Corpus Vasorum Hispanorum. Cerámica del Cerro de San Miguel. Liria
Carmen Aranegui Gascó
2006
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Corpus Vasorum Hispanorum.
Cerámica del Cerro de San Miguel. Liria
Carmen Aranegui Gascó
Universitat de València
Entre 1907 y 1936 la investigación española tuvo el propósito de
fomentar el contacto internacional siguiendo criterios promovidos por la
Junta de Ampliación de Estudios. En esta línea se inserta el acuerdo del
Museo Arqueológico Nacional y del Institut d’Estudis Catalans con la Unión
Académica Internacional para participar en la elaboración de corpora de
vasos cerámicos antiguos (Corpora Vasorum Antiquorum), griegos e itálicos
principalmente, siguiendo las pautas establecidas en París en 1920, destinados a incluir los hallazgos y colecciones de España en la recopilación académica ilustrada que debía facilitar su difusión universal. La Guerra Civil truncó buena parte de tal apertura hasta el punto de sustituir la catalogación de
las cerámicas pintadas clásicas por las autóctonas, lanzando la serie de los
Corpora Vasorum Hispanorum, con el mismo formato que los anteriores,
poco después de la creación, el 24 de noviembre de 1939, del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas y en consonancia con las inquietudes
del momento, tan proclives a utilizar a los pueblos prerromanos peninsulares como armas arrojadizas. Esta hispanización nunca fue aceptada por la
Unión Académica.
Pero fue en ese marco como la sección de arqueología del Instituto Diego
de Velázquez inauguró el primer encargo de los «vasos hispanos» a Juan
Cabré, editor de las piezas pintadas de Azaila en 1944 (que consideró célticas
adaptándose a los tiempos que corrían, que le hicieron abandonar el término
hispano, conciliador y del gusto de Manuel Gómez Moreno, al que antes
había recurrido), precedido de un prólogo de Blas Taracena. Se ha dicho que
otro de estos encargos, no concluido en su momento, recayó sobre L’Alcúdia
d’Elx, aunque el texto póstumo de Alejandro Ramos (Alicante, 1990) sobre
sus cerámicas ibéricas no alude a ello. De ahí que el segundo volumen de esta
serie, ya en el programa del Instituto Rodrigo Caro, fuera el del Tossal de Sant
Miquel de Llíria (Madrid, 1954), seguido, años después, por el de Numancia
(Madrid, 1963), obra de Federico Wattenberg y último de una serie que
Ricardo Olmos juzga una «utopía de la posguerra» (Olmos 1999: 155-166).
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Tinajilla conocida como
«Vaso de los cabezotas»
procedente del Tossal de
Sant Miquel (Llíria).
[Casa Grollo. Placa de
vidrio. SIP 108]
Fue B. Taracena, como secretario del Instituto de Arte y
Arqueología Diego de Velázquez del CSIC, quien admitió el volumen de
Llíria para su publicación, gracias a los buenos oficios tanto de Isidro
Ballester como de Lluís Pericot y, en términos generales, con la confianza profesional que le inspiraba el Servicio de Investigación Prehistórica
de la Diputación de Valencia a quien fuera director del Museo
Numantino. El corpus de Llíria tiene en consecuencia una primera posibilidad de valoración como testimonio historiográfico de la arqueología
ibérica de mediados del siglo XX, pues la colección en que vio la luz y la
institución que, junto a la Diputación de Valencia, lo hizo posible patrocinaron una obra llamada a ser la primera monografía en gran formato
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Corpus Vasorum Hispanorum. Cerámica del Cerro de San Miguel. Liria
dedicada a la cerámica ibérica, tras una etapa de debates en la que, no
sin pasión, se repetía la palabra «problema» en buena parte de los títulos de investigaciones sobre el tema, desde Pere Bosch (1915) hasta
Domingo Fletcher (1960), ya que la filiación, dispersión territorial y cronología de los vasos pintados con temas vegetales y humanos fue objeto
de una polémica tan crispada como la de la identidad o identidades de
las Españas.
Otro punto de vista complementario es el que suscita esta obra desde
la perspectiva valenciana. El SIP supo impulsar a los arqueólogos que trabajaron en sus proyectos un entusiasmo inquebrantable que pasaba por la
entrega personal a las tareas acometidas y la ambición del trabajo bien
hecho, hasta el punto de poderse afirmar que esos factores han sido los que
han consolidado su perduración hasta la actualidad. Es bien cierto que el
Servicio y su Museo se vieron recompensados por la extraordinaria riqueza
de algunos yacimientos objeto de excavación, base de sus fondos arqueológicos, y, entre todos, el que probablemente fue más generoso en un momento, por otra parte, crucial, fue el Tossal de Sant Miquel debido a las cerámicas que dieron lugar al corpus, pero, como explicó L. Pericot en el prólogo,
la institución atravesó también momentos administrativamente muy difíciles. En 1932 I. Ballester fue cesado temporalmente en su puesto de director
y el SIP tuvo una reducción presupuestaria tan grande que desistió de la
habitual campaña de excavaciones en la Bastida de les Alcusses (Moixent)
para dirigir sus pasos hacia Llíria, localidad que permitía el desplazamiento diario de los arqueólogos, simplificando la intendencia de la excavación.
Entre 1934 y 1936 y desde 1940 a 1949 se realizaron las excavaciones
cuyas cerámicas se describen en el corpus. A su documentación, bajo múltiples aspectos, contribuyó no sólo el grupo de miembros del SIP sino también, entre otros benefactores, Domingo Uriel, que había descubierto algunas cerámicas decoradas del yacimiento antes de la excavación, Francisco
Porcar, que conservaba entonces en su finca de Llíria el mosaico de los «trabajos de Hércules», y Pío Beltrán, atento a las inscripciones ibéricas, todo
lo cual redundó en que el texto, con sus ilustraciones, estuviera concluido
en 1951, con la única sombra del fallecimiento en 1950 de I. Ballester, que
no pudo ver el éxito de unos resultados científicos por los que tanto había
luchado plasmados en una obra que unió a la Diputación de Valencia con
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, caso único en aquellos
tiempos. Los nombres de D. Fletcher, Enrique Pla, Francisco Jordá y José
Alcácer, precedidos del acertado prólogo de L. Pericot y con el plano de
Mariano Jornet, quedarán siempre como primer ejemplo del trabajo en
equipo en la arqueología ibérica, con una segunda edición, igualmente
sobresaliente, en las publicaciones de Bastida (Fletcher, Pla y Alcácer, 1965
y 1969) a las que se sumaron puntualmente especialistas extranjeros (Nino
Lamboglia, Erich Kukahn…), que consagraron internacionalmente la eficacia y el nivel de una manera de trabajar propia del SIP.
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Portada del Corpus
Vasorum Hispanorum.
Cerámica del Cerro de San
Miguel de Liria, ilustración
y planchas para su
edición. 1954.
El corpus de Llíria es también un exponente de la metodología más
moderna de su tiempo, es decir, del tratamiento de las piezas según su
materialidad, con sus medidas, la descripción de sus formas y de sus pinturas, con el propósito de crear un léxico y unas nomenclaturas lo más
objetivos posible en la óptica del positivismo, lo cual fue, en su momento,
un modelo a seguir. La consideración del contexto de los departamentos
donde ocurrieron los hallazgos, la atención a su restauración, calco (aquí
participó en ocasiones F. Porcar), dibujo, tipología y fotografía, consiguen
dar a conocer un conjunto de enorme singularidad que se mantuvo como
un ejemplo durante más de treinta años. Todavía los cuadros y las tablas
de motivos dibujados por J. Alcácer se copian y reproducen en algunos
estudios más recientes, como los de Elena María Maestro (1975) o Miguel
Ángel Elvira (1979), entre los que me incluyo (Aranegui 1974: 31-53), y
si la lectura de las decoraciones complejas de Llíria ha podido alcanzar
nuevos horizontes, ha sido porque el Corpus Vasorum Hispanorum de
1954 ha facilitado el acceso a un repertorio único e inagotable, tanto
desde el punto de vista iconográfico propiamente dicho, como epigráfico
ya que casi un centenar de vasos presenta letreros en ibérico añadidos a la
decoración, estando alguno de ellos, concretamente el de la «batalla
naval» reproducida en la figura 42 del corpus y en su inscripción XII, en
la base de la propuesta vasco-iberista para el desciframiento de una lengua que no ha encontrado por esta vía solución a su traducción.
La datación de las importaciones, la comprensión de los yacimientos a
la luz de la historia política de la Antigüedad —la batalla de Lauro como
argumento para el abandono de Edeta— y la de las propias cerámicas con
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Corpus Vasorum Hispanorum. Cerámica del Cerro de San Miguel. Liria
decoración compleja han cambiado en los años transcurridos, como es lógico. Sin embargo, desde la reflexión sobre la cultura ibérica que muchos nos
hacemos hoy, aquello que el tiempo transcurrido desde su primera publicación ha ido haciendo más y más visible es el déficit en la interpretación de la
temática en el corpus. En los años 1950 se fue instaurando una división
modernizadora entre arte, arqueología e historia antigua que dio lugar a que
la arqueología ibérica adoptara la consideración de artefacto o pieza de cultura material para muchos de sus elementos, obviando su tratamiento en
tanto que imágenes de la sociedad que los hizo. En el corpus las cerámicas se
ordenan por clases (prehistórica, arcaizante, importada e ibérica) y, a continuación, por tipos, de modo que las decoraciones no constituyen más que un
atributo de la forma, pese a su vistosidad y a que en la publicación haya más
ilustraciones de frisos con escenificaciones que perfiles de vasijas. Los autores
describen los motivos (con una terminología ajena a la de la historia del arte
clásico) y las figuraciones, pero se mantienen al margen de su interpretación,
con un cierto distanciamiento respecto a «mirar más allá» de lo que estrictamente «se ve», en coherencia con las reglas del positivismo estricto.
De este modo se relega a un segundo término una polémica entonces vigente sobre los protagonistas de determinadas escenas guerreras:
romanos, según Antonio García y Bellido, o iberos; y, sobre todo, se deja
de lado la cuestión de si son relatos de acontecimientos históricos o
representaciones idealizadas de efemérides locales, obviándose la razón
de ser de unos vasos que hoy tratamos como piezas de encargo de uso
restringido (Aranegui, Mata y Pérez Ballester, 1997) pero que entonces
suscitaron en el SIP tan sólo cuestiones de cronología y, sobre todo por
parte de I. Ballester, de filiación cultural.
Montaje de una de las
figuras del Corpus con
dibujos de José Alcácer.
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
«Vaso de los Guerreros»
del Tossal de Sant Miquel
(Llíria).
[Casa Grollo. Placa
de vidrio. SIP 18]
Para la datación, el corpus de Llíria opera con una asociación de
presencias y ausencias de cerámicas importadas y, en su caso, monedas,
para establecer un orden cronológico que, o bien se inclina a los siglos
V y IV a.C. cuando se presentan productos áticos, o bien se sitúa entre
los siglos III y I a.C. cuando aparecen cerámicas campanienses y lucernas
romano-republicanas. Estaba todavía lejos la aplicación de técnicas
estratigráficas al trabajo de campo, tal como las entendemos hoy. Las
habitaciones de los poblados ibéricos se vaciaban a pico y pala observando atentamente las capas de tierra y, en el caso de las excavaciones
del SIP, haciendo anotaciones en diarios de excavaciones que constituyen un archivo documental de primer orden (Bonet, 1995). Tras la experiencia de la Bastida de les Alcusses, los hallazgos de Llíria mostraron
una fase más reciente en la que se presentan las decoraciones complejas,
recompensa de los esfuerzos de los arqueólogos y orgullo de los edetanos que las vieron primero salir de la tierra y luego ser reconocidas en
una obra que, entonces y ahora, es digna de elogio.
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Corpus Vasorum Hispanorum.
Cerámica del Cerro de San Miguel. Liria
Carmen Aranegui Gascó
Universitat de València
Entre 1907 y 1936 la investigación española tuvo el propósito de
fomentar el contacto internacional siguiendo criterios promovidos por la
Junta de Ampliación de Estudios. En esta línea se inserta el acuerdo del
Museo Arqueológico Nacional y del Institut d’Estudis Catalans con la Unión
Académica Internacional para participar en la elaboración de corpora de
vasos cerámicos antiguos (Corpora Vasorum Antiquorum), griegos e itálicos
principalmente, siguiendo las pautas establecidas en París en 1920, destinados a incluir los hallazgos y colecciones de España en la recopilación académica ilustrada que debía facilitar su difusión universal. La Guerra Civil truncó buena parte de tal apertura hasta el punto de sustituir la catalogación de
las cerámicas pintadas clásicas por las autóctonas, lanzando la serie de los
Corpora Vasorum Hispanorum, con el mismo formato que los anteriores,
poco después de la creación, el 24 de noviembre de 1939, del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas y en consonancia con las inquietudes
del momento, tan proclives a utilizar a los pueblos prerromanos peninsulares como armas arrojadizas. Esta hispanización nunca fue aceptada por la
Unión Académica.
Pero fue en ese marco como la sección de arqueología del Instituto Diego
de Velázquez inauguró el primer encargo de los «vasos hispanos» a Juan
Cabré, editor de las piezas pintadas de Azaila en 1944 (que consideró célticas
adaptándose a los tiempos que corrían, que le hicieron abandonar el término
hispano, conciliador y del gusto de Manuel Gómez Moreno, al que antes
había recurrido), precedido de un prólogo de Blas Taracena. Se ha dicho que
otro de estos encargos, no concluido en su momento, recayó sobre L’Alcúdia
d’Elx, aunque el texto póstumo de Alejandro Ramos (Alicante, 1990) sobre
sus cerámicas ibéricas no alude a ello. De ahí que el segundo volumen de esta
serie, ya en el programa del Instituto Rodrigo Caro, fuera el del Tossal de Sant
Miquel de Llíria (Madrid, 1954), seguido, años después, por el de Numancia
(Madrid, 1963), obra de Federico Wattenberg y último de una serie que
Ricardo Olmos juzga una «utopía de la posguerra» (Olmos 1999: 155-166).
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Tinajilla conocida como
«Vaso de los cabezotas»
procedente del Tossal de
Sant Miquel (Llíria).
[Casa Grollo. Placa de
vidrio. SIP 108]
Fue B. Taracena, como secretario del Instituto de Arte y
Arqueología Diego de Velázquez del CSIC, quien admitió el volumen de
Llíria para su publicación, gracias a los buenos oficios tanto de Isidro
Ballester como de Lluís Pericot y, en términos generales, con la confianza profesional que le inspiraba el Servicio de Investigación Prehistórica
de la Diputación de Valencia a quien fuera director del Museo
Numantino. El corpus de Llíria tiene en consecuencia una primera posibilidad de valoración como testimonio historiográfico de la arqueología
ibérica de mediados del siglo XX, pues la colección en que vio la luz y la
institución que, junto a la Diputación de Valencia, lo hizo posible patrocinaron una obra llamada a ser la primera monografía en gran formato
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Corpus Vasorum Hispanorum. Cerámica del Cerro de San Miguel. Liria
dedicada a la cerámica ibérica, tras una etapa de debates en la que, no
sin pasión, se repetía la palabra «problema» en buena parte de los títulos de investigaciones sobre el tema, desde Pere Bosch (1915) hasta
Domingo Fletcher (1960), ya que la filiación, dispersión territorial y cronología de los vasos pintados con temas vegetales y humanos fue objeto
de una polémica tan crispada como la de la identidad o identidades de
las Españas.
Otro punto de vista complementario es el que suscita esta obra desde
la perspectiva valenciana. El SIP supo impulsar a los arqueólogos que trabajaron en sus proyectos un entusiasmo inquebrantable que pasaba por la
entrega personal a las tareas acometidas y la ambición del trabajo bien
hecho, hasta el punto de poderse afirmar que esos factores han sido los que
han consolidado su perduración hasta la actualidad. Es bien cierto que el
Servicio y su Museo se vieron recompensados por la extraordinaria riqueza
de algunos yacimientos objeto de excavación, base de sus fondos arqueológicos, y, entre todos, el que probablemente fue más generoso en un momento, por otra parte, crucial, fue el Tossal de Sant Miquel debido a las cerámicas que dieron lugar al corpus, pero, como explicó L. Pericot en el prólogo,
la institución atravesó también momentos administrativamente muy difíciles. En 1932 I. Ballester fue cesado temporalmente en su puesto de director
y el SIP tuvo una reducción presupuestaria tan grande que desistió de la
habitual campaña de excavaciones en la Bastida de les Alcusses (Moixent)
para dirigir sus pasos hacia Llíria, localidad que permitía el desplazamiento diario de los arqueólogos, simplificando la intendencia de la excavación.
Entre 1934 y 1936 y desde 1940 a 1949 se realizaron las excavaciones
cuyas cerámicas se describen en el corpus. A su documentación, bajo múltiples aspectos, contribuyó no sólo el grupo de miembros del SIP sino también, entre otros benefactores, Domingo Uriel, que había descubierto algunas cerámicas decoradas del yacimiento antes de la excavación, Francisco
Porcar, que conservaba entonces en su finca de Llíria el mosaico de los «trabajos de Hércules», y Pío Beltrán, atento a las inscripciones ibéricas, todo
lo cual redundó en que el texto, con sus ilustraciones, estuviera concluido
en 1951, con la única sombra del fallecimiento en 1950 de I. Ballester, que
no pudo ver el éxito de unos resultados científicos por los que tanto había
luchado plasmados en una obra que unió a la Diputación de Valencia con
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, caso único en aquellos
tiempos. Los nombres de D. Fletcher, Enrique Pla, Francisco Jordá y José
Alcácer, precedidos del acertado prólogo de L. Pericot y con el plano de
Mariano Jornet, quedarán siempre como primer ejemplo del trabajo en
equipo en la arqueología ibérica, con una segunda edición, igualmente
sobresaliente, en las publicaciones de Bastida (Fletcher, Pla y Alcácer, 1965
y 1969) a las que se sumaron puntualmente especialistas extranjeros (Nino
Lamboglia, Erich Kukahn…), que consagraron internacionalmente la eficacia y el nivel de una manera de trabajar propia del SIP.
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Portada del Corpus
Vasorum Hispanorum.
Cerámica del Cerro de San
Miguel de Liria, ilustración
y planchas para su
edición. 1954.
El corpus de Llíria es también un exponente de la metodología más
moderna de su tiempo, es decir, del tratamiento de las piezas según su
materialidad, con sus medidas, la descripción de sus formas y de sus pinturas, con el propósito de crear un léxico y unas nomenclaturas lo más
objetivos posible en la óptica del positivismo, lo cual fue, en su momento,
un modelo a seguir. La consideración del contexto de los departamentos
donde ocurrieron los hallazgos, la atención a su restauración, calco (aquí
participó en ocasiones F. Porcar), dibujo, tipología y fotografía, consiguen
dar a conocer un conjunto de enorme singularidad que se mantuvo como
un ejemplo durante más de treinta años. Todavía los cuadros y las tablas
de motivos dibujados por J. Alcácer se copian y reproducen en algunos
estudios más recientes, como los de Elena María Maestro (1975) o Miguel
Ángel Elvira (1979), entre los que me incluyo (Aranegui 1974: 31-53), y
si la lectura de las decoraciones complejas de Llíria ha podido alcanzar
nuevos horizontes, ha sido porque el Corpus Vasorum Hispanorum de
1954 ha facilitado el acceso a un repertorio único e inagotable, tanto
desde el punto de vista iconográfico propiamente dicho, como epigráfico
ya que casi un centenar de vasos presenta letreros en ibérico añadidos a la
decoración, estando alguno de ellos, concretamente el de la «batalla
naval» reproducida en la figura 42 del corpus y en su inscripción XII, en
la base de la propuesta vasco-iberista para el desciframiento de una lengua que no ha encontrado por esta vía solución a su traducción.
La datación de las importaciones, la comprensión de los yacimientos a
la luz de la historia política de la Antigüedad —la batalla de Lauro como
argumento para el abandono de Edeta— y la de las propias cerámicas con
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decoración compleja han cambiado en los años transcurridos, como es lógico. Sin embargo, desde la reflexión sobre la cultura ibérica que muchos nos
hacemos hoy, aquello que el tiempo transcurrido desde su primera publicación ha ido haciendo más y más visible es el déficit en la interpretación de la
temática en el corpus. En los años 1950 se fue instaurando una división
modernizadora entre arte, arqueología e historia antigua que dio lugar a que
la arqueología ibérica adoptara la consideración de artefacto o pieza de cultura material para muchos de sus elementos, obviando su tratamiento en
tanto que imágenes de la sociedad que los hizo. En el corpus las cerámicas se
ordenan por clases (prehistórica, arcaizante, importada e ibérica) y, a continuación, por tipos, de modo que las decoraciones no constituyen más que un
atributo de la forma, pese a su vistosidad y a que en la publicación haya más
ilustraciones de frisos con escenificaciones que perfiles de vasijas. Los autores
describen los motivos (con una terminología ajena a la de la historia del arte
clásico) y las figuraciones, pero se mantienen al margen de su interpretación,
con un cierto distanciamiento respecto a «mirar más allá» de lo que estrictamente «se ve», en coherencia con las reglas del positivismo estricto.
De este modo se relega a un segundo término una polémica entonces vigente sobre los protagonistas de determinadas escenas guerreras:
romanos, según Antonio García y Bellido, o iberos; y, sobre todo, se deja
de lado la cuestión de si son relatos de acontecimientos históricos o
representaciones idealizadas de efemérides locales, obviándose la razón
de ser de unos vasos que hoy tratamos como piezas de encargo de uso
restringido (Aranegui, Mata y Pérez Ballester, 1997) pero que entonces
suscitaron en el SIP tan sólo cuestiones de cronología y, sobre todo por
parte de I. Ballester, de filiación cultural.
Montaje de una de las
figuras del Corpus con
dibujos de José Alcácer.
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
«Vaso de los Guerreros»
del Tossal de Sant Miquel
(Llíria).
[Casa Grollo. Placa
de vidrio. SIP 18]
Para la datación, el corpus de Llíria opera con una asociación de
presencias y ausencias de cerámicas importadas y, en su caso, monedas,
para establecer un orden cronológico que, o bien se inclina a los siglos
V y IV a.C. cuando se presentan productos áticos, o bien se sitúa entre
los siglos III y I a.C. cuando aparecen cerámicas campanienses y lucernas
romano-republicanas. Estaba todavía lejos la aplicación de técnicas
estratigráficas al trabajo de campo, tal como las entendemos hoy. Las
habitaciones de los poblados ibéricos se vaciaban a pico y pala observando atentamente las capas de tierra y, en el caso de las excavaciones
del SIP, haciendo anotaciones en diarios de excavaciones que constituyen un archivo documental de primer orden (Bonet, 1995). Tras la experiencia de la Bastida de les Alcusses, los hallazgos de Llíria mostraron
una fase más reciente en la que se presentan las decoraciones complejas,
recompensa de los esfuerzos de los arqueólogos y orgullo de los edetanos que las vieron primero salir de la tierra y luego ser reconocidas en
una obra que, entonces y ahora, es digna de elogio.
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