-3 años
15,30
9,92
1916
CMI
E
C6
OVCA
2-3 años
14,74
10,24
1333
CMI
E
B6
OVCA
6-12 meses
15,34
8,70
1996
CMI
J
C4
OVCA
1-2 años
17,08
8,85
1792
CMI
K
C3
OVCA
1-2 años
15,82
9,24
LM
AM
100
CMI
A
A
OVCA
2-3 años
17,84
10,33
264
CMI
C
B2
OVCA
2-3 años
11,44
4,95
266
CMI
C
B2
OVCA
2-3 años
11,49
_
306
CMI
C
B2
OVCA
3-4 años
17,62
10,05
1918
CMI
E
C6
OVCA
4-6 años
16,57
9,43
UE
ESP
Sus domesticus
HUE
NIN
YAC AMB
EF
Medidas
E
aPC
aPP
aPS
AS
LE
1714
CMI
K
C3
SUDO
F
21,04
UL
LM
HO
aPPa
aPS
APsD
1928
CMI
E
C6
SUDO
_
34,21
CAL
LM
AM
aPM
LPc
1818
CMI
K
C3
SUDO
F
19,00
28,59
MC II
LM
Ap
aPp
AD
Ad
A160
CMI
A
53,88
6,51
10,15
6,25
MT V
A84
CMI
A
2114 SUDO PF (2 años)
1005 SUDO
HSp
ASp
23,17 20,49 23,90 20,26
ASd
aPD
SDO
aPSd
11,18 11,54 12,47 15,11
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
_
5,54
11,33
5,42
AD
Ad
APd
FA1
LMpe
Ap
ASp
APp
212
CMI
C
B2
SUDO
F
33,66
15,96
15,24
16,29 12,64 14,18 10,33
P2Inf
LM
AM
1919
CMI
E
C6
SUDO
_
10,01
6,10
133
[page-n-149]
Canis familiaris y Vulpes vulpes
HUE
NIN
YAC
AMB
UE
ESP
EF
Medidas
E
aPC
aPP
aPS
AS
LE
1520
CMI
C
C2
CAFA
F
18,74
22,96
19,04
14,76
UL
LM
HO
aPPa
aPS
APsD
HSp
ASp
SDO
1006
CMI
E
B6
CAFA
F
19,06
19,96
11,49
17,52
18,43
12,93
17,63
TI
LM
Ap
APp
AD
Ad
ASd
aPd
1009
CMI
E
B6
CAFA
F
10,78
17,95
12,47
13,02
1114
CMI
E
B6
CAFA
F
26,23
30,86
CAL
LM
AM
aPM
LPc
1986
CMI
A
A
CAFA
F
38,01
14,01
15,96
MT III
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
1230
CMI
E
B6
CAFA
_
10,41
14,44
MT IV
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
C115
CMI
C
1203
VUVU
_
50,74
4,35
_
4,86
6,85
6,14
4,89
5,60
MD
6
10
14
18
1715
CMI
K
C3
CAFA
_
91,17
33,61
19,08
46,45
Lynx pardina
HUE
NIN
HU
1519
TI
134
YAC AMB
UE
ESP
EF Medidas
LM
LC
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
HMSd
CMI
C
C2
LYPA
F
7,17
19,50
12,8
10,73
LM
Ap
APp
AD
Ad
ASd
aPd
66
CMI
A
A
LYPA
F
8,81
15,45
15,15
10,31
[page-n-150]
Oryctolagus cuniculus
HUE
NIN
YAC AMB
UE
ESP
EF
E
Medidas
aPC
aPP
aPS
8,08
6,77
7,39
8,11
6,88
299
CMI
C
B2
ORCU
F
4,31
D62
CMI
D
1503
ORCU
F
4,23
AS
D61
CMI
D
1503
ORCU
F
4,41
8,08
7,44
7,22
D66
CMI
D
1503
ORCU
F
4,69
8,66
7,08
7,23
762
CMI
D
B5a
ORCU
F
4,10
8,70
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6,18
6,56
13,74
6,34
6,33
12,49
10,94
13,44
10,88
12,17
11,70
6,50
16,27
7,30
15,86
6,89
E
B6
ORCU
F
B6
ORCU
F
1323
CMI
E
B6
ORCU
F
1222
CMI
E
B6
ORCU
F
957
CMI
E
B6
ORCU
F
15,16
5,59
15,76
6,59
11,98
13,44
6,60
E
12,49
7,00
15,02
CMI
11,71
7,38
F
CMI
12,43
6,47
6,24
1032
ATd
6,14
6,60
80,43
Ad
5,97
15,60
15,22
1040
AD
15,86
5,97
532
CMI
J
B4
ORCU
F
14,40
5,84
13,29
5,77
533
CMI
J
B4
ORCU
F
15,62
6,38
13,75
5,99
2000
CMI
J
C4
ORCU
F
14,43
5,73
13,36
5,97
6,29
[page-n-154]
Oryctolagus cuniculus
HUE
NIN
YAC AMB
A88
CMI
A
1005
38
CMI
A
A
ORCU
F
TI
UE
ESP
EF
Medidas
LM
ORCU
F
C83
CMI
C
1202
ORCU
F
219
CMI
C
B2
ORCU
F
89,38
Ap
APp
12,56 13,02
AD
Ad
aPd
ASd
4,68
10,48
8,51
5,53
5,21
10,59
8,72
5,88
5,22
11,56
8,73
5,98
11,47
9,35
6,14
13,20 13,47
D64
CMI
D
1503
ORCU
F
D171
CMI
D
1505
ORCU
F
889
CMI
D
B5a
ORCU
F
14,06 14,14
890
CMI
D
B5a
ORCU
F
12,90 13,63
891
CMI
D
B5a
ORCU
F
13,91 14,30
894
CMI
D
B5a
ORCU
F
5,63
11,42
9,12
6,4
825
CMI
D
B5a
ORCU
F
5,43
10,90
8,74
6,06
712
CMI
D
B5
ORCU
F
13,84 13,96
5,29
713
CMI
D
B5
ORCU
F
13,76 13,78
4,70
766
CMI
D
B5a
ORCU
F
13,88 14,15
767
CMI
D
B5a
ORCU
F
13,64 14,60
11,51
8,93
6,16
5,06
10,48
8,51
5,55
768
CMI
D
B5a
ORCU
F
1011
CMI
E
B6
ORCU
F
1013
CMI
E
B6
ORCU
F
12,89 13,19
4,98
5,30
88,23
5,08
13,29 14,05
5,46
14,61 14,35
4,41
1015
CMI
E
B6
ORCU
F
5,23
10,24
8,48
5,6
1016
CMI
E
B6
ORCU
F
5,51
9,88
8,73
5,9
955
CMI
E
B6
ORCU
F
4,87
10,44
9,36
6,23
CAL
LM
AM
aPM
A133
CMI
A
1005
ORCU
F
20,28
7,56
6,51
410
CMI
C
B2
ORCU
F
21,65
7,66
7,23
430
CMI
C
B2
ORCU
F
7,38
7,14
D43
CMI
D
1502
ORCU
F
21,24
8,09
D74
CMI
D
1503
ORCU
F
20,77
8,10
6,11
911
CMI
D
B5a
ORCU
F
21,29
8,24
6,82
LM
AM
CMI
C
B2
ORCU
_
10,15
5,43
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
CMI
D
1503
ORCU
18,45
2,91
3,77
2,02
2,96
2,66
1,89
2,52
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
A134
CMI
A
1005
ORCU
33,23
3,53
5,28
3,05
4,28
4,17
2,91
3,76
68
CMI
A
A
ORCU
3,16
4,22
3,98
3,18
3,69
TA
220
MC IV
D60
MT II
139
[page-n-155]
Oryctolagus cuniculus
HUE
NIN
MT IV
67
YAC AMB
UE
ESP
EF
Medidas
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPd
aPSd
CMI
A
A
ORCU
31,74
3,50
5,51
2,71
3,95
3,59
3,3
2,78
3,25
3,49
3,40
1108
CMI
E
B6
ORCU
31,10
3,92
4,80
2,70
3,74
1857
CMI
K
C3
ORCU
31,90
3,52
5,65
2,68
3,79
LM
Ap
aPp
AD
Ad
ASd
aPD
aPSd
A64
CMI
A
1005
ORCU
26,87
4,96
4,15
2,25
3,40
3,26
2,56
2,89
1
2
3
4
5
6
7 *
A142
CMI
A
1005
ORCU
17,65
10,60
A141
CMI
A
1005
ORCU
16,28
10,36
D67
CMI
D
1503
ORCU
13,58 28,16 14,58
9,43
D69
CMI
D
1503
ORCU
15,25
10,33
D68
CMI
D
1503
ORCU
15,35
10,22
D70
CMI
D
1503
ORCU
16,32
9,72
D71
CMI
D
1503
ORCU
15,86
10,64
D135
CMI
D
1504
ORCU
13,17 27,77 14,60
9,94
909
CMI
D
B5a
ORCU
13,67 29,84 16,17
9,39
MT V
MD
3,02
910
CMI
D
B5a
ORCU
14,27 29,75 15,48
11,21
831
CMI
D
B5a
ORCU
13,87 26,34 12,47
9,00
754
CMI
D
B5a
ORCU
16,01 29,82 13,81
10,18
755
CMI
D
B5a
ORCU
13,10 27,42 14,32
9,01
1069
CMI
E
B6
ORCU
13,43 28,26 14,83
10,59
1070
CMI
E
B6
ORCU
13,54
15,49
9,42
1071
CMI
E
B6
ORCU
12,54
13,56
8,61
1072
CMI
E
B6
ORCU
14,15
15,73
10,41
1073
CMI
E
B6
ORCU
11,26
12,18
8,17
534
CMI
J
B4
ORCU
12,81 26,61 13,80
7,93
535
CMI
J
B4
ORCU
14,89 32,28 17,39
9,95
* La dimensión número 7 de la mandíbula (MD) corresponde a la altura del diastema (Jones, 2005). El resto de dimensiones de este hueso son
las recogidas por Driesch (1976: Fig. 25).
140
[page-n-156]
12
Los intrumentos líticos en la vida cotidiana de Caramoro I
Francisco Javier Jover Maestre y Sergio Martínez Monleón
INTRODUCCIÓN
En los asentamientos argáricos suele ser habitual la documentación de una amplia gama de útiles elaborados sobre distintos tipos
de rocas empleados en numerosos menesteres. Los primeros estudios publicados en el siglo XIX, ya destacaron la presencia de
un buen número de artefactos líticos entre las evidencias materiales, en especial, de los instrumentos de molienda (Moreno, 1942
[1870]). Fueron los hermanos Siret (1890), los que, de forma sistemática, pusieron en evidencia su trascendencia en las prácticas
y economía de los grupos campesinos de la Edad del Bronce. Sin
embargo, hubo que esperar a la década de 1950 para encontrar la
primera publicación específica sobre la caracterización tipológica
de los útiles y las armas de El Argar (Cuadrado, 1950), y, treinta
años después, a la tesis doctoral de V. Lull (1983: 219-220, 420424), para disponer de un trabajo de análisis integral en el que se
destacaba y se reflexionaba sobre la importancia de los objetos
líticos como instrumentos de producción agrícola.
En los últimos años, el desarrollo de diversos proyectos de
investigación que han tenido como eje central el estudio de la
sociedad argárica en su globalidad, ha posibilitado reconocer la
importancia que entre los complejos artefactuales tuvieron los
instrumentos líticos (Risch, 1995, 1998; 2002; Martínez y Risch,
1999; Delgado Raack, 2008; 2013a; Afonso, 2000; Carrión, 2000;
Jover, 1997; 2014), pero también en otras zonas próximas como
el área del Levante de la península ibérica (De Pedro, 1985; Jover,
1997; 1998a; 1998b; 1998c; 2008; 2009), iniciándose en ambos
espacios, los primeros estudios de carácter traceológico (Jover,
1997; Jover et al., 2019; Clemente et al., 1999; Gibaja, 1999;
2002; 2003; Risch, 2002; Delgado Raack, 2008; 2013a; 2013b).
En las diferentes líneas de investigación emprendidas, los
planteamientos teóricos y metodológicos aplicados han venido
mostrando la relación directa que se puede establecer, como hipótesis de funcionalidad probable, entre la forma y la función de
cada grupo de objetos. Así, los instrumentos líticos, en especial,
los destinados al consumo productivo, participaron en numerosos procesos de trabajo –labores agrícolas, producción de instrumental óseo, labores metalúrgicas, etc.–, y ocuparon un lugar central en tareas de procesado de alimentos (Carrión, 2000;
Risch, 2002; Jover, 2008; Delgado Raack, 2013a; Jover, 2014).
Además, el análisis de su producción y su participación en otras
labores permite deducir aspectos relacionados con la organización social del trabajo, al haber sido elaborados siguiendo una
serie de procesos de trabajo lógica y secuencialmente establecidos, que implicaron desde la localización de los recursos naturales potenciales, la obtención de los soportes, los procesos de
manufactura y consumo, hasta su transporte, almacenamiento,
mantenimiento y desecho en cualquiera de los momentos del
ciclo producción-consumo (Marx, 1981; Jover, 1999a).
El estudio que aquí presentamos sobre el instrumental lítico
de Caramoro I es un nuevo caso de estudio aunque con limitaciones severas. La escasa información disponible sobre el contexto
de aparición de la mayor parte de los útiles líticos recuperados en
las antiguas excavaciones realizadas en Caramoro I, así como el
hecho de que el número de efectivos se ha visto reducido considerablemente al no haberse conservado buena parte de los mismos
en los fondos del MAHE, son algunos de los problemas que reducen, considerablemente, las inferencias deducibles de su estudio.
Estas dificultades no impiden, por otro lado, clasificar e incluso
proponer algunas hipótesis para el conjunto de los objetos recuperados de las antiguas excavaciones, junto a los obtenidos en las
intervenciones efectuadas en 2015 y 2016.
EL REGISTRO ARTEFACTUAL LÍTICO
DE CARAMORO I
El presente trabajo parte de la idea de considerar que prácticamente la totalidad de los artefactos líticos fueron instrumentos
de trabajo (Semenov, 1981), así como preformas o desechos
141
[page-n-157]
Figura 12.1. Representación
porcentual de los grupos
tipológicos de los objetos
líticos documentados en las
antiguas excavaciones en
Caramoro I.
relacionados con su producción. Partiendo de esta idea, se pretende representar los diferentes procesos de trabajo en los que
pudieron participar, pudiendo, de este modo, concretar las labores que de forma habitual serían efectuadas en las distintas
estancias del asentamiento.
El conjunto de procesos de trabajo relacionados con la producción lítica que pretendemos representar, pueden ser observados a través de las diferentes unidades de observación y análisis.
Ante la imposibilidad de reconocer áreas de actividad en las
excavaciones de Caramoro I, debemos partir necesariamente,
de la información implícita en los objetos –como productos–,
para, en algunos casos, complementarla con la limitada información contextual obtenida las excavaciones antiguas y de las
labores efectuadas en 2015 y 2016. Los criterios seguidos para
el estudio del conjunto son los mismos que los propuestos y
explicitados en trabajos previos (Jover, 2008; 2014), por lo que
no consideramos necesario insistir en ellos.
El registro artefactual
El conjunto de evidencias líticas analizadas asciende a un total
de 155 efectivos. En las excavaciones efectuadas entre 1981 y
1993 en Caramoro I se documentaron un total de 100 objetos
líticos. De este conjunto, 67 piezas corresponden a productos
líticos tallados sobre sílex, mientras que el resto –33– son bloques o cantos sin modificar –con o sin señales de uso–, soportes
desbastados, piqueteados y/o pulidos. A este reducido conjunto,
claramente disminuido durante el proceso de excavación efectuado en su momento, fruto de únicamente la selección de las
piezas completas o singulares –mucho más evidente en el caso
de los instrumentos de molienda–, debemos sumar los 55 objetos documentados en los trabajos desarrollados en los espacios
A, B, C, D y E en 2015 –35– y A y testigo B en 2016 –20–.
De ellos, 28 son evidencias relacionadas con la talla del sílex,
que sumados a las 67 piezas de anteriores excavaciones, queda
patente que la mayor parte del registro artefactual corresponde
a restos de talla e instrumentos líticos tallados en sílex –95 efectivos, 61,29 % sobre un total de 155 evidencias.
142
Distribución por grupos tipológicos y materias primas
En el conjunto artefactual recuperado se incluyen soportes de
diferentes litologías en los que no se observa ninguna modificación ni desbastado; los obtenidos por procesos de talla, así
como los desbastados, piqueteados y pulidos. Dentro de los
grupos tipológicos diferenciados, se ha distinguido entre los
productos líticos tallados –nódulos, núcleos, lascas, indeterminados y productos retocados (dientes de hoz, tabletas de
hoz y denticulados)–, junto a los bloques desbastados, piqueteados y/o pulidos –alisadores, afiladeras, bloques desbastados o sin desbastar, cantos, instrumentos pulidos de cara plana –entre los que incluimos fragmentos y/o esquirla pulida–,
instrumentos de molienda y triturado – molinos, molederas,
morteros y mano de mortero–, percutores y placas con o sin
perforación. Por su parte, las materias primas identificadas
han sido variadas, aunque habituales en el contexto regional.
A grandes rasgos cabe destacar la presencia de areniscas, calizas, conglomerados y microconglomerados, cuarcitas, diabasas/metabasitas, micaesquistos y sílex.
Observando la relación entre tipos líticos y materias primas, recogido en las tablas 12.1 y 12.2, destaca la presencia
de restos líticos y útiles tallados en sílex –95 piezas–, mientras que el resto de soportes –60– presenta señales de desbastado, piqueteado y/o pulidos, aunque en su mayor parte
corresponden a fragmentos de instrumentos. Los ejemplares
registrados durante las excavaciones de R. Ramos Fernández
ascienden a 61 objetos, mientras que los procedentes de las
intervenciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura suman
39 (fig. 12.1).
En relación con la distribución espacial de los objetos
documentados en las antiguas excavaciones contamos con
alguna información contextual. De los 100 soportes líticos,
13 fueron documentados en la habitación A; 2 en la B; 1 en
la zona de contacto entre la habitación B y D; 3 fueron recuperados en la habitación C; 6 fueron documentados en la
D; 5 fueron registrados en la E; 1 en la habitación I; 1 fue
recuperado en el espacio K y 48 tienen una procedencia indeterminada dentro del asentamiento.
[page-n-158]
Tabla 12.1. Relación entre grupos tipológicos y materias primas de los materiales de las antiguas excavaciones depositados en el MAHE.
Arenisca
Caliza
Congomerado /
Microconglomerado
Cuarcita
Diabasas /
Metabasitas
Esquistos
Sílex
Total
%
3
3
3
1
1
1
1
1
1
13
13
13
1
1
1
Debris
1
1
1
Dientes de hoz
12
12
12
Hachas
1
1
1
Indeterminados
Ins. pulidos
cara plana
Láminas
16
16
16
3
3
1
7
7
2
2
2
Lascas
18
18
18
Molederas
5
5
5
Molinos
15
15
15
Núcleos
2
2
2
Percutores
1
1
1
Tabletas de hoz
1
1
1
Total
3
3
20
1
5
1
67
100
100
%
3
3
20
1
5
1
67
100
Afiladeras/
alisadores
Astillas
Azuelas
Chunks/
Indeterminados
Cúpula térmica
Tabla 12.2. Relación entre grupos tipológicos y materias primas de los materiales de las labores efectuadas en 2015 y 2016.
Arenisca
Caliza
Bloque pulido
Cantos
modificados
Cantos sin
modificados
Chunk/
Indeterminados
Cúpula térmica
Congomerado /
Microconglomerado
2
5
Cuarcita
Diabasas /
Metabasitas
1
Total
%
3
5,45
1
1
1,81
1
6
10,9
3
3
5,45
2
2
3,64
Debris
2
2
3,64
Denticulado
1
1
1,81
Diente de hoz
1
1
1,81
Hacha
Esquistos
Sílex
1
Lascas
15
1
1,81
15
27,27
Molederas
6
6
10,9
Molinos
9
9
16,36
3
3
5,45
1
2
3,64
100
Núcleos/nódulos
Percutores/maza
Total
%
1
5
18
2
2
28
55
9,09
32,74
3,64
3,64
50,90
100
143
[page-n-159]
Figura 12.2. Relación entre grupos
tipológicos y materias primas de los
materiales de las labores efectuadas en
2015 y 2016.
De igual modo, en los trabajos efectuados en 2015 y 2016
se pudo constatar una amplia distribución de los objetos líticos, tanto en las distintos espacios señalados, como también
formando parte como mampuestos en distintos contrafuertes
murarios y paramentos. Ahora bien, el conjunto más destacado fue el documentado en la estancia A, donde, como basura
de facto del nivel más antiguo de ocupación del asentamiento –UUEE 1005 y 1007– se recuperaron, junto a otros tipos
de objetos como 4 vasijas, pesas de telar, punzones óseos y
caparazones marinos, un conjunto de 13 instrumentos líticos,
entre los que cabe citar, varios cantos calizos y de cuarcita,
un percutor de sílex, 2 lascas de sílex, una moledera, un fragmento de molino, un bloque de diabasa pulida y un hacha
pulida. Por tanto, de todo el conjunto parece evidente que en
la estancia A existía una importante presencia de instrumentos líticos, superior en número al resto. Junto a este conjunto
también debemos señalar la documentación en distintos espacios de fragmentos de molinos y molederas, además de un
diente de hoz, un denticulado y un variado conjunto de lascas
y de restos de talla en el espacio D, lo que viene a significar que las labores de talla serían efectuadas en este espacio,
pero no de modo exclusivo.
Por otro lado, dentro de los grupos tipológicos se han distinguido entre los productos líticos tallados –núcleos, astillas,
chunks/indeterminados, cúpulas térmicas, debris, lascas (completas y fragmentadas), láminas fragmentadas y productos retocados (dientes de hoz y tabletas de hoz)–, junto a bloques desbastados, piqueteados y/o pulidos –azuelas, afiladeras, hachas,
instrumentos pulidos de cara plana, instrumentos de molienda y
triturado, y percutores/maza.
Las materias primas más recurrentemente empleadas fueron
el sílex, seguida de los microconglomerados-conglomerados y,
en menor medida, las diabasas/metabasitas, areniscas, calizas
dolomías, cuarcitas y, puntualmente, esquistos de clara procedencia alóctona (fig. 12.2). Así, el sílex tiene una estricta relación con las labores de talla, los microconglomerados y conglomerados fueron empleados exclusivamente para la manufactura
144
de instrumentos de molienda y triturado, las diabasas/metabasitas para el trabajo de la madera y labores de afilado por fricción,
las cuarcitas para la percursión sobre materias primas blandas,
mientras que las areniscas, las calizas y los esquistos están relacionados con labores de abrasión.
Los grupos artefactuales
Por otro lado, los grupos artefactuales reconocidos en Caramoro I no difieren de los documentados habitualmente en
otros yacimientos argáricos o del ámbito valenciano (Jover,
1997; Risch, 2002, Delgado Raack, 2008; 2013a; 2013b).
Entre los productos tallados se han registrado nódulos de sílex, núcleos, lascas, dientes de hoz, una tableta de hoz y un
denticulado, también sobre lasca. Y entre el conjunto de instrumentos macrolíticos están presentes los alisadores y afiladeras, instrumentos de molienda, morteros, cantos con o sin
señales de uso, bloques desbastados o no, hachas y azuelas,
instrumentos pulidos de cara plana fracturados –o lascados
de éstos– y percutores /mazas. Es destacable, en el conjunto, la presencia de restos de talla de sílex, cuyas estrategias
debieron estar orientadas a la elaboración de dientes de hoz,
dada la documentación de tabletas de hoz como paso previo
a su definitiva conformación. Tampoco se puede olvidar el
amplio volumen de molinos, molederas, percutores –sin incluir algunos bloques desbastados que también pudieron ser
usados como percutores– y alisadores/afiladeras.
Uno de los aspectos más reseñables es la ausencia de instrumentos pulidos con filo de tipo atizadores, lajas y quicios
(Ayala, 1991; Delgado-Raack, 2013a), brazales de arquero y
placas de escaso espesor, presentes con cierta asiduidad en
los yacimientos argáricos de la Vega Baja del Segura y ámbito argárico en general. Pero tampoco se han documentado
yunques, martillos y grandes mazos, relacionados en algunas
publicaciones con los trabajos metalúrgicos (Risch, 2002;
Delgado-Raack, 2013a; 2013b).
[page-n-160]
LAS LABORES DE TALLA
El conjunto artefactual más destacado, como ya hemos señalado, es
la presencia de restos de talla asociados a la producción de dientes
de hoz. Más del 61 % de las evidencias corresponden a esta actividad. La distribución espacial de restos es muy amplia, habiéndose
documentado tanto en distintas estancias del asentamiento, como
en su zona exterior. De su análisis se pueden extraer algunas apreciaciones de interés que pasamos a detallar.
Los bloques de materia prima
A lo largo de las distintas intervenciones arqueológicas han sido
documentados, al menos, 4 núcleos y un nódulo. Parece evidente
que para las labores de talla fueron seleccionados nódulos de sílex
pequeño tamaño, de tonos marrones y grisáceos preferentemente.
La presencia de un bloque sin tallar y de núcleos extremadamente
agotados –31 x 35 x 26 mm y 41 x 30 x 18 mm– es un indicador
de que mediante laboreos superficiales efectuados en el entorno
del yacimiento y a lo largo de los márgenes del río Vinalopó serían
seleccionados diversos bloques para su traslado al asentamiento.
De su documentación en los espacios D, E y también como desecho en la zona de la plataforma F –UE 1805–, unido a una amplia
dispersión de los productos de talla, se puede inferir que su talla
sería llevada a cabo en distintas estancias del asentamiento, sin
que se pueda determinar la existencia de un lugar específico.
Los productos de lascado
Las labores de talla efectuadas dejaron todo un conjunto de
fragmentos de sílex de pequeño tamaño –astillas, chunks/indeterminados, cúpulas térmicas, debris e indeterminados–, que no
constituyen el objetivo de los procesos de talla, pero que se generarían como consecuencia directa de éstos y de su proximidad
a fuentes a calor –en el caso de las cúpulas y astillados térmicos.
Las astillas son aquellas lascas de tamaño muy reducido, que
presentan todas las características de una lasca, pero que son consideradas habitualmente como desechos de talla y se suelen englobar
dentro de un conjunto más amplio denominado debris. La única
astilla identificada en el yacimiento fue registrada en la habitación
C, sobre un sílex de tono grisáceo. Otros ejemplares que hemos
identificado como debris proceden del espacio D, al igual que algunas esquirlas térmicas. Una de las cúpulas térmicas identificadas se
encontraba en el espacio E, asociada al nivel de incendio registrado, con unas dimensiones de 21 x 17 x 3 mm.
Los chunks o indeterminados son pequeños bloques de materia prima amorfos, que se suelen generar como consecuencia
de los procesos de talla. Durante las excavaciones realizadas en
el yacimiento se recuperaron un conjunto de 32 chunks/indeterminados, sobre un sílex grisáceo y, en menor medida, marrón,
casi todos de 3º, menos en un caso que es de 2º orden. Presentan
unas dimensiones en torno a los 20-25 x 15-20 x 5-10 mm. En
cuanto a su distribución, 5 se hallaron en el espacio A, otros 8 en
el D, 1 en el J y 2 tienen una procedencia indeterminada.
Lascas
De los 95 soportes sobre sílex, 33 son lascas o lascas fracturadas,1 todas de sílex, con un dominio de los tonos marrones
claros y grisáceos. No obstante, también hay una lasca de tono
blanquecino, verde grisáceo y otra de tono negruzco. Muestran
una morfología de tendencia pseudotriangular y dimensiones
muy variadas que oscilan desde la más pequeña de 8 x 16 x 4
mm hasta la más grande de 63 x 51 x 18 mm. Los talones son en
su mayoría lisos, con algún ejemplo de corticales, diedros o lascas con el talón suprimido. Entre el repertorio están presentes,
tanto las de 3º orden, como las de 2º y 1º orden. La presencia de
2 soportes completos de 1º orden y otros 6 de 2º, es indicativo,
junto a la presencia de núcleos agotados, de que las labores de
talla se realizarían en las mismas áreas residenciales, lo cual
contrasta con lo planteado por otros investigadores para yacimientos de la cuenca de Antas y del Almanzora (Gibaja, 2003:
124). Así se podría validar dicha hipótesis con la presencia de
un conjunto de 7 lascas en el espacio A, 1 en el B, 1 en el espacio de contacto entre B y D, 2 en C, 12 en el espacio D, 3 en E y
1 en el pasillo o espacio K. El resto carecen de contexto.
Láminas
Únicamente se han documentado dos láminas de sílex, ambas
de 3º orden y sin contexto, procedentes de las antiguas excavaciones. Presentan unas dimensiones en torno a los 45 mm de
longitud, 10-20 mm de anchura y 3-4 mm de espesor. La lámina
CMI-1304 está elaborada sobre un sílex grisáceo, mientras la
otra está facturada y elaborada sobre un sílex melado de grano
muy fino. No hay ninguna evidencia que permita contemplar
que su producción se pudo llevar a cabo en el asentamiento,
por lo que consideramos, que estos ejemplares pueden ser un
reclamo de algún contexto arqueológico próximo de época calcolítica, como puede ser Kalathos o el Promontori. La ausencia
de indicios de producción laminar en los contextos argáricos
del Bajo Vinalopó y Bajo Segura es una constante y solamente
en aquellos yacimientos con ocupaciones campaniformes podría considerarse la presencia, en niveles antiguos de este tipo
de soportes. Su presencia en la superficie de enclaves próximos
haría fácil su aprovechamiento directo.
Los productos retocados
Los soportes modificados mediante retoque ascienden a 15. Trece de ellos pueden ser considerados como dientes de hoz (fig.
12.3), mientras que los soportes restantes, son una tableta de
hoz hallada en el espacio B, realizada a partir de un proceso de
desbastado por percusión en un sílex de tono marrón oscuro de
3º orden, con unas dimensiones de 27 x 21 x 11 mm; y una lasca
denticulada en procedente de la zona D y recuperada en los trabajos efectuados en 2015.
Los dientes de hoz presentan una forma trapezoidal, junto a
alguno de tendencia rectangular. Están elaborados sobre lasca,
siendo el sílex predominante de tonalidad grisácea, aunque también hay algún ejemplar sobre un sílex melado o marrón claro
de grano muy fino, y uno de tonalidad negruzca. Sus dimensiones no sobrepasan los 40 mm de longitud, entre 15 y 20 mm de
anchura y de 5 a 8 mm de espesor. También se emplean soportes
de 2º orden en su elaboración –1–, pero fundamentalmente de
3º. Solo dos de los ejemplares presentan lustre en el filo, mientras la mayoría no presentan señales de uso, encontrándose uno
quemado y otros dos patinados.
1
Dos ejemplares presentan fractura de Siret y una lasca está reflejada.
145
[page-n-161]
Figura 12.3. Conjunto de dientes de hoz probablemente documentados en el espacio A.
Los dientes de hoz –CMI-830 y CMI-831– fueron hallados en el espacio A y otro del espacio D en la actuación de
2015. Del resto de ejemplares no disponemos de información
sobre su contexto de procedencia. Todos –menos uno– fueron
recuperados durante las excavaciones de R. Ramos Fernández, por lo que es posible que todo el conjunto se encontrara
en el espacio A durante alguna de sus fases constructivas. La
ausencia de lustre en el filo de la mayoría de los ejemplares podría indicar la posible acumulación de estos productos
modificados en el espacio A para su posterior utilización en
labores de siega y/o triga, sin poder determinar si este proceso se realizó en alguna de los tres momentos de uso diferenciados en este espacio.
LOS PRODUCTOS PULIDOS Y/O DESBASTADOS
Afiladeras/alisadores
Dentro de este grupo se han incluido 3 soportes elaborados
sobre calizas, de morfología de tendencia ovalada, sección
rectangular o irregular y con unas dimensiones en torno a
146
80 mm de longitud, entre 40 y 70 mm de anchura y unos 20
mm de grosor. Todos ellas suelen presentar alguna de sus
facetas –caras o bordes– con superficies pulidas por fricción
con otras materias primas. La afiladera o alisador CMI-940
presenta una fractura distal-lateral, mientras la CMI-611
presenta desconchados. En cuanto a su distribución espacial,
dos se localizaron en la habitación A y de la otra desconocemos el contexto. El alisador de diabasa CMI-611 es un
canto ovalado, de superficies muy pulidas de forma natural.
Esta característica no lleva a considerar que su procedencia
pudiera ponerse en relación con el litoral fruto del arrastre
hacia la costa de algunos soportes procedentes del asomo de
la isla de Tabarca.
Azuelas
En este grupo tipológico se ha incluido una pieza –CMI608– elaborada sobre roca ígnea (fig. 12.4). Presenta una
morfología de tendencia ovalada, sección irregular y unas
dimensiones de 92 x 59 x 25 mm. Desconocemos en que
espacio fue hallada. La presencia de azuelas en yacimientos
argáricos es habitual, al igual que el de hachas pulidas.
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Hachas
Entre el conjunto de soportes líticos han sido documentadas dos
hachas pulidas –CMI-592 y UE 1007– elaboradas sobre diabasa-metabasita (fig. 12.5). Ambas son de morfología ovalada,
sección ovoide, talón redondeado y unas dimensiones reducidas
aunque mayores que las de la azuela –143 x 66 x 48 mm–. Una
de las hachas fue hallada en la UE 1007 o nivel de incendio,
sobre el pavimento 1002 de la estancia A. Esta pieza muestra
señales claras de haber sido empleada en trabajos de percusión
directa, al poder observarse claramente desconchados de distinta magnitud en el filo activo (fig. 12.7).
Instrumentos y bloques pulidos
Los diez objetos incluidos dentro de este grupo, corresponden
a fragmentos de instrumentos pulidos elaborados sobre bloques de calizas o dolomías –3–, areniscas –3–, microconglomerado –2–, diabasas –1– y esquistos –1–. Presentan una morfología rectangular o irregular, con una sección rectangular y
dimensiones muy variadas entre 57 y 140 mm de longitud,
entre 58 y 66 mm de anchura y de 8 a 18 mm de grosor. Las
elaboradas sobre arenisca parecer haber sido utilizadas como
material abrasivo –una en el espacio D, otra en E y otra sin
contexto–, mientras de las otras cuatro es más difícil determinar cuál sería su funcionalidad –cinco en el espacio A, una en
el C y otra sin contexto.
Figura 12.4. Azuela CMI-608. Excavaciones de R. Ramos Fernández.
Molinos y molederas
El grupo de molinos de mano y molederas o muelas móviles
son el más numeroso en Caramoro I dentro del material macrolítico, junto con el conjunto de soportes resultado de la
talla del sílex. Han sido documentados un total de 24 molinos
o fragmentos de éstos y 11 molederas o fragmentos de éstas,
lo que supone el 28,38% del total de evidencias. Su abundante presencia en los contextos argáricos y, en general, de la
Edad del Bronce peninsular, son una constante. No debemos
olvidar que las labores de molturación del grano de cereal
y de otros productos sería realizado con este tipo de instrumentos. Quizás su importancia, además de poder determinar
la distribución y el número de molinos en activo que pudo
haber en cada uno de los momentos de uso del asentamiento,
resida también, en determinar la existencia o no de molinos
de gran tamaño, frente a los habitualmente y más abundantes,
de pequeño tamaño, de manejo individual, y fácil transporte.
A esta característica también debemos considerar el alto número de fragmentos de molino y molederas agotadas y reutilizadas como mampuestos en labores de construcción.
Los molinos documentados en Caramoro I, al igual que en
otros muchos asentamientos, presentan prioritariamente una
morfología tradicionalmente conocida como de tipo barquiforme. Todos ellos están elaborados sobre bloques de microconglomerados y conglomerados fosilíferos y/o calizos. Presentan en
su cara de apoyo superficies piqueteadas de forma regularizada.
Los objetos documentados en las intervenciones de 2015 y 2016
(figs. 12.7) y los 6 molinos fracturados procedentes las antiguas
excavaciones se encuentran fracturados de forma transversal a
la superficie activa en sus zonas mediales y distales, fruto del
mayor desgaste generado, estando uno de ellos afectado por
Figura 12.5. Hacha pulida CMI-592.
147
[page-n-163]
Figura 12.6. Hacha pulida de diabasa de la UE 1007. Se puede observar los desconchados por uso presentes en el filo.
la acción térmica. Mientras los fragmentos menores presentan
unas dimensiones en torno a 50 x 50 x 40 mm, los dos fragmentos de mayores dimensiones presentan unas dimensiones de
140 x 160 x 52 mm y 165 x 180 x 85 mm, respectivamente. Los
fragmentos de molinos presentan una gran distribución espacial, habiéndose documentado en varios de los espacios interiores –A, B, C, D y E–, como empleado como mampuesto en
alguna construcción –U2011– y desechado entre los sedimentos
exteriores de amortización del antemural. De todos ellos destaca
el fragmento de molino documentado en la UE 1005 de la estancia A, claramente asociado al abandono del primer momento de
uso del asentamiento.
A este conjunto debemos añadir los 9 molinos hallados
durante la excavación de R. Ramos Fernández (fig. 12.8),
que no han sido localizados entre los fondos depositados en
el MAHE, pero que conocemos gracias a los dibujos de éstos
que se encontraban en la documentación del citado excavador. En cualquier caso, se trata de molinos de pequeño tamaño, cuyas dimensiones se sitúan entre los 343 y los 239 mm
de longitud, 142 y 219 mm de anchura y un grosor variable
entre 31 y 88 mm. Por tanto, se trata de molinos fácilmente
transportables, de pequeño tamaño, empleados por una sola
persona, cuyas dimensiones coinciden plenamente con las
constatadas en otros asentamientos argáricos (Risch, 2002;
Delgado Raack, 2013a). No hay ninguna evidencia que nos
permita considerar la existencia de molinos de gran tamaño,
es decir, molinos de algo más de 60 cm de longitud y al menos, 23-32 cm de anchura.
En cuanto a las molederas, se trata de instrumentos de
menor tamaño que los molinos, unos con forma barquiforme para ser empleadas con dos manos, y, en algunos casos,
148
circular u oval para emplearse con una única mano. Para
su elaboración también se emplearon microconglomerados
y conglomerados. Del conjunto de molederas destacan dos
piezas. Una documentada en la estancia A, UE 1005, asociada a vasijas cerámicas, fragmento de molino, pesas de telar,
etc. y desligadas de la actividad humana como consecuencia
de un incendio. Se trata de una moledera completa. De las
antiguas excavaciones procede otra que se encontraba piqueteada de forma regular para su mejor sujeción con las manos.
Las otras cuatro proceden de las excavaciones de R. Ramos
Fernández y, al igual que los molinos, sólo las conocemos
por los dibujos de este investigador. En cuanto a sus dimensiones, oscilan entre 166 y 90 mm de longitud; entre 101 y 78
mm de anchura y entre 45 y 36 mm de grosor.
Cantos modificados o sin modificar
Al igual que en otros muchos yacimientos argáricos, los cantos
modificados o sin modificar que presentan algún tipo de señales
de haber sido empleados, son abundantes. En Caramoro I se han
registrado un total de 6 cantos sin modificaciones elaborados
sobre caliza y conglomerado, y un canto modificado, recortado
en uno de sus extremos, sobre cuarcita. La mayor parte de los
cantos fueron hallados en el proceso de excavación de los sedimentos conservados sobre el pavimento UE 1002 de la estancia
A, y asociados a una enorme variedad de objetos cerámicos,
líticos, óseos y de barro. Estos objetos, de pequeño tamaño y
de uso manual, serían empleados con bruñidores o acciones similares, dado que no se observan en sus extremos señales de
percusión directa.
[page-n-164]
Figura 12.7. Molinos documentas en distintos espacios durante las labores de excavación y limpieza efectuados en 2015. En el ángulo
inferior derecho, un posible fragmento de mazo sobre roca ígnea.
149
[page-n-165]
La litología del corredor de la Vega Baja del SeguraBajo Vinalopó y las materias primas seleccionadas
en Caramoro I
Figura 12.8. Conjunto de molinos procedentes de las excavaciones
de R. Ramos Fernández según la documentación existente en el
MAHE (dibujo: R. Ramos Fernández).
A falta de una serie de prospecciones sistemáticas de tipo geoarqueológico que permitan concretar con mayor probabilidad la
procedencia de las rocas seleccionadas, la cartografía del instituto
geológico y minero de España (escala 1:50.000 en sus hojas de
Fortuna (892), Elx (893), Orihuela (913) y Guardamar del Segura
(914)), supone una buena base para aproximarnos a la litología
del corredor de la Vega Baja del Segura-Bajo Vinalopó. La determinación de la variedad litológica manipulada en los diferentes
momentos de la ocupación argárica de Caramoro I y su relación
con la disponibilidad de rocas en el ámbito comarcal, facilitará, a
modo de hipótesis, proponer cómo se habrían efectuado los procesos de abastecimiento y las estrategias de aprovisionamiento.
La geografía del corredor viene marcado por el contraste
entre zonas montañosas de desarrollo destacado, especialmente,
las sierras de Tabayá, Negra y Crevillente que sirven de límite septentrional a la fosa Intrabética, y los depósitos aluviales
y abanicos o mantos de arroyada constituidos por el aporte de
grandes cantidades de materiales desplazados de las zonas montañosas, como consecuencia de los fuertes procesos erosivos,
enormemente acelerados en los últimos milenios. El resultado
es un paisaje ciertamente agreste, surcado por una enorme cantidad de ramblas de gran desarrollo. Ello significa que, además
de que existen afloramientos o depósitos primarios líticos situados en zonas elevadas de sierra, también podemos encontrar
bloques o cantos desplazados en depósitos derivados, de difícil
cuantificación y cartografiado a lo largo de los cursos de las
numerosas ramblas descendientes situadas entre los ríos Chiclamo, Vinalopó, barranco de los Arcos o barranco de San Antón.
Por tanto, atendiendo a las señales de rodamiento que presentan
algunos soportes líticos, muchos de ellos pudieron ser obtenidos
mediante la realización de laboreos superficiales.
Percutores
Bajo esta denominación se incluyen tres soportes. Dos de ellos,
elaborados sobre cuarcita –CMI-610 (fig. 12.9) y UE1100 en la
estancia B–, que presentan un extremo ligeramente redondeado,
en el que se aprecian señales de desgaste por uso –desconchados– generados por la percusión directa sobre otras materias
primas duras. La pieza más completa presenta unas dimensiones de 81 mm de longitud y 47 mm de anchura. La otra está
fragmentada y podría tratarse de un percutor de tipo maza (ver
fig. 12.7, abajo derecha).
La pieza restante es un percutor ovalado sobre sílex que
presenta numerosas huellas de percusión en su superficie. Probablemente se trata de un percutor empleado en las labores de
talla (fig. 12.10). Su contexto de aparición, al igual que otros
muchos objetos es la estancia A y, en concreto, en la UE 1007 o
nivel de incendio sobre el pavimento 1002 del primer momento
de ocupación. Este tipo de percutores de sílex son habituales en
los contextos arqueológicos. Están bien documentados en yacimientos como Cabezo Redondo o La Horna (Jover, 1997).
150
Figura 12.9. Percutor CMI-610 procedente de las excavaciones realizadas en Caramoro I.
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Figura 12.10. Percutor de sílex documentado en la UE 1007.
El primer paso, por tanto, es considerar qué materias primas fueron seleccionadas y manipuladas por los habitantes
de Caramoro I. Así, se ha documentado la selección y uso
del sílex para obtención de diversos instrumentos mediante
labores de talla; microconglomerados y conglomerados para
instrumentos de molienda y triturado; pequeños cantos calizos como alisadores, cuarcitas como alisadores, percutores y
cantos sin claras señales de uso; areniscas en forma de placas
para afilar; rocas ígneas básicas como metabasitas y diabasas
para ser empleados como percutores, instrumentos pulidos
con filo de tipo hacha y azuela y como bloques desbastados.
Con todo, las rocas de las que habitualmente se aprovisionarían son de diferentes tipos y naturaleza, todas ellas presentes en el ámbito geológico más próximo: sílex, calizas,
cuarcitas, areniscas, conglomerados y microconglomerados
y diabasas-metabasitas (fig. 12.11).
Con la excepción del sílex, presente tanto en la misma banda de conglomerados donde se edificó Caramoro I (fig. 12.12),
como especialmente aguas arriba, el resto de rocas no se localizan en el mismo promontorio, aunque la presencia de la mayor
parte de ellas se puede encontrar en un radio de 5 km, mientras
que las restantes los hacen a no más de 20-25 km.
Aunque el sílex parece proceder del entorno más inmediato,
incluso fruto de su recolección en el mismo cauce del río Vinalopó, no se puede descartar que algunos soportes puedan proce-
der de lugares más alejados de las Terrazas del Vinalopó, o de
la sierra de Crevillente. La proximidad del asentamiento calcolítico de Kalathos con sílex en su superficie, también se debería
tener en cuenta como fuente potencial. No debemos olvidar en
este sentido, la presencia de algunas láminas y de algunos sílex
melados de grano fino, que pudieron ser obtenidos, ya tallados,
de este yacimiento arqueológico situado a escasa distancia.
Del mismo modo, las cuarcitas también son frecuentes en la
zona y pudieron ser obtenidas del lecho del cauce del río, de ramblas cercanas, e incluso de la misma banda de conglomerados.
Otras rocas bastante abundantes, de tipo sedimentarias como
las areniscas, o los microconglomerados y conglomerados, empleadas como instrumentos de molienda y triturado, las encontramos, tanto en la banda de las sierras de Crevillente-Negra,
como en los distintos barrancos paralelos al propio cauce del
río Vinalopó o de éste mismo, por lo que mediante una simples
tareas de laboreo superficial podrían ser obtenidos.
Por último, sólo queda comentar los asomos de rocas ígneas
básicas, todos ellos de tipo masivo, como son las diabasas. Este
tipo de rocas, asociadas a zonas con arcillas y yesos triásicos, aparecen como asomos en diversos puntos de este territorio, especialmente en las sierras de Orihuela y sierra de Abanilla. En concreto,
se han señalado en la zona de la formación Mina, en el mismo
Cabezo de la Mina, al sur de Orihuela, en las unidades Túnel,
Orihuela y Redován (IGME, 1982: 37). Por el tamaño del asomo
destaca el situado en la proximidad del cabezo de San Antón (Orihuela). El otro conjunto de afloramientos, algo más cercanos que
los anteriores a Caramoro I –unos 20 km– lo encontramos en el
Cabezo Negro (Albatera) (fig. 12.13). Pero también la misma isla
de Tabarca situada a escasa distancia de la costa encontramos este
tipo de rocas subvolcánicas, aunque su obtención se nos antoja
algo más difícil al requerir de embarcaciones.
En definitiva, los diferentes tipos de rocas documentadas
pudieron ser obtenidas y seleccionadas de diferentes afloramientos o depósitos derivados y/o primarios, ubicados a lo
largo y ancho del corredor del Segura-Bajo Vinalopó, pero
en especial de las estribaciones montañosas situadas en ambos márgenes del río Vinalopó. Por esta razón, aunque no se
puede descartar que algunas rocas, como las diabasas y los
esquistos pudiesen ser obtenidas a través de las relaciones de
intercambio que establecieron con otros enclaves cercanos,
la proximidad y abundancia de los recursos líticos seleccionados hace probable que fuesen obtenidas de forma directa.
En este sentido, si tomásemos como referencia las propuestas
efectuadas en otros trabajos sobre recursos líticos de yacimientos argáricos (Delgado-Raack, 2008; 2013a), donde se
ha considerado que el territorio recorrido en aproximadamente en 2 horas, es decir unos 10 km, correspondería al
entorno inmediato del asentamiento, y hasta unos 30 km de
distancia, aproximadamente una jornada de distancia, como
el área compartida por varias comunidades, se debería considerar que los recursos líticos presentes en Caramoro I fueron
obtenidos, de forma habitual, mediante prácticas de autoabastecimiento o abastecimiento directo, y en el caso de las
diabasas y esquistos a través de redes de intercambio con comunidades próximas. En cualquier caso, con independencia,
de que esta hipótesis pueda ser validada con más y mejores
datos, lo que sí es evidente es que no se han documentado
rocas alóctonas, ajenas al ámbito litológico de la zona.
151
[page-n-167]
Figura 12.11. Mapa geológico con indicación de Caramoro I.
Figura 12.12. Mapa con indicación
de las zonas con presencia de sílex.
En el caso de Caramoro I destaca
su ubicación sobre una banda
Messinniense. La mayor parte
del sílex procedería del entorno
inmediato. Mapa elaborado a partir
de Molina Hernández (2018).
152
[page-n-168]
Si validamos esta hipótesis y consideramos que la obtención de los recursos líticos se pudo llevar a cabo de forma
directa mediante procesos de laboreo superficial, debemos
inferir que la inversión laboral efectuada fue reducida. Con
la realización de batidas superficiales en las zonas donde
habitualmente se abastecieran, sería más que suficiente para
cubrir las necesidades que en cada momento tuviese el conjunto del grupo humano de Caramoro I. Así, se harían diversas batidas para la recolección de nódulos de sílex, cantos de
cuarcita y caliza, y bloques de diversos tamaños de areniscas, conglomerados y microconglomerados, sin olvidar, las
diabasas o los esquistos presentes en la sierra de Abanilla y
en cabezos próximos a la sierra de Callosa como puntos más
próximos respectivamente.
Por lo que se deduce de las evidencias, las estrategias
de gestión de los diferentes tipos de rocas fueron diversas.
En el caso del sílex preferentemente se recolectaban nódulos que eran transportados al asentamiento para ser tallados,
al parecer, en el interior de algunos edificios con actividades de carácter doméstico. Una estrategia similar concurre
con los cantos de cuarcita y caliza, aunque, en este caso, su
aprovechamiento no era para la talla, sino para su empleo
como alisadores, afiladeras o percutores, la mayor parte sin
modificar. A lo sumo, algunos de los cantos, en concreto, los
de cuarcita empleados como percutores, eran modificados
ligeramente, siendo acondicionados algunos de sus bordes o
extremos mediante percusión para conseguir un mejor agarre manual.
Por otra parte, los bloques de diabasas/metabasitas serían
recolectados en las proximidades de alguno de los asomos existentes en la sierra de Abanilla o de Orihuela. La distancia de los
afloramientos al asentamiento es suficiente como para conside-
rar que su obtención se tuvo que efectuar de forma preferencial
mediante redes de circulación de bloques de este tipo de rocas,
o bien, como instrumentos ya elaborados.
Una inversión algo menor se tuvo que efectuar en la obtención de los bloques pétreos sobre los que se elaborarían
los instrumentos de molienda. Aunque no debió ser fácil
localizar bloques de conglomerados y microconglomerados de
dimensiones considerables y morfología adecuada, su presencia
en depósitos derivados a lo largo de los cauces del conjunto de
ramblas que descienden de las sierras que delimitan la Vega Baja
del Segura-Vinalopó, aseguran su obtención. Similar esfuerzo
se tuvo que invertir en la conformación morfológica y métrica
de los soportes mediante el desbastado y piqueteado –cuando
así fue necesario– de la cara no activa, y en la adecuación de la
superficie activa mediante el piqueteado. En Caramoro I no hay
ninguna evidencia del proceso de desbastado ni de piqueteado,
pero cabría esperar que los procesos de manufactura se efectuaran en la zona de asentamiento. En cualquier caso, la lógica hace
considerar que, una vez embotados por el uso, las caras activas
serían piqueteadas nuevamente en los mismos asentamientos,
aunque no hay evidencias de desechos de su mantenimiento.
Con todo, los datos analizados permiten inferir que los habitantes de Caramoro I obtuvieron los recursos líticos necesarios
para elaborar una amplia gama de útiles sin la necesidad de invertir grandes esfuerzos, básicamente mediante laboreos superficiales en lugares próximos al asentamiento y redes de circulación de
corta distancia. Los costes de producción, también se redujeron,
ya que buena parte de los soportes seleccionados se convirtieron en útiles sin haber sido modificados, o a lo sumo, con ligeros
acondicionamientos o desbastados, aprovechando sus características naturales.
Figura 12.13. Mapa
con indicación de los
afloramientos masivos de
diabasas más cercanos a
Caramoro I.
153
[page-n-169]
El uso de los instrumentos: las trazas de manipulación
y la distribución espacial como bases para la construcción
de una hipótesis de funcionalidad probable.
Sobre los
dientes de hoz y los instrumentos de molienda
Los dientes de hoz y los instrumentos de molienda, son la parte
fundamental del conjunto instrumental estudiado. Las labores
de talla del sílex estuvieron encaminadas a la producción de este
tipo de armaduras de hoces, mientras que los instrumentos de
molienda constituyen el grueso del registro analizado.
Algunos apuntes sobre los dientes de hoz
Los dientes de hoz han sido caracterizados morfológica y traceológicamente de forma amplia en diversos trabajos (Juan
Cabanilles, 1985; Jover, 1997; 2008; 2014; Clemente et al.,
1999; Gibaja, 2002; 2003; 2004). Los estudios efectuados
muestran su inserción en número variable en hoces de madera
ligeramente curvas, como mínimo 8, pero como norma, superior a 11 (Jover, 1997). Con estas hoces se realizarían acciones
de siega de vegetales blandos. La pátina por uso, de similares
características en todos los elementos y dispuesta de forma
paralela en el filo denticulado, y en algunos casos, según la
posición que ocupen dentro de la hoz, de forma ligeramente
oblicua (Jover, 1997; Gibaja, 2003: 127), permite asegurar su
participación en este tipo de labores.
Así, algunos de los dientes de hoz documentados en Caramoro I presentan claramente desarrollado el denominado lustre
de cereal, con clara disposición paralela al borde y distinta profundidad (fig 12.14). Su mayor o menor profundidad, lustrosidad
y redondeamiento del filo, depende del número de horas que ha
estado en uso y de la calidad de la materia prima empleada (Jover, 1997). Aunque los elementos aquí estudiados no han sido
analizados desde un punto de vista traceológico, las trazas por
uso observables en su filo, coinciden plenamente con las documentadas en otros dientes de hoz de yacimientos argáricos como
El Argar, El Oficio o Fuente Álamo (Gibaja, 2002; 2003, 2004)
o próximos, como por ejemplo Tabayá, donde sí fueron estudiados un buen grupo de elementos (Jover, 1997; Jover et al., 2019).
De su estudio traceológico se ha podido deducir su empleo en el
corte de vegetales blandos, con toda probabilidad en la siega de
cereales (Jover, 1997; Clemente et al., 1999; Gibaja, 2003). El
desarrollo de un amplio programa de arqueología experimental,
también mostró que las características de la pátina por uso presente en el borde dentado no se produjeron como consecuencia
del trillado en el suelo, sino del cortado de vegetales blandos. La
presencia en las zonas lustrosas, de pulidos muy profundos de
trama semicerrada o cerrada, redondeamientos de aristas, estrías
paralelas al filo y, sobre todo, de las denominadas cometas, así lo
evidenciaron (Jover, 1997; 2008; Jover et al., 2019). Los dientes
de hoz documentados en Caramoro I no difieren en nada de los
analizados en otros asentamientos. La pátina por uso observada
en el filo de dos de las piezas halladas responde a las mismas características que las ya señaladas para otros contextos, por lo que
se puede inferir que estos elementos también formarían parte de
hoces empleadas en labores agrícolas.
Los instrumentos de molienda
Los molinos y molederas documentadas presentan claros desgastes,
redondeamientos y pulidos en toda la superficie activa piqueteada.
Se trata de una superficie piqueteada muy amplia, de bastantes centímetros cuadrados, de forma ovalada, donde gracias a la fricción de
dos soportes líticos, con iguales características en su superficie activa, se conseguiría con un movimiento de vaivén, con el fin de molturar y triturar diversos tipos de materias primas, principalmente,
cereales. Sin embargo, no podemos descartar que algunos de ellos
pudieran ser empleados en el triturado de otros alimentos, e incluso
materias abióticas, como la piedra de ocre, como ha sido constatado
en el cercano yacimiento del III milenio cal BC de Galanet (Jover,
2014). No obstante, mientras en Galanet se pudo documentar la presencia de ocre en la superficie activa de uno de los instrumentos de
molienda, en Caramoro I no ha sido posible.
A partir de estas consideraciones se pueden plantear las siguientes proposiciones observacionales:
a. Una de las actividades fundamentales documentadas en Caramoro I es la molturación de cereales. Los instrumentos
de molienda son los artefactos más abundantes en el asentamiento, estando bien representados en buena parte de las
estancias y en especial, en el espacio A.
b. En Caramoro I, los fragmentos de molinos fueron empleados
como mampuestos como también ha sido documentado en otros
yacimientos argáricos, como La Bastida de Totana ((Martínez
Santa-Olalla et al., 1947), Castellón Alto (Contreras et al., 2000)
o sobre bancos, caso de Peñalosa (Carrión, 2000).
Figura 12.14. Detalle de la pátina por
uso en labores de corte de vegetales
blandos en desarrollo de la pieza
CMI-604.
154
[page-n-170]
c. Se trata de molinos de pequeño tamaño, no más de 35 cm
de longitud, fácilmente transportables, cuya presencia ha
quedado materializada, al menos, en una parte significativa
de los edificios.
d. Las actividades de molienda no estaban controladas ni concentradas en ningún edificio, sino que, por el contrario, parece ser una actividad cotidiana en varios de los edificios o
espacios documentados de las distintas fases de ocupación
del asentamiento. No obstante, destaca una mayor presencia
de efectivos en el espacio A, probablemente por ser, además
del edificio de mayor tamaño, el área con mayor calidad de
información.
e. Alisadores y percutores sobre diversos tipos de materia prima complementarias están presentes habitualmente en el
ajuar de diversos edificios y espacios. Es frecuente que se
combinen con algún bloque desbastado o sin desbastar de
diabasa/metabasita.
f. Cabe la posibilidad de que la mayor parte de los dientes de
hoz procedan de la estancia A. No obstante, las labores de
talla del sílex está atestiguada en distintos espacios del asentamiento por la presencia de núcleos, lascas y debris.
En definitiva, la presencia de instrumentos de molienda,
instrumental de siega como las hoces, restos de talla de sílex y
diversos instrumentos de percusión, alisado o afilado, son una
constante en los ámbitos domésticos argáricos. Instrumentos todos ellos habituales en el seno de grupos de base agropecuaria y
en casi la totalidad de los asentamientos conocidos del Levante
peninsular durante la Edad del Bronce (Jover, 1999a).
CONCLUSIONES
Ya desde los trabajos de J. Furgús (1937) y G. Nieto (1959) en yacimientos como San Antón (Orihuela) y también de J. Colominas
(1932; 1936) en Laderas del Castillo (Callosa de Segura), se puso
en evidencia la destacada importancia de los instrumentos líticos
como medios de producción en las comunidades de la Edad del
Bronce del Sureste peninsular. En prácticamente la totalidad de
los asentamientos de la Vega Baja del río Segura (López Padilla, 2009a; Jover, 2009; 2014), se ha evidenciado la presencia de
productos líticos relacionados con la siega –dientes de hoz–, la
molturación de cereales –molinos de mano, morteros–, el trabajo
de la madera –hachas y azuelas–, trabajos de percusión directa
sobre todo tipo de materias primas, entre las que se incluyen las
actividades metalúrgicas –percutores, martillos, mazos, afiladeras, placas perforadas, yunques–, diversas actividades domésticas
en las que participaron cantos, alisadores y placas pulidas con o
sin perforaciones de carácter multifuncional y, en menor medida, artesanías de carácter suntuario, como se observa en diversos
adornos. Aunque esta afirmación también tiene como apoyo los
resultados obtenidos en excavaciones arqueológicas como las
realizadas en Pic de les Moreres (González Prats, 1986a; 1986b),
Tabayá (Jover, 1997) y, Cabezo Pardo (Jover, 2014), buena parte
de la información sigue procediendo de antiguas exploraciones,
excavaciones y recogidas superficiales. Caramoro I en este sentido, sin ser un contexto con una calidad de información excepcional, permite ahondar en la determinación de las actividades en las
que participarían los soportes líticos y que serían efectuados de
forma habitual en el interior de los distintos edificios y espacios
conformados en los asentamientos.
Así, entre el equipamiento material de casi todos los yacimientos destacan dos tipos de objetos: dientes de hoz e instrumentos de molienda. Caramoro I no es una excepción. De
hecho, ya sus excavadores hicieron esta afirmación. De Caramoro I, asentamiento de muy pequeñas dimensiones, del que se
opinaba que se trataría de un fortín, procede “una variada gama
de molinos barquiformes integrada por 9 piezas y 4 manos agrupados en dos tipos en función, dimensiones y silueta” (Ramos
Fernández, 1988: 97).
Por tanto, con independencia del tamaño de los asentamientos y de su ubicación en el espacio –San Antón, Laderas del
Castillo, Cabezo Pardo, Pic de Les Moreres, Tabayá y Caramoro
I–, todo parece indicar que cada unidad de asentamiento tendería a producir por sí mismo la mayor cantidad de instrumentos
necesarios en su mantenimiento y reproducción, primando la
autosuficiencia y el autoabastecimiento. Ahora bien, existe una
serie de recursos líticos, que nos permiten inferir que su adquisición se realizaría a través de procesos de intercambio a escala
local, y en algún caso, regional.
Mientras la obtención del sílex y de la mayor parte de las
rocas parece gestionarse mediante el autoabastecimiento, a partir de laboreos superficiales, el aprovisionamiento de materias
primas como rocas ígneas, no parece gestionarse de la misma
forma al tratarse de asomos masivos puntuales existentes a algo
más de 20 km de distancia de Caramoro I. Los únicos afloramientos de rocas ígneas se localizan en las sierras de Orihuela,
Abanilla, isla de Tabarca y, a mayor distancia, en el término
municipal de Orxeta, al norte de El Campello. Es por eso, que
cabe suponer un abastecimiento indirecto, obtenido a través
de procesos de intercambio y distribución con asentamientos
más próximos como el propio Hurchillo. Lo mismo podemos
considerar de los productos manufacturados en esquistos, sólo
presente en las sierras de Orihuela, Callosa y diversos cabezos
aislados próximos, como el Cabezo Pardo (Jover, 2014).
En este sentido, Caramoro I muestra un complejo lítico similar
al del resto de asentamientos del ámbito septentrional argárico, centrado en la siega y la molturación del cereal, labores de percusión,
afilado y alisado de instrumentos, así como la tala y desbastado
de madera. La inexistencia de objetos que por sus especificidades
se pueden relacionar con la producción de metales es, quizás, la
característica más reseñable, ya que pone de manifiesto cómo estas
labores estuvieron controladas desde los asentamientos de mayor
importancia del ámbito comarcal, probablemente desde núcleos
como Tabayá, Laderas del Castillo o San Antón.
155
[page-n-171]
[page-n-172]
13
El repertorio cerámico de Caramoro I:
caracterización formal y tecnológica
Sergio Martínez Monleón y Francisco Javier Jover Maestre
INTRODUCCIÓN
Han transcurrido más de 120 años desde que los hermanos Siret
(1890: 170-171) realizaran la primera clasificación de la cerámica
argárica a partir de una colección de 650 vasijas procedentes del
conjunto de tumbas excavadas en el yacimiento de El Argar (Antas, Almería). La propuesta incluía la diferenciación de 8 grandes
tipos y tres subtipos o variantes. Los posteriores estudios cerámicos siguieron utilizando dicha propuesta, no sólo porque su centro
de atención siguió centrándose en las cerámicas sepulcrales, sino
porque en los estudios efectuados sobre la vajilla cerámica se siguió dando prioridad a recipientes completos. Es por ello, que la
tipología de los hermanos Siret, desarrollada a partir del análisis
de un único yacimiento y de recipientes cerámicos procedentes de
tumbas, fuese asumida a nivel científico.
No obstante, aunque hubo intentos de subsanar algunos
de los problemas detectados en dicha clasificación (Cuadrado,
1950: 114-119) incorporando nuevos tipos, la falta de ordenación jerárquica de los criterios empleados para su clasificación
no fueron salvados hasta fechas recientes. Fue V. Lull (1983:
502-153), en su tesis doctoral, quien de forma detenida llamó
la atención sobre los problemas de la tipología de los hermanos Siret, señalando las incongruencias de la misma, al situar
al mismo nivel de clasificación taxonómica criterios formales
o métricos, además de contar con un sesgo muy importante por
estar basada únicamente en el análisis de recipientes completos
procedentes de un contexto funerario. Sin embargo, el hecho
de que la propuesta de ordenación de los Siret ya estuviese tan
implantada en la investigación, le llevó a mantener la denominación de los tipos, y a establecer una propuesta de clasificación
interna estableciendo tipos y variantes en función de sus rasgos
formales y métricos. La importancia de su propuesta residía, no
sólo en la coherencia de la clasificación, sino también en la inclusión de un buen número de recipientes completos procedentes, tanto de necrópolis, como de asentamientos.
La propuesta de V. Lull (1983), efectuada casi un siglo después que la de los hermanos Siret, ha sido tomada como referencia, ya que las más significativas tentativas de estudio de los recipientes cerámicos han intentado ordenar y analizar la cerámica
procedente de contextos domésticos, con independencia de si se
trataba de recipientes completos o simples fragmentos, aunando
la tipología de los Siret con el establecimiento de tipos y variantes
a partir de la variabilidad morfológica de las partes estructurales más reconocibles y destacadas de los recipientes cerámicos
(Schubart y Arteaga, 1986; Ayala, 1991; Van Berg, 1998; Castro
et al., 1999; Schuhmacher, 2003; Schubart, 2004, entre otros).
Seguir utilizando estos mismos criterios en los estudios actuales priorizando no tanto los materiales procedentes de ajuares
funerarios, sino, sobre todo, de contextos domésticos donde es
escasa la conservación de recipientes completos, tiene, como es
de suponer, sus ventajas, pero también sus inconvenientes. En
cuanto a las primeras, es evidente que poder comparar la representatividad de los distintos tipos cerámicos entre yacimientos
distantes territorialmente, pero también, temporalmente, podría
aportar avances en su seriación. Sin embargo, en relación a las
desventajas, el principal problema reside en la imposibilidad de
clasificar un buen número de fragmentos cerámicos correspondientes a partes estructurales de vasijas, limitándose la clasificación, de modo fiable, a aquellos recipientes restituibles o de los
que, al menos, se podría determinar claramente su morfología.
Por otro lado, no podemos olvidar que en los últimos años
se ha avanzado enormemente en la realización de estudios arqueométricos sobre los procesos tecnológicos de fabricación
(Seva, [1995] 2002); Contreras y Cámara, 2000; Aranda, 2001;
Colomer, 2005; Santacreu y Aranda, 2014, entre otros), pero,
también, sobre los residuos contenidos en algunos de ellos (Molina, 2015; Molina y Rosell, 2017).
En el caso de Caramoro I, prácticamente la totalidad de los
restos aquí analizados proceden de las antiguas excavaciones
efectuadas primero, en 1981, por R. Ramos Fernández, y más
157
[page-n-173]
tarde, en 1989, por A. González Prats y E. Ruiz. Durante los
trabajos efectuados en 2015 y 2016, el número de restos cerámicos, aunque abundantes, presentaban un alto grado de fragmentación que ha imposibilitado, con la excepción del exiguo
conjunto de las UUEE 1005-1007 del espacio A, una lectura
de mayor calado sobre sus características y distribución espacial. Esta serie de condiciones, que han limitado la información contextual a nuestro alcance, es una de las razones
por las que en su estudio se ha considerado oportuno seguir
empleando, como ya señaló V. Lull (1983: 56) la propuesta
de formas establecida por los hermanos Siret, aunque actualizada siguiendo estudios más recientes (Schuhmacher, 2003;
Schubart, 2004). Esta se ha visto reforzada por el hecho de
que previamente ya había sido abordado el estudio de algunos
conjuntos cerámicos recuperados en otros asentamientos de
la zona (López y Jover, 2009; López Padilla, 2017; Martínez
y Sánchez, 2017), además de haber sido empleado el mismo
procedimiento de clasificación formal para el asentamiento de
Cabezo Pardo (López y Martínez, 2014).
Teniendo en cuenta, por tanto, los antecedentes expuestos,
en el presente texto nos centraremos en presentar, de forma somera, la clasificación tipológica del repertorio cerámico, aportando algunos datos sobre su distribución espacial, en la medida
en que la información contextual disponible nos lo ha facilitado.
Su comparación con otros conjuntos cerámicos recuperados en
el ámbito comarcal, básicamente los estudios efectuados en los
niveles tardíos y finales de Tabayá (Molina, 1999; Belmonte,
2004), Cabezo Pardo (López Padilla y Martínez, 2014) y Pic de
Les Moreres (González, 1986a;1986b) además del estudio de
colecciones sin contexto de San Antón y Laderas del Castillo
(López y Jover, 2009), posibilitará, además, proponer algunas
proposiciones observables con las que caracterizar la producción cerámica.
Este estudio también se acompaña de la exposición de los
datos obtenidos en el análisis arqueométrico de 40 muestras
cerámicas de Caramoro I, procedentes de las excavaciones de
A. González y E. Ruiz, efectuado por R. Seva Román ([1995]
2002) en el marco de su tesis doctoral. La posibilidad de contar
con este análisis tecnológico, así como los obtenidos en su comparación con otros conjuntos cerámicos de yacimientos próximos, nos ha llevado a incluir, a modo de resumen, los resultados obtenidos por dicho autor. Todo ello, permitirá, además, de
conocer las características de los recipientes cerámicos, inferir
algunos aspectos de la manufactura, distribución e intercambio
de la producción cerámica.
Tabla 13.1. Tabla con la distribución de las formas cerámicas registradas por espacios y su representación porcentual en la cerámica documentada en las antiguas excavaciones de R. Ramos y A. González y E. Ruiz.
A
B
B-E
C
D
E
F
G
H
I
J
K
IND.
Total
%
107
40
4
32
55
54
16
0
0
0
22
19
155
504
44,72
1A
1
0
0
0
0
1
2
0
0
0
0
0
6
10
0,89
1B
7
0
0
0
4
0
0
0
0
0
0
1
9
21
1,86
1C
1
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0,09
1D
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
2A1
9
1
0
1
4
4
1
0
0
0
1
0
13
34
3,02
2A2
9
3
0
1
9
7
4
0
0
0
2
0
15
50
4,44
2B1
1
0
0
1
7
2
0
0
0
0
0
2
8
21
1,86
2B2
4
0
0
1
4
6
2
0
0
0
1
0
9
27
2,40
3A
1
1
0
1
1
1
0
0
0
0
0
0
4
9
0,80
3B
0
0
0
0
5
2
0
0
0
0
0
0
2
9
0,80
3C
4
1
0
0
3
0
1
0
0
0
0
1
6
16
1,42
4A
0
0
0
1
1
2
1
0
0
0
0
0
2
7
0,62
4B
3
0
0
1
1
2
0
0
0
0
0
0
6
13
1,15
5
17
3
1
4
10
11
6
0
0
0
1
2
31
86
7,63
6
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
7
1
1
0
0
1
0
0
0
0
0
5
0
2
10
0,89
8
1
0
0
0
1
1
0
0
0
0
0
0
1
4
0,35
9
0
0
0
0
3
0
0
0
0
0
0
0
2
5
0,44
10
4
0
0
1
7
4
0
0
0
0
0
1
8
25
2,22
IND.
49
13
4
21
32
41
14
0
0
0
10
8
83
275
24,40
148
138
47
0
0
0
42
34
362
1.127
100
4,17
0
0
0
3,73
3,02
32,12
1, 2 ó 3
Total
%
158
219
63
9
65
19,43
5,59
0,80
5,77
13,13 12,24
[page-n-174]
EL REGISTRO CERÁMICO DE CARAMORO I
Las tres actuaciones arqueológicas efectuadas en Caramoro I
entre 1981 y 2016 han evidenciado la destacada presencia de
recipientes cerámicos. Junto a los restos óseos faunísticos constituye el grueso de la materialidad recuperada. El conjunto cerámico procedente de las campañas de excavación realizadas
asciende a 8.397 fragmentos, de los cuales 3.286 restos fueron
documentados en la actuación de R. Ramos Fernández; 4.391
en las intervenciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura;
473 a la campaña de 2015 –fundamentalmente espacios A, B,
C, D y E– y 247 a la de 2016 –espacio A en la zona de acceso y
banco, y plataforma F–. Todas las vasijas corresponden al ajuar
doméstico de los habitantes del asentamiento a lo largo de los
cerca de 250 años de ocupación.
Los fragmentos informes o de galbos en que es imposible
reconocer información estructural sobre la vasija a la que pertenecerían representan el 84,78% del material recuperado –7.119
fragmentos–. Es significativo que estos datos son similares a
los obtenidos en el reciente estudio efectuado en Cabezo Pardo
(López y Martínez, 2014). Sólo se ha podido determinar la parte
estructural a la que correspondería el fragmento en un total de
1.278 evidencias, lo que supone un 15,27 %.
Si descartamos los fragmentos de galbo con algún tipo de
aplique, elementos de aprehensión, 2 fragmentos de galbo con
decoración en las paredes exteriores y algunas bases documentadas, por lo general, redondeadas, se puede indicar que cerca
de un 14 % corresponden a fragmentos de bordes perfectamente
individualizados y partes de vasijas restituibles en su totalidad.
De este conjunto, algo más del 11 % de los fragmentos podría
adscribirse a alguna de las formas propuestas –922 recipientes,
de los que 854 corresponden a las antiguas excavaciones y 68 a
las recientes–, aunque esta cifra viene condicionada por el elevado número de fragmentos que, por su escaso desarrollo superficial, se incluirían en un grupo conformado por cuencos y ollas
de los tipos 1, 2 y 3 –552 bordes, de los que 504 son fragmentos
de las excavaciones antiguas y 44 de las campañas de 2015 y
2016, lo que supone prácticamente el 60% de las formas identificadas–, sin poder precisar con claridad a qué tipo de recipiente
pertenecieron.
En cualquier caso, parece claro que en el repertorio formal
de Caramoro I destaca la forma 2, estando muy bien representadas las formas 1 y 3, además de la forma 5 (tabla 13.1; fig. 13.1).
En menor medida encontramos las formas 4 y 10. Por el contrario, son escasas las vasijas que se pueden incluir dentro de las
formas 7, 8 y 9 y no se ha localizado ningún fragmento que se
Figura 13.1. Gráfica con indicación de la representación porcentual de las distintas formas cerámicas diferenciadas en el conjunto cerámico
recuperado de las excavaciones de R. Ramos y A. González Prats y E. Ruiz.
159
[page-n-175]
Tabla 13.2. Distribución por UUEE agrupadas y espacios de las formas cerámicas constatadas en las actuaciones de 2015 y 2016.
1000/
1001A
1005/
1007A
1800/
10F
1200/
1204C
1302K
1502/
1503D
1504/
1505D
1510/
1512D
1600/
1604E
Total
%
1, 2 ó 3
0
0
4
0
0
1
3
0
0
8
11,76
1A
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1B
1
2
0
3
0
2
1
0
0
9
13,23
1C
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1D
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
2A1
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
2A2
6
5
0
1
0
0
0
0
0
12
17,64
2B1
0
0
0
1
0
0
0
0
0
1
0,68
2B2
2
2
0
3
3
1
1
0
0
12
17,64
3A
0
0
0
2
0
0
0
0
0
2
2,94
3B
0
1
0
0
0
0
0
0
1
2
2,94
3C
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
4A
1
1
1
0
0
0
0
0
0
3
4,41
4B
0
3
0
0
2
1
1
1
0
8
11,76
5
0
3
0
3
0
0
0
0
0
6
8,82
6
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
7
1
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0,68
8
0
0
0
1
0
0
0
0
0
1
0,68
9
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
10
0
2
0
0
0
1
0
0
0
3
4,41
Total
11
19
5
14
5
5
6
1
1
68
100
16,17
27,94
7,35
20,58
7,35
7,35
8,82
0,68
0,68
%
corresponda con los cuencos trípodes del subtipo 1d, ni de vasijas carenadas del tipo 6 de Siret, aspecto que concuerda con la
escasa presencia de estas formas en el territorio argárico de las
tierras alicantinas, conociéndose hasta el momento ejemplares
de la forma 6 en tres asentamientos –uno en San Antón (Jover
y López, 2009: fig. 14), otro en Pic de les Moreres (González,
1986a: 175, fig. 15) y el restante en las recientes excavaciones
en Laderas del Castillo.
Durante las labores de limpieza y excavación efectuadas en
2015 y 2016 también se pudo recuperar un importante lote de
cerámica, muy fragmentada, cuya clasificación ha venido a ratificar lo observado a través del estudio de repertorio de las antiguas actuaciones. Los recipientes fueron localizados en todas
las zonas en las que se actuó, aunque con diferente cantidad y
calidad de restos y de información.
En 2015 se actuó con especial intensidad en los espacios
o habitaciones C y D. En la excavación del testigo A del espacio C se pudo recuperar diversos fragmentos de recipientes de
las formas 1, 2 y 3, en especial, en las unidades iniciales correspondientes al segundo momento de ocupación, junto a tres
fragmentos carenados de la forma 5. Únicamente cabe reseñar
la documentación durante la limpieza superficial, de una base
correspondiente a la forma 8. Ejemplar, por otro lado, único en
todo el yacimiento. Por su parte, el espacio D, deparó la do160
cumentación de 3 recipientes de la forma 1, 5 de la forma 2, y
tres de la forma 4, siendo dos de ellos del momento inicial de
ocupación del asentamiento. También es destacable la presencia
de un borde que podría considerarse de la forma 10. De los espacios E, K y A también se recuperaron algunos fragmentos de
las formas 1, 2 y 3.
En 2016, la actuación se centró en el espacio A –zona de acceso en su segundo momento y banco UE 2036 junto a los rellenos
sedimentarios 1005-1007 sobre el pavimento 1002 del primer momento de ocupación– y en el testigo B, situado al sur de la plataforma F en la zona exterior del asentamiento. De esta última zona,
fueron recuperados unos escasos fragmentos de las formas 2, 3
y posiblemente 4, mientras que mayor interés mostró el conjunto conservado sobre el tramo de pavimento UE 1002, correspondiente al primer momento de ocupación del espacio o habitación
A. Además de un conjunto mínimo de 18 vasijas cerámicas en las
UUEE 1005-1007, se documentó un instrumento de molienda, un
hacha de piedra pulida, punzón óseo, una Cerastoderma glaucum
perforada y diversos fragmentos de pesas de telar de barro oblongas de 4 perforaciones. Entre las vasijas cabe destacar la abundante
presencia de la forma 2 –7–, 4 –4–, 1 –2–, 3 –1–, forma 5 –3– y un
posible recipiente de la forma 10 (tabla 13.2). En definitiva, un conjunto muy variado en cuanto a formas y capacidades, destinadas al
consumo individual, cocinado y almacenamiento de alimentos y
[page-n-176]
Figura 13.2. Gráfica con indicación de la representación porcentual de las distintas formas cerámicas diferenciadas en el conjunto cerámico recuperado de las excavaciones de R. Ramos y A. González Prats y E. Ruiz. a: tipos de bordes diferenciados; b: tipos de labios
diferenciados; c: apliques; d: tratamiento exterior (en azul) e interior (en rojo) de la superficie de los recipientes; e: desgrasantes; f: tipos
de cocciones diferenciadas.
161
[page-n-177]
Figura 13.3. Conjunto de bordes con el labio decorado con ungulaciones, impresiones y digitaciones.
Figura 13.4. Detalle del motivo campaniforme inciso documentado
en Caramoro I.
líquidos, que viene a representar las formas más habituales y representadas en todos los espacios del asentamiento si nos atenemos a
lo reflejado en la tabla 13.1.
La presencia de elementos de prensión que se adhieren a la
superficie de los recipientes cerámicos alcanza un valor elevado
en el yacimiento –aparecen en 154 vasijas– en comparación con
lo observado en el resto de poblados de la Vega Baja del Segura. El tipo más representado son los mamelones, seguido de las
lengüetas horizontales (fig. 13.2c). La elevada presencia de este
último aplique contrasta con su escasa presencia en el registro
material de Cabezo Pardo (López y Martínez, 2014). También
aparece alguna vasija con cordones, asas verticales y/o teoría
de mamelones. Destaca la presencia de un recipiente con un asa
horizontal, ya que este tipo de elementos son muy escasos dentro del registro cerámico argárico, aunque se pueden encontrar
ejemplos como la vasija de la forma 4 de El Oficio (Cuevas
del Almanzora, Almería) empleada como urna de enterramiento
(Schubart y Ulreich, 1991: taf. 101. 48).
Por lo que respecta al tratamiento superficial, más del 60%
las piezas suelen presentar un acabado alisado y algo menos de
un 20% presentan su superficie bruñida (fig. 13.2d). Los tratamientos groseros y espatulados no alcanzan valores significativos, siendo escasas las piezas que se encuentran erosionadas.
El desgrasante empleado en las pastas cerámicas es, fundamentalmente, local –en torno al 95% de los restos cerámicos–,
formado por minerales como la calcita y el cuarzo, incluyendo
Características morfoestructurales
Por lo que respecta a las características morfológicas de los recipientes cerámicos, destaca la preeminencia de labios convexos –CX–, planos –PL– y engrosados al exterior –EEXT– (fig.
13.2a). El resto de variantes tienen una representación porcentual inferior al 6% (biselados al interior –BINT–, engrosados
al exterior y biselados al interior –EEXT–BINT–, apuntados
–AP–, engrosados al exterior y al interior –EEXT-EINT– y biselados al exterior –BEXT–).
En cuanto a los tipos de bordes, dominan ampliamente las
formas abiertas (recto saliente –RT–, convexo saliente –CXS– y
cóncavo saliente –CVS–), seguidas de las rectas –RT– y, en menor
medida, los recipientes cerrados (cóncavo entrante –CVE–, recto
entrante –RTE– y convexo entrante –CXE–) (fig. 13.2b).
162
Figura 13.5. Galbo de cerámica con doble lañado y borde con impronta de cuerda.
[page-n-178]
Figura 13.6. Ejemplares de la forma 1A.
Figura 13.7. Ejemplares de la Forma 1B.
en estas mismas vasijas la presencia de desgrasantes vegetales
y de chamota (fig. 13.2e). No obstante, hay un reducido grupo,
que no alcanza el 5%, de recipientes que fueron elaborados utilizando como desgrasante rocas metamórficas, parte de ellas de
tipo lamproítico –mica plateada–, de claro origen alóctono, cuyos
afloramientos más cercanos se localizan en la sierra de Orihuela y
la zona de Fortuna (Murcia).
Figura 13.8. Único ejemplar de la Forma 1C.
163
[page-n-179]
Figura 13.9. Ejemplares de la Forma 2A1.
164
[page-n-180]
Figura 13.10. Ejemplares de la Forma 2A2.
165
[page-n-181]
Figura 13.11. Ejemplares de la Forma 2B1.
Todas las cerámicas fueron realizadas, principalmente, en
una atmósfera de cocción reductora –más del 80% de los recipientes–, mientras que la cocción oxidante sólo se documenta
en torno a un 10% de las vasijas (fig. 13.2f). Los restos cerámicos con una cocción alternante o mixta son muy escasos.
Prácticamente la totalidad de las vasijas cerámicas son lisas.
Tan sólo seis fragmentos presentan ungulaciones, digitaciones
e impresiones en el labio (fig. 13.3). La cerámica decorada es
escasa entre los yacimientos argáricos del Bajo Segura y Bajo
Vinalopó (Simón, 1997: 91, fig. 21; López y Martínez, 2014:
183), reduciéndose a los mismos tipos descritos para Caramoro
I. Más común resulta en los yacimientos del Bronce Tardío,
como La Loma de Bigastro (Alicante), o, principalmente, en
los asentamientos adscritos a los momentos iniciales del Bronce Final, como el Cabezo de las Particiones (Rojales, Alicante)
(Martínez Monleón, 2015b) o el nivel I del Tabayá (Molina
Mas, 1999; Belmonte, 2004).
Mención aparte dos fragmentos que presentan una decoración incisa en el cuerpo. El ejemplar CMI-238 presenta
línea incisas verticales en el borde combinado con lo que
parecen ser formas triangulares inscritas unas en otras en el
cuerpo, mientras en el fragmento CMI-814 aparecen motivos
reticulados incisos delimitados por un trazo vertical. Este
tipo de decoraciones recuerdan a las documentadas en el es166
trato A del Promontori del Aigua Dolça i Salà (Elche, Alicante) (Ramos Fernández, 1984), propias de un campaniforme
tardío (fig.13 4).
Otros tres ejemplares (fig. 13.5) presentan improntas vegetales, un doble lañado –CMI-191– y la impronta dejada por
un instrumento sobre el borde –CMI-1325–, posiblemente una
cuerda, respectivamente.
Sobre la variedad formal y métrica del repertorio
cerámico
Formas 1, 2 y 3
La variedad formal y métrica de las ollas bajas, cuencos, cazuelas
y escudillas incluidas en las formas 1, 2 y 3 (figs. 13.6 a 13.15)
es muy amplia y presenta una amplia amalgama de posibles tipos
transicionales que dificultan su reconocimiento y perfecta diferenciación, especialmente cuando tratamos de analizar fragmentos de vasijas. Este problema ya ha sido señalado en otros trabajos
(Schubart, 2004: 39, 43; López y Martínez, 2014).
Constituyen el grupo más numeroso dentro del repertorio cerámico de Caramoro I, al igual que en el resto de yacimientos argáricos de la zona (González, 1986a: fig. 15, tipo 1; Simón, 1997:
80-83, fig. 10-13; Jover y López, 2009: 103, fig. 1; López Padilla
y Martínez, 2014). Se ha recuperado un total de 253 fragmentos de
[page-n-182]
Figura 13.12. Ejemplares de la Forma 2B2.
bordes de vasijas que podrían considerarse como de las formas 1,
2 y 3. 198 fragmentos corresponden a las antiguas excavaciones
y 55 a las campañas de 2015 y 2016. Los más numerosos son los
cuencos de la forma 2 (más del 60 %), aunque todos están bien
representados en los distintos espacios interiores del asentamiento,
así como en la plataforma F, ya en el exterior del asentamiento.
En general, la forma 1 (figs. 13.6, 13.7 y 13.8) está menos representada que la forma 2, aunque su reparto también
es amplio. Apenas se han encontrado vasijas que puedan
corresponder claramente a escudillas del subtipo 1a –CMI560– en la plataforma F, que también aparecen en San Antón
(Jover y López, 2009: 103, fig. 1). Los otros recipientes –9
167
[page-n-183]
Figura 13.13. Ejemplares de la Forma 3A.
Figura 13.14. Ejemplares de la forma 3B.
más completos recuperados de las antiguas excavaciones– se
incluirían en el subtipo 1a2, cuencos profundos con borde
marcadamente saliente y una proporción aproximada entre
el diámetro de boca y la altura de 3/1, localizándose sendos
ejemplares en los espacios A y E, y otro en la plataforma F,
mientras el resto carecen de contexto.
Más comunes son los cuencos hondos con borde saliente de
la forma 1b (fig. 13.7), desde recipientes de pequeño tamaño
hasta vasijas muy grandes –su diámetro de boca oscila entre
los 110 y los 440 mm–. Se concentran, principalmente, en el
espacio o habitación A –7 ejemplares de antiguas excavaciones
y 3 de la campaña de 2016–, aunque también se encuentran en
168
los espacios C –3 de la segunda fase–, D –4 vasijas de antiguas
excavaciones y 3 de la campaña de 2015– y en el pasillo K –1
recipiente–, mientras 9 de estos restos carecen de contexto.
Sólo se ha reconocido un ejemplar de la variante 1c –CMI4–, cuenco hondo con borde entrante y un diámetro de boca de
100 mm, localizado en el espacio A (fig. 13.8), aunque algún
pequeño fragmento de borde de difícil clasificación formal también podría incluirse en esta variante.
Los cuencos de la forma 2 constituyen el tipo mejor representado dentro del conjunto vascular de Caramoro I –132 fragmentos
y aproximadamente 35 de las campañas de 2015 y 2016–, siendo
más frecuentes los del tipo 2a que los del tipo 2b.
[page-n-184]
Figura 13.15. Ejemplares de la forma 3C.
El subtipo 2a1, cuencos con borde saliente y una morfología de casquete esférico, está compuesto por 34 ejemplares (fig.
13.9). Presentan unas dimensiones en el diámetro de boca entre
105 y 260 mm, y en dos casos emplean mica plateada como
desgrasante. Aparecen representados en todos los espacios del
yacimiento: en las habitaciones A –9–, B –1–, C –1–, D –4–,
E–4– y J –1–, así como en la plataforma F –1–. Un conjunto de
13 recipientes carecen de contexto.
El subtipo 2a2 (fig. 13.10), cuencos con borde saliente y una
morfología semiesférica, está compuesto por 69 ejemplares –50
de las antiguas excavaciones y 19 de la actuación efectuada en
2015 y 2016–. Presentan unas dimensiones en el diámetro de
boca entre 70 y 295 mm, aunque la mayor parte de estas vasijas
se sitúan entre 100 y 150 mm, y en solo un caso emplearon mica
plateada como desgrasante. Aparecen representados en todos
los espacios del yacimiento: en las habitaciones A –20–, B –3–,
C –4–, D –12–, E–9– y J –2–, así como en la plataforma F –4–.
Un conjunto de 15 recipientes carecen de contexto.
El subtipo 2b1, cuencos con borde saliente o recto y una morfología de tendencia esférica, está compuesto por 22 ejemplares
(fig. 13.11), que presentan unas dimensiones en el diámetro de
boca entre 80 y 240 mm. Estos recipientes también presentan una
169
[page-n-185]
Figura 13.16. Ejemplares de la forma 4A.
amplia distribución, concentrándose fundamentalmente en la habitación D –6–, aunque también hay dos ejemplares en los espacios C, E, en el pasillo K, y un recipiente en las habitación A. Un
conjunto de 8 vasijas carecen de contexto.
El subtipo 2b2, cuencos con borde entrante y una morfología de tendencia esférica, está compuesto por 39 ejemplares (fig.
13.12). Presentan unas dimensiones en el diámetro de boca entre
70 y 280 mm, aunque la mayor parte de estas vasijas se sitúan
entre 100 y 200 mm, y en un caso emplean mica plateada como
desgrasante. Suele ser frecuente que estas vasijas presenten algún
elemento de prensión, fundamentalmente mamelones –en 13 casos– y, en menor medida, lengüetas horizontales –2–, asas verticales –1– y teoría de mamelones –1–. Aparecen representados en
casi todos las habitaciones del yacimiento: A –8–, C –4–, D –6–,
E–6– K -3- e I –1–, así como en la plataforma F –2–. Un conjunto
de 15 recipientes carecen de contexto.
170
Los cuencos u ollas de la forma 3, con un perfil oval que se
orienta horizontalmente, no son tan numerosos, pero están bien
representados. Encontramos recipientes pertenecientes a casi
todos los subtipos.
El subtipo 3a, ollas abiertas con una morfología elipsoide
horizontal, está integrado por 11 ejemplares (fig. 13.13). Presentan unas dimensiones en el diámetro de boca entre 160 y 330
mm. Se localizó un ejemplar en cada una de las estancias –A,
B, D y E–, con la excepción de la C, donde se localizaron 2,
ademas de 4 vasijas que carecen de contexto.
El subtipo 3b, ollas con borde entrante y una morfología
elipsoide horizontal, está integrado por 11 ejemplares (fig.
13.14). Presentan unas dimensiones en el diámetro de boca entre 120 y 200 mm y todos los ejemplares pertenecen al subtipo
3b1, con excepción del fragmento CMI-629, empleado como
cuenco de una copa, que se incluye dentro del subtipo 3b2 ca-
[page-n-186]
Figura 13.17. Ejemplares de la forma 4B.
racterizado por su borde entrante indicado. Estos ejemplares se
concentran, fundamentalmente, en la habitación D –6–, aunque
también se localizó una vasija en el espacio A, C y otras dos en
la E. Un conjunto de 2 recipientes carecen de contexto.
Más abundantes son las ollas del subtipo 3c –16 ejemplares– caracterizadas por su tendencia oval y su tendencia
recta en las paredes (fig. 13.15). Con algunas dificultades se
pueden incluir los fragmentos –CMI-562, CMI-507 y CMI-
832– al subtipo 3c1, con un diámetro de boca entre 140 y
160 mm y localizadas en plataforma F, el pasillo K y en la
habitación A, respectivamente. Más frecuentes son los recipientes del subtipo 3c2 –7–, con un diámetro de boca entre
70 y 130 mm, con excepción de la vasija CMI-644 de dimensiones ligeramente superiores. Se hallaron dos recipientes
en los espacios D y uno en A y B, mientras los 3 restantes
carecen de contexto.
171
[page-n-187]
Figura 13.18. Ejemplares de la forma 5.
172
[page-n-188]
Figura 13.19. Bordes de probable adscripción a la forma 5.
El subtipo 3c3 es una variante de gran tamaño de ollas con perfil de tendencia elipsoide orientado verticalmente, con un diámetro
de boca entre 200 y 400 mm y que puede presentar mamelones o
cordón para su sustentación. Sólo se ha registrado una en las habitaciones A y D, mientras tres carecen de contexto.
Por lo tanto, son más frecuentes los cuencos de la formas
2 que los cuencos u ollas de las forma 1 y 3. A tenor del registro del yacimiento almeriense de Fuente Álamo (Schuhmacher,
2003; Schubart, 2004), la mayor importancia de los cuencos de
la forma 2 en detrimento de la forma 1 no se observa en las
fases más antiguas, así como el predominio de bordes salientes
en los cuencos de las formas 1 y 2 no se observa en las fases
finales. Estas apreciaciones podrían indicar que el yacimiento
de Caramoro I se desarrollaría en una etapa plena, a inicios del
II milenio cal BC, lo que coincide con lo planteado para la fase I
o inicial de Cabezo Pardo (López y Martínez, 2014).
173
[page-n-189]
Figura 13.20. Ejemplares de la forma 7.
Figura 13.21. Ejemplares de la forma 8.
174
[page-n-190]
Figura 13.22. Ejemplares de la forma 9.
Forma 4
Las grandes ollas de la forma 4 no son muy abundantes en el
registro cerámico de Caramoro I. La forma básica de las ollas
definidas por Siret constituye el tipo 4a. Contamos con 10 fragmentos de esta variante (fig. 13.16) que se localizan en las habitaciones A –2–, C –1–, D –1– y E–2–, así como en la plataforma
F –1–, mientras dos recipientes carecen de contexto. Presentan
unas dimensiones en el diámetro de boca entre 140 y 298 mm
y suelen presentar elementos de suspensión como teoría de mamelones –2–, mamelones –2– o lengüetas horizontales –1.
Junto a estas ollas hay que considerar la forma 4b
(Schubart, 2004: 44), con un diámetro de boca entre 128 y
465 mm y siempre con un borde indicado, en la mayoría de
los casos vertical, pero a veces también ligeramente saliente
(fig. 13.17). Contamos con 21 fragmentos que se localizan
en los espacios A –6–, C –1–, D –4–, E–2– y K –2–, mientras seis recipientes carecen de contexto. Suelen presentar
elementos de suspensión como mamelones –3–, lengüetas
horizontales –2– y asas verticales –1.
Forma 5
Las vasijas carenadas de la forma 5 constituyen uno de los tipos cerámicos más reconocibles del registro material argárico.
Cuenta además con una gran variabilidad formal y métrica.
Dejando aparte el rasgo más definitorio del tipo –la presencia
de una carena que separa en dos mitades el vaso– es posible
encontrar casi cualquier variedad de recipiente en lo que respecta a dimensiones, anchura y altura. Se han diferenciado tres
subtipos básicos (Schubart, 2004: 45), caracterizados los dos
primeros –subtipos 5a y b– por la altura del cuello, y caracterizándose el último –subtipo 5c– por la forma cónica de las
paredes del cuello y la base.
Se han clasificado 30 fragmentos –26 en las antiguas excavaciones– de paredes de vasijas con carena en Caramoro I (fig.
13.18), a los que habría que añadir un conjunto de 60 fragmentos de
borde saliente (fig. 13.19), cuyo perfil curvilíneo cóncavo permite
aventurar con cierta probabilidad su adscripción a la forma 5, aunque no se conserve la carena. A pesar de que se encuentra presente
en todos los espacios definidos en el asentamiento, el número de
recipientes de la forma 5 resulta muy elevado en la habitación A,
–21 ejemplares–, en especial en su momento inicial (ver fig. 13.29)
y, en menor medida, en las estancias E –11– y D –10–. También
está representada en la plataforma F –6–, las habitaciones C –7–,
B–3– y I –1–, así como en el pasillo K –2– y la zona de contacto
entre las habitaciones B y E –1–. Aunque el desgrasante empleado
básicamente, para la elaboración de estas tulipas es calcita/cuarcita,
tres de los recipientes presentan mica plateada.
En pocos casos se ha podido definir la forma completa, tratándose casi siempre de vasijas carenadas achatadas del subtipo
5a –como las que presenta R. Ramos Fernández en su tabla tipológica y los recipientes CMI-321 y CMI-59–. Sin embargo,
tampoco faltan fragmentos adscribibles al subtipo 5b, de mayor
altura –CMI-1229 y CMI-1319–. No aparecen fragmentos de
tulipas de cuerpo superior cónico de la variante 5c, que sí se
constatan en San Antón y Laderas del Castillo (Jover y López,
2009: 105, fig.6) y para las que se ha apuntado una cronología
más reciente con respecto a las formas carenadas de los momentos iniciales de El Argar.
175
[page-n-191]
Figura 13.23. Ejemplares de la forma 10.
176
[page-n-192]
En cuatro ejemplares se ha registrado la presencia de asas
asociadas a recipientes de esta forma, al igual que en otros yacimientos de la Vega Baja del Segura (Jover y López, 2009:
105, fig. 6), llegando a considerarse éste un elemento ajeno a la
tradición alfarera argárica (Soriano, 1984: 129).
Forma 7
Aunque las copas de la forma 7 son, junto con las vasijas
carenadas, dos de las formas más reconocibles de la vajilla
argarica, no resultan frecuentes en el área del Bajo Segura y
Vinalopó (Jover y López, 2009: 106). La adscripción a uno
u otro subtipo de la propuesta tipológica de Fuente Álamo
se realiza tomando como criterio general la forma del pie
(Schubart, 2004: 52).
Entre el material cerámico documentado en las campañas de
excavación de Caramoro I se han identificado tres pies de copa,
una peana, cuatro cuencos de copa y tres bordes que podrían
pertenecer a este tipo de partes superiores de las copas (figs.
13.20; 13.29). El fragmento CMI-1021 es un pie de copa ancho
y bajo del subtipo 7a2, el fragmento CMI-63 es un pie de copa
ancho y medianamente largo de la forma 7b1, mientras el pie de
copa CMI-210 no permite definir su morfología. El fragmento
CMI-116 es un cuenco del subtipo 1b que conserva la parte superior de la peana y formaría parte de una copa del subtipo 7a2.
Los fragmentos CMI-629 (fig.13.20) y UE 1000/1 documentada
en el espacio A (ver fig. 13.29) son cuencos del subtipo 3b1,
semejante a la parte superior de las copas del subtipo 7c2 y que
por sus dimensiones podría ser similar al que tendría la peana
CMI-1164, aunque estos no forman parte de la misma copa. El
fragmento CMI-217/233 es un cuenco de la forma 2a1, que también parece ser la parte superior de una copa. Más dudas presentan los fragmentos de borde CMI-224, CMI-226 y CMI-232,
localizados en el espacio I, debido a su peor estado de conservación, pero que por sus características morfológicas y técnicas
hemos optado por incluirlos en este grupo. Todos estos recipientes emplean como desgrasante mica plateada. Con excepción de
los tres bordes de dudosa adscripción de la habitación I, el resto
de las copas se localizan en las habitaciones A –2–, B –1–, D
–1– y I –2–, mientras dos ejemplares carecen de contexto.
Según el estudio del material de Fuente Álamo, las copas de
los subtipos 7a2 y 7b1 aparecen en las fases antiguas y las del
subtipo 7c2 corresponderían a momentos avanzados, si bien su
presencia se registra en casi toda la secuencia del asentamiento
(Schubart, 2004: 56).
Forma 8
La forma 8 de Siret designaba fundamentalmente los pies de
copa reutilizados que aparecían en las sepulturas de El Argar.
Los criterios de clasificación aplicados en la actualidad, en cambio, prefieren adscribir estos recipientes a la forma 7b2, comúnmente denominada “copa de peana baja o ancha” (Schubart,
2004: 56). Este criterio ha hecho menguar considerablemente la
representación de esta forma en los repertorios de cerámica de
los yacimientos argáricos.
En Caramoro I no se ha documentado ningún fragmento de
base que pueda clasificarse inequívocamente en la forma 8, con
la excepción de la pieza recuperada en la campaña de 2015 en
la limpieza del espacio C –CMI/2015–1200/11–. Junto a esta
base, tan sólo algún fragmento de borde podría clasificarse, con
grandes reservas, en este tipo (fig. 13.21), como las piezas CMI-
380 –espacio E–, CMI-621/623 –espacio D–, CMI-1177 –sin
contexto– y CMI-919 – espacio A–, con unas dimensiones entre
160 y 230 mm. Los únicos vasos de la forma 8 registrados en el
territorio argárico alicantino continúan siendo los escasos ejemplares documentados en Pic de les Moreres (González, 1986a:
fig. 15, tipo 6), la Illeta dels Banyets (Simón, 1997: 79, fig. 9.7)
y San Antón (Jover y López, 2009: 107, fig. 16.10 y 11).
Forma 9
La forma 9 representa un tipo de recipiente de paredes abiertas,
que podríamos interpretar funcionalmente como fuentes, con
borde fuertemente saliente, fondo redondo y perfil en S. Se trata
de un tipo exclusivo de contextos domésticos, completamente ausente en las sepulturas (Arteaga y Schubart, 2000: 104).
De acuerdo con los datos que ha proporcionado la estratigrafía
de Fuente Álamo, este tipo formaría parte del ajuar cerámico
argárico característico de momentos antiguos (Schuhmacher,
2003: 130). Los cinco recipientes de esta forma aparecidos en
Caramoro I (fig. 13.22), por lo tanto, deberían situarse también
en ese intervalo cronológico. Los tres fragmentos que presentan
contexto proceden de la estancia D. Presenta un diámetro de
boca que oscila entre 156 y 440 mm y suelen presentar elementos de prensión como lengüetas horizontales –2– o asas verticales –2–. Estas vasijas constituyen, junto a las de Cabezo Pardo
(López y Martínez, 2014), los únicos ejemplares conocidos en
todo el registro cerámico del Bajo Segura y Bajo Vinalopó.
Forma 10
La forma 10 incluye grandes contenedores de almacenamiento
en forma de pithos. Con 28 ejemplares de gran variedad morfológica (fig. 13.23) están presentes en los espacios A –6–, C –1–,
D –7– y E –4–, así como en el pasillo K –1–, mientras 8 piezas
carecen de contexto.
Suelen presentar la adición de mamelones –2–, lengüetas
horizontales –6– o cordones –3– para facilitar la sustentación
de los recipientes y unas dimensiones de diámetro de boca que
oscilan, frecuentemente, entre los 300 y 500 mm. No resultan
frecuentes entre los materiales de la colección conservada de
San Antón y Laderas del Castillo (Jover y López, 2009: 107),
dada la selección realizada por los gestores de estas colecciones, donde se primaba la exhibición de vasos completos, cosa
difícilmente conseguible para los vasos de gran tamaño como es
el caso. En cambio, sí que aparecen en otros yacimientos como
Pic de les Moreres (González, 1986a: fig. 15, tipo 4) o la Illeta
dels Banyets (Simón, 1997: 83-85, fig. 13.11, 14.1, 14.7, 15.6
y 15.8). La mayoría del resto de fragmentos corresponde sólo
a la parte superior de la vasija, lo que dificulta su adscripción a
alguno de los subtipos establecidos en Fuente Álamo (Arteaga
y Schubart, 2000: 105).
SOBRE LA PROCEDENCIA Y CARACTERIZACIÓN
TECNOLÓGICA DE LA VAJILLA CERÁMICA
Algunos de los recipientes documentados por González y Ruiz
en su excavación fueron estudiados en la tesis doctoral de R.
Seva Román (2002 [1995]: 119-125). En su estudio analizó un
conjunto de 41 muestras –40 de cerámica y 1 pella de barro–
correspondientes a distintas vasijas de formas y tamaños muy
variados procedentes de distintos espacios del asentamiento. 6
recipientes eran de la forma 1, 17 de la forma 2 –uno con un
177
[page-n-193]
Figura 13.24. Reportorio formal de vasijas completas expuestas en el MAHE (Museo Arqueológico y de Historia de Elche).
178
[page-n-194]
Figura 13.26. Zona junto al banco UE 2036 donde se puede observar basura de facto materializada como consecuencia de un incendio del primer momento de uso del espacio A.
Figura 13.25. Fragmentos cerámicos recuperados en el espacio C
en la campaña de 2015.
Figura 13.27. Fragmentos cerámicos recuperados en el espacio A en
la campaña de 2016.
cordón horizontal–, 4 de la forma 3, 6 de la forma 4 –uno con
mamelones–, 5 de la forma 5 y 1, posiblemente, de la forma
10, correspondiente a un fragmento de borde muy grueso con
labio engrosado. A estos recipientes cabe añadir una lengüeta
y una pella de barro. Además de la caracterización formal de
los recipientes, fueron aplicadas diversas técnicas de análisis
en la caracterización de las pastas –lámina delgada, DRX, análisis de la porosidad de las pastas, y estudios estadísticos de
componentes–.
Entre las conclusiones que se pudieron extraer (Seva, 2002:
126-148) cabe destacar:
No existen correlación entre la morfología de los recipientes
y su tratamiento o acabado superficial. Aunque dominan los tratamientos superficiales alisados y las pastas bien levigadas, en
un buen número de recipientes pusieron especial atención, aportando un especial bruñido a su aspecto. Sin embargo, tampoco
están ausentes las pastas groseras, sin prestar ninguna atención
a su acabado y simetría.
También destaca la presencia de trazas de uso en la superficie de las vasijas, en especial, las marcas provocadas por fuego
en los recipientes de las formas 3 y 4.
Es significativo el empleo de materia vegetal como desgrasante, junto a desgrasantes minerales. El contenido de desgrasante es habitual, destacando una mayor presencia de éstos en
las vasijas con desgrasantes metamórficos. Lo normal es que se
añada desgrasante al sedimento original, que en la mayoría de
los casos, ya contenían. Por otro lado, también se detecta el uso
de chamota como desgrasante, aspecto éste bastante generalizado en la zona desde momentos calcolíticos.
La presencia en distintos vasos de una matriz sedimentaria
carbonática, con la presencia de microfósiles del Oligoceno,
Mioceno y Eoceno, permite deducir un origen autóctono para la
mayor parte de las cerámicas. El dominio de elementos calcáreos
acompañados por cuarzo de origen triásico, avala esta hipótesis.
La técnica de fabricación de la mayor parte de los recipientes
de pequeño tamaño fue el vaciado, empleando para los de mayor
tamaño la unión de churros de arcilla empleando instrumentos de
tipo espátula, o aplicando piezas previamente modeladas.
179
[page-n-195]
Figura 13.28. Fragmentos cerámicos recuperados junto al banco del espacio A en la campaña de 2016.
A nivel de composición, efectuada a partir de análisis de
DRX, se diferenciaron 6 agrupaciones que muestran la existencia de varias fábricas, muchas de ellas localizables en el entorno
del asentamiento. No obstante, también hay materiales alóctonos de tipo metamórfico e ígneo que denota una procedencia
foránea del sur de Alicante, Murcia o Almería.
Las vasijas serían elaboradas en hornos de tipo hoyo con el
contacto directo del combustible.
Las temperaturas de cocción no fueron excesivamente elevadas, habiendo alcanzado en general temperaturas por debajo
de los 700º. No obstante, en algunos recipientes se ha podido
determinar temperaturas más elevadas, destacando algunos que
pudieron alcanzar los 800º. Las cerámicas con desgrasantes
metamórficos, cuya producción no pudo ser llevada a cabo en
Caramoro I, también muestra la misma disparidad en cuanto a
la temperatura de cocción, aunque en general se ubican entre
720 y 760º.
Reducida presencia de cocciones de tipo oxidante, y dominio de las reductoras, en las que pudo incidir la posición de las
mismas dentro del horno y la forma de ser apiladas.
Los recipientes cerámicos analizados no difieren prácticamente de otros conjuntos analizados de yacimientos coetáneos.
De todo ello, se deduce que fue empleada una tecnología muy
rudimentaria, en hornos a cielo abierto, en los que se alcanzarían
temperaturas óptimas entre 650º y 800º para su cocción. Las arcillas y desgrasantes empleados fueron de procedencia local en
casi toda la vajilla. Sin embargo, algunos recipientes –a nivel macrovisual observado en algo menos del 5% de los recipientes, en
especial, en pies de copas, cuencos y escudillas de las formas 1
y 2, y algunas formas 5, presentan como desgrasante una mica
plateada de muy pequeño tamaño, cuyos afloramientos de tipo
180
asomo puntual, están distanciados de Caramoro I en algo más
de 30 Km. Los afloramientos más cercanos se encuentran en la
sierra de Orihuela y en la zona de Murcia, en concreto en el área
de Fortuna. El buen acabado de las vasijas, asociado al desgrasante foráneo, permite deducir que estos recipientes no serían
elaborados en Caramoro I. Su obtención habría que asociarla con
redes de intercambio en las que también circularían otras materias
primas o productos, como es el caso de rocas subvolcánicas y
metamórficas –diabasas, esquistos, etc–, también presentes en la
zona de Orihuela.
CONCLUSIONES
El conjunto de evidencias cerámicas obtenido en las distintas
campañas de actuación efectuadas en Caramoro I es lo suficientemente amplio y representativo como para caracterizar la
producción cerámica de este pequeño asentamiento del extremo
septentrional de El Argar (fig. 13.25). A partir de algo más de
8.300 fragmentos cerámicos se reconocieron cerca de 1.278 piezas con información estructural sobre la tipología de la vajilla
cerámica empleada en Caramoro I a lo largo de 250 años. Es
resaltable, que, aunque con ciertas precauciones, han podido ser
reconocidos y clasificados un mínimo de 922 recipientes, que a
nivel formal se podrían encuadrar en todas las formas establecidas por los hermanos Siret. Al igual que en el resto de asentamientos argáricos estudiados, las tres primeras formas son las
mayoritarias, estando igualmente bien representadas por este
orden, las formas 5 y 4 y en menor número las formas 7, 8 y 10.
La forma 9 está representada con 5 ejemplares, mientras que la
única ausente es la forma 6. En este sentido, de acuerdo con los
datos que ha proporcionado la estratigrafía de Fuente Álamo, la
forma 9 formaría parte del ajuar cerámico argárico característico
[page-n-196]
de momentos antiguos (Schuhmacher, 2003: 130). Solo 3 de los
5 fragmentos de recipiente presentan contexto, procediendo del
espacio D. Estas vasijas constituyen, junto a los ejemplares de
Cabezo Pardo (López y Martínez, 2014), los únicos conocidos
en todo el registro cerámico del Bajo Segura y Bajo Vinalopó.
La forma 6, aunque ausente de Caramoro I, no es habitual en los registros cerámicos domésticos de los yacimientos argáricos de la Vega Baja del Segura y Bajo Vinalopó.
Ni tampoco es abundante en otras zonas del territorio argárico. Más bien al contrario, se trata de un tipo de recipiente
escasamente representado y casi siempre vinculado a
contextos funerarios.
Aunque todas las formas muestran una amplia distribución espacial en todas las habitaciones o espacios reconocidos, es importante destacar una mayor presencia de recipientes en los espacios C (fig. 13.25), D y, sobre todo el A (figs.
13.27 a 13.29).
En cuanto a las copas o forma 7 cabe destacar su presencia
en al menos 4 estancias –A, B, D e I– de Caramoro I. La mayor
cantidad y variedad formal detectada en el espacio A responde,
sin lugar a dudas, a que se trataba del espacio con mayor potencia estratigráfica y donde mejor se conservaron los niveles de
ocupación, como consecuencia de la sucesión de, al menos, 2
incendios súbitos. Todas las vasijas son de uso doméstico, habiéndose detectado trazas de uso en un buen número de ellas.
Por tanto, el registro cerámico de Caramoro I no difiere a
nivel formal y de capacidad de los recipientes del resto de asentamientos excavados, tanto del área de la Vega Baja como de
otros territorios como el campo de Lorca, Totana o la cuenca de
Vera. Están representadas las mismas formas cerámicas, incluso
las copas (forma 7). Las únicas diferencias observables se pueden concretar en tres aspectos.
En primer lugar, mientras en asentamientos argáricos más
meridionales, como el Rincón de Almendricos o el Cerro de las
Viñas de Coy (Ayala, 1991), pero también en muchos otros, la
forma 1 es la dominante, seguida de la forma 2; en Caramoro I se
invierten ligeramente los términos. Esta cuestión podría deberse
al alto grado de fragmentación del conjunto analizado. No obstante, sí nos gustaría resaltar que Caramoro I es un asentamiento
ubicado en el extremo más septentrional de El Argar y los
estudios cerámicos efectuados en el área del Bronce Valenciano
muestran como la forma 1 tiene una menor representatividad. En
concreto, en el territorio adscrito del Bronce Valenciano, es la
forma 2 de cuencos de tipo casquete esférico y semiesférico los
dominantes en términos absolutos en todos los asentamientos,
junto a las formas de tendencia esférica representadas con la forma 3. Este dato habría de ser considerado en la explicación de la
proporción en la representatividad de los tipos.
En segundo lugar, todo parece indicar que en Caramoro I
se fabricó y utilizó una vajilla cerámica donde la presencia de
elementos de prensión parece ser más abundante que en el área
central argárica. Mamelones, teorías de mamelones, lengüetas
y asas están bien representados frente a lo que normalmente se
ha publicado del ámbito argárico. Incluso algunos autores señalaban su relativa escasez (Lull, 1983: 144-145). Sin embargo,
están posibles diferencias no son reales si observamos el registro publicado de otros yacimientos cercanos como Pic de Les
Moreres (González Prats, 1986a; 1986b), o incluso más alejados, como Rincón de Almendricos o Cerro de las Viñas de Coy
(Ayala, 1991). Además, si atendemos al registro que venimos
documentando en las excavaciones realizadas en los últimos
años en Laderas del Castillo (Callosa de Segura), la proporción
de elementos de prensión sería similar. Por tanto, sería importante que se publicaran de forma extensa los repertorios cerámicos de los asentamientos argáricos excavados, con el objeto de
comprobar dicha cuestión.
Y, en tercer lugar, mientras en el área murciana las producciones están elaboradas con desgrasantes metamórficos propios y
característicos de la zona, en Caramoro I, en algo más del 95% de
los recipientes fueron empleados desgrasantes y arcillas locales
de origen secundario (triásico) y terciario. Solamente un porcentaje muy bajo de recipientes cerámicos, cercano al 5 %, algunos
de ellos correspondientes a las formas 1, 2, 5 y 7, habrían sido
elaborados en otros asentamientos más meridionales de la zona
de Orihuela o murciana. A través de procesos de intercambio es
como consideramos que serían obtenidos, empleando las mismas
redes de circulación y cauces que otras materias primas u objetos. Entre otros, cabe destacar que las rocas ígneas empleadas en
Caramoro I procederían, o bien del asomo del Cabezo Negro de
Hurchillo en la sierra de Abanilla-Crevillente, o bien del afloramiento de San Antón en Orihuela. En esta última sierra es donde
también encontramos los filones cúpricos más septentrionales de
las tierras del sureste, localizados en el cerro de la Mina (Brandherm et al., 2014). Y probablemente, fuese desde núcleos poblacionales principales como San Antón o Laderas del Castillo, de
donde pudieron proceder, vía intercambio y distribución algunos
de los objetos presentes en Caramoro I.
Por último, cabe señalar que los recipientes cerámicos en
todas sus formas presentan una amplia distribución espacial
dentro del asentamiento. En los espacios A, C, D y E se localizaba una amplia y variada gama de vasijas que podríamos
considerar como basura primaria y de abandono, sin que podamos concretar su adscripción a los distintos momentos de
ocupación que han sido detectados. Solamente para el primer
momento de uso del espacio A, del que en la campaña de 2016
todavía se pudo constatar la conservación de una pequeña zona
no excavada previamente a los pies del banco UE 2036 (fig.
13.26), que deparó la presencia de algunas vasijas incompletas,
fragmentos de pesas de telar, una moledera, un hacha de piedra,
un punzón óseo y una concha marina podríamos considerar que
buena parte del repertorio cerámico (figs. 13.27 a 13.29) podría
tratarse de basura de facto abandonada de forma súbita como
consecuencia de un incendio. También cabría esta posibilidad
para los niveles del espacio E. Mientras que para los niveles
excavados en los espacios C y D, la cerámica detectada puede
considerarse como basura de abandono y, en una pequeña proporción primaria.
No obstante, con independencia de los tipos de basura generados en el asentamiento y la falta de información contextual,
las dataciones absolutas obtenidas permiten concretar su empleo durante aproximadamente los 250 años de ocupación del
asentamiento, entre aproximadamente el 2000 y el 1750 cal BC.
Este dato se convierte en un indicador de enorme calidad para
futuros trabajos.
181
[page-n-197]
[page-n-198]
14
El instrumental metálico de Caramoro I
Sergio Martínez Monleón y Francisco Javier Jover Maestre
Los objetos metálicos de cobre documentados en Caramoro I
son escasos aunque muy representativos del instrumental metálico habitual en los contextos habitacionales del ámbito argárico. Una constante en el registro arqueológico argárico es,
precisamente, el reducido número de objetos metálicos documentados en contextos domésticos frente a su relativa abundancia, amortizados en tumbas. Este hecho, se acentúa mucho más
si se trata de asentamientos de muy pequeño tamaño, como es
el caso de Caramoro I.
Todos los objetos documentados se corresponden con instrumentos de trabajo, habituales en los ámbitos argáricos, con
la excepción de una pieza. Por sus características, todos ellos
fueron manipulados y usados ampliamente, por lo que alguno
de ellos son de difícil identificación morfológica y funcional,
caso de un punzón o escoplo.
En el conjunto de las excavaciones efectuadas han sido cinco los objetos recuperados. Cuatro ellos documentados durante
las excavaciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura (fig.
14.1): uno en el espacio C –CMI-589–, otro en la D –CMI-588–
y dos en la habitación E –CMI-590 y CMI-591–. El objeto restante, documentado durante la actuación de 2016, se trata de una
amalgama de bolitas de cobre procedente del relleno sedimentario –UE 2102–, vertido como basura en el relleno sedimentario
del contrafuerte murario levantado en acceso al asentamiento
(fig. 14.2).
DESCRIPCIÓN DE LOS ARTEFACTOS
Punta de Palmela
El ejemplar CMI-590 está conservado en su totalidad. Se
trata de una punta de flecha de Palmela o Foliácea del tipo
I (Simón, 1998: 261). La hoja presenta un perfil apuntado,
con una sección de hoja ovalada. La unión entre la hoja y
el pedúnculo es trapezoidal y el pedúnculo es largo y de
sección circular. Este objeto presenta unas dimensiones: 84
mm de longitud –44 mm de hoja y 40 mm de pedúnculo–,
17,5 mm de anchura máxima en la hoja y 0,55 mm en el
pedúnculo, y un espesor máximo de 3,5 mm en la hoja y 4
mm en el pedúnculo. Este tipo de objetos metálicos aparecen ampliamente representados en los yacimientos argáricos
del extremo septentrional argárico, como en San Antón, Laderas del Castillo, Tabayá, Illeta dels Banyets y Cabezo de
la Mina (San Miguel de Salinas, Alicante), así como en los
yacimientos de su periferia (Simón, 1998), siendo las más
frecuentes las de hoja de sección ovalada y pedúnculo corto
o largo de sección cuadrangular.
Punzones
El ejemplar CMI-589 está conservado en su totalidad y presenta morfología fusiforme, un único ápice y sección transversal
cuadrangular (ver fig. 14.1). Su cuerpo es asimétrico, concentrándose la anchura máxima de la pieza en el tercio proximal.
Sus dimensiones son: 79,5 mm de longitud, 8,5 mm de anchura
y 10 mm de espesor máximo. En relación a su contexto de hallazgo, procede del espacio C. La sección cuadrangular del punzón mejora la fijación de la varilla dentro del mango y es más
adecuado para un accionado manual a baja velocidad (Soriano,
2014: 219). La presencia de huellas asociadas con el sistema
de enmangue son comunes en alabardas (Brandherm, 2011: 2831), punzones (Simón, 2009: 96) y puñales de remaches (Simón, 1998; Bashore, 2013: 34-36). En todos estos casos se trata
de mangos de madera o de hueso, aunque en otros yacimientos
argáricos –Illeta dels Banyets– se emplearon soportes de asta
para los punzones (López Padilla, 2011: 174, fig. IV.3.20.1).
El ejemplar CMI-588 también está conservado en su totalidad, presentando morfología fusiforme, un único ápice y
sección transversal cilíndrica. Su cuerpo es prácticamente simétrico, dando la impresión a primera vista de ser un punzón
183
[page-n-199]
Figura 14.1. Instrumentos metálicos expuestos al público en el MAHE con indicación de la signatura.
biapuntado. Sus dimensiones son: 87 mm de longitud, 4,5
mm de anchura y 4,5 mm de espesor máximo. En relación a
su contexto de hallazgo, fue localizado en el espacio D. La
sección circular o mixta –cuadrangular/circular– es más apta
cuando se pretende usar el instrumento para taladrar mediante un sistema de accionado mecánico, como un taladro de
arco (Soriano, 2013: 126).
El restante ejemplar se encuentra fragmentado y no presenta ningún ápice, lo que dificulta definir su morfología, siendo su
sección transversal cuadrangular. Sus dimensiones son: 19 mm de
longitud, 4 mm de anchura y 3 mm de espesor máximo. En relación
a su contexto de hallazgo, procede del espacio E. Este objeto fue
publicado previamente como un fragmento de escoplo de sección
cuadrada (Simón, 1998: 55), aunque tras haberlo observado detenidamente durante nuestro trabajo resulta difícil determinar si se
trata de un fragmento de escoplo o de punzón. En este sentido, un
objeto similar al que aquí hemos estudiado ha sido publicado recientemente como un fragmento de punzón de sección transversal
cuadrangular (Soriano, 2014: 223, fig.3.2).
Bola/lingote de cobre
Figura 14.2. Bola de cobre recuperada del relleno del contrafuerte
2102.
184
Entre las evidencias más destacadas, efectuadas en la campaña
de 2016, cabe señalar la documentación de un pequeño lingote
de 21 mm de longitud, 10 mm de anchura, 6 mm de espesor y 6
gr de peso. Está integrado por una amalgama de 3 bolitas de pequeño tamaño. Fue localizado como basura vertida en el relleno
del contrafuerte UE 2002, prolongación del muro principal UE
2001 (fig. 14.3). Por tanto, corresponde a basura del primero
momento de ocupación, reutilizada en la primera de las remodelaciones que se realizan del asentamiento. Este contrafuerte
de planta rectangular, se ubica en el extremo septentrional del
asentamiento, en su zona de acceso.
Este tipo de bolitas, probablemente utilizadas habitualmente
como lingotes, son la forma más común en la que se encuentra el
cobre antes de su fundición para transformarlos en instrumen-
[page-n-200]
yor tamaño y peso fueron documentadas en Terlinques (Jover y
López, 2016). Una de ellas fue documentada en el nivel de uso
más antiguo de la Habitación 1, junto a un amplio conjunto de
enseres domésticos. La restante, también procede del interior de
otra unidad habitacional, aunque correspondiente a la tercera fase
de ocupación de Terlinques. También tenemos constancia de la
documentación de otra bola-lingote similar en un ámbito doméstico de Cabezo Redondo (Hernández et al., 2016) y en La Bastida
(Totana, Murcia) (Escanilla, 2016: 314-315, fig. 5.24).
CONCLUSIONES
Figura 14.3. Distribución general de objetos metálicos en Caramoro I. Los punzones aparecen marcados con triángulos; la punta de
flecha, con un rombo; y con un circulo, la bola de cobre.
tos. Es probable que este tipo de lingotes fuese la forma en la
que se intercambiaba y distribuía el cobre internamente en el área
argárica, aunque también desde El Argar hacia otras sociedades
concretas colindantes. Así, dos bolitas similares, aunque de ma-
Más allá de la abundancia de objetos de cobre o bronce (Montero et al., 2019) amortizados en las tumbas, la realidad es que
en los contextos domésticos argáricos su presencia es bastante
reducida y limitada a una serie de objetos básicos de pequeño
tamaño claramente vinculados con actividades productivas cotidianas. Estas evidentes diferencias entre contextos domésticos
y funerarios ya fueron constatadas y señaladas por los hermanos
Siret (1890) en sus excavaciones, por lo que la supuesta riqueza
metalúrgica de El Argar está fundamentalmente reconocida por
las evidencias metálicas procedentes de algunas tumbas documentadas en los asentamientos argáricos de mayor relevancia,
que en el caso del territorio en estudio, fueron Tabayá, Laderas
del Castillo y San Antón (Simón, 1998). Otros asentamientos
excavados en la zona de menor tamaño y relevancia política,
como Caramoro I, Cabezo Pardo (Soriano, 2014) o Pic de Les
Moreres (González Prats, 1986a) destacan precisamente por lo
contrario: escaso número de objetos metálicos y escasa o nula
presencia de tumbas.
Los objetos documentados en Caramoro I, por otro lado,
constituyen parte del conjunto de instrumentos básicos de cualquier asentamiento de la Edad del Bronce en el ámbito del Sureste y Levante peninsular: punzones, escoplos y puntas son
más que habituales en todos los contextos, a los que habría que
añadir, totalmente ausentes en Caramoro I, cuchillos de remaches y sierras.
Además, en Caramoro I, al igual que en Cabezo Pardo
(Soriano, 2014) o Pic de Les Moreres (González Prats, 1986a;
1986b), no se han constatado evidencias de áreas de actividad metalúrgica, ni tampoco de instrumentos que se puedan
relacionar con su desarrollo. Solamente tenemos constancia
de una amalgama de pequeñas bolas de cobre desechada en
Tabla 14.1. Indicación del contexto de los elementos metálicos y algunas de sus características.
Campaña
Nº inv.
Tipo
Habitación
Tipología
Sección
Longitud
Anchura
Grosor
1989
CMI-588
Punzón
D
B5A
1
Apuntado
Circular
87 mm
4,5 mm
4,5 mm
1989
CMI-589
Punzón
C
B2
1
Apuntado
Cuadrada
79,5 mm
8,5 mm
10 mm
1989
CMI-590
Punta de
Palmela
E
B6
1
Tipo 1 Hoja
apuntada
Ovalada
84 mm
17,5 mm
4 mm
1989
CMI-591
Punzón o
escoplo
E
B6
1
Indeterminado
Cuadrada
19 mm
4 mm
3 mm
2016
CMI-16
2102/02
1
Lingote?
Ovalada
amorfa
21 mm
10 mm
6 mm
Amalgama Contrafuerte mude bolitas rario espacio A
Sector Nº frags.
185
[page-n-201]
un relleno de construcción, que pudieron ser utilizadas como
lingotes para su distribución antes de ser convertidos en instrumentos u objetos. Su presencia en el asentamiento podría
ser considerada como materia prima disponible para ser intercambiada o trabajada.
En cualquier caso, solamente realizando estudios isotópicos
de plomo de este tipo de restos es como podremos determinar la
procedencia y redes de circulación. Por el momento, los estudios
efectuados muestran que en asentamientos como San Antón, Ladera del Castillo y Cobatillas la Vieja (Santomera, Murcia), y
con cierta probabilidad en Tabayá (Simón, 1998), se llevarían a
cabo labores de fundición. De igual modo, solamente hay cons-
186
tancia de posibles explotaciones mineras en el Cerro de la Mina
(Orihuela-Santomera), ubicado en las únicas menas de cobre
existentes en el ámbito septentrional argárico (Bradherm et al.,
2014: 123-124), aunque estudios recientes vienen a señalar la
ausencia de explotaciones mineras con anterioridad a época contemporánea (Escanilla, 2016). No obstante, los estudios efectuados vienen mostrando un importante trasiego en la distribución
y uso del metal (Montero y Murillo, 2010: 47-48; Murillo et al.,
2015). Y, de igual modo, los primeros datos para algunos objetos
documentados en asentamientos de la Vega Baja no coindicen
con los disponibles a nivel local (Brandherm et al., 2014: 125),
lo que afianzaría la idea de su procedencia alóctona.
[page-n-202]
15
Los artefactos óseos de Caramoro I
Juan A. López Padilla
INTRODUCCIÓN
Aún resultaba un lugar común en la bibliografía arqueológica
del siglo pasado señalar la paulatina decadencia de la producción de artefactos de hueso a medida que nos adentrábamos en
las denominadas “Edades del Metal”. La suposición de que el
“descubrimiento” del metal y su incorporación al ajuar doméstico de las comunidades calcolíticas y de la Edad del Bronce
conllevaría un paulatino desuso de las materias óseas –en franca
desventaja frente a la mayor dureza y durabilidad atribuida a los
artefactos metálicos– siempre estuvo muy en consonancia con
la perspectiva del “progreso” tecnológico que, de forma mayoritaria, y más o menos consciente, ha guiado las explicaciones
más comunes relativas al desarrollo de nuestra prehistoria.
Aunque desde un punto de vista meramente estadístico podríamos encontrar algunos datos con los que avalar este tipo de
argumentos, hace ya tiempo que expuse las razones por las que,
a mi juicio, la implementación de la producción metalúrgica en
el Sureste y Este de la península ibérica no supuso una “decadencia” de la manufactura de productos de asta y de hueso, y
mucho menos su abandono, sino que el registro arqueológico
conservado en esta zona permite advertir, entre mediados del III
y mediados del II milenio ANE, una profunda transformación y
adaptación a nuevas necesidades (López Padilla, 2011).
Aunque El Argar constituye, sin lugar a dudas, el grupo arqueológico de la Edad del Bronce más investigado de la
península ibérica, y el que probablemente concentra en la actualidad el mayor número de proyectos de intervención arqueológica, evaluar la producción y el consumo de objetos óseos en
los yacimientos argáricos no resulta, a pesar de lo que podría
pensarse, una tarea sencilla. Estamos aún lejos de disponer de
información contextual y estratigráfica actualizada, y aún permanecen sustancialmente inéditos los catálogos detallados de
artefactos óseos de algunos de los yacimientos más intensamente investigados en las últimas décadas, como Gatas, Fuente
Álamo o Castellón Alto, entre muchos otros. Lamentablemente,
por tanto, para trascender la mera catalogación de ítems y su
análisis arqueométrico, y abarcar cuestiones relativas a los
modelos de gestión de la producción ósea y a sus pautas de
consumo, todavía debemos atenernos al material publicado,
procedente de excavaciones más o menos recientes –como Tabayá, Illeta dels Banyets, Cerro de la Encina o Peñalosa (López
Padilla, 2011; Mérida, 2000; Altamirano, 2012; 2013)– y a los
amplios pero en su inmensa mayoría descontextualizados conjuntos de los trabajos clásicos del siglo pasado.
Es en ese marco en el que este pequeño estudio cobra su
mayor sentido y relevancia. Proveniente casi en su totalidad de
unos trabajos arqueológicos llevados a cabo en las postrimerías
del siglo XX, y que quedaron en esencia inéditos, el conjunto
de artefactos óseos de Caramoro I permite, a la luz de los datos
estratigráficos que han proporcionado las intervenciones realizadas en 2015 y 2016, incrementar un poco el exiguo inventario de objetos hallados en los yacimientos argáricos excavados
y avanzar un pequeño paso más hacia nuestra comprensión de
esta parte esencial del registro arqueológico.
EL REGISTRO ARTEFACTUAL ÓSEO DE CARAMORO I:
CLASIFICACIÓN Y DESCRIPCIÓN
En el yacimiento de Caramoro I se recuperó un total de 21
artefactos mediales (instrumentos) elaborados con materias
óseas –huesos de vertebrados y asta de cérvido– en su gran
mayoría documentados durante las excavaciones de R. Ramos
Fernández en 1981 y de A. González Prats y E. Ruiz Segura
en 1989. Durante los trabajos realizados en 2015 y 2016 se
localizaron sólo tres objetos más: una punta de flecha de pedúnculo y aletas de la UE 1000 del espacio A, y dos punzones:
uno de la UE 1007 –espacio A– y otro de la UE 1805 –testigo
B, ubicado extramuros–. Una pequeña cuenta de collar dis187
[page-n-203]
Tabla 15.1. Relación de artefactos óseos localizados en Caramoro I.
Sigla
Tipo
CMI-572
A211
CMI-573
Descripción
Figura
Longitud
Anchura
Espesor
Punzón sin base epifisial con abertura del canal
medular
3.1
128 mm
20,5 mm
2 mm
A222
Punzón sin base epifisial sin abertura del canal
medular, de sección aplanada
3.4
94 mm
10 mm
4 mm
CMI-574
A222
Punzón sin base epifisial sin abertura del canal
medular, de sección aplanada
3.5
84,5 mm
14,5 mm
4 mm
CMI-575
L111a
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.7
118 mm
11,5 mm
3,5 mm
CMI-577
L111b
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.2
96 mm
14,5 mm
5 mm
CMI-578
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.4
86 mm
10,5 mm
2,5 mm
CMI-579
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.2
114,5 mm
15 mm
1,5 mm
CMI-580
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.3
83 mm
32 mm
2,5 mm
CMI-599
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.1
118 mm
32 mm
1,5 mm
CMI-600
A111
Punzón de base epifisial en ulna de cánido
1.1
147 mm
25 mm
4 mm
CMI-601
L111a
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.4
100 mm
11,5 mm
2,5 mm
CMI-602
E221
Cincel en asta de ciervo
4.2
101,5 mm
36 mm
9,5 mm
CMI-603
A211
Punzón sin base epifisial con abertura del canal
medular
3.2
65,5 mm
8 mm
2 mm
CMI-929
L111a
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.5
97,5 mm
8,5 mm
3,5 mm
CMI-sn-1
L111a
Alfiler de base epifisial en fíbula de suido
1.6
117,1 mm
12 mm
7 mm
CMI-sn-2
H113
Cuña o espátula sobre porción diafisiaria
longitudinal
4.3
122 mm
16,2 mm
8 mm
CMI-sn-3
A211
Punzón sin base epifisial con abertura del canal
medular
3.6
83 mm
7,2 mm
4,3 mm
CMI-1016
A121c
Punzón de base epifisial en tibia de ovicaprino
2.5
68,5 mm
11 mm
3,5 mm
CMI-1106
E111
Cincel de base epifisial
4.1
180,5 mm
78 mm
19,5 mm
CMI-16/1000-7
F122
Punta de flecha en lámina ósea con dos aletas y
pedúnculo
3.3
51,1 mm
10 mm
3 mm
CMI-16/1007-12
L112
Alfiler de base epifisial en metacarpo de équido
1.3
97 mm
13 mm
4 mm
coidal, elaborada en nácar, fue localizada en la UE 1204 del
espacio C. Ésta última se añade a una serie de productos de
marfil, que analizaré más en detalle en un capítulo aparte,
con los que conforma el total de artefactos finales hallado en
el yacimiento.
Los artefactos de hueso o asta de ciervo localizados en
los almacenes del MAHE en la actualidad son los que se relacionan en la tabla 15.1.
Exceptuando un par de piezas, de las que tenemos referencias en los diarios de campo o en las etiquetas de las bolsas y
cajas en las que se conservaban, el grueso de los materiales de
las campañas de excavación de 1981 y 1989 carece de datos
acerca de su contexto o estratigrafía. Por otro lado, en las dependencias del MAHE se conservan otras tres piezas sin número
de registro que, no obstante, se hallaban almacenadas entre los
materiales arqueológicos del yacimiento. Estas tres piezas se
188
han identificado provisionalmente para este estudio como CMIsn-1, CMI-sn-2 y CMI-sn-3. En mi opinión, es probable que se
trate de artefactos hallados durante la campaña de 1981, de los
que en el inventario realizado apenas hemos localizado media
docena. Hay, por último, otras tres piezas que en su día fueron
catalogadas como artefactos, y por tanto sigladas (CMI-576,
CMI-856 y CMI 1099), pero que tras una detenida observación
de las mismas he descartado como tales, ya que se trata de huesos quemados y un fragmento de asta de ciervo que no presenta
huellas de elaboración.
En la última década hemos visto publicadas diversas obras
que han afrontado la clasificación de artefactos óseos del Calcolítico y/o de la Edad del Bronce desde diversas perspectivas
teórico-metodológicas (Maicas, 2007; López Padilla 2011; Altamirano 2013; 2014; Pau y Cámara 2019). Sin embargo, sólo
unos pocos trabajos se han centrado explícitamente en el es-
[page-n-204]
Figura 15.1. Representación del número de artefactos óseos de
Caramoro I, según su clasificación tipológica.
La clasificación del conjunto artefactual de Caramoro I permite apreciar de inmediato su sintonía con los conjuntos conocidos de otros yacimientos, tanto argáricos como de las zonas
de contacto periféricas al Argar –principalmente, La Mancha
Oriental y el Levante peninsular– y tanto en los tipos de artefactos documentados como en su representación proporcional
dentro del conjunto. En la figura 15.1 podemos apreciar cómo
punzones y alfileres predominan ampliamente, seguidos a mucha distancia por los demás tipos de productos, en un marco de
dominio absoluto de los artefactos mediales:
La representación porcentual por clases de artefactos que se
muestra en la figura 15.2, refleja de forma aún más acusada esta
hegemonía, dado que la suma de ambas clases de instrumentos
–Punzones (A) y Alfileres (L)– supone el 81% del total. Caramoro I tampoco se distancia en nada del resto de yacimientos
argáricos analizados en la zona en lo que concierne al aprovisionamiento de la materia prima empleada para la producción
de artefactos. Excepto un pequeño grupo de objetos, de los que
por su estado fragmentario o por su grado de transformación
no ha sido posible identificar con claridad el tipo de soporte
óseo utilizado, el resto se ha elaborado casi exclusivamente en
huesos o porciones diafisiarias de huesos de las extremidades,
destacando en cierta medida las tibias y las fíbulas, tal y como
se observa en la figura 15.3.
Finalmente, el análisis de las especies a las que pertenecían
los huesos utilizados muestra también que los animales domésticos proporcionaron las tres cuartas partes del total de los artefactos inventariados, sobresaliendo en especial cerdos y ovicaprinos,
que conjuntamente suponen el 57% del total (fig. 15.4).
Punzones
Figura 15.2. Representación porcentual de las clases de artefactos
localizados en Caramoro I. A: Punzones; E: Cinceles y escoplos; H:
Cuñas-espátulas; F: puntas de flecha; L: Alfileres.
tudio de conjuntos de la Edad del Bronce, y menos aún de colecciones procedentes de yacimientos argáricos (López Padilla
2011; Altamirano, 2012). De todo ello no ha resultado, lógicamente, una propuesta unificada para la clasificación artefactual, sino que cada investigador ha propuesto un modelo acorde
con sus posicionamientos teóricos y también con los objetivos
de investigación planteados. Estoy firmemente convencido de
que, al menos en lo que respecta al cuadrante sudoriental de la
península, sería posible y positivo unificar ciertos criterios y
terminología con los que identificar un significativo conjunto
de tipos de artefactos ampliamente representados en el registro arqueológico de esta área durante la Edad del Bronce. Pero
en tanto no surja el necesario debate entre investigadores que
contribuya a este esfuerzo, habremos de continuar empleando
el modelo que a cada momento consideremos más oportuno.
Por mi parte, seguiré utilizando básicamente la propuesta realizada en mi tesis doctoral (López Padilla, 2011), que ya ha sido
aplicada al estudio de otros asentamientos argáricos del sur de
Alicante (López Padilla, 2014b).
Entre el conjunto de objetos apuntados localizado en el yacimiento sobresale claramente, como ya hemos visto, el número
de punzones, con 11 piezas (figs. 15.5 y 15.6). Dentro de nuestro
modelo de clasificación, encontramos artefactos tanto del grupo
A1 –punzones que conservan la epífisis natural del hueso en su
parte proximal– como del grupo A2 –aquéllos que no la conservan (López Padilla, 2011: 350).
Tipo A111
El tipo de diseño más básico y que implica menor inversión de
trabajo en su obtención conforma el sub-grupo A11, caracterizado por utilizar como soportes óseos huesos del esqueleto apendicular carentes de canal medular. Entre los huesos de este tipo,
las ulnas son, con diferencia, las más ampliamente utilizadas en
esta zona durante la Edad del Bronce. Los punzones elaborados
con estos huesos constituyen el tipo A111. El único ejemplar
localizado en Caramoro I es la pieza CMI-600 (fig. 15.5.1), manufacturado en ulna de cánido (con toda probabilidad, un perro
doméstico, aunque de talla bastante grande). Ofrece señales de
reaguzado en el extremo distal, y lustre de uso, que se aprecia
más intenso por la parte caudal de la diáfisis. Por sus dimensiones y el tipo de soporte óseo elegido, la mayoría de estos
punzones debieron ser utilizados como perforadores.
Tipo A121
El sub-grupo A12 se caracteriza por emplear huesos con canal
medular interno, también del esqueleto apendicular, que requieren un grado mayor de inversión de trabajo en su proceso de
189
[page-n-205]
Figura 15.3. Representación porcentual de los tipos de hueso del
esqueleto de vertebrados utilizados en la manufactura de artefactos
mediales en Caramoro I.
Figura 15.4. Representación porcentual de las especies explotadas
para la obtención de materia prima para la producción ósea en Caramoro I.
transformación en producto, y poseen menor densidad ósea en
la diáfisis que el sub-grupo A11. En contrapartida, ofrecen una
mayor longitud aprovechable como parte activa del instrumento. Durante la Edad del Bronce, las tibias de ovicaprinos fueron,
con diferencia, el soporte más ampliamente utilizado para elaborar esta clase de artefactos, y constituyen el tipo A121 (López
Padilla, 2011: 350).
Entre los artefactos de este tipo registrados en el Este y
Sureste peninsulares durante la Edad del Bronce identifiqué
tres técnicas diferentes de manufactura de este tipo de punzones, que proporcionaban tres variedades o sub-tipos que
designé en su momento como A121a, b y c, basándome en
un gradiente teórico de complejidad técnica atribuible al proceso de manufactura de cada uno de ellos. El más complejo
de los tres es el sub-tipo A121c. Se trata de punzones sobre
tibia de ovicaprino, con apuntamiento en la parte distal de
190
la tibia y un ranurado que afecta completamente a la diáfisis
–seccionando la cresta tibial en un plano oblicuo con respecto al eje longitudinal del hueso, y siempre en la faceta craneal
del mismo– y también a la epífisis proximal de la tibia, que
se conserva siempre, aunque parcialmente, en la base del instrumento. Esto determina un rasgo diagnóstico, observable
en el producto final, que permite discriminar este sub-tipo
del sub-tipo A121b, como es la posición del foramen nutricio
de la tibia con respecto a la ranura de la diáfisis. En el caso
del tipo A121c, el foramen siempre aparece en una de las
paredes laterales del punzón, mientras que en el tipo A121b
éste asoma en el centro del seno del canal medular abierto,
ya que en esta segunda variedad el ranurado, que nunca es
completo, se practica preferentemente en la cara ventral o
caudal de la tibia, y nunca en la craneal (López Padilla, 2011:
347). Se trata de una cuestión relevante por cuanto que ya he
señalado en varias ocasiones que ambos sub-tipos presentan,
en general, cronologías diferentes durante la Edad del Bronce (López Padilla 2014b: 211).
En Caramoro I hemos logrado identificar 5 piezas del tipo
A121c, de las que sólo una (CMI-599) se ha conservado completa (fig. 15.6.1). De otros dos ejemplares se han conservado
porciones meso-proximales (CMI-579 y CMI-580) (fig. 15.6.2
y 15.6.3), y el resto son una parte distal con reaguzado lateral (CMI-578) (fig. 15.6.4) y una porción mesial fragmentada
longitudinalmente (CMI-1016) (fig. 15.6.5). En todos ellos se
pueden observar restos del proceso de manufactura característico de este tipo de punzones, en particular las marcas de raspado
en el interior de la cavidad medular y de abrasión de las paredes óseas diafisiarias (fig. 15.7). Así mismo, todos los que conservan parcial o completamente la epífisis proximal de la tibia
fueron elaborados a partir de huesos de ejemplares de ovejas o
cabras de edad juvenil, como demuestra el hecho de que ninguna epífisis se encuentre fusionada.
La única pieza completa (CMI-599) muestra claras evidencias de un uso prolongado. En la parte distal se aprecia la huella
de repetidos aguzamientos, los cuales acabaron provocando un
desplazamiento lateral de la zona activa hacia el perfil izquierdo. Por otro lado, la longitud total conservada indica que su vida
útil estaba prácticamente agotada, (López Padilla, 2011: 489),
razón por la que probablemente fue desechado.
Tipo A21
Dentro del grupo A2 –punzones que no conservan restos de la
epífisis del hueso que ha servido de soporte material para su
elaboración– el subgrupo A21 agrupa aquéllos que muestran
claramente, apenas modificado, el canal medular. A diferencia
de los considerados anteriormente, la serie de artefactos que se
reúnen aquí presentan en general un carácter más heterogéneo,
bajo el que realmente subyace un aspecto de la producción ósea
de la Edad del Bronce al que, en mi opinión, no se le ha prestado
hasta ahora suficiente atención. Me estoy refiriendo al reciclado, que permite obtener nuevos productos a partir de productos
previos o, como sucede en un significativo número de casos, a
partir de sus fragmentos.
El conjunto de Caramoro I ofrece varios ejemplos. Así,
las piezas CMI-572, CMI-574 y CMI-603, clasificadas en este
grupo, constituyen artefactos o restos de artefactos reciclados
a partir de ejemplares del tipo A121c. El caso más evidente
es el de la pieza CMI-572 (fig. 15.8.1), que aún conserva una
[page-n-206]
Figura 15.5. Diferentes tipos de punzones localizados en Caramoro I.
amplia parte de la diáfisis del hueso, y que fue reciclado a
partir de un punzón que se fracturó longitudinalmente durante
su uso (o quizá durante el propio proceso de elaboración). En
cambio, las señales de abrasión que presenta en su base la pieza CMI-603 (fig. 15.8.2) indican que se trata de la parte distal
–o de una esquirla longitudinal de la zona mesial– fracturada,
de un punzón del tipo A121c, reaprovechada posiblemente
para ser usada de nuevo inserta en un mango de madera. En
este mismo caso estaría la pieza CMI-574 (fig. 15.8.5), aunque en este caso, dado que la esquirla reaprovechada provenía
de la parte más cercana a la epífisis proximal de la tibia, la
sección transversal aplanada de la pieza lleva a clasificarla
dentro del tipo A222.
Realmente, por tanto, hay un considerable número de artefactos óseos que deben clasificarse en este grupo A2 pero que
no fueron diseñados inicialmente con los rasgos morfológicos
que se seleccionaron para definirlo, y que constituyen un heterogéneo conjunto de artefactos reciclados a partir de otros
productos. En cualquier caso, también encontramos punzones
que claramente se diseñaron desde el principio bajo esos pa-
rámetros, como por ejemplo la pieza CMI-sn-03 (fig. 15.8.6),
elaborada a partir de una porción longitudinal de diáfisis de un
metapodio de ovicaprino hendido.
Alfileres
En el marco del modelo de clasificación que utilicé en mi tesis doctoral, opté por desgajar de la Clase A de los punzones un conjunto
de artefactos, muchos ellos elaborados a partir de fíbulas y metapodios de equinos, a los que por sus características morfológicas
preferí interpretar como alfileres, y agruparlos en una clase diferente de artefactos –Clase L–. Pese a que, en rigor, resulta difícil
continuar justificando en todos sus términos esta separación a la
vista de las huellas de uso que muchos de ellos presentan, he optado
por seguir utilizando este mismo criterio de clasificación, aunque es
altamente probable que deba modificarse en futuros estudios.
Tipo L111
De los 6 ejemplares catalogados, 5 fueron elaborados en fíbulas
de suido (cerdo doméstico, en todos los casos), que constituye
el tipo de soporte más ampliamente utilizado en la producción
191
[page-n-207]
Figura 15.6. Punzones óseos del tipo A121c.
Figura 15.7. Marcas de raspado interior en un punzón A121.
192
de este tipo de artefactos en el Este y Sureste de la península durante la Edad del Bronce (López Padilla, 2011: 375). Todos corresponden al tipo L111, el cual fue dividido en dos variantes en
atención a la epífisis preservada en su extremo basal: L111a (en
el caso de conservar la epífisis proximal de la fíbula) y L111b
(cuando la conservada es la distal).
Cuatro de los ejemplares –CMI-601, CMI-929, CMIsn-01 y CMI-575– pertenecen a la variante L111a (ver fig.
15.5.4-7). Sólo la pieza CMI-929 presenta fractura en el extremo distal, mientras que todas tienen roto o fracturado el
extremo proximal. En buena medida, se trata de un rasgo bastante común en este tipo de objetos, por cuanto que esa parte
de la fíbula es la de menor grosor y la que posee una estructura ósea menos densa. La longitud conservada en la parte
activa de estas piezas de Caramoro I indica también, por otro
lado, que se trataba de instrumentos al límite de su vida útil.
En concreto, las piezas CMI-601 y CMI-sn-01 muestran señales inequívocas de un intenso reaguzado del extremo distal, y
huellas de uso macroscópicas compatibles con la realización
[page-n-208]
Figura 15.8. Punzones reciclados y punta de flecha.
de tareas de perforación de materias de mediana consistencia,
con movimientos penetrantes y rotatorios, lo que ciertamente hace poco probable que estos artefactos fueran empleados
realmente como alfileres.
Tipo L112
En condiciones parecidas está la pieza CMI-16-1007-12 (fig.
15.5.3), elaborada a partir de un metatarso II de équido (caballo), hallado en la habitación A durante la última campaña de
excavaciones realizada en el yacimiento.
Punta de flecha
Las puntas de flecha de hueso han merecido una atención especial en la investigación arqueológica, fundamentalmente debido al valor que en un principio se les atribuyó como “fósiles
directores” en las secuencias cronoculturales de la Prehistoria
europea (López Padilla, 2011: 400). Aunque su representación
en contextos de la Edad del Bronce de la peninsula no ha cesado
de crecer en las últimas décadas, su importancia en los conjun-
tos artefactuales argáricos no alcanza por ahora la misma relevancia. En este sentido, su presencia, más o menos esporádica,
denota posiblemente la necesidad de cubrir una demanda por
encima de las posibilidades productivas, o quizá, más probablemente, todavía por encima de las capacidades técnicas de la
metalurgia de la primera mitad del II milenio ANE.
Tipo F122
La punta de flecha localizada en Caramoro I corresponde al tipo
F122, que constituye el tipo más común dentro del grupo F1. Éste
agrupa las puntas de flecha elaboradas a partir de láminas de materias
óseas de sección aplanada, frente a un segundo grupo –grupo F2–
en el que se incluyen las puntas de secciones espesas, elaboradas a
partir de varillas macizas de hueso o asta de ciervo (López Padilla,
2011: 402). La pieza en cuestión (CMI-16-1000/7) (fig. 15.8.3) presenta una sección aplanada, con arista central, y un pedúnculo apuntado de sección aproximadamente cuadrangular. Una de sus aletas
laterales (ambas dispuestas en ángulo agudo con respecto al cuerpo
central de la hoja) se halla fragmentada. La observación atenta de la
pieza permite apreciar de inmediato varias marcas relacionadas, por
193
[page-n-209]
Tipo E221
Figura 15.9. Detalle de la punta de flecha.
un lado, con el proceso de manufactura (fig. 15.9, izquierda), y por
otro, con el enmangado en el astil de madera a cuyo extremo estuvo
engarzada (fig. 15.9, derecha). Aunque se localizó en la Habitación
A, su posición estratigráfica, en el sedimento revuelto de la capa
superficial, impide precisar una cronología para ella en la secuencia
de ocupación del yacimiento.
Cinceles, escoplos, espátulas y alisadores
Por último, del yacimiento proceden tres piezas de las que al menos
dos pueden incluirse en la Clase E de cinceles y escoplos, mientras
que la tercera podría también clasificarse entre las espátulas y alisadores de la Clase H.
Tipo E111
La pieza CMI-1106 pertenece al tipo más básico de los cinceles elaborados con huesos que conservan intacta o parcialmente
modificada la epífisis natural. En este caso (fig. 15.10.1) se trata
de un radio derecho de bovino (sin duda, un buey adulto) al que
se extrajo completamente la ulna, ya casi totalmente fusionada
con el radio, y la parte ventral de la diáfisis, utilizando la pared
opuesta del hueso como parte activa del instrumento. En el momento de su hallazgo se hallaba ya fracturado en su parte distal,
probablemente debido a un impacto que provocó su rotura y que
hizo que fuera definitivamente desechado.
La pieza conserva lustre de uso muy intenso en el extremo
distal (fig. 15.11a), pero también en la parte meso-distal, en el
borde lateral del radio (fig.15.11b). Las huellas que se observan
a simple vista en la parte meso-proximal (fig. 15.11d) podrían
ser resultado del frotamiento de la superficie con la mano al
asir el instrumento, pero lo más significativo es que en la epífisis no se observen señales de enmangado ni tampoco impactos
que permitan pensar que fuera usado como elemento intermedio
para la percusión indirecta. Las únicas marcas que se aprecian
están relacionadas con el descuartizado y desmembramiento del
animal, antes de que esta parte de su esqueleto fuera seleccionada para elaborar el cincel. En cualquier caso, y habida cuenta
de que la efectividad del instrumento en el golpeo disminuye
notablemente si se empuña con la mano, no puede descartarse
completamente que el artefacto se hubiera usado enmangado en
algún tipo de soporte, sin que se hayan conservado huellas de
ello que puedan apreciarse macroscópicamente.
194
En cambio, el cincel CMI-602 (fig. 15.10.2) sí estuvo, sin duda
alguna, enmangado. Las marcas que se observan en su extremo
proximal, y la forma apuntada de éste, dejan pocas dudas al respecto. Las primeras, en mi opinión, son consecuencia clara de
la extracción de parte de la superficie natural del candil o rama
del asta de ciervo con el que fue elaborado, y probablemente responden a la necesidad de adelgazar esta parte del artefacto para
acomodarlo al mango en el que estuvo insertado. Su aspecto en
general rugoso, pero con las aristas suavizadas por el roce (fig.
15.12, derecha), señalan en la misma dirección. La escasa longitud de la pieza, a pesar de estar completa, también invita a considerar que el artefacto habría ya agotado completamente su vida
útil, tras una larga secuencia de reavivados del filo. Éste presenta
un intenso lustre de uso, y una observación detenida muestra con
claridad pequeñas fracturas que parecen derivadas –aunque no
en todos los casos– de microimpactos (fig. 15.12, izquierda), que
creo probable se hayan producido durante el trabajo de extracción
de porciones de material de cierta consistencia.
Tipo H113
A falta de los necesarios ensayos experimentales y análisis de
las huellas de uso, en la línea de los realizados en las últimas
décadas en otros ámbitos de Europa Occidental (Jensen, 2001;
Griffitts y Bonsall, 2001; van Gijn, 2007, entre otros), resulta
difícil precisar una línea que separe ciertos artefactos biselados
como los que acabamos de analizar, considerados abiertamente
cinceles, de otras herramientas similares, de menor grosor, que
preferentemente se han interpretado como espátulas o alisadores. Ya me enfrenté a esa particular circunstancia al revisar el
conjunto de objetos de estas características recogido en mi tesis
doctoral, teniendo que asumir que, sin un concienzudo análisis
microscópico de las huellas de uso conservadas, resultaba muy
difícil hacer una separación neta entre ambas clases de artefactos (López Padilla, 2011: 410; 416).
La pieza CMI-sn-02 (ver fig. 15.10.3) se ha elaborado en
una porción longitudinal de diáfisis de un fémur derecho de bovino (un buey). Carece de contexto, y su atribución al conjunto artefactual del yacimiento se basa únicamente en el hecho
de encontrarse almacenada en las dependencias del MAHE en
compañía de otros materiales hallados durante las excavaciones
de 1981. En cualquier caso, se trata de un tipo de cincel o espátula bastante común en contextos del III y del II milenio ANE,
por lo que no resulta un elemento extraño dentro del conjunto.
La mala conservación de la pieza, afectada por concreciones
calcáreas y por erosiones químicas y orgánicas impide realizar
un análisis más pormenorizado de las huellas de uso que presenta, todas ellas conservadas en la parte distal. En la zona mesial
se observan algunos esquirlados rebajados que, como es común
en este tipo de objetos, se produjeron durante el proceso de extracción de la varilla longitudinal de la diáfisis del fémur.
Cuenta de collar
Al margen de los objetos de marfil localizados, de los que me ocupo
en un capítulo aparte, el único artefacto final hallado en el yacimiento es una cuenta de collar elaborada en nácar (CMI-583), de la que
no disponemos de información contextual. La pieza presenta un perfil circular, con una perforación, elaborada a partir de un fragmento
de concha, con unas dimensiones de 5,5 x 5,5 x 1,5 mm.
[page-n-210]
Figura 15.10. Cinceles.
EL REGISTRO ARTEFACTUAL ÓSEO DE CARAMORO I:
CONCLUSIONES
El conjunto de útiles de hueso y asta de Caramoro I puede considerarse en general característico de los yacimientos de la Edad
del Bronce del cuadrante suroriental de la península ibérica,
tanto de los pertenecientes al grupo argárico como a los de su
periferia septentrional –grupos del Bronce de La Mancha y del
Bronce Valenciano.
Tal y como sucede en una amplia mayoría de los yacimientos
de este momento estudiados –en especial, en aquellos en los que se
han llevado a cabo excavaciones sistemáticas–, en el conjunto de
artefactos elaborados en materias óseas predominan ampliamente
los punzones, seguidos a considerable distancia por otros tipos de
instrumentos, como cinceles, espátulas, agujas, etc. Capítulo aparte
merecen –y así se ha considerado en esta monografía– los artefactos finales elaborados en marfil, que constituyen un grupo destacable en el contexto de la Edad del Bronce de la zona.
195
[page-n-211]
Figura 15.11. Detalles de la superficie
del cincel CMI-1106.
En este sentido, pues, Caramoro I no representa ninguna novedad. En el conjunto de punzones se puede realizar una clásica
distinción entre aquellos manufacturados a partir de huesos con
diáfisis macizas, sin canal medular, y los elaborados con huesos
que sí lo poseen, principalmente metapodios y tibias de rumiantes
de mediano tamaño. En el primer caso, las morfologías naturales
se prestan a obtener, con poca inversión de trabajo, instrumentos
apropiados para la punción y la perforación de materiales de dureza considerable (ver fig. 15.5). Los soportes óseos empleados
son ante todo fíbulas y ulnas de suidos (principalmente), ovejas
o cabras y también cánidos. Se trata de objetos –en particular los
elaborados en ulnas– ampliamente representados en el registro
arqueológico prehistórico, que podemos encontrar incluso en cronologías paleolíticas. Aunque no constituyen un grupo particularmente numeroso en el repertorio artefactual óseo de la Edad del
Bronce, los hallamos presentes en los yacimientos a lo largo de
toda la secuencia del II milenio ANE.
En comparación con los anteriores, los punzones elaborados a partir de tibias de ovicaprino son considerablemente
más numerosos en Caramoro I (ver fig. 15.6). Esta circunstancia está también en sintonía con lo que se observa en la
mayoría de los yacimientos de la Edad del Bronce de esta
zona, tanto en los argáricos como en los pertenecientes a su
periferia (López Padilla, 2011). Varios indicios apuntan a
que este tipo de punzón remonta sus orígenes a momentos
finales del Calcolítico, y que se convertirá en el tipo de artefacto óseo más común en el registro arqueológico hasta al
menos mediados del segundo cuarto del II milenio ANE. Por
su configuración, y la relativa diversidad del desgaste observado en su parte activa, se puede seguir considerando un artefacto destinado a múltiples usos, entre los que no siempre
la punción y perforación de materiales hubo de ser el priori196
tario. Su implicación en trabajos textiles y especialmente en
la manufactura de productos de cestería podría considerarse
muy probable.
Una de las circunstancias que a mi juicio resultan más sobresalientes en el marco de la producción ósea de la Edad del
Bronce en esta zona de la península es el reciclado sistemático de los artefactos óseos, que en épocas precedentes sólo se
constata de forma testimonial. A diferencia de lo que ocurría
en el Calcolítico, en donde el agotamiento o la rotura de un
punzón solía conllevar su inmediato abandono y sustitución
por otro del mismo tipo, a lo largo de la Edad del Bronce se
consolida la tendencia a un reaprovechamiento de los artefactos con el objetivo de prolongar al máximo su vida útil. Este
hecho se observa no sólo en el reavivado irregular de las partes
distales de algunos punzones sino, especialmente, en la transformación de porciones longitudinales fracturadas en nuevos
artefactos. Caramoro I no representa tampoco una excepción a
este respecto (ver fig. 15.8).
Muy lejos del nivel de representación de los punzones encontramos otros tipos de artefactos mediales, como los cinceles (ver fig. 15.10). En Caramoro I se han registrado dos útiles
de este tipo, cada uno de ellos elaborado en un material óseo
diferente, y representativos ambos, respectivamente, de las
dos clases de cinceles más comunes de este momento.
En primer lugar hallamos un cincel manufacturado en un
candil o rama de asta de ciervo, seccionado longitudinalmente
–tipo E221–. Sus dimensiones y la morfología apuntada de su
extremo proximal, invitan a pensar que originariamente debió
usarse enmangado, y el tipo de huellas de uso que se observan
en su parte activa, con intenso lustre de uso, que principalmente pudo emplearse en labores de carpintería. En particular, el
descortezado y labrado de maderas de dureza media parece bas-
[page-n-212]
tante probable. Piezas parecidas se han localizado en diversos
asentamientos argáricos del sur de Alicante, como por ejemplo
San Antón y Laderas del Castillo. Su uso también se atestigua
en cronologías de mediados del II milenio ANE, en yacimientos
como Cabezo Redondo (López Padilla, 2011: 406).
La dureza y, al mismo tiempo, flexibilidad y resistencia del
asta de ciervo convierten a este material óseo en el más idóneo
para elaborar artefactos mediales destinados a la percusión o
tratamiento de materias de considerable dureza. Las astas de
cérvidos poseen además otras ventajas, como por ejemplo que
puedan recolectarse en el campo durante la época de desmogue, y que soporten un tiempo de almacenamiento prolongado, hasta su aprovechamiento para la producción de artefactos.
El hallazgo de astas de ciervo en el interior de ciertas habitaciones, documentado en diversos yacimientos de la Edad del
Bronce excavados (López Padilla, 2011: 340), responde indudablemente a esta práctica. A ellos podemos sumar también el
caso de Caramoro I, como muestra el hallazgo en las habitaciones A y E de astas de ciervo de desmogue, desafortunadamente en ambos casos, fragmentadas y en malas condiciones
de conservación a causa del incendio que sufrió esta parte del
asentamiento (fig.15.13).
Sin embargo, también se documentan cinceles manufacturados con huesos de gran tamaño y paredes óseas de grosor
apreciable, que a menudo guardan testimonio de la rudeza del
material con el que ocasionalmente tuvieron que lidiar. Este es
el caso del cincel manufacturado con la porción meso-proximal
de un radio de bóvido –tipo E111–, que muestra una fractura
longitudinal desde el ápice distal de la pieza hasta prácticamente
la epífisis del hueso. En la parte activa del artefacto se aprecia
un intenso lustre de uso, que claramente podemos relacionar
con una prolongada utilización del instrumento en labores que
suponían el roce constante con materiales de dureza media no
abrasivos. A pesar de que el tipo de fractura que presenta es muy
compatible con trabajos de percusión, en la superficie articular
de la epífisis del hueso que sirve de soporte óseo no se observan
marcas macroscópicas de impactos. Eso hace pensar que o bien
la pieza se empleó en percusión indirecta, enmangada probablemente en madera, o que se utilizó empuñada directamente
con la mano, lo que, aunque no es descartable, la haría sin duda
menos efectiva en trabajos de carpintería como el descortezado
y, especialmente, la talla de madera. En cambio, sí resultaría
plenamente factible su uso en otras labores, como la limpieza
de grasas en cueros y pieles animales. Sin un análisis detenido
de las huellas de uso resulta por ahora imposible decantarse por
una u otra posibilidad.
Los cinceles y cuñas de este tipo conservados en el registro de la Edad del Bronce no son muy numerosos. En especial
si se comparan con aquéllos elaborados también en diáfisis
óseas de paredes gruesas, pero que no conservan la epífisis.
Una de las piezas localizada en Cabezo Redondo sigue un
patrón de diseño similar, aunque en este caso elaborada sobre una porción meso-proximal de un metatarso, también de
bóvido (López Padilla, 2011: 403).
Figura 15.12. Detalle de la superficie del cincel CMI-602.
Figura 15.13. Asta de ciervo de desmogue de la habitación E.
Por último, la presencia de puntas de flecha de hueso resulta cada vez menos extraña en contextos del II milenio ANE, y
probablemente responden a la necesidad de cubrir una demanda
por encima de las posibilidades materiales y técnicas de una
metalurgia en pleno desarrollo.
En conclusión, pues, podría decirse que a pesar de no constituir un conjunto extraordinariamente amplio de objetos, el de
Caramoro I resulta muy representativo del repertorio artefactual óseo de la Edad del Bronce del cuadrante suroriental de
la península ibérica. Sin embargo, resta por realizar un estudio
que profundice en las huellas de manufactura y del uso de estos
artefactos, que permita incrementar nuestro conocimiento sobre
la producción y, sobre todo, el consumo de un tipo de productos
que continúa constituyendo una parte muy significativa del registro arqueológico del II milenio ANE.
197
[page-n-213]
[page-n-214]
16
Los artefactos de marfil de Caramoro I
Juan A. López Padilla
INTRODUCCIÓN
En un célebre artículo, publicado hace ya más de cuatro décadas,
R. J. Harrison y A. Gilman (1977) elaboraban el listado de objetos
de marfil de la prehistoria reciente peninsular más exhaustivo realizado hasta el momento, fundamentalmente basado en la recopilación de referencias bibliográficas de los trabajos de Luís Siret o
el matrimonio Leisner, entre otros. Ese mismo año, vio la luz otro
trabajo de importancia decisiva, en el que A. Arribas (1977) daba
a conocer el llamado “ídolo de El Malagón”. Aunque la parte sustancial del estudio se centraba en el análisis estilístico de la pieza y de su contexto peninsular y mediterráneo, sus conclusiones
consolidaron un giro definitivo en la investigación, constatándose
una artesanía local del marfil durante el Calcolítico, que necesariamente debía aprovisionarse desde fuera de la península.
Ha transcurrido ya casi medio siglo, y el número de publicaciones científicas que de forma más o menos directa ha
abordado el estudio de los diversos aspectos relacionados con
el marfil documentado en los yacimientos del III y II milenio
ANE es amplísimo. Entre ellos se incluyen varios estudios genéricos (Pascual Benito, 1995; López Padilla, 2012; Cardoso
y Schuhmacher, 2012; Barciela, 2012, entre otros), múltiples
estudios sobre colecciones específicas (Barciela, 2002; 2006;
López Padilla, 2009b; 2014b; Pascual Benito, 2012; 2015; Liesau y Schuhmacher, 2012; Marín et al., 2012; Liesau y Moreno,
2012; Pau et al., 2018; Nocete et al., 2013; García Sanjuán et
al., 2013; Schuhmacher y Cardoso, 2007; Valera et al., 2015,
entre otros) y diversas tesis doctorales –no todas ellas, desafortunadamente, publicadas– (López Padilla, 2011; Altamirano,
2013; Barciela, 2015; Pau, 2016; Luciáñez, 2017). No obstante,
en esta tendencia de incremento potencial de las publicaciones, cabe destacar el proyecto impulsado desde el Deutsches
Archäologisches Institut de Madrid y encabezado por Thomas
X. Schuhmacher, cuyos resultados han sido publicados en tres
volúmenes (Banerjee et al., 2012; Schuhmacher, 2012; 2016).
El área oriental de la península ibérica no ha sido ajena a este
proceso del quehacer investigador. Los materiales ebúrneos hallados en los yacimientos del área septentrional argárica fueron
presentados y detallados en diversos trabajos (López Padilla,
2011; 2012), destacando tanto su número como su diversidad
tipológica, muy por encima de la constatada en el ámbito de las
áreas culturales del Bronce Valenciano y Bronce de La Mancha
(López Padilla, 2009a).
En el presente trabajo, en consonancia con el resto de capítulos que integran esta monografía de Caramoro I, se presenta
de forma detallada el estudio de los objetos de marfil documentados, algunos de los cuales ya fue publicado por A. González
y E. Ruiz (1995).
EL YACIMIENTO DE CARAMORO I:
LOS MATERIALES DE MARFIL
En el inventario de nuestra tesis doctoral sólo se incluyeron las
dos únicas piezas publicadas hasta entonces –un brazalete perforado en ambos extremos (CMI-596) y el botón prismático
de perforación en V (CMI-587) (López Padilla, 2011: 158, fig.
IV.3.9, 12-13)– tomadas de A. González y E. Ruiz (1995: 91). Un
año más tarde, T. X. Schuhmacher (2012: 481, taf. 9, 30-31) recogía igualmente ambos objetos en su catálogo del marfil peninsular
del Calcolítico y la Edad del Bronce, aunque sin realizar tampoco
un estudio directo de los mismos.
Hubo que esperar al trabajo de tesis doctoral de V. Barciela
(2015: 470-479; 483-484; fig.III.4.2) para contar por primera
vez con una descripción pormenorizada de las piezas, tanto
desde el punto de vista tipológico como tecnológico. Aquí
apenas voy a ampliar su aportación, en el plano descriptivo,
más que con algunos datos complementarios, y en lo que respecta al inventario general, con un nuevo fragmento de brazalete encontrado durante las últimas excavaciones, además de
199
[page-n-215]
Tabla 16.1. Relación de objetos de marfil documentados en Caramoro I.
Nº inventario
Objeto
Hab.
Sector
Tipo
L (mm)
A (mm)
G (mm)
P (g)
Fig.
1989
CMI-587
Botón
D
B5
Q132
30
10
6,2
1,96
16.2
1989
CMI-584
Brazalete
E
BC6
B111a
-
-
-
0,36
-
1989
CMI-585
Brazalete
A
A
B112b
41,5
9
7,5
3,91
16.1
1989
CMI-586
Brazalete
A
A
B112b
50
13,5
2,5
2,57
16.4
1989
CMI-594
Brazalete
D
B5
B112b
75
13,5
3,5
6,54
16.5
1989
CMI-595
Brazalete
D
B5
B112a
45
6,5
4,5
2,07
16.6
1989
CMI-597
Brazalete
D
B5
B112b
63,5
7
5
4,63
16.7
1989
CMI-598
Brazalete
D
B5
B111a
13
8,5
4,5
0,64
16.3
1989
CMI-596
Brazalete
D
B5
B112a
51
11
6
4,58
16.8
2015
CMI-15/UE 1504
Brazalete
D
-
B111a
55,4
6,9
5,8
2,93
16.9
incorporar la escasa información contextual que ha podido ser
recuperada a partir, básicamente, del diario de excavaciones,
amablemente cedido por Elisa Ruiz Segura.
Descripción, clasificación y contextualización de las piezas
En la actualidad, el inventario de objetos de marfil de Caramoro I asciende a un total de 10 piezas: 9 pertenecientes a partes
o fragmentos de aros o brazaletes, a los que se suma un botón
prismático de sección triangular, de perforación en V. En la tabla adjunta (tabla 16.1) se ofrece el listado de piezas con sus
dimensiones y pesos actuales, así como algunos datos referidos
a su localización topográfica en el yacimiento, lo que ha permitido reconstruir, hasta cierto punto, el contexto habitacional
de una parte importante de las piezas. Como puede observarse,
aunque son tres los espacios con presencia de objetos, la mayor
parte de los mismos, y los mejor conservados, fueron documentados en el espacio D. Solamente de la pieza documentada
en la UE 1504 podemos asegurar que corresponde al abandono
del primer momento de uso del asentamiento.
Clasificación de los materiales
Aunque se trata de objetos muy ampliamente representados en
el registro arqueológico de la Edad del Bronce de la península,
y a pesar de que en la última década hemos asistido a un considerable incremento de los estudios en torno a este tipo de artefactos y conocido diversos ensayos de clasificación tipológica,
se carece aún de una propuesta unificada a este respecto para
el Sureste peninsular, o al menos una que cuente con suficiente
consenso entre los investigadores.
Botón prismático largo de sección triangular con doble
perforación en V (tipo Q113)
Tradicionalmente, los llamados “botones de perforación en V”
han sido objeto de atención especial desde hace mucho tiempo.
Su amplia distribución territorial por toda Europa Occidental
despertó un interés creciente por ellos desde mediados del siglo pasado (Arnal, 1954; 1973; Guilaine, 1963; Barge-Mahieu
200
y Arnal, 1984-85). Inspirados en esos estudios, en nuestro país
comenzaron a publicarse diversos trabajos en las décadas de
1980 y 1990, alguno abordado desde una óptica de amplio espectro, tanto cronológico como territorial –aunque mayoritariamente basado en documentación bibliográfica (Uscatescu,
1992)– y otros con objetivos más limitados en lo geográfico, y
englobados en análisis de conjunto de la producción ósea –por
ejemplo, M. T. Andrés (1981), J. M. Rodanés (1989) o J. L.
Pascual Benito (1998)–. Por encima de los diferentes criterios
de ordenación empleados en su clasificación, la mayoría de estos estudios utiliza un modelo descriptivo común para este tipo
de objetos, básicamente heredado del propuesto por J. Arnal
(1973). Puede observarse así cómo los tipos 61.4 y 61.8 de J. M.
Rodanés (1989: 155, L. 30) se corresponden con los tipos 16 y
17 de la clasificación de M. T. Andrés (1981: 153-154), y ambos
se describen como “botones prismáticos”: unos como “botones
prismáticos cortos” o “de perforación simple” y los otros como
“botones prismáticos largos” o “de perforación doble”. En general, este criterio se ha mantenido vigente hasta la actualidad
(Maicas, 2007: 169-170).
Por mi parte, en mi clasificación tipológica de los artefactos
óseos de la Edad del Bronce del Este y Sureste de la península,
todos los denominados “botones de perforación en V” quedaban incluidos en un conjunto de artefactos finales que agrupé
en el tipo Q1, quedando los de morfología prismática de sección triangular en el sub-tipo Q13, y dentro de éste en el subtipo de botones prismáticos largos con doble perforación –tipo
Q132– (López Padilla, 2011: 469). T. X. Schuhmacher (2012)
adoptó una perspectiva muy similar, identificando un tipo de
botón –prismatische knöpfe– considerado aparte del resto de
tipos artefactuales catalogados como botones (ocho en total),
si bien luego realizaría hasta una decena de subdivisiones dentro de este tipo, en atención a sus características morfológicas
–(principalmente la longitud y la forma de la base (Schuhmacher, 2012:182)–. De ese modo, el botón de Caramoro I quedaba incluido en su tipo de botones “prismáticos largos con base
trapezoidal o irregular, arista longitudinal y doble perforación
[page-n-216]
Figura 16.1. Conjunto de objetos de marfil documentados en Caramoro I.
201
[page-n-217]
en V” (Schuhmacher, 2012: 197). Para V. Barciela (2015: 283)
este tipo de artefactos se integraría mayoritariamente en su grupo A.1, en el que la autora incluye todos los objetos de adorno
elaborados a partir de extracciones longitudinales de porciones
de marfil en bruto. En concreto, los botones prismáticos largos,
como el hallado en Caramoro I, se corresponderían con el tipo
A-112, descrito como “botones prismáticos triangulares de perforación en “V” largos” (Barciela, 2015: 469).
Podemos concluir, en suma, que más allá de las singularidades derivadas del modelo de “arquitectura” escogido en cada
una de estas propuestas de clasificación tipólogica, hay un amplio consenso en el empleo del término “botón prismático de
perforación en “V”, a pesar de que atribuye a estos objetos una
funcionalidad muy concreta que, por otra parte, también hay
bastante acuerdo en matizar (López Padilla, 2011: 465; Pau,
2012: 74; Barciela, 2015: 1199), pues parece cada vez más claro
que, en su conjunto, su uso nunca quedó específicamente restringido a abrochar prendas de vestir (López Padilla, 2006b).
El botón de Caramoro I presenta, pues, una morfología prismática de sección transversal de forma triangular, con una base
de contorno ligeramente trapezoidal y una doble perforación
convergente en cada uno de los extremos, realizada a escasos
milímetros del borde (fig. 16.1.2). Las dimensiones tomadas (30
x 10 x 6,2 mm) difieren apenas un tanto de las publicadas por
V. Barciela (2015: 469) y sólo en lo que atañe al espesor de la
pieza, lo que es poco significativo dada la ligera desviación que
presenta la arista superior. La anchura máxima de las perforaciones oscila entre los 2,2 y 1,8 mm. También presenta una fractura
longitudinal que afecta parcialmente a una de las perforaciones y
que ha supuesto la pérdida de una pequeña parte del borde lateral
derecho de la pieza, en toda su longitud. En la actualidad, su peso
es de 1,96 gr. La pieza ofrece señales de aserrado por su cara
ventral, que en los contornos de las perforaciones han sido suavizadas por huellas de uso, igualmente observadas en el interior
de los orificios (Barciela, 2015: 469, fig. III.4.3).
Este tipo de botones de perforación en “V” son los más numerosos en los contextos de la Edad del Bronce del área central
y meridional del Este peninsular. Hace una década, constituían
casi el 70% de la muestra total de este tipo de artefactos en la
zona (López Padilla, 2011: 469). Sin embargo, mientras en el territorio del Grupo Argárico se advierte una mayor presencia de
los tipos cónico –Q12– y, sobre todo, piramidal –Q11–, el tipo
prismático –Q13– se distribuye preferentemente en su ámbito
periférico (López Padilla, 2006a).
Los diversos estudios tecnológicos llevados a cabo en los
últimos años han permitido determinar claramente los pasos
seguidos en la manufactura de este tipo de botones (Barciela
2012, 2015; Pascual Benito, 2012; 2015; Altamirano, 2013).
Los hallazgos realizados en yacimientos como la Muntanyeta
de Cabrera o La Mola d’Agres avalan la elaboración y circulación entre asentamientos de barras prismáticas de marfil, a partir
de las cuales la elaboración de este tipo de botones apenas requeriría más que la realización de cortes transversales con sierra
metálica, con los que determinar la longitud de la pieza, y de
perforaciones practicadas con taladros de arco provistos de una
fina punta, también de metal.
En general, a los botones de perforación en “V” se les ha
atribuido desde hace tiempo una cronología antigua en el ámbito argárico (Schubart, 1979: 298; Lull, 1983: 214) que, en su
202
mayoría, los datos más recientes vienen a corroborar (Schuhmacher, 2012: 198), y que quedaría principalmente circunscrita
al periodo comprendido entre finales del III milenio y el primer
tercio del II milenio cal ANE. No obstante, ya se ha señalado que
existen indicios suficientes como para considerar la posibilidad
de una continuación en el consumo de este tipo de productos en
algunas zonas del ámbito argárico más cercano a su periferia
septentrional, como cabría inferir de los ejemplares aparecidos
en las sepulturas de la Illeta dels Banyets (López, Belmonte y
De Miguel, 2006). Por tanto, la desaparición de los botones de
perforación en V del registro artefactual argárico creo que debió
iniciarse probablemente a partir de ca. 1700 cal ANE, quedando
ya completamente en desuso, casi con total seguridad, a partir
de ca. 1500 cal ANE (López Padilla, 2011: 473).
Brazaletes (tipo B111 y B112)
A diferencia de lo que ocurre con los botones, en lo que se refiere a los brazaletes de marfil no se aprecia aún en los trabajos
publicados el mismo grado de consenso, ni para su descripción
ni para su clasificación, aunque sí hay cierto acuerdo en una
distinción básica entre las piezas que presentan perforaciones de
aquéllas que no las poseen. A pesar de la evidente sintonía con
los morfotipos ya conocidos desde el Neolítico (Pascual Benito,
1998: 158), la aparición de brazaletes de marfil en el registro
arqueológico del Este y Sureste peninsular apenas remonta al
final del Calcolítico, concentrándose básicamente en la Edad
del Bronce (López Padilla, 2012). En el marco del esquema de
clasificación utilizado en mi tesis doctoral, propuse dos tipos
básicos de brazaletes, diferenciados entre sí por el criterio ya
comentado de la presencia o no de perforaciones. En este último caso (tipo B111), reuní en una sola variante (B111a) todos
aquellos con secciones transversales con formas comprendidas
entre el cuadrado y el óvalo, frente a otra (B111b) que parecía responder a un diseño más definido y que en ese momento
consideré genuinamente argárico (López Padilla, 2011: 458). El
tipo de brazalete con perforaciones (tipo B112) también quedaba subdividido en dos variantes, en función de la localización
de los orificios con respecto al arco de circunferencia del brazalete –atravesándolo de afuera-a dentro, o viceversa (B112a), o
perpendicularmente (B112b).
V. Barciela, por su parte, incluye este tipo de piezas en su
grupo de objetos de marfil obtenidos a partir de extracciones
transversales (A-21), separando los brazaletes macizos (A211)
de los articulados (A212), y subdividiendo ambos a su vez en
variantes de brazaletes anchos y estrechos (Barciela, 2015:
283-284). La principal particularidad de esta clasificación es,
no obstante, que la autora estima más apropiado definir como
“placas-colgantes multi-perforadas” (A-222) (Barciela, 2015:
1238) una pequeña parte de los objetos que yo consideré como
brazaletes –incluidos en mi subtipo B112b– en los que la anchura de la pieza supera claramente su espesor. Esta circunstancia
sólo resulta de particular interés aquí, en primer lugar, porque
una de las piezas utilizadas por la autora para ilustrar dicho grupo de placas-colgantes proviene precisamente del yacimiento
de Caramoro I (Barciela, 2015: 472); y, en segundo lugar, porque pone nuevamente de relieve la cuestión de la interpretación
funcional que hacemos de los objetos que analizamos –convertida a menudo en el principal criterio para su clasificación y
ordenación tipológica– los cuales en realidad pueden haber sido
[page-n-218]
usados de diferente modo a lo largo de una prolongada vida útil,
y especialmente en el complejo ámbito de los artefactos finales
destinados al ornato, para cuya elaboración se suelen emplear
materias primas con alto valor de producción.
Desde el punto de vista de la mera clasificación tipológica,
la propuesta más detallada de las publicadas hasta la fecha es,
en mi opinión, la de T. X. Schuhmacher (2012: 210-221). El
autor clasifica los brazaletes de marfil incluidos en su inventario
básicamente en función de la forma de su sección transversal.
El resultado es un total de 9 tipos, a los que se añade un grupo
de piezas de difícil o imposible clasificación (Weitere Armringfragmente). Para T. X. Schuhmacher, por tanto, la presencia o
no de perforaciones resulta menos diagnóstica para la definición
de los tipos que el diseño general del brazalete y, en particular,
menos que la relación entre el grosor y la anchura. En consecuencia, una parte de los brazaletes “estrechos” agrupados por
V. Barciela (2015: 283) en sus variantes A211a y A211b, y todos los agrupados por mí en el tipo B111a, quedarían repartidos
entre varios de los tipos considerados por T. X. Schuhmacher
en función de la forma de sus secciones transversales –ovalada,
cuadrada-rectangular, trapezoidal, en forma “de gota”, en forma
de “D”…–, mientras que mi tipo B111b resultaría exactamente
equivalente a su Armringe mit dachförmigem Querschnitt (literalmente: brazaletes con sección transversal en forma de tejado). El resto de brazaletes, tanto los articulados, perforados
en los extremos, como aquellos carentes de perforaciones, pero
considerados “anchos” según los criterios fijados por V. Barciela, quedarían englobados en el tipo Flache Armringe mit breitem rechteckigem Querschnitt (brazaletes planos con sección
transversal rectangular ancha) (Schuhmacher, 2012: 216).
Sería conveniente, sin duda, abordar en un futuro próximo un
estudio conjunto de este tipo de artefactos, y analizar de forma
más pormenorizada qué criterios podrían considerarse realmente
relevantes para una clasificación significativa desde el punto de
vista de la secuencia de su producción y consumo, tanto en el ámbito argárico como en el de su periferia territorial. En este sentido,
creo que resultan de gran interés las apreciaciones de V. Barciela
(2015: 1257, fig. III.85) en relación con la incidencia de los trabajos de ranurado y abrasión en la conformación de la morfología
final de la sección transversal de los brazaletes de marfil, que dependería así, en ciertos casos, más de la calidad en el acabado y de
la inversión de trabajo realizada en la finalización del objeto que
del seguimiento de normas estilísticas. La importancia de estas
últimas, sin embargo, creo que claramente no pueden excluirse
en otros ejemplos –como en alguno de los brazaletes de la Motilla
de Azuer, de marcada sección ovalada (Schuhmacher 2012: taf.
22.10), o el (o los) brazaletes de San Antón, y su estrecha afinidad
formal con el brazalete de oro de Fuente Álamo (López Padilla,
2011: 458, fig. V.2.109). Mientras tanto, la propuesta presentada
por mí hace unos años (López Padilla, 2011) es tan válida como
estas otras, si bien es cierto que, por no estar incluidos en el catálogo, en ella no se contemplaban otros tipos que sí analizaban los
autores mencionados.
Brazaletes no articulados (tipo B111a)
Del conjunto total de brazaletes de marfil hallado en Caramoro
I, sólo dos fragmentos carecen por entero de perforaciones. De
ninguno de ellos, sin embargo, puede asegurarse que no pertenecieran originariamente a partes de brazaletes articulados,
Figura 16.2. Detalle de las líneas de Schreger en la pieza documentada en la campaña de 2015.
dado lo escaso de la longitud de cuerda conservada: de 53 mm
de longitud en uno de los casos (CMI-15/UE 1504) y de apenas
13 mm en el otro (CMI-598).
El primero de ellos (fig. 16.1.9), localizado durante los
trabajos de excavación llevados a cabo en 2015 en la UE
1504, en el denominado espacio D, presenta un grado de
conservación muy deficiente, con abundantes incrustaciones
calcáreas en la superficie y sendas fracturas que siguen las
líneas concéntricas de crecimiento del colmillo, o “líneas
de Owen”. A pesar de su degradación, que impide realizar
ninguna apreciación consistente sobre aspectos relacionados
con su elaboración o uso, el fragmento sí muestra con claridad la estructura característica de los colmillos de elefantes y mamuts, observable en sección transversal, conocida
como “líneas de Schreger” (fig. 16.2). Todo ello indica que
el brazalete se obtuvo, como es habitual, de una rodaja transversal de colmillo de elefante. En la actualidad, la pieza pesa
2,93 gr y tiene unas dimensiones de 53 mm de longitud por
6,6 mm de anchura y 6,1 mm de espesor, por lo que su sección transversal presenta una forma cuadrangular, bastante
regular, con las aristas ligeramente redondeadas, de forma
más acusada en el perímetro exterior.
El segundo de los fragmentos difiere notablemente del anterior (fig. 16.1.3), no sólo por sus dimensiones (13,1 mm de
longitud por 7,4 mm de anchura y 4,4 mm de espesor) sino especialmente por su mejor estado de conservación. Con todo, se
aprecian varias fracturas laminares que siguen las trayectorias
de las líneas de Owen, y que en un determinado momento fueron reparadas y consolidadas con pegamento. Se puede observar
un intenso pulimento de su superficie, tanto en las facetas laterales (exterior e interior) como en las caras dorsal y ventral, de lo
que se infiere un alto grado de calidad en el acabado de la pieza
(fig. 16.3). En la faceta lateral interior, incluso parece apreciarse
un lustre que podría asociarse al roce continuado con superficies
lisas y blandas, lo que sería lógico si consideramos que ésta sería la zona del brazalete en contacto directo con la piel o la ropa.
Presenta una sección transversal rectangular, ligeramente aplanada. Por su forma y calidad, creo que este fragmento corresponde al único resto conservado del brazalete al que perteneció,
ya que el resto de los hallados en el yacimiento no comparten
con él ni su forma ni su factura.
203
[page-n-219]
Figura 16.3. Detalle en la pieza CMI-598.
brazalete sea casi exactamente el doble de su anchura dio pie a T. X.
Schuhmacher (2012: 217) a especular con su inclusión en su tipo
Hohe Armbänder (literalmente: “pulseras altas”). En cambio, de
acuerdo con los parámetros empleados por V. Barciela (2015: 472),
se trataría claramente de un brazalete estrecho.
La morfología de la sección transversal es de tendencia rectangular, pero de aristas poco marcadas y con la superficie dorsal
y ventral ligeramente convexas. Una de las características más
evidentes es la presencia de restos de cemento del colmillo en la
faceta exterior del brazalete (fig. 16.4). Esto indica que fue elaborado empleando la porción más exterior del colmillo, lo que
concuerda con un deseo expreso de alcanzar el diámetro más
amplio posible a partir de la materia prima utilizada. Se aprecian
perforaciones en ambos extremos del segmento del brazalete,
de las que cabe deducir que inicialmente era de mayor longitud,
pero se quebró y precisó de una nueva perforación cerca del extremo fragmentado. Con estas circunstancias se deben relacionar las diferencias en el diámetro, forma y grado de desgaste de
las perforaciones localizadas en cada uno de los extremos (fig.
16.5). En el extremo no fragmentado se advierte un considerable
desgaste por el uso, y un diámetro mayor de la perforación en
la cara dorsal (4,2 mm), frente al de la perforación del extremo
opuesto (apenas 1,4 mm), que además fue realizada de forma
unidireccional desde el plano lateral interior.
Figura 16.4. Detalle de la capa exterior de contacto dentina-cemento en la pieza CMI-596.
Brazaletes articulados (tipos B112a y b)
El resto de los brazaletes o pulseras descubiertos en Caramoro
I corresponde al tipo de brazaletes articulados, caracterizados
por presentar perforaciones, bien porque fueron ya diseñados
inicialmente de ese modo, o bien porque se los sometiera a reparaciones o a modificaciones posteriores para agrandar sus diámetros originales. En cualquier caso, su rasgo distintivo reside
en que estaban constituidos por dos o más segmentos, unidos
entre sí con pequeños cordeles de fibra vegetal o animal, de las
que no han quedado vestigios materiales, que serían pasados a
través de las perforaciones de sus extremos, y anudados.
El análisis realizado indica que los ocho fragmentos de este
tipo documentados pudieron pertenecer a un mínimo de 4 pulseras o brazaletes: dos de ellos del tipo B112a (en los que las
perforaciones se realizaron atravesando la pieza por sus caras
exterior e interior) y otros dos del tipo B112b (en los que la perforación atraviesa las caras dorsal y ventral de la pieza).
- Tipo B112a
El primero de los segmentos del tipo B112a (CMI-596) (fig. 16.1.8)
presenta unas dimensiones de 54 mm de longitud por 5,3 mm de
anchura y 10,6 mm de espesor. El hecho de que el espesor de este
204
Figura 16.5. Comparación del diámetro de las perforaciones en la
pieza CMI-596.
[page-n-220]
Figura 16.6. Detalle de las perforaciones en la pieza CMI-595.
Figura 16.7. Detalle del grado de conservación de los extremos en
la pieza CMI-597.
Sus características morfométricas lo apartan de los demásfragmentos de brazalete hallados en Caramoro I. Ello indicaría
que, al menos originariamente, formó parte de una pieza de la
que no se ha conservado ningún otro resto. Es posible, sin embargo, que con posterioridad a su rotura fuera reutilizado como
segmento complementario para reparar o completar otros brazaletes del conjunto.
Las piezas CMI-595 y CMI-597 pertenecen, éstas sí claramente, al mismo brazalete (fig. 16.1.6 y 16.1.7). Este extremo, ya insinuado por V. Barciela (2015: 479), se reafirma no
sólo en la estrecha similitud que guardan en su morfometría
–la sección transversal de ambos segmentos es de tendencia
rectangular, y sus dimensiones apenas difieren entre sí unos
milímetros– sino también en el dibujo que ambas piezas conforman del perímetro exterior del brazalete, que tiende a una
figura oval, más que circular. Las secciones transversales de
forma ligeramente oval son las más comunes en los colmillos
de elefante, que sólo en ciertas partes (y no muy habitualmente) ofrecen una morfología completamente cilíndrica (Kunz,
1916: 242). Ello contribuye a suponer que ambos segmentos
procedan, por tanto, de una misma rodaja, pero también invita
a pensar que la parte del colmillo de la que se obtuvo ésta podría provenir de la zona más cercana a su extremo proximal,
donde la cavidad pulpar se agranda y, por tanto, resulta más
difícil corregir esa morfología natural del colmillo. En todo
caso, lo que no ofrece duda alguna es que aún sería necesario
el concurso de al menos un segmento más para completar la
circunferencia del brazalete, lo que impide corroborar las hipótesis precedentes.
El grado de conservación de ambas piezas es, en términos
generales, deficiente. Las dos presentan fracturas postdeposicionales y resquebrajaduras que siguen las líneas de Owen, lo
que indica pérdida significativa de humedad y unas malas condiciones de preservación. Partes de la superficie se han visto
afectadas por la acción de raíces, y otras zonas han sufrido alteraciones de origen químico. A pesar de ello, las superficies que
no se han visto alteradas permiten apreciar un intenso pulido, y
un claro lustre de uso en las facetas interiores del brazalete, que
denotan un uso prolongado.
Un aspecto destacable es la forma y disposición de las perforaciones que se observan en los extremos de ambos segmentos de brazalete. En el caso de la pieza CMI-595, la característica más sobresaliente es la localización de las perforaciones,
ligeramente desplazadas con respecto al eje (fig. 16.6) lo que
indudablemente favoreció el que una de ellas terminara rota al
ceder la pared lateral exterior del segmento. Esta rotura permite observar la forma bicónica de la perforación, y revela
que se practicó primero desde una de las facetas laterales del
segmento y después se completó repitiendo la operación desde
la faceta lateral opuesta. Ambas perforaciones presentan unos
diámetros máximos similares: 2,7 mm en un caso y 2,2 mm
en el otro. Debido al estado de conservación del brazalete en
esta zona no es fácil discernir si la rotura que presenta en la
perforación se produjo con posterioridad a la deposición de la
pieza en el sedimento arqueológico. Es evidente que, de no ser
así, ello habría impedido continuar utilizándolo como parte de
un brazalete articulado.
La pieza CMI-597 presenta esta misma particularidad.
Los diámetros de las perforaciones que posee en los extremos son ligeramente mayores –3,8 mm y 3,1 mm, respectivamente– pero una de ellas se encuentra afectada por la
rotura de una parte del extremo del segmento, mientras que,
en el opuesto, mejor conservado, se aprecian algunas débiles
huellas de lustre de uso (fig. 16.7).
- Tipo B112b
Otros dos brazaletes articulados pertenecen al tipo B112b.
Del primero de ellos –CMI-585– sólo se ha recuperado un
único segmento (fig. 16.1.1). Su morfometría se aparta claramente del otro brazalete de este tipo documentado en el
yacimiento, tanto en anchura y espesor como en la forma de
su sección transversal. Ésta última es rectangular, pero con
las caras ventral y dorsal ligeramente convexas. Además de
esto, la morfología del extremo conservado presenta un perfil
también convexo, redondeado, con evidentes señales de uso
y un acusado lustre producido por el roce continuado con
otras superficies. Su estado de conservación es precario, básicamente debido a la fragmentación causada por la pérdida
205
[page-n-221]
Figura 16.8. Detalle del cemento externo y del desgaste en la pieza
CMI-585.
Figura 16.9. Detalle de las señales de aserrado (izquierda) y de
abrasión (derecha) en la pieza CMI-594.
Figura 16.10. Detalle de la cara interior en el que se observa la
diferencia de desgaste CMI-594.
Figura 16.11. Detalle del desgaste de uso en los extremos de la pieza CMI-594.
de humedad. Una de estas fracturas afecta a la perforación,
que ha sido mal reparada (fig. 16.8). Esto ha impedido tomar medidas precisas de su diámetro original. El resto de los
fragmentos se han unido correctamente con adhesivos. Con
todo, la conservación de la superficie del brazalete permite
comprobar un intenso trabajo de abrasión y de pulimento que
denotan un acabado de cierta calidad. Esto se advierte también en el hecho de que el cemento exterior del colmillo ha
sido eliminado casi completamente, a pesar de que, a partir
de la disposición que se observa de las líneas de Schreger en
la cara dorsal de la pieza, se infiere que el segmento se obtuvo de los anillos más exteriores.
El segundo brazalete del tipo B112b registrado se compone de un segmento prácticamente completo –CMI 594– y
de un fragmento –CMI-586– que, dadas sus características
en cuanto a forma y dimensiones, perteneció muy probablemente a la misma pieza, opinión compartida con V. Barciela
(2015: 473). Por el contrario, debido a la relación entre an-
chura y espesor de su sección transversal, esta autora catalogó
la pieza como “placa multiperforada”, y no como un brazalete
(Barciela, 2015: 472) (fig. 16.1.4 y 16.1.5).
En cualquier caso, muestra una escasa calidad en su acabado, conservando casi completo el cemento del colmillo. Se
pueden observar señales del aserrado de la rodaja y de una
abrasión grosera de la superficie, con abundantes marcas que
la recorren en todas direcciones, entrecruzándose (fig. 16.9).
La faceta lateral interior presenta un aspecto en general bastante descuidado, con una abrasión que apenas regularizó las
señales del cincelado que delimitan el perímetro interior (fig.
16.10). A pesar de ello, se observa un considerable lustre de
uso en los extremos (fig. 16.11). Por otro lado, la pieza CMI586 no las conserva a causa de su estado de fragmentación.
Tampoco conserva perforaciones. En cambio, las perforaciones de la pieza CMI-594 resultan reveladoras del verdadero
uso dado a esta pieza. El desgaste que se observa en la perforación practicada en el extremo mejor conservado se mues-
206
[page-n-222]
Descripción técnica de los procesos de manufactura
y de las huellas de uso/desgaste
Figura 16.12. Detalle de la orientación del desgaste en la perforación de la pieza CMI-594.
traclaramente más acusado en dirección al borde de la pieza,
lo que resulta lógico si suponemos que estuvo engarzado por
esta parte a otro segmento opuesto del mismo tamaño, con
una perforación situada más o menos en el mismo lugar (fig.
16.12). El hallazgo reciente de un brazalete muy similar a
éste de Caramoro en el yacimiento argárico de La Almoloya,
en Pliego (Murcia) (Lull et al., 2016: 47, fig. 3) no hace sino
reforzar esta hipótesis (fig. 16.13).
En los últimos años se ha ampliado notablemente nuestro conocimiento de los procesos de manufactura de los artefactos de marfil
de la Prehistoria reciente en la península Ibérica (Barciela, 2006;
2015; Altamirano, 2012; Pascual Benito, 2012; Luciáñez, 2018).
En ellos se han llevado a cabo análisis macro y microscópicos de
las piezas y realizado experimentaciones que nos aproximan al
conocimiento de las técnicas utilizadas en su elaboración.
Aunque es poco lo que podemos aportar en este trabajo, la
importancia numérica de los brazaletes documentados en Caramoro I sí permite realizar algunas apreciaciones. El análisis de V.
Barciela (2015: 1236-1241) es, con diferencia, el más detallado
y completo de los publicados hasta la fecha. La autora plantea,
desde un plano esencialmente teórico, los distintos pasos técnicos
que serían necesarios para obtener brazaletes macizos o articulados a partir de las rodajas de marfil. En el caso de rodajas macizas, éstos se obtendrían por medio de un ranurado o de una percusión indirecta practicadas desde ambas caras de la rodaja. Estas
operaciones habrían dejado estigmas apreciables en la sección
transversal de los brazaletes, a pesar de que los trabajos posteriores de abrasión y pulimento las atenuarían considerablemente
(Barciela, 2015: 1238, fig. III.71). A juicio de la autora, dichas
huellas se reconocerían en la morfología convexa que presentan
en su faceta lateral interna la mayoría de los brazaletes de marfil
analizados (Barciela, 2015: 1257, fig. III.85).
A mi modo de ver, sin embargo, la gran mayoría de los
brazaletes de marfil conservados debieron obtenerse a partir de rodajas procedentes de la parte proximal del colmillo,
seleccionadas precisamente por la presencia de la amplia
cavidad pulpar que facilitaba la obtención de una preforma
cuya morfología natural permitía reducir considerablemente
la inversión de trabajo para su transformación en el producto
final. Así se advierte, por ejemplo, en las propias piezas de la
Mola d’Agres que V. Barciela (2015: 1239) interpreta como
matrices para la elaboración de brazaletes articulados, a pesar de que a juicio de otros investigadores (Pascual Benito,
2012: 177), algunas de ellas no sirvieron para este propósito,
Figura 16.13. Montaje
comparativo entre uno de los
brazaletes de Caramoro I y el
documentado en La Almoloya.
207
[page-n-223]
sino para obtener prismas cortos con los que elaborar pequeños botones. Las partes más cercanas a la raíz del colmillo,
en las que la cavidad pulpar alcanza su máximo diámetro y
las capas de dentina su máxima delgadez, serían las elegidas
para elaborar los denominados “brazaletes anchos”.
A este respecto, diversas fuentes, tanto arqueológicas como
etnográficas, nos ofrecen información acerca de las técnicas
e instrumentos empleados antiguamente en la elaboración de
brazaletes de marfil en lugares como la India o el continente
africano. En general, los datos apuntan a que técnicamente los
procedimientos no han sufrido grandes variaciones a lo largo
del tiempo. El sistema empleado en los talleres tradicionales de
Tando, en la actual Pakistán, a comienzos del siglo pasado, consistía en hacer girar una rodaja extraída del colmillo, convenientemente engarzada en una especie de torno manual, e incidir
sobre ella un instrumento metálico de punta afilada que seguía
el trazado de varias líneas concéntricas, marcadas previamente, a partir de las que se obtenía un conjunto seriado de brazaletes ordenados de mayor a menor diámetro. Posteriormente,
éstos eran extraídos de la matriz con ayuda de una especie de
pequeño cincel y sometidos a un proceso de acabado mediante
el pulimento de la superficie (Burns, 1901: 54). Posiblemente,
técnicas similares serían empleadas para elaborar los brazaletes
localizados en diferentes zonas del área sudoriental de África en
épocas anteriores a la colonización europea del continente (Reid
y Segobye, 2000; Coutu et al., 2016).
No obstante, la sistemática presencia de restos de cemento en
la superficie lateral exterior de un buen número de los brazaletes
documentados en la Edad del Bronce peninsular denotan, en mi
opinión, un empleo preferente de la parte proximal del colmillo.
Ésta, donde la cavidad pulpar es más amplia, presentaría la ventaja
de reducir el tiempo de trabajo invertido en la obtención del producto, al aprovechar su morfología natural. Para evitar fracturas
accidentales durante el aserrado, en los talleres de eboraria tradicionales era habitual insertar un rollizo de madera de dimensiones
apropiadas en el interior de la cavidad pulpar (Kunz, 1916: 241).
Un aspecto a destacar en el conjunto de brazaletes de Caramoro I son las diferencias que se advierten en cuanto a la calidad en
el acabado de las piezas. Esto es observable, por ejemplo, comparando el acabado de los dos brazaletes del tipo B112b documentados: CMI-585 y CMI-586-594. Mientras que en el primero
se advierte con claridad una parte considerablemente gruesa del
cemento exterior del colmillo, en el segundo apenas queda rastro
de él, y la pieza ofrece en general una superficie más pulida y limpia. A diferencia de lo que ocurría en los talleres del Mediterráneo
Oriental, donde la eliminación o “pelado” del cemento del colmillo constituía la primera tarea en la preparación del marfil para su
transformación en productos manufacturados, para los artesanos
argáricos la presencia de partes del cemento del colmillo en las
piezas acabadas no parece que constituyera un problema, al igual
que para los artesanos calcolíticos, tal y como señala M. Luciáñez
(2018: 530) a propósito de las piezas de marfil halladas en el dolmen de Montelirio.
Por otro lado, el distinto grado de calidad en el acabado de
las piezas condiciona también la claridad con la que pueden observarse las huellas dejadas en el objeto por las distintas técnicas empleadas durante su manufactura. En la mayor parte de
los brazaletes de Caramoro I, la abrasión y pulimento de las
superficies ha eliminado las huellas de aserrado o de percusión
208
indirecta con las que debieron prepararse las preformas. No obstante, podemos reconstruirlas parcialmente a partir de un análisis conjunto de las piezas. El aserrado transversal del colmillo,
para la obtención de las porciones de materia prima necesarias,
se llevó a cabo con sierras de metal.
La característica que unifica a todo el conjunto de objetos
de marfil de Caramoro I es el hecho de que se trata incuestionablemente de piezas ya utilizadas en el momento en que pasaron
a formar parte del contexto arqueológico. Siempre que el grado
de conservación lo permite, en sus superficies pueden observarse señales inequívocas de que tanto los brazaletes como el botón
de perforación en V habían estado ya en uso, y en algunos casos
todo indica que durante bastante tiempo.
LA PRODUCCIÓN Y CONSUMO DE ADORNOS
Y ELEMENTOS DE MARFIL EN EL EXTREMO
ORIENTAL DE EL ARGAR Y SU ÁREA PERIFÉRICA
En cuanto al contexto arqueológico de las piezas, y salvo unos
pocos datos aún inéditos, reflejados en los diarios de excavación,
lo sustancial continúa siendo la información, un tanto vaga, proporcionada por A. González y E. Ruiz (1995). Concebido como
una presentación preliminar de los resultados de la intervención,
los autores no llegaron a precisar en ningún momento el número
de hallazgos ni a proporcionar un inventario detallado de los
mismos, aunque sí se hacía una breve descripción de los tipos
y se señalaba su localización aproximada en el asentamiento
(González Prats y Ruiz, 1995: 89; 97-99; fig. 2, 14-15).
De la revisión de los diarios de excavaciones y de algunas
informaciones inéditas, generosamente proporcionadas por sus
excavadores, se ha podido reconstruir, hasta cierto punto, una
distribución de los objetos en el espacio interior del asentamiento, la cual muestra una significativa concentración en el extremo
oriental de la habitación D (fig. 16.14). En concreto, en un punto
en el que A. González y E. Ruiz (1995: 89) señalaban una apreciable agrupación de piedras y barro, que no llegaron a identificar
plenamente como un banco adosado a la cara interna del muro
que separa esta habitación del espacio A. Existen algunos indicios
que, efectivamente, parecen descartar esta hipótesis. Uno de ellos
es precisamente el que dos de los fragmentos de brazalete encontrados –nº 3 y 4 del inventario (CMI-586 y CMI-594)–, pertenecientes casi con total seguridad a la misma pieza, fueron hallados
uno en cada una de las dos habitaciones. Esto quizá abundaría en
la idea de que, más que sobre un banco corrido adosado, los brazaletes y el botón de perforación en V pudieran haberse hallado
entre los escombros de alguna pared o estructura compartida por
las habitaciones A y D. En todo caso, el hallazgo de un nuevo
fragmento de brazalete en las proximidades de un hogar del espacio D durante las actuaciones de 2015 parece confirmar que,
en efecto, era en este último espacio en el que debía encontrarse almacenado el grueso del conjunto de piezas de marfil. Otra
cuestión diferente, sobre la que volveré más adelante, es por qué
pudieron estar allí concentrados. El pequeño y sumamente deteriorado fragmento que se localizó en el espacio E, en cambio,
debe considerarse aparte del resto de piezas y relacionarse con el
consumo individual de este tipo de ornamentos.
Un aspecto crucial en relación con la producción y consumo
del marfil en el ámbito argárico es la diferencia sustancial de los
instrumentos involucrados en la producción de artefactos de marfil,
[page-n-224]
Figura 16.14. Plano del yacimiento de Caramoro I con la localización aproximada de los objetos de marfil hallados. Los cuadrados
corresponden a fragmentos de brazaletes, y el triángulo al botón de
perforación en V.
en comparación con los empleados en la elaboración de objetos
de hueso (López Padilla, 2006b; 2009b; 2012). Mientras que en
ésta última el empleo de instrumental metálico es muy esporádico –cuando no prácticamente inexistente– la gran mayoría de los
pasos técnicos seguidos en la manufactura de artefactos finales de
marfil se realizó con herramientas de metal, con la única excepción de los trabajos de abrasión y pulimento. Ésta, a juzgar por
el registro documentado, parece también haber estado centralizada
en determinadas unidades habitacionales, y sus productos a menudo concentrados y almacenados en determinados ámbitos de los
asentamientos, aspecto que podemos observar de forma recurrente
tanto en la zona argárica como en su zona periférica.
Ya en el trabajo clásico de los hermanos Siret se mencionaba
la presencia en El Argar de porciones de marfil con señales de
trabajo, consistentes básicamente en planos de corte y huellas
de extracciones, que sin duda constituyeron bloques de materia
prima (Siret y Siret, 1890: lám. 25. 57 y 58). Es posible que
éstas se encontraran en el mismo lugar en el que también se ha-
llaron varios botones de dimensiones apreciables (Siret y Siret,
1890: Lám. 25. 44), que se acompañaban de una lámina y un
anillo de plata, una punta de flecha y una placa de metal de forma aproximadamente cuadrangular, a la que estaban adheridos
trozos de carbones, semillas y también trozos de marfil de forma
indeterminada (Siret y Siret, 1890: 159, Lám. 26. 59). De la
información proporcionada cabe inferir, por tanto, la existencia
de al menos una unidad habitacional en la que probablemente
se hacía acopio de artefactos finales de marfil –botones– y plata
–anillo– y también de metal en forma de láminas y placas, así
como bloques de marfil en bruto destinados a la producción de
distintos tipos de artefactos finales.
La presencia de porciones de marfil en bruto con señales de
extracciones se ha determinado también en otros enclaves argáricos. Sin embargo, en su mayoría se presentan en el registro
formando parte de contextos desligados de otros indicios vinculados a la producción de artefactos. Así sucede, por ejemplo,
con un ápice de colmillo localizado en Tabayá (López Padilla,
2011: 326, fig. V.1.20), y también con la rodaja descubierta en
un área de acumulación de desechos en el solar de Madres Mercedarias, en el casco urbano de Lorca (López Padilla, 2009b:
12, lám. 2-3; Schuhmacher, 2012: 527, taf. 32.11). De Fuente Álamo proceden así mismo otros fragmentos de rodajas de
marfil con señales de aserrados, varios de ellos probablemente
provenientes de un área de actividad localizada en el interior del
edificio O (Liesau y Schuhmacher, 2012).
Todo ello evidencia que en estos asentamientos se llevaron
a cabo procesos de trabajo sobre bloques primarios de marfil en
bruto –principalmente rodajas– aunque no sea posible precisar
la localización de las áreas de actividad. Por el momento, sólo
el enclave argárico de la Illeta dels Banyets, en El Campello,
ha proporcionado datos que permitan inferir su presencia en el
asentamiento, gracias al hallazgo de los lascados y esquirlas
resultantes de los trabajos de talla sobre las rodajas o los bloques preformados (Belmonte Mas y López Padilla, 2006) (fig.
16.15), y las marcas dejadas en ellas por cinceles y escoplos de
varios grosores, así como también de sierras y de punzones de
metal (López Padilla, 2011: 346).
Por lo que respecta al ámbito periférico del Argar, son ya
bien conocidos los indicios de áreas de actividad en puntos
como la Cova de les Cendres (Pascual Benito, 1995), la Mola
d’Agres (Pascual Benito, 2012) y Cabeço del Navarro (López
Padilla, 2012). También se ha señalado la existencia de áreas
de actividad en algunos enclaves de La Mancha oriental, en
concreto en el Acequión (Fernández Miranda et al., 1994: 266;
Barciela, 2015: 1269) y en el Cerro de La Encantada, de donde
se conoce la presencia de rodajas de marfil en bruto preparadas para su transformación en artefactos (Fonseca, 1985: 165;
Schuhmacher, 2012: 486).
Sin embargo, en lo que concierne al consumo, el registro
permite inferir diferencias sensibles entre el ámbito argárico y
su área periférica, aunque éstas sólo se manifestarán claramente
a partir de inicios del II milenio cal ANE. Con anterioridad a
ca. 2000-1900 cal ANE, tanto en el territorio del grupo argárico
como en el ámbito de los grupos arqueológicos de su periferia, se aprecia una ausencia de normalización, a escala regional,
tanto en la producción como en el consumo de los artefactos
finales en marfil. Esto se hace especialmente evidente en el caso
de los botones o apliques del tipo Q, que constituye el produc209
[page-n-225]
Figura 16.15. Fragmentos de rodajas de marfil documentadas en
la Illeta dels Banyets de El Campello (Alicante). MARQ. Museo
Arqueológico de Alicante.
Figura 16.16. Pomo de marfil de San Antón (Orihuela). Colección
Brotóns. Museo Arqueológico de Murcia.
to más ampliamente consumido en estos momentos, y del que
encontramos prácticamente todas las variantes formales tanto a
uno como a otro lado de la frontera argárica: se observa la presencia de botones piramidales del tipo Q111 en El Argar (Siret
y Siret, 1890: 170), en el Cerro de la Virgen (Schüle, 1980),
en la sepultura del Cerro de las Viñas (Ayala, 1991: 198) y en
Gatas (Siret y Siret, 1890: 222), entre otros yacimientos argáricos, pero también aparecen en la base de las estratigrafías de
yacimientos del llamado Bronce Valenciano, como la Lloma de
Betxí (De Pedro, 1998) o el Picarcho (Lorrio et al., 2004); así
210
mismo, se advierte la coexistencia de piezas prismáticas del tipo
Q131 y Q132 junto con botones cónicos del tipo Q121 en el
enterramiento de los Molinos de Papel (Marín et al., 2012), o la
de botones piramidales del tipo Q111 con botones prismáticos
en el Acequión (Barciela, 2015: 1093) y en la Lloma de Betxí
(Pascual Benito, 2015).
Con posterioridad a ca. 1900 BC, sin embargo, se produciría un cambio en las pautas de consumo en ambas zonas,
que a este respecto terminaría por convertir a los tipos prismáticos Q131 y Q132 en los más ampliamente difundidos en
la franja periférica argárica, mientras que en el territorio argárico se consolidaría un amplio predominio del tipo cónico
–Q121– y especialmente del piramidal –Q111– (López Padilla, 2006a), aunque en un marco general de consumo mucho menos acusado que en la periferia: mientras que en ésta
los botones o apliques prismáticos triangulares conforman
el conjunto más importante de artefactos finales de marfil,
en el ámbito argárico sólo se han registrado en abundancia
en la Illeta dels Banyets (López et al., 2006). Por otra parte,
resulta manifiesta la disimilitud entre los tipos de artefactos
producidos y consumidos a un lado y otro de la frontera argárica en cuanto al grado de calidad y exigencia técnica en
su elaboración. Así, mientras que en la amplia faja territorial
periférica los productos de marfil localizados se caracterizan
por ser objetos de manufactura relativamente sencilla –brazaletes del tipo B111 y B112, botones prismáticos del tipo
Q131 y Q132 y colgantes del tipo K311– en el área argárica, junto a éstos, se localizan también otros productos para
cuya realización se precisa un refinado dominio de la talla
del marfil, como pomos y apliques para mangos de puñales
y cuchillos (fig. 16.16), o peines, objetos que no aparecen
documentados fuera del territorio argárico hasta fechas cercanas a 1500 cal BC (López Padilla, 2011).
Por último, conviene destacar que, mientras los objetos
de marfil aparecen repetidamente registrados en las sepulturas argáricas, son muy infrecuentes en tumbas de la franja
periférica. Esto resulta especialmente evidente en el Este peninsular, donde lo habitual es que los enterramientos practicados en el interior de los espacios habitados carezcan por
completo de ajuar, y cuando existe, prácticamente nunca
incluye productos de marfil. Menos extraordinario resulta
en el área oriental de La Mancha, donde hallamos algunos
casos particularmente relevantes. Uno de los más conocidos
es el de una de las tumbas de la Morra de El Quintanar, que
contenía el esqueleto de un individuo depositado en decúbito
lateral izquierdo, en cuyo antebrazo portaba un brazalete del
tipo B111 con coloraciones rojizas en la superficie, y a la
altura de su muñeca una placa de piedra con remaches de
plata (Fernández Miranda et al., 1994: 260; Schuhmacher,
2012: 506, Farbtaf. 6.c). Recientemente, dos botones del tipo
Q111 aparecieron como parte del ajuar de un enterramiento
doble, de un hombre y una mujer, localizado en Castillejo del
Bonete (Benítez de Lugo et al., 2015) y también es conocido
el enterramiento de los Molinos de Papel, en Caravaca, con
su extraordinario conjunto de piezas de marfil (Marín et al.,
2012). Sin embargo, la inmensa mayoría de los artefactos
finales registrados en los asentamientos del área centro-meridional del Este peninsular comparecen en contextos ajenos a
las deposiciones de carácter funerario.
[page-n-226]
CONCLUSIONES
El estudio de un conjunto de 10 piezas de marfil documentadas en Caramoro I, junto al de otros conjuntos del ámbito territorial más próximo, ha permitido determinar que, en torno
a 1950-1800 cal BC, la sociedad argárica y sus coetáneas colindantes demandaban marfil para la manufactura de distintos
tipos de adornos, principalmente brazaletes y botones. Ambos
tipos de objetos están representados en Caramoro I, aunque con
una clara preeminencia de los primeros, faltando, en cambio,
otros objetos de alta complejidad técnica, como peines o pomos
de cuchillos, que sí están acreditados en otros asentamientos de
la zona (López Padilla, 2006b; 2011). Tampoco se registran en
Caramoro I evidencias relacionadas con la producción, que por
ahora sólo se constatan en yacimientos como Illeta dels Banyets, Tabayá, o Laderas del Castillo.
Todo parece indicar que el conjunto de piezas de marfil documentado en Caramoro I corresponde exclusivamente a objetos ya elaborados y usados, vinculados al consumo habitual de
este tipo de adornos durante el corto periodo en el que estuvo
ocupado el asentamiento. No obstante, desde el primer momento destacó el hecho de que la gran mayoría de los productos se
hallaran concentrados en sólo dos de las habitaciones del asentamiento –la habitación A y, muy especialmente, el espacio D–
lo que, por otro lado, no resulta excepcional.
Durante la primera mitad del II milenio cal ANE esta tendencia a la concentración de los artefactos de marfil en determinadas unidades habitacionales de los asentamientos se documenta tanto en el espacio argárico como en su ámbito periférico.
Buenos ejemplos serían la habitación de El Argar descrita por
los Siret, a la que antes nos hemos referido, y la vivienda “x” de
El Oficio, donde registraron un pomo de marfil del tipo T111b
en el interior de una vasija, junto a una cincuentena de pesas de
telar apiladas, un molino con su correspondiente muela todavía
dispuesta sobre él, un punzón, restos de tela almacenados en
el interior de otra vasija, y un cuchillo o puñal de lengüeta con
remaches (Siret y Siret, 1890: 235).
Por su parte, en la periferia argárica encontramos varios casos en los que se da esta misma asociación de almacenamiento
de medios de subsistencia básicos y de utensilios para la producción textil, con la concentración significativa de artefactos
finales elaborados en marfil. Posiblemente la Habitación I de
la Lloma de Betxí sea uno de los mejores ejemplos (De Pedro,
1998; Pascual Benito, 2015: 97, fig. 2), pero siendo uno de los
mejor documentados y publicados, no constituye, sin embargo,
el único caso: del asentamiento turolense de Las Costeras se dio
también noticia del hallazgo de un conjunto de once botones
prismáticos del tipo Q131 y 132 en una de las unidades habitacionales del poblado (Picazo, 1993: 38), mientras que en el
denominado “departamento 8” del Cerro de El Cuchillo apareció un conjunto de hasta ocho botones de marfil, todos del tipo
Q132, en el mismo espacio en el que se localizó un importante
lote de pesas de telar, probablemente relacionadas con un área
de producción textil (Barciela, 2015).
Creo que todos estos ejemplos que acabamos de mencionar
ilustran claramente dos aspectos clave del modelo de organización del consumo de los artefactos finales de marfil durante
la Edad del Bronce: por un lado, el estrecho control al que
las comunidades del cuadrante sudoriental de la península sometían la distribución de estos productos de alto valor social
dentro de los asentamientos; y por otro, la estrecha relación
que, en ese mismo sentido, parecen haber tenido con la producción textil.
La concentración del marfil en determinados espacios
revela el interés por mantener bajo control la distribución de
unos artefactos ligados socialmente a la manifestación del
grado de disposición de la fuerza de trabajo de la comunidad,
y a menudo involucrados en el establecimiento de lazos o
vínculos entre comunidades o linajes. En algunos ejemplos
etnográficos, el mantenimiento y reforzamiento de estos lazos se solía conseguir a través de los intercambios materiales
asociados con la política de alianzas matrimoniales (Meillasoux, 1977: 107).
Al menos en el ámbito argárico este control se revela extendido a la producción textil y a las manufacturas metálicas,
producidas frecuentemente en los mismos ámbitos que se emplearon para la elaboración de artefactos de marfil, lo que probablemente es un indicio de que el consumo de unas y otros había
adquirido una gran importancia en la reproducción social.
La concentración de brazaletes en el espacio D de Caramoro
I, que contextualmente se vincula con el abandono de su primer
momento de uso, debe relacionarse, por tanto, con estas prácticas de almacenamiento de piezas de alto valor de producción,
determinado por los costes invertidos en su manufactura y, sobre todo, de obtención y transporte de un material exótico como
el marfil. En este sentido, no podemos olvidar que el valle del
Vinalopó constituyó un punto neurálgico para la comunicación
intersocial entre las comunidades septentrionales de El Argar y
el grupo arqueológico del Prebético meridional Valenciano (Jover y López, 1997), en el que Caramoro I debió jugar un papel
destacado, aunque subsidiario, de otros núcleos de mayor peso
político, como pudo ser Tabayá.
211
[page-n-227]
[page-n-228]
17
Estudio malacológico de Caramoro I.
Algunas consideraciones sobre su uso y consumo en la sociedad argárica
Alicia Luján Navas y Francisco Javier Jover Maestre
INTRODUCCIÓN
El yacimiento de Caramoro I, excavado hace décadas, cuenta en
su trayectoria de investigación con tres actuaciones arqueológicas
sucesivas, ejecutadas por distintos grupos científicos. En todas las
intervenciones fueron documentados exoesqueletos de moluscos
marinos y terrestres que a continuación pasamos a clasificar y analizar en detalle. De las campañas antiguas a cargo de R. Ramos –7
NR– y A. González y E. Ruiz –13 NR– proceden 20 ejemplares, a
los que se suman 19 ítems más, localizados en el transcurso de las
recientes labores, acometidas durante los años 2015 y 2016, lo que
se resume en un total de 39 evidencias.
A partir del orden cronológico seguido en la ejecución de
actividades arqueológicas en Caramoro I, aportamos una clasificación taxonómica y cuantificación de los elementos malacológicos recuperados y su distribución espacial en el asentamiento,
a fin de obtener una serie de consideraciones que contribuyan
a la interpretación sobre los procesos de abastecimiento y funcionalidad de los recursos malacológicos, especialmente aquellos de procedencia marina, en las comunidades argáricas del
II milenio cal BC. Si bien para el estudio aquí presentado se ha
priorizado la diferente calidad de información contextual disponible, en el caso de todos los ejemplares localizados aportamos
apreciaciones en cuanto al espacio de procedencia.
Dicha catalogación y la información extraída de la misma, referente a las principales características de las especies analizadas,
se ha elaborado a partir de la consulta de obras tanto de carácter
general (Nordsiek, 1969; Lindner, 1976; Ghisotti y Melone, 1975;
Saunders, 1991; Poppe y Goto, 1991, 1993; Peter, 1992) así como
otras más específicas (Pla, 2000; Sánchez, 1982; Fechter y Falkner,
1993). A la hora de proceder al estudio de la malacofauna, tanto
marina como terrestre, el estado físico-morfológico de conservación ha constituido un factor clave no sólo para su identificación
taxonómica, sino también para su cuantificación1 en el inventario
total de la intervención arqueológica llevada a cabo.
EL REGISTRO MALACOLÓGICO PROCEDENTE
DE LAS ANTIGUAS EXCAVACIONES
Atendiendo a los resultados obtenidos en las campañas de
excavación realizadas en el yacimiento de Caramoro I bajo
la dirección de R. Ramos Fernández y posteriormente por A.
González Prats y E. Ruiz Segura, el número de restos malacológicos asciende a un total de 20, de los cuales 19 NR corresponden a especies marinas, lo que nos ofrece un porcentaje del
95%, frente a un único ejemplar de procedencia continental,
5%. El conjunto malacológico correspondiente a la campaña
inicial de 1981 se encuentra integrado por 7 ejemplares, mientras que los restantes 13 ítems fueron documentados en la actuación de 1989 (tabla 17.1).
A falta de un estudio más detallado de los materiales procedentes de la campaña de R. Ramos Fernández, sólo contamos con la
información aportada por dichos autores, quienes citan la presencia
de dos conchas perforadas,2 sin especificar la especie, ni entrar en
detalles sobre el contexto en el que éstas fueron halladas, salvo una
breve mención sobre su localización junto a un punzón de hueso. No obstante, se constata la existencia abundante de adornos de
marfil como botones prismáticos, brazaletes y pequeñas placas en
este yacimiento (Barciela, 2015: 468-474).
1
La metodología aplicada en el presente estudio se ajusta al criterio propuesto por autores como A. Moreno (1992, 1995); Moreno y Zapata (1995) aplicando el NR/NMI (Número de Restos/
Número Mínimo de Individuos) al registro malacológico, en
función de las condiciones que los restos presenten. En el caso
del recuento individualizado de los elementos –NR– se especificará estado de los mismos (ejemplar entero, fragmentado y/o
fragmento).
2
Estos ejemplares no han sido incluidos en el inventario general al
no ser posible una identificación taxonómica precisa.
213
[page-n-229]
Tabla 17.1. Relación de recursos malacológicos procedentes de las antiguas excavaciones. Elaborado a partir de la
información de S. Martínez Monleón y V. Barciela (2015).
Campaña
Nº inv.
Localización
Especie
Perforación
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 1.
Ostrea edulis
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 2
Indeterminada
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 2
Indeterminada
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 4C
Rumina decollata
1981
S/N
Espacio A, Sondeo 5D
Indeterminada
1981
S/N
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
1981
S/N
Indeterminado
Indeterminada
1989
S/N
Espacio B-D, B1/B5A
Glycymeris glycymeris
1989
S/N
Espacio C
Cerastoderma edule
Apical
1989
S/N
Espacio E, B6
Cerastoderma edule
1989
S/N
Espacio E, B6
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
S/N
Espacio J, C4
Cerastoderma edule
1989
CMI-583
Indeterminado
Cuenta discoidal
Central
1989
CMI-507
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
CMI-606
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
S/N
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
S/N
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
CMI-605
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
1989
CMI-604
Indeterminado
Cerastoderma edule
Apical
1989
CMI-582
Indeterminado
Glycymeris glycymeris
Apical
Dentro del conjunto ornamental procedente de la Campaña
1989, junto a los colgantes elaborados sobre valvas enteras destacamos el hallazgo de una cuenta discoidal de sección plana
descontextualizada, CMI-583, sobre un bivalvo indeterminado que forma parte del depósito de materiales presentes en el
MAHE (Barciela, 2015: 478).
En función de los porcentajes aportados por los recursos malacológicos procedentes de las antiguas excavaciones
establecemos un claro predominio de los bivalvos marinos,
constituyendo los Glyciméridos, tanto violacescens como sp.
–45%–, la especie predominante, seguida en menor medida
de la Cerastoderma edule –20%– y una representación mínima de la Ostrea edulis –5%–, al contabilizar un único ejemplar, a los que se suma la presencia de cuatro fragmentos
pertenecientes a valvas no identificadas, 25%. Frente a este
registro tan solo se localizó un ejemplar de gasterópodo continental, de la especie Rumina decollata.
Si bien es cierto que el análisis de la distribución de los individuos se encuentra indudablemente limitado al desconocer la
procedencia de la mitad de los ítems,3 incidimos en la presencia de una mayor concentración de malacofauna en el Espacio
A, con 5 ejemplares, y un recuento mínimo de 1 en los Espacios B-D, C y J, y 2 ejemplares en el Espacio E, indicando la
inexistencia de hallazgos casuales o grandes concentraciones ex
214
profeso en determinadas áreas del asentamiento que pudieran
interpretarse como áreas de producción o almacenamiento de
este tipo de recursos.
Por otro lado, el estudio traceológico efectuado sobre algunos de los restos (Barciela, 2015) denota un claro interés por esta
materia de origen marino con fines ornamentales, puesto que de
la observación de sus perforaciones –7 ejemplares de Glycymeris glyc. y 2 Cerastoderma edule– se deriva tanto el empleo de
ejemplares seleccionados post mortem, presentando éstos un orificio de carácter natural en el umbo a causa de la propia erosión
marina –CMI-582 y CMI-605–, como valvas desarticuladas y
perforadas por la acción antrópica, como la Cerastoderma edule
CMI-604, mediante la abrasión de la zona umbonal hasta proceder a su rotura, lo que genera en la pieza unas marcadas estrías
de desgaste en el contorno del orificio y la zona de fricción (fig.
17.1). Mientras que en algunos de los ítems resulta apreciable un
acusado desgaste de su superficie, otros ejemplares muestran a su
vez desconchados en algunas áreas localizadas, como el borde, a
causa de su uso (fig. 17.2).
Entre ellos los ejemplares CMI-507, CMI-582, CMI-583, CMI604, CMI-605 y CMI-606.
3
[page-n-230]
ris –8 NR– y Cerastoderma edule –4 NR–, junto a un único
ejemplar de Luria lurida. A este conjunto debemos añadir
la presencia de 6 gasterópodos continentales de las especies
Iberus gualtieranus alonensis –4 NR– y Rumina decollata –1
NR– así como 6 fragmentos de un mismo equinodermo de la
especie Paracentrotus lividus (tabla 17.2).
Frente al registro de ejemplares malacológicos documentados en la Campaña 2015, únicamente contamos con el hallazgo de un ejemplar de Cerastoderma edule durante la Campaña
2016 procedente del Espacio A, momento antiguo de ocupación
–UE 1007– sobre el pavimento original UE 1002. Dicha concha
apareció asociada con un conjunto de materiales muy diversos,
en el que se incluyen pesas de telar, vasijas cerámicas, un hacha
pulida de piedra y otros elementos.
CLASIFICACIÓN TAXONÓMICA
Bivalvos marinos
Figura 17.1. Malacofauna marina perforada correspondiente a las
campañas iniciales en Caramoro I.
Familia Glycymeriidae. Superfamilia: Limopsoidea
Género Glycymeris
Especies Glycymeris violacescens (Lamark, 1819), Glycymeris glycymeris (Linnaeus, 1758), Glycymeris sp.
Este bivalvo, cuyo tamaño ronda entre los 25 y 55 mm de
longitud y anchura, cuenta con una alta representatividad
–42,10%–, ascendiendo a un total de 8 restos –4 valvas completas y 4 fragmentos– (fig. 17.3). Si bien su empleo abarca
diversas funciones –contenedores de sustancias colorantes,
pulidores o raspadores de pieles y tejidos, sección de fibras
vegetales– (Mansur-Franchomme, 1983; Rodríguez y Navarro, 1999; Gómez et al., 2004; Pascual, 2008; Jover y Luján,
2010: 109), su uso principal recae en una función ornamental, al destinarse a la confección de elementos de suspensión
(Taborin, 1974). En este sentido, cabe destacar que 4 de los
ejemplares de Caramoro I presentan una perforación umbonal posiblemente con esta finalidad.
No obstante, la presencia de este bivalvo no se registra en otros
yacimientos próximos como Cabezo Pardo (Luján, 2014), aunque
sí resulta frecuente en las excavaciones que en la actualidad se
están realizando en Laderas del Castillo (López et al., 2017).
Familia Cardiidae
Género: Cardium
Especies Cerastoderma edule (Linnaeus, 1758)
Figura 17.2. Detalle de borde de Glycymeris sp. con señales de
desgaste.
EL REGISTRO MALACOLÓGICO PROCEDENTE
DE LAS CAMPAÑAS 2015 Y 2016
La colección malacológica correspondiente a la Campaña
2015 de Caramoro I asciende a un total de 19 NR, de los
cuales 12 se identifican con especies marinas y 5 con especies continentales. La mayor parte de los moluscos marinos
corresponden a bivalvos de las especies Glycymeris glycyme-
Dentro de los restos malacológicos, los exoesqueletos de
esta especie recuperados durante las campañas 2015 y 2016
cuentan con una representación de 4 NR, 21% –3 valvas y 1
fragmento– (fig. 17.4). Atendiendo a los ejemplares correspondientes a las antiguas excavaciones –4 ejemplares en la
habitación C, E y J y el último descontextualizado CMI-604–
las dimensiones de los restos completos girarían en torno a
un tamaño medio de unos 25 mm de longitud y anchura aproximadamente, sobrepasándose puntualmente estas medidas.
Contamos con un ejemplar de 38 mm de longitud y anchura.
Pese a encontrarnos ante una especie ampliamente consumida parece más adecuado justificar su presencia en Caramoro I
en función de recogidas esporádicas post mortem en la playa
para ser utilizadas con carácter ornamental como colgantes y
cuentas de collar (Ruiz, 1999; Luján, 2004; 2014; Barciela,
215
[page-n-231]
Tabla 17.2. Relación de restos malacológicos documentados en Caramoro I, campañas 2015-2016.
Campaña
Localización
Nº inv.
n
Especie
2015
2015
Espacio A, UE 1000
8
1
Bivalvo indeterminado*
Espacio A, UE 1000
9 y 10
2
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio A, UE 1000
11
6
Paracentrotus lividus
2015
Espacio C, UE 1200
19
1
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio C, UE 1200
20
1
Cerastoderma edule
2015
Espacio C, UE 1200
21
1
Rumina decollata
2015
Espacio C, UE 1200
22 y 23
2
Iberus alonensis
2015
Espacio C, UE 1201
7y8
2
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio C, UE 1203
5
1
Cerastoderma edule
2015
Espacio D, UE 1502
5
1
Iberus alonensis
2015
Espacio D, UE 1503
11
1
Iberus alonensis
2015
Espacio D, UE 1504
10
1
Cerastoderma edule
2015
Espacio D, UE 1505
10
1
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio D, UE 1505
11
1
Luria lurida
2015
Espacio D, UE 2019
4
1
Glycymeris glycymeris
2015
Espacio E, UE 1600
13
1
Glycymeris glycymeris
2016
Espacio A, UE 1007
13
1
Cerastoderma edule
* Cuenta discoidal
2006). Tres de los ejemplares estudiados exhiben una perforación en el natis, presentando dos de los ejemplares eliminación del umbo por sección, lo cual vendría a indicar una
intencionalidad claramente antrópica.
Familia: Ostreidae
Superfamilia: Ostreoidea
Especie: Ostrea edulis
Este bivalvo, característico de sustratos duros y rocas en zonas
batidas por el oleaje, presenta una valva oval redondeada, irregularmente ondulada, cubierta por láminas foliáceas concéntricas surcadas por costillas radiales.
En el yacimiento de Caramoro I hasta la fecha sólo contamos con un único ejemplar –5,2%–, muy fragmentado, en el
interior del Espacio A, que no permite hacer apreciaciones más
allá de su presencia. No obstante, pese a su puntual registro resulta muy interesante, puesto que nos hallamos ante un bivalvo
marino escasamente registrado en otros yacimientos argáricos
como Cabezo Pardo (Luján, 2014).
Bivalvos marinos indeterminados
En el transcurso de las excavaciones, tanto las vinculadas con
las intervenciones antiguas como las campañas 2015 y 2016,
han sido documentados un total de 5 restos, lo que a nivel porcentual corresponde al 26,31%.
Destacamos las piezas CMI-583 y el ejemplar localizado en la
UE 1000, nº inv. 8, durante la Campaña 2015, por tratarse de dos
fragmentos de bivalvo indeterminado a partir de los cuales se han
elaborado cuentas discoidales destinadas al ornato personal.
216
Gasterópodos marinos
Familia Cypraeoidea
Género Luria
Especies Luria lurida (Linnaeus, 1758)
En el caso de este gasterópodo marino nos hallamos ante una cypraea de tamaño medio, especie empleada con fines ornamentales
durante la Prehistoria reciente aunque de un modo mucho más limitado que los bivalvos y otros gasterópodos de menores dimensiones como la Columbella rustica o el Conus mediterraneus. Sólo
se constata la existencia de un único ejemplar –5,2%–, bastante
erosionada y sin perforaciones que apunten a su uso como cuenta.
Fue reutilizada como material de construcción del primer o más
antiguo pavimento documentado en el Espacio D.
Gasterópodos continentales
Familia Helicidae
Género: Iberus (Montfort, 1810)
Especies Iberus gualterianus alonensis (Férussac, 1831)
En el yacimiento de Caramoro I se han recuperado un total de
4 ejemplares de este gasterópodo terrestre, todos ellos pertenecientes a la Campaña 2015, lo que corresponde a un 26,31% del
conjunto de restos malacológicos.
Familia Subulinidae
Género Rumina (Risso, 1826)
Especies Rumina decollata (Linnaeus, 1758)
La presencia de esta especie, muy frecuente en todo el Mediterráneo, se limita a un ejemplar correspondiente a las antiguas excavaciones, recuperado en el Edifico o Espacio A,
[page-n-232]
Figura 17.3. Glyciméridos documentados en la campaña de 2015 procedentes de los espacios A, C y D.
cuya presencia se asocia con una posible intrusión de carácter no antrópico en un momento posterior a la ocupación del
yacimiento y su abandono (Luján, 2014: 251) así como otro
individuo procedente de la UE 1200.
Equinodermos
Orden Camarodonta
Clase Echinoidea
Especie Paracentrotus lividus
Pese a no formar parte del conjunto malacológico propiamente
dicho, al no integrarse dentro de los Bivalvos, Gasterópodos o
Cefalópodos, resaltamos la existencia de restos pertenecientes a
un erizo de mar o erizo común.
Los mariscos equinodermos se caracterizan por tener un gran
número de espinas cubriendo su cuerpo, lo que genera marcas en
su caparazón. Los erizos de mar son animales gregarios, forman
grupos muy numerosos, pegados en las rocas o en suelos arenosos
ricos en algas, a 40-50 m de la costa, sin embargo en Caramoro I
sólo contamos con un fragmento incompleto y fragmentado.
217
[page-n-233]
Figura 17.4. Concha de Cardium edule documentada en la UE 1007
del primer momento de ocupación del Espacio A.
CONSIDERACIONES FINALES. A PROPÓSITO
DE LA PRESENCIA DE RECURSOS MALACOLÓGICOS EN CARAMORO I
El número de restos malacológicos recopilados en las intervenciones ejecutadas en el yacimiento de Caramoro I asciende a un
total de 39 NR, correspondiendo un 82,05% a bivalvos marinos
mientras que los gasterópodos marinos representan el 2,56%, en
clara minoría. Al conjunto malacológico se suma un 15,38%,
compuesto por gasterópodos continentales (fig. 17.5).
Dentro del conjunto malacológico integrado mayoritariamente por bivalvos marinos, señalamos la presencia de 17 NR
de Glyciméridos frente a solamente 8 restos de Cerastoderma o
Cardium edule y una única valva de Ostrea edulis. A este registro se añade la presencia de 5 fragmentos de ejemplares de compleja clasificación, posiblemente preformas potenciales para la
elaboración de ornatos como cuentas discoidales, como los dos
ejemplares documentados hasta la fecha en Caramoro I.
Atendiendo a la cuantificación de restos y el estado de los
mismos, apreciamos como el hidrodinamismo afecta a la morfología de los exoesqueletos, plasmándose en un avanzado
desgaste de la superficie de ciertos individuos –CMI-1200-20,
CMI-1504-10 o CMI-1505-11– que puede alcanzar en ocasiones el pulido total del manto –CMI15-1201-7 y 8, por ejemplo–,
y la pérdida de parte de los exoesqueletos, así como provocar la
perforación de ciertas zonas sobresalientes, en especial, el umbo
en el caso de los bivalvos, práctica documentada con frecuencia
en moluscos cuya captación se asocia con una recogida post
mortem en la zona costera.
En el caso de Caramoro I, resulta visible como los recursos malacológicos marinos parecen responder a dicha actividad,
puesto que la procedencia del mayor porcentaje de especies localizadas, bivalvos de hábitats arenosos en las zonas someras, y
no a la práctica de un laboreo intensivo del mar para su empleo
con fines bromatológicos.
Para realizar esta afirmación, partimos de la escasa representación numérica alcanzada por el conjunto malacológico marino, lo
que conduce a descartar su inclusión como un recursos importante
en la dieta de estos grupos humanos ubicados a escasos kilómetros
de la línea de costa, frente a otros alimentos, tales como la carne o
los cereales y leguminosas. Por otro lado, el registro arqueológico
de Caramoro I ha aportado información sobre la presencia de res218
tos de ictiofauna, revelando el consumo de ciertos ciprínidos de río
como el barbo y peces litorales como los espáridos y mújoles, entre
otras especies, que durante la etapa de reproducción tienden a agruparse en aguas someras volviéndose más vulnerables al desplazarse a zonas más accesibles (Helfman et al., 1997; Pitcher, 1993;
Wootton, 1990). Estas incursiones realizadas para abastecerse de
pescado posibilitarían la recogida ocasional de aquellos moluscos
depositados en la franja costera por el oleaje, sin mayor complejidad por parte de estos estas comunidades.
Así bien, durante este periodo asistimos a una marcada
disminución de las fuentes de subsistencia a explotar respecto a épocas precedentes, pasando la caza, la pesca y la recolección, entre la que incluimos la práctica de un marisqueo o
laboreo de recursos malacológicos marinos, a constituir actividades minoritarias, e incluso ocasionales, de una alimentación basada en la ganadería, de ovicápridos y bóvidos (Lull y
Risck, 1995: 105; Ruiz et al., 1992) y el cultivo del cereal de
secano, como el Triticum monococcum y otros trigos desnudos y la cebada desnuda y vestida, junto a leguminosas como
las habas y los guisantes y en menor medida las lentejas,
Vicia sativa o Lathyrus sp. (Pérez, 2013: 176).
Figura 17.5. Plano de distribución de exoesqueletos marinos en
Caramoro I.
[page-n-234]
Una vez descartado el empleo bromatológico, y a partir de
lo expuesto, deberemos proponer otras formas de consumo para
justificar la presencia de malacofauna marina en el yacimiento
de Caramoro I. La consideración de su uso para la elaboración
de elementos ornamentales aparece reforzada con la existencia
de 14 individuos perforados, ya sea de forma natural o mediante manipulación antrópica. Este rasgo vendría a confirmar su
utilización por parte de estas sociedades como objetos de suspensión y/o cuentas –CMI-583 y CMI15-1204-3– a partir de
preformas pulidas de concha.
Algunos de los bivalvos analizados presentan trazas antrópicas, lo que se traduce en la ejecución de tratamientos de la superficie y horadamientos localizados (fig. 17.6), obtenidos mediante
la abrasión o sección de la zona umbonal o natis que permiten
la suspensión o sujeción de la pieza. Sin embargo, una práctica
registrada con frecuencia es la reutilización de individuos post
mortem, cuyas valvas desarticuladas y fuertemente erosionadas4
tienden a presentan un orificio natural en el umbo.
El análisis taxonómico revela que tanto los Glyciméridos como
los cárdidos de Caramoro I, todos ellos con señales de desgaste
marino, constituyen especies ampliamente seleccionadas y consumidas, no sólo durante el II milenio sino a lo largo de toda la
Prehistoria reciente (Pascual-Benito, 1998; Soler Díaz, 2002; Luján, 2004, 2010; Luján y Jover, 2008), documentándose durante la
Edad del Bronce en otros enclaves argáricos como Tabayá (Hernández, 1986, 1994), El Puntal del Búho (Jover y López, 1997),
El Rincón de los Almendricos (Ayala, 1991; Cabezo Pardo (López
Padilla, 2014), Fuente Álamo (Schubart et al., 2000; Pingel et al.,
2004) y Gatas (Ruíz et al., 1999).
La mayor cuantificación de valvas de dichos ejemplares
podría explicarse no sólo a partir de sus propias características
morfológicas, que pueden favorecer a su selección frente a otras
familias malacológicas, sino que en buena medida parece beneficiarse de la elevada frecuencia con la que estas especies son
depositadas por el oleaje en la franja litoral y cordones arenosos,
facilitando así su captación a los grupos humanos.
Junto a los colgantes sobre caparazones completos incidimos en la existencia de adornos más complejos como las cuentas discoidales, ítems de reducida presencia en el ámbito argárico, y cuya producción se asocia especialmente con elementos
de ajuar depositados en cuevas sepulcrales calcolíticas de este
mismo ámbito de estudio (Soler Díaz, 2002).
La presencia del gasterópodo marino Luria lurida parece reafirmar esta consideración al hallarse formando parte de los materiales
de Caramoro I, al igual que en otros yacimientos como el Negret
(Barciela et al., 2012) o integrando ajuares en El Argar o Fuente
Álamo (Siret y Siret, 1890). Pese a que el ejemplar se encuentra
completo y bastante erosionado, no presenta perforaciones que
posibiliten su suspensión. No obstante, su hallazgo como material
reutilizado en un pavimento, indica que pudo tratarse en un inicio
de materia prima en reserva que pasó a descartarse finalmente, ya
fuera de modo voluntario o accidental.
Junto al estudio de las piezas malacológicas de origen marino,
incluimos también el inventario de las especies terrestres recogidas
durante la campaña de excavación 2015, que se resume en un total
4
Dicho proceso puede verse acelerado no sólo por la bioerosión marina sino que puede implementarse por la acción de ciertos organismos litófagos.
Figura 17.6. Detalle del proceso de abrasión y perforación efectuado en una de las conchas de Cardium edule del Espacio D.
de 6 NR. La malacofauna de carácter continental contemplada en
Caramoro I recoge la existencia de 4 Hélix o Iberus gualtieranus
alonensis completos y 2 Rumina decollata, ambas presentes en
numerosos yacimientos arqueológicos de la Edad del Bronce en
la Comunidad Valenciana, como la Mola d'Agres (Gil-Mascarell,
1982, 1983). Estos gasterópodos son característicos de medios
fuertemente antropizados, donde abunda la materia orgánica y hábitats húmedos y no muy expuestos al sol (Nordsieck, 1969), lo
que provoca su frecuente presencia en contextos arqueológicos de
diversa índole y cronología.
Aunque potencialmente comestibles (Acuña y Robles,
1984), creemos poco probable, dado su escaso porcentaje
–15,7%– justificar su presencia en Caramoro I como un recurso
bromatológico, sino más bien como el resultado de un proceso
natural originado por la tendencia desarrollada por dichos gasterópodos a ocultarse del sol (Rico y Martín, 1989), alterando en
ocasiones la misma estratigrafía.
En el marco de los trabajos ejecutados en el yacimiento de
Caramoro I, incidimos en la existencia de un conjunto ornamental compuesto tanto por recursos malacológicos marinos,
como elementos elaborados a partir de huesos de vertebrados,
cuernas o astas de cérvidos y marfil proveniente de colmillos
y piezas dentales de algunos mamíferos (López Padilla, 2011;
Barciela, 2015). Dentro de esta sección y a expensas de nuevas
revisiones, destacamos la existencia de 1 botón de perforación
en V –CMI-587–, 1 cuenta discoidal –CMI15-1000– y 2 placas-colgantes –CMI-594 y CMI-586– así como 7 fragmentos
de brazaletes articulados que podrían corresponder a un número más reducido de piezas,5 como el procedente de la campaña
2015, CMI15-1504-9.
Ante lo expuesto, podemos establecer que el conjunto malacológico marino de Caramoro I desempeñaría una función de carácter
ornamental para lo cual se procedería a la ejecución de perforaciones en determinadas zonas de los caparazones que posibilitaran su
5
CMI-597 (2), CMI-598, CMI-585, CMI-596 (Barciela, 2015)
219
[page-n-235]
suspensión, ya fuera en el cuerpo o bien en la indumentaria y/o
tocados (Taborin, 1974; Soler Mayor, 1990; Noain, 1995; Pascual,
1998). Así bien, también señalamos para aquellos ejemplares que
conservan su morfología natural y no presentan trazas de manipulación la posibilidad de tratarse de materia prima en reserva.
No obstante, resulta pertinente indicar que, pese al mantenimiento del empleo de la malacofauna marina a lo largo de toda
la Prehistoria reciente para la confección de ornatos, este recurso de origen animal paulatinamente irá experimentando un claro
220
proceso de sustitución en relación con etapas anteriores, lo que
parece evidenciar que nos hallamos ante un periodo de cambios
en el seno de estas sociedades y en su concepción de los ornamentos personales, motivada por el aumento de más eficaces y
exóticas materias primas, como el metal o el marfil respectivamente, lo que conllevará una variación tipológica de los adornos
y otros elementos de prestigio social, más acordes al desarrollo
de la sociedad que se está gestando en la Edad del Bronce y que
resultará especialmente visible durante sus fases finales.
[page-n-236]
18
La producción textil en el asentamiento argárico de Caramoro I:
instrumentos de trabajo y áreas de actividad
Ricardo E. Basso Rial
INTRODUCCIÓN
La producción textil es una de las actividades económicas
más difíciles de rastrear en contextos arqueológicos. El carácter perecedero de los productos resultantes de la misma,
así como gran parte de los instrumentos implicados en su
elaboración, han condicionado sobremanera la capacidad
por parte de la investigación de registrar una de las actividades subsistenciales más básicas practicadas por todas las
sociedades prehistóricas. Sin embargo, la presencia de una
serie de artefactos de barro de diversa morfología, peso y
distinto número de perforaciones transversales, interpretados
como los contrapesos de la urdimbre en los telares verticales
(López Mira, 2009; Jover y López Padilla, 2013), ha permitido inferir uno de los procesos de trabajo fundamentales en el
proceso productivo textil: la tejeduría.
Por otro lado, ha sido frecuente considerar en el proceso de
investigación del registro arqueológico a toda agrupación de
este tipo de artefactos como áreas de actividad donde se habrían
desarrollado actividades textiles y, por lo tanto, como la evidencia directa de telares verticales. No obstante, desde nuestro punto de vista, este tipo de inferencia directa, simplista y especulativa, no es del todo correcta a nivel metodológico si tenemos
en cuenta la complejidad y la variabilidad de la formación de
los contextos arqueológicos (Schiffer, 1977). Es probable que
la concentración de este tipo de artefactos también responda a
otras áreas de actividad, incluso a la posible reutilización de éstos en otros menesteres (Basso, 2018a).
En este estudio presentamos el conjunto de instrumentos de
trabajo que pudieron estar relacionados con la actividad textil en
el poblado argárico de Caramoro I, con independencia de que se
trate de evidencias directas de telares o de otro tipo de áreas de
actividad, como pueden ser las de almacenamiento o desecho.
A su vez, para intentar dilucidar esas cuestiones, se indaga sobre la disposición en la que fueron documentadas las pesas de
telar, tanto en número como posición, así como la distribución
espacial de los hallazgos, su ubicación exacta en el yacimiento
y su relación con el resto de medios y espacios de producción
inferidos. Toda esta información, desde nuestra perspectiva, es
fundamental para entender este tipo de actividades en el registro
arqueológico y para ser puesta en relación con las evidencias
existentes en otros yacimientos de la Edad del Bronce.
PESAS DE TELAR
Durante las diversas campañas de excavación realizadas en Caramoro I se documentaron numerosas pesas de telar de barro. A
pesar de que ninguna de ellas fue encontrada completa, por la
morfología de todos los fragmentos registrados podemos saber
que se trata de las pesas de telar oblongas o de tendencia rectangular con los lados cortos redondeados de cuatro perforaciones alineados 2 a 2 (Jover y López Padilla, 2013: 160; Basso,
2018b). El total de fragmentos de pesas de telar documentadas
en el yacimiento asciende aproximadamente a los 50 ejemplares. En las excavaciones antiguas se documentaron más de 30
fragmentos, aunque solo unos pocos fueron identificados como
fragmentos de pesas de telar. En lo que respecta a las excavaciones más recientes, desarrolladas en los años 2015 y 2016,
se encontraron en mejores condiciones de conservación más de
una decena de fragmentos, los cuales fueron identificados como
integrantes, como mínimo, de unas nueve pesas de telar.
Campaña de 1989
Durante las excavaciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura
efectuadas en 1989 se documentaron varios grupos de fragmentos
identificados como pesas de telar. De los grupos de fragmentos
que integran partes de las pesas de telar y permiten identificarlas
como tales, dos fueron hallados en el Espacio A –CMI-612 y CMI613– y otro en el Espacio D –CM-614–. La más completa de las
221
[page-n-237]
Figura 18.1. Pesa de telar CMI-612.
Figura 18.2. Dibujo de las pesas de
telar documentadas en las campañas
antiguas (Dibujos: Sergio Martínez
Monleón).
pesas de telar –CMI-612– (figs. 18.1) está formada por tres fragmentos que al unirlos presenta unas dimensiones de 17,5 x 14 x
4,5/6 cm y permiten describirla claramente como una pesa de telar
oblonga de cuatro perforaciones. Dos de esas cuatro perforaciones
se conservan íntegramente y las otras dos, aunque se encuentran
222
partidas por la fractura que sufrió la pieza en uno de sus extremos,
pueden distinguirse con claridad. El diámetro máximo de las perforaciones completas, presente en ambas caras de la pieza, es de
1,5 cm. Seguramente éste fue ampliado por el desgaste producido
por el recurrente uso, puesto que en el interior de la pieza el diáme-
[page-n-238]
En el Espacio E, concretamente en lo que fue definido por A.
González Prats y E. Ruiz Segura como el “estrato de incendio”
del “Área B6”, fueron documentados aproximadamente unos
24 fragmentos de pesas de telar. Son fragmentos de pequeño
tamaño que presentan muy mala conservación y de los que solo
han podido identificarse 4 bordes de diferente grosor –7,5; 5,7;
5; y 3,7 cm–, que nos permiten individualizar 4 pesas de telar
del conjunto total de fragmentos. El más grande de todos ellos
–9 x 4 x 7,5 cm– es el más interesante, puesto que presenta en el
centro de la acanaladura de su perforación partida lo que parece
ser la impronta de un vegetal, posiblemente carrizo (fig. 18.3).
Lo significativo de dicha impronta, no apreciable en las perforaciones del resto de pesas de telar, es que podría ser la huella de
uno de los materiales utilizados para realizar las perforaciones
durante el proceso de manufacturación de las pesas de telar. El
poco uso de este artefacto podría estar mostrándonos algo muy
difícil de identificar y que pocas veces se conserva en otras pesas debido al evidente desgaste producido por el roce de los
hilos o cuerdas al estar suspendidas en el telar. De los otros tres
fragmentos de pesas de telar reconocibles de este contexto solo
uno presenta la evidencia de una perforación.
Alfredo González Prats y Elisa Ruiz Segura también documentaron en el Estrato II del Área B5a otro fragmento de pesa
de telar. Sus dimensiones son de 5 x 5,8 x 5,6 cm con una única perforación, que se encuentra seccionada. Lo mismo ocurre
con uno de los dos fragmentos inventariados como CMI-1012
(fig. 18.2.3), al parecer los únicos encontrados durante las excavaciones de Rafael Ramos en 1981 y de los que no tenemos
contexto, aunque es probable que pertenezcan al Espacio A. Las
medidas del fragmento que presenta la perforación son: 7,7 x
4,3 x 5,3 cm.
Campañas 2015-2016
Figura 18.3. A. Fragmento seccionado de pesa de telar con impronta vegetal en la perforación. B. Detalle de la impronta.
tro de la acanaladura de las perforaciones, observable en sección
gracias a las diversas roturas de los fragmentos, se estrecha hasta
tener 1 cm aproximadamente.
Los otros fragmentos –CMI-613 y CMI-614– presentan unas
dimensiones de 12,8 x 10,5 x 5,8 cm y 7,9 x 5,2 x 5,9 cm, respectivamente. La pieza CMI-613 (fig. 18.2.1) está formada por
un conjunto de fragmentos del extremo de una pesa de telar de
la que solo se conserva una de sus caras y en la que se observan
dos perforaciones, una completa y otra partida, en ambos casos
más estrechas que la de la pesa de telar CMI-612. Los fragmentos
que forman la CMI-614 (fig. 18.2.2) son el borde de una de las
esquinas de una pesa de telar de la que solo puede observarse una
perforación partida por la mitad. Sobre las características de estas
tres pesas documentadas e identificadas en las campañas antiguas,
podemos señalar que estos tres ejemplares tienen un grosor de dimensiones similares, rondando los 6 cm.
No obstante, los hallazgos más significativos fueron los que tuvieron lugar durante la campaña de 2016. En la Zona 1 del Espacio
A se documentó en la UE 1007, interfaz entre el derrumbe –UE
1005– y el pavimento –UE 1002–, una concentración de pesas
de telar. A pesar del grado de fragmentación de las mismas y el
mal estado de conservación que presentan –ninguna se encuentra
completa–, se han podido identificar un total de 7 pesas, todas
ellas de la misma tipología que las antes descritas. Las que nos
aportan los datos más relevantes son las que conservan alguna
de sus perforaciones o de las que puede apreciarse su grosor y en
algún caso su anchura (fig. 18.4). Contamos con 3 ejemplares que
conservan una de sus perforaciones –CMI-16 1007/15, CMI-16
1007/20 y CMI-16 1007/21– y de las que puede conocerse, de sus
dimensiones totales, únicamente el grosor.
La pesa de telar CMI-16 1007/15 solo presenta buenas
condiciones de conservación en una de sus esquinas donde
se localiza una perforación de 1,4 cm que no está centrada en
el eje del vértice, como sucede en la mayoría de los casos de
pesas de telar de esta tipología. El resto de la pieza está muy
fragmentado, aunque puede apreciarse que el grosor es de 7
cm. La pesa CMI-16 1007/20 conserva un único fragmento
en buen estado, cuyas medidas son 13 x 8,5 x 5,2 cm y tiene
una perforación que por el desgaste de uso presenta un diámetro diferente en cada cara: 1,6 cm de un lado y 1,1 cm del
otro. Por otro lado, la pesa CMI-16 1007/21, también muy
fragmentada, conserva una de sus esquinas con un grosor de
223
[page-n-239]
Figura 18.4. Fragmentos de las pesas de telar de la concentración de la UE 1007.
224
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7 cm y una perforación muy pequeña que, aunque parece ensancharse en el interior, es de 0,5 cm en ambas caras. En este
caso la perforación tampoco se encuentra centrada en el eje
del ángulo de la pieza.
Del resto de pesas de telar, la más singular es la CMI16 1007/19. De los dos fragmentos conservados que unen
formando uno de los extremos de la pesa se observan tres
perforaciones, dos de las cuales se encuentran en una de las
esquinas, a muy próxima distancia entre sí. Un caso similar fue el documentado en el Cabezo de la Escoba (Cabezas,
2015: 169, Lám. 43), donde se encontró una pesa de telar con
un total de 5 perforaciones, de las que 2 se encontraban juntas en uno de los ángulos. Aunque desconocemos si esta pesa
de telar contaba también con 5 perforaciones en su momento
de vida útil, sí podemos observar que por algún motivo contó
con tres perforaciones en uno de sus lados cortos, posiblemente para corregir algún error en una de sus perforaciones.
De esta pesa, además del grosor de 7 cm, puede observarse
que su anchura es de 15 cm.
Al margen de esta concentración significativa también
fueron documentados en la campaña de 2016 fragmentos de
pesas de telar en otras unidades estratigráficas. Es el caso de
los tres fragmentos de una misma pesa –CMI-16 1005/44–
encontrada en la UE 1005 y de otros tres fragmentos de otra
pesa –CMI-16 2102/3– en la UE 2101, que en ambos casos
conservan escasos indicios de sus perforaciones. Cabe mencionar que la pesa de telar CM-16 1005/44 fue documentada en la UE 1005, estrato de derrumbe que cubría la interfaz
donde se documentó la concentración de las 7 pesas antes
mencionada. Por la posición donde fue hallada, a pocos centímetros por encima del pavimento en el que se concentraban
el resto de pesas de telar de la UE 1007, consideramos que
formaría parte del mismo conjunto.
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL Y ÁREAS DE ACTIVIDAD
La producción textil en Caramoro I está atestiguada por la
evidencia de artefactos vinculados a los procesos de trabajo
de tejeduría: las pesas de telar (fig. 18.5). Sin embargo, a la
hora de inferir las áreas de actividad donde pudieron haberse desarrollado en un espacio determinado dichos procesos
de trabajo es necesario contar con el agrupamiento de las
mismas. De gran dificultad será inferir dichos procesos si no
fueron realizados con el telar vertical de pesas debido a la
Figura 18.5. Distribución espacial de los instrumentos de trabajo textil registrados con las áreas de actividad determinadas y los espacios
sin determinación exacta.
225
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Figura 18.6. Concentración de pesas de telar de la UE 1007 asociadas al banco UE 2036 de la Zona I del Espacio A. A. Vista general
desde el norte. B. Se puede observar su concentración a ambos extremos del jalón.
ausencia de evidencias materiales en el registro arqueológico
por el posible carácter perecedero de los instrumentos de trabajo utilizados (Basso, 2018a).
La concentración de pesas de telar más significativa y mejor documentada fue la encontrada en la campaña de 2016 en
la Zona 1 del Espacio A (fig. 18.6). Se trata de la zona meridional de la Habitación A donde está ubicado el banco UE 2036,
el cual se adosa a los muros UE 2001 y 2009, junto al vano de
acceso al patio interior del poblado –Espacio B–. El conjunto
de pesas de telar fue documentado en un contexto de incendio,
concretamente en la UE 1007 sobre el pavimento UE 1002,
a los pies del banco, y pudo ser asociado a un amplio repertorio de materiales. Entre ellos se encuentran 4-5 recipientes
cerámicos –ollas de la forma 4 y tulipas de la forma 5 de gran
tamaño–, un hacha pulida, varios cantos en estado de preparación, un punzón con forma de aguja de hueso (fig. 18.7) y
una valva de Cerastoderma edule. A pesar de encontrarse muy
fragmentadas y haber sido compactadas por la presión de los
niveles de ocupación posteriores al sedimento de relleno y a
otros materiales, presentaban una disposición irregular, pero
bastante alineada, de poco más de un metro de distancia, paralela al banco (fig. 18.6a y 18.6b).
Por la disposición de las pesas de telar y algunos de los
materiales asociados, muchos de los que posiblemente se encontraban en el banco, podemos inferir dicho espacio como
un área de actividad múltiple, entre las que se encuentran
las textiles. Al estar situado muy cerca del vano de acceso al
patio, y por lo tanto de una ingente entrada de luz, es posible
plantear que allí se encontraba montado un telar vertical. De
ser así estaríamos ante un área de actividad productiva dentro
de una habitación de gran tamaño –unos 34 m2– donde también se realizaron otro tipo de actividades laborales, como es
el caso de la molturación de cereales. La presencia de agrupaciones de pesas de telar en habitaciones donde se desarrollaron también otro tipo de actividades ha sido constatada en
otros yacimientos argáricos, como en el edificio central H1
Figura 18.7. Pesas de telar fragmentadas de la concentración de la UE 1007 y diversos materiales asociados..
226
[page-n-242]
Figura 18.8. Localización de las concentraciones de pesas de telar
del Espacio A.
de la Tira del Lienzo (Delgado-Raack et al., 2015), o de la
periferia argárica, como el Departamento XVIII de Cabezo
Redondo (Soler García, 1987).
Otra posibilidad que no descartamos en la relación entre el
espacio de producción textil inferido y el patio interior, dada
la cercanía entre ambos, es que el telar también pudiera ser
montado fuera. De ser así, la delimitación de dicho espacio
interior como un área de producción de tejidos recurrente en
el tiempo estaría determinada por la posibilidad de optar entre
tejer en una zona exterior o interior, en función de la estación
del año o de las condiciones climatológicas. Áreas de actividad textil en zonas exteriores o cercanas a las mismas también fueron inferidas en el CEVIg de Peñalosa, junto al patio
donde se desarrollaron actividades metalúrgicas (Contreras y
Cámara, 2000: 129), y en el espacio de circulación de Cabezo
Redondo (Hernández et al., 2009), interpretado como un área
donde se desarrollaron diversas actividades productivas (García Atiénzar, comunicación personal).
Sobre la distribución espacial del resto de pesas de telar,
mayoritariamente documentadas en las campañas antiguas,
solo podemos mencionar algunos apuntes. La información
más detallada y significativa con la que contamos, a pesar de
las limitaciones que nos ofrece para saber exactamente donde fueron encontradas, es la de las pesas de telar CMI-612 y
CMI-613. Sus excavadores apuntan que fueron halladas en la
“Casa A”, concretamente en el “suelo de la casa”, “debajo del
banco de entrada de la casa”. Por el diario de excavación de
A. González Prats y E. Ruiz Segura sabemos que se trata de
“varias pesas de telar”, asociadas a objetos de marfil –botón
prismático en “V” y 2 fragmentos de brazalete–, documentadas en la zona de acceso del Espacio A.
Exactamente en ese mismo espacio, durante la campaña de
2016 se encontró un banco –UE 2003– sobre el que descansaba
un estrato –UE 2101– donde se documentó una pesa de telar aislada –la 2102-3– (fig. 18.9), la cual creemos, sin embargo, que
podría estar asociada a las pesas de telar documentadas por A.
González Prats y E. Ruiz Segura. Eso podría significar que esta
concentración de pesas, documentada al desmontar el banco del
momento más reciente de ocupación del poblado, se encontraba sobre otro banco más antiguo –UE 2003–, no identificado
como tal hasta la campaña de 2016. De ser así, consideramos
que todo este conjunto de artefactos pertenecería al segundo
momento de ocupación del poblado, a diferencia del otro grupo
de pesas de telar encontrado en la zona 1 del Espacio A, datado
en el primer momento. Esto nos permite plantear la posibilidad
de estar ante otra área de actividad textil vinculada al Espacio
A, también asociada a un banco y a una entrada de acceso y
de luz, pero correspondiente cronológicamente a otro momento
de ocupación. Aunque, en este caso, el área de actividad textil
estaría localizada en un espacio exterior junto al banco ubicado
en la zona de acceso al Espacio A, muy cercano también a la
zona de acceso al poblado. Los calzos de poste registrados en
torno al banco nos hacen pensar que se trataría de un patio de
acceso techado, bastante similar a lo propuesto para el Espacio
D, utilizado como área de trabajo (fig. 18.9).
Sobre la ubicación del grupo de 24 fragmentos de pesas de
telar antes mencionado, a partir del que se ha podido individualizar, como mínimo, unas cuatro pesas por las diferencias en el
grosor, solo contamos con la indicación de que fueron encontradas en el “estrato de incendio” del “Área B6” del Espacio E. A
pesar del elevado grado de fragmentación de las piezas, se trata
de un número significativo de pesas de telar correspondiente a
un contexto que sufrió las inclemencias del fuego, lo que nos
hace pensar en la existencia de un telar en la habitación o de un
espacio de almacenamiento. A partir de estos datos es posible
inferir que allí también debieron realizarse trabajos de carácter
textil, aunque desconocemos el lugar exacto donde pudo haber
estado montado el telar o ubicada el área de almacenamiento.
Por último, otras de las pesas de telar de las que tenemos
algo de información sobre su ubicación espacial aproximada,
son las correspondientes al Espacio D: por un lado, la CMI-614;
y por otro, la que carece de número de inventario, hallada en el
“Estrato II” del “Área B5a” de dicho espacio.
LA PRODUCCIÓN TEXTIL EN CARAMORO I
De los instrumentos de trabajo imprescindibles para desarrollar las actividades textiles en el poblado argárico de Caramoro
I únicamente contamos con la evidencia de las pesas de telar.
Aunque solo ha sido posible inferir dos áreas de actividad donde pudieron haberse situado telares verticales, la presencia de
más pesas o fragmentos de las mismas en más espacios del
poblado constata, a pesar de las limitaciones del registro, que
la tejeduría fue una actividad de carácter habitual entre sus
habitantes. No podemos decir lo mismo del hilado o de otros
procesos de trabajo necesarios para la obtención del producto
textil final. En ese sentido, merece ser destacada la ausencia
227
[page-n-243]
Figura 18.9. Pesa de telar CMI-2102-3 documentada sobre el banco UE 2003.
de fusayolas, cuestión que nos abre una serie de interrogantes
sobre cómo se desarrolló el proceso de obtención de hilo, indispensable para posteriormente realizar los tejidos. El único
artefacto que por morfología podría aproximarse a una fusayola es la pieza bicónica de arcilla –CMI-571– documentada
durante las excavaciones de A. González Prats y E. Ruiz Segura (fig. 18.10). Formalmente, parece una fusayola bicónica
como las que se han documentado en el territorio argárico del
Bajo Segura y Bajo Vinalopó y su periferia –en yacimientos
como San Antón, Laderas del Castillo, Tabayá y Cabezo Redondo– (López Mira, 1995; 2004), con un tratamiento externo
de la pasta muy depurado y unas dimensiones de 4,58 x 4,52 x
2,7 cm. Sin embargo, la ausencia de perforación en su eje central, característica principal para poder desempeñar su función
como contrapeso de huso en el proceso del hilado, la excluiría
para ser caracterizada como tal.
Una posibilidad que barajamos es que se trate de una fusayola que no atravesó todo el proceso de manufacturación y
que fue descartada para tal uso antes de que se le realizase la
perforación. Como desconocemos el contexto exacto donde fue
documentada, y si tenemos en cuenta la existencia de niveles de
incendio en el asentamiento, es posible que su endurecimiento haya sido provocado por un proceso independiente al de su
fabricación interrumpida. De esta manera, la perforación no
habría sido realizada en el momento en el que la pieza de arcilla aún estaba fresca y el resultado final, fruto de avatares que
228
se nos escapan, habría dado lugar a un artefacto similar a una
peonza. En ese sentido, de tratarse de una fusayola incompleta,
tendríamos un interesante ejemplo para reflexionar sobre el proceso de manufacturación de este tipo de instrumentos y plantear
que las fusayolas de la Edad del Bronce podrían haberse perforado con el barro aún crudo una vez realizada la forma de la
pieza y no simultáneamente.
El proceso de la tejeduría está claramente constatado por
las numerosas pesas de telar documentadas. Todas ellas se corresponden al grupo tipológico de las oblongas-rectangulares
de gran tamaño con cuatro perforaciones alineadas 2 a 2, que
pueden presentar una morfología de tendencia circular o rectangular con los bordes redondeados y una sección frontal rectangular (Jover y López, 2013; Basso, 2018b). Se trata de un
tipo de pesas de telar característico del cuadrante suroriental de
la península Ibérica durante los momentos iniciales de la Edad
del Bronce, y cuyo origen podría remontarse a los momentos
finales del III milenio cal BC, como al parecer quedó constatado
en Tabayá, donde pesas de telar similares fueron encontradas en
asociación a cerámicas decoradas con puntillado y triángulos
invertidos (López Mira, 2009) características de la fase inicial
de El Argar (Hernández et al., 2019: 39).
Pesas de telar de este tipo fueron documentadas, siempre en
contextos previos a c. 1750 cal BC (Jover y López, 2013), en
numerosos yacimientos del grupo argárico como Tabayá (López
Mira, 2009), San Antón, Laderas del Castillo (Furgús, 1937), Ca-
[page-n-244]
bezo Pardo (López y Martínez, 2014), La Almoloya (Cuadrado,
1945; Lull et al., 2015), Lorca (Ponce, 1997), El Oficio (Siret y
Siret, 1890) o Fuente Álamo (Siret y Siret, 1890), pero también
en yacimientos del denominado “Bronce Valenciano” como la
Lloma de Betxí (De Pedro, 1998), Cabezo de la Escoba (Cabezas, 2015), Barranco Tuerto (Jover y López, 2005), Castell
d’Almizra (Basso, 2018b), Mas de Menente (Pericot y Ponsell,
1928) o Serra Grossa (Llobregat, 1969), y del Bronce Manchego, como el Cerro del Cuchillo (Hernández y Simón, 1993), el
Acequión (Fernández Miranda et al., 1990), la Motilla de Azuer
(Molina et al., 1979) y la Morra del Quintanar (Martín, 1984),
entre otros. En ese marco cronológico se encuadra la datación
realizada sobre una vértebra de Cervus elaphus procedente del
nivel de incendio sobre el pavimento en la Zona I del Espacio A
–UE 1007– donde se encontró el conjunto de pesas de telar más
relevante de Caramoro I, otorgando unas fechas cercanas al 1950
cal BC –3580±30 BP (2σ).
Por lo general, se trata de un tipo de artefacto bastante habitual en el repertorio de materiales documentados en los yacimientos de la Edad del Bronce, aunque en la mayoría de las ocasiones se recuperan aisladas, muy fragmentadas o en pequeños
grupos. Para hablar de telares son las concentraciones de pesas
de telar las que nos posibilitan a nivel metodológico inferir su
presencia y plantear donde pudieron estar ubicados y qué papel
pudieron haber desempeñado en la vida del asentamiento (Basso, 2018a). Los numerosos fragmentos hallados en el “estrato de
incendio” del Espacio E apuntan a que seguramente allí existió
un espacio de producción de tejidos, y por lo tanto un telar. Sin
embargo, son las concentraciones del Espacio A las que nos permiten delimitar con mayor precisión dos áreas de actividad donde se ubicaron dos telares, correspondientes a diferentes fases
de ocupación. Ambos presentan semejanzas en lo que respecta a
las características de su ubicación, puesto que se encuentran en
zonas cercanas a las puertas de acceso de la habitación –tanto
al acceso norte en la Zona II, como al acceso sur en la Zona I–,
así como junto a bancos (ver fig. 18.8). En ese sentido, la concentración de la Zona I es la que mejor información nos ofrece,
tanto por el número de pesas –un total de 8–, como por el hecho
de poder ser asociadas a una serie de artefactos vinculados a
otras actividades de trabajo en clara relación con el banco. De
los objetos asociados podemos relacionar con las actividades
textiles y con el propio telar, el punzón de hueso y la valva de
Cerastoderma edule. El punzón presenta pulidos de manufacturas y de uso en su extremo útil, mientras que en relación a la
valva no queremos descartar la posibilidad de atribuirle, dado
su borde agudo, la función como herramienta cortante, posiblemente para el corte de hilos.
En otros yacimientos donde fueron registradas concentraciones significativas de este tipo de pesas de telar el número de
ejemplares que componen las agrupaciones varía considerablemente. El caso más parecido a la concentración de 8 pesas de
telar de la Zona I del Espacio A de Caramoro I es el registrado
en Lorca, concretamente en la c/ Rubira, nº 12 (Ponce, 1997).
En la excavación de urgencia allí desarrollada se documentó en
el Estrato VIII una concentración de un total de 9 pesas de telar
(Ponce, 1997: 360, lám. 3).
Sin embargo, en contextos de los momentos iniciales de la
Edad del Bronce lo más frecuente es documentar agrupaciones
con un menor número de pesas de telar oblongas, aproximada-
Figura 18.10. Pieza bicónica de barro cocido CMI-571.
mente entre los 2 y los 4 ejemplares, como ha sucedido en yacimientos como La Almoloya (Cuadrado, 1945: fig. 7), Tabayá
(López Mira, 2009: 147, nota 7), el Cabezo de la Escoba (Soler,
1986: 384; Cabezas, 2015), Barranco Tuerto (Jover y López,
2005: 135), Cerro del Cuchillo (Hernández y Simón, 1993: 42)
o el Acequión (Fernandez Miranda et al., 1990: 355). Esto podría estar hablándonos de que a la hora de montar telares verticales con este tipo de pesas de telar lo más habitual sería recurrir
a esa cantidad aproximada de ejemplares, siendo así, los telares
inferidos en Caramoro I y Lorca, de mayores dimensiones por
usar más del doble de contrapesos.
Por otra parte, se conocen dos contextos excepcionales
donde las concentraciones de pesas de telar oblongas superan
con creces a la cantidad de ejemplares documentadas en la concentración de Caramoro I. Nos referimos a los casos de la Lloma de Betxí, donde se encontraron un total de 28 pesas apiladas
en el suelo de la Habitación I (De Pedro, 1998: 181-182) y del
Castell d’Almizra (Camp de Mirra, Alicante), donde un conjunto de 23 pesas fue evidenciado de la misma forma tras una
pequeña intervención –Sondeo A– (Basso, 2018b). En estos
casos, donde más de una veintena de pesas de telar de grandes
dimensiones y elevado peso fueron documentadas, lo más razonable es plantear que no se trate de un área de actividad productiva, sino de almacenamiento de pesas. Por la disposición que
presentaban, y en el caso de la la Lloma de Betxí también por
su ubicación junto a la puerta de comunicación entre estancias
cerradas (De Pedro et al., 2015: 74), parecen acercarnos más a
esta hipótesis (Basso, 2018b: 59).
En definitiva, el yacimiento de Caramoro I presenta varios espacios donde fueron documentados conjuntos y restos
fragmentarios de pesas de telar que nos permiten valorar la
producción de tejidos como una actividad habitual y relevan229
[page-n-245]
te entre los habitantes de Caramoro I. Sin duda, el Espacio
A, parece ser la estancia que presenta una mayor concentración de actividades de carácter productivo, entre las que se
encuentran las textiles. La presencia de dos espacios donde
posiblemente se localizaron dos telares verticales de pesas,
correspondientes a momentos de ocupación diferente, pero
asociados a una misma habitación, que por ubicación y tamaño parece ser la principal del asentamiento, permite inferir
230
un cierto grado centralización de algunas de las actividades
subsistenciales y necesarias para la comunidad allí residente.
Esto es algo que será más frecuente a partir de c. 1800 cal
BC (López y Jover, 2014), aunque con el claro interés de un
mayor control de los procesos productivos esenciales para
la reproducción de la vida social, como quedó constatado en
otros núcleos de población argárica como la Tira del Lienzo
(Delgado et al., 2015).
[page-n-246]
19
Caramoro I: ¿un fortín en los límites fronterizos
septentrionales del espacio social argárico?
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón,
Juan A. López Padilla, María Pastor Quiles y Ricardo E. Basso Rial
INTRODUCCIÓN
LA UBICACIÓN DE CARAMORO I
Entre los estudios prehistóricos en la península ibérica siempre
han destacado los efectuados sobre El Argar (Siret y Siret 1890;
Lull 1983; Aranda et al., 2015). La larga tradición investigadora
en el Sureste ha permitido conocer en profundidad numerosos
aspectos de la materialidad y del desarrollo de este grupo arqueológico, hasta el punto de que, en la actualidad, es una de
las entidades culturales para la que más propuestas de orden
sociológico han sido formuladas.
Todo ello ha sido posible gracias a la intervención arqueológica en un buen número de asentamientos, en especial, durante
las últimas décadas, generando una amplia base empírica y cronológica. Sin embargo, solamente unos pocos enclaves argáricos
han sido excavados prácticamente en su totalidad, caso de Peñalosa, Castellón Alto o, más recientemente, Tira del Lienzo y La
Almoloya (Lull et al., 2015a; 2015b). En este sentido, son muy
pocos los estudios específicos publicados sobre asentamientos,
en los que se haya abordado, desde la secuencia de ocupación
asociada al desarrollo constructivo y técnicas empleadas en su
edificación, cronología, materialidad a las prácticas sociales.
Es por ello que con esta monografía hemos intentado contribuir a los estudios sobre El Argar, presentando el caso del pequeño
asentamiento de Caramoro I. Y es que, aunque sus dimensiones
son reducidas, la inversión laboral efectuada en su planificación
urbanística y en su construcción fue de considerable magnitud.
Además, la posibilidad de realizar una lectura estratigráfica de
las estructuras conservadas, a pesar de haber sido excavado en
la década de 1980 e inicios de los 1990, apoyada por una serie
de dataciones radiocarbónicas, ha permitido establecer cronológicamente su secuencia de ocupación y desarrollo constructivo,
contribuyendo a fijar con precisión la duración de este tipo de
asentamientos fortificados de pequeño tamaño dentro del desarrollo temporal de la cultura argárica.
Como ya ha sido expuesto a lo largo del presente texto, Caramoro I es uno de los asentamientos ubicados en el extremo
septentrional del territorio argárico. Se localiza sobre un pequeño espolón rocoso en el inicio de la sierra de Borbano, extremo septentrional del paraje conocido como Aigua Dolça i
Salada, dentro del término municipal de Elche (Alicante) (fig.
19.1). Se eleva unos 48 m sobre el entorno del fondo del valle,
disponiéndose en voladizo sobre el cauce del río Vinalopó,
del que dista 170 m (fig. 19.2). Encajado entre dos barrancos,
configura un auténtico balcón sobre el glacis descendiente y
el cauce del río Vinalopó, desde donde se puede divisar un
amplio trecho del campo de Elche y ejercer un control directo
sobre su principal vía de comunicación.
Desde el escarpe rocoso donde se ubica, en la margen
izquierda del río Vinalopó, se cuenta, con un amplio control visual hacia las tierras llanas orientales y meridionales,
alcanzando a cubrir el marjal de Crevillente-Elche y buena
parte de la bahía de Santa Pola (ver capítulo 4). Ajeno al
comportamiento de intervisibilidad que manifiestan la mayoría de los asentamientos argáricos de la zona, Caramoro I se
enmarca dentro de un grupo de asentamientos de muy pequeño tamaño, en este caso no supera los 796 m2, y escasa altitud
relativa. Solamente guarda una relación visual directa con
el próximo yacimiento de La Moleta, a pesar de que en sus
proximidades se encuentran otros yacimientos como los de
la Serra del Búho, Tabayá o el Barranco de los Arcos (Martínez Monleón, 2014a). En este sentido, desde Caramoro I se
puede divisar el pequeño yacimiento calcolítico de Kalathos
(fig. 19.3), situado a escasos 400 m agua arriba. Este emplazamiento, por sus características edáficas y su proximidad
al río, podría haber sido aprovechado por los habitantes de
Caramoro I como zona de cultivo.
231
[page-n-247]
Figura 19.1. Vista del curso del río Vinalopó desde Caramoro I.
Caramoro I está directamente edificado sobre un conjunto estratificado de materiales pliocenos, básicamente calizas y conglomerados. El agua, debido a su alta porosidad y permeabilidad, se
filtra con suma rapidez. Debajo de tales conglomerados aparece un
nivel de margas arcillosas triásicas de coloración ocre-blanquecina
y verdosa a medida a que se humedece. Geomorfológicamente
estos dos niveles dan un relieve típico de murallones con bruscas
pendientes (figs. 19.4 y 19.5), debido a que la erosión se realiza en
las margas infrayacentes, lo que produce una caída por gravedad
de parte del nivel superior de conglomerados (Pignatelli, 1973). El
espolón que ocupa Caramoro I presenta una caída en vertical en
buena parte de su trayectoria, con excepción de su lado oriental. De
este modo, la superficie máxima que delimita el muro de cierre del
asentamiento no supera los 500 m2, habiendo empleado más de 250
m2 en su delimitación, con la construcción de diversas estructuras
de gran porte, siendo muy destacado el empleo de la piedra. El acceso al asentamiento solamente se podría efectuar por una pequeña
zona abierta, situada en su extremo nororiental.
Figura 19.2. Vista del espolón de Caramoro I, en el que se puede
observar su altura respecto del curso del río.
Figura 19.3. Vista del yacimiento calcolítico de Kalathos desde Caramoro I, tomada por Rafael Ramos Fernández en 1981. Fondos
del MAHE.
232
[page-n-248]
Figura 19.4. Vista desde la ladera oriental del espolón de Caramoro
I y sus procesos erosivos.
Figura 19.5. Detalle del proceso de erosión en las margas de la base
del espolón.
LA DOCUMENTACIÓN Y REGISTRO
DE CARAMORO I
Como ya ha sido señalado anteriormente, Caramoro I fue objeto de excavación sistemática en fechas relativamente recientes.
Fue descubierto gracias a las prospecciones realizadas por R.
Ramos Fernández (1988: 93), antiguo director del MAHE, donde realizó una campaña de excavaciones en 1981, y cuyos resultados serían publicados algunos años más tarde. Sin embargo,
con motivo de la construcción de la autovía A-7 que une Alicante con Murcia, cuyo trazado afectaba a parte del yacimiento vecino de Caramoro II (González Prats y Ruiz, 1992), se llevaron
a cabo nuevas actuaciones en 1989 y 1993, bajo la dirección de
A. González Prats y E. Ruiz Segura, que vinieron a completar y
en parte a modificar algunos de los datos proporcionados por la
primera intervención (González Prats y Ruiz, 1995).
Durante el primer semestre de 1981, fue realizada la primera campaña de excavaciones a cargo de R. Ramos Fernández,
quien dio cuenta de los trabajos de forma parcial, en un artículo publicado en el Homenaje a Samuel de los Santos (Ramos
Fernández, 1988). En esta breve publicación dicho autor mostraba un croquis de la planimetría del asentamiento y una interpretación de la evolución arquitectónica del mismo. Según lo
publicado, tras una primera visita al yacimiento no se hallaron
materiales en superficie, lo cual posteriormente, y en vista de los
resultados que deparó la intervención, interpretó como resultado de la colmatación del recinto interior, la fuerte erosión de la
zona y la visita de clandestinos al yacimiento.
A pesar de estas circunstancias, R. Ramos realizó un sondeo
de prospección de 2 x 2 m, en lo que posteriormente sería el
ángulo suroeste del sondeo 4, y una trinchera en Z de dirección
E-O y un eje N-S de 1 m de anchura para conocer la amplitud
del yacimiento. Los resultados que ofrecieron estos trabajos
fueron positivos, aflorando estructuras en un espacio con una
potencia superior a 1 m de profundidad (figs. 19.6 y 19.7).
Siguiendo las notas de R. Ramos Fernández, el yacimiento
presentaba, en lo que a registro estratigráfico se refiere, al menos
dos niveles de ocupación relacionables con dos pavimentos registrados en el espacio A (figs. 19.6 y 19.7), a su vez amortizados
Figura 19.6. Detalle del primer sondeo practicado en 1981 por R.
Ramos Fernández. Fondos documentales del MAHE.
bajo niveles de derrumbe o de incendio. No obstante, a juicio de
su excavador, no era posible señalar diferencias evidentes entre
el material arqueológico registrado en ambos niveles, que debían
pertenecer, por tanto, a un mismo “horizonte” cultural.
En función de toda la documentación obtenida se procedió a la excavación del resto del yacimiento implantando una
cuadrícula de panal de orientación simple, con 25 sondeos de
patrón divisibles en cuatro casillas de 2 x 2 m, con muros tes233
[page-n-249]
Figura 19.7. Testigo estratigráfico practicado por R. Ramos en el
espacio A. Fondo documental del MAHE.
Figura 19.8. Vista aérea del área excavada en 1981. Se puede observar el sistema de cuadrículas establecido por R. Ramos Fernández.
Fondos documentales del MAHE.
Figura 19.9. Detalle del hogar de la estancia B de R. Ramos. Fotografía de R. Ramos Fernández. Fondos documentales del MAHE.
234
tigos de 0,50 m de espesor entre sondeos y de 0,25 m entre
casillas, donde se repetía la sucesión estratigráfica observada
en el sondeo de prospección (fig. 19.8).
Esta intervención hizo aflorar, según su excavador, los restos de un recinto de planta arriñonada adaptada a la superficie
del terreno y con un revestimiento de barro arcilloso amarillento.
Este recinto estaba formado por un muro principal en su extremo
oriental que cerraba toda la edificación, al que se le habían ido
adosando posteriormente diversos muros, tanto por su cara externa como interna, interpretando esta estructura final como un
bastión, con un grosor que disminuía en dirección sur. Por su cara
oriental, la adición de muros había dejado tres espacios abiertos
entre los muros que, en sentido S-N, conformaban un espacio
triangular en cuña relleno de piedras, una plataforma rectangular
de 1,5 x 2 m interpretada como los restos de una posible torre y
un espacio semicircular relleno de piedras en el extremo septentrional. Por su cara occidental se adosaron otra seríe de muros
conformando dos habitaciones, denominadas por Ramos como A
y B. La primera –A– interpretada como una estancia o vestíbulo
de ingreso de planta circular y 3,5 m de diámetro, a la que se
accedía desde el exterior por medio de un estrecho pasillo en su
ángulo noroeste de poco más de 1 m de anchura, y que por medio
de un acceso en recodo en su extremo suroriental daba acceso a la
estancia central –B–, de planta irregular de 4 x 6 m de superficie,
que presentaba un banco en su extremo occidental y oriental, respectivamente, además de un hogar semicircular junto al banco del
extremo oriental (fig. 19.9). En su extremo meridional presentaba
una puerta de salida con portal enlosado y delimitación de jambas
que daba acceso a una tercera estancia –C– identificada como una
terraza que no estaba cubierta y en la que sólo se identificó un
estrato. Esta terraza tenía una puerta de comunicación del recinto
con el exterior en el extremo sureste y un muro que obligaba a un
ingreso en recodo a la estancia central –B.
Con todo, este asentamiento era interpretado como una fortificación construida en un punto de fácil defensa y gran visibilidad, que presentaba dos niveles de ocupación, debido a la
remodelación que sufrió el recinto tras el incendio que asoló la
primera fase constructiva del poblado. Así mismo, infería que
en este asentamiento, catalogado como “un puesto vigía” deberían haber vivido entre cuatro y seis personas que debían tener
una dedicación única de vigilancia e información, como puesto
avanzado del gran poblado de La Moleta, dentro de la facies del
Bronce Valenciano, y que atendiendo a sus productos cerámicos
debía situarse en la II fase de este periodo cronológico y cultural, entre 1.500 y 1.150 a.C.
Años más tarde, las obras realizadas para la construcción de
la autovía A-7, así como el lamentable estado en que se hallaba el asentamiento tras la excavación de R. Ramos Fernández,
motivaron una nueva excavación de urgencia en el yacimiento.
Éstas fueron iniciadas en noviembre de 1989 bajo la dirección
de A. González Prats y E. Ruiz Segura, que tendrían continuidad en junio de 1993, centrados básicamente en trabajos de
planimetría. Los resultados preliminares de esta intervención
se publicarían al poco tiempo, abordando los nuevos datos arquitectónicos, la escasa información sobre la estratigrafía que
presentaba el yacimiento y los nuevos elementos de cultura material que obligaron a variar el ámbito cultural al que se había
adscrito (González Prats y Ruiz Segura, 1995). A partir de estos
momentos ya fue considerado como plenamente argárico.
[page-n-250]
Las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo vinieron a
definir una serie de estructuras articuladas a lo largo de un eje
N-S con una longitud máxima de 33 m. Se confirmaba la existencia de una compleja fortificación en el extremo oriental del
poblado, compuesta por un importante bastión –H– de forma
arriñonada con unas dimensiones de 13,5 x 3,5 m en su extremo
nororiental, al que se adosaba en su extremo meridional una estrecha plataforma –F– o “cuerpo de guardia” y un foso –G– interpretado como la acequia que recogería el agua vertida por el
techado de la plataforma superior y la conduciría hacia el cauce
del río, relacionándolo con dos grandes bloques de piedra con
profundos surcos incisos artificiales. Finalmente, se detectaron
los restos de una posible muralla –I–, muy deteriorada y que no
llegaron a excavar, que presentaba un trazado oblicuo en relación al resto de la construcción con una longitud de 9 m.
La construcción del bastión –H– se realizó con la colocación
de gruesas piedras en talud en buena parte de su perímetro, quedando el resto cerrado por una serie de elementos de barro de
forma plano-convexa. El interior presentaba un relleno homogéneo de piedras y barro que se alzaría 2 m y que serviría de zócalo,
según sus excavadores, a una superestructura ligera integrada por
vegetales. A pesar de la intervención no se pudo delimitar cual era
la relación de este posible bastión con la entrada del poblado, aunque se planteaba que en un primer momento, una de las plataformas circulares de la entrada debía ser una torre y, posteriormente,
reforzando la fortificación y ganando espacio habitable al interior,
se construiría este gran bastión, ya que aparecía adosado al muro
oriental de la habitación A.
La plataforma –F– estaba construida por una línea simple
de piedras en talud, con una orientación NO-SE en sus primeros 8 m, y que, tras la realización de una trinchera para definir
la orientación de este muro, se unía a otro tramo de muro de
8,5 m de longitud que realizaba una inflexión de 150º, alcanzando una altura superior a los 2 m, estando revocado por una
espesa capa de arcilla.
Paralelo al primer tramo de muro de la plataforma F discurría un estrecho muro de 0,3 m de anchura y 5,7 m de longitud
(fig. 19.10), delimitando un foso –G–, de 1,2 m de amplitud y
cuya superficie presentaba grandes lajas de piedras, que se iba
estrechando en su extremo meridional hasta conectar con la plataforma F y que en su extremo septentrional conectaba con el
bastión H mediante una construcción de arcilla.
El sistema de fortificación se completaba con dos posibles
torres defensivas que configuraban un estrecho corredor de acceso al interior del asentamiento de apenas 1 m de anchura, en
donde fueron documentados los restos de un madero hincado
que constituía el eje del portón de madera que cerraba el acceso
al recinto. A través de esta entrada se accedía a una serie de unidades habitacionales –o de ocupación–, con una estancia principal por donde discurría el acceso –A– y un pequeño patio –B– a
través del cual se accedía indistintamente al resto de unidades
habitacionales –C, D y E.
La habitación A estaba constituida por las estancias A y B
de la excavación de R. Ramos Fernández (fig. 19.11). No hay
ninguna mención al muro central que dividiría esta habitación
A en dos estancias, pudiendo, tal vez, corresponder a una segunda fase constructiva, y que en el momento de la excavación
de A. González Prats y E. Ruiz Segura ya habría desaparecido
fruto de la erosión y las agresiones antrópicas. En esta vivienda
Figura 19.10. Detalle de la plataforma F y G. Fotografía de E. Ruiz
Segura durante su proceso de excavación.
Figura 19.11. Extremo meridional del espacio A. Vano de acceso.
Fotografía de R. Ramos Fernández. Archivo del MAHE.
A, un potente muro oriental, de 4 m de anchura, se prolongaba
hacia el extremo meridional, decreciendo en amplitud hasta alcanzar una anchura aproximada de 1 m. Bajo el banco corrido
documentado por R. Ramos Fernández en el extremo oriental de su estancia B, aparecía otro banco corrido y un hoyo de
poste correspondiente a la fase constructiva más antigua del
poblado, y que habría que considerar como infrapuestos con el
supuesto hogar registrado en la excavación realizada en 1981.
Asimismo, esta habitación también presentaba un banco corrido en su extremo occidental.
Desde esta primera unidad habitacional y a través de un vano
de 1 m de anchura aproximadamente se accedía a una nueva habitación –B– de pequeñas dimensiones, interpretada como un
pequeño patio cubierto o porche con gran cantidad de calzos de
poste –7– y con un hogar situado en su extremo nororiental. A
pesar de ello, sus excavadores sólo documentaron un único derrumbe y finas capas de pavimento en esta zona que hacen pensar
en una única fase constructiva. Los calzos de poste se encontraban
a distinta altura y no parecían haberse construido al mismo tiempo,
sino corresponder a continuas remodelaciones.
A través de este “patio” o espacio abierto se accedía al resto de las dependencias del poblado (fig. 19.12). En el extremo
occidental y paralela a la habitación A, había un nuevo espacio
235
[page-n-251]
Figura 19.12. Imagen general del “patio” de González y Ruiz o espacio B actual.
Figura 19.13. Detalle de uno de los hogares documentado en la
campaña de 2015 en el espacio o habitación C.
Figura 19.14. Detalle de uno de los calzos de poste del espacio C
documentado en 2015.
236
definido como habitación D, delimitado por el muro occidental de la habitación A y por los restos de otro que se sitúan en
dirección E-SE a O-NO. Este espacio estaba muy alterado por
la cremación de residuos industriales vertidos en un momento
posterior a la excavación de R. Ramos Fernández. No obstante,
en su extremo oriental pudo detectarse un nuevo banco corrido y varios suelos de hogares, así como calzos de poste, con
abundante material arqueológico, entre el que destacaba una
escudilla de madera carbonizada no conservada, varios colgantes de marfil y algunos punzones de hueso en una única fase
constructiva. Parte de esta habitación había desparecido por el
desprendimiento de la cresta rocosa en el extremo occidental del
espolón. Esta circunstancia, unido a las grietas presentes en esta
zona del yacimiento, habría hecho desaparecer parte de otra habitación en el extremo suroccidental del poblado, que no recibió
denominación en la posterior publicación realizada.
Desde la habitación B también se accedía a un nuevo departamento –C– en el extremo meridional del poblado, de planta
rectangular y que a pesar de presentar estratos correspondientes
a una única fase de ocupación con varios pavimentos, restos de
hogares (fig. 19.13) y calzos de poste, presentaba al menos dos
muros superpuestos al muro oriental original de la misma. Éstos
debían corresponder a una segunda fase constructiva totalmente arrasada por la erosión. En el lado oriental de esta habitación
aparecía un estrecho corredor de 0,50 m, que sus excavadores
interpretaron como un conductor de evacuación del agua de lluvia
procedente de la cubierta de esta vivienda y de la habitación E,
así como del patio. A pesar de ellos, en el interior de este espacio
se documentaron restos de calzos de poste que podrían indicar
que también éste estuvo techado (fig. 19.14), conformando una
calle que articularía el acceso y la circulación entre estas unidades
de ocupación, tal como se ha documentado en otros yacimientos
argáricos próximos como Pic de les Moreres (González Prats,
1986a; 1986b) o Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a).
Al este de la calle se situaba la vivienda E, que presentaba
una estratigrafía indicativa de una única fase de ocupación, con
un potente nivel de incendio que ofrecía una gran cantidad de
material arqueológico. Presentaba una planta triangular, con dos
hogares junto a su muro oriental. En el ángulo septentrional de
esta habitación se detectó una fosa en donde se había enterrado
un infante de 1 año y medio de edad aproximadamente, en el
que se apreciaban las señales de un amplio corte en la parte
frontal del cráneo producido por una hoja metálica de gran tamaño (Cloquell y Aguilar, 1996).
Según sus excavadores, la cultura material del poblado,
el uso de la técnica constructiva denominada “espina de pez”
y, fundamentalmente, la presencia de una inhumación bajo el
suelo de la vivienda E reflejaban, de manera incuestionable, el
carácter argárico del poblado. Asimismo, planteaban que esta
fortificación tenía un carácter estratégico en relación al intenso
poblamiento argárico del curso bajo del río Vinalopó.
Tanto en las excavaciones efectuadas por R. Ramos Fernández (1988) como en las actuaciones de urgencia realizadas por A.
González Prats y E. Ruiz Segura (1995) se registró una importante cantidad de restos arqueológicos que en su totalidad están
depositados en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche.
Con motivo del inicio de nuevos trabajos de limpieza y documentación arqueológica del yacimiento, también se ha tenido acceso a
dichos fondos materiales. Se trata de un conjunto muy amplio de
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vasos y fragmentos cerámicos, entre los que se destacan algunas
formas carenadas y copas de clara filiación argárica, así como un
amplio número de cuencos de tipo casquete esférico, semiesférico y de tendencia esférica. Además se han registrado diversos
productos óseos, como punzones, cinceles, alisadores y un conjunto importante de objetos de marfil, especialmente brazaletes o
colgantes con los extremos perforados y un botón prismático con
doble perforación en V. También se han localizado instrumentos
metálicos como puntas de Palmela, un punzón de sección circular
y otros dos de sección cuadrada. Asimismo, ha sido detectado un
fragmento de terracota de cuerno de toro y una importante cantidad de elementos líticos, como molinos y molederas, percutores,
dientes de hoz de sílex, lascas y un hacha de piedra pulida. Por
último, señalar la presencia de diversas valvas marinas perforadas, fragmentos de al menos una pesa de telar de forma oblonga
con cuatro perforaciones y semillas carbonizadas, al parecer, de
Vicia faba. Cabe destacar el amplio número de retos faunísticos
conservados, entre los que destaca el dominio de los ovicaprinos,
junto a astas y huesos de grandes ciervos y colmillos de jabalí (ver
del capítulo 10 al 18).
Con todo, a pesar de la importancia de Caramoro I, desde la
última actuación llevada a cabo en 1993, el yacimiento entró en
el olvido. Con independencia de la magnífica conservación de sus
estructuras murarias, no fue planteado ningún proyecto ni de conservación ni de restauración, aunque por parte de Rafael Ramos
Fernández, director del Museo Arqueológico de Elche, sí fue planteada en varias ocasiones a la corporación local la necesidad de
conservar y poner en valor el yacimiento. No hubo respuesta.
Por este motivo, desde 1993 hasta 2015 el yacimiento entró
en un estado de abandono y degradación considerable, sin que
fuese objeto de atención por parte de ningún investigador, ni
autoridad o funcionario público. El interés de actuar nuevamente en este enclave residió en la posibilidad de documentar las
estructuras conservadas, intentando efectuar una lectura estratigráfica de las mismas para entender de forma más completa el
asentamiento, dada la limitada información publicada, así como
excavar los testigos estratigráficos dejados por las anteriores excavaciones, con el objeto de recuperar información que permitiera reconocer su secuencia y concretar, al menos, el momento
de su fundación. Todo ello se enmarca en el proyecto de investigación que venimos desarrollando sobre el III y II milenio cal
BC en las tierras del Levante peninsular.
Así, los trabajos de limpieza y documentación arqueológica
fueron desarrollados entre junio y julio de 2015 y se retomaron
nuevamente hacia las mismas fechas en 2016. Los trabajos fotogramétricos y planimétricos obligaron a dedicar buena parte del
tiempo a la limpieza de las estructuras y de los ambientes ya excavados. El tiempo restante fue dedicado a la excavación de los
restos del testigo A conservado en el interior del asentamiento,
así como de algunos retazos sedimentarios en la zona D, algo alterados. La zona exterior también fue limpiada en parte para su
fotogrametría, pero la conservación de parte del segundo de los
testigos –B– con relleno sedimentario no alterado, aconsejó que
su documentación fuese efectuada en 2016.
Durante la campaña realizada en 2015 se pudieron reconocer
y definir los espacios A, B, C, D, E, F, G, H, I, J y K, manteniendo
las denominaciones de las excavaciones previas. A ellos se incorporaron tres nuevos espacios: el espacio J, situado al O del muro
UE 2018, el cual comprende un espacio de tendencia rectangular
Figura 19.15. Arranque del antemural en su extremo septentrional
en el que se puede observar la conservación de parte de su grueso
revestimiento.
con unas dimensiones máximas de 9 m en el eje S-N y 1,55 m en el
eje E-O, delimitando un área aproximada de 10,5 m2; el espacio L,
ubicado intramuros al SE del muro UE 2013 y al S de lo que sería
la prolongación del muro UE 2001, el cual comprende un área de
aproximada de 23 m2 de tendencia rectangular; y el espacio K, estrecho corredor que ya había sido identificado por A. González y E.
Ruiz durante sus excavaciones, pero que no había sido definido de
forma independiente al resto de espacios.
Con todo, la labor de campo emprendida en 2015 y 2016 permitió fijar con mucha mayor precisión el proceso de construcción y
ocupación del asentamiento. A través de la limpieza y excavación
puntual en algunas zonas del asentamiento –testigos A y B, restos
sedimentarios en el espacio D, zona de acceso e interior en el espacio A– y de la lectura estratigráfica de las estructuras murarias, se
han podido determinar y reconocer, al menos, tres momentos de uso
(ver capitulo 7). No obstante, en general, la planificación espacial y
la estructura arquitectónica del sitio no se transformaron en su esencia desde su fundación.
Los diferentes momentos de uso detectados se concretan, básicamente, en ampliaciones, refuerzos murarios, reformas y saneamientos de determinados espacios. En algunos casos, la causa que pudo
ocasionar la necesidad de emprender reformas fueron incendios que
obligaron a reacondicionar el espacio. Así, tanto en las excavaciones
iniciales como en las últimas actuaciones, en los espacios A y E han
sido detectados niveles de incendio sobre las pavimentaciones más
antiguas, habiéndose conservado, además, algunas evidencias materiales de facto y basura primaria (Schiffer, 1985).
No obstante, a partir de los nuevos datos recabados en el
proceso de documentación sí podemos colegir que el aspecto
más destacado de su historia constructiva fue la considerable
inversión efectuada en la ampliación y mejora de las estructuras
de acceso al poblado, reforzando en todo momento su fortificación. Este rasgo de carácter defensivo, basada en la edificación
de antemurales (fig. 19.15) y bastiones de distinta magnitud,
es una de las características también descritas en otros asentamientos argáricos. Aunque en el territorio de El Argar han sido
excavados un buen número de asentamientos, sólo de unos po237
[page-n-253]
cos han sido analizados sus rasgos arquitectónicos. Entre ellos
se encuentran Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras
2000; 2009-2010; Moreno 2010), Castellón Alto (Galera, Granada) (Molina et al., 1986; Contreras et al., 1997), Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a), La Bastida, Tira del Lienzo (Totana,
Murcia) (Lull et al., 2011; 2015a; Delgado-Raack et al., 2015)
y La Almoloya (Lull et al., 2015b). El desarrollo de la investigación ha permitido conocer la construcción de asentamientos
emplazados principalmente en ladera y en altura, donde son frecuentes las grandes construcciones de piedra, como en el caso
aquí presentado, aunque también se conocen enclaves en llano,
como Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala 1985;
1991) o Los Cipreses (Lorca, Murcia) (Martínez Rodríguez et
al., 1999), que no habrían contado con muros de cierre o defensa hechos de mampostería, aunque en el primero de ellos se
planteó el hallazgo de los restos de una empalizada de madera
(Ayala, 1991: 96, Fig. 33).
La amplia planificación de los accesos a los asentamientos, la destacada densidad de edificios y su organización a lo
largo de pasillos de tránsito, permiten reconocer un urbanismo
incipiente para el ámbito de El Argar. No obstante, todavía no
ha sido publicado en detalle ni el desarrollo de la secuencia
constructiva, ni de ocupación de los mismos, y en muy pocos casos contamos con trabajos específicos sobre su arquitectura (ver Contreras, 2009-2010; Moreno 2010, para el caso
de Peñalosa), habiéndose abordado, principalmente, la citada
cuestión del urbanismo (Molina y Cámara, 2004; Contreras,
2009-2010) y las fortificaciones en El Argar (Serrano, 2012;
Lull et al., 2013; 2014), o las obras hidráulicas (Soler et al.,
2004; Lull et al., 2015c). En Caramoro I no se han identificado
construcciones que puedan interpretarse como cisternas. No
obstante, espacios como el K y el G fueron asociados en intervenciones previas a la gestión de agua, concretamente a su
evacuación. La existencia de canalizaciones de agua de época
argárica se ha planteado en asentamientos como el Cerro de la
Virgen (Orce, Granada) (Schüle, 1966; Lull, 1983: 383; Lull
et al., 2015c), o el Rincón de Almendricos (Ayala, 2001-2002:
153). De todos modos, la interpretación de un espacio como
calle o pasillo no excluye que también hubiera servido para
la conducción y drenaje de agua, como se ha planteado, por
ejemplo, en La Almoloya (Lull et al., 2015b: 71).
Con todo, el uso de la piedra fue fundamental en grandes obras de infraestructura (Lull et al., 2014), así como en
la construcción de viviendas y estructuras de actividad, en
combinación con otros materiales. La piedra es el material
constructivo habitual y claramente el más visible en murallas y/o bastiones, como se observa en La Bastida (Lull et al.,
2013; 2014; 2015a), Barranco de la Viuda (Medina y Sánchez,
2016), Cerro de la Encina (Aranda y Molina, 2005) o Peñalosa (Contreras, 2000; 2009-2010; entre otros). Como también
ocurriría en el asentamiento de Caramoro I, la protección del
enclave suele resultar de la combinación entre las características orográficas del emplazamiento y las construcciones artificiales, en las que, de acuerdo con lo que se conoce para estos
momentos, generalmente predomina la técnica de la mampostería, pero también se aplicarían otras, como la piedra seca
(Ayala, 1980: 155; Eiroa, 2004: 59), utilizada asimismo fuera
del territorio argárico. Si bien en Caramoro I, un enclave situado en las proximidades del cauce del río, pero reforzado de
238
forma considerable, la importancia del uso de la piedra en la
construcción es indudable, éste también reúne evidencias de
construcción con tierra únicas, por el momento, para el ámbito
de El Argar (ver capítulo 8) y que, además, fueron aplicadas
en el área de cierre y mayor fortificación del emplazamiento,
sobre y junto al bastión H. Se han documentado estructuras
de piedra interpretadas como bastiones en otros asentamientos
argáricos, como Tira del Lienzo (Delgado-Raack et al., 2015:
46), Cuesta del Negro, Cerro de la Encina o Peñalosa (Contreras, 2009-2010: 46). Respecto a la disposición de la piedra mediante el aparejo en espiga, cuya presencia ya hemos indicado
en Caramoro I, también está costatada en asentamientos de El
Argar, como la Bastida (Ponsac et al., 1947: 48) o el Barranco
de la Viuda (Medina y Sánchez, 2016: 39).
En algunos yacimientos del territorio argárico se ha señalado
el empleo de tipos concretos de litologías. La arenisca en forma
de bloques fue la principal materia prima utilizada en la edificación de viviendas, plataformas de aterrazamiento e incluso cisternas, en asentamientos argáricos como Castellón Alto (Galera,
Granada) (Contreras, 2009-2010: 52), sin olvidar el empleo de
arcillas margosas locales en la trabazón y revestimiento de los
muros. En otros asentamientos argáricos se utilizan otras rocas,
como en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), donde la pizarra
fue empleada en sus construcciones de mampostería, una piedra también utilizada, entre otros tipos, en La Bastida de Totana
(Murcia) (Lull et al., 2015a: 75). En el caso de la construcción
de la muralla argárica de la Bastida, de piedra trabada con mortero, ha sido planteado que se escogieron, prioritariamente, areniscas procedentes de un área más alejada del emplazamiento de
la muralla, en vez de la pizarra y la caliza disponibles en el sitio,
a causa de su mayor facilidad para ser transportadas y escuadradas (Lull et al., 2015a: 51). Del mismo modo, se ha interpretado
que las piedras utilizadas en las edificaciones de Tira del Lienzo
se habrían obtenido de una rambla cercana, dada la gran dureza
de la litología de la cima del cerro y la poca resistencia de los
yesos que forman su base (Lull et al., 2015a: 168).
Al igual que en los casos comentados, en Caramoro I las
rocas se emplearon como mampuestos en el alzado de los muros y bancos de las diferentes estancias, así como en las partes fortificadas. Se han podido diferenciar tres tipos. En primer
lugar, calizas biclásticas arenosas de distintos tamaños, siendo
de este material los grandes bloques de más de 1 m de longitud. Estas mismas calizas fueron empleadas en el Barranco de
la Viuda (Lorca, Murcia) (Medina y Sánchez, 2016: 41). Este
tipo de roca constituye la base sobre la que fue planificada la
instalación del asentamiento. Las calizas están acompañadas de
bloques de areniscas, también abundantes en la zona, así como
de conglomerados de tamaño medio, entre 20 y 50 cm, integrados por cantos calizos mesozoicos cementados en arenas cuya
procedencia se encuentra bajo las calizas biclásticas, en la misma columna estratigráfica que configura el espolón rocoso que
ocupa Caramoro I (fig. 19.16).
Toda esta serie de recursos litológicos, incluyendo los sedimentos empleados en su trabazón y revestimiento, serían obtenidos en el entorno. A lo largo de las márgenes del río Vinalopó,
entre las sierras de Tabayá y Borbano, y en un radio inferior a 5
km de distancia de Caramoro I, se pueden observar una serie de
tramos bien escalonados donde destaca la presencia de arcillas
y yesos del Triásico, margas arenosas y areniscas masivas del
[page-n-254]
Figura 19.16. Vista general de Caramoro I desde su zona de acceso. Toma realizada en agosto de 2016.
Burdigaliense superior, a los que les siguen otras del Tortoniense
y Andaluciense, y que se completan con los conglomerados señalados. En el techo de esta secuencia se suele encontrar caliza
biclástica arenosa con fauna marina (Pignatelli, 1973). Entre los
factores que influirían a la hora de utilizar un determinado tipo
de piedra como material constructivo se encontrarían su dureza
y resistencia estructural, su capacidad para resistir la erosión, la
facilidad a la hora de extraerla de una cantera, en su caso, y de
darle forma, así como su disponibilidad en el entorno, en relación al coste de su transporte (Rapp y Hill, 2006: 214). Así, las
rocas sedimentarias como las calizas arenosas y los cantos calizos empleados en Caramoro I son generalmente más fáciles de
trabajar respecto a otras rocas, como las metamórficas o ígneas y,
por ello, serían utilizadas como materiales de construcción (Morriss, 2000: 27). Además, su abundancia y variedad de tamaño
en el mismo emplazamiento donde se ubica Caramoro I habrían
facilitado enormemente su obtención y puesta en obra.
Respecto al uso de la piedra en la construcción de viviendas argáricas, sólo en algunos enclaves, como La Bastida o
Peñalosa, se conocen edificaciones en las que los muros se habrían construido con mampostería hasta una importante altura
o por completo. Por el contrario, es habitual la construcción,
sobre zócalos de piedra, de alzados de tierra, combinada o no
con elementos vegetales, siendo construidos con tierra masiva
(Guillaud et al., 2007; Knoll et al., 2019) o mediante la técnica
del bahareque, de lo que se conocen numerosos ejemplos a lo
largo del territorio argárico.
En el caso concreto de Caramoro I se construyeron 11 espacios diferentes desde su construcción. La planta de los espacios
habitacionales es alargada, con una forma más o menos rectangular, formada por muros en su mayoría rectilíneos, aunque construyéndose también algunas formas de tendencia curva. Respecto
a las técnicas constructivas detectadas, los alzados habrían sido
construidos mediante la técnica de la mampostería de piedra,
en su mayoría por completo, aunque no podemos descartar del
todo que algunos muros interiores y de menor grosor hubieran
contado con parte del alzado construido con otra técnica. El estudio macrovisual de los fragmentos constructivos de barro de
Caramoro I ha hecho posible visibilizar el empleo de diferentes
técnicas de construcción con tierra (Doat et al., 1979; Knoll y
Klamm, 2015). Entre ellas se han identificado las del amasado,
bajareque (Viñuales et al., 2003; Guerrero, 2007; Pastor, 2017),
manteado de barro sobre diferentes especies vegetales y amasado
de barro en forma de bolas, aplicadas junto con la mampostería.
En el estudio macrovisual de los restos constructivos de tierra del
asentamiento no se han hallado improntas de troncos, aunque la
presencia de postes de madera está constatada mediante la ya citada documentación de sus calzos en casi todos los espacios, además de en el contrafuerte de acceso al asentamiento. En cuanto
a la construcción de tabiques internos que dividan las estancias,
frecuentes en la arquitectura argárica, únicamente se ha identificado un posible muro medianero, que habría sido construido con
tierra y piedras, en el espacio A.
Referencias a los aspectos constructivos de los enclaves argáricos existen desde los inicios de su estudio (Siret y Siret, 1890).
En la obra de Lull (1983) sobre El Argar, también se abordaba
la caracterización de las edificaciones de muchos asentamientos,
desde Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) hasta
el propio enclave de El Argar (Antas, Almería), en los que se
apuntaba el empleo de la técnica del bajareque, asociada principalmente, aunque no exclusivamente, a las cubiertas. La forma
que se ha planteado mayoritariamente para las techumbres de las
construcciones argáricas viene a considerar su tendencia plana o
ligeramente inclinada a una vertiente, como ya ha sido señalado
239
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(Molina y Cámara, 2004: 17), algo que también cabe proponer
para Caramoro I. Otro rasgo constructivo documentado en Caramoro I son los postes embutidos en los muros, identificados asimismo en Castellón Alto (Contreras et al., 1997), Fuente Álamo
(Pingel et al., 2005: 195), Terrera del Reloj (Molina et al., 1986:
354-355, Lám. IIa; Contreras 2009-2010: 54), La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et al., 2009: 211), Cerro de las Viñas (Coy,
Murcia) (Ayala, 1991: 194, 197) o los cercanos asentamientos
de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a) y Laderas del Castillo
(López Padilla et al., 2017).
La madera y la materia vegetal, aunque menos visibles,
también fueron materiales constructivos de importancia en labores constructivas. En Caramoro I se han conservado diversos
agujeros de poste en el interior del asentamiento que habrían
contribuido a sustentar las techumbres, algunos exentos y otros
encastrados en los muros, bancos y contrafuertes. Asimismo,
la madera se habría utilizado en largueros y travesaños de las
cubiertas, aunque no se han conservado evidencias directas de
ello. El estudio de los restos antracológicos recuperados tanto
en las excavaciones antiguas, como en las recientes, efectuado por Mónica Ruiz Alonso (ver capítulo 10), ha ofrecido una
imagen de la vegetación leñosa que habría estado presente en el
entorno del enclave, además de apuntar la selección de distintas especies para las actividades constructivas. Se ha observado
una presencia significativa de pino, olivo y pistacia, además de
tamarindo, conservándose en algunos casos en forma de troncos
de gran tamaño y asociados a calzos de poste. En el entramado
de las techumbres se habría utilizado materia vegetal, habiéndose recuperado una decena de restos de barro con improntas
de caña y carrizo (ver capítulo 8) que podrían pertenecer a las
cubiertas, así como improntas de hojas alargadas y planas, posiblemente pertenecientes también a estas plantas. También se
utilizaron vegetales integrados en los morteros de tierra, a modo
de estabilizante y contribuyendo a conformar las bolas y bloques de barro amasado.
Las mismas especies identificadas en Caramoro I se documentan en otros poblados argáricos como Rincón de Almendricos (Ayala et al., 1989: 284), Barranco de la Viuda (Lorca,
Murcia) (García Martínez et al., 2011) o Castellón Alto (Contreras, 2009-2010: 52), estando también presente en Cabezo
Pardo (Carrión, 2014). La importante presencia del empleo
del pino carrasco en los asentamientos de la Edad del Bronce
ha sido resaltada también por diferentes investigaciones antracológicas (Grau, 1998; Carrión, 2005: 275; Machado et al.,
2004, 2009), aunque en el ámbito argárico alicantino, murciano y almeriense parece existir una cierta preferencia por
el tamarindo, la olea, e incluso, la pistacia. Ejemplos como
el asentamiento argárico de Cabezo Pardo (Carrión, 2014),
pero también del cercano yacimiento del Bronce final de Caramoro II (García Borja et al., 2010), e incluso más meridionales como Fuente Álamo (Carrión, 2005), así lo atestiguan.
Esta diferenciación entre unas latitudes y otras parece responder, por un lado, a las condiciones más áridas y cálidas
de las tierras del Sureste en sentido estricto, lo que facilitaría
el predominio de especies como el acebuche, el tamarindo,
y en las zonas más degradadas, de la pistacia frente al pino.
Pero también, a un uso preferencial de aquellas especies que,
cumpliendo los requerimientos exigidos para su empleo en
labores constructivas, se encontraban de forma más extendida
240
en los entornos de los asentamientos. En el caso de Caramoro I, su proximidad a estribaciones montañosas facilitó la selección de pino, pero también de tamarindo, olivo y pistacia.
Sin embargo, en las tierras del Bajo Segura, y en especial en
asentamientos excavados como Cabezo Pardo, los estudios
efectuados muestran una inversión en la proporción de las
especies. El tamarindo fue la especie más empleada. Estas diferencias entre Caramoro I y Cabezo Pardo pueden ser explicadas por las características del entorno de los asentamientos.
El tamarindo sería la especie más abundante y casi única en el
entorno de Cabezo Pardo.
Las técnicas constructivas empleadas en los asentamientos
argáricos suelen mencionarse y en algunos casos se indica la
presencia de restos constructivos de tierra (ya señalado en Siret
y Siret, 1890). No obstante, no abundan los estudios específicos
sobre los materiales y técnicas constructivas empleados en el ámbito de El Argar. En este sentido, entre los trabajos que abordan
los materiales constructivos argáricos destacan los de restos de
tierra, realizados desde una perspectiva tanto macroscópica como
microscópica. Estos análisis han sido abordados para Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala y Ortiz, 1989; Ayala et al.,
1989), Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Rivera, 2007; 2009;
2011) y Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante)
(Pastor, 2014; 2017; Martínez Mira et al., 2014).
En el interior de Caramoro I son pocas las evidencias que se
han podido conservar de la construcción con tierra, aunque posiblemente habría sido aplicada en un mayor número de partes
constructivas de las que ha quedado testimonio arqueológico,
como en estructuras de equipamiento interno o externo de las
edificaciones, de las que se han conservado sólo algunos restos
parciales. En las áreas intramuros, el uso del barro se observa
principalmente en el mortero de unión de los mampuestos, en
revestimientos y en las pavimentaciones. Se han identificado
hogares en el espacio interno de algunas edificaciones, así como
bancos ubicados en los espacios A, B y C, en los que se habría
utilizado tanto la tierra como la piedra.
No obstante, en el recinto exterior se han conservado restos
de estructuras de tierra de gran relevancia, ya documentadas en
las excavaciones de finales de los años 1980 e inicios de los
1990, cuyo estudio ha podido ser abordado a raíz de las últimas
intervenciones (Pastor et al., 2018). El sedimento cuaternario
con cantos existente en el entorno inmediato fue utilizado como
relleno de contrafuertes y del antemural. Y arcillas margosas
de tonos ocres y verdosos fueron empleadas en el alzado y revestimiento del bastión H y en un tramo de bloques de barro
amasado −UE 1806−. En este conjunto destaca la constatación
de la técnica constructiva del amasado en forma de bolas, no
sólo a través de la recuperación de sus restos constructivos −habiéndose documentado más de un centenar−, sino también por
la conservación de un ejemplo directo de su empleo en el alzado
de una estructura (ver capítulo 8).
Por otro lado, aunque en Caramoro I no se ha detectado hasta la fecha, en distintos asentamientos del ámbito de El Argar se
ha propuesto la presencia de enlucidos de cal o encalados, como
en La Bastida, Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a: 76, 168) o La
Almoloya (Lull et al., 2015b: 75). No obstante, no siempre han
sido publicados análisis fisicoquímicos sobre la cuestión, como
sí en Rincón de Almendricos (Ayala et al., 1989: 282; Ayala y
Ortiz, 1989; Ayala, 1991: 76-77) o Cabezo Pardo (San Isidro/
[page-n-256]
Granja de Rocamora, Alicante) (Martínez Mira et al., 2014),
habiéndose planteado el posible uso de cal en revestimientos
desde el III milenio BC (Jover et al., 2016).
En el interior de los distintos espacios diferenciados, y asociados a bancos y hogares, fueron documentados un ingente número
de evidencias materiales desechadas que denotan que en dichos
espacios se llevaron a cabo distintas labores productivas y de consumo de las personas que allí residieron. Molinos y molederas,
hoces, percutores, hachas de piedra pulida, una amplia variedad
de recipientes cerámicos, algunos recipientes de madera, instrumentos metálicos, un amplio número de restos óseos de especies
animales domésticas y salvajes, restos de semillas carbonizadas,
adornos de marfil, hueso y concha, pesas de telar, o la inhumación
en fosa de un individuo infantil, son la prueba del desarrollo de
la vida cotidiana y de prácticas sociales propias de una pequeña
comunidad campesina, cuyos rasgos fenomenológicos muestran
su carácter argárico (ver los capítulos del 10 al 18).
Los estudios específicos efectuados han venido a validar la
hipótesis de que el conjunto recurrente de evidencias materiales
registradas en varios de los espacios distinguidos correspondería a varias unidades domésticas. En concreto podríamos plantear dicha consideración para al menos los espacios A, C, D y E.
Por el contrario, el espacio B, podría ser una zona de conexión
entre unidades domésticas, donde también se llevaran a cabo diversas actividades, incluso de consumo. Así, en los espacios A,
C, D y E se documentaron hogares de distinta magnitud, restos
de consumo tanto óseos como vegetales, una amplia variedad
de recipientes cerámicos y alguno de madera, instrumentos de
molienda, percutores, así como punzones óseos y metálicos,
además de pesas de telar, que en al menos dos casos, parecen
corresponderse con la presencia de telares. Es interesante señalar que a través del estudio arqueozoológico se puede señalar un
consumo cárnico bastante similar de especies en los espacios
señalados, aunque existan algunas diferencias en relación con el
procesado de algunas de las especies de gran tamaño.
Otro aspecto que merece ser comentado es la documentación de un número bastante significativo de brazaletes de marfil
de elefante (ver capítulo 16), que a diferencia de otros asentamientos excavados en su totalidad, excede con creces lo documentado en contextos arqueológicos. Es el caso de Terlinques,
asentamiento no argárico situado a unos 50 km de distancia,
donde tan sólo fueron hallados 3 ejemplares en una superficie
excavada mayor que Caramoro I. En ambos casos, el marfil ya
parece llegar elaborado, siendo un posible lugar de producción
la Illeta dels Banyets (López Padilla, 2011).
Por último, merece mencionarse que Caramoro I guarda
significativas concomitancias con otros asentamientos bastante alejados, como Piedras Bermejas (Baños de la Encina, Jaén)
(Contreras et al., 1993), localizados en el extremo noroccidental
del territorio argárico, en la cuenca del Rumblar. Este emplazamiento, definido como un asentamiento estratégico tipo fortín, es
conocido por las actuaciones llevadas a cabo para su documentación planimétrica y topográfica. Se caracteriza por su reducido
tamaño –ocupando una superficie de 750 m2–, la existencia de un
recinto de planta piriforme con unas dimensiones máximas de 32
m de longitud por 22 m de anchura, y la presencia de potentes
muros con un grosor que oscila entre 1,60 y 2 m. En él se distinguen dos espacios diferentes, una torre de tendencia circular
en el ángulo sureste para reforzar la entrada –similar a las docu-
Figura 19.17. Refuerzos constructivos. a. Contrafuerte cuadrangular documentado en el acceso al asentamiento de Caramoro I; b
. Contrafuertes (aunque ya restaurados y recrecidos) en Peñalosa
(Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al., 1993).
mentadas en Peñalosa (fig. 19.17), con una envergadura de los
muros superior a los 2 m, y un recinto oval amurallado en el que
abren dos accesos opuestos, situados en las zonas noroeste y sur,
ya que son las zonas que permiten un acceso de menor dificultad.
En un segundo momento, se produjo una reestructuración de estos accesos, adosando nuevos tramos adaptados al trazado de la
estructura original y estrechando con ello las puertas de acceso.
Finalmente, se produjo el definitivo cierre de la puerta sur y un
reforzamiento general con adosamientos sucesivos de lienzos en
todo este flanco, dejando sólo el acceso desde el noroeste (Contreras et al., 1993). Procesos similares de refuerzo de los accesos han sido documentados en Caramoro I. La protección y la
limitación del acceso al interior del asentamiento fue una de las
grandes preocupaciones de sus constructores durante el periodo
en el que estuvo ocupado.
Por tanto, a pesar de las limitaciones impuestas por la ausencia de referencias estratigráficas procedentes de las intervenciones previas realizadas en el yacimiento, la reinterpretación del
mismo a partir de la lectura estratigráfica de sus estructuras, apoyada en una serie de dataciones absolutas, ha permitido caracterizar su desarrollo constructivo y planificación urbanística. El
rasgo más destacable, en este sentido, ha sido poder confirmar
una gran inversión laboral que fue efectuada en su inicial construcción, posterior fortificación y protección de su acceso, a pesar
de tratarse de un asentamiento de muy pequeño tamaño donde las
241
[page-n-257]
Figura 19.18. Representación
infográfica de Caramoro I vista
desde el sur. Diseño realizado
por José A. Vidal Campello,
Juan A. López Padilla y Francisco
Javier Jover Maestre.
actividades fundamentales estuvieron orientadas a la producción
agropecuaria. Por esta razón, más que calificarlo como torre vigía (Ramos, 1988) o fortín (González Prats y Ruiz, 1995), deberíamos considerarlo como un pequeño asentamiento de carácter
agropecuario fortificado o granja fortificada (fig. 19.18).
En este sentido, aunque la planificación interior, caracterizada por un edificio principal y otros adyacentes, no difiere de
otros núcleos argáricos un poco mayores también dedicados a
actividades agropecuarias, caso de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a) o la Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a), la arquitectura defensiva no tiene parangón, y no parece haber estado
presente en los núcleos citados.
Aunque el modelo de compleja articulación económica observado en la Vega Baja del Segura (López y Jover, 2014) es
precisamente el mismo que se ha propuesto para el valle del
Guadalentín (Delgado-Raack, 2008), la organización territorial
del Bajo Vinalopó guarda ciertas similitudes con el patrón de
asentamiento propuesto en los análisis más recientes para el valle del Rumblar (Cámara et al., 2007). En este territorio que, al
242
igual que el que aquí estudiamos, constituye otro de los confines
de El Argar, se ha sugerido la existencia de diferencias entre los
asentamientos en cuanto a su capacidad estratégica, así como la
presencia de enclaves de muy pequeño tamaño explicados como
fortines. Estos últimos se distribuyen desde los bordes de la depresión Linares-Bailén hasta el interior de la cuenca del Rumblar, habiéndose constatado también asentamientos de mayores
dimensiones, aunque dentro de una articulación territorial en la
que estarían controlados por los núcleos centrales de la Depresión y de la Loma de Úbeda, donde la jerarquización social se
muestra de forma más clara en los enterramientos (Zafra, 1991;
Zafra y Pérez, 1992; Lizcano et al., 2009).
Por tanto, la función que pudo cumplir Caramoro I, entre
el 2000 y el 1750 cal BC en los límites septentrionales de El
Argar debe ponerse en relación con su ubicación en una de las
vías principales de entrada y salida al espacio social argárico,
lo que explicaría su especial configuración y arquitectura, pudiendo ser descrito y explicado como un pequeño asentamiento campesino fortificado.
[page-n-258]
20
Sobre la racionalidad campesina en El Argar:
Caramoro I como ejemplo de unidad básica de producción
Francisco Javier Jover Maestre, María Pastor Quiles,
Ricardo E. Basso Rial, Sergio Martínez Monleón y Juan A. López Padilla
INTRODUCCIÓN
Uno de los grupos arqueológicos más importantes de la Edad
del Bronce en el Mediterráneo occidental es, sin duda, El Argar
(Lull, 1983; Lull et al., 2013; Kristiansen y Larsson, 2005; Aranda et al., 2015). Este reconocimiento se argumenta por la magnitud y el desarrollo urbanístico de algunos de sus asentamientos,
la destacada inversión efectuada en infraestructuras defensivas
e hidráulicas y, ya desde los inicios de la investigación, en la
calidad y variedad de los ajuares funerarios (Siret y Siret, 1890).
Ahora bien, a menudo olvidamos que la posibilidad de que se
pudieran gestar dichos logros, se debería, fundamentalmente, al
control de la capacidad productiva y económica de dicha sociedad por parte de un sector de la población. Un desarrollo social
políticamente dirigido que, como en el resto del ámbito del Mediterráneo, necesariamente estuvo sustentado en la agricultura y
ganadería como prácticas auspiciadoras.
En efecto, en el estado actual de la investigación, podemos
afirmar que el trabajo del campesinado fue la base que sustentó
el desarrollo social en las sociedades mediterráneas durante la
Prehistoria reciente. Por esta razón es conveniente colegir que
nuestro objeto de estudio son las comunidades campesinas y su
modo de vida (Vargas, 1985; 1990; Bate, 1998). En este sentido,
el modo de vida campesino es una forma particular y específica de producir que puede trascender a una formación social y
requiere ser analizada en relación con el grado de desarrollo
social históricamente determinado (Bate, 1998: 66). En esencia
se trataría de una particular forma de producción y de resolución
de las necesidades de un grupo humano a través, básicamente,
de mecanismos de producción de alimentos de base agrícola –en
el caso concreto de El Argar, principalmente de cereales (Lull,
1983; Buxó, 1997; Jover, 1999; Peña-Chocarro, 2000; Risch,
2002; Pérez, 2013)–. Para ello, el medio de trabajo esencial fue,
sin duda, la tierra (Marx y Hobsbawn, 1975). Dado que la tierra
susceptible de convertirse en medio de producción se encuen-
tra ampliamente repartida, los grupos humanos se organizaron
social y políticamente, en unidades o células de producción dispersas ligadas a la misma, pudiendo considerarlos como campesinado (Marx, [1867] 1972; Engels, 1884 (1986); Wolf, 1971;
Díaz-Polanco, 1977; Toledo, 1981; 1993, entre otros).
En relación con la producción y el consumo, cada unidad
productiva campesina mantendría una relación directa y específica con tres medios o espacios de interacción. En primer lugar, con el medio natural (Toledo, 1981: 130) –MN a partir de
ahora–, concebido como el ecosistema natural no transformado situado en las proximidades de los lugares de asentamiento
–bosques, estepas, ríos, afloramientos rocosos, etc.–; el medio
transformado –MT– integrado por campos de cultivo, pastizales, espacios de hábitat, minas, canteras, etc., y el medio o entorno social –MS–, refiriéndose a otras unidades humanas de producción próximas (Toledo, 1981: 130), con las que mantendrían
lazos productivos y reproductivos (fig. 20.1).
A través de la inversión de trabajo en el MN y MT, cada
unidad campesina obtendría una serie de materias primas –sin
transformar– o elaboraría productos que podrían ser empleados en su propio consumo o ser transferidos al medio social
a través de diversos mecanismos, básicamente relaciones socialmente establecidas –relaciones afectivas, reciprocidad, intercambio directo simétrico, intercambios diferidos, etc.–. De
igual modo, como proceso social instituido, llegarían a cada
unidad de producción campesina diversos productos que serían
requeridos para la sostenibilidad y reproducción del grupo. A
fin de cuentas, este intercambio económico surgiría con el fin
de satisfacer necesidades que no podrían ser cubiertas por la
interacción directa de cada grupo con su ecosistema (Toledo,
1981). De este modo, una parte de lo producido sería excluido
del autoconsumo de cada unidad para ser transferido al MS, y
una parte del consumo comenzaría a depender del intercambio
económico (Toledo, 1981: 141). La recurrencia de este proceso social produciría la escisión entre el valor de uso y el valor
243
[page-n-259]
Figura 20.1. Esquema teórico de las esferas o medios que integran el ecosistema de toda unidad de asentamiento (A) en su
espacio social.
de cambio (Marx, 1972). Para que las relaciones fuesen socialmente equitativas, sería necesario que la parte de la producción
transferida tuviese su contrapartida a través de la obtención de
bienes valorados socialmente que permitiesen cubrir las necesidades adquiridas, revirtiendo en el grupo que los generó. Pero,
dado que el valor de cambio presupone la existencia de mercancías, y, en última instancia de propiedad privada, cuestión
difícilmente comprobable en las sociedades en estudio, creemos
viable utilizar el concepto de valor de producción (Risch, 2002:
29). Se trata del valor que adquiere cualquier objeto a través de
su elaboración en relación con la fuerza de trabajo requerida,
el objeto de trabajo y los medios de trabajo disponibles. Puede ser determinado a partir de diversas variables que influyen
en el tiempo invertido y la energía necesaria en su producción.
Entre otras variables deben ser consideradas las propiedades de
la materia prima, la distancia e inversión efectuada en su transporte, el grado de intensidad en su trabajo o la eficacia de los
medios de trabajo. De este modo, la magnitud del valor social
de los productos se establece de la relación entre el valor de uso
y el valor de producción. Y la reducción del valor de producción
depende del aumento de la productividad de sus procesos de
manufactura y circulación (Risch, 2002: 30).
Bajo estas condiciones, el sistema productivo campesino se
caracterizaría básicamente por:
a. La agricultura depende, en esencia, de la energía muscular humana, complementada con la energía animal, así
como del empleo de materias de origen vegetal, mineral
y animal. En el cultivo de cereales son las estaciones del
año y el ciclo de reproducción de las plantas, las que condicionan las prácticas y los procesos laborales a realizar
de forma organizada (Díaz-Polanco, 1977). Se requiere
de inversiones intensivas de energía, pero en superficies
relativamente pequeñas, por lo que un grupo humano re244
ducido organizaría mejor su gestión que un grupo amplio
y numeroso (Guha y Gadgil, 1993: 73-75). Este es uno de
los motivos por los que la unidad básica de organización
en el modo de vida campesino de base cerealista es el
grupo doméstico basado en la consanguinidad, aunque
pueden existir otros lazos que faciliten la integración o
participación (Meillassoux, 1993). Cada grupo es el productor directo. Por tanto, todo lo que necesita para su
mantenimiento y reproducción lo consigue poniendo en
funcionamiento su propia fuerza de trabajo, sus instrumentos y medios de producción. No se trabaja para otro
grupo doméstico (Díaz-Polanco, 1977: 88), aunque la reciprocidad entre grupos domésticos es el mecanismo más
importante para sobreponerse ante adversidades.
b. Al igual que la tierra útil para ser explotada está de forma
natural diseminada, los grupos campesinos con sus instrumentos y medios de producción también lo están al vincularse directamente con ésta, además de por una cuestión
estructural –sostenibilidad y racionalidad económica–. La
tierra debe estar delimitada y/o parcelada, lo que no facilita
la concentración poblacional ni la introducción de mejoras
tecnológicas en la organización del trabajo. El nivel de las
fuerzas de trabajo con el que se desarrolla la actividad en
cada grupo doméstico es bajo, aunque suficiente dentro de
las condiciones en las que se produce.
c. La racionalidad de la economía campesina estaría regida por la necesidad de asegurar la plena reproducción de
todos los miembros que integran el grupo doméstico, intentando evitar el agotamiento de los recursos obtenidos
del MN y MT, así como la especialización de los espacios
naturales y de sus actividades productivas (Toledo, 1993:
209-210). Se adoptan así estrategias que maximicen la variedad de recursos para proveer las necesidades a lo largo
de todo el año a través de la gestión de espacios heterogéneos y el aprovechamiento de su diversidad biológica. Es
lo que V. Toledo y otros (1976: 33-39) definieron como
la estrategia multiuso, claramente orientada a la consecución de la autosubsistencia, que no la autarquía (Meillassoux, 1993: 60). Esta aptitud y orientación económica
no excluye la existencia de especialistas –que no de especialización laboral a tiempo completo– en determinados
procesos de trabajo o práctica de técnicas –metalurgia,
tejeduría o eboraria, por ejemplo–, ya que su ejecución no
supone el menoscabo de las actividades agrícolas.
d. Cada grupo destinaría buena parte de lo producido al consumo individual y social, previendo la reserva de otra parte
para la siguiente producción de cosechas o instrumentos.
Ahora bien, con independencia de ello, todo grupo doméstico puede con su trabajo, principalmente con el plustrabajo efectuado durante los periodos improductivos o de
menor actividad agrícola (Meillassoux, 1993), producir un
conjunto de bienes sobrantes que pueden ser transferidos
a la sociedad con el propósito de cubrir las necesidades
sociales adquiridas para su reproducción.
Esta última cuestión es capital ya que en cualquier análisis
histórico determinar la capacidad que tuvieron los productores directos –el campesinado– de disponer libremente o no de
su plustrabajo o de los bienes resultantes y sobrantes de su
trabajo para su transferencia a la sociedad es fundamental. Si
[page-n-260]
contaban con dicha capacidad estamos ante lo que denominamos como plusproductos, mientras que, si dicha capacidad le
ha sido enajenada por un grupo social dominante y esa parte
de la producción no revierte en forma alguna al grupo que lo
ha generado, entonces se trataría de excedentes (Bate, 1998;
Risch, 2002: 26). Esta diferencia es el rasgo esencial que permite considerar si estamos refiriéndonos a grupos campesinos de una formación social tribal (Vargas, 1990; Sarmiento,
1992), en el primer caso, o de distintas formaciones sociales
clasistas (Bate, 1984; 1998), con diferentes formas de extracción del excedente a los grupos campesinos, en el segundo.
Mientras en el primero no hay intención de enriquecerse, sino
cubrir las necesidades que no se pueden satisfacer con lo obtenido de su MN o MT, además de fortalecer la reciprocidad o
los vínculos afectivos, políticos y de reproducción biológica
con otras células productivas o comunidades (Meillassoux,
1993: 14); en las formaciones clasistas el objetivo de los
grupos dominantes es apropiarse, en primera instancia, del
plusproducto, pero también de la fuerza de trabajo o de los
medios de trabajo de los grupos campesinos, con el objetivo
de acumular bienes y asegurar su privilegiada posición social.
El excedente aparece cuando la apropiación del resultado material del trabajo es restringido socialmente, y del grado de
asimetría entre la producción social y el consumo individual
dependerá el nivel de explotación económica y desigualdad
social (Risch, 2002: 27).
Para afianzar el mantenimiento del proceso social de extracción del excedente a los grupos campesinos, sería necesario conseguir su dependencia económica del MS, es decir, que el consumo de los bienes básicos en la producción y reproducción en
el seno de cada unidad doméstica, obtenidos a través del MS se
fuese incrementando. Ésta se alcanzaría aumentando y desarrollando las condiciones materiales necesarias para la participación
en la vida social –mejores instrumentos, nuevos bienes de considerable valor social e identificación grupal, etc.–, además de
disuadiendo a los grupos campesinos de recurrir continuamente
al intercambio económico.
Así, determinar qué bienes fueron obtenidos directamente
por los grupos domésticos campesinos del MN y MT, y cuáles
lo fueron a través del intercambio en el MS, nos acercará a
concretar el grado de desarrollo económico, pero también de
dependencia del mismo. Utilizar este indicador como forma
de determinar el modo de vida y el grado de desarrollo social
de aquellos grupos, así como inferir la capacidad y formas de
extracción del excedente en cada sociedad concreta clasista y
momento histórico, se constituye en una vía de análisis poco
explorada hasta el momento en los estudios arqueológicos.
LA GEOGRAFÍA ARGÁRICA DEL EXTREMO
ORIENTAL DE LA FOSA INTRABÉTICA
El área donde se ubica el asentamiento de Caramoro I, como ya
hemos señalado en capítulos anteriores, se enmarca en el extremo más septentrional del sureste de la península ibérica, exactamente en las zonas de contacto entre los dominios Subbético
y Prebético meridional valenciano, en la actual área litoral del
sur de la provincia de Alicante (Matarredona et al., 2006). Se
encuentra delimitado al sur por el asomo de destacados vestigios del dominio interno en las sierras de Callosa y Orihuela,
aisladas en una gran fosa tectónica; y al este, por un conjunto
de sierras –Abanilla, Crevillente, Tabayá, etc.– de edad jurásica
que, en sentido suroeste-noreste, cerrarían dicho espacio.
Figura 20.2. Mapa del área
argárica donde se ubica
Caramoro I, en el que se
indican los recursos litológicos
y metalíferos existentes en la
zona.
245
[page-n-261]
Figura 20.3. Ubicación
de Caramoro I
en relación con
los principales
asentamientos argáricos
de la zona y de los
límites con el ámbito del
“Bronce Valenciano”.
El territorio delimitado por esta serie de elevaciones que delimitan la cuenca del Bajo Segura constituye la depresión septentrional de la fosa tectónica Intrabética, constituida por las vegas
de Orihuela, Dolores y, por proximidad a Caramoro I, la de Elche.
Esta gran área queda enmarcada principalmente, por materiales
neógenos y pliocuaternarios. Rebordes sobreelevados que contactan, de forma compleja, sobre el Cuaternario más reciente que
predomina en el amplio espacio hundido de la fosa propiamente
dicha. Aunque el régimen de precipitaciones es escaso –sobre los
300 mm anuales–, existen amplias extensiones de tierras de considerable potencia edáfica, llanas y de escasa pendiente, situadas a
ambos lados del curso del río Segura, pero también a lo largo del
curso del río Vinalopó y, en especial, al sur de la ciudad de Elche.
De hecho, los cultivos tradicionales de la zona han sido principalmente los cereales y en menor medida legumbres y hortalizas,
además de determinadas especies como el lino y el cáñamo, favorecidos por las amplias zonas encharcadas.
Con respecto a la distribución de los recursos litológicos
cabe indicar el contraste existente entre las zonas montañosas,
en especial, el arco montañoso de las sierras de Abanilla-Crevillente-Negra-Tabayá, y los depósitos aluviales y abanicos o
mantos de arroyada de su vertiente oriental. El resultado es un
paisaje ciertamente agreste, surcado por una enorme cantidad
de ramblas, que vienen a desaguar todas ellas a los ríos y a
la laguna del Hondo de Elche-Crevillente. Ello significa que,
aunque los recursos líticos se encuentran muy localizados en
las bandas y elevaciones montañosas, existen depósitos derivados de difícil cuantificación y cartografiado a lo largo de
los cursos de las numerosas ramblas que horadan el territorio.
A grandes rasgos se puede señalar que además de arcillas y
limos cuaternarios, se advierte el dominio de las rocas calizas
246
y areniscas, junto a cuarcitas, sílex, yesos y arcillas triásicas,
así como en asomos muy localizados del dominio Bético y
Subbético, justo a unos cuantos kilómetros al sur de Caramoro
I, también están presentes las calizas metamorfoseadas, pizarras, esquistos y rocas ígneas (fig. 20.2). Los únicos afloramientos de sulfuros de cobre y oro de toda la zona se localizan
en la sierra de Orihuela –la Mola, el Oriolet, etc.– aunque el
principal filón cúprico se encuentra al sureste de la sierra, ya
en Santomera (Murcia), en el denominado Cerro de la Mina,
coincidiendo con el asentamiento argárico homónimo (Simón,
1998: 217; Brandherm et al., 2014).
EL PATRÓN DE ASENTAMIENTO EN EL EXTREMO
SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR
Los diversos trabajos de investigación efectuados en el tramo bajo
de los ríos Segura y Vinalopó han venido a reafirmar la hipótesis
de que este territorio fue el área septentrional del espacio social
argárico (Jover y López, 1997; López y Jover, 2014). El patrón
de asentamiento que entre finales del III y la primera mitad del II
milenio cal. BC se configuró puede establecerse en cuatro niveles
(Martínez, 2014), algo que también parece advertirse en el área
nuclear de la sociedad argárica correspondiente a las cuencas de
los ríos Vera, Almanzora, Guadalentín y tramo medio del Segura
(Arteaga, 2000; Ayala, 1991; Lull et al., 2010).
Así, podemos diferenciar cuatro agrupaciones en función de
su tamaño (ver figs. 2.8 y 20.3):
Grupo 1) Los yacimientos con una extensión superficial
en torno a 2 ha –San Antón y Laderas del Castillo– debieron
constituir los asentamientos nucleares y de mayor rango desde
[page-n-262]
a
b
c
d
Figura 20.4. Vistas de distintos yacimientos de la zona en estudio. a. Laderas del Castillo; b. Tabayá; c. Cabezo Pardo; d. Caramoro I.
c. 2200/2150 cal. BC. De los yacimientos de mayor tamaño,
Laderas del Castillo (López Padilla et al., 2017; 2018) se ubica en la vertiente sureste de la sierra de Callosa de Segura,
justo en las laderas de las Camineras, San Bruno y San Juan,
además de las zonas llanas colindantes (fig. 20.4a). Aunque
fue excavado por J. Furgús y J. Colominas, documentando una
amplia variedad de tumbas con destacados elementos de ajuar
(Soriano, 1989), han sido las recientes excavaciones las que
han evidenciado estructuras domésticas. La excavación de una
superficie de unos 400 m2 ha permitido documentar grandes
muros de aterrazamiento sobre los que se edificaron diferentes
viviendas superpuestas entre el 2200 y 1600 cal. BC. Este registro ha hecho posible concretar cambios significativos en la
gestión de los espacios y en la materialidad. También han sido
documentadas 7 tumbas en fosa y urna, algunas con ajuares
cerámicos y objetos de marfil, correspondientes a los momentos centrales de ocupación.
Grupo 2) Asentamientos entre 0,5 y 1 ha, situados sobre las
principales vías de comunicación, tanto en las rutas con las sociedades colindantes, como de conexión con el área argárica y fundados preferentemente desde los momentos iniciales. Su vigencia
en algunos casos parece también truncarse hacia c. 1500 cal BC,
aunque en otros, como Tabayá, mantuvieron su ocupación hasta
momentos indeterminados del Bronce final (Jover et al., 2016).
En la actualidad se cuenta con la información procedente de
las actuaciones efectuadas en la Illeta dels Banyets (Soler Díaz,
2006), así como del Tabayá (Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019) (fig. 20.4b). Tabayá ocupa el espolón rocoso más
cercano al río Vinalopó de la sierra homónima, dominando su
paso. Su disposición en la ladera septentrional evidencia su clara
orientación visual hacia las tierras externas al espacio argárico.
Las excavaciones efectuadas por M. S. Hernández entre 1986 y
1991 en la terraza inferior permitieron documentar una amplia
secuencia ocupacional desde c. 2150 hasta el tránsito al I milenio
cal BC, con la superposición de edificios de tendencia rectangular
levantados con mampostería. En su interior se pudieron registrar
diversas áreas de actividad –un posible telar, concentraciones de
molinos, etc.– así como tumbas de tipo cista de mampostería,
urna y fosa con ajuares diversos (Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019).
Grupo 3) Los yacimientos del tercer nivel, con un área habitada
entre 0,1 y 0,3 ha, fueron fundados en torno a 2000/1950 cal. BC y
parecen perdurar hasta 1500 cal. BC. Por lo que respecta a este grupo de asentamientos, entre 2006 y 2012 fue desarrollado un programa de excavaciones arqueológicas sistemáticas en Cabezo Pardo
(López Padilla, 2014a) (fig. 20.4c). Este asentamiento se localiza
sobre un cerro redondeado aislado del Triásico Alpujárride, situado
al noroeste de la sierra de Callosa de Segura. Está rodeado por amplias extensiones de tierras llanas y amplios espacios endorreicos.
Las excavaciones emprendidas muestran un asentamiento argárico
muy transformado por una ocupación emiral posterior. Para la primera de las ocupaciones, se pudieron diferenciar 3 momentos de
247
[page-n-263]
ocupación desde 1950 hasta 1550 cal. BC. Para la fase más antigua
solamente se han podido documentar los restos de una vivienda de
tendencia oval, mientras que para los momentos centrales, se constata una importante remodelación con diversas estancias adosadas
de tendencia rectangular dispuestas a un lado de una calle, con un
edificio de mayores dimensiones al otro. Sobre los suelos de ocupación de las distintas estancias fueron recuperados ajuares domésticos: instrumentos de molienda, percutores, vasijas cerámicas, además de dos enterramientos sin ajuar correspondientes a la segunda
y tercera fase. A partir de 1550-1500 cal BC, como parecen indicar
las dataciones de Cabezo Pardo (Jover et al., 2014) y de un buen
números de núcleos argáricos, buena parte de los asentamientos
fueron abandonados, produciéndose movimientos poblacionales
de reorganización territorial (Lull et al., 2013).
Grupo 4) Por último, un amplio grupo de enclaves con
menos de 0,1 ha de extensión y, posiblemente, de menor duración, cuyo momento de fundación y periodo de ocupación
puede oscilar ostensiblemente de unos a otros. Entre otros
asentamientos, en este grupo se incluye Caramoro I (Jover et
al., 2018, Pastor et al., 2018), núcleo de muy pequeño tamaño, como ha sido descrito, localizado en un espolón rocoso
dispuesto en voladizo en la margen izquierda del río Vinalopó
(fig. 20.4d). Caracterizado por un sistema defensivo integrado por un antemural, un bastión y un muro de gran anchura
que cerraba un espacio habitable con al menos 5 estancias, su
fundación se remonta al 2000-1950 cal BC, mientras que su
abandono no se prolongó más allá del 1750 cal. BC.
SOBRE LA MATERIALIDAD EN EL EXTREMO
SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR: CARAMORO I
COMO CASO DE ESTUDIO
En el proceso de excavación arqueológica de Caramoro I, pero
también de los asentamientos argáricos citados han sido documentados una amplia y variada gama de recursos de muy diversa naturaleza. En la tabla adjunta (tabla 20.1) han sido agrupados en relación con la principal actividad desarrollada para su
obtención, al uso al que fueron destinados y el probable espacio
o medio de procedencia. Y, decimos probable, a modo de hipótesis, porque no se puede descartar que el medio de procedencia
–MN, MT o MS– fuese otro que el sugerido, en especial, en el
caso del MS. En momentos de carestía o catástrofe, sería habitual que la cooperación y reciprocidad entre grupos humanos
fuese esencial para la subsistencia.
Atendiendo a las condiciones materiales adquiridas, han sido
establecidos 5 grandes ámbitos: las evidencias relacionadas con la
construcción de los espacios de residencia, la alimentación, la vestimenta e indumentaria personal, los instrumentos de trabajo y las
evidencias materiales que se pueden vincular con el mundo ideológico, básicamente con las creencias o aspectos lúdico-festivos.
Las evidencias de la construcción de los espacios
de residencia
Con independencia del tamaño de los asentamientos excavados, se advierte una importante inversión laboral en la construcción de los espacios de residencia y actividad. En Caramoro
I, a pesar de su reducido tamaño, fue construido un gran muro
de cierre de más de 30 m, reforzado con un antemural y un bas248
tión en la zona de acceso a las distintas viviendas. En otros casos, como Tabayá o Cabezo Pardo, el hecho de que la superficie
excavada haya sido mucho más limitada impide determinar si
también fue así, aunque las viviendas guardan un patrón similar.
Por su parte, en Laderas del Castillo, la fuerte pendiente de la
ladera y el continuo riesgo de fuertes escorrentías de sedimentos
y bloques, obligó a la construcción de grandes plataformas de
aterrazamiento sobre las que edificar las viviendas.
Los materiales de construcción empleados se obtendrían
del entorno inmediato. En Caramoro I se han podido diferenciar tres tipos de rocas utilizadas como mampuestos: calizas
biclásticas arenosas, areniscas y conglomerados, todas ellas
existentes en el propio espolón rocoso, al igual que las margas arenosas de tonos amarillentos y verdosos de la base. Lo
mismo podemos señalar para Cabezo Pardo, donde los bloques
proceden de la misma cresta rocosa del cerro o, en el caso
de las arcillas, de la base (Martínez et al., 2014). En Laderas
del Castillo, fueron los mismos depósitos sedimentarios con
grandes bloques calizos, generados por el arrastre de los derrubios de los abanicos aluviales, los empleados, a pesar de la
inestabilidad y el riesgo que suponen para la implantación del
hábitat humano.
Por su parte, la tierra también fue muy importante en las labores constructivas, aplicada mediante diferentes técnicas, en especial el bajareque (Pastor, 2014; 2017) y el amasado de barro
en forma de bolas o bloques (Pastor et al., 2018). Los estudios
efectuados en este volumen (ver el capítulo 8) señalan que los
materiales térreos procederían del entorno natural circundante, a
lo que se sumarían sedimentos reutilizados, tanto de construcciones previas, como de estructuras de combustión. Los resultados
analíticos de restos constructivos relacionan su composición con
la geología del entorno natural en el que se emplaza, avalado
asimismo por la presencia de ejemplares de malacofauna local
integrados en el mortero de barro. De igual modo, han sido identificadas prácticas de reutilización de materiales en las actividades
constructivas, indicadas por la presencia de desechos antrópicos
en los morteros de barro –cerámica, fauna, cenizas.
De igual modo, los estudios antracológicos muestran la selección de especies existentes en el entorno de los asentamientos –pino carras