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Los primeros asentamientos fenicios en las costas de la Península Ibérica
Hermanfrid Schubart
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ARCHIVO DE PREIDSTORIA LEVANTINA
Vol. XX (Valencia, 1990)
HERMANFRID SCHUBART
(Instituto Arqueológico Alemán)
LOS PRIMEROS ASENTAMIENTOS FENICIOS EN LAS COSTAS
DE LA PENÍNSULA IDÉRICA (*)
Querido colega y amigo Enrique Pla, señoras y señores:
«Los primeros asentamientos fenicios en las costas de la Península Ibérica» son el
primer impacto histórico de varias olas de influencias sucesivas, casi todas provenientes del Mediterráneo Oriental, que comienzan a hacerse visibles ya con los primeros
agricultores del Neolítico y desde entonces no se han interrumpido. Pero al contrario de
las anteriores olas de influencia, los fenicios entran de lleno en el escenario de la Historia, convirtiéndose en los primeros colonizadores históricos de la Península Ibérica.
Junto con ellos aparece la escritura, y con ello se da por concluida en la Península Ibérica la Prehistoria propiamente dicha, dando paso a la así llamada Protohistoria.
El tema que he elegido para hoy, y que trata de los comienzos de la Protohistoria en
el suelo de la Península Ibérica, está en relación directa con el motivo que nos reúne
hoy en este sitio. El homenajeado, nuestro querido amigo Enrique Pla, ha dedicado largos años de su fructuosa labor en la arqueología valenciana, a la investigación de numerosos temas y yacimientos arqueológicos, haciendo incansablemente acopio de material y aportando soluciones decisivas a numerosas preguntas abiertas a la
investigación. Donde, sin embargo, han sido mayores sus méritos, es en el campo de la
Protohistoria, donde llevó a cabo excavaciones y publicaciones de poblados ibéricos. Por
todo ello se ha hecho merecedor de nuestro profundo agradecimiento, del que queremos
dejar constancia aquí en esta reunión.
Resulta, pues, significativo que aunque Enrique y yo nos conocíamos desde hace
casi treinta años, nuestras relaciones amistosas se hicieran más estrechas a raíz de la
(• ) Conferencia pronunciada en ol acto de homeru>je a Enrie Pla i Balleeter, el dfa 21 de abril de 1988 en el Centro Cultural de la Ceja
de Valencia.
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visita a un poblado ibérico, donde coincidimos con Domingo Fletch er y Miguel Tarradell, que seguramente recordarán aquella memorable excursión, que nos llevó hasta el
alto de Benimaquia y el Pico del Aguila en el Montgó, cuyas fortificaciones ibéricas est aba yo entonces excavando. Después de haber inspeccionado todas las murallas subimos, por fin , por el otro lado del Montgó hasta la gran cueva. Como anécdota quisiera
añadir que el día fue muy caluroso y que Enrique Pla llevaba zapatos nuevos que le
molestaban bastante. Pero a pesar de este inconveniente, pudimos verlo todo con detenimiento y terminamos el día con una agradabilísima reunión, que habrá quedado en el
recuerdo de todos los participantes. A partir de entonces hemos visitado juntos numerosos museos y yacimientos arqueológicos, hemos participado juntos en muchos congresos, escuchando y discutiendo sobre nuestras respectivas conferencias, y cuanto mayor
era el enfrentamiento científico, más alegres serían después las reuniones amistosas al
final del día. Volviendo la vista al pasado, muchos de los participantes -igual que yorecordamos con agradecimiento aquellas vivencias enriquecedoras tanto en el sentido
científico como en el humano, y la cordial amistad que nos une con Enrique Pla.
Pero como yo no soy el encargado de pronunciar la laudatio, quisiera, antes de volver a mi tema inicial, saludar al amigo Enrique Pla en un sentido muy especial, es decir, en su calidad de Miembro Correspondiente del Instituto Arqueológico Alemán, que
se honra de poderlo contar entre sus miembros. Ya con mis dos predecesores Helmut
Schlunk y Wilh elm Grünhagen mantenía Enrique Pla las mismas buenas relaciones
científicas y personales, que extendía igualmente a los colaboradores de la delegación
que el Instituto Arqueológico Alemán posee en Lisboa, como en general a todos los arqueólogos, historiadores y lingüistas de mi patria. Aunque Enrique Pla es valenciano y
español con todo su ser, nunca puso fronteras científicas o humanas que hubieran podido limitar la colaboración o las relaciones amistosas con otros. Es internacional en el
mejor sentido de la palabra, a pesar del amor -o mejor dicho por el amor- que siente
por su t ierra. Un signo característico de estas circunstancias es tal vez mi presencia
hoy aquí y el hecho de que pueda dirigirles la palabra, un honor que agradezco a aquellos que tuvieron la idea de invitarme y traerme aquí, brindándome así la ocasión de
homenajear especialmente a un miembro del Instituto Arqueológico Alemán, pero que
al mismo tiempo me permiten ampliar este estrecho margen hasta los límites de la comunidad de los científicos internacionales, en cuyo nombre me creo en el derecho de poder saludar a Enrique Pla como a uno de sus miembros más meritorios.
Ahora permítanme que vuelva del ámbito prehistórico de nuestras relaciones científicas y amistosas a mi tema protohistórico, en este caso los fenicios. Ellos constituyen,
en efecto, el ejemplo característico de una cultura protohistórica . Es cierto que las
fuentes históricas nos hablan de su presencia en las costas hispánicas. Según la tradición histórica - aunque ésta parece más bien mitológica- creíamos saber que los fenicios están presentes, desde 1104/3 a .C., en Gades, que supuestamente fue fundado por
Tiro, desde el Oriente Próximo.
Gades estaba ubicado en un islote, en posición protegida y considerada por los fenicios como ideal, aparte de encontrarse frente a un «hinterland» densamente poblado y
rico, cuyo acceso estaba garantizado por el río Guadalete y, algo más al norte, por el
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Guadalquivir. La superficie urbana no ha aportado hasta ahora ningún hallazgo que
hubiera confirmado la fecha tan temprana que nos transmiten las fuentes escritas.
Salvo alguna que otra pieza aislada, tampoco se han encontrado hallazgos procedentes
de los siglos VIII/VII. No obstante, en vista de que últimamente la investigación en Cádiz se está intensificando, se espera poder descubrir hallazgos y tumbas pertenecientes
a dicho período.
El yacimiento de Torre de Doña Blanca, Puerto de Santa María, que está situado
enfrente, en la entonces mucho más extendida bahía de Cádiz, es el vivo reflejo de todo
aquello que la cultura de Gades era entonces capaz de ofrecer. De momento debemos
contentarnos con este reflejo, hasta que nuevos descubrimientos en la misma Cádiz
aporten otros datos desconocidos.
Cuando los comerciantes fenicios llegaban a estas costas ajenas, para allí establecerse, elegían siempre emplazamientos muy determinados, naturalmente cercanos a la
costa, que con respecto al <
también un papel importante la mayor o menor accesibilidad del «hinterland» desde el
establecimiento, como por ejemplo la cercanía de una llanura costera o, tal vez, también la posibilidad de sortear de la manera más fácil las montañas que pudieran limitar las relaciones comerciales.
Siguiendo la costa desde Cádiz hacia el Este encontramos en la bahía de Algeciras,
en el curso inferior del río Guadarranque, un asentamiento fenicio en el Cerro del
Prado, cerca de San Roque (Cádiz), ubicado en la orilla oriental del Guadarranque, no
lejos de la actual desembocadura. Esta colina está prácticamente destruida, pero sus
hallazgos documentan la existencia de un poblado fenicio en el siglo VII a.C., que perviviría por lo menos hasta los siglos VJN a.C. Estudios geológicos, llevados a cabo recientemente en este sector, pudieron confirmar que en su día, el Cerro del Prado había sido
una península muy avanzada en una bahía marítima.
Algo más al Este existió evidentemente un asentamiento fenicio del siglo VIII a.C. en
la actual desembocadura del río Guadiaro, entonces una bahía marítima, situado ya al
otro lado del Estrecho de Gibraltar en la costa mediterránea. En su cercanía (Montilla,
San Enrique, San Roque) se detectó un poblado indígena del Bronce Final que asimiló la
cultura del cercano asentamiento fenicio de tal forma que después de poco tiempo, ya alrededor de 700 a.C., sus características culturales eran enteramente fenicias.
El próximo yacimiento fenicio está situado entre Torremolinos y Málaga en la desembocadura del río Guadalhorce, concretamente en la colina de El Villar que entonces
sería una isla. Hallazgos procedentes del siglo VII a.C. han confirmado una primera
fase de hábitat seguida por otra en los siglos VJN a.C. También este sitio había sido escogido por tratarse de un lugar fácilmente accesible desde el mar y por su situación especial con respecto al «hinterland», formado por el ancho litoral de la llanura de Málaga.
También en Málaga -el Mala.kka de las fuentes antiguas- se pudieron comprobar
huellas de un primer horizonte de hábitat fenicio, que confirmarían para los siglos
VIII/VII a.C. la existencia de un asentamiento al pie de la actual colina de la Alcazaba.
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Debido a las dificultades que ofrece la investigación debajo de la ciudad moderna, hasta
el momento no se ha podido comprobar el carácter urbanístico del establecimiento.
Más al Este de Málaga, en la actual orilla del río de Vélez, cuyo curso bajo representaba entonces una bahía marítima que se adentraba hasta varios kilómetros en el interior del país, está situada la población fenicia de Toscanos, que se extiende sobre una
colina situada actualmente a sólo doce metros de altura sobre el cauce del río, que en
su día serían dieciocho metros sobre el nivel del mar. Gracias a su temprano descubrimiento y a las excavaciones de muchos años, este asentamiento fenicio se ha convertido
en un auténtico ejemplo para este tipo de establecimientos, aun cuando sólo en el borde
de la colina se han conservado algunas zonas intactas, entre ellas un foso en forma de
V, perteneciente a un sistema defensivo, además de varias casas y un almacén. Al nordeste del poblado, en una pequeña bahía lateral, estuvo el puerto fenicio. En su primera fase, el yacimiento de Toscanos parece haberse limitado a la superficie de la península. Sólo en el siglo VII a.C. comenzó a extenderse sobre las cercanas faldas del
Peñón y del Alarcón. Alrededor del año 600 debe de haberse erigido en el Alarcón un
muro para la protección del sitio. Enfrente del poblado de Toscanos, en la costa oriental
de la ensenada marítima, se encontraron en el Cerro del Mar restos de una necrópolis
perteneciente al asentamiento de Toscanos.
El siguiente yacimiento fenicio está situado en el Morro de Mezquitilla (Algarrobo,
Málaga) en la orilla oriental del río Algarrobo y dista solamente siete kilómetros de
Toscanos. Al pie del Morro, estudios geológicos pudieron comprobar solamente una
playa de arena en una bahía de poca profundidad, pero que era muy apropiada para
que los primeros barcos de los fenicios, con su escaso calado, pudieran ser llevados a la
orilla. Restos de un taller metalúrgico, varias calles y grandes edificios reflejan al menos una parte de la imagen característica de un asentamiento fenicio. La bien asegurada estratigrafia del Morro de Mezquitilla y la consiguiente clasificación cronológica
de las formas de las vasijas son, junto con los resultados de las investigaciones en Toscanos, de vital importancia para el enjuiciamiento de otros establecimientos en el Sur
de la Península Ibérica.
El asentamiento, primero fenicio, luego púnico, del Morro de Mezquitilla, que existió
durante varios siglos, debe de haber tenido varias necrópolis, de las que se ha podido estudiar solamente una, la de Trayamar, con sus hipogeos. Los enterramientos de Trayamar comienzan en la mitad del siglo VII, perdurando hasta alrededor del año 600.
Algo más al Este del Morro de Mezquitilla está ubicado, en un promontorio cerca
del mar, el asentamiento de Chorreras. Parece que su duración fue corta, pues fue fundado alrededor de la mitad o en la primera mitad del siglo VIII y duró, según los indicios, sólo hasta principios del siglo VII a.C. Desde las plazas a orillas del Vélez y del Algarrobo se llega fácilmente al interior del país a través de los valles de ambos ríos,
mientras que la región de Granada es accesible gracias al Puerto de Zafarraya.
En la actual Almuñécar (Granada) se pudieron detectar últimamente restos de un
poblado fenicio, que estuvo ubicado en una península entre dos bahías marítimas. Al
oeste del establecimiento fenicio y al otro lado de la llanura costera estaba situada, sobre el Cerro de San Cristóbal, la necrópolis «Laurita» con sus tumbas de pozo, y, algo
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más al norte, la necrópolis de Puente de Noy, compuesta principalmente por sepulturas
de fosa.
Se supone que pocos kilómetros más al este, al borde de una antigua bahía donde
hoy desemboca el río Guadalfeo, hubo el próximo establecimiento fenicio. Así lo parecen
indicar los fragmentos de cerámica hallados en Salobreña (Granada), tanto en el casco
urbano como en una antigua isla, hoy península, en la playa.
Aún más al este, ya en la provincia de Almería, se encuentra en la colina de Montecristo, cerca de la población de Adra, el próximo asentamiento fenicio, cuyo descubrimiento se debió primero solamente a hallazgos de superficie, pero donde excavaciones
r ecientes detectaron restos de construcciones y hallazgos pertenecientes a los siglos
VIII/VII. De momento no se tiene conocimiento de que hubieran existido asentamientos
claramente fenicios del siglo VIII/VII en las desembocaduras de los ríos Andarax, Antas, Almanzora o en la provincia de Murcia. En la desembocadura del Segura cerca de
Guardamar del Segura (Alicante) sí parece haber habido un establecimiento fenicio,
como se viene sospechando desde hace tiempo, y donde hallazgos recientes parecen confirmar esta tesis. Hay también hallazgos fenicios de la zona costera más al norte, pero
que seguramente provienen más bien de relaciones comerciales que de una fundación
propiamente dicha.
Aunque no se ha podido detectar ninguna planta urbanística completa, tanto en
'lbscanos como en Chorreras y en el Morro de Mezquitilla ha quedado visible el trazado
de varias calles. En 'lbscanos se ha podido observar cómo las casas se alinean a lo largo
de una de esas calles, donde varios escalones conducen a los distintos umbrales formados por sillares. En Chorreras, una de las calles transcurre a lo largo de la falda. La
orientación de algunas casa no coincide con las de la calle, de modo que la forma rectangular de las casas fue modificada en ocasiones por muros oblicuos, dándose la preferencia al trazado de la calle. Las calles en el Morro de Mezquitilla se reconocen en seguida por la grava verdosa que las cubre y cuyo color está originado por el contenido de
material orgánico. Esta capa de grava servía evidentemente para mantener las calles
secas y transitables, aunque a su vez tuvo que recibir numerosos desperdicios orgánicos. Mientras para el siglo VIII, la excavación ha podido comprobar la existencia de una
calle ancha y continua, en la segunda fase ésta cambia su dirección y es sustituida por
otro sistema de orientación completamente diferente: de una calle principal bastante
ancha se desvía lateralmente un callejón, cuyas casas adyacentes mostraban en el interior un nivel de suelos considerablemente más elevado que el de la calle.
Las casas muestran formas y tamaños distintos, en parte debido a diferencias sociales y en parte porque estaban destinadas a cumplir funciones muy diversas. La casa de
un comerciante fenicio bien situado, por ejemplo, parece haber constado de varias habitaciones agrupadas alrededor de un recinto o patio interior, como lo demuestra la casa
A de 'lbscanos y, en Chorreras, la casa formada por las habitaciones A-E, G/H y N, y
también la casa 0-S parece pertenecer a este tipo.
Completamente distinto de las casas-viviendas se presenta el edificio C de 'lbscanos,
que consta de una nave central ancha y dos naves laterales visiblemente más estrechas, destacando además por sus dimensiones que alcanzan 15 metros de largo y 10'75
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metros de ancho. Comparándolo con casos paralelos del Mediterráneo oriental y teniendo en cuenta la cantidad de ánforas especialmente numerosas en este caso, se supone que este edificio había sido un almacén, como deben de haber existido con frecuencia en las factorías fenicias de la costa.
En el Morro de Mezquitilla tenemos el ejemplo de un edificio grande, de 17 metros
de longitud, que pertenece a la primera fase de ocupación y está compuesto por varias
habitaciones de tamaño menor. Los suelos de barro, cuidadosamente arreglados, y los
hogares parecen indicar que se trata de una vivienda, aunque en este caso destinada
para una función especial, difícilmente comprobable.
En el Alarcón, por encima de Toscanos, se han podido descubrir restos de murallas,
que según los hallazgos deben de pertenecer a una fase tardía, cuando el poblado fenicio se extendía ya sobre las fal das del Peñón del Alarcón, o sea alrededor del año 600
a.C. Esta muralla, conservada en un lienzo de 120 metros de largo y con 4 a 5 metros
de anchura, deja apreciar un refuerzo adicional en su cara exterior, incluso uno en la
cara inferior. Esta potente fortificación, que en su día se extendía seguramente sobre
trechos más largos, corrobora la creciente importancia que había adquirido 'Ibscanos en
el siglo VI a.C., a la vez que da testimonio de su potencia económica y social y la consiguiente capacidad de reaccionar ante amenazas del exterior.
En cuanto a las posibilidades portuarias de las plazas fenicias fundadas en tiempo
arcaico, es evidente que allí no pueden haber existido puertos auténticos, pues el calado
de los barcos habrá sido poco profundo y arrastrarlos a la orilla no debió ser dificil. Por
medio de investigaciones geológicas realizadas al oeste del poblado de Almuñécar y del
Morro de Mezquitilla se pudieron detectar bahías llanas con orillas de suave declive,
muy adecuadas para servir de embarcadero. En otros establecimientos fenicios, las bahías marítimas se adentran en el interior a modo de rías, como por ejemplo en el caso
de los ríos Guadarranque, Guadiaro, Guadalhorce y Vélez. En esas bahías, los barcos
pudieron entrar sin dificultad alguna, usándolas como fondeaderos. Es de suponer que
allí hubo los correspondientes embarcaderos, y en efecto, en un corte de grandes dimensiones abierto al norte de 'Ibscanos y preparado concienzudamente mediante numerosos taladros geológicos, pudimos detectar el embarcadero fenicio, situado en una pequeña ensenada de la bahía grande todavía reconocible en la superficie. A pocos metros
detrás de la línea costera comienza un empedrado compuesto por piedras y fragmentos
de ánfora, previsto para hacer transitable el húmedo suelo de la orilla. Unos pocos metros más arriba se encuentra ya el primer edificio fenicio. Se supone que los demás
asentamientos fenicios dispusieron de embarcaderos parecidos.
A cada poblado fenicio pertenecía por lo menos una necrópolis, siempre separada de
aquél, que en la mayoría de los casos estaba situada, como ya observamos, en la orilla
opuesta de la bahía marítima o del río. Cuando un poblado, como el de 'Ibscanos, estaba
ubicado en la orilla occidental, la necrópolis correspondiente se encontraba en la orilla
oriental, en este caso el Cerro del Mar. Si, en cambio, el asentamiento estaba situado en
la orilla oriental de la bahía, como lo vemos en el caso del Morro de Mezquitilla y de Almuñécar, las respectivas necrópolis -en este caso las de Trayamar y Cerro de San
Cristóbal- se encontraban enfrente, en la orilla occidental.
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Las necrópolis de los siglo VIIWII, que pertenecen a la fase de las fundaciones fenicias, suelen presentar pocas sepulturas, como por ejemplo la necrópolis de Almuñécar,
donde se pudieron excavar sólo veinte tumbas, o la de Trayamar, donde hubo cinco tumbas, si bien una con varios enterramientos. El número de sepulturas aumenta sólo a finales del siglo vn y en el siglo VI. Así, la necrópolis de Jardín tiene cien sepulturas y
más aún la de Puente de Noy (Almuñécar), si se cuentan los diversos sectores.
Las sepulturas corresponden a muy diferentes tipos. Primero hay que distinguir entre sepulturas colectivas y sepulturas individuales, siendo estas últimas las más numerosas. Sepulturas colectiva son, por ejemplo, los hipogeos que contienen varios enterramientos. Las sepulturas individuales pueden consistir en una fosa, en cistas de sillares,
en sarcófagos o en sepulturas de pozo. De estas últimas hay veinte en Almuñécar, dos
de las cuales son enterramientos dobles, donde cada uno está alojado en un nicho diferente.
Para la instalación de un hipogeo se excavaba en la roca una fosa rectangular con
un corredor en rampa, el posterior dromos. Delante de la roca se solía colocar una construcción de sillares bastante irregulares, que solamente en sus caras vueltas hacia la
cámara mostraban superficies bien alisadas. Los cinco hipogeos de Trayamar, que datan de la segunda mitad del siglo VII, son el mejor ejemplo. Parecidas en su forma,
aunque más recientes, son las sepulturas de Puente de Noy en Almuñécar y Villaricos,
disponiendo algunas de ellas también de nichos donde se colocaba parte del ajuar. En la
tumba 4 de Trayamar se pueden observar tres de esos nichos. Por arriba, las sepulturas
de Trayamar estaban cerradas por un techo de madera plano, cubierto de piedras planas y arcilla para asegurar un cierre hermético. Sobre esta construcción se elevaba un
techo de dos vertientes de madera, que ha podido ser documentado en las sepulturas 1
y 4 de Trayamar. Por su tamaño y accesibilidad, los hipogeos daban cabida a varios enterramientos, y se supone que después de cada entierro la entrada del dromos fue cerrada de nuevo con piedras. En el caso de la sepultura 1 de Trayamar se observó sólo
una acumulación irregular de piedras, mientras que la sepultura 4 mostró una auténtica pared formada por sillares. Los prototipos de esos hipogeos son conocidos de Utica
y Cartago, pero igualmente los hubo en el norte de Mrica y en Oriente Próximo.
Otra forma característica entre las sepulturas fenicias son las tumbas de pozo, que
aparecen también con frecuencia en el Oriente fenicio y en Cartago. Tienen una profundidad de tres a cinco metros y un diámetro de uno a dos metros. Los enterramientos están dispuestos en urnas colocadas al fondo del pozo, a veces ligeramente metidas en el
suelo de la roca, otras veces cubiertas por numerosas piedras, o también introducidas
en un nicho que sale lateralmente del pozo.
Frente a estos dos tipos de tumba, característicos, al parecer, de la época antigua de
los asentamientos fenicios que aquí nos ocupa, están, como otro gran complejo, los enterremientos individuales dispuestos en fosas. Su forma más sencilla es la fosa sin más,
excavada en el suelo sin contrucciones adicionales. Las tumbas de fosa características
de las necrópolis de Jardín y Puente de Noy contienen bancos laterales, excavados en la
roca, debajo de los cuales el espacio sepulcral propiamente dicho disminuye en comparación con la fosa superior.
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Otras de las formas previstas para enterramientos individuales -también de cronología avanzada- son cistas compuestas por sillares, una cista sencilla trabajada de
una sola pieza. Referente a las costumbres funerarias, en las necrópolis fenicias de la
Península Ibárica observamos tanto inhumaciones como incineraciones, que existen simultáneamente y a veces se mezclan. En el curso de los siglos, sin embargo, las incineraciones van en aumento con respecto a las inhumaciones.
Otro punto decisivo para la valoración de un enterramiento es el ajuar. Así, encontramos en los bipogeos 1 y 4 de Trayamar -los únicos conservados- lujosos hallazgos
de oro, al igual que en la cista mejor acabada de Jardín (sepultura 66 a). Hallazgos de
oro y plata fueron recogidos también en Cádiz, Villaricos, Cerro de San Cristóbal y
Puente de Noy. Según se desprende de los hallazgos del siglo VII a.C., los establecimientos comerciales de los fenicios en la costa meridional ibérica experimentaron en dicho siglo una notable eclosión.
Los poblados fenicios y sus necrópolis han aportado una ingente cantidad de hallazgos que, expuestos en museos y representados en publicaciones, dan una imagen elocuente de la cultura material de esos colonizadores, permitiéndonos además sacar conclusiones sobre sucesiones cronológicas, relaciones culturales, situación económica e
incluso sobre sus concepciones espirituales y religiosas.
Los hallazgos más frecuentes en poblados y necrópolis son las vasijas de cerámica y,
sobre todo, sus innumerables fragmentos. Entre esta mezcla realmente multicolor destacan los fragmentos de la cerámica roja, de especial calidad, luego la cerámica polícroma -o al menos bícroma-, y finalmente la cerámica de engobe blanco y la de arcilla gris. La cerámica de engobe rojo, tan característica de la primera fase de ocupación
fenicia en los siglos VIIINII a.C., deja entrever su relación directa con las formas de la
metrópolis fenicia, siendo, por su frecuencia y la diversidad de sus formas, especialmente importante para la identificación de los establecimientos fenicios.
Aquí nos tenemos que limitar al estudio de una forma-guía de la cerámica fenicia en
el Mediterráneo occidental y, sobre todo, en los establecimientos fenicios en la costa española, a los ¡platos de la cerámica roja, que se encontraron aquí en gran cantidad,
tanto las formas corrientes de uso diario como las descubiertas en las tumbas donde,
sin pertenecer al inventario clásico, aparecían como piezas aisladas o también, a veces
en gran número, formando parte del ajuar. De este modo, obtuvimos unos 400 fragmentos de platos de cerámica roja, que proceden, en su mayor parte, de la época posterior al
cierre de la tumba 4 de Trayamar. Se supone que este complejo funerario está relacionado con ceremonias sepulcrales. Excavaciones realizadas en las zonas de hábitat de
'lbscanos y Morro de Mezquitilla han aportado entretanto otros centenares de platos.
Mientras que resulta dificil reconstruir una vasija a partir de un solo fragmento, en el
caso de los platos, éstos son fácilmente identificables si se dispone de un fragmento de
borde, de modo que para el estudio estadístico de las formas de platos disponemos de
una ingente cantidad de material evaluable. Pudimos constatar que la evolución parte
de platos hondos, parecidos a fuentes, hacia formas más planas, a la vez que los bordes,
inicialmente muy estrechos, de incluso menos de dos centímetros en el siglo VIII, van
evolucionando hacia medidas más anchas de hasta ocho centímetros a comienzos del si- 36 -
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glo VI a.C. A partir de entonces, su desarrollo se manifiesta en otra dirección, de la cual
habrá que hablar cuando se comenten los hallazgos púnicos. Gracias a nuestros estudios sobre la cronología de los platos, actualmente estamos en condiciones de fechar
complejos de hallazgos fenicios con bastante exactitud, hasta un tercio de siglo, siempre
que dispongamos de una considerable cantidad de platos, excluyendo las piezas aisladas, siempre más o menos casuales.
En cuanto a la llamada cerámica gris se refiere, que con menor frecuencia aparece
en los estratos tardíos de los establecimientos fenicios, se ha podido comprobar entretanto que se trata de un producto peninsular, cuyos orígenes están en las formas, color
y técnica de la cerámica autóctona. Gracias a observaciones hechas durante 1as excavaciones en el Morro de Mezquitilla, hemos logrado separar de la cerámica del Bronce Final importada, una determinada clase de cerámica hecha a mano, pudiéndola identificar como cerámica tosca fenicia. Esta cerámica fenicia, hecha a mano y conocida hasta
ahora solamente en forma de ollas, servía evidentemente para fines especiales de conservación.
Son frecuentes los fragmentos de huevos de avestruz, que en el poblado nunca se
conservaron intactos, pero sí en las tumbas de pozo del Cerro de San Cristóbal (Almuñécar) y en la necrópolis de Jardín. En ocasiones, los huevos de avestruz están decorados con pintura roja o llevan finos dibujos incisos.
Entre los metales preciosos, la plata suele aparecer en forma de pequeños colgantes
o estuches para amuletos, como por ejemplo en Almuñécar y Jardín. En estos dos sitios
se encontraron también anillos engarzados con escarabeos basculantes, que el muerto
había llevado en vida como adorno y anillo de sello y que después de su fallecimiento le
acompañaba a la tumba. Un anillo de oro de este mismo tipo, aunque lamentablemente
sin escarabeo, fue hallado en la sepultura 1 de Trayamar. Se distingue por ~u excelente
factura, al igual que los adornos de oro de la sepultura 4 del mismo lugar. Allí se encontró un colgante de 2'5 centímetros de diámetro, que formaría parte de un collar, y cuyo
anverso mostraba finos relieves, que servían de base para una representación figurativa formada por granulados y filigrana. El carácter egiptizante de esta imagen es indudable, aun cuando podemos suponer que la pieza fue fabricada en el ámbito fenicio,
probablemente en la misma metrópoli. El conjunto áureo de Trayamar comprende además cuatro colgantes cónicos, perlas redondas y estriadas, así como pendientes y anillos de oro, que acentúan la especial categoría social de este enterramiento.
La riqueza de un ajuar se manifiesta también en la presencia de objetos de importación, como por ejemplo los dos kotyles protocorintios de la tumba 19 B del Cerro de San
Cristóbal (Almuñécar), cuya suntuosidad distingue al muerto como personaje importante. Los fenicios afincados en el sur de España solían utilizar a veces esas vasijas
protocorintias, aunque su número es escaso, como indican los fragmentos hallados en
Toscanos y en el Morro de Mezquitilla. Más frecuentes son fragmentos procedentes de
ánforas áticas SOS. En Toscanos se descubrieron también fragmentos de copas jónicas.
Menos frecuente es la cerámica de Chipre, documentada por algunos fragmentos, varios de los cuales provienen de una jarra decorada con los característicos dibujos concéntricos de la «bochrome IV» del siglo VII a.C. Otras piezas de importación, preferen-37-
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temente de procedencia egipcia, son los escarabeos que mencionamos ya más arriba.
'lbdos esos elementos griegos, chipriotas y egipcios documentan las amplias relaciones
comerciales que los fenicios mantenían en ambas cuencas del Mediterráneo y que con
las fundaciones coloniales aportaron a la Península Ibérica.
Las condiciones previas para la fundación de los establecimientos fenicios. para su
eclosión y su cultura material, hay que buscarlas sin duda en el ámbito de la economía.
Los establecimientos comerciales requerían tanto buenos embarcaderos o puertos como
una favorable situación en cuanto a terrenos aptos para la agricultura. pues es evidente que los asentamientos fenicios se apoyaban en una sólida base económica. formada por la agricultura y la ganadería, como lo avalan los numerosos hallazgos de huesos animales y los algo menos copiosos restos de cereales y otras plantas cultivadas. Un
papel preponderante habrá jugado en este contexto la elaboración de materias primas,
altamente especializada, pero prácticamente desconocida por la población indígena. Según nuestros conocimientos actuales. que se basan sólo en las fuentes arqueológicas.
necesariamente limitadas por las condiciones de conservación, entre esas habilidades
hay que contar el tratamiento metalúrgico de los minerales y seguramente la fabricación de metal, la producción de púrpura y la fabricación de cerámica a torno.
Resulta, pues. significativo que en el Morro de Mezquitilla, uno de los asentamientos fenicios más antiguos de la Península Ibérica. haya habido un horizonte con restos
de talleres metalúrgicos donde se trabajaba sobre todo el hierro. tan antiguos como los
primeros edificios y en parte incluso más antiguos que ellos. Aquí se descubrieron algunas fosas llenas de cenizas y carbón vegetal, así como varios hornos, algunos repetidas
veces renovados. Alrededor de los hornos se hallaron escorias y fragmentos de tubos de
ventilación, especialmente bocas de toberas dobles, ocasionalmente con restos metálicos
adheridos. Este grupo de toberas fenicias, hasta ahora el mayor de la Península Ibérica, da testimonio manifiesto de que aquí habían tenido lugar procesos de fundición
metalúrgica. No obstante, parece que no era éste el verdadero lugar donde se realizaba
la fundición primera de los minerales. pues la incidencia del fuego sobre los hornos hubiera sido mucho mayor al igual que la cantidad de escoria. Posiblemente, los lugares
de beneficio estaban más alejados de los poblados, incluso en la cercanía de los mismos
yacimientos del mineral, y que en los poblados había tenido lugar luego la refundición y
elaboración de los productos definitivos. En el Morro hemos podido documentar untaller de herreros. También en 'lbscanos hubo restos de escoria y toberas, y en la falda del
Peñón un pequeño horno de fundición. Estos restos comprueban que en los asentamientos fenicios hubo actividades metalúrgicas ya en una fase antigua, seguramente en el
siglo VIII, y que estas actividades jugaron un papel importante también en siglos posteriores.
Aparte de algunas piezas de importación, el hierro no aparece verdaderamente
hasta la llegada de los fenicios, que fueron los primeros introductores de este metal en
la Península Ibérica. Suponemos que gracias a los valiosos objetos y armas de hierro
que los fenicios -según nuestras excavaciones- fabricaban en el país, ofreciéndolas
luego a las tribus indígenas, estos colonizadores gozaban de una posición de poder singularmente favorable, que explica la enorme importancia de la colonización fenicia y su
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gran influencia económica y cultural. Este nuevo comercio del metal, promocionado y
activado por los fenicios, sirve de fondo a un singular hallazgo procedente de la ría de
Huelva que representa seguramente la carga de un barco hundido, pues consistía sobre
todo de armas y también objetos de bronce, tan significativos de la cultura del Bronce
Final en el «hinterland». Según las apariencias se trata de una carga de metal viejo que
los comerciantes fenicios comprarían en parte como chatarra, ofreciendo a cambio los
valiosos objetos de hierro.
En este comercio del metal, también el estaño habrá jugado un papel importante, y
sus yacimientos en el oeste y noroeste de la Península Ibérica despertarían el interés
comercial de los fenicios. Confirman esta impresión los informes sobre el estaño de los
Cassitérides, que señalan al noroeste de Europa. Sin embargo, hallazgos de estaño
puro -se trataría de barras de estaño- no se han producido hasta hoy ni en poblados
prehistóricos, ni en los asentamientos fenicios. Habría que pensar más bien que el comercio se limitaba al estaño contenido en el bronce, de modo que el comercio del estaño
estaba integrado en el del bronce. Ello explicaría los numerosos hallazgos de depósitos
de objetos de bronce procedentes del Bronce Final, que a veces llegaron a acumular los
comerciantes.
Aparte de los metales de uso, también los metales preciosos representaban seguramente un factor importante en el comercio fenicio. Sobre todo en la Edad de Bronce se
explotaban cada vez más los ricos yacimientos de oro en el noroeste de la Península, según comprueban los numerosos hallazgos de oro y algunos tesoros. Hay que contar con
la posibilidad de que los fenicios buscaran el acceso a esos yacimientos a través de la
costa atlántica portuguesa, según parecen indicar hallazgos aislados o señales de influencias fenicias, si bien sin llegar a establecer verdaderas factorías. De este modo, el
oro llegó a manos de los fenicios preferentemente a través de los intermediarios tartéssicos, lo que explicaría hasta cierto punto la especial eclosión de aquella cultura y de su
metalurgia. Según los indicios, el preciado metal fue llevado luego a los talleres de Gades y otros establecimientos fenicios, donde los orfebres se encargaron de convertirlo en
refinados adornos al gusto fenicio; éstos llegarían después al «hinterland» como artículos de exportación, activando el oficio indígena. Ese refinamiento en la elaboración y
acabado del material bruto es una de las cualidades significativas de los talleres fenicios, que gracias a esa habilidad pudieron ofrecer artículos de lujo.
Naturalmente, el mercado de material bruto y objetos elaborados no se limitaba a la
Península Ibérica, sino fue extendido por los fenicios ante todo hacia Oriente. Con toda
seguridad los barcos fenicios transportaban material bruto a la metrópoli u a otros
compradores con la misma frecuencia que traían productos elaborados desde el Mediterráneo oriental a la Península Ibérica. En todo caso, el beneficio del metal, su elaboración y su comercio constituyeron una de las razones más poderosas para el establecimiento de colonias fenicias en la Península Ibérica.
Entre los hallazgos de restos de moluscos, sobre todo caracoles de mar, encontrados
en los asentamientos fenicios, llamó la atención en Toscanos el alto número de conchiles. Los fenicios se sirvieron de varias clases de esos moluscos para la elaboración de la
púrpura, según sabemos por las fuentes escritas y por hallazgos excavados en los aire-39-
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dedores de las ciudades fenicias de la metrópoli. Allí, los restos de los moluscos se solían apilar en las afueras de la población, debido al olor sumamente desagradable que
éstos despedían durante el proceso de elaboración.
Tales montones no se han podido detectar hasta ahora en la Península Ibérica, pero
los restos hallados en Toscanos podrían estar relacionados con algún taller dedicado a
la producción de púrpura. A favor de esta teoría hablan los orificios practicados en las
conchas de los moluscos y que son idénticos a los observados en Sidón y Tiro. Este indicio arqueológico parece confirmar que los fenicios seguían elaborando la púrpura también en el Mediterráneo occidental, lo que parece tanto más probable cuanto que la intensidad de producción de la púrpura podría haber agotado en Oriente la materia
prima, obligando a los fenicios a buscar nuevos bancos de moluscos. La elaboración de
la púrpura jugaría entonces un papel muy importante, aunque seguramente no habrá
sido la única razón que impulsara a los fenicios a colonizar el Mediterráneo occidental.
Suponemos, pues, que telas teñidas con púrpura constituirían un codiciado artículo de
exportación no sólo para el «hinterland», sino igualmente para la metrópoli.
En suma, las telas habrán formado parte del género fino que los fenicios ofertaban a
sus clientes, sobre todo las telas multicolores, sencillas o suntuosas. Hay noticias de
que ya en el siglo IX a.C., los fenicios entregaban esas telas a los asirios como tributo.
Excavaciones futuras, orientadas especialmente en esta dirección, podrán tal vez aportar datos concretos acerca de este importante producto comercial.
En la artesanía fenicia no podía faltar el marfil. Como materia prima servía no
tanto el marfil fósil, sino más bien el marfil importado del Norte de Africa, donde hubo
elefantes hasta la época romana. Los trabajos de marfil de los talleres fenicios ejercieron su influencia sobre la artesanía tartésica, de la cual nos han quedado numerosos
trabajos. Del norte de Africa proceden también los huevos de avestruz que, adornados
con pinturas o artísticas incisiones, desempeñaban un papel importante en los ritos funerarios de fenicios y púnicos.
Muy apreciada en el «hinterland» era también la cerámica fenicia a torno, de excelente factura, sobre todo la de engobe rojo y la polícroma. Los platos de cerámica roja,
ampliamente repartidos, sirvieron al parecer de mercancía directa, mientras que la cerámica polícroma, representada principalmente por vasijas cerradas, así como la cerámica sin tratamiento sirvieron como material de embalaje, llegando como tal a los poblados indígenas. Piezas aisladas de cerámica fenicia polícroma y las correspondientes
copias, encontradas en la costa atlántica y en la del Levante español, confirman la existencia de tales relaciones comerciales. Los fenicios se sirvieron de las ánforas para el
transporte de productos líquidos, como vino y aceite, que serían otros dos importantes
artículos de exportación aliado de los productos de la industria metalúrgica y de los géneros de lujo.
Las relaciones comerciales, tal como las hemos descrito hasta ahora, determinaron
el carácter de los asentamientos fenicios en las costas ibéricas: se trataba de factorías
comerciales con manufactura propia, que practicaban el libre intercambio de bienes con
las tribus indígenas del «hinterland», estando, por tanto, obligados a mantener con éstas relaciones pacíficas. En vista del escaso número de personas que formaba esos asen-40-
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tamientos podemos presumir con certeza que Iri en el momento de la fundación Iri en
tiempos posteriores hubo por parte de los femcios la intención -ni la habría nuncade ocupar el «hinterland» militarmente. De todas formas, la componente militar debe
de haber jugado un papel poco importante en los asentamientos fenicios, según indica
la ausencia casi total de fortificaciones. Tampoco los ajuares de los comerciantes femcios, que nunca contienen armas, señalan hacia una acusada mentalidad guerrera. El
poder de los fenicios consistía, al fin y al cabo, en la acumulación de riqueza, que toda
acción militar pondría en peligro, mientras que las relacioanes pacíficas servían para
aumentarla.
Al igual que en las fundaciones de Gades, Utica y Cartago, que según las fuentes
históricas fueron impulsadas por Tiro, los grupos humanos que llevaban a cabo la colonización fenicia procedían de las ciudades de la metrópoli, según evidencia el material
arqueológico hallado: la cerámica característica, sobre todo la de engobe rojo, luego los
hallazgos de oro, los recipientes de alabastro y de piedra, y fmalmente el modo de construir casas y sepulturas están directamente relacionados con el Mediterráneo oriental.
En su camino hacia la cuenca occidental del Mediterráneo, la isla de Chipre les debió
de servir de importante estación intermedia, según documentan la cerámica chipriota y
la forma de las jarras de bronce, transmitidas al «hinterland•• tartésico.
El apogeo de la cultura fenicia occidental en el Sur de la Península Ibérica es de duración limitada. También geográficamente se vio reducida a un estrecho litoral en las
costas atlántica y mediterránea de Andalucía, donde se extiende la fila de los asentamientos fenicios, en parte tal vez aún desconocidos. A pesar de tales limitaciones cronológicas y geográficas, la colonización fenicia adquiere en la historia de Hispania una
importancia extraordinaria y única. Con los asentamientos fenicios en la costa meridional ibérica, la Península entra por primera vez en contacto con una cultura oriental en
su más pura esencia, altamente desarrollada, cuyos logros llegan desde el urbanismo
en todas sus facetas hasta la escritura. Es de suponer que los representantes de esta
cultura impresionaron profundamente a la población autóctona, a pesar de que la evolución cultural de los habitantes de la costa era ya considerable. Los resultados de esta
primera colonización fueron, pues, óptimos y de enormes consecuencias tanto para la
cultura tartésica del Sur como para la Cultura Ibérica del Sureste y Este, y así para la
Protohistoria Valenciana.
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ARCHIVO DE PREIDSTORIA LEVANTINA
Vol. XX (Valencia, 1990)
HERMANFRID SCHUBART
(Instituto Arqueológico Alemán)
LOS PRIMEROS ASENTAMIENTOS FENICIOS EN LAS COSTAS
DE LA PENÍNSULA IDÉRICA (*)
Querido colega y amigo Enrique Pla, señoras y señores:
«Los primeros asentamientos fenicios en las costas de la Península Ibérica» son el
primer impacto histórico de varias olas de influencias sucesivas, casi todas provenientes del Mediterráneo Oriental, que comienzan a hacerse visibles ya con los primeros
agricultores del Neolítico y desde entonces no se han interrumpido. Pero al contrario de
las anteriores olas de influencia, los fenicios entran de lleno en el escenario de la Historia, convirtiéndose en los primeros colonizadores históricos de la Península Ibérica.
Junto con ellos aparece la escritura, y con ello se da por concluida en la Península Ibérica la Prehistoria propiamente dicha, dando paso a la así llamada Protohistoria.
El tema que he elegido para hoy, y que trata de los comienzos de la Protohistoria en
el suelo de la Península Ibérica, está en relación directa con el motivo que nos reúne
hoy en este sitio. El homenajeado, nuestro querido amigo Enrique Pla, ha dedicado largos años de su fructuosa labor en la arqueología valenciana, a la investigación de numerosos temas y yacimientos arqueológicos, haciendo incansablemente acopio de material y aportando soluciones decisivas a numerosas preguntas abiertas a la
investigación. Donde, sin embargo, han sido mayores sus méritos, es en el campo de la
Protohistoria, donde llevó a cabo excavaciones y publicaciones de poblados ibéricos. Por
todo ello se ha hecho merecedor de nuestro profundo agradecimiento, del que queremos
dejar constancia aquí en esta reunión.
Resulta, pues, significativo que aunque Enrique y yo nos conocíamos desde hace
casi treinta años, nuestras relaciones amistosas se hicieran más estrechas a raíz de la
(• ) Conferencia pronunciada en ol acto de homeru>je a Enrie Pla i Balleeter, el dfa 21 de abril de 1988 en el Centro Cultural de la Ceja
de Valencia.
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visita a un poblado ibérico, donde coincidimos con Domingo Fletch er y Miguel Tarradell, que seguramente recordarán aquella memorable excursión, que nos llevó hasta el
alto de Benimaquia y el Pico del Aguila en el Montgó, cuyas fortificaciones ibéricas est aba yo entonces excavando. Después de haber inspeccionado todas las murallas subimos, por fin , por el otro lado del Montgó hasta la gran cueva. Como anécdota quisiera
añadir que el día fue muy caluroso y que Enrique Pla llevaba zapatos nuevos que le
molestaban bastante. Pero a pesar de este inconveniente, pudimos verlo todo con detenimiento y terminamos el día con una agradabilísima reunión, que habrá quedado en el
recuerdo de todos los participantes. A partir de entonces hemos visitado juntos numerosos museos y yacimientos arqueológicos, hemos participado juntos en muchos congresos, escuchando y discutiendo sobre nuestras respectivas conferencias, y cuanto mayor
era el enfrentamiento científico, más alegres serían después las reuniones amistosas al
final del día. Volviendo la vista al pasado, muchos de los participantes -igual que yorecordamos con agradecimiento aquellas vivencias enriquecedoras tanto en el sentido
científico como en el humano, y la cordial amistad que nos une con Enrique Pla.
Pero como yo no soy el encargado de pronunciar la laudatio, quisiera, antes de volver a mi tema inicial, saludar al amigo Enrique Pla en un sentido muy especial, es decir, en su calidad de Miembro Correspondiente del Instituto Arqueológico Alemán, que
se honra de poderlo contar entre sus miembros. Ya con mis dos predecesores Helmut
Schlunk y Wilh elm Grünhagen mantenía Enrique Pla las mismas buenas relaciones
científicas y personales, que extendía igualmente a los colaboradores de la delegación
que el Instituto Arqueológico Alemán posee en Lisboa, como en general a todos los arqueólogos, historiadores y lingüistas de mi patria. Aunque Enrique Pla es valenciano y
español con todo su ser, nunca puso fronteras científicas o humanas que hubieran podido limitar la colaboración o las relaciones amistosas con otros. Es internacional en el
mejor sentido de la palabra, a pesar del amor -o mejor dicho por el amor- que siente
por su t ierra. Un signo característico de estas circunstancias es tal vez mi presencia
hoy aquí y el hecho de que pueda dirigirles la palabra, un honor que agradezco a aquellos que tuvieron la idea de invitarme y traerme aquí, brindándome así la ocasión de
homenajear especialmente a un miembro del Instituto Arqueológico Alemán, pero que
al mismo tiempo me permiten ampliar este estrecho margen hasta los límites de la comunidad de los científicos internacionales, en cuyo nombre me creo en el derecho de poder saludar a Enrique Pla como a uno de sus miembros más meritorios.
Ahora permítanme que vuelva del ámbito prehistórico de nuestras relaciones científicas y amistosas a mi tema protohistórico, en este caso los fenicios. Ellos constituyen,
en efecto, el ejemplo característico de una cultura protohistórica . Es cierto que las
fuentes históricas nos hablan de su presencia en las costas hispánicas. Según la tradición histórica - aunque ésta parece más bien mitológica- creíamos saber que los fenicios están presentes, desde 1104/3 a .C., en Gades, que supuestamente fue fundado por
Tiro, desde el Oriente Próximo.
Gades estaba ubicado en un islote, en posición protegida y considerada por los fenicios como ideal, aparte de encontrarse frente a un «hinterland» densamente poblado y
rico, cuyo acceso estaba garantizado por el río Guadalete y, algo más al norte, por el
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Guadalquivir. La superficie urbana no ha aportado hasta ahora ningún hallazgo que
hubiera confirmado la fecha tan temprana que nos transmiten las fuentes escritas.
Salvo alguna que otra pieza aislada, tampoco se han encontrado hallazgos procedentes
de los siglos VIII/VII. No obstante, en vista de que últimamente la investigación en Cádiz se está intensificando, se espera poder descubrir hallazgos y tumbas pertenecientes
a dicho período.
El yacimiento de Torre de Doña Blanca, Puerto de Santa María, que está situado
enfrente, en la entonces mucho más extendida bahía de Cádiz, es el vivo reflejo de todo
aquello que la cultura de Gades era entonces capaz de ofrecer. De momento debemos
contentarnos con este reflejo, hasta que nuevos descubrimientos en la misma Cádiz
aporten otros datos desconocidos.
Cuando los comerciantes fenicios llegaban a estas costas ajenas, para allí establecerse, elegían siempre emplazamientos muy determinados, naturalmente cercanos a la
costa, que con respecto al <
establecimiento, como por ejemplo la cercanía de una llanura costera o, tal vez, también la posibilidad de sortear de la manera más fácil las montañas que pudieran limitar las relaciones comerciales.
Siguiendo la costa desde Cádiz hacia el Este encontramos en la bahía de Algeciras,
en el curso inferior del río Guadarranque, un asentamiento fenicio en el Cerro del
Prado, cerca de San Roque (Cádiz), ubicado en la orilla oriental del Guadarranque, no
lejos de la actual desembocadura. Esta colina está prácticamente destruida, pero sus
hallazgos documentan la existencia de un poblado fenicio en el siglo VII a.C., que perviviría por lo menos hasta los siglos VJN a.C. Estudios geológicos, llevados a cabo recientemente en este sector, pudieron confirmar que en su día, el Cerro del Prado había sido
una península muy avanzada en una bahía marítima.
Algo más al Este existió evidentemente un asentamiento fenicio del siglo VIII a.C. en
la actual desembocadura del río Guadiaro, entonces una bahía marítima, situado ya al
otro lado del Estrecho de Gibraltar en la costa mediterránea. En su cercanía (Montilla,
San Enrique, San Roque) se detectó un poblado indígena del Bronce Final que asimiló la
cultura del cercano asentamiento fenicio de tal forma que después de poco tiempo, ya alrededor de 700 a.C., sus características culturales eran enteramente fenicias.
El próximo yacimiento fenicio está situado entre Torremolinos y Málaga en la desembocadura del río Guadalhorce, concretamente en la colina de El Villar que entonces
sería una isla. Hallazgos procedentes del siglo VII a.C. han confirmado una primera
fase de hábitat seguida por otra en los siglos VJN a.C. También este sitio había sido escogido por tratarse de un lugar fácilmente accesible desde el mar y por su situación especial con respecto al «hinterland», formado por el ancho litoral de la llanura de Málaga.
También en Málaga -el Mala.kka de las fuentes antiguas- se pudieron comprobar
huellas de un primer horizonte de hábitat fenicio, que confirmarían para los siglos
VIII/VII a.C. la existencia de un asentamiento al pie de la actual colina de la Alcazaba.
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Debido a las dificultades que ofrece la investigación debajo de la ciudad moderna, hasta
el momento no se ha podido comprobar el carácter urbanístico del establecimiento.
Más al Este de Málaga, en la actual orilla del río de Vélez, cuyo curso bajo representaba entonces una bahía marítima que se adentraba hasta varios kilómetros en el interior del país, está situada la población fenicia de Toscanos, que se extiende sobre una
colina situada actualmente a sólo doce metros de altura sobre el cauce del río, que en
su día serían dieciocho metros sobre el nivel del mar. Gracias a su temprano descubrimiento y a las excavaciones de muchos años, este asentamiento fenicio se ha convertido
en un auténtico ejemplo para este tipo de establecimientos, aun cuando sólo en el borde
de la colina se han conservado algunas zonas intactas, entre ellas un foso en forma de
V, perteneciente a un sistema defensivo, además de varias casas y un almacén. Al nordeste del poblado, en una pequeña bahía lateral, estuvo el puerto fenicio. En su primera fase, el yacimiento de Toscanos parece haberse limitado a la superficie de la península. Sólo en el siglo VII a.C. comenzó a extenderse sobre las cercanas faldas del
Peñón y del Alarcón. Alrededor del año 600 debe de haberse erigido en el Alarcón un
muro para la protección del sitio. Enfrente del poblado de Toscanos, en la costa oriental
de la ensenada marítima, se encontraron en el Cerro del Mar restos de una necrópolis
perteneciente al asentamiento de Toscanos.
El siguiente yacimiento fenicio está situado en el Morro de Mezquitilla (Algarrobo,
Málaga) en la orilla oriental del río Algarrobo y dista solamente siete kilómetros de
Toscanos. Al pie del Morro, estudios geológicos pudieron comprobar solamente una
playa de arena en una bahía de poca profundidad, pero que era muy apropiada para
que los primeros barcos de los fenicios, con su escaso calado, pudieran ser llevados a la
orilla. Restos de un taller metalúrgico, varias calles y grandes edificios reflejan al menos una parte de la imagen característica de un asentamiento fenicio. La bien asegurada estratigrafia del Morro de Mezquitilla y la consiguiente clasificación cronológica
de las formas de las vasijas son, junto con los resultados de las investigaciones en Toscanos, de vital importancia para el enjuiciamiento de otros establecimientos en el Sur
de la Península Ibérica.
El asentamiento, primero fenicio, luego púnico, del Morro de Mezquitilla, que existió
durante varios siglos, debe de haber tenido varias necrópolis, de las que se ha podido estudiar solamente una, la de Trayamar, con sus hipogeos. Los enterramientos de Trayamar comienzan en la mitad del siglo VII, perdurando hasta alrededor del año 600.
Algo más al Este del Morro de Mezquitilla está ubicado, en un promontorio cerca
del mar, el asentamiento de Chorreras. Parece que su duración fue corta, pues fue fundado alrededor de la mitad o en la primera mitad del siglo VIII y duró, según los indicios, sólo hasta principios del siglo VII a.C. Desde las plazas a orillas del Vélez y del Algarrobo se llega fácilmente al interior del país a través de los valles de ambos ríos,
mientras que la región de Granada es accesible gracias al Puerto de Zafarraya.
En la actual Almuñécar (Granada) se pudieron detectar últimamente restos de un
poblado fenicio, que estuvo ubicado en una península entre dos bahías marítimas. Al
oeste del establecimiento fenicio y al otro lado de la llanura costera estaba situada, sobre el Cerro de San Cristóbal, la necrópolis «Laurita» con sus tumbas de pozo, y, algo
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más al norte, la necrópolis de Puente de Noy, compuesta principalmente por sepulturas
de fosa.
Se supone que pocos kilómetros más al este, al borde de una antigua bahía donde
hoy desemboca el río Guadalfeo, hubo el próximo establecimiento fenicio. Así lo parecen
indicar los fragmentos de cerámica hallados en Salobreña (Granada), tanto en el casco
urbano como en una antigua isla, hoy península, en la playa.
Aún más al este, ya en la provincia de Almería, se encuentra en la colina de Montecristo, cerca de la población de Adra, el próximo asentamiento fenicio, cuyo descubrimiento se debió primero solamente a hallazgos de superficie, pero donde excavaciones
r ecientes detectaron restos de construcciones y hallazgos pertenecientes a los siglos
VIII/VII. De momento no se tiene conocimiento de que hubieran existido asentamientos
claramente fenicios del siglo VIII/VII en las desembocaduras de los ríos Andarax, Antas, Almanzora o en la provincia de Murcia. En la desembocadura del Segura cerca de
Guardamar del Segura (Alicante) sí parece haber habido un establecimiento fenicio,
como se viene sospechando desde hace tiempo, y donde hallazgos recientes parecen confirmar esta tesis. Hay también hallazgos fenicios de la zona costera más al norte, pero
que seguramente provienen más bien de relaciones comerciales que de una fundación
propiamente dicha.
Aunque no se ha podido detectar ninguna planta urbanística completa, tanto en
'lbscanos como en Chorreras y en el Morro de Mezquitilla ha quedado visible el trazado
de varias calles. En 'lbscanos se ha podido observar cómo las casas se alinean a lo largo
de una de esas calles, donde varios escalones conducen a los distintos umbrales formados por sillares. En Chorreras, una de las calles transcurre a lo largo de la falda. La
orientación de algunas casa no coincide con las de la calle, de modo que la forma rectangular de las casas fue modificada en ocasiones por muros oblicuos, dándose la preferencia al trazado de la calle. Las calles en el Morro de Mezquitilla se reconocen en seguida por la grava verdosa que las cubre y cuyo color está originado por el contenido de
material orgánico. Esta capa de grava servía evidentemente para mantener las calles
secas y transitables, aunque a su vez tuvo que recibir numerosos desperdicios orgánicos. Mientras para el siglo VIII, la excavación ha podido comprobar la existencia de una
calle ancha y continua, en la segunda fase ésta cambia su dirección y es sustituida por
otro sistema de orientación completamente diferente: de una calle principal bastante
ancha se desvía lateralmente un callejón, cuyas casas adyacentes mostraban en el interior un nivel de suelos considerablemente más elevado que el de la calle.
Las casas muestran formas y tamaños distintos, en parte debido a diferencias sociales y en parte porque estaban destinadas a cumplir funciones muy diversas. La casa de
un comerciante fenicio bien situado, por ejemplo, parece haber constado de varias habitaciones agrupadas alrededor de un recinto o patio interior, como lo demuestra la casa
A de 'lbscanos y, en Chorreras, la casa formada por las habitaciones A-E, G/H y N, y
también la casa 0-S parece pertenecer a este tipo.
Completamente distinto de las casas-viviendas se presenta el edificio C de 'lbscanos,
que consta de una nave central ancha y dos naves laterales visiblemente más estrechas, destacando además por sus dimensiones que alcanzan 15 metros de largo y 10'75
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metros de ancho. Comparándolo con casos paralelos del Mediterráneo oriental y teniendo en cuenta la cantidad de ánforas especialmente numerosas en este caso, se supone que este edificio había sido un almacén, como deben de haber existido con frecuencia en las factorías fenicias de la costa.
En el Morro de Mezquitilla tenemos el ejemplo de un edificio grande, de 17 metros
de longitud, que pertenece a la primera fase de ocupación y está compuesto por varias
habitaciones de tamaño menor. Los suelos de barro, cuidadosamente arreglados, y los
hogares parecen indicar que se trata de una vivienda, aunque en este caso destinada
para una función especial, difícilmente comprobable.
En el Alarcón, por encima de Toscanos, se han podido descubrir restos de murallas,
que según los hallazgos deben de pertenecer a una fase tardía, cuando el poblado fenicio se extendía ya sobre las fal das del Peñón del Alarcón, o sea alrededor del año 600
a.C. Esta muralla, conservada en un lienzo de 120 metros de largo y con 4 a 5 metros
de anchura, deja apreciar un refuerzo adicional en su cara exterior, incluso uno en la
cara inferior. Esta potente fortificación, que en su día se extendía seguramente sobre
trechos más largos, corrobora la creciente importancia que había adquirido 'Ibscanos en
el siglo VI a.C., a la vez que da testimonio de su potencia económica y social y la consiguiente capacidad de reaccionar ante amenazas del exterior.
En cuanto a las posibilidades portuarias de las plazas fenicias fundadas en tiempo
arcaico, es evidente que allí no pueden haber existido puertos auténticos, pues el calado
de los barcos habrá sido poco profundo y arrastrarlos a la orilla no debió ser dificil. Por
medio de investigaciones geológicas realizadas al oeste del poblado de Almuñécar y del
Morro de Mezquitilla se pudieron detectar bahías llanas con orillas de suave declive,
muy adecuadas para servir de embarcadero. En otros establecimientos fenicios, las bahías marítimas se adentran en el interior a modo de rías, como por ejemplo en el caso
de los ríos Guadarranque, Guadiaro, Guadalhorce y Vélez. En esas bahías, los barcos
pudieron entrar sin dificultad alguna, usándolas como fondeaderos. Es de suponer que
allí hubo los correspondientes embarcaderos, y en efecto, en un corte de grandes dimensiones abierto al norte de 'Ibscanos y preparado concienzudamente mediante numerosos taladros geológicos, pudimos detectar el embarcadero fenicio, situado en una pequeña ensenada de la bahía grande todavía reconocible en la superficie. A pocos metros
detrás de la línea costera comienza un empedrado compuesto por piedras y fragmentos
de ánfora, previsto para hacer transitable el húmedo suelo de la orilla. Unos pocos metros más arriba se encuentra ya el primer edificio fenicio. Se supone que los demás
asentamientos fenicios dispusieron de embarcaderos parecidos.
A cada poblado fenicio pertenecía por lo menos una necrópolis, siempre separada de
aquél, que en la mayoría de los casos estaba situada, como ya observamos, en la orilla
opuesta de la bahía marítima o del río. Cuando un poblado, como el de 'Ibscanos, estaba
ubicado en la orilla occidental, la necrópolis correspondiente se encontraba en la orilla
oriental, en este caso el Cerro del Mar. Si, en cambio, el asentamiento estaba situado en
la orilla oriental de la bahía, como lo vemos en el caso del Morro de Mezquitilla y de Almuñécar, las respectivas necrópolis -en este caso las de Trayamar y Cerro de San
Cristóbal- se encontraban enfrente, en la orilla occidental.
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Las necrópolis de los siglo VIIWII, que pertenecen a la fase de las fundaciones fenicias, suelen presentar pocas sepulturas, como por ejemplo la necrópolis de Almuñécar,
donde se pudieron excavar sólo veinte tumbas, o la de Trayamar, donde hubo cinco tumbas, si bien una con varios enterramientos. El número de sepulturas aumenta sólo a finales del siglo vn y en el siglo VI. Así, la necrópolis de Jardín tiene cien sepulturas y
más aún la de Puente de Noy (Almuñécar), si se cuentan los diversos sectores.
Las sepulturas corresponden a muy diferentes tipos. Primero hay que distinguir entre sepulturas colectivas y sepulturas individuales, siendo estas últimas las más numerosas. Sepulturas colectiva son, por ejemplo, los hipogeos que contienen varios enterramientos. Las sepulturas individuales pueden consistir en una fosa, en cistas de sillares,
en sarcófagos o en sepulturas de pozo. De estas últimas hay veinte en Almuñécar, dos
de las cuales son enterramientos dobles, donde cada uno está alojado en un nicho diferente.
Para la instalación de un hipogeo se excavaba en la roca una fosa rectangular con
un corredor en rampa, el posterior dromos. Delante de la roca se solía colocar una construcción de sillares bastante irregulares, que solamente en sus caras vueltas hacia la
cámara mostraban superficies bien alisadas. Los cinco hipogeos de Trayamar, que datan de la segunda mitad del siglo VII, son el mejor ejemplo. Parecidas en su forma,
aunque más recientes, son las sepulturas de Puente de Noy en Almuñécar y Villaricos,
disponiendo algunas de ellas también de nichos donde se colocaba parte del ajuar. En la
tumba 4 de Trayamar se pueden observar tres de esos nichos. Por arriba, las sepulturas
de Trayamar estaban cerradas por un techo de madera plano, cubierto de piedras planas y arcilla para asegurar un cierre hermético. Sobre esta construcción se elevaba un
techo de dos vertientes de madera, que ha podido ser documentado en las sepulturas 1
y 4 de Trayamar. Por su tamaño y accesibilidad, los hipogeos daban cabida a varios enterramientos, y se supone que después de cada entierro la entrada del dromos fue cerrada de nuevo con piedras. En el caso de la sepultura 1 de Trayamar se observó sólo
una acumulación irregular de piedras, mientras que la sepultura 4 mostró una auténtica pared formada por sillares. Los prototipos de esos hipogeos son conocidos de Utica
y Cartago, pero igualmente los hubo en el norte de Mrica y en Oriente Próximo.
Otra forma característica entre las sepulturas fenicias son las tumbas de pozo, que
aparecen también con frecuencia en el Oriente fenicio y en Cartago. Tienen una profundidad de tres a cinco metros y un diámetro de uno a dos metros. Los enterramientos están dispuestos en urnas colocadas al fondo del pozo, a veces ligeramente metidas en el
suelo de la roca, otras veces cubiertas por numerosas piedras, o también introducidas
en un nicho que sale lateralmente del pozo.
Frente a estos dos tipos de tumba, característicos, al parecer, de la época antigua de
los asentamientos fenicios que aquí nos ocupa, están, como otro gran complejo, los enterremientos individuales dispuestos en fosas. Su forma más sencilla es la fosa sin más,
excavada en el suelo sin contrucciones adicionales. Las tumbas de fosa características
de las necrópolis de Jardín y Puente de Noy contienen bancos laterales, excavados en la
roca, debajo de los cuales el espacio sepulcral propiamente dicho disminuye en comparación con la fosa superior.
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Otras de las formas previstas para enterramientos individuales -también de cronología avanzada- son cistas compuestas por sillares, una cista sencilla trabajada de
una sola pieza. Referente a las costumbres funerarias, en las necrópolis fenicias de la
Península Ibárica observamos tanto inhumaciones como incineraciones, que existen simultáneamente y a veces se mezclan. En el curso de los siglos, sin embargo, las incineraciones van en aumento con respecto a las inhumaciones.
Otro punto decisivo para la valoración de un enterramiento es el ajuar. Así, encontramos en los bipogeos 1 y 4 de Trayamar -los únicos conservados- lujosos hallazgos
de oro, al igual que en la cista mejor acabada de Jardín (sepultura 66 a). Hallazgos de
oro y plata fueron recogidos también en Cádiz, Villaricos, Cerro de San Cristóbal y
Puente de Noy. Según se desprende de los hallazgos del siglo VII a.C., los establecimientos comerciales de los fenicios en la costa meridional ibérica experimentaron en dicho siglo una notable eclosión.
Los poblados fenicios y sus necrópolis han aportado una ingente cantidad de hallazgos que, expuestos en museos y representados en publicaciones, dan una imagen elocuente de la cultura material de esos colonizadores, permitiéndonos además sacar conclusiones sobre sucesiones cronológicas, relaciones culturales, situación económica e
incluso sobre sus concepciones espirituales y religiosas.
Los hallazgos más frecuentes en poblados y necrópolis son las vasijas de cerámica y,
sobre todo, sus innumerables fragmentos. Entre esta mezcla realmente multicolor destacan los fragmentos de la cerámica roja, de especial calidad, luego la cerámica polícroma -o al menos bícroma-, y finalmente la cerámica de engobe blanco y la de arcilla gris. La cerámica de engobe rojo, tan característica de la primera fase de ocupación
fenicia en los siglos VIIINII a.C., deja entrever su relación directa con las formas de la
metrópolis fenicia, siendo, por su frecuencia y la diversidad de sus formas, especialmente importante para la identificación de los establecimientos fenicios.
Aquí nos tenemos que limitar al estudio de una forma-guía de la cerámica fenicia en
el Mediterráneo occidental y, sobre todo, en los establecimientos fenicios en la costa española, a los ¡platos de la cerámica roja, que se encontraron aquí en gran cantidad,
tanto las formas corrientes de uso diario como las descubiertas en las tumbas donde,
sin pertenecer al inventario clásico, aparecían como piezas aisladas o también, a veces
en gran número, formando parte del ajuar. De este modo, obtuvimos unos 400 fragmentos de platos de cerámica roja, que proceden, en su mayor parte, de la época posterior al
cierre de la tumba 4 de Trayamar. Se supone que este complejo funerario está relacionado con ceremonias sepulcrales. Excavaciones realizadas en las zonas de hábitat de
'lbscanos y Morro de Mezquitilla han aportado entretanto otros centenares de platos.
Mientras que resulta dificil reconstruir una vasija a partir de un solo fragmento, en el
caso de los platos, éstos son fácilmente identificables si se dispone de un fragmento de
borde, de modo que para el estudio estadístico de las formas de platos disponemos de
una ingente cantidad de material evaluable. Pudimos constatar que la evolución parte
de platos hondos, parecidos a fuentes, hacia formas más planas, a la vez que los bordes,
inicialmente muy estrechos, de incluso menos de dos centímetros en el siglo VIII, van
evolucionando hacia medidas más anchas de hasta ocho centímetros a comienzos del si- 36 -
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PRIMEROS ASENTAMIENTOS FENICIOS
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glo VI a.C. A partir de entonces, su desarrollo se manifiesta en otra dirección, de la cual
habrá que hablar cuando se comenten los hallazgos púnicos. Gracias a nuestros estudios sobre la cronología de los platos, actualmente estamos en condiciones de fechar
complejos de hallazgos fenicios con bastante exactitud, hasta un tercio de siglo, siempre
que dispongamos de una considerable cantidad de platos, excluyendo las piezas aisladas, siempre más o menos casuales.
En cuanto a la llamada cerámica gris se refiere, que con menor frecuencia aparece
en los estratos tardíos de los establecimientos fenicios, se ha podido comprobar entretanto que se trata de un producto peninsular, cuyos orígenes están en las formas, color
y técnica de la cerámica autóctona. Gracias a observaciones hechas durante 1as excavaciones en el Morro de Mezquitilla, hemos logrado separar de la cerámica del Bronce Final importada, una determinada clase de cerámica hecha a mano, pudiéndola identificar como cerámica tosca fenicia. Esta cerámica fenicia, hecha a mano y conocida hasta
ahora solamente en forma de ollas, servía evidentemente para fines especiales de conservación.
Son frecuentes los fragmentos de huevos de avestruz, que en el poblado nunca se
conservaron intactos, pero sí en las tumbas de pozo del Cerro de San Cristóbal (Almuñécar) y en la necrópolis de Jardín. En ocasiones, los huevos de avestruz están decorados con pintura roja o llevan finos dibujos incisos.
Entre los metales preciosos, la plata suele aparecer en forma de pequeños colgantes
o estuches para amuletos, como por ejemplo en Almuñécar y Jardín. En estos dos sitios
se encontraron también anillos engarzados con escarabeos basculantes, que el muerto
había llevado en vida como adorno y anillo de sello y que después de su fallecimiento le
acompañaba a la tumba. Un anillo de oro de este mismo tipo, aunque lamentablemente
sin escarabeo, fue hallado en la sepultura 1 de Trayamar. Se distingue por ~u excelente
factura, al igual que los adornos de oro de la sepultura 4 del mismo lugar. Allí se encontró un colgante de 2'5 centímetros de diámetro, que formaría parte de un collar, y cuyo
anverso mostraba finos relieves, que servían de base para una representación figurativa formada por granulados y filigrana. El carácter egiptizante de esta imagen es indudable, aun cuando podemos suponer que la pieza fue fabricada en el ámbito fenicio,
probablemente en la misma metrópoli. El conjunto áureo de Trayamar comprende además cuatro colgantes cónicos, perlas redondas y estriadas, así como pendientes y anillos de oro, que acentúan la especial categoría social de este enterramiento.
La riqueza de un ajuar se manifiesta también en la presencia de objetos de importación, como por ejemplo los dos kotyles protocorintios de la tumba 19 B del Cerro de San
Cristóbal (Almuñécar), cuya suntuosidad distingue al muerto como personaje importante. Los fenicios afincados en el sur de España solían utilizar a veces esas vasijas
protocorintias, aunque su número es escaso, como indican los fragmentos hallados en
Toscanos y en el Morro de Mezquitilla. Más frecuentes son fragmentos procedentes de
ánforas áticas SOS. En Toscanos se descubrieron también fragmentos de copas jónicas.
Menos frecuente es la cerámica de Chipre, documentada por algunos fragmentos, varios de los cuales provienen de una jarra decorada con los característicos dibujos concéntricos de la «bochrome IV» del siglo VII a.C. Otras piezas de importación, preferen-37-
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temente de procedencia egipcia, son los escarabeos que mencionamos ya más arriba.
'lbdos esos elementos griegos, chipriotas y egipcios documentan las amplias relaciones
comerciales que los fenicios mantenían en ambas cuencas del Mediterráneo y que con
las fundaciones coloniales aportaron a la Península Ibérica.
Las condiciones previas para la fundación de los establecimientos fenicios. para su
eclosión y su cultura material, hay que buscarlas sin duda en el ámbito de la economía.
Los establecimientos comerciales requerían tanto buenos embarcaderos o puertos como
una favorable situación en cuanto a terrenos aptos para la agricultura. pues es evidente que los asentamientos fenicios se apoyaban en una sólida base económica. formada por la agricultura y la ganadería, como lo avalan los numerosos hallazgos de huesos animales y los algo menos copiosos restos de cereales y otras plantas cultivadas. Un
papel preponderante habrá jugado en este contexto la elaboración de materias primas,
altamente especializada, pero prácticamente desconocida por la población indígena. Según nuestros conocimientos actuales. que se basan sólo en las fuentes arqueológicas.
necesariamente limitadas por las condiciones de conservación, entre esas habilidades
hay que contar el tratamiento metalúrgico de los minerales y seguramente la fabricación de metal, la producción de púrpura y la fabricación de cerámica a torno.
Resulta, pues. significativo que en el Morro de Mezquitilla, uno de los asentamientos fenicios más antiguos de la Península Ibérica. haya habido un horizonte con restos
de talleres metalúrgicos donde se trabajaba sobre todo el hierro. tan antiguos como los
primeros edificios y en parte incluso más antiguos que ellos. Aquí se descubrieron algunas fosas llenas de cenizas y carbón vegetal, así como varios hornos, algunos repetidas
veces renovados. Alrededor de los hornos se hallaron escorias y fragmentos de tubos de
ventilación, especialmente bocas de toberas dobles, ocasionalmente con restos metálicos
adheridos. Este grupo de toberas fenicias, hasta ahora el mayor de la Península Ibérica, da testimonio manifiesto de que aquí habían tenido lugar procesos de fundición
metalúrgica. No obstante, parece que no era éste el verdadero lugar donde se realizaba
la fundición primera de los minerales. pues la incidencia del fuego sobre los hornos hubiera sido mucho mayor al igual que la cantidad de escoria. Posiblemente, los lugares
de beneficio estaban más alejados de los poblados, incluso en la cercanía de los mismos
yacimientos del mineral, y que en los poblados había tenido lugar luego la refundición y
elaboración de los productos definitivos. En el Morro hemos podido documentar untaller de herreros. También en 'lbscanos hubo restos de escoria y toberas, y en la falda del
Peñón un pequeño horno de fundición. Estos restos comprueban que en los asentamientos fenicios hubo actividades metalúrgicas ya en una fase antigua, seguramente en el
siglo VIII, y que estas actividades jugaron un papel importante también en siglos posteriores.
Aparte de algunas piezas de importación, el hierro no aparece verdaderamente
hasta la llegada de los fenicios, que fueron los primeros introductores de este metal en
la Península Ibérica. Suponemos que gracias a los valiosos objetos y armas de hierro
que los fenicios -según nuestras excavaciones- fabricaban en el país, ofreciéndolas
luego a las tribus indígenas, estos colonizadores gozaban de una posición de poder singularmente favorable, que explica la enorme importancia de la colonización fenicia y su
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PRIMEROS ASENTAMIENTOS FENICIOS
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gran influencia económica y cultural. Este nuevo comercio del metal, promocionado y
activado por los fenicios, sirve de fondo a un singular hallazgo procedente de la ría de
Huelva que representa seguramente la carga de un barco hundido, pues consistía sobre
todo de armas y también objetos de bronce, tan significativos de la cultura del Bronce
Final en el «hinterland». Según las apariencias se trata de una carga de metal viejo que
los comerciantes fenicios comprarían en parte como chatarra, ofreciendo a cambio los
valiosos objetos de hierro.
En este comercio del metal, también el estaño habrá jugado un papel importante, y
sus yacimientos en el oeste y noroeste de la Península Ibérica despertarían el interés
comercial de los fenicios. Confirman esta impresión los informes sobre el estaño de los
Cassitérides, que señalan al noroeste de Europa. Sin embargo, hallazgos de estaño
puro -se trataría de barras de estaño- no se han producido hasta hoy ni en poblados
prehistóricos, ni en los asentamientos fenicios. Habría que pensar más bien que el comercio se limitaba al estaño contenido en el bronce, de modo que el comercio del estaño
estaba integrado en el del bronce. Ello explicaría los numerosos hallazgos de depósitos
de objetos de bronce procedentes del Bronce Final, que a veces llegaron a acumular los
comerciantes.
Aparte de los metales de uso, también los metales preciosos representaban seguramente un factor importante en el comercio fenicio. Sobre todo en la Edad de Bronce se
explotaban cada vez más los ricos yacimientos de oro en el noroeste de la Península, según comprueban los numerosos hallazgos de oro y algunos tesoros. Hay que contar con
la posibilidad de que los fenicios buscaran el acceso a esos yacimientos a través de la
costa atlántica portuguesa, según parecen indicar hallazgos aislados o señales de influencias fenicias, si bien sin llegar a establecer verdaderas factorías. De este modo, el
oro llegó a manos de los fenicios preferentemente a través de los intermediarios tartéssicos, lo que explicaría hasta cierto punto la especial eclosión de aquella cultura y de su
metalurgia. Según los indicios, el preciado metal fue llevado luego a los talleres de Gades y otros establecimientos fenicios, donde los orfebres se encargaron de convertirlo en
refinados adornos al gusto fenicio; éstos llegarían después al «hinterland» como artículos de exportación, activando el oficio indígena. Ese refinamiento en la elaboración y
acabado del material bruto es una de las cualidades significativas de los talleres fenicios, que gracias a esa habilidad pudieron ofrecer artículos de lujo.
Naturalmente, el mercado de material bruto y objetos elaborados no se limitaba a la
Península Ibérica, sino fue extendido por los fenicios ante todo hacia Oriente. Con toda
seguridad los barcos fenicios transportaban material bruto a la metrópoli u a otros
compradores con la misma frecuencia que traían productos elaborados desde el Mediterráneo oriental a la Península Ibérica. En todo caso, el beneficio del metal, su elaboración y su comercio constituyeron una de las razones más poderosas para el establecimiento de colonias fenicias en la Península Ibérica.
Entre los hallazgos de restos de moluscos, sobre todo caracoles de mar, encontrados
en los asentamientos fenicios, llamó la atención en Toscanos el alto número de conchiles. Los fenicios se sirvieron de varias clases de esos moluscos para la elaboración de la
púrpura, según sabemos por las fuentes escritas y por hallazgos excavados en los aire-39-
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dedores de las ciudades fenicias de la metrópoli. Allí, los restos de los moluscos se solían apilar en las afueras de la población, debido al olor sumamente desagradable que
éstos despedían durante el proceso de elaboración.
Tales montones no se han podido detectar hasta ahora en la Península Ibérica, pero
los restos hallados en Toscanos podrían estar relacionados con algún taller dedicado a
la producción de púrpura. A favor de esta teoría hablan los orificios practicados en las
conchas de los moluscos y que son idénticos a los observados en Sidón y Tiro. Este indicio arqueológico parece confirmar que los fenicios seguían elaborando la púrpura también en el Mediterráneo occidental, lo que parece tanto más probable cuanto que la intensidad de producción de la púrpura podría haber agotado en Oriente la materia
prima, obligando a los fenicios a buscar nuevos bancos de moluscos. La elaboración de
la púrpura jugaría entonces un papel muy importante, aunque seguramente no habrá
sido la única razón que impulsara a los fenicios a colonizar el Mediterráneo occidental.
Suponemos, pues, que telas teñidas con púrpura constituirían un codiciado artículo de
exportación no sólo para el «hinterland», sino igualmente para la metrópoli.
En suma, las telas habrán formado parte del género fino que los fenicios ofertaban a
sus clientes, sobre todo las telas multicolores, sencillas o suntuosas. Hay noticias de
que ya en el siglo IX a.C., los fenicios entregaban esas telas a los asirios como tributo.
Excavaciones futuras, orientadas especialmente en esta dirección, podrán tal vez aportar datos concretos acerca de este importante producto comercial.
En la artesanía fenicia no podía faltar el marfil. Como materia prima servía no
tanto el marfil fósil, sino más bien el marfil importado del Norte de Africa, donde hubo
elefantes hasta la época romana. Los trabajos de marfil de los talleres fenicios ejercieron su influencia sobre la artesanía tartésica, de la cual nos han quedado numerosos
trabajos. Del norte de Africa proceden también los huevos de avestruz que, adornados
con pinturas o artísticas incisiones, desempeñaban un papel importante en los ritos funerarios de fenicios y púnicos.
Muy apreciada en el «hinterland» era también la cerámica fenicia a torno, de excelente factura, sobre todo la de engobe rojo y la polícroma. Los platos de cerámica roja,
ampliamente repartidos, sirvieron al parecer de mercancía directa, mientras que la cerámica polícroma, representada principalmente por vasijas cerradas, así como la cerámica sin tratamiento sirvieron como material de embalaje, llegando como tal a los poblados indígenas. Piezas aisladas de cerámica fenicia polícroma y las correspondientes
copias, encontradas en la costa atlántica y en la del Levante español, confirman la existencia de tales relaciones comerciales. Los fenicios se sirvieron de las ánforas para el
transporte de productos líquidos, como vino y aceite, que serían otros dos importantes
artículos de exportación aliado de los productos de la industria metalúrgica y de los géneros de lujo.
Las relaciones comerciales, tal como las hemos descrito hasta ahora, determinaron
el carácter de los asentamientos fenicios en las costas ibéricas: se trataba de factorías
comerciales con manufactura propia, que practicaban el libre intercambio de bienes con
las tribus indígenas del «hinterland», estando, por tanto, obligados a mantener con éstas relaciones pacíficas. En vista del escaso número de personas que formaba esos asen-40-
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tamientos podemos presumir con certeza que Iri en el momento de la fundación Iri en
tiempos posteriores hubo por parte de los femcios la intención -ni la habría nuncade ocupar el «hinterland» militarmente. De todas formas, la componente militar debe
de haber jugado un papel poco importante en los asentamientos fenicios, según indica
la ausencia casi total de fortificaciones. Tampoco los ajuares de los comerciantes femcios, que nunca contienen armas, señalan hacia una acusada mentalidad guerrera. El
poder de los fenicios consistía, al fin y al cabo, en la acumulación de riqueza, que toda
acción militar pondría en peligro, mientras que las relacioanes pacíficas servían para
aumentarla.
Al igual que en las fundaciones de Gades, Utica y Cartago, que según las fuentes
históricas fueron impulsadas por Tiro, los grupos humanos que llevaban a cabo la colonización fenicia procedían de las ciudades de la metrópoli, según evidencia el material
arqueológico hallado: la cerámica característica, sobre todo la de engobe rojo, luego los
hallazgos de oro, los recipientes de alabastro y de piedra, y fmalmente el modo de construir casas y sepulturas están directamente relacionados con el Mediterráneo oriental.
En su camino hacia la cuenca occidental del Mediterráneo, la isla de Chipre les debió
de servir de importante estación intermedia, según documentan la cerámica chipriota y
la forma de las jarras de bronce, transmitidas al «hinterland•• tartésico.
El apogeo de la cultura fenicia occidental en el Sur de la Península Ibérica es de duración limitada. También geográficamente se vio reducida a un estrecho litoral en las
costas atlántica y mediterránea de Andalucía, donde se extiende la fila de los asentamientos fenicios, en parte tal vez aún desconocidos. A pesar de tales limitaciones cronológicas y geográficas, la colonización fenicia adquiere en la historia de Hispania una
importancia extraordinaria y única. Con los asentamientos fenicios en la costa meridional ibérica, la Península entra por primera vez en contacto con una cultura oriental en
su más pura esencia, altamente desarrollada, cuyos logros llegan desde el urbanismo
en todas sus facetas hasta la escritura. Es de suponer que los representantes de esta
cultura impresionaron profundamente a la población autóctona, a pesar de que la evolución cultural de los habitantes de la costa era ya considerable. Los resultados de esta
primera colonización fueron, pues, óptimos y de enormes consecuencias tanto para la
cultura tartésica del Sur como para la Cultura Ibérica del Sureste y Este, y así para la
Protohistoria Valenciana.
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