La Cueva de la Cocina y el arte epipaleolítico
Josep Lluís Pascual Benito
2006
[page-n-1]
La Cueva de la Cocina y el arte epipaleolítico
Josep Lluís Pascual Benito
Servicio de Investigación Prehistórica
La Cueva de la Cocina (Dos Aguas, Valencia) se abre en la Sierra de
Martés a 405 metros de altitud, en un acusado meandro del Barranco de
la Ventana que a poca distancia desagua en el Barranco del Falón, afluente del Xúquer. Se trata de una cavidad de grandes dimensiones —unos 300
m2— que durante gran parte de la primera mitad del siglo XX sirvió como
corral. Las intervenciones efectuadas en el pasado siglo por el Servicio de
Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia la convirtieron en
un yacimiento imprescindible para la definición del Epipaleolítico reciente de la vertiente mediterránea peninsular (Pericot, 1945; Fortea, 1973), al
contener sus estratos abundante documentación sobre la evolución de los
últimos caza-recolectores y el proceso de interacción con las primeras
comunidades campesinas neolíticas.
Vista de la Cueva de
la Cocina (Dos Aguas).
Hacia 1945.
[Pasta. SIP 519]
183
[page-n-2]
Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
José Alcácer realizando
trabajos de calco en el
Cinto de la Ventana (Dos
Aguas). 1951.
[Negativo B/N. SIP 1.053]
La primera intervención arqueológica en el yacimiento data del 19
de octubre de 1940, cuando Salvador Espí, capataz del SIP, realiza una
cata en la entrada de la cueva en el marco de la expedición que junto a
Juan José Senent, José Chocomeli y José Alcácer visitaba las recién descubiertas pinturas rupestres del Barranco de las Letras y del Cinto de la
Ventana cercanas a la cavidad (Brotons, 1940; Jordá, 1985). Ante los buenos resultados obtenidos, al año siguiente se efectúa la primera campaña
de excavación bajo la dirección del subdirector del SIP, Lluís Pericot, a
quien acompañaban Juan Cabré, J. J. Senent y J. Alcácer, que iniciaron los
trabajos de documentación de las pinturas mencionadas (Jordá y Alcácer,
1951). Las campañas de excavación continuaron en 1942 y 1943 en colaboración con J. Alcácer y Enrique Pla, y en 1945 con Francisco Jordá.
Estas primeras excavaciones se realizaron en plena posguerra con
dificultades de alojamiento y manutención. Se reside en tiendas de campaña instaladas junto a la era de la Casa de Valle y la intervención se inicia tras «una cómica, pero impresionante batalla con verdaderas nubes
de pulgas que habían proliferado en la capa de estiércol que cubría
buena parte del yacimiento» (Pericot, 1971: 6). La publicación de una
memoria de estas campañas, en el número II del Archivo de Prehistoria
Levantina, dará a conocer el yacimiento y planteará las cuestiones más
sobresalientes (Pericot, 1945).
Posteriormente, Javier Fortea publica una monografía sobre materiales líticos de la excavación de L. Pericot (Fortea, 1971) y, para comprobar y ampliar los resultados alcanzados en su estudio, a partir de
184
[page-n-3]
La Cueva de la Cocina y el arte epipaleolítico
1974 inicia nuevas excavaciones en la Cueva de Cocina que durarán
hasta 1981, procediendo en 1975 al cierre de la cueva con una verja
metálica que sustituye al muro de piedra en seco anterior. De estas campañas han sido dados a conocer el estudio sedimentológico, que ha permitido conocer las oscilaciones medioambientales (Fumanal, 1979), y el
estudio faunístico por parte de Manuel Pérez Ripoll, que evidencia la
especialización del yacimiento en la caza de la cabra montés a lo largo
de toda la secuencia (Fortea et al., 1987). Otros estudios sobre la industria lítica se han centrado en la comparación del modelo geométrico de
Cocina con el del Neolítico antiguo (Juan Cabanilles, 1984).
A partir de la secuencia estratigráfica de 4,5 m de potencia obtenida
en la Cueva de la Cocina, una de las más completas del Epipaleolítico
reciente mediterráneo, se articuló la evolución del denominado
«Epipaleolítico geométrico», un complejo industrial con armaduras geométricas de «filiación» tardenoide o de facies Cocina en terminología peninsular (Fortea, 1973; Fortea et al., 1987), en cuatro horizontes caracterizados
por diferentes proporciones en dichas armaduras, posteriormente corroborados en líneas generales por los resultados obtenidos en diversos yacimientos de la cuenca del Ebro. Así, a Cocina I o fase A, con desarrollo en el VII
milenio a.C., y con dominio de trapecios y presencia de macroútiles sobre
lasca, le sucede Cocina II (B) (primera mitad del VI milenio a.C.), con
mayor proporción de triángulos y presencia de un tipo singular, los triángulos de tipo Cocina, con lados cóncavos y espina central. Cocina III (C), en
la segunda mitad del VI milenio a.C., presenta un desarrollo de segmentos
y hojitas de dorso, y presencia de cerámica impresa que indica contactos
con los primeros grupos neolíticos, aunque continúa la tecnología y el
modo de subsistencia epipaleolítico. El nivel superficial o Cocina IV (D)
sería la evolución final de esas industrias en un horizonte neolítico más
avanzado (cerámicas esgrafiadas y peinadas), con algunos materiales de la
Edad del Bronce, ibéricos, medievales y modernos, consecuencia del frecuente uso de la cueva como refugio temporal y corral.
Otra circunstancia que avala la importancia del yacimiento es la presencia de arte prehistórico. La Cueva de la Cocina ha ofrecido una variada muestra de manifestaciones artísticas tanto rupestres como muebles,
entre las que destaca el conjunto de placas grabadas que se englobaron en
un nuevo estilo artístico denominado «arte lineal-geométrico» y, en palabras de su descubridor, «representan una novedad en la Prehistoria española y nos convencen una vez más de la magnitud de lo que ignoramos»
(Pericot, 1945: 62), siendo aún hoy en día una de las escasas muestras del
arte de los últimos cazadores-recolectores de la península Ibérica. La experiencia de L. Pericot en la Cova del Parpalló hizo que desde el comienzo de
la excavación se lavaran todas las piedras idóneas, descubriendo así un
buen conjunto de grabados y pinturas sobre plaquetas y cantos de caliza.
185
[page-n-4]
Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
En las campañas de los años cuarenta se documentaron 28 pequeñas plaquetas decoradas, tres de ellas por ambas caras, mediante un grabado fino y poco profundo que ocupa toda la superficie disponible. En
las campañas posteriores apareció otra plaqueta y se confirmó la posición estratigráfica en la capa superior del nivel II en un momento inmediatamente antecardial (Fortea, 1975: 189; Fortea et al., 1987). La
mayor parte permanecen inéditas, ya que tan sólo han sido publicadas
fotografías de trece placas (Pericot, 1945; Fletcher, 1956; Fortea 1973 y
1975) y calcos aproximados de siete de ellas (Barandiarán, 1987).
Los motivos que decoran las placas son poco variados, a base de combinaciones de grupos de líneas rectas que raramente llegan a cortarse. En la
mayoría la decoración se distribuye a partir de uno o más ejes formados por
bandas de varias líneas paralelas, de las que salen en sentido oblicuo series
de trazos paralelos o divergentes. En menor número la decoración se reduce a líneas paralelas, líneas radiales a partir del centro de la placa o bandas
paralelas formadas por series de trazos cortos. Aunque L. Pericot afirma que
todas tienen sólo combinaciones geométricas, indica que «hay un ejemplar
en que acaso podría verse en la confusión de líneas un contorno animal»
(Pericot, 1945: 53). En un par de plaquetas el grabado se combina con la
pintura, una de ellas con ambas caras decoradas fue «pintada previamente
de rojo y posteriormente grabada» (Fortea, 1975: 359, lámina XI, 2).
Página del inventario
de materiales de la Cueva
de la Cocina (Dos Aguas).
1941-1942.
186
[page-n-5]
La Cueva de la Cocina y el arte epipaleolítico
Peor conocidos son los cantos y plaquetas pintados. En los diarios de L. Pericot se citan 4 cantos y 13 plaquetas pintadas, mientras
que en la publicación: «No pasa de una docena las piedras con manchas de color, rojo siempre, en un caso tirando a ocre amarillento. En
muchos otros casos la piedra misma tiene tonalidades rojizas que pueden engañar fácilmente». La mayoría presentan manchas informes,
pero también se han descrito otros motivos, dos plaquetas del nivel III
con trazos lineales y con «figura animal muy dudosa», y otras dos del
nivel IA, una plaqueta con «una forma indefinible» y «dos o tres cantos con puntos rojos que tanto hacen pensar en los cantos azilienses»
(Pericot, 1945: 53). De las excavaciones posteriores se menciona la
presencia en el estrato H1 de «cantos manchados de negro y rojo
encontrados alrededor de un hogar», y en el estrato H2 «cantos pintados con manchas subcirculares rojas y ocres» (Fletcher, 1980: 9192).
Como manifestaciones artísticas muebles de posible carácter
naturalista aparecen citadas en la bibliografía otras dos piezas, hecho
que no ha sido confirmado con posterioridad: «un cuerno de ciervo
con un grabado en que creemos ver el dibujo de un cáprido incompleto» (Pericot, 1945: 52), que según nuestra observación corresponde a
un extremo de candil con incisiones irregulares, y un «canto de caliza con algunas percusiones laterales donde hay una pequeña cabeza
de cierva de factura estilizada», a «reservas de una observación
macroscópica» (Fletcher, 1980: 91).
Desde su descubrimiento la Cueva de la Cocina se relacionó con los
abrigos pintados próximos, más aún cuando en 1942 L. Pericot observó
restos de pintura en la pared derecha de la cueva al excavar el nivel neolítico que los cubría. La interpretación de estos restos resulta controvertida.
Su descubridor observa «vestigios de figuras, al parecer de animal una de
ellas, en rojo, pintadas en la pared sur de la cueva. La pátina y el humo
que han recubierto estos muros laterales impiden su exacta apreciación»
(Pericot, 1945: 54). Fueron calcados por J. Fortea, quien los describe
como «unas pocas líneas paralelas, quebradas, en espiga y vagamente trapezoidales, de color rojo claro, una mancha del mismo color y un trazo
triangular de color oscuro amoratado» (Fortea, 1975: 197 y 1976: 154),
incluyéndolos en el arte lineal geométrico y paralelizándolos con motivos
infrapuestos al Arte Levantino de Cantos de la Visera II, la Cueva de la
Araña y la Sarga. Posteriormente, se ha realizado un calco parcial del
panel y analizado desde el punto de vista técnico un pequeño trazo bien
conservado en el que se ha observado un «trazo de pluma levantino»,
mientras desde el aspecto formal, «no parecen corresponder a una composición abstractogeométrica, sino más bien los restos de un cuadrúpedo,
morfológicamente afín a los del arte levantino» (Grimal, 1995: 324).
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Plaqueta grabada
núm. 15.439 de la Cueva
de la Cocina (Dos Aguas).
[Pasta B/N. SIP 459]
La circunstancia de estar recubiertos por niveles cerámicos ha sido
uno de los argumentos esgrimidos para la datación del arte levantino
con anterioridad al horizonte Cocina III. Sólo la limpieza de la capa de
suciedad que cubre la pintura podría aclarar su correcta atribución a un
estilo artístico concreto, mientras que para su datación habría que analizar detenidamente la mecánica de formación de los niveles que cubrían la pintura y de los subyacentes, al encontrarse en la zona donde más
afectan a los depósitos las frecuentes inundaciones con fenómenos de
erosión y sedimentación (Fumanal, 1979).
Por último, mencionar la existencia de dos grabados rupestres en
el interior de Cocina, a los que se ha prestado poca atención quizás por
su cronología incierta aunque posterior al resto de manifestaciones artísticas, uno de tipo cruciforme en el suelo rocoso de la entrada (Pericot,
1945: 40), y el otro, de mayor tamaño, piqueteado sobre una gran losa
desprendida del techo ubicada en el centro de la cueva, con un motivo
geométrico cerrado con divisiones internas.
En definitiva, la aportación de la Cueva de la Cocina a la prehistoria peninsular puede considerarse fundamental, y el legado que conserva el SIP producto de las intervenciones del pasado siglo espera a que
nuevas generaciones de prehistoriadores puedan extraer de él parte de la
información escondida que aún contienen.
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La Cueva de la Cocina y el arte epipaleolítico
Josep Lluís Pascual Benito
Servicio de Investigación Prehistórica
La Cueva de la Cocina (Dos Aguas, Valencia) se abre en la Sierra de
Martés a 405 metros de altitud, en un acusado meandro del Barranco de
la Ventana que a poca distancia desagua en el Barranco del Falón, afluente del Xúquer. Se trata de una cavidad de grandes dimensiones —unos 300
m2— que durante gran parte de la primera mitad del siglo XX sirvió como
corral. Las intervenciones efectuadas en el pasado siglo por el Servicio de
Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia la convirtieron en
un yacimiento imprescindible para la definición del Epipaleolítico reciente de la vertiente mediterránea peninsular (Pericot, 1945; Fortea, 1973), al
contener sus estratos abundante documentación sobre la evolución de los
últimos caza-recolectores y el proceso de interacción con las primeras
comunidades campesinas neolíticas.
Vista de la Cueva de
la Cocina (Dos Aguas).
Hacia 1945.
[Pasta. SIP 519]
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
José Alcácer realizando
trabajos de calco en el
Cinto de la Ventana (Dos
Aguas). 1951.
[Negativo B/N. SIP 1.053]
La primera intervención arqueológica en el yacimiento data del 19
de octubre de 1940, cuando Salvador Espí, capataz del SIP, realiza una
cata en la entrada de la cueva en el marco de la expedición que junto a
Juan José Senent, José Chocomeli y José Alcácer visitaba las recién descubiertas pinturas rupestres del Barranco de las Letras y del Cinto de la
Ventana cercanas a la cavidad (Brotons, 1940; Jordá, 1985). Ante los buenos resultados obtenidos, al año siguiente se efectúa la primera campaña
de excavación bajo la dirección del subdirector del SIP, Lluís Pericot, a
quien acompañaban Juan Cabré, J. J. Senent y J. Alcácer, que iniciaron los
trabajos de documentación de las pinturas mencionadas (Jordá y Alcácer,
1951). Las campañas de excavación continuaron en 1942 y 1943 en colaboración con J. Alcácer y Enrique Pla, y en 1945 con Francisco Jordá.
Estas primeras excavaciones se realizaron en plena posguerra con
dificultades de alojamiento y manutención. Se reside en tiendas de campaña instaladas junto a la era de la Casa de Valle y la intervención se inicia tras «una cómica, pero impresionante batalla con verdaderas nubes
de pulgas que habían proliferado en la capa de estiércol que cubría
buena parte del yacimiento» (Pericot, 1971: 6). La publicación de una
memoria de estas campañas, en el número II del Archivo de Prehistoria
Levantina, dará a conocer el yacimiento y planteará las cuestiones más
sobresalientes (Pericot, 1945).
Posteriormente, Javier Fortea publica una monografía sobre materiales líticos de la excavación de L. Pericot (Fortea, 1971) y, para comprobar y ampliar los resultados alcanzados en su estudio, a partir de
184
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La Cueva de la Cocina y el arte epipaleolítico
1974 inicia nuevas excavaciones en la Cueva de Cocina que durarán
hasta 1981, procediendo en 1975 al cierre de la cueva con una verja
metálica que sustituye al muro de piedra en seco anterior. De estas campañas han sido dados a conocer el estudio sedimentológico, que ha permitido conocer las oscilaciones medioambientales (Fumanal, 1979), y el
estudio faunístico por parte de Manuel Pérez Ripoll, que evidencia la
especialización del yacimiento en la caza de la cabra montés a lo largo
de toda la secuencia (Fortea et al., 1987). Otros estudios sobre la industria lítica se han centrado en la comparación del modelo geométrico de
Cocina con el del Neolítico antiguo (Juan Cabanilles, 1984).
A partir de la secuencia estratigráfica de 4,5 m de potencia obtenida
en la Cueva de la Cocina, una de las más completas del Epipaleolítico
reciente mediterráneo, se articuló la evolución del denominado
«Epipaleolítico geométrico», un complejo industrial con armaduras geométricas de «filiación» tardenoide o de facies Cocina en terminología peninsular (Fortea, 1973; Fortea et al., 1987), en cuatro horizontes caracterizados
por diferentes proporciones en dichas armaduras, posteriormente corroborados en líneas generales por los resultados obtenidos en diversos yacimientos de la cuenca del Ebro. Así, a Cocina I o fase A, con desarrollo en el VII
milenio a.C., y con dominio de trapecios y presencia de macroútiles sobre
lasca, le sucede Cocina II (B) (primera mitad del VI milenio a.C.), con
mayor proporción de triángulos y presencia de un tipo singular, los triángulos de tipo Cocina, con lados cóncavos y espina central. Cocina III (C), en
la segunda mitad del VI milenio a.C., presenta un desarrollo de segmentos
y hojitas de dorso, y presencia de cerámica impresa que indica contactos
con los primeros grupos neolíticos, aunque continúa la tecnología y el
modo de subsistencia epipaleolítico. El nivel superficial o Cocina IV (D)
sería la evolución final de esas industrias en un horizonte neolítico más
avanzado (cerámicas esgrafiadas y peinadas), con algunos materiales de la
Edad del Bronce, ibéricos, medievales y modernos, consecuencia del frecuente uso de la cueva como refugio temporal y corral.
Otra circunstancia que avala la importancia del yacimiento es la presencia de arte prehistórico. La Cueva de la Cocina ha ofrecido una variada muestra de manifestaciones artísticas tanto rupestres como muebles,
entre las que destaca el conjunto de placas grabadas que se englobaron en
un nuevo estilo artístico denominado «arte lineal-geométrico» y, en palabras de su descubridor, «representan una novedad en la Prehistoria española y nos convencen una vez más de la magnitud de lo que ignoramos»
(Pericot, 1945: 62), siendo aún hoy en día una de las escasas muestras del
arte de los últimos cazadores-recolectores de la península Ibérica. La experiencia de L. Pericot en la Cova del Parpalló hizo que desde el comienzo de
la excavación se lavaran todas las piedras idóneas, descubriendo así un
buen conjunto de grabados y pinturas sobre plaquetas y cantos de caliza.
185
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
En las campañas de los años cuarenta se documentaron 28 pequeñas plaquetas decoradas, tres de ellas por ambas caras, mediante un grabado fino y poco profundo que ocupa toda la superficie disponible. En
las campañas posteriores apareció otra plaqueta y se confirmó la posición estratigráfica en la capa superior del nivel II en un momento inmediatamente antecardial (Fortea, 1975: 189; Fortea et al., 1987). La
mayor parte permanecen inéditas, ya que tan sólo han sido publicadas
fotografías de trece placas (Pericot, 1945; Fletcher, 1956; Fortea 1973 y
1975) y calcos aproximados de siete de ellas (Barandiarán, 1987).
Los motivos que decoran las placas son poco variados, a base de combinaciones de grupos de líneas rectas que raramente llegan a cortarse. En la
mayoría la decoración se distribuye a partir de uno o más ejes formados por
bandas de varias líneas paralelas, de las que salen en sentido oblicuo series
de trazos paralelos o divergentes. En menor número la decoración se reduce a líneas paralelas, líneas radiales a partir del centro de la placa o bandas
paralelas formadas por series de trazos cortos. Aunque L. Pericot afirma que
todas tienen sólo combinaciones geométricas, indica que «hay un ejemplar
en que acaso podría verse en la confusión de líneas un contorno animal»
(Pericot, 1945: 53). En un par de plaquetas el grabado se combina con la
pintura, una de ellas con ambas caras decoradas fue «pintada previamente
de rojo y posteriormente grabada» (Fortea, 1975: 359, lámina XI, 2).
Página del inventario
de materiales de la Cueva
de la Cocina (Dos Aguas).
1941-1942.
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La Cueva de la Cocina y el arte epipaleolítico
Peor conocidos son los cantos y plaquetas pintados. En los diarios de L. Pericot se citan 4 cantos y 13 plaquetas pintadas, mientras
que en la publicación: «No pasa de una docena las piedras con manchas de color, rojo siempre, en un caso tirando a ocre amarillento. En
muchos otros casos la piedra misma tiene tonalidades rojizas que pueden engañar fácilmente». La mayoría presentan manchas informes,
pero también se han descrito otros motivos, dos plaquetas del nivel III
con trazos lineales y con «figura animal muy dudosa», y otras dos del
nivel IA, una plaqueta con «una forma indefinible» y «dos o tres cantos con puntos rojos que tanto hacen pensar en los cantos azilienses»
(Pericot, 1945: 53). De las excavaciones posteriores se menciona la
presencia en el estrato H1 de «cantos manchados de negro y rojo
encontrados alrededor de un hogar», y en el estrato H2 «cantos pintados con manchas subcirculares rojas y ocres» (Fletcher, 1980: 9192).
Como manifestaciones artísticas muebles de posible carácter
naturalista aparecen citadas en la bibliografía otras dos piezas, hecho
que no ha sido confirmado con posterioridad: «un cuerno de ciervo
con un grabado en que creemos ver el dibujo de un cáprido incompleto» (Pericot, 1945: 52), que según nuestra observación corresponde a
un extremo de candil con incisiones irregulares, y un «canto de caliza con algunas percusiones laterales donde hay una pequeña cabeza
de cierva de factura estilizada», a «reservas de una observación
macroscópica» (Fletcher, 1980: 91).
Desde su descubrimiento la Cueva de la Cocina se relacionó con los
abrigos pintados próximos, más aún cuando en 1942 L. Pericot observó
restos de pintura en la pared derecha de la cueva al excavar el nivel neolítico que los cubría. La interpretación de estos restos resulta controvertida.
Su descubridor observa «vestigios de figuras, al parecer de animal una de
ellas, en rojo, pintadas en la pared sur de la cueva. La pátina y el humo
que han recubierto estos muros laterales impiden su exacta apreciación»
(Pericot, 1945: 54). Fueron calcados por J. Fortea, quien los describe
como «unas pocas líneas paralelas, quebradas, en espiga y vagamente trapezoidales, de color rojo claro, una mancha del mismo color y un trazo
triangular de color oscuro amoratado» (Fortea, 1975: 197 y 1976: 154),
incluyéndolos en el arte lineal geométrico y paralelizándolos con motivos
infrapuestos al Arte Levantino de Cantos de la Visera II, la Cueva de la
Araña y la Sarga. Posteriormente, se ha realizado un calco parcial del
panel y analizado desde el punto de vista técnico un pequeño trazo bien
conservado en el que se ha observado un «trazo de pluma levantino»,
mientras desde el aspecto formal, «no parecen corresponder a una composición abstractogeométrica, sino más bien los restos de un cuadrúpedo,
morfológicamente afín a los del arte levantino» (Grimal, 1995: 324).
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Plaqueta grabada
núm. 15.439 de la Cueva
de la Cocina (Dos Aguas).
[Pasta B/N. SIP 459]
La circunstancia de estar recubiertos por niveles cerámicos ha sido
uno de los argumentos esgrimidos para la datación del arte levantino
con anterioridad al horizonte Cocina III. Sólo la limpieza de la capa de
suciedad que cubre la pintura podría aclarar su correcta atribución a un
estilo artístico concreto, mientras que para su datación habría que analizar detenidamente la mecánica de formación de los niveles que cubrían la pintura y de los subyacentes, al encontrarse en la zona donde más
afectan a los depósitos las frecuentes inundaciones con fenómenos de
erosión y sedimentación (Fumanal, 1979).
Por último, mencionar la existencia de dos grabados rupestres en
el interior de Cocina, a los que se ha prestado poca atención quizás por
su cronología incierta aunque posterior al resto de manifestaciones artísticas, uno de tipo cruciforme en el suelo rocoso de la entrada (Pericot,
1945: 40), y el otro, de mayor tamaño, piqueteado sobre una gran losa
desprendida del techo ubicada en el centro de la cueva, con un motivo
geométrico cerrado con divisiones internas.
En definitiva, la aportación de la Cueva de la Cocina a la prehistoria peninsular puede considerarse fundamental, y el legado que conserva el SIP producto de las intervenciones del pasado siglo espera a que
nuevas generaciones de prehistoriadores puedan extraer de él parte de la
información escondida que aún contienen.
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