Economía y ocupación del territorio en el Sureste ibérico: los valles del Argos y el Quípar entre los siglos IV-III a.C
L. López-Mondéjar
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Archiivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXIX, Valencia, 2012, p. 209-236
Leticia LÓPEZ-MONDÉJAR a
Aspectos económicos y ocupación del territorio
en el Sureste ibérico: los valles del Argos y el Quípar
en los siglos IV y III a.C.
RESUMEN: El presente trabajo aborda los rasgos que definen la economía y la explotación del territorio durante los siglos IV-III a.C. en los valles murcianos del Argos y el Quípar, en el Sureste peninsular. A través del análisis del poblamiento ibérico, de la documentación arqueológica así como de los datos históricos y geográficos se
estudian aquellos aspectos relativos a la economía de esos centros ibéricos y a los recursos que el medio ofreció
a los habitantes de dichos asentamientos. En esta línea, y junto a todos esos datos, también los Sistemas de Información Geográfica constituyen una herramienta eficaz para abordar muchas de las cuestiones planteadas. La
información aportada nos aproxima por primera vez a una imagen más completa de la economía ibérica en los
citados valles murcianos. Además, ofrece datos de interés sobre la explotación del territorio en este periodo así
como sobre el carácter y el patrón de asentamiento de los centros ibéricos documentados.
PALABRAS CLAVE: Mundo ibérico, Edad del Hierro, Sureste peninsular, economía, explotación, territorio,
poblamiento.
Economy and settlement pattern in the Iberian Southeast:
the Argos and Quípar valleys between the 4th–3rd centuries B.C.
ABSTRACT: The aim of this paper is to analyse the economy and the exploitation of the territory between the
4th-3th centuries B.C. in the Argos and Quípar valleys in the Southeast of the Iberian Peninsula. Economic
aspects of the Iberian sites and their natural environment are studied through the analysis of the settlement and
the archaeological, historical and geographical information. Also the Geographic Information Systems are a
useful tool to study many questions. For the first time this information provides us a more complete picture of
the Iberian economy in these valleys. It also offers interesting data about the territorial exploitation in this period
as well as about the settlement pattern and the character of the Iberian sites which are documented in the area
during the Iron Age.
KEY WORDS: Iberian World, Iron Age, Iberian Southeast, economy, exploitation, territory, settlement.
a Institute of Archaeology-University College London (UCL). 31-34 Gordon Square. Londres-WC1H OPY (Reino Unido). Investigadora
Postdoctoral de la Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia-Fundación Séneca.
letlopez@um.es | m.mondejar@ucl.ac.uk
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L. López-Mondéjar
1. INTRODUCCIÓN1
La mayor parte de los trabajos que han abordado el mundo ibérico del Sureste peninsular han definido los
asentamientos de este periodo como núcleos de carácter esencialmente agropecuario. Sin embargo, son pocos
los estudios que han analizado de forma concreta los rasgos económicos que definen el poblamiento en estos
momentos y aquellos que han aportado información relativa a los posibles recursos que constituirían la base
económica de dichos centros en los distintos sectores regionales. En este sentido, cuestiones como la posible
producción de un excedente que favoreciera el desarrollo de los intercambios, la gestión del mismo o las
relaciones económicas que pudieron establecerse entre el oppidum y los centros emplazados en el valle,
resultan todavía complicadas de abordar sin un análisis concreto de la base económica de dichos centros.
Todas ellas constituyen sin embargo aspectos fundamentales para comprender el desarrollo y la organización
del poblamiento ibérico en esta área del Sureste así como la ocupación de estos territorios.
Nuestro objetivo es analizar aquí de forma más precisa los rasgos que definieron la ocupación y la
explotación del medio en el que se insertan esos núcleos ibéricos con el fin de aproximarnos a su economía.
Para ello abordaremos el caso concreto de los valles del Quípar y el Argos, en el Noroeste regional, y de los
asentamientos ibéricos documentados en esta zona durante los siglos IV-III a.C. (fig. 1). Todos ellos, incluido
el citado oppidum, surgen en esa cuarta centuria transformando el paisaje del siglo V a.C. en el valle, definido
Fig. 1. Localización del área de estudio en el Sureste peninsular.
1 Deseo expresar mi agradecimiento a los revisores anónimos del presente trabajo por sus valiosos comentarios y sugerencias.
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por un poblamiento mucho más escaso y del que básicamente conocemos el destacado establecimiento
instalado en Los Villares.2
Somos conscientes de las dificultades que supone un análisis como el que planteamos, especialmente
por la escasez de datos disponibles en este sentido así como de trabajos centrados en la reconstrucción del
medio para el periodo tratado. Precisamente por ello serán de especial interés los datos aportados por otros
yacimientos ibéricos del Sureste peninsular. A pesar de ello, contamos con estudios arqueobotánicos en
determinados yacimientos del Noroeste regional referidos a momentos previos al mundo ibérico así como a
época romana que serán también interesantes en este sentido. Junto a ellos, y para este sector, resultan además
esenciales los datos de tipo histórico disponibles en relación a la explotación de estas tierras, así como los
rasgos geomorfológicos, edafológicos y climáticos que caracterizan el entorno de los centros localizados en
ambos valles. Atenderemos brevemente a todos ellos para componer una imagen del área de estudio en la que
enmarcar el análisis de ese poblamiento ibérico, ayudados por las posibilidades que en esta línea nos ofrecen
los Sistemas de Información Geográfica.
De este modo, partiremos del análisis de aquellos rasgos que definen la ocupación de estos territorios durante
dicho periodo y de los aspectos geográficos que tradicionalmente han marcado dicha ocupación a lo largo de la
historia. Dichos aspectos servirán de punto de partida para abordar el estudio de los rasgos que caracterizan el
entorno inmediato y más accesible desde esos centros, completando esos datos con la información que en este
sentido ofrecen las fuentes históricas y arqueológicas disponibles en este sector así como en otras áreas del
Sureste próximas al mismo. Todo ello permitirá, finalmente, plantear algunas cuestiones destacadas relativas
a la economía y a la ocupación del territorio en esta área, especialmente en conexión con el núcleo principal,
el oppidum de Los Villaricos, y su relación con los centros instalados en el valle durante los siglos IV-III a.C.
2. LOS DATOS GEOGRÁFICOS, TRADICIONALES E HISTÓRICOS
COMO PUNTO DE PARTIDA
Un aspecto fundamental para aproximarnos a la ocupación ibérica del territorio en el área de estudio es conocer,
en líneas generales, las características geográficas de este sector del Sureste. Éstas han definido tradicional e
históricamente el desarrollo económico y poblacional de la zona, y en gran medida condicionaron también la
ocupación durante el periodo ibérico.
El valle del Quípar, el del vecino río Argos y en general todo el sector del Noroeste murciano, se presenta
como un área de transición entre el ámbito montañoso más occidental de la provincia y la amplia zona definida
por el entorno de la vega del Segura (González, 1983: 9-10) (fig. 1). Este hecho le permite disfrutar de los
recursos de ambas áreas, tanto de aquellos correspondientes al ámbito fluvial como de los de las sierras de
su entorno, siendo uno de los pocos sectores murcianos en el que se ha desarrollado tradicionalmente un
aprovechamiento de tipo forestal.
La mayoría de los estudios desarrollados coincide en apuntar que la morfología del paisaje natural en
estas tierras del Sureste ha cambiado poco en los últimos 4000 años, siendo además los últimos 500 años los
que han visto las mayores transformaciones (Risch y Ferrés, 1987: 94). En este sentido, la mayor parte de los
cambios producidos debieron afectar no tanto a las formas del relieve, en las que la acción antrópica tuvo un
papel más destacado, sino más bien a la película edáfica (Chávez et al., 2002: 26-27; Gilman y Thornes, 1985;
Santos, 1994: 26-30). Las pérdidas de suelos, fundamentalmente provocadas por sucesos de tipo tormentoso,
afectaron si no al propio valle sí a las alturas del entorno y a aquellas zonas de mayor pendiente en las que
además la cobertura vegetal era mínima (López García, 1991c: 193-199).
2 Aunque no constituye aquí nuestro objetivo de análisis, cabe señalar la escasez de datos disponibles en el área de estudio para el
Ibérico Antiguo y que dificulta cualquier aproximación a las posibles causas que llevaron a la desaparición de Los Villares en un
momento indeterminado en el tránsito de los siglos V-IV a.C. Junto a él, el único establecimiento del que tenemos constancia para
dicho periodo es el localizado en La Chopera, un pequeño asentamiento de carácter rural situado junto a la rambla de Tarragoya y ya
próximo a tierras granadinas.
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Entre los cambios más recientes y que más han modificado el paisaje de este sector no cabe duda que hay
que señalar la modernización de la agricultura y, especialmente, el desarrollo de los regadíos (Alías, 1990;
González, 1983: 14-15 y 1999: 175; Sánchez, 1982: 32-33; Serrano y González, 1985: 20-22). A pesar de ello
es posible determinar aquellas zonas de regadío más aptas para ser utilizadas ya en época ibérica y romana,
tales como los márgenes fluviales o aquellos sectores en los que la presencia de una fuente o manantial
facilitaría el riego de los cultivos (Brotóns, 1995: 248-250; Fernández y Serrano, 1995: 90-91; Gilman y
Thornes, 1985: 87-91; Melgares, 1974: 25; Vicent, 1991: 99-108).
El poblamiento ha estado históricamente marcado por la propia economía de la zona, una economía de base
fundamentalmente agropecuaria que ha llevado a la población a mostrar una clara preferencia por instalarse
próxima a aquellas áreas más aptas para el desarrollo de este tipo de actividades (González, 1983: 9-10).
Tradicionalmente ha sido el sector localizado en las proximidades de Singla, Pinilla y el entorno de Caravaca
de la Cruz el más densamente ocupado y en el que encontramos la mayor parte de los núcleos de población
modernos. Se trata de un área en la que los cauces fluviales del Quípar y el Argos se sitúan más próximos y
en la que, además, se concentran los suelos más aptos para las actividades agrícolas con el predominio de
cambisoles y fluvisoles (Alías, 1990: 30-33 y 43; González, 1983: 14-15). También la distribución de los
yacimientos documentados entre los siglos IV-III a.C. muestra los mismos rasgos, advirtiéndose una mayor
densidad de ocupación en esta zona y, especialmente, junto a las fuentes y cursos fluviales (fig. 2).
Fig. 2. Potencialidad agrícola de los suelos y distribución del poblamiento en el área de estudio en los siglos IV y III a.C.
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La escasez de recursos hídricos que caracteriza a todo el Sureste peninsular es también un factor importante
a tener presente al analizar el mundo ibérico en esta zona. Aunque a nivel ambiental estamos ante una comarca
en la que los cambios parecen haber sido más lentos y limitados que en otros sectores del Sureste, lo cierto es
que la disminución que han experimentado los recursos hídricos y la progresiva aridez que ha marcado cada
vez más estos territorios son cuestiones que debemos valorar. Se trata de aspectos fundamentales que hoy nos
presentan un panorama muy distinto al que caracterizó esta área del Sureste hace más de 2000 años. Muchos
de los cauces comarcales actualmente secos, sobre todo en determinados periodos del año como el propio
Quípar, fueron cursos de agua continuos, mientras que algunas ramblas fueron también cauces estacionales
en determinados periodos anuales (Ballester, 2003: 115; Chávez et al., 2002: 27-35; González, 1983: 35-38;
Ruiz y Molinos, 1993: 103).
La población se ha concentrado así históricamente en las proximidades de esos cursos fluviales, ramblas,
arroyos y en el entorno de las fuentes y manantiales (Esteve, Llórens y Martínez, 2003: 181-182; González,
1983: 19-24). El agua ha sido por tanto un recurso fundamental en un área de vocación esencialmente
agropecuaria así como un factor decisivo para comprender la concentración tradicional del poblamiento en
el tercio más oriental de la comarca, donde los ríos discurren más próximos y donde encontramos numerosas
fuentes (López García, 1991b: 122-123; Serrano y González, 1985: 19-22).
De este modo, aquellos centros que quedan alejados de los valles se establecen junto a los manantiales, tal
y como refleja la propia toponimia de algunos de ellos y de las tierras de su entorno. En este sentido, resulta
interesante el caso de los yacimientos localizados en las inmediaciones de las actuales poblaciones de Archivel
y Barranda. En ambas zonas, tanto los topónimos conservados en el paisaje actual, como el propio Cerro de
las Fuentes, así como la dispersión de algunos de los núcleos documentados en la zona entre los siglos IV-I
a.C., podrían estar indicando la posible presencia de manantiales y cauces hoy secos. Éstos pudieron abastecer
a esos centros en época ibérica y romana, mostrando una imagen de todo este sector como una zona donde
los habitantes encontraron una mayor abundancia de recursos hídricos de la que actualmente se aprecia. La
existencia de áreas lacustres en este ámbito comarcal, cuyo relicto lo constituían hace años los denominados
Ojos de Archivel, es otro factor más a considerar en esta línea (Brotóns, 2004: 217 y 226). Del mismo modo,
también para el entorno de Los Royos, se ha propuesto la antigua existencia de un número importante de
manantiales y recursos hídricos, haciendo derivar del término ‘arroyos’ el mencionado topónimo (Melgares,
1991-1992: 104).
Al margen de esos manantiales, como indicábamos, han sido los cursos del Quípar y del Argos aquellos
que han mostrado a lo largo de la historia de la comarca una ocupación más intensa en sus proximidades,
convirtiéndose en ejes fundamentales del poblamiento y la economía. A pesar de ello, el peligro que las lluvias
torrenciales representan en determinados periodos anuales ha dado lugar a un distanciamiento prudencial con
respecto al cauce del Quípar que, en época de avenidas, incrementa ampliamente su caudal (González Ortiz,
1983: 17-19). Esa concentración se observa también entre los centros ibéricos documentados. En el caso de
éstos se advierte además su ubicación en pequeñas lomas que, si bien no ofrecían grandes dificultades de
acceso, sí les permitirían elevarse sobre el cauce del Quípar, evitando así dichas avenidas, como ocurre con
los yacimientos de la Loma de la Casa Nueva, el Cabezo de la Fuente de los Morales o el Cerro de Mairena.
Más allá del entorno de dichos cauces fluviales el poblamiento se reduce hoy en día a pequeñas aldeas y
caseríos dispersos al pie de las montañas o en los valles interiores a las sierras (Esteve, Llórens y Martínez,
2003: 181-182; Serrano y González, 1985: 20-22). Así, destaca ya desde época prehistórica la densidad de
población y la intensa actividad agraria documentada en los márgenes de ambos ríos. Dicha ocupación se
observa también durante los periodos ibérico y romano, siendo a partir de éstos cuando debió producirse el
desarrollo de la explotación agrícola en todo este sector (García e Iniesta, 1984: 71; González, 1983: 38-40;
Melgares, 1974: 21-25; Parodi, 2001: 119-221; Serrano y González, 1985: 8).
En cuanto a los posibles usos del suelo, las actividades agrícolas han sido las que han definido la economía
en toda esta área. Entre ellas destaca el desarrollo de los secanos y sobre todo del cultivo de cereales (Gil
Meseguer, 2006: 24-25). Somos conscientes de la dificultad que supone trasladar los datos relativos a los
usos del suelo actuales al periodo ibérico. Cuestiones como la propia tecnología empleada o la pérdida de
suelos, están tras las amplias transformaciones que han experimentado dichos usos (Cambi y Terrenato, 2004:
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229). Por ello hemos considerado de especial interés los datos relativos a los propios rasgos edafológicos y la
potencialidad agrícola de esos suelos en base a sus características y a las inclusiones que ofrecen las distintas
tipologías definidas en toda esta zona (Baena y Blasco, 1997: 214-216; Bermúdez, 2004: 414-416; Bermúdez,
Mayoral y Chapa, 2006: 201-208; Chapa, Mayoral y Uriarte, 2004: 100-101; González Ruibal, 2006-2007:
300-301 y 304; Mayoral, 1998: 422-423 y 2004: 75-77). La reclasificación de dichas tipologías, recogidas
en el proyecto LUCDEME, nos ha permitido establecer una triple división de las mismas en relación con la
potencialidad agrícola de cada una de ellas, estableciendo así una diferenciación gradual entre áreas óptimas,
medias y de potencialidad escasa o nula para el desarrollo de las actividades agrícolas.3 Dicha clasificación ha
permitido crear una cartografía de análisis que facilita una mejor y más adecuada aproximación a la explotación
del territorio durante el periodo ibérico.
Como complemento a dicha cartografía disponemos también para estas tierras de los datos que recogen
las propias fuentes históricas.4 Todos ellos ofrecen importante información sobre diversos aspectos y rasgos
del paisaje y del medio natural. Muchos de esos rasgos, actualmente transformados o incluso desaparecidos,
tuvieron en esos momentos un papel fundamental en la configuración y ocupación de estas tierras. Éstos,
además, resultan de especial interés teniendo en cuenta la pervivencia del paisaje agrario tradicional en estos
territorios hasta fechas relativamente recientes (Albaladejo, 1991: 143-181; Cámalich y Martín, 1999: 269286; Morales, Cereijo y Moreno, 1991: 247-272; Rivera, Obón y Asencio, 1988: 317-334).
Asimismo, y ya entre la documentación de época moderna y contemporánea recopilada, destacan muy
especialmente las Respuestas Generales al Catastro de Ensenada y el Diccionario geográfico-estadísticohistórico de P. Madoz (Gil Olcina, 1990; Madoz, 1850 [ed. facs. 1989]; Pérez Picazo, 1993). Éstos ofrecen una
amplia información sobre la economía, la explotación y los recursos naturales de este sector regional.5 Dichos
datos nos permiten aproximarnos a aspectos como la extensión de las áreas forestales en este sector, indicando
por ejemplo que no será hasta finales del siglo XVIII cuando se produzca la definitiva desaparición de las
mismas así como de numerosas áreas de pasto en esta zona regional (Sánchez, 1982: 11). Por lo que respecta
a los cultivos, los datos del Catastro de Ensenada reflejan una mínima transformación y un incremento poco
significativo de los regadíos desde el XVIII hasta la actualidad, a diferencia de otros valles regionales (Esteve,
Llórens y Martínez, 2003: 184-185; Serrano y González, 1985: 24-27).
Junto a esa cartografía y a los datos aportados por dicha documentación, también la información que ofrecen
para época romana las fuentes clásicas, así como la que aportan los trabajos arqueobotánicos desarrollados en
algunos yacimientos prehistóricos y romanos de este sector regional, son esenciales para completar la imagen
de estos territorios.
3. DATOS ARQUEOLÓGICOS Y FUENTES GRECOLATINAS:
RECURSOS Y EXPLOTACIÓN DEL TERRITORIO EN ÉPOCA IBÉRICA
Si atendemos a los datos arqueológicos, en especial a los análisis arqueobotánicos, así como a los que nos
aportan los textos grecolatinos, es posible obtener una imagen aún más completa de los recursos que definieron
el medio en época ibérica y de los rasgos que marcaron la ocupación y explotación del territorio en dicho
periodo.
Ante todo, y en conexión con esos datos arqueológicos, la propia distribución del poblamiento ibérico
y el patrón de asentamiento de muchos de los núcleos documentados en el valle del Quípar, nos aportan ya
información sobre la economía de dichos establecimientos. Sin caer en un determinismo geográfico, lo cierto
es que ninguna cultura, individuo o comunidad está interesada en territorios que no satisfacen sus necesidades
3 Agradecemos a la profesora M.ª José Delgado del Departamento de Química Agrícola, Geología y Edafología de la Universidad de
Murcia su colaboración en la realización de dicha reclasificación a partir de los datos del proyecto LUCDEME.
4 Para una visión general del medio natural hasta el II milenio a.C. en la comarca del Noroeste vid. López García (1991a).
5 Asimismo resultan también interesantes en este sentido los datos que ofrece, ya a inicios del siglo XX, la obra de D. Jiménez de
Cisneros (1903).
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primarias. En este sentido, las variables ecológicas son un aspecto fundamental a tener en cuenta, siempre
sin olvidar las múltiples cuestiones que entran en juego en la decisión locacional de un determinado centro
(Macchi, 2001: 12).
Pocos trabajos han abordado sin embargo el patrón de asentamiento de los núcleos ibéricos de este sector
regional, hecho comprensible si tenemos en cuenta la escasez de trabajos de campo en la zona. Uno de los
ejemplos mejor conocidos arqueológicamente en la comarca del Noroeste, y próximo al área de estudio, es el
poblado de Los Molinicos. Los trabajos llevados a cabo por el profesor P.A. Lillo proporcionaron abundante
documentación arqueológica y han llevado a definir este centro como modelo de poblado agropecuario en el
marco del Sureste peninsular. El asentamiento basó su desarrollo económico en la explotación de los recursos
del entorno, los cuales le proporcionaron los medios suficientes para el abastecimiento de la población, así
como un excedente que fue almacenado en las viviendas. Prueba de ello es la cantidad de recipientes hallados
en éstas y destinados exclusivamente a dicha finalidad (Lillo, 1981a: 124-128 y 1987: 256-262). El papel que
los intercambios jugaron en la economía del poblado fue en cambio secundario, debido fundamentalmente
a su localización alejada de los grandes ejes de comunicación de la comarca (Lillo, 1981a: 130 y 1993: 5171). Aun así no debió quedar totalmente al margen de los mismos, como demuestra la aparición de ciertas
importaciones, tales como piezas del tipo Saint Valentin, kylikes y Skyphoi áticos (Lillo, 1981a: 125-126,
1993: 27-50 y 1999: 12).
De este modo, y aunque la economía agropecuaria debió de estar en la base del desarrollo de muchos de
esos centros ibéricos murcianos, y muy especialmente de los localizados en el Noroeste regional, hay que
valorar también esa participación en los intercambios. Ésta será más clara en aquellos emplazados en las
que serían las grandes vías de comunicación del Sureste peninsular, pero también tendrá su papel, aunque en
menor medida, en aquellos de vocación más claramente agropecuaria, como Los Molinicos.
En el caso concreto de los núcleos documentados en el valle del Quípar, y junto a su emplazamiento
en aquellos sectores con un mayor potencial productivo (Melgares, 1974: 45-48), es importante destacar el
papel de dicho río como vía de comunicación hacia tierras andaluzas entre los siglos IV-III a.C. Este hecho
marcará también el desarrollo de muchos de esos centros, especialmente el del oppidum de Los Villaricos.
Éste, emplazado en el denominado Estrecho de las Cuevas, punto estratégico del valle, dominará desde su
posición toda la cuenca media y alta del Quípar (López-Mondéjar, 2009). Así, y a diferencia de lo que se ha
indicado para los asentamientos prehistóricos del Noroeste murciano (Vicent, 1991), no sólo la explotación de
los recursos del entorno condicionó la localización de los centros ibéricos. En éstos serán también importantes
los intercambios, como demuestran las producciones áticas documentadas en la Loma de la Casa Nueva,
Los Villaricos, El Villar o La Chopera, y el interés por el control no sólo de esos recursos sino de las vías de
comunicación que permitían el acceso a los mismos y su posterior redistribución (Cambi y Terrenato, 2004:
102-103). La localización prácticamente de todos esos centros, entre ellos el propio oppidum, en el eje que
conectaría con las tierras andaluzas es el mejor reflejo de ello.
Junto a esos intercambios, el patrón de asentamiento de los establecimientos ibéricos del valle muestra
también la importancia de las actividades agrícolas en la economía de los mismos. Basta recordar su ya citada
localización en aquellos sectores de mayor potencialidad agraria y con disponibilidad de recursos hídricos.
Por lo que respecta a los cultivos desarrollados por los habitantes de estos centros, los análisis
arqueobotánicos reflejan la presencia ya en época prehistórica de aquellos que vemos extendidos por estas
tierras histórica y tradicionalmente. El mejor ejemplo es el claro predominio de los secanos y la reducida
extensión de las tierras dedicadas al regadío.
Ya para el periodo ibérico, y en general para época protohistórica, los trabajos desarrollados apuntan,
como señala J. Vicent, que no debieron existir excesivas diferencias con respecto al regadío practicado hoy
en día (Vicent, 1991: 99-108). Centrados en los márgenes de los cauces y en el entorno de los manantiales
comarcales, como indicábamos, los regadíos se concentrarían en aquellos sectores con mayor facilidad de
acceso a esos recursos hídricos.
En cuanto a los secanos es fundamental la importancia de los cereales, cultivo tradicional en la comarca
y cuyo papel en la economía ibérica y romana queda reflejado en los hallazgos documentados en diversos
yacimientos de estos periodos, así como en otros próximos al valle del Quípar (Alonso, 2000: 29; Cuadrado,
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1985: 74-75; Gil Meseguer, 2006: 24-25) y en las vecinas tierras valencianas (Bonet, Mata y Moreno, 2007:
257; Iborra et al., 2010: 99).
Así, los repetidos hallazgos de molinos, utillaje agrícola (hoces, podaderas y rejas de arado localizadas
en El Cigarralejo) y restos de cultivos documentados en distintos yacimientos regionales próximos al ámbito
de estudio (cebada en Jumilla, Lorca, Cartagena y Mula; trigo en el área de Coy, sector muy próximo al río
Quípar; avena y huesos de aceitunas en El Cigarralejo de Mula; habas y lentejas en Lorca), unido a la presencia
de silos y áreas destinadas al almacenamiento en muchos de los asentamientos del valle, son una muestra más
de su explotación en este periodo (Cuadrado, 1985: 74 y 1987: 595; Melgares, 1974: 48 y 54-56; Prados,
Molina y Álvarez, 1991: 281-289; Precioso, 2003; Rivera, Obón y Asencio, 1988: 321-324). Con Roma los
cereales continuarán siendo la principal producción en toda la comarca. Ya para épocas más recientes la
documentación conservada indica incluso la posibilidad de almacenar el grano durante más de 50 años en
pozos subterráneos (González, 1984: 212-215).
Por lo que respecta a otros posibles cultivos o productos contamos también con los datos que nos ofrecen,
ya desde los primeros momentos de la presencia romana, autores como Plinio el Viejo y Estrabón (Prados,
Molina y Álvarez, 1991: 278-279). Tanto el primero, en su Historia Natural (XVIII, 79; 73, 306-307; 166 y
XXXIII), como Estrabón en su Geografía (III, 4, 16), mencionan la presencia en estos territorios de frutales,
cebada, vid y olivo.
También los estudios arqueobotánicos llevados a cabo en diversos yacimientos eneolíticos y protohistóricos
de este sector reflejan el desarrollo ya desde época prehistórica de algunos de estos cultivos. Entre los
yacimientos que han aportado datos de interés cabe señalar aquellos localizados en el área comarcal, como
la Cueva del Calor en Cehegín y la Cueva del Milano en Bullas, pero también los situados en los territorios
regionales más próximos a éste, como los yacimientos de El Cigarralejo (Mula) y el Cerro de las Viñas de Coy
(Lorca), éste último cerca del área de La Encarnación. A ellos cabe añadir asimismo los trabajos llevados a
cabo en otros sectores del Sureste y en tierras andaluzas para momentos previos al mundo ibérico, en los que
los análisis paleobotánicos han arrojado también interesante información al respecto (Risch y Ferrés, 1987: 5394). Concretamente, los análisis antracológicos desarrollados en la Punta de Los Gavilanes reflejan la presencia
en el entorno del yacimiento de frutales y de olivo (García y Grau, 2005: 61-62). El cultivo de este último
además aparece representado en distintos yacimientos del sur y Sureste peninsular, como Baria (Almería), para
momentos previos al mundo ibérico (siglo VII a.C.) (López Castro, 2003: 97; García y Grau, 2005: 61-62).
Para época ibérica, los resultados aportados por dichos análisis han confirmado esa importancia de los
cereales y, entre ellos, de la cebada, el trigo y la avena, siendo más escaso el mijo. Concretamente en El
Cigarralejo, junto a la presencia de cereales (cebada y avena), se han hallado restos de frutos secos y semillas,
como piñones, huesos de aceitunas o bellotas, almendras y avellanas (Cuadrado, 1985: 74).6 Asimismo, en los
vecinos territorios valencianos, en el entorno de las poblaciones ibéricas de Edeta y Kelin, y en el yacimiento
de La Bastida de les Alcusses se han hallado también restos de olivo cultivado para el siglo IV a.C., y un poco
más tarde, en torno al III a.C., en el Castellet de Bernabé. Aquí además, como en el yacimiento de La Seña, se
ha documentado la presencia de almazaras destinadas a la transformación de la oliva (Bonet, Mata y Moreno,
2007: 263; García y Grau, 2005: 61-62; Pérez et al., 1999: 163, fig. 10). Del mismo modo, también el viñedo
ha sido constatado en otros yacimientos del levante peninsular, como L’Alt de Benimaquia en Denia (Gómez,
Guérin y Pérez, 1993).
El amplio desarrollo y la continuidad histórica de estos cultivos en el entorno del oppidum de Los Villaricos
y de este sector del valle del Quípar aparecen además confirmados en la propia documentación que nos narra
las actividades económicas desarrolladas en esta área comarcal en las últimas centurias (Madoz, 1845-1850
[1989]: 66). También las legumbres, sobre todo habas y lentejas, y el lino debieron alcanzar un cierto desarrollo,
utilizándose este último como alimento pero también para la elaboración de textiles, actividad tradicional
en la zona (Madoz, 1845-1850 [1989]: 59; Ruiz-Gálvez, 1992: 237). A todo ello cabría añadir finalmente
la presencia en algunos de los yacimientos analizados de frutos comestibles tales como castañas, nueces y
6 En cualquier caso, no podemos olvidar que dichos hallazgos, citados por E. Cuadrado para referirse a la economía de este periodo, se
insertan en un contexto funerario, con los condicionantes que esto implica.
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granadas, que se remontan a niveles de época ibérica y que reflejan la explotación de las áreas forestales y
de monte localizadas en el entorno de los núcleos de este periodo (Rivera, Obón y Asencio, 1988: 321-325).
La riqueza de estas tierras no se reduce sin embargo, exclusivamente, al ámbito agrario y a los citados
intercambios. Junto a los cultivos indicados cabe señalar también la producción de esparto, que hoy encontramos
cubriendo importantes extensiones de la comarca, de la que tenemos constancia para época ibérica en otras
áreas del Sureste y sur peninsular (Mayoral et al., 1999: 741; Prados, Molina y Álvarez, 1991: 276-277). En
conexión con su producción hay que valorar también aquellos sectores próximos a los yacimientos y con un
escaso o nulo potencial desde el punto de vista agrícola.
Aunque la explotación del esparto se remonta a fechas muy tempranas, ya desde el III milenio a.C., será
a partir del siglo V a.C. y sobre todo en época romana cuando alcanzará su mayor desarrollo (González,
1983: 38-40 y 1984: 199-202). Así lo reflejan las propias fuentes clásicas que, si bien son más tardías, pueden
retrotraerse hasta los momentos iniciales del mundo ibérico. Ejemplo de ello son las referencias de Estrabón
(Geografía III, 4, 9) y Plinio el Viejo (Historia Natural, XIX, 7, 26-27; XIX, 8, 28-30). Tal y como indica J.A.
Santos, la evolución del paisaje no sería tan rápida como para cambiar radicalmente en los tres o cuatro siglos
que separan el periodo analizado de la presencia romana (Santos, 1994: 26-30).
En cuanto a la ganadería y el pastoreo han sido también dos de los recursos más importantes del Noroeste
murciano tal y como indicamos al referirnos a la economía tradicional en la comarca. Así, durante el periodo
ibérico se desarrollarían también en las áreas montañosas que encuadran el trazado de ambos cauces fluviales.
La ausencia de excavaciones impide conocer con detalle el tipo de animales que estuvieron implicados
en esta actividad, si bien disponemos de datos relativos a otros yacimientos ibéricos próximos como El
Cigarralejo (Mula). A día de hoy los datos nos informan de la presencia de bóvidos, cabras, ovejas y cerdos,
sin olvidar el caballo si atendemos a las representaciones halladas en los santuarios murcianos de esta área
(Lillo, 1981b: 203; San Nicolás, 1983-1984), así como al papel que desempeñó en el mundo ibérico según los
autores grecolatinos. A ellos cabe sumar también la presencia de aves de corral (gallinas), y de otros équidos
como el asno y la mula (Cuadrado, 1985: 74-75). Entre todos ellos, sin embargo, el predominio fue claramente
para los ovicaprinos. En esta línea apuntan los datos ofrecidos por los distintos yacimientos regionales y del
área de Albacete, así como de las vecinas tierras valencianas y alicantinas (Iborra, 2000: 83-84 y 2004: 323334; Moreno y Quixal, 2009: 116).
En el caso concreto del valle del Quípar, y atendiendo a los datos arrojados por algunos yacimientos como el
propio oppidum de Los Villaricos o la necrópolis de El Villar de Archivel, la ganadería fue también una actividad
destacada (Brotóns, 2008; Melgares, 1974: 48-49). No podemos olvidar la proximidad de importantes áreas de
sierra, así como el papel que tradicionalmente ha tenido esta actividad en la comarca (Pérez Picazo, 1993: 13).
También junto a esas actividades agropecuarias, y en ocasiones en conexión con la propia ganadería,
las de tipo artesanal pudieron alcanzar un cierto desarrollo en época ibérica en determinados yacimientos y
especialmente en el oppidum de Los Villaricos. En este sentido recordemos que para ciertos asentamientos del
Sureste se ha apuntado el posible desarrollo de actividades alfareras, textiles y de aquellas relacionadas con el
esparto (Alonso, 2000).
En el valle del Argos, la necrópolis del Villar de Archivel refleja la importancia que tuvieron las actividades
textiles en el marco de la comunidad ibérica enterrada en ella. La presencia de pesas de telar en prácticamente
todas las tumbas documentadas es un claro indicio del papel del trabajo textil en la vida cotidiana de estas gentes
(Brotóns, 2008). En este sentido, y para el periodo ibérico, está documentada la existencia de habitaciones
donde se desarrollaría dicha actividad en el ámbito valenciano (Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011b: 91).
En las zonas de sierra pudieron desarrollarse además de esas actividades pecuarias otras de tipo cinegético
y forestal, como señala Melgares (1974: 45-48), sobre las que disponemos de datos históricos para épocas más
recientes. Así, el ya citado catastro de Ensenada y el diccionario de Madoz señalan la extracción de madera
de las mismas y las posibilidades de caza que éstas ofrecían a los habitantes del entorno (Madoz, 1850 [reed.
1989]: 65 y 70; Pérez Picazo, 1993: 9 y 13). Datos más próximos al periodo de análisis los ofrece Estrabón en
su Geografía (III, 2, 6), donde menciona la importancia de la actividad cinegética entre los pueblos ibéricos
del sur peninsular que, centrada en especies como el ciervo y el jabalí, tuvo un carácter complementario a esa
economía agropecuaria (González, 1984: 199-204; Melgares, 1974: 25-27).
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Todas estas actividades, así como las especies indicadas, han sido además constatadas para el periodo
ibérico en yacimientos próximos al área de estudio, sobre todo en la región valenciana (Iborra, 2004; Moreno
y Quixal, 2009: 116). En cuanto al uso de la madera, está documentado en los propios territorios regionales
para los siglos VII-VI a.C. (García y Grau, 2005).
Para finalizar, queda hacer referencia a los recursos mineros. A diferencia de otras áreas del Sureste
peninsular que ya desde antiguo funcionaron como polo de atracción de los diversos pobladores mediterráneos
por sus riquezas minerales, la comarca del Noroeste no se caracteriza especialmente por la presencia de este
tipo de recursos. Asimismo, ninguno de los yacimientos ibéricos documentados ha ofrecido datos que permitan
plantear una explotación minera en la zona.
En general la mayor parte de ellos se concentra en el curso bajo del Quípar, existiendo también noticias
de la presencia de plomo en el entorno de la pedanía de Zarcilla de Ramos y de cobre en Vélez Rubio, ya
fuera de la provincia. Sólo se han hallado indicios de sal para época moderna, en Zacatín y la Ramona. En el
área de Cehegín hay noticias de la existencia de hierro y datos dudosos, ofrecidos por A. Sánchez Rodríguez,
parecen situar también restos de oro y plata. Por último, en el vecino término municipal de Lorca encontramos
cobre y plomo (Prados, Molina y Álvarez, 1991: 279-280; Sánchez, 1991: 183-189). Entre los yacimientos
comarcales, sólo algunos de cronología altoimperial muestran restos que podamos vincular con algún tipo de
actividad metalúrgica. Únicamente el localizado en la Fuente de la Teja puede remontarse a los siglos II-I a.C.
Éste sin embargo, tras su abandono en el I a.C., y su posterior reocupación en época altoimperial, no volverá
a ofrecer evidencias de dicha actividad (Murcia, 2006).
De este modo, la ausencia de datos que apunten en esta línea en ninguno de los centros analizados para
época ibérica y la escasez de este tipo de recursos en el área de estudio hacen complicado ver en ellos un
elemento destacado en la economía de los núcleos ibéricos de la zona. Únicamente cabría citar en este sentido
la posibilidad, apuntada para el yacimiento de El Cigarralejo, de la presencia de artesanos relacionados con
la fabricación de yeso, que pudo emplearse no sólo para las paredes y esculturas, sino posiblemente en otros
contextos como suelos, muros, paredes, etc.7 (Chapa y Mayoral, 2007: 119).
Una vez completada esa visión del medio y los recursos en época ibérica, y para aproximarnos a la
explotación de todos ellos en este periodo en el valle del Quípar, debemos analizar el carácter de aquellas
tierras localizadas en el entorno más próximo de los asentamientos ibéricos de este sector. El dominio que
dichos centros tendrán sobre ellas y el acceso a las mismas y a los recursos que ofrecieron en cada caso
constituyen dos aspectos esenciales para conocer la base económica de esos asentamientos.
4. ANÁLISIS DEL PATRÓN DE ASENTAMIENTO Y LA EXPLOTACIÓN DEL
ENTORNO EN LOS CENTROS IBÉRICOS DEL VALLE DEL QUÍPAR
Una vez analizados los recursos de este sector regional y los rasgos básicos del patrón de asentamiento de
los núcleos ibéricos documentados, atenderemos de forma más concreta a la relación entre dicho patrón y la
explotación de estos territorios.
Para nuestro estudio hemos partido de los materiales aportados por las distintas prospecciones
arqueológicas desarrolladas en la zona y depositados en el Museo Arqueológico Municipal de Caravaca de la
Cruz. La consulta, revisión y análisis de los mismos, así como los datos proporcionados por los trabajos de
excavación desarrollados en interesantes yacimientos, como El Villar de Archivel y el Cerro de la Ermita de
la Encarnación, nos han permitido documentar un conjunto de más de 20 yacimientos para los siglos IV-III
a.C. en todo el valle.8
7 Concretamente T. Chapa y V. Mayoral indican el caso del individuo enterrado en la tumba 59 de El Cigarralejo. En ésta, la presencia de
numerosas piedras alisadoras y restos de componentes minerales para elaborar pigmentos, como azurita, óxido férrico o minio, podría
interpretarse en esta línea y vincular a dicho personaje con este tipo de actividades (Chapa y Mayoral, 2007: 119).
8 Entre los trabajos de prospección han resultado de especial interés los llevados a cabo recientemente desde la Universidad de Murcia
por el grupo del profesor S. Ramallo en el oppidum de Los Villaricos y en el área arqueológica del Estrecho de las Cuevas.
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Todo lo indicado hasta ahora, y especialmente los aspectos generales que definen la economía ibérica en el
Sureste regional, los rasgos económicos del valle del Quípar y los datos que nos ofrece la decisión locacional
de los distintos yacimientos ibéricos muestran la clara conexión entre el potencial productivo del entorno y la
ocupación del territorio en este periodo. En esta línea, el análisis de las áreas de captación teóricas de dichos
asentamientos (site catchment analysis) constituye un punto de partida fundamental para aproximarnos a esa
explotación del entorno.9 Éstas corresponden a los territorios inmediatos a cada uno de los asentamientos
ibéricos del valle del Quípar, situados a una distancia correspondiente de una hora de camino y en los que
teóricamente se desarrollaron las actividades económicas de los habitantes de dichos centros.
Tomaremos así, como distancia máxima a la que se pueden soportar los costes de desplazamiento y trabajo,
un radio teórico de 5 kilómetros en torno a un determinado yacimiento (Gilman y Thornes, 1985; Higgs y
Vita-Finzi, 1972: 27; Vicent, 1991: 29-117), como se ha señalado también en otros trabajos centrados sobre el
mundo ibérico del sur y Sureste peninsular10 (Mayoral, 2004: 123-167; Santos, 1994; Ruiz Rodríguez, 1987).
A partir de aquí consideramos que resulta ‘antieconómico’ andar, cultivar y volver al poblado en el mismo día
(Cambi y Terrenato, 2004: 235). En el caso del oppidum atenderemos también al área de captación inmediata
de dicho asentamiento, correspondiente a media hora de camino desde el mismo y que aporta también datos
comparativos interesantes.
Sin embargo, antes de analizar esas áreas de captación económica es interesante señalar la distribución
general que presenta el poblamiento ibérico en relación con los suelos del valle y con aquellos sectores que,
como ya indicábamos al comienzo, ofrecerían mayores posibilidades para la actividad agrícola, tanto por su
proximidad a los recursos hídricos como por su potencialidad.
En relación a los primeros, la totalidad de los núcleos ibéricos muestra un claro interés por situarse cerca
de los cauces del Quípar y el Argos, así como también de aquellas fuentes y manantiales comarcales que
pudieron favorecer el abastecimiento de la población y el desarrollo de cultivos de huerta en sus proximidades.
A pesar de esa proximidad, se advierte también la ubicación de aquellos centros más próximos al curso de los
ríos comarcales, a una distancia prudencial de los mismos. Este hecho está en clara conexión con los rasgos
ya citados que definen las precipitaciones en todo este sector, y parece encontrar también claros paralelos con
los asentamientos que se desarrollan en este mismo periodo en el ámbito ibérico granadino más septentrional
(Adroher et al., 1999: 50-51).
Por lo que respecta a los sectores donde se establecen estos centros, se observa que la práctica totalidad
de los mismos se localiza en tierras potencialmente aptas para la agricultura y donde tradicionalmente se han
desarrollado las actividades agrícolas (fig. 2). Sólo determinados casos muy concretos aparecerán situados
próximos a áreas forestales y en zonas donde actualmente predomina una vegetación de tipo herbáceo, cuyos
suelos se definen por una potencialidad prácticamente nula (Alías, 1991: 27-30) (fig. 3).
Sólo dos centros constituyen una excepción a ese patrón general: el oppidum de Los Villaricos y el cercano
yacimiento del Cerro de la Cueva IV. El emplazamiento de ambos así como los rasgos que definen su cultura
material y su papel en el marco del poblamiento ibérico del valle los diferencian ampliamente del resto de los
núcleos documentados. En ambos no fueron precisamente los aspectos económicos ligados a esa explotación
territorial los que primaron, sino aquellos estratégicos y de control, funcionando probablemente el segundo
como punto de apoyo del oppidum en el dominio visual del territorio (López-Mondéjar, 2010) (fig. 4).
Frente a estos dos centros el resto del poblamiento aparece ubicado ocupando aquellas zonas más aptas
para la explotación agrícola, tanto por el carácter de sus suelos como por las escasas pendientes. Estas últimas
constituyen además un factor clave para comprender cómo determinadas zonas próximas al valle y de alto
9 Para el cálculo de dichas áreas de captación atenderemos esencialmente a aquellos aspectos relativos a la movilidad por el territorio,
basándonos en los análisis de costes de desplazamiento a partir de curvas de nivel en isohipsas de 10 metros y considerando aquellas
zonas con pendientes superiores al 20% como áreas menos aptas para la circulación a través de dicho territorio. Somos conscientes
de que junto al peso que tuvo en este sector la orografía, también otros factores pudieron condicionar dicha movilidad. Por ello los
datos aportados no deben tomarse en ningún momento en términos absolutos.
10 A. Ruiz (1987) al analizar el poblamiento en el área del Guadalquivir afirma que la mayor parte de los oppida estudiados alcanza
un área de explotación de 4 kilómetros en torno a ellos, distancia que considera razonable para el desarrollo de las actividades
agropecuarias que constituyeron la base de esos centros.
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Fig. 3. Distribución de los yacimientos ibéricos y de los hallazgos relacionados con las actividades ganaderas y localización
de los sectores forestales y vías pecuarias en el área de estudio.
potencial agrícola no aparecerán ocupadas en este periodo, así como tampoco cuando a partir del II a.C.
veamos un incremento considerable del número de centros agrícolas en todo este sector.
Si atendemos al análisis del área de captación económica de una hora de camino desde los asentamientos
ibéricos, dejando a un lado los dos últimos yacimientos indicados, el estudio de conjunto de todos ellos refleja
que más de la mitad de las tierras a las que estos centros tuvieron un acceso más directo (55%) ofrecen una
potencialidad óptima desde el punto de vista agrario. Dicho porcentaje se eleva hasta el 75% si incluimos
también aquellas de capacidad agrícola media, quedando únicamente un 25% de los territorios del entorno que
presentan una potencialidad nula para las actividades agrarias.
Atendiendo de forma particular a la potencialidad de las tierras situadas dentro del área de captación de
todos y cada uno de esos núcleos ibéricos podemos establecer tres categorías de asentamientos (fig. 5). En
primer lugar, aquellos en los que los suelos no aptos representan una parte mínima no superior al 18% de las
tierras situadas a una hora de camino. En esta categoría queda englobada la mayor parte de los centros ibéricos,
como los emplazados en Las Carrasquicas, el Cabezo de la Fuente de Los Morales, Casa Serrano y Cerro
de Mairena. En el entorno de los mismos el porcentaje de tierras aptas para el desarrollo de las actividades
agrícolas queda establecido respectivamente en torno al 85%, 82%, 85% y 86%.
Frente a ellos se distingue una segunda categoría en la que el porcentaje de tierras no aptas es superior al 33%.
En estos asentamientos se observa en cambio la ausencia de tierras de potencialidad media, correspondiendo
el resto del territorio englobado en dicha área de captación a sectores de potencialidad óptima que pudieron
compensar la mayor extensión de esas tierras menos aptas. Como ejemplos quedan en esta categoría los
núcleos emplazados en Era Alta (77% de las tierras con capacidad óptima frente al 33% de capacidad nula),
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Fig. 4. Localización y cuenca visual del Cerro de la Cueva IV y de Los Villaricos.
la Tenada del Cortijo de Pulpite (63% de las tierras con capacidad óptima frente al 37% de capacidad nula),
la Loma de la Casa Nueva (40% de capacidad óptima frente al 46% de capacidad nula) y la Loma del Cortijo
de Pulpite (66% de las tierras con capacidad óptima frente al 34% de tierras no aptas). La mayor parte de
ellos se sitúa en el sector de altiplanicies más meridional del área de estudio, caracterizado por el amplio
desarrollo de los secanos, sobre todo de los cereales y especialmente de la cebada, cultivo predominante en
este sector y, como vimos, ya documentado desde época ibérica (Cuadrado, 1985: 74; González, 1983: 35-38).
Su localización coincide además con el trazado del eje hacia tierras andaluzas que, a través de dicho sector,
alcanza el entorno de Almaciles (Granada) y del oppidum localizado en Molata de Casa Vieja (Adroher y
López, 2004: 97-110; Adroher et al., 2008).
Tanto los asentamientos encuadrados en esta categoría como los de la anterior se localizan además en las
proximidades de alguna de las fuentes comarcales, por lo que junto al desarrollo de los cultivos de secano cabe
pensar también en un cierto desarrollo de los regadíos en aquellas zonas más próximas a esos manantiales o
al cauce del río (fig. 2).
Finalmente se observa una tercera categoría de yacimientos en los cuales su propio emplazamiento
condiciona el carácter de las tierras del entorno. En ellos, si bien los sectores de potencialidad agrícola óptima
y media alcanzan valores del 50%, también los suelos de potencialidad nula se sitúan alrededor de este
porcentaje. Se trata concretamente de los dos yacimientos que, como hemos indicado, ofrecen un carácter
diverso al resto de esos núcleos ibéricos del valle: el oppidum de Los Villaricos y el Cerro de la Cueva IV (fig.
4). El primero, en tanto que centro principal, debió completar su economía con las posibilidades que le ofreció
su propio emplazamiento, dominando la principal ruta de comunicaciones hacia tierras andaluzas. El segundo
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Fig. 5. Potencialidad agrícola de los suelos localizados a una hora de camino de algunos de los principales centros ibéricos
del valle del Quípar.
constituyó un punto de control de aquellas tierras más alejadas del control directo desde el oppidum con el
que estuvo en cambio visualmente conectado y junto al que desempeñó un claro papel estratégico en el valle.
De este modo, el emplazamiento y las posibilidades económicas de esos núcleos ibéricos del valle los
definen como centros que desarrollaron, en su mayoría, una economía de importante base agrícola. Ésta,
basada en las ricas tierras del entorno y favorecida por la proximidad de dichos centros a los cauces fluviales
y manantiales, varió probablemente en el tipo de cultivos dependiendo de la potencialidad agrícola de esas
tierras. Así, mientras en algunos asentamientos los regadíos pudieron alcanzar un mayor desarrollo, en otros
serán los secanos los cultivos más aptos y especialmente, como indicábamos, los cereales.
Junto a la cebada, también los frutales y el trigo, cultivos que vemos desarrollarse tradicionalmente en toda
la cuenca del Quípar, pudieron estar presentes en esos sectores agrícolas (Alías, 1991: 46; Madoz, 1845-1850
[reed. 1989]: 66; Prados, Molina y Álvarez, 1991: 278-279). Asimismo cabe señalar también los cultivos
de hortalizas y verduras, especialmente en aquellas tierras más próximas al cauce del río que ofrecieron
las condiciones necesarias para una buena irrigación (Chávez et al., 2002: 36-45; Melgares, 1974: 25-27;
Prados, Molina y Álvarez, 1991: 278-279). Si bien esos cultivos hortícolas ocuparon extensiones mucho
más reducidas que las que ocupan actualmente en este sector, es importante valorar su papel en la economía
de estos asentamientos. Sobre el mismo nos informan no sólo las propias fuentes11 sino también, y muy
11 Así aparece reflejado en las menciones a esta zona del Sureste peninsular de autores como Plinio el Viejo, Estrabón (Geografía III, 4, 16)
y Varrón, como ya indicamos al referirnos a los posibles recursos agrícolas de la comarca.
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especialmente, los datos documentados en yacimientos ibéricos próximos a este sector y en muchos de los
localizados en el levante y Sureste peninsular (Alonso, 2000: 29; Chávez et al., 2002: 90-95; Hernández, 1995:
184-185; Martínez y Muñoz, 1999: 36; Uroz, 1999: 75).
El cultivo del viñedo y el olivar está también documentado en la agricultura ibérica del Sureste y, en época
romana, en el área de estudio. En el caso del olivo, los propios hallazgos documentados en distintos yacimientos
del valle del Quípar y del entorno reflejan su explotación, constatada como indicábamos en otros yacimientos
almerienses y valencianos para momentos previos a estas centurias (Gómez, Guérin y Pérez, 1993; López Castro,
2003: 97). Así, por ejemplo, M. San Nicolás señala la aparición de un molino circular que define como de aceite
durante las excavaciones en la necrópolis de Casa Nieves, sobre el que sin embargo no ofrece más datos (San
Nicolás 1987: 181-182). Del mismo modo, también en el poblado de Los Molinicos destaca el hallazgo de ánforas
con un posible contenido oleoso y de caliciformes utilizados como lamparillas con mariposas, frecuentes en los
últimos momentos del poblado y, en especial, desde la segunda mitad del V a.C. (Lillo, 1993: 59-71). Quizás el
mejor ejemplo de la importancia del cultivo y la explotación del olivar en el área de estudio lo encontramos ya
en el periodo altoimperial en la instalación oleícola documentada en la Fuente de la Teja, próxima al área del
Estrecho de las Cuevas donde se sitúa el oppidum de Los Villaricos (Murcia, 2006: 185-212).
Por lo que respecta al viñedo, cultivo tradicional en el Sureste y en este sector murciano, se ha documentado
también en yacimientos del levante peninsular para época ibérica. Concretamente en La Bastida de les
Alcusses, en tierras valencianas, se han hallado restos de semillas de vid y corquetes para la vendimia (Pérez
et al., 2011: 101).
Esa economía agrícola se vio completada con actividades de diverso tipo, como las relacionadas con la
explotación forestal, las de tipo artesanal y sobre todo las pecuarias (Cuadrado, 1985: 74-75). Éstas últimas
debieron ser especialmente importantes en aquellos centros más próximos a los sectores montañosos que
rodean el valle y en los que las tierras de potencialidad nula representaban un destacado porcentaje dentro de
su área de captación.
En relación con esas actividades ganaderas basta observar la propia distribución del poblamiento ibérico
comarcal y su clara conexión con las vías pecuarias tradicionales en todo este sector (Fairén et al., 2006) (fig.
3). Asimismo, casos como el de la necrópolis del Villar de Archivel, una de las pocas excavadas en la zona de
estudio, muestran la importancia de la ganadería dentro de la base económica de determinados centros. En este
yacimiento, como indicábamos, la aparición de numerosas pesas de telar en prácticamente todas las tumbas
excavadas así como el hallazgo de herramientas relacionadas con la cría de animales y el trabajo textil, son
claros ejemplos de ello (Brotóns, 2008; Melgares, 1974: 48-49). También resulta interesante en este sentido
el papel del área situada al norte del Estrecho de las Cuevas como zona de cría de ganado, cuestión que han
planteado algunos autores en conexión con la interpretación de los relieves de équidos localizados en las
proximidades del yacimiento romano de la Casa del Guarda (Marín y Padilla, 1997: 461-494; San Nicolás,
1983-1984: 277-279).
Por otro lado, la vinculación de muchos de los centros documentados (como la Loma de la Casa Nueva,
El Villar, el Cabezo de la Fuente de Los Morales, Casa Serrano y la Casa de Mairena, entre otros) con el eje
de comunicaciones que supone el propio valle del Quípar y la aparición de importaciones áticas en aquellos,
como en la necrópolis de La Poza o en el propio Villar de Archivel, muestra también el papel jugado por los
intercambios en la economía de estos asentamientos. Baste recordar en esta línea el hallazgo del conocido
centauro de Los Royos en las proximidades de la rambla de Tarragoya, en la cuenca alta del Quípar, reflejo
de la presencia de productos relacionados con el comercio griego en toda esta zona ya desde el siglo VI
a.C. (Melgares, 1991-1992). Esos intercambios no se redujeron sin embargo a productos de lujo, sino que
englobarían también la propia producción agrícola. En este sentido, no podemos olvidar que los cereales se
convertirán en importantes protagonistas del comercio mediterráneo a partir del siglo IV a.C. (Adroher, Pons y
Ruiz, 1993; Gracia, 1995). Junto a ellos, otros posibles productos de intercambio en todo el Noroeste pudieron
ser los derivados de la explotación ganadera, tales como pieles y leche (Iborra, 2000: 88 y 2004: 323; Pérez
Picazo, 1993: 139).
Así, también esas actividades secundarias y artesanales completaron la economía de los centros ibéricos
del valle, a las que debemos sumar la explotación de las áreas de bosque próximas a muchos de ellos. En
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este sentido, y si bien es cierto que ninguno de los núcleos ibéricos aparece emplazado en zonas de carácter
forestal, también lo es que un amplio número de ellos presenta un acceso rápido a las mismas, situadas en
muchas ocasiones a menos de una hora de camino desde aquellos (fig. 3). Como hemos señalado, estas áreas
desempeñarían también un papel destacado en la economía de dichos asentamientos. Así, aunque quedan
incluidas entre esos sectores de potencialidad agrícola nula, ofrecieron a los habitantes de esos centros recursos
de otro tipo (esparto, caza, madera, zonas de pasto, etc.).
Frente a todos esos núcleos rurales, y al margen del Cerro de la Cueva IV cuyo carácter estratégico y patrón
de asentamiento lo diferencian claramente de aquellos, queda el oppidum de Los Villaricos. Los rasgos que
definen su emplazamiento y, como hemos visto, las tierras de su entorno, lo presentan como un centro que
merece un interés especial y un análisis más concreto dentro del poblamiento del valle.
5. ANALIZANDO EL CASO DEL OPPIDUM EN EL MARCO ECONÓMICO
DEL VALLE
Situado a la cabeza del poblamiento desde el siglo IV a.C. y hasta época altoimperial, y vinculado al conocido
santuario del Cerro de la Ermita de La Encarnación, el yacimiento de Los Villaricos ocupa un lugar privilegiado
en el valle del Quípar, emplazándose en una plataforma amesetada de unas 7 ha de extensión (Brotóns, 1995:
p. 251, nota 11).
Los recientes trabajos de prospección desarrollados por la Universidad de Murcia en el mismo, tanto en el
interior como en el exterior del área delimitada por la muralla que cierra el poblado por su parte más accesible,
han permitido confirmar la cronología que aportó inicialmente la necrópolis del mismo, situando el inicio de
su ocupación en torno a mediados de esa cuarta centuria (López-Mondéjar, 2010).
El área teóricamente ocupada por el poblado propiamente dicho se caracteriza actualmente por el
predominio de una vegetación de tipo herbáceo y suelos que, por sus características, ofrecen una nula
potencialidad agrícola. A ello cabe sumar además la propia pendiente de este sector, que dificulta el desarrollo
de las actividades agrarias, ofreciendo sin embargo importantes defensas naturales y una posición dominante
en el valle. Debemos recordar en este sentido que el Estrecho de las Cuevas constituye un punto clave en el
mismo, con un especial valor estratégico del que nos informa su ocupación ya desde época prehistórica.
El resto del área de captación del oppidum, por el contrario, se caracteriza por pendientes suaves y más
moderadas, es decir inferiores al 15%, y en gran parte incluso al 8%, motivo por el cual una vez salvada
la media hora de camino desde el poblado el acceso a las tierras del entorno resulta mucho más rápido. En
cualquier caso, lo que sí se advierte es la necesidad de los habitantes de este centro de desplazarse más de 30
minutos para acceder a aquellos sectores más aptos desde el punto de vista agropecuario (fig. 6).
En su conjunto los suelos de mayor capacidad agrícola ocupan un 61% de las tierras situadas en el área
de captación del oppidum, quedando aproximadamente un 39% de ellas caracterizadas por suelos de escasa
o nula potencialidad (fig. 7). Los primeros se extienden en todo el sector localizado al sur y al oeste del
yacimiento, en una zona, como indicábamos, rica en recursos hídricos y con terrenos suaves que han favorecido
tradicionalmente la ocupación y explotación de esta zona.
Si observamos el mapa de usos actuales del suelo en dicha área, esos porcentajes coinciden con la extensión
de las tierras agrícolas en el entorno del yacimiento (fig. 8). Entre los cultivos que se desarrollaron en esos
sectores podemos pensar nuevamente en la importancia de los cereales (Brotóns, 1995: 349; San Nicolás,
1995: 39; Serrano y González, 1985: 24-27). Su utilización para la elaboración de cerveza y pan está además
documentada a través de algunos de los recipientes y restos hallados en el oppidum y el santuario vinculado
a él, así como en los molinos documentados en otros núcleos ibéricos del valle (Brotóns, 1995: 272-273;
Cuadrado, 1945: 127-134; González, 1984: 199-202; Melgares, 1974: 48-49; San Nicolás, 1995: 24-40).
Por otra parte, y dentro de ese 39% de sectores de capacidad nula para el cultivo, una cuarta parte aparece
actualmente ocupada por zonas de carácter forestal, en las áreas montañosas vecinas al emplazamiento del
oppidum (fig. 8) (Rivera y Obón, 1991: 135-141). Éstas, cuya extensión como apuntábamos sería aún más
amplia en época protohistórica, constituyeron también un sector de especial interés para la economía de dicho
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Fig. 6. Isocronas de 10 minutos dentro del área de captación económica de 1 hora del oppidum y localización de los
yacimientos ibéricos en su entorno.
asentamiento como se ha constatado en otros centros ibéricos del sureste y sur peninsular (Chapa, Pereira y
Madrigal, 1999: 83-86; Chávez et al. 2002: 36-45; Martínez y Muñoz, 1987: 167-169; Sánchez, 1982). Los
habitantes del oppidum obtendrían de ellas variados recursos, tales como madera, leña y elementos vegetales
utilizados para la construcción de las viviendas, plantas de todo tipo, hierbas aromáticas, medicinales, así
como amplias posibilidades de caza (Cuadrado, 1985: 74; González, 1984: 199-202; Madoz, 1845-1850 [reed.
1989]: 70; Melgares, 1974: 25-27 y 48-49; Prados, Molina y Álvarez, 1991: 279-280). En este sentido cabe
recordar el soliferreum hallado en 1970 en el entorno del área del Estrecho, arma que determinados autores
han vinculado no sólo a una función defensiva sino también a la práctica de esas actividades cinegéticas
(Melgares, 1974: 48-49).
Junto a esos sectores forestales y dentro también de esas zonas de potencialidad agraria escasa o nula, no
podemos olvidar la posibilidad de que también en estas tierras se desarrollase una actividad agraria a menor
escala o bien que estuviesen dedicadas a la explotación de otro tipo de recursos (esparto, pastizal).
Como complemento a las actividades agropecuarias y a esa explotación forestal, y como veíamos en
determinados centros del valle, también en el oppidum pudieron desarrollarse otro tipo de actividades. Ya
hemos señalado la producción textil en el área de Archivel, junto a la que no podemos descartar el desarrollo
de otras, para las que tenemos evidencias en diversos yacimientos de la comarca y zonas próximas, como la
alfarería (documentada ampliamente en el vecino valle del Guadalentín para estos momentos, y ya desde el
VI a.C. con la aparición de diversos hornos de alfarero y testares en el Cerro del Castillo –Gallardo, González
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Fig. 7. Potencialidad agrícola de los suelos en el área de captación teórica de Los Villaricos.
y Oteo, 2007: 138-139; Martínez, 1996: 151-154–), la carpintería (aprovechando la riqueza forestal del
entorno), la industria del esparto o el curtido de pieles (en conexión con las actividades cinegéticas y ganaderas
señaladas) (Cuadrado, 1985: 74; Pérez Jordá et al., 2011: 124-136).
Los entornos tan distintos que comprende el área de captación teórica de Los Villaricos proporcionaron así
a los habitantes de este centro un acceso a diversos y variados recursos. Nos encontramos de este modo ante
un modelo económico característico también de otros oppida del Sureste y levante peninsular en el que las
actividades agropecuarias se completaron con otros muchos recursos a los que esos asentamientos pudieron
acceder sin demasiadas complicaciones (Lillo, 1981a; Grau 2004: 65-67). Así sucede por ejemplo en el área
alicantina de los valles de Alcoy. Aquí los poblados ibéricos documentados comparten el acceso a una amplia
variedad de recursos que les permitiría completar aquellos obtenidos de las actividades agropecuarias, base
fundamental de su economía (Grau, 2002: 153-154).
Por último es fundamental valorar también el papel que desempeñarían los intercambios en la economía
del oppidum. La aparición de importaciones áticas entre los materiales recuperados en la necrópolis del mismo
apuntan en esta línea (García, 1992), hecho al que cabe sumar el papel principal que Los Villaricos desempeñó
en la articulación y el control del territorio y del poblamiento en el valle. Situado a la cabeza de estas tierras y
residencia de la elite indígena residente en las mismas debió funcionar con toda probabilidad como un punto
de intercambio destacado en la ruta hacia Andalucía (López-Mondéjar, 2009 y 2010).
No pretendemos aquí analizar dichos ejes viarios, cuestión ya abordada en otro trabajo (López-Mondéjar,
2009), basta simplemente subrayar la importancia de la ruta del Quípar entre los siglos IV a.C.-I a.C. como eje
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Fig. 8. Posibles usos del suelo en el área de captación teórica del oppidum y distribución de los manantiales documentados
en este sector del valle del Quípar.
de comunicaciones de todo este sector y como vía de enlace entre el levante peninsular y las tierras andaluzas.
De este hecho se beneficiarán los asentamientos ibéricos de la zona y muy especialmente el oppidum de Los
Villaricos, que logrará así no sólo un control directo sobre el valle y ese poblamiento sino también sobre la
circulación a través de dicha ruta.
6. ECONOMÍA Y POBLAMIENTO IBÉRICO EN EL NOROESTE MURCIANO
DURANTE LOS SIGLOS IV-III A.C.
Atendiendo a todo lo señalado, el panorama que ofrece el valle del Quípar durante los siglos IV-III a.C. lo
define esencialmente como un territorio articulado en torno al núcleo de Los Villaricos. En este sentido, su
vinculación con el destacado santuario localizado en el Cerro de la Ermita de La Encarnación funcionará
también, como se ha señalado para otros ámbitos ibéricos, como un elemento más de consolidación del
poder de dicho centro en el marco del valle (Ruiz y Molinos, 2002: 293). Éste, actuará así como cabeza del
poblamiento y de la explotación territorial y a él quedarán vinculados económicamente los demás núcleos
ibéricos documentados en la zona.
Si observamos el área de captación económica del oppidum, un aspecto que llama la atención es el hecho
de que prácticamente ninguno de los centros ibéricos y demás yacimientos que vemos ocupados durante los
siglos IV-III a.C. se localiza en la amplia zona que queda englobada en esta área. Se trata de una cuestión
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similar a la que vemos también en otros oppida del Sureste, como es el caso de las Cabezuelas de Totana o del
vecino Cerro del Castillo de Lorca. En el entorno de este último no tenemos constancia, al menos hasta finales
del III a.C., de la presencia de ningún asentamiento que pudiese estar explotando las ricas tierras que definen
este sector del valle del Guadalentín. En el caso del núcleo lorquino no podemos descartar que ese aparente
vacío se deba a la necesidad de trabajos más intensos de prospección, especialmente si tenemos presentes
las avenidas de dicho río. A pesar de ello, otra de las posibilidades que se plantea, y que tiene un mayor peso
en el caso de Los Villaricos, es que se trate de un auténtico vacío poblacional. En este sentido debemos ver
en esa zona más próxima al oppidum un área económicamente vinculada a dicho centro y explotada por sus
habitantes.
En cualquier caso, resulta llamativo el hecho de que ninguno de los yacimientos ibéricos localizados en
este sector comarcal quede dentro de su área de captación. El único centro que lo hará será la necrópolis
de Casa Nieves, de cronología tardía y situada próxima al límite temporal de una hora establecido (San
Nicolás, 1987) (fig. 6). Los restos recuperados en la excavación de la misma se limitaron a un molino,
determinados fragmentos de cerámica ibérica documentados en superficie en el entorno del yacimiento y
tres tumbas de incineración de las que sólo dos aportaron materiales, en su mayoría armamento ibérico. Este
último según su excavador permitiría fechar dichas sepulturas en los siglos III-II a.C. Parece que, según
los vecinos de la zona, también se hallaron en las inmediaciones de la necrópolis sepulturas de inhumación
y grandes recipientes, aunque actualmente no contamos con ningún dato que lo confirme. Los últimos
estudios parecen ampliar el periodo de utilización de la necrópolis hasta el siglo IV a.C., coincidiendo
así cronológicamente con el oppidum (García, 1992: 327; Haber, 2005: 260; Ramallo, 1991: 39-65; San
Nicolas, 1987 y 1995).
La presencia de esta necrópolis, que no aparece vinculada con el núcleo de Los Villaricos, indicaría la
existencia de un establecimiento rural en las inmediaciones con esa misma cronología. Dicho centro instalado
en las cercanías de ese núcleo poblacional mayor, lograría así una explotación más directa sobre las ricas
tierras de este sector cercano al río. Si atribuimos a Los Villaricos un control directo sobre esos territorios
más próximos a él, éste debió englobar también a dicho centro. Del mismo modo, el panorama que reflejan
otros sectores ibéricos próximos nos llevan a ampliar dicho control no sólo sobre los núcleos más próximos al
oppidum sino sobre todo ese poblamiento localizado en el valle.
En relación con esta cuestión es interesante el proceso que, desde el siglo IV a.C., se observa en las vecinas
tierras andaluzas, y más concretamente en el valle del río Fardes. En éste se ha documentado la aparición de una
serie de establecimientos menores, todos ellos vinculados al oppidum de El Forruchu, en los que se advierte el
predominio de las actividades ganaderas sobre las agrarias (Adroher et al., 2008: 121-127; González, Adroher
y López, 1999: 163). Asimismo, en el área de Bugéjar y Almaciles, en los territorios granadinos más cercanos
a la zona de estudio, surgen en estas mismas fechas numerosos pequeños asentamientos muy próximos a las
zonas de alta rentabilidad agrícola, en las que se desarrollaría una explotación controlada desde los núcleos
principales (Adroher y López, 2004: 110; Adroher et al., 2000: 175-176).
En el ámbito levantino, contamos también con distintos modelos de control y explotación en los que se
observa esa relación entre los oppida y los centros localizados en el territorio vinculado a aquellos. Ejemplo
es el núcleo instalado en La Alcudia el cual debió controlar en gran medida la línea de costa y el tránsito
de mercancías por esta área a través de una serie de establecimientos menores, situados en posiciones más
avanzadas (Abad, 2004: 73). Asimismo, durante el siglo III a.C. un proceso similar se observa en otra zona
del mundo ibérico alicantino, en la que el núcleo instalado en La Serreta ejercerá un claro dominio sobre los
restantes asentamientos localizados en el territorio de Alcoy (Grau, 2003: 59-61 y 2005: 83-84).
Volviendo al caso de estudio, son distintas las cuestiones que se plantean si el centro asociado a esa
necrópolis explotó aquellas tierras más lejanas al oppidum y a las que sus habitantes tendrían una menor
accesibilidad, o si en cambio debemos ver en él un núcleo directamente vinculado desde el punto de vista
económico al poblado de Los Villaricos.
El panorama que encontramos en el valle del Quípar es muy similar a los indicados para esas otras áreas
ibéricas, definido por el control territorial ejercido desde el oppidum. En las tierras vinculadas a dicho núcleo
toda una serie de pequeños establecimientos rurales, como el señalado, desarrollaron una explotación de tipo
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agropecuario favorecidos por la riqueza natural de la comarca y por el propio cauce del Quípar, convertido
en eje de comunicaciones fundamental en este periodo (López-Mondéjar, 2009). La ausencia de elementos
destinados a la defensa en esos centros, su emplazamiento en sectores de fácil acceso y su localización,
dominada visualmente desde dicho oppidum, responden a un territorio articulado desde Los Villaricos que
garantizaría la seguridad de esos centros rurales y la explotación de esas tierras (fig. 4). De este modo, y
al igual que en esos otros ámbitos ibéricos, podríamos apuntar también para el valle del Quípar un modelo
similar, marcado por el control tanto territorial como económico del oppidum sobre esos núcleos secundarios
dispersos por el valle. Aun así, sólo nuevos trabajos de campo en esta línea pueden precisar más la conexión
que pudo existir entre los distintos centros localizados, permitiendo profundizar sobre cuestiones como el
posible papel redistribuidor de Los Villaricos en el valle o el modo en el que pudo plasmarse esa conexión
económica entre los distintos centros.
7. CONCLUSIONES
Tras todo lo indicado, nos encontramos con un panorama que no difiere de los modelos propuestos para el
área ibérica granadina. El valle del Quípar aparece así ocupado a partir del siglo IV a.C. por toda una serie
de centros rurales definidos por una economía básicamente agropecuaria. En ésta, junto a las actividades
agrícolas favorecidas por la riqueza de las tierras del entorno, la ganadería adquirió un peso importante así
como las actividades relacionadas con la misma, como el trabajo textil (Brotóns, 2008; Iborra, 2000: 88 y
2004: 178). La explotación agrícola tuvo en el área un doble carácter, dependiendo de la localización de cada
uno de dichos centros, tal y como se observa también en el área alicantina (Grau, 2004: 65-67). En aquellos
más próximos a los sectores aptos para el regadío se desarrollaría una explotación de tipo intensivo, similar
a la que encontramos en estos momentos en la campiña de Jaén (Chapa y Mayoral, 2007: 190-191). En los
núcleos más alejados del curso del Quípar la explotación adquirió un carácter extensivo. En el entorno de
dichos asentamientos predominarían los secanos, como ocurre en el vecino ámbito ibérico granadino (Aguayo
y Salvatierra, 1987: 233-235) y en el valenciano (Moreno y Quixal, 2009: 116).
Del mismo modo, tal y como vemos en otros centros del ámbito levantino y la Alta Andalucía para estos
momentos (Aranegui, 1998: 9; Chapa y Mayoral, 1998: 73; Martínez y Muñoz, 1999: 71-75; Mayoral, 1996:
243; Moratalla, 2005: 103), también los intercambios jugaron un papel destacado en la economía de estos
valles murcianos, especialmente en la del oppidum (Brun, 2001: 34-35 y 38-41; Lillo, 1981a: 76-77 y 1985:
277-278; Santos, 1994: 46-47).
La agricultura fue asimismo la base fundamental de la economía de este último, y a ella se destinarían la
mayor parte de las fértiles tierras ubicadas en su entorno (González, 1983: 35-38). Dichos territorios ya no
sólo por su extensión, sino también por su capacidad productiva, generarían además un excedente que pudo
ser almacenado, como se ha documentado en yacimientos del cercano territorio valenciano como Kelin o La
Bastida de les Alcusses (Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011b y 2011c: 247-251; Bonet, Mata y Moreno, 2007: 257;
Mata et al., 2010: 40 y 44), redistribuido y comercializado a través de los ejes que cruzan esta área y en los que
el oppidum jugó también un papel esencial. Junto a las agrícolas, otras actividades pudieron desarrollarse como
veíamos en el entorno de este asentamiento, sirviendo de complemento a las primeras. Todas ellas dieron lugar a
una economía en la que a pesar del predominio de la agricultura los recursos serían abundantes y variados. Si a
ello añadimos otros rasgos que caracterizan la ubicación de Los Villaricos, como la cercanía al Quípar, importante
recurso hidrológico y al mismo tiempo vía natural de comunicación, resulta fácil comprender la continuidad de
este centro desde el siglo IV a.C. hasta época romana, así como su importancia a nivel comarcal y su desarrollo.
Así, su emplazamiento proporcionó a este centro interesantes ventajas económicas, dominando el eje natural
de comunicación entre la costa, el Segura y las tierras andaluzas. Ese control sobre las vías de comunicación
define también a otros núcleos ibéricos del sur peninsular, como el instalado en Tutugi, ya en tierras andaluzas
(Adroher y López, 2002; Aguayo y Salvatierra, 1987: 235-236). En el caso de Los Villaricos su situación, en
un tramo como es el Estrecho de las Cuevas en el que el paso estuvo controlado en todo momento por dicho
asentamiento, ha llevado incluso a proponer en alguna ocasión el posible desarrollo de una actividad aduanera,
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cuyos beneficios le proporcionarían recursos y excedentes que completarían así esa economía agropecuaria
(Brotóns, 1995: 271-272).
Frente a ese panorama descrito para los siglos IV-III a.C., hay que esperar a las centurias siguientes para
advertir un nuevo desarrollo de la explotación en todo el valle. A partir del II a.C. y sobre todo ya en época
imperial, veremos establecerse a lo largo de todo el valle toda una serie de establecimientos rurales menores
que ocuparán incluso aquellos sectores no explotados durante el periodo ibérico. Estos nuevos establecimientos
contribuirán a ampliar la explotación de los variados recursos del valle, localizándose además ya algunos de
ellos en el entorno más próximo al oppidum, que continuará ocupado durante este periodo. Ejemplo de ello es
el establecimiento de Casa Muso, situado dentro del área de captación de aquél.
No se trata sin embargo de un proceso similar al que se desarrolla en el entorno rural de Carthago Nova y
que supuso la instalación de gentes itálicas en estas tierras. Este fenómeno no parece observarse en el Noroeste
murciano donde los nuevos establecimientos que surgen en el tránsito de los siglos III-II a.C. tuvieron todavía
un carácter plenamente indígena (Brotóns, 1995; Muñoz, 1997: 54-56; Ruiz, 1995).
Inevitablemente en el valle del Quípar hay que mirar a lo que está sucediendo también en esos momentos en
el Santuario de La Encarnación. Es ahora cuando comienza la transformación edilicia del mismo, dentro de un
proceso de atracción y promoción de las élites indígenas por parte del mundo romano similar al documentado
en algunas zonas itálicas (Brotóns y Ramallo, 1994; Ramallo, 1991: 39-65; Ramallo y Brotóns, 1997).
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Archiivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXIX, Valencia, 2012, p. 209-236
Leticia LÓPEZ-MONDÉJAR a
Aspectos económicos y ocupación del territorio
en el Sureste ibérico: los valles del Argos y el Quípar
en los siglos IV y III a.C.
RESUMEN: El presente trabajo aborda los rasgos que definen la economía y la explotación del territorio durante los siglos IV-III a.C. en los valles murcianos del Argos y el Quípar, en el Sureste peninsular. A través del análisis del poblamiento ibérico, de la documentación arqueológica así como de los datos históricos y geográficos se
estudian aquellos aspectos relativos a la economía de esos centros ibéricos y a los recursos que el medio ofreció
a los habitantes de dichos asentamientos. En esta línea, y junto a todos esos datos, también los Sistemas de Información Geográfica constituyen una herramienta eficaz para abordar muchas de las cuestiones planteadas. La
información aportada nos aproxima por primera vez a una imagen más completa de la economía ibérica en los
citados valles murcianos. Además, ofrece datos de interés sobre la explotación del territorio en este periodo así
como sobre el carácter y el patrón de asentamiento de los centros ibéricos documentados.
PALABRAS CLAVE: Mundo ibérico, Edad del Hierro, Sureste peninsular, economía, explotación, territorio,
poblamiento.
Economy and settlement pattern in the Iberian Southeast:
the Argos and Quípar valleys between the 4th–3rd centuries B.C.
ABSTRACT: The aim of this paper is to analyse the economy and the exploitation of the territory between the
4th-3th centuries B.C. in the Argos and Quípar valleys in the Southeast of the Iberian Peninsula. Economic
aspects of the Iberian sites and their natural environment are studied through the analysis of the settlement and
the archaeological, historical and geographical information. Also the Geographic Information Systems are a
useful tool to study many questions. For the first time this information provides us a more complete picture of
the Iberian economy in these valleys. It also offers interesting data about the territorial exploitation in this period
as well as about the settlement pattern and the character of the Iberian sites which are documented in the area
during the Iron Age.
KEY WORDS: Iberian World, Iron Age, Iberian Southeast, economy, exploitation, territory, settlement.
a Institute of Archaeology-University College London (UCL). 31-34 Gordon Square. Londres-WC1H OPY (Reino Unido). Investigadora
Postdoctoral de la Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia-Fundación Séneca.
letlopez@um.es | m.mondejar@ucl.ac.uk
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210
L. López-Mondéjar
1. INTRODUCCIÓN1
La mayor parte de los trabajos que han abordado el mundo ibérico del Sureste peninsular han definido los
asentamientos de este periodo como núcleos de carácter esencialmente agropecuario. Sin embargo, son pocos
los estudios que han analizado de forma concreta los rasgos económicos que definen el poblamiento en estos
momentos y aquellos que han aportado información relativa a los posibles recursos que constituirían la base
económica de dichos centros en los distintos sectores regionales. En este sentido, cuestiones como la posible
producción de un excedente que favoreciera el desarrollo de los intercambios, la gestión del mismo o las
relaciones económicas que pudieron establecerse entre el oppidum y los centros emplazados en el valle,
resultan todavía complicadas de abordar sin un análisis concreto de la base económica de dichos centros.
Todas ellas constituyen sin embargo aspectos fundamentales para comprender el desarrollo y la organización
del poblamiento ibérico en esta área del Sureste así como la ocupación de estos territorios.
Nuestro objetivo es analizar aquí de forma más precisa los rasgos que definieron la ocupación y la
explotación del medio en el que se insertan esos núcleos ibéricos con el fin de aproximarnos a su economía.
Para ello abordaremos el caso concreto de los valles del Quípar y el Argos, en el Noroeste regional, y de los
asentamientos ibéricos documentados en esta zona durante los siglos IV-III a.C. (fig. 1). Todos ellos, incluido
el citado oppidum, surgen en esa cuarta centuria transformando el paisaje del siglo V a.C. en el valle, definido
Fig. 1. Localización del área de estudio en el Sureste peninsular.
1 Deseo expresar mi agradecimiento a los revisores anónimos del presente trabajo por sus valiosos comentarios y sugerencias.
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por un poblamiento mucho más escaso y del que básicamente conocemos el destacado establecimiento
instalado en Los Villares.2
Somos conscientes de las dificultades que supone un análisis como el que planteamos, especialmente
por la escasez de datos disponibles en este sentido así como de trabajos centrados en la reconstrucción del
medio para el periodo tratado. Precisamente por ello serán de especial interés los datos aportados por otros
yacimientos ibéricos del Sureste peninsular. A pesar de ello, contamos con estudios arqueobotánicos en
determinados yacimientos del Noroeste regional referidos a momentos previos al mundo ibérico así como a
época romana que serán también interesantes en este sentido. Junto a ellos, y para este sector, resultan además
esenciales los datos de tipo histórico disponibles en relación a la explotación de estas tierras, así como los
rasgos geomorfológicos, edafológicos y climáticos que caracterizan el entorno de los centros localizados en
ambos valles. Atenderemos brevemente a todos ellos para componer una imagen del área de estudio en la que
enmarcar el análisis de ese poblamiento ibérico, ayudados por las posibilidades que en esta línea nos ofrecen
los Sistemas de Información Geográfica.
De este modo, partiremos del análisis de aquellos rasgos que definen la ocupación de estos territorios durante
dicho periodo y de los aspectos geográficos que tradicionalmente han marcado dicha ocupación a lo largo de la
historia. Dichos aspectos servirán de punto de partida para abordar el estudio de los rasgos que caracterizan el
entorno inmediato y más accesible desde esos centros, completando esos datos con la información que en este
sentido ofrecen las fuentes históricas y arqueológicas disponibles en este sector así como en otras áreas del
Sureste próximas al mismo. Todo ello permitirá, finalmente, plantear algunas cuestiones destacadas relativas
a la economía y a la ocupación del territorio en esta área, especialmente en conexión con el núcleo principal,
el oppidum de Los Villaricos, y su relación con los centros instalados en el valle durante los siglos IV-III a.C.
2. LOS DATOS GEOGRÁFICOS, TRADICIONALES E HISTÓRICOS
COMO PUNTO DE PARTIDA
Un aspecto fundamental para aproximarnos a la ocupación ibérica del territorio en el área de estudio es conocer,
en líneas generales, las características geográficas de este sector del Sureste. Éstas han definido tradicional e
históricamente el desarrollo económico y poblacional de la zona, y en gran medida condicionaron también la
ocupación durante el periodo ibérico.
El valle del Quípar, el del vecino río Argos y en general todo el sector del Noroeste murciano, se presenta
como un área de transición entre el ámbito montañoso más occidental de la provincia y la amplia zona definida
por el entorno de la vega del Segura (González, 1983: 9-10) (fig. 1). Este hecho le permite disfrutar de los
recursos de ambas áreas, tanto de aquellos correspondientes al ámbito fluvial como de los de las sierras de
su entorno, siendo uno de los pocos sectores murcianos en el que se ha desarrollado tradicionalmente un
aprovechamiento de tipo forestal.
La mayoría de los estudios desarrollados coincide en apuntar que la morfología del paisaje natural en
estas tierras del Sureste ha cambiado poco en los últimos 4000 años, siendo además los últimos 500 años los
que han visto las mayores transformaciones (Risch y Ferrés, 1987: 94). En este sentido, la mayor parte de los
cambios producidos debieron afectar no tanto a las formas del relieve, en las que la acción antrópica tuvo un
papel más destacado, sino más bien a la película edáfica (Chávez et al., 2002: 26-27; Gilman y Thornes, 1985;
Santos, 1994: 26-30). Las pérdidas de suelos, fundamentalmente provocadas por sucesos de tipo tormentoso,
afectaron si no al propio valle sí a las alturas del entorno y a aquellas zonas de mayor pendiente en las que
además la cobertura vegetal era mínima (López García, 1991c: 193-199).
2 Aunque no constituye aquí nuestro objetivo de análisis, cabe señalar la escasez de datos disponibles en el área de estudio para el
Ibérico Antiguo y que dificulta cualquier aproximación a las posibles causas que llevaron a la desaparición de Los Villares en un
momento indeterminado en el tránsito de los siglos V-IV a.C. Junto a él, el único establecimiento del que tenemos constancia para
dicho periodo es el localizado en La Chopera, un pequeño asentamiento de carácter rural situado junto a la rambla de Tarragoya y ya
próximo a tierras granadinas.
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Entre los cambios más recientes y que más han modificado el paisaje de este sector no cabe duda que hay
que señalar la modernización de la agricultura y, especialmente, el desarrollo de los regadíos (Alías, 1990;
González, 1983: 14-15 y 1999: 175; Sánchez, 1982: 32-33; Serrano y González, 1985: 20-22). A pesar de ello
es posible determinar aquellas zonas de regadío más aptas para ser utilizadas ya en época ibérica y romana,
tales como los márgenes fluviales o aquellos sectores en los que la presencia de una fuente o manantial
facilitaría el riego de los cultivos (Brotóns, 1995: 248-250; Fernández y Serrano, 1995: 90-91; Gilman y
Thornes, 1985: 87-91; Melgares, 1974: 25; Vicent, 1991: 99-108).
El poblamiento ha estado históricamente marcado por la propia economía de la zona, una economía de base
fundamentalmente agropecuaria que ha llevado a la población a mostrar una clara preferencia por instalarse
próxima a aquellas áreas más aptas para el desarrollo de este tipo de actividades (González, 1983: 9-10).
Tradicionalmente ha sido el sector localizado en las proximidades de Singla, Pinilla y el entorno de Caravaca
de la Cruz el más densamente ocupado y en el que encontramos la mayor parte de los núcleos de población
modernos. Se trata de un área en la que los cauces fluviales del Quípar y el Argos se sitúan más próximos y
en la que, además, se concentran los suelos más aptos para las actividades agrícolas con el predominio de
cambisoles y fluvisoles (Alías, 1990: 30-33 y 43; González, 1983: 14-15). También la distribución de los
yacimientos documentados entre los siglos IV-III a.C. muestra los mismos rasgos, advirtiéndose una mayor
densidad de ocupación en esta zona y, especialmente, junto a las fuentes y cursos fluviales (fig. 2).
Fig. 2. Potencialidad agrícola de los suelos y distribución del poblamiento en el área de estudio en los siglos IV y III a.C.
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La escasez de recursos hídricos que caracteriza a todo el Sureste peninsular es también un factor importante
a tener presente al analizar el mundo ibérico en esta zona. Aunque a nivel ambiental estamos ante una comarca
en la que los cambios parecen haber sido más lentos y limitados que en otros sectores del Sureste, lo cierto es
que la disminución que han experimentado los recursos hídricos y la progresiva aridez que ha marcado cada
vez más estos territorios son cuestiones que debemos valorar. Se trata de aspectos fundamentales que hoy nos
presentan un panorama muy distinto al que caracterizó esta área del Sureste hace más de 2000 años. Muchos
de los cauces comarcales actualmente secos, sobre todo en determinados periodos del año como el propio
Quípar, fueron cursos de agua continuos, mientras que algunas ramblas fueron también cauces estacionales
en determinados periodos anuales (Ballester, 2003: 115; Chávez et al., 2002: 27-35; González, 1983: 35-38;
Ruiz y Molinos, 1993: 103).
La población se ha concentrado así históricamente en las proximidades de esos cursos fluviales, ramblas,
arroyos y en el entorno de las fuentes y manantiales (Esteve, Llórens y Martínez, 2003: 181-182; González,
1983: 19-24). El agua ha sido por tanto un recurso fundamental en un área de vocación esencialmente
agropecuaria así como un factor decisivo para comprender la concentración tradicional del poblamiento en
el tercio más oriental de la comarca, donde los ríos discurren más próximos y donde encontramos numerosas
fuentes (López García, 1991b: 122-123; Serrano y González, 1985: 19-22).
De este modo, aquellos centros que quedan alejados de los valles se establecen junto a los manantiales, tal
y como refleja la propia toponimia de algunos de ellos y de las tierras de su entorno. En este sentido, resulta
interesante el caso de los yacimientos localizados en las inmediaciones de las actuales poblaciones de Archivel
y Barranda. En ambas zonas, tanto los topónimos conservados en el paisaje actual, como el propio Cerro de
las Fuentes, así como la dispersión de algunos de los núcleos documentados en la zona entre los siglos IV-I
a.C., podrían estar indicando la posible presencia de manantiales y cauces hoy secos. Éstos pudieron abastecer
a esos centros en época ibérica y romana, mostrando una imagen de todo este sector como una zona donde
los habitantes encontraron una mayor abundancia de recursos hídricos de la que actualmente se aprecia. La
existencia de áreas lacustres en este ámbito comarcal, cuyo relicto lo constituían hace años los denominados
Ojos de Archivel, es otro factor más a considerar en esta línea (Brotóns, 2004: 217 y 226). Del mismo modo,
también para el entorno de Los Royos, se ha propuesto la antigua existencia de un número importante de
manantiales y recursos hídricos, haciendo derivar del término ‘arroyos’ el mencionado topónimo (Melgares,
1991-1992: 104).
Al margen de esos manantiales, como indicábamos, han sido los cursos del Quípar y del Argos aquellos
que han mostrado a lo largo de la historia de la comarca una ocupación más intensa en sus proximidades,
convirtiéndose en ejes fundamentales del poblamiento y la economía. A pesar de ello, el peligro que las lluvias
torrenciales representan en determinados periodos anuales ha dado lugar a un distanciamiento prudencial con
respecto al cauce del Quípar que, en época de avenidas, incrementa ampliamente su caudal (González Ortiz,
1983: 17-19). Esa concentración se observa también entre los centros ibéricos documentados. En el caso de
éstos se advierte además su ubicación en pequeñas lomas que, si bien no ofrecían grandes dificultades de
acceso, sí les permitirían elevarse sobre el cauce del Quípar, evitando así dichas avenidas, como ocurre con
los yacimientos de la Loma de la Casa Nueva, el Cabezo de la Fuente de los Morales o el Cerro de Mairena.
Más allá del entorno de dichos cauces fluviales el poblamiento se reduce hoy en día a pequeñas aldeas y
caseríos dispersos al pie de las montañas o en los valles interiores a las sierras (Esteve, Llórens y Martínez,
2003: 181-182; Serrano y González, 1985: 20-22). Así, destaca ya desde época prehistórica la densidad de
población y la intensa actividad agraria documentada en los márgenes de ambos ríos. Dicha ocupación se
observa también durante los periodos ibérico y romano, siendo a partir de éstos cuando debió producirse el
desarrollo de la explotación agrícola en todo este sector (García e Iniesta, 1984: 71; González, 1983: 38-40;
Melgares, 1974: 21-25; Parodi, 2001: 119-221; Serrano y González, 1985: 8).
En cuanto a los posibles usos del suelo, las actividades agrícolas han sido las que han definido la economía
en toda esta área. Entre ellas destaca el desarrollo de los secanos y sobre todo del cultivo de cereales (Gil
Meseguer, 2006: 24-25). Somos conscientes de la dificultad que supone trasladar los datos relativos a los
usos del suelo actuales al periodo ibérico. Cuestiones como la propia tecnología empleada o la pérdida de
suelos, están tras las amplias transformaciones que han experimentado dichos usos (Cambi y Terrenato, 2004:
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229). Por ello hemos considerado de especial interés los datos relativos a los propios rasgos edafológicos y la
potencialidad agrícola de esos suelos en base a sus características y a las inclusiones que ofrecen las distintas
tipologías definidas en toda esta zona (Baena y Blasco, 1997: 214-216; Bermúdez, 2004: 414-416; Bermúdez,
Mayoral y Chapa, 2006: 201-208; Chapa, Mayoral y Uriarte, 2004: 100-101; González Ruibal, 2006-2007:
300-301 y 304; Mayoral, 1998: 422-423 y 2004: 75-77). La reclasificación de dichas tipologías, recogidas
en el proyecto LUCDEME, nos ha permitido establecer una triple división de las mismas en relación con la
potencialidad agrícola de cada una de ellas, estableciendo así una diferenciación gradual entre áreas óptimas,
medias y de potencialidad escasa o nula para el desarrollo de las actividades agrícolas.3 Dicha clasificación ha
permitido crear una cartografía de análisis que facilita una mejor y más adecuada aproximación a la explotación
del territorio durante el periodo ibérico.
Como complemento a dicha cartografía disponemos también para estas tierras de los datos que recogen
las propias fuentes históricas.4 Todos ellos ofrecen importante información sobre diversos aspectos y rasgos
del paisaje y del medio natural. Muchos de esos rasgos, actualmente transformados o incluso desaparecidos,
tuvieron en esos momentos un papel fundamental en la configuración y ocupación de estas tierras. Éstos,
además, resultan de especial interés teniendo en cuenta la pervivencia del paisaje agrario tradicional en estos
territorios hasta fechas relativamente recientes (Albaladejo, 1991: 143-181; Cámalich y Martín, 1999: 269286; Morales, Cereijo y Moreno, 1991: 247-272; Rivera, Obón y Asencio, 1988: 317-334).
Asimismo, y ya entre la documentación de época moderna y contemporánea recopilada, destacan muy
especialmente las Respuestas Generales al Catastro de Ensenada y el Diccionario geográfico-estadísticohistórico de P. Madoz (Gil Olcina, 1990; Madoz, 1850 [ed. facs. 1989]; Pérez Picazo, 1993). Éstos ofrecen una
amplia información sobre la economía, la explotación y los recursos naturales de este sector regional.5 Dichos
datos nos permiten aproximarnos a aspectos como la extensión de las áreas forestales en este sector, indicando
por ejemplo que no será hasta finales del siglo XVIII cuando se produzca la definitiva desaparición de las
mismas así como de numerosas áreas de pasto en esta zona regional (Sánchez, 1982: 11). Por lo que respecta
a los cultivos, los datos del Catastro de Ensenada reflejan una mínima transformación y un incremento poco
significativo de los regadíos desde el XVIII hasta la actualidad, a diferencia de otros valles regionales (Esteve,
Llórens y Martínez, 2003: 184-185; Serrano y González, 1985: 24-27).
Junto a esa cartografía y a los datos aportados por dicha documentación, también la información que ofrecen
para época romana las fuentes clásicas, así como la que aportan los trabajos arqueobotánicos desarrollados en
algunos yacimientos prehistóricos y romanos de este sector regional, son esenciales para completar la imagen
de estos territorios.
3. DATOS ARQUEOLÓGICOS Y FUENTES GRECOLATINAS:
RECURSOS Y EXPLOTACIÓN DEL TERRITORIO EN ÉPOCA IBÉRICA
Si atendemos a los datos arqueológicos, en especial a los análisis arqueobotánicos, así como a los que nos
aportan los textos grecolatinos, es posible obtener una imagen aún más completa de los recursos que definieron
el medio en época ibérica y de los rasgos que marcaron la ocupación y explotación del territorio en dicho
periodo.
Ante todo, y en conexión con esos datos arqueológicos, la propia distribución del poblamiento ibérico
y el patrón de asentamiento de muchos de los núcleos documentados en el valle del Quípar, nos aportan ya
información sobre la economía de dichos establecimientos. Sin caer en un determinismo geográfico, lo cierto
es que ninguna cultura, individuo o comunidad está interesada en territorios que no satisfacen sus necesidades
3 Agradecemos a la profesora M.ª José Delgado del Departamento de Química Agrícola, Geología y Edafología de la Universidad de
Murcia su colaboración en la realización de dicha reclasificación a partir de los datos del proyecto LUCDEME.
4 Para una visión general del medio natural hasta el II milenio a.C. en la comarca del Noroeste vid. López García (1991a).
5 Asimismo resultan también interesantes en este sentido los datos que ofrece, ya a inicios del siglo XX, la obra de D. Jiménez de
Cisneros (1903).
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primarias. En este sentido, las variables ecológicas son un aspecto fundamental a tener en cuenta, siempre
sin olvidar las múltiples cuestiones que entran en juego en la decisión locacional de un determinado centro
(Macchi, 2001: 12).
Pocos trabajos han abordado sin embargo el patrón de asentamiento de los núcleos ibéricos de este sector
regional, hecho comprensible si tenemos en cuenta la escasez de trabajos de campo en la zona. Uno de los
ejemplos mejor conocidos arqueológicamente en la comarca del Noroeste, y próximo al área de estudio, es el
poblado de Los Molinicos. Los trabajos llevados a cabo por el profesor P.A. Lillo proporcionaron abundante
documentación arqueológica y han llevado a definir este centro como modelo de poblado agropecuario en el
marco del Sureste peninsular. El asentamiento basó su desarrollo económico en la explotación de los recursos
del entorno, los cuales le proporcionaron los medios suficientes para el abastecimiento de la población, así
como un excedente que fue almacenado en las viviendas. Prueba de ello es la cantidad de recipientes hallados
en éstas y destinados exclusivamente a dicha finalidad (Lillo, 1981a: 124-128 y 1987: 256-262). El papel que
los intercambios jugaron en la economía del poblado fue en cambio secundario, debido fundamentalmente
a su localización alejada de los grandes ejes de comunicación de la comarca (Lillo, 1981a: 130 y 1993: 5171). Aun así no debió quedar totalmente al margen de los mismos, como demuestra la aparición de ciertas
importaciones, tales como piezas del tipo Saint Valentin, kylikes y Skyphoi áticos (Lillo, 1981a: 125-126,
1993: 27-50 y 1999: 12).
De este modo, y aunque la economía agropecuaria debió de estar en la base del desarrollo de muchos de
esos centros ibéricos murcianos, y muy especialmente de los localizados en el Noroeste regional, hay que
valorar también esa participación en los intercambios. Ésta será más clara en aquellos emplazados en las
que serían las grandes vías de comunicación del Sureste peninsular, pero también tendrá su papel, aunque en
menor medida, en aquellos de vocación más claramente agropecuaria, como Los Molinicos.
En el caso concreto de los núcleos documentados en el valle del Quípar, y junto a su emplazamiento
en aquellos sectores con un mayor potencial productivo (Melgares, 1974: 45-48), es importante destacar el
papel de dicho río como vía de comunicación hacia tierras andaluzas entre los siglos IV-III a.C. Este hecho
marcará también el desarrollo de muchos de esos centros, especialmente el del oppidum de Los Villaricos.
Éste, emplazado en el denominado Estrecho de las Cuevas, punto estratégico del valle, dominará desde su
posición toda la cuenca media y alta del Quípar (López-Mondéjar, 2009). Así, y a diferencia de lo que se ha
indicado para los asentamientos prehistóricos del Noroeste murciano (Vicent, 1991), no sólo la explotación de
los recursos del entorno condicionó la localización de los centros ibéricos. En éstos serán también importantes
los intercambios, como demuestran las producciones áticas documentadas en la Loma de la Casa Nueva,
Los Villaricos, El Villar o La Chopera, y el interés por el control no sólo de esos recursos sino de las vías de
comunicación que permitían el acceso a los mismos y su posterior redistribución (Cambi y Terrenato, 2004:
102-103). La localización prácticamente de todos esos centros, entre ellos el propio oppidum, en el eje que
conectaría con las tierras andaluzas es el mejor reflejo de ello.
Junto a esos intercambios, el patrón de asentamiento de los establecimientos ibéricos del valle muestra
también la importancia de las actividades agrícolas en la economía de los mismos. Basta recordar su ya citada
localización en aquellos sectores de mayor potencialidad agraria y con disponibilidad de recursos hídricos.
Por lo que respecta a los cultivos desarrollados por los habitantes de estos centros, los análisis
arqueobotánicos reflejan la presencia ya en época prehistórica de aquellos que vemos extendidos por estas
tierras histórica y tradicionalmente. El mejor ejemplo es el claro predominio de los secanos y la reducida
extensión de las tierras dedicadas al regadío.
Ya para el periodo ibérico, y en general para época protohistórica, los trabajos desarrollados apuntan,
como señala J. Vicent, que no debieron existir excesivas diferencias con respecto al regadío practicado hoy
en día (Vicent, 1991: 99-108). Centrados en los márgenes de los cauces y en el entorno de los manantiales
comarcales, como indicábamos, los regadíos se concentrarían en aquellos sectores con mayor facilidad de
acceso a esos recursos hídricos.
En cuanto a los secanos es fundamental la importancia de los cereales, cultivo tradicional en la comarca
y cuyo papel en la economía ibérica y romana queda reflejado en los hallazgos documentados en diversos
yacimientos de estos periodos, así como en otros próximos al valle del Quípar (Alonso, 2000: 29; Cuadrado,
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1985: 74-75; Gil Meseguer, 2006: 24-25) y en las vecinas tierras valencianas (Bonet, Mata y Moreno, 2007:
257; Iborra et al., 2010: 99).
Así, los repetidos hallazgos de molinos, utillaje agrícola (hoces, podaderas y rejas de arado localizadas
en El Cigarralejo) y restos de cultivos documentados en distintos yacimientos regionales próximos al ámbito
de estudio (cebada en Jumilla, Lorca, Cartagena y Mula; trigo en el área de Coy, sector muy próximo al río
Quípar; avena y huesos de aceitunas en El Cigarralejo de Mula; habas y lentejas en Lorca), unido a la presencia
de silos y áreas destinadas al almacenamiento en muchos de los asentamientos del valle, son una muestra más
de su explotación en este periodo (Cuadrado, 1985: 74 y 1987: 595; Melgares, 1974: 48 y 54-56; Prados,
Molina y Álvarez, 1991: 281-289; Precioso, 2003; Rivera, Obón y Asencio, 1988: 321-324). Con Roma los
cereales continuarán siendo la principal producción en toda la comarca. Ya para épocas más recientes la
documentación conservada indica incluso la posibilidad de almacenar el grano durante más de 50 años en
pozos subterráneos (González, 1984: 212-215).
Por lo que respecta a otros posibles cultivos o productos contamos también con los datos que nos ofrecen,
ya desde los primeros momentos de la presencia romana, autores como Plinio el Viejo y Estrabón (Prados,
Molina y Álvarez, 1991: 278-279). Tanto el primero, en su Historia Natural (XVIII, 79; 73, 306-307; 166 y
XXXIII), como Estrabón en su Geografía (III, 4, 16), mencionan la presencia en estos territorios de frutales,
cebada, vid y olivo.
También los estudios arqueobotánicos llevados a cabo en diversos yacimientos eneolíticos y protohistóricos
de este sector reflejan el desarrollo ya desde época prehistórica de algunos de estos cultivos. Entre los
yacimientos que han aportado datos de interés cabe señalar aquellos localizados en el área comarcal, como
la Cueva del Calor en Cehegín y la Cueva del Milano en Bullas, pero también los situados en los territorios
regionales más próximos a éste, como los yacimientos de El Cigarralejo (Mula) y el Cerro de las Viñas de Coy
(Lorca), éste último cerca del área de La Encarnación. A ellos cabe añadir asimismo los trabajos llevados a
cabo en otros sectores del Sureste y en tierras andaluzas para momentos previos al mundo ibérico, en los que
los análisis paleobotánicos han arrojado también interesante información al respecto (Risch y Ferrés, 1987: 5394). Concretamente, los análisis antracológicos desarrollados en la Punta de Los Gavilanes reflejan la presencia
en el entorno del yacimiento de frutales y de olivo (García y Grau, 2005: 61-62). El cultivo de este último
además aparece representado en distintos yacimientos del sur y Sureste peninsular, como Baria (Almería), para
momentos previos al mundo ibérico (siglo VII a.C.) (López Castro, 2003: 97; García y Grau, 2005: 61-62).
Para época ibérica, los resultados aportados por dichos análisis han confirmado esa importancia de los
cereales y, entre ellos, de la cebada, el trigo y la avena, siendo más escaso el mijo. Concretamente en El
Cigarralejo, junto a la presencia de cereales (cebada y avena), se han hallado restos de frutos secos y semillas,
como piñones, huesos de aceitunas o bellotas, almendras y avellanas (Cuadrado, 1985: 74).6 Asimismo, en los
vecinos territorios valencianos, en el entorno de las poblaciones ibéricas de Edeta y Kelin, y en el yacimiento
de La Bastida de les Alcusses se han hallado también restos de olivo cultivado para el siglo IV a.C., y un poco
más tarde, en torno al III a.C., en el Castellet de Bernabé. Aquí además, como en el yacimiento de La Seña, se
ha documentado la presencia de almazaras destinadas a la transformación de la oliva (Bonet, Mata y Moreno,
2007: 263; García y Grau, 2005: 61-62; Pérez et al., 1999: 163, fig. 10). Del mismo modo, también el viñedo
ha sido constatado en otros yacimientos del levante peninsular, como L’Alt de Benimaquia en Denia (Gómez,
Guérin y Pérez, 1993).
El amplio desarrollo y la continuidad histórica de estos cultivos en el entorno del oppidum de Los Villaricos
y de este sector del valle del Quípar aparecen además confirmados en la propia documentación que nos narra
las actividades económicas desarrolladas en esta área comarcal en las últimas centurias (Madoz, 1845-1850
[1989]: 66). También las legumbres, sobre todo habas y lentejas, y el lino debieron alcanzar un cierto desarrollo,
utilizándose este último como alimento pero también para la elaboración de textiles, actividad tradicional
en la zona (Madoz, 1845-1850 [1989]: 59; Ruiz-Gálvez, 1992: 237). A todo ello cabría añadir finalmente
la presencia en algunos de los yacimientos analizados de frutos comestibles tales como castañas, nueces y
6 En cualquier caso, no podemos olvidar que dichos hallazgos, citados por E. Cuadrado para referirse a la economía de este periodo, se
insertan en un contexto funerario, con los condicionantes que esto implica.
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granadas, que se remontan a niveles de época ibérica y que reflejan la explotación de las áreas forestales y
de monte localizadas en el entorno de los núcleos de este periodo (Rivera, Obón y Asencio, 1988: 321-325).
La riqueza de estas tierras no se reduce sin embargo, exclusivamente, al ámbito agrario y a los citados
intercambios. Junto a los cultivos indicados cabe señalar también la producción de esparto, que hoy encontramos
cubriendo importantes extensiones de la comarca, de la que tenemos constancia para época ibérica en otras
áreas del Sureste y sur peninsular (Mayoral et al., 1999: 741; Prados, Molina y Álvarez, 1991: 276-277). En
conexión con su producción hay que valorar también aquellos sectores próximos a los yacimientos y con un
escaso o nulo potencial desde el punto de vista agrícola.
Aunque la explotación del esparto se remonta a fechas muy tempranas, ya desde el III milenio a.C., será
a partir del siglo V a.C. y sobre todo en época romana cuando alcanzará su mayor desarrollo (González,
1983: 38-40 y 1984: 199-202). Así lo reflejan las propias fuentes clásicas que, si bien son más tardías, pueden
retrotraerse hasta los momentos iniciales del mundo ibérico. Ejemplo de ello son las referencias de Estrabón
(Geografía III, 4, 9) y Plinio el Viejo (Historia Natural, XIX, 7, 26-27; XIX, 8, 28-30). Tal y como indica J.A.
Santos, la evolución del paisaje no sería tan rápida como para cambiar radicalmente en los tres o cuatro siglos
que separan el periodo analizado de la presencia romana (Santos, 1994: 26-30).
En cuanto a la ganadería y el pastoreo han sido también dos de los recursos más importantes del Noroeste
murciano tal y como indicamos al referirnos a la economía tradicional en la comarca. Así, durante el periodo
ibérico se desarrollarían también en las áreas montañosas que encuadran el trazado de ambos cauces fluviales.
La ausencia de excavaciones impide conocer con detalle el tipo de animales que estuvieron implicados
en esta actividad, si bien disponemos de datos relativos a otros yacimientos ibéricos próximos como El
Cigarralejo (Mula). A día de hoy los datos nos informan de la presencia de bóvidos, cabras, ovejas y cerdos,
sin olvidar el caballo si atendemos a las representaciones halladas en los santuarios murcianos de esta área
(Lillo, 1981b: 203; San Nicolás, 1983-1984), así como al papel que desempeñó en el mundo ibérico según los
autores grecolatinos. A ellos cabe sumar también la presencia de aves de corral (gallinas), y de otros équidos
como el asno y la mula (Cuadrado, 1985: 74-75). Entre todos ellos, sin embargo, el predominio fue claramente
para los ovicaprinos. En esta línea apuntan los datos ofrecidos por los distintos yacimientos regionales y del
área de Albacete, así como de las vecinas tierras valencianas y alicantinas (Iborra, 2000: 83-84 y 2004: 323334; Moreno y Quixal, 2009: 116).
En el caso concreto del valle del Quípar, y atendiendo a los datos arrojados por algunos yacimientos como el
propio oppidum de Los Villaricos o la necrópolis de El Villar de Archivel, la ganadería fue también una actividad
destacada (Brotóns, 2008; Melgares, 1974: 48-49). No podemos olvidar la proximidad de importantes áreas de
sierra, así como el papel que tradicionalmente ha tenido esta actividad en la comarca (Pérez Picazo, 1993: 13).
También junto a esas actividades agropecuarias, y en ocasiones en conexión con la propia ganadería,
las de tipo artesanal pudieron alcanzar un cierto desarrollo en época ibérica en determinados yacimientos y
especialmente en el oppidum de Los Villaricos. En este sentido recordemos que para ciertos asentamientos del
Sureste se ha apuntado el posible desarrollo de actividades alfareras, textiles y de aquellas relacionadas con el
esparto (Alonso, 2000).
En el valle del Argos, la necrópolis del Villar de Archivel refleja la importancia que tuvieron las actividades
textiles en el marco de la comunidad ibérica enterrada en ella. La presencia de pesas de telar en prácticamente
todas las tumbas documentadas es un claro indicio del papel del trabajo textil en la vida cotidiana de estas gentes
(Brotóns, 2008). En este sentido, y para el periodo ibérico, está documentada la existencia de habitaciones
donde se desarrollaría dicha actividad en el ámbito valenciano (Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011b: 91).
En las zonas de sierra pudieron desarrollarse además de esas actividades pecuarias otras de tipo cinegético
y forestal, como señala Melgares (1974: 45-48), sobre las que disponemos de datos históricos para épocas más
recientes. Así, el ya citado catastro de Ensenada y el diccionario de Madoz señalan la extracción de madera
de las mismas y las posibilidades de caza que éstas ofrecían a los habitantes del entorno (Madoz, 1850 [reed.
1989]: 65 y 70; Pérez Picazo, 1993: 9 y 13). Datos más próximos al periodo de análisis los ofrece Estrabón en
su Geografía (III, 2, 6), donde menciona la importancia de la actividad cinegética entre los pueblos ibéricos
del sur peninsular que, centrada en especies como el ciervo y el jabalí, tuvo un carácter complementario a esa
economía agropecuaria (González, 1984: 199-204; Melgares, 1974: 25-27).
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Todas estas actividades, así como las especies indicadas, han sido además constatadas para el periodo
ibérico en yacimientos próximos al área de estudio, sobre todo en la región valenciana (Iborra, 2004; Moreno
y Quixal, 2009: 116). En cuanto al uso de la madera, está documentado en los propios territorios regionales
para los siglos VII-VI a.C. (García y Grau, 2005).
Para finalizar, queda hacer referencia a los recursos mineros. A diferencia de otras áreas del Sureste
peninsular que ya desde antiguo funcionaron como polo de atracción de los diversos pobladores mediterráneos
por sus riquezas minerales, la comarca del Noroeste no se caracteriza especialmente por la presencia de este
tipo de recursos. Asimismo, ninguno de los yacimientos ibéricos documentados ha ofrecido datos que permitan
plantear una explotación minera en la zona.
En general la mayor parte de ellos se concentra en el curso bajo del Quípar, existiendo también noticias
de la presencia de plomo en el entorno de la pedanía de Zarcilla de Ramos y de cobre en Vélez Rubio, ya
fuera de la provincia. Sólo se han hallado indicios de sal para época moderna, en Zacatín y la Ramona. En el
área de Cehegín hay noticias de la existencia de hierro y datos dudosos, ofrecidos por A. Sánchez Rodríguez,
parecen situar también restos de oro y plata. Por último, en el vecino término municipal de Lorca encontramos
cobre y plomo (Prados, Molina y Álvarez, 1991: 279-280; Sánchez, 1991: 183-189). Entre los yacimientos
comarcales, sólo algunos de cronología altoimperial muestran restos que podamos vincular con algún tipo de
actividad metalúrgica. Únicamente el localizado en la Fuente de la Teja puede remontarse a los siglos II-I a.C.
Éste sin embargo, tras su abandono en el I a.C., y su posterior reocupación en época altoimperial, no volverá
a ofrecer evidencias de dicha actividad (Murcia, 2006).
De este modo, la ausencia de datos que apunten en esta línea en ninguno de los centros analizados para
época ibérica y la escasez de este tipo de recursos en el área de estudio hacen complicado ver en ellos un
elemento destacado en la economía de los núcleos ibéricos de la zona. Únicamente cabría citar en este sentido
la posibilidad, apuntada para el yacimiento de El Cigarralejo, de la presencia de artesanos relacionados con
la fabricación de yeso, que pudo emplearse no sólo para las paredes y esculturas, sino posiblemente en otros
contextos como suelos, muros, paredes, etc.7 (Chapa y Mayoral, 2007: 119).
Una vez completada esa visión del medio y los recursos en época ibérica, y para aproximarnos a la
explotación de todos ellos en este periodo en el valle del Quípar, debemos analizar el carácter de aquellas
tierras localizadas en el entorno más próximo de los asentamientos ibéricos de este sector. El dominio que
dichos centros tendrán sobre ellas y el acceso a las mismas y a los recursos que ofrecieron en cada caso
constituyen dos aspectos esenciales para conocer la base económica de esos asentamientos.
4. ANÁLISIS DEL PATRÓN DE ASENTAMIENTO Y LA EXPLOTACIÓN DEL
ENTORNO EN LOS CENTROS IBÉRICOS DEL VALLE DEL QUÍPAR
Una vez analizados los recursos de este sector regional y los rasgos básicos del patrón de asentamiento de
los núcleos ibéricos documentados, atenderemos de forma más concreta a la relación entre dicho patrón y la
explotación de estos territorios.
Para nuestro estudio hemos partido de los materiales aportados por las distintas prospecciones
arqueológicas desarrolladas en la zona y depositados en el Museo Arqueológico Municipal de Caravaca de la
Cruz. La consulta, revisión y análisis de los mismos, así como los datos proporcionados por los trabajos de
excavación desarrollados en interesantes yacimientos, como El Villar de Archivel y el Cerro de la Ermita de
la Encarnación, nos han permitido documentar un conjunto de más de 20 yacimientos para los siglos IV-III
a.C. en todo el valle.8
7 Concretamente T. Chapa y V. Mayoral indican el caso del individuo enterrado en la tumba 59 de El Cigarralejo. En ésta, la presencia de
numerosas piedras alisadoras y restos de componentes minerales para elaborar pigmentos, como azurita, óxido férrico o minio, podría
interpretarse en esta línea y vincular a dicho personaje con este tipo de actividades (Chapa y Mayoral, 2007: 119).
8 Entre los trabajos de prospección han resultado de especial interés los llevados a cabo recientemente desde la Universidad de Murcia
por el grupo del profesor S. Ramallo en el oppidum de Los Villaricos y en el área arqueológica del Estrecho de las Cuevas.
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Todo lo indicado hasta ahora, y especialmente los aspectos generales que definen la economía ibérica en el
Sureste regional, los rasgos económicos del valle del Quípar y los datos que nos ofrece la decisión locacional
de los distintos yacimientos ibéricos muestran la clara conexión entre el potencial productivo del entorno y la
ocupación del territorio en este periodo. En esta línea, el análisis de las áreas de captación teóricas de dichos
asentamientos (site catchment analysis) constituye un punto de partida fundamental para aproximarnos a esa
explotación del entorno.9 Éstas corresponden a los territorios inmediatos a cada uno de los asentamientos
ibéricos del valle del Quípar, situados a una distancia correspondiente de una hora de camino y en los que
teóricamente se desarrollaron las actividades económicas de los habitantes de dichos centros.
Tomaremos así, como distancia máxima a la que se pueden soportar los costes de desplazamiento y trabajo,
un radio teórico de 5 kilómetros en torno a un determinado yacimiento (Gilman y Thornes, 1985; Higgs y
Vita-Finzi, 1972: 27; Vicent, 1991: 29-117), como se ha señalado también en otros trabajos centrados sobre el
mundo ibérico del sur y Sureste peninsular10 (Mayoral, 2004: 123-167; Santos, 1994; Ruiz Rodríguez, 1987).
A partir de aquí consideramos que resulta ‘antieconómico’ andar, cultivar y volver al poblado en el mismo día
(Cambi y Terrenato, 2004: 235). En el caso del oppidum atenderemos también al área de captación inmediata
de dicho asentamiento, correspondiente a media hora de camino desde el mismo y que aporta también datos
comparativos interesantes.
Sin embargo, antes de analizar esas áreas de captación económica es interesante señalar la distribución
general que presenta el poblamiento ibérico en relación con los suelos del valle y con aquellos sectores que,
como ya indicábamos al comienzo, ofrecerían mayores posibilidades para la actividad agrícola, tanto por su
proximidad a los recursos hídricos como por su potencialidad.
En relación a los primeros, la totalidad de los núcleos ibéricos muestra un claro interés por situarse cerca
de los cauces del Quípar y el Argos, así como también de aquellas fuentes y manantiales comarcales que
pudieron favorecer el abastecimiento de la población y el desarrollo de cultivos de huerta en sus proximidades.
A pesar de esa proximidad, se advierte también la ubicación de aquellos centros más próximos al curso de los
ríos comarcales, a una distancia prudencial de los mismos. Este hecho está en clara conexión con los rasgos
ya citados que definen las precipitaciones en todo este sector, y parece encontrar también claros paralelos con
los asentamientos que se desarrollan en este mismo periodo en el ámbito ibérico granadino más septentrional
(Adroher et al., 1999: 50-51).
Por lo que respecta a los sectores donde se establecen estos centros, se observa que la práctica totalidad
de los mismos se localiza en tierras potencialmente aptas para la agricultura y donde tradicionalmente se han
desarrollado las actividades agrícolas (fig. 2). Sólo determinados casos muy concretos aparecerán situados
próximos a áreas forestales y en zonas donde actualmente predomina una vegetación de tipo herbáceo, cuyos
suelos se definen por una potencialidad prácticamente nula (Alías, 1991: 27-30) (fig. 3).
Sólo dos centros constituyen una excepción a ese patrón general: el oppidum de Los Villaricos y el cercano
yacimiento del Cerro de la Cueva IV. El emplazamiento de ambos así como los rasgos que definen su cultura
material y su papel en el marco del poblamiento ibérico del valle los diferencian ampliamente del resto de los
núcleos documentados. En ambos no fueron precisamente los aspectos económicos ligados a esa explotación
territorial los que primaron, sino aquellos estratégicos y de control, funcionando probablemente el segundo
como punto de apoyo del oppidum en el dominio visual del territorio (López-Mondéjar, 2010) (fig. 4).
Frente a estos dos centros el resto del poblamiento aparece ubicado ocupando aquellas zonas más aptas
para la explotación agrícola, tanto por el carácter de sus suelos como por las escasas pendientes. Estas últimas
constituyen además un factor clave para comprender cómo determinadas zonas próximas al valle y de alto
9 Para el cálculo de dichas áreas de captación atenderemos esencialmente a aquellos aspectos relativos a la movilidad por el territorio,
basándonos en los análisis de costes de desplazamiento a partir de curvas de nivel en isohipsas de 10 metros y considerando aquellas
zonas con pendientes superiores al 20% como áreas menos aptas para la circulación a través de dicho territorio. Somos conscientes
de que junto al peso que tuvo en este sector la orografía, también otros factores pudieron condicionar dicha movilidad. Por ello los
datos aportados no deben tomarse en ningún momento en términos absolutos.
10 A. Ruiz (1987) al analizar el poblamiento en el área del Guadalquivir afirma que la mayor parte de los oppida estudiados alcanza
un área de explotación de 4 kilómetros en torno a ellos, distancia que considera razonable para el desarrollo de las actividades
agropecuarias que constituyeron la base de esos centros.
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Fig. 3. Distribución de los yacimientos ibéricos y de los hallazgos relacionados con las actividades ganaderas y localización
de los sectores forestales y vías pecuarias en el área de estudio.
potencial agrícola no aparecerán ocupadas en este periodo, así como tampoco cuando a partir del II a.C.
veamos un incremento considerable del número de centros agrícolas en todo este sector.
Si atendemos al análisis del área de captación económica de una hora de camino desde los asentamientos
ibéricos, dejando a un lado los dos últimos yacimientos indicados, el estudio de conjunto de todos ellos refleja
que más de la mitad de las tierras a las que estos centros tuvieron un acceso más directo (55%) ofrecen una
potencialidad óptima desde el punto de vista agrario. Dicho porcentaje se eleva hasta el 75% si incluimos
también aquellas de capacidad agrícola media, quedando únicamente un 25% de los territorios del entorno que
presentan una potencialidad nula para las actividades agrarias.
Atendiendo de forma particular a la potencialidad de las tierras situadas dentro del área de captación de
todos y cada uno de esos núcleos ibéricos podemos establecer tres categorías de asentamientos (fig. 5). En
primer lugar, aquellos en los que los suelos no aptos representan una parte mínima no superior al 18% de las
tierras situadas a una hora de camino. En esta categoría queda englobada la mayor parte de los centros ibéricos,
como los emplazados en Las Carrasquicas, el Cabezo de la Fuente de Los Morales, Casa Serrano y Cerro
de Mairena. En el entorno de los mismos el porcentaje de tierras aptas para el desarrollo de las actividades
agrícolas queda establecido respectivamente en torno al 85%, 82%, 85% y 86%.
Frente a ellos se distingue una segunda categoría en la que el porcentaje de tierras no aptas es superior al 33%.
En estos asentamientos se observa en cambio la ausencia de tierras de potencialidad media, correspondiendo
el resto del territorio englobado en dicha área de captación a sectores de potencialidad óptima que pudieron
compensar la mayor extensión de esas tierras menos aptas. Como ejemplos quedan en esta categoría los
núcleos emplazados en Era Alta (77% de las tierras con capacidad óptima frente al 33% de capacidad nula),
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Fig. 4. Localización y cuenca visual del Cerro de la Cueva IV y de Los Villaricos.
la Tenada del Cortijo de Pulpite (63% de las tierras con capacidad óptima frente al 37% de capacidad nula),
la Loma de la Casa Nueva (40% de capacidad óptima frente al 46% de capacidad nula) y la Loma del Cortijo
de Pulpite (66% de las tierras con capacidad óptima frente al 34% de tierras no aptas). La mayor parte de
ellos se sitúa en el sector de altiplanicies más meridional del área de estudio, caracterizado por el amplio
desarrollo de los secanos, sobre todo de los cereales y especialmente de la cebada, cultivo predominante en
este sector y, como vimos, ya documentado desde época ibérica (Cuadrado, 1985: 74; González, 1983: 35-38).
Su localización coincide además con el trazado del eje hacia tierras andaluzas que, a través de dicho sector,
alcanza el entorno de Almaciles (Granada) y del oppidum localizado en Molata de Casa Vieja (Adroher y
López, 2004: 97-110; Adroher et al., 2008).
Tanto los asentamientos encuadrados en esta categoría como los de la anterior se localizan además en las
proximidades de alguna de las fuentes comarcales, por lo que junto al desarrollo de los cultivos de secano cabe
pensar también en un cierto desarrollo de los regadíos en aquellas zonas más próximas a esos manantiales o
al cauce del río (fig. 2).
Finalmente se observa una tercera categoría de yacimientos en los cuales su propio emplazamiento
condiciona el carácter de las tierras del entorno. En ellos, si bien los sectores de potencialidad agrícola óptima
y media alcanzan valores del 50%, también los suelos de potencialidad nula se sitúan alrededor de este
porcentaje. Se trata concretamente de los dos yacimientos que, como hemos indicado, ofrecen un carácter
diverso al resto de esos núcleos ibéricos del valle: el oppidum de Los Villaricos y el Cerro de la Cueva IV (fig.
4). El primero, en tanto que centro principal, debió completar su economía con las posibilidades que le ofreció
su propio emplazamiento, dominando la principal ruta de comunicaciones hacia tierras andaluzas. El segundo
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Fig. 5. Potencialidad agrícola de los suelos localizados a una hora de camino de algunos de los principales centros ibéricos
del valle del Quípar.
constituyó un punto de control de aquellas tierras más alejadas del control directo desde el oppidum con el
que estuvo en cambio visualmente conectado y junto al que desempeñó un claro papel estratégico en el valle.
De este modo, el emplazamiento y las posibilidades económicas de esos núcleos ibéricos del valle los
definen como centros que desarrollaron, en su mayoría, una economía de importante base agrícola. Ésta,
basada en las ricas tierras del entorno y favorecida por la proximidad de dichos centros a los cauces fluviales
y manantiales, varió probablemente en el tipo de cultivos dependiendo de la potencialidad agrícola de esas
tierras. Así, mientras en algunos asentamientos los regadíos pudieron alcanzar un mayor desarrollo, en otros
serán los secanos los cultivos más aptos y especialmente, como indicábamos, los cereales.
Junto a la cebada, también los frutales y el trigo, cultivos que vemos desarrollarse tradicionalmente en toda
la cuenca del Quípar, pudieron estar presentes en esos sectores agrícolas (Alías, 1991: 46; Madoz, 1845-1850
[reed. 1989]: 66; Prados, Molina y Álvarez, 1991: 278-279). Asimismo cabe señalar también los cultivos
de hortalizas y verduras, especialmente en aquellas tierras más próximas al cauce del río que ofrecieron
las condiciones necesarias para una buena irrigación (Chávez et al., 2002: 36-45; Melgares, 1974: 25-27;
Prados, Molina y Álvarez, 1991: 278-279). Si bien esos cultivos hortícolas ocuparon extensiones mucho
más reducidas que las que ocupan actualmente en este sector, es importante valorar su papel en la economía
de estos asentamientos. Sobre el mismo nos informan no sólo las propias fuentes11 sino también, y muy
11 Así aparece reflejado en las menciones a esta zona del Sureste peninsular de autores como Plinio el Viejo, Estrabón (Geografía III, 4, 16)
y Varrón, como ya indicamos al referirnos a los posibles recursos agrícolas de la comarca.
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especialmente, los datos documentados en yacimientos ibéricos próximos a este sector y en muchos de los
localizados en el levante y Sureste peninsular (Alonso, 2000: 29; Chávez et al., 2002: 90-95; Hernández, 1995:
184-185; Martínez y Muñoz, 1999: 36; Uroz, 1999: 75).
El cultivo del viñedo y el olivar está también documentado en la agricultura ibérica del Sureste y, en época
romana, en el área de estudio. En el caso del olivo, los propios hallazgos documentados en distintos yacimientos
del valle del Quípar y del entorno reflejan su explotación, constatada como indicábamos en otros yacimientos
almerienses y valencianos para momentos previos a estas centurias (Gómez, Guérin y Pérez, 1993; López Castro,
2003: 97). Así, por ejemplo, M. San Nicolás señala la aparición de un molino circular que define como de aceite
durante las excavaciones en la necrópolis de Casa Nieves, sobre el que sin embargo no ofrece más datos (San
Nicolás 1987: 181-182). Del mismo modo, también en el poblado de Los Molinicos destaca el hallazgo de ánforas
con un posible contenido oleoso y de caliciformes utilizados como lamparillas con mariposas, frecuentes en los
últimos momentos del poblado y, en especial, desde la segunda mitad del V a.C. (Lillo, 1993: 59-71). Quizás el
mejor ejemplo de la importancia del cultivo y la explotación del olivar en el área de estudio lo encontramos ya
en el periodo altoimperial en la instalación oleícola documentada en la Fuente de la Teja, próxima al área del
Estrecho de las Cuevas donde se sitúa el oppidum de Los Villaricos (Murcia, 2006: 185-212).
Por lo que respecta al viñedo, cultivo tradicional en el Sureste y en este sector murciano, se ha documentado
también en yacimientos del levante peninsular para época ibérica. Concretamente en La Bastida de les
Alcusses, en tierras valencianas, se han hallado restos de semillas de vid y corquetes para la vendimia (Pérez
et al., 2011: 101).
Esa economía agrícola se vio completada con actividades de diverso tipo, como las relacionadas con la
explotación forestal, las de tipo artesanal y sobre todo las pecuarias (Cuadrado, 1985: 74-75). Éstas últimas
debieron ser especialmente importantes en aquellos centros más próximos a los sectores montañosos que
rodean el valle y en los que las tierras de potencialidad nula representaban un destacado porcentaje dentro de
su área de captación.
En relación con esas actividades ganaderas basta observar la propia distribución del poblamiento ibérico
comarcal y su clara conexión con las vías pecuarias tradicionales en todo este sector (Fairén et al., 2006) (fig.
3). Asimismo, casos como el de la necrópolis del Villar de Archivel, una de las pocas excavadas en la zona de
estudio, muestran la importancia de la ganadería dentro de la base económica de determinados centros. En este
yacimiento, como indicábamos, la aparición de numerosas pesas de telar en prácticamente todas las tumbas
excavadas así como el hallazgo de herramientas relacionadas con la cría de animales y el trabajo textil, son
claros ejemplos de ello (Brotóns, 2008; Melgares, 1974: 48-49). También resulta interesante en este sentido
el papel del área situada al norte del Estrecho de las Cuevas como zona de cría de ganado, cuestión que han
planteado algunos autores en conexión con la interpretación de los relieves de équidos localizados en las
proximidades del yacimiento romano de la Casa del Guarda (Marín y Padilla, 1997: 461-494; San Nicolás,
1983-1984: 277-279).
Por otro lado, la vinculación de muchos de los centros documentados (como la Loma de la Casa Nueva,
El Villar, el Cabezo de la Fuente de Los Morales, Casa Serrano y la Casa de Mairena, entre otros) con el eje
de comunicaciones que supone el propio valle del Quípar y la aparición de importaciones áticas en aquellos,
como en la necrópolis de La Poza o en el propio Villar de Archivel, muestra también el papel jugado por los
intercambios en la economía de estos asentamientos. Baste recordar en esta línea el hallazgo del conocido
centauro de Los Royos en las proximidades de la rambla de Tarragoya, en la cuenca alta del Quípar, reflejo
de la presencia de productos relacionados con el comercio griego en toda esta zona ya desde el siglo VI
a.C. (Melgares, 1991-1992). Esos intercambios no se redujeron sin embargo a productos de lujo, sino que
englobarían también la propia producción agrícola. En este sentido, no podemos olvidar que los cereales se
convertirán en importantes protagonistas del comercio mediterráneo a partir del siglo IV a.C. (Adroher, Pons y
Ruiz, 1993; Gracia, 1995). Junto a ellos, otros posibles productos de intercambio en todo el Noroeste pudieron
ser los derivados de la explotación ganadera, tales como pieles y leche (Iborra, 2000: 88 y 2004: 323; Pérez
Picazo, 1993: 139).
Así, también esas actividades secundarias y artesanales completaron la economía de los centros ibéricos
del valle, a las que debemos sumar la explotación de las áreas de bosque próximas a muchos de ellos. En
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este sentido, y si bien es cierto que ninguno de los núcleos ibéricos aparece emplazado en zonas de carácter
forestal, también lo es que un amplio número de ellos presenta un acceso rápido a las mismas, situadas en
muchas ocasiones a menos de una hora de camino desde aquellos (fig. 3). Como hemos señalado, estas áreas
desempeñarían también un papel destacado en la economía de dichos asentamientos. Así, aunque quedan
incluidas entre esos sectores de potencialidad agrícola nula, ofrecieron a los habitantes de esos centros recursos
de otro tipo (esparto, caza, madera, zonas de pasto, etc.).
Frente a todos esos núcleos rurales, y al margen del Cerro de la Cueva IV cuyo carácter estratégico y patrón
de asentamiento lo diferencian claramente de aquellos, queda el oppidum de Los Villaricos. Los rasgos que
definen su emplazamiento y, como hemos visto, las tierras de su entorno, lo presentan como un centro que
merece un interés especial y un análisis más concreto dentro del poblamiento del valle.
5. ANALIZANDO EL CASO DEL OPPIDUM EN EL MARCO ECONÓMICO
DEL VALLE
Situado a la cabeza del poblamiento desde el siglo IV a.C. y hasta época altoimperial, y vinculado al conocido
santuario del Cerro de la Ermita de La Encarnación, el yacimiento de Los Villaricos ocupa un lugar privilegiado
en el valle del Quípar, emplazándose en una plataforma amesetada de unas 7 ha de extensión (Brotóns, 1995:
p. 251, nota 11).
Los recientes trabajos de prospección desarrollados por la Universidad de Murcia en el mismo, tanto en el
interior como en el exterior del área delimitada por la muralla que cierra el poblado por su parte más accesible,
han permitido confirmar la cronología que aportó inicialmente la necrópolis del mismo, situando el inicio de
su ocupación en torno a mediados de esa cuarta centuria (López-Mondéjar, 2010).
El área teóricamente ocupada por el poblado propiamente dicho se caracteriza actualmente por el
predominio de una vegetación de tipo herbáceo y suelos que, por sus características, ofrecen una nula
potencialidad agrícola. A ello cabe sumar además la propia pendiente de este sector, que dificulta el desarrollo
de las actividades agrarias, ofreciendo sin embargo importantes defensas naturales y una posición dominante
en el valle. Debemos recordar en este sentido que el Estrecho de las Cuevas constituye un punto clave en el
mismo, con un especial valor estratégico del que nos informa su ocupación ya desde época prehistórica.
El resto del área de captación del oppidum, por el contrario, se caracteriza por pendientes suaves y más
moderadas, es decir inferiores al 15%, y en gran parte incluso al 8%, motivo por el cual una vez salvada
la media hora de camino desde el poblado el acceso a las tierras del entorno resulta mucho más rápido. En
cualquier caso, lo que sí se advierte es la necesidad de los habitantes de este centro de desplazarse más de 30
minutos para acceder a aquellos sectores más aptos desde el punto de vista agropecuario (fig. 6).
En su conjunto los suelos de mayor capacidad agrícola ocupan un 61% de las tierras situadas en el área
de captación del oppidum, quedando aproximadamente un 39% de ellas caracterizadas por suelos de escasa
o nula potencialidad (fig. 7). Los primeros se extienden en todo el sector localizado al sur y al oeste del
yacimiento, en una zona, como indicábamos, rica en recursos hídricos y con terrenos suaves que han favorecido
tradicionalmente la ocupación y explotación de esta zona.
Si observamos el mapa de usos actuales del suelo en dicha área, esos porcentajes coinciden con la extensión
de las tierras agrícolas en el entorno del yacimiento (fig. 8). Entre los cultivos que se desarrollaron en esos
sectores podemos pensar nuevamente en la importancia de los cereales (Brotóns, 1995: 349; San Nicolás,
1995: 39; Serrano y González, 1985: 24-27). Su utilización para la elaboración de cerveza y pan está además
documentada a través de algunos de los recipientes y restos hallados en el oppidum y el santuario vinculado
a él, así como en los molinos documentados en otros núcleos ibéricos del valle (Brotóns, 1995: 272-273;
Cuadrado, 1945: 127-134; González, 1984: 199-202; Melgares, 1974: 48-49; San Nicolás, 1995: 24-40).
Por otra parte, y dentro de ese 39% de sectores de capacidad nula para el cultivo, una cuarta parte aparece
actualmente ocupada por zonas de carácter forestal, en las áreas montañosas vecinas al emplazamiento del
oppidum (fig. 8) (Rivera y Obón, 1991: 135-141). Éstas, cuya extensión como apuntábamos sería aún más
amplia en época protohistórica, constituyeron también un sector de especial interés para la economía de dicho
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Fig. 6. Isocronas de 10 minutos dentro del área de captación económica de 1 hora del oppidum y localización de los
yacimientos ibéricos en su entorno.
asentamiento como se ha constatado en otros centros ibéricos del sureste y sur peninsular (Chapa, Pereira y
Madrigal, 1999: 83-86; Chávez et al. 2002: 36-45; Martínez y Muñoz, 1987: 167-169; Sánchez, 1982). Los
habitantes del oppidum obtendrían de ellas variados recursos, tales como madera, leña y elementos vegetales
utilizados para la construcción de las viviendas, plantas de todo tipo, hierbas aromáticas, medicinales, así
como amplias posibilidades de caza (Cuadrado, 1985: 74; González, 1984: 199-202; Madoz, 1845-1850 [reed.
1989]: 70; Melgares, 1974: 25-27 y 48-49; Prados, Molina y Álvarez, 1991: 279-280). En este sentido cabe
recordar el soliferreum hallado en 1970 en el entorno del área del Estrecho, arma que determinados autores
han vinculado no sólo a una función defensiva sino también a la práctica de esas actividades cinegéticas
(Melgares, 1974: 48-49).
Junto a esos sectores forestales y dentro también de esas zonas de potencialidad agraria escasa o nula, no
podemos olvidar la posibilidad de que también en estas tierras se desarrollase una actividad agraria a menor
escala o bien que estuviesen dedicadas a la explotación de otro tipo de recursos (esparto, pastizal).
Como complemento a las actividades agropecuarias y a esa explotación forestal, y como veíamos en
determinados centros del valle, también en el oppidum pudieron desarrollarse otro tipo de actividades. Ya
hemos señalado la producción textil en el área de Archivel, junto a la que no podemos descartar el desarrollo
de otras, para las que tenemos evidencias en diversos yacimientos de la comarca y zonas próximas, como la
alfarería (documentada ampliamente en el vecino valle del Guadalentín para estos momentos, y ya desde el
VI a.C. con la aparición de diversos hornos de alfarero y testares en el Cerro del Castillo –Gallardo, González
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Fig. 7. Potencialidad agrícola de los suelos en el área de captación teórica de Los Villaricos.
y Oteo, 2007: 138-139; Martínez, 1996: 151-154–), la carpintería (aprovechando la riqueza forestal del
entorno), la industria del esparto o el curtido de pieles (en conexión con las actividades cinegéticas y ganaderas
señaladas) (Cuadrado, 1985: 74; Pérez Jordá et al., 2011: 124-136).
Los entornos tan distintos que comprende el área de captación teórica de Los Villaricos proporcionaron así
a los habitantes de este centro un acceso a diversos y variados recursos. Nos encontramos de este modo ante
un modelo económico característico también de otros oppida del Sureste y levante peninsular en el que las
actividades agropecuarias se completaron con otros muchos recursos a los que esos asentamientos pudieron
acceder sin demasiadas complicaciones (Lillo, 1981a; Grau 2004: 65-67). Así sucede por ejemplo en el área
alicantina de los valles de Alcoy. Aquí los poblados ibéricos documentados comparten el acceso a una amplia
variedad de recursos que les permitiría completar aquellos obtenidos de las actividades agropecuarias, base
fundamental de su economía (Grau, 2002: 153-154).
Por último es fundamental valorar también el papel que desempeñarían los intercambios en la economía
del oppidum. La aparición de importaciones áticas entre los materiales recuperados en la necrópolis del mismo
apuntan en esta línea (García, 1992), hecho al que cabe sumar el papel principal que Los Villaricos desempeñó
en la articulación y el control del territorio y del poblamiento en el valle. Situado a la cabeza de estas tierras y
residencia de la elite indígena residente en las mismas debió funcionar con toda probabilidad como un punto
de intercambio destacado en la ruta hacia Andalucía (López-Mondéjar, 2009 y 2010).
No pretendemos aquí analizar dichos ejes viarios, cuestión ya abordada en otro trabajo (López-Mondéjar,
2009), basta simplemente subrayar la importancia de la ruta del Quípar entre los siglos IV a.C.-I a.C. como eje
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Fig. 8. Posibles usos del suelo en el área de captación teórica del oppidum y distribución de los manantiales documentados
en este sector del valle del Quípar.
de comunicaciones de todo este sector y como vía de enlace entre el levante peninsular y las tierras andaluzas.
De este hecho se beneficiarán los asentamientos ibéricos de la zona y muy especialmente el oppidum de Los
Villaricos, que logrará así no sólo un control directo sobre el valle y ese poblamiento sino también sobre la
circulación a través de dicha ruta.
6. ECONOMÍA Y POBLAMIENTO IBÉRICO EN EL NOROESTE MURCIANO
DURANTE LOS SIGLOS IV-III A.C.
Atendiendo a todo lo señalado, el panorama que ofrece el valle del Quípar durante los siglos IV-III a.C. lo
define esencialmente como un territorio articulado en torno al núcleo de Los Villaricos. En este sentido, su
vinculación con el destacado santuario localizado en el Cerro de la Ermita de La Encarnación funcionará
también, como se ha señalado para otros ámbitos ibéricos, como un elemento más de consolidación del
poder de dicho centro en el marco del valle (Ruiz y Molinos, 2002: 293). Éste, actuará así como cabeza del
poblamiento y de la explotación territorial y a él quedarán vinculados económicamente los demás núcleos
ibéricos documentados en la zona.
Si observamos el área de captación económica del oppidum, un aspecto que llama la atención es el hecho
de que prácticamente ninguno de los centros ibéricos y demás yacimientos que vemos ocupados durante los
siglos IV-III a.C. se localiza en la amplia zona que queda englobada en esta área. Se trata de una cuestión
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similar a la que vemos también en otros oppida del Sureste, como es el caso de las Cabezuelas de Totana o del
vecino Cerro del Castillo de Lorca. En el entorno de este último no tenemos constancia, al menos hasta finales
del III a.C., de la presencia de ningún asentamiento que pudiese estar explotando las ricas tierras que definen
este sector del valle del Guadalentín. En el caso del núcleo lorquino no podemos descartar que ese aparente
vacío se deba a la necesidad de trabajos más intensos de prospección, especialmente si tenemos presentes
las avenidas de dicho río. A pesar de ello, otra de las posibilidades que se plantea, y que tiene un mayor peso
en el caso de Los Villaricos, es que se trate de un auténtico vacío poblacional. En este sentido debemos ver
en esa zona más próxima al oppidum un área económicamente vinculada a dicho centro y explotada por sus
habitantes.
En cualquier caso, resulta llamativo el hecho de que ninguno de los yacimientos ibéricos localizados en
este sector comarcal quede dentro de su área de captación. El único centro que lo hará será la necrópolis
de Casa Nieves, de cronología tardía y situada próxima al límite temporal de una hora establecido (San
Nicolás, 1987) (fig. 6). Los restos recuperados en la excavación de la misma se limitaron a un molino,
determinados fragmentos de cerámica ibérica documentados en superficie en el entorno del yacimiento y
tres tumbas de incineración de las que sólo dos aportaron materiales, en su mayoría armamento ibérico. Este
último según su excavador permitiría fechar dichas sepulturas en los siglos III-II a.C. Parece que, según
los vecinos de la zona, también se hallaron en las inmediaciones de la necrópolis sepulturas de inhumación
y grandes recipientes, aunque actualmente no contamos con ningún dato que lo confirme. Los últimos
estudios parecen ampliar el periodo de utilización de la necrópolis hasta el siglo IV a.C., coincidiendo
así cronológicamente con el oppidum (García, 1992: 327; Haber, 2005: 260; Ramallo, 1991: 39-65; San
Nicolas, 1987 y 1995).
La presencia de esta necrópolis, que no aparece vinculada con el núcleo de Los Villaricos, indicaría la
existencia de un establecimiento rural en las inmediaciones con esa misma cronología. Dicho centro instalado
en las cercanías de ese núcleo poblacional mayor, lograría así una explotación más directa sobre las ricas
tierras de este sector cercano al río. Si atribuimos a Los Villaricos un control directo sobre esos territorios
más próximos a él, éste debió englobar también a dicho centro. Del mismo modo, el panorama que reflejan
otros sectores ibéricos próximos nos llevan a ampliar dicho control no sólo sobre los núcleos más próximos al
oppidum sino sobre todo ese poblamiento localizado en el valle.
En relación con esta cuestión es interesante el proceso que, desde el siglo IV a.C., se observa en las vecinas
tierras andaluzas, y más concretamente en el valle del río Fardes. En éste se ha documentado la aparición de una
serie de establecimientos menores, todos ellos vinculados al oppidum de El Forruchu, en los que se advierte el
predominio de las actividades ganaderas sobre las agrarias (Adroher et al., 2008: 121-127; González, Adroher
y López, 1999: 163). Asimismo, en el área de Bugéjar y Almaciles, en los territorios granadinos más cercanos
a la zona de estudio, surgen en estas mismas fechas numerosos pequeños asentamientos muy próximos a las
zonas de alta rentabilidad agrícola, en las que se desarrollaría una explotación controlada desde los núcleos
principales (Adroher y López, 2004: 110; Adroher et al., 2000: 175-176).
En el ámbito levantino, contamos también con distintos modelos de control y explotación en los que se
observa esa relación entre los oppida y los centros localizados en el territorio vinculado a aquellos. Ejemplo
es el núcleo instalado en La Alcudia el cual debió controlar en gran medida la línea de costa y el tránsito
de mercancías por esta área a través de una serie de establecimientos menores, situados en posiciones más
avanzadas (Abad, 2004: 73). Asimismo, durante el siglo III a.C. un proceso similar se observa en otra zona
del mundo ibérico alicantino, en la que el núcleo instalado en La Serreta ejercerá un claro dominio sobre los
restantes asentamientos localizados en el territorio de Alcoy (Grau, 2003: 59-61 y 2005: 83-84).
Volviendo al caso de estudio, son distintas las cuestiones que se plantean si el centro asociado a esa
necrópolis explotó aquellas tierras más lejanas al oppidum y a las que sus habitantes tendrían una menor
accesibilidad, o si en cambio debemos ver en él un núcleo directamente vinculado desde el punto de vista
económico al poblado de Los Villaricos.
El panorama que encontramos en el valle del Quípar es muy similar a los indicados para esas otras áreas
ibéricas, definido por el control territorial ejercido desde el oppidum. En las tierras vinculadas a dicho núcleo
toda una serie de pequeños establecimientos rurales, como el señalado, desarrollaron una explotación de tipo
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agropecuario favorecidos por la riqueza natural de la comarca y por el propio cauce del Quípar, convertido
en eje de comunicaciones fundamental en este periodo (López-Mondéjar, 2009). La ausencia de elementos
destinados a la defensa en esos centros, su emplazamiento en sectores de fácil acceso y su localización,
dominada visualmente desde dicho oppidum, responden a un territorio articulado desde Los Villaricos que
garantizaría la seguridad de esos centros rurales y la explotación de esas tierras (fig. 4). De este modo, y
al igual que en esos otros ámbitos ibéricos, podríamos apuntar también para el valle del Quípar un modelo
similar, marcado por el control tanto territorial como económico del oppidum sobre esos núcleos secundarios
dispersos por el valle. Aun así, sólo nuevos trabajos de campo en esta línea pueden precisar más la conexión
que pudo existir entre los distintos centros localizados, permitiendo profundizar sobre cuestiones como el
posible papel redistribuidor de Los Villaricos en el valle o el modo en el que pudo plasmarse esa conexión
económica entre los distintos centros.
7. CONCLUSIONES
Tras todo lo indicado, nos encontramos con un panorama que no difiere de los modelos propuestos para el
área ibérica granadina. El valle del Quípar aparece así ocupado a partir del siglo IV a.C. por toda una serie
de centros rurales definidos por una economía básicamente agropecuaria. En ésta, junto a las actividades
agrícolas favorecidas por la riqueza de las tierras del entorno, la ganadería adquirió un peso importante así
como las actividades relacionadas con la misma, como el trabajo textil (Brotóns, 2008; Iborra, 2000: 88 y
2004: 178). La explotación agrícola tuvo en el área un doble carácter, dependiendo de la localización de cada
uno de dichos centros, tal y como se observa también en el área alicantina (Grau, 2004: 65-67). En aquellos
más próximos a los sectores aptos para el regadío se desarrollaría una explotación de tipo intensivo, similar
a la que encontramos en estos momentos en la campiña de Jaén (Chapa y Mayoral, 2007: 190-191). En los
núcleos más alejados del curso del Quípar la explotación adquirió un carácter extensivo. En el entorno de
dichos asentamientos predominarían los secanos, como ocurre en el vecino ámbito ibérico granadino (Aguayo
y Salvatierra, 1987: 233-235) y en el valenciano (Moreno y Quixal, 2009: 116).
Del mismo modo, tal y como vemos en otros centros del ámbito levantino y la Alta Andalucía para estos
momentos (Aranegui, 1998: 9; Chapa y Mayoral, 1998: 73; Martínez y Muñoz, 1999: 71-75; Mayoral, 1996:
243; Moratalla, 2005: 103), también los intercambios jugaron un papel destacado en la economía de estos
valles murcianos, especialmente en la del oppidum (Brun, 2001: 34-35 y 38-41; Lillo, 1981a: 76-77 y 1985:
277-278; Santos, 1994: 46-47).
La agricultura fue asimismo la base fundamental de la economía de este último, y a ella se destinarían la
mayor parte de las fértiles tierras ubicadas en su entorno (González, 1983: 35-38). Dichos territorios ya no
sólo por su extensión, sino también por su capacidad productiva, generarían además un excedente que pudo
ser almacenado, como se ha documentado en yacimientos del cercano territorio valenciano como Kelin o La
Bastida de les Alcusses (Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011b y 2011c: 247-251; Bonet, Mata y Moreno, 2007: 257;
Mata et al., 2010: 40 y 44), redistribuido y comercializado a través de los ejes que cruzan esta área y en los que
el oppidum jugó también un papel esencial. Junto a las agrícolas, otras actividades pudieron desarrollarse como
veíamos en el entorno de este asentamiento, sirviendo de complemento a las primeras. Todas ellas dieron lugar a
una economía en la que a pesar del predominio de la agricultura los recursos serían abundantes y variados. Si a
ello añadimos otros rasgos que caracterizan la ubicación de Los Villaricos, como la cercanía al Quípar, importante
recurso hidrológico y al mismo tiempo vía natural de comunicación, resulta fácil comprender la continuidad de
este centro desde el siglo IV a.C. hasta época romana, así como su importancia a nivel comarcal y su desarrollo.
Así, su emplazamiento proporcionó a este centro interesantes ventajas económicas, dominando el eje natural
de comunicación entre la costa, el Segura y las tierras andaluzas. Ese control sobre las vías de comunicación
define también a otros núcleos ibéricos del sur peninsular, como el instalado en Tutugi, ya en tierras andaluzas
(Adroher y López, 2002; Aguayo y Salvatierra, 1987: 235-236). En el caso de Los Villaricos su situación, en
un tramo como es el Estrecho de las Cuevas en el que el paso estuvo controlado en todo momento por dicho
asentamiento, ha llevado incluso a proponer en alguna ocasión el posible desarrollo de una actividad aduanera,
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cuyos beneficios le proporcionarían recursos y excedentes que completarían así esa economía agropecuaria
(Brotóns, 1995: 271-272).
Frente a ese panorama descrito para los siglos IV-III a.C., hay que esperar a las centurias siguientes para
advertir un nuevo desarrollo de la explotación en todo el valle. A partir del II a.C. y sobre todo ya en época
imperial, veremos establecerse a lo largo de todo el valle toda una serie de establecimientos rurales menores
que ocuparán incluso aquellos sectores no explotados durante el periodo ibérico. Estos nuevos establecimientos
contribuirán a ampliar la explotación de los variados recursos del valle, localizándose además ya algunos de
ellos en el entorno más próximo al oppidum, que continuará ocupado durante este periodo. Ejemplo de ello es
el establecimiento de Casa Muso, situado dentro del área de captación de aquél.
No se trata sin embargo de un proceso similar al que se desarrolla en el entorno rural de Carthago Nova y
que supuso la instalación de gentes itálicas en estas tierras. Este fenómeno no parece observarse en el Noroeste
murciano donde los nuevos establecimientos que surgen en el tránsito de los siglos III-II a.C. tuvieron todavía
un carácter plenamente indígena (Brotóns, 1995; Muñoz, 1997: 54-56; Ruiz, 1995).
Inevitablemente en el valle del Quípar hay que mirar a lo que está sucediendo también en esos momentos en
el Santuario de La Encarnación. Es ahora cuando comienza la transformación edilicia del mismo, dentro de un
proceso de atracción y promoción de las élites indígenas por parte del mundo romano similar al documentado
en algunas zonas itálicas (Brotóns y Ramallo, 1994; Ramallo, 1991: 39-65; Ramallo y Brotóns, 1997).
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