
El Peñón de la Zorra (Villena, Alicante) y la caracterización del Campaniforme (2400-2100 cal AC) en el Alto Vinalopó.
Gabriel García Atiénzar
2016
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Del neolític a l’edat del bronze en el Mediterrani occidental.
Estudis en homenatge a Bernat Martí Oliver.
tv sIp 119, València, 2016, p. 365-377.
El Peñón de la Zorra (Villena, Alicante) y la caracterización
del Campaniforme (2400-2100 cal AC) en el Alto Vinalopó
Gabriel García atiénzar
resumen
En este trabajo se presentan los primeros resultados de las recientes excavaciones emprendidas en el yacimiento del Peñón
de la Zorra (Villena, Alicante), centrándonos en su fase campaniforme. Los nuevos datos aportados permiten profundizar en
el patrón de ocupación durante este momento y abordar la cuestión de la dualidad de asentamientos –en llano y en altura– así
como otros temas relacionados con la complejidad social.
palabras clave:
Campaniforme, Calcolítico, Alto Vinalopó, complejidad social, patrón de asentamiento.
abstract
The Peñon de la Zorra (Villena, Alicante) and the characterization of Bell Beakers (2400-2100 cal BC) in Alto Vinalopó.
In this paper we present the results of recent excavations undertaken at the site of the Peñón de la Zorra (Villena, Alicante),
focusing on its Bell-Beaker phase. New data allow to analyze the models of land occupation during this time and address the
issue of dual settlement pattern –in plain and height– and other subjects related to social complexity.
keywords:
Bell Beaker, Chalcolithic, Alto Vinalopó, social complexity, settlement pattern.
Bajo el título “Los poblados coronan las montañas: los inicios de la investigación valenciana sobre la Edad del Bronce” publicaba Bernat Martí Oliver (2001) su aportación al
catálogo de la exposición …Y acumularon tesoros. Mil años
de Historia en nuestras tierras, en la que se hacía eco de las
primeras andaduras de la arqueología prehistórica valenciana, especialmente de aquélla centrada en el II milenio cal
AC. Dentro de la siempre exquisita minuciosidad que caracterizan los trabajos del Doctor Martí Oliver, cabe reseñar la
mención hecha a la visita que I. Ballester hiciera en 1909
al yacimiento de Castellet del Porquet (l’Olleria, Valencia).
Las posteriores excavaciones que Ballester (1937) realizó en
este asentamiento y la visita a otros yacimientos similares
de la zona marcan un hito en la Prehistoria valenciana, al
considerarse a partir de entonces la existencia de poblados en
altura propios de la Edad del Bronce (Gil-Mascarell, 1995:
64; Martí, 2001: 130; 2004: 15). Desde aquel momento, el
emplazamiento en altura ha sido una de las características
que tradicionalmente se ha empleado para definir a las sociedades de la Edad del Bronce, más incluso que la propia
materia prima que da nombre al periodo (Tarradell, 1969).
Años más tarde, en la primera síntesis para el Campaniforme valenciano (Bernabeu, 1984), se apunta a esta misma característica como uno de los elementos definidores de este periodo,
aunque compartido con la continuidad de los asentamientos en
llano propios de momentos anteriores. Este rasgo, junto con la
aparición de la cerámica decorada campaniforme y la generalización de determinados productos elaborados sobre materias
primas exógenas –fundamentalmente cobre–, ha servido para
definir el Campaniforme en las tierras valencianas (Lerma,
1981; Bernabeu, 1984; Hernández Pérez, 1994; Juan-Cabanilles, 2005). Por otro lado, el emplazamiento en altura de algunos
poblados con campaniforme también sirvió, junto a otros indicadores, para establecer este periodo como base para el posterior desarrollo de la Edad del Bronce (Bernabeu, 1984: 112),
extremo matizado por otros investigadores quienes desligan el
origen del “Bronce valenciano” del fenómeno campaniforme en
las cuencas del Júcar, Albaida y Serpis (López Padilla, 2006), al
considerar a éste como un epílogo del Neolítico final.
En relación con esto último, el conjunto de yacimientos del
Peñón de la Zorra ha jugado un interesante papel desde que
J. M.ª Soler publicase los resultados de su excavación (Soler
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G. García Atiénzar
García, 1981). El escueto lote de materiales publicados, la referencia a estructuras “defensivas” observadas en la ladera y la
relación directa entre este yacimiento y las cavidades de inhumación localizadas en ambos farallones, sirvieron para que este
asentamiento se convirtiera en modelo de poblado campaniforme en altura y fortificado (Bernabeu, 1984; Jover et al., 1995;
Hernández Pérez, 2003; Juan-Cabanilles, 2005). Sin embargo,
las excavaciones emprendidas en 2011 han revelado la existencia de una secuencia estratigráfica realmente compleja que abarca desde ca. 2400 cal AC hasta ca. 1800 (1700?) cal AC y en
la que se apuntan, matizan y refutan algunas de las propuestas
que se han esbozado para este yacimiento en particular, y para
el Campaniforme en general.
1. NEOLÍTICO FINAL, CAMPANIFORME
Y EL PROCESO DE COMPLEJIZACIÓN SOCIAL
El ajuar campaniforme –armas de cobre, adornos de oro y
marfil, vajilla decorada, etc.– supone la conjunción de diferentes elementos de prestigio compartidos por determinados
individuos y asumidos como tales por el conjunto de la comunidad (Sherratt, 1987; Garrido, 2000, 2006). En diferentes
contextos peninsulares, se ha entendido que la emergencia
de estas élites sociales se desarrolla a partir del monopolio
de la producción de determinados productos, así como del
control de las rutas de intercambio (Kunst, 1998; Delibes y
del Val, 2007-2008). Uno de los principales contextos arqueológicos asociados a esta nueva realidad social serían
las primeras inhumaciones individuales, sin obviar la posibilidad de que algunos individuos destacados pudiesen haber
recibido un tratamiento diferenciado en sepulcros colectivos
–en cuevas naturales o artificiales y en megalitos– (Rojo et
al., 2005; Bueno et al., 2007-2008). La amortización en estas tumbas de determinados bienes de prestigio elaborados
sobre materias primas exóticas (oro, marfil, etc.) o tecnologías novedosas (metalurgia del cobre, orfebrería, etc.) podría
interpretarse como indicador de incipientes procesos de disimetrías sociales en el seno de determinadas comunidades a
lo largo de los siglos centrales del III milenio cal AC. Esta
imagen queda bien evidenciada en distintos yacimientos del
interior peninsular (por citar algunos ejemplos de reciente
excavación, podrían destacarse Camino de las Yeseras, Humanejos o La Magdalena –Blasco y Ríos, 2010; Liesau y
Blasco, 2011-2012–), o del área portuguesa (Kunst, 1998).
En el Levante peninsular resulta complejo inferir este tipo
de manifestaciones por diversos factores, principalmente por
la perduración del fenómeno de inhumación múltiple en cueva característico del Neolítico final/Calcolítico (Soler Díaz,
2002), aunque sí se han determinado enterramientos de carácter individual en áreas de poblados (La Vital, Villa Filomena, Lloma de l’Atarcó, Arenal de la Costa). La singularidad de estos hallazgos y la vinculación con ajuares cerámicos
campaniformes los convierten en el reflejo de la existencia de
individuos con ciertas prerrogativas, aunque no podemos olvidar que rituales similares se vienen documentando desde el
V milenio cal AC en yacimientos como Tossal de les Basses,
Costamar, Camí de Missena, etc. (Bernabeu, 2010; García
Puchol et al., 2013), aunque sin la amortización de productos
de alto valor social.
366
Por otro lado, algunas de las premisas que apuntábamos
como bases sustentadoras de las élites campaniformes no se observan en el registro de la región aquí analizada –cuenca alta
del Vinalopó– ya que carece tanto de vetas de cobre como de
otros recursos minerales –p. ej. cinabrio1–. Sin embargo, en determinados contextos –hábitat y funerarios– sí se determina la
presencia del llamado paquete campaniforme, hecho equiparado a la existencia de esas élites emergentes. Cabría preguntarse, entonces, cuáles fueron las bases sobre las que se apoyó la
emergencia social en un ámbito carente de determinadas materias primas o recursos. En este sentido, algunos indicios podrían
estar apuntando a que fueron los procesos de intensificación
productiva, fundamentalmente agropecuaria, los que llevarían
hacia el desarrollo de una mayor complejidad en las comunidades del Neolítico final/Calcolítico (ca. 3500-2500 cal AC).
En este trabajo pretendemos profundizar en la caracterización de estos emergentes procesos de diferenciación social a
partir del análisis de varios indicadores arqueológicos, especialmente los patrones de ocupación del territorio en un área concreta en tanto consideramos que las transformaciones observadas en este espacio a lo largo de la segunda mitad del III milenio
cal AC pueden relacionarse con nuevas formas de organización
social tendentes hacia la desigualdad.
2. 3500-2500 CAL AC: INTENSIFICACIÓN
PRODUCTIVA Y PATRÓN DE ASENTAMIENTO
Entre el IV y los primeros siglos del III milenio cal AC se define
en el Levante de la península Ibérica un patrón de asentamiento
caracterizado por una intensa ocupación de los fondos de valle
y cursos de ríos y ramblas. En la mayor parte de los casos, las
excavaciones efectuadas han deparado el hallazgo de concentraciones de estructuras negativas destinadas al almacenamiento o
conservación de alimentos, hecho que se ha asociado con procesos de intensificación productiva (López Padilla, 2006; Jover
et al., 2012) e incluso con el desarrollo de fenómenos cíclicos
de concentración de poder (Bernabeu et al., 2006; Pérez Jordà et
al., 2011). Otros indicadores de este proceso de intensificación
serían la especialización agraria en torno a determinados tipos
de cereales (Pérez Jordà, 2005) o el empleo de la fuerza motriz
de bóvidos para el arrastre de arados que supondría un efecto
multiplicador al permitir cultivar mayores extensiones de terreno (Pérez Ripoll, 1999).
En muchos de estos yacimientos se han detectado construcciones de carácter doméstico, algunas con una extraordinaria
perduración en el tiempo, a las que se vinculan áreas de actividad. Estos asentamientos –aldeas– se emplazan en torno a áreas
endorreicas o fondos de valle, cerca de las tierras de mejor calidad para uso agrícola y próximos a espacios lagunares o cursos
de agua donde los recursos naturales debieron ser abundantes
(García Atiénzar, 2009; Jover et al., 2012). Estas evidencias,
unidas a la existencia de fosos que delimitarían el área ocupada
y la larga secuencia cronológica de algunos de ellos –Les Jo-
1
La sal, como recurso explotable por las comunidades prehistóricas
del Alto Vinalopó, no encuentra evidencias arqueológicas, aunque se
ha apuntado su posible explotación y uso en relación al yacimiento
de Cabezo Redondo y el Bronce Tardío/Final (Mederos, 1999).
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El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
vades en Cocentaina o El Prado de Jumilla son buen ejemplo
con más de 500 años de ocupación (Pascual Benito, 2003; Jover
et al., 2012)–, evidencian la definitiva fijación territorial de las
comunidades neolíticas.
La constitución de este patrón de asentamiento se podría
explicar desde el progresivo aumento poblacional de las sociedades neolíticas y el afianzamiento de las relaciones intrasociales (Martí, 1983; García Atiénzar, 2009), pero también puede analizarse desde las relaciones intersociales que establecieron con las poblaciones del Sureste peninsular, en especial,
con las situadas al sur de la cuenca del Segura (López Padilla,
2006). En este último territorio, y una vez que las comunidades neolíticas se consolidaron demográfica y territorialmente,
los procesos de intensificación productiva empezaron a desarrollarse en la primera mitad del IV milenio cal AC gracias
a la mayor variedad de recursos litológicos, la diversidad en
la capacidad productiva de los suelos y la exclusividad en el
acceso a afloramientos metalíferos. A partir de aquí, los grupos
dirigentes emergentes intensificaron la obtención, producción
e intercambio de materias primas y productos hacia territorios
vecinos, desarrollándose relaciones de complementariedad y
dependencia social entre grupos (Jover et al., 2012).
De este modo, se constituyó en el Sureste una estructura política, que antropológicamente respondería a entidades de tipo
tribal jerárquico (Sarmiento, 1992), reconocida como el grupo
arqueológico de Los Millares. La expansión de este grupo se vería apoyada en un desigual grado de conocimiento técnico y de
aprovechamiento de recursos, especialmente los metalúrgicos.
En este entramado social, la redistribución de bienes y el control
de la fuerza de trabajo se materializaría en la creación de aldeas
de gran tamaño como Los Millares (Molina y Cámara, 2005) o
la ubicada bajo el casco urbano de Lorca (López Padilla, 2006).
Por el contrario, los territorios situados entre las cuencas
de los ríos Segura y Júcar no son espacios con recursos diferenciados, sino que en todos ellos se dan litologías similares y
ausencia total de vetas metalíferas. En estos territorios se pudieron dar crecimientos demográficos de cierta entidad allí donde
convergían dos importantes condiciones: buenas y amplias extensiones de tierras que permitieran la obtención de suficientes
recursos alimenticios y puntos de comunicación entre cuencas o
entre territorios desde donde controlar y redistribuir las materias
primas y productos procedentes de distintos puntos (Jover et al.,
2012). Todo parece indicar que no se desarrollaron mecanismos
de control social ni entre los distintos ámbitos territoriales ni
en el seno de cada grupo ya que los recursos necesarios para
la reproducción y mantenimiento de cada unidad productiva se
podían conseguir fácilmente en cada cuenca de forma independiente. No obstante, conforme determinados productos –cobre,
marfil, rocas silíceas y metamórficas– adquirieron mayor importancia en la articulación de las relaciones inter e intrasociales
y los vínculos con los territorios meridionales se consolidaron,
se fueron acentuando los mecanismos de control de la distribución de los mismos. De este modo, surgió la delimitación
de territorios entre comunidades –bien reflejada a través de las
manifestaciones funerarias colectivas (Soler Díaz, 2002; García
y de Miguel, 2009)– y el inicio del proceso de transformación
desde los principios de reciprocidad, que hasta el momento habían sido dominantes entre las comunidades neolíticas, hacia
la redistribución asimétrica con la apropiación del trabajo de
unos linajes sobre otros. Así, y aunque los recursos existentes
en cada territorio siguieron siendo de propiedad comunal, los
productos resultantes ya no lo eran, convirtiéndose el control de
la fuerza de trabajo en el elemento clave para el desarrollo de la
desigualdad entre linajes, ya que la organización de determinados procesos productivos y las capacidades de decisión política
quedaron al alcance de los grupos de filiación con mayor fuerza
de trabajo disponible.
La ampliación y consolidación de estas redes sociales, especialmente patentes desde la primera mitad del III milenio cal
AC, derivaría en la aparición de cambios en las dinámicas sociales que pueden inferirse a partir de las siguientes evidencias
arqueológicas:
- Un mayor control territorial de estos lugares de intercambio y transmisión, siendo buen indicador la ocupación de puntos
elevados.
- La mayor presencia de productos metálicos.
- La presencia de evidencias funerarias en los entornos de
las áreas de poblado, tanto en asentamientos al aire libre como
en grietas asociadas a los primeros asentamientos en altura.
Un análisis detallado de este fenómeno permite observar que
este proceso presenta un marcado gradiente cronológico y espacial (López Padilla, 2006; Bernabeu y Molina, 2011; Jover et al.,
2012; García Atiénzar et al., e.p.). Así, para las tierras próximas a
las cuencas de los ríos Segura y Mundo (fig. 1) estas evidencias
aparecen en los primeros siglos del III milenio cal AC (Lomba,
1996; López Padilla, 2006), habiéndose observado la presencia
de yacimientos calcolíticos en altura, con productos metálicos y
con arquitectura doméstica circular en la cuenca del Mundo (García Atiénzar et al., e.p.) y en el Altiplano de Jumilla (Hernández
Carrión, 2015). Por otra parte, en las tierras asociadas a la cuenca
del Vinalopó, la documentación de estos indicadores se concreta
a partir de la segunda mitad del milenio, asociándose en muchas
Fig. 1. Área de estudio y localización de los principales yacimientos
citados en el texto. Aldeas: 1. Ereta del Pedregal; 2. Quintaret; 3.
La Vital; 4. Arenal de la Costa; 5. Molí Roig; 6. Casa de Lara;
7. El Prado; 8. Terrazas del Pantano. Asentamientos en altura: a.
Mola d’Agres; b. La Serrella, c. Peñón de la Zorra; d. Puntal de los
Carniceros; e. El Monastil; f. Herrada del Tollo; g. Tabayá; h. Les
Moreres.
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G. García Atiénzar
ocasiones a la aparición de la cerámica campaniforme (López Padilla, 2006), mientras que la metalurgia pudo haber precedido a
este tipo cerámico (Simón, 1998). Este gradiente permite defender la idea de una expansión en sentido sur-norte de estas transformaciones, aunque no puede obviarse la existencia de otros
procesos que pudieron seguir otras vías y otros ritmos si se toma
en consideración la prematura aparición de actividad metalúrgica en la desembocadura del Serpis (Bernabeu y Molina, 2011:
277) o la existencia de asentamientos en altura con estructuras
defensivas en la cuenca media del Turia –Puntal sobre la Rambla
Castellarda– (Aparicio et al., 1977).
N
Peñón de la Zorra
Puntal de los Carniceros
3. LA CUBETA DE VILLENA EN EL CAMPANIFORME
La ocupación humana de la cubeta de Villena se remonta al Paleolítico medio. Desde los inicios del Holoceno, este territorio
se define por la existencia de extensas lagunas salobres que se
constituyeron en una reserva ecológica y en un punto de atracción para las poblaciones humanas. De hecho, el entorno de la
Laguna de Villena se convirtió en un espacio ocupado de forma
casi ininterrumpida desde el Epipaleolítico (Soler García, 1976;
Fernández et al., 2013).
Hacia finales del Neolítico, se documentan varios yacimientos que, si bien no han sido excavados en extensión y su registro es limitado, podrían interpretarse como asentamientos tipo
aldea que muestran algunas de las características advertidas en
el epígrafe anterior. De este modo, en la cubeta de Villena se reconocen varios yacimientos que plasmarían el proceso de intensificación económica (Casa de Lara y La Macolla), así como los
cambios de patrón de asentamiento que permiten inferir, cuanto
menos, un cambio en las formas de organización social.
Entre los yacimientos cuya ocupación se inicia en momentos anteriores al Campaniforme (fig. 2) debe destacarse el de
Casa de Lara. Se trata de un extenso asentamiento situado en el
perímetro de una antigua laguna salobre cuya ocupación se inicia en el Epipaleolítico (Soler García, 1961; Fernández, 1999;
Fernández et al., 2013). De este yacimiento cabe destacar el hallazgo de varios productos metálicos –puñal de lengüeta y hoja
romboidal– que tipológica y tecnológicamente podrían adscribirse al Campaniforme2 (Simón, 1998), aunque la ausencia de
contexto estratigráfico impide valorar correctamente estos hallazgos (fig. 3). Este asentamiento mostraría así la continuidad
poblacional entre el Neolítico final y el Campaniforme, característica que también se observa en otros yacimientos ubicados
en cuencas limítrofes: El Prado de Jumilla (Jover et al., 2012),
Quintaret en Montesa (García Puchol et al., 2014), Molí Roig en
Banyeres (Pascual y Ribera, 2004), Ereta del Pedregal en Navarrés (Juan-Cabanilles, 1994), Promontori d’Elx (Ramos Fernández, 1981) o La Vital en Gandía (Pérez Jordà et al., 2011).
Asociados también a materiales campaniformes, aparecen
los primeros poblados en altura sin que en ninguno de ellos se
observen evidencias de ocupación previa. El Puntal de los Carniceros (Soler García, 1981; Jover y de Miguel, 2002) se ubica
sobre una meseta elevada unos 60 m sobre el llano circundante.
2
En el cercano yacimiento de Casa Corona se han documentado algunos fragmentos con decoración campaniforme (M.A. Esquembre, comunicación personal).
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Casa de Lara
Fig. 2. Localización de los yacimientos campaniformes en Villena.
Fig. 3. Objetos metálicos procedentes de Casa de Lara (Simón,
1998: fig. 59).
Desde este emplazamiento se tiene un excelente control visual
sobre el acceso al corredor de Almansa, paso que conecta la
costa mediterránea y la Meseta a través del valle del Vinalopó, y
sobre el valle de Beneixama, pasillo natural que permite acceder
desde Villena hacia la costa a través del valle del Serpis. Arquitectónicamente, se caracteriza por estar delimitado por muros
de mampostería en tres de sus lados –Norte, Este y Sur– y por
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El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
un fuerte escarpe en la ladera Oeste, definiéndose un recinto
de planta rectangular de unos 3500 m2. La notable inversión
de trabajo realizada en esta obra queda también reflejada en el
muro que cierra el lado septentrional, el cual presenta un grosor
superior a los 3 metros en algunos tramos, hasta cinco hiladas
de mampuestos de mediano tamaño dispuestas de paralelo y un
desarrollo superior a los 90 m (fig. 4). La información estratigráfica se limita a un sondeo realizado en la década de los años
1960 en el que no se documentaron estructuras, aunque sí varios
fragmentos campaniformes de estilo inciso.
El yacimiento que más información ofrece es el del Peñón
de la Zorra (Soler García, 1981; Jover y de Miguel, 2002; García
Atiénzar, 2014). Se trata de un asentamiento ubicado en un espolón rocoso de forma triangular, concentrándose las evidencias
campaniformes en el extremo más elevado, situado a 100 m de
altura con respeto al fondo del valle. En superficie se observan
cuatro líneas de muros de entre 1 y 1,50 m de ancho, paralelas
a las curvas de nivel, que delimitan un área superior a los 5.000
m2 y que se encuentran separadas entre sí por una distancia que
oscila entre los 50 m para las dos primeras líneas y 20 m para
las dos situadas en la parte más elevada, que delimitan el área
con relleno arqueológico –cerca de 900 m2– (fig. 5). En algunos
de estos muros se han documentado prolongaciones en paralelo a los escarpes que podrían interpretarse como un sistema de
circulación a modo de pasillo entre los espacios construidos y
los farallones.
Las excavaciones emprendidas en 2011 (García Atiénzar,
2014) han permitido reconocer en la Terraza Superior3 varias
construcciones de mampostería que pueden definirse como
unidades habitacionales, además de una estructura maciza de
tendencia circular construida con bloques de mampostería de
gran tamaño que se levanta sobre una triple plataforma escalonada de idénticas características técnicas. Su morfología, su
disposición como eje de articulación del resto de construcciones, la cantidad de derrumbe que se documentó y su posición
sobreelevada permiten interpretarla como un punto de observación desde el cual se podría controlar el espacio circundante, especialmente el valle de Beneixama, principal vía natural
que conecta esta región y la Meseta con la costa a través del
corredor Albaida-Serpis.
Las distintas relaciones estratigráficas permiten proponer
hasta 4 episodios constructivos. El primero viene definido por
un único espacio (UH5) de planta trapezoidal y una superficie
de unos 25 m2 delimitado por paramentos de mampostería de
mediano/gran calibre. Este espacio se encuentra adosado a la estructura sobreelevada, lo que situaría a ambas en los momentos
más antiguos del asentamiento. Interiormente se definió un pequeño banco de mampostería adosado a una de sus paredes, un
suelo formado por grandes lajas de piedra y tierra apisonada y
una estructura de combustión que se documentó totalmente desmantelada. En este nivel de uso –datado a partir de una semilla
de trigo en ca. 2480-2280 cal AC; 3900±40BP– se evidenció un
conjunto de materiales arqueológicos dentro de los cuales cabe
destacar la presencia de un mínimo de trece recipientes cerámicos con decoración campaniforme que, por sus características
3
Esta zona ocupa un área de 380 m2, de la cual se ha excavado hasta
la base estratigráfica el 70%.
Fig. 4. Puntal de los Carniceros. Localización del asentamiento y
planimetría del muro de mampostería de cierre.
Fig. 5. Peñón de la Zorra. Localización del asentamiento –con
indicación de las estructuras de delimitación– y de las cuevas de
enterramiento.
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G. García Atiénzar
Fig. 6. Peñón de la
Zorra. Registro cerámico
campaniforme procedente
de la UH5.
estilísticas –se combinan la incisión con la impresión de puntos
y la pseudo-excisión, así como una disposición de los motivos
en franjas horizontales alternas, observándose también franjas
verticales convergentes hacia la base de los recipientes–, podría
adscribirse adscribir a lo que Bernabeu (1984: 92) definió como
estilo clásico tardío. Dentro de esta vajilla, se documentaron las
tres formas típicas del ajuar cerámico campaniforme: el vaso
con perfil en S, la cazuela y el cuenco semiesférico (fig. 6). El
resto del conjunto material lo conforman otros vasos sin decoración de pequeño y medio tamaño, una espátula de hueso, una
concha perforada de Cerastoderma, algunas lascas de sílex y
varios percutores y molederas.
Estas construcciones debieron de estar en uso hasta ca.
2100 cal AC, momento en el cual se observa una fuerte transformación de la trama constructiva de la Terraza Superior y el
abandono de la Unidad Habitacional 5. Durante la segunda y
tercera fase se construye el muro transversal –que Soler definió
como lienzo de muralla– que conecta ambos bordes del espolón
y que sirve a su vez de muro de aterrazamiento, al tiempo que
va a seguir en funcionamiento el muro meridional de la UH 5
que presenta varias refacciones. Uniendo estos dos muros –que
delimitan un espacio de unos 180 m2–, se construye una línea
perpendicular de idéntica factura y que también apoyan sobre la
base geológica del cerro. A partir de estos ejes se construyen es-
Fig. 7. Peñón de la Zorra. Planimetría del yacimiento e indicación de las fases constructivas documentadas.
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El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
pacios de planta rectangular caracterizados por la presencia de
pavimentos de barro endurecido a los que se asocian estructuras
de combustión. Aunque el estado de conservación es parcial –la
erosión afecta a los muros de cierre próximos a la ladera oriental y varias estructuras quedan amortizadas por la construcción
de otras asociadas a Fase IV– podrían definirse como espacios
domésticos cuya superficie útil oscilaría entre los 25 y los 35 m2.
La construcción de este segundo momento se sitúa en el último
siglo del III milenio cal AC (3680±30BP: 2142-1964 cal AC) y
se define por la perduración de la cerámica campaniforme, aunque su presencia es testimonial si se compara con el momento
anterior y tiende a concentrarse en los niveles fundacionales. La
Fase III viene determinada por la construcción de nuevos suelos
de ocupación –observables en dos de los tres espacios excavados–, aunque ello no supone la modificación de los muros de
la Fase II (fig. 7). Si bien nunca se ha intervenido, en la terraza
inmediatamente inferior –de unos 400 m2– en este momento pudieron disponerse espacios constructivos semejantes si se toman
en consideración los lienzos de muro que se observan en superficie y en los perfiles dejados por la erosión lateral.
Por encima, y posiblemente tras un lapso de abandono, se
documenta una última fase constructiva en la que no se han documentado suelos de ocupación a causa de la erosión superficial
y la fuerte actividad vegetal y en la que, a grandes rasgos, se
observa una reducción de los espacios –fenómeno también documentado para la Fase II de Terlinques (Jover et al., 2014)– y
la total desaparición de la cerámica campaniforme.
4. LA EMERGENCIA DE LAS ÉLITES SOCIALES
CAMPANIFORMES EN EL ALTO VINALOPÓ
Tradicionalmente, los hallazgos campaniformes de Villena han
sido interpretados como el paradigma de la emergencia de las
élites sociales (Soler García, 1981; Bernabeu, 1984). Esta inferencia se realizaba fundamentalmente a partir de las evidencias
funerarias del Peñón de la Zorra, especialmente las documentadas en la Cueva Oriental. Esta cavidad, junto a la ubicada en
la vertiente occidental, excavadas ambas por J. M.ª Soler en la
primavera de 1964, fueron publicadas como evidencias de sendos enterramientos individuales asociados a ajuares metálicos
campaniformes –puñal de lengüeta y las dos puntas de Palmela
descubiertas en la Cueva Oriental– (Soler García, 1981) (fig.
8). La revisión posterior de los restos antropológicos permitió
concretar que el número de inhumados era mayor, seis para la
Cueva Oriental y dos para la Occidental (Jover y de Miguel,
2002). De este modo, lo que había sido interpretado como ejemplo de enterramientos individuales campaniformes, se convertía
en enterramientos colectivos que, en cierta medida, mantenían
las tradiciones funerarias propias del Neolítico final. No obstante, determinadas características suponen una novedad con respecto a las prácticas funerarias previas ya que, por primera vez,
se documentan enterramientos vinculados a poblados en altura,
hecho que también se ha determinado en asentamientos campaniformes en llano (Bernabeu, 2010; Pérez Jordà et al., 2011; Soler Díaz, 2013). Por otra parte, el número de inhumados es bajo
si se compara con el observado en las cuevas de enterramiento
múltiple (Soler Díaz, 2002). Por último, se amortiza armamento
metálico como parte del ajuar funerario, aunque hay evidencias
de ajuares metálicos en momentos inmediatamente anteriores
Fig. 8. Ajuares metálicos documentados en la Cueva Oriental del
Peñón de la Zorra (Simón, 1998: fig. 58).
(Pérez Jordà et al., 2011). También cabe destacar el hallazgo de
dos aretes de plata, uno en cada cavidad, hecho que había sido
interpretado por algunos autores como un signo de modernidad
que permitía entroncar el uso fúnebre de las cavidades con los
inicios de la Edad del Bronce (Bernabeu, 1984; Simón, 1998).
En este sentido, la datación de uno de los individuos de la Cueva Oriental indica que éste debió ser enterrado en momentos
avanzados de la Edad del Bronce (MAMS-19108 3357±22 BP:
1736-1611 cal AC), pudiendo haber coincidido con el momento
final de ocupación del poblado –Fase IV– y resultando coherente con la presencia de plata (Lull et al., 2014). Por lo tanto, y dado el dilatado uso funerario que pudieron tener estas
cavidades, consideramos que estas evidencias no son las más
idóneas para abordar la explicación del proceso de emergencia
de liderazgos sociales en tanto en cuanto pueden responder a
procesos de larga duración o afectar a diferentes grupos sociales
con distintos niveles de organización social.
Creemos que el análisis de los patrones de asentamiento, así
como de algunas de las características arquitectónicas descritas
anteriormente, pueden ser buenos indicadores para analizar este
proceso. Sin embargo, cualquier análisis que sobre el patrón de
ocupación del territorio quiera realizarse debe partir de dos preguntas fundamentales: ¿son los asentamientos con campaniforme –en llano y en altura– contemporáneos? o, por el contrario,
¿el abandono de los primeros supone la inauguración de los situados en puntos elevados? Son varias las regiones situadas en
371
[page-n-8]
G. García Atiénzar
el entorno de Villena en las que se observa la existencia de yacimientos en llano y en alto con materiales campaniformes. En
todas ellas, el modelo de asentamiento en altura va a perdurar
durante el II milenio cal AC, mientras que ocupaciones emplazadas en los fondos de los valles nunca se han documentado más
allá de este límite cronológico.
En este sentido, podemos destacar los casos de la cubeta
de Jumilla, donde se han observado materiales cerámicos campaniformes en el asentamiento en llanura de El Prado (Jover
et al., 2012) y objetos metálicos de tipología campaniforme en
Coimbra del Barranco Ancho (Simón et al., 1999; Hernández
Carrión, 2015); del Medio Vinalopó, donde se documentaron
cerámicas campaniformes en el asentamiento en llano de Terrazas del Pantano y también en el enclave elevado de El Monastil
(Segura y Jover, 1997); o el de Banyeres de Mariola, donde se
recuperaron cerámicas campaniformes tanto en el asentamiento
en llano de Molí Roig como en el elevado de La Serrella (Pascual y Ribera, 2004; Pascual Beneyto, 2015). Este binomio, por
el contrario, no se documenta en el área del Bajo Segura donde
el campaniforme aparece en la base estratigráfica de yacimientos argáricos como Tabayá de Aspe (Hernández Pérez, 1997),
Laderas del Castillo de Callosa y San Antón de Orihuela (López
y Jover, 2014: 396). En este territorio también cabe destacar el
caso de Les Moreres (Crevillent), asentamiento en altura y con
un cierre a modo de pequeña muralla similar a la del Puntal de
los Carniceros, cuya primera ocupación arrancaría en el Campaniforme (González y Ruiz, 1991-1992).
Por el contrario, en el territorio comprendido entre la cuenca
del Serpis y la cuenca del Júcar, los contextos de hábitat campaniformes se circunscriben mayoritariamente a asentamientos
en llano, algunos con una larga secuencia de ocupación como
Ereta del Pedregal (Juan-Cabanilles, 1994), aunque existen materiales campaniformes localizados en altura en yacimientos
como Mola d’Agres (Gil-Mascarell, 1981: 89), Puntal sobre la
Rambla Castellarda de Llíria (Aparicio et al., 1977) o Tossal del
Castell de la Vilavella (Castellón) (Juan-Cabanilles, 2005: 398;
Gusi y Luján, 2012: 36).
Son pocos los yacimientos excavados hasta la fecha –y menos aún los asociados a contextos de hábitat–, aunque las escasas dataciones disponibles apuntan a la presencia de materiales
campaniformes en yacimientos situados en el fondo de los valles desde ca. 2500 cal AC (fig. 9). Estas evidencias aparecen
asociadas a asentamientos que venían siendo ocupados desde
la primera mitad del III milenio cal AC como Quintaret, Ereta
del Pedregal, El Prado, Casa de Lara o La Vital. Por otra parte,
una de las primeras evidencias de ocupación campaniforme en
altura sería el nivel de uso de la UH 5 del Peñón de la Zorra que
presenta una fecha algo más tardía, situándose a partir de ca.
2400-2300 cal AC. Esta datación, que podría ser compartida por
el Puntal de los Carniceros dadas las similitudes observadas tanto en las características constructivas y de emplazamiento como
de registro material, resulta próxima a la obtenida –sin que se
haya especificado el contexto– para la Mola d’Agres: 3790±40
BP: 2401-2046 cal AC (Aguilera et al., 2012).
Debemos reconocer que las evidencias cronológicas son aún
demasiado exiguas como para aventurarse a realizar propuestas
firmes en torno a la contemporaneidad o no de estos dos modelos de asentamiento (tabla 1). La distancia radiocarbónica entre
las fechas que refieren a contextos en llano y la más antigua
372
Fig. 9. Dataciones radiocarbónicas de poblados precampaniformes
y campaniformes citados en el texto.
obtenida para el Peñón de la Zorra es de apenas un siglo, aunque
cabe tener presente que el contexto datado para este yacimiento
se asocia a un momento de uso/amortización y no de construcción. Por otra parte, cabe destacar también la propuesta realizada para el asentamiento en llano de La Vital, cuyo abandono
se situaría a partir de la llegada del Campaniforme (Bernabeu
y Molina, 2011: 276). Sin embargo, otros asentamientos como
Arenal de la Costa pudieron perdurar hasta el último siglo del
III milenio cal AC, coincidiendo su abandono con el inicio de la
Fase II de Peñón de la Zorra.
Así, con la documentación actualmente disponible, la coexistencia de ambos modelos resulta plausible, aunque este fenómeno debería analizarse en una escala más reducida, observándolo en cada una de las unidades geográficas, en tanto en cuanto
consideramos que los cambios advertidos siguieron diferentes
ritmos a lo largo de la franja existente entre las cuencas del Segura y el Turia. En cualquier caso, durante la última centuria del
III milenio cal AC se produciría, al menos en el ámbito del Alto
Vinalopó, pero probablemente también en el resto de la cuenca,
la progresiva concentración de parte de la población en asentamientos situados en puntos elevados.
[page-n-9]
El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas procedentes de poblados con contextos precampaniformes y campaniformes.
Contexto
Ref. lab.
Muestra
BP
Cal BC 2s (95,4%)
Bibliografía
Rambla Castellarda
Beta-327996
Hordeum vulgare
4180±40
Pérez Jordà, 2013
La Vital Silo 70
Beta-229794
Sus sp.
4180±40
Ereta del Pedregal
La Vital Casa 4
Beta-327998
Beta-229793
Triticum aestivum-durum 4150±30
4150±50
Bos taurus
La Vital Hogar 102
Beta-229792
Ovis aries
4100±50
El Prado UH3
Beta-293368
Ovicaprino
4090±40
La Vital Casa 8
Beta-229795
Sus domesticus
4070±50
La Vital Foso 115
AA-72170
Bos taurus
4045±52
La Vital Casa 5
Beta-222445
Ovis aries
4040±50
Quintaret
Beta-348075
Vicia Sativa
4010±30
La Vital Sepultura 3
Beta-222444
Hueso humano
4000±50
La Vital Sepultura 3
OxA-V-2360-15 Hueso humano
3946±28
La Vital Sepultura 10
Beta-229791
Hueso humano
3920±50
La Vital Casa 7
Beta-222446
Bos taurus
3920±40
Peñón Zorra UE 1010
Beta-332584
Triticum aestivum-durum 3900±40
Arenal de la Costa Silo Beta-4323
Carbón
3890±80
2891-2831 (22,1%)
2821-2631 (73,3%)
2891-2831 (22,1%)
2821-2631 (73,3%)
2880-2620
2881-2617 (90,6%)
2611-2581 (4,8%)
2873-2565 (90,6%)
2525-2496 (4,8%)
2866-2804 (19,3%)
2776-2562 (69,2%)
2535-2493 (6,9%)
2864-2806 (14,6%)
2760-2717 (7,2%)
2711-2474 (73,6%)
2859-2809 (9,5%)
2753-2721 (3,5%)
2702-2467 (82,5%)
2840-2814 (4,9%)
2677-2469 (90,5%)
2617-2611 (0,9%)
2581-2468 (94,5%)
2835-2817 (1,7%)
2667-2397 (90,5%)
2385-2346 (3,2%)
2566-2524 (14,1%)
2497-2344 (81,3%)
2568-2519 (7,2%)
2499-2281 (86%)
2250-2231 (1,8%)
2218-2214 (0,4%)
2561-2536 (3,2%)
2492-2290 (92,2%)
2481-2279 (92,7%)
2251-2230 (2,1%)
2220-2212 (0,6%)
2575-2140
La Vital Casa 7
Beta-222447
Bos taurus
3870±50
2472-2202
Pérez Jordà et al., 2011
La Vital Sepultura 11
Beta-222443
Hueso humano
3830±40
Pérez Jordà et al., 2011
Mola d’Agres
Beta-286988
Triticum aestivum-durum 3790±40
Arenal de la Costa
Peñón Zorra UE 1054
Beta-228894
Beta-409217
Hordeum sp.
Hordeum vulgare
2459-2196 (91,5%)
2170-2148 (3,9%)
2401-2383 (1,3%)
2348-2127 (89,7%)
2090-2046 (4,4%)
2203-1972
2190-2181 (1,2%)
2142-1965 (94,2%)
Así, durante buena parte de la segunda mitad del III milenio
cal AC, se habría desarrollado un modelo de poblamiento complementario, con poblados en llano con una vocación agropecuaria y
asentamientos en altura delimitados por muros y con un excelente
control visual sobre las tierras de labor y las vías de comunicación.
La fecha que podría marcar la definitiva ruptura de esta dualidad
poblacional se situaría en torno al 2100 cal AC con el desarrollo
en el ámbito del Alto Vinalopó de una importante reorganización
3700±40
3680±30
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà, 2013
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Jover et al., 2012)
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
García Puchol et al., 2014
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Inédita
Pascual Beneyto et al., 1993
Aguilera et al., 2012
Pérez Jordà et al., 2011
Inédita
poblacional que supuso el abandono definitivo de los asentamientos en llano, la reordenación interna de los asentamientos en altura
y la constitución de otros de nueva planta como Terlinques, configurándose las bases de lo que conocemos como Edad del Bronce
(Jover y López, 2001: 296; Jover et al., 2014: 61). A partir de esta
fecha, los yacimientos en alto con materiales campaniformes continúan siendo ocupados, como es el caso del Peñón de la Zorra,
que perdura con seguridad hasta ca. 1800 cal AC.
373
[page-n-10]
G. García Atiénzar
5. ENTRE EL CALCOLÍTICO Y LA EDAD DEL
BRONCE: EL CAMPANIFORME COMO ESCENARIO
En los últimos años se ha generado un interesante debate historiográfico en torno al significado del Campaniforme en las
tierras valencianas, especialmente en el área meridional (Bernabeu, 1984; Bernabeu y Molina, 2011; López Padilla, 2006,
2011). Pese a las significativas discrepancias, buena parte de la
investigación ha asumido que muchas de las transformaciones
advertidas a lo largo de la segunda mitad del III milenio cal AC
estuvieron espoleadas por las relaciones socio-económicas que
se establecieron con el Sureste de la península Ibérica, además
de por el propio crecimiento demográfico que, en un momento
dado, debió llegar, e incluso superar, las limitaciones impuestas por el modelo agropecuario basado en aldeas dispersas. Sin
embargo, como se ha apuntado anteriormente, el calado de tales
transformaciones resultó ser distinto en cada territorio, especialmente en lo que afecta a los patrones de ocupación del territorio.
La presencia de asentamientos en altura, algunos delimitados o fortificados, es una constante en los territorios asociados
a la cuenca del Guadalentín durante la primera mitad del III milenio cal BC (Lomba, 1996; López Padilla, 2006), integrándose
éstos en el llamado grupo de Los Millares. Este modelo parece
extenderse más allá de la frontera del Segura, coincidiendo con
la presencia de los primeros recipientes campaniformes y encontrando buena representación en el Bajo Segura –Espeñetas,
Rincón–, siendo Les Moreres su manifestación más septentrional. De este modo, en torno al 2500 cal AC se habría producido
el nivel de máxima expansión geográfica de Los Millares, coincidiendo sus límites con el área caracterizada por la presencia
de vetas cupríferas (López Padilla, 2006).
Al norte de este espacio, y en torno a la fecha ca. 24002300 cal AC, van a observarse los primeros emplazamientos
en altura aunque, a partir de la información ofrecida por las
excavaciones del Peñón de la Zorra, más que de cambio en
el patrón de asentamiento debemos hablar de ampliación de
los sistemas de ocupación. Esta nueva realidad ocupacional
podría explicarse desde la óptima de la intensificación de las
relaciones socio-económicas que con el área del Sureste, desarrollándose asentamientos en altura desde los cuales no sólo se
dominarían las tierras de labor circundantes, sino también las
principales vías de paso entre las distintas unidades geográficas por las que circulaban materias primas y productos de alto
valor social (fig. 10). Es precisamente en estos asentamientos
donde se observa una enorme inversión laboral en la construcción y mantenimiento de los sistemas de delimitación y donde
se concentran parte de estos productos en modo de vasos decorados. Esta transformación no sólo indica una nueva forma
de asentamiento, sino que también hace referencia a un modelo
distinto de organización social ya que supone la concentración
de población en un espacio reducido y destacado, sistema distinto al observado en el Neolítico final –incluso en las fases iniciales del Campaniforme– en el cual se observaba la existencia
de aldeas conformadas por unas pocas unidades habitaciones
que se encontraban dispersas a lo largo de las mejores tierras de
labor o en torno a zonas lacustres o vegas de ríos.
Fig. 10. Visibilidad acumulada desde el Peñón de la Zorra y el Puntal de los Carniceros.
374
[page-n-11]
El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
El registro material asociado a la UH 5 del Peñón de la Zorra revelaría la existencia de diferentes actividades de producción y consumo por lo que puede inferirse la presencia de un
grupo doméstico o linaje. La interpretación de este contexto se
antoja compleja aunque, tomando en consideración su posición
dominante sobre el territorio, el linaje que ocupó el Peñón de la
Zorra en su Fase I pudo ejercer un papel destacado en cuanto al
control, producción y redistribución de determinados bienes hacia el resto de linajes que seguían ocupando el llano. En el territorio próximo al Peñón de la Zorra, además de los asentamiento
de Casa de Lara o Puntal de los Carniceros –para los cuales
no hay excavaciones en extensión–, destaca el asentamiento de
Arenal de la Costa que ocupa una extensión de 6 ha delimitada
por un doble foso concéntrico (Bernabeu et al., 2012) y en cuyo
interior se documentaron varios silos que parecen distribuirse
de forma exponencial (Bernabeu et al., 2006). Estas evidencias
apuntan hacia un proceso de concentración de la población en
asentamientos agregados y delimitados, transformaciones que
podrían explicarse desde la óptica del progresivo incremento
poblacional y la necesidad de superar las contradicciones que
ello supondría. En este momento no se observan mejoras ni en
los medios de producción –a excepción de la aparición de los
dientes de hoz– ni en las técnicas agrícolas, con lo que la única
forma de aumentar la capacidad productiva necesaria para cubrir las necesidades alimenticias y para obtener determinados
productos con un alto valor social sería una reorganización de
la producción a través de la agrupación de fuerza de trabajo
y de los medios de producción. Este mayor nivel de integración social se advertiría a partir de la constatación de trabajos comunales no relacionados con la economía subsistencial,
como serían los muros/fosos de delimitación de los poblados
o la estructura sobreelevada del Peñón de la Zorra. En cualquier caso, lo que evidencian estos indicadores es la superación
de la unidad doméstica tribal como forma básica de organización social –caracterizada por la reciprocidad solidaria entre
sus miembros– y la aparición de linajes con mayor capacidad
de decisión y organización. Estos grupos, cuyo principal papel
pudo estar relacionado con la gestión de la producción agropecuaria o la organización de otras tareas no productivas –como
sería el control de las redes de intercambio a su paso por el Alto
Vinalopó–, se distinguirán por la ostentación y amortización de
productos metálicos, especialmente en forma de armamento, y
la vajilla campaniforme. Por otra parte, ratificarían su preeminencia con respecto al resto de la comunidad, vinculando sus
sepulturas a los espacios domésticos, bien en silos amortizados
bien en pequeñas grietas abiertas en los mismos cerros donde
se ubican los poblados, inaugurando así una tradición funeraria
que se desarrollará a lo largo de la Edad del Bronce tanto en el
Sureste como en el Levante peninsular.
Sin embargo, este ciclo de concentración y generación de
explotación social no debió fraguar si tomamos en consideración la aparición de nuevos asentamientos en altura en torno
al 2200-2100 cal AC (Jover et al., 2014). En cualquier caso,
la no consolidación de estas distancias sociales supuso la aparición de un nuevo contexto social y el no retorno al punto de
partida que suponían las comunidades aldeanas del Neolítico
final. Esta transformación marcaría, por otra parte, el definitivo abandono de los yacimientos en llano, no sólo en la cuenca
del Vinalopó sino también en las cuencas situadas más al nor-
te. La fundación de estos nuevos enclaves cabría relacionarla
con el traslado y concentración de la población asentada en
la fase precedente en el llano, constituyéndose asentamientos
que replicarían las formas sociales de las aldeas basadas en la
reciprocidad y la filiación, caracterizados por la aparición de
unidades habitacionales de buen tamaño que se han relacionado con grupos familiares de tipo extenso (Jover y Padilla,
2004: 296). Se ha propuesto la existencia de un patrón de distribución uniforme de los asentamientos en el que cada unidad
familiar buscaría su propia autosuficiencia (Jover y Padilla,
2004). Considerando el espacio con relleno sedimentario y el
delimitado por los muros perimetrales durante las Fases II-III
(2100-1800 cal AC), Peñón de la Zorra tendría en este momento una superficie próxima a las 0,5 ha, lo cual lo convertiría en
uno de los asentamientos de mayor entidad de la zona frente
a otros de nueva planta cuya extensión máxima se sitúa en
torno a las 0,15 ha. La delimitación de este gran espacio con
bloques ciclópeos –similares a los observados en la estructura
sobeelevada– supuso una notable inversión que podría relacionarse con un sistema de encierre de ganado, posibilidad que
cobraría sentido si se tiene en cuenta la existencia de varias
pozas en las que se pudo almacenar agua. Así, el tamaño del
asentamiento, unido a la posibilidad de una mayor capacidad
productiva, haría del grupo asentando en este poblado en uno
de los más significados del territorio del Alto Vinalopó durante
los momentos iniciales de la Edad del Bronce.
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Del neolític a l’edat del bronze en el Mediterrani occidental.
Estudis en homenatge a Bernat Martí Oliver.
tv sIp 119, València, 2016, p. 365-377.
El Peñón de la Zorra (Villena, Alicante) y la caracterización
del Campaniforme (2400-2100 cal AC) en el Alto Vinalopó
Gabriel García atiénzar
resumen
En este trabajo se presentan los primeros resultados de las recientes excavaciones emprendidas en el yacimiento del Peñón
de la Zorra (Villena, Alicante), centrándonos en su fase campaniforme. Los nuevos datos aportados permiten profundizar en
el patrón de ocupación durante este momento y abordar la cuestión de la dualidad de asentamientos –en llano y en altura– así
como otros temas relacionados con la complejidad social.
palabras clave:
Campaniforme, Calcolítico, Alto Vinalopó, complejidad social, patrón de asentamiento.
abstract
The Peñon de la Zorra (Villena, Alicante) and the characterization of Bell Beakers (2400-2100 cal BC) in Alto Vinalopó.
In this paper we present the results of recent excavations undertaken at the site of the Peñón de la Zorra (Villena, Alicante),
focusing on its Bell-Beaker phase. New data allow to analyze the models of land occupation during this time and address the
issue of dual settlement pattern –in plain and height– and other subjects related to social complexity.
keywords:
Bell Beaker, Chalcolithic, Alto Vinalopó, social complexity, settlement pattern.
Bajo el título “Los poblados coronan las montañas: los inicios de la investigación valenciana sobre la Edad del Bronce” publicaba Bernat Martí Oliver (2001) su aportación al
catálogo de la exposición …Y acumularon tesoros. Mil años
de Historia en nuestras tierras, en la que se hacía eco de las
primeras andaduras de la arqueología prehistórica valenciana, especialmente de aquélla centrada en el II milenio cal
AC. Dentro de la siempre exquisita minuciosidad que caracterizan los trabajos del Doctor Martí Oliver, cabe reseñar la
mención hecha a la visita que I. Ballester hiciera en 1909
al yacimiento de Castellet del Porquet (l’Olleria, Valencia).
Las posteriores excavaciones que Ballester (1937) realizó en
este asentamiento y la visita a otros yacimientos similares
de la zona marcan un hito en la Prehistoria valenciana, al
considerarse a partir de entonces la existencia de poblados en
altura propios de la Edad del Bronce (Gil-Mascarell, 1995:
64; Martí, 2001: 130; 2004: 15). Desde aquel momento, el
emplazamiento en altura ha sido una de las características
que tradicionalmente se ha empleado para definir a las sociedades de la Edad del Bronce, más incluso que la propia
materia prima que da nombre al periodo (Tarradell, 1969).
Años más tarde, en la primera síntesis para el Campaniforme valenciano (Bernabeu, 1984), se apunta a esta misma característica como uno de los elementos definidores de este periodo,
aunque compartido con la continuidad de los asentamientos en
llano propios de momentos anteriores. Este rasgo, junto con la
aparición de la cerámica decorada campaniforme y la generalización de determinados productos elaborados sobre materias
primas exógenas –fundamentalmente cobre–, ha servido para
definir el Campaniforme en las tierras valencianas (Lerma,
1981; Bernabeu, 1984; Hernández Pérez, 1994; Juan-Cabanilles, 2005). Por otro lado, el emplazamiento en altura de algunos
poblados con campaniforme también sirvió, junto a otros indicadores, para establecer este periodo como base para el posterior desarrollo de la Edad del Bronce (Bernabeu, 1984: 112),
extremo matizado por otros investigadores quienes desligan el
origen del “Bronce valenciano” del fenómeno campaniforme en
las cuencas del Júcar, Albaida y Serpis (López Padilla, 2006), al
considerar a éste como un epílogo del Neolítico final.
En relación con esto último, el conjunto de yacimientos del
Peñón de la Zorra ha jugado un interesante papel desde que
J. M.ª Soler publicase los resultados de su excavación (Soler
365
[page-n-2]
G. García Atiénzar
García, 1981). El escueto lote de materiales publicados, la referencia a estructuras “defensivas” observadas en la ladera y la
relación directa entre este yacimiento y las cavidades de inhumación localizadas en ambos farallones, sirvieron para que este
asentamiento se convirtiera en modelo de poblado campaniforme en altura y fortificado (Bernabeu, 1984; Jover et al., 1995;
Hernández Pérez, 2003; Juan-Cabanilles, 2005). Sin embargo,
las excavaciones emprendidas en 2011 han revelado la existencia de una secuencia estratigráfica realmente compleja que abarca desde ca. 2400 cal AC hasta ca. 1800 (1700?) cal AC y en
la que se apuntan, matizan y refutan algunas de las propuestas
que se han esbozado para este yacimiento en particular, y para
el Campaniforme en general.
1. NEOLÍTICO FINAL, CAMPANIFORME
Y EL PROCESO DE COMPLEJIZACIÓN SOCIAL
El ajuar campaniforme –armas de cobre, adornos de oro y
marfil, vajilla decorada, etc.– supone la conjunción de diferentes elementos de prestigio compartidos por determinados
individuos y asumidos como tales por el conjunto de la comunidad (Sherratt, 1987; Garrido, 2000, 2006). En diferentes
contextos peninsulares, se ha entendido que la emergencia
de estas élites sociales se desarrolla a partir del monopolio
de la producción de determinados productos, así como del
control de las rutas de intercambio (Kunst, 1998; Delibes y
del Val, 2007-2008). Uno de los principales contextos arqueológicos asociados a esta nueva realidad social serían
las primeras inhumaciones individuales, sin obviar la posibilidad de que algunos individuos destacados pudiesen haber
recibido un tratamiento diferenciado en sepulcros colectivos
–en cuevas naturales o artificiales y en megalitos– (Rojo et
al., 2005; Bueno et al., 2007-2008). La amortización en estas tumbas de determinados bienes de prestigio elaborados
sobre materias primas exóticas (oro, marfil, etc.) o tecnologías novedosas (metalurgia del cobre, orfebrería, etc.) podría
interpretarse como indicador de incipientes procesos de disimetrías sociales en el seno de determinadas comunidades a
lo largo de los siglos centrales del III milenio cal AC. Esta
imagen queda bien evidenciada en distintos yacimientos del
interior peninsular (por citar algunos ejemplos de reciente
excavación, podrían destacarse Camino de las Yeseras, Humanejos o La Magdalena –Blasco y Ríos, 2010; Liesau y
Blasco, 2011-2012–), o del área portuguesa (Kunst, 1998).
En el Levante peninsular resulta complejo inferir este tipo
de manifestaciones por diversos factores, principalmente por
la perduración del fenómeno de inhumación múltiple en cueva característico del Neolítico final/Calcolítico (Soler Díaz,
2002), aunque sí se han determinado enterramientos de carácter individual en áreas de poblados (La Vital, Villa Filomena, Lloma de l’Atarcó, Arenal de la Costa). La singularidad de estos hallazgos y la vinculación con ajuares cerámicos
campaniformes los convierten en el reflejo de la existencia de
individuos con ciertas prerrogativas, aunque no podemos olvidar que rituales similares se vienen documentando desde el
V milenio cal AC en yacimientos como Tossal de les Basses,
Costamar, Camí de Missena, etc. (Bernabeu, 2010; García
Puchol et al., 2013), aunque sin la amortización de productos
de alto valor social.
366
Por otro lado, algunas de las premisas que apuntábamos
como bases sustentadoras de las élites campaniformes no se observan en el registro de la región aquí analizada –cuenca alta
del Vinalopó– ya que carece tanto de vetas de cobre como de
otros recursos minerales –p. ej. cinabrio1–. Sin embargo, en determinados contextos –hábitat y funerarios– sí se determina la
presencia del llamado paquete campaniforme, hecho equiparado a la existencia de esas élites emergentes. Cabría preguntarse, entonces, cuáles fueron las bases sobre las que se apoyó la
emergencia social en un ámbito carente de determinadas materias primas o recursos. En este sentido, algunos indicios podrían
estar apuntando a que fueron los procesos de intensificación
productiva, fundamentalmente agropecuaria, los que llevarían
hacia el desarrollo de una mayor complejidad en las comunidades del Neolítico final/Calcolítico (ca. 3500-2500 cal AC).
En este trabajo pretendemos profundizar en la caracterización de estos emergentes procesos de diferenciación social a
partir del análisis de varios indicadores arqueológicos, especialmente los patrones de ocupación del territorio en un área concreta en tanto consideramos que las transformaciones observadas en este espacio a lo largo de la segunda mitad del III milenio
cal AC pueden relacionarse con nuevas formas de organización
social tendentes hacia la desigualdad.
2. 3500-2500 CAL AC: INTENSIFICACIÓN
PRODUCTIVA Y PATRÓN DE ASENTAMIENTO
Entre el IV y los primeros siglos del III milenio cal AC se define
en el Levante de la península Ibérica un patrón de asentamiento
caracterizado por una intensa ocupación de los fondos de valle
y cursos de ríos y ramblas. En la mayor parte de los casos, las
excavaciones efectuadas han deparado el hallazgo de concentraciones de estructuras negativas destinadas al almacenamiento o
conservación de alimentos, hecho que se ha asociado con procesos de intensificación productiva (López Padilla, 2006; Jover
et al., 2012) e incluso con el desarrollo de fenómenos cíclicos
de concentración de poder (Bernabeu et al., 2006; Pérez Jordà et
al., 2011). Otros indicadores de este proceso de intensificación
serían la especialización agraria en torno a determinados tipos
de cereales (Pérez Jordà, 2005) o el empleo de la fuerza motriz
de bóvidos para el arrastre de arados que supondría un efecto
multiplicador al permitir cultivar mayores extensiones de terreno (Pérez Ripoll, 1999).
En muchos de estos yacimientos se han detectado construcciones de carácter doméstico, algunas con una extraordinaria
perduración en el tiempo, a las que se vinculan áreas de actividad. Estos asentamientos –aldeas– se emplazan en torno a áreas
endorreicas o fondos de valle, cerca de las tierras de mejor calidad para uso agrícola y próximos a espacios lagunares o cursos
de agua donde los recursos naturales debieron ser abundantes
(García Atiénzar, 2009; Jover et al., 2012). Estas evidencias,
unidas a la existencia de fosos que delimitarían el área ocupada
y la larga secuencia cronológica de algunos de ellos –Les Jo-
1
La sal, como recurso explotable por las comunidades prehistóricas
del Alto Vinalopó, no encuentra evidencias arqueológicas, aunque se
ha apuntado su posible explotación y uso en relación al yacimiento
de Cabezo Redondo y el Bronce Tardío/Final (Mederos, 1999).
[page-n-3]
El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
vades en Cocentaina o El Prado de Jumilla son buen ejemplo
con más de 500 años de ocupación (Pascual Benito, 2003; Jover
et al., 2012)–, evidencian la definitiva fijación territorial de las
comunidades neolíticas.
La constitución de este patrón de asentamiento se podría
explicar desde el progresivo aumento poblacional de las sociedades neolíticas y el afianzamiento de las relaciones intrasociales (Martí, 1983; García Atiénzar, 2009), pero también puede analizarse desde las relaciones intersociales que establecieron con las poblaciones del Sureste peninsular, en especial,
con las situadas al sur de la cuenca del Segura (López Padilla,
2006). En este último territorio, y una vez que las comunidades neolíticas se consolidaron demográfica y territorialmente,
los procesos de intensificación productiva empezaron a desarrollarse en la primera mitad del IV milenio cal AC gracias
a la mayor variedad de recursos litológicos, la diversidad en
la capacidad productiva de los suelos y la exclusividad en el
acceso a afloramientos metalíferos. A partir de aquí, los grupos
dirigentes emergentes intensificaron la obtención, producción
e intercambio de materias primas y productos hacia territorios
vecinos, desarrollándose relaciones de complementariedad y
dependencia social entre grupos (Jover et al., 2012).
De este modo, se constituyó en el Sureste una estructura política, que antropológicamente respondería a entidades de tipo
tribal jerárquico (Sarmiento, 1992), reconocida como el grupo
arqueológico de Los Millares. La expansión de este grupo se vería apoyada en un desigual grado de conocimiento técnico y de
aprovechamiento de recursos, especialmente los metalúrgicos.
En este entramado social, la redistribución de bienes y el control
de la fuerza de trabajo se materializaría en la creación de aldeas
de gran tamaño como Los Millares (Molina y Cámara, 2005) o
la ubicada bajo el casco urbano de Lorca (López Padilla, 2006).
Por el contrario, los territorios situados entre las cuencas
de los ríos Segura y Júcar no son espacios con recursos diferenciados, sino que en todos ellos se dan litologías similares y
ausencia total de vetas metalíferas. En estos territorios se pudieron dar crecimientos demográficos de cierta entidad allí donde
convergían dos importantes condiciones: buenas y amplias extensiones de tierras que permitieran la obtención de suficientes
recursos alimenticios y puntos de comunicación entre cuencas o
entre territorios desde donde controlar y redistribuir las materias
primas y productos procedentes de distintos puntos (Jover et al.,
2012). Todo parece indicar que no se desarrollaron mecanismos
de control social ni entre los distintos ámbitos territoriales ni
en el seno de cada grupo ya que los recursos necesarios para
la reproducción y mantenimiento de cada unidad productiva se
podían conseguir fácilmente en cada cuenca de forma independiente. No obstante, conforme determinados productos –cobre,
marfil, rocas silíceas y metamórficas– adquirieron mayor importancia en la articulación de las relaciones inter e intrasociales
y los vínculos con los territorios meridionales se consolidaron,
se fueron acentuando los mecanismos de control de la distribución de los mismos. De este modo, surgió la delimitación
de territorios entre comunidades –bien reflejada a través de las
manifestaciones funerarias colectivas (Soler Díaz, 2002; García
y de Miguel, 2009)– y el inicio del proceso de transformación
desde los principios de reciprocidad, que hasta el momento habían sido dominantes entre las comunidades neolíticas, hacia
la redistribución asimétrica con la apropiación del trabajo de
unos linajes sobre otros. Así, y aunque los recursos existentes
en cada territorio siguieron siendo de propiedad comunal, los
productos resultantes ya no lo eran, convirtiéndose el control de
la fuerza de trabajo en el elemento clave para el desarrollo de la
desigualdad entre linajes, ya que la organización de determinados procesos productivos y las capacidades de decisión política
quedaron al alcance de los grupos de filiación con mayor fuerza
de trabajo disponible.
La ampliación y consolidación de estas redes sociales, especialmente patentes desde la primera mitad del III milenio cal
AC, derivaría en la aparición de cambios en las dinámicas sociales que pueden inferirse a partir de las siguientes evidencias
arqueológicas:
- Un mayor control territorial de estos lugares de intercambio y transmisión, siendo buen indicador la ocupación de puntos
elevados.
- La mayor presencia de productos metálicos.
- La presencia de evidencias funerarias en los entornos de
las áreas de poblado, tanto en asentamientos al aire libre como
en grietas asociadas a los primeros asentamientos en altura.
Un análisis detallado de este fenómeno permite observar que
este proceso presenta un marcado gradiente cronológico y espacial (López Padilla, 2006; Bernabeu y Molina, 2011; Jover et al.,
2012; García Atiénzar et al., e.p.). Así, para las tierras próximas a
las cuencas de los ríos Segura y Mundo (fig. 1) estas evidencias
aparecen en los primeros siglos del III milenio cal AC (Lomba,
1996; López Padilla, 2006), habiéndose observado la presencia
de yacimientos calcolíticos en altura, con productos metálicos y
con arquitectura doméstica circular en la cuenca del Mundo (García Atiénzar et al., e.p.) y en el Altiplano de Jumilla (Hernández
Carrión, 2015). Por otra parte, en las tierras asociadas a la cuenca
del Vinalopó, la documentación de estos indicadores se concreta
a partir de la segunda mitad del milenio, asociándose en muchas
Fig. 1. Área de estudio y localización de los principales yacimientos
citados en el texto. Aldeas: 1. Ereta del Pedregal; 2. Quintaret; 3.
La Vital; 4. Arenal de la Costa; 5. Molí Roig; 6. Casa de Lara;
7. El Prado; 8. Terrazas del Pantano. Asentamientos en altura: a.
Mola d’Agres; b. La Serrella, c. Peñón de la Zorra; d. Puntal de los
Carniceros; e. El Monastil; f. Herrada del Tollo; g. Tabayá; h. Les
Moreres.
367
[page-n-4]
G. García Atiénzar
ocasiones a la aparición de la cerámica campaniforme (López Padilla, 2006), mientras que la metalurgia pudo haber precedido a
este tipo cerámico (Simón, 1998). Este gradiente permite defender la idea de una expansión en sentido sur-norte de estas transformaciones, aunque no puede obviarse la existencia de otros
procesos que pudieron seguir otras vías y otros ritmos si se toma
en consideración la prematura aparición de actividad metalúrgica en la desembocadura del Serpis (Bernabeu y Molina, 2011:
277) o la existencia de asentamientos en altura con estructuras
defensivas en la cuenca media del Turia –Puntal sobre la Rambla
Castellarda– (Aparicio et al., 1977).
N
Peñón de la Zorra
Puntal de los Carniceros
3. LA CUBETA DE VILLENA EN EL CAMPANIFORME
La ocupación humana de la cubeta de Villena se remonta al Paleolítico medio. Desde los inicios del Holoceno, este territorio
se define por la existencia de extensas lagunas salobres que se
constituyeron en una reserva ecológica y en un punto de atracción para las poblaciones humanas. De hecho, el entorno de la
Laguna de Villena se convirtió en un espacio ocupado de forma
casi ininterrumpida desde el Epipaleolítico (Soler García, 1976;
Fernández et al., 2013).
Hacia finales del Neolítico, se documentan varios yacimientos que, si bien no han sido excavados en extensión y su registro es limitado, podrían interpretarse como asentamientos tipo
aldea que muestran algunas de las características advertidas en
el epígrafe anterior. De este modo, en la cubeta de Villena se reconocen varios yacimientos que plasmarían el proceso de intensificación económica (Casa de Lara y La Macolla), así como los
cambios de patrón de asentamiento que permiten inferir, cuanto
menos, un cambio en las formas de organización social.
Entre los yacimientos cuya ocupación se inicia en momentos anteriores al Campaniforme (fig. 2) debe destacarse el de
Casa de Lara. Se trata de un extenso asentamiento situado en el
perímetro de una antigua laguna salobre cuya ocupación se inicia en el Epipaleolítico (Soler García, 1961; Fernández, 1999;
Fernández et al., 2013). De este yacimiento cabe destacar el hallazgo de varios productos metálicos –puñal de lengüeta y hoja
romboidal– que tipológica y tecnológicamente podrían adscribirse al Campaniforme2 (Simón, 1998), aunque la ausencia de
contexto estratigráfico impide valorar correctamente estos hallazgos (fig. 3). Este asentamiento mostraría así la continuidad
poblacional entre el Neolítico final y el Campaniforme, característica que también se observa en otros yacimientos ubicados
en cuencas limítrofes: El Prado de Jumilla (Jover et al., 2012),
Quintaret en Montesa (García Puchol et al., 2014), Molí Roig en
Banyeres (Pascual y Ribera, 2004), Ereta del Pedregal en Navarrés (Juan-Cabanilles, 1994), Promontori d’Elx (Ramos Fernández, 1981) o La Vital en Gandía (Pérez Jordà et al., 2011).
Asociados también a materiales campaniformes, aparecen
los primeros poblados en altura sin que en ninguno de ellos se
observen evidencias de ocupación previa. El Puntal de los Carniceros (Soler García, 1981; Jover y de Miguel, 2002) se ubica
sobre una meseta elevada unos 60 m sobre el llano circundante.
2
En el cercano yacimiento de Casa Corona se han documentado algunos fragmentos con decoración campaniforme (M.A. Esquembre, comunicación personal).
368
Casa de Lara
Fig. 2. Localización de los yacimientos campaniformes en Villena.
Fig. 3. Objetos metálicos procedentes de Casa de Lara (Simón,
1998: fig. 59).
Desde este emplazamiento se tiene un excelente control visual
sobre el acceso al corredor de Almansa, paso que conecta la
costa mediterránea y la Meseta a través del valle del Vinalopó, y
sobre el valle de Beneixama, pasillo natural que permite acceder
desde Villena hacia la costa a través del valle del Serpis. Arquitectónicamente, se caracteriza por estar delimitado por muros
de mampostería en tres de sus lados –Norte, Este y Sur– y por
[page-n-5]
El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
un fuerte escarpe en la ladera Oeste, definiéndose un recinto
de planta rectangular de unos 3500 m2. La notable inversión
de trabajo realizada en esta obra queda también reflejada en el
muro que cierra el lado septentrional, el cual presenta un grosor
superior a los 3 metros en algunos tramos, hasta cinco hiladas
de mampuestos de mediano tamaño dispuestas de paralelo y un
desarrollo superior a los 90 m (fig. 4). La información estratigráfica se limita a un sondeo realizado en la década de los años
1960 en el que no se documentaron estructuras, aunque sí varios
fragmentos campaniformes de estilo inciso.
El yacimiento que más información ofrece es el del Peñón
de la Zorra (Soler García, 1981; Jover y de Miguel, 2002; García
Atiénzar, 2014). Se trata de un asentamiento ubicado en un espolón rocoso de forma triangular, concentrándose las evidencias
campaniformes en el extremo más elevado, situado a 100 m de
altura con respeto al fondo del valle. En superficie se observan
cuatro líneas de muros de entre 1 y 1,50 m de ancho, paralelas
a las curvas de nivel, que delimitan un área superior a los 5.000
m2 y que se encuentran separadas entre sí por una distancia que
oscila entre los 50 m para las dos primeras líneas y 20 m para
las dos situadas en la parte más elevada, que delimitan el área
con relleno arqueológico –cerca de 900 m2– (fig. 5). En algunos
de estos muros se han documentado prolongaciones en paralelo a los escarpes que podrían interpretarse como un sistema de
circulación a modo de pasillo entre los espacios construidos y
los farallones.
Las excavaciones emprendidas en 2011 (García Atiénzar,
2014) han permitido reconocer en la Terraza Superior3 varias
construcciones de mampostería que pueden definirse como
unidades habitacionales, además de una estructura maciza de
tendencia circular construida con bloques de mampostería de
gran tamaño que se levanta sobre una triple plataforma escalonada de idénticas características técnicas. Su morfología, su
disposición como eje de articulación del resto de construcciones, la cantidad de derrumbe que se documentó y su posición
sobreelevada permiten interpretarla como un punto de observación desde el cual se podría controlar el espacio circundante, especialmente el valle de Beneixama, principal vía natural
que conecta esta región y la Meseta con la costa a través del
corredor Albaida-Serpis.
Las distintas relaciones estratigráficas permiten proponer
hasta 4 episodios constructivos. El primero viene definido por
un único espacio (UH5) de planta trapezoidal y una superficie
de unos 25 m2 delimitado por paramentos de mampostería de
mediano/gran calibre. Este espacio se encuentra adosado a la estructura sobreelevada, lo que situaría a ambas en los momentos
más antiguos del asentamiento. Interiormente se definió un pequeño banco de mampostería adosado a una de sus paredes, un
suelo formado por grandes lajas de piedra y tierra apisonada y
una estructura de combustión que se documentó totalmente desmantelada. En este nivel de uso –datado a partir de una semilla
de trigo en ca. 2480-2280 cal AC; 3900±40BP– se evidenció un
conjunto de materiales arqueológicos dentro de los cuales cabe
destacar la presencia de un mínimo de trece recipientes cerámicos con decoración campaniforme que, por sus características
3
Esta zona ocupa un área de 380 m2, de la cual se ha excavado hasta
la base estratigráfica el 70%.
Fig. 4. Puntal de los Carniceros. Localización del asentamiento y
planimetría del muro de mampostería de cierre.
Fig. 5. Peñón de la Zorra. Localización del asentamiento –con
indicación de las estructuras de delimitación– y de las cuevas de
enterramiento.
369
[page-n-6]
G. García Atiénzar
Fig. 6. Peñón de la
Zorra. Registro cerámico
campaniforme procedente
de la UH5.
estilísticas –se combinan la incisión con la impresión de puntos
y la pseudo-excisión, así como una disposición de los motivos
en franjas horizontales alternas, observándose también franjas
verticales convergentes hacia la base de los recipientes–, podría
adscribirse adscribir a lo que Bernabeu (1984: 92) definió como
estilo clásico tardío. Dentro de esta vajilla, se documentaron las
tres formas típicas del ajuar cerámico campaniforme: el vaso
con perfil en S, la cazuela y el cuenco semiesférico (fig. 6). El
resto del conjunto material lo conforman otros vasos sin decoración de pequeño y medio tamaño, una espátula de hueso, una
concha perforada de Cerastoderma, algunas lascas de sílex y
varios percutores y molederas.
Estas construcciones debieron de estar en uso hasta ca.
2100 cal AC, momento en el cual se observa una fuerte transformación de la trama constructiva de la Terraza Superior y el
abandono de la Unidad Habitacional 5. Durante la segunda y
tercera fase se construye el muro transversal –que Soler definió
como lienzo de muralla– que conecta ambos bordes del espolón
y que sirve a su vez de muro de aterrazamiento, al tiempo que
va a seguir en funcionamiento el muro meridional de la UH 5
que presenta varias refacciones. Uniendo estos dos muros –que
delimitan un espacio de unos 180 m2–, se construye una línea
perpendicular de idéntica factura y que también apoyan sobre la
base geológica del cerro. A partir de estos ejes se construyen es-
Fig. 7. Peñón de la Zorra. Planimetría del yacimiento e indicación de las fases constructivas documentadas.
370
[page-n-7]
El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
pacios de planta rectangular caracterizados por la presencia de
pavimentos de barro endurecido a los que se asocian estructuras
de combustión. Aunque el estado de conservación es parcial –la
erosión afecta a los muros de cierre próximos a la ladera oriental y varias estructuras quedan amortizadas por la construcción
de otras asociadas a Fase IV– podrían definirse como espacios
domésticos cuya superficie útil oscilaría entre los 25 y los 35 m2.
La construcción de este segundo momento se sitúa en el último
siglo del III milenio cal AC (3680±30BP: 2142-1964 cal AC) y
se define por la perduración de la cerámica campaniforme, aunque su presencia es testimonial si se compara con el momento
anterior y tiende a concentrarse en los niveles fundacionales. La
Fase III viene determinada por la construcción de nuevos suelos
de ocupación –observables en dos de los tres espacios excavados–, aunque ello no supone la modificación de los muros de
la Fase II (fig. 7). Si bien nunca se ha intervenido, en la terraza
inmediatamente inferior –de unos 400 m2– en este momento pudieron disponerse espacios constructivos semejantes si se toman
en consideración los lienzos de muro que se observan en superficie y en los perfiles dejados por la erosión lateral.
Por encima, y posiblemente tras un lapso de abandono, se
documenta una última fase constructiva en la que no se han documentado suelos de ocupación a causa de la erosión superficial
y la fuerte actividad vegetal y en la que, a grandes rasgos, se
observa una reducción de los espacios –fenómeno también documentado para la Fase II de Terlinques (Jover et al., 2014)– y
la total desaparición de la cerámica campaniforme.
4. LA EMERGENCIA DE LAS ÉLITES SOCIALES
CAMPANIFORMES EN EL ALTO VINALOPÓ
Tradicionalmente, los hallazgos campaniformes de Villena han
sido interpretados como el paradigma de la emergencia de las
élites sociales (Soler García, 1981; Bernabeu, 1984). Esta inferencia se realizaba fundamentalmente a partir de las evidencias
funerarias del Peñón de la Zorra, especialmente las documentadas en la Cueva Oriental. Esta cavidad, junto a la ubicada en
la vertiente occidental, excavadas ambas por J. M.ª Soler en la
primavera de 1964, fueron publicadas como evidencias de sendos enterramientos individuales asociados a ajuares metálicos
campaniformes –puñal de lengüeta y las dos puntas de Palmela
descubiertas en la Cueva Oriental– (Soler García, 1981) (fig.
8). La revisión posterior de los restos antropológicos permitió
concretar que el número de inhumados era mayor, seis para la
Cueva Oriental y dos para la Occidental (Jover y de Miguel,
2002). De este modo, lo que había sido interpretado como ejemplo de enterramientos individuales campaniformes, se convertía
en enterramientos colectivos que, en cierta medida, mantenían
las tradiciones funerarias propias del Neolítico final. No obstante, determinadas características suponen una novedad con respecto a las prácticas funerarias previas ya que, por primera vez,
se documentan enterramientos vinculados a poblados en altura,
hecho que también se ha determinado en asentamientos campaniformes en llano (Bernabeu, 2010; Pérez Jordà et al., 2011; Soler Díaz, 2013). Por otra parte, el número de inhumados es bajo
si se compara con el observado en las cuevas de enterramiento
múltiple (Soler Díaz, 2002). Por último, se amortiza armamento
metálico como parte del ajuar funerario, aunque hay evidencias
de ajuares metálicos en momentos inmediatamente anteriores
Fig. 8. Ajuares metálicos documentados en la Cueva Oriental del
Peñón de la Zorra (Simón, 1998: fig. 58).
(Pérez Jordà et al., 2011). También cabe destacar el hallazgo de
dos aretes de plata, uno en cada cavidad, hecho que había sido
interpretado por algunos autores como un signo de modernidad
que permitía entroncar el uso fúnebre de las cavidades con los
inicios de la Edad del Bronce (Bernabeu, 1984; Simón, 1998).
En este sentido, la datación de uno de los individuos de la Cueva Oriental indica que éste debió ser enterrado en momentos
avanzados de la Edad del Bronce (MAMS-19108 3357±22 BP:
1736-1611 cal AC), pudiendo haber coincidido con el momento
final de ocupación del poblado –Fase IV– y resultando coherente con la presencia de plata (Lull et al., 2014). Por lo tanto, y dado el dilatado uso funerario que pudieron tener estas
cavidades, consideramos que estas evidencias no son las más
idóneas para abordar la explicación del proceso de emergencia
de liderazgos sociales en tanto en cuanto pueden responder a
procesos de larga duración o afectar a diferentes grupos sociales
con distintos niveles de organización social.
Creemos que el análisis de los patrones de asentamiento, así
como de algunas de las características arquitectónicas descritas
anteriormente, pueden ser buenos indicadores para analizar este
proceso. Sin embargo, cualquier análisis que sobre el patrón de
ocupación del territorio quiera realizarse debe partir de dos preguntas fundamentales: ¿son los asentamientos con campaniforme –en llano y en altura– contemporáneos? o, por el contrario,
¿el abandono de los primeros supone la inauguración de los situados en puntos elevados? Son varias las regiones situadas en
371
[page-n-8]
G. García Atiénzar
el entorno de Villena en las que se observa la existencia de yacimientos en llano y en alto con materiales campaniformes. En
todas ellas, el modelo de asentamiento en altura va a perdurar
durante el II milenio cal AC, mientras que ocupaciones emplazadas en los fondos de los valles nunca se han documentado más
allá de este límite cronológico.
En este sentido, podemos destacar los casos de la cubeta
de Jumilla, donde se han observado materiales cerámicos campaniformes en el asentamiento en llanura de El Prado (Jover
et al., 2012) y objetos metálicos de tipología campaniforme en
Coimbra del Barranco Ancho (Simón et al., 1999; Hernández
Carrión, 2015); del Medio Vinalopó, donde se documentaron
cerámicas campaniformes en el asentamiento en llano de Terrazas del Pantano y también en el enclave elevado de El Monastil
(Segura y Jover, 1997); o el de Banyeres de Mariola, donde se
recuperaron cerámicas campaniformes tanto en el asentamiento
en llano de Molí Roig como en el elevado de La Serrella (Pascual y Ribera, 2004; Pascual Beneyto, 2015). Este binomio, por
el contrario, no se documenta en el área del Bajo Segura donde
el campaniforme aparece en la base estratigráfica de yacimientos argáricos como Tabayá de Aspe (Hernández Pérez, 1997),
Laderas del Castillo de Callosa y San Antón de Orihuela (López
y Jover, 2014: 396). En este territorio también cabe destacar el
caso de Les Moreres (Crevillent), asentamiento en altura y con
un cierre a modo de pequeña muralla similar a la del Puntal de
los Carniceros, cuya primera ocupación arrancaría en el Campaniforme (González y Ruiz, 1991-1992).
Por el contrario, en el territorio comprendido entre la cuenca
del Serpis y la cuenca del Júcar, los contextos de hábitat campaniformes se circunscriben mayoritariamente a asentamientos
en llano, algunos con una larga secuencia de ocupación como
Ereta del Pedregal (Juan-Cabanilles, 1994), aunque existen materiales campaniformes localizados en altura en yacimientos
como Mola d’Agres (Gil-Mascarell, 1981: 89), Puntal sobre la
Rambla Castellarda de Llíria (Aparicio et al., 1977) o Tossal del
Castell de la Vilavella (Castellón) (Juan-Cabanilles, 2005: 398;
Gusi y Luján, 2012: 36).
Son pocos los yacimientos excavados hasta la fecha –y menos aún los asociados a contextos de hábitat–, aunque las escasas dataciones disponibles apuntan a la presencia de materiales
campaniformes en yacimientos situados en el fondo de los valles desde ca. 2500 cal AC (fig. 9). Estas evidencias aparecen
asociadas a asentamientos que venían siendo ocupados desde
la primera mitad del III milenio cal AC como Quintaret, Ereta
del Pedregal, El Prado, Casa de Lara o La Vital. Por otra parte,
una de las primeras evidencias de ocupación campaniforme en
altura sería el nivel de uso de la UH 5 del Peñón de la Zorra que
presenta una fecha algo más tardía, situándose a partir de ca.
2400-2300 cal AC. Esta datación, que podría ser compartida por
el Puntal de los Carniceros dadas las similitudes observadas tanto en las características constructivas y de emplazamiento como
de registro material, resulta próxima a la obtenida –sin que se
haya especificado el contexto– para la Mola d’Agres: 3790±40
BP: 2401-2046 cal AC (Aguilera et al., 2012).
Debemos reconocer que las evidencias cronológicas son aún
demasiado exiguas como para aventurarse a realizar propuestas
firmes en torno a la contemporaneidad o no de estos dos modelos de asentamiento (tabla 1). La distancia radiocarbónica entre
las fechas que refieren a contextos en llano y la más antigua
372
Fig. 9. Dataciones radiocarbónicas de poblados precampaniformes
y campaniformes citados en el texto.
obtenida para el Peñón de la Zorra es de apenas un siglo, aunque
cabe tener presente que el contexto datado para este yacimiento
se asocia a un momento de uso/amortización y no de construcción. Por otra parte, cabe destacar también la propuesta realizada para el asentamiento en llano de La Vital, cuyo abandono
se situaría a partir de la llegada del Campaniforme (Bernabeu
y Molina, 2011: 276). Sin embargo, otros asentamientos como
Arenal de la Costa pudieron perdurar hasta el último siglo del
III milenio cal AC, coincidiendo su abandono con el inicio de la
Fase II de Peñón de la Zorra.
Así, con la documentación actualmente disponible, la coexistencia de ambos modelos resulta plausible, aunque este fenómeno debería analizarse en una escala más reducida, observándolo en cada una de las unidades geográficas, en tanto en cuanto
consideramos que los cambios advertidos siguieron diferentes
ritmos a lo largo de la franja existente entre las cuencas del Segura y el Turia. En cualquier caso, durante la última centuria del
III milenio cal AC se produciría, al menos en el ámbito del Alto
Vinalopó, pero probablemente también en el resto de la cuenca,
la progresiva concentración de parte de la población en asentamientos situados en puntos elevados.
[page-n-9]
El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas procedentes de poblados con contextos precampaniformes y campaniformes.
Contexto
Ref. lab.
Muestra
BP
Cal BC 2s (95,4%)
Bibliografía
Rambla Castellarda
Beta-327996
Hordeum vulgare
4180±40
Pérez Jordà, 2013
La Vital Silo 70
Beta-229794
Sus sp.
4180±40
Ereta del Pedregal
La Vital Casa 4
Beta-327998
Beta-229793
Triticum aestivum-durum 4150±30
4150±50
Bos taurus
La Vital Hogar 102
Beta-229792
Ovis aries
4100±50
El Prado UH3
Beta-293368
Ovicaprino
4090±40
La Vital Casa 8
Beta-229795
Sus domesticus
4070±50
La Vital Foso 115
AA-72170
Bos taurus
4045±52
La Vital Casa 5
Beta-222445
Ovis aries
4040±50
Quintaret
Beta-348075
Vicia Sativa
4010±30
La Vital Sepultura 3
Beta-222444
Hueso humano
4000±50
La Vital Sepultura 3
OxA-V-2360-15 Hueso humano
3946±28
La Vital Sepultura 10
Beta-229791
Hueso humano
3920±50
La Vital Casa 7
Beta-222446
Bos taurus
3920±40
Peñón Zorra UE 1010
Beta-332584
Triticum aestivum-durum 3900±40
Arenal de la Costa Silo Beta-4323
Carbón
3890±80
2891-2831 (22,1%)
2821-2631 (73,3%)
2891-2831 (22,1%)
2821-2631 (73,3%)
2880-2620
2881-2617 (90,6%)
2611-2581 (4,8%)
2873-2565 (90,6%)
2525-2496 (4,8%)
2866-2804 (19,3%)
2776-2562 (69,2%)
2535-2493 (6,9%)
2864-2806 (14,6%)
2760-2717 (7,2%)
2711-2474 (73,6%)
2859-2809 (9,5%)
2753-2721 (3,5%)
2702-2467 (82,5%)
2840-2814 (4,9%)
2677-2469 (90,5%)
2617-2611 (0,9%)
2581-2468 (94,5%)
2835-2817 (1,7%)
2667-2397 (90,5%)
2385-2346 (3,2%)
2566-2524 (14,1%)
2497-2344 (81,3%)
2568-2519 (7,2%)
2499-2281 (86%)
2250-2231 (1,8%)
2218-2214 (0,4%)
2561-2536 (3,2%)
2492-2290 (92,2%)
2481-2279 (92,7%)
2251-2230 (2,1%)
2220-2212 (0,6%)
2575-2140
La Vital Casa 7
Beta-222447
Bos taurus
3870±50
2472-2202
Pérez Jordà et al., 2011
La Vital Sepultura 11
Beta-222443
Hueso humano
3830±40
Pérez Jordà et al., 2011
Mola d’Agres
Beta-286988
Triticum aestivum-durum 3790±40
Arenal de la Costa
Peñón Zorra UE 1054
Beta-228894
Beta-409217
Hordeum sp.
Hordeum vulgare
2459-2196 (91,5%)
2170-2148 (3,9%)
2401-2383 (1,3%)
2348-2127 (89,7%)
2090-2046 (4,4%)
2203-1972
2190-2181 (1,2%)
2142-1965 (94,2%)
Así, durante buena parte de la segunda mitad del III milenio
cal AC, se habría desarrollado un modelo de poblamiento complementario, con poblados en llano con una vocación agropecuaria y
asentamientos en altura delimitados por muros y con un excelente
control visual sobre las tierras de labor y las vías de comunicación.
La fecha que podría marcar la definitiva ruptura de esta dualidad
poblacional se situaría en torno al 2100 cal AC con el desarrollo
en el ámbito del Alto Vinalopó de una importante reorganización
3700±40
3680±30
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà, 2013
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Jover et al., 2012)
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
García Puchol et al., 2014
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Pérez Jordà et al., 2011
Inédita
Pascual Beneyto et al., 1993
Aguilera et al., 2012
Pérez Jordà et al., 2011
Inédita
poblacional que supuso el abandono definitivo de los asentamientos en llano, la reordenación interna de los asentamientos en altura
y la constitución de otros de nueva planta como Terlinques, configurándose las bases de lo que conocemos como Edad del Bronce
(Jover y López, 2001: 296; Jover et al., 2014: 61). A partir de esta
fecha, los yacimientos en alto con materiales campaniformes continúan siendo ocupados, como es el caso del Peñón de la Zorra,
que perdura con seguridad hasta ca. 1800 cal AC.
373
[page-n-10]
G. García Atiénzar
5. ENTRE EL CALCOLÍTICO Y LA EDAD DEL
BRONCE: EL CAMPANIFORME COMO ESCENARIO
En los últimos años se ha generado un interesante debate historiográfico en torno al significado del Campaniforme en las
tierras valencianas, especialmente en el área meridional (Bernabeu, 1984; Bernabeu y Molina, 2011; López Padilla, 2006,
2011). Pese a las significativas discrepancias, buena parte de la
investigación ha asumido que muchas de las transformaciones
advertidas a lo largo de la segunda mitad del III milenio cal AC
estuvieron espoleadas por las relaciones socio-económicas que
se establecieron con el Sureste de la península Ibérica, además
de por el propio crecimiento demográfico que, en un momento
dado, debió llegar, e incluso superar, las limitaciones impuestas por el modelo agropecuario basado en aldeas dispersas. Sin
embargo, como se ha apuntado anteriormente, el calado de tales
transformaciones resultó ser distinto en cada territorio, especialmente en lo que afecta a los patrones de ocupación del territorio.
La presencia de asentamientos en altura, algunos delimitados o fortificados, es una constante en los territorios asociados
a la cuenca del Guadalentín durante la primera mitad del III milenio cal BC (Lomba, 1996; López Padilla, 2006), integrándose
éstos en el llamado grupo de Los Millares. Este modelo parece
extenderse más allá de la frontera del Segura, coincidiendo con
la presencia de los primeros recipientes campaniformes y encontrando buena representación en el Bajo Segura –Espeñetas,
Rincón–, siendo Les Moreres su manifestación más septentrional. De este modo, en torno al 2500 cal AC se habría producido
el nivel de máxima expansión geográfica de Los Millares, coincidiendo sus límites con el área caracterizada por la presencia
de vetas cupríferas (López Padilla, 2006).
Al norte de este espacio, y en torno a la fecha ca. 24002300 cal AC, van a observarse los primeros emplazamientos
en altura aunque, a partir de la información ofrecida por las
excavaciones del Peñón de la Zorra, más que de cambio en
el patrón de asentamiento debemos hablar de ampliación de
los sistemas de ocupación. Esta nueva realidad ocupacional
podría explicarse desde la óptima de la intensificación de las
relaciones socio-económicas que con el área del Sureste, desarrollándose asentamientos en altura desde los cuales no sólo se
dominarían las tierras de labor circundantes, sino también las
principales vías de paso entre las distintas unidades geográficas por las que circulaban materias primas y productos de alto
valor social (fig. 10). Es precisamente en estos asentamientos
donde se observa una enorme inversión laboral en la construcción y mantenimiento de los sistemas de delimitación y donde
se concentran parte de estos productos en modo de vasos decorados. Esta transformación no sólo indica una nueva forma
de asentamiento, sino que también hace referencia a un modelo
distinto de organización social ya que supone la concentración
de población en un espacio reducido y destacado, sistema distinto al observado en el Neolítico final –incluso en las fases iniciales del Campaniforme– en el cual se observaba la existencia
de aldeas conformadas por unas pocas unidades habitaciones
que se encontraban dispersas a lo largo de las mejores tierras de
labor o en torno a zonas lacustres o vegas de ríos.
Fig. 10. Visibilidad acumulada desde el Peñón de la Zorra y el Puntal de los Carniceros.
374
[page-n-11]
El Peñón de la Zorra y la caracterización del Campaniforme en el Alto Vinalopó
El registro material asociado a la UH 5 del Peñón de la Zorra revelaría la existencia de diferentes actividades de producción y consumo por lo que puede inferirse la presencia de un
grupo doméstico o linaje. La interpretación de este contexto se
antoja compleja aunque, tomando en consideración su posición
dominante sobre el territorio, el linaje que ocupó el Peñón de la
Zorra en su Fase I pudo ejercer un papel destacado en cuanto al
control, producción y redistribución de determinados bienes hacia el resto de linajes que seguían ocupando el llano. En el territorio próximo al Peñón de la Zorra, además de los asentamiento
de Casa de Lara o Puntal de los Carniceros –para los cuales
no hay excavaciones en extensión–, destaca el asentamiento de
Arenal de la Costa que ocupa una extensión de 6 ha delimitada
por un doble foso concéntrico (Bernabeu et al., 2012) y en cuyo
interior se documentaron varios silos que parecen distribuirse
de forma exponencial (Bernabeu et al., 2006). Estas evidencias
apuntan hacia un proceso de concentración de la población en
asentamientos agregados y delimitados, transformaciones que
podrían explicarse desde la óptica del progresivo incremento
poblacional y la necesidad de superar las contradicciones que
ello supondría. En este momento no se observan mejoras ni en
los medios de producción –a excepción de la aparición de los
dientes de hoz– ni en las técnicas agrícolas, con lo que la única
forma de aumentar la capacidad productiva necesaria para cubrir las necesidades alimenticias y para obtener determinados
productos con un alto valor social sería una reorganización de
la producción a través de la agrupación de fuerza de trabajo
y de los medios de producción. Este mayor nivel de integración social se advertiría a partir de la constatación de trabajos comunales no relacionados con la economía subsistencial,
como serían los muros/fosos de delimitación de los poblados
o la estructura sobreelevada del Peñón de la Zorra. En cualquier caso, lo que evidencian estos indicadores es la superación
de la unidad doméstica tribal como forma básica de organización social –caracterizada por la reciprocidad solidaria entre
sus miembros– y la aparición de linajes con mayor capacidad
de decisión y organización. Estos grupos, cuyo principal papel
pudo estar relacionado con la gestión de la producción agropecuaria o la organización de otras tareas no productivas –como
sería el control de las redes de intercambio a su paso por el Alto
Vinalopó–, se distinguirán por la ostentación y amortización de
productos metálicos, especialmente en forma de armamento, y
la vajilla campaniforme. Por otra parte, ratificarían su preeminencia con respecto al resto de la comunidad, vinculando sus
sepulturas a los espacios domésticos, bien en silos amortizados
bien en pequeñas grietas abiertas en los mismos cerros donde
se ubican los poblados, inaugurando así una tradición funeraria
que se desarrollará a lo largo de la Edad del Bronce tanto en el
Sureste como en el Levante peninsular.
Sin embargo, este ciclo de concentración y generación de
explotación social no debió fraguar si tomamos en consideración la aparición de nuevos asentamientos en altura en torno
al 2200-2100 cal AC (Jover et al., 2014). En cualquier caso,
la no consolidación de estas distancias sociales supuso la aparición de un nuevo contexto social y el no retorno al punto de
partida que suponían las comunidades aldeanas del Neolítico
final. Esta transformación marcaría, por otra parte, el definitivo abandono de los yacimientos en llano, no sólo en la cuenca
del Vinalopó sino también en las cuencas situadas más al nor-
te. La fundación de estos nuevos enclaves cabría relacionarla
con el traslado y concentración de la población asentada en
la fase precedente en el llano, constituyéndose asentamientos
que replicarían las formas sociales de las aldeas basadas en la
reciprocidad y la filiación, caracterizados por la aparición de
unidades habitacionales de buen tamaño que se han relacionado con grupos familiares de tipo extenso (Jover y Padilla,
2004: 296). Se ha propuesto la existencia de un patrón de distribución uniforme de los asentamientos en el que cada unidad
familiar buscaría su propia autosuficiencia (Jover y Padilla,
2004). Considerando el espacio con relleno sedimentario y el
delimitado por los muros perimetrales durante las Fases II-III
(2100-1800 cal AC), Peñón de la Zorra tendría en este momento una superficie próxima a las 0,5 ha, lo cual lo convertiría en
uno de los asentamientos de mayor entidad de la zona frente
a otros de nueva planta cuya extensión máxima se sitúa en
torno a las 0,15 ha. La delimitación de este gran espacio con
bloques ciclópeos –similares a los observados en la estructura
sobeelevada– supuso una notable inversión que podría relacionarse con un sistema de encierre de ganado, posibilidad que
cobraría sentido si se tiene en cuenta la existencia de varias
pozas en las que se pudo almacenar agua. Así, el tamaño del
asentamiento, unido a la posibilidad de una mayor capacidad
productiva, haría del grupo asentando en este poblado en uno
de los más significados del territorio del Alto Vinalopó durante
los momentos iniciales de la Edad del Bronce.
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