De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos VI y I a.C
Manuel Gozalbes Fernández de Palencia
José Manuel Torregrosa Yago
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 275-316
Manuel GOZALBES a y José Manuel TORREGROSA b
De Iberia a Hispania.
Plata, dracmas y denarios entre los siglos VI y I a.C.
RESUMEN: La plata fue la forma de dinero más importante de la Península Ibérica entre los siglos VI y
I a.C. Durante cerca de tres siglos, Iberia sólo dispuso de escasas acuñaciones locales, piezas importadas
y plata en bruto. Como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica se pusieron en circulación numerosas
monedas de autoridades y orígenes diversos, emisiones que serían retiradas de la circulación a inicios del
siglo II a.C. Con Hispania como provincia romana se establecería durante los siglos II-I a.C. una nueva
y homogénea masa monetaria de plata formada por denarios republicanos y autóctonos. Se reflexiona
sobre la cronología, producción, metrología, autoridades, circulación y función de las emisiones de plata
peninsulares.
PALABRAS CLAVE: Monedas, plata, dracmas, denarios, Segunda Guerra Púnica, República romana.
From Iberia to Hispania.
Silver, drachmae and denarii between the 6th and 1st centuries B.C.
ABSTRACT: Silver was the most important form of money in the Iberian Peninsula between the 6th and 1st
centuries B.C. For nearly three centuries, in Iberia there were only available scarce local coinages, imported
coins and Hacksilber. During the Second Punic War, the monetary mass included abundant coinages from
different authorities, mints and territories, series that were withdrawn from circulation at the beginning of
the 2nd century B.C. When Hispania became a Roman province, a new and homogeneous silver currency
of republican and indigenous denarii took form over the 2nd and 1st centuries. This paper deals with the
chronology, production, metrology, authorities, circulation and function of the Iberian Peninsula silver
coinages.
KEY WORDS: Coins, silver, drachmae, denarii, Second Punic War, Roman Republic.
a Museu de Prehistòria de València.
manuel.gozalbes@dival.es
b Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València. Becario del subprograma “Atracció de Talent”
de VLC-CAMPUS.
J.Manuel.Torregrosa@uv.es
Recibido: 10/03/2014. Aceptado: 15/05/2014.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
1. INTRODUCCIÓN
La plata, en bruto o convertida en moneda, constituyó la principal y más extendida forma de dinero de la
Antigüedad peninsular. Cualquier empresa de envergadura financiada con dinero antes de Augusto pasó por
la utilización de este metal en cualquiera de sus formas, especialmente la monetal, disfrutada por amplios
sectores de la población. Su notable poder adquisitivo fomentó su aprecio y sus motivos iconográficos se
consolidaron como las imágenes recurrentes del poder que acompañaron a las operaciones económicas más
notables. El oro tuvo poca utilidad como instrumento de pago debido a su elevado valor y, en forma de
moneda, sólo normalizaría su presencia a partir de época imperial. Los pagos con moneda de cobre/bronce
fueron más comunes pero resultaron poco adecuados para satisfacer importes elevados.
Las primeras monedas se acuñaron a finales del siglo VI a.C. en la colonia griega de Emporion (Ripollès
y Chevillon, 2013). Hubo que esperar hasta el siglo IV a.C. para que Rhode y la ciudad ibérica de Arse
comenzasen sus emisiones. Las monedas de estos tres talleres junto con algunas piezas importadas fueron
conocidas y empleadas por una pequeña parte de la población peninsular. Entre finales del siglo IV e inicios
del siglo III a.C. se dieron a conocer los talleres púnicos de Ebusus y Gadir. Las monedas de Malaka quizá son
algo posteriores, al igual que las de Saitabi, que ya pertenecen a la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.). Este
conflicto desencadenó la acuñación masiva de plata por parte de cartagineses, romanos y Emporion. Durante
la guerra y los años posteriores abundan dracmas y divisores sin leyendas que permitan identificar su origen.
Tras dicho conflicto se produjo una eclosión de cecas en diferentes sustratos culturales que emplearon
diseños acordes con sus tradiciones ibérica, celta, vascona, griega y púnica (García-Bellido y Ripollès,
1998; García-Bellido, 1997; Domínguez, 1998, 2001 y 2005; Chaves 2007; Ripollès, 2005a y 2011;
Blázquez Cerrato, 2009). Durante los siglos II-I a.C. cerca de 200 talleres fabricaron moneda en Hispania,
pero sólo 21 de ellos, pertenecientes a la Citerior, acuñaron los llamados denarios ibéricos, adoptando
de manera casi uniforme el binomio tipológico cabeza masculina / jinete. La calificación, aceptable en
un sentido geográfico, resulta imprecisa en términos culturales ya que diferentes pueblos peninsulares
asumieron su producción. Las últimas emisiones de denarios se han relacionado tradicionalmente con las
guerras sertorianas (80-72 a.C.).
2. LA SISTEMATIZACIÓN DE LAS EMISIONES DE PLATA
2.1. Catálogos y estudios
El primer catálogo que organizó las producciones peninsulares antiguas con un rigor notable fue La
Moneda Hispánica (1924-1926) de Antonio Vives, quien supo recoger el legado de trabajos precedentes y
proporcionar un exhaustivo repertorio gráfico donde por vez primera se ilustraban los vaciados de las piezas
originales. Dicha obra sólo se vería superada desde 1994 con el Corpus Nummum Hispaniae ante Augusti
Aetatem de Leandre Villaronga (CNH), que aportaba una cantidad notable de nuevos tipos y proporcionaba
el peso medio de las emisiones. Esta obra ha sido actualizada y rebautizada en 2011 bajo el nombre
Ancient Coinage of the Iberian Peninsula (ACIP). Existen otros catálogos recientes que ofrecen completas
introducciones críticas a los talleres y abordan los aspectos más relevantes de todas estas producciones
(García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001), así como otros más accesibles y manejables que ilustran los
tipos mediante dibujos (Álvarez Burgos, 1987 y 2008).
Los avances más notables en relación con las emisiones de plata peninsulares se deben a los estudios
monográficos de los últimos años. Los más elaborados identifican los cuños de las piezas conservadas y
proporcionan estimaciones estadísticas de sus volúmenes de emisión. Villaronga realizó el primero con una
metodología moderna sobre los denarios de Ikalesken en 1962, aprovechando la amplia muestra del tesoro de
Arcas. En las últimas décadas la investigación sobre las series de plata peninsulares se ha multiplicado:
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- Dracmas y divisores. Se han estudiado las dracmas y fraccionarias acuñadas por Emporion entre los
siglos VI-II a.C. y por Rhode antes de la Segunda Guerra Púnica (Villaronga, 2000, 2002 y 2003; Ripollès
y Chevillon, 2013), las numerosas dracmas ibéricas de imitación y divisores del tránsito de los siglos III-II
a.C. (Villaronga, 1998), así como las cecas ibéricas de Arse (Ripollès y Llorens, 2002) y Saitabi (Ripollès,
2007). Las producciones de plata púnicas estuvieron a cargo de Ebusus (Campo, 1976), Gadir (Alfaro,
1988) y, quizá, Malaka, que parece la candidata más firme para unas modestas fracciones (Campo y Mora,
1995: 200-202; ACIP 528).
- Shekels. Las importantes emisiones hispano-cartaginesas quedaron organizadas a partir de un trabajo
clásico de L. Villaronga (1973).
- Denarios. Se conocen 21 cecas de denarios, de las que 4 también acuñaron quinarios, durante los
siglos II-I a.C. Una primera ordenación sirvió para describir en detalle y ordenar los talleres del valle
del Ebro (Domínguez, 1979). La síntesis de mayor amplitud fue la monografía de Villaronga dedicada
en exclusiva a las series de plata, donde se abordaron sus aspectos principales, incluyendo estimaciones
de producción (Villaronga, 1995). Siete cecas cuentan con estudios de cuños: Ikalesken, Iltirta, Kese,
Sekaiza, Konterbia Karbika, Belikio y Turiasu (Villaronga, 1962, 1978, 1983 y 1988; Gomis, 2001;
Abascal y Ripollès, 2000; Collado, 2000; Gozalbes, 2009a). Hay también una monografía de Bolskan
que no incluye estudios de cuños (Domínguez, 1991) y trabajos diversos sobre Arekorata (Otero, 1998),
Arsaos (Fernández Gómez, 2009), Bentian (Torregrosa, 2012) y Sekia (Stefanelli, 2012). Producciones
de gran envergadura como las de Sekobirikes y Baskunes no cuentan todavía con ningún estudio.
2.2. Fuentes
Catálogos y estudios monográficos se nutren de las piezas de plata de colecciones públicas, particulares
y de subastas para ilustrar las diferentes variantes. En los últimos años se han publicado los fondos de
grandes colecciones europeas y nacionales: Nationalmuseet de Copenhague (Jenkins, 1979); Bibliothèque
nationale de France de París (Ripollès, 2005b); Royal Coin Cabinet de Estocolmo (Ripollès, 2003); The
British Museum de Londres (Bagwell Purefoy y Meadows, 2002); colecciones de Milán, Bolonia, Roma,
Florencia y Nápoles (Ripollès, 1986); y, de Madrid, la Real Academia de la Historia (Ripollès y Abascal,
2000), el Instituto Valencia de Don Juan (Ruiz Trapero, 2000) y el Museo Arqueológico Nacional que, tras
los pioneros volúmenes de Navascués (1969 y 1971), publicó dos catálogos de las series púnicas e hispanocartaginesas que incluyen emisiones de plata (Alfaro, 1994 y 2004).
Los tesoros resultan esenciales en el caso de la plata por la valiosa información que proporcionan
para fechar series (figs. 4, 6, 8 y 10). La inmensa bibliografía al respecto ha sido recopilada en diferentes
trabajos de síntesis (Thompson, Mørkholm y Kraay, 1973; Crawford, 1969; Blázquez Cerrato, 1987-1988;
Villaronga, 1993; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001; 156-169).
La consolidación del mercado nacional de subastas numismáticas desde la década de 1980 ha puesto
a disposición de los investigadores catálogos con millares de piezas, cuya visibilidad se ha incrementado
con la era digital. Las empresas nacionales e internacionales dedicadas a estos menesteres son numerosas
y cuentan con una prolongada trayectoria. En los últimos años han publicado un número significativo de
piezas diferentes firmas de Madrid (Jesús Vico, José Antonio Herrero, Ibercoin-Tarkis, Cayón), Barcelona
(Aureo & Calicó, Martí Hervera-Soler y Llach) y Sevilla (Pliego).
Internet ha facilitado la publicación de fondos públicos y privados, pero también ha abierto nuevos
caminos a la investigación y la divulgación numismática. CER.es (Colecciones en Red) es el portal
del Ministerio de Cultura donde se publican fondos de los museos estatales. Diferentes páginas fruto
del esfuerzo personal proporcionan recursos de gran valor y calidad en relación con la plata antigua
peninsular: destacan las páginas web tesorillo.com de M. Pina y denarios.org, así como los blogs sobre
denarios ibéricos de F. Suárez y R. González.
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2.3. Un conocimiento dispar de las emisiones
Las emisiones de plata antiguas son peor conocidas que las recientes. Nuevas variantes de dracmas y divisores
aparecen con relativa frecuencia, mientras que los denarios ofrecen pocas novedades. La mayoría de series
de dracmas y divisores se fabricaron en cantidades modestas, a veces con una sola pareja de cuños tal y como
parece comprobarse para los raros divisores ibéricos de imitación masaliota cuyas variantes tipológicas se
basan en ejemplares únicos en el 80% de los casos (ACIP 453-503). La rareza de estas producciones hace
suponer que seguirán apareciendo nuevas variantes y que incluso una parte de ellas nunca llegarán a conocerse.
La reciente proliferación de tipos inéditos de Emporion y Rhode testimonia esta realidad (Chevillon, 2013;
Chevillon y Ripollès, 2013; Chevillon, Ripollès y Lopez, 2013; Villaronga, 2010; Villaronga, 2013; Melmoux
y Chevillon, 2014). Resulta muy complicado recuperar en excavaciones los diminutos divisores de los siglos
V-III a.C. sin un cribado sistemático de la tierra o sin la ayuda de un detector de metales, metodologías que
no siempre resultan viables. Esta última herramienta ha demostrado su eficacia incluso para períodos más
recientes donde las monedas no son tan pequeñas (Fernández Flores, 1999 y 2003). A estos condicionantes
productivos y metodológicos que limitan el conocimiento de las series antiguas cabe añadir su eficaz retirada
de la circulación a comienzos del siglo II a.C. como parte de los botines hispanos trasladados a Roma.
Los llamados denarios ibéricos están mejor documentados porque su producción fue más abundante y
sistemática. La obra de Vives ya incluyó sus principales variantes y pocas novedades significativas se han
producido desde entonces. Entre diferentes denarios de una misma serie existen diferencias en detalles del
grabado que resultan irrelevantes en relación con el sentido global de la emisión. Algunas variantes de signos
constituyen anécdotas epigráficas dentro de series prolongadas y las singularidades relativas al número, forma
o disposición de los rizos en los peinados son propicias a valoraciones subjetivas y no siempre constituyen
un criterio fiable para diferenciar emisiones. Estas variantes únicamente aportan profundidad con vistas a la
enumeración de un repertorio formal, pero a costa del establecimiento de unas categorías muy imprecisas.
Sólo los estudios de cuños resultan de utilidad para descubrir en qué medida las diferencias tipológicas o de
estilo pueden resultar relevantes. En series prolongadas los cuños evolucionaron de una forma progresiva,
incluyendo cambios y errores de grabado irrelevantes dentro de la emisión considerada como conjunto. No
tendría sentido llegar al extremo de identificar cada cuño como una variante tipológica.
3. UNA MONETIZACIÓN TARDÍA
3.1. Emisiones pioneras en plata
El fenómeno monetal fue inicialmente colonial. Emporion comenzó la producción de dracmas y otras piezas
de peso notablemente elevado a finales del siglo VI a.C. según se ha descubierto recientemente (Ripollès y
Chevillon, 2013) (fig. 1, nº 1 y 2), iniciativa que presupone el conocimiento de piezas griegas importadas
(Ripollès, 2011). Durante los siglos V-IV a.C. las emisiones locales se limitaron a la producción de fracciones
de plata en las colonias griegas de Emporion y Rhode, para evolucionar posteriormente a un modelo basado en
dracmas con una metrología de 4,75 g (Villaronga, 1997 y 2000; Campo, 2006). Quizá desde el siglo IV a.C.
el fenómeno monetal se hizo más visible en la costa mediterránea y Andalucía a partir del incremento de las
piezas importadas, apreciadas por su valor metálico y estético (Ripollès, 2009; Peris, 2011). En este contexto,
la ciudad ibérica de Arse tomó la iniciativa de acuñar plata a finales del siglo IV a.C. combinando una tipología
helenística con leyendas ibéricas (Ripollès y Llorens, 2002: 326), quizá influenciada por comunidades griegas
asentadas en el lugar (fig. 1, nº 7 y 8). Las series púnicas de plata de Ebusus, Gadir o Malaka se desarrollaron
con plenitud a finales del siglo III a.C. Aunque alguna de sus emisiones podría remontarse incluso hasta finales
del siglo IV a.C., no hay todavía datos suficientes para certificarlo (Chaves, 2009: 53-54; Campo, 2013: 61-62).
Todas estas iniciativas monetarias ciudadanas constituyeron una nueva forma de expresión política y crearon un
instrumento económico de gran utilidad para agilizar las transacciones en sus respectivos ámbitos.
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ca. 510 a.C.
1
2
3
4
ca. 490-450 a.C.
7
ca. 300-250 a.C.
5
6
8
Emporion
Rhode
Arse
Fig. 1. Las primeras monedas acuñadas en la Península Ibérica. Procedencia: (1) Figueres, Girona; (2, 7) Sagunt,
col. S. V.; (3, 5) Col. particular; (4) Triton XVI, 8/1/2013, nº 168; (6) Bibliothèque nationale de France de París;
(8) Royal Coin Cabinet, Estocolmo.
3.2. El incentivo económico de la Segunda Guerra Púnica
La monetización a gran escala se produjo durante la Segunda Guerra Púnica cuando los contendientes
promovieron importantes emisiones para financiar el conflicto (Marchetti, 1978: 369-430; Villaronga, 1987).
Los cartagineses acuñaron todas sus series en lugares inciertos de la Península, mientras que los romanos
importaron monedas desde Roma y acuñaron localmente, al menos, la dracma del juramento (ACIP 537),
una emisión de victoriatos (RRC 96) y el medio victoriato con símbolo R (ACIP 534; García-Bellido, 20002001: 566-573). Se les atribuyen otras piezas de reducido peso con marca R, quizá aquellas referidas por
Varrón como simbellae y libellae (De ling. lat., 5.174; ACIP 535-536; García-Bellido, 2000-2001: 571-573;
García-Bellido, 2011: 680). Estas emisiones romanas peninsulares no fueron económicamente relevantes;
son escasas y su presencia no resulta significativa en los tesoros del conflicto. La singularidad financiera
romana residió en utilizar la ceca de Emporion al servicio de sus intereses, acuñando una gran cantidad de
dracmas con una tipología ligeramente renovada (Villaronga, 1987).
Diferentes estudios han descrito las series empleadas durante la guerra y su circulación (Marchetti, 1978;
Crawford, 1985; Villaronga, 1973 y 1987; Chaves, 1990; García-Bellido, 1993; Chaves, 2012). Junto a las
producciones oficiales de los estados contendientes se emplearon monedas peninsulares e importadas de
procedencias muy diversas (fig. 2). Resta incluso por identificar a las autoridades responsables de algunas
series de divisores anepígrafos de escasa relevancia económica (ACIP 527, 529-533). La principal fuente
para conocer la masa monetaria de la guerra son los tesoros del conflicto y de los años inmediatamente
posteriores (Marchetti, 1978: 355-368; Villaronga, 1993: nº 11-40) (fig. 4), con series de procedencias muy
variadas, poco favorables para estandarizar el lenguaje de las transacciones.
Junto a todas estas monedas también circularon enormes cantidades de plata en bruto. Los tesoros de
Driebes, Cerro Colorado o Armuña de Tajuña, demuestran que la mezcla de formatos y valores alcanzó
unas proporciones inusitadas (Raddatz, 1969: 210-222, lám. 7-21; Bravo et al., 2009; Gozalbes, Cores y
Ripollès, 2011). Otra característica de estos conjuntos es su elevado nivel de fragmentación; monedas y
objetos aparecen recortados bajo un amplio rango de pesos, que incluye desde pequeñas piezas de plata de
apenas 0,1 g hasta grandes fragmentos de objetos o lingotes. Ni las tradiciones metrológicas locales ni las
foráneas llegarían a ejercer una influencia apreciable sobre dicha práctica.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
4
Importadas
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5
À la croix
Aquitania
1
Antíoco I
2
6
3
Atenas
7
Roma
Massalia
Roma
Carthago
Roma
16
12
Arse
Emporion
Peninsulares
8
13
Hispano-cartaginesa
Divisores
?
17
14
Saitabi
?
15
9
Hispano-cartaginesa
10
Ebusus
11
Gadir
?
18
Dracma ibérica
19
Hacksilber
Fig. 2. Ejemplos de la masa monetaria de la Segunda Guerra Púnica. Procedencia: (1, 2, 3, 4 y 18) Ripollès, Cores y
Gozalbes, 2009: nº 2, 1, 3, 4 y 18; (5) Col Cores; (6, 12, 13, 19) Museu de Prehistòria de València 28621, 42267, 29584,
26117-26119, 26122, 26123; (7) NAC 79, 20/10/2014, nº 22; (8) Freeman & Sear, 5/1/2010, nº 35; (9) Goldberg 72,
5-6/2/2013, nº 4032; (10, 14, 16, 17) Col. particular; (11) Vico, 5/6/2008, nº 95; (15) Aureo & Calicó 24/4/2014, nº 79.
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Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica muestran que las monedas hispano-cartaginesas predominan
en el sudeste, las emisiones romanas y las dracmas emporitanas lo hacen en el noreste y que ambas se
mezclan en una amplia zona de contacto (Villaronga, 1993: 72). Resulta sencillo enumerar las series
producidas y señalar patrones de circulación, pero complicado comprender los inconvenientes cotidianos
y las limitaciones derivadas de emplear esta heterogénea masa monetaria. La diversidad de piezas no
facilitaba la realización de transacciones estandarizadas y resulta poco factible que los precios pudiesen
establecerse en diferentes territorios según una moneda de cuenta común.
Tras la victoria romana, las autoridades debieron considerar los beneficios derivados de la superación
de estos inconvenientes. Ello llevaría a sentar las bases para lograr una masa monetaria ordenada que,
adicionalmente, contribuiría a borrar la memoria del enfrentamiento. La variadas monedas de la guerra
circularon durante las primeras décadas del siglo II a.C., pero en pocos años serían retiradas de la
circulación. Los tesoros de mediados de siglo ya no incluyen ninguna de estas piezas, consecuencia de una
desmonetización efectiva de todas estas series quizá operada por los romanos con algún tipo de intimidación
o incentivo. Los botines descritos por Livio entre los años 180 y 170 a.C. ratifican este proceder. Resulta
sorprendente la eficacia de la retirada, ya que los romanos no controlaban por aquel entonces la totalidad
del territorio peninsular. El denario romano, que se había creado hacia el 211 a.C., sería desde entonces la
piedra angular del futuro sistema monetario hispano en su camino hacia la homogeneidad.
La cantidad de plata acuñada en Iberia hasta la Segunda Guerra Púnica habría alcanzado los 174.174
kilos según las estimaciones de Villaronga (1995b: 8-9).1 Curiosamente, esta cifra se encuentra muy
próxima a las cantidades de moneda transportada a Roma entre los años 199-180 a.C. relacionadas por
Livio y que podrían rondar los 182.000 kilos.2 Cadiou calcula que los botines ascendieron a 47 millones
de denarios (Cadiou, 2008: 490-491). Hay que suponer que las retiradas de monedas y plata fueron más
abundantes que las recogidas por las fuentes, que difícilmente pueden ser exhaustivas en este sentido
(Muñoz, 1988). Aunque se trate de estimaciones con un amplio margen de error, sus resultados ofrecen
una aproximación a dichas magnitudes. Según Villaronga los denarios de los siglos II-I a.C. pudieron
alcanzar volumen total de 181.008 kg (1995b: 12), cifra que casualmente también se sitúa próxima a las
anteriormente referidas.
4. PLATA EN BRUTO Y TESOROS
Las emisiones previas a la guerra y las relacionadas con el conflicto representaron un valor modesto en
comparación con la plata en bruto, materia prima que siempre tuvo que ser más abundante que cualquiera
de sus productos y que gozaba de una amplia reputación (Chic y García Vargas, 2006). Estos fragmentos se
refieren como Hacksilber y han recibido una atención creciente desde que se publicaron diversos ejemplos
de su uso como dinero en fechas antiguas en Extremo Oriente (Balmuth, 2001). La plata en bruto de los
tesoros republicanos ha sido catalogada exhaustivamente (Raddatz, 1969; Chaves, 1996), analizada en
estudios regionales (Ripollès, 2009 y 2011; Campo, 2011) y también ha constituido el tema central del
IV Encuentro Peninsular de Numismática Antigua en 2010 (García-Bellido, Callegarin y Jiménez, 2011).
Estrabón refería que los pueblos del interior utilizaban láminas de plata recortadas para los intercambios,
sin embargo los territorios occidentales no cuentan todavía con refrendo arqueológico de esta práctica
(Estrabón, III, 3, 7). La plata predominó en la parte oriental de la Península, mientras que el oro lo hizo en
1
2
Incluye 9.786 kg de fracciones de plata, 9.588 kg y 4.982 kg de dracmas de Emporion y Rhode, 99.458 kg de emisiones
cartaginesas (96.625 kg de hispano-cartaginesas, 1.100 kg de Gadir y 1.733 kg de Ebusus), 39.809 kg de Emporion al servicio de
los romanos, 3.256 kg de Arse y 7.295 kg de dracmas ibéricas de imitación.
Cuatro referencias de Livio incluyen bigati y argentum oscense (Livio 34.10, 4 y 7; 34.46, 2; 36.39, 2) cuyo total no superaría
los 3.000 kg, mientras que las libras de monedas inciertas (Livio 33.27, 2; 34.10, 4 y 7; 34.46, 2), ascenderían a unos 179.192 kg.
Estimaciones realizadas a partir de una libra teórica de 324 g. y un peso hipotético de las monedas de 4 g.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
la parte occidental (Raddatz, 1969: mapas 7 y 11; García-Bellido, 2011; Callegarin y García-Bellido, 2012;
121, fig. 2). El oro no pudo asumir un papel comparable al de la plata en la rutinas de pago cotidianas, ya
que fue más escaso, presenta las limitaciones derivadas de un valor intrínseco muy superior, no circuló en
bruto y no se atestiguan objetos fragmentados. Su utilidad económica como atesoramiento de riqueza es
incontestable, pero como medio de pago solo sería transferido excepcionalmente. Laminillas e hilos de oro
se han descrito como Hackgold (García-Bellido, 2011: 125; Callegarin y García-Bellido, 2012: 123), pero
los hallazgos no refrendan todavía que esta práctica gozase de un éxito comparable al de la plata.
Los tesoros son la principal fuente para conocer sus contextos de uso y características, aunque también
algunos hallazgos aislados testimonian este hábito en zonas de intensa actividad económica como Sagunto,
donde se han recuperado multitud de pequeños fragmentos de plata (Ripollès y Llorens, 2002: 217-233).
El depósito del siglo IV a.C. de La Bastida de les Alcusses está formado por cinco pequeñas tortas y no
incluye monedas (Álvarez y Vives-Ferrándiz, 2011: 189-191) (fig. 3). El metal en bruto permitía acumular
riqueza y facilitaba las transacciones, pero no servía como medida de valor estándar al carecer de un peso
regular. Además las piezas de peso elevado eran poco útiles para pagos cotidianos. Los tesoros mixtos con
metal y monedas se extienden entre los siglos IV y I a.C. por toda la Península Ibérica. La recopilación de
Raddatz, que también incluye los hallazgos sin monedas, revela un patrón de pérdida claramente asociado
a los cursos fluviales más importantes que además le permiten organizar los hallazgos en grupos regionales
de cronología aproximadamente común (1969: mapa 1-2) El atesoramiento mixto de monedas, lingotes y
objetos de plata en la Península Ibérica atravesó por diferentes fases con matices propios, que a grandes
rasgos podrían resumirse de la siguiente manera (fig. 4-10).
1) La plata en bruto tuvo un protagonismo notable en los tesoros al menos desde el siglo IV a.C. (fig. 4).
Cuando se combina con monedas como en los tesoros del Montgó, Pont de Molins o Puig de la Nau, éstas
sólo representan una exigua parte por peso y valor (Ripollès, 2013: 12). Lingotes y barritas son el formato más
común de estos conjuntos aunque también se documentan joyas y piezas de vajilla enteras y fragmentadas.
Hasta finales del siglo III a.C. las monedas fueron irrelevantes en términos de valor como parte de los tesoros.
2) Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica y los años inmediatamente posteriores incluyen monedas en
abundancia junto a lingotes, joyería y vajilla de plata (fig. 4 y 5). Un cálculo aproximado sobre el conjunto
de tesoros del conflicto revela que el peso de la plata en bruto duplica el de las monedas (Gozalbes, Cores y
Ripollès, 2011: 1169). La cantidad de monedas aumenta considerablemente respecto al período precedente
y se amortizan por recorte una gran cantidad de objetos que abandonan cualquier función distinta a la
económica (van Alfen, Almagro-Gorbea y Ripollès, 2008; Gozalbes, Cores y Ripollès, 2011; Chaves y
Fig. 3. El depósito de lingotes de La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia). 207,3 g. Siglo IV a.C.
(Museu de Prehistòria de València).
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Fig. 4. Tesoros de los siglos IV-III a.C.
Fig. 5. Fragmentos de plata recortada del tesoro de Armuña de Tajuña (col. Cores).
APL XXX, 2014
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Fig. 6. Tesoros del siglo II a.C. y comienzos del siglo I a.C.
Fig. 7. Tesoro de Mogón I. Imagen: Ángel Martínez Levas, Museo Arqueológico Nacional.
CER.es (http://ceres.mcu.es), Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 8. Tesoros del del siglo I a.C. atribuidos a los años de las guerras sertorianas.
Fig. 9. Tesoro de las
Filipenses. Museo de
Palencia. Depósito de las
religiosas filipenses.
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Fig. 10. Tesoros de mediados del siglo I a.C.
de la Bandera, 2013). Estos hallazgos con recortes son comunes en el interior en un área con centro en
las provincias de Cuenca y Guadalajara (Rodríguez y Canto, 2011), quizá originados en situaciones de
necesidad a consecuencia de la guerra o en contextos como el reparto de botines, donde se hacía necesario
fragmentar las piezas para su distribución. En un contexto donde los recortes parecen una operación
cotidiana cabe preguntarse sobre cuántos disponían de herramientas y de la habilidad necesaria para
llevarlos a cabo. Frente a las monedas, estos fragmentos disfrutaban de la ventaja de no presentar diseños
que sugiriesen afinidad política con cualquiera de los estados beligerantes, aunque para las poblaciones
afectadas representaban la prueba material del sometimiento y el recuerdo del expolio sufrido.
3) Las décadas centrales del siglo II a.C. no proporcionan apenas tesoros. Quizá los traslados de botines
a Roma mermaron considerablemente las capacidades de acumulación de metales preciosos. Pero a finales
del siglo II a.C. se documentan numerosos hallazgos en Andalucía testimonio de una recuperación que
incluye piezas de joyería y vajilla completas y tortas de plata enteras o recortadas (Chaves, 1996) (fig.
6 y 7). Los lingotes parecen normales en este contexto de grandes recursos mineros (Arboledas, 2010) y
los fragmentos de objetos ya no forman parte de este panorama. El tesoro de Salvacañete demuestra que,
a comienzos del siglo I a.C., en un contexto quizá votivo (Cabré, 1936; Marcos et al., 1998), estas piezas
recortadas tampoco formaban ya parte de los ahorros en el entorno conquense.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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4) En los tesoros sertorianos del siglo I a.C. el centro de gravedad de los hallazgos se desplaza al norte
y hacia la fachada atlántica (fig. 8). Las ocultaciones mezclan monedas y joyas enteras, pero la plata en
bruto y los recortes han desaparecido por completo de la circulación (fig. 9). Los conjuntos de Palencia
(Cerro de la Miranda, Filipenses) o de Padilla de Duero (Raddatz, 1969; Delibes et al., 1993) no incluyen
plata en bruto, ni fragmentos recortados que tampoco se atestiguan en fechas más tardías como en el
Castro de Arrabalde (Sánchez de Arza, 1984). Las pesadas joyas de estos conjuntos vacceos tuvieron una
utilidad absolutamente limitada como medio de pago, pero constituyeron una significativa reserva de valor,
como capitalizaciones de particulares o quizá de tesoros públicos (Callegarin y García-Bellido, 2012: 124125). Pudieron servir como valores de cuenta ya que sus pesos siguieron de forma sistemática un patrón
metrológico local. Otros tesoros posteriores a este conflicto quedan fuera del análisis por corresponder a
una época en la que ya no se acuñaba plata en Hispania. A mediados del siglo I a.C. el centro de gravedad
de los hallazgo se desplaza nítidamente hacia el oeste de la Península (fig. 10).
5. ÉXITO DEL MODELO GRIEGO Y PRIMEROS CONTACTOS CON ROMA
Los hábitos monetales se extendieron en la Península Ibérica a raíz de la Segunda Guerra Púnica.
Los romanos pudieron cubrir parte de sus gastos con emisiones de dracmas en Emporion a partir del
218 a.C. manteniendo el diseño y la epigrafía tradicional de la colonia griega (Marchetti, 1978: 382;
Villaronga, 1987), pero transformando la cabeza de Pegaso en una figura masculina que se toca los pies
con las manos (fig. 2, nº 12), ligera modificación del diseño original que contaba con mayor reputación
y potencial económico.
Las series de Emporion con divinidad femenina/Pegaso fueron copiadas durante la guerra y los
años posteriores por nuevas cecas ibéricas que acuñaron las llamadas dracmas ibéricas de imitación
(CNH p. 36-60; ACIP 289-452; Villaronga, 1998). Este fenómeno representa la incorporación masiva
de los pueblos ibéricos a la acuñación de moneda, según se desprende de las originales y variadas
inscripciones que utilizaron. Se han identificado alrededor de un centenar de epígrafes diferentes
en compañía del diseño originalmente emporitano. Algunas reproducen con poco acierto el nombre
ΕΜΠΟΡΙΤWΝ, mientras que otras incluyen leyendas ibéricas reveladoras de su naturaleza autóctona.
También son frecuentes epígrafes con signos de lectura complicada, pseudo-griegos o pseudo-ibéricos
que ocasionalmente siguen patrones susceptibles de ser reconocidos (Crusafont, 2008), quizá ligados
a los hábitos epigráficos de grabadores concretos.
Los escasos indicios disponibles sitúan su acuñación centrada en el territorio catalán, idea ratificada
a partir de los escasos nombres de lugar reconocibles en sus leyendas (Villaronga, 1998: 99-100). Las
dificultades de lectura de muchos epígrafes, impiden estimar la cantidad de autoridades implicadas en
este fenómeno de duración efímera (Villaronga, 1998: 61-67). Algunas leyendas ibéricas reproducen
nombre de lugares, como iltirtar (CNH 41/32-39), orose (CNH 42/40-41), tarankonsalir (CNH 44/56),
barkeno (CNH 51/95) o belse (CNH 52/105), e incluso unas pocas sorprenden con el uso nombres
personales (de Hoz, 1995: 321), rasgo exclusivo de estas producciones, no reconocido sobre ninguna
otra serie autóctona de plata anterior o posterior.
En un mundo de incipiente monetización pudieron funcionar un número limitado de talleres
itinerantes al servicio de las ciudades que disponían de plata y deseaban convertirla en moneda. El
modelo productivo parece reflejar un escaso nivel de organización, el surgimiento espontáneo de los
talleres y la improvisación fruto de una fuerte demanda de moneda. Creadas bajo una relativa autonomía,
las situaciones de premura pudieron favorecer las copias sucesivas y el concurso de grabadores iletrados,
responsables de frecuentes errores y de la creación de epígrafes incongruentes, circunstancia excepcional
en la historia monetaria antigua de la Península Ibérica. Posiblemente, la disponibilidad de plata era la
única condición necesaria para la acuñación de estas monedas.
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En este panorama monetario, las fraccionarias y los fragmentos de plata recortada facilitaban las
transacciones modestas y aportaban precisión en los pagos. Aunque circulaban algunos bronces hispanocartagineses y romanos (Ripollès, 1982 y 1984), los usuarios todavía no contaban con un sistema
bimetálico organizado y significativo cuantitativamente. Un gran bronce romano podía igualar o superar
en valor a los pequeños divisores de plata, singularidad fruto de una masa monetaria excepcional
construida a partir de modelos dispares.
Al finalizar la guerra se dejaron de acuñar los pequeños divisores de plata, los que ya circulaban se
retiraron, y la función que habían desempeñado como moneda de reducido valor comenzaría a ser asumida
por abundantes y variadas series de bronce. Este cambio de modelo sería una de las transformaciones más
notables de la masa monetaria peninsular tras el triunfo romano en la Segunda Guerra Púnica.
En relación con la guerra, algunas cecas locales desarrollaron afinidades productivas, tipológicas y
metrológicas con el modelo monetario romano. Saitabi (Xàtiva, Valencia) acuñó didracmas, dracmas y
hemidracmas con reversos que copiaban las emblemáticas piezas de oro republicanas de 60, 40 y 20 ases
(Ripollès, 2007: 33-35). Es un ejemplo aislado que demuestra la influencia romana en la esfera productiva
local, sin embargo en general los diseños romanos no disfrutaron de un gran interés. En esta materia,
subyace la cuestión de si, tras la guerra, el modelo de los Dioscuros llegaría a ejercer alguna influencia en los
reversos de los denarios (Almagro-Gorbea, 1995: 243-246; Arévalo, 2003: 67). Las dracmas emporitanas
con Pegaso modificado incluyeron símbolos como marcas de emisión al modo de los denarios anónimos
romanos. Su adopción se ha interpretado como una indicación de la alianza de la ciudad con los romanos
a partir del 211/209 a.C. (López Sánchez, 2010), aunque la mayoría debieron acuñarse ya durante el siglo
II a.C. (ACIP 214-237; Villaronga, 2002a). Curiosamente, la producción de bronces en Kese se controló
durante décadas mediante un sistema similar (Villaronga, 1983: 25-27).
1
2
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Fig. 11. (1) Dracma de Iltirkesalir
(Bibliothèque nationale de France,
París = Ripollès, 2005b: nº 973);
(2) denario de Iltirtasalirban (col.
particular).
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Los modelos metrológicos constituyen la esencia de cualquier sistema monetario. Durante la guerra
se funcionó con monedas acuñadas bajo diferentes estándares, pero una vez comenzó el siglo II a.C., la
homologación metrológica con el denario ganó fuerza y en pocos años las monedas romanas importadas y
emisiones locales confluyeron en una horquilla de pesos similar. En el tránsito de los siglos III-II a.C., un
mismo grabador preparó los cuños de las dracmas de Iltirkesalir (CNH 36/1; ACIP 280) y de los denarios
de Iltirtasalirban (CNH 176/4, 177/13; ACIP 1233, 1242) (García Garrido y Montañés, 2007: 46-47). La
obra del mismo artesano se aplicó sobre dos patrones metrológicos distintos (fig. 11), lo que sugiere una
datación próxima para ambas series y por tanto una introducción temprana del valor denario. Si se adoptó
una nueva denominación se hizo rápidamente y sin grandes vacilaciones. Pero estas series de Iltirta son
posiblemente las primeras que adoptaron la metrología romana junto al nuevo diseño que se impondría
en décadas posteriores (García-Bellido, 2000-2001: 558). Una propuesta osada donde prevaleciera el
criterio tipológico, sin que su peso se oponga a ello, describiría las piezas de Iltirkesalir como denarios,
materializados en una emisión que rondaba el estándar de los primeros denarios romanos.
Al tiempo que se introducían estas novedades, Emporion y Arse mantuvieron sus emisiones de dracmas,
símbolo de autonomía y de la escasa preocupación por asimilar sus series al sistema romano, al menos,
tipológicamente. Las cuestiones metrológicas son siempre ambiguas, ya que la plata de Arse, de raigambre
griega, parece revelar afinidades con el nuevo contexto político, incluso en relación con los pesos de sus
emisiones (Ripollès y Llorens, 2002: 65-94, 153-154).
6. AUTORES CLÁSICOS Y ASUNTOS MONETARIOS
Las obras de Tito Livio, Apiano, Estrabón y Plutarco aluden ocasionalmente a cuestiones monetarias
hispanas, generalmente refiriendo los importes de las exacciones y tributos exigidos durante la conquista
(Blázquez, 1982: 71-83; García Riaza, 1999a, 1999b y 2009). La plata hispana no se cita después de Livio
como diferente de la romana a pesar de las ocasiones que hubo para ello (García-Bellido, 1993: 103). El
resto de autores utilizaron sin excepción la moneda de cuenta en sus cuantificaciones.
Las conocidas referencias de Livio describen el transporte desde Hispania hasta Roma de metal en bruto,
libras de monedas, bigati (197-191 a.C.) y piezas que denomina oscensis argenti y signati oscensis nummum
(197-195 y 182-180 a.C.) en las primeras décadas del siglo II a.C. (García Riaza, 1999b). Muñoz opina que
estos botines debieron recogerse todos los años aunque las fuentes no los mencionen (1988: 98), y la pérdida
de la obra de Livio a partir del 167 a.C. impide conocer si posteriormente se produjeron retiradas similares
(García Riaza, 2009: 57). Las magnitudes registradas sitúan la plata en bruto como el formato más abundante
de la época, dato corroborado por los tesoros. Las palabras de Livio son una referencia literaria de época de
Augusto referidas a unas monedas que habían circulado mucho antes, circunstancia que complica en gran
medida el análisis de unos textos que han llamado la atención desde el siglo XIX (Guadán, 1955: 374-379).
Crawford señaló las imprecisiones de Livio en relación con los asuntos monetarios (1969: 83) y diversos
investigadores coinciden al interpretar el argentum oscense como una referencia general a diferentes monedas
empleadas durante la Segunda Guerra Púnica, incluyendo bajo diferentes criterios dracmas de Emporion,
imitaciones ibéricas y emisiones hispano-cartaginesas (Guadán, 1955: 379; Amorós, 1957: 62; Campo, 1998:
40; Ripollès, 2000: 334), y desechando la idea de una identificación con los denarios ibéricos (Schulten, 1963:
268), propuestas sobre las que cabe realizar ligeras matizaciones.
Los calificativos oscensis argenti y signati oscensis nummum recuerdan a los denarios de Bolskan,
unas piezas que no existían a la sazón y cuyos recuentos superan con creces la cantidad de denarios que
hubiera podido poner en circulación cualquier taller ibérico en fechas tan tempranas. Se ha sugerido que
oscensis pudo tener un sentido metafórico equiparando la escritura ibérica con la itálica de los Oscos, ambas
incomprensibles para Livio (Villaronga, 1977). En este supuesto cabría entender una referencia velada a
las dracmas empuritanas de imitación, las producciones más abundantes de la época con epigrafía ibérica.
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En relación con estos movimientos no hay necesidad de ser categórico, ya que la última referencia de
Livio que incluye las supuestas monedas hispanas se refiere a los años 182-180 a.C. En primer lugar se debe
disociar el relato de Livio del debate sobre la aparición de los denarios, ya que se trata de dos cuestiones
completamente independientes. Y aunque no cabe esperar que por aquellas fechas ya se hubiesen acuñado
grandes cantidades de denarios, seguro que ya circulaban las piezas de Iltirtasalirban.
La referencia a bigati resulta curiosa, monedas de los vencedores que se trasladaron hasta su propia
metrópoli como parte de los triunfos. El término debe referir a denarios y otras series incluidas en los
botines tomados a los indígenas. Los términos bigati y oscensis podrían equivaler desde la óptica romana
a emisiones propias y ajenas, una forma práctica de clasificar las innumerables y heterogéneas emisiones
del conflicto. Dicha distinción podía resultar útil para la administración romana de cara a la preparación
del metal que debía ser fundido. Entre los años 197-191 a.C. al retirarse los bigati, los denarios acuñados
en Roma estaban reduciendo su peso, contexto propicio para reciclar las antiguas series de 4,5 g (Crawford
sugiere un estándar de 3,9 g para los tipos RRC 132-138 del período 194-190 a.C.). Las piezas propias
presentaban garantías de calidad para un reparto o reciclaje inmediato (no sería el caso de cuadrigatos y
victoriatos), a diferencia de las producciones ajenas cuya aleación debía verificarse y, en su caso, refinarse.
Livio también recuerda los beneficios a raíz de botines e impuestos contabilizados en libras (librae pondo),
talentos y sestercios. Diversos trabajos analizan estos datos (Blázquez, 1967: 262-264), calculando los
ingresos que obtuvo Roma excluyendo las monedas (García Riaza, 1999b) o convirtiendo todos los metales
al valor denario, pero excluyendo las conversiones a lingotes de oro (Ferrer, 1999).
Apiano, Estrabón y Plutarco describen imposiciones a los celtíberos en moneda de cuenta, sin concretar
su forma monetal. Se trata de fragmentos que refieren episodios anteriores a los años 140-139 a.C.,
fechas anteriores a la producción masiva de denarios ibéricos. Las unidades de cuenta pondo (Tito Livio),
αργυρíου τάλαντα (Apiano) y τάλαντα (Estrabón y Plutarco) podrían referirse a lingotes, objetos, monedas
o a una mezcla de cualesquiera de ellos. Estos registros de contabilidad no contribuyen a conocer la masa
monetaria, sin embargo otros textos describen escenarios sugerentes en relación con el uso del dinero,
revelando una realidad compleja de pagos adaptados a las circunstancias de cada momento y lugar. Sean
o no excepcionales transmiten procedimientos de pago opuestos a los que cabría esperar. En un caso son
los iberos los que satisfacen el pago de las legiones y en el otro son los romanos los que cargan con el
pago de los auxiliares. El primer caso sucede cuando Mandonio se ve forzado a contribuir con moneda
para hacer efectivo el pago de la tropas romanas en el 206 a.C. (Livio, 21. 61, 7; 28. 34, 11-12) ¿pudieron
repetirse posteriormente pagos de esta índole con denarios autóctonos? El segundo caso es un episodio
que refiere cómo Catón pagó 200 talentos a los celtíberos por su ayuda como auxiliares en el año 195 a.C.,
cifra equivalente a unos 1.326.000 denarios (Plut., Cat. Ma., 10). En este caso los celtíberos no asumieron
el coste de sus propias tropas bajo el mando romano, lo cual revelaría un ambiente flexible de acuerdos
políticos y pagos en relación con los auxiliares.
Apiano proporciona una enigmática noticia relativa al almacenamiento de dinero al señalar que los
romanos perdieron su χρήματα, concepto con un sentido amplio según García Riaza (2009: 56), que era
custodiado en la ciudad de Ocilis cuando ésta cambió su apoyo a los celtíberos (App., Ib., 47; Blázquez,
1982: 79). Al año siguiente, Marcelo exigió 30 talentos tras haber recuperado la ciudad (App., Ib., 48). Al
margen de la ambigüedad de término χρήματα se adivina una intendencia romana versátil que implicaba
a las poblaciones locales en la gestión de recursos económicos. Dicho término vuelve a ser referido por
Plutarco al señalar que Sertorio empleó la χρήμασι de las ciudades españolas (Sert., 22, 4). Las fuentes no
contribuyen a conocer el tipo de moneda que unos y otros utilizaban para satisfacer pagos, pero lo normal
sería una total flexibilidad para adaptarse a cualquiera de las monedas en circulación. No se discute que
iberos y celtíberos aceptaran monedas romanas y los hallazgos monetarios demuestran que los romanos
también aceptaban las emisiones locales. De hecho en algunos territorios los denarios autóctonos llegarían
a ser casi el único tipo de moneda disponible.
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7. LOS PESOS VACILANTES DE DRACMAS Y DENARIOS
7.1. La hegemonía de las dracmas
Los datos disponibles permiten perfilar los principales hitos metrológicos de las monedas peninsulares entre
los siglos V-I a.C. (Mora, 2006). Las emisiones de plata prerromanas ofrecen un panorama dominado por
modelos coloniales (Villaronga, 1998: 60; García-Bellido, 2000-2011: 556). El primer patrón metrológico
monetal de la Península fue el modelo foceo adoptado por Emporion (Ripollès y Chevillon, 2013: 3-8), que
pronto se modificaría por causas inciertas. Las ciudades púnicas de Ebusus y Gadir, y la ibérica de Arse,
siguieron modelos que no ejercieron influencia más allá de sus propios entornos. En un territorio carente
de influencias centralizadoras entre los siglos V-III a.C., la plata era escasa, circulaba localmente y, fuera
de sus ámbitos, se valoraba al peso, evitando los inconvenientes derivados de la existencia de diferentes
sistemas. La práctica de enfrentarse a una masa monetaria heterogénea y compleja sólo se produjo a partir
de la Segunda Guerra Púnica.
El referente metrológico más importante de los siglos anteriores a los romanos son las dracmas de
Rhode y Emporion, aparecidas en el tránsito de los siglos IV-III a.C. y acuñadas con un peso aproximado
de 4,7 g (fig. 2, nº 5 y 6). Cuando los romanos llegaron a la Península, adaptaron las dracmas de Emporion
en favor de sus intereses y los pueblos ibéricos hicieron lo propio.3 Al tiempo que se acuñaban las dracmas
de Emporion modificadas y las ibéricas de imitación, los romanos importaban sus nuevos denarios que
sustituían a los cuadrigatos-didracmas. La nueva denominación pesaba inicialmente unos 4,5 g (72 piezas
por libra), magnitud próxima a la empleada por las dracmas emporitanas, únicas monedas locales disponibles
en cantidades significativas y concebidas en el entorno romano. Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica
no mezclaron denarios romanos y dracmas autóctonas en cantidades significativas (Villaronga, 1993: nº
28-40). De hecho, se comprueba una presencia ocasional de denarios romanos en dichos conjuntos con
promedios metrológicos a veces bajos pero que, globalmente, se ajustan bien al peso teórico (Villaronga
1979: 255-256 y 1999). En el tesoro de Les Encies los pesos medios son de 4,61 g sobre 11 dracmas y
de 4,32 sobre 19 denarios (Campo, 1991: 176-178; Villaronga, 1979: 255). No hay coincidencia pero los
valores se encuentran próximos, sobre todo, entendidos como parte de una masa monetaria donde los
patrones se reconocían con dificultad más allá de su lugar de origen.
Zobel expresó su visión sobre la implantación del modelo romano: las dracmas emporitanas de
carácter más moderno no suelen pesar más de 4,5 gramos: de dracmas habían pasado a ser denarios
disfrazados (1878: 134). Desde la perspectiva emporitana, los romanos emulaban el peso de sus dracmas
que eran anteriores, con una rebaja prácticamente imperceptible. Y a la inversa, los romanos podían
asimilar las monedas de Emporion como unos denarios de calidad. En la masa monetaria del conflicto
resulta complicado que una diferencia de décimas de gramo marcase una distancia apreciable entre la
aceptación de unas y otras. El encasillamiento cultural y las categorías descriptivas actuales condicionan la
visión de un ambiente productivo complejo, alimentado por influencias recíprocas y sometido a exigencias
desconocidas. Cabe asimismo destacar la continuidad de Kose-Tarankon e Iltirta en la fabricación sucesiva
de dracmas y denarios (Villaronga, 1978 y 1983: 41-43). La consideración de la pieza de Iltirkesalir como
dracma se debe a su peso, pero si la tipología fuese el criterio clave, se podría describir como denario
pesado similar a los republicanos, hecho quizá fomentado por tratarse de una serie inaugural. A inicios del
siglo II a.C. dracmas de Emporion y denarios evolucionaron hacia un estándar más ligero.
3
Respecto al modelo seguido por Emporion y sus imitaciones se han establecido los siguientes patrones metrológicos: (1) 4,67 g
para las dracmas emitidas con anterioridad a la llegada de los romanos; (2) 4,62 g tras el desembarco de los romanos hacia 218
a.C., estándar próximo a las primeras series de denarios de 4,5 g; (3) 4,56 g para la dracmas de imitación ibéricas; (4) 4,14 g en
Emporion para el siglo II a.C. (Villaronga, 2002a: 108).
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7.2. Movimientos hacia un peso común
Tras la guerra el estándar metrológico romano acabaría imponiéndose. Pero Emporion y Arse conservaron sus
tradiciones metrológicas cuando las tendencias globalizadoras comenzaron a tomar fuerza. Ambas ciudades
emitieron dracmas al menos hasta mediados del siglo II a.C., manteniendo un modelo donde prestigio y
tradición prevalecieron sobre las supuestas ventajas de asimilarse al estándar del denario. Cambiaron la
metrología de su plata respecto a series precedentes, pero la mantuvieron ajena al patrón romano, quizá por
su localización costera, ajena a las necesidades de los contingentes militares; Emporion acuñó piezas de 4,15
g (Villaronga, 2002a: 54) y Arse de 2,49-2,69 g (Ripollès y Llorens, 2002: 156, nº 82-116) por influencia de
Massalia o con una convertibilidad de 2/3 respecto al denario romano (Ripollès y Llorens, 2002: 159-161).
Resulta complicado argumentar que estas elecciones tuviesen alguna desventaja práctica.
Las monedas ibéricas, celtibéricas y vasconas de plata se describen como denarios por su similitud con
el estándar romano. Otro planteamiento las relaciona con un estándar local, como una prolongación de las
dracmas de imitación, aunque admitiendo que la implantación del sistema bimetálico se debe a la influencia
romana y el final de la hegemonía emporitana (García-Bellido, 2000-2001: 563-564). Según Crawford los
denarios republicanos pesaron 4,5 g hasta el 211-208 a.C (RRC 111) y 3,86 g desde el 157-156 a.C. (RRC
197). Los tesoros peninsulares confirman el estándar elevado de 72 piezas por libra durante la Segunda
Guerra Púnica (Villaronga, 1999) y la reducción a 84 piezas por libra sólo se alcanzó tras una serie de
vacilaciones durante la primera mitad del siglo II a.C., ratificadas por los hallazgos de Hispania (Crawford,
1974: 594-595; Hildebrandt, 1991-1993: 205). Los tesoros en ocasiones escapan al modelo y revelan un
panorama más complejo con promedios inusitadamente bajos tanto en las primeras como en las últimas
series republicanas (Generoso, 1993; Duncan-Jones, 1995; Villaronga, 2002b: 39-42).
Se han identificado 21 cecas que acuñaron denarios, de las que 4 que además produjeron quinarios, su
valor mitad. La mayoría de emisiones se ajustan bien al estándar romano de 84 piezas por libra, aunque sus
pesos medios presentan oscilaciones notables que a veces carecen de una explicación cronológica, tal como se
ha observado para los denarios republicanos. Las primeras emisiones de denarios ibéricos presentan un peso
algo más elevado, en el entorno de los 4 g, coincidente con el romano de las primeras décadas del siglo II
a.C., circunstancia también comprobada en series más tardías, cuando Roma ya ha fijado su estándar en 3,86 g
(Villaronga, 1995a: 33-46; Gozalbes, 2009a: 95, tabla 8). Quizá algunas emisiones iniciales se cuidaron más y
reclamaron protagonismo ofreciendo piezas de un peso superior al común. Los primeros denarios de Turiasu,
que no deberían ser anteriores al 140 a.C., ofrecen todavía un promedio de 4,06 g (Gozalbes, 2009a: 185).
También en fechas tardías se comprueba que algunos promedios se encuentran muy por debajo de lo
que podría ser considerado normal. Las series de Sekobirikes, a falta de un estudio monográfico, rondan
los 3,5-3,6 g de promedio (CNH 5-10); por su parte, la última emisión de Turiasu presenta un sorprendente
promedio de 3,32 g (Gozalbes, 2009a: 92-94). Las diferencias de peso entre los denarios romanos de 3,86 g
y los llamados denarios ibéricos son inapreciables en la práctica. En relación con este peso teórico algunas
producciones locales fueron más pesadas, otras se ajustaron con gran precisión y la mayoría resultaron algo
más ligeras (fig. 12). No se puede suponer que su valor sobre el papel fue distinto.
Iltirta, Kese, Sesars y Turiasu acuñaron además quinarios, lo que aparentemente refuerza la integración
con la tradición monetaria romana. Su volumen de emisión no fue apreciable ni en Roma ni en la Península,
pero el hecho de que una de las variantes acuñadas por Turiasu reprodujese con fidelidad el diseño de un
denario romano constituye otra prueba de la sintonía romana de estas producciones locales (Gozalbes, 2009a:
47-49, 167-168). Las autoridades emisoras establecían patrones monetarios y la disciplina numismática se
afana por identificarlos. Pero la realidad es que cualquier usuario podía encontrarse con pesos notablemente
dispares ante piezas acuñadas incluso por la misma pareja de cuños. Las operaciones de pago no sólo estarían
condicionadas por los patrones metrológicos vigentes. Y con la acumulación de monedas en circulación de
diferentes períodos y talleres, los pesos individuales, el desgaste o la calidad metálica pudieron ser factores
más importantes a la hora de tomar decisiones que los propios estándares teóricos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
4,5 g
3,86 g
sedetanos
belos
lusones
ausetanos
arévacos
ilergetes
Kelse
Arsakoson
Baskunes
Arsaos
Bentian
K. Karbika
Sekotias
Kolounioku
Oilaunikos
Arekorata
Sekobirikes
Turiasu
Sekaisa
Sekia
Belikiom
Bolskan
Sesars
Iltirta
carpetanos
celtíberos
suessetanos
Dracmas Pegaso
Dracmas modificadas
Dracmas ibéricas
Dracmas siglo II a.C.
Kese
Ausesken
?
vascones
Ikalesken
kesetanos
RRC 101
4,5 g
211-210 a.C.
3,9 g
RRC 187
169-158 a.C.
Fig. 12. Pesos de dracmas y denarios por etnias y emisiones (según Villaronga, 1995a, y trabajos citados en el epigrafe 2.1)
junto a la reducción del peso teórico de los denarios romanos segun los datos del catálogo de Crawford (1974).
8. EL DENARIO, UN MODELO SIN ALTERNATIVAS
8.1. ¿Un proceso sin interrupciones?
Los denarios ibéricos se han estudiado como un fenómeno independiente de las acuñaciones realizadas
durante la Segunda Guerra Púnica. Durante este conflicto se desarrollaron prácticas monetarias novedosas y
cabe pensar que el denario se inscribió en el nuevo modelo administrativo provincial como una prolongación
de esta experiencia, más que como resultado de una nueva política monetaria. Dracmas emporitanas e
imitaciones ibéricas habían jugado un papel trascendental en la financiación bélica, quizá similar al que
desempeñaron los denarios locales en décadas posteriores. La administración romana debió ejercer algún
control sobre este nuevo modelo; no se explica fácilmente que durante dos décadas a lo sumo, cerca de
un centenar de talleres ibéricos llegasen a producir sus propias dracmas de imitación con una metrología
homogénea y que, más tarde, a lo largo de 125 años, sólo 21 ciudades se animasen a acuñar denarios.
Tras la exigente tarea de retirar la plata empleada durante la guerra, los denarios romanos se
convirtieron en el único sistema de referencia para la plata y las nuevas emisiones locales se ajustaron
a esta metrología. Lo cierto es que la situación política no dejaba demasiado margen a una alternativa
mejor. García-Bellido defiende el iberismo de todos los patrones locales incluida la plata y considera
improcedente la expresión denario ibérico (2000-2001: 563-564). Pero los denarios romanos debieron
tener el mismo valor que la plata local en condiciones normales, por lo que un debate terminológico no
deja de ser una trampa. La única característica objetiva que podría conducir a una valoración desigual de
dichas producciones se debería a su diferente pureza, más que a sus diferencias de peso. Sin embargo, los
tesoros no avalan una selección de piezas y resulta difícil entender cómo los usuarios comunes podrían
tomar decisiones razonadas en relación con estas cuestiones.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Un debate en plural sobre el origen de los denarios ibéricos resulta artificial. Como ya se ha indicado, Iltirta
pudo tomar esta decisión en solitario desde fechas tempranas casi enlazando con la producción de dracmas.
¿Siguieron Kese o Ausesken sus pasos de inmediato? ¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que otros talleres de
Suesetania o de la Celtiberia se incorporaron a esta moda? ¿Necesitaron el permiso romano? ¿Se produjeron
interrupciones una vez iniciadas las emisiones? Diferentes propuestas coinciden en situar los primeros denarios
ibéricos en la primera mitad del siglo II a.C., pero la ausencia de tesoros en estas décadas siempre ha constituido
un obstáculo para lograr una mayor precisión cronológica. Pero el eslabón clave entre dracmas y denarios
ibéricos lo proporcionan las series de Iltirkesalir e Iltirtasalirban (García-Garrido y Montañés, 2007). Ambas
producciones se sucedieron posiblemente con una cierta continuidad, incluyendo una renovación tipológica
tan significativa como la metrológica. Quizá incluso las últimas producciones de dracmas se solaparon con
las primeras tentativas de acuñar denarios. Para Villaronga la emisión de Iltirkesalir era anterior a las dracmas
ibéricas de imitación (1979: 55), admitiendo de algun modo que se integraba en la tradición de las dracmas
a pesar del cambio de tipología (García-Bellido, 2000-2001: 564). Resulta peligroso encasillar actualmente a
partir de categorías que quizá forman parte de una realidad ambigua y compleja, desligada de una aplicación
rígida de los estándares. Precisamente Iltirta y Kese ya habían acuñado dracmas y divisores durante la guerra.
En el primer caso la producción fue variada y posiblemente regular, dando a entender que acuñarían denarios a
la primera oportunidad que se presentase. ¿Necesitaron esperar un permiso especial? En ciudades afines a los
romanos como Emporion y Arse no se ha planteado por las mismas fechas una interrupción de las emisiones.
El establecimiento de una nueva tipología pudo tener mayor significación que el cambio metrológico.
En la moneda de Iltirkesalir aparece un jinete y por lo tanto sería prácticamente equivalente a un denario de
peso elevado. Ciertamente ninguna serie local de denarios volvió a reproducir un peso tan elevado, dato de
importancia relativa si se piensa en la evolución del estándar romano. Hay también un argumento epigráfico que
refuerza la idea de continuidad. El término ibérico salir aparece sobre monedas de diferente peso, y por tanto
no guarda relación con ninguna denominación concreta. Se interpreta como una referencia genérica al dinero
o a la moneda (Fletcher, 1989 y 1990; Velaza, 1996: 56), pero como no aparece sobre bronces se le supone un
significado próximo a la plata (Ferrer i Jané, 2012: 40-41). Se utilizó con intensidad a finales del siglo III a.C.
sobre las dracmas que presentan los epígrafes iltirtasalir, belsesalir, tarankonsalir, salirban, sokesalir y erusalir
(ACIP 348-351, 361, 371, 362, 369, 370, 395), sobre la emisión de iltirkesalir (ACIP 280), sobre la hemidracma
kesesalir (ACIP 1104) y, finalmente, sobre los denarios de Iltirtasalirban (ACIP 1233, 1234, 1242, 1248). Este
término se asoció a unas monedas que formaron parte de una masa monetaria diversa y complicada. En estas
circunstancias es posible que fuera más relevante el término genérico que el peso concreto de la pieza. Desde
una perspectiva epigráfica este hecho otorga a todas estas piezas una unidad incontestable. Además de esto, la
dracma de Iltirkesalir y los denarios de Ausesken comparten los signos ban como marca de anverso, leyenda
quizá sin valor fonético, donde ba podría expresar la idea de unidad y n un valor desconocido (Estarán, 2013:
66-68). En los plomos escritos aparecen trazos verticales paralelos de idéntico trazado a la ba, muy comunes
como registro contable, incluso acompañados del término salir en el ejemplo de Los Villares (Fletcher, 1990:
88). Esta lectura aproximaría el valor de ambas piezas aunque no pesaran lo mismo. Los denarios romanos con
la marca X tampoco cumplían la deseada regularidad metrológica. El hecho de que la marca ban aparezca sobre
dos divisores deja por supuesto el tema abierto (ACIP 281-282).
Las 21 cecas ibéricas, celtibéricas y vasconas que emitieron plata se concentraron en el cuadrante noreste
y en los valles del Ebro y del alto Duero. Aunque pertenecieron a diferentes grupos étnicos, se refieren
tradicionalmente bajo el ambiguo epígrafe denarios ibéricos, denominación precisa sólo en un sentido
epigráfico o geográfico. En muchos casos sus localizaciones son aproximadas o inciertas, aunque la mayoría se
alinean en los márgenes del Ebro, a cierta distancia del curso principal. Importantes cecas como Sekobirikes,
Baskunes, Arekorata, Arsaos o Turiasu sólo se conocen por sus monedas. No son recogidas por ninguna fuente
clásica y los criterios arqueológicos, lingüísticos o numismáticos basados en los hallazgos todavía no permiten
siquiera sugerir la localización precisa de algunas de estas ciudades. Bolskan, latinizada como Osca, es la
única de todas ellas mencionada por las fuentes por su condición de capital sertoriana (Plut., Sert. 14 y 25).
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Los denarios peninsulares de celtas, iberos o vascones muestran singularidades en los detalles, pero su
modelo principal compartido es resultado de influencias externas posiblemente de índole romana (Burnett, 1987:
39). Todos ellos adoptaron diseños similares (cabeza masculina/jinete), el signario ibérico para sus leyendas y
un mismo estándar metrológico ¿Por qué pueblos tan distintos a priori compartieron estos diseños? Los tipos
principales se antojan relacionados con dioses o héroes de origen local (Almagro-Gorbea, 1995; Arévalo, 20022003 y 2003), quizá con una lectura no exclusivamente militar (Gozalbes, 2006), aunque su indefinición ha
permitido entenderlos también como temas provinciales romanos (Paz y Ortiz, 2007). Llama poderosamente la
atención que las variantes tipológicas de reverso escogidas por cada ceca nunca se modificasen (fig. 17).
La introducción del denario hay que situarla en su contexto, recordando el importante papel de las
dracmas precedentes y la posibilidad de que emisiones de bronce de Kese o Iltirta anticipasen los diseños de
los denarios o los acompañasen desde un principio. Se podría discutir si el caso fue diferente en la cecas de
nueva creación, pero entonces el debate se limitaría a determinar si la creación de cada nuevo taller exigía
de un permiso especial. Presuponer condiciones y decisiones que condujesen a la introducción del denario
no deja de ser un actualismo. ¿Interrumpió la propia Roma sus emisiones cuando adoptó el denario?
8.2. La datación de los denarios
La polémica sobre la datación de los denarios ibéricos resulta artificial, ya que una sola emisión antigua y
aislada desmontaría cualquier explicación de tipo global. Se admite por consenso que los denarios autóctonos
se acuñaron de forma progresiva y que abundaron particularmente entre finales del siglo II a.C. y comienzos
del siglo I a.C., aunque la datación de las primeras emisiones ha sido objeto de propuestas muy diversas (fig.
13). Los talleres que emitieron plata aparecieron en el este de la Península, avanzaron progresivamente hacia
el oeste, y hacia el alto Duero su expansión quedó frenada. Dificultades en el aprovisionamiento de plata
pudieron condicionar o limitar las posibilidades de creación de unas cecas que en ocasiones acuñaron grandes
cantidades de plata, mientras que en otras realizaron producciones modestas o incluso anecdóticas.
La secuencia de producción comienza sin duda con las cecas de Iltirta, Kese y Ausesken a las que debieron
seguir Sesars y Bolskan. Estos talleres realizaron las series más antiguas, cuyo rasgo común más evidente es la
leyenda curva, salvo en el caso de Kese por razones obvias de brevedad, aunque algunos cuños apuntan dicha
tendencia (Villaronga, 2002b: 35, nº 44-46). Esta disposición curva sigue la tradición de las dracmas, hecho
que refuerza la idea de una continuidad de concepto. Las leyendas horizontales posteriores se asemejan más al
modelo romano, disposición casi exclusiva de las grandes series posteriores de denarios.
La ordenación relativa de Villaronga, con ligeras matizaciones, constituye una propuesta razonable para
apuntar un posible orden de apertura de talleres (1995a: 67-68). Sus diferentes fases de actividad o capacidades
de producción son cuestiones que complican el panorama y en las que no cabe entrar. Las series más antiguas,
se remontan a principios del s. II a.C. y corresponden a ilergetes, kesetanos, ausetanos y suessetanos (Burillo,
2002: 211-212; Pérez Almoguera, 1996; Villaronga, 2004: 134-135). Las cecas de celtíberos y vascones no
aparecieron hasta mediados del siglo II a.C. Es posible que los talleres más antiguos se relacionen con una
situación de necesidad ya que, como señala Crawford, los denarios romanos no llegaron a Hispania durante
las dos generaciones posteriores a la Segunda Guerra Púnica (1985: 93), a pesar de que los tesoros sugieren
que sólo desde el 140 a.C. llegaron en cantidades significativas (Ripollès, 1984: 106). Aunque los salarios
legionarios se pagasen en bronce el sistema era bimetálico y necesitaba monedas de plata.
El estilo compartido para Iltirkesalir e Iltirtasalirban es una prueba incontestable de la continuidad dracmasdenarios (García Garrido y Montañés, 2007) y quizá demuestra la adopción del nuevo sistema metrológico
al margen de mandatos globales o de cambios de autoridades. Siendo obra del mismo artista no pudo mediar
excesivo tiempo entre la acuñación de ambos valores. El tesoro de Armuña de Tajuña fechado hacia el 205-200
a.C. (Ripollès, Cores y Gozalbes, 2009: 171) incluye en un lote todavía inédito un fragmento de una dracma de
Iltirkesalir emitida con los mismos cuños que la pieza de París, lo que ratifica la antigüedad de la serie.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
A
Baskunes
222
Bentian
18 Arsaos
?
90
Oilaunikos Arsakoson
10 ?
Sekobirikes
137
Arekorata
?
551
Sekia
267
Kolounioku
34
Sekotias Turiasu
4
2
Bolskan
5
Sesars
Ausesken
145
4
360
Iltirta Iltirkesken
Sekaisa
20
68
Belikio Kelse
37
1
Kese
1
33
Konterbia Karbika
18
Ikalesken
53
?
B
Localización incierta
Konterbia Karbika
Arekorata Oilaunu
Turiasu Baskunes
Bolskan
Sesars
Iltirkesken
Iltirta
218 a.C.
200
Crawford
(1969: 82)
Knapp (1977: 12)
Villaronga
199-170 a.C.
(2004: 134)
Ripollès
200-175 a.C.
(2005a: 196)
Zobel (1878: 137)
Sekaisa
Ausesken
Kelse
Ikalesken
180
160
Hill 175-133 a.C.
(1958: 58)
Jenkins
(1958b: 143)
Arsaos
Sekia
Belikiom
140
Bentian
Arsakoson
120
Amorós (1957: 62)
Domínguez (1998: 192)
Campo 155-133 a.C. (2000: 62-63)
Kolounioku
Sekotias
Sekobirikes
100
72 a.C.
Kese
Jenkins (1958a: 58)
Crawford (1985: 95)
Beltrán (1986: 898; 1998: 112)
García-Bellido (1993: 109)
García-Bellido y Blázquez (2001: 74)
Fig. 13. A) Iltirkesken y las cecas de denarios con estimación de cuños de anverso según síntesis de Villaronga (1995: 7576) y monografías (Villaronga, 1983: 97; Gomis, 2001: 98; Abascal y Ripollès, 2000: 30; Collado, 2000: 104; Gozalbes,
2009a: 161: Villaronga, 1988: 63). B) Propuesta de inicio de emisiones de denarios con tamaño proporcional a su volumen
de producción junto a las principales dataciones realizadas sobre la cronología inicial de los denarios ibèricos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 14. Denario de Kese del tesoro
del Francolí. 4,19 g (col. F. Suárez, exAureo & Calicó 3/12/2013, nº 1364 =
Villaronga, 2002: nº 37).
Los denarios de Iltirtasalirban son escasos en los tesoros, pero revelan unas pautas singulares. Su
presencia se constata en dos tipos de tesoros ocultados en diferentes períodos; en conjuntos presumiblemente
antiguos donde los elementos de datación absoluta son inexistentes,4 y en hallazgos tardíos donde sólo
aparecen ejemplares aislados fruto de una circulación residual.5 En los antiguos, las piezas de Iltirtasalirban
son abundantes y aparecen en compañía de monedas de Sesars y, ocasionalmente, de Kese y Bolskan. Por
el contario, los tesoros recientes, de finales del siglo II a.C. y comienzos del siglo I a.C. sólo proporcionan
ejemplares aislados. En estos últimos conjuntos las piezas de Iltirtasalirban aparecen en compañía de series
republicanas de cierta antigüedad. El estudio de cuños de las series de Iltirtasalirban demuestra que se
produjeron en cantidades importantes.6
El tesoro de Francolí confirma que los denarios de Kese circulaban en el primer cuarto del siglo II a.C.
(Villaronga, 2002b: 39). Los 10 ejemplares que contiene aparecen poco gastados y su ejemplar más antiguo
según la ordenación de cuños se corresponde con la entrada nº 11 de su catálogo monográfico (Villaronga
1983: 146; Villaronga, 2002b: 30) (fig. 14). Sin ser las piezas más antiguas de Kese, presentan un promedio
de 4,08 g, superior a la cifra de 3,98 g calculada para toda la serie (Villaronga, 1983: 44). Aunque los 10
primeros emparejamientos estén ausentes en el tesoro, su estilo es similar y no cabe a priori atribuirles
una cronología muy distinta. Los denarios republicanos más recientes del conjunto son emisiones de una
cronología poco precisa entre los años 179-170 a.C. (RRC 162, 164 y 169). Cabe señalar que las primeras
3 parejas de cuños de Kese aparecen aisladas del resto de la cadena en la monografía de Villaronga (1983:
45). El primer cuño de anverso, del mejor estilo, sería posiblemente el que apareció en Hostalrich según
la noticia de Guadán que lo describe con pendiente (Villaronga, 1966: 303-304; Guadán, 1969: 92). La
proximidad formal entre Kese y Ausesken sugiere una cronología próxima para ambas.
4
Hay tres conjuntos cuya cronología parece antigua pero que no cuentan con presencia de moneda romana que permita confirmarlo.
El tesoro de Hostalrich cuenta con una bibliografía confusa (Mateu, 1951: 237, HM 444; Guadán, 1969: 92, nº 41), pero según
su descripción más reciente incluiría 2 denarios de Kese, 60 de Sesars, 1 de Bolskan (con leyenda circular, CNH 211/1), 3 con
leyenda Iltirta y 170 con la leyenda Iltirtasalirban (Villaronga, 1978: 32). En este caso la selección de cecas y emisiones constituye
de por sí un indicio de antigüedad. El segundo tesoro, procedente de Altorricón, estaría compuesto por más de 500 denarios, en su
mayoría de Iltirtasalirban, pero no hay más datos ya que se remonta a la publicación de Lastanosa (1645: 61-62). El tercer caso,
el conjunto de Alto Ebro, es peculiar ya que en todos los ejemplares son forrados (García Garrido, 1985). Se trata de un hallazgo
único, donde cabe especular hasta qué punto su propietario era consciente de esta singularidad. Lo componen 40 ejemplares de
Iltirtasalirban junto a 8-10 de Sesars.
5 Hay un ejemplar de Marrubiales de Córdoba que Jenkins considera como el más gastado (1958a: 59, lám. xiii, 1; Chaves, 1996:
93-104), otro de Salvacañete en paradero desconocido (Cabré, 1936; Gómez Moreno, 1949: 182; Villaronga, 1993: 42, nº 63),
un fragmento de tipología discutible de Almadenes de Pozoblanco (Chaves, 1996: 118, nº 103), y un ejemplar perdido de Torres
/ Cazlona 1618 (Delgado, 1871: 149-159; Zobel, 1878: 196-197). Los denarios republicanos más antiguos de Salvacañete,
Almadenes de Pozoblanco o Cazlona se fechan a finales del siglo III a.C. (Marcos et al., 1998: 257). Lamentablemente las
circunstancias de publicación impiden realizar una comparación de desgaste entre los ejemplares de Iltirtasalirban y estas piezas.
6 Grupo 7, el más antiguo de Villaronga, con un rizo de gancho hacia abajo, con 36 cuños de anverso y 41 de reverso sobre una
muestra de 85 monedas (Villaronga, 1978: 37-38); 4 de anverso y 4 de reverso para el grupo 13 con una muestra de 4 ejemplares;
20 cuños de anverso y 29 de reverso para el grupo 14 para una muestra de 129 denarios (Villaronga, 1978: 36).
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Sesars tuvo que acuñar también en fechas tempranas (Villaronga, 1995a: 17). Los tesoros de Hostalrich
y Alto Ebro sitúan sus emisiones junto a las series catalanas antiguas (Villaronga, 1966: 302-304; García
Garrido, 1985), aunque el primero se haya fechado a mediados del siglo II a.C. (Domínguez, 1991: 195).
Resulta sorprendente que estos dos tesoros sean los únicos conocidos con denarios de Sesars. Según las
estimaciones de Villaronga se utilizaron alrededor de 145 cuños en su producción, cifra que supera los cuños
calculados por este mismo autor para Kese (31), Iltirta (67), Ikalesken (52), Arsaos (90) o Sekobirikes (136)
(Villaronga, 1995a: 75-76). La ausencia de unos denarios tan abundantes en los tesoros de finales del siglo
II a.C. certifica su antigüedad e incluso sugiere que pudieron ser objeto de una desmonetización puntual o
progresiva. ¿Formaron parte los denarios de Iltirtasalirban o Sesars de alguno de los botines descritos por
Livio? En el 180 a.C., fecha del último botín, sin duda ya circulaban algunos denarios ibéricos. Otro vínculo
característico entre estas series antiguas, salvo en Kese, es la presencia de leyendas secundarias similares y
con elementos comunes. Sobre sus anversos aparecen las leyendas ban (Iltirkesalir, Ausesken) o bon (Sesars,
Bolskan), donde el elemento leído como ba podría ser un ideograma con el sentido de unidad (Estarán, 2013:
67 y 69). Entre las restantes 15 cecas que acuñaron denarios posteriormente, la única leyenda secundaria
repetida por dos talleres diferentes es benkota (Baskunes y Bentian) y resulta complicado hallar similitudes
entre el resto. Quizá Arsakoson expresó un concepto similar al utilizar en solitario el signo ba.
La datación de los últimos denarios es un asunto menos debatido. Existe consenso acerca de que los
tesoros de las guerras sertorianas incluyen las últimas series de denarios locales (Crawford, 1985: 210). La
idea de un punto final para estas emisiones tiene también un valor relativo, puesto que numerosos talleres
ya habían concluido sus emisiones de plata mucho antes de este episodio (casos claros como Kese, Iltirta,
Ausesken, Sekaisa o Sesars). Así como la apertura de talleres fue progresiva, su cierre simultáneo se ha
entendido como una imposición romana consecuencia del apoyo que habían prestado a la causa sertoriana.
El estudio de Turiasu revela que sólo tres parejas de cuños del estilo final no aparecen en ninguno de los
tesoros conocidos; las monedas de estos cuños podrían ser las únicas posteriores al conflicto de entre toda
la colosal producción de este taller (Gozalbes, 2009a: 148). Quizá no debería plantearse como un cese
simultáneo de la actividad de todos los talleres. Igual que su incorporación a las emisiones fue progresiva,
su cese de actividad debió producirse de modo similar.
Los tesoros ratifican que estas producciones no sobrepasaron las guerras sertorianas. No obstante la
cronología tradicionalmente sertoriana de muchos de ellos también se ha puesto en duda (Rodríguez, 2009).
Los tesoros sin moneda romana y con denarios ibéricos de los talleres de Bolskan, Turiasu, Sekobirikes,
Baskunes o Arsaos hasta hace poco se asignaban directamente a este conflicto. Sin negar que muchos de ellos
pertenezcan a estos años, lo cierto es que algunos son algo anteriores o posteriores. Esta datación tradicional
reposa sobre la supuesta lealtad de las cecas adheridas a la causa de Sertorio, idea muy influenciada por el
hecho de que sus tropas se habrían financiado con plata ibérica; cecas como Bolskan, Turiasu o Sekobirikes
habrían servido a su causa (García-Bellido, 2005: 34). No se puede discutir que estas monedas fueron el medio
principal para financiar el conflicto, porque acuñadas desde las décadas precedentes constituían el núcleo de
la masa monetaria. Posiblemente la moneda pre-sertoriana en circulación resultaba de por sí suficiente para
cubrir una buena parte de los costes del esfuerzo bélico. La meta sería identificar los cuños que pudieron
haber estado en funcionamiento en época sertoriana, labor que se revela complicada, fundamentalmente por
la ausencia de tesoros con moneda romana que permitan discriminar aquellas monedas que ya circulaban en
los años inmediatamente anteriores a la guerra.
Otra cuestión es que, además, no hay ninguna prueba de que dichas emisiones tuviesen una significación
más allá de la estrictamente económica. Si la plata local se hubiera erigido en algún momento como símbolo
de la resistencia frente a Roma, las autoridades podrían haber considerado retirarlos de la circulación tal y
como hicieron tras la Segunda Guerra Púnica. Los tesoros sugieren que no hubo atisbo de desmonetización
y que continuaron circulando con normalidad al menos hasta las guerras civiles, en contextos donde el
protagonismo de las piezas importadas era cada vez mayor (fig. 10). Dicha realidad delata la mentalidad
práctica de la metrópoli frente a una masa monetaria bien organizada y probada durante décadas. Si el
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
299
Fig. 15. Dracma de Iltirta (col. particular).
recuerdo de Sertorio hubiera permanecido en las monedas, Roma podría haber actuado de una forma similar
a como lo hizo tras la Segunda Guerra Púnica. Sertorio pudo servirse circunstancialmente de algún taller,
pero no de todos. Carece de lógica pensar que algunas ciudades con tradición pudieran ver comprometida
su autonomía por emisiones que tampoco constituían una novedad palpable. Resulta más prudente pensar
que el cese responde al cierre de una etapa. Las emisiones pudieron verse precipitadas a su fin precisamente
por la gran cantidad de moneda acuñada en décadas precedentes a la que se sumó la importada por los
romanos para afrontar el esfuerzo bélico, incrementada por la acuñada aquí (RRC 366, 393). Si la moneda en
circulación cubría las necesidades de Hispania no hacía falta acuñar más. En este contexto, si los auxiliares
se habían financiando hasta entonces con emisiones de denarios ibéricos, hubo que pensar en organizar a
partir de entonces otro modelo de financiación.
El nuevo tipo con cabeza masculina y jinete en diferentes variantes se presta a lecturas diversas en torno
a las ideas de autoridad y del héroe fundador (Almagro-Gorbea, 1995; Arévalo, 2003). Habrá que determinar
en cada ceca si se adoptó antes sobre denarios o sobre bronces. En las producciones de Iltirta y Kese, algunos
bronces del jinete podrían ser contemporáneos de los denarios con el mismo diseño, significando en última
instancia que su aplicación sobre la plata no resultaría estríctamente novedosa (Villaronga, 1978 y 1983).
Pero incluso en esta cuestión existe un singular precedente con dracmas de Iltirta donde de forma excepcional
se utiliza una cabeza masculina (ACIP 343-345; Villaronga, 1998; nº 192-196, lám. XVIII; García Garrido y
Montañés, 2007: 46 y 50). Esta representación masculina no aparece sobre ninguna otra dracma aunque sí es
frecuente en divisores. ¿Podría ser este diseño una anticipación del personaje de los denarios? (fig. 15).
9. EL METAL
9.1. La materia prima
Los autores clásicos recogen diversas noticias sobre la riqueza de las explotaciones mineras peninsulares
(Davies, 1935: 94-139). Hispania fue un importante centro productor de plata, fundamentalmente en la forma
de galena argentífera (Domergue, 1990: 8, 71-75). Las minas más ricas estaban localizadas en Carthago Nova
que proporcionaba unos nueve millones de denarios al año (Estrabón, 3, 2, 10; Blázquez, 1978: 32-35). Esta
actividad también quedó plasmada en tipos monetales, téseras de plomo, marcas y contramarcas (García-Bellido,
1986; Arboledas, 2010: 49-53). Las explotaciones del distrito minero del sur, quizá gestionadas por societates
publicanorum, cuentan con un amplio refrendo arqueológico (Richardson, 1976; Domergue, 1990; Arboledas,
2010: 133-139). Las emisiones hispano-cartaginesas o el taller púnico de Gadir pudieron beneficiarse de la
proximidad de estas fuentes (Villaronga, 1973: 92-93; Alfaro, 1988: 56, nota 186). Sin embargo, no hay indicios
de actividades mineras en el entorno de las cecas de plata ibéricas, celtibéricas y vasconas. En estos ámbitos
los estudios se han afanado por localizar minas de plata próximas a las cecas que acuñaron dracmas o denarios,
cuyo abastecimiento desde el sur parece demasiado costoso y complicado. Hay propuestas para identificar
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minas de plata en los ámbitos ibérico o celtibérico, que han permitido sugerir fuentes de aprovisionamiento
como la Sierra Calderona para Arse o Valdeganga para Turiasu (Ripollès y Llorens, 2002: 162-164; Gozalbes,
2009a: 164), propuestas que en ningún caso resultan concluyentes. Las posibilidades calculadas para los filones
celtibéricos en su conjunto sobrepasarían las necesidades de metal de los talleres de su entorno; la estimación
para el total de la plata acuñada por Turiasu ronda las 40 toneladas, mientras que el conjunto de minas de la
Celtiberia pudieron llegar a proporcionar 4.000 toneladas (Gozalbes, 2009a: 163; Sanz, 2003: 42).
Transporte y almacenamiento del metal debieron ser asuntos de capital importancia en la planificación
de emisiones. Establecer un aprovisionamiento común para todas las emisiones carece de sentido. Tuvieron
que existir fuentes primarias de importancia diversa y con un recorrido temporal desigual. Quizá los análisis
isotópicos de filones y monedas permitan establecer asociaciones factibles entre cecas y minas, aunque estos
datos pueden resultar de escasa utilidad si los talleres recurrieron al reciclaje para obtener sus cospeles. El
aprovisionamiento metálico basado en el reaprovechamiento de objetos y monedas debió jugar un papel
destacado (Montero, Pérez y Rafel, 2011), especialmente en períodos conflictivos cuando los botines eran
abundantes. Esta práctica se habría verificado en Emporion, donde los análisis de dos dracmas tardías
sugieren un aprovisionamiento metálico heterogéneo (Castanyer et al., 2008: 290-291).
Las minas del sur, cuentan con un amplio refrendo arqueológico, pero al norte no se han localizado
explotaciones de plata comparables. Parece poco sostenible que los indígenas pudiesen explotar y conservar
recursos mineros provechosos en contra de los intereses romanos, siendo éstos además uno de los principales
objetivos de los conquistadores. La logística de almacenaje se ha estudiado para diferentes metales, pero no
para la plata (Rico, 2011), producto que exigiría de unas condiciones de seguridad particulares.
Las poblaciones autóctonas estuvieron familiarizadas con la plata en bruto y trabajada, tal y como
demuestran los tesoros de diferentes territorios entre los siglos IV y I a.C. (fig. 4, 6, 8 y 10). Un receso en
este ambiente de abundancia de plata pudo acontecer después de la Segunda Guerra Púnica, cuando fueron
remitidas a Roma grandes cantidades de este metal. Este saqueo mermó sin duda las reservas peninsulares
durante algunas décadas (Ripollès, 2000: 334-335; Cadiou, 2008: 490-491). Tras estos envíos masivos las
autoridades romanas de Hispania podrían haber considerado la oportunidad de establecer mecanismos para
convertir la plata en moneda, evitando así los costes y riesgos de su transporte a Roma. Cadiou se muestra
reticente a que el Senado dejase margen a este tipo de actuaciones (2008: 546).
La moneda en circulación también pudo servir como fuente de plata. Una retirada selectiva de piezas pudo
resultar provechosa en determinadas circunstancias ya que era un recurso accesible de calidad contrastada.
Emporion cuyo estándar sufrió una reducción considerable pudo aprovecharse de esta circunstancia, haciendo
acopio de emisiones antiguas para acuñar otras más ligeras o de peor calidad metálica. En Turiasu las monedas
de peso elevado pudieron emplearse para acuñar nuevas series bajo un estándar más ligero (Gozalbes, 2009a:
106). El margen pudo llegar a ser amplio ya que el promedio de sus series se rebajó progresivamente desde los
4 g hasta 3,32 g. Esta práctica se vería dificultada por la dispersión y el atesoramiento de las series antiguas.
La reacuñación pudo ser un recurso en situaciones de premura o cuando intereses políticos aconsejasen una
intervención de este tipo. Sobre el bronce las evidencias son múltiples (Ripollès, 1995), sin embargo todavía
no se ha identificado este aprovechamiento sobre piezas de plata. Algunos denarios conservan sutiles relieves
sobre los fondos lisos que sugieren la existencia de un diseño previo pero en ningún caso ha sido posible la
identificación de un soporte objeto de este aprovechamiento (Gozalbes, 2009a: fig. 101). Supondría un ahorro
de trabajo pero obligaba a asumir unos costes como parte de un proceso que no aportaba valor añadido.
El verdadero problema reside en identificar quién aportaba el metal necesario para acuñar. Las ciudades
aparecen como titulares de las emisiones según indican las leyendas pero quizá se integraron en unos
circuitos donde la transferencia de riqueza implicaba a otros agentes, presumiblemente romanos. Al menos
las series voluminosas, resultan excesivas como pagos o contribuciones cívicas, con una prolongada
producción que obliga a descartar un carácter puntual. Y su caracterización como contribuciones étnicas
no cuenta con avales de ningún tipo. La producción de Emporion se muestra claramente desligada de un
modelo cívico y el resto de talleres de denarios parecen encajar en el mismo patrón.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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9.2. Ley metálica y denarios forrados
Las diferencias de peso pudieron tener una importancia menor frente a la existencia de aleaciones de calidad
dispar. Fraccionarias y dracmas de Emporion se fabricaron con una plata de una pureza superior al 98%
(Campo, 2000) y las series bárcidas parecen ofrecer una calidad elevada (Serafin, 1983). La pureza de los
denarios republicanos del 211-170 a.C. supera el 96% y durante el período 169-81 a.C. se eleva por encima
del 97% (Walker, 1980: 58 y 61). Las emisiones republicanas de época de Sertorio también mantienen una
pureza del 97% (Hollstein, 2000: 115). Los análisis realizados sobre denarios locales apuntan una pureza
algo inferior, entre el 85 y el 95% (Serafin, 1988; Parrado, 1998; Gozalbes 2009a: 130). Esta diferencia
podía proporcionar un beneficio notable a sus responsables. No se puede descartar que esta diferencia de
calidad tratase de evitar la salida de Hispania de dichos denarios.
Los denarios forrados autóctonos constituyen un legado de gran interés, que todavía no ha recibido la
atención que merece. Sus calidades son diversas pero se sabe muy poco sobre su composición o las técnicas
empleadas en su producción. La fábrica de algunos de ellos es tan notable que incluso hoy día deben pasar
desapercibidos como si fueran oficiales, ya que ni su apariencia ni su peso ofrecen indicio alguno de fraude.
Los denarios republicanos forrados cubrieron sus núcleos mediante un forrado con una capa o película de
plata o mediante un baño de cobre-plata (Zwicker, Oddy y La Niece, 1993: 244). Los romanos sabían llevar
a cabo una cuidadosa preparación del núcleo, mientras algún ejemplo celta que se ha estudiado revela una
técnica menos esmerada (Anheuser y Northover, 1994: 29).
En 1972, Cope sostenía que algunas de estas monedas forradas pudieron ser un producto oficial (1972:
265), idea que ya contaba con alguna tradición (Crawford, 1968: 55, nota 1). Crawford consideró que los
denarios republicanos forrados fueron en su totalidad obra de falsarios, si bien precisaba que en el caso de
encontrarse enlaces de cuños, la naturaleza oficial de dichas imitaciones debería replantearse (1968: 56).
De ser consideradas como el producto de cuños oficiales, ¿eran consentidas por las autoridades o fueron
el fruto de los trabajos ocasionales de algunos operarios? El hecho de que una misma pareja de cuños
proporcione ambas calidades invita a pensar en una actividad encubierta ocasional. La clave del asunto
reside en discernir, cuando los cuños coinciden, si se utilizaron directamente los originales o si se realizó
una copia mecánica de los mismos mediante una impresión en cera de una pieza original, convertida en un
molde de arcilla donde a su vez se fundiría el cuño (Crawford, 1968: 57). Abrir cuños nuevos de calidad y
buena apariencia exige de una cualificación quizá lejos del alcance de un taller de falsarios.
El tránsito entre dracmas y denarios sí que muestra en este sentido una diferencia importante. Las
dracmas ibéricas de imitación forradas son absolutamente excepcionales, mientras que los denarios que
presentan esta irregularidad son muy abundantes, incluso desde fechas tempranas. Zobel pensaba que
estos denarios forrados eran un producto romano de menor calidad (1878: 149-150). Las relaciona con
apuros financieros y afirma que hay series enteras, como la de Ilerda, en que apenas hay una pieza que
no oculte bajo la capa de plata un alma de cobre o hierro (Zobel, 1878: 68). M. Pina publica en su web
una pieza forrada de Arsaos que parece compartir cuño de anverso con 4 ejemplares oficiales, deduciendo
por detalles de su fábrica que la pieza forrada es anterior a las oficiales y proponiendo que los operarios
o los responsables de la ceca pudieron estar implicados en su fabricación (fig. 16). Otro denario forrado
de Turiasu de su galería, también parece fabricado con cuños oficiales (Gozalbes, 2009a: cat. 305). Es un
asunto de gran interés que necesitará de un estudio amplio de material y sobre todo del análisis tecnológico
que identifique los procesos de fabricación que dieron lugar a estos resultados.
Algunos hallazgos significados de piezas forradas alertan también sobre la importancia de este tipo de
piezas en diferentes contextos. El hallazgo de Alto Ebro reunía medio centenar de monedas forradas de
Iltirtasalirban y Sesars. García Garrido sugirió que podía tratarse de la bolsa de un falsificador o el producto
de una desmonetización llevada a cabo por los mismos que fabricaban cuños legales (1985: 34). Reconoció
dos series diferentes de Iltirta e identificó para cada una de ellas una sola combinación de cuños. Una pieza
forrada de reconocida fama es un denario híbrido con anverso romano y reverso de Sesars, que llevó a fechar las
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Fig. 16. A) Denarios de Arsaos: (1) forrado (M. Pina, tesorillo.com), (2) oficial (The British Museum, Bagwell Purefoy
y Meadows, 2002: nº 924). B) Denarios de Turiasu: (3) forrado (M. Pina, tesorillo.com), (4) oficial (Museo de Palencia,
tesoro de Palenzuela MP-514 = Gozalbes, 2009a: cat. 305b, (5) oficial (Gabinet Numismàtic de Catalunya 30606,
Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona. Foto: Calveras/Mérida/Sagristà = Gozalbes, 2009a: cat. 304b).
emisiones de esta ciudad ibérica a partir del 143 a.C. (Villaronga, 1986: 860), pero más allá de sus implicaciones
cronológicas, fusiona los diseños de dos esferas culturales que quizá no estaban tan alejadas. En los campamentos
de circunvalación de Numancia también se recuperó un denario forrado de Bolskan, certificando el fraude con
una pieza local en un ambiente legionario (Haeberlin, 1929: 245; Romagosa, 1972: 94).
Llama poderosamente la atención que los denarios nunca aparezcan partidos ni presenten las típicas
marcas de cizalla encaminadas a comprobar su calidad, costumbres muy extendidas durante la Segunda
Guerra Púnica. Resulta sorprendente que frente a un fenómeno de semejante envergadura no se documenten
comprobaciones de la calidad de las piezas en cantidades siquiera apreciables.
10. AUTORIDAD CAMUFLADA Y FUNCIÓN
La situación creada a consecuencia de la Segunda Guerra Púnica había obligado a producir grandes
cantidades de plata, pero una vez concluido el conflicto, la implantación de la cultura monetal romana
se completaría con el inicio de las emisiones locales en bronce. La creación de un sistema bimetálico
fue otra de las consecuencias de la guerra que delata la influencia de los vencedores, consolidando un
modelo con bronces que también los cartagineses habían fomentado desde antes del conflicto (Pliego,
2003) y con emisiones durante el mismo (ACIP 578-587, 589-601, 608-613). En este sentido cabe
también preguntarse hasta qué punto la producción de denarios locales constituyó una novedad. Su peso
reproducía el de las piezas romanas y su diseño pudo introducirse antes sobre bronces. Los denarios no
formaron parte de las series iniciales de cecas pioneras como Kese o Iltirta, donde las producciones de
bronce se han descrito como anteriores (Villaronga, 1978 y 1983), si bien es cierto que ambas contaban
con antecedentes en el sistema de la dracma.
Parece asumido que Roma intervino en la homogénea producción de las series de plata ibéricas,
celtibéricas y vasconas (fig. 17). Pero, ¿la iniciativa era local o romana? ¿Era fruto de una necesidad?,
¿La decisión era libre o impuesta? ¿Fueron todos los casos similares? Seguramente la autorización de
Roma era necesaria. El convulso siglo que media entre las primeras y las últimas emisiones parece un
plazo suficiente para conjeturar que pudieron existir diferencias entre cecas. Las producciones de gran
envergadura, con Bolskan al frente, podrían ser el fruto de un impulso común. El contexto histórico apunta
hacia el potencial político y económico de Roma en la base de cualquier proceso financiero relevante.
Pero también hubo tentativas modestas como la de Kelse, taller de referencia del que paradójicamente
sólo se conoce un ejemplar de plata de buen estilo (ACIP 1481) (fig. 17, nº 4) o como la de Sekotias, que
acuñó denarios de fábrica tosca y un arte muy descuidado, con una calidad notablemente inferior incluso
a la de sus series de bronce, circunstancia que no se verifica en ningún otro taller de los que emitieron
plata y bronce (ACIP 1882-1883) (fig. 17, nº 19). Las producciones de Kese y Kolounioku nada tienen
que ver por volumen de emisión, estilo o cronología, ¿se crearon con una misma finalidad?
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
Palma
Dos caballos
Bipennis
Iltirta
Ausesken
Sekaisa
Kelse
Kese
Ikalesken
Arsaos
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5
6
7
Lanza
Bolskan
Sesars
Konterbia Karbika
Arekorata
Sekia
Turiasu
Belikiom
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9
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11
12
13
14
Lanza
Espada
Oilaunikos
Arsakoson
Sekobirikes
Kolounioku
Sekotias
Bentian
Baskunes
15
16
17
18
19
20
21
Fig. 17. Cecas emisoras de denarios según sus variantes tipológicas. Los reversos permanecieron inalterados a lo largo
de sus respectivas producciones. Procedencia: (1, 6, 8, 10, 13) Museu de Prehistòria de València, 42126, 41337, 41332,
42093 y 27654; (2, 3, 5, 9) Col. particular; (4) Vico, 14/11/1991, nº 41; (7, 14, 16, 20) The British Museum; (11, 17, 21)
Bibliothèque nationale de France; (12, 18, 19) Museo de Palencia MP0008, MP0002, MP0022; (15) Col. Cores.
Mommsen, Lenormant, Hübner y Vives ya plantearon la proximidad entre la producción del denario
ibérico y la administración romana (resumen en Knapp, 1979: 465-466). Las opiniones vertidas respecto al
carácter filo-romano de las series de plata locales han sido contundentes. Según Blázquez, Roma empezó a
acuñar monedas de plata y bronce con caracteres ibéricos, bajo su autoridad y según la metrología de Italia
para el pago de las tropas (1974-1975: 40 y 1982: 82). F. Beltrán opinaba que las ciudades que acuñaron lo
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hicieron con permiso romano y bajo su control (1986: 899), para sufragar tropas indígenas y legiones, no
contra la metrópoli (1986: 902 y 905-906). Según Crawford, los denarios locales fueron acuñados inicialmente
por los romanos para convertir los ingresos de las provincias en moneda, modelo inicial que no habría
impedido un desarrollo posterior ajeno a dichos propósitos (1985: 94), aunque algunos optan por desligar estas
producciones del impulso de la autoridad romana (Cadiou, 2008: 533). Los romanos reprodujeron un modelo
similar durante la conquista de Grecia al adaptar las emisiones de dracmas de Apollonia y Dyrrachium para
que sirviesen a sus propósitos (Giovannini, 1982: 168), aunque la transposición de este modelo a Hispania ha
sido negada, aduciendo que el denario ibérico jamás sustituyó al denario romano (Cadiou, 2008: 531).
Emporion acuñó las primeras series de plata de envergadura durante la Segunda Guerra Púnica
bajo influencia romana (Villaronga, 1985). Tanto estas dracmas como los posteriores denarios ibéricos,
celtibéricos y vascones, circularon junto con las series romanas durante los siglos II-I a.C. y parece que
sirvieron a propósitos similares. El volumen de acuñaciones de los principales talleres resulta excesivo
como contribución de unas pocas ciudades que además son mal conocidas. Se han vinculado con los
ingresos y gastos estatales, facilitando según autores el pago de impuestos al estado o el mantenimiento del
ejército (Knapp, 1977 y 1979: 465 y 468; Crawford, 1969: 83-84 y 1985: 94; Burnett, 1987: 39; Beltrán,
1986 y 1998: 114; Otero, 1998; García-Bellido, 1993 y 1998; Chaves, 2009).
Aunque los sueldos legionarios representan aparentemente la partida de gasto más visible (Crawford,
1969: 83-84 y 1985: 94; García-Bellido, 1993: 108; Ñaco y Prieto, 1999: 213), no parece que este
concepto exigiese de un volumen significativo de moneda (Cadiou, 2008: 546), teniendo en cuenta que los
legionarios no recibirían toda su paga en efectivo, ya que de esta se deducían los costes de avituallamiento,
vestuario y armas (Pol., 6, 39, 15), y que además se recibía tras el licenciamiento. Aquellos legionarios que
se marcharon de la Península Ibérica tras finalizar su servicio, en ningún caso fueron pagados con denarios
ibéricos, ya que no hay hallazgos de estas series fuera de Hispania.
El pago de auxiliares es otra de las funciones atribuidas a los denarios autóctonos (López Sánchez,
2007), aunque se sabe que podían ser remunerados por vías diversas (Aguilar y Ñaco, 2002: 282-287). Se
ha señalado que las emisiones de la Celtiberia aumentaron en la segunda mitad del siglo II a.C. cuando
los auxiliares fueron habituales en las zonas limítrofes del teatro de operaciones, siempre como parte de
un modelo flexible (Cadiou, 2008: 539-542). Un problema para relacionar estos denarios con el pago de
auxiliares reside en explicar la gran concentración de dichas emisiones a cargo de lugares no mencionados en
las fuentes. ¿Debemos entender que sólo estas cecas pagaron a los auxiliares con moneda? ¿Existieron otras
formas de remuneración? A primera vista resulta un modelo muy desequilibrado, salvo que Roma mediase
en algún modo. Aquellos auxiliares que cobraron con monedas de plata sin duda recibieron denarios ibéricos,
celtibéricos o vascones, pero un asunto diferente es discernir si dichas series fueron creadas con tal finalidad.
Una cuestión de fondo consiste en precisar si legionarios y auxiliares percibían su salario en bronce o
en plata y si se produjo algún cambio en este sentido hacia mediados del siglo II a.C. (Wolters, 2000-2001).
Durante la primera mitad del siglo II a.C., los legionarios cobraron en moneda de bronce (Crawford, 1985:
72; Arévalo y Marcos, 1998), dato coincidente con los numerosos hallazgos de bronces republicanos del siglo
II a.C. (Ripollès, 1984), sin duda complementados con numerario autóctono. La escasez de emisiones locales
en plata en las primeras décadas del siglo II a.C. puede guardar alguna relación con esta circunstancia. Los
denarios no fueron abundantes hasta el último tercio del siglo II a.C. (Ripollès, 1984: 106). El panorama de
acuñaciones locales se ajusta bien al hecho de que la plata romana habría cobrado importancia en relación
con los pagos desde el año 157 a.C. en adelante (Crawford, 1985: 72, 96 y 143) y la acuñación de bronce en
Hispania habría sido insuficiente para el pago de las tropas. Su presumible escasez durante la primera mitad
del siglo II a.C. parece ser más una consecuencia de los botines y de la reorganización de la masa monetaria.
Los salarios legionarios no representan más que una parte de los gastos de la administración y además se ha
objetado que se pagasen con moneda recién acuñada (Wolters, 2000-2001: 587).
Resulta imposible determinar si los talleres de dracmas y denarios eran un negocio rentable para los
romanos o si estaban gestionados por autoridades locales. Las diferentes calidades, incluso para una misma
ceca, sugieren la existencia de talleres con capacidades y motivaciones diversas, aunque en todas ellas se
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Fig. 18. El estilo común de diferentes series. A) Denarios de (1) Bolskan (The British Museum), (2) Turiasu (ex-Hispanic
Society of America). B) Denarios de (3) Turiasu (Museo de Palencia MP-839), (4) Arsaos (Museo de Navarra).
adivina un control estricto del proceso. Que los cuños se destruyesen sistemáticamente al modo griego
o romano aproxima el modelo de producción a las prácticas clásicas y lo aleja de tradiciones como la
celta, donde los hallazgos de herramientas de producción son mucho más numerosos (Zieghaus, 2011 y
2014). Sólo se conoce un cuño de Turiasu procedente de la Galia (Gozalbes, 2009a: 115-118), hallazgo que
reincide en las relaciones observadas entre el valle del Ebro y esta región (Marco, 2004a, 2004b).
Respecto a las cecas se ha señalado que no tuvieron una localización fija (Domínguez, 1998: 124). En el
caso de producciones cortas el recurso a talleres itinerantes parece inevitable (Chaves, 2001: 203), pero las
series largas exigen de un tiempo y dedicación considerables, con lo cual el concepto itinerancia resulta más
complicado de precisar (Chaves, 2001: 204-206). ¿Pudieron cecas itinerantes acompañar al ejército romano?
Incluso en el ámbito productivo resulta posible admitir el concurso de artesanos foráneos. La calidad y
formas del grabado de las series iniciales de Iltirkesalir, Iltirta o Kese, por mencionar sólo unos ejemplos,
difícilmente puede entenderse dentro de una tradición diferente a la clásica. El indudable parecido entre
cuños de Kese-Ausesken-Ikalesken, Arsaos-Turiasu, Bolskan-Sesars o Turiasu-Bolskan-Belikiom-Sekia,
(Gozalbes, 2009a: 154, fig. 106-108) (fig 18), ciudades separadas por una cierta distancia, parece más el
fruto de un taller compartido que una copia entre cecas a partir de monedas aisladas como modelos.
11. HALLAZGOS Y GASTO CORRIENTE
Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica o de las guerras sertorianas revelan que los contingentes militares
emplearon todas las monedas que tuvieron a su alcance, incluyendo emisiones del rival. Los hallazgos
en asentamientos militares resultan de gran interés para identificar las series empleadas por las tropas,
pero lógicamente la plata resulta muy escasa en todos ellos. Junto al Ebro, el campamento militar romano
de La Palma, fechado entre los años 217-209 a.C., ha proporcionado mayor número de hallazgos de
moneda púnica que romana (Noguera y Tarradell, 2009; Ble et al., 2011: 121). Las derrotas sufridas por
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los cartagineses en el entorno pudieron proporcionar a los romanos botines con estas monedas (Noguera y
Tarradell, 2009: 134). En el campamento III de Renieblas las monedas romanas del 211-170 a.C. alcanzan
un 87% mientras que las posteriores al 170 a.C. rondan el 12% (Jiménez, 2014: 377). Según este modelo
cabe pensar que una parte de las series autóctonas que las acompañan (en torno al 10% de los hallazgos),
podrían tener una cierta antigüedad, más allá del 154 a.C. En los hallazgos de Peña Redonda y El Castillejo,
campamentos del cerco de Escipión, las emisiones peninsulares son incluso más abundantes que las
republicanas (Jimeno y Martín, 1995: 186; Haeberlin, 1929: 241-243). Por supuesto caben situaciones
diversas. Mientras que en el campamento sertoriano de Fitero los hallazgos permiten defender un modelo
donde los legionarios utilizaban las emisiones republicanas y los auxiliares las indígenas (López Sánchez,
2007: 288), los hallazgos de Camp de les Lloses, núcleo de carácter militar con una ocupación del 12080 a.C., revelan que la moneda romana resulta anecdótica frente a la ibérica (Durán, Mestres y Principal,
2008: 52, 132-139). En Cáceres el Viejo las monedas locales casi duplican las importadas, que en este caso
incluyen denarios (Abásolo, González y Mora, 2008: 131).
La ciudad de Tarraco, enclave que no parece haber tenido un carácter mixto ibérico y romano (Arrayás,
2005: 25-28), constituye también un ámbito de particular interés. La masa monetaria de esta ciudad romana,
que podía abastecerse fácilmente desde el mar, estuvo compuesta principalmente por emisiones autóctonas
(Ripollès, 1982: 375-380), hecho que en parte contradice la idea de un suministro desde Roma (Cadiou,
2008: 512, 523) y que certifica la asimilación de todas estas series locales por parte de los romanos. En
otras áreas como la meseta norte, la plata romana era muy escasa o inexistente. Crawford opinaba que las
legiones no pudieron ser ni siquiera mayoritariamente pagadas con denarios romanos (1969: 80). A pesar de
que la actividad romana en la meseta norte fue prolongada, este territorio no ha proporcionado una cantidad
significativa de denarios romanos a tenor de lo que muestran los tesoros (Gozalbes, 2009b: 97-99). Los
denarios republicanos estuvieron disponibles en los territorios costeros del este y el sur (Ripollès, 2000:
fig. 39), pero conforme se penetra hacia el interior de la Península comienzan a escasear. Knapp ya observó
que en la Celtiberia, durante la fase inicial de la presencia romana, no circularon cantidades significativas
de denarios romanos (Knapp, 1977: 7-8). Villaronga, también destacó que en la meseta norte los denarios
ibéricos fueron comunes y que la plata romana estuvo completamente ausente, señalando que en el noroeste
las únicas emisiones de plata que circularon eran locales (Villaronga, 1995a: 48, 80). La ausencia en estos
territorios de tesoros exclusivamente formados por monedas romanas, se prolonga incluso hasta el conflicto
con Sertorio (Marcos, 1999: 103, fig. 2), cuando dichas piezas eran comunes en la costa mediterránea y en
el sur peninsular (Ripollès, 1984; Chaves, 1996: 574).
La dispersión de las series de plata autóctonas también invita a la reflexión. La producción monetaria
de las cecas situadas en las áreas centrales de los valles del Ebro y el Duero viajó hacia el oeste, como
muestran los hallazgos de Turiasu, Arekorata y Arsaos (Otero, 2009: 79-80, fig. 1-3; Fernández Gómez,
2009: 478-479, fig. 3 y 5; Gozalbes, 2009a: 83, fig. 67 y 88, fig. 71). Sin embargo, las monedas de Bolskan
circularon preferentemente hacia al este (Domínguez, 1991: 203). ¿Cuáles son las causas de estas peculiares
dispersiones, aparentemente tan direccionales, sin barreras naturales de por medio? Si las piezas se hubieran
distribuido desde las propias cecas, las dispersiones deberían quizá mostrar un mayor equilibrio. Pero si
dichas series hubieran sido masivamente gestionadas y distribuidas por administradores locales o romanos,
desplazados respecto a la ceca emisora, las dispersiones anómalas contarían con una justificación.
Una de las claves de la discusión sobre la financiación de las legiones en Hispania reside en determinar
si aprovecharon los recursos locales con una cierta regularidad, hasta el punto de que los gobernadores
pudiesen prescindir de los envíos de dinero desde Roma. En este complejo y oscuro asunto no caben
posiciones extremas, puesto que tanto fuentes clásicas como hallazgos prueban que ambas soluciones
se utilizaron. En el 180 a.C. no hubo necesidad de enviar la paga de costumbre (Liv., 40. 35, 4), señal
inequívoca de una autonomía de facto, fuera o no excepcional, para recurrir al dinero obtenido in situ
(Cadiou, 2008: 485, 694-695). Los denarios republicanos llegaban en abundancia al sur de Hispania, pero
en el norte las series locales les restaron mucho protagonismo. En relación con la gestión del dinero público
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hispano, transporte y almacenamiento debieron constituir preocupaciones de primer orden en el terreno
logístico. Tanto romanos como poblaciones locales debieron disponer de lugares seguros donde custodiar
los recursos, de forma similar a la transmitida en el caso de Arse (Ripollès y Llorens, 2002: 324).
La presencia del ejército romano llevó inevitablemente asociadas las acciones necesarias para su
aprovisionamiento y mantenimiento, incluyendo operaciones de intendencia, los servicios de mercaderes
y el recurso a botines (Muñiz, 1978; Cadiou, 2008: 575). Las dos primeras suponían gastos predecibles
en parte y voluntarios, mientras que la última representaba una fuente de ingresos extraordinaria. Aunque
las grandes emisiones de plata peninsulares no se concibieran para favorecer transacciones comerciales,
es indudable que asumieron un importante papel en relación con los frecuentes pagos inevitablemente
asociados a estos procesos. En la administración de las legiones, cualquier gasto relacionado con su
mantenimiento es previo al salario legionario y, con frecuencia, se asociaría al pago de bienes y servicios
diversos, por lo que cualquier distinción neta de los conceptos a satisfacer por los cuestores puede resultar
peligrosa. Los gastos de intendencia no se podían diferir, aunque con frecuencia lograrían sufragarse con
las imposiciones y contribuciones de poblaciones locales.
El estado romano no podía cubrir todo el aprovisionamiento del ejército ni satisfacer íntegramente sus
necesidades logísticas, problema que se solucionaría con el concurso de mercaderes, publicani o redemptores
(Cadiou, 2008: 574, 593, 599, 608). Los cuestores se encargaban de toda la estructura regular destinada
a organizar el aprovisionamiento de los ejércitos fundamentalmente en lo relativo a alimentos, armas y
vestuario (Muñiz, 1978: 247-249; Cadiou, 2008: 579). El pago del stipendium y de los suministros también
pudo tener una relevancia muy destacada para los comerciantes locales, los cuales se verían obligados a
funcionar con el sistema de contabilidad romano si querían facilitar las operaciones con los conquistadores
(Aguilar y Ñaco, 1997: 83). Crawford apuntó que los denarios locales servirían para pagar unas tropas que a
su vez gastarían localmente su sueldo en suministros (1985: 94). Resta señalar que, una vez en circulación,
estas piezas cubrirían múltiples necesidades, incluyendo propósitos no monetarios (Otero, 1998: 133-134).
Los botines de guerra jugaron un papel crucial durante la conquista (Gabba, 1977: 20; González Román,
1979 y 1980; Cadiou, 2008: 508) y la palabra latina manubiae refiere al producto de la venta de la praeda
o botín (Aulo Gelio, 13, 25, 26). Una forma equitativa de repartir los botines de guerra era venderlos a
cambio de monedas locales, logrando así una forma estandarizada de dinero, útil para resolver los gastos
de mantenimiento del ejército. Apiano menciona que a principios del siglo II a.C. Catón vendió botines a
publicani o negotiatores (App., Ib., 40). Los cuestores estaban a cargo de las cuentas y la distribución de los
botines era una de sus principales responsabilidades. Las fuentes refieren cómo los ingresos fueron objeto de
un registro minucioso por parte de estos magistrados (Plut., Tib. Graco, 6; Livio, Per. 57, 8).
12. CONCLUSIÓN
La producción de monedas de plata en la Península Ibérica fue desigual en términos cronológicos y de
ámbitos culturales (fig. 19). Las primeras emisiones fueron obra de colonias y ciudades integradas en
los circuitos comerciales mediterráneos y estuvieron acompañadas por plata en bruto en el área costera.
Después de tres siglos sin una monetización destacable, la Segunda Guerra Púnica alentó la formación de una
ingente y variada masa monetaria procedente de autoridades y territorios diversos. El hecho más destacado
en relación con este conflicto fue la acuñación de dracmas en Emporion destinadas a financiar la contienda.
Tras la victoria romana, se retiraron las monedas que habían circulado durante la guerra, al tiempo que se
avanzó hacia la instauración de una nueva masa monetaria donde conquistadores y conquistados acuñaron
denarios de un peso similar, conformando el primer sistema monetario homogéneo de plata en la Península.
Entre comienzos del siglo II a.C. y las guerras sertorianas se desarrollaron las emisiones de una veintena
de ciudades ibéricas, celtibéricas y vasconas cuya localización presenta numerosas dificultades. Ninguna
de ellas se menciona en las prolijas descripciones de las fuentes clásicas que refieren los acontecimientos
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Fig. 19. Los diseños de las emisiones de plata peninsulares representadas a escala según la cantidad de piezas conocidas
en el catálogo de Villaronga (1994). Grafismo Ángel Sánchez a partir de los dibujos de A. Delgado, Nuevo método de
clasificación de las medallas autónomas de España, 1871-1876.
hispanos. Sus producciones no fueron simultáneas y su volumen de emisión fue desigual, pero adoptaron
diseños similares de inspiración local que contribuyeron a preservar la imagen de estos pueblos en la masa
monetaria. Durante el siglo II a.C., los denarios republicanos circularon en algunas zonas, pero estuvieron
ausentes en la meseta norte. Proximidad a la costa y ríos navegables pudieron facilitar los envíos de dinero
desde Roma, pero en el interior los denarios locales se revelaron como un producto de gran utilidad para el
mantenimiento de las legiones en todo aquello referido a la intendencia, el consumo de bienes o el pago por
servicios, incluyendo los salarios de las tropas. Los romanos ingresaban plata hispana a través impuestos y
botines, recursos que se podían mandar a Roma o aprovechar in situ. En relación con los denarios autóctonos
hay dos grandes incógnitas pendientes de resolver; determinar el origen de la plata que sirvió para realizar
grandes emisiones y justificar la concentración de estas emisiones en unas pocas ciudades.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 275-316
Manuel GOZALBES a y José Manuel TORREGROSA b
De Iberia a Hispania.
Plata, dracmas y denarios entre los siglos VI y I a.C.
RESUMEN: La plata fue la forma de dinero más importante de la Península Ibérica entre los siglos VI y
I a.C. Durante cerca de tres siglos, Iberia sólo dispuso de escasas acuñaciones locales, piezas importadas
y plata en bruto. Como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica se pusieron en circulación numerosas
monedas de autoridades y orígenes diversos, emisiones que serían retiradas de la circulación a inicios del
siglo II a.C. Con Hispania como provincia romana se establecería durante los siglos II-I a.C. una nueva
y homogénea masa monetaria de plata formada por denarios republicanos y autóctonos. Se reflexiona
sobre la cronología, producción, metrología, autoridades, circulación y función de las emisiones de plata
peninsulares.
PALABRAS CLAVE: Monedas, plata, dracmas, denarios, Segunda Guerra Púnica, República romana.
From Iberia to Hispania.
Silver, drachmae and denarii between the 6th and 1st centuries B.C.
ABSTRACT: Silver was the most important form of money in the Iberian Peninsula between the 6th and 1st
centuries B.C. For nearly three centuries, in Iberia there were only available scarce local coinages, imported
coins and Hacksilber. During the Second Punic War, the monetary mass included abundant coinages from
different authorities, mints and territories, series that were withdrawn from circulation at the beginning of
the 2nd century B.C. When Hispania became a Roman province, a new and homogeneous silver currency
of republican and indigenous denarii took form over the 2nd and 1st centuries. This paper deals with the
chronology, production, metrology, authorities, circulation and function of the Iberian Peninsula silver
coinages.
KEY WORDS: Coins, silver, drachmae, denarii, Second Punic War, Roman Republic.
a Museu de Prehistòria de València.
manuel.gozalbes@dival.es
b Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València. Becario del subprograma “Atracció de Talent”
de VLC-CAMPUS.
J.Manuel.Torregrosa@uv.es
Recibido: 10/03/2014. Aceptado: 15/05/2014.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
1. INTRODUCCIÓN
La plata, en bruto o convertida en moneda, constituyó la principal y más extendida forma de dinero de la
Antigüedad peninsular. Cualquier empresa de envergadura financiada con dinero antes de Augusto pasó por
la utilización de este metal en cualquiera de sus formas, especialmente la monetal, disfrutada por amplios
sectores de la población. Su notable poder adquisitivo fomentó su aprecio y sus motivos iconográficos se
consolidaron como las imágenes recurrentes del poder que acompañaron a las operaciones económicas más
notables. El oro tuvo poca utilidad como instrumento de pago debido a su elevado valor y, en forma de
moneda, sólo normalizaría su presencia a partir de época imperial. Los pagos con moneda de cobre/bronce
fueron más comunes pero resultaron poco adecuados para satisfacer importes elevados.
Las primeras monedas se acuñaron a finales del siglo VI a.C. en la colonia griega de Emporion (Ripollès
y Chevillon, 2013). Hubo que esperar hasta el siglo IV a.C. para que Rhode y la ciudad ibérica de Arse
comenzasen sus emisiones. Las monedas de estos tres talleres junto con algunas piezas importadas fueron
conocidas y empleadas por una pequeña parte de la población peninsular. Entre finales del siglo IV e inicios
del siglo III a.C. se dieron a conocer los talleres púnicos de Ebusus y Gadir. Las monedas de Malaka quizá son
algo posteriores, al igual que las de Saitabi, que ya pertenecen a la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.). Este
conflicto desencadenó la acuñación masiva de plata por parte de cartagineses, romanos y Emporion. Durante
la guerra y los años posteriores abundan dracmas y divisores sin leyendas que permitan identificar su origen.
Tras dicho conflicto se produjo una eclosión de cecas en diferentes sustratos culturales que emplearon
diseños acordes con sus tradiciones ibérica, celta, vascona, griega y púnica (García-Bellido y Ripollès,
1998; García-Bellido, 1997; Domínguez, 1998, 2001 y 2005; Chaves 2007; Ripollès, 2005a y 2011;
Blázquez Cerrato, 2009). Durante los siglos II-I a.C. cerca de 200 talleres fabricaron moneda en Hispania,
pero sólo 21 de ellos, pertenecientes a la Citerior, acuñaron los llamados denarios ibéricos, adoptando
de manera casi uniforme el binomio tipológico cabeza masculina / jinete. La calificación, aceptable en
un sentido geográfico, resulta imprecisa en términos culturales ya que diferentes pueblos peninsulares
asumieron su producción. Las últimas emisiones de denarios se han relacionado tradicionalmente con las
guerras sertorianas (80-72 a.C.).
2. LA SISTEMATIZACIÓN DE LAS EMISIONES DE PLATA
2.1. Catálogos y estudios
El primer catálogo que organizó las producciones peninsulares antiguas con un rigor notable fue La
Moneda Hispánica (1924-1926) de Antonio Vives, quien supo recoger el legado de trabajos precedentes y
proporcionar un exhaustivo repertorio gráfico donde por vez primera se ilustraban los vaciados de las piezas
originales. Dicha obra sólo se vería superada desde 1994 con el Corpus Nummum Hispaniae ante Augusti
Aetatem de Leandre Villaronga (CNH), que aportaba una cantidad notable de nuevos tipos y proporcionaba
el peso medio de las emisiones. Esta obra ha sido actualizada y rebautizada en 2011 bajo el nombre
Ancient Coinage of the Iberian Peninsula (ACIP). Existen otros catálogos recientes que ofrecen completas
introducciones críticas a los talleres y abordan los aspectos más relevantes de todas estas producciones
(García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001), así como otros más accesibles y manejables que ilustran los
tipos mediante dibujos (Álvarez Burgos, 1987 y 2008).
Los avances más notables en relación con las emisiones de plata peninsulares se deben a los estudios
monográficos de los últimos años. Los más elaborados identifican los cuños de las piezas conservadas y
proporcionan estimaciones estadísticas de sus volúmenes de emisión. Villaronga realizó el primero con una
metodología moderna sobre los denarios de Ikalesken en 1962, aprovechando la amplia muestra del tesoro de
Arcas. En las últimas décadas la investigación sobre las series de plata peninsulares se ha multiplicado:
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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- Dracmas y divisores. Se han estudiado las dracmas y fraccionarias acuñadas por Emporion entre los
siglos VI-II a.C. y por Rhode antes de la Segunda Guerra Púnica (Villaronga, 2000, 2002 y 2003; Ripollès
y Chevillon, 2013), las numerosas dracmas ibéricas de imitación y divisores del tránsito de los siglos III-II
a.C. (Villaronga, 1998), así como las cecas ibéricas de Arse (Ripollès y Llorens, 2002) y Saitabi (Ripollès,
2007). Las producciones de plata púnicas estuvieron a cargo de Ebusus (Campo, 1976), Gadir (Alfaro,
1988) y, quizá, Malaka, que parece la candidata más firme para unas modestas fracciones (Campo y Mora,
1995: 200-202; ACIP 528).
- Shekels. Las importantes emisiones hispano-cartaginesas quedaron organizadas a partir de un trabajo
clásico de L. Villaronga (1973).
- Denarios. Se conocen 21 cecas de denarios, de las que 4 también acuñaron quinarios, durante los
siglos II-I a.C. Una primera ordenación sirvió para describir en detalle y ordenar los talleres del valle
del Ebro (Domínguez, 1979). La síntesis de mayor amplitud fue la monografía de Villaronga dedicada
en exclusiva a las series de plata, donde se abordaron sus aspectos principales, incluyendo estimaciones
de producción (Villaronga, 1995). Siete cecas cuentan con estudios de cuños: Ikalesken, Iltirta, Kese,
Sekaiza, Konterbia Karbika, Belikio y Turiasu (Villaronga, 1962, 1978, 1983 y 1988; Gomis, 2001;
Abascal y Ripollès, 2000; Collado, 2000; Gozalbes, 2009a). Hay también una monografía de Bolskan
que no incluye estudios de cuños (Domínguez, 1991) y trabajos diversos sobre Arekorata (Otero, 1998),
Arsaos (Fernández Gómez, 2009), Bentian (Torregrosa, 2012) y Sekia (Stefanelli, 2012). Producciones
de gran envergadura como las de Sekobirikes y Baskunes no cuentan todavía con ningún estudio.
2.2. Fuentes
Catálogos y estudios monográficos se nutren de las piezas de plata de colecciones públicas, particulares
y de subastas para ilustrar las diferentes variantes. En los últimos años se han publicado los fondos de
grandes colecciones europeas y nacionales: Nationalmuseet de Copenhague (Jenkins, 1979); Bibliothèque
nationale de France de París (Ripollès, 2005b); Royal Coin Cabinet de Estocolmo (Ripollès, 2003); The
British Museum de Londres (Bagwell Purefoy y Meadows, 2002); colecciones de Milán, Bolonia, Roma,
Florencia y Nápoles (Ripollès, 1986); y, de Madrid, la Real Academia de la Historia (Ripollès y Abascal,
2000), el Instituto Valencia de Don Juan (Ruiz Trapero, 2000) y el Museo Arqueológico Nacional que, tras
los pioneros volúmenes de Navascués (1969 y 1971), publicó dos catálogos de las series púnicas e hispanocartaginesas que incluyen emisiones de plata (Alfaro, 1994 y 2004).
Los tesoros resultan esenciales en el caso de la plata por la valiosa información que proporcionan
para fechar series (figs. 4, 6, 8 y 10). La inmensa bibliografía al respecto ha sido recopilada en diferentes
trabajos de síntesis (Thompson, Mørkholm y Kraay, 1973; Crawford, 1969; Blázquez Cerrato, 1987-1988;
Villaronga, 1993; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001; 156-169).
La consolidación del mercado nacional de subastas numismáticas desde la década de 1980 ha puesto
a disposición de los investigadores catálogos con millares de piezas, cuya visibilidad se ha incrementado
con la era digital. Las empresas nacionales e internacionales dedicadas a estos menesteres son numerosas
y cuentan con una prolongada trayectoria. En los últimos años han publicado un número significativo de
piezas diferentes firmas de Madrid (Jesús Vico, José Antonio Herrero, Ibercoin-Tarkis, Cayón), Barcelona
(Aureo & Calicó, Martí Hervera-Soler y Llach) y Sevilla (Pliego).
Internet ha facilitado la publicación de fondos públicos y privados, pero también ha abierto nuevos
caminos a la investigación y la divulgación numismática. CER.es (Colecciones en Red) es el portal
del Ministerio de Cultura donde se publican fondos de los museos estatales. Diferentes páginas fruto
del esfuerzo personal proporcionan recursos de gran valor y calidad en relación con la plata antigua
peninsular: destacan las páginas web tesorillo.com de M. Pina y denarios.org, así como los blogs sobre
denarios ibéricos de F. Suárez y R. González.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
2.3. Un conocimiento dispar de las emisiones
Las emisiones de plata antiguas son peor conocidas que las recientes. Nuevas variantes de dracmas y divisores
aparecen con relativa frecuencia, mientras que los denarios ofrecen pocas novedades. La mayoría de series
de dracmas y divisores se fabricaron en cantidades modestas, a veces con una sola pareja de cuños tal y como
parece comprobarse para los raros divisores ibéricos de imitación masaliota cuyas variantes tipológicas se
basan en ejemplares únicos en el 80% de los casos (ACIP 453-503). La rareza de estas producciones hace
suponer que seguirán apareciendo nuevas variantes y que incluso una parte de ellas nunca llegarán a conocerse.
La reciente proliferación de tipos inéditos de Emporion y Rhode testimonia esta realidad (Chevillon, 2013;
Chevillon y Ripollès, 2013; Chevillon, Ripollès y Lopez, 2013; Villaronga, 2010; Villaronga, 2013; Melmoux
y Chevillon, 2014). Resulta muy complicado recuperar en excavaciones los diminutos divisores de los siglos
V-III a.C. sin un cribado sistemático de la tierra o sin la ayuda de un detector de metales, metodologías que
no siempre resultan viables. Esta última herramienta ha demostrado su eficacia incluso para períodos más
recientes donde las monedas no son tan pequeñas (Fernández Flores, 1999 y 2003). A estos condicionantes
productivos y metodológicos que limitan el conocimiento de las series antiguas cabe añadir su eficaz retirada
de la circulación a comienzos del siglo II a.C. como parte de los botines hispanos trasladados a Roma.
Los llamados denarios ibéricos están mejor documentados porque su producción fue más abundante y
sistemática. La obra de Vives ya incluyó sus principales variantes y pocas novedades significativas se han
producido desde entonces. Entre diferentes denarios de una misma serie existen diferencias en detalles del
grabado que resultan irrelevantes en relación con el sentido global de la emisión. Algunas variantes de signos
constituyen anécdotas epigráficas dentro de series prolongadas y las singularidades relativas al número, forma
o disposición de los rizos en los peinados son propicias a valoraciones subjetivas y no siempre constituyen
un criterio fiable para diferenciar emisiones. Estas variantes únicamente aportan profundidad con vistas a la
enumeración de un repertorio formal, pero a costa del establecimiento de unas categorías muy imprecisas.
Sólo los estudios de cuños resultan de utilidad para descubrir en qué medida las diferencias tipológicas o de
estilo pueden resultar relevantes. En series prolongadas los cuños evolucionaron de una forma progresiva,
incluyendo cambios y errores de grabado irrelevantes dentro de la emisión considerada como conjunto. No
tendría sentido llegar al extremo de identificar cada cuño como una variante tipológica.
3. UNA MONETIZACIÓN TARDÍA
3.1. Emisiones pioneras en plata
El fenómeno monetal fue inicialmente colonial. Emporion comenzó la producción de dracmas y otras piezas
de peso notablemente elevado a finales del siglo VI a.C. según se ha descubierto recientemente (Ripollès y
Chevillon, 2013) (fig. 1, nº 1 y 2), iniciativa que presupone el conocimiento de piezas griegas importadas
(Ripollès, 2011). Durante los siglos V-IV a.C. las emisiones locales se limitaron a la producción de fracciones
de plata en las colonias griegas de Emporion y Rhode, para evolucionar posteriormente a un modelo basado en
dracmas con una metrología de 4,75 g (Villaronga, 1997 y 2000; Campo, 2006). Quizá desde el siglo IV a.C.
el fenómeno monetal se hizo más visible en la costa mediterránea y Andalucía a partir del incremento de las
piezas importadas, apreciadas por su valor metálico y estético (Ripollès, 2009; Peris, 2011). En este contexto,
la ciudad ibérica de Arse tomó la iniciativa de acuñar plata a finales del siglo IV a.C. combinando una tipología
helenística con leyendas ibéricas (Ripollès y Llorens, 2002: 326), quizá influenciada por comunidades griegas
asentadas en el lugar (fig. 1, nº 7 y 8). Las series púnicas de plata de Ebusus, Gadir o Malaka se desarrollaron
con plenitud a finales del siglo III a.C. Aunque alguna de sus emisiones podría remontarse incluso hasta finales
del siglo IV a.C., no hay todavía datos suficientes para certificarlo (Chaves, 2009: 53-54; Campo, 2013: 61-62).
Todas estas iniciativas monetarias ciudadanas constituyeron una nueva forma de expresión política y crearon un
instrumento económico de gran utilidad para agilizar las transacciones en sus respectivos ámbitos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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ca. 510 a.C.
1
2
3
4
ca. 490-450 a.C.
7
ca. 300-250 a.C.
5
6
8
Emporion
Rhode
Arse
Fig. 1. Las primeras monedas acuñadas en la Península Ibérica. Procedencia: (1) Figueres, Girona; (2, 7) Sagunt,
col. S. V.; (3, 5) Col. particular; (4) Triton XVI, 8/1/2013, nº 168; (6) Bibliothèque nationale de France de París;
(8) Royal Coin Cabinet, Estocolmo.
3.2. El incentivo económico de la Segunda Guerra Púnica
La monetización a gran escala se produjo durante la Segunda Guerra Púnica cuando los contendientes
promovieron importantes emisiones para financiar el conflicto (Marchetti, 1978: 369-430; Villaronga, 1987).
Los cartagineses acuñaron todas sus series en lugares inciertos de la Península, mientras que los romanos
importaron monedas desde Roma y acuñaron localmente, al menos, la dracma del juramento (ACIP 537),
una emisión de victoriatos (RRC 96) y el medio victoriato con símbolo R (ACIP 534; García-Bellido, 20002001: 566-573). Se les atribuyen otras piezas de reducido peso con marca R, quizá aquellas referidas por
Varrón como simbellae y libellae (De ling. lat., 5.174; ACIP 535-536; García-Bellido, 2000-2001: 571-573;
García-Bellido, 2011: 680). Estas emisiones romanas peninsulares no fueron económicamente relevantes;
son escasas y su presencia no resulta significativa en los tesoros del conflicto. La singularidad financiera
romana residió en utilizar la ceca de Emporion al servicio de sus intereses, acuñando una gran cantidad de
dracmas con una tipología ligeramente renovada (Villaronga, 1987).
Diferentes estudios han descrito las series empleadas durante la guerra y su circulación (Marchetti, 1978;
Crawford, 1985; Villaronga, 1973 y 1987; Chaves, 1990; García-Bellido, 1993; Chaves, 2012). Junto a las
producciones oficiales de los estados contendientes se emplearon monedas peninsulares e importadas de
procedencias muy diversas (fig. 2). Resta incluso por identificar a las autoridades responsables de algunas
series de divisores anepígrafos de escasa relevancia económica (ACIP 527, 529-533). La principal fuente
para conocer la masa monetaria de la guerra son los tesoros del conflicto y de los años inmediatamente
posteriores (Marchetti, 1978: 355-368; Villaronga, 1993: nº 11-40) (fig. 4), con series de procedencias muy
variadas, poco favorables para estandarizar el lenguaje de las transacciones.
Junto a todas estas monedas también circularon enormes cantidades de plata en bruto. Los tesoros de
Driebes, Cerro Colorado o Armuña de Tajuña, demuestran que la mezcla de formatos y valores alcanzó
unas proporciones inusitadas (Raddatz, 1969: 210-222, lám. 7-21; Bravo et al., 2009; Gozalbes, Cores y
Ripollès, 2011). Otra característica de estos conjuntos es su elevado nivel de fragmentación; monedas y
objetos aparecen recortados bajo un amplio rango de pesos, que incluye desde pequeñas piezas de plata de
apenas 0,1 g hasta grandes fragmentos de objetos o lingotes. Ni las tradiciones metrológicas locales ni las
foráneas llegarían a ejercer una influencia apreciable sobre dicha práctica.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
4
Importadas
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5
À la croix
Aquitania
1
Antíoco I
2
6
3
Atenas
7
Roma
Massalia
Roma
Carthago
Roma
16
12
Arse
Emporion
Peninsulares
8
13
Hispano-cartaginesa
Divisores
?
17
14
Saitabi
?
15
9
Hispano-cartaginesa
10
Ebusus
11
Gadir
?
18
Dracma ibérica
19
Hacksilber
Fig. 2. Ejemplos de la masa monetaria de la Segunda Guerra Púnica. Procedencia: (1, 2, 3, 4 y 18) Ripollès, Cores y
Gozalbes, 2009: nº 2, 1, 3, 4 y 18; (5) Col Cores; (6, 12, 13, 19) Museu de Prehistòria de València 28621, 42267, 29584,
26117-26119, 26122, 26123; (7) NAC 79, 20/10/2014, nº 22; (8) Freeman & Sear, 5/1/2010, nº 35; (9) Goldberg 72,
5-6/2/2013, nº 4032; (10, 14, 16, 17) Col. particular; (11) Vico, 5/6/2008, nº 95; (15) Aureo & Calicó 24/4/2014, nº 79.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica muestran que las monedas hispano-cartaginesas predominan
en el sudeste, las emisiones romanas y las dracmas emporitanas lo hacen en el noreste y que ambas se
mezclan en una amplia zona de contacto (Villaronga, 1993: 72). Resulta sencillo enumerar las series
producidas y señalar patrones de circulación, pero complicado comprender los inconvenientes cotidianos
y las limitaciones derivadas de emplear esta heterogénea masa monetaria. La diversidad de piezas no
facilitaba la realización de transacciones estandarizadas y resulta poco factible que los precios pudiesen
establecerse en diferentes territorios según una moneda de cuenta común.
Tras la victoria romana, las autoridades debieron considerar los beneficios derivados de la superación
de estos inconvenientes. Ello llevaría a sentar las bases para lograr una masa monetaria ordenada que,
adicionalmente, contribuiría a borrar la memoria del enfrentamiento. La variadas monedas de la guerra
circularon durante las primeras décadas del siglo II a.C., pero en pocos años serían retiradas de la
circulación. Los tesoros de mediados de siglo ya no incluyen ninguna de estas piezas, consecuencia de una
desmonetización efectiva de todas estas series quizá operada por los romanos con algún tipo de intimidación
o incentivo. Los botines descritos por Livio entre los años 180 y 170 a.C. ratifican este proceder. Resulta
sorprendente la eficacia de la retirada, ya que los romanos no controlaban por aquel entonces la totalidad
del territorio peninsular. El denario romano, que se había creado hacia el 211 a.C., sería desde entonces la
piedra angular del futuro sistema monetario hispano en su camino hacia la homogeneidad.
La cantidad de plata acuñada en Iberia hasta la Segunda Guerra Púnica habría alcanzado los 174.174
kilos según las estimaciones de Villaronga (1995b: 8-9).1 Curiosamente, esta cifra se encuentra muy
próxima a las cantidades de moneda transportada a Roma entre los años 199-180 a.C. relacionadas por
Livio y que podrían rondar los 182.000 kilos.2 Cadiou calcula que los botines ascendieron a 47 millones
de denarios (Cadiou, 2008: 490-491). Hay que suponer que las retiradas de monedas y plata fueron más
abundantes que las recogidas por las fuentes, que difícilmente pueden ser exhaustivas en este sentido
(Muñoz, 1988). Aunque se trate de estimaciones con un amplio margen de error, sus resultados ofrecen
una aproximación a dichas magnitudes. Según Villaronga los denarios de los siglos II-I a.C. pudieron
alcanzar volumen total de 181.008 kg (1995b: 12), cifra que casualmente también se sitúa próxima a las
anteriormente referidas.
4. PLATA EN BRUTO Y TESOROS
Las emisiones previas a la guerra y las relacionadas con el conflicto representaron un valor modesto en
comparación con la plata en bruto, materia prima que siempre tuvo que ser más abundante que cualquiera
de sus productos y que gozaba de una amplia reputación (Chic y García Vargas, 2006). Estos fragmentos se
refieren como Hacksilber y han recibido una atención creciente desde que se publicaron diversos ejemplos
de su uso como dinero en fechas antiguas en Extremo Oriente (Balmuth, 2001). La plata en bruto de los
tesoros republicanos ha sido catalogada exhaustivamente (Raddatz, 1969; Chaves, 1996), analizada en
estudios regionales (Ripollès, 2009 y 2011; Campo, 2011) y también ha constituido el tema central del
IV Encuentro Peninsular de Numismática Antigua en 2010 (García-Bellido, Callegarin y Jiménez, 2011).
Estrabón refería que los pueblos del interior utilizaban láminas de plata recortadas para los intercambios,
sin embargo los territorios occidentales no cuentan todavía con refrendo arqueológico de esta práctica
(Estrabón, III, 3, 7). La plata predominó en la parte oriental de la Península, mientras que el oro lo hizo en
1
2
Incluye 9.786 kg de fracciones de plata, 9.588 kg y 4.982 kg de dracmas de Emporion y Rhode, 99.458 kg de emisiones
cartaginesas (96.625 kg de hispano-cartaginesas, 1.100 kg de Gadir y 1.733 kg de Ebusus), 39.809 kg de Emporion al servicio de
los romanos, 3.256 kg de Arse y 7.295 kg de dracmas ibéricas de imitación.
Cuatro referencias de Livio incluyen bigati y argentum oscense (Livio 34.10, 4 y 7; 34.46, 2; 36.39, 2) cuyo total no superaría
los 3.000 kg, mientras que las libras de monedas inciertas (Livio 33.27, 2; 34.10, 4 y 7; 34.46, 2), ascenderían a unos 179.192 kg.
Estimaciones realizadas a partir de una libra teórica de 324 g. y un peso hipotético de las monedas de 4 g.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
la parte occidental (Raddatz, 1969: mapas 7 y 11; García-Bellido, 2011; Callegarin y García-Bellido, 2012;
121, fig. 2). El oro no pudo asumir un papel comparable al de la plata en la rutinas de pago cotidianas, ya
que fue más escaso, presenta las limitaciones derivadas de un valor intrínseco muy superior, no circuló en
bruto y no se atestiguan objetos fragmentados. Su utilidad económica como atesoramiento de riqueza es
incontestable, pero como medio de pago solo sería transferido excepcionalmente. Laminillas e hilos de oro
se han descrito como Hackgold (García-Bellido, 2011: 125; Callegarin y García-Bellido, 2012: 123), pero
los hallazgos no refrendan todavía que esta práctica gozase de un éxito comparable al de la plata.
Los tesoros son la principal fuente para conocer sus contextos de uso y características, aunque también
algunos hallazgos aislados testimonian este hábito en zonas de intensa actividad económica como Sagunto,
donde se han recuperado multitud de pequeños fragmentos de plata (Ripollès y Llorens, 2002: 217-233).
El depósito del siglo IV a.C. de La Bastida de les Alcusses está formado por cinco pequeñas tortas y no
incluye monedas (Álvarez y Vives-Ferrándiz, 2011: 189-191) (fig. 3). El metal en bruto permitía acumular
riqueza y facilitaba las transacciones, pero no servía como medida de valor estándar al carecer de un peso
regular. Además las piezas de peso elevado eran poco útiles para pagos cotidianos. Los tesoros mixtos con
metal y monedas se extienden entre los siglos IV y I a.C. por toda la Península Ibérica. La recopilación de
Raddatz, que también incluye los hallazgos sin monedas, revela un patrón de pérdida claramente asociado
a los cursos fluviales más importantes que además le permiten organizar los hallazgos en grupos regionales
de cronología aproximadamente común (1969: mapa 1-2) El atesoramiento mixto de monedas, lingotes y
objetos de plata en la Península Ibérica atravesó por diferentes fases con matices propios, que a grandes
rasgos podrían resumirse de la siguiente manera (fig. 4-10).
1) La plata en bruto tuvo un protagonismo notable en los tesoros al menos desde el siglo IV a.C. (fig. 4).
Cuando se combina con monedas como en los tesoros del Montgó, Pont de Molins o Puig de la Nau, éstas
sólo representan una exigua parte por peso y valor (Ripollès, 2013: 12). Lingotes y barritas son el formato más
común de estos conjuntos aunque también se documentan joyas y piezas de vajilla enteras y fragmentadas.
Hasta finales del siglo III a.C. las monedas fueron irrelevantes en términos de valor como parte de los tesoros.
2) Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica y los años inmediatamente posteriores incluyen monedas en
abundancia junto a lingotes, joyería y vajilla de plata (fig. 4 y 5). Un cálculo aproximado sobre el conjunto
de tesoros del conflicto revela que el peso de la plata en bruto duplica el de las monedas (Gozalbes, Cores y
Ripollès, 2011: 1169). La cantidad de monedas aumenta considerablemente respecto al período precedente
y se amortizan por recorte una gran cantidad de objetos que abandonan cualquier función distinta a la
económica (van Alfen, Almagro-Gorbea y Ripollès, 2008; Gozalbes, Cores y Ripollès, 2011; Chaves y
Fig. 3. El depósito de lingotes de La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia). 207,3 g. Siglo IV a.C.
(Museu de Prehistòria de València).
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 4. Tesoros de los siglos IV-III a.C.
Fig. 5. Fragmentos de plata recortada del tesoro de Armuña de Tajuña (col. Cores).
APL XXX, 2014
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Fig. 6. Tesoros del siglo II a.C. y comienzos del siglo I a.C.
Fig. 7. Tesoro de Mogón I. Imagen: Ángel Martínez Levas, Museo Arqueológico Nacional.
CER.es (http://ceres.mcu.es), Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España.
APL XXX, 2014
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 8. Tesoros del del siglo I a.C. atribuidos a los años de las guerras sertorianas.
Fig. 9. Tesoro de las
Filipenses. Museo de
Palencia. Depósito de las
religiosas filipenses.
APL XXX, 2014
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Fig. 10. Tesoros de mediados del siglo I a.C.
de la Bandera, 2013). Estos hallazgos con recortes son comunes en el interior en un área con centro en
las provincias de Cuenca y Guadalajara (Rodríguez y Canto, 2011), quizá originados en situaciones de
necesidad a consecuencia de la guerra o en contextos como el reparto de botines, donde se hacía necesario
fragmentar las piezas para su distribución. En un contexto donde los recortes parecen una operación
cotidiana cabe preguntarse sobre cuántos disponían de herramientas y de la habilidad necesaria para
llevarlos a cabo. Frente a las monedas, estos fragmentos disfrutaban de la ventaja de no presentar diseños
que sugiriesen afinidad política con cualquiera de los estados beligerantes, aunque para las poblaciones
afectadas representaban la prueba material del sometimiento y el recuerdo del expolio sufrido.
3) Las décadas centrales del siglo II a.C. no proporcionan apenas tesoros. Quizá los traslados de botines
a Roma mermaron considerablemente las capacidades de acumulación de metales preciosos. Pero a finales
del siglo II a.C. se documentan numerosos hallazgos en Andalucía testimonio de una recuperación que
incluye piezas de joyería y vajilla completas y tortas de plata enteras o recortadas (Chaves, 1996) (fig.
6 y 7). Los lingotes parecen normales en este contexto de grandes recursos mineros (Arboledas, 2010) y
los fragmentos de objetos ya no forman parte de este panorama. El tesoro de Salvacañete demuestra que,
a comienzos del siglo I a.C., en un contexto quizá votivo (Cabré, 1936; Marcos et al., 1998), estas piezas
recortadas tampoco formaban ya parte de los ahorros en el entorno conquense.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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4) En los tesoros sertorianos del siglo I a.C. el centro de gravedad de los hallazgos se desplaza al norte
y hacia la fachada atlántica (fig. 8). Las ocultaciones mezclan monedas y joyas enteras, pero la plata en
bruto y los recortes han desaparecido por completo de la circulación (fig. 9). Los conjuntos de Palencia
(Cerro de la Miranda, Filipenses) o de Padilla de Duero (Raddatz, 1969; Delibes et al., 1993) no incluyen
plata en bruto, ni fragmentos recortados que tampoco se atestiguan en fechas más tardías como en el
Castro de Arrabalde (Sánchez de Arza, 1984). Las pesadas joyas de estos conjuntos vacceos tuvieron una
utilidad absolutamente limitada como medio de pago, pero constituyeron una significativa reserva de valor,
como capitalizaciones de particulares o quizá de tesoros públicos (Callegarin y García-Bellido, 2012: 124125). Pudieron servir como valores de cuenta ya que sus pesos siguieron de forma sistemática un patrón
metrológico local. Otros tesoros posteriores a este conflicto quedan fuera del análisis por corresponder a
una época en la que ya no se acuñaba plata en Hispania. A mediados del siglo I a.C. el centro de gravedad
de los hallazgo se desplaza nítidamente hacia el oeste de la Península (fig. 10).
5. ÉXITO DEL MODELO GRIEGO Y PRIMEROS CONTACTOS CON ROMA
Los hábitos monetales se extendieron en la Península Ibérica a raíz de la Segunda Guerra Púnica.
Los romanos pudieron cubrir parte de sus gastos con emisiones de dracmas en Emporion a partir del
218 a.C. manteniendo el diseño y la epigrafía tradicional de la colonia griega (Marchetti, 1978: 382;
Villaronga, 1987), pero transformando la cabeza de Pegaso en una figura masculina que se toca los pies
con las manos (fig. 2, nº 12), ligera modificación del diseño original que contaba con mayor reputación
y potencial económico.
Las series de Emporion con divinidad femenina/Pegaso fueron copiadas durante la guerra y los
años posteriores por nuevas cecas ibéricas que acuñaron las llamadas dracmas ibéricas de imitación
(CNH p. 36-60; ACIP 289-452; Villaronga, 1998). Este fenómeno representa la incorporación masiva
de los pueblos ibéricos a la acuñación de moneda, según se desprende de las originales y variadas
inscripciones que utilizaron. Se han identificado alrededor de un centenar de epígrafes diferentes
en compañía del diseño originalmente emporitano. Algunas reproducen con poco acierto el nombre
ΕΜΠΟΡΙΤWΝ, mientras que otras incluyen leyendas ibéricas reveladoras de su naturaleza autóctona.
También son frecuentes epígrafes con signos de lectura complicada, pseudo-griegos o pseudo-ibéricos
que ocasionalmente siguen patrones susceptibles de ser reconocidos (Crusafont, 2008), quizá ligados
a los hábitos epigráficos de grabadores concretos.
Los escasos indicios disponibles sitúan su acuñación centrada en el territorio catalán, idea ratificada
a partir de los escasos nombres de lugar reconocibles en sus leyendas (Villaronga, 1998: 99-100). Las
dificultades de lectura de muchos epígrafes, impiden estimar la cantidad de autoridades implicadas en
este fenómeno de duración efímera (Villaronga, 1998: 61-67). Algunas leyendas ibéricas reproducen
nombre de lugares, como iltirtar (CNH 41/32-39), orose (CNH 42/40-41), tarankonsalir (CNH 44/56),
barkeno (CNH 51/95) o belse (CNH 52/105), e incluso unas pocas sorprenden con el uso nombres
personales (de Hoz, 1995: 321), rasgo exclusivo de estas producciones, no reconocido sobre ninguna
otra serie autóctona de plata anterior o posterior.
En un mundo de incipiente monetización pudieron funcionar un número limitado de talleres
itinerantes al servicio de las ciudades que disponían de plata y deseaban convertirla en moneda. El
modelo productivo parece reflejar un escaso nivel de organización, el surgimiento espontáneo de los
talleres y la improvisación fruto de una fuerte demanda de moneda. Creadas bajo una relativa autonomía,
las situaciones de premura pudieron favorecer las copias sucesivas y el concurso de grabadores iletrados,
responsables de frecuentes errores y de la creación de epígrafes incongruentes, circunstancia excepcional
en la historia monetaria antigua de la Península Ibérica. Posiblemente, la disponibilidad de plata era la
única condición necesaria para la acuñación de estas monedas.
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En este panorama monetario, las fraccionarias y los fragmentos de plata recortada facilitaban las
transacciones modestas y aportaban precisión en los pagos. Aunque circulaban algunos bronces hispanocartagineses y romanos (Ripollès, 1982 y 1984), los usuarios todavía no contaban con un sistema
bimetálico organizado y significativo cuantitativamente. Un gran bronce romano podía igualar o superar
en valor a los pequeños divisores de plata, singularidad fruto de una masa monetaria excepcional
construida a partir de modelos dispares.
Al finalizar la guerra se dejaron de acuñar los pequeños divisores de plata, los que ya circulaban se
retiraron, y la función que habían desempeñado como moneda de reducido valor comenzaría a ser asumida
por abundantes y variadas series de bronce. Este cambio de modelo sería una de las transformaciones más
notables de la masa monetaria peninsular tras el triunfo romano en la Segunda Guerra Púnica.
En relación con la guerra, algunas cecas locales desarrollaron afinidades productivas, tipológicas y
metrológicas con el modelo monetario romano. Saitabi (Xàtiva, Valencia) acuñó didracmas, dracmas y
hemidracmas con reversos que copiaban las emblemáticas piezas de oro republicanas de 60, 40 y 20 ases
(Ripollès, 2007: 33-35). Es un ejemplo aislado que demuestra la influencia romana en la esfera productiva
local, sin embargo en general los diseños romanos no disfrutaron de un gran interés. En esta materia,
subyace la cuestión de si, tras la guerra, el modelo de los Dioscuros llegaría a ejercer alguna influencia en los
reversos de los denarios (Almagro-Gorbea, 1995: 243-246; Arévalo, 2003: 67). Las dracmas emporitanas
con Pegaso modificado incluyeron símbolos como marcas de emisión al modo de los denarios anónimos
romanos. Su adopción se ha interpretado como una indicación de la alianza de la ciudad con los romanos
a partir del 211/209 a.C. (López Sánchez, 2010), aunque la mayoría debieron acuñarse ya durante el siglo
II a.C. (ACIP 214-237; Villaronga, 2002a). Curiosamente, la producción de bronces en Kese se controló
durante décadas mediante un sistema similar (Villaronga, 1983: 25-27).
1
2
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Fig. 11. (1) Dracma de Iltirkesalir
(Bibliothèque nationale de France,
París = Ripollès, 2005b: nº 973);
(2) denario de Iltirtasalirban (col.
particular).
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Los modelos metrológicos constituyen la esencia de cualquier sistema monetario. Durante la guerra
se funcionó con monedas acuñadas bajo diferentes estándares, pero una vez comenzó el siglo II a.C., la
homologación metrológica con el denario ganó fuerza y en pocos años las monedas romanas importadas y
emisiones locales confluyeron en una horquilla de pesos similar. En el tránsito de los siglos III-II a.C., un
mismo grabador preparó los cuños de las dracmas de Iltirkesalir (CNH 36/1; ACIP 280) y de los denarios
de Iltirtasalirban (CNH 176/4, 177/13; ACIP 1233, 1242) (García Garrido y Montañés, 2007: 46-47). La
obra del mismo artesano se aplicó sobre dos patrones metrológicos distintos (fig. 11), lo que sugiere una
datación próxima para ambas series y por tanto una introducción temprana del valor denario. Si se adoptó
una nueva denominación se hizo rápidamente y sin grandes vacilaciones. Pero estas series de Iltirta son
posiblemente las primeras que adoptaron la metrología romana junto al nuevo diseño que se impondría
en décadas posteriores (García-Bellido, 2000-2001: 558). Una propuesta osada donde prevaleciera el
criterio tipológico, sin que su peso se oponga a ello, describiría las piezas de Iltirkesalir como denarios,
materializados en una emisión que rondaba el estándar de los primeros denarios romanos.
Al tiempo que se introducían estas novedades, Emporion y Arse mantuvieron sus emisiones de dracmas,
símbolo de autonomía y de la escasa preocupación por asimilar sus series al sistema romano, al menos,
tipológicamente. Las cuestiones metrológicas son siempre ambiguas, ya que la plata de Arse, de raigambre
griega, parece revelar afinidades con el nuevo contexto político, incluso en relación con los pesos de sus
emisiones (Ripollès y Llorens, 2002: 65-94, 153-154).
6. AUTORES CLÁSICOS Y ASUNTOS MONETARIOS
Las obras de Tito Livio, Apiano, Estrabón y Plutarco aluden ocasionalmente a cuestiones monetarias
hispanas, generalmente refiriendo los importes de las exacciones y tributos exigidos durante la conquista
(Blázquez, 1982: 71-83; García Riaza, 1999a, 1999b y 2009). La plata hispana no se cita después de Livio
como diferente de la romana a pesar de las ocasiones que hubo para ello (García-Bellido, 1993: 103). El
resto de autores utilizaron sin excepción la moneda de cuenta en sus cuantificaciones.
Las conocidas referencias de Livio describen el transporte desde Hispania hasta Roma de metal en bruto,
libras de monedas, bigati (197-191 a.C.) y piezas que denomina oscensis argenti y signati oscensis nummum
(197-195 y 182-180 a.C.) en las primeras décadas del siglo II a.C. (García Riaza, 1999b). Muñoz opina que
estos botines debieron recogerse todos los años aunque las fuentes no los mencionen (1988: 98), y la pérdida
de la obra de Livio a partir del 167 a.C. impide conocer si posteriormente se produjeron retiradas similares
(García Riaza, 2009: 57). Las magnitudes registradas sitúan la plata en bruto como el formato más abundante
de la época, dato corroborado por los tesoros. Las palabras de Livio son una referencia literaria de época de
Augusto referidas a unas monedas que habían circulado mucho antes, circunstancia que complica en gran
medida el análisis de unos textos que han llamado la atención desde el siglo XIX (Guadán, 1955: 374-379).
Crawford señaló las imprecisiones de Livio en relación con los asuntos monetarios (1969: 83) y diversos
investigadores coinciden al interpretar el argentum oscense como una referencia general a diferentes monedas
empleadas durante la Segunda Guerra Púnica, incluyendo bajo diferentes criterios dracmas de Emporion,
imitaciones ibéricas y emisiones hispano-cartaginesas (Guadán, 1955: 379; Amorós, 1957: 62; Campo, 1998:
40; Ripollès, 2000: 334), y desechando la idea de una identificación con los denarios ibéricos (Schulten, 1963:
268), propuestas sobre las que cabe realizar ligeras matizaciones.
Los calificativos oscensis argenti y signati oscensis nummum recuerdan a los denarios de Bolskan,
unas piezas que no existían a la sazón y cuyos recuentos superan con creces la cantidad de denarios que
hubiera podido poner en circulación cualquier taller ibérico en fechas tan tempranas. Se ha sugerido que
oscensis pudo tener un sentido metafórico equiparando la escritura ibérica con la itálica de los Oscos, ambas
incomprensibles para Livio (Villaronga, 1977). En este supuesto cabría entender una referencia velada a
las dracmas empuritanas de imitación, las producciones más abundantes de la época con epigrafía ibérica.
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En relación con estos movimientos no hay necesidad de ser categórico, ya que la última referencia de
Livio que incluye las supuestas monedas hispanas se refiere a los años 182-180 a.C. En primer lugar se debe
disociar el relato de Livio del debate sobre la aparición de los denarios, ya que se trata de dos cuestiones
completamente independientes. Y aunque no cabe esperar que por aquellas fechas ya se hubiesen acuñado
grandes cantidades de denarios, seguro que ya circulaban las piezas de Iltirtasalirban.
La referencia a bigati resulta curiosa, monedas de los vencedores que se trasladaron hasta su propia
metrópoli como parte de los triunfos. El término debe referir a denarios y otras series incluidas en los
botines tomados a los indígenas. Los términos bigati y oscensis podrían equivaler desde la óptica romana
a emisiones propias y ajenas, una forma práctica de clasificar las innumerables y heterogéneas emisiones
del conflicto. Dicha distinción podía resultar útil para la administración romana de cara a la preparación
del metal que debía ser fundido. Entre los años 197-191 a.C. al retirarse los bigati, los denarios acuñados
en Roma estaban reduciendo su peso, contexto propicio para reciclar las antiguas series de 4,5 g (Crawford
sugiere un estándar de 3,9 g para los tipos RRC 132-138 del período 194-190 a.C.). Las piezas propias
presentaban garantías de calidad para un reparto o reciclaje inmediato (no sería el caso de cuadrigatos y
victoriatos), a diferencia de las producciones ajenas cuya aleación debía verificarse y, en su caso, refinarse.
Livio también recuerda los beneficios a raíz de botines e impuestos contabilizados en libras (librae pondo),
talentos y sestercios. Diversos trabajos analizan estos datos (Blázquez, 1967: 262-264), calculando los
ingresos que obtuvo Roma excluyendo las monedas (García Riaza, 1999b) o convirtiendo todos los metales
al valor denario, pero excluyendo las conversiones a lingotes de oro (Ferrer, 1999).
Apiano, Estrabón y Plutarco describen imposiciones a los celtíberos en moneda de cuenta, sin concretar
su forma monetal. Se trata de fragmentos que refieren episodios anteriores a los años 140-139 a.C.,
fechas anteriores a la producción masiva de denarios ibéricos. Las unidades de cuenta pondo (Tito Livio),
αργυρíου τάλαντα (Apiano) y τάλαντα (Estrabón y Plutarco) podrían referirse a lingotes, objetos, monedas
o a una mezcla de cualesquiera de ellos. Estos registros de contabilidad no contribuyen a conocer la masa
monetaria, sin embargo otros textos describen escenarios sugerentes en relación con el uso del dinero,
revelando una realidad compleja de pagos adaptados a las circunstancias de cada momento y lugar. Sean
o no excepcionales transmiten procedimientos de pago opuestos a los que cabría esperar. En un caso son
los iberos los que satisfacen el pago de las legiones y en el otro son los romanos los que cargan con el
pago de los auxiliares. El primer caso sucede cuando Mandonio se ve forzado a contribuir con moneda
para hacer efectivo el pago de la tropas romanas en el 206 a.C. (Livio, 21. 61, 7; 28. 34, 11-12) ¿pudieron
repetirse posteriormente pagos de esta índole con denarios autóctonos? El segundo caso es un episodio
que refiere cómo Catón pagó 200 talentos a los celtíberos por su ayuda como auxiliares en el año 195 a.C.,
cifra equivalente a unos 1.326.000 denarios (Plut., Cat. Ma., 10). En este caso los celtíberos no asumieron
el coste de sus propias tropas bajo el mando romano, lo cual revelaría un ambiente flexible de acuerdos
políticos y pagos en relación con los auxiliares.
Apiano proporciona una enigmática noticia relativa al almacenamiento de dinero al señalar que los
romanos perdieron su χρήματα, concepto con un sentido amplio según García Riaza (2009: 56), que era
custodiado en la ciudad de Ocilis cuando ésta cambió su apoyo a los celtíberos (App., Ib., 47; Blázquez,
1982: 79). Al año siguiente, Marcelo exigió 30 talentos tras haber recuperado la ciudad (App., Ib., 48). Al
margen de la ambigüedad de término χρήματα se adivina una intendencia romana versátil que implicaba
a las poblaciones locales en la gestión de recursos económicos. Dicho término vuelve a ser referido por
Plutarco al señalar que Sertorio empleó la χρήμασι de las ciudades españolas (Sert., 22, 4). Las fuentes no
contribuyen a conocer el tipo de moneda que unos y otros utilizaban para satisfacer pagos, pero lo normal
sería una total flexibilidad para adaptarse a cualquiera de las monedas en circulación. No se discute que
iberos y celtíberos aceptaran monedas romanas y los hallazgos monetarios demuestran que los romanos
también aceptaban las emisiones locales. De hecho en algunos territorios los denarios autóctonos llegarían
a ser casi el único tipo de moneda disponible.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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7. LOS PESOS VACILANTES DE DRACMAS Y DENARIOS
7.1. La hegemonía de las dracmas
Los datos disponibles permiten perfilar los principales hitos metrológicos de las monedas peninsulares entre
los siglos V-I a.C. (Mora, 2006). Las emisiones de plata prerromanas ofrecen un panorama dominado por
modelos coloniales (Villaronga, 1998: 60; García-Bellido, 2000-2011: 556). El primer patrón metrológico
monetal de la Península fue el modelo foceo adoptado por Emporion (Ripollès y Chevillon, 2013: 3-8), que
pronto se modificaría por causas inciertas. Las ciudades púnicas de Ebusus y Gadir, y la ibérica de Arse,
siguieron modelos que no ejercieron influencia más allá de sus propios entornos. En un territorio carente
de influencias centralizadoras entre los siglos V-III a.C., la plata era escasa, circulaba localmente y, fuera
de sus ámbitos, se valoraba al peso, evitando los inconvenientes derivados de la existencia de diferentes
sistemas. La práctica de enfrentarse a una masa monetaria heterogénea y compleja sólo se produjo a partir
de la Segunda Guerra Púnica.
El referente metrológico más importante de los siglos anteriores a los romanos son las dracmas de
Rhode y Emporion, aparecidas en el tránsito de los siglos IV-III a.C. y acuñadas con un peso aproximado
de 4,7 g (fig. 2, nº 5 y 6). Cuando los romanos llegaron a la Península, adaptaron las dracmas de Emporion
en favor de sus intereses y los pueblos ibéricos hicieron lo propio.3 Al tiempo que se acuñaban las dracmas
de Emporion modificadas y las ibéricas de imitación, los romanos importaban sus nuevos denarios que
sustituían a los cuadrigatos-didracmas. La nueva denominación pesaba inicialmente unos 4,5 g (72 piezas
por libra), magnitud próxima a la empleada por las dracmas emporitanas, únicas monedas locales disponibles
en cantidades significativas y concebidas en el entorno romano. Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica
no mezclaron denarios romanos y dracmas autóctonas en cantidades significativas (Villaronga, 1993: nº
28-40). De hecho, se comprueba una presencia ocasional de denarios romanos en dichos conjuntos con
promedios metrológicos a veces bajos pero que, globalmente, se ajustan bien al peso teórico (Villaronga
1979: 255-256 y 1999). En el tesoro de Les Encies los pesos medios son de 4,61 g sobre 11 dracmas y
de 4,32 sobre 19 denarios (Campo, 1991: 176-178; Villaronga, 1979: 255). No hay coincidencia pero los
valores se encuentran próximos, sobre todo, entendidos como parte de una masa monetaria donde los
patrones se reconocían con dificultad más allá de su lugar de origen.
Zobel expresó su visión sobre la implantación del modelo romano: las dracmas emporitanas de
carácter más moderno no suelen pesar más de 4,5 gramos: de dracmas habían pasado a ser denarios
disfrazados (1878: 134). Desde la perspectiva emporitana, los romanos emulaban el peso de sus dracmas
que eran anteriores, con una rebaja prácticamente imperceptible. Y a la inversa, los romanos podían
asimilar las monedas de Emporion como unos denarios de calidad. En la masa monetaria del conflicto
resulta complicado que una diferencia de décimas de gramo marcase una distancia apreciable entre la
aceptación de unas y otras. El encasillamiento cultural y las categorías descriptivas actuales condicionan la
visión de un ambiente productivo complejo, alimentado por influencias recíprocas y sometido a exigencias
desconocidas. Cabe asimismo destacar la continuidad de Kose-Tarankon e Iltirta en la fabricación sucesiva
de dracmas y denarios (Villaronga, 1978 y 1983: 41-43). La consideración de la pieza de Iltirkesalir como
dracma se debe a su peso, pero si la tipología fuese el criterio clave, se podría describir como denario
pesado similar a los republicanos, hecho quizá fomentado por tratarse de una serie inaugural. A inicios del
siglo II a.C. dracmas de Emporion y denarios evolucionaron hacia un estándar más ligero.
3
Respecto al modelo seguido por Emporion y sus imitaciones se han establecido los siguientes patrones metrológicos: (1) 4,67 g
para las dracmas emitidas con anterioridad a la llegada de los romanos; (2) 4,62 g tras el desembarco de los romanos hacia 218
a.C., estándar próximo a las primeras series de denarios de 4,5 g; (3) 4,56 g para la dracmas de imitación ibéricas; (4) 4,14 g en
Emporion para el siglo II a.C. (Villaronga, 2002a: 108).
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
7.2. Movimientos hacia un peso común
Tras la guerra el estándar metrológico romano acabaría imponiéndose. Pero Emporion y Arse conservaron sus
tradiciones metrológicas cuando las tendencias globalizadoras comenzaron a tomar fuerza. Ambas ciudades
emitieron dracmas al menos hasta mediados del siglo II a.C., manteniendo un modelo donde prestigio y
tradición prevalecieron sobre las supuestas ventajas de asimilarse al estándar del denario. Cambiaron la
metrología de su plata respecto a series precedentes, pero la mantuvieron ajena al patrón romano, quizá por
su localización costera, ajena a las necesidades de los contingentes militares; Emporion acuñó piezas de 4,15
g (Villaronga, 2002a: 54) y Arse de 2,49-2,69 g (Ripollès y Llorens, 2002: 156, nº 82-116) por influencia de
Massalia o con una convertibilidad de 2/3 respecto al denario romano (Ripollès y Llorens, 2002: 159-161).
Resulta complicado argumentar que estas elecciones tuviesen alguna desventaja práctica.
Las monedas ibéricas, celtibéricas y vasconas de plata se describen como denarios por su similitud con
el estándar romano. Otro planteamiento las relaciona con un estándar local, como una prolongación de las
dracmas de imitación, aunque admitiendo que la implantación del sistema bimetálico se debe a la influencia
romana y el final de la hegemonía emporitana (García-Bellido, 2000-2001: 563-564). Según Crawford los
denarios republicanos pesaron 4,5 g hasta el 211-208 a.C (RRC 111) y 3,86 g desde el 157-156 a.C. (RRC
197). Los tesoros peninsulares confirman el estándar elevado de 72 piezas por libra durante la Segunda
Guerra Púnica (Villaronga, 1999) y la reducción a 84 piezas por libra sólo se alcanzó tras una serie de
vacilaciones durante la primera mitad del siglo II a.C., ratificadas por los hallazgos de Hispania (Crawford,
1974: 594-595; Hildebrandt, 1991-1993: 205). Los tesoros en ocasiones escapan al modelo y revelan un
panorama más complejo con promedios inusitadamente bajos tanto en las primeras como en las últimas
series republicanas (Generoso, 1993; Duncan-Jones, 1995; Villaronga, 2002b: 39-42).
Se han identificado 21 cecas que acuñaron denarios, de las que 4 que además produjeron quinarios, su
valor mitad. La mayoría de emisiones se ajustan bien al estándar romano de 84 piezas por libra, aunque sus
pesos medios presentan oscilaciones notables que a veces carecen de una explicación cronológica, tal como se
ha observado para los denarios republicanos. Las primeras emisiones de denarios ibéricos presentan un peso
algo más elevado, en el entorno de los 4 g, coincidente con el romano de las primeras décadas del siglo II
a.C., circunstancia también comprobada en series más tardías, cuando Roma ya ha fijado su estándar en 3,86 g
(Villaronga, 1995a: 33-46; Gozalbes, 2009a: 95, tabla 8). Quizá algunas emisiones iniciales se cuidaron más y
reclamaron protagonismo ofreciendo piezas de un peso superior al común. Los primeros denarios de Turiasu,
que no deberían ser anteriores al 140 a.C., ofrecen todavía un promedio de 4,06 g (Gozalbes, 2009a: 185).
También en fechas tardías se comprueba que algunos promedios se encuentran muy por debajo de lo
que podría ser considerado normal. Las series de Sekobirikes, a falta de un estudio monográfico, rondan
los 3,5-3,6 g de promedio (CNH 5-10); por su parte, la última emisión de Turiasu presenta un sorprendente
promedio de 3,32 g (Gozalbes, 2009a: 92-94). Las diferencias de peso entre los denarios romanos de 3,86 g
y los llamados denarios ibéricos son inapreciables en la práctica. En relación con este peso teórico algunas
producciones locales fueron más pesadas, otras se ajustaron con gran precisión y la mayoría resultaron algo
más ligeras (fig. 12). No se puede suponer que su valor sobre el papel fue distinto.
Iltirta, Kese, Sesars y Turiasu acuñaron además quinarios, lo que aparentemente refuerza la integración
con la tradición monetaria romana. Su volumen de emisión no fue apreciable ni en Roma ni en la Península,
pero el hecho de que una de las variantes acuñadas por Turiasu reprodujese con fidelidad el diseño de un
denario romano constituye otra prueba de la sintonía romana de estas producciones locales (Gozalbes, 2009a:
47-49, 167-168). Las autoridades emisoras establecían patrones monetarios y la disciplina numismática se
afana por identificarlos. Pero la realidad es que cualquier usuario podía encontrarse con pesos notablemente
dispares ante piezas acuñadas incluso por la misma pareja de cuños. Las operaciones de pago no sólo estarían
condicionadas por los patrones metrológicos vigentes. Y con la acumulación de monedas en circulación de
diferentes períodos y talleres, los pesos individuales, el desgaste o la calidad metálica pudieron ser factores
más importantes a la hora de tomar decisiones que los propios estándares teóricos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
4,5 g
3,86 g
sedetanos
belos
lusones
ausetanos
arévacos
ilergetes
Kelse
Arsakoson
Baskunes
Arsaos
Bentian
K. Karbika
Sekotias
Kolounioku
Oilaunikos
Arekorata
Sekobirikes
Turiasu
Sekaisa
Sekia
Belikiom
Bolskan
Sesars
Iltirta
carpetanos
celtíberos
suessetanos
Dracmas Pegaso
Dracmas modificadas
Dracmas ibéricas
Dracmas siglo II a.C.
Kese
Ausesken
?
vascones
Ikalesken
kesetanos
RRC 101
4,5 g
211-210 a.C.
3,9 g
RRC 187
169-158 a.C.
Fig. 12. Pesos de dracmas y denarios por etnias y emisiones (según Villaronga, 1995a, y trabajos citados en el epigrafe 2.1)
junto a la reducción del peso teórico de los denarios romanos segun los datos del catálogo de Crawford (1974).
8. EL DENARIO, UN MODELO SIN ALTERNATIVAS
8.1. ¿Un proceso sin interrupciones?
Los denarios ibéricos se han estudiado como un fenómeno independiente de las acuñaciones realizadas
durante la Segunda Guerra Púnica. Durante este conflicto se desarrollaron prácticas monetarias novedosas y
cabe pensar que el denario se inscribió en el nuevo modelo administrativo provincial como una prolongación
de esta experiencia, más que como resultado de una nueva política monetaria. Dracmas emporitanas e
imitaciones ibéricas habían jugado un papel trascendental en la financiación bélica, quizá similar al que
desempeñaron los denarios locales en décadas posteriores. La administración romana debió ejercer algún
control sobre este nuevo modelo; no se explica fácilmente que durante dos décadas a lo sumo, cerca de
un centenar de talleres ibéricos llegasen a producir sus propias dracmas de imitación con una metrología
homogénea y que, más tarde, a lo largo de 125 años, sólo 21 ciudades se animasen a acuñar denarios.
Tras la exigente tarea de retirar la plata empleada durante la guerra, los denarios romanos se
convirtieron en el único sistema de referencia para la plata y las nuevas emisiones locales se ajustaron
a esta metrología. Lo cierto es que la situación política no dejaba demasiado margen a una alternativa
mejor. García-Bellido defiende el iberismo de todos los patrones locales incluida la plata y considera
improcedente la expresión denario ibérico (2000-2001: 563-564). Pero los denarios romanos debieron
tener el mismo valor que la plata local en condiciones normales, por lo que un debate terminológico no
deja de ser una trampa. La única característica objetiva que podría conducir a una valoración desigual de
dichas producciones se debería a su diferente pureza, más que a sus diferencias de peso. Sin embargo, los
tesoros no avalan una selección de piezas y resulta difícil entender cómo los usuarios comunes podrían
tomar decisiones razonadas en relación con estas cuestiones.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Un debate en plural sobre el origen de los denarios ibéricos resulta artificial. Como ya se ha indicado, Iltirta
pudo tomar esta decisión en solitario desde fechas tempranas casi enlazando con la producción de dracmas.
¿Siguieron Kese o Ausesken sus pasos de inmediato? ¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que otros talleres de
Suesetania o de la Celtiberia se incorporaron a esta moda? ¿Necesitaron el permiso romano? ¿Se produjeron
interrupciones una vez iniciadas las emisiones? Diferentes propuestas coinciden en situar los primeros denarios
ibéricos en la primera mitad del siglo II a.C., pero la ausencia de tesoros en estas décadas siempre ha constituido
un obstáculo para lograr una mayor precisión cronológica. Pero el eslabón clave entre dracmas y denarios
ibéricos lo proporcionan las series de Iltirkesalir e Iltirtasalirban (García-Garrido y Montañés, 2007). Ambas
producciones se sucedieron posiblemente con una cierta continuidad, incluyendo una renovación tipológica
tan significativa como la metrológica. Quizá incluso las últimas producciones de dracmas se solaparon con
las primeras tentativas de acuñar denarios. Para Villaronga la emisión de Iltirkesalir era anterior a las dracmas
ibéricas de imitación (1979: 55), admitiendo de algun modo que se integraba en la tradición de las dracmas
a pesar del cambio de tipología (García-Bellido, 2000-2001: 564). Resulta peligroso encasillar actualmente a
partir de categorías que quizá forman parte de una realidad ambigua y compleja, desligada de una aplicación
rígida de los estándares. Precisamente Iltirta y Kese ya habían acuñado dracmas y divisores durante la guerra.
En el primer caso la producción fue variada y posiblemente regular, dando a entender que acuñarían denarios a
la primera oportunidad que se presentase. ¿Necesitaron esperar un permiso especial? En ciudades afines a los
romanos como Emporion y Arse no se ha planteado por las mismas fechas una interrupción de las emisiones.
El establecimiento de una nueva tipología pudo tener mayor significación que el cambio metrológico.
En la moneda de Iltirkesalir aparece un jinete y por lo tanto sería prácticamente equivalente a un denario de
peso elevado. Ciertamente ninguna serie local de denarios volvió a reproducir un peso tan elevado, dato de
importancia relativa si se piensa en la evolución del estándar romano. Hay también un argumento epigráfico que
refuerza la idea de continuidad. El término ibérico salir aparece sobre monedas de diferente peso, y por tanto
no guarda relación con ninguna denominación concreta. Se interpreta como una referencia genérica al dinero
o a la moneda (Fletcher, 1989 y 1990; Velaza, 1996: 56), pero como no aparece sobre bronces se le supone un
significado próximo a la plata (Ferrer i Jané, 2012: 40-41). Se utilizó con intensidad a finales del siglo III a.C.
sobre las dracmas que presentan los epígrafes iltirtasalir, belsesalir, tarankonsalir, salirban, sokesalir y erusalir
(ACIP 348-351, 361, 371, 362, 369, 370, 395), sobre la emisión de iltirkesalir (ACIP 280), sobre la hemidracma
kesesalir (ACIP 1104) y, finalmente, sobre los denarios de Iltirtasalirban (ACIP 1233, 1234, 1242, 1248). Este
término se asoció a unas monedas que formaron parte de una masa monetaria diversa y complicada. En estas
circunstancias es posible que fuera más relevante el término genérico que el peso concreto de la pieza. Desde
una perspectiva epigráfica este hecho otorga a todas estas piezas una unidad incontestable. Además de esto, la
dracma de Iltirkesalir y los denarios de Ausesken comparten los signos ban como marca de anverso, leyenda
quizá sin valor fonético, donde ba podría expresar la idea de unidad y n un valor desconocido (Estarán, 2013:
66-68). En los plomos escritos aparecen trazos verticales paralelos de idéntico trazado a la ba, muy comunes
como registro contable, incluso acompañados del término salir en el ejemplo de Los Villares (Fletcher, 1990:
88). Esta lectura aproximaría el valor de ambas piezas aunque no pesaran lo mismo. Los denarios romanos con
la marca X tampoco cumplían la deseada regularidad metrológica. El hecho de que la marca ban aparezca sobre
dos divisores deja por supuesto el tema abierto (ACIP 281-282).
Las 21 cecas ibéricas, celtibéricas y vasconas que emitieron plata se concentraron en el cuadrante noreste
y en los valles del Ebro y del alto Duero. Aunque pertenecieron a diferentes grupos étnicos, se refieren
tradicionalmente bajo el ambiguo epígrafe denarios ibéricos, denominación precisa sólo en un sentido
epigráfico o geográfico. En muchos casos sus localizaciones son aproximadas o inciertas, aunque la mayoría se
alinean en los márgenes del Ebro, a cierta distancia del curso principal. Importantes cecas como Sekobirikes,
Baskunes, Arekorata, Arsaos o Turiasu sólo se conocen por sus monedas. No son recogidas por ninguna fuente
clásica y los criterios arqueológicos, lingüísticos o numismáticos basados en los hallazgos todavía no permiten
siquiera sugerir la localización precisa de algunas de estas ciudades. Bolskan, latinizada como Osca, es la
única de todas ellas mencionada por las fuentes por su condición de capital sertoriana (Plut., Sert. 14 y 25).
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Los denarios peninsulares de celtas, iberos o vascones muestran singularidades en los detalles, pero su
modelo principal compartido es resultado de influencias externas posiblemente de índole romana (Burnett, 1987:
39). Todos ellos adoptaron diseños similares (cabeza masculina/jinete), el signario ibérico para sus leyendas y
un mismo estándar metrológico ¿Por qué pueblos tan distintos a priori compartieron estos diseños? Los tipos
principales se antojan relacionados con dioses o héroes de origen local (Almagro-Gorbea, 1995; Arévalo, 20022003 y 2003), quizá con una lectura no exclusivamente militar (Gozalbes, 2006), aunque su indefinición ha
permitido entenderlos también como temas provinciales romanos (Paz y Ortiz, 2007). Llama poderosamente la
atención que las variantes tipológicas de reverso escogidas por cada ceca nunca se modificasen (fig. 17).
La introducción del denario hay que situarla en su contexto, recordando el importante papel de las
dracmas precedentes y la posibilidad de que emisiones de bronce de Kese o Iltirta anticipasen los diseños de
los denarios o los acompañasen desde un principio. Se podría discutir si el caso fue diferente en la cecas de
nueva creación, pero entonces el debate se limitaría a determinar si la creación de cada nuevo taller exigía
de un permiso especial. Presuponer condiciones y decisiones que condujesen a la introducción del denario
no deja de ser un actualismo. ¿Interrumpió la propia Roma sus emisiones cuando adoptó el denario?
8.2. La datación de los denarios
La polémica sobre la datación de los denarios ibéricos resulta artificial, ya que una sola emisión antigua y
aislada desmontaría cualquier explicación de tipo global. Se admite por consenso que los denarios autóctonos
se acuñaron de forma progresiva y que abundaron particularmente entre finales del siglo II a.C. y comienzos
del siglo I a.C., aunque la datación de las primeras emisiones ha sido objeto de propuestas muy diversas (fig.
13). Los talleres que emitieron plata aparecieron en el este de la Península, avanzaron progresivamente hacia
el oeste, y hacia el alto Duero su expansión quedó frenada. Dificultades en el aprovisionamiento de plata
pudieron condicionar o limitar las posibilidades de creación de unas cecas que en ocasiones acuñaron grandes
cantidades de plata, mientras que en otras realizaron producciones modestas o incluso anecdóticas.
La secuencia de producción comienza sin duda con las cecas de Iltirta, Kese y Ausesken a las que debieron
seguir Sesars y Bolskan. Estos talleres realizaron las series más antiguas, cuyo rasgo común más evidente es la
leyenda curva, salvo en el caso de Kese por razones obvias de brevedad, aunque algunos cuños apuntan dicha
tendencia (Villaronga, 2002b: 35, nº 44-46). Esta disposición curva sigue la tradición de las dracmas, hecho
que refuerza la idea de una continuidad de concepto. Las leyendas horizontales posteriores se asemejan más al
modelo romano, disposición casi exclusiva de las grandes series posteriores de denarios.
La ordenación relativa de Villaronga, con ligeras matizaciones, constituye una propuesta razonable para
apuntar un posible orden de apertura de talleres (1995a: 67-68). Sus diferentes fases de actividad o capacidades
de producción son cuestiones que complican el panorama y en las que no cabe entrar. Las series más antiguas,
se remontan a principios del s. II a.C. y corresponden a ilergetes, kesetanos, ausetanos y suessetanos (Burillo,
2002: 211-212; Pérez Almoguera, 1996; Villaronga, 2004: 134-135). Las cecas de celtíberos y vascones no
aparecieron hasta mediados del siglo II a.C. Es posible que los talleres más antiguos se relacionen con una
situación de necesidad ya que, como señala Crawford, los denarios romanos no llegaron a Hispania durante
las dos generaciones posteriores a la Segunda Guerra Púnica (1985: 93), a pesar de que los tesoros sugieren
que sólo desde el 140 a.C. llegaron en cantidades significativas (Ripollès, 1984: 106). Aunque los salarios
legionarios se pagasen en bronce el sistema era bimetálico y necesitaba monedas de plata.
El estilo compartido para Iltirkesalir e Iltirtasalirban es una prueba incontestable de la continuidad dracmasdenarios (García Garrido y Montañés, 2007) y quizá demuestra la adopción del nuevo sistema metrológico
al margen de mandatos globales o de cambios de autoridades. Siendo obra del mismo artista no pudo mediar
excesivo tiempo entre la acuñación de ambos valores. El tesoro de Armuña de Tajuña fechado hacia el 205-200
a.C. (Ripollès, Cores y Gozalbes, 2009: 171) incluye en un lote todavía inédito un fragmento de una dracma de
Iltirkesalir emitida con los mismos cuños que la pieza de París, lo que ratifica la antigüedad de la serie.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
A
Baskunes
222
Bentian
18 Arsaos
?
90
Oilaunikos Arsakoson
10 ?
Sekobirikes
137
Arekorata
?
551
Sekia
267
Kolounioku
34
Sekotias Turiasu
4
2
Bolskan
5
Sesars
Ausesken
145
4
360
Iltirta Iltirkesken
Sekaisa
20
68
Belikio Kelse
37
1
Kese
1
33
Konterbia Karbika
18
Ikalesken
53
?
B
Localización incierta
Konterbia Karbika
Arekorata Oilaunu
Turiasu Baskunes
Bolskan
Sesars
Iltirkesken
Iltirta
218 a.C.
200
Crawford
(1969: 82)
Knapp (1977: 12)
Villaronga
199-170 a.C.
(2004: 134)
Ripollès
200-175 a.C.
(2005a: 196)
Zobel (1878: 137)
Sekaisa
Ausesken
Kelse
Ikalesken
180
160
Hill 175-133 a.C.
(1958: 58)
Jenkins
(1958b: 143)
Arsaos
Sekia
Belikiom
140
Bentian
Arsakoson
120
Amorós (1957: 62)
Domínguez (1998: 192)
Campo 155-133 a.C. (2000: 62-63)
Kolounioku
Sekotias
Sekobirikes
100
72 a.C.
Kese
Jenkins (1958a: 58)
Crawford (1985: 95)
Beltrán (1986: 898; 1998: 112)
García-Bellido (1993: 109)
García-Bellido y Blázquez (2001: 74)
Fig. 13. A) Iltirkesken y las cecas de denarios con estimación de cuños de anverso según síntesis de Villaronga (1995: 7576) y monografías (Villaronga, 1983: 97; Gomis, 2001: 98; Abascal y Ripollès, 2000: 30; Collado, 2000: 104; Gozalbes,
2009a: 161: Villaronga, 1988: 63). B) Propuesta de inicio de emisiones de denarios con tamaño proporcional a su volumen
de producción junto a las principales dataciones realizadas sobre la cronología inicial de los denarios ibèricos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 14. Denario de Kese del tesoro
del Francolí. 4,19 g (col. F. Suárez, exAureo & Calicó 3/12/2013, nº 1364 =
Villaronga, 2002: nº 37).
Los denarios de Iltirtasalirban son escasos en los tesoros, pero revelan unas pautas singulares. Su
presencia se constata en dos tipos de tesoros ocultados en diferentes períodos; en conjuntos presumiblemente
antiguos donde los elementos de datación absoluta son inexistentes,4 y en hallazgos tardíos donde sólo
aparecen ejemplares aislados fruto de una circulación residual.5 En los antiguos, las piezas de Iltirtasalirban
son abundantes y aparecen en compañía de monedas de Sesars y, ocasionalmente, de Kese y Bolskan. Por
el contario, los tesoros recientes, de finales del siglo II a.C. y comienzos del siglo I a.C. sólo proporcionan
ejemplares aislados. En estos últimos conjuntos las piezas de Iltirtasalirban aparecen en compañía de series
republicanas de cierta antigüedad. El estudio de cuños de las series de Iltirtasalirban demuestra que se
produjeron en cantidades importantes.6
El tesoro de Francolí confirma que los denarios de Kese circulaban en el primer cuarto del siglo II a.C.
(Villaronga, 2002b: 39). Los 10 ejemplares que contiene aparecen poco gastados y su ejemplar más antiguo
según la ordenación de cuños se corresponde con la entrada nº 11 de su catálogo monográfico (Villaronga
1983: 146; Villaronga, 2002b: 30) (fig. 14). Sin ser las piezas más antiguas de Kese, presentan un promedio
de 4,08 g, superior a la cifra de 3,98 g calculada para toda la serie (Villaronga, 1983: 44). Aunque los 10
primeros emparejamientos estén ausentes en el tesoro, su estilo es similar y no cabe a priori atribuirles
una cronología muy distinta. Los denarios republicanos más recientes del conjunto son emisiones de una
cronología poco precisa entre los años 179-170 a.C. (RRC 162, 164 y 169). Cabe señalar que las primeras
3 parejas de cuños de Kese aparecen aisladas del resto de la cadena en la monografía de Villaronga (1983:
45). El primer cuño de anverso, del mejor estilo, sería posiblemente el que apareció en Hostalrich según
la noticia de Guadán que lo describe con pendiente (Villaronga, 1966: 303-304; Guadán, 1969: 92). La
proximidad formal entre Kese y Ausesken sugiere una cronología próxima para ambas.
4
Hay tres conjuntos cuya cronología parece antigua pero que no cuentan con presencia de moneda romana que permita confirmarlo.
El tesoro de Hostalrich cuenta con una bibliografía confusa (Mateu, 1951: 237, HM 444; Guadán, 1969: 92, nº 41), pero según
su descripción más reciente incluiría 2 denarios de Kese, 60 de Sesars, 1 de Bolskan (con leyenda circular, CNH 211/1), 3 con
leyenda Iltirta y 170 con la leyenda Iltirtasalirban (Villaronga, 1978: 32). En este caso la selección de cecas y emisiones constituye
de por sí un indicio de antigüedad. El segundo tesoro, procedente de Altorricón, estaría compuesto por más de 500 denarios, en su
mayoría de Iltirtasalirban, pero no hay más datos ya que se remonta a la publicación de Lastanosa (1645: 61-62). El tercer caso,
el conjunto de Alto Ebro, es peculiar ya que en todos los ejemplares son forrados (García Garrido, 1985). Se trata de un hallazgo
único, donde cabe especular hasta qué punto su propietario era consciente de esta singularidad. Lo componen 40 ejemplares de
Iltirtasalirban junto a 8-10 de Sesars.
5 Hay un ejemplar de Marrubiales de Córdoba que Jenkins considera como el más gastado (1958a: 59, lám. xiii, 1; Chaves, 1996:
93-104), otro de Salvacañete en paradero desconocido (Cabré, 1936; Gómez Moreno, 1949: 182; Villaronga, 1993: 42, nº 63),
un fragmento de tipología discutible de Almadenes de Pozoblanco (Chaves, 1996: 118, nº 103), y un ejemplar perdido de Torres
/ Cazlona 1618 (Delgado, 1871: 149-159; Zobel, 1878: 196-197). Los denarios republicanos más antiguos de Salvacañete,
Almadenes de Pozoblanco o Cazlona se fechan a finales del siglo III a.C. (Marcos et al., 1998: 257). Lamentablemente las
circunstancias de publicación impiden realizar una comparación de desgaste entre los ejemplares de Iltirtasalirban y estas piezas.
6 Grupo 7, el más antiguo de Villaronga, con un rizo de gancho hacia abajo, con 36 cuños de anverso y 41 de reverso sobre una
muestra de 85 monedas (Villaronga, 1978: 37-38); 4 de anverso y 4 de reverso para el grupo 13 con una muestra de 4 ejemplares;
20 cuños de anverso y 29 de reverso para el grupo 14 para una muestra de 129 denarios (Villaronga, 1978: 36).
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Sesars tuvo que acuñar también en fechas tempranas (Villaronga, 1995a: 17). Los tesoros de Hostalrich
y Alto Ebro sitúan sus emisiones junto a las series catalanas antiguas (Villaronga, 1966: 302-304; García
Garrido, 1985), aunque el primero se haya fechado a mediados del siglo II a.C. (Domínguez, 1991: 195).
Resulta sorprendente que estos dos tesoros sean los únicos conocidos con denarios de Sesars. Según las
estimaciones de Villaronga se utilizaron alrededor de 145 cuños en su producción, cifra que supera los cuños
calculados por este mismo autor para Kese (31), Iltirta (67), Ikalesken (52), Arsaos (90) o Sekobirikes (136)
(Villaronga, 1995a: 75-76). La ausencia de unos denarios tan abundantes en los tesoros de finales del siglo
II a.C. certifica su antigüedad e incluso sugiere que pudieron ser objeto de una desmonetización puntual o
progresiva. ¿Formaron parte los denarios de Iltirtasalirban o Sesars de alguno de los botines descritos por
Livio? En el 180 a.C., fecha del último botín, sin duda ya circulaban algunos denarios ibéricos. Otro vínculo
característico entre estas series antiguas, salvo en Kese, es la presencia de leyendas secundarias similares y
con elementos comunes. Sobre sus anversos aparecen las leyendas ban (Iltirkesalir, Ausesken) o bon (Sesars,
Bolskan), donde el elemento leído como ba podría ser un ideograma con el sentido de unidad (Estarán, 2013:
67 y 69). Entre las restantes 15 cecas que acuñaron denarios posteriormente, la única leyenda secundaria
repetida por dos talleres diferentes es benkota (Baskunes y Bentian) y resulta complicado hallar similitudes
entre el resto. Quizá Arsakoson expresó un concepto similar al utilizar en solitario el signo ba.
La datación de los últimos denarios es un asunto menos debatido. Existe consenso acerca de que los
tesoros de las guerras sertorianas incluyen las últimas series de denarios locales (Crawford, 1985: 210). La
idea de un punto final para estas emisiones tiene también un valor relativo, puesto que numerosos talleres
ya habían concluido sus emisiones de plata mucho antes de este episodio (casos claros como Kese, Iltirta,
Ausesken, Sekaisa o Sesars). Así como la apertura de talleres fue progresiva, su cierre simultáneo se ha
entendido como una imposición romana consecuencia del apoyo que habían prestado a la causa sertoriana.
El estudio de Turiasu revela que sólo tres parejas de cuños del estilo final no aparecen en ninguno de los
tesoros conocidos; las monedas de estos cuños podrían ser las únicas posteriores al conflicto de entre toda
la colosal producción de este taller (Gozalbes, 2009a: 148). Quizá no debería plantearse como un cese
simultáneo de la actividad de todos los talleres. Igual que su incorporación a las emisiones fue progresiva,
su cese de actividad debió producirse de modo similar.
Los tesoros ratifican que estas producciones no sobrepasaron las guerras sertorianas. No obstante la
cronología tradicionalmente sertoriana de muchos de ellos también se ha puesto en duda (Rodríguez, 2009).
Los tesoros sin moneda romana y con denarios ibéricos de los talleres de Bolskan, Turiasu, Sekobirikes,
Baskunes o Arsaos hasta hace poco se asignaban directamente a este conflicto. Sin negar que muchos de ellos
pertenezcan a estos años, lo cierto es que algunos son algo anteriores o posteriores. Esta datación tradicional
reposa sobre la supuesta lealtad de las cecas adheridas a la causa de Sertorio, idea muy influenciada por el
hecho de que sus tropas se habrían financiado con plata ibérica; cecas como Bolskan, Turiasu o Sekobirikes
habrían servido a su causa (García-Bellido, 2005: 34). No se puede discutir que estas monedas fueron el medio
principal para financiar el conflicto, porque acuñadas desde las décadas precedentes constituían el núcleo de
la masa monetaria. Posiblemente la moneda pre-sertoriana en circulación resultaba de por sí suficiente para
cubrir una buena parte de los costes del esfuerzo bélico. La meta sería identificar los cuños que pudieron
haber estado en funcionamiento en época sertoriana, labor que se revela complicada, fundamentalmente por
la ausencia de tesoros con moneda romana que permitan discriminar aquellas monedas que ya circulaban en
los años inmediatamente anteriores a la guerra.
Otra cuestión es que, además, no hay ninguna prueba de que dichas emisiones tuviesen una significación
más allá de la estrictamente económica. Si la plata local se hubiera erigido en algún momento como símbolo
de la resistencia frente a Roma, las autoridades podrían haber considerado retirarlos de la circulación tal y
como hicieron tras la Segunda Guerra Púnica. Los tesoros sugieren que no hubo atisbo de desmonetización
y que continuaron circulando con normalidad al menos hasta las guerras civiles, en contextos donde el
protagonismo de las piezas importadas era cada vez mayor (fig. 10). Dicha realidad delata la mentalidad
práctica de la metrópoli frente a una masa monetaria bien organizada y probada durante décadas. Si el
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
299
Fig. 15. Dracma de Iltirta (col. particular).
recuerdo de Sertorio hubiera permanecido en las monedas, Roma podría haber actuado de una forma similar
a como lo hizo tras la Segunda Guerra Púnica. Sertorio pudo servirse circunstancialmente de algún taller,
pero no de todos. Carece de lógica pensar que algunas ciudades con tradición pudieran ver comprometida
su autonomía por emisiones que tampoco constituían una novedad palpable. Resulta más prudente pensar
que el cese responde al cierre de una etapa. Las emisiones pudieron verse precipitadas a su fin precisamente
por la gran cantidad de moneda acuñada en décadas precedentes a la que se sumó la importada por los
romanos para afrontar el esfuerzo bélico, incrementada por la acuñada aquí (RRC 366, 393). Si la moneda en
circulación cubría las necesidades de Hispania no hacía falta acuñar más. En este contexto, si los auxiliares
se habían financiando hasta entonces con emisiones de denarios ibéricos, hubo que pensar en organizar a
partir de entonces otro modelo de financiación.
El nuevo tipo con cabeza masculina y jinete en diferentes variantes se presta a lecturas diversas en torno
a las ideas de autoridad y del héroe fundador (Almagro-Gorbea, 1995; Arévalo, 2003). Habrá que determinar
en cada ceca si se adoptó antes sobre denarios o sobre bronces. En las producciones de Iltirta y Kese, algunos
bronces del jinete podrían ser contemporáneos de los denarios con el mismo diseño, significando en última
instancia que su aplicación sobre la plata no resultaría estríctamente novedosa (Villaronga, 1978 y 1983).
Pero incluso en esta cuestión existe un singular precedente con dracmas de Iltirta donde de forma excepcional
se utiliza una cabeza masculina (ACIP 343-345; Villaronga, 1998; nº 192-196, lám. XVIII; García Garrido y
Montañés, 2007: 46 y 50). Esta representación masculina no aparece sobre ninguna otra dracma aunque sí es
frecuente en divisores. ¿Podría ser este diseño una anticipación del personaje de los denarios? (fig. 15).
9. EL METAL
9.1. La materia prima
Los autores clásicos recogen diversas noticias sobre la riqueza de las explotaciones mineras peninsulares
(Davies, 1935: 94-139). Hispania fue un importante centro productor de plata, fundamentalmente en la forma
de galena argentífera (Domergue, 1990: 8, 71-75). Las minas más ricas estaban localizadas en Carthago Nova
que proporcionaba unos nueve millones de denarios al año (Estrabón, 3, 2, 10; Blázquez, 1978: 32-35). Esta
actividad también quedó plasmada en tipos monetales, téseras de plomo, marcas y contramarcas (García-Bellido,
1986; Arboledas, 2010: 49-53). Las explotaciones del distrito minero del sur, quizá gestionadas por societates
publicanorum, cuentan con un amplio refrendo arqueológico (Richardson, 1976; Domergue, 1990; Arboledas,
2010: 133-139). Las emisiones hispano-cartaginesas o el taller púnico de Gadir pudieron beneficiarse de la
proximidad de estas fuentes (Villaronga, 1973: 92-93; Alfaro, 1988: 56, nota 186). Sin embargo, no hay indicios
de actividades mineras en el entorno de las cecas de plata ibéricas, celtibéricas y vasconas. En estos ámbitos
los estudios se han afanado por localizar minas de plata próximas a las cecas que acuñaron dracmas o denarios,
cuyo abastecimiento desde el sur parece demasiado costoso y complicado. Hay propuestas para identificar
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minas de plata en los ámbitos ibérico o celtibérico, que han permitido sugerir fuentes de aprovisionamiento
como la Sierra Calderona para Arse o Valdeganga para Turiasu (Ripollès y Llorens, 2002: 162-164; Gozalbes,
2009a: 164), propuestas que en ningún caso resultan concluyentes. Las posibilidades calculadas para los filones
celtibéricos en su conjunto sobrepasarían las necesidades de metal de los talleres de su entorno; la estimación
para el total de la plata acuñada por Turiasu ronda las 40 toneladas, mientras que el conjunto de minas de la
Celtiberia pudieron llegar a proporcionar 4.000 toneladas (Gozalbes, 2009a: 163; Sanz, 2003: 42).
Transporte y almacenamiento del metal debieron ser asuntos de capital importancia en la planificación
de emisiones. Establecer un aprovisionamiento común para todas las emisiones carece de sentido. Tuvieron
que existir fuentes primarias de importancia diversa y con un recorrido temporal desigual. Quizá los análisis
isotópicos de filones y monedas permitan establecer asociaciones factibles entre cecas y minas, aunque estos
datos pueden resultar de escasa utilidad si los talleres recurrieron al reciclaje para obtener sus cospeles. El
aprovisionamiento metálico basado en el reaprovechamiento de objetos y monedas debió jugar un papel
destacado (Montero, Pérez y Rafel, 2011), especialmente en períodos conflictivos cuando los botines eran
abundantes. Esta práctica se habría verificado en Emporion, donde los análisis de dos dracmas tardías
sugieren un aprovisionamiento metálico heterogéneo (Castanyer et al., 2008: 290-291).
Las minas del sur, cuentan con un amplio refrendo arqueológico, pero al norte no se han localizado
explotaciones de plata comparables. Parece poco sostenible que los indígenas pudiesen explotar y conservar
recursos mineros provechosos en contra de los intereses romanos, siendo éstos además uno de los principales
objetivos de los conquistadores. La logística de almacenaje se ha estudiado para diferentes metales, pero no
para la plata (Rico, 2011), producto que exigiría de unas condiciones de seguridad particulares.
Las poblaciones autóctonas estuvieron familiarizadas con la plata en bruto y trabajada, tal y como
demuestran los tesoros de diferentes territorios entre los siglos IV y I a.C. (fig. 4, 6, 8 y 10). Un receso en
este ambiente de abundancia de plata pudo acontecer después de la Segunda Guerra Púnica, cuando fueron
remitidas a Roma grandes cantidades de este metal. Este saqueo mermó sin duda las reservas peninsulares
durante algunas décadas (Ripollès, 2000: 334-335; Cadiou, 2008: 490-491). Tras estos envíos masivos las
autoridades romanas de Hispania podrían haber considerado la oportunidad de establecer mecanismos para
convertir la plata en moneda, evitando así los costes y riesgos de su transporte a Roma. Cadiou se muestra
reticente a que el Senado dejase margen a este tipo de actuaciones (2008: 546).
La moneda en circulación también pudo servir como fuente de plata. Una retirada selectiva de piezas pudo
resultar provechosa en determinadas circunstancias ya que era un recurso accesible de calidad contrastada.
Emporion cuyo estándar sufrió una reducción considerable pudo aprovecharse de esta circunstancia, haciendo
acopio de emisiones antiguas para acuñar otras más ligeras o de peor calidad metálica. En Turiasu las monedas
de peso elevado pudieron emplearse para acuñar nuevas series bajo un estándar más ligero (Gozalbes, 2009a:
106). El margen pudo llegar a ser amplio ya que el promedio de sus series se rebajó progresivamente desde los
4 g hasta 3,32 g. Esta práctica se vería dificultada por la dispersión y el atesoramiento de las series antiguas.
La reacuñación pudo ser un recurso en situaciones de premura o cuando intereses políticos aconsejasen una
intervención de este tipo. Sobre el bronce las evidencias son múltiples (Ripollès, 1995), sin embargo todavía
no se ha identificado este aprovechamiento sobre piezas de plata. Algunos denarios conservan sutiles relieves
sobre los fondos lisos que sugieren la existencia de un diseño previo pero en ningún caso ha sido posible la
identificación de un soporte objeto de este aprovechamiento (Gozalbes, 2009a: fig. 101). Supondría un ahorro
de trabajo pero obligaba a asumir unos costes como parte de un proceso que no aportaba valor añadido.
El verdadero problema reside en identificar quién aportaba el metal necesario para acuñar. Las ciudades
aparecen como titulares de las emisiones según indican las leyendas pero quizá se integraron en unos
circuitos donde la transferencia de riqueza implicaba a otros agentes, presumiblemente romanos. Al menos
las series voluminosas, resultan excesivas como pagos o contribuciones cívicas, con una prolongada
producción que obliga a descartar un carácter puntual. Y su caracterización como contribuciones étnicas
no cuenta con avales de ningún tipo. La producción de Emporion se muestra claramente desligada de un
modelo cívico y el resto de talleres de denarios parecen encajar en el mismo patrón.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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9.2. Ley metálica y denarios forrados
Las diferencias de peso pudieron tener una importancia menor frente a la existencia de aleaciones de calidad
dispar. Fraccionarias y dracmas de Emporion se fabricaron con una plata de una pureza superior al 98%
(Campo, 2000) y las series bárcidas parecen ofrecer una calidad elevada (Serafin, 1983). La pureza de los
denarios republicanos del 211-170 a.C. supera el 96% y durante el período 169-81 a.C. se eleva por encima
del 97% (Walker, 1980: 58 y 61). Las emisiones republicanas de época de Sertorio también mantienen una
pureza del 97% (Hollstein, 2000: 115). Los análisis realizados sobre denarios locales apuntan una pureza
algo inferior, entre el 85 y el 95% (Serafin, 1988; Parrado, 1998; Gozalbes 2009a: 130). Esta diferencia
podía proporcionar un beneficio notable a sus responsables. No se puede descartar que esta diferencia de
calidad tratase de evitar la salida de Hispania de dichos denarios.
Los denarios forrados autóctonos constituyen un legado de gran interés, que todavía no ha recibido la
atención que merece. Sus calidades son diversas pero se sabe muy poco sobre su composición o las técnicas
empleadas en su producción. La fábrica de algunos de ellos es tan notable que incluso hoy día deben pasar
desapercibidos como si fueran oficiales, ya que ni su apariencia ni su peso ofrecen indicio alguno de fraude.
Los denarios republicanos forrados cubrieron sus núcleos mediante un forrado con una capa o película de
plata o mediante un baño de cobre-plata (Zwicker, Oddy y La Niece, 1993: 244). Los romanos sabían llevar
a cabo una cuidadosa preparación del núcleo, mientras algún ejemplo celta que se ha estudiado revela una
técnica menos esmerada (Anheuser y Northover, 1994: 29).
En 1972, Cope sostenía que algunas de estas monedas forradas pudieron ser un producto oficial (1972:
265), idea que ya contaba con alguna tradición (Crawford, 1968: 55, nota 1). Crawford consideró que los
denarios republicanos forrados fueron en su totalidad obra de falsarios, si bien precisaba que en el caso de
encontrarse enlaces de cuños, la naturaleza oficial de dichas imitaciones debería replantearse (1968: 56).
De ser consideradas como el producto de cuños oficiales, ¿eran consentidas por las autoridades o fueron
el fruto de los trabajos ocasionales de algunos operarios? El hecho de que una misma pareja de cuños
proporcione ambas calidades invita a pensar en una actividad encubierta ocasional. La clave del asunto
reside en discernir, cuando los cuños coinciden, si se utilizaron directamente los originales o si se realizó
una copia mecánica de los mismos mediante una impresión en cera de una pieza original, convertida en un
molde de arcilla donde a su vez se fundiría el cuño (Crawford, 1968: 57). Abrir cuños nuevos de calidad y
buena apariencia exige de una cualificación quizá lejos del alcance de un taller de falsarios.
El tránsito entre dracmas y denarios sí que muestra en este sentido una diferencia importante. Las
dracmas ibéricas de imitación forradas son absolutamente excepcionales, mientras que los denarios que
presentan esta irregularidad son muy abundantes, incluso desde fechas tempranas. Zobel pensaba que
estos denarios forrados eran un producto romano de menor calidad (1878: 149-150). Las relaciona con
apuros financieros y afirma que hay series enteras, como la de Ilerda, en que apenas hay una pieza que
no oculte bajo la capa de plata un alma de cobre o hierro (Zobel, 1878: 68). M. Pina publica en su web
una pieza forrada de Arsaos que parece compartir cuño de anverso con 4 ejemplares oficiales, deduciendo
por detalles de su fábrica que la pieza forrada es anterior a las oficiales y proponiendo que los operarios
o los responsables de la ceca pudieron estar implicados en su fabricación (fig. 16). Otro denario forrado
de Turiasu de su galería, también parece fabricado con cuños oficiales (Gozalbes, 2009a: cat. 305). Es un
asunto de gran interés que necesitará de un estudio amplio de material y sobre todo del análisis tecnológico
que identifique los procesos de fabricación que dieron lugar a estos resultados.
Algunos hallazgos significados de piezas forradas alertan también sobre la importancia de este tipo de
piezas en diferentes contextos. El hallazgo de Alto Ebro reunía medio centenar de monedas forradas de
Iltirtasalirban y Sesars. García Garrido sugirió que podía tratarse de la bolsa de un falsificador o el producto
de una desmonetización llevada a cabo por los mismos que fabricaban cuños legales (1985: 34). Reconoció
dos series diferentes de Iltirta e identificó para cada una de ellas una sola combinación de cuños. Una pieza
forrada de reconocida fama es un denario híbrido con anverso romano y reverso de Sesars, que llevó a fechar las
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Fig. 16. A) Denarios de Arsaos: (1) forrado (M. Pina, tesorillo.com), (2) oficial (The British Museum, Bagwell Purefoy
y Meadows, 2002: nº 924). B) Denarios de Turiasu: (3) forrado (M. Pina, tesorillo.com), (4) oficial (Museo de Palencia,
tesoro de Palenzuela MP-514 = Gozalbes, 2009a: cat. 305b, (5) oficial (Gabinet Numismàtic de Catalunya 30606,
Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona. Foto: Calveras/Mérida/Sagristà = Gozalbes, 2009a: cat. 304b).
emisiones de esta ciudad ibérica a partir del 143 a.C. (Villaronga, 1986: 860), pero más allá de sus implicaciones
cronológicas, fusiona los diseños de dos esferas culturales que quizá no estaban tan alejadas. En los campamentos
de circunvalación de Numancia también se recuperó un denario forrado de Bolskan, certificando el fraude con
una pieza local en un ambiente legionario (Haeberlin, 1929: 245; Romagosa, 1972: 94).
Llama poderosamente la atención que los denarios nunca aparezcan partidos ni presenten las típicas
marcas de cizalla encaminadas a comprobar su calidad, costumbres muy extendidas durante la Segunda
Guerra Púnica. Resulta sorprendente que frente a un fenómeno de semejante envergadura no se documenten
comprobaciones de la calidad de las piezas en cantidades siquiera apreciables.
10. AUTORIDAD CAMUFLADA Y FUNCIÓN
La situación creada a consecuencia de la Segunda Guerra Púnica había obligado a producir grandes
cantidades de plata, pero una vez concluido el conflicto, la implantación de la cultura monetal romana
se completaría con el inicio de las emisiones locales en bronce. La creación de un sistema bimetálico
fue otra de las consecuencias de la guerra que delata la influencia de los vencedores, consolidando un
modelo con bronces que también los cartagineses habían fomentado desde antes del conflicto (Pliego,
2003) y con emisiones durante el mismo (ACIP 578-587, 589-601, 608-613). En este sentido cabe
también preguntarse hasta qué punto la producción de denarios locales constituyó una novedad. Su peso
reproducía el de las piezas romanas y su diseño pudo introducirse antes sobre bronces. Los denarios no
formaron parte de las series iniciales de cecas pioneras como Kese o Iltirta, donde las producciones de
bronce se han descrito como anteriores (Villaronga, 1978 y 1983), si bien es cierto que ambas contaban
con antecedentes en el sistema de la dracma.
Parece asumido que Roma intervino en la homogénea producción de las series de plata ibéricas,
celtibéricas y vasconas (fig. 17). Pero, ¿la iniciativa era local o romana? ¿Era fruto de una necesidad?,
¿La decisión era libre o impuesta? ¿Fueron todos los casos similares? Seguramente la autorización de
Roma era necesaria. El convulso siglo que media entre las primeras y las últimas emisiones parece un
plazo suficiente para conjeturar que pudieron existir diferencias entre cecas. Las producciones de gran
envergadura, con Bolskan al frente, podrían ser el fruto de un impulso común. El contexto histórico apunta
hacia el potencial político y económico de Roma en la base de cualquier proceso financiero relevante.
Pero también hubo tentativas modestas como la de Kelse, taller de referencia del que paradójicamente
sólo se conoce un ejemplar de plata de buen estilo (ACIP 1481) (fig. 17, nº 4) o como la de Sekotias, que
acuñó denarios de fábrica tosca y un arte muy descuidado, con una calidad notablemente inferior incluso
a la de sus series de bronce, circunstancia que no se verifica en ningún otro taller de los que emitieron
plata y bronce (ACIP 1882-1883) (fig. 17, nº 19). Las producciones de Kese y Kolounioku nada tienen
que ver por volumen de emisión, estilo o cronología, ¿se crearon con una misma finalidad?
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
Palma
Dos caballos
Bipennis
Iltirta
Ausesken
Sekaisa
Kelse
Kese
Ikalesken
Arsaos
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5
6
7
Lanza
Bolskan
Sesars
Konterbia Karbika
Arekorata
Sekia
Turiasu
Belikiom
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9
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11
12
13
14
Lanza
Espada
Oilaunikos
Arsakoson
Sekobirikes
Kolounioku
Sekotias
Bentian
Baskunes
15
16
17
18
19
20
21
Fig. 17. Cecas emisoras de denarios según sus variantes tipológicas. Los reversos permanecieron inalterados a lo largo
de sus respectivas producciones. Procedencia: (1, 6, 8, 10, 13) Museu de Prehistòria de València, 42126, 41337, 41332,
42093 y 27654; (2, 3, 5, 9) Col. particular; (4) Vico, 14/11/1991, nº 41; (7, 14, 16, 20) The British Museum; (11, 17, 21)
Bibliothèque nationale de France; (12, 18, 19) Museo de Palencia MP0008, MP0002, MP0022; (15) Col. Cores.
Mommsen, Lenormant, Hübner y Vives ya plantearon la proximidad entre la producción del denario
ibérico y la administración romana (resumen en Knapp, 1979: 465-466). Las opiniones vertidas respecto al
carácter filo-romano de las series de plata locales han sido contundentes. Según Blázquez, Roma empezó a
acuñar monedas de plata y bronce con caracteres ibéricos, bajo su autoridad y según la metrología de Italia
para el pago de las tropas (1974-1975: 40 y 1982: 82). F. Beltrán opinaba que las ciudades que acuñaron lo
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hicieron con permiso romano y bajo su control (1986: 899), para sufragar tropas indígenas y legiones, no
contra la metrópoli (1986: 902 y 905-906). Según Crawford, los denarios locales fueron acuñados inicialmente
por los romanos para convertir los ingresos de las provincias en moneda, modelo inicial que no habría
impedido un desarrollo posterior ajeno a dichos propósitos (1985: 94), aunque algunos optan por desligar estas
producciones del impulso de la autoridad romana (Cadiou, 2008: 533). Los romanos reprodujeron un modelo
similar durante la conquista de Grecia al adaptar las emisiones de dracmas de Apollonia y Dyrrachium para
que sirviesen a sus propósitos (Giovannini, 1982: 168), aunque la transposición de este modelo a Hispania ha
sido negada, aduciendo que el denario ibérico jamás sustituyó al denario romano (Cadiou, 2008: 531).
Emporion acuñó las primeras series de plata de envergadura durante la Segunda Guerra Púnica
bajo influencia romana (Villaronga, 1985). Tanto estas dracmas como los posteriores denarios ibéricos,
celtibéricos y vascones, circularon junto con las series romanas durante los siglos II-I a.C. y parece que
sirvieron a propósitos similares. El volumen de acuñaciones de los principales talleres resulta excesivo
como contribución de unas pocas ciudades que además son mal conocidas. Se han vinculado con los
ingresos y gastos estatales, facilitando según autores el pago de impuestos al estado o el mantenimiento del
ejército (Knapp, 1977 y 1979: 465 y 468; Crawford, 1969: 83-84 y 1985: 94; Burnett, 1987: 39; Beltrán,
1986 y 1998: 114; Otero, 1998; García-Bellido, 1993 y 1998; Chaves, 2009).
Aunque los sueldos legionarios representan aparentemente la partida de gasto más visible (Crawford,
1969: 83-84 y 1985: 94; García-Bellido, 1993: 108; Ñaco y Prieto, 1999: 213), no parece que este
concepto exigiese de un volumen significativo de moneda (Cadiou, 2008: 546), teniendo en cuenta que los
legionarios no recibirían toda su paga en efectivo, ya que de esta se deducían los costes de avituallamiento,
vestuario y armas (Pol., 6, 39, 15), y que además se recibía tras el licenciamiento. Aquellos legionarios que
se marcharon de la Península Ibérica tras finalizar su servicio, en ningún caso fueron pagados con denarios
ibéricos, ya que no hay hallazgos de estas series fuera de Hispania.
El pago de auxiliares es otra de las funciones atribuidas a los denarios autóctonos (López Sánchez,
2007), aunque se sabe que podían ser remunerados por vías diversas (Aguilar y Ñaco, 2002: 282-287). Se
ha señalado que las emisiones de la Celtiberia aumentaron en la segunda mitad del siglo II a.C. cuando
los auxiliares fueron habituales en las zonas limítrofes del teatro de operaciones, siempre como parte de
un modelo flexible (Cadiou, 2008: 539-542). Un problema para relacionar estos denarios con el pago de
auxiliares reside en explicar la gran concentración de dichas emisiones a cargo de lugares no mencionados en
las fuentes. ¿Debemos entender que sólo estas cecas pagaron a los auxiliares con moneda? ¿Existieron otras
formas de remuneración? A primera vista resulta un modelo muy desequilibrado, salvo que Roma mediase
en algún modo. Aquellos auxiliares que cobraron con monedas de plata sin duda recibieron denarios ibéricos,
celtibéricos o vascones, pero un asunto diferente es discernir si dichas series fueron creadas con tal finalidad.
Una cuestión de fondo consiste en precisar si legionarios y auxiliares percibían su salario en bronce o
en plata y si se produjo algún cambio en este sentido hacia mediados del siglo II a.C. (Wolters, 2000-2001).
Durante la primera mitad del siglo II a.C., los legionarios cobraron en moneda de bronce (Crawford, 1985:
72; Arévalo y Marcos, 1998), dato coincidente con los numerosos hallazgos de bronces republicanos del siglo
II a.C. (Ripollès, 1984), sin duda complementados con numerario autóctono. La escasez de emisiones locales
en plata en las primeras décadas del siglo II a.C. puede guardar alguna relación con esta circunstancia. Los
denarios no fueron abundantes hasta el último tercio del siglo II a.C. (Ripollès, 1984: 106). El panorama de
acuñaciones locales se ajusta bien al hecho de que la plata romana habría cobrado importancia en relación
con los pagos desde el año 157 a.C. en adelante (Crawford, 1985: 72, 96 y 143) y la acuñación de bronce en
Hispania habría sido insuficiente para el pago de las tropas. Su presumible escasez durante la primera mitad
del siglo II a.C. parece ser más una consecuencia de los botines y de la reorganización de la masa monetaria.
Los salarios legionarios no representan más que una parte de los gastos de la administración y además se ha
objetado que se pagasen con moneda recién acuñada (Wolters, 2000-2001: 587).
Resulta imposible determinar si los talleres de dracmas y denarios eran un negocio rentable para los
romanos o si estaban gestionados por autoridades locales. Las diferentes calidades, incluso para una misma
ceca, sugieren la existencia de talleres con capacidades y motivaciones diversas, aunque en todas ellas se
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Fig. 18. El estilo común de diferentes series. A) Denarios de (1) Bolskan (The British Museum), (2) Turiasu (ex-Hispanic
Society of America). B) Denarios de (3) Turiasu (Museo de Palencia MP-839), (4) Arsaos (Museo de Navarra).
adivina un control estricto del proceso. Que los cuños se destruyesen sistemáticamente al modo griego
o romano aproxima el modelo de producción a las prácticas clásicas y lo aleja de tradiciones como la
celta, donde los hallazgos de herramientas de producción son mucho más numerosos (Zieghaus, 2011 y
2014). Sólo se conoce un cuño de Turiasu procedente de la Galia (Gozalbes, 2009a: 115-118), hallazgo que
reincide en las relaciones observadas entre el valle del Ebro y esta región (Marco, 2004a, 2004b).
Respecto a las cecas se ha señalado que no tuvieron una localización fija (Domínguez, 1998: 124). En el
caso de producciones cortas el recurso a talleres itinerantes parece inevitable (Chaves, 2001: 203), pero las
series largas exigen de un tiempo y dedicación considerables, con lo cual el concepto itinerancia resulta más
complicado de precisar (Chaves, 2001: 204-206). ¿Pudieron cecas itinerantes acompañar al ejército romano?
Incluso en el ámbito productivo resulta posible admitir el concurso de artesanos foráneos. La calidad y
formas del grabado de las series iniciales de Iltirkesalir, Iltirta o Kese, por mencionar sólo unos ejemplos,
difícilmente puede entenderse dentro de una tradición diferente a la clásica. El indudable parecido entre
cuños de Kese-Ausesken-Ikalesken, Arsaos-Turiasu, Bolskan-Sesars o Turiasu-Bolskan-Belikiom-Sekia,
(Gozalbes, 2009a: 154, fig. 106-108) (fig 18), ciudades separadas por una cierta distancia, parece más el
fruto de un taller compartido que una copia entre cecas a partir de monedas aisladas como modelos.
11. HALLAZGOS Y GASTO CORRIENTE
Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica o de las guerras sertorianas revelan que los contingentes militares
emplearon todas las monedas que tuvieron a su alcance, incluyendo emisiones del rival. Los hallazgos
en asentamientos militares resultan de gran interés para identificar las series empleadas por las tropas,
pero lógicamente la plata resulta muy escasa en todos ellos. Junto al Ebro, el campamento militar romano
de La Palma, fechado entre los años 217-209 a.C., ha proporcionado mayor número de hallazgos de
moneda púnica que romana (Noguera y Tarradell, 2009; Ble et al., 2011: 121). Las derrotas sufridas por
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los cartagineses en el entorno pudieron proporcionar a los romanos botines con estas monedas (Noguera y
Tarradell, 2009: 134). En el campamento III de Renieblas las monedas romanas del 211-170 a.C. alcanzan
un 87% mientras que las posteriores al 170 a.C. rondan el 12% (Jiménez, 2014: 377). Según este modelo
cabe pensar que una parte de las series autóctonas que las acompañan (en torno al 10% de los hallazgos),
podrían tener una cierta antigüedad, más allá del 154 a.C. En los hallazgos de Peña Redonda y El Castillejo,
campamentos del cerco de Escipión, las emisiones peninsulares son incluso más abundantes que las
republicanas (Jimeno y Martín, 1995: 186; Haeberlin, 1929: 241-243). Por supuesto caben situaciones
diversas. Mientras que en el campamento sertoriano de Fitero los hallazgos permiten defender un modelo
donde los legionarios utilizaban las emisiones republicanas y los auxiliares las indígenas (López Sánchez,
2007: 288), los hallazgos de Camp de les Lloses, núcleo de carácter militar con una ocupación del 12080 a.C., revelan que la moneda romana resulta anecdótica frente a la ibérica (Durán, Mestres y Principal,
2008: 52, 132-139). En Cáceres el Viejo las monedas locales casi duplican las importadas, que en este caso
incluyen denarios (Abásolo, González y Mora, 2008: 131).
La ciudad de Tarraco, enclave que no parece haber tenido un carácter mixto ibérico y romano (Arrayás,
2005: 25-28), constituye también un ámbito de particular interés. La masa monetaria de esta ciudad romana,
que podía abastecerse fácilmente desde el mar, estuvo compuesta principalmente por emisiones autóctonas
(Ripollès, 1982: 375-380), hecho que en parte contradice la idea de un suministro desde Roma (Cadiou,
2008: 512, 523) y que certifica la asimilación de todas estas series locales por parte de los romanos. En
otras áreas como la meseta norte, la plata romana era muy escasa o inexistente. Crawford opinaba que las
legiones no pudieron ser ni siquiera mayoritariamente pagadas con denarios romanos (1969: 80). A pesar de
que la actividad romana en la meseta norte fue prolongada, este territorio no ha proporcionado una cantidad
significativa de denarios romanos a tenor de lo que muestran los tesoros (Gozalbes, 2009b: 97-99). Los
denarios republicanos estuvieron disponibles en los territorios costeros del este y el sur (Ripollès, 2000:
fig. 39), pero conforme se penetra hacia el interior de la Península comienzan a escasear. Knapp ya observó
que en la Celtiberia, durante la fase inicial de la presencia romana, no circularon cantidades significativas
de denarios romanos (Knapp, 1977: 7-8). Villaronga, también destacó que en la meseta norte los denarios
ibéricos fueron comunes y que la plata romana estuvo completamente ausente, señalando que en el noroeste
las únicas emisiones de plata que circularon eran locales (Villaronga, 1995a: 48, 80). La ausencia en estos
territorios de tesoros exclusivamente formados por monedas romanas, se prolonga incluso hasta el conflicto
con Sertorio (Marcos, 1999: 103, fig. 2), cuando dichas piezas eran comunes en la costa mediterránea y en
el sur peninsular (Ripollès, 1984; Chaves, 1996: 574).
La dispersión de las series de plata autóctonas también invita a la reflexión. La producción monetaria
de las cecas situadas en las áreas centrales de los valles del Ebro y el Duero viajó hacia el oeste, como
muestran los hallazgos de Turiasu, Arekorata y Arsaos (Otero, 2009: 79-80, fig. 1-3; Fernández Gómez,
2009: 478-479, fig. 3 y 5; Gozalbes, 2009a: 83, fig. 67 y 88, fig. 71). Sin embargo, las monedas de Bolskan
circularon preferentemente hacia al este (Domínguez, 1991: 203). ¿Cuáles son las causas de estas peculiares
dispersiones, aparentemente tan direccionales, sin barreras naturales de por medio? Si las piezas se hubieran
distribuido desde las propias cecas, las dispersiones deberían quizá mostrar un mayor equilibrio. Pero si
dichas series hubieran sido masivamente gestionadas y distribuidas por administradores locales o romanos,
desplazados respecto a la ceca emisora, las dispersiones anómalas contarían con una justificación.
Una de las claves de la discusión sobre la financiación de las legiones en Hispania reside en determinar
si aprovecharon los recursos locales con una cierta regularidad, hasta el punto de que los gobernadores
pudiesen prescindir de los envíos de dinero desde Roma. En este complejo y oscuro asunto no caben
posiciones extremas, puesto que tanto fuentes clásicas como hallazgos prueban que ambas soluciones
se utilizaron. En el 180 a.C. no hubo necesidad de enviar la paga de costumbre (Liv., 40. 35, 4), señal
inequívoca de una autonomía de facto, fuera o no excepcional, para recurrir al dinero obtenido in situ
(Cadiou, 2008: 485, 694-695). Los denarios republicanos llegaban en abundancia al sur de Hispania, pero
en el norte las series locales les restaron mucho protagonismo. En relación con la gestión del dinero público
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hispano, transporte y almacenamiento debieron constituir preocupaciones de primer orden en el terreno
logístico. Tanto romanos como poblaciones locales debieron disponer de lugares seguros donde custodiar
los recursos, de forma similar a la transmitida en el caso de Arse (Ripollès y Llorens, 2002: 324).
La presencia del ejército romano llevó inevitablemente asociadas las acciones necesarias para su
aprovisionamiento y mantenimiento, incluyendo operaciones de intendencia, los servicios de mercaderes
y el recurso a botines (Muñiz, 1978; Cadiou, 2008: 575). Las dos primeras suponían gastos predecibles
en parte y voluntarios, mientras que la última representaba una fuente de ingresos extraordinaria. Aunque
las grandes emisiones de plata peninsulares no se concibieran para favorecer transacciones comerciales,
es indudable que asumieron un importante papel en relación con los frecuentes pagos inevitablemente
asociados a estos procesos. En la administración de las legiones, cualquier gasto relacionado con su
mantenimiento es previo al salario legionario y, con frecuencia, se asociaría al pago de bienes y servicios
diversos, por lo que cualquier distinción neta de los conceptos a satisfacer por los cuestores puede resultar
peligrosa. Los gastos de intendencia no se podían diferir, aunque con frecuencia lograrían sufragarse con
las imposiciones y contribuciones de poblaciones locales.
El estado romano no podía cubrir todo el aprovisionamiento del ejército ni satisfacer íntegramente sus
necesidades logísticas, problema que se solucionaría con el concurso de mercaderes, publicani o redemptores
(Cadiou, 2008: 574, 593, 599, 608). Los cuestores se encargaban de toda la estructura regular destinada
a organizar el aprovisionamiento de los ejércitos fundamentalmente en lo relativo a alimentos, armas y
vestuario (Muñiz, 1978: 247-249; Cadiou, 2008: 579). El pago del stipendium y de los suministros también
pudo tener una relevancia muy destacada para los comerciantes locales, los cuales se verían obligados a
funcionar con el sistema de contabilidad romano si querían facilitar las operaciones con los conquistadores
(Aguilar y Ñaco, 1997: 83). Crawford apuntó que los denarios locales servirían para pagar unas tropas que a
su vez gastarían localmente su sueldo en suministros (1985: 94). Resta señalar que, una vez en circulación,
estas piezas cubrirían múltiples necesidades, incluyendo propósitos no monetarios (Otero, 1998: 133-134).
Los botines de guerra jugaron un papel crucial durante la conquista (Gabba, 1977: 20; González Román,
1979 y 1980; Cadiou, 2008: 508) y la palabra latina manubiae refiere al producto de la venta de la praeda
o botín (Aulo Gelio, 13, 25, 26). Una forma equitativa de repartir los botines de guerra era venderlos a
cambio de monedas locales, logrando así una forma estandarizada de dinero, útil para resolver los gastos
de mantenimiento del ejército. Apiano menciona que a principios del siglo II a.C. Catón vendió botines a
publicani o negotiatores (App., Ib., 40). Los cuestores estaban a cargo de las cuentas y la distribución de los
botines era una de sus principales responsabilidades. Las fuentes refieren cómo los ingresos fueron objeto de
un registro minucioso por parte de estos magistrados (Plut., Tib. Graco, 6; Livio, Per. 57, 8).
12. CONCLUSIÓN
La producción de monedas de plata en la Península Ibérica fue desigual en términos cronológicos y de
ámbitos culturales (fig. 19). Las primeras emisiones fueron obra de colonias y ciudades integradas en
los circuitos comerciales mediterráneos y estuvieron acompañadas por plata en bruto en el área costera.
Después de tres siglos sin una monetización destacable, la Segunda Guerra Púnica alentó la formación de una
ingente y variada masa monetaria procedente de autoridades y territorios diversos. El hecho más destacado
en relación con este conflicto fue la acuñación de dracmas en Emporion destinadas a financiar la contienda.
Tras la victoria romana, se retiraron las monedas que habían circulado durante la guerra, al tiempo que se
avanzó hacia la instauración de una nueva masa monetaria donde conquistadores y conquistados acuñaron
denarios de un peso similar, conformando el primer sistema monetario homogéneo de plata en la Península.
Entre comienzos del siglo II a.C. y las guerras sertorianas se desarrollaron las emisiones de una veintena
de ciudades ibéricas, celtibéricas y vasconas cuya localización presenta numerosas dificultades. Ninguna
de ellas se menciona en las prolijas descripciones de las fuentes clásicas que refieren los acontecimientos
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Fig. 19. Los diseños de las emisiones de plata peninsulares representadas a escala según la cantidad de piezas conocidas
en el catálogo de Villaronga (1994). Grafismo Ángel Sánchez a partir de los dibujos de A. Delgado, Nuevo método de
clasificación de las medallas autónomas de España, 1871-1876.
hispanos. Sus producciones no fueron simultáneas y su volumen de emisión fue desigual, pero adoptaron
diseños similares de inspiración local que contribuyeron a preservar la imagen de estos pueblos en la masa
monetaria. Durante el siglo II a.C., los denarios republicanos circularon en algunas zonas, pero estuvieron
ausentes en la meseta norte. Proximidad a la costa y ríos navegables pudieron facilitar los envíos de dinero
desde Roma, pero en el interior los denarios locales se revelaron como un producto de gran utilidad para el
mantenimiento de las legiones en todo aquello referido a la intendencia, el consumo de bienes o el pago por
servicios, incluyendo los salarios de las tropas. Los romanos ingresaban plata hispana a través impuestos y
botines, recursos que se podían mandar a Roma o aprovechar in situ. En relación con los denarios autóctonos
hay dos grandes incógnitas pendientes de resolver; determinar el origen de la plata que sirvió para realizar
grandes emisiones y justificar la concentración de estas emisiones en unas pocas ciudades.
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APL XXX, 2014
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