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Archivo
de
Prehistoria Levantina
Servicio de Investigación Prehistórica
del
Museo de Prehistoria de Valencia
Vol. XXX
Diputación de Valencia
Valencia, 2014
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA (APL)
Revista del Museu de Prehistòria de València.
Fundada en 1928 por D. Isidro Ballester Tormo como Anuario del Servicio de Investigación Prehistórica
de la Diputación Provincial de Valencia.
Directora: Helena Bonet Rosado (MPV).
Editor: Joaquim Juan Cabanilles (MPV).
Consejo de redacción: Ferran Arasa i Gil (Universitat de València), Mauro S. Hernández Pérez (Universidad
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Alicante), Carmen Aranegui Gascó (Universitat de València), M.ª Eugènia Aubet Semmler (Universitat Pompeu
Fabra, Barcelona), J. Emili Aura Tortosa (Universitat de València), Ernestina Badal García (Universitat de València),
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Edita: MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA. DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA
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ISSN: 0210-3230
eISSN: 1989-0508
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Maquetación: Museu de Prehistòria de València
Imprime: Imprenta Provincial
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ÍNDICE
1
17
A. García Moreno
El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
Dos retocadores solutrenses de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, la Marina Alta,
País Valenciano)
27 E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
57
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica. Nuevas
dataciones
81
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja (Málaga, España): salas del Vestíbulo y la Mina
133
J. A. Afonso Marrero, J. A. Cámara Serrano, L. Spanedda, J. A. Esquivel Guerrero,
R. Lizcano Prestel, C. Pérez Bareas y J. A. Riquelme Cantal
Nuevas aportaciones para la periodización del yacimiento del Polideportivo de Martos (Jaén):
la evaluación estadística de las dataciones obtenidas para contextos rituales
159
O. García Puchol, L. Molina Balaguer, F. Cotino Villa, J. L. Pascual Benito,
T. Orozco Köhler, S. Pardo Gordó, Y. Carrión Marco, G. Pérez Jordà, M. Clausí Sifre y
L. Gimeno Martínez
Hábitat, marco radiométrico y producción artesanal durante el final del Neolítico y el Horizonte
Campaniforme en el corredor de Montesa (Valencia). Los yacimientos de Quintaret y Corcot
213
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M.ª D. Sánchez de Prado
Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón (Camporrobles, Valencia)
239
I. Grau Mira e I. Amorós López
Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
(Vall d’Alcalà, Alacant)
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263
I. Simón Cornago y C. Jordán Cólera
Ildi: un grafito de La Alcudia de Elche (Alicante)
275
M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos VI y I a.C.
317
P. P. Ripollès y G. Cores
Las monedas de la ceca de Oskumken
327
J. M. Torregrosa y F. Arasa
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera (La Moleta dels Frares, El Forcall,
Castellón) y su territorium
375
R. Cebrián Fernández
Dos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo, Cuenca
(territorio de Valeria, Conventus Carthaginiensis)
383
F. J. Puchalt Fortea e I. Fortea Beneyto
Evidencias de traumatismos craneales en la población cristiana de Gandía (Valencia)
389
T. Pasíes Oviedo
La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
para un proyecto expositivo
401
I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
Infancia, museología y arqueología. Reflexiones en torno a los museos arqueológicos
y el público infantil
419
Normas para la presentación de originales
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 1-16
Alejandro GARCÍA MORENO a
El poblamiento paleolítico
de la cuenca del río Mundo (Albacete)
RESUMEN: En este artículo se presentan los datos disponibles acerca del poblamiento de la cuenca del río
Mundo (sur de Albacete) durante el Paleolítico. En esta región se ha documentado un número significativo de
yacimientos, que abarcarían desde el Paleolítico Inferior hasta el Mesolítico y los comienzos del Neolítico,
aunque el conocimiento que se tiene del poblamiento prehistórico de la región es fragmentario. Por ello,
es necesario establecer una visión de conjunto, englobando la información aportada por los yacimientos
documentados hasta el momento, que nos permita comprobar cuál es el estado de la cuestión en esta área.
La revisión de esta información, a pesar de ser todavía muy limitada, permite plantear la existencia de un
poblamiento más complejo de lo que se ha supuesto para esta zona para algunos periodos.
PALABRAS CLAVE: poblamiento, Paleolítico Medio, Paleolítico Superior, Epipaleolítico, sureste de la
Península Ibérica.
The Palaeolithic settlement of El Mundo river basin (Albacete, Spain)
ABSTRACT: In this paper, the available archaeological information regarding the Palaeolithic settlement
of el Mundo river basin and the Alcaraz Sierra is presented. This region has yielded a significant number
of Paleolithic sites. These sites range from the Lower Paleolithic to the Mesolithic and early Neolithic,
although the knowledge we have of prehistoric settlement in the region is still fragmentary. It is therefore
necessary to broadly approach this context, encompassing the information provided by the sites documented
to date, providing a state of the art of Palaeolithic settlement in this region. The review of this information,
despite being still very limited, shows a more complex settlement than it has been assumed for some periods.
KEY WORDS: settlement, Middle Palaeolithic, Upper Palaeolithic, Epipaleolithic, southeast of Iberian
Peninsula.
a Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria, Universidad de Cantabria.
alejandro.garciamoreno@hotmail.com
Recibido: 12/11/2012. Aceptado: 20/02/2014.
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2
A. García Moreno
1. INTRODUCCIÓN
Los primeros estudios sobre el poblamiento prehistórico del sureste de la provincia de Albacete y, más
concretamente, de la Sierra de Alcaraz y del Segura, se remontan a las primeras décadas del siglo XX, con
el descubrimiento de materiales tardenoisienses en el Abrigo de Alpera, en Almansa (Obermaier, 1916), o
de tipología musteriense en el yacimiento del Canalizo del Rayo, en Hellín (Breuil, 1928) (fig. 1). También
en estos años se lleva a cabo el estudio y valoración del arte rupestre Levantino, considerado por algunos
autores de la época, como Breuil o Cabré, de cronología paleolítica (Alonso Tejada y Grimal, 1994; Ripoll
Perelló, 2001). A lo largo de la primera mitad del siglo XX se producen algunos hallazgos puntuales, como
la posible presencia de materiales de cronología magdaleniense en la Cueva de los Morciguillos (Letur), en
la cuenca del río Taibilla, afluente del Segura (Cuadrado Díaz, 1947).
Sin embargo, no es hasta los años 70 y 80 cuando se produce un aumento considerable en el corpus
de información disponible sobre el poblamiento paleolítico en las serranías del sur de Albacete, debido
a dos fenómenos: por un lado, la realización de una serie de cartas arqueológicas de los municipios de
la región (Jordán Montés, 1992), así como a la puesta en marcha de varios proyectos de investigación
que permitirán documentar las secuencias arqueológicas y los materiales de la Cueva del Niño, en Ayna
(Higgs et al., 1976), junto a otros conjuntos de la cuenca media del río Mundo (Serna López, 1990), o del
Abrigo del Molino del Vadico (Córdoba de Oya y Vega Toscano, 1988). A estos proyectos hay que añadir
el descubrimiento y/o revisión de diversos sitios realizados en las últimas décadas.
Como resultado, contamos en la actualidad de un corpus de datos abundante para esta zona, lo que en
nuestra opinión requería una puesta en conjunto de todos ellos. Aunque la mayor parte de la información
existente procede de recogidas de materiales líticos de superficie, lo que ofrece una visión muy fragmentaria,
los datos disponibles permiten aproximarnos al poblamiento paleolítico de la región, ofreciendo una imagen
más rica y compleja de lo que pudiera suponerse inicialmente.
Fig. 1. Materiales procedentes del yacimiento
del Canalizo del Rayo (Breuil, 1928).
APL XXX, 2014
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
3
2. LOCALIZACIÓN Y DESCRIPCIÓN DEL ÁREA DE ESTUDIO
La cuenca del río Mundo se localiza al sur de la provincia de Albacete, marcando la transición entre
la llanura manchega y la Cordillera Bética (fig. 2). Se enmarca dentro de la Sierra de Alcaraz, un área
montañosa formada por las últimas estribaciones del Sistema Prebético, que a su vez forma parte de la
Sierra del Segura. Esta región se caracteriza por una gran complejidad estructural, debido a la alternancia
de elevaciones y depresiones, que dan lugar a un relieve en general abrupto y de carácter montañoso.
Las alineaciones montañosas siguen una orientación general SW-NE, con la mayoría de sus picos
presentando altitudes superiores a los 1.500 metros, destacando el Pico de Las Almenaras (1798 m), la
mayor cota del sistema.
El río Mundo cuenta con una cuenca de recepción de aproximadamente 2400 km2 y una longitud de
unos 150 kilómetros, presentando un carácter marcadamente estacional y torrencial en su cuenca alta y
media. Inicialmente sigue una orientación SW-NE, para cambiar hacía el NW-SE en un segundo tramo,
hasta su desembocadura en el río Segura, en la vertiente mediterránea de la Sierra de Alcaraz (López
Vélez, 1996). En su primera mitad el Mundo discurre encajonado a través de la garganta excavada en las
calizas del Jurásico, dando lugar a hoces y cañones, al que se suman ramblas y barrancos subsidiarios,
configurando una orografía compleja y fracturada (fig. 3).
No obstante, en esta parte alta de la cuenca también pueden encontrarse terrenos más suaves y abiertos,
formados por pequeños valles de relleno cuaternario y altiplanicies calizas denominadas calares (fig. 4).
En su cuenca baja el río atraviesa el paisaje más suave y ondulado del Campo de Hellín, transición entre las
sierras del interior y el Altiplano de Yecla; es aquí donde finalmente se une al río Segura.
Desde el punto de vista biogeográfico, la cuenca del río Mundo se encuadra en la Región Mediterránea,
por lo que presenta una marcada estación estival, con una aridez de al menos dos meses al año (López Vélez,
1996). La vegetación propia de esta región estaría formada principalmente por encinares, aunque hoy día
Fig. 2. Localización de la cuenca del río Mundo y la Sierra de Alcaraz con los yacimientos mencionados en el texto.
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4
A. García Moreno
Fig. 3. Vista del cañón formado por el río Mundo en su cauce medio, a su paso por la aldea de Royo Odrea.
Fig. 4. Vista desde la aldea de Casas del Ginete de las altiplanicies existentes en la cuenca media del río Mundo. Al
fondo a la derecha se observa la Peña de la Albarda (1.256 m s. n. m.).
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
5
se encuentra escasamente representada por la acción antrópica (Verde et al., 1998). Desgraciadamente, no
contamos con datos paleobotánicos o paleoclimáticos que nos permitan aproximarnos a las condiciones
climáticas y al medio ambiente de la región durante el Cuaternario; no obstante, los datos obtenidos en el
Mar de Alborán indican que el sureste de la Península Ibérica se vio afectado por las mismas oscilaciones
climáticas que el resto del continente europeo, aunque contaría con un clima más suave en las fases estadiales
(Cacho et al., 1999). Es de suponer una evolución semejante en la Sierra de Alcaraz y la cuenca del Mundo.
3. ALGUNAS CONSIDERACIONES PREVIAS: LIMITACIONES
El análisis del poblamiento paleolítico de un territorio determinado está siempre condicionado por una serie
de limitaciones, que en el caso concreto de la cuenca del río Mundo se ven acentuadas por lo fragmentario
de la información disponible, en la mayoría de los casos procedente de recogidas de materiales líticos de
superficie. La ausencia de secuencias estratigráficas locales bien datadas en las que sea posible contrastar
la evolución temporal de las técnicas de producción lítica hace que la atribución crono-cultural de estos
hallazgos de superficie sea incierta, basándose exclusivamente en criterios tipológicos.
Este hecho podría explicar la desproporción existente entre la presencia de yacimientos asignados al
Paleolítico Medio y, en menor medida, al Epipaleolítico, con respecto a la de aquellos correspondientes al
Paleolítico Superior. La escasez de evidencias de ocupaciones en el interior peninsular durante el Paleolítico
Superior llevó a algunos autores (Corchón Rodríguez, 2006; Vallespí Pérez et al., 1988) a plantear la
posibilidad de que la Meseta hubiese quedado prácticamente deshabitada durante este periodo, limitándose
la presencia humana a incursiones esporádicas desde zonas periféricas como el Levante (Davidson, 1983,
1986). Sin embargo, la escasa representación de yacimientos adscritos al Paleolítico Superior en el interior
peninsular puede deberse a problemas en la identificación y definición de los conjuntos, más que a un vacío
poblacional real (Davidson, 1991).
Así pues, esta imagen podría estar sin duda condicionada por la mayor visibilidad arqueológica y el
carácter diagnóstico de los elementos líticos que componen los conjuntos musterienses; debe tenerse en
cuenta que, a excepción de unos pocos casos, como la cueva del Niño, el resto de yacimientos considerados
han sido identificados y definidos a partir de recogidas de materiales líticos en superficie que, siendo
considerados como un todo homogéneo cultural y cronológicamente, podrían corresponder en realidad a
diferentes ocupaciones en periodos distintos. De hecho, la aparición de útiles característicos del Paleolítico
Superior, como raspadores, buriles, perforadores o núcleos prismáticos, en algunos de los yacimientos
asignados al musteriense, como el Canalizo del Rayo, la Laguna del Polope, el Pedernaloso o La Fuente,
podría estar indicando que la ocupación de estos asentamientos abarcó diferentes periodos del Paleolítico,
incluyendo el Superior.
De igual modo, el bagaje industrial de algunos de los yacimientos asignados al Epipaleolítico por la
aparición de laminillas de dorso, microburiles y raspadores podría corresponder a conjuntos del Paleolítico
Superior Final, donde este tipo de elementos son comunes.
Por lo tanto, la identificación de conjuntos líticos pertenecientes al Paleolítico Superior, ante la falta
de elementos claramente diagnósticos, sería menos evidente que en el caso de los conjuntos musterienses,
lo que podría estar sesgando nuestra imagen del poblamiento en la región durante el Pleistoceno Superior.
El descubrimiento de los yacimientos de El Palomar (Vega Toscano y Martín Blanco, 2006) y del Molino
del Vadico (Vega Toscano, 1993), así como la existencia de diversas estaciones de arte rupestre (Balbín y
Alcolea, 1994, 2003) y yacimientos arqueológicos datados en el Paleolítico Superior en la Submeseta sur,
como el abrigo de Verdelpino, en Cuenca (Rasilla Vives et al., 1996), corroborarían que el interior peninsular
en general, y la Sierra del Segura en particular, estuvieron poblados durante el Pleistoceno Superior, si bien
es cierto que el número de yacimientos adscritos a la primera mitad del Paleolítico Superior sigue siendo
muy reducido para el interior de la Península Ibérica, especialmente en la Submeseta sur (Cacho et al., 2010).
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A. García Moreno
En segundo lugar, otro problema fundamental al abordar el estudio del poblamiento prehistórico de
esta región es el de la imposibilidad de concretar la “contemporaneidad” del conjunto de yacimientos
documentados en la cuenca del Mundo. Si bien todos ellos comparten una serie de características que
permiten englobarlos dentro del mismo periodo cronocultural (o tecnocomplejo), fundamentalmente por
la homogeneidad de sus conjuntos líticos, a la hora de establecer relaciones entre yacimientos es necesario
contar con una precisa información sedimentológica, paleoclimática y cronológica para considerar a un
grupo de asentamientos como parte de un mismo esquema de ocupación del territorio, máxime si se trata de
periodos que abarcan una extensión temporal prolongada, como el Paleolítico Medio (Zilhão y Villaverde,
2008: 245). De lo contrario, podríamos caer en lo que Jochim (1991) definió como archaeology as a long
term anthropology, es decir, tratar como algo homogéneo y estático un registro que pudo haberse formado
por dinámicas complejas y cambiantes a corto plazo, mientras que otros autores hablan del problema de
time averaging (Bailey, 1983, 2007).
En cualquier caso, pueden apuntarse algunas observaciones en cuanto a los patrones de asentamiento
y las estrategias de subsistencia de las sociedades prehistóricas que ocuparon la cuenca del río Mundo a lo
largo del Paleolítico, especialmente durante el Paleolítico Medio, aunque éstas deberán ser necesariamente
generales y preliminares, dado lo fragmentario de la información arqueológica disponible hasta el momento.
4. EL PRIMER POBLAMIENTO: PALEOLÍTICO INFERIOR
Apenas contamos con datos sobre los comienzos del poblamiento humano en la cuenca del Segura. Hasta
la fecha, únicamente se ha documentado un yacimiento que podría corresponder al Paleolítico Inferior, el
yacimiento de La Fuente, en Hellín, propuesto como el yacimiento más antiguo de la provincia de Albacete
(Hernández Pérez, 2002; Vallespí Pérez et al., 1988). La industria lítica está dominada por cantos trabajados
tanto unifacial como bifacialmente, bifaces y hendedores, junto con otros tipos como raederas, denticulados
o raspadores (Montes Bernárdez y Rodríguez Estrella, 1985), por lo que se ha atribuido al Achelense. No
obstante, debe tenerse en cuenta que se trata de una recogida superficial de material lítico, sin atribución
estratigráfica, por lo que su cronología se basa en criterios tipológicos.
5. EL PALEOLÍTICO MEDIO: LA EXPANSIÓN NEANDERTAL
El Paleolítico Medio constituye el periodo mejor documentado en la cuenca media del río Mundo. Como
ya se ha comentado más arriba, la importante representación de yacimientos musterienses puede deberse a
la mayor facilidad para identificar estos conjuntos líticos; no obstante, el elevado número de sitios adscritos
al Paleolítico Medio existentes en la cuenca del río Mundo indican un poblamiento intenso y/o complejo
de la región en ese periodo.
A pesar del elevado número de yacimientos documentados, tan sólo la Cueva del Niño ha proporcionado
materiales arqueológicos en contexto estratigráfico, mientras que el resto procede de recogidas superficiales.
Por su parte, en la cercana cuenca del río Segura se encuentra el yacimiento del Abrigo del Palomar, donde
también se ha documentado una secuencia correspondiente al musteriense.
La Cueva del Niño (Ayna) fue descubierta en 1970, cuando se dieron a conocer sus pinturas rupestres
paleolíticas (Almagro Gorbea, 1971), aunque no fue hasta 1973 cuando se llevó a cabo la excavación
parcial de su depósito arqueológico (Higgs et al., 1976). Esta intervención permitió documentar un
conjunto de niveles arqueológicos correspondientes a una serie de ocupaciones a lo largo del Paleolítico
Medio, de acuerdo a la industria lítica aparecida en ellos. Esta industria estaba formada principalmente
por lascas, producidas mediante talla discoide, aunque también se documentan productos fruto de la talla
Levallois así como el reavivado de raederas tipo Quina. Entre los escasos útiles recuperados en este paquete
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
7
estratigráfico destacan una raedera recta sobre sílex, un canto de cuarcita trabajado y un raspador carenado
(Davidson, 1981, capítulo 10; Davidson y García Moreno, 2013). La materia prima dominante es la cuarcita,
posiblemente de origen local, aunque en el nivel inferior de la secuencia, Nivel XI, que proporcionó la
mayor muestra lítica, la proporción entre sílex y cuarcita está equilibrada.
Al igual que sucedía con la industria lítica, los restos óseos de macromamíferos resultaron también muy
escasos, procediendo la mayoría nuevamente del Nivel XI. El espectro faunístico estaba dominado por el
caballo, seguido por la cabra y el uro (Davidson, 1981, capítulo 10; Davidson y García Moreno, 2013). También
se documentó una presencia significativa de restos de lepóridos, aunque en este caso fue imposible discriminar
si su presencia se debía a la actividad cinegética de los ocupantes de la cavidad, o a la acción de depredadores.
En la vecina cuenca del río Segura encontramos el yacimiento del Abrigo del Palomar (Yeste), descubierto
en los años 80 durante el desarrollo del proyecto “El Paleolítico de la Sierra del Segura” (Córdoba de Oya
y Vega Toscano, 1988). Posteriormente, en el año 1996 se llevó a cabo una primera campaña de excavación
arqueológica, continuada a partir del año 2004. Fruto de estas intervenciones se documentó una unidad
sedimentaria, formada por los niveles inferiores (Niveles XII-VII), que constituía un conjunto homogéneo
de estratos de tipo limoarenoso con presencia de gravas. A esta unidad cabría incluir el Nivel VI, de matriz
arenosa, y adscrito al Paleolítico Medio por su industria; no obstante, la interpretación crono-cultural de
este nivel ha sido cuestionada, debido a que ha sido datado en 28050±230 BP (Peña Alonso, 2011).1 Esta
datación situaría el Nivel VI del Palomar en el Paleolítico Medio, y entroncaría con el debate suscitado en
torno a la pervivencia de comunidades neandertales en el sur de la Península Ibérica más allá del 40000
BP (Baena et al., 2012; Cortés, 2010). En cualquier caso, independientemente de la problemática en torno
al nivel VI, la industria lítica de este paquete resulta homogénea, con un claro predominio de la cuarcita, y
orientada principalmente a la obtención de lascas mediante un esquema dominante discoide, aunque la talla
bipolar está también bien representada, por lo que todo el paquete de niveles subyacentes al nivel V han
sido adscritos al Musteriense (Peña Alonso, 2011; Vega Toscano y Martín Blanco, 2006).
Junto a los trabajos de excavación realizados en la Cueva del Niño, durante el verano de 1973 se llevó a
cabo también una campaña de prospección arqueológica en el cauce medio del río Mundo, aunque dado el
relieve escarpado de la zona, ésta fue necesariamente limitada. No obstante, fruto de estas prospecciones se
documentaron diversas áreas de concentración de restos líticos, en su mayor parte asignables al Paleolítico
Medio (Davidson, 1986), dado que se trata de “conjuntos formados por piezas realizadas básicamente sobre
cuarcita, generalmente de tamaño medio y grande, […] presencia en ellos de raederas, piezas de muesca y
núcleos discoides y levallois” (Serna López, 1990: 5). Algunos de estos conjuntos están formados por tan
sólo unas pocas piezas líticas, como los de la Rambla del Fontanar, la Rambla de Moriscote o la Rambla de
la Jara, mientras que otros se componen de varias decenas de artefactos, como los yacimientos del Cerro de la
Cantera, el Calderón del Moro o la Rambla del Talave (Serna López, 1990). En todos ellos la materia prima
empleada es casi exclusivamente la cuarcita en forma de cantos, predominando entre los útiles las raederas,
los cuchillos de dorso, los cantos trabajados o los productos de talla Levallois (Serna López, 1999).
Además de los documentados durante la mencionada campaña de prospecciones, existen en la cuenca
media del río Mundo otros yacimientos que podrían adscribirse al musteriense. Entre estos destaca el de La
Fuente del Halcón (López Campuzano et al., 2003), muy próximo a la cueva del Niño, donde se localizaron
un total de 13 piezas líticas, fundamentalmente núcleos y lascas corticales, realizadas todas ellas sobre
cuarcitas locales.
En la cuenca baja del río Mundo el poblamiento humano durante el Paleolítico Medio está también bien
representado por una serie de yacimientos en superficie, como los de Canalizo del Rayo, la Laguna del Polope
o el Pedernaloso (Jordán Montés, 1992; López Campuzano, 1993-1994). Los dos primeros presentan unos
conjuntos líticos similares a los de los yacimientos de la cuenca media del Mundo, dominando ampliamente
1 Para una discusión más precisa sobre la problemática asociada a las dataciones de los niveles VI y IV del Palomar consultar
Peña Alonso, 2011.
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A. García Moreno
la cuarcita sobre el sílex y útiles típicos del Musteriense como raederas, denticulados, núcleos, lascas y
puntas Levallois, núcleos discoides, etc. (López Campuzano y Jordán Montés, 1995; Serna López, 1999).
Por el contrario, el yacimiento de El Pedernaloso se localiza sobre un afloramiento silíceo, por lo que la
mayoría del repertorio industrial del mismo está fabricado sobre sílex (Montes Bernárdez et al., 1984); de
este afloramiento procede en gran medida el sílex empleado en otros yacimientos de la zona, como en la
Laguna del Polope, distante 12 km del Pedernaloso (López Campuzano y Jordán Montés, 1995).
En definitiva, contamos para la región con un importante número de yacimientos que por el carácter de
sus industrias líticas podrían corresponder al Paleolítico Medio, aunque el hecho de que la mayoría de ellos
estén formados por hallazgos de superficie impide un acercamiento exhaustivo al poblamiento de la región
durante este periodo. No obstante, pueden apuntarse algunas hipótesis al respecto. En primer lugar, podrían
identificarse dos entidades geográficas diferenciadas, cada una de ellas correspondiente a un tipo de paisaje
y biotopo característico; por un lado, la cuenca alta-media del río Mundo y el área del Calar del Mundo,
donde se encuentra la Cueva del Niño, de paisaje abrupto y encajado, dominado por barrancos cortados
sobre los sedimentos de Liásico; por otro lado, la cuenca baja del río y el Altiplano de Yecla, mucho más
abierta o de relieve más suave, donde los asentamientos se localizan en llanuras de inundación y terrazas
fluviales, generalmente asociados a puntos de agua estables (López Campuzano, 1993-1994). Este mismo
patrón parece observarse en regiones vecinas (Montes Bernárdez et al., 1984; Zilhão y Villaverde, 2008),
donde los yacimientos adscritos al Paleolítico Medio se sitúan bien en ramblas bien en las tierras bajas de
media-montaña y el litoral.
Este doble patrón de ocupación podría deberse a una complementariedad funcional (y puede que
estacional) entre los asentamientos de la cuenca alta-media y los de la cuenca baja, en un modelo de
ocupación del territorio basado en movimientos entre las zonas bajas y llanas del Campo de Hellín y las
serranías de la cuenca media y alta (López Campuzano, 1993-1994). En cualquier caso, debido a la falta de
evidencias que nos permitan plantear una cierta “contemporaneidad” entre estos conjuntos, así como datos
sobre la funcionalidad y época de habitación de cada sitio, este planteamiento debe quedar necesariamente
como una hipótesis meramente teórica. Más complicado aún resulta concretar si este patrón respondería a
desplazamientos de mayor envergadura, que tuviesen su origen en la costa levantina (Serna López, 1997),
debido a la ausencia de evidencias que permitan corroborar este extremo.
Respecto a la explotación del medio, la materia prima empleada en casi todos los yacimientos es
fundamentalmente la cuarcita, probablemente de origen local. La única excepción clara es el yacimiento de
El Pedernaloso, situado sobre un afloramiento silíceo (Montes Bernárdez et al., 1984). En el Nivel XI de la
Cueva del Niño, el sílex es empleado en una proporción similar a la cuarcita, aunque dado el escaso número
de efectivos recuperados en este estrato es difícil valorar la representatividad exacta de estos porcentajes.
Aparentemente el escaso sílex aparecido en los yacimientos es transportado desde varios kilómetros, pero
cuando las fuentes de aprovisionamiento se encuentran demasiado distantes se recurre a materias locales,
como la cuarcita, formando conjuntos líticos en los que destacan los denticulados, muescas y productos
derivados de la talla Levallois (Serna López, 1999; Zilhão y Villaverde, 2008).
Los únicos datos disponibles sobre las bases de la subsistencia provienen de los escasos restos de fauna
obtenidos en la Cueva del Niño, aunque la ausencia de un estudio tafonómico y la naturaleza preliminar del
estudio arqueozoológico impiden la completa valoración de estos datos. En principio, los niveles inferiores
de la secuencia del Niño estarían dominados por la presencia de grandes ungulados, como caballo y uro,
así como cabra, abundante a lo largo de toda la secuencia, mientras que el número relativamente elevado
de lagomorfos parece corresponderse con agentes de acumulación no antrópicos, como las rapaces (Pérez
Ripoll, 1977; Sanchis Serra, 2012). Esta asociación faunística sería similar a la observada en otros yacimientos
musterienses del Levante Peninsular (Yravedra Sáinz de los Terreros, 2004-2005), donde además parece
documentarse en muchos casos una alternancia entre humanos y otros carnívoros en la ocupación de las
cavidades; este podría ser el caso de la Cueva del Niño, donde se ha documentado la presencia de lobo y oso
en los niveles inferiores (Davidson, 1981, capítulo 10; Davidson y García Moreno, 2013).
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
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6. PALEOLÍTICO SUPERIOR, ¿VACÍO POBLACIONAL?
Como ya se comentó más arriba, apenas contamos con evidencias sobre la ocupación de la Sierra de
Alcaraz durante el Paleolítico Superior (Hernández Pérez, 2002), lo que llevó a algunos autores a plantear
la existencia de un hiato poblacional en este periodo (Vallespí Pérez et al., 1988), limitándose la presencia
humana a incursiones esporádicas desde la zona levantina (Davidson, 1986).
Efectivamente, la Cueva del Niño constituye la única muestra clara de presencia humana en la cuenca del
río Mundo a lo largo del Paleolítico Superior, fundamentalmente debido a la existencia de pinturas rupestres
de estilo claramente paleolítico en su interior (Almagro Gorbea, 1971; Gárate Maidagán y García Moreno,
2011). Durante la excavación del yacimiento en 1973 se documentó en el vestíbulo de la cavidad, bajo el
panel principal de pinturas rupestres, una serie de tres pequeños niveles de ceniza con abundantes carbones, de
escasa potencia, de cronología incierta por su pobreza en material arqueológico (Davidson y García Moreno,
2013). Sin embargo, en el año 2010, en el marco de un proyecto de datación del yacimiento, se obtuvo una
muestra de hueso procedente del Nivel 2 de esta Tricnhera Interior, cuya datación por AMS-Bioapatito arrojó
una fecha de 22780±60 BP (UGAMS-7738) (Gárate Maidagán y García Moreno, 2011). Esta datación, podría
indicar el momento de realización de las pinturas rupestres parietales, o al menos parte de ellas, lo que sería
coherente con sus características estilísticas (Gárate Maidagán y García Moreno, 2011), aunque propuestas
anteriores situaban estas representaciones en torno al Solutrense y/o Magdaleniense (Almagro Gorbea, 1971;
Balbín Berhmann y Alcolea González, 1994; Fortea Pérez, 1978). En cualquier caso, e independientemente de
su cronología, las pinturas rupestres de la Cueva del Niño evidencian la presencia humana en este yacimiento
durante el Paleolítico Superior, aunque no ofrecen información acerca del carácter de la misma.
Fuera de la Sierra de Alcaraz, en la cercana cuenca del río Segura, los yacimientos de Tus, Molino del
Vadico y El Palomar parecen confirman la presencia humana en el sur de la provincia de Albacete durante
este periodo. Así pues, el abrigo del Molino del Vadico, en el valle del río Zumeta, presenta en la base de
su secuencia estratigráfica, bajo una serie de niveles epipaleolíticos, un conjunto de niveles denominados
Unidad D, en los que se aprecian procesos de gelifracción, y que parecen corresponder a ocupaciones del
Tardiglaciar (Vega Toscano, 1993).
En la cuenca del río Tus, también en la Sierra del Segura, se encuentran los abrigos de Tus I y El
Palomar. Mientras que el primero tan sólo ha proporcionado un limitado volumen de industria lítica y
fauna, que impiden una valoración precisa del conjunto (Córdoba de Oya y Vega Toscano, 1988), el
segundo ha arrojado una secuencia más completa con ocupaciones atribuibles al Paleolítico Superior. La
unidades estratigráfica correspondiente a los niveles V, IV y III ha sido asignada al Gravetiense a partir de
las características de su industria lítica, mientras que el nivel IV ha sido datado en 26430±210 BP (Beta185410) (Peña Alonso, 2011; Vega Toscano y Martín Blanco, 2006). Sobre éste se asienta un estrato con
importantes evidencias de gelifracción (Nivel III), mientras que el Nivel I ha sido atribuido inicialmente al
Magdaleniense Final.
Todavía dentro del área geográfica de la Sierra del Segura, pero ya en la provincia de Jaén, se
encuentra el yacimiento de la cueva del Nacimiento (Pontones), que presenta evidencias de ocupaciones
correspondientes al Paleolítico Superior final-Epipaleolítico, datadas en torno al 11200 BP (GIF-3472), y
caracterizado por la presencia de raspadores, buriles y láminas de sílex con y sin retoque (Rodríguez, 1979).
En definitiva, son muy pocos los datos de los que disponemos para evaluar el poblamiento de esta región
durante el Paleolítico Superior. La imagen, sin duda incompleta, que se nos presenta de este periodo es
la de una total inexistencia de evidencias correspondientes al Paleolítico Superior Inicial (Auriñaciense),
situándose las ocupaciones más antiguas documentadas hasta ahora en el Gravetiense. Parece también
atestiguada la presencia humana durante el Paleolítico Superior final, aunque resulta difícil discriminar
entre el Magdaleniense Superior y el Epipaleolítico. La ausencia de secuencias continuas y bien datadas
impide seguir la evolución cronocultural del Paleolítico Superior en esta región del interior del sureste
peninsular, así como su comparación con las dinámicas observadas en otras regiones, como el Levante.
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A. García Moreno
7. EPIPALEOLÍTICO: LOS ÚLTIMOS CAZADORES DE LA SIERRA
Al contrario de lo que sucedía con el Paleolítico Superior, sí disponemos en cambio de un mayor volumen
de información para la primera mitad del Holoceno, aunque en la mayoría de los casos ésta es de carácter
fragmentario, dado que nuevamente la mayoría de los yacimientos documentados corresponden a recogidas
superficiales de material lítico. Este hecho condiciona nuestro conocimiento sobre las últimas comunidades
cazadoras de la región y la introducción de la economía de producción.
Los niveles superiores de la secuencia estratigráfica de la Cueva del Niño proporcionaron una
importante colección de elementos líticos que podrían corresponder al Epipaleolítico, con un uso
extensivo del sílex, una alta laminaridad y presencia de microlitos geométricos (Davidson y García
Moreno, 2013). Sin embargo, durante el proceso de excavación no fue posible diferenciar entre un
posible nivel de cronología epipaleolítica de las ocupaciones ya correspondientes al Neolítico, mientras
que la mayor parte de la industria lítica podría corresponder a ambos periodos. No obstante, en 1973 se
efectuó una datación radiocarbónica sobre una muestra de carbón procedente del Nivel II de la zona de
excavación denominada Trench 2, que arrojó una fecha de 6990±80 BP (Birm-1113), lo que evidenciaría
algún tipo de presencia humana en el yacimiento durante el Epipaleolítico (Davidson y García Moreno,
2013). Por lo que respecta a la fauna recuperada en estos niveles, se atestigua una presencia importante
de animales salvajes, como cabra, ciervo y principalmente conejo, así como la posible presencia de
ovicápridos domésticos (Davidson, 1981, capítulo 10).
Junto a la evidencia aportada por la propia Cueva del Niño, las prospecciones desarrolladas a lo largo
de la cuenca del río Mundo permitieron documentar diversas concentraciones de material, entre los que
destacaba la Cueva de Moriscote (mencionada por Vita-Finzi, 1978), y que dadas sus características fueron
adscritos al Epipaleolítico, puesto que se trataba de “conjuntos líticos realizados principalmente en sílex,
con piezas de carácter microlítico tales como laminitas de borde abatido, microburiles, raspadores de
pequeño tamaño, etc., siendo escasos los geométricos” (Serna López, 1990: 5). De igual modo, algunos
hallazgos puntuales sugieren la presencia de yacimientos de cronología epipaleolítica en el cauce del río
Talave, en la cuenca baja del Mundo (Jordán Montés, 1992: 198).
Por su parte, el abrigo del Molino del Vadico también proporcionó un conjunto de niveles asignados
al Epipaleolítico, basándose en su posición estratigráfica bajo otra unidad con presencia cerámica, y en
su bagaje industrial (Córdoba de Oya y Vega Toscano, 1988). Al igual que en la Cueva del Niño, en el
Molino del Vadico la industria lítica estaba realizada fundamentalmente en sílex, destacando los elementos
microlíticos; en este sentido, la abundancia de núcleos, percutores y restos de talla parecen indicar una
importante labor de talla en el mismo yacimiento (Vega Toscano, 1993). Entre la fauna documentada, las
especies mejor representadas son la cabra y el conejo, de forma paralela a lo observado en el yacimiento
ayniego. También en la cueva del Nacimiento, en Pontones (Jaén), se documentó un nivel correspondiente
al Epipaleolítico con geométricos (Rodríguez, 1979), datado hacia el 7620 BP (GIF-3471).
El epílogo a estas ocupaciones mesolíticas lo encontramos nuevamente en la Cueva del Niño, donde en los
niveles superiores se documentaron diversos restos de cerámica impresa correspondiente probablemente al
Neolítico Antiguo (Martí Oliver, 1988), así como industria lítica microlaminar que incluía algunos geométricos
(Davidson y García Moreno, 2013). Además, algunos de los restos de ovicaprinos procedentes de estos niveles
podrían pertenecer a animales domésticos, lo que atestiguaría la introducción del pastoreo en la Sierra de
Alcaraz (Rodríguez González, 2008). También el abrigo del Molino del Vadico proporcionó evidencias de
ocupaciones neolíticas, concretadas principalmente en el nivel A1.1, donde la cerámica constituye el principal
componente de la cultura material recuperada, mientras que entre la industria lítica, netamente diferente de lo
existente en los niveles inferiores, aparecen algunos elementos geométricos (Vega Toscano, 1993).
Finalmente, debe tenerse en cuenta la presencia en la región de un buen número de estaciones de arte
rupestre de estilo Levantino, destacando dos núcleos fundamentales: los conjuntos de Nerpio y el Campo
de Hellín, donde se localiza el clásico yacimiento del Abrigo Grande de Minateda en Hellín (Alonso Tejada
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
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y Grimal, 2002; García Atiénzar, 2011; Pérez Burgos, 1996). Estas representaciones constituyen sin duda
una excelente evidencia del poblamiento humano en esta región durante la primera mitad del Holoceno,
dado el bajo número de yacimientos arqueológicos documentados hasta el momento, aunque su adscripción
cronológica es todavía motivo de controversia (Alonso Tejada y Grimal, 1994; García Atiénzar, 2011;
Mateo Saura, 1997-1998).
8. DISCUSIÓN: EVOLUCIÓN DEL POBLAMIENTO PALEOLÍTICO
DE LA CUENCA DEL RÍO MUNDO
Como hemos visto en las líneas precedentes, la evidencia sobre el poblamiento prehistórico de la cuenca
del río Mundo y la Sierra de Alcaraz es desigual, según el periodo del que se trate (tabla 1): muy poco
representados el Paleolítico Inferior y Superior, frente a un número mayor de sitios epipaleolíticos y,
fundamentalmente, del Paleolítico Medio, aunque es posible que este desequilibrio se deba en parte a
la mayor o menor representatividad de los conjuntos. En cualquier caso, la información procedente de
todos ellos resulta fragmentaria, puesto que en la mayoría de los casos se trata de recogidas superficiales
de material lítico, mientras que de los pocos yacimientos con secuencia estratigráfica (Cueva del Niño,
Abrigo del Molino del Vadico y Abrigo del Palomar, estos últimos en la cuenca del río Segura) apenas
hay datos publicados. Por lo tanto, únicamente podemos abordar el poblamiento de la región de una forma
discontinua, sin que puedan establecerse claramente las dinámicas de transición entre periodos (fig. 2).
El primer poblamiento de la región parece atestiguado por el yacimiento de La Fuente, en Hellín,
asociado al Achelense Medio (Vallespí Pérez et al., 1988), aunque su cronología exacta y antigüedad
resultan desconocidas. Este sitio indica que las sierras del sur de Albacete fueron ocupadas en un momento
temprano, tratándose por el momento del yacimiento al que mayor antigüedad se otorga en la provincia
(Hernández Pérez, 2002).
La imagen resulta mucho más rica para el Paleolítico Medio, puesto que son varios los sitios
adscritos al musteriense que existen a lo largo de la cuenca del río Mundo. En general, en todos
ellos predomina el empleo de la cuarcita como materia prima, destinada a la producción de soportes
generalmente de gran tamaño, mediante la talla discoide y Levallois. No obstante, el único yacimiento
de la región que ha proporcionado materiales arqueológicos del Paleolítico Medio en contexto
estratigráfico es la Cueva del Niño. En éste, la industria lítica sigue una pauta similar a lo observado en
el resto de conjuntos líticos, especialmente en los hallazgos de superficie de la cuenca media, aunque
en el Nivel XI, uno de los más ricos desde el punto de vista del material arqueológico, el sílex alcanza
valores similares a la cuarcita.
La Cueva del Niño proporciona también los únicos datos referidos a las bases de subsistencia de las
comunidades neandertales que ocuparon la cuenca del río Mundo durante el Musteriense. El espectro
faunístico de los niveles inferiores está dominado por cabra, así como por la presencia significativa de
ungulados de gran talla, como caballos y uros. Mientras que la cabra es característica del entorno de roquedo
donde se localiza la cavidad, los grandes ungulados son propios de espacios abiertos, que habría que buscar
en las altiplanicies que rodean el cañón del río, lo que probablemente esté indicando una explotación
importante de terrenos relativamente alejados del asentamiento, además de los estrictamente locales. Sin
embargo, al carecer de información referida al resto de yacimientos de la zona, no podemos extrapolar este
patrón al conjunto de la región.
A tenor de la localización de los yacimientos musterienses, puede plantearse la existencia de dos focos
de poblamiento: por un lado, los de la cuenca media, situados en zonas de sierra, en ocasiones enclavados
en terrenos abruptos; y los del Campo de Hellín, en un paisaje más abierto. A modo de hipótesis, debido a
la ausencia de datos, esta dicotomía podría ser interpretada como una estrategia de ocupación del territorio
basada en la complementariedad (p.e. económica, funcional, puede que estacional) entre ambos focos
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A. García Moreno
Tabla 1. Yacimientos paleolíticos y epipaleolíticos en las cuencas baja y media del río Mundo y alta del río Segura.
Nombre
Cuenca
Procedencia
Cronología
La Fuente
Mundo (baja)
Superficial
Paleo. Inferior
Cueva del Niño
Mundo (media)
Cueva*
Paleo. Medio
Paleo. Superior
¿Epipaleolítico?
Neolítico
Abrigo del Palomar
Segura (Tus)
Abrigo*
Paleo. Medio
Gravetiense
¿Magdaleniense?
Rambla del Fontanar
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Rambla de Moriscote
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Rambla de la Jara
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Cerro de la Cantera
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Calderón del Moro
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Rambla del Talave
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Fuente del Halcón
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Laguna del Polote
Mundo (baja)
Superficial
Paleo. Medio
El Pedernaloso
Mundo (baja)
Superficial
Paleo. Medio
¿Otros?
Canalizo del Rayo
Mundo (baja)
Superficial
Paleo. Medio
Molino del Vadico
Segura (Zumeta)
Abrigo*
¿Magdaleniense?
Epipaleolítico
Neolítico
Tus I
Segura (Tus)
Abrigo
Indeterminado
Cueva del Nacimiento
Segura
Cueva*
Paleo. Superior Final
Epipaleolítico
Neolítico
Los Morciguillos
Segura (Taibilla)
Cueva
¿Magdaleniense?
Cueva del Moriscote
Mundo (media)
Superficial
Epipaleolítico
Río Mundo
Mundo (media)
Superficial
Epipaleolítico
Río Talave
Mundo (baja)
Superficial
Epipaleolítico
* Contexto estratigráfico.
(López Campuzano, 1993-1994), lo que implicaría un poblamiento escalonado desde la cuenca baja hacía
las tierras altas de la Sierra (Serna López, 1997), y que podría haber incluido desplazamientos de mayor
envergadura, que incluyesen el interior de la región o la costa levantina.
La transición del Paleolítico Medio al Superior es por el momento prácticamente desconocida en la región.
A falta de elementos de definición cronológica, que permitan identificar las ocupaciones correspondientes
al final del Paleolítico Medio, tan sólo contamos con la datación del nivel 6 del Abrigo del Palomar (tabla
2), que podría indicar que el Paleolítico Medio, y probablemente grupos neandertales, habrían perdurado en
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
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Tabla 2. Dataciones radiocarbónicas disponibles para los yacimientos de la cuenca del río Mundo y sierra del Segura.
Yacimiento
Nivel
C-14 BP
Ref.
Cal. BP*
Material
Cueva del Niño
Trinch. Int.
22780±60
UGAMS-7738
27058 – 27848
Hueso
Nivel II
6990±80
Birm-1113
7739 – 7912
Hueso
Nivel VI
28050±230
Beta-185412
32198 – 32857
Hueso
Nivel IV
26430±210
Beta-85410
30843 – 31581
Hueso
Nivel D
11200?
GIF-3472
13008 – 13206?
?
Nivel B
7620?
GIF-3471
8408 – 8416?
?
Abrigo del Palomar
Cueva del Nacimiento
*CalPal, curva HULU2007, 1σ.
esta zona hasta una fecha temprana, más allá del 40 ka BP, tal y como ha sido planteado para otras partes de
la Península Ibérica (Baena et al., 2012; Finlayson et al., 2006; Jennings et al., 2011), aunque esta posible
continuidad sigue suscitando un intenso debate (Maroto et al., 2012).
La pervivencia del Musteriense también podría explicar la ausencia de evidencias del Paleolítico
Superior Inicial. Las primeras ocupaciones correspondientes a este periodo se documentan nuevamente
en el nivel IV del Abrigo del Palomar, adscrito al Gravetiense, periodo al que correspondería también
la datación de la Cueva del Niño (tabla 2). Esto estaría en consonancia con lo observado en el sureste
peninsular, donde el poblamiento humano parece cobrar intensidad a partir del Gravetiense, siendo pocos
los yacimientos datados en el Auriñaciense (Fullola i Pericot et al., 2007; Peña Alonso, 2009).
Resulta difícil seguir la evolución del poblamiento humano en la región durante la segunda mitad del
Paleolítico Superior. No se ha registrado ningún yacimiento de cronología Solutrense, y tan sólo algunas de
las representaciones rupestres de la Cueva del Niño podrían datar de este periodo (Almagro Gorbea, 1971;
Balbín Berhmann y Alcolea González, 1994).
Respecto al final del Paleolítico, resulta difícil distinguir en muchos casos entre ocupaciones que
podrían corresponder al Magdaleniense de otras de cronología postpaleolítica. Así pues, sólo contamos con
algunas referencias a posibles niveles de final del Paleolítico, como en el Abrigo del Molino del Vadico o
en Tus I, ambos en la cuenca del Segura, mientras que un bueno número de conjuntos han sido atribuidos
al Epipaleolítico, la mayoría de ellos formados por concentraciones superficiales de material lítico. Resulta
nuevamente imposible analizar las posibles transformaciones económicas, tecnológicas o sociales que
podrían haber tenido lugar a comienzos del Holoceno en la región, más allá de apuntar la consolidación
de una industria microlaminar y la aparición de elementos geométricos, siguiendo una pauta similar a lo
observado en áreas cercanas, como el Levante (Aura Tortosa et al., 2006).
9. CONCLUSIONES
La revisión de la información arqueológica procedente del conjunto de yacimientos documentados a lo largo
de la cuenca del río Mundo, como la Cueva del Niño, así como de otros conjuntos cercanos localizados en la
vecina Sierra del Segura, nos permiten aproximarnos a la evolución del poblamiento paleolítico de esta región.
Dicho poblamiento abarcaría desde el Paleolítico Inferior hasta el Epipaleolítico, aunque los datos
disponibles para cada periodo son desiguales. Así pues, apenas contamos con información acerca de la presencia
humana en la región durante el Paleolítico Inferior y el Superior, mientras que ésta es más abundante durante
el Paleolítico Medio y el Epipaleolítico. Así pues, el Musteriense es el tecnocomplejo mejor representado en
la zona, lo que permite plantear algunas hipótesis acerca de los patrones de asentamiento y ocupación del
territorio de las comunidades que poblaron la cuenca del río Mundo en ese periodo.
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A. García Moreno
En definitiva, esta región cuenta con un gran potencial para el análisis de algunos procesos clave en
el estudio del Paleolítico peninsular, como la transición del Paleolítico Medio al Superior, el supuesto
abandono de la Meseta durante el Paleolítico Superior, o las últimas sociedades de cazadores y recolectores
y su transición al Neolítico. Futuras investigaciones permitirán completar los vacíos de información
existentes y aproximarnos a estas problemáticas históricas de una forma más precisa.
AGRADECIMIENTOS
Deseo expresar mi agradecimiento al Museo Arqueológico de Albacete, y en especial a Blanco Gamo, por su
predisposición y colaboración para la consulta de los materiales arqueológicos en él depositados. También deseo
agradecer a Juan Jordán su ayuda a la hora de facilitarnos algunos datos, así como a Iain Davidson por su colaboración
y ayuda en la revisión del yacimiento de la Cueva del Niño.
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 17-25
Dídac ROMAN MONROIG a y Valentín VILLAVERDE BONILLA b
Dos retocadores solutrenses
de la Cova de les Cendres
(Teulada-Moraira, La Marina Alta, País Valenciano)
RESUMEN: En este trabajo presentamos dos piezas recuperadas en los niveles solutrenses de la Cova de les
Cendres que su singularidad, tipología y escasez de paralelos justifica su presentación individualizada. Se
trata de dos pequeños cantos aplanados que debido a sus características pueden vincularse claramente a las
labores de talla, especialmente en las fases de preparación previa a la extracción del soporte o del retoque.
PALABRAS CLAVE: Cova de les Cendres, Paleolítico superior, Solutrense, retocador, compressor, Canto
rodado.
Two Solutrean retouchers of Cendres Cave
(Teulada-Moraira, La Marina Alta, Valencian Country)
ABSTRACT: In this paper we study two pieces recovered in Solutrean levels of Cendres Cave. Its
uniqueness, typology and scarcity of parallels justify its individual presentation. These are two small and
flattened pebbles, due to its characteristics can be clearly linked to flint knapping work, especially in the
stages of preparation before the blank extraction or the stone tools retouch.
KEY WORDS: Cendres Cave, Upper Palaeolithic, Solutrean, retoucher, compressor, pebble.
a
b
Investigador postdoctoral. Programa VALI+D de la Generalitat Valenciana.
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
TRACES UMR-5608, Université de Toulouse-Le Mirail.
didac.roman@uv.es
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
valentin.villaverde@uv.es
Recibido: 05/12/2013. Aceptado: 24/02/2014.
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18
D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
1. INTRODUCCIÓN
La Cova de les Cendres se localiza en la punta de Moraira, en el término municipal de Teulada-Moraira
(La Marina Alta, Alicante). La cavidad, de amplia boca, se sitúa en un alto acantilado, justo en la línea de
la costa, a 60 metros sobre el nivel del mar.
El presente trabajo tiene como propósito presentar dos piezas singulares aparecidas en la campaña
del 1999 y que corresponden a los niveles solutrenses excavados en el denominado sector B (cuadros A,
B y C/18-21) y el sondeo (cuadros A y B/17). Se trata de dos piezas que, como veremos a continuación,
interpretamos como retocadores/abrasionadores, y que poseen la singularidad de ser bastante escasos en los
yacimientos paleolíticos, lo que les confiere un interés especial para su publicación individualizada.
2. LA SECUENCIA PALEOLÍTICA DE LA COVA DE LES CENDRES:
LOS NIVELES SOLUTRENSES
La Cova de les Cendres posee una de las secuencias prehistóricas más importantes del Mediterráneo
occidental, siendo conocida por su secuencia neolítica y del Paleolítico superior (Bernabeu y Molina, eds.,
2009; Villaverde et al., 2010).
Dejando a un lado los niveles neolíticos, la secuencia paleolítica del yacimiento, en el que todavía no se
ha llegado a la base, se inicia con unos potentes niveles del Gravetiense (niveles XVI-XIV), con diversas
dataciones entre el 25850±260 BP (31266-30490 cal. BP) y el 21230±80 BP (25714 -25057 cal. BP). Estos
niveles se caracterizan por la presencia de utillaje lítico de dorso, con puntas de la gravette, microgravettes
y puntas tipo Cendres, así como puntas dobles y de base poligonal en la industria ósea (Villaverde y
Roman, 2004; Villaverde et al., 2007-2008). Viene después, superpuesta, la secuencia del Solutrense, que
comentaremos más detenidamente a continuación (nivel XIII) y finalmente la larga y compleja secuencia
Magdaleniense, que incluye los niveles XII a IX, este último en contacto erosivo con el Neolítico. Pendiente
de definir con exactitud, en esta parte de la secuencia, de base a muro, podemos distinguir: un Magdaleniense
inferior, con dataciones entre el 16030±60 BP (19360-19050 cal. BP) y el 14850±100 BP (18441-17907 cal.
BP) (Villaverde et al., 2012); un Magdaleniense medio, con dataciones entre el 14510±50 BP (17710-17260
cal. BP) y el 13690±120 BP (17037-16476 cal. BP) (Villaverde et al., 1999; Villaverde, 2001; Villaverde et
al., 2012), caracterizado por el dominio del grupo microlaminar, especialmente de las laminitas con finos
retoques directos o inversos y las laminitas truncadas, un dominio de los raspadores sobre los buriles, y una
buena representación las piezas del sustrato, mientras que en la industria ósea están presentes las azagayas
de bisel simple y las varillas; y diversos niveles del Magdaleniense superior, datado entre el 13350±50 BP
(15980-15690 cal. BP) y el 12470±100 BP (15093-14392 cal. BP) (Villaverde et al., 1999; Villaverde y
Roman, 2005-2006; Villaverde, 2001; Villaverde et al., 2010; Roman y Villaverde, 2011) caracterizados
por el marcado dominio del grupo microlaminar y por un equilibrio o un ligero dominio de los buriles sobre
los raspadores, y en la industria ósea una elevada presencia de arpones, varillas, agujas, azagayas de bisel
doble y simple y algunas puntas de base recortada.
El contacto del Solutrense del nivel XIII con los niveles subyacentes es erosivo y afecta de manera
desigual a estos paquetes, como consecuencia de la formación de canales, rellenos y desplazamientos que
dificultan particularmente la atribución industrial del nivel XIV.
El nivel XIII, de unos 30 cm de potencia media, posee una estructura laminada compleja, formada por
lentejones de extensión limitada, que testimonian la complejidad del proceso de formación del relleno
y la existencia de continuas fases de erosión y redeposición sedimentaria. Además, la existencia en la
zona excavada de una colada estalagmítica sobre la que apoya este nivel hace que la estratigrafía muestre
una dislocación de pendiente en algunas zonas con respecto a la tendencia general del paquete. Estas
circunstancias explican la elevada dificultad para, durante el proceso de excavación, establecer el detalle
APL XXX, 2014
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Dos retocadores solutrenses de la Cova de les Cendres
19
estratigráfico del paquete, razón que nos ha llevado a estudiar el material del conjunto del nivel como una
sola unidad, aun a sabiendas de la amplitud cronológica y la estratificación que es posible observar en
algunas zonas (Villaverde et al., 2010).
Poseemos diversas dataciones que nos permiten delimitar las ocupaciones del Solutrense evolucionado
del nivel XIII. La base del nivel estaría indicada por las fechas de 18920±180 BP (23135-22471 cal. BP)
y 18750±130 BP (22789-22093 cal. BP), mientras que el final de esta ocupación nos la indica la fecha del
17210±60 BP (20440-20220 cal. BP). No podemos obviar que en la serie de dataciones de este nivel, así
como entre las de la base del XII existen algunas fechas discordantes que nos indican los problemas para
su definición que hemos destacado anteriormente.
El material recuperado en el nivel XIII supera los 5.200 restos líticos (de los cuales un 64,8% son
esquirlas). Entre los elementos de producción (1.689 piezas) dominan claramente las lascas (64,2%) sobre
laminitas (15,1%), láminas (12,6%) y lascas laminares (8,1%). Pese a este dominio de las lascas, tanto su
posición dentro de la cadena operativa, como los negativos dorsales de los soportes y las características de
los núcleos nos indican que el objetivo de la explotación lítica era el laminar. También existen 36 núcleos
y diversos productos de acondicionamiento, como tabletas, semitabletas o semicrestas.
El material retocado asciende a 296 piezas. Entre estas destaca la presencia de puntas escotadas, una
punta de pedúnculo y aletas, hojas de laurel y alguna punta de cara plana, que sumadas suponen un 11,4%
del material retocado. Por su parte, el retoque solutrense supone un 6,4%. Entre el resto de retocados
destaca el dominio de los raspadores (15,5%) sobre los buriles (9,1%), la buena proporción de piezas con
retoques en uno o dos bordes (29,4%) y de piezas astilladas (10,1%), así como una buena presencia de
utillaje microlaminar (7,4%).
Otro dato destacado del nivel XIII es la abundancia de industria ósea y adorno. Entre la primera se han
recuperado 19 piezas, con dominio de las puntas dobles y presencia de una punta de base redondeada, base
poligonal, azagayas monobiseladas, agujas con perforación en la base, puntas finas dobles, un punzón y
una punta plana. Por lo que respecta al adorno merece la pena destacar que entre las 70 piezas recuperadas
existen 14 especies diferentes, dominando claramente Theodoxus fluviatilis (42,8%).
Todos estos datos nos inclinan a pensar que nos encontramos con un nivel que pertenece al Solutrense
evolucionado II o Solútreo-gravetiense I, siendo escasos los datos que sugieran la presencia de Solutrense
evolucionado I o Solutrense superior.
3. DESCRIPCIÓN Y UBICACIÓN DE LAS PIEZAS OBJETO DE ESTUDIO
Las piezas que centran este trabajo se recuperaron en la campaña de 1999 (fig. 1). La primera se recuperó
en la capa 8 del cuadro A-19. Se trata de un pequeño canto rodado, de morfología aplanada, de arenisca
(cuarzoarenita) de grano fino equigranular.1 Sus dimensiones son 38,7 mm de longitud, 36 mm de anchura
y 11,1 mm de espesor y el peso es de 23,69 g. Presenta las dos caras planas lisas y todo el borde rebajado
debido a una fuerte abrasión, con lo que acaba por conformar una especie de disco lítico. En una de sus
caras posee una pequeña fractura debido a su uso en tareas de percusión, ya sea en un uso anterior como
percutor propiamente dicho, ya sea por su utilización como retocador.
La segunda de las piezas se recuperó en la capa 9 del cuadro A-19 (fig. 2). Se trata de un pequeño canto
rodado, de morfología aplanada, de arenisca (cuarzoarenita) de grano fino equigranular. Sus dimensiones
son 42,6 mm de longitud, 37,8 mm de anchura y 12,9 de espesor, con un peso de 26,85 g. Al igual que la
pieza anterior, posee las dos caras planas lisas y prácticamente todo el borde rebajado debido a una fuerte
abrasión, con lo que acaba por conformar una especie de disco lítico. La única parte que no presenta
esta abrasión es una pequeña porción, de 6,5 mm, en la que se puede apreciar la morfología original del
1 Agradecemos a Xavier Mangado sus observaciones sobre la naturaleza geológica de las piezas.
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D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
Fig. 1. Retocador del cuadro
A-19 capa 8.
Fig. 2. Retocador del cuadro
A-19 capa 9.
soporte, lo que nos permite observar que se trata de un pequeño canto rodado aplanado. En una de sus
caras posee también una fractura plana algo mayor que la anterior y para cuya explicación recurrimos a las
consideraciones efectuadas en la otra pieza.
En definitiva, se trata de dos piezas de tamaño y características similares, probablemente usadas en un
mismo contexto y cronología, que a pesar de proceder de dos capas artificiales distintas apenas distan 2 cm
de profundidad, y cuyo análisis y difusión, por la falta de paralelos y rareza, nos parece oportuno.
El análisis realizado con una lupa binocular no nos ha permitido observar marcas de abrasión o estrías
marcadas en las caras planas, por lo que deducimos que su superficie es natural (fig. 3 y 4). Únicamente la
segunda de las piezas presenta unas finísimas estrías vinculadas al borde rebajado que muestran un trabajo
longitudinal, tal y como correspondería a un uso del borde del soporte como retocador o, ya en menor
medida, abrasionador (fig. 4).
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Dos retocadores solutrenses de la Cova de les Cendres
21
Fig. 3. Detalle con
la lupa binocular del
retocador del cuadro
A-19 capa 8.
Fig. 4. Detalle con la lupa binocular del retocador del cuadro A-19 capa 9.
APL XXX, 2014
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D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
Sobre el mismo perímetro de las piezas, que ha sido rebajado, se han observado estrías de muy escasa
entidad. Este hecho, unido a las fracturas observadas, parecen indicar que el rebaje se ha producido por
percusión, lo que también apoyaría la idea de que fue usado como retocador, ya sea para la preparación del
filo de útiles ya para la preparación de las cornisas de núcleos.
4. FUNCIONALIDAD DE LOS RETOCADORES-ABRASIONADORES
No son muchas las referencias que existen de este tipo de piezas. Desde un principio su morfología, con los
bordes rebajados y en forma de disco, nos hizo pensar en una funcionalidad vinculada a la talla, aunque no
podíamos descartar otro tipo de usos, como soportes para la elaboración de arte mueble o funcionalidades
que no resulta fácil de demostrar, como piezas de algún tipo de juego. Otra posibilidad sería que fuesen
contrapesos vinculados a cordajes o redes, aunque como seguidamente veremos esta idea tampoco se puede
mantener. Finalmente, la existencia de algunos paralelos (alguno de ellos con arte figurativo en la cara plana)
y los comentarios efectuados por algunos investigadores con amplia experiencia en la experimentación2 nos
han inclinado a considerar su función de retocadores, con un posible uso anterior como percutores.
El paralelo de más reciente publicación es una placa, con un grabado de una cierva, procedente de los
niveles gravetienses de Antoliñako Koba (Aguirre y González, 2012). Se trata de una plaqueta de arenisca,
también en forma de disco aunque ligeramente más grande, de 52 mm de longitud, 55 mm de anchura y
18 mm de espesor. Según estos investigadores, el contorno es circular debido a una intensa utilización en
labores de talla, más específicamente en tareas de retoque o abrasión de partes proximales de productos
laminares. Las fracturas observadas se corresponderían con un uso como percutor en una fase anterior.
En el Magdaleniense superior del Abri Morin existe otra pieza de arte mueble que se ha realizado
sobre un posible abrasionador (Defarge et al., 1975). Se trata de una pieza de 64 mm de largo y 75 mm
de ancho que posee el borde regularizado y con fracturas posteriores a la realización del motivo grabado
(antropomorfo o ave). Según estos autores, la pieza debió servir como percutor-abrasionador.
En el Protomagdaleniense de Laugerie-Haute se cita una pieza como abraseur (Bordes, 1978: 513),
aunque no se acompaña de ninguna imagen. Según este investigador, se trata de un canto fracturado que
debió servir como abrasionador del borde de los núcleos como preparación para la talla. Asimismo destaca
que existen piezas similares en el Gravetiense de Roc de Combe y de Corbiac.
El uso de abrasionadores para la preparación de las cornisas de los núcleos antes de la extracción de la pieza
correspondiente, a parte de las observaciones experimentales, ha sido citado en muchas ocasiones, empezando
por el clásico trabajo de Bordes sobre las técnicas de talla en el Paleolítico (Bordes, 1967). En este sentido,
merece la pena destacar que con el término “abrasionador” en muchos casos los investigadores se refieren a
piezas que se han utilizado desde su cara plana, para ser usados “frotando” las cornisas, lo que provoca marcas
de tipo ranuras o incisiones en estas caras, pero no en los bordes propiamente dichos, como seria en nuestro
caso. Sirva como ejemplo el primer caso de abrasionador citado, que corresponde al yacimiento auriñaciense
de Corbiac-Vignoble 2, donde se cita un abrasionador que posee “ranuras de uso” (Tixier y Réduron, 1991).
Asimismo, algunos talones en éperon o facetados parecen haberse preparado mediante el uso de estas
piezas (Surmely y Alix, 2005), en este caso más que abrasionadores podríamos hablar de retocadores, en el
sentido de útiles para extraer esquirlas o pequeñas lascas, ya sean para la configuración de un útil (retoque
propiamente dicho) o para la preparación de los talones.
El uso de estas piezas como retocadores para la fabricación de útiles, principalmente de dorso, es otra de
las funciones que se muestra con más posibilidades. A nivel experimental, la fabricación de dorsos mediante el
uso de percutores blandos de piedra se muestra como una técnica apropiada (J. Costa, com. pers.). También ha
sido comprobado su uso para realizar retoques simples sobre algunas piezas (Bodu y Mevel, 2008: 536-539).
2 Queremos agradecer los diversos comentarios que sobre las piezas nos han realizado Felipe Cuartero, Jofre Costa y Antoni Palomo.
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Dos retocadores solutrenses de la Cova de les Cendres
23
A nivel experimental y en relación con la talla, el uso de percutores blandos de piedra está demostrado
gracias sobre todo a los trabajos de Pelegrin (1991 y 2000). La talla de productos laminares mediante el
uso de percutores blandos de piedra (calizas blandas o areniscas) está atestiguado en el Paleolítico superior,
especialmente a partir del Magdaleniense, aunque existe al menos desde el Gravetiense (Klaric, 2003). En
nuestro caso, vistas las dimensiones, dureza y peso de las piezas que estamos estudiando, no parece que
la talla de láminas haya sido el objetivo de su uso como percutor, siendo más probable alguna de las otras
propuestas realizadas. Pese a ello, y vistas las dimensiones reducidas de una buena parte del utillaje laminar/
microlaminar del Solutrense de la Cova de les Cendres, tampoco debemos ser tajantes en este aspecto.
La morfología de los pesos de red o de línea publicados para conjuntos de tierra de Fuego (Torres,
2007 y 2009) y el Neolítico francés (Nougier, 1951 y 1952), que en ocasiones son también cantos rodados
planos, se caracteriza por la presencia de muescas opuestas en los bordes. Lo que nos inclina a desestimar
esta función para las dos piezas de Cendres. Además, el peso de estas piezas, comprendido entre los 23
y los 27 g resulta contradictorio con su función de peso de red, pues, según indica Torres (2007) “los
ejemplares del norte de Tierra del Fuego, presentan una amplia distri ución entre los 200 y 900 g y se
b
concentran entre los 400 y 600 g”, mientras que las piezas procedentes de los grupos canoeros de la Región
de Magallanes poseen pesos algo menores, “entre los 100 y 400 g, y que no sobrepasan los 650 g”. Unos
valores considerablemente más altos que los de las dos piezas de Cendres. Este mismo hecho impide
considerarlas como boleadoras o cantos vinculados a sistemas de cordajes relacionados con la caza.
Con estos datos, y teniendo en cuenta que algunos útiles han sido multifuncionales, por lo que una
misma pieza podría haberse usado para más de una tarea, es posible hacer una distinción entre:
1. Abrasionadores de cornisas: piezas que poseen marcas de uso en una o las dos caras planas como
resultado de un acto de frotado intenso para preparar la cornisa antes de la talla. Esta acción suele dejar
estrías o surcos visibles en su superficie.
2. Retocadores de cornisas: piezas que se han utilizado para extraer pequeñas esquirlas o lasquitas como
paso previo a la extracción de un soporte. Poseerán las marcas de uso en los bordes y serán piezas poco espesas
o planas, ya que esta morfología facilita su manejabilidad en tareas que requieren una cierta precisión.
3. Retocadores de útiles: piezas que se han utilizado para realizar retoques, principalmente abruptos,
usando los bordes de una pieza plana, ya sea de tipo plaqueta o canto aplanado. Este retoque se podría haber
realizado tanto por percusión directa (retocadores) como por presión (compresores). El uso del borde del
canto como retocador provocará un desgaste del contorno.
Por lo tanto, si tenemos en cuenta los paralelos citados anteriormente y los tres grupos que acabamos de
exponer, parece que las piezas recuperadas en Cendres deberían incluirse en el grupo de los retocadores, sin
que se pueda hacer distinción con respecto a su uso específico
5. CONCLUSIONES
Como hemos podido observar a lo largo de este trabajo la tipología y la escasez de piezas como estas
justifica su presentación individualizada. Se trata de útiles líticos que poseen unas características que los
vinculan claramente a las labores de talla, especialmente en las fases de preparación previa a la extracción
del soporte (preparación de la cornisa y/o abrasionado) o del retoque (por percusión directa o por presión).
Entre las pocas piezas publicadas sobre las que hemos podido realizar una comparación, merece la pena
destacar por su similitud con las de la Cova de les Cendres, la de Antoliñako Koba (Aguirre y González,
2012) que posee una morfología aplanada y con todo el contorno con profundas marcas de uso. En ese caso
se ha vinculado a las tareas de retoque o abrasión de partes proximales de productos laminares.
A nivel teórico, piezas de este tipo se pueden producir debido tanto a las tareas de abrasionado de la
cornisa mediante un frotado intensivo, como por el uso como pequeños retocadores para la preparación
de las cornisas o el retoque de piezas de dorso. Aunque la falta de estrías o surcos en las caras planas de
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24
D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
las piezas nos permite concluir un uso más bien como retocadores. Así mismo, las fracturas planas que
observamos en algunas de sus caras nos confirman un posible uso mediante percusión, ya sea para estas
preparaciones o retoques, como para la extracción de soportes laminares de pequeñas dimensiones.
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se ha realizado en el marco de dos proyectos de investigación: “El final del Paleolítico medio y el Paleolítico
superior en la región central del Mediterráneo ibérico” (FFI 2008-01200/FISO) y “Paleolítico medio final y Paleolítico
superior inicial en la región central mediterránea ibérica (Valencia y Murcia)” (HAR 2011-24878), y (PROMETEOII/2013-016) “Más allá de la Historia. Origen y consolidación del poblamiento paleolítico valenciano”.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 27-55
Elsa DUARTE MATÍAS a, Marco de la RASILLA VIVES a y J. Emili AURA TORTOSA b
La técnica pseudoexcisa
en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
RESUMEN: Presentamos varias piezas óseas de yacimientos asturianos cuyo grabado está hecho mediante
la técnica pseudoexcisa. Algunas de ellas se incorporan por primera vez al listado del Badeguliense/
Magdaleniense arcaico franco-cantábrico, confirmando una geografía occidental amplia de ese período,
pero limitada a un número reducido de objetos en cada uno de los yacimientos. Asimismo se precisan
algunos parámetros específicos para definir la citada técnica.
PALABRAS CLAVE: Industria ósea, técnica pseudoexcisa, Badeguliense, Magdaleniense arcaico, Asturias,
península Ibérica.
Pseudo-excise carving technique during
the Badegulian / Archaic Magdalenian period in Asturias (Spain)
ABSTRACT: We present some bone tools from certain sites of Asturias whose engraving is done by the
pseudo-excise carving technique. Some ones are added for the first time in the franco-cantabrian Badegulian/
Archaic Magdalenian bone tool list, confirming a broad western geography in that period, but limited to
a small number of pieces in each site. Additionally we specify some particular parameters to define that
technique.
KEY WORDS: Bone industry, pseudo-excise carving technique, Badegoulian, Archaic Magdalenian,
Asturias, Iberian Peninsula.
a Área de Prehistoria, Departamento de Historia, Universidad de Oviedo.
elduarma@gmail.com | mrasilla@uniovi.es
b Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
emilio.aura@uv.es
Recibido: 11/01/2014. Aceptado: 23/05/2014.
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
1. INTRODUCCIÓN
En este artículo presentamos un análisis tecno-tipológico de varias piezas óseas de la Cueva de Llonin en
las que se ha utilizado la técnica pseudoexcisa,1 las cuales hemos comparado con otras procedentes de Cova
Rosa y del Abrigo de Cueto de la Mina (fig. 1) que muestran la misma técnica. De hecho la del segundo
yacimiento no estaba catalogada como tal.2 Además, al hilo de este estudio se establecen unos criterios
específicos para definir dicha técnica y se insiste en incorporar al Badeguliense dentro de la periodización
del paleolítico cantábrico.
Somos conscientes, sin embargo, de que el reconocimiento de esa etapa en el Cantábrico y sus posibles
filiaciones (solutrenses, magdalenienses o propiamente badegulienses) constituye un debate ya planteado
hace tiempo pero que aún está vigente (Bosselin y Djindjian, 1999; Straus y Clark, 2000; Utrilla, 2004;
Corchón, 2005; Utrilla et al., 2012; Aura et al., 2012). Con todo, lo relevante es constatar que en Llonin
se han hallado en el denominado nivel III, que está por encima de otro perteneciente al solutrense superior
(nivel IV) de la Galería, una serie de restos pertenecientes a lo que en su momento se consideró como
Magdaleniense arcaico y, más recientemente, como de tipo badeguliense, a partir de la asociación de
raclettes, azagayas tipo Le Placard, técnica pseudoexcisa y el uso de materias primas locales (Fortea et al.,
1995, 1999, 2004; Aura et al., 2012).
En función de esa circunstancia consideramos más acorde con la realidad denominar a esa etapa
Badeguliense, aunque para evitar complicaciones empleamos indistintamente ese término y el de
Magdaleniense arcaico, a la espera de que se documenten más evidencias en el Cantábrico y en la península
para poder tomar una decisión definitiva; lo que a su vez nos permitirá establecer con mayor claridad cómo
se ha articulado la transición Solutrense/Magdaleniense.
En ese sentido, ya P. E. L. Smith en su clásico libro del solutrense en Francia hace una reflexión sobre
lo que sucede con los primeros signos que anuncian una nueva “cultura” arqueológica, siempre poco
numerosos y magros, y trae a colación un enjundioso texto de Spaulding (1960: 454-455): “… una forma
típica de cambio cultural es la realización de un invento clave –una especie de avance cuántico– seguido
rápidamente por un gran número de innovaciones auxiliares unidas funcionalmente. Los cortos períodos
de cambios rápidos estarían separados por relativamente largos en relativa calma, pero naturalmente sin un
estancamiento cultural total […] Los conjuntos morfológicamente transicionales entre los tipos de cultura
que se suceden y que son netamente distintivos deben ser raros, y los conjuntos que se sitúan bien en el
interior de los límites de los tipos culturales deben ser relativamente abundantes […] Los diversos sucesos
que marcan el principio o el fin de un período se concentran en el tiempo, de tal manera que la mayoría de
los conjuntos no parecen pertenecer a dos períodos”.
Otro asunto que ha jugado un papel importante en la falta de reconocimiento de ese momento –llámese
como se llame–, situado en la región cantábrica a caballo entre el Solutrense superior y el Magdaleniense
inferior, tiene que ver con la tafonomía y con la sistematización inicial del Magdaleniense. Así, en
primer lugar, su escasa potencia en algunos casos y las discordancias erosivas existentes en ese lapso
temporal asociadas a la crisis de Lascaux han podido, respectivamente, enmascarar o eliminar eventuales
ocupaciones o depósitos de ese episodio. En segundo lugar, como la investigación consideró que el
primer Magdaleniense cantábrico había llegado desde Francia más tarde y, por tanto, su inicio a escala
1 Esta investigación estuvo integrada en el Proyecto de Investigación HAR2008-03005: “La Transición Solutrense - Magdaleniense
- Badeguliense en la Península Ibérica (19.000-15.000 BP): contrastación de los datos del Cantábrico occidental (Asturias) y del
Mediterráneo central (Valencia) (SOBAMAπ)”. Ministerio de Ciencia y Tecnología. Gobierno de España.
2 En este punto hay que traer a colación a Ducasse (2010: 360) pues incluye a Cueto de la Mina entre los yacimientos con
pseudoexcisión, pero en puridad lo incluye porque Utrilla (1986) señaló una pieza de dicho yacimiento como un paralelo
morfológico del tema decorativo (tres líneas onduladas) de la de Aitzbitarte IV. Sin embargo, la pieza a la que se refiere
Utrilla no tiene pseudoexcisión y pertenece al nivel C, esto es al Magdaleniense medio, luego no tiene nada que ver con el
asunto que nos ocupa.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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Fig. 1. Mapa de la zona cantábrica con los yacimientos estudiados. Dibujo D. Santamaría.
regional era más tardío (Magdaleniense III), se estimaron como del Magdaleniense inferior aquellos
niveles situados estratigráficamente por encima de las puntas solutrenses y por debajo de los arpones
(Jordá, 1958; González Echegaray, 1960).
Más adelante, comenzaron a verse diferencias tipológicas dentro del gran paquete del Magdaleniense
inferior y entonces se individualizó una etapa antigua, en algunos casos en contacto con el Solutrense
superior, que se denominó en esta zona Magdaleniense arcaico (Utrilla, 1981). La técnica pseudoexcisa junto
con el tema de las tres líneas onduladas vino a establecer paralelos claros con el entonces Magdaleniense 0
de Laugerie-Haute, lo cual ayudó a definir mejor esta etapa en el Cantábrico tanto desde el punto de vista
cronológico e industrial (Utrilla, 1986).
Dada la escasez generalizada de la industria ósea en el Badeguliense/ Magdaleniense arcaico y que no
han aparecido nuevos fósiles directores óseos, el modelo propuesto por Utrilla (pseudoexcisión y tres líneas
onduladas) se ha mantenido vigente a lo largo de estos años y ha sido aplicado sistemáticamente en Francia
a medida que el número de piezas con pseudoexcisión ha ido aumentando. Por otro lado, el progresivo
avance de la investigación ha modificado el modelo, puesto que ya se trata de la técnica (pseudoexcisión)
independientemente del tema (líneas onduladas); pero desde nuestro punto de vista el problema surge al
incluir dentro de dicha pseudoexcisión a piezas con una técnica distinta, sin que por otra parte pierdan su
condición de materiales badegulienses/magdalenienses arcaicos.
2. LA TÉCNICA PSEUDOEXCISA
Esta técnica fue definida por Barandiarán (1967) y matizada por él mismo con el paso de los años y el
hallazgo de nuevas piezas (Barandiarán, 1973, 1975, 1981). Los antecedentes de su identificación se
rastrean en los pies de figuras de cinceles, alisadores y azagayas del Magdaleniense I-II de Le Placard
con motivos singulares y decorados con “traits ponctués et pectinés” (Breuil, 1934: Fig. 21 y 22). Sin
embargo, el grabado de todas esas piezas no era idéntico y así se puede ver que aquellas más singulares
de Le Placard (Breuil y Saint-Périer, 1927: 30 –Fig. 11.1–, 148 –Fig. 70.4–) y de Laugerie-Haute
(Peyrony, 1938: 50 –Fig. 39.2–) llamaron la atención de los autores y fueron descritas con mayor
detalle. Por su parte, Cheynier (1949: 227) describió el grabado de las por él denominadas ranuras
longitudinales de varias piezas de Badegoule como “plusieurs points en coup de silex; c’est-à-dire
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
enlèvement d’une simple esquille triangulaire”, pero esta descripción pasó igualmente desapercibida
hasta que Utrilla (1986) hizo el compendio de las piezas con pseudoexcisión y estableció la similitud
entre la varilla de Aitzbitarte IV y varias piezas de Laugerie-Haute, Badegoule y Le Placard.
Inicialmente, Barandiarán lo define como “surco por excisión” y lo explica del siguiente modo: “Parece
que se hubiera utilizado una punta aguda de sílex (posiblemente con corte de buril) que, introducida
perpendicularmente en la materia ósea, se movía luego a modo de palanca para ‘excindir’ una pequeña
cantidad de la masa. Así se produce una excisión de huella triédrica que, agrupada con otras semejantes en
filas continuas, puede formar una línea” (Barandiarán, 1967: 359). Posteriormente, emplea ya el término
pseudoexcisión, para los trazos que “muerden profundamente en la materia córnea, hasta producir sensación
de técnica excisa” (Barandiarán, 1973: 60). Se aprecian pues una serie de atributos, como una sucesión de
trazos cortos profundos relativamente oblicuos, incisos y yuxtapuestos, cuyo resultado es una especie de
surco. Finalmente, con el hallazgo de la azagaya de Rascaño se incorporaría como gesto técnico la torsión,
que en ese caso concreto además sustituiría al movimiento de palanca (Barandiarán, 1981: 98).
Utrilla (1986) utiliza el término pseudoexcisión siguiendo a Barandiarán, pues para ella los trazos están
realizados “levantando y rehundiendo la punta del buril alternativamente” (Utrilla, 1986: 210); pero además
se centra en otros criterios tecnológicos como el orden de ejecución, que para el caso de Laugerie-Haute los
pasos son: 1. Línea corrida longitudinal, 2. Retoque de la línea anterior mediante rehundido “en pequeños
trazos que mordían el surco, (…) siguiendo la dirección longitudinal y no atacándola desde los laterales de
la línea” (Utrilla, 1986: 210), 3. Retoque con una nueva línea incisa. Por su parte, la varilla de Aitzbitarte
IV contaría con un paso 1 idéntico al descrito de Laugerie-Haute, mientras que el paso 2 sería una excisión
de la línea en trazos cortos oblicuos al surco, ya no rectos como en el anterior, y el paso 3 no existe.
La relación entre motivo decorativo, técnica y cronología permitían reconocer un fósil director para
la época más antigua del Magdaleniense e identificar así dicha etapa tanto en la zona francesa como en la
cantábrica (Utrilla, 1986).
Como señala Barandiarán (1973), una realidad palpable es que existe una variedad de formas relacionadas
con la presencia de trazos cortos yuxtapuestos y que no son fáciles de clasificar morfológicamente, lo
cual influye en la clasificación tecnológica. Así, Chollot-Varagnac sin incorporar la pseudoexcisión utiliza
términos diversos para referirse a estas líneas: formada por entalladuras (Chollot-Varagnac, 1980: 236,
nº 55.121; 240, nº 55.033; 280, nº 55.020.1) o por puntillado (ibíd.: 216, nº 55.021.11; 216, nº 55.069) o
nervaduras cantonadas de estrías oblicuas (ibíd.: 274, nº 59.480; 302, nº 55.014; 334, nº 54.996).
Por su parte, Corchón (1986, 2005) se queda tanto con la primera aproximación de Barandiarán como
con la segunda. En el primer caso, utiliza “surco por excisión” como equivalente de “ranura estriada” o
“grabado por trazo compuesto” para Aitzbitarte IV y Cova Rosa. En el segundo, la “serie de incisiones
cortas en paralelo” de la azagaya de Rascaño lo considera como pseudoexcisión (Corchón, 1986: 333) Para
esta autora, se produce primeramente la incisión que genera primeramente el surco y, posteriormente, una
profundización considerable en la materia lo cual no ocurre en el caso de Rascaño.
Fortea y otros utilizarán pseudoexcisión como Barandiarán (1973) en el caso del motivo decorativo de
una pieza de Llonin (Llonin nº 1 de este artículo), que asimilan con la pieza de Cova Rosa como “paralelo
técnico más próximo” (Fortea et al., 1995: 34).
Por último, los estudios recientes son más analíticos a la hora de referirse a esta técnica. Así, SéronieVivien, siguiendo la explicación tecnológica ya comentada de Cheynier, lo denomina “gravure par encoches
courtes juxtaposées” (Séronie-Vivien, 2005: 157); por su parte, Sauvet et al. como “sucesión de cortos
levantamientos oblicuos” (Sauvet et al., 2008: 48).
Además, algunos autores han propuesto interpretaciones diversas para esta técnica, relacionándola
por ejemplo con el momento de abandono de la pieza. Para Hemingway (1980: 206) se trataría de un
grabado técnico previo al de la línea continua que permitiría ganar en profundidad (preparación de ranuras);
mientras que para Barandiarán (1967, 1973) y Séronie-Vivien (2005) se trataría de una técnica decorativa
y para otros autores (Utrilla, 1986) las posibilidades son múltiples.
APL XXX, 2014
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
31
La utilización del término pseudoexcisión está consolidada en la literatura científica (Utrilla, 1986;
Séronie-Vivien, 2005; Ducasse, 2010; Aura et al., 2012) y, además, es acertado porque se trata de una excisión
de materia. Obviamente, el prefijo pseudo precisa ese acto y su resultado porque no sucede exactamente
igual a lo que ocurre en la cerámica.3 Puesto que existen diferentes procedimientos técnicos que consiguen
formas similares, es necesario establecer unos criterios que permitan reconstruir ese conjunto de técnicas
y que al mismo tiempo aísle esa acción técnica (pseudoexcisión) de otras, más cuando ésta ha pasado a
proponerse como un fósil director independientemente del motivo decorativo inicialmente propuesto por
Utrilla (Utrilla, 1986, 1990, 1996, 2004; Utrilla y Martínez Bea, 2008; Sauvet et al., 2008; Ducasse, 2010;
Aura et al., 2012).
Escindir procede del latín scindere y significa cortar, dividir, separar. Por su parte, excisión es
un término que no recoge el diccionario de la RAE, pero sí lo hace con escisión que procede el
latín scissio y significa cortadura o rompimiento. Según Caro (2008) procede del latín excido, y es
empleado en la nomenclatura cerámica como “sacar o extraer cortando, con un instrumento estrecho,
duro y cortante” o “extraer con instrumento cortante parte de la pasta superficial […] sin llegar a
taladrarla” (Caro, 2008: 115). El resultado es un motivo decorativo en relieve, el cual presenta dos
niveles claramente diferenciados, un nivel superficial y uno profundo, estando este último delimitado
por paredes inclinadas o abruptas.
Aquí, la principal diferencia radica en la materia trabajada, pues la ósea no es tan blanda ni maleable
como la cerámica “a punto de oreo” y, además, las características internas del tejido óseo (grado de
osificación, canales de Havers, etc.) determinan el trazo en mayor grado que las partículas de la cerámica.
El resto de las diferencias se derivan del tipo de utensilios empleados para transformar la materia (piedra en
el caso de la materia ósea paleolítica).
Así, la materia ósea opone resistencia y por ello se realizan pequeños levantamientos encadenados
(yuxtapuestos o superpuestos), lo cual permite mayor dinamicidad y eficiencia a la hora de realizar una
“línea corrida” o contornos, pues no se aplica a rellenos de figuras, al contrario de otros recursos como las
series de tracitos cortos. La materia extraída, previamente cortada como en la excisión es sin embargo poco
espesa y poco dúctil, desarrollándose el “vaciado” en una superficie de dimensiones reducidas y, por tanto,
el efecto visual es una línea de profundidad irregular, separada o no por tramos de materia en superficie, que
produce un claroscuro irregular y poco marcado.
En este sentido, la sensación que provoca se relaciona como apuntaba Utrilla (1986) con el boquique
(i.e. morfología lineal y claroscuro). Sin embargo, el boquique diverge de la excisión cerámica (y de la
pseudoexcisión que tratamos) porque es un relieve menos acusado derivado del proceso técnico, pues no
se extrae materia sino que ésta se ve desplazada al arrastrar el instrumento por la superficie y variando
la inclinación del útil con que se decora, esto es, puntillado+incisión o punto-línea. En la Prehistoria
reciente peninsular, la cerámica puede combinar en una misma pieza excisión-incisión, excisión-boquique
(puntillado-incisión) o no, dependiendo de las áreas culturales. Algo similar encontramos en la materia
ósea, existiendo asociaciones y formas de paso entre pseudoexcisión y grabado simple (línea estriada,
trazos cortos oblicuos o pectiniforme).
Si tenemos en cuenta el procedimiento técnico, aquí se produce una extracción de materia mediante una
presión puntual, lo cual choca con, por ejemplo, las ranuras, que sería mediante pasadas continuadas del útil
(grabado profundo) y pueden contener estriaciones o trazos oblicuos posteriores. De tal modo que el término
“ranura estriada” (Corchón, 1986) no es sinónimo de pseudoexcisión, aunque exista una similitud morfológica.
Por otra parte, “surco por excisión” (Barandiarán, 1967; Corchón, 1986) implica una profundidad importante,
pero dado que estos levantamientos de materia se desarrollan más superficialmente, pocos cumplirían este
requisito y por tanto no sería adecuado denominarlo así. Tampoco es idóneo el término “muescas cortas”
3 Aunque ese término también es empleado en el lenguaje cerámico como una variedad de la excisión (Fernández-Posse, 1982;
Barrio, 1984-85).
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(Séronie-Vivien, 2005) porque una muesca se situaría en el ámbito de la incisión y no contempla la excisión
de materia. Por último, “pequeños levantamientos oblicuos” (Sauvet et al., 2008) no comporta yuxtaposición
o superposición y en el caso de no existir es difícil distinguir entre puntillado, piqueteado o entalladuras.
Pero la técnica pseudoexcisa no se ha planteado sólo en el soporte óseo ni en el mobiliar. Así, Corchón
(1986) había propuesto el uso de esta técnica en un canto de La Paloma; y en lo que se refiere al arte parietal,
se ha formulado por una parte el paralelismo técnico de este grabado con el piqueteado como por ejemplo el
de Foz Côa (Séronie-Vivien, 2005). Si bien la sensación visual es similar, la técnica no lo es, determinada
por el tipo de soporte, las herramientas y el gesto técnico empleados (piqueteado), y morfológicamente se
emparenta más con el puntillado o las entalladuras del arte mueble que con lo que nos atañe.
Por otro lado, en Llonin se ha propuesto la trasposición de la pseudoexcisión al soporte parietal mediante
pigmento (Fortea et al., 2004). Esto es verosímil en tanto que se aprecia una yuxtaposición de trazos de
silueta triangular-trapezoidal y la cronología relativa lo sitúa entre la fase Ib y la fase III, esto es, anterior
al grabado de trazo múltiple, por tanto anterior o contemporáneo del Magdaleniense inferior, este último
no representado arqueológicamente en el yacimiento (Fortea et al., 2004). Al respecto, es importante tener
en cuenta que el cambio de materia no permite los mismos resultados ni procesos técnicos, de modo que
a la hora de compararlos habrá variables que no estarán presentes y es necesario discriminar entre las
fundamentales para detallar el tipo de trasposición.
3. METODOLOGÍA
Las diferentes clasificaciones y descripciones tecnológicas recogidas en el punto anterior han prestado
atención tanto a la diversidad morfológica de los trazos (o levantamientos) como a su asociación y
composición; pero identificamos tres aspectos básicos que concentran buena parte de las dificultades que
plantea su sistematización, repercutiendo sobre la definición de la técnica pseudoexcisa:
1. Los trazos cortos carecen de un análisis en el que se compute su forma, sección y profundidad y han
sido descritos de forma diversa (puntillado, piqueteado, entalladura, muesca, línea cosida, línea quebrada,
tracitos cortos).
2. Otro tanto ocurre con la relación entre los trazos cortos. Su sucesión, la separación o el grado de
superposición entre ellos, y la zona de contacto, si es que existe, entre unos y otros.
3. En los casos en que los trazos cortos se asocian a una línea larga, tanto en su exterior como en
su interior, a veces no se especifica la diferencia entre surco, ranura o línea simple; y además existen
distintos tipos de relación entre esa línea larga y los trazos cortos lo que ha dado lugar al establecimiento
de diferentes términos (pectiniforme, alambre de espino, dentado) cuya diferencia no está suficientemente
computada para formalizar la distinción entre ellos.
Para poder especificar nuestro punto de vista, partimos de una caracterización tecnológica, que coincide
con la primera descripción de Barandiarán (1967) y con la ejecución de la excisión como en la cerámica,
según la cual esta técnica consiste en una sucesión de levantamientos de materia (excisión) mediante la
aplicación del útil en varios movimientos para cada trazo resultante (fig. 2):
1. Incisión perpendicular en la materia generándose un trazo corto de profundidad variable (de mayor a
menor) a lo largo de su recorrido (fig. 2, A1), o bien mediante una incisión oblicua en la materia que permite
ir ganando profundidad a medida que se realiza el trazo (fig. 2, B1).
2. Movimiento de vaivén y posible torsión que permita enganchar una parte de materia para escindirla
posteriormente (fig. 2, A2 y B2).
3. Levantamiento y extracción de la materia acumulada (fig. 2, A3 y B3).
4. Las posibilidades posteriores a este trazo son diversas, pudiendo yuxtaponerse o superponerse el
trazo siguiente a la pared corta o larga este levantamiento.
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A
B
Fig. 2. Propuesta de los gestos
y acciones técnicas en la
pseudoexcisión.
Hay que tener en cuenta que un trazo aislado puede haber sido realizado con este mismo procedimiento,
aunque es muy difícil de observar. En tal caso hablaremos de levantamiento o trazo pseudoexciso y de
pseudoexcisión cuando se trate de varios levantamientos continuados.
Por otra parte, se observan dos tipos morfológicos en la pseudoexcisión tal como apuntó Utrilla (1986):
1. Aquélla en la que la superposición o yuxtaposición se produce en los lados cortos de los levantamientos,
caso de Aitzbitarte IV (fig. 3, A).
2. Aquélla en la que los lados largos se superponen o yuxtaponen a una parte de los largos, caso de
Rascaño (fig. 3, B).
El análisis del material que nos ocupa se ha realizado mediante lupas binoculares (Nikon SMZ-100 y
Nikon SMZ-800, ambas con oculares de 10x), si bien no se ha seguido de forma íntegra la reconstrucción de
la dirección del trazo según los criterios propuestos por Fritz (1999) y Rivero (2010) porque habitualmente
la propia técnica elimina ciertas huellas y las piezas están alteradas. No obstante, siempre que estuvieran
presentes se ha utilizado el orden de superposición y la localización de los remanentes de materia para la
reconstrucción de la dirección del trazo.
A
B
Fig. 3. Tipos morfológicos: A. Tipo 1, Aitzbitarte IV (según Utrilla, 1986). B. Tipo 2, Rascaño
(según Barandiarán, 1981).
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Tabla 1. Variables analizadas de la morfología del grabado.
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Teniendo en cuenta la problemática antes presentada, hemos establecido unos parámetros que definen la
pseudoexcisión si se dan de forma conjunta, permitiéndonos a su vez distinguirla de otros recursos técnicos
y de las diversas morfologías.4 Por tanto, para nosotros los rasgos que definen la pseudoexcisión y que
permiten evaluar las diferencias con otros tipos de grabado son los siguientes:
1. Yuxtaposición o superposición entre levantamientos en sus lados cortos o en parte de los lados largos.
2. Levantamientos alargados pero de reducidas dimensiones y estrechos, con una profundidad variable
entre la parte proximal y la distal (sección longitudinal asimétrica) (tabla 1).
4. YACIMIENTOS Y ANÁLISIS
4.1. Llonin
Es un yacimiento con varias zonas de excavación y una cronología larga tanto en el yacimiento (Musteriense,
Gravetiense, Solutrense, Magdaleniense, Aziliense y Edad del Bronce) como en el arte parietal (del
Gravetiense al Magdaleniense superior) (Fortea et al., 1995, 1999, 2004). Las piezas que estudiamos han
aparecido en el nivel III de la Galería que consiste en una pequeña sala conectada con el vestíbulo a
través de un estrecho pasillo y con la sala grande a través de un conducto (fig. 4). Este nivel, excavado en
una extensión de unos 5m², tiene un espesor medio de 30 cm, encontrándose a muro un nivel Solutrense
superior y a techo uno Magdaleniense superior también en curso de estudio por uno de nosotros (EDM).
Como ya se ha dicho, el nivel III se caracteriza por la existencia de numerosos restos de combustión
y piezas líticas principalmente en cuarcita, que cuentan con escasa microlaminaridad y una reducida
laminaridad, así como un utillaje con predominio de los raspadores, las piezas astilladas y el grupo de las
lascas retocadas, raederas y denticulados, además de contar con raclettes y azagayas de Placard.
Las piezas con técnica pseudoexcisa seleccionadas se encontraban al menos a ~10 cm por debajo del
techo del nivel III, coincidiendo con la mayor acumulación de raclettes y piezas astilladas, lo cual elimina
–o amortigua– una posible contaminación con el Solutrense superior (nivel IV). Las piezas analizadas son:
1. Llonin nº 1. Azagaya biapuntada losángica con decoración zoomorfa (fig. 5).
Se trata de una azagaya completa biapuntada con silueta de forma losángica de asta (111,6 x 14,4 x 4,5
mm). Fue clasificada por Fortea et al. (1995: 34) como varilla, puesto que es “demasiado frágil para ser una
azagaya” (ídem, 1995: 34). Sin embargo, si nos atenemos a sus caracteres morfológicos silueta, sección y perfil,
tipológicamente encaja en la azagaya (Hahn, 1988). La anchura máxima se localiza a 43,62 mm de la base
coincidiendo con su espesor máximo y su perfil es recto. Por su parte, la sección de sus extremos es circular.
Carecemos asimismo de criterios para clasificarla como varilla (Feruglio, 1992), pues no tiene bordes
paralelos y, además, ambas extremidades están apuntadas y ambas caras están muy trabajadas. Ciertamente,
la sección central es ovalada-aplanada (“plano-convexa muy aplanada”, según Fortea et al., 1995: 34),
aspecto asociado generalmente a las varillas, pero hay que tener en cuenta que este tipo de sección es
un rasgo común del tecno-complejo óseo del nivel III de Llonin. Las azagayas y los fragmentos que
tipométricamente encajan en este grupo (fragmentos apuntados –proximales o distales– y fragmentos
mesiales) cuentan con un diámetro de sección comprendido entre 4 y 14 mm de anchura (la moda de la
anchura es 5 mm) y aquéllas con sección ovalada (o tendente a ovalada; agrupando aquí las clasificadas en
el estudio como: ovalada irregular, subcircular y subrectangular) suponen el 75% de los efectivos (n= 40).
Al igual que en la pieza en estudio, se registran cambios de sección en los extremos apuntados, pasando a
circular en un 15% de los casos. Este tipo de secciones también son abundantes en el Cantábrico en Rascaño
5 (Barandiarán, 1981) y La Riera 16-8 (González Morales, 1986).
4 Además, hay que tener en cuenta la existencia de una variabilidad formal relacionada con la situación en la que estaban las piezas
en el momento de su abandono: en curso de fabricación o de uso y su posterior conservación.
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Fig. 4. Planos de los yacimientos en estudio. Arriba: Izq. Cova Rosa. Dcha. Cueto de la Mina. Abajo: Llonin.
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Fig. 5. Llonin nº 1. Azagaya losángica con decoración zoomorfa. Dibujo A. Fernández Rey. Fotografías E. Duarte.
Las marcas funcionales no aportan mucha información, pues encontramos brillos en toda la pieza que,
asociados a las marcas de raspado y pulido, pueden estar relacionadas tanto con la manufactura como con
el uso. No obstante, ha sido muy modificada pues no conserva partes corticales y apenas tejido esponjoso
(<10% en la cara inferior). Por otra parte, la ausencia de fracturas y el carácter romo de sus extremos
apuntados (con estrías y pulidos) sugiere un posible uso como punzón (LeMoine, 1997). También presenta
brillos en el resto de la pieza, pero alterados por la conservación a causa de numerosas cupulillas de
disolución y marcas de raíces, así como concreción y coloraciones irregulares, debidas a la proximidad
con fuentes de calor y al sedimento carbonoso. A todo ello se añaden algún saltado actual producto de las
labores de excavación.
Contiene un grabado en la mitad superior izquierda, que mide 35,8 x 7,0 mm. Se trata de un cuadrúpedo
con rabo, cuerpo y cuello largos que contrastan con la cabeza y las patas cortas. Según la posición subvertical
de las patas delanteras y la escasa individualización del lomo de la cabeza y el cuello, se asemeja a un
carnívoro (mustélido) en postura semierguida, en acción de oteo (fig. 11, 11). Su perspectiva es lineal con
representación de la pata trasera a modo de una pata por par. Tiene un perfil muy esquemático, donde se
pueden observar principalmente la cabeza (en la parte superior), la pata trasera y la cola (en la inferior),
esta última equivalente a un tercio de la longitud total del cuerpo. Carece de otros caracteres anatómicos, a
excepción del trazo irregular del lomo (lateral derecho del grabado) y los trazos oblicuos del interior, que
podrían hacer alusión al tipo de pelaje.
La técnica del grabado del trazo lateral derecho (nuestro lomo o línea cérvico-dorsal) fue señalada por
Fortea et al. (1995: 37) como pseudoexcisa, mientras que el resto de trazos no fueron descritos como tal.
Este estudio tampoco lo ha confirmado, pues en la pata trasera (fig. 5, 1), la cabeza, el hocico y los trazos
interiores (pelaje) (fig. 5, 2) encontramos grabado lineal de sección en V. En el cuello, el grabado tiene
sección en U y se produce un ligero relieve diferencial (fig. 5, 3), con varios enganches y salidas del útil.
En la cola el paso de la pseudoexcisión al grabado lineal se realiza mediante dos líneas relativamente largas
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y, por último, la parte inferior es una línea más ancha y profunda que el resto de la figura, con sección V
asimétrica sin paredes abruptas con varias pasadas de útil, donde no hay restos de pseudoexcisión (si la
hubo, ha sido borrada).
El grabado pseudoexciso tiene una trama apretada (8 levantamientos en 2 cm) y un grado elevado de
superposición, pues cada levantamiento elimina los restos del trazo anterior (remanente) y la intersección
entre dichos levantamientos se produce a un nivel intermedio entre la superficie de la pieza y la parte
más profunda de cada levantamiento. Éstos son de dimensiones pequeñas (4 x 1,5-2 mm), con una
profundidad variable, proximal 0,5 mm y distal 0,5-1 mm. La silueta es un rectángulo obtusángulo. La
sección longitudinal es en V asimétrica, con pared abrupta en la parte distal, y la transversal también en V
asimétrica con pared abrupta izquierda. Esta línea ha sido realizada desde la cabeza hacia la cola, primero
los trazos que ganan en profundidad y posteriormente se realiza el levantamiento de materia, tal y como
indican las salidas del útil (fig. 5, 4) y las marcas de la pared izquierda (fig. 5, 5). En ambos extremos de la
línea pseudoexcisa se han realizado retoques, con trazos en dirección opuesta (fig. 5, 6 y 5, 7), para enlazar
con los trazos siguientes (hocico y rabo). La pseudoexcisión seguiría pues el Modelo 1 y es posterior a la
regularización de la superficie (fig. 5, 8).
2. Llonin nº 2. Varilla (fig. 6).
Fragmento transversal mesial de varilla ovalada irregular (74,8 x 15,4 x 8,0 mm), que apareció rota en
la excavación, a 7 cm de distancia un fragmento del otro. No se producen cambios de sección a lo largo de
toda la pieza, sus bordes son paralelos, relativamente convergentes hacia el extremo distal, y su perfil es
arqueado. La cara inferior no está muy trabajada, puesto que conserva una parte importante en superficie
(90%) y profundidad (~3 mm) de tejido esponjoso. La parte central de la cara inferior no está regularizada
pero sí las zonas próximas a los bordes. Las fracturas no son determinantes (irregulares, en dientes de
sierra), por lo que excluimos el impacto como causa de la fractura y aquí se podría barajar un amplio
Fig. 6. Llonin nº 2. Varilla. Dibujo E. Duarte. Fotografía J. Fortea. Fotografías detalle de E. Duarte.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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abanico de posibilidades (p. ej. flexión). Las marcas de raspado y de abrasión se registran a lo largo de
toda la pieza. En general, la conservación es mala y presenta disgregación en la parte proximal, cambios de
coloración (rubefacción) y concreción que afecta en parte al grabado.
El motivo decorativo son dos líneas longitudinales de las que parte una serie de trazos oblicuos paralelos
(pectiniforme doble), ocupando la mitad proximal de la pieza (34,4 x 5,7 mm, medidas máximas del
conjunto). Ambas líneas están relativamente centradas en el campo gráfico, de modo que la distancia entre
ellas es equiparable a la existente entre cada una de ellas y cada borde de la pieza (~4 mm). En ambos
casos, la línea larga cuenta con una delineación recta un poco sinuosa y es anterior a los trazos cortos (fig.
6, 1). Éstos parten de la primera, registrándose salidas del útil en algún caso (fig. 6, 2) y enganche del útil
(fig. 6, 3), en el caso de la línea de la derecha. En esta última, se puede señalar la dirección, de abajo hacia
arriba, por las salidas del útil (fig. 6, 4), mientras que en el caso de la línea izquierda es dudoso, aunque el
pequeño código de barras de la pared derecha lleva a sospechar una misma dirección. Los trazos pequeños
son equidistantes unos de otros (2 mm). Se trata de un grabado de poca profundidad (<0,5 mm), que se
mantiene constante a lo largo de cada trazo, así como su longitud (2 mm), y de trazos poco anchos (0,6 mm
máx.) con una sección transversal en V asimétrica con una pared casi abrupta, abrupta en algunos trazos
(fig. 6, 5). Así, los trazos cortos de la parte superior de la línea izquierda tienden a una silueta semicircular
y la parte curva de cada uno de ellos llega a tocar con la parte recta del siguiente, generando sensación de
pseudoexcisión. Se trata en realidad de un cambio de inclinación del útil (fig. 6, 6). El resto de los trazos
generan una silueta lineal.
3. Llonin nº 3. Azagaya biapuntada losángica (fig. 7).
Azagaya biapuntada de sección ovalada. Está casi entera (80,8 x 8,8 x 4,7 mm). La parte distal muestra
un lustre y su extremo está redondeado, mientras que la proximal tiene una pequeña fractura en lengüeta en
charnela (6 mm) que se puede relacionar con un impacto (Pétillon, 2006). La forma de esta pieza es tendente
Fig. 7. Llonin nº 3. Azagaya biapuntada losángica. Dibujo E. Duarte. Fotografía J. Fortea. Fotografías detalle E. Duarte.
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a la losángica, su anchura máxima se localiza a 23 mm de la base y su espesor máximo a 30 mm también
de la base (y, por tanto, anchura y espesor máximos no coinciden en el mismo punto), la cual consiste en un
aplastamiento. La sección se hace circular hacia el extremo distal. Los bordes son convergentes convexos
asimétricos y el perfil ligeramente arqueado (1,5 mm flecha).
Esta pieza ha sido muy trabajada, siendo las marcas de abrasión y pulido las que mejor se conservan.
Las primeras se concentran en los bordes, más marcadas en el lado izquierdo. Por su parte, las estrías se
concentran en el extremo distal de la cara dorsal. El brillo de la pieza está acentuado por su estado de
conservación, pues se encuentra totalmente rubefactada. Sin embargo, la materia no llega a desintegrarse, al
contrario de lo que ocurre en otras piezas del nivel. No conserva parte cortical y el tejido esponjoso, apenas
existente, se concentra en la cara ventral (<10%). Conserva algunas partes con concreción.
En la parte distal, sobre la superficie lisa/ligeramente convexa de la cara dorsal encontramos un grabado,
sometido a pulido posterior (y acaso uso) que a causa de ello se ha difuminado, de modo que sólo se puede
ver actualmente una pequeña parte con un grabado más profundo.
Describe una forma abierta, con dimensiones máximas de 43 x 8,1 mm. Hacia la base de la azagaya
encontramos dos líneas paralelas, divergentes en su parte más distal donde cada una “engancha” con una
línea convexa, con forma general de óvalo abierto (fig. 7, 2). Este motivo recuerda al cuadrúpedo de Llonin
nº 1, en tanto que conjunción de masa y apéndice alargado (¿a modo de cola?). Dado que no se puede
observar la parte distal, pasamos a considerarla como una figura incompleta.
El pulido y la intensa rubefacción hacen que sea difícil afirmar que al menos una parte del grabado se
haya hecho mediante pseudoexcisión, pero en la otra parte se puede distinguir dicha técnica por tener una
serie de trazos pequeños alargados de silueta rectangular y superpuestos, con una sección longitudinal en
V asimétrica y una trama apretada (5 levantamientos en 1 cm) (fig. 7, 1 a 3). Nosotros pensamos, y estaba
de acuerdo J. Fortea cuando se comenzó a fotografiar (marzo 2009) y a estudiar el material, que tiene esa
técnica aunque con una mínima reserva.
4.2. Cova Rosa
Este yacimiento fue excavado por F. Jordá y A. Gómez Fuentes entre 1975 y 1979 (fig. 4). Anteriormente,
Jordá había regularizado un corte dejado por actuaciones incontroladas previas (Utrilla, 1981; Jordá et al.,
1982). Los materiales procedentes de las primeras actividades fueron estudiados y publicados por Jordá
(1976, 1977), así como por Barandiarán (1973), Corchón (1986), Straus (1983), Utrilla (1981), González
Sainz (1989) y Adán (1997).
La problemática de esta pieza reside en su dudosa procedencia estratigráfica. De ahí que a lo largo de los
años haya sido adscrita a diversos horizontes culturales según su decoración y su tipología, y, por tanto, se
hayan ido acumulando incorrecciones sobre su origen y su clasificación cultural. Con todo, el mismo Jordá
fue cambiando su adscripción crono-cultural, Magdaleniense inferior primero y, luego, Solutrense superior,
que Corchón asociaría con el Magdaleniense medio, a partir de criterios formales. Jordá no da información
sobre la recogida de esta pieza, mientras que Utrilla y Straus mantienen posturas enfrentadas (tabla 2).
Puesto que Barandiarán escribe en su catálogo “En Museo Arqueológico de Oviedo: capa 6ª” (1973: 117)
suponemos que la pieza tenía una etiqueta que acreditaba su procedencia, lo cual explica el hecho de que Straus
no viera ningún problema en relacionarla con esa capa y dar por buena la estratigrafía, aunque Utrilla presenta
dudas al respecto por tratarse de una zona revuelta y que, según una comunicación personal con Jordá, él había
realizado la atribución cultural de la misma atendiendo a criterios morfológicos (Utrilla, 1981: 59).
Podemos concluir que aunque no quede claro que la pieza provenga del nivel superficial, sabemos
que fue recogida durante las primeras actuaciones arqueológicas de Jordá que consistieron en la limpieza
y regularización del corte dejado por las acciones furtivas (1957 según Jordá, 1976; 1958 según Straus,
1983; 1959 según Jordá et al., 1982). Podría haber sido recogida por tanto en superficie o en alguno de
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Tabla 2. Adscripción cultural de la azagaya-varilla de Cova Rosa según diferentes autores y publicaciones.
Autor
Nivel / Campaña
Horizonte cultural
Referencia
Jordá
-
SS
1976: 149
-
SS
1977: 99
-
MI
1982: 36 y 175
-
SS sic Jordá
1981: 1
-
SS o MM
2007: 424
Capa 6ª
MM sic Corchón
1973: 117
-
MM
1975: Lám. 1.2
Capa 6ª
MM
1981: 98 y 136
-
MM provisional
1971: 34
-
MI o MM
1986: 356
Utrilla
EEF / 1ª actuación
MI sic Jordá / MM sic Corchón
1981: 58
Straus
Capa 6ª / 1958
S
1983: 41
Escortell
-
MI
1988: 21
Adán
EEF
S sic Jordá / MI o MM sic Corchón
1997: 155
Fortea et al.
-
S, MI, MM “según autores”
1995: 38
Rodríguez Muñoz
Barandiarán
Corchón
Nivel / campaña: EEF: Escombrera de excavación furtiva.
Horizonte cultural: S: Solutrense; SS: Solutrense superior; MI: Magdaleniense inferior; MM: Magdaleniense medio.
los niveles que define Jordá durante la regularización del corte, pero hay que tener en cuenta que dicha
división estratigráfica ofrecía dudas (Utrilla, 1981: 59) y por tanto considerarla perteneciente a uno de esos
niveles sería igualmente arbitrario. Además, esa zona de trabajo de Jordá se efectuó en el corte dejado por
las actuaciones furtivas previas (Jordá, 1977: 66, Fig. inf.). Existiría pues una elevada probabilidad de que
los materiales se hubieran mezclado durante el tiempo transcurrido entre dichas actuaciones furtivas y la
regularización de Jordá, dado que era una zona expuesta al borde de la cata donde los agentes naturales y
antrópicos habrían tenido gran incidencia (bien por movimiento natural de las piezas al verse sometidas a
los fenómenos climáticos, bien por el simple pisoteo humano y animal, pues siempre ha sido un complejo
kárstico muy concurrido [Rodríguez Calvo, 1993]).
Por tanto, la procedencia estratigráfica de esta pieza es incierta, si bien queda abierta la posibilidad de que
en Cova Rosa hubiera existido un nivel Badeguliense/ Magdaleniense arcaico del que la pieza en cuestión
procediera originalmente. Por los estudios líticos, las capas 2, 3 y 4 pertenecerían a un Magdaleniense
indefinido (Utrilla, 1981), la capa 5, arcillosa, sería estéril (Utrilla, 1981) y la 6 al Solutrense (Straus, 1983).
Sin embargo, los análisis factoriales realizados por Bosselin y Djindjian (1999), a partir de los datos de Utrilla
(1981), han ubicado Cova Rosa (capas 2, 3 y 4) en su Badeguliense cantábrico, a pesar de carecer de raclettes
(Utrilla, 2004: 257) y otros materiales de tipo Badeguliense/ Magdaleniense arcaico (Aura et al., 2012: 77).
La pieza analizada es:
1. Varilla (fig. 8).
Se trata de una varilla con extremo distal roto (160,5 x 17,5 x 11,0 mm), tal y como han señalado algunos
autores (Corchón, 1971; Jordá, 1976, 1977; Jordá et al., 1982; Straus, 1983; Escortell, 1988) aunque otros
lo han interpretado como una punta o azagaya (Barandiarán, 1973, 1981; Rodríguez Muñoz, 1981; Utrilla,
1981; Corchón, 1986; Adán, 1997).
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42
E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
Fig. 8. Varilla de Cova Rosa. Dibujo según Corchón (1986). Fotografías E. Duarte.
Nos inclinamos por considerarla como varilla por la sección ovalada, la anchura considerablemente
mayor en comparación con el resto de azagayas del yacimiento (Utrilla, 1981) y que la cara inferior está
poco trabajada a excepción del extremo proximal redondeado con aplastamiento. Conserva el tejido
esponjoso de forma casi completa en su cara inferior y sólo han sido trabajados los bordes, mediante
raspado y abrasión, además de la citada parte proximal, adelgazada y un tanto apuntada. A 40 mm del
extremo proximal se produce un afilamiento de los bordes. En ese extremo y en el distal la pieza conserva
una fractura en dientes de sierra. La pieza está restaurada de antiguo porque según Utrilla había aparecido
rota en dos fragmentos (Utrilla, 1981). La sección es plano-convexa en la parte del aplastamiento y ovalada
en el resto de la pieza. El perfil es ligeramente curvo (2 mm flecha) y los bordes son rectilíneos tendentes a
convexos, describiendo una silueta subrectangular. El máximo espesor de la pieza se encuentra en la parte
distal. Cuanto más hacia la parte distal nos encontramos, los bordes son más redondeados (tendentes a lo
abrupto) y la pieza es más espesa.
Como ya se ha comentado, tiene marcas de raspado en los laterales y también en la cara superior, tanto
de abrasión como de pulido, predominando en la parte proximal el segundo sobre la primero.
En cuanto al motivo decorativo, se trata de “un ‘cuerpo’ rectangular con sendos apéndices delante y
detrás (corto el uno, muy largo el otro)” (Barandiarán, 1973: 116), que ha sido clasificado mayoritariamente
como un motivo vegetal (Jordá, 1976, 1977, 1983; Rodríguez Muñoz, 1981; Jordá et al., 1982; Straus,
1983; Escortell, 1988). Otras interpretaciones son la de un pez estilizado (Barandiarán, 1973) o una flecha
compuesta (Corchón, 1986). La línea longitudinal que discurre por el eje central de la pieza se desarrolla
ocupando casi todo el campo gráfico. La forma cerrada rectangular está compuesta por una sucesión de
trazos oblicuos en disposición radial. En su interior se encuentran restos de sedimento o mineral ferruginoso.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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La técnica ha sido clasificada como pseudoexcisa y esta pieza ha constituido uno de los prototipos de la
misma (Barandiarán, 1973, 1981). Al igual que en el caso de Llonin nº 1, sólo una parte del motivo puede
ser considerada como pseudoexcisión, la línea larga.
Se trata de una trama muy apretada, 9 levantamientos en 2 cm, con una yuxtaposición muy estrecha que se
produce principalmente entre la parte inferior del lateral izquierdo de cada levantamiento, confluyendo hacia
el lateral derecho del levantamiento siguiente. En la parte inferior de la pieza, en los primeros 30 mm partiendo
de la base, vemos sin embargo la superposición en los lados estrechos, del tipo a la vista en la pieza Llonin nº
1. Los levantamientos (medidas 3,5 x 2 mm) tienen una silueta en rectángulo obtusángulo que se estrechan
hacia la parte superior. La sección longitudinal es en V asimétrica con pared abrupta en la parte superior o
distal y profundidad variable, 1 mm en la parte distal y casi inexistente en la proximal. La sección transversal
es en U con fondo en pendiente, siendo más profunda la parte izquierda que la derecha. Los trazos se juntan
en el medio en el lateral derecho con la parte distal del siguiente. La silueta se estrecha un poco en la parte
proximal de cada levantamiento, lo cual sumado a la sección longitudinal de profundidad mayor en la parte
proximal (fig. 8, 1) y a la existencia de escalones en el interior de algunos levantamientos (fig. 8, 2), junto
con las líneas marcadas en la pared derecha (fig. 8, 3) nos lleva a deducir que la ejecución arranca desde la
parte proximal derecha y se desarrolla desde abajo hacia arriba. Por tanto, el trazo se realiza según el Modelo
2 propuesto y la morfología se corresponde con el Tipo 2 (Rascaño) aunque en la parte proximal combina el
Tipo 1 (Aitzbitarte IV), el citado Tipo 2 y se aprecia la forma de paso entre ambos.
En contraposición a la línea descrita por la pseudoexcisión, el cuerpo rectangular del motivo está
formado por pequeños trazos que cuentan con una sección transversal constante en U. Comparados con
los levantamientos de la línea, son un poco más largos (8 mm), el doble más anchos (4 mm) y menos
profundos, lo cual indica un cambio de inclinación del útil respecto a la línea (fig. 8, 4).
4.3. Cueto de la Mina
El yacimiento fue excavado por el Conde de la Vega del Sella (1916) y posteriormente por Rasilla (Rasilla y
Hoyos, 1988) (fig. 4). Las dos piezas analizadas aparecieron en los subtramos 1 y 2 del nivel E (Solutrense
superior) de las primeras excavaciones. Con todo, en la sigla de una de ellas (Cueto de la Mina nº 1) pone
que pertenece al subtramo 1, luego estaba en la parte superior del nivel.
Aquí hay que tener en cuenta ciertos problemas estratigráficos que afectan tanto al nivel E como al
D (Magdaleniense inferior) en la primera sección, es decir en la covacha, y que pueden enmascarar un
nivel del periodo Badeguliense/Magdaleniense arcaico. Vega del Sella comenta que la separación entre el
tramo superior del nivel E del nivel D era complicada, pues: “…apenas estaba delimitado, siendo por tanto
de temer la transgresión de elementos de uno a otro nivel, especialmente por algunas oquedades que se
presentaban en las orillas de la pared…” (Vega del Sella, 1916: 29) y la “…capa magdaleniense, de unos
50 centímetros de espesor, se sobreponía al solutrense; en el interior de la cueva estaba en contacto, sin
separación visible, y con idéntica coloración oscura, por lo que no se podía distinguir uno de otro…” (Vega
del Sella, 1916: 45).
Así explicamos la existencia de una elipse, una azagaya con silueta losángica, un fragmento de varilla con
pseudoexcisión y una azagaya de Placard en los tramos superiores del nivel E y varias azagayas de Placard
en el nivel D (Vega del Sella, 1916: Lám. XXII, XXV, XXVI, XXXII y Fig. 15), elementos igualmente
presentes por ejemplo en el nivel III de Llonin. En cuanto a la colección lítica, Vega del Sella parece haberse
quedado con las piezas más significativas de los niveles solutrenses y magdalenienses, destacando las puntas
solutrenses en el nivel E y los raspadores abultados, buriles y laminillas con dorso para el D.5
5 Por otra parte, se ha excluido del estudio una varilla de Cueto de la Mina (Vega del Sella, 1916: Lám. XXV, 7; Aura et al., 2012:
Fig. 3, 6) porque, aunque pudiera tener pseudoexcisión, su grado de alteración (térmica, bioturbación, etc.) no permite analizar las
variables aquí propuestas.
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
Las piezas analizadas son:
1. Cueto de la Mina nº 1 (Nº Inv. MNCN: 5963). Varilla (fig. 9).
Fragmento mesial de varilla (21,2 x 9,6 x 0,4 mm) (Vega del Sella, 1916). El borde lateral derecho
se conserva sólo en la parte proximal de la pieza y las fracturas son indeterminables. La sección es
subcuadrangular y la cara superior presenta un amplio hundimiento longitudinal, mientras que los bordes
son relativamente convexos.
Está muy afectada por la disgregación de materia y, por tanto, la observación de la decoración no
es óptima. Ésta (21,2 x 4,3 mm) se desarrolla a lo largo de todo el fragmento y consiste en dos líneas
longitudinales paralelas que se encuentran muy cerca una de otra, sobre todo hacia el centro de la pieza,
siendo la distancia entre ellas (1,2 mm) más corta que entre cada una y los bordes de la pieza (~2 mm). En la
parte derecha de esta misma cara, bajo la sigla S.S.1, hay una tercera línea, aunque muy perdida (fig. 9, 1).
De las tres líneas, sólo se analizan tecnológicamente la de la izquierda y la del centro por ser las que mejor
se conservan aunque la última está en peor estado que la izquierda.
La línea de la izquierda tiene una trama no apretada (6 levantamientos en 2 cm). Las dimensiones medias
de cada levantamiento son 3,5 x 1,2 mm. La silueta de los levantamientos es un rectángulo obtusángulo y
éstos se encuentran superpuestos, ya que no se ven espacios sin grabado y la línea abrupta corta siempre la
inclinada. La sección longitudinal es en V asimétrica abrupta la parte distal, así como la sección transversal,
en V asimétrica con la pared izquierda bastante abrupta y con marcas del filo del útil (fig. 9, 2). La sección
longitudinal está en pendiente y tiene una profundidad distal de <1 mm y la proximal es casi inexistente. A lo
largo de la línea este escalonamiento se marca bien en el fondo de los levantamientos y es menos acentuada
en la pared izquierda, donde se van sucediendo los trazos transversales, que indican una ejecución del
conjunto desde arriba hacia abajo. Aun así, sería necesario ver las rebabas en el fondo y las salidas del útil
en superficie, como en el caso de Llonin nº 1, y que no son observables principalmente debido a la peor
conservación de la pieza. La morfología del levantamiento inferior de la línea izquierda se ve una forma en
U en el fondo del trazo (fig. 9, 3), que apoya la hipótesis del Modelo 1, y la línea del centro, aunque menos
marcada, sigue el mismo modelo (fig. 9, 1).
2. Cueto de la Mina nº 2 (Nº Inv. MNCN: 485). Varilla o azagaya (fig. 10).
Fragmento mesial de varilla o azagaya, pues la sección y anchura de la misma tiene unas dimensiones
intermedias entre las varillas y azagayas del conjunto (Vega del Sella, 1916; Corchón, 1986) de sección
ovalada irregular, con la cara inferior poco trabajada (19,6 x 5,7 x 3,3 mm). Las fracturas, en dientes de
sierra, son indeterminables. Presenta marcas de abrasión aunque su conservación es bastante mala, pues
cuenta con numerosas cupulillas de disolución, bioturbaciones y fisuras.
Fig. 9. Cueto de la Mina nº 1. Varilla. Dibujo A. Fernández Rey. Fotografías J. Fortea.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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Fig. 10. Cueto de la Mina nº 2. Varilla o azagaya. Dibujo A. Fernández Rey. Fotografías J. Fortea.
La decoración consiste en dos series de trazos cortos oblicuos paralelos que no se tocan entre sí y que
forman bandas longitudinales que se desarrollan a lo largo de todo el fragmento conservado. Si comparamos
la trama de la banda derecha con la pieza anterior, ésta no es apretada: 5 trazos en 2 cm. La línea de la
izquierda se desarrolla en el interior de un surco natural. Se trata de una yuxtaposición distante, pues entre
trazo y trazo median 2 mm. Las medidas medias de los trazos son 3,4 x 2,5 mm. La profundidad es regular
en cada trazo, <1 mm.
La silueta es triangular-lenticular y la sección longitudinal recta y la transversal en V simétrica, mientras
que la longitudinal es en V asimétrica. Algunos trazos de la línea derecha tienen una sección longitudinal
en V asimétrica, siendo semiabrupta la pared distal y se parecen a alguno de los levantamientos de Cueto
de la Mina nº 1, por lo que podría ser un trazo pseudoexciso (fig. 10, 1, 2b y 2c). Sin embargo, carece de
remanente en ese punto y la silueta no es rectangular. En el resto de los trazos no se ve un levantamiento
claro de materia ni una sección longitudinal con una pared abrupta, por lo que esto sugiere un cambio de
inclinación del útil con apariencia pseudoexcisa, tal y como observamos en Llonin nº 2. La silueta y el
punto más profundo hacia el centro de los trazos, sobre todo el 8 de la línea de la derecha (fig. 10, 2a),
parece indicar el piqueteado.
5. PARALELOS
Como ya hemos visto, de las piezas que hemos estudiado sólo la nº 1 de Llonin, la de Cova Rosa y la nº 1
de Cueto de la Mina contienen pseudoexcisión, más una parte de la pieza de Llonin nº 3 con las reservas
señaladas (figs. 5, 8, 9 y 7). De ellas, ninguna tiene el mismo motivo decorativo, pero vemos un rasgo
común: la realización de la pseudoexcisión tiende a hacerse en líneas rectas dispuestas a lo largo del eje más
largo y en las caras más anchas, sobre soportes con sección aplanada-oval.
Si comparamos Llonin nº 1 con Llonin nº 3, ambas líneas tienen una trama similar (~4 y 5 levantamientos
en 1 cm respectivamente) y la figura es parecida a muy grandes rasgos, pues se trata de una forma cerrada con
una parte ancha y otra estrecha y alargada, a modo de apéndice, aunque la nº 3 tiende a la forma circular y la
nº 1 a la rectangular. No podemos afinar más por las razones de conservación ya aludidas de la segunda pieza.
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
Los paralelos con piezas de otros yacimientos que tienen técnica pseudoexcisa, según la propuesta
de Utrilla (1986), a la vez que ilustraciones y descripciones detalladas se presentan en la tabla 3,
independientemente de si tienen o no líneas longitudinales superpuestas. Todas ellas cuentan con: 1.
Sucesión de levantamientos en yuxtaposición o superposición en sus lados estrechos o anchos y 2. Silueta
rectangular-trapezoidal y sección irregular de dichos levantamientos.
Hay otros posibles paralelos, no señalados previamente, pero al contar sólo con ilustraciones es más
complicado afinar de modo que las incluimos de forma provisional en la tabla 4. No obstante, el tipo
de sucesión yuxtapuesta de los trazos en las partes proximal y distal y las secciones longitudinales con
profundidad en pendiente de los mismos, a partir de las sombras que se aprecian en las ilustraciones, nos
lleva a considerar que también tienen técnica pseudoexcisa.
Estos criterios obligan a reducir algo más el catálogo de piezas con pseudoexcisión expuesto por SéronieVivien (2005), ya criticado por Ducasse (2010), en relación con los ejemplares de Isturitz. En cuanto a los
de Laugerie-Basse, dado que no contamos con buenas reproducciones de las piezas, existe la posibilidad de
que se tratara de ranuras estriadas, tal y como se observan en algunas piezas de este yacimiento o en Mas
d’Azil (Chollot-Varagnac, 1980), que serían abundantes en el Magdaleniense superior-final y, por tanto,
más acordes con la cronología propuesta desde antiguo para este yacimiento. En el caso de Le Chaffaud,
también de cronología dudosa, los trazos cortos y finos y la existencia de líneas largas de las que éstos
Tabla 3. Paralelos con pseudoexcisión clara.
Yacimiento
Tipo
Fr
Sc
MF
CD
Tecno
N/HC
Referencia
Le Placard
Az
D
-
1 LC
Sup
Ps
MI p
(1) 217:
55.021.11
Az/Va
M
-
3 LO + trazos oblicuos=
Pisciforme
Sup
Ps+In
MI p
(1) 237: 54.995
Ci
P
-
3 LO + trazos oblicuos=
Pisciforme
Sup
Ps+In
MI p
(1) 303: 55.014
Va
P
PCx 3 LO + puntos
Sup
Ps+¿Pq? MI p
(1) Fig. 96
LM
M
-
3 LC + LC cortas = ¿asta?
Sup
Ps
MI p
(1) Fig. 99
¿Va?
M
-
3 LC + LC cortas = ¿asta?
Sup
Ps
MI p
(2) Fig. 21, 3º
por la izda.
¿Va?
M
-
Pisciforme
Sup
Ps+In
MI p
(3) Fig. 9.1
Ci
D
-
3 LO
Sup
Ps
II/Ba
(1) 275: 59.480
Va
D
Ov
1 LR + puntos
Sup
Ps+Pq
II/Ba
(4) Pl. XII.1
AzBS
P
Ov
3 LO
Inf
Ps
9a/Ba
(5) Fig. 2.5
AzBS
C
Ov
3 LOb
Inf
Ps
8c/Ba
(5) Fig. 2.1
AzBS
Badegoule
Pégourié
Jolivet
TP
-
1 LR + incisiones oblicuas
Sup
Ps+In
B o C / ¿Ba?
(5) Fig. 4.9
Laugerie-Haute AzBS
P
Ov
3 LO
Inf
Ps
Ic/MI
(6) Fig. 2
Aitzbitarte IV
Va
M
PCx 3 LO
Sup
Ps
IV/Ba
(6) Fig. 1
Rascaño
AzBS
P
Ov
Sup
Ps Tipo2 5/¿Ba?
1 LC
(7) Fig. 43.2
Tipo (tipología): Az: Azagaya; AzBS: Azagaya bisel simple; Ci: Cincel; Va: Varilla. Fr (fracturas): C: Completa; D: Distal; M:
Marginal; P: Proximal; TP: Transversal proximal. Sc (sección): Ov: Ovalada; PCx: Plano-convexa. MF (morfología del grabado): LC:
Líneas curvas; LO: Líneas onduladas; LOb: Líneas oblicuas; LR: Líneas rectas. CD (cara decorada): Inf: Inferior; Sup: Superior. Tecno
(tecnología de la MF): In: Incisión; Pq: Piqueteado; Ps: Pseudoexcisión. N/HC (nivel y horizonte cultural): Ba: Badeguliense; MI p:
Magdaleniense I posible. Referencia: (1) Chollot-Varagnac, 1980; (2) Breuil, 1937; (3) Breuil y Saint-Périer, 1927; (4) Cheynier, 1939;
(5) Séronie-Vivien, 2005; (6) Utrilla, 1986; (7) Barandiarán, 1981.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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parten se asemejan más al pectiniforme que a la pseudoexcisión y su parecido con el ejemplar de El Gato 2
es notable (Utrilla et al., 2012). Por otro lado, hay que tener en cuenta que existen ejemplares con motivos
pisciformes con pseudoexcisión (tabla 3), por lo que no excluimos que se trate de esa técnica. No obstante,
es necesario estudiarlos con la metodología propuesta.
En el conjunto de piezas con pseudoexcisión clara, los motivos decorativos son múltiples y las
recurrencias escasas (tabla 3). El más repetido es sin duda el de las tres líneas onduladas, pudiendo estar
asociado o no a otros trazos y formar una figura un tanto más compleja.
No existen tampoco paralelos en la morfología del grabado entre las piezas estudiadas y las recogidas en
las tablas 3 y 4. Sin embargo, si atendemos a la decoración de algunas piezas de época Solutrense superior
o Magdaleniense inferior, sin atrevernos a atribuirlas al Badeguliense por la antigüedad de algunas de las
excavaciones, encontramos alguna similitud que pasamos a tratar (fig. 11):
- Llonin nº 1 (fig. 5).
Como decíamos más arriba, este cuadrúpedo se asemeja a un carnívoro (mustélido) en acción de oteo
(fig. 11, 1 y 11), pero en el Cantábrico no hemos encontrado por ahora un paralelo directo. De hecho, los
cuadrúpedos aislados no abundan y menos en piezas funcionales. Sólo podemos señalar, muy lejanamente,
una azagaya de La Paloma con un cuadrúpedo de perfil (Barandiarán, 1971) y otra con un signo enigmático
de Cueto de la Mina, nivel E (Vega del Sella, 1916: Lám. XXII). Descrito inicialmente por Vega del Sella
como un pez (Vega del Sella, 1916: 22) o por Corchón (1986: 264) como “ramiforme en forma de ‘cola’ o de
‘penacho’”, en el motivo de Cueto de la Mina (fig. 11, 3) se puede observar una línea larga a la izquierda, que
podría corresponderse con el lomo y la cola de un cuadrúpedo. A la derecha, otra línea un tanto convexa y que
cuenta con una línea oblicua en cada extremo, a modo de pata por par. La cabeza no es perceptible. Se parece
a Llonin en que se trata de un cuerpo y rabo alargados, junto con unas patas cortas, de forma cuadrangular.
En el caso de La Paloma (fig. 11, 2) además del cuadrúpedo hay una cabeza animal. El primero está de
perfil y tiene una representación de pata por par. El lomo y el rabo están realizados por medio de una sola
Tabla 4. Paralelos con pseudoexcisión posible.
Yacimiento Tipo
Fr
Sc
MF
CD
Tecno
N/
HC
Referencia*
Le Placard
Va/Ci
M
-
4 LR + elipse
Sup
¿Ps?
¿MI?
195: 55.069
Ci
M
-
3 LR + trazos oblicuos
Sup
¿Ps?+Gs
¿MI?
195: 55.015
Al
TM
-
2 LC + trazos oblicuos
= Animal posible
Sup
¿Ps?+In
¿MI?
195: 55.046
Va/Ci
TD
-
3 LC + LR
Sup
¿Ps?+Gs
¿MI?
217: 55.069
Va
TM
-
2 LO = Serpentiforme
Sup
¿Ps?
¿MI?
237: 55.121
Va/Az
¿TD?
-
3 LR
Sup
¿Ps?
¿MI?
241: 55.129
Va
TM
PCx 2 motivos bífidos
Sup
¿Ps?
¿MI?
335: 54.992
Va
TM
-
2 LO
Sup
¿Ps?
Posible línea cosida
¿MI?
241: 55.033
¿Az/Va?
TM
-
Elipse
Sup
¿Ps?
¿MI?
335: 54.996
Tipo (tipología): Al: Alisador; Az: Azagaya; Ci: Cincel; Va: Varilla. Fr (fracturas): M: Marginal; TD: Transversal distal; TM:
Transversal mesial. Sc (sección): PCx: Plano-convexa. MF (morfología del grabado): LC: Líneas curvas; LO: Líneas onduladas; LR:
Líneas rectas. CD (cara decorada): Sup: Superior. Tecno (tecnología de la MF): Gs: Grabado simple; In: Incisión; Ps: Pseudoexcisión.
N/HC (nivel y horizonte cultural): MI: Magdaleniense I.
* Todas pertenecen a Chollot-Varagnac, 1980: en la tabla se indica la página y el nº de referencia.
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
Fig. 11. Paralelos del cuadrúpedo de Llonin nº 1: 1. Llonin nº 1, dibujo A. Fernández Rey. 2. La Paloma (Barandiarán,
1971). 3. Cueto de la Mina (Vega del Sella, 1916). 4-9. Le Placard (Breuil y Saint-Périer, 1927). 10. Laugerie-Haute
(Peyrony, 1939). 11. Mustélido: Armiño (Mustela erminea) (Vázquez y Díaz, 2006). Las piezas nº 1-3 y 11 no tienen
escala y las nº 3-4 están reflejadas del original hacia la izquierda.
línea. Al contrario que el ejemplo anterior, tiene representada la cabeza. Se diferencia del de Llonin en que
las patas están mucho más inclinadas, tiene un lomo más corto y cuenta con la curvatura del lomo en el
tren anterior, además de que la cabeza mira al frente en vez de hacia abajo y es más detallada, se trataría
de un caballo y procedería del “Magdaleniense superior” de las excavaciones de Hernández-Pacheco
(Barandiarán, 1971).
Tras una recopilación de los motivos decorativos en piezas adscritas al Badeguliense en Francia,
independientemente de su técnica, encontramos unos diseños en Laugerie-Haute y Le Placard que forzando
algo tienen alguna similitud con estos cantábricos.
En un cincel de Laugerie-Haute (fig. 11, 10), Breuil veía una representación de un asta de reno, que sin
embargo para D. y E. Peyrony podría tratarse de “un profil d’animal très schématisé: tête longue, œil rond,
pattes portées en avant, dans la position d’une bête, s’arc boutant et tirant quelque chose avec la gueule,
grosse queue tendue dans le prolongement du corps et petites ponctuations indiquant le poil” (Peyrony,
1938: Fig. 39.1). Aquí, si cambiamos la interpretación y vemos la cabeza donde D. y E. Peyrony sitúan la
cola, tendríamos una serie de coincidencias con la figura de Llonin: 1. Perfil de cuadrúpedo alargado con
representación de pata por par, 2. Cola larga, 3. Una parte alargada: el cuello o el tronco, 4. Trazo no continuo,
esto es, línea quebrada que da sensación de representación del pelaje en el contorno, 5. Representación del
pelaje en la parte interior del contorno mediante trazos cortos oblicuos. En la de Laugerie-Haute faltaría la
cabeza, pues la pieza está rota, y contaría con un menor grado de esquematismo que la de Llonin.
En Le Placard (fig. 11, 4-9) hay unas piezas con unas representaciones interpretadas por los autores
como estilizaciones de serpientes, “le contour, marqué par deux traits parallèles, porte une saillie qui doit
figurer le pénis” (Breuil y Saint-Périer, 1927: Fig. 69.1-4, 6-7). Si tomamos como la cola el apéndice del
extremo proximal tenemos igualmente: 1. Perfil de cuadrúpedo alargado con representación de pata por
par, 2. Cola larga, 3. Una parte alargada: el cuello o el tronco, 4. Trazo no continuo, esto es, línea quebrada
que da sensación de representación del pelaje en el contorno. Aquí todas carecerían de cabeza de forma
intencional puesto que las piezas no están rotas en la zona donde se localizaría la cabeza.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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- Cova Rosa (fig. 8).
Dado que este motivo había sido emparentado principalmente con los motivos vegetales (véase apartado
4.2.), este tipo de representaciones no constituye un tema recurrente en el Paleolítico (Leroi-Gourhan,
1995) ni de forma aislada ni asociada a animales. En el caso que nos ocupa, es verosímil su parecido con
plantas con infloración en espiga, tal y como señaló Jordá (1976, 1977, 1983) y que son abundantes en esta
zona geográfica.
No hemos encontrado ningún paralelo directo, no en vano no se había propuesto ninguno hasta el
momento. Es más común encontrar varias líneas con tendencia curva asociadas a otros trazos y formando
otro tipo de figuras (tablas 3 y 4). De éstos, el más similar es un pisciforme de Le Placard (Breuil y SaintPérier, 1927: Fig. 9.1.), lo cual apoyaría en cierta medida la interpretación de Barandiarán (1973) como
estilización de pez y además se trata de un tema decorativo frecuente en este periodo.
- Cueto de la Mina nº 1 (fig. 9).
Hay que tener en cuenta que se trata de un fragmento muy pequeño y que le falta una parte de la derecha.
No podemos saber si esta pieza tenía más líneas, al estilo de la azagaya de Pégourié (nivel 9a). El caso
es que el tema de las dos líneas rectilíneas no es común, siendo, sin embargo, frecuentes una o tres líneas
(tablas 3 y 4).
Por último, se puede observar en varios yacimientos atribuibles a este periodo la convivencia de
la pseudoexcisión (independientemente de su motivo decorativo) y el grabado simple con el motivo
pectiniforme, como ya señaló en su momento Utrilla (1986) a propósito de las similitudes formales de la
pseudoexcisión y algunas piezas de Badegoule (tal es el caso de Llonin III, Rascaño 5 y Badegoule II).
Incluso se documenta la convivencia entre la pseudoexcisión y el motivo ramiforme (como en Llonin III)
y, con más dudas, las series de trazos cortos paralelos que forman bandas longitudinales (Cueto de la Mina,
Parpalló), estos últimos similares a las “marcas de caza” solutrenses. Por otro lado, en otros yacimientos
de este horizonte cultural están presentes el pectiniforme y/o el ramiforme sin que se haya identificado la
pseudoexcisión como en El Gato (Utrilla et al., 2012) o en Lachaud (Cheynier, 1965: 36).
Entonces, este sería el momento (Badeguliense/Magdaleniense arcaico) de aparición tanto de la
pseudoexcisión como del motivo pectiniforme y probablemente del ramiforme, los cuales se desarrollaran
plenamente a partir del Magdaleniense inferior. Con todo, falta comprobar lo que sucede en los yacimientos
franceses y mediterráneos.
La distribución territorial de las piezas con pseudoexcisión (fig. 12) abarca por ahora desde La Charente
(Le Placard) hasta el Sella (Cova Rosa) en el occidente cantábrico, pasando por la Dordoña y el Lot (LaugerieHaute, Jolivet, Badegoule y Pégourié).6 Entre la Dordoña-Lot y el comienzo de la cornisa cantábrica (Aitzbitarte
IV) existe un vacío territorial importante (~300 km en línea recta), que abarca principalmente Las Landas y
los Pirineos donde por el momento se han documentado muy pocos yacimientos de cronología adscribible al
Badeguliense (Banks et al., 2011). Concretando más, la presencia del Badeguliense/Magdaleniense arcaico
con piezas pseudoexcisas en estratigrafías claras se reduce, de momento, a los yacimientos de Llonin, Rascaño
y Pégourié; mientras que en estratigrafías poco claras, bien por excavación antigua o por los avatares que han
sufrido las colecciones, podemos asignar a ese episodio los yacimientos de Cueto de la Mina,7 Aitzbitarte IV,
Laugerie-Haute, Badegoule, y Le Placard. No obstante, contrasta el número de yacimientos adscribibles al
Badeguliense sensu lato, tanto en Francia (Banks et al., 2011) como en la Península ibérica (Aura et al., 2012),
con la escasez de los mismos donde existe pseudoexcisión.
6
A partir de los criterios definidos en este texto, cabe la posibilidad de que haya pseudoexcisión en Volcán del Faro y en principio se
descarta para la pieza de Parpalló (Aura et al., 2012: fig. 3.8). Su descripción y discusión será retomada en un artículo más amplio.
7 A este conjunto pueden añadirse Jolivet y, sin olvidar su grave problemática, Cova Rosa.
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Fig. 12. Distribución de las piezas con pseudoexcisión en la Península Ibérica y Francia. A la cantidad de piezas
anotadas deben añadirse ocho posibles en Le Placard.
Además, es necesario tener en cuenta, según los yacimientos que conocemos en la actualidad, que
durante esta época no se elaboraba una amplia producción ósea si lo comparamos con el Magdaleniense
inferior y el medio, aunque es relativamente mayor que en el solutrense, y ello sumado a que ésta se
conserva en pocos yacimientos. Por tanto, con la información disponible el carácter de los marcadores
propuestos, y los que puedan proponerse, no podrá ser equiparado al de épocas posteriores.
Por otra parte, la abrumadora concentración en Le Placard podría llevarnos a considerar este yacimiento
como el núcleo de la pseudoexcisión (al estilo de Isturitz o Mas d’Azil durante el Magdaleniense medio [Utrilla
y Martínez Bea, 2008; Rivero, 2010]). Lamentablemente, no conocemos si todas las piezas pertenecen a un
mismo nivel ni tampoco su posición estratigráfica clara en el conjunto del yacimiento, aunque los nuevos
estudios podrán aportar datos importantes (Dujardin y Pinçon, 2000; Clottes et al., 2011).
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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6. CONCLUSIONES Y PERSPECTIVAS
Las piezas estudiadas añaden dos ejemplares claros (Llonin nº 1 y Cueto de la Mina nº 1) y una parte de otra
(Llonin nº 3) a la lista de piezas con pseudoexcisión inscritas en el Badeguliense/Magdaleniense arcaico.
Se han propuesto unos parámetros específicos para diferenciar esta técnica de otras, con el objetivo de
eliminar confusión y de evaluar si se trata de una técnica exclusiva de esta época y que permita, al mismo
tiempo, ver los cambios que se producen en cronologías posteriores y en otros soportes. En este análisis se han
visto dos modalidades de ejecución, así como dos tipos morfológicos resultantes, estos últimos ya contemplados
en su momento por Utrilla (1986). De ellos, el Tipo 1 (Aitzbitarte IV) es más evidente que el Tipo 2 (Rascaño)
en el que resulta más difícil aislar algunas variables (como ocurre con el ejemplar de Cova Rosa).
En lo que se refiere a la forma de ejecución, conviven los dos modelos y, en el caso de Cova Rosa, se
observa el paso de uno a otro. Además en Llonin nº 1, Cova Rosa y Cueto de la Mina nº 1 coincide una factura
de arriba abajo tal y como hemos orientado las piezas. Igualmente, no se ha añadido ningún tipo nuevo de
soporte. Así, se sigue tratando de soportes alargados en los que se decora una sola cara (Utrilla, 1986).
En cuanto al carácter funcional o no de la pseudoexcisión, ninguna de las estudiadas cuenta con microlitos
o, aparentemente, resinas. Además, ninguna de las líneas con trazo pseudoexciso alcanza una profundidad
notable (siempre <1 mm) como para ser contenedora de elementos, del tipo de las registradas en algunos
yacimientos (Santamaría et al., 2001; Pétillon et al., 2011), ni se localiza en otra cara que no sea la más
ancha, todo lo cual nos lleva a rechazar, a falta de más datos, la hipótesis funcional de la pseudoexcisión.
Por otro lado, no estamos de acuerdo con la interpretación tecnológica de Hemingway (1980) según la
cual la pseudoexcisión es una preparación para hacer ranuras. Así, en Le Placard, donde se ha recopilado
un mayor número de piezas con pseudoexcisión (y teniendo en cuenta todos sus problemas estratigráficos),
las piezas con ranuras deberían dominar o al menos constituir un número elevado. Sin embargo, si tomamos
como muestra las piezas recogidas por Chollot-Varagnac (1980), vemos que sólo una pieza es clasificada
como “rainure” y otra como “nervure”, ¿acaso sólo hubieran quedado en el yacimiento las piezas que
estaban en curso de fabricación, puesto que la pseudoexcisión, según Hemingway, sería un paso previo
a la profundización final de la ranura? A mayor abundamiento, en Llonin no hay piezas con ranuras, hay
pseudoexcisión y ésta representa una figura completa.
Como paralelos tecnológicos se han recogido catorce, asumidos por la comunidad científica (Utrilla,
1986; Séronie-Vivien, 2005; Ducasse, 2010), y ocho con posibilidad de serlo. No obstante, es necesario
estudiarlos directamente con la metodología propuesta y seguir profundizando en el estudio tecnológico
con nuevas técnicas de observación (MEB, microtopografía 3D, escáner micro-CT), dadas las limitaciones
con que nos hemos encontrado y que aportará nuevos datos sobre la relación entre los dos tipos de
pseudoexcisión señalados y el trazo simple de tipo pectiniforme.
Los motivos decorativos realizados mediante la técnica pseudoexcisa muestran una variabilidad
abundante y un carácter marcadamente no figurativo aunque existen serpentiformes y pisciformes. A éstos
se puede añadir el cuadrúpedo de Llonin nº 1, para el cual, por otra parte, no hemos encontrado paralelos
claros. En esta pieza se observa además un claroscuro producto de la pseudoexcisión, reproduciendo la
sensación del pelaje del animal, que se combina con otros recursos técnicos como un leve relieve diferencial.
Por otra parte, si la asociación de motivos no figurativos es frecuente en el Magdaleniense (Corchón,
1986) en las piezas del Badeguliense no lo es. Ésta se realiza entre líneas, curvas por ejemplo, que pueden
llegar a formar un motivo relativamente complejo (pez, mustélido, etc.) pero siempre en un mismo campo
gráfico y sin invadir otras caras de la pieza.
En el caso del pectiniforme estudiado en Llonin nº 2, este motivo decorativo se realiza en grabado
simple, no en pseudoexcisión, y está presente en varios yacimientos atribuibles a esta época, a veces
conviviendo con la pseudoexcisión en un mismo yacimiento. Aquí, el pectiniforme estudiado de la varilla
de Llonin no tiene nada que ver con el de la placa ósea del Magdaleniense superior del mismo yacimiento
(Duarte et al., 2012).
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Como ya se ha comentado, algunas de las piezas estudiadas se corresponden con el Badeguliense, tal
y como se ha venido definiendo en la zona cantábrica (Utrilla, 1981, 2004; Rasilla, 1994; Fortea et al.,
1999, 2004; Bosselin y Djindjian, 1999; Sauvet et al., 2008; Aura et al., 2012), a pesar de que algunos
autores no reconozcan este horizonte en la Península ibérica (Corchón, 2005; Banks et al., 2011). Con todo,
la pseudoexcisión refuerza las similitudes entre los yacimientos estudiados y otros cantábricos con los
franceses (Utrilla, 1986) y, posiblemente, con otros yacimientos peninsulares (Aura et al., 2012).
La pseudoexcisión, el pectiniforme y la diversificación de los tipos óseos constituyen novedades
respecto al Solutrense, y en relación al Magdaleniense se establecen distancias debido a la complejización
de la decoración, de la morfología del grabado y de los morfotipos que se produce en ese momento. Faltaría
comprobar la continuidad de la pseudoexcisión a partir del Magdaleniense inferior.
No obstante, hay que tener en cuenta que la industria ósea y el arte mobiliar y parietal atribuidos con
certeza a este momento son escasos. Así, existe un sesgo relacionado con las vicisitudes que ha seguido el
reconocimiento de este periodo y es muy probable que una parte de sus materiales aún estén catalogados como
solutrenses o magdalenienses, por lo que es necesaria una revisión a fondo de las colecciones y estratigrafías
problemáticas, así como una eventual datación directa de las piezas. Debido a estas circunstancias y quizá
también a causa de lo exiguo de los yacimientos, parece que la producción artística no ha sido intensa ni en
lo mueble ni en lo parietal, pero convendrá integrar los datos conocidos con los nuevos para plantear una más
completa evaluación de estas producciones (se denominen badegulienses, magdalenienses arcaicos o de esa
parte que se encuentra entre el final del Solutrense y el Magdaleniense inferior). Por último, en un gran número
de yacimientos no se han conservado muchos restos orgánicos (p. ej. Bassin parisien), lo cual no permite
actualmente una buena caracterización tecno-tipológica del conjunto óseo ni tampoco la determinación de
marcadores culturales franco-peninsulares de la magnitud de los propuestos para el Magdaleniense (véase
recopilación en Duarte, e. p.), por lo que las nuevas excavaciones aportarán datos muy valiosos.
AGRADECIMIENTOS
A Javier Fortea que como codirector de las investigaciones en la Cueva de Llonin tenía que haber participado en este
artículo y por haberse dado cuenta de la singularidad de las piezas de Cueto de la Mina. A David Santamaría Álvarez
(Universidad de Oviedo) y a María D. Simón Vallejo (Museo de Frigiliana, Málaga) por su colaboración e intercambio
de información y opiniones. A José M.ª Rodanés Vicente y M.ª Fernanda Blasco Sancho (Universidad de Zaragoza) por
facilitar a EDM el estudio de la industria lítica y ósea del yacimiento de El Gato. A José Javier Fernández Moreno, Jorge
Camino Mayor y Beatriz García Alonso del Museo Arqueológico de Asturias; a Begoña Sánchez Chillón y Patricia
Pérez Dios del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid; a Helena Bonet Rosado y Josep Lluís Pascual Benito
del Museo de Prehistoria de Valencia-SIP; a Pau García Borja y María I. Borao Álvarez (Universidad de Valencia).
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Javier CARRASCO RUS a y Francisco MARTÍNEZ-SEVILLA a
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo
en el sur de la península ibérica. Nuevas dataciones
RESUMEN: Se presentan nuevas dataciones absolutas obtenidas por AMS sobre muestras de restos óseos
humanos procedentes de enclaves neolíticos en Andalucía. Su contrastación con el resto de dataciones
antiguas obtenidas en otros ámbitos neolíticos de esta geografía, principalmente del VI milenio a.C.,
nos aproximarán a la realidad cronológica de este período inicial de la Prehistoria reciente en el sur de
la península ibérica. Considerándose la posibilidad de una facies neolítica antigua, con o sin cardial, más
propiciada por estímulos quizás llegados desde el Norte de África que desde el Levante mediterráneo.
PALABRAS CLAVE: Neolítico Antiguo, Andalucía, cerámica cardial, AMS, C14.
The absolute chronology of the early Neolithic in southern Iberia. New dates
ABSTRACT: This paper presents new absolute dating results obtained through AMS, which belong to
human remains from different Neolithic sites in Andalucía. By contrasting the new results with previous
ones from other Neolithic sites from the same region, most of them belonging to the IV millennium B.C., we
obtain a better idea of the chronological reality of this initial period of recent prehistory of the South of the
Iberian Peninsula. We consider the possibility of the existence of an Early Neolithic phase, with or without
cardium pottery, which maybe was more incentivized by influences from the North of Africa than from the
Mediterranean Levant.
KEY WORDS: Early Neolithic, Andalusia, cardium pottery, AMS, C14.
a Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
jcrus@ugr.es | martinezsevilla@ugr.es
Recibido: 19/09/2013. Aceptado: 08/04/2014.
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58
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
1. INTRODUCCIÓN
La revisión de registros neolíticos, que en los últimos años realizamos (Carrasco et al., 2009 a y b; 2010 a, b y
c; 2011 a, b y c; 2012), con el fin de contextualizar el Neolítico Antiguo en amplios ámbitos de Andalucía nos
ha conducido, al margen de los análisis tipológicos cerámicos y de otros tipos, a obtener muestras sobre restos
óseos humanos depositados en museos y otras instituciones, como único argumento en la actualidad, para poder
ser datados o en último caso, aproximarnos mínimamente a sus cronologías reales. En este trabajo, aportamos
nuevas dataciones por AMS, que serán objeto de comentario junto con las obtenidas en excavaciones antiguas,
olvidadas en algunos casos o, en nuestra opinión, no bien valoradas. Tanto las nuevas como las anteriores,
tendrían una mejor justificación si se hubiesen obtenido en conjuntos cerrados y aislados sin contaminar, propio
de una buena gestión arqueológica. Pero este no es el caso que nos ocupa, ni pretendemos hacer una crítica
severa de las actuaciones arqueológicas realizadas a partir de los años cincuenta, principalmente en cuevas,
pues una secuencia estratigráfica, en nuestra opinión, puede de igual forma ser invalidada de forma ortodoxa
que heterodoxa ya que en último término la verdadera problemática reside en conocer lo que se excava y a qué
fines científicos responde. Y en este caso, los problemas no han sido coyunturales ni propios en el fondo de una
buena o mala praxis arqueológica, sino de un desconocimiento global de lo que se investigaba. Esto se hace
evidente cuando comprobamos que en toda la geografía andaluza son múltiples, desde el siglo XIX hasta la
actualidad, las cuevas objeto de excavación y ninguna de ellas ha proporcionado una sola secuencia estratigráfica
en que contextualizarse fiablemente sus registros arqueológicos. Que con siglas aparentes y demás parafernalias,
están depositados en organismos y colecciones, habiendo sido en algunos casos objeto en los últimos años de
múltiples análisis, pero que siguen teniendo una difícil secuenciación cultural y cronológica. Consideramos que
el verdadero problema de esta cuestión se remonta a mediados del siglo pasado, con los modelos explicativos que
imperaban sobre el Neolítico en la península ibérica, caracterizados en Andalucía por asentamientos en cuevas
con cerámicas decoradas. Lo cual originó que, a partir de los años cincuenta y sesenta, la investigación sobre él se
centrase exclusivamente en el estudio de las cuevas y, en consecuencia, la adecuación de sus registros a la triple
división, caracterizada sin más y en último extremo por la consecuente y ficticia evolución de ciertas decoraciones
cerámicas. Solamente importaba documentar la existencia de un hábitat troglodita, con sus correspondientes y
“secuenciados” registros arqueológicos, bien adaptados al consabido modelo. En otro sentido, la aparición de
multitud de restos óseos humanos en estas secuencias, a veces, según su entidad, documentados y otras no,
eran asumidos como “enterramientos colectivos”, propio de los hábitats neolíticos en cuevas. No se cuestionó
nunca la falta de una tradición generalizada de estos en tiempos inmediatamente anteriores y que la mayoría de
las cuevas y simas andaluzas excavadas no reunían requisitos medianamente aceptables para ser ocupadas de
forma más o menos estable. Su situación a veces en sitios inhóspitos, sin luz natural y configuraciones interiores
angostas, no fue óbice para su consideración de hábitat y forzar sus registros en relación a ellos. Aunque fuesen
localizados a muchos metros de profundidad, en verdaderas simas, justificándose en último caso por los supuestos
conocimientos de escalada que debieron tener sus moradores.
De los trabajos de excavación realizados en los últimos cincuenta o sesenta años en cuevas andaluzas,
por no remontarnos a tiempos anteriores, sólo queda un abundante y sesgado registro arqueológico
descontextualizado, más que nada de tipo funerario. En cierta forma, diferenciado del procedente de los
escasos asentamientos al aire libre conocidos o que han sido más recientemente objeto de excavación. Entre
los que destaca, Abrigo del Nacimiento, Los Castillejos de Montefrío, Cabecicos Negros, Cerro Virtud, El
Cabezo de Lebrija, El Retamar, La Esperilla, etc., cuyos registros cerámicos son de los pocos conocidos, por
no decir los únicos, que pueden contrastarse con los de tipo funerario, mayoritariamente extraídos de cuevas.
En la actualidad, sabemos que la secuencia lineal: cerámicas impresas, de otros tipos y lisas, no tiene
sentido porque en mayor o menor porcentaje se constatan desde el Neolítico Antiguo. Aunque también es
asumible que existe, a lo largo del tiempo neolítico, una tendencia a la simplificación en las decoraciones
cerámicas, desde las más barrocas y complejas hasta las más simples o inexistentes. Pero que en último
caso, podríamos cuestionarnos cuándo aparecen unas y otras y cuándo se sustituyen y renuevan los tipos.
APL XXX, 2014
[page-n-68]
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
59
En relación al Neolítico Antiguo andaluz, solamente tenemos la seguridad de la existencia en él de un
horizonte antiguo, que no sabemos si es el más arcaico, el inmediato o el posterior, caracterizado por la
presencia de cerámica decorada con Cardium junto a otros conjuntos cerámicos impresos o no. Al margen
de ello, podemos intuir más que asegurar, por no estar correctamente señalado o cuantificado, sobre el otro
registro cerámico que las acompaña, precede o sucede, pero sin excesivos argumentos. En otro sentido, no
sabemos si constituye el horizonte cerámico más antiguo conocido o es uno más dentro de la secuencia
antigua neolítica. Dilema que, en el registro actual, tiene difícil solución.
Toda esta problemática se agudiza cuando abordamos la transición Epipaleolítico/Neolítico, sobre la
que no tenemos una sola secuencia en que sustentarnos y siempre recurrimos a modelos generales expuestos
con mayor o menor éxito en otras geografías próximas o lejanas, que podrían no ser válidos o, en todo caso,
no aplicables al caso andaluz. También se han ofrecido tablas de dataciones absolutas para la transición
Epipaleolítico/Neolítico y Neolítico Antiguo en la fachada occidental mediterránea (Manen y Sabatier,
2003; Manen et al., 2007; Marchand y Manen, 2010), en donde se han obviado o no se han considerado las
obtenidas en el sur de la península ibérica, quizás por considerarse que este reducto geográfico, sin mayor
trascendencia, fue el último en neolitizarse. Cuestión esta última de plena actualidad, pues una alternativa,
cada vez con mayor énfasis y quizás lógica, a la tradicional difusión neolítica Este/Oeste por las costas
septentrionales del Mediterráneo y sus islas, pudo ocurrir a partir del norte de África desde otros ámbitos
subsaharianos, en donde últimamente se han obtenido altas dataciones para manufacturas cerámicas
(Jórdeczka et al., 2011). Desde aquí, tras un proceso prolongado de progresiva desertización, pequeños
grupos humanos o por influencias suyas, llegarían al sur de Italia y de la península ibérica, como áreas
geográficas europeas más próximas al continente africano. Argumentos a tener en cuenta, para este factible
proceso, no faltan aunque siguen siendo escasos o deficientemente contrastados. Sería esta una opción muy
a tener en cuenta, si se confirmase que las escasas dataciones absolutas, obtenidas para el Neolítico Antiguo
en el sur de la península ibérica, a falta de mejores argumentos estratigráficos, fuesen más antiguas que las
obtenidas en áreas costeras más orientales del Levante y nordeste peninsular.
En último caso, solamente podemos aproximarnos de una forma insegura a la cronología del
Neolítico Antiguo andaluz, pues la mayoría de las dataciones absolutas en que se sustenta, son aleatorias
y no definitivas, ya que provienen de cuevas funerarias sin estratigrafías o muy alteradas. Una mayor
precisión cronológica requeriría la exhaustiva obtención de muestras, para datar la mayor cantidad de
restos orgánicos domésticos exhumados en ellas. Pues de no ser así, se podrían fechar otras factibles
ocupaciones funerarias prehistóricas o sucesos históricos acaecidos en las cuevas, como hemos
comprobado recientemente en Cueva de Nerja y Pileta. Dataciones absolutas, primordialmente, sobre
todos los restos óseos humanos posibles, únicas que pueden aportar en la actualidad argumentos fiables
sobre la cronología de las ocupaciones funerarias ocurridas en ellas. Muestreos sobre estos registros
pueden, con suerte, dar informaciones cronológicas aproximadas, pero no definitivas y concluyentes.
Teniéndose siempre en cuenta que sólo se indaga el dato cronológico y que las primeras inhumaciones
en estas cuevas, correspondientes en muchos de los casos a enterramientos del Neolítico Antiguo, son
lógicamente las más escasas y alteradas o incluso destruidas, por lo que la obtención de muestras para
datar sobre ellas ofrece mayores dificultades que para el resto de inhumaciones posteriores. De aquí
nuestra insistencia sobre la exhaustividad en el muestreo a realizar, pues de otra forma es difícil definir
con precisión la cronología ocupacional en estas cuevas.
En los siguientes apartados detallamos los enclaves arqueológicos que de una u otra forma han ofrecido
fechas absolutas del Neolítico Antiguo. Distinguiéndose entre las que presentan o no muestra cardial o
impresas antiguas, con el fin de ser contrastadas y poder establecer a partir de ellas una posible secuencia
cronológica. En general, la mayor parte de las datas antiguas han sido recogidas o comentadas en trabajos
anteriores ya citados, siendo de nuevo incluidas y ampliadas en este trabajo de síntesis, junto con las
inéditas que aportamos, computándolas entre sí, sobrevalorándose especialmente las relacionadas con el VI
e incluso de finales del VII milenio a.C., propias del Neolítico Antiguo o de la transición hacia él.
APL XXX, 2014
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60
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
2. DATACIONES ABSOLUTAS Y ENCLAVES ARQUEOLÓGICOS
No son excesivos los asentamientos al aire libre y cuevas con ocupaciones funerarias que han aportado
cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur peninsular. Más aún, cuando comprobamos el
número de unos y otras conocido, incrementado considerablemente en los últimos años, con ocupaciones
al aire libre, constatadas en prácticamente todos los ámbitos andaluces factibles, es decir, con entornos
favorables y propicios recursos naturales. De aquí sus difíciles localizaciones en profundidad y sus más
que posibles destrucciones por las continuadas acciones antrópicas a las que han sido sometidos en el
transcurso de los años. Fenómeno que no ha sucedido con las cuevas, localizadas en ámbitos calizos, apenas
antropizadas, pero sí manipulados sus registros por deficientes gestiones arqueológicas y actividades de
dudosa filiación. Quedando de ellas sólo su continente y su localización en los ámbitos serranos, ofreciendo
para la investigación tradicional una imagen distorsionada sobre sus verdaderas funcionalidades, más de
tipo funerario que de ocupaciones estables. Desde ese punto de vista, las dataciones que se han obtenido de
cuevas sólo indican un momento de su ocupación, no el de su fundación, el resto que se puede obtener o
deducir de ellas no deja de ser en la actualidad una mera especulación. Lo que no sucede con las obtenidas
en las estratigrafías de los escasos asentamientos al aire libre conocidos. En donde sí pueden constituir
parámetros cronológicos en donde sustentar fundaciones y desarrollos poblacionales ocurridos en ellos.
Desde este sintético punto de vista, tendríamos que considerar los yacimientos y dataciones absolutas, que
a continuación, sucintamente comentaremos (fig. 1 y tabla1).
Cueva del Nacimiento (Pontones, Jaén)
Gran abrigo, con amplia cornisa calcárea, sin inhumaciones. Ha proporcionado cinco fechas absolutas
por C14 convencional, con desviaciones tipo muy altas, que encuadrarían una secuencia estratigráfica
incompleta o mal definida, entre finales del Paleolítico Superior y un Cobre Pleno. Para el tema que nos
ocupa, importan dos de ellas, como son la obtenida en el Nivel B-Capa III del 7620±120 BP, considerada,
con excesivas dudas, como propia de un “Epipaleolítico muy tardío con geométricos” (s.p.). Y una
segunda, del 6780±130 BP, que puede corresponder a un horizonte del Neolítico Antiguo sin cardial, o
al menos, esta muestra aún no ha sido determinada. En la actualidad desconocemos la localización del
registro arqueológico obtenido en esta excavación, depositado en teoría en el Museo Provincial de Jaén,
que no es así, y que sería necesario de nuevo revisar. En nuestra opinión, su registro cerámico quizás no
sea de los tradicionalmente considerados antiguos, si es comparado con el de otros contextos andaluces,
especialmente sepulcrales. Aunque puede estar justificado, más por proceder de un ámbito doméstico que
de cueva funeraria. En realidad no conocemos el posible potencial de este enclave, pues la información
que existe de él es controvertida y sesgada, aunque consideramos que sigue guardando una información
importante para futuras investigaciones.
Cueva de la Pastora (Caniles, Granada)
Cueva o gran abrigo destruido, que ha proporcionado desde los años sesenta/setenta amplios registros
arqueológicos, parte de ellos depositados en instituciones oficiales y otro tipo de colecciones. De este
enclave no se conocen restos humanos aunque sí una abundante fauna animal. Se han obtenido cuatro
dataciones absolutas por AMS sobre muestras de restos animales.
El registro cerámico, que hemos revisado, apenas presenta decoraciones antiguas impresas y sí un alto
porcentaje de motivos plásticos, incisos y de prensión. Su secuencia cultural, a tenor de los materiales
estudiados, más propios de hábitat que de necrópolis, pudo trascurrir entre una facies del Neolítico Antiguo
Epicardial (CNA-554 y 1197) y un Neolítico Tardío (CNA-553: 5335±45 BP [Canis familiaris] y CNA1198: 5160±35 BP [ovicaprino]). No consideramos otro tipo de ocupaciones, ni más antiguas ni más tardías.
APL XXX, 2014
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
61
Fig. 1. Principales yacimientos citados en el texto: 1. Cueva del Nacimiento (Pontones, Jaén); 2. Cueva de la Pastora
(Caniles, Granada); 3. Cerro Virtud (Cuevas de Almanzora, Almería); 4. Cueva de la Carigüela (Píñar, Granada); 5.
Cueva del Agua o de la Mujer (Alhama de Granada, Granada); 6. Sima LJ-11 (Loja, Granada); 7. Cueva de Malalmuerzo
(Moclín, Granada); 8. Los Castillejos (Montefrío, Granada); 9. Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada); 10. Cueva
de las Palomas (Teba, Málaga); 11. Cerro de Capellanía (Periana, Málaga); 12. Cueva de Nerja (Nerja, Málaga); 13. Roca
Chica (Torremolinos, Málaga); 14. Cueva del Hostal Guadalupe (Torremolinos, Málaga); 15. Cueva del Toro (Antequera,
Málaga); 16. Cueva del Hoyo de la Mina (Málaga); 17. Bajondillo (Torremolinos, Málaga); 18. Cueva Hundidero-Gato
(Benaoján/Montejaque, Málaga); 19. Cueva de los Murciélagos (Zuheros, Córdoba); 20. Cueva de los Mármoles (Priego
de Córdoba, Córdoba); 21. El Retamar (Puerto de Santa María, Cádiz); 22. Cueva Chica de Santiago (Cazalla de la Sierra,
Sevilla); 23. La Dehesilla (Arcos de la Frontera, Cádiz); 24. Cueva del Esqueleto (Cortes de la Frontera, Málaga).
Cerro Virtud (Cuevas de Almanzora, Almería)
Asentamiento al aire libre, en la cima del Cabezo de Herrerías, asociado desde su fundación a una necrópolis
en fosas en el interior del mismo poblado. Su mayor conocimiento y comprensión lo debemos a las
excavaciones de urgencia realizadas en 1994 por I. Montero y A. Ruiz Taboada, que pusieron al descubierto
fases inéditas de una ocupación neolítica al aire libre. Existen de este enclave diez dataciones absolutas por
C14 convencional, mostrando una secuencia ocupacional contrastada por el registro arqueológico estudiado,
que aproximadamente transcurriría entre un Neolítico Antiguo Epicardial muy evolucionado y un Neolítico
Medio con posibles pervivencias hasta el Neolítico Final/Cobre Antiguo. Una de las datas absolutas obtenida
del nivel 9 de la Fase I (Beta-1014249), la más antigua, a pesar de su amplia desviación tipo, marcaría una
fundación para este enclave de finales del VI milenio a.C. Algunas otras pueden hacer alusión a este momento,
pero en nuestra opinión corresponderían con mayor seguridad a un Neolítico Medio.
Cueva de la Carigüela (Píñar, Granada)
A pesar de las seudosecuencias estratigráficas obtenidas y la amplia bibliografía generada, seguimos
insistiendo, como en recientes trabajos hemos expresado (Carrasco et al., 2010a y 2010b), que esta
cueva responde más a patrones funerarios que de hábitat. No obviándose la posible existencia en ella de
algún episodio habitacional esporádico o coyuntural. Recientemente, se ha cuestionado esta posibilidad,
APL XXX, 2014
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62
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
Tabla 1
Yacimiento
Ref. lab.
Muestra
Fecha BP
Cal. AC (1σ)
Cal. AC (2σ)
Media*
Bibliografía
C. Nacimiento
Gif-2368
carbón
6780±130
5806-5560
5914-5482
5704±118
Asquerino y López, 1981
C. Pastora
CNA-554
Canis lupus 6210±50
5225-5064
5304-5038
5170±84
Inédita
CNA-1197
Bos taurus
6080±40
5050-4939
5078-4847
4999±52
Inédita
Beta-101424
carbón
6160±180
5308-4900
5477-4694
5084±209
Ruiz y Montero, 1999
OxA-6714
Homo
6030±55
4992-4848
5063-4785
4930±71
Ruiz y Montero, 1999
OxA-1131
Equus ferus 7010±70
5985-5816
6008-5744
5892±78
Castro et al., 1996
Beta-141150
¿polen?
6910±70
5876-5725
5977-5666
5809±70
Fernández et al., 2007
Pta-9163
¿polen?
6260±20
5297-5219
5301-5215
5261±29
Fernández et al., 2007
CNA-1129
Homo
6220±35
5289-5076
5330-5061
5183±83
Inédita
CNA-1128
Homo
6080±35
5039-4944
5204-4849
4998±43
Inédita
CNA-1125
Homo
6120±35
5205-4989
5208-4957
5094±85
Inédita
Cerro Virtud
C. Carigüela
C. Agua/Mujer
LJ-11
CNA- 1124
Homo
6095±35
5053-4952
5207-4859
5023±51
Inédita
C. Malalmuerzo
CNA-1127
Homo
6295±45
5313-5224
5373-5079
5275±41
Inédita
Los Castillejos
Beta-135664
carbón
6470±150
5608-5306
5670-5063
5417±137
Martínez et al., 2010
Ua-36215
cereal
6310±45
5322-5224
5463-5209
5288±47
Martínez et al., 2010
Ua-36214
cereal
6260±45
5305-5213
5323-5068
5228±66
Martínez et al., 2010
Beta-145302
carbón
6250±80
5313-5075
5463-4995
5198±104
Cámara et al., 2005
Ua-36212
cereal
6240±45
5803-5080
5313-5061
5200±84
Martínez et al., 2010
Ua-37835
cereal
6155±45
52207-5050
5220-4963
5116±72
Martínez et al., 2010
Ua-37844
cereal
6140±45
5207-5005
5214-4961
5105±79
Martínez et al., 2010
Ua-37839
cereal
6130±50
5207-4997
5215-4997
5094±87
Martínez et al., 2010
Beta-135663
carbón
6120±40
5206-4986
5208-4953
5091±86
Cámara et al., 2005
Ua-36208
cereal
6120±40
5206-4986
5208-4953
5091±86
Martínez et al., 2010
Ua-36213
carbón
6120±40
5206-4986
5208-4953
5091±86
Martínez et al., 2010
Ua-36203
cereal
6115±40
5204-4963
5208-4945
5086±88
Martínez et al., 2010
Ua 36210
cereal
6100±45
5199-4944
5208-4859
5060±91
Martínez et al., 2010
Ua-37838
cereal
6095±45
5197-4942
5208-4856
5048±87
Martínez et al., 2010
Ua-36209
cereal
6090±40
5188-4942
5081-4853
5021±61
Martínez et al., 2010
Ua-37834
cereal
6085±45
5192-4935
5207-4849
5018±69
Martínez et al., 2010
Ua-37837
cereal
6065±50
5044-4856
5207-4809
4976±70
Martínez et al., 2010
Ua-37836
carbón
6050±50
5020-4851
5202-4799
4952±70
Martínez et al., 2010
CSIC-247
madera
7440±100
6415-6229
6459-6085
6301±98
Alonso et al., 1978
CSIC-1133
esparto
6086±45
5192-4935
5207-4849
5022±73
Cacho et al., 1996
CSIC-1134
esparto
5900±38
4823-4721
4848-4690
4776±42
Cacho et al., 1996
Ugra-204
carbón
5840±210
4944-4460
5226-4266
4741±242
Castro et al., 1996
carbón
5920±130
4982-4618
5207-4492
4796±163
Martín et al., 1995
C. Murciélagos
Albuñol
C. Palomas
Cerro Capellanía Ly-4420
APL XXX, 2014
[page-n-72]
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
Yacimiento
Ref. lab.
Muestra
Fecha BP
Cal. AC (1σ)
Cal. AC (2σ)
Media*
Bibliografía
C. Nerja
GAK-8968
cereal
7390±120
6394-6104
6453-6032
6252±125
Pellicer y Acosta, 1986
Ly-5217
carbón
7240±80
6211-6032
6331-5926
6124±78
Aura et al., 1998
GAK-8971
carbón
7170±150
6218-5902
6363-5745
6053±152
Pellicer y Acosta, 1986
GAK-8973
bellota
7160±180
6225-5845
6396-5718
6041±179
Pellicer y Acosta, 1986
GAK-8963
carbón
7160±150
6212-5899
6361-5736
6044±153
Pellicer y Acosta, 1986
GAK-8975
carbón
7130±150
6206-5845
6353-5718
6015±157
Pellicer y Acosta, 1986
Beta-131577
Ovis aries 6590±40
5603-5489
5616-5480
5550±43
Aura et al., 1998
GAK-8959
carbón
6480±180
5621-5233
5729-5020
5414±169
Pellicer y Acosta, 1995
Ly-5218
carbón
6420±60
5471-5360
5488-5230
5401±56
Aura et al., 1998
Ugra-261
carbón
6200±100
5297-5042
5371-4851
5149±124
Pellicer y Acosta, 1995
Beta-193269
carbón
6180±40
5211-5066
5285-5002
5136±61
Sanchidrián y Márquez,
2005
Beta-193268
carbón
6000±40
4943-4838
4994-4793
4896±50
Sanchidrián y Márquez,
2005
Ua-34135
Hordeum
vulgare
6265±30
5298-5220
5319-5082
5262±32
Cortés et al., 2012
Wk-27462
Ovis aries 6234±30
5299-5091
5304-5072
5206±76
Cortés et al., 2012
Wk-25172
Hordeum
vulgare
6185-30
5211-5073
5221-5039
5137±54
Cortés et al., 2012
Wk-25169
Homo
6298±30
5313-5226
5324-5216
5274±35
Cortés et al., 2012
Wk-25167
Ovis aries 6249±30
5297-5231
5310-5079
5255±34
Cortés et al., 2012
Wk-25168
Hordeum
vulgare
6197±35
5215-5172
5292-5045
5148±61
Cortés et al., 2012
Ua-34136
Hordeum
vulgare
6190±50
5216-5059
5296-5007
5144±71
Cortés et al., 2012
Beta-174305
?
6540±110
5615-5379
5666-5304
5492±99
Martín et al., 2004
Ugra-194
?
6400±280
5620-5048
5848-4706
5292±286
Martín et al., 2004
GRN-15443
?
6320±70
5369-5218
5472-5078
5307±75
Martín et al.,2004
Beta-174308
?
6160±40
5207-5054
5216-4999
5122±66
Martín et al., 2004
GRN-15444
?
6030±70
5017-4810
5206-4728
4938±90
Martín et al., 2004
C. Hoyo Mina
Ua-19444
carbón
6140±65
5207-5004
5228-4907
5095±94
Baldomero et al., 2005
C. Bajondillo
Ua-21999
carbón
7325±65
6237-6088
6364-6058
6188±79
Cortés et al., 2007
Hundidero-Gato
CNA-1132
Homo
6270±50
5310-5214
5356-5069
5237±64
Inédita
CNA-1131
Homo
6055±35
5004-4858
5047-4848
4960±47
Inédita
Beta-
Homo
7560±40
6456-6408
6478-6366
6430±22
Com. pers. A. Morgado
Beta-
Homo
6560±40
5539-5480
5567-5473
5523±29
Com. pers. A. Morgado
Beta-
Homo
5960±35
4853-4791
4940-4766
4851±48
Com. pers. A. Morgado
I-17772
carbón
6430±130
5523-5231
5624-5072
5383±121
Gavilán et al., 1996
I-17776
carbón
6310±120
5467-5080
5506-4963
5259±149
Gavilán et al., 1996
GrN-6926
carbón
6295±45
5313-5224
5373-5079
5275±41
Pellicer y Acosta, 1997
I-17774
carbón
6279±120
5370-5063
5478-4951
5226±144
Gavilán et al., 1996
I-17773
carbón
6260±120
5356-5056
5476-4938
5206±143
Gavilán et al., 1996
GrN-6638
carbón
6250±35
5298-5214
5312-5076
5248±41
63
Pellicer y Acosta, 1997
Roca Chica
C. Hostal
Guadalupe
C. Toro
C. Esqueleto
C. Murciélagos
Zuheros
APL XXX, 2014
[page-n-73]
64
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
Yacimiento
Ref. lab.
Muestra
Fecha BP
Cal. AC (1σ)
Cal. AC (2σ)
Media*
Bibliografía
C. Murciélagos
Zuheros (cont.)
OxA-15648
cereal
6199±36
5216-5071
5294-5017
5150±62
Carvalho et al., 2012
OxA-15647
cereal
6192±35
5214-5203
5228-5035
5144±60
Carvalho et al., 2012
CSIC-53
cereal
6190±130
5305-4994
5466-4805
5128±156
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-54
carbón
6190±100
5294-5020
5364-4850
5139±125
Pellicer y Acosta, 1997
I-17771
carbón
6190±120
5298-5004
5464-4809
5132±146
Gavilán et al., 1996
OxA-15646
cereal
6184±35
5211-5070
5225-5019
5138±58
Carvalho et al., 2012
CSIC-55
cereal
6170±130
5297-4963
5463-4789
5108±159
Pellicer y Acosta, 1997
GrN-6169
cereal
6150±45
5207-5042
5218-4963
5112±74
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-58
carbón
6100±130
5211-4851
5319-4718
5032±165
Pellicer y Acosta, 1997
OxA-15649
cereal
6056±35
5005-4909
5048-4848
4961±47
Carvalho et al., 2012
GrN-6639
cereal
6025±45
4983-4848
5032-4798
4922±61
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-57
cereal
5980±130
5039-4714
5214-4554
4893±162
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-56
carbón
5960±130
5011-4691
5208-4549
4866±160
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-59
cereal
5930±160
5006-4603
5217-4457
4829±200
Pellicer y Acosta, 1997
I-17775
carbón
5900±120
4935-4617
5194-4464
4782±151
Gavilán et al., 1996
C. Mármoles
Wk-25171
cereal
6198±31
5215-5074
5290-5267
5148±60
Carvalho et al., 2010
El Retamar
Sac-1676
concha
marina
7400±100
6009-5806
6116-5700
6261±113
Ramos, 2004
Sac-1525
concha
marina
7280±60
5858-5724
5931-5662
6148±61
Ramos, 2004
Beta-90122
concha
marina
6780±80
5444-5293
5498-5202
5689±59
Ramos, 2004
GAk-8957
carbón
7440±230
6497-6057
6821-5810
6311±222
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8949
carbón
6380±150
5511-5209
5618-5002
5312±160
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
Ugra-254
carbón
6160±100
5223-4979
5320-4842
5102±126
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8957
carbón
7420±200
6446-6077
6660-5881
6279±183
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8954
carbón
7120±200
6212-5809
6390-5657
6007±197
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8955
carbón
7040±170
6054-5742
6239-5623
5925±157
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
Ugra-259
carbón
6260±100
5325-5062
5395-4991
5207±123
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8956
carbón
5920±120
4976-4619
5525-4494
4807±151
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
C. Chica Santiago
C. Dehesilla
* La media se ha obtenido con el programa CalPal Online (Danzeglocke et al., 2012).
aludiéndose a la presencia en ella de unidades estratigráficas quemadas, instrumentos líticos y la propia
articulación de la cueva, que al parecer, no responde a nuestro modelo funerario de ocupación. Al
respecto, siempre desde nuestra perspectiva, consideramos que con mayor seguridad el instrumental
lítico tallado y pulimentado es más propio de un ambiente funerario. De igual forma, la calidad de los
tipos cerámicos y sus motivos decorativos son más comunes de ajuares funerarios que de actividades
domésticas. Asimismo, la propia configuración de la cueva, formada a partir de una dolina de colapso,
constituyendo un pozo profundo, rellenado a lo largo del tiempo por multitud de derrubios e innumerables
inhumaciones difíciles de cuantificar, no presenta ningún tipo de adecuación para asentamiento estable.
Aunque a lo largo de su pervivencia, relacionada con actividades antrópicas, pudo ser visitada, ocupada
temporalmente o ser objeto de rituales de difícil filiación. Los estratos quemados sin estructuras visibles,
de igual forma, pudieran relacionarse con estas inconcretas actividades. En relación a los enterramientos
APL XXX, 2014
[page-n-74]
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
65
colectivos descritos en este lugar, hemos expresado en diversas ocasiones nuestra opinión en trabajos ya
citados. Constituyen numerosísimas inhumaciones individuales en un lugar común, que a lo largo del
tiempo conformarían una intensa necrópolis.
Aunque muy sugerentes para el tema que nos ocupa, las dataciones absolutas procedentes de esta
cueva hay que considerarlas con cierto cuidado, pues las muestras orgánicas, como pólenes, fauna salvaje,
etc., sobre las que se obtuvieron, no pueden con seguridad ser consideradas como propias de una acción
antrópica (Carrasco et al., 2010). De todas formas, el registro cerámico conocido de esta cueva relacionado
con un Neolítico Antiguo con cardial lo justifica suficientemente, aunque desconocemos su verdadera
secuenciación crono-cultural. Para una mejor visualización cronológica de ella, serían necesarias dataciones
absolutas sobre muestras de todos los restos óseos humanos obtenidos en sus variopintas intervenciones.
Cuestión que, por diversos motivos, es harto difícil de realizar.
La Loma (Illora, Granada)
De este erosionado asentamiento al aire libre en el borde de La Vega, del que solamente se conservaron
algunas fosas con restos de variados registros arqueológicos, se obtuvieron una serie de dataciones absolutas
por AMS sobre muestras de conchas marinas, que aludían a un Neolítico Reciente. Sin embargo, el análisis
de una de ellas, procedente de la Estructura E03 (Beta-296955) dio un 6750±40 (1σ: 5400/5300; 2σ:
5450/5260), lo que requiere un mínimo comentario. En un reciente trabajo, tras un conocimiento directo de
los registros arqueológicos de este enclave y previo a la publicación de su monografía (Aranda et al., 2012),
señalábamos que “la cronología del conjunto podría estar comprendida entre finales del V y IV milenio
a.C.” (Carrasco et al., 2012: 44). Grosso modo, las datas absolutas obtenidas han confirmado nuestro primer
análisis. Sin embargo, la que alude a la referenciada del VI milenio, solamente indicaría la muerte biológica
del bivalvo datado y no puede ser justificada, según alguno de los autores de la monografía, por la presencia
en algunas fosas del propio yacimiento de ciertos registros cerámicos, no bien catalogados. Nos referimos a
la presencia de dos fragmentos de toberas o, en todo caso, boquillas de tobera, que jamás por tipología, pasta
cerámica, grosor de paredes, tamaño, etc., pueden corresponder a “asas pitorros”. Tipos que, en todo caso,
aparecen con mayor frecuencia en ambientes funerarios del Neolítico Antiguo/Medio y este no es el caso
de La Loma. Tampoco la presencia de algunas cerámicas lisas con restos de pintura, no de las consideradas
antiguas (Carrasco et al., 2012), puede justificar una alta cronología del VI milenio a.C. Este enclave no
ofrece mayores argumentos cronológicos que los ofertados por las propias datas absolutas obtenidas en él,
obviando sin lugar a dudas la que citamos a modo de información.
Cueva del Agua/Mujer (Alhama de Granada, Granada)
En un reciente trabajo, hemos tratado la problemática de este complejo cavernícola, excavado entre
otros por McPherson (1870) y M. Pellicer (1964), comprobándose que corresponden a una misma cueva
con al menos dos entradas, Agua y Mujer (Carrasco et al., 2010b). Indicábamos para este enclave un
uso exclusivamente funerario y una cronología de fundación del Neolítico Antiguo Epicardial. Las datas
absolutas obtenidas por AMS, sobre muestras óseas humanas procedentes de las inhumaciones excavadas
por Pellicer en el sector Cueva del Agua, así lo han confirmado. El registro cerámico de este enclave está
exento de decoraciones impresas antiguas, por lo que sería necesaria una revisión del material arqueológico
obtenido por McPherson en el sector de La Mujer, depositado en diversos museos italianos (Catania y
Brescia), para poder contrastarlo con la escasa documentación expresada en su publicación original.
Sima LJ-11 (Loja, Granada)
Profunda sima, de uso exclusivamente funerario, revisada recientemente (Carrasco et al., 2010b). Del
estudio de sus registros cerámicos, con mínimas decoraciones impresas y abundantes motivos incisos,
plásticos y de prensión, concluíamos para ella una cronología de fundación del Neolítico Antiguo Epicardial,
APL XXX, 2014
[page-n-75]
66
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
como así ha sido confirmado. Las muestras analizadas por AMS se han realizado a partir de restos óseos
humanos depositados en el Laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada, correspondientes a
un individuo adulto y otro infantil, en proceso de publicación.
Cueva de Malalmuerzo (Moclín, Granada)
Cueva de uso exclusivamente funerario, al menos durante la Prehistoria Reciente. No olvidemos que
este enclave ha proporcionado una secuencia funeraria, con episodios de ocupación desde el Paleolítico
Superior hasta la Edad del Cobre. Habiéndose documentado de ellos múltiples inhumaciones
correspondientes, posiblemente entre otros periodos, a toda la secuencia neolítica. Las cerámicas
impresas con o sin cardial están bien representadas, pero se haría necesario, como único argumento,
un análisis más exhaustivo del total de restos óseos humanos exhumados, para obtener datos más
precisos sobre su verdadera ocupación funeraria. Se han obtenido dataciones absolutas por AMS sobre
dos muestras extraídas al azar de restos óseos humanos pertenecientes a un individuo infantil y otro
adulto, exhumados en las excavaciones realizadas por F. Carrión y F. Contreras (1979, 1981, 1983),
que aluden a una fase antigua del Neolítico Antiguo Epicardial (CNA-1127) y del Neolítico Reciente/
Final (CNA-1126: 5220±30 BP)
Los Castillejos (Montefrío, Granada)
Asentamiento al aire libre con gran tradición arqueológica. Su secuencia estratigráfica, en la actualidad,
quizás sea la más completa conocida en el sur de la península y muy posiblemente en territorio nacional
(Afonso et al., 1996; Cámara et al., 2005 y 2010). De este yacimiento se han obtenido gran número de
muestras, principalmente sobre cereal doméstico y carbón, con datas absolutas que irían desde el Neolítico
Antiguo Epicardial hasta un Cobre Final. En la tabla1, exclusivamente incluimos las datas absolutas
referentes a sus niveles antiguos.
Cueva de las Campanas (Gualchos, Granada)
Responde al status de cueva/sima profunda, de difícil acceso, con escasas posibilidades para desarrollar
en su área de influencia inmediata una mínima eco omía doméstica de sustento. Con estas dificultades,
n
ofrece en su interior una sur encia de agua, que justificaría visitas continuadas durante el Neolítico
g
Antiguo, al margen de las propias para inhumar. La datación absoluta por AMS obtenida sobre muestra de
resto óseo humano, perteneciente al Neolítico Reciente/Final (CNA-1130: 5390±35BP), ha sido incluida
en este apartado, exclusivamente por constituir un referente novedoso. Por el conocimiento del registro
arqueológico de esta cueva (Mengíbar et al., 1983), su cronología tendría que elevarse mínimamente a un
Neolítico Antiguo Epicardial.
Sima de los Intentos (Gualchos, Granada)
De esta profunda sima, próxima a la costa granadina, procede un amplio registro neolítico (Navarrete et
al., 1986), habiendo sido parte de él objeto de revisión en trabajos recientes (Carrasco et al., 2009b, 2010c,
2011c y 2012). Ofreciéndose para ella, cronologías al menos desde el Neolítico Antiguo, especialmente por
sus registros cerámicos. La datación absoluta obtenida por AMS sobre uno de los múltiples restos humanos
de este contexto sepulcral (CNA-1133: 5165±45BP), solamente se refiere a una inhumación secundaria,
propia de un Neolítico Tardío/Final.
Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada)
Cueva con funcionalidad de necrópolis, conocida desde mediados del siglo XIX (Góngora, 1868), habiendo
generado una amplia bibliografía. Últimamente, ha sido objeto de una revisión parcial (Carrasco y Pachón,
2009b). El conjunto de las datas absolutas por C14 convencional, obtenidas sobre madera y esparto,
APL XXX, 2014
[page-n-76]
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
67
aluden a una cronología comprendida entre un Neolítico Antiguo y Medio/Reciente. De ellas entresacamos
dos, la primera de ellas y más antigua sobre madera, no muy tenida en cuenta, puede corresponder a un
instrumento de largo uso, que desconocemos cuándo y de qué forma se introdujo en la cueva pero que
puede perfectamente corresponder a un Neolítico Antiguo sensu stricto. La segunda data, sobre esparto,
corresponde a un Neolítico Antiguo Epicardial.
Cueva de las Palomas (Teba, Málaga)
De esta amplia cueva, asociada al asentamiento al aire libre del Llano Espada (Morgado y Martínez, 2005),
con estratigrafía confusa y funcionalidad básicamente funeraria, procede una datación absoluta de amplia
desviación tipo. Obtenida por C14 convencional sobre muestra de carbón, sólo es indicativa de un momento
de su amplia ocupación (Ugra-204). Pues del registro arqueológico conocido, tanto de la cueva como del
asentamiento, podríamos concluir para estos enclaves una cronología del Neolítico Antiguo sensu stricto,
al margen de otras ocupaciones anteriores y posteriores que desconocemos.
Cerro de Capellanía (Periana, Málaga)
Amplio asentamiento al aire libre, conformado por una serie de aldeas monofásicas con débiles estructuras
de ocupación. De su denominada Fase I, más antigua, procede una datación absoluta por C14 convencional
sobre muestra de carbón, que puede indicar una cronología de fundación para este asentamiento del
Neolítico Epicardial reciente/Neolítico Medio.
Cueva de Nerja (Nerja, Málaga)
Posiblemente, junto al poblado de Los Castillejos de Montefrío, constituya el enclave arqueológico andaluz
que mayor número de dataciones absolutas haya proporcionado. La única diferencia es que las obtenidas en
este último datan niveles y contextos culturales precisos y las procedentes de Nerja, tienen valor solamente
en sí mismas. En trabajos recientes ya hemos expuesto nuestra valoración sobre la Prehistoria Reciente
de esta cueva y de algunos de sus registros materiales, así como de su funcionalidad funeraria (Carrasco
y Pachón, 2009b). En este apartado, sólo hemos seleccionado algunas de las datas obtenidas, que pueden
estar relacionadas cronológicamente con los inicios del Neolítico en la costa, aunque se podrían haber
incluido otras muchas más. Recientemente, hemos obtenido por AMS sobre muestras óseas de perros
procedentes de niveles de excavación, considerados del Neolítico Antiguo, dataciones históricas (CNA556: 230±35 BP y CNA-557: 335±30 BP). Desde este punto de vista, al margen de otras consideraciones,
en esta cueva solamente sería importante la datación absoluta sobre restos óseos humanos y especies
domésticas. De las que sólo se ha realizado una (Ua-12467), el resto de ellas sobre carbones y cereales
para datar niveles estratigráficos, fosas y otras entelequias, etc., hay que considerarlas con sumo cuidado
en relación a lo que se ha intentado fechar. De gran interés es la data por AMS obtenida sobre restos de
Ovis aries (Beta-131577).
Cueva del Toro (Antequera, Málaga)
De esta cueva, referenciada en nuestros trabajos en múltiples ocasiones, con funcionalidad, desde nuestro
punto de vista, básicamente funeraria, proceden una serie de dataciones absolutas sobre carbones, conchas,
etc., que aluden a una cronología discontinua desde el Neolítico Antiguo con cardial, Neolítico Medio
según sus investigadores (Martín et al., 2004), hasta un Cobre/Bronce.
Cueva del Hoyo de la Mina (Málaga)
Localizada en la bahía de Málaga, próxima a la línea de farallones, que delimita la costa del mar, hoy día
desaparecida por la extracción de piedra de una cantera de áridos. Excavada a principios del siglo XX por
M. Such (1920) y objeto en años posteriores de múltiples referencias y comentarios científicos. Tras su total
APL XXX, 2014
[page-n-77]
68
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
destrucción, fue objeto entre 1999/2001 de nuevas excavaciones por el Departamento de Prehistoria de la
Universidad de Málaga (Baldomero et al., 2005). De los registros obtenidos por M. Such, configuración de la
cavidad y los procedentes de las últimas limpiezas realizadas, así como por la gran cantidad de restos óseos
humanos exhumados, al margen de otras precisiones, consideramos para ella al menos, durante la Prehistoria
Reciente, una funcionalidad básicamente funeraria, aunque también es factible, algún tipo de ocupación
coyuntural doméstica. Se ha obtenido una datación absoluta por AMS sobre muestra de carbón referida a
un Neolítico Antiguo Epicardial evolucionado. Por comparación con los registros cerámicos obtenidos en
algunas grietas próximas, en los acantilados del Complejo del Humo, consideramos que la datación absoluta
obtenida no expresa la mayor antigüedad de este enclave, aunque no se atestigua muestra cardial.
Bajondillo (Torremolinos, Málaga)
Cueva o abrigo destruido, del que sólo subsisten restos de una posible secuencia estratigráfica colgada. El
escaso material rodado que se conserva de este enclave, hace difícil una precisión sobre su funcionalidad.
Se constata algún fragmento cerámico con decoración impresa antigua y un diente hoz que de igual forma
puede ser adscrito al Epipaleolítico que al Neolítico, diferenciado sólo por el uso o no en él del tratamiento
térmico, que desconocemos. De las dos datas absolutas obtenidas por AMS sobre muestras de carbón solo
hemos incluido en la tabla1 la más reciente (Cortés, 2007).
Cueva del Hostal Guadalupe (Torremolinos, Málaga)
La cavidad, probablemente sepulcral, se localiza a unos 600 m hacia el este de la anterior, en el mismo
complejo travertínico de Torremolinos, habiendo sido parcialmente destruida durante unos trabajos de
edificación. El material carpológico depositado en el Museo Provincial de Málaga se asocia a registros
arqueológicos que pueden corresponder, sin excesiva precisión, a un Neolítico Antiguo posiblemente
Epicardial corroborado por sus dataciones absolutas (Cortés et al., 2012).
Roca Chica (Torremolinos, Málaga)
Abrigo abierto en el complejo travertínico de Torremolinos (Málaga), localizado a escasas decenas de
metros de la costa, en una cota inferior a 10 m s.n.m. Durante los trabajos de construcción de un complejo
de apartamentos se seccionó un silo con cereal doméstico, asociado a registros arqueológicos neolíticos,
que desconocemos. Existe un análisis preliminar de los restos carpológicos recuperados en el yacimiento,
bajo la denominación Cueva del Bajoncillo, sustituida, a partir de una revisión de la toponimia de los
yacimientos de Torremolinos (Cortés, 2007), por la que encabeza este epígrafe. Los datos disponibles,
especialmente por las dataciones absolutas obtenidas (Cortés et al., 2012), apuntan a un Neolítico Antiguo
Epicardial. No se han encontrado restos humanos asociados. La propia morfología del abrigo y la posible
existencia en él de una secuencia más amplia, parece indicarnos, sin seguridad, un enclave con factibles e
intermitentes ocupaciones humanas durante la Prehistoria Reciente.
Cueva Hundidero-Gato (Benaoján/Montejaque, Málaga)
De las excavaciones realizadas en los años setenta por Mora Figueroa (1976) en la galería del Caballo,
situada en la entrada del gran complejo cavernícola Hundidero-Gato, se documentaron restos óseos al menos
de tres individuos adultos, asociados a un rico registro funerario, destacando entre otros tipos cerámicos,
asas pitorro y decoraciones cardiales. Sin embargo, la que se documenta como tal en la publicación original,
no la consideramos así, aunque se trata de una impresa de las consideradas antiguas. Las datas absolutas
por AMS, se han obtenido sobre restos óseos humanos pertenecientes a dos de los individuos exhumados
del Neolítico Antiguo Epicardial, aunque las cronologías de otras ocupaciones funerarias en esta cueva
pudieran corresponder a momentos anteriores.
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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Cueva del Esqueleto (Cortes de la Frontera, Málaga)
Pequeña y angosta cavidad sepulcral que en los años setenta proporcionó restos óseos humanos de un mínimo
de tres individuos adultos, depositados en el Ayuntamiento de Cortes de la Frontera. Junto a ellos apareció
algún resto cerámico encastrado en una colada estalagmítica (comunicación personal de A. Morgado). Se han
obtenidos tres dataciones absolutas por AMS sobre muestras óseas de los citados individuos, siendo en la
actualidad su registro óseo y arqueológico objeto de estudio por parte de A. Morgado y colaboradores.
Cueva de los Murciélagos (Zuheros, Córdoba)
Cueva sobre diaclasa de difícil y compleja filiación funcional. De ella, en un primer momento se obtuvieron
dataciones por C14 convencional, sobre carbón y semillas, con altas desviaciones tipo, que en algunos casos
aluden a un Neolítico Epicardial evolucionado. Posteriormente Gavilán y otros obtuvieron nuevas datas
absolutas sobre muestras de carbón, coincidentes con la serie anteriormente obtenida, también con altas
desviaciones tipo. Últimamente, se han realizado nuevos análisis sobre cereales, que han proporcionado
datas absolutas más precisas, pero de similar entidad cronológica que las series anteriores. Del registro
arqueológico conocido de esta cueva, así como por la homogeneidad de sus datas absolutas, consideramos
ocupaciones no bien especificadas en la Prehistoria Reciente a partir de un Neolítico Antiguo Epicardial.
Evidentemente, las ocupaciones ocurridas en esta cueva, no sabemos de qué tipo, en nuestra opinión
funerarias, están bien datadas a lo largo del Neolítico Antiguo Epicardial y Medio, pero también sería
necesario, su justificación cultural con los correspondientes registros arqueológicos obtenidos de estos
períodos, que desconocemos, especialmente los procedentes de las últimas excavaciones.
Cueva de los Mármoles (Priego de Córdoba, Córdoba)
En nuestra opinión, constituye una de las cavidades más importantes con vestigios arqueológicos en la
Provincia de Córdoba. En relación con su funcionalidad durante la Prehistoria Reciente, no tenemos una
información precisa. En este aspecto, los datos más relevantes proceden de R. Carmona, a partir de una
prospección, que realizó en los años noventa (Carmona et al., 1999). Este enclave no es una cueva usual de
las normalmente conocidas en Andalucía, aquí hay espacios abiertos y configuraciones internas, factibles
para la posible existencia de un hábitat esporádico, así se ha podido documentar por la presencia de un
taller de brazaletes de piedra que hay que relacionar con estas ocupaciones en el Neolítico Antiguo/Medio
(Martinez-Sevilla, 2010). También se han constatado ocupaciones esporádicas en momentos pleistocénicos,
holocenos antiguos e incluso históricos. Lo que sí parece evidente es la constatación en ella de múltiples
inhumaciones desde el Neolítico Antiguo hasta época histórica. La datación absoluta obtenida sobre
muestra de cebada (Hordeum vulgare L.), procedente, según los autores, de un posible “silo”, corresponde
en nuestra opinión a un Neolítico Antiguo Epicardial. Cronología, que en el caso de esta cueva, no es
determinante, pues se conocen de ella registros cerámicos que podrían considerarse más antiguos.
El Retamar (Puerto de Santa María, Cádiz)
De este asentamiento costero al aire libre con cardial, existen tres dataciones absolutas sobre muestras de
conchas. Dos fechan el Hogar 18 y la tercera el Conchero 6 (Ramos, 2004: 78-79). Una media ponderada
de sus calibraciones ofrece una cronología entre 5939/5716 a.C., es decir, en la parte alta de lo que grosso
modo puede constituir una facies del Neolítico Antiguo con cardial.
Cueva Chica de Santiago (Cazalla de la Sierra, Sevilla)
Cueva de funcionalidad no precisada, pero con innumerables y no bien especificadas inhumaciones en su
interior. El registro cerámico, sin cardial, alude a un Neolítico Antiguo y las dataciones absolutas obtenidas
en ella, aunque con problemas, así lo corroboran.
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J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
La Dehesilla (Arcos de la Frontera, Cádiz)
Cueva de funcionalidad no precisada, pero con numerosas y no bien especificadas inhumaciones en su
interior. El registro cerámico alude a un Neolítico Antiguo con cardial y las dataciones absolutas obtenidas
en ella, aunque en parte y con problemas, así lo testifican.
3. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Previo a la discusión de los resultados ofrecidos por las nuevas y viejas dataciones absolutas expuestas en la
tabla1, hemos de efectuar algunas breves reflexiones de orden metodológico en relación a lo que expondremos
a continuación. Siguiendo a los clásicos, podríamos intuir que el historiador, en este caso el prehistoriador, en
sus trabajos y síntesis, pudiera ofertar modelos, incluso en algunos casos, desde su propia óptica interpretarlos,
con el fin de dinamizar y hacerlos más creíbles. Es decir, utiliza diferentes variantes en sus procesos de
investigación, que pueden o no cambiar con el devenir de los tiempos. Sin embargo, esto no debe realizarse
con el control de ellos, en este caso con la cronología absoluta. Los acontecimientos en Prehistoria tienen
validez cuando se constatan en el espacio y el tiempo, lo contrario sería entrar en ámbitos de leyendas y mitos.
De aquí la obligación de encontrar puntos de anclaje en el tiempo, alrededor de los cuales poder mínimamente
agrupar los datos. En la actualidad, estos puntos para algunos periodos de la Prehistoria, solamente en ciertas
situaciones sólo los ofrece la cronología absoluta. A partir de la cual, se puede en ciertos supuestos, interpretar,
especular, etc., pero sus datos numéricos, en nuestra opinión, deben ser inamovibles por mucho que nos cueste
aceptarlos. Buscar puntos débiles y utilizar sesgadamente las diferentes alternativas, que ofrece este tipo de
cronologías, de igual forma que dar o no validez a las muestras analizadas sobre las que se han obtenido los
análisis, no deja de constituir en ocasiones una manipulación interesada de las datas cronológicas obtenidas,
generada por no concordar o ser afín con ciertos modelos preestablecidos. En este caso, las fechas absolutas
que hemos reunido en relación al Neolítico Antiguo en el sur peninsular, no por escasas y en algún caso
problemáticas, dejan de ser sugerentes y en algún caso esclarecedoras. No pretendemos con ellas secuenciar
fielmente esos silentes registros arqueológicos depositados en Museos y Colecciones, procedentes de cuevas
sin estratificar, aunque en la mayoría de los casos provengan de excavaciones regladas. Solamente intentamos
ofrecer un bosquejo del armazón y puntos de anclaje para este período cronocultural.
Al analizarse más detenidamente las dataciones absolutas para las fases antiguas, obtenidas en
los diferentes ámbitos neolíticos del sur peninsular comprobamos en su cómputo ciertas carencias,
principalmente relacionadas con las denominadas de transición Epipaleolítico/Neolítico y Neolítico Antiguo.
Por el contrario están bien representadas las que podrían entrar en lo que se ha venido denominando como
Neolítico Antiguo Epicardial, es decir, aproximadamente entre el 5500/4900 AC. Y no es que sean excesivos
los enclaves datados sino que algunos de ellos han proporcionado un gran número de ellas. Hemos recogido
en la tabla1, cien dataciones absolutas obtenidas en veinticuatro enclaves, de los cuales cinco corresponden
a asentamientos al aire libre y diecinueve a cuevas, que en su mayoría pudiésemos considerar de carácter
funerario. Este cómputo de dataciones, constituiría en principio, un número relativamente representativo,
pero por dos motivos básicos no es así. En primer lugar, porque los veinticuatro yacimientos que han
proporcionado dataciones absolutas, representan sólo un porcentaje mínimo de los que actualmente se
conocen en Andalucía con registros adscribibles a fases antiguas neolíticas. En segundo lugar, porque de
las cien dataciones, cincuenta y una provienen de solo tres yacimientos: dieciocho de Los Castillejos, doce
de Cueva de Nerja y veintiuna de Cueva de Los Murciélagos de Zuheros, el resto, es decir cuarenta y nueve
se han obtenido en veintiún enclaves diferenciados.
De contextos perfectamente secuenciados, serían las datas procedentes de asentamientos, como Los
Castillejos, Cerro de la Virtud, Retamar y Cueva del Nacimiento, en el orden citado. De las obtenidas en
cuevas, tendrían mayor firmeza las realizadas sobre muestras de especies animales o vegetales domésticas,
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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o incluso de restos óseos de Homo, avaladas por registros materiales clasificados, procedentes o no, de
excavaciones. En este caso, por su uniformidad y coherencia, es muy sugerente la serie de datas obtenidas
en Los Murciélagos de Zuheros, que parecen proceder tanto las más antiguas obtenidas, como las más
recientes, de un similar contexto arqueológico, que seguimos sin conocer después de los años transcurridos
desde su excavación. Ofreciendo ésta, la impresión de estar en un proceso de continua reelaboración,
sin conocerse con seguridad el verdadero status ocupacional de la cavidad. La data de Los Mármoles,
sobre cereal doméstico, consideramos que no es representativa de un momento antiguo de su secuencia
ocupacional, pues existen evidencias materiales en ella que podrían elevarla en un futuro. Las datas aisladas,
de cuevas como Agua/Mujer, LJ11, Malalmuerzo, Hoyo de la Mina y Gato, obtenidas por AMS sobre
muestras de restos óseos humanos, algunas procedentes de excavaciones antiguas, están perfectamente
avaladas y acordes con los registros arqueológicos que se les asocian. Las dos, procedentes de Cueva de las
Palomas y asentamiento al aire libre de Cerro de Capellanías, tienen en nuestra opinión diferentes lecturas.
La primera hace alusión a un momento de ocupación, diríamos que funeraria, en el devenir de la cueva,
pues por el descontextualizado registro arqueológico, que conocemos, procedente de ella, no consideramos
haga alusión a momentos antiguos de su ocupación. Por el contrario la de Capellanías, es indicativa de la
fundación de uno de los reducidos asentamientos, que conforman el conjunto del yacimiento. Una especial
atención merecen las tres datas obtenidas sobre restos de Homo en Cueva del Esqueleto que pueden aludir a
la ocupación funeraria de una estrecha cavidad desde finales del Epipaleolítico hasta un Neolítico Antiguo
avanzado. Aunque en el estado actual de la investigación, podríamos en este caso cuestionarnos, si estas
datas fechan una población retardataria de tipo epipaleolítico o por el contrario los inicios de un Neolítico
Antiguo. En último caso, la fecha antigua (Beta-324381) es la primera que se obtiene sobre un Homo de
esta cronología, sea el último epipaleolítico o el primer neolítico. El resto de los enclaves en cuevas, de
los más importantes con dataciones absolutas, para la comprensión de los inicios del Neolítico Antiguo
andaluz, presentan otro tipo de problemática. Nos referimos a Murciélagos de Albuñol, Cueva del Toro,
Carigüela, Nerja y Dehesilla.
De la Cueva de los Murciélagos de Albuñol no es excesivo lo conocido de sus sesgados registros
funerarios. Las dataciones absolutas recientemente obtenidas sobre espartos, muestran una gran coherencia
a partir de una fase evolucionada del Neolítico Epicardial y posteriores períodos. Solamente la data antigua
(CSIC-247) obtenida sobre madera, que desconocemos si procedía o no de un útil, ofrece dificultades de
interpretación. Más que nada, por el desconocimiento del total del registro arqueológico, que en su momento
debió proporcionar esta cueva, que en principio, no alude a la antigüedad mostrada por esta fecha absoluta.
Sin embargo, no descartamos su validez, especialmente la del tramo bajo de su calibración, en relación
con la posible cronología de una facies antigua neolítica. Más aún, cuando se puede considerar, que la
madera de la que se obtuvo la data, por la especial localización de esta cueva, debió ser introducida en ella,
exclusivamente por una acción antrópica. En definitiva, en la actualidad desconocemos los orígenes de las
primeras ocupaciones funerarias ocurridas en esta cueva, próxima a la costa, que no constituye un hallazgo
aislado sino que está relacionada con otras cuevas utilizadas como necrópolis y registros cerámicos propios
de una facies antigua del Neolítico con cardial, pero sin dataciones absolutas.
De Cueva del Toro, la más recientemente excavada del último grupo señalado, en el interior del sistema
kárstico de Antequera, proceden datas absolutas, algunas con altas desviaciones tipo, pero coherentes con
los registros exhumados en ella. Aunque no con la secuenciación cronocultural que sus investigadores han
intentado ofrecer de ellos, muy lineal, que en nuestra opinión, no responde a la realidad arqueológica de
esta cueva. Sus registros materiales con un muy alto matiz funerario, pueden ser referentes de una secuencia
cronológica, que transcurriría con intervalos ocupacionales más o menos intensos a lo largo de todo el
Neolítico. Desde sus fases antiguas con cardial hasta momentos epigonales y posteriores ocupaciones
durante la Edad del Cobre y períodos históricos. Las datas obtenidas, pueden reflejar esta situación, pero
no las consideramos definitivas, pues en el futuro nuevas de ellas podrían sobrepasar perfectamente el 5500
a.C., como sucede con algunas de las calibraciones ya realizadas, especialmente para sus tramos altos.
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J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
Por último, en este apartado, tendríamos que realizar unas breves reflexiones sobre las dataciones
absolutas aportadas por los tres yacimientos andaluces en cuevas que completarían este último grupo,
en nuestra opinión, con diferentes problemáticas. Sucintamente ya se ha comprobado, como Cueva de
Carigüela, quizás el enclave más paradigmático del Neolítico andaluz, ha proporcionado una serie de datas,
de confusos contextos, no obtenidas en excavaciones regladas y finalidades no muy precisadas. En síntesis,
pocos argumentos absolutos en donde anclar de forma fidedigna los ricos registros funerarios conocidos de
esta cueva. Parece ser, que se están o se van a realizar análisis más exhaustivos sobre restos óseos humanos
exhumados en ella, con la finalidad, entre otras, de obtenerse un mayor número de dataciones absolutas.
Que no dejarán de ser nuevos puntos de anclaje en esta cueva, pero de difícil asociación con los registros
arqueológicos, que se pretenden contextualizar. Las dataciones absolutas obtenidas sobre muestras no bien
especificadas ¡si son por acción antrópica!, hacen alusión con seguridad, a la presencia en la cueva, de fases
de ocupación correspondientes al Neolítico Antiguo con o sin cardial, bien justificadas tipológicamente.
La segunda sería Cueva de Nerja, con importante presencia neolítica y suficientes datas absolutas,
obtenidas en excavaciones antiguas y en tiempos recientes. De hecho no han cesado de obtenerse, para fechar
los más variados contextos, fases, estratos, etc. Sus registros arqueológicos hacen referencia, al margen de
los propiamente pleistocenos, a toda la Prehistoria Reciente y diríamos que tiempos históricos. Es decir, en
esta cueva existen dataciones y registros arqueológicos que los pueden justificar. El problema, es que estos,
por mucho que se intente y por multitud de datas absolutas, que se obtengan, no pueden ser correctamente
secuenciados y esta constituiría su verdadera problemática. Las dataciones absolutas de esta cueva con altas
desviaciones tipo, indican para ella, en muchos de los casos, ocupaciones neolíticas con o sin cardial, al
menos, desde los inicios del VI o incluso desde finales del VII milenio a.C. Aunque, si somos muy estrictos, la
única data absoluta, con verdadera entidad neolítica en sí misma, es la Beta-131577, que alude a la presencia
en la península ibérica de ovejas domésticas con cronología antigua de mediados del VI milenio a.C.
Cueva de la Dehesilla completaría este último grupo, siendo, en nuestra opinión, la más enigmática
y quizás históricamente la más obviada en la investigación que nos ocupa. Desde un principio, fue
cuestionada por las altas datas absolutas para el momento en que se obtuvieron y sus calibraciones con
elevadas desviaciones tipo, no bien asumidas por la investigación oficial de la época. Posiblemente también
por la complejidad de su registro arqueológico, quizás en origen no bien secuenciado, muy propio, como
se ha comprobado, de los contextos sepulcrales andaluces. Al margen de estas problemáticas, los anclajes
cronológicos obtenidos en esta cueva, los consideramos en la actualidad, plenamente justificados por la
existencia en ella de registros cerámicos antiguos, con o sin cardial.
En resumen podemos considerar, que de una u otra forma, todas las datas absolutas, que numéricamente
trataremos seguidamente, tienen suficiente justificación cultural para ser consideradas como anclajes
cronológicos en los inicios del devenir neolítico del sur peninsular. Por el contrario, si queremos visualizarlas
desde un punto de vista reduccionista, con valor en sí mismas, son muy escasas las que pudiésemos valorar.
En este caso, y no es nuestra opción, solo las que aludirían a especies animales/vegetales domésticas y
huesos contextualizados de Homo. El resto, por diversos motivos interesados, en algunos casos espurios
y manipulados, no tendría validez. No siendo esta la versión, que en el precario estado actual de la
investigación sobre el Neolítico Antiguo, nos puede ocupar o preocupar.
A partir del registro arqueológico de cuevas y asentamientos al aire libre, que han proporcionado
dataciones absolutas, comprobamos que solamente nueve de estos enclaves han ofrecido valores calibrados
por encima del 5450/5500 AC. Cronología que en la actualidad consideramos como divisoria entre lo que
podríamos denominar Neolítico Antiguo sensu stricto y Neolítico Epicardial, hasta aproximadamente
el 4900/4850 AC, que grosso modo iniciaría la transición hacia lo que se ha denominado, sin excesivos
argumentos contrastados, como Neolítico Medio. Esta cronología la consideramos firme, avalada por la
secuencia cronoestratigráfica de Los Castillejos de Montefrío. En cuyos niveles antiguos de ocupación,
junto a una extensa y variada muestra de cerámicas decoradas y lisas, se comprueba una muy escasa
presencia de amortizados fragmentos impresos antiguos, propios de un ambiente epicardial antiguo. En
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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general, registros cerámicos evolucionados en relación a los que podríamos considerar propios de una fase
anterior, con mayores porcentajes de impresas antiguas y motivos más barrocos. Todo relacionado, en este
asentamiento al aire libre, plenamente consolidado, con una agricultura y ganadería desarrollada y variedad
de especies domésticas animales y vegetales como bóvidos, ovicápridos, suidos, cánidos, diferentes tipos
de cebada, trigo, guisantes, habas, etc. Junto con el aprovechamiento de otras especies salvajes como vid,
aceituna, zarzamora, bellota, etc., y una gran variedad de malas hierbas explotadas y animales obtenidos por
actividades cinegéticas (Cámara et al., 2010). Con estos sintéticos datos, bien contrastados en Los Castillejos
de las Peñas de los Gitanos, solamente intentamos incidir que el 5500/5450 AC, solamente representa una
data intermedia diríamos que evolucionada, en el devenir del Neolítico Antiguo andaluz. Enclaves que han
proporcionado esta cronología o pueden mínimamente proporcionarla, son multitud hoy día en la geografía
andaluza. Especialmente conocidos por sus extensas y ricas necrópolis en cuevas, próximas a entornos
abiertos y favorables para explotaciones agrícolas y ganaderas. Solamente su dispersión en multivariados
nichos ecológicos muy distantes entre sí, indicaría el conocimiento arraigado a través de generaciones, que
tendrían estas poblaciones de los diversos entornos andaluces y estas experiencias no pueden justificarse por
simples trasvases de poblaciones o trasmisiones precipitadas de conocimientos con dirección Este/Oeste.
A partir de este supuesto, consideramos que la madurez alcanzada por las poblaciones neolíticas andaluzas
de mediados del VI milenio a.C., con entornos bien seleccionados para sus prácticas agrícolas y ganaderas,
variedad de especies animales/vegetales domésticas y control de otras salvajes, solo estaría justificada por la
acumulación de conocimientos de otras poblaciones asentadas con anterioridad en similares nichos ecológicos
o próximos a ellos, que habrían transmitido sus experiencias. No tenemos excesivos conocimientos sobre
ellas, pero sus registros poco conocidos, son cada vez más frecuentes a lo largo y ancho del extenso territorio
andaluz. En la actualidad, cuantificar su muestra, es difícil de precisar, no sólo a nivel tecnológico sino de
localización puntual, pues en el registro actual aún sigue existiendo confusión entre las cerámicas impresas
antiguas y las que no lo son. De igual forma, existen multitud de cerámicas con decoración cardial, no bien
catalogadas y mal ubicadas en el espacio y tiempo. En definitiva, son antiguos y paradigmáticos muchos de
los enclaves, que en teoría o en la realidad, han ofrecido registros de los denominados como antiguos, dentro
del periodo neolítico, por encima del 5500/5400 AC, pero escasos los anclajes cronológicos absolutos en que
sustentarlos. Sin embargo, una lectura más ponderada y no interesada de ellos, puede ofrecer a nivel global
y con ciertos matices, algunos datos más esclarecedores sobre el tema que nos ocupa.
Si visualizamos el cómputo de dataciones absolutas expuesto en la tabla1, comprobamos que sólo siete
enclaves con registros neolíticos (Nacimiento, Carigüela, Nerja, Retamar, Cueva Chica, La Dehesilla y
El Esqueleto) y posiblemente otros dos (Murciélagos de Albuñol y Bajondillo) sobrepasan la mitad del
VI Milenio AC. Muestra muy escasa en relación al porcentaje de yacimientos al aire libre y necrópolis
en cuevas conocidos actualmente en la geografía andaluza con potencial para proporcionarlas. Pero,
centrándonos en estos seis yacimientos que las han proporcionado, con la única duda de Cueva Chica y
posiblemente Nacimiento, comprobamos, que todos ellos, de una u otra forma, han ofrecido, con mayor
o menor porcentaje entre sus registros cerámicos con impresas antiguas, decoraciones con cardium, muy
tenidas en cuenta para definir más fiablemente los niveles antiguos de las correspondientes secuencias
estratigráficas en donde aparecieron. Se podrá argüir que las datas absolutas de estos yacimientos no son
correctas, alteradas, contaminadas, laboratorios poco fiables, desviaciones tipo altas, carbones de “maderas
viejas”, etc. Sin embargo, qué duda cabe, si obviamos estos argumentos, en ciertos casos interesados, que
todas ellas proceden o han sido obtenidas de contextos antiguos o en relación a ellos, con o sin cardial. De
estos yacimientos, las altas datas absolutas de Murciélagos de Albuñol y Bajondillo no son muy indicativas
por la escasez o desconocimiento de registros arqueológicos asociados a ellas. La data del abrigo del
Nacimiento, relacionada con un Neolítico Antiguo denominado de “montaña” por uno de sus excavadores
(Rodríguez, 1997), puede tener una lectura especial. O bien, que efectivamente no contenga muestra cardial,
que esté mal determinada entre los registros extraídos o, que no se haya localizado en los escasos sondeos
realizados en este yacimiento. Teniéndose en este último supuesto, siempre en cuenta, que los porcentajes,
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J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
que proporcionan los asentamientos son muy inferiores a los obtenidos en cuevas con usos funerarios.
En este sentido, no descartaríamos en Andalucía, con ciertas dudas, que la cerámica con decoración
impresa con cardium, entre otros tipos, constituyese prioritariamente un tipo de vajilla específicamente de
representación o más propia de ajuares funerarios, con escasas apariciones ya amortizadas en ambientes
domésticos, cuestión por contrastar con datos más precisos. De igual forma se podría argumentar que en
Nerja y Retamar existen sustratos epipaleolíticos, que para ciertas investigaciones, pudieran justificar las
altas cronologías de estos enclaves. Aunque no así para los registros antiguos de la Dehesilla y Carigüela,
en donde no se han detectado este tipo de ocupaciones.
Se comprueba, que los escasos yacimientos andaluces, parcialmente datados, ofrecen cronologías
básicamente de la segunda mitad del VI milenio a.C., correspondientes grosso modo a la secuencia cardial
en el área levantina, que en Andalucía podría considerarse como una fase postcardial o epicardial, más
tardía. Considerándose una mayor antigüedad para su Neolítico Antiguo sensu stricto, por encima del 5500
a.C. Periodo caracterizado entre otros argumentos, por la eclosión precoz de las cerámicas impresas, entre
las que con un mayor o menor porcentaje aparecerían las realizadas con cardium y dataciones más elevadas,
que en los contextos regionales limítrofes. En el registro arqueológico actual, desde nuestras perspectivas,
no podríamos hacerlas subsidiarias o justificativas de una expansión démica o de influencias llegadas, como
tradicionalmente se ha considerado, desde el área levantina ni menos aún desde otras áreas peninsulares.
En la actualidad, dentro de la escasez de dataciones antiguas conocidas, casi siempre asociadas a
conjuntos muy precarios con cardial, podríamos a priori realizar una primera lectura de ellas en relación a
estos ítems y sus concentradas apariciones en ciertos ámbitos geográficos. Lectura, en cierta forma
distorsionada, por falta de precisiones y escasez, como ya se ha indicado, de datas absolutas asociadas a
ajustados contextos. Desde este punto de vista, es muy sugerente el grupo de asentamientos al aire libre y
cuevas funerarias con registros antiguos, descubiertos en los últimos años en la región más meridional del
sur peninsular, en la provincia de Cádiz. Asentamientos entre otros como Retamar, La Esperilla, Bustos,
Cabezo de Hortales, etc., y cuevas funerarias como Dehesilla y Parralejo, que con altas cronologías podrían
estar en el origen del Neolítico peninsular, relacionado con la precoz llegada de posibles influencias desde
el continente africano. Hipótesis no muy novedosa, pues, a intervalos, desde mediados del siglo pasado se
ha venido insistiendo en ello, aunque últimamente se ha postulado con una mayor insistencia y argumentos
(Cortés et al., 2012). Sin embargo, aun dentro de su atractivo, el considerar en la actualidad como único
subterfugio o aval, la llegada de los nuevos presupuestos neolíticos, exclusivamente por el Estrecho de
Gibraltar hasta la provincia de Cádiz, como entorno más próximo a África, no debe, con el actual registro
arqueológico, obsesionarnos. De igual forma, las costas de Málaga, desde Estepona hasta Nerja, con altas
dataciones en este último punto asociadas a registros antiguos, también pudieron ser pioneras en este tipo
de relaciones con el Norte de África. No obviándose en este aspecto, que toda la costa malagueña ha
proporcionado multitud de cuevas, en nuestra opinión de tipo funerario, muchas de ellas con registros
cerámicos antiguos mal estructurados o desaparecidos. De igual forma, que sus primarios asentamientos al
aire libre, próximos a las costas, destruidos o desaparecidos por la antropización intensiva que en los últimos
cincuenta o sesenta años han sufrido estos entornos turísticos. Sin embargo, no solamente se detectan
vestigios del Neolítico Antiguo en ámbitos costeros, sino que más al interior en las mismas provincias de
Cádiz y Málaga, se han localizado núcleos con registros antiguos y cerámica cardial, como son los casos de
Acinipo en Ronda, Complejo Hundidero-Gato, Cueva de las Goteras de Mollina, Cueva del Toro, el
Charcón (Alozaina), etc. En Sevilla, el Cabezo de Lebrija, Los Álamos (Prado del Rey), etc. Más al norte y
al este, en ámbitos geográficos de Andalucía Oriental, existen ciertos vacíos incomprensibles, sin lugar a
dudas por una manifiesta falta de investigación. Así en la provincia de Córdoba, son escasos o nulos los
registros que se pueden asociar a un Neolítico Antiguo por encima del 5500 a.C., las datas absolutas
obtenidas así lo manifiestan junto a la no existencia de muestras cardiales como referente “arcaico tipo”
mejor conocido. Quizás, Cueva de los Mármoles, en la Subbética las proporcione en un futuro próximo,
junto a otros registros cerámicos antiguos, que sí existen en ella. Cuestión no de extrañar, pues el cardial y
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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otros registros cerámicos antiguos sí han sido contrastados en la cueva funeraria de Malalmuerzo, muy
cerca de Los Mármoles, en la vertiente externa de las Sierras Subbéticas, ya en tierras granadinas. De igual
forma, el asentamiento al aire libre de Los Castillejos de Montefrío, también ha proporcionado en sus
niveles más antiguos algunos fragmentos amortizados de cerámica impresa cardial, quizás como recuerdo
o revival de tiempos pasados. Cuestión que se repite en otros muchos enclaves, que podríamos denominar
epicardiales, entre el 5500/4900 a.C., en donde son muy escasas o aisladas las cerámicas con decoraciones
impresas antiguas a favor de las mayoritarias incisas y con decoraciones plásticas. Al margen de otras
impresas evolucionadas, almagras, inicio de las boquiques, etc. En la provincia de Granada, más al nordeste,
se documentan con mayor insistencia registros antiguos con o sin cardial, que en cierta forma, jalonan gran
parte de su geografía. Muchos desaparecidos por actividades irregulares o por una mala gestión arqueológica
y en el fondo, no bien datados o deficientemente interpretados. Existen registros antiguos, al margen de los
señalados en Malalmuerzo y Castillejos de Montefrío, Cueva del Capitán en la costa granadina y Sima del
Carburero y con dudas en Cacín en Tierras de Alhama de Granada. Otros enclaves, en los entornos de La
Vega de Granada, han proporcionado muestras antiguas pero sin cardial, como puede ser Las Catorce
Fanegas y La Molaina. Pero a nivel bibliográfico, quizás los más paradigmáticos y conocidos son los
enclaves situados en los entornos de Sierra Harana. Destacando Cueva de Carigüela, Ventanas, Pagarecio,
Agua de Prado Negro, Majolicas, CV-3 de Cogollos, con registros cerámicos que podrían considerarse
antiguos con o sin cardial. Algunos, con grandes porcentajes de esta muestra, asociados casi con seguridad
a registros funerarios y con datas antiguas, si son asumibles, las proporcionadas por Carigüela, entre finales
del VII e inicios del VI a.C. Cronología, muy similar a la ofertada por algunos enclaves costeros en Málaga
(Nerja) y Cádiz (Dehesilla y Retamar) y más antiguas que las aportadas por los clásicos yacimientos
levantinos con cardial, como paradigma, no contrastado, de antigüedad. Desde este punto de vista no
tenemos un mínimo de argumentos ni cronológicos ni tipológicos, para considerar el núcleo de yacimientos
de Sierra Harana y sus cerámicas cardiales, especialmente de Carigüela y Ventanas, como una extensión o
área de influencia de la propiamente levantina, como tradicionalmente se ha asumido. Sólo por incidir en
un tipo cerámico funerario clásico, como pueden ser las vasijas con asa-pitorro, comprobamos diferencias
manifiestas. Las levantinas normalmente se corresponden con botellas mientras que en Andalucía se
presentan formas más simples como cuencos y ollas. Pero insistiendo en el tema que nos ocupa, comprobamos
que entre Carigüela y la zona levantina, al margen del extenso espacio físico que los separa, no existe o no
se han constatado registros arqueológicos antiguos con cardial que pudieran justificar algún tipo de relación
entre estos dos ámbitos geográficos diferenciados. Solamente dos yacimientos, uno en cueva y otro un gran
abrigo, muy alejados de Carigüela, en los límites con las provincias de Albacete y Murcia, podrían al
respecto ofertar algún tipo de información. El primero de ellos en cueva o abrigo destruido, corresponde a
Cueva de Pastora (Caniles, Granada) con cuatro dataciones absolutas comprendidas entre los últimos
tercios del VI y V milenio a.C. El amplio registro material que hemos podido documentar de este enclave,
muy posiblemente doméstico, algo excepcional entre el conjunto de cuevas conocido en Andalucía, no
presenta muestra cardial y el grueso de las cerámicas, con mínima representación de las impresas a
instrumento, lo componen las decoraciones incisas y plásticas. El segundo correspondería a Cueva del
Nacimiento (Pontones, Jaén), anteriormente comentado, con una datación absoluta adscrita a un Neolítico
Antiguo sin cardial, más antigua que las obtenidas en los ámbitos levantinos. Otros contextos antiguos con
cardial, al aire libre, se han documentado en regiones costeras y del interior en la Provincia almeriense,
como son Cabecicos Negros, Peñón de las Ánimas, etc., sin cronologías absolutas y no bien estructurados.
Por último, comprobamos cómo del área más septentrional de la región andaluza, en la Provincia de Jaén,
al margen de los registros cerámicos de cuevas conocidos desde antiguo (Navarrete y Carrasco, 1978),
posiblemente correspondientes a un Neolítico Antiguo epicardial, poco más se ha ofertado con posterioridad.
Recientemente, en áreas de campiñas, entre el Subbético y Sierra Morena, encuadrables en la Cuenca del
Guadalquivir, se han señalado registros cerámicos antiguos, sin cronologías absolutas, en Horneros de
Baeza y Peña Prieta de Porcuna.
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En este sucinto recorrido, en el que sólo hemos señalado yacimientos o registros potencialmente
antiguos y referenciados en bibliografía, la mayoría sin cronologías absolutas, ocupando ámbitos
geográficos y nichos ecológicos muy diferenciados, comprobamos una cierta homogeneidad en sus
registros arqueológicos conocidos. Diferenciados, en parte, sólo por su origen, sea procedente de
cuevas funerarias o asentamientos al aire libre, que la investigación tradicional no ha sabido o no le ha
interesado discernir, aunque hoy día, desde nuestra opción, nos aparecen incuestionables. De igual forma,
comprobamos ciertas homogeneidades cronológicas de finales del VII y principios del VI milenio a.C.,
para los escasos enclaves datados con mayor o menor éxito, que por su amplia dispersión y distanciamiento
entre ellos, aluden a un conocimiento del territorio en fechas aún más arcaicas. Lo cual, dificulta en la
actualidad el poder establecer sus relaciones inmediatas con otras zonas limítrofes, si es que existieron,
en orden a analizar el precoz desarrollo del mal comprendido y peor sistematizado Neolítico andaluz.
En la actualidad, de las hipótesis tradicionalmente emitidas, en relación a la búsqueda de sus orígenes,
no aceptaríamos algunas de ellas, como son las que lo justifican por influencias, no sabemos de qué tipo,
desde el área levantina o por el oeste peninsular. Sin embargo, la tercera vía, a partir del Norte de África,
con más adeptos en la actualidad y quizás, mejores argumentos científicos, aunque por el momento, no
excesivos, sí nos parece más atractiva y consistente, especialmente por lo que puede aportar en el futuro
que por la realidad actual. Las cronologías absolutas, hasta el momento, obtenidas en algunos de sus
yacimientos clásicos, no ayudan a la comprensión de estas relaciones Sur-Norte, ya que no indican una
prelación en relación a las obtenidas en los yacimientos andaluces. De igual forma las investigaciones
que en los últimos años se vienen realizando en zonas del Norte de Marruecos (El Idrisi, 2012), entre el
Río Muluya por el este y las montañas del Rif en el oeste por un equipo alemán/marroquí, han puesto al
descubierto una serie de pequeños asentamientos al aire libre y abrigos (Linstädter, 2010 a y b; Morales
et al., 2013) con secuencias del Epipaleolítico/Neolítico, que por el momento, no consideramos aporten
excesivos datos para la comprensión de los orígenes del Neolítico Antiguo andaluz. Las datas absolutas
procedentes de Ifri Oudadane, Hassi Ouenzga, etc., sobre especies vegetales autóctonas, de igual
forma, que las secuencias estratigráficas obtenidas en estos pequeños enclaves, no guardan una especial
relevancia en relación a lo similar conocido en el sur peninsular. No sólo por sus cronologías absolutas,
sino por el uso de terminologías no muy adecuadas como es por ejemplo “Epipaleolítico con cerámicas”,
término arcaico poco precisado en la actualidad. De igual forma que el concepto de Neolítico Antiguo A,
B y C, que por sus datas absolutas ocuparía toda la secuencia neolítica de Oudadane, poco contrastable
con los desarrollos andaluces. En resumen, una investigación con posibilidades de futuro en orden a la
posible comprensión del Neolítico andaluz, pero no en el momento actual, dado su estadio embrionario.
Sugerentes y de gran interés, son los registros cerámicos obtenidos en los lejanos poblados de NabtaPlaya en el Sahara Oriental (Jórdeczka et al., 2010), también considerados epipaleolíticos con cerámicas
impresas y cronologías absolutas muy altas del IX milenio a.C. Cerámicas realizadas con ruedecillas
dentadas y otras con peines arrastrados, tradiciones decorativas muy en sintonía con similares, aunque
más tardías, detectadas en algunas cuevas andaluzas del Neolítico Antiguo.
En resumen, detectamos en el Neolítico andaluz una fase antigua de difícil filiación por encima del
5500 a.C., que factiblemente lo iniciaríamos, con una cronología no bien contrastada, en la transición
del VII/VI milenio o inicios de este último no bien conectada con los últimos momentos epipaleolíticos
y una plena consolidación, que denominamos Neolítico Antiguo Epicardial, aproximadamente entre
el 5500-4900/4800 a.C. Los registros cerámicos que se asocian a esta secuencia son relativamente
homogéneos en todo el ámbito andaluz. Quizás, al margen de pequeñas matizaciones, solamente
se diferenciarían por su procedencia, sea de cuevas sepulcrales o de asentamientos domésticos. Por
cronologías, sensiblemente más antiguas y tipos cerámicos, especialmente por las formas cerámicas
sepulcrales, que en la actualidad son las más contrastables, no comprobamos excesivas afinidades con
similares en el Levante mediterráneo, por lo que a priori, no consideramos esta área geográfica próxima,
como relevante para la comprensión de los orígenes del Neolítico en el sur peninsular. De igual forma,
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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en relación a sus posibles conexiones en origen con ciertos ámbitos africanos, no los descartamos aunque
el registro arqueológico que actualmente conocemos de ellos, especialmente en lo relacionado con sus
anclajes cronológicos por el momento, no los consideramos definitivos ni determinantes. Aunque sí
más sugerentes, por la presencia en ciertos ambientes subsaharianos, más al interior del continente,
de algunos ítems cerámicos antiguos como pueden ser las comentadas decoraciones impresas con
ruedecilla y su presencia no bien clasificada ni cuantificada en algunos contextos del sur peninsular, que
pudieran ser anteriores a lo propiamente cardial. A partir de aquí, en orden a sus orígenes, son escasas las
conclusiones consistentes, que en la actualidad se pueden obtener de los registros descontextualizados y
peor estructurados del intenso y floreciente Neolítico andaluz.
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el Neolítico andaluz y peninsular. Partiendo de la caracterización de sus cerámicas, su estratigrafía y sus
dataciones radiocarbónicas, presentamos una propuesta de secuencia evolutiva neolítica. Dicha secuencia
se contextualiza en los marcos andaluz y peninsular, y también en un marco mediterráneo más amplio para
explicar la llegada del Neolítico a la costa malagueña. Asimismo, se da validez al concepto de Cultura de las
Cuevas, entidad arqueológica con la que tradicionalmente se ha relacionado la Cueva de Nerja.
PALABRAS CLAVE: Neolítico, secuencia cerámica, Andalucía, dataciones radiocarbónicas, Cultura de
las Cuevas.
Neolithic pottery from the Cave of Nerja (Málaga, Spain):
the ‘Vestíbulo’ and ‘Mina’ galleries
ABSTRACT: The Cave of Nerja is a key site for an understanding of the Neolithic period in the Iberian
Peninsula and specifically in Andalusia. In this paper we present the sequence for the Neolithic occupation
of the cave based on the study of pottery, the stratigraphy and radiocarbon dates. The occupation sequence
is contextualized in the regional area and we argue that neolithization was driven by a process with
distinctive Mediterranean traits. Moreover, we support that the concept of Culture of Caves is useful as an
archaeological entity and that the Cave of Nerja fits well in this framework.
KEY WORDS: Neolithic, pottery sequence, Andalusia, radiocarbon dating, Culture of Caves.
a
b
c
d
Investigador independiente.
paucanals@hotmail.com
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
emilio.aura@uv.es
Departamento de Prehistoria e Historia Antigua, Universidad Nacional de Educación a Distancia-Madrid.
jjorda@geo.uned.es
Department of Human Evolution, Max-Planck Institute for Evolutionary Anthropology.
Department of Archaeology, University of Cape Town.
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
domingo_carlos@eva.mpg.de
Recibido: 10/03/2014. Aceptado: 27/03/2014.
[page-n-91]
82
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
1. INTRODUCCIÓN
Las intervenciones arqueológicas realizadas en la Cueva de Nerja a lo largo de la segunda mitad del siglo XX
constituyen un referente a la hora de valorar la aparición del Neolítico en el sur de la península Ibérica. De
hecho, la interpretación de la documentación obtenida ha abierto diversos debates que siguen manteniendo
actualidad. En este contexto, los estudios que se vienen realizando sobre los materiales arqueológicos
recuperados en las intervenciones dirigidas por F. Jordá Cerdá en las salas del Vestíbulo y la Mina, entre los
años 1979-1987, aportan importantes datos a esta discusión.
En este trabajo se presentan los resultados del estudio de los materiales cerámicos procedentes de la Sala
de la Mina y los nuevos recuentos establecidos tras la revisión de un mayor número de materiales de la Sala
del Vestíbulo. En la medida de lo posible, estos materiales han sido equiparados a los de los cortes NM80A
y NM80B de la Sala de la Mina, en su momento publicados por M. Pellicer y P. Acosta (1997), parte de los
cuales también hemos examinado. La puesta en común del estudio cerámico, la secuencia estratigráfica y
las dataciones radiocarbónicas ha permitido establecer una propuesta de periodización para el Neolítico de
Nerja. En todo momento se ha intentando discriminar aquellos aspectos de la cultura material que podrían
no encontrarse en su posición originaria, así como correlacionar las ocupaciones de las salas del Vestíbulo
y la Mina, entendidas como espacios de un mismo hábitat.
Una vez expuestos los datos, pasaremos a revisar el marco de aparición de las primeras producciones
cerámicas de Nerja en el proceso de expansión del Neolítico en el Mediterráneo occidental, valorando su
aportación al Neolítico andaluz y más concretamente al de la costa malagueña.
2. LA CUEVA DE NERJA
Está situada en el extremo occidental de la provincia de Málaga, cerca del pueblo de Maro, término
municipal de Nerja (fig. 1A). Sus galerías externas contienen una importante secuencia litoestratigráfica
y arqueológica (salas de la Torca, la Mina y el Vestíbulo), abarcando el Pleistoceno superior final y gran
parte del Holoceno (Jordá Pardo y Aura, 2008). Esta secuencia está distribuida en las diferentes salas de
la cueva y plantea una cuestión que no conviene olvidar: se trata de un único yacimiento y las diferencias
que se aprecian entre los depósitos conservados en sus salas, contemporáneos en términos geológicos y
arqueológicos, deben ser vinculadas al uso de un gran espacio.
Los materiales que se presentan de las salas de la Mina y el Vestíbulo corresponden a las campañas de
1982 a 1985. La cerámica de la Sala del Vestíbulo ha sido objeto de publicaciones detalladas (García Borja
et al., 2010 y 2011a), por lo que en este trabajo expondremos los datos que han sufrido alguna modificación
estadística o tipológica. Las cerámicas de la Sala de la Mina se ofrecen con detalle por primera vez.
La Cueva de Nerja cuenta con una amplia serie de dataciones radiocarbónicas (Jordá Pardo y Aura, 2008).
En este trabajo únicamente se considerarán las realizadas por AMS sobre restos singulares identificados como
domésticos y que ofrecen un margen de error inferior a 100 años (tabla 1). De toda la serie obtenida, se ha
separado la fecha proveniente de un resto de ovicaprino de NM-8 (OxA-X-2457-57) por no ser coherente ni
con la sucesión estratigráfica ni con el contexto arqueológico (Aura et al., 2013). Sí incluimos el resultado de
una semilla fechada en NV-2 (Beta-284149), aunque tras el estudio estadístico y comparativo de las cerámicas
de esta sala (Vestíbulo) con las de la Mina y la relación de fechas sobre fauna de la propia Sala del Vestíbulo,
es evidente que no puede ser considerada válida a la hora de acotar su contexto material. Sin embargo, esta
última fecha refuerza la hipótesis que apunta a una ocupación de la Sala del Vestíbulo durante el Neolítico
medio, de la que no nos ha quedado rastro más allá de algunos elementos de la cultura material de fácil
percolación estratigráfica. Las fechas obtenidas presentan una gradación coherente que, de algún modo,
refuerza la secuencia de fases de ocupación de Nerja que aquí se propone.
APL XXX, 2014
[page-n-92]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
83
Fig. 1. Localización geográfica de la Cueva de Nerja y planta del primer tramo (A). Planimetría de las salas de la Mina,
el Vestíbulo y la Torca con zonas de excavación (B). Secuencia estratigráfica de los cuadros F5/E5 de la sala de la Mina
y B5/C4 de la Sala del Vestíbulo (C).
APL XXX, 2014
[page-n-93]
84
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas AMS sobre elemento identificado como doméstico de las salas de la Mina y el
Vestíbulo calibradas a 2 sigmas mediante curva INTCAL 2013 (Reimer et al., 2013), utilizando el software CalPal
(versión 2013) (Weniger y Jöris, 2004).
Estrato
Soporte
Ref. Lab.
Fecha BP
SD
Cal. BC (95%)
Cal. BP (95%)
NM-5
Ovis/Capra
OxA-26077
5998
31
4990 - 4790
6940 - 6740
NM-5
NM-5
Hordeum sp
Beta-284147
6070
40
5100 - 4860
7050 - 6810
Ovis aries
OxA-26078
6149
31
5250 - 4970
7200 - 6920
NM-6
Ovis/Capra
OxA-26079
6207
32
5290 - 5010
7240 - 6960
NM-7
Ovis/Capra
OxA-26080
6196
31
5260 - 5020
7210 - 6970
NM-7
Ovis/Capra
OxA-26081
6219
33
5330 - 5010
7280 - 6960
NM-8
Ovis/Capra
OxA-26082
6214
35
5330 - 5010
7280 - 6960
NM-9
Ovis/Capra
OxA-26084
6254
33
5320 - 5160
7270 - 7110
NM-10
Ovis/Capra
OxA-26085
6342
37
5410 - 5250
7360 - 7200
NM-12
Ovis/Capra
OxA-26086
6466
33
5510 - 5350
7460 - 7300
NV-2
Hordeum vulgare
Beta-284149
5050
40
3990 - 3710
5940 - 5660
NV-2
Ovis/Capra
MAMS-20437
6185
21
5230 - 5030
7180 - 6980
NV-3
Ovis aries
Beta-369357
6300
40
5350 - 5190
7300 - 7140
NV-3 (fosa)
Ovis aries
Beta-131577
6590
40
5620 - 5460
7570 - 7410
3. LA SALA DEL VESTÍBULO
La Sala del Vestíbulo ocupa el extremo meridional de una amplia boca en forma de media luna que permitía
el acceso a las primeras salas (fig. 1B). Debido a las transformaciones producidas desde 1959 para facilitar
los accesos turísticos a las galerías interiores, resulta difícil reconstruir el talud, los posibles colapsos y
la topografía de todo el arco exterior. Posiblemente estas obras pudieron sellar el yacimiento externo,
como ya hemos señalado en alguna ocasión (Aura et al., 2010a). Definida la secuencia litoestratigráfica y
arqueológica holocena, no parece necesario extendernos en este punto.
Únicamente recordar que la cerámica se documentó en cuatro niveles (fig. 1C). El primero fue
considerado como superficial por ser el que encontramos en planta una vez retirado parte del sedimento de
la sala (NV-1), si bien la mayoría del material cerámico puede adscribirse al Neolítico antiguo. El segundo
sólo presentaba materiales arqueológicos del Neolítico antiguo (NV-2). En el tercero (NV-3), junto a los
materiales arqueológicos de indudable adscripción neolítica, se documentan otros de filiación epipaleolítica
y mesolítica, cuya presencia se considera intrusiva como consecuencia del contacto irregular entre NV-3 y
NV-2 (Aura et al., 2009; Aura et al., 2010a). En definitiva, las primeras evidencias neolíticas corresponden
a los materiales incluidos en una fosa que corta NV-4 y que finalmente hemos constatado que arranca de
NV-3 y no de NV-2, como habíamos publicado en un primer momento. De esta fosa procede un resto de
Ovis aries cuya datación mediante AMS ha proporcionado la fecha de 6590±40 BP (Beta-131577), que
calibrada a dos sigmas mediante la curva INTCAL 2013 (Reimer et al., 2013), incluida en el software
CalPal versión 2013 (Weniger y Jöris 2004), nos ofrece una horquilla de 5620-5460 cal BC. En este trabajo
se presenta una nueva datación AMS realizada sobre una fragmento de epífisis distal de un radio de Ovis
aries aparecido en la capa NV-3, con resultado de 6300±40 BP (Beta-369357), y cuya calibración a dos
sigmas ofrece los límites de 5350-5190 cal BC.
APL XXX, 2014
[page-n-94]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
85
3.1. La cerámica de la Sala del Vestíbulo
El total de fragmentos analizados respecto de los anteriores trabajos (Aura et al., 2005; García Borja et al.,
2010 y 2011a) ha sufrido variaciones significativas. Ello se debe a la revisión que hemos realizado de parte
de la colección de Nerja depositada en el Museo Arqueológico de Málaga, que ha ocasionado cambios
en los porcentajes de cerámicas decoradas, especialmente en las almagras. Además, creemos conveniente
definir de forma más específica el tipo de decoraciones, pues algunas técnicas sólo aparecen en momentos
puntuales de la secuencia neolítica de la cueva. La clasificación tipológica de algunos recipientes también
Tabla 2. Técnicas decorativas de la Sala del Vestíbulo.
NV-1
Cordones lisos
Cordones impresos
Impresiones concha no dentada
Impresiones punta múltiple
Impresiones punzón romo
Impresiones punzóm afilado obícuo
Impresiones espatula
Impresiones instrumento dos puntas
Impresiones indeterminadas
Incisiones
Almagras
Labios impresos
Incrustación pasta roja
Incrustación pasta blanca
Técnicas decorativas
Fragmentos decorados
Total fragmentos
14
26%
1
NV-2
2
1%
48
24%
2
NV-3
1
1%
23
28%
2
NV-4
Limp.
-
-
1
3
9%
-
2%
1%
2%
100%
1
1
-
-
-
-
-
-
2%
5
9%
2
4%
6
11%
1
2%
6
11%
6
11%
8
15%
4
17
8%
6
3%
12
6%
7
3%
3
1%
20
10%
60
30%
6
3%
17
7
9%
2
2%
3
4%
2
2%
1
1%
12
15%
15
19%
5
6%
8
-
2
18%
1
9%
-
-
-
-
-
2
18%
-
-
-
-
-
3
3
1%
88
25%
6
2%
2
1%
29
8%
10
3%
22
6%
9
3%
5
1%
40
12%
81
23%
19
6%
32
7%
8%
10%
-
1
-
-
-
-
81
1
-
3%
58
1
-
2%
100%
17
1448
54
16%
45
16%
575
40%
202
58%
165
60%
590
41%
23%
21%
253
17%
13
1%
27%
Total
11
6
1%
9%
1
347
100%
275
100%
APL XXX, 2014
[page-n-95]
86
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 2. Selección de fragmentos decorados de NV-1.
Fig. 3. Selección de fragmentos decorados de NV-2.
APL XXX, 2014
[page-n-96]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
87
ha sufrido modificaciones. Ello se debe a la utilización de una tabla tipológica que consideramos más
operativa (García Borja et al., 2011b; García Borja y Pérez Jordà, 2012), con variaciones respecto de la
utilizada en anteriores trabajos (Bernabeu et al., 2009a).
Se han analizado 1.448 fragmentos cerámicos, repartidos del siguiente modo: 575 fragmentos en NV-1,
590 en NV-2, 253 en NV-3 y 13 en NV-4 (fosa), a los que se suman 17 fragmentos procedentes de diferentes
limpiezas. A excepción del apartado de técnicas decorativas (tabla 2), las características formales del conjunto
no han sufrido variaciones importantes respecto de lo ya publicado. El cambio más significativo en las
decoraciones (figs. 2, 3 y 4) viene motivado por el aumento porcentual de cerámicas a la almagra desde los
inicios de la secuencia. Ello provoca que sus porcentajes se igualen con los de impresiones sobre el cuerpo
del vaso y cordones. Sigue sin documentarse la técnica de la impresión cardial en la sala, siendo mayoritarias
las realizadas con instrumentos apuntados en diferente posición. También destaca la inexistencia de cerámicas
impresas con gradina hasta NV-1 (fig. 2, 3). La revisión de los casos inventariados como impresiones con
instrumento de punta múltiple no ha permitido identificar la presencia de impresiones de este tipo en NV-2 y
NV-3. Se ha clasificado un fragmento en NV-2 (fig. 3, 12), si bien la técnica es impresión y leve arrastre, no
descartando que se trate de una sucesión de impresiones con instrumento de punta única.
Por lo que respecta al estudio de los vasos, finalmente el número mínimo ha quedado establecido en
50 (tabla 3). Los vasos cerámicos de la Sala del Vestíbulo presentan una tecnología con grosor de paredes
medio y fino, y superficies en su mayoría erosionadas. La colección cerámica viene marcada por el alto
grado de fragmentación de las piezas, lo que ha provocado que 17 individuos (35,4% de los vasos) queden
encuadrados en la Clase F de recipientes indeterminados.
La imagen que se desprende es la de una vajilla heterogénea, con preferencia por los recipientes
hemisféricos simples pertenecientes a la Clase B y con poca representación de contenedores medios y grandes
de la Clase C (grupos 14 y 15).
Fig. 4. Selección de fragmentos decorados de NV-3 y NV-4.
APL XXX, 2014
[page-n-97]
88
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 3. Grupos tipológicos clasificados en la Sala del Vestíbulo aplicando nuestra tabla
tipológica de referencia (García Borja y Pérez Jordà, 2012).
NV-1
NV-2
NV-3
NV-4
2
-
-
-
2
Cuencos abiertos (B.6.I)
-
3
2
-
5
Cuencos cerrados (B.6.II)
1
5
2
-
8
Jarras (C.10.I)
-
1
-
-
1
Pitorros (C.10.III)
1
-
2
-
3
Cubiletes (C.11.II)
-
2
-
-
2
Cántaros (C.12.I)
2
-
1
-
3
Ollas simples (C.13.I)
-
2
-
-
2
Ollas con borde (C.13.III)
1
3
-
-
4
Contenedores (C.14.I)
-
1
-
-
1
Botellitas (D.16)
-
2
-
-
2
Microvasos (D.18)
-
1
-
1
2
Indeterminados (Clase F)
4
7
6
-
17
Total
11
27
13
1
52
Escudillas (A.2)
Total
4. LA SALA DE LA MINA
Presenta una longitud máxima de 15 m y anchura de 10 m, alcanzando una altura que oscila entre los 2 y
los 0,5 m. Su forma es irregular, aunque sensiblemente rectangular. El acceso actual a la Sala de la Mina
se realiza por la escalera que sirve de salida al recorrido turístico. Desde esta sala se accede directamente
a la Sala de la Torca, pero, en la actualidad, carece de acceso directo practicable a la del Vestíbulo, a la
que se llega desde la escalera de entrada al circuito de visita. A la Sala de la Mina, y muy probablemente
también a la del Vestíbulo, se podía acceder desde el exterior en época neolítica, pues todavía no se habían
depositado los coluviones y el caos de bloques que, procedentes de la ladera, fueron cerrando la boca
durante el Holoceno.
La pared suroeste está constituida por formaciones columnares antiguas y recientes que fosilizan
una serie de derrubios procedentes de la primitiva entrada a la sala. La pared noreste es una superficie
rocosa cóncava que desciende hasta el centro de la sala y queda revestida en su parte superior por una
brecha encostrada en las últimas etapas del Holoceno, mientras que en su parte más basal aparecen coladas
estalagmíticas anteriores a los depósitos que rellenan la sala. Su techo es plano y está constituido por
una concreción tabular de unos 30 cm de espesor máximo, laminada y continua, que alterna con zonas
de mármoles diaclasados, apareciendo en algunos puntos restos de la brecha antigua formada por clastos
angulosos de mármol rodeados por un cemento rosáceo. Las formas de reconstrucción litoquímica son
escasas y consisten en formaciones columnares antiguas muy degradadas y estalactitas de pequeña entidad
asociadas a fracturas de techo. Esta sala se encuentra rellenada de depósitos arqueológicos que tienen una
potencia máxima visible de 4-5 m, sin conocerse hasta el momento su sustrato rocoso (Jordá Pardo, 1986).
En su extremo sureste encontramos una estrecha abertura desarrollada en plano inclinado que alcanza la
escalera actual por la que, tras 10 m de angosto recorrido, comunica con la Sala del Vestíbulo y la Sala del
Colmillo (Jordá Pardo, 1986).
APL XXX, 2014
[page-n-98]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
89
4.1. Secuencia sedimentológica-litoestratigráfica
Los depósitos holocenos conservados en la Sala de la Mina poseen una complejidad ligada a la intervención
de procesos erosivos. El corte estratigráfico efectuado en la sala del que provienen los materiales que
presentamos tiene una potencia de 3,50 m, sin alcanzar la roca del sustrato. Se compone de 19 niveles
estratigráficos y siete unidades litoestratigráficas (Jordá Pardo, Aura y Jordá Cerdá, 1990; Aura et al.,
2010b) que definen los grandes eventos de sedimentación (fig. 1C).
El muro de los niveles neolíticos puede ser descrito a partir de la arroyada identificada como NM-13,
sobre la que se reconoció un nivel de dispersión desigual con morfotipos líticos, óseos y elementos de adorno
epipaleolíticos y mesolíticos (NM-12). El siguiente nivel estaba afectado por intrusiones y alguna madriguera
que incluían materiales neolíticos (NM-11, y también NM-10 en alguna de las cuadrículas). Este contexto
arqueoestratigráfico puede ser considerado similar a las fosas excavadas en NV-4, aunque la documentación
no es tan resolutiva (Aura et al., 2009 y 2013). Las intrusiones de NM-11 y NM-10 incluyen los primeros
restos neolíticos de la sala (Aura et al., 2010a). A partir de este momento las interrupciones en el registro son
apenas perceptibles hasta NM-6, donde se documenta una cicatriz erosiva que da paso a la última unidad
sedimentaria. A techo de esta cicatriz se encuentran las últimas ocupaciones neolíticas, selladas por una brecha
coronada por una corteza estalagmítica desarrollada al final del Subboreal o hacia el cambio de era.
4.2. La cerámica de la Sala de la Mina
El volumen de material analizado para la sala es de 4.107 fragmentos repartidos de la siguiente forma:
144 en NM-2, 76 en NM-3, 146 en NM-4, 33 en NM-4/5, 373 en NM-5, 183 en NM-6, 691 en NM-7, 901
en NM-8, 694 NM-9, 194 en NM-10, 89 NM-11 y 583 en lo que hemos denominado “otros”, campo que
agrupa las diferentes limpiezas de perfil y los restos recuperados en 1983 tras el derrumbe de una gran losa
en la zona de excavación que afectó a los perfiles neolíticos.
Se ha podido revisar completamente el material de NM-11 a NM-7, mientras que el resto de niveles
queda representado por una selección entre la que no se encuentran los fragmentos informes. Considerando
el porcentaje de labios aparecidos en las capas en las que no hemos podido revisar todos los fragmentos, se
calcula que la colección que presentamos ascendería a más de 7.000 fragmentos.
Se han inventariado 941 fragmentos con labio, siendo los redondeados los mejor representados (tabla
4). También aparecen labios planos, biselados y engrosados. Como hecho más significativo, cabría destacar
el porcentaje de labios biselados en NM-6 y NM-7, así como la buena representación de los engrosados
dobles en NM-4 y NM-4/5. Los labios engrosados internos almendrados, asociados a platos, escudillas y
fuentes de borde vuelto, se concentran en NM-2.
Se han identificado 831 fragmentos de borde (tabla 5), siendo los no diferenciados los más abundantes,
seguidos de los salientes, rectos y vueltos. Por capas, existen algunas variaciones porcentuales significativas,
ya que en NM-6 y NM-7 el número de bordes no diferenciados decrece, alcanzando los salientes y rectos
su mayor representación. Desde NM-5, el porcentaje de estos últimos disminuye, documentándose ahora
bordes vueltos, que en NM-2 aparecen mejor representados.
De las 36 bases identificadas (tabla 6), 10 han quedado clasificadas como convexas y 14 como planas
(10 aplanadas y 4 de pie macizo). También se han catalogado dos bases cóncavas. Por niveles, destaca el
cambio observado en NM-2, que sólo presenta bases aplanadas en número superior al resto de niveles. Las
únicas bases de tendencia cónica se han documentado en NM-4.
Se han contabilizado 580 elementos de prensión, 50 de los cuales son arranques de asa que no han
podido ser clasificados (tabla 7). Por niveles, es NM-5 el que mayor número de elementos de prensión
concentra, vislumbrándose un claro retroceso desde este momento. Los niveles NM-9 a NM-6 reúnen
gran parte de estos elementos, siendo NM-8 el segundo nivel con mayor representación. Los cordones son
APL XXX, 2014
[page-n-99]
90
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 4. Fragmentos de la Sala de la Mina con labio redondeado (1), plano (2), biselado (3), engrosado interno (4),
engrosado externo (5) y engrosado doble (6). El valor 1.1 corresponde a los labios redondeados con resalte u ondulación.
1
NM-2
NM-3
NM-4
NM-4/5
NM-5
NM-6
NM-7
NM-8
NM-9
NM-10
NM-11
Otros
Total labios
78
79%
42
79%
73
78%
18
86%
1.1
-
168
13
57
5
76
9
90
7
75
3
10
3
11
3
70
6
768
49
79%
78%
84%
86%
85%
77%
100%
86%
82%
2
5
5%
6
11%
2
3
7
7%
1
2%
8
2%
9%
-
-
13
6%
6
8%
1
1%
4
4%
5
6%
2
12
6%
8
11%
9
10%
4
4%
2
2%
1
15%
8%
-
-
2
2%
46
5%
4
5%
56
6%
4
2
2%
2
1%
2
2%
1
5
6
6%
4
8%
10
11%
3
14%
16
7%
2
3%
3
3%
4
4%
4
6
1
1%
3
1%
1
1%
1
1%
1
1%
5%
1%
-
-
-
-
-
-
7
1%
3
4%
55
6%
2
2%
9
1%
Total labios
Total frag.
99
144
53
76
93
146
21
33
214
373
73
183
90
691
105
901
88
694
13
194
11
89
81
583
941
4107
11%
6%
10%
2%
23%
8%
10%
11%
9%
1%
1%
9%
100%
los más utilizados, seguidos de asas de cinta, asas anulares y mamelones. Por niveles, destaca la elevada
proporción de cordones de NM-11 a NM-6. Desde este nivel, el porcentaje decrece, pasando en NM-4 a ser
éstos poco significativos, erigiéndose los mamelones como elemento de prensión más característico. Las
asas de cinta aparecen a lo largo de todo el Neolítico antiguo (NM-11 a NM-5). En NM-5 alcanzan notable
representación, si bien se detecta su progresiva desaparición en NM-4. Las grandes asas de cinta con resalte
basal aparecen en NM-9 y NM-8. Las asas anulares están presentes a lo largo de toda la secuencia neolítica,
si bien es en su fase final cuando ofrecen mayores porcentajes. Entre las particularidades a resaltar:
los mangos de vasos sólo aparecen al final de la secuencia en NM-4 y NM-3; los únicos agujeros de
suspensión asociados a un cuello se dan en NM-9; no se han documentado asas planas de tipo cazoleta en
los niveles del Neolítico antiguo; por último, las asas pitorro se constatan en el Neolítico antiguo y medio,
no documentándose ningún ejemplar desde NM-4/5.
Técnicas decorativas
Se han contabilizado un total de 901 decoraciones sobre 728 fragmentos decorados (tabla 8; fig. 5 a 13).
La técnica mejor representada es la impresión, alcanzando mayor significación sobre cordones que sobre
cuerpos o labios.
APL XXX, 2014
[page-n-100]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
Tabla 5. Fragmentos de la Sala de la Mina con borde no
diferenciado (0), recto (1), saliente (2) y vuelto (3).
0
NM-2
NM-3
NM-4
N M 4/5
NM-5
NM-6
NM-7
NM-8
NM-9
NM-10
NM-11
Otros
Total
65
77%
35
71%
52
61%
16
76%
105
55%
25
41%
42
48%
62
64%
50
64%
4
67%
5
63%
37
58%
498
60%
1
6
7%
3
6%
10
12%
3
14%
28
15%
14
23%
16
18%
20
21%
10
13%
2
25%
6
9%
118
14%
2
9
11%
10
20%
22
26%
2
10%
56
29%
22
36%
27
31%
15
15%
18
23%
2
33%
1
13%
20
31%
204
25%
3
4
5%
1
2%
1
1%
2
1%
2
2%
1
2%
11
1%
Tot. bordes
91
Tabla 6. Bases convexas (1), cóncavas (3), planas
aplanadas (4.1) y planas de pie macizo (4.2).
Tot. frag.
1
84
144
NM-2
49
76
NM-3
85
146
NM-4
21
33
NM-5
191
373
NM-6
61
183
NM-7
87
691
NM-8
97
901
NM-9
78
694
Otros
6
194
Total
8
-
-
-
Total
4107
10%
6%
10%
3%
23%
7%
10%
11%
9%
1%
1%
8%
99%
3
4
4.2
583
831
-
4.1
89
64
3
100%
1
100%
-
-
-
1
-
-
-
-
75%
1
50%
1
33%
3
75%
2
50%
10
38%
1
50%
2
8%
1
1
25%
2
33%
67%
-
-
2
67%
2
50%
10
39%
1
25%
4
15%
4
15%
1
4%
4
15%
1
4%
3
12%
2
8%
3
12%
4
15%
4
15%
26
100%
Los cordones impresos aparecen a lo largo de toda la secuencia, concentrándose en número y porcentaje
entre NM-9 y NM-5, siendo menos significativa su presencia en el resto de niveles. Los cordones lisos,
en cambio, aparecen de forma más modesta. La frecuencia de impresiones sobre el cuerpo del vaso varía
a lo largo de la secuencia, perdurando en el Neolítico medio (NM-4 y NM-3). Dentro de las impresiones
(tabla 9), las realizadas con punzón son las más abundantes, concentrándose entre NM-9 y NM-5. Las
impresiones con gradina ocupan el segundo lugar en representación. Aparecen en NM-9 y NM-8, si bien la
gran mayoría de fragmentos pertenecen a dos únicos vasos.
Solo un ejemplar presenta impresiones pivotantes realizadas con concha no dentada en NM-10 (fig. 13,
6). Al igual que en la vecina Sala del Vestíbulo, aparece en los niveles antiguos de la secuencia. A estas
decoraciones pivotantes con instrumento curvo no dentado también nos referiremos como impresiones en
rocker. Junto al ejemplar con rocker de NM-10, hallamos dos fragmentos pertenecientes a un mismo vaso
decorados con impresiones de pequeña concha dentada que finalmente hemos clasificado como cardiales (fig.
13, 3 y 5). Además de estos fragmentos, existe otro en NM-11 que incluso valoramos pudiera ser cardial (fig.
13, 11), aunque se ha clasificado finalmente como impresión indeterminada. La categoría indeterminados
agrupa una serie de impresiones cuya matriz no ha podido ser correlacionada con un instrumento concreto.
También se han identificado impresiones de espátula, digitaciones, impresiones de tubo y de punto y raya (fig.
10, 4 y 13; fig. 8, 4), que no deben confundirse con el boquique y sus derivados (Alday y Moral, 2011).
APL XXX, 2014
[page-n-101]
92
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 7. Sala de la Mina. Elementos de prensión: cordones (1), mamelones (3), mamelones perforados (4), lengüetas
(5), perforaciones de suspensión bajo el labio (6), asa pitorro (7), asa de túnel (8), mangos (9), asa plana tipo cazoleta
(10), asa de cinta (11), asa de cinta con resalte basal (13), asa anular (15) asa bi o trilobulada (16) y arranque de asa (17).
1
NM-2
NM-3
NM-4
NM-4/5
NM-5
NM-6
NM-7
NM-8
NM-9
NM-10
NM-11
Otros
Total
2
10%
2
18%
1
7%
4
36%
42
33%
17
40%
36
52%
77
65%
73
77%
8
67%
3
60%
31
56%
296
51%
3
10
50%
4
36%
1
4
1
7%
7%
-
-
15
12%
4
10%
5
7%
5
4%
2
1
2%
1
1%
6
2%
6%
-
-
1
20%
5
9%
55
9%
9
2%
5
1
5%
3
20%
1
9%
6
5%
6
14%
7
10%
10
8%
1
1%
2
17%
1
20%
3
5%
41
7%
6
7
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
1
1
8
4
20%
2
1%
2%
-
-
1
1%
1
1%
1
9
1
9%
1
7%
-
10
1
5%
1
1%
-
-
-
-
-
-
-
-
-
1
1%
2
2%
1%
1%
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
1
-
1%
9
2
-
4
2%
1
2%
3
1%
11
13
-
-
2
18%
5
45%
21
17%
2
5%
7
10%
11
9%
4
4%
1
8%
5
9%
58
10%
2
2%
1
15
1
5%
2
18%
4
27%
1
9%
19
15%
4
10%
6
9%
4
3%
3
16
4
3%
1
1%
-
1%
3%
-
-
-
-
-
-
3
1%
3
5%
47
8%
5
1%
17
1
5%
4
27%
15
12%
8
19%
6
9%
5
Total
Frag.
20
144
11
76
15
146
11
33
126
373
42
183
69
691
119
901
95
694
12
194
5
89
55
583
580
4107
3%
2%
3%
2%
22%
7%
12%
4%
21%
3
3%
1
16%
8%
7
13%
50
9%
2%
1%
9%
100%
La incisión está presente a lo largo de toda la secuencia, dándose en mayor porcentaje desde NM-4.
De los 147 fragmentos incisos recuperados en estratigrafía, 37 se encuentran combinados con la técnica de
la impresión. Las cerámicas inciso-impresas no hacen su aparición hasta NM-9. Su porcentaje es siempre
menor al de las incisas no combinadas hasta NM-5. En NM-4/5 y NM-4 no se han documentado cerámicas
inciso-impresas, apareciendo de nuevo un fragmento en NM-3 y dos en NM-2.
Otra de las técnicas que aparece en elevado porcentaje es el tratamiento a la almagra (fig. 7, 30 y 31;
fig. 8, 1 a 3; fig. 11, 4, 7, 10 y 28; fig. 12, 2; fig. 13, 10). Esta técnica alcanza su mayor representación
porcentual en NM-7. La ausencia de esta técnica en NM-4/5 a NM-3 debe ser valorada de forma más
detallada. Los fragmentos que hemos revisado de estos estratos corresponden en su mayoría a una selección
de formas y decoraciones realizada tras la excavación. En recientes revisiones sobre fragmentos informes
que se encuentran en el Museo Arqueológico de Málaga se ha detectado que esta selección no siempre es
completa, inventariándose nuevos fragmentos a la almagra tanto en Mina como en Vestíbulo. Por tanto,
aunque es incuestionable el decrecimiento porcentual de esta técnica y su menor calidad en los momentos
finales del Neolítico antiguo (fig. 7, 30 y 31), en próximas revisiones los porcentajes posiblemente variarán.
El tratamiento a la almagra puede aparecer combinado con labios impresos, cordones lisos y, sobre todo,
con incisiones e impresiones.
APL XXX, 2014
[page-n-102]
93
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
Tabla 8. Sala de la Mina. Técnicas decorativas esenciales: mamelones (1), cordones lisos (2.1), cordones
impresos (2.2), impresiones (3/4), incisiones (5), peinada (7), almagra (8), pintada (9), labios impresos (10)
y relleno de colorante (11).
1
NM-2
NM-3
NM-4
NM-4/5
NM-5
-
NM-7
NM-8
NM-9
NM-10
NM-11
Otros
Total
13%
-
-
-
-
6
4%
NM-6
2.1
1
1
1%
7
1%
3
2.2
1
3/4
1
5
3
7
1
13%
13%
38%
2
4
10
1
4
52%
2
35
40
9
8
3%
6
27%
2
22%
15
22%
76
8%
2
8
1
19
5%
-
17
23
2
-
13
20%
2%
-
1
40%
7
-
59%
10%
14%
-
56%
39%
13%
12
24%
34
29%
70
38%
65
28%
2
9%
1
11%
16
23%
224
25%
24%
8
16%
27
23%
50
28%
13
27%
16
14%
25
27%
13%
59
17
25%
7
32%
1
11%
12
17%
221
25%
7%
3
14%
1
11%
7
10%
154
17%
-
22%
3%
13%
9
-
11%
30%
16%
-
8
1
3%
17%
1
2%
5
1%
6%
7
14%
31
26%
21
11%
49
21%
2
22%
12
17%
131
15%
2
2%
2
-
10
1
13%
1
6%
1
3%
11
-
-
-
6
5
4%
2
4%
3
3%
7
3%
3
3%
4
Total
8
1%
18
Frag. dec.
6
Frag.
144
17
76
1%
2%
2%
33
32
4%
10
4%
10
1%
1%
144
124
16%
49
5%
118
13%
186
183
103
691
144
901
14%
21%
20%
16
21
235
160
1
5%
1
11%
5
7%
44
5%
3
14%
1
11%
37
4%
26%
22
2%
9
1%
69
8%
901
100%
373
43
6%
2%
9%
33
17%
4%
7%
146
694
22%
18
194
7
89
64
583
728
4107
3%
1%
9%
100%
La utilización de colorante rojo en la decoración de los vasos cerámicos queda también constatada
con la utilización de pasta roja en el relleno de incisiones e impresiones, muy mayoritarias. 37 fragmentos
conservan restos de colorante rellenando el negativo de las decoraciones, todos de color rojo excepto
tres que presentan colorante blanco en NM-5, NM-7 y NM-11. El fragmento de NM-11 muestra también
tratamiento a la almagra (fig. 13, 10), con lo que la pasta blanca le confiere una mayor vistosidad.
Otra de las técnicas que aparece a lo largo de toda la secuencia es la impresión en los labios. Las matrices
resultantes son diversas, pudiendo interpretarse algunas como incisiones o impresiones con instrumento de
más de una punta. Se concentran entre NM-9 y NM-5. La combinación entre labios y cordones impresos
sólo se documenta en NM-9 y NM-8, ocupando un 65% de los fragmentos con labio impreso en NM-9.
Por último, destacar la presencia testimonial de decoración con mamelones en seis fragmentos de NM-5
y otro aparecido en las limpiezas del derrumbe de 1983, de dos fragmentos decorados con pintura negra en
NM-7 (fig. 9, 7) y de cinco fragmentos con superficies peinadas en NM-5 (fig. 7, 25), NM-4 (fig. 6, 2 y 3),
NM-3 (fig. 5, 10) y “Otros”. Además, en NM-3 existen superficies peinadas con una técnica poco cuidada.
Se trata de un tratamiento cuya ejecución nos recuerda a la que se documenta en el este peninsular durante
el Neolítico medio, si bien la matriz resultante es más profunda y menos cuidada.
APL XXX, 2014
[page-n-103]
94
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 9. Sala de la Mina. Decoraciones impresas: cardial (3.1), concha no dentada (4.1), gradina (4.2), punzón
en posición vertical (4.3.1), punzón en posición oblicua (4.3.2), punto y raya (4.4), espátula (4.5), digitaciones/
ungulaciones (4.6), tubo (4.7), indeterminadas (4.8), indeterminables (4.9).
3.1
NM-2
4.3.1
4.3.2
4.4
4.5
4.6
4.7
4.8
4.9
1
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
NM-9
-
-
NM-8
-
-
NM-7
-
-
NM-6
-
-
NM-5
-
-
NM-4/5
-
-
NM-4
-
2
1
5
10%
19
32%
-
29%
14%
-
-
-
-
-
-
2
1
-
11%
NM-11
Otros
Total
4.2
-
NM-3
NM-10
4.1
1%
24
2
50%
3
23%
3
75%
9
26%
1
13%
8
30%
11
22%
28
47%
1
14%
5
42%
72
33%
1
25%
4
31%
17
49%
3
38%
9
33%
18
36%
5
8%
3
38%
1
4%
2
4%
-
2
2
15%
1
6%
3%
-
-
1
4%
3
6%
5
2
4%
2
8%
3%
2
6%
1
13%
1
4%
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
4
33%
61
28%
6
3%
11
5%
Fig. 5. Selección de fragmentos de NM-2 (1-4) y NM-3 (5-11).
APL XXX, 2014
1
25%
8
4%
4
2%
1
8%
1
25%
3
3
23%
1
9%
3%
-
-
7
26%
6
3
12%
6%
-
-
3
43%
1
100%
3
25%
25
11%
7
3%
Frag. impr.
1
1%
4
2%
13
6%
4
2%
35
16%
8
4%
27
12%
50
23%
59
27%
7
3%
1
1%
12
5%
221
100%
[page-n-104]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
95
Fig. 6. Selección de fragmentos de NM-4.
Fig. 7. Selección de fragmentos de NM-5.
APL XXX, 2014
[page-n-105]
96
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 8. Selección de fragmentos de NM-6 (1-12) y NM-7 (13-30).
Tipología de los vasos
El número mínimo de vasos diferenciados en la Sala de la Mina es de 175. A la hora de asignar a un
fragmento o grupo de fragmentos la categoría de vaso, se han aplicado criterios más restrictivos que en
otras ocasiones (García Borja et al., 2011b). El objetivo es definir la tendencia evolutiva de las formas
cerámicas a partir de parámetros formales y distintivos, siendo la posibilidad de orientar la pieza y establecer
sus características métricas los aspectos que más han primado. Como consecuencia, algunas decoraciones
singulares aparecidas en fragmentos informes no han quedado representadas. Pese a estas premisas, en
28 casos (16%) no se han podido establecer los parámetros necesarios para su clasificación tipológica,
quedando encuadrados en la Clase F o indeterminada (tabla 10).
En conjunto, la Clase C es la mejor representada con un 40% del total. Por niveles, presenta siempre los
porcentajes más elevados hasta NM-4, momento desde el que la tipología presenta cambios significativos
(tabla 11). Dentro de la Clase C, destaca la presencia de la mayoría de contenedores grandes (C.15) a partir
de NM-5, nivel en el que la variabilidad de la vajilla se corresponde con una intensa ocupación de la sala.
Anteriormente a este momento, sólo se documentó un gran contenedor en NM-9, siendo la mayoría de tamaño
medio (C.14), acompañados de cántaros para el almacenamiento de líquido (C.12). Las ollas (C.13) aparecen
desde los momentos iniciales de la secuencia de la sala, con importante presencia a lo largo de todo el Neolítico,
decreciendo su representación a partir de NM-5. Se han identificado tres vasos de pequeñas dimensiones y
APL XXX, 2014
[page-n-106]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
97
Fig. 9. Selección de fragmentos de NM-7.
perfil compuesto (C.9), dos ejemplares en NM-4 y uno en NM-7. El grupo de los cubiletes y cuencos pequeños
(C.11) aparece durante todo el Neolítico antiguo, clasificándose un ejemplar también en NM-2.
La Clase B es la segunda en representación, alcanzando los cuencos de perfil sencillo el porcentaje más
elevado. Éstos aparecen a lo largo de todo el Neolítico antiguo pleno, pero también en los niveles más recientes.
Los subtipos que presentan labio diferenciado no han proporcionado ninguna diferenciación cronológica,
documentándose en NM-8, NM-6, NM-5, NM-4 y NM-3. Los cuencos con borde diferenciado o perfil
compuesto (B.8) aparecen en número muy reducido desde NM-5, evidenciándose su ausencia ya en NM-3.
Los vasos de Clase A se documentan de forma testimonial en el Neolítico medio y antiguo, en esta
última fase únicamente en las excavaciones de Pellicer y Acosta, concentrándose la mayoría de los vasos
en NM-2. Los grupos tipológicos documentados son varios, existiendo escudillas (A.2.I), cazuelas (A.2.II)
y fuentes (A.4), algunas de ellas carenadas (A.3.II y A.5.I) y otras de borde vuelto (A.5.II).
La evolución de la tipología por niveles (figs. 14 a 25) presenta cambios significativos a partir del
Neolítico medio, cuestión que se recoge en el siguiente apartado.
5. LA SECUENCIA EVOLUTIVA DE LA CERÁMICA DE LA CUEVA DE NERJA
La puesta en común de los resultados del estudio de la cerámica, las secuencias estratigráficas de las
salas del Vestíbulo y la Mina, las dataciones radiocarbónicas sobre elementos domésticos, los materiales
arqueológicos no cerámicos y los trabajos realizados por Pellicer y Acosta en la Sala de la Mina, permiten
establecer una propuesta de ordenación cronocultural para las diferentes fases de ocupación de la Cueva de
Nerja en el marco de las periodizaciones de ámbito mediterráneo. En líneas generales discurre paralela a la
APL XXX, 2014
[page-n-107]
98
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 10. Selección de fragmentos de NM-8.
Tabla 10. Clases tipológicas a lo largo de la secuencia neolítica en la Sala de la Mina.
2
Clase A
Clase B
Clase C
Clase D
Clase F
Total
APL XXX, 2014
18
53%
6
18%
2
6%
7
21%
1
3%
34
19%
3
1
10%
5
50%
3
30%
1
10%
10
6%
4
5
46%
5
4-5
1
50%
1
46%
50%
-
-
1
9%
11
6%
2
1%
5
6
7
8
9
10
11
Otros
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
11
24%
18
40%
4
9%
12
27%
45
26%
3
43%
4
57%
7
4%
1
6%
11
69%
1
6%
3
19%
16
9%
8
42%
9
47%
2
11%
19
11%
1
5%
12
63%
1
5%
5
26%
19
11%
1
2
3
43%
2
50%
67%
29%
-
-
-
1
50%
2
1%
1
33%
3
2%
2
29%
7
4%
Total
20
11%
43
25%
70
40%
14
8%
28
16%
175
100%
[page-n-108]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
99
Fig. 11. Selección de fragmentos de NM-9.
Fig. 12. Selección de fragmentos
de NM-10 (1) y NM-9 (2-6).
APL XXX, 2014
[page-n-109]
100
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 11. Grupos y tipos de los vasos cerámicos diferenciados en los niveles neolíticos de la Sala de la Mina.
2
3
4
4/5
5
6
7
8
9
10
11
Otros
Escudillas/cazuelas
A.2.I
A.2.II
6
5
1
1
1
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
7
6
1
Cazuelas compuestas
A.3.II
2
2
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
2
2
Fuentes sencillas
A.4.I
5
5
-
-
1
1
-
-
-
-
-
-
-
-
6
6
Fuentes compuesta
A.5.I
A.5.II
5
3
2
-
-
-
-
5
3
2
Cuencos sencillos
B.6.I
B.6.II
5
3
2
6
3
3
4
3
1
-
2
2
-
40
19
21
3
1
1
1
-
-
-
-
-
-
-
-
10
4
6
3
1
2
1
1
8
3
5
1
1
-
1
1
-
-
-
-
-
-
-
1
1
-
Total
Cuencos compuestos
B.8.II
B.8.III
B.8.IV
-
-
1
1
-
Compuestos y profundos
C.9.I
C.9.III
-
-
2
1
1
-
-
-
1
1
-
-
-
-
-
3
1
2
Cubiletes
C.11.I
C.11.II
C.11.III
1
1
-
-
-
-
4
2
2
-
3
1
2
-
2
1
1
-
2
1
1
-
-
-
1
1
-
13
4
7
2
Cántaros
3
1
2
C.12.I
C.12.II
-
1
-
-
1
-
-
1
2
1
-
1
1
-
-
-
4
4
Ollas
C.13.I
C.13.II
C.13.III
-
1
1
-
2
1
1
-
7
5
2
4
1
3
3
2
1
3
2
1
5
2
1
2
-
2
1
1
1
1
-
28
16
1
11
Contenedores medios
C.14.I
C.14.II
C.14.III
C.14.IV
-
1
1
-
1
1
-
4
3
1
-
-
1
1
-
3
3
-
2
1
1
-
1
1
-
-
-
13
9
2
1
1
Contenedores grandes
C.15.I
C.15.II
C.15.III
1
1
-
-
-
3
1
2
-
-
-
1
1
-
-
-
-
5
1
1
3
APL XXX, 2014
1
1
8
[page-n-110]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
101
Tabla 11. (cont.)
2
3
4
4/5
5
6
7
8
9
10
11
Otros
Total
Cucharas con mango
D.17.I
1
1
1
1
-
-
2
2
-
-
-
-
-
-
-
4
4
Microvasos
D.18
1
1
-
-
-
1
1
-
1
1
-
1
1
-
-
-
4
4
-
-
-
-
-
-
-
1
1
Tapaderas
D.19.II
-
-
-
-
1
1
Formas de barro cocido
D.20
5
5
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
5
5
Clase F
1
-
1
-
12
-
3
2
5
1
1
2
28
Total
33
11
11
2
45
7
16
19
19
2
3
7
175
Fig. 13. Selección de fragmentos de NM-10 (1-8) y NM-11 (9-13).
APL XXX, 2014
[page-n-111]
102
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 14. Selección de vasos de NM-2.
Fig. 15. Selección de vasos de NM-2.
APL XXX, 2014
[page-n-112]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
103
Fig. 16. Selección de vasos de NM-3.
Fig. 17. Selección de vasos de NM-4 y NM-4/5 (121-122).
APL XXX, 2014
[page-n-113]
104
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 18. Selección de vasos de NM-5.
Fig. 19. Selección de vasos de NM-5.
APL XXX, 2014
[page-n-114]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
105
Fig. 20. Selección de vasos de NM-5.
Fig. 21. Selección de vasos de NM-6.
APL XXX, 2014
[page-n-115]
106
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 22. Selección de vasos de NM-7.
Fig. 23. Selección de vasos de NM-8.
APL XXX, 2014
[page-n-116]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
107
Fig. 24. Selección de vasos de NM-9.
Fig. 25. Selección de vasos de NM-10 (3) y NM-11 (2 y 46).
APL XXX, 2014
[page-n-117]
108
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
propuesta para el Neolítico valenciano (García Borja et al., 2012), con unos límites cronológicos propios
adaptados al Neolítico de la costa malagueña: Neolítico antiguo (circa 5600-4800 cal BC); Neolítico medio
(circa 4800-3700 cal BC) y Neolítico final (circa 3700-2900 cal BC).
Las ocupaciones más intensas se documentan durante el Neolítico antiguo, que hemos subdividido en
4 fases: Neolítico antiguo arcaico (circa 5600-5475 cal BC); Neolítico antiguo inicial (circa 5475-5300
cal BC); Neolítico antiguo pleno (circa 5300-5100 cal BC); Neolítico antiguo final (circa 5100-4800 cal
BC). Durante el Neolítico medio, la cueva sigue siendo utilizada por grupos agricultores en dos fases
que hemos denominado Neolítico medio I (circa 4800-4300 cal BC) y Neolítico medio II (circa 43003700). Finalmente, distinguimos una última fase de ocupación en la Sala de la Mina asociada al Neolítico
final (circa 3700-2900 cal BC), equiparable con el horizonte de las cazuelas carenadas. Existen algunas
formas abiertas con labios almendrados que podrían fecharse en los momentos iniciales del Calcolítico
precampaniforme (circa 2900-2500 cal BC), si bien la gran mayoría remiten al Neolítico final.
Cada uno de los estratos diferenciados durante el proceso de excavación ha sido tratado como una unidad
homogénea, en cuya ordenación última se tendrán en cuenta los materiales cerámicos, dataciones radiocarbónicas
y características litoestratigráficas. La existencia de alteraciones entre los niveles de contacto ha sido una
cuestión que hemos tratado más detenidamente en anteriores publicaciones (Aura et al., 2010a: fig. 2a). Somos
conocedores de la existencia de alteraciones de origen antrópico y medioambiental en las secuencias neolíticas
de cuevas que presentan más de una ocupación (Fortea y Martí, 1984-85; Bernabeu, Pérez y Martínez, 1999;
Zilhão, 2011); Nerja, por tanto, no constituye ninguna excepción (Aura et al., 2010a y 2010b).
Un sencillo análisis de la dispersión estratigráfica de los fragmentos que forman parte de algunos
vasos cerámicos muestra que existe cierta movilidad. En la Sala del Vestíbulo, hay un vaso que presenta
fragmentos en los tres estratos neolíticos diferenciados. En el resto de casos en los que se documenta
movilidad de fragmentos de un mismo vaso, se produce entre NV-3/NV-2 o entre fragmentos de NV-2
y NV-1, nunca entre fragmentos de NV-3 y NV-1. En la Sala de la Mina únicamente se ha documentado
movimiento de fragmentos de un mismo vaso en 12 casos, concentrándose los movimientos entre NM-9
y NM-5. Los vasos 1, 6, 12, 33 y 49 presentan fragmentos cerámicos en NM-9 y NM-8, los vasos 8 y 42
en NM-8 y NM-7 y los vasos 14 y 63 en NM-7 y NM-5. En cuanto al vaso 7, cuatro de sus fragmentos
aparecieron en NM-9 y uno en NM-5, si bien este último presenta un alto grado de erosión y evidencias
de rodadura en su superficie. Existen fragmentos del vaso 24 en NM-8 y NM-5. Finalmente el vaso 30,
encuadrado en NM-8, presenta algún pequeño fragmento en NM-11.
Además, la cerámica de cada sala ofrece alguna particularidad, con porcentajes no siempre coincidentes
entre niveles equivalentes. Ello es debido a la muestra de materiales estudiada, las distintas posibles
funciones de las diferentes salas, la complicada estratigrafía de un yacimiento en cueva con múltiples
ocupaciones, pero, sobre todo, a las propias características del Neolítico antiguo andaluz y su indefinición.
5.1. Neolítico antiguo arcaico
Se ha incluido esta fase a pesar de que, hasta la fecha, no existe ninguna colección claramente asimilable a
ella en toda Andalucía. Los conjuntos peninsulares encuadrados en dicha fase son todavía escasos, si bien
contamos con alguna aproximación a la caracterización de su registro cerámico (Bernabeu et al., 2011a).
Conscientes de la dificultad existente a la hora de discriminar qué fragmentos cerámicos de la Cueva de Nerja
pertenecen a estos momentos arcaicos, únicamente podemos señalar que algunos de ellos y una datación
radiocarbónica de la Sala del Vestíbulo se asociarían a un momento de ocupación pionera. El fragmento de
oveja fechado se localizó en una fosa a la que denominamos NV-4 por encontrarse cortando a este nivel, si
bien arranca de NV-3. En ella se recuperaron escasos fragmentos cerámicos entre los que destaca uno impreso
(fig. 4, 18). Cabe plantearse que parte de los materiales de NV-3 pertenezcan a este momento arcaico y parte a
la fase posterior o Neolítico antiguo inicial, sin poder determinar con exactitud cuáles son.
APL XXX, 2014
[page-n-118]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
109
NV-3 se caracteriza por la presencia de labios redondeados en su gran mayoría, documentándose
también planos, biselados y engrosados. Los bordes no diferenciados presentan porcentajes del 70%,
documentándose también bordes rectos y salientes. No se han identificado bases. Los elementos de prensión
más numerosos son los cordones, seguidos de las asas de cinta, asas anulares, lengüetas y asas pitorro.
Las técnicas decorativas están dominadas por la impresión (fig. 4), tanto en cordones como en el cuerpo
del vaso. Dentro de esta técnica encontramos gran variedad. Las impresiones realizadas con un punzón
romo en posición horizontal son las más numerosas, seguidas de las de espátula (una muy similar a las
realizadas con Pecten jacobaeus reconocidas en yacimientos arcaicos; fig. 4, 1), las pivotantes con concha
no dentada, las de punzón afilado en posición oblicua y las de instrumento de dos puntas. La segunda
técnica en representación es el baño a la almagra, seguida de las incisiones, incrustaciones de pasta roja y
cordones lisos.
Tipológicamente, NV-3 y NV-4 se caracterizan por la presencia de formas derivadas de la esfera,
principalmente cuencos (B.6). También se documentan microvasos (D.18), cántaros (C.12.) y jarras con
asa pitorro (C.10.III).
Para describir las temáticas decorativas utilizaremos la propuesta realizada para el País Valenciano
(Bernabeu et al., 2011b). Son poco complejas, formadas en su mayoría por un único motivo simple. Se
documentan mosaicos que ocupan toda la superficie del vaso, apliques de tendencia horizontal, bandas
simples o limitadas de lectura horizontal que en ocasiones aparecen seriadas, líneas y temáticas cubrientes
realizadas con pinturas (almagras).
No encontramos niveles atribuibles a esta fase en la Sala de la Mina (Pellicer y Acosta, 1997).
5.2. Neolítico antiguo inicial
Fase documentada en las salas del Vestíbulo (parte de los materiales de NV-3 y NV-2) y la Mina (NM-11
y NM-10). A las características descritas en el punto anterior se suman otras que permiten atribuir mayor
complejidad y variedad tanto en la tipología de las producciones como en su decoración. Se define por la
presencia de labios redondeados, documentándose también planos, biselados y engrosados. Los bordes son
en su mayoría no diferenciados, apareciendo en menor porcentaje los bordes rectos y salientes. Las bases
son convexas, con algunos ejemplares de base plana de talón. Los elementos de prensión están dominados
por cordones, acompañados de lengüetas, asas de cinta, asas anulares y asas pitorro.
La técnica decorativa más utilizada es la impresión (figs. 3, 4 y 13), tanto en cordones como en el
cuerpo del vaso. Dentro de esta técnica encontramos gran variedad en las matrices resultantes por la
utilización de numerosos instrumentos. Es significativa la presencia de algunas en particular, como las
realizadas con instrumento curvo o concha no dentada (rocker), que podría ser exclusiva de este horizonte.
Los únicos fragmentos impresos con concha dentada aparecen en estos momentos. En nuestro caso,
aunque consideramos que cualquier decoración realizada con la impresión de una concha dentada debe ser
clasificada como cardial, hay que admitir ciertas particularidades en los escasos fragmentos de Nerja (fig.
13, 3 y 5), que utilizan un tipo de concha poco común por su pequeño tamaño, pese a disponer de las usadas
más frecuentemente en el cardial franco-ibérico como atestiguan los estudios de malacofauna (Aura et al.,
2013). Cabe señalar que en la Sala de la Mina está atestiguada la presencia de, al menos, un fragmento
cardial realizado con concha dentada similar a las empleadas en el País Valenciano (García Borja et al.,
2010: fig. 9, 84), que creemos debe encuadrarse en esta fase si bien carece de contexto estratigráfico.
La diversidad de técnicas decorativas y la utilización de especies marinas poco comunes, llevó a M. Pellicer
a clasificar algunos ejemplares impresos como “cardialoides”. Este término ha introducido cierta confusión,
pues se trata de impresiones realizadas con gradinas, espátulas u otros instrumentos dentados, cuya impronta
resulta similar a la cardial (Pellicer y Acosta, 1997: 170). En la revisión de parte de los materiales cerámicos
recuperados por Pellicer y Acosta en la Sala de la Mina hemos podido localizar fragmentos “cardialoides”
APL XXX, 2014
[page-n-119]
110
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
(fig. 26), comprobando que, en realidad, se trata de cerámicas impresas con instrumento de punta múltiple o
gradina, impresiones con instrumento curvo similar al microrocker e incluso con concha dentada de pequeñas
dimensiones (fig. 26, 2). Este último ejemplar forma parte del mismo vaso cardial que hemos diferenciado en
la Sala de la Mina fruto de las excavaciones de Jordá Cerdá. La gran mayoría de las cerámicas clasificadas
como “cardialoides” aparecen en la fase del Neolítico antiguo pleno.
Además de estas técnicas, se documentan impresiones realizadas con otros instrumentos, siendo las
de punzón en posición horizontal y oblicua las más numerosas. Los labios impresos están documentados.
La almagra ocupa el segundo lugar en porcentaje de representación. La utilización de colorante rojo en
la decoración de las cerámicas también es muy utilizado para rellenar impresiones e incisiones. Otras
decoraciones que aparecen frecuentemente son las incisiones, en contadas ocasiones combinadas con la
impresión y los cordones lisos.
Tipológicamente, la Clase C presenta mayor representación, siendo el grupo de las ollas (C.13) el más
numeroso, seguido de cubiletes (C.11), jarros (C.10), cántaros (C.12), jarras con asa pitorro (C.10.III)
y contenedores de tamaño medio (C.14). La Clase B está representada únicamente por cuencos (B.6).
También aparecen botellitas (D.16) y microvasos (D.18) de la Clase D.
Las temáticas decorativas están formadas en su mayoría por un único motivo simple. Las composiciones
de recorrido vertical quedan constatadas. Se observan apliques de tendencia horizontal y oblicua, bandas
simples o limitadas de lectura horizontal que en ocasiones aparecen seriadas, mosaicos, líneas seriadas,
temáticas cubrientes realizadas con pinturas (almagras), frisos que incorporan composiciones verticales y
las primeras metopas.
El nivel atribuible a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en el corte NM-80A sería
NM-5, mientras que en el corte NM-80B serían NM-10A y NM-10B.
Fig. 26. Fragmentos cardialoides de la sala de la Mina recuperados en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997).
Todos pertenecientes a nuestra fase plena excepto el nº 4 que se localizó en un estrato de la fase inicial.
APL XXX, 2014
[page-n-120]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
111
5.3. Neolítico antiguo pleno
Fase documentada en parte de NV-2 y de NV-1 de la Sala del Vestíbulo y en NM-9 a NM-6 de la Sala de la Mina
(figs. 2, 8, 9 y 10). Se corresponde con la ocupación más intensa, pasando la cueva a ser utilizada como espacio
en el que se realizan múltiples actividades domésticas, productivas o funerarias. Los labios son generalmente
redondeados, documentándose también planos, biselados y engrosados. Los bordes son mayoritariamente
no diferenciados, con buena representación de bordes salientes y rectos, siendo testimonial la presencia de
bordes vueltos. Las bases son aplanadas, con algún ejemplar de base plana de talón y perduración de bases
convexas. Casi la totalidad de los vasos muestran elementos de prensión, con amplia variabilidad en sus tipos.
Los cordones son los mejor representados, seguidos de asas de cinta verticales, algunas con resalte basal, y
asas anulares. También se documentan mamelones, lengüetas, asas de túnel y asas pitorro.
La técnica decorativa más utilizada es la impresión, en cordones, labios y en el cuerpo del vaso. La
impresión sobre cordones supone el porcentaje más elevado, observándose un cambio de tendencia en NM6, momento en el que los cordones lisos alcanzan mayor representación. Este cambio quedará constatado
en la fase posterior. El porcentaje de impresiones es elevado, superando a las incisiones hasta NM-6. Los
instrumentos utilizados para la realización de impresiones son variados: espátulas, peines, tubos, dedos, uñas
o punzones orientados en diferentes posiciones, incluyéndose la mayoría de las impresiones identificadas
por Pellicer y Acosta como “cardialoides”.
En esta fase se documentan por primera vez las impresiones realizadas con gradina. La cerámica cardial
desaparece, tendencia que también parece documentarse en las impresiones de concha no dentada. Los
porcentajes de tratamientos a la almagra y de relleno de pasta roja en la decoración se mantienen elevados,
constatándose en algún caso el relleno de pasta blanca. Existe algún ejemplo de decoración pintada
formando bandas de color negro.
Tipológicamente, se caracteriza por la elevada presencia de vasos pertenecientes a la Clase C. Los
tipos identificados responden a una vajilla doméstica en la que ollas (C.13), contenedores medios (C.14),
cántaros (C.12) y cubiletes (C.11) están bien representados. Los vasos de Clase B ocupan el segundo lugar
en importancia cuantitativa, documentándose únicamente cuencos de perfil sencillo (B.6). La Clase D es
testimonial, siendo los microvasos (D.18) el único tipo constatado.
Las temáticas decorativas se diversifican, encontrándose composiciones de recorrido horizontal y vertical
formadas por motivos simples y complejos. Los apliques de tendencia horizontal son mayoritarios, y también
aparecen bandas simples o limitadas, frisos formados por ángulos, un glifo representado por un motivo ramiforme
(fig. 10, 5), metopas, líneas, bandas limitadas y temáticas cubrientes realizadas con pinturas (almagras).
Los niveles atribuibles a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en el corte NM-80A
serían NM-3 y NM-4, y en el corte NM-80B, NM-8 y NM-9.
5.4. Neolítico antiguo final
Localizado en NM-5 (figs. 7, 18, 19 y 20), se caracteriza por la presencia de labios redondeados, existiendo
también planos, biselados y engrosados. Los bordes son en su mayoría no diferenciados, con mayor
proporción de salientes que de rectos. Los bordes vueltos aparecen de forma testimonial.
Los elementos de prensión más utilizados son los cordones, si bien en menor número que en las fases
anteriores. Los mamelones están bien representados, así como las asas de cinta verticales y anulares. Se
documentan por primera vez las asas planas de tipo cazoleta. También hay presencia de asas de túnel, pitorro
y bilobuladas.
El porcentaje de cerámicas decoradas sigue siendo elevado, documentándose algunos cambios respecto
de la fase anterior, como la mayor abundancia de cordones lisos frente a los impresos, o el incremento de
incisiones con respecto a impresiones. Dentro de estas últimas, las realizadas con un instrumento de punta
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P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
única en posición oblicua son las mejor representadas, seguidas de las colocadas en posición horizontal.
También se observan impresiones de tubo y de espátula, y digitaciones. No aparecen impresiones cardiales,
de gradina, de concha no dentada o de punto y raya. La proporción de cerámicas a la almagra decrece,
pasando a ser engobes y aguadas, y también disminuyen las incrustaciones de pasta roja en las decoraciones.
Como novedad más significativa, hay que señalar la presencia por primera vez de superficies peinadas y la
decoración mediante pastillaje o mamelones.
Tipológicamente, esta fase se caracteriza por la buena representación de vasos de Clase C y el aumento
de la Clase D. Por grupos, dentro de la Clase C se contabilizan ollas (C.13), contenedores medios (C.14),
cubiletes (C.11), orzas y tinajas (C.15). En la Clase B, son los cuencos de perfil sencillo (B.6) los que siguen
apareciendo con mayor frecuencia, además de algún otro tipo de forma testimonial (B.8). La Clase D aumenta
en número, constatándose cucharas con mango (D.17.I), microvasos (D.18) o tapaderas (D.19). Finalmente,
aunque no ha podido ser clasificado ningún vaso completo, se documentan los primeros perfiles carenados.
Las temáticas decorativas se simplifican, con composiciones de recorrido horizontal y vertical. Las
bandas no limitadas realizadas con punzón en posición oblicua y localizadas en el borde del vaso son
las más numerosas. También se documentan bandas limitadas, metopas, mosaicos y frisos. Las temáticas
cubrientes a base de pintura son más escasas y de menor calidad.
El nivel atribuible a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en el corte NM-80A sería
NM-2, y NM-7 en el corte NM-80B.
5.5. Neolítico medio I
Documentado en NM-4/5 y NM-4 (figs. 6 y 17), constituye uno de los momentos de cambio más significativos
en la evolución de la vajilla. Señalar que NM-4/5 presenta importantes alteraciones, pudiendo pertenecer
parte de sus materiales a NM-5.
Los labios reducen su variedad, siendo los redondeados los más numerosos, con la particularidad de que
ya no aparecen labios ondulados con apéndices de sujeción. Los labios engrosados externos pasan a ser los
segundos en representación, en un porcentaje superior al 10%. También se documentan labios biselados y
planos. Los bordes no diferenciados son mayoritarios, seguidos de los salientes, mientras que el porcentaje
de los rectos sigue decreciendo. Los bordes vueltos continúan apareciendo en porcentajes testimoniales.
Las bases son convexas y planas, documentándose también aplanadas y de talón.
Los elementos de prensión se reducen considerablemente. Asas anulares y lengüetas pasan a ser las más
utilizadas. Las asas de cinta tienden a desaparecer, pudiendo corresponder las registradas en NM-4/5 al
Neolítico antiguo final. También se constatan cordones, mamelones y mangos.
Las decoraciones incisas superan en porcentaje a las impresas. Los cordones y labios impresos están casi
ausentes. Las impresiones se realizan en su mayoría con punzones en posición oblicua, documentándose también
en posición horizontal, así como algunas digitaciones. Incrustaciones de pasta roja y almagras pasan a ocupar
un papel testimonial, si bien estas últimas podrían presentar porcentajes mayores como ya se ha explicado. La
tecnología de los vasos es menos cuidada, de paredes más gruesas y escasos tratamientos bruñidos.
Tipológicamente, lo más destacado es la aparición de fuentes de Clase A (A.4), que se consolidarán en
las fases posteriores. Las clases B y C son las mejor representadas. Entre la Clase B se han podido catalogar
cuencos carenados (B.8) y de borde no diferenciado (B.6). Entre los vasos de Clase C, destaca la desaparición
de microvasos y cubiletes, sustituidos por los vasos de perfil compuesto y reducidas dimensiones (C.9). Las
ollas (C.13), cántaros (C.12) y contenedores medios (C.14) quedan documentados.
Las temáticas decorativas se reducen en número y complejidad. Las más comunes responden a líneas
y bandas bajo el labio, realizadas con motivos simples mediante incisiones e impresiones. También se
documentan bandas limitadas y frisos, entre los que destacan las composiciones verticales en zigzag. Las
temáticas cubrientes pasan a realizarse con el peinando de la superficie del vaso.
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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El nivel atribuible a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en el corte NM-80A sería
NM-1, y en el corte NM-80B, NM-6.
5.6. Neolítico medio II
Identificado en NM-3 (figs. 5 y 16), presenta labios en su mayoría redondeados, y en menor medida planos,
biselados y engrosados externos. Los bordes son principalmente no diferenciados, seguidos de los salientes.
Los bordes rectos y vueltos son testimoniales. Las bases son planas. Los elementos de prensión se reducen
a mamelones y cordones, con presencia poco significativa de asas anulares y asas de cinta verticales. Los
mangos están atestiguados.
Los fragmentos decorados son escasos. La técnica decorativa mejor representada es la incisión,
documentándose también labios y cordones impresos, así como impresiones de punzón y digitaciones.
Entre los fragmentos incisos encontramos ejemplares que presentan superficies bruñidas y decoración
realizada con un instrumento de punta muy aguzada (fig. 5, 6) que recuerda a los motivos esgrafiados del
Neolítico medio valenciano. Algunas superficies muestran un tratamiento similar al peinado, si bien se trata
de una técnica poco cuidada, no contabilizada en las tablas.
Tipológicamente, la Clase C deja de ser la más numerosa en favor de la Clase B, constituida por cuencos
de perfil sencillo (B.6). También se documentan cántaros (C.12), ollas (C.13) y contenedores medios (C.14).
La Clase D está representada por cucharas con mango (D.17.I). Aunque no han podido ser clasificados
tipológicamente, existen algunos fragmentos que presentan carena y superficie bruñida.
Las temáticas decorativas se reducen a bandas no limitadas en el borde, líneas horizontales bajo el labio,
constatándose también bandas limitadas con ángulos.
Los niveles atribuibles a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en NM-80B serían
NM-4 y NM-5.
5.7. Neolítico final
Identificado en NM-2 (figs. 5, 14 y 15), este horizonte puede ser asimilable al de las características cazuelas
carenadas en Andalucía. Presenta labios en su mayoría redondeados, si bien se documenta cierta variedad
en los tipos, apareciendo también labios planos, biselados y engrosados. Los bordes son mayoritariamente
no diferenciados, con escasa representación de los rectos y salientes. Destaca la presencia de bordes vueltos.
Las bases son planas. Los elementos de prensión son en su mayoría mamelones, documentándose también
lengüetas, cordones, asas de túnel, asas anulares y asas planas tipo cazoleta.
Las cerámicas decoradas aparecen en porcentajes testimoniales, utilizándose cordones lisos e impresos,
incisiones, alguna combinación de incisión e impresión, aguadas y labios impresos.
La tipología de la vajilla presenta cambios importantes. La Clase A pasa a ser la mejor representada, con
escudillas y cazuelas (A.2), algunas carenadas (A.3.II), así como fuentes sencillas (A.4) y de perfil compuesto
(A.5.). La segunda clase en importancia la constituye la Clase D, debido a la aparición de pesas de telar
de barro cocido (D.20), microvasos (D.18) y cucharas con mango (D.17.I). La Clase B está representada
por cuencos sencillos (B.6), mientras que de la Clase C se han identificado cubiletes (C.11) y contenedores
grandes (C.15). Estos cambios formales en la vajilla parecen deberse a maneras novedosas de “cocinar” los
cereales, y no a la introducción de nuevas especies. La presencia de formas vasculares abiertas iría ligada a
la preparación de gachas de cereales más espesas gracias al aumento de la producción cerealista, que genera
mayores excedentes que durante el Neolítico antiguo, periodo en que las gachas serían más líquidas.
Las temáticas decorativas se reducen a apliques, algún posible friso, bandas simples y limitadas.
NM-2 y NM-1 serían los niveles atribuibles a esta fase de las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997)
en el corte NM-80B.
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P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
6. LAS PRIMERAS PRODUCCIONES CERÁMICAS DE LA CUEVA DE NERJA
EN EL CONTEXTO DEL NEOLÍTICO MEDITERRÁNEO
Los datos obtenidos en las salas del Vestíbulo y la Mina de Nerja muestran la existencia de potentes
ocupaciones epimagdalenienses y neolíticas. Ciertos indicios materiales (armaduras líticas trapeciales) y
algunas dataciones radiocarbónicas indican la probable presencia de ocupaciones mesolíticas que no han
podido ser aisladas estratigráficamente. Es una cuestión que hemos abordado más extensamente en otros
trabajos (Aura et al., 2009, 2010a y 2013). Las dataciones, en concreto, señalan un vacío ocupacional de al
menos 500 años entre estas ocupaciones mesolíticas y las primeras neolíticas. Este vacío se extiende, con
los datos actuales, a la mayor parte de Andalucía, y plantea problemas a cualquier discurso que quiera ver
en la neolitización regional un proceso autóctono o el resultado de una aculturación dilatada en el tiempo.
La aparición del Neolítico en Nerja, por tanto, va ligada a la expansión de la agricultura y la ganadería
por las costas mediterráneas, una expansión de dirección este-oeste en que la navegación y el pionerismo
resultan fundamentales para explicarla (Martí, 2008).
Las características propias de las cerámicas del Neolítico antiguo de la Cueva de Nerja y la datación
obtenida en la Sala del Vestíbulo permiten situar su origen en paralelo a un horizonte arcaico (Tiné, 1999;
Fugazzola, Pessina y Tiné, 2002), impresso (Manen, 2000; Binder y Maggi, 2001; Maggi, 2002; Guilaine
y Manen, 2002; Guilaine y Manen, 2007; Binder y Sénépart, 2010) o formativo (Bernabeu et al., 2009b),
similar al propuesto en diferentes yacimientos neolíticos de la península itálica (Prato Don Michelle,
Rendina, Coppa Nevigata, Torre Sabea, Favella, Grotta del Kronio o Grotta dell’Uzzo), ámbito ligur (Arene
Candide, Arma dell’Aquila, Arma di Nassino o Grota Pollera), sudeste francés (Peiro Signado, Grotte de
Bize, Grotte des Fées, Pont de Roque-Haute, Pendimoun), e incluso País Valenciano (El Barranquet, Mas
d’Is), que en gran parte del ámbito mediterráneo precede al cardial clásico.
Se trata de conjuntos poco definidos a escala peninsular, cuya identificación en los niveles de base de
cuevas con amplias secuencias es sumamente complicada, como venimos comprobando en las revisiones
realizadas sobre algunas de las más conocidas estaciones del País Valenciano. En el caso de las cuevas que
presentan alguna evidencia, se trata de ocupaciones de baja intensidad difíciles de aislar estratigráficamente.
Las cerámicas ligadas al mundo impresso ligur que debieran representar lo que denominamos “fase arcaica”
están ausentes en la Cova de l’Or (Martí, 1977; Martí et al., 1980; Martí, 1983; García Borja et al., 2011b),
la Cova de la Sarsa (Asquerino, 1978; Asquerino et al., 1998; Pérez Botí, 1999; García Borja y Casanova
2010) y en la Cova de les Cendres (Bernabeu y Molina, 2009), localizándose únicamente en yacimientos
al aire libre como El Barranquet y Mas d’Is (Bernabeu et al., 2009b). Una de las características principales
de estos conjuntos es la heterogeneidad de técnicas decorativas empleadas y la escasez de impresiones
cardiales, siempre presentes aunque en escaso porcentaje.
La preferencia por establecer los asentamientos en espacios al aire libre dificulta más el rastreo de
los materiales de estos horizontes en las cuevas, ocupadas de forma mucho más intensa durante las fases
posteriores. No es posible definir la vajilla de este horizonte en la Cueva de Nerja, si bien entre el 5600 y el
5300 cal BC la cerámica ya se caracteriza por: una notable presencia porcentual de la técnica de la incisión,
la utilización de colorante rojo en tratamientos a la almagra y en el relleno de las decoraciones, de técnicas
aplicadas (cordones), de asas pitorro, de decoraciones pivotantes con concha no dentada, la ausencia de
impresiones de punto y raya con arrastre, y la presencia testimonial de impresiones cardiales. Rasgos que
ofrecen escasa afinidad con los conjuntos impresos del Neolítico antiguo arcaico y cardial inicial del sur de
Francia y de la península Ibérica.
Para explicar la particular producción cerámica de los grupos que se asientan en Nerja barajamos
dos hipótesis (García Borja et al., 2010 y 2011a). La primera, ligar el conjunto a la tradición impressa
ligur, admitiendo la existencia de una importante mutación de su estilo en fechas muy tempranas. La
segunda, retomar la idea de una vía de expansión meridional, bordeando la costa norteafricana, que
ayudaría a contextualizar la aparición de colecciones impresas de cronología antigua, como la que
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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presentamos, con paralelos en el sur de Italia (Fugazzola, Pessina y Tiné, 2002 y 2004) y cuya evolución
es poco afín al cardial franco-ibérico. En estos momentos de la investigación no es posible descartar
ninguna de las dos.
La propuesta de una vía norteafricana se ha planteado desde mediados del siglo XX (San Valero, 1942
y 1946; Balout, 1955; Camps, 1974), pero la escasez de información detallada en la costa mediterránea
magrebí condiciona cualquier planteamiento. Está documentada la presencia de cerámicas impresas en la
zona de Túnez (Vaufrey 1955: 250), cuya adscripción cronológica está en revisión (Ben Moussa, 2008).
También se han constatado contactos de esta zona con Sicilia para la obtención de obsidiana (Ammerman,
1985; Mulazzani, 2003). Otro aspecto a tener en cuenta es la presencia de decoraciones impresas pivotantes
típicas del centro-sur de Italia en toda la zona norte africana (Camps, 1974), y aunque estos materiales son
ligados a corrientes del Atlas (Aumassip, 1970), presentan características propias de un Neolítico impreso
mediterráneo. En la costa de Orán existe un buen número de yacimientos neolíticos con cerámica incisa e
impresa (Camps-Fabrer, 1966; Vaufrey 1955), cuya aparición puede ser explicada por difusión marítima.
Por último, en las costas marroquíes existen conjuntos impresos de similares características a los presentes
en Nerja: es el caso de la Fase C del yacimiento de Mugharet es Saifiya, con decoraciones en rocker no
dentado e impresas con instrumento (Gilman, 1975). En el territorio marroquí, A. El Idrissi (2001) detectó
la presencia de diferentes estilos cerámicos, unos vinculados al mundo cardial y otros a estilos incisoimpresos con gran variedad de matrices.
Algunos autores han ligado los datos que se vienen documentando en la zona de Marruecos y el sur de
Andalucía con un proceso de neolitización de la costa malagueña y norte de África por grupos neolíticos
de pastores pre-cardiales, que se expanden a través del Atlas y cuya economía se enfoca al ganado bovino
(Daugas et al., 2008; Daugas y El Idrissi, 2008; Cortés et al., 2012). Estos planteamientos no serán tomados
en consideración hasta ser corroborados, pues se sustentan en secuencias arqueológicas que precisan de
una revisión exhaustiva; en la presencia del haplogrupo T1 sobre ganado bovino en el norte de África, que
no se ha contrastado con material genético antiguo (Bonfiglio et al., 2012); en suposiciones climáticas no
correlacionadas con datos arqueológicos; y en dataciones realizadas casi en su totalidad sobre carbones.
Además, hasta el momento, las dataciones radiocarbónicas sobre elementos domésticos de
Marruecos y Portugal indican que las cerámicas impresas y las almagras son posteriores a las de
Nerja. La existencia de una vía de expansión neolítica a través del norte de África es una posibilidad
que también se ha retomado en los últimos años para explicar la posible coexistencia de dos estilos
cerámicos en la zona Portuguesa (Manen, Marchand y Carvalho, 2007; Marchand y Manen, 2010): el
estilo A, caracterizado principalmente por la presencia de cerámicas con decoración impresa cardial,
y el estilo B, caracterizado por cerámicas con decoración incisa e impresa utilizando diferentes
instrumentos, con gran variedad de matrices y donde el color rojo está muy presente (Manen,
Marchand y Carvalho, 2007). Estos estilos cerámicos vienen acompañados de una tecnología lítica
en la que el tratamiento térmico y la talla por presión resultan característicos (Carvalho, 2010).
Hasta que no contemos con más datos que corroboren o refuten las hipótesis africanistas, parece
aconsejable desviar el foco de esta corriente neolítica del norte de África a la costa malagueña, donde
se documenta gran parte de la cultura material que acompaña a dicho estilo B, aunque con ciertas
peculiaridades, como el diferente componente geométrico de las industrias líticas.
Tampoco los nuevos trabajos que se vienen realizando en yacimientos neolíticos norteafricanos
situados en la costa del mar de Alborán corroboran la vía de neolitización norteafricana. La datación de
una leguminosa identificada como Lens culinaris en el yacimiento de Ifri Oudadane (Marruecos) (Morales
et al., 2013), cuyo resultado es 6740±50 BP (Beta-295779), podría representar un punto intermedio en
la expansión neolítica entre ambas regiones. Los contextos a los que se asocia la legumbre fechada y la
dificultad que los propios arqueobotánicos admiten a la hora de identificar esta especie con seguridad,
generan cierto grado de incertidumbre sobre su consideración neolítica. La puesta en común del resultado
de la datación con el resto de las fechas radiocarbónicas obtenidas en el yacimiento (Morales et al., 2013:
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P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
tabla 2) resulta poco clarificadora y recuerda a otros casos analizados recientemente (Zilhão, 2011),
quedando insertada de forma coherente con el resto de fechas epipaleolíticas y alejándose 600 años de la
siguiente fecha obtenida para el mismo horizonte neolítico sobre un grano de Triticum sp. (Beta-318608:
6140±30 BP). La presencia en este mismo horizonte neolítico inicial de cerámicas impresas (Linstädter
et al., 2012) que son equiparadas a las del yacimiento de Zafrín (Rojo et al., 2010), aumenta las dudas
sobre el resultado, pues este último yacimiento se fecha en momentos más próximos al resultado de la
datación sobre Triticum.
Es una problemática que afecta a otros yacimientos de similares características, en los que se identifican
niveles “epipaleolíticos con cerámica” (Linstädter, 2003, 2004, 2008 y 2011; Linstädter et al., 2012).
La existencia de materiales neolíticos y epipaleolíticos en un mismo estrato no implica la convivencia
de estos dos grupos, siendo necesario un exhaustivo estudio tafonómico y taxonómico de la fauna y el
solapamiento de dataciones radiocarbónicas sobre elementos domésticos y salvajes. En su defecto, para
iniciar una discusión crítica del proceso de interacción que se viene defendiendo, bastaría una secuencia
de dataciones sobre restos de fauna con marcas antrópicas que sobrepasen el primer horizonte neolítico
identificado con claridad. En este sentido, el conjunto de materiales publicados en estos yacimientos y sus
dataciones recuerda la problemática con la que nos hemos encontrado en la propia Cueva de Nerja (Aura et
al., 2009, 2010a, 2010b y 2013).
7. LA CERÁMICA DE LA CUEVA DE NERJA
EN EL CONTEXTO DEL NEOLÍTICO ANDALUZ
Independientemente de cuál sea la vía de expansión neolítica hacia la costa malagueña, los datos presentados
confirman la existencia de una tendencia evolutiva en la cerámica de Nerja, desde fechas antiguas, poco
afín a la documentada en la región valenciana (Martí, 1977; Martí et al., 1980; Martí, 1983; Bernabeu,
1989; Bernabeu y Molina, 2009; García Borja et al., 2011b; Bernabeu et al., 2011a) y a la de algunos de los
yacimientos de la provincia de Granada que se enmarcan en la tradición cardial (Navarrete, 1976), siendo
difícil establecer una clara vinculación del neolítico de Nerja con el cardial franco-ibérico.
La significación cultural y cronológica de la cerámica cardial en Andalucía (Martí y Juan Cabanilles,
1997; Navarrete, 2004) ha sido objeto de discusión a lo largo de la historia de la investigación, constituyendo
el elemento principal a la hora de identificar el horizonte neolítico más antiguo y de definir la Cultura de las
Cuevas en Andalucía oriental, cuyo máximo exponente es la secuencia de la cueva de Carigüela (Navarrete,
1976). Con estas premisas, una parte de la investigación sitúa la neolitización de la zona occidental andaluza
en un momento tardío del Neolítico antiguo de Andalucía oriental (Molina, Cámara y López, 2012), postulado
del que nos hicimos eco en un primer momento (Aura et al., 2005). La escasez de cerámicas cardiales se
explica por la cronología avanzada de los conjuntos occidentales dentro de un horizonte epicardial regional
alejado del catalán o valenciano (Bernabeu, 1989). Su evolución particular sería la causante del aumento
porcentual en la producción de cerámicas a la almagra, asas pitorro, decoraciones inciso-impresas, etc.,
que caracterizan lo que se conoce como Neolítico antiguo de Andalucía Occidental, definido por Pellicer y
Acosta (1997), históricamente asimilado a la Cultura de las Cuevas que Bosch Gimpera empezara a definir
en los años 20 del siglo pasado (Bosch Gimpera, 1932 y 1956).
La lectura crítica del número total de fragmentos impresos cardiales aparecidos en el conjunto de
yacimientos de Andalucía (Jiménez y Conejo, 2006), relativiza la importancia del número de vasos que
presentan esta técnica decorativa fuera del círculo granadino, que aglutina más del 90% de los fragmentos
diferenciados. Si bien la representación cartográfica de los enclaves con cerámica cardial muestra una
amplia distribución de esta técnica a lo largo de Andalucía (fig. 27), al estudiar las colecciones de forma
detenida y contabilizar los fragmentos cardiales con los que cuenta cada yacimiento, se percibe la escasa
representatividad estadística de esta técnica.
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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Las dataciones neolíticas de Nerja no permiten mantener una cronología tardía para sus ocupaciones
iniciales (Navarrete, 1976; Aura et al., 2005; Molina, Cámara y López, 2012). La serie de 10 dataciones
sobre Ovis aries y Ovis/Capra sitúan sus ocupaciones en paralelo al Cardial. No es posible discriminar de
forma clara el contexto material de cada uno de los episodios correspondientes a las muestras fechadas, pero
existen tantos fragmentos de cerámica con decoración cardial como fechas sobre domésticos anteriores a
5200 cal BC: únicamente dos fragmentos pertenecientes a un mismo vaso en la Sala de la Mina y ningún
fragmento en la Sala del Vestíbulo. Una aproximación cuantitativa del número de fragmentos cardiales
respecto del total en la Cueva de Nerja ofrece resultados muy reveladores. De los cerca de 8.000 fragmentos
cerámicos pertenecientes al Neolítico antiguo recuperados entre las excavaciones de Jordá y Pellicer,
únicamente tres son cardiales y además pertenecen a un mismo vaso. Podríamos estar frente a dos vasos
y cuatro fragmentos si aceptamos que el que encontramos fotografiado en los diarios de Jordá y Arribas
de intervenciones realizadas en la Sala de la Mina entre 1965 y 1966 (García Borja et al., 2010: fig. 9, 84)
no pertenece al borde del mismo vaso ya contabilizado. Por tanto, si aceptamos que en Nerja existieron
ocupaciones neolíticas, esporádicas o no, anteriores al 5200 cal BC, debemos abrir la posibilidad a que lo
que caracteriza sus producciones cerámicas sea la decoración impresa-almagra y no la cardial.
Desconocemos en qué grado las características del conjunto cerámico inicial de Nerja son propias
del núcleo de partida de los colonos que llegan a la costa malagueña o son adquiridas como rasgo propio
diferenciador a medida que avanza la secuencia, pero lo cierto es que desde 5500 cal BC, la Cueva de Nerja
es habitada por grupos neolíticos que presentan una tendencia evolutiva en sus producciones cerámicas
(fig. 28), cuyo valor identitario no es posible asimilar al mundo cardial. La industria lítica tallada también
posee algunos rasgos distintivos entre los que destaca la obtención de láminas por presión, el tratamiento
térmico sobre materias primas de calidad y el predominio de trapecios sobre segmentos (Aura et al., 2013).
Fig. 27. Yacimientos arqueológicos de Andalucía en los que se documenta cerámica impresa cardial: 1, La Dehesa; 2,
Los Pozos; 3, Lebrija; 4, Bustos; 5, Retamar; 6, Parralejo; 7, Esperilla; 8, Hortales; 9,Cueva de la Dehesilla; 10, Los
Álamos; 11, Ronda; 12, El Charcón; 13, Goteras; 14, Cueva del Toro; 15, Cueva del Higuerón; 16, Humo; 17, Cueva de
Nerja, 18, Cueva del Capitán; 19, Peña de la Grieta; 20, Los Castillejos; 21, Cueva de Malalmuerzo; 22, Majolicas; 23,
Cueva de las Ventanas; 24, Cueva de Carigüela; 25, Cerro de las Ánimas; 26, Cabecicos Negros.
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P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
N. A. FINAL
N. A. PLENO
N. A. ARCAICO E INICIAL
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Fig. 28. Tendencia evolutiva de la cerámica durante el Neolítico antiguo en la Cueva de Nerja.
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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Las dataciones de Nerja no generan excesivos problemas a la hora de valorar el proceso de
expansión del Neolítico por la costa mediterránea, insertándose de forma coherente entre las fechas
más antiguas sobre elementos domésticos publicadas (fig. 29A). La importancia de los datos expuestos
reside en la presencia desde los niveles inferiores de la cueva, de buena parte de las características que
definen el Neolítico andaluz o la Cultura de las Cuevas de Andalucía, planteándose la posibilidad de
correlacionar las fases antiguas de la Cueva de Nerja con su formación y desarrollo. Resulta complicado
no vincular parte de la cultura material de Nerja con conocidos yacimientos como la Cueva de la
Fig. 29. A) Gradación cronológica de la llegada del Neolítico. Las fechas corresponden a la media cal BC de dataciones
sobre cereales, excepto Nerja, Chaves (Baldellou, 2011) y Guixeres de Vilobí (Oms et al., 2014) que son sobre sobre ovis
aries y Almonda sobre adorno.
B) Coexistencia de diferentes estilos decorativos en cerámicas neolíticas de la península Ibérica y norte de África entre
5450-5100 cal BC.
C) Expansión del neolítico desde dos de las Culturas neolíticas regionales ubicadas en la costa malagueña y en el
País Valenciano entre 5450-5300 cal BC: 1, Cueva de Nerja (punto que incluye los yacimientos 47 a 51 de Cortés
et al., 2010: 162); 2, Cueva del Capitán; 3, Complejo Humo; 4, Hoyo de la Mina; 5, Cueva del Higuerón (punto que
incluye los yacimientos 34 a 45 de Cortés et al., 2010: 162); 6, Cueva de los Botijos; 7, Bajondillo (punto que incluye
los yacimientos 9 a 30 de Cortés et al., 2010: 162); 8, Cueva del Toro; 10, Cueva del Agua; 11, Cueva de la Mujer;
12, Sima del Conejo; 13, Sima Rica; 14, Parralejo; 15, Dehesilla; 16, Cueva Chica de Santiago; 17, Murcielaguina;
18, Murciélagos de Zuheros; 19, Mármoles; 20, Inocentes; 21, Tocino; 22, Los Castillejos; 23, Malalmuerzo; 24,
Majolicas; 25, Ventanas; 26, Carigüela.
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Dehesilla, Parralejo o Cueva Chica (Pellicer y Acosta, 1981; Acosta, 1987; Acosta y Pellicer, 1990) que
difícilmente pueden ser asimilados a una tradición cardial, aunque también presentan algún fragmento
decorado con esta técnica entre su vajilla (Amores, 2009). También los materiales neolíticos de la
Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Vicent y Muñoz, 1973) poseen mayor similitud con los de Nerja
que con los definidos para la tradición cardial granadina. La constitución de una o varias comunidades
neolíticas en sus inmediaciones puede vincularse con la expansión de grupos neolíticos desde la costa
malagueña (fig. 30). En anteriores publicaciones (García Borja et al., 2010) señalamos la existencia
de materiales arqueológicos que jalonan este proceso de expansión hacia el interior en las cuevas de
Tocino, Inocentes o Mármoles (Gavilán, 1986 y 1987). En estas cavidades se documentan cerámicas
decoradas con impresiones pivotantes de instrumento no dentado, impresiones en lágrima, cerámicas
a la almagra, cerámicas que combinan la impresión y la incisión, si bien con menor presencia de
aplicaciones plásticas. Estos conjuntos recuerdan a los que se vienen definiendo en la costa malagueña,
vinculándose de forma directa el Neolítico cordobés a un proceso de expansión costa-interior. La
existencia de decoraciones pivotantes también está documentada en Murciélagos de Zuheros (Vicent
y Muñoz, 1973), aunque en este caso el resultado es algo diferente, observándose pequeños círculos al
final de cada impresión que podrían indicar menos antigüedad.
Fig. 30. Dataciones radiocarbónicas publicadas sobre elemento identificado como doméstico o hueso humano más
antiguas de Andalucía (Fernández et al., 2007; Carvalho, Peña-Chocarro y Gibaja, 2010; Martínez et al., 2010; Cortés et
al., 2012; Carvalho, Gibaja y Gavilán, 2012; Aura et al., 2013; Medved, 2013: 217; Peña-Chocarro et al., 2013): 1, Roca
Chica; 2, Hostal Guadalupe; 3, Cueva de Nerja; 4, Cueva de los Mármoles; 5, Murciélagos de Zuheros; 6, Los Castillejos;
7, Cueva de Carigüela.
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Cabe aquí realizar un pequeño inciso sobre la elección de las muestras a fechar, que en Andalucía ha
experimentado una notable mejora en los últimos años, con nuevas dataciones sobre cereales obtenidas
tanto en yacimientos de tradición cardial (Martínez et al., 2010: tabla 1, fechas lab. UA) como no cardial
(Peña-Chocarro y Zapata, 2010; Carvalho, Peña-Chocarro y Gibaja, 2010; Cortés et al., 2012; Carvalho,
Gibaja y Gavilán, 2012). La mayoría de ellas quedan encuadradas en lo que para Nerja hemos denominado
como Neolítico antiguo pleno (circa 5300-5100 cal BC); un umbral cronológico que hasta ahora sólo han
rebasado las dataciones sobre huesos de fauna de Nerja, haciéndose necesario contar con más dataciones
sobre muestras directas neolíticas.
8. LA CULTURA DE LAS CUEVAS CON CERÁMICA DECORADA EN ANDALUCÍA:
LA COSTA MALAGUEÑA
El modelo de neolitización para el área mediterránea integra dos tipos distintos, si bien sincrónicos, de
desplazamiento de población desde comunidades ya afianzadas territorialmente a zonas deshabitadas (según
el registro arqueológico actual), que resultan fundamentales a la hora de explicar la difusión neolítica. Estos
desplazamientos provocados por el progresivo aumento demográfico en el seno de cada grupo, no parecen
estar ligados al agotamiento de los recursos disponibles en la zona de partida, sino más bien a pautas intrínsecas
de comportamiento de las pequeñas comunidades agrícolas (Martí, 2008) en las que la responsabilidad de
la elección de nuevas zonas de hábitat y la disgregación de parte del grupo reside en las familias que las
conforman. La ocupación exitosa de un nuevo territorio por un grupo de neolíticos implica su visibilidad
arqueológica, expresada en la rápida aparición de diferentes enclaves en torno a una zona nuclear. En función
de en qué momento se produzca cada nuevo desplazamiento, la cultura material que lleven consigo será
más o menos afín a la del grupo de origen, existiendo la posibilidad de que parte de un mismo grupo sufra
disgregaciones en diferentes momentos, no necesariamente unidireccionales. Por una parte, se documentan
largos desplazamientos a territorios ubicados junto a la costa (Zilhão, 1993 y 2001). Producido el asentamiento,
estos largos desplazamientos pueden repetirse hacia puntos del interior o de la misma costa. Paralelamente
se combinan con otros a corta distancia ocupando territorios aledaños, formando nuevas comunidades que
utilizan un buen número de enclaves desde los que se explota un territorio concreto. La interacción exitosa de
estas comunidades provoca la formación de una Cultura Regional Neolítica.
El Neolítico de la costa malagueña queda perfectamente integrado en este modelo de expansión (fig.
30). La presencia de un buen número de yacimientos neolíticos de diferentes características que ocupan
dicha área costera de forma ordenada (Cortés et al., 2010: 162) apuntaría a una cultura regional similar
a la propuesta para el área centro-meridional valenciana (García Borja et al., 2011b, 2011c y 2012). El
surgimiento de una nueva comunidad en territorios cercanos se relaciona con la disgregación de una o
varias familias desde otra comunidad consolidada. La publicación de los materiales de estos yacimientos
y la revisión de las antiguas colecciones permitirá la contrastación de estas propuestas preliminares, en las
que la Cueva de Nerja deberá insertarse de manera coherente.
El mejor conocimiento de los grupos costeros malagueños, su caracterización industrial, económica y
social, posibilitará evaluar el grado de relación de dichos grupos con la Cultura de las Cuevas con cerámica
decorada, denominación a la que damos validez por su peso en la historiografía de Andalucía. Puede asumirse
que la Cultura de las Cuevas de Andalucía, como entidad cultural, posee unos rasgos característicos en su
cultura material, cuya descripción más aproximada sería la de Pellicer y Acosta (1997) para el Neolítico
antiguo de Andalucía Occidental, con importantes matices en la interpretación de la aparición del Neolítico
y su propuesta de perduración de industrias líticas. Esta Cultura de las Cuevas Andaluza especialmente
visible en los enclaves de Cádiz, Córdoba y Málaga, se aleja de la clásica concepción oriental definida por
Navarrete (1976). Debe aceptarse, al menos por ahora, la mayor antigüedad de los grupos que se instalan en
la costa de Málaga, parte de cuya cultura material cerámica sí aparece en los niveles cardiales de Carigüela.
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Es una problemática tratada en diferentes ocasiones, buscando en cada caso ofrecer una caracterización
aproximada y un listado de yacimientos asimilables a la Cultura de las Cuevas, sugiriendo su convivencia
no necesariamente sucesiva con la tradición impresa cardial en el territorio andaluz (Muñoz, 1975 y 1984;
Pellicer y Acosta, 1997; Gavilán, 1997; Asquerino, 2004; Gavilán y Escacena, 2009).
La expansión del Neolítico desde la costa malagueña se hace más notoria a partir de 5350 cal BC, con
el surgimiento de nuevos enclaves y la documentación de cerámicas impresas, incisas y almagras en gran
parte del territorio andaluz, siendo una tradición duradera que conservará algunas de sus características en
el Neolítico medio. Cabe plantearse la existencia de diferentes culturas regionales en el Neolítico antiguo
andaluz. Para el cardial franco-ibérico es posible identificar varias de estas culturas en el noreste italiano,
sur de Francia, Cataluña, País Valenciano y quizás en la zona de Granada, Marruecos y Portugal. Las de
estos tres últimos territorios deben ser valoradas nuevamente, intentando discriminar qué cultura material
proviene de la tradición cardial clásica y cuál de la que podría asimilarse a la Cultura de las Cuevas, para
la que creemos es posible identificar entidades regionales en Málaga y Córdoba, quedando el resto de
Andalucía a expensas de próximos estudios que permitan definir otras de forma más precisa.
En la definición del Neolítico andaluz debe tenerse en cuenta la existencia de contactos con las diferentes
tradiciones neolíticas que se consolidan en la península Ibérica entre 5400 y 5100 cal BC (fig. 29B), así
como entre las propias comunidades que forman cada cultura regional, contactos sin los cuales no es posible
la supervivencia de éstas. En un trabajo anterior propusimos la posible existencia en la península Ibérica
de, al menos, tres diferentes tradiciones alfareras entre el 5400 y el 5100 cal BC (García Borja et al., 2010:
fig. 11.B y 11.C) que en el registro cerámico de Andalucía aparecen representadas de diferente forma: una
que comporta un elevado porcentaje de cerámicas impresas cardiales (Navarrete, 1976); otra que incorpora
entre sus técnicas decorativas las impresiones de tipo boquique (Alday, 2009; Alday y Moral, 2011); y,
finalmente, las colecciones que presentan cerámicas con decoraciones impresas utilizando multitud de
instrumentos, con escasa incidencia de la técnica cardial y con notable importancia de la utilización de
colorante rojo, a la que también denominamos tradición de cerámica Impresa-Almagra y que consideramos
es equiparable a la tradicional Cultura de las Cuevas.
Los datos expuestos y los bibliográficos son contundentes a la hora de señalar la tradición dominante
en la costa malagueña. La presencia de cerámicas decoradas con punto y raya asimilables al boquique
queda atestiguada (Navarrete, 1976; Olaria, 1977; Cortés et al., 2007: fig. 3, 8), si bien, a excepción del
registro de la Cueva de los Botijos (Navarrete, 1976; Olaria, 1977), con poca significación. Esta técnica se
asocia en el norte peninsular a un tipo de poblado (García Gazólaz y Sesma, 2007), un ritual de inhumación
(García Gazólaz y Sesma, 2007; García Gazólaz, 2007; Rojo y Kunst, 1999), una cultura material (Rojo et
al., 2008; García Gazólaz et al., 2011; García Martínez de Lagrán et al., 2011) y a determinadas especies
de cereales (Stika, 2005), todo en conjunto poco afín a lo conocido en Andalucía o el País Valenciano, y
que recuerda a tradiciones más continentales. Es una “cultura” neolítica que merece una reflexión similar
a la que proponemos para el origen y desarrollo del Neolítico andaluz. La lectura que realizamos de la
constatación de elementos de esta tradición en Andalucía es la existencia de contactos e intercambios con
grupos de la meseta.
La tradición cardial sí que parece asentarse de forma estable en la zona granadina (fig. 29C), siendo el
País Valenciano el probable foco de origen, cuya afinidad parece estar fuera de duda. En estos momentos
de la investigación parece más lógico plantear que la llegada de influencias cardiales a la zona granadina es
incluso algo posterior a la de los primeros grupos que se instalan en Nerja. La presencia de cerámica cardial
en yacimientos como la Cueva de las Goteras (Navarrete, 1976), Higuerón (Navarrete, 1976; López y Cacho,
1979), la propia Nerja o Complejo Humo (Ramos y Aguilera, 2005), la interpretamos como consecuencia
de contactos entre la zona malagueña y granadina. La existencia de almagras asociadas a la técnica cardial
en los estratos XV y XVI de la Cueva de Carigüela (Navarrete, 1976; Atoche, 1985-87) podría explicarse
a través de estos intercambios (objetos, técnicas, personas, etc.). Recientes publicaciones incluso matizan
la importancia del componente cardial en Los Castillejos de Montefrío, identificándose gran variedad de
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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técnicas decorativas en sus niveles iniciales (Blázquez, 2011). La coexistencia de aspectos característicos
del Neolítico malagueño como almagras o tratamiento térmico y talla por presión en el sílex (Martínez et
al., 2010; Morgado y Pelegrin, 2012), junto a otros del mundo cardial valenciano desde los inicios de la
secuencia de Carigüela y la de Castillejos, debe ser objeto de una futura reflexión sobre el origen del círculo
granadino y sus relaciones. Estos dos yacimientos concentran buena parte de las dataciones sobre restos
domésticos más antiguas de Andalucía (Martínez et al., 2010; Medved, 2013). Cabe recordar al respecto
que en la discusión sobre la llegada del Neolítico a cualquier región únicamente deben ser utilizadas las
dataciones sobre elementos domésticos cuya identificación no haya generado dudas en los especialistas que
la han realizado. En el caso de Carigüela, las últimas series de dataciones sobre huesos de animales deben
ser tomadas con suma cautela, pues la identificación de las especies ha generado bastantes de esas dudas,
especialmente en lo que respecta al estatus doméstico o silvestre de los bóvidos. Incluso aceptando que las
muestras identificadas como Ovis/Capra puedan ser realmente restos de animales domésticos, todavía no
es posible aceptar fechas por encima del 5500 cal BC para el Neolítico de Carigüela.
También cabe una revisión profunda del final del Neolítico de este yacimiento y la región donde se
ubica, pues a medida que avanza el Epicardial granadino, la cultura material de este núcleo se asemeja cada
vez más a la de la Cultura de las Cuevas occidental. En este sentido, el concepto “epicardial” sólo puede ser
utilizado para el final del Neolítico antiguo en el círculo granadino o en aquellas regiones en las que se ha
documentado una fase previa cardial, no siendo operativo para definir la fase final del Neolítico antiguo en
zonas para las que no se ha descrito una fase cardial anterior.
Los contactos entre la zona malagueña y granadina tienen también su equivalente entre el este de
Andalucía y el País Valenciano, al reconocerse en esta última zona materias o productos de origen andaluz
como herramientas de piedra pulida (Orozco, 2000) o brazaletes de esquisto (Pascual Benito, 1998).
También podrían explicar estos contactos la presencia de asas pitorro (Martí et al., 2009), de verdaderas
almagras en la Cova de l’Or (Domingo et al., 2007) y la Cova de la Sarsa (Asquerino et al., 1998: 71) o la
semejanza en los utensilios de siega (Gibaja et al., 2010). Otro de estos ejemplos lo constituye la aparición
de decoración pivotante con instrumento no dentado asociada a cerámicas “impresas antiguas” (Bernabeu
y Molina, 2009) en contextos cardiales entre 5450-5300 cal BC, en la Cova de la Sarsa (García Borja y
Casanova, 2010), la Cova de l’Or (Martí et al., 1980; Martí, 1983; García Borja et al., 2011b) o la Cova de
les Cendres (Bernabeu et al., 2009b).
En Andalucía, los momentos finales del Neolítico antiguo se caracterizan por la asimilación en casi
todo el territorio de las producciones cerámicas impresas, incisas y almagras. En la Cueva de Nerja, el
Neolítico medio y el Neolítico final no quedan tan bien articulados en fases como el Neolítico antiguo,
si bien es indudable la ocupación de la cueva ligada a una intensa actividad agrícola, especialmente en el
Neolítico medio, que difiere del modelo de explotación de las grandes cuevas de hábitat valencianas, que
en estos momentos pasan a ser utilizadas como corrales (García Borja et al., 2011b). La tendencia evolutiva
de la cerámica en Nerja muestra cambios significativos en la vajilla, cuyo valor estrictamente funcional se
impone al estético, con una clara tendencia a la abertura de las formas que culminará en el Neolítico final.
9. CONCLUSIONES
Los datos presentados corroboran la antigüedad y extensión cronológica de la secuencia neolítica de
la Cueva de Nerja. Su ordenación ha permitido establecer diferentes fases de ocupación durante el
Neolítico: antiguo, medio y final, utilizándose cada sala en función de las necesidades de sus habitantes.
A su vez, se han diferenciado cuatro horizontes en el Neolítico antiguo: arcaico, inicial, pleno y final. El
Neolítico medio ha quedado dividido en dos fases más. Finalmente, unas ocupaciones eneolíticas que
se extienden hasta el horizonte de las cazuelas carenadas y que constituyen los momentos finales de la
secuencia de la Sala de la Mina.
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El conjunto cerámico de Nerja va ligado a una intensa ocupación, especialmente en el Neolítico antiguo
pleno y final, momento en el que la vajilla presenta mayor heterogeneidad, siendo la técnica de la impresión
sobre el cuerpo del vaso y sobre cordones la que presenta los porcentajes más elevados, seguida de la
almagra. Estas características están ya presentes en la fase inicial. Los datos plantean una escasa ocupación
durante los horizontes inicial y arcaico, sobre todo en comparación con el Neolítico antiguo pleno y final.
El horizonte arcaico presenta demasiadas incertidumbres, pues no existen elementos de comparación
en Andalucía y son todavía escasos a escala peninsular, resultando complicado su individualización
estratigráfica en cueva.
Las ocupaciones se prolongan durante el Neolítico medio, ligadas a una intensa actividad agraria,
al contrario de lo que se viene documentando en grandes cuevas habitadas intensamente durante el
Neolítico antiguo en el País Valenciano. Las cerámicas pierden vistosidad, imponiéndose la técnica de la
incisión sobre la impresión, hecho documentado en gran parte del ámbito mediterráneo. Las ocupaciones
en la Sala de la Mina finalizan en el Neolítico final, documentándose un buen número de vasos que
conforman una amplia y heterogénea vajilla, consolidándose los notables cambios tipológicos que se
inician en el Neolítico medio.
Las características propias del conjunto y su antigüedad, nos llevan a relacionarlo con la llegada por
vía marítima de grupos plenamente neolitizados, siendo imposible desligar una filiación mediterránea en
los orígenes de los niveles neolíticos de la Cueva de Nerja. Sin embargo, el estudio de la cultura material
no permite distinguir con claridad una filiación impressa ligur para estas primeras ocupaciones. Si a ello
añadimos que la tendencia evolutiva de la cerámica se aleja de la constatada en el País Valenciano y
tenemos en cuenta la imposibilidad de ligar las primeras ocupaciones de Nerja a un horizonte epicardial,
cabe admitir también como posible una vía de expansión desde el sur de Italia por la costa norteafricana,
que deberá ser contrastada en futuros trabajos.
Con los datos actuales, no es posible defender que el Neolítico antiguo medio-final de Carigüela equivale
al inicial de Nerja. Hasta que no se documenten yacimientos más antiguos, el foco de expansión hacia gran
parte del interior andaluz queda establecido en la costa malagueña. La constatación de la antigüedad y
continuidad de la secuencia, lo es también del Neolítico andaluz y la Cultura de las Cuevas definida en su
día por Muñoz, Asquerino, Gavilán o Pellicer y Acosta, si bien con importantes matices.
La influencia de otras tradiciones neolíticas será absorbida por esta Cultura de las Cuevas occidental
que también hemos denominado Neolítico de cerámicas Impresas-Almagras. A falta de mayores datos en la
bahía de Cádiz, la tradición cardial únicamente arraigaría en el entorno inmediato de la Cueva de Carigüela,
presentando en su fase epicardial igual o mayor número de similitudes con la tradición de cerámicas a la
almagra que con la valenciana.
La Cueva de Nerja forma parte de un conjunto mayor de yacimientos que parecen conformar una
Cultura Regional Neolítica cuyo origen, consolidación y expansión no supone alteraciones dentro del
modelo de referencia que explica la llegada del Neolítico a los diferentes puntos de la costa mediterránea.
La distribución de estos yacimientos neolíticos y su heterogeneidad recuerda al modelo de comunidades
propuesto para el País Valenciano. La Cueva de Nerja, como gran espacio habitado a lo largo de toda la
etapa neolítica, jugaría un papel importante en el desarrollo de esta cultura regional cuya expansión no solo
afecta al interior de Andalucía, sino también a la costa portuguesa y marroquí, conformando una cultura
material diferenciada de la cardial.
Si aceptamos que la cerámica cardial posee un alto valor identitario (Martí y Juan Cabanilles, 2002;
Martí, 2008; Martí, Capel y Juan Cabanilles, 2009), cabe plantearse si otras producciones cerámicas pueden
alcanzar un rango similar. Las producciones de Nerja, y de gran parte de Andalucía, abren esta segunda
posibilidad. La gran cantidad de yacimientos cuyos materiales son más afines a los descritos en Nerja que
al cardial, posibilita plantear la existencia de una entidad cultural de rango superior, diferenciada del cardial
franco-ibérico, que a su vez podría estar constituida por varias culturas regionales y a la que denominamos
Cultura de las Cuevas Andaluza.
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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AGRADECIMIENTOS
Parte de las dataciones sobre fauna han contado con la financiación de la Fundação para a Ciência e Tecnologia,
Ministério da Educação e Ciência, República Portuguesa (SFRH/BD/44089/2008).
Las dataciones sobre cereales han sido financiadas por el proyecto de investigación “Origins and Spread of
Agriculture in the western Mediterranean region (ERC-2008-AdG 230561)” y “Stable isotopes in Mediterranean natural and agricultural ecosystems: from a mechanistic understanding of isotope fractionation processes in plants to the
application in paleoenvironmental research (DGI CGL2009-13079-C02-01)”.
A Michael P. Richards y Jean-Jacques Hublin, del Max-Planck Institute for Evolutionary Anthropology, el apoyo
económico y técnico para la realización de parte de las dataciones radiocarbónicas sobre fauna.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 133-158
José Andrés AFONSO MARRERO a, Juan Antonio CÁMARA SERRANO a, Liliana SPANEDDA a,
José Antonio ESQUIVEL GUERRERO a, Rafael LIZCANO PRESTEL b, Cristóbal PÉREZ BAREAS c
y José Antonio RIQUELME CANTAL a
Nuevas aportaciones para la periodización del yacimiento
del Polideportivo de Martos (Jaén): la evaluación estadística
de las dataciones obtenidas para contextos rituales
RESUMEN: Se presentan en este trabajo un conjunto de dataciones radiocarbónicas realizadas sobre
muestras óseas animales del yacimiento del Polideportivo de Martos (Jaén). Con ellas se pretendía por
un lado documentar la continuidad en la ocupación del yacimiento durante el Neolítico Reciente, por otro
obtener las primeras fechas de contextos rituales del Alto Guadalquivir, y por último abordar una evaluación
independiente de las fases de ocupación del mismo partir del análisis estadístico de las dataciones. Aunque
la periodización ofrecida previamente se puede considerar válida, las agrupaciones obtenidas indican que,
en términos de la transformación del espacio, sólo se puede hablar de dos grandes momentos separados por
la inundación que distingue la subfase IIa de la IIb, en torno al 3000 cal A.C. Si bien la cronología general
propuesta para el yacimiento resulta ligeramente más reciente que la propuesta anteriormente, ésta no niega
la continuidad en el hábitat durante un amplio periodo
PALABRAS CLAVE: Alto Guadalquivir, Neolítico Reciente, cronología, periodización, dataciones
radiocarbónicas, ritual.
New contributions to Polideportivo de Martos (Jaén) periodization:
statistical evaluation of radiometric dates obtained from ritual contexts
SUMMARY: A set of radiocarbon dates got from animal bone samples of Polideportivo de Martos site are
presented in this paper. On one hand these dates were made in order to show continuity in the occupation of the site
during the Late Neolithic, on the other hand to get the first dates on ritual contexts in the Upper Guadalquivir, and
finally, get an independent evaluation of the occupation phases proposed for it. A statistical analysis of the dates’
tendencies has been used for this aim. Although some of the analyses carried out suggest that the periodization
previously provided can be considered valid, obtained data implies that, in terms of space transformation, only
two great moments can be distinguished, before and after 3000 cal BC. Although this new chronological frame is
more recent than previous one, settlement continuity during a long period still can be maintained.
KEY WORDS: Upper Guadalquivir valley, Late Neolithic, Chronology, Periodization, Radiocarbon dates,
Ritual.
a
b
c
Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
jaamarre@ugr.es | jacamara@ugr.es | spanedda@ugr.es | esquivel@ugr.es | riquelme3@telefonica.net
Área de Urbanismo, Ayuntamiento de Úbeda.
arquerra@live.com
Investigador independiente.
arqueocristobal@hotmail.com
Recibido: 30/09/2013. Aceptado: 06/05/2014.
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
1. INTRODUCCIÓN
El yacimiento de El Polideportivo-La Alberquilla (Martos, Jaén) se sitúa en las coordenadas UTM
414635, 4174490 (fig. 1). Descubierto a raíz de las obras para la realización de un pabellón polideportivo
en las afueras de la localidad de Martos, en una segunda campaña se pudieron excavar otros restos
situados su periferia (Cámara y Lizcano, 1996). Además, una gran cantidad de estructuras situadas
a lo largo del Arroyo de la Fuente, correspondiente al Neolítico reciente y al Calcolítico, fueron
destruidas, sobre todo, por obras de infraestructura viaria (Lizcano, 1999). A partir de la importancia
del yacimiento y la configuración del área suburbana en que se inscribía como una zona de crecimiento
de la ciudad de Martos protegida como Zona Arqueológica (fig. 2), nuevas actuaciones tuvieron lugar
desde el año 1993 (Cámara y Lizcano, 1997; Serrano et al., 1997) y especialmente en 2001, 2004
y 2009, aunque sólo algunas de ellas han sido publicadas (Ruiz, 2009; Alegre et al., 2010; Nieto y
Plazas, 2010; Serrano et al., 2010a y 2010b). Incluso en el caso del Polideportivo, cuya construcción
fue financiada también por la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, la que debía
proteger los restos y garantizar su investigación, sólo se pudo investigar menos de una cuarta parte de
la extensión visible (Lizcano et al., 1993) (fig. 3).
Pese al hecho de que sólo se ha excavado una pequeña parte, este yacimiento se ha convertido en los
últimos años en un referente, continuamente citado (Martín et al., 2004; Conlin, 2006; Pérez, 2008; Arteaga
y Roos, 2009; Fernández et al., 2009; Martínez et al., 2009; Nocete et al., 2010; Portero et al., 2010) para
el análisis de las fases recientes del Neolítico andaluz (Pérez et al., 1999), para la discusión del papel de los
sistemas de cierre y para el estudio de los sistemas constructivos hipogeicos (Lizcano et al., 2005; Márquez
y Jiménez, 2010), incluyendo su continuidad, la función que los distintos complejos estructurales tuvieron,
las estructuras presentes al interior de los mismos y los objetos recuperados de ellas.
De hecho, aun con el indudable interés que el yacimiento presenta para el análisis de la cultura material
mueble y los sistemas rituales de las últimas fases del Neolítico, uno de los aspectos más interesantes de su
estudio fue la apuesta metodológica que implicó la creación de una secuencia para la zona excavada a partir
de la seriación de los materiales arqueológicos dado que la estratigrafía era fundamentalmente horizontal
(Lizcano et al., 1991-92; Lizcano, 1999). Los resultados de este análisis condujeron a una división de
la ocupación en tres grandes fases, proponiéndose una vinculación de la Fase I con el Neolítico Tardío
(primera mitad del IV milenio A.C.), la II con el Neolítico Final (segundo mitad del IV milenio A.C.) y la
III (inicios del III milenio A.C.) con los inicios del Calcolítico. Se pretende aquí contrastar esa propuesta
con las dataciones disponibles, pudiéndose adelantar que éstas sugieren unas fechas más recientes para el
yacimiento de las que originalmente se habían manejado.
Fig. 1. Situación del yacimiento del Polideportivo-La Alberquilla (Martos, Jaén), también conocido como Zona
Arqueológica del Polideportivo de Martos (ZAPM).
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Fig. 2. Zona Arqueológica del Polideportivo de Martos incluyendo las áreas de las que se han datado contextos
arqueológicos.
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Fig. 3. Planimetría del área del Polideportivo dentro de la Zona Arqueológica del Polideportivo de Martos.
El yacimiento está caracterizado por estructuras subterráneas de diferente forma y dimensiones. Además
de los tramos de foso, documentados en las diferentes campañas, la mayor parte de las estructuras son
fosas piriformes, a veces conservadas sólo en su parte inferior y a menudo superpuestas, cuyo relleno
estratigráfico, en contra de lo habitualmente considerado, es resultado de distintos usos del espacio y no
de meros rellenos de amortización. Así, junto a evidencias de la existencia de actividades de combustión,
despiece de animales, talla de sílex y almacenamiento, se documentan otras de carácter ritual. Tanto la
cercanía y disposición de ciertas estructuras como el material recuperado de ellas hablan de que la unidad
residencial, que debió integrar también complejos estructurales no hipogeicos o semiexcavados, contó con
varios complejos articulados entre sí (Lizcano, 1999).
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Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
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El contexto material del yacimiento incluye en un primer momento (fase I) formas abiertas con inflexión
marcada y, a menudo, con elementos de suspensión (mamelones), mientras en un segundo momento de
fines del IV Milenio cal BC (fase II) los cambios entre los dos cuerpos de los recipientes compuestos
adquieren la forma de una verdadera carena, y, progresivamente, la parte superior de éstos tiende a abrirse
y el labio a engrosarse. Los recipientes decorados, siempre escasos, tienden a disminuir (Lizcano, 1999).
En la industria lítica tallada están presentes desde el primer momento las hojas obtenidas por presión con
palanca que, en cualquier caso, no presentan lustre de cereal y que fueron usadas fundamentalmente en
actividades de carnicería (Afonso, 1998).
Como hemos dicho, el aspecto que más ha llamado la atención es la frecuencia de inhumaciones de
animales –especialmente perros– en el yacimiento, además de la presencia de un enterramiento humano
en fosa cilíndrica-piriforme (Lizcano et al., 1991-92, 1993; Lizcano, 1999; Lizcano y Cámara, 2004),
fenómenos similares a los documentados en otros yacimientos andaluces (Márquez y Jiménez, 2011)
incluyendo algunos en el Alto Guadalquivir y sus inmediaciones (Martín, 1987; Burgos et al., 2001;
Martínez et al., 2009; Rabanal et al., 2009; Nocete et al., 2010; Portero et al., 2010; Cámara et al., 2012).
Aunque las interpretaciones de estos rituales han sido variadas (Weiss-Krejci, 2006; Cámara et al.,
2008, 2010; Chapman, 2008; García-Moncó, 2008; Valera y Godinho, 2009; Valera et al., 2010; Daza,
2011; Costa y Cabaço, 2012), en principio, debemos señalar que no existen complejos estructurales
específicamente rituales sino que a veces se produce el reaprovechamiento ritual de un complejo estructural
previamente usado para otros fines. En otras ocasiones, de forma previa al uso de los complejos, se llevan
a cabo ceremonias que implican el enterramiento de animales en la base de las fosas. Al primer caso
corresponde la ternera inhumada en complejo estructural (CE) número 15 (fig. 4) y relacionada con la
potenciación de la fertilidad de los rebaños y la demarcación de la propiedad; al segundo, la inhumación de
cánidos en los CE 12, 15 y 16 (fig. 5 y 6) como evidencia de fundación de dichos complejos estructurales
y como reconocimiento de la función de estos animales en la caza y en el pastoreo, como parece sugerir su
asociación a una cabeza de jabalí en el CE 12 (Cámara y Lizcano, 1996; Lizcano et al., 91-92; Cámara et
al., 2008). El cráneo de carnero, previamente descarnado, y colocado cuidadosamente como trofeo dentro
del CE 25a, abre otros interrogantes sobre el papel de la acumulación de riqueza y su exhibición incluso
Fig. 4. Ternera inhumada en el
CE 15 del área del Polideportivo.
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en los contextos domésticos. Otro cráneo de carnero similar se encuentra en el CE 7 de la cercana área de
La Alberquilla, en la misma zona arqueológica (Cámara et al., 2010), constituyendo parte del conjunto de
animales (cinco perros, dos bóvidos y la propia cabeza de carnero) (fig. 7) que acompañan una inhumación
y que implican la movilización de riqueza pecuaria en los funerales, un aspecto bien constatado en el
Fig. 5. Cánidos inhumados
en el fondo del CE 12 del
área del Polideportivo.
Fig. 6. Cánidos inhumados
en los fondos de los CE 15
y CE 16.
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Alto Guadalquivir (Cámara et al., 2012), si bien no generalizado. En el mismo yacimiento, en el área
del Polideportivo, dos mujeres y dos jóvenes se inhumaron en el CE 13 sin ajuar (fig. 8), a no ser que
consideremos como tal (Cámara y Lizcano, 1996; Lizcano et al., 1991-92; Lizcano, 1999) los restos del
nivel de ocupación previo del complejo estructural, desplazados para hacer sitio a los cadáveres.
Fig. 7. Enterramientos
animales del CE 7 en el
área de La Alberquilla.
Fig. 8. Enterramientos
humanos en el CE 13 del
área del Polideportivo.
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
2. OBJETIVOS DE LAS DATACIONES RADIOCARBÓNICAS DE MATERIALES
DE LOS YACIMIENTOS DEL IV Y III MILENIOS EN EL ALTO GUADALQUIVIR.
EL CASO DE MARTOS
Las fechas disponibles en relación con los rituales de inhumación para el Neolítico Reciente y el Calcolítico
del Alto Guadalquivir en particular y para Andalucía en general, no son muy numerosas (García et al., 2011;
Molina et al., 2012). Lo más sorprendente es que, admitiéndose por la mayoría de los investigadores, con
el precedente de Papa Uvas (Aljaraque, Huelva) (Martín, 1985, 1986), la necesidad de que la información
contextual de cada uno de los complejos, sus procesos tafonómicos y la interpretación de los mismos sean
publicados lo más detalladamente posible, por el contrario, no ha sido considerada la necesaria datación
radiométrica de cada uno de los depósitos, de nuevo con la excepción de Papa Uvas (Soares y Martín, 1996)
y algunos otros ejemplos recientes (Nocete et al., 2010; Cámara et al., 2012).
El problema además es que, a menudo, ha existido una preocupación general por datar los fosos como
el de El Negrón (Gilena, Sevilla) (Cruz-Auñón et al., 1995) o los de Marroquíes (Zafra et al., 2003; Zafra,
2007), con los problemas que los rellenos de estos complejos lineales presentan, dado que el material caído
en ellos, arrastrado del entorno en momentos de desuso, puede ser anterior o posterior a la construcción,
sin que sea posible casi en ningún caso afirmar la relación entre el elemento datado y el contenedor, si bien,
incluso reconociendo tales problemas, se sigue pretendiendo obtener series cronológicas a partir de esos
depósitos (Valera y Silva, 2011; Valera, 2013; Valera et al., 2014).
En el caso de El Polideportivo-La Alberquilla nuestro interés fundamental se ha centrado en la datación
de los rituales documentados, no sólo porque éstos están profundamente conectados con la organización
social concreta en que se desarrollan, sino porque los rituales, especialmente en el área del Polideportivo
(Lizcano et al., 1993), tienen una importante relación con la ganadería y su papel en la acumulación de
riqueza (Cámara et al., 2008).
El análisis de las dataciones de El Polideportivo-La Alberquilla buscaba determinar las fechas en las que el
área excavada de este extenso asentamiento estuvo ocupada y contrastar la validez de la periodización efectuada
a partir del estudio de los materiales arqueológicos y la superposición estratigráfica y estructural (Lizcano, 1999).
La valoración de la periodización previamente propuesta para el yacimiento ha pretendido: a) realizar
una aproximación a la sincronía-diacronía de los complejos estructurales de las distintas áreas; b) establecer
pautas de temporalidad en las estratigrafías más complejas, aquéllas correspondientes a los complejos
estructurales dedicados a actividades más diversificadas, p. ej. el 12. La posibilidad de avanzar en ambos
objetivos ha quedado, en cualquier caso, muy limitada por el número final de dataciones disponible.
3. LA MUESTRA ELEGIDA
Aunque se ha llamado la atención sobre los problemas del uso de los restos óseos para datar los contextos
arqueológicos, especialmente en los suelos ácidos (Nieto et al., 2002), es indudable que la única forma de
concretar estadísticamente la cronología de un depósito ritual es datar el elemento concreto –el inhumado–
cuya fecha se quiere conocer, y, de ahí la reciente proliferación de dataciones de huesos humanos y animales
(Castro et al., 1993-94; Mataloto y Boaventura, 2009; Cámara y Molina, 2009; Cámara et al., 2012; Lull et
al., 2013). Es fundamental datar los huesos cuando, como en el caso que nos ocupa, no existen elementos
materiales cuya asociación a los inhumados –personas o animales– corresponda a una decisión coetánea al
enterramiento, sea porque los restos recuperados junto a los inhumados proceden de procesos de remoción
de depósitos anteriores o de relleno, sea porque los ajuares son prácticamente inexistentes. Además, es
especialmente relevante, sin duda, datar los restos óseos si lo que se desea es corroborar la sucesión de las
inhumaciones, o si lo que se quiere, como en el caso de los cinco perros del CE 12, es datar el inicio de la
ocupación que el ritual habría justificado-reproducido.
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Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
141
No nos encontramos aquí con los problemas que otros autores han tenido para relacionar la cronología
de los inhumados con la fecha de construcción de los sepulcros (Persson y Sjøgren, 1995; Rybicka, 2006;
Bayliss y Whittle, 2007; Baldia, 2010; Scarre, 2010; Schulz Paulsson, 2010), a menudo desconocida, en
primer lugar porque no se trata de enterramientos colectivos y en segundo porque la construcción del
complejo debió ser coetánea a los rituales documentados como en los CE 12 y 25a (Lizcano, 1999).
Cuando esta circunstancia no se da, se producen dos fenómenos claramente distinguibles en el registro
estratigráfico, el reaprovechamientos de estructuras previas como el CE 13 (Cámara y Lizcano, 1996), o
episodios puntuales que suponen un interludio dentro de un uso generalmente doméstico del espacio, como
ejemplifica el nivel donde se sitúa la ternera inhumada en el CE 15. Especialmente esta última posibilidad
es un aspecto que algunos autores han rechazado, prefiriendo proponer un uso exclusivamente ritual para
las fosas piriformes de este tipo de poblados (Márquez y Jiménez, 2010).
4. EL ANÁLISIS DE LAS DATACIONES OBTENIDAS. AGRUPACIÓN DE DATACIONES
SEGÚN EL ERROR MÍNIMO GLOBAL VERSUS SUMA DE PROBABILIDADES
Naturalmente lo primero que se debe discutir es si las dataciones radiocarbónicas pueden ser utilizadas
como un argumento definitivo a favor o en contra de una hipótesis cronológica asentada en otros aspectos
–la seriación de los materiales apoyada en secuencias estratigráficas bien estudiadas–, o si, por el contrario,
ambos aspectos –seriación y datación– deben ser integrados en cualquier análisis cronológico. En nuestra
opinión, sólo un abundante conjunto de dataciones para cada contexto, algo inexistente en los yacimientos
andaluces, puede contribuir, en su tratamiento estadístico, a rechazar o corroborar totalmente una propuesta
de seriación basada en la articulación de las estratigrafías con los cambios en los objetos arqueológicos.
Aunque, dado el exiguo número de dataciones, estas premisas no se pueden aplicar totalmente al yacimiento
que estudiamos, también es cierto que el predominio de una secuencia horizontal –aun con la sucesión de
niveles en los rellenos de algunos CE– convierte la secuencia propuesta previamente para el yacimiento
del Polideportivo-La Alberquilla (Lizcano, 1999) en una hipótesis susceptible de ser fácilmente puesta en
cuestión si no existe una cierta relación con las fechas radiocarbónicas obtenidas.
Hechas estas aclaraciones, podemos ahora usar las dataciones disponibles, calibradas a partir de la curva
IntCal13 (Reimer et al., 2013) a través del programa Calib 7.0.2 (tabla 1 y fig. 9), en un ejercicio crítico
sobre la periodización ofrecida para el yacimiento de El Polideportivo-La Alberquilla (Lizcano, 1999) y,
posteriormente, podemos usarlas para discutir sobre la contemporaneidad y/o diacronía de los complejos
estructurales documentados y sobre la continuidad de uso de algunos de ellos.
La primera fecha obtenida, a partir de carbón, para El Polideportivo (Teledyne Isotopes I-17083)
(Lizcano et al., 1991-92; Lizcano, 1999) presentaba problemas para su calibración y uso comparativo, por
proceder de una muestra de vida larga y por su tratamiento radiométrico mediante el método estándar que
proporcionó una datación con una alta desviación típica. La calibración ofrecía una fecha de la primera
mitad del IV Milenio A.C. para un nivel de hogar (US 3) situado en un momento relativamente avanzado
del uso del CE 12, adscrito a la fase Ic del yacimiento (fig. 11).
Las dataciones obtenidas sobre restos óseos animales, analizadas por el Centro Nacional de Aceleradores
(CNA) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Sevilla, se sitúan todas en la segunda mitad
del IV Milenio A.C. en fechas calibradas, mientras una muestra de restos óseos humanos analizada por el
Laboratorio de la Universidad de Uppsala (Ua) ofrece una datación de mediados del II Milenio A.C.
Todo ello nos lleva, sin ulterior análisis, a considerar que la fechas atribuidas a cada una de las fases
consideradas en los primeros análisis del yacimiento fueron demasiado elevadas (Lizcano, 1999), a raíz
de la evaluación de la única fecha disponible en aquellos momentos, la del laboratorio Teledyne Isotopes.
La combinación de probabilidades a través del programa Calib 7.0.2 nos señala que la mayor parte
de los contextos datados corresponden a un periodo situado entre el 3376 y el 3092 cal A.C. al 84% de
probabilidad dentro del intervalo de 1 σ, y entre el 3520 y el 2877 cal A.C. al 90% de probabilidad para el de
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
Tabla 1. Dataciones disponibles para el yacimiento del Polideportivo de Martos - La Alberquilla, calibradas con el
Programa Calib 7.0.2 y la curva IntCal13 (Reimer et al., 2013).
Nº excav.
Muestra
Fecha BP
Fecha 1 s
Fecha 2 s
Nº laboratorio
Fase
MR14025
Carbón hogar US3
Cánido
5080 ± 140
4465 ± 25
4035-3706
3326-3039
4239-3543
3334-3026
I-17083
CNA603
Fase Ib-c
Alberquilla Fase IIa
MR6249
MR12705
MR12717
MR12719
MR12721
MR12722
Suido
Cánido
Cánido
Cánido
Cánido
Cánido
4550 ± 50
4360 ± 25
4555 ± 30
4610 ± 30
4630 ± 50
4500 ± 40
3367-3113
3011-2918
3365-3128
3493-3355
3510-3355
3336-3105
3495-3092
3080-2907
3482-3105
3509-3146
3627-3127
3355-3034
CNA607
CNA609
CNA610
CNA611
CNA612
CNA613
Fase IIa
Fase Ia
Fase Ia
Fase Ia
Fase Ia
Fase Ia
MR15154
MR15352
MR18138
MR19014
MR16006
MR12703
MR13504
Bóvido
Cánido
Ovicáprido
Cérvido
Cánido
Suido
Humano
4550 ± 25
4530 ± 60
4580 ± 60
4460 ± 30
4295 ± 40
4500 ± 40
3975 ± 33
3362-3132
3358-3106
3497-3116
3323-3030
3000-2880
3336-3105
2565-2467
3367-3108
3493-3025
3516-3096
3336-3021
3076-2872
3355-3034
2577-2350
CNA614
CNA616
CNA617
CNA618
CNA620
CNA621
Ua40060
Fase Ib
Fase Ia
Fase IIa
Fase IIa
Fase IIa
Fase Ia
Fase IIIa
Fig. 9. Representación gráfica de las
dataciones disponibles para el yacimiento
del Polideportivo de Martos-La Alberquilla,
calibradas con el Programa Calib 7.0.2 y la
curva IntCal13 (Reimer et al., 2013).
APL XXX, 2014
[page-n-152]
Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
143
2 σ, si bien, no se alcanza el número de muestras recomendado (20) para minimizar el error cuando se usa
este método (Williams, 2012: 580-581). En cualquier caso, la fecha de la tumba, atribuida a un momento
avanzado de la ocupación del yacimiento, queda fuera de ese intervalo y, por tanto, cabe suponer que la
actividad humana en la zona excavada se prolongó aun más, al menos hasta mediados del III Milenio A.C.
En función de la procedencia las muestras, el grupo de datos usados en este trabajo está constituido por
diez dataciones independientes y dos conjuntos pequeños: a) formado por las fechas obtenidas de muestras
de cinco cánidos y un suido, todos procedentes del CE 12 y de la fase Ia (CNA 609, CNA 610, CNA 611,
CNA 612, CNA 613 y CNA 621); y b) formado por dataciones de muestras del CE 15, correspondientes a
un cánido de la fase Ia y un bóvido de la fase Ib (CNA 614 y CNA 616) (fig. 10).
En el primer caso la combinación de probabilidades a partir del programa Calib 7.0.2 sugiere un uso
del CE 12 entre el 3497 y el 3108 con el 100% de probabilidad dentro del rango 1 σ y cubriendo, por tanto,
prácticamente todo el rango de ocupación del yacimiento sugerido por el análisis conjunto de todas las
dataciones disponibles para éste. Aunque la combinación de probabilidades del intervalo a 1 σ, muestra dos
concentraciones, la primera entre 3497 y 3315 cal A.C. con un 50,12% de probabilidad y la segunda entre
3237 y 3108, con el 46,7%, se debe tener en cuenta, además de los intervalos de baja probabilidad, el hecho
de que no se han tomado muestras de todos los niveles estratigráficos del complejo sino sólo de los niveles
basales en los que tuvieron lugar los enterramientos rituales de animales –cánidos fundamentalmente (fig.
11)–. Por ello, no parece probable que las muestras integradas en este conjunto pertenezcan a momentos
cronológicos diferentes, como después discutiremos, aun con las diferencias temporales sugeridas por
las dataciones obtenidas. De hecho, si atendemos a la suma de probabilidades a 2 σ, las dataciones se
concentran entre 3385 y 3093 con el 69% de probabilidad dentro de ese rango.
En el segundo caso, la combinación de probabilidades de las dataciones calibradas disponibles para el
CE 15 –sólo dos–, sitúan las inhumaciones rituales en este complejo –cánido y ternera– entre el 3358 y
el 3106 cal A.C. con un 100% de probabilidad en el rango a 1 σ, y entre 3374 y 3079 con un 92,96% de
probabilidad dentro del rango 2 σ.
Fig. 10. Sección del CE 15 del área del Polideportivo con indicación del lugar de donde proceden las muestras datadas.
APL XXX, 2014
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144
J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
Fig. 11. Sección del CE 12 del área del Polideportivo con indicación del lugar de donde proceden las muestras datadas.
Un aspecto a tener en cuenta a la hora de comparar y agrupar las fechas disponibles es que la calibración
implica una modificación de la distribución “normal” de la datación. Se ha optado aquí, en los párrafos que
siguen, por la comparación de las fechas no calibradas. Como en otros casos (Davison et al., 2009), los resultados
serán contrastados con datos ya conocidos, en este caso fundamentalmente el complejo estructural del que
proceden las muestras y su situación estratigráfica, utilizando lo que se conoce como el error mínimo global.
1
1 n 1
A partir de la expresión 2 = ∑ 2 (Dolukhanov et al., 2005), siendo n=nº de datos en el conjunto
n i =1 Σ i
s
y ∑i =máx(σi, σmín), con σi=error de medida y σmín=error mínimo global –no es posible disponer del error
instrumental–, se obtiene una incertidumbre global σ para cada conjunto.
Respecto al grupo a, claramente se tienen tres subgrupos (fig. 12), uno de ellos constituido por las
referencias CNA610, CNA613 y CNA621, que se considera un único dato, con una edad media después
de la calibración de 3450 años, según el método seguido aquí (Dolukhanov et al., 2005). Considerando
un error mínimo global de 30 años, a este conjunto se le asigna una incertidumbre global de 40 años. Este
resultado ofrece una fecha más antigua que la combinación de probabilidades para esas tres dataciones que
se obtiene a través del programa Calib 7.0.2, entre 3361 y 3113 cal A.C. al 100% de probabilidad dentro
del rango 1 σ y entre el 3367 y el 3090 al 99,6% de probabilidad dentro del rango 2 σ. Sin embargo, la
fecha obtenida sí se encuentra dentro del rango de la suma de probabilidades para todas las dataciones del
complejo que, como hemos visto, está entre 3497 y 3108 a 1 σ.
Otro subgrupo está formado por las dataciones CNA611 y CNA612, ligeramente más antiguas. Para este
subgrupo se estima una edad de 3430 años y una incertidumbre global estimada de 36 años, colocándose en
este caso la estimación dentro de la combinación de probabilidades del programa Calib 7.0.2 que situaría la
APL XXX, 2014
[page-n-154]
Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
145
Fig. 12. Histograma para los conjuntos coevales
formados por CNA610, CNA613, CNA621 y
CNA611-CNA612, junto al dato independiente
CAN609.
agrupación de esas dos dataciones entre 3498 y 3353 cal A.C. al 100% de probabilidad dentro del rango 1
σ y entre 3522 y 3335 al 96,18% de probabilidad dentro del rango 2 σ. Finalmente el tercer subgrupo está
formado por un único elemento (CAN609), de edad estimada en 3030 años y una incertidumbre de 30 años
(Dolukhanov et al., 2005; Davison et al., 2009).
De igual forma, para las dos referencias CNA614 y CNA616 pertenecientes al CE 15 se tiene una edad
de 3435 años y un error instrumental que, utilizando la expresión anterior, es σ=±47 años. También en este
caso el método usado ofrece una fecha más antigua a la obtenida por la combinación de probabilidades
que situaría esos enterramientos de animales en el CE 15 entre el 3374 y el 3079 cal A.C. con un 100% de
probabilidad en el rango a 2 σ.
Una vez realizadas las correcciones anteriores, las comparaciones entre dataciones se llevan a cabo
mediante el test t-Student utilizando la varianza conjunta como varianza del grupo y un nivel de significación
α=0.05. Los resultados obtenidos (tabla 2) permiten establecer los siguientes grupos:
1) I17083 5080±140BP
2) CNA 610, 611, 612, 613, 614, 616, 617, 621
3) CNA 603, 618
4) CNA 609, 620
5) Ua40060 3975±33BP
La datación CNA 607 es problemática ya que está en el límite de significación de los grupos 2 y 3, por lo
que no se le puede asignar un valor que pueda discriminar correctamente entre ambos grupos. Posiblemente
sea un dato de transición entre los periodos formados por los anteriores 2 y 3. Estos resultados permiten
establecer dos posibles ordenaciones de los datos –debido a lo expuesto anteriormente– desde los más
antiguos a los más recientes:
ORDEN 1
- I17083 4036-3706 cal A.C.
- CNA 607, 610, 611, 612, 613, 614, 616, 617, 621 3450-3380 cal A.C.
- CNA 603, 618 3340-3320 cal A.C.
- CNA 609, 620 3090-2870 cal A.C.
- Ua40060 2565-2467 cal A.C.
ORDEN 2
- I17083 4036-3706 cal A.C.
- CNA 610, 611, 612, 613, 614, 616, 617, 621 3520-3435 cal A.C.
APL XXX, 2014
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
- CNA 603, 607, 618 3380-3320 cal A.C.
- CNA 609, 620 3090-2870 cal A.C.
- Ua40060 2565-2467 cal A.C.
Dadas las características de la cultura material mueble asociada a la muestra CNA607 (Lizcano, 1999)
será esta última propuesta la que seguiremos en la discusión que sigue.
Así, prescindiendo de las dataciones extremas, grupos 1 y 5, las fechas se pueden agrupar en tres
conjuntos: 3520-3435, 3380-3320 y 3090-2870 A.C.
Para afirmar la cronología de cada uno de los contextos y el periodo global de ocupación del yacimiento,
en nuestra opinión, el primer trabajo que habría que realizar es relacionar cada una de estas agrupaciones,
las fechas concretas que en cada una de ellas se inscriben, con las fases presentadas a partir de la seriación
del material mueble y las estructuras de El Polideportivo-La Alberquilla.
Las dataciones de nuestra primera agrupación (CNA 610, 611, 612, 613, 614, 616, 617, 621), corresponden
a la mayor parte de los perros inhumados en el fondo del CE 12 (MR12717, MR12719, MR12721,
MR12722), al suido al que circundan (MR12703) (Cámara et al., 2008) (fig. 5), a los restos de la ternera del
Tabla 2. Comparación de muestras mediante el test t de Student con nivel de significación α=0.05.
t
CNA610, CNA611,
CNA612,CNA613 y CNA 621
α
2.347
<0.05
1.136
>0.05
1.000
>0.05
2.347
<0.05
7.804
<0.05
CNA614-CAN616
7.263
<0.05
CNA603
7.306
<0.05
CNA607
6.00
<0.05
CNA617
7.304
<0.05
CNA618
7.306
<0.05
CNA620
0.1
>0.05
CNA603
1.703
=0.05
CNA607
0.801
>0.05
CNA617
1.115
>0.05
CNA618
1.703
=0.05
CNA620
6.56
<0.05
CNA607
0.685
>0.05
CNA617
2.68
<0.05
CNA618
0.1
>0.05
CNA620
6.2
<0.05
CNA617
1.792
<0.05
CNA618
0.686
>0.05
CNA620
APL XXX, 2014
>0.05
CNA620
CNA618
0.253
CNA618
CNA607
CNA614-CAN616
CNA617
CNA603
<0.05
CNA607
CNA614-616
8.98
CNA603
CNA609
CNA609
5.466
<0.05
CNA620
6.2
<0.05
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Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
147
CE 15 (MR15154), al perro inhumado en el fondo de éste (MR15352) (fig. 6) y a los restos de un ovicáprido
(MR18138) del CE 18 (fig. 13). Se confirma así que las dataciones de los cánidos del CE 12 corresponden a
un momento antiguo de la ocupación del yacimiento (fase Ia) pero la presencia de fuentes carenadas en el CE
18 había llevado a situar éste en la denominada fase IIa. Por otra parte la adscripción de la ternera localizada
en el CE 15 a esta agrupación, por la fecha obtenida (CNA 614), implica que no existió una amplia diferencia
temporal entre los primeros rituales desarrollados en él, la inhumación de un cánido (CNA 616) (fase Ia), y el
enterramiento de este bóvido algo después (fase Ib) según la evidencia estratigráfica. Aun posteriores serían
los enterramientos de La Alberquilla, para los que, en cualquier caso, sólo contamos con una fecha (CNA 603).
Como hemos dicho el análisis llevaría a situar este momento del yacimiento en 3520-3435 cal A.C.
En cualquier caso habría que señalar que algunas muestras de esta agrupación son ligeramente más
recientes que las otras –especialmente CNA613-MR12722 y CNA621-MR12703– lo que podría deberse
también a una menor cantidad de colágeno en ellas, como se ha sugerido también en otras áreas (Losey et al.,
2011), aunque, desafortunadamente, el laboratorio no ha proporcionado estos datos. Por el contrario, como
ya hemos dicho, existen también dos fechas más antiguas (CNA611-MR12719 y CNA612-MR12721).
De hecho, según la combinación de probabilidades realizadas con el programa Calib 7.0.2, las dataciones
que se han incluido en esta agrupación se situarían entre 3495 y 3115 cal A.C. en el rango 1 σ y entre 3515
y 3090 cal A.C. en el intervalo 2 σ, pero con dos concentraciones, una entre 3515 y 3422 cal A.C. que
supone el 18,31% y otra entre 3385 y 3090 que representa el 80,67%. Dada esta disparidad y el fuerte
solapamiento con el intervalo posterior, se podría plantear una subdivisión entre las fechas más antiguas
(CNA611 y CNA612) y el resto. En este sentido la combinación de las dos primeras fechas se situaría
entre 3498 y 3353 cal A.C. al 100% de probabilidad dentro del rango 1 σ y entre 3522 y 3335 al 96,18% de
probabilidad dentro del rango 2 σ. Éstas son las que se separan claramente del periodo posterior y las que
más se ajustan a los resultados proporcionados por el método propuesto por Dolukhanov y otros (2005)
aquí seguido. Por el contrario el resto de las fechas, cuando se combinan, muestran un fuerte solapamiento
con la agrupación presentada a continuación, con un arco temporal del 3364 al 3113 cal A.C. al 100% de
Fig. 13. Sección del CE 18 del área del Polideportivo con indicación de la UE de la que se ha tomado la muestra datada.
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148
J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
probabilidad en el rango 1 σ y del 3375 al 3087 con el 95,45% de probabilidad en el intervalo 2 σ. A no ser
que pensemos en el traslado de cuerpos de cánidos desde contextos más antiguos en la deposición ritual
inicial o que planteemos que las remociones rituales en el CE 12, antes del uso doméstico posterior que
hemos documentado, duraron unos doscientos años, hay que pensar que es muy probable que las dataciones
más antiguas se acerquen más a la fecha real de las inhumaciones iniciales y que el resto de las dataciones
son más recientes de lo esperado.
La segunda agrupación de fechas incluye un perro de un complejo estructural con enterramientos
rituales –de humanos y animales– en la zona de la Alberquilla (CNA603- MR14025) (fig. 7), un hueso
de cérvido (CNA618-MR19014) del CE 19 (fig. 14) y finalmente, con un carácter, como hemos visto,
transicional, restos de un suido (CNA607-MR6249) del CE 6 (fig. 15). La mayor parte de los contextos a
que pertenecen estas muestras fueron situados en la fase IIa –CE 6 y CE 19–, por criterios de morfometría
cerámica, mientras el CE 7 de La Alberquilla no fue incluido en la seriación cerámica al haberse excavado
posteriormente (Cámara et al., 2010). Esta agrupación quedaría, por tanto, situada, sobre todo en el siglo
XXXIV A.C., entre 3380 y 3320 cal A.C. En este caso también podemos ver que tales resultados se sitúan
en los límites más antiguos de las fechas que se obtienen de la suma de probabilidades de las dataciones
incluidas en este grupo a partir del programa Calib 7.0.2, que las sitúan entre 3331 y 3089 cal A.C. al
95,8% de probabilidad en el rango 1 σ y entre 3366 y 3080 al 90,07% en el intervalo 2 σ. Dado este arco
cronológico no es imposible que la datación del CE 18 (CNA617) se relacione con este grupo aun cuando
se asocie también significativamente al primero.
Finalmente la tercera agrupación de fechas (4) incluye sólo dos muestras, una de ellas del nivel fundacional
del CE 16 –con inhumación de cánido CNA620-MR16006–, muy arrasado (fig. 6), lo que podría hacer pensar
que pertenecería ciertamente a una fase avanzada del yacimiento, y por tanto ser más reciente de lo que se
pensó en las primeras interpretaciones que tendieron a ubicar todas las deposiciones de cánidos en el mismo
momento inicial del yacimiento. La otra fecha incluida en esta agrupación ha sido obtenida sobre uno de los
cánidos del CE 12 (CNA609-MR12705). Así la procedencia de esta segunda de esas fechas de un contexto
antiguo y la escasa contextualización de la primera de las muestras, nos obliga a ser cautos en cuanto a la
correlación de esta agrupación de fechas –3090-2870 cal A.C.– con una fase concreta de nuestro yacimiento.
En este caso, la coincidencia con los resultados de la suma de probabilidades a partir del programa Calib 7.0.2
es mayor, pues este ofrece para esas dos dataciones combinadas unos resultados de 3010-2888 cal A.C. al
100% de probabilidad para el rango 1 σ y 3025-2878 al 98,68% de probabilidad en el intervalo 2 σ.
Fig. 14. Sección del CE 19 del área del Polideportivo con indicación de la UE de la que se ha tomado la muestra datada.
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Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
149
Fig. 15. Sección del CE 6 del área del Polideportivo con indicación de la UE de la que se ha tomado la muestra datada.
5. LAS DATACIONES EN RELACIÓN CON LA PERIODIZACIÓN DEL YACIMIENTO:
AGRUPACIONES, SUMA DE PROBABILIDADES Y ANÁLISIS BAYESIANOS
Si nos ceñimos a la atribución previa en fases, con ciertas correcciones como la atribución del CE 16 a
un momento no inicial, observamos que los solapamientos entre las fases Ia/Ib y IIa según la suma de
probabilidades de las dataciones disponibles a partir del programa Calib 7.0.2 son considerables. Para las
subases Ia-b obtendríamos un intervalo entre 3497 y 3118 al 100% de probabilidad en el rango 1 σ y entre
3515 y 3093, también al 100% de probabilidad en el intervalo 2 σ, si bien ya se ha dicho que las dataciones que
ofrecen fechas más antiguas (CNA611, CNA612 y, en menor medida, CNA617) conducen a dos agrupaciones
(3497-3458 al 19,1% de probabilidad frente a 3377-3118 al 80,9% en el intervalo 1 σ). Para la fase IIa la
suma de probabilidades con el programa Calib 7.0.2 ofrece un intervalo entre 3361 y 2888 cal A.C. al 100%
de probabilidad en el rango 1 σ y entre 3376 y 2878 cal A.C. al 96,59% en el rango 2 σ, por lo que, si
prescindiéramos de las dataciones que han dado fechas más antiguas, el solapamiento sería absoluto.
En este sentido, la primera impresión sobre la correlación entre las dataciones y la seriación es que,
independientemente de la escasez, por el momento, de muestras de fases avanzadas, dado nuestro interés
en fechar la primera ocupación del lugar, no resulta fácil usar las dataciones para afirmar la sucesión de
las cuatro primeras subfases –Ia, Ib, Ic y IIa– del yacimiento, anteriores a un momento de arrastre de
sedimentos, probablemente relacionados con una inundación (Lizcano, 1999). De hecho, los solapamientos
entre las dos primeras agrupaciones obtenidas a partir del método del error mínimo global sugerido por
Dolukhanov y otros (2005) son aun mayores si atendemos a los resultados de la suma de probabilidades
a partir del programa Calib 7.0.2. Parece, en cualquier caso, probable que nuestra primera agrupación
de fechas corresponda, en su mayoría, a la denominada fase Ia del yacimiento y la segunda agrupación
a elementos procedentes principalmente de la fase IIa aunque con problemas en cuanto a que algunos
contextos, como el CE 18, sorprendentemente, han proporcionado dataciones antiguas (CNA 617).
Dadas las contradicciones que se observan entre la suma de probabilidades proporcionadas por el
programa Calib 7.0.2 y las agrupaciones del método del error mínimo global antes presentado (Dolukhanov
et al., 2005) que se ajustan más a las fases cronoestratigráficas previamente ofrecidas (Lizcano, 1999), se
ha realizado una calibración bayesiana (Bronk Ramsey, 2009) ordenando las dataciones según las fases
cronoestratigráficas de las que fueron obtenidas.
APL XXX, 2014
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150
J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
En primer lugar hemos utilizado el programa BCal gestionado por el Department of Probability and
Statistics de la University of Sheffield, disponible en el siguiente enlace: http://bcal.sheffield.ac.uk. (Buck
et al., 1999), y que ya ha sido utilizado para casos de la Península Ibérica (Lull et al., 2013). Entre las
diferentes condiciones que el programa nos permite seleccionar los resultados más significativos se han
obtenido considerando que las diferentes fases datadas (Ia, Ib, IIa y IIIa) son sucesivas, sin solapamientos
y con hiatos entre ellas. El análisis de probabilidades señala que, Ia es anterior a Ib con un 99,02% de
probabilidad, Ib es anterior a IIa con el 98,94% y IIa es anterior a IIIa con el 99,93%. La cronología
atribuida a cada fase para 1 y 2 δ puede consultarse en la tabla 3.
Otros autores (Boaventura, 2011; Boaventura y Mataloto, 2103) prefieren utilizar el programa OxCal 4.2,
disponible en la web: https://c14.arch.ox.ac.uk/oxcal/OxCal.html, para realizar los análisis bayesianos. Una
de las ventajas de esta aplicación es que permite mostrar en un mismo gráfico tanto las curvas individuales
de las dataciones como las curvas acumuladas por fases.
En este caso, usando las mismas condiciones, eliminando también del análisis las dataciones CNA 609 y
CNA 620 que el programa considera outlier, la significación obtenida para el modelo que considera las cuatro
fases (Ia, Ib, IIa y IIIa) es del 116,9% (tabla 4 y fig. 16), que constituye un índice de concordancia bastante
bueno ya que a partir de valores superiores al 60% se considera que el modelo bayesiano propuesto es válido.
El método del error mínimo global de Dolukhanov y otros (2005) y el análisis bayesiano nos sugieren
que existe una cierta correlación entre las dataciones y la seriación propuesta, a través de los materiales
arqueológicos, principalmente la cerámica (fig. 17), sin embargo, todos los métodos, y especialmente la
Tabla 3. Resultados de la calibración bayesiana, según la curva IntCal13, realizada con el programa BCal
(http://bcal.sheffield.ac.uk, Buck et al.,1999).
Intervalos de densidad posterior (HPD) máxima (cal BP)
Phase
Name
from
to
%
from
to
%
Boundary Start 1
-5337
-5301
68
-5462
-5290
95
Phase 1
CNA621
CNA616
CNA610
CNA611
CNA612
CNA613
Boundary End 1
Boundary Start 2
-5308
-5312
-5310
-5318
-5322
-5308
-5404
-5295
-5276
-5280
-5291
-5301
-5296
-5275
-5249
-5142
68
68
68
68
68
68
68
68
-5314
-5323
-5319
-5431
-5394
-5314
-5309
-5301
-5225
-5224
-5263
5285
-5275
-5228
-5179
-5129
95
95
95
95
95
95
95
95
Phase 2
CNA614
Boundary End 2
Boundary Start 3
CNA618
CNA603
CNA607
CNA617
Boundary End 3
Boundary Start 4
Ua40060
Boundary End 4
-5182
-5163
-5133
-5124
-5122
-5106
-5103
-5113
-4791
-4514
-4503
-5129
-5082
-5060
-5038
-5040
-5048
-5048
-5008
-4475
-4416
-3378
68
68
68
68
68
68
68
68
68
68
68
-5297
-5289
-5223
-5196
-5202
-5187
-5185
-5171
-5003
-4524
-4514
-5081
-5067
-5047
-4979
-4982
-5034
-5034
-4915
-4427
-4299
-1858
95
95
95
95
95
95
95
95
95
95
95
Phase 3
Phase 4
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suma de probabilidades, indican que la distancia cronológica entre las fases Ia, Ib y IIa es muy corta. Por
tanto lo que podemos asegurar, con mayor certeza, es que la principal transformación tuvo lugar a partir de la
fase IIa, a continuación de la posible inundación, entre fines del IV y principios del III Milenio A.C.
Si atendemos a la problemática de dataciones como la CNA 617 del CE 18, deberíamos plantear
que determinadas diferencias en los materiales pudieron tener más un matiz funcional que cronológico
y que el intento de articular una periodización detallada a partir de la estratigrafía horizontal (Lizcano,
Tabla 4. Resultados de la calibración bayesiana, según la curva IntCal13, realizada con el programa OxCal (https://c14.
arch.ox.ac.uk/oxcal/OxCal.html).
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
Fig. 16. Representación de las calibraciones bayesianas agrupadas por fases según el programa OxCal y la curva IntCal13.
1999) fue ciertamente ambicioso (y optimista), especialmente en lo que respecta a la subdivisión de la
denominada fase I, aunque algunos de los métodos de tratamiento estadístico de las dataciones (error
mínimo global y análisis bayesiano) la corroboren.
Prescindiendo de las dataciones CNA 609 (MR12705) y CNA 620 (MR16006) –tercera agrupación
de fechas, excepto la muestra transicional CNA 607– y de la datación I17085 por su excesiva desviación
típica, la horquilla cronológica en que se sitúan esas 4 subfases quedaría reducida a la segunda mitad del IV
milenio A.C., en lo que en el Sudeste se ha considerado Neolítico Final-Cobre Antiguo (Molina et al., 2004;
Molina y Cámara, 2005), implicando además esa cronología, como hemos repetido, un rejuvenecimiento
de anteriores propuestas (Lizcano, 1999) que tuvieron excesivamente en cuenta la datación I17085. En
cualquier caso determinadas fechas de Papa Uvas (Aljaraque, Huelva) (Soares y Martín, 1996) y Los
Castillejos en las Peñas de los Gitanos (Montefrío, Granada) (Martínez et al., 2010), sugieren que los
cambios del Neolítico Reciente comenzaron a los albores del IV Milenio A.C.
Aunque de momento sólo contamos con una fecha clara para las fases posteriores, correspondiente
a uno de los inhumados en la tumba 13 (Ua40060-MR13504) (fig. 18), ésta muestra una importante
diferencia temporal con los momentos de las primeras inhumaciones rituales de animales, como también
Fig. 17. Evolución de la cerámica en el Polideportivo de Martos con propuesta cronológica.
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Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
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Fig. 18. Sección del CE 13 del área del Polideportivo con indicación de la UE de la que se ha tomado la muestra datada.
se observaba en la calibración bayesiana antes comentada. De hecho, su rango a dos sigmas se sitúa
entre 2577 y 2350 A.C. En este caso, con independencia de la posibilidad de que estemos ante una fecha
ligeramente rejuvenecida, debemos señalar por una parte que las inhumaciones, que se situaron como
se dijo (Cámara y Lizcano, 1996; Lizcano, 1999) en una cabaña anterior cuyo material fue arrinconado
hacia los bordes, pueden ser bastante posteriores a la construcción del complejo estructural en que se
sitúan; en segundo lugar, que éstas pudieron desarrollarse a lo largo de un amplio periodo de tiempo –
aunque en un primer momento se pensara en relaciones parentales directas entre ellas, si bien con dos
mujeres y tres jóvenes–, y, en tercer lugar, que, en cualquier caso, el CE 13 pertenece a un momento
avanzado de la ocupación de esta zona del poblado (fase III).
Un aspecto importante de estas dataciones es que no sólo parecen confirmar, frente a lo que muchos
autores habían pretendido para estas comunidades (Aguayo et al., 1994; Fernández y Márquez, 19992000; Márquez, 2002; Lucena y Martín, 2005; Márquez y Jiménez, 2010), la ocupación continua de este
tipo de poblados, sino también el largo periodo de utilización de cada uno de los complejos estructurales,
corroborado no sólo por el análisis estratigráfico (Lizcano, 1999) sino también por el análisis químico de
los sedimentos (Sánchez et al., 1998).
Tabla 5. Propuestas cronológicas para cada una de las fases en función de los distintos métodos discutidos y de las
muestras disponibles.
Propuesta de
seriación
III
Suma de probabilidades Resultado de la combinación
(Calib 7.0.2)
mediante el método del error
mínimo global
Calibración
bayesiana (Bcal)
Calibración
bayesiana (OxCal)
2577-2350
2565-2467
2524-2299
3041-2079
3376-2878
3090-2870
3223-2915
3222-2934
Ib
3367-3108
3520-3320
3301-3067
3146-3115
Ia
3514-2911
3462-3179
3472-3215
IIIb
IIIa
II
IIb
IIa
I
Ic
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6. CONCLUSIONES
Aun teniendo en cuenta que algunas dataciones resultan más antiguas (CNA607) o más recientes
(CNA609) de lo esperado, el estudio realizado a partir de la combinación de las fechas obtenidas por el
método del error mínimo global o a partir del análisis bayesiano siguiendo la propuesta de periodización
presentada a partir de la seriación de la cultura material mueble del yacimiento, especialmente la
cerámica, nos ha permitido proponer una secuencia de ocupación relativamente amplia. De hecho, se
puede sugerir que el diseño esquemático de la evolución de este yacimiento con estratigrafía horizontal
(Lizcano, 1999) fue correcto.
De hecho, la discusión de las fechas a partir de su análisis estadístico en relación con los contextos y
a la seriación de materiales y complejos de Martos sugiere que la fase Ia se desarrolló a comienzos de la
segunda mitad del IV milenio A.C., la fase Ib a principios del último cuarto del IV milenio y la fase IIa en el
último tercio del IV milenio A.C. (tabla 5). Encontramos además una importante diferencia temporal entre
la mayoría de las dataciones y la fecha de la tumba 13, aunque existe la posibilidad de que hubiera una
amplia diferencia temporal entre la erección del CE 13 y la introducción en él de los cadáveres.
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se inscribe en el desarrollo del Proyecto “Cronología de la consolidación del sedentarismo y la desigualdad
social en el Alto Guadalquivir (HAR2008-04577)” financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
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APL XXX, 2014
[page-n-168]
Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 159-211
Oreto GARCÍA PUCHOL a, Lluís MOLINA BALAGUER b, Fernando COTINO VILLA c,
Josep Lluís PASCUAL BENITO d, Teresa OROZCO KÖHLER b, Salvador PARDO GORDÓ b,
Yolanda CARRIÓN MARCO e, Guillem PÉREZ JORDÀ f,
María CLAUSÍ SIFRE c y Luís GIMENO MARTÍNEZ c
Hábitat, marco radiométrico y producción artesanal
durante el final del Neolítico y el Horizonte
Campaniforme en el corredor de Montesa (Valencia).
Los yacimientos de Quintaret y Corcot
RESUMEN: El propósito principal de este artículo reside en la descripción e interpretación del registro arqueológico
correspondiente al Neolítico final y al Horizonte Campaniforme documentado en los yacimientos de Quintaret
(Montesa, Valencia) y Corcot (l’Alcúdia de Crespins, Valencia). Las estructuras aquí reconocidas corresponden a fosas
y silos, de cuyo relleno procede un interesante conjunto de materiales. Las dataciones radiométricas obtenidas sitúan
el desarrollo de los yacimientos al menos entre el último siglo del IV milenio y los siglos centrales del III milenio cal
AC. Cabe destacar la recuperación de varios vasos campaniformes de estilo regional en la estructura Q138 de Quintaret,
así como la documentación en otras estructuras de un elevado número de restos de la fábrica de perlas de collar sobre
lignito y caliza, que evidencian la existencia en el lugar de áreas de actividad relacionadas con estas artesanías.
PALABRAS CLAVE: Neolítico final, Campaniforme, silos, cuentas de lignito y caliza, C14.
Settlement, radiocarbon dates and craft productions during Late Neolithic and Bell Beaker periods
in the ‘corredor de Montesa’ (Valencia, Spain). The sites of Quintaret and Corcot
ABSTRACT: In this paper we present the results related to the excavation works conducted in Late Neolithic and
Bell Beaker sites of Quintaret (Montesa, Valencia) and Corcot (l’Alcúdia de Crespins, Valencia), both in the middle
valley of Canyoles river. The sites, neighboring each other, offer a quite different volume of information (Quintaret: 51
structures; Corcot: 4 structures). 14C dates allow us to define the occupation of this area of the valley along the first half
of the III millennium cal BC. The presence of bell beaker ceramic in archaeological record of Quintaret is limited to just
one structure (Q138), where at least 7 different vessels have been identified. Other prominent point of the record is the
identification of remains related with the production of stone beads. The whole sequence of production is represented,
and also some tools used in the process have been recovered, putting in evidence the existence of some workshop areas.
KEY WORDS: Late Neolithic, Bell Beaker, storage pits, lignite and limestone beads, C14.
a Investigadora Programa Ramón y Cajal.
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
Oreto.garcia@uv.es
b Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
Lluis.Molina@uv.es | Teresa.orozco@uv.es | Salvador.pardo@uv.es
c Global Geomática, Valencia.
fcotino@gmail.com
Recibido: 28/03/2014. Aceptado: 05/05/2014.
d
e
f
Museu de Prehistòria de València - SIP.
joseplluis.pascual@dival.es
Universidad Nacional a Distancia (UNED), Valencia.
Yolanda.carrion@uv.es
G.I. Arqueobotánica. IH, CCHS, CSIC.
Guillem.perez@uv.es
[page-n-169]
160
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
1. PRESENTACIÓN
Las intervenciones arqueológicas desarrolladas por técnicos de la empresa Global Geomática S.L., con motivo
del proyecto del Nuevo Acceso de Alta Velocidad Levante-Madrid-Castilla la Mancha-Región de Murcia
(tramo Moixent-l’Alcúdia de Crespins), han proporcionado nuevos datos sobre las ocupaciones humanas
del final del Neolítico y el Horizonte Campaniforme en el denominado corredor de Montesa (comarca de La
Costera, Valencia). Este espacio conforma un valle encajado entre la Serra d’Enguera y el macizo del Caroig al
N y la Serra Grossa al S, línea de confluencia de los sistemas Ibérico y Bético. El río Cànyoles, afluente del río
Xúquer, constituye el curso de agua destacado en su discurrir desde el SO al NE por el valle de Montesa. Este
valle resulta el principal corredor de comunicación entre el litoral valenciano y el interior de la meseta, aspecto
bien reflejado por la frecuencia de yacimientos arqueológicos de variada cronología documentados en gran
medida al amparo del reciente trazado de la alta velocidad. Un aspecto que tiene su trascendencia directa en la
confluencia diacrónica de ejes vertebradores de comunicación de relevancia, como el paso de la Vía Augusta o
el trazado del Ave que nos ocupa, y tendría también su reflejo en las redes de comunicación establecidas entre
las comunidades prehistóricas. Los resultados aquí presentados corresponden al tramo de la obra comprendido
entre los términos municipales de Moixent y l’Alcúdia de Crespins (fig. 1).
Los trabajos previos de prospección realizados en junio de 2009 en la denominada área de Quintaret
permitieron identificar la existencia de 2 silos cuyos materiales referían una atribución prehistórica neolítica,
confirmada por los trabajos de excavación realizados posteriormente en el año 2012, que además aportaron
evidencias sobre estructuras y materiales del Bronce final, épocas ibérica, romana y andalusí, y otros
restos estructurales de cronología posterior. A unos 3 km en línea recta, las intervenciones de seguimiento
arqueológico efectuadas en la denominada área de Corcot, desde enero de 2012, propiciaron también la
detección de estructuras prehistóricas y de cronología ibérica.
El propósito de este trabajo reside en describir e interpretar los hallazgos en ambas áreas correspondientes
a las ocupaciones del Neolítico final y del Horizonte campaniforme, apoyándonos para ello en la entidad
numérica de las fosas y silos documentados –un número notable de estructuras en Quintaret (51), reducido
en Corcot (4)–, y el interés del registro arqueológico recuperado. Las dataciones radiométricas obtenidas
permiten acotar que esta zona del curso medio del Cànyoles estaría ocupada al menos entre el último siglo
del IV milenio y los siglos centrales del III milenio cal AC.
Fig. 1. Mapa de localización de Quintaret y Corcot.
APL XXX, 2014
[page-n-170]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
161
La parcialidad de la excavación, siguiendo las directrices marcadas por el trazado de la obra, no permite
hacernos una idea de la extensión del espacio ocupado, si bien las pautas de distribución son similares
a otros registros conocidos en el territorio valenciano de similar cronología: en el fondo de los valles y
cercanos a cursos de agua. Las concentraciones observadas en algunos puntos (valle del Serpis) remiten a
ocupaciones durante largos períodos de tiempo dando así lugar a extensas áreas con vestigios de habitación
reconocidos sobre todo por la existencia de silos y fosas. Entre los hallazgos destacados avanzamos la
exclusiva concentración de vasos campaniformes en la estructura Q138 de Quintaret, así como los restos
relacionados con la artesanía in situ de perlas de collar sobre lignito y caliza que confirman la existencia en
el lugar de áreas de taller, de las que procederían el millar aproximado de cuentas y restos de la cadena de
producción localizados en el relleno de varias fosas de este mismo yacimiento (Q006, Q226, Q228, Q229,
Q230, Q231 y Q261).
2. LAS ESTRUCTURAS PREHISTÓRICAS DE QUINTARET Y CORCOT
(F. Cotino Vila, O. García Puchol y M. Clausí Sifre)
Tras la detección de materiales durante los trabajos previos de prospección, se procedió al seguimiento
arqueológico del decapado del área afectada por los desmontes de la obra (unos 31.500 m2), lo cual permitió
la identificación de numerosas estructuras de adscripción prehistórica e histórica que fueron seguidamente
excavadas. El registro de la información se realizó mediante las fichas normalizadas para tal fin y los datos
analíticos se incorporaron a una base de datos informatizada que permitió su tratamiento posterior. A estos
efectos se ha desarrollado una aplicación sobre GvSig que permite la gestión del conjunto de la información.
El registro planimétrico se efectuó combinando técnicas de topografía clásica con fotogrametría y láser
escáner3D, obteniéndose como resultados plantas ortofotográficas y modelos tridimensionales de las
estructuras.
Con el fin de recuperar vestigios paleobotánicos y otros restos de interés de reducido tamaño, se procedió
al tamizado con agua de una muestra del relleno de las estructuras (20 litros). Este muestreo fue ampliado
en función de la naturaleza y características de los restos hallados. La muestra biótica (carbones y en menor
medida semillas) no ha sido abundante pero permite realizar una serie de puntualizaciones interesantes
de carácter económico y ambiental. Por el contrario, no se han recuperado restos óseos, ni tan siquiera
pequeños restos entre las muestras flotadas (tampoco en las estructuras de época histórica), lo cual apunta
hacia un problema de conservación relacionado con la naturaleza del sustrato geológico.
2.1. Fosas y silos prehistóricos en Quintaret
El yacimiento de Quintaret se halla en el término municipal de Montesa, a poco más de 2 km al SE del
casco urbano de esta población. El lugar queda ubicado en la parte alta de una suave colina que ofrece una
posición de dominio visual de un tramo importante del valle de Montesa en paralelo al margen izquierdo
del río Cànyoles, que discurre a unos 1.000 m del área de la intervención. El Barranc de la Mentirola al O y
el Barranc del Toll hacia el E delimitan geomorfológicamente el área. Desde el punto de vista geológico se
encuentra en una formación del Mioceno medio-superior, Helvetiense-Tortoniense (TM. Margas blancas y
grises). Dichas margas son amarillas y blancas en superficie mientras que en profundidad pasan a ser gris,
verdosas y negruzcas. Los trabajos de excavación se iniciaron en enero de 2012 bajo la dirección de los
arqueólogos Fernando Cotino Villa y María Clausí Sifre. Las estructuras prehistóricas localizadas –acotadas
lógicamente al trazado de la vía férra– se distribuyen principalmente en la zona alta de la colina (“área de
la viña”) y hacia el Barranc del Toll, sobre todo al N pero también al S de la traza de la vía (fig. 2, A y B).
La prospección arqueológica permitió detectar dos estructuras tanto al N como al S del área intervenida,
APL XXX, 2014
[page-n-171]
162
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Q230
Q231
Q228
Q229
Q242
Q024
Q007
Q006
N
Q282
Q283
Q030
Q138
20
Q088 Q090
Q082
Q092
Q089
Q079 Q081 Q083
Q091
Q075
Q084
Q086
Q078 Q080
Q085
Q064 Q071 Q074
Q070 Q072
Q067
Q125
Q069
Q062 Q068
Q077
40
60
80
100 m.
Q263
Q066
Q065
Q223
Q063
Q060
Q197
Q193
Q061
Q059
Q054 Q055 Q057
Q190
Q058
Q175
Q171
Q164
Q162
Q157
0
Q007
N
20
40
60
80
100 m.
Q024
Q081
Q071
Q079
Q074
Q075
Q138
Q083
Q082
Q078
Q085
Q086
Q073
Q125
Q084
Q067 Q062
Q077
Q068
Q072
Q060 Q061 Q069
Q059
Q070
Q055
Q054
Q171
Q282
Q030
Q088 Q090
Q092
Q080 Q089
Q091
Q066
Q065
Q064
Q063
Q006
Q263
Q223
Q197
Q165
Q193
Q190
Q175
Q164
Q162
Q157
N
20
0
40
60
Q230
Q231
80
100 m.
Q228
Q229
Q242
Q007
Q024
Q006
N
Q282
Q283
Q030
Q138
Q088
Q090
Q082
Q092
Q089
Q083
Q091
Q075 Q079 Q081 Q084
Q086
Q078 Q080
Q085
Q064 Q071 Q074
Q070 Q072
Q067
Q125
Q069
Q062 Q068
Q077
20
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80
100 m.
Q263
Q066
Q065
Q223
Q063
Q060
Q197
Q193
Q061
Q059
Q054 Q055 Q057
Q190
Q058
Q175
Q171
Q164
Q162
Q157
0
N
20
40
60
80
100 m.
Q230
Q231
Q242
Q007
Q024 Q006
Q282
N
Q283
20
40
60
80
100 m.
Fig. 2. A y B, planimetría de la excavación en Quintaret.
APL XXX, 2014
Q228
Q229
Q226
Q225
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
163
lo que sugiere que la dispersión de las mismas se extiende por una amplia zona, tanto hacia el río como en
dirección N a la traza. El abancalado efectuado a lo largo de diversas épocas ha afectado en gran medida a
la conservación de estos restos, sobre todo, y de forma más marcada, en las partes intermedias de la colina.
Las estructuras prehistóricas corresponden a silos (perfil conservado con paredes rectas o convergentes)
y fosas o cubetas (bien de planta circular de paredes abiertas, o que ofrecen plantas irregulares o de difícil
asignación debido a su estado de conservación). Los rellenos son uniformes, limos y arcillas con fragmentos
de marga (tap) con mayor o menor proporción de materia orgánica. Se han identificado 51 estructuras con
materiales que permiten su directa asignación prehistórica, además de otras 12 posibles, sin materiales, no
incluidas en este trabajo. Se han clasificado como silos/fosas y cubetas 49 de las estructuras, de tamaño y
conservación desigual. Los diámetros máximos fluctúan entre 2,40 y 0,70 m, mientras que las profundidades
varían entre 1,70 y 0,07 m, lo que da cuenta de la variabilidad observada (fig. 3, 4 y 5; tabla 1). Dos de las
N
N
N
S
S
S
O
E
O
E
O
Q006
N
E
O
S
Q058
Q064
N
Q007
O
E
N
N
S
S
S
O
E
UE 152
Q024
Q061
E
O
S
N
NO
Q065
SE
N
O
Q030
N
S
E
NE
SO
E
O
S
Q062
Q054
N
N
S
Q066
S
NO
SO
O
SE
NE
E
O
E
Q055
Q063
Q067
Fig. 3. Secciones de las
estructuras localizadas
en Quintaret.
APL XXX, 2014
[page-n-173]
164
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
estructuras, Q193 y Q197, obedecen a unas características distintas. Se trata de dos fosas seccionadas por el
trazado de un camino actual, de grandes proporciones (más de 3,5 m de dimensión máxima) y morfología
irregular. Excavadas en el subsuelo, la profundidad conservada es de 0,51 y 0,29 m respectivamente. Los
materiales prehistóricos recuperados son escasos, aspecto que dificulta su interpretación más allá de advertir
su probable función como áreas de actividad.
N
S
N
N
O
N
E
O
N
S
O
E
E
O
Q068
E
S
S
S
Q079
Q074
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E
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Q069
Q085
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Q080
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Q086
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Q075
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Q076
O
SO
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NO
Q072
N
N
NE
E
N
S
O
S
O
N
O
E
E
Q089
N
S
E
E
O
Q073
Q078
Fig. 4. Secciones de las estructuras localizadas en Quintaret.
APL XXX, 2014
S
S
Q083
Q071
N
Q088
O
Q077
O
E
Q082
UE 122
SO
S
SE
UE 121
S
E
Q081
S
O
S
E
SE
Q070
N
N
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NO
O
Q084
E
Q090
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
N
N
NE
SO
NO
SE
SO
NE
Q091
NO
Q263
SE
N
N
S
E
N
S
UE 1400
NE
SO
E
O
S
O
S
O
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SE
NO
Q229
Q190
Q164
N
S
E
O
E
O
S
N
O
S
165
E
UE 1400
Q092
Q230
Q165
N
S
NO
SE
SO
NE
NO
Q231
Q197
NO
SE
NNE
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NE
SO
SE
NO
E
SE
Q167
Q125
NO
S
O
N
Q283
Q193
SE
NO
C020
SE
UE 1156
UE 1155
SO
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N
SO
NE
SO
NE
S
NE
SO
UE 1156
UE 1155
Q138
Q168
N
E
NO
SE
SO
NE
Q242
S
N
S
O
Q223
N
E
O
N
S
O
S
E
S
N
C022
Q252
Q226
N
W
OE
Q169
Q157
C021
S
O
E
E
W
UE 1501
UE 1644
W
Q162
Q261
Q175
Q228
C023
Fig. 5. Secciones de las estructuras localizadas en Quintaret y Corcot.
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166
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Tabla 1. Características morfométricas de las estructuras localizadas en Quintaret y Corcot.
Estructura
UE
Planta
Sección
L
A
Ø Boca/Sup.
Ø Máximo
Ø Base
Prof.
Q006
19, 20
circular
troncocónica
Q007
213, 214
circular
recta
99
148
148
118
125
125
113
23
Q024
210, 209
circular
recta
Q030
185, 186
ovalada
recta
161
161
147
24
92
92
87
24
Q054
73, 74
circular
abierta
87
87
Q055
75, 300, 76
circular
recta
116
116
113
37
Q061
90, 89, 326, 331
circular
troncocónica
155
230
230
170
Q063
97, 98
circular
recta
132
132
128
23
Q064
330, 332, 316
circular
globular
140
140
130
85
Q065
328, 331, 332
circular
recta
150
150
135
35
Q066
315, 233, 329
circular
globular
120
120
101
74
Q067
100, 99
circular
abierta
Q068
101, 102
circular
recta
Q069
103, 104, 327
circular
abierta
Q070
105, 106
circular
recta
Q071
107, 108
circular
abierta
Q075
28, 20
circular
globular
Q078
123, 124
circular
troncocónico
Q079
125, 126
circular
troncocónico
Q080
133, 134
circular
circular
Q081
135, 136
oval
recta
Q082
127, 128
circular
abierta
Q083
145, 146
circular
irregular
Q084
147, 148
circular
globular
99
Q085
149, 150
circular
recta
230
Q086
155, 156
circular
recta
120
Q088
163, 164
circular
troncocónico
125
Q089
165, 166
circular
troncocónica
Q090
168, 712, 167
oval
abierta
Q091
169, 170
circular
Q092
171, 172
Q125
141, 142
Q138
Q157
20
90
90
90
11
134
134
119
64
97
97
82
30
110
110
95
16
120
120
96
18
130
173
173
65
127
132
132
48
94
106
106
44
106
106
88
11
100
100
82
18
100
100
91
12
97
97
77
35
99
80
52
240
240
54
120
113
37
160
160
37
130
136
136
36
147
147
120
24
abierta
115
115
98
32
circular
abierta
147
147
126
26
oval
globular
113
147
147
76
22, 23, 823, 826
circular
globular
121
122
122
65
1087, 1088
circular
globular
124
127
127
49
Q162
1091, 1092
oval
recta
91
91
63
25
Q164
1095, 1096
oval
abierta
68
68
Q165
1399, 1400
irregular
abierta
165
165
106
49
Q175
1312, 1313
circular
abierta
93
93
73
22
APL XXX, 2014
20
[page-n-176]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
167
Tabla 1 (cont.)
Estructura UE
Planta
Sección
Q190
1397, 1398
circular
troncocónico
L
A
Ø Boca/Sup.
Ø Máximo
Ø Base
Prof.
61
61
60
49
Q193
1401, 1402
irregular abierta
370
135
296
51
Q197
1411, 1412
irregular abierta
350
200
Q223
1650, 1651
circular
recta
126
126
292
20
108
47
Q226
1123, 1124
circular
globular
120
120
106
78
Q228
1127, 1128, 1161 circular
troncocónico
Q229
1129, 1130, 1162 circular
globular
127
127
106
135
90
90
73
47
Q230
1131, 1132
circular
globular
Q231
1133, 1134
circular
globular
110
110
78
64
101
101
82
42
Q242
1155, 1156
circular
globular
108
Q261
1500,1501
circular
circular
110
108
77
48
110
108
6
Q263
1298,1299
circular
circular
120
Q283
1230,1231
circular
circular
155
120
112
26
155
147
12
C020
137,138,145,146
circular
globular
65
97
97
106
C021
139, 140
circular
C022
141, 142
circular
troncocónico
98
120
120
74
recto
87
87
72
50
C023
143, 144
ciruclar
globular
90
112
112
52
2.2. Las estructuras prehistóricas de Corcot
El área conocida como Corcot queda ubicada a 1,2 km del casco urbano de l’Alcúdia de Crespins. La excavación
comenzó en enero de 2012, bajo la dirección de los arqueólogos Fernando Cotino Villa y María Clausí Sifre.
En la parte más meridional del área de intervención, tras el decapado de una zona donde previamente se
habían localizado, entre otros, unos pocos restos posiblemente prehistóricos (sílex), fueron documentadas y
excavadas un total de cuatro estructuras prehistóricas (C020, C021, C022 y C023). Éstas se han clasificado
como silos atendiendo a las características de su perfil. Se encuentran conservados parcialmente, con la
excepción del silo C020. Se trata en este caso de una estructura de forma globular que se conserva completa
y ofrece la particularidad de situarse en el interior de una fosa irregular excavada desde donde a su vez se
excavaría el silo, que muestra una gran laja que pudo haber servido de tapadera (fig. 5 y 6, y tabla 1). Todas las
estructuras se encuentran excavadas en una depresión conformada por un sustrato margoso y a escasos metros
de un cambio hacia una interfaz rocosa (pudingas y conglomerados fuertemente cimentados). Al igual que
sucede en Quintaret, apenas se conserva materia orgánica, con la excepción de restos carbonizados de plantas
y semillas y algún resto malacológico. Entre el material arqueológico recuperado predominan los restos de
cerámica a mano, siendo esporádica la presencia de sílex u otros materiales.
2.3. Marco radiométrico
El estudio de los restos paleobotánicos recuperados en el transcurso de la intervención arqueológica ha
guiado, ante la ausencia de restos faunísticos, la selección de muestras de vida corta susceptibles de ser
datadas. En la medida de lo posible hemos preferido muestras de semillas que puedan ser resultado directo
de las actividades antrópicas en el lugar. Finalmente han podido datarse un total de 4 muestras, dos por
APL XXX, 2014
[page-n-177]
168
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Fig. 6. Planimetría de la excavación en Corcot.
cada yacimiento (tabla 2). En Quintaret han sido fechadas dos estructuras singulares por su contenido: la
estructura con materiales cerámicos campaniformes Q138 (UE 053) y uno de los silos que concentra restos
de la manufactura de cuentas de collar de lignito y caliza, Q228 (UE 1161). En Corcot las muestras datadas
proceden de dos de las cuatro estructuras prehistóricas documentadas: C020 (UE 145) y C023 (UE 143).
Los resultados proporcionados por el laboratorio Beta Analytic Radiocarbon Dating Laboratory muestran
un rango cronológico que cubre los últimos años del IV hasta mediados del III milenio cal AC. A partir
de las dataciones disponibles podemos apuntar que el área de Quintaret ofrece evidencias de ocupación
prolongadas en el tiempo (desde finales del IV y que alcanzan la mitad del III milenio cal AC), mientras
que para Corcot (sobre dos muestras de estructuras inmediatas) estas ocupaciones quedan ubicadas en el
segundo cuarto del III milenio cal AC.
Tabla 2. Dataciones radiocarbónicas AMS sobre muestras singulares obtenidas en Quintaret y Corcot (laboratorio
Beta-analythics). Calibración realizada con el programa OxCal v4.2.3 (Bronk Ramsey, 2009); r.5; curva IntCal13
(Reimer et al., 2013).
Yacimiento Procedencia
Material
ID muestra
Fecha C14
Error
2 s cal BC
13C/14C
Quintaret
Q138 UE 826
Vicia Sativa
Quintaret
Q228 UE 1161 Hordeum vulgare
Beta-348075
4010
30
2617-2468
-22.4
Beta-348076
4370
30
3089-2907
-22.9
Corcot
Corcot
C020 UE 145
Semilla leguminosa Beta-348070
4130
30
2870-2583
-23.1
C023 UE 143
Semilla leguminosa Beta-348071
4110
30
2865-2575
-23.0
APL XXX, 2014
[page-n-178]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
169
3. ANÁLISIS PALEOBOTÁNICO
(Y. Carrión Marco y G. Pérez Jordà)
El análisis paleobotánico de los restos vegetales recuperados en las excavaciones de Quintaret y Corcot
cubre una amplia secuencia cronológica desde época prehistórica a contemporánea. En Quintaret se ha
analizado un total de 1.384 fragmentos de carbón de los que 468 proceden de 25 estructuras prehistóricas
diferentes; por el contrario, en Corcot sólo se han podido extraer tres carbones de una única muestra,
correspondiente a la estructura C021. El número de muestras que han aportado materiales carpológicos es
también muy reducido. El total de materiales estudiados se reduce a seis restos identificables. En el caso
de Quintaret, sólo dos muestras han ofrecido resultados (aportando un total de dos restos). Las otras cuatro
evidencias proceden de tres estructuras diferentes excavadas en Corcot.
3.1. Resultados antracológicos
El yacimiento de Quintaret ha ofrecido muestras de carbón procedentes de rellenos de estructuras excavadas,
que asociamos fundamentalmente a desechos de combustión de estructuras de hogar generalmente no
localizadas in situ. La mayor parte del combustible utilizado procede de madera de acebuche, lentisco y
Quercus perennifolio (carrasca o coscoja), sumando entre los 3 más del 65% del carbón analizado (tabla
3 y fig. 7). Parece, pues, que en esta fase se explotan sistemáticamente las formaciones arbustivas de las
márgenes del valle, sin estar representados taxones de ribera o de otros ambientes ecológicos, es decir,
que la recolección es muy local. Es posible que la presencia de acebuche esté sobrerrepresentada con
respecto a otros taxones, así como que existieran, sin duda, formaciones de mayor riqueza no reflejadas
aquí. Destaca un elevado número de carbones que han quedado indeterminables o determinados en el rango
de Angiosperma; la causa es el estado de conservación y/o tamaño de los fragmentos de carbón, ya que en
muchas muestras, el escaso material recuperado aparecía además rodado, cegado por el sedimento, etc.,
posiblemente como resultado de una deposición menos inmediata que la de otros conjuntos que presentan
un mejor estado de conservación.
Las estructuras que han ofrecido los mejores conjuntos de carbón son: Q077, Q087 y Q175; en las tres se
ha determinado prácticamente un 100% de Olea europaea, con la salvedad de que un alto porcentaje de las
identificaciones queda “a confirmar” (cf.) a causa de alteraciones anatómicas en la madera. En estos casos
se debe a que gran parte de los fragmentos estaban vitrificados (fig. 8), lo que ha llevado a la desaparición
de algunos de los criterios anatómicos de determinación del carbón (Théry-Parisot, 1998: 206-212). La
vitrificación se suele producir por una combustión reductora, en estructuras cerradas con poca entrada de
oxígeno, o en estructuras abiertas que han sido reutilizadas en las que el carbón queda sedimentado entre
gruesas capas de cenizas (Carrión Marco, 2005). De esta forma, se impide la liberación de los gases y
sustancias producidos durante el proceso, que quedan en el carbón y acaban cegando su estructura en mayor
o menor grado. También se baraja como causa de este fenómeno el uso de madera verde, lo que a su vez
explicaría la presencia frecuente de grietas radiales, que se producen con la combustión o el secado rápido
de la madera verde o con un alto contenido en agua, de forma que los tejidos se contraen bruscamente y se
agrietan (Théry-Parisot, 2001). La presencia de este fenómeno parece indicar la relación de estos carbones
con estructuras de combustión cerradas o con varios niveles de aportes de leña.
Las otras dos estructuras que han aportado un volumen de muestra destacable son Q138 y Q228,
si bien, con una composición taxonómica diferente, siendo más ricas en especies, y dominando el
espectro Pistacia y Quercus perennifolio (tabla 3). Todas estas estructuras corresponden a rellenos de
silos que funcionaron como basureros, de modo que las diferencias hay que buscarlas en las estructuras
de combustión de origen de los restos, que desconocemos, para entender que se produzcan vertidos de
diversa naturaleza.
APL XXX, 2014
[page-n-179]
170
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
TOTAL
Indeterminado
Angiosperma
Corteza
Quercus sp.
Quercus perennifolio
cf. Pistacia sp.
Pistacia sp.
*73
Pistacia lentiscus
Q054
Pistacia cf. rebinthus
6
*185
Yacimiento Hecho
cf. Olea europaea
19
Q030
Olea europaea
Q006
Ficus carica
UE
Erica sp.
Tabla 3. Restos antracológicos recuperados en las estructuras calcolíticas de Quintaret y Corcot.
Quintaret
Q061
89
Q061
315
Q069
1
2
2
3
3
103
6
56
2
9
1
1
1
1
5
6
2
1
1
121
37
Q078
*123
5
Q079
*125
Q083
*145
Q084
*147
Q087
713
Q088
163
Q089
*165
1
Q090
*167
Q091
*169
Q092
*171
Q138
823
14
13
2
Q138
826
Q175
42
57
1
1
3
1
1
2
2
1
8
3
2
1
19
11
13
4
4
2
37
8
2
2
5
43
4
3
80
26
1
1
6
13
3
2
14
2
3
9
2
50
8
2
146
67
6
5
35
3
58
9
2
0,4
31,2
14,3
1,3
1,1
7,5
0,6
12,4
1,9
0,4
6
1
2
1,7
1
2
3
1
1
3
2
* Estructuras que contienen escaso carbón y en mal estado de conservación.
APL XXX, 2014
2
2
n
139
6
2
%
C021
3
15
1134
Total
3
2
1132
Q231
3
1
1
1161
Q230
2
7
1
1
*1401
Q228
60
1
*1397
Q193
7
1
1
1312
Q190
16
1
6
7
Q077
Corcot
5
56
*30
Q066
2
3
*97
Q066
12
2
326
Q063
6
4
76
468
10,9 16,2
51
100
1
3
[page-n-180]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
Erica sp.
Ficus carica
Olea europaea
Pistacia
171
Quercus perennifolio
Fig. 7. Representación de los diferentes taxones dentro de la muestra antracológica recuperada en las estructuras
calcolíticas de Quintaret.
Fig. 8. A, plano transversal de Ficus carica procedente de Q057 (x80); B, plano transversal de Olea europaea vitrificado
recogido en Q077 (x350).
Por lo que respecta a la escasa muestra recuperada en Corcot, los tres restos reconocidos (un carbón de
Olea europaea, otro de Pistacia sp. y el último de una angiosperma) en nada modifican la visión ofrecida
por los datos de Quintaret.
El conjunto de especies leñosas silvestres identificado en las diversas fases de Quintaret es coherente
con la presencia de formaciones termófilas termo o mesomediterráneas, con un rico estrato arbustivo (con
labiadas, leguminosas, romero, jaras, brezos, lentisco, acebuche, etc.) y algunos elementos arbóreos, mucho
más escasos, entre los que destaca la carrasca (si bien no se puede distinguir de la especie arbustiva, la
coscoja, parece probable que ambas estarían presentes, ya que comparten nicho ecológico). Pese a que
APL XXX, 2014
[page-n-181]
172
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
existen escasos datos paleobotánicos para estas cronologías en la zona de estudio, conocemos la existencia
de restos de lentisco dentro de dos silos localizados en el yacimiento de Casa Garrido Nord II, en Moixent,
que viene a corroborar parte de los datos obtenidos (García Borja et al., 2009).
La documentación de estas especies en el carbón de Quintaret se vincula a las formaciones vegetales que
conforman el entorno cercano al yacimiento. Sin embargo, no debemos descartar la presencia de un abanico
mucho más amplio de especies formando parte de estas formaciones, ya que su ausencia se puede deber
únicamente a que éstas no hubieran sido explotadas o a cuestiones tafonómicas, como la conservación diferencial
de los restos. Por ejemplo, la vegetación de ribera está mal representada en casi todas las fases de la secuencia.
En este caso, es probable que las formaciones de ripisilva no se hubieran explotado de forma intensiva en
ningún momento de ocupación; teniendo en cuanta que la zona excavada se localiza en una pequeña elevación
sobre el valle –a mitad de camino entre el fondo del mismo y las formaciones montañosas que lo enmarcan por
el N–, parece que el área de captación de leña se encontraba sistemáticamente en las propias laderas y no en el
fondo del valle. El mismo comentario puede hacerse extensivo respecto a las formaciones de pinares. Para el
período que nos ocupa, estas formaciones ya se muestran dominantes en los entornos montañosos de la comarca
(García Borja et al., 2011), sin embargo, en el registro de Quintaret sólo se documenta su presencia (y siempre de
manera muy tímida) a partir de la fase ibérica del yacimiento. De esta manera, su ausencia del registro, debería
vincularse con un interés por parte de las comunidades humanas implicadas por una explotación sistemática de
las formaciones vegetales localizadas en el entorno inmediato del yacimiento.
3.2. Estudio carpológico
El conjunto aportado por ambos yacimientos es ciertamente exiguo (tabla 4 y fig. 9), con un repertorio de
especies muy reducido y que se limita fundamentalmente a restos de leguminosas. Mayoritariamente son
fragmentos que no es posible determinar ni tan sólo a nivel de género y únicamente en dos casos ha sido
posible confirmar las especies, un haba (Vicia faba) y una veza (Vicia sativa). Las leguminosas son un
género que está presente desde el inicio de la neolitización, a mitad del VI milenio cal AC, pero es cierto
que su presencia siempre es mucho menor que la de los cereales. Resulta difícil pensar que la actividad
agraria de estas comunidades esté centrada de forma fundamental en la producción de legumbres, ya que
el registro de todos los yacimientos del III milenio cal AC que hay tanto en el País Valenciano como en
la Península Ibérica, inciden en remarcar la importancia de la producción de cereales. Hay que pensar en
factores accidentales que hayan acabado motivando la formación de este registro carpológico. La presencia
de una cariópside de cebada (Hordeum vulgare) confirma la actividad cerealícola. Lamentablemente, se
encuentra muy alterada, por lo que es imposible determinar si pertenece a la variedad vestida o a la desnuda.
Las dos especies de leguminosas documentadas, las habas y las vezas, son cultivos que ya aparecen a
mitad del VI milenio en la Cova de les Cendres (Buxó, 1991) y que han seguido presentes en el registro en
los distintos yacimientos valencianos del IV y III milenio cal AC (Pérez Jordà, 2005).
Tabla 4. Restos carpológicos recuperados en las estructuras calcolíticas de Quintaret y Corcot.
Yacimiento Hecho UE
Quintaret
Hordeum vulgare Vicia cf. sativa Vicia faba Leguminosa frag. Chenopodium sp.
826
Q228
1161
C020
137
C020
145
C021
139
1
14
C023
Corcot
Q138
143
1
15
APL XXX, 2014
1
1
12
1
54
1
[page-n-182]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
1
173
2
3
4
5
Fig. 9. Restos carpológicos calcolíticos. Quintaret: 1, Hordeum vulgare; 2, Vicia cf. sativa. Corcot: 3, Vicia faba; 4,
Vicia cf. sativa; 5, Chenopodium sp. Escalas a 1 mm.
Chenopodium, otro de los elementos reconocidos, es un género que incluye especies que se desarrollan
como malas hierbas de campos de cultivo, fundamentalmente abonados o ricos en materia orgánica, lo
que podría relacionarse tanto con la presencia de huertos como con campos de secano o baldíos utilizados
para pastar por el ganado. De hecho es muy habitual su presencia en ámbitos dedicados a la estabulación
de ovicápridos, ya que son grandes consumidores de estas especies y al defecar depositan sus semillas sin
alterar entre sus excrementos.
Los datos recuperados en ambos yacimientos no permiten ir más allá de confirmar por tanto el peso
de la producción de cereales y de leguminosas. No es posible entrar en valoraciones sobre el peso que los
distintos cereales y leguminosas tienen en la agricultura de esta comunidad. El registro existente hasta la
actualidad señala entre los cereales un predominio claro de los trigos desnudos y de la cebada desnuda,
mientras que la cebada vestida tiene una presencia más irregular y los trigos vestidos han estado ausentes
entre el V y el IV milenio, para reaparecer en el III milenio, especialmente en la parte final (Pérez Jordà,
2013). La información sobre las leguminosas es menos clara, ya que no parecen detectarse unas tendencias
claras entre los distintos cultivos (habas, guijas, guisantes, lentejas y vezas). Todos estos granos serían
almacenados en los silos que caracterizan estos poblados entre el V y finales del III milenio cal AC.
4. LA CERÁMICA PREHISTÓRICA
(L. Molina Balaguer)
En las actuaciones llevadas a cabo en el yacimiento de Quintaret se han recuperado un total de 4176
fragmentos cerámicos a mano, distribuidos entre 65 estructuras. Mayoritariamente, el material aparece
muy alterado, ofreciendo una gran fragilidad, por lo ha sido necesario aplicar una disolución consolidante
(paraloid) en buena parte del conjunto. Para el estudio de los materiales hemos seguido la metodología que,
desde hace ya varias décadas, viene desarrollándose por el equipo de trabajo de la Universitat de València,
y que está definido especialmente para colecciones neolíticas (Bernabeu, 1989; Bernabeu y Guitart, 1993;
Bernabeu y Orozco, 1994; García Borja, 2004a; Molina, 2006; Bernabeu et al., 2009).
A partir de la revisión de la cerámica a mano recuperada podemos asumir que la colección de Quintaret
responde a dos grandes momentos cronológicos: el primero, más reciente, nos remite a un horizonte de
Bronce final y/o Hierro Antiguo, dentro ya del primer milenio cal AC.; el segundo, prehistórico, que
debemos situar durante el Calcolítico a partir de las dataciones C14 obtenidas, desde finales del IV
milenio y a lo largo de la primera mitad del III milenio cal AC.
APL XXX, 2014
[page-n-183]
174
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Dentro de este segundo momento se sitúa el grueso del conjunto de materiales. El lote de fragmentos
vinculados a estructuras de esta fase asciende a 3.790 individuos, repartidos de manera bastante desigual
(tabla 5), ya que tres estructuras concentran cerca de 2.000 restos. Dos de ellas (Q228 y Q138) han sido
datadas y marcan un rango de funcionamiento del asentamiento cercano al medio milenio, en fechas
calibradas. No obstante, es probable que estas ocupaciones no puedan ser leídas desde una óptica de
absoluta continuidad en el poblamiento. Junto a este lote, las cuatro estructuras procedentes del yacimiento
de Corcot que han aportado cerámica a mano, incorporan un lote de 394 fragmentos.
Como suele ser habitual en las industrias cerámicas del Neolítico Final/Calcolítico, las variables morfológicas
delatan una industria extremadamente monótona. Los labios redondeados representan más del 80% de los casos,
seguidos en incidencia por los planos. Los casos de labios engrosados (en su inmensa mayoría externos) se sitúan
en el 8,36% de la colección. Este porcentaje asciende hasta el 10% si dejamos de lado la estructura Q138, la
única con evidencias de cerámica campaniforme. Corcot (con las reservas que ofrece dada su escasa muestra), no
aporta ningún caso de labio engrosado en su colección. Teniendo presentes las dataciones radiométricas, debemos
reconocer que se abren ciertas dudas sobre el valor cronológico de este índice como elemento para seriar las
colecciones cerámicas del momento en el contexto regional, dada su conducta errática.
En semejante proporción que de labios engrosados se documenta la presencia de bordes diferenciados
(10,2%), si bien su distribución se limita a tres estructuras (tabla 5), indicador de su escasa incidencia para
la definición de la industria cerámica. Este aspecto nos remite a un conjunto formado mayoritariamente por
recipientes de perfiles sencillos –globulares, hemisféricos, cilíndricos o troncocónicos–, sin rupturas de los
mismos. Estas formas se asocian tanto a bases redondeadas como aplanadas, presentes ambas en el registro
recuperado. Cuando aparecen elementos de prensión, estos se limitan a algún cordón (vid. infra), pero sobre
todo mamelones y lengüetas, en algunos casos perforados. Únicamente hemos documentado dos ejemplos
de asas –una de cinta y otra anular–, ambas dos recuperadas en la estructura Q125.
Estas variables tienen su reflejo, a nivel tipológico, en el escaso impacto que tienen los grupos
caracterizados por las rupturas de perfil (tabla 6). Así, tanto en la Clase A como en la B (recipientes planos y
de profundidad media, respectivamente), los únicos casos que documentamos de estas variables no comportan
bordes diferenciados (Grupo 3.II, Grupo 7.I). Se trata en ambos casos –vaso 7 (fig. 10) y vaso 101 (fig.
11)– de recipientes cilíndricos que, en el caso del plato del Grupo 3 (vaso 101), une los dos cuerpos del
recipiente por una carena muy suave. Más allá de estos casos, únicamente podemos destacar la importancia
de la asociación de recipientes de la Clase A con los labios engrosados (Grupo 5), incluyendo los únicos casos
de engrosamiento doble e interno. Sólo hemos podido vincular un recipiente de esta clase con la presencia
de elementos de prensión (vaso 52: fig. 11), una lengüeta perforada más concretamente. Por el contrario, los
elementos de prensión aparecen más frecuentemente asociados a los recipientes de la Clase B (cuencos) y
Clase C (recipientes profundos). Dentro de esta última Clase, se impone la presencia del Grupo 13 (ollas),
con más de la mitad de los casos. Ésta es una tónica habitual dentro de las colecciones del Neolítico final/
Calcolítico (Bernabeu y Orozco, 1994; García Borja 2004a). Este peso condiciona la presencia de los otros
grupos, limitados a un papel secundario. Dentro de la colección de Quintaret llama la atención la escasa
importancia del grupo de los contenedores, con una única evidencia –vaso 9 (fig. 10): Grupo 14.II–, por debajo
de aquello que se aprecia en otras colecciones de esta misma cronología. No obstante, dentro de la clase de
recipientes que no ha sido posible asignar (Clase F), tenemos algunos casos de vasos de buen tamaño que
podrían engrosar los grupos correspondientes a recipientes de almacén (Grupos 14 y 15).
La simpleza formal presente en el conjunto se hace extensiva al componente decorativo de la colección
(tabla 7). Si dejamos a un lado las evidencias procedentes de Q138, que se analizarán a continuación, sólo
podemos mencionar la presencia de cordones lisos (dos fragmentos del mismo vaso en Q075: fig. 11) e
incisiones asociadas a un vaso de Q184 (vaso 167: fig. 11).
Q138 es una de las estructuras que ha aportado un mayor volumen de restos cerámicos, con 571
fragmentos correspondientes a un mínimo de 28 vasos. El elemento individualizador de la misma ha sido
la constatación en su registro de materiales decorados de tradición campaniforme. El lote asciende a 25
APL XXX, 2014
[page-n-184]
175
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
Quintaret
-
57
1
1
Total
t.15
t. 11
t. 5
Elementos
prensión
t. 3
t. 0
1
t. 1
Informes
Carenas
t. 4.1
Bases
t. 3
t. 1
t. 2
t. 1
t. 0
t. 6
t. 5
Labios
t. 4
t. 3
UE
t. 2
Hecho
t. 1
Yacim.
Bordes
Tabla 5. Características morfológicas del conjunto de fragmentos de cerámica a mano recuperados en las estructuras
calcolíticas de Quintaret y Corcot. Clave: Labios: t.1, redondeado; t.2, plano; t.3, biselado; t.4, engrosado interno; t.5,
engrosado externo; t.6, engrosado doble. Bordes: t.0, no diferencado; t.1, recto/reentrante; t.2, saliente. Bases: t.1, cóncava;
t.3, convexa/en ónfalo; t.4.1, aplanada. Elementos de prensión: t.0, arranque no clasificable; t.1, cordón; t.3, mamelón; t.5,
lengüeta; t.11, asa de cinta; t.15, asa anular. Para la descripción de los tipos, ver p. ej. Bernabeu et al., 2009.
2
Q006
19
11
11
Q007
213
14
14
Q055
75
Q056
77
2
9
2
9
1
Q061
89
56
1
44
Q063
97
3
2
4
Q064
32
8
2
15
Q064
316
1
2
Q065
31
8
Q065
328
Q066
30
Q066
315
898
2
957
1
2
220
27
64
5
2
1
47
67
56
6
6
2
1
1
108
9
9
2
1
1
2
47
51
1
233
Q066
1
2
11
203
5
4
3
22
1
4
1
Q067
99
Q068
101
5
Q069
104
1
Q070
105
Q071
107
1
Q072
109
1
Q075
28
12
Q076
113
1
111
12
78
84
1
11
12
11
1
12
6
11
2
4
1
2
11
1
13
1
18
1
19
4
119
19
1
100
2
2
4
2
1
1
Q080
133
127
Q083
145
1
2
1
1
34
23
5
18
135
Q082
7
2
80
22
1
Q081
1
32
19
4
123
125
71
5
Q078
Q079
2
4
Q084
147
Q085
155
1
1
33
20
21
Q086
155
2
2
7
9
Q087
147
7
7
1
34
APL XXX, 2014
[page-n-185]
176
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Total
Elem.
prensión
Informes
Carenas
t.15
t. 11
t. 5
t. 0
7
8
6
6
14
1
3
4
81
Q120
139
1
Q122
129
2
Q124
137
Q125
141
Q131
718
Q138
22
Q138
22/23
Q138
823
30
2
19
6
2
Q138
826
6
1
4
2
1
Q157
8
1087
10
2
1
3
14
178
4
1
1
1
34
1
1
62
5
1
2
2
434
25
15
Q162
1091
Q184
1419
Q193
1401
20
Q197
1411
1
Q223
1651
Q226
2
1124
3
2
7
16
2
Q228
1128
1161
16
Q229
1130
1
1
Q228
3
1
40
1
28
1
6
387
4
2
6
55
55
Q229
1162
Q230
1132
5
5
Q231
1134
2
2
Q242
1156
1
22
1
1
52
5
Q261
1501
7
Q263
1299
35
Q283
1231
C020
145
7
C021
139
12
C022
141
10
C023
Corcot
t. 3
2
1
t. 1
3
26
t. 4.1
171
t. 3
Q092
Q120
t. 1
169
t. 2
167
Q091
t. 1
Q090
1
t. 0
165
t. 6
163
Q089
t. 5
Q088
t. 4
Quintaret
t. 3
Hecho
t. 2
Yacim.
t. 1
UE
Bases
Labios
Bordes
Tabla 5 (cont.)
143
APL XXX, 2014
1
3
21
7
4
87
14
6
187
6
75
3
1
1
2
1
1
1
[page-n-186]
177
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
Grupo 2
1
1
I
1
1
C20
C21
C22
Q231
Q230
Q138
2
Q229
1
1
Q226
1
2
Q184
3
1
3
1
1
1
1
1
Q125
1
Q91
4
1
Q82
1
1
Q79
Q64
1
Grupo 1
Q75
Q63
Clase A total:
Tipologia
Q65
Q.61
Tabla 6. Tipología cerámica. Sólo aparecen representadas las estructuras con material clasificable. Q138: los paréntesis
hacen referencia a la parte del conjunto de vasos con decoración campaniforme. Definición de los grupos tipológicos:
Clase A (recipientes planos): G1, escudillas; G2, platos y fuentes de perfil sencillo; G3, platos y fuentes con ruptura de
perfil (II, carenado); G5, platos y fuentes de labio engrosado (I, interno; II, externo; III, doble). Clase B (recipientes de
profundidad media): G6, cuencos de perfil sencillo (I, hemisférico; II, globular; III, con labio diferenciado); G7, cuencos
de perfil compuesto (I, cilíndricos). Clase C (recipientes profundos): G9, vasos de perfil compuesto (I, carenados; III,
perfil en S); G12, cántaros/recipientes con cuello; G13, ollas (I, globular; III, con borde diferenciado); G14, contenedores
(II, cilíndrico); G15, orzas y tinajas (II, ovoide). Clase D (formas especiales): G18, microvasos. Clase F: recipientes no
clasificables. Para una descripción detallada de los grupos y sus variables definitorias, ver p. ej. Bernaeu et al., 2009.
2
1
1
1
1
1
II
1
1
Grupo 3
1
1
Grupo 5
2
2
I
1
II
1
III
1
1
Clase B total:
5
2
1
1
1
3 (1)
1
Grupo 6
4
2
1
1
1
3 (1)
1
I
3
1
1
1
1
II
1
1
III
1
2 (1)
1
Grupo 7
1
I
1
Clase C total:
6
2
1
1
2
7 (2)
Grupo 9
2 (2)
I
1 (1)
III
1 (1)
Grupo 12
1
Grupo 13
2
2
1
I
1
2
1
III
1
Grupo 14
1
II
1
Grupo 15
1
II
1
Clase D total:
1
Grupo 18
2
1
1
2
1
2
1
3
1
1
3
1
Clase F total:
12
1
5
3
7
1
1
1
10
1
2
1
1
1
10 (4)
8
4
Total vasos
25
2
11
4
13
2
2
2
12
2
3
3
2
2
26 (7)
10
6
1
APL XXX, 2014
[page-n-187]
178
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Fig. 10. Materiales cerámicos procedentes de la estructura Q061.
APL XXX, 2014
[page-n-188]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
179
Fig. 11. Materiales cerámicos de Quintaret. Procedencia: Q184, vaso 167; Q125, vasos 119 y 121; Q082, vaso 150;
Q229, vaso 182; Q230, vaso 180; Q064, vasos 57, 52, 55 y 58; Q075, vasos 100, 101, 103 y 105; Q063, vaso 159.
APL XXX, 2014
[page-n-189]
180
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Tabla 7. Restos cerámicos decorados.
Hecho
UE
Relieves Impresiones
cordón liso
Incisiones
Total
inc. + imp.
Frags. decorados
Frags. lisos
Total
frag.
%
n
%
2
2
n
1,68
117
93,31
119
Q075
28
Q138
823
5
23
23
23
4,8
448
95,11
471
Q138
826
2
2
2
2
6,25
30
93,75
32
Q184
1419
2
2
2
20
8
80
10
fragmentos, que han podido adscribirse a un mínimo de siete vasos (fig. 12). Todos ellos pueden incluirse
dentro del estilo regional (Bernabeu, 1984; Juan-Cabanilles, 2005). La técnica de la incisión está presente
en todos ellos, tratándose siempre de incisiones finas y profundas, nunca acanalados. Acompañando a esta
técnica se documenta en menor medida (siete fragmentos) también la impresión.
En aquellos casos más completos, donde se puede seguir el desarrollo de la decoración, apreciamos
buena parte del elenco de soluciones que definen el mencionado estilo regional: bandas complejas a base
de la superposición de diferentes motivos incisos, esencialmente series de paralelas y reticulados (caso
Fig. 12. Cerámicas con decoración campaniforme de Q138.
APL XXX, 2014
[page-n-190]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
181
del vaso 28), o intercalando dichos motivos incisos con otros impresos que, en algún caso (vasos 26 y 31)
pretenden crear un efecto de pseudoexcisión a través de la disposición de las impresiones. Pese a que la
documentación es muy limitada, cabe destacar la búsqueda de la originalidad en cada una de las bandas
desarrolladas, que en ningún caso se repiten exactamente.
El límite inferior de la serie decorativa culmina bien haciendo llegar las bandas hasta la misma base
del recipiente (vaso 28) o mediante el recurso a un friso de triángulos que cuelgan de la última banda y
que cubren el recipiente hasta casi la base (vaso 26). Posiblemente el vaso 32 responda al mismo recurso
decorativo, si bien su limitada conservación impide mayor precisión.
Todos los recipientes, excepto uno, han aparecido muy fragmentados dentro del registro de la estructura.
La única excepción –y no sólo dentro de esta estructura, sino para todo el yacimiento– la constituye el vaso
26, del que se conserva cerca del 50% del mismo, en dos fragmentos que aparecieron juntos. El tamaño y
la entidad del recipiente obligaron a extraerlo en un bloque para, posteriormente, ser llevado al laboratorio
donde se procedió a una “excavación” más controlada del mismo. Este trabajo confirmó que el recipiente
no se arrojó completo a la estructura, como testimonia la presencia de piedras y fragmentos de otros
recipientes en contacto con la pared interna del mismo. Parece, pues, que deberíamos descartar cualquier
depósito intencional, pareciendo la opción más probable su amortización como deshecho, una vez que se
hubiera roto en otro contexto. El recipiente corresponde a un vaso de perfil en S bastante marcado (Clase C,
Grupo 9.III), y de un tamaño nada desdeñable (diámetro de boca: 21 cm; altura: 19 cm).
Pese al general estado de fragmentación, se han podido identificar a nivel tipológico varios de los
recipientes con decoración campaniforme (tabla 6). Junto al recipiente nº 26, la vajilla campaniforme
reconocible incluye un cuenco globular (vaso 31) y dos recipientes de perfil en S (vasos 28 y 40), que
podrían responder a cuencos o a recipientes más profundos, de la Clase C. El primero de ellos muestra el
recurso a la carena para marcar la ruptura del perfil.
Acompañando a los materiales campaniformes, la cerámica lisa recuperada en Q138 ofrece una
interesante variedad tipológica (tabla 6 y fig. 13). Ollas, tinajas, cuencos y alguna escudilla conforman el
repertorio formal del conjunto, donde destaca el peso que muestran los recipientes de la Clase C. Especial
mención merecen las dos tinajas con borde exvasado, forma poco usual dentro del Calcolítico, y que
parecen anunciar los modelos tipológicos que documentamos posteriormente en la Edad del Bronce. En
este sentido cabe ser destacado un cierto cambio en la tecnología cerámica que ofrece Q138 respecto al
resto de la colección del yacimiento. Si los recipientes correspondientes al campaniforme regional suelen
caracterizarse (y Quintaret no es una excepción) por el gusto por las superficies oscuras, bien cuidadas
(bruñidas o espatuladas), este interés se hace extensivo al resto del conjunto cerámico, con pastas igualmente
reductoras bien cuidadas y densas. Este aspecto tecnológico contrasta con el resto de la colección procedente
del resto de estructuras calcolíticas. En ellas advertimos con claridad los patrones de producción propios de
este período y que ya hemos comentado en otra ocasión (Molina y Clop, 2011): cerámicas con pastas mal
cuidadas, poco densas, cocidas a temperaturas bajas en atmósferas poco controladas, que suelen darles un
característico color amarillento.
Esta diferenciación en la forma de hacer, sugiere la hipótesis de desligar la ocupación correspondiente a
Q138 del resto de las estructuras que hemos adscrito al Calcolítico. En este sentido, el hecho de que Q138
aparezca aislada respecto a las áreas donde se concentran la mayoría de las estructuras prehistóricas podría
ser explicado desde la óptica de dos ocupaciones diferenciadas en el tiempo, tal y como parecen corroborar
las fechas radiocarbónicas obtenidas. No obstante, tal y como ya hemos reiterado, las limitaciones impuestas
por el área de afectación de los trabajos y la escasez de muestras susceptibles de ser datadas, limitan nuestra
capacidad de concreción a este nivel.
El registro campaniforme en la comarca cuenta con diversas menciones. Junto a la referencia de
materiales de esta clase en Cova del Barranc Fondo de Xàtiva (Pla, 1972) y noticias de hallazgos puntuales o
descontextualizados, como es el caso del Castell de Moixent (Martínez García y Cháfer, 1998), los referentes
fundamentales los encontramos en sendas cavidades con el mismo nombre: la Cova Santa; una situada en
APL XXX, 2014
[page-n-191]
182
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Fig. 13. Materiales cerámicos lisos de Q138.
Vallada y la otra en la Font de la Figuera (fig. 14). Ambas fueron objeto de intervención arqueológica a
finales de los años 70. En el caso del yacimiento de Vallada (Martí, 1981), se documentaron una serie de
enterramientos entre cuyos ajuares se identificó un pequeño cuenco con decoración campaniforme. Más
confusa y compleja, la secuencia del yacimiento de la Font de la Figuera (Aparicio, San Valero y Martínez
Perona, 1979; 1983 y 1984), aporta un importante lote de materiales cerámicos campaniformes, algunos
de los cuales ofrecen interesantes semejanzas con algunos de los restos recuperados en Quintaret (véase la
decoración del vaso 31 y el fragmento nº 3, fig. 14).
APL XXX, 2014
[page-n-192]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
183
Fig. 14. Evidencias campaniformes en la Canal de Montesa. 1, Cova Santa de Vallada (a partir de Martí, 1981); 2-4,
Cova Santa de la Font de la Figuera.
A excepción de un pequeño fragmento procedente de Cova Santa de la Font de la Figuera (Bernabeu,
1984: Lám. 6) que podría pertenecer a un vaso impreso, el conjunto de las evidencias disponibles dentro
de este entorno remiten a recipientes decorados dentro del estilo regional. Las informaciones, tanto a nivel
valenciano como en el ámbito peninsular sugieren que la sucesión de estilos se produjo de una manera
bastante rápida, lo que dificulta tanto la secuenciación como la delimitación cronológica del fenómeno de
difusión de la especie cerámica (Bernabeu y Molina, 2011).
5. LOS ADORNOS DE QUINTARET.
LA FABRICACIÓN DE CUENTAS DISCOIDALES DE CALIZA Y DE LIGNITO
(J. L. Pascual Benito)
El conjunto de adornos recuperado en Quintaret, aunque poco variado si lo comparamos con los de otros
yacimientos coetáneos, resulta de notable interés por remitir gran parte de él a una fábrica in situ de cuentas de
materia mineral, concretamente caliza y lignito, un hecho poco frecuente en el registro arqueológico. Frente a
los centenares de estas cuentas (sumadas las piezas enteras, sus fragmentos y sus esbozos), el resto de adornos
se reduce a cinco ejemplares: un colgante sobre piedra verde y cuatro sobre soporte malacológico.
En siete de las estructuras o hechos de Quintaret se ha documentado un numeroso conjunto de materiales
que muestran la existencia en el yacimiento de un taller, como hemos dicho, dedicado a la fabricación de
cuentas de collar discoidales sobre caliza y lignito. Tales estructuras presentan una distribución desigual,
encontrándose cinco de ellas concentradas en el sector oriental de la superficie excavada, donde la estructura
Q228 es la que más vestigios contiene –el 85% de los restos de caliza y el 56% de los de lignito respecto
al total– y en la que se documentan todas las etapas del proceso de fabricación, además de utensilios líticos
APL XXX, 2014
[page-n-193]
184
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
aptos para la perforación de las cuentas, percutores de piedra y un gran alisador de piedra abrasiva para
facetarlas, por lo que se puede deducir que el área de la actividad de elaboración de adornos se encontraría
cercana a la misma. Como se ha visto anteriormente, esta estructura cuenta con una datación radiocarbónica
que sitúa la actividad de elaboración de cuentas de collar a finales del IV e inicios del III milenio cal AC.
Los materiales recuperados corresponden a todas las fases de fabricación de las cuentas, desde los
fragmentos de materia prima hasta los productos totalmente acabados. Tales restos ascienden a un total de
2.927, de los que 1.520 son de caliza y 1.407 de lignito (tabla 8). Por orden, y en relación con el proceso de
fábrica, se distinguen las siguientes categorías descriptivas:
Materia prima. Las materias primas a partir de las que se elaboran las cuentas son caliza y lignito, ambas
con una dureza de entre 2,35 y 4 en la escala de Mosh, por lo que pueden considerarse materiales blandos
y de fácil labrado. Se trata de pequeñas plaquetas de forma irregular con las superficies generalmente lisas
en el caso del lignito (fig. 15, 15) y rugosas en la caliza (fig. 15, 1-2). La caliza es de textura fina y color
blanco y, en menor proporción, gris claro; el lignito es de color negro. Las dimensiones de estos fragmentos
naturales oscilan entre 8 y 35,5 mm de anchura máxima y los espesores se sitúan entre 3 y 7,5 mm. Las
plaquitas de caliza contabilizadas suman 342 efectivos y proceden de dos estructuras, aunque excepto un
resto, se concentran en Q228. Las de lignito son 186 plaquitas y se distribuyen en cuatro estructuras, si bien
la mayor parte también proceden de Q228.
Preformas. A partir de las plaquitas naturales de materia prima descritas se confeccionaban las preformas.
Son placas con las dos superficies lisas. El alisado de estas superficies, en los casos que no lo estuvieran
de forma natural, se efectuaba mediante abrasión unidireccional según se observa en muchas de ellas.
Tabla 8. Elementos de adorno y restos del proceso de fabricación recuperados en las estructuras de Quintaret.
Q006
Q228
Materia prima bruta
1
341
Preformas
Caliza
Q226
2
345
21
17
1
Preforma en proceso de perforación
Preforma perforada
13
5
1
2
8
19
10
3
6
386
11
8
358
27
3
19
12
1298
136
40
137
30
51
21
Materia prima bruta
Preformas
Preforma en proceso de perforación
3
1
4
Preforma fragmentada por la perforación
Cuenta acabada fragmentada
3
4
1
418
28
5
1520
6
3
3
13
186
3
64
142
2
1
2
2
4
2
10
19
13
8
1
1
530
35
Fragmentos laminares recientes > 5 mm
34
33
9
Cuenta acabada
Fragmentos de preformas < 5 mm
22
267
2
Preforma perforada
Total
18
16
1
Q263
342
70
1
Fragmentos de preformas < 5 mm
Total caliza
Q231
184
1
Cuenta acabada
Lignito
Q230
18
Preforma fragmentada por la perforación
Cuenta acabada fragmentada
Q229
374
949
17
18
Total lignito
4
1
791
89
23
38
461
1407
TOTAL
5
13
2089
225
63
66
466
2927
APL XXX, 2014
48
9
9
83
[page-n-194]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
185
Fig. 15. Restos de fabricación y cuentas de collar sobre caliza y lignito de Quintaret.
El contorno se conseguía mediante percusión que deja los bordes abruptos. En función de la morfología
de su contorno y del número de lados rectilíneos se distinguen preformas triangulares, cuadrangulares/
trapezoidales, pentagonales, subcirculares e irregulares. Confeccionadas en caliza se han documentado un
total de 387 preformas en seis estructuras (fig. 15, 3-6) y en lignito 142 en cinco estructuras (fig. 15, 16-17).
Sus tamaños oscilan entre 5 y 17 mm de anchura y 0,9 y 4 mm de espesor, si bien la mayoría presentan unas
dimensiones similares, cercanas a las de las preformas con la perforación iniciada.
Fragmentos de preformas de tamaño inferior a 5 mm. Producto de la confección de las preformas a
partir de la materia prima son pequeños fragmentos con ambas superficies planas de tamaño inferior a 5
mm. Se han documentado 418 de caliza procedentes de seis estructuras y 949 de lignito en cinco estructuras.
Preformas con inicio de perforación. Preformas con la perforación iniciada se han documentado 18
de caliza, 12 localizada en una cara (fig. 15, 7) y 6 por las dos caras (fig. 15, 8), procedentes de dos y una
estructuras respectivamente. De lignito existen en una estructura dos preformas con perforación iniciada en
una cara (fig. 15, 18-19). Sus tamaños oscilan entre 5 y 8,2 mm de anchura y 1,2 y 3 mm de espesor para
las calizas y de 7 a 15 y 1,5 a 2 mm para los lignitos.
Preformas fragmentadas por la perforación. Las preformas fragmentadas al efectuar la perforación son
numerosas, 267 de ellas son de caliza (fig. 15, 9), de las que 161 solo presentan el inicio de la perforación
en una cara y 106 en las dos caras. De lignito son 19 preformas fragmentadas (fig. 15, 20-22), 11 con la
perforación iniciada en una cara y 8 por las dos caras.
Preformas perforadas. Preformas en las que se ha llegado a unir la perforación efectuada a partir de las
dos caras hay 22 de caliza (fig. 15, 10-11) y cuatro de lignito (fig. 15, 23-24). Sus dimensiones se encuentran
entre 5 y 8,3 mm de anchura máxima y 1 a 2,4 mm de espesor para las de caliza, y entre 10 y 7 mm y 1 y
APL XXX, 2014
[page-n-195]
186
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
2,4 mm para las de lignito. Solo en dos casos de caliza la perforación tiene un tamaño diminuto producto
del contacto de los dos conos de perforación bilaterales (fig. 15, 10). Las perforaciones del resto de piezas
son totalmente circulares y su diámetro es del mismo tamaño que el de las cuentas acabadas.
Cuentas acabadas. Cuentas discoidales acabadas se han documentado 67 de caliza en cinco estructuras
(fig. 15, 12-14), de las que 34 se encuentran fragmentadas, y 22 de lignito en tres estructuras (fig. 15, 2527), 13 de ellas fragmentadas. Las cuentas fragmentadas corresponden en la mayor parte de los casos a
fragmentos de la mitad de la cuenta y pueden haberse producido por las operaciones de calibrado o durante
el proceso de excavación. Las cuentas acabadas presentan un tamaño bastante regular, estando las de caliza
entre 3 y 6,2 mm de diámetro y entre 1,4 y 2 mm de espesor, mientras que las de lignito oscilan entre 3,1 y
4,6 mm de diámetro y 1 y 1,9 mm de espesor. Solo tres cuentas procedentes de la estructura Q228 escapan
a la calibración regular que presentan la mayoría, siendo su tamaño notablemente superior, una de caliza
de 11 x 5 mm (fig. 15, 12) y dos de lignito de 8,5 x 2,5 y 8,5 x 2 mm respectivamente (fig. 15, 25). La
calibración posiblemente se efectuó de forma colectiva, ensartando numerosas cuentas en un hilo para su
regularización y pulido final, tal como se observa en abundantes ejemplos etnográficos y se ha comprobado
mediante la experimentación. Además se han contabilizado 83 fragmentos laminares de lignito de escaso
espesor y una longitud superior a los 5 mm que corresponden a fracturas recientes, posiblemente producidas
durante el proceso de excavación.
Además de las cuentas de collar discoidales de caliza y de lignito, en la estructura Q228 de Quintaret se
han documentado algunos adornos acabados fabricados con otros materiales:
- Un colgante de piedra verde con vetas marrones de contorno ovalado y sección plana con perforación
en el extremo de menor espesor. Sus dimensiones son de 16,2 x 9,8 x 2,7 mm y el diámetro de la perforación
de 1 mm (fig. 16, 1).
- Dos Gibberula miliaria de 5,3 x 3,5 y 5 x 3 mm con perforación irregular que afecta a la última vuelta
y al natis (fig. 16, 2-3).
- Dos Antalis sp. de pequeño tamaño, 11,5 x 3 y 8 x 2,5 mm (fig. 16, 4-5).
Entre los restos malacológicos de origen marino existen otras conchas perforadas pero que por sus
grandes dimensiones, la ausencia de intencionalidad antrópica en las perforaciones y lo observado en otros
yacimientos en las conchas de esa especie, no parecen estar relacionados con el adorno. Se trata de dos
valvas de Glycymeris sp. de gran tamaño con el natis perforado por erosión natural, una de ellas fósil,
procedentes de las estructuras Q138 y Q013, y una valva de Spondylus gaederopus de la estructura Q064
con una gran perforación junto al labio producida por un litófago. En otras estructuras se documentan una
valva entera y diecinueve fragmentos de Glycymeris sp., cuatro pequeños fragmentos de valva de cardíido
indeterminado y otro de pectínido, todos ellos sin señales de manipulación antrópica.
Fig. 16. Otros adornos
documentados en Quintaret.
APL XXX, 2014
[page-n-196]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
187
Asimismo existe una concha de Theodoxus fluviatilis infantil procedente de la estructura Q228, especie
que frecuentemente ha sido utilizada para confeccionar adornos, pero en este caso la ausencia de perforación
y su pequeño tamaño, 4 x 3 mm, descartarían tal fin. También se documentó en la estructura Q101 una
concha entera de Theodoxus valentinus, un endemismo valenciano cuya área de distribución actual es muy
reducida, en el tramo inicial del Riu Verd y el Barranc de Misana, y que fue descrito en el Riu dels Sants
de l’Alcúdia de Crespins, donde fue muy abundante hasta finales del siglo pasado (Martínez-Ortí y Robles,
2003: 182) y de la que no se ha atestiguado su utilización en adornos.
Tampoco se detecta el empleo como adorno de los diversos ejemplares de Melanopsis tricarinata. Su
presencia en el yacimiento, al igual que los Theodoxus y de algún fragmento de bivalvo de agua dulce,
debe estar relacionada con la proximidad al mismo de un manantial. El resto de malacofauna documentada
es continental terrestre, con presencia de Pseudotachea splendida, Sphincterochila candidissima, Otala
punctata, Iberus gualterianos alonensis, Teba pisana, Rumina decollata, Hohenwartiana disparata y Jaminia
quadridens que, por su escaso número, deben formar parte del relleno de las estructuras por causas naturales.
A modo de valoración, cabe referir cómo las cuentas de collar, especialmente las discoidales, son
uno de los adornos mejor documentados en los yacimientos prehistóricos. Durante la prehistoria reciente
valenciana estos adornos se han confeccionado con materiales muy diversos, tanto de origen abiótico como
biótico. Entre las materias minerales más utilizadas se encuentran la caliza, el lignito y el esquisto, y, en
menor cantidad, diversos minerales de color verde y rojo, y otros de tonalidades grises y marrones de tacto
jabonoso. Asimismo son abundantes las cuentas fabricadas a partir de conchas marinas, en menor número
de hueso y, de forma esporádica, de cerámica. Entre los objetos recuperados en Quintaret, el colgante
oval descrito resulta peculiar, dado que es el primero de esta morfología sobre piedra verde reconocido
en yacimientos valencianos. Con esa materia, de la que desconocemos las fuentes de aprovisionamiento,
se documentan algunos colgantes triangulares, rectangulares y trapezoidales en escaso número durante el
Neolítico final/Calcolítico en unas pocas cuevas de enterramiento y en el poblado de la Ereta de Pedregal
(Navarrés), donde también se constata su fabricación, al menos de los de forma triangular (Pascual Benito,
1998). Por su parte, los adornos sobre pequeñas conchas marinas son abundantes en ambientes funerarios,
siendo destacables por su relativa proximidad las 144 Gibberula miliaria perforadas provenientes del Avenc
dels Dos Forats (Carcaixent) (Pascual Benito, 2010: 194).
Respecto a las materias primas presentes en Quintaret, en el País Valenciano los adornos de caliza, sobre
todo las cuentas discoidales, se conocen en numerosos yacimientos. El origen local de esta materia prima,
dada su abundancia en todo el territorio, no alberga dudas. En menor número de yacimientos se constata
la presencia de adornos de lignito. Con carbón fósil se fabricaron cuentas discoidales y, en menor número,
cuentas cilíndricas, en oliva, bitroncocónicas y troncocónicas. Las cuentas discoidales de lignito se han
documentado en trece yacimientos, once de los cuales corresponden a cuevas de enterramiento colectivo y
dos a poblados, Ereta del Pedregal y La Vital (Gandia) (Pascual Benito, 1998b, 2011).
En la distribución geográfica de los yacimientos con cuentas de lignito se observa cierta concentración en
el curso alto y medio de los ríos Serpis y Vinalopó, alrededor de la sierra de Mariola, zona donde se localizan
también numerosas formaciones naturales de lignito. El resto son hallazgos aislados que se sitúan, uno, en el
curso bajo del Serpis, otro en la Canal de Navarrés y tres en la desembocadura del Xúquer (Pascual Benito,
1998b). El yacimiento más próximo a Quintaret donde se constatan cuentas de lignito es Avenc dels Dos
Forats, con más de dos centenares de cuentas discoidales (Pascual Benito, 2012: fig. 23, 9-26).
Se ha señalado cómo la presencia de abundantes depósitos de lignito en zonas cercanas a los yacimientos
con adornos confeccionados con ese material apunta hacia un origen local de las fuentes de abastecimiento.
Es el caso del curso medio y alto del Serpis, donde se observa una importante concentración tanto de adornos
como de depósitos naturales de lignito, algunos de ellos explotados en época histórica. Las formaciones de
lignito de las que se tiene noticia más cercanas a Quintaret se localizan a poco más de 10 km, en el Barranc del
Poll (Xàtiva), en una zona situada en las faldas del Puig de Santa Anna, donde el botánico Cavanilles describe
el carbón como “terso y pesado presentando la consistencia y brillantez del azabache”, se encontraría muy
APL XXX, 2014
[page-n-197]
188
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
fragmentado y en vetas poco gruesas, mencionando, además, que ya era explotado en el siglo XVIII por su
descubridor, un cerrajero de Xàtiva que lo empleaba en su fragua (La Roca, 1997: 447; Casanova, 2009: 269271). La proximidad de esta formación con la Llosa de Ranes ha hecho que en alguna ocasión se atribuya a esta
localidad y descrita como una “formación lacustre representada por capas algo inclinadas de calizas y margas
azuladas, alternando con vetas de lignito” (Sanz, 1875: 214). Algo más alejadas se conocen formaciones de
lignito en Alzira (Roselló, 1995: 203), si bien no puede descartarse la presencia de formaciones de este mineral
en zonas más próximas a Quintaret que hayan pasado inadvertidas en tiempos modernos por ser de menor
entidad que las citadas y, por tanto, de nulo interés en época industrial.
Los yacimientos en los que se documenta la fabricación de cuentas discoidales no son muy abundantes.
En materias duras minerales destaca Ereta del Pedregal donde existen diversos restos que constatan
la elaboración in situ de cuentas de diversos tipos, entre ellas las discoidales a partir de tres minerales
diferentes: piedra verde, con la presencia de preformas, algunas de ellas con la perforación iniciada, y de
cuentas acabadas (Pascual Benito, 1998a: fig. III.109, 1-9); caliza, con varias preformas perforadas y cuentas
acabadas (Pascual Benito, 1998a: fig. III.109, 10-21); y lignito, con una preforma cuadrada perforada y dos
pequeños fragmentos de placa de escaso espesor con estrías de abrasión en ambas caras (Pascual Benito,
1998b: fig. 1). Fuera del ámbito geográfico valenciano destaca la numerosa y variada documentación sobre
la confección de cuentas de variscita, discoidales y de otros tipos, procedente de las minas neolíticas de
Gavà, donde el mineral verde se trabajaba en la propia zona minera (Villalba et al., 1986; Noain, 1999;
Borrell y Estrada, 2009). Son más numerosas las evidencias de fabricación de cuentas discoidales desde el
Neolítico antiguo a partir de fragmentos de valvas de cardíidos, las cuales se distribuyen por toda la fachada
mediterránea peninsular (Pascual Benito, 2005).
En territorio valenciano, los yacimientos donde se observa la fabricación de otros tipos de adornos son
también escasos y las evidencias de productos en proceso de fabricación se limitan solo a una, dos o tres
piezas. Así, en Ereta del Pedregal contamos con una cuenta cilíndrica y un colgante triangular de piedra verde
(Pascual Benito, 1998a: fig. III.114, 31 y III.138, 6); en Les Jovades (Cocentaina), con un colgante acanalado
de hueso y con un colgante rectangular y otro trapezoidal de esquisto (Pascual Benito, 1998a: fig. III-136,
15, III.140, 11 y III.142, 1); en Barranc de la Frontera (Bocairent), con un colgante trapezoidal de piedra
indeterminada (Pascual Benito, 1998a: fig. III.142, 1); en Puntal sobre la Rambla Castellarda (Llíria), con un
colgante oval de caliza (Pascual Benito, 1998a: fig. III.144, 9); y en La Vital, con dos colgantes arciformes
sobre concha y un colgante rectangular de piedra verde (Pascual Benito, 2011: figs. 15.5, 28-30, 15.7 y 15.8).
De estas evidencias se deduce que resulta habitual la fabricación de determinados tipos de adorno en ambientes
domésticos del Neolítico final y el Calcolítico. Sin embargo lo que no resulta habitual es encontrarnos con el
testimonio de todo el proceso productivo de la confección de adornos como ocurre en Quintaret.
Esta producción artesanal de collares plantea algunos interrogantes. En primer lugar desconocemos si
se trataba de una producción doméstica o de una especialización artesanal de algún o algunos miembros de
la comunidad y, por tanto, si existían individuos o familias diferenciadas en lo social y en lo económico. El
hecho de que el yacimiento se encuentre desmantelado en superficie y los hallazgos se hayan encontrado
en posición secundaria no ayuda a indagar sobre esta cuestión. Tampoco sabemos si se trataba de una
producción para el consumo familiar, local o si se destinaba al intercambio con otras comunidades y, de ser
así, cómo se articularía la gestión de ese intercambio, los propios artesanos o los líderes del grupo, y cuál era
el alcance y motivo de ese intercambio. El tipo de materia prima empleada en la confección de los collares –
de origen local y por lo tanto de fácil obtención–, un modo de hacer que no requiere grandes conocimientos
técnicos y el hecho de que en otros asentamientos coetáneos y cercanos se detecte la fabricación de estos
adornos, inclina la balanza hacia un tipo de artesanía doméstica destinada al consumo de la misma unidad
familiar que los produce, o al consumo dentro de la propia comunidad.
En definitiva, el contenido material que nos han ofrecido estas estructuras de Quintaret puede considerarse
excepcional, al contar con una abundante documentación que nos permite conocer con detalle el proceso de
fabricación de unos adornos que se cuentan entre los más abundantes de la prehistoria reciente valenciana.
APL XXX, 2014
[page-n-198]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
189
6. MOLINOS, PULIDORES Y HACHAS: EL CONJUNTO LÍTICO DE QUINTARET
(T. Orozco Köhler)
Aunque los útiles pulimentados suelen ser un elemento común en los registros arqueológicos neolíticos y
calcolíticos regionales, en Quintaret su presencia es muy escasa (tabla 9), limitándose a una esquirla, dos
fragmentos distales y un hacha, fracturada (fig. 17), recuperadas formando parte del relleno de las estructuras
negativas. El hacha, de silueta triangular, presenta un desgaste importante en el filo, y una fractura completa
en la zona medial –anterior a la deposición en la estructura Q079– que la inutilizó completamente, obteniendo
dos fragmentos. Ninguno de ambos fragmentos muestra huellas de reutilización en otro trabajo (p. ej. como
percutor), hecho que, atendiendo a la dureza del soporte lítico, suele ser frecuente en otros yacimientos
valencianos (Orozco, 2000), y también se documenta sobre otra pieza pulimentada de Quintaret.
El fragmento de filo recuperado en el relleno de Q064 presenta algunas características que hablan de la
historia de la pieza. Tanto el espesor de dicho fragmento como las fracturas lateral y transversal indican que
correspondía a un útil de filo cortante (hacha) de grandes dimensiones. La presencia en una de las caras de
un surco amplio, poco profundo, sobre la superficie pulida debe relacionarse con el enmangue de la pieza.
No obstante, la localización de este surco (próxima al filo), su desviación en relación al eje transversal de
la pieza y el embotamiento en la zona derecha del filo (fig. 18) permite suponer que, tras la fractura, este
pequeño fragmento fue enmangado y continuó en uso, si bien destinado a tareas de percusión o golpeteo.
Los útiles pulimentados se relacionan, de manera general, con el trabajo de la madera, aunque pueden
ser utilizados en tareas muy diversas. No se han recuperado en este yacimiento las habituales piezas
pulimentadas de pequeño tamaño (azuelas, escoplos) destinadas a trabajos de carpintería, tan frecuentes
en otros yacimientos valencianos del III milenio AC. Para su confección, en el ámbito mediterráneo suele
emplearse de manera preferente rocas de naturaleza ígnea y metamórfica (Orozco, 2000). En el pequeño
conjunto estudiado, la litología utilizada como soporte corresponde a diabasas. Se trata de un litotipo
de origen ígneo, del que hay diferentes asomos rocosos en la zona valenciana, normalmente asociados
a sedimentos triásicos, cuya utilización en el utillaje pulimentado ya se reconoce desde los primeros
horizontes neolíticos. Las intensas tareas extractivas llevadas a cabo, especialmente a lo largo del siglo XX,
conllevan importantes modificaciones de estos afloramientos y su entorno, que enmascaran los indicios
de una explotación prehistórica; en algunos casos se ha llegado al agotamiento total del recurso (Orozco,
1998). Los emplazamientos más cercanos a Quintaret donde se localizan afloramientos de diabasas se
muestran en la figura 19. Aunque los datos iniciales no permiten relacionar estos útiles con un asomo
determinado, la proximidad a este recurso lítico pudo haber sido un criterio para su elección.
El material dedicado a la molturación y trituración se presenta muy fragmentado en Quintaret.
Este utillaje se compone de un elemento inferior denominado molino o muela que se caracteriza
por una superficie de trabajo pasiva, plana, que suele ir ahondándose con el uso, de manera que en
bastantes ocasiones puede presentarse ligeramente cóncava. Las dimensiones y la forma de estas
piezas suelen presentar una alta variabilidad en los yacimientos neolíticos y calcolíticos valencianos,
si bien frecuentemente muestran un alto grado de fragmentación, lo que impide valorar estos rasgos.
Hemos agrupado en la categoría de los molinos aquellas piezas y, sobre todo, fragmentos que presentan
superficies de tendencia plana o ligeramente cóncavas, en las que se aprecian cúpulas de piqueteado
y un pulido posterior, resultado del trabajo de fricción (tabla 10). En el conjunto de Quintaret se
han recuperado varios molinos íntegros (Q228, Q075, Q231) que muestran la variedad de formas y
dimensiones de estas piezas (fig. 20).
Las manos de molino, también llamadas moletas, son el elemento activo. Son las piezas con la que se
realiza la molturación, a través de un movimiento de vaivén. De tamaño menor que el elemento pasivo,
pueden asirse con una o dos manos, dependiendo de sus dimensiones. Las manos elaboradas sobre soportes
líticos suelen ser elementos muy poco transformados: en pocas ocasiones son piezas talladas o recortadas,
y en bastantes ocasiones se utilizan cantos rodados, del tamaño deseado. La fricción que desarrollan
APL XXX, 2014
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190
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
7
213
1
89
7
8
Q064
316
1
Q064
332
Q065
328
Q075
28
1
Q079
123
1
1
Q080
133
2
1
Q081
135
Q084
147
Q085
155
1
Q088
163
1
Q125
141
Q138
823
Q138
826
Q157
1087
Q193
1401
Q197
1411
Q223
1651
Q226
1124
1
Q228
1128
2
Q228
1161
Q230
1132
Q231
1134
2
1
Q061
1
1
Q007
Canto
19
Percutor
Q006
Mat. abrasivo
/ pulidor
Mano
de molino
Hecho UE
Molino
(o frag.)
Tabla 9. Relación de la industria pulimentada
recuperada en Quintaret. Las dimensiones
(LM= longitud máxima, AM = anchura máxima,
EM= espesor máximo) se expresan en mm.
1
1
2
1
1
2
Fig. 17. Hacha pulimentada recuperada en la estructura Q064.
La fractura es anterior a la deposición, y no se reconocen
marcas que indiquen la reutilización de los fragmentos.
1
1
4
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
Fig. 18. Fragmento distal o filo de hacha, reutilizado como
maza (elemento de percusión, enmangado). Se aprecia
el surco para el enmangue en una cara del fragmento. La
flecha indica la zona desgastada por este trabajo.
produce unas marcas que se aprecian a simple vista: zonas de la superficie con un pulido más intenso o,
en ocasiones, estrías. En determinados casos se pueden encontrar marcas de piqueteado en alguna parte
de la pieza, lo que indicaría un uso –simultáneo o sucesivo– en trabajos de fricción y percusión.
Las litologías empleadas en el instrumental de molienda corresponden a materiales de naturaleza
sedimentaria: calcarenitas, microconglomerados, calizas esparíticas y micríticas son las que tienen mayor
presencia. Estos tipos de rocas conforman los relieves del entorno más cercano a Quintaret, por lo que
son de fácil obtención, y son materiales muy versátiles para este utillaje, ya que su acondicionamiento
no resulta excesivamente costoso. El empleo de rocas sedimentarias para este utillaje, que habitualmente
APL XXX, 2014
[page-n-200]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
191
Fig. 19. Mapa de localización de emplazamientos de diabasas. 1, situación de Quintaret; 2, Cerro del cuchillo (Almansa);
3, Quesa; 4, Lloc Nou de Fenollet; 5, depresión del Vinalopó.
Tabla 10. Relación del utillaje de molienda, abrasivos y elementos líticos recuperados en Quintaret. Las dimensiones
se expresan en mm, y corresponden al eje mayor, menor y espesor de la pieza.
Hecho UE
Tipo
LM
AM
EM
Q064
32
Frag. distal
hacha
58
69,5 46,6
Q066
30
Esquirla
45,4 39
Q079
125
Hacha
146
7,7
66,5 42,8
Mat. prima
Superficie
Comentario
Diabasa
Pulida
Surco poco profundo en una cara.
Reutilizado como maza
Pulida y
piqueteada
Forma triangular. Talón apuntado
Diabasa
Diabasa
Fig. 20. Los molinos o muelas que se han
recuperado en Quintaret muestran variedad de
formas y dimensiones: 1, pieza recuperada en
Q228; 2, pieza procedente de Q231; 3, molino
recuperado en Q075.
APL XXX, 2014
[page-n-201]
192
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
pueden obtenerse en las cercanías del yacimiento, suele ser una constante en los conjuntos líticos estudiados
de yacimientos neolíticos y calcolíticos (Orozco, 2000, 2004, 2011). Únicamente una mano o moleta
del conjunto, que también muestra marcas de percusión en un extremo, se ha elaborado sobre diabasa.
También resulta destacable, en cuanto al soporte, un fragmento de mano de molino recuperado en Q084 y
fabricado sobre granito, material que procede de dominios geológicos alejados de este territorio. Se trata
de una litología utilizada ampliamente en el instrumental de molienda de los conjuntos de la zona central
peninsular (Blasco, Baena y Ríos, 2007-8). El alto grado de alteración de la pieza recuperada en Quintaret
hace necesario un análisis más detallado de su composición, actualmente en curso, que permitirá ahondar
en posibles contactos con otras zonas peninsulares.
Algunos materiales líticos se han clasificado, directamente, como percutores (tabla 10). Bajo esta
denominación se agrupan piezas líticas de morfología diversa que presentan, al menos en un extremo, una
superficie piqueteada o pequeños levantamientos. Para estos útiles son las huellas del trabajo efectuado lo
que permite su catalogación, puesto que –por lo general– no suelen presentar una preparación determinada
del soporte. De forma puntual también se han recuperado materiales líticos que no corresponden a las
categorías citadas, como es el caso de algún canto rodado que no presenta marcas visibles.
Otros instrumentos que aparecen en Quintaret y pueden haber formado parte de procesos de elaboración
variados se definen por las litologías empleadas como soporte, que presentan propiedades erosivas, y se han
agrupado bajo la etiqueta de abrasivos o pulidores, utilizando este último término cuando nos encontramos
ante una pieza completa (tabla 10). Por lo general se han recuperado fragmentos informes, que en ocasiones
pueden mostrar alguna marca de trabajo, como superficies planas, ranuras o surcos, pero es sobre todo
su naturaleza la que permite su clasificación. Las litologías de propiedades abrasivas recuperadas en este
yacimiento corresponden a areniscas, de granulometría variada y coloración diversa. Hay que considerar
que el tamaño y la homogeneidad del grano influye en la calidad del pulido. El trabajo erosivo se realiza con
un movimiento de fricción, y puede realizarse en seco, o también aplicando agua. Algunos de los procesos
en los que pueden participar estos instrumentos consisten en rebajar, pulir, afilar superficies, entre otros. Sin
embargo, no es posible precisar sobre qué materiales se utilizaron.
Conseguir estos soportes no entraña dificultad puesto que las areniscas aparecen en algunas zonas del
valle del Cànyoles, por lo que su obtención pudo realizarse directamente por la comunidad establecida
en Quintaret. Destaca en el conjunto el pulidor recuperado en Q228, de grandes dimensiones (fig. 21)
en cuya superficie activa, que presenta una ligera concavidad (-14 mm), no se aprecian de forma clara
surcos o ranuras. Además de las dimensiones, resulta de enorme interés constatar la naturaleza de esta
pieza, elaborada sobre arenisca ferruginosa, cuyo ámbito litogénico no corresponde al entorno cercano al
yacimiento, lo que contribuye a acentuar su singularidad.
Tal como se ha indicado, el conjunto de útiles pulimentados es exiguo, lo que limita las conclusiones
que puedan extraerse sobre estas piezas. Tanto la pieza fragmentada en dos, como el fragmento distal
reaprovechado son –o han formado parte de– hachas de tamaño notable. La escasez de ejemplares no puede
relacionarse con una falta de soportes líticos ya que, como se indicó con anterioridad, en comarcas cercanas
se localizan diversas fuentes de materia prima, a las que pueden añadirse otros diapiros de diabasas que
aparecen a lo largo del territorio valenciano, especialmente en el área sur. La valoración de este litotipo por
parte de las comunidades prehistóricas queda patente al observar en Quintaret, al igual que en muchos otros
yacimientos, las reutilizaciones de útiles sobre diabasa (Orozco, 2000, 2004, 2011).
En cuanto al utillaje de molienda, habitualmente representado en contextos habitacionales, cabe destacar
la abundancia de elementos y la alta fragmentación del registro estudiado. Si atendemos a la distribución
de piezas o fragmentos en relación a las estructuras excavadas, destaca la acumulación que se localiza
en Q061; en este caso la cantidad es el rasgo que marca diferencias frente a otras estructuras. Asimismo,
destacan por su integridad las piezas procedente de Q228, concretamente de la UE 1161, que corresponden
a un molino y un pulidor de grandes dimensiones; en este caso podemos suponer que estos materiales tienen
alguna relación con las múltiples evidencias de la elaboración de cuentas recuperadas en esta estructura.
APL XXX, 2014
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
193
Fig. 21. Pulidor sobre arenisca ferruginosa
procedente del relleno de Q228. Aunque la
superficie activa es aplanada, muestra una ligera
concavidad en relación a los bordes de la pieza.
Y si bien no podemos valorar el papel del molino en relación a los adornos, el pulidor –confeccionado
sobre una arenisca de grano muy fino y homogéneo, coloquialmente conocida como rodeno o piedra de
afilar– sí pudo formar parte del proceso de producción de estos ornamentos, aunque no podamos estimar en
qué fase fue utilizado, como tampoco si se empleó para un pulido o desbaste en seco o con agua. Pese a la
variedad de rocas con propiedades abrasivas que aparecen en los relieves cercanos a Quintaret, este pulidor
corresponde a una arenisca del triásico inferior (Bundsandstein), sedimentos que en tierras valencianas
se localizan en el dominio ibérico, al N del corredor del Cànyoles. Ello indica una selección cuidada del
material lítico y un transporte, que pudo haberse llevado a cabo por este grupo humano. La deposición en la
misma estructura de estos elementos permite establecer una asociación, y suponer que fueron empleados en
alguna de las etapas del trabajo destinado a la fabricación o transformación de cuentas de collar.
7. PRODUCCIÓN Y CONSUMO DE PIEDRA TALLADA
(O. García Puchol)
La presencia de útiles y restos líticos tallados, resultado de las actividades relacionadas con su fabricación y
uso, entre los restos contenidos en las estructuras excavadas, permite plantear hipótesis relativas a los medios
y modos de producción de estas sociedades del IV y III milenio cal AC. Un número moderado de restos
(1.806) procede de las estructuras de Quintaret, en tanto que apenas 2 objetos provienen de las estructuras
de Corcot. Los materiales recuperados en el primer yacimiento manifiestan las características propias de los
conjuntos líticos del final del Neolítico y Calcolítico con la presencia de láminas de cuidada factura y puntas
de flecha de retoque bifacial como elementos comunes (García Puchol, 2005; Juan-Cabanilles, 2008). Su
aparición, amortizando estas estructuras de almacenaje, nos informa sobre las actividades llevadas a cabo
en las inmediaciones de las mismas, tanto a partir del análisis de las características de su composición,
como de su relación con las restantes evidencias que conforman los rellenos.
Conviene subrayar la desigual repartición de objetos líticos entre las diferentes estructuras, tal como
reflejan las tablas 11 a 15. Únicamente 4 estructuras contienen más de 50 objetos tallados y una de ellas
destaca sobremanera con un total de 1.229 restos (Q128). La explicación viene del cribado con agua de
la totalidad del sedimento al coincidir con la concentración de cuentas de collar y restos de su fabricación
(buena parte de estos restos son microlascas y esquirlas –1.017–).
El sílex es la materia prima utilizada, observándose cierta variabilidad en función del tipo de soporte/
útil buscado. Una variedad marrón/beige traslúcida de grano medio y que presenta numeras fisuras resulta
común, generalmente sobre lascas y algún núcleo de talla expeditiva. Al mismo tiempo encontramos
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O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Tabla 11. Clasificación de los restos de talla documentados en Quintaret.
Q7
UE
Q24
Q55
Q61
Q63
Q64
213
209-10
75
89
97
32
Lasca
3
3
4
Frag. lasca
4
2
7
Frag. lámina
1
Frag. indeterminado
5
Esquirla/microlasca
2
Sílex tabular
1
315
101
3
1
2
1
2
3
1
4
1
9
3
8
6
4
3
30
Q68
1
45
1
13
4
1
3
1
7
5
2
23
TOTAL
328
6
15
Q66
1
1
14
31
9
2
4
Frag. núcleo
Q65
16
17
6
2
14
Tabla 12. Clasificación de los restos de talla documentados en Quintaret.
Q72 Q75 Q78 Q79
Lasca
Q80
Q82
Q85 Q88 Q89
109
28
123
133
127
155
163
165
2
UE
2
2
2
125
20
2
2
1
Frag. lasca
26
1
1
1
Lámina
1
Q138
141
823
2
Frag. núcleo
Q125
79
1
Frag. lámina
Q90
167 712
12
5
1
2
5
4
3
1
1
1
6
1
36
13
10
9
Tableta
Frag. indeterminado
1
46
2
Esquirla/microlasca
2
1
Cúpula térmica
3
2
4
4
2
3
3
1
3
2
2
Sílex tabular
1
1
Nódulo
1
TOTAL
3
100
6
4
6
6
2
15
5
2
69
32
Tabla 13. Clasificación de los restos de talla documentados en Quintaret y Corcot.
Quintaret
Q147 Q193 Q197 Q226 Q228 Q229 Q230
UE
Lasca
84
1401
1411
1130
1132
21
6
2
1243 1298/99
1
61
10
6
C20 C22
2
8
Frag. lámina
137
8
Frag. núcleo
2
Esquirla/microlasca
8
1
87
10
2
1017
1
Cúpula térmica
141
1
2
Frag. indeterminado
APL XXX, 2014
Corcot
1161
2
1
Frag. lasca
TOTAL
Q263
1124
31
5
57
16
1
5
1
18
9
1
2
1
11
1205
1
33
1
1
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195
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
Q89
Q88
Q84
Q79
Q78
Q75
Q68
Q66
Q65
Q64
Q61
Q55
Q7
Tabla 14. Clasificación del utillaje retocado recuperado en Quintaret.
UE 213 75 89 32 31 30 101 28 123 125 147 163 165
Perforadores/taladros
Perforador
Lascas ret. simple/inv.
1
Lasca ret. marginal
1
Lasca ret. irregular
Lascas borde abatido
Láms. ret. simple/inv.
1
1
1
1
1
Lasca borde abatido
1
Lám. ret. marginal
3
Lám. ret. muy marg./su
1
1
1
Lám. ret. irregular
1
Lám. ret. invasor
2
Muescas y denticulados Lasca con muesca
1
1
1
3
Lámina muesca
1
Lasca denticulada
1
Lámina denticulada
Puntas de flecha
1
Romboidal
1
Pedúnculo y aletas
1
Pedúnculo y aletas inc.
1
Fragmento
1
1
Esbozo
Piezas astilladas
1
1
1
1
1
TOTAL
1
1
10
3
2
1
1
Microburiles
1
4
2
9
2
1
1
2
1
materiales de calidad que responden a distintas variedades principalmente representadas sobre piezas
laminares, con retoque o no. En este caso apenas contamos con restos relacionados con la talla in situ por lo
que debemos suponer que presumiblemente llegan al yacimiento elaborados. El grado de alteración de los
materiales también es variable como resultado bien de actividades antrópicas (alteraciones térmicas debido
al contacto directo con el fuego), o bien de procesos postdeposicionales tales como la aparición de pátinas
blancas que afectan parcialmente al conjunto.
En Quintaret se han clasificado un total de 1.730 restos de talla, la mayoría de los cuales son fragmentos
indeterminados (275) y sobre todo esquirlas (1.120). Entre los productos de talla predominan las lascas y
fragmentos de lascas (112 y 167 respectivamente). Los productos laminares, algunos de ellos de cuidada
factura y tamaño considerable (superan los 150 mm de anchura máxima) son escasos (19). Un conjunto
laminar de pequeño tamaño se concentra en la estructura 228, coincidiendo con una mayor proporción de
restos y la presencia de alguna pieza alargada y estrecha a modo de perforador. Se ha documentado un total
de 19 núcleos, fragmentados, de morfología informe y con restos de extracciones de lascas.
En consonancia, el material retocado recuperado también es escaso (76 objetos) (tablas 14 y 15, fig. 22).
Destacan numéricamente el conjunto de piezas astilladas (21), concentradas principalmente en las estructuras
Q228 y Q229 (15) (fig. 22, 1 a 3). Las características de estas piezas serían indicativas, de un uso –entre otros–
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196
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Tabla 15. Clasificación del utillaje retocado recuperado en Quintaret.
Q125 Q138
UE
Raspadores
823
Q228
Q229
Q229
Q230 Q164
1161
1130
1162
1132
6
141
1
1095
1
Perforadores/taladros
Perforador
Lascas retoque simple
Lasca retoque irregular
Muescas y denticulados
Lasca con muesca
1
2
2
Lasca denticulada
1
Lámina denticulada
Diente hoz
Geométricos
1
1
Fragmento
Puntas de flecha
Trapecio retoque abrupto
1
Romboidal
1
Foliácea
Pedúnculo y aletas incip.
1
1
Esbozo
2
Piezas astilladas
1
11
4
1
Diversos
TOTAL
1
3
3
25
6
1
1
1
a modo de cuña/cincel (de la Peña, 2011). La concentración mencionada, coincidente con las estructuras que
han deparado los restos de un taller de cuentas sobre caliza y lignito, sugiere su relación directa con el proceso
de recorte de estos materiales. La presencia en estas estructuras de pequeñas piezas a modo de perforadores
también podría ser relacionada con el proceso de perforación de estas cuentas (fig. 22, 4 a 6). Mencionaremos
además una punta de flecha romboidal (fig. 22, 15), dos esbozos de punta de flecha (fig. 22, 19) y un trapecio
fragmentado (fig. 22, 18). El contenido lítico evoca así la presencia de objetos ligados a diferentes actividades,
cuyo nexo común sería su relación con las tareas asociadas a una unidad doméstica.
Otros objetos destacados del conjunto recuperado serían las láminas con retoque marginal y con retoque
invasor (fig. 22, 13), bien representadas en la estructura Q61. Un fragmento de lámina con retoque invasor
de esta estructura muestra una tenue pátina brillante (lustre de cereales).
Las muescas y denticulados sobre lasca o láminas suponen 13 objetos. Una mención especial merece
una pieza fragmentada con el retoque característico de los dientes de hoz (no se observa lustre de cereal)
entre los objetos líticos de la estructura Q138. Recuperado en la única estructura que ha deparado materiales
campaniformes de estilo regional, corroboraría su adscripción a esta etapa del Campaniforme final inmediata
a la Edad del Bronce, cuando se convierten en el útil lítico tallado destacado.
Un total de 8 puntas de flecha (más 3 esbozos) se han localizado repartidas en diferentes estructuras.
Encontramos piezas de cuidada factura junto a ejemplos de ejecución irregular (fig. 22, 8 y 15). Uno de los
esbozos ofrece signos evidentes de la práctica del tratamiento térmico, aspecto común en otros yacimientos
de esta cronología en el área. Sobre la morfología cabe apuntar su variabilidad, reflejada en la clasificación
de formas romboidales, foliáceas y de pedúnculo y aletas. En este último caso no se ha clasificado ningún
ejemplar de pedúnculo y aletas desarrolladas propio de momentos campaniformes (Juan-Cabanilles, 2008),
lo que podría deberse a lo reducido de la muestra.
APL XXX, 2014
[page-n-206]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
197
Fig. 22. Utillaje retocado recuperado en Quintaret. 1 a 3, piezas astilladas (Q228); 4 a 6, microperforadores (Q228);
7, frag. lámina retoque invasor (Q68); 8, frag. punta de flecha (Q66); 9, frag. lámina retoque marginal (Q66); 10,
frag. lámina retoque invasor (Q75); 11, frag. lámina con muescas (Q75); 12, frag. lámina retoque invasor (Q61); 13,
perforador (Q61); 14, frag. placa sílex tabular con retoque bifacial (Q230); 15, punta de flecha romboidal (Q65); 16,
microburil (Q66); 17, microburil (Q75); 18, frag. trapecio asimétrico (Q228).
Entre los geométricos contamos con un fragmento de trapecio, asimétrico de base cóncava, y un fragmento
no determinado, ambos en la estructura Q228 (fig. 22, 18). Sin que podamos establecer una relación directa
con estas piezas, al menos con los ejemplos conocidos de otros yacimientos sincrónicos estudiados hasta
la fecha, hemos clasificado dos microburiles (Q066 y Q075), ambos distales y sobre láminas de mediano
tamaño (fig. 22, 16 y 17). La presencia de microburiles en conjuntos del IV y III milenio se corrobora en
APL XXX, 2014
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198
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
otros yacimientos valencianos tales como Niuet y Punxó (García Puchol y Molina, 1999). Mencionaremos
finalmente el hallazgo de un fragmento de placa de sílex tabular con retoques bifaciales en la estructura
Q230 (fig. 22, 14), así como dos fragmentos informes sobre este material en la estructura Q024.
Como hemos podido comprobar, el registro de Quintaret ofrece ejemplos concretos de la relación directa
del contenido de los rellenos y las actividades llevadas a cabo en las inmediaciones de las estructuras. El
caso más elocuente viene referido por la concentración de las estructuras Q228 y Q229, cuyos rellenos
incorporan diferentes vestigios relativos a la actividad artesanal vinculada a la fabricación de cuentas de
collar junto con distintas piezas líticas (piezas astilladas, perforadores) que podemos relacionar con su
elaboración. Junto a ellos, otras piezas como la punta de flecha y esbozos recuperados indicarían actividades
relacionadas con su fabricación y/o abandono en un espacio doméstico. En la mayoría de los casos, sin
embargo, el número de restos no permite realizar más apreciaciones. De cualquier modo, y analizados en
su conjunto, los materiales líticos de Quintaret son coincidentes con el equipamiento característico de los
registros de esta cronología en el ámbito regional.
8. VALORACIÓN ESPACIAL, CONTEXTUAL Y FUNCIONAL DE LAS ESTRUCTURAS
DE ALMACENAMIENTO EN EL CONTEXTO DEL IV Y III MILENIO CAL AC
(O. García Puchol y S. Pardo Gordó)
Las estructuras prehistóricas de Quintaret y Corcot conforman un típico contexto prehistórico de hábitats
neolíticos al aire libre caracterizados por la profusión de silos y fosas, aspecto que les ha conferido el
apelativo en la bibliografía de poblados de silos (Gómez Puche et al., 2004; Soler, 2013). Se ubican en las
inmediaciones de cursos de agua, frecuentemente en áreas de interfluvio, ocupando grandes extensiones
donde se observan concentraciones de estructuras excavadas (en algunos casos identificadas como viviendas
–Niuet, Arenal, La Vital–), y con la presencia de fosos segmentados que podrían delimitar el espacio del
poblado. En otros ejemplos, como Les Jovades o los aquí presentados, Quintaret y Corcot, sólo disponemos
de información referida a fosas y silos. Buena parte de los trabajos realizados obedecen a intervenciones de
urgencia que han contemplado generalmente excavaciones parciales siguiendo las directrices de las obras
efectuadas. Su situación en zonas de alto potencial agrícola ha condicionado también un desigual estado de
conservación en función del grado de transformación del terreno y de las prácticas agrícolas allí efectuadas.
Desde los años 1990 se han publicado una serie de registros datados en el IV y III milenio cal AC que
sirven de referencia para contextualizar los datos aquí publicados. Buena parte de los mismos se ubican
en los valles del Serpis, desde su cabecera (Les Jovades –Bernabeu et al., 1993–, Niuet –Bernabeu et al.,
1994–, Benàmer –Torregrosa, Jover y López Seguí, 2011–, Punxó –García Puchol, Barton y Bernabeu,
2008–) hasta su desembocadura (La Vital –Pérez Jordà et al., 2011–), en el vecino valle del río Albaida
(Colata –Gómez Puche et al., 2004–), o en el valle del Vinalopó (La Torreta-El Monastil –Jover Maestre,
2010–). Otros interesantes conjuntos publicados ofrecen registros de ocupaciones neolíticas prolongadas
en el tiempo, desde el Neolítico antiguo y que pueden alcanzar el Neolítico final (cf. Tossal de les Basses,
Alicante –Rosser y Fuentes, 2007– o Costamar, Oropesa, Castellón –Flors, 2009–, y también el yacimiento
mencionado de Benàmer –Torregrosa, Jover y López Seguí, 2011–).
Los datos manejados de todos ellos son parciales aunque permiten, en mayor o menor medida, una
aproximación a las características de estos poblados desde una perspectiva espacial, económica y social.
Sobre sus dimensiones se han realizado cálculos a partir de la distribución de las estructuras conocidas y el
marco cronológico abarcado. Les Jovades ocupa el área mayor hasta la fecha, con un cálculo de dispersión
de las estructuras en torno a las 25 ha que cubrirían un amplio período de tiempo entre el IV y el III milenio
cal AC. Para La Vital este cálculo se sitúa cerca de las 7 ha y una duración de unos 300 años. El tamaño
mínimo calculado mediante el procedimiento Convex Hull o mínima envolvente para Quintaret se situaría
alrededor de 3 ha, referido a una cronología de unos 500 años. En cualquier caso se trata de estimaciones
condicionadas por la extensión del área excavada y que requieren casi siempre más precisión cronológica
APL XXX, 2014
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
199
debido al bajo número de dataciones disponibles (sólo La Vital presenta un marco radiométrico programado
sobre buena parte de la superficie excavada atendiendo a criterios espaciales y estratigráficos). Los datos y
análisis que presentamos a continuación se han realizado a partir de los datos de Quintaret dado el escaso
número de estructuras prehistóricas en Corcot (4).
8.1. El espacio habitado
Tal como hemos podido comprobar en la presentación del yacimiento, el estado de conservación de las
estructuras de Quintaret no es óptimo, aspecto que dificulta cualquier tentativa relativa a su interpretación
en el espacio. La altura media conservada de fosas y silos se sitúa en 46 cm, con un máximo de 170 cm
y un mínimo de 11 cm. La conservación diferencial de las profundidades de silos/fosas en una misma
área reflejaría la existencia de estructuras de tamaño variable y cuya función como silos no puede ser
siempre corroborada. Con la excepción de dos estructuras de morfología desigual cortadas por un camino
(Q193 y Q197), el resto obedece a fosas circulares con distintos perfiles (troncocónico, globular, cóncavo)
que hemos considerado silos cuando disponemos de un criterio claro para su asignación (paredes rectas o
que cierran), y la comparación de la profundidad conservada respecto a las estructuras inmediatas. Ante
la ausencia de evidencias claras referidas a restos de viviendas, hemos tratado de retener otras variables
materiales y de localización con el fin de determinar si las estructuras conservadas tendrían una relación
directa con la presencia en las inmediaciones de espacios de habitación.
Con este objetivo hemos realizado un análisis de conglomerados (cluster analysis en terminología anglosajona)
centrado en identificar cuáles son las agrupaciones de silos óptimas a partir de su localización geográfica, y si
la distribución de éstas pueden ser correlacionadas con la presencia de material arqueológico asociado a las
actividades domésticas tales como los molinos/manos y los fragmentos de barro cocido, algunos de ellos con
improntas, que podrían relacionarse directamente con las áreas de hábitat. Entre los diferentes procedimientos
existentes para la realización del análisis de conglomerados nos hemos decantado por un método de agrupamiento
no jerárquico o de partición, el método K-means, utilizando el software R (R Core Team, 2013).
La utilización del análisis K-means requiere realizar dos pasos fundamentales:
a) Dividir el conjunto de datos analizado en n grupos y calcular el centro de gravedad de cada agrupación
resultante. En nuestro caso hemos dividido las estructuras negativas en 2 grupos y hemos repetido el proceso
incrementando el tamaño en 1 hasta llegar a un total de 30 grupos.
b) En segundo lugar se reasigna cada silo al grupo más cercano (cuya distancia al centroide sea menor). En
nuestro caso hemos realizado 100 iteraciones de este procedimiento por cada uno de los 30 casos programados.
Una vez realizado el test K-means, hemos representado los resultados en un gráfico donde observamos
un fuerte descenso en el valor de la suma de los cuadrados en torno a los 4 grupos y una estabilización de
la curva alrededor de los 14 grupos (fig. 23, a).
No obstante, como se remarca en la bibliografía estadística, la selección de un número alto de clusters
puede llegar a representar datos incomprensibles (o complejos en su interpretación), mientras que la
elección de un número reducido de conglomerados suele conllevar la generación de grupos heterogéneos
y artificiales. Con todo ello nos hemos decantado por la utilización de un valor intermedio, 8 grupos, para
tratar de mitigar los problemas remarcados.
La agrupación final de los silos una vez realizado el K-means es la siguiente (fig. 23, b): el grupo 1 está
formado por las estructuras Q054, Q055, Q162, Q164 y Q157. Las estructuras Q075, Q066, Q065, Q064,
Q063, Q067, Q071, Q070, Q069, Q068 y Q061 forman el grupo 2. Por otro lado el grupo 3 está formado
por las estructuras Q082, Q083, Q079, Q078, Q080, Q081, Q084, Q085, Q086 y Q0125. La solitaria
estructura Q175 forma el grupo 4. Mientras que las estructuras Q065 y Q0190 forman el grupo 5, aunque
las estructuras documentadas en el corte del camino (Q193 y Q197) no se han contemplado en el análisis
K-means, éstas podrían formar parte de este cluster. El grupo 6 lo conforman las estructuras Q138, Q030,
APL XXX, 2014
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200
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
A
Relación Clusters − Suma cuadrados
20
Suma de los cuadrados
15
10
5
0
2
4
6
8
10
B
12
14
16
18
Número de Clusters
20
22
24
26
28
30
Relación gr
4313850
GRUPO 8
4313800
Coordenadas Y
GRUPO 7
GRUPO 6
4313750
GRUPO 3
GRUPO 2
4313700
GRUPO 5
GRUPO 1
GRUPO 4
4313650
705600
705800
Coordenadas X
706000
Fig. 23. Resultados del test K-means.
Q088, Q089, Q090, Q091 y Q092. El séptimo grupo está formado por los silos Q223, Q261, Q263, Q024,
Q007, Q006 y Q283. Finalmente el grupo 8 se sitúa en la parte noreste de la excavación y lo forman las
estructuras Q242, Q231, Q230, Q229, Q228 y Q226.
Si nos atenemos al patrón de distribución espacial de La Vital, estas estructuras se asociarían con
unidades de habitación/espacios domésticos de actividad. En nuestro caso únicamente las estructuras
Q193 y Q197 responderían a un criterio distinto de la observación general de fosas y silos (fosas de
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
201
dimensiones mayores), si bien la escasez de materiales recuperados y sus características impiden efectuar
más apreciaciones. Como ya hemos anotado, la presencia de barro cocido y de piezas de molienda en los
silos/fosas podría considerarse un buen indicador de la presencia cercana de estos espacios domésticos.
A este respecto, la mayoría de los grupos determinados confirman la presencia de indicios de actividad
doméstica y constructiva formando parte del relleno de algunas de las estructuras. Algunos de los casos
más elocuentes vendrían conformados por el grupo 2 (la estructura Q61 concentra 15 útiles de molienda y
55 restos de barro cocido con improntas), el grupo 3 con diversas piezas de molino repartidas entre varias
de sus estructuras, el grupo 7 (con molinos y fragmentos de barro cocido en varias de los contenedores
excavados) y el grupo 8 (área donde se detecta una concentración de barro cocido, útiles de molienda,
pulidores, asociado todo ello a restos de fabricación de cuentas de collar de caliza y lignito –Q228–).
8.2. Producción y consumo
La presencia de contenedores de grano u otros productos perecederos de capacidad variable referidos al
hábitat del IV y III milenio cal AC en el territorio valenciano ha sido caracterizada en diversos trabajos
(Pascual Benito, 2003; Gómez Puche et al., 2004; Pérez Jordà, Bernabeu y Gómez Puche, 2011). Apenas
contamos con evidencias directas en el registro de Quintaret sobre el contenido de los mismos, básicamente
cereales si atendemos a los patrones reconocidos de forma generalizada. A partir del cálculo de la capacidad
de estos contenedores se han realizado análisis comparativos que arrojan alguna luz sobre la estructura
social de estas sociedades del IV y III milenio cal AC. Dos trabajos reflejan los cálculos realizados en
diferentes yacimientos (Missena, Jovades, Colata, Vital y Arenal), si bien es cierto que no todos ellos
disponen de un marco radiométrico preciso que permita discernir si la variabilidad acordada puede tener
una lectura diacrónica alternativa (Bernabeu et al., 2006; Pérez Jordà, Bernabeu y Gómez Puche, 2011).
Los resultados de esta contrastación otorgan una mayor capacidad de almacenaje a yacimientos como Les
Jovades (desde mediados del IV y presumiblemente hasta mediados del III milenio cal AC) y La Vital
(segundo tercio del III milenio cal AC). En cualquier caso, lo que resulta más revelador es la existencia
en estos dos yacimientos de grandes estructuras de almacenaje que superan los 10.000 litros (Pérez Jordà,
Bernabeu y Gómez Puche, 2011). El test K-means practicado en La Vital refiere la existencia de al menos
10 agrupaciones de estructuras en el área excavada que comprenderían fosas y silos relacionados en buena
parte de los casos con estructuras de habitación identificados como fondos de cabaña (Gómez Puche, Carrión
Marco y Pérez Jordà, 2011). Los cálculos ofrecen una capacidad de almacenaje variable entre los distintos
grupos, dos de los cuales superan los 20.000 litros mientras que los restantes ofrecen unas cifras a distancia
y también variables (predominan en todos los casos los silos hasta los 1.500 litros). Estos datos han sido
interpretados como el reflejo de la existencia de una acumulación desigual de excedentes entre las distintas
unidades familiares (Pérez Jordà, Bernabeu y Gómez Puche, 2011). En La Vital es posible además acotar
la cronología a la duración calculada del poblado (unos 300 años) durante el Calcolítico precampaniforme
y Campaniforme con evidencias claras de metalurgia. Esta acumulación desigual tendría su reflejo en las
tumbas individuales en silos con ajuares distintivos documentadas en el interior del poblado.
Analizar la capacidad de almacenaje de las estructuras de Quintaret en los términos expuestos no nos
ha parecido aconsejable. El grado de desmantelamiento del nivel de ocupación del yacimiento, si tenemos
en cuenta además la escasa profundidad generalizada de las estructuras documentadas (p. ej., media de 46
cm frente a los 92 cm de La Vital), desaconsejaba el cálculo de la capacidad en litros de las estructuras que
podíamos considerar claramente como silos de almacenamiento. Por ello, y con el fin de poder realizar
estimaciones en este sentido, hemos procedido a evaluar la comparación del diámetro máximo de las
estructuras clasificadas como tales en aquellos yacimientos con información detallada publicada (Jovades,
Arenal, Colata y Vital). De este modo hemos representado gráficamente la distribución de esta medida entre
los distintos yacimientos (fig. 24).
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O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Arenal
350
300
250
200
150
100
50
10
Jovades
0
10
Quintaret
20
30
diámetros silos
350
300
250
200
150
100
50
5
Colata
350
300
250
200
150
100
50
0
0
10
10
20
Vital
20
30
40
30
50
0
10
20
30
40
número de silos
Fig. 24. Relación del diámetro máximo de las estructuras de los yacimientos de Vital, Colata, Quintaret, Jovades y Arenal.
Los gráficos resultado ofrecen una imagen similar a la mostrada en relación con la capacidad de
estos conjuntos, es decir, dos yacimientos sobresalen con la presencia de unas pocas estructuras que
superan los 300 cm de diámetro máximo (Jovades y Vital), mientras que Quintaret se aproxima a los
datos proporcionados por Colata, donde unas pocas estructuras superan los 250 cm. En el caso de Colata
estas estructuras se sitúan sobre los 4.500 litros de capacidad, similar a la estructura Q061 de Quintaret
(estructura bien conservada que alcanza unas medidas de diámetro de boca de 150 cm, diámetro máximo
230 cm y una profundidad de 170 cm), frente a las capacidades en torno a los 12.000 litros calculadas en
Jovades y Vital para aquellos contenedores de mayor tamaño.
Si los datos presentados fuesen representativos del conjunto de la población podríamos señalar
determinados aspectos relevantes. En primer lugar, La Vital permite plantear que la mayor capacidad de
acumulación de determinadas unidades coincide en este yacimiento con el Calcolítico, en la primera mitad
del III milenio cal AC. Una de las estructuras de gran tamaño de Les Jovades (estructura 129) ofrece dos
dataciones sobre agregados de carbón que podrían retrotraer esta capacidad diferencial de acumulación
a mediados del IV milenio cal AC (en cualquier caso este dato requiere mayor precisión cronológica).
Quintaret y Colata muestran por su parte una imagen también variable del tamaño de las estructuras
conservadas, de modo que aquellas de mayores dimensiones tendrían capacidades en torno a los 5.000
litros. Sin embargo, y aun cuando las escasas dataciones efectuadas no permiten más precisión, ambos
iniciarían su existencia en los siglos finales del IV milenio cal AC, y en el caso de Quintaret se prolongaría
hasta mediados del siguiente milenio (Campaniforme). Arenal corresponde a un registro del campaniforme
regional (aspecto coincidente con la fase reciente de Quintaret) con estructuras de almacenaje que no
muestran signos distintivos de acumulaciones diferenciales. Tampoco los enterramientos individuales
excavados se distinguen por la presencia de ajuares especiales como sí pudimos ver en La Vital.
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
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La imagen que cabría dibujar con los datos actuales traduce, de un lado, variabilidad en el seno de
los yacimientos, pero también entre yacimientos. Con la cautela debida a la parcialidad generalizada de
los datos manejados cabe plantearse si somos capaces de encontrar estas mismas pautas de producción y
consumo desigual en otros aspectos que reflejan el comportamiento social y la organización de estos grupos
tales como el papel de las artesanías especializadas en la división social del trabajo, las implicaciones de la
aparición de la metalurgia y su extensión, y el análisis del comportamiento funerario.
9. QUINTARET EN EL CONTEXTO COMARCAL Y REGIONAL
DESDE EL NEOLÍTICO FINAL AL HORIZONTE CAMPANIFORME
(L. Molina Balaguer)
Los datos aportados por los trabajos llevados a cabo en los yacimientos de Quintaret y Corcot complementan
aquellos disponibles respecto a la parte alta del valle del Cànyoles. Fruto tanto de recogidas superficiales
(p. ej. Molina y McClure, 2004) como de excavaciones de urgencia (García Borja et al., 2009), se han
reconocido diversos enclaves al aire libre en los términos de Moixent y la Font de la Figuera (Mas del
Fondo, La Calera, Casa Fossino, Casa Garrido Nord II) que remiten a la existencia de un poblamiento
en llano a lo largo de un genérico Neolítico final/Calcolítico (IV-III milenio cal AC). Con estas nuevas
informaciones podemos incorporar a la misma dinámica la parte más baja del valle –correspondiente a
los términos de Montesa y l’Alcúdia de Crespins–, aquella que se abre a la llamada Costera de Ranes.
Así, la imagen que podemos hacernos del paisaje del valle del Cànyoles a partir del IV milenio cal AC
correspondería a un entorno plenamente antropizado, con una importante presencia de asentamientos más o
menos estables ocupando las zonas llanas, tanto del río como de la cuenca del Pla de les Alcusses.
Esta ocupación, como se ha puesto de manifiesto en múltiples ocasiones (Pla, 1972; Aparicio, San
Valero y Martínez Perona, 1979, 1983, 1984; Molina y McClure, 2004; García Borja y Molina, 2006),
podemos retrotraerla a los primeros momentos del Neolítico. Cova del Barranc Fondo (Xàtiva) y Cova
Santa de la Font de la Figuera (como enclaves más significativos y mejor conocidos) aportan materiales
correspondientes al Neolítico cardial, dentro del VI mileno cal AC. A esta presencia humana pueden
asociarse algunas de las manifestaciones de arte rupestre esquemáticas que se conocen en la zona y,
especialmente, aquellas que evocan el arte macroesquemático documentadas en el área del Bosquet,
en Moixent (Hernández y CEC, 1984; Hernández y Martí, 2000-2001). La situación estratégica de la
comarca la convierte en nudo natural de comunicaciones de primera magnitud entre la llanura costera
valenciana, el altiplano de la meseta manchega y el cordón montañoso de las sierras béticas que se
desarrollan a lo largo del límite de las provincias de Murcia y Albacete. La evidencia de materiales
correspondientes a este primer Neolítico jalonando todo el arco que va desde las comarcas centrales
valencianas hasta el área granadina –Cueva de los Secos, Yecla (Soler, 1988), Cueva del Niño, Ayna
(Martí, 1988), Abrigo del Pozo, Calasparra (Martínez Sánchez, 1994), Abrigo Grande II del Barranco de
los Grajos, Cieza (Walker y Cuenca, 1977), etc.–, ponen en evidencia el funcionamiento de esta vía de
comunicación ya en estos momentos (García Atiénzar, 2011).
Pese a ello, los datos actualmente disponibles sólo nos permiten confirmar la existencia de un poblamiento
estable en el valle del Cànyoles a partir del IV milenio cal AC. El registro comarcal correspondiente al V
milenio, hasta la fecha se limita a los datos aportados por Cova del Barranc Fondo de Xàtiva, donde se cita
la presencia de especies cerámicas peinadas y esgrafiadas (Martí et al., 1980: 151 y 154).
De la misma manera que ocurre en amplias zonas de la península, en las comarcas valencianas se aprecia,
a lo largo del IV milenio cal AC un fuerte impulso en las evidencias de un poblamiento estable ligado a
asentamientos al aire libre que ocupan zonas llanas y que pueden llegar a tener notables extensiones (fig. 25).
Aunque la existencia de poblados al aire libre puede retrotraerse a los mismos momentos iniciales del Neolítico,
los asentamientos que documentamos a partir del Neolítico final responden a un modelo característico que
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O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Fig. 25. Localización de Quintaret y Corcot con relación a los principales yacimientos citados en el texto.
ha quedado ligado al concepto de “poblados de silos” (Gómez Puche et al., 2004) por la abundante cantidad
de estructuras de este tipo que se documentan. Tradicionalmente, en las comarcas centro-meridionales
valencianas, este tipo de sentamientos, definidos por la existencia constante de estructuras negativas –silos,
cubetas y, en menor medida, fosos y “fondos de cabaña”–, representaba el modelo básico de ocupación de
los grupos humanos desde mediados del IV milenio cal AC. Sin embargo, en la actualidad sabemos que este
modelo podría tener su punto de arranque en el milenio anterior, a tenor de los datos aportados por yacimientos
como Benàmer y Alt del Punxó, en Muro d’Alcoi (Torregrosa, Jover y López Seguí, 2011; García Puchol,
Barton y Bernabeu, 2008) o Tossal de les Basses, Alacant (Rosser y Fuentes, 2007).
En el caso de la comarca de La Costera, la información arqueológica actual no permite conocer los
tiempos de este proceso de ocupación del valle. Corcot y Quintaret son los únicos yacimientos de hábitat
datados en la comarca hasta la fecha. De igual manera, la mayoría de los emplazamientos al aire libre
documentados son fruto de recogidas superficiales sin identificación de estructuras asociadas. La excavación
de dos silos en Casa Garrido Nord II, Moixent (García Borja et al., 2009), sin embargo, reflejaría que el
patrón de asentamiento definido por los dos yacimientos aquí estudiados se repite en la parte alta del valle.
Con las limitaciones expresadas, podemos suponer que, desde algún momento del IV milenio cal AC (muy
posiblemente hacia sus finales), las ocupaciones agrícolas van extendiéndose por las zonas llanas de la
comarca, tanto en el valle del Cànyoles como en el Pla de les Alcusses (fig. 25).
Como ocurriera durante el Neolítico antiguo, estas ocupaciones tienen su continuación geográfica al
otro lado del puerto de Almansa, a lo largo de las estribaciones de la meseta manchega hasta enlazar con la
zona andaluza (Fernández, Simón y Mas, 2002; García Atiénzar y De Miguel, 2009; García Atiénzar, 2010,
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
205
2011). Ocupaciones que nos permiten igualmente enlazar tanto con el importante núcleo de asentamientos
que se desarrolla hacia el S, en la cubeta de Villena –Macolla, Casa de Lara, Arenal de la Virgen, etc. (Soler,
1981)– como con los que se extienden hacia el N, en la zona de la Canal de Navarrés, donde destaca la Ereta
del Pedregal (entre otros: Fletcher, Pla y Llobregat, 1964; Juan-Cabanilles, 1994 y 2008).
Volviendo al ámbito comarcal, la consolidación del poblamiento en las zonas llanas se complementa
con un desarrollo del uso de múltiples cavidades que circundan el valle como espacios funerarios. De esta
manera, la dinámica poblacional documentada en la comarca, tal y como se sugería en un reciente trabajo
(García Borja y Pascual, 2010: 307) puede equipararse a aquella descrita en las comarcas vecinas de La
Safor, Vall d’Albaida y Alcoià/Comtat (Barton et al., 2004; Bernabeu et al., 2006; Pérez Jordà et al., 2011).
Es difícil abstraerse de relacionar este proceso de consolidación de un poblamiento estable en toda la
comarca con el cada vez más amplio repertorio de abrigos con arte rupestre (levantino y esquemático) que
se conocen en la zona (Guillem y Martínez Valle, 2012). De esta manera, se establecería una relación entre
la dinámica poblacional descrita y una conciencia de apropiación del paisaje, plasmada a través de este tipo
de manifestaciones, tal y como apuntan estos autores (ibíd.: 42). En este sentido, la asociación de estilos
diferentes y la concentración de manifestaciones en determinados entornos podría también interpretarse
desde una óptica del interés de estas comunidades por perpetuar esa apropiación integrando manifestaciones
más antiguas, como sería el caso del conjunto de la zona del Bosquet (McClure, Molina y Bernabeu, 2008).
El modelo descrito se prolonga durante la fase campaniforme, como atestiguan los datos de Quintaret.
Aunque no especialmente abundantes, las evidencias campaniformes son consistentes con una continuidad
del proceso de asentamiento a nivel comarcal (Cova del Barranc Fondo, Cova Santa de la Font de la
Figuera, Cova Santa de Vallada). La noticia de cerámicas de esta especie en la loma del castillo de Moixent
(Martínez García y Cháfer, 1998) podría sugerir que ya en estos momentos de la segunda mitad del III
milenio cal AC empieza a producirse una transformación del patrón de poblamiento con un traslado de
las ocupaciones hacia puntos elevados. Esta dinámica es el preámbulo a la densa red de asentamientos
en altura que se documenta durante la Edad del Bronce (García Borja, 2004b; García Borja y Pascual,
2010). La reciente datación obtenida en la Mola d’Agres (Aguilera et al., 2012), junto a la identificación de
cerámicas campaniformes en este yacimiento, parecen corroborar este momento de dualidad en las formas
de ocupación, en consonancia con un posible cambio en las estructuras sociopolíticas de estas comunidades
(López Padilla, 2006; Bernabeu y Molina, 2011).
10. VALORACIÓN
Los resultados obtenidos en la excavación de urgencia de Quintaret y Corcot nos adentran en las formas
de vida de las comunidades humanas del Neolítico final/Calcolítico que residían en el valle del Cànyoles
a finales del IV y a lo largo del III milenio cal AC. Aunque determinadas carencias del registro –léase la
falta de restos faunísticos o la escasa muestra carpológica– y las propias características de los trabajos
–obligados a circunscribirse al área de afectación de las obras del trazado del AVE– cercenan nuestra
capacidad interpretativa, la visión global del conjunto remite a la existencia de una comunidad humana
con una clara vocación agrícola –evidente a través de la importancia de las estructuras de almacenaje
subterráneas y la notable presencia de molinos de mano–, que desarrolla además toda una serie de
artesanías, destinadas tanto a las necesidades subsistenciales del grupo –producción cerámica, talla
lítica–, como a las necesidades sociales –producción de cuentas de collar–. Además, el registro es reflejo
de la existencia de redes de contactos (plasmados en la procedencia más o menos lejana de determinadas
litologías identificadas) que permiten imbricar esta comunidad dentro de los circuitos de relaciones e
intercambios a nivel comarcal y supracomarcal. Las características presentadas son coincidentes con los
rasgos reconocidos en las comarcas vecinas y que definen el mundo del Neolítico final y el Calcolítico
de las comarcas centrales valencianas.
APL XXX, 2014
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206
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
No disponemos de información directa sobre las estructuras de hábitat que, con toda seguridad, se
distribuían en la misma área donde hemos encontrado las estructuras negativas presentadas. Los recientes
datos aportados por La Vital (Pérez Jordà et al., 2011) ponen en evidencia esa asociación entre espacios
de almacén y zonas de habitación, dentro de un modelo definido por la baja densidad de éstas últimas en
el espacio. La presencia en diversas estructuras de restos de barro cocido, en muchos casos con una de
sus superficies claramente aplanada, podría relacionarse con estructuras de hábitat construidas mediante
el recurso a materiales relativamente efímeros –madera, barro, paja–, en la línea de los datos que aportan
yacimientos como La Vital, Niuet y otros.
En este sentido, tanto en Quintaret como en Corcot, el conjunto del registro recuperado debe interpretarse
mayoritariamente como los restos de actividades cotidianas, basura que colmata las estructuras de almacén
una vez han quedado amortizadas.
El rango cronológico disponible para ambos yacimientos refleja un período aproximado de 500 años,
centrado en la primera mitad del III milenio cal AC. Dado el registro disponible, la valoración de la intensidad
de las ocupaciones no resulta fácil. Con todo, parece probable, dadas las características que suponemos a
las formas de ocupación del espacio, que existiera una cierta dinámica de desplazamiento de los grupos
domésticos. Así no sería descabellado, dada su proximidad, que ambos yacimientos se vincularan al mismo
grupo humano. Motivos de higiene, amortización de las estructuras de hábitat, puesta en explotación de
nuevas parcelas, explicarían una dinámica de movimiento de los asentamientos, limitado dentro de un
entorno donde se mantendría el grueso de las actividades de subsistencia.
Los recientes datos publicados en La Vital indican la existencia de actividades metalúrgicas en
momentos precampaniformes (a partir del primer cuarto del III milenio cal AC). En Quintaret, la presencia
de vestigios metalúrgicos no puede confirmarse por el momento. Ciertos indicios como la documentación
de unos pocas “bolitas” en la estructura Q061 deben esperar al resultado de los análisis pertinentes para
corroborar que no se trata de inclusiones relacionadas con la presencia de estructuras históricas en sus
inmediaciones. En cualquier caso, la documentación de la actividad no resultaría extraña, si nos atenemos
a los datos de La Vital (Pérez Jordà et al., 2011). Un aspecto discordante en cambio sería la ausencia en el
área excavada de enterramientos individuales de carácter distintivo en el seno de la comunidad, un hecho
que sí documentamos en La Vital ya desde momentos precampaniformes.
Hasta donde hemos podido constatar, Q138 marca el final de las ocupaciones prehistóricas en el
entorno estudiado. Tal y como hemos referido anteriormente, parece cada vez más claro que, desde la
óptica del poblamiento, asistimos a un momento de dualidad en las formas de ocupación del territorio.
Junto a una perduración del modelo de asentamientos más o menos abiertos, extensivos, situados en zonas
llanas, cada vez más reconocemos la existencia de enclaves en altura que prefiguran el modelo propio de
la Edad del Bronce, en la línea de lo que se constata en las comarcas más meridionales (López Padilla,
2006). Los datos de Ereta del Pedregal nos permiten también advertir, para este entorno geográfico,
el inicio del uso de la piedra como elemento constructivo en una cronología coincidente en parte con
Quintaret (Juan-Cabanilles, 2008).
Tabla 16. Dataciones campaniformes sobre muestras singulares de vida corta en el territorio valenciano.
Quintaret
Beta-348075
Vicia sativa
4010±30
2569-2486
2617-2468 Inédita
La Vital
Beta-229791
Hueso humano
3920±50
2475-2310
2569-2214
*
La Vital
Beta-222443
Hueso humano
3830±40
2388-2202
2458-2148
*
Mola d'Agres
Beta-286988
Triticum aestivum-durum
3790±40
2286-2146
2401-2046
**
Arenal de la Costa
Beta-228894
Hordeum vulgare var. nudum
3700±40
2141-2030
2202-1972
*
* Pérez Jordà et al., 2011 ** Aguilera et al., 2012
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
207
La fecha que aporta la estructura Q138 debe ser leída desde la óptica de un proceso de aceptación y
desarrollo de las tradiciones campaniformes muy veloz. Si bien el elenco de dataciones disponibles en
el ámbito valenciano sobre muestras de vida corta es ciertamente exiguo (tabla 16), los datos sugieren
que el margen de desarrollo del fenómeno se ajusta a aquello que documentamos en el conjunto de la
península, donde el grueso de las dataciones (sobre vida corta) remite a mediados del III milenio cal AC
el punto de arranque de las evidencias campaniformes en el registro arqueológico. Pese a que todos los
materiales recuperados pertenecen a recipientes incisos, la fecha de Q138 se muestra más elevada que
aquéllas ofrecidas por La Vital para contextos cerrados con presencia exclusiva de especies marítimas. Se
repite así la situación que evidenciamos en otras regiones, como la meseta, en lo referente a la convivencia
de los diferentes estilos campaniformes –véase el enterramiento múltiple del fondo 139 del Camino de las
Yeseras (Liesau et al., 2008), por poner sólo un ejemplo–. Este hecho no hace más que confirmar el grado
de incerteza que aún planea sobre el registro Calcolítico en el ámbito del País Valenciano.
AGRADECIMIENTOS
Las investigaciones presentadas se han llevado a cabo en el marco del proyecto “MESO COCINA: los últimos cazarecolectores y el paradigma de la neolitización en el Mediterráneo occidental (HAR2012-33111)”, Ministerio de
Economía y Competividad, Gobierno de España.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 213-238
Alberto J. LORRIO a, Pilar IBORRA ERES b y M.ª Dolores SÁNCHEZ DE PRADO a
Depósitos rituales de fauna en el oppidum
prerromano de El Molón (Camporrobles, Valencia)
RESUMEN: Se analizan tres depósitos faunísticos identificadas en el oppidum de El Molón, cuyas
características y localización sugieren su relación con prácticas rituales. Dos proceden de contextos
domésticos, en cada caso dos suidos menores de un mes depositados en el interior de una pequeña fosa.
Presentan marcas de carnicería y evidencias de cocinado y consumo, en una comida o banquete ritual,
relacionada con cultos vinculados al ámbito familiar, quizás fundacionales. El tercero se documentó bajo
la torre que defendía el lado sur del acceso principal al poblado. Incluía dos hemimandíbulas con marcas
de descarnado pertenecientes a una oveja y a un cerdo de la misma edad (4 años), ambas del lado derecho.
Aparecieron en el interior de una fosa sellada por un encachado de piedras, pudiendo interpretarse como una
ofrenda fundacional de carácter público. Los dos primeros conjuntos se fechan hacia finales del siglo III o
el siglo II a.C., mientras que el tercero se relaciona con la remodelación del sistema defensivo de la puerta
principal hacia finales del siglo II o el primer cuarto del I a.C.
PALABRAS CLAVE: Segunda Edad del Hierro, Molón, depósitos fundacionales, sacrificio de fauna, cerdo,
oveja, banquetes rituales.
Ritual deposits of animals from El Molón (Camporrobles, Valencia)
ABSTRACT: : Three faunal deposits from the oppidum of El Molón are analysed which characteristics and
placement suggest to be related to ritual practices. Two of them are of domestic origin, in each case two
piglets of one month of age approximately, which were placed inside a small pit. They present evidence of
having been butchered, cooked and eaten in a ritual banquet linked to familial worship, maybe foundational.
The third one was traced under the south tower of the main access to the settlement. It had two hemimandibles
of a sheep and a pig of the same age (4 years old) both being from the right side of it. They were found
inside a sealed pit covered with an irregular stone pavement, which could be interpreted as a foundational
offering of public nature. The first two groups have been dated being from the end of the III or II century
B.C., whereas the third one is associated to the renovation of the defensive system of the main gate towards
the end of the II or the first quarter of the I century B.C.
KEY WORDS: Late Iron Age, Molón, foundation deposits, animal sacrifice, pig, sheep, ritual banquets.
a
b
Universidad de Alicante.
alberto.lorrio@ua.es | loli.sanchez@ua.es
mpiborraeres@gmail.com
Recibido: 17/02/2014. Aceptado: 29/04/2014.
[page-n-223]
214
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
1. INTRODUCCIÓN 1
El Molón es un destacado asentamiento prerromano localizado en el extremo noroccidental de la comarca
valenciana de Requena-Utiel, en el límite con la provincia de Cuenca, que ocuparía una posición privilegiada
en una zona de frontera entre los pueblos ibéricos, al Sur y al Este, y los celtíberos, al Norte (fig. 1, A).
Ofrece una larga secuencia de ocupación a lo largo del primer milenio a.C., entre los siglos VIII/VII y
la segunda mitad del I, abandonándose en torno al año 40 a.C. Su máximo apogeo lo alcanzaría a partir
del siglo IV, cuando se fortifica con potentes defensas que le proporcionaron un aspecto monumental,
configurándose a partir de ese momento como un pequeño oppidum que jerarquizaría un territorio que
incluía las llanadas en torno a las lagunas, hoy desecadas, que se localizaban en las inmediaciones de la
villa de Camporrobles (fig. 1, B). Durante la época romana el lugar debió mantenerse habitado aunque las
evidencias son escasas. Mayor importancia tuvo la intensa ocupación islámica, entre los siglos VIII y X
Fig. 1. A, Plano de localización de El Molón. B, El Molón y la laguna de la ‘balsa’, hacia 1960. C, Planta del poblado durante
su etapa plena y final (ss. IV-I a.C.), con la localización de las inhumaciones infantiles y los depósitos de fauna estudiados.
1 Este trabajo se ha realizado dentro del marco del proyecto HAR2010-20479 del Ministerio de Ciencia e Innovación “Bronce
Final-Edad del Hierro en el Levante y el Sureste de la Península Ibérica: Cambio cultural y procesos de etnogénesis”.
APL XXX, 2014
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
215
d.C., que afectaría de forma notable a los restos constructivos de épocas precedentes, a veces reutilizados
como cimentación de las nuevas edificaciones o desmantelados por completo, a lo que hay que añadir las
importantes alteraciones debidas a los abundantes silos identificados.
Desde el inicio de las excavaciones en El Molón por la Universidad de Alicante en 1995 se ha pretendido
estudiar de forma integral el asentamiento (Lorrio, Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009), con especial
atención, por lo que respecta a la ocupación protohistórica, al potente sistema defensivo, a su urbanismo, al
estudio de determinados departamentos singulares o al conjunto de cisternas rupestres (Lorrio, 2007; Lorrio,
Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009; Lorrio et al., 2011; Lorrio y Sánchez de Prado, 2013). También
se han analizado ciertos espacios y prácticas rituales, como una posible cueva-santuario (Moneo, 2001), la
necrópolis del poblado (Lorrio, 2001) o los enterramientos infantiles, tres individuales y uno doble (fig. 1, C),
localizados bajo el suelo de las viviendas (Lorrio et al., 2010). A ellos añadimos ahora tres depósitos faunísticos,
cuyo carácter ritual puede deducirse tanto de sus características, como de los contextos de deposición. Dos
de estos depósitos “especiales” (A5/504 y C16/16008) se localizaron en otras tantas viviendas, mientras que
el tercero (B8.1a/8032) está en relación con el sistema defensivo del acceso principal al poblado (fig. 1, C).
2. EL DEPARTAMENTO A5 Y SU ENTORNO
El Sector A constituye la zona más occidental de la meseta superior de la muela. Además de una ‘caseta’
relacionada con el aeródromo cercano en uso durante la Guerra Civil, entre 1937 y 1939, se observaban en
superficie diferentes restos constructivos, por lo común pertenecientes a la ocupación islámica del cerro.
Algunos correspondían al muro perimetral del poblado islámico y otros a viviendas de esta misma época,
separadas por espacios libres de construcciones (Lorrio y Sánchez de Prado, 2008; Lorrio, Almagro-Gorbea
y Sánchez de Prado, 2009: 44 ss.). Las intervenciones arqueológicas en este Sector se centraron allí donde
los derrumbes y algunos alineamientos de piedras permitían suponer la presencia de restos constructivos
altomedievales, con el objeto de analizar la organización urbanística del asentamiento durante esta fase, aunque
las frecuentes reutilizaciones de los restos constructivos de la Edad del Hierro por parte de las comunidades
islámicas permitieran hacer igualmente una aproximación al urbanismo prerromano de la zona.
Durante la campaña de 1995 se intervino en la zona al noreste de la ‘caseta’ (Sector A5), donde eran
visibles en superficie los restos de un lienzo que cabía relacionar con el cierre perimetral del recinto
islámico más occidental (UEM 502) (fig. 2, A-B). La intervención se limitó a documentar el trazado
de la estructura, retirando el nivel superficial. El material recuperado remite a las fases más recientes
del yacimiento, con restos de vasijas de época islámica junto a producciones ibéricas, además de dos
pequeños fragmentos de barniz negro correspondientes a la producción tardía de Cales, formas Lamboglia
2 y 3, características de la etapa final del poblado prerromano (Lorrio y Sánchez de Prado, e.p.). En la
campaña de 2000 se amplió la intervención en este Sector, al plantearse una cuadrícula de 8 x 5 m, que
permitió documentar parcialmente un espacio habitacional de época prerromana (A5.1), delimitado por
los restos de dos estructuras murarias conservadas en cimentación y con un alto grado de deterioro, dada
la escasa sedimentación que presenta esta zona (fig. 2, C). El muro que cerraba el departamento hacia el
sureste (UEM 503) aprovechaba como cimentación la base rocosa previamente tallada, lo que permitió
documentarlo a lo largo de 3,55 m. Presentaba una orientación NO-SE, y conservaba algún bloque calizo
de la primera hilada en su extremo noroeste, estando casi perdido en su tramo sureste. Hacia el noroeste,
el departamento debió quedar delimitado por un muro que permitiera salvar el fuerte desnivel de la zona,
cuyos restos se conservaban parcialmente en el extremo norte de la cuadrícula, aunque reaprovechados por
el lienzo del muro perimetral de época islámica (UEM 502), algo habitual en El Molón, con ejemplos en el
propio Sector A (Lorrio y Sánchez de Prado, 2008: fig. 5,2; Lorrio, Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado,
2009: 51). Esto explicaría su trazado ligeramente curvilíneo y el sistema de construcción aterrazado que
presenta en algunas zonas. Conservaba una longitud total de unos 4 m, con un primer tramo, al oeste, de
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
Fig. 2. A-B, Vista del sector A5 en 1995, al inicio y al final de la campaña, con el paramento UEM 502 en primer
término y la zona de localización del depósito ritual. C, Planta de la cuadrícula A5 (campaña de 2000), con el depósito
de fauna A5/UE 504. D-E, Vista de la fosa y detalle de los hallazgos.
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
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2,60 m formado por un paramento medieval de bloques calizos de buen tamaño, apoyados contra la roca
natural, por lo que únicamente conservan la cara exterior, y otro de 2,80 m, prerromano en su cimentación,
separado del anterior por una interrupción de 0,80 m, estando perdido en el resto de su trazado.
El departamento A5.1 se encontraba muy arrasado. La roca (UE 513) afloraba en algunas zonas,
conservando un escaso nivel de sedimento. En su interior se documentaron varias zonas afectadas por una
fuerte alteración térmica, dos de ellas de formas irregulares (UE 506 y 508), y la tercera, circular, delimitada
por pequeñas piedras (UE 507), lo que permite identificarlo con un hogar. Todas ellas se relacionan con un
nivel de uso (UE 505) bajo el que se identificaron acumulaciones de guijarros (UE 511) que rellenan las
irregularidades de la roca, algo habitual en El Molón, al presentar una base geológica muy irregular. Hacia el
suroeste de la zona excavada se localizó el derrumbe de una pared de adobes de 16 x 25 cm (UE 509), que
cubría parcialmente una de las placas rubefactadas (UE 508). Lamentablemente el material arqueológico
recuperado era muy escaso y ofrecía poca fiabilidad al proceder en su mayoría de los niveles más superficiales.
Como en la intervención anterior remitía a las etapas tardorrepublicana e islámica.2
Durante esta campaña de 2000 se identificó una pequeña fosa (UE 504) al norte de la UEM 502 (fig. 2, C),
por debajo del nivel superficial (UE 501) y del correspondiente al derrumbe de las construcciones prerromanas
compuesto por la disgregación de los adobes (UE 515). Presentaba unos 25 cm de diámetro y estaba rellena
por un sedimento de tono anaranjado donde se depositaron los restos de dos cerdos (Sus domesticus), menores
de 1 mes, una vez consumidos (vid. infra), con las mandíbulas, agrupadas en dos conjuntos, colocadas en
la parte superior (fig. 2, D-E). Lamentablemente el hallazgo se localiza próximo a la línea de ruptura de
pendiente, lo que ha afectado notablemente a la conservación de las estructuras prerromanas en esta zona (fig.
2, A-B). No obstante, parece localizarse al exterior del departamento A5.1, posiblemente bajo el suelo de lo
que debe interpretarse como una estancia contigua, que debía localizarse en esta zona, a diferente profundidad.
La pendiente en ese punto lo permite, observándose actualmente, entre el departamento A5.1 y la abrupta
ladera oeste del cerro, dos estrechas franjas de terreno de unos 2 m de anchura, separadas por un pequeño
desnivel, con una superficie ‘útil’ de unos 100 m2.
3. EL DEPARTAMENTO C16
El departamento C16 se localiza en el Sector C o zona oriental del poblado, la que mayor información ha
proporcionado respecto al urbanismo de la etapa protohistórica, pues es la que menos se vio afectada por la
ocupación islámica, a pesar de lo cual numerosos silos y fosas de expolio han alterado de forma importante las
construcciones de épocas precedentes (fig. 3, A).
En esta zona3 se ha identificado un edificio de grandes dimensiones (C10-C12) y un posible espacio de carácter
cultual (C14), que vienen a completar la información sobre el urbanismo del Sector, del que ya se conocían
una cisterna rupestre, que ocupa el centro de la plataforma más oriental del cerro, y diversos departamentos
de disposición perimetral, adosados y parcialmente integrados en la muralla donde se desarrollarían diversas
actividades (Lorrio, Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009: 15 ss.; Lorrio y Sánchez de Prado, 2013).
El edificio C10-C12, una vivienda de élite relacionada con quien ejercía el poder en el oppidum, dada su
situación y dimensiones, fue construido hacia finales del siglo III o inicios del II a.C. (Lorrio y Sánchez de
Prado, e.p.), con una orientación ligeramente diferente a la que presentaban los edificios anteriores (C14 y
C14.1), en lo que constituyó una reordenación del Sector, que afectó a otros departamentos de la zona, como
2 El material de la UE 500 proporcionó algunos fragmentos de la cerámica ibérica característica de estos momentos, como un
kalathos troncocónico con decoración pintada en el cuerpo y con dientes de lobo sobre el borde en ala, una base anular con pestaña
interna o las características páteras de borde reentrante, junto a un vaso de paredes finas, tipo Mayet II, además de restos de vasijas
islámicas, presentes de forma habitual en esos niveles más superficiales.
3 La zona localizada al sur de la cisterna rupestre del Sector C ha sido objeto de excavación entre 2008 y 2011, completada durante
2013 con motivo de la consolidación de las estructuras identificadas.
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Fig. 3. Sector C: plano general (A) y vistas de las viviendas al sur de la cisterna rupestre, desde el sureste (B) y desde el
noroeste (C), con la localización del depósito de fauna –1– y de la inhumación infantil –2–. D-E, Detalle del depósito
de fauna (D) y del enterramiento de perinatal (E).
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
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el C1, un lagar reconvertido en almacen (Lorrio y Sánchez de Prado, 2013). La construcción del nuevo edificio
llevó parejo el desmantelamiento de las viviendas precedentes, dada la escasa potencia de la zona, pues la
roca aflora a unos pocos centímetros, como confirma el muro oriental del nuevo edificio (UEM C10b-10007),
que cortaba algunas de estas construcciones previas (C10b-10044), a la vez que rectificaba la orientación
de otras (C11-11029-11047), cuyos restos serían reaprovechados en el trazado de esta nueva estructura. La
remodelación no afectó sin embargo a un departamento localizado en la zona más oriental del Sector (C14),
para el que cabe plantear un carácter cultual debido a: 1) la presencia en su interior de un ‘pozo’ rupestre,
que aprovechaba una grieta natural, cuya boca, circular, había sido intencionalmente acondicionada; 2) su
forma rectangular alargada y su carácter exento, con un espacio o pasillo a su alrededor; y 3) su orientación,
con las esquinas en relación con los puntos cardinales.4 Se trata de una edificación que cabe relacionar con
la planificación del Sector llevada a cabo a mediados del siglo IV a.C., cuando se construyó la muralla y las
edificaciones contiguas (Lorrio, 2007).
Aunque las abundantes alteraciones medievales –tanto los silos, como las fosas de expolio, que
desmantelaron en parte los muros prerromanos– dificultan la interpretación del conjunto, no impiden
identificar una vivienda compleja (C10/C12), con unas dimensiones de 15,5 x 8 m, formada por al menos tres
departamentos (C10b, C10a/c/C12 y C11) (fig. 3, A-C):
1) La estancia C10b es la mayor y principal. Ocupa la zona oriental y ofrece forma ligeramente trapezoidal,
con unas dimensiones internas de 9 (NO-SE) x 4 m (NE-SO), sin evidencia de compartimentación interna, y
los restos de un hogar muy alterado en su centro. Hacia el noreste queda delimitada por la UEM C10b-10007,
un muro que se adosaba a una construcción anterior, parcialmente desmantelada al construirlo, aunque se
mantuvo en su zona más meridonal (C11-11029/11047), donde se localizaba el acceso a la estancia. Hacia
el noroeste el muro había desaparecido practicamente por completo, pues sólo quedaban evidencias de su
trazado en los recortes de la roca. Hacia el sureste se conservaban los restos del muro de cierre, medianero con
un nuevo departamento (C11).
2) La estancia C11 se conoce de forma muy incompleta, pues la fuerte erosión de la zona ha impedido
delimitarla con claridad hacia el noreste y el suroeste, quedando evidencias de su cierre sureste por los recortes
en la roca para encajar el zócalo de la estructura. Sus dimensiones serían de unos 5 m (NO-SE) por unos 8
(NE-SO). Ocupando una posición central se identificaron los restos de una placa de hogar.
3) La estancia C10a/c/C12 se localiza hacia el suroeste, quedando separada de la sala principal por un muro
medianero (C10-10004/C11-11009), con un nuevo acceso, prácticamente alineado con el del lado noreste.
Presenta planta trapezoidal, con una anchura de unos 2,40 m, al noroeste, que se estrecha de forma progresiva
hacia el sureste, con 2,20 m, sin que pudiera documentarse su cierre dada la presencia de silos medievales.
Hacia el noroeste el muro C10c-10030 delimitaba la estancia y hacia el suroeste hacía lo propio el C10c10024, medianero con un nuevo departamento (C16). En su interior se documentó un banco adosado al muro
norte y la base de una plataforma cuadrangular sobre la que se recuperaron algunas bellotas carbonizadas.
El departamento C16 se localizaba contiguo a la vivienda C10/C12, de la que la separa el muro medianero
C10c-10024, habiendo parcialmente excavada en 2010. Parece tratarse de una casa diferente, toda vez que el
nivel del suelo se encontraba algo más elevado, unos 10 cm, lo que cabe relacionar con el desnivel del terreno,
más bajo hacia el este, sin que se evidencie acceso alguno entre ambas viviendas en la zona conservada.
En su interior se identificaron diversos niveles correspondientes a los derrumbes de los alzados del muro
C10c-10024 (UE 16001 y 16002), que cubrían lo que se ha interpretado como el suelo del departamento (UE
16003), documentándose los restos de una placa de hogar (UE 16005), así como dos pequeñas fosas:
4 Su carácter singular explicaría que no se viera afectado por la construcción del nuevo edificio, al contrario de lo que sucedió
con el departamento localizado inmediatamente al norte, cuyos muros aparecen cortados y desmantelados. Cabe suponer que
mantuviera sus funciones hasta el abandono del poblado, aunque apareció prácticamente vacío, habiéndose recuperado tan sólo
algunas cerámicas a mano, en mayor porcentaje en los niveles de regularización de la base rocosa (10068), así como pequeños
fragmentos a torno informes decorados con bandas y filetes de tono vinoso.
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
A) La UE 16006 (fig. 3, D) presentaba forma irregular con tendencia circular y unas dimensiones de 20 x
30 cm. En su relleno (UE 16007) se encontraron los restos de dos pequeños suidos (Sus domesticus) neonatos,
menores de 1 mes (16008), con señales de haber sido consumidos (vid. infra).
B) Algo más al noroeste, se identificó una segunda fosa (UE 16015a) abierta en el terreno y rellenada (UE
16015b) con el mismo tipo de sedimento, por lo que resultaba difícil de diferenciar, como en el caso anterior.
Contenía una inhumación infantil (UE 16014) que apareció junto al muro C10c-10024, prácticamente en la
esquina norte de la estancia –el muro noroeste había sido desmantelado por completo-, bajo un sedimento muy
granuloso y con guijarros (UE 16013) que servía para la regularización de esta zona y sobre el que apoya el
muro citado (fig. 3, E). En el relleno de la fosa se recuperaron, además, tres fragmentos cerámicos informes,
uno realizado a mano y otros dos a torno pintados, que parecen remitir a la etapa inicial del Ibérico Pleno.
Por lo que respecta a la cronología del depósito de fauna y de la inhumación perinatal, hay que señalar que
el importante edificio C10/C12, y por tanto también el departamento C16, se construyeron hacia finales del
siglo III o a inicios del II a.C., estando en funcionamiento a lo largo de toda esa centuria (Lorrio y Sánchez
de Prado, e.p.). Así lo confirma el hallazgo en sus niveles de uso de los restos de dos recipientes de barniz
negro correspondientes a producciones de campaniense A, un pie anular indeterminado y el borde de un
plato Lamboglia 36/Morel 1312a, que parecen corresponder a tipos de su fase clásica-media, fechada entre
el 180-100 a.C., cuando alcanza su mayor difusión. Por su parte, el abandono de la vivienda C10/C12 remite
a un momento ya del siglo I a.C., dada la presencia de un borde de ánfora, tipo Lamboglia 2, en el nivel de
derrumbe, con numerosos hallazgos en las tierras valencianas, como demuestra que resulte el ánfora más
característica de los niveles sertorianos de Valentia (Ribera y Marín, 2004-05: 276). No obstante, el tipo
seguiría en uso posteriormente, encontrándolo en algunos silos de Ampurias fechados hacia el 40-30 a.C. e,
incluso, hacia el cambio de era (Aquilué et al., 2002: figs. 10 y 11).
4. EL SECTOR B: LAS REMODELACIONES DEL SISTEMA DEFENSIVO
Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA TORRE SUR
El complejo sistema defensivo de El Molón, construido en un momento avanzado del siglo IV a.C.
(Lorrio, 2007; Lorrio et al., 2011), parece que fue objeto de remodelaciones significativas hacia finales
del siglo II o inicios del I a.C., lo que hay que poner en relación con los importantes acontecimientos
militares que afectaron de forma determinante a la comarca de Requena-Utiel. Las obras más destacadas
las encontramos en la zona de la puerta principal del poblado, con la amortización del tramo final de la
muralla y de la potente torre que defenderían la antigua entrada, que con los datos que poseemos parece
que se limitaría a una simple interrupción del lienzo defensivo (Lorrio, 2007: 216 y 218, fig. 3; Lorrio,
Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009: 34-35) (fig. 4, A-B).
El acceso al poblado se realizaba por la ladera oeste, siguiendo un camino de unos 2 m de ancho, que
presenta en el tramo final un pasillo recortado en la roca de 13,30 m de largo por 2,25 m de ancho. En esta
zona y otros puntos del camino se localizan dos carriladas paralelas que confirman la circulación de carros;
tienen 0,13 m de ancho y están separadas entre sí 1,24 m, prosiguiendo hacia el interior del recinto. El acceso
estaba delimitado por los lienzos de muralla que convergen desde el norte y el oeste en ese punto, situándose
la puerta principal, ya remodelada, hacia la mitad del pasillo rupestre, protegida por dos torres de planta
cuadrangular que flanquearían la entrada. Se conservan los restos de dos entalladuras paralelepípedas, donde
quedarían encajados cada uno de los dos batientes de este portón o puerta carretera, que tendría una anchura
aproximada de 2,10 m y un grosor de unos 0,25 m, pudiendo alcanzar los 3 m de altura.
De la torre norte no quedan restos, salvo la plataforma rocosa, en ligero talud hacia el camino, sobre
la que se habría levantado la estructura, de tamaño inferior a la que defendería el otro lado. La torre sur
está prácticamente desmantelada, observándose en la roca los entalles que servirían de asiento para los
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
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Fig. 4. La puerta principal y sus defensas: A, restitución ideal (siglos II-I a.C.). B, Planta del sector B8.1a (siglos IV-I a.C.),
con la zona donde se localizó el depósito. C, Plantas del proceso de excavación de la fosa: 1, encachado 8025; 2, fosa
8032/8033, con los restos faunísticos; 3, sección de la fosa y su cubierta. D-E, Detalle del nivel 8021 (D), que cubría el
encachado 8025 (E). F, Detalle de los restos de fauna en el interior de la fosa. G, Materiales más significativos.
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
sillares, lo que permite aventurar su planta, cuadrangular, y sus dimensiones, que serían de 10,50 NE-SO
por 4,80 m NO-SE. Tan sólo conserva los restos del paramento oriental, principalmente por el hecho de
haber servido de cimentación al muro perimetral islámico. En su interior se han detectado alineaciones
de piedras mal careadas paralelas al muro este, que cabe considerar como parte estructural de la torre,
algunas de ellas levantadas sobre los restos de la antigua muralla de la fase plena del poblado, amortizada
como hemos señalado al realizar la nueva construcción (fig. 4, B).
La excavación de los niveles situados al este de la torre durante la campaña de 2001 permitió
documentar la fosa de cimentación de esta estructura defensiva (B8.1-843). La fosa cortaba niveles
anteriores, habiéndose individualizado un potente estrato de regularización (B8.1-807), que proporcionó
un conjunto de materiales entre los que destaca un fragmento de un plato de pescado de campaniense
A (Morel 1122-25/Lamboglia 23), junto a diversas producciones de cerámica ibérica, como tinajillas,
pequeñas páteras, un kalathos de cuerpo troncocónico o un plato de ala que resulta una clara imitación
de la forma Lamboglia 6. Por debajo, se identificó un relleno (B8.1-817) en el que cabe resaltar los restos
de dos ánforas, de las que se han recuperado un asa correspondiente a un ánfora itálica tipo Dressel
y el pivote de otra con un apéndice abotonado parcialmente hueco, relacionado con una producción
ebusitana, el tipo T.8.1.3.3 de Ramón (1995: 224 s., fig. 100). Esta ánfora se fecha a partir del 120/100
a.C., lo que permite ofrecer un terminus post quem para la construcción de la torre sur, cuya fosa de
cimentación cortaba la citada unidad. Esta fecha quedaría corroborada por la presencia de un mortero con
reborde vertical y vertedera, tipo 7b de Vegas, en uno de los niveles inferiores (B8.2-8202) relacionado,
así mismo, con la construcción de la torre, un recipiente bien documentado entre los materiales de época
sertoriana registrados en Valentia, o en los conjuntos de la Tienda del Alfarero de Ilici (Elche, Alicante)
y el departamento 79 de Libisosa (Lezuza, Albacete) (Valentia: Ribera y Marín, 2004-05: 278; Ilici: Sala,
1992: fig. 50, E-126, 128, 120-130; Libisosa: Hernández, 2008: 169, fig. 15; Uroz, 2012: fig. 191, d).
Durante la campaña de 2007 se localizó, en relación con los niveles de construcción de esta torre, un
hallazgo singular, que por sus características cabe interpretar como un depósito fundacional. Se trata de
una fosa abierta en el terreno (B8.1a-8033), rellena por un sedimento de tonalidad grisácea (UE 8032)
(fig. 4, C, 2-3) que proporcionó dos restos faunísticos, cuya singularidad no deja lugar a dudas sobre su
carácter “especial”, además de escasos materiales formando parte del relleno. Todo ello estaba cubierto
con una capa de piedras de pequeño tamaño (UE 8025), dispuestas a modo de encachado (fig. 4, C, 1 y E)
que apareció sellada por un nivel (UE 8021) que parece corresponder al relleno de la estructura (fig. 4, B
y D). La fosa presenta forma semicircular, con un diámetro entre 0,80 y 0,90, y una profundidad de unos
0,20 m, quedando adosada a una alineación de cinco bloques calizos de tamaño medio, entre 0,25 y 0,35
m, dispuestos con una orientación norte-sur (UE 8014). En su interior se recuperaron dos hemimandíbulas
(fig. 4, F) pertenecientes a dos animales domésticos (Ovis aries y Sus domesticus) de la misma edad (4
años) e igual lateralidad (el lado derecho). Estaban depositadas en la misma zona de la fosa, junto a
dos grandes bloques de piedra, con la dentición hacia abajo, en una cota inferior la correspondiente a
la oveja. En el relleno (fig. 4, G) se documentaron una veintena de fragmentos cerámicos informes de
pequeñas dimensiones, además de la parte superior de una tinajilla sin hombro (nº 1), Grupo II.2.2, y un
caliciforme (nº 2), Grupo III.4.1.2 de Mata y Bonet (1992), tipos bien documentados en el Ibérico Pleno,
como atestigua su presencia entre el material procedente de Villares IV (Mata, 1991: fig. 41-12), aunque
seguirán en momentos posteriores, dado su registro en el Sector F de la Serreta (Grau, 1996: fig. 11,4),
que ha proporcionado un repertorio característico del siglo III a.C., y en los niveles de abandono de El
Castellet de Bernabé (Lliria, Valencia), en torno al 200 a.C. (Guérin, 2003: fig. 131 y 145). Junto a ello,
los restos de una base plana de cerámica oxidante, posiblemente parte de una jarra (nº 3), y un fragmento
de una placa de hierro con una perforación (nº 4).
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
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5. ESTUDIO DE LOS DEPÓSITOS
A continuación se analizan los tres conjuntos de fauna recuperados en otros tantos contextos “especiales”
de El Molón: los denominados A5/UE 504 y C16/16008, procedentes de fosas localizadas en viviendas, y el
B8.1a/8032, recuperado en la base de una de las torres de la muralla. El número de restos analizados en total
es de 176 (tabla 1), entre los que se incluyen huesos enteros y fragmentos óseos que pertenecen a dos especies;
el cerdo (Sus domesticus) y la oveja (Ovis aries).
La identificación taxonómica y anatómica se ha realizado con nuestra colección de referencia depositada
en el Área de Arqueología y Paleontología del IVC+R (CulturArts), utilizando también los trabajos de
Halstead, Collins e Isaakidou (2002). Para asignar la edad hemos seguido el método desarrollado por Grant
(1982) referente a la erupción y grado de desgaste de los dientes, así como los grupos de edad establecidos
por Pérez Ripoll (1999) para las ovejas y cabras. Se ha considerado también el grado de osificación de las
epífisis y diáfisis (Ullrey et al., 1965; Prummel, 1987). Para tomar las medidas de los restos hemos seguido
los criterios de Driesch (1976).
Una parte de los restos estudiados presenta marcas de carnicería producidas por la manipulación antrópica
durante el procesado carnicero, como incisiones, cortes y fracturas, así como mordeduras producidas durante
el consumo (Lyman, 1994; Pérez Ripoll, 2005). También son patentes otras marcas postdeposicionales
ocasionadas por agentes de carácter biológico, raíces y bacterias (Lyman, 1994).
Tabla 1. Número de restos de los taxones identificados en cada uno de los contextos analizados.
C16/16008
A5 UE 504
B8 1a/8032
Total
Sus domesticus
Ovis aries
78
96
1
1
175
1
Total
78
96
2
176
5.1. Depósito A5/504
El conjunto que hemos analizado está formado por 96 huesos y fragmentos óseos que pertenecen a dos cerdos
(Sus domesticus) neonatos, menores de 1 mes (tabla 2). Uno de ellos, de mayor talla, está representado por un
número mayor de restos. El segundo individuo, de pocas semanas de vida, cuenta con una menor presencia de
elementos. También hay 43 fragmentos de costillas y vértebras que no hemos podido individualizar (fig. 5, A).
Se trata de esqueletos casi completos que presentan un buen estado de conservación, circunstancia que
ha permitido documentar marcas de desarticulación y descarnado. Éstas se observan en la mayor parte de los
huesos de las diferentes unidades anatómicas, incluso sobre la superficie lateral de los metapodios, lo que
nos indica que aunque sean animales de pocas semanas de vida, fueron desarticulados y consumidos antes de
depositar sus huesos (fig. 5, B).
Algunos huesos han adquirido un color marrón, debido a las alteraciones por fuego. En el individuo 1
estas marcas de cremación están presentes en la tuberosidad del isquion de la pelvis derecha, así como en los
cóndilos occipitales y las bulas timpánicas. También en la superficie distal del húmero izquierdo, en su lado
craneal, y en algunas costillas aparecen termo alteraciones. Estas son la evidencia de un asado previo a su
consumo. Por lo que se refiere al segundo individuo no hay estas pruebas de la acción del fuego en sus huesos.
La escasa incidencia del fuego sobre los huesos pudo ser debida a que los animales fueron asados sin
apenas contacto con las llamas depositándolos sobre las ascuas o mediante el uso de un horno de tierra, aunque
ignoramos cual de las dos técnicas pudo emplearse en el cocinado de los animales.
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
Tabla 2. Representación anatómica de los restos recuperados en A5/504
(DR: elementos derechos; IZ: elementos izquierdos; FG: fragmentos).
DR
Cráneo
Bulla timpanica
Hueso oido
Cóndilo occip.
Maxilar
Hueso nasal
Mandíbula
Costillas
Vértebras
Escápula
Húmero
Radio
Ulna
Pelvis
Fémur
Tibia
Metapodios
Sesamoideo
Falange 1
Falange 2
Total
IZ
1
1
2
2
1
1
2
2
1
10
2
10
2
1
2
FRG
2
2
1
1
1
1
5
1
2
2
1
27
26
20
4
7
1
2
3
43
Total
5
2
2
4
4
1
3
40
4
4
3
3
1
3
3
1
7
1
2
3
96
Descripción de las marcas de carnicería
- Mandíbula: Las marcas se localizan en la rama horizontal, superficie basal. Se trata de finas incisiones
paralelas producidas en el descarnado que hemos identificado en el individuo 1.
- Escápula: En el primer individuo las marcas consisten en cortes profundos localizados en ambas escápulas.
Estas se distribuyen por el cuello, el borde caudal y la espina escapular (fig. 5, B, a). En el individuo 2 las
observamos sobre la escápula izquierda en el borde caudal y sobre el cuello donde hay una fractura (fig. 5, B,
b). Todas ellas están relacionadas con la desarticulación y el descarnado.
- Ulna: En la ulna izquierda del segundo individuo se localizan cortes profundos sobre el olecranon y en la
porción distal de la diáfisis (fig. 5, B, c) realizadas durante el proceso de desarticulación.
- Húmero: En el individuo 1, las marcas se localizan en la porción distal de la diáfisis del húmero izquierdo,
en las superficies craneal y lateral (fig. 6, a). En el individuo 2 en el húmero derecho, en la porción proximal
de la diáfisis, en su cara craneal y en el húmero izquierdo sobre la porción distal de la diáfisis, también en la
superficie craneal, que corresponden al descarnado de los huesos.
- Pelvis: En el individuo 1 observamos marcas de desarticulación en la cresta iliaca, en la superficie lateral y
en la superficie dorsal del isquion, debajo del acetábulo (fig. 6, c).
- Fémur: En el fémur izquierdo del individuo 1 las marcas de descarnado se localizan en la mitad de la diáfisis,
en las superficies medial y caudal. En el individuo 2 en el fémur derecho, en la porción proximal de la diáfisis,
en la superficie caudal (fig. 6, b).
- Tibia: Hay una fractura en la diáfisis de la tibia derecha del individuo 1, producida por una mordedura
humana que ha dejado su impronta.
APL XXX, 2014
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
225
A
B
Fig. 5. Depósito A5/UE 504: elementos anatómicos presentes en los esqueletos de Sus domesticus (A) y algunas
marcas de carnicería identificadas (B).
5.2. La fosa C16/16008
El conjunto analizado está formado por 78 huesos y fragmentos óseos que pertenecen a dos cerdos (Sus
domesticus) neonatos, menores de 1 mes; uno de ellos una hembra según la morfología de los caninos (tabla
3). Hay 51 fragmentos de cráneo, costillas y vértebras que no hemos podido individualizar (fig. 7, A).
APL XXX, 2014
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
Fig. 6. Marcas de carnicería sobre restos de Sus domesticus (A5/UE 504).
El estado de conservación de los huesos es deficiente ya que en muchos casos la cortical está muy afectada
por los procesos postdeposicionales, como consecuencia de la escasa consistencia del tejido óseo, al tratarse
de individuos neonatos. Adherida a algunos restos se encuentra una capa fina e irregular de color blanco, que
tras su análisis hemos podido determinar como carbonato cálcico (CO3CA). Esta capa debió formarse tras una
posible inundación de la fosa o tras la cubrición de los restos con un sedimento más húmedo y con contenidos
orgánicos y minerales diferentes a la matriz excavada, lo que produjo una precipitación del carbonato cálcico
sobre los huesos.
Los restos presentan marcas de carnicería que evidencian la desarticulación de las diferentes unidades del
esqueleto y el consumo. También hay marcas de mordeduras humanas.
Descripción de las marcas de carnicería
- Mandíbula: Fractura sobre la rama horizontal detrás del D4.
- Escápula: Incisiones finas y profundas que se localizan sobre el cuello, tanto en la superficie lateral como en
la medial y también en el borde caudal de la superficie medial. Las interpretamos como consecuencia de la
desarticulación de la escápula del tronco del animal (fig. 7, B, a).
- Húmero: Las marcas consisten en incisiones finas poco profundas que se localizan en la porción proximal
de la diáfisis, en las superficies craneal y medial, así como en la porción media de la diáfisis en la superficie
lateral. Estas marcas se relacionan con el descarnado del hueso. También hemos observado una incisión
APL XXX, 2014
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
227
Tabla 3. Representación anatómica de los restos recuperados en C16/16008
(DR: elementos derecho; IZ: elementos izquierdo; FG: fragmentos).
DR
Cráneo
Maxilar
Mandíbula
Caninos
Incisivo
Vértebra
Costilla
Escápula
Húmero
Radio
Pelvis
Fémur
Tibia
Metapodio
Calcáneo
Astragalo
Falange D
Total
IZ
FG
Total
10
2
10
2
2
2
1
1
36
3
3
4
3
3
2
3
1
1
1
78
2
2
1
1
36
2
1
2
1
1
1
2
2
2
2
1
1
3
1
1
7
14
1
57
profunda en la fracción distal de la diáfisis, en la superficie lateral, que relacionamos con la desarticulación
del húmero y la ulna (fig. 7, B, c). En la parte proximal de un húmero izquierdo se observan mordeduras
humanas (fig. 8, a).
- Radio: Hemos identificado incisiones finas y de diferente longitud. Las de la superficie dorsal son las
más largas, aparecen en disposición paralela y las relacionamos con el descarnado (fig. 7, B, b). Hay una
incisión de trayectoria más corta en el extremo proximal de disposición oblicua que podría vincularse con la
desarticulación.
- Ulna: Presenta cortes profundos realizados sobre la superficie articular de la ulna, en el olecranon producidos
durante la desarticulación.
- Fémur: En la porción media de la diáfisis, en la superficie caudal, hay cortes profundos que se disponen en
sentido horizontal y oblicuo (fig. 7, B, d), producidos durante el descarnado.
- Tibia: Hemos identificado fracturas (cortes) que han separado el extremo proximal del resto de la diáfisis.
5.3. Depósito de la torre B8.1a/8032
En el conjunto analizado hemos identificado dos mandíbulas pertenecientes a una oveja (Ovis aries) y un
cerdo (Sus domesticus).
- Oveja (Ovis aries): Hemimandíbula derecha con un desgaste correspondiente a una edad de 4 años (grupo
IV a, Perez Ripoll, 1999). La asignación taxonómica la hemos realizado considerando la morfología de los
premolares (Halstead, Collins y Isaakidou, 2002). La mandíbula presenta marcas de carnicería en la superficie
lingual; un corte fino de cierta longitud de trayectoria oblicua a la serie dental (fig. 9, a). Las medidas obtenidas
se describen en la tabla 4.
APL XXX, 2014
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228
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
A
B
Fig. 7. Depósito C16/16008: elementos anatómicos presentes en los esqueletos de Sus domesticus (A) y algunas marcas
de carnicería identificadas (B).
- Cerdo (Sus domesticus): Hemimandíbula derecha de un individuo de sexo masculino que presenta un
desgaste correspondiente a una edad de 4 años (MWS: m1=f; m2=e; m3=c según Grant, 1982). Presenta
marcas de carnicería en las superficies lingual y labial. En la superficie lingual hay un corte fino de cierta
longitud y de trayectoria perpendicular a la serie dental. También en la superficie labial se observa un corte
fino y corto localizado cerca del foramen mentonar (fig. 9, b). Las medidas de la mandíbula se pueden
observar en la tabla 5.
APL XXX, 2014
[page-n-238]
229
Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
Fig. 8. Marcas de mordeduras
humanas sobre restos de Sus
domesticus:
a, C16/16008;
b, A5 UE 504.
a
b
Fig. 9. Marcas de carnicería
localizadas sobre:
a, mandíbula derecha de Ovis
aries;
b, mandíbula derecha de Sus
domesticus recuperada en el
depósito de la torre B8.1a/8032.
Tabla 4. Medidas de mandíbula de la oveja (Ovis aries) de B8.1a/8032.
Mandíbula
4
8
9
11
12
15a
15b
15c
Lm3
Am3
B8 1a/8032
110,5
47
21,7
33,5
58,5
35
20
13
20
7
Tabla 5. Medidas de mandíbula del cerdo (Sus domesticus) de B8.1a/8032.
Mandíbula
7a
8
9a
16a
16b
16c
B8 1a/8032
98,5
66,7
34
49,4
41
41,5
APL XXX, 2014
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
6. VALORACIÓN DE LOS RESTOS ANALIZADOS
Las características del material analizado, es decir: los taxones elegidos, la parte esquelética seleccionada, la
edad, el sexo y las marcas observadas sobre los restos, junto a otros aspectos que caracterizan o se integran en
esos contextos, son factores a considerar para realizar las interpretaciones del conjunto (Grant, 1991; Wilson,
1992; Hill, 1995). En el caso de las muestras analizadas de El Molón concurren una serie de rasgos que nos
llevan a considerarlos depósitos “especiales”, expresión de un ritual, como pudo ser una comida ceremonial,
y no simples restos de alimentación.
Los animales elegidos, la oveja y el cerdo, son dos especies que desempeñaban un rol importante en
la economía durante la época ibérica (Iborra, 2004). El registro faunístico de El Molón pone de manifiesto
la existencia de una cabaña variada, en la que destacan los ovicaprinos, con mayor presencia de ovejas
que de cabras, mientras que el ganado vacuno y el de cerda serían especies secundarías, importantes por
lo que respecta al aporte cárnico, observándose un aumento generalizado del consumo de cerdo durante
la Segunda Edad del Hierro (Lorrio, Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009: 36, a partir de los datos
de Iborra). Sin embargo, los contextos aquí estudiados evidencian un claro predominio de los suidos sobre
los ovicaprinos, lo que parece más lógico si se considera la capacidad reproductiva de estas dos especies,
con varias crías la primera y una o dos la segunda, por lo que tendría un menor coste económico para
la comunidad el sacrificio de un cerdo lechal, aunque justamente el hecho de que el cerdo sea el animal
sacrificial más barato, hace que su sacrificio no fuera conclusivo (Burkert, 2013: 393). En cualquier caso,
la decisión de sacrificar un cerdo a una edad tan temprana resulta poco productiva, y sólo se explica por la
exigencia del ritual (Allegro et al., 2008: 119).
La práctica de sacrificios de animales formaba parte de la religiosidad o creencias de los pueblos ibéricos.
Así lo confirman algunas noticias ofrecidas por las fuentes literarias (Str. IV, 1, 5), las representaciones
iconográficas de tales rituales, o el hallazgo en santuarios de restos óseos de animales o de útiles sacrificiales
como cuchillos (Moneo, 2003: 275 ss.; Cabrera, 2010; Almagro-Gorbea y Lorrio, 2011: 43 ss.). Las ofrendas
de animales en espacios domésticos y santuarios, tanto de animales completos como de alguna de sus partes
(pars pro toto), corresponden en su mayoría a ovicápridos, aunque también se documenten suidos y, en
menor medida, vacunos, ciervos y caballos, además de perros y aves. Destacan los hallazgos del Noreste,
principalmente el área catalana (Barrial, 1990; Miró y Molist, 1990; Albizuri, 1990; Albizuri y Nadal, 1992;
Casellas, 1995; Barberá, 1998; Agustí y Casellas, 1999; Pons y Vargas, 2002: 537 ss.; Valenzuela, 2008;
Albizuri, 2011; Graells y Sardá, 2011: 175 s.; Belmonte et al. 2013; Nieto, 2013) y el Levante (Gusi, 1989
y 1995; Oliver, 2006; Iborra, 2004 y 2013), ahora incrementados con los datos de El Molón. El sacrificio de
animales debió ser una práctica común en las festividades y ceremonias, tanto en cultos públicos como privados,
pudiendo relacionarse con festivales en honor a deidades, nacimientos, ritos de fertilidad, substitutivos del ser
humano y como ofrendas para sellar pactos y hostilidades (Jarman, 1973; Méniel, 1992; Chiraldi, 2008).
En El Molón los diferentes contextos nos permiten caracterizar dos tipos de depósitos rituales: uno,
asociado con el ámbito doméstico, donde se observan patrones y asociaciones repetidas, que responde
a ritos bien conocidos en el área ibérica, y otro, relacionado con la construcción de una de las torres que
defendía el acceso principal al poblado, claramente excepcional por sus características en el panorama
protohistórico peninsular.
A. Depósitos asociados a espacios domésticos
Los conjuntos C16/16008 y A5/504 son pequeñas fosas excavadas en el pavimento de las casas. Cada una de
ellas contenía en exclusividad restos de dos esqueletos de cerdos neonatos, que habían sido desmembrados,
cocinados y consumidos, tras lo cual se depositaron en el interior de una fosa. Ambos depósitos resultan
prácticamente idénticos, pues coinciden: 1) en la elección de los animales –misma especie, igual número
APL XXX, 2014
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
231
de individuos y edad de muerte, siendo menos concluyentes los datos sobre el sexo, sólo determinado en
uno de los ejemplares de C16, una hembra–, 2) en el tratamiento de los animales –descuartizados, asados
y consumidos–, y 3) en la forma en la que se depositaron los restos –en un hoyo, bajo el suelo de una
vivienda, junto a uno de sus muros–. Todo ello confirma que responden a un ritual bien conocido, sujeto a
unas normas establecidas.
Buena parte de sus huesos presentan marcas de desarticulación y descarnado, mediante un instrumento
cortante, que cabe suponer sería el cuchillo, al que cabe otorgar un carácter sacrificial. Tras su asado, cuya
evidencia serían los huesos parcialmente quemados, los animales fueron consumidos, quedando marcas
antrópicas de mordeduras. Los esqueletos estaban incompletos, lo que implica que en el momento de hacer
el depósito se separaron algunos restos óseos, aunque no parece que hubiera una selección intencionada, toda
vez que están representadas todas las partes del animal (fig. 5, A y fig. 7, A).
El hecho de que, después del consumo, los huesos fueran depositados en un hoyo intencionadamente
excavado, que cabe interpretar como un bóthros destinado a albergar la ofrenda, y después fueran cubiertos
por tierra para sellar o preservar la actuación realizada, indica un tratamiento especial de los restos. En el
caso del departamento C16 el agujero abierto en la tierra está situado junto al hogar doméstico que podría
haber sido utilizado como eschára o altar donde se habría realizado el sacrificio, como en Alorda Park
(Calafell, Tarragona). Este edifico se consideró como un santuario (Sanmartí y Santacana, 1987; 1992:
41 ss.), posiblemente de tipo doméstico gentilicio (Moneo, 2003: 212 ss.), ya que el hoyo representaría el
bóthros destinado al culto al antepasado, en el que se realizaban los correspondientes sacrificios, en este caso
preferentemente de ovicápridos, vinculados con el hogar doméstico (Moneo, 2003: 409 s.; Almagro-Gorbea
y Lorrio, 2011: 48, Apéndice 4E).
La repetición de esta práctica por diversas unidades familiares de El Molón permite su consideración de
manera conjunta, pudiéndose tal vez relacionar el depósito de restos de cerdos lechales con cultos y fiestas
específicos, de los que conocemos algunos ejemplos en la Antigüedad. La edad de muerte de los individuos
nos indica en qué momento del año se realizó el sacrificio. Suele traerse a colación la cita del agrónomo
Columela (Re Rusticae, cap. IX), según la cual los partos en los cerdos se producían hacia mayo (vid., para el
caso de Els Vilars, Nieto, 2013: 142).
Es posible que los animales identificados en El Molón hubieran sido sacrificados entre finales de mayo
y junio, de acuerdo con el calendario de Columela. En estos meses de primavera se celebrarían festivales
agrícolas, de carácter público, aunque también hay que considerar los de carácter privado y familiar, a los que
igualmente podrían estar asociados estos hallazgos.
En otros yacimientos el hallazgo de cerdos se ha vinculado con festivales como las Tesmoforias
dedicado a Deméter y a su hija Kore/Perséfone (Kron, 1992; Bookidis y Stroud, 1997; Di Stefano, ed.,
2008; Burkert, 2013: 392 ss.). Los análisis faunísticos confirman la presencia de lactantes, juveniles y
animales menores de dos años, observándose en los restos estudiados en diferentes santuarios marcas
de carnicería y evidencias de su exposición al fuego, como parte probablemente de rituales de paso a la
pubertad (Allegro et al., 2008: 119 s.).
En el ámbito ibérico los depósitos faunísticos, en general protagonizados por ovicápridos, se han
relacionado con celebraciones de carácter fundacional como podría ser la construcción de un nuevo edificio o
su remodelación (Graells y Sardà, 2011: 173-175), toda vez que estos ritos podrían incluir banquetes (Barberà
y Sanmartí, 1976-1978: 298 ss.; Sanmartí y Santacana, 1992: 298 ss.; Moneo, 2003: 377 s.; Oliver, 2006:
213; Cabrera, 2010: 166 s.). No obstante, esto no siempre está claro, pues en algunos casos aparecen varios
depósitos sincrónicos de similares características en una misma habitación (Miró y Molist, 1990: 316 y 318).
Una interpretación similar, en relación con ritos de amortización relacionados con el cambio de actividad
del recinto, se ha señalado para las inhumaciones infantiles (Guérin et al., 1989: 71 ss.; una interpretación
diferente en Guérin, 2003: 330 ss.). Este pudiera ser el caso del departamento C1 de El Molón, donde en el
interior de una cubeta relacionada con el procesado del vino se depositaron dos neonatos (fig. 1, C y fig. 3, A),
lo que se ha puesto en relación con la amortización de este espacio industrial y su cambio de funcionalidad, un
APL XXX, 2014
[page-n-241]
232
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
hecho que se produjo hacia finales del siglo III o inicios del II a.C. (Lorrio et al., 2010: 252; Lorrio y Sánchez
de Prado, 2013), una fecha que coincide grosso modo con las remodelaciones documentadas en diversos
sectores del poblado, entre ellas la que conllevó la construcción de la vivienda C16, donde igualmente se
identificó la inhumación de un perinatal (fig. 3, A y E). Esta asociación resulta de gran interés, toda vez
que los ‘sacrificios’ infantiles (vid., en contra, Graells y Sardà, 2011: 174-175) podían ir acompañados o ser
sustituidos por el de animales jóvenes, especialmente ovicápridos, de claro valor profiláctico (Oliver y Gómez
Bellard, 1989: 59; Almagro-Gorbea y Moneo, 2000: 157).
La práctica de consumir y realizar depósitos rituales de cerdos en contextos domésticos está bien
documentada a lo largo de la Edad del Hierro en un amplio espacio geográfico centrado preferentemente,
aunque no de forma exclusiva (Almagro-Gorbea y Lorrio, 2011: fig. 18, A, f y Apéndice 4, F; Graells y Sardà,
2011: 174), en las tierras del Noreste y del Levante peninsular (Albizuri, 1990; Iborra, 2004; Oliver, 2006:
212; Valenzuela, 2008; Nieto, 2013). Los casos más próximos a los de El Molón son los esqueletos de cerdos
neonatos recuperados en la habitación 5 de El Torrelló del Boverot (Almassora, Castellón), en contextos del
siglo VII a.C., y en la habitación A de La Morranda (El Ballestar, Castellón), yacimiento del siglo II-I a.C.
(Iborra, 2004: 348). Aunque en ambos casos el estado de conservación de los restos no permitió verificar si
existían marcas de consumo, su coincidencia en los demás aspectos con los depósitos de El Molón es evidente,
más en el caso de La Morranda, al coincidir incluso en su cronología, pudiendo defender igualmente el mismo
carácter doméstico y su vinculación al ámbito familiar.
En otros asentamientos ibéricos también se han identificado depósitos con cerdos completos, algunos de
ellos con marcas de consumo, aunque de edades mayores, desde infantiles hasta adultos (Iborra, 2004: 336 y
348), como en La Seña (Villar del Arzobispo, Valencia), El Puntal del Llops (Olocau, Valencia) y Los Villares
(Caudete de las Fuentes, Valencia). En la costa central de Cataluña, el yacimiento de Alorda Park presenta en
varios recintos de los siglos V-II a.C., entre otras, fosas que contenían los restos de cerdos de entre 6 y 9 meses
de vida y de 12-24 meses (Valenzuela, 2008). En Els Vilars (Arbeca, Lleida), ya en el área ilergeta, se han
descrito diferentes depósitos con restos de cerdo de los siglos VIII al V a.C., aunque las edades de muerte sean
mayores, entre 6 y 18 meses, y difiera también la selección de los restos enterrados, con animales completos
o partes de ellos (cráneos o extremidades) (Nieto, 2013: 139 ss.). La presencia de cerdos se ha señalado,
igualmente, en algunos contextos rituales del Bajo Aragón, como la habitación 2 de San Antonio (Mazaleón,
Teruel) o El Piuró del Barranc Fondo (Mazaleón), asociados a una inhumación infantil (Graells y Sardà, 2011:
175). Es interesante, igualmente, señalar los hallazgos de El Puig de la Nau (Benicarló, Castellón), donde las
ofrendas de animales, al igual que las inhumaciones infantiles, se hallaron bajo los pavimentos y junto a los
muros (Oliver, 2006: 209). Destaca el recinto 38000, con una serie de enterramientos infantiles y de animales
bajo el nivel de pavimento que remiten a ca. 450-425 a.C. (Oliver, 2006: 34, Tab. 1). Se trata de varios
depósitos en los que se han encontrados restos de cerdos con edades comprendidas entre 6 meses (UE 38038)
y un año o año y medio (UE 38033 o 38035). A ellos cabe añadir los documentados en otras zonas del poblado,
como en el recinto 40000, donde el cerdo aparece asociado a una oveja, o en el 59000, donde se enterró un
cerdo bajo el pavimento de la casa, lo que se ha interpretado como un rito fundacional (Oliver, 2006: 212).
Además de los cerdos, los ovicaprinos participan también en depósitos de carácter ritual (Barrial, 1990;
Miró y Molist, 1990; Albizuri, 1990 y 2011; Casellas, 1995; Barberà, 1998; Agustí y Casellas, 1999; Iborra,
2004; Valenzuela 2008; Almagro-Gorbea y Lorrio, 2011: fig. 18, A, e y Apéndice 4, E; Nieto, 2013). En el
caso de El Molón, una mandíbula de oveja testimonia el papel simbólico de esta especie en un acto que se
ha relacionado con la construcción, o remodelación, de las fortificaciones que defendían la puerta principal
y, en última instancia, con la defensa del poblado (vid. infra). En los contextos domésticos de otros poblados
aparecen enterramientos de ovejas completas o de alguna de sus partes anatómicas, como ofrendas en algunos
casos consumidas y en otros no. Muchas veces sus restos acompañan a no natos o neonatos humanos como
ocurre en la vivienda B del Puig de Alcoi (Alicante) (Grau y Segura, 2013; Iborra, 2013: 214-218) y en
poblados del área de la costa catalana, donde se relacionan con ofrendas rituales en las que los animales se
depositaban eviscerados pero no eran consumidos (Albizuri, 2011).
APL XXX, 2014
[page-n-242]
Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
233
De acuerdo con lo visto, dentro del ámbito doméstico de los poblados, los restos de animales que aparecen
en pequeñas fosas debajo de los pavimentos, o asociados a elementos constructivos pueden ser expresión
de diferentes rituales y tener diferentes significados (Graells y Sardà, 2011: 173-175). Los taxones elegidos,
las unidades anatómicas seleccionadas y sobre todo el tipo de alteraciones (marcas de descuartizado y de
consumo, fuego...) que presenten los restos, así como su posible asociación con otros materiales van a permitir
discriminar si se trata de una comida o banquete ritual, lo que con seguridad fue el caso de los dos depósitos de
El Molón que hemos analizado, relacionados con algún tipo de celebración ritual o simbólica.
B. Depósito asociado a la fortificación de la puerta principal
Un caso por completo diferente es el depósito B8.1a/8032, formado por dos restos pertenecientes a otros tantos
taxones: la oveja y el cerdo. Unos restos que presentan en común: 1) la elección del hueso –las mandíbulas–,
2) la sincronía en la edad de sacrificio, cuatro años en ambos casos, 3) la lateralidad, derecha en las dos
hemimandíbulas depositadas, 4) las marcas de carnicería y 5) la posición que presentaban en el interior de la
fosa, pues las dos aparecieron hincadas entre las piedras de la muralla, con la dentición hacia abajo (fig. 4, F).
Los restos se encontraron sellados por un encachado de piedras de pequeñas dimensiones (UE 8025),
cubierto a su vez por una acumulación de piedras de tamaño mediano (UE 8021), que parecen formar parte
del relleno de la torre, por lo que puede considerarse un contexto cerrado asociado a la remodelación del
sistema defensivo que protegía el acceso principal del poblado, que conllevó la construcción de dos potentes
torres que flanqueaban la puerta (fig. 4, A-E). Se trata de un depósito voluntario e irreversible, realizado
antes o en el momento de la construcción de la torre sur, por lo que debe interpretarse como una ofrenda
fundacional, un hecho de carácter simbólico relacionado con la arquitectura defensiva del poblado, por lo
que su carácter parece ser público y colectivo, y su finalidad protectora (von Nicolai, 2009: 85-86). Cabe
suponer que la ceremonia habría incluido el consumo de ambos animales, lo que igualmente se ha señalado
para el caso de los depósitos de cráneos y patas de ovicápridos, toda vez que, como señalan Miró y Molist
(1990: 316), se trata, como en el caso de El Molón, de las partes del animal que menos aprovechamiento
cárnico ofrecen, reservándose el resto para la posible comida ritual. No podemos descartar que los restos
cerámicos recuperados en la fosa, muy fragmentados y conservados de forma parcial, pudieran relacionarse
con el servicio utilizado en el banquete, al tratarse de un recipiente de almacenamiento de alimentos, ya sean
sólidos, semisólidos o líquidos (fig. 4, G, 1), un vaso para beber (fig. 4, G, 2) y una posible jarra (fig. 4, G, 3),
recipientes directamente relacionados con el consumo de bebidas como el vino (Mata et al., 1997: 48 ss.). La
producción de vino en El Molón está documentada desde el siglo IV a.C. a partir de la presencia de un lagar
(Lorrio y Sánchez de Prado, 2013), aunque las evidencias de su comercialización sean bastante anteriores,
el siglo VI a.C., como confirma el hallazgo de recipientes anfóricos de procedencia fenicia en el yacimiento.
Los depósitos de la Edad del Hierro relacionados con puertas y fortificaciones resultan relativamente
habituales y variados (Buchsenschutz y Ralston, 2007; von Nicolai, 2009). Como señala Alfayé (2007: 9 ss.),
la delimitación y construcción del perímetro amurallado estuvo revestida en la Antigüedad de un carácter
mágico-simbólico, con especial atención a los accesos, realizándose rituales, de carácter cíclico o excepcional,
que incluirían depósitos votivos con el objeto de reforzar “la inviolabilidad y la sacralidad del límite urbano a
través del establecimiento de un vínculo privilegiado entre esa estructura y los poderes numinosos”, depósitos
que podían interpretarse “como rituales edilicios con los que se pretendía garantizar la estabilidad de la
estructura y que poseían igualmente un carácter protector, purificador y sacralizador”.
El depósito de El Molón se relaciona, por su posición, con los depósitos localizados bajo las fortificaciones,
caracterizados por tratarse de conjuntos cerrados en posición primaria e irreversibles, depositados antes o
durante los trabajos de construcción de la muralla (von Nicolai, 2009: 77). No obstante, encontramos algunos
depósitos que por sus características resultan similares al que analizamos, aunque se relacionen con la
arquitectura de la fortificación, por lo que se han depositado durante el proceso de erección de las defensas,
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
y no necesariamente antes como en El Molón. Un ejemplo se documenta en el oppidum de Mont Vully,
Suiza, donde un maxilar inferior completo de un bóvido de unos 5 años se encontró en uno de los agujeros
de poste de la puerta, construida hacia el 120 a.C., ambas piezas mandibulares dispuestas verticalmente,
con una inversión izquierda-derecha (von Nicolai, 2009: 79, fig. 4). Otro caso interesante, en este caso
por las especies seleccionadas, son los depósitos asociados a la puerta de la fortificación de Crickley Hill
(Gloucestershire, Inglaterra), donde en diferentes hoyos se recuperaron cráneos de cabra, a la derecha de la
entrada, y mandíbulas de jabalí, a la izquierda (Dixon, dir., 1994; Buchsenschutz y Ralston, 2007: 761, fig. 8).
Igualmente, se observan casos de lateralidad, en concreto el lado derecho, en la selección de los restos óseos
de la fauna sacrificada en santuarios de Francia y el Sur de Inglaterra (Méniel, 2012: 14).
En cualquier caso, no es un tipo de hallazgo frecuente en la Península Ibérica, en gran medida por la falta
de excavaciones en el interior de las estructuras defensivas. La intervención en El Molón pudo realizarse al
tratarse de un sector especialmente afectado por la ocupación islámica que utilizó este espacio como cantera,
dada su proximidad a la zona de hábitat y la relativa facilidad de extracción de los bloques de mampostería
de las construcciones defensivas del sector. No obstante, se conocen algunos depósitos, generalmente
considerados como rituales, asociados a torres y murallas tanto en el ámbito ibérico, como en el celtibérico
y su entorno, aunque tanto las especies elegidas como la selección de restos y su localización difieran de las
ofrendadas en El Molón. Este es el caso de los depósitos relacionados con las estructuras de defensa de Alorda
Park, con un cráneo y las extremidades de un ovicáprido en el recinto Z y un perro en el Y, depositados bajo
los pavimentos de los dos recintos de la torre YZ (Belarte y Sanmartí, 1997: 12). También de algunos de los
depósitos con fauna que, como señala Alfayé (2007: 31 s.), deben interpretarse como ritos de fundación o de
protección de la fortificación, como el del Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel), de época tardorrepublicana, que
incluía animales incinerados, principalmente ovicápridos, introducidos en ollas, depositados con anteridad a
la construcción de la muralla (Francho y Hernández, 2003-04: 373 ss.), o los de La Hoya (Laguardia, Álava),
donde se identificaron diversas astas de ciervo incrustadas en la base de la muralla (Llanos, 2005: 33, fig. 55).
7. CONCLUSIONES
Las diferentes campañas de excavación llevadas a cabo en El Molón han permitido identificar unos depósitos
especiales con restos faunísticos que cabe relacionar con actividades rituales de sacrificio, cuya cada vez más
frecuente documentación pone de manifiesto la relativa normalidad de estas prácticas durante la época ibérica.
Dos de los depósitos proceden de otros tantos contextos domésticos. Incluían, en cada caso, dos suidos
jóvenes, de apenas un mes de vida, que tras su sacrificio, desmembramiento y cocinado habrían sido
consumidos en una comida o banquete ritual, y finalmente enterrados y depositados en una fosa abierta en la
tierra, próxima en uno de los casos a un hogar, donde se habría realizado el sacrificio. Las fosas se localizaron
junto a uno de los muros de la vivienda, y una de ellas además en las cercanías de un enterramiento infantil.
Ambos tipos de depósitos –fosas con animales e inhumaciones perinatales– se ha interpretado como ofrendas
que se realizaban antes de la construcción de nuevos edificios o de su remodelación con el fin de asegurarse
los parabienes de la divinidad. Un buen ejemplo lo tenemos en los enterramientos infantiles localizados en el
poblado, entre los que destaca la inhumación doble, probablemente de gemelos, que se realizó en el interior
de un departamento de la zona oriental, originalmente un lagar (C1), que cambiaría de funcionalidad hacia
finales del siglo III o a inicios del II a.C., momento en el que se realizó el ritual de enterramiento, en este
caso en el interior de la cubeta de decantación. De igual forma, el depósito de fauna y la inhumación infantil
localizadas en C16 se relacionan con una vivienda cuya construcción se vincula con las remodelaciones ya
comprobadas en C1, llevadas a cabo hacia fines del siglo III-inicios del II a.C., aunque no puede descartarse su
cronología posterior pues este espacio habitacional habría estado en uso a lo largo del siglo II, abandonándose
en un momento indeterminado del siglo I a.C. Más complejo es el caso del depósito localizado en A5, idéntico
al de C16, aunque estos depósitos de fauna en estos ambientes domésticos parecen corresponder al mismo
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
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horizonte que los enterramientos infantiles, dos de los cuales, individuales, se localizaron bajo el suelo de
otros tantos departamentos contiguos localizados en la zona alta del poblado (B5.1 y B5.2), que remiten a un
momento posterior al siglo III a.C., cuando se reestructura este sector.
Finalmente, el depósito localizado en B8.1a se relaciona sin duda con la construcción de la torre sur,
hacia finales del siglo II o, más bien, ya a inicios del I a.C., respondiendo, por tanto, a un acto ritual de
fundación. Presenta claras diferencias respecto a los anteriores. Aquí se han depositado de forma intencionada,
nuevamente, dos animales, pero en este caso se trata de un cerdo y una oveja adultos de la misma edad, de
los que se han seleccionado únicamente las mandíbulas del lado derecho que fueron colocadas de forma
muy determinada, hincadas en la misma posición. Seguramente los animales habrían sido consumidos en un
banquete ritual, depositándose en la fosa una parte de los mismos, correspondiente a una zona de escaso aporte
cárnico, en el que posiblemente se harían consumido bebidas, quizás vino, cuyo servicio podría haber sido
amortizado en el interior de la fosa.
Durante el Ibérico Tardío, el oppidum de El Molón sufrió una serie de reestructuraciones y remodelaciones
de sus espacios, que habrían conllevado la realización de rituales propiciatorios de los que han quedado pruebas
arqueológicas a través de las inhumaciones infantiles y los depósitos de fauna documentados, corroborando,
una vez más, la estrecha relación entre ambas manifestaciones, que nos permiten aproximarnos a la
religiosidad de estas poblaciones. Nuevamente, hacia fines del siglo II o inicios del I a.C., cuando importantes
acontecimientos bélicos asolaban esta comarca, se vuelve a documentar una importante reestructuración, en
este caso de las estructuras defensivas de la puerta principal. Bajo la torre sur se localizó un depósito en el
que fueron enterrados, tras su sacrificio, los restos de dos animales adultos cuidadosamente seleccionados
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mágico que se desprende de estos depósitos “especiales”.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 239-261
Ignasi GRAU MIRA a e Iván AMORÓS LÓPEZ a
Secuencia de ocupación y análisis territorial
del poblado ibérico de El Xarpolar
(Vall d’Alcalà, Alacant)
RESUMEN: El Xarpolar es un oppidum ibérico de mediano tamaño del dominio montañoso de la región
central de la Contestania. En este trabajo realizamos un examen detallado del registro material y un estudio
espacial empleando datos de carácter geoespacial y herramientas de cartografía digital, LiDAR y SIG. El
poblado presenta una amplia secuencia de ocupación, que va desde el Hierro Antiguo, hasta Época Ibérica
final, momento este último en que el enclave parece cobrar importancia. El análisis territorial muestra un
enclave estratégico para el control de la circulación a escala comarcal y especialmente en la conexión del
valle de Alcoi con la costa. Esta función estratégica debió adquirir importancia en época tardoibérica, en el
contexto de la implantación romana en la región.
PALABRAS CLAVE: Época Ibérica, Contestania, oppidum, SIG, análisis espacial.
Settlement sequence and landscape analysis of the Iberian site of ‘El Xarpolar’
(Vall d’Alcalà, Alicante, Spain)
ABSTRACT: The settlement of El Xarpolar is the typical oppidum of medium size of the mountainous
domain of the central region of the Contestania. In this paper we carried out a detailed examination of
the archaeological record and a spatial analysis using geospatial data and digital cartography, LiDAR
and GIS. The analysis allows us to propose a large sequence of occupation, from the Early Iron Age until
the Late Iberian period. Spatial analysis indicates that we have a strategic location for the control of the
movement to regional scale and especially in connection the Mediterranean coast with the Valley of Alcoi.
This strategic function acquired importance in Late Iberian Period, 2nd–1st cents. BC, in the context of the
Roman control of the region.
KEY WORDS: Iberian Iron Age, Contestania, Oppidum, GIS, Spatial Analysis.
a Àrea d’Arqueologia, Universitat d’Alacant.
ignacio.grau@ua.es | ivan.amoros@ua.es
Recibido: 09/12/2013. Aceptado: 02/04/2014.
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I. Grau Mira e I. Amorós López
1. PRESENTACIÓN
El Xarpolar es un asentamiento de altura y fortificado que se emplaza en la unidad geográfica articulada
por el valle del río Serpis, al norte de la provincia de Alicante, ya cerca de la divisoria con la Marina Alta
(fig. 1). Es conocido desde la década de 1920, cuando se daba a conocer precisamente por L. Pericot (1928)
en el primer número de Archivo de Prehistoria Levantina. Casi noventa años después, contamos con un
buen número de estudios parciales y valoraciones generales, pero carecemos de un estudio de detalle del
sitio arqueológico y todo el repertorio material. Precisamente cubrir ese vacío con la caracterización de El
Xarpolar y valorar su papel en la dinámica del poblamiento y articulación territorial en las montañas del
norte de Alicante es el propósito de este trabajo.
Los estudios previos han puesto el acento en lo destacado de un repertorio material que remite a una
secuencia de ocupación dilatada y en la importancia de este oppidum en el control de las comunicaciones
entre la costa y las comarcas del interior alicantino. Ese papel estratégico parece reforzarse en época
ibérica final. Precisamente esos puntos guiarán el trabajo que se desarrolla en las siguientes líneas. Para
ello proponemos un estudio que consta de tres partes, a saber, el estudio del repertorio material, el análisis
morfológico del poblado y el estudio espacial que integre el oppidum en el paisaje. Para el análisis territorial
proponemos metodología de carácter geoespacial basada en cartografía digital, LiDAR (Light Detection
and Ranging) y SIG.
Fig. 1. Localización de El Xarpolar y otros asentamientos ibéricos citados en el texto. 1, El Xarpolar; 2, Castell de
Perputxent; 3, La Covalta; 4, Ermita de Planes; 5, Castell de Cocentaina; 6, El Pitxòcol; 7, Solaneta de Tollos; 8, La
Serreta; 9, El Puig; 10, Castellar d’Alcoi; 11, Castellar d’Oliva; 12, Segària.
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Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
241
2. HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN
Las primera referencia sobre El Xarpolar es una autorización firmada por el propietario de los terrenos,
Feliciano Lucas Seguí, el día 3 de junio de 1923 por la que autoriza a su descubridor, Fernando Ponsell
“para que pueda efectuar estudio y excavaciones de carácter arqueológico” (Segura y Cortell, 1984: 42).
Desconocemos las circunstancias de estas exploraciones, aunque según describe Luis Pericot se trató
únicamente de “algunas sencillas catas” en una de las habitaciones de las numerosas que se observan
en el poblado (Pericot, 1928: 157). Los objetos hallados en la excavación serían ofrecidos en venta a la
Diputación Provincial de Valencia en 1927 (Segura y Cortell, 1984: 43) constituyendo una de las primeras
colecciones de lo que sería el futuro Museo de Prehistoria de Valencia. A partir de ese momento, Fernando
Ponsell se convierte en colaborador habitual del Servicio de Investigación Prehistórica de Valencia y, por
lo que se desprende de la correspondencia entre Isidro Ballester, director de dicha institución y Fernando
Ponsell, no debe descartarse que se llevaran a cabo más actuaciones en el yacimiento durante esos años.
Este primer lote de materiales depositados en el SIP fue presentado por L. Pericot en la citada publicación
de 1928. Ese conjunto de materiales, que ahora revisamos, es posiblemente fruto de una recogida selectiva
ya que se trata principalmente de piezas completas y en muchos casos muy singulares. En su artículo, Pericot
describe los materiales con los que data el poblado en el s. III a.C. Así mismo, tratará de dar una primera
interpretación acerca de la ubicación del yacimiento destacando la importancia que la Vall de Gallinera “hubo
de tener como vía comercial en los siglos del apogeo ibérico, y a través de ella debieron circular muchas de
las influencias que la cultura griega, desde la costa y en especial desde la cercana factoría de Hemeroscopeion,
ejerció sobre la indígena” (Pericot, 1928: 157). También en estos años se hará referencia al poblado en unas
notas de Isidro Ballester (1929: 19-21) en la que básicamente reafirma lo dicho por Pericot.
Durante los siguientes años no encontramos más referencias al poblado ibérico de El Xarpolar hasta la
publicación del libro Alcoy. Geología. Prehistoria de Camilo Visedo (1959), donde lo caracteriza como uno
de los asentamientos importantes de la zona en época ibérica y destacando de nuevo la importancia de su
ubicación en las relaciones de las poblaciones del interior con la costa (Visedo, 1959: 73-74). En estos años
se reaviva el interés por el sitio y en 1965 se llevó a cabo una pequeña campaña de excavación por parte del
Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Valencia, dirigido por Miquel Tarradell en colaboración
con Vicente Pascual, en esos momentos director del Museo Arqueológico de Alcoi y en la que participarán
también Milagro Gil-Mascarell y Enrique Llobregat. Esta campaña tiene lugar entre los días 2 y 6 de julio y
el desarrollo de los trabajos está descrito por Vicente Pascual en el diario de excavaciones depositado en el
Museo de Alcoi por el que sabemos que se trató de un pequeño sondeo en el que se pusieron al descubierto
tres departamentos. Ese mismo verano se llevaron a cabo excavaciones por parte del mismo equipo en
la cercana Cova d’en Pardo entre los días 14 y 29 de junio. Tras la finalización de esta primera fase de
trabajos de campo, Miquel Tarradell manifiesta a Vicente Pascual su interés por continuar los trabajos al
final del verano tanto en la Cova d’en Pardo como en El Xarpolar, lo que conocemos por la correspondencia
conservada en el Museo de Alcoi. Finalmente se realizó una segunda campaña en la cueva entre el 16 de
septiembre y el 30 de octubre al final de la cual tenían previsto excavar unos días en El Xarpolar, pero con
motivo de las lluvias los trabajos fueron pospuestos a finales de noviembre, aunque no conocemos mucho
más de esta segunda campaña en el poblado.
Los materiales de esta campaña fueron depositados en el Museo de Alcoi y ahora también presentamos
en este trabajo. Los resultados de esta breve campaña no fueron publicados, salvo una breve nota de Miquel
Tarradell (1969) en la que amplía la cronología del yacimiento desde el s. IV a.C. por la presencia de
cerámica ática, hasta el s. I a.C., por la aparición de cerámicas campanienses y monedas. De la misma
opinión es Enrique Llobregat que incluye El Xarpolar en su Contestania Ibérica (1972: 51-52). A partir de
este momento El Xarpolar no ha sido objeto de intervenciones importantes, exceptuando los trabajos por
parte del Museo de Alcoi que, ante el progresivo deterioro del yacimiento y las acciones clandestinas de los
expoliadores, elabora la topografía y planimetría del sitio en 1987.
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I. Grau Mira e I. Amorós López
Desde los años 60 El Xarpolar ha sido incluido en diversos estudios de carácter más amplio como el
estudio de las cerámicas pintadas (Nordström, 1973), las cerámicas de origen griego (Rouillard, 1991;
García y Grau, 1997), el análisis del material numismático (Mateu, 1967; Ripollés, 1982; Mellado y
Garrigós, 2008), materiales metálicos como una falcata (Quesada, 1997: 770) y algunos instrumentos
agrícolas de hierro (Pla, 1968; Moratalla, 1994).
Con la información disponible se incluye El Xarpolar en el estudio del poblamiento ibérico en la Marina
Alta (Castelló, 1993), ampliándose la cronología del yacimiento a época orientalizante entre los ss. VIIVI a.C. (Castelló y Espí, 2000: 113-116). El Xarpolar también se incluye en la tesis doctoral de uno de
nosotros (Grau Mira, 2002: 304-305) en la que se realiza una revisión de los materiales y su valoración en
el marco del poblamiento comarcal. Sin embargo, las evidencias materiales y su estudio territorial no se
han abordado de forma monográfica hasta la fecha, objetivo que precisamente pretende el presente trabajo.
3. MORFOLOGÍA DEL OPPIDUM
El Xarpolar es el típico oppidum de mediano tamaño del dominio montañoso de la región central de la
Contestania, que se extiende por el norte de Alicante y el sur de Valencia. Se trata de poblados enriscados
que aprovechan de forma muy precisa las condiciones quebradas del paisaje, delatando que las poblaciones
ibéricas tenían un preciso conocimiento del entorno y lo aprovecharon para fines estratégicos.
En el caso concreto que nos ocupa, nos encontramos con una elevada meseta de altura en el extremo
occidental de la Serra de la Foradà, en un solar que cubre aproximadamente 1,29 ha y con una altura que
oscila entre los 902 m en el punto más elevado del poblado y los 885 en su cota inferior.
Para el análisis morfométrico y la correcta caracterización topográfica hemos empleado una metodología
basada en datos de campo y su combinación con cartografía digital, datos LiDAR y proceso de datos
mediante SIG, que conviene comentar sucintamente.
El levantamiento topográfico se ha realizado mediante la modelización digital de datos espaciales LiDAR
de alta resolución. El LiDAR aerotransportado (Light Detection and Ranging) es un sistema basado en un
sensor láser que se instala en aviones o helicópteros. Esta tecnología permite obtener una gran densidad
de puntos de cota con precisión superior a los 15 cm en altura. En concreto hemos trabajado a partir del
vuelo LiDAR del año 2009 de la Comunidad Valenciana integrado en el Plan Nacional de Observación
del Territorio de España. Estos datos fueron tomados con un escáner ALS50, sobrevolando a una altura
promedio de 1.300 m. La frecuencia de escaneo fue de 32,3 Hz, con precisiones obtenidas con un error
medio de 0,03 m. La densidad promedio de los puntos es de 1 pto/m2.
Para crear el MDT (Modelo Digital del Terreno) hemos interpolado los puntos del último pulso, es
decir, eliminando los puntos de vegetación y demás objetos que no pertenecen a la base del terreno. La
nube de 14.953 puntos fue interpolada en el programa ArcGIS 9.3 para crear un TIN (Triangulated Irregular
Network), del que después se obtuvo el MDT con una resolución de 0,4 m (fig. 2, A).
Este modelo se ha combinado con el alzado topográfico realizado a mediados de los ochenta por el personal
del Museu d’Alcoi, que una vez digitalizado se ha incorporado a una base de curvas de nivel de 1 m creada a
partir del MDT (fig. 2, B). La combinación de estos datos nos permite analizar el solar del poblado y su entorno.
Especialmente importante es la valoración de las pendientes que enmarcan el poblado, por cuanto son
un elemento crucial para asegurar su inaccesibilidad, y por tanto facilitar su defensa. Para ello hemos
elaborado un mapa clinométrico con cuatro franjas de pendientes: 0-20o, 20o-45o, 45o-65o y 65o-90o (fig. 2,
C). Como se puede observar, el poblado se asienta en un rellano aplanado con una ligera inclinación hacia
el noroeste que nunca alcanza los 20o, mientras que en su perímetro se encuentra un reborde de pendientes
acentuadas que definen claramente el perímetro habitado y donde se construyó la muralla de cierre del
poblado. Estos desniveles alcanzan valores de entre 25o a 35o en los flancos oeste y sur del poblado y
se agudizan en el flanco este con niveles de 30o y 45o. El flanco norte es absolutamente inaccesible con
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Fig. 2. Morfología del oppidum de El Xarpolar. A, modelo digital del terreno; B, planta con las estructuras identificadas
(elaboración propia a partir de la planta del Museu d’Alcoi); C, mapa de pendientes.
farallones subverticales de entre 75o y 90o y que forman un precipicio de varias decenas de metros. Este
acantilado de roca no sólo defiende el flanco norte-noreste, por donde no se necesita muralla, sino que
además otorga al poblado la apariencia de inexpugnable para quien lo contemple desde el norte; también
el flanco oriental muestra la inaccesibilidad del lugar. En otro lugar (Grau y Segura, 2013: 61-62), hemos
señalado esta pauta recurrente de existencia de farallones en la mayor parte de los oppida de la comarca.
La defensa natural y la percepción de aislamiento que les proporciona el roquedo sin duda es un factor de
localización relevante para los iberos de la región. Esta pauta contribuyó sin duda a hacer de estos oppida
hitos del paisaje que balizarían el espacio.
Las formas y anomalías topográficas que muestra la cartografía de detalle, nos permite comentar algunos
rasgos formales del lugar (fig. 2 y 3). En la mitad sur del poblado se documenta una serie de 4 terrazas en
sentido norte-sur que discurren paralelas a la muralla. Tienen una longitud de 45-50 m y están separadas por
unos 9-10 m. Probablemente son parte de un acondicionamiento del espacio habitado, como plataformas
sobre las que edificar las viviendas. Otro grupo de plataformas de aterrazamiento, apenas pronunciadas en
el terreno, se identifican al norte de la estructura excavada en 1965; siguen una dirección suroeste-noreste.
En la parte central del poblado, inmediatamente al sur de la edificación excavada, se reconoce una nueva
anomalía, en este caso en forma de una amplia topografía irregular lineal y que se cruzan en ángulo recto,
que pueden hacer pensar en la existencia de otras estructuras de acondicionamiento. Sobre estas anomalías
lineales se reconocen departamentos y construcciones parcialmente enterrados que dibujan un caserío
compacto y denso por toda la superficie de la meseta.
Con los datos disponibles podemos caracterizar El Xarpolar como un poblado de dimensiones medianas,
en torno a 1,3 ha construido en una meseta de altura con una ligera inclinación hacia el oeste-noroeste.
En este solar se debió construir un caserío agrupado en el espacio intramuros disponible. Únicamente se
reconoce claramente los restos excavados de una estructura cuadrangular dividida en tres departamentos
de aproximadamente 10 x 4 m, construida con sólidos muros perimetrales de aproximadamente 50 cm de
grosor. Otros departamentos son parcialmente visibles en superficie.
Estas construcciones se hallaban claramente enmarcadas por límites naturales reforzados por una espesa
muralla de lienzo sencillo. No se identifican restos de torres y tampoco se reconoce con claridad el acceso.
En definitiva, el modelo de poblado debió ser muy semejante al de los oppida de La Covalta (Vall de Pla,
1971) y El Puig (Grau y Segura, 2013: fig. 3.1).
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I. Grau Mira e I. Amorós López
Fig. 3. Vistas desde distintos puntos cardinales del modelo digital del terreno.
4. LA SECUENCIA DE OCUPACIÓN A TRAVÉS DEL REPERTORIO MATERIAL
4.1. Cerámica de importación
Los primeros indicios de la ocupación del sitio vendrían dados por la existencia de ánforas de importación
fenicias de la serie Ramon 10.0.0.0 de la que apenas contamos con algunos fragmentos informes y carenas
del hombro, lo que impide conocer el tipo concreto (Castelló y Espí, 2000: 114); estos materiales se datarían
entre los ss. VII y VI a.C.
Algo más numerosos son los vestigios de importaciones de época plena. Correspondientes al s. IV a.C.
son los fragmentos de cerámica ática de figuras rojas y barniz negro. En la colección del SIP se encuentra
una base de bol con decoración de ruedecillas y palmetas, correspondiente a un cuenco de barniz negro (fig.
4, 2). En la colección del Museu d’Alcoi encontramos un borde de crátera de campana de figuras rojas (fig.
7, 1), un borde vuelto al interior (fig. 7, 2) y una base de bol de barniz negro (fig. 7, 7).
Con cronología del s. III a.C. son dos pequeños cuencos de cerámica púnico-ebusitana, uno de ellos
con el borde anguloso (fig. 4, 3), y otro con el borde ligeramente curvado (fig. 4, 6), que encuentran sus
paralelos en las producciones de esta centuria (Ramon, 2012: 596, fig. 7).
En cerámica Campaniense A, entre fines del s. III y el s. II a.C., contamos con un borde de L27 (fig. 7,
6) y dos bordes de L36 (fig. 7, 3 y 4). En cerámica beoide de mediados del s. II y primera mitad del s. I a.C.,
encontramos una pátera L5 (fig. 4, 1), un cuenco de borde muy exvasado (fig. 7, 10), un borde L5 y una base
(fig. 7, 5 y 9) y un borde de L4 (fig. 7, 11).
Por último, de este mismo tipo de producciones de barniz negro es la base y tercio inferior en el que
se aprecia el arranque de dos asas de una copa de asas verticales del tipo Montagna-Pasquinucci 127/
Morel 3120 (fig. 7, 8), de procedencia etrusca central y oriental que se difundió entre los ss. III-II a.C.
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Fig. 4. Cerámicas de la colección del SIP.
(Montagna-Pasquinucci, 1972: 400-401), más bien en esta segunda centuria (Morel, 1981: 248). En
nuestro entorno está presente en los contextos fundacionales de Valentia a partir del 138 a.C. (Marín y
Ribera, 2000: 95, lám. 3), en Caudete de las Fuentes (Mata, 1991: fig. 16, 11) o en la fase 2b del anfiteatro
de Cartagena datada en el s. II (Pérez Ballester, 2000: lám. 2).
Este conjunto de piezas de vajilla de mesa importada se completaría con un cubilete de paredes finas, que
carece de borde (fig. 4, 14) y que posiblemente pertenecería a la forma Mayet II, datado hacia el s. II a.C.
La vajilla de mesa tardoibérica se acompañaría de algunos fragmentos de ánforas importadas, con un
borde de ánfora del tipo Campos Numantinos o Ramon T-9.1.1.1 (fig. 6, 10) y dos fragmentos de asas de
ánforas itálicas (fig. 6, 11 y 12)
4.2. Cerámica ibérica
Transporte y almacenaje
- Ánforas, tipo A.I.1 de Mata y Bonet. Encontramos un lote de bordes de ánforas ibéricas con perfiles
diversos (fig. 6, 1-9) donde predominan los de perfil almendrado (fig. 6, 2; 6, 4; 6, 5; 6, 9), propios de los
ss. III y II a.C. como se documenta en el alfar del Alcavonet (Grau Mira, 1998-99). Junto a éstos aparecen
bordes de perfil recto (fig. 6, 3) o cuadrangular (fig. 6, 6-7), propios de repertorios del s. IV a.C. de la zona
como en El Puig de Alcoi (Grau y Segura, 2013: 155-159).
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Fig. 5. Metales (nº 1 a 10); fusayolas (nº 11 a 17); cerámicas con decoración compleja del Museu d’Alcoi (nº 18) y del
SIP (nº 19 a 22). La pieza nº 22 tiene una escala aproximada.
- Tinajas, tipo A.I.2. En El Xarpolar no aparecen demasiado representados los grandes recipientes de
almacenaje, posiblemente porque al carecer de piezas completas, ciertos bordes que asociamos a piezas de
mediano y pequeño tamaño pudieron corresponder a grandes vasos. Aparece un borde engrosado recto de
tinaja (fig. 6, 27) que debe corresponder al tipo A.I.2.1. Otro borde es exvasado y posiblemente corresponde
al tipo tinaja sin hombro y con cuello indicado A.I.2.2 (fig. 6, 28). Aparece un asa trífida (fig. 6, 41) que
debe corresponder a una tinaja.
Almacenaje y despensa
- Tinajillas. Corresponden al tipo A.II.2.2 de Mata y Bonet. Se trata de pequeños recipientes de perfil
bitroncocónico ligeramente oval, sin asas y el borde ligeramente exvasado, con labios generalmente
moldurados, aunque también hay labios rectos. En la colección del SIP encontramos dos ejemplares de
este tipo, uno de ellos completo y decorado con bandas (fig. 4, 16) y otro con la superficie deteriorada
y sin muestras de decoración (fig. 4, 17). Los restantes ejemplares se reconocen por una serie de bordes
moldurados (fig. 6, 33-36) y exvasados simples (fig. 6, 37-38) de piezas de mediano tamaño.
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Fig. 6. Cerámicas de la colección del Museu Arqueològic d’Alcoi.
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Fig. 7. Cerámicas de la colección del Museu Arqueològic d’Alcoi.
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- Lebes, tipo A.II.6. Los recipientes abiertos con amplias bocas son poco frecuentes en el repertorio,
únicamente identificamos un borde con arranque de cuerpo de este tipo de vasos (fig. 6, 30).
- Kálathos, tipo A.II.7.2. Este tipo de vaso está representado por un recipiente que se conserva casi entero, pues
falta el tercio inferior. El borde es moldurado y tiene las paredes de tendencia ligeramente troncocónica; posee
decoración geométrica compleja (fig. 4, 18). Este tipo de vasos está muy bien representado en los contextos
del s. III de La Serreta (Grau Mira, 2002: 74-75) y se constata su producción local en el alfar del Alcavonet
(Grau Mira, 1998-99). Aparece el tercio superior de un segundo ejemplar con el labio plano y el cuerpo de
tendencia cilíndrica (fig. 6, 29), así como la base cóncava de un vaso de este tipo (fig. 6, 40).
- Urnas de orejetas. Se documentan dos orejetas de al menos dos piezas diferentes (figs. 6, 31 y 7, 49). Este
tipo de piezas son propias del periodo ibérico antiguo e inicios del pleno, ss. V-IV a.C.
Vajilla de mesa
- Botella, tipo A.III.1.1. Encontramos una pieza casi completa que carece de borde que corresponde a una
botella de forma globular, con cuello abocinado (fig. 4, 15). Está decorada con bandas, filetes y segmentos
de círculo crecientes. Son piezas que aparecen perfectamente enmarcadas cronológicamente en el s. IV a.C.
con paralelos idénticos en El Puig de Alcoi (Grau y Segura, 2013: fig. 5.53, G), o la Bastida de les Alcusses
(Mata y Bonet, 1992: fig. 10). Otros bordes de recipientes de boca cerrada y estrecha (fig. 7, 52 y 56) pueden
corresponder a botellas con un perfil más difícil de reconocer.
- Jarritos, tipo A.III.2 de Mata y Bonet. En la colección del SIP se encuentran dos pequeños jarritos de perfil
de tendencia globular, con cuello destacado, boca amplia y circular así como un asa desde la boca hasta el
cuerpo (fig. 4, 12 y 13); la mayor presenta una clara separación entre el cuello y el borde. Posiblemente nos
encontramos con sendas imitaciones de las típicas jarritas bitroncocónicas con un asa y nervios en relieve
en la carena, datadas fundamentalmente en el s. II a.C. y propias del área ampuritana realizadas en cerámica
gris. Esta jarritas ampuritanas aparecen en el País Valenciano junto con otras de calidad distinta que se
interpretan como producción local que imita aquella (Aranegui, 1975: 368).
- Platos, tipo A.III.8 de Mata y Bonet. Sin duda son las piezas más frecuentes entre el repertorio de El
Xarpolar, aunque la mayor parte de las piezas se encuentran fragmentadas. Se reconocen varios subtipos:
- Platos de ala. Se trata de platos abiertos que muestran un perfil de bordes divergentes y abiertos con el
borde sencillo que se exvasa en forma de ala plana. Contamos con un ejemplar completo que posee el
cuerpo poco profundo y de tendencia carenada (fig. 4, 8) y algunos bordes (fig. 7, 40 y 41). La mayor parte
de estos platos remiten a contextos próximos del s. IV a.C. como el de El Puig de Alcoi (Grau y Segura,
2013: fig. 162, 5 y 83). Paralelos algo más alejados son los ejemplares del tipo P2 de El Cigarralejo, del
primer cuarto del s. IV a.C. (Cuadrado, 1972: P1, t. XXIII; P2, t. XXV), o de la Bastida de les Alcusses
(Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011: 160, fig. 22).
- Platos con el borde curvo vuelto al exterior. Se trata de cuencos de perfil curvo que se caracterizan por poseer
un borde exvasado curvo, que recuerdan a los perfiles de la forma L36 de campaniense A. Contamos con un
ejemplar completo (fig. 7, 47) y algunos bordes asociados a este tipo (fig. 7, 13 y 17-23).
- Páteras de borde ligeramente reentrante aparecen en tamaños grande y pequeño; algunas pintadas con
filetes y otras sin decoración (fig. 4, 4 y 5; fig. 7, 24-34 y 45). Los perfiles son variados, algunos presentan
bordes muy reentrantes, mientras otros presentan un ligero engrosamiento que hace inclinar el labio hacia
el interior. Algunas páteras se aproximan a los perfiles de las piezas campanienses de la forma L5/7 (fig. 7,
46) o L55 (fig. 7, 38 y 39).
- Vasos caliciformes, tipo A.III.4. Encontramos dos ejemplares elaborados en cerámica gris uno de ellos con
un perfil bastante achatado que suele corresponder a las formas más antiguas (fig. 4, 9) (Sala, 1997: 115) y
otro es un ejemplar de menor tamaño con un perfil más estilizado (fig. 4, 11).
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- Finalmente, es destacable un recipiente de pasta anaranjada y tamaño muy reducido que podríamos
catalogar como un microvaso (fig. 4, 10).
Cocina
- La cerámica de cocina está muy bien representada con cuatro tapaderas enteras de tamaño mediano y
pequeño (fig. 4, 20-23) y al menos otros cinco ejemplares fragmentarios (fig. 6, 20-26). Estas tapaderas
se acompañan de siete bordes de ollas de mediano tamaño (fig. 6, 13-19), frecuentes en los repertorios
domésticos ibéricos de todas las épocas.
Varios
- Cubilete de cerámica a mano (fig. 4, 19). Se trata de un cubilete de gruesas paredes de forma cilíndrica
y base plana que configura un caso de reducidas dimensiones y aspecto robusto. Se trata de algunos
recipientes de uso doméstico modelados a mano siguiendo una tradición secular que alcanza el s. IV a.C.
en la comarca, como probaría la existencia de una vaso idéntico en El Puig de Alcoi (Grau y Segura, 2013:
143, fig. 5.63, 286/09).
- Tapón (fig. 7, 55). Encontramos una pieza cilíndrica con una protuberancia que corresponde a un tapón
de cerámica.
- Ungüentario, tipo A.IV.2.2 de Mata y Bonet (fig. 7, 48). Aparece un fragmento de pie robusto de un
ungüentario estilizado de tipo fusiforme posiblemente correspondiente al tipo B de Cuadrado (1977-78:
389-404), sin que podamos precisar su forma debido al estado fragmentario.
- Botella con pitorro vertedor (fig. 7, 57). Se trata de un recipiente de cerámica común ibérica de pasta
rosada. Se encuentra fragmentado y se conserva únicamente el tercio superior, con el cuerpo globular del
que parte un cuello cilíndrico acabado en un borde exvasado. La particularidad de este recipiente es que
cuenta con un pitorro vertedor a la altura del hombro, con la finalidad de verter líquidos. Este tipo de vasos
no son muy abundantes y únicamente podemos aludir su semejanza a los recipientes con pitorro para verter
líquidos que aparecen en el ámbito catalán, como en Ampurias (Aranegui, 1975: lám. I, 1).
- Fusayolas, tipo A.V.8 de Mata y Bonet. Se trata de siete de estos objetos elaborados en cerámica cuyo uso
está relacionado con el trabajo textil. Las encontramos con diversos perfiles presentando algunas de ellas
cabeza (fig. 5, 11, 14 y 17) mientras que otras son acéfalas (fig. 5, 12, 13, 15 y 16).
Las cerámicas con decoración compleja
En El Xarpolar se encontraron cinco fragmentos correspondientes a recipientes de gran tamaño, tipo tinajas,
de dos vasos distintos a juzgar por las características de sus pastas y en ambos se identifican decoraciones
zoomorfas de equinos. Cuatro fragmentos fueron recuperados en las excavaciones de los años 20; los dos mejor
conservados fueron publicados (Pericot, 1928: fig. 1 y 2) y muestran fragmentos de patas y el tercio inferior
de caballos rodeados por motivos vegetales (fig. 5, 19 y 22). Dos fragmentos muy deteriorados presentan
motivos vegetales reconocibles, como zarcillos, espirales y hojas rellenas de reticulados y uno de ellos una
pata de equino (fig. 5, 20 y 21). El quinto fragmento corresponde a la parte superior de una tinaja con hombro
y presenta la cabeza de un caballo con el característico ojo circular de los caballos de La Serreta (fig. 5, 18).
Cuenta con riendas que cruzan el cuello y los restos de un posible prometopidion o frontalera frente a la testuz.
Estas piezas, aunque muy fragmentadas y deterioradas, dan cuenta del uso de vasos de prestigio en el
poblado posiblemente mostrando escenas de parada de caballerías, quizá con sus correspondientes jinetes, en
una serie temática muy bien reconocida entre las decoraciones del ámbito de La Serreta (Grau Mira, 2006).
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Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
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4.3. El repertorio numismático
El conjunto de monedas ha sido tratado de forma pormenorizada en diversas publicaciones (Mateu, 1967;
Ripollés, 1982; Mellado y Garrigós, 2008) y a ellas remitimos al lector interesado. Sin embargo, señalamos
los rasgos principales por la información cronológica que aportan. Contamos con 10 monedas de bronce.
Dos de ellas pertenecen a cecas propiamente ibéricas, como son un as de Cástulo con una datación de
165-80 a.C. y un as de Saiti perteneciente a la segunda mitad del s. II a.C. En cuanto a las emisiones
propiamente romanas se identifican claramente 8 ases republicanos, 7 de ellos del tipo Jano bifronte datadas
a mediados del s. II a.C. (Mellado y Garrigós, 2008: 212). Estas piezas aportan un marco cronológico
bastante coherente que se situaría entre la segunda mitad del s. II y los inicios del s. I a.C. y señalarían la
primera introducción de los usos de las monedas entre las comunidades ibéricas de la zona, preferentemente
a partir de la zona interior de Saitabi (Ripollés, 2007) y de la costa, donde las monedas romanas son
predominantes posiblemente debido a la ubicación intermedia de El Xarpolar entre el litoral y las tierras del
interior (Mellado y Garrigós, 2008: 212).
4.4. Estudio del repertorio metálico
El estudio de los elementos metálicos se aborda a partir de la clasificación de los distintos objetos metálicos
con las limitaciones del mal estado de conservación, lo que nos impide en muchos casos adscribir los
fragmentos a un objeto o herramienta determinados. Se trata de un conjunto formado por 59 objetos, 46 de
ellos depositados en el Museo de Alcoi y 13 en el SIP.
Hierro
- Armas. En esta primera categoría encontramos una falcata ibérica, dividida en dos fragmentos, a la que le
falta parte de la empuñadura y con un estado de conservación bastante deficiente. Presenta una longitud de 61
cm y una anchura de 6,5 cm al inicio de la hoja. Esta arma fue incluida en el amplio estudio de armamento
ibérico de F. Quesada (1997: 844) quien propone una datación genérica entre el s. IV y el s. I a.C.
- Útiles plurifuncionales. Encontramos una posible aguja espartera o saquera (fig. 5, 8) con sección
cuadrangular y 140 mm de longitud. En esta categoría cabría incluir también la punta de un objeto de filo
cortante (fig. 8, 26), seguramente perteneciente a un cuchillo de 122 mm de longitud así como un cuchillo
afalcatado (fig. 8, 30) con remache en la empuñadura y 120 mm de longitud.
- Útiles agrícolas. Las herramientas agrícolas fueron incluidas por J. Moratalla (1994: 122) en su estudio
de los útiles de la comarca, clasificándolas en dos grandes grupos según se empleasen en la preparación
de los terrenos para el cultivo o en la recolección de la cosecha. Dentro del primer grupo incluiríamos un
legón de 200 mm de longitud por 110 mm de anchura utilizado para tareas de remoción y nivelación de la
tierra, normalmente en regadío (fig. 8, 23). También encontramos una azada estrecha (fig. 5, 2) de 170 mm
de longitud por 28 mm de anchura en el filo. Por último, encontramos una laya (fig. 5, 7) de pala estrecha y
alargada y enmangue tubular con unas dimensiones de 100 mm de largo por 17 mm de anchura en la pala.
- Los útiles relacionados con la recolección son un podón (fig. 5, 1) con una longitud de 210 mm, una
anchura de 73 y un grosor máximo en la hoja de 7 mm. Le falta un pequeño fragmento en su extremo
y presenta hoja curva y enmangue tubular por lo que suponemos que sería una herramienta de bastante
longitud relacionada con el cultivo de árboles y arbustos, tanto para tareas de poda como de recolección.
Finalmente, encontramos la hoja de unas tijeras (fig. 8, 24) con una longitud de 170 m, una anchura de 29 mm
y un grosor de 3 mm relacionadas con prácticas de esquilado del ganado ovino. Estas herramientas, aunque
escasas, nos ofrecen un panorama funcional muy interesante, habida cuenta de la gran especialización de
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Fig. 8. Metales de la colección del Museu Arqueològic d’Alcoi.
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Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
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los útiles para los distintos trabajos del campo. Así encontramos representadas las funciones de trabajo en
los grandes conjuntos de labores agropecuarias reconocidas en el campo ibérico: el trabajo en campos de
secano, tierras de regadío y la ganadería ovina para el aprovechamiento de la lana.
- Útiles artesanos. Entre este tipo de herramientas encontramos lo que podría tratarse de un compás (fig. 8,
14) de sección cuadrangular, en forma de “V” y con unas medidas de 76 mm de longitud, una anchura de
37 mm y 6 mm de grosor. Este tipo de instrumento está muy relacionado con el trabajo de la madera, siendo
utilizado para dibujar circunferencias y también para transportar medidas relativas (Tortajada, 2012: 295).
- Elemento de sujeción. Finalmente, hemos incluido también en este grupo un objeto bastante singular
como es la argolla articulada en la parte central y con dos grandes anillos en sus extremos, con una longitud
máxima de 250 mm y 25 de grosor que L. Pericot interpretó como un instrumento de prisión, una argolla
o dogal para aprisionar el cuello (Pericot, 1928: 158), objeto ciertamente único en los repertorios ibéricos.
- Elementos de construcción o carpintería. Dentro de este grupo hemos incluido una serie de clavos de diferentes
tamaños y formas (fig. 8, 1; 8, 2; 8, 28-29) así como dos anillas, una de ellas de sección cuadrangular, un
diámetro de 32 mm y un grosor de 5 mm (fig. 8, 4) mientras que la otra está compuesta por dos fragmentos de
hierro de sección cuadrangular enlazados de 37 mm de longitud y 4 mm de grosor (fig. 8, 7).
- Elementos domésticos. En este tipo encontramos una varilla de hierro de sección cuadrangular con un
extremo doblado formando dos ángulos rectos y que ha sido interpretada en otros poblados como una llave
(fig. 8, 16) (Grau y Reig, 2002-2003: 113). Una segunda llave con el mango doblado y cuatro dientes en el
extremo fue publicada por Pericot (1928: 158, lám. II, 3). Estos elementos, sin ser abundantes, sí aparecen
en los oppida del área valenciana, como la Bastida de les Alcusses o La Serreta.
- Fragmentos u objetos indeterminados. Dentro de esta categoría incluiríamos toda una serie de objetos
correspondientes a varillas o láminas de hierro que no nos ha sido posible identificar ni adscribir a una
forma concreta por su estado fragmentario (fig. 8, 3; 8, 5-6; 8, 8; 8, 15; 8, 18-20; 8, 25; 8, 27; 8, 44-50)
Bronce
- Fíbulas. Encontramos un fragmento de parte del arco en forma de puente laminar curvo de una fíbula de
doble resorte con un tamaño de 39 x 22 mm y un grosor de 3 mm. Un segundo ejemplar se documenta por
un fragmento de arco en forma de rombo de un puente laminar curvo con repujados circulares superficiales
y unas dimensiones de 55 x 14 x 1,8 mm de una fíbula tipo Alcores (fig. 8, 32) de lo que se deduce que le
falta la mitad, pues suelen estar formadas por dos rombos y la aguja. Se data, aunque no sin dificultades, en
torno a medidos del s. VII a.C. siendo previas a las del tipo Acebuchal (Torres, 2002: 198-199).
- Elementos ornamentales. Dentro de esta categoría cabría incluir un anillo (fig. 5, 5) con sección de
tendencia circular, diámetro exterior de 26 mm y grosor de 5 mm. Dos anillas circulares de sección también
circular (fig. 8, 33 y 34) que presentan 20 mm de diámetro y dos de grosor así como un fragmento de anilla
circular (fig. 8, 10) de 56 mm de longitud y un grosor de 2,5 mm. Finalmente, es destacable la existencia de
dos apliques con forma de concha (fig. 5, 6 y fig. 8, 37) con unas dimensiones de 30 mm de diámetro con
un desgaste en la parte central.
- Útiles plurifuncionales. En esta categoría encontramos dos agujas, una de ellas (fig. 5, 9) de sección
circular, algo doblada y con el ojo fragmentado que presenta una longitud de 140 mm y un grosor de 3 mm.
La otra presenta una perforación circular en la cabeza y unas dimensiones de 83 mm de largo, 4 mm de
ancho y 2 mm de grosor (fig. 8, 35).
- Ponderales. El repertorio del poblado incluye tres ponderales, dos de los cuales fueron publicados en el
estudio sobre los ponderales de la región contestana (Grau y Moratalla, 2003-2004: 36-37). Uno de ellos de
perfil bitroncocónico y orificio central que presenta 20 mm de diámetro en la base, una altura de 17 mm y un
peso de 35 g (fig. 5, 10). Otro de forma troncocónica y perforación central circular a partir de la cual surgen
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4 incisiones radiales en su cara menor, así como una serie de muescas en un lateral y en torno al orificio
central en la cara mayor. Presenta un diámetro de 31 mm en la parte más ancha, 27 mm en la más estrecha,
una altura de 21 mm y un peso de 107,07 g (fig. 8, 36). Finalmente, documentamos un tercero de forma
troncocónica que presenta un orificio en la cara plana mayor y un agujero relleno de plomo en la superficie,
transformación posiblemente destinada a reajustar el peso de la pieza. Presenta un diámetro de 21 mm en la
parte inferior, 18 mm en la superior, una altura de 15 mm y un peso de 35,48 g (fig. 8, 39). Estas dos últimas
piezas poseen un contexto arqueológico algo más fiable, ya que en el diario de campo de la excavación se
afirma que se localizaron acompañados por un contexto de cerámicas ibéricas, vajillas de barniz negro y
dos ases republicanos del tipo Jano Bifronte, elementos que nos remiten a un contexto de mediados del s. II
a.C. (Grau y Moratalla, 2003-2004: 37). En estos momentos del ibérico final parece constatarse un sistema
metrológico en la Contestania basado en un valor aproximado a los 7 gramos (Grau y Moratalla, 20032004: 49) en el que encajarían los tres ponderales de El Xarpolar con un mínimo margen de error.
- Fragmentos u objetos indeterminados. Documentamos un fragmento de plancha de bronce con dos
perforaciones, una rectangular y otra circular con un pasador central de hierro (fig. 8, 9); es posible que se
trate de la parte pasiva de un broche de cinturón, aunque no podamos aseverarlo con certeza. Una segunda
pieza es una placa de bronce con perforación circular en un extremo (fig. 8, 17), un fragmento de placa
de bronce con indicios de dos remaches en su parte interior (fig. 8, 13), una plaquita de bronce con los
extremos doblados hacia el interior en los que aparecen dos pequeñas perforaciones circulares (fig. 8, 21),
dos pequeños fragmentos de varilla (fig. 8, 12 y 22) y un fragmento de plancha enroscada (fig. 8, 31) con
una longitud de 62 mm, una anchura de 18 mm y un grosor de 2 mm.
Plomo
Únicamente contamos con dos elementos elaborados con dicho metal, por una parte un fragmento con forma
de prisma de base triangular del que desconocemos su funcionalidad y que presenta unas medidas de 19
mm de longitud, 11 mm de anchura y un grosor de 8 mm (fig. 8, 11). Por otra parte encontramos un resto de
transformación del metal, en este caso un goterón (fig. 8, 43) fruto del trabajo del plomo mediante el calor.
Podemos concluir el predominio de los elementos de hierro con 37 piezas (62,71%) utilizado básicamente
para la elaboración de herramientas funcionales debido a su dureza y a su relativa abundancia, a pesar de
que el territorio donde se ubica El Xarpolar es un área con escasos recursos metalíferos. El segundo metal
en cuanto a su presencia en el repertorio es el bronce con 20 objetos (33,9%) utilizado principalmente
como elemento ornamental o en objetos que no requieren una especial resistencia del material. Finalmente,
encontramos dos elementos de plomo (3,39%) cuya presencia es prácticamente testimonial. Estos
porcentajes se encuentran en la línea de los de otros poblados de la zona contestana y edetana (Grau y Reig,
2002-2003: 127).
4.5. Valoración general del repertorio
Los materiales cerámicos nos permiten proponer una secuencia de ocupación de amplio marco temporal,
desde sus inicios en época orientalizante, hasta su fin en época tardía. En ese sentido, se corroboran las
propuestas anteriormente realizadas (Castelló y Espí, 2000; Grau Mira, 2002), aunque ahora podemos
precisar con detalle el encuadre cronológico.
Los inicios del enclave se situarían hacia los ss. VII-VI a.C. a juzgar por la presencia de cerámicas
fenicias y algunas piezas metálicas como las fíbulas de doble resorte o la del tipo Alcores. Los vestigios
correspondientes a época ibérica antigua, entre los ss. VI-V a.C., son también muy escasos y se identificarían
a partir de algunos tipos cerámicos como las urnas de orejetas o los cuencos de borde curvo en cerámica
gris, tipo P2 de El Oral, fósiles directores de esta fase (Sala, 1997).
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A partir de época plena aumentan los testimonios cerámicos, con algunas piezas del s. IV a.C. como
son la vajilla ática y los vasos ibéricos como la botella globular o los platos de ala. Otras piezas son propias
del repertorio del s. III a.C. como el kálathos de borde moldurado y decoración geométrica compleja. Pero
la mayor parte de las piezas se pueden datar genéricamente en época plena y perdurando en la fase tardía,
como los recipientes de almacenamiento y la vajilla de mesa.
El registro cerámico datado en los ss. II-I a.C. es el mejor representado, pues a él pertenecen la mayor parte
de las importaciones; en torno al 80% de la vajilla foránea es campaniense, sin incluir los cubiletes de paredes
finas y las jarritas. En correspondencia con este elenco de importaciones, buena parte de las cerámicas ibéricas
deben corresponder a esta fase, aunque la escasa elocuencia cronológica de las tinajillas, páteras o platos no
permita corroborarlo. Únicamente algunas piezas, como el kálathos de ala plana, o los platos de imitación de
campaniense, pueden atribuirse sin duda a la época tardía. El final de la ocupación no puede llevarse más allá
de mediados del s. I a.C. pues carecemos de vestigios que nos lleven hacia aquella época, como la cerámica
terra sigillata. El repertorio monetario corroboraría la importancia del periodo ibérico final representado en
El Xarpolar, especialmente hacia la segunda mitad del s. II a.C. De ello se deduce la importancia de esta fase
tardía en el asentamiento, momento muy escasamente conocido en el contexto comarcal.
5. EL XARPOLAR EN SU ENTORNO TERRITORIAL
El oppidum ibérico de El Xarpolar se ubica en el extremo oriental de la cubeta del río Serpis o de Alcoi, el
eje vertebrador del territorio y al que desaguan toda una serie de cursos menores. Esta unidad geográfica
está caracterizada por la existencia de un paisaje montañoso de carácter quebrado, con orientaciones en
sentido SO-NE, entre las que se localizan valles más o menos amplios. La compartimentación del paisaje
es la que va a dar lugar a un modelo territorial característico y bien definido para época ibérica (Grau Mira,
2002) y que vamos a describir sucintamente.
5.1. Patrón de asentamiento
El modelo de ocupación del territorio se caracteriza por la existencia de unidades de valle, en este caso
la Vall d’Alcalà, donde se disponen una serie de asentamientos de estructura jerarquizada. El primer tipo
sería el propio oppidum de El Xarpolar que es el centro rector del territorio. Se ubica en un emplazamiento
estratégico que favorece el dominio del territorio y el control de las comunicaciones y además posee
importantes defensas naturales a las que se añaden fortificaciones construidas.
El Xarpolar se acompañaría por una serie de poblados dispersos por las tierras bajas que conformarían un
sistema de poblamiento integrado. Las comarcas montañosas de L’Alcoià y El Comtat han ofrecido evidencias
de estos sitios rurales que se clasificarían en dos tipos: asentamientos de pequeño y mediano tamaño, en torno
a unos 1000 m2, que constituyen núcleos dispersos de carácter familiar, o asentamientos de tamaño mediano,
posiblemente formados por la agregación de diversas casas en unidades de aldea de unos 5000-8000 m2 (Grau
Mira, 2002: 242-246). En el caso concreto del territorio de El Xarpolar, este sistema de poblamiento rural es muy
mal conocido y apenas se intuye por escasas evidencias dispersas en algunos lugares. Esta zona de la comarca
no ha sido objeto de prospecciones sistemáticas y únicamente se han realizado exploraciones y reconocimientos
superficiales en algunas parcelas de cultivo próximas a caminos y poblaciones (Faus et al., 1987).
Hasta el momento sólo encontramos algunas evidencias dispersas en el entorno de las laderas al norte
y al sur de la Serra de la Foradà (fig. 9), donde se ubica El Xarpolar. Entre las primeras, cabe citar dos
dispersiones en la partida de Els Llombos, denominadas Llombos 1 y 2, muy próximas a la Cova d’en Pardo,
donde también se localizan algunas evidencias ibéricas (Verdú, 2012); lo escarpado de estos terrenos ofrece
capacidades bajas de uso agrícola. Al sur, donde se emplazan las tierras de cultivo más accesibles desde el
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Fig. 9. Vista desde el oeste del entorno territorial de El Xarpolar. En trama oscura se identifica el área de captación de
la isócrona de 1 hora que se muestra en la parte inferior con las capacidades de uso agrícola. 1, Cova d’en Pardo; 2,
Llombos-1; 3, Llombos-2; 4, Corral de Jover; 5, La Criola; 6, Cova de l’Agüela.
poblado de altura, en el entorno de la Vall d’Alcalà, también encontramos dos dispersiones cerámicas que
pueden atestiguar asentamientos campesinos en la zona, ocupando tierras con capacidades medias para el
uso agrícola. Uno se trata del Corral de Jover, junto al estrecho que separa la Vall de Planes y la de Alcalà
(Faus et al., 1987: 15). El segundo es el de La Criola, en las proximidades de esta alquería del término de
Beniaia (Faus et al., 1987: 22).
Estas evidencias dibujan un panorama semejante al conocido en otros territorios ibéricos de
la comarca, es decir, la localización de núcleos campesinos dependientes que completarían las
posibilidades de explotación agrícola desde el propio poblado, cuyo emplazamiento enriscado dificulta
dicha actividad. En efecto, al observar la localización de estos núcleos se observa que se sitúan en el
reborde del entorno más accesible del poblado y que presumiblemente es el área de explotación directa
del mismo (fig. 9). Es decir, complementarían la explotación agrícola del territorio en los espacios más
alejados del poblado y de mayor dificultad de acceso.
5.2. Control estratégico del espacio
El Xarpolar encuentra su razón de ser en las extraordinarias condiciones estratégicas para el dominio visual
del paisaje. En efecto, emplazado en un cerro de altura, es fácilmente defendible pero sobre todo ofrece
las posibilidades de controlar los accesos al valle del Serpis, las comunicaciones interiores y las redes de
intervisibilidad con la mayoría de los oppida de la comarca. Domina el territorio del extremo occidental
de la Vall d’Alcalá y el contacto con la Vall de Planes, su continuación natural hacia el oeste. Asimismo,
controla perfectamente el acceso de la Vall de Gallinera, el corredor que en sentido este-oeste comunica la
comarca de El Comtat con la costa de la Marina Alta por la zona de Pego.
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El análisis SIG de la visibilidad ha permitido cartografiar con detalle las particularidades de la cuenca
visual desde el poblado. Las técnicas geomáticas se han completado con la comprobación en el campo
y la contrastación directa de las líneas visuales que no aparecen bien reflejadas en la cartografía de la
visibilidad. Este cálculo de visibilidad se ha realizado con un MDT de todo el espacio comarcal (fig. 10),
aproximadamente 50 x 34 km con una resolución de celdas de 20 m. La visibilidad se ha calculado desde
veinte puntos de observación en el perímetro del poblado a unas distancias entre 12 y 24 m y en el punto
más elevado del poblado, para asegurarnos que se cubrían todas las direcciones.
La visibilidad se ha trazado teniendo en cuenta las distancias medias y largas. La primera de ellas
contempla el control visual directo hasta los 8.000 m, que permite la identificación estratégica de grupos
desplazándose por el territorio (aparece en gris oscuro en la fig. 10). La distancia larga (en blanco punteado
en la fig. 10) alcanza hasta los 30 km y no ofrece posibilidades tan eficaces de control estratégico del
espacio y de los grupos desplazándose, pero permite el establecimiento de conexiones visuales básicas que
permitan una red de comunicación entre oppida, especialmente entre los próximos que se sitúan a 10-15
km, por lo que creemos interesante tenerla en cuenta.
La visibilidad hacia el norte establece un control visual sobre la Vall de Gallinera, corredor que enlaza
las tierras del interior con la llanura litoral. Cabe la posibilidad de que en este estrecho valle bajo dominio
visual directo se ubique un asentamiento subordinado de carácter agrícola. No obstante, las dificultades en
el acceso a este valle desde El Xarpolar nos inducen a pensar que el área de explotación agrícola del poblado
se situaría al sur, en la Vall d’Alcalà. Pero sin duda controla el corredor de comunicación de Gallinera que
supone la conexión del valle del Serpis con la zona costera por la zona de Pego-Oliva. Cabe señalar que
controla el espacio interior del corredor, pero no existe conexión visual directa con el área costera. También
hacia el norte, en una distancia mayor, muestra un contacto visual directo con el oppidum vecino del Castell
de Perputxent aunque no con el territorio de este oppidum.
La visibilidad hacia el sur se encuentra limitada por la Serra d’Almudaina y la Serra d’Alfaro,
dominando sin embargo, todo el sector occidental de la Vall d’Alcalà. El acceso al poblado es mucho
más fácil desde estas tierras del sur, por lo que sería en este valle donde se ubicaría su territorio político y
económico. Así mismo existe un contacto visual directo con el pequeño poblado de altura de la Solaneta
de Tollos, que forma parte de la estructura territorial de la Vall de Seta presidida por el oppidum de
El Pitxòcol, con lo que se puede certificar las posibilidades de comunicación visual con ese territorio.
También a través de la Vall d’Alcalà discurriría una vía de comunicación hacia la costa a través de la Vall
d’Ebo, acceso que se controla perfectamente en la distancia media.
El dominio visual hacia el oeste es muy amplio, tanto en la media como en la larga distancia, aunque
esta última no permita distinguir contingentes humanos o cualquier otro elemento con nitidez. No obstante,
en esta larga distancia sí que es posible distinguir algunos límites del valle del río de Alcoi tales como la
Serra del Benicadell, la Serra de Mariola o incluso la Serra del Carrascal de la Font Roja hacia el suroeste.
Y lo que es más importante, también se establece contacto visual con los principales oppida como la
Ermita de Planes, La Covalta, el Castell de Cocentaina, El Castellar o La Serreta (Grau Mira, 2002).
Esta preferencia en la orientación del dominio visual permite deducir que El Xarpolar se integraría
estrechamente en esa estructura de poblamiento que conforman los valles del Alcoià-Comtat en época
ibérica y que constituyó un territorio común, integrando la totalidad de la comarca y presidido por La
Serreta, en el s. III a.C. Con posterioridad al colapso de este espacio político a fines del s. III, El Xarpolar
mantuvo las conexiones visuales con los oppida tardíos de la comarca.
La visibilidad desde El Xarpolar hacia el oriente está muy limitada por macizos montañosos que parecen
marcar un límite entre la estructura de poblamiento del Alcoià-Comtat respecto al sistema territorial de
la zona costera, donde se situarían los poblados de El Castellar en Oliva o Segària en Ondara, por citar
sólo algunos de relevancia (Castelló, 1993). Sin embargo, se controlan los accesos en la media distancia,
hasta aproximadamente 10 km, lo que permite la anticipación y la movilización de un destacamento que
bloquease una incursión hostil, o bien comunicase al resto de poblados la llegada de un peligro.
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Fig. 10. Visibilidad desde El Xarpolar. En gris oscuro, hasta 8 km de radio; en blanco punteado, sin limitación. 1, El
Xarpolar; 2, Castell de Perputxent; 3, La Covalta; 4, Ermita de Planes; 5, Castell de Cocentaina; 6, Solaneta de Tollos;
7, Castellar d’Alcoi; 8, La Serreta.
Queremos destacar, por último, el dominio visual que se establece hacia la zona de la Valleta d’Agres,
perfectamente controlada, aunque a la larga distancia. Este corredor es especialmente relevante en la
configuración de los corredores de comunicación de época ibérica final y lo inicios del dominio romano. La
importancia de este corredor reside en que se trata del único valle que permite el acceso de carruajes a la
comarca, transporte rodado que se impuso en época romana y que condicionó la estructura territorial y de
los corredores de comunicación.
5.3. El espacio simbólico: la sacralización del confín
En el sector oriental de la Vall d’Alcalà se ubica la Cova de l’Agüela (fig. 9, 6) que ha sido catalogada en base a
sus características y a su repertorio material, fundamentalmente cerca de un centenar de vasos caliciformes,
como una cueva-santuario (Amorós, 2012) que tendría seguramente importantes connotaciones simbólicas
para la comunidad que habitaba El Xarpolar.
El papel territorial que pudo haber jugado la Cova de l’Agüela ha sido analizado detalladamente en
trabajos recientes (Grau y Amorós, 2013), pero incluimos aquí sus rasgos principales. La vinculación de
esta cavidad con el territorio político de El Xarpolar es muy clara, pues se sitúa en la unidad geográfica
de la Vall d’Alcalà, por donde se extiende el territorio del poblado, justo en un reborde periférico de este
espacio natural. También debemos valorar su situación equidistante con el poblado de la Solaneta de Tollos,
un asentamiento secundario dependiente de El Pitxòcol, lo que la pone en relación con el espacio político
de este último, emplazado en la Vall de Seta y por tanto en una situación en el límite entre ambos territorios.
APL XXX, 2014
[page-n-268]
Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
259
Esta pauta liminal se constata en el caso de otras cuevas-santuario del área central de la Contestania
así como la relación con importantes vías de comunicación de época ibérica. El momento de mayor
frecuentación de estas cavidades, ss. V y IV a.C., coincide con la fase de configuración y consolidación
de los territorios políticos ibéricos que de este modo se verían sancionados con la ubicación de un espacio
sacro en sus límites (Grau y Amorós, 2013).
La ubicación de lugares sacros en la periferia del territorio local, o en los límites entre los espacios
apropiados por dos oppida nos permite también adentrarnos en el campo ideológico de las comunidades
ibéricas. Nos encontramos con rituales en cuya práctica se definen por el alejamiento decidido de los
espacios de vida cotidiana en el poblado y su entorno agrícola para adentrarse en las tierras boscosas e
incultas. Esta pauta se condice bien con los ritos de iniciación propuestos para estas cavidades (González
y Chapa, 1993) y que se traslucen en otros aspectos de la materialidad y ubicación de las cuevas rituales
(Grau y Amorós, 2013).
6. VALORACIONES FINALES
Para finalizar este trabajo, queremos hacer una valoración global de los rasgos predominantes de la
historia de ocupación del sitio y su papel en el territorio. Iniciando con el primer aspecto, debemos
señalar el inicio de la ocupación durante el Hierro Antiguo (ss. VII-VI a.C.) con una clara vocación
de control del territorio y de las importantes vías de comunicación que enlazan las tierras del interior
con el litoral. Relacionamos esta ocupación con el momento de apertura de las comunidades locales
al intercambio con el mundo fenicio, según delata la existencia de materiales de importación de esta
filiación. Este mismo modelo es el que va a mantenerse durante todo el período ibérico antiguo (finales
del s. VI-s. V a.C.) y durante el s. IV a.C.
En el s. III a.C. se produce un cambio importante en la configuración territorial de toda el área
comarcal de los valles de Alcoi con el surgimiento de un nuevo rango jerárquico, la ciudad de La Serreta,
que dominara a los restantes poblados. Este proceso supone la agregación de los territorios locales,
quedando El Xarpolar, junto a los demás oppida de esta zona, subordinado al núcleo principal de La
Serreta. Este modelo territorial que integraría toda la comarca tiene una de sus principales evidencias
territoriales en el establecimiento de una densa red de intercomunicaciones entre los oppida, entre la que
El Xarpolar juega una papel decisivo en el control del sector oriental del valle y su conexión a la costa.
Esta unidad geopolítica dominada por La Serreta desaparece con la conquista romana del territorio y
el abandono de esta ciudad a fines del s. III a.C. Durante el Ibérico Final (ss. II-I a.C.), en los inicios del
dominio romano, se vuelve a la compartimentación del territorio en valles bien definidos y articulados por la
continuidad de algunos oppida entre los que se encuentra El Xarpolar, como muestra el repertorio analizado.
La pervivencia de la estructura territorial ibérica en los tiempos de la conquista e implantación romana
de la región nos lleva a suponer que la estrategia del poder imperial se basa en actitudes permisivas ante
la población local, pero también en las necesidades de controlar el espacio indígena, tanto para facilitar
el desarrollo de los intercambios, como para bloquear las vías de comunicación en caso de necesidad.
Tal papel lo pudieron ejercer en la zona alcoyana algunos oppida tardíos, como El Xarpolar, en
los que se atestigua una fuerte revitalización de la ocupación en época tardoibérica, principalmente
durante el s. II a.C. En efecto, el repertorio cerámico recuperado, las monedas atestiguadas, o la frecuente
presencia de ánforas itálicas que se observa en la superficie del poblado nos indica la importancia del
oppidum de El Xarpolar en ese momento decisivo del final del iberismo y los inicios de la dominación
romana. Desgraciadamente, este periodo crucial es ampliamente desconocido en las tierras alcoyanas,
como en general en amplias áreas del territorio valenciano y requiere de nuevas aportaciones científicas
que contribuyan a caracterizar el periodo.
APL XXX, 2014
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260
I. Grau Mira e I. Amorós López
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto HAR2012-37003-C03-02 del MINECO y con una ayuda del
Vicerrectorado de Investigación, Desarrollo e Innovación de la Universidad de Alicante destinada a la formación
de doctores.
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 263-273
I. SIMÓN CORNAGO a y C. JORDÁN CÓLERA b
Ildi: un grafito
de La Alcudia de Elche (Alicante)
RESUMEN: El objetivo de este artículo es proponer una nueva lectura para dos grafitos grabados sobre una
pátera de cerámica campaniense recuperada en la conocida como “tienda del alfarero” (La Alcudia, Elche).
La lectura propuesta para uno de estos esgrafiados es ildi: un nuevo testimonio sobre el discutido grupo
-ld- ibérico.
PALABRAS CLAVE: Epigrafía, inscripción, lengua ibérica, alfabeto latino, esgrafiado.
Ildi: a graffito of La Alcudia, Elche (Alicante, Spain)
ABSTRACT: The aim of this paper is to propose a new lecture of two graffiti scratched over a campanian
ware, that was discovered in the so-called “potter’s shop” (La Alcudia, Elche). The lecture proposed for one
of this grafitti is ildi: a new evidence of the controversial Iberian group -ld-.
KEY WORDS: Epigraphy, inscription, Iberian language, Latin alphabet, graffiti.
a Departamento de Estudios Clásicos, Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea.
i.simon@ehu.es
b Departamento de Ciencias de la Antigüedad, Universidad de Zaragoza.
cjordan@unizar.es
Recibido: 17/12/2013. Aceptado: 07/03/2014.
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I. Simón Cornago y C. Jordán Cólera
1. LAS INSCRIPCIONES PALEOHISPÁNICAS DE LA ALCUDIA DE ELCHE 1
La variedad de tipos epigráficos y escrituras es uno de los principales atractivos del corpus de inscripciones
paleohispánicas de La Alcudia de Elche (Alicante). Además, los cuatro epígrafes que recoge J. Untermann
en los Monumenta Linguarum Hispanicarum (G.12.1-4), que en principio pueden parecer un número
reducido, deben contextualizarse en una región, la meridional y del sureste (H y G en MLH), con una
escasísima densidad epigráfica.2 De hecho, corpora locales con más de cinco inscripciones como los de La
Serreta (Alcoy; G.1.1-8), El Campello (G.9.1-15) y Mogente (G.7.1-4; De Hoz, 2010), son excepcionales
y únicos, y lo más habitual son hallazgos aislados o yacimientos que han proporcionado exclusivamente
uno o dos epígrafes.
La variedad de tipos mencionada se comprueba al repasar las cuatro inscripciones de La Alcudia: un
grafito sobre un bloque de piedra (G.12.1), una estampilla sobre el asa de un ánfora (G.12.3), un esgrafiado
sobre una cerámica campaniense (G.12.2) y, para concluir, un rótulo musivo (G.12.4). Además, los cuatro
ejemplares documentan tres escrituras diferentes: en signario ibérico meridional están redactadas las dos
primeras (G.12.1 y 3), de hecho, el citado sello es el único ejemplo de estampilla que recoge un texto en
este sistema de escritura. Aunque Untermann también clasifica G.12.2 (fig. 1) –el grafito sobre cerámica–
como un epígrafe meridional es más probable que en realidad utilice la escritura ibérica levantina, pues
la lectura que propone (· kaiaka ·) no cuenta con buenos paralelos y, además, es poco habitual el uso de
interpunciones (un trazo vertical) a comienzo y final de texto. R. Ramos (1969: 171) consideraba que en
la inscripción se emplea el signario levantino, con un alógrafo particular de ti, similar a algunas variantes
meridionales de i, y propone la lectura balkatika, que arroja un posible primer formante onomástico balka
(MLH III-1: 214). Sin embargo, la lección no es completamente satisfactoria; a cambio, la nueva propuesta
de J. Rodríguez Ramos (2002-03: 372), también en clave levantina, sí ofrece un texto perfectamente
analizable como un antropónimo ibérico: balkatin, compuesto por los formantes onomásticos balka
y atin (MLH III-1: 212, 214).3 No obstante, conviene subrayar que en la última letra los trazos están
ejecutados de forma menos nítida que los del resto del epígrafe. Por su parte, y para concluir el repaso, el
rótulo musivo emplea el alfabeto latino (G.12.4), aunque lo más probable es que recoja un texto ibérico
o, al menos, antropónimos de dicha lengua, ya que pueden aislarse varios formantes onomásticos (Siles,
1978; MLH III-2: 614).4
La Alcudia se sitúa en una zona del SE donde se emplean dos tipos de escritura diferente (De Hoz,
1993: 659-662): el greco-ibérico, del que no hay ejemplos en este yacimiento, y el ibérico meridional.
Por su parte, el grafito sobre campaniense (G.12.2) es una de las inscripciones en escritura ibérica
levantina halladas más al sur,5 aunque en este caso hay que tener en cuenta que está grabada sobre un
objeto fácilmente transportable. La inscripción musiva, a cambio, se incluye en un pequeño grupo de textos
ibéricos redactados en alfabeto latino: H.3.4, H.6.1 y unas pocas leyendas monetales (MLH III-1: 133;
Untermann, 1995: 311-313). La cronología es, probablemente, un elemento fundamental para analizar de
forma correcta esta variedad gráfica, sin embargo, la datación de algunas de estas inscripciones no es lo
1
Este artículo se incluye en el proyecto «El nacimiento de las culturas epigráficas en el Occidente mediterráneo (II-I a. E.)»,
FFI2012-36069-C03-03, dirigido por F. Beltrán, al que agradecemos sus comentarios sobre este trabajo. La redacción de los
tres primeros apartados corresponde a I. Simón y la del cuarto a C. Jordán, no obstante, la estructura del texto y los principales
argumentos han sido consensuados entre ambos autores.
2 Catálogos de las inscripciones ibéricas de La Alcudia en Ramos (1969; 1975: 271-274) y Llobregat (1972: 11-131), en los que se
recogen algunas piezas que Untermann no incluye en su corpus por los problemas que plantean, ya que en todos los casos puede
dudarse de su ibericidad (MLH III-2: 610).
3 La misma opinión en De Hoz (2011: 373, n.º 28): “creo que se debe leer balkatin, es decir un NP balk(e)-atin”.
4 Véase también X. Ballester (2001a: 481).
5 Existe una serie de esgrafiados procedentes de yacimientos murcianos (Iniesta, García y Berrocal, 1984-85), una parte de los
cuales podría ser latina.
APL XXX, 2014
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Ildi: un grafito de La Alcudia de Elche (Alicante)
265
Fig. 1. Fotografía de detalle de G.12.2 (Museo de la Alcudia, N.º Inv. LA-2272).
suficientemente precisa.6 El esgrafiado sobre campaniense remite a una fecha avanzada y también la del
rótulo musivo: la última revisión de las excavaciones y la estratigrafía del sector 5F, del que procede el
mosaico, ofrece una cronología en torno a la primera mitad del siglo -I (Lara, 2007: 164).
Determinar la datación de las dos inscripciones meridionales es más difícil: el sello, impreso sobre el asa
de un ánfora, procede de las excavaciones del año 1953 (Ramos, 1962: 91, Lám. LXVII, 8), concretamente
del denominado nivel E, que comprende desde mediados del siglo -III hasta el siglo -I, pero no es posible
precisar más su cronología (Ribera, 1982: 84). En el caso de la inscripción sobre piedra, la horquilla de
tiempo en la que se data es igualmente amplia: “cabe incluirla en el período ibérico anterior al s. III a. C. y
posterior al VI a. de C.” (Ramos, 1969: 169).7
2. LA PÁTERA INSCRITA 8
El objeto de este trabajo son dos esgrafiados incisos sobre una pátera de cerámica campaniense recuperada
en la llamada “tienda del alfarero”, situada en el sector conocido como las “casas ibéricas”. Se trata de una
pequeña habitación, de unos seis metros cuadrados, que fue bautizada del tal modo por la gran cantidad de
vasos cerámicos apilados en su interior. En un primer momento se consideró que formaba parte de una casa
pero parece que en realidad, aunque adosada a una vivienda, se trata de una estancia independiente a la que
se accede desde la calle (Sala y Ferrandis, 1997: 223-224). El conjunto cerámico, compuesto por 53 vasos de
barniz negro (Campaniense A media y beoides), otras diez piezas de importación –entre ellas cinco morteros– y
66 recipientes ibéricos, en su mayoría jarros y pithoi con la típica decoración pintada de La Alcudia, ha llevado
a considerar que estamos ante un punto de almacenaje y redistribución (Aranegui, 2004: 126; Sala, 1992: 201).
Este excepcional conjunto cerámico ha sido perfectamente estudiado por F. Sala (1992), monografía en
la que también se recoge el pequeño grupo de inscripciones, apenas cinco grafitos, documentado sobre estas
Sobre los problemas de estratigrafía y cronología del yacimiento, uid. Abad (2004: 71-73) y Moratalla (2004-05). Sobre la
sustitución, en un momento cronológicamente avanzado, de la escritura meridional por la ibérica levantina en esta zona, uid.
Llobregat (1972: 130-131), Rodríguez Ramos (2001: 33-36) y De Hoz (2011: 376, 396).
7 Recientemente, R. Ramos (2011) ha revisado los diarios de excavación y los materiales recuperados junto con el bloque inscrito
–principalmente sillares moldurados– y propone una reutilización de los mismos a partir de finales del siglo -III.
8 La autopsia se realizó el 27 de julio de 2009, gracias a la amable colaboración de los responsables del Museo de La Alcudia
(N.º Inv.: LA 1182).
6
APL XXX, 2014
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266
I. Simón Cornago y C. Jordán Cólera
piezas (Sala, 1992: 187-188). Tres son muy breves y pudieran no tener valor grafemático sino ser sencillas
marcas (para alguna de ellas no puede excluirse la posibilidad de que sea una indicación de tipo numeral).9
Los dos textos más amplios aparecen sobre una misma pieza y son, especialmente uno de ellos, la razón de
este trabajo. Están incisos post cocturam sobre una pátera de cerámica campaniense B de la forma Lamb. 5
(fig. 2 y 3), cuya cronología no está completamente bien fijada y que podría fecharse en la segunda mitad del
siglo -II o en el siglo -I (Sala, 1992: n.º 118, 165-167, Fig. 47, E-53). El grafito que denominaremos 1 está
grabado sobre la pared externa, próximo al pie; y el número 2 se sitúa en el fondo externo de la solera. La
huella del instrumento empleado para grabar estas dos inscripciones es diferente y también el módulo de los
signos, por lo que es probable que fuesen ejecutados en momentos diversos o por manos diferentes. La editora
interpreta ambos esgrafiados como ibéricos, concretamente como textos redactados con el signario levantino,
sin embargo, como vamos a tratar de argumentar es muy probable que en realidad sean dos epígrafes escritos
en alfabeto latino.10
Fig. 2. Dibujo de la pátera inscrita
(Sala, 1992: fig. 47).
Fig. 3. Fotografía de la pátera inscrita
(Museo de la Alcudia, N.º Inv. LA-1182)
9 Sobre este tipo de marcas más breves así como su posible carácter comercial, que no parece discordante con la naturaleza de este
conjunto, uid. De Hoz (2002; 2007).
10 No aparecen en el corpus de epigrafía romana de Corell (1999).
APL XXX, 2014
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Ildi: un grafito de La Alcudia de Elche (Alicante)
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3. LOS ESGRAFIADOS
El grafito 1 se compone de cuatro signos de entre 0,5 y 0,8 cm de altura (fig. 4). F. Sala (1992: 187) entiende
que el texto está redactado con la base de la caja de escritura orientada hacia el borde la pátera y lee: balaba.
El término carece de paralelos en ibérico, aunque no es imposible ensayar algún tipo de segmentación; un
argumento de mayor peso para plantear otra lectura es la peculiar forma de l. Por otra parte, la presencia del
signo compuesto por un único trazo vertical excluye una posible clasificación del texto como meridional,
pues no hay ningún grafema en este sistema de escritura con dicha forma.
Cabe la opción de girar ciento ochenta grados el epígrafe, es decir, considerar que las bases de los signos
son los extremos más próximos al pie de la pátera. En este supuesto la peculiar forma de l se transforma en
ḿ, concretamente en ḿ3-4 según la clasificación paleográfica de Untermann (MLH III-1: 246-247). Una
lectura dextrógira ofrece como resultado barḿba y una hipotética lección de derecha a izquierda: baḿaba,
pero ni una ni otra encuentra paralelos en el corpus ibérico; además, la posición interconsonántica de ḿ en
la primera propuesta es atípica, pues en dichos contextos siempre aparece precedida de n (Quintanilla, 1999:
209; Correa, 1999: 387). Esta ausencia de paralelos no es, ni mucho menos, un argumento concluyente,
pero creemos que la opción de considerar que estamos ante un texto redactado en alfabeto latino resuelve
algunos problemas. Si aceptamos la disposición que propuso la editora es posible leer ildi, con un tipo de
l latina que, si bien no es el más habitual, pues no responde a la forma capital de esta letra, tampoco es
extraña, especialmente en epígrafes esgrafiados como éste.11 Por otro lado, el texto resultante sí cuenta con
paralelos, que se recogen en el último apartado de este trabajo.
El segundo esgrafiado presenta aún más problemas que el primero (fig. 5). Su interpretación como
un texto ibérico es muy insegura y parece más probable, también en este caso, su clasificación como un
epígrafe latino. El principal argumento es el signo con forma de R pues, aunque es un alógrafo de a bien
conocido en ibérico levantino (MLH III-1: a5-6; MLH II: a1-5), su uso se restringe casi exclusivamente a
las inscripciones del sur de Francia y norte de Cataluña (Rodríguez Ramos, 2000: 52).12 Su interpretación
como una r latina, a cambio y a pesar de su forma angulosa, no presenta problema alguno. Sin embargo,
Fig. 4. Fotografía de detalle del grafito 1.
11 Entre la epigrafía romana de Hispania de época republicana pueden señalarse como paralelo dos defixiones: una de las cordobesas
(Navascués, 1934: Lám. I) y la hallada en Carmona (Corell, 1993: 262), además de algunos de los epígrafes de Peñalba de
Villastar (K.3.4-6, 11, 14 y 21, incluido el verso virgiliano). Más inseguro es el posible paralelo que ofrece un grafito sobre
campaniense de Marchena (Ordoñez y García-Dils de la Vega, 2010).
12 Existe algún ejemplo más meridional, como una leyenda monetal de śaiti (A.35.1.1; Ripollés, 2001). Un ejemplo conflictivo lo
proporciona un grafito de Ca n’Oliver, donde aparece junto a formas habituales para a, por lo que su valor en este texto es incierto
(Francés, Velaza y Moncunill, 2008: 223-224, Fig. 12).
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Fig. 5. Fotografías del grafito 2.
y aceptada la clasificación latina del grafito, la lectura plantea serios problemas. El signo que se sitúa a la
derecha de la vibrante no ofrece dificultades: se trata de la vocal a, aunque sólo presenta un trazo interno,
algo que no resulta infrecuente en época republicana y tampoco en textos esgrafiados como éste.13
La mayor dificultad de lectura la representan los trazos que anteceden a R, ya que no es fácil
determinar si son parte de uno o varios grafemas: se observan tres trazos verticales y paralelos de
disímil altura; una línea diagonal que desciende de izquierda a derecha, cruza los dos primeros trazos
y se une al tercero en la base inferior de éste; y, finalmente, un pequeño trazo oblicuo nace del extremo
superior del tercero de los trazos verticales. Pero éstos dos últimos están grabados con una incisión
más suave que el resto y, por tanto, no puede determinarse con seguridad si forman o no parte del
epígrafe.14 Tampoco puede excluirse que en esta primera parte se recoja un numeral seguido de dos
signos de lectura segura: RA, quizá una abreviatura.15 Son varias las lecturas que pueden plantearse y
ninguna plenamente satisfactoria,16 además, no es imposible que los trazos oblicuos de la primera parte
carezcan de valor, lo que multiplica las opciones: IERA, EIRA, EPRA, EFRA, ETRA, HIRA o NIRA.
Ninguna lección resulta convincente, aunque varias cuentan con posibles paralelos en los repertorios
onomásticos: Ierax/Hierax es un antropónimo griego bien atestiguado (Solin, 2003: 1129); Efractor
13 También pudiera interpretarse como el silabograma ibérico ka y, por tanto, una lectura aka, sin embargo, los argumentos
paleográficos, especialmente la distribución geográfica del alógrafo de a idéntico al grafema para la vibrante romana, inclinan la
balanza por la interpretación latina del texto. Una disyuntiva similar se plantea con una de las inscripciones rupestres de Peñalba
(K.3.1c) y con dos breves esgrafiados sobre cerámica, uno hallado en Guissona (Pera 2003, n.º 22, Fig. 3) y otro en La Loba
(Córdoba; Moret, 2002: n.º 9).
14 Con posterioridad a la incisión del grafito se han practicado dos orificios circulares y de sección cónica que no llegan a atravesar
la cerámica; su funcionalidad es incierta.
15 Quizá de un antropónimo como Rabirius o de un término del léxico común como ratio, de hecho este último aparece en un grafito
sobre terra sigillata de Castledykes: “in a military context ratio is associated with pay, perhaps in the sense of of ‘account’” (RIB
II.7: n.º 2501.8). El numeral pudiera ser III o incluso tres X en nexo.
16 Un grafito similar aparece sobre una cerámica de Flavia Solba, para el que el editor tampoco encuentra una solución satisfactoria:
“ein Patronymikon oder Matronymikon Hirae, Terae oder Thrae(---) oder eine Zahlenangabe unbestimmter Funktion. Selbst eine
Weihinschrift Samuca IIIRAII (verschrieben für Herae, freundl. Hinweis Roger Tomlin) ist nicht ausgeschlossen” (Wedenig,
2008: 322).
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está documentado como variante del cognomen Effractor (CIL VIII, 10485,2);17 en CIL XII, 5403 se
atestigua la versión Hiracli[us] del nombre Heracles (Solin, 2003: 523); y Niraemius es un nomen
latino (Solin y Salomies, 1994: 127).18
No hay suficientes datos para determinar la funcionalidad de estos dos grafitos. El primero, ildi,
probablemente fue grabado en la propia Alcudia o, al menos, en territorio peninsular pues, aunque emplea
el alfabeto latino, recoge una secuencia propia de la lengua ibérica. Tampoco hay datos concluyentes para
saber si el redactor del texto fue un romano o un íbero, aunque si esta última opción es la correcta hay que
destacar cómo es precisamente en la parte meridional de Hispania donde se concentran los escasos textos
en lengua ibérica y alfabeto latino; de hecho, en la propia Alcudia fue recuperado uno de estos epígrafes:
la ya citada inscripción musiva (G.12.4). Más incierta aún es la interpretación del segundo texto, inciso
en el interior del pie de la pátera. No obstante, tanto su ubicación como la posibilidad de que recoja una
notación numeral podría ser un indicio para considerar que se trata de una anotación de tipo comercial, lo
que encajaría con la naturaleza del espacio en el que fue recuperada la cerámica.19
4. EL GRUPO LD Y LT
La lectura del primer grafito como ildi cuenta con varios paralelos y ofrece un nuevo testimonio para
el debate sobre un aspecto de la fonética ibérica que ha sido largamente discutido: el grupo ld/lt. Una
secuencia homófona aparece en el comienzo de la leyenda monetal [CNH 360.5] ILDITVRGENSE, ceca
de la que se conocen, además, los testimonios ILVTVRGI e ILVVTRGI.20 En las fuentes clásicas aparece
como Iliturgi (Livio XXVIII, 19; Plinio NH III, 10); Ἰλουργίς (Ptolomeo 2, 4, 9). En la nota 52 de DCPH
II, se indica la importancia de este testimonio para mostrar la pronunciación ibérica /ildi/ de la grafía
que se transcribe como. Siguiendo entonces una sugerencia de J. de Hoz, las autoras se inclinaban
a considerar Ilditurgense como la transcripción al latín de la secuencia por los propios ¿oretanos? (sic).
A juicio de De Hoz (2011: 235-239), el testimonio Ilditurgense podría ser un argumento a favor de la
teoría de Mariner sobre el valor de la grafía indígena -ld-, cuestión que como es bien sabido forma parte de
la discusión sobre el número de consonantes laterales que pudo presentar el ibérico. En efecto, la existencia
de una líquida en esta lengua es aceptada de manera general. El alfabeto greco-ibérico (AGI) presenta el
signo Λ, lambda, que corresponde sin duda a una líquida. El signario paleohispánico levantino (SPL) y el
meridional (SPM) utilizaron también un signo, correspondientemente L y ,, con los respectivos alógrafos.
Remite al lāmedh fenicio, como también lo hace la lambda. En donde ya no existe tanto acuerdo es en
aceptar la existencia de una segunda líquida. El hecho es que desde muy pronto se detectó que la secuencia
<-lt->, <-ld-> en el AGI, era transcrito en el alfabeto latino la mayoría de las veces como <-l-> y a veces
como <-ll->. Esto dio lugar a que Schmoll (1956), a partir de topónimos como salduie y los conocidos en
su época que comenzaban por il-, il-, propusiese la existencia de una líquida retrofleja en ibérico, idea que
seguía años después Quintanilla (1998).
Michelena (1961: 9-10), si bien no terminaba de ver clara la naturaleza retrofleja propuesta por Schmoll,
opinaba que éste acertaba en una cosa esencial y era que las grafías -lt-, -ld-, -l-, -ll-, eran la expresión gráfica
de un sonido monofonemático y no de un grupo de consonantes, al menos a partir de una época difícil
de determinar. Unos años más tarde (Michelena, 1979: 26), indicaba que fuese cual fuese su realización
17 Vid. Kajanto (1982: 267).
18 Una inscripción procedente de Casas de Millán (Cáceres) está dedicada a Deo Eniragillo (AE 1972, 235). Por su parte, epraes, se
documenta en CIL VI, 2384, probablemente como topónimo.
19 Es posible, como ya hemos indicado previamente, que alguno de los otros grafitos que aparecen sobre cerámicas halladas en
la “tienda del alfarero” puedan interpretarse como numerales, especialmente el número cuatro de la monografía de F. Sala
(1992: 188).
20 CIL II2/7 32, 36 y 39.
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fonética, esas grafías habían acabado señalando la contrapartida fuerte de -l- intervocálica. En nota señalaba
que el vasco prehistórico parecía haber distinguido una *l lenis y otra *L fortis, que en la actualidad son en
posición intervocálica una [r] y una [l], respectivamente.
A la opinión de la existencia de dos líquidas diferentes originarias en la lengua ibérica se fue
contraponiendo la de la existencia de una líquida originaria a la que se le pudo oponer una secundaria que
surgiría en el mismo ibérico, como consecuencia de la evolución del grupo consonántico -ld- > -ll-. Así
pensaba Tovar (1962: 179), que databa el fenómeno entre el siglo V-IV a.e. y la época de Pompeyo, esto es,
cuando se escribe el Bronce de Ascoli, el 89 a.e.
En el mismo año, Mariner (1962), revisando una serie de topónimos hispanos prerromanos, también
pensaba que la grafía hispánica -ld- correspondía realmente a un grupo de sonidos ibéricos. Sin embargo, la
asimilación en -ll- se habría dado en boca de latino-hablantes, según la evolución del itálico *-ld- al latino
-ll-, con la consiguiente simplificación del grupo en -l-, al menos en unos determinados contextos: cuando la
geminada era pretónica precedida de vocal breve o cuando iba seguida de consonante distinta de l o r.
Últimamente, Ballester (2001) prefiere la propuesta de Tovar que pensar en una nueva lateral. De Hoz
(2001: 338, n. 13) prefería no especular, por el momento, sobre la posibilidad de dos laterales, que dicho sea
de paso le daría un aire más verosímil al sistema fonológico ibérico, pues se igualaría el número de líquidas
y vibrantes (una lengua suele tener en todo caso más líquidas que vibrantes). En (De Hoz, 2011: 235-239)
sigue en la misma línea de prudencia, tras repasar las propuestas de Schmoll, Michelena y Mariner. De la
de éste último indica los indicios a su favor, entre los que, además de la utilización de la grafía latina -ldreseñada, señala:
- La coincidencia en el recurso entre SPL y SPM no esperable fonéticamente si se trataba de una variedad
de lateral. De Hoz le otorga cierta importancia a este hecho, entrando, a nuestro juicio, en contradicción
con su concepción genética de las escrituras paleohispánicas (SPL <<< SPM). Más sorprendente sería si se
piensa en un origen poligenético de estas escrituras, aunque no tanto si se piensa en términos de desarrollos
paralelos.
- La coincidencia en el recurso entre SPL y AGI, sistemas de escritura de estructura y origen muy
diferente, a una grafía compleja para representar un fonema. En el caso del AGI se recurre a un ápice
para distinguir las dos vibrantes, por ejemplo; y en el SPL no se detecta la combinación de grafemas para
expresar un único fonema. Aunque parece que sí lo hizo para indicar una nasal bilabial en posición inicial
en el caso de formas no ibéricas: ḿbaske = Mascus [B.1.269] y ḿbasi = Massius [B.1.124].
La forma ildi que estamos aquí presentando también podría tener otros dos paralelos exactos en escritura
ibérica en las piezas [B.7.20] y [B.7.24], si se admite que nos hallamos ante casos de escritura dual, debido a
la zona en la que se hallaron. Ambas proceden de Pech Maho (F). La primera es un fragmento de cerámica,
cuya lectura completa es, según MLH II, (a) ilti (b) sale (c) kel. Untermann se preguntaba si podrían tratarse
de la indicación del propietario, del destinatario o ser apelativos, y, para la interpretación de (a), enviaba
al segundo texto, que aparece en un ánfora y su lectura es ilti. En este caso se planteaba si estábamos
ante una abreviatura y daba como referentes iltiŕaŕker [A.6-15] y, como no podía ser de otra manera, la
forma toponímica iltir. El propio autor alemán detectó (MLH III: 223) como formante antroponímico las
variantes iltiŕ / iltiŕ / iltir. De hecho, analizaba Nesille, del Bronce de Ascoli (CIL I2 709), como formado
por nes + ilti(r), preguntándose en nota si se trataba de una variante ilti, como iltu lo era de iltuŕ. Indicaba,
además, “Bis jetzt findet sich kein Beleg in iber. Schrift, auch nicht in appellativischer Verwendung (§573)”.
Seguramente se olvidó de los testimonios franceses. El mismo formante lo detectaba en Lacerilis (CIL II
4625) < laker + ilti(r), aunque aquí planteaba la posibilidad de estar ante un genitivo singular de un nombre
breve (Kurzform) latinizado sin -r.
Si se acepta la relación entre el formante toponímico y el antroponímico, la lista puede incrementarse,
por un lado, con los pocos testimonios en AGI y, por otro, con la relectura del SPL en clave dual. Hemos
encontrado, de momento:
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[G.1.8] La Serreta, Alcoy (AL). Plomo. AGI. ¿Clase de palabra?: toildi++ (lectura según MLH).
[G.9.1] Illeta de Campello (Campello, AL). Cerámica. AGI. Antropónimo: [---]+ildiŕtige+ in o -en
(lectura según MLH).
[B.7.34, 19] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo. Lectura según MLH: iltiŕśar. Lectura en clave
dual: ildiŕśar.
[B.7.35, 10] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo. Lectura según MLH: iltiŕtikeŕ. Lectura en clave
dual: ildiŕtigeŕ.
[B.7.35, 13] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo. Lectura según MLH: iltiŕśar. Lectura en clave
dual: ildiŕśar.
[B.7.35, 14] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. ¿Antropónimo. (ildiŕgiś)?: Lectura según MLH:
[---]ḿinḿbailtiŕkiś. Lectura en clave dual: [---]ḿinḿbaildiŕgiś.
[B.7.36, A-5] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo. Lectura según MLH: tuŕśiltiŕ. Lectura en clave
dual: tuŕśildiŕ (en [B.7.35, 15] se lee tuŕśiltiŕ).
[B.7.36, B-4] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo (ildiŕś/ar). Lectura según MLH:
bilosbinbaśbiniltiŕś/ar. Lectura en clave dual: bilosbinbaśbinildiŕś/ar.
[B.7.36, B-9] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. ¿Clase de palabra? Lectura según MLH: kiŕśiltiŕ. Lectura en
clave dual: giŕśildiŕ.
[B.7.37, 4/5] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. ¿Clase de palabra? Lectura según MLH: iltiŕ/arebon. Lectura
en clave dual: ildiŕ/aretan.21
[C.2.3, A-5] Ullastret, (GE). Plomo. SPL. ¿Antropónimo (big(i)-ildiŕ-ste)? Lectura según MLH: bikiltiŕste.
Lectura en clave dual: bigildiŕste.
[Francès, Velaza y Moncunill 2008: n.º 3.2] Ca n’Oliver, Cerdanyola del Valls (B). Cerámica. Antropónimo:
ildiŕtan[e]ś.
[Ferrer y Velaza 2008] Pontós (GE). Plomo. ¿Clase de palabra?: [---]i.ildiŕ+[---].
Quizá se podrían añadir a esta lista (las lecturas son, en principio, de MLH):
[A.18] Lérida. Moneda. Topónimo: 1- B.iltiŕta/ma /; 2- B.ilti]ŕtaśalirnai; 3- B.iltiŕtaśaliŕ a; 4- B.iltiŕtaŕ;
5- B.iltiŕtaśalirban; 6- B.iltiŕta; 7- B.ilti/ŕta; [CNH] 4.37(.38) iltiŕtaśalir uśtin. En dual según Ferrer y
Giral 2007, que transcriben ildiŕda.
[B.1.336] Ensérune (F). Cerámica. Posible antropónimo ¿Indicación de propietario o de destinatario?:
[---]ịltiŕṣ+[---]. Posible dual por la zona de hallazgo.
[B.7.20a] Pech Mahó (F). Cerámica. ¿Clase de palabra?: ilti. Posible dual por la zona de hallazgo.
[B.7.24] Pech Mahó (F). Cerámica. ¿Clase de palabra?: ilti. Posible dual por la zona de hallazgo.
[C.2.11] Ullastret, GE. Cerámica. Antropónimo: iltiŕbaś. Posible dual por la zona de hallazgo = ildiŕbaś.
De momento vamos a aventurar de forma muy provisional que en ibérico había una forma /ildi/ que tendría
sentido por sí misma como parece apuntar el hecho de que pueda aparecer tal cual en tres recipientes diferentes,
en dos lugares diferentes y en dos escrituras distintas. Si la homofonía con Ilditurgense no es fortuita y el
análisis de Nesille y Lacerilis es cierto y remite al mismo elemento, entonces éste tenía la capacidad también
de aparecer en la formación tanto de topónimos como de antropónimos. Démonos cuenta que en los análisis
previos siempre se favorece como forma base la que aparece con la vibrante final, pero también cabría pensar
lo contrario, que lo que se añadiese fuese ese elemento precisamente.
21 Lectura dual según la correcta identificación de los silagobramas para bo y ta/da (Ferrer, 2005).
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 275-316
Manuel GOZALBES a y José Manuel TORREGROSA b
De Iberia a Hispania.
Plata, dracmas y denarios entre los siglos VI y I a.C.
RESUMEN: La plata fue la forma de dinero más importante de la Península Ibérica entre los siglos VI y
I a.C. Durante cerca de tres siglos, Iberia sólo dispuso de escasas acuñaciones locales, piezas importadas
y plata en bruto. Como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica se pusieron en circulación numerosas
monedas de autoridades y orígenes diversos, emisiones que serían retiradas de la circulación a inicios del
siglo II a.C. Con Hispania como provincia romana se establecería durante los siglos II-I a.C. una nueva
y homogénea masa monetaria de plata formada por denarios republicanos y autóctonos. Se reflexiona
sobre la cronología, producción, metrología, autoridades, circulación y función de las emisiones de plata
peninsulares.
PALABRAS CLAVE: Monedas, plata, dracmas, denarios, Segunda Guerra Púnica, República romana.
From Iberia to Hispania.
Silver, drachmae and denarii between the 6th and 1st centuries B.C.
ABSTRACT: Silver was the most important form of money in the Iberian Peninsula between the 6th and 1st
centuries B.C. For nearly three centuries, in Iberia there were only available scarce local coinages, imported
coins and Hacksilber. During the Second Punic War, the monetary mass included abundant coinages from
different authorities, mints and territories, series that were withdrawn from circulation at the beginning of
the 2nd century B.C. When Hispania became a Roman province, a new and homogeneous silver currency
of republican and indigenous denarii took form over the 2nd and 1st centuries. This paper deals with the
chronology, production, metrology, authorities, circulation and function of the Iberian Peninsula silver
coinages.
KEY WORDS: Coins, silver, drachmae, denarii, Second Punic War, Roman Republic.
a Museu de Prehistòria de València.
manuel.gozalbes@dival.es
b Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València. Becario del subprograma “Atracció de Talent”
de VLC-CAMPUS.
J.Manuel.Torregrosa@uv.es
Recibido: 10/03/2014. Aceptado: 15/05/2014.
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276
M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
1. INTRODUCCIÓN
La plata, en bruto o convertida en moneda, constituyó la principal y más extendida forma de dinero de la
Antigüedad peninsular. Cualquier empresa de envergadura financiada con dinero antes de Augusto pasó por
la utilización de este metal en cualquiera de sus formas, especialmente la monetal, disfrutada por amplios
sectores de la población. Su notable poder adquisitivo fomentó su aprecio y sus motivos iconográficos se
consolidaron como las imágenes recurrentes del poder que acompañaron a las operaciones económicas más
notables. El oro tuvo poca utilidad como instrumento de pago debido a su elevado valor y, en forma de
moneda, sólo normalizaría su presencia a partir de época imperial. Los pagos con moneda de cobre/bronce
fueron más comunes pero resultaron poco adecuados para satisfacer importes elevados.
Las primeras monedas se acuñaron a finales del siglo VI a.C. en la colonia griega de Emporion (Ripollès
y Chevillon, 2013). Hubo que esperar hasta el siglo IV a.C. para que Rhode y la ciudad ibérica de Arse
comenzasen sus emisiones. Las monedas de estos tres talleres junto con algunas piezas importadas fueron
conocidas y empleadas por una pequeña parte de la población peninsular. Entre finales del siglo IV e inicios
del siglo III a.C. se dieron a conocer los talleres púnicos de Ebusus y Gadir. Las monedas de Malaka quizá son
algo posteriores, al igual que las de Saitabi, que ya pertenecen a la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.). Este
conflicto desencadenó la acuñación masiva de plata por parte de cartagineses, romanos y Emporion. Durante
la guerra y los años posteriores abundan dracmas y divisores sin leyendas que permitan identificar su origen.
Tras dicho conflicto se produjo una eclosión de cecas en diferentes sustratos culturales que emplearon
diseños acordes con sus tradiciones ibérica, celta, vascona, griega y púnica (García-Bellido y Ripollès,
1998; García-Bellido, 1997; Domínguez, 1998, 2001 y 2005; Chaves 2007; Ripollès, 2005a y 2011;
Blázquez Cerrato, 2009). Durante los siglos II-I a.C. cerca de 200 talleres fabricaron moneda en Hispania,
pero sólo 21 de ellos, pertenecientes a la Citerior, acuñaron los llamados denarios ibéricos, adoptando
de manera casi uniforme el binomio tipológico cabeza masculina / jinete. La calificación, aceptable en
un sentido geográfico, resulta imprecisa en términos culturales ya que diferentes pueblos peninsulares
asumieron su producción. Las últimas emisiones de denarios se han relacionado tradicionalmente con las
guerras sertorianas (80-72 a.C.).
2. LA SISTEMATIZACIÓN DE LAS EMISIONES DE PLATA
2.1. Catálogos y estudios
El primer catálogo que organizó las producciones peninsulares antiguas con un rigor notable fue La
Moneda Hispánica (1924-1926) de Antonio Vives, quien supo recoger el legado de trabajos precedentes y
proporcionar un exhaustivo repertorio gráfico donde por vez primera se ilustraban los vaciados de las piezas
originales. Dicha obra sólo se vería superada desde 1994 con el Corpus Nummum Hispaniae ante Augusti
Aetatem de Leandre Villaronga (CNH), que aportaba una cantidad notable de nuevos tipos y proporcionaba
el peso medio de las emisiones. Esta obra ha sido actualizada y rebautizada en 2011 bajo el nombre
Ancient Coinage of the Iberian Peninsula (ACIP). Existen otros catálogos recientes que ofrecen completas
introducciones críticas a los talleres y abordan los aspectos más relevantes de todas estas producciones
(García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001), así como otros más accesibles y manejables que ilustran los
tipos mediante dibujos (Álvarez Burgos, 1987 y 2008).
Los avances más notables en relación con las emisiones de plata peninsulares se deben a los estudios
monográficos de los últimos años. Los más elaborados identifican los cuños de las piezas conservadas y
proporcionan estimaciones estadísticas de sus volúmenes de emisión. Villaronga realizó el primero con una
metodología moderna sobre los denarios de Ikalesken en 1962, aprovechando la amplia muestra del tesoro de
Arcas. En las últimas décadas la investigación sobre las series de plata peninsulares se ha multiplicado:
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
277
- Dracmas y divisores. Se han estudiado las dracmas y fraccionarias acuñadas por Emporion entre los
siglos VI-II a.C. y por Rhode antes de la Segunda Guerra Púnica (Villaronga, 2000, 2002 y 2003; Ripollès
y Chevillon, 2013), las numerosas dracmas ibéricas de imitación y divisores del tránsito de los siglos III-II
a.C. (Villaronga, 1998), así como las cecas ibéricas de Arse (Ripollès y Llorens, 2002) y Saitabi (Ripollès,
2007). Las producciones de plata púnicas estuvieron a cargo de Ebusus (Campo, 1976), Gadir (Alfaro,
1988) y, quizá, Malaka, que parece la candidata más firme para unas modestas fracciones (Campo y Mora,
1995: 200-202; ACIP 528).
- Shekels. Las importantes emisiones hispano-cartaginesas quedaron organizadas a partir de un trabajo
clásico de L. Villaronga (1973).
- Denarios. Se conocen 21 cecas de denarios, de las que 4 también acuñaron quinarios, durante los
siglos II-I a.C. Una primera ordenación sirvió para describir en detalle y ordenar los talleres del valle
del Ebro (Domínguez, 1979). La síntesis de mayor amplitud fue la monografía de Villaronga dedicada
en exclusiva a las series de plata, donde se abordaron sus aspectos principales, incluyendo estimaciones
de producción (Villaronga, 1995). Siete cecas cuentan con estudios de cuños: Ikalesken, Iltirta, Kese,
Sekaiza, Konterbia Karbika, Belikio y Turiasu (Villaronga, 1962, 1978, 1983 y 1988; Gomis, 2001;
Abascal y Ripollès, 2000; Collado, 2000; Gozalbes, 2009a). Hay también una monografía de Bolskan
que no incluye estudios de cuños (Domínguez, 1991) y trabajos diversos sobre Arekorata (Otero, 1998),
Arsaos (Fernández Gómez, 2009), Bentian (Torregrosa, 2012) y Sekia (Stefanelli, 2012). Producciones
de gran envergadura como las de Sekobirikes y Baskunes no cuentan todavía con ningún estudio.
2.2. Fuentes
Catálogos y estudios monográficos se nutren de las piezas de plata de colecciones públicas, particulares
y de subastas para ilustrar las diferentes variantes. En los últimos años se han publicado los fondos de
grandes colecciones europeas y nacionales: Nationalmuseet de Copenhague (Jenkins, 1979); Bibliothèque
nationale de France de París (Ripollès, 2005b); Royal Coin Cabinet de Estocolmo (Ripollès, 2003); The
British Museum de Londres (Bagwell Purefoy y Meadows, 2002); colecciones de Milán, Bolonia, Roma,
Florencia y Nápoles (Ripollès, 1986); y, de Madrid, la Real Academia de la Historia (Ripollès y Abascal,
2000), el Instituto Valencia de Don Juan (Ruiz Trapero, 2000) y el Museo Arqueológico Nacional que, tras
los pioneros volúmenes de Navascués (1969 y 1971), publicó dos catálogos de las series púnicas e hispanocartaginesas que incluyen emisiones de plata (Alfaro, 1994 y 2004).
Los tesoros resultan esenciales en el caso de la plata por la valiosa información que proporcionan
para fechar series (figs. 4, 6, 8 y 10). La inmensa bibliografía al respecto ha sido recopilada en diferentes
trabajos de síntesis (Thompson, Mørkholm y Kraay, 1973; Crawford, 1969; Blázquez Cerrato, 1987-1988;
Villaronga, 1993; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001; 156-169).
La consolidación del mercado nacional de subastas numismáticas desde la década de 1980 ha puesto
a disposición de los investigadores catálogos con millares de piezas, cuya visibilidad se ha incrementado
con la era digital. Las empresas nacionales e internacionales dedicadas a estos menesteres son numerosas
y cuentan con una prolongada trayectoria. En los últimos años han publicado un número significativo de
piezas diferentes firmas de Madrid (Jesús Vico, José Antonio Herrero, Ibercoin-Tarkis, Cayón), Barcelona
(Aureo & Calicó, Martí Hervera-Soler y Llach) y Sevilla (Pliego).
Internet ha facilitado la publicación de fondos públicos y privados, pero también ha abierto nuevos
caminos a la investigación y la divulgación numismática. CER.es (Colecciones en Red) es el portal
del Ministerio de Cultura donde se publican fondos de los museos estatales. Diferentes páginas fruto
del esfuerzo personal proporcionan recursos de gran valor y calidad en relación con la plata antigua
peninsular: destacan las páginas web tesorillo.com de M. Pina y denarios.org, así como los blogs sobre
denarios ibéricos de F. Suárez y R. González.
APL XXX, 2014
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
2.3. Un conocimiento dispar de las emisiones
Las emisiones de plata antiguas son peor conocidas que las recientes. Nuevas variantes de dracmas y divisores
aparecen con relativa frecuencia, mientras que los denarios ofrecen pocas novedades. La mayoría de series
de dracmas y divisores se fabricaron en cantidades modestas, a veces con una sola pareja de cuños tal y como
parece comprobarse para los raros divisores ibéricos de imitación masaliota cuyas variantes tipológicas se
basan en ejemplares únicos en el 80% de los casos (ACIP 453-503). La rareza de estas producciones hace
suponer que seguirán apareciendo nuevas variantes y que incluso una parte de ellas nunca llegarán a conocerse.
La reciente proliferación de tipos inéditos de Emporion y Rhode testimonia esta realidad (Chevillon, 2013;
Chevillon y Ripollès, 2013; Chevillon, Ripollès y Lopez, 2013; Villaronga, 2010; Villaronga, 2013; Melmoux
y Chevillon, 2014). Resulta muy complicado recuperar en excavaciones los diminutos divisores de los siglos
V-III a.C. sin un cribado sistemático de la tierra o sin la ayuda de un detector de metales, metodologías que
no siempre resultan viables. Esta última herramienta ha demostrado su eficacia incluso para períodos más
recientes donde las monedas no son tan pequeñas (Fernández Flores, 1999 y 2003). A estos condicionantes
productivos y metodológicos que limitan el conocimiento de las series antiguas cabe añadir su eficaz retirada
de la circulación a comienzos del siglo II a.C. como parte de los botines hispanos trasladados a Roma.
Los llamados denarios ibéricos están mejor documentados porque su producción fue más abundante y
sistemática. La obra de Vives ya incluyó sus principales variantes y pocas novedades significativas se han
producido desde entonces. Entre diferentes denarios de una misma serie existen diferencias en detalles del
grabado que resultan irrelevantes en relación con el sentido global de la emisión. Algunas variantes de signos
constituyen anécdotas epigráficas dentro de series prolongadas y las singularidades relativas al número, forma
o disposición de los rizos en los peinados son propicias a valoraciones subjetivas y no siempre constituyen
un criterio fiable para diferenciar emisiones. Estas variantes únicamente aportan profundidad con vistas a la
enumeración de un repertorio formal, pero a costa del establecimiento de unas categorías muy imprecisas.
Sólo los estudios de cuños resultan de utilidad para descubrir en qué medida las diferencias tipológicas o de
estilo pueden resultar relevantes. En series prolongadas los cuños evolucionaron de una forma progresiva,
incluyendo cambios y errores de grabado irrelevantes dentro de la emisión considerada como conjunto. No
tendría sentido llegar al extremo de identificar cada cuño como una variante tipológica.
3. UNA MONETIZACIÓN TARDÍA
3.1. Emisiones pioneras en plata
El fenómeno monetal fue inicialmente colonial. Emporion comenzó la producción de dracmas y otras piezas
de peso notablemente elevado a finales del siglo VI a.C. según se ha descubierto recientemente (Ripollès y
Chevillon, 2013) (fig. 1, nº 1 y 2), iniciativa que presupone el conocimiento de piezas griegas importadas
(Ripollès, 2011). Durante los siglos V-IV a.C. las emisiones locales se limitaron a la producción de fracciones
de plata en las colonias griegas de Emporion y Rhode, para evolucionar posteriormente a un modelo basado en
dracmas con una metrología de 4,75 g (Villaronga, 1997 y 2000; Campo, 2006). Quizá desde el siglo IV a.C.
el fenómeno monetal se hizo más visible en la costa mediterránea y Andalucía a partir del incremento de las
piezas importadas, apreciadas por su valor metálico y estético (Ripollès, 2009; Peris, 2011). En este contexto,
la ciudad ibérica de Arse tomó la iniciativa de acuñar plata a finales del siglo IV a.C. combinando una tipología
helenística con leyendas ibéricas (Ripollès y Llorens, 2002: 326), quizá influenciada por comunidades griegas
asentadas en el lugar (fig. 1, nº 7 y 8). Las series púnicas de plata de Ebusus, Gadir o Malaka se desarrollaron
con plenitud a finales del siglo III a.C. Aunque alguna de sus emisiones podría remontarse incluso hasta finales
del siglo IV a.C., no hay todavía datos suficientes para certificarlo (Chaves, 2009: 53-54; Campo, 2013: 61-62).
Todas estas iniciativas monetarias ciudadanas constituyeron una nueva forma de expresión política y crearon un
instrumento económico de gran utilidad para agilizar las transacciones en sus respectivos ámbitos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
279
ca. 510 a.C.
1
2
3
4
ca. 490-450 a.C.
7
ca. 300-250 a.C.
5
6
8
Emporion
Rhode
Arse
Fig. 1. Las primeras monedas acuñadas en la Península Ibérica. Procedencia: (1) Figueres, Girona; (2, 7) Sagunt,
col. S. V.; (3, 5) Col. particular; (4) Triton XVI, 8/1/2013, nº 168; (6) Bibliothèque nationale de France de París;
(8) Royal Coin Cabinet, Estocolmo.
3.2. El incentivo económico de la Segunda Guerra Púnica
La monetización a gran escala se produjo durante la Segunda Guerra Púnica cuando los contendientes
promovieron importantes emisiones para financiar el conflicto (Marchetti, 1978: 369-430; Villaronga, 1987).
Los cartagineses acuñaron todas sus series en lugares inciertos de la Península, mientras que los romanos
importaron monedas desde Roma y acuñaron localmente, al menos, la dracma del juramento (ACIP 537),
una emisión de victoriatos (RRC 96) y el medio victoriato con símbolo R (ACIP 534; García-Bellido, 20002001: 566-573). Se les atribuyen otras piezas de reducido peso con marca R, quizá aquellas referidas por
Varrón como simbellae y libellae (De ling. lat., 5.174; ACIP 535-536; García-Bellido, 2000-2001: 571-573;
García-Bellido, 2011: 680). Estas emisiones romanas peninsulares no fueron económicamente relevantes;
son escasas y su presencia no resulta significativa en los tesoros del conflicto. La singularidad financiera
romana residió en utilizar la ceca de Emporion al servicio de sus intereses, acuñando una gran cantidad de
dracmas con una tipología ligeramente renovada (Villaronga, 1987).
Diferentes estudios han descrito las series empleadas durante la guerra y su circulación (Marchetti, 1978;
Crawford, 1985; Villaronga, 1973 y 1987; Chaves, 1990; García-Bellido, 1993; Chaves, 2012). Junto a las
producciones oficiales de los estados contendientes se emplearon monedas peninsulares e importadas de
procedencias muy diversas (fig. 2). Resta incluso por identificar a las autoridades responsables de algunas
series de divisores anepígrafos de escasa relevancia económica (ACIP 527, 529-533). La principal fuente
para conocer la masa monetaria de la guerra son los tesoros del conflicto y de los años inmediatamente
posteriores (Marchetti, 1978: 355-368; Villaronga, 1993: nº 11-40) (fig. 4), con series de procedencias muy
variadas, poco favorables para estandarizar el lenguaje de las transacciones.
Junto a todas estas monedas también circularon enormes cantidades de plata en bruto. Los tesoros de
Driebes, Cerro Colorado o Armuña de Tajuña, demuestran que la mezcla de formatos y valores alcanzó
unas proporciones inusitadas (Raddatz, 1969: 210-222, lám. 7-21; Bravo et al., 2009; Gozalbes, Cores y
Ripollès, 2011). Otra característica de estos conjuntos es su elevado nivel de fragmentación; monedas y
objetos aparecen recortados bajo un amplio rango de pesos, que incluye desde pequeñas piezas de plata de
apenas 0,1 g hasta grandes fragmentos de objetos o lingotes. Ni las tradiciones metrológicas locales ni las
foráneas llegarían a ejercer una influencia apreciable sobre dicha práctica.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
4
Importadas
280
5
À la croix
Aquitania
1
Antíoco I
2
6
3
Atenas
7
Roma
Massalia
Roma
Carthago
Roma
16
12
Arse
Emporion
Peninsulares
8
13
Hispano-cartaginesa
Divisores
?
17
14
Saitabi
?
15
9
Hispano-cartaginesa
10
Ebusus
11
Gadir
?
18
Dracma ibérica
19
Hacksilber
Fig. 2. Ejemplos de la masa monetaria de la Segunda Guerra Púnica. Procedencia: (1, 2, 3, 4 y 18) Ripollès, Cores y
Gozalbes, 2009: nº 2, 1, 3, 4 y 18; (5) Col Cores; (6, 12, 13, 19) Museu de Prehistòria de València 28621, 42267, 29584,
26117-26119, 26122, 26123; (7) NAC 79, 20/10/2014, nº 22; (8) Freeman & Sear, 5/1/2010, nº 35; (9) Goldberg 72,
5-6/2/2013, nº 4032; (10, 14, 16, 17) Col. particular; (11) Vico, 5/6/2008, nº 95; (15) Aureo & Calicó 24/4/2014, nº 79.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
281
Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica muestran que las monedas hispano-cartaginesas predominan
en el sudeste, las emisiones romanas y las dracmas emporitanas lo hacen en el noreste y que ambas se
mezclan en una amplia zona de contacto (Villaronga, 1993: 72). Resulta sencillo enumerar las series
producidas y señalar patrones de circulación, pero complicado comprender los inconvenientes cotidianos
y las limitaciones derivadas de emplear esta heterogénea masa monetaria. La diversidad de piezas no
facilitaba la realización de transacciones estandarizadas y resulta poco factible que los precios pudiesen
establecerse en diferentes territorios según una moneda de cuenta común.
Tras la victoria romana, las autoridades debieron considerar los beneficios derivados de la superación
de estos inconvenientes. Ello llevaría a sentar las bases para lograr una masa monetaria ordenada que,
adicionalmente, contribuiría a borrar la memoria del enfrentamiento. La variadas monedas de la guerra
circularon durante las primeras décadas del siglo II a.C., pero en pocos años serían retiradas de la
circulación. Los tesoros de mediados de siglo ya no incluyen ninguna de estas piezas, consecuencia de una
desmonetización efectiva de todas estas series quizá operada por los romanos con algún tipo de intimidación
o incentivo. Los botines descritos por Livio entre los años 180 y 170 a.C. ratifican este proceder. Resulta
sorprendente la eficacia de la retirada, ya que los romanos no controlaban por aquel entonces la totalidad
del territorio peninsular. El denario romano, que se había creado hacia el 211 a.C., sería desde entonces la
piedra angular del futuro sistema monetario hispano en su camino hacia la homogeneidad.
La cantidad de plata acuñada en Iberia hasta la Segunda Guerra Púnica habría alcanzado los 174.174
kilos según las estimaciones de Villaronga (1995b: 8-9).1 Curiosamente, esta cifra se encuentra muy
próxima a las cantidades de moneda transportada a Roma entre los años 199-180 a.C. relacionadas por
Livio y que podrían rondar los 182.000 kilos.2 Cadiou calcula que los botines ascendieron a 47 millones
de denarios (Cadiou, 2008: 490-491). Hay que suponer que las retiradas de monedas y plata fueron más
abundantes que las recogidas por las fuentes, que difícilmente pueden ser exhaustivas en este sentido
(Muñoz, 1988). Aunque se trate de estimaciones con un amplio margen de error, sus resultados ofrecen
una aproximación a dichas magnitudes. Según Villaronga los denarios de los siglos II-I a.C. pudieron
alcanzar volumen total de 181.008 kg (1995b: 12), cifra que casualmente también se sitúa próxima a las
anteriormente referidas.
4. PLATA EN BRUTO Y TESOROS
Las emisiones previas a la guerra y las relacionadas con el conflicto representaron un valor modesto en
comparación con la plata en bruto, materia prima que siempre tuvo que ser más abundante que cualquiera
de sus productos y que gozaba de una amplia reputación (Chic y García Vargas, 2006). Estos fragmentos se
refieren como Hacksilber y han recibido una atención creciente desde que se publicaron diversos ejemplos
de su uso como dinero en fechas antiguas en Extremo Oriente (Balmuth, 2001). La plata en bruto de los
tesoros republicanos ha sido catalogada exhaustivamente (Raddatz, 1969; Chaves, 1996), analizada en
estudios regionales (Ripollès, 2009 y 2011; Campo, 2011) y también ha constituido el tema central del
IV Encuentro Peninsular de Numismática Antigua en 2010 (García-Bellido, Callegarin y Jiménez, 2011).
Estrabón refería que los pueblos del interior utilizaban láminas de plata recortadas para los intercambios,
sin embargo los territorios occidentales no cuentan todavía con refrendo arqueológico de esta práctica
(Estrabón, III, 3, 7). La plata predominó en la parte oriental de la Península, mientras que el oro lo hizo en
1
2
Incluye 9.786 kg de fracciones de plata, 9.588 kg y 4.982 kg de dracmas de Emporion y Rhode, 99.458 kg de emisiones
cartaginesas (96.625 kg de hispano-cartaginesas, 1.100 kg de Gadir y 1.733 kg de Ebusus), 39.809 kg de Emporion al servicio de
los romanos, 3.256 kg de Arse y 7.295 kg de dracmas ibéricas de imitación.
Cuatro referencias de Livio incluyen bigati y argentum oscense (Livio 34.10, 4 y 7; 34.46, 2; 36.39, 2) cuyo total no superaría
los 3.000 kg, mientras que las libras de monedas inciertas (Livio 33.27, 2; 34.10, 4 y 7; 34.46, 2), ascenderían a unos 179.192 kg.
Estimaciones realizadas a partir de una libra teórica de 324 g. y un peso hipotético de las monedas de 4 g.
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la parte occidental (Raddatz, 1969: mapas 7 y 11; García-Bellido, 2011; Callegarin y García-Bellido, 2012;
121, fig. 2). El oro no pudo asumir un papel comparable al de la plata en la rutinas de pago cotidianas, ya
que fue más escaso, presenta las limitaciones derivadas de un valor intrínseco muy superior, no circuló en
bruto y no se atestiguan objetos fragmentados. Su utilidad económica como atesoramiento de riqueza es
incontestable, pero como medio de pago solo sería transferido excepcionalmente. Laminillas e hilos de oro
se han descrito como Hackgold (García-Bellido, 2011: 125; Callegarin y García-Bellido, 2012: 123), pero
los hallazgos no refrendan todavía que esta práctica gozase de un éxito comparable al de la plata.
Los tesoros son la principal fuente para conocer sus contextos de uso y características, aunque también
algunos hallazgos aislados testimonian este hábito en zonas de intensa actividad económica como Sagunto,
donde se han recuperado multitud de pequeños fragmentos de plata (Ripollès y Llorens, 2002: 217-233).
El depósito del siglo IV a.C. de La Bastida de les Alcusses está formado por cinco pequeñas tortas y no
incluye monedas (Álvarez y Vives-Ferrándiz, 2011: 189-191) (fig. 3). El metal en bruto permitía acumular
riqueza y facilitaba las transacciones, pero no servía como medida de valor estándar al carecer de un peso
regular. Además las piezas de peso elevado eran poco útiles para pagos cotidianos. Los tesoros mixtos con
metal y monedas se extienden entre los siglos IV y I a.C. por toda la Península Ibérica. La recopilación de
Raddatz, que también incluye los hallazgos sin monedas, revela un patrón de pérdida claramente asociado
a los cursos fluviales más importantes que además le permiten organizar los hallazgos en grupos regionales
de cronología aproximadamente común (1969: mapa 1-2) El atesoramiento mixto de monedas, lingotes y
objetos de plata en la Península Ibérica atravesó por diferentes fases con matices propios, que a grandes
rasgos podrían resumirse de la siguiente manera (fig. 4-10).
1) La plata en bruto tuvo un protagonismo notable en los tesoros al menos desde el siglo IV a.C. (fig. 4).
Cuando se combina con monedas como en los tesoros del Montgó, Pont de Molins o Puig de la Nau, éstas
sólo representan una exigua parte por peso y valor (Ripollès, 2013: 12). Lingotes y barritas son el formato más
común de estos conjuntos aunque también se documentan joyas y piezas de vajilla enteras y fragmentadas.
Hasta finales del siglo III a.C. las monedas fueron irrelevantes en términos de valor como parte de los tesoros.
2) Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica y los años inmediatamente posteriores incluyen monedas en
abundancia junto a lingotes, joyería y vajilla de plata (fig. 4 y 5). Un cálculo aproximado sobre el conjunto
de tesoros del conflicto revela que el peso de la plata en bruto duplica el de las monedas (Gozalbes, Cores y
Ripollès, 2011: 1169). La cantidad de monedas aumenta considerablemente respecto al período precedente
y se amortizan por recorte una gran cantidad de objetos que abandonan cualquier función distinta a la
económica (van Alfen, Almagro-Gorbea y Ripollès, 2008; Gozalbes, Cores y Ripollès, 2011; Chaves y
Fig. 3. El depósito de lingotes de La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia). 207,3 g. Siglo IV a.C.
(Museu de Prehistòria de València).
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 4. Tesoros de los siglos IV-III a.C.
Fig. 5. Fragmentos de plata recortada del tesoro de Armuña de Tajuña (col. Cores).
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Fig. 6. Tesoros del siglo II a.C. y comienzos del siglo I a.C.
Fig. 7. Tesoro de Mogón I. Imagen: Ángel Martínez Levas, Museo Arqueológico Nacional.
CER.es (http://ceres.mcu.es), Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 8. Tesoros del del siglo I a.C. atribuidos a los años de las guerras sertorianas.
Fig. 9. Tesoro de las
Filipenses. Museo de
Palencia. Depósito de las
religiosas filipenses.
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Fig. 10. Tesoros de mediados del siglo I a.C.
de la Bandera, 2013). Estos hallazgos con recortes son comunes en el interior en un área con centro en
las provincias de Cuenca y Guadalajara (Rodríguez y Canto, 2011), quizá originados en situaciones de
necesidad a consecuencia de la guerra o en contextos como el reparto de botines, donde se hacía necesario
fragmentar las piezas para su distribución. En un contexto donde los recortes parecen una operación
cotidiana cabe preguntarse sobre cuántos disponían de herramientas y de la habilidad necesaria para
llevarlos a cabo. Frente a las monedas, estos fragmentos disfrutaban de la ventaja de no presentar diseños
que sugiriesen afinidad política con cualquiera de los estados beligerantes, aunque para las poblaciones
afectadas representaban la prueba material del sometimiento y el recuerdo del expolio sufrido.
3) Las décadas centrales del siglo II a.C. no proporcionan apenas tesoros. Quizá los traslados de botines
a Roma mermaron considerablemente las capacidades de acumulación de metales preciosos. Pero a finales
del siglo II a.C. se documentan numerosos hallazgos en Andalucía testimonio de una recuperación que
incluye piezas de joyería y vajilla completas y tortas de plata enteras o recortadas (Chaves, 1996) (fig.
6 y 7). Los lingotes parecen normales en este contexto de grandes recursos mineros (Arboledas, 2010) y
los fragmentos de objetos ya no forman parte de este panorama. El tesoro de Salvacañete demuestra que,
a comienzos del siglo I a.C., en un contexto quizá votivo (Cabré, 1936; Marcos et al., 1998), estas piezas
recortadas tampoco formaban ya parte de los ahorros en el entorno conquense.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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4) En los tesoros sertorianos del siglo I a.C. el centro de gravedad de los hallazgos se desplaza al norte
y hacia la fachada atlántica (fig. 8). Las ocultaciones mezclan monedas y joyas enteras, pero la plata en
bruto y los recortes han desaparecido por completo de la circulación (fig. 9). Los conjuntos de Palencia
(Cerro de la Miranda, Filipenses) o de Padilla de Duero (Raddatz, 1969; Delibes et al., 1993) no incluyen
plata en bruto, ni fragmentos recortados que tampoco se atestiguan en fechas más tardías como en el
Castro de Arrabalde (Sánchez de Arza, 1984). Las pesadas joyas de estos conjuntos vacceos tuvieron una
utilidad absolutamente limitada como medio de pago, pero constituyeron una significativa reserva de valor,
como capitalizaciones de particulares o quizá de tesoros públicos (Callegarin y García-Bellido, 2012: 124125). Pudieron servir como valores de cuenta ya que sus pesos siguieron de forma sistemática un patrón
metrológico local. Otros tesoros posteriores a este conflicto quedan fuera del análisis por corresponder a
una época en la que ya no se acuñaba plata en Hispania. A mediados del siglo I a.C. el centro de gravedad
de los hallazgo se desplaza nítidamente hacia el oeste de la Península (fig. 10).
5. ÉXITO DEL MODELO GRIEGO Y PRIMEROS CONTACTOS CON ROMA
Los hábitos monetales se extendieron en la Península Ibérica a raíz de la Segunda Guerra Púnica.
Los romanos pudieron cubrir parte de sus gastos con emisiones de dracmas en Emporion a partir del
218 a.C. manteniendo el diseño y la epigrafía tradicional de la colonia griega (Marchetti, 1978: 382;
Villaronga, 1987), pero transformando la cabeza de Pegaso en una figura masculina que se toca los pies
con las manos (fig. 2, nº 12), ligera modificación del diseño original que contaba con mayor reputación
y potencial económico.
Las series de Emporion con divinidad femenina/Pegaso fueron copiadas durante la guerra y los
años posteriores por nuevas cecas ibéricas que acuñaron las llamadas dracmas ibéricas de imitación
(CNH p. 36-60; ACIP 289-452; Villaronga, 1998). Este fenómeno representa la incorporación masiva
de los pueblos ibéricos a la acuñación de moneda, según se desprende de las originales y variadas
inscripciones que utilizaron. Se han identificado alrededor de un centenar de epígrafes diferentes
en compañía del diseño originalmente emporitano. Algunas reproducen con poco acierto el nombre
ΕΜΠΟΡΙΤWΝ, mientras que otras incluyen leyendas ibéricas reveladoras de su naturaleza autóctona.
También son frecuentes epígrafes con signos de lectura complicada, pseudo-griegos o pseudo-ibéricos
que ocasionalmente siguen patrones susceptibles de ser reconocidos (Crusafont, 2008), quizá ligados
a los hábitos epigráficos de grabadores concretos.
Los escasos indicios disponibles sitúan su acuñación centrada en el territorio catalán, idea ratificada
a partir de los escasos nombres de lugar reconocibles en sus leyendas (Villaronga, 1998: 99-100). Las
dificultades de lectura de muchos epígrafes, impiden estimar la cantidad de autoridades implicadas en
este fenómeno de duración efímera (Villaronga, 1998: 61-67). Algunas leyendas ibéricas reproducen
nombre de lugares, como iltirtar (CNH 41/32-39), orose (CNH 42/40-41), tarankonsalir (CNH 44/56),
barkeno (CNH 51/95) o belse (CNH 52/105), e incluso unas pocas sorprenden con el uso nombres
personales (de Hoz, 1995: 321), rasgo exclusivo de estas producciones, no reconocido sobre ninguna
otra serie autóctona de plata anterior o posterior.
En un mundo de incipiente monetización pudieron funcionar un número limitado de talleres
itinerantes al servicio de las ciudades que disponían de plata y deseaban convertirla en moneda. El
modelo productivo parece reflejar un escaso nivel de organización, el surgimiento espontáneo de los
talleres y la improvisación fruto de una fuerte demanda de moneda. Creadas bajo una relativa autonomía,
las situaciones de premura pudieron favorecer las copias sucesivas y el concurso de grabadores iletrados,
responsables de frecuentes errores y de la creación de epígrafes incongruentes, circunstancia excepcional
en la historia monetaria antigua de la Península Ibérica. Posiblemente, la disponibilidad de plata era la
única condición necesaria para la acuñación de estas monedas.
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En este panorama monetario, las fraccionarias y los fragmentos de plata recortada facilitaban las
transacciones modestas y aportaban precisión en los pagos. Aunque circulaban algunos bronces hispanocartagineses y romanos (Ripollès, 1982 y 1984), los usuarios todavía no contaban con un sistema
bimetálico organizado y significativo cuantitativamente. Un gran bronce romano podía igualar o superar
en valor a los pequeños divisores de plata, singularidad fruto de una masa monetaria excepcional
construida a partir de modelos dispares.
Al finalizar la guerra se dejaron de acuñar los pequeños divisores de plata, los que ya circulaban se
retiraron, y la función que habían desempeñado como moneda de reducido valor comenzaría a ser asumida
por abundantes y variadas series de bronce. Este cambio de modelo sería una de las transformaciones más
notables de la masa monetaria peninsular tras el triunfo romano en la Segunda Guerra Púnica.
En relación con la guerra, algunas cecas locales desarrollaron afinidades productivas, tipológicas y
metrológicas con el modelo monetario romano. Saitabi (Xàtiva, Valencia) acuñó didracmas, dracmas y
hemidracmas con reversos que copiaban las emblemáticas piezas de oro republicanas de 60, 40 y 20 ases
(Ripollès, 2007: 33-35). Es un ejemplo aislado que demuestra la influencia romana en la esfera productiva
local, sin embargo en general los diseños romanos no disfrutaron de un gran interés. En esta materia,
subyace la cuestión de si, tras la guerra, el modelo de los Dioscuros llegaría a ejercer alguna influencia en los
reversos de los denarios (Almagro-Gorbea, 1995: 243-246; Arévalo, 2003: 67). Las dracmas emporitanas
con Pegaso modificado incluyeron símbolos como marcas de emisión al modo de los denarios anónimos
romanos. Su adopción se ha interpretado como una indicación de la alianza de la ciudad con los romanos
a partir del 211/209 a.C. (López Sánchez, 2010), aunque la mayoría debieron acuñarse ya durante el siglo
II a.C. (ACIP 214-237; Villaronga, 2002a). Curiosamente, la producción de bronces en Kese se controló
durante décadas mediante un sistema similar (Villaronga, 1983: 25-27).
1
2
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Fig. 11. (1) Dracma de Iltirkesalir
(Bibliothèque nationale de France,
París = Ripollès, 2005b: nº 973);
(2) denario de Iltirtasalirban (col.
particular).
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Los modelos metrológicos constituyen la esencia de cualquier sistema monetario. Durante la guerra
se funcionó con monedas acuñadas bajo diferentes estándares, pero una vez comenzó el siglo II a.C., la
homologación metrológica con el denario ganó fuerza y en pocos años las monedas romanas importadas y
emisiones locales confluyeron en una horquilla de pesos similar. En el tránsito de los siglos III-II a.C., un
mismo grabador preparó los cuños de las dracmas de Iltirkesalir (CNH 36/1; ACIP 280) y de los denarios
de Iltirtasalirban (CNH 176/4, 177/13; ACIP 1233, 1242) (García Garrido y Montañés, 2007: 46-47). La
obra del mismo artesano se aplicó sobre dos patrones metrológicos distintos (fig. 11), lo que sugiere una
datación próxima para ambas series y por tanto una introducción temprana del valor denario. Si se adoptó
una nueva denominación se hizo rápidamente y sin grandes vacilaciones. Pero estas series de Iltirta son
posiblemente las primeras que adoptaron la metrología romana junto al nuevo diseño que se impondría
en décadas posteriores (García-Bellido, 2000-2001: 558). Una propuesta osada donde prevaleciera el
criterio tipológico, sin que su peso se oponga a ello, describiría las piezas de Iltirkesalir como denarios,
materializados en una emisión que rondaba el estándar de los primeros denarios romanos.
Al tiempo que se introducían estas novedades, Emporion y Arse mantuvieron sus emisiones de dracmas,
símbolo de autonomía y de la escasa preocupación por asimilar sus series al sistema romano, al menos,
tipológicamente. Las cuestiones metrológicas son siempre ambiguas, ya que la plata de Arse, de raigambre
griega, parece revelar afinidades con el nuevo contexto político, incluso en relación con los pesos de sus
emisiones (Ripollès y Llorens, 2002: 65-94, 153-154).
6. AUTORES CLÁSICOS Y ASUNTOS MONETARIOS
Las obras de Tito Livio, Apiano, Estrabón y Plutarco aluden ocasionalmente a cuestiones monetarias
hispanas, generalmente refiriendo los importes de las exacciones y tributos exigidos durante la conquista
(Blázquez, 1982: 71-83; García Riaza, 1999a, 1999b y 2009). La plata hispana no se cita después de Livio
como diferente de la romana a pesar de las ocasiones que hubo para ello (García-Bellido, 1993: 103). El
resto de autores utilizaron sin excepción la moneda de cuenta en sus cuantificaciones.
Las conocidas referencias de Livio describen el transporte desde Hispania hasta Roma de metal en bruto,
libras de monedas, bigati (197-191 a.C.) y piezas que denomina oscensis argenti y signati oscensis nummum
(197-195 y 182-180 a.C.) en las primeras décadas del siglo II a.C. (García Riaza, 1999b). Muñoz opina que
estos botines debieron recogerse todos los años aunque las fuentes no los mencionen (1988: 98), y la pérdida
de la obra de Livio a partir del 167 a.C. impide conocer si posteriormente se produjeron retiradas similares
(García Riaza, 2009: 57). Las magnitudes registradas sitúan la plata en bruto como el formato más abundante
de la época, dato corroborado por los tesoros. Las palabras de Livio son una referencia literaria de época de
Augusto referidas a unas monedas que habían circulado mucho antes, circunstancia que complica en gran
medida el análisis de unos textos que han llamado la atención desde el siglo XIX (Guadán, 1955: 374-379).
Crawford señaló las imprecisiones de Livio en relación con los asuntos monetarios (1969: 83) y diversos
investigadores coinciden al interpretar el argentum oscense como una referencia general a diferentes monedas
empleadas durante la Segunda Guerra Púnica, incluyendo bajo diferentes criterios dracmas de Emporion,
imitaciones ibéricas y emisiones hispano-cartaginesas (Guadán, 1955: 379; Amorós, 1957: 62; Campo, 1998:
40; Ripollès, 2000: 334), y desechando la idea de una identificación con los denarios ibéricos (Schulten, 1963:
268), propuestas sobre las que cabe realizar ligeras matizaciones.
Los calificativos oscensis argenti y signati oscensis nummum recuerdan a los denarios de Bolskan,
unas piezas que no existían a la sazón y cuyos recuentos superan con creces la cantidad de denarios que
hubiera podido poner en circulación cualquier taller ibérico en fechas tan tempranas. Se ha sugerido que
oscensis pudo tener un sentido metafórico equiparando la escritura ibérica con la itálica de los Oscos, ambas
incomprensibles para Livio (Villaronga, 1977). En este supuesto cabría entender una referencia velada a
las dracmas empuritanas de imitación, las producciones más abundantes de la época con epigrafía ibérica.
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En relación con estos movimientos no hay necesidad de ser categórico, ya que la última referencia de
Livio que incluye las supuestas monedas hispanas se refiere a los años 182-180 a.C. En primer lugar se debe
disociar el relato de Livio del debate sobre la aparición de los denarios, ya que se trata de dos cuestiones
completamente independientes. Y aunque no cabe esperar que por aquellas fechas ya se hubiesen acuñado
grandes cantidades de denarios, seguro que ya circulaban las piezas de Iltirtasalirban.
La referencia a bigati resulta curiosa, monedas de los vencedores que se trasladaron hasta su propia
metrópoli como parte de los triunfos. El término debe referir a denarios y otras series incluidas en los
botines tomados a los indígenas. Los términos bigati y oscensis podrían equivaler desde la óptica romana
a emisiones propias y ajenas, una forma práctica de clasificar las innumerables y heterogéneas emisiones
del conflicto. Dicha distinción podía resultar útil para la administración romana de cara a la preparación
del metal que debía ser fundido. Entre los años 197-191 a.C. al retirarse los bigati, los denarios acuñados
en Roma estaban reduciendo su peso, contexto propicio para reciclar las antiguas series de 4,5 g (Crawford
sugiere un estándar de 3,9 g para los tipos RRC 132-138 del período 194-190 a.C.). Las piezas propias
presentaban garantías de calidad para un reparto o reciclaje inmediato (no sería el caso de cuadrigatos y
victoriatos), a diferencia de las producciones ajenas cuya aleación debía verificarse y, en su caso, refinarse.
Livio también recuerda los beneficios a raíz de botines e impuestos contabilizados en libras (librae pondo),
talentos y sestercios. Diversos trabajos analizan estos datos (Blázquez, 1967: 262-264), calculando los
ingresos que obtuvo Roma excluyendo las monedas (García Riaza, 1999b) o convirtiendo todos los metales
al valor denario, pero excluyendo las conversiones a lingotes de oro (Ferrer, 1999).
Apiano, Estrabón y Plutarco describen imposiciones a los celtíberos en moneda de cuenta, sin concretar
su forma monetal. Se trata de fragmentos que refieren episodios anteriores a los años 140-139 a.C.,
fechas anteriores a la producción masiva de denarios ibéricos. Las unidades de cuenta pondo (Tito Livio),
αργυρíου τάλαντα (Apiano) y τάλαντα (Estrabón y Plutarco) podrían referirse a lingotes, objetos, monedas
o a una mezcla de cualesquiera de ellos. Estos registros de contabilidad no contribuyen a conocer la masa
monetaria, sin embargo otros textos describen escenarios sugerentes en relación con el uso del dinero,
revelando una realidad compleja de pagos adaptados a las circunstancias de cada momento y lugar. Sean
o no excepcionales transmiten procedimientos de pago opuestos a los que cabría esperar. En un caso son
los iberos los que satisfacen el pago de las legiones y en el otro son los romanos los que cargan con el
pago de los auxiliares. El primer caso sucede cuando Mandonio se ve forzado a contribuir con moneda
para hacer efectivo el pago de la tropas romanas en el 206 a.C. (Livio, 21. 61, 7; 28. 34, 11-12) ¿pudieron
repetirse posteriormente pagos de esta índole con denarios autóctonos? El segundo caso es un episodio
que refiere cómo Catón pagó 200 talentos a los celtíberos por su ayuda como auxiliares en el año 195 a.C.,
cifra equivalente a unos 1.326.000 denarios (Plut., Cat. Ma., 10). En este caso los celtíberos no asumieron
el coste de sus propias tropas bajo el mando romano, lo cual revelaría un ambiente flexible de acuerdos
políticos y pagos en relación con los auxiliares.
Apiano proporciona una enigmática noticia relativa al almacenamiento de dinero al señalar que los
romanos perdieron su χρήματα, concepto con un sentido amplio según García Riaza (2009: 56), que era
custodiado en la ciudad de Ocilis cuando ésta cambió su apoyo a los celtíberos (App., Ib., 47; Blázquez,
1982: 79). Al año siguiente, Marcelo exigió 30 talentos tras haber recuperado la ciudad (App., Ib., 48). Al
margen de la ambigüedad de término χρήματα se adivina una intendencia romana versátil que implicaba
a las poblaciones locales en la gestión de recursos económicos. Dicho término vuelve a ser referido por
Plutarco al señalar que Sertorio empleó la χρήμασι de las ciudades españolas (Sert., 22, 4). Las fuentes no
contribuyen a conocer el tipo de moneda que unos y otros utilizaban para satisfacer pagos, pero lo normal
sería una total flexibilidad para adaptarse a cualquiera de las monedas en circulación. No se discute que
iberos y celtíberos aceptaran monedas romanas y los hallazgos monetarios demuestran que los romanos
también aceptaban las emisiones locales. De hecho en algunos territorios los denarios autóctonos llegarían
a ser casi el único tipo de moneda disponible.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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7. LOS PESOS VACILANTES DE DRACMAS Y DENARIOS
7.1. La hegemonía de las dracmas
Los datos disponibles permiten perfilar los principales hitos metrológicos de las monedas peninsulares entre
los siglos V-I a.C. (Mora, 2006). Las emisiones de plata prerromanas ofrecen un panorama dominado por
modelos coloniales (Villaronga, 1998: 60; García-Bellido, 2000-2011: 556). El primer patrón metrológico
monetal de la Península fue el modelo foceo adoptado por Emporion (Ripollès y Chevillon, 2013: 3-8), que
pronto se modificaría por causas inciertas. Las ciudades púnicas de Ebusus y Gadir, y la ibérica de Arse,
siguieron modelos que no ejercieron influencia más allá de sus propios entornos. En un territorio carente
de influencias centralizadoras entre los siglos V-III a.C., la plata era escasa, circulaba localmente y, fuera
de sus ámbitos, se valoraba al peso, evitando los inconvenientes derivados de la existencia de diferentes
sistemas. La práctica de enfrentarse a una masa monetaria heterogénea y compleja sólo se produjo a partir
de la Segunda Guerra Púnica.
El referente metrológico más importante de los siglos anteriores a los romanos son las dracmas de
Rhode y Emporion, aparecidas en el tránsito de los siglos IV-III a.C. y acuñadas con un peso aproximado
de 4,7 g (fig. 2, nº 5 y 6). Cuando los romanos llegaron a la Península, adaptaron las dracmas de Emporion
en favor de sus intereses y los pueblos ibéricos hicieron lo propio.3 Al tiempo que se acuñaban las dracmas
de Emporion modificadas y las ibéricas de imitación, los romanos importaban sus nuevos denarios que
sustituían a los cuadrigatos-didracmas. La nueva denominación pesaba inicialmente unos 4,5 g (72 piezas
por libra), magnitud próxima a la empleada por las dracmas emporitanas, únicas monedas locales disponibles
en cantidades significativas y concebidas en el entorno romano. Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica
no mezclaron denarios romanos y dracmas autóctonas en cantidades significativas (Villaronga, 1993: nº
28-40). De hecho, se comprueba una presencia ocasional de denarios romanos en dichos conjuntos con
promedios metrológicos a veces bajos pero que, globalmente, se ajustan bien al peso teórico (Villaronga
1979: 255-256 y 1999). En el tesoro de Les Encies los pesos medios son de 4,61 g sobre 11 dracmas y
de 4,32 sobre 19 denarios (Campo, 1991: 176-178; Villaronga, 1979: 255). No hay coincidencia pero los
valores se encuentran próximos, sobre todo, entendidos como parte de una masa monetaria donde los
patrones se reconocían con dificultad más allá de su lugar de origen.
Zobel expresó su visión sobre la implantación del modelo romano: las dracmas emporitanas de
carácter más moderno no suelen pesar más de 4,5 gramos: de dracmas habían pasado a ser denarios
disfrazados (1878: 134). Desde la perspectiva emporitana, los romanos emulaban el peso de sus dracmas
que eran anteriores, con una rebaja prácticamente imperceptible. Y a la inversa, los romanos podían
asimilar las monedas de Emporion como unos denarios de calidad. En la masa monetaria del conflicto
resulta complicado que una diferencia de décimas de gramo marcase una distancia apreciable entre la
aceptación de unas y otras. El encasillamiento cultural y las categorías descriptivas actuales condicionan la
visión de un ambiente productivo complejo, alimentado por influencias recíprocas y sometido a exigencias
desconocidas. Cabe asimismo destacar la continuidad de Kose-Tarankon e Iltirta en la fabricación sucesiva
de dracmas y denarios (Villaronga, 1978 y 1983: 41-43). La consideración de la pieza de Iltirkesalir como
dracma se debe a su peso, pero si la tipología fuese el criterio clave, se podría describir como denario
pesado similar a los republicanos, hecho quizá fomentado por tratarse de una serie inaugural. A inicios del
siglo II a.C. dracmas de Emporion y denarios evolucionaron hacia un estándar más ligero.
3
Respecto al modelo seguido por Emporion y sus imitaciones se han establecido los siguientes patrones metrológicos: (1) 4,67 g
para las dracmas emitidas con anterioridad a la llegada de los romanos; (2) 4,62 g tras el desembarco de los romanos hacia 218
a.C., estándar próximo a las primeras series de denarios de 4,5 g; (3) 4,56 g para la dracmas de imitación ibéricas; (4) 4,14 g en
Emporion para el siglo II a.C. (Villaronga, 2002a: 108).
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7.2. Movimientos hacia un peso común
Tras la guerra el estándar metrológico romano acabaría imponiéndose. Pero Emporion y Arse conservaron sus
tradiciones metrológicas cuando las tendencias globalizadoras comenzaron a tomar fuerza. Ambas ciudades
emitieron dracmas al menos hasta mediados del siglo II a.C., manteniendo un modelo donde prestigio y
tradición prevalecieron sobre las supuestas ventajas de asimilarse al estándar del denario. Cambiaron la
metrología de su plata respecto a series precedentes, pero la mantuvieron ajena al patrón romano, quizá por
su localización costera, ajena a las necesidades de los contingentes militares; Emporion acuñó piezas de 4,15
g (Villaronga, 2002a: 54) y Arse de 2,49-2,69 g (Ripollès y Llorens, 2002: 156, nº 82-116) por influencia de
Massalia o con una convertibilidad de 2/3 respecto al denario romano (Ripollès y Llorens, 2002: 159-161).
Resulta complicado argumentar que estas elecciones tuviesen alguna desventaja práctica.
Las monedas ibéricas, celtibéricas y vasconas de plata se describen como denarios por su similitud con
el estándar romano. Otro planteamiento las relaciona con un estándar local, como una prolongación de las
dracmas de imitación, aunque admitiendo que la implantación del sistema bimetálico se debe a la influencia
romana y el final de la hegemonía emporitana (García-Bellido, 2000-2001: 563-564). Según Crawford los
denarios republicanos pesaron 4,5 g hasta el 211-208 a.C (RRC 111) y 3,86 g desde el 157-156 a.C. (RRC
197). Los tesoros peninsulares confirman el estándar elevado de 72 piezas por libra durante la Segunda
Guerra Púnica (Villaronga, 1999) y la reducción a 84 piezas por libra sólo se alcanzó tras una serie de
vacilaciones durante la primera mitad del siglo II a.C., ratificadas por los hallazgos de Hispania (Crawford,
1974: 594-595; Hildebrandt, 1991-1993: 205). Los tesoros en ocasiones escapan al modelo y revelan un
panorama más complejo con promedios inusitadamente bajos tanto en las primeras como en las últimas
series republicanas (Generoso, 1993; Duncan-Jones, 1995; Villaronga, 2002b: 39-42).
Se han identificado 21 cecas que acuñaron denarios, de las que 4 que además produjeron quinarios, su
valor mitad. La mayoría de emisiones se ajustan bien al estándar romano de 84 piezas por libra, aunque sus
pesos medios presentan oscilaciones notables que a veces carecen de una explicación cronológica, tal como se
ha observado para los denarios republicanos. Las primeras emisiones de denarios ibéricos presentan un peso
algo más elevado, en el entorno de los 4 g, coincidente con el romano de las primeras décadas del siglo II
a.C., circunstancia también comprobada en series más tardías, cuando Roma ya ha fijado su estándar en 3,86 g
(Villaronga, 1995a: 33-46; Gozalbes, 2009a: 95, tabla 8). Quizá algunas emisiones iniciales se cuidaron más y
reclamaron protagonismo ofreciendo piezas de un peso superior al común. Los primeros denarios de Turiasu,
que no deberían ser anteriores al 140 a.C., ofrecen todavía un promedio de 4,06 g (Gozalbes, 2009a: 185).
También en fechas tardías se comprueba que algunos promedios se encuentran muy por debajo de lo
que podría ser considerado normal. Las series de Sekobirikes, a falta de un estudio monográfico, rondan
los 3,5-3,6 g de promedio (CNH 5-10); por su parte, la última emisión de Turiasu presenta un sorprendente
promedio de 3,32 g (Gozalbes, 2009a: 92-94). Las diferencias de peso entre los denarios romanos de 3,86 g
y los llamados denarios ibéricos son inapreciables en la práctica. En relación con este peso teórico algunas
producciones locales fueron más pesadas, otras se ajustaron con gran precisión y la mayoría resultaron algo
más ligeras (fig. 12). No se puede suponer que su valor sobre el papel fue distinto.
Iltirta, Kese, Sesars y Turiasu acuñaron además quinarios, lo que aparentemente refuerza la integración
con la tradición monetaria romana. Su volumen de emisión no fue apreciable ni en Roma ni en la Península,
pero el hecho de que una de las variantes acuñadas por Turiasu reprodujese con fidelidad el diseño de un
denario romano constituye otra prueba de la sintonía romana de estas producciones locales (Gozalbes, 2009a:
47-49, 167-168). Las autoridades emisoras establecían patrones monetarios y la disciplina numismática se
afana por identificarlos. Pero la realidad es que cualquier usuario podía encontrarse con pesos notablemente
dispares ante piezas acuñadas incluso por la misma pareja de cuños. Las operaciones de pago no sólo estarían
condicionadas por los patrones metrológicos vigentes. Y con la acumulación de monedas en circulación de
diferentes períodos y talleres, los pesos individuales, el desgaste o la calidad metálica pudieron ser factores
más importantes a la hora de tomar decisiones que los propios estándares teóricos.
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293
De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
4,5 g
3,86 g
sedetanos
belos
lusones
ausetanos
arévacos
ilergetes
Kelse
Arsakoson
Baskunes
Arsaos
Bentian
K. Karbika
Sekotias
Kolounioku
Oilaunikos
Arekorata
Sekobirikes
Turiasu
Sekaisa
Sekia
Belikiom
Bolskan
Sesars
Iltirta
carpetanos
celtíberos
suessetanos
Dracmas Pegaso
Dracmas modificadas
Dracmas ibéricas
Dracmas siglo II a.C.
Kese
Ausesken
?
vascones
Ikalesken
kesetanos
RRC 101
4,5 g
211-210 a.C.
3,9 g
RRC 187
169-158 a.C.
Fig. 12. Pesos de dracmas y denarios por etnias y emisiones (según Villaronga, 1995a, y trabajos citados en el epigrafe 2.1)
junto a la reducción del peso teórico de los denarios romanos segun los datos del catálogo de Crawford (1974).
8. EL DENARIO, UN MODELO SIN ALTERNATIVAS
8.1. ¿Un proceso sin interrupciones?
Los denarios ibéricos se han estudiado como un fenómeno independiente de las acuñaciones realizadas
durante la Segunda Guerra Púnica. Durante este conflicto se desarrollaron prácticas monetarias novedosas y
cabe pensar que el denario se inscribió en el nuevo modelo administrativo provincial como una prolongación
de esta experiencia, más que como resultado de una nueva política monetaria. Dracmas emporitanas e
imitaciones ibéricas habían jugado un papel trascendental en la financiación bélica, quizá similar al que
desempeñaron los denarios locales en décadas posteriores. La administración romana debió ejercer algún
control sobre este nuevo modelo; no se explica fácilmente que durante dos décadas a lo sumo, cerca de
un centenar de talleres ibéricos llegasen a producir sus propias dracmas de imitación con una metrología
homogénea y que, más tarde, a lo largo de 125 años, sólo 21 ciudades se animasen a acuñar denarios.
Tras la exigente tarea de retirar la plata empleada durante la guerra, los denarios romanos se
convirtieron en el único sistema de referencia para la plata y las nuevas emisiones locales se ajustaron
a esta metrología. Lo cierto es que la situación política no dejaba demasiado margen a una alternativa
mejor. García-Bellido defiende el iberismo de todos los patrones locales incluida la plata y considera
improcedente la expresión denario ibérico (2000-2001: 563-564). Pero los denarios romanos debieron
tener el mismo valor que la plata local en condiciones normales, por lo que un debate terminológico no
deja de ser una trampa. La única característica objetiva que podría conducir a una valoración desigual de
dichas producciones se debería a su diferente pureza, más que a sus diferencias de peso. Sin embargo, los
tesoros no avalan una selección de piezas y resulta difícil entender cómo los usuarios comunes podrían
tomar decisiones razonadas en relación con estas cuestiones.
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294
M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Un debate en plural sobre el origen de los denarios ibéricos resulta artificial. Como ya se ha indicado, Iltirta
pudo tomar esta decisión en solitario desde fechas tempranas casi enlazando con la producción de dracmas.
¿Siguieron Kese o Ausesken sus pasos de inmediato? ¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que otros talleres de
Suesetania o de la Celtiberia se incorporaron a esta moda? ¿Necesitaron el permiso romano? ¿Se produjeron
interrupciones una vez iniciadas las emisiones? Diferentes propuestas coinciden en situar los primeros denarios
ibéricos en la primera mitad del siglo II a.C., pero la ausencia de tesoros en estas décadas siempre ha constituido
un obstáculo para lograr una mayor precisión cronológica. Pero el eslabón clave entre dracmas y denarios
ibéricos lo proporcionan las series de Iltirkesalir e Iltirtasalirban (García-Garrido y Montañés, 2007). Ambas
producciones se sucedieron posiblemente con una cierta continuidad, incluyendo una renovación tipológica
tan significativa como la metrológica. Quizá incluso las últimas producciones de dracmas se solaparon con
las primeras tentativas de acuñar denarios. Para Villaronga la emisión de Iltirkesalir era anterior a las dracmas
ibéricas de imitación (1979: 55), admitiendo de algun modo que se integraba en la tradición de las dracmas
a pesar del cambio de tipología (García-Bellido, 2000-2001: 564). Resulta peligroso encasillar actualmente a
partir de categorías que quizá forman parte de una realidad ambigua y compleja, desligada de una aplicación
rígida de los estándares. Precisamente Iltirta y Kese ya habían acuñado dracmas y divisores durante la guerra.
En el primer caso la producción fue variada y posiblemente regular, dando a entender que acuñarían denarios a
la primera oportunidad que se presentase. ¿Necesitaron esperar un permiso especial? En ciudades afines a los
romanos como Emporion y Arse no se ha planteado por las mismas fechas una interrupción de las emisiones.
El establecimiento de una nueva tipología pudo tener mayor significación que el cambio metrológico.
En la moneda de Iltirkesalir aparece un jinete y por lo tanto sería prácticamente equivalente a un denario de
peso elevado. Ciertamente ninguna serie local de denarios volvió a reproducir un peso tan elevado, dato de
importancia relativa si se piensa en la evolución del estándar romano. Hay también un argumento epigráfico que
refuerza la idea de continuidad. El término ibérico salir aparece sobre monedas de diferente peso, y por tanto
no guarda relación con ninguna denominación concreta. Se interpreta como una referencia genérica al dinero
o a la moneda (Fletcher, 1989 y 1990; Velaza, 1996: 56), pero como no aparece sobre bronces se le supone un
significado próximo a la plata (Ferrer i Jané, 2012: 40-41). Se utilizó con intensidad a finales del siglo III a.C.
sobre las dracmas que presentan los epígrafes iltirtasalir, belsesalir, tarankonsalir, salirban, sokesalir y erusalir
(ACIP 348-351, 361, 371, 362, 369, 370, 395), sobre la emisión de iltirkesalir (ACIP 280), sobre la hemidracma
kesesalir (ACIP 1104) y, finalmente, sobre los denarios de Iltirtasalirban (ACIP 1233, 1234, 1242, 1248). Este
término se asoció a unas monedas que formaron parte de una masa monetaria diversa y complicada. En estas
circunstancias es posible que fuera más relevante el término genérico que el peso concreto de la pieza. Desde
una perspectiva epigráfica este hecho otorga a todas estas piezas una unidad incontestable. Además de esto, la
dracma de Iltirkesalir y los denarios de Ausesken comparten los signos ban como marca de anverso, leyenda
quizá sin valor fonético, donde ba podría expresar la idea de unidad y n un valor desconocido (Estarán, 2013:
66-68). En los plomos escritos aparecen trazos verticales paralelos de idéntico trazado a la ba, muy comunes
como registro contable, incluso acompañados del término salir en el ejemplo de Los Villares (Fletcher, 1990:
88). Esta lectura aproximaría el valor de ambas piezas aunque no pesaran lo mismo. Los denarios romanos con
la marca X tampoco cumplían la deseada regularidad metrológica. El hecho de que la marca ban aparezca sobre
dos divisores deja por supuesto el tema abierto (ACIP 281-282).
Las 21 cecas ibéricas, celtibéricas y vasconas que emitieron plata se concentraron en el cuadrante noreste
y en los valles del Ebro y del alto Duero. Aunque pertenecieron a diferentes grupos étnicos, se refieren
tradicionalmente bajo el ambiguo epígrafe denarios ibéricos, denominación precisa sólo en un sentido
epigráfico o geográfico. En muchos casos sus localizaciones son aproximadas o inciertas, aunque la mayoría se
alinean en los márgenes del Ebro, a cierta distancia del curso principal. Importantes cecas como Sekobirikes,
Baskunes, Arekorata, Arsaos o Turiasu sólo se conocen por sus monedas. No son recogidas por ninguna fuente
clásica y los criterios arqueológicos, lingüísticos o numismáticos basados en los hallazgos todavía no permiten
siquiera sugerir la localización precisa de algunas de estas ciudades. Bolskan, latinizada como Osca, es la
única de todas ellas mencionada por las fuentes por su condición de capital sertoriana (Plut., Sert. 14 y 25).
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
295
Los denarios peninsulares de celtas, iberos o vascones muestran singularidades en los detalles, pero su
modelo principal compartido es resultado de influencias externas posiblemente de índole romana (Burnett, 1987:
39). Todos ellos adoptaron diseños similares (cabeza masculina/jinete), el signario ibérico para sus leyendas y
un mismo estándar metrológico ¿Por qué pueblos tan distintos a priori compartieron estos diseños? Los tipos
principales se antojan relacionados con dioses o héroes de origen local (Almagro-Gorbea, 1995; Arévalo, 20022003 y 2003), quizá con una lectura no exclusivamente militar (Gozalbes, 2006), aunque su indefinición ha
permitido entenderlos también como temas provinciales romanos (Paz y Ortiz, 2007). Llama poderosamente la
atención que las variantes tipológicas de reverso escogidas por cada ceca nunca se modificasen (fig. 17).
La introducción del denario hay que situarla en su contexto, recordando el importante papel de las
dracmas precedentes y la posibilidad de que emisiones de bronce de Kese o Iltirta anticipasen los diseños de
los denarios o los acompañasen desde un principio. Se podría discutir si el caso fue diferente en la cecas de
nueva creación, pero entonces el debate se limitaría a determinar si la creación de cada nuevo taller exigía
de un permiso especial. Presuponer condiciones y decisiones que condujesen a la introducción del denario
no deja de ser un actualismo. ¿Interrumpió la propia Roma sus emisiones cuando adoptó el denario?
8.2. La datación de los denarios
La polémica sobre la datación de los denarios ibéricos resulta artificial, ya que una sola emisión antigua y
aislada desmontaría cualquier explicación de tipo global. Se admite por consenso que los denarios autóctonos
se acuñaron de forma progresiva y que abundaron particularmente entre finales del siglo II a.C. y comienzos
del siglo I a.C., aunque la datación de las primeras emisiones ha sido objeto de propuestas muy diversas (fig.
13). Los talleres que emitieron plata aparecieron en el este de la Península, avanzaron progresivamente hacia
el oeste, y hacia el alto Duero su expansión quedó frenada. Dificultades en el aprovisionamiento de plata
pudieron condicionar o limitar las posibilidades de creación de unas cecas que en ocasiones acuñaron grandes
cantidades de plata, mientras que en otras realizaron producciones modestas o incluso anecdóticas.
La secuencia de producción comienza sin duda con las cecas de Iltirta, Kese y Ausesken a las que debieron
seguir Sesars y Bolskan. Estos talleres realizaron las series más antiguas, cuyo rasgo común más evidente es la
leyenda curva, salvo en el caso de Kese por razones obvias de brevedad, aunque algunos cuños apuntan dicha
tendencia (Villaronga, 2002b: 35, nº 44-46). Esta disposición curva sigue la tradición de las dracmas, hecho
que refuerza la idea de una continuidad de concepto. Las leyendas horizontales posteriores se asemejan más al
modelo romano, disposición casi exclusiva de las grandes series posteriores de denarios.
La ordenación relativa de Villaronga, con ligeras matizaciones, constituye una propuesta razonable para
apuntar un posible orden de apertura de talleres (1995a: 67-68). Sus diferentes fases de actividad o capacidades
de producción son cuestiones que complican el panorama y en las que no cabe entrar. Las series más antiguas,
se remontan a principios del s. II a.C. y corresponden a ilergetes, kesetanos, ausetanos y suessetanos (Burillo,
2002: 211-212; Pérez Almoguera, 1996; Villaronga, 2004: 134-135). Las cecas de celtíberos y vascones no
aparecieron hasta mediados del siglo II a.C. Es posible que los talleres más antiguos se relacionen con una
situación de necesidad ya que, como señala Crawford, los denarios romanos no llegaron a Hispania durante
las dos generaciones posteriores a la Segunda Guerra Púnica (1985: 93), a pesar de que los tesoros sugieren
que sólo desde el 140 a.C. llegaron en cantidades significativas (Ripollès, 1984: 106). Aunque los salarios
legionarios se pagasen en bronce el sistema era bimetálico y necesitaba monedas de plata.
El estilo compartido para Iltirkesalir e Iltirtasalirban es una prueba incontestable de la continuidad dracmasdenarios (García Garrido y Montañés, 2007) y quizá demuestra la adopción del nuevo sistema metrológico
al margen de mandatos globales o de cambios de autoridades. Siendo obra del mismo artista no pudo mediar
excesivo tiempo entre la acuñación de ambos valores. El tesoro de Armuña de Tajuña fechado hacia el 205-200
a.C. (Ripollès, Cores y Gozalbes, 2009: 171) incluye en un lote todavía inédito un fragmento de una dracma de
Iltirkesalir emitida con los mismos cuños que la pieza de París, lo que ratifica la antigüedad de la serie.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
A
Baskunes
222
Bentian
18 Arsaos
?
90
Oilaunikos Arsakoson
10 ?
Sekobirikes
137
Arekorata
?
551
Sekia
267
Kolounioku
34
Sekotias Turiasu
4
2
Bolskan
5
Sesars
Ausesken
145
4
360
Iltirta Iltirkesken
Sekaisa
20
68
Belikio Kelse
37
1
Kese
1
33
Konterbia Karbika
18
Ikalesken
53
?
B
Localización incierta
Konterbia Karbika
Arekorata Oilaunu
Turiasu Baskunes
Bolskan
Sesars
Iltirkesken
Iltirta
218 a.C.
200
Crawford
(1969: 82)
Knapp (1977: 12)
Villaronga
199-170 a.C.
(2004: 134)
Ripollès
200-175 a.C.
(2005a: 196)
Zobel (1878: 137)
Sekaisa
Ausesken
Kelse
Ikalesken
180
160
Hill 175-133 a.C.
(1958: 58)
Jenkins
(1958b: 143)
Arsaos
Sekia
Belikiom
140
Bentian
Arsakoson
120
Amorós (1957: 62)
Domínguez (1998: 192)
Campo 155-133 a.C. (2000: 62-63)
Kolounioku
Sekotias
Sekobirikes
100
72 a.C.
Kese
Jenkins (1958a: 58)
Crawford (1985: 95)
Beltrán (1986: 898; 1998: 112)
García-Bellido (1993: 109)
García-Bellido y Blázquez (2001: 74)
Fig. 13. A) Iltirkesken y las cecas de denarios con estimación de cuños de anverso según síntesis de Villaronga (1995: 7576) y monografías (Villaronga, 1983: 97; Gomis, 2001: 98; Abascal y Ripollès, 2000: 30; Collado, 2000: 104; Gozalbes,
2009a: 161: Villaronga, 1988: 63). B) Propuesta de inicio de emisiones de denarios con tamaño proporcional a su volumen
de producción junto a las principales dataciones realizadas sobre la cronología inicial de los denarios ibèricos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
297
Fig. 14. Denario de Kese del tesoro
del Francolí. 4,19 g (col. F. Suárez, exAureo & Calicó 3/12/2013, nº 1364 =
Villaronga, 2002: nº 37).
Los denarios de Iltirtasalirban son escasos en los tesoros, pero revelan unas pautas singulares. Su
presencia se constata en dos tipos de tesoros ocultados en diferentes períodos; en conjuntos presumiblemente
antiguos donde los elementos de datación absoluta son inexistentes,4 y en hallazgos tardíos donde sólo
aparecen ejemplares aislados fruto de una circulación residual.5 En los antiguos, las piezas de Iltirtasalirban
son abundantes y aparecen en compañía de monedas de Sesars y, ocasionalmente, de Kese y Bolskan. Por
el contario, los tesoros recientes, de finales del siglo II a.C. y comienzos del siglo I a.C. sólo proporcionan
ejemplares aislados. En estos últimos conjuntos las piezas de Iltirtasalirban aparecen en compañía de series
republicanas de cierta antigüedad. El estudio de cuños de las series de Iltirtasalirban demuestra que se
produjeron en cantidades importantes.6
El tesoro de Francolí confirma que los denarios de Kese circulaban en el primer cuarto del siglo II a.C.
(Villaronga, 2002b: 39). Los 10 ejemplares que contiene aparecen poco gastados y su ejemplar más antiguo
según la ordenación de cuños se corresponde con la entrada nº 11 de su catálogo monográfico (Villaronga
1983: 146; Villaronga, 2002b: 30) (fig. 14). Sin ser las piezas más antiguas de Kese, presentan un promedio
de 4,08 g, superior a la cifra de 3,98 g calculada para toda la serie (Villaronga, 1983: 44). Aunque los 10
primeros emparejamientos estén ausentes en el tesoro, su estilo es similar y no cabe a priori atribuirles
una cronología muy distinta. Los denarios republicanos más recientes del conjunto son emisiones de una
cronología poco precisa entre los años 179-170 a.C. (RRC 162, 164 y 169). Cabe señalar que las primeras
3 parejas de cuños de Kese aparecen aisladas del resto de la cadena en la monografía de Villaronga (1983:
45). El primer cuño de anverso, del mejor estilo, sería posiblemente el que apareció en Hostalrich según
la noticia de Guadán que lo describe con pendiente (Villaronga, 1966: 303-304; Guadán, 1969: 92). La
proximidad formal entre Kese y Ausesken sugiere una cronología próxima para ambas.
4
Hay tres conjuntos cuya cronología parece antigua pero que no cuentan con presencia de moneda romana que permita confirmarlo.
El tesoro de Hostalrich cuenta con una bibliografía confusa (Mateu, 1951: 237, HM 444; Guadán, 1969: 92, nº 41), pero según
su descripción más reciente incluiría 2 denarios de Kese, 60 de Sesars, 1 de Bolskan (con leyenda circular, CNH 211/1), 3 con
leyenda Iltirta y 170 con la leyenda Iltirtasalirban (Villaronga, 1978: 32). En este caso la selección de cecas y emisiones constituye
de por sí un indicio de antigüedad. El segundo tesoro, procedente de Altorricón, estaría compuesto por más de 500 denarios, en su
mayoría de Iltirtasalirban, pero no hay más datos ya que se remonta a la publicación de Lastanosa (1645: 61-62). El tercer caso,
el conjunto de Alto Ebro, es peculiar ya que en todos los ejemplares son forrados (García Garrido, 1985). Se trata de un hallazgo
único, donde cabe especular hasta qué punto su propietario era consciente de esta singularidad. Lo componen 40 ejemplares de
Iltirtasalirban junto a 8-10 de Sesars.
5 Hay un ejemplar de Marrubiales de Córdoba que Jenkins considera como el más gastado (1958a: 59, lám. xiii, 1; Chaves, 1996:
93-104), otro de Salvacañete en paradero desconocido (Cabré, 1936; Gómez Moreno, 1949: 182; Villaronga, 1993: 42, nº 63),
un fragmento de tipología discutible de Almadenes de Pozoblanco (Chaves, 1996: 118, nº 103), y un ejemplar perdido de Torres
/ Cazlona 1618 (Delgado, 1871: 149-159; Zobel, 1878: 196-197). Los denarios republicanos más antiguos de Salvacañete,
Almadenes de Pozoblanco o Cazlona se fechan a finales del siglo III a.C. (Marcos et al., 1998: 257). Lamentablemente las
circunstancias de publicación impiden realizar una comparación de desgaste entre los ejemplares de Iltirtasalirban y estas piezas.
6 Grupo 7, el más antiguo de Villaronga, con un rizo de gancho hacia abajo, con 36 cuños de anverso y 41 de reverso sobre una
muestra de 85 monedas (Villaronga, 1978: 37-38); 4 de anverso y 4 de reverso para el grupo 13 con una muestra de 4 ejemplares;
20 cuños de anverso y 29 de reverso para el grupo 14 para una muestra de 129 denarios (Villaronga, 1978: 36).
APL XXX, 2014
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298
M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Sesars tuvo que acuñar también en fechas tempranas (Villaronga, 1995a: 17). Los tesoros de Hostalrich
y Alto Ebro sitúan sus emisiones junto a las series catalanas antiguas (Villaronga, 1966: 302-304; García
Garrido, 1985), aunque el primero se haya fechado a mediados del siglo II a.C. (Domínguez, 1991: 195).
Resulta sorprendente que estos dos tesoros sean los únicos conocidos con denarios de Sesars. Según las
estimaciones de Villaronga se utilizaron alrededor de 145 cuños en su producción, cifra que supera los cuños
calculados por este mismo autor para Kese (31), Iltirta (67), Ikalesken (52), Arsaos (90) o Sekobirikes (136)
(Villaronga, 1995a: 75-76). La ausencia de unos denarios tan abundantes en los tesoros de finales del siglo
II a.C. certifica su antigüedad e incluso sugiere que pudieron ser objeto de una desmonetización puntual o
progresiva. ¿Formaron parte los denarios de Iltirtasalirban o Sesars de alguno de los botines descritos por
Livio? En el 180 a.C., fecha del último botín, sin duda ya circulaban algunos denarios ibéricos. Otro vínculo
característico entre estas series antiguas, salvo en Kese, es la presencia de leyendas secundarias similares y
con elementos comunes. Sobre sus anversos aparecen las leyendas ban (Iltirkesalir, Ausesken) o bon (Sesars,
Bolskan), donde el elemento leído como ba podría ser un ideograma con el sentido de unidad (Estarán, 2013:
67 y 69). Entre las restantes 15 cecas que acuñaron denarios posteriormente, la única leyenda secundaria
repetida por dos talleres diferentes es benkota (Baskunes y Bentian) y resulta complicado hallar similitudes
entre el resto. Quizá Arsakoson expresó un concepto similar al utilizar en solitario el signo ba.
La datación de los últimos denarios es un asunto menos debatido. Existe consenso acerca de que los
tesoros de las guerras sertorianas incluyen las últimas series de denarios locales (Crawford, 1985: 210). La
idea de un punto final para estas emisiones tiene también un valor relativo, puesto que numerosos talleres
ya habían concluido sus emisiones de plata mucho antes de este episodio (casos claros como Kese, Iltirta,
Ausesken, Sekaisa o Sesars). Así como la apertura de talleres fue progresiva, su cierre simultáneo se ha
entendido como una imposición romana consecuencia del apoyo que habían prestado a la causa sertoriana.
El estudio de Turiasu revela que sólo tres parejas de cuños del estilo final no aparecen en ninguno de los
tesoros conocidos; las monedas de estos cuños podrían ser las únicas posteriores al conflicto de entre toda
la colosal producción de este taller (Gozalbes, 2009a: 148). Quizá no debería plantearse como un cese
simultáneo de la actividad de todos los talleres. Igual que su incorporación a las emisiones fue progresiva,
su cese de actividad debió producirse de modo similar.
Los tesoros ratifican que estas producciones no sobrepasaron las guerras sertorianas. No obstante la
cronología tradicionalmente sertoriana de muchos de ellos también se ha puesto en duda (Rodríguez, 2009).
Los tesoros sin moneda romana y con denarios ibéricos de los talleres de Bolskan, Turiasu, Sekobirikes,
Baskunes o Arsaos hasta hace poco se asignaban directamente a este conflicto. Sin negar que muchos de ellos
pertenezcan a estos años, lo cierto es que algunos son algo anteriores o posteriores. Esta datación tradicional
reposa sobre la supuesta lealtad de las cecas adheridas a la causa de Sertorio, idea muy influenciada por el
hecho de que sus tropas se habrían financiado con plata ibérica; cecas como Bolskan, Turiasu o Sekobirikes
habrían servido a su causa (García-Bellido, 2005: 34). No se puede discutir que estas monedas fueron el medio
principal para financiar el conflicto, porque acuñadas desde las décadas precedentes constituían el núcleo de
la masa monetaria. Posiblemente la moneda pre-sertoriana en circulación resultaba de por sí suficiente para
cubrir una buena parte de los costes del esfuerzo bélico. La meta sería identificar los cuños que pudieron
haber estado en funcionamiento en época sertoriana, labor que se revela complicada, fundamentalmente por
la ausencia de tesoros con moneda romana que permitan discriminar aquellas monedas que ya circulaban en
los años inmediatamente anteriores a la guerra.
Otra cuestión es que, además, no hay ninguna prueba de que dichas emisiones tuviesen una significación
más allá de la estrictamente económica. Si la plata local se hubiera erigido en algún momento como símbolo
de la resistencia frente a Roma, las autoridades podrían haber considerado retirarlos de la circulación tal y
como hicieron tras la Segunda Guerra Púnica. Los tesoros sugieren que no hubo atisbo de desmonetización
y que continuaron circulando con normalidad al menos hasta las guerras civiles, en contextos donde el
protagonismo de las piezas importadas era cada vez mayor (fig. 10). Dicha realidad delata la mentalidad
práctica de la metrópoli frente a una masa monetaria bien organizada y probada durante décadas. Si el
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
299
Fig. 15. Dracma de Iltirta (col. particular).
recuerdo de Sertorio hubiera permanecido en las monedas, Roma podría haber actuado de una forma similar
a como lo hizo tras la Segunda Guerra Púnica. Sertorio pudo servirse circunstancialmente de algún taller,
pero no de todos. Carece de lógica pensar que algunas ciudades con tradición pudieran ver comprometida
su autonomía por emisiones que tampoco constituían una novedad palpable. Resulta más prudente pensar
que el cese responde al cierre de una etapa. Las emisiones pudieron verse precipitadas a su fin precisamente
por la gran cantidad de moneda acuñada en décadas precedentes a la que se sumó la importada por los
romanos para afrontar el esfuerzo bélico, incrementada por la acuñada aquí (RRC 366, 393). Si la moneda en
circulación cubría las necesidades de Hispania no hacía falta acuñar más. En este contexto, si los auxiliares
se habían financiando hasta entonces con emisiones de denarios ibéricos, hubo que pensar en organizar a
partir de entonces otro modelo de financiación.
El nuevo tipo con cabeza masculina y jinete en diferentes variantes se presta a lecturas diversas en torno
a las ideas de autoridad y del héroe fundador (Almagro-Gorbea, 1995; Arévalo, 2003). Habrá que determinar
en cada ceca si se adoptó antes sobre denarios o sobre bronces. En las producciones de Iltirta y Kese, algunos
bronces del jinete podrían ser contemporáneos de los denarios con el mismo diseño, significando en última
instancia que su aplicación sobre la plata no resultaría estríctamente novedosa (Villaronga, 1978 y 1983).
Pero incluso en esta cuestión existe un singular precedente con dracmas de Iltirta donde de forma excepcional
se utiliza una cabeza masculina (ACIP 343-345; Villaronga, 1998; nº 192-196, lám. XVIII; García Garrido y
Montañés, 2007: 46 y 50). Esta representación masculina no aparece sobre ninguna otra dracma aunque sí es
frecuente en divisores. ¿Podría ser este diseño una anticipación del personaje de los denarios? (fig. 15).
9. EL METAL
9.1. La materia prima
Los autores clásicos recogen diversas noticias sobre la riqueza de las explotaciones mineras peninsulares
(Davies, 1935: 94-139). Hispania fue un importante centro productor de plata, fundamentalmente en la forma
de galena argentífera (Domergue, 1990: 8, 71-75). Las minas más ricas estaban localizadas en Carthago Nova
que proporcionaba unos nueve millones de denarios al año (Estrabón, 3, 2, 10; Blázquez, 1978: 32-35). Esta
actividad también quedó plasmada en tipos monetales, téseras de plomo, marcas y contramarcas (García-Bellido,
1986; Arboledas, 2010: 49-53). Las explotaciones del distrito minero del sur, quizá gestionadas por societates
publicanorum, cuentan con un amplio refrendo arqueológico (Richardson, 1976; Domergue, 1990; Arboledas,
2010: 133-139). Las emisiones hispano-cartaginesas o el taller púnico de Gadir pudieron beneficiarse de la
proximidad de estas fuentes (Villaronga, 1973: 92-93; Alfaro, 1988: 56, nota 186). Sin embargo, no hay indicios
de actividades mineras en el entorno de las cecas de plata ibéricas, celtibéricas y vasconas. En estos ámbitos
los estudios se han afanado por localizar minas de plata próximas a las cecas que acuñaron dracmas o denarios,
cuyo abastecimiento desde el sur parece demasiado costoso y complicado. Hay propuestas para identificar
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
minas de plata en los ámbitos ibérico o celtibérico, que han permitido sugerir fuentes de aprovisionamiento
como la Sierra Calderona para Arse o Valdeganga para Turiasu (Ripollès y Llorens, 2002: 162-164; Gozalbes,
2009a: 164), propuestas que en ningún caso resultan concluyentes. Las posibilidades calculadas para los filones
celtibéricos en su conjunto sobrepasarían las necesidades de metal de los talleres de su entorno; la estimación
para el total de la plata acuñada por Turiasu ronda las 40 toneladas, mientras que el conjunto de minas de la
Celtiberia pudieron llegar a proporcionar 4.000 toneladas (Gozalbes, 2009a: 163; Sanz, 2003: 42).
Transporte y almacenamiento del metal debieron ser asuntos de capital importancia en la planificación
de emisiones. Establecer un aprovisionamiento común para todas las emisiones carece de sentido. Tuvieron
que existir fuentes primarias de importancia diversa y con un recorrido temporal desigual. Quizá los análisis
isotópicos de filones y monedas permitan establecer asociaciones factibles entre cecas y minas, aunque estos
datos pueden resultar de escasa utilidad si los talleres recurrieron al reciclaje para obtener sus cospeles. El
aprovisionamiento metálico basado en el reaprovechamiento de objetos y monedas debió jugar un papel
destacado (Montero, Pérez y Rafel, 2011), especialmente en períodos conflictivos cuando los botines eran
abundantes. Esta práctica se habría verificado en Emporion, donde los análisis de dos dracmas tardías
sugieren un aprovisionamiento metálico heterogéneo (Castanyer et al., 2008: 290-291).
Las minas del sur, cuentan con un amplio refrendo arqueológico, pero al norte no se han localizado
explotaciones de plata comparables. Parece poco sostenible que los indígenas pudiesen explotar y conservar
recursos mineros provechosos en contra de los intereses romanos, siendo éstos además uno de los principales
objetivos de los conquistadores. La logística de almacenaje se ha estudiado para diferentes metales, pero no
para la plata (Rico, 2011), producto que exigiría de unas condiciones de seguridad particulares.
Las poblaciones autóctonas estuvieron familiarizadas con la plata en bruto y trabajada, tal y como
demuestran los tesoros de diferentes territorios entre los siglos IV y I a.C. (fig. 4, 6, 8 y 10). Un receso en
este ambiente de abundancia de plata pudo acontecer después de la Segunda Guerra Púnica, cuando fueron
remitidas a Roma grandes cantidades de este metal. Este saqueo mermó sin duda las reservas peninsulares
durante algunas décadas (Ripollès, 2000: 334-335; Cadiou, 2008: 490-491). Tras estos envíos masivos las
autoridades romanas de Hispania podrían haber considerado la oportunidad de establecer mecanismos para
convertir la plata en moneda, evitando así los costes y riesgos de su transporte a Roma. Cadiou se muestra
reticente a que el Senado dejase margen a este tipo de actuaciones (2008: 546).
La moneda en circulación también pudo servir como fuente de plata. Una retirada selectiva de piezas pudo
resultar provechosa en determinadas circunstancias ya que era un recurso accesible de calidad contrastada.
Emporion cuyo estándar sufrió una reducción considerable pudo aprovecharse de esta circunstancia, haciendo
acopio de emisiones antiguas para acuñar otras más ligeras o de peor calidad metálica. En Turiasu las monedas
de peso elevado pudieron emplearse para acuñar nuevas series bajo un estándar más ligero (Gozalbes, 2009a:
106). El margen pudo llegar a ser amplio ya que el promedio de sus series se rebajó progresivamente desde los
4 g hasta 3,32 g. Esta práctica se vería dificultada por la dispersión y el atesoramiento de las series antiguas.
La reacuñación pudo ser un recurso en situaciones de premura o cuando intereses políticos aconsejasen una
intervención de este tipo. Sobre el bronce las evidencias son múltiples (Ripollès, 1995), sin embargo todavía
no se ha identificado este aprovechamiento sobre piezas de plata. Algunos denarios conservan sutiles relieves
sobre los fondos lisos que sugieren la existencia de un diseño previo pero en ningún caso ha sido posible la
identificación de un soporte objeto de este aprovechamiento (Gozalbes, 2009a: fig. 101). Supondría un ahorro
de trabajo pero obligaba a asumir unos costes como parte de un proceso que no aportaba valor añadido.
El verdadero problema reside en identificar quién aportaba el metal necesario para acuñar. Las ciudades
aparecen como titulares de las emisiones según indican las leyendas pero quizá se integraron en unos
circuitos donde la transferencia de riqueza implicaba a otros agentes, presumiblemente romanos. Al menos
las series voluminosas, resultan excesivas como pagos o contribuciones cívicas, con una prolongada
producción que obliga a descartar un carácter puntual. Y su caracterización como contribuciones étnicas
no cuenta con avales de ningún tipo. La producción de Emporion se muestra claramente desligada de un
modelo cívico y el resto de talleres de denarios parecen encajar en el mismo patrón.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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9.2. Ley metálica y denarios forrados
Las diferencias de peso pudieron tener una importancia menor frente a la existencia de aleaciones de calidad
dispar. Fraccionarias y dracmas de Emporion se fabricaron con una plata de una pureza superior al 98%
(Campo, 2000) y las series bárcidas parecen ofrecer una calidad elevada (Serafin, 1983). La pureza de los
denarios republicanos del 211-170 a.C. supera el 96% y durante el período 169-81 a.C. se eleva por encima
del 97% (Walker, 1980: 58 y 61). Las emisiones republicanas de época de Sertorio también mantienen una
pureza del 97% (Hollstein, 2000: 115). Los análisis realizados sobre denarios locales apuntan una pureza
algo inferior, entre el 85 y el 95% (Serafin, 1988; Parrado, 1998; Gozalbes 2009a: 130). Esta diferencia
podía proporcionar un beneficio notable a sus responsables. No se puede descartar que esta diferencia de
calidad tratase de evitar la salida de Hispania de dichos denarios.
Los denarios forrados autóctonos constituyen un legado de gran interés, que todavía no ha recibido la
atención que merece. Sus calidades son diversas pero se sabe muy poco sobre su composición o las técnicas
empleadas en su producción. La fábrica de algunos de ellos es tan notable que incluso hoy día deben pasar
desapercibidos como si fueran oficiales, ya que ni su apariencia ni su peso ofrecen indicio alguno de fraude.
Los denarios republicanos forrados cubrieron sus núcleos mediante un forrado con una capa o película de
plata o mediante un baño de cobre-plata (Zwicker, Oddy y La Niece, 1993: 244). Los romanos sabían llevar
a cabo una cuidadosa preparación del núcleo, mientras algún ejemplo celta que se ha estudiado revela una
técnica menos esmerada (Anheuser y Northover, 1994: 29).
En 1972, Cope sostenía que algunas de estas monedas forradas pudieron ser un producto oficial (1972:
265), idea que ya contaba con alguna tradición (Crawford, 1968: 55, nota 1). Crawford consideró que los
denarios republicanos forrados fueron en su totalidad obra de falsarios, si bien precisaba que en el caso de
encontrarse enlaces de cuños, la naturaleza oficial de dichas imitaciones debería replantearse (1968: 56).
De ser consideradas como el producto de cuños oficiales, ¿eran consentidas por las autoridades o fueron
el fruto de los trabajos ocasionales de algunos operarios? El hecho de que una misma pareja de cuños
proporcione ambas calidades invita a pensar en una actividad encubierta ocasional. La clave del asunto
reside en discernir, cuando los cuños coinciden, si se utilizaron directamente los originales o si se realizó
una copia mecánica de los mismos mediante una impresión en cera de una pieza original, convertida en un
molde de arcilla donde a su vez se fundiría el cuño (Crawford, 1968: 57). Abrir cuños nuevos de calidad y
buena apariencia exige de una cualificación quizá lejos del alcance de un taller de falsarios.
El tránsito entre dracmas y denarios sí que muestra en este sentido una diferencia importante. Las
dracmas ibéricas de imitación forradas son absolutamente excepcionales, mientras que los denarios que
presentan esta irregularidad son muy abundantes, incluso desde fechas tempranas. Zobel pensaba que
estos denarios forrados eran un producto romano de menor calidad (1878: 149-150). Las relaciona con
apuros financieros y afirma que hay series enteras, como la de Ilerda, en que apenas hay una pieza que
no oculte bajo la capa de plata un alma de cobre o hierro (Zobel, 1878: 68). M. Pina publica en su web
una pieza forrada de Arsaos que parece compartir cuño de anverso con 4 ejemplares oficiales, deduciendo
por detalles de su fábrica que la pieza forrada es anterior a las oficiales y proponiendo que los operarios
o los responsables de la ceca pudieron estar implicados en su fabricación (fig. 16). Otro denario forrado
de Turiasu de su galería, también parece fabricado con cuños oficiales (Gozalbes, 2009a: cat. 305). Es un
asunto de gran interés que necesitará de un estudio amplio de material y sobre todo del análisis tecnológico
que identifique los procesos de fabricación que dieron lugar a estos resultados.
Algunos hallazgos significados de piezas forradas alertan también sobre la importancia de este tipo de
piezas en diferentes contextos. El hallazgo de Alto Ebro reunía medio centenar de monedas forradas de
Iltirtasalirban y Sesars. García Garrido sugirió que podía tratarse de la bolsa de un falsificador o el producto
de una desmonetización llevada a cabo por los mismos que fabricaban cuños legales (1985: 34). Reconoció
dos series diferentes de Iltirta e identificó para cada una de ellas una sola combinación de cuños. Una pieza
forrada de reconocida fama es un denario híbrido con anverso romano y reverso de Sesars, que llevó a fechar las
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
B
A
1
2
3
4
5
Fig. 16. A) Denarios de Arsaos: (1) forrado (M. Pina, tesorillo.com), (2) oficial (The British Museum, Bagwell Purefoy
y Meadows, 2002: nº 924). B) Denarios de Turiasu: (3) forrado (M. Pina, tesorillo.com), (4) oficial (Museo de Palencia,
tesoro de Palenzuela MP-514 = Gozalbes, 2009a: cat. 305b, (5) oficial (Gabinet Numismàtic de Catalunya 30606,
Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona. Foto: Calveras/Mérida/Sagristà = Gozalbes, 2009a: cat. 304b).
emisiones de esta ciudad ibérica a partir del 143 a.C. (Villaronga, 1986: 860), pero más allá de sus implicaciones
cronológicas, fusiona los diseños de dos esferas culturales que quizá no estaban tan alejadas. En los campamentos
de circunvalación de Numancia también se recuperó un denario forrado de Bolskan, certificando el fraude con
una pieza local en un ambiente legionario (Haeberlin, 1929: 245; Romagosa, 1972: 94).
Llama poderosamente la atención que los denarios nunca aparezcan partidos ni presenten las típicas
marcas de cizalla encaminadas a comprobar su calidad, costumbres muy extendidas durante la Segunda
Guerra Púnica. Resulta sorprendente que frente a un fenómeno de semejante envergadura no se documenten
comprobaciones de la calidad de las piezas en cantidades siquiera apreciables.
10. AUTORIDAD CAMUFLADA Y FUNCIÓN
La situación creada a consecuencia de la Segunda Guerra Púnica había obligado a producir grandes
cantidades de plata, pero una vez concluido el conflicto, la implantación de la cultura monetal romana
se completaría con el inicio de las emisiones locales en bronce. La creación de un sistema bimetálico
fue otra de las consecuencias de la guerra que delata la influencia de los vencedores, consolidando un
modelo con bronces que también los cartagineses habían fomentado desde antes del conflicto (Pliego,
2003) y con emisiones durante el mismo (ACIP 578-587, 589-601, 608-613). En este sentido cabe
también preguntarse hasta qué punto la producción de denarios locales constituyó una novedad. Su peso
reproducía el de las piezas romanas y su diseño pudo introducirse antes sobre bronces. Los denarios no
formaron parte de las series iniciales de cecas pioneras como Kese o Iltirta, donde las producciones de
bronce se han descrito como anteriores (Villaronga, 1978 y 1983), si bien es cierto que ambas contaban
con antecedentes en el sistema de la dracma.
Parece asumido que Roma intervino en la homogénea producción de las series de plata ibéricas,
celtibéricas y vasconas (fig. 17). Pero, ¿la iniciativa era local o romana? ¿Era fruto de una necesidad?,
¿La decisión era libre o impuesta? ¿Fueron todos los casos similares? Seguramente la autorización de
Roma era necesaria. El convulso siglo que media entre las primeras y las últimas emisiones parece un
plazo suficiente para conjeturar que pudieron existir diferencias entre cecas. Las producciones de gran
envergadura, con Bolskan al frente, podrían ser el fruto de un impulso común. El contexto histórico apunta
hacia el potencial político y económico de Roma en la base de cualquier proceso financiero relevante.
Pero también hubo tentativas modestas como la de Kelse, taller de referencia del que paradójicamente
sólo se conoce un ejemplar de plata de buen estilo (ACIP 1481) (fig. 17, nº 4) o como la de Sekotias, que
acuñó denarios de fábrica tosca y un arte muy descuidado, con una calidad notablemente inferior incluso
a la de sus series de bronce, circunstancia que no se verifica en ningún otro taller de los que emitieron
plata y bronce (ACIP 1882-1883) (fig. 17, nº 19). Las producciones de Kese y Kolounioku nada tienen
que ver por volumen de emisión, estilo o cronología, ¿se crearon con una misma finalidad?
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
Palma
Dos caballos
Bipennis
Iltirta
Ausesken
Sekaisa
Kelse
Kese
Ikalesken
Arsaos
1
2
3
4
5
6
7
Lanza
Bolskan
Sesars
Konterbia Karbika
Arekorata
Sekia
Turiasu
Belikiom
8
9
10
11
12
13
14
Lanza
Espada
Oilaunikos
Arsakoson
Sekobirikes
Kolounioku
Sekotias
Bentian
Baskunes
15
16
17
18
19
20
21
Fig. 17. Cecas emisoras de denarios según sus variantes tipológicas. Los reversos permanecieron inalterados a lo largo
de sus respectivas producciones. Procedencia: (1, 6, 8, 10, 13) Museu de Prehistòria de València, 42126, 41337, 41332,
42093 y 27654; (2, 3, 5, 9) Col. particular; (4) Vico, 14/11/1991, nº 41; (7, 14, 16, 20) The British Museum; (11, 17, 21)
Bibliothèque nationale de France; (12, 18, 19) Museo de Palencia MP0008, MP0002, MP0022; (15) Col. Cores.
Mommsen, Lenormant, Hübner y Vives ya plantearon la proximidad entre la producción del denario
ibérico y la administración romana (resumen en Knapp, 1979: 465-466). Las opiniones vertidas respecto al
carácter filo-romano de las series de plata locales han sido contundentes. Según Blázquez, Roma empezó a
acuñar monedas de plata y bronce con caracteres ibéricos, bajo su autoridad y según la metrología de Italia
para el pago de las tropas (1974-1975: 40 y 1982: 82). F. Beltrán opinaba que las ciudades que acuñaron lo
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
hicieron con permiso romano y bajo su control (1986: 899), para sufragar tropas indígenas y legiones, no
contra la metrópoli (1986: 902 y 905-906). Según Crawford, los denarios locales fueron acuñados inicialmente
por los romanos para convertir los ingresos de las provincias en moneda, modelo inicial que no habría
impedido un desarrollo posterior ajeno a dichos propósitos (1985: 94), aunque algunos optan por desligar estas
producciones del impulso de la autoridad romana (Cadiou, 2008: 533). Los romanos reprodujeron un modelo
similar durante la conquista de Grecia al adaptar las emisiones de dracmas de Apollonia y Dyrrachium para
que sirviesen a sus propósitos (Giovannini, 1982: 168), aunque la transposición de este modelo a Hispania ha
sido negada, aduciendo que el denario ibérico jamás sustituyó al denario romano (Cadiou, 2008: 531).
Emporion acuñó las primeras series de plata de envergadura durante la Segunda Guerra Púnica
bajo influencia romana (Villaronga, 1985). Tanto estas dracmas como los posteriores denarios ibéricos,
celtibéricos y vascones, circularon junto con las series romanas durante los siglos II-I a.C. y parece que
sirvieron a propósitos similares. El volumen de acuñaciones de los principales talleres resulta excesivo
como contribución de unas pocas ciudades que además son mal conocidas. Se han vinculado con los
ingresos y gastos estatales, facilitando según autores el pago de impuestos al estado o el mantenimiento del
ejército (Knapp, 1977 y 1979: 465 y 468; Crawford, 1969: 83-84 y 1985: 94; Burnett, 1987: 39; Beltrán,
1986 y 1998: 114; Otero, 1998; García-Bellido, 1993 y 1998; Chaves, 2009).
Aunque los sueldos legionarios representan aparentemente la partida de gasto más visible (Crawford,
1969: 83-84 y 1985: 94; García-Bellido, 1993: 108; Ñaco y Prieto, 1999: 213), no parece que este
concepto exigiese de un volumen significativo de moneda (Cadiou, 2008: 546), teniendo en cuenta que los
legionarios no recibirían toda su paga en efectivo, ya que de esta se deducían los costes de avituallamiento,
vestuario y armas (Pol., 6, 39, 15), y que además se recibía tras el licenciamiento. Aquellos legionarios que
se marcharon de la Península Ibérica tras finalizar su servicio, en ningún caso fueron pagados con denarios
ibéricos, ya que no hay hallazgos de estas series fuera de Hispania.
El pago de auxiliares es otra de las funciones atribuidas a los denarios autóctonos (López Sánchez,
2007), aunque se sabe que podían ser remunerados por vías diversas (Aguilar y Ñaco, 2002: 282-287). Se
ha señalado que las emisiones de la Celtiberia aumentaron en la segunda mitad del siglo II a.C. cuando
los auxiliares fueron habituales en las zonas limítrofes del teatro de operaciones, siempre como parte de
un modelo flexible (Cadiou, 2008: 539-542). Un problema para relacionar estos denarios con el pago de
auxiliares reside en explicar la gran concentración de dichas emisiones a cargo de lugares no mencionados en
las fuentes. ¿Debemos entender que sólo estas cecas pagaron a los auxiliares con moneda? ¿Existieron otras
formas de remuneración? A primera vista resulta un modelo muy desequilibrado, salvo que Roma mediase
en algún modo. Aquellos auxiliares que cobraron con monedas de plata sin duda recibieron denarios ibéricos,
celtibéricos o vascones, pero un asunto diferente es discernir si dichas series fueron creadas con tal finalidad.
Una cuestión de fondo consiste en precisar si legionarios y auxiliares percibían su salario en bronce o
en plata y si se produjo algún cambio en este sentido hacia mediados del siglo II a.C. (Wolters, 2000-2001).
Durante la primera mitad del siglo II a.C., los legionarios cobraron en moneda de bronce (Crawford, 1985:
72; Arévalo y Marcos, 1998), dato coincidente con los numerosos hallazgos de bronces republicanos del siglo
II a.C. (Ripollès, 1984), sin duda complementados con numerario autóctono. La escasez de emisiones locales
en plata en las primeras décadas del siglo II a.C. puede guardar alguna relación con esta circunstancia. Los
denarios no fueron abundantes hasta el último tercio del siglo II a.C. (Ripollès, 1984: 106). El panorama de
acuñaciones locales se ajusta bien al hecho de que la plata romana habría cobrado importancia en relación
con los pagos desde el año 157 a.C. en adelante (Crawford, 1985: 72, 96 y 143) y la acuñación de bronce en
Hispania habría sido insuficiente para el pago de las tropas. Su presumible escasez durante la primera mitad
del siglo II a.C. parece ser más una consecuencia de los botines y de la reorganización de la masa monetaria.
Los salarios legionarios no representan más que una parte de los gastos de la administración y además se ha
objetado que se pagasen con moneda recién acuñada (Wolters, 2000-2001: 587).
Resulta imposible determinar si los talleres de dracmas y denarios eran un negocio rentable para los
romanos o si estaban gestionados por autoridades locales. Las diferentes calidades, incluso para una misma
ceca, sugieren la existencia de talleres con capacidades y motivaciones diversas, aunque en todas ellas se
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
A
B
1
3
2
4
Fig. 18. El estilo común de diferentes series. A) Denarios de (1) Bolskan (The British Museum), (2) Turiasu (ex-Hispanic
Society of America). B) Denarios de (3) Turiasu (Museo de Palencia MP-839), (4) Arsaos (Museo de Navarra).
adivina un control estricto del proceso. Que los cuños se destruyesen sistemáticamente al modo griego
o romano aproxima el modelo de producción a las prácticas clásicas y lo aleja de tradiciones como la
celta, donde los hallazgos de herramientas de producción son mucho más numerosos (Zieghaus, 2011 y
2014). Sólo se conoce un cuño de Turiasu procedente de la Galia (Gozalbes, 2009a: 115-118), hallazgo que
reincide en las relaciones observadas entre el valle del Ebro y esta región (Marco, 2004a, 2004b).
Respecto a las cecas se ha señalado que no tuvieron una localización fija (Domínguez, 1998: 124). En el
caso de producciones cortas el recurso a talleres itinerantes parece inevitable (Chaves, 2001: 203), pero las
series largas exigen de un tiempo y dedicación considerables, con lo cual el concepto itinerancia resulta más
complicado de precisar (Chaves, 2001: 204-206). ¿Pudieron cecas itinerantes acompañar al ejército romano?
Incluso en el ámbito productivo resulta posible admitir el concurso de artesanos foráneos. La calidad y
formas del grabado de las series iniciales de Iltirkesalir, Iltirta o Kese, por mencionar sólo unos ejemplos,
difícilmente puede entenderse dentro de una tradición diferente a la clásica. El indudable parecido entre
cuños de Kese-Ausesken-Ikalesken, Arsaos-Turiasu, Bolskan-Sesars o Turiasu-Bolskan-Belikiom-Sekia,
(Gozalbes, 2009a: 154, fig. 106-108) (fig 18), ciudades separadas por una cierta distancia, parece más el
fruto de un taller compartido que una copia entre cecas a partir de monedas aisladas como modelos.
11. HALLAZGOS Y GASTO CORRIENTE
Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica o de las guerras sertorianas revelan que los contingentes militares
emplearon todas las monedas que tuvieron a su alcance, incluyendo emisiones del rival. Los hallazgos
en asentamientos militares resultan de gran interés para identificar las series empleadas por las tropas,
pero lógicamente la plata resulta muy escasa en todos ellos. Junto al Ebro, el campamento militar romano
de La Palma, fechado entre los años 217-209 a.C., ha proporcionado mayor número de hallazgos de
moneda púnica que romana (Noguera y Tarradell, 2009; Ble et al., 2011: 121). Las derrotas sufridas por
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los cartagineses en el entorno pudieron proporcionar a los romanos botines con estas monedas (Noguera y
Tarradell, 2009: 134). En el campamento III de Renieblas las monedas romanas del 211-170 a.C. alcanzan
un 87% mientras que las posteriores al 170 a.C. rondan el 12% (Jiménez, 2014: 377). Según este modelo
cabe pensar que una parte de las series autóctonas que las acompañan (en torno al 10% de los hallazgos),
podrían tener una cierta antigüedad, más allá del 154 a.C. En los hallazgos de Peña Redonda y El Castillejo,
campamentos del cerco de Escipión, las emisiones peninsulares son incluso más abundantes que las
republicanas (Jimeno y Martín, 1995: 186; Haeberlin, 1929: 241-243). Por supuesto caben situaciones
diversas. Mientras que en el campamento sertoriano de Fitero los hallazgos permiten defender un modelo
donde los legionarios utilizaban las emisiones republicanas y los auxiliares las indígenas (López Sánchez,
2007: 288), los hallazgos de Camp de les Lloses, núcleo de carácter militar con una ocupación del 12080 a.C., revelan que la moneda romana resulta anecdótica frente a la ibérica (Durán, Mestres y Principal,
2008: 52, 132-139). En Cáceres el Viejo las monedas locales casi duplican las importadas, que en este caso
incluyen denarios (Abásolo, González y Mora, 2008: 131).
La ciudad de Tarraco, enclave que no parece haber tenido un carácter mixto ibérico y romano (Arrayás,
2005: 25-28), constituye también un ámbito de particular interés. La masa monetaria de esta ciudad romana,
que podía abastecerse fácilmente desde el mar, estuvo compuesta principalmente por emisiones autóctonas
(Ripollès, 1982: 375-380), hecho que en parte contradice la idea de un suministro desde Roma (Cadiou,
2008: 512, 523) y que certifica la asimilación de todas estas series locales por parte de los romanos. En
otras áreas como la meseta norte, la plata romana era muy escasa o inexistente. Crawford opinaba que las
legiones no pudieron ser ni siquiera mayoritariamente pagadas con denarios romanos (1969: 80). A pesar de
que la actividad romana en la meseta norte fue prolongada, este territorio no ha proporcionado una cantidad
significativa de denarios romanos a tenor de lo que muestran los tesoros (Gozalbes, 2009b: 97-99). Los
denarios republicanos estuvieron disponibles en los territorios costeros del este y el sur (Ripollès, 2000:
fig. 39), pero conforme se penetra hacia el interior de la Península comienzan a escasear. Knapp ya observó
que en la Celtiberia, durante la fase inicial de la presencia romana, no circularon cantidades significativas
de denarios romanos (Knapp, 1977: 7-8). Villaronga, también destacó que en la meseta norte los denarios
ibéricos fueron comunes y que la plata romana estuvo completamente ausente, señalando que en el noroeste
las únicas emisiones de plata que circularon eran locales (Villaronga, 1995a: 48, 80). La ausencia en estos
territorios de tesoros exclusivamente formados por monedas romanas, se prolonga incluso hasta el conflicto
con Sertorio (Marcos, 1999: 103, fig. 2), cuando dichas piezas eran comunes en la costa mediterránea y en
el sur peninsular (Ripollès, 1984; Chaves, 1996: 574).
La dispersión de las series de plata autóctonas también invita a la reflexión. La producción monetaria
de las cecas situadas en las áreas centrales de los valles del Ebro y el Duero viajó hacia el oeste, como
muestran los hallazgos de Turiasu, Arekorata y Arsaos (Otero, 2009: 79-80, fig. 1-3; Fernández Gómez,
2009: 478-479, fig. 3 y 5; Gozalbes, 2009a: 83, fig. 67 y 88, fig. 71). Sin embargo, las monedas de Bolskan
circularon preferentemente hacia al este (Domínguez, 1991: 203). ¿Cuáles son las causas de estas peculiares
dispersiones, aparentemente tan direccionales, sin barreras naturales de por medio? Si las piezas se hubieran
distribuido desde las propias cecas, las dispersiones deberían quizá mostrar un mayor equilibrio. Pero si
dichas series hubieran sido masivamente gestionadas y distribuidas por administradores locales o romanos,
desplazados respecto a la ceca emisora, las dispersiones anómalas contarían con una justificación.
Una de las claves de la discusión sobre la financiación de las legiones en Hispania reside en determinar
si aprovecharon los recursos locales con una cierta regularidad, hasta el punto de que los gobernadores
pudiesen prescindir de los envíos de dinero desde Roma. En este complejo y oscuro asunto no caben
posiciones extremas, puesto que tanto fuentes clásicas como hallazgos prueban que ambas soluciones
se utilizaron. En el 180 a.C. no hubo necesidad de enviar la paga de costumbre (Liv., 40. 35, 4), señal
inequívoca de una autonomía de facto, fuera o no excepcional, para recurrir al dinero obtenido in situ
(Cadiou, 2008: 485, 694-695). Los denarios republicanos llegaban en abundancia al sur de Hispania, pero
en el norte las series locales les restaron mucho protagonismo. En relación con la gestión del dinero público
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hispano, transporte y almacenamiento debieron constituir preocupaciones de primer orden en el terreno
logístico. Tanto romanos como poblaciones locales debieron disponer de lugares seguros donde custodiar
los recursos, de forma similar a la transmitida en el caso de Arse (Ripollès y Llorens, 2002: 324).
La presencia del ejército romano llevó inevitablemente asociadas las acciones necesarias para su
aprovisionamiento y mantenimiento, incluyendo operaciones de intendencia, los servicios de mercaderes
y el recurso a botines (Muñiz, 1978; Cadiou, 2008: 575). Las dos primeras suponían gastos predecibles
en parte y voluntarios, mientras que la última representaba una fuente de ingresos extraordinaria. Aunque
las grandes emisiones de plata peninsulares no se concibieran para favorecer transacciones comerciales,
es indudable que asumieron un importante papel en relación con los frecuentes pagos inevitablemente
asociados a estos procesos. En la administración de las legiones, cualquier gasto relacionado con su
mantenimiento es previo al salario legionario y, con frecuencia, se asociaría al pago de bienes y servicios
diversos, por lo que cualquier distinción neta de los conceptos a satisfacer por los cuestores puede resultar
peligrosa. Los gastos de intendencia no se podían diferir, aunque con frecuencia lograrían sufragarse con
las imposiciones y contribuciones de poblaciones locales.
El estado romano no podía cubrir todo el aprovisionamiento del ejército ni satisfacer íntegramente sus
necesidades logísticas, problema que se solucionaría con el concurso de mercaderes, publicani o redemptores
(Cadiou, 2008: 574, 593, 599, 608). Los cuestores se encargaban de toda la estructura regular destinada
a organizar el aprovisionamiento de los ejércitos fundamentalmente en lo relativo a alimentos, armas y
vestuario (Muñiz, 1978: 247-249; Cadiou, 2008: 579). El pago del stipendium y de los suministros también
pudo tener una relevancia muy destacada para los comerciantes locales, los cuales se verían obligados a
funcionar con el sistema de contabilidad romano si querían facilitar las operaciones con los conquistadores
(Aguilar y Ñaco, 1997: 83). Crawford apuntó que los denarios locales servirían para pagar unas tropas que a
su vez gastarían localmente su sueldo en suministros (1985: 94). Resta señalar que, una vez en circulación,
estas piezas cubrirían múltiples necesidades, incluyendo propósitos no monetarios (Otero, 1998: 133-134).
Los botines de guerra jugaron un papel crucial durante la conquista (Gabba, 1977: 20; González Román,
1979 y 1980; Cadiou, 2008: 508) y la palabra latina manubiae refiere al producto de la venta de la praeda
o botín (Aulo Gelio, 13, 25, 26). Una forma equitativa de repartir los botines de guerra era venderlos a
cambio de monedas locales, logrando así una forma estandarizada de dinero, útil para resolver los gastos
de mantenimiento del ejército. Apiano menciona que a principios del siglo II a.C. Catón vendió botines a
publicani o negotiatores (App., Ib., 40). Los cuestores estaban a cargo de las cuentas y la distribución de los
botines era una de sus principales responsabilidades. Las fuentes refieren cómo los ingresos fueron objeto de
un registro minucioso por parte de estos magistrados (Plut., Tib. Graco, 6; Livio, Per. 57, 8).
12. CONCLUSIÓN
La producción de monedas de plata en la Península Ibérica fue desigual en términos cronológicos y de
ámbitos culturales (fig. 19). Las primeras emisiones fueron obra de colonias y ciudades integradas en
los circuitos comerciales mediterráneos y estuvieron acompañadas por plata en bruto en el área costera.
Después de tres siglos sin una monetización destacable, la Segunda Guerra Púnica alentó la formación de una
ingente y variada masa monetaria procedente de autoridades y territorios diversos. El hecho más destacado
en relación con este conflicto fue la acuñación de dracmas en Emporion destinadas a financiar la contienda.
Tras la victoria romana, se retiraron las monedas que habían circulado durante la guerra, al tiempo que se
avanzó hacia la instauración de una nueva masa monetaria donde conquistadores y conquistados acuñaron
denarios de un peso similar, conformando el primer sistema monetario homogéneo de plata en la Península.
Entre comienzos del siglo II a.C. y las guerras sertorianas se desarrollaron las emisiones de una veintena
de ciudades ibéricas, celtibéricas y vasconas cuya localización presenta numerosas dificultades. Ninguna
de ellas se menciona en las prolijas descripciones de las fuentes clásicas que refieren los acontecimientos
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Fig. 19. Los diseños de las emisiones de plata peninsulares representadas a escala según la cantidad de piezas conocidas
en el catálogo de Villaronga (1994). Grafismo Ángel Sánchez a partir de los dibujos de A. Delgado, Nuevo método de
clasificación de las medallas autónomas de España, 1871-1876.
hispanos. Sus producciones no fueron simultáneas y su volumen de emisión fue desigual, pero adoptaron
diseños similares de inspiración local que contribuyeron a preservar la imagen de estos pueblos en la masa
monetaria. Durante el siglo II a.C., los denarios republicanos circularon en algunas zonas, pero estuvieron
ausentes en la meseta norte. Proximidad a la costa y ríos navegables pudieron facilitar los envíos de dinero
desde Roma, pero en el interior los denarios locales se revelaron como un producto de gran utilidad para el
mantenimiento de las legiones en todo aquello referido a la intendencia, el consumo de bienes o el pago por
servicios, incluyendo los salarios de las tropas. Los romanos ingresaban plata hispana a través impuestos y
botines, recursos que se podían mandar a Roma o aprovechar in situ. En relación con los denarios autóctonos
hay dos grandes incógnitas pendientes de resolver; determinar el origen de la plata que sirvió para realizar
grandes emisiones y justificar la concentración de estas emisiones en unas pocas ciudades.
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 317-326
Pere P. RIPOLLÈS a y Gonzalo CORES b
Las monedas de la ceca de Oskumken
Cúmplenos evitar, que copiándose unos á otros los autores,
se perpetúen las equivocaciones, ó las dudas, con menoscabo
de una serie numismática que tan merecidamente priva
en la atención de la sabia Europa.
(Pujol y Camps, 1884: 346)
RESUMEN: Estudio de las monedas ibéricas con leyenda Oskumken. La rareza de estas monedas y su
deficiente estado de conservación ha motivado que sus variantes tipológicas se hayan descrito con ciertas
imprecisiones en bastantes ocasiones.
PALABRAS CLAVE: Celtiberia, numismática, historiografía, ceca, Oskumken.
Coins from the mint of Oskumken
ABSTRACT: This paper deals with the Iberian mint Oskumken. The reading of the reverse legend has been
sometime wrong, because these coins are very rare and show a high degree of wear.
KEY WORDS: Celtiberia, numismatics, historiography, mint, Oskumken.
a Departament de Prehistoria i Arquelogia, Universitat de València.
ripolles@uv.es
b cores.gonzalo8@gmail.com
Recibido: 17/04/2014. Aceptado: 27/05/2014.
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318
P. P. Ripollès y G. Cores
Las monedas de la ceca de Oskumken han sido y continúan siendo bastante raras, lo cual unido a un
deficiente estado de conservación de la mayor parte de ellas ha motivado que se haya tardado bastante
tiempo en definir correctamente sus figuras y leyendas. Los trabajos mas recientes, contrariamente a lo que
cabía esperar, han acumulado algunos elementos de confusión que conviene clarificar.
La primera moneda conocida de Oskumken pertenecía a la colección real francesa, conservada en París.
Grotefend primero y después Saulcy (1840: 191, nº 147) se hicieron eco de ella, aunque dado que la
moneda tenía la parte derecha de la leyenda incompleta tan sólo identificaron los signos
(OSKUM),
que Saulcy transcribió como Est o Ist, señalando que el último signo identificado podría tratarse de una
N mal trazada. Esta interpretación le llevó a considerar la posibilidad de atribuir la moneda a la ciudad de
Istonium, citada por Ptolomeo y localizada en la Celtiberia.
Unos años más tarde, Heiss, en su conocido catálogo general de la moneda antigua de Hispania (1870:
173, lám. 17/1), utilizó la moneda de París para definir el tipo monetario y en su lectura de la leyenda
rectificó la que publicara Saulcy proponiendo
(OSKUKEN). La transcripción de los signos fue
también completamente diferente, ya que valoró los signos como ESRCN; consideró que parte de las vocales
debían suplirse y transcribió la leyenda como ESERACON, lo que le llevó a creer que esta leyenda podría
ser el étnico de ESERA. Esta lectura y transcripción le llevó a relacionar la moneda con el río Esera y a
proponer que esta ciudad estuvo localizada en el norte de España, y que perteneció a un pueblo de la ribera
del mencionado río, situado en las proximidades de Osca (Huesca). En sus láminas reproduce la moneda del
Cabinet des Médailles de París (= Ripollès, 2005: nº 926, en adelante citado P), que tiene la parte izquierda
del signo M un poco flojo y el final de la leyenda fuera del cospel, lo cual explica que la identificación de
los signos fuera errónea (fig. 1).
El tratamiento que recibió esta ceca en la obra de Delgado (1876: 250-251, lám. 145/1) no fue muy
afortunado, ya que admitió que no había visto ninguna pieza en colecciones españolas y que cuanto escribió
sobre ella se basaba en la información facilitada por Heiss, de quien toma la imagen redibujándola. Por
consiguiente, propuso la lectura
(OSKUKEN), que transcribió como HASSO-KN. Valoró la calidad del
grabado de los cuños monetarios como buena y la adscribió al grupo de emisiones ibéricas. La valoración
fonética de los signos le llevó a ubicar esta ceca con la Bastetania, en donde Ptolomeo situó una ciudad
llamado Asso (en la actualidad en las proximidades de Hellín), con la que la identificó, a pesar de que
admitió que el estilo del grabado de las figuras la relaciona más con las emisiones de la costa ibérica situada
más al norte (fig. 2).
Fig. 1. Moneda ilustrada por Heiss, 1870: 173, lám. 17/1.
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Las monedas de la ceca de Oskumken
319
Fig. 2. Moneda ilustrada por Delgado, 1876: 250-251, lám. 145/1.
La obra de Zobel, Estudio Histórico de la Moneda Antigua Española (1878 y 1880: 251, 254)
comenzó a clarificar un poco la lectura de la leyenda. En la lámina IV/6 reprodujo de nuevo el ejemplar
de París, por considerar que la imagen de Heiss (y la de Delgado, elaborada a partir de la de éste) no
era satisfactoria, ya que en esa pieza identificó la leyenda como
(OSKUM[...]), sin poder definir su
final. Propuso que las monedas con esta leyenda pudieron acuñarse en la provincia de Castellón, en el
emplazamiento llamado Sepelaci o Sebelaci, citado por el Itinerario Antonino (400) y que localizó en
el territorio de Burriana, aunque en realidad dicha mansio no ha sido localizada con seguridad (Arasa y
Rosselló, 1995: 56). Sin embargo, cuando la obra ya había sido escrita, en una nota (1880: 254, nota a la
leyenda 318) señaló que en la colección Arbex de Lleida, había examinado una pieza en la que la leyenda
era
(OSKUKEN), como la que fue identificada erróneamente por Heiss, pero no sabemos cómo
era realmente ya que no la ilustró.
Pujol y Camps (1884 y 1890) fue quien aportó nuevos datos sobre estas raras monedas, ya que tuvo
oportunidad de examinar varias de ellas. Estableció la lectura completa y correcta de la leyenda
(OSKUMKEN) (Pujol y Camps, 1884: 346-354, con ilustración en la lámina VI, nº 57) y aportó información
valiosa sobre la localización de diversos hallazgos. Los ejemplares conocidos hasta el momento, procedentes
de Lleida, Manresa y Olot, y el estilo de los diseños le llevaron a proponer la ubicación de la ciudad emisora
entre los ilergetes, al pie de los Pirineos. De forma un poco imprecisa señala la existencia, en un ejemplar de
su colección hallado en Manresa, de un creciente delante del busto que Hill consideró que debía referirse al
ornamento del torques que es bien visible en la moneda de la colección Seymour de Ricci (= Ripollès, 2005:
nº 925), aunque no descartamos la posibilidad de que fuera realmente el creciente que se grabó delante del
retrato del anverso (Pujol y Camps, 1890: 350, nota 147).
Hübner, en su obra Monumenta Linguarum Ibericarum (1893: 50, nº 46), recopiló toda la información
anterior, de la que hizo una sucinta síntesis. Sólo admitió la leyenda
(OSKUMKEN), aunque en
el texto explicativo recogió la noticia de Zobel sobre la existencia de la leyenda
(OSKUKEN), a la
que probablemente no le dio crédito.
Más de treinta años más tarde la obra de Vives y Escudero (1926: 829) describió la leyenda en la forma
completa, pero no identificó el creciente que existe delante del retrato del anverso, posiblemente, porque
las monedas que había examinado hasta ese momento se habían acuñado sobre cospeles con un diámetro
menor que el cuño y ese símbolo quedó fuera de la moneda o estaban notablemente desgastadas. Señaló la
existencia de tres piezas, localizadas en la col. Arbex de Lérida y en el Gabinete de Francia y en la colección
Cervera (Vives da a entender que la que ilustra en su lámina 36/1 es de la col. Cervera, pero la moneda viene
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320
P. P. Ripollès y G. Cores
anotada en el Álbum de improntas de la colección Cervera como de la colección V. Gil y en la actualidad se
conserva en el IVDJ nº 1161; la moneda es diferente de la que se ha subastado en Vico 9/10/2012, lote 361,
que se identifica como de la col. Cervera).
El que fuera director del Departament of Coins and Medals del British Museum y posteriormente
director de este último, Hill, en su libro Notes on the Ancient Coinages of Hispania Citerior (1931: 6465) proporcionó una buena síntesis de las monedas de esta ceca. Todas las piezas que pudo examinar
correspondieron a las que tenían la leyenda completa
(OSKUMKEN), ratificando la corrección
de lectura que Zobel hizo de la moneda conocida por Heiss del Gabinete de París. Repasa la relación de
ejemplares conocidos y añadió uno nuevo procedente de la colección Seymour de Ricci, que ilustró en la
lámina 9/3, y que en la actualidad se conserva en el Cabinet des Médailles de París (P 925). En esta moneda
se percibe con claridad el ornamento del torques en forma de cabeza de animal (a partir de las piezas
conocidas no es posible determinar si se trata de una serpiente o de un lobo) y el creciente de delante del
retrato, que no fue descrito, porque mostraba un escaso relieve. Expuso el estado de la cuestión sobre la
ceca, que transcribe como OSCONCN y parece inclinarse por la localización propuesta por Pujol y Camps,
entre los ilergetes, al pie de los Pirineos, aunque no se pronunció abiertamente (fig. 3).
En 1980 Guadán publicó La moneda ibérica, en el que de esta ceca catalogó dos tipos distintos
diferenciados por la leyenda. En el tipo 822 describió los ejemplares con leyenda completa
(OSKUMKEN), ilustrando una moneda del MAN (= Navascués, 1969: nº 2367) y con el número 823 las
piezas con leyenda corta
(OSKUKEN), pero en la moneda que ilustra la leyenda es la misma
que en el tipo anterior, ya que el signo M se lee con toda claridad. De hecho, da la impresión de ser
una foto distinta de la moneda del MAN utilizada para ilustrar el tipo anterior, de la que, además, no
muestra su anverso.
Fig. 3. Monedas ilustradas por Hill, 1931: lámina 9, nº 3 (= P 925) y nº 4 (= P 926). (© PPRA).
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Las monedas de la ceca de Oskumken
321
Fig. 4. Moneda ilustrada por Guadán, 1980, nº 822 (del MAN = Navascués, 1969: nº 2367).
Los repertorios y catálogos publicados en los tiempos más recientes son irregulares en cuanto al avance
en el conocimiento de la ceca, ya que si bien en algún caso precisan mejor su descripción, por otra parte
confunden un poco y dan información inexacta (fig. 4).
El volumen dedicado a las legendas monetarias dentro del monumental trabajo de Untermann (1975:
223-224, ceca A-32) hace un minucioso estudio sobre la ceca, dando cumplida relación de toda la
bibliografía más relevante. Hace hincapié en el hecho de que los hallazgos apuntan hacia el interior de
Catalunya. Unterman admitió como buena la moneda del IVDJ (nº 1162) con leyenda
(OSKUKEN),
distinguiendo dos variantes, las piezas con leyenda completa y las que carecen del signo M. Sin embargo,
la variante con leyenda
(OSKUKEN) corresponde a una pieza que a nuestro entender tiene la
leyenda reavivada o retocada, muy probablemente siguiendo el modelo de las ilustraciones de Heiss o
Delgado. Se trata de una pieza muy gastada, especialmente por su parte más externa junto al borde, que,
sin embargo tiene la leyenda trazada con un alto relieve, totalmente incompatible con el mencionado
desgaste, mostrando un rebaje junto a los últimos signos, lo cual es síntoma de que la leyenda ha sido
repasada. No es posible que habiendo desaparecido el relieve en una franja de 4-5 mm junto al borde,
la leyenda que se encuentra junto al mismo sea totalmente legible. Pero si esto pudiera estar sujeto a la
subjetividad, lo más importante para considerar que la moneda tiene la leyenda retocada es que a pesar
de su desgaste se percibe claramente que fue acuñada con los mismos cuños que otras piezas en las que
la leyenda es
(OSKUMKEN) (fig. 5).
El Corpus de Villaronga (en adelante citado CNH) publicado en 1994 distinguió, siguiendo a Untermann
(1974), dos variantes. La primera con leyenda
(OSKUMKEN) (CNH 197/1), para cuya ilustración
reprodujo la moneda del MAN que había utilizado Guadán en su libro La moneda Ibérica (1980, nº 822 =
Navascués, 2367).
El segundo tipo lo catalogó como una variante por tener la leyenda
(OSKUKEN), de la que sólo
ilustró el reverso (CNH 197/2). La imagen de esta pieza debió tomarla de Untermann (1975: ceca A32) o le
fue facilitada por este investigador, quien, como ya hemos comentado la admitió como buena. La referencia
bibliográfica que Villaronga dio para esta pieza es errónea, ya que da la moneda Hill 9/3, que pertenecía,
cuando la vio Hill, a la colección de Seymour de Ricci y que en la actualidad se conserva en el Cabinet
de Médailles de París (P 925), en la que no sólo la leyenda está completa, sino que además se aprecia el
creciente colocado delante de la cabeza. Villaronga siguió la catalogación de tipos basados en la leyenda
que propuso Untermann.
Unos pocos años más tarde, Collantes (1997: 303-304) publicó un libro dedicado a la historia de las
cecas antiguas de Hispania. En él comentó la ceca, resumiendo lo que hasta ese momento se había dicho
de ella, pero no ilustró ninguna moneda. Hizo mención de las similitudes del torques con cabeza de animal
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322
P. P. Ripollès y G. Cores
Fig. 5. Monedas de Oskumken. (A) IVDJ 1162, cuyo reverso fue ilustrado para la variante OSKUKEN
por Untermann 1975: ceca A32. (B) IVDJ 1161. (C) Subasta Áureo 29/10/2008, lote 319.
con las monedas de Lauro, incidió en el final de la leyenda en –ken y en las similitudes del topónimo con la
palabra oskues del bronce de Botorrita y el topónimo latinizado de Bolskan. Todo ello le llevó a proponer
su localización en una zona de influencia de la Suessetania.
El libro de García-Bellido y Blázquez (2001: 313) no aporta nada nuevo sobre la definición de la
producción de la ceca. Siguen la sistematización en dos tipos propuesta por Untermann y Villaronga, a
quienes citan en la referencia bibliográfica. En el caso del tipo 1ª-1 ilustran la moneda IVDJ 1161 y para
el tipo 2ª-2, la supuesta variante sin M, la moneda IVDJ 1162, pero introducen un elemento de confusión,
pues de esa moneda sólo reproducen el reverso, ya que el anverso corresponde a la pieza que se conserva en
París, procedente de la colección Seymour de Ricci (P 925); todo parece indicar que tomaron la ilustración
del libro de Hill (1931: 9/3). Seguramente la mala conservación del anverso de la pieza IVDJ 1162 llevó a las
autoras a buscar un anverso mejor conservado, sin importarles juntar las caras de dos monedas diferentes.
Este modo de proceder, que debería advertirse al lector, ha sido detectado en otras ocasiones a lo largo del
libro, como por ejemplo en algunos tipos monetarios de Saitabi, en donde el tipo 4ª-13 junta el anverso de
IVDJ 1164 y el reverso de IVDJ 1166, el tipo 2ª-3, junta el anverso IVDJ 1177 y el reverso IVDJ 1178 y el
tipo 2ª-4 junta el anverso IVDJ 1179 y el reverso IVDJ 1180 (fig. 6).
El tratamiento que ha recibido la ceca en el reciente catálogo de monedas antiguas de la península
Ibérica de Villaronga (Villaronga y Benages, 2011), aunque aclara un poco más las características de
las monedas de esta ceca, tampoco logra definir correctamente los tipos. Ahora establece 3 tipos, dos de
ellos son los que propuso en su Corpus de 1994 e introduce como novedad el tipo 1373, como variante
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Las monedas de la ceca de Oskumken
323
Fig. 6. (A) Moneda de Oskumken reproducida por García-Bellido y Blázquez, 2001. El
reverso corresponde a la pieza IVDJ 1162 y el anverso a la moneda conservada en la
actualidad en el Cabinet des Médailles de París, según la ilustración de Hill (1931: 9/3),
véase (B) y más arriba la fig. 3A. La misma combinación ha sido ilustrada por Villaronga
(Villaronga y Benages, 2011: nº 1374).
sin torques. Como novedad identifica en todos ellos el símbolo creciente que se encuentra delante de la
cara, elemento que con anterioridad únicamente había sido descrito por Pujol y Camps (vide supra). En
el tipo 1374 mantiene la variante epigráfica
(inscripción nº 2), leyenda que, contradictoramente,
desarrolla en la descripción de la moneda como
(OSKUMKEN). En su ilustración se mezclan
de nuevo el anverso P 925 y el reverso IVDJ 1162, como hicieron García-Bellido y Blázquez. ¿Cómo
se produce este error? No hay duda de que Villaronga dio crédito al tipo ilustrado por García-Bellido y
Blázquez y lo tomó de ellas, quienes a su vez habían tomado el anverso de Hill (1931: 9/3), ya que la
imagen muestra indicios de haber sido escaneada, dado que se percibe la trama y muestra la misma gran
mancha localizada delante del cuello y la barbilla.
Una vez descartada la variante 1374 con leyenda
(OSKUKEN), fruto de una pieza retocada, los
tipos de la ceca se reducirían únicamente a los números 1372 y 1373. En el segundo de estos tipos, el 1373,
a la diferencia apuntada de la ausencia del torques hay que añadir que se le pasa por alto que la leyenda
omite el signo KE o, por error, éste se grabó detrás de N; esto último no es posible asegurarlo, porque queda
en el borde de la moneda, aunque da la impresión de que así fue. En las monedas en las que Villaronga no
indica para el reverso la existencia de una línea debajo de la leyenda, como en 1374, ésta también debió
grabarse en el cuño, ya que como hemos señalado se trata de una moneda batida con el mismo cuño que
IVDJ 1161 ó P 926. En relación a la localización de la ceca, mantiene la propuesta de la zona de El Vallès y
El Maresme, basado en que la tipología y el uso del singular torques las aproxima a las emisiones de la ceca
de Lauro (Llorens y Ripollès, 1998: series Va, VIa, VIIIa y IXa) (fig. 7).
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324
P. P. Ripollès y G. Cores
Fig. 7. Detalle de la leyenda de reverso de la moneda de la col. Cores (© PPRA).
Por consiguiente, las monedas de Oskumken deben ordenarse y describirse del siguiente modo.
Tipo 1
Bronce. 28-29 mm. 14,40 g (7 ejemplares).
Anv. Cabeza masculina, a dcha., con manto y torques acabado con cabeza de animal (serpiente o lobo);
delante, creciente interno.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción ibérica
(oskumken).
Ejemplares conocidos: IVDJ 1161, 1162. P 925-926. Aureo 29/10/2008, lote 319. Col. Cores (fig. 8A). Vico
9/12/2012, lote 361 (ex HSA 11301) (fig. 8B). Madrid, MAN (= Navascués, 1969: nº 2367). Todas las
monedas se acuñaron con el mismo cuño de anverso y de reverso.
Fig. 8. Monedas del tipo 1. (A) Col. Cores 11,7 g. (B) Vico 9/12/2012, lote 361 (ex HSA 11301). (© PPRA).
APL XXX, 2014
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Las monedas de la ceca de Oskumken
325
Fig. 9. Monedas del tipo 2 de la Col. Cores (© PPRA).
Tipo 2
Bronce. 25-27 mm. 10,60 g (2 ejemplares).
Anv. Cabeza masculina, a dcha., con manto; delante, creciente interno.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción ibérica
(oskumn[ke]).
Ejemplares conocidos: col. Cores (2 ejemplares, uno de ellos reproducido por Villaronga con el número
1373 (Villaronga y Benages, 2011) (fig. 9). Ambas monedas se acuñaron con el mismo cuño de anverso
y de reverso.
Por lo que respecta a su localización, esta cuestión continúa siendo una incógnita. Los hallazgos y la
toponimia parecen apuntar hacia el interior de Cataluña, argumento que a nuestro entender tiene más peso
que la similitud de estilo con cecas más costeras, ya que la movilidad de los artesanos puede ser la causa de
ello, sin que implique necesariamente una proximidad espacial entre ciudades.
En consecuencia, los tipos monetarios acuñados por Oskumken se reducen a dos. Ambos tipos fueron
emitidos cada uno con una pareja distinta de cuños, en fechas diferentes. Se diferencian por el estilo del
anverso, por el peso y por la leyenda del reverso, que omite o altera la colocación del signo KE. No existen,
de momento, evidencias cronológicas para su datación, pero la segunda mitad del siglo II a.C. sería una
fecha aceptable para el tipo 1 y un poco más tarde debió acuñarse el tipo 2, quizás a fines del siglo II o
inicios del I a.C. Descartamos la existencia de la leyenda OSKUKEN en la moneda IVDJ 1162, por cuanto que
consideramos que la leyenda fue regrabada siguiendo, probablemente, la ilustración de Heiss, fruto de una
mala lectura, o quizás de Delgado, quien la copió de éste.
APL XXX, 2014
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326
P. P. Ripollès y G. Cores
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Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 327-374
José M. TORREGROSA a y Ferran ARASA a
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera
(La Moleta dels Frares, El Forcall, Castellón)
y su territorium
RESUMEN: En este trabajo se estudian los hallazgos monetarios procedentes de la ciudad romana de
Lesera (La Moleta dels Frares, Forcall) y de algunos yacimientos que debieron pertenecer a su territorio,
localizados entre las provincias de Castellón y Teruel. Con el objetivo de obtener una visión de conjunto
sobre la circulación monetaria en esta zona en la antigüedad, se han analizado las monedas pertenecientes
a los períodos republicano e imperial. Para ello se han tenido en cuenta tanto las piezas conservadas que se
han podido estudiar directamente, como las numerosas referencias bibliográficas a hallazgos de los que se
tiene poca información sobre su contexto o clasificación. Este análisis ha permitido observar las importantes
diferencias en el aporte y uso de la moneda que hubo entre la ciudad y los pequeños asentamientos de su
territorio. La correlación entre los hallazgos monetarios y los resultados de las excavaciones realizadas en
el yacimiento permiten precisar que la ciudad experimentó un importante auge a partir del siglo II a.C. y un
acusado declive desde mediados del III d.C. que llevó a su progresivo abandono.
PALABRAS CLAVE: Circulación monetaria, hallazgos, Lesera, Els Ports, Castellón.
Monetary circulation in the Roman city of Lesera
(La Moleta dels Frares, El Forcall, Castellón) and its territorium
ABSTRACT: In this article we study the monetary findings coming from the roman city of Lesera (La
Moleta dels Frares, Forcall) and some sites which should have belonged to this territory, which is located
between Castellon and Teruel. With the goal of obtaining a global vision of the monetary circulation in
this area in the antiquity, some coins belonging to the republican and imperial periods have been analyzed.
The recovered pieces which could be studied straight away, as well as the large bibliographical references
and the scarce information given by the findings we cannot have much information have been used for this
purpose. This analysis has allowed us to observe the important differences in the contribution and use of the
money that was between the city and the little settlements in this territory. The relation among the monetary
findings and the results from the diggings let us be precise about the important rise of the city from II BC
and the relevant decline from the middle of the III century AC which led to its progressive abandonment.
KEY WORDS: Monetary circulation, coin finds, Lesera, Els Ports region, Castellón.
a Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
J.Manuel.Torregrosa@uv.es | Ferran.Arasa@uv.es
Recibido: 10/06/2013. Aceptado: 25/02/2014.
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
1. INTRODUCCIÓN
El yacimiento de La Moleta dels Frares (Forcall, Castellón) se encuentra situado en la montañosa comarca
de Els Ports de Morella, a 62 km de la costa y a tan sólo 3,5 km de tierras aragonesas. Es el único núcleo
urbano de época romana existente en tierras valencianas en la franja del convento tarraconense que se
extendía entre las ciudades de Dertosa y Saguntum. Su antiguo topónimo, Lesera, se conoce gracias a
una inscripción actualmente conservada en Morella que fue interpretada por Alföldy (1977). Se trata de
una dedicatoria a Júpiter realizada por la res publica leserensis con motivo de la salvación del emperador
Caracalla que puede fecharse en el año 212 (CIL II2/ 14, 770). Este epígrafe, y la mención de Ptolomeo (II,
6, 63) hacia la mitad del siglo II d.C., son las únicas fuentes escritas que hacen referencia a la ciudad. En
dos de las otras cuatro inscripciones procedentes de la misma zona figuran dos ciudadanos en cuyo nombre
se menciona a la tribu Galeria, que en Hispania era la propia de las comunidades urbanas privilegiadas
con anterioridad al período flavio y, con bastante seguridad, en el reinado del emperador Augusto, por lo
que posiblemente Lesera debió ser un municipio augusteo (Arasa 2006: 58; 2009: 100-105). La ciudad no
acuñó moneda, y aunque se ha señalado el hipotético emplazamiento de la ceca abariltur en La Moleta,
hasta ahora no hay ningún indicio que dé apoyo a esta reducción.1
La ciudad estaba situada junto a una encrucijada fluvial y por su ubicación geográfica debió ejercer
un destacado papel como nudo de comunicaciones entre la zona meridional del Valle medio del Ebro y la
costa (Arasa, 2010a). Por ella pasaba un importante eje transversal mencionado por el Anónimo de Rávena
que desde Intibili, la primera posta de la vía Augusta situada al sur de Dertosa, se dirigía hacia la ciudad
de Contrebia, ubicada cerca de Caesaraugusta, con un trazado parecido al de la actual carretera N-232.
Posiblemente este camino pasaba por la ciudad existente en El Palao (Alcañiz, Teruel), que se ha propuesto
identificar con Usekerte-Osicerda (Burillo, 2001-2002: 186; Benavente, Marco y Moret, 2003; Amela,
2010: 12-13; APH: 283), un municipio de derecho latino que acuñó moneda entre la segunda mitad del
siglo I a.C. y el reinado de Tiberio (Gomis, 1996; 1996-97; APH: 283-284). Hacia el este se encontraba el
municipio de Dertosa, que fue un importante puerto fluvial, y hacia el oeste la ciudad de La Muela (Hinojosa
del Jarque, Teruel), que algunos autores identifican con Damania (Burillo y Herrero, 1983; Burillo, 20012002; Beltrán, 2004). De manera general, la posición geográfica de Lesera parece favorecer una orientación
preferente de sus relaciones hacia las ciudades emplazadas en tierras aragonesas y catalanas.
El yacimiento fue dado a conocer en 1876 por N. Ferrer y Julve y hasta hace pocas décadas era bien
poco conocido arqueológicamente. Está situado en una formación rocosa de tipo tabular, una muela con una
superficie de 7,8 ha, que fue ocupada en época ibérica. Después de una primera campaña de excavaciones
realizada en 1960 por E. Pla Ballester (SIP), cuyos resultados permitieron conocer la importancia
arqueológica del mismo (Pla, 1966: 282-283; Arasa, 1987), en el año 2001 se reanudaron los trabajos de
excavación que continuaron hasta el 2009, cuando se interrumpieron por falta de financiación. En conjunto,
se ha excavado una domus emplazada en el extremo norte de la plataforma superior y se han abierto
diversos sondeos en la zona NE de la inferior, donde algunos indicios apuntan a la localización del foro
(Arasa, 2009: 59-82, 93-96). El asentamiento parece haber sido sometido a una profunda reorganización en
época augustea que arrasa los niveles anteriores, cuando se produce la llegada de un importante volumen
de manufacturas cerámicas de procedencia itálica.
La delimitación del territorio de Lesera es aproximada y en parte viene determinada por la presencia de
otras ciudades con las que debía lindar (Arasa, 2006: 63-64; 2009: 130-131). Al ENE se encuentra Dertosa,
al NNE El Palao (Alcañiz) y al oeste La Muela (Hinojosa del Jarque). Posiblemente debía limitar con los
territoria de estas tres ciudades, y tal vez también con el de Saguntum hacia el sur. Su extensión debió ser
1
En algún caso se ha propuesto ubicar este taller en las comarcas septentrionales de Castellón (Ripollès y Abascal, 2000:
165). Sin embargo, Villaronga (1994: 203) se inclina por ubicarla en la costa catalana y más concretamente en el grupo de
acuñaciones de los Layetanos.
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proporcionada a la importancia de la ciudad e incluir un área en la que ésta podía ejercer su control. La parte
central de esta hipotética delimitación pudo ser la comarca de Els Ports, configurada históricamente según
los límites del Castell de Morella al final del período andalusí. Al núcleo comarcal pueden añadirse por el
norte la franja meridional de las cuencas de los ríos Guadalope y Matarraña, al oeste la franja oriental de la
provincia de Teruel con los territorios de las antiguas Baylías de Castellote y Cantavieja, y al sur el extremo
septentrional de la comarca valenciana del Alt Maestrat. La franja costera formada por la comarca del Baix
Maestrat debió estar incluida, por su proximidad, en el territorio de Dertosa. Esta es la zona donde hemos
rastreado los hallazgos numismáticos que hemos atribuido al territorium de Lesera.
En relación con los hallazgos monetarios, desde las primeras noticias sobre el yacimiento se señala
su abundancia (Ferrer, s/a; 1876 a y b; 1888: 268; Llorente, 1876; 1887: 319, n. 2; Biosca, 1877: 3031; 1878: 20; Arigó, 1879: 10; 1880: 5). Una buena parte de estas monedas, incluida la colección de
los antiguos propietarios, la familia Molinos, fueron estudiadas por Mateu y Llopis (1958, 1959, 1960,
1966, 1967 y 1981). Sin embargo, el total de monedas que han podido estudiarse directamente es escaso
debido a su dispersión. Ripollès reunió una buena parte de estos hallazgos (Ripollès, 1980: 28-29, 87), y
posteriormente realizó un primer análisis de la masa monetaria circulante en La Moleta (Ripollès, 1982:
113-114, 386-389). Algún tiempo después, se publicaron dos síntesis (Arasa, 1987: 7-82; 2009: 111-118).
Las monedas recuperadas en el término municipal de Morella fueron estudiadas también por Ripollès
(1980: 29-31; 1982: 115-116, 389-392). A todos ellos se han unido los escasos hallazgos producidos en
las campañas de excavación desarrolladas en la ciudad (Arasa, 1987: 76-82; 2009: 112-113). De la misma
manera, en diversos lugares de la comarca de Els Ports y de la franja próxima de Aragón se conocen
algunos hallazgos numismáticos que con cierta seguridad pueden incluirse en el territorio de Lesera. A
este respecto, en el año 1978 se publicó un artículo en el que se estudiaba la colección numismática del
ingeniero L. Alloza conservada en el Museo de Bellas Artes de Castellón, que en parte estaba compuesta
por piezas recuperadas en la comarca de Els Ports (Falomir y Vicent, 1978), pero al desconocerse la
procedencia exacta de las mismas no se ha tenido en cuenta para la elaboración de este trabajo.
Sobre la gran abundancia de monedas ibéricas y la diversidad de cecas que se podían hallar en la comarca,
podemos recordar la noticia del historiador morellano Segura y Barreda (1868, I: 173; II: 296) de que su
monetario contenía más de 40 clases, entre las que hacía una mención especial a las piezas acuñadas en
los talleres de Valentia y Mun. Hibera Iulia. También sabemos gracias al testimonio de su sobrino que el
historiador llegó a reunir en su monetario más de 500 monedas procedentes de esta comarca y sus alrededores
(García Segura, 1898: 104). Sin embargo, a pesar del considerable volumen de monedas que circularon por la
zona, hasta ahora no se había realizado un análisis de conjunto como el que aquí presentamos.
2. LAS MONEDAS Y SU PROCEDENCIA
En el estudio se han incluido tanto las monedas de la ciudad de Lesera como las de todos aquellos
asentamientos conocidos que debieron formar parte de su territorium (Arasa, 1987: 119-122; 2009: 129-137).
De esta manera, se han tenido en cuenta los hallazgos monetarios efectuados en yacimientos localizados en
los municipios castellonenses de Morella (Casa Palau, el Castell, L’Hostal Nou, el Mas de Nadal, el Mas de
les Solanes, el Tossal de Beltrol y Torremiró I-10), La Todolella (el Racó dels Cantos 2), Vilafranca del Cid (el
Maset, el Corral de la Vila, la Vilavella, el Mas d’Altaba, el Mas del Carro y el Mas del Cuquello), El Portell
de Morella (les Cabrilles 2, el Colladar, En Balaguer I), Benassal (el Castell d’Asensi y el Bovalar), Castellfort
(el Barranc de la Mare de Déu de la Font), Xiva de Morella, Olocau del Rey y La Mata; y en los turolenses de
Mirambel, Cantavieja y La Iglesuela del Cid (el Morrón del Cid y las Viñas) (fig. 1).
Las monedas recopiladas para este trabajo suman un total de 202, de las que 96 corresponden al núcleo
urbano de Lesera y 106 a su territorio (fig. 2 y 3). En conjunto son una muestra suficientemente amplia que
nos permite ofrecer una aproximación al estudio de la circulación monetaria de esta zona situada entre las
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Fig. 1. Lesera y las actuales
localidades de Castellón y
Teruel (Mirambel, Cantavieja
y La Iglesuela del Cid)
que cuentan con hallazgos
monetarios.
Fig. 2. Número total de
monedas recuperadas en
Lesera y su territorium
(agrupadas por períodos).
Fig. 3. Número total de
monedas recuperadas en Lesera
y su territorium.
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provincias de Castellón y Teruel. A pesar de que el número de monedas que se estudian es considerable,
tan sólo 10 de ellas (5 de la ciudad y 5 del territorio, un 4,95% del total) tienen una procedencia asociada a
contextos arqueológicos, lo que sin duda limita las aportaciones de este corpus.
La llegada de la moneda a Lesera se debe fechar hacia mediados del siglo II a.C., cuando, según los
testimonios arqueológicos, la llegada de ánforas vinarias y vajilla de mesa de procedencia itálica señala el
auge de la actividad comercial en el yacimiento (Arasa, 2009: 86). Su presencia se mantiene desde época
augustea, cuando la ciudad debió ser privilegiada con el estatuto municipal, hasta el tercer cuarto del siglo
III momento en que se fechan los últimos niveles de ocupación en el área donde se ubica el foro, para cesar
tiempo después hacia finales del siglo IV o inicios del V d.C. Sin embargo, como es habitual en la mayoría
de estos casos, el número de monedas perdidas tanto en la ciudad como en los yacimientos próximos debió
ser muy superior, si tenemos en cuenta las referencias antiguas que hablan del hallazgo de importantes
cantidades de moneda que, dado su carácter genérico, no hemos incluido en este análisis.
Estos hallazgos suponen un conjunto excepcional para el ámbito del interior de la provincia de Castellón
al que se ha prestado una escasa atención por parte de los estudios tanto arqueológicos como numismáticos.
En la actualidad, una gran parte de las monedas conservadas que proceden de Lesera y de diferentes
yacimientos de su territorio se encuentran en colecciones particulares, por lo que en muchos casos no se
han podido analizar directamente. Por ello, el corpus que aquí presentamos es conocido de forma parcial,
ya que la referencia indirecta de las monedas y su evidente descontextualización dificultan todavía más la
labor de recopilación y posterior estudio.
3. LA MONEDA ANTERIOR A AUGUSTO
Los primeros testimonios numismáticos en la comarca de Els Ports se remontan a mediados del siglo
IV a.C., según puede establecerse a partir del tesoro de Morella hallado en el año 1862 y compuesto
mayoritariamente por monedas de Massalia y Emporion cuyas fechas de acuñación se encuadran entre
los siglos VI y IV a.C. (Ripollès, 1985). Este ocultamiento demuestra que la moneda estaba puntualmente
presente en fechas antiguas en la comarca y se puede vincular a actividades comerciales entre las tierras
del interior y la costa.
En el conjunto de monedas analizado vemos que las acuñaciones republicanas y las ibéricas suman
un total de 71 piezas y suponen algo más de un tercio del total conservado (35,14%). También resultan
interesantes las evidentes divergencias existentes entre los dos ámbitos estudiados, el urbano y el rural, pues
con la moneda provincial y la imperial no se advierten unas diferencias tan pronunciadas (fig. 3).
La moneda republicana cuenta con una presencia casi testimonial en el territorio, pues solamente se
han podido recuperar tres ejemplares, dos denarios de plata y un semis de bronce (cat. 97-99). Sobre este
último puede decirse que, a pesar de no haber podido acceder a su estudio, sus características formales y
metrológicas apuntan a que estamos ante una imitación, probablemente hispana, del tipo oficial romano
(cat. 99). En la península Ibérica es frecuente el hallazgo de emisiones no oficiales en este período, que
se acuñaban por la necesidad de moneda fraccionaria de bronce (Crawford, 1982: 139; Villaronga, 1982:
222-226; Ripollès, 1994: 136-137; Villaronga, 1985; Marcos, 1996: 199-200, 209-211). Territorios bastante
alejados de la costa, a los que llega muy puntualmente la moneda republicana oficial, cuentan con hallazgos
similares (Gozalbes et al., 2011: 344-345, fig. 5, nº 5), por lo que debieron existir en Hispania diversos
lugares de acuñación para este tipo de emisiones.
Contrariamente, en la ciudad predominaron las monedas de plata romano-republicanas (tabla 1). Por
tanto, como puede verse en las figuras anteriores (fig. 3), las emisiones con esta procedencia cuentan
con una exigua presencia en los yacimientos de menor entidad y es la propia ciudad la que reúne en su
numerario hasta 16 denarios (cat. 1-6 y 8-17), lo que indica que la moneda de plata en circulación en este
yacimiento era, fundamentalmente, la romano-republicana. Esta composición de la masa monetaria en
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Tabla 1. Denominaciones de época republicana halladas en Lesera y su territorium.
LESERA
Denario
Anónimo (S. III-II a.C.)
Saufeia (152 a.C.)
Tulia (120 a.C.)
Porcia (118 a.C.)
Aemilia (114-113 a.C.)
Flaminia (109-108 a.C.)
Anónimo (inicio s. I a.C.)
Cornelia (100 a.C.)
Porcia (89 a.C.)
Cornelia (88 a.C.)
Rubria (87 a.C.)
Postumia (81 a.C.)
Volteia (78 a.C.)
Sicinia (49 a.C.)
Sicinia/Coponia (49 a.C.)
Cordia (46 a.C.)
Cneo Pompeyo (46-45 a.C.)
Marco Antonio (32-31 a.C.)
16
Denario
Semis
1
1
1
1
Total
TERRITORIUM
As
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
2
1
2
1
Total
%
1
1
1
1
1
1
1
2
1
1
1
1
1
1
1
1
1
2
5
5
5
5
5
5
5
10
5
5
5
5
5
5
5
5
5
10
20
100
los siglos II-I a.C. es muy frecuente en los territorios costeros o próximos a ella, donde la plata romana
prevalece sobre la indígena (Ripollès, 1994: 139). Por tanto, el uso de este tipo de monedas de mayor
valor parece asociarse a un núcleo de población que acumula más cantidad de riqueza, donde se realizan
habitualmente las transacciones comerciales y en el que el pago de tasas es relativamente cotidiano.2
Por el contrario, el uso de moneda de plata es poco frecuente en los asentamientos de carácter rural. Si
además tenemos en cuenta las monedas ibéricas de plata, vemos que en Lesera se han recuperado solamente
dos piezas de Bolskan (cat. 23 y 24), mientras que en los asentamientos rurales son cuatro las piezas
documentadas, todas de este mismo taller (cat. 108-111). De este modo, parece darse una mayor concentración
de las acuñaciones romanas en el núcleo urbano y un mayor uso de las indígenas en el ámbito rural.
En cuanto al numerario de bronce, en la ciudad se ha encontrado tan sólo un as de la familia Cornelia
que se fecha en el 100 a.C. (cat. 7), que se añade al semis procedente del territorio (cat. 99). Este escaso
número de monedas republicanas de bronce se vería compensado por las acuñaciones ibéricas (Knapp,
1987; Ripollès, 1994: 141-145; 2002a: 195-197) y posteriormente por las emisiones provinciales romanas
(Lledó, 2007; APH: 31-33). De hecho, el predominio de la moneda de bronce ibérica es muy frecuente en
los yacimientos hispanos desde el siglo II a.C. hasta el I d.C., entre otras causas, por la escasez de moneda
de bronce romana, puesto que en el año 82 a.C. la ceca de Roma había dejado de acuñarla (Crawford, 1974:
596-597; Ripollès, 1994: 141-143; 2002a: 198-199).
2
Si tenemos en cuenta que en la década de 1870 se roturó una buena parte del yacimiento y que existe un elevado número de
denarios romano-republicanos, se podría plantear la posibilidad de que una parte de estas monedas pudieran haber formado parte
de un pequeño tesorillo.
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333
La moneda ibérica está representada por un número de ejemplares significativamente alto, 16 piezas
procedentes de la ciudad (cat. 18-33) y 35 del territorio (cat. 100-134), alcanzando en conjunto algo más
de un 25% del total (fig. 3), lo que parece atestiguar una monetización bastante temprana de esta zona y
particularmente de su principal asentamiento. De esta manera, las acuñaciones de bronce ibéricas aportan
la gran mayoría del circulante de este metal hasta la llegada de las emisiones provinciales primero y,
posteriormente, de las imperiales. Por su cronología, destacan una unidad hispano-cartaginesa (cat. 100)
y una mitad del taller de Arse (cat. 121). Esta última, hallada en el Bovalar de Benassal, muestra la
leyenda arseetar y tiene una fecha de emisión que podemos situar entre finales del siglo III y comienzos
del II a.C. (Villaronga, 1967: 104; Ripollès, 2002b: 280-281, 536). La moneda púnica, con una cronología
quizá algo anterior, en torno al último cuarto del siglo III a.C. (Villaronga, 1973: 119-121), nos lleva a
plantear la cuestión de que ambas piezas pudieron haber permanecido en el circuito monetario durante
un tiempo relativamente dilatado.
En la moneda ibérica (fig. 4), los talleres del Valle del Ebro cuentan con un claro predominio frente al resto
de cecas (25 piezas con esta procedencia, por 6 de la zona catalana y 6 de cecas valencianas),3 y entre ellos
es la ceca de Bolskan la que presenta una mayor cantidad de monedas, 4 recuperadas en Lesera (cat. 21-24)
Fig. 4. Moneda romana republicana e ibérica hallada en Lesera y su territorium. No se indica Roma (13 ejemplares).
3
Hemos obviado para estos cálculos las monedas que, bien por el desgaste o ausencia de descripción, son indeterminables; así
como las monedas que, por su localización, no es posible integrar en ninguna de estas agrupaciones (ejemplo del taller de
ikalesken).
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Tabla 2. Moneda ibérica. Cecas y denominaciones documentadas en Lesera y su territorium.
LESERA
Denario Unidad
Hispano-cartaginesa
Untikesken
Kese
Iltirta
TERRITORIUM
Divisor
Denario Unidad
2
Total
2
Cuarto
Ind.
Total
%
1
1
1
1
1
2
Bolskan
Belikiom
Seteisken
Kelse
Orosiz
Saltuie
Konterbia Belaiska
Tamaniu
Arse
Saiti
Valentia
Ikalesken
Indeterminables
Mitad
2
4
2
1
1
2
3
1,96
1,96
3,92
5,88
4
1
1
1
4
5
12
1
1
4
4
1
1
1
3
1
2
3
10
23,5
1,96
1,96
7,84
7,84
1,96
1,96
1,96
5,88
1,96
3,92
5,88
19,6
6
51
100
1
1
1
1
1
2
1
1
2
1
13
1
2
2
2
4
22
1
2
y 8 en los yacimientos del territorio (cat. 104-111), con un 23,5% del total (tabla 2). De las 12 monedas de
este taller, la mitad son denarios (2 de Lesera y 4 del territorio). El volumen de plata acuñada por este taller
fue uno de los más elevados de las series ibéricas si atendemos a los cuños identificados (Villaronga, 1995:
74-78; Gozalbes, 2009: 87) y a la dispersión de sus series (Martín Valls, 1967: 133-136; Domínguez, 1979:
86-99; 1991: 201-219; Gozalbes, 2009: 87-88), habiéndose documentado abundantemente en Celtiberia y
de forma más esporádica en algunos territorios de la Ulterior (García-Bellido y Blázquez, 2001, II: 306).
Los talleres de Kelse (cat. 25-26 y 114-115) y Orosiz (cat. 116-119) también están bien representados
en Lesera por dos motivos fundamentales: su proximidad y una cantidad bastante importante de monedas
puestas en circulación. Contrariamente, Belikiom (cat. 112), Seteisken (cat. 113), Saltuie (cat. 27) y
Konterbia Belaiska (cat. 120) cuentan con una presencia bastante más limitada en el conjunto de la moneda
ibérica. El considerable número de cecas presente se justifica por la gran cantidad de ciudades que estaban
acuñando moneda en estos momentos (Ripollès, 2005: 195 y ss.), y porque la comarca de Els Ports es una
zona de paso que comunica una parte del Valle del Ebro con el norte del País Valenciano (Ripollès, 1982:
386; Arasa, 1987: 119-122; 2009: 137-146; 2010a). Todo ello indica que debieron ser bastante frecuentes
tanto las relaciones comerciales como el trasiego de gentes entre ambos territorios.
De Tamaniu solamente se ha recuperado una unidad en Lesera (cat. 28). Este hecho puede resultar extraño,
ya que al menos fueron 6 las emisiones puestas en circulación por este taller (CNH 246-247/1-6) y posiblemente
ambas ciudades fueron vecinas, pues algunos autores lo han identificado con el yacimiento turolense de La
Muela de Hinojosa del Jarque (Burillo y Herrero, 1983; Villaronga, 1994: 246-247; Domínguez, 1997; Beltrán,
2004: 68 y 71-74). Aunque todavía hoy no se tienen los datos suficientes que demuestren esta hipotética
reducción, la dispersión de los hallazgos permite señalar su ubicación en esta zona de Teruel.
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
335
El hallazgo de monedas de talleres del noreste como Untikesken (cat. 101), Iltirta (cat. 19-20 y 103) y Kese
(cat. 18 y 102) se explica por su abundante producción (Villaronga, 1977b; 1978; 1983), siendo habitual su
presencia en lugares bastante alejados de su lugar de emisión. Por otra parte, los talleres valencianos de Arse
(cat. 121-123), Valentia (cat. 124-125) y Saiti (cat. 29) cuentan con una buena representación. A pesar de que
esta última tuvo una abundante emisión de moneda de bronce (Ripollès, 2007: 77-86), es relativamente normal
–atendiendo a la dispersión de sus series– que su número sea muy reducido en esta zona. La dispersión de las
monedas de Saiti indica que solamente un 15% de su producción se alejó de un radio de 80-100 km, y que
la mayoría de ellas lo hicieron hacia la costa, desde el golfo de Rosas hasta Almería (Ripollès, 2007: 94-97).
La lejanía de Lesera (180 km en línea recta) y la distancia que la separa de la costa (62 km) pueden explicar
esta exigua cantidad de moneda de Saiti. Resulta más extraña la escasa presencia de numerario procedente
de la ciudad de Arse, sobre todo de moneda fraccionaria de bronce, muy común en lugares bastante alejados
de la propia ciudad emisora dada su amplia producción, aunque como en el caso de Saiti, las acuñaciones de
esta ceca tuvieron una mayor difusión en las zonas costeras (Gozalbes y Ripollès, 2002: 238-250). La ceca
de Valentia cuenta con, al menos, dos ejemplares citados por Segura y Barreda (1868, I: 173) como piezas
pertenecientes a su colección y completan el cuadro de los talleres valencianos (cat. 124-125). Por último, del
taller de Ikalesken se conocen tres monedas de bronce (cat. 30 y 126-127), algo que no debe sorprender pues
suele ser un taller bien documentado en el País Valenciano (Arroyo, Mata y Ribera, 1989: 384-385; Ripollès,
1999). La singularidad de una de ellas, procedente de la propia Lesera (cat. 30), radica en que es una de las
pocas monedas ibéricas partidas con el fin de ser empleadas como divisores.
Finalmente, en relación con las denominaciones recuperadas durante este período, Lesera presenta
un aprovisionamiento de moneda de plata predominantemente romano-republicana, pues alcanza los 16
denarios (casi un 48,5% sobre el total del período), mientras que la plata ibérica se limita a dos piezas
de Bolskan (6%). Por el contrario, el bronce republicano queda representado por un escaso 3% y entre
las acuñaciones ibéricas hay 13 unidades y una indeterminable (un divisor de bronce) que en conjunto
suponen un 42,4% de moneda de bronce. Por tanto, el aprovisionamiento de moneda de plata en Lesera
procede principalmente del exterior (11 de la ceca de Roma, tres son de taller móvil, una de Narbo y otra
de origen hispano); contrariamente, la moneda de bronce es esencialmente de origen peninsular y, de esta,
destacan las acuñaciones ibéricas del Valle del Ebro. Respecto a la plata, para el conjunto de yacimientos
del territorium, las cifras son bien diferentes pues solamente contamos con dos denarios republicanos
(5,26%) y 4 ibéricos (10,5%). En cuanto al bronce, hay un fuerte predominio de la moneda ibérica con
22 unidades (57,9%), un semis de imitación republicano y otro ibérico de Arse (un 5,26%), dos cuartos
ibéricos (5,26%) y 6 indeterminables también de origen peninsular (15,8%). Para el conjunto de la moneda
de bronce, las acuñaciones ibéricas predominan frente a la moneda romana, 45 bronces ibéricos frente a 1
de origen romano,4 alcanzando un elevado porcentaje (97,8%).
4. LAS ACUÑACIONES PROVINCIALES ROMANAS
Aunque obviamente la moneda provincial se inserta ya en el período imperial, hemos preferido separarlas
para poder tener una visión más detallada del abastecimiento de moneda desde los talleres hispanos. Para
ello, hemos seguido la ordenación de RIC, RPC y APH, dejando para el conjunto de moneda imperial el
quinario acuñado por Carisio en época de Augusto en la ciudad de Emerita.
Tras las guerras sertorianas comenzó el cierre progresivo de los talleres localizados en la Citerior, aunque
ello no implicó una escasez de dinero acuñado debido a que desde el último tercio del siglo II a.C. y durante el
primero del I a.C., se fabricaron importantes cantidades de moneda que se mantendrá en circulación durante
el siglo I a.C. y gran parte del I d.C. (Villaronga, 1979a: 243-252; Ripollès, 1994; 144-145).
4
Para este cálculo hemos desestimado incluir el semis hispano de imitación republicano dado su evidente carácter peninsular.
APL XXX, 2014
[page-n-345]
336
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Del período comprendido entre 72 y 27 a.C. son muy escasos los ejemplares conocidos en Lesera y su
territorio. Si dividimos este período en dos (72-49 a.C. y 49-27 a.C.), observamos la total ausencia de monedas
emitidas durante el primero de ellos (Ripollès, 1982: 387 y 390), mientras que para el segundo contamos
con seis piezas que se fechan en los años 49 a.C. (cat. 12-13), 46 a.C. (cat. 14), 46-45 a.C. (cat. 15) y 32-31
a.C. (cat. 16-17). Estas fechas coinciden con dos episodios bélicos trascendentales de finales de la República
(guerras entre César y Pompeyo y sus hijos y entre Octavio y Marco Antonio), acontecimientos en los que
la moneda de plata llega con mayor facilidad por dos razones fundamentales: su producción es abundante
y una parte de ella se acuña en territorio hispano (Ripollès, 1998: 336; 2002a: 196). Por otro lado, sabemos
que la producción en Hispania estaba orientada preferentemente hacia la moneda fraccionaria, siendo el as el
nominal que cuenta con un predominio absoluto frente a otros valores (2287 cuños identificados), seguido por
el semis (1191 cuños) y, en menor medida, el dupondio (178), el cuadrante (163) y el sestercio (68) (Ripollès,
Muñoz y Llorens, 1993; Ripollès, 1994: 145; APH: 22-24). En nuestro caso, vemos cómo esta tendencia
también se cumple, puesto que de 36 monedas provinciales documentadas solamente tres de ellas presentan
un valor semis (Ilici, Celsa y Osca), el resto son ases y están ausentes denominaciones como el sestercio y el
dupondio, algo que resulta normal en el conjunto de Hispania (Ripollès, 1994: 143).
Para el conjunto global de la muestra, podemos observar que la representación de los talleres valencianos
es completa aunque cuantitativamente baja, dado que en estos momentos solamente acuñan Saguntum e
Ilici. Para la primera contamos con dos ejemplares (cat. 35 y 135), mientras que para Ilici sólo disponemos
de uno (cat. 34). En este último caso es muy destacable la distancia que separa a esta ciudad de Lesera (más
de 250 km), por lo que su llegada a La Moleta debe considerarse como un hecho poco frecuente. Por el
contrario, el ejemplo de Caesaraugusta es muy ilustrativo, pues a pesar de la relativa proximidad de esta
ciudad y de que su producción fue la más numerosa de todos los talleres provinciales (RPC, 117; Ripollès,
Muñoz y Llorens, 1993; APH: 14-16 y 204-232, fig. 6), resulta extraño contar con un solo ejemplar, un as
de Augusto perteneciente a la colección Milián (cat. 48).
Ilercavonia-Dertosa es el taller que presenta un mayor número de monedas, con 11 ejemplares conservados
que supone un 30,5% del total de la moneda provincial (tabla 3). De ellas, 4 proceden de Lesera (cat. 36-39)
y 7 de diversos yacimientos del territorio (cat. 136-142). De las emisiones fechadas en el reinado de Augusto
(RPC 205) contamos con un único ejemplar hallado en la ciudad y otro proveniente del territorium, siendo su
número menor que en época de Tiberio (RPC 207-208). Por tanto, si tenemos en cuenta que las monedas de
Ilercavonia-Dertosa representan el conjunto más numeroso y de que estamos ante un taller cuyas emisiones
no son demasiado voluminosas (Llorens y Aquilué, 2001: 58-64), se pueden apreciar unas relaciones bastante
estrechas entre esta ciudad y la zona que se extiende entre las provincias de Castellón y Teruel (Ripollès, 1980:
148-152; Arasa, 1987: 133-134; Llorens y Aquilué, 2001: 71-82; Arasa, 2009: 111-118 y 154).
De Ilerda y Tarraco se han contabilizado cinco piezas de cada ceca (cat. 42-44 y 147-148 y cat. 40 y
143-146, respectivamente). Si anteriormente vimos que en época ibérica tanto Iltirta como Kese aportaban
tres y dos piezas cada una, ahora en conjunto duplican su presencia. Con respecto a Ilerda, sabemos que
es un taller que acuña exclusivamente en tiempos de Augusto con dos tipos de ases (RPC 259 y 260) y
que su producción es algo menor que, por ejemplo, la de Ilercavonia-Dertosa (APH: 153-155 y 180-181).
Por el contrario, Tarraco emitió 24 tipos, 8 durante el reinado de Augusto (RPC 210-217) y 16 en el de
Tiberio (RPC 218-233), siendo la tercera en cuanto a producción y quedando por detrás de Caesaraugusta
y Emerita (Ripollès, Muñoz y Llorens, 1993: 317-318; Ripollès, 1994: 142; APH: 22). Tanto Ilerda como
Tarraco presentan un estándar metrológico inferior al utilizado habitualmente en las emisiones provinciales
hispanas, igual que ocurre con las monedas de Ilercavonia-Dertosa (APH: 180). Finalmente, el ejemplar de
Emporiae documentado en Lesera (cat. 41) cierra el grupo de las emisiones provinciales del área catalana.
Contrariamente, el grupo de talleres del Valle del Ebro –con una producción similar al anterior– está
representado en menor medida (fig. 5). De Osca hemos reunido tres monedas (cat. 46-47 y 150), una de ellas
contramarcada (cat. 47); dos de Lepida-Celsa (cat. 45 y 149), presentando también la segunda una contramarca
en el campo del reverso; y otras dos de Bilbilis (cat. 49 y 151), de las que la primera está partida, probablemente
APL XXX, 2014
[page-n-346]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
337
Tabla 3. Moneda provincial. Cecas y denominaciones halladas en Lesera y su territorium.
LESERA
Augusto
As
Ilici
Saguntum
Ilercav.-Dertosa
Tarraco
Emporiae
Ilerda
Lepida-Celsa
Osca
Caesaraugusta
Bilbilis
Turiaso
Clunia
Osicerda
Total
Semis
TERRITORIUM
Tiberio
As
Augusto
Semis
Ind.
Tiberio
As
As
1
1
3
1
1
1
3
1
4
2
1
1
1
1
1
1
6
1
1
1
1
1
1
9
1
6
2
1
9
8
Total
%
1
2
11
5
1
5
2
3
1
2
1
1
1
2,77
5,55
30,5
13,9
2,77
13,9
5,55
8,33
2,77
5,55
2,77
2,77
2,77
36
100
destinada para circular como fracción. Finalmente, con un solo ejemplar tenemos los talleres de Turiaso (cat.
50), Clunia (cat. 51), que desafortunadamente es una de las pocas piezas recogidas que carece de descripción y,
por último, Osicerda (cat. 52). Todos estos hallazgos pueden considerarse normales dada la dispersión monetaria
de estos talleres por toda la parte oriental de la Península y quizás puedan relacionarse con un cambio en los
flujos comerciales que habrían basculado desde el Valle del Ebro en época ibérica, hacia las zonas de costa e
interior del área catalana en época imperial, ya que las cecas de esta última representan algo más de un 61%.
Aunque son varias las cecas que cuentan con un solo ejemplar, creemos que Osicerda merece un pequeño
comentario dado que se ha propuesto su localización a poca distancia de la zona aquí estudiada. Esta ceca
fue reducida hace algún tiempo por Beltrán (1996: 287-294) a La Puebla de Híjar (Teruel) a partir de un
documento epigráfico aparecido en dicha localidad. Posteriormente, han sido varios los autores que han
defendido su ubicación en El Palao de Alcañiz (Burillo, 2001-2002: 186; Benavente, Marco y Moret, 2003:
241-243; Amela, 2010: 10-13). Aunque inicialmente se propuso su abandono hacia el 70 d.C. (Benavente,
Marco y Moret, 2003: 242), posteriores hallazgos han permitido plantear que su ocupación se prolongó
al menos hasta el siglo II d.C. Además, hay que recordar que dos inscripciones halladas en Tarragona
muestran que un ilustre osicerdense había ostentado diversos cargos públicos en su ciudad natal en tiempos
de Adriano o, incluso, algunos años después (Beltrán, 2004: 78-79). Por otra parte, según Beltrán (2004: 72)
esta ciudad no estaría muy alejada de Damania/Tamaniu. Sin embargo, a pesar de que en la actualidad no
hay datos suficientes que prueben esta reducción, posiblemente debió situarse en la zona del Bajo Aragón
(Gomis, 1996: 30-31; Beltrán, 2004: 75-80; APH: 283).
Para concluir, cabe remarcar que entre las acuñaciones provinciales presentes en Lesera el valor que destaca
es el as, con gran diferencia sobre el resto, pues de las 19 monedas estudiadas, 15 son ases (79%), 3 son
semises (15,8%) y una moneda es indeterminable (5,2%). En cuanto a los talleres, los mejor representados son
Ilercavonia-Dertosa e Ilerda, con 4 y 3 piezas respectivamente. Sin embargo, para los yacimientos del territorio
el resultado difiere substancialmente, ya que el predominio del as es absoluto con 17 piezas (el 100%), siendo
igualmente Ilercavonia-Dertosa la mejor representada con 7 monedas, seguida de Tarraco con otras 4.
APL XXX, 2014
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338
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Fig. 5. Moneda provincial hallada en Lesera y su territorium.
5. LA MONEDA IMPERIAL
Tras la reforma monetaria de Augusto (hacia el 23 a.C.) asistimos a la implantación de un sistema monetario que,
con pequeñas modificaciones puntuales, se mantendrá hasta el siglo III d.C. (Harl, 1996; Amandry y Barrandon,
2008). La introducción del antoniniano por Caracalla hacia el 215 d.C. representa un hecho trascendental para la
economía romana, pues supuso la coexistencia durante un breve período de tiempo de dos valores de referencia:
el denario y el antoniniano; el primero se acuñó de manera excepcional en el reinado de Treboniano Galo (251253 d.C.) y su producción cesó en los primeros meses del gobierno de Galieno (Carson, 1965; Reece, 1981;
Hollard, 1995; Ripollès, 2002a: 205-207; Lledó, 2007: 239). A partir de 285 será Diocleciano quien, tras el
fracaso del radiado de vellón instituido por Aureliano, a causa de los diversos problemas surgidos de las propias
imitaciones y la inflación en la economía del Imperio, procedió a una nueva reforma de la moneda creando
entre otros un nuevo valor en plata, el argenteus (Corbier, 1985). En referencia a la moneda de vellón, asistimos
a la introducción de unas piezas conocidas con el nombre genérico de nummi, aunque se debe matizar que, en
líneas generales, su impacto en Hispania fue bastante reducido (Ripollès, 2002a: 210). Numerosas reformas se
sucederán hasta el final de las acuñaciones imperiales centradas, fundamentalmente, en la moneda de vellón
y oro. A partir de 364, la plata dejó de estar presente en las acuñaciones de vellón, por lo que éstas pasaron a
ser exclusivamente de bronce (King, 1993; Gozalbes, 1999: 24-29). Según este panorama monetario, hemos
decidido ajustar al máximo los períodos en que dividimos la moneda imperial a los hechos que, desde el punto
de vista histórico y numismático, presentan una mayor relevancia.
APL XXX, 2014
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
339
En Lesera hemos contabilizado un total de 44 monedas imperiales y en su territorio otras 51, lo que implica
que prácticamente la mitad de todo el conjunto estudiado sea moneda imperial (casi un 48%, sin considerar la
moneda provincial). No deben extrañar estos porcentajes si pensamos que el período que engloba estas monedas
va desde final del siglo I a.C. hasta el primer cuarto del siglo V d.C., es decir, más de 450 años (fig. 6).
La importante presencia de estas acuñaciones es la que, a grandes rasgos, se observa en un buen número
de yacimientos que cuentan con una cronología tan dilatada como Lesera (Gozalbes, 1999; Lledó, 2007). En
cuanto a las cecas documentadas, Roma es la que predomina hasta la mitad del siglo III d.C., cuando ciudades
como Arelate, Lugdunum, Mediolanum, Siscia o Treveris, entre las que hemos podido identificar en la muestra,
inician el proceso de descentralización de la acuñación de moneda en el Imperio que restarán el prominente
protagonismo que Roma había estado detentando hasta este momento. Del total de 95 monedas imperiales ha
sido imposible precisar el lugar de emisión de 27, bien por tratarse de monedas muy desgastadas o descentradas,
bien porque no hemos podido examinar directamente las piezas y las descripciones son muy imprecisas; a pesar
de ello, no creemos que este hecho altere en exceso los resultados de conjunto.5 Debemos destacar que 17
monedas no han podido ser identificadas más allá de la época o el reinado en el que se emitieron. Del resto hay
que puntualizar que el as sigue siendo el valor predominante con 23 ejemplares (24,2%), seguido por el valor
nummus/AE que alcanza los 18 (19%), mientras que el antoniniano es el tercero en volumen con 17 (18%);
aunque algunos de estos últimos resultan dudosos, los datos que manejamos apuntan a su identificación con este
tipo de moneda. El resto de valores se encuentran en unas cantidades mucho más modestas, como por ejemplo el
sestercio y el denario que no superan la cifra de 8 y 7 ejemplares cada uno (tabla 4).
Fig. 6. Distribución del número de monedas imperiales por etapas (Lesera y su territorium) (27 a.C.–423 d.C.).
5.1. Julio-Claudios
Para el período Julio-Claudio, hemos podido reunir un total de 21 monedas (11 de Lesera y 10 del territorio).
Sabemos que el hallazgo de moneda de bronce es más frecuente dado su menor valor y por ser más habitual
en las transacciones cotidianas; contrariamente, la moneda de plata se documenta en menor medida6 pues
su elevado valor hacía que se manipulasen con mayor cuidado para así evitar su pérdida aunque su uso fue
bastante frecuente en diferentes transacciones (Ripollès, 2002a: 203-204).
5
6
A ellas habría que añadir 7 monedas de imitación (6 de Claudio I y una de Antonia) para las que, todavía hoy, no es posible
precisar un lugar exacto de acuñación.
Un ejemplo de ello se puede ver en Bost, Campo y Gurt (1979: 176) donde se calcula en torno a un 4% la cantidad de monedas
de plata recuperadas en el conjunto de Hispania.
APL XXX, 2014
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Tabla 4. Moneda imperial. Denominaciones recuperadas en Lesera y su territorium (agrupadas por períodos).
Período
Julio-Claudio
Flavio
96-192
193-253
254-284
Tetrarquía
Ant.
Den.
Quin.
Sest.
Dup.
As
Cuad.
1
1
1
1
2
13
4
5
1
1
5
2
Ind.
Total
%
3
3
5
1
21
9
19
5
15
1
22,1
9,47
20
5,26
15,8
1,05
1
3
4
1
AE/Num.
10
9
6
10,52
9,47
6,31
16
95
100
15
1
306-363
364-423
Frustras s. I-III d.C.
9
9
2
1
Total
17
7
1
8
3
23
1
19
Un buen ejemplo de ello es el conjunto monetario Julio-Claudio (tabla 5), dado que solamente contamos
con un quinario de Augusto acuñado en Emerita procedente de Lesera (cat. 53) y un denario del emperador
Tiberio del Tossal de Beltrol de Morella (cat. 152). Por el contrario, las monedas de bronce recuperadas
ascienden a un total de 19, entre las que el sestercio cuenta con un solo ejemplar, al igual que el dupondio
y el cuadrante (5,26% cada uno); hay además tres piezas indeterminables, un bronce de Nerón hallado
en la Costa de La Mare de Déu en el Castell de Morella (cat. 160), otro del propio entorno de la misma
localidad (cat. 161) y otra moneda de Calígula procedente del Morrón del Cid (La Iglesuela del Cid) de
la que desconocemos incluso el metal en el que se acuñó (cat. 155). Los 13 restantes son ases (61,9%) y,
entre ellos, destacan por su elevado número los acuñados en tiempos de Claudio I con 9 piezas (cat. 57-62
y 156-158). La acuñación de moneda provincial en Hispania finaliza con la llegada de Claudio al gobierno
de Roma (Ripollès, 1994: 141 y ss.; Ripollès, 2002a: 200), a excepción de una escasa serie de Ebusus que
concluyó sus emisiones con este emperador (Campo, 1976: 141, nº 124 y n. 37; Planas, Planas y Martín,
1989: 112-114, grupo 41; RPC 482-482A; APH: 292, nº 482-482A), por lo que la capital del Imperio quedó
como el único taller que acuñaba en Occidente. Con anterioridad, durante el reinado de Calígula, la Bética,
Italia, Sicilia, África, Mauritania y la Galia habían dejado de acuñar moneda (RPC, 18-20; Ripollès 1994:
146; 2002a: 200; APH: 34-35). Sin embargo, como consecuencia de la orden del Senado de fundir las
monedas de Calígula la moneda de bronce empezó a escasear, por lo que se inició la práctica de imitar las
monedas oficiales de Claudio I. Los tipos acuñados con la efigie de este emperador y reverso Minerva y
S–C (RIC I, 100 y 116) y el que presenta el mismo anverso y leyenda LIBERTAS AVGVSTA S–C (RIC I, 97
y 113), fueron frecuentemente imitados en Hispania, Galia y Britania.7
A pesar de estos datos, la mala conservación de las monedas que hemos podido documentar impide
poder realizar juicios precisos sobre el origen de las monedas de Claudio halladas en Lesera y su territorio,
por lo que en algunos casos barajamos la posibilidad de que se trate de monedas posiblemente acuñadas en
Hispania, mientras que en otros sus características confirman un origen peninsular evidente. Otro ejemplo
más de las imitaciones hispanas es el dupondio de Antonia recuperado en la propia Moleta (cat. 57). Para
el período comprendido entre Augusto y Vitelio, las monedas que se acuñan bajo el reinado de Claudio I
suponen un porcentaje bastante elevado (42,9%), por lo que sería más que razonable plantear un origen
7
Entre los principales autores que han tratado esta cuestión se encuentran: Campo (1974: 155-163), Villaronga (1979b: 172-173),
Campo, Richard y Von Kaenel (1981: 58, n.1), Sutherland (1984: 128), Herreros y Martín (1995: 227, especialmente nota 4),
Ripollès (1994: 146-147), Besombes y Barrandon (2000); Blázquez Cerrato (2002: 281, n. 916 y 310-311), Ripollès (2002a: 200202), Lledó (2007: 214-215) y APH: 33.
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
341
Tabla 5. Denominaciones de los Julio-Claudios (27 a.C.–69 d.C.).
LESERA
Quin.
Augusto
Tiberio (Augusto)
Augusto (Tiberio)
Tiberio
TERRITORIUM
As.
Cuad.
1
1
1
1
Den.
Sest.
As
Ind.
1
1
1
5
3
1
1
2
1
1
1
9
1
1
1
4
3
Total
%
3
1
1
1
1
Agripa (Calígula)
Calígula
Claudio I
Antonia (Claudio I)
Nerón
Vitelio
Total
Dup.
14,3
4,76
4,76
4,76
1
1
8
1
3
1
4,76
4,76
38,1
4,76
14,3
4,76
21
100
hispano para un buen número de ellas. Es más, su aceptación fue tan generalizada que se han documentado
estas monedas de imitación en contextos arqueológicos del siglo III d.C. (Ripollès, 2002a: 201-202; Lledó,
2007: 217-218). El as de Vitelio acuñado en Tarraco (cat. 63) es un testimonio más del origen hispano de la
mayoría del circulante en este período, pues la llegada de moneda oficial fue escasa y no será hasta el siglo
II d.C. cuando ésta sea la moneda predominante.
De todo el conjunto de moneda imperial, la que más dudas presenta es una pieza de La Iglesuela del Cid
(cat. 155) atribuida a Cayo César y que pensamos que pudiera haber sido realmente de Calígula. No hay
referencias concretas acerca del metal con el que estaba fabricada o de algún rasgo estilístico o formal que
permita una mejor aproximación para su clasificación (Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; Arasa, 2009: 118;
Arasa, 2011: 34).
5.2. Flavios y Antoninos
El período que agrupa a las emisiones de las dinastías Flavia y Antonina (69-192 d.C.) se caracteriza por la
regularidad en el aprovisionamiento de numerario desde Roma, claro reflejo de la estabilidad económica y
socio-política del Imperio. El progresivo aumento de los precios, estimado a comienzos del período Flavio,
y la fuerte monetización de la economía hicieron que se utilizasen más habitualmente las denominaciones
de bronce con un mayor poder adquisitivo, el sestercio y el dupondio (Jones, 1974; Corbier, 1985; Ripollès,
2002a: 204). No obstante, en Hispania el as sigue siendo el nominal predominante, con unos porcentajes
que oscilan entre un 70 y 50%, debido a que esta inflación tuvo una menor incidencia en las provincias
que en la propia Roma (Reece, 1981: 34; Lledó, 2007: 221-222). El aprovisionamiento de moneda romana
documentada en los yacimientos de la Península proviene mayoritariamente del taller de Roma, pues la
producción de estos valores estuvo centralizada en la capital hasta mediados del siglo III d.C. La moneda
provincial acuñada en Oriente queda en unos porcentajes exiguos en los conjuntos hispanos, y de ella no se
ha recuperado ningún ejemplar en el área de estudio.
En cuanto a las denominaciones más empleadas, se ha podido documentar un mayor número de sestercios
que en el período precedente, pues si durante el gobierno de los Julio-Claudios solamente encontramos un
sestercio del emperador Nerón, ahora tenemos 5 ejemplares (casi un 18%), dos recuperados en Lesera
(cat. 70 y 72) y tres en el territorio (cat. 159, 173 y 176). El valor que continúa imperando es el as con un
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342
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Tabla 6. Denominaciones de los Flavios y los Antoninos (70–192 d.C.).
LESERA
Den.
Vespasiano
Tito (Vespasiano)
Tito
Domiciano
Trajano
Adriano
Antonino Pío
Faustina II (A. Pío/M. Aur.)
A. Pío (M. Aurelio)
Lucila (M. Aurelio)
Total
Sest.
Dup.
TERRITORIUM
As.
Ind.
Sest.
Dup.
1
1
1
2
2
1
1
1
1
1
1
1
As
Ind.
Total
%
1
1
1
1
1
1
1
3
1
1
4
6
6
4
1
1
1
10,7
3,6
3,6
14,3
21,4
21,4
14,3
3,6
3,6
3,6
28
100
1
2
2
1
1
4
2
1
3
2
3
1
6
6
32,1%, de ellos 3 proceden de Lesera (cat. 67, 69 y 71) y 6 de su territorio (cat. 162, 164-166, 169 y 172).
El dupondio continúa siendo muy escaso, ya que contamos con dos ejemplares (7,1%): uno de Vespasiano y
otro de Domiciano (cat. 64 y 168, respectivamente). Finalmente, quedan como indeterminables un número
significativo de nominales (8 piezas que alcanzan un porcentaje del 28,6%) (tabla 6).
El importante papel que las acuñaciones de plata debieron desempeñar en estos momentos (Ripollès,
2002a: 203-204) no se ve reflejado en el volumen de moneda recuperada en los yacimientos aquí
estudiados, pues si en época de los Julio-Claudios solamente teníamos un denario y un quinario, ahora
su cantidad, aunque más elevada, continúa siendo reducida pues son 4 los denarios documentados en
Lesera (cat. 66 y 73-75) y ninguno en su territorio, todos ellos pertenecientes a los reinados de Trajano,
Antonino Pío y Marco Aurelio (un 14,3% sobre el total de esta etapa). Los emperadores que mayor
cantidad de piezas aportan son Trajano y Adriano con seis piezas cada uno que sobresalen sobre el resto
con más de un 21,4% respectivamente.
5.3. La moneda del siglo III
La inestabilidad político-militar que caracteriza la segunda mitad del siglo III d.C. se vio acompañada
en el plano económico de una progresiva inflación que acabó derivando, irremediablemente, hacia unos
cambios muy significativos en los valores acuñados debido a la necesidad de moneda que provocaron, entre
otras, las numerosas campañas militares (Sagredo, 1988: 343; Hollard, 1995; Bost, 2000). Como ya vimos
anteriormente, la introducción del antoniniano ca. 215 d.C. por el emperador Caracalla, poco a poco fue
sustituyendo en los circuitos monetarios al resto de denominaciones que, desde la reforma de Augusto, se
habían acuñado de manera casi invariable (Corbier, 1978; Burnett, 1987: 49; Harl, 1996; Lledó, 2007: 231;
Amandry y Barrandon, 2008). El peso y la calidad de esta nueva moneda fue gradualmente descendiendo
hasta llegar a convertirse en un nominal de bajo peso y con un porcentaje de plata de entorno al 2,5% en
los últimos años del reinado de Galieno y los primeros de Claudio II (Burnett, 1987: 112; Estiot y Delestre,
1992: 20-21; Gozalbes, 1999: 26; Ripollès, 2002a: 205-208).
Sin duda, el momento más interesante se podría establecer entre los años 235 y 260 d.C., el período
de la “anarquía militar”, cuando el denario y el sestercio empiezan a producirse en menor cantidad y el
antoniniano se convierte en la moneda de referencia en todo el Imperio. En la Península, además de la
APL XXX, 2014
[page-n-352]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
343
circulación monetaria en los numerosos yacimientos conocidos, tenemos el testimonio de algunos tesoros
que son muy ilustrativos de los cambios que acabamos de comentar. Por un lado, el tesoro del territorium de
Dianium (Dénia, Alicante) demuestra que una gran parte de los sestercios que circularon durante la primera
mitad del siglo III d.C. habían sido acuñados, mayoritariamente, durante los reinados de Trajano, Adriano
y los Antoninos (Abascal, Olcina y Ramón, 1995). Por otro, un conjunto interesante pero de cronología
algo más tardía, y algo atípico dada su composición mixta, es el tesoro del Mas d’Aragó (Cervera del
Maestre, Castellón). Este tesoro muestra un fuerte predominio del antoniniano (38 ejemplares) frente a un
menor número de sestercios (15), convirtiéndose en un excepcional testimonio de la circulación conjunta de
ambos valores hacia los años finales de la década de 260 d.C. (Gozalbes, 1996). Por tanto, es hacia el final
de esta década cuando se documenta la salida de la circulación del sestercio y del denario para ser fundidos
y acuñar el cada vez más abundante antoniniano.
Entre las monedas recuperadas en Lesera observamos el predominio del antoniniano que suma un total de
11 piezas en la ciudad y 6 en el territorio (tabla 7). Por tanto, supone un 73,9% del total del período, con algo
menos del 48% para Lesera y un 26% para los yacimientos de su entorno. En cuanto a la moneda de plata y
bronce, solamente contamos con un denario de Septimio Severo (cat. 76), un sestercio de Caracalla (cat. 178)
y otro de Treboniano Galo (cat. 181) y un as de Gordiano III (cat. 179), valores que quedan relegados a unos
porcentajes excesivamente bajos para este período (4,35% para el denario y el as y un 8,7% para el sestercio).
Quizá una explicación razonable para estas cifras se encuentra en la pervivencia de monedas de los Antoninos
en los circuitos monetarios (sestercios y ases, principalmente), pues durante el primer tercio del siglo III d.C.
se documenta en Hispania una progresiva disminución del aprovisionamiento de moneda de bronce, mientras
que la moneda de plata se mantiene en unos niveles relativamente estables durante el reinado de Septimio
Severo (Sagredo, 1988: 356; Ripollès, 2002a: 205; Lledó, 2007: 231). Por otra parte, debe tenerse en cuenta
que Lesera y tal vez otros asentamientos menores de su territorio debieron sufrir, en esta época, un lento
proceso de despoblación, pues si se estima que el período Julio-Claudio es el de mayor auge de la ciudad, los
primeros indicios de abandono se sitúan hacia mediados del siglo II y los últimos niveles de ocupación en el
área forense se fechan en el tercer cuarto del siglo III d.C. (Arasa, 2009: 86-89).
Tabla 7. Denominaciones de los Severos, Anarquía militar y Primera Tetrarquía (193–306 d.C.).
LESERA
Ant.
Septimio Severo
Caracalla
Gordiano III
Filipo I
Treboniano Galo
Galieno
Claudio II
Quintilo
Victorino
Probo
Carino
Constancio Cloro
Inciertas s. III d.C.
Total
Den.
TERRITORIUM
AE/Num
Ant.
Sest.
As
Ind.
1
1
1
1
1
1
3
2
2
1
4
1
1
1
2
11
1
1
6
2
1
1
Total
%
1
1
1
1
1
3
5
1
4
1
1
1
2
4,35
4,35
4,35
4,35
4,35
13
21,7
4,35
17,4
4,35
4,35
4,35
8,7
23
100
APL XXX, 2014
[page-n-353]
344
J. M. Torregrosa y F. Arasa
No obstante, debemos puntualizar que albergamos ciertas dudas sobre aquellos antoninianos que por
la deficiente descripción del autor que los recoge inicialmente, no existe la suficiente certeza acerca del
nominal que representan. Sin embargo, parece difícil plantear otra denominación diferente para estas
monedas, pues para el período 253-284 d.C. el antoniniano es la moneda de referencia y la que mayor
abundancia presenta con respecto al resto de valores. También hay que tener en cuenta la ingente cantidad de
antoninianos de imitación que se introdujeron en los circuitos monetarios a nombre de Claudio II divinizado
y que perdurarán en los contextos arqueológicos hasta, al menos, mediados del siglo IV (Ripollès, 2002a:
208-210; Lledó, 2007: 239-252). En nuestro caso, de las cinco monedas atribuidas a este emperador, dos
pertenecen al grupo de consagración (cat. 80 y 185), dos a las emitidas por el propio Claudio II (cat. 79 y
184) y una que no ha sido posible clasificar (cat. 78).
Uno de los conjuntos que puede despertar mayor confusión es el formado por los cuatro antoninianos
atribuidos a Victorino (cat. 81-84) que figuran en el manuscrito de Ferrer y Julve (s/a) donde se relacionan e
ilustran los principales hallazgos recogidos por el propietario de La Moleta, entre los que menciona un total
de 22 monedas que sólo en parte coinciden con las de la colección conservada por sus herederos y que pudo
estudiar Mateu y Llopis (1981). Si tenemos en cuenta que el tipo de nominal puesto en circulación por este
emperador fue mayoritariamente el antoniniano (RIC V.2: 379-398), este pequeño lote debería plantear pocas
dudas. Si consideramos que las piezas de este emperador no circularon de manera abundante en Hispania
(Ripollès, 2002a: 208), es posible que el hallazgo corresponda a la ocultación de una pequeña bolsa de
monedas que podría haberse encontrado en los trabajos de transformación para uso agrícola a que se sometió
el yacimiento hacia finales del s. XIX. En cuanto a su identificación, también podría tratarse de cuatro piezas
de bronce o vellón que de forma genérica se adscribieron a este emperador. Finalmente, para el período de
la Tetrarquía (284-306) solamente contamos con un ejemplar de Constancio Cloro (cat. 86) incluido en el
documento anteriormente citado, por lo que tampoco ha sido posible clasificarlo ni conocer el nominal exacto.
5.4. Últimos testimonios numismáticos (siglos IV-V d.C.)
En 274 d.C. tuvo lugar un primer intento de reforma monetaria del emperador Aureliano. Aunque no
alcanzó los fines que pretendía, puesto que los circuitos monetarios se encontraban inundados por los
antoninianos de Galieno, Claudio II, los emperadores galos y las imitaciones del tipo Divo Claudio, sí
supuso una base sobre la que poder alcanzar la solución al problema de financiación del Estado romano
(Carson, 1965). Poco después, en 294 d.C., Diocleciano emprendió una nueva reforma que tampoco surtió
los efectos deseados en la economía, pues no logró sanear las debilitadas finanzas imperiales y gran parte
de la nueva moneda de referencia, el nummus, fue atesorada debido a su mayor porcentaje de plata (5%) y
a su elevado peso (unos 10 g). Así, este nominal fue reduciendo paulatinamente su peso y cantidad de plata
desde el 307 d.C., cuando pesaba unos 6,8 g y contenía entorno a un 5% de plata, hasta el 335 d.C., cuando
había descendido a los 3 g y solamente contenía en torno al 1% de plata.
Los tipos que se acuñaron entonces, y en adelante por los descendientes de Constantino, se diferenciaban
entre sí por presentar diseños militares en sus reversos como los del tipo Fel. Temp. Reparatio, Gloria
Romanorum, Securitas Reipublicae y Reparatio Reipub. Tras su llegada al poder, Constantino I impulsó una
nueva reforma que afectó sobre todo a las monedas de oro y vellón. A ello hay que añadir una significativa
sobrevaloración de la moneda de vellón con respecto a la de oro a pesar de que esta última apenas sufrió
cambios metrológicos, ya que el solidus se acuñó sin ninguna alteración metálica y su peso se estableció en
4,5 g, complementándose con numerosos múltiplos y divisores (Callu, 1969; King, 1993; Gozalbes, 1999:
24-27; Ripollès, 2002a: 208-211; Lledó, 2007: 255, n. 4).
Los hallazgos monetarios de este período (306-423 d.C.) en Lesera y su territorio ascienden a un
total de 19 piezas (un 9,4% sobre el total de la muestra); si tenemos en cuenta su amplia cronología y
la gran cantidad de moneda puesta en circulación, su número es poco significativo. Las emisiones de la
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[page-n-354]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
345
dinastía constantiniana (307-361 d.C.) alcanzan un 52,6% del total del siglo IV (tabla 8), por lo que el
aprovisionamiento de moneda resulta algo escaso e irregular si consideramos que se trata de uno de los
períodos en que Hispania registra un mayor aporte de moneda (Ripollès, 2002a: 211). Por emperadores,
Constantino I está representado con cuatro monedas,8 de las que 2 corresponden a Lesera (cat. 88 y 89) y
2 al territorio (cat. 188-189); Constancio II, con 2 hallazgos en Morella (cat. 192-193) y 1 en La Iglesuela
del Cid (cat. 194); y Graciano, con 1 pieza en Lesera (cat. 90) y 2 en Morella (cat. 196 y 197), alcanzando
en conjunto algo más de un 47%. Otros emperadores como Licinio I, Constantino II, Decencio, Valente,
Magno Máximo, Arcadio y Honorio cuentan con un solo ejemplar (5,26% cada uno de ellos). En cuanto al
aprovisionamiento de moneda, Roma es la que alcanza un mayor número (1 ejemplar recuperado en Lesera
y 3 del territorio, un 21%), seguida por Lugdunum (2 piezas y un 10,5%), y con un único ejemplar las cecas
de Siscia y Treveris (5,25%, respectivamente), para finalizar con una agrupación de 10 monedas de las que
no ha sido posible averiguar su origen (52,6%) (tabla 9).
Contrariamente a lo que vimos en el conjunto de época constantiniana, el volumen de moneda que
llegó a esta zona durante el último tercio del siglo IV y los primeros años del V es bastante elevado
(47,35%), algo que para el conjunto de Hispania no es muy frecuente. No obstante, existen peculiaridades
regionales que demuestran que el aporte de moneda imperial mantuvo unos niveles importantes en el norte
y la costa, mientras que en el interior y el sur el descenso fue más acusado (Ripollès, 2002a: 211-212).
Además, los antoninianos de Galieno, Claudio II y los que presentan un claro carácter irregular todavía
estaban en circulación en esta época, según muestran la mayoría de yacimientos con hallazgos monetarios
contextualizados (Gozalbes, 1999: 82; Lledó, 2007). En conclusión, los hallazgos monetarios manifiestan
que en la propia Lesera y en algunos asentamientos del que fuera su territorio debieron perdurar grupos de
población al menos hasta el primer cuarto del siglo V d.C.
Los testimonios arqueológicos de este período son muy escasos en La Moleta, y se reducen a algunos
fragmentos cerámicos de TSA D hallados superficialmente que pueden fecharse entre los siglos IV y V
d.C. (Arasa, 2009: 90). Lo mismo sucede en algunos asentamientos próximos como El Morrón del Cid (La
Tabla 8. Denominaciones de los siglos IV y V (306–423 d.C.).
LESERA
AE/Num.
Licinio I
Constantino Magno
Helena (Const. Mag.)
Constantino II
Decencio
Constancio II
Valente
Graciano
Magno Máximo
Arcadio
Honorio
Inciertas fin. s. IV d.C.
8
6
AE/Num.
1
2
Total
TERRITORIUM
1
Indet.
1
1
1
1
3
1
1
1
1
1
1
2
11
2
Total
%
1
3
1
1
1
3
1
3
1
1
1
2
5,26
15,8
5,26
5,26
5,26
15,8
5,26
15,8
5,26
5,26
5,26
10,5
19
100
Hemos incluido la moneda a nombre de Helena emitida por su hijo Constantino I (cat. 189).
APL XXX, 2014
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346
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Tabla 9. Procedencia de las monedas durante los siglos IV y V (306–423 d.C.).
LESERA
ARL
Licinio I
Constantino Magno
Helena
Constantino II
Decencio
Constancio II
Valente
Graciano
Magno Máximo
Arcadio
Honorio
Inciertas fin. s. IV
Total
ROM
SIS
TERRITORIUM
IND.
TRE
ROM
LUG
IND.
Total
%
2
1
3
1
1
1
3
1
3
1
1
1
2
5,26
15,79
5,26
5,26
5,26
15,79
5,26
15,79
5,26
5,26
5,26
10,52
7
19
100
1
1
1
1
1
1
1
2
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
3
1
3
2
Iglesuela del Cid), donde se han producido hallazgos similares; y otras piezas descontextualizadas como el
“osculatorio” de Portell (Arasa, 2000: 26, fig. 4). En algunos yacimientos como El Colladar (El Portell de
Morella), donde se halló en superficie un Ae3 datado en el último tercio del siglo IV d.C. (Vizcaíno, 2010a:
103 y 233-235, nº 3), los trabajos arqueológicos han puesto al descubierto un yacimiento ibérico, pero sin
niveles de ocupación de época tardorromana. Por tanto, quizás algunos de estos hallazgos de monedas de
finales del siglo IV o principios del V d.C. puedan explicarse por el trasiego de gentes en el medio rural que
pudieron haberlas extraviado de forma accidental, tal como debió suceder anteriormente con algunas piezas
de los siglos I-II halladas lejos de cualquier asentamiento.
6. CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS
Desde el punto de vista arqueológico, hay que destacar que los hallazgos monetarios se presentan
mayoritariamente descontextualizados. Como ya apuntamos, un elevado porcentaje de las monedas
procedentes de Lesera han sido hallazgos esporádicos efectuados superficialmente en diversos sectores. No
obstante, hay un pequeño lote de monedas que aportan alguna información útil por haber sido encontradas
en el curso de las excavaciones realizadas en la ciudad (Arasa, 2009: 113-114). En la primera campaña de
excavaciones llevada a cabo por E. Pla en 1960 se recuperaron dos monedas. La primera es una unidad de
Iltirta (cat. 20) que se encontró en el sondeo II (sector I, capa II, a 1,10 m de profundidad) en la zona de
la cocina de la domus situada en el extremo norte de la plataforma superior del yacimiento (Arasa, 1987:
37), que fue totalmente excavada con posterioridad entre los años 2001 y 2005. Teniendo en cuenta la
cota a la que se encontró podemos relacionarla con la primera fase de aquella, que se fecha en el reinado
de Augusto y destruida por un incendio. Su presencia se justifica por la pervivencia del numerario ibérico
en los circuitos monetarios hasta unas fechas bastante avanzadas. El segundo hallazgo es un dupondio de
Vespasiano (cat. 64) que apareció en el sector V del sondeo I, sobre el pavimento de una estancia situada
en la zona central de la plataforma superior que posiblemente pertenecía a una construcción de carácter
doméstico (Arasa, 1987: 33). Los materiales arqueológicos permiten datar el conjunto entre la segunda
mitad del siglo I d.C. y los primeros decenios del II d.C.
APL XXX, 2014
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
347
De los trabajos realizados entre los años 2001 y 2009 tenemos una unidad ibérica muy mal conservada
(cat. 32), hallada en la campaña de 2007 en la trinchera abierta en la zona norte de la terraza donde se sitúa
el complejo forense, en una UE de sedimentación o nivelación medieval o moderna; un as provincial del
taller de Ilercavonia-Dertosa (cat. 38), encontrado en la campaña de 2005 en la misma trinchera y en una
UE similar; y otro as provincial de Ilerda (cat. 42) recuperado en la campaña de 2001 en la domus excavada
en el extremo norte de la plataforma superior, en la UE 1025 del triclinium de la última fase de ocupación,
que corresponde al nivel de destrucción y escombros de la misma, fechado hacia mediados del siglo II
d.C. El resto de monedas recuperadas en el yacimiento han sido halladas en superficie, como ocurre con
el denario de Marco Antonio (cat. 17) recuperado durante la campaña de 2007 (Arasa, 2009: 115, nº 83).
En los yacimientos atribuidos al territorio, las intervenciones arqueológicas realizadas con motivo de
la construcción de los parques eólicos han proporcionado interesantes hallazgos en diversos yacimientos
(Vizcaíno, 2010a, 2010b y 2010c; Lledó, s/a, b). En conjunto se han recuperado 5 monedas relacionadas con
contextos arqueológicos que en su mayoría pueden fecharse. Así, proveniente del yacimiento de Torremiró
I-10 (Morella) tenemos una unidad ibérica del taller de Seteisken (cat. 113) (Vizcaíno, 2010c: 78). Del
complejo arqueológico de En Balaguer I (El Portell de Morella) proceden dos piezas: un as provincial de
Ilerda (cat. 147) que apareció en unos niveles de relleno que cubrían un complejo de época iberorromana
identificado con un lugar de hábitat (Vizcaíno, 2010b: 39-45 y 60-61); y un as de imitación de Claudio I
(cat. 158) que se recuperó en la habitación 4 del sector 1, en la UE-1043, que se interpreta como un nivel
de derrumbe que se fecha entre los siglos III y IV d.C. (Vizcaíno, 2010b: 59). Se trata, pues, de otro caso
más que documenta el uso de estas imitaciones en momentos bastante alejados de su fecha de acuñación y
cuyo escaso valor estético e intrínseco provocaba que fuesen frecuentemente perdidas. Finalmente, en el
complejo de Les Cabrilles 2 (El Portell de Morella) se pudieron recuperar dos monedas; un as provincial
de Tiberio de Osca (cat. 150) y un as de Domiciano (cat. 166) que aparecieron en el mismo sector del
yacimiento (UUEE 1006 y 1028, respectivamente) en un nivel que se puede fechar entre el último tercio del
siglo I y principios del II d.C. (Vizcaíno, 2010a: 232-235). Datación que concuerda con la segunda moneda
(85 d.C.) y que se confirma por el escaso desgaste que ésta presenta.
7. VALORACIÓN DEL CONJUNTO
En el análisis de las monedas recuperadas en la ciudad de Lesera y su territorio, un primer factor a tener en
cuenta son las limitaciones que presenta el propio conjunto estudiado, que derivan de la forma en que se
han recuperado las monedas en los yacimientos, la falta de contexto arqueológico e incluso la ausencia de
descripción. Por esta razón hemos tenido que considerar como inclasificables un gran número de piezas,
tanto en las denominaciones como en su propio origen. Esta falta de datos sobre aspectos tan fundamentales
reduce de manera significativa la información que podemos obtener a partir de ellas. Sin embargo, estas
limitaciones se ven parcialmente compensadas por el elevado número de piezas reunidas (202), que
aumenta considerablemente las monedas conocidas hasta el momento y permite considerar el conjunto
como una importante referencia para el estudio de la circulación monetaria en la zona septentrional del País
Valenciano.
Desde el punto de vista cronológico, resulta de gran interés constatar el temprano momento en que
la moneda comienza a ser un elemento de uso cotidiano en la comarca de Els Ports, pues los hallazgos
monetarios confirman que hacia la mitad del siglo II a.C. se encuentra una considerable cantidad de
numerario en uso, fundamentalmente en el núcleo urbano. Este hecho coincide con el período en el
que se crean numerosas cecas en Hispania y con el aumento y diversificación de las importaciones de
contenedores anfóricos y vajilla fina de mesa de procedencia itálica que se prolongarán durante todo el
período tardorrepublicano (Arasa 1987: 82-83; 2009: 86). La concurrencia de los datos aportados por los
estudios arqueológicos y numismáticos permiten corroborar que el oppidum ibérico existente en La Moleta
APL XXX, 2014
[page-n-357]
348
J. M. Torregrosa y F. Arasa
experimentó un notable auge en esta época, cuando empezó a configurarse como un destacado núcleo en el
ámbito comarcal al que llegaban los productos de importación desde el puerto fluvial de Dertosa o desde el
fondeadero de Les Pedres de la Barbada (Benicarló) (Arasa, 2010a: 352).
Otro aspecto de gran relevancia son las acusadas diferencias existentes entre los dos ámbitos estudiados, la
ciudad y su territorio, tanto desde el punto de vista del aprovisionamiento de moneda como de los valores que
componen todo el conjunto. Resulta muy llamativo el predominio de la moneda republicana de plata en Lesera
en los siglos II-I a.C., pues de las 20 monedas documentadas, 18 son denarios que proceden en su mayoría del
taller de Roma, de los cuales 16 se han encontrado en la ciudad. El numerario de mayor valor se concentra
claramente en el oppidum, donde se efectuaría un mayor volumen de pagos y se daría una acumulación de
la riqueza superior, y es notablemente inferior en los yacimientos de menor tamaño donde la plata romanorepublicana está escasamente representada. En el territorio son dos solamente los denarios romanos recuperados,
debiendo ser la plata ibérica la que dio soporte a las necesidades de moneda de mayor valor.
Otro hecho llamativo es la gran abundancia de emisiones ibéricas de bronce, con un total de 51, de las
que 16 proceden de La Moleta y 35 del territorio. Entre ellas el predominio de la unidad es considerable, pues
alcanza la cifra de 35 piezas. Estas monedas proceden en un número muy destacable del Valle del Ebro, y entre
las cecas presentes Bolskan resulta mayoritaria con un 23,5%, mientras que otros talleres como Orosiz o Kelse
tienen una menor presencia. Esto revela unas relaciones comerciales más intensas con las zonas interiores que
con las costeras. Posteriormente, vemos cómo esta situación se revierte pues el aprovisionamiento monetario
en época provincial bascula desde los talleres del Ebro hasta los del área catalana, donde destaca el papel
de las monedas de Ilercavonia-Dertosa, Tarraco e Ilerda. Estos contrastes nos están indicando una mayor
importancia de los productos procedentes de las zonas costeras y un cambio en los flujos comerciales en los
yacimientos localizados en la comarca de Els Ports. En este período el nominal predominante continúa siendo
el as, con unos porcentajes del 79% para Lesera y de un 100% para todo el territorio.
La moneda imperial alcanza casi el 50% del total de la muestra, algo razonable si consideramos que
se trata de un período que comprende prácticamente cinco siglos y donde se acuña una gran cantidad de
moneda. En el alto Imperio una importante cantidad de moneda procede de Roma, y un elevado porcentaje
del numerario en circulación durante el gobierno de los Julio-Claudios tiene un fuerte carácter local. Hasta
Fig. 7. Número total de los nominales documentados en conjunto (Lesera y su territorium).
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
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la llegada del antoniniano, el as continúa siendo el nominal más numeroso para desaparecer definitivamente
en torno a mitad del siglo III d.C. Tras la retirada del denario y el sestercio, las denominaciones de vellón
y bronce de pequeño tamaño surtirán a los circuitos monetarios de todo el Imperio, perdiendo cierto
protagonismo las monedas de plata y oro; estas últimas están totalmente ausentes en el conjunto estudiado.
Por tanto, el nominal más abundante es el as o unidad con 91 ejemplares, seguido del denario con 31 piezas;
en cifras mucho más modestas tenemos el nummus/AE con 18 ejemplares, seguido por el antoniniano con
17 (fig. 7). Ello demuestra el uso de valores relativamente pequeños, con escaso poder adquisitivo, que se
imponen al resto para el uso cotidiano.
Finalmente, en cuanto al aporte de moneda en los dos ámbitos estudiados, podemos destacar su
regularidad durante la dinastía Julio-Claudia, a pesar de la elevada cantidad de moneda de imitación de las
emisiones oficiales de Claudio I. Con la dinastía Flavia hay un cambio en esa tendencia y es la ciudad la
que recibe una menor cantidad de moneda desde Roma, mientras que el territorio mantiene unos niveles
algo bajos, pero similares. Durante el siglo III la situación parece estabilizarse, aunque en los dos ámbitos
la moneda de los Severos es muy escasa (solamente una para La Moleta y otra para el territorio). Asimismo,
en el siglo IV vuelve a aumentar el número de monedas, aunque ya durante la etapa que inicia Constantino I
puede verse la evidente decadencia de Lesera, que será más pronunciada a finales de siglo, y cómo algunos
yacimientos de su territorio mantienen un aporte de moneda escaso pero constante. El reducido número de
monedas de este siglo se corresponde con una escasa actividad en el núcleo urbano que señala su progresivo
abandono. Confirman este hecho los escasos datos arqueológicos obtenidos en los sondeos abiertos en el
área del foro de la ciudad, donde los últimos niveles de ocupación se fechan en el tercer cuarto del siglo III,
si bien algunos indicios permiten confirmar su prolongación al menos hasta el siglo VI.
CATÁLOGO
El catálogo se ha ordenado en cuatro grupos atendiendo a su origen. El primer grupo recoge la moneda romanorepublicana, le siguen la moneda púnica y las emisiones ibéricas, para continuar con las acuñaciones romanas
provinciales y concluye con el grupo más numeroso, la moneda imperial romana. Asimismo, el catálogo se ha articulado
en dos grandes bloques correspondientes a los hallazgos del núcleo urbano de Lesera y los de su territorium. Hemos
enumerado las monedas teniendo en cuenta el orden de los trabajos más comunes para su clasificación (RRC, CNH,
Vives, RPC, APH y RIC) de forma que su localización sea ágil y cómoda. Cada moneda posee un número de referencia
en el catálogo; cuando la pieza se ilustra en las láminas finales, éste se encuentra en negrita. Tras esto, hemos definido la
ceca o entidad responsable de la emisión, el valor nominal de la moneda y el metal con que está fabricada, para finalizar
con la cronología aproximada y, en las monedas del territorium, con el yacimiento donde se recuperó la moneda y la
localidad a la que pertenece en la actualidad. Para la moneda imperial, es el emperador bajo el cual se emitió la moneda
el que aparece en primer lugar, pasando el taller emisor delante. A todo ello sigue la descripción tanto de anverso como
de reverso. Debajo encontramos el peso, su módulo en milímetros y la orientación de los cuños. Sigue la colección a la
que pertenece la moneda (siempre que se ha podido averiguar este dato) y su referencia bibliográfica. Cuando ha sido
posible acceder a la información acerca del contexto arqueológico de la pieza se desarrolla de manera abreviada; por
último, se cita la bibliografía donde se encuentra recogida la moneda.
Dadas las características del conjunto y que muchas de ellas fueron dadas a conocer a finales del s. XIX, hemos
recogido todas las referencias a las monedas para que los posibles errores sean minimizados al máximo. Sin embargo,
no han sido desestimadas pues creemos que resultan documentos excepcionales por cuanto que, de otra manera, algunas
de estas monedas habrían quedado olvidadas para la numismática y la arqueología. La falta de unas descripciones
más detalladas sobre estas piezas ha ocasionado numerosos problemas de clasificación y posibles atribuciones un
tanto confusas. A pesar de ello, y desde el primer momento, hemos intentado contrastar la información con toda la
bibliografía que ha sido posible reunir para minimizar los errores que este catálogo pudiera contener. Por otra parte,
al no haber podido acceder a las colecciones que se han reunido a partir de los hallazgos de La Moleta y Morella,
fundamentalmente, las láminas han sido realizadas a partir de imágenes antiguas cuya deficiente resolución hemos
corregido de la mejor forma posible.
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Son relativamente abundantes las monedas halladas en Lesera y su territorium que nutrieron algunas colecciones
particulares de la zona; entre éstas, destaca la colección de la familia Molinos propietaria de La Moleta. Otras colecciones
particulares también se formaron con piezas de Lesera, como las de J. López (Castellón), A. Mestre, P. Querol y S.
Roda. De la colección de Mn. M. Milián Boix, formada a partir de las monedas localizadas en la propia población de
Morella y sus alrededores, destacan las donaciones de E. Blasco Ortí, J. Guimerá, E. Martí, F. Martí Martí, M. Palau
y R. Querol. En 1996 A. Martín Costea tuvo acceso a esta importante colección morellana inventariando y publicando
el conjunto completo con algunas notas del propio Milián sobre el origen algunas de ellas. En dicha colección ha sido
también posible localizar, incluso, un par de piezas de la antigua colección de D. José Segura y Barreda que, donada
por éste al Seminario de Tortosa, fue dispersada durante la Guerra Civil. De la localidad turolense de La Iglesuela del
Cid contamos con algunas monedas que pertenecen a la colección de E. Tejerizo de Tortosa; mientras que dos denarios
del taller de Bolskan y una moneda de bronce de Constantino II forman parte de la colección de la familia Puig y fueron
halladas en el importante yacimiento de El Morrón del Cid (La Iglesuela del Cid) y sus alrededores. De esta misma
localidad, pero procedente de la partida de “Las Viñas”, conocemos un as de Gordiano perteneciente a la colección de
Luis Solsona de Castellón.
Una parte de las monedas inéditas del catálogo se recogen en un informe inédito de la Dra. Nuria Lledó Cardona;
mientras que un lote de tres monedas halladas en La Moleta han sido amablemente cedidas para su estudio por D. Víctor
Manuel Cardona a quien agradecemos su buena disposición.
Lesera
Moneda romana. República
1. Anónimo. Denario. AR. Indeterminable. (Finales s. III a
principios s. II a.C.).
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; detrás, X.
Rev. Los Dioscuros cabalgando hacia la dcha., portando sendos
pilei; en exergo, ROMA, dentro de cartela.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 29; 1982: 113; Arasa, 1987: 77.
2. Saufeia. Denario. AR. Roma. (152 a.C.).
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; detrás, X.
Rev. Victoria conduciendo biga, a dcha., portando una fusta con
la dcha. y las riendas con la izq.; en exergo, L·SAVF / ROMA.
Col. Molinos; RRC 204/1.
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 160, nº 957;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. V, nº 11;
Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
3. Tulia. Denario. AR. Roma. (120 a.C.).
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; detrás, ROMA.
Rev. Victoria conduciendo cuadriga, a dcha., sosteniendo las
riendas y una palma con ambas manos; encima de los caballos,
corona; debajo, X; en exergo, M·TVLLI.
Col. Molinos; RRC 280/1.
Bibl.: Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966: 22; Ripollès, 1980: 28;
Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. V, nº 12; Ripollès, 1982: 113;
Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
4. Porcia. Denario. AR. Narbo. (118 a.C.).9
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; delante L·PORCI; detrás,
LICI y marca de valor .
Rev. Guerrero desnudo conduciendo biga, a dcha., sosteniendo
escudo, carnyx y riendas con la mano izq. y lanza con la dcha.;
debajo, L·LIC·CN·DOM.
Col. P. Querol; RRC 282/5.
9
A pesar de la breve descripción de Mateu (1960: 186), el tipo
parece bastante claro ya que el único denario que presenta la
leyenda L·Porci·Lici en anverso es el que nosotros describimos.
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Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla, 1968; Ripollès, 1980: 28;
1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
5. Flaminia. Denario. AR. Roma. (109–108 a.C.).10
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; detrás, ROMA; debajo
del mentón, X.
Rev. Victoria sobre biga, a dcha., sosteniendo riendas con la izq. y
corona con la dcha.; debajo L·FLAM[ini]; en exergo, [cilo].
Col. Molinos; RRC 302/1.
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám.
IV, nº 8; Arasa, 1987: 78, n. 309.
6. Cornelia. Denario. AR. Roma. (100 a.C.).
Anv. Busto de Hércules visto desde un lateral y con la cabeza
girada a dcha., clava sobre el hombro izq.; debajo, ROMA; detrás,
letra G entre dos puntos verticales y, sobre ésta, escudo.
Rev. Roma con casco de triple cimera estante, de frente,
sosteniendo lanza con la dcha. A su dcha., una figura masculina la
corona mientras sujeta una cornucopia con la izq.; entre ambos,
letra G entre puntos horizontales; en exergo, LENT·MAR. F.
Gráfila de corona vegetal.
RRC 329/1a.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319, n. 2; Pla, s/a;
1961: 16; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
7. Cornelia. As. Æ. Roma. (100 a.C.).
Anv. Cabeza barbada y laureada de Jano; encima, marca de valor I.
Rev. Proa de nave a dcha.; encima, LENT·MAR. F.; delante,
triskeles; debajo, ROMA.
RRC 329/2.
Bibl.: Mateu, 1958: 178, nº 957; Pla, 1968; Ripollès, 1980: 29;
1982: 114.
8. Porcia. Denario. AR. Roma. (89 a.C.).
Anv. Busto femenino drapeado y diademado, a dcha., con el pelo
recogido en bandas; detrás, [roma]; debajo, [m·cato].
Rev. Victoria sentada hacia la dcha., sosteniendo pátera con la
mano dcha. y rama que apoya sobre su hombro izqdo.
10 Mateu (1981: 117) propone que se trataría de un denario de la
familia Plautia (RRC 278/1), pero tras una detenida observación de
la lámina donde se reproduce, podemos afirmar que se trata de un
denario de la familia Flaminia (RRC 302/1).
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
Col. Molinos; RRC 343/1b.11
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 160, nº 957;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 116, nº 1630, lám. III, nº 4;
Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
9. Cornelia. Denario. AR. Roma. (88 a.C.).
Anv. Busto de Marte con casco corintio, visto desde atrás y con la
cabeza girada hacia la dcha.; sobre sus hombros, lanza y espada.
Rev. Victoria conduciendo una biga, hacia la dcha., sosteniendo
las riendas con la mano izq. y corona con la dcha.; en exergo,
CN·LENTVL.
Col. Molinos; RRC 345/1.
Bibl.: Ferrer, s/a; 1888: 268; Mateu, 1959: 160, nº 957; Ripollès,
1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. V, nº 13; Ripollès,
1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
10. Rubria. Denario. AR. Roma. (87 a.C.).
Anv. Cabeza laureada de Júpiter, a dcha., con cetro sobre el
hombro izqdo.; detrás, DOSSEN.
Rev. Cuadriga de triunfo con el panel lateral decorado con haz
de rayos, hacia la dcha.; encima, Victoria con corona; debajo,
L·RVBRI.
RRC 348/1.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I.
11. Postumia. Denario. AR. Roma. (81 a.C.). [Denario serrado].
Anv. Busto drapeado de Diana, a dcha.; detrás, arco y aljaba sobre
su hombro dcho.; sobre ella, bucráneo.
Rev. A·POST·A·F / S·N·ALBIN. Altar encendido sobre roca;
a su dcha., sacerdote sosteniendo aspergillum con una mano y
levantando la otra en posición de espera junto a un toro apostado
al otro lado del altar.
RRC 372/1.
Bibl.: Llorente, 1876; Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319, n.
2; Pla, s/a; 1961: 16; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 77.
12. Sicinia. Denario. AR. Roma. (49 a.C.).
Anv. Cabeza diademada de Fortuna, a dcha.; delante, FORT;
detrás P·R.
Rev. Palma con cinta en su parte final cruzada en forma de aspa
con un caduceo alado; entre ellas, III VIR; encima, corona;
debajo, Q·SICINIVS.
Col. P. Querol; RRC 440/1.
Bibl.: Pla, s/a.
13. Sicinia/Coponia. Denario. AR. Ceca móvil con Pompeyo. (49
a.C.).
Anv. Cabeza diademada de Apolo, a dcha., peinado distribuido en
bandas; debajo, estrella; delante, Q·SICINIVS; detrás, III VIR.
Rev. Clava en disposición vertical, sobre ella, de perfil, piel de
león; flecha, a izq.; arco, a su dcha.; a los lados, C·COPONI[us]
/ [p]·R·S·C.
Col. Molinos;12 RRC 444/1a.
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 160, nº 957; Pla,
1961: 15; 1968; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630,
lám. IV, nº 9; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
11 Ripollès (1980: 28; 1982: 113) da una clasificación diferente (RRC
274/1). Nosotros, atendiendo a la descripción de Mateu (1959: 160)
y a la posterior ilustración de este mismo autor (Mateu, 1981: 116,
lám. III, nº 4), planteamos esta clasificación.
12 Según el informe de Pla (1961: 15), esta moneda habría pertenecido
en un primer momento a P. Querol.
351
14. Cordia. Denario. AR. Roma. (46 a.C.).13
Anv. Cabeza diademada de Venus, a dcha.; detrás, RVFVS·S·C.
Rev. Amorcillo cabalgando delfín, a dcha.; debajo,
MN·CORDIVS.
Col. P. Querol; RRC 463/3.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla, 1961: 15; 1968;
Ripollès, 1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
15. Cneo Pompeyo. Denario. AR. Ceca hispana. (46–45 a.C.).
Anv. M·POBLICI·LEG·PRO·PR. Cabeza de Roma con casco
corintio, a dcha. Gráfila de cuentas y puntos.
Rev. CN·MAGNVS·IMP. Figura femenina (¿Hispania?) estante,
a dcha., con rodela a la espalda, sosteniendo dos lanzas con la
mano izq. y ofreciendo una palma con la dcha. a un soldado, sobre
una proa de barco, que se aproxima desde la dcha.
RRC 469/1a.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I.
16. Marco Antonio. Denario. AR. Ceca móvil. (32–31 a.C.).
Anv. Galera pretoriana, a dcha.; arriba [ant·aug]; debajo, III VIR
R·P·C.
Rev. Aquila entre dos vexilla; debajo, LEG·III.
Col. Molinos; RRC 544/15.
Bibl.: Ferrer, 1888: 268; Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966: 22;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. IV, nº 10;
Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
17. Marco Antonio. Denario. AR. Ceca móvil. (32–31 a.C.).
Anv. Galera pretoriana, a dcha.; arriba ANT·AVG; debajo, [iii vir
r·p·c].
Rev. Aquila entre dos vexilla; debajo, LEG·X.
3,53 g; 16-18 mm; 6 h; RRC 544/24.
Contexto: La Moleta-2007, hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 3, nº 2; Arasa, 2009: 115, fig. 83.
Moneda ibérica
18. Kese. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a principios
del I a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha.; detrás, marca irreconocible.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica kese.
Vives XXV-XXXV; CNH 168-170.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; Arasa, 1987: 76.
19. Iltirta. Unidad. Æ. (Post. 104 a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha.; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica iltiŕta.
8,5 g; 22,9 mm; 6 h; col. López; Vives XXVIII, 1; CNH 178/22.
Bibl.: Ripollès, 1980: 87, lám. I, nº 1; 1982: 114; Arasa, 1987:
77; 2009: 114.
20. Iltirta. Unidad. Æ. (Post. 104 a.C.).14
Anv. Cabeza viril, a dcha.; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica iltiŕta.
13 Mateu (1960: 186) describe este denario: “Denario de Man. Cordius
Rufus S.C.”. Ante la falta de mayor detalle en la descripción,
pensamos que la inclusión de S–C resulta fundamental a la hora de
clasificar esta moneda, pues el tipo que describimos es el único de
este magistrado monetal que presenta dichas siglas.
14 Esta moneda y la nº 66, se conservan en la actualidad en el Museo
de Bellas Artes de Castellón.
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352
J. M. Torregrosa y F. Arasa
12,8 g; 26,6 mm; 11 h; col. Milián; CNH 180/36.
Contexto: La Moleta-1960, sondeo II, sector I, capa II, a 1,10 m
de profundidad.
Bibl.: Mateu, 1960: 185, nº 1038; Pla, 1961: 22; Mateu, 1966: 22;
Martín Valls, 1967: 144; Pla, 1968; Ripollès, 1980: 28; Mateu,
1981: 116, nº 1630; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 37 y 77;
Martín Costea, 1996: 38, nº 11; Arasa, 2009: 113-114.
21. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.).15
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bolśk[an].
Col. Molinos; Vives XLIII, 5; CNH 211/8.
Bibl.: Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966: 22; Martín Valls, 1967:
135; Pla, 1968; Domínguez, 1979: 95; Ripollès, 1980: 28; Mateu,
1981: 116, nº 1630, lám. II, nº 1; Ripollès, 1982: 113-114; Arasa,
1987: 76-77; Domínguez, 1991: 207, nº 95 y 209, nº 118; Arasa,
2009: 114.
22. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.).
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bolśkan.
Vives XLIII, 5; CNH 211/8.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 29; 1982: 114; Arasa, 1987: 76-77; 2009: 114.
23. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.).16
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśka[n].
Col. Molinos; Vives XLIII, 4; CNH 211/6.
Bibl.: Mateu, 1959: 160, nº 957; Martín Valls, 1967: 135; Pla,
1968; Domínguez, 1979: 95; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
116, nº 1630, lám. II, nº 2; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77;
Domínguez, 1991: 207, nº 95 y 209, nº 118; Arasa, 2009: 114-115.
24. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C. a
principios del I a.C.).
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
Col. P. Querol; Vives XLIII, 1-3; CNH 211-212.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla, 1961: 15; Martín
Valls, 1967: 135; Domínguez, 1979: 95; Ripollès, 1980: 28; 1982:
113; Arasa, 1987: 77; Domínguez, 1991: 209, nº 118; Arasa,
2009: 114-115.
25. Kelse. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a principios
del I a.C.).17
Anv. Cabeza viril, a dcha.; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica kelse.
Col. P. Querol.
Bibl.: Ferrer, 1888: 268; Pla, s/a; Arasa, 1987: 76-77.
15 Ejemplar descrito erróneamente como una mitad por Martín Valls
(1967: 135).
16 Según la descripción de Mateu (1981: 116), esta moneda sería una
unidad de bolskan con la marca bon en el anverso; al ser un tipo
no recogido en la bibliografía especializada, pensamos que se trata
de una confusión de este autor y por tanto, de un denario de este
mismo taller. Las únicas unidades que muestran los signos bon
detrás de la cabeza del anverso son las de la ceca de Iaka (Vives
XLIX, 1-4 y CNH 215, 1-2).
17 Pla (1961: 15) refiere que se trataría de un as de Lepida-Celsa.
APL XXX, 2014
26. Kelse. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a principios
del I a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha.; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción ibérica kelse.
Col. Molinos.
Bibl.: Ferrer, s/a; 1888: 268; Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla,
1961: 15; Mateu, 1966: 22; Martín Valls, 1967: 137; Pla, 1968;
Ripollès, 1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 114.
27. Saltuie. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C. a principios del I
a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha., con peinado de rizos de gancho, manto
pronunciado y fíbula; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete con palma y clámide, a dcha.; debajo, sobre línea,
inscripción ibérica saltuie.
Vives XXX, 1; CNH 228/1.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 29; 1982: 114; Arasa, 1987: 76-77; 2009: 114.
28. Tamaniu. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a principios
del I a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha.; delante ¿delfín?; detrás, ta.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica tamaniu.
Vives XXXVII, 1-4; CNH 246-247.
Bibl.: Ferrer, s/a.
29. Saiti. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.).
Anv. Cabeza viril diademada con ínfulas, a dcha.; detrás, palma.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica śaiti.
Vives XX, 2; CNH 315/3; Ripollès, 2007, II.2.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 29; 1982: 114; Arasa, 1987: 76-77; Ripollès, 2006: 245;
2007: 91; Arasa, 2009: 114.
30. Ikalesken. Unidad. Æ. (Mediados del s. II a.C.). [Partida
1/2].18
Anv. Cabeza viril, a dcha.
Rev. Jinete con lanza, escudo redondo y manto, a izq.; debajo,
bajo línea, inscripción ibérica ikalkus[ken].
Bibl.: Ferrer, s/a.
31. Unidad ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [Partida].
Bibl.: Ferrer, s/a.
32. Unidad ibérica. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Falta 1/3
de la pieza].
Anv. Cabeza viril, a dcha.
Rev. Jinete, a dcha.
7,53 g; 26 mm; 5 h.
Contexto: La Moleta-2007, sondeo 4, UE 400.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 2, nº 1.
18 A pesar de que la atribución a ikalesken parece clara, dado que en el
documento donde se ha podido localizar esta moneda se ilustra con
un dibujo que representa al jinete lancero y al caballo hacia la izq.
y los cinco primeros signos de la leyenda, pensamos que ésta debe
ser considerada con cierta cautela. No obstante, las dos monedas de
este taller procedentes de Morella (cat. nº 122 y 123) demostrarían
que la llegada de numerario de este taller a Lesera y su entorno no
fue extraña.
[page-n-362]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
33. Divisor ibérico. Æ. (S. II–I a.C.).19
Anv. [---].
Rev. [---]. Caballo, a dcha.; encima, dos glóbulos.
Bibl.: Ferrer, s/a.
Moneda provincial
34. Ilici. Semis. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).20
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVG P M. Cabeza desnuda, a izq.
Rev. C I I A L TER LON L PAP AVIT II VIR Q. Vexillum entre
dos aquilae.
Col. Molinos; RPC 199; Vives CXXXIII, 12; Llorens, 1987, nº
169-178; APH 199.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28;
Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. VII, nº 17; Ripollès, 1982: 113;
Arasa, 1987: 78; 2009: 115.
35. Saguntum. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR DIVI AVG (F) AVG(VS). Cabeza desnuda, a
dcha.
Rev. L SEMP GEMIN(O) L VAL SVRA II VIR / SAG. Nave de
guerra, a dcha.
RPC 202; Vives CXXIV, 3; Llorens y Ripollès, 1989, nº 8-76;
Ripollès y Llorens, 2002, nº 425-510; APH 202.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888:
268; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès, 1980: 29; 1982: 114;
Arasa, 1987: 78-79; Llorens y Ripollès, 1989: 171; Ripollès y
Llorens, 2002: 543; Arasa, 2009: 112-115.
36. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. (Finales del reinado de
Augusto).21
Anv. MVN HIBER[a / iulia]. Nave comercial, a izq.
Rev. [ilerc]AVO[nia]. Nave comercial ligera, a dcha. [Contramarca
].
Col. Molinos; RPC 205; Vives CXXV, 1-2; CNH 172/1-2; Llorens
y Aquilué, 2001: I.1.2-10, 12-13; APH 205b.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Bayerri, 1948:
646, n. 3; Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966: 22; Pla, 1968; Ripollès,
1980: 28; Mateu, 1981: 116, nº 1630, lám. III, nº 5; Ripollès,
1982: 113; Arasa, 1987: 78-79; Llorens y Aquilué, 2001: 75, nº 9
y 97, nº 2d; Arasa, 2009: 112-115.
37. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).22
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONI. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
10,73 g; 26 mm; 5 h; col. V. Cardona; RPC 207; Vives CXXV,
4; Llorens y Aquilué 2001: II.1.5-6, 10-11, 15-17, 22, 31, 38-39,
41; APH 207a.
Bibl.: Pla, s/a.
19 Por el dibujo de Ferrer, podría tratarse de un sextante de Iltirta de
peso elevado (ca. 5,51 g), (CNH 177/11); aunque, por no ofrecer
más detalles, hemos preferido no atribuirla a ningún taller.
20 Mateu (1959: 161; 1981: 117) clasifica erróneamente esta moneda
como Vives CXXXIII, 9.
21 Mateu (1959: 160 y 1966: 22) y Ripollès (1980: 28) mencionan esta
pieza como semis.
22 Según un manuscrito de Pla (s/a y 1961: 15), esta moneda fue
encontrada superficialmente en un bancal situado en la zona este de
La Moleta.
353
38. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI [caesar divi] AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada, a
dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVO[nia]. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
8,01 g; 24 mm; 3 h; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 42-45;
APH 207b.
Contexto: La Moleta-2005, sondeo 1, UE 100 (nivel de
sedimentación sin contexto estratigráfico fiable).
Bibl.: Lledó, s/a (a): 5, nº 4; Arasa, 2007: 201; 2009: 114-116,
fig. 84.
39. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONI. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
Col. A. Mestre; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.5-6, 10-11, 15-17, 22, 31, 38-39, 41; APH 207a.
Bibl.: Pla, 1961: 15; 1968; Arasa, 1987: 78; Llorens y Aquilué,
2001: 75, nº 9; Arasa, 2009: 112-115.
40. Tarraco. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).23
Anv. [imp caes a]VG TR POT PON MAX P P. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. [c]–V–T / C L CAES / AVG F. Cabezas enfrentadas de Cayo
y Lucio.
Col. Molinos; RPC 210; Vives CLXIX, 11; Villaronga, 1977a, nº
1; APH 210a.
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1876; Arigó, 1879, lám. I; 1880: 5;
Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Bayerri, 1948: 647;
Pla, s/a; Mateu, 1959: 160, nº 957; Pla, 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 28-29; Mateu, 1981: 116-117, nº 1630, lám. III, nº 7;
Ripollès, 1982: 113-114; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 78; 2009:
115.
41. Emporiae. As. Æ. (Finales del s. I a.C. a principios del I d.C.).
Anv. Q[uais]. Cabeza de Minerva, a dcha.
Rev. [e]MP[orit]. Pegaso, a dcha.; encima, corona.
9 g; 24-26 mm; 2 h; col. Milián; RPC 236; Vives CXXI, 2;
Villaronga, 1977b, nº 72; CNH 152/4; APH 236.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 185, nº 1038; 1966: 23; Ripollès,
1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 78; Martín Costea, 1996: 39, nº
14; Arasa, 2009: 115.
42. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Falta 1/4 de la
pieza].
Anv. [imp august divi f]. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. MVN / ILERD[a]? Loba, a dcha.
4,98 g; 23 mm; 12 h; RPC 260; Vives CXXXIV, 2-6; Hill 10-4;
APH 260.
Contexto: Lesera-2001, Recinto 2, UE 1025, domus de la
plataforma superior.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 4, nº 3.
43. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).
Anv. IMP AVGVST DIVI F. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. [i]LERDA. Loba, a dcha.
23 Mateu (1981: 116) se confunde al clasificar esta moneda como
variante de Vives CLXXI, 8 reproduciendo la leyenda como TI
CAES AVG TR POT PON MAX P P, pues el reverso descrito
pertenece a la emisión de Augusto.
APL XXX, 2014
[page-n-363]
354
J. M. Torregrosa y F. Arasa
7,38 g; 24 mm; 2 h; col. V. Cardona; RPC 260; Vives CXXXIV,
2-6; Hill 10-4; APH 260a.
Bibl.: Inédita.
44. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).24
Anv. IMP AVGVST DIVI F. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. MVN / ILERDA. Loba, a dcha.
Col. Molinos; RPC 260; Vives CXXXIV, 2-6; Hill 10-4; APH
260b.
Bibl.: Ferrer, s/a; Arigó, 1880: 5; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer,
1888: 268; Bayerri, 1948: 647; Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966:
22-23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. VI, nº
15; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 78; 2009: 115.
45. Lepida-Celsa. Semis. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR AVGVSTVS. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. VETILIO BVCCONE C FVFIO. En campo, AED / CELSA.
RPC 280; Vives CLXI, 7; Hill 13-9; APH 280.
Bibl.: Llorente, 1876; Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319,
n. 2; Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 78; 2009: 112113 y 115.
46. Osca. Semis. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).25
Anv. [au]GVSTVS DIVI F. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. COMPOSTO ET MARVLLO II VIR; en el campo, OSCA.26
Col. Molinos; RPC 286; Vives CXXXVI, 10; Domínguez, 1991,
nº 101-103; APH 286.
Bibl.: Mateu, 1959: 160-161, nº 957; 1966: 22-23; Martín Valls,
1967: 135; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám.
VI, nº 14; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 78; Domínguez,
1991: 209, nº 118; Arasa, 2009: 115.
47. Osca. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).27
Anv. [augu]STVS PATER PATR[iai]. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. [v v / osca]. Jinete con lanza, a dcha. [Contramarca
].28
Col. Molinos; RPC 289; Vives CXXXVI, 5; Domínguez, 1991,
nº 88-91; APH 289.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
116, nº 1630, lám. II, nº 3; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 78;
Domínguez, 1991: 209, nº 118; Arasa, 2009: 115.
24 Mateu (1959: 160) clasifica equivocadamente esta pieza como
semis quizá por el reducido módulo y bajo peso de estas emisiones.
Sobre esta cuestión se puede ver APH: 180.
25 Mateu (1981: 117) cita erróneamente esta moneda como un as,
a pesar de que en un trabajo anterior (Mateu, 1959: 160-161) la
clasifica como semis.
26 Extrañamente, Martín Valls (1967: 135) incluye esta pieza dentro
de la moneda ibérica a pesar de que, por la propia referencia de
Mateu (1959: 160-161), de quien toma estos datos, la moneda
es descrita como un semis de Augusto, ofreciendo, además, los
nombres de los duoviros municipales.
27 Mateu (1981: 116) lo clasifica como una unidad de Bilbilis, a pesar
de que esta ceca no acuña ningún tipo con estas leyendas de anverso
y reverso. La confusión de este autor pudo estar inducida por un
error de lectura de Vives que sí describe un tipo de Bilbilis con la
leyenda de anverso AVGVSTVS DIVI F PATER PATRIAE y reverso
jinete con lanza y BILBILIS en exergo (= Vives CXXXVIII, 10). Es
probable que parte de este error de adscripción derive del lugar donde
se contramarcó la moneda, el mismo exergo, lo que hizo desaparecer
el topónimo de la ciudad emisora.
28 Contramarca APH: 325, nº 91-97. Al no haber podido tener acceso
físico a la moneda no ha sido posible definir mejor la morfología de
la contramarca.
APL XXX, 2014
48. Caesaraugusta. As. Æ. Augusto. (4–3 a.C.).
Anv. IMP [augustus (divi f) trib potes xx]. Cabeza laureada, a
dcha.
Rev. [caesaugu(s) / cn dom amp c ve(t) lan(c) / ii vir]. Sacerdote
arando con yunta de bueyes, a dcha.
7,6 g; 25 mm; col. Milián; RPC 320; Vives CXLVIII, 10; Beltrán,
1956, nº 16; APH 320.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Mateu, 1960:
186, nº 1038; Ripollès, 1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 78;
Martín Costea, 1996: 43, nº 24; Arasa, 2009: 115.
49. Bilbilis. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Partida 2/3].
Anv. [---]. Cabeza, a dcha.
Rev. BILBILIS. Jinete con lanza, a dcha.
RPC 389-391; Vives CXXXVIII, 6-9; APH 389-391.
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268;
Arasa, 1987: 78; 2009: 115.
50. Turiaso. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR AVGVST F IMPERAT. Cabeza laureada, a
dcha.
Rev. [mun tur] / C CAEC SER(E) / M VAL QVAD / [ii / vir].
Toro, a dcha.
RPC 417; Vives CLVII, 1; Hill 33-9; APH 417.
Bibl.: Ferrer, s/a.
51. Clunia. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Bibl.: Arigó, 1880: 5; Llorente, 1887: 319, n. 2; Arasa, 1987: 78;
2009: 115.
52. Osicerda. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR AVGVSTVS. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. MVN / OSICERDA. Toro, a dcha.
RPC 468; Vives CLIX, 1; Hill 18-7; Gomis, 1996, IIa; APH 468.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Bayerri, 1948:
647; Arasa, 1987: 78; 2009: 115.
Moneda romana. Imperio
53. Augusto. Quinario. AR. Emerita. (27 a.C.–14 d.C.).
Anv. Cabeza desnuda, a izq.; alrededor, AVGVST.
Rev. P CARIS–I LEG. Victoria estante, a dcha., coronando un
trofeo; cuchillo y falcata en su base.
Col. Molinos; Vives CXL, 12; RIC I2, 1b.
Bibl.: Llorente, 1876; 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Ortí,
1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 161, nº 957; 1966: 23;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 116, nº 1630, lám. III, nº 6;
Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 78; 2009: 115.
54. Augusto. As. Æ. Roma. (27–14 d.C.).
Col. Roda.
Bibl.: Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès, 1980: 29; 1982: 114;
Arasa, 1987: 80; 2009: 116.
55. Augusto. Cuadrante. Æ. Roma. (27–14 d.C.).
Anv. [---] / S–C.
Rev. [---]. Altar (¿adornado con guirnaldas?) con la parte superior
en forma de cuenco.
RIC I2, 443-468.
Bibl.: Ferrer, s/a.
56. Augusto (Tiberio). As. Æ. Roma. (22/23–30 d.C.).
Anv. DIVVS AVGVSTVS PA[ter]. Cabeza radiada de Augusto,
a izq.
Rev. S–C. Altar con doble puerta y adornos en su parte superior;
debajo, PROVIDE[nt].
[page-n-364]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
Col. Molinos; RIC I2, 81.
Bibl.: Llorente, 1876; 1887: 319, n. 2; Mateu, 1959: 161, nº 957;
1966: 23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. VI,
nº 16; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 79; 2009:
116.
57. Antonia (Claudio I). Dupondio. Æ. Imitación. (¿41–50 d.C.?).
Anv. ANT[onia augusta]. Busto drapeado de Antonia, a dcha., con
el pelo recogido en una trenza.
Rev. TI CLAV[dius caesar aug] P M TR P IMP / S–C. Claudio,
estante a izq., velado y con toga, sosteniendo simpulum con la
dcha.
9,87 g; 26 mm; 8 h; RIC I2, 92.
Contexto: La Moleta, hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 6, nº 5.
58. Claudio I. As. Æ. Posible imitación. (41–54 d.C.).
Anv. TI CLAVDIVS CAESAR AVG P M TR P IMP […]. Cabeza
desnuda, a izq.29
Rev. [constantiae augusti] / S–C. Constantia, estante a izq., con
vestimenta militar y casco, levantando la mano dcha. y sujetando
lanza.
Col. P. Querol; RIC I2, 95/111.
Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla, 1961: 15; Mateu, 1966: 23;
Ripollès, 1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
59. Claudio I. As. Æ. Imitación. (41–50 d.C.).30
Anv. [ti] CLAVDIVS CAESAR [aug p m] TR P IMP […]. Cabeza
desnuda, a izq.31
Rev. LIBE[rtas au]GVSTA / S–C. Libertas estante, a dcha.,
sosteniendo pileus con la mano dcha. y alzando la izq.
Col. Molinos; RIC I2, 97.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Mateu, 1959:
161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117,
nº 1630, lám. VIII, nº 20; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 79;
2009: 116.
60. Claudio I. As. Æ. Posible imitación. (41–50 d.C.).
Anv. TI CLAVDIVS CAESAR AVG P M TR P IMP. Cabeza
desnuda, a izq.32
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. F. Ortí; RIC I2, 100.
29 Mateu (1960: 186) restituye la leyenda TI CLAVDIVS CAESAR
PONT MAX, pero en las emisiones de Claudio I este tipo es
inexistente. Por tanto, debe tratarse de la leyenda propuesta (RIC I,
95) o bien de la acabada en P P (RIC I, 111).
30 Mateu (1959: 161) habla genéricamente de un bronce de Claudio;
posteriormente, Ripollès (1980: 28), guiándose por la referencia
a la obra de Cohen recogida por Mateu, lo clasifica como un
sestercio. Dado que no existen coincidencias entre las leyendas y
los tipos de los sestercios acuñados por Claudio I, pensamos que se
trata de un as.
31 Mateu (1959: 161) refiere que es a dcha. En su descripción no
desarrolla la leyenda completa, esto es, terminada en la intitulación
IMP o, en ésta, más P P al final. Este hecho nos lleva a plantear
que o bien la moneda sufrió un fuerte desgaste o un cierto
descentraje en el proceso de acuñación con la consecuente pérdida
de una sección de la leyenda, o bien, siguiendo a Sutherland (1984:
129), estaríamos ante una imitación, posiblemente hispana, de la
acuñación oficial.
32 Mateu (1971: 174) habla de que la leyenda sería IMP TI
CLAVDIVS CAESAR AVG pero, tras cotejar su descripción con
la ilustración de la moneda en el trabajo de Ortí Miralles (1958, II:
173, fig. 43bis), pensamos que la leyenda es tal como se reproduce
en este catálogo.
355
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43bis; Mateu, 1971: 194, nº 1326;
Ripollès, 1980: 29; 1982: 113; Arasa, 1987: 80; 2009: 116.
61. Claudio I. As. Æ. Imitación. (41–50 d.C.).
Anv. TI CLAVDIVS CAES[ar aug p m tr p imp]. Cabeza desnuda,
a izq.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. Molinos; RIC I2, 100.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Mateu,
1959: 161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
117, nº 1630, lám. VII, nº 19; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987:
79; 2009: 116.
62. Claudio I. As. Æ. Imitación. (50–54 d.C.).
Anv. [ti claudius cae]SAR AVG P M TR [p imp p p]. Cabeza
desnuda, a izq.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. Molinos; RIC I2, 116.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Mateu, 1959:
161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117,
nº 1630, lám. VIII, nº 21; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 79;
2009: 116.
63. Vitelio. As. Æ. Tarraco. (Abril–diciembre del 69 d.C.).
Anv. [a v]ITEL[lius imp german]. Busto laureado, a izq., con
globo en la parte inferior.33
Rev. LIBERTA[s restitu]TA / S–C. Libertas drapeada y estante,
a izq., con la cabeza girada a la dcha., sosteniendo pileus con la
dcha. y cetro con la izq.
8,7 g; 24-27 mm; 7 h; col. Milián; RIC I2, 43.
Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1040; 1966: 23; Ripollès, 1980: 29;
Arasa, 1987: 80-81; Martín Costea, 1996: 55-56, nº 59; Arasa,
2009: 116.
64. Vespasiano. Dupondio. Æ. Roma. (71 d.C.).
Anv. IMP CAES VESPASIAN AVG COS III. Cabeza radiada,
a dcha.34
Rev. [concordia augusti]. Concordia sentada, a izq., sosteniendo
pátera y cornucopia; en exergo, S–C.
11,45 g; 27,8 mm; 2 h; col. Milián; RIC II.1, 266.
Contexto: La Moleta-1960, sondeo I, sector V, sobre el pavimento.
Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1040; 1966: 23; Pla, 1961: 19; 1968;
Ripollès, 1980: 29; Arasa, 1987: 33 y 79; Martín Costea, 1996:
55, nº 58; Arasa, 2009: 114-116.
65. Domiciano. Dupondio/As. Æ. Roma. (86–96 d.C.).
Anv. IMP CAES DOMIT AVG GERMAN COS X[…] P P. Busto
laureado/radiado, a dcha. (con o sin aegis).
Rev. VIRT[uti augusti] / S–C. Virtus estante, a dcha., con el pie
sobre un casco, sosteniendo parazonium y lanza.35
9,6 g; 27 mm; 5 h; col. Milián.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 186, nº 1040; Pla, 1961: 15; 1968;
Ripollès, 1980: 29; Arasa, 1987: 80; Martín Costea, 1996: 55, nº
57; Arasa, 2009: 116.
66. Trajano. Denario. AR. Roma. (101–102 d.C.).
Anv. IMP CAES NERVA TRAIAN AVG GERM. Cabeza
laureada, a dcha., con aegis sobre el pecho.
33 Mateu (1960: 186) cita erróneamente las leyendas IMP AVG F
VITELIVS y LIBERTAS AVGVSTA. Sólo cabe la opción que
nosotros planteamos y que se encuentra recogida en RIC I, 43. Esta
moneda fue atribuida correctamente a Tarraco por Arasa (1987: 81).
34 Mateu (1960: 186) desarrolla la leyenda IMP CAES VESP AVG
COS III, cuando la única posibilidad es la que aquí planteamos.
35 Mateu (1960: 186) lee VIRTVTI AVG.
APL XXX, 2014
[page-n-365]
356
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Rev. P M TR P COS IIII P P. Hércules desnudo, de frente, portando
clava y piel de león.
Col. Molinos; RIC II, 50.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
117, nº 1630, lám. IX, nº 23; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
67. Trajano. As. Æ. Roma. (98–117 d.C.).
Col. Roda.
Bibl.: Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Arasa, 1987: 80; 2009: 116.
68. Trajano. Æ. Roma. (98–117 d.C.).
Bibl.: Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
69. Adriano. As. Æ. Roma. (119–121/22 d.C.).
Anv. [imp caes]AR TRAIAN[…] HADRIANVS AVG. Busto
laureado, a dcha.36
Rev. […] / S–C. Felicitas o Pax estante, a izq., portando
cornucopia y sosteniendo caduceo o rama.
Col. Molinos; RIC II, 573a-b/616a-c.37
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28;
Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. IX, nº 24; Arasa, 1987: 79; 2009:
116.
70. Adriano. Sestercio. Æ. Roma. (134–138 d.C.).38
Anv. [hadrianus] AVG C[os iii p p]. Busto laureado, a dcha. (con
o sin drapeado).
Rev. [aeternitas aug / s–c]. Aeternitas estante, de frente y con la
cabeza girada a izq., sujetando las cabezas del Sol y la Luna.
Col. Molinos; RIC II, 744.
Bibl.: Mateu, 1961: 148, nº 1080; 1966: 23; 1967: 54, nº 1179;
Ripollès, 1980: 29; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. IX, nº 25;
Arasa, 1987: 80; 2009: 116.
71. Adriano. As. Æ. Roma. (134–138 d.C.).39
Anv. [Hadrianus] AVG COS III P P. Busto laureado, a dcha.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., blandiendo lanza y
sosteniendo escudo.
Col. Molinos; RIC II, 827.
Bibl.: Mateu, 1961: 148, nº 1080; 1966: 23; Ripollès, 1980: 29;
Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. VIII, nº 22; Arasa, 1987: 80;
2009: 116.
72. Adriano. Sestercio. Æ. Roma. (134–138 d.C.).
Anv. HADRIANVS AVGVSTVS P P. Busto laureado y drapeado,
a dcha.
36 Mateu desarrolla la leyenda IMP CAES TRAIAN HADRIANO
AVG. En cuanto al tipo de anverso, existen dos variantes que
pueden llevar drapeado sobre el hombro izqdo. (RIC II, 573b y
616b) y una en la que el busto se encuentra laureado, drapeado y
con coraza (RIC II, 616c).
37 Mateu (1981: 117) ofrece un número de Cohen erróneo, ya que el nº
1359 de este trabajo presenta a Minerva estante, a dcha., portando
escudo y jabalina (RIC II, 287), y no el tipo que aparece con una
figura femenina estante, a izq., portando una cornucopia. De esta
forma, y para poder realizar una clasificación adecuada, hemos
tenido en cuenta solamente aquellas monedas de Adriano en las que
hubiese coincidencias tanto en la leyenda de anverso descrita por
Mateu (1959: 161), como en las figuras femeninas estantes a izq.
que portasen en cualquiera de sus manos una cornucopia.
38 En un primer momento, Mateu (1961: 148) describe esta moneda
como un mediano bronce. Posteriormente, rectifica y se refiere a
ella como un sestercio (Mateu 1981: 117), clasificación que parece
más verosímil.
39 Esta moneda fue atribuida inicialmente a Claudio I por Mateu
(1981: 117). No obstante, en la lámina que la reproduce se distingue
claramente la figura del emperador Adriano.
APL XXX, 2014
Rev. COS III / S–C. Fortuna sentada, a izq., sosteniendo timón
sobre globo y cornucopia; en exergo, FORT RED.
RIC II, 969.
Bibl.: Biosca, 1878: 20; Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319,
n. 2; Ferrer, 1888: 268; Pla, s/a; 1961: 16; Arasa, 1987: 79; 2009:
116.
73. Antonino Pío. Denario. AR. Roma. (143–144 d.C.).
Anv. ANTONINVS AVG PIVS P P TR P COS III. Cabeza
laureada, a dcha.
Rev. IMPERATOR II. Caduceo alado entre cornucopias cruzadas.
Col. Molinos; RIC III, 112.
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 161, nº 957;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. X, nº 26;
Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
74. Antonino Pío (Marco Aurelio). Denario. AR. Roma. (Post.
161 d.C.).40
Anv. DIVVS ANTONINVS. Busto desnudo, a dcha.
Rev. CONSECRATIO. Águila con la cabeza girada a izq. sobre un
altar adornado con guirnaldas.
Col. Molinos; RIC III, 431.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
117, nº 1630, lám. X, nº 27; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
75. Lucila (Marco Aurelio). Denario. AR. Roma. (164–169
d.C.).41
Anv. LVCILLAE AVG ANTONINI AVG F. Busto drapeado, a
dcha.
Rev. CONCORDIA. Concordia sentada, a izq., sosteniendo una
pátera con la mano dcha. y apoyando la izq. sobre una pequeña
estatua de Spes.
Col. Molinos; RIC III, 758.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
117, nº 1630, lám. VII, nº 18; Arasa, 1987: 79.
76. Septimio Severo. Denario. AR. Roma. (197–198 d.C.).42
Anv. L SEPT SEV PERT AVG IMP X. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. PACI AETERNAE. Pax sentada, a izq., con rama y cetro.
RIC IV.1, 118.
Bibl.: Llorente, 1876; Biosca, 1878: 20; Arigó, 1879, lám. I; Pla,
s/a; 1961: 16; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 79; 2009: 116.
77. Galieno. ¿Antoniniano? Vellón. (253–268 d.C.).43
Bibl.: Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
40 Mateu (1981: 117) clasifica esta moneda de forma equívoca
como sestercio, sin embargo el reverso con águila sobre un altar
únicamente se acuñó en el valor denario.
41 Mateu (1981: 117) lo clasifica como as, pero en los ases de Lucila con
Concordia en reverso (RIC III, 1731) observamos algunas diferencias.
En primer lugar, esta alegoría lleva en sus manos una pátera y una
cornucopia; a los lados de ésta vemos la inclusión de las siglas
S–C; por último, la leyenda de anverso no coincide con el ejemplar
ilustrado, ya que la leyenda de anverso de aquella es LVCILLA
AVGVSTA. Por último, el as que muestra la misma leyenda que
nuestro ejemplar presenta a Concordia estante, a izq. (RIC III, 1733).
42 Debemos puntualizar que esta moneda siempre ha sido atribuida
al emperador Pértinax por todos los autores que la citaron en sus
trabajos.
43 En la bibliografía donde se recogen algunas de las monedas que
nosotros incluimos en este trabajo, se habla genéricamente de
“bronce” o “bronces” para referirse a monedas de cobre, bronce
o vellón de diferentes emperadores. El gran predominio del
antoniniano durante el período que va desde 260 a 274 d.C. induce a
plantear, efectivamente, que estos “bronces” deben ser antoninianos.
[page-n-366]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
78. Claudio II. ¿Antoniniano? Vellón. (268–270 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268;
Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
79. Claudio II. Antoniniano. Vellón. Roma. (268–270 d.C.).
Anv. [imp] C CLAVDIVS AVG. Busto radiado y con coraza, a
dcha.
Rev. FIDES EXER[ci]. Fides estante, a izq., sosteniendo dos
insignias, una de ellas transversal; XI, a la izq. del campo.
2,26 g; 18 mm; 6 h; RIC V.1, 36.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 9, nº 8.
80. Claudio II. Antoniniano. Vellón. Mediolanum. (Post. 270
d.C.).
Anv. DIVO CLAVDIO. Cabeza radiada, a dcha.
Rev. [co]NSECRA[tio]. Altar.
1,78 g; 21 mm; 6 h; RIC V.1, 261.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 10, nº 9.
81. Victorino. Antoniniano. Vellón. (269–271 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
82. Victorino. Antoniniano. Vellón. (269–271 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
83. Victorino. Antoniniano. Vellón. (269–271 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
84. Victorino. Antoniniano. Vellón. (269–271 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
85. Probo. Antoniniano. Vellón. (276–282 d.C.).
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987:
79; 2009: 116.
86. Constancio Cloro. Æ. (292–306 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268;
Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
87. Licinio I. Nummus. Æ. Siscia. (Ca. 320 d.C.).
Anv. IMP LIC–INIVS AVG. Busto galeado y con coraza, a dcha.
Rev. VIRTVS EXERCIT. Dos cautivos arrodillados en el suelo
entre ambos, vexillum inscrito con VOT XX; a los lados, S–F; en
exergo, ЄSIS*.
2,51 g; 25 mm; 5 h; RIC VII, 110.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 13, nº 12.
88. Constantino Magno. Æ. (306–337 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268;
Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
89. Constantino Magno. Nummus. Æ. Arelate. (317–318 d.C.).
Anv. IMP CONSTANTINVS P F AVG. Busto laureado, drapeado
y con coraza, a dcha.
Rev. SOLI I[nv]–I–CTO COMITI. El sol radiado estante, a dcha.,
con la cabeza girada a izq., sosteniendo globo con la mano izq. y
levantando la dcha.; a los lados, C–S; en exergo, PARL.
3,38 g; 20,5 mm; 12 h; col. V. Cardona; RIC VII, 150.
Bibl.: Inédita.
90. Graciano. Ae-3. Æ. Roma. (378–383 d.C.).44
Anv. D N GRATIA–[nus p f aug]. Busto con diadema de perlas,
drapeado y con coraza, a dcha.
44 Mateu (1961: 149) especifica: “hallada en el centro de la plaza por
don José Vicente Milián Boix, en 1950. Visto en junio de 1962”.
Albergamos serias dudas sobre que este ejemplar fuese recogido en
la plaza de la población de El Forcall.
357
Rev. VI[ctor]IA AVGGG. Victoria avanzando, a izq., sosteniendo
corona y palma; en exergo, SMRB.45
3,1 g; 17-18 mm; 12 h; col. Milián; RIC IX, 48a.
Bibl.: Mateu, 1961: 149, nº 1081; Ripollès, 1980: 29; Arasa,
1987: 80; Martín Costea, 1996: 46-47, nº 32; Arasa, 2009: 116.
91. Arcadio. Æ. (383–408 d.C.).
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987:
79; 2009: 116.
92. Honorio. Æ. (393–423 d.C.).
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987:
79; 2009: 116.
93. Frustra. Antoniniano. Vellón. (Segunda mitad s. III d.C.).
[Partida 1/2].
0,76 g; 17 mm.
Contexto: Hallazgo superficial, NE de la plataforma superior.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 12, nº 11.
94. Frustra. ¿Denario? AR. (S. I–III d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
95. Frustra. Æ. [Partida].
Bibl.: Ferrer, s/a.
96. Frustra. Æ. [Partida].
Bibl.: Ferrer, s/a.
Territorium
Moneda romana. República
97. Aemilia. Denario. AR. Roma. (114–113 a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Busto femenino laureado, drapeado y con diadema, a
dcha.; delante, ROMA en dirección ascendente; detrás, marca
de valor .
Rev. [mn·aem]ILIO. Estatua ecuestre, a dcha., sobre tres arcos en
los que se encuentra inscrito, LEP.
3,7 g; 18-19 mm; 7 h; col. Milián; RRC 291/1.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
1982: 115; Martín Costea, 1996: 42, nº 19.
98. Volteia. Denario. AR. Roma. (78 a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Cabeza de Liber con corona de hojas de hiedra, a dcha.
Rev. Ceres conduciendo biga a dcha., tirada por dos serpientes
y sosteniendo dos antorchas con las manos; detrás, marca de
control; en exergo, M·VOLTEI·M·F.
RRC 385/3.
Bibl.: Pla, s/a.
99. Anónimo. Semis. Æ. ¿Imitación? (s. I a.C.). [Término
municipal, Morella].46
45 Mateu (1961: 149) y Ripollès (1980: 29) puntualizan que la marca
de ceca contenida en el exergo sería SMAB, pero para Martín
Costea (1996: 46-47, nº 32) sería SMAN. Tras haber cotejado la
leyenda de reverso con el tipo expuesto, solamente puede darse esta
marca de taller en los tipos que Graciano acuñó en Roma.
46 Mateu (1967: 58) incluye este semis en las acuñaciones unciales
republicanas, aduciendo que pertenecería al sistema de 13,5 g (= RRC
56/3). Este error de clasificación fue reproducido posteriormente por
diversos autores pero, teniendo en cuenta el bajo peso y su módulo,
planteamos esta rectificación ya que podría tratarse de una imitación
de origen hispano de las acuñaciones oficiales.
APL XXX, 2014
[page-n-367]
358
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Anv. Cabeza laureada de Saturno, a dcha.; detrás S.
Rev. Proa de nave, a dcha.; encima, S; delante, S; debajo, ROMA.
Gráfila lineal.
4 g; 20-22 mm; 12 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1967: 58, nº 1213; Ripollès, 1980: 31; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 41, nº 18.
Moneda ibérica
100. Hispano-cartaginesa. Calco. Æ. Carthago Nova. (218–206
a.C.). [Casa Palau, Morella].
Anv. Cabeza femenina, a izq.
Rev. Caballo parado, a dcha.
9,8 g; 23 mm; 12 h; col. Milián (ex col. Palau); CNH 69-71.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1050; Villaronga, 1973: 84; Ripollès,
1980: 29; 1982: 115.
101. Untikesken. Unidad. Æ. (Primera mitad del s. II a.C.). [Mas
de les Solanes, Morella].47
Anv. Cabeza femenina con casco, a dcha.
Rev. Pegaso con cabeza modificada, a dcha.; debajo, inscripción
ibérica [untikes]ken.
14,1 g; 26 mm; 3 h; col. Milián; Vives XIII, 1; CNH 141-143.
Bibl.: Bordás, 1921: 144; Mateu, 1955: 318, nº 814; 1960: 188,
nº 1052; Pla, s/a; Martín Valls, 1967: 154; Mateu, 1975: 245;
Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Arasa, 1983-84: 16; Martín Costea,
1996: 36, nº 5; Arasa, 2000: 23; 2009: 117.
102. Kese. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; detrás, marca irreconocible.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica [k]esse.
9,5 g; 24-25 mm; 11 h; col. Milián; Vives XXXVI; CNH 170.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967: 139;
Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Martín Costea, 1996: 37, nº 7.
103. Iltirta. Unidad. Æ. (Post. 104 a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; delante, delfín; detrás, delfín.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica iltiŕta.
Col. Milián; Vives XXVIII, 1; CNH 178/22.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967: 144;
Ripollès, 1980: 29; 1982: 115.
104. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bolśka[n].
5,6 g; 22-23 mm; 2 h; col. Milián (ex col. Guimerá); Vives XLIII,
4-5; CNH 211-212.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967:
135; Domínguez, 1979: 99; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Domínguez, 1991: 210, nº 121; Martín Costea, 1996: 36, nº 3.
47 Mateu (1975: 245) habla de dos monedas que habrían sido halladas
en las intervenciones practicadas en 1918, en el “Mas de Les
Solanes”. Martín Costea (1995: 61, nº 8) habla de una moneda,
también conservada en la colección Milián, que presenta una
leyenda que podemos relacionar con Untikesken aunque bien
podría tratarse de la misma moneda duplicada por este autor.
APL XXX, 2014
105. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bol[śkan].
5,9 g; 23 mm; 3 h; col. Milián (ex col. R. Querol); Vives XLIII,
4-5; CNH 211-212.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967:
135; Domínguez, 1979: 99; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Domínguez, 1991: 210, nº 121; Martín Costea, 1996: 36, nº 4.
106. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica [bolś]kan.
6,5 g; 22 mm; 7 h; col. Milián (ex col. Guimerá); Vives XLIII,
4-5; CNH 211-212.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967: 135;
Domínguez, 1979: 99; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Domínguez,
1991: 210, nº 121; Martín Costea, 1996: 32-33, nº 12.
107. Bolskan. Unidad. Æ. (S. II–I a.C.). [Término municipal,
Olocau del Rey].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bolśkan.
Bibl.: González Martí, 1927: 214; Arasa, 1983-84: 16; Aranegui,
1996: 115; Arasa, 2000: 23; 2009: 117.
108. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Camí
Real de Valencia, Morella].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
18 mm; col. Milián; (de la moneda se conserva un molde en
aluminio); Vives XLIII, 4; CNH 211/6.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1052; Martín Valls, 1967:
135; Domínguez, 1979: 99; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Domínguez, 1991: 210, nº 121; Martín Costea, 1996: 40, nº 16.
109. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Cerca
del Morrón del Cid, La Iglesuela del Cid].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
3,45 g; 18 mm; 12 h; col. Puig; Vives XLIII, 1-3; CNH 211-212.
Bibl.: Arasa, 1983: 85; 2009: 117; 2011: 27.
110. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Casco
urbano, La Iglesuela del Cid].48
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
2,35 g; 18 mm; 12 h; col. Puig; Vives XLIII, 1-3; CNH 211-212.
Bibl.: Arasa, 1983: 85-86; 2009: 117; 2011: 27.
111. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Las
Lomas, La Iglesuela del Cid].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
48 Hallado en un pequeño depósito de monedas de diferentes épocas
que apareció al derribar una casa del pueblo (Arasa, 1983: 85-86).
El bajo peso de la moneda permite plantear la posibilidad de que
pueda ser forrada, lo que no hemos podido comprobar por no haber
sido posible examinar la pieza directamente.
[page-n-368]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
Vives XLIII, 1-3; CNH 211-212.
Bibl.: Arasa, 1985-86: 231, nº 38; 2009: 117.
112. Belikiom. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a
principios del I a.C.). [Hacia la población de La Mata, entre
Mirambel y Forcall].49
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, be.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica belikiom.
Vives XLIV, 2-3; CNH 214/4-5; Collado, 2000, IIb.
Bibl.: Pla, s/a.
113. Seteisken. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C.). [Torremiró
I-10, término municipal de Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha., rodeada por tres delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica seteisken.
8,97 g; 23 mm; 9 h; CNH 220/7.
Contexto: Torremiró I-10, sondeo 3, UE 1004.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 8, nº 1; Vizcaíno, 2010c: 78, fig. 67.
114. Kelse. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a principios del I
a.C.). [El Castell, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha., rodeada por tres delfines.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica [kel]se.
5,9 g; 24-25 mm; 2 h; col. Milián (ex col. Blasco y col. Querol);
CNH 222-223.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1961: 150, nº 1092; Martín Valls, 1967:
137; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Arasa, 1983-84: 12; Martín
Costea, 1996: 37, nº 6; Arasa, 2000: 23; 2009: 117.
115. Kelse. Æ. (S. II–I a.C.). [El Castell d’Asensi, Benassal].
Bibl.: González Prats, 1979: 73-75, nº 35; Aranegui, 1996: 54;
Arasa, 2009: 117.
116. Orosiz. Unidad. Æ. (Finales del s. II a principios del I a.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha., con manto al cuello y rodeada por tres
delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica oŕosi.
9,5 g; 25 mm; 3 h; col. Milián (ex col. Guimerá); Vives XLIX,
2; CNH 227/2.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1052; Martín Valls, 1967:
147; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Martín Costea, 1996: 35, nº 1.
117. Orosiz. Unidad. Æ. (Finales del s. II a principios del I a.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha., con manto al cuello y rodeada por tres
delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica oŕosi.
10,6 g; 23 mm; 12 h; col. Milián (ex col. R. Querol); Vives XLIX,
2; CNH 227/2.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1052; Martín Valls,
1967: 147; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Martín Costea,
1996: 35-36, nº 2.
118. Orosiz. Unidad. Æ. (Finales del s. II a principios del I a.C.).
[El Corral de la Vila, Vilafranca del Cid].
49 Pla en su manuscrito especifica que se encontró a muy poca
distancia de La Moleta.
359
Anv. Cabeza viril, a dcha., con manto al cuello y rodeada por tres
delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica oŕosi.
9,2 g; 23-24 mm; col. J. Vives; Vives XLIX, 2; CNH 227/2.
Bibl.: Arasa, 1979-82: 22; 2009: 117.
119. Orosiz. Unidad. Æ. (Finales del s. II a principios del I a.C.).
[El Morrón del Cid, La Iglesuela del Cid].
Anv. Cabeza viril, a dcha., con manto al cuello y rodeada por tres
delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica oŕosi.
Vives XLIX, 2; CNH 227/2.
Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1041; Martín Valls, 1967: 147;
Ripollès, 1982: 95; Arasa, 1983: 85; Beltrán, 2004: 80; Arasa,
2011: 27.
120. Konterbia Belaiska. Unidad. Æ. (S. II–I a.C.). [Partida de
Las Viñas, La Iglesuela del Cid].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; delante, delfín; detrás, bel.
Rev. Jinete, a dcha.; debajo, bajo línea, inscripción ibérica
kontebakom.
Bibl.: Arasa, 2011: 27.
121. Arse. Mitad. Æ. (Finales del s. III a.C. a principios del II
a.C.). [El Bovalar, Benassal].
Anv. Pecten.
Rev. Proa de nave, a dcha.; debajo inscripción ibérica arseetar.50
Col. M. Adell; Vives VI, 17; Villaronga, 1967, clase I, tipo III;
CNH 306/8; Ripollès y Llorens, 2002, nº 68-70.
Bibl.: Mateu, 1942: 218, nº 4; Martín Valls, 1967: 29, n. 56;
Villaronga, 1967: 91 y 146; Ripollès, 1980: 31; 1982: 69;
Aranegui, 1996: 54; Ripollès y Llorens, 2002: 536; Arasa,
2009: 117.
122. Arse. Cuarto. Æ. (130–72 a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Pecten.
Rev. Delfín, a dcha.; encima, tres puntos; debajo, sobre línea,
inscripción ibérica aiubas. Gráfila lineal.
3,4 g; 15-17 mm; 2 h; col. Milián; Vives XIX, 6; CNH 308/32;
Ripollès y Llorens, 2002, nº 333-362.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 187, nº 1051; Martín Valls, 1967:
130; Ripollès, 1980: 29; 1982: 115; Ripollès y Llorens, 2002, 541.
123. Arse. Cuarto. Æ. (130–72 a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Pecten.
Rev. Delfín, a dcha.; encima, tres puntos; debajo, sobre línea,
inscripción ibérica aiubas. Gráfila lineal.
Vives XIX, 6; CNH 308/32; Ripollès y Llorens, 2002, nº 333-362.
Bibl.: Mateu, 1960: 187, nº 1049; Ripollès, 1980: 29; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 39-40, nº 15; Ripollès y Llorens, 2002, 541.
124. Valentia. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C. a principios del I
a.C.). [Término municipal, Morella].
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha; alrededor, leyenda latina,
LVCIEN C. MVNI. Q.
Rev. Cornucopia sobre rayo; a ambos lados VALE–NTIA. Todo
dentro de una corona de espigas muy estilizada.
50 Al no haber podido acceder a ninguna ilustración de la moneda o a
una descripción más detallada, ha sido imposible determinar si el
reverso presenta el adorno arqueado sobre la proa documentado en
el cuño R. 54 de Ripollès y Llorens (2002: 372, nº 70).
APL XXX, 2014
[page-n-369]
360
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Vives CXXV, 1; Ripollès, 1988, serie I, 1-20; CNH 317/1.
Bibl.: Segura y Barreda, 1868: I, 173.
125. Valentia. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C. a principios del I
a.C.). [Término municipal, Morella].
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha; alrededor, leyenda latina,
LVCIEN C. MVNI. Q.
Rev. Cornucopia sobre rayo; a ambos lados VALE–NTIA. Todo
dentro de una corona de espigas muy estilizada.
Vives CXXV, 1; Ripollès, 1988, serie I, 1-20; CNH 317/1.
Bibl.: Segura y Barreda, 1868: I, 173.
126. Ikalesken. Unidad. Æ. (Mediados del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, escudo redondo y manto, a izq.; debajo,
bajo línea, inscripción ibérica ikal[kusk]en.
7,7 g; 23-24 mm; 12 h; col. Milián; Vives LXVI, 6-7; CNH
325/6-8.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1052; Ripollès, 1980, 30;
1982: 115; Martín Costea, 1996: 37-38, nº 9; Ripollès, 1999: 161.
127. Ikalesken. Unidad. Æ. (Mediados del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, escudo redondo y manto, a izq.; debajo,
bajo línea, inscripción ibérica [ikalkusken].
6,8 g; 24-26 mm; 2 h; col. Milián (ex col. Guimerá); Vives LXVI,
6-7; CNH 325/6-8.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1052; Ripollès, 1980, 30; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 38, nº 10; Ripollès, 1999: 161.
128. Unidad Ibérica. Æ. (Primera mitad del s. II a.C.). [Mas de les
Solanes, Morella].
Anv. Busto de Minerva.
Rev. ¿Jinete?; debajo, inscripción ibérica.
Bibl.: Mateu, 1975: 245; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Arasa,
1983-84: 16; 2000: 23; 2009: 117.
129. Unidad Ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [Término municipal, Xiva
de Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; delante, dos delfines.
Rev. Jinete, a dcha.; debajo, inscripción ibérica ilegible.
28 mm; col. A. Albalat.
Bibl.: Andrés, 1994: 180; Arasa, 2000: 24; 2009: 117.
130. Moneda ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [La Vilavella, Vilafranca
del Cid].51
Bibl.: Mundina, 1873: 615-616; Arasa, 1977: 259-261; 197982: 22-23; Aranegui, 1996: 186; Arasa, 2000: 24; 2009: 117;
2010: 207.
131. Moneda ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [El Mas del Carro,
Vilafranca del Cid].52
Bibl.: Arasa, 1977: 264; Ripollès, 1982: 168.
132. Moneda ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [El Mas del Carro,
Vilafranca del Cid].
Bibl.: Arasa, 1977: 264; Ripollès, 1982: 168.
51 Mundina (1873: 615-616) menciona en esta población monedas
celtibéricas, otras del taller de Saguntum y algunas más de
cronología romana.
52 Esta y la siguiente moneda podrían ser emisiones ibéricas, aunque
para Arasa (1977: 264) resultan dudosas.
APL XXX, 2014
133. Moneda ibérica. AR/Æ. (S. II–I a.C.). [El Puntal o El
Castellar de Mirambel].53
Bibl.: Arasa, 1985-86: 219; 2009: 117.
134. Moneda ibérica. AR/Æ. (S. II–I a.C.). [El Puntal o El
Castellar de Mirambel].
Bibl.: Arasa, 1985-86: 219; 2009: 117.
Moneda provincial
135. Saguntum. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Entre Mirambel
y Forcall].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVG. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. L SEMP GEMINO L VAL SVRA II VIR / SAG. Nave de
guerra, a dcha.
RPC 202; Vives CXXIV, 3; Llorens y Ripollès, 1989, nº 8-76;
Ripollès y Llorens, 2002, nº 425-510; APH 202 c-e.
Bibl.: Arigó, 1880: 5; Arasa, 2009: 117.
136. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. (Finales del reinado de
Augusto). [Término municipal, Cantavieja].
Anv. MVN HIBERA / IVLIA. Nave comercial, a izq.
Rev. ILERCAVONIA. Nave comercial ligera, a dcha.
RPC 205; Vives CXXV, 1-2; CNH 172/1-2; Llorens y Aquilué,
2001: I.1.11; APH 205c.
Bibl.: Prades, 1596: 369; Segura, 1868, I: 156 y II: 287-288;
Bayerri, 1948: 624-625; Mateu, 1967: 52-53, nº 1165; 1975:
245; Ripollès, 1982: 79; Arasa, 1985-86: 223, nº 16; Llorens y
Aquilué, 2001: 74, nº 7; Arasa, 2009: 117.
137. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. [ti] CA[esar divi avg f] AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. [dert / m h i ilercavonia]. Nave comercial, a izq.
6,2 g; 22 mm; 6 h; col. Milián; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens
y Aquilué, 2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37,
40, 42-45; APH 207b.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30;
1982: 115; Martín Costea, 1996: 42-43, nº 21; Llorens y Aquilué,
2001: 75, nº 10.
138. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
Col. Milián; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 4245; APH 207b.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30;
1982: 115; Llorens y Aquilué, 2001: 75, nº 10.
139. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Barranc
de la Mare de Déu de la Font, Castellfort].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué, 2001: II.1.2-4, 7-9,
12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 42-45; APH 207b.
Bibl.: Mateu, 1972: 139, nº 1419; Arasa, 1983-84: 17; Llorens y
Aquilué, 2001: 76, nº 11; Arasa, 2009: 117.
53 Arasa (1985-86: 219) cita el hallazgo de “monedas ibéricas
indeterminables” sin mayor detalle.
[page-n-370]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
140. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, La Iglesuela del Cid].54
Anv. TI CAESAR DIVI [aug f av]GVSTVS. Cabeza laureada, a
dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
Col. Tejerizo; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 42-45;
APH 207b.
Bibl.: Bayerri, 1948: 642-647; Llorens y Aquilué, 2001: 74-75, nº
8; Arasa, 2011: 34-35.
141. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, La Iglesuela del Cid].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. [dert / m h i] ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
Col. Tejerizo; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 42-45;
APH 207b.
Bibl.: Bayerri, 1948: 642-647; Llorens y Aquilué, 2001: 74-75, nº
8; Arasa, 2011: 34-35.
142. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, La Iglesuela del Cid].
Anv. [ti caesar divi] AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada, a izq.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
Col. Tejerizo; RPC 208; Vives CXXV, 7; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.1; APH 208.
Bibl.: Bayerri, 1948: 642-647; Llorens y Aquilué, 2001: 74-75, nº
8; Arasa, 2011: 34-35.
143. Tarraco. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Término
municipal, Morella].55
Anv. [imp caes aug] TR [po]T [pon] MAX [p p]. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. C– V–T / [c l] CAES / [aug f]. Cabezas enfrentadas de Cayo
y Lucio.
6,3 g; 22 mm; 5 h; col. Milián; RPC 210; Vives CLXIX, 11;
Villaronga, 1977a, nº 1; APH 210.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 43, nº 23.
144. Tarraco. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. [imp caes avg tr pot pon max p p]. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. [c–v–t / c l caes / aug f]. Cabezas enfrentadas de Cayo y
Lucio.
Col. Milián; RPC 210; Vives CLXIX, 11; Villaronga, 1977a, nº
1; APH 210.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115.
361
Anv. IMP CAES AVG TR POT PON MAX P P. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. C–V–T / C L CAES / AVG F. Cabezas enfrentadas de Cayo
y Lucio.
RPC 210; Vives CLXIX, 11; Villaronga, 1977a, nº 1; APH 210.
Bibl.: González Martí, 1927: 214-215; Arasa, 1983-84: 16;
Aranegui, 1996: 115; Arasa, 2000: 23; 2009: 117.
146. Tarraco. As. Æ. Augusto. (4–14 d.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. [imp caes aug] TR POT PON MAX P P. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. [ti caesar] / C V T. Cabeza desnuda, a dcha.
8,3 g; 22-24 mm; 3 h; col. Milián; RPC 215; Vives CLXIX, 12;
Villaronga, 1977a, nº 5; APH 215.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 52, nº 48.
147. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [En Balaguer I,
Portell de Morella].
Anv. IMP AVGVST DIVI F. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. M[un / i]LERDA. Loba, a dcha.
12,12 g; 22 mm; 5 h; RPC 260; Vives CXXXIV, 2-6; Hill 10-4;
APH 260b.
Contexto: En Balaguer I, sector 1, UE 1001.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 2, nº 1; Vizcaíno, 2010b: 60, fig. 4.8.
148. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. IMP [august] DIVI F. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. [m]VNICIP [ilerda]. Loba, a dcha.
7,9 g; 24 mm; 4 h; col. Milián (ex col. R. Querol); RPC 260; Vives
CXXXIV, 2-6; Hill 10-4; APH 260d.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30;
Ripollès, 1982: 115; Martín Costea, 1996: 42, nº 22.
149. Lepida-Celsa. As. Æ. Augusto (27 a.C.–14 d.C.). [El Maset,
Vilafranca del Cid].
Anv. AVGVSTVS DIVI F. Cabeza laureada, a dcha.57
Rev. C V I CEL / L BAG[gio / mn festo] / II VIR. Toro, a dcha.
[Contramarca
].58
28 mm; col. E. Tena; RPC 273; Vives CLXI, 2; Hill 13-4; APH
273.
Bibl.: Arasa, 1977: 264; 1979-82: 23; Ripollès, 1982: 168;
Hurtado, 2001: 607; Arasa, 2009: 117.
145. Tarraco. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Término
municipal, Olocau del Rey].56
150. Osca. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Les Cabrilles 2, Portell
de Morella].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. V V / OS[ca]. Jinete con lanza, a dcha.
14,23 g; 27 mm; 11 h; RPC 296; Vives CXXXVI, 12; Domínguez,
1991, nº 103-107; APH 296.
Contexto: Les Cabrilles 2, sondeo 29, UE 1006.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 4, nº 1; Vizcaíno, 2010a: 233-235, nº 1.
54 Según Llorens y Aquilué (2001: 74-75), las tres monedas de
Ilercavonia-Dertosa procedentes del término municipal de La
Iglesuela del Cid fueron halladas entre 1946 y 1947, sin referencias
exactas al yacimiento ni al contexto en que aparecieron.
55 Martín Costea (1996: 43, nº 23) plantea que se trata de una moneda
de Tiberio de Tarraco.
56 Este ejemplar siempre se ha descrito erróneamente en la bibliografía
como semis. Ello se debe a que se trata de emisiones de peso y
módulo reducidos (APH: 158, habla de que el módulo y el peso
medio de estos tipos quedarían establecidos en 24 mm y 7,72 g).
57 Las leyendas de anverso descritas en Arasa (1977: 264) resultan
erróneas, por lo que hemos estimado considerar correctas las
citadas en un trabajo posterior (Arasa, 1979-82: 23) y que se
corresponden con los duoviros L. Baggius y Mn. Flavius Festus
(APH: 183-184).
58 Contramarca APH p. 325, nº 132. La contramarca TI es muy
abundante en las monedas de Lepida-Celsa. Si tenemos en cuenta
que solamente contamos con dos emisiones de Tiberio, as y semis,
respectivamente, es muy probable que circulasen contramarcadas
en el reinado de Tiberio.
APL XXX, 2014
[page-n-371]
362
J. M. Torregrosa y F. Arasa
151. Bilbilis. As. Æ. Augusto. (2–14 d.C.). [Casa Palau, Morella].
Anv. AVGVSTVS DIVI F PATER PATRIAE. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. MVN AVGVSTA BILBILIS L COR CALIDO L SEMP
RVTILO. Corona de laurel conteniendo II VIR.
10,5 g; 27 mm; 2 h; col. Milián (ex col. Palau); RPC 395; Vives
CXXXIX, 4; APH 395.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30;
1982: 115; Martín Costea, 1996: 42, nº 20.
Moneda romana. Imperio
152. Tiberio (Augusto). As. Æ. Lugdunum. (12–14 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. [ti caesar augustus f] IMPERAT VII. Cabeza laureada de
Tiberio, a dcha.
Rev. [rom] ET AVG. Altar de Lugdunum, visto frontalmente,
decorado con una corona cívica entre dos ramas de laurel y con
dos pequeñas figuras masculinas sujetándolas. A los lados, dos
columnas y sobre ellas, dos victorias alzando sendas coronas
de laurel.
RIC I2, 245.
Bibl.: Pla, s/a.
153. Tiberio. Denario. AR. Roma. (14–37 d.C.). [Tossal de
Beltrol, Morella].
Anv. TI CAESAR DI[vi f] AVGVST[vs]. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. PONTIF MAXIM. Figura femenina sentada, a dcha.,
sosteniendo rama y cetro.
RIC I2, 26/28/30.
Bibl.: Segura, 1868, I: 116-117 y II: 350; Arasa, 1983-84: 8-9;
Aranegui, 1996: 170; Arasa, 2000: 25; 2009: 118.
154. Agripa (Calígula). As. Æ. Roma. (Post. 37 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. M AGRIPPA L F COS III. Cabeza de Agripa con corona
rostral, a izq.
Rev. S–C. Neptuno estante, a izq., portando tridente con la mano
izq. y delfín con la dcha.
Col. Milián; RIC I2, 58.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115.
155. Calígula. AR/Æ. Roma. (37–41 d.C.). [El Morrón del Cid,
La Iglesuela del Cid].
Bibl.: Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; 2009: 118; 2011: 34.
156. Claudio I. As. Æ. Roma. (41–54 d.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. TI CLAVDIVS CAESAR AVG P M TR P IMP […]. Cabeza
desnuda, a izq.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. Milián; RIC I2, 100/116.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115.
157. Claudio I. As. Æ. Roma. (41–54 d.C.). [Plaza Arciprestal del
Castell, Morella].
Anv. TI CLAVDIVS CAESAR AVG P M TR P IMP […]. Cabeza
desnuda, a izq.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. Milián; RIC I2, 100/116.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Arasa, 1983-84: 12; 2000: 24; 2009: 118.
158. Claudio I. As. Æ. Imitación. (41–54 d.C.). [En Balaguer I,
Portell de Morella].
Anv. [ti claudius caesar aug p m tr p …]. Cabeza desnuda, a izq.
APL XXX, 2014
Rev. Frustro.
9,69 g; 23 mm.
Contexto: En Balaguer I, sector 1, Habitación 4, UE 1043.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 3, nº 2; Vizcaíno, 2010b: 61, fig. 4.9.
159. Nerón. Sestercio. Æ. Roma. (66 d.C.). [El Mas del Cuquello,
Vilafranca del Cid].
Anv. IMP NERO CAESAR AVG PONT MAX TR POT P P.
Cabeza laureada, a izq.
Rev. ANNONA AVGVSTI CERES / S–C. Ceres velada y
drapeada, sentada a izq., sosteniendo antorcha y espigas de trigo,
apoyando uno de sus pies sobre un banco; delante de ella, annona
drapeada y estante, a dcha., portando cornucopia; entre ambas,
modio sobre altar engalanado; detrás, popa de nave.59
Col. J. Marín; RIC I2, 495.
Bibl.: Arasa, 1977: 264-266; 1979-82: 23; 2009: 118; 2010b: 214.
160. Nerón. Dupondio/As. Æ. Roma. (62–68 d.C.). [Costa de La
Mare de Déu, Morella].
Anv. NERO CLAVD CAESAR AVG GER P M TR IMP […].
Cabeza laureada, a dcha.
Rev. [victoria] AVGVSTI / S–C. Victoria a izq., sosteniendo
corona con la dcha. y palma con la izq.
10,9 g; 29 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Arasa, 1983-84: 12; Martín Costea, 1996: 43, nº 25; Arasa, 2000:
24; 2009: 118.
161. Nerón. Dupondio/As. Æ. (54–68 d.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. [---]. Sin descripción.
Rev. SECVRITAS AVGVSTI [---] S–C. Securitas sentada, a
dcha. sosteniendo cetro con su mano izq.
Bibl.: Pla, s/a.
162. Vespasiano. As. Æ. Roma. (71 d.C.). [El Castell, Morella].
Anv. [imp] CAES VESPASIAN AVG [cos iii]. Cabeza laureada,
a izq.
Rev. AEQVITAS AVGVSTI / S–C. Aequitas estante, a izq.,
sosteniendo balanza y vara.
10,7 g; 25 mm; 6 h; col. Milián; RIC II.1, 288.
Bibl.: Mateu, 1961: 150-151, nº 1093; Ripollès, 1980: 30; Arasa,
1983-84: 12; Martín Costea, 1996: 52, nº 49; Arasa, 2000: 24;
2009: 117-118.
163. Vespasiano. Æ. Roma. (69–79 d.C.). [El Castell, Morella].
Bibl.: Arasa, 2000: 24.
164. Tito (Vespasiano). As. Æ. Roma. (74 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. T CAESAR IMP COS III CENS. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. [pax] AVGVST / S–C. Pax estante, a izq., sosteniendo rama
y caduceo y apoyándose en una columna.
8,6 g; 27 mm; 7 h; col. Milián; RIC II.1, 747.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 45-46, nº 29.
165. Tito. As. Æ. Roma. (80–81 d.C.). [El Mas d’Altaba,
Vilafranca del Cid].
Anv. CAES DIVI VESP [f domitian cos vii]. Busto laureado,
a dcha.
Rev. S–C. Minerva avanzando hacia la dcha., portando escudo y
lanza.
59 Según la lectura de Arasa (1979-82: 26, n. 27) este sestercio
presentaría el tipo ADLOCVT COH S–C.
[page-n-372]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
11,2 g; 26-30 mm; col. J. Monferrer; RIC II.1, 343.
Bibl.: Arasa, 1979-82: 23; 2009: 118; 2010b: 214.
166. Domiciano. As. Æ. Roma. (85 d.C.). [Les Cabrilles 2, Portell
de Morella].
Anv. IMP CAES [domit] AVG GERM COS XI CENS PER P P.
Cabeza laureada, a dcha.; Aegis sobre el pecho.
Rev. [fortunae] AVGVSTI / S–C. Fortuna estante, a izq.,
sosteniendo cornucopia con su izq. y timón con la dcha.
10,13 g; 25 mm; 6 h; RIC II.1, 415.
Contexto: Les Cabrilles 2, sondeo 29, UE 1028.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 4, nº 2; Vizcaíno, 2010a: 233-235, nº 2.
167. Domiciano. Dupondio/As. Æ. Roma. (81–96 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. [---]MIT[---]. Busto, a dcha.
Rev. [---] / S–C. Figura femenina estante, a izq., frente a una
columna.
7,6 g; 26 mm; 7 h; col. Milián.
Bibl.: Martín Costea, 1996: 54, nº 54.
168. Domiciano. Dupondio. Æ. Roma. (81–96 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. IMP CAES DOMIT AVG GERM […]. Busto radiado,
a dcha.
Rev. Frustro.
12,3 g; 26 mm; col. Milián (ex col. E. Martí).
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 53, nº 51.
169. Trajano. As. Æ. Roma. (98–117 d.C.). [El Castell, Morella].
Anv. IMP CAES NERVA TRAIAN AVG GERM P M […]. Busto
laureado, a dcha.
Rev. [---]. Aequitas o Fortuna sentada, a izq., sosteniendo balanza
y cornucopia.
10,8 g; 26 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1961: 151, nº 1093; Ripollès, 1980: 30; Arasa,
1983-84: 12; Martín Costea, 1996: 51, nº 45; Arasa, 2000: 24;
2009: 117-118.
170. Trajano. Dupondio/As. Æ. Roma. (98–117 d.C.). [Término
municipal, Morella].60
Anv. […]. Busto, a dcha.
Rev. [s p q r] OPTIMO [principi / s–c]. ¿Dos figuras enfrentadas?
9,8 g; 24 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 50, nº 41.
171. Trajano. AR/Æ. Roma. (98–117 d.C.). [El Morrón del Cid,
La Iglesuela del Cid].
Bibl.: Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; 2009: 118; 2011: 34.
172. Adriano. As. Æ. Roma. (125–128 d.C.). [Casa Palau,
Morella].
Anv. HADRIANVS AVGVSTVS. Busto laureado, a dcha.
Rev. [cos iii] / S–C. Barco con remeros y guía, a dcha.
10,2 g; 25 mm; 7 h; col. Milián (ex col. Palau); RIC II, 673.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 47-48, nº 34.
60 Mateu (1960: 189) describe una moneda con leyendas HADRIANVS
en anverso y OPTIMO en reverso. Al no haber podido localizar
ningún tipo de este emperador (sólo se acuñó una emisión de Adriano
con OPTIMO en reverso pero con corona de laurel (RIC II, 971),
pensamos que se trate de un error de Mateu y que realmente fuese
una acuñación de Trajano del tipo S P Q R OPTIMO PRINCIPI S–C.
363
173. Adriano. Sestercio. Æ. Roma. (134–138 d.C.). [El Mas de
Nadal, Morella].
Anv. HADRIANVS AVG COS III [p p]. Busto laureado, a dcha.
Rev. [fortuna aug / s–c]. Fortuna estante, a izq., sosteniendo
cornucopia con su mano izq.
21,7 g; 31 mm; 4 h; RIC II, 759/760.
Contexto: El Mas de Nadal, hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 7, nº 6.
174. Antonino Pío. Æ. Roma. (138–161 d.C.). [El Tossal de
Beltrol, Morella].
Anv. ANTONINVS AVG PIVS […].
Rev. [imp ii] TR P[ot] COS III / S–C. Victoria, a dcha.61
Bibl.: Segura, 1868, I: 116-117; Arasa, 1983-84: 8-9; Aranegui,
1996: 170; Arasa, 2000: 25; 2009: 118.
175. Antonino Pío. Æ. Roma. (138–161 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. IMP CAES […] ANTONIN[…].
Rev. [---] / S–C. ¿Victoria?
Col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30.
176. Antonino Pío. Sestercio. Æ. Roma. (140–161 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. [antoninus aug pius p p]. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. TR POT [--- cos --- / s–c]. Anonna estante, a izq., sosteniendo
espigas y cornucopia; delante, modio; detrás, ¿proa de nave?
21,5 g; 28-30 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30 Martín
Costea, 1996: 49, nº 39.
177. Faustina II (A. Pío/Marco Aurelio). Sestercio. Æ. Roma.
(Post. 145 d.C.). [El Castell, Morella].62
Anv. [---]. Busto con moño, a dcha.
Rev. [---] S–C. Figura femenina sedente (¿Pudicitia?), a izq.
18,5 g; 25-29 mm; 6 h; col. Milián (ex col. Blasco).
Bibl.: Mateu, 1961: 151, nº 1093; Ripollès, 1980: 30; Arasa,
1983-84: 12; Martín Costea, 1996: 47, nº 33; Arasa, 2000: 24;
2009: 117-118.
178. Caracalla. Sestercio. Æ. Roma. (198–217 d.C.). [L’Hostal
Nou, Morella,].
Anv. [---]. Busto del emperador, a dcha.
Rev. [---]. Figura femenina, a izq.
20,4 g; 30 mm; col. Milián.
Bibl.: Martín Costea, 1996: 48, nº 35; Arasa, 2009: 118.
179. Gordiano III. As. Æ. Roma. (240–243 d.C.). [Las Viñas, La
Iglesuela del Cid].
61 Segura (1868, I: 117) refiere que la leyenda de reverso sería TAP
COL III, pero al tratarse de una leyenda que carece de sentido, la
única opción que puede barajarse con el reverso mostrando una
victoria en marcha a dcha. es la que nosotros planteamos. En el
tomo II de su obra, Segura habla de dos monedas, una de plata y
otra de cobre, ambas del emperador Tito, que fueron halladas en las
proximidades del Mas de Beltrol (Segura, 1868, II: 350); esta cita
podría ser errónea ya que, anteriormente, cita dos monedas con la
misma procedencia y metales pero de los emperadores Tiberio y
Antonino Pío, respectivamente.
62 Al no tener más datos acerca de esta moneda, hemos preferido dar
la fecha de las primeras emisiones de Faustina II bajo Antonino Pío,
esto es, posteriores a 145 d.C. cuando ésta contrae matrimonio con
Marco Aurelio.
APL XXX, 2014
[page-n-373]
364
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Anv. IMP GORDIANV[s pi]VS FEL AVG. Busto laureado,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. P M T[r p iii] COS II P P / S–C. Apolo sentado, a izq.,
apoyando el brazo izqdo. sobre una lira y sosteniendo rama con
la mano dcha.
8,27 g; 27 mm; 12 h; col. L. Solsona; RIC IV.3, 301b.63
Bibl.: Arasa, 1983: 86; 2009: 118; 2011: 35.
180. Filipo I. AR/Æ. (244–249 d.C.). [El Morrón del Cid, La
Iglesuela del Cid].
Bibl.: Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; 2009: 118; 2011: 34.
181. Treboniano Galo. Sestercio. Æ. Roma. (251–253 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. IMP CAES C VIBIVS TREBONIANVS GALLVS AVG.
Busto laureado, drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. [salus] AVGG / S–C. Salus estante, a dcha., dando de comer
en una pátera a una serpiente que asciende por su brazo.
19,6 g; 26-28 mm; 2 h; col. Milián; RIC IV.3, 121a.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 44-45, nº 27; Arasa, 2009: 118.
182. Galieno. Antoniniano. Vellón. Roma. (257–259 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. [imp] GALLIENVS AVG. Busto radiado y con coraza, a
dcha.
Rev. IOVI VLTORI. Júpiter de frente, portando cetro y haz de
rayos; a la izq. del campo, S.
2,4 g; 19 mm; 6 h; col. Milián; RIC V.1, 220.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 53, nº 52; Arasa, 2009: 118.
183. Galieno. Antoniniano. Vellón. Roma. (265–267 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. IMP GALLIENVS AVG. Cabeza radiada, a dcha.
Rev. PAX A[eter]NA AVG. Pax estante, a izq., sosteniendo rama
de olivo y cetro; a la izq. del campo, N o T.64
2,1 g; 17-20 mm; 6 h; col. Milián (ex col. F. Martí); RIC V.1, 252.
Bibl.: Mateu, 1967: 58, nº 1213; Ripollès, 1980: 31; Martín
Costea, 1996: 53-54, nº 53; Arasa, 2009: 118.
184. Claudio II. Antoniniano. Vellón. Roma. (268–270 d.C.).
[Posiblemente del término municipal de Vilafranca del Cid].
Anv. IMP CLAVDIVS AVG. Busto radiado y con coraza, a dcha.
Rev. LIBERT AVG; a la dcha. del campo, X. Libertas en pie, a
izq., sosteniendo pileus y cornucopia.
2,60 g; 19 mm; 5 h; RIC V.1, 63.
Contexto: Hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 8, nº 7; Arasa, 2009: 118.
185. Claudio II. Antoniniano. Vellón. Imitación. (Post. 270 d.C.).
[Posiblemente del término municipal de Vilafranca del Cid].
Anv. [divo claudio]. Busto radiado, a dcha.
Rev. [cons]ECRATIO. Altar.
2,79 g; 18 mm; 6 h.
Contexto: Hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 11, nº 10; Arasa, 2009: 118.
63 Ofrecemos esta clasificación atendiendo a la descripción de Arasa
(1983: 86) que intuye el numeral I en la leyenda de reverso. No
obstante, existe la posibilidad de que pueda tratarse de la VI
tribunicia potestas de Gordiano, lo que haría que la clasificación
variase y fuese RIC IV.3, 304b.
64 Mateu (1967: 58) describe las siglas S–C como parte de la leyenda,
letras que no se recogen en ninguna de las obras consultadas; esto
induce a pensar que pudo interpretar erróneamente las letras N o T.
APL XXX, 2014
186. Quintilo. Antoniniano. Vellón. Roma. (270 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. IMP C M AVR C L QVINTILLVS AVG. Busto radiado,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. AETERNIT AVG. Sol estante, a izq., levantando la mano
dcha. y sosteniendo globo con la izq.65
3,7 g; 19-21 mm; 11 h; col. Milián (ex col. Segura y Barreda);
RIC V.1, 7.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 46, nº 30; Arasa, 2009: 118.
187. Carino. Antoniniano. Vellón. Roma. (283–285 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. IMP CARINVS P F AVG. Busto radiado (con drapeado o
coraza), a dcha.
Rev. FIDES MILITVM. Fides estante, a izq., portando dos
insignias militares; en exergo, KAЄ.
4 g; 22 mm; 6 h; col. Milián (ex col. Segura y Barreda); RIC V.2,
253.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 50, nº 42; Arasa, 2009: 118.
188. Constantino Magno. AR/Æ. (306–337 d.C.). [El Morrón del
Cid, La Iglesuela del Cid].
Bibl.: Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; 2009: 118; 2011: 34.
189. Helena (Constantino Magno). Nummus. Æ. Treveris.
(337–340 d.C.). [Posiblemente del término municipal de
Vilafranca del Cid].66
Anv. FL IVL HE–LENAE AVG. Busto diademado y drapeado,
a dcha.
Rev. PAX PVBLICA. Pax estante, a izq., sosteniendo rama con la
mano dcha. y cetro transversal; en exergo, TRS.
1,75 g; 15,5 mm; 12 h; RIC VIII, 78.
Bibl.: Arasa, 1983: 87; 2009: 118.
190. Constantino II. Nummus. Æ. Roma. (Ca. 326 d.C.).
[Alrededores de la Ermita en El Morrón del Cid, La Iglesuela del
Cid].
Anv. Anepigráfica. Busto laureado, drapeado y con coraza, a izq.
Rev. CONSTAN / TINVS / IVN NOB C / SMRT. Corona de
laurel de pequeño tamaño en la parte superior del campo.
1,95 g; 19,5 mm; 12 h; col. Puig; RIC VII, 282.
Bibl.: Arasa, 1983: 86; 2009: 118; 2011: 35.
191. Decencio. Nummus. Æ. (350–353 d.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. [---]. Busto desnudo con coraza, a dcha.; detrás, A.
Rev. [victoriae dd nn aug et cae]. Dos victorias enfrentadas
sosteniendo un escudo con la inscripción [vot/v/mult/x]; en
exergo, [---].
4 g; 20 mm; 6 h; col. Milián (ex col. R. Querol).
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 51, nº 46; Arasa, 2009: 118.
65 Mateu (1960: 189, nº 1054) reproduce erróneamente la leyenda
como PACE AVG, posiblemente a causa del defecto de acuñación
que presenta la moneda.
66 Esta moneda y la núm. 186, ambas de procedencia desconocida,
fueron publicadas como tal vez procedentes del Morrón del Cid o
de sus proximidades (La Iglesuela del Cid), pero dado que fueron
vistas en Vilafranca del Cid es más probable que fueran halladas en
su término municipal.
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
192. Constancio II. Nummus. Æ. Roma. (348–350 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. D N CONSTANTIVS P F AVG. Busto con diadema de
perlas, drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. FEL TEMP REPARATIO. El emperador con vestimenta
militar, a izq., sobre la proa de un barco dirigido por una
Victoria, portando con su izq. un lábaro con el Crismón inscrito y
sosteniendo con la mano dcha. el Ave Fénix sobre globo; a la izq.
del campo, S; en exergo, RQ.
5,9 g; 21-23 mm; 6 h; col. Milián (ex col. R. Querol); RIC VIII,
131.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 54, nº 55; Arasa, 2009: 118.
193. Constancio II. Nummus. Æ. (337–361 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. D N CONSTANTIVS P F AVG. Busto con diadema de
perlas, drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. [f]EL TEMP REPARATIO. Soldado alanceando un jinete
caído; a la izq. del campo, D; en exergo, [---].
2,3 g; 19 mm; 12 h; col. Milián (ex col. R. Querol).
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 50-51, nº 43; Arasa, 2009: 118.
194. Constancio II. Nummus. Æ. (337–361 d.C.). [Posiblemente
del término municipal de Vilafranca del Cid].
Anv. D N CONST[antius p f aug]. Busto con diadema de perlas,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. [fel temp r]EPARATIO. Soldado alanceando un jinete caído.
1,92 g; 15,7 mm; 12 h.
Bibl.: Arasa, 1983: 86-87; 2009: 118.
195. Valente. Ae-3. Æ. Roma. (367–378 d.C.). [El Racó dels
Cantos 2, La Todolella].
Anv. D N VALEN–S P F AVG. Busto con diadema de perlas,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. SECVRITAS REIPVBLICAE. Victoria avanzando, a izq.,
sosteniendo corona con la mano dcha. y palma con la izq.; en
exergo, SM RQ
1,93 g; 16 mm; 1 h; RIC IX, 24b/28a.
Contexto: El Racó dels Cantos 2, UE 1001.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 9, nº 1.
196. Graciano. Æ. (367–383 d.C.). [Casa Palau, Morella].
Anv. [---]. Busto con diadema de perlas, drapeado y con coraza,
a dcha.
Rev. [---]. Frustro.
Col. Milián (ex col. Palau).
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Arasa,
2009: 118.
197. Graciano. Ae-2. Æ. Lugdunum. (378–383 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. D N G[ratia-nu]S P F AVG. Busto con diadema de perlas,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. REPARA[tio reipub]. El emperador estante, cabeza a izq.,
levantando a una mujer arrodillada y torreada con su mano dcha.
y sosteniendo una victoria sobre globo con la izq.; a la dcha. del
campo, P; en exergo, [l]VGS.
4,7 g; 21 mm; 6 h; col. Milián; RIC IX, 28a
Bibl.: Martín Costea, 1996: 54-55, nº 56.
365
198. Magno Máximo. Ae-3. Æ. Lugdunum. (383–388 d.C.). [El
Castell, Morella].67
Anv. D N MAG [maxi–m]VS P F AVG. Busto con diadema de
perlas, drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. REPARA[tio reipub]. El emperador estante, cabeza a izq.,
levantando a una mujer arrodillada y torreada con su mano dcha.
y sosteniendo una victoria sobre globo con la izq.; a la dcha. del
campo, P; en exergo, LVGS.
3,3 g; 20 mm; 6 h; col. Milián; RIC IX, 32.
Bibl.: Mateu, 1961: 151, nº 1094; Ripollès, 1980: 30; Arasa, 198384: 12; Martín Costea, 1996: 45, nº 28; Arasa, 2009: 117-118.
199. Graciano, Valentiniano II, Magno Máximo o Teodosio I. Ae3. Æ. (367–395 d.C.). [Término municipal, Morella].
Anv. [---]. Busto con diadema de perlas, drapeado y con coraza,
a dcha.
Rev. [reparatio reipub]. El emperador estante, cabeza a izq.,
levantando a una mujer arrodillada y torreada con su mano dcha.,
y sosteniendo una victoria sobre globo con la izq.; en exergo, [---].
3,7 g; 21-22 mm; 5 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 51, nº 47; Arasa, 2009: 117-118.
200. Graciano, Valentiniano II, Magno Máximo o Teodosio I. Ae3. Æ. (367–395 d.C.). [El Colladar, Portell de Morella].
Anv. [---]S P F AVG. Busto con diadema de perlas, drapeado y
con coraza, a dcha.
Rev. [reparat]IO REIPVB. El emperador estante, cabeza a izq.,
levantando a una mujer arrodillada y torreada con su mano dcha.,
y sosteniendo una victoria sobre globo con la izq.; en exergo, [---]
3,84 g; 20 mm; 5 h.
Contexto: El Colladar, sector A, nivel superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 7, nº 1; Vizcaíno, 2010a: 233-235, nº 3.
201. Frustra. Antoniniano. Vellón. (Segunda mitad s. III d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. [---]. Busto radiado del emperador, a dcha.
Rev. [---]. Figura femenina, a dcha.
2,7 g; 16-17 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Martín Costea, 1996: 49, nº 38.
202. Frustra. Æ. [Perforada]. [El Mas de Nadal, Morella].68
Bibl.: Andrés, 1994: 165; Aranegui, 1996: 103.
67 Al parecer, Mateu (1961: 151) se equivoca al asignar al emperador
Magnencio un tipo y una leyenda de reverso que se comenzará a
emitir con Graciano, hacia el último tercio del siglo IV d.C. Esto
nos ha llevado a plantear que, dada la mala conservación de la
moneda y la similitud existente en la primera parte de las leyendas
entre ambos emperadores (ambas comienzan por D N MAG…),
debe tratarse de una moneda de Magno Máximo.
68 Por la cronología del yacimiento, que abarca desde el siglo I al
III d.C. (Andrés, 1994: 165), no podemos adscribir esta pieza
con plena seguridad a la época imperial, aunque los contextos
arqueológicos así lo aconsejan.
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AGRADECIMIENTOS
Queremos agradecer tanto al profesor Dr. Pere Pau Ripollès como al Dr. Manuel Gozalbes las enriquecedoras opiniones
y anotaciones proporcionadas tanto en el texto como en el catálogo que ha permitido que ambos se hayan visto
mejorados considerablemente.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 375-381
Rosario CEBRIÁN FERNÁNDEZ a
Dos inscripciones funerarias inéditas
procedentes de Cañada del Hoyo, Cuenca
(territorio de Valeria, Conventus Carthaginiensis)
RESUMEN: En este trabajo, presentamos dos inscripciones romanas de carácter funerario procedentes de
Cañada del Hoyo (Cuenca), en el territorio de la antigua ciudad de Valeria. La primera, es una estela con
mención al indígena Boutius y al grupo suprafamiliar al que perteneció, Ebura(n)cicum; la segunda, es un
bloque que formó parte del mausoleo donde fue enterrado Lucius Aemilius Terentianus y que fue financiado
por sus libertos.
PALABRAS CLAVE: Inscripciones romanas, territorio de Valeria, Conventus Carthaginiensis, Hispania
Citerior.
Two unpublished Roman funerary inscriptions from Cañada del Hoyo, Cuenca
(Valeria territory, Conventus Carthaginiensis)
ABSTRACT: In this paper, we present two Roman funerary inscriptions from Cañada del Hoyo (Cuenca),
in the territory of the ancient city of Valeria. The first one is a stele mentioning Boutius, a local inhabitant
belonging to the Ebura(n)cicum gentilitas. The second one is a parallelepiped coming from the mausoleum
where Lucius Aemilius Terentianus was buried. Its text suggests that it was funded by two of his freedmen.
KEY WORDS: Roman inscriptions, Valeria territory, Conventus Carthaginiensis, Hispania Citerior.
a Universidad Complutense de Madrid.
marcebri@ucm.es
Recibido: 11/12/2013. Aceptado: 04/03/2014.
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R. Cebrián Fernández
1. INTRODUCCIÓN
El municipio de Cañada del Hoyo se sitúa en la zona nororiental de la provincia de Cuenca, en el territorium
de la ciudad de Valeria (Valera de Arriba), fundada muy probablemente por el procónsul de la Hispania
Citerior, Quinto Valerio Flaco, en 93-92 a.C. La mención a la r(es) p(ublica) Val(eriensis) en el epitafio
del auriga Ael(ius) Hermerotus muerto en Ilici (CIL II 3181), la presencia de quattorviri (CIL II 3179 y
AE 1987, 666 y 667) y la adscripción de sus ciudadanos a la Galeria tribus (AE 1987, 667 y Rodríguez
Colmenero, 1982: nº 92, 235) evidencian que la ciudad había obtenido el rango municipal, posiblemente
ya en época augustea. A partir de ese momento se inicia un proceso de monumentalización que concluyó
a finales del siglo I y que dotó a la ciudad de un gran espacio público, formado por una plaza rodeada
de pórticos y de algunos edificios administrativos como la basílica y la construcción de un gran ninfeo
(Fuentes y Escobar, 2003: 229-244).
El espacio geográfico que configura el territorio de Valeria, principalmente entre los ríos Júcar y Cabriel,
articuló en época romana la red viaria que comunicó la costa mediterránea con el interior, hacia Complutum y
hacia el norte, en dirección al valle del Ebro y a Caesaraugusta. La ciudad en territorio celtíbero (Ptolomeo,
II. 6, 58) fue adscrita al conventus Carthaginiensis dentro de la provincia Hispania citerior (Plinio, NH. III.
3, 25) y colindaba con los territorios de Ercavica al norte, Segobriga al oeste, Edeta al este, con un probable
municipium ignotum detectado epigráficamente (Cebrián, 2000: 50‐51 y Gimeno, 2008: 264) en la zona de
Requena-Utiel al este, y con la zona epigráfica de La Manchuela albacetense al sur1 (fig. 1).
Fig. 1. Dispersión de los hallazgos epigráficos en el área de Valeria y posible trazado de las vías de comunicación.
1 Sobre la ubicación de Egelasta en la parte oriental de Albacete, Abascal, 2013b: 13-34.
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Dos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo
377
El conjunto epigráfico de Valeria y su territorio se sitúa en torno a las 130 inscripciones (Gimeno, 2009:
165). Las inscripciones funerarias superan ampliamente a las de carácter honorífico y entre aquellas son
las estelas el soporte epigráfico más repetido (Abascal, 1998: 133 y Gimeno, 2009: 166), en ocasiones con
retrato esquematizado del difunto en campos epigráficos donde la cabeza y el cuello se sugieren en su parte
superior (Gimeno, 2008: 268).
Hasta la fecha desconocíamos la existencia de inscripciones en Cañada del Hoyo, aunque en los
municipios cercanos de Reíllo, Carboneras de Guadazaón y Arguisuelas los hallazgos epigráficos son más
frecuentes. Del tramo medio del río Guadazaón proceden trece inscripciones de carácter funerario2 y una
dedicación al dios Iupiter (Abascal, 1999: nº 2, de Arguisuelas).
Los dos epígrafes que presentamos en este trabajo tienen carácter funerario y debieron situarse en las
necrópolis de algunas villae del ager Valeriensis, situadas al pie de la vía que se dirigía a Caesaraugusta
desde Saltigi, y cuyo trazado está descrito en la vía 31 del Itinerario de Antonino (Palomero, 1987: 158178 e ídem, 2001: 303-332). El primer texto se cinceló sobre una estela de cabecera semicircular y campo
epigráfico rebajado y sirvió como elemento señalizador del lugar de sepultura del indígena Boutius; el
segundo, corresponde a un paralelepípedo destinado a formar parte de la construcción de un mausoleo en
el ámbito rural, dedicado a Lucius Aemilius Terentianus por sus dos libertos.
2. MONUMENTO FUNERARIO DE BOUTIUS
Se trata de una estela de cabecera semicircular, tallada en piedra arenisca de producción local. Sus
dimensiones son [48,5] x 40 x 28 cm. La cara frontal y laterales están alisadas, mientras que la cara
posterior aparece simplemente desbastada. Contiene tres líneas de texto escritas de forma tosca. El campo
epigráfico mide 22 x 32,5 cm y está delimitado por un rebaje. La altura de las letras en la 1ª y 2ª línea es de
4,5 cm y de 4 cm en la 3ª. La letra I d la 1ª línea mide 9 cm; la letra B de la 2ª mide 3,5 cm; el trazo vertical
de la R mide 9,3 cm. En la 2ª y 3ª línea, las E están escritas con dos trazos verticales. Las interlineaciones
miden 0,5 y 0,8 cm. No se aprecian interpunciones.
Se conserva junto a una vivienda en el lagunillo Las Cardenillas en el término municipal de Cañada del
Hoyo, aunque está tramitándose el expediente administrativo para su traslado al Museo de Cuenca (fig. 2).
El texto se conserva completo y dice:
Boutiu(s)
Eburacicuṃ
h(ic) s(itus) est
1. Al final de la línea se aprecia parte de un trazo vertical, que parece corresponder a un arañazo, aunque
hay espacio para cincelar una letra, no se aprecian restos del cincelado de una S.
2. al final de la línea, se aprecia el trazo vertical inicial de una M.
La onomástica indígena del difunto no sorprende en esta zona de la Celtiberia, con un importante
substrato indoeuropeo. El nombre Boutius es muy abundante en la Lusitania (Untermann, 1965: 72-73,
mapa 18; Navarro y Ramírez Sádaba, 2003: 117-119, mapa 60), aunque también está atestiguado en el sur
de Portugal, en territorio de los Vettones (Salinas, 1994: 290) y de los celtíberos. J. M. Abascal (1994: 302304) recoge las menciones de Boutia/-us en las inscripciones latinas de Hispania, que con 83 testimonios
ocupa el nº 20 de los cognomina documentados y el nº 4 en la serie de antropónimos indígenas.
La gentilidad Eburacicum/ Ebura(n)cicum es la primera vez que aparece como tal en la epigrafía
hispana. El grupo suprafamiliar al que perteneció Boutiu(s) deriva del nombre indígena Eburacus/
Eburancus a través del sufijo -icum. El antropónimo Eburanco, derivado del nombre personal Eburus,
2 Rodríguez Colmenero, 1982: nº 46, 53 a 57 y 95, de Reíllo; nº 48, 50 y 51, Rodríguez Colmenero, 1983: nº 7 y CIL II 3007, de
Carboneras de Guadazaón y Abascal, 1999: nº 1, de Arguisuelas.
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R. Cebrián Fernández
Fig. 2. Estela de Boutius.Fotografía R. Cebrián, 2013.
mediante el sufijo -nco (Ramírez Sánchez, 1999: 214-216, con la bibliografía anterior) está atestiguado
en la estela funeraria de un ciudadano romano de la gens Iulia hallada en Siruela en la provincia de
Badajoz (CIL II2 7, 873 y Abascal, 1994: 349) y en otra estela de Dombellas (Soria) con mención a
Ant(onius) Addius Eburancus (CIL II 2785 y Ramírez Sánchez 1999, 447-449), donde aparece como
nombre personal. Junto a estos testimonios, Eburanco es el nombre del grupo de parentesco al que
perteneció el también ciudadano romano Lucius Terentius Paternus (CIL II 2828 de San Esteban de
Gormaz).3
Los grupos familiares indígenas están atestiguados en la epigrafía de Valeria y su territorio, aunque con
escasos testimonios, como la mención a la gentilidad Caeboq(um) en la estela funeraria de Felix (Rodríguez
Colmenero, 1982: nº 39). La alusión a la estructura familiar indígena coexistirá con la romana en las
inscripciones alto-imperiales de esta zona de la Celtiberia, aunque con predominio de la onomástica latina
(Gimeno, 2009: 175-176).
La forma del soporte, el empleo de la fórmula funeraria hic situs est y el nombre del difunto en
nominativo aconsejan una datación temprana para la inscripción, en la primera mitad del siglo I d.C.
3 Sobre la problemática de alusión al nombre del grupo de parentesco mediante un genitivo de plural teminado en -on/-om, vid.
Villar, 1995: 109-115 y Ramírez Sánchez, 2007: 1161-1168. En relación a las variantes epigráficas de mención al nombre de
familia en la Celtiberia, puede verse Ramírez Sánchez, 2003: 15.
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Dos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo
379
3. MONUMENTO FUNERARIO DE LUCIUS AEMILIUS TERENTIANUS
Paralelepípedo de dirección vertical con texto funerario enmarcado con un rebaje. La pieza se conservaba
en la esquina de una construcción en la finca Los Oteros, en el término municipal de Cañada del Hoyo, en
la vega del río Guadazaón, a siete km al noreste de la población, donde fue fotografiada en 2002 durante
los trabajos de prospección arqueológica desarrollados para la realización de la carta arqueológica del
municipio. Durante la visita realizada a finales de 2013 la pieza no se localizó, al haber sido arrancada de
aquella ubicación (fig. 3).
Se desconoce su lugar de conservación actual. Los únicos datos con los que contamos para la descripción
del soporte son sus dimensiones aproximadas, inferidas del hueco dejado en la esquina de la construcción
tras su extracción. La pieza medía circa 60 x 60 x 45 cm.
La superficie sobre la que se talló el texto epigráfico está pulida, mientras que el resto de la cara frontal
está alisado, apreciándose las huellas del cincelado. La escritura empleada es la libraria y la ordinatio
cuidada, aunque se observan ciertas deficiencias en la distribución del texto, pues el artesano local que
lo cinceló se vio obligado a cortar algunas palabras por problemas de espacio y a continuarlas en el
renglón siguiente y, por otro lado, al dejar mucho espacio libre entre el nomen y el cognomen de la persona
mencionada en la tercera línea tuvo que recurrir en el último renglón a abreviaturas para que le cupiese todo
el texto. Se empleó la interpunción triangular con vértice hacia abajo (fig. 4).
El texto se conserva completo, distribuido en seis líneas, y dice:
L(ucio) · Aemili(o) · Terentiano · an(norum) LVI
Aemili(a) · Atesta · et Aemilius
I(u)ventus liberti · patro(no) · opti(mo) · p(onendum) · c(uraverunt)
El texto menciona a dos libertos de Lucius Aemilius Terentianus, que costearon su sepultura, señalando
este hecho al final del texto con la fórmula epigráfica p(onendum) c(uraverunt). El empleo de esta abreviatura,
más habitual con el gerundivo faciendum, es frecuente en las inscripciones de carácter funerario, aunque
inherente a la epigrafía honorífica con mención a obras públicas costeadas por evergetas.
Fig. 3. Lugar en el que se
encontraba embutida la
inscripción funeraria de L.
Aemilius Terentus.
Fotografía R. Cebrián, 2013.
APL XXX, 2014
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R. Cebrián Fernández
Fig. 4. Bloque funerario de
L. Aemilius Terentianus
dedicado por sus dos libertos.
Fotografía M. A. Valero, 2002.
Entre las familias atestiguadas epigráficamente en Valeria no se documenta una gens Aemilia. De mayor
a menor frecuencia, se atestigua a los Fabii, Aelii, Pompeii, Valerii, Marii, Caecilii, Antonii, Sempronii,
Grattii, Octavii, Cornelii y Lucilii (Gimeno, 2009: 176). Sólo en su territorio encontramos a un Aemilius
en Campillo de Altobuey (AE, 1999: 935 y corrección en Abascal, 2013a: 15-16 nº 2). Sin embargo,
el nomen Aemilius aparece muy distribuido en la Península Ibérica, ya desde época tardorrepublicana
(Abascal, 1994: 29-30, 67-72). En las ciudades cercanas de la costa levantina, la familia de los Aemilii
están representadas en Saguntum, donde alguno de sus miembros ocuparon magistraturas, como Lucio
Aemilio Gallo (CIL II2/14 349) y Lucio Aemilio Verano (CIL II2/14 350), y Edeta, por lo que es posible
que algunas de estas familias se desplazaran al territorio de Valeria por intereses económicos y fueran
propietarias de explotaciones agropecuarias.
El cognomen del patrono, Terentianus, derivado de gentilicio (Kajanto, 1982: 157), está bien atestiguado
en Hispania (Abascal, 1994: 525). Los cognomina de los libertos mencionados en la inscripción son de
origen latino, Atesta e I(u)ventus, que son desconocidos en los repertorios (pero cf. Atestia[na?], SolinSalomies, 1988; 297; Iuvenius o Iuventius, ídem, 1988: 347 e Iuventius, Abascal, 1994: 394).
La inscripción debe fecharse a finales del siglo II o primera mitad del III, atendiendo al tipo de letra y al
empleo de la expresión laudatoria patro(no) opti(mo) y la fórmula final p(onendum) c(uraverunt).
AGRADECIMIENTOS
Agradecemos a C. Rodríguez y C. Villar, del Servicio de Patrimonio de los Servicios Periféricos de Educación, Cultura
y Deportes de Cuenca (JCCM), la información facilitada sobre la existencia de estas dos inscripciones.
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Dos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 383-390
Francisco José PUCHALT FORTEA a e Isabel COLLADO BENEYTO b
Evidencias de traumatismos craneales
en la población cristiana de Gandía (Valencia)
RESUMEN: Se estudia un fragmento óseo procedente de la fosa común de la Iglesia de Santa María,
de la ciudad de Gandía, datado entre los siglos XV y XVII. El fragmento pertenece a un hueso frontal
que muestra dos fracturas adyacentes con hundimiento. Una de ellas afecta al techo del seno frontal. Se
aprecia superposición de los bordes de los fragmentos y sus características demuestran la existencia de
supervivencia y evidencian un orden secuencial de las dos fracturas.
PALABRAS CLAVE: cráneo, hueso frontal, fractura, seno frontal.
Evidences of cranial traumatism in the christian population
of Gandía (Valencia, Spain)
ABSTRACT: We have studied an osseus fragment from the common grave of the church Santa María, of
Gandía (Valencia, Spain), that was dated between XV and XVII centuries. The fragment belongs to a frontal
bone that shows in its right portion two adjacent fractures with collapse. One of them affects to the roof
of the frontal sinus. There are superposition of the fragments borders and their characteristics prove the
existence of survival and evidence a sequential order of the two fractures.
KEY WORDS: cranium, frontal bone, fracture, frontal sinus.
a
b
Servei Valencià de Salut. P.A.C. Massamagrell.
francisco.puchalt@uv.es
Servei Valencià de Salut.
icobe@alumni.uv.es
Recibido: 15/01/2014. Aceptado: 06/05/2014.
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F. J. Puchalt Fortea e I. Collado Beneyto
1. INTRODUCCIÓN
Se lamentaba el poeta: “De todos aquellos que llegaron a la puerta de la oscuridad y pasaron al
otro lado, ninguno volvió para decirnos el camino que hay que recorrer para encontrarla”. Esto es
intrínsecamente cierto, es un camino personal, propio de cada uno, con sus aciertos y errores. Pero a
lo largo de ese camino se van dejando huellas que permiten deducir no la dirección, pero sí como ha
sido este viaje.
Los restos esqueléticos y las huellas de traumatismos y enfermedades que sobre ellos encontramos
nos permiten una reconstrucción de cómo ha sido la existencia que sus poseedores en vida han llevado.
Poseedores que han sido los auténticos protagonistas de la Historia pues no son citados por ella pero sí la
han llevado a cabo viviendo y sufriendo, riendo y muriendo, en definitiva protagonizándola. Un cuidadoso
estudio aplicando los rigurosos métodos anatómicos y paleopatológicos así lo permite.
La pieza cuyo estudio se expone a continuación es una pieza esquelética proveniente del fossar de la
Iglesia de Santa María, en la ciudad de Gandía. Los restos y objetos acompañantes indicaron a los servicios
de arqueología que la datación de los mismos abarca desde el siglo XV al XVII de nuestra era.
2. MATERIAL Y MÉTODOS DE ESTUDIO
Para el estudio se usaron herramientas de medición de precisión con el cuidado adecuado a la fragilidad
de la pieza y al tamaño de los accidentes medibles (Olivier, 1960; Demoulin, 1986). Se utilizó también
un aparato de fotografía digital con capacidad de macrofotografía, para la documentación gráfica. La
metodología seguida es la clásica dentro de los estudios de restos esqueléticos:
- Determinación del sitio del hallazgo y tipo de enterramiento (Brothwell, 1987).
- Diagnóstico de especie, a partir de las características morfológicas y de textura de la pieza ósea a estudio,
para discriminar entre hueso animal y hueso humano (Miquel Feucht, 2000).
- Identificación de la pieza de acuerdo con las características morfológicas, con ayuda de atlas y guías
anatómicas de precisión (Testut y Latarjet, 1971; White, 2000).
- Mediciones de la pieza y de las alteraciones observadas, efectuadas con calibre de precisión (Brothwell,
1987).
- Documentación gráfica de la pieza por todos sus lados, usando una cámara digital de fotografía tanto para
la toma de imágenes generales como de los detalles a tener en cuenta.
- Descripción de las alteraciones observadas.
- Diagnóstico de las lesiones. Para el estudio y posible diagnóstico de las huellas de enfermar y traumatismos
varios se usaron las guías y libros más relevantes sobre paleopatología existentes, después de un buen estudio
anatómico, y básico, de la pieza objeto de interés (Steinbock, 1976; Campillo, 1977, 2000; Brothwell, 1987;
Thillaud, 1996; Aufderheide y Rodríguez-Martín, 1998).
3. RESULTADOS
Como se ha indicado, la pieza objeto de estudio proviene de la fosa-osario de la Iglesia de Santa María de
Gandía, de un enterramiento, por tanto, secundario. Las características de lisura y consistencia ponen de
relieve que es una pieza esquelética humana correspondiente a un sujeto de edad adulta.
La morfología revela que es un fragmento de hueso frontal, de forma cuadrada, más estrecho por su lado
izquierdo que por el derecho, formado por un tercio del hemifrontal izquierdo y la mitad del hemifrontal
derecho. Su borde anterior abarca la raíz del hueso frontal, poniendo al descubierto, por deterioro, la cavidad
del seno frontal derecho, permitiendo ver su interior. Sus dimensiones son:
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Evidencias de traumatismos craneales en la población cristiana de Gandía
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- 84 mm por su parte posterior.
- 66 mm por su parte anterior.
- 75 mm por su parte derecha.
- 78 mm por su parte izquierda.
4. HALLAZGOS PATOLÓGICOS
La superficie interna de la pieza ósea estudiada, llamada vítrea o tabla interna, es una superficie lisa, sin
más irregularidades ni relieves que las debidas a las inserciones de las menínges o cubiertas cerebrales en
forma de cresta longitudinal sagital y oquedad a mitad altura, correspondiendo a la que deja un corpúsculo
de Paccioni, proceso nada patológico (fig. 1).
La superficie externa, también llamada tabla externa (fig. 2), presenta una serie de hendiduras en la parte
derecha ósea anterior (parte derecha de la frente). En una proyección más aumentada se puede apreciar,
primeramente, un escalón relativamente grande, con trayecto de rotura en forma de fisura y a modo de
borde longitudinal, con hundimiento de la capa externa del hueso frontal a la izquierda de esa línea (según
vemos la imagen a la derecha nuestra), sin correspondencia alguna en la cara interna o capa vítrea. Este
hundimiento es de hasta 1,2 mm de desnivel en su porción más profunda (fig. 3) con respecto al hueso
normal de alrededor.
El reborde o fisura mide 18 mm de longitud. Es de borde engrosado, no cortante, cerrándose la unión
de los dos lados de la fisura con más tejido óseo y formándose también un reborde de hueso grueso sobre
el lado de la fisura más elevado correspondiente a la porción ósea menos hundida. No hay correspondencia
alguna con fisuras o hundimientos en la capa cerebral, interna o vítrea, del hueso frontal estudiado.
En la cavidad del seno frontal derecho se observa una fisura del techo del seno que se corresponde con
la porción final de la línea de fractura craneal acabada de describir (fig. 4).
Visto de frente el orificio de la cavidad sinusal, se aprecia como un escalón consecuencia de la
superposición del fragmento de hueso más hundido con el contiguo (fig. 5), coincidente con la fisura que se
veía en el techo de la cavidad del seno frontal.
Fig. 1. Pieza craneal vista por su cara interna, o cara
endocraneal.
Fig. 2. Pieza craneal vista por su cara externa. En la
porción inferior izquierda de la fotografía se observan
las líneas de fractura.
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F. J. Puchalt Fortea e I. Collado Beneyto
Fig. 3. Línea, o fisura, de fractura vertical.
Fig. 4. Fisura del techo del seno frontal derecho. La flecha
indica el trazo.
Hay otra porción de la tabla externa hundida, sin correspondencia con alteraciones de la capa cerebral,
interna o capa vítrea de la pieza. Está enmarcada por dos líneas de rotura horizontales que no dejan ver
nada de la capa esponjosa del hueso. El borde superior, en forma de fisura –arriba descrita–, alcanza el
reborde longitudinal del hundimiento más grande a mitad trayecto, rompiéndolo pero sin continuidad al
otro lado. Es de 9 mm de longitud y no tiene un canto vivo o afilado. No se ve hueso esponjoso en su
fondo (fig. 6, arriba).
La fisura inferior, también horizontal, es de un tamaño más pequeño, de escasos 7 mm y, al igual que la
anterior, no tiene canto vivo ni deja ver el hueso esponjoso a través de ella (fig. 6, porción inferior).
Este segundo hundimiento, enmarcado por estas dos fisuras horizontales, es de tan sólo 0,7 mm en su
parte más honda con respecto a la superficie de hueso normal circundante. Como en el anterior hundimiento,
no hay correspondencia con fisuras ni hundimientos en la cara cerebral, interna o capa vítrea, del hueso
frontal que se estudia.
Fig. 5. Encabalgamiento de las dos porciones óseas que
forman la fisura del seno y la línea de fractura en forma
de hendidura o fisura vertical. Indicado por la flecha.
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Fig. 6. Hendiduras o líneas de fractura, superior e inferior,
horizontales.
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Evidencias de traumatismos craneales en la población cristiana de Gandía
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El diagnóstico, por tanto: 1) dos hundimientos de la tabla externa tan solo de la parte derecha del hueso
frontal y tres fracturas-fisuras, a consecuencia de estos hundimientos, de la capa externa ósea; 2) fractura
del techo del seno frontal derecho por el hundimiento de la tabla externa y encabalgamiento de su borde
con la porción de hueso circundante.
Respecto a la causa, por el tamaño, la falta de comunicación y la integridad ósea de la parte craneal
del frontal, cara interna o vítrea, se puede asegurar que las lesiones fueron ocasionadas por contusiones,
afectando una de ellas al techo de la cavidad del seno frontal.
5. DISCUSIÓN
El hueso craneal es un hueso plano, cuya sorprendente resistencia le viene dada por su estructura: entre
dos capas finas de hueso compacto existe una capa de hueso trabecular esponjoso, a manera de estructura
reticular de panal de abejas usada en la construcción de puertas. Pesa poco y es muy resistente, amortiguando
mucho los traumatismos disipando su fuerza. En su parte anterior están inmersas las cavidades de los senos
frontales, a expensas de este hueso esponjoso, como muestran los libros de anatomía (Testut y Latarjet,
1971; White, 200). En el caso analizado no hay duda de este amortiguamiento, estando la lámina ósea vítrea
subyacente íntegra en los dos puntos de lesión.
No son fáciles de ver estas fracturas pues en un fragmento óseo las fisuras provocadas por el
hundimiento pueden se achacadas en un primer momento a deterioro post mortem. El hundimiento, por
otra parte, no es bien visible si no se fija el investigador mucho, después de pasar el dedo por encima y
notar que hay un desnivel.
Según lo visto, hay pocas dudas sobre el diagnóstico original acerca de esta pieza una vez localizados
los defectos. El individuo cuyo hueso frontal se estudia sufrió en vida dos traumatismos contiguos craneales
en forma de fractura-hundimiento de la tabla o capa externa craneal, con fracturas en forma de fisuras, como
consecuencia del hundimiento de la capa externa. Por esto mismo, se puede calificar los traumatismos que
las originaron como contusiones craneales relativamente leves, al no quedar afectado el interior de la caja
craneal (la capa interna subyacente está íntegra).
Las contusiones fueron hechas en vida y hubo supervivencia. Esto se pone de manifiesto por la ausencia
de astillamiento, el reborde engrosado de las fisuras y el no haber tejido esponjoso al descubierto en ninguna
de ellas. Estos detalles son característicos de una cicatrización ósea con sus procesos de reabsorción y
neoformación de hueso que exigen su tiempo, indicando que hubo supervivencia después de ocurridos los
traumatismos (Lacroix, 1972; Steinbock, 1976).
Un caso claro de fisuración y hundimiento, si bien parece un poco más pequeño que los aquí
mostrados, lo ofrece la lesión A del cráneo de la Cova de les Llometes, de Alcoy, estudiado por
Campillo (1977, 2000).
La morfología de las fisuras indica una secuencia temporal a la hora de producirse estos traumatismos.
La fisura horizontal superior, la fractura de la tabla externa, corta a la fisura longitudinal más grande pero no
continúa al otro lado, poniendo de relieve que la superficie más grande, la que tiene la fisura longitudinal,
más profunda, ya estaba hundida cuando se produjo el hundimiento enmarcado por esa fisura horizontal
superior y la horizontal inferior mas pequeña.
El techo de la cavidad del seno frontal ha sufrido, como consecuencia del primer traumatismo, el que
originó la fisura longitudinal, una fractura de su techo, habiendo una correspondencia entre el trazo final de
la fisura longitudinal externa y el trazo en forma de grieta longitudinal del techo del seno frontal (fig. 5).
En ningún caso se pone la cavidad sinusal en comunicación con la caja cerebral, tampoco hay fractura de
la capa ósea interna, o tabla interna.
El hundimiento representado por la fisura vertical (fig. 3), se solapa con la porción del hueso contiguo,
menos hundido (fig. 4).
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No puede confundirse estas depresiones con las fracturas craneales llamadas fracturas en pelota de
celuloide, ya que no hay abombamiento de la capa interna de la bóveda craneal y el aspecto externo no
parece, ni de lejos, de depresión de tipo esférico (Campillo, 2000).
6. CONCLUSIONES
Se estudia un fragmento de hueso humano procedente de la fosa-osario (enterramiento secundario) de la
Iglesia de Santa María de Gandía, identificado como una porción del hueso frontal. Comporta tres fisuras,
o roturas, correspondientes a dos hundimientos de la capa externa de la bóveda craneal, de las que la
fisura longitudinal, y hundimiento respectivo, es la primera en realizarse, trayendo como consecuencia un
encabalgamiento de las dos porciones óseas; y otra fisura en techo sinusal derecho, correspondiente con el
trayecto final de la primera fisura-rotura.
El proceso ocurrió en vida del individuo, habiendo supervivencia, reflejada por la remodelación de los
cantos vivos y ausencia de estructuras óseas esponjosas al descubierto. Al no estar afectada la capa craneal,
vítrea o interna, la lesión se atribuye a dos contusiones craneales cuya secuencia se puede establecer, siendo
la enmarcada por las dos fisuras horizontales la segunda en producirse.
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 389-400
Trinidad PASÍES OVIEDO a
La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia):
trabajos de conservación y restauración
para un proyecto expositivo
RESUMEN: Aunque la conservación in situ de estructuras arqueológicas es la alternativa idónea para evitar
la descontextualización de los restos, en ocasiones el conservador-restaurador se ve en la necesidad de
llevar a cabo operaciones de extracción y traslado a una nueva ubicación para garantizar su salvaguarda.
En el Laboratorio de restauración del Museo de Prehistoria de Valencia se ha realizado la intervención de
varios pavimentos, fragmentos de pintura mural, cerámica y otros materiales recuperados de la excavación
de la villa de Cornelius en l’Ènova (Valencia), con el fin de que formaran parte de una exposición temporal
inaugurada en noviembre de 2013. Entre los trabajos realizados destaca la investigación y aplicación de
algunos tratamientos más novedosos, respetando los criterios de reversibilidad y mínima intervención,
como son la fabricación manual de soportes ligeros para la restauración de fragmentos de opus tessellatum,
el sistema de montaje y reintegración de un pavimento romano de mármol basado en el empleo de gravillas
sueltas, y un método de anclaje mediante imanes en un conjunto de pintura mural.
PALABRAS CLAVE: Conservación-restauración, mosaico, materiales arqueológicos, exposición temporal.
The villa of Cornelius (l’Ènova, Valencia, Spain):
conservation and restoration works for an exhibition project
ABSTRACT: Although the in situ conservation of archaeological structures is the ideal alternative, it is
sometimes necessary carry out the process of lifting and moving the remains to a new location to ensure their
protection. In the restoration Laboratory of the Museum of Prehistory of Valencia we have worked on various
pavements, fragments of wall paintings, ceramics and other materials recovered during the excavation of
the villa of Cornelius in l’Ènova (Valencia, Spain), now integrated into one temporary exhibition opened in
November 2013. We emphasize the research and application of some new treatments following the criteria
of reversibility and minimal intervention, for example, manual making light supports for the restoration
of fragments of opus tessellatum, the mounting system and filling missing areas based on the use of loose
gravel on a Roman marble pavement and a method of anchoring mural fragments using magnets.
KEY WORDS: Conservation and restoration, mosaic, archaeological materials, temporary exhibition.
a Laboratorio de Restauración del Museo de Prehistoria de Valencia.
trini.pasies@dival.es
Recibido: 10/12/2013. Aceptado: 04/04/2014.
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390
T. Pasíes Oviedo
1. INTRODUCCIÓN
El trabajo del conservador-restaurador de materiales arqueológicos se inicia en el mismo momento del
hallazgo de los restos. Él es el encargado de analizar las condiciones en las que los distintos materiales
son recuperados y realizar el diagnóstico de daños para poder establecer el estado de conservación de las
piezas y, a partir de estos datos, desarrollar la propuesta de intervención más idónea en cada caso. En campo
arqueológico la actuación de un profesional en materia de conservación es indispensable para garantizar que
tanto las estructuras arquitectónicas (pavimentos, revestimientos, etc.) como los objetos descubiertos, van
a recuperarse evitando el traumatismo que implica cualquier trabajo de exhumación, donde los materiales
estarán expuestos a cambios traumáticos que pueden hacer peligrar su integridad. Suya es entonces la
responsabilidad de conseguir que la adaptación de los materiales a su nuevo ambiente de conservación
se realice de forma controlada y de establecer los protocolos necesarios para que los restos puedan ser
consolidados, recuperados, extraídos, transportados e intervenidos con las garantías que se exigen.
En esta ocasión la historia se traslada al año 1993, con el descubrimiento de unos vestigios romanos
en una prospección arqueológica realizada en el yacimiento de Els Alters, en la localidad de l’Ènova
(Valencia), trabajos que proseguirían años más tarde con la excavación del solar, y donde se hallaron los
restos de una villa romana del siglo II-III d.C. propiedad de Publio Cornelio Iuniani (Albiach y De Madaria,
2006). En el Laboratorio de restauración del Museo de Prehistoria de Valencia hemos participado en este
proyecto desde 2004 (fig. 1), cuando se realizaron los primeros trabajos de preservación y recuperación
de los restos que, durante los años posteriores, se han continuado con las labores de restauración dentro
del propio laboratorio, lo que ha supuesto la recuperación de un nutrido grupo de materiales, de los cuales
se han seleccionado aquellos más representativos para formar parte de la exposición monográfica que en
noviembre de 2013 se inauguró en el museo.
Fig. 1. Limpieza mecánica de un
fragmento de inscripción.
2. LA INTERVENCIÓN SOBRE LAS ESTRUCTURAS ARQUEOLÓGICAS
La conservación in situ de los restos hallados en una excavación arqueológica es, sin duda, la alternativa más
adecuada para garantizar la correcta preservación de toda la información que los materiales nos pueden aportar
y evitar así su descontextualización. Obviamente no nos referimos con ello a los objetos muebles (piezas
cerámicas, metales, material pétreo o restos óseos, entre otros) que habitualmente se descubren y recogen de una
zona arqueológica, para posteriormente ser estudiados y depositados en los museos. Este comentario se dirige
especialmente a los bienes inmuebles, entre los que podemos destacar estructuras, pavimentos o revestimientos,
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La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
391
que forman parte indisoluble de un entorno arquitectónico que difícilmente se comprende fuera de su contexto
original. Y cuando hablamos de conservación in situ no aludimos únicamente a la decisión de no extracción de las
estructuras, sino al desarrollo de un proyecto de puesta en valor a largo plazo del área arqueológica que incluya
no solo los trabajos de restauración, acondicionamiento o difusión, entre otros muchos, sino que prevea unas
medidas de mantenimiento periódico constante que aseguren la perdurabilidad de los restos. Así ha sido defendido
por instituciones como el ICAHM y el ICOMOS en la Carta para la protección y la gestión del patrimonio
arqueológico que se presentó en Lausana en 1990, donde en su artículo 6 se cita: “Conservar in situ monumentos
y conjuntos debe ser el objetivo fundamental de la conservación del patrimonio arqueológico. Cualquier traslado
viola el principio según el cual el patrimonio debe conservarse en su contexto original”.1
Esta es la teoría que defienden los profesionales de la conservación-restauración. Pero a menudo la
teoría choca frontalmente con la realidad y la alternativa de la conservación in situ no es factible cuando
se entremezclan problemas que escapan a nuestro control. La villa de Cornelius de la localidad de l’Ènova
es uno de estos casos en los que la extracción de diversas estructuras no admitió discusión, debido en
esta ocasión a las condiciones de urgencia que apremiaron el desarrollo de los trabajos de excavación a
consecuencia del paso por la zona de una línea del tren de Alta Velocidad, lo que obligó también al posterior
recubrimiento de toda el área arqueológica. Es por ello que, entre los materiales que se tuvieron que sacar
de su contexto original para ser depositados en el Museo de Prehistoria de Valencia, se incluyeron un
pavimento de mármol y diversos fragmentos de opus tessellatum policromos, así como restos de pintura
mural, que formaban parte del repertorio decorativo de algunas de las estancias de la domus. Describiremos
a continuación cuáles han sido los distintos procesos de intervención que se han realizado sobre algunas de
estas piezas desde el momento de su hallazgo hasta su exhibición.
2.1. Pavimentos
Una de las piezas más reseñables de todo el conjunto es el suelo de mármol que pavimentaba el que se
considera dormitorio principal de la vivienda (fig. 2, a). Sus medidas aproximadas son 6,24 x 4,76 m, y
lo conforman placas de mármol procedente de la cantera de Buixcarró (Xàtiva-Barxeta) (Rodà, Àlvarez
y Doménech, 2010), en colores beige, ocres, rosados y negros, de diversos formatos, la gran mayoría
rectangular o cuadrangular, creando dos zonas decorativas bien diferenciadas. Los mármoles se asentaban
sobre una base de mortero natural, donde se han podido diferenciar dos estratos con presencia mayoritaria
de calcita entre un 70% y un 80%, conteniendo también cuarzo, dolomita y sólidos amorfos (Sánchez y
Gómez, 2013), sin observarse la presencia de los típicos fragmentos de piedra o cerámica que sirven de
asentamiento y nivelación a las lastras de mármol y que caracterizan la técnica de fabricación de los opus
sectile (Pasíes y Mai, 2008). En cuanto al estado de conservación del conjunto es evidente el elevado
grado de fragmentación de los mármoles. También reseñar la presencia en el pavimento de muchas zonas
afectadas por el fuego provocado por hogueras que, posiblemente, corresponderían con la fase final de
ocupación de la villa, siendo precisamente en algunas de estas áreas donde se localizan las principales
lagunas en el pavimento. Por último destacar que las piezas se descubrieron cubiertas de una dura y espesa
capa de concreción de tipo calcáreo.
Para llevar a cabo la extracción se realizó una primera limpieza de los restos terrosos y se protegió el
pavimento con gasas adheridas con cola vinílica, sobre las que se colocó un soporte rígido de poliestireno
estrusionado cortado a medida de cada módulo y convenientemente numerado (fig. 2, b). Con el pavimento
en placas (un total de 230), ya trasladadas a las dependencias del Museo de Prehistoria, las labores de
1
http://www.international.icomos.org/charters/arch_sp.pdf [consulta: 9/8/2013]. Dos años más tarde, en 1992, esta recomendación
también se recoge en el Convenio Europeo sobre la Protección del Patrimonio Arqueológico llevado a cabo en La Valetta
(Malta), que fue ratificado por España en 2011: http://www.boe.es/boe/dias/2011/07/20/pdfs/BOE-A-2011-12501.pdf [consulta:
9/8/2013].
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T. Pasíes Oviedo
Fig. 2. (a) Vista general del
pavimento de mármol tras
el hallazgo; (b) proceso de
extracción: engasado, colocación
del refuerzo de poliestireno y
numeración de los módulos.
restauración en el Laboratorio se prolongaron por un periodo aproximado de 4 años, con al menos dos
técnicos trabajando de forma exclusiva. A la limpieza por el reverso de los restos de morteros originales ya
disgregados siguieron las operaciones por el anverso, que se iniciaron con la eliminación de los materiales de
protección colocados para el arranque y se continuaron con los tratamientos de limpieza previa, realizados
de forma paralela a la reconstrucción y montaje con adhesivo de las placas fragmentadas (fig. 3).
Para la eliminación de las duras concreciones calcáreas se empleó un sistema de microproyección
de distintos abrasivos a bajas presiones (oxido de aluminio, microesferas de vidrio o piedra pómez),
cuya elección vino determinada por las características específicas del material pétreo y su estado de
conservación, proceso tras el cual se aplicó un acabado final de protección (silicato de etilo Estel 1000
al 50% en White Spirit).
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La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
393
Fig. 3. Fases de
limpieza y montaje de
las placas de mármol.
En cuanto al sistema expositivo del conjunto se planteó una propuesta poco invasiva y reversible, que
propone el montaje del pavimento a modo de puzzle sobre una base de arena que sirve para compensar los
distintos espesores de los mármoles (fig. 4, a). Posteriormente se abordó el tratamiento de reintegración de
lagunas, optando por el empleo de gravillas sueltas de diferentes tonalidades (fig. 4, b), que recreaban no
solo el color sino la textura de la piedra, logrando un efecto visual que armonizaba con el original, y que ya
habíamos utilizado con éxito en anteriores intervenciones sobre mosaicos (Pasíes, 2012: 127-128).
Aparte de este pavimento, se hallaron algunos restos dispersos de mosaico teselado con decoración
geométrica y algunos motivos vegetales policromos en una de las estancias anexas al dormitorio principal
(fig. 5). Los fragmentos fueron también extraídos y trasladados al museo para su restauración, que consistió
en la colocación de un nuevo soporte de materiales ligeros, en este caso un estratificado de aluminio, fibra
de vidrio y resina, fijado al reverso de las piezas con un mortero natural compatible con los materiales
originales, compuesto por cal hidráulica natural pura NHL de Saint-Astier y una mezcla de inertes naturales
de bajo peso específico, previa preparación del soporte rígido con una base de perlita adherida con resina
epoxídica, para garantizar el agarre del nuevo mortero. Las labores de restauración continuaron entonces
por el anverso, con la limpieza de las teselas para eliminar la capa de incrustación que ocultaba los diseños
originales.
Finalmente se ha intervenido también otro pequeño fragmento de opus tessellatum policromo con
decoración de motivos vegetales y con un pajarillo. En este caso se llevó a cabo un trabajo de investigación
en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia2 para la realización de un nuevo soporte móvil
reversible fabricado manualmente ex profeso para la pieza, con un sistema estratificado de fibra de carbono
con nido de abeja de aluminio, realizado al vacío, que se acoplaba perfectamente a las irregularidades de
la pieza por el reverso, lo que nos permitió poder conservar los restos de mortero original, minimizando
además el peso del conjunto (fig. 6 y 7).
2
Esta intervención fue realizada en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia y forma parte de un trabajo
de investigación presentado en el Máster en Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la misma Universidad
(Fayos, 2012).
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T. Pasíes Oviedo
Fig. 4. (a) Montaje del pavimento
sobre una base de arena;
(b) reintegración de lagunas con
gravillas sueltas de diferentes
tonalidades.
Fig. 5. Restos del mosaico en opus
tessellatum que decoraba una de las
estancias de la domus.
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Fig. 6. (a) Fragmento de opus
tessellatum in situ;
(b) colocación por el reverso
de un estrato intermedio de
mortero natural;
(c) fabricación a medida
sobre el original de un nuevo
soporte estratificado de fibra
de carbono y nido de abeja
de aluminio: superposición
de las diferentes capas,
colocación de la resina y
aplicación del vacío.
Fig. 7. Fragmento de opus
tessellatum, ultimada la
intervención, en una de las
vitrinas de la exposición.
2.2. Restos de pintura mural
En diferentes estancias de la villa se descubrieron in situ y como material de derrumbe diversos fragmentos
de pintura mural, con diferentes diseños y policromías, que formaban parte del repertorio decorativo de las
distintas estancias. De los restos descubiertos se seleccionaron para formar parte de la exposición aquellos
más representativos, y se realizaron en el laboratorio las operaciones de limpieza superficial y consolidación
de morteros originales (fig. 8). Tras practicar diversas pruebas (Del Ordi, 2011), la eliminación de las
incrustaciones calcáreas que cubrían parte de la capa pictórica se llevó a cabo mediante una combinación
de la acción mecánica (bisturí bajo lupa binocular) con la reacción química (gel de ácido cítrico al 2%).
Finalmente se aplicó como protección una capa de Paraloid B72 al 2’5%. Por el reverso el mortero original
fue consolidado con un producto inorgánico a base de nanopartículas de cal (Nanorestore).
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T. Pasíes Oviedo
Fig. 8. Intervención sobre algunos
fragmentos de pintura mural: proceso
de limpieza mediante la aplicación
de empacos.
Aparte de estos fragmentos de pequeño formato, el revestimiento pictórico más reseñable es el que
apareció in situ en el dormitorio principal de la casa, la misma estancia que se hallaba pavimentada con
el suelo de placas de mármol al que ya nos hemos referido anteriormente. Se trata de un conjunto de
cinco fragmentos de pintura mural asociada a un zócalo de mármol, con sencilla decoración a bandas. La
superficie de la pintura presentaba duras concreciones calcáreas, algunas pérdidas puntuales de película
pictórica y pequeñas grietas.
En 2004, cuando se descubrieron las piezas, se realizaron in situ los primeros trabajos de urgencia
que incluyeron una primera fase de limpieza, así como el arranque del revestimiento con un sistema de
bloque rígido (protecciones con papel japonés, gasa y espuma de poliuretano) para inmovilizar el conjunto
y proceder a su traslado al museo.
Ya en el laboratorio el trabajo consistió en la intervención definitiva de conservación y restauración
(fig. 9), que en un principio se llevó a cabo con el mismo protocolo aplicado a los fragmentos sueltos
anteriormente citados en lo referente a los tratamientos de limpieza y de consolidación. Sin embargo
en este caso se tuvo que diseñar un sistema específico para su presentación en la exposición, donde se
recrearía la habitación junto al pavimento de mármol (fig. 10). Se planteó entonces una alternativa no
invasiva de nuevo soporte, donde la sujeción de los distintos fragmentos se realiza simplemente a través
de imanes que nos garantizan la reversibilidad del proceso y minimizan la intervención sobre los estratos
de mortero original, descartando los inconvenientes asociados a la aplicación tradicional de un panel
rígido por el reverso.3
3. LA INTERVENCIÓN SOBRE LAS PIEZAS MUEBLES
Aparte de los revestimientos y pavimentos que fueron extraídos y trasladados al laboratorio para su
restauración, los trabajos han incluido también un nutrido grupo de piezas y objetos que se convierten
en los testigos materiales a través de los cuales obtenemos datos fundamentales para contextualizar la
villa y comprender su desarrollo. Recipientes cerámicos, metales, piezas fabricadas en hueso, objetos de
piedra, son solo algunos de los restos de la cultura material que identifican este yacimiento arqueológico
de Els Alters.
3 Intervención realizada en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia gracias al trabajo de investigación presentado
en el Máster en Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la misma Universidad (Zincone, 2012).
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Fig. 9. (a) Conjunto de pintura mural con zócalo de mármol tras su descubrimiento; (b) pruebas de limpieza
realizadas sobre la superficie pictórica; (c) colocación por el reverso de los imanes que servirán para el montaje en
vertical de los fragmentos durante la exposición temporal.
Fig. 10. Vista general del conjunto pictórico tal y como fue colocado en la exposición.
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T. Pasíes Oviedo
Fig. 11. Intervención en el laboratorio de unas piezas de
cerámica sigillata.
Fig. 12. Caja nido para la conservación y el almacenaje
de un conjunto de metales hallados en la villa.
Las piezas seleccionadas para conformar la muestra expositiva han sido intervenidas en diferentes
fases, incluyendo principalmente las operaciones de limpieza, consolidación y reconstrucción formal,
realizando solo la reintegración de lagunas en los casos puntuales en los que esta se consideró necesaria.
Fragmentos de cerámica sigillata y común, agujas de hueso, inscripciones, molduras, umbrales y otros
elementos arquitectónicos en mármol, etc., son algunas de las piezas sobre las que se ha llevado a cabo una
intervención directa para recuperar su lectura (fig. 11).
Finalmente destacar los trabajos de conservación preventiva desarrollados sobre algunos de los conjuntos
tratados. Se ha diseñado un sistema de embalaje que intentara garantizar las condiciones ambientales idóneas
para la conservación de los objetos, así como asegurar su mínima manipulación y permitir un fácil acceso
y una rápida localización de los restos (fig. 12). Para ello se construyó a medida cajas nido fabricadas con
materiales inertes (cartón de conservación y espuma de polietileno), reguladas contra un exceso de humedad a
través de un material absorbente (Prosorb, perlas de gel de sílice). En las cajas, convenientemente etiquetadas
e identificadas, se colocan los restos agrupados por conjuntos, principalmente los materiales óseos, vítreos y
metálicos, que son los que requieren de un mayor control ambiental (Pasíes, 2014).
4. CONCLUSIONES
Son numerosísimos los restos arqueológicos que se extraen año tras año de diferentes excavaciones
arqueológicas, creando lo que algunos han llegado a denominar un peso muerto del pasado que de forma casi
incontrolada se almacena en nuestros museos. Pocos serán los que nuevamente puedan volver a ver algún
día la luz para ser referentes en alguna investigación, y mucho más escasos aquellos afortunados que podrán
mostrarse flamantes al espectador, observándoles desde la vitrina de una exposición. Por eso no podemos
dejar de estar satisfechos porque una villa tan interesante como la villa de Cornelius de l’Ènova pueda
presentarse finalmente ante el público y, con ella, todo el trabajo de una larga lista de profesionales que se
han dedicado de forma incansable para hacer posible este proyecto. Un proyecto que, a nivel profesional,
ha sido tremendamente enriquecedor, ya que ha permitido investigar nuevas alternativas de intervención
sobre diferentes tipos de materiales, con resultados satisfactorios que pueden servir de base en ulteriores
investigaciones aplicadas a otros materiales. Metodologías que, por otra parte, se basan en el respeto al
original, el cumplimiento del requisito de compatibilidad en la elección de los productos empleados y
la observación de los criterios de reversibilidad y mínima intervención, que se consideran ejemplares en
cualquier tipo de actividad restauradora (fig. 13).
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La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
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Fig. 13. Fotografía general de la sala donde se exponen los pavimentos y revestimientos que decoraban algunas de las
habitaciones de la domus.
Han sido muchos los esfuerzos invertidos para conseguir este objetivo, tantos como el tiempo, el personal
y las infraestructuras necesarias. Y mucha la ilusión de que las piezas pudieran recuperar su esplendor y ver
finalmente la luz. Una luz que se apagó para ellas cuando el área arqueológica quedó nuevamente enterrada
y que ahora, al menos de forma temporal, se ha logrado recuperar para nuestra sociedad.
AGRADECIMIENTOS
Nuestras palabras de agradecimiento a la directora del Museo de Prehistoria de Valencia, Helena Bonet, por su apoyo
y confianza, y en especial a los comisarios de la exposición Rosa Albiach, Elisa García-Prosper y Aquilino Gallego,
con los que hemos compartido durante años la ilusión por este proyecto. Igualmente a los profesores de la Universidad
Politécnica de Valencia Jose Luis Regidor y Pilar Soriano por cedernos sus instalaciones y enriquecernos con sus
conocimientos, gracias a los cuales pudimos llevar a término junto a Paola Zincone y Haydé Fayos dos trabajos de
investigación dentro del Máster de Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Gracias también al patrocinio
de la Generalitat Valenciana, a través de las ayudas para el fomento de la investigación científica de la Conselleria de
Educación, Cultura y Deporte. Y, cómo no, el agradecimiento a todos los profesionales, alumnos en prácticas y becarios
que han colaborado con su trabajo en el laboratorio durante estos años, y sin los cuales no habría sido posible sacar a la
luz esta exposición: M.ª Amparo Peiró, Carolina Mai, Paola Zincone, Manuel Moragues, Sheila Llano, Alejandra Nieto,
María Perales, Carmen Bouzas, Haydé Fayos, Isabel Casanova, Isabel Ferri, Ana Nieto, M.ª Amparo Clavell, Ana M.ª
Martínez, Elisa Lloret, Caterine Arias, Lucia Leitao, Virginia Zanon, Greta Briganty, Beatriz del Ordi, Sara Patrizio,
Laura Garofalo y Alia García. Igualmente al Archivo del propio Museo de Prehistoria, de donde hemos extraído toda la
documentación fotográfica mostrada en este artículo.
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400
T. Pasíes Oviedo
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 401-418
Isabel IZQUIERDO PERAILE a, Clara LÓPEZ RUIZ b y Lourdes PRADOS TORREIRA b
Infancia, museología y arqueología.
Reflexiones en torno a los museos arqueológicos
y el público infantil
RESUMEN: Este trabajo presenta una reflexión sobre los museos arqueológicos y el público infantil desde un
planteamiento interdisciplinar, entre la investigación en arqueología y la práctica museológica. Concretamente
se analiza la exposición en el museo como espacio público que se articula a través de un discurso y se expresa
a través de una colección y distintos recursos museográficos. A partir de recientes líneas de investigación y
propuestas arqueológicas sobre la población infantil en las sociedades del pasado y desde conceptos museológicos
contemporáneos, que son más permeables a la representación de la sociedad en los museos, se plantean nuevos
retos y perspectivas en los museos arqueológicos actuales. Partimos de datos recientes sobre las audiencias en
museos para valorar esa necesaria proyección y visibilidad del público infantil en el relato de la exposición. Se
comentan, asimismo, diversos ejemplos de aplicación museográfica de estas ideas en diferentes recursos y soportes
de la instalación expositiva en museos arqueológicos y exposiciones temporales españolas de última generación.
PALABRAS CLAVE: Infancia, museología, arqueología, museografía, público, exposición.
Childhood, museology and archaeology:
Comments on the archaeological museums and children visitors
ABSTRACT: This paper presents a reflection about the archaeological museums and children visitors
from an interdisciplinary point of view, between the archaeological research and the museological practice.
Concretely the exhibition in the museum is analyzed as a public space that is articulated by means of an
script and it expresses across a collection and different museographical resources. From recent proposals
about archaeological research of children in past societies and from contemporary museological concepts,
more permeable to the representation of the society in the museums, we propose new challenges and
perspectives in the archaeological museums today. With recent statistics about museum audiences, we have
looked at the necessary projection and visibility of children visitors in the exhibition itself. We will examine
likewise some examples of the museographical application of these ideas on different exhibition elements
in some of the latest archaeological museums and temporary exhibitions in Spain.
KEY WORDS: Childhood, museology, archaeology, museography, audience, exhibition.
a
b
Secretaría de Estado de Cultura, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
isabel.izquierdo@mecd.es
Departamento de Prehistoria y Arqueología, Universidad Autónoma de Madrid.
clara.lopezruiz@uam.es | lourdes.prados@uam.es
Recibido: 15/10/2013. Aceptado: 26/03/2014.
[page-n-411]
402
I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
1. PRESENTACIÓN: MUSEOS E INFANCIA 1
Esta reflexión sobre los museos arqueológicos y el público infantil se aborda desde un planteamiento
interdisciplinar, entre la investigación en arqueología y la práctica museológica, que se entrecruzan en la
exposición como espacio público articulado a través de un discurso y expresado a través de una colección
complementada con unos recursos museográficos. Nuevas propuestas en cuanto a la investigación de la
población infantil en las sociedades del pasado desde recientes planteamientos arqueológicos y conceptos
museológicos contemporáneos, más permeables a la representación de la sociedad, brindan conjuntamente
nuevos retos y abren perspectivas en los museos que custodian testimonios de la cultura material del pasado
de la humanidad, los museos de historia o de arqueología.
Los museos son, en general, instituciones culturales que desde su origen como templos del saber
reservado a unos pocos, han sufrido distintas transformaciones. En la actualidad tratan de convertirse en un
espacio integrador abierto a la sociedad, cada vez más compleja, cosmopolita y plural. Su nueva función
social propicia un proceso regenerador y una nueva dimensión pedagógica. Este proceso fue y sigue siendo
lento. Con el nacimiento de la denominada “Nueva Museología” se establecieron nuevos conceptos de
museo en relación con la comunidad. En este sentido cabe citar experiencias como los ecomuseos en
Europa y Canadá, los museos de barrio en Estados Unidos y los museos comunitarios en América Latina.
A partir de estos últimos, y aplicando los principios del denominado “museo integral”, nace el “museo
escolar”, ideado por Larrauri (Decarli, 2003: 9). El museo se materializa como un centro de educación
y de difusión cultural y patrimonial, capaz de transmitir una serie de valores universales al público que
lo visita, en especial el infantil. De esta manera, en su faceta más social, el museo puede convertirse en
una herramienta educadora en el respeto por el patrimonio y en la igualdad.2 Es necesario señalar que no
existe en los museos un tipo de público homogéneo sino que este varía en cuanto a edad, educación, sus
propios intereses, formación, expectativas, etc. En este estudio nos centraremos en un segmento universal
de público de museos, el público infantil (4-12 años).
Si hacemos memoria, los primeros intentos por integrar al público infantil fueron protagonizados por los
museos norteamericanos, pioneros en este campo, debido a su proyección educativa. No podemos obviar
los ejemplos pioneros del Brooklyn Children’s Museum (Nueva York, 1899) o del Boston Children’s
Museum (1913). Asimismo los museos nórdicos –especialmente los escandinavos– formaron parte de
esa vanguardia educativa con la creación de museos al aire libre que trataban de acercarse a la cultura
popular. Sin embargo, los museos que tradicionalmente han tratado de aproximar sus colecciones al público
infantil han sido los museos científicos, esencialmente pedagógicos, que mediante la experimentación y la
manipulación, han acercado los procesos científicos, sobre todo a los más pequeños. Además, asistimos a
una gran oferta museística de instituciones cuya temática se encuentra en estrecha relación con el público
infantil, tales como los museos del juguete, de origen también norteamericano; de dinosaurios o del
ferrocarril que permiten una conexión directa con los visitantes más pequeños, convirtiéndose en destino
educativo, lúdico y turístico para familias y grupos escolares.
Como adelantábamos anteriormente, en este trabajo hemos fijado nuestra atención en el mundo infantil
partiendo también del análisis valorativo de las audiencias, para el caso de los museos españoles, teniendo
en cuenta los datos estadísticos del Laboratorio Permanente de Público de Museos (en adelante LPPM) de
1
2
Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación “La discriminación de la mujer: los orígenes del problema. La función
social y educativa de los museos arqueológicos en la lucha contra la violencia de género” (2013-2015), 035/12, financiado
por el Instituto de la Mujer (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad). El texto constituye una versión ampliada
de la contribución al Sixth International Conference of the Society for the Study of Childhood in the Past, Children and their
living spaces, Sharing spaces, Sharing experiences (2012 – Universidad de Granada), Sección Children’s places at museums,
organizado por M. Sánchez Romero (Prados, Izquierdo y López Ruiz, en prensa).
Destacar, en este sentido, las diferentes experiencias de integración y educación de un museo de nueva generación, Espacio
Interactivo Memoria y Futuro “PIPIRIPI” (La Paz, Bolivia).
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Infancia, museología y arqueología
403
la Secretaría de Estado de Cultura.3 En esta relación entre los museos y el público infantil (segundo curso
de Educación Infantil y Educación Primaria), de edad inferior a 12 años, todavía queda un largo camino
por recorrer, en general, en los museos y, en particular, en los museos arqueológicos. Así por ejemplo, el
retrato robot de la composición general del público visitante en los museos estatales estudiados refleja un
70,5% de adultos y jóvenes en visita individual; tan sólo 8,2% de adultos y jóvenes en grupos escolares;
5,7% de adultos y jóvenes en otros grupos organizados; 10,5% de público infantil en visita familiar y
5,1% en grupo escolar. La cifra general de público infantil es de 15,6% en los museos estatales españoles.
En algunos museos arqueológicos se eleva significativamente esta media como en el Museo Nacional
y Centro de Investigación de Altamira (22,5%); en otros está ligeramente por debajo (14% del Museo
Arqueológico Nacional, antes de su cierre por obras). Llama la atención que, al menos hasta los 12 años, el
segmento de población infantil va al museo más en visita individual o familiar que en visita escolar. Parece
relevante recordar el valor de la percepción de la visita al museo como una actividad social. En el caso de
la visita familiar, la interacción social es un componente básico porque las criaturas indagan, preguntan y
las personas mayores responden, por lo que es importante que la propia exposición les facilite esta labor
de acercar el sentido de los bienes culturales a la experiencia infantil brindando y aportando respuestas
precisas. Se trata de evitar que la visita al museo sea una ocasión de aprendizaje fallida y, lo que sería aún
peor, que pueda generar una sensación de fracaso. Observar, preguntar, comparar, comentar, son acciones,
entre otras, que, cuando se comparten entre los miembros del grupo, pueden convertir la visita en una
experiencia muy gratificante y con gran capacidad de captación (AAVV, 2011: 72) (fig. 1).
Las visitas de grupos escolares a los museos estatales constituyen un 13,4% del total, de las cuales un
38,4% son visitas infantiles (de menores de 12 años). Desde esta media, hay una casuística diversa entre
los museos arqueológicos, por encima, como el caso del Museo de Altamira (15%) o por debajo, en el
caso del Museo Arqueológico Nacional (7,1%, insistimos, antes de su cierre al público). Es esclarecedora,
además, una mirada atrás a las estadísticas de público. En relación con otros estudios previos en los mismos
museos estatales (AAVV, 2011: 82) en los últimos diez años, en estos museos no se han captado visitantes
jóvenes que compensen el evidente y creciente envejecimiento general de los visitantes, por lo que se
Fig. 1. Público infantil
y museos arqueológicos.
Fotografía C. López Ruiz.
3
http://www.mcu.es/museos/MC/Laboratorio/index.html (cifras correspondientes a 2013).
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
sugiere una serie de recomendaciones, que parece oportuno recordar, que compensen el escaso público
infantil y aumenten el atractivo de la visita en familia, tales como incrementar los servicios para realizar
esta visita de forma confortable y divertida; tener en cuenta el punto de vista infantil a la hora del diseño
de las exposiciones y las actividades; promover y promocionar la iniciación a la visita a museos como una
práctica cultural en familia y aumentar la oferta de actividades para el público infantil y familiar, de forma
que permita crear un hábito de visita en el futuro y un paulatino relevo generacional entre los visitantes,
entre otras (AAVV, 2011: 250). Complementariamente, a través de otra investigación promovida por el
LPMM acerca de qué imágenes se asocian a los museos (AAVV, 2013: 10) sabemos que un tercio de la
población no visita este tipo de instituciones nunca o casi nunca y que dicho segmento de la población
percibe taxativamente los museos como lugares no adecuados para ir con niños.
Estas son algunas consideraciones de partida sobre el público infantil que se han de tener en cuenta a
la hora de abordar el caso de los museos de arqueología. Los ejemplos y reflexiones que se presentan a
continuación se orientan desde la investigación arqueológica, fundamentalmente, del mundo prehistórico
y protohistórico, donde se ha avanzado sobremanera en la última década en estas líneas orientadas al
reconocimiento de los segmentos sociales tradicionalmente invisibles en el registro arqueológico, desde
distintos posicionamientos teóricos.
2. MUSEOS DE ARQUEOLOGÍA Y PÚBLICO INFANTIL
Los museos arqueológicos se nutren de cultura material, un activo esencial para el conocimiento humano
y un vehículo de comunicación excepcional. Los objetos “petrifican” experiencias pasadas, como evoca
Ballart (2012) en su reflexión sobre la construcción de significados de los objetos de museo. En ese sentido,
su potencial informativo y emotivo es elevado. Las colecciones arqueológicas se ordenan y articulan en
función del guión expositivo, que rara vez reconoce como protagonista al segmento de población infantil.
No debe sorprendernos comprobar cómo la infancia, en general, los niños pertenecientes a diversas culturas
geográficas o históricas, apenas están presentes en los discursos expositivos de los museos, dado que
asimismo resultan prácticamente invisibles en la propia investigación arqueológica (Brookshaw, 2010).
Llama la atención que, a pesar de saber que su presencia fue habitual en casi todos los espacios
cotidianos (la casa, el poblado, los espacios de trabajo, etc.), apenas se refleja su existencia en los estudios
realizados con metodología arqueológica. Este hecho supone una doble pérdida ya que su aproximación
a través de los restos de su cultura material podría paliar, en parte, su ausencia de los textos históricos
(McKerr, 2008). Pero, la falta de identificación precisa de sus huellas en el registro arqueológico no solo
tiene que ver con un problema metodológico sino también conceptual, que lo asemeja mucho a esa conocida
aparente invisibilidad de las mujeres. De hecho, en muchos casos, el interés por la infancia en los estudios
arqueológicos deriva de la propia evolución de los estudios de arqueología y género. Como parte de la
renovación metodológica de la investigación en arqueología de las últimas dos décadas, y sobre todo,
gracias a las tendencias postprocesuales que han hecho especial hincapié en la importancia del individuo
como agente social, se ha puesto en valor también la reflexión desde el género o la edad.
2.1. Los valores de la cultura material
Si hablamos de museos de arqueología o de historia –pero también podríamos plantear el caso de los de
antropología o etnografía– cuya colección se nutre fundamentalmente de cultura material, contamos con
objetos cargados de significado que pueden propiciar, además, el fomento de una serie de valores sociales
ya que, al margen de aspectos atractivos como la curiosidad, el romanticismo, la magia o el misterio por
el conocimiento del pasado, la arqueología, en palabras de G. Clark (citado en Ruiz Zapatero, 2010), hace
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Infancia, museología y arqueología
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ver la Historia desde una perspectiva amplia y promociona la solidaridad humana al ocuparse desde las
“grandes obras” a los restos de basura a través de fuentes directas, inmediatas; proporcionar evidencias
sobre identidades e inquietudes básicas de los seres humanos, permitiendo conectar con otros intereses y
materias, fomentar el respeto sobre el valor colectivo del patrimonio, y despertar la conciencia social frente
al racismo, la xenofobia o las desigualdades sociales. Esos fragmentos materiales del pasado representan
una materia prima sin igual, como vehículo de conocimiento y comunicación. A ello se une la creciente
presencia de la arqueología en la sociedad, en los medios de comunicación de masas, como fenómeno
reciente que se expresa asimismo a través de formatos, medios y soportes diversos (Ruiz Zapatero, 2012),
sin olvidar el lenguaje cinematográfico,4 así como distintas iniciativas de divulgación histórica on line.5
Partiendo, pues, de ese concepto de cultura material y del creciente interés de la sociedad por la
arqueología, parece oportuna una reflexión sobre cómo esos testimonios del pasado, son seleccionados,
preparados, documentados y presentados en el museo, adquiriendo un protagonismo dentro del discurso
expositivo que, en última instancia, refleja una visión del mundo y de la sociedad, visión que los faculta
para ser un órgano de cultura, un espacio de interpretación y de renovación (Grau, 2012). La selección de
las piezas y esa visión del discurso es clave, por tanto, para saber qué historia o historias se cuentan, qué
valores se transmiten, cómo se ordena el relato, quién se representa o es protagonista y quien se queda
fuera de la fotografía. Y desde este planteamiento, los museos arqueológicos, como espacios históricos
y de comunicación social, constituyen un medio para fomentar valores, para expresar ideas y también
para visibilizar segmentos sociales, tradicionalmente invisibles. La exposición permanente ofrece múltiples
posibilidades de sensibilización e interacción con el público visitante o el usuario del museo. En este ámbito
se brindan grandes oportunidades para ofrecer al público narraciones y discursos integradores donde
distintos grupos sociales y étnicos; grupos de género y también de edad pueden y deben estar presentes.
A propósito de quiénes son los protagonistas de la Historia y quién se ha quedado tradicionalmente fuera
de la foto, en otros textos de reciente publicación (Izquierdo, López y Prados, 2012; Prados, Izquierdo y
López, 2013) centrábamos nuestra atención en la necesidad de hacer presentes a las mujeres en los relatos
del pasado en los museos. Insistíamos en que las metas finales eran desterrar los tradicionales mensajes que
asimilan a los hombres con las tareas principales y a las mujeres con una actitud pasiva; explicar y expresar
que la división del trabajo –en su especialización sexual o de género– indica diferencia y no preeminencia o
jerarquización en las tareas por cada grupo, tal y como ha supuesto la arqueología tradicional y ha reflejado
la museología también tradicional; y, en síntesis, alejarnos de ese discurso de la invisibilidad, inferioridad o
escasa función social o importancia de las mujeres (Sada, 2010). Pues bien, en este texto centramos nuestra
atención en el público infantil desde su presencia o ausencia en la propia estructura y organización de
contenidos en el discurso arqueológico hasta la materialización del guión en las salas de exposición a través
de distintos recursos museográficos de apoyo a la colección. Partiendo de todo el potencial informativo
y comunicativo que la cultura material posee, consideramos a continuación algunas líneas temáticas de
interés en esta materia.
4 Un popular ejemplo, de producción made in Spain (2012) corresponde a una de las películas infantiles de animación de mayor éxito
en nuestro país Las aventuras de Tadeo Jones, protagonizada por un joven obrero que sueña con convertirse en un arqueólogoexplorador. Aunque cargada de visiones estereotipadas sobre el profesional de la arqueología y evidentes sesgos de género, destaca
el reconocimiento en los medios de la disciplina arqueológica, su popularidad y atractivo social. Su éxito entre el público infantil,
esencialmente, a partir de los cuatro años, ha animado a Mediaset España y Lightbox Entertainment a extender la fama de Tadeo a
la pequeña pantalla con la creación de la serie de animación Descubre con Tadeo, que con capítulos diarios de dos minutos y bajo
el asesoramiento de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), contribuye a la divulgación de la educación
y al conocimiento de la ciencia arqueológica.
5 Un ejemplo reciente es la publicación de la página web Pequeñeces de la Historia. Infancia, Arqueología e Historia para grandes
y pequeños (http://pequehistoria.com/index.html), un marco abierto para la divulgación arqueológica entre los más pequeños.
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
2.2. Discurso arqueológico y representación infantil
A propósito del discurso general en los museos arqueológicos y de la representación infantil, cabe señalar
dos consideraciones previas que atañen, tanto al objeto, como al propio sujeto de la investigación, que
han repercutido negativamente en la investigación arqueológica de la población infantil en el pasado y,
consecuentemente, en la presentación de estas narrativas en los museos. En primera instancia, desde la
metodología arqueológica y el trabajo de campo, se ha de citar un problema de conservación de restos
arqueológicos. En el caso de la población infantil es posible que en muchos yacimientos los restos
materiales asociados a este segmento de edad no se hayan preservado por tratarse de materias primas
perecederas o restos más frágiles. En segundo lugar, es posible también que el personal investigador no
haya documentado este tipo de restos en la excavación porque no se hayan identificado como tales o por
el carácter general y efímero de las actividades realizadas por las criaturas (Wileman, 2005: 8), o incluso
porque sus intereses estratégicos en la investigación del yacimiento ni siquiera contemplen estos temas
vinculados al grupo social. Se puede decir que la producción científica hegemónica sobre el discurso y las
interpretaciones del pasado, el mainstream en arqueología, apenas ha considerado tradicionalmente estas
líneas de investigación, más que en los últimos años.
En este sentido, Lillehammer (2010) señala tres campos principales en los que se ha centrado la
denominada arqueología de la infancia: en el reflejo de cómo los niños y las niñas experimentan su propio
mundo; en el planteamiento de cómo son las relaciones que mantienen el mundo infantil y el adulto; y, por
último, en las explicaciones sobre cómo entienden los adultos el mundo infantil. De forma general podemos
destacar una serie de ámbitos temáticos generales de representación, con protagonismo destacado en el
discurso arqueológico, que pasan por el reestudio de la cultura material y las imágenes tradicionalmente
asociadas a la infancia y la revisión de actividades, funciones y contextos –de hábitat, funerarios y rituales–
con presencia infantil.
La cultura material tradicionalmente asociada a la esfera infantil es un claro ejemplo de cómo la
investigación arqueológica se desarrolla, en muchas ocasiones, con patrones preconcebidos. Así, nos
encontramos con que su representación suele limitarse a los juguetes (fig. 2). Se han considerado igualmente
Fig. 2. Cultura material e infancia.
Muñecas romanas del Museo de Albacete.
Fotografía C. López Ruiz.
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Infancia, museología y arqueología
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los objetos del mundo adulto miniaturizados y aquellos artefactos que pertenecen al cuidado de lactantes
o al grupo de primera infancia, correspondientes a la alimentación, el vestido y el adorno infantil. De este
conjunto, muchas veces enmascarado o perdido por su naturaleza orgánica, se han destacado, sin duda,
los juguetes. En palabras de Brookshaw (2010: 218) suponen la forma favorita que tienen los adultos de
representar la cultura material infantil. Estos objetos pudieron ser fabricados por los adultos o por los propios
niños. Los juegos nos permiten justamente una aproximación a su papel como mediadores entre el mundo
infantil y el adulto (Sánchez Romero, 2010). También permiten rastrear su utilización, como aprendizaje,
no solo de destrezas sino de roles y comportamientos, la forma de entender su comunidad, su territorio,
sus creencias e identidad, etc. De hecho, en muchas ocasiones dudamos del significado de las miniaturas:
¿Pueden ser juguetes elaborados por o para niños, como parte de procesos de aprendizaje, por ejemplo,
algunos útiles que pueden servir como instrumentos de trabajo, o las pequeñas cerámicas, posiblemente
elaboradas por los propios niños? ¿Se trata de una cuestión que viene definida y depende del contexto en el
que aparezca el objeto? Por ejemplo, una miniatura de una vasija en un santuario puede tener una lectura
simbólica –una miniatura sustituye el objeto en su tamaño real–; pero en un poblado su interpretación
podría vincularse al ámbito infantil. La cultura material nos abre, por tanto, a nuevos planteamientos sobre
la función y los significados de las piezas en función de la diversidad de sus contextos.
Las representaciones iconográficas infantiles, por otra parte, presentes en monumentos funerarios, exvotos
en los santuarios, cerámicas o pequeños objetos en los hábitats, etc. aportan, a pesar de su escasez en contextos
antiguos, gran cantidad de información. A través de estas imágenes podemos apreciar códigos identitarios
que se reflejan en la escala de representación, vestimenta, peinado, tocado, adorno, maquillaje, tatuajes, etc.
Algunos difícilmente pueden apreciarse en el registro arqueológico y pueden ser el medio de expresión de ritos
de paso entre una edad y otra, para definir categorías de edad como construcciones culturales. Así por ejemplo,
la apariencia femenina en el imaginario ibérico peninsular se muestra codificada mediante características
del vestido, peinado y adorno. Igualmente, aunque muy escasas, las imágenes del grupo familiar, donde se
juega con las escalas de representación, aportan una valiosa información. La mujer, junto al varón, aparece
representada en una escala equivalente entre sí y mayor respecto a otras representaciones juveniles o infantiles,
como parte del fenómeno de visibilización de relaciones sociales de las estructuras ciudadanas, presentes por
ejemplo en los santuarios ibéricos a partir del siglo III a.C. (Izquierdo, 2013).
Dentro de las tendencias temáticas de mayor alcance de la arqueología en los últimos años, cabe
destacar los análisis sobre las actividades de subsistencia y mantenimiento, la organización espacial de
los objetos y la definición de áreas de actividad, ámbitos en los que la población infantil ha jugado un
papel esencial, poco conocido no obstante y poco investigado, en todas las sociedades del pasado. Entre
las esferas de trabajo más importantes incluiríamos las vinculadas a las actividades de mantenimiento de
la comunidad, tales como la transformación y elaboración de alimentos, el cuidado de los miembros de
la comunidad, la realización de ciertas artesanías como elaboración de la cerámica, cestería, tejido, etc.
(González Marcén et al., 2007; Sánchez Romero, 2007 y 2008a y b). Y en dichas actividades, sin duda, los
niños y las niñas tendrían un importante protagonismo (Králik et al., 2008). Lo mismo podríamos decir de
cualquier otra actividad decisiva para la comunidad y que requiriera un proceso de aprendizaje como la
caza, la elaboración de utillaje lítico, etc. Por ejemplo, la caza en las sociedades prehistóricas sería una labor
de grupo en la que intervendría toda la comunidad: varones, mujeres, población infantil y anciana. Cada
uno de estos grupos posiblemente tendría una tarea específica, desde la vigilancia y localización del animal,
la propia caza del mismo, su despiece, el tratamiento y el traslado de la carne, etc. (fig. 3).
Frente a la vida cotidiana, los contextos funerarios y rituales han sido un campo de mayor reconocimiento
infantil. Hasta épocas muy recientes las sociedades han debido afrontar un alto porcentaje de pérdida de
población infantil, tanto durante la gestación, como entorno a su nacimiento y primeros meses de vida. La
madre muchas veces aparece unida al fallecimiento del bebé en la etapa peripuerperal. Correspondientes
a la Prehistoria y la Protohistoria peninsular, contamos con numerosos estudios en esta línea (Sánchez
Romero, 2008a; Rueda et al., 2008). Los enterramientos infantiles pueden incluir restos óseos y ajuares
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
Fig. 3. Escena de caza prehistórica, según ilustración de D. Álvarez Cueto
procedente de la exposición permanente del Museo Arqueológico Regional de la
Comunidad de Madrid. Fotografía: C. López Ruiz.
o depósitos de objetos, reunidos y amortizados en la tumba con fines rituales o escatológicos. La mayor
aportación de los datos arqueológicos vinculados con la infancia, suelen proceder del registro funerario. En
el caso de los restos antropológicos, a las dificultades que plantean algunos rituales, como la cremación,
se une la fragilidad de los propios huesos, el problema de la determinación del sexo biológico, sin olvidar
otros factores físicos que han provocado que éstos pasen desapercibidos en excavaciones poco rigurosas en
el pasado (Chapa, 2003: 117).
En muchas ocasiones, la población infantil ocupa espacios funerarios diferentes al resto de la población,
por ejemplo, bajo las propias casas, siguiendo rituales también diferentes, como la inhumación frente a la
cremación, en un tratamiento diferencial que aporta claves sobre la propia organización social, el pensamiento
y la ideología de los grupos del pasado. Los ritos se suman a los análisis antropológicos, espaciales, de
ajuares con novedosos datos. A modo de ejemplo, excavaciones recientes en necrópolis protohistóricas
como la vaccea de Las Ruedas, Pintia (Padilla de Duero/Peñafiel, Valladolid) están ofreciendo nuevas
hipótesis a partir del análisis de enterramientos infantiles y femeninos, sobre la riqueza y el estatus a través
de la herencia (fig. 4). En cuanto a los ajuares, los enterramientos infantiles pueden incluir pequeños objetos
de adorno, como joyas, campanitas, cerámicas, en ocasiones, juguetes, amuletos, pero también objetos
vinculados al mundo adulto, como algunas armas, o restos del banquete funerario, ya que son los adultos
los que realizan los rituales funerarios y los que nos transmiten la idea que ellos quieren proyectar de ese
individuo infantil en su tumba (cf. para el caso ibérico, Prados, 2012). Fuera de la Península ibérica, algunos
estudios temáticos y territoriales, en este sentido, de necrópolis de la antigua Grecia, sur de Italia, Sicilia,
Galia o África están proporcionando indicadores de tumbas o rituales específicos para las poblaciones
infantiles de gran interés (Hermary y Dubois, 2012).
Podemos afirmar, en resumen, como desde los contextos funerarios, religiosos o de hábitat; desde
la cultura material específica de la infancia o las propias evidencias infantiles sobre soportes diversos,
existe todo un mundo por explorar, investigar y, por tanto, representar (fig. 5). El papel de los museos
arqueológicos, en este sentido, puede ser crucial. Parece importante plantear la necesidad de incorporar
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Infancia, museología y arqueología
409
Fig. 4. Enterramiento infantil correspondiente
a la tumba núm. 127b de la necrópolis vaccea
de Las Ruedas, Pintia (Padilla de Duero/
Peñafiel, Valladolid), según Sanz y Romero
(2010: 409, fig. 3).
Fig. 5. Enterramiento
campaniforme, según
ilustración de D. Álvarez
Cueto procedente de la
exposición permanente del
Museo Arqueológico Regional
de la Comunidad de Madrid.
Fotografía: C. López Ruiz.
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
estas líneas en la agenda y planificación de la investigación, así como en los procesos de revisión de
colecciones en los museos donde se custodian bienes culturales susceptibles de este análisis que pueden
revertir, además, en la propia exposición del museo. Objetos que pueden estar relacionados con la infancia y
que han sido despreciados hasta el momento, por desconocimiento, desinterés, o por alejada posición teórica
o campo de investigación. A partir de estas revisiones de fondos procedentes de yacimientos o colecciones
museográficas, las instalaciones expositivas pueden enriquecer sus narrativas y visibilizar esa parte de la
sociedad tradicionalmente olvidada en los museos, esa “minoría universal en todas las sociedades”, como
acertadamente define Brookshaw (2010: 217) al público infantil, poniendo de relieve el valor fundamental
de las colecciones museísticas y las posibilidades que brinda para la exposición.
3. DE LA MUSEOLOGÍA A LA MUSEOGRAFÍA
El lenguaje de la exposición incorpora, junto a los objetos, toda una serie de recursos de comunicación que
apoyan la transmisión del discurso (Hernández, 2010: 216-221), hoy en día imprescindibles en toda instalación
expositiva. Estos recursos pueden adoptar la forma de textos, de diverso carácter y formato; ilustraciones, de
carácter explicativo, documental, evocativo; fotografías, animaciones; diagramas, mapas, planos, cronologías,
y otro tipo de elementos gráficos; esculturas, modelos, maquetas y otros recursos en tres dimensiones; así
como nuevas tecnologías más o menos interactivas y/o multimedia, entre otros. Todos los recursos de la
exposición, en su espacio arquitectónico y museográfico –accesos, recorridos, forma de salas, acabados
en suelo, paredes y techos, texturas, colores, iluminación, confort y ambientación general– propician una
determinada experiencia en la visita. Desde la percepción infantil, destacaremos la importancia de la escala
–alturas de las bandejas expositoras de objetos en vitrinas, de los textos, tamaño de letra, altura y accesibilidad
de los elementos interactivos o manipulables–, así como el mundo de los sentidos –gamas cromáticas en la
arquitectura expositiva, interiores de vitrina y elementos gráficos, adecuada iluminación; locuciones atractivas,
ambientación acústica, sonidos significativos; recursos complementarios olfativos, táctiles, etc.– entre otros
factores que condicionan la comprensión, el confort y el disfrute del recorrido expositivo.
Los grafismos de la exposición plantean numerosas posibilidades para la representación infantil. Existe
todavía un largo trecho que recorrer ya que, muchas veces, si bien los datos y pautas para ilustrar el paisaje, las
casas, las cerámicas, etc. son muy precisos y minuciosos, sin embargo, apenas se aportan indicaciones sobre
qué personas, mujeres y hombres, se representan; de qué edad son; qué clase de actividades están realizando;
en qué actitudes o gestos; si deben aparecer como protagonistas o en una situación secundaria dentro de las
escenas, etc. (Querol, 2008). Estos pequeños matices son extraordinariamente importantes ya que calan en el
público de los museos y transmiten ideas sobre valores, roles o funciones y relaciones sociales, en especial en
los niños, que conforman el pilar fundamental de la sociedad del futuro. A modo de ejemplo, como exposición
permanente, destacaremos las ilustraciones del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid en
Alcalá de Henares o el Museo Arqueológico de Asturias en Oviedo (2011) con niños en su entorno cotidiano.
Destacan en este último ejemplo las grandes escenas por su eficacia comunicativa (fig. 6). Las criaturas se
encuentran en su núcleo familiar y forman parte de las actividades y de la vida cotidiana más allá de la cueva.
Por su parte, las exposiciones temporales en materia arqueológica empiezan a incorporar estas temáticas
en su contenido y forma museográfica. Así por ejemplo, la muestra reciente del Museo Arqueológico
Regional de Madrid, “Los últimos carpetanos. El oppidum de El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid)”
(2012), evoca importantes aspectos de la vida de la Segunda Edad del Hierro en el centro peninsular,
tomando como paradigma el yacimiento de El Llano de la Horca (Ruiz Zapatero et al., 2012). De este
mismo museo destacamos la exposición inaugurada en diciembre de 2012, “Arte sin artistas: Una mirada al
Paleolítico” donde la imagen que anuncia la exposición y es portada del catálogo, representa simbólicamente
a una mujer con un bebé pintando en la cueva, mientras otro niño los observa, donde más allá de la postura
o el gesto concreto, interesa destacar el protagonismo femenino de la escena.
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Infancia, museología y arqueología
411
Fig. 6. Escena familiar
correspondiente al periodo
Asturiense, procedente la
exposición permanente del Museo
Arqueológico de Asturias (2011).
Ilustración J. Chien, Ministerio de
Cultura.
Imágenes de criaturas en tres dimensiones correspondientes a pasados remotos están cada vez más
presentes en los museos como elemento divulgador de la ciencia. Sin duda, la representación del niño
neandertal de cuatro años, a partir del molde del cráneo hallado en Roc-de-Marsal (Périgord) (40.000
B.P.) que exhibe el Museo Nacional de Prehistoria de Les Eyzies-de-Tayac en Dordogne (2008), de la
escultora Elisabeth Daynès, constituye verdaderamente una obra de arte llena de sensibilidad. También en
la instalación del Museo de la Evolución Humana de Burgos (MEH, 2010), la misma escultora realizó otra
extraordinaria “reconstrucción” escultórica del homínido Homo ergaster, conocida como niño de Turkana,
aunque en realidad se trata de un joven, de gran fuerza expresiva. Asimismo el Museo de Almería (2006)
ofrece una escenografía de gran formato y carácter espectacular, un grupo escultórico en soporte metálico
de lenguaje contemporáneo, El Círculo de la vida, donde una mujer protagoniza una escena de parto. Por
otra parte, modelos, dioramas o maquetas, de formato más tradicional, también pueden incorporar criaturas
en las escenas representadas. Una propuesta reciente la ofrece también el Museo de la Evolución Humana
en cuya instalación permanente se encuentran dioramas y maquetas con criaturas. Igualmente, el mismo
museo presentó recientemente una atractiva exposición temporal PlayEvolución. Atapuerca y el MEH en
paisaje playmobil (2012) sobre el mundo de Atapuerca, de gran éxito, sin ánimo de ser exhaustivas.6
Las producciones audiovisuales, por otro lado, sin duda aportan un plus a la exposición presentando
la imagen en movimiento, efectos acústicos, locuciones, ambientaciones, que enriquecen y matizan
la experiencia de la visita. Otros recursos interactivos, manipulables y multimedia, con mayor o menor
componente tecnológico, adaptados a los más pequeños, ofrecen muchas posibilidades de comunicación y
pueden permitir al público infantil conectar con el pasado de una manera sencilla. Para el primero de los
casos, citaremos algunos audiovisuales del Museo Arqueológico de Córdoba (2011) (fig. 7) o del Museo
Monográfico Puig des Molins de Ibiza, de reciente inauguración (2012), que cuentan entre sus protagonistas
niñas que nos conducen en ese viaje al más allá, desde la época fenicia al presente, logrando una conexión
eficaz –incluso restándole un tanto de dramatismo al tema de la muerte– con el público visitante (fig. 8).
Otro recurso polivalente se observa en la instalación del Museo Arqueológico de Asturias (2011), de amplia
accesibilidad, el denominado “i-punto”, de interacción a partir de diversos elementos sensitivos. Contiene
6 No podemos obviar en esta línea, la producción de exposiciones temporales del propio Museo de Prehistoria de Valencia,
sensibilizado con estas líneas de trabajo: http://www.museuprehistoriavalencia.es. No se citan los ejemplos del recientemente
inaugurado (31 de marzo de 2014) Museo Arqueológico Nacional (MAN), que fue posterior a la entrega de este manuscrito.
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Fig. 7. Fotograma de la producción audiovisual “Las estatuas romanas no tienen cabeza” del
Museo Arqueológico de Córdoba (2010). Ilustración P. Velarde, Secretaría de Estado de Cultura.
Fig. 8. Fotograma de la producción audiovisual del Museo del Puig des Molins, Ibiza (2012).
Arena Comunicación Audiovisual, Secretaría de Estado de Cultura.
réplicas de cultura material, maquetas y elementos manipulativos de carácter olfativo y auditivo, así como
interactivos de carácter lúdico. La interactividad, ligada a la funcionalidad, o la virtualidad en algunos
casos, sin olvidar la sostenibilidad, se suma a la educación, la experimentación y lo lúdico.
4. PROGRAMACIÓN EDUCATIVA ADAPTADA AL SEGMENTO INFANTIL
La programación adaptada al público infantil en los museos constituye hoy una oferta de ocio ineludible
para las familias. Un gran número de museos son conscientes, en la medida de su capacidad y recursos, que
deben adaptar su oferta de forma personalizada al público infantil para poder llevar a cabo de manera más
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Infancia, museología y arqueología
413
fácil su labor educativa. Paulatinamente, los museos se van incorporando a las agendas de las familias y de
las escuelas como espacios culturales y de ocio para visitar. Si bien los niños suelen visitar los museos con
la escuela, de forma progresiva, padres y madres los acompañan y participan activamente de las actividades
de estos centros. La tarea de crear departamentos pedagógicos en los años noventa del siglo pasado poco
a poco ha ido dando sus frutos. Plantearemos dos reflexiones, a propósito de los materiales destinados al
público infantil y las propias actividades didácticas desarrolladas en los museos (fig. 9).
Las escuelas infantiles, por una parte, demandan al mundo editorial materiales para trabajar una
aproximación temprana a estas instituciones culturales. Complementariamente, por tanto, a los discursos
de la exposición y su museografía, es necesario plantear acciones y estrategias educativas que revisen los
discursos tradicionales, materializadas en recursos didácticos diversos, presentes, afortunadamente, cada
vez más en el mundo digital. En esta línea son esenciales las ideas previas que se trabajan en la escuela,
por lo que la revisión de los textos y los materiales escolares constituyen tareas decisivas que se completan
con la visita al museo. En este sentido la editorial Anaya cuenta con un método destinado a niños de
segundo ciclo de Educación Infantil que trabaja la Prehistoria en las aulas durante todo un trimestre. Este
proyecto, documentado científicamente, trabaja aspectos relacionados con la evolución, las herramientas,
los enterramientos, el arte, la cerámica y el adorno personal, y presenta, a grandes rasgos, escenas paritarias
de la vida prehistórica donde hombres, mujeres y población infantil desarrollan un papel activo en el seno
del grupo pescando, recolectando, o simplemente jugando.
Quisiéramos insistir en este punto en relación con las publicaciones para el público infantil que ofrecen los
museos ya que, como señala Ruiz Zapatero (2012: 60), es necesaria una mayor implicación de las instituciones
y del personal investigador. Toda una línea de trabajo por desarrollar en España, la de los manuales de
divulgación para el público infantil, fundamentales para su educación, esenciales, por tanto, para los museos.
Fig. 9. Acción didáctica en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, ARQUA. Secretaría
de Estado de Cultura. Fotografía I. Izquierdo.
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
Algunos manuales sobre Prehistoria disponibles para niños y niñas con edades comprendidas entre los 5 y
12 años –correspondiente al último curso del ciclo de Educación Infantil y al ciclo de Primaria– muestran las
relaciones de género en el pasado desde diferentes perspectivas –y en ocasiones cargadas de estereotipos–,
con especial hincapié en la vida cotidiana de las sociedades prehistóricas, la caza y la recolección y más
tarde la ganadería y la agricultura, el tipo de hábitat, el vestido, el arte e incluso el mundo funerario. Los
textos, sencillos, se acompañan de ilustraciones dinámicas en las que los personajes infantiles se convierten
en protagonistas de la historia y participan activamente en el mundo de los adultos, aprendiendo por imitación
las tareas que realizarán en el futuro. Entre ellos destaca Mi primer libro de la Prehistoria. Cuando el mundo
era un niño (Arsuaga, 2008) con ilustraciones cargadas de simbolismo (fig. 10), o Viviendo la Prehistoria en
el Valle de Lozoya (Mendoza, 2011), editado por el Museo Arqueológico Regional de Madrid, que adentra al
lector infantil en un yacimiento prehistórico de la mano de dos niños neandertales.
La educación en los museos, por otra parte, puede convertirse en un agente de transformación social
y la revisión de los discursos de la exposición puede contribuir de manera concreta y real, a ese paulatino
cambio social. También la acción cultural, didáctica y educativa colabora, en gran medida, con este objetivo.
Como ejemplo de actividades y acción didáctica infantil, citaremos los recorridos, talleres y actividades
diversas que se programan en las agendas mensuales o trimestrales de los museos. Una mirada a la agenda
de los museos estatales7 evidencia, a pesar de la actual coyuntura de austeridad, la presencia de actividades
y visitas temáticas infantiles, talleres familiares, juegos y otras actividades lúdicas de interés. Así, destacan
las propuestas del Museo de Altamira, donde es posible preparar una visita “a medida” de las necesidades
de cada visitante –adultos particulares, familias con niños, profesores, profesionales del turismo, medios de
comunicación, investigadores, etc.–. Al margen de la exposición permanente “Los tiempos de Altamira”, la
Museoteca es un espacio exclusivamente para las familias con niños interesados en aprender más, jugando,
leyendo, creando juntos. En ARQUA, Museo Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena, se ofrecen
talleres específicos para cada ciclo educativo –infantil, primaria, ESO, Bachiller y talleres para familias–.
Otro ejemplo a considerar es el Museo de América que muestra una programación infantil destacada con
programación de cuentacuentos infantiles, proyección de películas infantiles, escuela de verano, talleres y
actividades específicas.
Como otros ejemplos de esta acción educativa constante, y accesible además a través de Internet,
citaremos las actividades, los materiales e iniciativas del Museo de Prehistoria de Valencia, cuyos contenidos
(fig. 11) pueden consultarse íntegramente en su página web.8 También el Museo Romano de Oiasso9 que
cuenta con recursos para el profesorado, educadores, con programas educativos y materiales, accesibles a
través de la Red. El Museo de Arqueología de Cataluña en Barcelona10 ofrece por su parte talleres infantiles
y familiares, de experimentación y descubrimiento. Este museo, junto con Arqueoxarxa, la Red de museos
y yacimientos arqueológicos de Cataluña, realizó por ejemplo toda una serie de interesantes acciones en
torno a la película de animación Las Aventuras de Tadeo Jones para fomentar el conocimiento y disfrute
de la arqueología entre el público infantil, por citar algunos ejemplos destacados. También el Museo
Arqueológico Regional (MAR) de la Comunidad de Madrid programa visitas guiadas para público infantil,
en muchos casos con actores que interpretan diversos personajes históricos.11 Como paralelo europeo, uno
de los ejemplos más citado por su éxito con el público infantil son las “visitas narradas” del Museo Quai
Branly,12 en París, por citar algunos ejemplos significativos.
7
8
9
10
11
12
http://www.mcu.es/museos/index.html. Insistimos, previa reapertura del MAN.
http://www.museuprehistoriavalencia.es/didactica_museo.html.
http://www.irun.org/oiasso/home.aspx?tabid=89.
http://www.mac.cat/Educacio.
http://www.madrid.org/cs/Satellite?pagename=Museos%2FPage%2FMUSE_home&language=es.
http://www.quaibranly.fr/es/programmation/visitas-guiadas/visitas-narradas.html.
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Infancia, museología y arqueología
Fig. 10. Familia neandertal, según Arsuaga (2008: 39).
Ilustración S. Cabello.
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Fig. 11. Portada de la propuesta didáctica sobre
La Bastida de les Alcusses (Moixent). Texto: L.
Fortea y E. Ripollés. Diseño: A. Sánchez. Museo
de Prehistoria de Valencia.
5. REFLEXIONES FINALES
Nuestro objetivo en este texto ha sido destacar cómo los museos arqueológicos pueden jugar un papel esencial
como espacios educativos y de difusión del patrimonio cultural dirigidos al público infantil. Al constituirse
en centros de transmisión de la memoria de una comunidad, son por lo tanto, espacios de construcción de su
cultura, indispensable para la educación de los niños y niñas y, al mismo tiempo, herramienta básica para la
educación en la igualdad. En general, la infancia, por diversas razones, ha estado enmascarada o limitada en
su representación en los museos. No debe sorprendernos comprobar cómo el mundo infantil apenas se percibe
en los discursos expositivos de los museos arqueológicos. Sin embargo, sabemos que la falta de identificación
precisa de sus huellas en el registro arqueológico no solo tiene que ver con un problema metodológico sino
también con el punto de partida teórico, que lo asemeja mucho a la aparente invisibilidad de las mujeres en la
Historia. De esta forma, los museos arqueológicos pueden jugar un papel esencial en la revisión de contextos
históricos a través de la investigación, con nuevos planteamientos sobre sus colecciones, y no solo aquellas
tradicionalmente relacionadas con la infancia como los juguetes, sino con la cultura material vinculada a
sus diversas etapas biológicas, su vida cotidiana en comunidad, sus juegos y aprendizaje, sus creencias o los
rituales relacionados con su muerte. Pueden suponer, por tanto, una ventana para descubrir las claves de la
organización social e ideológica de cualquier grupo humano del pasado.
Más allá de las funciones de documentación e investigación, en el campo de la difusión, si bien los
programas educativos han ido ampliando su oferta infantil, se debe realizar un esfuerzo mucho mayor para
que los museos arqueológicos resulten atractivos para este segmento de la población. Prueba de ello es que
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
la estadística revela que en los últimos diez años no se ha incrementado significativamente el número de
visitas infantiles a los museos. Además, no deja de sorprendernos que la población infantil frecuente más
los museos con su familia que en visitas escolares. Ello nos lleva a plantear, por una parte, la necesaria
interacción entre museos y centros educativos y, por otra, la necesidad de proporcionar materiales didácticos
dirigidos específicamente a estas visitas familiares o a los grupos escolares. La propia imagen del museo,
percibido de partida como un espacio cultural no adecuado para ir con niños pequeños, precisa un cambio
significativo que ha de manifestarse a muchos niveles, en las salas de exposición y en otras áreas públicas
del museo, en su acogida y en sus servicios públicos.
A nivel expositivo, el montaje museográfico permanente debe permitir a los niños crear su propio conocimiento
a través de la interacción con las piezas expuestas con la ayuda de los educadores (Pastor, 2004). Se trataría, por
tanto, de fomentar un aprendizaje activo dentro del museo. La museografía, con todos sus componentes, en armonía
con su concepto estético y formal, debe ser completamente accesible; presentar un diseño que permita observar
las colecciones con comodidad; leer los textos sin dificultades y proporcionar herramientas de conocimiento para
las distintas franjas de edad, sin olvidar que la preparación previa del itinerario se considera esencial. Asimismo,
la organización de exposiciones temporales con temáticas afines al público infantil es un reto pendiente y en este
sentido los museos arqueológicos pueden ser realmente enriquecedores y sugerentes.
Paralelamente, las actividades destinadas al público infantil deben propiciar el aprendizaje a través
del juego y el descubrimiento. Aprovechar las capacidades de exploración e innovación de la infancia
constituye un reto para la acción didáctica. En este contexto de la difusión no es posible obviar el uso de
las nuevas tecnologías, con un gran potencial para el desarrollo de aplicaciones para tabletas y dispositivos
móviles (exposición “a la carta”, visitas temáticas a la exposición, catálogo del museo adaptado a cada
edad, juegos para el móvil, etc.), que los más pequeños manejan con facilidad y soltura de forma intuitiva,
natural y creativa. Pero, al margen de la colección, de forma complementaria, no hemos de olvidar que unas
adecuadas instalaciones, infraestructuras, equipamientos y servicios en el museo propiciarán en las familias
y en los niños una experiencia, un confort y un grado de satisfacción mayor. En relación con el público
infantil será necesario contar con un espacio de acogida amplio que permita planificar la visita, con taquillas
a la altura de los más pequeños; elementos tales como fuentes, bancos y puntos de descanso, aseos adaptados
y espacios de cuidado infantil; salas polivalentes para llevar a cabo talleres de todo tipo, presentaciones y
otras actividades, así como para almacenar el material necesario para actividades educativas. Asimismo el
museo puede conectar con el público infantil a través de sus servicios públicos ya sea ofertando un menú
infantil en la cafetería, cuidando al máximo la imagen que proyecta al exterior u ofreciendo en la tiendalibrería material especializado como libros de divulgación infantiles, guías didácticas, cuentos, disfraces,
juegos, entre otros, en coherencia con su propia identidad institucional.
En definitiva, una relación a tres bandas, entre la arqueología, la museología y la museografía, por
construir y fortalecer entre los museos y el público infantil, que evidencia la necesaria apertura de estas
instituciones al conjunto de la sociedad.
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A r c h i v o d e P r ehistor ia L evantina
Archivo de Prehistoria Levantina es una revista periódica de carácter bienal, editada por el Museu de Prehistòria
de València. Tiene como objetivo la publicación de estudios y notas de carácter arqueológico (de la prehistoria a la
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horizontales esenciales para su comprensión y no se admiten rellenos de fondo. Un ejemplo de formalización es el
siguiente:
Tabla 28. Medidas comparativas del M2/ de diferentes caprinos.
Pla Llomes
Senèze (1)
Venta Micena (2)
PLl-51
Procamptoceras
Hemitragus albus
n
v
m
n
v
m
Longitud MD oclusal
18,18
5
18-18,5
18,3
17
17,12-19,59
18,43
Longitud MD (a 1 cm)
17,26
3
14-16,5
15,3
19
12,04-18,45
17,01
Anchura lób. ant. (a 1 cm)
12,40
5
13-16
14,5
16
11,17-13,47
12,09
Anchura lób. post. (a 1 cm)
10,62
5
11,5-15
13,3
18
9,41-12,06
10,11
(1) Duvernois y Guérin, 1989; (2) Crégut-Bonnoure, 1999.
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Figuras
Las figuras (dibujos de línea, fotografías y gráficos), preferentemente a color, se entregarán en formato TIFF, EPS o
JPEG, a una resolución mínima de 300 ppp a tamaño de impresión. Sus dimensiones máximas se ajustarán a la caja
de la revista (150x203 mm). Deben referenciarse en el texto y su numeración, como en el caso de las tablas, será
correlativa. Los pies se presentarán en un archivo aparte. Cuando corresponda, las figuras llevarán escala gráfica y
los mapas/planos indicación además del Norte geográfico. Los textos que formen parte de las figuras deberán tener
a tamaño de impresión un cuerpo mínimo de 9 puntos.
Referencias bibliográficas
Las citas bibliográficas en el texto tendrán la siguiente forma: (Aura Tortosa, 1984: 138), (Pla, Martí y Bernabeu,
1983a: 45), o (Martí et al., 1987) para más de tres autores. La bibliografía, listada al final del trabajo, seguirá el orden
alfabético por apellidos. Se incluirán todos los nombres en las obras colectivas. No son aconsejables las citas en
texto de trabajos inéditos (tesis, tesinas), siendo preferible su reseña completa en notas al pie. Las obras en prensa,
para ser aceptadas, deberán tener todos los datos editoriales. Los siguientes ejemplos ilustran los criterios formales
a seguir:
AURA TORTOSA, J. E. (1984): “Las sociedades cazadoras y recolectoras: Paleolítico y Epipaleolítico en Alcoy”. En
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[Monografía (obra colectiva con editor)]
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(dirs.): Premières communautés paysannes en Méditerranée occidentale. Actes du Colloque International du CNRS
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[Comunicación a Coloquio, con directores de publicación]
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[Comunicación a Congreso sin directores, editores, etc., de publicación]
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Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Valencia y Castellón, Valencia.
[Monografía (obra colectiva sin editor)]
WISE, A. L. y THORME, T. (1995): “Global paleoclimate modelling approaches: some considerations for archaeologists”.
En J. Huggett y N. Ryan (eds.): Computer Applications and Quantitative Methods in Archaeologia, 1994. BAR
International Series 600 (Tempvs Reparatum), Oxford, p. 127-132.
[Contribución a obra colectiva con editores]
[page-n-430]
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Archivo
de
Prehistoria Levantina
Servicio de Investigación Prehistórica
del
Museo de Prehistoria de Valencia
Vol. XXX
Diputación de Valencia
Valencia, 2014
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA (APL)
Revista del Museu de Prehistòria de València.
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ÍNDICE
1
17
A. García Moreno
El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
Dos retocadores solutrenses de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, la Marina Alta,
País Valenciano)
27 E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
57
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica. Nuevas
dataciones
81
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja (Málaga, España): salas del Vestíbulo y la Mina
133
J. A. Afonso Marrero, J. A. Cámara Serrano, L. Spanedda, J. A. Esquivel Guerrero,
R. Lizcano Prestel, C. Pérez Bareas y J. A. Riquelme Cantal
Nuevas aportaciones para la periodización del yacimiento del Polideportivo de Martos (Jaén):
la evaluación estadística de las dataciones obtenidas para contextos rituales
159
O. García Puchol, L. Molina Balaguer, F. Cotino Villa, J. L. Pascual Benito,
T. Orozco Köhler, S. Pardo Gordó, Y. Carrión Marco, G. Pérez Jordà, M. Clausí Sifre y
L. Gimeno Martínez
Hábitat, marco radiométrico y producción artesanal durante el final del Neolítico y el Horizonte
Campaniforme en el corredor de Montesa (Valencia). Los yacimientos de Quintaret y Corcot
213
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M.ª D. Sánchez de Prado
Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón (Camporrobles, Valencia)
239
I. Grau Mira e I. Amorós López
Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
(Vall d’Alcalà, Alacant)
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263
I. Simón Cornago y C. Jordán Cólera
Ildi: un grafito de La Alcudia de Elche (Alicante)
275
M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos VI y I a.C.
317
P. P. Ripollès y G. Cores
Las monedas de la ceca de Oskumken
327
J. M. Torregrosa y F. Arasa
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera (La Moleta dels Frares, El Forcall,
Castellón) y su territorium
375
R. Cebrián Fernández
Dos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo, Cuenca
(territorio de Valeria, Conventus Carthaginiensis)
383
F. J. Puchalt Fortea e I. Fortea Beneyto
Evidencias de traumatismos craneales en la población cristiana de Gandía (Valencia)
389
T. Pasíes Oviedo
La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
para un proyecto expositivo
401
I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
Infancia, museología y arqueología. Reflexiones en torno a los museos arqueológicos
y el público infantil
419
Normas para la presentación de originales
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 1-16
Alejandro GARCÍA MORENO a
El poblamiento paleolítico
de la cuenca del río Mundo (Albacete)
RESUMEN: En este artículo se presentan los datos disponibles acerca del poblamiento de la cuenca del río
Mundo (sur de Albacete) durante el Paleolítico. En esta región se ha documentado un número significativo de
yacimientos, que abarcarían desde el Paleolítico Inferior hasta el Mesolítico y los comienzos del Neolítico,
aunque el conocimiento que se tiene del poblamiento prehistórico de la región es fragmentario. Por ello,
es necesario establecer una visión de conjunto, englobando la información aportada por los yacimientos
documentados hasta el momento, que nos permita comprobar cuál es el estado de la cuestión en esta área.
La revisión de esta información, a pesar de ser todavía muy limitada, permite plantear la existencia de un
poblamiento más complejo de lo que se ha supuesto para esta zona para algunos periodos.
PALABRAS CLAVE: poblamiento, Paleolítico Medio, Paleolítico Superior, Epipaleolítico, sureste de la
Península Ibérica.
The Palaeolithic settlement of El Mundo river basin (Albacete, Spain)
ABSTRACT: In this paper, the available archaeological information regarding the Palaeolithic settlement
of el Mundo river basin and the Alcaraz Sierra is presented. This region has yielded a significant number
of Paleolithic sites. These sites range from the Lower Paleolithic to the Mesolithic and early Neolithic,
although the knowledge we have of prehistoric settlement in the region is still fragmentary. It is therefore
necessary to broadly approach this context, encompassing the information provided by the sites documented
to date, providing a state of the art of Palaeolithic settlement in this region. The review of this information,
despite being still very limited, shows a more complex settlement than it has been assumed for some periods.
KEY WORDS: settlement, Middle Palaeolithic, Upper Palaeolithic, Epipaleolithic, southeast of Iberian
Peninsula.
a Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria, Universidad de Cantabria.
alejandro.garciamoreno@hotmail.com
Recibido: 12/11/2012. Aceptado: 20/02/2014.
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2
A. García Moreno
1. INTRODUCCIÓN
Los primeros estudios sobre el poblamiento prehistórico del sureste de la provincia de Albacete y, más
concretamente, de la Sierra de Alcaraz y del Segura, se remontan a las primeras décadas del siglo XX, con
el descubrimiento de materiales tardenoisienses en el Abrigo de Alpera, en Almansa (Obermaier, 1916), o
de tipología musteriense en el yacimiento del Canalizo del Rayo, en Hellín (Breuil, 1928) (fig. 1). También
en estos años se lleva a cabo el estudio y valoración del arte rupestre Levantino, considerado por algunos
autores de la época, como Breuil o Cabré, de cronología paleolítica (Alonso Tejada y Grimal, 1994; Ripoll
Perelló, 2001). A lo largo de la primera mitad del siglo XX se producen algunos hallazgos puntuales, como
la posible presencia de materiales de cronología magdaleniense en la Cueva de los Morciguillos (Letur), en
la cuenca del río Taibilla, afluente del Segura (Cuadrado Díaz, 1947).
Sin embargo, no es hasta los años 70 y 80 cuando se produce un aumento considerable en el corpus
de información disponible sobre el poblamiento paleolítico en las serranías del sur de Albacete, debido
a dos fenómenos: por un lado, la realización de una serie de cartas arqueológicas de los municipios de
la región (Jordán Montés, 1992), así como a la puesta en marcha de varios proyectos de investigación
que permitirán documentar las secuencias arqueológicas y los materiales de la Cueva del Niño, en Ayna
(Higgs et al., 1976), junto a otros conjuntos de la cuenca media del río Mundo (Serna López, 1990), o del
Abrigo del Molino del Vadico (Córdoba de Oya y Vega Toscano, 1988). A estos proyectos hay que añadir
el descubrimiento y/o revisión de diversos sitios realizados en las últimas décadas.
Como resultado, contamos en la actualidad de un corpus de datos abundante para esta zona, lo que en
nuestra opinión requería una puesta en conjunto de todos ellos. Aunque la mayor parte de la información
existente procede de recogidas de materiales líticos de superficie, lo que ofrece una visión muy fragmentaria,
los datos disponibles permiten aproximarnos al poblamiento paleolítico de la región, ofreciendo una imagen
más rica y compleja de lo que pudiera suponerse inicialmente.
Fig. 1. Materiales procedentes del yacimiento
del Canalizo del Rayo (Breuil, 1928).
APL XXX, 2014
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
3
2. LOCALIZACIÓN Y DESCRIPCIÓN DEL ÁREA DE ESTUDIO
La cuenca del río Mundo se localiza al sur de la provincia de Albacete, marcando la transición entre
la llanura manchega y la Cordillera Bética (fig. 2). Se enmarca dentro de la Sierra de Alcaraz, un área
montañosa formada por las últimas estribaciones del Sistema Prebético, que a su vez forma parte de la
Sierra del Segura. Esta región se caracteriza por una gran complejidad estructural, debido a la alternancia
de elevaciones y depresiones, que dan lugar a un relieve en general abrupto y de carácter montañoso.
Las alineaciones montañosas siguen una orientación general SW-NE, con la mayoría de sus picos
presentando altitudes superiores a los 1.500 metros, destacando el Pico de Las Almenaras (1798 m), la
mayor cota del sistema.
El río Mundo cuenta con una cuenca de recepción de aproximadamente 2400 km2 y una longitud de
unos 150 kilómetros, presentando un carácter marcadamente estacional y torrencial en su cuenca alta y
media. Inicialmente sigue una orientación SW-NE, para cambiar hacía el NW-SE en un segundo tramo,
hasta su desembocadura en el río Segura, en la vertiente mediterránea de la Sierra de Alcaraz (López
Vélez, 1996). En su primera mitad el Mundo discurre encajonado a través de la garganta excavada en las
calizas del Jurásico, dando lugar a hoces y cañones, al que se suman ramblas y barrancos subsidiarios,
configurando una orografía compleja y fracturada (fig. 3).
No obstante, en esta parte alta de la cuenca también pueden encontrarse terrenos más suaves y abiertos,
formados por pequeños valles de relleno cuaternario y altiplanicies calizas denominadas calares (fig. 4).
En su cuenca baja el río atraviesa el paisaje más suave y ondulado del Campo de Hellín, transición entre las
sierras del interior y el Altiplano de Yecla; es aquí donde finalmente se une al río Segura.
Desde el punto de vista biogeográfico, la cuenca del río Mundo se encuadra en la Región Mediterránea,
por lo que presenta una marcada estación estival, con una aridez de al menos dos meses al año (López Vélez,
1996). La vegetación propia de esta región estaría formada principalmente por encinares, aunque hoy día
Fig. 2. Localización de la cuenca del río Mundo y la Sierra de Alcaraz con los yacimientos mencionados en el texto.
APL XXX, 2014
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4
A. García Moreno
Fig. 3. Vista del cañón formado por el río Mundo en su cauce medio, a su paso por la aldea de Royo Odrea.
Fig. 4. Vista desde la aldea de Casas del Ginete de las altiplanicies existentes en la cuenca media del río Mundo. Al
fondo a la derecha se observa la Peña de la Albarda (1.256 m s. n. m.).
APL XXX, 2014
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
5
se encuentra escasamente representada por la acción antrópica (Verde et al., 1998). Desgraciadamente, no
contamos con datos paleobotánicos o paleoclimáticos que nos permitan aproximarnos a las condiciones
climáticas y al medio ambiente de la región durante el Cuaternario; no obstante, los datos obtenidos en el
Mar de Alborán indican que el sureste de la Península Ibérica se vio afectado por las mismas oscilaciones
climáticas que el resto del continente europeo, aunque contaría con un clima más suave en las fases estadiales
(Cacho et al., 1999). Es de suponer una evolución semejante en la Sierra de Alcaraz y la cuenca del Mundo.
3. ALGUNAS CONSIDERACIONES PREVIAS: LIMITACIONES
El análisis del poblamiento paleolítico de un territorio determinado está siempre condicionado por una serie
de limitaciones, que en el caso concreto de la cuenca del río Mundo se ven acentuadas por lo fragmentario
de la información disponible, en la mayoría de los casos procedente de recogidas de materiales líticos de
superficie. La ausencia de secuencias estratigráficas locales bien datadas en las que sea posible contrastar
la evolución temporal de las técnicas de producción lítica hace que la atribución crono-cultural de estos
hallazgos de superficie sea incierta, basándose exclusivamente en criterios tipológicos.
Este hecho podría explicar la desproporción existente entre la presencia de yacimientos asignados al
Paleolítico Medio y, en menor medida, al Epipaleolítico, con respecto a la de aquellos correspondientes al
Paleolítico Superior. La escasez de evidencias de ocupaciones en el interior peninsular durante el Paleolítico
Superior llevó a algunos autores (Corchón Rodríguez, 2006; Vallespí Pérez et al., 1988) a plantear la
posibilidad de que la Meseta hubiese quedado prácticamente deshabitada durante este periodo, limitándose
la presencia humana a incursiones esporádicas desde zonas periféricas como el Levante (Davidson, 1983,
1986). Sin embargo, la escasa representación de yacimientos adscritos al Paleolítico Superior en el interior
peninsular puede deberse a problemas en la identificación y definición de los conjuntos, más que a un vacío
poblacional real (Davidson, 1991).
Así pues, esta imagen podría estar sin duda condicionada por la mayor visibilidad arqueológica y el
carácter diagnóstico de los elementos líticos que componen los conjuntos musterienses; debe tenerse en
cuenta que, a excepción de unos pocos casos, como la cueva del Niño, el resto de yacimientos considerados
han sido identificados y definidos a partir de recogidas de materiales líticos en superficie que, siendo
considerados como un todo homogéneo cultural y cronológicamente, podrían corresponder en realidad a
diferentes ocupaciones en periodos distintos. De hecho, la aparición de útiles característicos del Paleolítico
Superior, como raspadores, buriles, perforadores o núcleos prismáticos, en algunos de los yacimientos
asignados al musteriense, como el Canalizo del Rayo, la Laguna del Polope, el Pedernaloso o La Fuente,
podría estar indicando que la ocupación de estos asentamientos abarcó diferentes periodos del Paleolítico,
incluyendo el Superior.
De igual modo, el bagaje industrial de algunos de los yacimientos asignados al Epipaleolítico por la
aparición de laminillas de dorso, microburiles y raspadores podría corresponder a conjuntos del Paleolítico
Superior Final, donde este tipo de elementos son comunes.
Por lo tanto, la identificación de conjuntos líticos pertenecientes al Paleolítico Superior, ante la falta
de elementos claramente diagnósticos, sería menos evidente que en el caso de los conjuntos musterienses,
lo que podría estar sesgando nuestra imagen del poblamiento en la región durante el Pleistoceno Superior.
El descubrimiento de los yacimientos de El Palomar (Vega Toscano y Martín Blanco, 2006) y del Molino
del Vadico (Vega Toscano, 1993), así como la existencia de diversas estaciones de arte rupestre (Balbín y
Alcolea, 1994, 2003) y yacimientos arqueológicos datados en el Paleolítico Superior en la Submeseta sur,
como el abrigo de Verdelpino, en Cuenca (Rasilla Vives et al., 1996), corroborarían que el interior peninsular
en general, y la Sierra del Segura en particular, estuvieron poblados durante el Pleistoceno Superior, si bien
es cierto que el número de yacimientos adscritos a la primera mitad del Paleolítico Superior sigue siendo
muy reducido para el interior de la Península Ibérica, especialmente en la Submeseta sur (Cacho et al., 2010).
APL XXX, 2014
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6
A. García Moreno
En segundo lugar, otro problema fundamental al abordar el estudio del poblamiento prehistórico de
esta región es el de la imposibilidad de concretar la “contemporaneidad” del conjunto de yacimientos
documentados en la cuenca del Mundo. Si bien todos ellos comparten una serie de características que
permiten englobarlos dentro del mismo periodo cronocultural (o tecnocomplejo), fundamentalmente por
la homogeneidad de sus conjuntos líticos, a la hora de establecer relaciones entre yacimientos es necesario
contar con una precisa información sedimentológica, paleoclimática y cronológica para considerar a un
grupo de asentamientos como parte de un mismo esquema de ocupación del territorio, máxime si se trata de
periodos que abarcan una extensión temporal prolongada, como el Paleolítico Medio (Zilhão y Villaverde,
2008: 245). De lo contrario, podríamos caer en lo que Jochim (1991) definió como archaeology as a long
term anthropology, es decir, tratar como algo homogéneo y estático un registro que pudo haberse formado
por dinámicas complejas y cambiantes a corto plazo, mientras que otros autores hablan del problema de
time averaging (Bailey, 1983, 2007).
En cualquier caso, pueden apuntarse algunas observaciones en cuanto a los patrones de asentamiento
y las estrategias de subsistencia de las sociedades prehistóricas que ocuparon la cuenca del río Mundo a lo
largo del Paleolítico, especialmente durante el Paleolítico Medio, aunque éstas deberán ser necesariamente
generales y preliminares, dado lo fragmentario de la información arqueológica disponible hasta el momento.
4. EL PRIMER POBLAMIENTO: PALEOLÍTICO INFERIOR
Apenas contamos con datos sobre los comienzos del poblamiento humano en la cuenca del Segura. Hasta
la fecha, únicamente se ha documentado un yacimiento que podría corresponder al Paleolítico Inferior, el
yacimiento de La Fuente, en Hellín, propuesto como el yacimiento más antiguo de la provincia de Albacete
(Hernández Pérez, 2002; Vallespí Pérez et al., 1988). La industria lítica está dominada por cantos trabajados
tanto unifacial como bifacialmente, bifaces y hendedores, junto con otros tipos como raederas, denticulados
o raspadores (Montes Bernárdez y Rodríguez Estrella, 1985), por lo que se ha atribuido al Achelense. No
obstante, debe tenerse en cuenta que se trata de una recogida superficial de material lítico, sin atribución
estratigráfica, por lo que su cronología se basa en criterios tipológicos.
5. EL PALEOLÍTICO MEDIO: LA EXPANSIÓN NEANDERTAL
El Paleolítico Medio constituye el periodo mejor documentado en la cuenca media del río Mundo. Como
ya se ha comentado más arriba, la importante representación de yacimientos musterienses puede deberse a
la mayor facilidad para identificar estos conjuntos líticos; no obstante, el elevado número de sitios adscritos
al Paleolítico Medio existentes en la cuenca del río Mundo indican un poblamiento intenso y/o complejo
de la región en ese periodo.
A pesar del elevado número de yacimientos documentados, tan sólo la Cueva del Niño ha proporcionado
materiales arqueológicos en contexto estratigráfico, mientras que el resto procede de recogidas superficiales.
Por su parte, en la cercana cuenca del río Segura se encuentra el yacimiento del Abrigo del Palomar, donde
también se ha documentado una secuencia correspondiente al musteriense.
La Cueva del Niño (Ayna) fue descubierta en 1970, cuando se dieron a conocer sus pinturas rupestres
paleolíticas (Almagro Gorbea, 1971), aunque no fue hasta 1973 cuando se llevó a cabo la excavación
parcial de su depósito arqueológico (Higgs et al., 1976). Esta intervención permitió documentar un
conjunto de niveles arqueológicos correspondientes a una serie de ocupaciones a lo largo del Paleolítico
Medio, de acuerdo a la industria lítica aparecida en ellos. Esta industria estaba formada principalmente
por lascas, producidas mediante talla discoide, aunque también se documentan productos fruto de la talla
Levallois así como el reavivado de raederas tipo Quina. Entre los escasos útiles recuperados en este paquete
APL XXX, 2014
[page-n-16]
El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
7
estratigráfico destacan una raedera recta sobre sílex, un canto de cuarcita trabajado y un raspador carenado
(Davidson, 1981, capítulo 10; Davidson y García Moreno, 2013). La materia prima dominante es la cuarcita,
posiblemente de origen local, aunque en el nivel inferior de la secuencia, Nivel XI, que proporcionó la
mayor muestra lítica, la proporción entre sílex y cuarcita está equilibrada.
Al igual que sucedía con la industria lítica, los restos óseos de macromamíferos resultaron también muy
escasos, procediendo la mayoría nuevamente del Nivel XI. El espectro faunístico estaba dominado por el
caballo, seguido por la cabra y el uro (Davidson, 1981, capítulo 10; Davidson y García Moreno, 2013). También
se documentó una presencia significativa de restos de lepóridos, aunque en este caso fue imposible discriminar
si su presencia se debía a la actividad cinegética de los ocupantes de la cavidad, o a la acción de depredadores.
En la vecina cuenca del río Segura encontramos el yacimiento del Abrigo del Palomar (Yeste), descubierto
en los años 80 durante el desarrollo del proyecto “El Paleolítico de la Sierra del Segura” (Córdoba de Oya
y Vega Toscano, 1988). Posteriormente, en el año 1996 se llevó a cabo una primera campaña de excavación
arqueológica, continuada a partir del año 2004. Fruto de estas intervenciones se documentó una unidad
sedimentaria, formada por los niveles inferiores (Niveles XII-VII), que constituía un conjunto homogéneo
de estratos de tipo limoarenoso con presencia de gravas. A esta unidad cabría incluir el Nivel VI, de matriz
arenosa, y adscrito al Paleolítico Medio por su industria; no obstante, la interpretación crono-cultural de
este nivel ha sido cuestionada, debido a que ha sido datado en 28050±230 BP (Peña Alonso, 2011).1 Esta
datación situaría el Nivel VI del Palomar en el Paleolítico Medio, y entroncaría con el debate suscitado en
torno a la pervivencia de comunidades neandertales en el sur de la Península Ibérica más allá del 40000
BP (Baena et al., 2012; Cortés, 2010). En cualquier caso, independientemente de la problemática en torno
al nivel VI, la industria lítica de este paquete resulta homogénea, con un claro predominio de la cuarcita, y
orientada principalmente a la obtención de lascas mediante un esquema dominante discoide, aunque la talla
bipolar está también bien representada, por lo que todo el paquete de niveles subyacentes al nivel V han
sido adscritos al Musteriense (Peña Alonso, 2011; Vega Toscano y Martín Blanco, 2006).
Junto a los trabajos de excavación realizados en la Cueva del Niño, durante el verano de 1973 se llevó a
cabo también una campaña de prospección arqueológica en el cauce medio del río Mundo, aunque dado el
relieve escarpado de la zona, ésta fue necesariamente limitada. No obstante, fruto de estas prospecciones se
documentaron diversas áreas de concentración de restos líticos, en su mayor parte asignables al Paleolítico
Medio (Davidson, 1986), dado que se trata de “conjuntos formados por piezas realizadas básicamente sobre
cuarcita, generalmente de tamaño medio y grande, […] presencia en ellos de raederas, piezas de muesca y
núcleos discoides y levallois” (Serna López, 1990: 5). Algunos de estos conjuntos están formados por tan
sólo unas pocas piezas líticas, como los de la Rambla del Fontanar, la Rambla de Moriscote o la Rambla de
la Jara, mientras que otros se componen de varias decenas de artefactos, como los yacimientos del Cerro de la
Cantera, el Calderón del Moro o la Rambla del Talave (Serna López, 1990). En todos ellos la materia prima
empleada es casi exclusivamente la cuarcita en forma de cantos, predominando entre los útiles las raederas,
los cuchillos de dorso, los cantos trabajados o los productos de talla Levallois (Serna López, 1999).
Además de los documentados durante la mencionada campaña de prospecciones, existen en la cuenca
media del río Mundo otros yacimientos que podrían adscribirse al musteriense. Entre estos destaca el de La
Fuente del Halcón (López Campuzano et al., 2003), muy próximo a la cueva del Niño, donde se localizaron
un total de 13 piezas líticas, fundamentalmente núcleos y lascas corticales, realizadas todas ellas sobre
cuarcitas locales.
En la cuenca baja del río Mundo el poblamiento humano durante el Paleolítico Medio está también bien
representado por una serie de yacimientos en superficie, como los de Canalizo del Rayo, la Laguna del Polope
o el Pedernaloso (Jordán Montés, 1992; López Campuzano, 1993-1994). Los dos primeros presentan unos
conjuntos líticos similares a los de los yacimientos de la cuenca media del Mundo, dominando ampliamente
1 Para una discusión más precisa sobre la problemática asociada a las dataciones de los niveles VI y IV del Palomar consultar
Peña Alonso, 2011.
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A. García Moreno
la cuarcita sobre el sílex y útiles típicos del Musteriense como raederas, denticulados, núcleos, lascas y
puntas Levallois, núcleos discoides, etc. (López Campuzano y Jordán Montés, 1995; Serna López, 1999).
Por el contrario, el yacimiento de El Pedernaloso se localiza sobre un afloramiento silíceo, por lo que la
mayoría del repertorio industrial del mismo está fabricado sobre sílex (Montes Bernárdez et al., 1984); de
este afloramiento procede en gran medida el sílex empleado en otros yacimientos de la zona, como en la
Laguna del Polope, distante 12 km del Pedernaloso (López Campuzano y Jordán Montés, 1995).
En definitiva, contamos para la región con un importante número de yacimientos que por el carácter de
sus industrias líticas podrían corresponder al Paleolítico Medio, aunque el hecho de que la mayoría de ellos
estén formados por hallazgos de superficie impide un acercamiento exhaustivo al poblamiento de la región
durante este periodo. No obstante, pueden apuntarse algunas hipótesis al respecto. En primer lugar, podrían
identificarse dos entidades geográficas diferenciadas, cada una de ellas correspondiente a un tipo de paisaje
y biotopo característico; por un lado, la cuenca alta-media del río Mundo y el área del Calar del Mundo,
donde se encuentra la Cueva del Niño, de paisaje abrupto y encajado, dominado por barrancos cortados
sobre los sedimentos de Liásico; por otro lado, la cuenca baja del río y el Altiplano de Yecla, mucho más
abierta o de relieve más suave, donde los asentamientos se localizan en llanuras de inundación y terrazas
fluviales, generalmente asociados a puntos de agua estables (López Campuzano, 1993-1994). Este mismo
patrón parece observarse en regiones vecinas (Montes Bernárdez et al., 1984; Zilhão y Villaverde, 2008),
donde los yacimientos adscritos al Paleolítico Medio se sitúan bien en ramblas bien en las tierras bajas de
media-montaña y el litoral.
Este doble patrón de ocupación podría deberse a una complementariedad funcional (y puede que
estacional) entre los asentamientos de la cuenca alta-media y los de la cuenca baja, en un modelo de
ocupación del territorio basado en movimientos entre las zonas bajas y llanas del Campo de Hellín y las
serranías de la cuenca media y alta (López Campuzano, 1993-1994). En cualquier caso, debido a la falta de
evidencias que nos permitan plantear una cierta “contemporaneidad” entre estos conjuntos, así como datos
sobre la funcionalidad y época de habitación de cada sitio, este planteamiento debe quedar necesariamente
como una hipótesis meramente teórica. Más complicado aún resulta concretar si este patrón respondería a
desplazamientos de mayor envergadura, que tuviesen su origen en la costa levantina (Serna López, 1997),
debido a la ausencia de evidencias que permitan corroborar este extremo.
Respecto a la explotación del medio, la materia prima empleada en casi todos los yacimientos es
fundamentalmente la cuarcita, probablemente de origen local. La única excepción clara es el yacimiento de
El Pedernaloso, situado sobre un afloramiento silíceo (Montes Bernárdez et al., 1984). En el Nivel XI de la
Cueva del Niño, el sílex es empleado en una proporción similar a la cuarcita, aunque dado el escaso número
de efectivos recuperados en este estrato es difícil valorar la representatividad exacta de estos porcentajes.
Aparentemente el escaso sílex aparecido en los yacimientos es transportado desde varios kilómetros, pero
cuando las fuentes de aprovisionamiento se encuentran demasiado distantes se recurre a materias locales,
como la cuarcita, formando conjuntos líticos en los que destacan los denticulados, muescas y productos
derivados de la talla Levallois (Serna López, 1999; Zilhão y Villaverde, 2008).
Los únicos datos disponibles sobre las bases de la subsistencia provienen de los escasos restos de fauna
obtenidos en la Cueva del Niño, aunque la ausencia de un estudio tafonómico y la naturaleza preliminar del
estudio arqueozoológico impiden la completa valoración de estos datos. En principio, los niveles inferiores
de la secuencia del Niño estarían dominados por la presencia de grandes ungulados, como caballo y uro,
así como cabra, abundante a lo largo de toda la secuencia, mientras que el número relativamente elevado
de lagomorfos parece corresponderse con agentes de acumulación no antrópicos, como las rapaces (Pérez
Ripoll, 1977; Sanchis Serra, 2012). Esta asociación faunística sería similar a la observada en otros yacimientos
musterienses del Levante Peninsular (Yravedra Sáinz de los Terreros, 2004-2005), donde además parece
documentarse en muchos casos una alternancia entre humanos y otros carnívoros en la ocupación de las
cavidades; este podría ser el caso de la Cueva del Niño, donde se ha documentado la presencia de lobo y oso
en los niveles inferiores (Davidson, 1981, capítulo 10; Davidson y García Moreno, 2013).
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
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6. PALEOLÍTICO SUPERIOR, ¿VACÍO POBLACIONAL?
Como ya se comentó más arriba, apenas contamos con evidencias sobre la ocupación de la Sierra de
Alcaraz durante el Paleolítico Superior (Hernández Pérez, 2002), lo que llevó a algunos autores a plantear
la existencia de un hiato poblacional en este periodo (Vallespí Pérez et al., 1988), limitándose la presencia
humana a incursiones esporádicas desde la zona levantina (Davidson, 1986).
Efectivamente, la Cueva del Niño constituye la única muestra clara de presencia humana en la cuenca del
río Mundo a lo largo del Paleolítico Superior, fundamentalmente debido a la existencia de pinturas rupestres
de estilo claramente paleolítico en su interior (Almagro Gorbea, 1971; Gárate Maidagán y García Moreno,
2011). Durante la excavación del yacimiento en 1973 se documentó en el vestíbulo de la cavidad, bajo el
panel principal de pinturas rupestres, una serie de tres pequeños niveles de ceniza con abundantes carbones, de
escasa potencia, de cronología incierta por su pobreza en material arqueológico (Davidson y García Moreno,
2013). Sin embargo, en el año 2010, en el marco de un proyecto de datación del yacimiento, se obtuvo una
muestra de hueso procedente del Nivel 2 de esta Tricnhera Interior, cuya datación por AMS-Bioapatito arrojó
una fecha de 22780±60 BP (UGAMS-7738) (Gárate Maidagán y García Moreno, 2011). Esta datación, podría
indicar el momento de realización de las pinturas rupestres parietales, o al menos parte de ellas, lo que sería
coherente con sus características estilísticas (Gárate Maidagán y García Moreno, 2011), aunque propuestas
anteriores situaban estas representaciones en torno al Solutrense y/o Magdaleniense (Almagro Gorbea, 1971;
Balbín Berhmann y Alcolea González, 1994; Fortea Pérez, 1978). En cualquier caso, e independientemente de
su cronología, las pinturas rupestres de la Cueva del Niño evidencian la presencia humana en este yacimiento
durante el Paleolítico Superior, aunque no ofrecen información acerca del carácter de la misma.
Fuera de la Sierra de Alcaraz, en la cercana cuenca del río Segura, los yacimientos de Tus, Molino del
Vadico y El Palomar parecen confirman la presencia humana en el sur de la provincia de Albacete durante
este periodo. Así pues, el abrigo del Molino del Vadico, en el valle del río Zumeta, presenta en la base de
su secuencia estratigráfica, bajo una serie de niveles epipaleolíticos, un conjunto de niveles denominados
Unidad D, en los que se aprecian procesos de gelifracción, y que parecen corresponder a ocupaciones del
Tardiglaciar (Vega Toscano, 1993).
En la cuenca del río Tus, también en la Sierra del Segura, se encuentran los abrigos de Tus I y El
Palomar. Mientras que el primero tan sólo ha proporcionado un limitado volumen de industria lítica y
fauna, que impiden una valoración precisa del conjunto (Córdoba de Oya y Vega Toscano, 1988), el
segundo ha arrojado una secuencia más completa con ocupaciones atribuibles al Paleolítico Superior. La
unidades estratigráfica correspondiente a los niveles V, IV y III ha sido asignada al Gravetiense a partir de
las características de su industria lítica, mientras que el nivel IV ha sido datado en 26430±210 BP (Beta185410) (Peña Alonso, 2011; Vega Toscano y Martín Blanco, 2006). Sobre éste se asienta un estrato con
importantes evidencias de gelifracción (Nivel III), mientras que el Nivel I ha sido atribuido inicialmente al
Magdaleniense Final.
Todavía dentro del área geográfica de la Sierra del Segura, pero ya en la provincia de Jaén, se
encuentra el yacimiento de la cueva del Nacimiento (Pontones), que presenta evidencias de ocupaciones
correspondientes al Paleolítico Superior final-Epipaleolítico, datadas en torno al 11200 BP (GIF-3472), y
caracterizado por la presencia de raspadores, buriles y láminas de sílex con y sin retoque (Rodríguez, 1979).
En definitiva, son muy pocos los datos de los que disponemos para evaluar el poblamiento de esta región
durante el Paleolítico Superior. La imagen, sin duda incompleta, que se nos presenta de este periodo es
la de una total inexistencia de evidencias correspondientes al Paleolítico Superior Inicial (Auriñaciense),
situándose las ocupaciones más antiguas documentadas hasta ahora en el Gravetiense. Parece también
atestiguada la presencia humana durante el Paleolítico Superior final, aunque resulta difícil discriminar
entre el Magdaleniense Superior y el Epipaleolítico. La ausencia de secuencias continuas y bien datadas
impide seguir la evolución cronocultural del Paleolítico Superior en esta región del interior del sureste
peninsular, así como su comparación con las dinámicas observadas en otras regiones, como el Levante.
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A. García Moreno
7. EPIPALEOLÍTICO: LOS ÚLTIMOS CAZADORES DE LA SIERRA
Al contrario de lo que sucedía con el Paleolítico Superior, sí disponemos en cambio de un mayor volumen
de información para la primera mitad del Holoceno, aunque en la mayoría de los casos ésta es de carácter
fragmentario, dado que nuevamente la mayoría de los yacimientos documentados corresponden a recogidas
superficiales de material lítico. Este hecho condiciona nuestro conocimiento sobre las últimas comunidades
cazadoras de la región y la introducción de la economía de producción.
Los niveles superiores de la secuencia estratigráfica de la Cueva del Niño proporcionaron una
importante colección de elementos líticos que podrían corresponder al Epipaleolítico, con un uso
extensivo del sílex, una alta laminaridad y presencia de microlitos geométricos (Davidson y García
Moreno, 2013). Sin embargo, durante el proceso de excavación no fue posible diferenciar entre un
posible nivel de cronología epipaleolítica de las ocupaciones ya correspondientes al Neolítico, mientras
que la mayor parte de la industria lítica podría corresponder a ambos periodos. No obstante, en 1973 se
efectuó una datación radiocarbónica sobre una muestra de carbón procedente del Nivel II de la zona de
excavación denominada Trench 2, que arrojó una fecha de 6990±80 BP (Birm-1113), lo que evidenciaría
algún tipo de presencia humana en el yacimiento durante el Epipaleolítico (Davidson y García Moreno,
2013). Por lo que respecta a la fauna recuperada en estos niveles, se atestigua una presencia importante
de animales salvajes, como cabra, ciervo y principalmente conejo, así como la posible presencia de
ovicápridos domésticos (Davidson, 1981, capítulo 10).
Junto a la evidencia aportada por la propia Cueva del Niño, las prospecciones desarrolladas a lo largo
de la cuenca del río Mundo permitieron documentar diversas concentraciones de material, entre los que
destacaba la Cueva de Moriscote (mencionada por Vita-Finzi, 1978), y que dadas sus características fueron
adscritos al Epipaleolítico, puesto que se trataba de “conjuntos líticos realizados principalmente en sílex,
con piezas de carácter microlítico tales como laminitas de borde abatido, microburiles, raspadores de
pequeño tamaño, etc., siendo escasos los geométricos” (Serna López, 1990: 5). De igual modo, algunos
hallazgos puntuales sugieren la presencia de yacimientos de cronología epipaleolítica en el cauce del río
Talave, en la cuenca baja del Mundo (Jordán Montés, 1992: 198).
Por su parte, el abrigo del Molino del Vadico también proporcionó un conjunto de niveles asignados
al Epipaleolítico, basándose en su posición estratigráfica bajo otra unidad con presencia cerámica, y en
su bagaje industrial (Córdoba de Oya y Vega Toscano, 1988). Al igual que en la Cueva del Niño, en el
Molino del Vadico la industria lítica estaba realizada fundamentalmente en sílex, destacando los elementos
microlíticos; en este sentido, la abundancia de núcleos, percutores y restos de talla parecen indicar una
importante labor de talla en el mismo yacimiento (Vega Toscano, 1993). Entre la fauna documentada, las
especies mejor representadas son la cabra y el conejo, de forma paralela a lo observado en el yacimiento
ayniego. También en la cueva del Nacimiento, en Pontones (Jaén), se documentó un nivel correspondiente
al Epipaleolítico con geométricos (Rodríguez, 1979), datado hacia el 7620 BP (GIF-3471).
El epílogo a estas ocupaciones mesolíticas lo encontramos nuevamente en la Cueva del Niño, donde en los
niveles superiores se documentaron diversos restos de cerámica impresa correspondiente probablemente al
Neolítico Antiguo (Martí Oliver, 1988), así como industria lítica microlaminar que incluía algunos geométricos
(Davidson y García Moreno, 2013). Además, algunos de los restos de ovicaprinos procedentes de estos niveles
podrían pertenecer a animales domésticos, lo que atestiguaría la introducción del pastoreo en la Sierra de
Alcaraz (Rodríguez González, 2008). También el abrigo del Molino del Vadico proporcionó evidencias de
ocupaciones neolíticas, concretadas principalmente en el nivel A1.1, donde la cerámica constituye el principal
componente de la cultura material recuperada, mientras que entre la industria lítica, netamente diferente de lo
existente en los niveles inferiores, aparecen algunos elementos geométricos (Vega Toscano, 1993).
Finalmente, debe tenerse en cuenta la presencia en la región de un buen número de estaciones de arte
rupestre de estilo Levantino, destacando dos núcleos fundamentales: los conjuntos de Nerpio y el Campo
de Hellín, donde se localiza el clásico yacimiento del Abrigo Grande de Minateda en Hellín (Alonso Tejada
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
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y Grimal, 2002; García Atiénzar, 2011; Pérez Burgos, 1996). Estas representaciones constituyen sin duda
una excelente evidencia del poblamiento humano en esta región durante la primera mitad del Holoceno,
dado el bajo número de yacimientos arqueológicos documentados hasta el momento, aunque su adscripción
cronológica es todavía motivo de controversia (Alonso Tejada y Grimal, 1994; García Atiénzar, 2011;
Mateo Saura, 1997-1998).
8. DISCUSIÓN: EVOLUCIÓN DEL POBLAMIENTO PALEOLÍTICO
DE LA CUENCA DEL RÍO MUNDO
Como hemos visto en las líneas precedentes, la evidencia sobre el poblamiento prehistórico de la cuenca
del río Mundo y la Sierra de Alcaraz es desigual, según el periodo del que se trate (tabla 1): muy poco
representados el Paleolítico Inferior y Superior, frente a un número mayor de sitios epipaleolíticos y,
fundamentalmente, del Paleolítico Medio, aunque es posible que este desequilibrio se deba en parte a
la mayor o menor representatividad de los conjuntos. En cualquier caso, la información procedente de
todos ellos resulta fragmentaria, puesto que en la mayoría de los casos se trata de recogidas superficiales
de material lítico, mientras que de los pocos yacimientos con secuencia estratigráfica (Cueva del Niño,
Abrigo del Molino del Vadico y Abrigo del Palomar, estos últimos en la cuenca del río Segura) apenas
hay datos publicados. Por lo tanto, únicamente podemos abordar el poblamiento de la región de una forma
discontinua, sin que puedan establecerse claramente las dinámicas de transición entre periodos (fig. 2).
El primer poblamiento de la región parece atestiguado por el yacimiento de La Fuente, en Hellín,
asociado al Achelense Medio (Vallespí Pérez et al., 1988), aunque su cronología exacta y antigüedad
resultan desconocidas. Este sitio indica que las sierras del sur de Albacete fueron ocupadas en un momento
temprano, tratándose por el momento del yacimiento al que mayor antigüedad se otorga en la provincia
(Hernández Pérez, 2002).
La imagen resulta mucho más rica para el Paleolítico Medio, puesto que son varios los sitios
adscritos al musteriense que existen a lo largo de la cuenca del río Mundo. En general, en todos
ellos predomina el empleo de la cuarcita como materia prima, destinada a la producción de soportes
generalmente de gran tamaño, mediante la talla discoide y Levallois. No obstante, el único yacimiento
de la región que ha proporcionado materiales arqueológicos del Paleolítico Medio en contexto
estratigráfico es la Cueva del Niño. En éste, la industria lítica sigue una pauta similar a lo observado en
el resto de conjuntos líticos, especialmente en los hallazgos de superficie de la cuenca media, aunque
en el Nivel XI, uno de los más ricos desde el punto de vista del material arqueológico, el sílex alcanza
valores similares a la cuarcita.
La Cueva del Niño proporciona también los únicos datos referidos a las bases de subsistencia de las
comunidades neandertales que ocuparon la cuenca del río Mundo durante el Musteriense. El espectro
faunístico de los niveles inferiores está dominado por cabra, así como por la presencia significativa de
ungulados de gran talla, como caballos y uros. Mientras que la cabra es característica del entorno de roquedo
donde se localiza la cavidad, los grandes ungulados son propios de espacios abiertos, que habría que buscar
en las altiplanicies que rodean el cañón del río, lo que probablemente esté indicando una explotación
importante de terrenos relativamente alejados del asentamiento, además de los estrictamente locales. Sin
embargo, al carecer de información referida al resto de yacimientos de la zona, no podemos extrapolar este
patrón al conjunto de la región.
A tenor de la localización de los yacimientos musterienses, puede plantearse la existencia de dos focos
de poblamiento: por un lado, los de la cuenca media, situados en zonas de sierra, en ocasiones enclavados
en terrenos abruptos; y los del Campo de Hellín, en un paisaje más abierto. A modo de hipótesis, debido a
la ausencia de datos, esta dicotomía podría ser interpretada como una estrategia de ocupación del territorio
basada en la complementariedad (p.e. económica, funcional, puede que estacional) entre ambos focos
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A. García Moreno
Tabla 1. Yacimientos paleolíticos y epipaleolíticos en las cuencas baja y media del río Mundo y alta del río Segura.
Nombre
Cuenca
Procedencia
Cronología
La Fuente
Mundo (baja)
Superficial
Paleo. Inferior
Cueva del Niño
Mundo (media)
Cueva*
Paleo. Medio
Paleo. Superior
¿Epipaleolítico?
Neolítico
Abrigo del Palomar
Segura (Tus)
Abrigo*
Paleo. Medio
Gravetiense
¿Magdaleniense?
Rambla del Fontanar
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Rambla de Moriscote
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Rambla de la Jara
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Cerro de la Cantera
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Calderón del Moro
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Rambla del Talave
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Fuente del Halcón
Mundo (media)
Superficial
Paleo. Medio
Laguna del Polote
Mundo (baja)
Superficial
Paleo. Medio
El Pedernaloso
Mundo (baja)
Superficial
Paleo. Medio
¿Otros?
Canalizo del Rayo
Mundo (baja)
Superficial
Paleo. Medio
Molino del Vadico
Segura (Zumeta)
Abrigo*
¿Magdaleniense?
Epipaleolítico
Neolítico
Tus I
Segura (Tus)
Abrigo
Indeterminado
Cueva del Nacimiento
Segura
Cueva*
Paleo. Superior Final
Epipaleolítico
Neolítico
Los Morciguillos
Segura (Taibilla)
Cueva
¿Magdaleniense?
Cueva del Moriscote
Mundo (media)
Superficial
Epipaleolítico
Río Mundo
Mundo (media)
Superficial
Epipaleolítico
Río Talave
Mundo (baja)
Superficial
Epipaleolítico
* Contexto estratigráfico.
(López Campuzano, 1993-1994), lo que implicaría un poblamiento escalonado desde la cuenca baja hacía
las tierras altas de la Sierra (Serna López, 1997), y que podría haber incluido desplazamientos de mayor
envergadura, que incluyesen el interior de la región o la costa levantina.
La transición del Paleolítico Medio al Superior es por el momento prácticamente desconocida en la región.
A falta de elementos de definición cronológica, que permitan identificar las ocupaciones correspondientes
al final del Paleolítico Medio, tan sólo contamos con la datación del nivel 6 del Abrigo del Palomar (tabla
2), que podría indicar que el Paleolítico Medio, y probablemente grupos neandertales, habrían perdurado en
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
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Tabla 2. Dataciones radiocarbónicas disponibles para los yacimientos de la cuenca del río Mundo y sierra del Segura.
Yacimiento
Nivel
C-14 BP
Ref.
Cal. BP*
Material
Cueva del Niño
Trinch. Int.
22780±60
UGAMS-7738
27058 – 27848
Hueso
Nivel II
6990±80
Birm-1113
7739 – 7912
Hueso
Nivel VI
28050±230
Beta-185412
32198 – 32857
Hueso
Nivel IV
26430±210
Beta-85410
30843 – 31581
Hueso
Nivel D
11200?
GIF-3472
13008 – 13206?
?
Nivel B
7620?
GIF-3471
8408 – 8416?
?
Abrigo del Palomar
Cueva del Nacimiento
*CalPal, curva HULU2007, 1σ.
esta zona hasta una fecha temprana, más allá del 40 ka BP, tal y como ha sido planteado para otras partes de
la Península Ibérica (Baena et al., 2012; Finlayson et al., 2006; Jennings et al., 2011), aunque esta posible
continuidad sigue suscitando un intenso debate (Maroto et al., 2012).
La pervivencia del Musteriense también podría explicar la ausencia de evidencias del Paleolítico
Superior Inicial. Las primeras ocupaciones correspondientes a este periodo se documentan nuevamente
en el nivel IV del Abrigo del Palomar, adscrito al Gravetiense, periodo al que correspondería también
la datación de la Cueva del Niño (tabla 2). Esto estaría en consonancia con lo observado en el sureste
peninsular, donde el poblamiento humano parece cobrar intensidad a partir del Gravetiense, siendo pocos
los yacimientos datados en el Auriñaciense (Fullola i Pericot et al., 2007; Peña Alonso, 2009).
Resulta difícil seguir la evolución del poblamiento humano en la región durante la segunda mitad del
Paleolítico Superior. No se ha registrado ningún yacimiento de cronología Solutrense, y tan sólo algunas de
las representaciones rupestres de la Cueva del Niño podrían datar de este periodo (Almagro Gorbea, 1971;
Balbín Berhmann y Alcolea González, 1994).
Respecto al final del Paleolítico, resulta difícil distinguir en muchos casos entre ocupaciones que
podrían corresponder al Magdaleniense de otras de cronología postpaleolítica. Así pues, sólo contamos con
algunas referencias a posibles niveles de final del Paleolítico, como en el Abrigo del Molino del Vadico o
en Tus I, ambos en la cuenca del Segura, mientras que un bueno número de conjuntos han sido atribuidos
al Epipaleolítico, la mayoría de ellos formados por concentraciones superficiales de material lítico. Resulta
nuevamente imposible analizar las posibles transformaciones económicas, tecnológicas o sociales que
podrían haber tenido lugar a comienzos del Holoceno en la región, más allá de apuntar la consolidación
de una industria microlaminar y la aparición de elementos geométricos, siguiendo una pauta similar a lo
observado en áreas cercanas, como el Levante (Aura Tortosa et al., 2006).
9. CONCLUSIONES
La revisión de la información arqueológica procedente del conjunto de yacimientos documentados a lo largo
de la cuenca del río Mundo, como la Cueva del Niño, así como de otros conjuntos cercanos localizados en la
vecina Sierra del Segura, nos permiten aproximarnos a la evolución del poblamiento paleolítico de esta región.
Dicho poblamiento abarcaría desde el Paleolítico Inferior hasta el Epipaleolítico, aunque los datos
disponibles para cada periodo son desiguales. Así pues, apenas contamos con información acerca de la presencia
humana en la región durante el Paleolítico Inferior y el Superior, mientras que ésta es más abundante durante
el Paleolítico Medio y el Epipaleolítico. Así pues, el Musteriense es el tecnocomplejo mejor representado en
la zona, lo que permite plantear algunas hipótesis acerca de los patrones de asentamiento y ocupación del
territorio de las comunidades que poblaron la cuenca del río Mundo en ese periodo.
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A. García Moreno
En definitiva, esta región cuenta con un gran potencial para el análisis de algunos procesos clave en
el estudio del Paleolítico peninsular, como la transición del Paleolítico Medio al Superior, el supuesto
abandono de la Meseta durante el Paleolítico Superior, o las últimas sociedades de cazadores y recolectores
y su transición al Neolítico. Futuras investigaciones permitirán completar los vacíos de información
existentes y aproximarnos a estas problemáticas históricas de una forma más precisa.
AGRADECIMIENTOS
Deseo expresar mi agradecimiento al Museo Arqueológico de Albacete, y en especial a Blanco Gamo, por su
predisposición y colaboración para la consulta de los materiales arqueológicos en él depositados. También deseo
agradecer a Juan Jordán su ayuda a la hora de facilitarnos algunos datos, así como a Iain Davidson por su colaboración
y ayuda en la revisión del yacimiento de la Cueva del Niño.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 17-25
Dídac ROMAN MONROIG a y Valentín VILLAVERDE BONILLA b
Dos retocadores solutrenses
de la Cova de les Cendres
(Teulada-Moraira, La Marina Alta, País Valenciano)
RESUMEN: En este trabajo presentamos dos piezas recuperadas en los niveles solutrenses de la Cova de les
Cendres que su singularidad, tipología y escasez de paralelos justifica su presentación individualizada. Se
trata de dos pequeños cantos aplanados que debido a sus características pueden vincularse claramente a las
labores de talla, especialmente en las fases de preparación previa a la extracción del soporte o del retoque.
PALABRAS CLAVE: Cova de les Cendres, Paleolítico superior, Solutrense, retocador, compressor, Canto
rodado.
Two Solutrean retouchers of Cendres Cave
(Teulada-Moraira, La Marina Alta, Valencian Country)
ABSTRACT: In this paper we study two pieces recovered in Solutrean levels of Cendres Cave. Its
uniqueness, typology and scarcity of parallels justify its individual presentation. These are two small and
flattened pebbles, due to its characteristics can be clearly linked to flint knapping work, especially in the
stages of preparation before the blank extraction or the stone tools retouch.
KEY WORDS: Cendres Cave, Upper Palaeolithic, Solutrean, retoucher, compressor, pebble.
a
b
Investigador postdoctoral. Programa VALI+D de la Generalitat Valenciana.
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
TRACES UMR-5608, Université de Toulouse-Le Mirail.
didac.roman@uv.es
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
valentin.villaverde@uv.es
Recibido: 05/12/2013. Aceptado: 24/02/2014.
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18
D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
1. INTRODUCCIÓN
La Cova de les Cendres se localiza en la punta de Moraira, en el término municipal de Teulada-Moraira
(La Marina Alta, Alicante). La cavidad, de amplia boca, se sitúa en un alto acantilado, justo en la línea de
la costa, a 60 metros sobre el nivel del mar.
El presente trabajo tiene como propósito presentar dos piezas singulares aparecidas en la campaña
del 1999 y que corresponden a los niveles solutrenses excavados en el denominado sector B (cuadros A,
B y C/18-21) y el sondeo (cuadros A y B/17). Se trata de dos piezas que, como veremos a continuación,
interpretamos como retocadores/abrasionadores, y que poseen la singularidad de ser bastante escasos en los
yacimientos paleolíticos, lo que les confiere un interés especial para su publicación individualizada.
2. LA SECUENCIA PALEOLÍTICA DE LA COVA DE LES CENDRES:
LOS NIVELES SOLUTRENSES
La Cova de les Cendres posee una de las secuencias prehistóricas más importantes del Mediterráneo
occidental, siendo conocida por su secuencia neolítica y del Paleolítico superior (Bernabeu y Molina, eds.,
2009; Villaverde et al., 2010).
Dejando a un lado los niveles neolíticos, la secuencia paleolítica del yacimiento, en el que todavía no se
ha llegado a la base, se inicia con unos potentes niveles del Gravetiense (niveles XVI-XIV), con diversas
dataciones entre el 25850±260 BP (31266-30490 cal. BP) y el 21230±80 BP (25714 -25057 cal. BP). Estos
niveles se caracterizan por la presencia de utillaje lítico de dorso, con puntas de la gravette, microgravettes
y puntas tipo Cendres, así como puntas dobles y de base poligonal en la industria ósea (Villaverde y
Roman, 2004; Villaverde et al., 2007-2008). Viene después, superpuesta, la secuencia del Solutrense, que
comentaremos más detenidamente a continuación (nivel XIII) y finalmente la larga y compleja secuencia
Magdaleniense, que incluye los niveles XII a IX, este último en contacto erosivo con el Neolítico. Pendiente
de definir con exactitud, en esta parte de la secuencia, de base a muro, podemos distinguir: un Magdaleniense
inferior, con dataciones entre el 16030±60 BP (19360-19050 cal. BP) y el 14850±100 BP (18441-17907 cal.
BP) (Villaverde et al., 2012); un Magdaleniense medio, con dataciones entre el 14510±50 BP (17710-17260
cal. BP) y el 13690±120 BP (17037-16476 cal. BP) (Villaverde et al., 1999; Villaverde, 2001; Villaverde et
al., 2012), caracterizado por el dominio del grupo microlaminar, especialmente de las laminitas con finos
retoques directos o inversos y las laminitas truncadas, un dominio de los raspadores sobre los buriles, y una
buena representación las piezas del sustrato, mientras que en la industria ósea están presentes las azagayas
de bisel simple y las varillas; y diversos niveles del Magdaleniense superior, datado entre el 13350±50 BP
(15980-15690 cal. BP) y el 12470±100 BP (15093-14392 cal. BP) (Villaverde et al., 1999; Villaverde y
Roman, 2005-2006; Villaverde, 2001; Villaverde et al., 2010; Roman y Villaverde, 2011) caracterizados
por el marcado dominio del grupo microlaminar y por un equilibrio o un ligero dominio de los buriles sobre
los raspadores, y en la industria ósea una elevada presencia de arpones, varillas, agujas, azagayas de bisel
doble y simple y algunas puntas de base recortada.
El contacto del Solutrense del nivel XIII con los niveles subyacentes es erosivo y afecta de manera
desigual a estos paquetes, como consecuencia de la formación de canales, rellenos y desplazamientos que
dificultan particularmente la atribución industrial del nivel XIV.
El nivel XIII, de unos 30 cm de potencia media, posee una estructura laminada compleja, formada por
lentejones de extensión limitada, que testimonian la complejidad del proceso de formación del relleno
y la existencia de continuas fases de erosión y redeposición sedimentaria. Además, la existencia en la
zona excavada de una colada estalagmítica sobre la que apoya este nivel hace que la estratigrafía muestre
una dislocación de pendiente en algunas zonas con respecto a la tendencia general del paquete. Estas
circunstancias explican la elevada dificultad para, durante el proceso de excavación, establecer el detalle
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Dos retocadores solutrenses de la Cova de les Cendres
19
estratigráfico del paquete, razón que nos ha llevado a estudiar el material del conjunto del nivel como una
sola unidad, aun a sabiendas de la amplitud cronológica y la estratificación que es posible observar en
algunas zonas (Villaverde et al., 2010).
Poseemos diversas dataciones que nos permiten delimitar las ocupaciones del Solutrense evolucionado
del nivel XIII. La base del nivel estaría indicada por las fechas de 18920±180 BP (23135-22471 cal. BP)
y 18750±130 BP (22789-22093 cal. BP), mientras que el final de esta ocupación nos la indica la fecha del
17210±60 BP (20440-20220 cal. BP). No podemos obviar que en la serie de dataciones de este nivel, así
como entre las de la base del XII existen algunas fechas discordantes que nos indican los problemas para
su definición que hemos destacado anteriormente.
El material recuperado en el nivel XIII supera los 5.200 restos líticos (de los cuales un 64,8% son
esquirlas). Entre los elementos de producción (1.689 piezas) dominan claramente las lascas (64,2%) sobre
laminitas (15,1%), láminas (12,6%) y lascas laminares (8,1%). Pese a este dominio de las lascas, tanto su
posición dentro de la cadena operativa, como los negativos dorsales de los soportes y las características de
los núcleos nos indican que el objetivo de la explotación lítica era el laminar. También existen 36 núcleos
y diversos productos de acondicionamiento, como tabletas, semitabletas o semicrestas.
El material retocado asciende a 296 piezas. Entre estas destaca la presencia de puntas escotadas, una
punta de pedúnculo y aletas, hojas de laurel y alguna punta de cara plana, que sumadas suponen un 11,4%
del material retocado. Por su parte, el retoque solutrense supone un 6,4%. Entre el resto de retocados
destaca el dominio de los raspadores (15,5%) sobre los buriles (9,1%), la buena proporción de piezas con
retoques en uno o dos bordes (29,4%) y de piezas astilladas (10,1%), así como una buena presencia de
utillaje microlaminar (7,4%).
Otro dato destacado del nivel XIII es la abundancia de industria ósea y adorno. Entre la primera se han
recuperado 19 piezas, con dominio de las puntas dobles y presencia de una punta de base redondeada, base
poligonal, azagayas monobiseladas, agujas con perforación en la base, puntas finas dobles, un punzón y
una punta plana. Por lo que respecta al adorno merece la pena destacar que entre las 70 piezas recuperadas
existen 14 especies diferentes, dominando claramente Theodoxus fluviatilis (42,8%).
Todos estos datos nos inclinan a pensar que nos encontramos con un nivel que pertenece al Solutrense
evolucionado II o Solútreo-gravetiense I, siendo escasos los datos que sugieran la presencia de Solutrense
evolucionado I o Solutrense superior.
3. DESCRIPCIÓN Y UBICACIÓN DE LAS PIEZAS OBJETO DE ESTUDIO
Las piezas que centran este trabajo se recuperaron en la campaña de 1999 (fig. 1). La primera se recuperó
en la capa 8 del cuadro A-19. Se trata de un pequeño canto rodado, de morfología aplanada, de arenisca
(cuarzoarenita) de grano fino equigranular.1 Sus dimensiones son 38,7 mm de longitud, 36 mm de anchura
y 11,1 mm de espesor y el peso es de 23,69 g. Presenta las dos caras planas lisas y todo el borde rebajado
debido a una fuerte abrasión, con lo que acaba por conformar una especie de disco lítico. En una de sus
caras posee una pequeña fractura debido a su uso en tareas de percusión, ya sea en un uso anterior como
percutor propiamente dicho, ya sea por su utilización como retocador.
La segunda de las piezas se recuperó en la capa 9 del cuadro A-19 (fig. 2). Se trata de un pequeño canto
rodado, de morfología aplanada, de arenisca (cuarzoarenita) de grano fino equigranular. Sus dimensiones
son 42,6 mm de longitud, 37,8 mm de anchura y 12,9 de espesor, con un peso de 26,85 g. Al igual que la
pieza anterior, posee las dos caras planas lisas y prácticamente todo el borde rebajado debido a una fuerte
abrasión, con lo que acaba por conformar una especie de disco lítico. La única parte que no presenta
esta abrasión es una pequeña porción, de 6,5 mm, en la que se puede apreciar la morfología original del
1 Agradecemos a Xavier Mangado sus observaciones sobre la naturaleza geológica de las piezas.
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D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
Fig. 1. Retocador del cuadro
A-19 capa 8.
Fig. 2. Retocador del cuadro
A-19 capa 9.
soporte, lo que nos permite observar que se trata de un pequeño canto rodado aplanado. En una de sus
caras posee también una fractura plana algo mayor que la anterior y para cuya explicación recurrimos a las
consideraciones efectuadas en la otra pieza.
En definitiva, se trata de dos piezas de tamaño y características similares, probablemente usadas en un
mismo contexto y cronología, que a pesar de proceder de dos capas artificiales distintas apenas distan 2 cm
de profundidad, y cuyo análisis y difusión, por la falta de paralelos y rareza, nos parece oportuno.
El análisis realizado con una lupa binocular no nos ha permitido observar marcas de abrasión o estrías
marcadas en las caras planas, por lo que deducimos que su superficie es natural (fig. 3 y 4). Únicamente la
segunda de las piezas presenta unas finísimas estrías vinculadas al borde rebajado que muestran un trabajo
longitudinal, tal y como correspondería a un uso del borde del soporte como retocador o, ya en menor
medida, abrasionador (fig. 4).
APL XXX, 2014
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Dos retocadores solutrenses de la Cova de les Cendres
21
Fig. 3. Detalle con
la lupa binocular del
retocador del cuadro
A-19 capa 8.
Fig. 4. Detalle con la lupa binocular del retocador del cuadro A-19 capa 9.
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D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
Sobre el mismo perímetro de las piezas, que ha sido rebajado, se han observado estrías de muy escasa
entidad. Este hecho, unido a las fracturas observadas, parecen indicar que el rebaje se ha producido por
percusión, lo que también apoyaría la idea de que fue usado como retocador, ya sea para la preparación del
filo de útiles ya para la preparación de las cornisas de núcleos.
4. FUNCIONALIDAD DE LOS RETOCADORES-ABRASIONADORES
No son muchas las referencias que existen de este tipo de piezas. Desde un principio su morfología, con los
bordes rebajados y en forma de disco, nos hizo pensar en una funcionalidad vinculada a la talla, aunque no
podíamos descartar otro tipo de usos, como soportes para la elaboración de arte mueble o funcionalidades
que no resulta fácil de demostrar, como piezas de algún tipo de juego. Otra posibilidad sería que fuesen
contrapesos vinculados a cordajes o redes, aunque como seguidamente veremos esta idea tampoco se puede
mantener. Finalmente, la existencia de algunos paralelos (alguno de ellos con arte figurativo en la cara plana)
y los comentarios efectuados por algunos investigadores con amplia experiencia en la experimentación2 nos
han inclinado a considerar su función de retocadores, con un posible uso anterior como percutores.
El paralelo de más reciente publicación es una placa, con un grabado de una cierva, procedente de los
niveles gravetienses de Antoliñako Koba (Aguirre y González, 2012). Se trata de una plaqueta de arenisca,
también en forma de disco aunque ligeramente más grande, de 52 mm de longitud, 55 mm de anchura y
18 mm de espesor. Según estos investigadores, el contorno es circular debido a una intensa utilización en
labores de talla, más específicamente en tareas de retoque o abrasión de partes proximales de productos
laminares. Las fracturas observadas se corresponderían con un uso como percutor en una fase anterior.
En el Magdaleniense superior del Abri Morin existe otra pieza de arte mueble que se ha realizado
sobre un posible abrasionador (Defarge et al., 1975). Se trata de una pieza de 64 mm de largo y 75 mm
de ancho que posee el borde regularizado y con fracturas posteriores a la realización del motivo grabado
(antropomorfo o ave). Según estos autores, la pieza debió servir como percutor-abrasionador.
En el Protomagdaleniense de Laugerie-Haute se cita una pieza como abraseur (Bordes, 1978: 513),
aunque no se acompaña de ninguna imagen. Según este investigador, se trata de un canto fracturado que
debió servir como abrasionador del borde de los núcleos como preparación para la talla. Asimismo destaca
que existen piezas similares en el Gravetiense de Roc de Combe y de Corbiac.
El uso de abrasionadores para la preparación de las cornisas de los núcleos antes de la extracción de la pieza
correspondiente, a parte de las observaciones experimentales, ha sido citado en muchas ocasiones, empezando
por el clásico trabajo de Bordes sobre las técnicas de talla en el Paleolítico (Bordes, 1967). En este sentido,
merece la pena destacar que con el término “abrasionador” en muchos casos los investigadores se refieren a
piezas que se han utilizado desde su cara plana, para ser usados “frotando” las cornisas, lo que provoca marcas
de tipo ranuras o incisiones en estas caras, pero no en los bordes propiamente dichos, como seria en nuestro
caso. Sirva como ejemplo el primer caso de abrasionador citado, que corresponde al yacimiento auriñaciense
de Corbiac-Vignoble 2, donde se cita un abrasionador que posee “ranuras de uso” (Tixier y Réduron, 1991).
Asimismo, algunos talones en éperon o facetados parecen haberse preparado mediante el uso de estas
piezas (Surmely y Alix, 2005), en este caso más que abrasionadores podríamos hablar de retocadores, en el
sentido de útiles para extraer esquirlas o pequeñas lascas, ya sean para la configuración de un útil (retoque
propiamente dicho) o para la preparación de los talones.
El uso de estas piezas como retocadores para la fabricación de útiles, principalmente de dorso, es otra de
las funciones que se muestra con más posibilidades. A nivel experimental, la fabricación de dorsos mediante el
uso de percutores blandos de piedra se muestra como una técnica apropiada (J. Costa, com. pers.). También ha
sido comprobado su uso para realizar retoques simples sobre algunas piezas (Bodu y Mevel, 2008: 536-539).
2 Queremos agradecer los diversos comentarios que sobre las piezas nos han realizado Felipe Cuartero, Jofre Costa y Antoni Palomo.
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Dos retocadores solutrenses de la Cova de les Cendres
23
A nivel experimental y en relación con la talla, el uso de percutores blandos de piedra está demostrado
gracias sobre todo a los trabajos de Pelegrin (1991 y 2000). La talla de productos laminares mediante el
uso de percutores blandos de piedra (calizas blandas o areniscas) está atestiguado en el Paleolítico superior,
especialmente a partir del Magdaleniense, aunque existe al menos desde el Gravetiense (Klaric, 2003). En
nuestro caso, vistas las dimensiones, dureza y peso de las piezas que estamos estudiando, no parece que
la talla de láminas haya sido el objetivo de su uso como percutor, siendo más probable alguna de las otras
propuestas realizadas. Pese a ello, y vistas las dimensiones reducidas de una buena parte del utillaje laminar/
microlaminar del Solutrense de la Cova de les Cendres, tampoco debemos ser tajantes en este aspecto.
La morfología de los pesos de red o de línea publicados para conjuntos de tierra de Fuego (Torres,
2007 y 2009) y el Neolítico francés (Nougier, 1951 y 1952), que en ocasiones son también cantos rodados
planos, se caracteriza por la presencia de muescas opuestas en los bordes. Lo que nos inclina a desestimar
esta función para las dos piezas de Cendres. Además, el peso de estas piezas, comprendido entre los 23
y los 27 g resulta contradictorio con su función de peso de red, pues, según indica Torres (2007) “los
ejemplares del norte de Tierra del Fuego, presentan una amplia distri ución entre los 200 y 900 g y se
b
concentran entre los 400 y 600 g”, mientras que las piezas procedentes de los grupos canoeros de la Región
de Magallanes poseen pesos algo menores, “entre los 100 y 400 g, y que no sobrepasan los 650 g”. Unos
valores considerablemente más altos que los de las dos piezas de Cendres. Este mismo hecho impide
considerarlas como boleadoras o cantos vinculados a sistemas de cordajes relacionados con la caza.
Con estos datos, y teniendo en cuenta que algunos útiles han sido multifuncionales, por lo que una
misma pieza podría haberse usado para más de una tarea, es posible hacer una distinción entre:
1. Abrasionadores de cornisas: piezas que poseen marcas de uso en una o las dos caras planas como
resultado de un acto de frotado intenso para preparar la cornisa antes de la talla. Esta acción suele dejar
estrías o surcos visibles en su superficie.
2. Retocadores de cornisas: piezas que se han utilizado para extraer pequeñas esquirlas o lasquitas como
paso previo a la extracción de un soporte. Poseerán las marcas de uso en los bordes y serán piezas poco espesas
o planas, ya que esta morfología facilita su manejabilidad en tareas que requieren una cierta precisión.
3. Retocadores de útiles: piezas que se han utilizado para realizar retoques, principalmente abruptos,
usando los bordes de una pieza plana, ya sea de tipo plaqueta o canto aplanado. Este retoque se podría haber
realizado tanto por percusión directa (retocadores) como por presión (compresores). El uso del borde del
canto como retocador provocará un desgaste del contorno.
Por lo tanto, si tenemos en cuenta los paralelos citados anteriormente y los tres grupos que acabamos de
exponer, parece que las piezas recuperadas en Cendres deberían incluirse en el grupo de los retocadores, sin
que se pueda hacer distinción con respecto a su uso específico
5. CONCLUSIONES
Como hemos podido observar a lo largo de este trabajo la tipología y la escasez de piezas como estas
justifica su presentación individualizada. Se trata de útiles líticos que poseen unas características que los
vinculan claramente a las labores de talla, especialmente en las fases de preparación previa a la extracción
del soporte (preparación de la cornisa y/o abrasionado) o del retoque (por percusión directa o por presión).
Entre las pocas piezas publicadas sobre las que hemos podido realizar una comparación, merece la pena
destacar por su similitud con las de la Cova de les Cendres, la de Antoliñako Koba (Aguirre y González,
2012) que posee una morfología aplanada y con todo el contorno con profundas marcas de uso. En ese caso
se ha vinculado a las tareas de retoque o abrasión de partes proximales de productos laminares.
A nivel teórico, piezas de este tipo se pueden producir debido tanto a las tareas de abrasionado de la
cornisa mediante un frotado intensivo, como por el uso como pequeños retocadores para la preparación
de las cornisas o el retoque de piezas de dorso. Aunque la falta de estrías o surcos en las caras planas de
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24
D. Roman Monroig y V. Villaverde Bonilla
las piezas nos permite concluir un uso más bien como retocadores. Así mismo, las fracturas planas que
observamos en algunas de sus caras nos confirman un posible uso mediante percusión, ya sea para estas
preparaciones o retoques, como para la extracción de soportes laminares de pequeñas dimensiones.
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se ha realizado en el marco de dos proyectos de investigación: “El final del Paleolítico medio y el Paleolítico
superior en la región central del Mediterráneo ibérico” (FFI 2008-01200/FISO) y “Paleolítico medio final y Paleolítico
superior inicial en la región central mediterránea ibérica (Valencia y Murcia)” (HAR 2011-24878), y (PROMETEOII/2013-016) “Más allá de la Historia. Origen y consolidación del poblamiento paleolítico valenciano”.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 27-55
Elsa DUARTE MATÍAS a, Marco de la RASILLA VIVES a y J. Emili AURA TORTOSA b
La técnica pseudoexcisa
en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
RESUMEN: Presentamos varias piezas óseas de yacimientos asturianos cuyo grabado está hecho mediante
la técnica pseudoexcisa. Algunas de ellas se incorporan por primera vez al listado del Badeguliense/
Magdaleniense arcaico franco-cantábrico, confirmando una geografía occidental amplia de ese período,
pero limitada a un número reducido de objetos en cada uno de los yacimientos. Asimismo se precisan
algunos parámetros específicos para definir la citada técnica.
PALABRAS CLAVE: Industria ósea, técnica pseudoexcisa, Badeguliense, Magdaleniense arcaico, Asturias,
península Ibérica.
Pseudo-excise carving technique during
the Badegulian / Archaic Magdalenian period in Asturias (Spain)
ABSTRACT: We present some bone tools from certain sites of Asturias whose engraving is done by the
pseudo-excise carving technique. Some ones are added for the first time in the franco-cantabrian Badegulian/
Archaic Magdalenian bone tool list, confirming a broad western geography in that period, but limited to
a small number of pieces in each site. Additionally we specify some particular parameters to define that
technique.
KEY WORDS: Bone industry, pseudo-excise carving technique, Badegoulian, Archaic Magdalenian,
Asturias, Iberian Peninsula.
a Área de Prehistoria, Departamento de Historia, Universidad de Oviedo.
elduarma@gmail.com | mrasilla@uniovi.es
b Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
emilio.aura@uv.es
Recibido: 11/01/2014. Aceptado: 23/05/2014.
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
1. INTRODUCCIÓN
En este artículo presentamos un análisis tecno-tipológico de varias piezas óseas de la Cueva de Llonin en
las que se ha utilizado la técnica pseudoexcisa,1 las cuales hemos comparado con otras procedentes de Cova
Rosa y del Abrigo de Cueto de la Mina (fig. 1) que muestran la misma técnica. De hecho la del segundo
yacimiento no estaba catalogada como tal.2 Además, al hilo de este estudio se establecen unos criterios
específicos para definir dicha técnica y se insiste en incorporar al Badeguliense dentro de la periodización
del paleolítico cantábrico.
Somos conscientes, sin embargo, de que el reconocimiento de esa etapa en el Cantábrico y sus posibles
filiaciones (solutrenses, magdalenienses o propiamente badegulienses) constituye un debate ya planteado
hace tiempo pero que aún está vigente (Bosselin y Djindjian, 1999; Straus y Clark, 2000; Utrilla, 2004;
Corchón, 2005; Utrilla et al., 2012; Aura et al., 2012). Con todo, lo relevante es constatar que en Llonin
se han hallado en el denominado nivel III, que está por encima de otro perteneciente al solutrense superior
(nivel IV) de la Galería, una serie de restos pertenecientes a lo que en su momento se consideró como
Magdaleniense arcaico y, más recientemente, como de tipo badeguliense, a partir de la asociación de
raclettes, azagayas tipo Le Placard, técnica pseudoexcisa y el uso de materias primas locales (Fortea et al.,
1995, 1999, 2004; Aura et al., 2012).
En función de esa circunstancia consideramos más acorde con la realidad denominar a esa etapa
Badeguliense, aunque para evitar complicaciones empleamos indistintamente ese término y el de
Magdaleniense arcaico, a la espera de que se documenten más evidencias en el Cantábrico y en la península
para poder tomar una decisión definitiva; lo que a su vez nos permitirá establecer con mayor claridad cómo
se ha articulado la transición Solutrense/Magdaleniense.
En ese sentido, ya P. E. L. Smith en su clásico libro del solutrense en Francia hace una reflexión sobre
lo que sucede con los primeros signos que anuncian una nueva “cultura” arqueológica, siempre poco
numerosos y magros, y trae a colación un enjundioso texto de Spaulding (1960: 454-455): “… una forma
típica de cambio cultural es la realización de un invento clave –una especie de avance cuántico– seguido
rápidamente por un gran número de innovaciones auxiliares unidas funcionalmente. Los cortos períodos
de cambios rápidos estarían separados por relativamente largos en relativa calma, pero naturalmente sin un
estancamiento cultural total […] Los conjuntos morfológicamente transicionales entre los tipos de cultura
que se suceden y que son netamente distintivos deben ser raros, y los conjuntos que se sitúan bien en el
interior de los límites de los tipos culturales deben ser relativamente abundantes […] Los diversos sucesos
que marcan el principio o el fin de un período se concentran en el tiempo, de tal manera que la mayoría de
los conjuntos no parecen pertenecer a dos períodos”.
Otro asunto que ha jugado un papel importante en la falta de reconocimiento de ese momento –llámese
como se llame–, situado en la región cantábrica a caballo entre el Solutrense superior y el Magdaleniense
inferior, tiene que ver con la tafonomía y con la sistematización inicial del Magdaleniense. Así, en
primer lugar, su escasa potencia en algunos casos y las discordancias erosivas existentes en ese lapso
temporal asociadas a la crisis de Lascaux han podido, respectivamente, enmascarar o eliminar eventuales
ocupaciones o depósitos de ese episodio. En segundo lugar, como la investigación consideró que el
primer Magdaleniense cantábrico había llegado desde Francia más tarde y, por tanto, su inicio a escala
1 Esta investigación estuvo integrada en el Proyecto de Investigación HAR2008-03005: “La Transición Solutrense - Magdaleniense
- Badeguliense en la Península Ibérica (19.000-15.000 BP): contrastación de los datos del Cantábrico occidental (Asturias) y del
Mediterráneo central (Valencia) (SOBAMAπ)”. Ministerio de Ciencia y Tecnología. Gobierno de España.
2 En este punto hay que traer a colación a Ducasse (2010: 360) pues incluye a Cueto de la Mina entre los yacimientos con
pseudoexcisión, pero en puridad lo incluye porque Utrilla (1986) señaló una pieza de dicho yacimiento como un paralelo
morfológico del tema decorativo (tres líneas onduladas) de la de Aitzbitarte IV. Sin embargo, la pieza a la que se refiere
Utrilla no tiene pseudoexcisión y pertenece al nivel C, esto es al Magdaleniense medio, luego no tiene nada que ver con el
asunto que nos ocupa.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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Fig. 1. Mapa de la zona cantábrica con los yacimientos estudiados. Dibujo D. Santamaría.
regional era más tardío (Magdaleniense III), se estimaron como del Magdaleniense inferior aquellos
niveles situados estratigráficamente por encima de las puntas solutrenses y por debajo de los arpones
(Jordá, 1958; González Echegaray, 1960).
Más adelante, comenzaron a verse diferencias tipológicas dentro del gran paquete del Magdaleniense
inferior y entonces se individualizó una etapa antigua, en algunos casos en contacto con el Solutrense
superior, que se denominó en esta zona Magdaleniense arcaico (Utrilla, 1981). La técnica pseudoexcisa junto
con el tema de las tres líneas onduladas vino a establecer paralelos claros con el entonces Magdaleniense 0
de Laugerie-Haute, lo cual ayudó a definir mejor esta etapa en el Cantábrico tanto desde el punto de vista
cronológico e industrial (Utrilla, 1986).
Dada la escasez generalizada de la industria ósea en el Badeguliense/ Magdaleniense arcaico y que no
han aparecido nuevos fósiles directores óseos, el modelo propuesto por Utrilla (pseudoexcisión y tres líneas
onduladas) se ha mantenido vigente a lo largo de estos años y ha sido aplicado sistemáticamente en Francia
a medida que el número de piezas con pseudoexcisión ha ido aumentando. Por otro lado, el progresivo
avance de la investigación ha modificado el modelo, puesto que ya se trata de la técnica (pseudoexcisión)
independientemente del tema (líneas onduladas); pero desde nuestro punto de vista el problema surge al
incluir dentro de dicha pseudoexcisión a piezas con una técnica distinta, sin que por otra parte pierdan su
condición de materiales badegulienses/magdalenienses arcaicos.
2. LA TÉCNICA PSEUDOEXCISA
Esta técnica fue definida por Barandiarán (1967) y matizada por él mismo con el paso de los años y el
hallazgo de nuevas piezas (Barandiarán, 1973, 1975, 1981). Los antecedentes de su identificación se
rastrean en los pies de figuras de cinceles, alisadores y azagayas del Magdaleniense I-II de Le Placard
con motivos singulares y decorados con “traits ponctués et pectinés” (Breuil, 1934: Fig. 21 y 22). Sin
embargo, el grabado de todas esas piezas no era idéntico y así se puede ver que aquellas más singulares
de Le Placard (Breuil y Saint-Périer, 1927: 30 –Fig. 11.1–, 148 –Fig. 70.4–) y de Laugerie-Haute
(Peyrony, 1938: 50 –Fig. 39.2–) llamaron la atención de los autores y fueron descritas con mayor
detalle. Por su parte, Cheynier (1949: 227) describió el grabado de las por él denominadas ranuras
longitudinales de varias piezas de Badegoule como “plusieurs points en coup de silex; c’est-à-dire
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
enlèvement d’une simple esquille triangulaire”, pero esta descripción pasó igualmente desapercibida
hasta que Utrilla (1986) hizo el compendio de las piezas con pseudoexcisión y estableció la similitud
entre la varilla de Aitzbitarte IV y varias piezas de Laugerie-Haute, Badegoule y Le Placard.
Inicialmente, Barandiarán lo define como “surco por excisión” y lo explica del siguiente modo: “Parece
que se hubiera utilizado una punta aguda de sílex (posiblemente con corte de buril) que, introducida
perpendicularmente en la materia ósea, se movía luego a modo de palanca para ‘excindir’ una pequeña
cantidad de la masa. Así se produce una excisión de huella triédrica que, agrupada con otras semejantes en
filas continuas, puede formar una línea” (Barandiarán, 1967: 359). Posteriormente, emplea ya el término
pseudoexcisión, para los trazos que “muerden profundamente en la materia córnea, hasta producir sensación
de técnica excisa” (Barandiarán, 1973: 60). Se aprecian pues una serie de atributos, como una sucesión de
trazos cortos profundos relativamente oblicuos, incisos y yuxtapuestos, cuyo resultado es una especie de
surco. Finalmente, con el hallazgo de la azagaya de Rascaño se incorporaría como gesto técnico la torsión,
que en ese caso concreto además sustituiría al movimiento de palanca (Barandiarán, 1981: 98).
Utrilla (1986) utiliza el término pseudoexcisión siguiendo a Barandiarán, pues para ella los trazos están
realizados “levantando y rehundiendo la punta del buril alternativamente” (Utrilla, 1986: 210); pero además
se centra en otros criterios tecnológicos como el orden de ejecución, que para el caso de Laugerie-Haute los
pasos son: 1. Línea corrida longitudinal, 2. Retoque de la línea anterior mediante rehundido “en pequeños
trazos que mordían el surco, (…) siguiendo la dirección longitudinal y no atacándola desde los laterales de
la línea” (Utrilla, 1986: 210), 3. Retoque con una nueva línea incisa. Por su parte, la varilla de Aitzbitarte
IV contaría con un paso 1 idéntico al descrito de Laugerie-Haute, mientras que el paso 2 sería una excisión
de la línea en trazos cortos oblicuos al surco, ya no rectos como en el anterior, y el paso 3 no existe.
La relación entre motivo decorativo, técnica y cronología permitían reconocer un fósil director para
la época más antigua del Magdaleniense e identificar así dicha etapa tanto en la zona francesa como en la
cantábrica (Utrilla, 1986).
Como señala Barandiarán (1973), una realidad palpable es que existe una variedad de formas relacionadas
con la presencia de trazos cortos yuxtapuestos y que no son fáciles de clasificar morfológicamente, lo
cual influye en la clasificación tecnológica. Así, Chollot-Varagnac sin incorporar la pseudoexcisión utiliza
términos diversos para referirse a estas líneas: formada por entalladuras (Chollot-Varagnac, 1980: 236,
nº 55.121; 240, nº 55.033; 280, nº 55.020.1) o por puntillado (ibíd.: 216, nº 55.021.11; 216, nº 55.069) o
nervaduras cantonadas de estrías oblicuas (ibíd.: 274, nº 59.480; 302, nº 55.014; 334, nº 54.996).
Por su parte, Corchón (1986, 2005) se queda tanto con la primera aproximación de Barandiarán como
con la segunda. En el primer caso, utiliza “surco por excisión” como equivalente de “ranura estriada” o
“grabado por trazo compuesto” para Aitzbitarte IV y Cova Rosa. En el segundo, la “serie de incisiones
cortas en paralelo” de la azagaya de Rascaño lo considera como pseudoexcisión (Corchón, 1986: 333) Para
esta autora, se produce primeramente la incisión que genera primeramente el surco y, posteriormente, una
profundización considerable en la materia lo cual no ocurre en el caso de Rascaño.
Fortea y otros utilizarán pseudoexcisión como Barandiarán (1973) en el caso del motivo decorativo de
una pieza de Llonin (Llonin nº 1 de este artículo), que asimilan con la pieza de Cova Rosa como “paralelo
técnico más próximo” (Fortea et al., 1995: 34).
Por último, los estudios recientes son más analíticos a la hora de referirse a esta técnica. Así, SéronieVivien, siguiendo la explicación tecnológica ya comentada de Cheynier, lo denomina “gravure par encoches
courtes juxtaposées” (Séronie-Vivien, 2005: 157); por su parte, Sauvet et al. como “sucesión de cortos
levantamientos oblicuos” (Sauvet et al., 2008: 48).
Además, algunos autores han propuesto interpretaciones diversas para esta técnica, relacionándola
por ejemplo con el momento de abandono de la pieza. Para Hemingway (1980: 206) se trataría de un
grabado técnico previo al de la línea continua que permitiría ganar en profundidad (preparación de ranuras);
mientras que para Barandiarán (1967, 1973) y Séronie-Vivien (2005) se trataría de una técnica decorativa
y para otros autores (Utrilla, 1986) las posibilidades son múltiples.
APL XXX, 2014
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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La utilización del término pseudoexcisión está consolidada en la literatura científica (Utrilla, 1986;
Séronie-Vivien, 2005; Ducasse, 2010; Aura et al., 2012) y, además, es acertado porque se trata de una excisión
de materia. Obviamente, el prefijo pseudo precisa ese acto y su resultado porque no sucede exactamente
igual a lo que ocurre en la cerámica.3 Puesto que existen diferentes procedimientos técnicos que consiguen
formas similares, es necesario establecer unos criterios que permitan reconstruir ese conjunto de técnicas
y que al mismo tiempo aísle esa acción técnica (pseudoexcisión) de otras, más cuando ésta ha pasado a
proponerse como un fósil director independientemente del motivo decorativo inicialmente propuesto por
Utrilla (Utrilla, 1986, 1990, 1996, 2004; Utrilla y Martínez Bea, 2008; Sauvet et al., 2008; Ducasse, 2010;
Aura et al., 2012).
Escindir procede del latín scindere y significa cortar, dividir, separar. Por su parte, excisión es
un término que no recoge el diccionario de la RAE, pero sí lo hace con escisión que procede el
latín scissio y significa cortadura o rompimiento. Según Caro (2008) procede del latín excido, y es
empleado en la nomenclatura cerámica como “sacar o extraer cortando, con un instrumento estrecho,
duro y cortante” o “extraer con instrumento cortante parte de la pasta superficial […] sin llegar a
taladrarla” (Caro, 2008: 115). El resultado es un motivo decorativo en relieve, el cual presenta dos
niveles claramente diferenciados, un nivel superficial y uno profundo, estando este último delimitado
por paredes inclinadas o abruptas.
Aquí, la principal diferencia radica en la materia trabajada, pues la ósea no es tan blanda ni maleable
como la cerámica “a punto de oreo” y, además, las características internas del tejido óseo (grado de
osificación, canales de Havers, etc.) determinan el trazo en mayor grado que las partículas de la cerámica.
El resto de las diferencias se derivan del tipo de utensilios empleados para transformar la materia (piedra en
el caso de la materia ósea paleolítica).
Así, la materia ósea opone resistencia y por ello se realizan pequeños levantamientos encadenados
(yuxtapuestos o superpuestos), lo cual permite mayor dinamicidad y eficiencia a la hora de realizar una
“línea corrida” o contornos, pues no se aplica a rellenos de figuras, al contrario de otros recursos como las
series de tracitos cortos. La materia extraída, previamente cortada como en la excisión es sin embargo poco
espesa y poco dúctil, desarrollándose el “vaciado” en una superficie de dimensiones reducidas y, por tanto,
el efecto visual es una línea de profundidad irregular, separada o no por tramos de materia en superficie, que
produce un claroscuro irregular y poco marcado.
En este sentido, la sensación que provoca se relaciona como apuntaba Utrilla (1986) con el boquique
(i.e. morfología lineal y claroscuro). Sin embargo, el boquique diverge de la excisión cerámica (y de la
pseudoexcisión que tratamos) porque es un relieve menos acusado derivado del proceso técnico, pues no
se extrae materia sino que ésta se ve desplazada al arrastrar el instrumento por la superficie y variando
la inclinación del útil con que se decora, esto es, puntillado+incisión o punto-línea. En la Prehistoria
reciente peninsular, la cerámica puede combinar en una misma pieza excisión-incisión, excisión-boquique
(puntillado-incisión) o no, dependiendo de las áreas culturales. Algo similar encontramos en la materia
ósea, existiendo asociaciones y formas de paso entre pseudoexcisión y grabado simple (línea estriada,
trazos cortos oblicuos o pectiniforme).
Si tenemos en cuenta el procedimiento técnico, aquí se produce una extracción de materia mediante una
presión puntual, lo cual choca con, por ejemplo, las ranuras, que sería mediante pasadas continuadas del útil
(grabado profundo) y pueden contener estriaciones o trazos oblicuos posteriores. De tal modo que el término
“ranura estriada” (Corchón, 1986) no es sinónimo de pseudoexcisión, aunque exista una similitud morfológica.
Por otra parte, “surco por excisión” (Barandiarán, 1967; Corchón, 1986) implica una profundidad importante,
pero dado que estos levantamientos de materia se desarrollan más superficialmente, pocos cumplirían este
requisito y por tanto no sería adecuado denominarlo así. Tampoco es idóneo el término “muescas cortas”
3 Aunque ese término también es empleado en el lenguaje cerámico como una variedad de la excisión (Fernández-Posse, 1982;
Barrio, 1984-85).
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(Séronie-Vivien, 2005) porque una muesca se situaría en el ámbito de la incisión y no contempla la excisión
de materia. Por último, “pequeños levantamientos oblicuos” (Sauvet et al., 2008) no comporta yuxtaposición
o superposición y en el caso de no existir es difícil distinguir entre puntillado, piqueteado o entalladuras.
Pero la técnica pseudoexcisa no se ha planteado sólo en el soporte óseo ni en el mobiliar. Así, Corchón
(1986) había propuesto el uso de esta técnica en un canto de La Paloma; y en lo que se refiere al arte parietal,
se ha formulado por una parte el paralelismo técnico de este grabado con el piqueteado como por ejemplo el
de Foz Côa (Séronie-Vivien, 2005). Si bien la sensación visual es similar, la técnica no lo es, determinada
por el tipo de soporte, las herramientas y el gesto técnico empleados (piqueteado), y morfológicamente se
emparenta más con el puntillado o las entalladuras del arte mueble que con lo que nos atañe.
Por otro lado, en Llonin se ha propuesto la trasposición de la pseudoexcisión al soporte parietal mediante
pigmento (Fortea et al., 2004). Esto es verosímil en tanto que se aprecia una yuxtaposición de trazos de
silueta triangular-trapezoidal y la cronología relativa lo sitúa entre la fase Ib y la fase III, esto es, anterior
al grabado de trazo múltiple, por tanto anterior o contemporáneo del Magdaleniense inferior, este último
no representado arqueológicamente en el yacimiento (Fortea et al., 2004). Al respecto, es importante tener
en cuenta que el cambio de materia no permite los mismos resultados ni procesos técnicos, de modo que
a la hora de compararlos habrá variables que no estarán presentes y es necesario discriminar entre las
fundamentales para detallar el tipo de trasposición.
3. METODOLOGÍA
Las diferentes clasificaciones y descripciones tecnológicas recogidas en el punto anterior han prestado
atención tanto a la diversidad morfológica de los trazos (o levantamientos) como a su asociación y
composición; pero identificamos tres aspectos básicos que concentran buena parte de las dificultades que
plantea su sistematización, repercutiendo sobre la definición de la técnica pseudoexcisa:
1. Los trazos cortos carecen de un análisis en el que se compute su forma, sección y profundidad y han
sido descritos de forma diversa (puntillado, piqueteado, entalladura, muesca, línea cosida, línea quebrada,
tracitos cortos).
2. Otro tanto ocurre con la relación entre los trazos cortos. Su sucesión, la separación o el grado de
superposición entre ellos, y la zona de contacto, si es que existe, entre unos y otros.
3. En los casos en que los trazos cortos se asocian a una línea larga, tanto en su exterior como en
su interior, a veces no se especifica la diferencia entre surco, ranura o línea simple; y además existen
distintos tipos de relación entre esa línea larga y los trazos cortos lo que ha dado lugar al establecimiento
de diferentes términos (pectiniforme, alambre de espino, dentado) cuya diferencia no está suficientemente
computada para formalizar la distinción entre ellos.
Para poder especificar nuestro punto de vista, partimos de una caracterización tecnológica, que coincide
con la primera descripción de Barandiarán (1967) y con la ejecución de la excisión como en la cerámica,
según la cual esta técnica consiste en una sucesión de levantamientos de materia (excisión) mediante la
aplicación del útil en varios movimientos para cada trazo resultante (fig. 2):
1. Incisión perpendicular en la materia generándose un trazo corto de profundidad variable (de mayor a
menor) a lo largo de su recorrido (fig. 2, A1), o bien mediante una incisión oblicua en la materia que permite
ir ganando profundidad a medida que se realiza el trazo (fig. 2, B1).
2. Movimiento de vaivén y posible torsión que permita enganchar una parte de materia para escindirla
posteriormente (fig. 2, A2 y B2).
3. Levantamiento y extracción de la materia acumulada (fig. 2, A3 y B3).
4. Las posibilidades posteriores a este trazo son diversas, pudiendo yuxtaponerse o superponerse el
trazo siguiente a la pared corta o larga este levantamiento.
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A
B
Fig. 2. Propuesta de los gestos
y acciones técnicas en la
pseudoexcisión.
Hay que tener en cuenta que un trazo aislado puede haber sido realizado con este mismo procedimiento,
aunque es muy difícil de observar. En tal caso hablaremos de levantamiento o trazo pseudoexciso y de
pseudoexcisión cuando se trate de varios levantamientos continuados.
Por otra parte, se observan dos tipos morfológicos en la pseudoexcisión tal como apuntó Utrilla (1986):
1. Aquélla en la que la superposición o yuxtaposición se produce en los lados cortos de los levantamientos,
caso de Aitzbitarte IV (fig. 3, A).
2. Aquélla en la que los lados largos se superponen o yuxtaponen a una parte de los largos, caso de
Rascaño (fig. 3, B).
El análisis del material que nos ocupa se ha realizado mediante lupas binoculares (Nikon SMZ-100 y
Nikon SMZ-800, ambas con oculares de 10x), si bien no se ha seguido de forma íntegra la reconstrucción de
la dirección del trazo según los criterios propuestos por Fritz (1999) y Rivero (2010) porque habitualmente
la propia técnica elimina ciertas huellas y las piezas están alteradas. No obstante, siempre que estuvieran
presentes se ha utilizado el orden de superposición y la localización de los remanentes de materia para la
reconstrucción de la dirección del trazo.
A
B
Fig. 3. Tipos morfológicos: A. Tipo 1, Aitzbitarte IV (según Utrilla, 1986). B. Tipo 2, Rascaño
(según Barandiarán, 1981).
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Tabla 1. Variables analizadas de la morfología del grabado.
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Teniendo en cuenta la problemática antes presentada, hemos establecido unos parámetros que definen la
pseudoexcisión si se dan de forma conjunta, permitiéndonos a su vez distinguirla de otros recursos técnicos
y de las diversas morfologías.4 Por tanto, para nosotros los rasgos que definen la pseudoexcisión y que
permiten evaluar las diferencias con otros tipos de grabado son los siguientes:
1. Yuxtaposición o superposición entre levantamientos en sus lados cortos o en parte de los lados largos.
2. Levantamientos alargados pero de reducidas dimensiones y estrechos, con una profundidad variable
entre la parte proximal y la distal (sección longitudinal asimétrica) (tabla 1).
4. YACIMIENTOS Y ANÁLISIS
4.1. Llonin
Es un yacimiento con varias zonas de excavación y una cronología larga tanto en el yacimiento (Musteriense,
Gravetiense, Solutrense, Magdaleniense, Aziliense y Edad del Bronce) como en el arte parietal (del
Gravetiense al Magdaleniense superior) (Fortea et al., 1995, 1999, 2004). Las piezas que estudiamos han
aparecido en el nivel III de la Galería que consiste en una pequeña sala conectada con el vestíbulo a
través de un estrecho pasillo y con la sala grande a través de un conducto (fig. 4). Este nivel, excavado en
una extensión de unos 5m², tiene un espesor medio de 30 cm, encontrándose a muro un nivel Solutrense
superior y a techo uno Magdaleniense superior también en curso de estudio por uno de nosotros (EDM).
Como ya se ha dicho, el nivel III se caracteriza por la existencia de numerosos restos de combustión
y piezas líticas principalmente en cuarcita, que cuentan con escasa microlaminaridad y una reducida
laminaridad, así como un utillaje con predominio de los raspadores, las piezas astilladas y el grupo de las
lascas retocadas, raederas y denticulados, además de contar con raclettes y azagayas de Placard.
Las piezas con técnica pseudoexcisa seleccionadas se encontraban al menos a ~10 cm por debajo del
techo del nivel III, coincidiendo con la mayor acumulación de raclettes y piezas astilladas, lo cual elimina
–o amortigua– una posible contaminación con el Solutrense superior (nivel IV). Las piezas analizadas son:
1. Llonin nº 1. Azagaya biapuntada losángica con decoración zoomorfa (fig. 5).
Se trata de una azagaya completa biapuntada con silueta de forma losángica de asta (111,6 x 14,4 x 4,5
mm). Fue clasificada por Fortea et al. (1995: 34) como varilla, puesto que es “demasiado frágil para ser una
azagaya” (ídem, 1995: 34). Sin embargo, si nos atenemos a sus caracteres morfológicos silueta, sección y perfil,
tipológicamente encaja en la azagaya (Hahn, 1988). La anchura máxima se localiza a 43,62 mm de la base
coincidiendo con su espesor máximo y su perfil es recto. Por su parte, la sección de sus extremos es circular.
Carecemos asimismo de criterios para clasificarla como varilla (Feruglio, 1992), pues no tiene bordes
paralelos y, además, ambas extremidades están apuntadas y ambas caras están muy trabajadas. Ciertamente,
la sección central es ovalada-aplanada (“plano-convexa muy aplanada”, según Fortea et al., 1995: 34),
aspecto asociado generalmente a las varillas, pero hay que tener en cuenta que este tipo de sección es
un rasgo común del tecno-complejo óseo del nivel III de Llonin. Las azagayas y los fragmentos que
tipométricamente encajan en este grupo (fragmentos apuntados –proximales o distales– y fragmentos
mesiales) cuentan con un diámetro de sección comprendido entre 4 y 14 mm de anchura (la moda de la
anchura es 5 mm) y aquéllas con sección ovalada (o tendente a ovalada; agrupando aquí las clasificadas en
el estudio como: ovalada irregular, subcircular y subrectangular) suponen el 75% de los efectivos (n= 40).
Al igual que en la pieza en estudio, se registran cambios de sección en los extremos apuntados, pasando a
circular en un 15% de los casos. Este tipo de secciones también son abundantes en el Cantábrico en Rascaño
5 (Barandiarán, 1981) y La Riera 16-8 (González Morales, 1986).
4 Además, hay que tener en cuenta la existencia de una variabilidad formal relacionada con la situación en la que estaban las piezas
en el momento de su abandono: en curso de fabricación o de uso y su posterior conservación.
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Fig. 4. Planos de los yacimientos en estudio. Arriba: Izq. Cova Rosa. Dcha. Cueto de la Mina. Abajo: Llonin.
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Fig. 5. Llonin nº 1. Azagaya losángica con decoración zoomorfa. Dibujo A. Fernández Rey. Fotografías E. Duarte.
Las marcas funcionales no aportan mucha información, pues encontramos brillos en toda la pieza que,
asociados a las marcas de raspado y pulido, pueden estar relacionadas tanto con la manufactura como con
el uso. No obstante, ha sido muy modificada pues no conserva partes corticales y apenas tejido esponjoso
(<10% en la cara inferior). Por otra parte, la ausencia de fracturas y el carácter romo de sus extremos
apuntados (con estrías y pulidos) sugiere un posible uso como punzón (LeMoine, 1997). También presenta
brillos en el resto de la pieza, pero alterados por la conservación a causa de numerosas cupulillas de
disolución y marcas de raíces, así como concreción y coloraciones irregulares, debidas a la proximidad
con fuentes de calor y al sedimento carbonoso. A todo ello se añaden algún saltado actual producto de las
labores de excavación.
Contiene un grabado en la mitad superior izquierda, que mide 35,8 x 7,0 mm. Se trata de un cuadrúpedo
con rabo, cuerpo y cuello largos que contrastan con la cabeza y las patas cortas. Según la posición subvertical
de las patas delanteras y la escasa individualización del lomo de la cabeza y el cuello, se asemeja a un
carnívoro (mustélido) en postura semierguida, en acción de oteo (fig. 11, 11). Su perspectiva es lineal con
representación de la pata trasera a modo de una pata por par. Tiene un perfil muy esquemático, donde se
pueden observar principalmente la cabeza (en la parte superior), la pata trasera y la cola (en la inferior),
esta última equivalente a un tercio de la longitud total del cuerpo. Carece de otros caracteres anatómicos, a
excepción del trazo irregular del lomo (lateral derecho del grabado) y los trazos oblicuos del interior, que
podrían hacer alusión al tipo de pelaje.
La técnica del grabado del trazo lateral derecho (nuestro lomo o línea cérvico-dorsal) fue señalada por
Fortea et al. (1995: 37) como pseudoexcisa, mientras que el resto de trazos no fueron descritos como tal.
Este estudio tampoco lo ha confirmado, pues en la pata trasera (fig. 5, 1), la cabeza, el hocico y los trazos
interiores (pelaje) (fig. 5, 2) encontramos grabado lineal de sección en V. En el cuello, el grabado tiene
sección en U y se produce un ligero relieve diferencial (fig. 5, 3), con varios enganches y salidas del útil.
En la cola el paso de la pseudoexcisión al grabado lineal se realiza mediante dos líneas relativamente largas
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y, por último, la parte inferior es una línea más ancha y profunda que el resto de la figura, con sección V
asimétrica sin paredes abruptas con varias pasadas de útil, donde no hay restos de pseudoexcisión (si la
hubo, ha sido borrada).
El grabado pseudoexciso tiene una trama apretada (8 levantamientos en 2 cm) y un grado elevado de
superposición, pues cada levantamiento elimina los restos del trazo anterior (remanente) y la intersección
entre dichos levantamientos se produce a un nivel intermedio entre la superficie de la pieza y la parte
más profunda de cada levantamiento. Éstos son de dimensiones pequeñas (4 x 1,5-2 mm), con una
profundidad variable, proximal 0,5 mm y distal 0,5-1 mm. La silueta es un rectángulo obtusángulo. La
sección longitudinal es en V asimétrica, con pared abrupta en la parte distal, y la transversal también en V
asimétrica con pared abrupta izquierda. Esta línea ha sido realizada desde la cabeza hacia la cola, primero
los trazos que ganan en profundidad y posteriormente se realiza el levantamiento de materia, tal y como
indican las salidas del útil (fig. 5, 4) y las marcas de la pared izquierda (fig. 5, 5). En ambos extremos de la
línea pseudoexcisa se han realizado retoques, con trazos en dirección opuesta (fig. 5, 6 y 5, 7), para enlazar
con los trazos siguientes (hocico y rabo). La pseudoexcisión seguiría pues el Modelo 1 y es posterior a la
regularización de la superficie (fig. 5, 8).
2. Llonin nº 2. Varilla (fig. 6).
Fragmento transversal mesial de varilla ovalada irregular (74,8 x 15,4 x 8,0 mm), que apareció rota en
la excavación, a 7 cm de distancia un fragmento del otro. No se producen cambios de sección a lo largo de
toda la pieza, sus bordes son paralelos, relativamente convergentes hacia el extremo distal, y su perfil es
arqueado. La cara inferior no está muy trabajada, puesto que conserva una parte importante en superficie
(90%) y profundidad (~3 mm) de tejido esponjoso. La parte central de la cara inferior no está regularizada
pero sí las zonas próximas a los bordes. Las fracturas no son determinantes (irregulares, en dientes de
sierra), por lo que excluimos el impacto como causa de la fractura y aquí se podría barajar un amplio
Fig. 6. Llonin nº 2. Varilla. Dibujo E. Duarte. Fotografía J. Fortea. Fotografías detalle de E. Duarte.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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abanico de posibilidades (p. ej. flexión). Las marcas de raspado y de abrasión se registran a lo largo de
toda la pieza. En general, la conservación es mala y presenta disgregación en la parte proximal, cambios de
coloración (rubefacción) y concreción que afecta en parte al grabado.
El motivo decorativo son dos líneas longitudinales de las que parte una serie de trazos oblicuos paralelos
(pectiniforme doble), ocupando la mitad proximal de la pieza (34,4 x 5,7 mm, medidas máximas del
conjunto). Ambas líneas están relativamente centradas en el campo gráfico, de modo que la distancia entre
ellas es equiparable a la existente entre cada una de ellas y cada borde de la pieza (~4 mm). En ambos
casos, la línea larga cuenta con una delineación recta un poco sinuosa y es anterior a los trazos cortos (fig.
6, 1). Éstos parten de la primera, registrándose salidas del útil en algún caso (fig. 6, 2) y enganche del útil
(fig. 6, 3), en el caso de la línea de la derecha. En esta última, se puede señalar la dirección, de abajo hacia
arriba, por las salidas del útil (fig. 6, 4), mientras que en el caso de la línea izquierda es dudoso, aunque el
pequeño código de barras de la pared derecha lleva a sospechar una misma dirección. Los trazos pequeños
son equidistantes unos de otros (2 mm). Se trata de un grabado de poca profundidad (<0,5 mm), que se
mantiene constante a lo largo de cada trazo, así como su longitud (2 mm), y de trazos poco anchos (0,6 mm
máx.) con una sección transversal en V asimétrica con una pared casi abrupta, abrupta en algunos trazos
(fig. 6, 5). Así, los trazos cortos de la parte superior de la línea izquierda tienden a una silueta semicircular
y la parte curva de cada uno de ellos llega a tocar con la parte recta del siguiente, generando sensación de
pseudoexcisión. Se trata en realidad de un cambio de inclinación del útil (fig. 6, 6). El resto de los trazos
generan una silueta lineal.
3. Llonin nº 3. Azagaya biapuntada losángica (fig. 7).
Azagaya biapuntada de sección ovalada. Está casi entera (80,8 x 8,8 x 4,7 mm). La parte distal muestra
un lustre y su extremo está redondeado, mientras que la proximal tiene una pequeña fractura en lengüeta en
charnela (6 mm) que se puede relacionar con un impacto (Pétillon, 2006). La forma de esta pieza es tendente
Fig. 7. Llonin nº 3. Azagaya biapuntada losángica. Dibujo E. Duarte. Fotografía J. Fortea. Fotografías detalle E. Duarte.
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a la losángica, su anchura máxima se localiza a 23 mm de la base y su espesor máximo a 30 mm también
de la base (y, por tanto, anchura y espesor máximos no coinciden en el mismo punto), la cual consiste en un
aplastamiento. La sección se hace circular hacia el extremo distal. Los bordes son convergentes convexos
asimétricos y el perfil ligeramente arqueado (1,5 mm flecha).
Esta pieza ha sido muy trabajada, siendo las marcas de abrasión y pulido las que mejor se conservan.
Las primeras se concentran en los bordes, más marcadas en el lado izquierdo. Por su parte, las estrías se
concentran en el extremo distal de la cara dorsal. El brillo de la pieza está acentuado por su estado de
conservación, pues se encuentra totalmente rubefactada. Sin embargo, la materia no llega a desintegrarse, al
contrario de lo que ocurre en otras piezas del nivel. No conserva parte cortical y el tejido esponjoso, apenas
existente, se concentra en la cara ventral (<10%). Conserva algunas partes con concreción.
En la parte distal, sobre la superficie lisa/ligeramente convexa de la cara dorsal encontramos un grabado,
sometido a pulido posterior (y acaso uso) que a causa de ello se ha difuminado, de modo que sólo se puede
ver actualmente una pequeña parte con un grabado más profundo.
Describe una forma abierta, con dimensiones máximas de 43 x 8,1 mm. Hacia la base de la azagaya
encontramos dos líneas paralelas, divergentes en su parte más distal donde cada una “engancha” con una
línea convexa, con forma general de óvalo abierto (fig. 7, 2). Este motivo recuerda al cuadrúpedo de Llonin
nº 1, en tanto que conjunción de masa y apéndice alargado (¿a modo de cola?). Dado que no se puede
observar la parte distal, pasamos a considerarla como una figura incompleta.
El pulido y la intensa rubefacción hacen que sea difícil afirmar que al menos una parte del grabado se
haya hecho mediante pseudoexcisión, pero en la otra parte se puede distinguir dicha técnica por tener una
serie de trazos pequeños alargados de silueta rectangular y superpuestos, con una sección longitudinal en
V asimétrica y una trama apretada (5 levantamientos en 1 cm) (fig. 7, 1 a 3). Nosotros pensamos, y estaba
de acuerdo J. Fortea cuando se comenzó a fotografiar (marzo 2009) y a estudiar el material, que tiene esa
técnica aunque con una mínima reserva.
4.2. Cova Rosa
Este yacimiento fue excavado por F. Jordá y A. Gómez Fuentes entre 1975 y 1979 (fig. 4). Anteriormente,
Jordá había regularizado un corte dejado por actuaciones incontroladas previas (Utrilla, 1981; Jordá et al.,
1982). Los materiales procedentes de las primeras actividades fueron estudiados y publicados por Jordá
(1976, 1977), así como por Barandiarán (1973), Corchón (1986), Straus (1983), Utrilla (1981), González
Sainz (1989) y Adán (1997).
La problemática de esta pieza reside en su dudosa procedencia estratigráfica. De ahí que a lo largo de los
años haya sido adscrita a diversos horizontes culturales según su decoración y su tipología, y, por tanto, se
hayan ido acumulando incorrecciones sobre su origen y su clasificación cultural. Con todo, el mismo Jordá
fue cambiando su adscripción crono-cultural, Magdaleniense inferior primero y, luego, Solutrense superior,
que Corchón asociaría con el Magdaleniense medio, a partir de criterios formales. Jordá no da información
sobre la recogida de esta pieza, mientras que Utrilla y Straus mantienen posturas enfrentadas (tabla 2).
Puesto que Barandiarán escribe en su catálogo “En Museo Arqueológico de Oviedo: capa 6ª” (1973: 117)
suponemos que la pieza tenía una etiqueta que acreditaba su procedencia, lo cual explica el hecho de que Straus
no viera ningún problema en relacionarla con esa capa y dar por buena la estratigrafía, aunque Utrilla presenta
dudas al respecto por tratarse de una zona revuelta y que, según una comunicación personal con Jordá, él había
realizado la atribución cultural de la misma atendiendo a criterios morfológicos (Utrilla, 1981: 59).
Podemos concluir que aunque no quede claro que la pieza provenga del nivel superficial, sabemos
que fue recogida durante las primeras actuaciones arqueológicas de Jordá que consistieron en la limpieza
y regularización del corte dejado por las acciones furtivas (1957 según Jordá, 1976; 1958 según Straus,
1983; 1959 según Jordá et al., 1982). Podría haber sido recogida por tanto en superficie o en alguno de
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Tabla 2. Adscripción cultural de la azagaya-varilla de Cova Rosa según diferentes autores y publicaciones.
Autor
Nivel / Campaña
Horizonte cultural
Referencia
Jordá
-
SS
1976: 149
-
SS
1977: 99
-
MI
1982: 36 y 175
-
SS sic Jordá
1981: 1
-
SS o MM
2007: 424
Capa 6ª
MM sic Corchón
1973: 117
-
MM
1975: Lám. 1.2
Capa 6ª
MM
1981: 98 y 136
-
MM provisional
1971: 34
-
MI o MM
1986: 356
Utrilla
EEF / 1ª actuación
MI sic Jordá / MM sic Corchón
1981: 58
Straus
Capa 6ª / 1958
S
1983: 41
Escortell
-
MI
1988: 21
Adán
EEF
S sic Jordá / MI o MM sic Corchón
1997: 155
Fortea et al.
-
S, MI, MM “según autores”
1995: 38
Rodríguez Muñoz
Barandiarán
Corchón
Nivel / campaña: EEF: Escombrera de excavación furtiva.
Horizonte cultural: S: Solutrense; SS: Solutrense superior; MI: Magdaleniense inferior; MM: Magdaleniense medio.
los niveles que define Jordá durante la regularización del corte, pero hay que tener en cuenta que dicha
división estratigráfica ofrecía dudas (Utrilla, 1981: 59) y por tanto considerarla perteneciente a uno de esos
niveles sería igualmente arbitrario. Además, esa zona de trabajo de Jordá se efectuó en el corte dejado por
las actuaciones furtivas previas (Jordá, 1977: 66, Fig. inf.). Existiría pues una elevada probabilidad de que
los materiales se hubieran mezclado durante el tiempo transcurrido entre dichas actuaciones furtivas y la
regularización de Jordá, dado que era una zona expuesta al borde de la cata donde los agentes naturales y
antrópicos habrían tenido gran incidencia (bien por movimiento natural de las piezas al verse sometidas a
los fenómenos climáticos, bien por el simple pisoteo humano y animal, pues siempre ha sido un complejo
kárstico muy concurrido [Rodríguez Calvo, 1993]).
Por tanto, la procedencia estratigráfica de esta pieza es incierta, si bien queda abierta la posibilidad de que
en Cova Rosa hubiera existido un nivel Badeguliense/ Magdaleniense arcaico del que la pieza en cuestión
procediera originalmente. Por los estudios líticos, las capas 2, 3 y 4 pertenecerían a un Magdaleniense
indefinido (Utrilla, 1981), la capa 5, arcillosa, sería estéril (Utrilla, 1981) y la 6 al Solutrense (Straus, 1983).
Sin embargo, los análisis factoriales realizados por Bosselin y Djindjian (1999), a partir de los datos de Utrilla
(1981), han ubicado Cova Rosa (capas 2, 3 y 4) en su Badeguliense cantábrico, a pesar de carecer de raclettes
(Utrilla, 2004: 257) y otros materiales de tipo Badeguliense/ Magdaleniense arcaico (Aura et al., 2012: 77).
La pieza analizada es:
1. Varilla (fig. 8).
Se trata de una varilla con extremo distal roto (160,5 x 17,5 x 11,0 mm), tal y como han señalado algunos
autores (Corchón, 1971; Jordá, 1976, 1977; Jordá et al., 1982; Straus, 1983; Escortell, 1988) aunque otros
lo han interpretado como una punta o azagaya (Barandiarán, 1973, 1981; Rodríguez Muñoz, 1981; Utrilla,
1981; Corchón, 1986; Adán, 1997).
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
Fig. 8. Varilla de Cova Rosa. Dibujo según Corchón (1986). Fotografías E. Duarte.
Nos inclinamos por considerarla como varilla por la sección ovalada, la anchura considerablemente
mayor en comparación con el resto de azagayas del yacimiento (Utrilla, 1981) y que la cara inferior está
poco trabajada a excepción del extremo proximal redondeado con aplastamiento. Conserva el tejido
esponjoso de forma casi completa en su cara inferior y sólo han sido trabajados los bordes, mediante
raspado y abrasión, además de la citada parte proximal, adelgazada y un tanto apuntada. A 40 mm del
extremo proximal se produce un afilamiento de los bordes. En ese extremo y en el distal la pieza conserva
una fractura en dientes de sierra. La pieza está restaurada de antiguo porque según Utrilla había aparecido
rota en dos fragmentos (Utrilla, 1981). La sección es plano-convexa en la parte del aplastamiento y ovalada
en el resto de la pieza. El perfil es ligeramente curvo (2 mm flecha) y los bordes son rectilíneos tendentes a
convexos, describiendo una silueta subrectangular. El máximo espesor de la pieza se encuentra en la parte
distal. Cuanto más hacia la parte distal nos encontramos, los bordes son más redondeados (tendentes a lo
abrupto) y la pieza es más espesa.
Como ya se ha comentado, tiene marcas de raspado en los laterales y también en la cara superior, tanto
de abrasión como de pulido, predominando en la parte proximal el segundo sobre la primero.
En cuanto al motivo decorativo, se trata de “un ‘cuerpo’ rectangular con sendos apéndices delante y
detrás (corto el uno, muy largo el otro)” (Barandiarán, 1973: 116), que ha sido clasificado mayoritariamente
como un motivo vegetal (Jordá, 1976, 1977, 1983; Rodríguez Muñoz, 1981; Jordá et al., 1982; Straus,
1983; Escortell, 1988). Otras interpretaciones son la de un pez estilizado (Barandiarán, 1973) o una flecha
compuesta (Corchón, 1986). La línea longitudinal que discurre por el eje central de la pieza se desarrolla
ocupando casi todo el campo gráfico. La forma cerrada rectangular está compuesta por una sucesión de
trazos oblicuos en disposición radial. En su interior se encuentran restos de sedimento o mineral ferruginoso.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
43
La técnica ha sido clasificada como pseudoexcisa y esta pieza ha constituido uno de los prototipos de la
misma (Barandiarán, 1973, 1981). Al igual que en el caso de Llonin nº 1, sólo una parte del motivo puede
ser considerada como pseudoexcisión, la línea larga.
Se trata de una trama muy apretada, 9 levantamientos en 2 cm, con una yuxtaposición muy estrecha que se
produce principalmente entre la parte inferior del lateral izquierdo de cada levantamiento, confluyendo hacia
el lateral derecho del levantamiento siguiente. En la parte inferior de la pieza, en los primeros 30 mm partiendo
de la base, vemos sin embargo la superposición en los lados estrechos, del tipo a la vista en la pieza Llonin nº
1. Los levantamientos (medidas 3,5 x 2 mm) tienen una silueta en rectángulo obtusángulo que se estrechan
hacia la parte superior. La sección longitudinal es en V asimétrica con pared abrupta en la parte superior o
distal y profundidad variable, 1 mm en la parte distal y casi inexistente en la proximal. La sección transversal
es en U con fondo en pendiente, siendo más profunda la parte izquierda que la derecha. Los trazos se juntan
en el medio en el lateral derecho con la parte distal del siguiente. La silueta se estrecha un poco en la parte
proximal de cada levantamiento, lo cual sumado a la sección longitudinal de profundidad mayor en la parte
proximal (fig. 8, 1) y a la existencia de escalones en el interior de algunos levantamientos (fig. 8, 2), junto
con las líneas marcadas en la pared derecha (fig. 8, 3) nos lleva a deducir que la ejecución arranca desde la
parte proximal derecha y se desarrolla desde abajo hacia arriba. Por tanto, el trazo se realiza según el Modelo
2 propuesto y la morfología se corresponde con el Tipo 2 (Rascaño) aunque en la parte proximal combina el
Tipo 1 (Aitzbitarte IV), el citado Tipo 2 y se aprecia la forma de paso entre ambos.
En contraposición a la línea descrita por la pseudoexcisión, el cuerpo rectangular del motivo está
formado por pequeños trazos que cuentan con una sección transversal constante en U. Comparados con
los levantamientos de la línea, son un poco más largos (8 mm), el doble más anchos (4 mm) y menos
profundos, lo cual indica un cambio de inclinación del útil respecto a la línea (fig. 8, 4).
4.3. Cueto de la Mina
El yacimiento fue excavado por el Conde de la Vega del Sella (1916) y posteriormente por Rasilla (Rasilla y
Hoyos, 1988) (fig. 4). Las dos piezas analizadas aparecieron en los subtramos 1 y 2 del nivel E (Solutrense
superior) de las primeras excavaciones. Con todo, en la sigla de una de ellas (Cueto de la Mina nº 1) pone
que pertenece al subtramo 1, luego estaba en la parte superior del nivel.
Aquí hay que tener en cuenta ciertos problemas estratigráficos que afectan tanto al nivel E como al
D (Magdaleniense inferior) en la primera sección, es decir en la covacha, y que pueden enmascarar un
nivel del periodo Badeguliense/Magdaleniense arcaico. Vega del Sella comenta que la separación entre el
tramo superior del nivel E del nivel D era complicada, pues: “…apenas estaba delimitado, siendo por tanto
de temer la transgresión de elementos de uno a otro nivel, especialmente por algunas oquedades que se
presentaban en las orillas de la pared…” (Vega del Sella, 1916: 29) y la “…capa magdaleniense, de unos
50 centímetros de espesor, se sobreponía al solutrense; en el interior de la cueva estaba en contacto, sin
separación visible, y con idéntica coloración oscura, por lo que no se podía distinguir uno de otro…” (Vega
del Sella, 1916: 45).
Así explicamos la existencia de una elipse, una azagaya con silueta losángica, un fragmento de varilla con
pseudoexcisión y una azagaya de Placard en los tramos superiores del nivel E y varias azagayas de Placard
en el nivel D (Vega del Sella, 1916: Lám. XXII, XXV, XXVI, XXXII y Fig. 15), elementos igualmente
presentes por ejemplo en el nivel III de Llonin. En cuanto a la colección lítica, Vega del Sella parece haberse
quedado con las piezas más significativas de los niveles solutrenses y magdalenienses, destacando las puntas
solutrenses en el nivel E y los raspadores abultados, buriles y laminillas con dorso para el D.5
5 Por otra parte, se ha excluido del estudio una varilla de Cueto de la Mina (Vega del Sella, 1916: Lám. XXV, 7; Aura et al., 2012:
Fig. 3, 6) porque, aunque pudiera tener pseudoexcisión, su grado de alteración (térmica, bioturbación, etc.) no permite analizar las
variables aquí propuestas.
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
Las piezas analizadas son:
1. Cueto de la Mina nº 1 (Nº Inv. MNCN: 5963). Varilla (fig. 9).
Fragmento mesial de varilla (21,2 x 9,6 x 0,4 mm) (Vega del Sella, 1916). El borde lateral derecho
se conserva sólo en la parte proximal de la pieza y las fracturas son indeterminables. La sección es
subcuadrangular y la cara superior presenta un amplio hundimiento longitudinal, mientras que los bordes
son relativamente convexos.
Está muy afectada por la disgregación de materia y, por tanto, la observación de la decoración no
es óptima. Ésta (21,2 x 4,3 mm) se desarrolla a lo largo de todo el fragmento y consiste en dos líneas
longitudinales paralelas que se encuentran muy cerca una de otra, sobre todo hacia el centro de la pieza,
siendo la distancia entre ellas (1,2 mm) más corta que entre cada una y los bordes de la pieza (~2 mm). En la
parte derecha de esta misma cara, bajo la sigla S.S.1, hay una tercera línea, aunque muy perdida (fig. 9, 1).
De las tres líneas, sólo se analizan tecnológicamente la de la izquierda y la del centro por ser las que mejor
se conservan aunque la última está en peor estado que la izquierda.
La línea de la izquierda tiene una trama no apretada (6 levantamientos en 2 cm). Las dimensiones medias
de cada levantamiento son 3,5 x 1,2 mm. La silueta de los levantamientos es un rectángulo obtusángulo y
éstos se encuentran superpuestos, ya que no se ven espacios sin grabado y la línea abrupta corta siempre la
inclinada. La sección longitudinal es en V asimétrica abrupta la parte distal, así como la sección transversal,
en V asimétrica con la pared izquierda bastante abrupta y con marcas del filo del útil (fig. 9, 2). La sección
longitudinal está en pendiente y tiene una profundidad distal de <1 mm y la proximal es casi inexistente. A lo
largo de la línea este escalonamiento se marca bien en el fondo de los levantamientos y es menos acentuada
en la pared izquierda, donde se van sucediendo los trazos transversales, que indican una ejecución del
conjunto desde arriba hacia abajo. Aun así, sería necesario ver las rebabas en el fondo y las salidas del útil
en superficie, como en el caso de Llonin nº 1, y que no son observables principalmente debido a la peor
conservación de la pieza. La morfología del levantamiento inferior de la línea izquierda se ve una forma en
U en el fondo del trazo (fig. 9, 3), que apoya la hipótesis del Modelo 1, y la línea del centro, aunque menos
marcada, sigue el mismo modelo (fig. 9, 1).
2. Cueto de la Mina nº 2 (Nº Inv. MNCN: 485). Varilla o azagaya (fig. 10).
Fragmento mesial de varilla o azagaya, pues la sección y anchura de la misma tiene unas dimensiones
intermedias entre las varillas y azagayas del conjunto (Vega del Sella, 1916; Corchón, 1986) de sección
ovalada irregular, con la cara inferior poco trabajada (19,6 x 5,7 x 3,3 mm). Las fracturas, en dientes de
sierra, son indeterminables. Presenta marcas de abrasión aunque su conservación es bastante mala, pues
cuenta con numerosas cupulillas de disolución, bioturbaciones y fisuras.
Fig. 9. Cueto de la Mina nº 1. Varilla. Dibujo A. Fernández Rey. Fotografías J. Fortea.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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Fig. 10. Cueto de la Mina nº 2. Varilla o azagaya. Dibujo A. Fernández Rey. Fotografías J. Fortea.
La decoración consiste en dos series de trazos cortos oblicuos paralelos que no se tocan entre sí y que
forman bandas longitudinales que se desarrollan a lo largo de todo el fragmento conservado. Si comparamos
la trama de la banda derecha con la pieza anterior, ésta no es apretada: 5 trazos en 2 cm. La línea de la
izquierda se desarrolla en el interior de un surco natural. Se trata de una yuxtaposición distante, pues entre
trazo y trazo median 2 mm. Las medidas medias de los trazos son 3,4 x 2,5 mm. La profundidad es regular
en cada trazo, <1 mm.
La silueta es triangular-lenticular y la sección longitudinal recta y la transversal en V simétrica, mientras
que la longitudinal es en V asimétrica. Algunos trazos de la línea derecha tienen una sección longitudinal
en V asimétrica, siendo semiabrupta la pared distal y se parecen a alguno de los levantamientos de Cueto
de la Mina nº 1, por lo que podría ser un trazo pseudoexciso (fig. 10, 1, 2b y 2c). Sin embargo, carece de
remanente en ese punto y la silueta no es rectangular. En el resto de los trazos no se ve un levantamiento
claro de materia ni una sección longitudinal con una pared abrupta, por lo que esto sugiere un cambio de
inclinación del útil con apariencia pseudoexcisa, tal y como observamos en Llonin nº 2. La silueta y el
punto más profundo hacia el centro de los trazos, sobre todo el 8 de la línea de la derecha (fig. 10, 2a),
parece indicar el piqueteado.
5. PARALELOS
Como ya hemos visto, de las piezas que hemos estudiado sólo la nº 1 de Llonin, la de Cova Rosa y la nº 1
de Cueto de la Mina contienen pseudoexcisión, más una parte de la pieza de Llonin nº 3 con las reservas
señaladas (figs. 5, 8, 9 y 7). De ellas, ninguna tiene el mismo motivo decorativo, pero vemos un rasgo
común: la realización de la pseudoexcisión tiende a hacerse en líneas rectas dispuestas a lo largo del eje más
largo y en las caras más anchas, sobre soportes con sección aplanada-oval.
Si comparamos Llonin nº 1 con Llonin nº 3, ambas líneas tienen una trama similar (~4 y 5 levantamientos
en 1 cm respectivamente) y la figura es parecida a muy grandes rasgos, pues se trata de una forma cerrada con
una parte ancha y otra estrecha y alargada, a modo de apéndice, aunque la nº 3 tiende a la forma circular y la
nº 1 a la rectangular. No podemos afinar más por las razones de conservación ya aludidas de la segunda pieza.
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
Los paralelos con piezas de otros yacimientos que tienen técnica pseudoexcisa, según la propuesta
de Utrilla (1986), a la vez que ilustraciones y descripciones detalladas se presentan en la tabla 3,
independientemente de si tienen o no líneas longitudinales superpuestas. Todas ellas cuentan con: 1.
Sucesión de levantamientos en yuxtaposición o superposición en sus lados estrechos o anchos y 2. Silueta
rectangular-trapezoidal y sección irregular de dichos levantamientos.
Hay otros posibles paralelos, no señalados previamente, pero al contar sólo con ilustraciones es más
complicado afinar de modo que las incluimos de forma provisional en la tabla 4. No obstante, el tipo
de sucesión yuxtapuesta de los trazos en las partes proximal y distal y las secciones longitudinales con
profundidad en pendiente de los mismos, a partir de las sombras que se aprecian en las ilustraciones, nos
lleva a considerar que también tienen técnica pseudoexcisa.
Estos criterios obligan a reducir algo más el catálogo de piezas con pseudoexcisión expuesto por SéronieVivien (2005), ya criticado por Ducasse (2010), en relación con los ejemplares de Isturitz. En cuanto a los
de Laugerie-Basse, dado que no contamos con buenas reproducciones de las piezas, existe la posibilidad de
que se tratara de ranuras estriadas, tal y como se observan en algunas piezas de este yacimiento o en Mas
d’Azil (Chollot-Varagnac, 1980), que serían abundantes en el Magdaleniense superior-final y, por tanto,
más acordes con la cronología propuesta desde antiguo para este yacimiento. En el caso de Le Chaffaud,
también de cronología dudosa, los trazos cortos y finos y la existencia de líneas largas de las que éstos
Tabla 3. Paralelos con pseudoexcisión clara.
Yacimiento
Tipo
Fr
Sc
MF
CD
Tecno
N/HC
Referencia
Le Placard
Az
D
-
1 LC
Sup
Ps
MI p
(1) 217:
55.021.11
Az/Va
M
-
3 LO + trazos oblicuos=
Pisciforme
Sup
Ps+In
MI p
(1) 237: 54.995
Ci
P
-
3 LO + trazos oblicuos=
Pisciforme
Sup
Ps+In
MI p
(1) 303: 55.014
Va
P
PCx 3 LO + puntos
Sup
Ps+¿Pq? MI p
(1) Fig. 96
LM
M
-
3 LC + LC cortas = ¿asta?
Sup
Ps
MI p
(1) Fig. 99
¿Va?
M
-
3 LC + LC cortas = ¿asta?
Sup
Ps
MI p
(2) Fig. 21, 3º
por la izda.
¿Va?
M
-
Pisciforme
Sup
Ps+In
MI p
(3) Fig. 9.1
Ci
D
-
3 LO
Sup
Ps
II/Ba
(1) 275: 59.480
Va
D
Ov
1 LR + puntos
Sup
Ps+Pq
II/Ba
(4) Pl. XII.1
AzBS
P
Ov
3 LO
Inf
Ps
9a/Ba
(5) Fig. 2.5
AzBS
C
Ov
3 LOb
Inf
Ps
8c/Ba
(5) Fig. 2.1
AzBS
Badegoule
Pégourié
Jolivet
TP
-
1 LR + incisiones oblicuas
Sup
Ps+In
B o C / ¿Ba?
(5) Fig. 4.9
Laugerie-Haute AzBS
P
Ov
3 LO
Inf
Ps
Ic/MI
(6) Fig. 2
Aitzbitarte IV
Va
M
PCx 3 LO
Sup
Ps
IV/Ba
(6) Fig. 1
Rascaño
AzBS
P
Ov
Sup
Ps Tipo2 5/¿Ba?
1 LC
(7) Fig. 43.2
Tipo (tipología): Az: Azagaya; AzBS: Azagaya bisel simple; Ci: Cincel; Va: Varilla. Fr (fracturas): C: Completa; D: Distal; M:
Marginal; P: Proximal; TP: Transversal proximal. Sc (sección): Ov: Ovalada; PCx: Plano-convexa. MF (morfología del grabado): LC:
Líneas curvas; LO: Líneas onduladas; LOb: Líneas oblicuas; LR: Líneas rectas. CD (cara decorada): Inf: Inferior; Sup: Superior. Tecno
(tecnología de la MF): In: Incisión; Pq: Piqueteado; Ps: Pseudoexcisión. N/HC (nivel y horizonte cultural): Ba: Badeguliense; MI p:
Magdaleniense I posible. Referencia: (1) Chollot-Varagnac, 1980; (2) Breuil, 1937; (3) Breuil y Saint-Périer, 1927; (4) Cheynier, 1939;
(5) Séronie-Vivien, 2005; (6) Utrilla, 1986; (7) Barandiarán, 1981.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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parten se asemejan más al pectiniforme que a la pseudoexcisión y su parecido con el ejemplar de El Gato 2
es notable (Utrilla et al., 2012). Por otro lado, hay que tener en cuenta que existen ejemplares con motivos
pisciformes con pseudoexcisión (tabla 3), por lo que no excluimos que se trate de esa técnica. No obstante,
es necesario estudiarlos con la metodología propuesta.
En el conjunto de piezas con pseudoexcisión clara, los motivos decorativos son múltiples y las
recurrencias escasas (tabla 3). El más repetido es sin duda el de las tres líneas onduladas, pudiendo estar
asociado o no a otros trazos y formar una figura un tanto más compleja.
No existen tampoco paralelos en la morfología del grabado entre las piezas estudiadas y las recogidas en
las tablas 3 y 4. Sin embargo, si atendemos a la decoración de algunas piezas de época Solutrense superior
o Magdaleniense inferior, sin atrevernos a atribuirlas al Badeguliense por la antigüedad de algunas de las
excavaciones, encontramos alguna similitud que pasamos a tratar (fig. 11):
- Llonin nº 1 (fig. 5).
Como decíamos más arriba, este cuadrúpedo se asemeja a un carnívoro (mustélido) en acción de oteo
(fig. 11, 1 y 11), pero en el Cantábrico no hemos encontrado por ahora un paralelo directo. De hecho, los
cuadrúpedos aislados no abundan y menos en piezas funcionales. Sólo podemos señalar, muy lejanamente,
una azagaya de La Paloma con un cuadrúpedo de perfil (Barandiarán, 1971) y otra con un signo enigmático
de Cueto de la Mina, nivel E (Vega del Sella, 1916: Lám. XXII). Descrito inicialmente por Vega del Sella
como un pez (Vega del Sella, 1916: 22) o por Corchón (1986: 264) como “ramiforme en forma de ‘cola’ o de
‘penacho’”, en el motivo de Cueto de la Mina (fig. 11, 3) se puede observar una línea larga a la izquierda, que
podría corresponderse con el lomo y la cola de un cuadrúpedo. A la derecha, otra línea un tanto convexa y que
cuenta con una línea oblicua en cada extremo, a modo de pata por par. La cabeza no es perceptible. Se parece
a Llonin en que se trata de un cuerpo y rabo alargados, junto con unas patas cortas, de forma cuadrangular.
En el caso de La Paloma (fig. 11, 2) además del cuadrúpedo hay una cabeza animal. El primero está de
perfil y tiene una representación de pata por par. El lomo y el rabo están realizados por medio de una sola
Tabla 4. Paralelos con pseudoexcisión posible.
Yacimiento Tipo
Fr
Sc
MF
CD
Tecno
N/
HC
Referencia*
Le Placard
Va/Ci
M
-
4 LR + elipse
Sup
¿Ps?
¿MI?
195: 55.069
Ci
M
-
3 LR + trazos oblicuos
Sup
¿Ps?+Gs
¿MI?
195: 55.015
Al
TM
-
2 LC + trazos oblicuos
= Animal posible
Sup
¿Ps?+In
¿MI?
195: 55.046
Va/Ci
TD
-
3 LC + LR
Sup
¿Ps?+Gs
¿MI?
217: 55.069
Va
TM
-
2 LO = Serpentiforme
Sup
¿Ps?
¿MI?
237: 55.121
Va/Az
¿TD?
-
3 LR
Sup
¿Ps?
¿MI?
241: 55.129
Va
TM
PCx 2 motivos bífidos
Sup
¿Ps?
¿MI?
335: 54.992
Va
TM
-
2 LO
Sup
¿Ps?
Posible línea cosida
¿MI?
241: 55.033
¿Az/Va?
TM
-
Elipse
Sup
¿Ps?
¿MI?
335: 54.996
Tipo (tipología): Al: Alisador; Az: Azagaya; Ci: Cincel; Va: Varilla. Fr (fracturas): M: Marginal; TD: Transversal distal; TM:
Transversal mesial. Sc (sección): PCx: Plano-convexa. MF (morfología del grabado): LC: Líneas curvas; LO: Líneas onduladas; LR:
Líneas rectas. CD (cara decorada): Sup: Superior. Tecno (tecnología de la MF): Gs: Grabado simple; In: Incisión; Ps: Pseudoexcisión.
N/HC (nivel y horizonte cultural): MI: Magdaleniense I.
* Todas pertenecen a Chollot-Varagnac, 1980: en la tabla se indica la página y el nº de referencia.
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E. Duarte Matías, M. de la Rasilla Vives y J. E. Aura Tortosa
Fig. 11. Paralelos del cuadrúpedo de Llonin nº 1: 1. Llonin nº 1, dibujo A. Fernández Rey. 2. La Paloma (Barandiarán,
1971). 3. Cueto de la Mina (Vega del Sella, 1916). 4-9. Le Placard (Breuil y Saint-Périer, 1927). 10. Laugerie-Haute
(Peyrony, 1939). 11. Mustélido: Armiño (Mustela erminea) (Vázquez y Díaz, 2006). Las piezas nº 1-3 y 11 no tienen
escala y las nº 3-4 están reflejadas del original hacia la izquierda.
línea. Al contrario que el ejemplo anterior, tiene representada la cabeza. Se diferencia del de Llonin en que
las patas están mucho más inclinadas, tiene un lomo más corto y cuenta con la curvatura del lomo en el
tren anterior, además de que la cabeza mira al frente en vez de hacia abajo y es más detallada, se trataría
de un caballo y procedería del “Magdaleniense superior” de las excavaciones de Hernández-Pacheco
(Barandiarán, 1971).
Tras una recopilación de los motivos decorativos en piezas adscritas al Badeguliense en Francia,
independientemente de su técnica, encontramos unos diseños en Laugerie-Haute y Le Placard que forzando
algo tienen alguna similitud con estos cantábricos.
En un cincel de Laugerie-Haute (fig. 11, 10), Breuil veía una representación de un asta de reno, que sin
embargo para D. y E. Peyrony podría tratarse de “un profil d’animal très schématisé: tête longue, œil rond,
pattes portées en avant, dans la position d’une bête, s’arc boutant et tirant quelque chose avec la gueule,
grosse queue tendue dans le prolongement du corps et petites ponctuations indiquant le poil” (Peyrony,
1938: Fig. 39.1). Aquí, si cambiamos la interpretación y vemos la cabeza donde D. y E. Peyrony sitúan la
cola, tendríamos una serie de coincidencias con la figura de Llonin: 1. Perfil de cuadrúpedo alargado con
representación de pata por par, 2. Cola larga, 3. Una parte alargada: el cuello o el tronco, 4. Trazo no continuo,
esto es, línea quebrada que da sensación de representación del pelaje en el contorno, 5. Representación del
pelaje en la parte interior del contorno mediante trazos cortos oblicuos. En la de Laugerie-Haute faltaría la
cabeza, pues la pieza está rota, y contaría con un menor grado de esquematismo que la de Llonin.
En Le Placard (fig. 11, 4-9) hay unas piezas con unas representaciones interpretadas por los autores
como estilizaciones de serpientes, “le contour, marqué par deux traits parallèles, porte une saillie qui doit
figurer le pénis” (Breuil y Saint-Périer, 1927: Fig. 69.1-4, 6-7). Si tomamos como la cola el apéndice del
extremo proximal tenemos igualmente: 1. Perfil de cuadrúpedo alargado con representación de pata por
par, 2. Cola larga, 3. Una parte alargada: el cuello o el tronco, 4. Trazo no continuo, esto es, línea quebrada
que da sensación de representación del pelaje en el contorno. Aquí todas carecerían de cabeza de forma
intencional puesto que las piezas no están rotas en la zona donde se localizaría la cabeza.
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La técnica pseudoexcisa en el Badeguliense / Magdaleniense arcaico de Asturias
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- Cova Rosa (fig. 8).
Dado que este motivo había sido emparentado principalmente con los motivos vegetales (véase apartado
4.2.), este tipo de representaciones no constituye un tema recurrente en el Paleolítico (Leroi-Gourhan,
1995) ni de forma aislada ni asociada a animales. En el caso que nos ocupa, es verosímil su parecido con
plantas con infloración en espiga, tal y como señaló Jordá (1976, 1977, 1983) y que son abundantes en esta
zona geográfica.
No hemos encontrado ningún paralelo directo, no en vano no se había propuesto ninguno hasta el
momento. Es más común encontrar varias líneas con tendencia curva asociadas a otros trazos y formando
otro tipo de figuras (tablas 3 y 4). De éstos, el más similar es un pisciforme de Le Placard (Breuil y SaintPérier, 1927: Fig. 9.1.), lo cual apoyaría en cierta medida la interpretación de Barandiarán (1973) como
estilización de pez y además se trata de un tema decorativo frecuente en este periodo.
- Cueto de la Mina nº 1 (fig. 9).
Hay que tener en cuenta que se trata de un fragmento muy pequeño y que le falta una parte de la derecha.
No podemos saber si esta pieza tenía más líneas, al estilo de la azagaya de Pégourié (nivel 9a). El caso
es que el tema de las dos líneas rectilíneas no es común, siendo, sin embargo, frecuentes una o tres líneas
(tablas 3 y 4).
Por último, se puede observar en varios yacimientos atribuibles a este periodo la convivencia de
la pseudoexcisión (independientemente de su motivo decorativo) y el grabado simple con el motivo
pectiniforme, como ya señaló en su momento Utrilla (1986) a propósito de las similitudes formales de la
pseudoexcisión y algunas piezas de Badegoule (tal es el caso de Llonin III, Rascaño 5 y Badegoule II).
Incluso se documenta la convivencia entre la pseudoexcisión y el motivo ramiforme (como en Llonin III)
y, con más dudas, las series de trazos cortos paralelos que forman bandas longitudinales (Cueto de la Mina,
Parpalló), estos últimos similares a las “marcas de caza” solutrenses. Por otro lado, en otros yacimientos
de este horizonte cultural están presentes el pectiniforme y/o el ramiforme sin que se haya identificado la
pseudoexcisión como en El Gato (Utrilla et al., 2012) o en Lachaud (Cheynier, 1965: 36).
Entonces, este sería el momento (Badeguliense/Magdaleniense arcaico) de aparición tanto de la
pseudoexcisión como del motivo pectiniforme y probablemente del ramiforme, los cuales se desarrollaran
plenamente a partir del Magdaleniense inferior. Con todo, falta comprobar lo que sucede en los yacimientos
franceses y mediterráneos.
La distribución territorial de las piezas con pseudoexcisión (fig. 12) abarca por ahora desde La Charente
(Le Placard) hasta el Sella (Cova Rosa) en el occidente cantábrico, pasando por la Dordoña y el Lot (LaugerieHaute, Jolivet, Badegoule y Pégourié).6 Entre la Dordoña-Lot y el comienzo de la cornisa cantábrica (Aitzbitarte
IV) existe un vacío territorial importante (~300 km en línea recta), que abarca principalmente Las Landas y
los Pirineos donde por el momento se han documentado muy pocos yacimientos de cronología adscribible al
Badeguliense (Banks et al., 2011). Concretando más, la presencia del Badeguliense/Magdaleniense arcaico
con piezas pseudoexcisas en estratigrafías claras se reduce, de momento, a los yacimientos de Llonin, Rascaño
y Pégourié; mientras que en estratigrafías poco claras, bien por excavación antigua o por los avatares que han
sufrido las colecciones, podemos asignar a ese episodio los yacimientos de Cueto de la Mina,7 Aitzbitarte IV,
Laugerie-Haute, Badegoule, y Le Placard. No obstante, contrasta el número de yacimientos adscribibles al
Badeguliense sensu lato, tanto en Francia (Banks et al., 2011) como en la Península ibérica (Aura et al., 2012),
con la escasez de los mismos donde existe pseudoexcisión.
6
A partir de los criterios definidos en este texto, cabe la posibilidad de que haya pseudoexcisión en Volcán del Faro y en principio se
descarta para la pieza de Parpalló (Aura et al., 2012: fig. 3.8). Su descripción y discusión será retomada en un artículo más amplio.
7 A este conjunto pueden añadirse Jolivet y, sin olvidar su grave problemática, Cova Rosa.
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Fig. 12. Distribución de las piezas con pseudoexcisión en la Península Ibérica y Francia. A la cantidad de piezas
anotadas deben añadirse ocho posibles en Le Placard.
Además, es necesario tener en cuenta, según los yacimientos que conocemos en la actualidad, que
durante esta época no se elaboraba una amplia producción ósea si lo comparamos con el Magdaleniense
inferior y el medio, aunque es relativamente mayor que en el solutrense, y ello sumado a que ésta se
conserva en pocos yacimientos. Por tanto, con la información disponible el carácter de los marcadores
propuestos, y los que puedan proponerse, no podrá ser equiparado al de épocas posteriores.
Por otra parte, la abrumadora concentración en Le Placard podría llevarnos a considerar este yacimiento
como el núcleo de la pseudoexcisión (al estilo de Isturitz o Mas d’Azil durante el Magdaleniense medio [Utrilla
y Martínez Bea, 2008; Rivero, 2010]). Lamentablemente, no conocemos si todas las piezas pertenecen a un
mismo nivel ni tampoco su posición estratigráfica clara en el conjunto del yacimiento, aunque los nuevos
estudios podrán aportar datos importantes (Dujardin y Pinçon, 2000; Clottes et al., 2011).
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6. CONCLUSIONES Y PERSPECTIVAS
Las piezas estudiadas añaden dos ejemplares claros (Llonin nº 1 y Cueto de la Mina nº 1) y una parte de otra
(Llonin nº 3) a la lista de piezas con pseudoexcisión inscritas en el Badeguliense/Magdaleniense arcaico.
Se han propuesto unos parámetros específicos para diferenciar esta técnica de otras, con el objetivo de
eliminar confusión y de evaluar si se trata de una técnica exclusiva de esta época y que permita, al mismo
tiempo, ver los cambios que se producen en cronologías posteriores y en otros soportes. En este análisis se han
visto dos modalidades de ejecución, así como dos tipos morfológicos resultantes, estos últimos ya contemplados
en su momento por Utrilla (1986). De ellos, el Tipo 1 (Aitzbitarte IV) es más evidente que el Tipo 2 (Rascaño)
en el que resulta más difícil aislar algunas variables (como ocurre con el ejemplar de Cova Rosa).
En lo que se refiere a la forma de ejecución, conviven los dos modelos y, en el caso de Cova Rosa, se
observa el paso de uno a otro. Además en Llonin nº 1, Cova Rosa y Cueto de la Mina nº 1 coincide una factura
de arriba abajo tal y como hemos orientado las piezas. Igualmente, no se ha añadido ningún tipo nuevo de
soporte. Así, se sigue tratando de soportes alargados en los que se decora una sola cara (Utrilla, 1986).
En cuanto al carácter funcional o no de la pseudoexcisión, ninguna de las estudiadas cuenta con microlitos
o, aparentemente, resinas. Además, ninguna de las líneas con trazo pseudoexciso alcanza una profundidad
notable (siempre <1 mm) como para ser contenedora de elementos, del tipo de las registradas en algunos
yacimientos (Santamaría et al., 2001; Pétillon et al., 2011), ni se localiza en otra cara que no sea la más
ancha, todo lo cual nos lleva a rechazar, a falta de más datos, la hipótesis funcional de la pseudoexcisión.
Por otro lado, no estamos de acuerdo con la interpretación tecnológica de Hemingway (1980) según la
cual la pseudoexcisión es una preparación para hacer ranuras. Así, en Le Placard, donde se ha recopilado
un mayor número de piezas con pseudoexcisión (y teniendo en cuenta todos sus problemas estratigráficos),
las piezas con ranuras deberían dominar o al menos constituir un número elevado. Sin embargo, si tomamos
como muestra las piezas recogidas por Chollot-Varagnac (1980), vemos que sólo una pieza es clasificada
como “rainure” y otra como “nervure”, ¿acaso sólo hubieran quedado en el yacimiento las piezas que
estaban en curso de fabricación, puesto que la pseudoexcisión, según Hemingway, sería un paso previo
a la profundización final de la ranura? A mayor abundamiento, en Llonin no hay piezas con ranuras, hay
pseudoexcisión y ésta representa una figura completa.
Como paralelos tecnológicos se han recogido catorce, asumidos por la comunidad científica (Utrilla,
1986; Séronie-Vivien, 2005; Ducasse, 2010), y ocho con posibilidad de serlo. No obstante, es necesario
estudiarlos directamente con la metodología propuesta y seguir profundizando en el estudio tecnológico
con nuevas técnicas de observación (MEB, microtopografía 3D, escáner micro-CT), dadas las limitaciones
con que nos hemos encontrado y que aportará nuevos datos sobre la relación entre los dos tipos de
pseudoexcisión señalados y el trazo simple de tipo pectiniforme.
Los motivos decorativos realizados mediante la técnica pseudoexcisa muestran una variabilidad
abundante y un carácter marcadamente no figurativo aunque existen serpentiformes y pisciformes. A éstos
se puede añadir el cuadrúpedo de Llonin nº 1, para el cual, por otra parte, no hemos encontrado paralelos
claros. En esta pieza se observa además un claroscuro producto de la pseudoexcisión, reproduciendo la
sensación del pelaje del animal, que se combina con otros recursos técnicos como un leve relieve diferencial.
Por otra parte, si la asociación de motivos no figurativos es frecuente en el Magdaleniense (Corchón,
1986) en las piezas del Badeguliense no lo es. Ésta se realiza entre líneas, curvas por ejemplo, que pueden
llegar a formar un motivo relativamente complejo (pez, mustélido, etc.) pero siempre en un mismo campo
gráfico y sin invadir otras caras de la pieza.
En el caso del pectiniforme estudiado en Llonin nº 2, este motivo decorativo se realiza en grabado
simple, no en pseudoexcisión, y está presente en varios yacimientos atribuibles a esta época, a veces
conviviendo con la pseudoexcisión en un mismo yacimiento. Aquí, el pectiniforme estudiado de la varilla
de Llonin no tiene nada que ver con el de la placa ósea del Magdaleniense superior del mismo yacimiento
(Duarte et al., 2012).
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Como ya se ha comentado, algunas de las piezas estudiadas se corresponden con el Badeguliense, tal
y como se ha venido definiendo en la zona cantábrica (Utrilla, 1981, 2004; Rasilla, 1994; Fortea et al.,
1999, 2004; Bosselin y Djindjian, 1999; Sauvet et al., 2008; Aura et al., 2012), a pesar de que algunos
autores no reconozcan este horizonte en la Península ibérica (Corchón, 2005; Banks et al., 2011). Con todo,
la pseudoexcisión refuerza las similitudes entre los yacimientos estudiados y otros cantábricos con los
franceses (Utrilla, 1986) y, posiblemente, con otros yacimientos peninsulares (Aura et al., 2012).
La pseudoexcisión, el pectiniforme y la diversificación de los tipos óseos constituyen novedades
respecto al Solutrense, y en relación al Magdaleniense se establecen distancias debido a la complejización
de la decoración, de la morfología del grabado y de los morfotipos que se produce en ese momento. Faltaría
comprobar la continuidad de la pseudoexcisión a partir del Magdaleniense inferior.
No obstante, hay que tener en cuenta que la industria ósea y el arte mobiliar y parietal atribuidos con
certeza a este momento son escasos. Así, existe un sesgo relacionado con las vicisitudes que ha seguido el
reconocimiento de este periodo y es muy probable que una parte de sus materiales aún estén catalogados como
solutrenses o magdalenienses, por lo que es necesaria una revisión a fondo de las colecciones y estratigrafías
problemáticas, así como una eventual datación directa de las piezas. Debido a estas circunstancias y quizá
también a causa de lo exiguo de los yacimientos, parece que la producción artística no ha sido intensa ni en
lo mueble ni en lo parietal, pero convendrá integrar los datos conocidos con los nuevos para plantear una más
completa evaluación de estas producciones (se denominen badegulienses, magdalenienses arcaicos o de esa
parte que se encuentra entre el final del Solutrense y el Magdaleniense inferior). Por último, en un gran número
de yacimientos no se han conservado muchos restos orgánicos (p. ej. Bassin parisien), lo cual no permite
actualmente una buena caracterización tecno-tipológica del conjunto óseo ni tampoco la determinación de
marcadores culturales franco-peninsulares de la magnitud de los propuestos para el Magdaleniense (véase
recopilación en Duarte, e. p.), por lo que las nuevas excavaciones aportarán datos muy valiosos.
AGRADECIMIENTOS
A Javier Fortea que como codirector de las investigaciones en la Cueva de Llonin tenía que haber participado en este
artículo y por haberse dado cuenta de la singularidad de las piezas de Cueto de la Mina. A David Santamaría Álvarez
(Universidad de Oviedo) y a María D. Simón Vallejo (Museo de Frigiliana, Málaga) por su colaboración e intercambio
de información y opiniones. A José M.ª Rodanés Vicente y M.ª Fernanda Blasco Sancho (Universidad de Zaragoza) por
facilitar a EDM el estudio de la industria lítica y ósea del yacimiento de El Gato. A José Javier Fernández Moreno, Jorge
Camino Mayor y Beatriz García Alonso del Museo Arqueológico de Asturias; a Begoña Sánchez Chillón y Patricia
Pérez Dios del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid; a Helena Bonet Rosado y Josep Lluís Pascual Benito
del Museo de Prehistoria de Valencia-SIP; a Pau García Borja y María I. Borao Álvarez (Universidad de Valencia).
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 57-80
Javier CARRASCO RUS a y Francisco MARTÍNEZ-SEVILLA a
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo
en el sur de la península ibérica. Nuevas dataciones
RESUMEN: Se presentan nuevas dataciones absolutas obtenidas por AMS sobre muestras de restos óseos
humanos procedentes de enclaves neolíticos en Andalucía. Su contrastación con el resto de dataciones
antiguas obtenidas en otros ámbitos neolíticos de esta geografía, principalmente del VI milenio a.C.,
nos aproximarán a la realidad cronológica de este período inicial de la Prehistoria reciente en el sur de
la península ibérica. Considerándose la posibilidad de una facies neolítica antigua, con o sin cardial, más
propiciada por estímulos quizás llegados desde el Norte de África que desde el Levante mediterráneo.
PALABRAS CLAVE: Neolítico Antiguo, Andalucía, cerámica cardial, AMS, C14.
The absolute chronology of the early Neolithic in southern Iberia. New dates
ABSTRACT: This paper presents new absolute dating results obtained through AMS, which belong to
human remains from different Neolithic sites in Andalucía. By contrasting the new results with previous
ones from other Neolithic sites from the same region, most of them belonging to the IV millennium B.C., we
obtain a better idea of the chronological reality of this initial period of recent prehistory of the South of the
Iberian Peninsula. We consider the possibility of the existence of an Early Neolithic phase, with or without
cardium pottery, which maybe was more incentivized by influences from the North of Africa than from the
Mediterranean Levant.
KEY WORDS: Early Neolithic, Andalusia, cardium pottery, AMS, C14.
a Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
jcrus@ugr.es | martinezsevilla@ugr.es
Recibido: 19/09/2013. Aceptado: 08/04/2014.
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58
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
1. INTRODUCCIÓN
La revisión de registros neolíticos, que en los últimos años realizamos (Carrasco et al., 2009 a y b; 2010 a, b y
c; 2011 a, b y c; 2012), con el fin de contextualizar el Neolítico Antiguo en amplios ámbitos de Andalucía nos
ha conducido, al margen de los análisis tipológicos cerámicos y de otros tipos, a obtener muestras sobre restos
óseos humanos depositados en museos y otras instituciones, como único argumento en la actualidad, para poder
ser datados o en último caso, aproximarnos mínimamente a sus cronologías reales. En este trabajo, aportamos
nuevas dataciones por AMS, que serán objeto de comentario junto con las obtenidas en excavaciones antiguas,
olvidadas en algunos casos o, en nuestra opinión, no bien valoradas. Tanto las nuevas como las anteriores,
tendrían una mejor justificación si se hubiesen obtenido en conjuntos cerrados y aislados sin contaminar, propio
de una buena gestión arqueológica. Pero este no es el caso que nos ocupa, ni pretendemos hacer una crítica
severa de las actuaciones arqueológicas realizadas a partir de los años cincuenta, principalmente en cuevas,
pues una secuencia estratigráfica, en nuestra opinión, puede de igual forma ser invalidada de forma ortodoxa
que heterodoxa ya que en último término la verdadera problemática reside en conocer lo que se excava y a qué
fines científicos responde. Y en este caso, los problemas no han sido coyunturales ni propios en el fondo de una
buena o mala praxis arqueológica, sino de un desconocimiento global de lo que se investigaba. Esto se hace
evidente cuando comprobamos que en toda la geografía andaluza son múltiples, desde el siglo XIX hasta la
actualidad, las cuevas objeto de excavación y ninguna de ellas ha proporcionado una sola secuencia estratigráfica
en que contextualizarse fiablemente sus registros arqueológicos. Que con siglas aparentes y demás parafernalias,
están depositados en organismos y colecciones, habiendo sido en algunos casos objeto en los últimos años de
múltiples análisis, pero que siguen teniendo una difícil secuenciación cultural y cronológica. Consideramos que
el verdadero problema de esta cuestión se remonta a mediados del siglo pasado, con los modelos explicativos que
imperaban sobre el Neolítico en la península ibérica, caracterizados en Andalucía por asentamientos en cuevas
con cerámicas decoradas. Lo cual originó que, a partir de los años cincuenta y sesenta, la investigación sobre él se
centrase exclusivamente en el estudio de las cuevas y, en consecuencia, la adecuación de sus registros a la triple
división, caracterizada sin más y en último extremo por la consecuente y ficticia evolución de ciertas decoraciones
cerámicas. Solamente importaba documentar la existencia de un hábitat troglodita, con sus correspondientes y
“secuenciados” registros arqueológicos, bien adaptados al consabido modelo. En otro sentido, la aparición de
multitud de restos óseos humanos en estas secuencias, a veces, según su entidad, documentados y otras no,
eran asumidos como “enterramientos colectivos”, propio de los hábitats neolíticos en cuevas. No se cuestionó
nunca la falta de una tradición generalizada de estos en tiempos inmediatamente anteriores y que la mayoría de
las cuevas y simas andaluzas excavadas no reunían requisitos medianamente aceptables para ser ocupadas de
forma más o menos estable. Su situación a veces en sitios inhóspitos, sin luz natural y configuraciones interiores
angostas, no fue óbice para su consideración de hábitat y forzar sus registros en relación a ellos. Aunque fuesen
localizados a muchos metros de profundidad, en verdaderas simas, justificándose en último caso por los supuestos
conocimientos de escalada que debieron tener sus moradores.
De los trabajos de excavación realizados en los últimos cincuenta o sesenta años en cuevas andaluzas,
por no remontarnos a tiempos anteriores, sólo queda un abundante y sesgado registro arqueológico
descontextualizado, más que nada de tipo funerario. En cierta forma, diferenciado del procedente de los
escasos asentamientos al aire libre conocidos o que han sido más recientemente objeto de excavación. Entre
los que destaca, Abrigo del Nacimiento, Los Castillejos de Montefrío, Cabecicos Negros, Cerro Virtud, El
Cabezo de Lebrija, El Retamar, La Esperilla, etc., cuyos registros cerámicos son de los pocos conocidos, por
no decir los únicos, que pueden contrastarse con los de tipo funerario, mayoritariamente extraídos de cuevas.
En la actualidad, sabemos que la secuencia lineal: cerámicas impresas, de otros tipos y lisas, no tiene
sentido porque en mayor o menor porcentaje se constatan desde el Neolítico Antiguo. Aunque también es
asumible que existe, a lo largo del tiempo neolítico, una tendencia a la simplificación en las decoraciones
cerámicas, desde las más barrocas y complejas hasta las más simples o inexistentes. Pero que en último
caso, podríamos cuestionarnos cuándo aparecen unas y otras y cuándo se sustituyen y renuevan los tipos.
APL XXX, 2014
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
59
En relación al Neolítico Antiguo andaluz, solamente tenemos la seguridad de la existencia en él de un
horizonte antiguo, que no sabemos si es el más arcaico, el inmediato o el posterior, caracterizado por la
presencia de cerámica decorada con Cardium junto a otros conjuntos cerámicos impresos o no. Al margen
de ello, podemos intuir más que asegurar, por no estar correctamente señalado o cuantificado, sobre el otro
registro cerámico que las acompaña, precede o sucede, pero sin excesivos argumentos. En otro sentido, no
sabemos si constituye el horizonte cerámico más antiguo conocido o es uno más dentro de la secuencia
antigua neolítica. Dilema que, en el registro actual, tiene difícil solución.
Toda esta problemática se agudiza cuando abordamos la transición Epipaleolítico/Neolítico, sobre la
que no tenemos una sola secuencia en que sustentarnos y siempre recurrimos a modelos generales expuestos
con mayor o menor éxito en otras geografías próximas o lejanas, que podrían no ser válidos o, en todo caso,
no aplicables al caso andaluz. También se han ofrecido tablas de dataciones absolutas para la transición
Epipaleolítico/Neolítico y Neolítico Antiguo en la fachada occidental mediterránea (Manen y Sabatier,
2003; Manen et al., 2007; Marchand y Manen, 2010), en donde se han obviado o no se han considerado las
obtenidas en el sur de la península ibérica, quizás por considerarse que este reducto geográfico, sin mayor
trascendencia, fue el último en neolitizarse. Cuestión esta última de plena actualidad, pues una alternativa,
cada vez con mayor énfasis y quizás lógica, a la tradicional difusión neolítica Este/Oeste por las costas
septentrionales del Mediterráneo y sus islas, pudo ocurrir a partir del norte de África desde otros ámbitos
subsaharianos, en donde últimamente se han obtenido altas dataciones para manufacturas cerámicas
(Jórdeczka et al., 2011). Desde aquí, tras un proceso prolongado de progresiva desertización, pequeños
grupos humanos o por influencias suyas, llegarían al sur de Italia y de la península ibérica, como áreas
geográficas europeas más próximas al continente africano. Argumentos a tener en cuenta, para este factible
proceso, no faltan aunque siguen siendo escasos o deficientemente contrastados. Sería esta una opción muy
a tener en cuenta, si se confirmase que las escasas dataciones absolutas, obtenidas para el Neolítico Antiguo
en el sur de la península ibérica, a falta de mejores argumentos estratigráficos, fuesen más antiguas que las
obtenidas en áreas costeras más orientales del Levante y nordeste peninsular.
En último caso, solamente podemos aproximarnos de una forma insegura a la cronología del
Neolítico Antiguo andaluz, pues la mayoría de las dataciones absolutas en que se sustenta, son aleatorias
y no definitivas, ya que provienen de cuevas funerarias sin estratigrafías o muy alteradas. Una mayor
precisión cronológica requeriría la exhaustiva obtención de muestras, para datar la mayor cantidad de
restos orgánicos domésticos exhumados en ellas. Pues de no ser así, se podrían fechar otras factibles
ocupaciones funerarias prehistóricas o sucesos históricos acaecidos en las cuevas, como hemos
comprobado recientemente en Cueva de Nerja y Pileta. Dataciones absolutas, primordialmente, sobre
todos los restos óseos humanos posibles, únicas que pueden aportar en la actualidad argumentos fiables
sobre la cronología de las ocupaciones funerarias ocurridas en ellas. Muestreos sobre estos registros
pueden, con suerte, dar informaciones cronológicas aproximadas, pero no definitivas y concluyentes.
Teniéndose siempre en cuenta que sólo se indaga el dato cronológico y que las primeras inhumaciones
en estas cuevas, correspondientes en muchos de los casos a enterramientos del Neolítico Antiguo, son
lógicamente las más escasas y alteradas o incluso destruidas, por lo que la obtención de muestras para
datar sobre ellas ofrece mayores dificultades que para el resto de inhumaciones posteriores. De aquí
nuestra insistencia sobre la exhaustividad en el muestreo a realizar, pues de otra forma es difícil definir
con precisión la cronología ocupacional en estas cuevas.
En los siguientes apartados detallamos los enclaves arqueológicos que de una u otra forma han ofrecido
fechas absolutas del Neolítico Antiguo. Distinguiéndose entre las que presentan o no muestra cardial o
impresas antiguas, con el fin de ser contrastadas y poder establecer a partir de ellas una posible secuencia
cronológica. En general, la mayor parte de las datas antiguas han sido recogidas o comentadas en trabajos
anteriores ya citados, siendo de nuevo incluidas y ampliadas en este trabajo de síntesis, junto con las
inéditas que aportamos, computándolas entre sí, sobrevalorándose especialmente las relacionadas con el VI
e incluso de finales del VII milenio a.C., propias del Neolítico Antiguo o de la transición hacia él.
APL XXX, 2014
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J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
2. DATACIONES ABSOLUTAS Y ENCLAVES ARQUEOLÓGICOS
No son excesivos los asentamientos al aire libre y cuevas con ocupaciones funerarias que han aportado
cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur peninsular. Más aún, cuando comprobamos el
número de unos y otras conocido, incrementado considerablemente en los últimos años, con ocupaciones
al aire libre, constatadas en prácticamente todos los ámbitos andaluces factibles, es decir, con entornos
favorables y propicios recursos naturales. De aquí sus difíciles localizaciones en profundidad y sus más
que posibles destrucciones por las continuadas acciones antrópicas a las que han sido sometidos en el
transcurso de los años. Fenómeno que no ha sucedido con las cuevas, localizadas en ámbitos calizos, apenas
antropizadas, pero sí manipulados sus registros por deficientes gestiones arqueológicas y actividades de
dudosa filiación. Quedando de ellas sólo su continente y su localización en los ámbitos serranos, ofreciendo
para la investigación tradicional una imagen distorsionada sobre sus verdaderas funcionalidades, más de
tipo funerario que de ocupaciones estables. Desde ese punto de vista, las dataciones que se han obtenido de
cuevas sólo indican un momento de su ocupación, no el de su fundación, el resto que se puede obtener o
deducir de ellas no deja de ser en la actualidad una mera especulación. Lo que no sucede con las obtenidas
en las estratigrafías de los escasos asentamientos al aire libre conocidos. En donde sí pueden constituir
parámetros cronológicos en donde sustentar fundaciones y desarrollos poblacionales ocurridos en ellos.
Desde este sintético punto de vista, tendríamos que considerar los yacimientos y dataciones absolutas, que
a continuación, sucintamente comentaremos (fig. 1 y tabla1).
Cueva del Nacimiento (Pontones, Jaén)
Gran abrigo, con amplia cornisa calcárea, sin inhumaciones. Ha proporcionado cinco fechas absolutas
por C14 convencional, con desviaciones tipo muy altas, que encuadrarían una secuencia estratigráfica
incompleta o mal definida, entre finales del Paleolítico Superior y un Cobre Pleno. Para el tema que nos
ocupa, importan dos de ellas, como son la obtenida en el Nivel B-Capa III del 7620±120 BP, considerada,
con excesivas dudas, como propia de un “Epipaleolítico muy tardío con geométricos” (s.p.). Y una
segunda, del 6780±130 BP, que puede corresponder a un horizonte del Neolítico Antiguo sin cardial, o
al menos, esta muestra aún no ha sido determinada. En la actualidad desconocemos la localización del
registro arqueológico obtenido en esta excavación, depositado en teoría en el Museo Provincial de Jaén,
que no es así, y que sería necesario de nuevo revisar. En nuestra opinión, su registro cerámico quizás no
sea de los tradicionalmente considerados antiguos, si es comparado con el de otros contextos andaluces,
especialmente sepulcrales. Aunque puede estar justificado, más por proceder de un ámbito doméstico que
de cueva funeraria. En realidad no conocemos el posible potencial de este enclave, pues la información
que existe de él es controvertida y sesgada, aunque consideramos que sigue guardando una información
importante para futuras investigaciones.
Cueva de la Pastora (Caniles, Granada)
Cueva o gran abrigo destruido, que ha proporcionado desde los años sesenta/setenta amplios registros
arqueológicos, parte de ellos depositados en instituciones oficiales y otro tipo de colecciones. De este
enclave no se conocen restos humanos aunque sí una abundante fauna animal. Se han obtenido cuatro
dataciones absolutas por AMS sobre muestras de restos animales.
El registro cerámico, que hemos revisado, apenas presenta decoraciones antiguas impresas y sí un alto
porcentaje de motivos plásticos, incisos y de prensión. Su secuencia cultural, a tenor de los materiales
estudiados, más propios de hábitat que de necrópolis, pudo trascurrir entre una facies del Neolítico Antiguo
Epicardial (CNA-554 y 1197) y un Neolítico Tardío (CNA-553: 5335±45 BP [Canis familiaris] y CNA1198: 5160±35 BP [ovicaprino]). No consideramos otro tipo de ocupaciones, ni más antiguas ni más tardías.
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
61
Fig. 1. Principales yacimientos citados en el texto: 1. Cueva del Nacimiento (Pontones, Jaén); 2. Cueva de la Pastora
(Caniles, Granada); 3. Cerro Virtud (Cuevas de Almanzora, Almería); 4. Cueva de la Carigüela (Píñar, Granada); 5.
Cueva del Agua o de la Mujer (Alhama de Granada, Granada); 6. Sima LJ-11 (Loja, Granada); 7. Cueva de Malalmuerzo
(Moclín, Granada); 8. Los Castillejos (Montefrío, Granada); 9. Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada); 10. Cueva
de las Palomas (Teba, Málaga); 11. Cerro de Capellanía (Periana, Málaga); 12. Cueva de Nerja (Nerja, Málaga); 13. Roca
Chica (Torremolinos, Málaga); 14. Cueva del Hostal Guadalupe (Torremolinos, Málaga); 15. Cueva del Toro (Antequera,
Málaga); 16. Cueva del Hoyo de la Mina (Málaga); 17. Bajondillo (Torremolinos, Málaga); 18. Cueva Hundidero-Gato
(Benaoján/Montejaque, Málaga); 19. Cueva de los Murciélagos (Zuheros, Córdoba); 20. Cueva de los Mármoles (Priego
de Córdoba, Córdoba); 21. El Retamar (Puerto de Santa María, Cádiz); 22. Cueva Chica de Santiago (Cazalla de la Sierra,
Sevilla); 23. La Dehesilla (Arcos de la Frontera, Cádiz); 24. Cueva del Esqueleto (Cortes de la Frontera, Málaga).
Cerro Virtud (Cuevas de Almanzora, Almería)
Asentamiento al aire libre, en la cima del Cabezo de Herrerías, asociado desde su fundación a una necrópolis
en fosas en el interior del mismo poblado. Su mayor conocimiento y comprensión lo debemos a las
excavaciones de urgencia realizadas en 1994 por I. Montero y A. Ruiz Taboada, que pusieron al descubierto
fases inéditas de una ocupación neolítica al aire libre. Existen de este enclave diez dataciones absolutas por
C14 convencional, mostrando una secuencia ocupacional contrastada por el registro arqueológico estudiado,
que aproximadamente transcurriría entre un Neolítico Antiguo Epicardial muy evolucionado y un Neolítico
Medio con posibles pervivencias hasta el Neolítico Final/Cobre Antiguo. Una de las datas absolutas obtenida
del nivel 9 de la Fase I (Beta-1014249), la más antigua, a pesar de su amplia desviación tipo, marcaría una
fundación para este enclave de finales del VI milenio a.C. Algunas otras pueden hacer alusión a este momento,
pero en nuestra opinión corresponderían con mayor seguridad a un Neolítico Medio.
Cueva de la Carigüela (Píñar, Granada)
A pesar de las seudosecuencias estratigráficas obtenidas y la amplia bibliografía generada, seguimos
insistiendo, como en recientes trabajos hemos expresado (Carrasco et al., 2010a y 2010b), que esta
cueva responde más a patrones funerarios que de hábitat. No obviándose la posible existencia en ella de
algún episodio habitacional esporádico o coyuntural. Recientemente, se ha cuestionado esta posibilidad,
APL XXX, 2014
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62
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
Tabla 1
Yacimiento
Ref. lab.
Muestra
Fecha BP
Cal. AC (1σ)
Cal. AC (2σ)
Media*
Bibliografía
C. Nacimiento
Gif-2368
carbón
6780±130
5806-5560
5914-5482
5704±118
Asquerino y López, 1981
C. Pastora
CNA-554
Canis lupus 6210±50
5225-5064
5304-5038
5170±84
Inédita
CNA-1197
Bos taurus
6080±40
5050-4939
5078-4847
4999±52
Inédita
Beta-101424
carbón
6160±180
5308-4900
5477-4694
5084±209
Ruiz y Montero, 1999
OxA-6714
Homo
6030±55
4992-4848
5063-4785
4930±71
Ruiz y Montero, 1999
OxA-1131
Equus ferus 7010±70
5985-5816
6008-5744
5892±78
Castro et al., 1996
Beta-141150
¿polen?
6910±70
5876-5725
5977-5666
5809±70
Fernández et al., 2007
Pta-9163
¿polen?
6260±20
5297-5219
5301-5215
5261±29
Fernández et al., 2007
CNA-1129
Homo
6220±35
5289-5076
5330-5061
5183±83
Inédita
CNA-1128
Homo
6080±35
5039-4944
5204-4849
4998±43
Inédita
CNA-1125
Homo
6120±35
5205-4989
5208-4957
5094±85
Inédita
Cerro Virtud
C. Carigüela
C. Agua/Mujer
LJ-11
CNA- 1124
Homo
6095±35
5053-4952
5207-4859
5023±51
Inédita
C. Malalmuerzo
CNA-1127
Homo
6295±45
5313-5224
5373-5079
5275±41
Inédita
Los Castillejos
Beta-135664
carbón
6470±150
5608-5306
5670-5063
5417±137
Martínez et al., 2010
Ua-36215
cereal
6310±45
5322-5224
5463-5209
5288±47
Martínez et al., 2010
Ua-36214
cereal
6260±45
5305-5213
5323-5068
5228±66
Martínez et al., 2010
Beta-145302
carbón
6250±80
5313-5075
5463-4995
5198±104
Cámara et al., 2005
Ua-36212
cereal
6240±45
5803-5080
5313-5061
5200±84
Martínez et al., 2010
Ua-37835
cereal
6155±45
52207-5050
5220-4963
5116±72
Martínez et al., 2010
Ua-37844
cereal
6140±45
5207-5005
5214-4961
5105±79
Martínez et al., 2010
Ua-37839
cereal
6130±50
5207-4997
5215-4997
5094±87
Martínez et al., 2010
Beta-135663
carbón
6120±40
5206-4986
5208-4953
5091±86
Cámara et al., 2005
Ua-36208
cereal
6120±40
5206-4986
5208-4953
5091±86
Martínez et al., 2010
Ua-36213
carbón
6120±40
5206-4986
5208-4953
5091±86
Martínez et al., 2010
Ua-36203
cereal
6115±40
5204-4963
5208-4945
5086±88
Martínez et al., 2010
Ua 36210
cereal
6100±45
5199-4944
5208-4859
5060±91
Martínez et al., 2010
Ua-37838
cereal
6095±45
5197-4942
5208-4856
5048±87
Martínez et al., 2010
Ua-36209
cereal
6090±40
5188-4942
5081-4853
5021±61
Martínez et al., 2010
Ua-37834
cereal
6085±45
5192-4935
5207-4849
5018±69
Martínez et al., 2010
Ua-37837
cereal
6065±50
5044-4856
5207-4809
4976±70
Martínez et al., 2010
Ua-37836
carbón
6050±50
5020-4851
5202-4799
4952±70
Martínez et al., 2010
CSIC-247
madera
7440±100
6415-6229
6459-6085
6301±98
Alonso et al., 1978
CSIC-1133
esparto
6086±45
5192-4935
5207-4849
5022±73
Cacho et al., 1996
CSIC-1134
esparto
5900±38
4823-4721
4848-4690
4776±42
Cacho et al., 1996
Ugra-204
carbón
5840±210
4944-4460
5226-4266
4741±242
Castro et al., 1996
carbón
5920±130
4982-4618
5207-4492
4796±163
Martín et al., 1995
C. Murciélagos
Albuñol
C. Palomas
Cerro Capellanía Ly-4420
APL XXX, 2014
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
Yacimiento
Ref. lab.
Muestra
Fecha BP
Cal. AC (1σ)
Cal. AC (2σ)
Media*
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6453-6032
6252±125
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7240±80
6211-6032
6331-5926
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carbón
7170±150
6218-5902
6363-5745
6053±152
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bellota
7160±180
6225-5845
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6041±179
Pellicer y Acosta, 1986
GAK-8963
carbón
7160±150
6212-5899
6361-5736
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Pellicer y Acosta, 1986
GAK-8975
carbón
7130±150
6206-5845
6353-5718
6015±157
Pellicer y Acosta, 1986
Beta-131577
Ovis aries 6590±40
5603-5489
5616-5480
5550±43
Aura et al., 1998
GAK-8959
carbón
6480±180
5621-5233
5729-5020
5414±169
Pellicer y Acosta, 1995
Ly-5218
carbón
6420±60
5471-5360
5488-5230
5401±56
Aura et al., 1998
Ugra-261
carbón
6200±100
5297-5042
5371-4851
5149±124
Pellicer y Acosta, 1995
Beta-193269
carbón
6180±40
5211-5066
5285-5002
5136±61
Sanchidrián y Márquez,
2005
Beta-193268
carbón
6000±40
4943-4838
4994-4793
4896±50
Sanchidrián y Márquez,
2005
Ua-34135
Hordeum
vulgare
6265±30
5298-5220
5319-5082
5262±32
Cortés et al., 2012
Wk-27462
Ovis aries 6234±30
5299-5091
5304-5072
5206±76
Cortés et al., 2012
Wk-25172
Hordeum
vulgare
6185-30
5211-5073
5221-5039
5137±54
Cortés et al., 2012
Wk-25169
Homo
6298±30
5313-5226
5324-5216
5274±35
Cortés et al., 2012
Wk-25167
Ovis aries 6249±30
5297-5231
5310-5079
5255±34
Cortés et al., 2012
Wk-25168
Hordeum
vulgare
6197±35
5215-5172
5292-5045
5148±61
Cortés et al., 2012
Ua-34136
Hordeum
vulgare
6190±50
5216-5059
5296-5007
5144±71
Cortés et al., 2012
Beta-174305
?
6540±110
5615-5379
5666-5304
5492±99
Martín et al., 2004
Ugra-194
?
6400±280
5620-5048
5848-4706
5292±286
Martín et al., 2004
GRN-15443
?
6320±70
5369-5218
5472-5078
5307±75
Martín et al.,2004
Beta-174308
?
6160±40
5207-5054
5216-4999
5122±66
Martín et al., 2004
GRN-15444
?
6030±70
5017-4810
5206-4728
4938±90
Martín et al., 2004
C. Hoyo Mina
Ua-19444
carbón
6140±65
5207-5004
5228-4907
5095±94
Baldomero et al., 2005
C. Bajondillo
Ua-21999
carbón
7325±65
6237-6088
6364-6058
6188±79
Cortés et al., 2007
Hundidero-Gato
CNA-1132
Homo
6270±50
5310-5214
5356-5069
5237±64
Inédita
CNA-1131
Homo
6055±35
5004-4858
5047-4848
4960±47
Inédita
Beta-
Homo
7560±40
6456-6408
6478-6366
6430±22
Com. pers. A. Morgado
Beta-
Homo
6560±40
5539-5480
5567-5473
5523±29
Com. pers. A. Morgado
Beta-
Homo
5960±35
4853-4791
4940-4766
4851±48
Com. pers. A. Morgado
I-17772
carbón
6430±130
5523-5231
5624-5072
5383±121
Gavilán et al., 1996
I-17776
carbón
6310±120
5467-5080
5506-4963
5259±149
Gavilán et al., 1996
GrN-6926
carbón
6295±45
5313-5224
5373-5079
5275±41
Pellicer y Acosta, 1997
I-17774
carbón
6279±120
5370-5063
5478-4951
5226±144
Gavilán et al., 1996
I-17773
carbón
6260±120
5356-5056
5476-4938
5206±143
Gavilán et al., 1996
GrN-6638
carbón
6250±35
5298-5214
5312-5076
5248±41
63
Pellicer y Acosta, 1997
Roca Chica
C. Hostal
Guadalupe
C. Toro
C. Esqueleto
C. Murciélagos
Zuheros
APL XXX, 2014
[page-n-73]
64
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
Yacimiento
Ref. lab.
Muestra
Fecha BP
Cal. AC (1σ)
Cal. AC (2σ)
Media*
Bibliografía
C. Murciélagos
Zuheros (cont.)
OxA-15648
cereal
6199±36
5216-5071
5294-5017
5150±62
Carvalho et al., 2012
OxA-15647
cereal
6192±35
5214-5203
5228-5035
5144±60
Carvalho et al., 2012
CSIC-53
cereal
6190±130
5305-4994
5466-4805
5128±156
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-54
carbón
6190±100
5294-5020
5364-4850
5139±125
Pellicer y Acosta, 1997
I-17771
carbón
6190±120
5298-5004
5464-4809
5132±146
Gavilán et al., 1996
OxA-15646
cereal
6184±35
5211-5070
5225-5019
5138±58
Carvalho et al., 2012
CSIC-55
cereal
6170±130
5297-4963
5463-4789
5108±159
Pellicer y Acosta, 1997
GrN-6169
cereal
6150±45
5207-5042
5218-4963
5112±74
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-58
carbón
6100±130
5211-4851
5319-4718
5032±165
Pellicer y Acosta, 1997
OxA-15649
cereal
6056±35
5005-4909
5048-4848
4961±47
Carvalho et al., 2012
GrN-6639
cereal
6025±45
4983-4848
5032-4798
4922±61
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-57
cereal
5980±130
5039-4714
5214-4554
4893±162
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-56
carbón
5960±130
5011-4691
5208-4549
4866±160
Pellicer y Acosta, 1997
CSIC-59
cereal
5930±160
5006-4603
5217-4457
4829±200
Pellicer y Acosta, 1997
I-17775
carbón
5900±120
4935-4617
5194-4464
4782±151
Gavilán et al., 1996
C. Mármoles
Wk-25171
cereal
6198±31
5215-5074
5290-5267
5148±60
Carvalho et al., 2010
El Retamar
Sac-1676
concha
marina
7400±100
6009-5806
6116-5700
6261±113
Ramos, 2004
Sac-1525
concha
marina
7280±60
5858-5724
5931-5662
6148±61
Ramos, 2004
Beta-90122
concha
marina
6780±80
5444-5293
5498-5202
5689±59
Ramos, 2004
GAk-8957
carbón
7440±230
6497-6057
6821-5810
6311±222
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8949
carbón
6380±150
5511-5209
5618-5002
5312±160
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
Ugra-254
carbón
6160±100
5223-4979
5320-4842
5102±126
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8957
carbón
7420±200
6446-6077
6660-5881
6279±183
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8954
carbón
7120±200
6212-5809
6390-5657
6007±197
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8955
carbón
7040±170
6054-5742
6239-5623
5925±157
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
Ugra-259
carbón
6260±100
5325-5062
5395-4991
5207±123
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
GAk-8956
carbón
5920±120
4976-4619
5525-4494
4807±151
Pellicer y Acosta, 1982, 1997
C. Chica Santiago
C. Dehesilla
* La media se ha obtenido con el programa CalPal Online (Danzeglocke et al., 2012).
aludiéndose a la presencia en ella de unidades estratigráficas quemadas, instrumentos líticos y la propia
articulación de la cueva, que al parecer, no responde a nuestro modelo funerario de ocupación. Al
respecto, siempre desde nuestra perspectiva, consideramos que con mayor seguridad el instrumental
lítico tallado y pulimentado es más propio de un ambiente funerario. De igual forma, la calidad de los
tipos cerámicos y sus motivos decorativos son más comunes de ajuares funerarios que de actividades
domésticas. Asimismo, la propia configuración de la cueva, formada a partir de una dolina de colapso,
constituyendo un pozo profundo, rellenado a lo largo del tiempo por multitud de derrubios e innumerables
inhumaciones difíciles de cuantificar, no presenta ningún tipo de adecuación para asentamiento estable.
Aunque a lo largo de su pervivencia, relacionada con actividades antrópicas, pudo ser visitada, ocupada
temporalmente o ser objeto de rituales de difícil filiación. Los estratos quemados sin estructuras visibles,
de igual forma, pudieran relacionarse con estas inconcretas actividades. En relación a los enterramientos
APL XXX, 2014
[page-n-74]
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
65
colectivos descritos en este lugar, hemos expresado en diversas ocasiones nuestra opinión en trabajos ya
citados. Constituyen numerosísimas inhumaciones individuales en un lugar común, que a lo largo del
tiempo conformarían una intensa necrópolis.
Aunque muy sugerentes para el tema que nos ocupa, las dataciones absolutas procedentes de esta
cueva hay que considerarlas con cierto cuidado, pues las muestras orgánicas, como pólenes, fauna salvaje,
etc., sobre las que se obtuvieron, no pueden con seguridad ser consideradas como propias de una acción
antrópica (Carrasco et al., 2010). De todas formas, el registro cerámico conocido de esta cueva relacionado
con un Neolítico Antiguo con cardial lo justifica suficientemente, aunque desconocemos su verdadera
secuenciación crono-cultural. Para una mejor visualización cronológica de ella, serían necesarias dataciones
absolutas sobre muestras de todos los restos óseos humanos obtenidos en sus variopintas intervenciones.
Cuestión que, por diversos motivos, es harto difícil de realizar.
La Loma (Illora, Granada)
De este erosionado asentamiento al aire libre en el borde de La Vega, del que solamente se conservaron
algunas fosas con restos de variados registros arqueológicos, se obtuvieron una serie de dataciones absolutas
por AMS sobre muestras de conchas marinas, que aludían a un Neolítico Reciente. Sin embargo, el análisis
de una de ellas, procedente de la Estructura E03 (Beta-296955) dio un 6750±40 (1σ: 5400/5300; 2σ:
5450/5260), lo que requiere un mínimo comentario. En un reciente trabajo, tras un conocimiento directo de
los registros arqueológicos de este enclave y previo a la publicación de su monografía (Aranda et al., 2012),
señalábamos que “la cronología del conjunto podría estar comprendida entre finales del V y IV milenio
a.C.” (Carrasco et al., 2012: 44). Grosso modo, las datas absolutas obtenidas han confirmado nuestro primer
análisis. Sin embargo, la que alude a la referenciada del VI milenio, solamente indicaría la muerte biológica
del bivalvo datado y no puede ser justificada, según alguno de los autores de la monografía, por la presencia
en algunas fosas del propio yacimiento de ciertos registros cerámicos, no bien catalogados. Nos referimos a
la presencia de dos fragmentos de toberas o, en todo caso, boquillas de tobera, que jamás por tipología, pasta
cerámica, grosor de paredes, tamaño, etc., pueden corresponder a “asas pitorros”. Tipos que, en todo caso,
aparecen con mayor frecuencia en ambientes funerarios del Neolítico Antiguo/Medio y este no es el caso
de La Loma. Tampoco la presencia de algunas cerámicas lisas con restos de pintura, no de las consideradas
antiguas (Carrasco et al., 2012), puede justificar una alta cronología del VI milenio a.C. Este enclave no
ofrece mayores argumentos cronológicos que los ofertados por las propias datas absolutas obtenidas en él,
obviando sin lugar a dudas la que citamos a modo de información.
Cueva del Agua/Mujer (Alhama de Granada, Granada)
En un reciente trabajo, hemos tratado la problemática de este complejo cavernícola, excavado entre
otros por McPherson (1870) y M. Pellicer (1964), comprobándose que corresponden a una misma cueva
con al menos dos entradas, Agua y Mujer (Carrasco et al., 2010b). Indicábamos para este enclave un
uso exclusivamente funerario y una cronología de fundación del Neolítico Antiguo Epicardial. Las datas
absolutas obtenidas por AMS, sobre muestras óseas humanas procedentes de las inhumaciones excavadas
por Pellicer en el sector Cueva del Agua, así lo han confirmado. El registro cerámico de este enclave está
exento de decoraciones impresas antiguas, por lo que sería necesaria una revisión del material arqueológico
obtenido por McPherson en el sector de La Mujer, depositado en diversos museos italianos (Catania y
Brescia), para poder contrastarlo con la escasa documentación expresada en su publicación original.
Sima LJ-11 (Loja, Granada)
Profunda sima, de uso exclusivamente funerario, revisada recientemente (Carrasco et al., 2010b). Del
estudio de sus registros cerámicos, con mínimas decoraciones impresas y abundantes motivos incisos,
plásticos y de prensión, concluíamos para ella una cronología de fundación del Neolítico Antiguo Epicardial,
APL XXX, 2014
[page-n-75]
66
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
como así ha sido confirmado. Las muestras analizadas por AMS se han realizado a partir de restos óseos
humanos depositados en el Laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada, correspondientes a
un individuo adulto y otro infantil, en proceso de publicación.
Cueva de Malalmuerzo (Moclín, Granada)
Cueva de uso exclusivamente funerario, al menos durante la Prehistoria Reciente. No olvidemos que
este enclave ha proporcionado una secuencia funeraria, con episodios de ocupación desde el Paleolítico
Superior hasta la Edad del Cobre. Habiéndose documentado de ellos múltiples inhumaciones
correspondientes, posiblemente entre otros periodos, a toda la secuencia neolítica. Las cerámicas
impresas con o sin cardial están bien representadas, pero se haría necesario, como único argumento,
un análisis más exhaustivo del total de restos óseos humanos exhumados, para obtener datos más
precisos sobre su verdadera ocupación funeraria. Se han obtenido dataciones absolutas por AMS sobre
dos muestras extraídas al azar de restos óseos humanos pertenecientes a un individuo infantil y otro
adulto, exhumados en las excavaciones realizadas por F. Carrión y F. Contreras (1979, 1981, 1983),
que aluden a una fase antigua del Neolítico Antiguo Epicardial (CNA-1127) y del Neolítico Reciente/
Final (CNA-1126: 5220±30 BP)
Los Castillejos (Montefrío, Granada)
Asentamiento al aire libre con gran tradición arqueológica. Su secuencia estratigráfica, en la actualidad,
quizás sea la más completa conocida en el sur de la península y muy posiblemente en territorio nacional
(Afonso et al., 1996; Cámara et al., 2005 y 2010). De este yacimiento se han obtenido gran número de
muestras, principalmente sobre cereal doméstico y carbón, con datas absolutas que irían desde el Neolítico
Antiguo Epicardial hasta un Cobre Final. En la tabla1, exclusivamente incluimos las datas absolutas
referentes a sus niveles antiguos.
Cueva de las Campanas (Gualchos, Granada)
Responde al status de cueva/sima profunda, de difícil acceso, con escasas posibilidades para desarrollar
en su área de influencia inmediata una mínima eco omía doméstica de sustento. Con estas dificultades,
n
ofrece en su interior una sur encia de agua, que justificaría visitas continuadas durante el Neolítico
g
Antiguo, al margen de las propias para inhumar. La datación absoluta por AMS obtenida sobre muestra de
resto óseo humano, perteneciente al Neolítico Reciente/Final (CNA-1130: 5390±35BP), ha sido incluida
en este apartado, exclusivamente por constituir un referente novedoso. Por el conocimiento del registro
arqueológico de esta cueva (Mengíbar et al., 1983), su cronología tendría que elevarse mínimamente a un
Neolítico Antiguo Epicardial.
Sima de los Intentos (Gualchos, Granada)
De esta profunda sima, próxima a la costa granadina, procede un amplio registro neolítico (Navarrete et
al., 1986), habiendo sido parte de él objeto de revisión en trabajos recientes (Carrasco et al., 2009b, 2010c,
2011c y 2012). Ofreciéndose para ella, cronologías al menos desde el Neolítico Antiguo, especialmente por
sus registros cerámicos. La datación absoluta obtenida por AMS sobre uno de los múltiples restos humanos
de este contexto sepulcral (CNA-1133: 5165±45BP), solamente se refiere a una inhumación secundaria,
propia de un Neolítico Tardío/Final.
Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada)
Cueva con funcionalidad de necrópolis, conocida desde mediados del siglo XIX (Góngora, 1868), habiendo
generado una amplia bibliografía. Últimamente, ha sido objeto de una revisión parcial (Carrasco y Pachón,
2009b). El conjunto de las datas absolutas por C14 convencional, obtenidas sobre madera y esparto,
APL XXX, 2014
[page-n-76]
Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
67
aluden a una cronología comprendida entre un Neolítico Antiguo y Medio/Reciente. De ellas entresacamos
dos, la primera de ellas y más antigua sobre madera, no muy tenida en cuenta, puede corresponder a un
instrumento de largo uso, que desconocemos cuándo y de qué forma se introdujo en la cueva pero que
puede perfectamente corresponder a un Neolítico Antiguo sensu stricto. La segunda data, sobre esparto,
corresponde a un Neolítico Antiguo Epicardial.
Cueva de las Palomas (Teba, Málaga)
De esta amplia cueva, asociada al asentamiento al aire libre del Llano Espada (Morgado y Martínez, 2005),
con estratigrafía confusa y funcionalidad básicamente funeraria, procede una datación absoluta de amplia
desviación tipo. Obtenida por C14 convencional sobre muestra de carbón, sólo es indicativa de un momento
de su amplia ocupación (Ugra-204). Pues del registro arqueológico conocido, tanto de la cueva como del
asentamiento, podríamos concluir para estos enclaves una cronología del Neolítico Antiguo sensu stricto,
al margen de otras ocupaciones anteriores y posteriores que desconocemos.
Cerro de Capellanía (Periana, Málaga)
Amplio asentamiento al aire libre, conformado por una serie de aldeas monofásicas con débiles estructuras
de ocupación. De su denominada Fase I, más antigua, procede una datación absoluta por C14 convencional
sobre muestra de carbón, que puede indicar una cronología de fundación para este asentamiento del
Neolítico Epicardial reciente/Neolítico Medio.
Cueva de Nerja (Nerja, Málaga)
Posiblemente, junto al poblado de Los Castillejos de Montefrío, constituya el enclave arqueológico andaluz
que mayor número de dataciones absolutas haya proporcionado. La única diferencia es que las obtenidas en
este último datan niveles y contextos culturales precisos y las procedentes de Nerja, tienen valor solamente
en sí mismas. En trabajos recientes ya hemos expuesto nuestra valoración sobre la Prehistoria Reciente
de esta cueva y de algunos de sus registros materiales, así como de su funcionalidad funeraria (Carrasco
y Pachón, 2009b). En este apartado, sólo hemos seleccionado algunas de las datas obtenidas, que pueden
estar relacionadas cronológicamente con los inicios del Neolítico en la costa, aunque se podrían haber
incluido otras muchas más. Recientemente, hemos obtenido por AMS sobre muestras óseas de perros
procedentes de niveles de excavación, considerados del Neolítico Antiguo, dataciones históricas (CNA556: 230±35 BP y CNA-557: 335±30 BP). Desde este punto de vista, al margen de otras consideraciones,
en esta cueva solamente sería importante la datación absoluta sobre restos óseos humanos y especies
domésticas. De las que sólo se ha realizado una (Ua-12467), el resto de ellas sobre carbones y cereales
para datar niveles estratigráficos, fosas y otras entelequias, etc., hay que considerarlas con sumo cuidado
en relación a lo que se ha intentado fechar. De gran interés es la data por AMS obtenida sobre restos de
Ovis aries (Beta-131577).
Cueva del Toro (Antequera, Málaga)
De esta cueva, referenciada en nuestros trabajos en múltiples ocasiones, con funcionalidad, desde nuestro
punto de vista, básicamente funeraria, proceden una serie de dataciones absolutas sobre carbones, conchas,
etc., que aluden a una cronología discontinua desde el Neolítico Antiguo con cardial, Neolítico Medio
según sus investigadores (Martín et al., 2004), hasta un Cobre/Bronce.
Cueva del Hoyo de la Mina (Málaga)
Localizada en la bahía de Málaga, próxima a la línea de farallones, que delimita la costa del mar, hoy día
desaparecida por la extracción de piedra de una cantera de áridos. Excavada a principios del siglo XX por
M. Such (1920) y objeto en años posteriores de múltiples referencias y comentarios científicos. Tras su total
APL XXX, 2014
[page-n-77]
68
J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
destrucción, fue objeto entre 1999/2001 de nuevas excavaciones por el Departamento de Prehistoria de la
Universidad de Málaga (Baldomero et al., 2005). De los registros obtenidos por M. Such, configuración de la
cavidad y los procedentes de las últimas limpiezas realizadas, así como por la gran cantidad de restos óseos
humanos exhumados, al margen de otras precisiones, consideramos para ella al menos, durante la Prehistoria
Reciente, una funcionalidad básicamente funeraria, aunque también es factible, algún tipo de ocupación
coyuntural doméstica. Se ha obtenido una datación absoluta por AMS sobre muestra de carbón referida a
un Neolítico Antiguo Epicardial evolucionado. Por comparación con los registros cerámicos obtenidos en
algunas grietas próximas, en los acantilados del Complejo del Humo, consideramos que la datación absoluta
obtenida no expresa la mayor antigüedad de este enclave, aunque no se atestigua muestra cardial.
Bajondillo (Torremolinos, Málaga)
Cueva o abrigo destruido, del que sólo subsisten restos de una posible secuencia estratigráfica colgada. El
escaso material rodado que se conserva de este enclave, hace difícil una precisión sobre su funcionalidad.
Se constata algún fragmento cerámico con decoración impresa antigua y un diente hoz que de igual forma
puede ser adscrito al Epipaleolítico que al Neolítico, diferenciado sólo por el uso o no en él del tratamiento
térmico, que desconocemos. De las dos datas absolutas obtenidas por AMS sobre muestras de carbón solo
hemos incluido en la tabla1 la más reciente (Cortés, 2007).
Cueva del Hostal Guadalupe (Torremolinos, Málaga)
La cavidad, probablemente sepulcral, se localiza a unos 600 m hacia el este de la anterior, en el mismo
complejo travertínico de Torremolinos, habiendo sido parcialmente destruida durante unos trabajos de
edificación. El material carpológico depositado en el Museo Provincial de Málaga se asocia a registros
arqueológicos que pueden corresponder, sin excesiva precisión, a un Neolítico Antiguo posiblemente
Epicardial corroborado por sus dataciones absolutas (Cortés et al., 2012).
Roca Chica (Torremolinos, Málaga)
Abrigo abierto en el complejo travertínico de Torremolinos (Málaga), localizado a escasas decenas de
metros de la costa, en una cota inferior a 10 m s.n.m. Durante los trabajos de construcción de un complejo
de apartamentos se seccionó un silo con cereal doméstico, asociado a registros arqueológicos neolíticos,
que desconocemos. Existe un análisis preliminar de los restos carpológicos recuperados en el yacimiento,
bajo la denominación Cueva del Bajoncillo, sustituida, a partir de una revisión de la toponimia de los
yacimientos de Torremolinos (Cortés, 2007), por la que encabeza este epígrafe. Los datos disponibles,
especialmente por las dataciones absolutas obtenidas (Cortés et al., 2012), apuntan a un Neolítico Antiguo
Epicardial. No se han encontrado restos humanos asociados. La propia morfología del abrigo y la posible
existencia en él de una secuencia más amplia, parece indicarnos, sin seguridad, un enclave con factibles e
intermitentes ocupaciones humanas durante la Prehistoria Reciente.
Cueva Hundidero-Gato (Benaoján/Montejaque, Málaga)
De las excavaciones realizadas en los años setenta por Mora Figueroa (1976) en la galería del Caballo,
situada en la entrada del gran complejo cavernícola Hundidero-Gato, se documentaron restos óseos al menos
de tres individuos adultos, asociados a un rico registro funerario, destacando entre otros tipos cerámicos,
asas pitorro y decoraciones cardiales. Sin embargo, la que se documenta como tal en la publicación original,
no la consideramos así, aunque se trata de una impresa de las consideradas antiguas. Las datas absolutas
por AMS, se han obtenido sobre restos óseos humanos pertenecientes a dos de los individuos exhumados
del Neolítico Antiguo Epicardial, aunque las cronologías de otras ocupaciones funerarias en esta cueva
pudieran corresponder a momentos anteriores.
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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Cueva del Esqueleto (Cortes de la Frontera, Málaga)
Pequeña y angosta cavidad sepulcral que en los años setenta proporcionó restos óseos humanos de un mínimo
de tres individuos adultos, depositados en el Ayuntamiento de Cortes de la Frontera. Junto a ellos apareció
algún resto cerámico encastrado en una colada estalagmítica (comunicación personal de A. Morgado). Se han
obtenidos tres dataciones absolutas por AMS sobre muestras óseas de los citados individuos, siendo en la
actualidad su registro óseo y arqueológico objeto de estudio por parte de A. Morgado y colaboradores.
Cueva de los Murciélagos (Zuheros, Córdoba)
Cueva sobre diaclasa de difícil y compleja filiación funcional. De ella, en un primer momento se obtuvieron
dataciones por C14 convencional, sobre carbón y semillas, con altas desviaciones tipo, que en algunos casos
aluden a un Neolítico Epicardial evolucionado. Posteriormente Gavilán y otros obtuvieron nuevas datas
absolutas sobre muestras de carbón, coincidentes con la serie anteriormente obtenida, también con altas
desviaciones tipo. Últimamente, se han realizado nuevos análisis sobre cereales, que han proporcionado
datas absolutas más precisas, pero de similar entidad cronológica que las series anteriores. Del registro
arqueológico conocido de esta cueva, así como por la homogeneidad de sus datas absolutas, consideramos
ocupaciones no bien especificadas en la Prehistoria Reciente a partir de un Neolítico Antiguo Epicardial.
Evidentemente, las ocupaciones ocurridas en esta cueva, no sabemos de qué tipo, en nuestra opinión
funerarias, están bien datadas a lo largo del Neolítico Antiguo Epicardial y Medio, pero también sería
necesario, su justificación cultural con los correspondientes registros arqueológicos obtenidos de estos
períodos, que desconocemos, especialmente los procedentes de las últimas excavaciones.
Cueva de los Mármoles (Priego de Córdoba, Córdoba)
En nuestra opinión, constituye una de las cavidades más importantes con vestigios arqueológicos en la
Provincia de Córdoba. En relación con su funcionalidad durante la Prehistoria Reciente, no tenemos una
información precisa. En este aspecto, los datos más relevantes proceden de R. Carmona, a partir de una
prospección, que realizó en los años noventa (Carmona et al., 1999). Este enclave no es una cueva usual de
las normalmente conocidas en Andalucía, aquí hay espacios abiertos y configuraciones internas, factibles
para la posible existencia de un hábitat esporádico, así se ha podido documentar por la presencia de un
taller de brazaletes de piedra que hay que relacionar con estas ocupaciones en el Neolítico Antiguo/Medio
(Martinez-Sevilla, 2010). También se han constatado ocupaciones esporádicas en momentos pleistocénicos,
holocenos antiguos e incluso históricos. Lo que sí parece evidente es la constatación en ella de múltiples
inhumaciones desde el Neolítico Antiguo hasta época histórica. La datación absoluta obtenida sobre
muestra de cebada (Hordeum vulgare L.), procedente, según los autores, de un posible “silo”, corresponde
en nuestra opinión a un Neolítico Antiguo Epicardial. Cronología, que en el caso de esta cueva, no es
determinante, pues se conocen de ella registros cerámicos que podrían considerarse más antiguos.
El Retamar (Puerto de Santa María, Cádiz)
De este asentamiento costero al aire libre con cardial, existen tres dataciones absolutas sobre muestras de
conchas. Dos fechan el Hogar 18 y la tercera el Conchero 6 (Ramos, 2004: 78-79). Una media ponderada
de sus calibraciones ofrece una cronología entre 5939/5716 a.C., es decir, en la parte alta de lo que grosso
modo puede constituir una facies del Neolítico Antiguo con cardial.
Cueva Chica de Santiago (Cazalla de la Sierra, Sevilla)
Cueva de funcionalidad no precisada, pero con innumerables y no bien especificadas inhumaciones en su
interior. El registro cerámico, sin cardial, alude a un Neolítico Antiguo y las dataciones absolutas obtenidas
en ella, aunque con problemas, así lo corroboran.
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J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
La Dehesilla (Arcos de la Frontera, Cádiz)
Cueva de funcionalidad no precisada, pero con numerosas y no bien especificadas inhumaciones en su
interior. El registro cerámico alude a un Neolítico Antiguo con cardial y las dataciones absolutas obtenidas
en ella, aunque en parte y con problemas, así lo testifican.
3. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Previo a la discusión de los resultados ofrecidos por las nuevas y viejas dataciones absolutas expuestas en la
tabla1, hemos de efectuar algunas breves reflexiones de orden metodológico en relación a lo que expondremos
a continuación. Siguiendo a los clásicos, podríamos intuir que el historiador, en este caso el prehistoriador, en
sus trabajos y síntesis, pudiera ofertar modelos, incluso en algunos casos, desde su propia óptica interpretarlos,
con el fin de dinamizar y hacerlos más creíbles. Es decir, utiliza diferentes variantes en sus procesos de
investigación, que pueden o no cambiar con el devenir de los tiempos. Sin embargo, esto no debe realizarse
con el control de ellos, en este caso con la cronología absoluta. Los acontecimientos en Prehistoria tienen
validez cuando se constatan en el espacio y el tiempo, lo contrario sería entrar en ámbitos de leyendas y mitos.
De aquí la obligación de encontrar puntos de anclaje en el tiempo, alrededor de los cuales poder mínimamente
agrupar los datos. En la actualidad, estos puntos para algunos periodos de la Prehistoria, solamente en ciertas
situaciones sólo los ofrece la cronología absoluta. A partir de la cual, se puede en ciertos supuestos, interpretar,
especular, etc., pero sus datos numéricos, en nuestra opinión, deben ser inamovibles por mucho que nos cueste
aceptarlos. Buscar puntos débiles y utilizar sesgadamente las diferentes alternativas, que ofrece este tipo de
cronologías, de igual forma que dar o no validez a las muestras analizadas sobre las que se han obtenido los
análisis, no deja de constituir en ocasiones una manipulación interesada de las datas cronológicas obtenidas,
generada por no concordar o ser afín con ciertos modelos preestablecidos. En este caso, las fechas absolutas
que hemos reunido en relación al Neolítico Antiguo en el sur peninsular, no por escasas y en algún caso
problemáticas, dejan de ser sugerentes y en algún caso esclarecedoras. No pretendemos con ellas secuenciar
fielmente esos silentes registros arqueológicos depositados en Museos y Colecciones, procedentes de cuevas
sin estratificar, aunque en la mayoría de los casos provengan de excavaciones regladas. Solamente intentamos
ofrecer un bosquejo del armazón y puntos de anclaje para este período cronocultural.
Al analizarse más detenidamente las dataciones absolutas para las fases antiguas, obtenidas en
los diferentes ámbitos neolíticos del sur peninsular comprobamos en su cómputo ciertas carencias,
principalmente relacionadas con las denominadas de transición Epipaleolítico/Neolítico y Neolítico Antiguo.
Por el contrario están bien representadas las que podrían entrar en lo que se ha venido denominando como
Neolítico Antiguo Epicardial, es decir, aproximadamente entre el 5500/4900 AC. Y no es que sean excesivos
los enclaves datados sino que algunos de ellos han proporcionado un gran número de ellas. Hemos recogido
en la tabla1, cien dataciones absolutas obtenidas en veinticuatro enclaves, de los cuales cinco corresponden
a asentamientos al aire libre y diecinueve a cuevas, que en su mayoría pudiésemos considerar de carácter
funerario. Este cómputo de dataciones, constituiría en principio, un número relativamente representativo,
pero por dos motivos básicos no es así. En primer lugar, porque los veinticuatro yacimientos que han
proporcionado dataciones absolutas, representan sólo un porcentaje mínimo de los que actualmente se
conocen en Andalucía con registros adscribibles a fases antiguas neolíticas. En segundo lugar, porque de
las cien dataciones, cincuenta y una provienen de solo tres yacimientos: dieciocho de Los Castillejos, doce
de Cueva de Nerja y veintiuna de Cueva de Los Murciélagos de Zuheros, el resto, es decir cuarenta y nueve
se han obtenido en veintiún enclaves diferenciados.
De contextos perfectamente secuenciados, serían las datas procedentes de asentamientos, como Los
Castillejos, Cerro de la Virtud, Retamar y Cueva del Nacimiento, en el orden citado. De las obtenidas en
cuevas, tendrían mayor firmeza las realizadas sobre muestras de especies animales o vegetales domésticas,
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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o incluso de restos óseos de Homo, avaladas por registros materiales clasificados, procedentes o no, de
excavaciones. En este caso, por su uniformidad y coherencia, es muy sugerente la serie de datas obtenidas
en Los Murciélagos de Zuheros, que parecen proceder tanto las más antiguas obtenidas, como las más
recientes, de un similar contexto arqueológico, que seguimos sin conocer después de los años transcurridos
desde su excavación. Ofreciendo ésta, la impresión de estar en un proceso de continua reelaboración,
sin conocerse con seguridad el verdadero status ocupacional de la cavidad. La data de Los Mármoles,
sobre cereal doméstico, consideramos que no es representativa de un momento antiguo de su secuencia
ocupacional, pues existen evidencias materiales en ella que podrían elevarla en un futuro. Las datas aisladas,
de cuevas como Agua/Mujer, LJ11, Malalmuerzo, Hoyo de la Mina y Gato, obtenidas por AMS sobre
muestras de restos óseos humanos, algunas procedentes de excavaciones antiguas, están perfectamente
avaladas y acordes con los registros arqueológicos que se les asocian. Las dos, procedentes de Cueva de las
Palomas y asentamiento al aire libre de Cerro de Capellanías, tienen en nuestra opinión diferentes lecturas.
La primera hace alusión a un momento de ocupación, diríamos que funeraria, en el devenir de la cueva,
pues por el descontextualizado registro arqueológico, que conocemos, procedente de ella, no consideramos
haga alusión a momentos antiguos de su ocupación. Por el contrario la de Capellanías, es indicativa de la
fundación de uno de los reducidos asentamientos, que conforman el conjunto del yacimiento. Una especial
atención merecen las tres datas obtenidas sobre restos de Homo en Cueva del Esqueleto que pueden aludir a
la ocupación funeraria de una estrecha cavidad desde finales del Epipaleolítico hasta un Neolítico Antiguo
avanzado. Aunque en el estado actual de la investigación, podríamos en este caso cuestionarnos, si estas
datas fechan una población retardataria de tipo epipaleolítico o por el contrario los inicios de un Neolítico
Antiguo. En último caso, la fecha antigua (Beta-324381) es la primera que se obtiene sobre un Homo de
esta cronología, sea el último epipaleolítico o el primer neolítico. El resto de los enclaves en cuevas, de
los más importantes con dataciones absolutas, para la comprensión de los inicios del Neolítico Antiguo
andaluz, presentan otro tipo de problemática. Nos referimos a Murciélagos de Albuñol, Cueva del Toro,
Carigüela, Nerja y Dehesilla.
De la Cueva de los Murciélagos de Albuñol no es excesivo lo conocido de sus sesgados registros
funerarios. Las dataciones absolutas recientemente obtenidas sobre espartos, muestran una gran coherencia
a partir de una fase evolucionada del Neolítico Epicardial y posteriores períodos. Solamente la data antigua
(CSIC-247) obtenida sobre madera, que desconocemos si procedía o no de un útil, ofrece dificultades de
interpretación. Más que nada, por el desconocimiento del total del registro arqueológico, que en su momento
debió proporcionar esta cueva, que en principio, no alude a la antigüedad mostrada por esta fecha absoluta.
Sin embargo, no descartamos su validez, especialmente la del tramo bajo de su calibración, en relación
con la posible cronología de una facies antigua neolítica. Más aún, cuando se puede considerar, que la
madera de la que se obtuvo la data, por la especial localización de esta cueva, debió ser introducida en ella,
exclusivamente por una acción antrópica. En definitiva, en la actualidad desconocemos los orígenes de las
primeras ocupaciones funerarias ocurridas en esta cueva, próxima a la costa, que no constituye un hallazgo
aislado sino que está relacionada con otras cuevas utilizadas como necrópolis y registros cerámicos propios
de una facies antigua del Neolítico con cardial, pero sin dataciones absolutas.
De Cueva del Toro, la más recientemente excavada del último grupo señalado, en el interior del sistema
kárstico de Antequera, proceden datas absolutas, algunas con altas desviaciones tipo, pero coherentes con
los registros exhumados en ella. Aunque no con la secuenciación cronocultural que sus investigadores han
intentado ofrecer de ellos, muy lineal, que en nuestra opinión, no responde a la realidad arqueológica de
esta cueva. Sus registros materiales con un muy alto matiz funerario, pueden ser referentes de una secuencia
cronológica, que transcurriría con intervalos ocupacionales más o menos intensos a lo largo de todo el
Neolítico. Desde sus fases antiguas con cardial hasta momentos epigonales y posteriores ocupaciones
durante la Edad del Cobre y períodos históricos. Las datas obtenidas, pueden reflejar esta situación, pero
no las consideramos definitivas, pues en el futuro nuevas de ellas podrían sobrepasar perfectamente el 5500
a.C., como sucede con algunas de las calibraciones ya realizadas, especialmente para sus tramos altos.
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J. Carrasco Rus y F. Martínez-Sevilla
Por último, en este apartado, tendríamos que realizar unas breves reflexiones sobre las dataciones
absolutas aportadas por los tres yacimientos andaluces en cuevas que completarían este último grupo,
en nuestra opinión, con diferentes problemáticas. Sucintamente ya se ha comprobado, como Cueva de
Carigüela, quizás el enclave más paradigmático del Neolítico andaluz, ha proporcionado una serie de datas,
de confusos contextos, no obtenidas en excavaciones regladas y finalidades no muy precisadas. En síntesis,
pocos argumentos absolutos en donde anclar de forma fidedigna los ricos registros funerarios conocidos de
esta cueva. Parece ser, que se están o se van a realizar análisis más exhaustivos sobre restos óseos humanos
exhumados en ella, con la finalidad, entre otras, de obtenerse un mayor número de dataciones absolutas.
Que no dejarán de ser nuevos puntos de anclaje en esta cueva, pero de difícil asociación con los registros
arqueológicos, que se pretenden contextualizar. Las dataciones absolutas obtenidas sobre muestras no bien
especificadas ¡si son por acción antrópica!, hacen alusión con seguridad, a la presencia en la cueva, de fases
de ocupación correspondientes al Neolítico Antiguo con o sin cardial, bien justificadas tipológicamente.
La segunda sería Cueva de Nerja, con importante presencia neolítica y suficientes datas absolutas,
obtenidas en excavaciones antiguas y en tiempos recientes. De hecho no han cesado de obtenerse, para fechar
los más variados contextos, fases, estratos, etc. Sus registros arqueológicos hacen referencia, al margen de
los propiamente pleistocenos, a toda la Prehistoria Reciente y diríamos que tiempos históricos. Es decir, en
esta cueva existen dataciones y registros arqueológicos que los pueden justificar. El problema, es que estos,
por mucho que se intente y por multitud de datas absolutas, que se obtengan, no pueden ser correctamente
secuenciados y esta constituiría su verdadera problemática. Las dataciones absolutas de esta cueva con altas
desviaciones tipo, indican para ella, en muchos de los casos, ocupaciones neolíticas con o sin cardial, al
menos, desde los inicios del VI o incluso desde finales del VII milenio a.C. Aunque, si somos muy estrictos, la
única data absoluta, con verdadera entidad neolítica en sí misma, es la Beta-131577, que alude a la presencia
en la península ibérica de ovejas domésticas con cronología antigua de mediados del VI milenio a.C.
Cueva de la Dehesilla completaría este último grupo, siendo, en nuestra opinión, la más enigmática
y quizás históricamente la más obviada en la investigación que nos ocupa. Desde un principio, fue
cuestionada por las altas datas absolutas para el momento en que se obtuvieron y sus calibraciones con
elevadas desviaciones tipo, no bien asumidas por la investigación oficial de la época. Posiblemente también
por la complejidad de su registro arqueológico, quizás en origen no bien secuenciado, muy propio, como
se ha comprobado, de los contextos sepulcrales andaluces. Al margen de estas problemáticas, los anclajes
cronológicos obtenidos en esta cueva, los consideramos en la actualidad, plenamente justificados por la
existencia en ella de registros cerámicos antiguos, con o sin cardial.
En resumen podemos considerar, que de una u otra forma, todas las datas absolutas, que numéricamente
trataremos seguidamente, tienen suficiente justificación cultural para ser consideradas como anclajes
cronológicos en los inicios del devenir neolítico del sur peninsular. Por el contrario, si queremos visualizarlas
desde un punto de vista reduccionista, con valor en sí mismas, son muy escasas las que pudiésemos valorar.
En este caso, y no es nuestra opción, solo las que aludirían a especies animales/vegetales domésticas y
huesos contextualizados de Homo. El resto, por diversos motivos interesados, en algunos casos espurios
y manipulados, no tendría validez. No siendo esta la versión, que en el precario estado actual de la
investigación sobre el Neolítico Antiguo, nos puede ocupar o preocupar.
A partir del registro arqueológico de cuevas y asentamientos al aire libre, que han proporcionado
dataciones absolutas, comprobamos que solamente nueve de estos enclaves han ofrecido valores calibrados
por encima del 5450/5500 AC. Cronología que en la actualidad consideramos como divisoria entre lo que
podríamos denominar Neolítico Antiguo sensu stricto y Neolítico Epicardial, hasta aproximadamente
el 4900/4850 AC, que grosso modo iniciaría la transición hacia lo que se ha denominado, sin excesivos
argumentos contrastados, como Neolítico Medio. Esta cronología la consideramos firme, avalada por la
secuencia cronoestratigráfica de Los Castillejos de Montefrío. En cuyos niveles antiguos de ocupación,
junto a una extensa y variada muestra de cerámicas decoradas y lisas, se comprueba una muy escasa
presencia de amortizados fragmentos impresos antiguos, propios de un ambiente epicardial antiguo. En
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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general, registros cerámicos evolucionados en relación a los que podríamos considerar propios de una fase
anterior, con mayores porcentajes de impresas antiguas y motivos más barrocos. Todo relacionado, en este
asentamiento al aire libre, plenamente consolidado, con una agricultura y ganadería desarrollada y variedad
de especies domésticas animales y vegetales como bóvidos, ovicápridos, suidos, cánidos, diferentes tipos
de cebada, trigo, guisantes, habas, etc. Junto con el aprovechamiento de otras especies salvajes como vid,
aceituna, zarzamora, bellota, etc., y una gran variedad de malas hierbas explotadas y animales obtenidos por
actividades cinegéticas (Cámara et al., 2010). Con estos sintéticos datos, bien contrastados en Los Castillejos
de las Peñas de los Gitanos, solamente intentamos incidir que el 5500/5450 AC, solamente representa una
data intermedia diríamos que evolucionada, en el devenir del Neolítico Antiguo andaluz. Enclaves que han
proporcionado esta cronología o pueden mínimamente proporcionarla, son multitud hoy día en la geografía
andaluza. Especialmente conocidos por sus extensas y ricas necrópolis en cuevas, próximas a entornos
abiertos y favorables para explotaciones agrícolas y ganaderas. Solamente su dispersión en multivariados
nichos ecológicos muy distantes entre sí, indicaría el conocimiento arraigado a través de generaciones, que
tendrían estas poblaciones de los diversos entornos andaluces y estas experiencias no pueden justificarse por
simples trasvases de poblaciones o trasmisiones precipitadas de conocimientos con dirección Este/Oeste.
A partir de este supuesto, consideramos que la madurez alcanzada por las poblaciones neolíticas andaluzas
de mediados del VI milenio a.C., con entornos bien seleccionados para sus prácticas agrícolas y ganaderas,
variedad de especies animales/vegetales domésticas y control de otras salvajes, solo estaría justificada por la
acumulación de conocimientos de otras poblaciones asentadas con anterioridad en similares nichos ecológicos
o próximos a ellos, que habrían transmitido sus experiencias. No tenemos excesivos conocimientos sobre
ellas, pero sus registros poco conocidos, son cada vez más frecuentes a lo largo y ancho del extenso territorio
andaluz. En la actualidad, cuantificar su muestra, es difícil de precisar, no sólo a nivel tecnológico sino de
localización puntual, pues en el registro actual aún sigue existiendo confusión entre las cerámicas impresas
antiguas y las que no lo son. De igual forma, existen multitud de cerámicas con decoración cardial, no bien
catalogadas y mal ubicadas en el espacio y tiempo. En definitiva, son antiguos y paradigmáticos muchos de
los enclaves, que en teoría o en la realidad, han ofrecido registros de los denominados como antiguos, dentro
del periodo neolítico, por encima del 5500/5400 AC, pero escasos los anclajes cronológicos absolutos en que
sustentarlos. Sin embargo, una lectura más ponderada y no interesada de ellos, puede ofrecer a nivel global
y con ciertos matices, algunos datos más esclarecedores sobre el tema que nos ocupa.
Si visualizamos el cómputo de dataciones absolutas expuesto en la tabla1, comprobamos que sólo siete
enclaves con registros neolíticos (Nacimiento, Carigüela, Nerja, Retamar, Cueva Chica, La Dehesilla y
El Esqueleto) y posiblemente otros dos (Murciélagos de Albuñol y Bajondillo) sobrepasan la mitad del
VI Milenio AC. Muestra muy escasa en relación al porcentaje de yacimientos al aire libre y necrópolis
en cuevas conocidos actualmente en la geografía andaluza con potencial para proporcionarlas. Pero,
centrándonos en estos seis yacimientos que las han proporcionado, con la única duda de Cueva Chica y
posiblemente Nacimiento, comprobamos, que todos ellos, de una u otra forma, han ofrecido, con mayor
o menor porcentaje entre sus registros cerámicos con impresas antiguas, decoraciones con cardium, muy
tenidas en cuenta para definir más fiablemente los niveles antiguos de las correspondientes secuencias
estratigráficas en donde aparecieron. Se podrá argüir que las datas absolutas de estos yacimientos no son
correctas, alteradas, contaminadas, laboratorios poco fiables, desviaciones tipo altas, carbones de “maderas
viejas”, etc. Sin embargo, qué duda cabe, si obviamos estos argumentos, en ciertos casos interesados, que
todas ellas proceden o han sido obtenidas de contextos antiguos o en relación a ellos, con o sin cardial. De
estos yacimientos, las altas datas absolutas de Murciélagos de Albuñol y Bajondillo no son muy indicativas
por la escasez o desconocimiento de registros arqueológicos asociados a ellas. La data del abrigo del
Nacimiento, relacionada con un Neolítico Antiguo denominado de “montaña” por uno de sus excavadores
(Rodríguez, 1997), puede tener una lectura especial. O bien, que efectivamente no contenga muestra cardial,
que esté mal determinada entre los registros extraídos o, que no se haya localizado en los escasos sondeos
realizados en este yacimiento. Teniéndose en este último supuesto, siempre en cuenta, que los porcentajes,
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que proporcionan los asentamientos son muy inferiores a los obtenidos en cuevas con usos funerarios.
En este sentido, no descartaríamos en Andalucía, con ciertas dudas, que la cerámica con decoración
impresa con cardium, entre otros tipos, constituyese prioritariamente un tipo de vajilla específicamente de
representación o más propia de ajuares funerarios, con escasas apariciones ya amortizadas en ambientes
domésticos, cuestión por contrastar con datos más precisos. De igual forma se podría argumentar que en
Nerja y Retamar existen sustratos epipaleolíticos, que para ciertas investigaciones, pudieran justificar las
altas cronologías de estos enclaves. Aunque no así para los registros antiguos de la Dehesilla y Carigüela,
en donde no se han detectado este tipo de ocupaciones.
Se comprueba, que los escasos yacimientos andaluces, parcialmente datados, ofrecen cronologías
básicamente de la segunda mitad del VI milenio a.C., correspondientes grosso modo a la secuencia cardial
en el área levantina, que en Andalucía podría considerarse como una fase postcardial o epicardial, más
tardía. Considerándose una mayor antigüedad para su Neolítico Antiguo sensu stricto, por encima del 5500
a.C. Periodo caracterizado entre otros argumentos, por la eclosión precoz de las cerámicas impresas, entre
las que con un mayor o menor porcentaje aparecerían las realizadas con cardium y dataciones más elevadas,
que en los contextos regionales limítrofes. En el registro arqueológico actual, desde nuestras perspectivas,
no podríamos hacerlas subsidiarias o justificativas de una expansión démica o de influencias llegadas, como
tradicionalmente se ha considerado, desde el área levantina ni menos aún desde otras áreas peninsulares.
En la actualidad, dentro de la escasez de dataciones antiguas conocidas, casi siempre asociadas a
conjuntos muy precarios con cardial, podríamos a priori realizar una primera lectura de ellas en relación a
estos ítems y sus concentradas apariciones en ciertos ámbitos geográficos. Lectura, en cierta forma
distorsionada, por falta de precisiones y escasez, como ya se ha indicado, de datas absolutas asociadas a
ajustados contextos. Desde este punto de vista, es muy sugerente el grupo de asentamientos al aire libre y
cuevas funerarias con registros antiguos, descubiertos en los últimos años en la región más meridional del
sur peninsular, en la provincia de Cádiz. Asentamientos entre otros como Retamar, La Esperilla, Bustos,
Cabezo de Hortales, etc., y cuevas funerarias como Dehesilla y Parralejo, que con altas cronologías podrían
estar en el origen del Neolítico peninsular, relacionado con la precoz llegada de posibles influencias desde
el continente africano. Hipótesis no muy novedosa, pues, a intervalos, desde mediados del siglo pasado se
ha venido insistiendo en ello, aunque últimamente se ha postulado con una mayor insistencia y argumentos
(Cortés et al., 2012). Sin embargo, aun dentro de su atractivo, el considerar en la actualidad como único
subterfugio o aval, la llegada de los nuevos presupuestos neolíticos, exclusivamente por el Estrecho de
Gibraltar hasta la provincia de Cádiz, como entorno más próximo a África, no debe, con el actual registro
arqueológico, obsesionarnos. De igual forma, las costas de Málaga, desde Estepona hasta Nerja, con altas
dataciones en este último punto asociadas a registros antiguos, también pudieron ser pioneras en este tipo
de relaciones con el Norte de África. No obviándose en este aspecto, que toda la costa malagueña ha
proporcionado multitud de cuevas, en nuestra opinión de tipo funerario, muchas de ellas con registros
cerámicos antiguos mal estructurados o desaparecidos. De igual forma, que sus primarios asentamientos al
aire libre, próximos a las costas, destruidos o desaparecidos por la antropización intensiva que en los últimos
cincuenta o sesenta años han sufrido estos entornos turísticos. Sin embargo, no solamente se detectan
vestigios del Neolítico Antiguo en ámbitos costeros, sino que más al interior en las mismas provincias de
Cádiz y Málaga, se han localizado núcleos con registros antiguos y cerámica cardial, como son los casos de
Acinipo en Ronda, Complejo Hundidero-Gato, Cueva de las Goteras de Mollina, Cueva del Toro, el
Charcón (Alozaina), etc. En Sevilla, el Cabezo de Lebrija, Los Álamos (Prado del Rey), etc. Más al norte y
al este, en ámbitos geográficos de Andalucía Oriental, existen ciertos vacíos incomprensibles, sin lugar a
dudas por una manifiesta falta de investigación. Así en la provincia de Córdoba, son escasos o nulos los
registros que se pueden asociar a un Neolítico Antiguo por encima del 5500 a.C., las datas absolutas
obtenidas así lo manifiestan junto a la no existencia de muestras cardiales como referente “arcaico tipo”
mejor conocido. Quizás, Cueva de los Mármoles, en la Subbética las proporcione en un futuro próximo,
junto a otros registros cerámicos antiguos, que sí existen en ella. Cuestión no de extrañar, pues el cardial y
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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otros registros cerámicos antiguos sí han sido contrastados en la cueva funeraria de Malalmuerzo, muy
cerca de Los Mármoles, en la vertiente externa de las Sierras Subbéticas, ya en tierras granadinas. De igual
forma, el asentamiento al aire libre de Los Castillejos de Montefrío, también ha proporcionado en sus
niveles más antiguos algunos fragmentos amortizados de cerámica impresa cardial, quizás como recuerdo
o revival de tiempos pasados. Cuestión que se repite en otros muchos enclaves, que podríamos denominar
epicardiales, entre el 5500/4900 a.C., en donde son muy escasas o aisladas las cerámicas con decoraciones
impresas antiguas a favor de las mayoritarias incisas y con decoraciones plásticas. Al margen de otras
impresas evolucionadas, almagras, inicio de las boquiques, etc. En la provincia de Granada, más al nordeste,
se documentan con mayor insistencia registros antiguos con o sin cardial, que en cierta forma, jalonan gran
parte de su geografía. Muchos desaparecidos por actividades irregulares o por una mala gestión arqueológica
y en el fondo, no bien datados o deficientemente interpretados. Existen registros antiguos, al margen de los
señalados en Malalmuerzo y Castillejos de Montefrío, Cueva del Capitán en la costa granadina y Sima del
Carburero y con dudas en Cacín en Tierras de Alhama de Granada. Otros enclaves, en los entornos de La
Vega de Granada, han proporcionado muestras antiguas pero sin cardial, como puede ser Las Catorce
Fanegas y La Molaina. Pero a nivel bibliográfico, quizás los más paradigmáticos y conocidos son los
enclaves situados en los entornos de Sierra Harana. Destacando Cueva de Carigüela, Ventanas, Pagarecio,
Agua de Prado Negro, Majolicas, CV-3 de Cogollos, con registros cerámicos que podrían considerarse
antiguos con o sin cardial. Algunos, con grandes porcentajes de esta muestra, asociados casi con seguridad
a registros funerarios y con datas antiguas, si son asumibles, las proporcionadas por Carigüela, entre finales
del VII e inicios del VI a.C. Cronología, muy similar a la ofertada por algunos enclaves costeros en Málaga
(Nerja) y Cádiz (Dehesilla y Retamar) y más antiguas que las aportadas por los clásicos yacimientos
levantinos con cardial, como paradigma, no contrastado, de antigüedad. Desde este punto de vista no
tenemos un mínimo de argumentos ni cronológicos ni tipológicos, para considerar el núcleo de yacimientos
de Sierra Harana y sus cerámicas cardiales, especialmente de Carigüela y Ventanas, como una extensión o
área de influencia de la propiamente levantina, como tradicionalmente se ha asumido. Sólo por incidir en
un tipo cerámico funerario clásico, como pueden ser las vasijas con asa-pitorro, comprobamos diferencias
manifiestas. Las levantinas normalmente se corresponden con botellas mientras que en Andalucía se
presentan formas más simples como cuencos y ollas. Pero insistiendo en el tema que nos ocupa, comprobamos
que entre Carigüela y la zona levantina, al margen del extenso espacio físico que los separa, no existe o no
se han constatado registros arqueológicos antiguos con cardial que pudieran justificar algún tipo de relación
entre estos dos ámbitos geográficos diferenciados. Solamente dos yacimientos, uno en cueva y otro un gran
abrigo, muy alejados de Carigüela, en los límites con las provincias de Albacete y Murcia, podrían al
respecto ofertar algún tipo de información. El primero de ellos en cueva o abrigo destruido, corresponde a
Cueva de Pastora (Caniles, Granada) con cuatro dataciones absolutas comprendidas entre los últimos
tercios del VI y V milenio a.C. El amplio registro material que hemos podido documentar de este enclave,
muy posiblemente doméstico, algo excepcional entre el conjunto de cuevas conocido en Andalucía, no
presenta muestra cardial y el grueso de las cerámicas, con mínima representación de las impresas a
instrumento, lo componen las decoraciones incisas y plásticas. El segundo correspondería a Cueva del
Nacimiento (Pontones, Jaén), anteriormente comentado, con una datación absoluta adscrita a un Neolítico
Antiguo sin cardial, más antigua que las obtenidas en los ámbitos levantinos. Otros contextos antiguos con
cardial, al aire libre, se han documentado en regiones costeras y del interior en la Provincia almeriense,
como son Cabecicos Negros, Peñón de las Ánimas, etc., sin cronologías absolutas y no bien estructurados.
Por último, comprobamos cómo del área más septentrional de la región andaluza, en la Provincia de Jaén,
al margen de los registros cerámicos de cuevas conocidos desde antiguo (Navarrete y Carrasco, 1978),
posiblemente correspondientes a un Neolítico Antiguo epicardial, poco más se ha ofertado con posterioridad.
Recientemente, en áreas de campiñas, entre el Subbético y Sierra Morena, encuadrables en la Cuenca del
Guadalquivir, se han señalado registros cerámicos antiguos, sin cronologías absolutas, en Horneros de
Baeza y Peña Prieta de Porcuna.
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En este sucinto recorrido, en el que sólo hemos señalado yacimientos o registros potencialmente
antiguos y referenciados en bibliografía, la mayoría sin cronologías absolutas, ocupando ámbitos
geográficos y nichos ecológicos muy diferenciados, comprobamos una cierta homogeneidad en sus
registros arqueológicos conocidos. Diferenciados, en parte, sólo por su origen, sea procedente de
cuevas funerarias o asentamientos al aire libre, que la investigación tradicional no ha sabido o no le ha
interesado discernir, aunque hoy día, desde nuestra opción, nos aparecen incuestionables. De igual forma,
comprobamos ciertas homogeneidades cronológicas de finales del VII y principios del VI milenio a.C.,
para los escasos enclaves datados con mayor o menor éxito, que por su amplia dispersión y distanciamiento
entre ellos, aluden a un conocimiento del territorio en fechas aún más arcaicas. Lo cual, dificulta en la
actualidad el poder establecer sus relaciones inmediatas con otras zonas limítrofes, si es que existieron,
en orden a analizar el precoz desarrollo del mal comprendido y peor sistematizado Neolítico andaluz.
En la actualidad, de las hipótesis tradicionalmente emitidas, en relación a la búsqueda de sus orígenes,
no aceptaríamos algunas de ellas, como son las que lo justifican por influencias, no sabemos de qué tipo,
desde el área levantina o por el oeste peninsular. Sin embargo, la tercera vía, a partir del Norte de África,
con más adeptos en la actualidad y quizás, mejores argumentos científicos, aunque por el momento, no
excesivos, sí nos parece más atractiva y consistente, especialmente por lo que puede aportar en el futuro
que por la realidad actual. Las cronologías absolutas, hasta el momento, obtenidas en algunos de sus
yacimientos clásicos, no ayudan a la comprensión de estas relaciones Sur-Norte, ya que no indican una
prelación en relación a las obtenidas en los yacimientos andaluces. De igual forma las investigaciones
que en los últimos años se vienen realizando en zonas del Norte de Marruecos (El Idrisi, 2012), entre el
Río Muluya por el este y las montañas del Rif en el oeste por un equipo alemán/marroquí, han puesto al
descubierto una serie de pequeños asentamientos al aire libre y abrigos (Linstädter, 2010 a y b; Morales
et al., 2013) con secuencias del Epipaleolítico/Neolítico, que por el momento, no consideramos aporten
excesivos datos para la comprensión de los orígenes del Neolítico Antiguo andaluz. Las datas absolutas
procedentes de Ifri Oudadane, Hassi Ouenzga, etc., sobre especies vegetales autóctonas, de igual
forma, que las secuencias estratigráficas obtenidas en estos pequeños enclaves, no guardan una especial
relevancia en relación a lo similar conocido en el sur peninsular. No sólo por sus cronologías absolutas,
sino por el uso de terminologías no muy adecuadas como es por ejemplo “Epipaleolítico con cerámicas”,
término arcaico poco precisado en la actualidad. De igual forma que el concepto de Neolítico Antiguo A,
B y C, que por sus datas absolutas ocuparía toda la secuencia neolítica de Oudadane, poco contrastable
con los desarrollos andaluces. En resumen, una investigación con posibilidades de futuro en orden a la
posible comprensión del Neolítico andaluz, pero no en el momento actual, dado su estadio embrionario.
Sugerentes y de gran interés, son los registros cerámicos obtenidos en los lejanos poblados de NabtaPlaya en el Sahara Oriental (Jórdeczka et al., 2010), también considerados epipaleolíticos con cerámicas
impresas y cronologías absolutas muy altas del IX milenio a.C. Cerámicas realizadas con ruedecillas
dentadas y otras con peines arrastrados, tradiciones decorativas muy en sintonía con similares, aunque
más tardías, detectadas en algunas cuevas andaluzas del Neolítico Antiguo.
En resumen, detectamos en el Neolítico andaluz una fase antigua de difícil filiación por encima del
5500 a.C., que factiblemente lo iniciaríamos, con una cronología no bien contrastada, en la transición
del VII/VI milenio o inicios de este último no bien conectada con los últimos momentos epipaleolíticos
y una plena consolidación, que denominamos Neolítico Antiguo Epicardial, aproximadamente entre
el 5500-4900/4800 a.C. Los registros cerámicos que se asocian a esta secuencia son relativamente
homogéneos en todo el ámbito andaluz. Quizás, al margen de pequeñas matizaciones, solamente
se diferenciarían por su procedencia, sea de cuevas sepulcrales o de asentamientos domésticos. Por
cronologías, sensiblemente más antiguas y tipos cerámicos, especialmente por las formas cerámicas
sepulcrales, que en la actualidad son las más contrastables, no comprobamos excesivas afinidades con
similares en el Levante mediterráneo, por lo que a priori, no consideramos esta área geográfica próxima,
como relevante para la comprensión de los orígenes del Neolítico en el sur peninsular. De igual forma,
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Las cronologías absolutas del Neolítico Antiguo en el sur de la península ibérica
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en relación a sus posibles conexiones en origen con ciertos ámbitos africanos, no los descartamos aunque
el registro arqueológico que actualmente conocemos de ellos, especialmente en lo relacionado con sus
anclajes cronológicos por el momento, no los consideramos definitivos ni determinantes. Aunque sí
más sugerentes, por la presencia en ciertos ambientes subsaharianos, más al interior del continente,
de algunos ítems cerámicos antiguos como pueden ser las comentadas decoraciones impresas con
ruedecilla y su presencia no bien clasificada ni cuantificada en algunos contextos del sur peninsular, que
pudieran ser anteriores a lo propiamente cardial. A partir de aquí, en orden a sus orígenes, son escasas las
conclusiones consistentes, que en la actualidad se pueden obtener de los registros descontextualizados y
peor estructurados del intenso y floreciente Neolítico andaluz.
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SANCHIDRIÁN, J. L. y MÁRQUEZ, A. M. (2005): “Primeros resultados de la secuencia crono-estratigráfica de la
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38000-10000 años. Reunión de la VIII Comisión del Paleolítico Superior U.I.S.P.P. Fundación Cueva de Nerja,
Málaga, p. 272-282.
APL XXX, 2014
[page-n-90]
Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 81-131
Pablo GARCÍA BORJA a, Joan Emili AURA TORTOSA b,
Jesús F. JORDÁ PARDO c y Domingo Carlos SALAZAR-GARCÍA d
La cerámica neolítica
de la Cueva de Nerja (Málaga, España):
salas del Vestíbulo y la Mina
RESUMEN: La Cueva de Nerja es uno de los yacimientos arqueológicos de referencia a la hora de explicar
el Neolítico andaluz y peninsular. Partiendo de la caracterización de sus cerámicas, su estratigrafía y sus
dataciones radiocarbónicas, presentamos una propuesta de secuencia evolutiva neolítica. Dicha secuencia
se contextualiza en los marcos andaluz y peninsular, y también en un marco mediterráneo más amplio para
explicar la llegada del Neolítico a la costa malagueña. Asimismo, se da validez al concepto de Cultura de las
Cuevas, entidad arqueológica con la que tradicionalmente se ha relacionado la Cueva de Nerja.
PALABRAS CLAVE: Neolítico, secuencia cerámica, Andalucía, dataciones radiocarbónicas, Cultura de
las Cuevas.
Neolithic pottery from the Cave of Nerja (Málaga, Spain):
the ‘Vestíbulo’ and ‘Mina’ galleries
ABSTRACT: The Cave of Nerja is a key site for an understanding of the Neolithic period in the Iberian
Peninsula and specifically in Andalusia. In this paper we present the sequence for the Neolithic occupation
of the cave based on the study of pottery, the stratigraphy and radiocarbon dates. The occupation sequence
is contextualized in the regional area and we argue that neolithization was driven by a process with
distinctive Mediterranean traits. Moreover, we support that the concept of Culture of Caves is useful as an
archaeological entity and that the Cave of Nerja fits well in this framework.
KEY WORDS: Neolithic, pottery sequence, Andalusia, radiocarbon dating, Culture of Caves.
a
b
c
d
Investigador independiente.
paucanals@hotmail.com
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
emilio.aura@uv.es
Departamento de Prehistoria e Historia Antigua, Universidad Nacional de Educación a Distancia-Madrid.
jjorda@geo.uned.es
Department of Human Evolution, Max-Planck Institute for Evolutionary Anthropology.
Department of Archaeology, University of Cape Town.
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
domingo_carlos@eva.mpg.de
Recibido: 10/03/2014. Aceptado: 27/03/2014.
[page-n-91]
82
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
1. INTRODUCCIÓN
Las intervenciones arqueológicas realizadas en la Cueva de Nerja a lo largo de la segunda mitad del siglo XX
constituyen un referente a la hora de valorar la aparición del Neolítico en el sur de la península Ibérica. De
hecho, la interpretación de la documentación obtenida ha abierto diversos debates que siguen manteniendo
actualidad. En este contexto, los estudios que se vienen realizando sobre los materiales arqueológicos
recuperados en las intervenciones dirigidas por F. Jordá Cerdá en las salas del Vestíbulo y la Mina, entre los
años 1979-1987, aportan importantes datos a esta discusión.
En este trabajo se presentan los resultados del estudio de los materiales cerámicos procedentes de la Sala
de la Mina y los nuevos recuentos establecidos tras la revisión de un mayor número de materiales de la Sala
del Vestíbulo. En la medida de lo posible, estos materiales han sido equiparados a los de los cortes NM80A
y NM80B de la Sala de la Mina, en su momento publicados por M. Pellicer y P. Acosta (1997), parte de los
cuales también hemos examinado. La puesta en común del estudio cerámico, la secuencia estratigráfica y
las dataciones radiocarbónicas ha permitido establecer una propuesta de periodización para el Neolítico de
Nerja. En todo momento se ha intentando discriminar aquellos aspectos de la cultura material que podrían
no encontrarse en su posición originaria, así como correlacionar las ocupaciones de las salas del Vestíbulo
y la Mina, entendidas como espacios de un mismo hábitat.
Una vez expuestos los datos, pasaremos a revisar el marco de aparición de las primeras producciones
cerámicas de Nerja en el proceso de expansión del Neolítico en el Mediterráneo occidental, valorando su
aportación al Neolítico andaluz y más concretamente al de la costa malagueña.
2. LA CUEVA DE NERJA
Está situada en el extremo occidental de la provincia de Málaga, cerca del pueblo de Maro, término
municipal de Nerja (fig. 1A). Sus galerías externas contienen una importante secuencia litoestratigráfica
y arqueológica (salas de la Torca, la Mina y el Vestíbulo), abarcando el Pleistoceno superior final y gran
parte del Holoceno (Jordá Pardo y Aura, 2008). Esta secuencia está distribuida en las diferentes salas de
la cueva y plantea una cuestión que no conviene olvidar: se trata de un único yacimiento y las diferencias
que se aprecian entre los depósitos conservados en sus salas, contemporáneos en términos geológicos y
arqueológicos, deben ser vinculadas al uso de un gran espacio.
Los materiales que se presentan de las salas de la Mina y el Vestíbulo corresponden a las campañas de
1982 a 1985. La cerámica de la Sala del Vestíbulo ha sido objeto de publicaciones detalladas (García Borja
et al., 2010 y 2011a), por lo que en este trabajo expondremos los datos que han sufrido alguna modificación
estadística o tipológica. Las cerámicas de la Sala de la Mina se ofrecen con detalle por primera vez.
La Cueva de Nerja cuenta con una amplia serie de dataciones radiocarbónicas (Jordá Pardo y Aura, 2008).
En este trabajo únicamente se considerarán las realizadas por AMS sobre restos singulares identificados como
domésticos y que ofrecen un margen de error inferior a 100 años (tabla 1). De toda la serie obtenida, se ha
separado la fecha proveniente de un resto de ovicaprino de NM-8 (OxA-X-2457-57) por no ser coherente ni
con la sucesión estratigráfica ni con el contexto arqueológico (Aura et al., 2013). Sí incluimos el resultado de
una semilla fechada en NV-2 (Beta-284149), aunque tras el estudio estadístico y comparativo de las cerámicas
de esta sala (Vestíbulo) con las de la Mina y la relación de fechas sobre fauna de la propia Sala del Vestíbulo,
es evidente que no puede ser considerada válida a la hora de acotar su contexto material. Sin embargo, esta
última fecha refuerza la hipótesis que apunta a una ocupación de la Sala del Vestíbulo durante el Neolítico
medio, de la que no nos ha quedado rastro más allá de algunos elementos de la cultura material de fácil
percolación estratigráfica. Las fechas obtenidas presentan una gradación coherente que, de algún modo,
refuerza la secuencia de fases de ocupación de Nerja que aquí se propone.
APL XXX, 2014
[page-n-92]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
83
Fig. 1. Localización geográfica de la Cueva de Nerja y planta del primer tramo (A). Planimetría de las salas de la Mina,
el Vestíbulo y la Torca con zonas de excavación (B). Secuencia estratigráfica de los cuadros F5/E5 de la sala de la Mina
y B5/C4 de la Sala del Vestíbulo (C).
APL XXX, 2014
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84
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas AMS sobre elemento identificado como doméstico de las salas de la Mina y el
Vestíbulo calibradas a 2 sigmas mediante curva INTCAL 2013 (Reimer et al., 2013), utilizando el software CalPal
(versión 2013) (Weniger y Jöris, 2004).
Estrato
Soporte
Ref. Lab.
Fecha BP
SD
Cal. BC (95%)
Cal. BP (95%)
NM-5
Ovis/Capra
OxA-26077
5998
31
4990 - 4790
6940 - 6740
NM-5
NM-5
Hordeum sp
Beta-284147
6070
40
5100 - 4860
7050 - 6810
Ovis aries
OxA-26078
6149
31
5250 - 4970
7200 - 6920
NM-6
Ovis/Capra
OxA-26079
6207
32
5290 - 5010
7240 - 6960
NM-7
Ovis/Capra
OxA-26080
6196
31
5260 - 5020
7210 - 6970
NM-7
Ovis/Capra
OxA-26081
6219
33
5330 - 5010
7280 - 6960
NM-8
Ovis/Capra
OxA-26082
6214
35
5330 - 5010
7280 - 6960
NM-9
Ovis/Capra
OxA-26084
6254
33
5320 - 5160
7270 - 7110
NM-10
Ovis/Capra
OxA-26085
6342
37
5410 - 5250
7360 - 7200
NM-12
Ovis/Capra
OxA-26086
6466
33
5510 - 5350
7460 - 7300
NV-2
Hordeum vulgare
Beta-284149
5050
40
3990 - 3710
5940 - 5660
NV-2
Ovis/Capra
MAMS-20437
6185
21
5230 - 5030
7180 - 6980
NV-3
Ovis aries
Beta-369357
6300
40
5350 - 5190
7300 - 7140
NV-3 (fosa)
Ovis aries
Beta-131577
6590
40
5620 - 5460
7570 - 7410
3. LA SALA DEL VESTÍBULO
La Sala del Vestíbulo ocupa el extremo meridional de una amplia boca en forma de media luna que permitía
el acceso a las primeras salas (fig. 1B). Debido a las transformaciones producidas desde 1959 para facilitar
los accesos turísticos a las galerías interiores, resulta difícil reconstruir el talud, los posibles colapsos y
la topografía de todo el arco exterior. Posiblemente estas obras pudieron sellar el yacimiento externo,
como ya hemos señalado en alguna ocasión (Aura et al., 2010a). Definida la secuencia litoestratigráfica y
arqueológica holocena, no parece necesario extendernos en este punto.
Únicamente recordar que la cerámica se documentó en cuatro niveles (fig. 1C). El primero fue
considerado como superficial por ser el que encontramos en planta una vez retirado parte del sedimento de
la sala (NV-1), si bien la mayoría del material cerámico puede adscribirse al Neolítico antiguo. El segundo
sólo presentaba materiales arqueológicos del Neolítico antiguo (NV-2). En el tercero (NV-3), junto a los
materiales arqueológicos de indudable adscripción neolítica, se documentan otros de filiación epipaleolítica
y mesolítica, cuya presencia se considera intrusiva como consecuencia del contacto irregular entre NV-3 y
NV-2 (Aura et al., 2009; Aura et al., 2010a). En definitiva, las primeras evidencias neolíticas corresponden
a los materiales incluidos en una fosa que corta NV-4 y que finalmente hemos constatado que arranca de
NV-3 y no de NV-2, como habíamos publicado en un primer momento. De esta fosa procede un resto de
Ovis aries cuya datación mediante AMS ha proporcionado la fecha de 6590±40 BP (Beta-131577), que
calibrada a dos sigmas mediante la curva INTCAL 2013 (Reimer et al., 2013), incluida en el software
CalPal versión 2013 (Weniger y Jöris 2004), nos ofrece una horquilla de 5620-5460 cal BC. En este trabajo
se presenta una nueva datación AMS realizada sobre una fragmento de epífisis distal de un radio de Ovis
aries aparecido en la capa NV-3, con resultado de 6300±40 BP (Beta-369357), y cuya calibración a dos
sigmas ofrece los límites de 5350-5190 cal BC.
APL XXX, 2014
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
85
3.1. La cerámica de la Sala del Vestíbulo
El total de fragmentos analizados respecto de los anteriores trabajos (Aura et al., 2005; García Borja et al.,
2010 y 2011a) ha sufrido variaciones significativas. Ello se debe a la revisión que hemos realizado de parte
de la colección de Nerja depositada en el Museo Arqueológico de Málaga, que ha ocasionado cambios
en los porcentajes de cerámicas decoradas, especialmente en las almagras. Además, creemos conveniente
definir de forma más específica el tipo de decoraciones, pues algunas técnicas sólo aparecen en momentos
puntuales de la secuencia neolítica de la cueva. La clasificación tipológica de algunos recipientes también
Tabla 2. Técnicas decorativas de la Sala del Vestíbulo.
NV-1
Cordones lisos
Cordones impresos
Impresiones concha no dentada
Impresiones punta múltiple
Impresiones punzón romo
Impresiones punzóm afilado obícuo
Impresiones espatula
Impresiones instrumento dos puntas
Impresiones indeterminadas
Incisiones
Almagras
Labios impresos
Incrustación pasta roja
Incrustación pasta blanca
Técnicas decorativas
Fragmentos decorados
Total fragmentos
14
26%
1
NV-2
2
1%
48
24%
2
NV-3
1
1%
23
28%
2
NV-4
Limp.
-
-
1
3
9%
-
2%
1%
2%
100%
1
1
-
-
-
-
-
-
2%
5
9%
2
4%
6
11%
1
2%
6
11%
6
11%
8
15%
4
17
8%
6
3%
12
6%
7
3%
3
1%
20
10%
60
30%
6
3%
17
7
9%
2
2%
3
4%
2
2%
1
1%
12
15%
15
19%
5
6%
8
-
2
18%
1
9%
-
-
-
-
-
2
18%
-
-
-
-
-
3
3
1%
88
25%
6
2%
2
1%
29
8%
10
3%
22
6%
9
3%
5
1%
40
12%
81
23%
19
6%
32
7%
8%
10%
-
1
-
-
-
-
81
1
-
3%
58
1
-
2%
100%
17
1448
54
16%
45
16%
575
40%
202
58%
165
60%
590
41%
23%
21%
253
17%
13
1%
27%
Total
11
6
1%
9%
1
347
100%
275
100%
APL XXX, 2014
[page-n-95]
86
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 2. Selección de fragmentos decorados de NV-1.
Fig. 3. Selección de fragmentos decorados de NV-2.
APL XXX, 2014
[page-n-96]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
87
ha sufrido modificaciones. Ello se debe a la utilización de una tabla tipológica que consideramos más
operativa (García Borja et al., 2011b; García Borja y Pérez Jordà, 2012), con variaciones respecto de la
utilizada en anteriores trabajos (Bernabeu et al., 2009a).
Se han analizado 1.448 fragmentos cerámicos, repartidos del siguiente modo: 575 fragmentos en NV-1,
590 en NV-2, 253 en NV-3 y 13 en NV-4 (fosa), a los que se suman 17 fragmentos procedentes de diferentes
limpiezas. A excepción del apartado de técnicas decorativas (tabla 2), las características formales del conjunto
no han sufrido variaciones importantes respecto de lo ya publicado. El cambio más significativo en las
decoraciones (figs. 2, 3 y 4) viene motivado por el aumento porcentual de cerámicas a la almagra desde los
inicios de la secuencia. Ello provoca que sus porcentajes se igualen con los de impresiones sobre el cuerpo
del vaso y cordones. Sigue sin documentarse la técnica de la impresión cardial en la sala, siendo mayoritarias
las realizadas con instrumentos apuntados en diferente posición. También destaca la inexistencia de cerámicas
impresas con gradina hasta NV-1 (fig. 2, 3). La revisión de los casos inventariados como impresiones con
instrumento de punta múltiple no ha permitido identificar la presencia de impresiones de este tipo en NV-2 y
NV-3. Se ha clasificado un fragmento en NV-2 (fig. 3, 12), si bien la técnica es impresión y leve arrastre, no
descartando que se trate de una sucesión de impresiones con instrumento de punta única.
Por lo que respecta al estudio de los vasos, finalmente el número mínimo ha quedado establecido en
50 (tabla 3). Los vasos cerámicos de la Sala del Vestíbulo presentan una tecnología con grosor de paredes
medio y fino, y superficies en su mayoría erosionadas. La colección cerámica viene marcada por el alto
grado de fragmentación de las piezas, lo que ha provocado que 17 individuos (35,4% de los vasos) queden
encuadrados en la Clase F de recipientes indeterminados.
La imagen que se desprende es la de una vajilla heterogénea, con preferencia por los recipientes
hemisféricos simples pertenecientes a la Clase B y con poca representación de contenedores medios y grandes
de la Clase C (grupos 14 y 15).
Fig. 4. Selección de fragmentos decorados de NV-3 y NV-4.
APL XXX, 2014
[page-n-97]
88
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 3. Grupos tipológicos clasificados en la Sala del Vestíbulo aplicando nuestra tabla
tipológica de referencia (García Borja y Pérez Jordà, 2012).
NV-1
NV-2
NV-3
NV-4
2
-
-
-
2
Cuencos abiertos (B.6.I)
-
3
2
-
5
Cuencos cerrados (B.6.II)
1
5
2
-
8
Jarras (C.10.I)
-
1
-
-
1
Pitorros (C.10.III)
1
-
2
-
3
Cubiletes (C.11.II)
-
2
-
-
2
Cántaros (C.12.I)
2
-
1
-
3
Ollas simples (C.13.I)
-
2
-
-
2
Ollas con borde (C.13.III)
1
3
-
-
4
Contenedores (C.14.I)
-
1
-
-
1
Botellitas (D.16)
-
2
-
-
2
Microvasos (D.18)
-
1
-
1
2
Indeterminados (Clase F)
4
7
6
-
17
Total
11
27
13
1
52
Escudillas (A.2)
Total
4. LA SALA DE LA MINA
Presenta una longitud máxima de 15 m y anchura de 10 m, alcanzando una altura que oscila entre los 2 y
los 0,5 m. Su forma es irregular, aunque sensiblemente rectangular. El acceso actual a la Sala de la Mina
se realiza por la escalera que sirve de salida al recorrido turístico. Desde esta sala se accede directamente
a la Sala de la Torca, pero, en la actualidad, carece de acceso directo practicable a la del Vestíbulo, a la
que se llega desde la escalera de entrada al circuito de visita. A la Sala de la Mina, y muy probablemente
también a la del Vestíbulo, se podía acceder desde el exterior en época neolítica, pues todavía no se habían
depositado los coluviones y el caos de bloques que, procedentes de la ladera, fueron cerrando la boca
durante el Holoceno.
La pared suroeste está constituida por formaciones columnares antiguas y recientes que fosilizan
una serie de derrubios procedentes de la primitiva entrada a la sala. La pared noreste es una superficie
rocosa cóncava que desciende hasta el centro de la sala y queda revestida en su parte superior por una
brecha encostrada en las últimas etapas del Holoceno, mientras que en su parte más basal aparecen coladas
estalagmíticas anteriores a los depósitos que rellenan la sala. Su techo es plano y está constituido por
una concreción tabular de unos 30 cm de espesor máximo, laminada y continua, que alterna con zonas
de mármoles diaclasados, apareciendo en algunos puntos restos de la brecha antigua formada por clastos
angulosos de mármol rodeados por un cemento rosáceo. Las formas de reconstrucción litoquímica son
escasas y consisten en formaciones columnares antiguas muy degradadas y estalactitas de pequeña entidad
asociadas a fracturas de techo. Esta sala se encuentra rellenada de depósitos arqueológicos que tienen una
potencia máxima visible de 4-5 m, sin conocerse hasta el momento su sustrato rocoso (Jordá Pardo, 1986).
En su extremo sureste encontramos una estrecha abertura desarrollada en plano inclinado que alcanza la
escalera actual por la que, tras 10 m de angosto recorrido, comunica con la Sala del Vestíbulo y la Sala del
Colmillo (Jordá Pardo, 1986).
APL XXX, 2014
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
89
4.1. Secuencia sedimentológica-litoestratigráfica
Los depósitos holocenos conservados en la Sala de la Mina poseen una complejidad ligada a la intervención
de procesos erosivos. El corte estratigráfico efectuado en la sala del que provienen los materiales que
presentamos tiene una potencia de 3,50 m, sin alcanzar la roca del sustrato. Se compone de 19 niveles
estratigráficos y siete unidades litoestratigráficas (Jordá Pardo, Aura y Jordá Cerdá, 1990; Aura et al.,
2010b) que definen los grandes eventos de sedimentación (fig. 1C).
El muro de los niveles neolíticos puede ser descrito a partir de la arroyada identificada como NM-13,
sobre la que se reconoció un nivel de dispersión desigual con morfotipos líticos, óseos y elementos de adorno
epipaleolíticos y mesolíticos (NM-12). El siguiente nivel estaba afectado por intrusiones y alguna madriguera
que incluían materiales neolíticos (NM-11, y también NM-10 en alguna de las cuadrículas). Este contexto
arqueoestratigráfico puede ser considerado similar a las fosas excavadas en NV-4, aunque la documentación
no es tan resolutiva (Aura et al., 2009 y 2013). Las intrusiones de NM-11 y NM-10 incluyen los primeros
restos neolíticos de la sala (Aura et al., 2010a). A partir de este momento las interrupciones en el registro son
apenas perceptibles hasta NM-6, donde se documenta una cicatriz erosiva que da paso a la última unidad
sedimentaria. A techo de esta cicatriz se encuentran las últimas ocupaciones neolíticas, selladas por una brecha
coronada por una corteza estalagmítica desarrollada al final del Subboreal o hacia el cambio de era.
4.2. La cerámica de la Sala de la Mina
El volumen de material analizado para la sala es de 4.107 fragmentos repartidos de la siguiente forma:
144 en NM-2, 76 en NM-3, 146 en NM-4, 33 en NM-4/5, 373 en NM-5, 183 en NM-6, 691 en NM-7, 901
en NM-8, 694 NM-9, 194 en NM-10, 89 NM-11 y 583 en lo que hemos denominado “otros”, campo que
agrupa las diferentes limpiezas de perfil y los restos recuperados en 1983 tras el derrumbe de una gran losa
en la zona de excavación que afectó a los perfiles neolíticos.
Se ha podido revisar completamente el material de NM-11 a NM-7, mientras que el resto de niveles
queda representado por una selección entre la que no se encuentran los fragmentos informes. Considerando
el porcentaje de labios aparecidos en las capas en las que no hemos podido revisar todos los fragmentos, se
calcula que la colección que presentamos ascendería a más de 7.000 fragmentos.
Se han inventariado 941 fragmentos con labio, siendo los redondeados los mejor representados (tabla
4). También aparecen labios planos, biselados y engrosados. Como hecho más significativo, cabría destacar
el porcentaje de labios biselados en NM-6 y NM-7, así como la buena representación de los engrosados
dobles en NM-4 y NM-4/5. Los labios engrosados internos almendrados, asociados a platos, escudillas y
fuentes de borde vuelto, se concentran en NM-2.
Se han identificado 831 fragmentos de borde (tabla 5), siendo los no diferenciados los más abundantes,
seguidos de los salientes, rectos y vueltos. Por capas, existen algunas variaciones porcentuales significativas,
ya que en NM-6 y NM-7 el número de bordes no diferenciados decrece, alcanzando los salientes y rectos
su mayor representación. Desde NM-5, el porcentaje de estos últimos disminuye, documentándose ahora
bordes vueltos, que en NM-2 aparecen mejor representados.
De las 36 bases identificadas (tabla 6), 10 han quedado clasificadas como convexas y 14 como planas
(10 aplanadas y 4 de pie macizo). También se han catalogado dos bases cóncavas. Por niveles, destaca el
cambio observado en NM-2, que sólo presenta bases aplanadas en número superior al resto de niveles. Las
únicas bases de tendencia cónica se han documentado en NM-4.
Se han contabilizado 580 elementos de prensión, 50 de los cuales son arranques de asa que no han
podido ser clasificados (tabla 7). Por niveles, es NM-5 el que mayor número de elementos de prensión
concentra, vislumbrándose un claro retroceso desde este momento. Los niveles NM-9 a NM-6 reúnen
gran parte de estos elementos, siendo NM-8 el segundo nivel con mayor representación. Los cordones son
APL XXX, 2014
[page-n-99]
90
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 4. Fragmentos de la Sala de la Mina con labio redondeado (1), plano (2), biselado (3), engrosado interno (4),
engrosado externo (5) y engrosado doble (6). El valor 1.1 corresponde a los labios redondeados con resalte u ondulación.
1
NM-2
NM-3
NM-4
NM-4/5
NM-5
NM-6
NM-7
NM-8
NM-9
NM-10
NM-11
Otros
Total labios
78
79%
42
79%
73
78%
18
86%
1.1
-
168
13
57
5
76
9
90
7
75
3
10
3
11
3
70
6
768
49
79%
78%
84%
86%
85%
77%
100%
86%
82%
2
5
5%
6
11%
2
3
7
7%
1
2%
8
2%
9%
-
-
13
6%
6
8%
1
1%
4
4%
5
6%
2
12
6%
8
11%
9
10%
4
4%
2
2%
1
15%
8%
-
-
2
2%
46
5%
4
5%
56
6%
4
2
2%
2
1%
2
2%
1
5
6
6%
4
8%
10
11%
3
14%
16
7%
2
3%
3
3%
4
4%
4
6
1
1%
3
1%
1
1%
1
1%
1
1%
5%
1%
-
-
-
-
-
-
7
1%
3
4%
55
6%
2
2%
9
1%
Total labios
Total frag.
99
144
53
76
93
146
21
33
214
373
73
183
90
691
105
901
88
694
13
194
11
89
81
583
941
4107
11%
6%
10%
2%
23%
8%
10%
11%
9%
1%
1%
9%
100%
los más utilizados, seguidos de asas de cinta, asas anulares y mamelones. Por niveles, destaca la elevada
proporción de cordones de NM-11 a NM-6. Desde este nivel, el porcentaje decrece, pasando en NM-4 a ser
éstos poco significativos, erigiéndose los mamelones como elemento de prensión más característico. Las
asas de cinta aparecen a lo largo de todo el Neolítico antiguo (NM-11 a NM-5). En NM-5 alcanzan notable
representación, si bien se detecta su progresiva desaparición en NM-4. Las grandes asas de cinta con resalte
basal aparecen en NM-9 y NM-8. Las asas anulares están presentes a lo largo de toda la secuencia neolítica,
si bien es en su fase final cuando ofrecen mayores porcentajes. Entre las particularidades a resaltar:
los mangos de vasos sólo aparecen al final de la secuencia en NM-4 y NM-3; los únicos agujeros de
suspensión asociados a un cuello se dan en NM-9; no se han documentado asas planas de tipo cazoleta en
los niveles del Neolítico antiguo; por último, las asas pitorro se constatan en el Neolítico antiguo y medio,
no documentándose ningún ejemplar desde NM-4/5.
Técnicas decorativas
Se han contabilizado un total de 901 decoraciones sobre 728 fragmentos decorados (tabla 8; fig. 5 a 13).
La técnica mejor representada es la impresión, alcanzando mayor significación sobre cordones que sobre
cuerpos o labios.
APL XXX, 2014
[page-n-100]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
Tabla 5. Fragmentos de la Sala de la Mina con borde no
diferenciado (0), recto (1), saliente (2) y vuelto (3).
0
NM-2
NM-3
NM-4
N M 4/5
NM-5
NM-6
NM-7
NM-8
NM-9
NM-10
NM-11
Otros
Total
65
77%
35
71%
52
61%
16
76%
105
55%
25
41%
42
48%
62
64%
50
64%
4
67%
5
63%
37
58%
498
60%
1
6
7%
3
6%
10
12%
3
14%
28
15%
14
23%
16
18%
20
21%
10
13%
2
25%
6
9%
118
14%
2
9
11%
10
20%
22
26%
2
10%
56
29%
22
36%
27
31%
15
15%
18
23%
2
33%
1
13%
20
31%
204
25%
3
4
5%
1
2%
1
1%
2
1%
2
2%
1
2%
11
1%
Tot. bordes
91
Tabla 6. Bases convexas (1), cóncavas (3), planas
aplanadas (4.1) y planas de pie macizo (4.2).
Tot. frag.
1
84
144
NM-2
49
76
NM-3
85
146
NM-4
21
33
NM-5
191
373
NM-6
61
183
NM-7
87
691
NM-8
97
901
NM-9
78
694
Otros
6
194
Total
8
-
-
-
Total
4107
10%
6%
10%
3%
23%
7%
10%
11%
9%
1%
1%
8%
99%
3
4
4.2
583
831
-
4.1
89
64
3
100%
1
100%
-
-
-
1
-
-
-
-
75%
1
50%
1
33%
3
75%
2
50%
10
38%
1
50%
2
8%
1
1
25%
2
33%
67%
-
-
2
67%
2
50%
10
39%
1
25%
4
15%
4
15%
1
4%
4
15%
1
4%
3
12%
2
8%
3
12%
4
15%
4
15%
26
100%
Los cordones impresos aparecen a lo largo de toda la secuencia, concentrándose en número y porcentaje
entre NM-9 y NM-5, siendo menos significativa su presencia en el resto de niveles. Los cordones lisos,
en cambio, aparecen de forma más modesta. La frecuencia de impresiones sobre el cuerpo del vaso varía
a lo largo de la secuencia, perdurando en el Neolítico medio (NM-4 y NM-3). Dentro de las impresiones
(tabla 9), las realizadas con punzón son las más abundantes, concentrándose entre NM-9 y NM-5. Las
impresiones con gradina ocupan el segundo lugar en representación. Aparecen en NM-9 y NM-8, si bien la
gran mayoría de fragmentos pertenecen a dos únicos vasos.
Solo un ejemplar presenta impresiones pivotantes realizadas con concha no dentada en NM-10 (fig. 13,
6). Al igual que en la vecina Sala del Vestíbulo, aparece en los niveles antiguos de la secuencia. A estas
decoraciones pivotantes con instrumento curvo no dentado también nos referiremos como impresiones en
rocker. Junto al ejemplar con rocker de NM-10, hallamos dos fragmentos pertenecientes a un mismo vaso
decorados con impresiones de pequeña concha dentada que finalmente hemos clasificado como cardiales (fig.
13, 3 y 5). Además de estos fragmentos, existe otro en NM-11 que incluso valoramos pudiera ser cardial (fig.
13, 11), aunque se ha clasificado finalmente como impresión indeterminada. La categoría indeterminados
agrupa una serie de impresiones cuya matriz no ha podido ser correlacionada con un instrumento concreto.
También se han identificado impresiones de espátula, digitaciones, impresiones de tubo y de punto y raya (fig.
10, 4 y 13; fig. 8, 4), que no deben confundirse con el boquique y sus derivados (Alday y Moral, 2011).
APL XXX, 2014
[page-n-101]
92
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 7. Sala de la Mina. Elementos de prensión: cordones (1), mamelones (3), mamelones perforados (4), lengüetas
(5), perforaciones de suspensión bajo el labio (6), asa pitorro (7), asa de túnel (8), mangos (9), asa plana tipo cazoleta
(10), asa de cinta (11), asa de cinta con resalte basal (13), asa anular (15) asa bi o trilobulada (16) y arranque de asa (17).
1
NM-2
NM-3
NM-4
NM-4/5
NM-5
NM-6
NM-7
NM-8
NM-9
NM-10
NM-11
Otros
Total
2
10%
2
18%
1
7%
4
36%
42
33%
17
40%
36
52%
77
65%
73
77%
8
67%
3
60%
31
56%
296
51%
3
10
50%
4
36%
1
4
1
7%
7%
-
-
15
12%
4
10%
5
7%
5
4%
2
1
2%
1
1%
6
2%
6%
-
-
1
20%
5
9%
55
9%
9
2%
5
1
5%
3
20%
1
9%
6
5%
6
14%
7
10%
10
8%
1
1%
2
17%
1
20%
3
5%
41
7%
6
7
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
1
1
8
4
20%
2
1%
2%
-
-
1
1%
1
1%
1
9
1
9%
1
7%
-
10
1
5%
1
1%
-
-
-
-
-
-
-
-
-
1
1%
2
2%
1%
1%
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
1
-
1%
9
2
-
4
2%
1
2%
3
1%
11
13
-
-
2
18%
5
45%
21
17%
2
5%
7
10%
11
9%
4
4%
1
8%
5
9%
58
10%
2
2%
1
15
1
5%
2
18%
4
27%
1
9%
19
15%
4
10%
6
9%
4
3%
3
16
4
3%
1
1%
-
1%
3%
-
-
-
-
-
-
3
1%
3
5%
47
8%
5
1%
17
1
5%
4
27%
15
12%
8
19%
6
9%
5
Total
Frag.
20
144
11
76
15
146
11
33
126
373
42
183
69
691
119
901
95
694
12
194
5
89
55
583
580
4107
3%
2%
3%
2%
22%
7%
12%
4%
21%
3
3%
1
16%
8%
7
13%
50
9%
2%
1%
9%
100%
La incisión está presente a lo largo de toda la secuencia, dándose en mayor porcentaje desde NM-4.
De los 147 fragmentos incisos recuperados en estratigrafía, 37 se encuentran combinados con la técnica de
la impresión. Las cerámicas inciso-impresas no hacen su aparición hasta NM-9. Su porcentaje es siempre
menor al de las incisas no combinadas hasta NM-5. En NM-4/5 y NM-4 no se han documentado cerámicas
inciso-impresas, apareciendo de nuevo un fragmento en NM-3 y dos en NM-2.
Otra de las técnicas que aparece en elevado porcentaje es el tratamiento a la almagra (fig. 7, 30 y 31;
fig. 8, 1 a 3; fig. 11, 4, 7, 10 y 28; fig. 12, 2; fig. 13, 10). Esta técnica alcanza su mayor representación
porcentual en NM-7. La ausencia de esta técnica en NM-4/5 a NM-3 debe ser valorada de forma más
detallada. Los fragmentos que hemos revisado de estos estratos corresponden en su mayoría a una selección
de formas y decoraciones realizada tras la excavación. En recientes revisiones sobre fragmentos informes
que se encuentran en el Museo Arqueológico de Málaga se ha detectado que esta selección no siempre es
completa, inventariándose nuevos fragmentos a la almagra tanto en Mina como en Vestíbulo. Por tanto,
aunque es incuestionable el decrecimiento porcentual de esta técnica y su menor calidad en los momentos
finales del Neolítico antiguo (fig. 7, 30 y 31), en próximas revisiones los porcentajes posiblemente variarán.
El tratamiento a la almagra puede aparecer combinado con labios impresos, cordones lisos y, sobre todo,
con incisiones e impresiones.
APL XXX, 2014
[page-n-102]
93
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
Tabla 8. Sala de la Mina. Técnicas decorativas esenciales: mamelones (1), cordones lisos (2.1), cordones
impresos (2.2), impresiones (3/4), incisiones (5), peinada (7), almagra (8), pintada (9), labios impresos (10)
y relleno de colorante (11).
1
NM-2
NM-3
NM-4
NM-4/5
NM-5
-
NM-7
NM-8
NM-9
NM-10
NM-11
Otros
Total
13%
-
-
-
-
6
4%
NM-6
2.1
1
1
1%
7
1%
3
2.2
1
3/4
1
5
3
7
1
13%
13%
38%
2
4
10
1
4
52%
2
35
40
9
8
3%
6
27%
2
22%
15
22%
76
8%
2
8
1
19
5%
-
17
23
2
-
13
20%
2%
-
1
40%
7
-
59%
10%
14%
-
56%
39%
13%
12
24%
34
29%
70
38%
65
28%
2
9%
1
11%
16
23%
224
25%
24%
8
16%
27
23%
50
28%
13
27%
16
14%
25
27%
13%
59
17
25%
7
32%
1
11%
12
17%
221
25%
7%
3
14%
1
11%
7
10%
154
17%
-
22%
3%
13%
9
-
11%
30%
16%
-
8
1
3%
17%
1
2%
5
1%
6%
7
14%
31
26%
21
11%
49
21%
2
22%
12
17%
131
15%
2
2%
2
-
10
1
13%
1
6%
1
3%
11
-
-
-
6
5
4%
2
4%
3
3%
7
3%
3
3%
4
Total
8
1%
18
Frag. dec.
6
Frag.
144
17
76
1%
2%
2%
33
32
4%
10
4%
10
1%
1%
144
124
16%
49
5%
118
13%
186
183
103
691
144
901
14%
21%
20%
16
21
235
160
1
5%
1
11%
5
7%
44
5%
3
14%
1
11%
37
4%
26%
22
2%
9
1%
69
8%
901
100%
373
43
6%
2%
9%
33
17%
4%
7%
146
694
22%
18
194
7
89
64
583
728
4107
3%
1%
9%
100%
La utilización de colorante rojo en la decoración de los vasos cerámicos queda también constatada
con la utilización de pasta roja en el relleno de incisiones e impresiones, muy mayoritarias. 37 fragmentos
conservan restos de colorante rellenando el negativo de las decoraciones, todos de color rojo excepto
tres que presentan colorante blanco en NM-5, NM-7 y NM-11. El fragmento de NM-11 muestra también
tratamiento a la almagra (fig. 13, 10), con lo que la pasta blanca le confiere una mayor vistosidad.
Otra de las técnicas que aparece a lo largo de toda la secuencia es la impresión en los labios. Las matrices
resultantes son diversas, pudiendo interpretarse algunas como incisiones o impresiones con instrumento de
más de una punta. Se concentran entre NM-9 y NM-5. La combinación entre labios y cordones impresos
sólo se documenta en NM-9 y NM-8, ocupando un 65% de los fragmentos con labio impreso en NM-9.
Por último, destacar la presencia testimonial de decoración con mamelones en seis fragmentos de NM-5
y otro aparecido en las limpiezas del derrumbe de 1983, de dos fragmentos decorados con pintura negra en
NM-7 (fig. 9, 7) y de cinco fragmentos con superficies peinadas en NM-5 (fig. 7, 25), NM-4 (fig. 6, 2 y 3),
NM-3 (fig. 5, 10) y “Otros”. Además, en NM-3 existen superficies peinadas con una técnica poco cuidada.
Se trata de un tratamiento cuya ejecución nos recuerda a la que se documenta en el este peninsular durante
el Neolítico medio, si bien la matriz resultante es más profunda y menos cuidada.
APL XXX, 2014
[page-n-103]
94
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 9. Sala de la Mina. Decoraciones impresas: cardial (3.1), concha no dentada (4.1), gradina (4.2), punzón
en posición vertical (4.3.1), punzón en posición oblicua (4.3.2), punto y raya (4.4), espátula (4.5), digitaciones/
ungulaciones (4.6), tubo (4.7), indeterminadas (4.8), indeterminables (4.9).
3.1
NM-2
4.3.1
4.3.2
4.4
4.5
4.6
4.7
4.8
4.9
1
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
NM-9
-
-
NM-8
-
-
NM-7
-
-
NM-6
-
-
NM-5
-
-
NM-4/5
-
-
NM-4
-
2
1
5
10%
19
32%
-
29%
14%
-
-
-
-
-
-
2
1
-
11%
NM-11
Otros
Total
4.2
-
NM-3
NM-10
4.1
1%
24
2
50%
3
23%
3
75%
9
26%
1
13%
8
30%
11
22%
28
47%
1
14%
5
42%
72
33%
1
25%
4
31%
17
49%
3
38%
9
33%
18
36%
5
8%
3
38%
1
4%
2
4%
-
2
2
15%
1
6%
3%
-
-
1
4%
3
6%
5
2
4%
2
8%
3%
2
6%
1
13%
1
4%
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
4
33%
61
28%
6
3%
11
5%
Fig. 5. Selección de fragmentos de NM-2 (1-4) y NM-3 (5-11).
APL XXX, 2014
1
25%
8
4%
4
2%
1
8%
1
25%
3
3
23%
1
9%
3%
-
-
7
26%
6
3
12%
6%
-
-
3
43%
1
100%
3
25%
25
11%
7
3%
Frag. impr.
1
1%
4
2%
13
6%
4
2%
35
16%
8
4%
27
12%
50
23%
59
27%
7
3%
1
1%
12
5%
221
100%
[page-n-104]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
95
Fig. 6. Selección de fragmentos de NM-4.
Fig. 7. Selección de fragmentos de NM-5.
APL XXX, 2014
[page-n-105]
96
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 8. Selección de fragmentos de NM-6 (1-12) y NM-7 (13-30).
Tipología de los vasos
El número mínimo de vasos diferenciados en la Sala de la Mina es de 175. A la hora de asignar a un
fragmento o grupo de fragmentos la categoría de vaso, se han aplicado criterios más restrictivos que en
otras ocasiones (García Borja et al., 2011b). El objetivo es definir la tendencia evolutiva de las formas
cerámicas a partir de parámetros formales y distintivos, siendo la posibilidad de orientar la pieza y establecer
sus características métricas los aspectos que más han primado. Como consecuencia, algunas decoraciones
singulares aparecidas en fragmentos informes no han quedado representadas. Pese a estas premisas, en
28 casos (16%) no se han podido establecer los parámetros necesarios para su clasificación tipológica,
quedando encuadrados en la Clase F o indeterminada (tabla 10).
En conjunto, la Clase C es la mejor representada con un 40% del total. Por niveles, presenta siempre los
porcentajes más elevados hasta NM-4, momento desde el que la tipología presenta cambios significativos
(tabla 11). Dentro de la Clase C, destaca la presencia de la mayoría de contenedores grandes (C.15) a partir
de NM-5, nivel en el que la variabilidad de la vajilla se corresponde con una intensa ocupación de la sala.
Anteriormente a este momento, sólo se documentó un gran contenedor en NM-9, siendo la mayoría de tamaño
medio (C.14), acompañados de cántaros para el almacenamiento de líquido (C.12). Las ollas (C.13) aparecen
desde los momentos iniciales de la secuencia de la sala, con importante presencia a lo largo de todo el Neolítico,
decreciendo su representación a partir de NM-5. Se han identificado tres vasos de pequeñas dimensiones y
APL XXX, 2014
[page-n-106]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
97
Fig. 9. Selección de fragmentos de NM-7.
perfil compuesto (C.9), dos ejemplares en NM-4 y uno en NM-7. El grupo de los cubiletes y cuencos pequeños
(C.11) aparece durante todo el Neolítico antiguo, clasificándose un ejemplar también en NM-2.
La Clase B es la segunda en representación, alcanzando los cuencos de perfil sencillo el porcentaje más
elevado. Éstos aparecen a lo largo de todo el Neolítico antiguo pleno, pero también en los niveles más recientes.
Los subtipos que presentan labio diferenciado no han proporcionado ninguna diferenciación cronológica,
documentándose en NM-8, NM-6, NM-5, NM-4 y NM-3. Los cuencos con borde diferenciado o perfil
compuesto (B.8) aparecen en número muy reducido desde NM-5, evidenciándose su ausencia ya en NM-3.
Los vasos de Clase A se documentan de forma testimonial en el Neolítico medio y antiguo, en esta
última fase únicamente en las excavaciones de Pellicer y Acosta, concentrándose la mayoría de los vasos
en NM-2. Los grupos tipológicos documentados son varios, existiendo escudillas (A.2.I), cazuelas (A.2.II)
y fuentes (A.4), algunas de ellas carenadas (A.3.II y A.5.I) y otras de borde vuelto (A.5.II).
La evolución de la tipología por niveles (figs. 14 a 25) presenta cambios significativos a partir del
Neolítico medio, cuestión que se recoge en el siguiente apartado.
5. LA SECUENCIA EVOLUTIVA DE LA CERÁMICA DE LA CUEVA DE NERJA
La puesta en común de los resultados del estudio de la cerámica, las secuencias estratigráficas de las
salas del Vestíbulo y la Mina, las dataciones radiocarbónicas sobre elementos domésticos, los materiales
arqueológicos no cerámicos y los trabajos realizados por Pellicer y Acosta en la Sala de la Mina, permiten
establecer una propuesta de ordenación cronocultural para las diferentes fases de ocupación de la Cueva de
Nerja en el marco de las periodizaciones de ámbito mediterráneo. En líneas generales discurre paralela a la
APL XXX, 2014
[page-n-107]
98
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 10. Selección de fragmentos de NM-8.
Tabla 10. Clases tipológicas a lo largo de la secuencia neolítica en la Sala de la Mina.
2
Clase A
Clase B
Clase C
Clase D
Clase F
Total
APL XXX, 2014
18
53%
6
18%
2
6%
7
21%
1
3%
34
19%
3
1
10%
5
50%
3
30%
1
10%
10
6%
4
5
46%
5
4-5
1
50%
1
46%
50%
-
-
1
9%
11
6%
2
1%
5
6
7
8
9
10
11
Otros
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
11
24%
18
40%
4
9%
12
27%
45
26%
3
43%
4
57%
7
4%
1
6%
11
69%
1
6%
3
19%
16
9%
8
42%
9
47%
2
11%
19
11%
1
5%
12
63%
1
5%
5
26%
19
11%
1
2
3
43%
2
50%
67%
29%
-
-
-
1
50%
2
1%
1
33%
3
2%
2
29%
7
4%
Total
20
11%
43
25%
70
40%
14
8%
28
16%
175
100%
[page-n-108]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
99
Fig. 11. Selección de fragmentos de NM-9.
Fig. 12. Selección de fragmentos
de NM-10 (1) y NM-9 (2-6).
APL XXX, 2014
[page-n-109]
100
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Tabla 11. Grupos y tipos de los vasos cerámicos diferenciados en los niveles neolíticos de la Sala de la Mina.
2
3
4
4/5
5
6
7
8
9
10
11
Otros
Escudillas/cazuelas
A.2.I
A.2.II
6
5
1
1
1
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
7
6
1
Cazuelas compuestas
A.3.II
2
2
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
2
2
Fuentes sencillas
A.4.I
5
5
-
-
1
1
-
-
-
-
-
-
-
-
6
6
Fuentes compuesta
A.5.I
A.5.II
5
3
2
-
-
-
-
5
3
2
Cuencos sencillos
B.6.I
B.6.II
5
3
2
6
3
3
4
3
1
-
2
2
-
40
19
21
3
1
1
1
-
-
-
-
-
-
-
-
10
4
6
3
1
2
1
1
8
3
5
1
1
-
1
1
-
-
-
-
-
-
-
1
1
-
Total
Cuencos compuestos
B.8.II
B.8.III
B.8.IV
-
-
1
1
-
Compuestos y profundos
C.9.I
C.9.III
-
-
2
1
1
-
-
-
1
1
-
-
-
-
-
3
1
2
Cubiletes
C.11.I
C.11.II
C.11.III
1
1
-
-
-
-
4
2
2
-
3
1
2
-
2
1
1
-
2
1
1
-
-
-
1
1
-
13
4
7
2
Cántaros
3
1
2
C.12.I
C.12.II
-
1
-
-
1
-
-
1
2
1
-
1
1
-
-
-
4
4
Ollas
C.13.I
C.13.II
C.13.III
-
1
1
-
2
1
1
-
7
5
2
4
1
3
3
2
1
3
2
1
5
2
1
2
-
2
1
1
1
1
-
28
16
1
11
Contenedores medios
C.14.I
C.14.II
C.14.III
C.14.IV
-
1
1
-
1
1
-
4
3
1
-
-
1
1
-
3
3
-
2
1
1
-
1
1
-
-
-
13
9
2
1
1
Contenedores grandes
C.15.I
C.15.II
C.15.III
1
1
-
-
-
3
1
2
-
-
-
1
1
-
-
-
-
5
1
1
3
APL XXX, 2014
1
1
8
[page-n-110]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
101
Tabla 11. (cont.)
2
3
4
4/5
5
6
7
8
9
10
11
Otros
Total
Cucharas con mango
D.17.I
1
1
1
1
-
-
2
2
-
-
-
-
-
-
-
4
4
Microvasos
D.18
1
1
-
-
-
1
1
-
1
1
-
1
1
-
-
-
4
4
-
-
-
-
-
-
-
1
1
Tapaderas
D.19.II
-
-
-
-
1
1
Formas de barro cocido
D.20
5
5
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
5
5
Clase F
1
-
1
-
12
-
3
2
5
1
1
2
28
Total
33
11
11
2
45
7
16
19
19
2
3
7
175
Fig. 13. Selección de fragmentos de NM-10 (1-8) y NM-11 (9-13).
APL XXX, 2014
[page-n-111]
102
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 14. Selección de vasos de NM-2.
Fig. 15. Selección de vasos de NM-2.
APL XXX, 2014
[page-n-112]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
103
Fig. 16. Selección de vasos de NM-3.
Fig. 17. Selección de vasos de NM-4 y NM-4/5 (121-122).
APL XXX, 2014
[page-n-113]
104
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 18. Selección de vasos de NM-5.
Fig. 19. Selección de vasos de NM-5.
APL XXX, 2014
[page-n-114]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
105
Fig. 20. Selección de vasos de NM-5.
Fig. 21. Selección de vasos de NM-6.
APL XXX, 2014
[page-n-115]
106
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
Fig. 22. Selección de vasos de NM-7.
Fig. 23. Selección de vasos de NM-8.
APL XXX, 2014
[page-n-116]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
107
Fig. 24. Selección de vasos de NM-9.
Fig. 25. Selección de vasos de NM-10 (3) y NM-11 (2 y 46).
APL XXX, 2014
[page-n-117]
108
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
propuesta para el Neolítico valenciano (García Borja et al., 2012), con unos límites cronológicos propios
adaptados al Neolítico de la costa malagueña: Neolítico antiguo (circa 5600-4800 cal BC); Neolítico medio
(circa 4800-3700 cal BC) y Neolítico final (circa 3700-2900 cal BC).
Las ocupaciones más intensas se documentan durante el Neolítico antiguo, que hemos subdividido en
4 fases: Neolítico antiguo arcaico (circa 5600-5475 cal BC); Neolítico antiguo inicial (circa 5475-5300
cal BC); Neolítico antiguo pleno (circa 5300-5100 cal BC); Neolítico antiguo final (circa 5100-4800 cal
BC). Durante el Neolítico medio, la cueva sigue siendo utilizada por grupos agricultores en dos fases
que hemos denominado Neolítico medio I (circa 4800-4300 cal BC) y Neolítico medio II (circa 43003700). Finalmente, distinguimos una última fase de ocupación en la Sala de la Mina asociada al Neolítico
final (circa 3700-2900 cal BC), equiparable con el horizonte de las cazuelas carenadas. Existen algunas
formas abiertas con labios almendrados que podrían fecharse en los momentos iniciales del Calcolítico
precampaniforme (circa 2900-2500 cal BC), si bien la gran mayoría remiten al Neolítico final.
Cada uno de los estratos diferenciados durante el proceso de excavación ha sido tratado como una unidad
homogénea, en cuya ordenación última se tendrán en cuenta los materiales cerámicos, dataciones radiocarbónicas
y características litoestratigráficas. La existencia de alteraciones entre los niveles de contacto ha sido una
cuestión que hemos tratado más detenidamente en anteriores publicaciones (Aura et al., 2010a: fig. 2a). Somos
conocedores de la existencia de alteraciones de origen antrópico y medioambiental en las secuencias neolíticas
de cuevas que presentan más de una ocupación (Fortea y Martí, 1984-85; Bernabeu, Pérez y Martínez, 1999;
Zilhão, 2011); Nerja, por tanto, no constituye ninguna excepción (Aura et al., 2010a y 2010b).
Un sencillo análisis de la dispersión estratigráfica de los fragmentos que forman parte de algunos
vasos cerámicos muestra que existe cierta movilidad. En la Sala del Vestíbulo, hay un vaso que presenta
fragmentos en los tres estratos neolíticos diferenciados. En el resto de casos en los que se documenta
movilidad de fragmentos de un mismo vaso, se produce entre NV-3/NV-2 o entre fragmentos de NV-2
y NV-1, nunca entre fragmentos de NV-3 y NV-1. En la Sala de la Mina únicamente se ha documentado
movimiento de fragmentos de un mismo vaso en 12 casos, concentrándose los movimientos entre NM-9
y NM-5. Los vasos 1, 6, 12, 33 y 49 presentan fragmentos cerámicos en NM-9 y NM-8, los vasos 8 y 42
en NM-8 y NM-7 y los vasos 14 y 63 en NM-7 y NM-5. En cuanto al vaso 7, cuatro de sus fragmentos
aparecieron en NM-9 y uno en NM-5, si bien este último presenta un alto grado de erosión y evidencias
de rodadura en su superficie. Existen fragmentos del vaso 24 en NM-8 y NM-5. Finalmente el vaso 30,
encuadrado en NM-8, presenta algún pequeño fragmento en NM-11.
Además, la cerámica de cada sala ofrece alguna particularidad, con porcentajes no siempre coincidentes
entre niveles equivalentes. Ello es debido a la muestra de materiales estudiada, las distintas posibles
funciones de las diferentes salas, la complicada estratigrafía de un yacimiento en cueva con múltiples
ocupaciones, pero, sobre todo, a las propias características del Neolítico antiguo andaluz y su indefinición.
5.1. Neolítico antiguo arcaico
Se ha incluido esta fase a pesar de que, hasta la fecha, no existe ninguna colección claramente asimilable a
ella en toda Andalucía. Los conjuntos peninsulares encuadrados en dicha fase son todavía escasos, si bien
contamos con alguna aproximación a la caracterización de su registro cerámico (Bernabeu et al., 2011a).
Conscientes de la dificultad existente a la hora de discriminar qué fragmentos cerámicos de la Cueva de Nerja
pertenecen a estos momentos arcaicos, únicamente podemos señalar que algunos de ellos y una datación
radiocarbónica de la Sala del Vestíbulo se asociarían a un momento de ocupación pionera. El fragmento de
oveja fechado se localizó en una fosa a la que denominamos NV-4 por encontrarse cortando a este nivel, si
bien arranca de NV-3. En ella se recuperaron escasos fragmentos cerámicos entre los que destaca uno impreso
(fig. 4, 18). Cabe plantearse que parte de los materiales de NV-3 pertenezcan a este momento arcaico y parte a
la fase posterior o Neolítico antiguo inicial, sin poder determinar con exactitud cuáles son.
APL XXX, 2014
[page-n-118]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
109
NV-3 se caracteriza por la presencia de labios redondeados en su gran mayoría, documentándose
también planos, biselados y engrosados. Los bordes no diferenciados presentan porcentajes del 70%,
documentándose también bordes rectos y salientes. No se han identificado bases. Los elementos de prensión
más numerosos son los cordones, seguidos de las asas de cinta, asas anulares, lengüetas y asas pitorro.
Las técnicas decorativas están dominadas por la impresión (fig. 4), tanto en cordones como en el cuerpo
del vaso. Dentro de esta técnica encontramos gran variedad. Las impresiones realizadas con un punzón
romo en posición horizontal son las más numerosas, seguidas de las de espátula (una muy similar a las
realizadas con Pecten jacobaeus reconocidas en yacimientos arcaicos; fig. 4, 1), las pivotantes con concha
no dentada, las de punzón afilado en posición oblicua y las de instrumento de dos puntas. La segunda
técnica en representación es el baño a la almagra, seguida de las incisiones, incrustaciones de pasta roja y
cordones lisos.
Tipológicamente, NV-3 y NV-4 se caracterizan por la presencia de formas derivadas de la esfera,
principalmente cuencos (B.6). También se documentan microvasos (D.18), cántaros (C.12.) y jarras con
asa pitorro (C.10.III).
Para describir las temáticas decorativas utilizaremos la propuesta realizada para el País Valenciano
(Bernabeu et al., 2011b). Son poco complejas, formadas en su mayoría por un único motivo simple. Se
documentan mosaicos que ocupan toda la superficie del vaso, apliques de tendencia horizontal, bandas
simples o limitadas de lectura horizontal que en ocasiones aparecen seriadas, líneas y temáticas cubrientes
realizadas con pinturas (almagras).
No encontramos niveles atribuibles a esta fase en la Sala de la Mina (Pellicer y Acosta, 1997).
5.2. Neolítico antiguo inicial
Fase documentada en las salas del Vestíbulo (parte de los materiales de NV-3 y NV-2) y la Mina (NM-11
y NM-10). A las características descritas en el punto anterior se suman otras que permiten atribuir mayor
complejidad y variedad tanto en la tipología de las producciones como en su decoración. Se define por la
presencia de labios redondeados, documentándose también planos, biselados y engrosados. Los bordes son
en su mayoría no diferenciados, apareciendo en menor porcentaje los bordes rectos y salientes. Las bases
son convexas, con algunos ejemplares de base plana de talón. Los elementos de prensión están dominados
por cordones, acompañados de lengüetas, asas de cinta, asas anulares y asas pitorro.
La técnica decorativa más utilizada es la impresión (figs. 3, 4 y 13), tanto en cordones como en el
cuerpo del vaso. Dentro de esta técnica encontramos gran variedad en las matrices resultantes por la
utilización de numerosos instrumentos. Es significativa la presencia de algunas en particular, como las
realizadas con instrumento curvo o concha no dentada (rocker), que podría ser exclusiva de este horizonte.
Los únicos fragmentos impresos con concha dentada aparecen en estos momentos. En nuestro caso,
aunque consideramos que cualquier decoración realizada con la impresión de una concha dentada debe ser
clasificada como cardial, hay que admitir ciertas particularidades en los escasos fragmentos de Nerja (fig.
13, 3 y 5), que utilizan un tipo de concha poco común por su pequeño tamaño, pese a disponer de las usadas
más frecuentemente en el cardial franco-ibérico como atestiguan los estudios de malacofauna (Aura et al.,
2013). Cabe señalar que en la Sala de la Mina está atestiguada la presencia de, al menos, un fragmento
cardial realizado con concha dentada similar a las empleadas en el País Valenciano (García Borja et al.,
2010: fig. 9, 84), que creemos debe encuadrarse en esta fase si bien carece de contexto estratigráfico.
La diversidad de técnicas decorativas y la utilización de especies marinas poco comunes, llevó a M. Pellicer
a clasificar algunos ejemplares impresos como “cardialoides”. Este término ha introducido cierta confusión,
pues se trata de impresiones realizadas con gradinas, espátulas u otros instrumentos dentados, cuya impronta
resulta similar a la cardial (Pellicer y Acosta, 1997: 170). En la revisión de parte de los materiales cerámicos
recuperados por Pellicer y Acosta en la Sala de la Mina hemos podido localizar fragmentos “cardialoides”
APL XXX, 2014
[page-n-119]
110
P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
(fig. 26), comprobando que, en realidad, se trata de cerámicas impresas con instrumento de punta múltiple o
gradina, impresiones con instrumento curvo similar al microrocker e incluso con concha dentada de pequeñas
dimensiones (fig. 26, 2). Este último ejemplar forma parte del mismo vaso cardial que hemos diferenciado en
la Sala de la Mina fruto de las excavaciones de Jordá Cerdá. La gran mayoría de las cerámicas clasificadas
como “cardialoides” aparecen en la fase del Neolítico antiguo pleno.
Además de estas técnicas, se documentan impresiones realizadas con otros instrumentos, siendo las
de punzón en posición horizontal y oblicua las más numerosas. Los labios impresos están documentados.
La almagra ocupa el segundo lugar en porcentaje de representación. La utilización de colorante rojo en
la decoración de las cerámicas también es muy utilizado para rellenar impresiones e incisiones. Otras
decoraciones que aparecen frecuentemente son las incisiones, en contadas ocasiones combinadas con la
impresión y los cordones lisos.
Tipológicamente, la Clase C presenta mayor representación, siendo el grupo de las ollas (C.13) el más
numeroso, seguido de cubiletes (C.11), jarros (C.10), cántaros (C.12), jarras con asa pitorro (C.10.III)
y contenedores de tamaño medio (C.14). La Clase B está representada únicamente por cuencos (B.6).
También aparecen botellitas (D.16) y microvasos (D.18) de la Clase D.
Las temáticas decorativas están formadas en su mayoría por un único motivo simple. Las composiciones
de recorrido vertical quedan constatadas. Se observan apliques de tendencia horizontal y oblicua, bandas
simples o limitadas de lectura horizontal que en ocasiones aparecen seriadas, mosaicos, líneas seriadas,
temáticas cubrientes realizadas con pinturas (almagras), frisos que incorporan composiciones verticales y
las primeras metopas.
El nivel atribuible a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en el corte NM-80A sería
NM-5, mientras que en el corte NM-80B serían NM-10A y NM-10B.
Fig. 26. Fragmentos cardialoides de la sala de la Mina recuperados en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997).
Todos pertenecientes a nuestra fase plena excepto el nº 4 que se localizó en un estrato de la fase inicial.
APL XXX, 2014
[page-n-120]
La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
111
5.3. Neolítico antiguo pleno
Fase documentada en parte de NV-2 y de NV-1 de la Sala del Vestíbulo y en NM-9 a NM-6 de la Sala de la Mina
(figs. 2, 8, 9 y 10). Se corresponde con la ocupación más intensa, pasando la cueva a ser utilizada como espacio
en el que se realizan múltiples actividades domésticas, productivas o funerarias. Los labios son generalmente
redondeados, documentándose también planos, biselados y engrosados. Los bordes son mayoritariamente
no diferenciados, con buena representación de bordes salientes y rectos, siendo testimonial la presencia de
bordes vueltos. Las bases son aplanadas, con algún ejemplar de base plana de talón y perduración de bases
convexas. Casi la totalidad de los vasos muestran elementos de prensión, con amplia variabilidad en sus tipos.
Los cordones son los mejor representados, seguidos de asas de cinta verticales, algunas con resalte basal, y
asas anulares. También se documentan mamelones, lengüetas, asas de túnel y asas pitorro.
La técnica decorativa más utilizada es la impresión, en cordones, labios y en el cuerpo del vaso. La
impresión sobre cordones supone el porcentaje más elevado, observándose un cambio de tendencia en NM6, momento en el que los cordones lisos alcanzan mayor representación. Este cambio quedará constatado
en la fase posterior. El porcentaje de impresiones es elevado, superando a las incisiones hasta NM-6. Los
instrumentos utilizados para la realización de impresiones son variados: espátulas, peines, tubos, dedos, uñas
o punzones orientados en diferentes posiciones, incluyéndose la mayoría de las impresiones identificadas
por Pellicer y Acosta como “cardialoides”.
En esta fase se documentan por primera vez las impresiones realizadas con gradina. La cerámica cardial
desaparece, tendencia que también parece documentarse en las impresiones de concha no dentada. Los
porcentajes de tratamientos a la almagra y de relleno de pasta roja en la decoración se mantienen elevados,
constatándose en algún caso el relleno de pasta blanca. Existe algún ejemplo de decoración pintada
formando bandas de color negro.
Tipológicamente, se caracteriza por la elevada presencia de vasos pertenecientes a la Clase C. Los
tipos identificados responden a una vajilla doméstica en la que ollas (C.13), contenedores medios (C.14),
cántaros (C.12) y cubiletes (C.11) están bien representados. Los vasos de Clase B ocupan el segundo lugar
en importancia cuantitativa, documentándose únicamente cuencos de perfil sencillo (B.6). La Clase D es
testimonial, siendo los microvasos (D.18) el único tipo constatado.
Las temáticas decorativas se diversifican, encontrándose composiciones de recorrido horizontal y vertical
formadas por motivos simples y complejos. Los apliques de tendencia horizontal son mayoritarios, y también
aparecen bandas simples o limitadas, frisos formados por ángulos, un glifo representado por un motivo ramiforme
(fig. 10, 5), metopas, líneas, bandas limitadas y temáticas cubrientes realizadas con pinturas (almagras).
Los niveles atribuibles a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en el corte NM-80A
serían NM-3 y NM-4, y en el corte NM-80B, NM-8 y NM-9.
5.4. Neolítico antiguo final
Localizado en NM-5 (figs. 7, 18, 19 y 20), se caracteriza por la presencia de labios redondeados, existiendo
también planos, biselados y engrosados. Los bordes son en su mayoría no diferenciados, con mayor
proporción de salientes que de rectos. Los bordes vueltos aparecen de forma testimonial.
Los elementos de prensión más utilizados son los cordones, si bien en menor número que en las fases
anteriores. Los mamelones están bien representados, así como las asas de cinta verticales y anulares. Se
documentan por primera vez las asas planas de tipo cazoleta. También hay presencia de asas de túnel, pitorro
y bilobuladas.
El porcentaje de cerámicas decoradas sigue siendo elevado, documentándose algunos cambios respecto
de la fase anterior, como la mayor abundancia de cordones lisos frente a los impresos, o el incremento de
incisiones con respecto a impresiones. Dentro de estas últimas, las realizadas con un instrumento de punta
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P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
única en posición oblicua son las mejor representadas, seguidas de las colocadas en posición horizontal.
También se observan impresiones de tubo y de espátula, y digitaciones. No aparecen impresiones cardiales,
de gradina, de concha no dentada o de punto y raya. La proporción de cerámicas a la almagra decrece,
pasando a ser engobes y aguadas, y también disminuyen las incrustaciones de pasta roja en las decoraciones.
Como novedad más significativa, hay que señalar la presencia por primera vez de superficies peinadas y la
decoración mediante pastillaje o mamelones.
Tipológicamente, esta fase se caracteriza por la buena representación de vasos de Clase C y el aumento
de la Clase D. Por grupos, dentro de la Clase C se contabilizan ollas (C.13), contenedores medios (C.14),
cubiletes (C.11), orzas y tinajas (C.15). En la Clase B, son los cuencos de perfil sencillo (B.6) los que siguen
apareciendo con mayor frecuencia, además de algún otro tipo de forma testimonial (B.8). La Clase D aumenta
en número, constatándose cucharas con mango (D.17.I), microvasos (D.18) o tapaderas (D.19). Finalmente,
aunque no ha podido ser clasificado ningún vaso completo, se documentan los primeros perfiles carenados.
Las temáticas decorativas se simplifican, con composiciones de recorrido horizontal y vertical. Las
bandas no limitadas realizadas con punzón en posición oblicua y localizadas en el borde del vaso son
las más numerosas. También se documentan bandas limitadas, metopas, mosaicos y frisos. Las temáticas
cubrientes a base de pintura son más escasas y de menor calidad.
El nivel atribuible a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en el corte NM-80A sería
NM-2, y NM-7 en el corte NM-80B.
5.5. Neolítico medio I
Documentado en NM-4/5 y NM-4 (figs. 6 y 17), constituye uno de los momentos de cambio más significativos
en la evolución de la vajilla. Señalar que NM-4/5 presenta importantes alteraciones, pudiendo pertenecer
parte de sus materiales a NM-5.
Los labios reducen su variedad, siendo los redondeados los más numerosos, con la particularidad de que
ya no aparecen labios ondulados con apéndices de sujeción. Los labios engrosados externos pasan a ser los
segundos en representación, en un porcentaje superior al 10%. También se documentan labios biselados y
planos. Los bordes no diferenciados son mayoritarios, seguidos de los salientes, mientras que el porcentaje
de los rectos sigue decreciendo. Los bordes vueltos continúan apareciendo en porcentajes testimoniales.
Las bases son convexas y planas, documentándose también aplanadas y de talón.
Los elementos de prensión se reducen considerablemente. Asas anulares y lengüetas pasan a ser las más
utilizadas. Las asas de cinta tienden a desaparecer, pudiendo corresponder las registradas en NM-4/5 al
Neolítico antiguo final. También se constatan cordones, mamelones y mangos.
Las decoraciones incisas superan en porcentaje a las impresas. Los cordones y labios impresos están casi
ausentes. Las impresiones se realizan en su mayoría con punzones en posición oblicua, documentándose también
en posición horizontal, así como algunas digitaciones. Incrustaciones de pasta roja y almagras pasan a ocupar
un papel testimonial, si bien estas últimas podrían presentar porcentajes mayores como ya se ha explicado. La
tecnología de los vasos es menos cuidada, de paredes más gruesas y escasos tratamientos bruñidos.
Tipológicamente, lo más destacado es la aparición de fuentes de Clase A (A.4), que se consolidarán en
las fases posteriores. Las clases B y C son las mejor representadas. Entre la Clase B se han podido catalogar
cuencos carenados (B.8) y de borde no diferenciado (B.6). Entre los vasos de Clase C, destaca la desaparición
de microvasos y cubiletes, sustituidos por los vasos de perfil compuesto y reducidas dimensiones (C.9). Las
ollas (C.13), cántaros (C.12) y contenedores medios (C.14) quedan documentados.
Las temáticas decorativas se reducen en número y complejidad. Las más comunes responden a líneas
y bandas bajo el labio, realizadas con motivos simples mediante incisiones e impresiones. También se
documentan bandas limitadas y frisos, entre los que destacan las composiciones verticales en zigzag. Las
temáticas cubrientes pasan a realizarse con el peinando de la superficie del vaso.
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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El nivel atribuible a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en el corte NM-80A sería
NM-1, y en el corte NM-80B, NM-6.
5.6. Neolítico medio II
Identificado en NM-3 (figs. 5 y 16), presenta labios en su mayoría redondeados, y en menor medida planos,
biselados y engrosados externos. Los bordes son principalmente no diferenciados, seguidos de los salientes.
Los bordes rectos y vueltos son testimoniales. Las bases son planas. Los elementos de prensión se reducen
a mamelones y cordones, con presencia poco significativa de asas anulares y asas de cinta verticales. Los
mangos están atestiguados.
Los fragmentos decorados son escasos. La técnica decorativa mejor representada es la incisión,
documentándose también labios y cordones impresos, así como impresiones de punzón y digitaciones.
Entre los fragmentos incisos encontramos ejemplares que presentan superficies bruñidas y decoración
realizada con un instrumento de punta muy aguzada (fig. 5, 6) que recuerda a los motivos esgrafiados del
Neolítico medio valenciano. Algunas superficies muestran un tratamiento similar al peinado, si bien se trata
de una técnica poco cuidada, no contabilizada en las tablas.
Tipológicamente, la Clase C deja de ser la más numerosa en favor de la Clase B, constituida por cuencos
de perfil sencillo (B.6). También se documentan cántaros (C.12), ollas (C.13) y contenedores medios (C.14).
La Clase D está representada por cucharas con mango (D.17.I). Aunque no han podido ser clasificados
tipológicamente, existen algunos fragmentos que presentan carena y superficie bruñida.
Las temáticas decorativas se reducen a bandas no limitadas en el borde, líneas horizontales bajo el labio,
constatándose también bandas limitadas con ángulos.
Los niveles atribuibles a esta fase en las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997) en NM-80B serían
NM-4 y NM-5.
5.7. Neolítico final
Identificado en NM-2 (figs. 5, 14 y 15), este horizonte puede ser asimilable al de las características cazuelas
carenadas en Andalucía. Presenta labios en su mayoría redondeados, si bien se documenta cierta variedad
en los tipos, apareciendo también labios planos, biselados y engrosados. Los bordes son mayoritariamente
no diferenciados, con escasa representación de los rectos y salientes. Destaca la presencia de bordes vueltos.
Las bases son planas. Los elementos de prensión son en su mayoría mamelones, documentándose también
lengüetas, cordones, asas de túnel, asas anulares y asas planas tipo cazoleta.
Las cerámicas decoradas aparecen en porcentajes testimoniales, utilizándose cordones lisos e impresos,
incisiones, alguna combinación de incisión e impresión, aguadas y labios impresos.
La tipología de la vajilla presenta cambios importantes. La Clase A pasa a ser la mejor representada, con
escudillas y cazuelas (A.2), algunas carenadas (A.3.II), así como fuentes sencillas (A.4) y de perfil compuesto
(A.5.). La segunda clase en importancia la constituye la Clase D, debido a la aparición de pesas de telar
de barro cocido (D.20), microvasos (D.18) y cucharas con mango (D.17.I). La Clase B está representada
por cuencos sencillos (B.6), mientras que de la Clase C se han identificado cubiletes (C.11) y contenedores
grandes (C.15). Estos cambios formales en la vajilla parecen deberse a maneras novedosas de “cocinar” los
cereales, y no a la introducción de nuevas especies. La presencia de formas vasculares abiertas iría ligada a
la preparación de gachas de cereales más espesas gracias al aumento de la producción cerealista, que genera
mayores excedentes que durante el Neolítico antiguo, periodo en que las gachas serían más líquidas.
Las temáticas decorativas se reducen a apliques, algún posible friso, bandas simples y limitadas.
NM-2 y NM-1 serían los niveles atribuibles a esta fase de las excavaciones de Pellicer y Acosta (1997)
en el corte NM-80B.
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P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
6. LAS PRIMERAS PRODUCCIONES CERÁMICAS DE LA CUEVA DE NERJA
EN EL CONTEXTO DEL NEOLÍTICO MEDITERRÁNEO
Los datos obtenidos en las salas del Vestíbulo y la Mina de Nerja muestran la existencia de potentes
ocupaciones epimagdalenienses y neolíticas. Ciertos indicios materiales (armaduras líticas trapeciales) y
algunas dataciones radiocarbónicas indican la probable presencia de ocupaciones mesolíticas que no han
podido ser aisladas estratigráficamente. Es una cuestión que hemos abordado más extensamente en otros
trabajos (Aura et al., 2009, 2010a y 2013). Las dataciones, en concreto, señalan un vacío ocupacional de al
menos 500 años entre estas ocupaciones mesolíticas y las primeras neolíticas. Este vacío se extiende, con
los datos actuales, a la mayor parte de Andalucía, y plantea problemas a cualquier discurso que quiera ver
en la neolitización regional un proceso autóctono o el resultado de una aculturación dilatada en el tiempo.
La aparición del Neolítico en Nerja, por tanto, va ligada a la expansión de la agricultura y la ganadería
por las costas mediterráneas, una expansión de dirección este-oeste en que la navegación y el pionerismo
resultan fundamentales para explicarla (Martí, 2008).
Las características propias de las cerámicas del Neolítico antiguo de la Cueva de Nerja y la datación
obtenida en la Sala del Vestíbulo permiten situar su origen en paralelo a un horizonte arcaico (Tiné, 1999;
Fugazzola, Pessina y Tiné, 2002), impresso (Manen, 2000; Binder y Maggi, 2001; Maggi, 2002; Guilaine
y Manen, 2002; Guilaine y Manen, 2007; Binder y Sénépart, 2010) o formativo (Bernabeu et al., 2009b),
similar al propuesto en diferentes yacimientos neolíticos de la península itálica (Prato Don Michelle,
Rendina, Coppa Nevigata, Torre Sabea, Favella, Grotta del Kronio o Grotta dell’Uzzo), ámbito ligur (Arene
Candide, Arma dell’Aquila, Arma di Nassino o Grota Pollera), sudeste francés (Peiro Signado, Grotte de
Bize, Grotte des Fées, Pont de Roque-Haute, Pendimoun), e incluso País Valenciano (El Barranquet, Mas
d’Is), que en gran parte del ámbito mediterráneo precede al cardial clásico.
Se trata de conjuntos poco definidos a escala peninsular, cuya identificación en los niveles de base de
cuevas con amplias secuencias es sumamente complicada, como venimos comprobando en las revisiones
realizadas sobre algunas de las más conocidas estaciones del País Valenciano. En el caso de las cuevas que
presentan alguna evidencia, se trata de ocupaciones de baja intensidad difíciles de aislar estratigráficamente.
Las cerámicas ligadas al mundo impresso ligur que debieran representar lo que denominamos “fase arcaica”
están ausentes en la Cova de l’Or (Martí, 1977; Martí et al., 1980; Martí, 1983; García Borja et al., 2011b),
la Cova de la Sarsa (Asquerino, 1978; Asquerino et al., 1998; Pérez Botí, 1999; García Borja y Casanova
2010) y en la Cova de les Cendres (Bernabeu y Molina, 2009), localizándose únicamente en yacimientos
al aire libre como El Barranquet y Mas d’Is (Bernabeu et al., 2009b). Una de las características principales
de estos conjuntos es la heterogeneidad de técnicas decorativas empleadas y la escasez de impresiones
cardiales, siempre presentes aunque en escaso porcentaje.
La preferencia por establecer los asentamientos en espacios al aire libre dificulta más el rastreo de
los materiales de estos horizontes en las cuevas, ocupadas de forma mucho más intensa durante las fases
posteriores. No es posible definir la vajilla de este horizonte en la Cueva de Nerja, si bien entre el 5600 y el
5300 cal BC la cerámica ya se caracteriza por: una notable presencia porcentual de la técnica de la incisión,
la utilización de colorante rojo en tratamientos a la almagra y en el relleno de las decoraciones, de técnicas
aplicadas (cordones), de asas pitorro, de decoraciones pivotantes con concha no dentada, la ausencia de
impresiones de punto y raya con arrastre, y la presencia testimonial de impresiones cardiales. Rasgos que
ofrecen escasa afinidad con los conjuntos impresos del Neolítico antiguo arcaico y cardial inicial del sur de
Francia y de la península Ibérica.
Para explicar la particular producción cerámica de los grupos que se asientan en Nerja barajamos
dos hipótesis (García Borja et al., 2010 y 2011a). La primera, ligar el conjunto a la tradición impressa
ligur, admitiendo la existencia de una importante mutación de su estilo en fechas muy tempranas. La
segunda, retomar la idea de una vía de expansión meridional, bordeando la costa norteafricana, que
ayudaría a contextualizar la aparición de colecciones impresas de cronología antigua, como la que
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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presentamos, con paralelos en el sur de Italia (Fugazzola, Pessina y Tiné, 2002 y 2004) y cuya evolución
es poco afín al cardial franco-ibérico. En estos momentos de la investigación no es posible descartar
ninguna de las dos.
La propuesta de una vía norteafricana se ha planteado desde mediados del siglo XX (San Valero, 1942
y 1946; Balout, 1955; Camps, 1974), pero la escasez de información detallada en la costa mediterránea
magrebí condiciona cualquier planteamiento. Está documentada la presencia de cerámicas impresas en la
zona de Túnez (Vaufrey 1955: 250), cuya adscripción cronológica está en revisión (Ben Moussa, 2008).
También se han constatado contactos de esta zona con Sicilia para la obtención de obsidiana (Ammerman,
1985; Mulazzani, 2003). Otro aspecto a tener en cuenta es la presencia de decoraciones impresas pivotantes
típicas del centro-sur de Italia en toda la zona norte africana (Camps, 1974), y aunque estos materiales son
ligados a corrientes del Atlas (Aumassip, 1970), presentan características propias de un Neolítico impreso
mediterráneo. En la costa de Orán existe un buen número de yacimientos neolíticos con cerámica incisa e
impresa (Camps-Fabrer, 1966; Vaufrey 1955), cuya aparición puede ser explicada por difusión marítima.
Por último, en las costas marroquíes existen conjuntos impresos de similares características a los presentes
en Nerja: es el caso de la Fase C del yacimiento de Mugharet es Saifiya, con decoraciones en rocker no
dentado e impresas con instrumento (Gilman, 1975). En el territorio marroquí, A. El Idrissi (2001) detectó
la presencia de diferentes estilos cerámicos, unos vinculados al mundo cardial y otros a estilos incisoimpresos con gran variedad de matrices.
Algunos autores han ligado los datos que se vienen documentando en la zona de Marruecos y el sur de
Andalucía con un proceso de neolitización de la costa malagueña y norte de África por grupos neolíticos
de pastores pre-cardiales, que se expanden a través del Atlas y cuya economía se enfoca al ganado bovino
(Daugas et al., 2008; Daugas y El Idrissi, 2008; Cortés et al., 2012). Estos planteamientos no serán tomados
en consideración hasta ser corroborados, pues se sustentan en secuencias arqueológicas que precisan de
una revisión exhaustiva; en la presencia del haplogrupo T1 sobre ganado bovino en el norte de África, que
no se ha contrastado con material genético antiguo (Bonfiglio et al., 2012); en suposiciones climáticas no
correlacionadas con datos arqueológicos; y en dataciones realizadas casi en su totalidad sobre carbones.
Además, hasta el momento, las dataciones radiocarbónicas sobre elementos domésticos de
Marruecos y Portugal indican que las cerámicas impresas y las almagras son posteriores a las de
Nerja. La existencia de una vía de expansión neolítica a través del norte de África es una posibilidad
que también se ha retomado en los últimos años para explicar la posible coexistencia de dos estilos
cerámicos en la zona Portuguesa (Manen, Marchand y Carvalho, 2007; Marchand y Manen, 2010): el
estilo A, caracterizado principalmente por la presencia de cerámicas con decoración impresa cardial,
y el estilo B, caracterizado por cerámicas con decoración incisa e impresa utilizando diferentes
instrumentos, con gran variedad de matrices y donde el color rojo está muy presente (Manen,
Marchand y Carvalho, 2007). Estos estilos cerámicos vienen acompañados de una tecnología lítica
en la que el tratamiento térmico y la talla por presión resultan característicos (Carvalho, 2010).
Hasta que no contemos con más datos que corroboren o refuten las hipótesis africanistas, parece
aconsejable desviar el foco de esta corriente neolítica del norte de África a la costa malagueña, donde
se documenta gran parte de la cultura material que acompaña a dicho estilo B, aunque con ciertas
peculiaridades, como el diferente componente geométrico de las industrias líticas.
Tampoco los nuevos trabajos que se vienen realizando en yacimientos neolíticos norteafricanos
situados en la costa del mar de Alborán corroboran la vía de neolitización norteafricana. La datación de
una leguminosa identificada como Lens culinaris en el yacimiento de Ifri Oudadane (Marruecos) (Morales
et al., 2013), cuyo resultado es 6740±50 BP (Beta-295779), podría representar un punto intermedio en
la expansión neolítica entre ambas regiones. Los contextos a los que se asocia la legumbre fechada y la
dificultad que los propios arqueobotánicos admiten a la hora de identificar esta especie con seguridad,
generan cierto grado de incertidumbre sobre su consideración neolítica. La puesta en común del resultado
de la datación con el resto de las fechas radiocarbónicas obtenidas en el yacimiento (Morales et al., 2013:
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P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
tabla 2) resulta poco clarificadora y recuerda a otros casos analizados recientemente (Zilhão, 2011),
quedando insertada de forma coherente con el resto de fechas epipaleolíticas y alejándose 600 años de la
siguiente fecha obtenida para el mismo horizonte neolítico sobre un grano de Triticum sp. (Beta-318608:
6140±30 BP). La presencia en este mismo horizonte neolítico inicial de cerámicas impresas (Linstädter
et al., 2012) que son equiparadas a las del yacimiento de Zafrín (Rojo et al., 2010), aumenta las dudas
sobre el resultado, pues este último yacimiento se fecha en momentos más próximos al resultado de la
datación sobre Triticum.
Es una problemática que afecta a otros yacimientos de similares características, en los que se identifican
niveles “epipaleolíticos con cerámica” (Linstädter, 2003, 2004, 2008 y 2011; Linstädter et al., 2012).
La existencia de materiales neolíticos y epipaleolíticos en un mismo estrato no implica la convivencia
de estos dos grupos, siendo necesario un exhaustivo estudio tafonómico y taxonómico de la fauna y el
solapamiento de dataciones radiocarbónicas sobre elementos domésticos y salvajes. En su defecto, para
iniciar una discusión crítica del proceso de interacción que se viene defendiendo, bastaría una secuencia
de dataciones sobre restos de fauna con marcas antrópicas que sobrepasen el primer horizonte neolítico
identificado con claridad. En este sentido, el conjunto de materiales publicados en estos yacimientos y sus
dataciones recuerda la problemática con la que nos hemos encontrado en la propia Cueva de Nerja (Aura et
al., 2009, 2010a, 2010b y 2013).
7. LA CERÁMICA DE LA CUEVA DE NERJA
EN EL CONTEXTO DEL NEOLÍTICO ANDALUZ
Independientemente de cuál sea la vía de expansión neolítica hacia la costa malagueña, los datos presentados
confirman la existencia de una tendencia evolutiva en la cerámica de Nerja, desde fechas antiguas, poco
afín a la documentada en la región valenciana (Martí, 1977; Martí et al., 1980; Martí, 1983; Bernabeu,
1989; Bernabeu y Molina, 2009; García Borja et al., 2011b; Bernabeu et al., 2011a) y a la de algunos de los
yacimientos de la provincia de Granada que se enmarcan en la tradición cardial (Navarrete, 1976), siendo
difícil establecer una clara vinculación del neolítico de Nerja con el cardial franco-ibérico.
La significación cultural y cronológica de la cerámica cardial en Andalucía (Martí y Juan Cabanilles,
1997; Navarrete, 2004) ha sido objeto de discusión a lo largo de la historia de la investigación, constituyendo
el elemento principal a la hora de identificar el horizonte neolítico más antiguo y de definir la Cultura de las
Cuevas en Andalucía oriental, cuyo máximo exponente es la secuencia de la cueva de Carigüela (Navarrete,
1976). Con estas premisas, una parte de la investigación sitúa la neolitización de la zona occidental andaluza
en un momento tardío del Neolítico antiguo de Andalucía oriental (Molina, Cámara y López, 2012), postulado
del que nos hicimos eco en un primer momento (Aura et al., 2005). La escasez de cerámicas cardiales se
explica por la cronología avanzada de los conjuntos occidentales dentro de un horizonte epicardial regional
alejado del catalán o valenciano (Bernabeu, 1989). Su evolución particular sería la causante del aumento
porcentual en la producción de cerámicas a la almagra, asas pitorro, decoraciones inciso-impresas, etc.,
que caracterizan lo que se conoce como Neolítico antiguo de Andalucía Occidental, definido por Pellicer y
Acosta (1997), históricamente asimilado a la Cultura de las Cuevas que Bosch Gimpera empezara a definir
en los años 20 del siglo pasado (Bosch Gimpera, 1932 y 1956).
La lectura crítica del número total de fragmentos impresos cardiales aparecidos en el conjunto de
yacimientos de Andalucía (Jiménez y Conejo, 2006), relativiza la importancia del número de vasos que
presentan esta técnica decorativa fuera del círculo granadino, que aglutina más del 90% de los fragmentos
diferenciados. Si bien la representación cartográfica de los enclaves con cerámica cardial muestra una
amplia distribución de esta técnica a lo largo de Andalucía (fig. 27), al estudiar las colecciones de forma
detenida y contabilizar los fragmentos cardiales con los que cuenta cada yacimiento, se percibe la escasa
representatividad estadística de esta técnica.
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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Las dataciones neolíticas de Nerja no permiten mantener una cronología tardía para sus ocupaciones
iniciales (Navarrete, 1976; Aura et al., 2005; Molina, Cámara y López, 2012). La serie de 10 dataciones
sobre Ovis aries y Ovis/Capra sitúan sus ocupaciones en paralelo al Cardial. No es posible discriminar de
forma clara el contexto material de cada uno de los episodios correspondientes a las muestras fechadas, pero
existen tantos fragmentos de cerámica con decoración cardial como fechas sobre domésticos anteriores a
5200 cal BC: únicamente dos fragmentos pertenecientes a un mismo vaso en la Sala de la Mina y ningún
fragmento en la Sala del Vestíbulo. Una aproximación cuantitativa del número de fragmentos cardiales
respecto del total en la Cueva de Nerja ofrece resultados muy reveladores. De los cerca de 8.000 fragmentos
cerámicos pertenecientes al Neolítico antiguo recuperados entre las excavaciones de Jordá y Pellicer,
únicamente tres son cardiales y además pertenecen a un mismo vaso. Podríamos estar frente a dos vasos
y cuatro fragmentos si aceptamos que el que encontramos fotografiado en los diarios de Jordá y Arribas
de intervenciones realizadas en la Sala de la Mina entre 1965 y 1966 (García Borja et al., 2010: fig. 9, 84)
no pertenece al borde del mismo vaso ya contabilizado. Por tanto, si aceptamos que en Nerja existieron
ocupaciones neolíticas, esporádicas o no, anteriores al 5200 cal BC, debemos abrir la posibilidad a que lo
que caracteriza sus producciones cerámicas sea la decoración impresa-almagra y no la cardial.
Desconocemos en qué grado las características del conjunto cerámico inicial de Nerja son propias
del núcleo de partida de los colonos que llegan a la costa malagueña o son adquiridas como rasgo propio
diferenciador a medida que avanza la secuencia, pero lo cierto es que desde 5500 cal BC, la Cueva de Nerja
es habitada por grupos neolíticos que presentan una tendencia evolutiva en sus producciones cerámicas
(fig. 28), cuyo valor identitario no es posible asimilar al mundo cardial. La industria lítica tallada también
posee algunos rasgos distintivos entre los que destaca la obtención de láminas por presión, el tratamiento
térmico sobre materias primas de calidad y el predominio de trapecios sobre segmentos (Aura et al., 2013).
Fig. 27. Yacimientos arqueológicos de Andalucía en los que se documenta cerámica impresa cardial: 1, La Dehesa; 2,
Los Pozos; 3, Lebrija; 4, Bustos; 5, Retamar; 6, Parralejo; 7, Esperilla; 8, Hortales; 9,Cueva de la Dehesilla; 10, Los
Álamos; 11, Ronda; 12, El Charcón; 13, Goteras; 14, Cueva del Toro; 15, Cueva del Higuerón; 16, Humo; 17, Cueva de
Nerja, 18, Cueva del Capitán; 19, Peña de la Grieta; 20, Los Castillejos; 21, Cueva de Malalmuerzo; 22, Majolicas; 23,
Cueva de las Ventanas; 24, Cueva de Carigüela; 25, Cerro de las Ánimas; 26, Cabecicos Negros.
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P. García Borja, J. E. Aura Tortosa, J. F. Jordá Pardo y D. C. Salazar-García
N. A. FINAL
N. A. PLENO
N. A. ARCAICO E INICIAL
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Fig. 28. Tendencia evolutiva de la cerámica durante el Neolítico antiguo en la Cueva de Nerja.
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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Las dataciones de Nerja no generan excesivos problemas a la hora de valorar el proceso de
expansión del Neolítico por la costa mediterránea, insertándose de forma coherente entre las fechas
más antiguas sobre elementos domésticos publicadas (fig. 29A). La importancia de los datos expuestos
reside en la presencia desde los niveles inferiores de la cueva, de buena parte de las características que
definen el Neolítico andaluz o la Cultura de las Cuevas de Andalucía, planteándose la posibilidad de
correlacionar las fases antiguas de la Cueva de Nerja con su formación y desarrollo. Resulta complicado
no vincular parte de la cultura material de Nerja con conocidos yacimientos como la Cueva de la
Fig. 29. A) Gradación cronológica de la llegada del Neolítico. Las fechas corresponden a la media cal BC de dataciones
sobre cereales, excepto Nerja, Chaves (Baldellou, 2011) y Guixeres de Vilobí (Oms et al., 2014) que son sobre sobre ovis
aries y Almonda sobre adorno.
B) Coexistencia de diferentes estilos decorativos en cerámicas neolíticas de la península Ibérica y norte de África entre
5450-5100 cal BC.
C) Expansión del neolítico desde dos de las Culturas neolíticas regionales ubicadas en la costa malagueña y en el
País Valenciano entre 5450-5300 cal BC: 1, Cueva de Nerja (punto que incluye los yacimientos 47 a 51 de Cortés
et al., 2010: 162); 2, Cueva del Capitán; 3, Complejo Humo; 4, Hoyo de la Mina; 5, Cueva del Higuerón (punto que
incluye los yacimientos 34 a 45 de Cortés et al., 2010: 162); 6, Cueva de los Botijos; 7, Bajondillo (punto que incluye
los yacimientos 9 a 30 de Cortés et al., 2010: 162); 8, Cueva del Toro; 10, Cueva del Agua; 11, Cueva de la Mujer;
12, Sima del Conejo; 13, Sima Rica; 14, Parralejo; 15, Dehesilla; 16, Cueva Chica de Santiago; 17, Murcielaguina;
18, Murciélagos de Zuheros; 19, Mármoles; 20, Inocentes; 21, Tocino; 22, Los Castillejos; 23, Malalmuerzo; 24,
Majolicas; 25, Ventanas; 26, Carigüela.
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Dehesilla, Parralejo o Cueva Chica (Pellicer y Acosta, 1981; Acosta, 1987; Acosta y Pellicer, 1990) que
difícilmente pueden ser asimilados a una tradición cardial, aunque también presentan algún fragmento
decorado con esta técnica entre su vajilla (Amores, 2009). También los materiales neolíticos de la
Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Vicent y Muñoz, 1973) poseen mayor similitud con los de Nerja
que con los definidos para la tradición cardial granadina. La constitución de una o varias comunidades
neolíticas en sus inmediaciones puede vincularse con la expansión de grupos neolíticos desde la costa
malagueña (fig. 30). En anteriores publicaciones (García Borja et al., 2010) señalamos la existencia
de materiales arqueológicos que jalonan este proceso de expansión hacia el interior en las cuevas de
Tocino, Inocentes o Mármoles (Gavilán, 1986 y 1987). En estas cavidades se documentan cerámicas
decoradas con impresiones pivotantes de instrumento no dentado, impresiones en lágrima, cerámicas
a la almagra, cerámicas que combinan la impresión y la incisión, si bien con menor presencia de
aplicaciones plásticas. Estos conjuntos recuerdan a los que se vienen definiendo en la costa malagueña,
vinculándose de forma directa el Neolítico cordobés a un proceso de expansión costa-interior. La
existencia de decoraciones pivotantes también está documentada en Murciélagos de Zuheros (Vicent
y Muñoz, 1973), aunque en este caso el resultado es algo diferente, observándose pequeños círculos al
final de cada impresión que podrían indicar menos antigüedad.
Fig. 30. Dataciones radiocarbónicas publicadas sobre elemento identificado como doméstico o hueso humano más
antiguas de Andalucía (Fernández et al., 2007; Carvalho, Peña-Chocarro y Gibaja, 2010; Martínez et al., 2010; Cortés et
al., 2012; Carvalho, Gibaja y Gavilán, 2012; Aura et al., 2013; Medved, 2013: 217; Peña-Chocarro et al., 2013): 1, Roca
Chica; 2, Hostal Guadalupe; 3, Cueva de Nerja; 4, Cueva de los Mármoles; 5, Murciélagos de Zuheros; 6, Los Castillejos;
7, Cueva de Carigüela.
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Cabe aquí realizar un pequeño inciso sobre la elección de las muestras a fechar, que en Andalucía ha
experimentado una notable mejora en los últimos años, con nuevas dataciones sobre cereales obtenidas
tanto en yacimientos de tradición cardial (Martínez et al., 2010: tabla 1, fechas lab. UA) como no cardial
(Peña-Chocarro y Zapata, 2010; Carvalho, Peña-Chocarro y Gibaja, 2010; Cortés et al., 2012; Carvalho,
Gibaja y Gavilán, 2012). La mayoría de ellas quedan encuadradas en lo que para Nerja hemos denominado
como Neolítico antiguo pleno (circa 5300-5100 cal BC); un umbral cronológico que hasta ahora sólo han
rebasado las dataciones sobre huesos de fauna de Nerja, haciéndose necesario contar con más dataciones
sobre muestras directas neolíticas.
8. LA CULTURA DE LAS CUEVAS CON CERÁMICA DECORADA EN ANDALUCÍA:
LA COSTA MALAGUEÑA
El modelo de neolitización para el área mediterránea integra dos tipos distintos, si bien sincrónicos, de
desplazamiento de población desde comunidades ya afianzadas territorialmente a zonas deshabitadas (según
el registro arqueológico actual), que resultan fundamentales a la hora de explicar la difusión neolítica. Estos
desplazamientos provocados por el progresivo aumento demográfico en el seno de cada grupo, no parecen
estar ligados al agotamiento de los recursos disponibles en la zona de partida, sino más bien a pautas intrínsecas
de comportamiento de las pequeñas comunidades agrícolas (Martí, 2008) en las que la responsabilidad de
la elección de nuevas zonas de hábitat y la disgregación de parte del grupo reside en las familias que las
conforman. La ocupación exitosa de un nuevo territorio por un grupo de neolíticos implica su visibilidad
arqueológica, expresada en la rápida aparición de diferentes enclaves en torno a una zona nuclear. En función
de en qué momento se produzca cada nuevo desplazamiento, la cultura material que lleven consigo será
más o menos afín a la del grupo de origen, existiendo la posibilidad de que parte de un mismo grupo sufra
disgregaciones en diferentes momentos, no necesariamente unidireccionales. Por una parte, se documentan
largos desplazamientos a territorios ubicados junto a la costa (Zilhão, 1993 y 2001). Producido el asentamiento,
estos largos desplazamientos pueden repetirse hacia puntos del interior o de la misma costa. Paralelamente
se combinan con otros a corta distancia ocupando territorios aledaños, formando nuevas comunidades que
utilizan un buen número de enclaves desde los que se explota un territorio concreto. La interacción exitosa de
estas comunidades provoca la formación de una Cultura Regional Neolítica.
El Neolítico de la costa malagueña queda perfectamente integrado en este modelo de expansión (fig.
30). La presencia de un buen número de yacimientos neolíticos de diferentes características que ocupan
dicha área costera de forma ordenada (Cortés et al., 2010: 162) apuntaría a una cultura regional similar
a la propuesta para el área centro-meridional valenciana (García Borja et al., 2011b, 2011c y 2012). El
surgimiento de una nueva comunidad en territorios cercanos se relaciona con la disgregación de una o
varias familias desde otra comunidad consolidada. La publicación de los materiales de estos yacimientos
y la revisión de las antiguas colecciones permitirá la contrastación de estas propuestas preliminares, en las
que la Cueva de Nerja deberá insertarse de manera coherente.
El mejor conocimiento de los grupos costeros malagueños, su caracterización industrial, económica y
social, posibilitará evaluar el grado de relación de dichos grupos con la Cultura de las Cuevas con cerámica
decorada, denominación a la que damos validez por su peso en la historiografía de Andalucía. Puede asumirse
que la Cultura de las Cuevas de Andalucía, como entidad cultural, posee unos rasgos característicos en su
cultura material, cuya descripción más aproximada sería la de Pellicer y Acosta (1997) para el Neolítico
antiguo de Andalucía Occidental, con importantes matices en la interpretación de la aparición del Neolítico
y su propuesta de perduración de industrias líticas. Esta Cultura de las Cuevas Andaluza especialmente
visible en los enclaves de Cádiz, Córdoba y Málaga, se aleja de la clásica concepción oriental definida por
Navarrete (1976). Debe aceptarse, al menos por ahora, la mayor antigüedad de los grupos que se instalan en
la costa de Málaga, parte de cuya cultura material cerámica sí aparece en los niveles cardiales de Carigüela.
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Es una problemática tratada en diferentes ocasiones, buscando en cada caso ofrecer una caracterización
aproximada y un listado de yacimientos asimilables a la Cultura de las Cuevas, sugiriendo su convivencia
no necesariamente sucesiva con la tradición impresa cardial en el territorio andaluz (Muñoz, 1975 y 1984;
Pellicer y Acosta, 1997; Gavilán, 1997; Asquerino, 2004; Gavilán y Escacena, 2009).
La expansión del Neolítico desde la costa malagueña se hace más notoria a partir de 5350 cal BC, con
el surgimiento de nuevos enclaves y la documentación de cerámicas impresas, incisas y almagras en gran
parte del territorio andaluz, siendo una tradición duradera que conservará algunas de sus características en
el Neolítico medio. Cabe plantearse la existencia de diferentes culturas regionales en el Neolítico antiguo
andaluz. Para el cardial franco-ibérico es posible identificar varias de estas culturas en el noreste italiano,
sur de Francia, Cataluña, País Valenciano y quizás en la zona de Granada, Marruecos y Portugal. Las de
estos tres últimos territorios deben ser valoradas nuevamente, intentando discriminar qué cultura material
proviene de la tradición cardial clásica y cuál de la que podría asimilarse a la Cultura de las Cuevas, para
la que creemos es posible identificar entidades regionales en Málaga y Córdoba, quedando el resto de
Andalucía a expensas de próximos estudios que permitan definir otras de forma más precisa.
En la definición del Neolítico andaluz debe tenerse en cuenta la existencia de contactos con las diferentes
tradiciones neolíticas que se consolidan en la península Ibérica entre 5400 y 5100 cal BC (fig. 29B), así
como entre las propias comunidades que forman cada cultura regional, contactos sin los cuales no es posible
la supervivencia de éstas. En un trabajo anterior propusimos la posible existencia en la península Ibérica
de, al menos, tres diferentes tradiciones alfareras entre el 5400 y el 5100 cal BC (García Borja et al., 2010:
fig. 11.B y 11.C) que en el registro cerámico de Andalucía aparecen representadas de diferente forma: una
que comporta un elevado porcentaje de cerámicas impresas cardiales (Navarrete, 1976); otra que incorpora
entre sus técnicas decorativas las impresiones de tipo boquique (Alday, 2009; Alday y Moral, 2011); y,
finalmente, las colecciones que presentan cerámicas con decoraciones impresas utilizando multitud de
instrumentos, con escasa incidencia de la técnica cardial y con notable importancia de la utilización de
colorante rojo, a la que también denominamos tradición de cerámica Impresa-Almagra y que consideramos
es equiparable a la tradicional Cultura de las Cuevas.
Los datos expuestos y los bibliográficos son contundentes a la hora de señalar la tradición dominante
en la costa malagueña. La presencia de cerámicas decoradas con punto y raya asimilables al boquique
queda atestiguada (Navarrete, 1976; Olaria, 1977; Cortés et al., 2007: fig. 3, 8), si bien, a excepción del
registro de la Cueva de los Botijos (Navarrete, 1976; Olaria, 1977), con poca significación. Esta técnica se
asocia en el norte peninsular a un tipo de poblado (García Gazólaz y Sesma, 2007), un ritual de inhumación
(García Gazólaz y Sesma, 2007; García Gazólaz, 2007; Rojo y Kunst, 1999), una cultura material (Rojo et
al., 2008; García Gazólaz et al., 2011; García Martínez de Lagrán et al., 2011) y a determinadas especies
de cereales (Stika, 2005), todo en conjunto poco afín a lo conocido en Andalucía o el País Valenciano, y
que recuerda a tradiciones más continentales. Es una “cultura” neolítica que merece una reflexión similar
a la que proponemos para el origen y desarrollo del Neolítico andaluz. La lectura que realizamos de la
constatación de elementos de esta tradición en Andalucía es la existencia de contactos e intercambios con
grupos de la meseta.
La tradición cardial sí que parece asentarse de forma estable en la zona granadina (fig. 29C), siendo el
País Valenciano el probable foco de origen, cuya afinidad parece estar fuera de duda. En estos momentos
de la investigación parece más lógico plantear que la llegada de influencias cardiales a la zona granadina es
incluso algo posterior a la de los primeros grupos que se instalan en Nerja. La presencia de cerámica cardial
en yacimientos como la Cueva de las Goteras (Navarrete, 1976), Higuerón (Navarrete, 1976; López y Cacho,
1979), la propia Nerja o Complejo Humo (Ramos y Aguilera, 2005), la interpretamos como consecuencia
de contactos entre la zona malagueña y granadina. La existencia de almagras asociadas a la técnica cardial
en los estratos XV y XVI de la Cueva de Carigüela (Navarrete, 1976; Atoche, 1985-87) podría explicarse
a través de estos intercambios (objetos, técnicas, personas, etc.). Recientes publicaciones incluso matizan
la importancia del componente cardial en Los Castillejos de Montefrío, identificándose gran variedad de
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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técnicas decorativas en sus niveles iniciales (Blázquez, 2011). La coexistencia de aspectos característicos
del Neolítico malagueño como almagras o tratamiento térmico y talla por presión en el sílex (Martínez et
al., 2010; Morgado y Pelegrin, 2012), junto a otros del mundo cardial valenciano desde los inicios de la
secuencia de Carigüela y la de Castillejos, debe ser objeto de una futura reflexión sobre el origen del círculo
granadino y sus relaciones. Estos dos yacimientos concentran buena parte de las dataciones sobre restos
domésticos más antiguas de Andalucía (Martínez et al., 2010; Medved, 2013). Cabe recordar al respecto
que en la discusión sobre la llegada del Neolítico a cualquier región únicamente deben ser utilizadas las
dataciones sobre elementos domésticos cuya identificación no haya generado dudas en los especialistas que
la han realizado. En el caso de Carigüela, las últimas series de dataciones sobre huesos de animales deben
ser tomadas con suma cautela, pues la identificación de las especies ha generado bastantes de esas dudas,
especialmente en lo que respecta al estatus doméstico o silvestre de los bóvidos. Incluso aceptando que las
muestras identificadas como Ovis/Capra puedan ser realmente restos de animales domésticos, todavía no
es posible aceptar fechas por encima del 5500 cal BC para el Neolítico de Carigüela.
También cabe una revisión profunda del final del Neolítico de este yacimiento y la región donde se
ubica, pues a medida que avanza el Epicardial granadino, la cultura material de este núcleo se asemeja cada
vez más a la de la Cultura de las Cuevas occidental. En este sentido, el concepto “epicardial” sólo puede ser
utilizado para el final del Neolítico antiguo en el círculo granadino o en aquellas regiones en las que se ha
documentado una fase previa cardial, no siendo operativo para definir la fase final del Neolítico antiguo en
zonas para las que no se ha descrito una fase cardial anterior.
Los contactos entre la zona malagueña y granadina tienen también su equivalente entre el este de
Andalucía y el País Valenciano, al reconocerse en esta última zona materias o productos de origen andaluz
como herramientas de piedra pulida (Orozco, 2000) o brazaletes de esquisto (Pascual Benito, 1998).
También podrían explicar estos contactos la presencia de asas pitorro (Martí et al., 2009), de verdaderas
almagras en la Cova de l’Or (Domingo et al., 2007) y la Cova de la Sarsa (Asquerino et al., 1998: 71) o la
semejanza en los utensilios de siega (Gibaja et al., 2010). Otro de estos ejemplos lo constituye la aparición
de decoración pivotante con instrumento no dentado asociada a cerámicas “impresas antiguas” (Bernabeu
y Molina, 2009) en contextos cardiales entre 5450-5300 cal BC, en la Cova de la Sarsa (García Borja y
Casanova, 2010), la Cova de l’Or (Martí et al., 1980; Martí, 1983; García Borja et al., 2011b) o la Cova de
les Cendres (Bernabeu et al., 2009b).
En Andalucía, los momentos finales del Neolítico antiguo se caracterizan por la asimilación en casi
todo el territorio de las producciones cerámicas impresas, incisas y almagras. En la Cueva de Nerja, el
Neolítico medio y el Neolítico final no quedan tan bien articulados en fases como el Neolítico antiguo,
si bien es indudable la ocupación de la cueva ligada a una intensa actividad agrícola, especialmente en el
Neolítico medio, que difiere del modelo de explotación de las grandes cuevas de hábitat valencianas, que
en estos momentos pasan a ser utilizadas como corrales (García Borja et al., 2011b). La tendencia evolutiva
de la cerámica en Nerja muestra cambios significativos en la vajilla, cuyo valor estrictamente funcional se
impone al estético, con una clara tendencia a la abertura de las formas que culminará en el Neolítico final.
9. CONCLUSIONES
Los datos presentados corroboran la antigüedad y extensión cronológica de la secuencia neolítica de
la Cueva de Nerja. Su ordenación ha permitido establecer diferentes fases de ocupación durante el
Neolítico: antiguo, medio y final, utilizándose cada sala en función de las necesidades de sus habitantes.
A su vez, se han diferenciado cuatro horizontes en el Neolítico antiguo: arcaico, inicial, pleno y final. El
Neolítico medio ha quedado dividido en dos fases más. Finalmente, unas ocupaciones eneolíticas que
se extienden hasta el horizonte de las cazuelas carenadas y que constituyen los momentos finales de la
secuencia de la Sala de la Mina.
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El conjunto cerámico de Nerja va ligado a una intensa ocupación, especialmente en el Neolítico antiguo
pleno y final, momento en el que la vajilla presenta mayor heterogeneidad, siendo la técnica de la impresión
sobre el cuerpo del vaso y sobre cordones la que presenta los porcentajes más elevados, seguida de la
almagra. Estas características están ya presentes en la fase inicial. Los datos plantean una escasa ocupación
durante los horizontes inicial y arcaico, sobre todo en comparación con el Neolítico antiguo pleno y final.
El horizonte arcaico presenta demasiadas incertidumbres, pues no existen elementos de comparación
en Andalucía y son todavía escasos a escala peninsular, resultando complicado su individualización
estratigráfica en cueva.
Las ocupaciones se prolongan durante el Neolítico medio, ligadas a una intensa actividad agraria,
al contrario de lo que se viene documentando en grandes cuevas habitadas intensamente durante el
Neolítico antiguo en el País Valenciano. Las cerámicas pierden vistosidad, imponiéndose la técnica de la
incisión sobre la impresión, hecho documentado en gran parte del ámbito mediterráneo. Las ocupaciones
en la Sala de la Mina finalizan en el Neolítico final, documentándose un buen número de vasos que
conforman una amplia y heterogénea vajilla, consolidándose los notables cambios tipológicos que se
inician en el Neolítico medio.
Las características propias del conjunto y su antigüedad, nos llevan a relacionarlo con la llegada por
vía marítima de grupos plenamente neolitizados, siendo imposible desligar una filiación mediterránea en
los orígenes de los niveles neolíticos de la Cueva de Nerja. Sin embargo, el estudio de la cultura material
no permite distinguir con claridad una filiación impressa ligur para estas primeras ocupaciones. Si a ello
añadimos que la tendencia evolutiva de la cerámica se aleja de la constatada en el País Valenciano y
tenemos en cuenta la imposibilidad de ligar las primeras ocupaciones de Nerja a un horizonte epicardial,
cabe admitir también como posible una vía de expansión desde el sur de Italia por la costa norteafricana,
que deberá ser contrastada en futuros trabajos.
Con los datos actuales, no es posible defender que el Neolítico antiguo medio-final de Carigüela equivale
al inicial de Nerja. Hasta que no se documenten yacimientos más antiguos, el foco de expansión hacia gran
parte del interior andaluz queda establecido en la costa malagueña. La constatación de la antigüedad y
continuidad de la secuencia, lo es también del Neolítico andaluz y la Cultura de las Cuevas definida en su
día por Muñoz, Asquerino, Gavilán o Pellicer y Acosta, si bien con importantes matices.
La influencia de otras tradiciones neolíticas será absorbida por esta Cultura de las Cuevas occidental
que también hemos denominado Neolítico de cerámicas Impresas-Almagras. A falta de mayores datos en la
bahía de Cádiz, la tradición cardial únicamente arraigaría en el entorno inmediato de la Cueva de Carigüela,
presentando en su fase epicardial igual o mayor número de similitudes con la tradición de cerámicas a la
almagra que con la valenciana.
La Cueva de Nerja forma parte de un conjunto mayor de yacimientos que parecen conformar una
Cultura Regional Neolítica cuyo origen, consolidación y expansión no supone alteraciones dentro del
modelo de referencia que explica la llegada del Neolítico a los diferentes puntos de la costa mediterránea.
La distribución de estos yacimientos neolíticos y su heterogeneidad recuerda al modelo de comunidades
propuesto para el País Valenciano. La Cueva de Nerja, como gran espacio habitado a lo largo de toda la
etapa neolítica, jugaría un papel importante en el desarrollo de esta cultura regional cuya expansión no solo
afecta al interior de Andalucía, sino también a la costa portuguesa y marroquí, conformando una cultura
material diferenciada de la cardial.
Si aceptamos que la cerámica cardial posee un alto valor identitario (Martí y Juan Cabanilles, 2002;
Martí, 2008; Martí, Capel y Juan Cabanilles, 2009), cabe plantearse si otras producciones cerámicas pueden
alcanzar un rango similar. Las producciones de Nerja, y de gran parte de Andalucía, abren esta segunda
posibilidad. La gran cantidad de yacimientos cuyos materiales son más afines a los descritos en Nerja que
al cardial, posibilita plantear la existencia de una entidad cultural de rango superior, diferenciada del cardial
franco-ibérico, que a su vez podría estar constituida por varias culturas regionales y a la que denominamos
Cultura de las Cuevas Andaluza.
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La cerámica neolítica de la Cueva de Nerja: salas del Vestíbulo y la Mina
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AGRADECIMIENTOS
Parte de las dataciones sobre fauna han contado con la financiación de la Fundação para a Ciência e Tecnologia,
Ministério da Educação e Ciência, República Portuguesa (SFRH/BD/44089/2008).
Las dataciones sobre cereales han sido financiadas por el proyecto de investigación “Origins and Spread of
Agriculture in the western Mediterranean region (ERC-2008-AdG 230561)” y “Stable isotopes in Mediterranean natural and agricultural ecosystems: from a mechanistic understanding of isotope fractionation processes in plants to the
application in paleoenvironmental research (DGI CGL2009-13079-C02-01)”.
A Michael P. Richards y Jean-Jacques Hublin, del Max-Planck Institute for Evolutionary Anthropology, el apoyo
económico y técnico para la realización de parte de las dataciones radiocarbónicas sobre fauna.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 133-158
José Andrés AFONSO MARRERO a, Juan Antonio CÁMARA SERRANO a, Liliana SPANEDDA a,
José Antonio ESQUIVEL GUERRERO a, Rafael LIZCANO PRESTEL b, Cristóbal PÉREZ BAREAS c
y José Antonio RIQUELME CANTAL a
Nuevas aportaciones para la periodización del yacimiento
del Polideportivo de Martos (Jaén): la evaluación estadística
de las dataciones obtenidas para contextos rituales
RESUMEN: Se presentan en este trabajo un conjunto de dataciones radiocarbónicas realizadas sobre
muestras óseas animales del yacimiento del Polideportivo de Martos (Jaén). Con ellas se pretendía por
un lado documentar la continuidad en la ocupación del yacimiento durante el Neolítico Reciente, por otro
obtener las primeras fechas de contextos rituales del Alto Guadalquivir, y por último abordar una evaluación
independiente de las fases de ocupación del mismo partir del análisis estadístico de las dataciones. Aunque
la periodización ofrecida previamente se puede considerar válida, las agrupaciones obtenidas indican que,
en términos de la transformación del espacio, sólo se puede hablar de dos grandes momentos separados por
la inundación que distingue la subfase IIa de la IIb, en torno al 3000 cal A.C. Si bien la cronología general
propuesta para el yacimiento resulta ligeramente más reciente que la propuesta anteriormente, ésta no niega
la continuidad en el hábitat durante un amplio periodo
PALABRAS CLAVE: Alto Guadalquivir, Neolítico Reciente, cronología, periodización, dataciones
radiocarbónicas, ritual.
New contributions to Polideportivo de Martos (Jaén) periodization:
statistical evaluation of radiometric dates obtained from ritual contexts
SUMMARY: A set of radiocarbon dates got from animal bone samples of Polideportivo de Martos site are
presented in this paper. On one hand these dates were made in order to show continuity in the occupation of the site
during the Late Neolithic, on the other hand to get the first dates on ritual contexts in the Upper Guadalquivir, and
finally, get an independent evaluation of the occupation phases proposed for it. A statistical analysis of the dates’
tendencies has been used for this aim. Although some of the analyses carried out suggest that the periodization
previously provided can be considered valid, obtained data implies that, in terms of space transformation, only
two great moments can be distinguished, before and after 3000 cal BC. Although this new chronological frame is
more recent than previous one, settlement continuity during a long period still can be maintained.
KEY WORDS: Upper Guadalquivir valley, Late Neolithic, Chronology, Periodization, Radiocarbon dates,
Ritual.
a
b
c
Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
jaamarre@ugr.es | jacamara@ugr.es | spanedda@ugr.es | esquivel@ugr.es | riquelme3@telefonica.net
Área de Urbanismo, Ayuntamiento de Úbeda.
arquerra@live.com
Investigador independiente.
arqueocristobal@hotmail.com
Recibido: 30/09/2013. Aceptado: 06/05/2014.
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
1. INTRODUCCIÓN
El yacimiento de El Polideportivo-La Alberquilla (Martos, Jaén) se sitúa en las coordenadas UTM
414635, 4174490 (fig. 1). Descubierto a raíz de las obras para la realización de un pabellón polideportivo
en las afueras de la localidad de Martos, en una segunda campaña se pudieron excavar otros restos
situados su periferia (Cámara y Lizcano, 1996). Además, una gran cantidad de estructuras situadas
a lo largo del Arroyo de la Fuente, correspondiente al Neolítico reciente y al Calcolítico, fueron
destruidas, sobre todo, por obras de infraestructura viaria (Lizcano, 1999). A partir de la importancia
del yacimiento y la configuración del área suburbana en que se inscribía como una zona de crecimiento
de la ciudad de Martos protegida como Zona Arqueológica (fig. 2), nuevas actuaciones tuvieron lugar
desde el año 1993 (Cámara y Lizcano, 1997; Serrano et al., 1997) y especialmente en 2001, 2004
y 2009, aunque sólo algunas de ellas han sido publicadas (Ruiz, 2009; Alegre et al., 2010; Nieto y
Plazas, 2010; Serrano et al., 2010a y 2010b). Incluso en el caso del Polideportivo, cuya construcción
fue financiada también por la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, la que debía
proteger los restos y garantizar su investigación, sólo se pudo investigar menos de una cuarta parte de
la extensión visible (Lizcano et al., 1993) (fig. 3).
Pese al hecho de que sólo se ha excavado una pequeña parte, este yacimiento se ha convertido en los
últimos años en un referente, continuamente citado (Martín et al., 2004; Conlin, 2006; Pérez, 2008; Arteaga
y Roos, 2009; Fernández et al., 2009; Martínez et al., 2009; Nocete et al., 2010; Portero et al., 2010) para
el análisis de las fases recientes del Neolítico andaluz (Pérez et al., 1999), para la discusión del papel de los
sistemas de cierre y para el estudio de los sistemas constructivos hipogeicos (Lizcano et al., 2005; Márquez
y Jiménez, 2010), incluyendo su continuidad, la función que los distintos complejos estructurales tuvieron,
las estructuras presentes al interior de los mismos y los objetos recuperados de ellas.
De hecho, aun con el indudable interés que el yacimiento presenta para el análisis de la cultura material
mueble y los sistemas rituales de las últimas fases del Neolítico, uno de los aspectos más interesantes de su
estudio fue la apuesta metodológica que implicó la creación de una secuencia para la zona excavada a partir
de la seriación de los materiales arqueológicos dado que la estratigrafía era fundamentalmente horizontal
(Lizcano et al., 1991-92; Lizcano, 1999). Los resultados de este análisis condujeron a una división de
la ocupación en tres grandes fases, proponiéndose una vinculación de la Fase I con el Neolítico Tardío
(primera mitad del IV milenio A.C.), la II con el Neolítico Final (segundo mitad del IV milenio A.C.) y la
III (inicios del III milenio A.C.) con los inicios del Calcolítico. Se pretende aquí contrastar esa propuesta
con las dataciones disponibles, pudiéndose adelantar que éstas sugieren unas fechas más recientes para el
yacimiento de las que originalmente se habían manejado.
Fig. 1. Situación del yacimiento del Polideportivo-La Alberquilla (Martos, Jaén), también conocido como Zona
Arqueológica del Polideportivo de Martos (ZAPM).
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Fig. 2. Zona Arqueológica del Polideportivo de Martos incluyendo las áreas de las que se han datado contextos
arqueológicos.
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Fig. 3. Planimetría del área del Polideportivo dentro de la Zona Arqueológica del Polideportivo de Martos.
El yacimiento está caracterizado por estructuras subterráneas de diferente forma y dimensiones. Además
de los tramos de foso, documentados en las diferentes campañas, la mayor parte de las estructuras son
fosas piriformes, a veces conservadas sólo en su parte inferior y a menudo superpuestas, cuyo relleno
estratigráfico, en contra de lo habitualmente considerado, es resultado de distintos usos del espacio y no
de meros rellenos de amortización. Así, junto a evidencias de la existencia de actividades de combustión,
despiece de animales, talla de sílex y almacenamiento, se documentan otras de carácter ritual. Tanto la
cercanía y disposición de ciertas estructuras como el material recuperado de ellas hablan de que la unidad
residencial, que debió integrar también complejos estructurales no hipogeicos o semiexcavados, contó con
varios complejos articulados entre sí (Lizcano, 1999).
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El contexto material del yacimiento incluye en un primer momento (fase I) formas abiertas con inflexión
marcada y, a menudo, con elementos de suspensión (mamelones), mientras en un segundo momento de
fines del IV Milenio cal BC (fase II) los cambios entre los dos cuerpos de los recipientes compuestos
adquieren la forma de una verdadera carena, y, progresivamente, la parte superior de éstos tiende a abrirse
y el labio a engrosarse. Los recipientes decorados, siempre escasos, tienden a disminuir (Lizcano, 1999).
En la industria lítica tallada están presentes desde el primer momento las hojas obtenidas por presión con
palanca que, en cualquier caso, no presentan lustre de cereal y que fueron usadas fundamentalmente en
actividades de carnicería (Afonso, 1998).
Como hemos dicho, el aspecto que más ha llamado la atención es la frecuencia de inhumaciones de
animales –especialmente perros– en el yacimiento, además de la presencia de un enterramiento humano
en fosa cilíndrica-piriforme (Lizcano et al., 1991-92, 1993; Lizcano, 1999; Lizcano y Cámara, 2004),
fenómenos similares a los documentados en otros yacimientos andaluces (Márquez y Jiménez, 2011)
incluyendo algunos en el Alto Guadalquivir y sus inmediaciones (Martín, 1987; Burgos et al., 2001;
Martínez et al., 2009; Rabanal et al., 2009; Nocete et al., 2010; Portero et al., 2010; Cámara et al., 2012).
Aunque las interpretaciones de estos rituales han sido variadas (Weiss-Krejci, 2006; Cámara et al.,
2008, 2010; Chapman, 2008; García-Moncó, 2008; Valera y Godinho, 2009; Valera et al., 2010; Daza,
2011; Costa y Cabaço, 2012), en principio, debemos señalar que no existen complejos estructurales
específicamente rituales sino que a veces se produce el reaprovechamiento ritual de un complejo estructural
previamente usado para otros fines. En otras ocasiones, de forma previa al uso de los complejos, se llevan
a cabo ceremonias que implican el enterramiento de animales en la base de las fosas. Al primer caso
corresponde la ternera inhumada en complejo estructural (CE) número 15 (fig. 4) y relacionada con la
potenciación de la fertilidad de los rebaños y la demarcación de la propiedad; al segundo, la inhumación de
cánidos en los CE 12, 15 y 16 (fig. 5 y 6) como evidencia de fundación de dichos complejos estructurales
y como reconocimiento de la función de estos animales en la caza y en el pastoreo, como parece sugerir su
asociación a una cabeza de jabalí en el CE 12 (Cámara y Lizcano, 1996; Lizcano et al., 91-92; Cámara et
al., 2008). El cráneo de carnero, previamente descarnado, y colocado cuidadosamente como trofeo dentro
del CE 25a, abre otros interrogantes sobre el papel de la acumulación de riqueza y su exhibición incluso
Fig. 4. Ternera inhumada en el
CE 15 del área del Polideportivo.
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en los contextos domésticos. Otro cráneo de carnero similar se encuentra en el CE 7 de la cercana área de
La Alberquilla, en la misma zona arqueológica (Cámara et al., 2010), constituyendo parte del conjunto de
animales (cinco perros, dos bóvidos y la propia cabeza de carnero) (fig. 7) que acompañan una inhumación
y que implican la movilización de riqueza pecuaria en los funerales, un aspecto bien constatado en el
Fig. 5. Cánidos inhumados
en el fondo del CE 12 del
área del Polideportivo.
Fig. 6. Cánidos inhumados
en los fondos de los CE 15
y CE 16.
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Alto Guadalquivir (Cámara et al., 2012), si bien no generalizado. En el mismo yacimiento, en el área
del Polideportivo, dos mujeres y dos jóvenes se inhumaron en el CE 13 sin ajuar (fig. 8), a no ser que
consideremos como tal (Cámara y Lizcano, 1996; Lizcano et al., 1991-92; Lizcano, 1999) los restos del
nivel de ocupación previo del complejo estructural, desplazados para hacer sitio a los cadáveres.
Fig. 7. Enterramientos
animales del CE 7 en el
área de La Alberquilla.
Fig. 8. Enterramientos
humanos en el CE 13 del
área del Polideportivo.
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
2. OBJETIVOS DE LAS DATACIONES RADIOCARBÓNICAS DE MATERIALES
DE LOS YACIMIENTOS DEL IV Y III MILENIOS EN EL ALTO GUADALQUIVIR.
EL CASO DE MARTOS
Las fechas disponibles en relación con los rituales de inhumación para el Neolítico Reciente y el Calcolítico
del Alto Guadalquivir en particular y para Andalucía en general, no son muy numerosas (García et al., 2011;
Molina et al., 2012). Lo más sorprendente es que, admitiéndose por la mayoría de los investigadores, con
el precedente de Papa Uvas (Aljaraque, Huelva) (Martín, 1985, 1986), la necesidad de que la información
contextual de cada uno de los complejos, sus procesos tafonómicos y la interpretación de los mismos sean
publicados lo más detalladamente posible, por el contrario, no ha sido considerada la necesaria datación
radiométrica de cada uno de los depósitos, de nuevo con la excepción de Papa Uvas (Soares y Martín, 1996)
y algunos otros ejemplos recientes (Nocete et al., 2010; Cámara et al., 2012).
El problema además es que, a menudo, ha existido una preocupación general por datar los fosos como
el de El Negrón (Gilena, Sevilla) (Cruz-Auñón et al., 1995) o los de Marroquíes (Zafra et al., 2003; Zafra,
2007), con los problemas que los rellenos de estos complejos lineales presentan, dado que el material caído
en ellos, arrastrado del entorno en momentos de desuso, puede ser anterior o posterior a la construcción,
sin que sea posible casi en ningún caso afirmar la relación entre el elemento datado y el contenedor, si bien,
incluso reconociendo tales problemas, se sigue pretendiendo obtener series cronológicas a partir de esos
depósitos (Valera y Silva, 2011; Valera, 2013; Valera et al., 2014).
En el caso de El Polideportivo-La Alberquilla nuestro interés fundamental se ha centrado en la datación
de los rituales documentados, no sólo porque éstos están profundamente conectados con la organización
social concreta en que se desarrollan, sino porque los rituales, especialmente en el área del Polideportivo
(Lizcano et al., 1993), tienen una importante relación con la ganadería y su papel en la acumulación de
riqueza (Cámara et al., 2008).
El análisis de las dataciones de El Polideportivo-La Alberquilla buscaba determinar las fechas en las que el
área excavada de este extenso asentamiento estuvo ocupada y contrastar la validez de la periodización efectuada
a partir del estudio de los materiales arqueológicos y la superposición estratigráfica y estructural (Lizcano, 1999).
La valoración de la periodización previamente propuesta para el yacimiento ha pretendido: a) realizar
una aproximación a la sincronía-diacronía de los complejos estructurales de las distintas áreas; b) establecer
pautas de temporalidad en las estratigrafías más complejas, aquéllas correspondientes a los complejos
estructurales dedicados a actividades más diversificadas, p. ej. el 12. La posibilidad de avanzar en ambos
objetivos ha quedado, en cualquier caso, muy limitada por el número final de dataciones disponible.
3. LA MUESTRA ELEGIDA
Aunque se ha llamado la atención sobre los problemas del uso de los restos óseos para datar los contextos
arqueológicos, especialmente en los suelos ácidos (Nieto et al., 2002), es indudable que la única forma de
concretar estadísticamente la cronología de un depósito ritual es datar el elemento concreto –el inhumado–
cuya fecha se quiere conocer, y, de ahí la reciente proliferación de dataciones de huesos humanos y animales
(Castro et al., 1993-94; Mataloto y Boaventura, 2009; Cámara y Molina, 2009; Cámara et al., 2012; Lull et
al., 2013). Es fundamental datar los huesos cuando, como en el caso que nos ocupa, no existen elementos
materiales cuya asociación a los inhumados –personas o animales– corresponda a una decisión coetánea al
enterramiento, sea porque los restos recuperados junto a los inhumados proceden de procesos de remoción
de depósitos anteriores o de relleno, sea porque los ajuares son prácticamente inexistentes. Además, es
especialmente relevante, sin duda, datar los restos óseos si lo que se desea es corroborar la sucesión de las
inhumaciones, o si lo que se quiere, como en el caso de los cinco perros del CE 12, es datar el inicio de la
ocupación que el ritual habría justificado-reproducido.
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Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
141
No nos encontramos aquí con los problemas que otros autores han tenido para relacionar la cronología
de los inhumados con la fecha de construcción de los sepulcros (Persson y Sjøgren, 1995; Rybicka, 2006;
Bayliss y Whittle, 2007; Baldia, 2010; Scarre, 2010; Schulz Paulsson, 2010), a menudo desconocida, en
primer lugar porque no se trata de enterramientos colectivos y en segundo porque la construcción del
complejo debió ser coetánea a los rituales documentados como en los CE 12 y 25a (Lizcano, 1999).
Cuando esta circunstancia no se da, se producen dos fenómenos claramente distinguibles en el registro
estratigráfico, el reaprovechamientos de estructuras previas como el CE 13 (Cámara y Lizcano, 1996), o
episodios puntuales que suponen un interludio dentro de un uso generalmente doméstico del espacio, como
ejemplifica el nivel donde se sitúa la ternera inhumada en el CE 15. Especialmente esta última posibilidad
es un aspecto que algunos autores han rechazado, prefiriendo proponer un uso exclusivamente ritual para
las fosas piriformes de este tipo de poblados (Márquez y Jiménez, 2010).
4. EL ANÁLISIS DE LAS DATACIONES OBTENIDAS. AGRUPACIÓN DE DATACIONES
SEGÚN EL ERROR MÍNIMO GLOBAL VERSUS SUMA DE PROBABILIDADES
Naturalmente lo primero que se debe discutir es si las dataciones radiocarbónicas pueden ser utilizadas
como un argumento definitivo a favor o en contra de una hipótesis cronológica asentada en otros aspectos
–la seriación de los materiales apoyada en secuencias estratigráficas bien estudiadas–, o si, por el contrario,
ambos aspectos –seriación y datación– deben ser integrados en cualquier análisis cronológico. En nuestra
opinión, sólo un abundante conjunto de dataciones para cada contexto, algo inexistente en los yacimientos
andaluces, puede contribuir, en su tratamiento estadístico, a rechazar o corroborar totalmente una propuesta
de seriación basada en la articulación de las estratigrafías con los cambios en los objetos arqueológicos.
Aunque, dado el exiguo número de dataciones, estas premisas no se pueden aplicar totalmente al yacimiento
que estudiamos, también es cierto que el predominio de una secuencia horizontal –aun con la sucesión de
niveles en los rellenos de algunos CE– convierte la secuencia propuesta previamente para el yacimiento
del Polideportivo-La Alberquilla (Lizcano, 1999) en una hipótesis susceptible de ser fácilmente puesta en
cuestión si no existe una cierta relación con las fechas radiocarbónicas obtenidas.
Hechas estas aclaraciones, podemos ahora usar las dataciones disponibles, calibradas a partir de la curva
IntCal13 (Reimer et al., 2013) a través del programa Calib 7.0.2 (tabla 1 y fig. 9), en un ejercicio crítico
sobre la periodización ofrecida para el yacimiento de El Polideportivo-La Alberquilla (Lizcano, 1999) y,
posteriormente, podemos usarlas para discutir sobre la contemporaneidad y/o diacronía de los complejos
estructurales documentados y sobre la continuidad de uso de algunos de ellos.
La primera fecha obtenida, a partir de carbón, para El Polideportivo (Teledyne Isotopes I-17083)
(Lizcano et al., 1991-92; Lizcano, 1999) presentaba problemas para su calibración y uso comparativo, por
proceder de una muestra de vida larga y por su tratamiento radiométrico mediante el método estándar que
proporcionó una datación con una alta desviación típica. La calibración ofrecía una fecha de la primera
mitad del IV Milenio A.C. para un nivel de hogar (US 3) situado en un momento relativamente avanzado
del uso del CE 12, adscrito a la fase Ic del yacimiento (fig. 11).
Las dataciones obtenidas sobre restos óseos animales, analizadas por el Centro Nacional de Aceleradores
(CNA) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Sevilla, se sitúan todas en la segunda mitad
del IV Milenio A.C. en fechas calibradas, mientras una muestra de restos óseos humanos analizada por el
Laboratorio de la Universidad de Uppsala (Ua) ofrece una datación de mediados del II Milenio A.C.
Todo ello nos lleva, sin ulterior análisis, a considerar que la fechas atribuidas a cada una de las fases
consideradas en los primeros análisis del yacimiento fueron demasiado elevadas (Lizcano, 1999), a raíz
de la evaluación de la única fecha disponible en aquellos momentos, la del laboratorio Teledyne Isotopes.
La combinación de probabilidades a través del programa Calib 7.0.2 nos señala que la mayor parte
de los contextos datados corresponden a un periodo situado entre el 3376 y el 3092 cal A.C. al 84% de
probabilidad dentro del intervalo de 1 σ, y entre el 3520 y el 2877 cal A.C. al 90% de probabilidad para el de
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
Tabla 1. Dataciones disponibles para el yacimiento del Polideportivo de Martos - La Alberquilla, calibradas con el
Programa Calib 7.0.2 y la curva IntCal13 (Reimer et al., 2013).
Nº excav.
Muestra
Fecha BP
Fecha 1 s
Fecha 2 s
Nº laboratorio
Fase
MR14025
Carbón hogar US3
Cánido
5080 ± 140
4465 ± 25
4035-3706
3326-3039
4239-3543
3334-3026
I-17083
CNA603
Fase Ib-c
Alberquilla Fase IIa
MR6249
MR12705
MR12717
MR12719
MR12721
MR12722
Suido
Cánido
Cánido
Cánido
Cánido
Cánido
4550 ± 50
4360 ± 25
4555 ± 30
4610 ± 30
4630 ± 50
4500 ± 40
3367-3113
3011-2918
3365-3128
3493-3355
3510-3355
3336-3105
3495-3092
3080-2907
3482-3105
3509-3146
3627-3127
3355-3034
CNA607
CNA609
CNA610
CNA611
CNA612
CNA613
Fase IIa
Fase Ia
Fase Ia
Fase Ia
Fase Ia
Fase Ia
MR15154
MR15352
MR18138
MR19014
MR16006
MR12703
MR13504
Bóvido
Cánido
Ovicáprido
Cérvido
Cánido
Suido
Humano
4550 ± 25
4530 ± 60
4580 ± 60
4460 ± 30
4295 ± 40
4500 ± 40
3975 ± 33
3362-3132
3358-3106
3497-3116
3323-3030
3000-2880
3336-3105
2565-2467
3367-3108
3493-3025
3516-3096
3336-3021
3076-2872
3355-3034
2577-2350
CNA614
CNA616
CNA617
CNA618
CNA620
CNA621
Ua40060
Fase Ib
Fase Ia
Fase IIa
Fase IIa
Fase IIa
Fase Ia
Fase IIIa
Fig. 9. Representación gráfica de las
dataciones disponibles para el yacimiento
del Polideportivo de Martos-La Alberquilla,
calibradas con el Programa Calib 7.0.2 y la
curva IntCal13 (Reimer et al., 2013).
APL XXX, 2014
[page-n-152]
Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
143
2 σ, si bien, no se alcanza el número de muestras recomendado (20) para minimizar el error cuando se usa
este método (Williams, 2012: 580-581). En cualquier caso, la fecha de la tumba, atribuida a un momento
avanzado de la ocupación del yacimiento, queda fuera de ese intervalo y, por tanto, cabe suponer que la
actividad humana en la zona excavada se prolongó aun más, al menos hasta mediados del III Milenio A.C.
En función de la procedencia las muestras, el grupo de datos usados en este trabajo está constituido por
diez dataciones independientes y dos conjuntos pequeños: a) formado por las fechas obtenidas de muestras
de cinco cánidos y un suido, todos procedentes del CE 12 y de la fase Ia (CNA 609, CNA 610, CNA 611,
CNA 612, CNA 613 y CNA 621); y b) formado por dataciones de muestras del CE 15, correspondientes a
un cánido de la fase Ia y un bóvido de la fase Ib (CNA 614 y CNA 616) (fig. 10).
En el primer caso la combinación de probabilidades a partir del programa Calib 7.0.2 sugiere un uso
del CE 12 entre el 3497 y el 3108 con el 100% de probabilidad dentro del rango 1 σ y cubriendo, por tanto,
prácticamente todo el rango de ocupación del yacimiento sugerido por el análisis conjunto de todas las
dataciones disponibles para éste. Aunque la combinación de probabilidades del intervalo a 1 σ, muestra dos
concentraciones, la primera entre 3497 y 3315 cal A.C. con un 50,12% de probabilidad y la segunda entre
3237 y 3108, con el 46,7%, se debe tener en cuenta, además de los intervalos de baja probabilidad, el hecho
de que no se han tomado muestras de todos los niveles estratigráficos del complejo sino sólo de los niveles
basales en los que tuvieron lugar los enterramientos rituales de animales –cánidos fundamentalmente (fig.
11)–. Por ello, no parece probable que las muestras integradas en este conjunto pertenezcan a momentos
cronológicos diferentes, como después discutiremos, aun con las diferencias temporales sugeridas por
las dataciones obtenidas. De hecho, si atendemos a la suma de probabilidades a 2 σ, las dataciones se
concentran entre 3385 y 3093 con el 69% de probabilidad dentro de ese rango.
En el segundo caso, la combinación de probabilidades de las dataciones calibradas disponibles para el
CE 15 –sólo dos–, sitúan las inhumaciones rituales en este complejo –cánido y ternera– entre el 3358 y
el 3106 cal A.C. con un 100% de probabilidad en el rango a 1 σ, y entre 3374 y 3079 con un 92,96% de
probabilidad dentro del rango 2 σ.
Fig. 10. Sección del CE 15 del área del Polideportivo con indicación del lugar de donde proceden las muestras datadas.
APL XXX, 2014
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144
J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
Fig. 11. Sección del CE 12 del área del Polideportivo con indicación del lugar de donde proceden las muestras datadas.
Un aspecto a tener en cuenta a la hora de comparar y agrupar las fechas disponibles es que la calibración
implica una modificación de la distribución “normal” de la datación. Se ha optado aquí, en los párrafos que
siguen, por la comparación de las fechas no calibradas. Como en otros casos (Davison et al., 2009), los resultados
serán contrastados con datos ya conocidos, en este caso fundamentalmente el complejo estructural del que
proceden las muestras y su situación estratigráfica, utilizando lo que se conoce como el error mínimo global.
1
1 n 1
A partir de la expresión 2 = ∑ 2 (Dolukhanov et al., 2005), siendo n=nº de datos en el conjunto
n i =1 Σ i
s
y ∑i =máx(σi, σmín), con σi=error de medida y σmín=error mínimo global –no es posible disponer del error
instrumental–, se obtiene una incertidumbre global σ para cada conjunto.
Respecto al grupo a, claramente se tienen tres subgrupos (fig. 12), uno de ellos constituido por las
referencias CNA610, CNA613 y CNA621, que se considera un único dato, con una edad media después
de la calibración de 3450 años, según el método seguido aquí (Dolukhanov et al., 2005). Considerando
un error mínimo global de 30 años, a este conjunto se le asigna una incertidumbre global de 40 años. Este
resultado ofrece una fecha más antigua que la combinación de probabilidades para esas tres dataciones que
se obtiene a través del programa Calib 7.0.2, entre 3361 y 3113 cal A.C. al 100% de probabilidad dentro
del rango 1 σ y entre el 3367 y el 3090 al 99,6% de probabilidad dentro del rango 2 σ. Sin embargo, la
fecha obtenida sí se encuentra dentro del rango de la suma de probabilidades para todas las dataciones del
complejo que, como hemos visto, está entre 3497 y 3108 a 1 σ.
Otro subgrupo está formado por las dataciones CNA611 y CNA612, ligeramente más antiguas. Para este
subgrupo se estima una edad de 3430 años y una incertidumbre global estimada de 36 años, colocándose en
este caso la estimación dentro de la combinación de probabilidades del programa Calib 7.0.2 que situaría la
APL XXX, 2014
[page-n-154]
Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
145
Fig. 12. Histograma para los conjuntos coevales
formados por CNA610, CNA613, CNA621 y
CNA611-CNA612, junto al dato independiente
CAN609.
agrupación de esas dos dataciones entre 3498 y 3353 cal A.C. al 100% de probabilidad dentro del rango 1
σ y entre 3522 y 3335 al 96,18% de probabilidad dentro del rango 2 σ. Finalmente el tercer subgrupo está
formado por un único elemento (CAN609), de edad estimada en 3030 años y una incertidumbre de 30 años
(Dolukhanov et al., 2005; Davison et al., 2009).
De igual forma, para las dos referencias CNA614 y CNA616 pertenecientes al CE 15 se tiene una edad
de 3435 años y un error instrumental que, utilizando la expresión anterior, es σ=±47 años. También en este
caso el método usado ofrece una fecha más antigua a la obtenida por la combinación de probabilidades
que situaría esos enterramientos de animales en el CE 15 entre el 3374 y el 3079 cal A.C. con un 100% de
probabilidad en el rango a 2 σ.
Una vez realizadas las correcciones anteriores, las comparaciones entre dataciones se llevan a cabo
mediante el test t-Student utilizando la varianza conjunta como varianza del grupo y un nivel de significación
α=0.05. Los resultados obtenidos (tabla 2) permiten establecer los siguientes grupos:
1) I17083 5080±140BP
2) CNA 610, 611, 612, 613, 614, 616, 617, 621
3) CNA 603, 618
4) CNA 609, 620
5) Ua40060 3975±33BP
La datación CNA 607 es problemática ya que está en el límite de significación de los grupos 2 y 3, por lo
que no se le puede asignar un valor que pueda discriminar correctamente entre ambos grupos. Posiblemente
sea un dato de transición entre los periodos formados por los anteriores 2 y 3. Estos resultados permiten
establecer dos posibles ordenaciones de los datos –debido a lo expuesto anteriormente– desde los más
antiguos a los más recientes:
ORDEN 1
- I17083 4036-3706 cal A.C.
- CNA 607, 610, 611, 612, 613, 614, 616, 617, 621 3450-3380 cal A.C.
- CNA 603, 618 3340-3320 cal A.C.
- CNA 609, 620 3090-2870 cal A.C.
- Ua40060 2565-2467 cal A.C.
ORDEN 2
- I17083 4036-3706 cal A.C.
- CNA 610, 611, 612, 613, 614, 616, 617, 621 3520-3435 cal A.C.
APL XXX, 2014
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146
J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
- CNA 603, 607, 618 3380-3320 cal A.C.
- CNA 609, 620 3090-2870 cal A.C.
- Ua40060 2565-2467 cal A.C.
Dadas las características de la cultura material mueble asociada a la muestra CNA607 (Lizcano, 1999)
será esta última propuesta la que seguiremos en la discusión que sigue.
Así, prescindiendo de las dataciones extremas, grupos 1 y 5, las fechas se pueden agrupar en tres
conjuntos: 3520-3435, 3380-3320 y 3090-2870 A.C.
Para afirmar la cronología de cada uno de los contextos y el periodo global de ocupación del yacimiento,
en nuestra opinión, el primer trabajo que habría que realizar es relacionar cada una de estas agrupaciones,
las fechas concretas que en cada una de ellas se inscriben, con las fases presentadas a partir de la seriación
del material mueble y las estructuras de El Polideportivo-La Alberquilla.
Las dataciones de nuestra primera agrupación (CNA 610, 611, 612, 613, 614, 616, 617, 621), corresponden
a la mayor parte de los perros inhumados en el fondo del CE 12 (MR12717, MR12719, MR12721,
MR12722), al suido al que circundan (MR12703) (Cámara et al., 2008) (fig. 5), a los restos de la ternera del
Tabla 2. Comparación de muestras mediante el test t de Student con nivel de significación α=0.05.
t
CNA610, CNA611,
CNA612,CNA613 y CNA 621
α
2.347
<0.05
1.136
>0.05
1.000
>0.05
2.347
<0.05
7.804
<0.05
CNA614-CAN616
7.263
<0.05
CNA603
7.306
<0.05
CNA607
6.00
<0.05
CNA617
7.304
<0.05
CNA618
7.306
<0.05
CNA620
0.1
>0.05
CNA603
1.703
=0.05
CNA607
0.801
>0.05
CNA617
1.115
>0.05
CNA618
1.703
=0.05
CNA620
6.56
<0.05
CNA607
0.685
>0.05
CNA617
2.68
<0.05
CNA618
0.1
>0.05
CNA620
6.2
<0.05
CNA617
1.792
<0.05
CNA618
0.686
>0.05
CNA620
APL XXX, 2014
>0.05
CNA620
CNA618
0.253
CNA618
CNA607
CNA614-CAN616
CNA617
CNA603
<0.05
CNA607
CNA614-616
8.98
CNA603
CNA609
CNA609
5.466
<0.05
CNA620
6.2
<0.05
[page-n-156]
Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
147
CE 15 (MR15154), al perro inhumado en el fondo de éste (MR15352) (fig. 6) y a los restos de un ovicáprido
(MR18138) del CE 18 (fig. 13). Se confirma así que las dataciones de los cánidos del CE 12 corresponden a
un momento antiguo de la ocupación del yacimiento (fase Ia) pero la presencia de fuentes carenadas en el CE
18 había llevado a situar éste en la denominada fase IIa. Por otra parte la adscripción de la ternera localizada
en el CE 15 a esta agrupación, por la fecha obtenida (CNA 614), implica que no existió una amplia diferencia
temporal entre los primeros rituales desarrollados en él, la inhumación de un cánido (CNA 616) (fase Ia), y el
enterramiento de este bóvido algo después (fase Ib) según la evidencia estratigráfica. Aun posteriores serían
los enterramientos de La Alberquilla, para los que, en cualquier caso, sólo contamos con una fecha (CNA 603).
Como hemos dicho el análisis llevaría a situar este momento del yacimiento en 3520-3435 cal A.C.
En cualquier caso habría que señalar que algunas muestras de esta agrupación son ligeramente más
recientes que las otras –especialmente CNA613-MR12722 y CNA621-MR12703– lo que podría deberse
también a una menor cantidad de colágeno en ellas, como se ha sugerido también en otras áreas (Losey et al.,
2011), aunque, desafortunadamente, el laboratorio no ha proporcionado estos datos. Por el contrario, como
ya hemos dicho, existen también dos fechas más antiguas (CNA611-MR12719 y CNA612-MR12721).
De hecho, según la combinación de probabilidades realizadas con el programa Calib 7.0.2, las dataciones
que se han incluido en esta agrupación se situarían entre 3495 y 3115 cal A.C. en el rango 1 σ y entre 3515
y 3090 cal A.C. en el intervalo 2 σ, pero con dos concentraciones, una entre 3515 y 3422 cal A.C. que
supone el 18,31% y otra entre 3385 y 3090 que representa el 80,67%. Dada esta disparidad y el fuerte
solapamiento con el intervalo posterior, se podría plantear una subdivisión entre las fechas más antiguas
(CNA611 y CNA612) y el resto. En este sentido la combinación de las dos primeras fechas se situaría
entre 3498 y 3353 cal A.C. al 100% de probabilidad dentro del rango 1 σ y entre 3522 y 3335 al 96,18% de
probabilidad dentro del rango 2 σ. Éstas son las que se separan claramente del periodo posterior y las que
más se ajustan a los resultados proporcionados por el método propuesto por Dolukhanov y otros (2005)
aquí seguido. Por el contrario el resto de las fechas, cuando se combinan, muestran un fuerte solapamiento
con la agrupación presentada a continuación, con un arco temporal del 3364 al 3113 cal A.C. al 100% de
Fig. 13. Sección del CE 18 del área del Polideportivo con indicación de la UE de la que se ha tomado la muestra datada.
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148
J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
probabilidad en el rango 1 σ y del 3375 al 3087 con el 95,45% de probabilidad en el intervalo 2 σ. A no ser
que pensemos en el traslado de cuerpos de cánidos desde contextos más antiguos en la deposición ritual
inicial o que planteemos que las remociones rituales en el CE 12, antes del uso doméstico posterior que
hemos documentado, duraron unos doscientos años, hay que pensar que es muy probable que las dataciones
más antiguas se acerquen más a la fecha real de las inhumaciones iniciales y que el resto de las dataciones
son más recientes de lo esperado.
La segunda agrupación de fechas incluye un perro de un complejo estructural con enterramientos
rituales –de humanos y animales– en la zona de la Alberquilla (CNA603- MR14025) (fig. 7), un hueso
de cérvido (CNA618-MR19014) del CE 19 (fig. 14) y finalmente, con un carácter, como hemos visto,
transicional, restos de un suido (CNA607-MR6249) del CE 6 (fig. 15). La mayor parte de los contextos a
que pertenecen estas muestras fueron situados en la fase IIa –CE 6 y CE 19–, por criterios de morfometría
cerámica, mientras el CE 7 de La Alberquilla no fue incluido en la seriación cerámica al haberse excavado
posteriormente (Cámara et al., 2010). Esta agrupación quedaría, por tanto, situada, sobre todo en el siglo
XXXIV A.C., entre 3380 y 3320 cal A.C. En este caso también podemos ver que tales resultados se sitúan
en los límites más antiguos de las fechas que se obtienen de la suma de probabilidades de las dataciones
incluidas en este grupo a partir del programa Calib 7.0.2, que las sitúan entre 3331 y 3089 cal A.C. al
95,8% de probabilidad en el rango 1 σ y entre 3366 y 3080 al 90,07% en el intervalo 2 σ. Dado este arco
cronológico no es imposible que la datación del CE 18 (CNA617) se relacione con este grupo aun cuando
se asocie también significativamente al primero.
Finalmente la tercera agrupación de fechas (4) incluye sólo dos muestras, una de ellas del nivel fundacional
del CE 16 –con inhumación de cánido CNA620-MR16006–, muy arrasado (fig. 6), lo que podría hacer pensar
que pertenecería ciertamente a una fase avanzada del yacimiento, y por tanto ser más reciente de lo que se
pensó en las primeras interpretaciones que tendieron a ubicar todas las deposiciones de cánidos en el mismo
momento inicial del yacimiento. La otra fecha incluida en esta agrupación ha sido obtenida sobre uno de los
cánidos del CE 12 (CNA609-MR12705). Así la procedencia de esta segunda de esas fechas de un contexto
antiguo y la escasa contextualización de la primera de las muestras, nos obliga a ser cautos en cuanto a la
correlación de esta agrupación de fechas –3090-2870 cal A.C.– con una fase concreta de nuestro yacimiento.
En este caso, la coincidencia con los resultados de la suma de probabilidades a partir del programa Calib 7.0.2
es mayor, pues este ofrece para esas dos dataciones combinadas unos resultados de 3010-2888 cal A.C. al
100% de probabilidad para el rango 1 σ y 3025-2878 al 98,68% de probabilidad en el intervalo 2 σ.
Fig. 14. Sección del CE 19 del área del Polideportivo con indicación de la UE de la que se ha tomado la muestra datada.
APL XXX, 2014
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Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
149
Fig. 15. Sección del CE 6 del área del Polideportivo con indicación de la UE de la que se ha tomado la muestra datada.
5. LAS DATACIONES EN RELACIÓN CON LA PERIODIZACIÓN DEL YACIMIENTO:
AGRUPACIONES, SUMA DE PROBABILIDADES Y ANÁLISIS BAYESIANOS
Si nos ceñimos a la atribución previa en fases, con ciertas correcciones como la atribución del CE 16 a
un momento no inicial, observamos que los solapamientos entre las fases Ia/Ib y IIa según la suma de
probabilidades de las dataciones disponibles a partir del programa Calib 7.0.2 son considerables. Para las
subases Ia-b obtendríamos un intervalo entre 3497 y 3118 al 100% de probabilidad en el rango 1 σ y entre
3515 y 3093, también al 100% de probabilidad en el intervalo 2 σ, si bien ya se ha dicho que las dataciones que
ofrecen fechas más antiguas (CNA611, CNA612 y, en menor medida, CNA617) conducen a dos agrupaciones
(3497-3458 al 19,1% de probabilidad frente a 3377-3118 al 80,9% en el intervalo 1 σ). Para la fase IIa la
suma de probabilidades con el programa Calib 7.0.2 ofrece un intervalo entre 3361 y 2888 cal A.C. al 100%
de probabilidad en el rango 1 σ y entre 3376 y 2878 cal A.C. al 96,59% en el rango 2 σ, por lo que, si
prescindiéramos de las dataciones que han dado fechas más antiguas, el solapamiento sería absoluto.
En este sentido, la primera impresión sobre la correlación entre las dataciones y la seriación es que,
independientemente de la escasez, por el momento, de muestras de fases avanzadas, dado nuestro interés
en fechar la primera ocupación del lugar, no resulta fácil usar las dataciones para afirmar la sucesión de
las cuatro primeras subfases –Ia, Ib, Ic y IIa– del yacimiento, anteriores a un momento de arrastre de
sedimentos, probablemente relacionados con una inundación (Lizcano, 1999). De hecho, los solapamientos
entre las dos primeras agrupaciones obtenidas a partir del método del error mínimo global sugerido por
Dolukhanov y otros (2005) son aun mayores si atendemos a los resultados de la suma de probabilidades
a partir del programa Calib 7.0.2. Parece, en cualquier caso, probable que nuestra primera agrupación
de fechas corresponda, en su mayoría, a la denominada fase Ia del yacimiento y la segunda agrupación
a elementos procedentes principalmente de la fase IIa aunque con problemas en cuanto a que algunos
contextos, como el CE 18, sorprendentemente, han proporcionado dataciones antiguas (CNA 617).
Dadas las contradicciones que se observan entre la suma de probabilidades proporcionadas por el
programa Calib 7.0.2 y las agrupaciones del método del error mínimo global antes presentado (Dolukhanov
et al., 2005) que se ajustan más a las fases cronoestratigráficas previamente ofrecidas (Lizcano, 1999), se
ha realizado una calibración bayesiana (Bronk Ramsey, 2009) ordenando las dataciones según las fases
cronoestratigráficas de las que fueron obtenidas.
APL XXX, 2014
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150
J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
En primer lugar hemos utilizado el programa BCal gestionado por el Department of Probability and
Statistics de la University of Sheffield, disponible en el siguiente enlace: http://bcal.sheffield.ac.uk. (Buck
et al., 1999), y que ya ha sido utilizado para casos de la Península Ibérica (Lull et al., 2013). Entre las
diferentes condiciones que el programa nos permite seleccionar los resultados más significativos se han
obtenido considerando que las diferentes fases datadas (Ia, Ib, IIa y IIIa) son sucesivas, sin solapamientos
y con hiatos entre ellas. El análisis de probabilidades señala que, Ia es anterior a Ib con un 99,02% de
probabilidad, Ib es anterior a IIa con el 98,94% y IIa es anterior a IIIa con el 99,93%. La cronología
atribuida a cada fase para 1 y 2 δ puede consultarse en la tabla 3.
Otros autores (Boaventura, 2011; Boaventura y Mataloto, 2103) prefieren utilizar el programa OxCal 4.2,
disponible en la web: https://c14.arch.ox.ac.uk/oxcal/OxCal.html, para realizar los análisis bayesianos. Una
de las ventajas de esta aplicación es que permite mostrar en un mismo gráfico tanto las curvas individuales
de las dataciones como las curvas acumuladas por fases.
En este caso, usando las mismas condiciones, eliminando también del análisis las dataciones CNA 609 y
CNA 620 que el programa considera outlier, la significación obtenida para el modelo que considera las cuatro
fases (Ia, Ib, IIa y IIIa) es del 116,9% (tabla 4 y fig. 16), que constituye un índice de concordancia bastante
bueno ya que a partir de valores superiores al 60% se considera que el modelo bayesiano propuesto es válido.
El método del error mínimo global de Dolukhanov y otros (2005) y el análisis bayesiano nos sugieren
que existe una cierta correlación entre las dataciones y la seriación propuesta, a través de los materiales
arqueológicos, principalmente la cerámica (fig. 17), sin embargo, todos los métodos, y especialmente la
Tabla 3. Resultados de la calibración bayesiana, según la curva IntCal13, realizada con el programa BCal
(http://bcal.sheffield.ac.uk, Buck et al.,1999).
Intervalos de densidad posterior (HPD) máxima (cal BP)
Phase
Name
from
to
%
from
to
%
Boundary Start 1
-5337
-5301
68
-5462
-5290
95
Phase 1
CNA621
CNA616
CNA610
CNA611
CNA612
CNA613
Boundary End 1
Boundary Start 2
-5308
-5312
-5310
-5318
-5322
-5308
-5404
-5295
-5276
-5280
-5291
-5301
-5296
-5275
-5249
-5142
68
68
68
68
68
68
68
68
-5314
-5323
-5319
-5431
-5394
-5314
-5309
-5301
-5225
-5224
-5263
5285
-5275
-5228
-5179
-5129
95
95
95
95
95
95
95
95
Phase 2
CNA614
Boundary End 2
Boundary Start 3
CNA618
CNA603
CNA607
CNA617
Boundary End 3
Boundary Start 4
Ua40060
Boundary End 4
-5182
-5163
-5133
-5124
-5122
-5106
-5103
-5113
-4791
-4514
-4503
-5129
-5082
-5060
-5038
-5040
-5048
-5048
-5008
-4475
-4416
-3378
68
68
68
68
68
68
68
68
68
68
68
-5297
-5289
-5223
-5196
-5202
-5187
-5185
-5171
-5003
-4524
-4514
-5081
-5067
-5047
-4979
-4982
-5034
-5034
-4915
-4427
-4299
-1858
95
95
95
95
95
95
95
95
95
95
95
Phase 3
Phase 4
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suma de probabilidades, indican que la distancia cronológica entre las fases Ia, Ib y IIa es muy corta. Por
tanto lo que podemos asegurar, con mayor certeza, es que la principal transformación tuvo lugar a partir de la
fase IIa, a continuación de la posible inundación, entre fines del IV y principios del III Milenio A.C.
Si atendemos a la problemática de dataciones como la CNA 617 del CE 18, deberíamos plantear
que determinadas diferencias en los materiales pudieron tener más un matiz funcional que cronológico
y que el intento de articular una periodización detallada a partir de la estratigrafía horizontal (Lizcano,
Tabla 4. Resultados de la calibración bayesiana, según la curva IntCal13, realizada con el programa OxCal (https://c14.
arch.ox.ac.uk/oxcal/OxCal.html).
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
Fig. 16. Representación de las calibraciones bayesianas agrupadas por fases según el programa OxCal y la curva IntCal13.
1999) fue ciertamente ambicioso (y optimista), especialmente en lo que respecta a la subdivisión de la
denominada fase I, aunque algunos de los métodos de tratamiento estadístico de las dataciones (error
mínimo global y análisis bayesiano) la corroboren.
Prescindiendo de las dataciones CNA 609 (MR12705) y CNA 620 (MR16006) –tercera agrupación
de fechas, excepto la muestra transicional CNA 607– y de la datación I17085 por su excesiva desviación
típica, la horquilla cronológica en que se sitúan esas 4 subfases quedaría reducida a la segunda mitad del IV
milenio A.C., en lo que en el Sudeste se ha considerado Neolítico Final-Cobre Antiguo (Molina et al., 2004;
Molina y Cámara, 2005), implicando además esa cronología, como hemos repetido, un rejuvenecimiento
de anteriores propuestas (Lizcano, 1999) que tuvieron excesivamente en cuenta la datación I17085. En
cualquier caso determinadas fechas de Papa Uvas (Aljaraque, Huelva) (Soares y Martín, 1996) y Los
Castillejos en las Peñas de los Gitanos (Montefrío, Granada) (Martínez et al., 2010), sugieren que los
cambios del Neolítico Reciente comenzaron a los albores del IV Milenio A.C.
Aunque de momento sólo contamos con una fecha clara para las fases posteriores, correspondiente
a uno de los inhumados en la tumba 13 (Ua40060-MR13504) (fig. 18), ésta muestra una importante
diferencia temporal con los momentos de las primeras inhumaciones rituales de animales, como también
Fig. 17. Evolución de la cerámica en el Polideportivo de Martos con propuesta cronológica.
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Nuevas aportaciones para la periodización del Polideportivo de Martos
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Fig. 18. Sección del CE 13 del área del Polideportivo con indicación de la UE de la que se ha tomado la muestra datada.
se observaba en la calibración bayesiana antes comentada. De hecho, su rango a dos sigmas se sitúa
entre 2577 y 2350 A.C. En este caso, con independencia de la posibilidad de que estemos ante una fecha
ligeramente rejuvenecida, debemos señalar por una parte que las inhumaciones, que se situaron como
se dijo (Cámara y Lizcano, 1996; Lizcano, 1999) en una cabaña anterior cuyo material fue arrinconado
hacia los bordes, pueden ser bastante posteriores a la construcción del complejo estructural en que se
sitúan; en segundo lugar, que éstas pudieron desarrollarse a lo largo de un amplio periodo de tiempo –
aunque en un primer momento se pensara en relaciones parentales directas entre ellas, si bien con dos
mujeres y tres jóvenes–, y, en tercer lugar, que, en cualquier caso, el CE 13 pertenece a un momento
avanzado de la ocupación de esta zona del poblado (fase III).
Un aspecto importante de estas dataciones es que no sólo parecen confirmar, frente a lo que muchos
autores habían pretendido para estas comunidades (Aguayo et al., 1994; Fernández y Márquez, 19992000; Márquez, 2002; Lucena y Martín, 2005; Márquez y Jiménez, 2010), la ocupación continua de este
tipo de poblados, sino también el largo periodo de utilización de cada uno de los complejos estructurales,
corroborado no sólo por el análisis estratigráfico (Lizcano, 1999) sino también por el análisis químico de
los sedimentos (Sánchez et al., 1998).
Tabla 5. Propuestas cronológicas para cada una de las fases en función de los distintos métodos discutidos y de las
muestras disponibles.
Propuesta de
seriación
III
Suma de probabilidades Resultado de la combinación
(Calib 7.0.2)
mediante el método del error
mínimo global
Calibración
bayesiana (Bcal)
Calibración
bayesiana (OxCal)
2577-2350
2565-2467
2524-2299
3041-2079
3376-2878
3090-2870
3223-2915
3222-2934
Ib
3367-3108
3520-3320
3301-3067
3146-3115
Ia
3514-2911
3462-3179
3472-3215
IIIb
IIIa
II
IIb
IIa
I
Ic
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J. A. Afonso, J. A. Cámara, L. Spanedda, J. A. Esquivel, R. Lizcano, C. Pérez y J. A. Riquelme
6. CONCLUSIONES
Aun teniendo en cuenta que algunas dataciones resultan más antiguas (CNA607) o más recientes
(CNA609) de lo esperado, el estudio realizado a partir de la combinación de las fechas obtenidas por el
método del error mínimo global o a partir del análisis bayesiano siguiendo la propuesta de periodización
presentada a partir de la seriación de la cultura material mueble del yacimiento, especialmente la
cerámica, nos ha permitido proponer una secuencia de ocupación relativamente amplia. De hecho, se
puede sugerir que el diseño esquemático de la evolución de este yacimiento con estratigrafía horizontal
(Lizcano, 1999) fue correcto.
De hecho, la discusión de las fechas a partir de su análisis estadístico en relación con los contextos y
a la seriación de materiales y complejos de Martos sugiere que la fase Ia se desarrolló a comienzos de la
segunda mitad del IV milenio A.C., la fase Ib a principios del último cuarto del IV milenio y la fase IIa en el
último tercio del IV milenio A.C. (tabla 5). Encontramos además una importante diferencia temporal entre
la mayoría de las dataciones y la fecha de la tumba 13, aunque existe la posibilidad de que hubiera una
amplia diferencia temporal entre la erección del CE 13 y la introducción en él de los cadáveres.
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se inscribe en el desarrollo del Proyecto “Cronología de la consolidación del sedentarismo y la desigualdad
social en el Alto Guadalquivir (HAR2008-04577)” financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
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APL XXX, 2014
[page-n-168]
Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 159-211
Oreto GARCÍA PUCHOL a, Lluís MOLINA BALAGUER b, Fernando COTINO VILLA c,
Josep Lluís PASCUAL BENITO d, Teresa OROZCO KÖHLER b, Salvador PARDO GORDÓ b,
Yolanda CARRIÓN MARCO e, Guillem PÉREZ JORDÀ f,
María CLAUSÍ SIFRE c y Luís GIMENO MARTÍNEZ c
Hábitat, marco radiométrico y producción artesanal
durante el final del Neolítico y el Horizonte
Campaniforme en el corredor de Montesa (Valencia).
Los yacimientos de Quintaret y Corcot
RESUMEN: El propósito principal de este artículo reside en la descripción e interpretación del registro arqueológico
correspondiente al Neolítico final y al Horizonte Campaniforme documentado en los yacimientos de Quintaret
(Montesa, Valencia) y Corcot (l’Alcúdia de Crespins, Valencia). Las estructuras aquí reconocidas corresponden a fosas
y silos, de cuyo relleno procede un interesante conjunto de materiales. Las dataciones radiométricas obtenidas sitúan
el desarrollo de los yacimientos al menos entre el último siglo del IV milenio y los siglos centrales del III milenio cal
AC. Cabe destacar la recuperación de varios vasos campaniformes de estilo regional en la estructura Q138 de Quintaret,
así como la documentación en otras estructuras de un elevado número de restos de la fábrica de perlas de collar sobre
lignito y caliza, que evidencian la existencia en el lugar de áreas de actividad relacionadas con estas artesanías.
PALABRAS CLAVE: Neolítico final, Campaniforme, silos, cuentas de lignito y caliza, C14.
Settlement, radiocarbon dates and craft productions during Late Neolithic and Bell Beaker periods
in the ‘corredor de Montesa’ (Valencia, Spain). The sites of Quintaret and Corcot
ABSTRACT: In this paper we present the results related to the excavation works conducted in Late Neolithic and
Bell Beaker sites of Quintaret (Montesa, Valencia) and Corcot (l’Alcúdia de Crespins, Valencia), both in the middle
valley of Canyoles river. The sites, neighboring each other, offer a quite different volume of information (Quintaret: 51
structures; Corcot: 4 structures). 14C dates allow us to define the occupation of this area of the valley along the first half
of the III millennium cal BC. The presence of bell beaker ceramic in archaeological record of Quintaret is limited to just
one structure (Q138), where at least 7 different vessels have been identified. Other prominent point of the record is the
identification of remains related with the production of stone beads. The whole sequence of production is represented,
and also some tools used in the process have been recovered, putting in evidence the existence of some workshop areas.
KEY WORDS: Late Neolithic, Bell Beaker, storage pits, lignite and limestone beads, C14.
a Investigadora Programa Ramón y Cajal.
Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
Oreto.garcia@uv.es
b Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
Lluis.Molina@uv.es | Teresa.orozco@uv.es | Salvador.pardo@uv.es
c Global Geomática, Valencia.
fcotino@gmail.com
Recibido: 28/03/2014. Aceptado: 05/05/2014.
d
e
f
Museu de Prehistòria de València - SIP.
joseplluis.pascual@dival.es
Universidad Nacional a Distancia (UNED), Valencia.
Yolanda.carrion@uv.es
G.I. Arqueobotánica. IH, CCHS, CSIC.
Guillem.perez@uv.es
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160
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
1. PRESENTACIÓN
Las intervenciones arqueológicas desarrolladas por técnicos de la empresa Global Geomática S.L., con motivo
del proyecto del Nuevo Acceso de Alta Velocidad Levante-Madrid-Castilla la Mancha-Región de Murcia
(tramo Moixent-l’Alcúdia de Crespins), han proporcionado nuevos datos sobre las ocupaciones humanas
del final del Neolítico y el Horizonte Campaniforme en el denominado corredor de Montesa (comarca de La
Costera, Valencia). Este espacio conforma un valle encajado entre la Serra d’Enguera y el macizo del Caroig al
N y la Serra Grossa al S, línea de confluencia de los sistemas Ibérico y Bético. El río Cànyoles, afluente del río
Xúquer, constituye el curso de agua destacado en su discurrir desde el SO al NE por el valle de Montesa. Este
valle resulta el principal corredor de comunicación entre el litoral valenciano y el interior de la meseta, aspecto
bien reflejado por la frecuencia de yacimientos arqueológicos de variada cronología documentados en gran
medida al amparo del reciente trazado de la alta velocidad. Un aspecto que tiene su trascendencia directa en la
confluencia diacrónica de ejes vertebradores de comunicación de relevancia, como el paso de la Vía Augusta o
el trazado del Ave que nos ocupa, y tendría también su reflejo en las redes de comunicación establecidas entre
las comunidades prehistóricas. Los resultados aquí presentados corresponden al tramo de la obra comprendido
entre los términos municipales de Moixent y l’Alcúdia de Crespins (fig. 1).
Los trabajos previos de prospección realizados en junio de 2009 en la denominada área de Quintaret
permitieron identificar la existencia de 2 silos cuyos materiales referían una atribución prehistórica neolítica,
confirmada por los trabajos de excavación realizados posteriormente en el año 2012, que además aportaron
evidencias sobre estructuras y materiales del Bronce final, épocas ibérica, romana y andalusí, y otros
restos estructurales de cronología posterior. A unos 3 km en línea recta, las intervenciones de seguimiento
arqueológico efectuadas en la denominada área de Corcot, desde enero de 2012, propiciaron también la
detección de estructuras prehistóricas y de cronología ibérica.
El propósito de este trabajo reside en describir e interpretar los hallazgos en ambas áreas correspondientes
a las ocupaciones del Neolítico final y del Horizonte campaniforme, apoyándonos para ello en la entidad
numérica de las fosas y silos documentados –un número notable de estructuras en Quintaret (51), reducido
en Corcot (4)–, y el interés del registro arqueológico recuperado. Las dataciones radiométricas obtenidas
permiten acotar que esta zona del curso medio del Cànyoles estaría ocupada al menos entre el último siglo
del IV milenio y los siglos centrales del III milenio cal AC.
Fig. 1. Mapa de localización de Quintaret y Corcot.
APL XXX, 2014
[page-n-170]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
161
La parcialidad de la excavación, siguiendo las directrices marcadas por el trazado de la obra, no permite
hacernos una idea de la extensión del espacio ocupado, si bien las pautas de distribución son similares
a otros registros conocidos en el territorio valenciano de similar cronología: en el fondo de los valles y
cercanos a cursos de agua. Las concentraciones observadas en algunos puntos (valle del Serpis) remiten a
ocupaciones durante largos períodos de tiempo dando así lugar a extensas áreas con vestigios de habitación
reconocidos sobre todo por la existencia de silos y fosas. Entre los hallazgos destacados avanzamos la
exclusiva concentración de vasos campaniformes en la estructura Q138 de Quintaret, así como los restos
relacionados con la artesanía in situ de perlas de collar sobre lignito y caliza que confirman la existencia en
el lugar de áreas de taller, de las que procederían el millar aproximado de cuentas y restos de la cadena de
producción localizados en el relleno de varias fosas de este mismo yacimiento (Q006, Q226, Q228, Q229,
Q230, Q231 y Q261).
2. LAS ESTRUCTURAS PREHISTÓRICAS DE QUINTARET Y CORCOT
(F. Cotino Vila, O. García Puchol y M. Clausí Sifre)
Tras la detección de materiales durante los trabajos previos de prospección, se procedió al seguimiento
arqueológico del decapado del área afectada por los desmontes de la obra (unos 31.500 m2), lo cual permitió
la identificación de numerosas estructuras de adscripción prehistórica e histórica que fueron seguidamente
excavadas. El registro de la información se realizó mediante las fichas normalizadas para tal fin y los datos
analíticos se incorporaron a una base de datos informatizada que permitió su tratamiento posterior. A estos
efectos se ha desarrollado una aplicación sobre GvSig que permite la gestión del conjunto de la información.
El registro planimétrico se efectuó combinando técnicas de topografía clásica con fotogrametría y láser
escáner3D, obteniéndose como resultados plantas ortofotográficas y modelos tridimensionales de las
estructuras.
Con el fin de recuperar vestigios paleobotánicos y otros restos de interés de reducido tamaño, se procedió
al tamizado con agua de una muestra del relleno de las estructuras (20 litros). Este muestreo fue ampliado
en función de la naturaleza y características de los restos hallados. La muestra biótica (carbones y en menor
medida semillas) no ha sido abundante pero permite realizar una serie de puntualizaciones interesantes
de carácter económico y ambiental. Por el contrario, no se han recuperado restos óseos, ni tan siquiera
pequeños restos entre las muestras flotadas (tampoco en las estructuras de época histórica), lo cual apunta
hacia un problema de conservación relacionado con la naturaleza del sustrato geológico.
2.1. Fosas y silos prehistóricos en Quintaret
El yacimiento de Quintaret se halla en el término municipal de Montesa, a poco más de 2 km al SE del
casco urbano de esta población. El lugar queda ubicado en la parte alta de una suave colina que ofrece una
posición de dominio visual de un tramo importante del valle de Montesa en paralelo al margen izquierdo
del río Cànyoles, que discurre a unos 1.000 m del área de la intervención. El Barranc de la Mentirola al O y
el Barranc del Toll hacia el E delimitan geomorfológicamente el área. Desde el punto de vista geológico se
encuentra en una formación del Mioceno medio-superior, Helvetiense-Tortoniense (TM. Margas blancas y
grises). Dichas margas son amarillas y blancas en superficie mientras que en profundidad pasan a ser gris,
verdosas y negruzcas. Los trabajos de excavación se iniciaron en enero de 2012 bajo la dirección de los
arqueólogos Fernando Cotino Villa y María Clausí Sifre. Las estructuras prehistóricas localizadas –acotadas
lógicamente al trazado de la vía férra– se distribuyen principalmente en la zona alta de la colina (“área de
la viña”) y hacia el Barranc del Toll, sobre todo al N pero también al S de la traza de la vía (fig. 2, A y B).
La prospección arqueológica permitió detectar dos estructuras tanto al N como al S del área intervenida,
APL XXX, 2014
[page-n-171]
162
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Q230
Q231
Q228
Q229
Q242
Q024
Q007
Q006
N
Q282
Q283
Q030
Q138
20
Q088 Q090
Q082
Q092
Q089
Q079 Q081 Q083
Q091
Q075
Q084
Q086
Q078 Q080
Q085
Q064 Q071 Q074
Q070 Q072
Q067
Q125
Q069
Q062 Q068
Q077
40
60
80
100 m.
Q263
Q066
Q065
Q223
Q063
Q060
Q197
Q193
Q061
Q059
Q054 Q055 Q057
Q190
Q058
Q175
Q171
Q164
Q162
Q157
0
Q007
N
20
40
60
80
100 m.
Q024
Q081
Q071
Q079
Q074
Q075
Q138
Q083
Q082
Q078
Q085
Q086
Q073
Q125
Q084
Q067 Q062
Q077
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Q072
Q060 Q061 Q069
Q059
Q070
Q055
Q054
Q171
Q282
Q030
Q088 Q090
Q092
Q080 Q089
Q091
Q066
Q065
Q064
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Q006
Q263
Q223
Q197
Q165
Q193
Q190
Q175
Q164
Q162
Q157
N
20
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40
60
Q230
Q231
80
100 m.
Q228
Q229
Q242
Q007
Q024
Q006
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Q282
Q283
Q030
Q138
Q088
Q090
Q082
Q092
Q089
Q083
Q091
Q075 Q079 Q081 Q084
Q086
Q078 Q080
Q085
Q064 Q071 Q074
Q070 Q072
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Q125
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Q062 Q068
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100 m.
Q263
Q066
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Q223
Q063
Q060
Q197
Q193
Q061
Q059
Q054 Q055 Q057
Q190
Q058
Q175
Q171
Q164
Q162
Q157
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20
40
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100 m.
Q230
Q231
Q242
Q007
Q024 Q006
Q282
N
Q283
20
40
60
80
100 m.
Fig. 2. A y B, planimetría de la excavación en Quintaret.
APL XXX, 2014
Q228
Q229
Q226
Q225
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
163
lo que sugiere que la dispersión de las mismas se extiende por una amplia zona, tanto hacia el río como en
dirección N a la traza. El abancalado efectuado a lo largo de diversas épocas ha afectado en gran medida a
la conservación de estos restos, sobre todo, y de forma más marcada, en las partes intermedias de la colina.
Las estructuras prehistóricas corresponden a silos (perfil conservado con paredes rectas o convergentes)
y fosas o cubetas (bien de planta circular de paredes abiertas, o que ofrecen plantas irregulares o de difícil
asignación debido a su estado de conservación). Los rellenos son uniformes, limos y arcillas con fragmentos
de marga (tap) con mayor o menor proporción de materia orgánica. Se han identificado 51 estructuras con
materiales que permiten su directa asignación prehistórica, además de otras 12 posibles, sin materiales, no
incluidas en este trabajo. Se han clasificado como silos/fosas y cubetas 49 de las estructuras, de tamaño y
conservación desigual. Los diámetros máximos fluctúan entre 2,40 y 0,70 m, mientras que las profundidades
varían entre 1,70 y 0,07 m, lo que da cuenta de la variabilidad observada (fig. 3, 4 y 5; tabla 1). Dos de las
N
N
N
S
S
S
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E
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Q006
N
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S
Q058
Q064
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Q007
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S
S
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UE 152
Q024
Q061
E
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Q065
SE
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Q030
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NE
SO
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O
S
Q062
Q054
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N
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Q066
S
NO
SO
O
SE
NE
E
O
E
Q055
Q063
Q067
Fig. 3. Secciones de las
estructuras localizadas
en Quintaret.
APL XXX, 2014
[page-n-173]
164
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
estructuras, Q193 y Q197, obedecen a unas características distintas. Se trata de dos fosas seccionadas por el
trazado de un camino actual, de grandes proporciones (más de 3,5 m de dimensión máxima) y morfología
irregular. Excavadas en el subsuelo, la profundidad conservada es de 0,51 y 0,29 m respectivamente. Los
materiales prehistóricos recuperados son escasos, aspecto que dificulta su interpretación más allá de advertir
su probable función como áreas de actividad.
N
S
N
N
O
N
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O
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S
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E
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Q068
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S
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Q079
Q074
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Q069
Q085
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Q072
N
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NE
E
N
S
O
S
O
N
O
E
E
Q089
N
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E
O
Q073
Q078
Fig. 4. Secciones de las estructuras localizadas en Quintaret.
APL XXX, 2014
S
S
Q083
Q071
N
Q088
O
Q077
O
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Q082
UE 122
SO
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UE 121
S
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Q081
S
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E
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Q070
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N
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NO
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Q084
E
Q090
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
N
N
NE
SO
NO
SE
SO
NE
Q091
NO
Q263
SE
N
N
S
E
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UE 1400
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E
O
S
O
S
O
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Q229
Q190
Q164
N
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O
E
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S
N
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165
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UE 1400
Q092
Q230
Q165
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Q231
Q197
NO
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NO
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SE
Q167
Q125
NO
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O
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Q283
Q193
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NO
C020
SE
UE 1156
UE 1155
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N
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NE
SO
NE
S
NE
SO
UE 1156
UE 1155
Q138
Q168
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SO
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Q242
S
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Q223
N
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N
C022
Q252
Q226
N
W
OE
Q169
Q157
C021
S
O
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E
W
UE 1501
UE 1644
W
Q162
Q261
Q175
Q228
C023
Fig. 5. Secciones de las estructuras localizadas en Quintaret y Corcot.
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166
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Tabla 1. Características morfométricas de las estructuras localizadas en Quintaret y Corcot.
Estructura
UE
Planta
Sección
L
A
Ø Boca/Sup.
Ø Máximo
Ø Base
Prof.
Q006
19, 20
circular
troncocónica
Q007
213, 214
circular
recta
99
148
148
118
125
125
113
23
Q024
210, 209
circular
recta
Q030
185, 186
ovalada
recta
161
161
147
24
92
92
87
24
Q054
73, 74
circular
abierta
87
87
Q055
75, 300, 76
circular
recta
116
116
113
37
Q061
90, 89, 326, 331
circular
troncocónica
155
230
230
170
Q063
97, 98
circular
recta
132
132
128
23
Q064
330, 332, 316
circular
globular
140
140
130
85
Q065
328, 331, 332
circular
recta
150
150
135
35
Q066
315, 233, 329
circular
globular
120
120
101
74
Q067
100, 99
circular
abierta
Q068
101, 102
circular
recta
Q069
103, 104, 327
circular
abierta
Q070
105, 106
circular
recta
Q071
107, 108
circular
abierta
Q075
28, 20
circular
globular
Q078
123, 124
circular
troncocónico
Q079
125, 126
circular
troncocónico
Q080
133, 134
circular
circular
Q081
135, 136
oval
recta
Q082
127, 128
circular
abierta
Q083
145, 146
circular
irregular
Q084
147, 148
circular
globular
99
Q085
149, 150
circular
recta
230
Q086
155, 156
circular
recta
120
Q088
163, 164
circular
troncocónico
125
Q089
165, 166
circular
troncocónica
Q090
168, 712, 167
oval
abierta
Q091
169, 170
circular
Q092
171, 172
Q125
141, 142
Q138
Q157
20
90
90
90
11
134
134
119
64
97
97
82
30
110
110
95
16
120
120
96
18
130
173
173
65
127
132
132
48
94
106
106
44
106
106
88
11
100
100
82
18
100
100
91
12
97
97
77
35
99
80
52
240
240
54
120
113
37
160
160
37
130
136
136
36
147
147
120
24
abierta
115
115
98
32
circular
abierta
147
147
126
26
oval
globular
113
147
147
76
22, 23, 823, 826
circular
globular
121
122
122
65
1087, 1088
circular
globular
124
127
127
49
Q162
1091, 1092
oval
recta
91
91
63
25
Q164
1095, 1096
oval
abierta
68
68
Q165
1399, 1400
irregular
abierta
165
165
106
49
Q175
1312, 1313
circular
abierta
93
93
73
22
APL XXX, 2014
20
[page-n-176]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
167
Tabla 1 (cont.)
Estructura UE
Planta
Sección
Q190
1397, 1398
circular
troncocónico
L
A
Ø Boca/Sup.
Ø Máximo
Ø Base
Prof.
61
61
60
49
Q193
1401, 1402
irregular abierta
370
135
296
51
Q197
1411, 1412
irregular abierta
350
200
Q223
1650, 1651
circular
recta
126
126
292
20
108
47
Q226
1123, 1124
circular
globular
120
120
106
78
Q228
1127, 1128, 1161 circular
troncocónico
Q229
1129, 1130, 1162 circular
globular
127
127
106
135
90
90
73
47
Q230
1131, 1132
circular
globular
Q231
1133, 1134
circular
globular
110
110
78
64
101
101
82
42
Q242
1155, 1156
circular
globular
108
Q261
1500,1501
circular
circular
110
108
77
48
110
108
6
Q263
1298,1299
circular
circular
120
Q283
1230,1231
circular
circular
155
120
112
26
155
147
12
C020
137,138,145,146
circular
globular
65
97
97
106
C021
139, 140
circular
C022
141, 142
circular
troncocónico
98
120
120
74
recto
87
87
72
50
C023
143, 144
ciruclar
globular
90
112
112
52
2.2. Las estructuras prehistóricas de Corcot
El área conocida como Corcot queda ubicada a 1,2 km del casco urbano de l’Alcúdia de Crespins. La excavación
comenzó en enero de 2012, bajo la dirección de los arqueólogos Fernando Cotino Villa y María Clausí Sifre.
En la parte más meridional del área de intervención, tras el decapado de una zona donde previamente se
habían localizado, entre otros, unos pocos restos posiblemente prehistóricos (sílex), fueron documentadas y
excavadas un total de cuatro estructuras prehistóricas (C020, C021, C022 y C023). Éstas se han clasificado
como silos atendiendo a las características de su perfil. Se encuentran conservados parcialmente, con la
excepción del silo C020. Se trata en este caso de una estructura de forma globular que se conserva completa
y ofrece la particularidad de situarse en el interior de una fosa irregular excavada desde donde a su vez se
excavaría el silo, que muestra una gran laja que pudo haber servido de tapadera (fig. 5 y 6, y tabla 1). Todas las
estructuras se encuentran excavadas en una depresión conformada por un sustrato margoso y a escasos metros
de un cambio hacia una interfaz rocosa (pudingas y conglomerados fuertemente cimentados). Al igual que
sucede en Quintaret, apenas se conserva materia orgánica, con la excepción de restos carbonizados de plantas
y semillas y algún resto malacológico. Entre el material arqueológico recuperado predominan los restos de
cerámica a mano, siendo esporádica la presencia de sílex u otros materiales.
2.3. Marco radiométrico
El estudio de los restos paleobotánicos recuperados en el transcurso de la intervención arqueológica ha
guiado, ante la ausencia de restos faunísticos, la selección de muestras de vida corta susceptibles de ser
datadas. En la medida de lo posible hemos preferido muestras de semillas que puedan ser resultado directo
de las actividades antrópicas en el lugar. Finalmente han podido datarse un total de 4 muestras, dos por
APL XXX, 2014
[page-n-177]
168
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Fig. 6. Planimetría de la excavación en Corcot.
cada yacimiento (tabla 2). En Quintaret han sido fechadas dos estructuras singulares por su contenido: la
estructura con materiales cerámicos campaniformes Q138 (UE 053) y uno de los silos que concentra restos
de la manufactura de cuentas de collar de lignito y caliza, Q228 (UE 1161). En Corcot las muestras datadas
proceden de dos de las cuatro estructuras prehistóricas documentadas: C020 (UE 145) y C023 (UE 143).
Los resultados proporcionados por el laboratorio Beta Analytic Radiocarbon Dating Laboratory muestran
un rango cronológico que cubre los últimos años del IV hasta mediados del III milenio cal AC. A partir
de las dataciones disponibles podemos apuntar que el área de Quintaret ofrece evidencias de ocupación
prolongadas en el tiempo (desde finales del IV y que alcanzan la mitad del III milenio cal AC), mientras
que para Corcot (sobre dos muestras de estructuras inmediatas) estas ocupaciones quedan ubicadas en el
segundo cuarto del III milenio cal AC.
Tabla 2. Dataciones radiocarbónicas AMS sobre muestras singulares obtenidas en Quintaret y Corcot (laboratorio
Beta-analythics). Calibración realizada con el programa OxCal v4.2.3 (Bronk Ramsey, 2009); r.5; curva IntCal13
(Reimer et al., 2013).
Yacimiento Procedencia
Material
ID muestra
Fecha C14
Error
2 s cal BC
13C/14C
Quintaret
Q138 UE 826
Vicia Sativa
Quintaret
Q228 UE 1161 Hordeum vulgare
Beta-348075
4010
30
2617-2468
-22.4
Beta-348076
4370
30
3089-2907
-22.9
Corcot
Corcot
C020 UE 145
Semilla leguminosa Beta-348070
4130
30
2870-2583
-23.1
C023 UE 143
Semilla leguminosa Beta-348071
4110
30
2865-2575
-23.0
APL XXX, 2014
[page-n-178]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
169
3. ANÁLISIS PALEOBOTÁNICO
(Y. Carrión Marco y G. Pérez Jordà)
El análisis paleobotánico de los restos vegetales recuperados en las excavaciones de Quintaret y Corcot
cubre una amplia secuencia cronológica desde época prehistórica a contemporánea. En Quintaret se ha
analizado un total de 1.384 fragmentos de carbón de los que 468 proceden de 25 estructuras prehistóricas
diferentes; por el contrario, en Corcot sólo se han podido extraer tres carbones de una única muestra,
correspondiente a la estructura C021. El número de muestras que han aportado materiales carpológicos es
también muy reducido. El total de materiales estudiados se reduce a seis restos identificables. En el caso
de Quintaret, sólo dos muestras han ofrecido resultados (aportando un total de dos restos). Las otras cuatro
evidencias proceden de tres estructuras diferentes excavadas en Corcot.
3.1. Resultados antracológicos
El yacimiento de Quintaret ha ofrecido muestras de carbón procedentes de rellenos de estructuras excavadas,
que asociamos fundamentalmente a desechos de combustión de estructuras de hogar generalmente no
localizadas in situ. La mayor parte del combustible utilizado procede de madera de acebuche, lentisco y
Quercus perennifolio (carrasca o coscoja), sumando entre los 3 más del 65% del carbón analizado (tabla
3 y fig. 7). Parece, pues, que en esta fase se explotan sistemáticamente las formaciones arbustivas de las
márgenes del valle, sin estar representados taxones de ribera o de otros ambientes ecológicos, es decir,
que la recolección es muy local. Es posible que la presencia de acebuche esté sobrerrepresentada con
respecto a otros taxones, así como que existieran, sin duda, formaciones de mayor riqueza no reflejadas
aquí. Destaca un elevado número de carbones que han quedado indeterminables o determinados en el rango
de Angiosperma; la causa es el estado de conservación y/o tamaño de los fragmentos de carbón, ya que en
muchas muestras, el escaso material recuperado aparecía además rodado, cegado por el sedimento, etc.,
posiblemente como resultado de una deposición menos inmediata que la de otros conjuntos que presentan
un mejor estado de conservación.
Las estructuras que han ofrecido los mejores conjuntos de carbón son: Q077, Q087 y Q175; en las tres se
ha determinado prácticamente un 100% de Olea europaea, con la salvedad de que un alto porcentaje de las
identificaciones queda “a confirmar” (cf.) a causa de alteraciones anatómicas en la madera. En estos casos
se debe a que gran parte de los fragmentos estaban vitrificados (fig. 8), lo que ha llevado a la desaparición
de algunos de los criterios anatómicos de determinación del carbón (Théry-Parisot, 1998: 206-212). La
vitrificación se suele producir por una combustión reductora, en estructuras cerradas con poca entrada de
oxígeno, o en estructuras abiertas que han sido reutilizadas en las que el carbón queda sedimentado entre
gruesas capas de cenizas (Carrión Marco, 2005). De esta forma, se impide la liberación de los gases y
sustancias producidos durante el proceso, que quedan en el carbón y acaban cegando su estructura en mayor
o menor grado. También se baraja como causa de este fenómeno el uso de madera verde, lo que a su vez
explicaría la presencia frecuente de grietas radiales, que se producen con la combustión o el secado rápido
de la madera verde o con un alto contenido en agua, de forma que los tejidos se contraen bruscamente y se
agrietan (Théry-Parisot, 2001). La presencia de este fenómeno parece indicar la relación de estos carbones
con estructuras de combustión cerradas o con varios niveles de aportes de leña.
Las otras dos estructuras que han aportado un volumen de muestra destacable son Q138 y Q228,
si bien, con una composición taxonómica diferente, siendo más ricas en especies, y dominando el
espectro Pistacia y Quercus perennifolio (tabla 3). Todas estas estructuras corresponden a rellenos de
silos que funcionaron como basureros, de modo que las diferencias hay que buscarlas en las estructuras
de combustión de origen de los restos, que desconocemos, para entender que se produzcan vertidos de
diversa naturaleza.
APL XXX, 2014
[page-n-179]
170
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
TOTAL
Indeterminado
Angiosperma
Corteza
Quercus sp.
Quercus perennifolio
cf. Pistacia sp.
Pistacia sp.
*73
Pistacia lentiscus
Q054
Pistacia cf. rebinthus
6
*185
Yacimiento Hecho
cf. Olea europaea
19
Q030
Olea europaea
Q006
Ficus carica
UE
Erica sp.
Tabla 3. Restos antracológicos recuperados en las estructuras calcolíticas de Quintaret y Corcot.
Quintaret
Q061
89
Q061
315
Q069
1
2
2
3
3
103
6
56
2
9
1
1
1
1
5
6
2
1
1
121
37
Q078
*123
5
Q079
*125
Q083
*145
Q084
*147
Q087
713
Q088
163
Q089
*165
1
Q090
*167
Q091
*169
Q092
*171
Q138
823
14
13
2
Q138
826
Q175
42
57
1
1
3
1
1
2
2
1
8
3
2
1
19
11
13
4
4
2
37
8
2
2
5
43
4
3
80
26
1
1
6
13
3
2
14
2
3
9
2
50
8
2
146
67
6
5
35
3
58
9
2
0,4
31,2
14,3
1,3
1,1
7,5
0,6
12,4
1,9
0,4
6
1
2
1,7
1
2
3
1
1
3
2
* Estructuras que contienen escaso carbón y en mal estado de conservación.
APL XXX, 2014
2
2
n
139
6
2
%
C021
3
15
1134
Total
3
2
1132
Q231
3
1
1
1161
Q230
2
7
1
1
*1401
Q228
60
1
*1397
Q193
7
1
1
1312
Q190
16
1
6
7
Q077
Corcot
5
56
*30
Q066
2
3
*97
Q066
12
2
326
Q063
6
4
76
468
10,9 16,2
51
100
1
3
[page-n-180]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
Erica sp.
Ficus carica
Olea europaea
Pistacia
171
Quercus perennifolio
Fig. 7. Representación de los diferentes taxones dentro de la muestra antracológica recuperada en las estructuras
calcolíticas de Quintaret.
Fig. 8. A, plano transversal de Ficus carica procedente de Q057 (x80); B, plano transversal de Olea europaea vitrificado
recogido en Q077 (x350).
Por lo que respecta a la escasa muestra recuperada en Corcot, los tres restos reconocidos (un carbón de
Olea europaea, otro de Pistacia sp. y el último de una angiosperma) en nada modifican la visión ofrecida
por los datos de Quintaret.
El conjunto de especies leñosas silvestres identificado en las diversas fases de Quintaret es coherente
con la presencia de formaciones termófilas termo o mesomediterráneas, con un rico estrato arbustivo (con
labiadas, leguminosas, romero, jaras, brezos, lentisco, acebuche, etc.) y algunos elementos arbóreos, mucho
más escasos, entre los que destaca la carrasca (si bien no se puede distinguir de la especie arbustiva, la
coscoja, parece probable que ambas estarían presentes, ya que comparten nicho ecológico). Pese a que
APL XXX, 2014
[page-n-181]
172
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
existen escasos datos paleobotánicos para estas cronologías en la zona de estudio, conocemos la existencia
de restos de lentisco dentro de dos silos localizados en el yacimiento de Casa Garrido Nord II, en Moixent,
que viene a corroborar parte de los datos obtenidos (García Borja et al., 2009).
La documentación de estas especies en el carbón de Quintaret se vincula a las formaciones vegetales que
conforman el entorno cercano al yacimiento. Sin embargo, no debemos descartar la presencia de un abanico
mucho más amplio de especies formando parte de estas formaciones, ya que su ausencia se puede deber
únicamente a que éstas no hubieran sido explotadas o a cuestiones tafonómicas, como la conservación diferencial
de los restos. Por ejemplo, la vegetación de ribera está mal representada en casi todas las fases de la secuencia.
En este caso, es probable que las formaciones de ripisilva no se hubieran explotado de forma intensiva en
ningún momento de ocupación; teniendo en cuanta que la zona excavada se localiza en una pequeña elevación
sobre el valle –a mitad de camino entre el fondo del mismo y las formaciones montañosas que lo enmarcan por
el N–, parece que el área de captación de leña se encontraba sistemáticamente en las propias laderas y no en el
fondo del valle. El mismo comentario puede hacerse extensivo respecto a las formaciones de pinares. Para el
período que nos ocupa, estas formaciones ya se muestran dominantes en los entornos montañosos de la comarca
(García Borja et al., 2011), sin embargo, en el registro de Quintaret sólo se documenta su presencia (y siempre de
manera muy tímida) a partir de la fase ibérica del yacimiento. De esta manera, su ausencia del registro, debería
vincularse con un interés por parte de las comunidades humanas implicadas por una explotación sistemática de
las formaciones vegetales localizadas en el entorno inmediato del yacimiento.
3.2. Estudio carpológico
El conjunto aportado por ambos yacimientos es ciertamente exiguo (tabla 4 y fig. 9), con un repertorio de
especies muy reducido y que se limita fundamentalmente a restos de leguminosas. Mayoritariamente son
fragmentos que no es posible determinar ni tan sólo a nivel de género y únicamente en dos casos ha sido
posible confirmar las especies, un haba (Vicia faba) y una veza (Vicia sativa). Las leguminosas son un
género que está presente desde el inicio de la neolitización, a mitad del VI milenio cal AC, pero es cierto
que su presencia siempre es mucho menor que la de los cereales. Resulta difícil pensar que la actividad
agraria de estas comunidades esté centrada de forma fundamental en la producción de legumbres, ya que
el registro de todos los yacimientos del III milenio cal AC que hay tanto en el País Valenciano como en
la Península Ibérica, inciden en remarcar la importancia de la producción de cereales. Hay que pensar en
factores accidentales que hayan acabado motivando la formación de este registro carpológico. La presencia
de una cariópside de cebada (Hordeum vulgare) confirma la actividad cerealícola. Lamentablemente, se
encuentra muy alterada, por lo que es imposible determinar si pertenece a la variedad vestida o a la desnuda.
Las dos especies de leguminosas documentadas, las habas y las vezas, son cultivos que ya aparecen a
mitad del VI milenio en la Cova de les Cendres (Buxó, 1991) y que han seguido presentes en el registro en
los distintos yacimientos valencianos del IV y III milenio cal AC (Pérez Jordà, 2005).
Tabla 4. Restos carpológicos recuperados en las estructuras calcolíticas de Quintaret y Corcot.
Yacimiento Hecho UE
Quintaret
Hordeum vulgare Vicia cf. sativa Vicia faba Leguminosa frag. Chenopodium sp.
826
Q228
1161
C020
137
C020
145
C021
139
1
14
C023
Corcot
Q138
143
1
15
APL XXX, 2014
1
1
12
1
54
1
[page-n-182]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
1
173
2
3
4
5
Fig. 9. Restos carpológicos calcolíticos. Quintaret: 1, Hordeum vulgare; 2, Vicia cf. sativa. Corcot: 3, Vicia faba; 4,
Vicia cf. sativa; 5, Chenopodium sp. Escalas a 1 mm.
Chenopodium, otro de los elementos reconocidos, es un género que incluye especies que se desarrollan
como malas hierbas de campos de cultivo, fundamentalmente abonados o ricos en materia orgánica, lo
que podría relacionarse tanto con la presencia de huertos como con campos de secano o baldíos utilizados
para pastar por el ganado. De hecho es muy habitual su presencia en ámbitos dedicados a la estabulación
de ovicápridos, ya que son grandes consumidores de estas especies y al defecar depositan sus semillas sin
alterar entre sus excrementos.
Los datos recuperados en ambos yacimientos no permiten ir más allá de confirmar por tanto el peso
de la producción de cereales y de leguminosas. No es posible entrar en valoraciones sobre el peso que los
distintos cereales y leguminosas tienen en la agricultura de esta comunidad. El registro existente hasta la
actualidad señala entre los cereales un predominio claro de los trigos desnudos y de la cebada desnuda,
mientras que la cebada vestida tiene una presencia más irregular y los trigos vestidos han estado ausentes
entre el V y el IV milenio, para reaparecer en el III milenio, especialmente en la parte final (Pérez Jordà,
2013). La información sobre las leguminosas es menos clara, ya que no parecen detectarse unas tendencias
claras entre los distintos cultivos (habas, guijas, guisantes, lentejas y vezas). Todos estos granos serían
almacenados en los silos que caracterizan estos poblados entre el V y finales del III milenio cal AC.
4. LA CERÁMICA PREHISTÓRICA
(L. Molina Balaguer)
En las actuaciones llevadas a cabo en el yacimiento de Quintaret se han recuperado un total de 4176
fragmentos cerámicos a mano, distribuidos entre 65 estructuras. Mayoritariamente, el material aparece
muy alterado, ofreciendo una gran fragilidad, por lo ha sido necesario aplicar una disolución consolidante
(paraloid) en buena parte del conjunto. Para el estudio de los materiales hemos seguido la metodología que,
desde hace ya varias décadas, viene desarrollándose por el equipo de trabajo de la Universitat de València,
y que está definido especialmente para colecciones neolíticas (Bernabeu, 1989; Bernabeu y Guitart, 1993;
Bernabeu y Orozco, 1994; García Borja, 2004a; Molina, 2006; Bernabeu et al., 2009).
A partir de la revisión de la cerámica a mano recuperada podemos asumir que la colección de Quintaret
responde a dos grandes momentos cronológicos: el primero, más reciente, nos remite a un horizonte de
Bronce final y/o Hierro Antiguo, dentro ya del primer milenio cal AC.; el segundo, prehistórico, que
debemos situar durante el Calcolítico a partir de las dataciones C14 obtenidas, desde finales del IV
milenio y a lo largo de la primera mitad del III milenio cal AC.
APL XXX, 2014
[page-n-183]
174
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Dentro de este segundo momento se sitúa el grueso del conjunto de materiales. El lote de fragmentos
vinculados a estructuras de esta fase asciende a 3.790 individuos, repartidos de manera bastante desigual
(tabla 5), ya que tres estructuras concentran cerca de 2.000 restos. Dos de ellas (Q228 y Q138) han sido
datadas y marcan un rango de funcionamiento del asentamiento cercano al medio milenio, en fechas
calibradas. No obstante, es probable que estas ocupaciones no puedan ser leídas desde una óptica de
absoluta continuidad en el poblamiento. Junto a este lote, las cuatro estructuras procedentes del yacimiento
de Corcot que han aportado cerámica a mano, incorporan un lote de 394 fragmentos.
Como suele ser habitual en las industrias cerámicas del Neolítico Final/Calcolítico, las variables morfológicas
delatan una industria extremadamente monótona. Los labios redondeados representan más del 80% de los casos,
seguidos en incidencia por los planos. Los casos de labios engrosados (en su inmensa mayoría externos) se sitúan
en el 8,36% de la colección. Este porcentaje asciende hasta el 10% si dejamos de lado la estructura Q138, la
única con evidencias de cerámica campaniforme. Corcot (con las reservas que ofrece dada su escasa muestra), no
aporta ningún caso de labio engrosado en su colección. Teniendo presentes las dataciones radiométricas, debemos
reconocer que se abren ciertas dudas sobre el valor cronológico de este índice como elemento para seriar las
colecciones cerámicas del momento en el contexto regional, dada su conducta errática.
En semejante proporción que de labios engrosados se documenta la presencia de bordes diferenciados
(10,2%), si bien su distribución se limita a tres estructuras (tabla 5), indicador de su escasa incidencia para
la definición de la industria cerámica. Este aspecto nos remite a un conjunto formado mayoritariamente por
recipientes de perfiles sencillos –globulares, hemisféricos, cilíndricos o troncocónicos–, sin rupturas de los
mismos. Estas formas se asocian tanto a bases redondeadas como aplanadas, presentes ambas en el registro
recuperado. Cuando aparecen elementos de prensión, estos se limitan a algún cordón (vid. infra), pero sobre
todo mamelones y lengüetas, en algunos casos perforados. Únicamente hemos documentado dos ejemplos
de asas –una de cinta y otra anular–, ambas dos recuperadas en la estructura Q125.
Estas variables tienen su reflejo, a nivel tipológico, en el escaso impacto que tienen los grupos
caracterizados por las rupturas de perfil (tabla 6). Así, tanto en la Clase A como en la B (recipientes planos y
de profundidad media, respectivamente), los únicos casos que documentamos de estas variables no comportan
bordes diferenciados (Grupo 3.II, Grupo 7.I). Se trata en ambos casos –vaso 7 (fig. 10) y vaso 101 (fig.
11)– de recipientes cilíndricos que, en el caso del plato del Grupo 3 (vaso 101), une los dos cuerpos del
recipiente por una carena muy suave. Más allá de estos casos, únicamente podemos destacar la importancia
de la asociación de recipientes de la Clase A con los labios engrosados (Grupo 5), incluyendo los únicos casos
de engrosamiento doble e interno. Sólo hemos podido vincular un recipiente de esta clase con la presencia
de elementos de prensión (vaso 52: fig. 11), una lengüeta perforada más concretamente. Por el contrario, los
elementos de prensión aparecen más frecuentemente asociados a los recipientes de la Clase B (cuencos) y
Clase C (recipientes profundos). Dentro de esta última Clase, se impone la presencia del Grupo 13 (ollas),
con más de la mitad de los casos. Ésta es una tónica habitual dentro de las colecciones del Neolítico final/
Calcolítico (Bernabeu y Orozco, 1994; García Borja 2004a). Este peso condiciona la presencia de los otros
grupos, limitados a un papel secundario. Dentro de la colección de Quintaret llama la atención la escasa
importancia del grupo de los contenedores, con una única evidencia –vaso 9 (fig. 10): Grupo 14.II–, por debajo
de aquello que se aprecia en otras colecciones de esta misma cronología. No obstante, dentro de la clase de
recipientes que no ha sido posible asignar (Clase F), tenemos algunos casos de vasos de buen tamaño que
podrían engrosar los grupos correspondientes a recipientes de almacén (Grupos 14 y 15).
La simpleza formal presente en el conjunto se hace extensiva al componente decorativo de la colección
(tabla 7). Si dejamos a un lado las evidencias procedentes de Q138, que se analizarán a continuación, sólo
podemos mencionar la presencia de cordones lisos (dos fragmentos del mismo vaso en Q075: fig. 11) e
incisiones asociadas a un vaso de Q184 (vaso 167: fig. 11).
Q138 es una de las estructuras que ha aportado un mayor volumen de restos cerámicos, con 571
fragmentos correspondientes a un mínimo de 28 vasos. El elemento individualizador de la misma ha sido
la constatación en su registro de materiales decorados de tradición campaniforme. El lote asciende a 25
APL XXX, 2014
[page-n-184]
175
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
Quintaret
-
57
1
1
Total
t.15
t. 11
t. 5
Elementos
prensión
t. 3
t. 0
1
t. 1
Informes
Carenas
t. 4.1
Bases
t. 3
t. 1
t. 2
t. 1
t. 0
t. 6
t. 5
Labios
t. 4
t. 3
UE
t. 2
Hecho
t. 1
Yacim.
Bordes
Tabla 5. Características morfológicas del conjunto de fragmentos de cerámica a mano recuperados en las estructuras
calcolíticas de Quintaret y Corcot. Clave: Labios: t.1, redondeado; t.2, plano; t.3, biselado; t.4, engrosado interno; t.5,
engrosado externo; t.6, engrosado doble. Bordes: t.0, no diferencado; t.1, recto/reentrante; t.2, saliente. Bases: t.1, cóncava;
t.3, convexa/en ónfalo; t.4.1, aplanada. Elementos de prensión: t.0, arranque no clasificable; t.1, cordón; t.3, mamelón; t.5,
lengüeta; t.11, asa de cinta; t.15, asa anular. Para la descripción de los tipos, ver p. ej. Bernabeu et al., 2009.
2
Q006
19
11
11
Q007
213
14
14
Q055
75
Q056
77
2
9
2
9
1
Q061
89
56
1
44
Q063
97
3
2
4
Q064
32
8
2
15
Q064
316
1
2
Q065
31
8
Q065
328
Q066
30
Q066
315
898
2
957
1
2
220
27
64
5
2
1
47
67
56
6
6
2
1
1
108
9
9
2
1
1
2
47
51
1
233
Q066
1
2
11
203
5
4
3
22
1
4
1
Q067
99
Q068
101
5
Q069
104
1
Q070
105
Q071
107
1
Q072
109
1
Q075
28
12
Q076
113
1
111
12
78
84
1
11
12
11
1
12
6
11
2
4
1
2
11
1
13
1
18
1
19
4
119
19
1
100
2
2
4
2
1
1
Q080
133
127
Q083
145
1
2
1
1
34
23
5
18
135
Q082
7
2
80
22
1
Q081
1
32
19
4
123
125
71
5
Q078
Q079
2
4
Q084
147
Q085
155
1
1
33
20
21
Q086
155
2
2
7
9
Q087
147
7
7
1
34
APL XXX, 2014
[page-n-185]
176
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Total
Elem.
prensión
Informes
Carenas
t.15
t. 11
t. 5
t. 0
7
8
6
6
14
1
3
4
81
Q120
139
1
Q122
129
2
Q124
137
Q125
141
Q131
718
Q138
22
Q138
22/23
Q138
823
30
2
19
6
2
Q138
826
6
1
4
2
1
Q157
8
1087
10
2
1
3
14
178
4
1
1
1
34
1
1
62
5
1
2
2
434
25
15
Q162
1091
Q184
1419
Q193
1401
20
Q197
1411
1
Q223
1651
Q226
2
1124
3
2
7
16
2
Q228
1128
1161
16
Q229
1130
1
1
Q228
3
1
40
1
28
1
6
387
4
2
6
55
55
Q229
1162
Q230
1132
5
5
Q231
1134
2
2
Q242
1156
1
22
1
1
52
5
Q261
1501
7
Q263
1299
35
Q283
1231
C020
145
7
C021
139
12
C022
141
10
C023
Corcot
t. 3
2
1
t. 1
3
26
t. 4.1
171
t. 3
Q092
Q120
t. 1
169
t. 2
167
Q091
t. 1
Q090
1
t. 0
165
t. 6
163
Q089
t. 5
Q088
t. 4
Quintaret
t. 3
Hecho
t. 2
Yacim.
t. 1
UE
Bases
Labios
Bordes
Tabla 5 (cont.)
143
APL XXX, 2014
1
3
21
7
4
87
14
6
187
6
75
3
1
1
2
1
1
1
[page-n-186]
177
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
Grupo 2
1
1
I
1
1
C20
C21
C22
Q231
Q230
Q138
2
Q229
1
1
Q226
1
2
Q184
3
1
3
1
1
1
1
1
Q125
1
Q91
4
1
Q82
1
1
Q79
Q64
1
Grupo 1
Q75
Q63
Clase A total:
Tipologia
Q65
Q.61
Tabla 6. Tipología cerámica. Sólo aparecen representadas las estructuras con material clasificable. Q138: los paréntesis
hacen referencia a la parte del conjunto de vasos con decoración campaniforme. Definición de los grupos tipológicos:
Clase A (recipientes planos): G1, escudillas; G2, platos y fuentes de perfil sencillo; G3, platos y fuentes con ruptura de
perfil (II, carenado); G5, platos y fuentes de labio engrosado (I, interno; II, externo; III, doble). Clase B (recipientes de
profundidad media): G6, cuencos de perfil sencillo (I, hemisférico; II, globular; III, con labio diferenciado); G7, cuencos
de perfil compuesto (I, cilíndricos). Clase C (recipientes profundos): G9, vasos de perfil compuesto (I, carenados; III,
perfil en S); G12, cántaros/recipientes con cuello; G13, ollas (I, globular; III, con borde diferenciado); G14, contenedores
(II, cilíndrico); G15, orzas y tinajas (II, ovoide). Clase D (formas especiales): G18, microvasos. Clase F: recipientes no
clasificables. Para una descripción detallada de los grupos y sus variables definitorias, ver p. ej. Bernaeu et al., 2009.
2
1
1
1
1
1
II
1
1
Grupo 3
1
1
Grupo 5
2
2
I
1
II
1
III
1
1
Clase B total:
5
2
1
1
1
3 (1)
1
Grupo 6
4
2
1
1
1
3 (1)
1
I
3
1
1
1
1
II
1
1
III
1
2 (1)
1
Grupo 7
1
I
1
Clase C total:
6
2
1
1
2
7 (2)
Grupo 9
2 (2)
I
1 (1)
III
1 (1)
Grupo 12
1
Grupo 13
2
2
1
I
1
2
1
III
1
Grupo 14
1
II
1
Grupo 15
1
II
1
Clase D total:
1
Grupo 18
2
1
1
2
1
2
1
3
1
1
3
1
Clase F total:
12
1
5
3
7
1
1
1
10
1
2
1
1
1
10 (4)
8
4
Total vasos
25
2
11
4
13
2
2
2
12
2
3
3
2
2
26 (7)
10
6
1
APL XXX, 2014
[page-n-187]
178
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Fig. 10. Materiales cerámicos procedentes de la estructura Q061.
APL XXX, 2014
[page-n-188]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
179
Fig. 11. Materiales cerámicos de Quintaret. Procedencia: Q184, vaso 167; Q125, vasos 119 y 121; Q082, vaso 150;
Q229, vaso 182; Q230, vaso 180; Q064, vasos 57, 52, 55 y 58; Q075, vasos 100, 101, 103 y 105; Q063, vaso 159.
APL XXX, 2014
[page-n-189]
180
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Tabla 7. Restos cerámicos decorados.
Hecho
UE
Relieves Impresiones
cordón liso
Incisiones
Total
inc. + imp.
Frags. decorados
Frags. lisos
Total
frag.
%
n
%
2
2
n
1,68
117
93,31
119
Q075
28
Q138
823
5
23
23
23
4,8
448
95,11
471
Q138
826
2
2
2
2
6,25
30
93,75
32
Q184
1419
2
2
2
20
8
80
10
fragmentos, que han podido adscribirse a un mínimo de siete vasos (fig. 12). Todos ellos pueden incluirse
dentro del estilo regional (Bernabeu, 1984; Juan-Cabanilles, 2005). La técnica de la incisión está presente
en todos ellos, tratándose siempre de incisiones finas y profundas, nunca acanalados. Acompañando a esta
técnica se documenta en menor medida (siete fragmentos) también la impresión.
En aquellos casos más completos, donde se puede seguir el desarrollo de la decoración, apreciamos
buena parte del elenco de soluciones que definen el mencionado estilo regional: bandas complejas a base
de la superposición de diferentes motivos incisos, esencialmente series de paralelas y reticulados (caso
Fig. 12. Cerámicas con decoración campaniforme de Q138.
APL XXX, 2014
[page-n-190]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
181
del vaso 28), o intercalando dichos motivos incisos con otros impresos que, en algún caso (vasos 26 y 31)
pretenden crear un efecto de pseudoexcisión a través de la disposición de las impresiones. Pese a que la
documentación es muy limitada, cabe destacar la búsqueda de la originalidad en cada una de las bandas
desarrolladas, que en ningún caso se repiten exactamente.
El límite inferior de la serie decorativa culmina bien haciendo llegar las bandas hasta la misma base
del recipiente (vaso 28) o mediante el recurso a un friso de triángulos que cuelgan de la última banda y
que cubren el recipiente hasta casi la base (vaso 26). Posiblemente el vaso 32 responda al mismo recurso
decorativo, si bien su limitada conservación impide mayor precisión.
Todos los recipientes, excepto uno, han aparecido muy fragmentados dentro del registro de la estructura.
La única excepción –y no sólo dentro de esta estructura, sino para todo el yacimiento– la constituye el vaso
26, del que se conserva cerca del 50% del mismo, en dos fragmentos que aparecieron juntos. El tamaño y
la entidad del recipiente obligaron a extraerlo en un bloque para, posteriormente, ser llevado al laboratorio
donde se procedió a una “excavación” más controlada del mismo. Este trabajo confirmó que el recipiente
no se arrojó completo a la estructura, como testimonia la presencia de piedras y fragmentos de otros
recipientes en contacto con la pared interna del mismo. Parece, pues, que deberíamos descartar cualquier
depósito intencional, pareciendo la opción más probable su amortización como deshecho, una vez que se
hubiera roto en otro contexto. El recipiente corresponde a un vaso de perfil en S bastante marcado (Clase C,
Grupo 9.III), y de un tamaño nada desdeñable (diámetro de boca: 21 cm; altura: 19 cm).
Pese al general estado de fragmentación, se han podido identificar a nivel tipológico varios de los
recipientes con decoración campaniforme (tabla 6). Junto al recipiente nº 26, la vajilla campaniforme
reconocible incluye un cuenco globular (vaso 31) y dos recipientes de perfil en S (vasos 28 y 40), que
podrían responder a cuencos o a recipientes más profundos, de la Clase C. El primero de ellos muestra el
recurso a la carena para marcar la ruptura del perfil.
Acompañando a los materiales campaniformes, la cerámica lisa recuperada en Q138 ofrece una
interesante variedad tipológica (tabla 6 y fig. 13). Ollas, tinajas, cuencos y alguna escudilla conforman el
repertorio formal del conjunto, donde destaca el peso que muestran los recipientes de la Clase C. Especial
mención merecen las dos tinajas con borde exvasado, forma poco usual dentro del Calcolítico, y que
parecen anunciar los modelos tipológicos que documentamos posteriormente en la Edad del Bronce. En
este sentido cabe ser destacado un cierto cambio en la tecnología cerámica que ofrece Q138 respecto al
resto de la colección del yacimiento. Si los recipientes correspondientes al campaniforme regional suelen
caracterizarse (y Quintaret no es una excepción) por el gusto por las superficies oscuras, bien cuidadas
(bruñidas o espatuladas), este interés se hace extensivo al resto del conjunto cerámico, con pastas igualmente
reductoras bien cuidadas y densas. Este aspecto tecnológico contrasta con el resto de la colección procedente
del resto de estructuras calcolíticas. En ellas advertimos con claridad los patrones de producción propios de
este período y que ya hemos comentado en otra ocasión (Molina y Clop, 2011): cerámicas con pastas mal
cuidadas, poco densas, cocidas a temperaturas bajas en atmósferas poco controladas, que suelen darles un
característico color amarillento.
Esta diferenciación en la forma de hacer, sugiere la hipótesis de desligar la ocupación correspondiente a
Q138 del resto de las estructuras que hemos adscrito al Calcolítico. En este sentido, el hecho de que Q138
aparezca aislada respecto a las áreas donde se concentran la mayoría de las estructuras prehistóricas podría
ser explicado desde la óptica de dos ocupaciones diferenciadas en el tiempo, tal y como parecen corroborar
las fechas radiocarbónicas obtenidas. No obstante, tal y como ya hemos reiterado, las limitaciones impuestas
por el área de afectación de los trabajos y la escasez de muestras susceptibles de ser datadas, limitan nuestra
capacidad de concreción a este nivel.
El registro campaniforme en la comarca cuenta con diversas menciones. Junto a la referencia de
materiales de esta clase en Cova del Barranc Fondo de Xàtiva (Pla, 1972) y noticias de hallazgos puntuales o
descontextualizados, como es el caso del Castell de Moixent (Martínez García y Cháfer, 1998), los referentes
fundamentales los encontramos en sendas cavidades con el mismo nombre: la Cova Santa; una situada en
APL XXX, 2014
[page-n-191]
182
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Fig. 13. Materiales cerámicos lisos de Q138.
Vallada y la otra en la Font de la Figuera (fig. 14). Ambas fueron objeto de intervención arqueológica a
finales de los años 70. En el caso del yacimiento de Vallada (Martí, 1981), se documentaron una serie de
enterramientos entre cuyos ajuares se identificó un pequeño cuenco con decoración campaniforme. Más
confusa y compleja, la secuencia del yacimiento de la Font de la Figuera (Aparicio, San Valero y Martínez
Perona, 1979; 1983 y 1984), aporta un importante lote de materiales cerámicos campaniformes, algunos
de los cuales ofrecen interesantes semejanzas con algunos de los restos recuperados en Quintaret (véase la
decoración del vaso 31 y el fragmento nº 3, fig. 14).
APL XXX, 2014
[page-n-192]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
183
Fig. 14. Evidencias campaniformes en la Canal de Montesa. 1, Cova Santa de Vallada (a partir de Martí, 1981); 2-4,
Cova Santa de la Font de la Figuera.
A excepción de un pequeño fragmento procedente de Cova Santa de la Font de la Figuera (Bernabeu,
1984: Lám. 6) que podría pertenecer a un vaso impreso, el conjunto de las evidencias disponibles dentro
de este entorno remiten a recipientes decorados dentro del estilo regional. Las informaciones, tanto a nivel
valenciano como en el ámbito peninsular sugieren que la sucesión de estilos se produjo de una manera
bastante rápida, lo que dificulta tanto la secuenciación como la delimitación cronológica del fenómeno de
difusión de la especie cerámica (Bernabeu y Molina, 2011).
5. LOS ADORNOS DE QUINTARET.
LA FABRICACIÓN DE CUENTAS DISCOIDALES DE CALIZA Y DE LIGNITO
(J. L. Pascual Benito)
El conjunto de adornos recuperado en Quintaret, aunque poco variado si lo comparamos con los de otros
yacimientos coetáneos, resulta de notable interés por remitir gran parte de él a una fábrica in situ de cuentas de
materia mineral, concretamente caliza y lignito, un hecho poco frecuente en el registro arqueológico. Frente a
los centenares de estas cuentas (sumadas las piezas enteras, sus fragmentos y sus esbozos), el resto de adornos
se reduce a cinco ejemplares: un colgante sobre piedra verde y cuatro sobre soporte malacológico.
En siete de las estructuras o hechos de Quintaret se ha documentado un numeroso conjunto de materiales
que muestran la existencia en el yacimiento de un taller, como hemos dicho, dedicado a la fabricación de
cuentas de collar discoidales sobre caliza y lignito. Tales estructuras presentan una distribución desigual,
encontrándose cinco de ellas concentradas en el sector oriental de la superficie excavada, donde la estructura
Q228 es la que más vestigios contiene –el 85% de los restos de caliza y el 56% de los de lignito respecto
al total– y en la que se documentan todas las etapas del proceso de fabricación, además de utensilios líticos
APL XXX, 2014
[page-n-193]
184
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
aptos para la perforación de las cuentas, percutores de piedra y un gran alisador de piedra abrasiva para
facetarlas, por lo que se puede deducir que el área de la actividad de elaboración de adornos se encontraría
cercana a la misma. Como se ha visto anteriormente, esta estructura cuenta con una datación radiocarbónica
que sitúa la actividad de elaboración de cuentas de collar a finales del IV e inicios del III milenio cal AC.
Los materiales recuperados corresponden a todas las fases de fabricación de las cuentas, desde los
fragmentos de materia prima hasta los productos totalmente acabados. Tales restos ascienden a un total de
2.927, de los que 1.520 son de caliza y 1.407 de lignito (tabla 8). Por orden, y en relación con el proceso de
fábrica, se distinguen las siguientes categorías descriptivas:
Materia prima. Las materias primas a partir de las que se elaboran las cuentas son caliza y lignito, ambas
con una dureza de entre 2,35 y 4 en la escala de Mosh, por lo que pueden considerarse materiales blandos
y de fácil labrado. Se trata de pequeñas plaquetas de forma irregular con las superficies generalmente lisas
en el caso del lignito (fig. 15, 15) y rugosas en la caliza (fig. 15, 1-2). La caliza es de textura fina y color
blanco y, en menor proporción, gris claro; el lignito es de color negro. Las dimensiones de estos fragmentos
naturales oscilan entre 8 y 35,5 mm de anchura máxima y los espesores se sitúan entre 3 y 7,5 mm. Las
plaquitas de caliza contabilizadas suman 342 efectivos y proceden de dos estructuras, aunque excepto un
resto, se concentran en Q228. Las de lignito son 186 plaquitas y se distribuyen en cuatro estructuras, si bien
la mayor parte también proceden de Q228.
Preformas. A partir de las plaquitas naturales de materia prima descritas se confeccionaban las preformas.
Son placas con las dos superficies lisas. El alisado de estas superficies, en los casos que no lo estuvieran
de forma natural, se efectuaba mediante abrasión unidireccional según se observa en muchas de ellas.
Tabla 8. Elementos de adorno y restos del proceso de fabricación recuperados en las estructuras de Quintaret.
Q006
Q228
Materia prima bruta
1
341
Preformas
Caliza
Q226
2
345
21
17
1
Preforma en proceso de perforación
Preforma perforada
13
5
1
2
8
19
10
3
6
386
11
8
358
27
3
19
12
1298
136
40
137
30
51
21
Materia prima bruta
Preformas
Preforma en proceso de perforación
3
1
4
Preforma fragmentada por la perforación
Cuenta acabada fragmentada
3
4
1
418
28
5
1520
6
3
3
13
186
3
64
142
2
1
2
2
4
2
10
19
13
8
1
1
530
35
Fragmentos laminares recientes > 5 mm
34
33
9
Cuenta acabada
Fragmentos de preformas < 5 mm
22
267
2
Preforma perforada
Total
18
16
1
Q263
342
70
1
Fragmentos de preformas < 5 mm
Total caliza
Q231
184
1
Cuenta acabada
Lignito
Q230
18
Preforma fragmentada por la perforación
Cuenta acabada fragmentada
Q229
374
949
17
18
Total lignito
4
1
791
89
23
38
461
1407
TOTAL
5
13
2089
225
63
66
466
2927
APL XXX, 2014
48
9
9
83
[page-n-194]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
185
Fig. 15. Restos de fabricación y cuentas de collar sobre caliza y lignito de Quintaret.
El contorno se conseguía mediante percusión que deja los bordes abruptos. En función de la morfología
de su contorno y del número de lados rectilíneos se distinguen preformas triangulares, cuadrangulares/
trapezoidales, pentagonales, subcirculares e irregulares. Confeccionadas en caliza se han documentado un
total de 387 preformas en seis estructuras (fig. 15, 3-6) y en lignito 142 en cinco estructuras (fig. 15, 16-17).
Sus tamaños oscilan entre 5 y 17 mm de anchura y 0,9 y 4 mm de espesor, si bien la mayoría presentan unas
dimensiones similares, cercanas a las de las preformas con la perforación iniciada.
Fragmentos de preformas de tamaño inferior a 5 mm. Producto de la confección de las preformas a
partir de la materia prima son pequeños fragmentos con ambas superficies planas de tamaño inferior a 5
mm. Se han documentado 418 de caliza procedentes de seis estructuras y 949 de lignito en cinco estructuras.
Preformas con inicio de perforación. Preformas con la perforación iniciada se han documentado 18
de caliza, 12 localizada en una cara (fig. 15, 7) y 6 por las dos caras (fig. 15, 8), procedentes de dos y una
estructuras respectivamente. De lignito existen en una estructura dos preformas con perforación iniciada en
una cara (fig. 15, 18-19). Sus tamaños oscilan entre 5 y 8,2 mm de anchura y 1,2 y 3 mm de espesor para
las calizas y de 7 a 15 y 1,5 a 2 mm para los lignitos.
Preformas fragmentadas por la perforación. Las preformas fragmentadas al efectuar la perforación son
numerosas, 267 de ellas son de caliza (fig. 15, 9), de las que 161 solo presentan el inicio de la perforación
en una cara y 106 en las dos caras. De lignito son 19 preformas fragmentadas (fig. 15, 20-22), 11 con la
perforación iniciada en una cara y 8 por las dos caras.
Preformas perforadas. Preformas en las que se ha llegado a unir la perforación efectuada a partir de las
dos caras hay 22 de caliza (fig. 15, 10-11) y cuatro de lignito (fig. 15, 23-24). Sus dimensiones se encuentran
entre 5 y 8,3 mm de anchura máxima y 1 a 2,4 mm de espesor para las de caliza, y entre 10 y 7 mm y 1 y
APL XXX, 2014
[page-n-195]
186
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
2,4 mm para las de lignito. Solo en dos casos de caliza la perforación tiene un tamaño diminuto producto
del contacto de los dos conos de perforación bilaterales (fig. 15, 10). Las perforaciones del resto de piezas
son totalmente circulares y su diámetro es del mismo tamaño que el de las cuentas acabadas.
Cuentas acabadas. Cuentas discoidales acabadas se han documentado 67 de caliza en cinco estructuras
(fig. 15, 12-14), de las que 34 se encuentran fragmentadas, y 22 de lignito en tres estructuras (fig. 15, 2527), 13 de ellas fragmentadas. Las cuentas fragmentadas corresponden en la mayor parte de los casos a
fragmentos de la mitad de la cuenta y pueden haberse producido por las operaciones de calibrado o durante
el proceso de excavación. Las cuentas acabadas presentan un tamaño bastante regular, estando las de caliza
entre 3 y 6,2 mm de diámetro y entre 1,4 y 2 mm de espesor, mientras que las de lignito oscilan entre 3,1 y
4,6 mm de diámetro y 1 y 1,9 mm de espesor. Solo tres cuentas procedentes de la estructura Q228 escapan
a la calibración regular que presentan la mayoría, siendo su tamaño notablemente superior, una de caliza
de 11 x 5 mm (fig. 15, 12) y dos de lignito de 8,5 x 2,5 y 8,5 x 2 mm respectivamente (fig. 15, 25). La
calibración posiblemente se efectuó de forma colectiva, ensartando numerosas cuentas en un hilo para su
regularización y pulido final, tal como se observa en abundantes ejemplos etnográficos y se ha comprobado
mediante la experimentación. Además se han contabilizado 83 fragmentos laminares de lignito de escaso
espesor y una longitud superior a los 5 mm que corresponden a fracturas recientes, posiblemente producidas
durante el proceso de excavación.
Además de las cuentas de collar discoidales de caliza y de lignito, en la estructura Q228 de Quintaret se
han documentado algunos adornos acabados fabricados con otros materiales:
- Un colgante de piedra verde con vetas marrones de contorno ovalado y sección plana con perforación
en el extremo de menor espesor. Sus dimensiones son de 16,2 x 9,8 x 2,7 mm y el diámetro de la perforación
de 1 mm (fig. 16, 1).
- Dos Gibberula miliaria de 5,3 x 3,5 y 5 x 3 mm con perforación irregular que afecta a la última vuelta
y al natis (fig. 16, 2-3).
- Dos Antalis sp. de pequeño tamaño, 11,5 x 3 y 8 x 2,5 mm (fig. 16, 4-5).
Entre los restos malacológicos de origen marino existen otras conchas perforadas pero que por sus
grandes dimensiones, la ausencia de intencionalidad antrópica en las perforaciones y lo observado en otros
yacimientos en las conchas de esa especie, no parecen estar relacionados con el adorno. Se trata de dos
valvas de Glycymeris sp. de gran tamaño con el natis perforado por erosión natural, una de ellas fósil,
procedentes de las estructuras Q138 y Q013, y una valva de Spondylus gaederopus de la estructura Q064
con una gran perforación junto al labio producida por un litófago. En otras estructuras se documentan una
valva entera y diecinueve fragmentos de Glycymeris sp., cuatro pequeños fragmentos de valva de cardíido
indeterminado y otro de pectínido, todos ellos sin señales de manipulación antrópica.
Fig. 16. Otros adornos
documentados en Quintaret.
APL XXX, 2014
[page-n-196]
Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
187
Asimismo existe una concha de Theodoxus fluviatilis infantil procedente de la estructura Q228, especie
que frecuentemente ha sido utilizada para confeccionar adornos, pero en este caso la ausencia de perforación
y su pequeño tamaño, 4 x 3 mm, descartarían tal fin. También se documentó en la estructura Q101 una
concha entera de Theodoxus valentinus, un endemismo valenciano cuya área de distribución actual es muy
reducida, en el tramo inicial del Riu Verd y el Barranc de Misana, y que fue descrito en el Riu dels Sants
de l’Alcúdia de Crespins, donde fue muy abundante hasta finales del siglo pasado (Martínez-Ortí y Robles,
2003: 182) y de la que no se ha atestiguado su utilización en adornos.
Tampoco se detecta el empleo como adorno de los diversos ejemplares de Melanopsis tricarinata. Su
presencia en el yacimiento, al igual que los Theodoxus y de algún fragmento de bivalvo de agua dulce,
debe estar relacionada con la proximidad al mismo de un manantial. El resto de malacofauna documentada
es continental terrestre, con presencia de Pseudotachea splendida, Sphincterochila candidissima, Otala
punctata, Iberus gualterianos alonensis, Teba pisana, Rumina decollata, Hohenwartiana disparata y Jaminia
quadridens que, por su escaso número, deben formar parte del relleno de las estructuras por causas naturales.
A modo de valoración, cabe referir cómo las cuentas de collar, especialmente las discoidales, son
uno de los adornos mejor documentados en los yacimientos prehistóricos. Durante la prehistoria reciente
valenciana estos adornos se han confeccionado con materiales muy diversos, tanto de origen abiótico como
biótico. Entre las materias minerales más utilizadas se encuentran la caliza, el lignito y el esquisto, y, en
menor cantidad, diversos minerales de color verde y rojo, y otros de tonalidades grises y marrones de tacto
jabonoso. Asimismo son abundantes las cuentas fabricadas a partir de conchas marinas, en menor número
de hueso y, de forma esporádica, de cerámica. Entre los objetos recuperados en Quintaret, el colgante
oval descrito resulta peculiar, dado que es el primero de esta morfología sobre piedra verde reconocido
en yacimientos valencianos. Con esa materia, de la que desconocemos las fuentes de aprovisionamiento,
se documentan algunos colgantes triangulares, rectangulares y trapezoidales en escaso número durante el
Neolítico final/Calcolítico en unas pocas cuevas de enterramiento y en el poblado de la Ereta de Pedregal
(Navarrés), donde también se constata su fabricación, al menos de los de forma triangular (Pascual Benito,
1998). Por su parte, los adornos sobre pequeñas conchas marinas son abundantes en ambientes funerarios,
siendo destacables por su relativa proximidad las 144 Gibberula miliaria perforadas provenientes del Avenc
dels Dos Forats (Carcaixent) (Pascual Benito, 2010: 194).
Respecto a las materias primas presentes en Quintaret, en el País Valenciano los adornos de caliza, sobre
todo las cuentas discoidales, se conocen en numerosos yacimientos. El origen local de esta materia prima,
dada su abundancia en todo el territorio, no alberga dudas. En menor número de yacimientos se constata
la presencia de adornos de lignito. Con carbón fósil se fabricaron cuentas discoidales y, en menor número,
cuentas cilíndricas, en oliva, bitroncocónicas y troncocónicas. Las cuentas discoidales de lignito se han
documentado en trece yacimientos, once de los cuales corresponden a cuevas de enterramiento colectivo y
dos a poblados, Ereta del Pedregal y La Vital (Gandia) (Pascual Benito, 1998b, 2011).
En la distribución geográfica de los yacimientos con cuentas de lignito se observa cierta concentración en
el curso alto y medio de los ríos Serpis y Vinalopó, alrededor de la sierra de Mariola, zona donde se localizan
también numerosas formaciones naturales de lignito. El resto son hallazgos aislados que se sitúan, uno, en el
curso bajo del Serpis, otro en la Canal de Navarrés y tres en la desembocadura del Xúquer (Pascual Benito,
1998b). El yacimiento más próximo a Quintaret donde se constatan cuentas de lignito es Avenc dels Dos
Forats, con más de dos centenares de cuentas discoidales (Pascual Benito, 2012: fig. 23, 9-26).
Se ha señalado cómo la presencia de abundantes depósitos de lignito en zonas cercanas a los yacimientos
con adornos confeccionados con ese material apunta hacia un origen local de las fuentes de abastecimiento.
Es el caso del curso medio y alto del Serpis, donde se observa una importante concentración tanto de adornos
como de depósitos naturales de lignito, algunos de ellos explotados en época histórica. Las formaciones de
lignito de las que se tiene noticia más cercanas a Quintaret se localizan a poco más de 10 km, en el Barranc del
Poll (Xàtiva), en una zona situada en las faldas del Puig de Santa Anna, donde el botánico Cavanilles describe
el carbón como “terso y pesado presentando la consistencia y brillantez del azabache”, se encontraría muy
APL XXX, 2014
[page-n-197]
188
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
fragmentado y en vetas poco gruesas, mencionando, además, que ya era explotado en el siglo XVIII por su
descubridor, un cerrajero de Xàtiva que lo empleaba en su fragua (La Roca, 1997: 447; Casanova, 2009: 269271). La proximidad de esta formación con la Llosa de Ranes ha hecho que en alguna ocasión se atribuya a esta
localidad y descrita como una “formación lacustre representada por capas algo inclinadas de calizas y margas
azuladas, alternando con vetas de lignito” (Sanz, 1875: 214). Algo más alejadas se conocen formaciones de
lignito en Alzira (Roselló, 1995: 203), si bien no puede descartarse la presencia de formaciones de este mineral
en zonas más próximas a Quintaret que hayan pasado inadvertidas en tiempos modernos por ser de menor
entidad que las citadas y, por tanto, de nulo interés en época industrial.
Los yacimientos en los que se documenta la fabricación de cuentas discoidales no son muy abundantes.
En materias duras minerales destaca Ereta del Pedregal donde existen diversos restos que constatan
la elaboración in situ de cuentas de diversos tipos, entre ellas las discoidales a partir de tres minerales
diferentes: piedra verde, con la presencia de preformas, algunas de ellas con la perforación iniciada, y de
cuentas acabadas (Pascual Benito, 1998a: fig. III.109, 1-9); caliza, con varias preformas perforadas y cuentas
acabadas (Pascual Benito, 1998a: fig. III.109, 10-21); y lignito, con una preforma cuadrada perforada y dos
pequeños fragmentos de placa de escaso espesor con estrías de abrasión en ambas caras (Pascual Benito,
1998b: fig. 1). Fuera del ámbito geográfico valenciano destaca la numerosa y variada documentación sobre
la confección de cuentas de variscita, discoidales y de otros tipos, procedente de las minas neolíticas de
Gavà, donde el mineral verde se trabajaba en la propia zona minera (Villalba et al., 1986; Noain, 1999;
Borrell y Estrada, 2009). Son más numerosas las evidencias de fabricación de cuentas discoidales desde el
Neolítico antiguo a partir de fragmentos de valvas de cardíidos, las cuales se distribuyen por toda la fachada
mediterránea peninsular (Pascual Benito, 2005).
En territorio valenciano, los yacimientos donde se observa la fabricación de otros tipos de adornos son
también escasos y las evidencias de productos en proceso de fabricación se limitan solo a una, dos o tres
piezas. Así, en Ereta del Pedregal contamos con una cuenta cilíndrica y un colgante triangular de piedra verde
(Pascual Benito, 1998a: fig. III.114, 31 y III.138, 6); en Les Jovades (Cocentaina), con un colgante acanalado
de hueso y con un colgante rectangular y otro trapezoidal de esquisto (Pascual Benito, 1998a: fig. III-136,
15, III.140, 11 y III.142, 1); en Barranc de la Frontera (Bocairent), con un colgante trapezoidal de piedra
indeterminada (Pascual Benito, 1998a: fig. III.142, 1); en Puntal sobre la Rambla Castellarda (Llíria), con un
colgante oval de caliza (Pascual Benito, 1998a: fig. III.144, 9); y en La Vital, con dos colgantes arciformes
sobre concha y un colgante rectangular de piedra verde (Pascual Benito, 2011: figs. 15.5, 28-30, 15.7 y 15.8).
De estas evidencias se deduce que resulta habitual la fabricación de determinados tipos de adorno en ambientes
domésticos del Neolítico final y el Calcolítico. Sin embargo lo que no resulta habitual es encontrarnos con el
testimonio de todo el proceso productivo de la confección de adornos como ocurre en Quintaret.
Esta producción artesanal de collares plantea algunos interrogantes. En primer lugar desconocemos si
se trataba de una producción doméstica o de una especialización artesanal de algún o algunos miembros de
la comunidad y, por tanto, si existían individuos o familias diferenciadas en lo social y en lo económico. El
hecho de que el yacimiento se encuentre desmantelado en superficie y los hallazgos se hayan encontrado
en posición secundaria no ayuda a indagar sobre esta cuestión. Tampoco sabemos si se trataba de una
producción para el consumo familiar, local o si se destinaba al intercambio con otras comunidades y, de ser
así, cómo se articularía la gestión de ese intercambio, los propios artesanos o los líderes del grupo, y cuál era
el alcance y motivo de ese intercambio. El tipo de materia prima empleada en la confección de los collares –
de origen local y por lo tanto de fácil obtención–, un modo de hacer que no requiere grandes conocimientos
técnicos y el hecho de que en otros asentamientos coetáneos y cercanos se detecte la fabricación de estos
adornos, inclina la balanza hacia un tipo de artesanía doméstica destinada al consumo de la misma unidad
familiar que los produce, o al consumo dentro de la propia comunidad.
En definitiva, el contenido material que nos han ofrecido estas estructuras de Quintaret puede considerarse
excepcional, al contar con una abundante documentación que nos permite conocer con detalle el proceso de
fabricación de unos adornos que se cuentan entre los más abundantes de la prehistoria reciente valenciana.
APL XXX, 2014
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
189
6. MOLINOS, PULIDORES Y HACHAS: EL CONJUNTO LÍTICO DE QUINTARET
(T. Orozco Köhler)
Aunque los útiles pulimentados suelen ser un elemento común en los registros arqueológicos neolíticos y
calcolíticos regionales, en Quintaret su presencia es muy escasa (tabla 9), limitándose a una esquirla, dos
fragmentos distales y un hacha, fracturada (fig. 17), recuperadas formando parte del relleno de las estructuras
negativas. El hacha, de silueta triangular, presenta un desgaste importante en el filo, y una fractura completa
en la zona medial –anterior a la deposición en la estructura Q079– que la inutilizó completamente, obteniendo
dos fragmentos. Ninguno de ambos fragmentos muestra huellas de reutilización en otro trabajo (p. ej. como
percutor), hecho que, atendiendo a la dureza del soporte lítico, suele ser frecuente en otros yacimientos
valencianos (Orozco, 2000), y también se documenta sobre otra pieza pulimentada de Quintaret.
El fragmento de filo recuperado en el relleno de Q064 presenta algunas características que hablan de la
historia de la pieza. Tanto el espesor de dicho fragmento como las fracturas lateral y transversal indican que
correspondía a un útil de filo cortante (hacha) de grandes dimensiones. La presencia en una de las caras de
un surco amplio, poco profundo, sobre la superficie pulida debe relacionarse con el enmangue de la pieza.
No obstante, la localización de este surco (próxima al filo), su desviación en relación al eje transversal de
la pieza y el embotamiento en la zona derecha del filo (fig. 18) permite suponer que, tras la fractura, este
pequeño fragmento fue enmangado y continuó en uso, si bien destinado a tareas de percusión o golpeteo.
Los útiles pulimentados se relacionan, de manera general, con el trabajo de la madera, aunque pueden
ser utilizados en tareas muy diversas. No se han recuperado en este yacimiento las habituales piezas
pulimentadas de pequeño tamaño (azuelas, escoplos) destinadas a trabajos de carpintería, tan frecuentes
en otros yacimientos valencianos del III milenio AC. Para su confección, en el ámbito mediterráneo suele
emplearse de manera preferente rocas de naturaleza ígnea y metamórfica (Orozco, 2000). En el pequeño
conjunto estudiado, la litología utilizada como soporte corresponde a diabasas. Se trata de un litotipo
de origen ígneo, del que hay diferentes asomos rocosos en la zona valenciana, normalmente asociados
a sedimentos triásicos, cuya utilización en el utillaje pulimentado ya se reconoce desde los primeros
horizontes neolíticos. Las intensas tareas extractivas llevadas a cabo, especialmente a lo largo del siglo XX,
conllevan importantes modificaciones de estos afloramientos y su entorno, que enmascaran los indicios
de una explotación prehistórica; en algunos casos se ha llegado al agotamiento total del recurso (Orozco,
1998). Los emplazamientos más cercanos a Quintaret donde se localizan afloramientos de diabasas se
muestran en la figura 19. Aunque los datos iniciales no permiten relacionar estos útiles con un asomo
determinado, la proximidad a este recurso lítico pudo haber sido un criterio para su elección.
El material dedicado a la molturación y trituración se presenta muy fragmentado en Quintaret.
Este utillaje se compone de un elemento inferior denominado molino o muela que se caracteriza
por una superficie de trabajo pasiva, plana, que suele ir ahondándose con el uso, de manera que en
bastantes ocasiones puede presentarse ligeramente cóncava. Las dimensiones y la forma de estas
piezas suelen presentar una alta variabilidad en los yacimientos neolíticos y calcolíticos valencianos,
si bien frecuentemente muestran un alto grado de fragmentación, lo que impide valorar estos rasgos.
Hemos agrupado en la categoría de los molinos aquellas piezas y, sobre todo, fragmentos que presentan
superficies de tendencia plana o ligeramente cóncavas, en las que se aprecian cúpulas de piqueteado
y un pulido posterior, resultado del trabajo de fricción (tabla 10). En el conjunto de Quintaret se
han recuperado varios molinos íntegros (Q228, Q075, Q231) que muestran la variedad de formas y
dimensiones de estas piezas (fig. 20).
Las manos de molino, también llamadas moletas, son el elemento activo. Son las piezas con la que se
realiza la molturación, a través de un movimiento de vaivén. De tamaño menor que el elemento pasivo,
pueden asirse con una o dos manos, dependiendo de sus dimensiones. Las manos elaboradas sobre soportes
líticos suelen ser elementos muy poco transformados: en pocas ocasiones son piezas talladas o recortadas,
y en bastantes ocasiones se utilizan cantos rodados, del tamaño deseado. La fricción que desarrollan
APL XXX, 2014
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190
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
7
213
1
89
7
8
Q064
316
1
Q064
332
Q065
328
Q075
28
1
Q079
123
1
1
Q080
133
2
1
Q081
135
Q084
147
Q085
155
1
Q088
163
1
Q125
141
Q138
823
Q138
826
Q157
1087
Q193
1401
Q197
1411
Q223
1651
Q226
1124
1
Q228
1128
2
Q228
1161
Q230
1132
Q231
1134
2
1
Q061
1
1
Q007
Canto
19
Percutor
Q006
Mat. abrasivo
/ pulidor
Mano
de molino
Hecho UE
Molino
(o frag.)
Tabla 9. Relación de la industria pulimentada
recuperada en Quintaret. Las dimensiones
(LM= longitud máxima, AM = anchura máxima,
EM= espesor máximo) se expresan en mm.
1
1
2
1
1
2
Fig. 17. Hacha pulimentada recuperada en la estructura Q064.
La fractura es anterior a la deposición, y no se reconocen
marcas que indiquen la reutilización de los fragmentos.
1
1
4
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
Fig. 18. Fragmento distal o filo de hacha, reutilizado como
maza (elemento de percusión, enmangado). Se aprecia
el surco para el enmangue en una cara del fragmento. La
flecha indica la zona desgastada por este trabajo.
produce unas marcas que se aprecian a simple vista: zonas de la superficie con un pulido más intenso o,
en ocasiones, estrías. En determinados casos se pueden encontrar marcas de piqueteado en alguna parte
de la pieza, lo que indicaría un uso –simultáneo o sucesivo– en trabajos de fricción y percusión.
Las litologías empleadas en el instrumental de molienda corresponden a materiales de naturaleza
sedimentaria: calcarenitas, microconglomerados, calizas esparíticas y micríticas son las que tienen mayor
presencia. Estos tipos de rocas conforman los relieves del entorno más cercano a Quintaret, por lo que
son de fácil obtención, y son materiales muy versátiles para este utillaje, ya que su acondicionamiento
no resulta excesivamente costoso. El empleo de rocas sedimentarias para este utillaje, que habitualmente
APL XXX, 2014
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
191
Fig. 19. Mapa de localización de emplazamientos de diabasas. 1, situación de Quintaret; 2, Cerro del cuchillo (Almansa);
3, Quesa; 4, Lloc Nou de Fenollet; 5, depresión del Vinalopó.
Tabla 10. Relación del utillaje de molienda, abrasivos y elementos líticos recuperados en Quintaret. Las dimensiones
se expresan en mm, y corresponden al eje mayor, menor y espesor de la pieza.
Hecho UE
Tipo
LM
AM
EM
Q064
32
Frag. distal
hacha
58
69,5 46,6
Q066
30
Esquirla
45,4 39
Q079
125
Hacha
146
7,7
66,5 42,8
Mat. prima
Superficie
Comentario
Diabasa
Pulida
Surco poco profundo en una cara.
Reutilizado como maza
Pulida y
piqueteada
Forma triangular. Talón apuntado
Diabasa
Diabasa
Fig. 20. Los molinos o muelas que se han
recuperado en Quintaret muestran variedad de
formas y dimensiones: 1, pieza recuperada en
Q228; 2, pieza procedente de Q231; 3, molino
recuperado en Q075.
APL XXX, 2014
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192
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
pueden obtenerse en las cercanías del yacimiento, suele ser una constante en los conjuntos líticos estudiados
de yacimientos neolíticos y calcolíticos (Orozco, 2000, 2004, 2011). Únicamente una mano o moleta
del conjunto, que también muestra marcas de percusión en un extremo, se ha elaborado sobre diabasa.
También resulta destacable, en cuanto al soporte, un fragmento de mano de molino recuperado en Q084 y
fabricado sobre granito, material que procede de dominios geológicos alejados de este territorio. Se trata
de una litología utilizada ampliamente en el instrumental de molienda de los conjuntos de la zona central
peninsular (Blasco, Baena y Ríos, 2007-8). El alto grado de alteración de la pieza recuperada en Quintaret
hace necesario un análisis más detallado de su composición, actualmente en curso, que permitirá ahondar
en posibles contactos con otras zonas peninsulares.
Algunos materiales líticos se han clasificado, directamente, como percutores (tabla 10). Bajo esta
denominación se agrupan piezas líticas de morfología diversa que presentan, al menos en un extremo, una
superficie piqueteada o pequeños levantamientos. Para estos útiles son las huellas del trabajo efectuado lo
que permite su catalogación, puesto que –por lo general– no suelen presentar una preparación determinada
del soporte. De forma puntual también se han recuperado materiales líticos que no corresponden a las
categorías citadas, como es el caso de algún canto rodado que no presenta marcas visibles.
Otros instrumentos que aparecen en Quintaret y pueden haber formado parte de procesos de elaboración
variados se definen por las litologías empleadas como soporte, que presentan propiedades erosivas, y se han
agrupado bajo la etiqueta de abrasivos o pulidores, utilizando este último término cuando nos encontramos
ante una pieza completa (tabla 10). Por lo general se han recuperado fragmentos informes, que en ocasiones
pueden mostrar alguna marca de trabajo, como superficies planas, ranuras o surcos, pero es sobre todo
su naturaleza la que permite su clasificación. Las litologías de propiedades abrasivas recuperadas en este
yacimiento corresponden a areniscas, de granulometría variada y coloración diversa. Hay que considerar
que el tamaño y la homogeneidad del grano influye en la calidad del pulido. El trabajo erosivo se realiza con
un movimiento de fricción, y puede realizarse en seco, o también aplicando agua. Algunos de los procesos
en los que pueden participar estos instrumentos consisten en rebajar, pulir, afilar superficies, entre otros. Sin
embargo, no es posible precisar sobre qué materiales se utilizaron.
Conseguir estos soportes no entraña dificultad puesto que las areniscas aparecen en algunas zonas del
valle del Cànyoles, por lo que su obtención pudo realizarse directamente por la comunidad establecida
en Quintaret. Destaca en el conjunto el pulidor recuperado en Q228, de grandes dimensiones (fig. 21)
en cuya superficie activa, que presenta una ligera concavidad (-14 mm), no se aprecian de forma clara
surcos o ranuras. Además de las dimensiones, resulta de enorme interés constatar la naturaleza de esta
pieza, elaborada sobre arenisca ferruginosa, cuyo ámbito litogénico no corresponde al entorno cercano al
yacimiento, lo que contribuye a acentuar su singularidad.
Tal como se ha indicado, el conjunto de útiles pulimentados es exiguo, lo que limita las conclusiones
que puedan extraerse sobre estas piezas. Tanto la pieza fragmentada en dos, como el fragmento distal
reaprovechado son –o han formado parte de– hachas de tamaño notable. La escasez de ejemplares no puede
relacionarse con una falta de soportes líticos ya que, como se indicó con anterioridad, en comarcas cercanas
se localizan diversas fuentes de materia prima, a las que pueden añadirse otros diapiros de diabasas que
aparecen a lo largo del territorio valenciano, especialmente en el área sur. La valoración de este litotipo por
parte de las comunidades prehistóricas queda patente al observar en Quintaret, al igual que en muchos otros
yacimientos, las reutilizaciones de útiles sobre diabasa (Orozco, 2000, 2004, 2011).
En cuanto al utillaje de molienda, habitualmente representado en contextos habitacionales, cabe destacar
la abundancia de elementos y la alta fragmentación del registro estudiado. Si atendemos a la distribución
de piezas o fragmentos en relación a las estructuras excavadas, destaca la acumulación que se localiza
en Q061; en este caso la cantidad es el rasgo que marca diferencias frente a otras estructuras. Asimismo,
destacan por su integridad las piezas procedente de Q228, concretamente de la UE 1161, que corresponden
a un molino y un pulidor de grandes dimensiones; en este caso podemos suponer que estos materiales tienen
alguna relación con las múltiples evidencias de la elaboración de cuentas recuperadas en esta estructura.
APL XXX, 2014
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
193
Fig. 21. Pulidor sobre arenisca ferruginosa
procedente del relleno de Q228. Aunque la
superficie activa es aplanada, muestra una ligera
concavidad en relación a los bordes de la pieza.
Y si bien no podemos valorar el papel del molino en relación a los adornos, el pulidor –confeccionado
sobre una arenisca de grano muy fino y homogéneo, coloquialmente conocida como rodeno o piedra de
afilar– sí pudo formar parte del proceso de producción de estos ornamentos, aunque no podamos estimar en
qué fase fue utilizado, como tampoco si se empleó para un pulido o desbaste en seco o con agua. Pese a la
variedad de rocas con propiedades abrasivas que aparecen en los relieves cercanos a Quintaret, este pulidor
corresponde a una arenisca del triásico inferior (Bundsandstein), sedimentos que en tierras valencianas
se localizan en el dominio ibérico, al N del corredor del Cànyoles. Ello indica una selección cuidada del
material lítico y un transporte, que pudo haberse llevado a cabo por este grupo humano. La deposición en la
misma estructura de estos elementos permite establecer una asociación, y suponer que fueron empleados en
alguna de las etapas del trabajo destinado a la fabricación o transformación de cuentas de collar.
7. PRODUCCIÓN Y CONSUMO DE PIEDRA TALLADA
(O. García Puchol)
La presencia de útiles y restos líticos tallados, resultado de las actividades relacionadas con su fabricación y
uso, entre los restos contenidos en las estructuras excavadas, permite plantear hipótesis relativas a los medios
y modos de producción de estas sociedades del IV y III milenio cal AC. Un número moderado de restos
(1.806) procede de las estructuras de Quintaret, en tanto que apenas 2 objetos provienen de las estructuras
de Corcot. Los materiales recuperados en el primer yacimiento manifiestan las características propias de los
conjuntos líticos del final del Neolítico y Calcolítico con la presencia de láminas de cuidada factura y puntas
de flecha de retoque bifacial como elementos comunes (García Puchol, 2005; Juan-Cabanilles, 2008). Su
aparición, amortizando estas estructuras de almacenaje, nos informa sobre las actividades llevadas a cabo
en las inmediaciones de las mismas, tanto a partir del análisis de las características de su composición,
como de su relación con las restantes evidencias que conforman los rellenos.
Conviene subrayar la desigual repartición de objetos líticos entre las diferentes estructuras, tal como
reflejan las tablas 11 a 15. Únicamente 4 estructuras contienen más de 50 objetos tallados y una de ellas
destaca sobremanera con un total de 1.229 restos (Q128). La explicación viene del cribado con agua de
la totalidad del sedimento al coincidir con la concentración de cuentas de collar y restos de su fabricación
(buena parte de estos restos son microlascas y esquirlas –1.017–).
El sílex es la materia prima utilizada, observándose cierta variabilidad en función del tipo de soporte/
útil buscado. Una variedad marrón/beige traslúcida de grano medio y que presenta numeras fisuras resulta
común, generalmente sobre lascas y algún núcleo de talla expeditiva. Al mismo tiempo encontramos
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O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Tabla 11. Clasificación de los restos de talla documentados en Quintaret.
Q7
UE
Q24
Q55
Q61
Q63
Q64
213
209-10
75
89
97
32
Lasca
3
3
4
Frag. lasca
4
2
7
Frag. lámina
1
Frag. indeterminado
5
Esquirla/microlasca
2
Sílex tabular
1
315
101
3
1
2
1
2
3
1
4
1
9
3
8
6
4
3
30
Q68
1
45
1
13
4
1
3
1
7
5
2
23
TOTAL
328
6
15
Q66
1
1
14
31
9
2
4
Frag. núcleo
Q65
16
17
6
2
14
Tabla 12. Clasificación de los restos de talla documentados en Quintaret.
Q72 Q75 Q78 Q79
Lasca
Q80
Q82
Q85 Q88 Q89
109
28
123
133
127
155
163
165
2
UE
2
2
2
125
20
2
2
1
Frag. lasca
26
1
1
1
Lámina
1
Q138
141
823
2
Frag. núcleo
Q125
79
1
Frag. lámina
Q90
167 712
12
5
1
2
5
4
3
1
1
1
6
1
36
13
10
9
Tableta
Frag. indeterminado
1
46
2
Esquirla/microlasca
2
1
Cúpula térmica
3
2
4
4
2
3
3
1
3
2
2
Sílex tabular
1
1
Nódulo
1
TOTAL
3
100
6
4
6
6
2
15
5
2
69
32
Tabla 13. Clasificación de los restos de talla documentados en Quintaret y Corcot.
Quintaret
Q147 Q193 Q197 Q226 Q228 Q229 Q230
UE
Lasca
84
1401
1411
1130
1132
21
6
2
1243 1298/99
1
61
10
6
C20 C22
2
8
Frag. lámina
137
8
Frag. núcleo
2
Esquirla/microlasca
8
1
87
10
2
1017
1
Cúpula térmica
141
1
2
Frag. indeterminado
APL XXX, 2014
Corcot
1161
2
1
Frag. lasca
TOTAL
Q263
1124
31
5
57
16
1
5
1
18
9
1
2
1
11
1205
1
33
1
1
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
Q89
Q88
Q84
Q79
Q78
Q75
Q68
Q66
Q65
Q64
Q61
Q55
Q7
Tabla 14. Clasificación del utillaje retocado recuperado en Quintaret.
UE 213 75 89 32 31 30 101 28 123 125 147 163 165
Perforadores/taladros
Perforador
Lascas ret. simple/inv.
1
Lasca ret. marginal
1
Lasca ret. irregular
Lascas borde abatido
Láms. ret. simple/inv.
1
1
1
1
1
Lasca borde abatido
1
Lám. ret. marginal
3
Lám. ret. muy marg./su
1
1
1
Lám. ret. irregular
1
Lám. ret. invasor
2
Muescas y denticulados Lasca con muesca
1
1
1
3
Lámina muesca
1
Lasca denticulada
1
Lámina denticulada
Puntas de flecha
1
Romboidal
1
Pedúnculo y aletas
1
Pedúnculo y aletas inc.
1
Fragmento
1
1
Esbozo
Piezas astilladas
1
1
1
1
1
TOTAL
1
1
10
3
2
1
1
Microburiles
1
4
2
9
2
1
1
2
1
materiales de calidad que responden a distintas variedades principalmente representadas sobre piezas
laminares, con retoque o no. En este caso apenas contamos con restos relacionados con la talla in situ por lo
que debemos suponer que presumiblemente llegan al yacimiento elaborados. El grado de alteración de los
materiales también es variable como resultado bien de actividades antrópicas (alteraciones térmicas debido
al contacto directo con el fuego), o bien de procesos postdeposicionales tales como la aparición de pátinas
blancas que afectan parcialmente al conjunto.
En Quintaret se han clasificado un total de 1.730 restos de talla, la mayoría de los cuales son fragmentos
indeterminados (275) y sobre todo esquirlas (1.120). Entre los productos de talla predominan las lascas y
fragmentos de lascas (112 y 167 respectivamente). Los productos laminares, algunos de ellos de cuidada
factura y tamaño considerable (superan los 150 mm de anchura máxima) son escasos (19). Un conjunto
laminar de pequeño tamaño se concentra en la estructura 228, coincidiendo con una mayor proporción de
restos y la presencia de alguna pieza alargada y estrecha a modo de perforador. Se ha documentado un total
de 19 núcleos, fragmentados, de morfología informe y con restos de extracciones de lascas.
En consonancia, el material retocado recuperado también es escaso (76 objetos) (tablas 14 y 15, fig. 22).
Destacan numéricamente el conjunto de piezas astilladas (21), concentradas principalmente en las estructuras
Q228 y Q229 (15) (fig. 22, 1 a 3). Las características de estas piezas serían indicativas, de un uso –entre otros–
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O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Tabla 15. Clasificación del utillaje retocado recuperado en Quintaret.
Q125 Q138
UE
Raspadores
823
Q228
Q229
Q229
Q230 Q164
1161
1130
1162
1132
6
141
1
1095
1
Perforadores/taladros
Perforador
Lascas retoque simple
Lasca retoque irregular
Muescas y denticulados
Lasca con muesca
1
2
2
Lasca denticulada
1
Lámina denticulada
Diente hoz
Geométricos
1
1
Fragmento
Puntas de flecha
Trapecio retoque abrupto
1
Romboidal
1
Foliácea
Pedúnculo y aletas incip.
1
1
Esbozo
2
Piezas astilladas
1
11
4
1
Diversos
TOTAL
1
3
3
25
6
1
1
1
a modo de cuña/cincel (de la Peña, 2011). La concentración mencionada, coincidente con las estructuras que
han deparado los restos de un taller de cuentas sobre caliza y lignito, sugiere su relación directa con el proceso
de recorte de estos materiales. La presencia en estas estructuras de pequeñas piezas a modo de perforadores
también podría ser relacionada con el proceso de perforación de estas cuentas (fig. 22, 4 a 6). Mencionaremos
además una punta de flecha romboidal (fig. 22, 15), dos esbozos de punta de flecha (fig. 22, 19) y un trapecio
fragmentado (fig. 22, 18). El contenido lítico evoca así la presencia de objetos ligados a diferentes actividades,
cuyo nexo común sería su relación con las tareas asociadas a una unidad doméstica.
Otros objetos destacados del conjunto recuperado serían las láminas con retoque marginal y con retoque
invasor (fig. 22, 13), bien representadas en la estructura Q61. Un fragmento de lámina con retoque invasor
de esta estructura muestra una tenue pátina brillante (lustre de cereales).
Las muescas y denticulados sobre lasca o láminas suponen 13 objetos. Una mención especial merece
una pieza fragmentada con el retoque característico de los dientes de hoz (no se observa lustre de cereal)
entre los objetos líticos de la estructura Q138. Recuperado en la única estructura que ha deparado materiales
campaniformes de estilo regional, corroboraría su adscripción a esta etapa del Campaniforme final inmediata
a la Edad del Bronce, cuando se convierten en el útil lítico tallado destacado.
Un total de 8 puntas de flecha (más 3 esbozos) se han localizado repartidas en diferentes estructuras.
Encontramos piezas de cuidada factura junto a ejemplos de ejecución irregular (fig. 22, 8 y 15). Uno de los
esbozos ofrece signos evidentes de la práctica del tratamiento térmico, aspecto común en otros yacimientos
de esta cronología en el área. Sobre la morfología cabe apuntar su variabilidad, reflejada en la clasificación
de formas romboidales, foliáceas y de pedúnculo y aletas. En este último caso no se ha clasificado ningún
ejemplar de pedúnculo y aletas desarrolladas propio de momentos campaniformes (Juan-Cabanilles, 2008),
lo que podría deberse a lo reducido de la muestra.
APL XXX, 2014
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
197
Fig. 22. Utillaje retocado recuperado en Quintaret. 1 a 3, piezas astilladas (Q228); 4 a 6, microperforadores (Q228);
7, frag. lámina retoque invasor (Q68); 8, frag. punta de flecha (Q66); 9, frag. lámina retoque marginal (Q66); 10,
frag. lámina retoque invasor (Q75); 11, frag. lámina con muescas (Q75); 12, frag. lámina retoque invasor (Q61); 13,
perforador (Q61); 14, frag. placa sílex tabular con retoque bifacial (Q230); 15, punta de flecha romboidal (Q65); 16,
microburil (Q66); 17, microburil (Q75); 18, frag. trapecio asimétrico (Q228).
Entre los geométricos contamos con un fragmento de trapecio, asimétrico de base cóncava, y un fragmento
no determinado, ambos en la estructura Q228 (fig. 22, 18). Sin que podamos establecer una relación directa
con estas piezas, al menos con los ejemplos conocidos de otros yacimientos sincrónicos estudiados hasta
la fecha, hemos clasificado dos microburiles (Q066 y Q075), ambos distales y sobre láminas de mediano
tamaño (fig. 22, 16 y 17). La presencia de microburiles en conjuntos del IV y III milenio se corrobora en
APL XXX, 2014
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198
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
otros yacimientos valencianos tales como Niuet y Punxó (García Puchol y Molina, 1999). Mencionaremos
finalmente el hallazgo de un fragmento de placa de sílex tabular con retoques bifaciales en la estructura
Q230 (fig. 22, 14), así como dos fragmentos informes sobre este material en la estructura Q024.
Como hemos podido comprobar, el registro de Quintaret ofrece ejemplos concretos de la relación directa
del contenido de los rellenos y las actividades llevadas a cabo en las inmediaciones de las estructuras. El
caso más elocuente viene referido por la concentración de las estructuras Q228 y Q229, cuyos rellenos
incorporan diferentes vestigios relativos a la actividad artesanal vinculada a la fabricación de cuentas de
collar junto con distintas piezas líticas (piezas astilladas, perforadores) que podemos relacionar con su
elaboración. Junto a ellos, otras piezas como la punta de flecha y esbozos recuperados indicarían actividades
relacionadas con su fabricación y/o abandono en un espacio doméstico. En la mayoría de los casos, sin
embargo, el número de restos no permite realizar más apreciaciones. De cualquier modo, y analizados en
su conjunto, los materiales líticos de Quintaret son coincidentes con el equipamiento característico de los
registros de esta cronología en el ámbito regional.
8. VALORACIÓN ESPACIAL, CONTEXTUAL Y FUNCIONAL DE LAS ESTRUCTURAS
DE ALMACENAMIENTO EN EL CONTEXTO DEL IV Y III MILENIO CAL AC
(O. García Puchol y S. Pardo Gordó)
Las estructuras prehistóricas de Quintaret y Corcot conforman un típico contexto prehistórico de hábitats
neolíticos al aire libre caracterizados por la profusión de silos y fosas, aspecto que les ha conferido el
apelativo en la bibliografía de poblados de silos (Gómez Puche et al., 2004; Soler, 2013). Se ubican en las
inmediaciones de cursos de agua, frecuentemente en áreas de interfluvio, ocupando grandes extensiones
donde se observan concentraciones de estructuras excavadas (en algunos casos identificadas como viviendas
–Niuet, Arenal, La Vital–), y con la presencia de fosos segmentados que podrían delimitar el espacio del
poblado. En otros ejemplos, como Les Jovades o los aquí presentados, Quintaret y Corcot, sólo disponemos
de información referida a fosas y silos. Buena parte de los trabajos realizados obedecen a intervenciones de
urgencia que han contemplado generalmente excavaciones parciales siguiendo las directrices de las obras
efectuadas. Su situación en zonas de alto potencial agrícola ha condicionado también un desigual estado de
conservación en función del grado de transformación del terreno y de las prácticas agrícolas allí efectuadas.
Desde los años 1990 se han publicado una serie de registros datados en el IV y III milenio cal AC que
sirven de referencia para contextualizar los datos aquí publicados. Buena parte de los mismos se ubican
en los valles del Serpis, desde su cabecera (Les Jovades –Bernabeu et al., 1993–, Niuet –Bernabeu et al.,
1994–, Benàmer –Torregrosa, Jover y López Seguí, 2011–, Punxó –García Puchol, Barton y Bernabeu,
2008–) hasta su desembocadura (La Vital –Pérez Jordà et al., 2011–), en el vecino valle del río Albaida
(Colata –Gómez Puche et al., 2004–), o en el valle del Vinalopó (La Torreta-El Monastil –Jover Maestre,
2010–). Otros interesantes conjuntos publicados ofrecen registros de ocupaciones neolíticas prolongadas
en el tiempo, desde el Neolítico antiguo y que pueden alcanzar el Neolítico final (cf. Tossal de les Basses,
Alicante –Rosser y Fuentes, 2007– o Costamar, Oropesa, Castellón –Flors, 2009–, y también el yacimiento
mencionado de Benàmer –Torregrosa, Jover y López Seguí, 2011–).
Los datos manejados de todos ellos son parciales aunque permiten, en mayor o menor medida, una
aproximación a las características de estos poblados desde una perspectiva espacial, económica y social.
Sobre sus dimensiones se han realizado cálculos a partir de la distribución de las estructuras conocidas y el
marco cronológico abarcado. Les Jovades ocupa el área mayor hasta la fecha, con un cálculo de dispersión
de las estructuras en torno a las 25 ha que cubrirían un amplio período de tiempo entre el IV y el III milenio
cal AC. Para La Vital este cálculo se sitúa cerca de las 7 ha y una duración de unos 300 años. El tamaño
mínimo calculado mediante el procedimiento Convex Hull o mínima envolvente para Quintaret se situaría
alrededor de 3 ha, referido a una cronología de unos 500 años. En cualquier caso se trata de estimaciones
condicionadas por la extensión del área excavada y que requieren casi siempre más precisión cronológica
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
199
debido al bajo número de dataciones disponibles (sólo La Vital presenta un marco radiométrico programado
sobre buena parte de la superficie excavada atendiendo a criterios espaciales y estratigráficos). Los datos y
análisis que presentamos a continuación se han realizado a partir de los datos de Quintaret dado el escaso
número de estructuras prehistóricas en Corcot (4).
8.1. El espacio habitado
Tal como hemos podido comprobar en la presentación del yacimiento, el estado de conservación de las
estructuras de Quintaret no es óptimo, aspecto que dificulta cualquier tentativa relativa a su interpretación
en el espacio. La altura media conservada de fosas y silos se sitúa en 46 cm, con un máximo de 170 cm
y un mínimo de 11 cm. La conservación diferencial de las profundidades de silos/fosas en una misma
área reflejaría la existencia de estructuras de tamaño variable y cuya función como silos no puede ser
siempre corroborada. Con la excepción de dos estructuras de morfología desigual cortadas por un camino
(Q193 y Q197), el resto obedece a fosas circulares con distintos perfiles (troncocónico, globular, cóncavo)
que hemos considerado silos cuando disponemos de un criterio claro para su asignación (paredes rectas o
que cierran), y la comparación de la profundidad conservada respecto a las estructuras inmediatas. Ante
la ausencia de evidencias claras referidas a restos de viviendas, hemos tratado de retener otras variables
materiales y de localización con el fin de determinar si las estructuras conservadas tendrían una relación
directa con la presencia en las inmediaciones de espacios de habitación.
Con este objetivo hemos realizado un análisis de conglomerados (cluster analysis en terminología anglosajona)
centrado en identificar cuáles son las agrupaciones de silos óptimas a partir de su localización geográfica, y si
la distribución de éstas pueden ser correlacionadas con la presencia de material arqueológico asociado a las
actividades domésticas tales como los molinos/manos y los fragmentos de barro cocido, algunos de ellos con
improntas, que podrían relacionarse directamente con las áreas de hábitat. Entre los diferentes procedimientos
existentes para la realización del análisis de conglomerados nos hemos decantado por un método de agrupamiento
no jerárquico o de partición, el método K-means, utilizando el software R (R Core Team, 2013).
La utilización del análisis K-means requiere realizar dos pasos fundamentales:
a) Dividir el conjunto de datos analizado en n grupos y calcular el centro de gravedad de cada agrupación
resultante. En nuestro caso hemos dividido las estructuras negativas en 2 grupos y hemos repetido el proceso
incrementando el tamaño en 1 hasta llegar a un total de 30 grupos.
b) En segundo lugar se reasigna cada silo al grupo más cercano (cuya distancia al centroide sea menor). En
nuestro caso hemos realizado 100 iteraciones de este procedimiento por cada uno de los 30 casos programados.
Una vez realizado el test K-means, hemos representado los resultados en un gráfico donde observamos
un fuerte descenso en el valor de la suma de los cuadrados en torno a los 4 grupos y una estabilización de
la curva alrededor de los 14 grupos (fig. 23, a).
No obstante, como se remarca en la bibliografía estadística, la selección de un número alto de clusters
puede llegar a representar datos incomprensibles (o complejos en su interpretación), mientras que la
elección de un número reducido de conglomerados suele conllevar la generación de grupos heterogéneos
y artificiales. Con todo ello nos hemos decantado por la utilización de un valor intermedio, 8 grupos, para
tratar de mitigar los problemas remarcados.
La agrupación final de los silos una vez realizado el K-means es la siguiente (fig. 23, b): el grupo 1 está
formado por las estructuras Q054, Q055, Q162, Q164 y Q157. Las estructuras Q075, Q066, Q065, Q064,
Q063, Q067, Q071, Q070, Q069, Q068 y Q061 forman el grupo 2. Por otro lado el grupo 3 está formado
por las estructuras Q082, Q083, Q079, Q078, Q080, Q081, Q084, Q085, Q086 y Q0125. La solitaria
estructura Q175 forma el grupo 4. Mientras que las estructuras Q065 y Q0190 forman el grupo 5, aunque
las estructuras documentadas en el corte del camino (Q193 y Q197) no se han contemplado en el análisis
K-means, éstas podrían formar parte de este cluster. El grupo 6 lo conforman las estructuras Q138, Q030,
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200
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
A
Relación Clusters − Suma cuadrados
20
Suma de los cuadrados
15
10
5
0
2
4
6
8
10
B
12
14
16
18
Número de Clusters
20
22
24
26
28
30
Relación gr
4313850
GRUPO 8
4313800
Coordenadas Y
GRUPO 7
GRUPO 6
4313750
GRUPO 3
GRUPO 2
4313700
GRUPO 5
GRUPO 1
GRUPO 4
4313650
705600
705800
Coordenadas X
706000
Fig. 23. Resultados del test K-means.
Q088, Q089, Q090, Q091 y Q092. El séptimo grupo está formado por los silos Q223, Q261, Q263, Q024,
Q007, Q006 y Q283. Finalmente el grupo 8 se sitúa en la parte noreste de la excavación y lo forman las
estructuras Q242, Q231, Q230, Q229, Q228 y Q226.
Si nos atenemos al patrón de distribución espacial de La Vital, estas estructuras se asociarían con
unidades de habitación/espacios domésticos de actividad. En nuestro caso únicamente las estructuras
Q193 y Q197 responderían a un criterio distinto de la observación general de fosas y silos (fosas de
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
201
dimensiones mayores), si bien la escasez de materiales recuperados y sus características impiden efectuar
más apreciaciones. Como ya hemos anotado, la presencia de barro cocido y de piezas de molienda en los
silos/fosas podría considerarse un buen indicador de la presencia cercana de estos espacios domésticos.
A este respecto, la mayoría de los grupos determinados confirman la presencia de indicios de actividad
doméstica y constructiva formando parte del relleno de algunas de las estructuras. Algunos de los casos
más elocuentes vendrían conformados por el grupo 2 (la estructura Q61 concentra 15 útiles de molienda y
55 restos de barro cocido con improntas), el grupo 3 con diversas piezas de molino repartidas entre varias
de sus estructuras, el grupo 7 (con molinos y fragmentos de barro cocido en varias de los contenedores
excavados) y el grupo 8 (área donde se detecta una concentración de barro cocido, útiles de molienda,
pulidores, asociado todo ello a restos de fabricación de cuentas de collar de caliza y lignito –Q228–).
8.2. Producción y consumo
La presencia de contenedores de grano u otros productos perecederos de capacidad variable referidos al
hábitat del IV y III milenio cal AC en el territorio valenciano ha sido caracterizada en diversos trabajos
(Pascual Benito, 2003; Gómez Puche et al., 2004; Pérez Jordà, Bernabeu y Gómez Puche, 2011). Apenas
contamos con evidencias directas en el registro de Quintaret sobre el contenido de los mismos, básicamente
cereales si atendemos a los patrones reconocidos de forma generalizada. A partir del cálculo de la capacidad
de estos contenedores se han realizado análisis comparativos que arrojan alguna luz sobre la estructura
social de estas sociedades del IV y III milenio cal AC. Dos trabajos reflejan los cálculos realizados en
diferentes yacimientos (Missena, Jovades, Colata, Vital y Arenal), si bien es cierto que no todos ellos
disponen de un marco radiométrico preciso que permita discernir si la variabilidad acordada puede tener
una lectura diacrónica alternativa (Bernabeu et al., 2006; Pérez Jordà, Bernabeu y Gómez Puche, 2011).
Los resultados de esta contrastación otorgan una mayor capacidad de almacenaje a yacimientos como Les
Jovades (desde mediados del IV y presumiblemente hasta mediados del III milenio cal AC) y La Vital
(segundo tercio del III milenio cal AC). En cualquier caso, lo que resulta más revelador es la existencia
en estos dos yacimientos de grandes estructuras de almacenaje que superan los 10.000 litros (Pérez Jordà,
Bernabeu y Gómez Puche, 2011). El test K-means practicado en La Vital refiere la existencia de al menos
10 agrupaciones de estructuras en el área excavada que comprenderían fosas y silos relacionados en buena
parte de los casos con estructuras de habitación identificados como fondos de cabaña (Gómez Puche, Carrión
Marco y Pérez Jordà, 2011). Los cálculos ofrecen una capacidad de almacenaje variable entre los distintos
grupos, dos de los cuales superan los 20.000 litros mientras que los restantes ofrecen unas cifras a distancia
y también variables (predominan en todos los casos los silos hasta los 1.500 litros). Estos datos han sido
interpretados como el reflejo de la existencia de una acumulación desigual de excedentes entre las distintas
unidades familiares (Pérez Jordà, Bernabeu y Gómez Puche, 2011). En La Vital es posible además acotar
la cronología a la duración calculada del poblado (unos 300 años) durante el Calcolítico precampaniforme
y Campaniforme con evidencias claras de metalurgia. Esta acumulación desigual tendría su reflejo en las
tumbas individuales en silos con ajuares distintivos documentadas en el interior del poblado.
Analizar la capacidad de almacenaje de las estructuras de Quintaret en los términos expuestos no nos
ha parecido aconsejable. El grado de desmantelamiento del nivel de ocupación del yacimiento, si tenemos
en cuenta además la escasa profundidad generalizada de las estructuras documentadas (p. ej., media de 46
cm frente a los 92 cm de La Vital), desaconsejaba el cálculo de la capacidad en litros de las estructuras que
podíamos considerar claramente como silos de almacenamiento. Por ello, y con el fin de poder realizar
estimaciones en este sentido, hemos procedido a evaluar la comparación del diámetro máximo de las
estructuras clasificadas como tales en aquellos yacimientos con información detallada publicada (Jovades,
Arenal, Colata y Vital). De este modo hemos representado gráficamente la distribución de esta medida entre
los distintos yacimientos (fig. 24).
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O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Arenal
350
300
250
200
150
100
50
10
Jovades
0
10
Quintaret
20
30
diámetros silos
350
300
250
200
150
100
50
5
Colata
350
300
250
200
150
100
50
0
0
10
10
20
Vital
20
30
40
30
50
0
10
20
30
40
número de silos
Fig. 24. Relación del diámetro máximo de las estructuras de los yacimientos de Vital, Colata, Quintaret, Jovades y Arenal.
Los gráficos resultado ofrecen una imagen similar a la mostrada en relación con la capacidad de
estos conjuntos, es decir, dos yacimientos sobresalen con la presencia de unas pocas estructuras que
superan los 300 cm de diámetro máximo (Jovades y Vital), mientras que Quintaret se aproxima a los
datos proporcionados por Colata, donde unas pocas estructuras superan los 250 cm. En el caso de Colata
estas estructuras se sitúan sobre los 4.500 litros de capacidad, similar a la estructura Q061 de Quintaret
(estructura bien conservada que alcanza unas medidas de diámetro de boca de 150 cm, diámetro máximo
230 cm y una profundidad de 170 cm), frente a las capacidades en torno a los 12.000 litros calculadas en
Jovades y Vital para aquellos contenedores de mayor tamaño.
Si los datos presentados fuesen representativos del conjunto de la población podríamos señalar
determinados aspectos relevantes. En primer lugar, La Vital permite plantear que la mayor capacidad de
acumulación de determinadas unidades coincide en este yacimiento con el Calcolítico, en la primera mitad
del III milenio cal AC. Una de las estructuras de gran tamaño de Les Jovades (estructura 129) ofrece dos
dataciones sobre agregados de carbón que podrían retrotraer esta capacidad diferencial de acumulación
a mediados del IV milenio cal AC (en cualquier caso este dato requiere mayor precisión cronológica).
Quintaret y Colata muestran por su parte una imagen también variable del tamaño de las estructuras
conservadas, de modo que aquellas de mayores dimensiones tendrían capacidades en torno a los 5.000
litros. Sin embargo, y aun cuando las escasas dataciones efectuadas no permiten más precisión, ambos
iniciarían su existencia en los siglos finales del IV milenio cal AC, y en el caso de Quintaret se prolongaría
hasta mediados del siguiente milenio (Campaniforme). Arenal corresponde a un registro del campaniforme
regional (aspecto coincidente con la fase reciente de Quintaret) con estructuras de almacenaje que no
muestran signos distintivos de acumulaciones diferenciales. Tampoco los enterramientos individuales
excavados se distinguen por la presencia de ajuares especiales como sí pudimos ver en La Vital.
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
203
La imagen que cabría dibujar con los datos actuales traduce, de un lado, variabilidad en el seno de
los yacimientos, pero también entre yacimientos. Con la cautela debida a la parcialidad generalizada de
los datos manejados cabe plantearse si somos capaces de encontrar estas mismas pautas de producción y
consumo desigual en otros aspectos que reflejan el comportamiento social y la organización de estos grupos
tales como el papel de las artesanías especializadas en la división social del trabajo, las implicaciones de la
aparición de la metalurgia y su extensión, y el análisis del comportamiento funerario.
9. QUINTARET EN EL CONTEXTO COMARCAL Y REGIONAL
DESDE EL NEOLÍTICO FINAL AL HORIZONTE CAMPANIFORME
(L. Molina Balaguer)
Los datos aportados por los trabajos llevados a cabo en los yacimientos de Quintaret y Corcot complementan
aquellos disponibles respecto a la parte alta del valle del Cànyoles. Fruto tanto de recogidas superficiales
(p. ej. Molina y McClure, 2004) como de excavaciones de urgencia (García Borja et al., 2009), se han
reconocido diversos enclaves al aire libre en los términos de Moixent y la Font de la Figuera (Mas del
Fondo, La Calera, Casa Fossino, Casa Garrido Nord II) que remiten a la existencia de un poblamiento
en llano a lo largo de un genérico Neolítico final/Calcolítico (IV-III milenio cal AC). Con estas nuevas
informaciones podemos incorporar a la misma dinámica la parte más baja del valle –correspondiente a
los términos de Montesa y l’Alcúdia de Crespins–, aquella que se abre a la llamada Costera de Ranes.
Así, la imagen que podemos hacernos del paisaje del valle del Cànyoles a partir del IV milenio cal AC
correspondería a un entorno plenamente antropizado, con una importante presencia de asentamientos más o
menos estables ocupando las zonas llanas, tanto del río como de la cuenca del Pla de les Alcusses.
Esta ocupación, como se ha puesto de manifiesto en múltiples ocasiones (Pla, 1972; Aparicio, San
Valero y Martínez Perona, 1979, 1983, 1984; Molina y McClure, 2004; García Borja y Molina, 2006),
podemos retrotraerla a los primeros momentos del Neolítico. Cova del Barranc Fondo (Xàtiva) y Cova
Santa de la Font de la Figuera (como enclaves más significativos y mejor conocidos) aportan materiales
correspondientes al Neolítico cardial, dentro del VI mileno cal AC. A esta presencia humana pueden
asociarse algunas de las manifestaciones de arte rupestre esquemáticas que se conocen en la zona y,
especialmente, aquellas que evocan el arte macroesquemático documentadas en el área del Bosquet,
en Moixent (Hernández y CEC, 1984; Hernández y Martí, 2000-2001). La situación estratégica de la
comarca la convierte en nudo natural de comunicaciones de primera magnitud entre la llanura costera
valenciana, el altiplano de la meseta manchega y el cordón montañoso de las sierras béticas que se
desarrollan a lo largo del límite de las provincias de Murcia y Albacete. La evidencia de materiales
correspondientes a este primer Neolítico jalonando todo el arco que va desde las comarcas centrales
valencianas hasta el área granadina –Cueva de los Secos, Yecla (Soler, 1988), Cueva del Niño, Ayna
(Martí, 1988), Abrigo del Pozo, Calasparra (Martínez Sánchez, 1994), Abrigo Grande II del Barranco de
los Grajos, Cieza (Walker y Cuenca, 1977), etc.–, ponen en evidencia el funcionamiento de esta vía de
comunicación ya en estos momentos (García Atiénzar, 2011).
Pese a ello, los datos actualmente disponibles sólo nos permiten confirmar la existencia de un poblamiento
estable en el valle del Cànyoles a partir del IV milenio cal AC. El registro comarcal correspondiente al V
milenio, hasta la fecha se limita a los datos aportados por Cova del Barranc Fondo de Xàtiva, donde se cita
la presencia de especies cerámicas peinadas y esgrafiadas (Martí et al., 1980: 151 y 154).
De la misma manera que ocurre en amplias zonas de la península, en las comarcas valencianas se aprecia,
a lo largo del IV milenio cal AC un fuerte impulso en las evidencias de un poblamiento estable ligado a
asentamientos al aire libre que ocupan zonas llanas y que pueden llegar a tener notables extensiones (fig. 25).
Aunque la existencia de poblados al aire libre puede retrotraerse a los mismos momentos iniciales del Neolítico,
los asentamientos que documentamos a partir del Neolítico final responden a un modelo característico que
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204
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
Fig. 25. Localización de Quintaret y Corcot con relación a los principales yacimientos citados en el texto.
ha quedado ligado al concepto de “poblados de silos” (Gómez Puche et al., 2004) por la abundante cantidad
de estructuras de este tipo que se documentan. Tradicionalmente, en las comarcas centro-meridionales
valencianas, este tipo de sentamientos, definidos por la existencia constante de estructuras negativas –silos,
cubetas y, en menor medida, fosos y “fondos de cabaña”–, representaba el modelo básico de ocupación de
los grupos humanos desde mediados del IV milenio cal AC. Sin embargo, en la actualidad sabemos que este
modelo podría tener su punto de arranque en el milenio anterior, a tenor de los datos aportados por yacimientos
como Benàmer y Alt del Punxó, en Muro d’Alcoi (Torregrosa, Jover y López Seguí, 2011; García Puchol,
Barton y Bernabeu, 2008) o Tossal de les Basses, Alacant (Rosser y Fuentes, 2007).
En el caso de la comarca de La Costera, la información arqueológica actual no permite conocer los
tiempos de este proceso de ocupación del valle. Corcot y Quintaret son los únicos yacimientos de hábitat
datados en la comarca hasta la fecha. De igual manera, la mayoría de los emplazamientos al aire libre
documentados son fruto de recogidas superficiales sin identificación de estructuras asociadas. La excavación
de dos silos en Casa Garrido Nord II, Moixent (García Borja et al., 2009), sin embargo, reflejaría que el
patrón de asentamiento definido por los dos yacimientos aquí estudiados se repite en la parte alta del valle.
Con las limitaciones expresadas, podemos suponer que, desde algún momento del IV milenio cal AC (muy
posiblemente hacia sus finales), las ocupaciones agrícolas van extendiéndose por las zonas llanas de la
comarca, tanto en el valle del Cànyoles como en el Pla de les Alcusses (fig. 25).
Como ocurriera durante el Neolítico antiguo, estas ocupaciones tienen su continuación geográfica al
otro lado del puerto de Almansa, a lo largo de las estribaciones de la meseta manchega hasta enlazar con la
zona andaluza (Fernández, Simón y Mas, 2002; García Atiénzar y De Miguel, 2009; García Atiénzar, 2010,
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
205
2011). Ocupaciones que nos permiten igualmente enlazar tanto con el importante núcleo de asentamientos
que se desarrolla hacia el S, en la cubeta de Villena –Macolla, Casa de Lara, Arenal de la Virgen, etc. (Soler,
1981)– como con los que se extienden hacia el N, en la zona de la Canal de Navarrés, donde destaca la Ereta
del Pedregal (entre otros: Fletcher, Pla y Llobregat, 1964; Juan-Cabanilles, 1994 y 2008).
Volviendo al ámbito comarcal, la consolidación del poblamiento en las zonas llanas se complementa
con un desarrollo del uso de múltiples cavidades que circundan el valle como espacios funerarios. De esta
manera, la dinámica poblacional documentada en la comarca, tal y como se sugería en un reciente trabajo
(García Borja y Pascual, 2010: 307) puede equipararse a aquella descrita en las comarcas vecinas de La
Safor, Vall d’Albaida y Alcoià/Comtat (Barton et al., 2004; Bernabeu et al., 2006; Pérez Jordà et al., 2011).
Es difícil abstraerse de relacionar este proceso de consolidación de un poblamiento estable en toda la
comarca con el cada vez más amplio repertorio de abrigos con arte rupestre (levantino y esquemático) que
se conocen en la zona (Guillem y Martínez Valle, 2012). De esta manera, se establecería una relación entre
la dinámica poblacional descrita y una conciencia de apropiación del paisaje, plasmada a través de este tipo
de manifestaciones, tal y como apuntan estos autores (ibíd.: 42). En este sentido, la asociación de estilos
diferentes y la concentración de manifestaciones en determinados entornos podría también interpretarse
desde una óptica del interés de estas comunidades por perpetuar esa apropiación integrando manifestaciones
más antiguas, como sería el caso del conjunto de la zona del Bosquet (McClure, Molina y Bernabeu, 2008).
El modelo descrito se prolonga durante la fase campaniforme, como atestiguan los datos de Quintaret.
Aunque no especialmente abundantes, las evidencias campaniformes son consistentes con una continuidad
del proceso de asentamiento a nivel comarcal (Cova del Barranc Fondo, Cova Santa de la Font de la
Figuera, Cova Santa de Vallada). La noticia de cerámicas de esta especie en la loma del castillo de Moixent
(Martínez García y Cháfer, 1998) podría sugerir que ya en estos momentos de la segunda mitad del III
milenio cal AC empieza a producirse una transformación del patrón de poblamiento con un traslado de
las ocupaciones hacia puntos elevados. Esta dinámica es el preámbulo a la densa red de asentamientos
en altura que se documenta durante la Edad del Bronce (García Borja, 2004b; García Borja y Pascual,
2010). La reciente datación obtenida en la Mola d’Agres (Aguilera et al., 2012), junto a la identificación de
cerámicas campaniformes en este yacimiento, parecen corroborar este momento de dualidad en las formas
de ocupación, en consonancia con un posible cambio en las estructuras sociopolíticas de estas comunidades
(López Padilla, 2006; Bernabeu y Molina, 2011).
10. VALORACIÓN
Los resultados obtenidos en la excavación de urgencia de Quintaret y Corcot nos adentran en las formas
de vida de las comunidades humanas del Neolítico final/Calcolítico que residían en el valle del Cànyoles
a finales del IV y a lo largo del III milenio cal AC. Aunque determinadas carencias del registro –léase la
falta de restos faunísticos o la escasa muestra carpológica– y las propias características de los trabajos
–obligados a circunscribirse al área de afectación de las obras del trazado del AVE– cercenan nuestra
capacidad interpretativa, la visión global del conjunto remite a la existencia de una comunidad humana
con una clara vocación agrícola –evidente a través de la importancia de las estructuras de almacenaje
subterráneas y la notable presencia de molinos de mano–, que desarrolla además toda una serie de
artesanías, destinadas tanto a las necesidades subsistenciales del grupo –producción cerámica, talla
lítica–, como a las necesidades sociales –producción de cuentas de collar–. Además, el registro es reflejo
de la existencia de redes de contactos (plasmados en la procedencia más o menos lejana de determinadas
litologías identificadas) que permiten imbricar esta comunidad dentro de los circuitos de relaciones e
intercambios a nivel comarcal y supracomarcal. Las características presentadas son coincidentes con los
rasgos reconocidos en las comarcas vecinas y que definen el mundo del Neolítico final y el Calcolítico
de las comarcas centrales valencianas.
APL XXX, 2014
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206
O. García Puchol, L. Molina, F. Cotino, J. L. Pascual, T. Orozco, S. Pardo, Y. Carrión, G. Pérez Jordà, M. Clausí y L. Gimeno
No disponemos de información directa sobre las estructuras de hábitat que, con toda seguridad, se
distribuían en la misma área donde hemos encontrado las estructuras negativas presentadas. Los recientes
datos aportados por La Vital (Pérez Jordà et al., 2011) ponen en evidencia esa asociación entre espacios
de almacén y zonas de habitación, dentro de un modelo definido por la baja densidad de éstas últimas en
el espacio. La presencia en diversas estructuras de restos de barro cocido, en muchos casos con una de
sus superficies claramente aplanada, podría relacionarse con estructuras de hábitat construidas mediante
el recurso a materiales relativamente efímeros –madera, barro, paja–, en la línea de los datos que aportan
yacimientos como La Vital, Niuet y otros.
En este sentido, tanto en Quintaret como en Corcot, el conjunto del registro recuperado debe interpretarse
mayoritariamente como los restos de actividades cotidianas, basura que colmata las estructuras de almacén
una vez han quedado amortizadas.
El rango cronológico disponible para ambos yacimientos refleja un período aproximado de 500 años,
centrado en la primera mitad del III milenio cal AC. Dado el registro disponible, la valoración de la intensidad
de las ocupaciones no resulta fácil. Con todo, parece probable, dadas las características que suponemos a
las formas de ocupación del espacio, que existiera una cierta dinámica de desplazamiento de los grupos
domésticos. Así no sería descabellado, dada su proximidad, que ambos yacimientos se vincularan al mismo
grupo humano. Motivos de higiene, amortización de las estructuras de hábitat, puesta en explotación de
nuevas parcelas, explicarían una dinámica de movimiento de los asentamientos, limitado dentro de un
entorno donde se mantendría el grueso de las actividades de subsistencia.
Los recientes datos publicados en La Vital indican la existencia de actividades metalúrgicas en
momentos precampaniformes (a partir del primer cuarto del III milenio cal AC). En Quintaret, la presencia
de vestigios metalúrgicos no puede confirmarse por el momento. Ciertos indicios como la documentación
de unos pocas “bolitas” en la estructura Q061 deben esperar al resultado de los análisis pertinentes para
corroborar que no se trata de inclusiones relacionadas con la presencia de estructuras históricas en sus
inmediaciones. En cualquier caso, la documentación de la actividad no resultaría extraña, si nos atenemos
a los datos de La Vital (Pérez Jordà et al., 2011). Un aspecto discordante en cambio sería la ausencia en el
área excavada de enterramientos individuales de carácter distintivo en el seno de la comunidad, un hecho
que sí documentamos en La Vital ya desde momentos precampaniformes.
Hasta donde hemos podido constatar, Q138 marca el final de las ocupaciones prehistóricas en el
entorno estudiado. Tal y como hemos referido anteriormente, parece cada vez más claro que, desde la
óptica del poblamiento, asistimos a un momento de dualidad en las formas de ocupación del territorio.
Junto a una perduración del modelo de asentamientos más o menos abiertos, extensivos, situados en zonas
llanas, cada vez más reconocemos la existencia de enclaves en altura que prefiguran el modelo propio de
la Edad del Bronce, en la línea de lo que se constata en las comarcas más meridionales (López Padilla,
2006). Los datos de Ereta del Pedregal nos permiten también advertir, para este entorno geográfico,
el inicio del uso de la piedra como elemento constructivo en una cronología coincidente en parte con
Quintaret (Juan-Cabanilles, 2008).
Tabla 16. Dataciones campaniformes sobre muestras singulares de vida corta en el territorio valenciano.
Quintaret
Beta-348075
Vicia sativa
4010±30
2569-2486
2617-2468 Inédita
La Vital
Beta-229791
Hueso humano
3920±50
2475-2310
2569-2214
*
La Vital
Beta-222443
Hueso humano
3830±40
2388-2202
2458-2148
*
Mola d'Agres
Beta-286988
Triticum aestivum-durum
3790±40
2286-2146
2401-2046
**
Arenal de la Costa
Beta-228894
Hordeum vulgare var. nudum
3700±40
2141-2030
2202-1972
*
* Pérez Jordà et al., 2011 ** Aguilera et al., 2012
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Neolítico final y Horizonte Campaniforme en los yacimientos de Quintaret y Corcot
207
La fecha que aporta la estructura Q138 debe ser leída desde la óptica de un proceso de aceptación y
desarrollo de las tradiciones campaniformes muy veloz. Si bien el elenco de dataciones disponibles en
el ámbito valenciano sobre muestras de vida corta es ciertamente exiguo (tabla 16), los datos sugieren
que el margen de desarrollo del fenómeno se ajusta a aquello que documentamos en el conjunto de la
península, donde el grueso de las dataciones (sobre vida corta) remite a mediados del III milenio cal AC
el punto de arranque de las evidencias campaniformes en el registro arqueológico. Pese a que todos los
materiales recuperados pertenecen a recipientes incisos, la fecha de Q138 se muestra más elevada que
aquéllas ofrecidas por La Vital para contextos cerrados con presencia exclusiva de especies marítimas. Se
repite así la situación que evidenciamos en otras regiones, como la meseta, en lo referente a la convivencia
de los diferentes estilos campaniformes –véase el enterramiento múltiple del fondo 139 del Camino de las
Yeseras (Liesau et al., 2008), por poner sólo un ejemplo–. Este hecho no hace más que confirmar el grado
de incerteza que aún planea sobre el registro Calcolítico en el ámbito del País Valenciano.
AGRADECIMIENTOS
Las investigaciones presentadas se han llevado a cabo en el marco del proyecto “MESO COCINA: los últimos cazarecolectores y el paradigma de la neolitización en el Mediterráneo occidental (HAR2012-33111)”, Ministerio de
Economía y Competividad, Gobierno de España.
BIBLIOGRAFÍA
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 213-238
Alberto J. LORRIO a, Pilar IBORRA ERES b y M.ª Dolores SÁNCHEZ DE PRADO a
Depósitos rituales de fauna en el oppidum
prerromano de El Molón (Camporrobles, Valencia)
RESUMEN: Se analizan tres depósitos faunísticos identificadas en el oppidum de El Molón, cuyas
características y localización sugieren su relación con prácticas rituales. Dos proceden de contextos
domésticos, en cada caso dos suidos menores de un mes depositados en el interior de una pequeña fosa.
Presentan marcas de carnicería y evidencias de cocinado y consumo, en una comida o banquete ritual,
relacionada con cultos vinculados al ámbito familiar, quizás fundacionales. El tercero se documentó bajo
la torre que defendía el lado sur del acceso principal al poblado. Incluía dos hemimandíbulas con marcas
de descarnado pertenecientes a una oveja y a un cerdo de la misma edad (4 años), ambas del lado derecho.
Aparecieron en el interior de una fosa sellada por un encachado de piedras, pudiendo interpretarse como una
ofrenda fundacional de carácter público. Los dos primeros conjuntos se fechan hacia finales del siglo III o
el siglo II a.C., mientras que el tercero se relaciona con la remodelación del sistema defensivo de la puerta
principal hacia finales del siglo II o el primer cuarto del I a.C.
PALABRAS CLAVE: Segunda Edad del Hierro, Molón, depósitos fundacionales, sacrificio de fauna, cerdo,
oveja, banquetes rituales.
Ritual deposits of animals from El Molón (Camporrobles, Valencia)
ABSTRACT: : Three faunal deposits from the oppidum of El Molón are analysed which characteristics and
placement suggest to be related to ritual practices. Two of them are of domestic origin, in each case two
piglets of one month of age approximately, which were placed inside a small pit. They present evidence of
having been butchered, cooked and eaten in a ritual banquet linked to familial worship, maybe foundational.
The third one was traced under the south tower of the main access to the settlement. It had two hemimandibles
of a sheep and a pig of the same age (4 years old) both being from the right side of it. They were found
inside a sealed pit covered with an irregular stone pavement, which could be interpreted as a foundational
offering of public nature. The first two groups have been dated being from the end of the III or II century
B.C., whereas the third one is associated to the renovation of the defensive system of the main gate towards
the end of the II or the first quarter of the I century B.C.
KEY WORDS: Late Iron Age, Molón, foundation deposits, animal sacrifice, pig, sheep, ritual banquets.
a
b
Universidad de Alicante.
alberto.lorrio@ua.es | loli.sanchez@ua.es
mpiborraeres@gmail.com
Recibido: 17/02/2014. Aceptado: 29/04/2014.
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214
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
1. INTRODUCCIÓN 1
El Molón es un destacado asentamiento prerromano localizado en el extremo noroccidental de la comarca
valenciana de Requena-Utiel, en el límite con la provincia de Cuenca, que ocuparía una posición privilegiada
en una zona de frontera entre los pueblos ibéricos, al Sur y al Este, y los celtíberos, al Norte (fig. 1, A).
Ofrece una larga secuencia de ocupación a lo largo del primer milenio a.C., entre los siglos VIII/VII y
la segunda mitad del I, abandonándose en torno al año 40 a.C. Su máximo apogeo lo alcanzaría a partir
del siglo IV, cuando se fortifica con potentes defensas que le proporcionaron un aspecto monumental,
configurándose a partir de ese momento como un pequeño oppidum que jerarquizaría un territorio que
incluía las llanadas en torno a las lagunas, hoy desecadas, que se localizaban en las inmediaciones de la
villa de Camporrobles (fig. 1, B). Durante la época romana el lugar debió mantenerse habitado aunque las
evidencias son escasas. Mayor importancia tuvo la intensa ocupación islámica, entre los siglos VIII y X
Fig. 1. A, Plano de localización de El Molón. B, El Molón y la laguna de la ‘balsa’, hacia 1960. C, Planta del poblado durante
su etapa plena y final (ss. IV-I a.C.), con la localización de las inhumaciones infantiles y los depósitos de fauna estudiados.
1 Este trabajo se ha realizado dentro del marco del proyecto HAR2010-20479 del Ministerio de Ciencia e Innovación “Bronce
Final-Edad del Hierro en el Levante y el Sureste de la Península Ibérica: Cambio cultural y procesos de etnogénesis”.
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d.C., que afectaría de forma notable a los restos constructivos de épocas precedentes, a veces reutilizados
como cimentación de las nuevas edificaciones o desmantelados por completo, a lo que hay que añadir las
importantes alteraciones debidas a los abundantes silos identificados.
Desde el inicio de las excavaciones en El Molón por la Universidad de Alicante en 1995 se ha pretendido
estudiar de forma integral el asentamiento (Lorrio, Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009), con especial
atención, por lo que respecta a la ocupación protohistórica, al potente sistema defensivo, a su urbanismo, al
estudio de determinados departamentos singulares o al conjunto de cisternas rupestres (Lorrio, 2007; Lorrio,
Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009; Lorrio et al., 2011; Lorrio y Sánchez de Prado, 2013). También
se han analizado ciertos espacios y prácticas rituales, como una posible cueva-santuario (Moneo, 2001), la
necrópolis del poblado (Lorrio, 2001) o los enterramientos infantiles, tres individuales y uno doble (fig. 1, C),
localizados bajo el suelo de las viviendas (Lorrio et al., 2010). A ellos añadimos ahora tres depósitos faunísticos,
cuyo carácter ritual puede deducirse tanto de sus características, como de los contextos de deposición. Dos
de estos depósitos “especiales” (A5/504 y C16/16008) se localizaron en otras tantas viviendas, mientras que
el tercero (B8.1a/8032) está en relación con el sistema defensivo del acceso principal al poblado (fig. 1, C).
2. EL DEPARTAMENTO A5 Y SU ENTORNO
El Sector A constituye la zona más occidental de la meseta superior de la muela. Además de una ‘caseta’
relacionada con el aeródromo cercano en uso durante la Guerra Civil, entre 1937 y 1939, se observaban en
superficie diferentes restos constructivos, por lo común pertenecientes a la ocupación islámica del cerro.
Algunos correspondían al muro perimetral del poblado islámico y otros a viviendas de esta misma época,
separadas por espacios libres de construcciones (Lorrio y Sánchez de Prado, 2008; Lorrio, Almagro-Gorbea
y Sánchez de Prado, 2009: 44 ss.). Las intervenciones arqueológicas en este Sector se centraron allí donde
los derrumbes y algunos alineamientos de piedras permitían suponer la presencia de restos constructivos
altomedievales, con el objeto de analizar la organización urbanística del asentamiento durante esta fase, aunque
las frecuentes reutilizaciones de los restos constructivos de la Edad del Hierro por parte de las comunidades
islámicas permitieran hacer igualmente una aproximación al urbanismo prerromano de la zona.
Durante la campaña de 1995 se intervino en la zona al noreste de la ‘caseta’ (Sector A5), donde eran
visibles en superficie los restos de un lienzo que cabía relacionar con el cierre perimetral del recinto
islámico más occidental (UEM 502) (fig. 2, A-B). La intervención se limitó a documentar el trazado
de la estructura, retirando el nivel superficial. El material recuperado remite a las fases más recientes
del yacimiento, con restos de vasijas de época islámica junto a producciones ibéricas, además de dos
pequeños fragmentos de barniz negro correspondientes a la producción tardía de Cales, formas Lamboglia
2 y 3, características de la etapa final del poblado prerromano (Lorrio y Sánchez de Prado, e.p.). En la
campaña de 2000 se amplió la intervención en este Sector, al plantearse una cuadrícula de 8 x 5 m, que
permitió documentar parcialmente un espacio habitacional de época prerromana (A5.1), delimitado por
los restos de dos estructuras murarias conservadas en cimentación y con un alto grado de deterioro, dada
la escasa sedimentación que presenta esta zona (fig. 2, C). El muro que cerraba el departamento hacia el
sureste (UEM 503) aprovechaba como cimentación la base rocosa previamente tallada, lo que permitió
documentarlo a lo largo de 3,55 m. Presentaba una orientación NO-SE, y conservaba algún bloque calizo
de la primera hilada en su extremo noroeste, estando casi perdido en su tramo sureste. Hacia el noroeste,
el departamento debió quedar delimitado por un muro que permitiera salvar el fuerte desnivel de la zona,
cuyos restos se conservaban parcialmente en el extremo norte de la cuadrícula, aunque reaprovechados por
el lienzo del muro perimetral de época islámica (UEM 502), algo habitual en El Molón, con ejemplos en el
propio Sector A (Lorrio y Sánchez de Prado, 2008: fig. 5,2; Lorrio, Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado,
2009: 51). Esto explicaría su trazado ligeramente curvilíneo y el sistema de construcción aterrazado que
presenta en algunas zonas. Conservaba una longitud total de unos 4 m, con un primer tramo, al oeste, de
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
Fig. 2. A-B, Vista del sector A5 en 1995, al inicio y al final de la campaña, con el paramento UEM 502 en primer
término y la zona de localización del depósito ritual. C, Planta de la cuadrícula A5 (campaña de 2000), con el depósito
de fauna A5/UE 504. D-E, Vista de la fosa y detalle de los hallazgos.
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
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2,60 m formado por un paramento medieval de bloques calizos de buen tamaño, apoyados contra la roca
natural, por lo que únicamente conservan la cara exterior, y otro de 2,80 m, prerromano en su cimentación,
separado del anterior por una interrupción de 0,80 m, estando perdido en el resto de su trazado.
El departamento A5.1 se encontraba muy arrasado. La roca (UE 513) afloraba en algunas zonas,
conservando un escaso nivel de sedimento. En su interior se documentaron varias zonas afectadas por una
fuerte alteración térmica, dos de ellas de formas irregulares (UE 506 y 508), y la tercera, circular, delimitada
por pequeñas piedras (UE 507), lo que permite identificarlo con un hogar. Todas ellas se relacionan con un
nivel de uso (UE 505) bajo el que se identificaron acumulaciones de guijarros (UE 511) que rellenan las
irregularidades de la roca, algo habitual en El Molón, al presentar una base geológica muy irregular. Hacia el
suroeste de la zona excavada se localizó el derrumbe de una pared de adobes de 16 x 25 cm (UE 509), que
cubría parcialmente una de las placas rubefactadas (UE 508). Lamentablemente el material arqueológico
recuperado era muy escaso y ofrecía poca fiabilidad al proceder en su mayoría de los niveles más superficiales.
Como en la intervención anterior remitía a las etapas tardorrepublicana e islámica.2
Durante esta campaña de 2000 se identificó una pequeña fosa (UE 504) al norte de la UEM 502 (fig. 2, C),
por debajo del nivel superficial (UE 501) y del correspondiente al derrumbe de las construcciones prerromanas
compuesto por la disgregación de los adobes (UE 515). Presentaba unos 25 cm de diámetro y estaba rellena
por un sedimento de tono anaranjado donde se depositaron los restos de dos cerdos (Sus domesticus), menores
de 1 mes, una vez consumidos (vid. infra), con las mandíbulas, agrupadas en dos conjuntos, colocadas en
la parte superior (fig. 2, D-E). Lamentablemente el hallazgo se localiza próximo a la línea de ruptura de
pendiente, lo que ha afectado notablemente a la conservación de las estructuras prerromanas en esta zona (fig.
2, A-B). No obstante, parece localizarse al exterior del departamento A5.1, posiblemente bajo el suelo de lo
que debe interpretarse como una estancia contigua, que debía localizarse en esta zona, a diferente profundidad.
La pendiente en ese punto lo permite, observándose actualmente, entre el departamento A5.1 y la abrupta
ladera oeste del cerro, dos estrechas franjas de terreno de unos 2 m de anchura, separadas por un pequeño
desnivel, con una superficie ‘útil’ de unos 100 m2.
3. EL DEPARTAMENTO C16
El departamento C16 se localiza en el Sector C o zona oriental del poblado, la que mayor información ha
proporcionado respecto al urbanismo de la etapa protohistórica, pues es la que menos se vio afectada por la
ocupación islámica, a pesar de lo cual numerosos silos y fosas de expolio han alterado de forma importante las
construcciones de épocas precedentes (fig. 3, A).
En esta zona3 se ha identificado un edificio de grandes dimensiones (C10-C12) y un posible espacio de carácter
cultual (C14), que vienen a completar la información sobre el urbanismo del Sector, del que ya se conocían
una cisterna rupestre, que ocupa el centro de la plataforma más oriental del cerro, y diversos departamentos
de disposición perimetral, adosados y parcialmente integrados en la muralla donde se desarrollarían diversas
actividades (Lorrio, Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009: 15 ss.; Lorrio y Sánchez de Prado, 2013).
El edificio C10-C12, una vivienda de élite relacionada con quien ejercía el poder en el oppidum, dada su
situación y dimensiones, fue construido hacia finales del siglo III o inicios del II a.C. (Lorrio y Sánchez de
Prado, e.p.), con una orientación ligeramente diferente a la que presentaban los edificios anteriores (C14 y
C14.1), en lo que constituyó una reordenación del Sector, que afectó a otros departamentos de la zona, como
2 El material de la UE 500 proporcionó algunos fragmentos de la cerámica ibérica característica de estos momentos, como un
kalathos troncocónico con decoración pintada en el cuerpo y con dientes de lobo sobre el borde en ala, una base anular con pestaña
interna o las características páteras de borde reentrante, junto a un vaso de paredes finas, tipo Mayet II, además de restos de vasijas
islámicas, presentes de forma habitual en esos niveles más superficiales.
3 La zona localizada al sur de la cisterna rupestre del Sector C ha sido objeto de excavación entre 2008 y 2011, completada durante
2013 con motivo de la consolidación de las estructuras identificadas.
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Fig. 3. Sector C: plano general (A) y vistas de las viviendas al sur de la cisterna rupestre, desde el sureste (B) y desde el
noroeste (C), con la localización del depósito de fauna –1– y de la inhumación infantil –2–. D-E, Detalle del depósito
de fauna (D) y del enterramiento de perinatal (E).
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el C1, un lagar reconvertido en almacen (Lorrio y Sánchez de Prado, 2013). La construcción del nuevo edificio
llevó parejo el desmantelamiento de las viviendas precedentes, dada la escasa potencia de la zona, pues la
roca aflora a unos pocos centímetros, como confirma el muro oriental del nuevo edificio (UEM C10b-10007),
que cortaba algunas de estas construcciones previas (C10b-10044), a la vez que rectificaba la orientación
de otras (C11-11029-11047), cuyos restos serían reaprovechados en el trazado de esta nueva estructura. La
remodelación no afectó sin embargo a un departamento localizado en la zona más oriental del Sector (C14),
para el que cabe plantear un carácter cultual debido a: 1) la presencia en su interior de un ‘pozo’ rupestre,
que aprovechaba una grieta natural, cuya boca, circular, había sido intencionalmente acondicionada; 2) su
forma rectangular alargada y su carácter exento, con un espacio o pasillo a su alrededor; y 3) su orientación,
con las esquinas en relación con los puntos cardinales.4 Se trata de una edificación que cabe relacionar con
la planificación del Sector llevada a cabo a mediados del siglo IV a.C., cuando se construyó la muralla y las
edificaciones contiguas (Lorrio, 2007).
Aunque las abundantes alteraciones medievales –tanto los silos, como las fosas de expolio, que
desmantelaron en parte los muros prerromanos– dificultan la interpretación del conjunto, no impiden
identificar una vivienda compleja (C10/C12), con unas dimensiones de 15,5 x 8 m, formada por al menos tres
departamentos (C10b, C10a/c/C12 y C11) (fig. 3, A-C):
1) La estancia C10b es la mayor y principal. Ocupa la zona oriental y ofrece forma ligeramente trapezoidal,
con unas dimensiones internas de 9 (NO-SE) x 4 m (NE-SO), sin evidencia de compartimentación interna, y
los restos de un hogar muy alterado en su centro. Hacia el noreste queda delimitada por la UEM C10b-10007,
un muro que se adosaba a una construcción anterior, parcialmente desmantelada al construirlo, aunque se
mantuvo en su zona más meridonal (C11-11029/11047), donde se localizaba el acceso a la estancia. Hacia
el noroeste el muro había desaparecido practicamente por completo, pues sólo quedaban evidencias de su
trazado en los recortes de la roca. Hacia el sureste se conservaban los restos del muro de cierre, medianero con
un nuevo departamento (C11).
2) La estancia C11 se conoce de forma muy incompleta, pues la fuerte erosión de la zona ha impedido
delimitarla con claridad hacia el noreste y el suroeste, quedando evidencias de su cierre sureste por los recortes
en la roca para encajar el zócalo de la estructura. Sus dimensiones serían de unos 5 m (NO-SE) por unos 8
(NE-SO). Ocupando una posición central se identificaron los restos de una placa de hogar.
3) La estancia C10a/c/C12 se localiza hacia el suroeste, quedando separada de la sala principal por un muro
medianero (C10-10004/C11-11009), con un nuevo acceso, prácticamente alineado con el del lado noreste.
Presenta planta trapezoidal, con una anchura de unos 2,40 m, al noroeste, que se estrecha de forma progresiva
hacia el sureste, con 2,20 m, sin que pudiera documentarse su cierre dada la presencia de silos medievales.
Hacia el noroeste el muro C10c-10030 delimitaba la estancia y hacia el suroeste hacía lo propio el C10c10024, medianero con un nuevo departamento (C16). En su interior se documentó un banco adosado al muro
norte y la base de una plataforma cuadrangular sobre la que se recuperaron algunas bellotas carbonizadas.
El departamento C16 se localizaba contiguo a la vivienda C10/C12, de la que la separa el muro medianero
C10c-10024, habiendo parcialmente excavada en 2010. Parece tratarse de una casa diferente, toda vez que el
nivel del suelo se encontraba algo más elevado, unos 10 cm, lo que cabe relacionar con el desnivel del terreno,
más bajo hacia el este, sin que se evidencie acceso alguno entre ambas viviendas en la zona conservada.
En su interior se identificaron diversos niveles correspondientes a los derrumbes de los alzados del muro
C10c-10024 (UE 16001 y 16002), que cubrían lo que se ha interpretado como el suelo del departamento (UE
16003), documentándose los restos de una placa de hogar (UE 16005), así como dos pequeñas fosas:
4 Su carácter singular explicaría que no se viera afectado por la construcción del nuevo edificio, al contrario de lo que sucedió
con el departamento localizado inmediatamente al norte, cuyos muros aparecen cortados y desmantelados. Cabe suponer que
mantuviera sus funciones hasta el abandono del poblado, aunque apareció prácticamente vacío, habiéndose recuperado tan sólo
algunas cerámicas a mano, en mayor porcentaje en los niveles de regularización de la base rocosa (10068), así como pequeños
fragmentos a torno informes decorados con bandas y filetes de tono vinoso.
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A) La UE 16006 (fig. 3, D) presentaba forma irregular con tendencia circular y unas dimensiones de 20 x
30 cm. En su relleno (UE 16007) se encontraron los restos de dos pequeños suidos (Sus domesticus) neonatos,
menores de 1 mes (16008), con señales de haber sido consumidos (vid. infra).
B) Algo más al noroeste, se identificó una segunda fosa (UE 16015a) abierta en el terreno y rellenada (UE
16015b) con el mismo tipo de sedimento, por lo que resultaba difícil de diferenciar, como en el caso anterior.
Contenía una inhumación infantil (UE 16014) que apareció junto al muro C10c-10024, prácticamente en la
esquina norte de la estancia –el muro noroeste había sido desmantelado por completo-, bajo un sedimento muy
granuloso y con guijarros (UE 16013) que servía para la regularización de esta zona y sobre el que apoya el
muro citado (fig. 3, E). En el relleno de la fosa se recuperaron, además, tres fragmentos cerámicos informes,
uno realizado a mano y otros dos a torno pintados, que parecen remitir a la etapa inicial del Ibérico Pleno.
Por lo que respecta a la cronología del depósito de fauna y de la inhumación perinatal, hay que señalar que
el importante edificio C10/C12, y por tanto también el departamento C16, se construyeron hacia finales del
siglo III o a inicios del II a.C., estando en funcionamiento a lo largo de toda esa centuria (Lorrio y Sánchez
de Prado, e.p.). Así lo confirma el hallazgo en sus niveles de uso de los restos de dos recipientes de barniz
negro correspondientes a producciones de campaniense A, un pie anular indeterminado y el borde de un
plato Lamboglia 36/Morel 1312a, que parecen corresponder a tipos de su fase clásica-media, fechada entre
el 180-100 a.C., cuando alcanza su mayor difusión. Por su parte, el abandono de la vivienda C10/C12 remite
a un momento ya del siglo I a.C., dada la presencia de un borde de ánfora, tipo Lamboglia 2, en el nivel de
derrumbe, con numerosos hallazgos en las tierras valencianas, como demuestra que resulte el ánfora más
característica de los niveles sertorianos de Valentia (Ribera y Marín, 2004-05: 276). No obstante, el tipo
seguiría en uso posteriormente, encontrándolo en algunos silos de Ampurias fechados hacia el 40-30 a.C. e,
incluso, hacia el cambio de era (Aquilué et al., 2002: figs. 10 y 11).
4. EL SECTOR B: LAS REMODELACIONES DEL SISTEMA DEFENSIVO
Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA TORRE SUR
El complejo sistema defensivo de El Molón, construido en un momento avanzado del siglo IV a.C.
(Lorrio, 2007; Lorrio et al., 2011), parece que fue objeto de remodelaciones significativas hacia finales
del siglo II o inicios del I a.C., lo que hay que poner en relación con los importantes acontecimientos
militares que afectaron de forma determinante a la comarca de Requena-Utiel. Las obras más destacadas
las encontramos en la zona de la puerta principal del poblado, con la amortización del tramo final de la
muralla y de la potente torre que defenderían la antigua entrada, que con los datos que poseemos parece
que se limitaría a una simple interrupción del lienzo defensivo (Lorrio, 2007: 216 y 218, fig. 3; Lorrio,
Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009: 34-35) (fig. 4, A-B).
El acceso al poblado se realizaba por la ladera oeste, siguiendo un camino de unos 2 m de ancho, que
presenta en el tramo final un pasillo recortado en la roca de 13,30 m de largo por 2,25 m de ancho. En esta
zona y otros puntos del camino se localizan dos carriladas paralelas que confirman la circulación de carros;
tienen 0,13 m de ancho y están separadas entre sí 1,24 m, prosiguiendo hacia el interior del recinto. El acceso
estaba delimitado por los lienzos de muralla que convergen desde el norte y el oeste en ese punto, situándose
la puerta principal, ya remodelada, hacia la mitad del pasillo rupestre, protegida por dos torres de planta
cuadrangular que flanquearían la entrada. Se conservan los restos de dos entalladuras paralelepípedas, donde
quedarían encajados cada uno de los dos batientes de este portón o puerta carretera, que tendría una anchura
aproximada de 2,10 m y un grosor de unos 0,25 m, pudiendo alcanzar los 3 m de altura.
De la torre norte no quedan restos, salvo la plataforma rocosa, en ligero talud hacia el camino, sobre
la que se habría levantado la estructura, de tamaño inferior a la que defendería el otro lado. La torre sur
está prácticamente desmantelada, observándose en la roca los entalles que servirían de asiento para los
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Fig. 4. La puerta principal y sus defensas: A, restitución ideal (siglos II-I a.C.). B, Planta del sector B8.1a (siglos IV-I a.C.),
con la zona donde se localizó el depósito. C, Plantas del proceso de excavación de la fosa: 1, encachado 8025; 2, fosa
8032/8033, con los restos faunísticos; 3, sección de la fosa y su cubierta. D-E, Detalle del nivel 8021 (D), que cubría el
encachado 8025 (E). F, Detalle de los restos de fauna en el interior de la fosa. G, Materiales más significativos.
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sillares, lo que permite aventurar su planta, cuadrangular, y sus dimensiones, que serían de 10,50 NE-SO
por 4,80 m NO-SE. Tan sólo conserva los restos del paramento oriental, principalmente por el hecho de
haber servido de cimentación al muro perimetral islámico. En su interior se han detectado alineaciones
de piedras mal careadas paralelas al muro este, que cabe considerar como parte estructural de la torre,
algunas de ellas levantadas sobre los restos de la antigua muralla de la fase plena del poblado, amortizada
como hemos señalado al realizar la nueva construcción (fig. 4, B).
La excavación de los niveles situados al este de la torre durante la campaña de 2001 permitió
documentar la fosa de cimentación de esta estructura defensiva (B8.1-843). La fosa cortaba niveles
anteriores, habiéndose individualizado un potente estrato de regularización (B8.1-807), que proporcionó
un conjunto de materiales entre los que destaca un fragmento de un plato de pescado de campaniense
A (Morel 1122-25/Lamboglia 23), junto a diversas producciones de cerámica ibérica, como tinajillas,
pequeñas páteras, un kalathos de cuerpo troncocónico o un plato de ala que resulta una clara imitación
de la forma Lamboglia 6. Por debajo, se identificó un relleno (B8.1-817) en el que cabe resaltar los restos
de dos ánforas, de las que se han recuperado un asa correspondiente a un ánfora itálica tipo Dressel
y el pivote de otra con un apéndice abotonado parcialmente hueco, relacionado con una producción
ebusitana, el tipo T.8.1.3.3 de Ramón (1995: 224 s., fig. 100). Esta ánfora se fecha a partir del 120/100
a.C., lo que permite ofrecer un terminus post quem para la construcción de la torre sur, cuya fosa de
cimentación cortaba la citada unidad. Esta fecha quedaría corroborada por la presencia de un mortero con
reborde vertical y vertedera, tipo 7b de Vegas, en uno de los niveles inferiores (B8.2-8202) relacionado,
así mismo, con la construcción de la torre, un recipiente bien documentado entre los materiales de época
sertoriana registrados en Valentia, o en los conjuntos de la Tienda del Alfarero de Ilici (Elche, Alicante)
y el departamento 79 de Libisosa (Lezuza, Albacete) (Valentia: Ribera y Marín, 2004-05: 278; Ilici: Sala,
1992: fig. 50, E-126, 128, 120-130; Libisosa: Hernández, 2008: 169, fig. 15; Uroz, 2012: fig. 191, d).
Durante la campaña de 2007 se localizó, en relación con los niveles de construcción de esta torre, un
hallazgo singular, que por sus características cabe interpretar como un depósito fundacional. Se trata de
una fosa abierta en el terreno (B8.1a-8033), rellena por un sedimento de tonalidad grisácea (UE 8032)
(fig. 4, C, 2-3) que proporcionó dos restos faunísticos, cuya singularidad no deja lugar a dudas sobre su
carácter “especial”, además de escasos materiales formando parte del relleno. Todo ello estaba cubierto
con una capa de piedras de pequeño tamaño (UE 8025), dispuestas a modo de encachado (fig. 4, C, 1 y E)
que apareció sellada por un nivel (UE 8021) que parece corresponder al relleno de la estructura (fig. 4, B
y D). La fosa presenta forma semicircular, con un diámetro entre 0,80 y 0,90, y una profundidad de unos
0,20 m, quedando adosada a una alineación de cinco bloques calizos de tamaño medio, entre 0,25 y 0,35
m, dispuestos con una orientación norte-sur (UE 8014). En su interior se recuperaron dos hemimandíbulas
(fig. 4, F) pertenecientes a dos animales domésticos (Ovis aries y Sus domesticus) de la misma edad (4
años) e igual lateralidad (el lado derecho). Estaban depositadas en la misma zona de la fosa, junto a
dos grandes bloques de piedra, con la dentición hacia abajo, en una cota inferior la correspondiente a
la oveja. En el relleno (fig. 4, G) se documentaron una veintena de fragmentos cerámicos informes de
pequeñas dimensiones, además de la parte superior de una tinajilla sin hombro (nº 1), Grupo II.2.2, y un
caliciforme (nº 2), Grupo III.4.1.2 de Mata y Bonet (1992), tipos bien documentados en el Ibérico Pleno,
como atestigua su presencia entre el material procedente de Villares IV (Mata, 1991: fig. 41-12), aunque
seguirán en momentos posteriores, dado su registro en el Sector F de la Serreta (Grau, 1996: fig. 11,4),
que ha proporcionado un repertorio característico del siglo III a.C., y en los niveles de abandono de El
Castellet de Bernabé (Lliria, Valencia), en torno al 200 a.C. (Guérin, 2003: fig. 131 y 145). Junto a ello,
los restos de una base plana de cerámica oxidante, posiblemente parte de una jarra (nº 3), y un fragmento
de una placa de hierro con una perforación (nº 4).
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5. ESTUDIO DE LOS DEPÓSITOS
A continuación se analizan los tres conjuntos de fauna recuperados en otros tantos contextos “especiales”
de El Molón: los denominados A5/UE 504 y C16/16008, procedentes de fosas localizadas en viviendas, y el
B8.1a/8032, recuperado en la base de una de las torres de la muralla. El número de restos analizados en total
es de 176 (tabla 1), entre los que se incluyen huesos enteros y fragmentos óseos que pertenecen a dos especies;
el cerdo (Sus domesticus) y la oveja (Ovis aries).
La identificación taxonómica y anatómica se ha realizado con nuestra colección de referencia depositada
en el Área de Arqueología y Paleontología del IVC+R (CulturArts), utilizando también los trabajos de
Halstead, Collins e Isaakidou (2002). Para asignar la edad hemos seguido el método desarrollado por Grant
(1982) referente a la erupción y grado de desgaste de los dientes, así como los grupos de edad establecidos
por Pérez Ripoll (1999) para las ovejas y cabras. Se ha considerado también el grado de osificación de las
epífisis y diáfisis (Ullrey et al., 1965; Prummel, 1987). Para tomar las medidas de los restos hemos seguido
los criterios de Driesch (1976).
Una parte de los restos estudiados presenta marcas de carnicería producidas por la manipulación antrópica
durante el procesado carnicero, como incisiones, cortes y fracturas, así como mordeduras producidas durante
el consumo (Lyman, 1994; Pérez Ripoll, 2005). También son patentes otras marcas postdeposicionales
ocasionadas por agentes de carácter biológico, raíces y bacterias (Lyman, 1994).
Tabla 1. Número de restos de los taxones identificados en cada uno de los contextos analizados.
C16/16008
A5 UE 504
B8 1a/8032
Total
Sus domesticus
Ovis aries
78
96
1
1
175
1
Total
78
96
2
176
5.1. Depósito A5/504
El conjunto que hemos analizado está formado por 96 huesos y fragmentos óseos que pertenecen a dos cerdos
(Sus domesticus) neonatos, menores de 1 mes (tabla 2). Uno de ellos, de mayor talla, está representado por un
número mayor de restos. El segundo individuo, de pocas semanas de vida, cuenta con una menor presencia de
elementos. También hay 43 fragmentos de costillas y vértebras que no hemos podido individualizar (fig. 5, A).
Se trata de esqueletos casi completos que presentan un buen estado de conservación, circunstancia que
ha permitido documentar marcas de desarticulación y descarnado. Éstas se observan en la mayor parte de los
huesos de las diferentes unidades anatómicas, incluso sobre la superficie lateral de los metapodios, lo que
nos indica que aunque sean animales de pocas semanas de vida, fueron desarticulados y consumidos antes de
depositar sus huesos (fig. 5, B).
Algunos huesos han adquirido un color marrón, debido a las alteraciones por fuego. En el individuo 1
estas marcas de cremación están presentes en la tuberosidad del isquion de la pelvis derecha, así como en los
cóndilos occipitales y las bulas timpánicas. También en la superficie distal del húmero izquierdo, en su lado
craneal, y en algunas costillas aparecen termo alteraciones. Estas son la evidencia de un asado previo a su
consumo. Por lo que se refiere al segundo individuo no hay estas pruebas de la acción del fuego en sus huesos.
La escasa incidencia del fuego sobre los huesos pudo ser debida a que los animales fueron asados sin
apenas contacto con las llamas depositándolos sobre las ascuas o mediante el uso de un horno de tierra, aunque
ignoramos cual de las dos técnicas pudo emplearse en el cocinado de los animales.
APL XXX, 2014
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224
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
Tabla 2. Representación anatómica de los restos recuperados en A5/504
(DR: elementos derechos; IZ: elementos izquierdos; FG: fragmentos).
DR
Cráneo
Bulla timpanica
Hueso oido
Cóndilo occip.
Maxilar
Hueso nasal
Mandíbula
Costillas
Vértebras
Escápula
Húmero
Radio
Ulna
Pelvis
Fémur
Tibia
Metapodios
Sesamoideo
Falange 1
Falange 2
Total
IZ
1
1
2
2
1
1
2
2
1
10
2
10
2
1
2
FRG
2
2
1
1
1
1
5
1
2
2
1
27
26
20
4
7
1
2
3
43
Total
5
2
2
4
4
1
3
40
4
4
3
3
1
3
3
1
7
1
2
3
96
Descripción de las marcas de carnicería
- Mandíbula: Las marcas se localizan en la rama horizontal, superficie basal. Se trata de finas incisiones
paralelas producidas en el descarnado que hemos identificado en el individuo 1.
- Escápula: En el primer individuo las marcas consisten en cortes profundos localizados en ambas escápulas.
Estas se distribuyen por el cuello, el borde caudal y la espina escapular (fig. 5, B, a). En el individuo 2 las
observamos sobre la escápula izquierda en el borde caudal y sobre el cuello donde hay una fractura (fig. 5, B,
b). Todas ellas están relacionadas con la desarticulación y el descarnado.
- Ulna: En la ulna izquierda del segundo individuo se localizan cortes profundos sobre el olecranon y en la
porción distal de la diáfisis (fig. 5, B, c) realizadas durante el proceso de desarticulación.
- Húmero: En el individuo 1, las marcas se localizan en la porción distal de la diáfisis del húmero izquierdo,
en las superficies craneal y lateral (fig. 6, a). En el individuo 2 en el húmero derecho, en la porción proximal
de la diáfisis, en su cara craneal y en el húmero izquierdo sobre la porción distal de la diáfisis, también en la
superficie craneal, que corresponden al descarnado de los huesos.
- Pelvis: En el individuo 1 observamos marcas de desarticulación en la cresta iliaca, en la superficie lateral y
en la superficie dorsal del isquion, debajo del acetábulo (fig. 6, c).
- Fémur: En el fémur izquierdo del individuo 1 las marcas de descarnado se localizan en la mitad de la diáfisis,
en las superficies medial y caudal. En el individuo 2 en el fémur derecho, en la porción proximal de la diáfisis,
en la superficie caudal (fig. 6, b).
- Tibia: Hay una fractura en la diáfisis de la tibia derecha del individuo 1, producida por una mordedura
humana que ha dejado su impronta.
APL XXX, 2014
[page-n-234]
Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
225
A
B
Fig. 5. Depósito A5/UE 504: elementos anatómicos presentes en los esqueletos de Sus domesticus (A) y algunas
marcas de carnicería identificadas (B).
5.2. La fosa C16/16008
El conjunto analizado está formado por 78 huesos y fragmentos óseos que pertenecen a dos cerdos (Sus
domesticus) neonatos, menores de 1 mes; uno de ellos una hembra según la morfología de los caninos (tabla
3). Hay 51 fragmentos de cráneo, costillas y vértebras que no hemos podido individualizar (fig. 7, A).
APL XXX, 2014
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
Fig. 6. Marcas de carnicería sobre restos de Sus domesticus (A5/UE 504).
El estado de conservación de los huesos es deficiente ya que en muchos casos la cortical está muy afectada
por los procesos postdeposicionales, como consecuencia de la escasa consistencia del tejido óseo, al tratarse
de individuos neonatos. Adherida a algunos restos se encuentra una capa fina e irregular de color blanco, que
tras su análisis hemos podido determinar como carbonato cálcico (CO3CA). Esta capa debió formarse tras una
posible inundación de la fosa o tras la cubrición de los restos con un sedimento más húmedo y con contenidos
orgánicos y minerales diferentes a la matriz excavada, lo que produjo una precipitación del carbonato cálcico
sobre los huesos.
Los restos presentan marcas de carnicería que evidencian la desarticulación de las diferentes unidades del
esqueleto y el consumo. También hay marcas de mordeduras humanas.
Descripción de las marcas de carnicería
- Mandíbula: Fractura sobre la rama horizontal detrás del D4.
- Escápula: Incisiones finas y profundas que se localizan sobre el cuello, tanto en la superficie lateral como en
la medial y también en el borde caudal de la superficie medial. Las interpretamos como consecuencia de la
desarticulación de la escápula del tronco del animal (fig. 7, B, a).
- Húmero: Las marcas consisten en incisiones finas poco profundas que se localizan en la porción proximal
de la diáfisis, en las superficies craneal y medial, así como en la porción media de la diáfisis en la superficie
lateral. Estas marcas se relacionan con el descarnado del hueso. También hemos observado una incisión
APL XXX, 2014
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
227
Tabla 3. Representación anatómica de los restos recuperados en C16/16008
(DR: elementos derecho; IZ: elementos izquierdo; FG: fragmentos).
DR
Cráneo
Maxilar
Mandíbula
Caninos
Incisivo
Vértebra
Costilla
Escápula
Húmero
Radio
Pelvis
Fémur
Tibia
Metapodio
Calcáneo
Astragalo
Falange D
Total
IZ
FG
Total
10
2
10
2
2
2
1
1
36
3
3
4
3
3
2
3
1
1
1
78
2
2
1
1
36
2
1
2
1
1
1
2
2
2
2
1
1
3
1
1
7
14
1
57
profunda en la fracción distal de la diáfisis, en la superficie lateral, que relacionamos con la desarticulación
del húmero y la ulna (fig. 7, B, c). En la parte proximal de un húmero izquierdo se observan mordeduras
humanas (fig. 8, a).
- Radio: Hemos identificado incisiones finas y de diferente longitud. Las de la superficie dorsal son las
más largas, aparecen en disposición paralela y las relacionamos con el descarnado (fig. 7, B, b). Hay una
incisión de trayectoria más corta en el extremo proximal de disposición oblicua que podría vincularse con la
desarticulación.
- Ulna: Presenta cortes profundos realizados sobre la superficie articular de la ulna, en el olecranon producidos
durante la desarticulación.
- Fémur: En la porción media de la diáfisis, en la superficie caudal, hay cortes profundos que se disponen en
sentido horizontal y oblicuo (fig. 7, B, d), producidos durante el descarnado.
- Tibia: Hemos identificado fracturas (cortes) que han separado el extremo proximal del resto de la diáfisis.
5.3. Depósito de la torre B8.1a/8032
En el conjunto analizado hemos identificado dos mandíbulas pertenecientes a una oveja (Ovis aries) y un
cerdo (Sus domesticus).
- Oveja (Ovis aries): Hemimandíbula derecha con un desgaste correspondiente a una edad de 4 años (grupo
IV a, Perez Ripoll, 1999). La asignación taxonómica la hemos realizado considerando la morfología de los
premolares (Halstead, Collins y Isaakidou, 2002). La mandíbula presenta marcas de carnicería en la superficie
lingual; un corte fino de cierta longitud de trayectoria oblicua a la serie dental (fig. 9, a). Las medidas obtenidas
se describen en la tabla 4.
APL XXX, 2014
[page-n-237]
228
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
A
B
Fig. 7. Depósito C16/16008: elementos anatómicos presentes en los esqueletos de Sus domesticus (A) y algunas marcas
de carnicería identificadas (B).
- Cerdo (Sus domesticus): Hemimandíbula derecha de un individuo de sexo masculino que presenta un
desgaste correspondiente a una edad de 4 años (MWS: m1=f; m2=e; m3=c según Grant, 1982). Presenta
marcas de carnicería en las superficies lingual y labial. En la superficie lingual hay un corte fino de cierta
longitud y de trayectoria perpendicular a la serie dental. También en la superficie labial se observa un corte
fino y corto localizado cerca del foramen mentonar (fig. 9, b). Las medidas de la mandíbula se pueden
observar en la tabla 5.
APL XXX, 2014
[page-n-238]
229
Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
Fig. 8. Marcas de mordeduras
humanas sobre restos de Sus
domesticus:
a, C16/16008;
b, A5 UE 504.
a
b
Fig. 9. Marcas de carnicería
localizadas sobre:
a, mandíbula derecha de Ovis
aries;
b, mandíbula derecha de Sus
domesticus recuperada en el
depósito de la torre B8.1a/8032.
Tabla 4. Medidas de mandíbula de la oveja (Ovis aries) de B8.1a/8032.
Mandíbula
4
8
9
11
12
15a
15b
15c
Lm3
Am3
B8 1a/8032
110,5
47
21,7
33,5
58,5
35
20
13
20
7
Tabla 5. Medidas de mandíbula del cerdo (Sus domesticus) de B8.1a/8032.
Mandíbula
7a
8
9a
16a
16b
16c
B8 1a/8032
98,5
66,7
34
49,4
41
41,5
APL XXX, 2014
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230
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
6. VALORACIÓN DE LOS RESTOS ANALIZADOS
Las características del material analizado, es decir: los taxones elegidos, la parte esquelética seleccionada, la
edad, el sexo y las marcas observadas sobre los restos, junto a otros aspectos que caracterizan o se integran en
esos contextos, son factores a considerar para realizar las interpretaciones del conjunto (Grant, 1991; Wilson,
1992; Hill, 1995). En el caso de las muestras analizadas de El Molón concurren una serie de rasgos que nos
llevan a considerarlos depósitos “especiales”, expresión de un ritual, como pudo ser una comida ceremonial,
y no simples restos de alimentación.
Los animales elegidos, la oveja y el cerdo, son dos especies que desempeñaban un rol importante en
la economía durante la época ibérica (Iborra, 2004). El registro faunístico de El Molón pone de manifiesto
la existencia de una cabaña variada, en la que destacan los ovicaprinos, con mayor presencia de ovejas
que de cabras, mientras que el ganado vacuno y el de cerda serían especies secundarías, importantes por
lo que respecta al aporte cárnico, observándose un aumento generalizado del consumo de cerdo durante
la Segunda Edad del Hierro (Lorrio, Almagro-Gorbea y Sánchez de Prado, 2009: 36, a partir de los datos
de Iborra). Sin embargo, los contextos aquí estudiados evidencian un claro predominio de los suidos sobre
los ovicaprinos, lo que parece más lógico si se considera la capacidad reproductiva de estas dos especies,
con varias crías la primera y una o dos la segunda, por lo que tendría un menor coste económico para
la comunidad el sacrificio de un cerdo lechal, aunque justamente el hecho de que el cerdo sea el animal
sacrificial más barato, hace que su sacrificio no fuera conclusivo (Burkert, 2013: 393). En cualquier caso,
la decisión de sacrificar un cerdo a una edad tan temprana resulta poco productiva, y sólo se explica por la
exigencia del ritual (Allegro et al., 2008: 119).
La práctica de sacrificios de animales formaba parte de la religiosidad o creencias de los pueblos ibéricos.
Así lo confirman algunas noticias ofrecidas por las fuentes literarias (Str. IV, 1, 5), las representaciones
iconográficas de tales rituales, o el hallazgo en santuarios de restos óseos de animales o de útiles sacrificiales
como cuchillos (Moneo, 2003: 275 ss.; Cabrera, 2010; Almagro-Gorbea y Lorrio, 2011: 43 ss.). Las ofrendas
de animales en espacios domésticos y santuarios, tanto de animales completos como de alguna de sus partes
(pars pro toto), corresponden en su mayoría a ovicápridos, aunque también se documenten suidos y, en
menor medida, vacunos, ciervos y caballos, además de perros y aves. Destacan los hallazgos del Noreste,
principalmente el área catalana (Barrial, 1990; Miró y Molist, 1990; Albizuri, 1990; Albizuri y Nadal, 1992;
Casellas, 1995; Barberá, 1998; Agustí y Casellas, 1999; Pons y Vargas, 2002: 537 ss.; Valenzuela, 2008;
Albizuri, 2011; Graells y Sardá, 2011: 175 s.; Belmonte et al. 2013; Nieto, 2013) y el Levante (Gusi, 1989
y 1995; Oliver, 2006; Iborra, 2004 y 2013), ahora incrementados con los datos de El Molón. El sacrificio de
animales debió ser una práctica común en las festividades y ceremonias, tanto en cultos públicos como privados,
pudiendo relacionarse con festivales en honor a deidades, nacimientos, ritos de fertilidad, substitutivos del ser
humano y como ofrendas para sellar pactos y hostilidades (Jarman, 1973; Méniel, 1992; Chiraldi, 2008).
En El Molón los diferentes contextos nos permiten caracterizar dos tipos de depósitos rituales: uno,
asociado con el ámbito doméstico, donde se observan patrones y asociaciones repetidas, que responde
a ritos bien conocidos en el área ibérica, y otro, relacionado con la construcción de una de las torres que
defendía el acceso principal al poblado, claramente excepcional por sus características en el panorama
protohistórico peninsular.
A. Depósitos asociados a espacios domésticos
Los conjuntos C16/16008 y A5/504 son pequeñas fosas excavadas en el pavimento de las casas. Cada una de
ellas contenía en exclusividad restos de dos esqueletos de cerdos neonatos, que habían sido desmembrados,
cocinados y consumidos, tras lo cual se depositaron en el interior de una fosa. Ambos depósitos resultan
prácticamente idénticos, pues coinciden: 1) en la elección de los animales –misma especie, igual número
APL XXX, 2014
[page-n-240]
Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
231
de individuos y edad de muerte, siendo menos concluyentes los datos sobre el sexo, sólo determinado en
uno de los ejemplares de C16, una hembra–, 2) en el tratamiento de los animales –descuartizados, asados
y consumidos–, y 3) en la forma en la que se depositaron los restos –en un hoyo, bajo el suelo de una
vivienda, junto a uno de sus muros–. Todo ello confirma que responden a un ritual bien conocido, sujeto a
unas normas establecidas.
Buena parte de sus huesos presentan marcas de desarticulación y descarnado, mediante un instrumento
cortante, que cabe suponer sería el cuchillo, al que cabe otorgar un carácter sacrificial. Tras su asado, cuya
evidencia serían los huesos parcialmente quemados, los animales fueron consumidos, quedando marcas
antrópicas de mordeduras. Los esqueletos estaban incompletos, lo que implica que en el momento de hacer
el depósito se separaron algunos restos óseos, aunque no parece que hubiera una selección intencionada, toda
vez que están representadas todas las partes del animal (fig. 5, A y fig. 7, A).
El hecho de que, después del consumo, los huesos fueran depositados en un hoyo intencionadamente
excavado, que cabe interpretar como un bóthros destinado a albergar la ofrenda, y después fueran cubiertos
por tierra para sellar o preservar la actuación realizada, indica un tratamiento especial de los restos. En el
caso del departamento C16 el agujero abierto en la tierra está situado junto al hogar doméstico que podría
haber sido utilizado como eschára o altar donde se habría realizado el sacrificio, como en Alorda Park
(Calafell, Tarragona). Este edifico se consideró como un santuario (Sanmartí y Santacana, 1987; 1992:
41 ss.), posiblemente de tipo doméstico gentilicio (Moneo, 2003: 212 ss.), ya que el hoyo representaría el
bóthros destinado al culto al antepasado, en el que se realizaban los correspondientes sacrificios, en este caso
preferentemente de ovicápridos, vinculados con el hogar doméstico (Moneo, 2003: 409 s.; Almagro-Gorbea
y Lorrio, 2011: 48, Apéndice 4E).
La repetición de esta práctica por diversas unidades familiares de El Molón permite su consideración de
manera conjunta, pudiéndose tal vez relacionar el depósito de restos de cerdos lechales con cultos y fiestas
específicos, de los que conocemos algunos ejemplos en la Antigüedad. La edad de muerte de los individuos
nos indica en qué momento del año se realizó el sacrificio. Suele traerse a colación la cita del agrónomo
Columela (Re Rusticae, cap. IX), según la cual los partos en los cerdos se producían hacia mayo (vid., para el
caso de Els Vilars, Nieto, 2013: 142).
Es posible que los animales identificados en El Molón hubieran sido sacrificados entre finales de mayo
y junio, de acuerdo con el calendario de Columela. En estos meses de primavera se celebrarían festivales
agrícolas, de carácter público, aunque también hay que considerar los de carácter privado y familiar, a los que
igualmente podrían estar asociados estos hallazgos.
En otros yacimientos el hallazgo de cerdos se ha vinculado con festivales como las Tesmoforias
dedicado a Deméter y a su hija Kore/Perséfone (Kron, 1992; Bookidis y Stroud, 1997; Di Stefano, ed.,
2008; Burkert, 2013: 392 ss.). Los análisis faunísticos confirman la presencia de lactantes, juveniles y
animales menores de dos años, observándose en los restos estudiados en diferentes santuarios marcas
de carnicería y evidencias de su exposición al fuego, como parte probablemente de rituales de paso a la
pubertad (Allegro et al., 2008: 119 s.).
En el ámbito ibérico los depósitos faunísticos, en general protagonizados por ovicápridos, se han
relacionado con celebraciones de carácter fundacional como podría ser la construcción de un nuevo edificio o
su remodelación (Graells y Sardà, 2011: 173-175), toda vez que estos ritos podrían incluir banquetes (Barberà
y Sanmartí, 1976-1978: 298 ss.; Sanmartí y Santacana, 1992: 298 ss.; Moneo, 2003: 377 s.; Oliver, 2006:
213; Cabrera, 2010: 166 s.). No obstante, esto no siempre está claro, pues en algunos casos aparecen varios
depósitos sincrónicos de similares características en una misma habitación (Miró y Molist, 1990: 316 y 318).
Una interpretación similar, en relación con ritos de amortización relacionados con el cambio de actividad
del recinto, se ha señalado para las inhumaciones infantiles (Guérin et al., 1989: 71 ss.; una interpretación
diferente en Guérin, 2003: 330 ss.). Este pudiera ser el caso del departamento C1 de El Molón, donde en el
interior de una cubeta relacionada con el procesado del vino se depositaron dos neonatos (fig. 1, C y fig. 3, A),
lo que se ha puesto en relación con la amortización de este espacio industrial y su cambio de funcionalidad, un
APL XXX, 2014
[page-n-241]
232
A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
hecho que se produjo hacia finales del siglo III o inicios del II a.C. (Lorrio et al., 2010: 252; Lorrio y Sánchez
de Prado, 2013), una fecha que coincide grosso modo con las remodelaciones documentadas en diversos
sectores del poblado, entre ellas la que conllevó la construcción de la vivienda C16, donde igualmente se
identificó la inhumación de un perinatal (fig. 3, A y E). Esta asociación resulta de gran interés, toda vez
que los ‘sacrificios’ infantiles (vid., en contra, Graells y Sardà, 2011: 174-175) podían ir acompañados o ser
sustituidos por el de animales jóvenes, especialmente ovicápridos, de claro valor profiláctico (Oliver y Gómez
Bellard, 1989: 59; Almagro-Gorbea y Moneo, 2000: 157).
La práctica de consumir y realizar depósitos rituales de cerdos en contextos domésticos está bien
documentada a lo largo de la Edad del Hierro en un amplio espacio geográfico centrado preferentemente,
aunque no de forma exclusiva (Almagro-Gorbea y Lorrio, 2011: fig. 18, A, f y Apéndice 4, F; Graells y Sardà,
2011: 174), en las tierras del Noreste y del Levante peninsular (Albizuri, 1990; Iborra, 2004; Oliver, 2006:
212; Valenzuela, 2008; Nieto, 2013). Los casos más próximos a los de El Molón son los esqueletos de cerdos
neonatos recuperados en la habitación 5 de El Torrelló del Boverot (Almassora, Castellón), en contextos del
siglo VII a.C., y en la habitación A de La Morranda (El Ballestar, Castellón), yacimiento del siglo II-I a.C.
(Iborra, 2004: 348). Aunque en ambos casos el estado de conservación de los restos no permitió verificar si
existían marcas de consumo, su coincidencia en los demás aspectos con los depósitos de El Molón es evidente,
más en el caso de La Morranda, al coincidir incluso en su cronología, pudiendo defender igualmente el mismo
carácter doméstico y su vinculación al ámbito familiar.
En otros asentamientos ibéricos también se han identificado depósitos con cerdos completos, algunos de
ellos con marcas de consumo, aunque de edades mayores, desde infantiles hasta adultos (Iborra, 2004: 336 y
348), como en La Seña (Villar del Arzobispo, Valencia), El Puntal del Llops (Olocau, Valencia) y Los Villares
(Caudete de las Fuentes, Valencia). En la costa central de Cataluña, el yacimiento de Alorda Park presenta en
varios recintos de los siglos V-II a.C., entre otras, fosas que contenían los restos de cerdos de entre 6 y 9 meses
de vida y de 12-24 meses (Valenzuela, 2008). En Els Vilars (Arbeca, Lleida), ya en el área ilergeta, se han
descrito diferentes depósitos con restos de cerdo de los siglos VIII al V a.C., aunque las edades de muerte sean
mayores, entre 6 y 18 meses, y difiera también la selección de los restos enterrados, con animales completos
o partes de ellos (cráneos o extremidades) (Nieto, 2013: 139 ss.). La presencia de cerdos se ha señalado,
igualmente, en algunos contextos rituales del Bajo Aragón, como la habitación 2 de San Antonio (Mazaleón,
Teruel) o El Piuró del Barranc Fondo (Mazaleón), asociados a una inhumación infantil (Graells y Sardà, 2011:
175). Es interesante, igualmente, señalar los hallazgos de El Puig de la Nau (Benicarló, Castellón), donde las
ofrendas de animales, al igual que las inhumaciones infantiles, se hallaron bajo los pavimentos y junto a los
muros (Oliver, 2006: 209). Destaca el recinto 38000, con una serie de enterramientos infantiles y de animales
bajo el nivel de pavimento que remiten a ca. 450-425 a.C. (Oliver, 2006: 34, Tab. 1). Se trata de varios
depósitos en los que se han encontrados restos de cerdos con edades comprendidas entre 6 meses (UE 38038)
y un año o año y medio (UE 38033 o 38035). A ellos cabe añadir los documentados en otras zonas del poblado,
como en el recinto 40000, donde el cerdo aparece asociado a una oveja, o en el 59000, donde se enterró un
cerdo bajo el pavimento de la casa, lo que se ha interpretado como un rito fundacional (Oliver, 2006: 212).
Además de los cerdos, los ovicaprinos participan también en depósitos de carácter ritual (Barrial, 1990;
Miró y Molist, 1990; Albizuri, 1990 y 2011; Casellas, 1995; Barberà, 1998; Agustí y Casellas, 1999; Iborra,
2004; Valenzuela 2008; Almagro-Gorbea y Lorrio, 2011: fig. 18, A, e y Apéndice 4, E; Nieto, 2013). En el
caso de El Molón, una mandíbula de oveja testimonia el papel simbólico de esta especie en un acto que se
ha relacionado con la construcción, o remodelación, de las fortificaciones que defendían la puerta principal
y, en última instancia, con la defensa del poblado (vid. infra). En los contextos domésticos de otros poblados
aparecen enterramientos de ovejas completas o de alguna de sus partes anatómicas, como ofrendas en algunos
casos consumidas y en otros no. Muchas veces sus restos acompañan a no natos o neonatos humanos como
ocurre en la vivienda B del Puig de Alcoi (Alicante) (Grau y Segura, 2013; Iborra, 2013: 214-218) y en
poblados del área de la costa catalana, donde se relacionan con ofrendas rituales en las que los animales se
depositaban eviscerados pero no eran consumidos (Albizuri, 2011).
APL XXX, 2014
[page-n-242]
Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
233
De acuerdo con lo visto, dentro del ámbito doméstico de los poblados, los restos de animales que aparecen
en pequeñas fosas debajo de los pavimentos, o asociados a elementos constructivos pueden ser expresión
de diferentes rituales y tener diferentes significados (Graells y Sardà, 2011: 173-175). Los taxones elegidos,
las unidades anatómicas seleccionadas y sobre todo el tipo de alteraciones (marcas de descuartizado y de
consumo, fuego...) que presenten los restos, así como su posible asociación con otros materiales van a permitir
discriminar si se trata de una comida o banquete ritual, lo que con seguridad fue el caso de los dos depósitos de
El Molón que hemos analizado, relacionados con algún tipo de celebración ritual o simbólica.
B. Depósito asociado a la fortificación de la puerta principal
Un caso por completo diferente es el depósito B8.1a/8032, formado por dos restos pertenecientes a otros tantos
taxones: la oveja y el cerdo. Unos restos que presentan en común: 1) la elección del hueso –las mandíbulas–,
2) la sincronía en la edad de sacrificio, cuatro años en ambos casos, 3) la lateralidad, derecha en las dos
hemimandíbulas depositadas, 4) las marcas de carnicería y 5) la posición que presentaban en el interior de la
fosa, pues las dos aparecieron hincadas entre las piedras de la muralla, con la dentición hacia abajo (fig. 4, F).
Los restos se encontraron sellados por un encachado de piedras de pequeñas dimensiones (UE 8025),
cubierto a su vez por una acumulación de piedras de tamaño mediano (UE 8021), que parecen formar parte
del relleno de la torre, por lo que puede considerarse un contexto cerrado asociado a la remodelación del
sistema defensivo que protegía el acceso principal del poblado, que conllevó la construcción de dos potentes
torres que flanqueaban la puerta (fig. 4, A-E). Se trata de un depósito voluntario e irreversible, realizado
antes o en el momento de la construcción de la torre sur, por lo que debe interpretarse como una ofrenda
fundacional, un hecho de carácter simbólico relacionado con la arquitectura defensiva del poblado, por lo
que su carácter parece ser público y colectivo, y su finalidad protectora (von Nicolai, 2009: 85-86). Cabe
suponer que la ceremonia habría incluido el consumo de ambos animales, lo que igualmente se ha señalado
para el caso de los depósitos de cráneos y patas de ovicápridos, toda vez que, como señalan Miró y Molist
(1990: 316), se trata, como en el caso de El Molón, de las partes del animal que menos aprovechamiento
cárnico ofrecen, reservándose el resto para la posible comida ritual. No podemos descartar que los restos
cerámicos recuperados en la fosa, muy fragmentados y conservados de forma parcial, pudieran relacionarse
con el servicio utilizado en el banquete, al tratarse de un recipiente de almacenamiento de alimentos, ya sean
sólidos, semisólidos o líquidos (fig. 4, G, 1), un vaso para beber (fig. 4, G, 2) y una posible jarra (fig. 4, G, 3),
recipientes directamente relacionados con el consumo de bebidas como el vino (Mata et al., 1997: 48 ss.). La
producción de vino en El Molón está documentada desde el siglo IV a.C. a partir de la presencia de un lagar
(Lorrio y Sánchez de Prado, 2013), aunque las evidencias de su comercialización sean bastante anteriores,
el siglo VI a.C., como confirma el hallazgo de recipientes anfóricos de procedencia fenicia en el yacimiento.
Los depósitos de la Edad del Hierro relacionados con puertas y fortificaciones resultan relativamente
habituales y variados (Buchsenschutz y Ralston, 2007; von Nicolai, 2009). Como señala Alfayé (2007: 9 ss.),
la delimitación y construcción del perímetro amurallado estuvo revestida en la Antigüedad de un carácter
mágico-simbólico, con especial atención a los accesos, realizándose rituales, de carácter cíclico o excepcional,
que incluirían depósitos votivos con el objeto de reforzar “la inviolabilidad y la sacralidad del límite urbano a
través del establecimiento de un vínculo privilegiado entre esa estructura y los poderes numinosos”, depósitos
que podían interpretarse “como rituales edilicios con los que se pretendía garantizar la estabilidad de la
estructura y que poseían igualmente un carácter protector, purificador y sacralizador”.
El depósito de El Molón se relaciona, por su posición, con los depósitos localizados bajo las fortificaciones,
caracterizados por tratarse de conjuntos cerrados en posición primaria e irreversibles, depositados antes o
durante los trabajos de construcción de la muralla (von Nicolai, 2009: 77). No obstante, encontramos algunos
depósitos que por sus características resultan similares al que analizamos, aunque se relacionen con la
arquitectura de la fortificación, por lo que se han depositado durante el proceso de erección de las defensas,
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A. J. Lorrio, P. Iborra Eres y M. D. Sánchez de Prado
y no necesariamente antes como en El Molón. Un ejemplo se documenta en el oppidum de Mont Vully,
Suiza, donde un maxilar inferior completo de un bóvido de unos 5 años se encontró en uno de los agujeros
de poste de la puerta, construida hacia el 120 a.C., ambas piezas mandibulares dispuestas verticalmente,
con una inversión izquierda-derecha (von Nicolai, 2009: 79, fig. 4). Otro caso interesante, en este caso
por las especies seleccionadas, son los depósitos asociados a la puerta de la fortificación de Crickley Hill
(Gloucestershire, Inglaterra), donde en diferentes hoyos se recuperaron cráneos de cabra, a la derecha de la
entrada, y mandíbulas de jabalí, a la izquierda (Dixon, dir., 1994; Buchsenschutz y Ralston, 2007: 761, fig. 8).
Igualmente, se observan casos de lateralidad, en concreto el lado derecho, en la selección de los restos óseos
de la fauna sacrificada en santuarios de Francia y el Sur de Inglaterra (Méniel, 2012: 14).
En cualquier caso, no es un tipo de hallazgo frecuente en la Península Ibérica, en gran medida por la falta
de excavaciones en el interior de las estructuras defensivas. La intervención en El Molón pudo realizarse al
tratarse de un sector especialmente afectado por la ocupación islámica que utilizó este espacio como cantera,
dada su proximidad a la zona de hábitat y la relativa facilidad de extracción de los bloques de mampostería
de las construcciones defensivas del sector. No obstante, se conocen algunos depósitos, generalmente
considerados como rituales, asociados a torres y murallas tanto en el ámbito ibérico, como en el celtibérico
y su entorno, aunque tanto las especies elegidas como la selección de restos y su localización difieran de las
ofrendadas en El Molón. Este es el caso de los depósitos relacionados con las estructuras de defensa de Alorda
Park, con un cráneo y las extremidades de un ovicáprido en el recinto Z y un perro en el Y, depositados bajo
los pavimentos de los dos recintos de la torre YZ (Belarte y Sanmartí, 1997: 12). También de algunos de los
depósitos con fauna que, como señala Alfayé (2007: 31 s.), deben interpretarse como ritos de fundación o de
protección de la fortificación, como el del Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel), de época tardorrepublicana, que
incluía animales incinerados, principalmente ovicápridos, introducidos en ollas, depositados con anteridad a
la construcción de la muralla (Francho y Hernández, 2003-04: 373 ss.), o los de La Hoya (Laguardia, Álava),
donde se identificaron diversas astas de ciervo incrustadas en la base de la muralla (Llanos, 2005: 33, fig. 55).
7. CONCLUSIONES
Las diferentes campañas de excavación llevadas a cabo en El Molón han permitido identificar unos depósitos
especiales con restos faunísticos que cabe relacionar con actividades rituales de sacrificio, cuya cada vez más
frecuente documentación pone de manifiesto la relativa normalidad de estas prácticas durante la época ibérica.
Dos de los depósitos proceden de otros tantos contextos domésticos. Incluían, en cada caso, dos suidos
jóvenes, de apenas un mes de vida, que tras su sacrificio, desmembramiento y cocinado habrían sido
consumidos en una comida o banquete ritual, y finalmente enterrados y depositados en una fosa abierta en la
tierra, próxima en uno de los casos a un hogar, donde se habría realizado el sacrificio. Las fosas se localizaron
junto a uno de los muros de la vivienda, y una de ellas además en las cercanías de un enterramiento infantil.
Ambos tipos de depósitos –fosas con animales e inhumaciones perinatales– se ha interpretado como ofrendas
que se realizaban antes de la construcción de nuevos edificios o de su remodelación con el fin de asegurarse
los parabienes de la divinidad. Un buen ejemplo lo tenemos en los enterramientos infantiles localizados en el
poblado, entre los que destaca la inhumación doble, probablemente de gemelos, que se realizó en el interior
de un departamento de la zona oriental, originalmente un lagar (C1), que cambiaría de funcionalidad hacia
finales del siglo III o a inicios del II a.C., momento en el que se realizó el ritual de enterramiento, en este
caso en el interior de la cubeta de decantación. De igual forma, el depósito de fauna y la inhumación infantil
localizadas en C16 se relacionan con una vivienda cuya construcción se vincula con las remodelaciones ya
comprobadas en C1, llevadas a cabo hacia fines del siglo III-inicios del II a.C., aunque no puede descartarse su
cronología posterior pues este espacio habitacional habría estado en uso a lo largo del siglo II, abandonándose
en un momento indeterminado del siglo I a.C. Más complejo es el caso del depósito localizado en A5, idéntico
al de C16, aunque estos depósitos de fauna en estos ambientes domésticos parecen corresponder al mismo
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Depósitos rituales de fauna en el oppidum prerromano de El Molón
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horizonte que los enterramientos infantiles, dos de los cuales, individuales, se localizaron bajo el suelo de
otros tantos departamentos contiguos localizados en la zona alta del poblado (B5.1 y B5.2), que remiten a un
momento posterior al siglo III a.C., cuando se reestructura este sector.
Finalmente, el depósito localizado en B8.1a se relaciona sin duda con la construcción de la torre sur,
hacia finales del siglo II o, más bien, ya a inicios del I a.C., respondiendo, por tanto, a un acto ritual de
fundación. Presenta claras diferencias respecto a los anteriores. Aquí se han depositado de forma intencionada,
nuevamente, dos animales, pero en este caso se trata de un cerdo y una oveja adultos de la misma edad, de
los que se han seleccionado únicamente las mandíbulas del lado derecho que fueron colocadas de forma
muy determinada, hincadas en la misma posición. Seguramente los animales habrían sido consumidos en un
banquete ritual, depositándose en la fosa una parte de los mismos, correspondiente a una zona de escaso aporte
cárnico, en el que posiblemente se harían consumido bebidas, quizás vino, cuyo servicio podría haber sido
amortizado en el interior de la fosa.
Durante el Ibérico Tardío, el oppidum de El Molón sufrió una serie de reestructuraciones y remodelaciones
de sus espacios, que habrían conllevado la realización de rituales propiciatorios de los que han quedado pruebas
arqueológicas a través de las inhumaciones infantiles y los depósitos de fauna documentados, corroborando,
una vez más, la estrecha relación entre ambas manifestaciones, que nos permiten aproximarnos a la
religiosidad de estas poblaciones. Nuevamente, hacia fines del siglo II o inicios del I a.C., cuando importantes
acontecimientos bélicos asolaban esta comarca, se vuelve a documentar una importante reestructuración, en
este caso de las estructuras defensivas de la puerta principal. Bajo la torre sur se localizó un depósito en el
que fueron enterrados, tras su sacrificio, los restos de dos animales adultos cuidadosamente seleccionados
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mágico que se desprende de estos depósitos “especiales”.
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 239-261
Ignasi GRAU MIRA a e Iván AMORÓS LÓPEZ a
Secuencia de ocupación y análisis territorial
del poblado ibérico de El Xarpolar
(Vall d’Alcalà, Alacant)
RESUMEN: El Xarpolar es un oppidum ibérico de mediano tamaño del dominio montañoso de la región
central de la Contestania. En este trabajo realizamos un examen detallado del registro material y un estudio
espacial empleando datos de carácter geoespacial y herramientas de cartografía digital, LiDAR y SIG. El
poblado presenta una amplia secuencia de ocupación, que va desde el Hierro Antiguo, hasta Época Ibérica
final, momento este último en que el enclave parece cobrar importancia. El análisis territorial muestra un
enclave estratégico para el control de la circulación a escala comarcal y especialmente en la conexión del
valle de Alcoi con la costa. Esta función estratégica debió adquirir importancia en época tardoibérica, en el
contexto de la implantación romana en la región.
PALABRAS CLAVE: Época Ibérica, Contestania, oppidum, SIG, análisis espacial.
Settlement sequence and landscape analysis of the Iberian site of ‘El Xarpolar’
(Vall d’Alcalà, Alicante, Spain)
ABSTRACT: The settlement of El Xarpolar is the typical oppidum of medium size of the mountainous
domain of the central region of the Contestania. In this paper we carried out a detailed examination of
the archaeological record and a spatial analysis using geospatial data and digital cartography, LiDAR
and GIS. The analysis allows us to propose a large sequence of occupation, from the Early Iron Age until
the Late Iberian period. Spatial analysis indicates that we have a strategic location for the control of the
movement to regional scale and especially in connection the Mediterranean coast with the Valley of Alcoi.
This strategic function acquired importance in Late Iberian Period, 2nd–1st cents. BC, in the context of the
Roman control of the region.
KEY WORDS: Iberian Iron Age, Contestania, Oppidum, GIS, Spatial Analysis.
a Àrea d’Arqueologia, Universitat d’Alacant.
ignacio.grau@ua.es | ivan.amoros@ua.es
Recibido: 09/12/2013. Aceptado: 02/04/2014.
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I. Grau Mira e I. Amorós López
1. PRESENTACIÓN
El Xarpolar es un asentamiento de altura y fortificado que se emplaza en la unidad geográfica articulada
por el valle del río Serpis, al norte de la provincia de Alicante, ya cerca de la divisoria con la Marina Alta
(fig. 1). Es conocido desde la década de 1920, cuando se daba a conocer precisamente por L. Pericot (1928)
en el primer número de Archivo de Prehistoria Levantina. Casi noventa años después, contamos con un
buen número de estudios parciales y valoraciones generales, pero carecemos de un estudio de detalle del
sitio arqueológico y todo el repertorio material. Precisamente cubrir ese vacío con la caracterización de El
Xarpolar y valorar su papel en la dinámica del poblamiento y articulación territorial en las montañas del
norte de Alicante es el propósito de este trabajo.
Los estudios previos han puesto el acento en lo destacado de un repertorio material que remite a una
secuencia de ocupación dilatada y en la importancia de este oppidum en el control de las comunicaciones
entre la costa y las comarcas del interior alicantino. Ese papel estratégico parece reforzarse en época
ibérica final. Precisamente esos puntos guiarán el trabajo que se desarrolla en las siguientes líneas. Para
ello proponemos un estudio que consta de tres partes, a saber, el estudio del repertorio material, el análisis
morfológico del poblado y el estudio espacial que integre el oppidum en el paisaje. Para el análisis territorial
proponemos metodología de carácter geoespacial basada en cartografía digital, LiDAR (Light Detection
and Ranging) y SIG.
Fig. 1. Localización de El Xarpolar y otros asentamientos ibéricos citados en el texto. 1, El Xarpolar; 2, Castell de
Perputxent; 3, La Covalta; 4, Ermita de Planes; 5, Castell de Cocentaina; 6, El Pitxòcol; 7, Solaneta de Tollos; 8, La
Serreta; 9, El Puig; 10, Castellar d’Alcoi; 11, Castellar d’Oliva; 12, Segària.
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Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
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2. HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN
Las primera referencia sobre El Xarpolar es una autorización firmada por el propietario de los terrenos,
Feliciano Lucas Seguí, el día 3 de junio de 1923 por la que autoriza a su descubridor, Fernando Ponsell
“para que pueda efectuar estudio y excavaciones de carácter arqueológico” (Segura y Cortell, 1984: 42).
Desconocemos las circunstancias de estas exploraciones, aunque según describe Luis Pericot se trató
únicamente de “algunas sencillas catas” en una de las habitaciones de las numerosas que se observan
en el poblado (Pericot, 1928: 157). Los objetos hallados en la excavación serían ofrecidos en venta a la
Diputación Provincial de Valencia en 1927 (Segura y Cortell, 1984: 43) constituyendo una de las primeras
colecciones de lo que sería el futuro Museo de Prehistoria de Valencia. A partir de ese momento, Fernando
Ponsell se convierte en colaborador habitual del Servicio de Investigación Prehistórica de Valencia y, por
lo que se desprende de la correspondencia entre Isidro Ballester, director de dicha institución y Fernando
Ponsell, no debe descartarse que se llevaran a cabo más actuaciones en el yacimiento durante esos años.
Este primer lote de materiales depositados en el SIP fue presentado por L. Pericot en la citada publicación
de 1928. Ese conjunto de materiales, que ahora revisamos, es posiblemente fruto de una recogida selectiva
ya que se trata principalmente de piezas completas y en muchos casos muy singulares. En su artículo, Pericot
describe los materiales con los que data el poblado en el s. III a.C. Así mismo, tratará de dar una primera
interpretación acerca de la ubicación del yacimiento destacando la importancia que la Vall de Gallinera “hubo
de tener como vía comercial en los siglos del apogeo ibérico, y a través de ella debieron circular muchas de
las influencias que la cultura griega, desde la costa y en especial desde la cercana factoría de Hemeroscopeion,
ejerció sobre la indígena” (Pericot, 1928: 157). También en estos años se hará referencia al poblado en unas
notas de Isidro Ballester (1929: 19-21) en la que básicamente reafirma lo dicho por Pericot.
Durante los siguientes años no encontramos más referencias al poblado ibérico de El Xarpolar hasta la
publicación del libro Alcoy. Geología. Prehistoria de Camilo Visedo (1959), donde lo caracteriza como uno
de los asentamientos importantes de la zona en época ibérica y destacando de nuevo la importancia de su
ubicación en las relaciones de las poblaciones del interior con la costa (Visedo, 1959: 73-74). En estos años
se reaviva el interés por el sitio y en 1965 se llevó a cabo una pequeña campaña de excavación por parte del
Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Valencia, dirigido por Miquel Tarradell en colaboración
con Vicente Pascual, en esos momentos director del Museo Arqueológico de Alcoi y en la que participarán
también Milagro Gil-Mascarell y Enrique Llobregat. Esta campaña tiene lugar entre los días 2 y 6 de julio y
el desarrollo de los trabajos está descrito por Vicente Pascual en el diario de excavaciones depositado en el
Museo de Alcoi por el que sabemos que se trató de un pequeño sondeo en el que se pusieron al descubierto
tres departamentos. Ese mismo verano se llevaron a cabo excavaciones por parte del mismo equipo en
la cercana Cova d’en Pardo entre los días 14 y 29 de junio. Tras la finalización de esta primera fase de
trabajos de campo, Miquel Tarradell manifiesta a Vicente Pascual su interés por continuar los trabajos al
final del verano tanto en la Cova d’en Pardo como en El Xarpolar, lo que conocemos por la correspondencia
conservada en el Museo de Alcoi. Finalmente se realizó una segunda campaña en la cueva entre el 16 de
septiembre y el 30 de octubre al final de la cual tenían previsto excavar unos días en El Xarpolar, pero con
motivo de las lluvias los trabajos fueron pospuestos a finales de noviembre, aunque no conocemos mucho
más de esta segunda campaña en el poblado.
Los materiales de esta campaña fueron depositados en el Museo de Alcoi y ahora también presentamos
en este trabajo. Los resultados de esta breve campaña no fueron publicados, salvo una breve nota de Miquel
Tarradell (1969) en la que amplía la cronología del yacimiento desde el s. IV a.C. por la presencia de
cerámica ática, hasta el s. I a.C., por la aparición de cerámicas campanienses y monedas. De la misma
opinión es Enrique Llobregat que incluye El Xarpolar en su Contestania Ibérica (1972: 51-52). A partir de
este momento El Xarpolar no ha sido objeto de intervenciones importantes, exceptuando los trabajos por
parte del Museo de Alcoi que, ante el progresivo deterioro del yacimiento y las acciones clandestinas de los
expoliadores, elabora la topografía y planimetría del sitio en 1987.
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I. Grau Mira e I. Amorós López
Desde los años 60 El Xarpolar ha sido incluido en diversos estudios de carácter más amplio como el
estudio de las cerámicas pintadas (Nordström, 1973), las cerámicas de origen griego (Rouillard, 1991;
García y Grau, 1997), el análisis del material numismático (Mateu, 1967; Ripollés, 1982; Mellado y
Garrigós, 2008), materiales metálicos como una falcata (Quesada, 1997: 770) y algunos instrumentos
agrícolas de hierro (Pla, 1968; Moratalla, 1994).
Con la información disponible se incluye El Xarpolar en el estudio del poblamiento ibérico en la Marina
Alta (Castelló, 1993), ampliándose la cronología del yacimiento a época orientalizante entre los ss. VIIVI a.C. (Castelló y Espí, 2000: 113-116). El Xarpolar también se incluye en la tesis doctoral de uno de
nosotros (Grau Mira, 2002: 304-305) en la que se realiza una revisión de los materiales y su valoración en
el marco del poblamiento comarcal. Sin embargo, las evidencias materiales y su estudio territorial no se
han abordado de forma monográfica hasta la fecha, objetivo que precisamente pretende el presente trabajo.
3. MORFOLOGÍA DEL OPPIDUM
El Xarpolar es el típico oppidum de mediano tamaño del dominio montañoso de la región central de la
Contestania, que se extiende por el norte de Alicante y el sur de Valencia. Se trata de poblados enriscados
que aprovechan de forma muy precisa las condiciones quebradas del paisaje, delatando que las poblaciones
ibéricas tenían un preciso conocimiento del entorno y lo aprovecharon para fines estratégicos.
En el caso concreto que nos ocupa, nos encontramos con una elevada meseta de altura en el extremo
occidental de la Serra de la Foradà, en un solar que cubre aproximadamente 1,29 ha y con una altura que
oscila entre los 902 m en el punto más elevado del poblado y los 885 en su cota inferior.
Para el análisis morfométrico y la correcta caracterización topográfica hemos empleado una metodología
basada en datos de campo y su combinación con cartografía digital, datos LiDAR y proceso de datos
mediante SIG, que conviene comentar sucintamente.
El levantamiento topográfico se ha realizado mediante la modelización digital de datos espaciales LiDAR
de alta resolución. El LiDAR aerotransportado (Light Detection and Ranging) es un sistema basado en un
sensor láser que se instala en aviones o helicópteros. Esta tecnología permite obtener una gran densidad
de puntos de cota con precisión superior a los 15 cm en altura. En concreto hemos trabajado a partir del
vuelo LiDAR del año 2009 de la Comunidad Valenciana integrado en el Plan Nacional de Observación
del Territorio de España. Estos datos fueron tomados con un escáner ALS50, sobrevolando a una altura
promedio de 1.300 m. La frecuencia de escaneo fue de 32,3 Hz, con precisiones obtenidas con un error
medio de 0,03 m. La densidad promedio de los puntos es de 1 pto/m2.
Para crear el MDT (Modelo Digital del Terreno) hemos interpolado los puntos del último pulso, es
decir, eliminando los puntos de vegetación y demás objetos que no pertenecen a la base del terreno. La
nube de 14.953 puntos fue interpolada en el programa ArcGIS 9.3 para crear un TIN (Triangulated Irregular
Network), del que después se obtuvo el MDT con una resolución de 0,4 m (fig. 2, A).
Este modelo se ha combinado con el alzado topográfico realizado a mediados de los ochenta por el personal
del Museu d’Alcoi, que una vez digitalizado se ha incorporado a una base de curvas de nivel de 1 m creada a
partir del MDT (fig. 2, B). La combinación de estos datos nos permite analizar el solar del poblado y su entorno.
Especialmente importante es la valoración de las pendientes que enmarcan el poblado, por cuanto son
un elemento crucial para asegurar su inaccesibilidad, y por tanto facilitar su defensa. Para ello hemos
elaborado un mapa clinométrico con cuatro franjas de pendientes: 0-20o, 20o-45o, 45o-65o y 65o-90o (fig. 2,
C). Como se puede observar, el poblado se asienta en un rellano aplanado con una ligera inclinación hacia
el noroeste que nunca alcanza los 20o, mientras que en su perímetro se encuentra un reborde de pendientes
acentuadas que definen claramente el perímetro habitado y donde se construyó la muralla de cierre del
poblado. Estos desniveles alcanzan valores de entre 25o a 35o en los flancos oeste y sur del poblado y
se agudizan en el flanco este con niveles de 30o y 45o. El flanco norte es absolutamente inaccesible con
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Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
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Fig. 2. Morfología del oppidum de El Xarpolar. A, modelo digital del terreno; B, planta con las estructuras identificadas
(elaboración propia a partir de la planta del Museu d’Alcoi); C, mapa de pendientes.
farallones subverticales de entre 75o y 90o y que forman un precipicio de varias decenas de metros. Este
acantilado de roca no sólo defiende el flanco norte-noreste, por donde no se necesita muralla, sino que
además otorga al poblado la apariencia de inexpugnable para quien lo contemple desde el norte; también
el flanco oriental muestra la inaccesibilidad del lugar. En otro lugar (Grau y Segura, 2013: 61-62), hemos
señalado esta pauta recurrente de existencia de farallones en la mayor parte de los oppida de la comarca.
La defensa natural y la percepción de aislamiento que les proporciona el roquedo sin duda es un factor de
localización relevante para los iberos de la región. Esta pauta contribuyó sin duda a hacer de estos oppida
hitos del paisaje que balizarían el espacio.
Las formas y anomalías topográficas que muestra la cartografía de detalle, nos permite comentar algunos
rasgos formales del lugar (fig. 2 y 3). En la mitad sur del poblado se documenta una serie de 4 terrazas en
sentido norte-sur que discurren paralelas a la muralla. Tienen una longitud de 45-50 m y están separadas por
unos 9-10 m. Probablemente son parte de un acondicionamiento del espacio habitado, como plataformas
sobre las que edificar las viviendas. Otro grupo de plataformas de aterrazamiento, apenas pronunciadas en
el terreno, se identifican al norte de la estructura excavada en 1965; siguen una dirección suroeste-noreste.
En la parte central del poblado, inmediatamente al sur de la edificación excavada, se reconoce una nueva
anomalía, en este caso en forma de una amplia topografía irregular lineal y que se cruzan en ángulo recto,
que pueden hacer pensar en la existencia de otras estructuras de acondicionamiento. Sobre estas anomalías
lineales se reconocen departamentos y construcciones parcialmente enterrados que dibujan un caserío
compacto y denso por toda la superficie de la meseta.
Con los datos disponibles podemos caracterizar El Xarpolar como un poblado de dimensiones medianas,
en torno a 1,3 ha construido en una meseta de altura con una ligera inclinación hacia el oeste-noroeste.
En este solar se debió construir un caserío agrupado en el espacio intramuros disponible. Únicamente se
reconoce claramente los restos excavados de una estructura cuadrangular dividida en tres departamentos
de aproximadamente 10 x 4 m, construida con sólidos muros perimetrales de aproximadamente 50 cm de
grosor. Otros departamentos son parcialmente visibles en superficie.
Estas construcciones se hallaban claramente enmarcadas por límites naturales reforzados por una espesa
muralla de lienzo sencillo. No se identifican restos de torres y tampoco se reconoce con claridad el acceso.
En definitiva, el modelo de poblado debió ser muy semejante al de los oppida de La Covalta (Vall de Pla,
1971) y El Puig (Grau y Segura, 2013: fig. 3.1).
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I. Grau Mira e I. Amorós López
Fig. 3. Vistas desde distintos puntos cardinales del modelo digital del terreno.
4. LA SECUENCIA DE OCUPACIÓN A TRAVÉS DEL REPERTORIO MATERIAL
4.1. Cerámica de importación
Los primeros indicios de la ocupación del sitio vendrían dados por la existencia de ánforas de importación
fenicias de la serie Ramon 10.0.0.0 de la que apenas contamos con algunos fragmentos informes y carenas
del hombro, lo que impide conocer el tipo concreto (Castelló y Espí, 2000: 114); estos materiales se datarían
entre los ss. VII y VI a.C.
Algo más numerosos son los vestigios de importaciones de época plena. Correspondientes al s. IV a.C.
son los fragmentos de cerámica ática de figuras rojas y barniz negro. En la colección del SIP se encuentra
una base de bol con decoración de ruedecillas y palmetas, correspondiente a un cuenco de barniz negro (fig.
4, 2). En la colección del Museu d’Alcoi encontramos un borde de crátera de campana de figuras rojas (fig.
7, 1), un borde vuelto al interior (fig. 7, 2) y una base de bol de barniz negro (fig. 7, 7).
Con cronología del s. III a.C. son dos pequeños cuencos de cerámica púnico-ebusitana, uno de ellos
con el borde anguloso (fig. 4, 3), y otro con el borde ligeramente curvado (fig. 4, 6), que encuentran sus
paralelos en las producciones de esta centuria (Ramon, 2012: 596, fig. 7).
En cerámica Campaniense A, entre fines del s. III y el s. II a.C., contamos con un borde de L27 (fig. 7,
6) y dos bordes de L36 (fig. 7, 3 y 4). En cerámica beoide de mediados del s. II y primera mitad del s. I a.C.,
encontramos una pátera L5 (fig. 4, 1), un cuenco de borde muy exvasado (fig. 7, 10), un borde L5 y una base
(fig. 7, 5 y 9) y un borde de L4 (fig. 7, 11).
Por último, de este mismo tipo de producciones de barniz negro es la base y tercio inferior en el que
se aprecia el arranque de dos asas de una copa de asas verticales del tipo Montagna-Pasquinucci 127/
Morel 3120 (fig. 7, 8), de procedencia etrusca central y oriental que se difundió entre los ss. III-II a.C.
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Fig. 4. Cerámicas de la colección del SIP.
(Montagna-Pasquinucci, 1972: 400-401), más bien en esta segunda centuria (Morel, 1981: 248). En
nuestro entorno está presente en los contextos fundacionales de Valentia a partir del 138 a.C. (Marín y
Ribera, 2000: 95, lám. 3), en Caudete de las Fuentes (Mata, 1991: fig. 16, 11) o en la fase 2b del anfiteatro
de Cartagena datada en el s. II (Pérez Ballester, 2000: lám. 2).
Este conjunto de piezas de vajilla de mesa importada se completaría con un cubilete de paredes finas, que
carece de borde (fig. 4, 14) y que posiblemente pertenecería a la forma Mayet II, datado hacia el s. II a.C.
La vajilla de mesa tardoibérica se acompañaría de algunos fragmentos de ánforas importadas, con un
borde de ánfora del tipo Campos Numantinos o Ramon T-9.1.1.1 (fig. 6, 10) y dos fragmentos de asas de
ánforas itálicas (fig. 6, 11 y 12)
4.2. Cerámica ibérica
Transporte y almacenaje
- Ánforas, tipo A.I.1 de Mata y Bonet. Encontramos un lote de bordes de ánforas ibéricas con perfiles
diversos (fig. 6, 1-9) donde predominan los de perfil almendrado (fig. 6, 2; 6, 4; 6, 5; 6, 9), propios de los
ss. III y II a.C. como se documenta en el alfar del Alcavonet (Grau Mira, 1998-99). Junto a éstos aparecen
bordes de perfil recto (fig. 6, 3) o cuadrangular (fig. 6, 6-7), propios de repertorios del s. IV a.C. de la zona
como en El Puig de Alcoi (Grau y Segura, 2013: 155-159).
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Fig. 5. Metales (nº 1 a 10); fusayolas (nº 11 a 17); cerámicas con decoración compleja del Museu d’Alcoi (nº 18) y del
SIP (nº 19 a 22). La pieza nº 22 tiene una escala aproximada.
- Tinajas, tipo A.I.2. En El Xarpolar no aparecen demasiado representados los grandes recipientes de
almacenaje, posiblemente porque al carecer de piezas completas, ciertos bordes que asociamos a piezas de
mediano y pequeño tamaño pudieron corresponder a grandes vasos. Aparece un borde engrosado recto de
tinaja (fig. 6, 27) que debe corresponder al tipo A.I.2.1. Otro borde es exvasado y posiblemente corresponde
al tipo tinaja sin hombro y con cuello indicado A.I.2.2 (fig. 6, 28). Aparece un asa trífida (fig. 6, 41) que
debe corresponder a una tinaja.
Almacenaje y despensa
- Tinajillas. Corresponden al tipo A.II.2.2 de Mata y Bonet. Se trata de pequeños recipientes de perfil
bitroncocónico ligeramente oval, sin asas y el borde ligeramente exvasado, con labios generalmente
moldurados, aunque también hay labios rectos. En la colección del SIP encontramos dos ejemplares de
este tipo, uno de ellos completo y decorado con bandas (fig. 4, 16) y otro con la superficie deteriorada
y sin muestras de decoración (fig. 4, 17). Los restantes ejemplares se reconocen por una serie de bordes
moldurados (fig. 6, 33-36) y exvasados simples (fig. 6, 37-38) de piezas de mediano tamaño.
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Fig. 6. Cerámicas de la colección del Museu Arqueològic d’Alcoi.
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Fig. 7. Cerámicas de la colección del Museu Arqueològic d’Alcoi.
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- Lebes, tipo A.II.6. Los recipientes abiertos con amplias bocas son poco frecuentes en el repertorio,
únicamente identificamos un borde con arranque de cuerpo de este tipo de vasos (fig. 6, 30).
- Kálathos, tipo A.II.7.2. Este tipo de vaso está representado por un recipiente que se conserva casi entero, pues
falta el tercio inferior. El borde es moldurado y tiene las paredes de tendencia ligeramente troncocónica; posee
decoración geométrica compleja (fig. 4, 18). Este tipo de vasos está muy bien representado en los contextos
del s. III de La Serreta (Grau Mira, 2002: 74-75) y se constata su producción local en el alfar del Alcavonet
(Grau Mira, 1998-99). Aparece el tercio superior de un segundo ejemplar con el labio plano y el cuerpo de
tendencia cilíndrica (fig. 6, 29), así como la base cóncava de un vaso de este tipo (fig. 6, 40).
- Urnas de orejetas. Se documentan dos orejetas de al menos dos piezas diferentes (figs. 6, 31 y 7, 49). Este
tipo de piezas son propias del periodo ibérico antiguo e inicios del pleno, ss. V-IV a.C.
Vajilla de mesa
- Botella, tipo A.III.1.1. Encontramos una pieza casi completa que carece de borde que corresponde a una
botella de forma globular, con cuello abocinado (fig. 4, 15). Está decorada con bandas, filetes y segmentos
de círculo crecientes. Son piezas que aparecen perfectamente enmarcadas cronológicamente en el s. IV a.C.
con paralelos idénticos en El Puig de Alcoi (Grau y Segura, 2013: fig. 5.53, G), o la Bastida de les Alcusses
(Mata y Bonet, 1992: fig. 10). Otros bordes de recipientes de boca cerrada y estrecha (fig. 7, 52 y 56) pueden
corresponder a botellas con un perfil más difícil de reconocer.
- Jarritos, tipo A.III.2 de Mata y Bonet. En la colección del SIP se encuentran dos pequeños jarritos de perfil
de tendencia globular, con cuello destacado, boca amplia y circular así como un asa desde la boca hasta el
cuerpo (fig. 4, 12 y 13); la mayor presenta una clara separación entre el cuello y el borde. Posiblemente nos
encontramos con sendas imitaciones de las típicas jarritas bitroncocónicas con un asa y nervios en relieve
en la carena, datadas fundamentalmente en el s. II a.C. y propias del área ampuritana realizadas en cerámica
gris. Esta jarritas ampuritanas aparecen en el País Valenciano junto con otras de calidad distinta que se
interpretan como producción local que imita aquella (Aranegui, 1975: 368).
- Platos, tipo A.III.8 de Mata y Bonet. Sin duda son las piezas más frecuentes entre el repertorio de El
Xarpolar, aunque la mayor parte de las piezas se encuentran fragmentadas. Se reconocen varios subtipos:
- Platos de ala. Se trata de platos abiertos que muestran un perfil de bordes divergentes y abiertos con el
borde sencillo que se exvasa en forma de ala plana. Contamos con un ejemplar completo que posee el
cuerpo poco profundo y de tendencia carenada (fig. 4, 8) y algunos bordes (fig. 7, 40 y 41). La mayor parte
de estos platos remiten a contextos próximos del s. IV a.C. como el de El Puig de Alcoi (Grau y Segura,
2013: fig. 162, 5 y 83). Paralelos algo más alejados son los ejemplares del tipo P2 de El Cigarralejo, del
primer cuarto del s. IV a.C. (Cuadrado, 1972: P1, t. XXIII; P2, t. XXV), o de la Bastida de les Alcusses
(Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011: 160, fig. 22).
- Platos con el borde curvo vuelto al exterior. Se trata de cuencos de perfil curvo que se caracterizan por poseer
un borde exvasado curvo, que recuerdan a los perfiles de la forma L36 de campaniense A. Contamos con un
ejemplar completo (fig. 7, 47) y algunos bordes asociados a este tipo (fig. 7, 13 y 17-23).
- Páteras de borde ligeramente reentrante aparecen en tamaños grande y pequeño; algunas pintadas con
filetes y otras sin decoración (fig. 4, 4 y 5; fig. 7, 24-34 y 45). Los perfiles son variados, algunos presentan
bordes muy reentrantes, mientras otros presentan un ligero engrosamiento que hace inclinar el labio hacia
el interior. Algunas páteras se aproximan a los perfiles de las piezas campanienses de la forma L5/7 (fig. 7,
46) o L55 (fig. 7, 38 y 39).
- Vasos caliciformes, tipo A.III.4. Encontramos dos ejemplares elaborados en cerámica gris uno de ellos con
un perfil bastante achatado que suele corresponder a las formas más antiguas (fig. 4, 9) (Sala, 1997: 115) y
otro es un ejemplar de menor tamaño con un perfil más estilizado (fig. 4, 11).
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- Finalmente, es destacable un recipiente de pasta anaranjada y tamaño muy reducido que podríamos
catalogar como un microvaso (fig. 4, 10).
Cocina
- La cerámica de cocina está muy bien representada con cuatro tapaderas enteras de tamaño mediano y
pequeño (fig. 4, 20-23) y al menos otros cinco ejemplares fragmentarios (fig. 6, 20-26). Estas tapaderas
se acompañan de siete bordes de ollas de mediano tamaño (fig. 6, 13-19), frecuentes en los repertorios
domésticos ibéricos de todas las épocas.
Varios
- Cubilete de cerámica a mano (fig. 4, 19). Se trata de un cubilete de gruesas paredes de forma cilíndrica
y base plana que configura un caso de reducidas dimensiones y aspecto robusto. Se trata de algunos
recipientes de uso doméstico modelados a mano siguiendo una tradición secular que alcanza el s. IV a.C.
en la comarca, como probaría la existencia de una vaso idéntico en El Puig de Alcoi (Grau y Segura, 2013:
143, fig. 5.63, 286/09).
- Tapón (fig. 7, 55). Encontramos una pieza cilíndrica con una protuberancia que corresponde a un tapón
de cerámica.
- Ungüentario, tipo A.IV.2.2 de Mata y Bonet (fig. 7, 48). Aparece un fragmento de pie robusto de un
ungüentario estilizado de tipo fusiforme posiblemente correspondiente al tipo B de Cuadrado (1977-78:
389-404), sin que podamos precisar su forma debido al estado fragmentario.
- Botella con pitorro vertedor (fig. 7, 57). Se trata de un recipiente de cerámica común ibérica de pasta
rosada. Se encuentra fragmentado y se conserva únicamente el tercio superior, con el cuerpo globular del
que parte un cuello cilíndrico acabado en un borde exvasado. La particularidad de este recipiente es que
cuenta con un pitorro vertedor a la altura del hombro, con la finalidad de verter líquidos. Este tipo de vasos
no son muy abundantes y únicamente podemos aludir su semejanza a los recipientes con pitorro para verter
líquidos que aparecen en el ámbito catalán, como en Ampurias (Aranegui, 1975: lám. I, 1).
- Fusayolas, tipo A.V.8 de Mata y Bonet. Se trata de siete de estos objetos elaborados en cerámica cuyo uso
está relacionado con el trabajo textil. Las encontramos con diversos perfiles presentando algunas de ellas
cabeza (fig. 5, 11, 14 y 17) mientras que otras son acéfalas (fig. 5, 12, 13, 15 y 16).
Las cerámicas con decoración compleja
En El Xarpolar se encontraron cinco fragmentos correspondientes a recipientes de gran tamaño, tipo tinajas,
de dos vasos distintos a juzgar por las características de sus pastas y en ambos se identifican decoraciones
zoomorfas de equinos. Cuatro fragmentos fueron recuperados en las excavaciones de los años 20; los dos mejor
conservados fueron publicados (Pericot, 1928: fig. 1 y 2) y muestran fragmentos de patas y el tercio inferior
de caballos rodeados por motivos vegetales (fig. 5, 19 y 22). Dos fragmentos muy deteriorados presentan
motivos vegetales reconocibles, como zarcillos, espirales y hojas rellenas de reticulados y uno de ellos una
pata de equino (fig. 5, 20 y 21). El quinto fragmento corresponde a la parte superior de una tinaja con hombro
y presenta la cabeza de un caballo con el característico ojo circular de los caballos de La Serreta (fig. 5, 18).
Cuenta con riendas que cruzan el cuello y los restos de un posible prometopidion o frontalera frente a la testuz.
Estas piezas, aunque muy fragmentadas y deterioradas, dan cuenta del uso de vasos de prestigio en el
poblado posiblemente mostrando escenas de parada de caballerías, quizá con sus correspondientes jinetes, en
una serie temática muy bien reconocida entre las decoraciones del ámbito de La Serreta (Grau Mira, 2006).
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Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
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4.3. El repertorio numismático
El conjunto de monedas ha sido tratado de forma pormenorizada en diversas publicaciones (Mateu, 1967;
Ripollés, 1982; Mellado y Garrigós, 2008) y a ellas remitimos al lector interesado. Sin embargo, señalamos
los rasgos principales por la información cronológica que aportan. Contamos con 10 monedas de bronce.
Dos de ellas pertenecen a cecas propiamente ibéricas, como son un as de Cástulo con una datación de
165-80 a.C. y un as de Saiti perteneciente a la segunda mitad del s. II a.C. En cuanto a las emisiones
propiamente romanas se identifican claramente 8 ases republicanos, 7 de ellos del tipo Jano bifronte datadas
a mediados del s. II a.C. (Mellado y Garrigós, 2008: 212). Estas piezas aportan un marco cronológico
bastante coherente que se situaría entre la segunda mitad del s. II y los inicios del s. I a.C. y señalarían la
primera introducción de los usos de las monedas entre las comunidades ibéricas de la zona, preferentemente
a partir de la zona interior de Saitabi (Ripollés, 2007) y de la costa, donde las monedas romanas son
predominantes posiblemente debido a la ubicación intermedia de El Xarpolar entre el litoral y las tierras del
interior (Mellado y Garrigós, 2008: 212).
4.4. Estudio del repertorio metálico
El estudio de los elementos metálicos se aborda a partir de la clasificación de los distintos objetos metálicos
con las limitaciones del mal estado de conservación, lo que nos impide en muchos casos adscribir los
fragmentos a un objeto o herramienta determinados. Se trata de un conjunto formado por 59 objetos, 46 de
ellos depositados en el Museo de Alcoi y 13 en el SIP.
Hierro
- Armas. En esta primera categoría encontramos una falcata ibérica, dividida en dos fragmentos, a la que le
falta parte de la empuñadura y con un estado de conservación bastante deficiente. Presenta una longitud de 61
cm y una anchura de 6,5 cm al inicio de la hoja. Esta arma fue incluida en el amplio estudio de armamento
ibérico de F. Quesada (1997: 844) quien propone una datación genérica entre el s. IV y el s. I a.C.
- Útiles plurifuncionales. Encontramos una posible aguja espartera o saquera (fig. 5, 8) con sección
cuadrangular y 140 mm de longitud. En esta categoría cabría incluir también la punta de un objeto de filo
cortante (fig. 8, 26), seguramente perteneciente a un cuchillo de 122 mm de longitud así como un cuchillo
afalcatado (fig. 8, 30) con remache en la empuñadura y 120 mm de longitud.
- Útiles agrícolas. Las herramientas agrícolas fueron incluidas por J. Moratalla (1994: 122) en su estudio
de los útiles de la comarca, clasificándolas en dos grandes grupos según se empleasen en la preparación
de los terrenos para el cultivo o en la recolección de la cosecha. Dentro del primer grupo incluiríamos un
legón de 200 mm de longitud por 110 mm de anchura utilizado para tareas de remoción y nivelación de la
tierra, normalmente en regadío (fig. 8, 23). También encontramos una azada estrecha (fig. 5, 2) de 170 mm
de longitud por 28 mm de anchura en el filo. Por último, encontramos una laya (fig. 5, 7) de pala estrecha y
alargada y enmangue tubular con unas dimensiones de 100 mm de largo por 17 mm de anchura en la pala.
- Los útiles relacionados con la recolección son un podón (fig. 5, 1) con una longitud de 210 mm, una
anchura de 73 y un grosor máximo en la hoja de 7 mm. Le falta un pequeño fragmento en su extremo
y presenta hoja curva y enmangue tubular por lo que suponemos que sería una herramienta de bastante
longitud relacionada con el cultivo de árboles y arbustos, tanto para tareas de poda como de recolección.
Finalmente, encontramos la hoja de unas tijeras (fig. 8, 24) con una longitud de 170 m, una anchura de 29 mm
y un grosor de 3 mm relacionadas con prácticas de esquilado del ganado ovino. Estas herramientas, aunque
escasas, nos ofrecen un panorama funcional muy interesante, habida cuenta de la gran especialización de
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Fig. 8. Metales de la colección del Museu Arqueològic d’Alcoi.
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Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
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los útiles para los distintos trabajos del campo. Así encontramos representadas las funciones de trabajo en
los grandes conjuntos de labores agropecuarias reconocidas en el campo ibérico: el trabajo en campos de
secano, tierras de regadío y la ganadería ovina para el aprovechamiento de la lana.
- Útiles artesanos. Entre este tipo de herramientas encontramos lo que podría tratarse de un compás (fig. 8,
14) de sección cuadrangular, en forma de “V” y con unas medidas de 76 mm de longitud, una anchura de
37 mm y 6 mm de grosor. Este tipo de instrumento está muy relacionado con el trabajo de la madera, siendo
utilizado para dibujar circunferencias y también para transportar medidas relativas (Tortajada, 2012: 295).
- Elemento de sujeción. Finalmente, hemos incluido también en este grupo un objeto bastante singular
como es la argolla articulada en la parte central y con dos grandes anillos en sus extremos, con una longitud
máxima de 250 mm y 25 de grosor que L. Pericot interpretó como un instrumento de prisión, una argolla
o dogal para aprisionar el cuello (Pericot, 1928: 158), objeto ciertamente único en los repertorios ibéricos.
- Elementos de construcción o carpintería. Dentro de este grupo hemos incluido una serie de clavos de diferentes
tamaños y formas (fig. 8, 1; 8, 2; 8, 28-29) así como dos anillas, una de ellas de sección cuadrangular, un
diámetro de 32 mm y un grosor de 5 mm (fig. 8, 4) mientras que la otra está compuesta por dos fragmentos de
hierro de sección cuadrangular enlazados de 37 mm de longitud y 4 mm de grosor (fig. 8, 7).
- Elementos domésticos. En este tipo encontramos una varilla de hierro de sección cuadrangular con un
extremo doblado formando dos ángulos rectos y que ha sido interpretada en otros poblados como una llave
(fig. 8, 16) (Grau y Reig, 2002-2003: 113). Una segunda llave con el mango doblado y cuatro dientes en el
extremo fue publicada por Pericot (1928: 158, lám. II, 3). Estos elementos, sin ser abundantes, sí aparecen
en los oppida del área valenciana, como la Bastida de les Alcusses o La Serreta.
- Fragmentos u objetos indeterminados. Dentro de esta categoría incluiríamos toda una serie de objetos
correspondientes a varillas o láminas de hierro que no nos ha sido posible identificar ni adscribir a una
forma concreta por su estado fragmentario (fig. 8, 3; 8, 5-6; 8, 8; 8, 15; 8, 18-20; 8, 25; 8, 27; 8, 44-50)
Bronce
- Fíbulas. Encontramos un fragmento de parte del arco en forma de puente laminar curvo de una fíbula de
doble resorte con un tamaño de 39 x 22 mm y un grosor de 3 mm. Un segundo ejemplar se documenta por
un fragmento de arco en forma de rombo de un puente laminar curvo con repujados circulares superficiales
y unas dimensiones de 55 x 14 x 1,8 mm de una fíbula tipo Alcores (fig. 8, 32) de lo que se deduce que le
falta la mitad, pues suelen estar formadas por dos rombos y la aguja. Se data, aunque no sin dificultades, en
torno a medidos del s. VII a.C. siendo previas a las del tipo Acebuchal (Torres, 2002: 198-199).
- Elementos ornamentales. Dentro de esta categoría cabría incluir un anillo (fig. 5, 5) con sección de
tendencia circular, diámetro exterior de 26 mm y grosor de 5 mm. Dos anillas circulares de sección también
circular (fig. 8, 33 y 34) que presentan 20 mm de diámetro y dos de grosor así como un fragmento de anilla
circular (fig. 8, 10) de 56 mm de longitud y un grosor de 2,5 mm. Finalmente, es destacable la existencia de
dos apliques con forma de concha (fig. 5, 6 y fig. 8, 37) con unas dimensiones de 30 mm de diámetro con
un desgaste en la parte central.
- Útiles plurifuncionales. En esta categoría encontramos dos agujas, una de ellas (fig. 5, 9) de sección
circular, algo doblada y con el ojo fragmentado que presenta una longitud de 140 mm y un grosor de 3 mm.
La otra presenta una perforación circular en la cabeza y unas dimensiones de 83 mm de largo, 4 mm de
ancho y 2 mm de grosor (fig. 8, 35).
- Ponderales. El repertorio del poblado incluye tres ponderales, dos de los cuales fueron publicados en el
estudio sobre los ponderales de la región contestana (Grau y Moratalla, 2003-2004: 36-37). Uno de ellos de
perfil bitroncocónico y orificio central que presenta 20 mm de diámetro en la base, una altura de 17 mm y un
peso de 35 g (fig. 5, 10). Otro de forma troncocónica y perforación central circular a partir de la cual surgen
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4 incisiones radiales en su cara menor, así como una serie de muescas en un lateral y en torno al orificio
central en la cara mayor. Presenta un diámetro de 31 mm en la parte más ancha, 27 mm en la más estrecha,
una altura de 21 mm y un peso de 107,07 g (fig. 8, 36). Finalmente, documentamos un tercero de forma
troncocónica que presenta un orificio en la cara plana mayor y un agujero relleno de plomo en la superficie,
transformación posiblemente destinada a reajustar el peso de la pieza. Presenta un diámetro de 21 mm en la
parte inferior, 18 mm en la superior, una altura de 15 mm y un peso de 35,48 g (fig. 8, 39). Estas dos últimas
piezas poseen un contexto arqueológico algo más fiable, ya que en el diario de campo de la excavación se
afirma que se localizaron acompañados por un contexto de cerámicas ibéricas, vajillas de barniz negro y
dos ases republicanos del tipo Jano Bifronte, elementos que nos remiten a un contexto de mediados del s. II
a.C. (Grau y Moratalla, 2003-2004: 37). En estos momentos del ibérico final parece constatarse un sistema
metrológico en la Contestania basado en un valor aproximado a los 7 gramos (Grau y Moratalla, 20032004: 49) en el que encajarían los tres ponderales de El Xarpolar con un mínimo margen de error.
- Fragmentos u objetos indeterminados. Documentamos un fragmento de plancha de bronce con dos
perforaciones, una rectangular y otra circular con un pasador central de hierro (fig. 8, 9); es posible que se
trate de la parte pasiva de un broche de cinturón, aunque no podamos aseverarlo con certeza. Una segunda
pieza es una placa de bronce con perforación circular en un extremo (fig. 8, 17), un fragmento de placa
de bronce con indicios de dos remaches en su parte interior (fig. 8, 13), una plaquita de bronce con los
extremos doblados hacia el interior en los que aparecen dos pequeñas perforaciones circulares (fig. 8, 21),
dos pequeños fragmentos de varilla (fig. 8, 12 y 22) y un fragmento de plancha enroscada (fig. 8, 31) con
una longitud de 62 mm, una anchura de 18 mm y un grosor de 2 mm.
Plomo
Únicamente contamos con dos elementos elaborados con dicho metal, por una parte un fragmento con forma
de prisma de base triangular del que desconocemos su funcionalidad y que presenta unas medidas de 19
mm de longitud, 11 mm de anchura y un grosor de 8 mm (fig. 8, 11). Por otra parte encontramos un resto de
transformación del metal, en este caso un goterón (fig. 8, 43) fruto del trabajo del plomo mediante el calor.
Podemos concluir el predominio de los elementos de hierro con 37 piezas (62,71%) utilizado básicamente
para la elaboración de herramientas funcionales debido a su dureza y a su relativa abundancia, a pesar de
que el territorio donde se ubica El Xarpolar es un área con escasos recursos metalíferos. El segundo metal
en cuanto a su presencia en el repertorio es el bronce con 20 objetos (33,9%) utilizado principalmente
como elemento ornamental o en objetos que no requieren una especial resistencia del material. Finalmente,
encontramos dos elementos de plomo (3,39%) cuya presencia es prácticamente testimonial. Estos
porcentajes se encuentran en la línea de los de otros poblados de la zona contestana y edetana (Grau y Reig,
2002-2003: 127).
4.5. Valoración general del repertorio
Los materiales cerámicos nos permiten proponer una secuencia de ocupación de amplio marco temporal,
desde sus inicios en época orientalizante, hasta su fin en época tardía. En ese sentido, se corroboran las
propuestas anteriormente realizadas (Castelló y Espí, 2000; Grau Mira, 2002), aunque ahora podemos
precisar con detalle el encuadre cronológico.
Los inicios del enclave se situarían hacia los ss. VII-VI a.C. a juzgar por la presencia de cerámicas
fenicias y algunas piezas metálicas como las fíbulas de doble resorte o la del tipo Alcores. Los vestigios
correspondientes a época ibérica antigua, entre los ss. VI-V a.C., son también muy escasos y se identificarían
a partir de algunos tipos cerámicos como las urnas de orejetas o los cuencos de borde curvo en cerámica
gris, tipo P2 de El Oral, fósiles directores de esta fase (Sala, 1997).
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A partir de época plena aumentan los testimonios cerámicos, con algunas piezas del s. IV a.C. como
son la vajilla ática y los vasos ibéricos como la botella globular o los platos de ala. Otras piezas son propias
del repertorio del s. III a.C. como el kálathos de borde moldurado y decoración geométrica compleja. Pero
la mayor parte de las piezas se pueden datar genéricamente en época plena y perdurando en la fase tardía,
como los recipientes de almacenamiento y la vajilla de mesa.
El registro cerámico datado en los ss. II-I a.C. es el mejor representado, pues a él pertenecen la mayor parte
de las importaciones; en torno al 80% de la vajilla foránea es campaniense, sin incluir los cubiletes de paredes
finas y las jarritas. En correspondencia con este elenco de importaciones, buena parte de las cerámicas ibéricas
deben corresponder a esta fase, aunque la escasa elocuencia cronológica de las tinajillas, páteras o platos no
permita corroborarlo. Únicamente algunas piezas, como el kálathos de ala plana, o los platos de imitación de
campaniense, pueden atribuirse sin duda a la época tardía. El final de la ocupación no puede llevarse más allá
de mediados del s. I a.C. pues carecemos de vestigios que nos lleven hacia aquella época, como la cerámica
terra sigillata. El repertorio monetario corroboraría la importancia del periodo ibérico final representado en
El Xarpolar, especialmente hacia la segunda mitad del s. II a.C. De ello se deduce la importancia de esta fase
tardía en el asentamiento, momento muy escasamente conocido en el contexto comarcal.
5. EL XARPOLAR EN SU ENTORNO TERRITORIAL
El oppidum ibérico de El Xarpolar se ubica en el extremo oriental de la cubeta del río Serpis o de Alcoi, el
eje vertebrador del territorio y al que desaguan toda una serie de cursos menores. Esta unidad geográfica
está caracterizada por la existencia de un paisaje montañoso de carácter quebrado, con orientaciones en
sentido SO-NE, entre las que se localizan valles más o menos amplios. La compartimentación del paisaje
es la que va a dar lugar a un modelo territorial característico y bien definido para época ibérica (Grau Mira,
2002) y que vamos a describir sucintamente.
5.1. Patrón de asentamiento
El modelo de ocupación del territorio se caracteriza por la existencia de unidades de valle, en este caso
la Vall d’Alcalà, donde se disponen una serie de asentamientos de estructura jerarquizada. El primer tipo
sería el propio oppidum de El Xarpolar que es el centro rector del territorio. Se ubica en un emplazamiento
estratégico que favorece el dominio del territorio y el control de las comunicaciones y además posee
importantes defensas naturales a las que se añaden fortificaciones construidas.
El Xarpolar se acompañaría por una serie de poblados dispersos por las tierras bajas que conformarían un
sistema de poblamiento integrado. Las comarcas montañosas de L’Alcoià y El Comtat han ofrecido evidencias
de estos sitios rurales que se clasificarían en dos tipos: asentamientos de pequeño y mediano tamaño, en torno
a unos 1000 m2, que constituyen núcleos dispersos de carácter familiar, o asentamientos de tamaño mediano,
posiblemente formados por la agregación de diversas casas en unidades de aldea de unos 5000-8000 m2 (Grau
Mira, 2002: 242-246). En el caso concreto del territorio de El Xarpolar, este sistema de poblamiento rural es muy
mal conocido y apenas se intuye por escasas evidencias dispersas en algunos lugares. Esta zona de la comarca
no ha sido objeto de prospecciones sistemáticas y únicamente se han realizado exploraciones y reconocimientos
superficiales en algunas parcelas de cultivo próximas a caminos y poblaciones (Faus et al., 1987).
Hasta el momento sólo encontramos algunas evidencias dispersas en el entorno de las laderas al norte
y al sur de la Serra de la Foradà (fig. 9), donde se ubica El Xarpolar. Entre las primeras, cabe citar dos
dispersiones en la partida de Els Llombos, denominadas Llombos 1 y 2, muy próximas a la Cova d’en Pardo,
donde también se localizan algunas evidencias ibéricas (Verdú, 2012); lo escarpado de estos terrenos ofrece
capacidades bajas de uso agrícola. Al sur, donde se emplazan las tierras de cultivo más accesibles desde el
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Fig. 9. Vista desde el oeste del entorno territorial de El Xarpolar. En trama oscura se identifica el área de captación de
la isócrona de 1 hora que se muestra en la parte inferior con las capacidades de uso agrícola. 1, Cova d’en Pardo; 2,
Llombos-1; 3, Llombos-2; 4, Corral de Jover; 5, La Criola; 6, Cova de l’Agüela.
poblado de altura, en el entorno de la Vall d’Alcalà, también encontramos dos dispersiones cerámicas que
pueden atestiguar asentamientos campesinos en la zona, ocupando tierras con capacidades medias para el
uso agrícola. Uno se trata del Corral de Jover, junto al estrecho que separa la Vall de Planes y la de Alcalà
(Faus et al., 1987: 15). El segundo es el de La Criola, en las proximidades de esta alquería del término de
Beniaia (Faus et al., 1987: 22).
Estas evidencias dibujan un panorama semejante al conocido en otros territorios ibéricos de
la comarca, es decir, la localización de núcleos campesinos dependientes que completarían las
posibilidades de explotación agrícola desde el propio poblado, cuyo emplazamiento enriscado dificulta
dicha actividad. En efecto, al observar la localización de estos núcleos se observa que se sitúan en el
reborde del entorno más accesible del poblado y que presumiblemente es el área de explotación directa
del mismo (fig. 9). Es decir, complementarían la explotación agrícola del territorio en los espacios más
alejados del poblado y de mayor dificultad de acceso.
5.2. Control estratégico del espacio
El Xarpolar encuentra su razón de ser en las extraordinarias condiciones estratégicas para el dominio visual
del paisaje. En efecto, emplazado en un cerro de altura, es fácilmente defendible pero sobre todo ofrece
las posibilidades de controlar los accesos al valle del Serpis, las comunicaciones interiores y las redes de
intervisibilidad con la mayoría de los oppida de la comarca. Domina el territorio del extremo occidental
de la Vall d’Alcalá y el contacto con la Vall de Planes, su continuación natural hacia el oeste. Asimismo,
controla perfectamente el acceso de la Vall de Gallinera, el corredor que en sentido este-oeste comunica la
comarca de El Comtat con la costa de la Marina Alta por la zona de Pego.
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El análisis SIG de la visibilidad ha permitido cartografiar con detalle las particularidades de la cuenca
visual desde el poblado. Las técnicas geomáticas se han completado con la comprobación en el campo
y la contrastación directa de las líneas visuales que no aparecen bien reflejadas en la cartografía de la
visibilidad. Este cálculo de visibilidad se ha realizado con un MDT de todo el espacio comarcal (fig. 10),
aproximadamente 50 x 34 km con una resolución de celdas de 20 m. La visibilidad se ha calculado desde
veinte puntos de observación en el perímetro del poblado a unas distancias entre 12 y 24 m y en el punto
más elevado del poblado, para asegurarnos que se cubrían todas las direcciones.
La visibilidad se ha trazado teniendo en cuenta las distancias medias y largas. La primera de ellas
contempla el control visual directo hasta los 8.000 m, que permite la identificación estratégica de grupos
desplazándose por el territorio (aparece en gris oscuro en la fig. 10). La distancia larga (en blanco punteado
en la fig. 10) alcanza hasta los 30 km y no ofrece posibilidades tan eficaces de control estratégico del
espacio y de los grupos desplazándose, pero permite el establecimiento de conexiones visuales básicas que
permitan una red de comunicación entre oppida, especialmente entre los próximos que se sitúan a 10-15
km, por lo que creemos interesante tenerla en cuenta.
La visibilidad hacia el norte establece un control visual sobre la Vall de Gallinera, corredor que enlaza
las tierras del interior con la llanura litoral. Cabe la posibilidad de que en este estrecho valle bajo dominio
visual directo se ubique un asentamiento subordinado de carácter agrícola. No obstante, las dificultades en
el acceso a este valle desde El Xarpolar nos inducen a pensar que el área de explotación agrícola del poblado
se situaría al sur, en la Vall d’Alcalà. Pero sin duda controla el corredor de comunicación de Gallinera que
supone la conexión del valle del Serpis con la zona costera por la zona de Pego-Oliva. Cabe señalar que
controla el espacio interior del corredor, pero no existe conexión visual directa con el área costera. También
hacia el norte, en una distancia mayor, muestra un contacto visual directo con el oppidum vecino del Castell
de Perputxent aunque no con el territorio de este oppidum.
La visibilidad hacia el sur se encuentra limitada por la Serra d’Almudaina y la Serra d’Alfaro,
dominando sin embargo, todo el sector occidental de la Vall d’Alcalà. El acceso al poblado es mucho
más fácil desde estas tierras del sur, por lo que sería en este valle donde se ubicaría su territorio político y
económico. Así mismo existe un contacto visual directo con el pequeño poblado de altura de la Solaneta
de Tollos, que forma parte de la estructura territorial de la Vall de Seta presidida por el oppidum de
El Pitxòcol, con lo que se puede certificar las posibilidades de comunicación visual con ese territorio.
También a través de la Vall d’Alcalà discurriría una vía de comunicación hacia la costa a través de la Vall
d’Ebo, acceso que se controla perfectamente en la distancia media.
El dominio visual hacia el oeste es muy amplio, tanto en la media como en la larga distancia, aunque
esta última no permita distinguir contingentes humanos o cualquier otro elemento con nitidez. No obstante,
en esta larga distancia sí que es posible distinguir algunos límites del valle del río de Alcoi tales como la
Serra del Benicadell, la Serra de Mariola o incluso la Serra del Carrascal de la Font Roja hacia el suroeste.
Y lo que es más importante, también se establece contacto visual con los principales oppida como la
Ermita de Planes, La Covalta, el Castell de Cocentaina, El Castellar o La Serreta (Grau Mira, 2002).
Esta preferencia en la orientación del dominio visual permite deducir que El Xarpolar se integraría
estrechamente en esa estructura de poblamiento que conforman los valles del Alcoià-Comtat en época
ibérica y que constituyó un territorio común, integrando la totalidad de la comarca y presidido por La
Serreta, en el s. III a.C. Con posterioridad al colapso de este espacio político a fines del s. III, El Xarpolar
mantuvo las conexiones visuales con los oppida tardíos de la comarca.
La visibilidad desde El Xarpolar hacia el oriente está muy limitada por macizos montañosos que parecen
marcar un límite entre la estructura de poblamiento del Alcoià-Comtat respecto al sistema territorial de
la zona costera, donde se situarían los poblados de El Castellar en Oliva o Segària en Ondara, por citar
sólo algunos de relevancia (Castelló, 1993). Sin embargo, se controlan los accesos en la media distancia,
hasta aproximadamente 10 km, lo que permite la anticipación y la movilización de un destacamento que
bloquease una incursión hostil, o bien comunicase al resto de poblados la llegada de un peligro.
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258
I. Grau Mira e I. Amorós López
Fig. 10. Visibilidad desde El Xarpolar. En gris oscuro, hasta 8 km de radio; en blanco punteado, sin limitación. 1, El
Xarpolar; 2, Castell de Perputxent; 3, La Covalta; 4, Ermita de Planes; 5, Castell de Cocentaina; 6, Solaneta de Tollos;
7, Castellar d’Alcoi; 8, La Serreta.
Queremos destacar, por último, el dominio visual que se establece hacia la zona de la Valleta d’Agres,
perfectamente controlada, aunque a la larga distancia. Este corredor es especialmente relevante en la
configuración de los corredores de comunicación de época ibérica final y lo inicios del dominio romano. La
importancia de este corredor reside en que se trata del único valle que permite el acceso de carruajes a la
comarca, transporte rodado que se impuso en época romana y que condicionó la estructura territorial y de
los corredores de comunicación.
5.3. El espacio simbólico: la sacralización del confín
En el sector oriental de la Vall d’Alcalà se ubica la Cova de l’Agüela (fig. 9, 6) que ha sido catalogada en base a
sus características y a su repertorio material, fundamentalmente cerca de un centenar de vasos caliciformes,
como una cueva-santuario (Amorós, 2012) que tendría seguramente importantes connotaciones simbólicas
para la comunidad que habitaba El Xarpolar.
El papel territorial que pudo haber jugado la Cova de l’Agüela ha sido analizado detalladamente en
trabajos recientes (Grau y Amorós, 2013), pero incluimos aquí sus rasgos principales. La vinculación de
esta cavidad con el territorio político de El Xarpolar es muy clara, pues se sitúa en la unidad geográfica
de la Vall d’Alcalà, por donde se extiende el territorio del poblado, justo en un reborde periférico de este
espacio natural. También debemos valorar su situación equidistante con el poblado de la Solaneta de Tollos,
un asentamiento secundario dependiente de El Pitxòcol, lo que la pone en relación con el espacio político
de este último, emplazado en la Vall de Seta y por tanto en una situación en el límite entre ambos territorios.
APL XXX, 2014
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Secuencia de ocupación y análisis territorial del poblado ibérico de El Xarpolar
259
Esta pauta liminal se constata en el caso de otras cuevas-santuario del área central de la Contestania
así como la relación con importantes vías de comunicación de época ibérica. El momento de mayor
frecuentación de estas cavidades, ss. V y IV a.C., coincide con la fase de configuración y consolidación
de los territorios políticos ibéricos que de este modo se verían sancionados con la ubicación de un espacio
sacro en sus límites (Grau y Amorós, 2013).
La ubicación de lugares sacros en la periferia del territorio local, o en los límites entre los espacios
apropiados por dos oppida nos permite también adentrarnos en el campo ideológico de las comunidades
ibéricas. Nos encontramos con rituales en cuya práctica se definen por el alejamiento decidido de los
espacios de vida cotidiana en el poblado y su entorno agrícola para adentrarse en las tierras boscosas e
incultas. Esta pauta se condice bien con los ritos de iniciación propuestos para estas cavidades (González
y Chapa, 1993) y que se traslucen en otros aspectos de la materialidad y ubicación de las cuevas rituales
(Grau y Amorós, 2013).
6. VALORACIONES FINALES
Para finalizar este trabajo, queremos hacer una valoración global de los rasgos predominantes de la
historia de ocupación del sitio y su papel en el territorio. Iniciando con el primer aspecto, debemos
señalar el inicio de la ocupación durante el Hierro Antiguo (ss. VII-VI a.C.) con una clara vocación
de control del territorio y de las importantes vías de comunicación que enlazan las tierras del interior
con el litoral. Relacionamos esta ocupación con el momento de apertura de las comunidades locales
al intercambio con el mundo fenicio, según delata la existencia de materiales de importación de esta
filiación. Este mismo modelo es el que va a mantenerse durante todo el período ibérico antiguo (finales
del s. VI-s. V a.C.) y durante el s. IV a.C.
En el s. III a.C. se produce un cambio importante en la configuración territorial de toda el área
comarcal de los valles de Alcoi con el surgimiento de un nuevo rango jerárquico, la ciudad de La Serreta,
que dominara a los restantes poblados. Este proceso supone la agregación de los territorios locales,
quedando El Xarpolar, junto a los demás oppida de esta zona, subordinado al núcleo principal de La
Serreta. Este modelo territorial que integraría toda la comarca tiene una de sus principales evidencias
territoriales en el establecimiento de una densa red de intercomunicaciones entre los oppida, entre la que
El Xarpolar juega una papel decisivo en el control del sector oriental del valle y su conexión a la costa.
Esta unidad geopolítica dominada por La Serreta desaparece con la conquista romana del territorio y
el abandono de esta ciudad a fines del s. III a.C. Durante el Ibérico Final (ss. II-I a.C.), en los inicios del
dominio romano, se vuelve a la compartimentación del territorio en valles bien definidos y articulados por la
continuidad de algunos oppida entre los que se encuentra El Xarpolar, como muestra el repertorio analizado.
La pervivencia de la estructura territorial ibérica en los tiempos de la conquista e implantación romana
de la región nos lleva a suponer que la estrategia del poder imperial se basa en actitudes permisivas ante
la población local, pero también en las necesidades de controlar el espacio indígena, tanto para facilitar
el desarrollo de los intercambios, como para bloquear las vías de comunicación en caso de necesidad.
Tal papel lo pudieron ejercer en la zona alcoyana algunos oppida tardíos, como El Xarpolar, en
los que se atestigua una fuerte revitalización de la ocupación en época tardoibérica, principalmente
durante el s. II a.C. En efecto, el repertorio cerámico recuperado, las monedas atestiguadas, o la frecuente
presencia de ánforas itálicas que se observa en la superficie del poblado nos indica la importancia del
oppidum de El Xarpolar en ese momento decisivo del final del iberismo y los inicios de la dominación
romana. Desgraciadamente, este periodo crucial es ampliamente desconocido en las tierras alcoyanas,
como en general en amplias áreas del territorio valenciano y requiere de nuevas aportaciones científicas
que contribuyan a caracterizar el periodo.
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260
I. Grau Mira e I. Amorós López
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto HAR2012-37003-C03-02 del MINECO y con una ayuda del
Vicerrectorado de Investigación, Desarrollo e Innovación de la Universidad de Alicante destinada a la formación
de doctores.
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 263-273
I. SIMÓN CORNAGO a y C. JORDÁN CÓLERA b
Ildi: un grafito
de La Alcudia de Elche (Alicante)
RESUMEN: El objetivo de este artículo es proponer una nueva lectura para dos grafitos grabados sobre una
pátera de cerámica campaniense recuperada en la conocida como “tienda del alfarero” (La Alcudia, Elche).
La lectura propuesta para uno de estos esgrafiados es ildi: un nuevo testimonio sobre el discutido grupo
-ld- ibérico.
PALABRAS CLAVE: Epigrafía, inscripción, lengua ibérica, alfabeto latino, esgrafiado.
Ildi: a graffito of La Alcudia, Elche (Alicante, Spain)
ABSTRACT: The aim of this paper is to propose a new lecture of two graffiti scratched over a campanian
ware, that was discovered in the so-called “potter’s shop” (La Alcudia, Elche). The lecture proposed for one
of this grafitti is ildi: a new evidence of the controversial Iberian group -ld-.
KEY WORDS: Epigraphy, inscription, Iberian language, Latin alphabet, graffiti.
a Departamento de Estudios Clásicos, Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea.
i.simon@ehu.es
b Departamento de Ciencias de la Antigüedad, Universidad de Zaragoza.
cjordan@unizar.es
Recibido: 17/12/2013. Aceptado: 07/03/2014.
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I. Simón Cornago y C. Jordán Cólera
1. LAS INSCRIPCIONES PALEOHISPÁNICAS DE LA ALCUDIA DE ELCHE 1
La variedad de tipos epigráficos y escrituras es uno de los principales atractivos del corpus de inscripciones
paleohispánicas de La Alcudia de Elche (Alicante). Además, los cuatro epígrafes que recoge J. Untermann
en los Monumenta Linguarum Hispanicarum (G.12.1-4), que en principio pueden parecer un número
reducido, deben contextualizarse en una región, la meridional y del sureste (H y G en MLH), con una
escasísima densidad epigráfica.2 De hecho, corpora locales con más de cinco inscripciones como los de La
Serreta (Alcoy; G.1.1-8), El Campello (G.9.1-15) y Mogente (G.7.1-4; De Hoz, 2010), son excepcionales
y únicos, y lo más habitual son hallazgos aislados o yacimientos que han proporcionado exclusivamente
uno o dos epígrafes.
La variedad de tipos mencionada se comprueba al repasar las cuatro inscripciones de La Alcudia: un
grafito sobre un bloque de piedra (G.12.1), una estampilla sobre el asa de un ánfora (G.12.3), un esgrafiado
sobre una cerámica campaniense (G.12.2) y, para concluir, un rótulo musivo (G.12.4). Además, los cuatro
ejemplares documentan tres escrituras diferentes: en signario ibérico meridional están redactadas las dos
primeras (G.12.1 y 3), de hecho, el citado sello es el único ejemplo de estampilla que recoge un texto en
este sistema de escritura. Aunque Untermann también clasifica G.12.2 (fig. 1) –el grafito sobre cerámica–
como un epígrafe meridional es más probable que en realidad utilice la escritura ibérica levantina, pues
la lectura que propone (· kaiaka ·) no cuenta con buenos paralelos y, además, es poco habitual el uso de
interpunciones (un trazo vertical) a comienzo y final de texto. R. Ramos (1969: 171) consideraba que en
la inscripción se emplea el signario levantino, con un alógrafo particular de ti, similar a algunas variantes
meridionales de i, y propone la lectura balkatika, que arroja un posible primer formante onomástico balka
(MLH III-1: 214). Sin embargo, la lección no es completamente satisfactoria; a cambio, la nueva propuesta
de J. Rodríguez Ramos (2002-03: 372), también en clave levantina, sí ofrece un texto perfectamente
analizable como un antropónimo ibérico: balkatin, compuesto por los formantes onomásticos balka
y atin (MLH III-1: 212, 214).3 No obstante, conviene subrayar que en la última letra los trazos están
ejecutados de forma menos nítida que los del resto del epígrafe. Por su parte, y para concluir el repaso, el
rótulo musivo emplea el alfabeto latino (G.12.4), aunque lo más probable es que recoja un texto ibérico
o, al menos, antropónimos de dicha lengua, ya que pueden aislarse varios formantes onomásticos (Siles,
1978; MLH III-2: 614).4
La Alcudia se sitúa en una zona del SE donde se emplean dos tipos de escritura diferente (De Hoz,
1993: 659-662): el greco-ibérico, del que no hay ejemplos en este yacimiento, y el ibérico meridional.
Por su parte, el grafito sobre campaniense (G.12.2) es una de las inscripciones en escritura ibérica
levantina halladas más al sur,5 aunque en este caso hay que tener en cuenta que está grabada sobre un
objeto fácilmente transportable. La inscripción musiva, a cambio, se incluye en un pequeño grupo de textos
ibéricos redactados en alfabeto latino: H.3.4, H.6.1 y unas pocas leyendas monetales (MLH III-1: 133;
Untermann, 1995: 311-313). La cronología es, probablemente, un elemento fundamental para analizar de
forma correcta esta variedad gráfica, sin embargo, la datación de algunas de estas inscripciones no es lo
1
Este artículo se incluye en el proyecto «El nacimiento de las culturas epigráficas en el Occidente mediterráneo (II-I a. E.)»,
FFI2012-36069-C03-03, dirigido por F. Beltrán, al que agradecemos sus comentarios sobre este trabajo. La redacción de los
tres primeros apartados corresponde a I. Simón y la del cuarto a C. Jordán, no obstante, la estructura del texto y los principales
argumentos han sido consensuados entre ambos autores.
2 Catálogos de las inscripciones ibéricas de La Alcudia en Ramos (1969; 1975: 271-274) y Llobregat (1972: 11-131), en los que se
recogen algunas piezas que Untermann no incluye en su corpus por los problemas que plantean, ya que en todos los casos puede
dudarse de su ibericidad (MLH III-2: 610).
3 La misma opinión en De Hoz (2011: 373, n.º 28): “creo que se debe leer balkatin, es decir un NP balk(e)-atin”.
4 Véase también X. Ballester (2001a: 481).
5 Existe una serie de esgrafiados procedentes de yacimientos murcianos (Iniesta, García y Berrocal, 1984-85), una parte de los
cuales podría ser latina.
APL XXX, 2014
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Ildi: un grafito de La Alcudia de Elche (Alicante)
265
Fig. 1. Fotografía de detalle de G.12.2 (Museo de la Alcudia, N.º Inv. LA-2272).
suficientemente precisa.6 El esgrafiado sobre campaniense remite a una fecha avanzada y también la del
rótulo musivo: la última revisión de las excavaciones y la estratigrafía del sector 5F, del que procede el
mosaico, ofrece una cronología en torno a la primera mitad del siglo -I (Lara, 2007: 164).
Determinar la datación de las dos inscripciones meridionales es más difícil: el sello, impreso sobre el asa
de un ánfora, procede de las excavaciones del año 1953 (Ramos, 1962: 91, Lám. LXVII, 8), concretamente
del denominado nivel E, que comprende desde mediados del siglo -III hasta el siglo -I, pero no es posible
precisar más su cronología (Ribera, 1982: 84). En el caso de la inscripción sobre piedra, la horquilla de
tiempo en la que se data es igualmente amplia: “cabe incluirla en el período ibérico anterior al s. III a. C. y
posterior al VI a. de C.” (Ramos, 1969: 169).7
2. LA PÁTERA INSCRITA 8
El objeto de este trabajo son dos esgrafiados incisos sobre una pátera de cerámica campaniense recuperada
en la llamada “tienda del alfarero”, situada en el sector conocido como las “casas ibéricas”. Se trata de una
pequeña habitación, de unos seis metros cuadrados, que fue bautizada del tal modo por la gran cantidad de
vasos cerámicos apilados en su interior. En un primer momento se consideró que formaba parte de una casa
pero parece que en realidad, aunque adosada a una vivienda, se trata de una estancia independiente a la que
se accede desde la calle (Sala y Ferrandis, 1997: 223-224). El conjunto cerámico, compuesto por 53 vasos de
barniz negro (Campaniense A media y beoides), otras diez piezas de importación –entre ellas cinco morteros– y
66 recipientes ibéricos, en su mayoría jarros y pithoi con la típica decoración pintada de La Alcudia, ha llevado
a considerar que estamos ante un punto de almacenaje y redistribución (Aranegui, 2004: 126; Sala, 1992: 201).
Este excepcional conjunto cerámico ha sido perfectamente estudiado por F. Sala (1992), monografía en
la que también se recoge el pequeño grupo de inscripciones, apenas cinco grafitos, documentado sobre estas
Sobre los problemas de estratigrafía y cronología del yacimiento, uid. Abad (2004: 71-73) y Moratalla (2004-05). Sobre la
sustitución, en un momento cronológicamente avanzado, de la escritura meridional por la ibérica levantina en esta zona, uid.
Llobregat (1972: 130-131), Rodríguez Ramos (2001: 33-36) y De Hoz (2011: 376, 396).
7 Recientemente, R. Ramos (2011) ha revisado los diarios de excavación y los materiales recuperados junto con el bloque inscrito
–principalmente sillares moldurados– y propone una reutilización de los mismos a partir de finales del siglo -III.
8 La autopsia se realizó el 27 de julio de 2009, gracias a la amable colaboración de los responsables del Museo de La Alcudia
(N.º Inv.: LA 1182).
6
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266
I. Simón Cornago y C. Jordán Cólera
piezas (Sala, 1992: 187-188). Tres son muy breves y pudieran no tener valor grafemático sino ser sencillas
marcas (para alguna de ellas no puede excluirse la posibilidad de que sea una indicación de tipo numeral).9
Los dos textos más amplios aparecen sobre una misma pieza y son, especialmente uno de ellos, la razón de
este trabajo. Están incisos post cocturam sobre una pátera de cerámica campaniense B de la forma Lamb. 5
(fig. 2 y 3), cuya cronología no está completamente bien fijada y que podría fecharse en la segunda mitad del
siglo -II o en el siglo -I (Sala, 1992: n.º 118, 165-167, Fig. 47, E-53). El grafito que denominaremos 1 está
grabado sobre la pared externa, próximo al pie; y el número 2 se sitúa en el fondo externo de la solera. La
huella del instrumento empleado para grabar estas dos inscripciones es diferente y también el módulo de los
signos, por lo que es probable que fuesen ejecutados en momentos diversos o por manos diferentes. La editora
interpreta ambos esgrafiados como ibéricos, concretamente como textos redactados con el signario levantino,
sin embargo, como vamos a tratar de argumentar es muy probable que en realidad sean dos epígrafes escritos
en alfabeto latino.10
Fig. 2. Dibujo de la pátera inscrita
(Sala, 1992: fig. 47).
Fig. 3. Fotografía de la pátera inscrita
(Museo de la Alcudia, N.º Inv. LA-1182)
9 Sobre este tipo de marcas más breves así como su posible carácter comercial, que no parece discordante con la naturaleza de este
conjunto, uid. De Hoz (2002; 2007).
10 No aparecen en el corpus de epigrafía romana de Corell (1999).
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3. LOS ESGRAFIADOS
El grafito 1 se compone de cuatro signos de entre 0,5 y 0,8 cm de altura (fig. 4). F. Sala (1992: 187) entiende
que el texto está redactado con la base de la caja de escritura orientada hacia el borde la pátera y lee: balaba.
El término carece de paralelos en ibérico, aunque no es imposible ensayar algún tipo de segmentación; un
argumento de mayor peso para plantear otra lectura es la peculiar forma de l. Por otra parte, la presencia del
signo compuesto por un único trazo vertical excluye una posible clasificación del texto como meridional,
pues no hay ningún grafema en este sistema de escritura con dicha forma.
Cabe la opción de girar ciento ochenta grados el epígrafe, es decir, considerar que las bases de los signos
son los extremos más próximos al pie de la pátera. En este supuesto la peculiar forma de l se transforma en
ḿ, concretamente en ḿ3-4 según la clasificación paleográfica de Untermann (MLH III-1: 246-247). Una
lectura dextrógira ofrece como resultado barḿba y una hipotética lección de derecha a izquierda: baḿaba,
pero ni una ni otra encuentra paralelos en el corpus ibérico; además, la posición interconsonántica de ḿ en
la primera propuesta es atípica, pues en dichos contextos siempre aparece precedida de n (Quintanilla, 1999:
209; Correa, 1999: 387). Esta ausencia de paralelos no es, ni mucho menos, un argumento concluyente,
pero creemos que la opción de considerar que estamos ante un texto redactado en alfabeto latino resuelve
algunos problemas. Si aceptamos la disposición que propuso la editora es posible leer ildi, con un tipo de
l latina que, si bien no es el más habitual, pues no responde a la forma capital de esta letra, tampoco es
extraña, especialmente en epígrafes esgrafiados como éste.11 Por otro lado, el texto resultante sí cuenta con
paralelos, que se recogen en el último apartado de este trabajo.
El segundo esgrafiado presenta aún más problemas que el primero (fig. 5). Su interpretación como
un texto ibérico es muy insegura y parece más probable, también en este caso, su clasificación como un
epígrafe latino. El principal argumento es el signo con forma de R pues, aunque es un alógrafo de a bien
conocido en ibérico levantino (MLH III-1: a5-6; MLH II: a1-5), su uso se restringe casi exclusivamente a
las inscripciones del sur de Francia y norte de Cataluña (Rodríguez Ramos, 2000: 52).12 Su interpretación
como una r latina, a cambio y a pesar de su forma angulosa, no presenta problema alguno. Sin embargo,
Fig. 4. Fotografía de detalle del grafito 1.
11 Entre la epigrafía romana de Hispania de época republicana pueden señalarse como paralelo dos defixiones: una de las cordobesas
(Navascués, 1934: Lám. I) y la hallada en Carmona (Corell, 1993: 262), además de algunos de los epígrafes de Peñalba de
Villastar (K.3.4-6, 11, 14 y 21, incluido el verso virgiliano). Más inseguro es el posible paralelo que ofrece un grafito sobre
campaniense de Marchena (Ordoñez y García-Dils de la Vega, 2010).
12 Existe algún ejemplo más meridional, como una leyenda monetal de śaiti (A.35.1.1; Ripollés, 2001). Un ejemplo conflictivo lo
proporciona un grafito de Ca n’Oliver, donde aparece junto a formas habituales para a, por lo que su valor en este texto es incierto
(Francés, Velaza y Moncunill, 2008: 223-224, Fig. 12).
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Fig. 5. Fotografías del grafito 2.
y aceptada la clasificación latina del grafito, la lectura plantea serios problemas. El signo que se sitúa a la
derecha de la vibrante no ofrece dificultades: se trata de la vocal a, aunque sólo presenta un trazo interno,
algo que no resulta infrecuente en época republicana y tampoco en textos esgrafiados como éste.13
La mayor dificultad de lectura la representan los trazos que anteceden a R, ya que no es fácil
determinar si son parte de uno o varios grafemas: se observan tres trazos verticales y paralelos de
disímil altura; una línea diagonal que desciende de izquierda a derecha, cruza los dos primeros trazos
y se une al tercero en la base inferior de éste; y, finalmente, un pequeño trazo oblicuo nace del extremo
superior del tercero de los trazos verticales. Pero éstos dos últimos están grabados con una incisión
más suave que el resto y, por tanto, no puede determinarse con seguridad si forman o no parte del
epígrafe.14 Tampoco puede excluirse que en esta primera parte se recoja un numeral seguido de dos
signos de lectura segura: RA, quizá una abreviatura.15 Son varias las lecturas que pueden plantearse y
ninguna plenamente satisfactoria,16 además, no es imposible que los trazos oblicuos de la primera parte
carezcan de valor, lo que multiplica las opciones: IERA, EIRA, EPRA, EFRA, ETRA, HIRA o NIRA.
Ninguna lección resulta convincente, aunque varias cuentan con posibles paralelos en los repertorios
onomásticos: Ierax/Hierax es un antropónimo griego bien atestiguado (Solin, 2003: 1129); Efractor
13 También pudiera interpretarse como el silabograma ibérico ka y, por tanto, una lectura aka, sin embargo, los argumentos
paleográficos, especialmente la distribución geográfica del alógrafo de a idéntico al grafema para la vibrante romana, inclinan la
balanza por la interpretación latina del texto. Una disyuntiva similar se plantea con una de las inscripciones rupestres de Peñalba
(K.3.1c) y con dos breves esgrafiados sobre cerámica, uno hallado en Guissona (Pera 2003, n.º 22, Fig. 3) y otro en La Loba
(Córdoba; Moret, 2002: n.º 9).
14 Con posterioridad a la incisión del grafito se han practicado dos orificios circulares y de sección cónica que no llegan a atravesar
la cerámica; su funcionalidad es incierta.
15 Quizá de un antropónimo como Rabirius o de un término del léxico común como ratio, de hecho este último aparece en un grafito
sobre terra sigillata de Castledykes: “in a military context ratio is associated with pay, perhaps in the sense of of ‘account’” (RIB
II.7: n.º 2501.8). El numeral pudiera ser III o incluso tres X en nexo.
16 Un grafito similar aparece sobre una cerámica de Flavia Solba, para el que el editor tampoco encuentra una solución satisfactoria:
“ein Patronymikon oder Matronymikon Hirae, Terae oder Thrae(---) oder eine Zahlenangabe unbestimmter Funktion. Selbst eine
Weihinschrift Samuca IIIRAII (verschrieben für Herae, freundl. Hinweis Roger Tomlin) ist nicht ausgeschlossen” (Wedenig,
2008: 322).
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está documentado como variante del cognomen Effractor (CIL VIII, 10485,2);17 en CIL XII, 5403 se
atestigua la versión Hiracli[us] del nombre Heracles (Solin, 2003: 523); y Niraemius es un nomen
latino (Solin y Salomies, 1994: 127).18
No hay suficientes datos para determinar la funcionalidad de estos dos grafitos. El primero, ildi,
probablemente fue grabado en la propia Alcudia o, al menos, en territorio peninsular pues, aunque emplea
el alfabeto latino, recoge una secuencia propia de la lengua ibérica. Tampoco hay datos concluyentes para
saber si el redactor del texto fue un romano o un íbero, aunque si esta última opción es la correcta hay que
destacar cómo es precisamente en la parte meridional de Hispania donde se concentran los escasos textos
en lengua ibérica y alfabeto latino; de hecho, en la propia Alcudia fue recuperado uno de estos epígrafes:
la ya citada inscripción musiva (G.12.4). Más incierta aún es la interpretación del segundo texto, inciso
en el interior del pie de la pátera. No obstante, tanto su ubicación como la posibilidad de que recoja una
notación numeral podría ser un indicio para considerar que se trata de una anotación de tipo comercial, lo
que encajaría con la naturaleza del espacio en el que fue recuperada la cerámica.19
4. EL GRUPO LD Y LT
La lectura del primer grafito como ildi cuenta con varios paralelos y ofrece un nuevo testimonio para
el debate sobre un aspecto de la fonética ibérica que ha sido largamente discutido: el grupo ld/lt. Una
secuencia homófona aparece en el comienzo de la leyenda monetal [CNH 360.5] ILDITVRGENSE, ceca
de la que se conocen, además, los testimonios ILVTVRGI e ILVVTRGI.20 En las fuentes clásicas aparece
como Iliturgi (Livio XXVIII, 19; Plinio NH III, 10); Ἰλουργίς (Ptolomeo 2, 4, 9). En la nota 52 de DCPH
II, se indica la importancia de este testimonio para mostrar la pronunciación ibérica /ildi/ de la grafía
que se transcribe como
a considerar Ilditurgense como la transcripción al latín de la secuencia por los propios ¿oretanos? (sic).
A juicio de De Hoz (2011: 235-239), el testimonio Ilditurgense podría ser un argumento a favor de la
teoría de Mariner sobre el valor de la grafía indígena -ld-, cuestión que como es bien sabido forma parte de
la discusión sobre el número de consonantes laterales que pudo presentar el ibérico. En efecto, la existencia
de una líquida en esta lengua es aceptada de manera general. El alfabeto greco-ibérico (AGI) presenta el
signo Λ, lambda, que corresponde sin duda a una líquida. El signario paleohispánico levantino (SPL) y el
meridional (SPM) utilizaron también un signo, correspondientemente L y ,, con los respectivos alógrafos.
Remite al lāmedh fenicio, como también lo hace la lambda. En donde ya no existe tanto acuerdo es en
aceptar la existencia de una segunda líquida. El hecho es que desde muy pronto se detectó que la secuencia
<-lt->, <-ld-> en el AGI, era transcrito en el alfabeto latino la mayoría de las veces como <-l-> y a veces
como <-ll->. Esto dio lugar a que Schmoll (1956), a partir de topónimos como salduie y los conocidos en
su época que comenzaban por il-, il-, propusiese la existencia de una líquida retrofleja en ibérico, idea que
seguía años después Quintanilla (1998).
Michelena (1961: 9-10), si bien no terminaba de ver clara la naturaleza retrofleja propuesta por Schmoll,
opinaba que éste acertaba en una cosa esencial y era que las grafías -lt-, -ld-, -l-, -ll-, eran la expresión gráfica
de un sonido monofonemático y no de un grupo de consonantes, al menos a partir de una época difícil
de determinar. Unos años más tarde (Michelena, 1979: 26), indicaba que fuese cual fuese su realización
17 Vid. Kajanto (1982: 267).
18 Una inscripción procedente de Casas de Millán (Cáceres) está dedicada a Deo Eniragillo (AE 1972, 235). Por su parte, epraes, se
documenta en CIL VI, 2384, probablemente como topónimo.
19 Es posible, como ya hemos indicado previamente, que alguno de los otros grafitos que aparecen sobre cerámicas halladas en
la “tienda del alfarero” puedan interpretarse como numerales, especialmente el número cuatro de la monografía de F. Sala
(1992: 188).
20 CIL II2/7 32, 36 y 39.
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fonética, esas grafías habían acabado señalando la contrapartida fuerte de -l- intervocálica. En nota señalaba
que el vasco prehistórico parecía haber distinguido una *l lenis y otra *L fortis, que en la actualidad son en
posición intervocálica una [r] y una [l], respectivamente.
A la opinión de la existencia de dos líquidas diferentes originarias en la lengua ibérica se fue
contraponiendo la de la existencia de una líquida originaria a la que se le pudo oponer una secundaria que
surgiría en el mismo ibérico, como consecuencia de la evolución del grupo consonántico -ld- > -ll-. Así
pensaba Tovar (1962: 179), que databa el fenómeno entre el siglo V-IV a.e. y la época de Pompeyo, esto es,
cuando se escribe el Bronce de Ascoli, el 89 a.e.
En el mismo año, Mariner (1962), revisando una serie de topónimos hispanos prerromanos, también
pensaba que la grafía hispánica -ld- correspondía realmente a un grupo de sonidos ibéricos. Sin embargo, la
asimilación en -ll- se habría dado en boca de latino-hablantes, según la evolución del itálico *-ld- al latino
-ll-, con la consiguiente simplificación del grupo en -l-, al menos en unos determinados contextos: cuando la
geminada era pretónica precedida de vocal breve o cuando iba seguida de consonante distinta de l o r.
Últimamente, Ballester (2001) prefiere la propuesta de Tovar que pensar en una nueva lateral. De Hoz
(2001: 338, n. 13) prefería no especular, por el momento, sobre la posibilidad de dos laterales, que dicho sea
de paso le daría un aire más verosímil al sistema fonológico ibérico, pues se igualaría el número de líquidas
y vibrantes (una lengua suele tener en todo caso más líquidas que vibrantes). En (De Hoz, 2011: 235-239)
sigue en la misma línea de prudencia, tras repasar las propuestas de Schmoll, Michelena y Mariner. De la
de éste último indica los indicios a su favor, entre los que, además de la utilización de la grafía latina -ldreseñada, señala:
- La coincidencia en el recurso entre SPL y SPM no esperable fonéticamente si se trataba de una variedad
de lateral. De Hoz le otorga cierta importancia a este hecho, entrando, a nuestro juicio, en contradicción
con su concepción genética de las escrituras paleohispánicas (SPL <<< SPM). Más sorprendente sería si se
piensa en un origen poligenético de estas escrituras, aunque no tanto si se piensa en términos de desarrollos
paralelos.
- La coincidencia en el recurso entre SPL y AGI, sistemas de escritura de estructura y origen muy
diferente, a una grafía compleja para representar un fonema. En el caso del AGI se recurre a un ápice
para distinguir las dos vibrantes, por ejemplo; y en el SPL no se detecta la combinación de grafemas para
expresar un único fonema. Aunque parece que sí lo hizo para indicar una nasal bilabial en posición inicial
en el caso de formas no ibéricas: ḿbaske = Mascus [B.1.269] y ḿbasi = Massius [B.1.124].
La forma ildi que estamos aquí presentando también podría tener otros dos paralelos exactos en escritura
ibérica en las piezas [B.7.20] y [B.7.24], si se admite que nos hallamos ante casos de escritura dual, debido a
la zona en la que se hallaron. Ambas proceden de Pech Maho (F). La primera es un fragmento de cerámica,
cuya lectura completa es, según MLH II, (a) ilti (b) sale (c) kel. Untermann se preguntaba si podrían tratarse
de la indicación del propietario, del destinatario o ser apelativos, y, para la interpretación de (a), enviaba
al segundo texto, que aparece en un ánfora y su lectura es ilti. En este caso se planteaba si estábamos
ante una abreviatura y daba como referentes iltiŕaŕker [A.6-15] y, como no podía ser de otra manera, la
forma toponímica iltir. El propio autor alemán detectó (MLH III: 223) como formante antroponímico las
variantes iltiŕ / iltiŕ / iltir. De hecho, analizaba Nesille, del Bronce de Ascoli (CIL I2 709), como formado
por nes + ilti(r), preguntándose en nota si se trataba de una variante ilti, como iltu lo era de iltuŕ. Indicaba,
además, “Bis jetzt findet sich kein Beleg in iber. Schrift, auch nicht in appellativischer Verwendung (§573)”.
Seguramente se olvidó de los testimonios franceses. El mismo formante lo detectaba en Lacerilis (CIL II
4625) < laker + ilti(r), aunque aquí planteaba la posibilidad de estar ante un genitivo singular de un nombre
breve (Kurzform) latinizado sin -r.
Si se acepta la relación entre el formante toponímico y el antroponímico, la lista puede incrementarse,
por un lado, con los pocos testimonios en AGI y, por otro, con la relectura del SPL en clave dual. Hemos
encontrado, de momento:
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[G.1.8] La Serreta, Alcoy (AL). Plomo. AGI. ¿Clase de palabra?: toildi++ (lectura según MLH).
[G.9.1] Illeta de Campello (Campello, AL). Cerámica. AGI. Antropónimo: [---]+ildiŕtige+ in o -en
(lectura según MLH).
[B.7.34, 19] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo. Lectura según MLH: iltiŕśar. Lectura en clave
dual: ildiŕśar.
[B.7.35, 10] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo. Lectura según MLH: iltiŕtikeŕ. Lectura en clave
dual: ildiŕtigeŕ.
[B.7.35, 13] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo. Lectura según MLH: iltiŕśar. Lectura en clave
dual: ildiŕśar.
[B.7.35, 14] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. ¿Antropónimo. (ildiŕgiś)?: Lectura según MLH:
[---]ḿinḿbailtiŕkiś. Lectura en clave dual: [---]ḿinḿbaildiŕgiś.
[B.7.36, A-5] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo. Lectura según MLH: tuŕśiltiŕ. Lectura en clave
dual: tuŕśildiŕ (en [B.7.35, 15] se lee tuŕśiltiŕ).
[B.7.36, B-4] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. Antropónimo (ildiŕś/ar). Lectura según MLH:
bilosbinbaśbiniltiŕś/ar. Lectura en clave dual: bilosbinbaśbinildiŕś/ar.
[B.7.36, B-9] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. ¿Clase de palabra? Lectura según MLH: kiŕśiltiŕ. Lectura en
clave dual: giŕśildiŕ.
[B.7.37, 4/5] Pech Mahó (F). Plomo. SPL. ¿Clase de palabra? Lectura según MLH: iltiŕ/arebon. Lectura
en clave dual: ildiŕ/aretan.21
[C.2.3, A-5] Ullastret, (GE). Plomo. SPL. ¿Antropónimo (big(i)-ildiŕ-ste)? Lectura según MLH: bikiltiŕste.
Lectura en clave dual: bigildiŕste.
[Francès, Velaza y Moncunill 2008: n.º 3.2] Ca n’Oliver, Cerdanyola del Valls (B). Cerámica. Antropónimo:
ildiŕtan[e]ś.
[Ferrer y Velaza 2008] Pontós (GE). Plomo. ¿Clase de palabra?: [---]i.ildiŕ+[---].
Quizá se podrían añadir a esta lista (las lecturas son, en principio, de MLH):
[A.18] Lérida. Moneda. Topónimo: 1- B.iltiŕta/ma /; 2- B.ilti]ŕtaśalirnai; 3- B.iltiŕtaśaliŕ a; 4- B.iltiŕtaŕ;
5- B.iltiŕtaśalirban; 6- B.iltiŕta; 7- B.ilti/ŕta; [CNH] 4.37(.38) iltiŕtaśalir uśtin. En dual según Ferrer y
Giral 2007, que transcriben ildiŕda.
[B.1.336] Ensérune (F). Cerámica. Posible antropónimo ¿Indicación de propietario o de destinatario?:
[---]ịltiŕṣ+[---]. Posible dual por la zona de hallazgo.
[B.7.20a] Pech Mahó (F). Cerámica. ¿Clase de palabra?: ilti. Posible dual por la zona de hallazgo.
[B.7.24] Pech Mahó (F). Cerámica. ¿Clase de palabra?: ilti. Posible dual por la zona de hallazgo.
[C.2.11] Ullastret, GE. Cerámica. Antropónimo: iltiŕbaś. Posible dual por la zona de hallazgo = ildiŕbaś.
De momento vamos a aventurar de forma muy provisional que en ibérico había una forma /ildi/ que tendría
sentido por sí misma como parece apuntar el hecho de que pueda aparecer tal cual en tres recipientes diferentes,
en dos lugares diferentes y en dos escrituras distintas. Si la homofonía con Ilditurgense no es fortuita y el
análisis de Nesille y Lacerilis es cierto y remite al mismo elemento, entonces éste tenía la capacidad también
de aparecer en la formación tanto de topónimos como de antropónimos. Démonos cuenta que en los análisis
previos siempre se favorece como forma base la que aparece con la vibrante final, pero también cabría pensar
lo contrario, que lo que se añadiese fuese ese elemento precisamente.
21 Lectura dual según la correcta identificación de los silagobramas para bo y ta/da (Ferrer, 2005).
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 275-316
Manuel GOZALBES a y José Manuel TORREGROSA b
De Iberia a Hispania.
Plata, dracmas y denarios entre los siglos VI y I a.C.
RESUMEN: La plata fue la forma de dinero más importante de la Península Ibérica entre los siglos VI y
I a.C. Durante cerca de tres siglos, Iberia sólo dispuso de escasas acuñaciones locales, piezas importadas
y plata en bruto. Como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica se pusieron en circulación numerosas
monedas de autoridades y orígenes diversos, emisiones que serían retiradas de la circulación a inicios del
siglo II a.C. Con Hispania como provincia romana se establecería durante los siglos II-I a.C. una nueva
y homogénea masa monetaria de plata formada por denarios republicanos y autóctonos. Se reflexiona
sobre la cronología, producción, metrología, autoridades, circulación y función de las emisiones de plata
peninsulares.
PALABRAS CLAVE: Monedas, plata, dracmas, denarios, Segunda Guerra Púnica, República romana.
From Iberia to Hispania.
Silver, drachmae and denarii between the 6th and 1st centuries B.C.
ABSTRACT: Silver was the most important form of money in the Iberian Peninsula between the 6th and 1st
centuries B.C. For nearly three centuries, in Iberia there were only available scarce local coinages, imported
coins and Hacksilber. During the Second Punic War, the monetary mass included abundant coinages from
different authorities, mints and territories, series that were withdrawn from circulation at the beginning of
the 2nd century B.C. When Hispania became a Roman province, a new and homogeneous silver currency
of republican and indigenous denarii took form over the 2nd and 1st centuries. This paper deals with the
chronology, production, metrology, authorities, circulation and function of the Iberian Peninsula silver
coinages.
KEY WORDS: Coins, silver, drachmae, denarii, Second Punic War, Roman Republic.
a Museu de Prehistòria de València.
manuel.gozalbes@dival.es
b Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València. Becario del subprograma “Atracció de Talent”
de VLC-CAMPUS.
J.Manuel.Torregrosa@uv.es
Recibido: 10/03/2014. Aceptado: 15/05/2014.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
1. INTRODUCCIÓN
La plata, en bruto o convertida en moneda, constituyó la principal y más extendida forma de dinero de la
Antigüedad peninsular. Cualquier empresa de envergadura financiada con dinero antes de Augusto pasó por
la utilización de este metal en cualquiera de sus formas, especialmente la monetal, disfrutada por amplios
sectores de la población. Su notable poder adquisitivo fomentó su aprecio y sus motivos iconográficos se
consolidaron como las imágenes recurrentes del poder que acompañaron a las operaciones económicas más
notables. El oro tuvo poca utilidad como instrumento de pago debido a su elevado valor y, en forma de
moneda, sólo normalizaría su presencia a partir de época imperial. Los pagos con moneda de cobre/bronce
fueron más comunes pero resultaron poco adecuados para satisfacer importes elevados.
Las primeras monedas se acuñaron a finales del siglo VI a.C. en la colonia griega de Emporion (Ripollès
y Chevillon, 2013). Hubo que esperar hasta el siglo IV a.C. para que Rhode y la ciudad ibérica de Arse
comenzasen sus emisiones. Las monedas de estos tres talleres junto con algunas piezas importadas fueron
conocidas y empleadas por una pequeña parte de la población peninsular. Entre finales del siglo IV e inicios
del siglo III a.C. se dieron a conocer los talleres púnicos de Ebusus y Gadir. Las monedas de Malaka quizá son
algo posteriores, al igual que las de Saitabi, que ya pertenecen a la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.). Este
conflicto desencadenó la acuñación masiva de plata por parte de cartagineses, romanos y Emporion. Durante
la guerra y los años posteriores abundan dracmas y divisores sin leyendas que permitan identificar su origen.
Tras dicho conflicto se produjo una eclosión de cecas en diferentes sustratos culturales que emplearon
diseños acordes con sus tradiciones ibérica, celta, vascona, griega y púnica (García-Bellido y Ripollès,
1998; García-Bellido, 1997; Domínguez, 1998, 2001 y 2005; Chaves 2007; Ripollès, 2005a y 2011;
Blázquez Cerrato, 2009). Durante los siglos II-I a.C. cerca de 200 talleres fabricaron moneda en Hispania,
pero sólo 21 de ellos, pertenecientes a la Citerior, acuñaron los llamados denarios ibéricos, adoptando
de manera casi uniforme el binomio tipológico cabeza masculina / jinete. La calificación, aceptable en
un sentido geográfico, resulta imprecisa en términos culturales ya que diferentes pueblos peninsulares
asumieron su producción. Las últimas emisiones de denarios se han relacionado tradicionalmente con las
guerras sertorianas (80-72 a.C.).
2. LA SISTEMATIZACIÓN DE LAS EMISIONES DE PLATA
2.1. Catálogos y estudios
El primer catálogo que organizó las producciones peninsulares antiguas con un rigor notable fue La
Moneda Hispánica (1924-1926) de Antonio Vives, quien supo recoger el legado de trabajos precedentes y
proporcionar un exhaustivo repertorio gráfico donde por vez primera se ilustraban los vaciados de las piezas
originales. Dicha obra sólo se vería superada desde 1994 con el Corpus Nummum Hispaniae ante Augusti
Aetatem de Leandre Villaronga (CNH), que aportaba una cantidad notable de nuevos tipos y proporcionaba
el peso medio de las emisiones. Esta obra ha sido actualizada y rebautizada en 2011 bajo el nombre
Ancient Coinage of the Iberian Peninsula (ACIP). Existen otros catálogos recientes que ofrecen completas
introducciones críticas a los talleres y abordan los aspectos más relevantes de todas estas producciones
(García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001), así como otros más accesibles y manejables que ilustran los
tipos mediante dibujos (Álvarez Burgos, 1987 y 2008).
Los avances más notables en relación con las emisiones de plata peninsulares se deben a los estudios
monográficos de los últimos años. Los más elaborados identifican los cuños de las piezas conservadas y
proporcionan estimaciones estadísticas de sus volúmenes de emisión. Villaronga realizó el primero con una
metodología moderna sobre los denarios de Ikalesken en 1962, aprovechando la amplia muestra del tesoro de
Arcas. En las últimas décadas la investigación sobre las series de plata peninsulares se ha multiplicado:
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
277
- Dracmas y divisores. Se han estudiado las dracmas y fraccionarias acuñadas por Emporion entre los
siglos VI-II a.C. y por Rhode antes de la Segunda Guerra Púnica (Villaronga, 2000, 2002 y 2003; Ripollès
y Chevillon, 2013), las numerosas dracmas ibéricas de imitación y divisores del tránsito de los siglos III-II
a.C. (Villaronga, 1998), así como las cecas ibéricas de Arse (Ripollès y Llorens, 2002) y Saitabi (Ripollès,
2007). Las producciones de plata púnicas estuvieron a cargo de Ebusus (Campo, 1976), Gadir (Alfaro,
1988) y, quizá, Malaka, que parece la candidata más firme para unas modestas fracciones (Campo y Mora,
1995: 200-202; ACIP 528).
- Shekels. Las importantes emisiones hispano-cartaginesas quedaron organizadas a partir de un trabajo
clásico de L. Villaronga (1973).
- Denarios. Se conocen 21 cecas de denarios, de las que 4 también acuñaron quinarios, durante los
siglos II-I a.C. Una primera ordenación sirvió para describir en detalle y ordenar los talleres del valle
del Ebro (Domínguez, 1979). La síntesis de mayor amplitud fue la monografía de Villaronga dedicada
en exclusiva a las series de plata, donde se abordaron sus aspectos principales, incluyendo estimaciones
de producción (Villaronga, 1995). Siete cecas cuentan con estudios de cuños: Ikalesken, Iltirta, Kese,
Sekaiza, Konterbia Karbika, Belikio y Turiasu (Villaronga, 1962, 1978, 1983 y 1988; Gomis, 2001;
Abascal y Ripollès, 2000; Collado, 2000; Gozalbes, 2009a). Hay también una monografía de Bolskan
que no incluye estudios de cuños (Domínguez, 1991) y trabajos diversos sobre Arekorata (Otero, 1998),
Arsaos (Fernández Gómez, 2009), Bentian (Torregrosa, 2012) y Sekia (Stefanelli, 2012). Producciones
de gran envergadura como las de Sekobirikes y Baskunes no cuentan todavía con ningún estudio.
2.2. Fuentes
Catálogos y estudios monográficos se nutren de las piezas de plata de colecciones públicas, particulares
y de subastas para ilustrar las diferentes variantes. En los últimos años se han publicado los fondos de
grandes colecciones europeas y nacionales: Nationalmuseet de Copenhague (Jenkins, 1979); Bibliothèque
nationale de France de París (Ripollès, 2005b); Royal Coin Cabinet de Estocolmo (Ripollès, 2003); The
British Museum de Londres (Bagwell Purefoy y Meadows, 2002); colecciones de Milán, Bolonia, Roma,
Florencia y Nápoles (Ripollès, 1986); y, de Madrid, la Real Academia de la Historia (Ripollès y Abascal,
2000), el Instituto Valencia de Don Juan (Ruiz Trapero, 2000) y el Museo Arqueológico Nacional que, tras
los pioneros volúmenes de Navascués (1969 y 1971), publicó dos catálogos de las series púnicas e hispanocartaginesas que incluyen emisiones de plata (Alfaro, 1994 y 2004).
Los tesoros resultan esenciales en el caso de la plata por la valiosa información que proporcionan
para fechar series (figs. 4, 6, 8 y 10). La inmensa bibliografía al respecto ha sido recopilada en diferentes
trabajos de síntesis (Thompson, Mørkholm y Kraay, 1973; Crawford, 1969; Blázquez Cerrato, 1987-1988;
Villaronga, 1993; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001; 156-169).
La consolidación del mercado nacional de subastas numismáticas desde la década de 1980 ha puesto
a disposición de los investigadores catálogos con millares de piezas, cuya visibilidad se ha incrementado
con la era digital. Las empresas nacionales e internacionales dedicadas a estos menesteres son numerosas
y cuentan con una prolongada trayectoria. En los últimos años han publicado un número significativo de
piezas diferentes firmas de Madrid (Jesús Vico, José Antonio Herrero, Ibercoin-Tarkis, Cayón), Barcelona
(Aureo & Calicó, Martí Hervera-Soler y Llach) y Sevilla (Pliego).
Internet ha facilitado la publicación de fondos públicos y privados, pero también ha abierto nuevos
caminos a la investigación y la divulgación numismática. CER.es (Colecciones en Red) es el portal
del Ministerio de Cultura donde se publican fondos de los museos estatales. Diferentes páginas fruto
del esfuerzo personal proporcionan recursos de gran valor y calidad en relación con la plata antigua
peninsular: destacan las páginas web tesorillo.com de M. Pina y denarios.org, así como los blogs sobre
denarios ibéricos de F. Suárez y R. González.
APL XXX, 2014
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
2.3. Un conocimiento dispar de las emisiones
Las emisiones de plata antiguas son peor conocidas que las recientes. Nuevas variantes de dracmas y divisores
aparecen con relativa frecuencia, mientras que los denarios ofrecen pocas novedades. La mayoría de series
de dracmas y divisores se fabricaron en cantidades modestas, a veces con una sola pareja de cuños tal y como
parece comprobarse para los raros divisores ibéricos de imitación masaliota cuyas variantes tipológicas se
basan en ejemplares únicos en el 80% de los casos (ACIP 453-503). La rareza de estas producciones hace
suponer que seguirán apareciendo nuevas variantes y que incluso una parte de ellas nunca llegarán a conocerse.
La reciente proliferación de tipos inéditos de Emporion y Rhode testimonia esta realidad (Chevillon, 2013;
Chevillon y Ripollès, 2013; Chevillon, Ripollès y Lopez, 2013; Villaronga, 2010; Villaronga, 2013; Melmoux
y Chevillon, 2014). Resulta muy complicado recuperar en excavaciones los diminutos divisores de los siglos
V-III a.C. sin un cribado sistemático de la tierra o sin la ayuda de un detector de metales, metodologías que
no siempre resultan viables. Esta última herramienta ha demostrado su eficacia incluso para períodos más
recientes donde las monedas no son tan pequeñas (Fernández Flores, 1999 y 2003). A estos condicionantes
productivos y metodológicos que limitan el conocimiento de las series antiguas cabe añadir su eficaz retirada
de la circulación a comienzos del siglo II a.C. como parte de los botines hispanos trasladados a Roma.
Los llamados denarios ibéricos están mejor documentados porque su producción fue más abundante y
sistemática. La obra de Vives ya incluyó sus principales variantes y pocas novedades significativas se han
producido desde entonces. Entre diferentes denarios de una misma serie existen diferencias en detalles del
grabado que resultan irrelevantes en relación con el sentido global de la emisión. Algunas variantes de signos
constituyen anécdotas epigráficas dentro de series prolongadas y las singularidades relativas al número, forma
o disposición de los rizos en los peinados son propicias a valoraciones subjetivas y no siempre constituyen
un criterio fiable para diferenciar emisiones. Estas variantes únicamente aportan profundidad con vistas a la
enumeración de un repertorio formal, pero a costa del establecimiento de unas categorías muy imprecisas.
Sólo los estudios de cuños resultan de utilidad para descubrir en qué medida las diferencias tipológicas o de
estilo pueden resultar relevantes. En series prolongadas los cuños evolucionaron de una forma progresiva,
incluyendo cambios y errores de grabado irrelevantes dentro de la emisión considerada como conjunto. No
tendría sentido llegar al extremo de identificar cada cuño como una variante tipológica.
3. UNA MONETIZACIÓN TARDÍA
3.1. Emisiones pioneras en plata
El fenómeno monetal fue inicialmente colonial. Emporion comenzó la producción de dracmas y otras piezas
de peso notablemente elevado a finales del siglo VI a.C. según se ha descubierto recientemente (Ripollès y
Chevillon, 2013) (fig. 1, nº 1 y 2), iniciativa que presupone el conocimiento de piezas griegas importadas
(Ripollès, 2011). Durante los siglos V-IV a.C. las emisiones locales se limitaron a la producción de fracciones
de plata en las colonias griegas de Emporion y Rhode, para evolucionar posteriormente a un modelo basado en
dracmas con una metrología de 4,75 g (Villaronga, 1997 y 2000; Campo, 2006). Quizá desde el siglo IV a.C.
el fenómeno monetal se hizo más visible en la costa mediterránea y Andalucía a partir del incremento de las
piezas importadas, apreciadas por su valor metálico y estético (Ripollès, 2009; Peris, 2011). En este contexto,
la ciudad ibérica de Arse tomó la iniciativa de acuñar plata a finales del siglo IV a.C. combinando una tipología
helenística con leyendas ibéricas (Ripollès y Llorens, 2002: 326), quizá influenciada por comunidades griegas
asentadas en el lugar (fig. 1, nº 7 y 8). Las series púnicas de plata de Ebusus, Gadir o Malaka se desarrollaron
con plenitud a finales del siglo III a.C. Aunque alguna de sus emisiones podría remontarse incluso hasta finales
del siglo IV a.C., no hay todavía datos suficientes para certificarlo (Chaves, 2009: 53-54; Campo, 2013: 61-62).
Todas estas iniciativas monetarias ciudadanas constituyeron una nueva forma de expresión política y crearon un
instrumento económico de gran utilidad para agilizar las transacciones en sus respectivos ámbitos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
279
ca. 510 a.C.
1
2
3
4
ca. 490-450 a.C.
7
ca. 300-250 a.C.
5
6
8
Emporion
Rhode
Arse
Fig. 1. Las primeras monedas acuñadas en la Península Ibérica. Procedencia: (1) Figueres, Girona; (2, 7) Sagunt,
col. S. V.; (3, 5) Col. particular; (4) Triton XVI, 8/1/2013, nº 168; (6) Bibliothèque nationale de France de París;
(8) Royal Coin Cabinet, Estocolmo.
3.2. El incentivo económico de la Segunda Guerra Púnica
La monetización a gran escala se produjo durante la Segunda Guerra Púnica cuando los contendientes
promovieron importantes emisiones para financiar el conflicto (Marchetti, 1978: 369-430; Villaronga, 1987).
Los cartagineses acuñaron todas sus series en lugares inciertos de la Península, mientras que los romanos
importaron monedas desde Roma y acuñaron localmente, al menos, la dracma del juramento (ACIP 537),
una emisión de victoriatos (RRC 96) y el medio victoriato con símbolo R (ACIP 534; García-Bellido, 20002001: 566-573). Se les atribuyen otras piezas de reducido peso con marca R, quizá aquellas referidas por
Varrón como simbellae y libellae (De ling. lat., 5.174; ACIP 535-536; García-Bellido, 2000-2001: 571-573;
García-Bellido, 2011: 680). Estas emisiones romanas peninsulares no fueron económicamente relevantes;
son escasas y su presencia no resulta significativa en los tesoros del conflicto. La singularidad financiera
romana residió en utilizar la ceca de Emporion al servicio de sus intereses, acuñando una gran cantidad de
dracmas con una tipología ligeramente renovada (Villaronga, 1987).
Diferentes estudios han descrito las series empleadas durante la guerra y su circulación (Marchetti, 1978;
Crawford, 1985; Villaronga, 1973 y 1987; Chaves, 1990; García-Bellido, 1993; Chaves, 2012). Junto a las
producciones oficiales de los estados contendientes se emplearon monedas peninsulares e importadas de
procedencias muy diversas (fig. 2). Resta incluso por identificar a las autoridades responsables de algunas
series de divisores anepígrafos de escasa relevancia económica (ACIP 527, 529-533). La principal fuente
para conocer la masa monetaria de la guerra son los tesoros del conflicto y de los años inmediatamente
posteriores (Marchetti, 1978: 355-368; Villaronga, 1993: nº 11-40) (fig. 4), con series de procedencias muy
variadas, poco favorables para estandarizar el lenguaje de las transacciones.
Junto a todas estas monedas también circularon enormes cantidades de plata en bruto. Los tesoros de
Driebes, Cerro Colorado o Armuña de Tajuña, demuestran que la mezcla de formatos y valores alcanzó
unas proporciones inusitadas (Raddatz, 1969: 210-222, lám. 7-21; Bravo et al., 2009; Gozalbes, Cores y
Ripollès, 2011). Otra característica de estos conjuntos es su elevado nivel de fragmentación; monedas y
objetos aparecen recortados bajo un amplio rango de pesos, que incluye desde pequeñas piezas de plata de
apenas 0,1 g hasta grandes fragmentos de objetos o lingotes. Ni las tradiciones metrológicas locales ni las
foráneas llegarían a ejercer una influencia apreciable sobre dicha práctica.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
4
Importadas
280
5
À la croix
Aquitania
1
Antíoco I
2
6
3
Atenas
7
Roma
Massalia
Roma
Carthago
Roma
16
12
Arse
Emporion
Peninsulares
8
13
Hispano-cartaginesa
Divisores
?
17
14
Saitabi
?
15
9
Hispano-cartaginesa
10
Ebusus
11
Gadir
?
18
Dracma ibérica
19
Hacksilber
Fig. 2. Ejemplos de la masa monetaria de la Segunda Guerra Púnica. Procedencia: (1, 2, 3, 4 y 18) Ripollès, Cores y
Gozalbes, 2009: nº 2, 1, 3, 4 y 18; (5) Col Cores; (6, 12, 13, 19) Museu de Prehistòria de València 28621, 42267, 29584,
26117-26119, 26122, 26123; (7) NAC 79, 20/10/2014, nº 22; (8) Freeman & Sear, 5/1/2010, nº 35; (9) Goldberg 72,
5-6/2/2013, nº 4032; (10, 14, 16, 17) Col. particular; (11) Vico, 5/6/2008, nº 95; (15) Aureo & Calicó 24/4/2014, nº 79.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
281
Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica muestran que las monedas hispano-cartaginesas predominan
en el sudeste, las emisiones romanas y las dracmas emporitanas lo hacen en el noreste y que ambas se
mezclan en una amplia zona de contacto (Villaronga, 1993: 72). Resulta sencillo enumerar las series
producidas y señalar patrones de circulación, pero complicado comprender los inconvenientes cotidianos
y las limitaciones derivadas de emplear esta heterogénea masa monetaria. La diversidad de piezas no
facilitaba la realización de transacciones estandarizadas y resulta poco factible que los precios pudiesen
establecerse en diferentes territorios según una moneda de cuenta común.
Tras la victoria romana, las autoridades debieron considerar los beneficios derivados de la superación
de estos inconvenientes. Ello llevaría a sentar las bases para lograr una masa monetaria ordenada que,
adicionalmente, contribuiría a borrar la memoria del enfrentamiento. La variadas monedas de la guerra
circularon durante las primeras décadas del siglo II a.C., pero en pocos años serían retiradas de la
circulación. Los tesoros de mediados de siglo ya no incluyen ninguna de estas piezas, consecuencia de una
desmonetización efectiva de todas estas series quizá operada por los romanos con algún tipo de intimidación
o incentivo. Los botines descritos por Livio entre los años 180 y 170 a.C. ratifican este proceder. Resulta
sorprendente la eficacia de la retirada, ya que los romanos no controlaban por aquel entonces la totalidad
del territorio peninsular. El denario romano, que se había creado hacia el 211 a.C., sería desde entonces la
piedra angular del futuro sistema monetario hispano en su camino hacia la homogeneidad.
La cantidad de plata acuñada en Iberia hasta la Segunda Guerra Púnica habría alcanzado los 174.174
kilos según las estimaciones de Villaronga (1995b: 8-9).1 Curiosamente, esta cifra se encuentra muy
próxima a las cantidades de moneda transportada a Roma entre los años 199-180 a.C. relacionadas por
Livio y que podrían rondar los 182.000 kilos.2 Cadiou calcula que los botines ascendieron a 47 millones
de denarios (Cadiou, 2008: 490-491). Hay que suponer que las retiradas de monedas y plata fueron más
abundantes que las recogidas por las fuentes, que difícilmente pueden ser exhaustivas en este sentido
(Muñoz, 1988). Aunque se trate de estimaciones con un amplio margen de error, sus resultados ofrecen
una aproximación a dichas magnitudes. Según Villaronga los denarios de los siglos II-I a.C. pudieron
alcanzar volumen total de 181.008 kg (1995b: 12), cifra que casualmente también se sitúa próxima a las
anteriormente referidas.
4. PLATA EN BRUTO Y TESOROS
Las emisiones previas a la guerra y las relacionadas con el conflicto representaron un valor modesto en
comparación con la plata en bruto, materia prima que siempre tuvo que ser más abundante que cualquiera
de sus productos y que gozaba de una amplia reputación (Chic y García Vargas, 2006). Estos fragmentos se
refieren como Hacksilber y han recibido una atención creciente desde que se publicaron diversos ejemplos
de su uso como dinero en fechas antiguas en Extremo Oriente (Balmuth, 2001). La plata en bruto de los
tesoros republicanos ha sido catalogada exhaustivamente (Raddatz, 1969; Chaves, 1996), analizada en
estudios regionales (Ripollès, 2009 y 2011; Campo, 2011) y también ha constituido el tema central del
IV Encuentro Peninsular de Numismática Antigua en 2010 (García-Bellido, Callegarin y Jiménez, 2011).
Estrabón refería que los pueblos del interior utilizaban láminas de plata recortadas para los intercambios,
sin embargo los territorios occidentales no cuentan todavía con refrendo arqueológico de esta práctica
(Estrabón, III, 3, 7). La plata predominó en la parte oriental de la Península, mientras que el oro lo hizo en
1
2
Incluye 9.786 kg de fracciones de plata, 9.588 kg y 4.982 kg de dracmas de Emporion y Rhode, 99.458 kg de emisiones
cartaginesas (96.625 kg de hispano-cartaginesas, 1.100 kg de Gadir y 1.733 kg de Ebusus), 39.809 kg de Emporion al servicio de
los romanos, 3.256 kg de Arse y 7.295 kg de dracmas ibéricas de imitación.
Cuatro referencias de Livio incluyen bigati y argentum oscense (Livio 34.10, 4 y 7; 34.46, 2; 36.39, 2) cuyo total no superaría
los 3.000 kg, mientras que las libras de monedas inciertas (Livio 33.27, 2; 34.10, 4 y 7; 34.46, 2), ascenderían a unos 179.192 kg.
Estimaciones realizadas a partir de una libra teórica de 324 g. y un peso hipotético de las monedas de 4 g.
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la parte occidental (Raddatz, 1969: mapas 7 y 11; García-Bellido, 2011; Callegarin y García-Bellido, 2012;
121, fig. 2). El oro no pudo asumir un papel comparable al de la plata en la rutinas de pago cotidianas, ya
que fue más escaso, presenta las limitaciones derivadas de un valor intrínseco muy superior, no circuló en
bruto y no se atestiguan objetos fragmentados. Su utilidad económica como atesoramiento de riqueza es
incontestable, pero como medio de pago solo sería transferido excepcionalmente. Laminillas e hilos de oro
se han descrito como Hackgold (García-Bellido, 2011: 125; Callegarin y García-Bellido, 2012: 123), pero
los hallazgos no refrendan todavía que esta práctica gozase de un éxito comparable al de la plata.
Los tesoros son la principal fuente para conocer sus contextos de uso y características, aunque también
algunos hallazgos aislados testimonian este hábito en zonas de intensa actividad económica como Sagunto,
donde se han recuperado multitud de pequeños fragmentos de plata (Ripollès y Llorens, 2002: 217-233).
El depósito del siglo IV a.C. de La Bastida de les Alcusses está formado por cinco pequeñas tortas y no
incluye monedas (Álvarez y Vives-Ferrándiz, 2011: 189-191) (fig. 3). El metal en bruto permitía acumular
riqueza y facilitaba las transacciones, pero no servía como medida de valor estándar al carecer de un peso
regular. Además las piezas de peso elevado eran poco útiles para pagos cotidianos. Los tesoros mixtos con
metal y monedas se extienden entre los siglos IV y I a.C. por toda la Península Ibérica. La recopilación de
Raddatz, que también incluye los hallazgos sin monedas, revela un patrón de pérdida claramente asociado
a los cursos fluviales más importantes que además le permiten organizar los hallazgos en grupos regionales
de cronología aproximadamente común (1969: mapa 1-2) El atesoramiento mixto de monedas, lingotes y
objetos de plata en la Península Ibérica atravesó por diferentes fases con matices propios, que a grandes
rasgos podrían resumirse de la siguiente manera (fig. 4-10).
1) La plata en bruto tuvo un protagonismo notable en los tesoros al menos desde el siglo IV a.C. (fig. 4).
Cuando se combina con monedas como en los tesoros del Montgó, Pont de Molins o Puig de la Nau, éstas
sólo representan una exigua parte por peso y valor (Ripollès, 2013: 12). Lingotes y barritas son el formato más
común de estos conjuntos aunque también se documentan joyas y piezas de vajilla enteras y fragmentadas.
Hasta finales del siglo III a.C. las monedas fueron irrelevantes en términos de valor como parte de los tesoros.
2) Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica y los años inmediatamente posteriores incluyen monedas en
abundancia junto a lingotes, joyería y vajilla de plata (fig. 4 y 5). Un cálculo aproximado sobre el conjunto
de tesoros del conflicto revela que el peso de la plata en bruto duplica el de las monedas (Gozalbes, Cores y
Ripollès, 2011: 1169). La cantidad de monedas aumenta considerablemente respecto al período precedente
y se amortizan por recorte una gran cantidad de objetos que abandonan cualquier función distinta a la
económica (van Alfen, Almagro-Gorbea y Ripollès, 2008; Gozalbes, Cores y Ripollès, 2011; Chaves y
Fig. 3. El depósito de lingotes de La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia). 207,3 g. Siglo IV a.C.
(Museu de Prehistòria de València).
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Fig. 4. Tesoros de los siglos IV-III a.C.
Fig. 5. Fragmentos de plata recortada del tesoro de Armuña de Tajuña (col. Cores).
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Fig. 6. Tesoros del siglo II a.C. y comienzos del siglo I a.C.
Fig. 7. Tesoro de Mogón I. Imagen: Ángel Martínez Levas, Museo Arqueológico Nacional.
CER.es (http://ceres.mcu.es), Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 8. Tesoros del del siglo I a.C. atribuidos a los años de las guerras sertorianas.
Fig. 9. Tesoro de las
Filipenses. Museo de
Palencia. Depósito de las
religiosas filipenses.
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Fig. 10. Tesoros de mediados del siglo I a.C.
de la Bandera, 2013). Estos hallazgos con recortes son comunes en el interior en un área con centro en
las provincias de Cuenca y Guadalajara (Rodríguez y Canto, 2011), quizá originados en situaciones de
necesidad a consecuencia de la guerra o en contextos como el reparto de botines, donde se hacía necesario
fragmentar las piezas para su distribución. En un contexto donde los recortes parecen una operación
cotidiana cabe preguntarse sobre cuántos disponían de herramientas y de la habilidad necesaria para
llevarlos a cabo. Frente a las monedas, estos fragmentos disfrutaban de la ventaja de no presentar diseños
que sugiriesen afinidad política con cualquiera de los estados beligerantes, aunque para las poblaciones
afectadas representaban la prueba material del sometimiento y el recuerdo del expolio sufrido.
3) Las décadas centrales del siglo II a.C. no proporcionan apenas tesoros. Quizá los traslados de botines
a Roma mermaron considerablemente las capacidades de acumulación de metales preciosos. Pero a finales
del siglo II a.C. se documentan numerosos hallazgos en Andalucía testimonio de una recuperación que
incluye piezas de joyería y vajilla completas y tortas de plata enteras o recortadas (Chaves, 1996) (fig.
6 y 7). Los lingotes parecen normales en este contexto de grandes recursos mineros (Arboledas, 2010) y
los fragmentos de objetos ya no forman parte de este panorama. El tesoro de Salvacañete demuestra que,
a comienzos del siglo I a.C., en un contexto quizá votivo (Cabré, 1936; Marcos et al., 1998), estas piezas
recortadas tampoco formaban ya parte de los ahorros en el entorno conquense.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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4) En los tesoros sertorianos del siglo I a.C. el centro de gravedad de los hallazgos se desplaza al norte
y hacia la fachada atlántica (fig. 8). Las ocultaciones mezclan monedas y joyas enteras, pero la plata en
bruto y los recortes han desaparecido por completo de la circulación (fig. 9). Los conjuntos de Palencia
(Cerro de la Miranda, Filipenses) o de Padilla de Duero (Raddatz, 1969; Delibes et al., 1993) no incluyen
plata en bruto, ni fragmentos recortados que tampoco se atestiguan en fechas más tardías como en el
Castro de Arrabalde (Sánchez de Arza, 1984). Las pesadas joyas de estos conjuntos vacceos tuvieron una
utilidad absolutamente limitada como medio de pago, pero constituyeron una significativa reserva de valor,
como capitalizaciones de particulares o quizá de tesoros públicos (Callegarin y García-Bellido, 2012: 124125). Pudieron servir como valores de cuenta ya que sus pesos siguieron de forma sistemática un patrón
metrológico local. Otros tesoros posteriores a este conflicto quedan fuera del análisis por corresponder a
una época en la que ya no se acuñaba plata en Hispania. A mediados del siglo I a.C. el centro de gravedad
de los hallazgo se desplaza nítidamente hacia el oeste de la Península (fig. 10).
5. ÉXITO DEL MODELO GRIEGO Y PRIMEROS CONTACTOS CON ROMA
Los hábitos monetales se extendieron en la Península Ibérica a raíz de la Segunda Guerra Púnica.
Los romanos pudieron cubrir parte de sus gastos con emisiones de dracmas en Emporion a partir del
218 a.C. manteniendo el diseño y la epigrafía tradicional de la colonia griega (Marchetti, 1978: 382;
Villaronga, 1987), pero transformando la cabeza de Pegaso en una figura masculina que se toca los pies
con las manos (fig. 2, nº 12), ligera modificación del diseño original que contaba con mayor reputación
y potencial económico.
Las series de Emporion con divinidad femenina/Pegaso fueron copiadas durante la guerra y los
años posteriores por nuevas cecas ibéricas que acuñaron las llamadas dracmas ibéricas de imitación
(CNH p. 36-60; ACIP 289-452; Villaronga, 1998). Este fenómeno representa la incorporación masiva
de los pueblos ibéricos a la acuñación de moneda, según se desprende de las originales y variadas
inscripciones que utilizaron. Se han identificado alrededor de un centenar de epígrafes diferentes
en compañía del diseño originalmente emporitano. Algunas reproducen con poco acierto el nombre
ΕΜΠΟΡΙΤWΝ, mientras que otras incluyen leyendas ibéricas reveladoras de su naturaleza autóctona.
También son frecuentes epígrafes con signos de lectura complicada, pseudo-griegos o pseudo-ibéricos
que ocasionalmente siguen patrones susceptibles de ser reconocidos (Crusafont, 2008), quizá ligados
a los hábitos epigráficos de grabadores concretos.
Los escasos indicios disponibles sitúan su acuñación centrada en el territorio catalán, idea ratificada
a partir de los escasos nombres de lugar reconocibles en sus leyendas (Villaronga, 1998: 99-100). Las
dificultades de lectura de muchos epígrafes, impiden estimar la cantidad de autoridades implicadas en
este fenómeno de duración efímera (Villaronga, 1998: 61-67). Algunas leyendas ibéricas reproducen
nombre de lugares, como iltirtar (CNH 41/32-39), orose (CNH 42/40-41), tarankonsalir (CNH 44/56),
barkeno (CNH 51/95) o belse (CNH 52/105), e incluso unas pocas sorprenden con el uso nombres
personales (de Hoz, 1995: 321), rasgo exclusivo de estas producciones, no reconocido sobre ninguna
otra serie autóctona de plata anterior o posterior.
En un mundo de incipiente monetización pudieron funcionar un número limitado de talleres
itinerantes al servicio de las ciudades que disponían de plata y deseaban convertirla en moneda. El
modelo productivo parece reflejar un escaso nivel de organización, el surgimiento espontáneo de los
talleres y la improvisación fruto de una fuerte demanda de moneda. Creadas bajo una relativa autonomía,
las situaciones de premura pudieron favorecer las copias sucesivas y el concurso de grabadores iletrados,
responsables de frecuentes errores y de la creación de epígrafes incongruentes, circunstancia excepcional
en la historia monetaria antigua de la Península Ibérica. Posiblemente, la disponibilidad de plata era la
única condición necesaria para la acuñación de estas monedas.
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En este panorama monetario, las fraccionarias y los fragmentos de plata recortada facilitaban las
transacciones modestas y aportaban precisión en los pagos. Aunque circulaban algunos bronces hispanocartagineses y romanos (Ripollès, 1982 y 1984), los usuarios todavía no contaban con un sistema
bimetálico organizado y significativo cuantitativamente. Un gran bronce romano podía igualar o superar
en valor a los pequeños divisores de plata, singularidad fruto de una masa monetaria excepcional
construida a partir de modelos dispares.
Al finalizar la guerra se dejaron de acuñar los pequeños divisores de plata, los que ya circulaban se
retiraron, y la función que habían desempeñado como moneda de reducido valor comenzaría a ser asumida
por abundantes y variadas series de bronce. Este cambio de modelo sería una de las transformaciones más
notables de la masa monetaria peninsular tras el triunfo romano en la Segunda Guerra Púnica.
En relación con la guerra, algunas cecas locales desarrollaron afinidades productivas, tipológicas y
metrológicas con el modelo monetario romano. Saitabi (Xàtiva, Valencia) acuñó didracmas, dracmas y
hemidracmas con reversos que copiaban las emblemáticas piezas de oro republicanas de 60, 40 y 20 ases
(Ripollès, 2007: 33-35). Es un ejemplo aislado que demuestra la influencia romana en la esfera productiva
local, sin embargo en general los diseños romanos no disfrutaron de un gran interés. En esta materia,
subyace la cuestión de si, tras la guerra, el modelo de los Dioscuros llegaría a ejercer alguna influencia en los
reversos de los denarios (Almagro-Gorbea, 1995: 243-246; Arévalo, 2003: 67). Las dracmas emporitanas
con Pegaso modificado incluyeron símbolos como marcas de emisión al modo de los denarios anónimos
romanos. Su adopción se ha interpretado como una indicación de la alianza de la ciudad con los romanos
a partir del 211/209 a.C. (López Sánchez, 2010), aunque la mayoría debieron acuñarse ya durante el siglo
II a.C. (ACIP 214-237; Villaronga, 2002a). Curiosamente, la producción de bronces en Kese se controló
durante décadas mediante un sistema similar (Villaronga, 1983: 25-27).
1
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Fig. 11. (1) Dracma de Iltirkesalir
(Bibliothèque nationale de France,
París = Ripollès, 2005b: nº 973);
(2) denario de Iltirtasalirban (col.
particular).
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Los modelos metrológicos constituyen la esencia de cualquier sistema monetario. Durante la guerra
se funcionó con monedas acuñadas bajo diferentes estándares, pero una vez comenzó el siglo II a.C., la
homologación metrológica con el denario ganó fuerza y en pocos años las monedas romanas importadas y
emisiones locales confluyeron en una horquilla de pesos similar. En el tránsito de los siglos III-II a.C., un
mismo grabador preparó los cuños de las dracmas de Iltirkesalir (CNH 36/1; ACIP 280) y de los denarios
de Iltirtasalirban (CNH 176/4, 177/13; ACIP 1233, 1242) (García Garrido y Montañés, 2007: 46-47). La
obra del mismo artesano se aplicó sobre dos patrones metrológicos distintos (fig. 11), lo que sugiere una
datación próxima para ambas series y por tanto una introducción temprana del valor denario. Si se adoptó
una nueva denominación se hizo rápidamente y sin grandes vacilaciones. Pero estas series de Iltirta son
posiblemente las primeras que adoptaron la metrología romana junto al nuevo diseño que se impondría
en décadas posteriores (García-Bellido, 2000-2001: 558). Una propuesta osada donde prevaleciera el
criterio tipológico, sin que su peso se oponga a ello, describiría las piezas de Iltirkesalir como denarios,
materializados en una emisión que rondaba el estándar de los primeros denarios romanos.
Al tiempo que se introducían estas novedades, Emporion y Arse mantuvieron sus emisiones de dracmas,
símbolo de autonomía y de la escasa preocupación por asimilar sus series al sistema romano, al menos,
tipológicamente. Las cuestiones metrológicas son siempre ambiguas, ya que la plata de Arse, de raigambre
griega, parece revelar afinidades con el nuevo contexto político, incluso en relación con los pesos de sus
emisiones (Ripollès y Llorens, 2002: 65-94, 153-154).
6. AUTORES CLÁSICOS Y ASUNTOS MONETARIOS
Las obras de Tito Livio, Apiano, Estrabón y Plutarco aluden ocasionalmente a cuestiones monetarias
hispanas, generalmente refiriendo los importes de las exacciones y tributos exigidos durante la conquista
(Blázquez, 1982: 71-83; García Riaza, 1999a, 1999b y 2009). La plata hispana no se cita después de Livio
como diferente de la romana a pesar de las ocasiones que hubo para ello (García-Bellido, 1993: 103). El
resto de autores utilizaron sin excepción la moneda de cuenta en sus cuantificaciones.
Las conocidas referencias de Livio describen el transporte desde Hispania hasta Roma de metal en bruto,
libras de monedas, bigati (197-191 a.C.) y piezas que denomina oscensis argenti y signati oscensis nummum
(197-195 y 182-180 a.C.) en las primeras décadas del siglo II a.C. (García Riaza, 1999b). Muñoz opina que
estos botines debieron recogerse todos los años aunque las fuentes no los mencionen (1988: 98), y la pérdida
de la obra de Livio a partir del 167 a.C. impide conocer si posteriormente se produjeron retiradas similares
(García Riaza, 2009: 57). Las magnitudes registradas sitúan la plata en bruto como el formato más abundante
de la época, dato corroborado por los tesoros. Las palabras de Livio son una referencia literaria de época de
Augusto referidas a unas monedas que habían circulado mucho antes, circunstancia que complica en gran
medida el análisis de unos textos que han llamado la atención desde el siglo XIX (Guadán, 1955: 374-379).
Crawford señaló las imprecisiones de Livio en relación con los asuntos monetarios (1969: 83) y diversos
investigadores coinciden al interpretar el argentum oscense como una referencia general a diferentes monedas
empleadas durante la Segunda Guerra Púnica, incluyendo bajo diferentes criterios dracmas de Emporion,
imitaciones ibéricas y emisiones hispano-cartaginesas (Guadán, 1955: 379; Amorós, 1957: 62; Campo, 1998:
40; Ripollès, 2000: 334), y desechando la idea de una identificación con los denarios ibéricos (Schulten, 1963:
268), propuestas sobre las que cabe realizar ligeras matizaciones.
Los calificativos oscensis argenti y signati oscensis nummum recuerdan a los denarios de Bolskan,
unas piezas que no existían a la sazón y cuyos recuentos superan con creces la cantidad de denarios que
hubiera podido poner en circulación cualquier taller ibérico en fechas tan tempranas. Se ha sugerido que
oscensis pudo tener un sentido metafórico equiparando la escritura ibérica con la itálica de los Oscos, ambas
incomprensibles para Livio (Villaronga, 1977). En este supuesto cabría entender una referencia velada a
las dracmas empuritanas de imitación, las producciones más abundantes de la época con epigrafía ibérica.
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En relación con estos movimientos no hay necesidad de ser categórico, ya que la última referencia de
Livio que incluye las supuestas monedas hispanas se refiere a los años 182-180 a.C. En primer lugar se debe
disociar el relato de Livio del debate sobre la aparición de los denarios, ya que se trata de dos cuestiones
completamente independientes. Y aunque no cabe esperar que por aquellas fechas ya se hubiesen acuñado
grandes cantidades de denarios, seguro que ya circulaban las piezas de Iltirtasalirban.
La referencia a bigati resulta curiosa, monedas de los vencedores que se trasladaron hasta su propia
metrópoli como parte de los triunfos. El término debe referir a denarios y otras series incluidas en los
botines tomados a los indígenas. Los términos bigati y oscensis podrían equivaler desde la óptica romana
a emisiones propias y ajenas, una forma práctica de clasificar las innumerables y heterogéneas emisiones
del conflicto. Dicha distinción podía resultar útil para la administración romana de cara a la preparación
del metal que debía ser fundido. Entre los años 197-191 a.C. al retirarse los bigati, los denarios acuñados
en Roma estaban reduciendo su peso, contexto propicio para reciclar las antiguas series de 4,5 g (Crawford
sugiere un estándar de 3,9 g para los tipos RRC 132-138 del período 194-190 a.C.). Las piezas propias
presentaban garantías de calidad para un reparto o reciclaje inmediato (no sería el caso de cuadrigatos y
victoriatos), a diferencia de las producciones ajenas cuya aleación debía verificarse y, en su caso, refinarse.
Livio también recuerda los beneficios a raíz de botines e impuestos contabilizados en libras (librae pondo),
talentos y sestercios. Diversos trabajos analizan estos datos (Blázquez, 1967: 262-264), calculando los
ingresos que obtuvo Roma excluyendo las monedas (García Riaza, 1999b) o convirtiendo todos los metales
al valor denario, pero excluyendo las conversiones a lingotes de oro (Ferrer, 1999).
Apiano, Estrabón y Plutarco describen imposiciones a los celtíberos en moneda de cuenta, sin concretar
su forma monetal. Se trata de fragmentos que refieren episodios anteriores a los años 140-139 a.C.,
fechas anteriores a la producción masiva de denarios ibéricos. Las unidades de cuenta pondo (Tito Livio),
αργυρíου τάλαντα (Apiano) y τάλαντα (Estrabón y Plutarco) podrían referirse a lingotes, objetos, monedas
o a una mezcla de cualesquiera de ellos. Estos registros de contabilidad no contribuyen a conocer la masa
monetaria, sin embargo otros textos describen escenarios sugerentes en relación con el uso del dinero,
revelando una realidad compleja de pagos adaptados a las circunstancias de cada momento y lugar. Sean
o no excepcionales transmiten procedimientos de pago opuestos a los que cabría esperar. En un caso son
los iberos los que satisfacen el pago de las legiones y en el otro son los romanos los que cargan con el
pago de los auxiliares. El primer caso sucede cuando Mandonio se ve forzado a contribuir con moneda
para hacer efectivo el pago de la tropas romanas en el 206 a.C. (Livio, 21. 61, 7; 28. 34, 11-12) ¿pudieron
repetirse posteriormente pagos de esta índole con denarios autóctonos? El segundo caso es un episodio
que refiere cómo Catón pagó 200 talentos a los celtíberos por su ayuda como auxiliares en el año 195 a.C.,
cifra equivalente a unos 1.326.000 denarios (Plut., Cat. Ma., 10). En este caso los celtíberos no asumieron
el coste de sus propias tropas bajo el mando romano, lo cual revelaría un ambiente flexible de acuerdos
políticos y pagos en relación con los auxiliares.
Apiano proporciona una enigmática noticia relativa al almacenamiento de dinero al señalar que los
romanos perdieron su χρήματα, concepto con un sentido amplio según García Riaza (2009: 56), que era
custodiado en la ciudad de Ocilis cuando ésta cambió su apoyo a los celtíberos (App., Ib., 47; Blázquez,
1982: 79). Al año siguiente, Marcelo exigió 30 talentos tras haber recuperado la ciudad (App., Ib., 48). Al
margen de la ambigüedad de término χρήματα se adivina una intendencia romana versátil que implicaba
a las poblaciones locales en la gestión de recursos económicos. Dicho término vuelve a ser referido por
Plutarco al señalar que Sertorio empleó la χρήμασι de las ciudades españolas (Sert., 22, 4). Las fuentes no
contribuyen a conocer el tipo de moneda que unos y otros utilizaban para satisfacer pagos, pero lo normal
sería una total flexibilidad para adaptarse a cualquiera de las monedas en circulación. No se discute que
iberos y celtíberos aceptaran monedas romanas y los hallazgos monetarios demuestran que los romanos
también aceptaban las emisiones locales. De hecho en algunos territorios los denarios autóctonos llegarían
a ser casi el único tipo de moneda disponible.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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7. LOS PESOS VACILANTES DE DRACMAS Y DENARIOS
7.1. La hegemonía de las dracmas
Los datos disponibles permiten perfilar los principales hitos metrológicos de las monedas peninsulares entre
los siglos V-I a.C. (Mora, 2006). Las emisiones de plata prerromanas ofrecen un panorama dominado por
modelos coloniales (Villaronga, 1998: 60; García-Bellido, 2000-2011: 556). El primer patrón metrológico
monetal de la Península fue el modelo foceo adoptado por Emporion (Ripollès y Chevillon, 2013: 3-8), que
pronto se modificaría por causas inciertas. Las ciudades púnicas de Ebusus y Gadir, y la ibérica de Arse,
siguieron modelos que no ejercieron influencia más allá de sus propios entornos. En un territorio carente
de influencias centralizadoras entre los siglos V-III a.C., la plata era escasa, circulaba localmente y, fuera
de sus ámbitos, se valoraba al peso, evitando los inconvenientes derivados de la existencia de diferentes
sistemas. La práctica de enfrentarse a una masa monetaria heterogénea y compleja sólo se produjo a partir
de la Segunda Guerra Púnica.
El referente metrológico más importante de los siglos anteriores a los romanos son las dracmas de
Rhode y Emporion, aparecidas en el tránsito de los siglos IV-III a.C. y acuñadas con un peso aproximado
de 4,7 g (fig. 2, nº 5 y 6). Cuando los romanos llegaron a la Península, adaptaron las dracmas de Emporion
en favor de sus intereses y los pueblos ibéricos hicieron lo propio.3 Al tiempo que se acuñaban las dracmas
de Emporion modificadas y las ibéricas de imitación, los romanos importaban sus nuevos denarios que
sustituían a los cuadrigatos-didracmas. La nueva denominación pesaba inicialmente unos 4,5 g (72 piezas
por libra), magnitud próxima a la empleada por las dracmas emporitanas, únicas monedas locales disponibles
en cantidades significativas y concebidas en el entorno romano. Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica
no mezclaron denarios romanos y dracmas autóctonas en cantidades significativas (Villaronga, 1993: nº
28-40). De hecho, se comprueba una presencia ocasional de denarios romanos en dichos conjuntos con
promedios metrológicos a veces bajos pero que, globalmente, se ajustan bien al peso teórico (Villaronga
1979: 255-256 y 1999). En el tesoro de Les Encies los pesos medios son de 4,61 g sobre 11 dracmas y
de 4,32 sobre 19 denarios (Campo, 1991: 176-178; Villaronga, 1979: 255). No hay coincidencia pero los
valores se encuentran próximos, sobre todo, entendidos como parte de una masa monetaria donde los
patrones se reconocían con dificultad más allá de su lugar de origen.
Zobel expresó su visión sobre la implantación del modelo romano: las dracmas emporitanas de
carácter más moderno no suelen pesar más de 4,5 gramos: de dracmas habían pasado a ser denarios
disfrazados (1878: 134). Desde la perspectiva emporitana, los romanos emulaban el peso de sus dracmas
que eran anteriores, con una rebaja prácticamente imperceptible. Y a la inversa, los romanos podían
asimilar las monedas de Emporion como unos denarios de calidad. En la masa monetaria del conflicto
resulta complicado que una diferencia de décimas de gramo marcase una distancia apreciable entre la
aceptación de unas y otras. El encasillamiento cultural y las categorías descriptivas actuales condicionan la
visión de un ambiente productivo complejo, alimentado por influencias recíprocas y sometido a exigencias
desconocidas. Cabe asimismo destacar la continuidad de Kose-Tarankon e Iltirta en la fabricación sucesiva
de dracmas y denarios (Villaronga, 1978 y 1983: 41-43). La consideración de la pieza de Iltirkesalir como
dracma se debe a su peso, pero si la tipología fuese el criterio clave, se podría describir como denario
pesado similar a los republicanos, hecho quizá fomentado por tratarse de una serie inaugural. A inicios del
siglo II a.C. dracmas de Emporion y denarios evolucionaron hacia un estándar más ligero.
3
Respecto al modelo seguido por Emporion y sus imitaciones se han establecido los siguientes patrones metrológicos: (1) 4,67 g
para las dracmas emitidas con anterioridad a la llegada de los romanos; (2) 4,62 g tras el desembarco de los romanos hacia 218
a.C., estándar próximo a las primeras series de denarios de 4,5 g; (3) 4,56 g para la dracmas de imitación ibéricas; (4) 4,14 g en
Emporion para el siglo II a.C. (Villaronga, 2002a: 108).
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
7.2. Movimientos hacia un peso común
Tras la guerra el estándar metrológico romano acabaría imponiéndose. Pero Emporion y Arse conservaron sus
tradiciones metrológicas cuando las tendencias globalizadoras comenzaron a tomar fuerza. Ambas ciudades
emitieron dracmas al menos hasta mediados del siglo II a.C., manteniendo un modelo donde prestigio y
tradición prevalecieron sobre las supuestas ventajas de asimilarse al estándar del denario. Cambiaron la
metrología de su plata respecto a series precedentes, pero la mantuvieron ajena al patrón romano, quizá por
su localización costera, ajena a las necesidades de los contingentes militares; Emporion acuñó piezas de 4,15
g (Villaronga, 2002a: 54) y Arse de 2,49-2,69 g (Ripollès y Llorens, 2002: 156, nº 82-116) por influencia de
Massalia o con una convertibilidad de 2/3 respecto al denario romano (Ripollès y Llorens, 2002: 159-161).
Resulta complicado argumentar que estas elecciones tuviesen alguna desventaja práctica.
Las monedas ibéricas, celtibéricas y vasconas de plata se describen como denarios por su similitud con
el estándar romano. Otro planteamiento las relaciona con un estándar local, como una prolongación de las
dracmas de imitación, aunque admitiendo que la implantación del sistema bimetálico se debe a la influencia
romana y el final de la hegemonía emporitana (García-Bellido, 2000-2001: 563-564). Según Crawford los
denarios republicanos pesaron 4,5 g hasta el 211-208 a.C (RRC 111) y 3,86 g desde el 157-156 a.C. (RRC
197). Los tesoros peninsulares confirman el estándar elevado de 72 piezas por libra durante la Segunda
Guerra Púnica (Villaronga, 1999) y la reducción a 84 piezas por libra sólo se alcanzó tras una serie de
vacilaciones durante la primera mitad del siglo II a.C., ratificadas por los hallazgos de Hispania (Crawford,
1974: 594-595; Hildebrandt, 1991-1993: 205). Los tesoros en ocasiones escapan al modelo y revelan un
panorama más complejo con promedios inusitadamente bajos tanto en las primeras como en las últimas
series republicanas (Generoso, 1993; Duncan-Jones, 1995; Villaronga, 2002b: 39-42).
Se han identificado 21 cecas que acuñaron denarios, de las que 4 que además produjeron quinarios, su
valor mitad. La mayoría de emisiones se ajustan bien al estándar romano de 84 piezas por libra, aunque sus
pesos medios presentan oscilaciones notables que a veces carecen de una explicación cronológica, tal como se
ha observado para los denarios republicanos. Las primeras emisiones de denarios ibéricos presentan un peso
algo más elevado, en el entorno de los 4 g, coincidente con el romano de las primeras décadas del siglo II
a.C., circunstancia también comprobada en series más tardías, cuando Roma ya ha fijado su estándar en 3,86 g
(Villaronga, 1995a: 33-46; Gozalbes, 2009a: 95, tabla 8). Quizá algunas emisiones iniciales se cuidaron más y
reclamaron protagonismo ofreciendo piezas de un peso superior al común. Los primeros denarios de Turiasu,
que no deberían ser anteriores al 140 a.C., ofrecen todavía un promedio de 4,06 g (Gozalbes, 2009a: 185).
También en fechas tardías se comprueba que algunos promedios se encuentran muy por debajo de lo
que podría ser considerado normal. Las series de Sekobirikes, a falta de un estudio monográfico, rondan
los 3,5-3,6 g de promedio (CNH 5-10); por su parte, la última emisión de Turiasu presenta un sorprendente
promedio de 3,32 g (Gozalbes, 2009a: 92-94). Las diferencias de peso entre los denarios romanos de 3,86 g
y los llamados denarios ibéricos son inapreciables en la práctica. En relación con este peso teórico algunas
producciones locales fueron más pesadas, otras se ajustaron con gran precisión y la mayoría resultaron algo
más ligeras (fig. 12). No se puede suponer que su valor sobre el papel fue distinto.
Iltirta, Kese, Sesars y Turiasu acuñaron además quinarios, lo que aparentemente refuerza la integración
con la tradición monetaria romana. Su volumen de emisión no fue apreciable ni en Roma ni en la Península,
pero el hecho de que una de las variantes acuñadas por Turiasu reprodujese con fidelidad el diseño de un
denario romano constituye otra prueba de la sintonía romana de estas producciones locales (Gozalbes, 2009a:
47-49, 167-168). Las autoridades emisoras establecían patrones monetarios y la disciplina numismática se
afana por identificarlos. Pero la realidad es que cualquier usuario podía encontrarse con pesos notablemente
dispares ante piezas acuñadas incluso por la misma pareja de cuños. Las operaciones de pago no sólo estarían
condicionadas por los patrones metrológicos vigentes. Y con la acumulación de monedas en circulación de
diferentes períodos y talleres, los pesos individuales, el desgaste o la calidad metálica pudieron ser factores
más importantes a la hora de tomar decisiones que los propios estándares teóricos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
4,5 g
3,86 g
sedetanos
belos
lusones
ausetanos
arévacos
ilergetes
Kelse
Arsakoson
Baskunes
Arsaos
Bentian
K. Karbika
Sekotias
Kolounioku
Oilaunikos
Arekorata
Sekobirikes
Turiasu
Sekaisa
Sekia
Belikiom
Bolskan
Sesars
Iltirta
carpetanos
celtíberos
suessetanos
Dracmas Pegaso
Dracmas modificadas
Dracmas ibéricas
Dracmas siglo II a.C.
Kese
Ausesken
?
vascones
Ikalesken
kesetanos
RRC 101
4,5 g
211-210 a.C.
3,9 g
RRC 187
169-158 a.C.
Fig. 12. Pesos de dracmas y denarios por etnias y emisiones (según Villaronga, 1995a, y trabajos citados en el epigrafe 2.1)
junto a la reducción del peso teórico de los denarios romanos segun los datos del catálogo de Crawford (1974).
8. EL DENARIO, UN MODELO SIN ALTERNATIVAS
8.1. ¿Un proceso sin interrupciones?
Los denarios ibéricos se han estudiado como un fenómeno independiente de las acuñaciones realizadas
durante la Segunda Guerra Púnica. Durante este conflicto se desarrollaron prácticas monetarias novedosas y
cabe pensar que el denario se inscribió en el nuevo modelo administrativo provincial como una prolongación
de esta experiencia, más que como resultado de una nueva política monetaria. Dracmas emporitanas e
imitaciones ibéricas habían jugado un papel trascendental en la financiación bélica, quizá similar al que
desempeñaron los denarios locales en décadas posteriores. La administración romana debió ejercer algún
control sobre este nuevo modelo; no se explica fácilmente que durante dos décadas a lo sumo, cerca de
un centenar de talleres ibéricos llegasen a producir sus propias dracmas de imitación con una metrología
homogénea y que, más tarde, a lo largo de 125 años, sólo 21 ciudades se animasen a acuñar denarios.
Tras la exigente tarea de retirar la plata empleada durante la guerra, los denarios romanos se
convirtieron en el único sistema de referencia para la plata y las nuevas emisiones locales se ajustaron
a esta metrología. Lo cierto es que la situación política no dejaba demasiado margen a una alternativa
mejor. García-Bellido defiende el iberismo de todos los patrones locales incluida la plata y considera
improcedente la expresión denario ibérico (2000-2001: 563-564). Pero los denarios romanos debieron
tener el mismo valor que la plata local en condiciones normales, por lo que un debate terminológico no
deja de ser una trampa. La única característica objetiva que podría conducir a una valoración desigual de
dichas producciones se debería a su diferente pureza, más que a sus diferencias de peso. Sin embargo, los
tesoros no avalan una selección de piezas y resulta difícil entender cómo los usuarios comunes podrían
tomar decisiones razonadas en relación con estas cuestiones.
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Un debate en plural sobre el origen de los denarios ibéricos resulta artificial. Como ya se ha indicado, Iltirta
pudo tomar esta decisión en solitario desde fechas tempranas casi enlazando con la producción de dracmas.
¿Siguieron Kese o Ausesken sus pasos de inmediato? ¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que otros talleres de
Suesetania o de la Celtiberia se incorporaron a esta moda? ¿Necesitaron el permiso romano? ¿Se produjeron
interrupciones una vez iniciadas las emisiones? Diferentes propuestas coinciden en situar los primeros denarios
ibéricos en la primera mitad del siglo II a.C., pero la ausencia de tesoros en estas décadas siempre ha constituido
un obstáculo para lograr una mayor precisión cronológica. Pero el eslabón clave entre dracmas y denarios
ibéricos lo proporcionan las series de Iltirkesalir e Iltirtasalirban (García-Garrido y Montañés, 2007). Ambas
producciones se sucedieron posiblemente con una cierta continuidad, incluyendo una renovación tipológica
tan significativa como la metrológica. Quizá incluso las últimas producciones de dracmas se solaparon con
las primeras tentativas de acuñar denarios. Para Villaronga la emisión de Iltirkesalir era anterior a las dracmas
ibéricas de imitación (1979: 55), admitiendo de algun modo que se integraba en la tradición de las dracmas
a pesar del cambio de tipología (García-Bellido, 2000-2001: 564). Resulta peligroso encasillar actualmente a
partir de categorías que quizá forman parte de una realidad ambigua y compleja, desligada de una aplicación
rígida de los estándares. Precisamente Iltirta y Kese ya habían acuñado dracmas y divisores durante la guerra.
En el primer caso la producción fue variada y posiblemente regular, dando a entender que acuñarían denarios a
la primera oportunidad que se presentase. ¿Necesitaron esperar un permiso especial? En ciudades afines a los
romanos como Emporion y Arse no se ha planteado por las mismas fechas una interrupción de las emisiones.
El establecimiento de una nueva tipología pudo tener mayor significación que el cambio metrológico.
En la moneda de Iltirkesalir aparece un jinete y por lo tanto sería prácticamente equivalente a un denario de
peso elevado. Ciertamente ninguna serie local de denarios volvió a reproducir un peso tan elevado, dato de
importancia relativa si se piensa en la evolución del estándar romano. Hay también un argumento epigráfico que
refuerza la idea de continuidad. El término ibérico salir aparece sobre monedas de diferente peso, y por tanto
no guarda relación con ninguna denominación concreta. Se interpreta como una referencia genérica al dinero
o a la moneda (Fletcher, 1989 y 1990; Velaza, 1996: 56), pero como no aparece sobre bronces se le supone un
significado próximo a la plata (Ferrer i Jané, 2012: 40-41). Se utilizó con intensidad a finales del siglo III a.C.
sobre las dracmas que presentan los epígrafes iltirtasalir, belsesalir, tarankonsalir, salirban, sokesalir y erusalir
(ACIP 348-351, 361, 371, 362, 369, 370, 395), sobre la emisión de iltirkesalir (ACIP 280), sobre la hemidracma
kesesalir (ACIP 1104) y, finalmente, sobre los denarios de Iltirtasalirban (ACIP 1233, 1234, 1242, 1248). Este
término se asoció a unas monedas que formaron parte de una masa monetaria diversa y complicada. En estas
circunstancias es posible que fuera más relevante el término genérico que el peso concreto de la pieza. Desde
una perspectiva epigráfica este hecho otorga a todas estas piezas una unidad incontestable. Además de esto, la
dracma de Iltirkesalir y los denarios de Ausesken comparten los signos ban como marca de anverso, leyenda
quizá sin valor fonético, donde ba podría expresar la idea de unidad y n un valor desconocido (Estarán, 2013:
66-68). En los plomos escritos aparecen trazos verticales paralelos de idéntico trazado a la ba, muy comunes
como registro contable, incluso acompañados del término salir en el ejemplo de Los Villares (Fletcher, 1990:
88). Esta lectura aproximaría el valor de ambas piezas aunque no pesaran lo mismo. Los denarios romanos con
la marca X tampoco cumplían la deseada regularidad metrológica. El hecho de que la marca ban aparezca sobre
dos divisores deja por supuesto el tema abierto (ACIP 281-282).
Las 21 cecas ibéricas, celtibéricas y vasconas que emitieron plata se concentraron en el cuadrante noreste
y en los valles del Ebro y del alto Duero. Aunque pertenecieron a diferentes grupos étnicos, se refieren
tradicionalmente bajo el ambiguo epígrafe denarios ibéricos, denominación precisa sólo en un sentido
epigráfico o geográfico. En muchos casos sus localizaciones son aproximadas o inciertas, aunque la mayoría se
alinean en los márgenes del Ebro, a cierta distancia del curso principal. Importantes cecas como Sekobirikes,
Baskunes, Arekorata, Arsaos o Turiasu sólo se conocen por sus monedas. No son recogidas por ninguna fuente
clásica y los criterios arqueológicos, lingüísticos o numismáticos basados en los hallazgos todavía no permiten
siquiera sugerir la localización precisa de algunas de estas ciudades. Bolskan, latinizada como Osca, es la
única de todas ellas mencionada por las fuentes por su condición de capital sertoriana (Plut., Sert. 14 y 25).
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Los denarios peninsulares de celtas, iberos o vascones muestran singularidades en los detalles, pero su
modelo principal compartido es resultado de influencias externas posiblemente de índole romana (Burnett, 1987:
39). Todos ellos adoptaron diseños similares (cabeza masculina/jinete), el signario ibérico para sus leyendas y
un mismo estándar metrológico ¿Por qué pueblos tan distintos a priori compartieron estos diseños? Los tipos
principales se antojan relacionados con dioses o héroes de origen local (Almagro-Gorbea, 1995; Arévalo, 20022003 y 2003), quizá con una lectura no exclusivamente militar (Gozalbes, 2006), aunque su indefinición ha
permitido entenderlos también como temas provinciales romanos (Paz y Ortiz, 2007). Llama poderosamente la
atención que las variantes tipológicas de reverso escogidas por cada ceca nunca se modificasen (fig. 17).
La introducción del denario hay que situarla en su contexto, recordando el importante papel de las
dracmas precedentes y la posibilidad de que emisiones de bronce de Kese o Iltirta anticipasen los diseños de
los denarios o los acompañasen desde un principio. Se podría discutir si el caso fue diferente en la cecas de
nueva creación, pero entonces el debate se limitaría a determinar si la creación de cada nuevo taller exigía
de un permiso especial. Presuponer condiciones y decisiones que condujesen a la introducción del denario
no deja de ser un actualismo. ¿Interrumpió la propia Roma sus emisiones cuando adoptó el denario?
8.2. La datación de los denarios
La polémica sobre la datación de los denarios ibéricos resulta artificial, ya que una sola emisión antigua y
aislada desmontaría cualquier explicación de tipo global. Se admite por consenso que los denarios autóctonos
se acuñaron de forma progresiva y que abundaron particularmente entre finales del siglo II a.C. y comienzos
del siglo I a.C., aunque la datación de las primeras emisiones ha sido objeto de propuestas muy diversas (fig.
13). Los talleres que emitieron plata aparecieron en el este de la Península, avanzaron progresivamente hacia
el oeste, y hacia el alto Duero su expansión quedó frenada. Dificultades en el aprovisionamiento de plata
pudieron condicionar o limitar las posibilidades de creación de unas cecas que en ocasiones acuñaron grandes
cantidades de plata, mientras que en otras realizaron producciones modestas o incluso anecdóticas.
La secuencia de producción comienza sin duda con las cecas de Iltirta, Kese y Ausesken a las que debieron
seguir Sesars y Bolskan. Estos talleres realizaron las series más antiguas, cuyo rasgo común más evidente es la
leyenda curva, salvo en el caso de Kese por razones obvias de brevedad, aunque algunos cuños apuntan dicha
tendencia (Villaronga, 2002b: 35, nº 44-46). Esta disposición curva sigue la tradición de las dracmas, hecho
que refuerza la idea de una continuidad de concepto. Las leyendas horizontales posteriores se asemejan más al
modelo romano, disposición casi exclusiva de las grandes series posteriores de denarios.
La ordenación relativa de Villaronga, con ligeras matizaciones, constituye una propuesta razonable para
apuntar un posible orden de apertura de talleres (1995a: 67-68). Sus diferentes fases de actividad o capacidades
de producción son cuestiones que complican el panorama y en las que no cabe entrar. Las series más antiguas,
se remontan a principios del s. II a.C. y corresponden a ilergetes, kesetanos, ausetanos y suessetanos (Burillo,
2002: 211-212; Pérez Almoguera, 1996; Villaronga, 2004: 134-135). Las cecas de celtíberos y vascones no
aparecieron hasta mediados del siglo II a.C. Es posible que los talleres más antiguos se relacionen con una
situación de necesidad ya que, como señala Crawford, los denarios romanos no llegaron a Hispania durante
las dos generaciones posteriores a la Segunda Guerra Púnica (1985: 93), a pesar de que los tesoros sugieren
que sólo desde el 140 a.C. llegaron en cantidades significativas (Ripollès, 1984: 106). Aunque los salarios
legionarios se pagasen en bronce el sistema era bimetálico y necesitaba monedas de plata.
El estilo compartido para Iltirkesalir e Iltirtasalirban es una prueba incontestable de la continuidad dracmasdenarios (García Garrido y Montañés, 2007) y quizá demuestra la adopción del nuevo sistema metrológico
al margen de mandatos globales o de cambios de autoridades. Siendo obra del mismo artista no pudo mediar
excesivo tiempo entre la acuñación de ambos valores. El tesoro de Armuña de Tajuña fechado hacia el 205-200
a.C. (Ripollès, Cores y Gozalbes, 2009: 171) incluye en un lote todavía inédito un fragmento de una dracma de
Iltirkesalir emitida con los mismos cuños que la pieza de París, lo que ratifica la antigüedad de la serie.
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
A
Baskunes
222
Bentian
18 Arsaos
?
90
Oilaunikos Arsakoson
10 ?
Sekobirikes
137
Arekorata
?
551
Sekia
267
Kolounioku
34
Sekotias Turiasu
4
2
Bolskan
5
Sesars
Ausesken
145
4
360
Iltirta Iltirkesken
Sekaisa
20
68
Belikio Kelse
37
1
Kese
1
33
Konterbia Karbika
18
Ikalesken
53
?
B
Localización incierta
Konterbia Karbika
Arekorata Oilaunu
Turiasu Baskunes
Bolskan
Sesars
Iltirkesken
Iltirta
218 a.C.
200
Crawford
(1969: 82)
Knapp (1977: 12)
Villaronga
199-170 a.C.
(2004: 134)
Ripollès
200-175 a.C.
(2005a: 196)
Zobel (1878: 137)
Sekaisa
Ausesken
Kelse
Ikalesken
180
160
Hill 175-133 a.C.
(1958: 58)
Jenkins
(1958b: 143)
Arsaos
Sekia
Belikiom
140
Bentian
Arsakoson
120
Amorós (1957: 62)
Domínguez (1998: 192)
Campo 155-133 a.C. (2000: 62-63)
Kolounioku
Sekotias
Sekobirikes
100
72 a.C.
Kese
Jenkins (1958a: 58)
Crawford (1985: 95)
Beltrán (1986: 898; 1998: 112)
García-Bellido (1993: 109)
García-Bellido y Blázquez (2001: 74)
Fig. 13. A) Iltirkesken y las cecas de denarios con estimación de cuños de anverso según síntesis de Villaronga (1995: 7576) y monografías (Villaronga, 1983: 97; Gomis, 2001: 98; Abascal y Ripollès, 2000: 30; Collado, 2000: 104; Gozalbes,
2009a: 161: Villaronga, 1988: 63). B) Propuesta de inicio de emisiones de denarios con tamaño proporcional a su volumen
de producción junto a las principales dataciones realizadas sobre la cronología inicial de los denarios ibèricos.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
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Fig. 14. Denario de Kese del tesoro
del Francolí. 4,19 g (col. F. Suárez, exAureo & Calicó 3/12/2013, nº 1364 =
Villaronga, 2002: nº 37).
Los denarios de Iltirtasalirban son escasos en los tesoros, pero revelan unas pautas singulares. Su
presencia se constata en dos tipos de tesoros ocultados en diferentes períodos; en conjuntos presumiblemente
antiguos donde los elementos de datación absoluta son inexistentes,4 y en hallazgos tardíos donde sólo
aparecen ejemplares aislados fruto de una circulación residual.5 En los antiguos, las piezas de Iltirtasalirban
son abundantes y aparecen en compañía de monedas de Sesars y, ocasionalmente, de Kese y Bolskan. Por
el contario, los tesoros recientes, de finales del siglo II a.C. y comienzos del siglo I a.C. sólo proporcionan
ejemplares aislados. En estos últimos conjuntos las piezas de Iltirtasalirban aparecen en compañía de series
republicanas de cierta antigüedad. El estudio de cuños de las series de Iltirtasalirban demuestra que se
produjeron en cantidades importantes.6
El tesoro de Francolí confirma que los denarios de Kese circulaban en el primer cuarto del siglo II a.C.
(Villaronga, 2002b: 39). Los 10 ejemplares que contiene aparecen poco gastados y su ejemplar más antiguo
según la ordenación de cuños se corresponde con la entrada nº 11 de su catálogo monográfico (Villaronga
1983: 146; Villaronga, 2002b: 30) (fig. 14). Sin ser las piezas más antiguas de Kese, presentan un promedio
de 4,08 g, superior a la cifra de 3,98 g calculada para toda la serie (Villaronga, 1983: 44). Aunque los 10
primeros emparejamientos estén ausentes en el tesoro, su estilo es similar y no cabe a priori atribuirles
una cronología muy distinta. Los denarios republicanos más recientes del conjunto son emisiones de una
cronología poco precisa entre los años 179-170 a.C. (RRC 162, 164 y 169). Cabe señalar que las primeras
3 parejas de cuños de Kese aparecen aisladas del resto de la cadena en la monografía de Villaronga (1983:
45). El primer cuño de anverso, del mejor estilo, sería posiblemente el que apareció en Hostalrich según
la noticia de Guadán que lo describe con pendiente (Villaronga, 1966: 303-304; Guadán, 1969: 92). La
proximidad formal entre Kese y Ausesken sugiere una cronología próxima para ambas.
4
Hay tres conjuntos cuya cronología parece antigua pero que no cuentan con presencia de moneda romana que permita confirmarlo.
El tesoro de Hostalrich cuenta con una bibliografía confusa (Mateu, 1951: 237, HM 444; Guadán, 1969: 92, nº 41), pero según
su descripción más reciente incluiría 2 denarios de Kese, 60 de Sesars, 1 de Bolskan (con leyenda circular, CNH 211/1), 3 con
leyenda Iltirta y 170 con la leyenda Iltirtasalirban (Villaronga, 1978: 32). En este caso la selección de cecas y emisiones constituye
de por sí un indicio de antigüedad. El segundo tesoro, procedente de Altorricón, estaría compuesto por más de 500 denarios, en su
mayoría de Iltirtasalirban, pero no hay más datos ya que se remonta a la publicación de Lastanosa (1645: 61-62). El tercer caso,
el conjunto de Alto Ebro, es peculiar ya que en todos los ejemplares son forrados (García Garrido, 1985). Se trata de un hallazgo
único, donde cabe especular hasta qué punto su propietario era consciente de esta singularidad. Lo componen 40 ejemplares de
Iltirtasalirban junto a 8-10 de Sesars.
5 Hay un ejemplar de Marrubiales de Córdoba que Jenkins considera como el más gastado (1958a: 59, lám. xiii, 1; Chaves, 1996:
93-104), otro de Salvacañete en paradero desconocido (Cabré, 1936; Gómez Moreno, 1949: 182; Villaronga, 1993: 42, nº 63),
un fragmento de tipología discutible de Almadenes de Pozoblanco (Chaves, 1996: 118, nº 103), y un ejemplar perdido de Torres
/ Cazlona 1618 (Delgado, 1871: 149-159; Zobel, 1878: 196-197). Los denarios republicanos más antiguos de Salvacañete,
Almadenes de Pozoblanco o Cazlona se fechan a finales del siglo III a.C. (Marcos et al., 1998: 257). Lamentablemente las
circunstancias de publicación impiden realizar una comparación de desgaste entre los ejemplares de Iltirtasalirban y estas piezas.
6 Grupo 7, el más antiguo de Villaronga, con un rizo de gancho hacia abajo, con 36 cuños de anverso y 41 de reverso sobre una
muestra de 85 monedas (Villaronga, 1978: 37-38); 4 de anverso y 4 de reverso para el grupo 13 con una muestra de 4 ejemplares;
20 cuños de anverso y 29 de reverso para el grupo 14 para una muestra de 129 denarios (Villaronga, 1978: 36).
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
Sesars tuvo que acuñar también en fechas tempranas (Villaronga, 1995a: 17). Los tesoros de Hostalrich
y Alto Ebro sitúan sus emisiones junto a las series catalanas antiguas (Villaronga, 1966: 302-304; García
Garrido, 1985), aunque el primero se haya fechado a mediados del siglo II a.C. (Domínguez, 1991: 195).
Resulta sorprendente que estos dos tesoros sean los únicos conocidos con denarios de Sesars. Según las
estimaciones de Villaronga se utilizaron alrededor de 145 cuños en su producción, cifra que supera los cuños
calculados por este mismo autor para Kese (31), Iltirta (67), Ikalesken (52), Arsaos (90) o Sekobirikes (136)
(Villaronga, 1995a: 75-76). La ausencia de unos denarios tan abundantes en los tesoros de finales del siglo
II a.C. certifica su antigüedad e incluso sugiere que pudieron ser objeto de una desmonetización puntual o
progresiva. ¿Formaron parte los denarios de Iltirtasalirban o Sesars de alguno de los botines descritos por
Livio? En el 180 a.C., fecha del último botín, sin duda ya circulaban algunos denarios ibéricos. Otro vínculo
característico entre estas series antiguas, salvo en Kese, es la presencia de leyendas secundarias similares y
con elementos comunes. Sobre sus anversos aparecen las leyendas ban (Iltirkesalir, Ausesken) o bon (Sesars,
Bolskan), donde el elemento leído como ba podría ser un ideograma con el sentido de unidad (Estarán, 2013:
67 y 69). Entre las restantes 15 cecas que acuñaron denarios posteriormente, la única leyenda secundaria
repetida por dos talleres diferentes es benkota (Baskunes y Bentian) y resulta complicado hallar similitudes
entre el resto. Quizá Arsakoson expresó un concepto similar al utilizar en solitario el signo ba.
La datación de los últimos denarios es un asunto menos debatido. Existe consenso acerca de que los
tesoros de las guerras sertorianas incluyen las últimas series de denarios locales (Crawford, 1985: 210). La
idea de un punto final para estas emisiones tiene también un valor relativo, puesto que numerosos talleres
ya habían concluido sus emisiones de plata mucho antes de este episodio (casos claros como Kese, Iltirta,
Ausesken, Sekaisa o Sesars). Así como la apertura de talleres fue progresiva, su cierre simultáneo se ha
entendido como una imposición romana consecuencia del apoyo que habían prestado a la causa sertoriana.
El estudio de Turiasu revela que sólo tres parejas de cuños del estilo final no aparecen en ninguno de los
tesoros conocidos; las monedas de estos cuños podrían ser las únicas posteriores al conflicto de entre toda
la colosal producción de este taller (Gozalbes, 2009a: 148). Quizá no debería plantearse como un cese
simultáneo de la actividad de todos los talleres. Igual que su incorporación a las emisiones fue progresiva,
su cese de actividad debió producirse de modo similar.
Los tesoros ratifican que estas producciones no sobrepasaron las guerras sertorianas. No obstante la
cronología tradicionalmente sertoriana de muchos de ellos también se ha puesto en duda (Rodríguez, 2009).
Los tesoros sin moneda romana y con denarios ibéricos de los talleres de Bolskan, Turiasu, Sekobirikes,
Baskunes o Arsaos hasta hace poco se asignaban directamente a este conflicto. Sin negar que muchos de ellos
pertenezcan a estos años, lo cierto es que algunos son algo anteriores o posteriores. Esta datación tradicional
reposa sobre la supuesta lealtad de las cecas adheridas a la causa de Sertorio, idea muy influenciada por el
hecho de que sus tropas se habrían financiado con plata ibérica; cecas como Bolskan, Turiasu o Sekobirikes
habrían servido a su causa (García-Bellido, 2005: 34). No se puede discutir que estas monedas fueron el medio
principal para financiar el conflicto, porque acuñadas desde las décadas precedentes constituían el núcleo de
la masa monetaria. Posiblemente la moneda pre-sertoriana en circulación resultaba de por sí suficiente para
cubrir una buena parte de los costes del esfuerzo bélico. La meta sería identificar los cuños que pudieron
haber estado en funcionamiento en época sertoriana, labor que se revela complicada, fundamentalmente por
la ausencia de tesoros con moneda romana que permitan discriminar aquellas monedas que ya circulaban en
los años inmediatamente anteriores a la guerra.
Otra cuestión es que, además, no hay ninguna prueba de que dichas emisiones tuviesen una significación
más allá de la estrictamente económica. Si la plata local se hubiera erigido en algún momento como símbolo
de la resistencia frente a Roma, las autoridades podrían haber considerado retirarlos de la circulación tal y
como hicieron tras la Segunda Guerra Púnica. Los tesoros sugieren que no hubo atisbo de desmonetización
y que continuaron circulando con normalidad al menos hasta las guerras civiles, en contextos donde el
protagonismo de las piezas importadas era cada vez mayor (fig. 10). Dicha realidad delata la mentalidad
práctica de la metrópoli frente a una masa monetaria bien organizada y probada durante décadas. Si el
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
299
Fig. 15. Dracma de Iltirta (col. particular).
recuerdo de Sertorio hubiera permanecido en las monedas, Roma podría haber actuado de una forma similar
a como lo hizo tras la Segunda Guerra Púnica. Sertorio pudo servirse circunstancialmente de algún taller,
pero no de todos. Carece de lógica pensar que algunas ciudades con tradición pudieran ver comprometida
su autonomía por emisiones que tampoco constituían una novedad palpable. Resulta más prudente pensar
que el cese responde al cierre de una etapa. Las emisiones pudieron verse precipitadas a su fin precisamente
por la gran cantidad de moneda acuñada en décadas precedentes a la que se sumó la importada por los
romanos para afrontar el esfuerzo bélico, incrementada por la acuñada aquí (RRC 366, 393). Si la moneda en
circulación cubría las necesidades de Hispania no hacía falta acuñar más. En este contexto, si los auxiliares
se habían financiando hasta entonces con emisiones de denarios ibéricos, hubo que pensar en organizar a
partir de entonces otro modelo de financiación.
El nuevo tipo con cabeza masculina y jinete en diferentes variantes se presta a lecturas diversas en torno
a las ideas de autoridad y del héroe fundador (Almagro-Gorbea, 1995; Arévalo, 2003). Habrá que determinar
en cada ceca si se adoptó antes sobre denarios o sobre bronces. En las producciones de Iltirta y Kese, algunos
bronces del jinete podrían ser contemporáneos de los denarios con el mismo diseño, significando en última
instancia que su aplicación sobre la plata no resultaría estríctamente novedosa (Villaronga, 1978 y 1983).
Pero incluso en esta cuestión existe un singular precedente con dracmas de Iltirta donde de forma excepcional
se utiliza una cabeza masculina (ACIP 343-345; Villaronga, 1998; nº 192-196, lám. XVIII; García Garrido y
Montañés, 2007: 46 y 50). Esta representación masculina no aparece sobre ninguna otra dracma aunque sí es
frecuente en divisores. ¿Podría ser este diseño una anticipación del personaje de los denarios? (fig. 15).
9. EL METAL
9.1. La materia prima
Los autores clásicos recogen diversas noticias sobre la riqueza de las explotaciones mineras peninsulares
(Davies, 1935: 94-139). Hispania fue un importante centro productor de plata, fundamentalmente en la forma
de galena argentífera (Domergue, 1990: 8, 71-75). Las minas más ricas estaban localizadas en Carthago Nova
que proporcionaba unos nueve millones de denarios al año (Estrabón, 3, 2, 10; Blázquez, 1978: 32-35). Esta
actividad también quedó plasmada en tipos monetales, téseras de plomo, marcas y contramarcas (García-Bellido,
1986; Arboledas, 2010: 49-53). Las explotaciones del distrito minero del sur, quizá gestionadas por societates
publicanorum, cuentan con un amplio refrendo arqueológico (Richardson, 1976; Domergue, 1990; Arboledas,
2010: 133-139). Las emisiones hispano-cartaginesas o el taller púnico de Gadir pudieron beneficiarse de la
proximidad de estas fuentes (Villaronga, 1973: 92-93; Alfaro, 1988: 56, nota 186). Sin embargo, no hay indicios
de actividades mineras en el entorno de las cecas de plata ibéricas, celtibéricas y vasconas. En estos ámbitos
los estudios se han afanado por localizar minas de plata próximas a las cecas que acuñaron dracmas o denarios,
cuyo abastecimiento desde el sur parece demasiado costoso y complicado. Hay propuestas para identificar
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
minas de plata en los ámbitos ibérico o celtibérico, que han permitido sugerir fuentes de aprovisionamiento
como la Sierra Calderona para Arse o Valdeganga para Turiasu (Ripollès y Llorens, 2002: 162-164; Gozalbes,
2009a: 164), propuestas que en ningún caso resultan concluyentes. Las posibilidades calculadas para los filones
celtibéricos en su conjunto sobrepasarían las necesidades de metal de los talleres de su entorno; la estimación
para el total de la plata acuñada por Turiasu ronda las 40 toneladas, mientras que el conjunto de minas de la
Celtiberia pudieron llegar a proporcionar 4.000 toneladas (Gozalbes, 2009a: 163; Sanz, 2003: 42).
Transporte y almacenamiento del metal debieron ser asuntos de capital importancia en la planificación
de emisiones. Establecer un aprovisionamiento común para todas las emisiones carece de sentido. Tuvieron
que existir fuentes primarias de importancia diversa y con un recorrido temporal desigual. Quizá los análisis
isotópicos de filones y monedas permitan establecer asociaciones factibles entre cecas y minas, aunque estos
datos pueden resultar de escasa utilidad si los talleres recurrieron al reciclaje para obtener sus cospeles. El
aprovisionamiento metálico basado en el reaprovechamiento de objetos y monedas debió jugar un papel
destacado (Montero, Pérez y Rafel, 2011), especialmente en períodos conflictivos cuando los botines eran
abundantes. Esta práctica se habría verificado en Emporion, donde los análisis de dos dracmas tardías
sugieren un aprovisionamiento metálico heterogéneo (Castanyer et al., 2008: 290-291).
Las minas del sur, cuentan con un amplio refrendo arqueológico, pero al norte no se han localizado
explotaciones de plata comparables. Parece poco sostenible que los indígenas pudiesen explotar y conservar
recursos mineros provechosos en contra de los intereses romanos, siendo éstos además uno de los principales
objetivos de los conquistadores. La logística de almacenaje se ha estudiado para diferentes metales, pero no
para la plata (Rico, 2011), producto que exigiría de unas condiciones de seguridad particulares.
Las poblaciones autóctonas estuvieron familiarizadas con la plata en bruto y trabajada, tal y como
demuestran los tesoros de diferentes territorios entre los siglos IV y I a.C. (fig. 4, 6, 8 y 10). Un receso en
este ambiente de abundancia de plata pudo acontecer después de la Segunda Guerra Púnica, cuando fueron
remitidas a Roma grandes cantidades de este metal. Este saqueo mermó sin duda las reservas peninsulares
durante algunas décadas (Ripollès, 2000: 334-335; Cadiou, 2008: 490-491). Tras estos envíos masivos las
autoridades romanas de Hispania podrían haber considerado la oportunidad de establecer mecanismos para
convertir la plata en moneda, evitando así los costes y riesgos de su transporte a Roma. Cadiou se muestra
reticente a que el Senado dejase margen a este tipo de actuaciones (2008: 546).
La moneda en circulación también pudo servir como fuente de plata. Una retirada selectiva de piezas pudo
resultar provechosa en determinadas circunstancias ya que era un recurso accesible de calidad contrastada.
Emporion cuyo estándar sufrió una reducción considerable pudo aprovecharse de esta circunstancia, haciendo
acopio de emisiones antiguas para acuñar otras más ligeras o de peor calidad metálica. En Turiasu las monedas
de peso elevado pudieron emplearse para acuñar nuevas series bajo un estándar más ligero (Gozalbes, 2009a:
106). El margen pudo llegar a ser amplio ya que el promedio de sus series se rebajó progresivamente desde los
4 g hasta 3,32 g. Esta práctica se vería dificultada por la dispersión y el atesoramiento de las series antiguas.
La reacuñación pudo ser un recurso en situaciones de premura o cuando intereses políticos aconsejasen una
intervención de este tipo. Sobre el bronce las evidencias son múltiples (Ripollès, 1995), sin embargo todavía
no se ha identificado este aprovechamiento sobre piezas de plata. Algunos denarios conservan sutiles relieves
sobre los fondos lisos que sugieren la existencia de un diseño previo pero en ningún caso ha sido posible la
identificación de un soporte objeto de este aprovechamiento (Gozalbes, 2009a: fig. 101). Supondría un ahorro
de trabajo pero obligaba a asumir unos costes como parte de un proceso que no aportaba valor añadido.
El verdadero problema reside en identificar quién aportaba el metal necesario para acuñar. Las ciudades
aparecen como titulares de las emisiones según indican las leyendas pero quizá se integraron en unos
circuitos donde la transferencia de riqueza implicaba a otros agentes, presumiblemente romanos. Al menos
las series voluminosas, resultan excesivas como pagos o contribuciones cívicas, con una prolongada
producción que obliga a descartar un carácter puntual. Y su caracterización como contribuciones étnicas
no cuenta con avales de ningún tipo. La producción de Emporion se muestra claramente desligada de un
modelo cívico y el resto de talleres de denarios parecen encajar en el mismo patrón.
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
301
9.2. Ley metálica y denarios forrados
Las diferencias de peso pudieron tener una importancia menor frente a la existencia de aleaciones de calidad
dispar. Fraccionarias y dracmas de Emporion se fabricaron con una plata de una pureza superior al 98%
(Campo, 2000) y las series bárcidas parecen ofrecer una calidad elevada (Serafin, 1983). La pureza de los
denarios republicanos del 211-170 a.C. supera el 96% y durante el período 169-81 a.C. se eleva por encima
del 97% (Walker, 1980: 58 y 61). Las emisiones republicanas de época de Sertorio también mantienen una
pureza del 97% (Hollstein, 2000: 115). Los análisis realizados sobre denarios locales apuntan una pureza
algo inferior, entre el 85 y el 95% (Serafin, 1988; Parrado, 1998; Gozalbes 2009a: 130). Esta diferencia
podía proporcionar un beneficio notable a sus responsables. No se puede descartar que esta diferencia de
calidad tratase de evitar la salida de Hispania de dichos denarios.
Los denarios forrados autóctonos constituyen un legado de gran interés, que todavía no ha recibido la
atención que merece. Sus calidades son diversas pero se sabe muy poco sobre su composición o las técnicas
empleadas en su producción. La fábrica de algunos de ellos es tan notable que incluso hoy día deben pasar
desapercibidos como si fueran oficiales, ya que ni su apariencia ni su peso ofrecen indicio alguno de fraude.
Los denarios republicanos forrados cubrieron sus núcleos mediante un forrado con una capa o película de
plata o mediante un baño de cobre-plata (Zwicker, Oddy y La Niece, 1993: 244). Los romanos sabían llevar
a cabo una cuidadosa preparación del núcleo, mientras algún ejemplo celta que se ha estudiado revela una
técnica menos esmerada (Anheuser y Northover, 1994: 29).
En 1972, Cope sostenía que algunas de estas monedas forradas pudieron ser un producto oficial (1972:
265), idea que ya contaba con alguna tradición (Crawford, 1968: 55, nota 1). Crawford consideró que los
denarios republicanos forrados fueron en su totalidad obra de falsarios, si bien precisaba que en el caso de
encontrarse enlaces de cuños, la naturaleza oficial de dichas imitaciones debería replantearse (1968: 56).
De ser consideradas como el producto de cuños oficiales, ¿eran consentidas por las autoridades o fueron
el fruto de los trabajos ocasionales de algunos operarios? El hecho de que una misma pareja de cuños
proporcione ambas calidades invita a pensar en una actividad encubierta ocasional. La clave del asunto
reside en discernir, cuando los cuños coinciden, si se utilizaron directamente los originales o si se realizó
una copia mecánica de los mismos mediante una impresión en cera de una pieza original, convertida en un
molde de arcilla donde a su vez se fundiría el cuño (Crawford, 1968: 57). Abrir cuños nuevos de calidad y
buena apariencia exige de una cualificación quizá lejos del alcance de un taller de falsarios.
El tránsito entre dracmas y denarios sí que muestra en este sentido una diferencia importante. Las
dracmas ibéricas de imitación forradas son absolutamente excepcionales, mientras que los denarios que
presentan esta irregularidad son muy abundantes, incluso desde fechas tempranas. Zobel pensaba que
estos denarios forrados eran un producto romano de menor calidad (1878: 149-150). Las relaciona con
apuros financieros y afirma que hay series enteras, como la de Ilerda, en que apenas hay una pieza que
no oculte bajo la capa de plata un alma de cobre o hierro (Zobel, 1878: 68). M. Pina publica en su web
una pieza forrada de Arsaos que parece compartir cuño de anverso con 4 ejemplares oficiales, deduciendo
por detalles de su fábrica que la pieza forrada es anterior a las oficiales y proponiendo que los operarios
o los responsables de la ceca pudieron estar implicados en su fabricación (fig. 16). Otro denario forrado
de Turiasu de su galería, también parece fabricado con cuños oficiales (Gozalbes, 2009a: cat. 305). Es un
asunto de gran interés que necesitará de un estudio amplio de material y sobre todo del análisis tecnológico
que identifique los procesos de fabricación que dieron lugar a estos resultados.
Algunos hallazgos significados de piezas forradas alertan también sobre la importancia de este tipo de
piezas en diferentes contextos. El hallazgo de Alto Ebro reunía medio centenar de monedas forradas de
Iltirtasalirban y Sesars. García Garrido sugirió que podía tratarse de la bolsa de un falsificador o el producto
de una desmonetización llevada a cabo por los mismos que fabricaban cuños legales (1985: 34). Reconoció
dos series diferentes de Iltirta e identificó para cada una de ellas una sola combinación de cuños. Una pieza
forrada de reconocida fama es un denario híbrido con anverso romano y reverso de Sesars, que llevó a fechar las
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
B
A
1
2
3
4
5
Fig. 16. A) Denarios de Arsaos: (1) forrado (M. Pina, tesorillo.com), (2) oficial (The British Museum, Bagwell Purefoy
y Meadows, 2002: nº 924). B) Denarios de Turiasu: (3) forrado (M. Pina, tesorillo.com), (4) oficial (Museo de Palencia,
tesoro de Palenzuela MP-514 = Gozalbes, 2009a: cat. 305b, (5) oficial (Gabinet Numismàtic de Catalunya 30606,
Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona. Foto: Calveras/Mérida/Sagristà = Gozalbes, 2009a: cat. 304b).
emisiones de esta ciudad ibérica a partir del 143 a.C. (Villaronga, 1986: 860), pero más allá de sus implicaciones
cronológicas, fusiona los diseños de dos esferas culturales que quizá no estaban tan alejadas. En los campamentos
de circunvalación de Numancia también se recuperó un denario forrado de Bolskan, certificando el fraude con
una pieza local en un ambiente legionario (Haeberlin, 1929: 245; Romagosa, 1972: 94).
Llama poderosamente la atención que los denarios nunca aparezcan partidos ni presenten las típicas
marcas de cizalla encaminadas a comprobar su calidad, costumbres muy extendidas durante la Segunda
Guerra Púnica. Resulta sorprendente que frente a un fenómeno de semejante envergadura no se documenten
comprobaciones de la calidad de las piezas en cantidades siquiera apreciables.
10. AUTORIDAD CAMUFLADA Y FUNCIÓN
La situación creada a consecuencia de la Segunda Guerra Púnica había obligado a producir grandes
cantidades de plata, pero una vez concluido el conflicto, la implantación de la cultura monetal romana
se completaría con el inicio de las emisiones locales en bronce. La creación de un sistema bimetálico
fue otra de las consecuencias de la guerra que delata la influencia de los vencedores, consolidando un
modelo con bronces que también los cartagineses habían fomentado desde antes del conflicto (Pliego,
2003) y con emisiones durante el mismo (ACIP 578-587, 589-601, 608-613). En este sentido cabe
también preguntarse hasta qué punto la producción de denarios locales constituyó una novedad. Su peso
reproducía el de las piezas romanas y su diseño pudo introducirse antes sobre bronces. Los denarios no
formaron parte de las series iniciales de cecas pioneras como Kese o Iltirta, donde las producciones de
bronce se han descrito como anteriores (Villaronga, 1978 y 1983), si bien es cierto que ambas contaban
con antecedentes en el sistema de la dracma.
Parece asumido que Roma intervino en la homogénea producción de las series de plata ibéricas,
celtibéricas y vasconas (fig. 17). Pero, ¿la iniciativa era local o romana? ¿Era fruto de una necesidad?,
¿La decisión era libre o impuesta? ¿Fueron todos los casos similares? Seguramente la autorización de
Roma era necesaria. El convulso siglo que media entre las primeras y las últimas emisiones parece un
plazo suficiente para conjeturar que pudieron existir diferencias entre cecas. Las producciones de gran
envergadura, con Bolskan al frente, podrían ser el fruto de un impulso común. El contexto histórico apunta
hacia el potencial político y económico de Roma en la base de cualquier proceso financiero relevante.
Pero también hubo tentativas modestas como la de Kelse, taller de referencia del que paradójicamente
sólo se conoce un ejemplar de plata de buen estilo (ACIP 1481) (fig. 17, nº 4) o como la de Sekotias, que
acuñó denarios de fábrica tosca y un arte muy descuidado, con una calidad notablemente inferior incluso
a la de sus series de bronce, circunstancia que no se verifica en ningún otro taller de los que emitieron
plata y bronce (ACIP 1882-1883) (fig. 17, nº 19). Las producciones de Kese y Kolounioku nada tienen
que ver por volumen de emisión, estilo o cronología, ¿se crearon con una misma finalidad?
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
Palma
Dos caballos
Bipennis
Iltirta
Ausesken
Sekaisa
Kelse
Kese
Ikalesken
Arsaos
1
2
3
4
5
6
7
Lanza
Bolskan
Sesars
Konterbia Karbika
Arekorata
Sekia
Turiasu
Belikiom
8
9
10
11
12
13
14
Lanza
Espada
Oilaunikos
Arsakoson
Sekobirikes
Kolounioku
Sekotias
Bentian
Baskunes
15
16
17
18
19
20
21
Fig. 17. Cecas emisoras de denarios según sus variantes tipológicas. Los reversos permanecieron inalterados a lo largo
de sus respectivas producciones. Procedencia: (1, 6, 8, 10, 13) Museu de Prehistòria de València, 42126, 41337, 41332,
42093 y 27654; (2, 3, 5, 9) Col. particular; (4) Vico, 14/11/1991, nº 41; (7, 14, 16, 20) The British Museum; (11, 17, 21)
Bibliothèque nationale de France; (12, 18, 19) Museo de Palencia MP0008, MP0002, MP0022; (15) Col. Cores.
Mommsen, Lenormant, Hübner y Vives ya plantearon la proximidad entre la producción del denario
ibérico y la administración romana (resumen en Knapp, 1979: 465-466). Las opiniones vertidas respecto al
carácter filo-romano de las series de plata locales han sido contundentes. Según Blázquez, Roma empezó a
acuñar monedas de plata y bronce con caracteres ibéricos, bajo su autoridad y según la metrología de Italia
para el pago de las tropas (1974-1975: 40 y 1982: 82). F. Beltrán opinaba que las ciudades que acuñaron lo
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M. Gozalbes y J. M. Torregrosa
hicieron con permiso romano y bajo su control (1986: 899), para sufragar tropas indígenas y legiones, no
contra la metrópoli (1986: 902 y 905-906). Según Crawford, los denarios locales fueron acuñados inicialmente
por los romanos para convertir los ingresos de las provincias en moneda, modelo inicial que no habría
impedido un desarrollo posterior ajeno a dichos propósitos (1985: 94), aunque algunos optan por desligar estas
producciones del impulso de la autoridad romana (Cadiou, 2008: 533). Los romanos reprodujeron un modelo
similar durante la conquista de Grecia al adaptar las emisiones de dracmas de Apollonia y Dyrrachium para
que sirviesen a sus propósitos (Giovannini, 1982: 168), aunque la transposición de este modelo a Hispania ha
sido negada, aduciendo que el denario ibérico jamás sustituyó al denario romano (Cadiou, 2008: 531).
Emporion acuñó las primeras series de plata de envergadura durante la Segunda Guerra Púnica
bajo influencia romana (Villaronga, 1985). Tanto estas dracmas como los posteriores denarios ibéricos,
celtibéricos y vascones, circularon junto con las series romanas durante los siglos II-I a.C. y parece que
sirvieron a propósitos similares. El volumen de acuñaciones de los principales talleres resulta excesivo
como contribución de unas pocas ciudades que además son mal conocidas. Se han vinculado con los
ingresos y gastos estatales, facilitando según autores el pago de impuestos al estado o el mantenimiento del
ejército (Knapp, 1977 y 1979: 465 y 468; Crawford, 1969: 83-84 y 1985: 94; Burnett, 1987: 39; Beltrán,
1986 y 1998: 114; Otero, 1998; García-Bellido, 1993 y 1998; Chaves, 2009).
Aunque los sueldos legionarios representan aparentemente la partida de gasto más visible (Crawford,
1969: 83-84 y 1985: 94; García-Bellido, 1993: 108; Ñaco y Prieto, 1999: 213), no parece que este
concepto exigiese de un volumen significativo de moneda (Cadiou, 2008: 546), teniendo en cuenta que los
legionarios no recibirían toda su paga en efectivo, ya que de esta se deducían los costes de avituallamiento,
vestuario y armas (Pol., 6, 39, 15), y que además se recibía tras el licenciamiento. Aquellos legionarios que
se marcharon de la Península Ibérica tras finalizar su servicio, en ningún caso fueron pagados con denarios
ibéricos, ya que no hay hallazgos de estas series fuera de Hispania.
El pago de auxiliares es otra de las funciones atribuidas a los denarios autóctonos (López Sánchez,
2007), aunque se sabe que podían ser remunerados por vías diversas (Aguilar y Ñaco, 2002: 282-287). Se
ha señalado que las emisiones de la Celtiberia aumentaron en la segunda mitad del siglo II a.C. cuando
los auxiliares fueron habituales en las zonas limítrofes del teatro de operaciones, siempre como parte de
un modelo flexible (Cadiou, 2008: 539-542). Un problema para relacionar estos denarios con el pago de
auxiliares reside en explicar la gran concentración de dichas emisiones a cargo de lugares no mencionados en
las fuentes. ¿Debemos entender que sólo estas cecas pagaron a los auxiliares con moneda? ¿Existieron otras
formas de remuneración? A primera vista resulta un modelo muy desequilibrado, salvo que Roma mediase
en algún modo. Aquellos auxiliares que cobraron con monedas de plata sin duda recibieron denarios ibéricos,
celtibéricos o vascones, pero un asunto diferente es discernir si dichas series fueron creadas con tal finalidad.
Una cuestión de fondo consiste en precisar si legionarios y auxiliares percibían su salario en bronce o
en plata y si se produjo algún cambio en este sentido hacia mediados del siglo II a.C. (Wolters, 2000-2001).
Durante la primera mitad del siglo II a.C., los legionarios cobraron en moneda de bronce (Crawford, 1985:
72; Arévalo y Marcos, 1998), dato coincidente con los numerosos hallazgos de bronces republicanos del siglo
II a.C. (Ripollès, 1984), sin duda complementados con numerario autóctono. La escasez de emisiones locales
en plata en las primeras décadas del siglo II a.C. puede guardar alguna relación con esta circunstancia. Los
denarios no fueron abundantes hasta el último tercio del siglo II a.C. (Ripollès, 1984: 106). El panorama de
acuñaciones locales se ajusta bien al hecho de que la plata romana habría cobrado importancia en relación
con los pagos desde el año 157 a.C. en adelante (Crawford, 1985: 72, 96 y 143) y la acuñación de bronce en
Hispania habría sido insuficiente para el pago de las tropas. Su presumible escasez durante la primera mitad
del siglo II a.C. parece ser más una consecuencia de los botines y de la reorganización de la masa monetaria.
Los salarios legionarios no representan más que una parte de los gastos de la administración y además se ha
objetado que se pagasen con moneda recién acuñada (Wolters, 2000-2001: 587).
Resulta imposible determinar si los talleres de dracmas y denarios eran un negocio rentable para los
romanos o si estaban gestionados por autoridades locales. Las diferentes calidades, incluso para una misma
ceca, sugieren la existencia de talleres con capacidades y motivaciones diversas, aunque en todas ellas se
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De Iberia a Hispania. Plata, dracmas y denarios entre los siglos vi y i a.C.
A
B
1
3
2
4
Fig. 18. El estilo común de diferentes series. A) Denarios de (1) Bolskan (The British Museum), (2) Turiasu (ex-Hispanic
Society of America). B) Denarios de (3) Turiasu (Museo de Palencia MP-839), (4) Arsaos (Museo de Navarra).
adivina un control estricto del proceso. Que los cuños se destruyesen sistemáticamente al modo griego
o romano aproxima el modelo de producción a las prácticas clásicas y lo aleja de tradiciones como la
celta, donde los hallazgos de herramientas de producción son mucho más numerosos (Zieghaus, 2011 y
2014). Sólo se conoce un cuño de Turiasu procedente de la Galia (Gozalbes, 2009a: 115-118), hallazgo que
reincide en las relaciones observadas entre el valle del Ebro y esta región (Marco, 2004a, 2004b).
Respecto a las cecas se ha señalado que no tuvieron una localización fija (Domínguez, 1998: 124). En el
caso de producciones cortas el recurso a talleres itinerantes parece inevitable (Chaves, 2001: 203), pero las
series largas exigen de un tiempo y dedicación considerables, con lo cual el concepto itinerancia resulta más
complicado de precisar (Chaves, 2001: 204-206). ¿Pudieron cecas itinerantes acompañar al ejército romano?
Incluso en el ámbito productivo resulta posible admitir el concurso de artesanos foráneos. La calidad y
formas del grabado de las series iniciales de Iltirkesalir, Iltirta o Kese, por mencionar sólo unos ejemplos,
difícilmente puede entenderse dentro de una tradición diferente a la clásica. El indudable parecido entre
cuños de Kese-Ausesken-Ikalesken, Arsaos-Turiasu, Bolskan-Sesars o Turiasu-Bolskan-Belikiom-Sekia,
(Gozalbes, 2009a: 154, fig. 106-108) (fig 18), ciudades separadas por una cierta distancia, parece más el
fruto de un taller compartido que una copia entre cecas a partir de monedas aisladas como modelos.
11. HALLAZGOS Y GASTO CORRIENTE
Los tesoros de la Segunda Guerra Púnica o de las guerras sertorianas revelan que los contingentes militares
emplearon todas las monedas que tuvieron a su alcance, incluyendo emisiones del rival. Los hallazgos
en asentamientos militares resultan de gran interés para identificar las series empleadas por las tropas,
pero lógicamente la plata resulta muy escasa en todos ellos. Junto al Ebro, el campamento militar romano
de La Palma, fechado entre los años 217-209 a.C., ha proporcionado mayor número de hallazgos de
moneda púnica que romana (Noguera y Tarradell, 2009; Ble et al., 2011: 121). Las derrotas sufridas por
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los cartagineses en el entorno pudieron proporcionar a los romanos botines con estas monedas (Noguera y
Tarradell, 2009: 134). En el campamento III de Renieblas las monedas romanas del 211-170 a.C. alcanzan
un 87% mientras que las posteriores al 170 a.C. rondan el 12% (Jiménez, 2014: 377). Según este modelo
cabe pensar que una parte de las series autóctonas que las acompañan (en torno al 10% de los hallazgos),
podrían tener una cierta antigüedad, más allá del 154 a.C. En los hallazgos de Peña Redonda y El Castillejo,
campamentos del cerco de Escipión, las emisiones peninsulares son incluso más abundantes que las
republicanas (Jimeno y Martín, 1995: 186; Haeberlin, 1929: 241-243). Por supuesto caben situaciones
diversas. Mientras que en el campamento sertoriano de Fitero los hallazgos permiten defender un modelo
donde los legionarios utilizaban las emisiones republicanas y los auxiliares las indígenas (López Sánchez,
2007: 288), los hallazgos de Camp de les Lloses, núcleo de carácter militar con una ocupación del 12080 a.C., revelan que la moneda romana resulta anecdótica frente a la ibérica (Durán, Mestres y Principal,
2008: 52, 132-139). En Cáceres el Viejo las monedas locales casi duplican las importadas, que en este caso
incluyen denarios (Abásolo, González y Mora, 2008: 131).
La ciudad de Tarraco, enclave que no parece haber tenido un carácter mixto ibérico y romano (Arrayás,
2005: 25-28), constituye también un ámbito de particular interés. La masa monetaria de esta ciudad romana,
que podía abastecerse fácilmente desde el mar, estuvo compuesta principalmente por emisiones autóctonas
(Ripollès, 1982: 375-380), hecho que en parte contradice la idea de un suministro desde Roma (Cadiou,
2008: 512, 523) y que certifica la asimilación de todas estas series locales por parte de los romanos. En
otras áreas como la meseta norte, la plata romana era muy escasa o inexistente. Crawford opinaba que las
legiones no pudieron ser ni siquiera mayoritariamente pagadas con denarios romanos (1969: 80). A pesar de
que la actividad romana en la meseta norte fue prolongada, este territorio no ha proporcionado una cantidad
significativa de denarios romanos a tenor de lo que muestran los tesoros (Gozalbes, 2009b: 97-99). Los
denarios republicanos estuvieron disponibles en los territorios costeros del este y el sur (Ripollès, 2000:
fig. 39), pero conforme se penetra hacia el interior de la Península comienzan a escasear. Knapp ya observó
que en la Celtiberia, durante la fase inicial de la presencia romana, no circularon cantidades significativas
de denarios romanos (Knapp, 1977: 7-8). Villaronga, también destacó que en la meseta norte los denarios
ibéricos fueron comunes y que la plata romana estuvo completamente ausente, señalando que en el noroeste
las únicas emisiones de plata que circularon eran locales (Villaronga, 1995a: 48, 80). La ausencia en estos
territorios de tesoros exclusivamente formados por monedas romanas, se prolonga incluso hasta el conflicto
con Sertorio (Marcos, 1999: 103, fig. 2), cuando dichas piezas eran comunes en la costa mediterránea y en
el sur peninsular (Ripollès, 1984; Chaves, 1996: 574).
La dispersión de las series de plata autóctonas también invita a la reflexión. La producción monetaria
de las cecas situadas en las áreas centrales de los valles del Ebro y el Duero viajó hacia el oeste, como
muestran los hallazgos de Turiasu, Arekorata y Arsaos (Otero, 2009: 79-80, fig. 1-3; Fernández Gómez,
2009: 478-479, fig. 3 y 5; Gozalbes, 2009a: 83, fig. 67 y 88, fig. 71). Sin embargo, las monedas de Bolskan
circularon preferentemente hacia al este (Domínguez, 1991: 203). ¿Cuáles son las causas de estas peculiares
dispersiones, aparentemente tan direccionales, sin barreras naturales de por medio? Si las piezas se hubieran
distribuido desde las propias cecas, las dispersiones deberían quizá mostrar un mayor equilibrio. Pero si
dichas series hubieran sido masivamente gestionadas y distribuidas por administradores locales o romanos,
desplazados respecto a la ceca emisora, las dispersiones anómalas contarían con una justificación.
Una de las claves de la discusión sobre la financiación de las legiones en Hispania reside en determinar
si aprovecharon los recursos locales con una cierta regularidad, hasta el punto de que los gobernadores
pudiesen prescindir de los envíos de dinero desde Roma. En este complejo y oscuro asunto no caben
posiciones extremas, puesto que tanto fuentes clásicas como hallazgos prueban que ambas soluciones
se utilizaron. En el 180 a.C. no hubo necesidad de enviar la paga de costumbre (Liv., 40. 35, 4), señal
inequívoca de una autonomía de facto, fuera o no excepcional, para recurrir al dinero obtenido in situ
(Cadiou, 2008: 485, 694-695). Los denarios republicanos llegaban en abundancia al sur de Hispania, pero
en el norte las series locales les restaron mucho protagonismo. En relación con la gestión del dinero público
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hispano, transporte y almacenamiento debieron constituir preocupaciones de primer orden en el terreno
logístico. Tanto romanos como poblaciones locales debieron disponer de lugares seguros donde custodiar
los recursos, de forma similar a la transmitida en el caso de Arse (Ripollès y Llorens, 2002: 324).
La presencia del ejército romano llevó inevitablemente asociadas las acciones necesarias para su
aprovisionamiento y mantenimiento, incluyendo operaciones de intendencia, los servicios de mercaderes
y el recurso a botines (Muñiz, 1978; Cadiou, 2008: 575). Las dos primeras suponían gastos predecibles
en parte y voluntarios, mientras que la última representaba una fuente de ingresos extraordinaria. Aunque
las grandes emisiones de plata peninsulares no se concibieran para favorecer transacciones comerciales,
es indudable que asumieron un importante papel en relación con los frecuentes pagos inevitablemente
asociados a estos procesos. En la administración de las legiones, cualquier gasto relacionado con su
mantenimiento es previo al salario legionario y, con frecuencia, se asociaría al pago de bienes y servicios
diversos, por lo que cualquier distinción neta de los conceptos a satisfacer por los cuestores puede resultar
peligrosa. Los gastos de intendencia no se podían diferir, aunque con frecuencia lograrían sufragarse con
las imposiciones y contribuciones de poblaciones locales.
El estado romano no podía cubrir todo el aprovisionamiento del ejército ni satisfacer íntegramente sus
necesidades logísticas, problema que se solucionaría con el concurso de mercaderes, publicani o redemptores
(Cadiou, 2008: 574, 593, 599, 608). Los cuestores se encargaban de toda la estructura regular destinada
a organizar el aprovisionamiento de los ejércitos fundamentalmente en lo relativo a alimentos, armas y
vestuario (Muñiz, 1978: 247-249; Cadiou, 2008: 579). El pago del stipendium y de los suministros también
pudo tener una relevancia muy destacada para los comerciantes locales, los cuales se verían obligados a
funcionar con el sistema de contabilidad romano si querían facilitar las operaciones con los conquistadores
(Aguilar y Ñaco, 1997: 83). Crawford apuntó que los denarios locales servirían para pagar unas tropas que a
su vez gastarían localmente su sueldo en suministros (1985: 94). Resta señalar que, una vez en circulación,
estas piezas cubrirían múltiples necesidades, incluyendo propósitos no monetarios (Otero, 1998: 133-134).
Los botines de guerra jugaron un papel crucial durante la conquista (Gabba, 1977: 20; González Román,
1979 y 1980; Cadiou, 2008: 508) y la palabra latina manubiae refiere al producto de la venta de la praeda
o botín (Aulo Gelio, 13, 25, 26). Una forma equitativa de repartir los botines de guerra era venderlos a
cambio de monedas locales, logrando así una forma estandarizada de dinero, útil para resolver los gastos
de mantenimiento del ejército. Apiano menciona que a principios del siglo II a.C. Catón vendió botines a
publicani o negotiatores (App., Ib., 40). Los cuestores estaban a cargo de las cuentas y la distribución de los
botines era una de sus principales responsabilidades. Las fuentes refieren cómo los ingresos fueron objeto de
un registro minucioso por parte de estos magistrados (Plut., Tib. Graco, 6; Livio, Per. 57, 8).
12. CONCLUSIÓN
La producción de monedas de plata en la Península Ibérica fue desigual en términos cronológicos y de
ámbitos culturales (fig. 19). Las primeras emisiones fueron obra de colonias y ciudades integradas en
los circuitos comerciales mediterráneos y estuvieron acompañadas por plata en bruto en el área costera.
Después de tres siglos sin una monetización destacable, la Segunda Guerra Púnica alentó la formación de una
ingente y variada masa monetaria procedente de autoridades y territorios diversos. El hecho más destacado
en relación con este conflicto fue la acuñación de dracmas en Emporion destinadas a financiar la contienda.
Tras la victoria romana, se retiraron las monedas que habían circulado durante la guerra, al tiempo que se
avanzó hacia la instauración de una nueva masa monetaria donde conquistadores y conquistados acuñaron
denarios de un peso similar, conformando el primer sistema monetario homogéneo de plata en la Península.
Entre comienzos del siglo II a.C. y las guerras sertorianas se desarrollaron las emisiones de una veintena
de ciudades ibéricas, celtibéricas y vasconas cuya localización presenta numerosas dificultades. Ninguna
de ellas se menciona en las prolijas descripciones de las fuentes clásicas que refieren los acontecimientos
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Fig. 19. Los diseños de las emisiones de plata peninsulares representadas a escala según la cantidad de piezas conocidas
en el catálogo de Villaronga (1994). Grafismo Ángel Sánchez a partir de los dibujos de A. Delgado, Nuevo método de
clasificación de las medallas autónomas de España, 1871-1876.
hispanos. Sus producciones no fueron simultáneas y su volumen de emisión fue desigual, pero adoptaron
diseños similares de inspiración local que contribuyeron a preservar la imagen de estos pueblos en la masa
monetaria. Durante el siglo II a.C., los denarios republicanos circularon en algunas zonas, pero estuvieron
ausentes en la meseta norte. Proximidad a la costa y ríos navegables pudieron facilitar los envíos de dinero
desde Roma, pero en el interior los denarios locales se revelaron como un producto de gran utilidad para el
mantenimiento de las legiones en todo aquello referido a la intendencia, el consumo de bienes o el pago por
servicios, incluyendo los salarios de las tropas. Los romanos ingresaban plata hispana a través impuestos y
botines, recursos que se podían mandar a Roma o aprovechar in situ. En relación con los denarios autóctonos
hay dos grandes incógnitas pendientes de resolver; determinar el origen de la plata que sirvió para realizar
grandes emisiones y justificar la concentración de estas emisiones en unas pocas ciudades.
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 317-326
Pere P. RIPOLLÈS a y Gonzalo CORES b
Las monedas de la ceca de Oskumken
Cúmplenos evitar, que copiándose unos á otros los autores,
se perpetúen las equivocaciones, ó las dudas, con menoscabo
de una serie numismática que tan merecidamente priva
en la atención de la sabia Europa.
(Pujol y Camps, 1884: 346)
RESUMEN: Estudio de las monedas ibéricas con leyenda Oskumken. La rareza de estas monedas y su
deficiente estado de conservación ha motivado que sus variantes tipológicas se hayan descrito con ciertas
imprecisiones en bastantes ocasiones.
PALABRAS CLAVE: Celtiberia, numismática, historiografía, ceca, Oskumken.
Coins from the mint of Oskumken
ABSTRACT: This paper deals with the Iberian mint Oskumken. The reading of the reverse legend has been
sometime wrong, because these coins are very rare and show a high degree of wear.
KEY WORDS: Celtiberia, numismatics, historiography, mint, Oskumken.
a Departament de Prehistoria i Arquelogia, Universitat de València.
ripolles@uv.es
b cores.gonzalo8@gmail.com
Recibido: 17/04/2014. Aceptado: 27/05/2014.
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318
P. P. Ripollès y G. Cores
Las monedas de la ceca de Oskumken han sido y continúan siendo bastante raras, lo cual unido a un
deficiente estado de conservación de la mayor parte de ellas ha motivado que se haya tardado bastante
tiempo en definir correctamente sus figuras y leyendas. Los trabajos mas recientes, contrariamente a lo que
cabía esperar, han acumulado algunos elementos de confusión que conviene clarificar.
La primera moneda conocida de Oskumken pertenecía a la colección real francesa, conservada en París.
Grotefend primero y después Saulcy (1840: 191, nº 147) se hicieron eco de ella, aunque dado que la
moneda tenía la parte derecha de la leyenda incompleta tan sólo identificaron los signos
(OSKUM),
que Saulcy transcribió como Est o Ist, señalando que el último signo identificado podría tratarse de una
N mal trazada. Esta interpretación le llevó a considerar la posibilidad de atribuir la moneda a la ciudad de
Istonium, citada por Ptolomeo y localizada en la Celtiberia.
Unos años más tarde, Heiss, en su conocido catálogo general de la moneda antigua de Hispania (1870:
173, lám. 17/1), utilizó la moneda de París para definir el tipo monetario y en su lectura de la leyenda
rectificó la que publicara Saulcy proponiendo
(OSKUKEN). La transcripción de los signos fue
también completamente diferente, ya que valoró los signos como ESRCN; consideró que parte de las vocales
debían suplirse y transcribió la leyenda como ESERACON, lo que le llevó a creer que esta leyenda podría
ser el étnico de ESERA. Esta lectura y transcripción le llevó a relacionar la moneda con el río Esera y a
proponer que esta ciudad estuvo localizada en el norte de España, y que perteneció a un pueblo de la ribera
del mencionado río, situado en las proximidades de Osca (Huesca). En sus láminas reproduce la moneda del
Cabinet des Médailles de París (= Ripollès, 2005: nº 926, en adelante citado P), que tiene la parte izquierda
del signo M un poco flojo y el final de la leyenda fuera del cospel, lo cual explica que la identificación de
los signos fuera errónea (fig. 1).
El tratamiento que recibió esta ceca en la obra de Delgado (1876: 250-251, lám. 145/1) no fue muy
afortunado, ya que admitió que no había visto ninguna pieza en colecciones españolas y que cuanto escribió
sobre ella se basaba en la información facilitada por Heiss, de quien toma la imagen redibujándola. Por
consiguiente, propuso la lectura
(OSKUKEN), que transcribió como HASSO-KN. Valoró la calidad del
grabado de los cuños monetarios como buena y la adscribió al grupo de emisiones ibéricas. La valoración
fonética de los signos le llevó a ubicar esta ceca con la Bastetania, en donde Ptolomeo situó una ciudad
llamado Asso (en la actualidad en las proximidades de Hellín), con la que la identificó, a pesar de que
admitió que el estilo del grabado de las figuras la relaciona más con las emisiones de la costa ibérica situada
más al norte (fig. 2).
Fig. 1. Moneda ilustrada por Heiss, 1870: 173, lám. 17/1.
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Las monedas de la ceca de Oskumken
319
Fig. 2. Moneda ilustrada por Delgado, 1876: 250-251, lám. 145/1.
La obra de Zobel, Estudio Histórico de la Moneda Antigua Española (1878 y 1880: 251, 254)
comenzó a clarificar un poco la lectura de la leyenda. En la lámina IV/6 reprodujo de nuevo el ejemplar
de París, por considerar que la imagen de Heiss (y la de Delgado, elaborada a partir de la de éste) no
era satisfactoria, ya que en esa pieza identificó la leyenda como
(OSKUM[...]), sin poder definir su
final. Propuso que las monedas con esta leyenda pudieron acuñarse en la provincia de Castellón, en el
emplazamiento llamado Sepelaci o Sebelaci, citado por el Itinerario Antonino (400) y que localizó en
el territorio de Burriana, aunque en realidad dicha mansio no ha sido localizada con seguridad (Arasa y
Rosselló, 1995: 56). Sin embargo, cuando la obra ya había sido escrita, en una nota (1880: 254, nota a la
leyenda 318) señaló que en la colección Arbex de Lleida, había examinado una pieza en la que la leyenda
era
(OSKUKEN), como la que fue identificada erróneamente por Heiss, pero no sabemos cómo
era realmente ya que no la ilustró.
Pujol y Camps (1884 y 1890) fue quien aportó nuevos datos sobre estas raras monedas, ya que tuvo
oportunidad de examinar varias de ellas. Estableció la lectura completa y correcta de la leyenda
(OSKUMKEN) (Pujol y Camps, 1884: 346-354, con ilustración en la lámina VI, nº 57) y aportó información
valiosa sobre la localización de diversos hallazgos. Los ejemplares conocidos hasta el momento, procedentes
de Lleida, Manresa y Olot, y el estilo de los diseños le llevaron a proponer la ubicación de la ciudad emisora
entre los ilergetes, al pie de los Pirineos. De forma un poco imprecisa señala la existencia, en un ejemplar de
su colección hallado en Manresa, de un creciente delante del busto que Hill consideró que debía referirse al
ornamento del torques que es bien visible en la moneda de la colección Seymour de Ricci (= Ripollès, 2005:
nº 925), aunque no descartamos la posibilidad de que fuera realmente el creciente que se grabó delante del
retrato del anverso (Pujol y Camps, 1890: 350, nota 147).
Hübner, en su obra Monumenta Linguarum Ibericarum (1893: 50, nº 46), recopiló toda la información
anterior, de la que hizo una sucinta síntesis. Sólo admitió la leyenda
(OSKUMKEN), aunque en
el texto explicativo recogió la noticia de Zobel sobre la existencia de la leyenda
(OSKUKEN), a la
que probablemente no le dio crédito.
Más de treinta años más tarde la obra de Vives y Escudero (1926: 829) describió la leyenda en la forma
completa, pero no identificó el creciente que existe delante del retrato del anverso, posiblemente, porque
las monedas que había examinado hasta ese momento se habían acuñado sobre cospeles con un diámetro
menor que el cuño y ese símbolo quedó fuera de la moneda o estaban notablemente desgastadas. Señaló la
existencia de tres piezas, localizadas en la col. Arbex de Lérida y en el Gabinete de Francia y en la colección
Cervera (Vives da a entender que la que ilustra en su lámina 36/1 es de la col. Cervera, pero la moneda viene
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320
P. P. Ripollès y G. Cores
anotada en el Álbum de improntas de la colección Cervera como de la colección V. Gil y en la actualidad se
conserva en el IVDJ nº 1161; la moneda es diferente de la que se ha subastado en Vico 9/10/2012, lote 361,
que se identifica como de la col. Cervera).
El que fuera director del Departament of Coins and Medals del British Museum y posteriormente
director de este último, Hill, en su libro Notes on the Ancient Coinages of Hispania Citerior (1931: 6465) proporcionó una buena síntesis de las monedas de esta ceca. Todas las piezas que pudo examinar
correspondieron a las que tenían la leyenda completa
(OSKUMKEN), ratificando la corrección
de lectura que Zobel hizo de la moneda conocida por Heiss del Gabinete de París. Repasa la relación de
ejemplares conocidos y añadió uno nuevo procedente de la colección Seymour de Ricci, que ilustró en la
lámina 9/3, y que en la actualidad se conserva en el Cabinet des Médailles de París (P 925). En esta moneda
se percibe con claridad el ornamento del torques en forma de cabeza de animal (a partir de las piezas
conocidas no es posible determinar si se trata de una serpiente o de un lobo) y el creciente de delante del
retrato, que no fue descrito, porque mostraba un escaso relieve. Expuso el estado de la cuestión sobre la
ceca, que transcribe como OSCONCN y parece inclinarse por la localización propuesta por Pujol y Camps,
entre los ilergetes, al pie de los Pirineos, aunque no se pronunció abiertamente (fig. 3).
En 1980 Guadán publicó La moneda ibérica, en el que de esta ceca catalogó dos tipos distintos
diferenciados por la leyenda. En el tipo 822 describió los ejemplares con leyenda completa
(OSKUMKEN), ilustrando una moneda del MAN (= Navascués, 1969: nº 2367) y con el número 823 las
piezas con leyenda corta
(OSKUKEN), pero en la moneda que ilustra la leyenda es la misma
que en el tipo anterior, ya que el signo M se lee con toda claridad. De hecho, da la impresión de ser
una foto distinta de la moneda del MAN utilizada para ilustrar el tipo anterior, de la que, además, no
muestra su anverso.
Fig. 3. Monedas ilustradas por Hill, 1931: lámina 9, nº 3 (= P 925) y nº 4 (= P 926). (© PPRA).
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Las monedas de la ceca de Oskumken
321
Fig. 4. Moneda ilustrada por Guadán, 1980, nº 822 (del MAN = Navascués, 1969: nº 2367).
Los repertorios y catálogos publicados en los tiempos más recientes son irregulares en cuanto al avance
en el conocimiento de la ceca, ya que si bien en algún caso precisan mejor su descripción, por otra parte
confunden un poco y dan información inexacta (fig. 4).
El volumen dedicado a las legendas monetarias dentro del monumental trabajo de Untermann (1975:
223-224, ceca A-32) hace un minucioso estudio sobre la ceca, dando cumplida relación de toda la
bibliografía más relevante. Hace hincapié en el hecho de que los hallazgos apuntan hacia el interior de
Catalunya. Unterman admitió como buena la moneda del IVDJ (nº 1162) con leyenda
(OSKUKEN),
distinguiendo dos variantes, las piezas con leyenda completa y las que carecen del signo M. Sin embargo,
la variante con leyenda
(OSKUKEN) corresponde a una pieza que a nuestro entender tiene la
leyenda reavivada o retocada, muy probablemente siguiendo el modelo de las ilustraciones de Heiss o
Delgado. Se trata de una pieza muy gastada, especialmente por su parte más externa junto al borde, que,
sin embargo tiene la leyenda trazada con un alto relieve, totalmente incompatible con el mencionado
desgaste, mostrando un rebaje junto a los últimos signos, lo cual es síntoma de que la leyenda ha sido
repasada. No es posible que habiendo desaparecido el relieve en una franja de 4-5 mm junto al borde,
la leyenda que se encuentra junto al mismo sea totalmente legible. Pero si esto pudiera estar sujeto a la
subjetividad, lo más importante para considerar que la moneda tiene la leyenda retocada es que a pesar
de su desgaste se percibe claramente que fue acuñada con los mismos cuños que otras piezas en las que
la leyenda es
(OSKUMKEN) (fig. 5).
El Corpus de Villaronga (en adelante citado CNH) publicado en 1994 distinguió, siguiendo a Untermann
(1974), dos variantes. La primera con leyenda
(OSKUMKEN) (CNH 197/1), para cuya ilustración
reprodujo la moneda del MAN que había utilizado Guadán en su libro La moneda Ibérica (1980, nº 822 =
Navascués, 2367).
El segundo tipo lo catalogó como una variante por tener la leyenda
(OSKUKEN), de la que sólo
ilustró el reverso (CNH 197/2). La imagen de esta pieza debió tomarla de Untermann (1975: ceca A32) o le
fue facilitada por este investigador, quien, como ya hemos comentado la admitió como buena. La referencia
bibliográfica que Villaronga dio para esta pieza es errónea, ya que da la moneda Hill 9/3, que pertenecía,
cuando la vio Hill, a la colección de Seymour de Ricci y que en la actualidad se conserva en el Cabinet
de Médailles de París (P 925), en la que no sólo la leyenda está completa, sino que además se aprecia el
creciente colocado delante de la cabeza. Villaronga siguió la catalogación de tipos basados en la leyenda
que propuso Untermann.
Unos pocos años más tarde, Collantes (1997: 303-304) publicó un libro dedicado a la historia de las
cecas antiguas de Hispania. En él comentó la ceca, resumiendo lo que hasta ese momento se había dicho
de ella, pero no ilustró ninguna moneda. Hizo mención de las similitudes del torques con cabeza de animal
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322
P. P. Ripollès y G. Cores
Fig. 5. Monedas de Oskumken. (A) IVDJ 1162, cuyo reverso fue ilustrado para la variante OSKUKEN
por Untermann 1975: ceca A32. (B) IVDJ 1161. (C) Subasta Áureo 29/10/2008, lote 319.
con las monedas de Lauro, incidió en el final de la leyenda en –ken y en las similitudes del topónimo con la
palabra oskues del bronce de Botorrita y el topónimo latinizado de Bolskan. Todo ello le llevó a proponer
su localización en una zona de influencia de la Suessetania.
El libro de García-Bellido y Blázquez (2001: 313) no aporta nada nuevo sobre la definición de la
producción de la ceca. Siguen la sistematización en dos tipos propuesta por Untermann y Villaronga, a
quienes citan en la referencia bibliográfica. En el caso del tipo 1ª-1 ilustran la moneda IVDJ 1161 y para
el tipo 2ª-2, la supuesta variante sin M, la moneda IVDJ 1162, pero introducen un elemento de confusión,
pues de esa moneda sólo reproducen el reverso, ya que el anverso corresponde a la pieza que se conserva en
París, procedente de la colección Seymour de Ricci (P 925); todo parece indicar que tomaron la ilustración
del libro de Hill (1931: 9/3). Seguramente la mala conservación del anverso de la pieza IVDJ 1162 llevó a las
autoras a buscar un anverso mejor conservado, sin importarles juntar las caras de dos monedas diferentes.
Este modo de proceder, que debería advertirse al lector, ha sido detectado en otras ocasiones a lo largo del
libro, como por ejemplo en algunos tipos monetarios de Saitabi, en donde el tipo 4ª-13 junta el anverso de
IVDJ 1164 y el reverso de IVDJ 1166, el tipo 2ª-3, junta el anverso IVDJ 1177 y el reverso IVDJ 1178 y el
tipo 2ª-4 junta el anverso IVDJ 1179 y el reverso IVDJ 1180 (fig. 6).
El tratamiento que ha recibido la ceca en el reciente catálogo de monedas antiguas de la península
Ibérica de Villaronga (Villaronga y Benages, 2011), aunque aclara un poco más las características de
las monedas de esta ceca, tampoco logra definir correctamente los tipos. Ahora establece 3 tipos, dos de
ellos son los que propuso en su Corpus de 1994 e introduce como novedad el tipo 1373, como variante
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Las monedas de la ceca de Oskumken
323
Fig. 6. (A) Moneda de Oskumken reproducida por García-Bellido y Blázquez, 2001. El
reverso corresponde a la pieza IVDJ 1162 y el anverso a la moneda conservada en la
actualidad en el Cabinet des Médailles de París, según la ilustración de Hill (1931: 9/3),
véase (B) y más arriba la fig. 3A. La misma combinación ha sido ilustrada por Villaronga
(Villaronga y Benages, 2011: nº 1374).
sin torques. Como novedad identifica en todos ellos el símbolo creciente que se encuentra delante de la
cara, elemento que con anterioridad únicamente había sido descrito por Pujol y Camps (vide supra). En
el tipo 1374 mantiene la variante epigráfica
(inscripción nº 2), leyenda que, contradictoramente,
desarrolla en la descripción de la moneda como
(OSKUMKEN). En su ilustración se mezclan
de nuevo el anverso P 925 y el reverso IVDJ 1162, como hicieron García-Bellido y Blázquez. ¿Cómo
se produce este error? No hay duda de que Villaronga dio crédito al tipo ilustrado por García-Bellido y
Blázquez y lo tomó de ellas, quienes a su vez habían tomado el anverso de Hill (1931: 9/3), ya que la
imagen muestra indicios de haber sido escaneada, dado que se percibe la trama y muestra la misma gran
mancha localizada delante del cuello y la barbilla.
Una vez descartada la variante 1374 con leyenda
(OSKUKEN), fruto de una pieza retocada, los
tipos de la ceca se reducirían únicamente a los números 1372 y 1373. En el segundo de estos tipos, el 1373,
a la diferencia apuntada de la ausencia del torques hay que añadir que se le pasa por alto que la leyenda
omite el signo KE o, por error, éste se grabó detrás de N; esto último no es posible asegurarlo, porque queda
en el borde de la moneda, aunque da la impresión de que así fue. En las monedas en las que Villaronga no
indica para el reverso la existencia de una línea debajo de la leyenda, como en 1374, ésta también debió
grabarse en el cuño, ya que como hemos señalado se trata de una moneda batida con el mismo cuño que
IVDJ 1161 ó P 926. En relación a la localización de la ceca, mantiene la propuesta de la zona de El Vallès y
El Maresme, basado en que la tipología y el uso del singular torques las aproxima a las emisiones de la ceca
de Lauro (Llorens y Ripollès, 1998: series Va, VIa, VIIIa y IXa) (fig. 7).
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324
P. P. Ripollès y G. Cores
Fig. 7. Detalle de la leyenda de reverso de la moneda de la col. Cores (© PPRA).
Por consiguiente, las monedas de Oskumken deben ordenarse y describirse del siguiente modo.
Tipo 1
Bronce. 28-29 mm. 14,40 g (7 ejemplares).
Anv. Cabeza masculina, a dcha., con manto y torques acabado con cabeza de animal (serpiente o lobo);
delante, creciente interno.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción ibérica
(oskumken).
Ejemplares conocidos: IVDJ 1161, 1162. P 925-926. Aureo 29/10/2008, lote 319. Col. Cores (fig. 8A). Vico
9/12/2012, lote 361 (ex HSA 11301) (fig. 8B). Madrid, MAN (= Navascués, 1969: nº 2367). Todas las
monedas se acuñaron con el mismo cuño de anverso y de reverso.
Fig. 8. Monedas del tipo 1. (A) Col. Cores 11,7 g. (B) Vico 9/12/2012, lote 361 (ex HSA 11301). (© PPRA).
APL XXX, 2014
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Las monedas de la ceca de Oskumken
325
Fig. 9. Monedas del tipo 2 de la Col. Cores (© PPRA).
Tipo 2
Bronce. 25-27 mm. 10,60 g (2 ejemplares).
Anv. Cabeza masculina, a dcha., con manto; delante, creciente interno.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción ibérica
(oskumn[ke]).
Ejemplares conocidos: col. Cores (2 ejemplares, uno de ellos reproducido por Villaronga con el número
1373 (Villaronga y Benages, 2011) (fig. 9). Ambas monedas se acuñaron con el mismo cuño de anverso
y de reverso.
Por lo que respecta a su localización, esta cuestión continúa siendo una incógnita. Los hallazgos y la
toponimia parecen apuntar hacia el interior de Cataluña, argumento que a nuestro entender tiene más peso
que la similitud de estilo con cecas más costeras, ya que la movilidad de los artesanos puede ser la causa de
ello, sin que implique necesariamente una proximidad espacial entre ciudades.
En consecuencia, los tipos monetarios acuñados por Oskumken se reducen a dos. Ambos tipos fueron
emitidos cada uno con una pareja distinta de cuños, en fechas diferentes. Se diferencian por el estilo del
anverso, por el peso y por la leyenda del reverso, que omite o altera la colocación del signo KE. No existen,
de momento, evidencias cronológicas para su datación, pero la segunda mitad del siglo II a.C. sería una
fecha aceptable para el tipo 1 y un poco más tarde debió acuñarse el tipo 2, quizás a fines del siglo II o
inicios del I a.C. Descartamos la existencia de la leyenda OSKUKEN en la moneda IVDJ 1162, por cuanto que
consideramos que la leyenda fue regrabada siguiendo, probablemente, la ilustración de Heiss, fruto de una
mala lectura, o quizás de Delgado, quien la copió de éste.
APL XXX, 2014
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326
P. P. Ripollès y G. Cores
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APL XXX, 2014
[page-n-336]
Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 327-374
José M. TORREGROSA a y Ferran ARASA a
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera
(La Moleta dels Frares, El Forcall, Castellón)
y su territorium
RESUMEN: En este trabajo se estudian los hallazgos monetarios procedentes de la ciudad romana de
Lesera (La Moleta dels Frares, Forcall) y de algunos yacimientos que debieron pertenecer a su territorio,
localizados entre las provincias de Castellón y Teruel. Con el objetivo de obtener una visión de conjunto
sobre la circulación monetaria en esta zona en la antigüedad, se han analizado las monedas pertenecientes
a los períodos republicano e imperial. Para ello se han tenido en cuenta tanto las piezas conservadas que se
han podido estudiar directamente, como las numerosas referencias bibliográficas a hallazgos de los que se
tiene poca información sobre su contexto o clasificación. Este análisis ha permitido observar las importantes
diferencias en el aporte y uso de la moneda que hubo entre la ciudad y los pequeños asentamientos de su
territorio. La correlación entre los hallazgos monetarios y los resultados de las excavaciones realizadas en
el yacimiento permiten precisar que la ciudad experimentó un importante auge a partir del siglo II a.C. y un
acusado declive desde mediados del III d.C. que llevó a su progresivo abandono.
PALABRAS CLAVE: Circulación monetaria, hallazgos, Lesera, Els Ports, Castellón.
Monetary circulation in the Roman city of Lesera
(La Moleta dels Frares, El Forcall, Castellón) and its territorium
ABSTRACT: In this article we study the monetary findings coming from the roman city of Lesera (La
Moleta dels Frares, Forcall) and some sites which should have belonged to this territory, which is located
between Castellon and Teruel. With the goal of obtaining a global vision of the monetary circulation in
this area in the antiquity, some coins belonging to the republican and imperial periods have been analyzed.
The recovered pieces which could be studied straight away, as well as the large bibliographical references
and the scarce information given by the findings we cannot have much information have been used for this
purpose. This analysis has allowed us to observe the important differences in the contribution and use of the
money that was between the city and the little settlements in this territory. The relation among the monetary
findings and the results from the diggings let us be precise about the important rise of the city from II BC
and the relevant decline from the middle of the III century AC which led to its progressive abandonment.
KEY WORDS: Monetary circulation, coin finds, Lesera, Els Ports region, Castellón.
a Departament de Prehistòria i Arqueologia, Universitat de València.
J.Manuel.Torregrosa@uv.es | Ferran.Arasa@uv.es
Recibido: 10/06/2013. Aceptado: 25/02/2014.
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328
J. M. Torregrosa y F. Arasa
1. INTRODUCCIÓN
El yacimiento de La Moleta dels Frares (Forcall, Castellón) se encuentra situado en la montañosa comarca
de Els Ports de Morella, a 62 km de la costa y a tan sólo 3,5 km de tierras aragonesas. Es el único núcleo
urbano de época romana existente en tierras valencianas en la franja del convento tarraconense que se
extendía entre las ciudades de Dertosa y Saguntum. Su antiguo topónimo, Lesera, se conoce gracias a
una inscripción actualmente conservada en Morella que fue interpretada por Alföldy (1977). Se trata de
una dedicatoria a Júpiter realizada por la res publica leserensis con motivo de la salvación del emperador
Caracalla que puede fecharse en el año 212 (CIL II2/ 14, 770). Este epígrafe, y la mención de Ptolomeo (II,
6, 63) hacia la mitad del siglo II d.C., son las únicas fuentes escritas que hacen referencia a la ciudad. En
dos de las otras cuatro inscripciones procedentes de la misma zona figuran dos ciudadanos en cuyo nombre
se menciona a la tribu Galeria, que en Hispania era la propia de las comunidades urbanas privilegiadas
con anterioridad al período flavio y, con bastante seguridad, en el reinado del emperador Augusto, por lo
que posiblemente Lesera debió ser un municipio augusteo (Arasa 2006: 58; 2009: 100-105). La ciudad no
acuñó moneda, y aunque se ha señalado el hipotético emplazamiento de la ceca abariltur en La Moleta,
hasta ahora no hay ningún indicio que dé apoyo a esta reducción.1
La ciudad estaba situada junto a una encrucijada fluvial y por su ubicación geográfica debió ejercer
un destacado papel como nudo de comunicaciones entre la zona meridional del Valle medio del Ebro y la
costa (Arasa, 2010a). Por ella pasaba un importante eje transversal mencionado por el Anónimo de Rávena
que desde Intibili, la primera posta de la vía Augusta situada al sur de Dertosa, se dirigía hacia la ciudad
de Contrebia, ubicada cerca de Caesaraugusta, con un trazado parecido al de la actual carretera N-232.
Posiblemente este camino pasaba por la ciudad existente en El Palao (Alcañiz, Teruel), que se ha propuesto
identificar con Usekerte-Osicerda (Burillo, 2001-2002: 186; Benavente, Marco y Moret, 2003; Amela,
2010: 12-13; APH: 283), un municipio de derecho latino que acuñó moneda entre la segunda mitad del
siglo I a.C. y el reinado de Tiberio (Gomis, 1996; 1996-97; APH: 283-284). Hacia el este se encontraba el
municipio de Dertosa, que fue un importante puerto fluvial, y hacia el oeste la ciudad de La Muela (Hinojosa
del Jarque, Teruel), que algunos autores identifican con Damania (Burillo y Herrero, 1983; Burillo, 20012002; Beltrán, 2004). De manera general, la posición geográfica de Lesera parece favorecer una orientación
preferente de sus relaciones hacia las ciudades emplazadas en tierras aragonesas y catalanas.
El yacimiento fue dado a conocer en 1876 por N. Ferrer y Julve y hasta hace pocas décadas era bien
poco conocido arqueológicamente. Está situado en una formación rocosa de tipo tabular, una muela con una
superficie de 7,8 ha, que fue ocupada en época ibérica. Después de una primera campaña de excavaciones
realizada en 1960 por E. Pla Ballester (SIP), cuyos resultados permitieron conocer la importancia
arqueológica del mismo (Pla, 1966: 282-283; Arasa, 1987), en el año 2001 se reanudaron los trabajos de
excavación que continuaron hasta el 2009, cuando se interrumpieron por falta de financiación. En conjunto,
se ha excavado una domus emplazada en el extremo norte de la plataforma superior y se han abierto
diversos sondeos en la zona NE de la inferior, donde algunos indicios apuntan a la localización del foro
(Arasa, 2009: 59-82, 93-96). El asentamiento parece haber sido sometido a una profunda reorganización en
época augustea que arrasa los niveles anteriores, cuando se produce la llegada de un importante volumen
de manufacturas cerámicas de procedencia itálica.
La delimitación del territorio de Lesera es aproximada y en parte viene determinada por la presencia de
otras ciudades con las que debía lindar (Arasa, 2006: 63-64; 2009: 130-131). Al ENE se encuentra Dertosa,
al NNE El Palao (Alcañiz) y al oeste La Muela (Hinojosa del Jarque). Posiblemente debía limitar con los
territoria de estas tres ciudades, y tal vez también con el de Saguntum hacia el sur. Su extensión debió ser
1
En algún caso se ha propuesto ubicar este taller en las comarcas septentrionales de Castellón (Ripollès y Abascal, 2000:
165). Sin embargo, Villaronga (1994: 203) se inclina por ubicarla en la costa catalana y más concretamente en el grupo de
acuñaciones de los Layetanos.
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
329
proporcionada a la importancia de la ciudad e incluir un área en la que ésta podía ejercer su control. La parte
central de esta hipotética delimitación pudo ser la comarca de Els Ports, configurada históricamente según
los límites del Castell de Morella al final del período andalusí. Al núcleo comarcal pueden añadirse por el
norte la franja meridional de las cuencas de los ríos Guadalope y Matarraña, al oeste la franja oriental de la
provincia de Teruel con los territorios de las antiguas Baylías de Castellote y Cantavieja, y al sur el extremo
septentrional de la comarca valenciana del Alt Maestrat. La franja costera formada por la comarca del Baix
Maestrat debió estar incluida, por su proximidad, en el territorio de Dertosa. Esta es la zona donde hemos
rastreado los hallazgos numismáticos que hemos atribuido al territorium de Lesera.
En relación con los hallazgos monetarios, desde las primeras noticias sobre el yacimiento se señala
su abundancia (Ferrer, s/a; 1876 a y b; 1888: 268; Llorente, 1876; 1887: 319, n. 2; Biosca, 1877: 3031; 1878: 20; Arigó, 1879: 10; 1880: 5). Una buena parte de estas monedas, incluida la colección de
los antiguos propietarios, la familia Molinos, fueron estudiadas por Mateu y Llopis (1958, 1959, 1960,
1966, 1967 y 1981). Sin embargo, el total de monedas que han podido estudiarse directamente es escaso
debido a su dispersión. Ripollès reunió una buena parte de estos hallazgos (Ripollès, 1980: 28-29, 87), y
posteriormente realizó un primer análisis de la masa monetaria circulante en La Moleta (Ripollès, 1982:
113-114, 386-389). Algún tiempo después, se publicaron dos síntesis (Arasa, 1987: 7-82; 2009: 111-118).
Las monedas recuperadas en el término municipal de Morella fueron estudiadas también por Ripollès
(1980: 29-31; 1982: 115-116, 389-392). A todos ellos se han unido los escasos hallazgos producidos en
las campañas de excavación desarrolladas en la ciudad (Arasa, 1987: 76-82; 2009: 112-113). De la misma
manera, en diversos lugares de la comarca de Els Ports y de la franja próxima de Aragón se conocen
algunos hallazgos numismáticos que con cierta seguridad pueden incluirse en el territorio de Lesera. A
este respecto, en el año 1978 se publicó un artículo en el que se estudiaba la colección numismática del
ingeniero L. Alloza conservada en el Museo de Bellas Artes de Castellón, que en parte estaba compuesta
por piezas recuperadas en la comarca de Els Ports (Falomir y Vicent, 1978), pero al desconocerse la
procedencia exacta de las mismas no se ha tenido en cuenta para la elaboración de este trabajo.
Sobre la gran abundancia de monedas ibéricas y la diversidad de cecas que se podían hallar en la comarca,
podemos recordar la noticia del historiador morellano Segura y Barreda (1868, I: 173; II: 296) de que su
monetario contenía más de 40 clases, entre las que hacía una mención especial a las piezas acuñadas en
los talleres de Valentia y Mun. Hibera Iulia. También sabemos gracias al testimonio de su sobrino que el
historiador llegó a reunir en su monetario más de 500 monedas procedentes de esta comarca y sus alrededores
(García Segura, 1898: 104). Sin embargo, a pesar del considerable volumen de monedas que circularon por la
zona, hasta ahora no se había realizado un análisis de conjunto como el que aquí presentamos.
2. LAS MONEDAS Y SU PROCEDENCIA
En el estudio se han incluido tanto las monedas de la ciudad de Lesera como las de todos aquellos
asentamientos conocidos que debieron formar parte de su territorium (Arasa, 1987: 119-122; 2009: 129-137).
De esta manera, se han tenido en cuenta los hallazgos monetarios efectuados en yacimientos localizados en
los municipios castellonenses de Morella (Casa Palau, el Castell, L’Hostal Nou, el Mas de Nadal, el Mas de
les Solanes, el Tossal de Beltrol y Torremiró I-10), La Todolella (el Racó dels Cantos 2), Vilafranca del Cid (el
Maset, el Corral de la Vila, la Vilavella, el Mas d’Altaba, el Mas del Carro y el Mas del Cuquello), El Portell
de Morella (les Cabrilles 2, el Colladar, En Balaguer I), Benassal (el Castell d’Asensi y el Bovalar), Castellfort
(el Barranc de la Mare de Déu de la Font), Xiva de Morella, Olocau del Rey y La Mata; y en los turolenses de
Mirambel, Cantavieja y La Iglesuela del Cid (el Morrón del Cid y las Viñas) (fig. 1).
Las monedas recopiladas para este trabajo suman un total de 202, de las que 96 corresponden al núcleo
urbano de Lesera y 106 a su territorio (fig. 2 y 3). En conjunto son una muestra suficientemente amplia que
nos permite ofrecer una aproximación al estudio de la circulación monetaria de esta zona situada entre las
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Fig. 1. Lesera y las actuales
localidades de Castellón y
Teruel (Mirambel, Cantavieja
y La Iglesuela del Cid)
que cuentan con hallazgos
monetarios.
Fig. 2. Número total de
monedas recuperadas en
Lesera y su territorium
(agrupadas por períodos).
Fig. 3. Número total de
monedas recuperadas en Lesera
y su territorium.
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
331
provincias de Castellón y Teruel. A pesar de que el número de monedas que se estudian es considerable,
tan sólo 10 de ellas (5 de la ciudad y 5 del territorio, un 4,95% del total) tienen una procedencia asociada a
contextos arqueológicos, lo que sin duda limita las aportaciones de este corpus.
La llegada de la moneda a Lesera se debe fechar hacia mediados del siglo II a.C., cuando, según los
testimonios arqueológicos, la llegada de ánforas vinarias y vajilla de mesa de procedencia itálica señala el
auge de la actividad comercial en el yacimiento (Arasa, 2009: 86). Su presencia se mantiene desde época
augustea, cuando la ciudad debió ser privilegiada con el estatuto municipal, hasta el tercer cuarto del siglo
III momento en que se fechan los últimos niveles de ocupación en el área donde se ubica el foro, para cesar
tiempo después hacia finales del siglo IV o inicios del V d.C. Sin embargo, como es habitual en la mayoría
de estos casos, el número de monedas perdidas tanto en la ciudad como en los yacimientos próximos debió
ser muy superior, si tenemos en cuenta las referencias antiguas que hablan del hallazgo de importantes
cantidades de moneda que, dado su carácter genérico, no hemos incluido en este análisis.
Estos hallazgos suponen un conjunto excepcional para el ámbito del interior de la provincia de Castellón
al que se ha prestado una escasa atención por parte de los estudios tanto arqueológicos como numismáticos.
En la actualidad, una gran parte de las monedas conservadas que proceden de Lesera y de diferentes
yacimientos de su territorio se encuentran en colecciones particulares, por lo que en muchos casos no se
han podido analizar directamente. Por ello, el corpus que aquí presentamos es conocido de forma parcial,
ya que la referencia indirecta de las monedas y su evidente descontextualización dificultan todavía más la
labor de recopilación y posterior estudio.
3. LA MONEDA ANTERIOR A AUGUSTO
Los primeros testimonios numismáticos en la comarca de Els Ports se remontan a mediados del siglo
IV a.C., según puede establecerse a partir del tesoro de Morella hallado en el año 1862 y compuesto
mayoritariamente por monedas de Massalia y Emporion cuyas fechas de acuñación se encuadran entre
los siglos VI y IV a.C. (Ripollès, 1985). Este ocultamiento demuestra que la moneda estaba puntualmente
presente en fechas antiguas en la comarca y se puede vincular a actividades comerciales entre las tierras
del interior y la costa.
En el conjunto de monedas analizado vemos que las acuñaciones republicanas y las ibéricas suman
un total de 71 piezas y suponen algo más de un tercio del total conservado (35,14%). También resultan
interesantes las evidentes divergencias existentes entre los dos ámbitos estudiados, el urbano y el rural, pues
con la moneda provincial y la imperial no se advierten unas diferencias tan pronunciadas (fig. 3).
La moneda republicana cuenta con una presencia casi testimonial en el territorio, pues solamente se
han podido recuperar tres ejemplares, dos denarios de plata y un semis de bronce (cat. 97-99). Sobre este
último puede decirse que, a pesar de no haber podido acceder a su estudio, sus características formales y
metrológicas apuntan a que estamos ante una imitación, probablemente hispana, del tipo oficial romano
(cat. 99). En la península Ibérica es frecuente el hallazgo de emisiones no oficiales en este período, que
se acuñaban por la necesidad de moneda fraccionaria de bronce (Crawford, 1982: 139; Villaronga, 1982:
222-226; Ripollès, 1994: 136-137; Villaronga, 1985; Marcos, 1996: 199-200, 209-211). Territorios bastante
alejados de la costa, a los que llega muy puntualmente la moneda republicana oficial, cuentan con hallazgos
similares (Gozalbes et al., 2011: 344-345, fig. 5, nº 5), por lo que debieron existir en Hispania diversos
lugares de acuñación para este tipo de emisiones.
Contrariamente, en la ciudad predominaron las monedas de plata romano-republicanas (tabla 1). Por
tanto, como puede verse en las figuras anteriores (fig. 3), las emisiones con esta procedencia cuentan
con una exigua presencia en los yacimientos de menor entidad y es la propia ciudad la que reúne en su
numerario hasta 16 denarios (cat. 1-6 y 8-17), lo que indica que la moneda de plata en circulación en este
yacimiento era, fundamentalmente, la romano-republicana. Esta composición de la masa monetaria en
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Tabla 1. Denominaciones de época republicana halladas en Lesera y su territorium.
LESERA
Denario
Anónimo (S. III-II a.C.)
Saufeia (152 a.C.)
Tulia (120 a.C.)
Porcia (118 a.C.)
Aemilia (114-113 a.C.)
Flaminia (109-108 a.C.)
Anónimo (inicio s. I a.C.)
Cornelia (100 a.C.)
Porcia (89 a.C.)
Cornelia (88 a.C.)
Rubria (87 a.C.)
Postumia (81 a.C.)
Volteia (78 a.C.)
Sicinia (49 a.C.)
Sicinia/Coponia (49 a.C.)
Cordia (46 a.C.)
Cneo Pompeyo (46-45 a.C.)
Marco Antonio (32-31 a.C.)
16
Denario
Semis
1
1
1
1
Total
TERRITORIUM
As
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
2
1
2
1
Total
%
1
1
1
1
1
1
1
2
1
1
1
1
1
1
1
1
1
2
5
5
5
5
5
5
5
10
5
5
5
5
5
5
5
5
5
10
20
100
los siglos II-I a.C. es muy frecuente en los territorios costeros o próximos a ella, donde la plata romana
prevalece sobre la indígena (Ripollès, 1994: 139). Por tanto, el uso de este tipo de monedas de mayor
valor parece asociarse a un núcleo de población que acumula más cantidad de riqueza, donde se realizan
habitualmente las transacciones comerciales y en el que el pago de tasas es relativamente cotidiano.2
Por el contrario, el uso de moneda de plata es poco frecuente en los asentamientos de carácter rural. Si
además tenemos en cuenta las monedas ibéricas de plata, vemos que en Lesera se han recuperado solamente
dos piezas de Bolskan (cat. 23 y 24), mientras que en los asentamientos rurales son cuatro las piezas
documentadas, todas de este mismo taller (cat. 108-111). De este modo, parece darse una mayor concentración
de las acuñaciones romanas en el núcleo urbano y un mayor uso de las indígenas en el ámbito rural.
En cuanto al numerario de bronce, en la ciudad se ha encontrado tan sólo un as de la familia Cornelia
que se fecha en el 100 a.C. (cat. 7), que se añade al semis procedente del territorio (cat. 99). Este escaso
número de monedas republicanas de bronce se vería compensado por las acuñaciones ibéricas (Knapp,
1987; Ripollès, 1994: 141-145; 2002a: 195-197) y posteriormente por las emisiones provinciales romanas
(Lledó, 2007; APH: 31-33). De hecho, el predominio de la moneda de bronce ibérica es muy frecuente en
los yacimientos hispanos desde el siglo II a.C. hasta el I d.C., entre otras causas, por la escasez de moneda
de bronce romana, puesto que en el año 82 a.C. la ceca de Roma había dejado de acuñarla (Crawford, 1974:
596-597; Ripollès, 1994: 141-143; 2002a: 198-199).
2
Si tenemos en cuenta que en la década de 1870 se roturó una buena parte del yacimiento y que existe un elevado número de
denarios romano-republicanos, se podría plantear la posibilidad de que una parte de estas monedas pudieran haber formado parte
de un pequeño tesorillo.
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
333
La moneda ibérica está representada por un número de ejemplares significativamente alto, 16 piezas
procedentes de la ciudad (cat. 18-33) y 35 del territorio (cat. 100-134), alcanzando en conjunto algo más
de un 25% del total (fig. 3), lo que parece atestiguar una monetización bastante temprana de esta zona y
particularmente de su principal asentamiento. De esta manera, las acuñaciones de bronce ibéricas aportan
la gran mayoría del circulante de este metal hasta la llegada de las emisiones provinciales primero y,
posteriormente, de las imperiales. Por su cronología, destacan una unidad hispano-cartaginesa (cat. 100)
y una mitad del taller de Arse (cat. 121). Esta última, hallada en el Bovalar de Benassal, muestra la
leyenda arseetar y tiene una fecha de emisión que podemos situar entre finales del siglo III y comienzos
del II a.C. (Villaronga, 1967: 104; Ripollès, 2002b: 280-281, 536). La moneda púnica, con una cronología
quizá algo anterior, en torno al último cuarto del siglo III a.C. (Villaronga, 1973: 119-121), nos lleva a
plantear la cuestión de que ambas piezas pudieron haber permanecido en el circuito monetario durante
un tiempo relativamente dilatado.
En la moneda ibérica (fig. 4), los talleres del Valle del Ebro cuentan con un claro predominio frente al resto
de cecas (25 piezas con esta procedencia, por 6 de la zona catalana y 6 de cecas valencianas),3 y entre ellos
es la ceca de Bolskan la que presenta una mayor cantidad de monedas, 4 recuperadas en Lesera (cat. 21-24)
Fig. 4. Moneda romana republicana e ibérica hallada en Lesera y su territorium. No se indica Roma (13 ejemplares).
3
Hemos obviado para estos cálculos las monedas que, bien por el desgaste o ausencia de descripción, son indeterminables; así
como las monedas que, por su localización, no es posible integrar en ninguna de estas agrupaciones (ejemplo del taller de
ikalesken).
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Tabla 2. Moneda ibérica. Cecas y denominaciones documentadas en Lesera y su territorium.
LESERA
Denario Unidad
Hispano-cartaginesa
Untikesken
Kese
Iltirta
TERRITORIUM
Divisor
Denario Unidad
2
Total
2
Cuarto
Ind.
Total
%
1
1
1
1
1
2
Bolskan
Belikiom
Seteisken
Kelse
Orosiz
Saltuie
Konterbia Belaiska
Tamaniu
Arse
Saiti
Valentia
Ikalesken
Indeterminables
Mitad
2
4
2
1
1
2
3
1,96
1,96
3,92
5,88
4
1
1
1
4
5
12
1
1
4
4
1
1
1
3
1
2
3
10
23,5
1,96
1,96
7,84
7,84
1,96
1,96
1,96
5,88
1,96
3,92
5,88
19,6
6
51
100
1
1
1
1
1
2
1
1
2
1
13
1
2
2
2
4
22
1
2
y 8 en los yacimientos del territorio (cat. 104-111), con un 23,5% del total (tabla 2). De las 12 monedas de
este taller, la mitad son denarios (2 de Lesera y 4 del territorio). El volumen de plata acuñada por este taller
fue uno de los más elevados de las series ibéricas si atendemos a los cuños identificados (Villaronga, 1995:
74-78; Gozalbes, 2009: 87) y a la dispersión de sus series (Martín Valls, 1967: 133-136; Domínguez, 1979:
86-99; 1991: 201-219; Gozalbes, 2009: 87-88), habiéndose documentado abundantemente en Celtiberia y
de forma más esporádica en algunos territorios de la Ulterior (García-Bellido y Blázquez, 2001, II: 306).
Los talleres de Kelse (cat. 25-26 y 114-115) y Orosiz (cat. 116-119) también están bien representados
en Lesera por dos motivos fundamentales: su proximidad y una cantidad bastante importante de monedas
puestas en circulación. Contrariamente, Belikiom (cat. 112), Seteisken (cat. 113), Saltuie (cat. 27) y
Konterbia Belaiska (cat. 120) cuentan con una presencia bastante más limitada en el conjunto de la moneda
ibérica. El considerable número de cecas presente se justifica por la gran cantidad de ciudades que estaban
acuñando moneda en estos momentos (Ripollès, 2005: 195 y ss.), y porque la comarca de Els Ports es una
zona de paso que comunica una parte del Valle del Ebro con el norte del País Valenciano (Ripollès, 1982:
386; Arasa, 1987: 119-122; 2009: 137-146; 2010a). Todo ello indica que debieron ser bastante frecuentes
tanto las relaciones comerciales como el trasiego de gentes entre ambos territorios.
De Tamaniu solamente se ha recuperado una unidad en Lesera (cat. 28). Este hecho puede resultar extraño,
ya que al menos fueron 6 las emisiones puestas en circulación por este taller (CNH 246-247/1-6) y posiblemente
ambas ciudades fueron vecinas, pues algunos autores lo han identificado con el yacimiento turolense de La
Muela de Hinojosa del Jarque (Burillo y Herrero, 1983; Villaronga, 1994: 246-247; Domínguez, 1997; Beltrán,
2004: 68 y 71-74). Aunque todavía hoy no se tienen los datos suficientes que demuestren esta hipotética
reducción, la dispersión de los hallazgos permite señalar su ubicación en esta zona de Teruel.
APL XXX, 2014
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
335
El hallazgo de monedas de talleres del noreste como Untikesken (cat. 101), Iltirta (cat. 19-20 y 103) y Kese
(cat. 18 y 102) se explica por su abundante producción (Villaronga, 1977b; 1978; 1983), siendo habitual su
presencia en lugares bastante alejados de su lugar de emisión. Por otra parte, los talleres valencianos de Arse
(cat. 121-123), Valentia (cat. 124-125) y Saiti (cat. 29) cuentan con una buena representación. A pesar de que
esta última tuvo una abundante emisión de moneda de bronce (Ripollès, 2007: 77-86), es relativamente normal
–atendiendo a la dispersión de sus series– que su número sea muy reducido en esta zona. La dispersión de las
monedas de Saiti indica que solamente un 15% de su producción se alejó de un radio de 80-100 km, y que
la mayoría de ellas lo hicieron hacia la costa, desde el golfo de Rosas hasta Almería (Ripollès, 2007: 94-97).
La lejanía de Lesera (180 km en línea recta) y la distancia que la separa de la costa (62 km) pueden explicar
esta exigua cantidad de moneda de Saiti. Resulta más extraña la escasa presencia de numerario procedente
de la ciudad de Arse, sobre todo de moneda fraccionaria de bronce, muy común en lugares bastante alejados
de la propia ciudad emisora dada su amplia producción, aunque como en el caso de Saiti, las acuñaciones de
esta ceca tuvieron una mayor difusión en las zonas costeras (Gozalbes y Ripollès, 2002: 238-250). La ceca
de Valentia cuenta con, al menos, dos ejemplares citados por Segura y Barreda (1868, I: 173) como piezas
pertenecientes a su colección y completan el cuadro de los talleres valencianos (cat. 124-125). Por último, del
taller de Ikalesken se conocen tres monedas de bronce (cat. 30 y 126-127), algo que no debe sorprender pues
suele ser un taller bien documentado en el País Valenciano (Arroyo, Mata y Ribera, 1989: 384-385; Ripollès,
1999). La singularidad de una de ellas, procedente de la propia Lesera (cat. 30), radica en que es una de las
pocas monedas ibéricas partidas con el fin de ser empleadas como divisores.
Finalmente, en relación con las denominaciones recuperadas durante este período, Lesera presenta
un aprovisionamiento de moneda de plata predominantemente romano-republicana, pues alcanza los 16
denarios (casi un 48,5% sobre el total del período), mientras que la plata ibérica se limita a dos piezas
de Bolskan (6%). Por el contrario, el bronce republicano queda representado por un escaso 3% y entre
las acuñaciones ibéricas hay 13 unidades y una indeterminable (un divisor de bronce) que en conjunto
suponen un 42,4% de moneda de bronce. Por tanto, el aprovisionamiento de moneda de plata en Lesera
procede principalmente del exterior (11 de la ceca de Roma, tres son de taller móvil, una de Narbo y otra
de origen hispano); contrariamente, la moneda de bronce es esencialmente de origen peninsular y, de esta,
destacan las acuñaciones ibéricas del Valle del Ebro. Respecto a la plata, para el conjunto de yacimientos
del territorium, las cifras son bien diferentes pues solamente contamos con dos denarios republicanos
(5,26%) y 4 ibéricos (10,5%). En cuanto al bronce, hay un fuerte predominio de la moneda ibérica con
22 unidades (57,9%), un semis de imitación republicano y otro ibérico de Arse (un 5,26%), dos cuartos
ibéricos (5,26%) y 6 indeterminables también de origen peninsular (15,8%). Para el conjunto de la moneda
de bronce, las acuñaciones ibéricas predominan frente a la moneda romana, 45 bronces ibéricos frente a 1
de origen romano,4 alcanzando un elevado porcentaje (97,8%).
4. LAS ACUÑACIONES PROVINCIALES ROMANAS
Aunque obviamente la moneda provincial se inserta ya en el período imperial, hemos preferido separarlas
para poder tener una visión más detallada del abastecimiento de moneda desde los talleres hispanos. Para
ello, hemos seguido la ordenación de RIC, RPC y APH, dejando para el conjunto de moneda imperial el
quinario acuñado por Carisio en época de Augusto en la ciudad de Emerita.
Tras las guerras sertorianas comenzó el cierre progresivo de los talleres localizados en la Citerior, aunque
ello no implicó una escasez de dinero acuñado debido a que desde el último tercio del siglo II a.C. y durante el
primero del I a.C., se fabricaron importantes cantidades de moneda que se mantendrá en circulación durante
el siglo I a.C. y gran parte del I d.C. (Villaronga, 1979a: 243-252; Ripollès, 1994; 144-145).
4
Para este cálculo hemos desestimado incluir el semis hispano de imitación republicano dado su evidente carácter peninsular.
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336
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Del período comprendido entre 72 y 27 a.C. son muy escasos los ejemplares conocidos en Lesera y su
territorio. Si dividimos este período en dos (72-49 a.C. y 49-27 a.C.), observamos la total ausencia de monedas
emitidas durante el primero de ellos (Ripollès, 1982: 387 y 390), mientras que para el segundo contamos
con seis piezas que se fechan en los años 49 a.C. (cat. 12-13), 46 a.C. (cat. 14), 46-45 a.C. (cat. 15) y 32-31
a.C. (cat. 16-17). Estas fechas coinciden con dos episodios bélicos trascendentales de finales de la República
(guerras entre César y Pompeyo y sus hijos y entre Octavio y Marco Antonio), acontecimientos en los que
la moneda de plata llega con mayor facilidad por dos razones fundamentales: su producción es abundante
y una parte de ella se acuña en territorio hispano (Ripollès, 1998: 336; 2002a: 196). Por otro lado, sabemos
que la producción en Hispania estaba orientada preferentemente hacia la moneda fraccionaria, siendo el as el
nominal que cuenta con un predominio absoluto frente a otros valores (2287 cuños identificados), seguido por
el semis (1191 cuños) y, en menor medida, el dupondio (178), el cuadrante (163) y el sestercio (68) (Ripollès,
Muñoz y Llorens, 1993; Ripollès, 1994: 145; APH: 22-24). En nuestro caso, vemos cómo esta tendencia
también se cumple, puesto que de 36 monedas provinciales documentadas solamente tres de ellas presentan
un valor semis (Ilici, Celsa y Osca), el resto son ases y están ausentes denominaciones como el sestercio y el
dupondio, algo que resulta normal en el conjunto de Hispania (Ripollès, 1994: 143).
Para el conjunto global de la muestra, podemos observar que la representación de los talleres valencianos
es completa aunque cuantitativamente baja, dado que en estos momentos solamente acuñan Saguntum e
Ilici. Para la primera contamos con dos ejemplares (cat. 35 y 135), mientras que para Ilici sólo disponemos
de uno (cat. 34). En este último caso es muy destacable la distancia que separa a esta ciudad de Lesera (más
de 250 km), por lo que su llegada a La Moleta debe considerarse como un hecho poco frecuente. Por el
contrario, el ejemplo de Caesaraugusta es muy ilustrativo, pues a pesar de la relativa proximidad de esta
ciudad y de que su producción fue la más numerosa de todos los talleres provinciales (RPC, 117; Ripollès,
Muñoz y Llorens, 1993; APH: 14-16 y 204-232, fig. 6), resulta extraño contar con un solo ejemplar, un as
de Augusto perteneciente a la colección Milián (cat. 48).
Ilercavonia-Dertosa es el taller que presenta un mayor número de monedas, con 11 ejemplares conservados
que supone un 30,5% del total de la moneda provincial (tabla 3). De ellas, 4 proceden de Lesera (cat. 36-39)
y 7 de diversos yacimientos del territorio (cat. 136-142). De las emisiones fechadas en el reinado de Augusto
(RPC 205) contamos con un único ejemplar hallado en la ciudad y otro proveniente del territorium, siendo su
número menor que en época de Tiberio (RPC 207-208). Por tanto, si tenemos en cuenta que las monedas de
Ilercavonia-Dertosa representan el conjunto más numeroso y de que estamos ante un taller cuyas emisiones
no son demasiado voluminosas (Llorens y Aquilué, 2001: 58-64), se pueden apreciar unas relaciones bastante
estrechas entre esta ciudad y la zona que se extiende entre las provincias de Castellón y Teruel (Ripollès, 1980:
148-152; Arasa, 1987: 133-134; Llorens y Aquilué, 2001: 71-82; Arasa, 2009: 111-118 y 154).
De Ilerda y Tarraco se han contabilizado cinco piezas de cada ceca (cat. 42-44 y 147-148 y cat. 40 y
143-146, respectivamente). Si anteriormente vimos que en época ibérica tanto Iltirta como Kese aportaban
tres y dos piezas cada una, ahora en conjunto duplican su presencia. Con respecto a Ilerda, sabemos que
es un taller que acuña exclusivamente en tiempos de Augusto con dos tipos de ases (RPC 259 y 260) y
que su producción es algo menor que, por ejemplo, la de Ilercavonia-Dertosa (APH: 153-155 y 180-181).
Por el contrario, Tarraco emitió 24 tipos, 8 durante el reinado de Augusto (RPC 210-217) y 16 en el de
Tiberio (RPC 218-233), siendo la tercera en cuanto a producción y quedando por detrás de Caesaraugusta
y Emerita (Ripollès, Muñoz y Llorens, 1993: 317-318; Ripollès, 1994: 142; APH: 22). Tanto Ilerda como
Tarraco presentan un estándar metrológico inferior al utilizado habitualmente en las emisiones provinciales
hispanas, igual que ocurre con las monedas de Ilercavonia-Dertosa (APH: 180). Finalmente, el ejemplar de
Emporiae documentado en Lesera (cat. 41) cierra el grupo de las emisiones provinciales del área catalana.
Contrariamente, el grupo de talleres del Valle del Ebro –con una producción similar al anterior– está
representado en menor medida (fig. 5). De Osca hemos reunido tres monedas (cat. 46-47 y 150), una de ellas
contramarcada (cat. 47); dos de Lepida-Celsa (cat. 45 y 149), presentando también la segunda una contramarca
en el campo del reverso; y otras dos de Bilbilis (cat. 49 y 151), de las que la primera está partida, probablemente
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
337
Tabla 3. Moneda provincial. Cecas y denominaciones halladas en Lesera y su territorium.
LESERA
Augusto
As
Ilici
Saguntum
Ilercav.-Dertosa
Tarraco
Emporiae
Ilerda
Lepida-Celsa
Osca
Caesaraugusta
Bilbilis
Turiaso
Clunia
Osicerda
Total
Semis
TERRITORIUM
Tiberio
As
Augusto
Semis
Ind.
Tiberio
As
As
1
1
3
1
1
1
3
1
4
2
1
1
1
1
1
1
6
1
1
1
1
1
1
9
1
6
2
1
9
8
Total
%
1
2
11
5
1
5
2
3
1
2
1
1
1
2,77
5,55
30,5
13,9
2,77
13,9
5,55
8,33
2,77
5,55
2,77
2,77
2,77
36
100
destinada para circular como fracción. Finalmente, con un solo ejemplar tenemos los talleres de Turiaso (cat.
50), Clunia (cat. 51), que desafortunadamente es una de las pocas piezas recogidas que carece de descripción y,
por último, Osicerda (cat. 52). Todos estos hallazgos pueden considerarse normales dada la dispersión monetaria
de estos talleres por toda la parte oriental de la Península y quizás puedan relacionarse con un cambio en los
flujos comerciales que habrían basculado desde el Valle del Ebro en época ibérica, hacia las zonas de costa e
interior del área catalana en época imperial, ya que las cecas de esta última representan algo más de un 61%.
Aunque son varias las cecas que cuentan con un solo ejemplar, creemos que Osicerda merece un pequeño
comentario dado que se ha propuesto su localización a poca distancia de la zona aquí estudiada. Esta ceca
fue reducida hace algún tiempo por Beltrán (1996: 287-294) a La Puebla de Híjar (Teruel) a partir de un
documento epigráfico aparecido en dicha localidad. Posteriormente, han sido varios los autores que han
defendido su ubicación en El Palao de Alcañiz (Burillo, 2001-2002: 186; Benavente, Marco y Moret, 2003:
241-243; Amela, 2010: 10-13). Aunque inicialmente se propuso su abandono hacia el 70 d.C. (Benavente,
Marco y Moret, 2003: 242), posteriores hallazgos han permitido plantear que su ocupación se prolongó
al menos hasta el siglo II d.C. Además, hay que recordar que dos inscripciones halladas en Tarragona
muestran que un ilustre osicerdense había ostentado diversos cargos públicos en su ciudad natal en tiempos
de Adriano o, incluso, algunos años después (Beltrán, 2004: 78-79). Por otra parte, según Beltrán (2004: 72)
esta ciudad no estaría muy alejada de Damania/Tamaniu. Sin embargo, a pesar de que en la actualidad no
hay datos suficientes que prueben esta reducción, posiblemente debió situarse en la zona del Bajo Aragón
(Gomis, 1996: 30-31; Beltrán, 2004: 75-80; APH: 283).
Para concluir, cabe remarcar que entre las acuñaciones provinciales presentes en Lesera el valor que destaca
es el as, con gran diferencia sobre el resto, pues de las 19 monedas estudiadas, 15 son ases (79%), 3 son
semises (15,8%) y una moneda es indeterminable (5,2%). En cuanto a los talleres, los mejor representados son
Ilercavonia-Dertosa e Ilerda, con 4 y 3 piezas respectivamente. Sin embargo, para los yacimientos del territorio
el resultado difiere substancialmente, ya que el predominio del as es absoluto con 17 piezas (el 100%), siendo
igualmente Ilercavonia-Dertosa la mejor representada con 7 monedas, seguida de Tarraco con otras 4.
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Fig. 5. Moneda provincial hallada en Lesera y su territorium.
5. LA MONEDA IMPERIAL
Tras la reforma monetaria de Augusto (hacia el 23 a.C.) asistimos a la implantación de un sistema monetario que,
con pequeñas modificaciones puntuales, se mantendrá hasta el siglo III d.C. (Harl, 1996; Amandry y Barrandon,
2008). La introducción del antoniniano por Caracalla hacia el 215 d.C. representa un hecho trascendental para la
economía romana, pues supuso la coexistencia durante un breve período de tiempo de dos valores de referencia:
el denario y el antoniniano; el primero se acuñó de manera excepcional en el reinado de Treboniano Galo (251253 d.C.) y su producción cesó en los primeros meses del gobierno de Galieno (Carson, 1965; Reece, 1981;
Hollard, 1995; Ripollès, 2002a: 205-207; Lledó, 2007: 239). A partir de 285 será Diocleciano quien, tras el
fracaso del radiado de vellón instituido por Aureliano, a causa de los diversos problemas surgidos de las propias
imitaciones y la inflación en la economía del Imperio, procedió a una nueva reforma de la moneda creando
entre otros un nuevo valor en plata, el argenteus (Corbier, 1985). En referencia a la moneda de vellón, asistimos
a la introducción de unas piezas conocidas con el nombre genérico de nummi, aunque se debe matizar que, en
líneas generales, su impacto en Hispania fue bastante reducido (Ripollès, 2002a: 210). Numerosas reformas se
sucederán hasta el final de las acuñaciones imperiales centradas, fundamentalmente, en la moneda de vellón
y oro. A partir de 364, la plata dejó de estar presente en las acuñaciones de vellón, por lo que éstas pasaron a
ser exclusivamente de bronce (King, 1993; Gozalbes, 1999: 24-29). Según este panorama monetario, hemos
decidido ajustar al máximo los períodos en que dividimos la moneda imperial a los hechos que, desde el punto
de vista histórico y numismático, presentan una mayor relevancia.
APL XXX, 2014
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
339
En Lesera hemos contabilizado un total de 44 monedas imperiales y en su territorio otras 51, lo que implica
que prácticamente la mitad de todo el conjunto estudiado sea moneda imperial (casi un 48%, sin considerar la
moneda provincial). No deben extrañar estos porcentajes si pensamos que el período que engloba estas monedas
va desde final del siglo I a.C. hasta el primer cuarto del siglo V d.C., es decir, más de 450 años (fig. 6).
La importante presencia de estas acuñaciones es la que, a grandes rasgos, se observa en un buen número
de yacimientos que cuentan con una cronología tan dilatada como Lesera (Gozalbes, 1999; Lledó, 2007). En
cuanto a las cecas documentadas, Roma es la que predomina hasta la mitad del siglo III d.C., cuando ciudades
como Arelate, Lugdunum, Mediolanum, Siscia o Treveris, entre las que hemos podido identificar en la muestra,
inician el proceso de descentralización de la acuñación de moneda en el Imperio que restarán el prominente
protagonismo que Roma había estado detentando hasta este momento. Del total de 95 monedas imperiales ha
sido imposible precisar el lugar de emisión de 27, bien por tratarse de monedas muy desgastadas o descentradas,
bien porque no hemos podido examinar directamente las piezas y las descripciones son muy imprecisas; a pesar
de ello, no creemos que este hecho altere en exceso los resultados de conjunto.5 Debemos destacar que 17
monedas no han podido ser identificadas más allá de la época o el reinado en el que se emitieron. Del resto hay
que puntualizar que el as sigue siendo el valor predominante con 23 ejemplares (24,2%), seguido por el valor
nummus/AE que alcanza los 18 (19%), mientras que el antoniniano es el tercero en volumen con 17 (18%);
aunque algunos de estos últimos resultan dudosos, los datos que manejamos apuntan a su identificación con este
tipo de moneda. El resto de valores se encuentran en unas cantidades mucho más modestas, como por ejemplo el
sestercio y el denario que no superan la cifra de 8 y 7 ejemplares cada uno (tabla 4).
Fig. 6. Distribución del número de monedas imperiales por etapas (Lesera y su territorium) (27 a.C.–423 d.C.).
5.1. Julio-Claudios
Para el período Julio-Claudio, hemos podido reunir un total de 21 monedas (11 de Lesera y 10 del territorio).
Sabemos que el hallazgo de moneda de bronce es más frecuente dado su menor valor y por ser más habitual
en las transacciones cotidianas; contrariamente, la moneda de plata se documenta en menor medida6 pues
su elevado valor hacía que se manipulasen con mayor cuidado para así evitar su pérdida aunque su uso fue
bastante frecuente en diferentes transacciones (Ripollès, 2002a: 203-204).
5
6
A ellas habría que añadir 7 monedas de imitación (6 de Claudio I y una de Antonia) para las que, todavía hoy, no es posible
precisar un lugar exacto de acuñación.
Un ejemplo de ello se puede ver en Bost, Campo y Gurt (1979: 176) donde se calcula en torno a un 4% la cantidad de monedas
de plata recuperadas en el conjunto de Hispania.
APL XXX, 2014
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Tabla 4. Moneda imperial. Denominaciones recuperadas en Lesera y su territorium (agrupadas por períodos).
Período
Julio-Claudio
Flavio
96-192
193-253
254-284
Tetrarquía
Ant.
Den.
Quin.
Sest.
Dup.
As
Cuad.
1
1
1
1
2
13
4
5
1
1
5
2
Ind.
Total
%
3
3
5
1
21
9
19
5
15
1
22,1
9,47
20
5,26
15,8
1,05
1
3
4
1
AE/Num.
10
9
6
10,52
9,47
6,31
16
95
100
15
1
306-363
364-423
Frustras s. I-III d.C.
9
9
2
1
Total
17
7
1
8
3
23
1
19
Un buen ejemplo de ello es el conjunto monetario Julio-Claudio (tabla 5), dado que solamente contamos
con un quinario de Augusto acuñado en Emerita procedente de Lesera (cat. 53) y un denario del emperador
Tiberio del Tossal de Beltrol de Morella (cat. 152). Por el contrario, las monedas de bronce recuperadas
ascienden a un total de 19, entre las que el sestercio cuenta con un solo ejemplar, al igual que el dupondio
y el cuadrante (5,26% cada uno); hay además tres piezas indeterminables, un bronce de Nerón hallado
en la Costa de La Mare de Déu en el Castell de Morella (cat. 160), otro del propio entorno de la misma
localidad (cat. 161) y otra moneda de Calígula procedente del Morrón del Cid (La Iglesuela del Cid) de
la que desconocemos incluso el metal en el que se acuñó (cat. 155). Los 13 restantes son ases (61,9%) y,
entre ellos, destacan por su elevado número los acuñados en tiempos de Claudio I con 9 piezas (cat. 57-62
y 156-158). La acuñación de moneda provincial en Hispania finaliza con la llegada de Claudio al gobierno
de Roma (Ripollès, 1994: 141 y ss.; Ripollès, 2002a: 200), a excepción de una escasa serie de Ebusus que
concluyó sus emisiones con este emperador (Campo, 1976: 141, nº 124 y n. 37; Planas, Planas y Martín,
1989: 112-114, grupo 41; RPC 482-482A; APH: 292, nº 482-482A), por lo que la capital del Imperio quedó
como el único taller que acuñaba en Occidente. Con anterioridad, durante el reinado de Calígula, la Bética,
Italia, Sicilia, África, Mauritania y la Galia habían dejado de acuñar moneda (RPC, 18-20; Ripollès 1994:
146; 2002a: 200; APH: 34-35). Sin embargo, como consecuencia de la orden del Senado de fundir las
monedas de Calígula la moneda de bronce empezó a escasear, por lo que se inició la práctica de imitar las
monedas oficiales de Claudio I. Los tipos acuñados con la efigie de este emperador y reverso Minerva y
S–C (RIC I, 100 y 116) y el que presenta el mismo anverso y leyenda LIBERTAS AVGVSTA S–C (RIC I, 97
y 113), fueron frecuentemente imitados en Hispania, Galia y Britania.7
A pesar de estos datos, la mala conservación de las monedas que hemos podido documentar impide
poder realizar juicios precisos sobre el origen de las monedas de Claudio halladas en Lesera y su territorio,
por lo que en algunos casos barajamos la posibilidad de que se trate de monedas posiblemente acuñadas en
Hispania, mientras que en otros sus características confirman un origen peninsular evidente. Otro ejemplo
más de las imitaciones hispanas es el dupondio de Antonia recuperado en la propia Moleta (cat. 57). Para
el período comprendido entre Augusto y Vitelio, las monedas que se acuñan bajo el reinado de Claudio I
suponen un porcentaje bastante elevado (42,9%), por lo que sería más que razonable plantear un origen
7
Entre los principales autores que han tratado esta cuestión se encuentran: Campo (1974: 155-163), Villaronga (1979b: 172-173),
Campo, Richard y Von Kaenel (1981: 58, n.1), Sutherland (1984: 128), Herreros y Martín (1995: 227, especialmente nota 4),
Ripollès (1994: 146-147), Besombes y Barrandon (2000); Blázquez Cerrato (2002: 281, n. 916 y 310-311), Ripollès (2002a: 200202), Lledó (2007: 214-215) y APH: 33.
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
341
Tabla 5. Denominaciones de los Julio-Claudios (27 a.C.–69 d.C.).
LESERA
Quin.
Augusto
Tiberio (Augusto)
Augusto (Tiberio)
Tiberio
TERRITORIUM
As.
Cuad.
1
1
1
1
Den.
Sest.
As
Ind.
1
1
1
5
3
1
1
2
1
1
1
9
1
1
1
4
3
Total
%
3
1
1
1
1
Agripa (Calígula)
Calígula
Claudio I
Antonia (Claudio I)
Nerón
Vitelio
Total
Dup.
14,3
4,76
4,76
4,76
1
1
8
1
3
1
4,76
4,76
38,1
4,76
14,3
4,76
21
100
hispano para un buen número de ellas. Es más, su aceptación fue tan generalizada que se han documentado
estas monedas de imitación en contextos arqueológicos del siglo III d.C. (Ripollès, 2002a: 201-202; Lledó,
2007: 217-218). El as de Vitelio acuñado en Tarraco (cat. 63) es un testimonio más del origen hispano de la
mayoría del circulante en este período, pues la llegada de moneda oficial fue escasa y no será hasta el siglo
II d.C. cuando ésta sea la moneda predominante.
De todo el conjunto de moneda imperial, la que más dudas presenta es una pieza de La Iglesuela del Cid
(cat. 155) atribuida a Cayo César y que pensamos que pudiera haber sido realmente de Calígula. No hay
referencias concretas acerca del metal con el que estaba fabricada o de algún rasgo estilístico o formal que
permita una mejor aproximación para su clasificación (Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; Arasa, 2009: 118;
Arasa, 2011: 34).
5.2. Flavios y Antoninos
El período que agrupa a las emisiones de las dinastías Flavia y Antonina (69-192 d.C.) se caracteriza por la
regularidad en el aprovisionamiento de numerario desde Roma, claro reflejo de la estabilidad económica y
socio-política del Imperio. El progresivo aumento de los precios, estimado a comienzos del período Flavio,
y la fuerte monetización de la economía hicieron que se utilizasen más habitualmente las denominaciones
de bronce con un mayor poder adquisitivo, el sestercio y el dupondio (Jones, 1974; Corbier, 1985; Ripollès,
2002a: 204). No obstante, en Hispania el as sigue siendo el nominal predominante, con unos porcentajes
que oscilan entre un 70 y 50%, debido a que esta inflación tuvo una menor incidencia en las provincias
que en la propia Roma (Reece, 1981: 34; Lledó, 2007: 221-222). El aprovisionamiento de moneda romana
documentada en los yacimientos de la Península proviene mayoritariamente del taller de Roma, pues la
producción de estos valores estuvo centralizada en la capital hasta mediados del siglo III d.C. La moneda
provincial acuñada en Oriente queda en unos porcentajes exiguos en los conjuntos hispanos, y de ella no se
ha recuperado ningún ejemplar en el área de estudio.
En cuanto a las denominaciones más empleadas, se ha podido documentar un mayor número de sestercios
que en el período precedente, pues si durante el gobierno de los Julio-Claudios solamente encontramos un
sestercio del emperador Nerón, ahora tenemos 5 ejemplares (casi un 18%), dos recuperados en Lesera
(cat. 70 y 72) y tres en el territorio (cat. 159, 173 y 176). El valor que continúa imperando es el as con un
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[page-n-351]
342
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Tabla 6. Denominaciones de los Flavios y los Antoninos (70–192 d.C.).
LESERA
Den.
Vespasiano
Tito (Vespasiano)
Tito
Domiciano
Trajano
Adriano
Antonino Pío
Faustina II (A. Pío/M. Aur.)
A. Pío (M. Aurelio)
Lucila (M. Aurelio)
Total
Sest.
Dup.
TERRITORIUM
As.
Ind.
Sest.
Dup.
1
1
1
2
2
1
1
1
1
1
1
1
As
Ind.
Total
%
1
1
1
1
1
1
1
3
1
1
4
6
6
4
1
1
1
10,7
3,6
3,6
14,3
21,4
21,4
14,3
3,6
3,6
3,6
28
100
1
2
2
1
1
4
2
1
3
2
3
1
6
6
32,1%, de ellos 3 proceden de Lesera (cat. 67, 69 y 71) y 6 de su territorio (cat. 162, 164-166, 169 y 172).
El dupondio continúa siendo muy escaso, ya que contamos con dos ejemplares (7,1%): uno de Vespasiano y
otro de Domiciano (cat. 64 y 168, respectivamente). Finalmente, quedan como indeterminables un número
significativo de nominales (8 piezas que alcanzan un porcentaje del 28,6%) (tabla 6).
El importante papel que las acuñaciones de plata debieron desempeñar en estos momentos (Ripollès,
2002a: 203-204) no se ve reflejado en el volumen de moneda recuperada en los yacimientos aquí
estudiados, pues si en época de los Julio-Claudios solamente teníamos un denario y un quinario, ahora
su cantidad, aunque más elevada, continúa siendo reducida pues son 4 los denarios documentados en
Lesera (cat. 66 y 73-75) y ninguno en su territorio, todos ellos pertenecientes a los reinados de Trajano,
Antonino Pío y Marco Aurelio (un 14,3% sobre el total de esta etapa). Los emperadores que mayor
cantidad de piezas aportan son Trajano y Adriano con seis piezas cada uno que sobresalen sobre el resto
con más de un 21,4% respectivamente.
5.3. La moneda del siglo III
La inestabilidad político-militar que caracteriza la segunda mitad del siglo III d.C. se vio acompañada
en el plano económico de una progresiva inflación que acabó derivando, irremediablemente, hacia unos
cambios muy significativos en los valores acuñados debido a la necesidad de moneda que provocaron, entre
otras, las numerosas campañas militares (Sagredo, 1988: 343; Hollard, 1995; Bost, 2000). Como ya vimos
anteriormente, la introducción del antoniniano ca. 215 d.C. por el emperador Caracalla, poco a poco fue
sustituyendo en los circuitos monetarios al resto de denominaciones que, desde la reforma de Augusto, se
habían acuñado de manera casi invariable (Corbier, 1978; Burnett, 1987: 49; Harl, 1996; Lledó, 2007: 231;
Amandry y Barrandon, 2008). El peso y la calidad de esta nueva moneda fue gradualmente descendiendo
hasta llegar a convertirse en un nominal de bajo peso y con un porcentaje de plata de entorno al 2,5% en
los últimos años del reinado de Galieno y los primeros de Claudio II (Burnett, 1987: 112; Estiot y Delestre,
1992: 20-21; Gozalbes, 1999: 26; Ripollès, 2002a: 205-208).
Sin duda, el momento más interesante se podría establecer entre los años 235 y 260 d.C., el período
de la “anarquía militar”, cuando el denario y el sestercio empiezan a producirse en menor cantidad y el
antoniniano se convierte en la moneda de referencia en todo el Imperio. En la Península, además de la
APL XXX, 2014
[page-n-352]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
343
circulación monetaria en los numerosos yacimientos conocidos, tenemos el testimonio de algunos tesoros
que son muy ilustrativos de los cambios que acabamos de comentar. Por un lado, el tesoro del territorium de
Dianium (Dénia, Alicante) demuestra que una gran parte de los sestercios que circularon durante la primera
mitad del siglo III d.C. habían sido acuñados, mayoritariamente, durante los reinados de Trajano, Adriano
y los Antoninos (Abascal, Olcina y Ramón, 1995). Por otro, un conjunto interesante pero de cronología
algo más tardía, y algo atípico dada su composición mixta, es el tesoro del Mas d’Aragó (Cervera del
Maestre, Castellón). Este tesoro muestra un fuerte predominio del antoniniano (38 ejemplares) frente a un
menor número de sestercios (15), convirtiéndose en un excepcional testimonio de la circulación conjunta de
ambos valores hacia los años finales de la década de 260 d.C. (Gozalbes, 1996). Por tanto, es hacia el final
de esta década cuando se documenta la salida de la circulación del sestercio y del denario para ser fundidos
y acuñar el cada vez más abundante antoniniano.
Entre las monedas recuperadas en Lesera observamos el predominio del antoniniano que suma un total de
11 piezas en la ciudad y 6 en el territorio (tabla 7). Por tanto, supone un 73,9% del total del período, con algo
menos del 48% para Lesera y un 26% para los yacimientos de su entorno. En cuanto a la moneda de plata y
bronce, solamente contamos con un denario de Septimio Severo (cat. 76), un sestercio de Caracalla (cat. 178)
y otro de Treboniano Galo (cat. 181) y un as de Gordiano III (cat. 179), valores que quedan relegados a unos
porcentajes excesivamente bajos para este período (4,35% para el denario y el as y un 8,7% para el sestercio).
Quizá una explicación razonable para estas cifras se encuentra en la pervivencia de monedas de los Antoninos
en los circuitos monetarios (sestercios y ases, principalmente), pues durante el primer tercio del siglo III d.C.
se documenta en Hispania una progresiva disminución del aprovisionamiento de moneda de bronce, mientras
que la moneda de plata se mantiene en unos niveles relativamente estables durante el reinado de Septimio
Severo (Sagredo, 1988: 356; Ripollès, 2002a: 205; Lledó, 2007: 231). Por otra parte, debe tenerse en cuenta
que Lesera y tal vez otros asentamientos menores de su territorio debieron sufrir, en esta época, un lento
proceso de despoblación, pues si se estima que el período Julio-Claudio es el de mayor auge de la ciudad, los
primeros indicios de abandono se sitúan hacia mediados del siglo II y los últimos niveles de ocupación en el
área forense se fechan en el tercer cuarto del siglo III d.C. (Arasa, 2009: 86-89).
Tabla 7. Denominaciones de los Severos, Anarquía militar y Primera Tetrarquía (193–306 d.C.).
LESERA
Ant.
Septimio Severo
Caracalla
Gordiano III
Filipo I
Treboniano Galo
Galieno
Claudio II
Quintilo
Victorino
Probo
Carino
Constancio Cloro
Inciertas s. III d.C.
Total
Den.
TERRITORIUM
AE/Num
Ant.
Sest.
As
Ind.
1
1
1
1
1
1
3
2
2
1
4
1
1
1
2
11
1
1
6
2
1
1
Total
%
1
1
1
1
1
3
5
1
4
1
1
1
2
4,35
4,35
4,35
4,35
4,35
13
21,7
4,35
17,4
4,35
4,35
4,35
8,7
23
100
APL XXX, 2014
[page-n-353]
344
J. M. Torregrosa y F. Arasa
No obstante, debemos puntualizar que albergamos ciertas dudas sobre aquellos antoninianos que por
la deficiente descripción del autor que los recoge inicialmente, no existe la suficiente certeza acerca del
nominal que representan. Sin embargo, parece difícil plantear otra denominación diferente para estas
monedas, pues para el período 253-284 d.C. el antoniniano es la moneda de referencia y la que mayor
abundancia presenta con respecto al resto de valores. También hay que tener en cuenta la ingente cantidad de
antoninianos de imitación que se introdujeron en los circuitos monetarios a nombre de Claudio II divinizado
y que perdurarán en los contextos arqueológicos hasta, al menos, mediados del siglo IV (Ripollès, 2002a:
208-210; Lledó, 2007: 239-252). En nuestro caso, de las cinco monedas atribuidas a este emperador, dos
pertenecen al grupo de consagración (cat. 80 y 185), dos a las emitidas por el propio Claudio II (cat. 79 y
184) y una que no ha sido posible clasificar (cat. 78).
Uno de los conjuntos que puede despertar mayor confusión es el formado por los cuatro antoninianos
atribuidos a Victorino (cat. 81-84) que figuran en el manuscrito de Ferrer y Julve (s/a) donde se relacionan e
ilustran los principales hallazgos recogidos por el propietario de La Moleta, entre los que menciona un total
de 22 monedas que sólo en parte coinciden con las de la colección conservada por sus herederos y que pudo
estudiar Mateu y Llopis (1981). Si tenemos en cuenta que el tipo de nominal puesto en circulación por este
emperador fue mayoritariamente el antoniniano (RIC V.2: 379-398), este pequeño lote debería plantear pocas
dudas. Si consideramos que las piezas de este emperador no circularon de manera abundante en Hispania
(Ripollès, 2002a: 208), es posible que el hallazgo corresponda a la ocultación de una pequeña bolsa de
monedas que podría haberse encontrado en los trabajos de transformación para uso agrícola a que se sometió
el yacimiento hacia finales del s. XIX. En cuanto a su identificación, también podría tratarse de cuatro piezas
de bronce o vellón que de forma genérica se adscribieron a este emperador. Finalmente, para el período de
la Tetrarquía (284-306) solamente contamos con un ejemplar de Constancio Cloro (cat. 86) incluido en el
documento anteriormente citado, por lo que tampoco ha sido posible clasificarlo ni conocer el nominal exacto.
5.4. Últimos testimonios numismáticos (siglos IV-V d.C.)
En 274 d.C. tuvo lugar un primer intento de reforma monetaria del emperador Aureliano. Aunque no
alcanzó los fines que pretendía, puesto que los circuitos monetarios se encontraban inundados por los
antoninianos de Galieno, Claudio II, los emperadores galos y las imitaciones del tipo Divo Claudio, sí
supuso una base sobre la que poder alcanzar la solución al problema de financiación del Estado romano
(Carson, 1965). Poco después, en 294 d.C., Diocleciano emprendió una nueva reforma que tampoco surtió
los efectos deseados en la economía, pues no logró sanear las debilitadas finanzas imperiales y gran parte
de la nueva moneda de referencia, el nummus, fue atesorada debido a su mayor porcentaje de plata (5%) y
a su elevado peso (unos 10 g). Así, este nominal fue reduciendo paulatinamente su peso y cantidad de plata
desde el 307 d.C., cuando pesaba unos 6,8 g y contenía entorno a un 5% de plata, hasta el 335 d.C., cuando
había descendido a los 3 g y solamente contenía en torno al 1% de plata.
Los tipos que se acuñaron entonces, y en adelante por los descendientes de Constantino, se diferenciaban
entre sí por presentar diseños militares en sus reversos como los del tipo Fel. Temp. Reparatio, Gloria
Romanorum, Securitas Reipublicae y Reparatio Reipub. Tras su llegada al poder, Constantino I impulsó una
nueva reforma que afectó sobre todo a las monedas de oro y vellón. A ello hay que añadir una significativa
sobrevaloración de la moneda de vellón con respecto a la de oro a pesar de que esta última apenas sufrió
cambios metrológicos, ya que el solidus se acuñó sin ninguna alteración metálica y su peso se estableció en
4,5 g, complementándose con numerosos múltiplos y divisores (Callu, 1969; King, 1993; Gozalbes, 1999:
24-27; Ripollès, 2002a: 208-211; Lledó, 2007: 255, n. 4).
Los hallazgos monetarios de este período (306-423 d.C.) en Lesera y su territorio ascienden a un
total de 19 piezas (un 9,4% sobre el total de la muestra); si tenemos en cuenta su amplia cronología y
la gran cantidad de moneda puesta en circulación, su número es poco significativo. Las emisiones de la
APL XXX, 2014
[page-n-354]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
345
dinastía constantiniana (307-361 d.C.) alcanzan un 52,6% del total del siglo IV (tabla 8), por lo que el
aprovisionamiento de moneda resulta algo escaso e irregular si consideramos que se trata de uno de los
períodos en que Hispania registra un mayor aporte de moneda (Ripollès, 2002a: 211). Por emperadores,
Constantino I está representado con cuatro monedas,8 de las que 2 corresponden a Lesera (cat. 88 y 89) y
2 al territorio (cat. 188-189); Constancio II, con 2 hallazgos en Morella (cat. 192-193) y 1 en La Iglesuela
del Cid (cat. 194); y Graciano, con 1 pieza en Lesera (cat. 90) y 2 en Morella (cat. 196 y 197), alcanzando
en conjunto algo más de un 47%. Otros emperadores como Licinio I, Constantino II, Decencio, Valente,
Magno Máximo, Arcadio y Honorio cuentan con un solo ejemplar (5,26% cada uno de ellos). En cuanto al
aprovisionamiento de moneda, Roma es la que alcanza un mayor número (1 ejemplar recuperado en Lesera
y 3 del territorio, un 21%), seguida por Lugdunum (2 piezas y un 10,5%), y con un único ejemplar las cecas
de Siscia y Treveris (5,25%, respectivamente), para finalizar con una agrupación de 10 monedas de las que
no ha sido posible averiguar su origen (52,6%) (tabla 9).
Contrariamente a lo que vimos en el conjunto de época constantiniana, el volumen de moneda que
llegó a esta zona durante el último tercio del siglo IV y los primeros años del V es bastante elevado
(47,35%), algo que para el conjunto de Hispania no es muy frecuente. No obstante, existen peculiaridades
regionales que demuestran que el aporte de moneda imperial mantuvo unos niveles importantes en el norte
y la costa, mientras que en el interior y el sur el descenso fue más acusado (Ripollès, 2002a: 211-212).
Además, los antoninianos de Galieno, Claudio II y los que presentan un claro carácter irregular todavía
estaban en circulación en esta época, según muestran la mayoría de yacimientos con hallazgos monetarios
contextualizados (Gozalbes, 1999: 82; Lledó, 2007). En conclusión, los hallazgos monetarios manifiestan
que en la propia Lesera y en algunos asentamientos del que fuera su territorio debieron perdurar grupos de
población al menos hasta el primer cuarto del siglo V d.C.
Los testimonios arqueológicos de este período son muy escasos en La Moleta, y se reducen a algunos
fragmentos cerámicos de TSA D hallados superficialmente que pueden fecharse entre los siglos IV y V
d.C. (Arasa, 2009: 90). Lo mismo sucede en algunos asentamientos próximos como El Morrón del Cid (La
Tabla 8. Denominaciones de los siglos IV y V (306–423 d.C.).
LESERA
AE/Num.
Licinio I
Constantino Magno
Helena (Const. Mag.)
Constantino II
Decencio
Constancio II
Valente
Graciano
Magno Máximo
Arcadio
Honorio
Inciertas fin. s. IV d.C.
8
6
AE/Num.
1
2
Total
TERRITORIUM
1
Indet.
1
1
1
1
3
1
1
1
1
1
1
2
11
2
Total
%
1
3
1
1
1
3
1
3
1
1
1
2
5,26
15,8
5,26
5,26
5,26
15,8
5,26
15,8
5,26
5,26
5,26
10,5
19
100
Hemos incluido la moneda a nombre de Helena emitida por su hijo Constantino I (cat. 189).
APL XXX, 2014
[page-n-355]
346
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Tabla 9. Procedencia de las monedas durante los siglos IV y V (306–423 d.C.).
LESERA
ARL
Licinio I
Constantino Magno
Helena
Constantino II
Decencio
Constancio II
Valente
Graciano
Magno Máximo
Arcadio
Honorio
Inciertas fin. s. IV
Total
ROM
SIS
TERRITORIUM
IND.
TRE
ROM
LUG
IND.
Total
%
2
1
3
1
1
1
3
1
3
1
1
1
2
5,26
15,79
5,26
5,26
5,26
15,79
5,26
15,79
5,26
5,26
5,26
10,52
7
19
100
1
1
1
1
1
1
1
2
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
3
1
3
2
Iglesuela del Cid), donde se han producido hallazgos similares; y otras piezas descontextualizadas como el
“osculatorio” de Portell (Arasa, 2000: 26, fig. 4). En algunos yacimientos como El Colladar (El Portell de
Morella), donde se halló en superficie un Ae3 datado en el último tercio del siglo IV d.C. (Vizcaíno, 2010a:
103 y 233-235, nº 3), los trabajos arqueológicos han puesto al descubierto un yacimiento ibérico, pero sin
niveles de ocupación de época tardorromana. Por tanto, quizás algunos de estos hallazgos de monedas de
finales del siglo IV o principios del V d.C. puedan explicarse por el trasiego de gentes en el medio rural que
pudieron haberlas extraviado de forma accidental, tal como debió suceder anteriormente con algunas piezas
de los siglos I-II halladas lejos de cualquier asentamiento.
6. CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS
Desde el punto de vista arqueológico, hay que destacar que los hallazgos monetarios se presentan
mayoritariamente descontextualizados. Como ya apuntamos, un elevado porcentaje de las monedas
procedentes de Lesera han sido hallazgos esporádicos efectuados superficialmente en diversos sectores. No
obstante, hay un pequeño lote de monedas que aportan alguna información útil por haber sido encontradas
en el curso de las excavaciones realizadas en la ciudad (Arasa, 2009: 113-114). En la primera campaña de
excavaciones llevada a cabo por E. Pla en 1960 se recuperaron dos monedas. La primera es una unidad de
Iltirta (cat. 20) que se encontró en el sondeo II (sector I, capa II, a 1,10 m de profundidad) en la zona de
la cocina de la domus situada en el extremo norte de la plataforma superior del yacimiento (Arasa, 1987:
37), que fue totalmente excavada con posterioridad entre los años 2001 y 2005. Teniendo en cuenta la
cota a la que se encontró podemos relacionarla con la primera fase de aquella, que se fecha en el reinado
de Augusto y destruida por un incendio. Su presencia se justifica por la pervivencia del numerario ibérico
en los circuitos monetarios hasta unas fechas bastante avanzadas. El segundo hallazgo es un dupondio de
Vespasiano (cat. 64) que apareció en el sector V del sondeo I, sobre el pavimento de una estancia situada
en la zona central de la plataforma superior que posiblemente pertenecía a una construcción de carácter
doméstico (Arasa, 1987: 33). Los materiales arqueológicos permiten datar el conjunto entre la segunda
mitad del siglo I d.C. y los primeros decenios del II d.C.
APL XXX, 2014
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
347
De los trabajos realizados entre los años 2001 y 2009 tenemos una unidad ibérica muy mal conservada
(cat. 32), hallada en la campaña de 2007 en la trinchera abierta en la zona norte de la terraza donde se sitúa
el complejo forense, en una UE de sedimentación o nivelación medieval o moderna; un as provincial del
taller de Ilercavonia-Dertosa (cat. 38), encontrado en la campaña de 2005 en la misma trinchera y en una
UE similar; y otro as provincial de Ilerda (cat. 42) recuperado en la campaña de 2001 en la domus excavada
en el extremo norte de la plataforma superior, en la UE 1025 del triclinium de la última fase de ocupación,
que corresponde al nivel de destrucción y escombros de la misma, fechado hacia mediados del siglo II
d.C. El resto de monedas recuperadas en el yacimiento han sido halladas en superficie, como ocurre con
el denario de Marco Antonio (cat. 17) recuperado durante la campaña de 2007 (Arasa, 2009: 115, nº 83).
En los yacimientos atribuidos al territorio, las intervenciones arqueológicas realizadas con motivo de
la construcción de los parques eólicos han proporcionado interesantes hallazgos en diversos yacimientos
(Vizcaíno, 2010a, 2010b y 2010c; Lledó, s/a, b). En conjunto se han recuperado 5 monedas relacionadas con
contextos arqueológicos que en su mayoría pueden fecharse. Así, proveniente del yacimiento de Torremiró
I-10 (Morella) tenemos una unidad ibérica del taller de Seteisken (cat. 113) (Vizcaíno, 2010c: 78). Del
complejo arqueológico de En Balaguer I (El Portell de Morella) proceden dos piezas: un as provincial de
Ilerda (cat. 147) que apareció en unos niveles de relleno que cubrían un complejo de época iberorromana
identificado con un lugar de hábitat (Vizcaíno, 2010b: 39-45 y 60-61); y un as de imitación de Claudio I
(cat. 158) que se recuperó en la habitación 4 del sector 1, en la UE-1043, que se interpreta como un nivel
de derrumbe que se fecha entre los siglos III y IV d.C. (Vizcaíno, 2010b: 59). Se trata, pues, de otro caso
más que documenta el uso de estas imitaciones en momentos bastante alejados de su fecha de acuñación y
cuyo escaso valor estético e intrínseco provocaba que fuesen frecuentemente perdidas. Finalmente, en el
complejo de Les Cabrilles 2 (El Portell de Morella) se pudieron recuperar dos monedas; un as provincial
de Tiberio de Osca (cat. 150) y un as de Domiciano (cat. 166) que aparecieron en el mismo sector del
yacimiento (UUEE 1006 y 1028, respectivamente) en un nivel que se puede fechar entre el último tercio del
siglo I y principios del II d.C. (Vizcaíno, 2010a: 232-235). Datación que concuerda con la segunda moneda
(85 d.C.) y que se confirma por el escaso desgaste que ésta presenta.
7. VALORACIÓN DEL CONJUNTO
En el análisis de las monedas recuperadas en la ciudad de Lesera y su territorio, un primer factor a tener en
cuenta son las limitaciones que presenta el propio conjunto estudiado, que derivan de la forma en que se
han recuperado las monedas en los yacimientos, la falta de contexto arqueológico e incluso la ausencia de
descripción. Por esta razón hemos tenido que considerar como inclasificables un gran número de piezas,
tanto en las denominaciones como en su propio origen. Esta falta de datos sobre aspectos tan fundamentales
reduce de manera significativa la información que podemos obtener a partir de ellas. Sin embargo, estas
limitaciones se ven parcialmente compensadas por el elevado número de piezas reunidas (202), que
aumenta considerablemente las monedas conocidas hasta el momento y permite considerar el conjunto
como una importante referencia para el estudio de la circulación monetaria en la zona septentrional del País
Valenciano.
Desde el punto de vista cronológico, resulta de gran interés constatar el temprano momento en que
la moneda comienza a ser un elemento de uso cotidiano en la comarca de Els Ports, pues los hallazgos
monetarios confirman que hacia la mitad del siglo II a.C. se encuentra una considerable cantidad de
numerario en uso, fundamentalmente en el núcleo urbano. Este hecho coincide con el período en el
que se crean numerosas cecas en Hispania y con el aumento y diversificación de las importaciones de
contenedores anfóricos y vajilla fina de mesa de procedencia itálica que se prolongarán durante todo el
período tardorrepublicano (Arasa 1987: 82-83; 2009: 86). La concurrencia de los datos aportados por los
estudios arqueológicos y numismáticos permiten corroborar que el oppidum ibérico existente en La Moleta
APL XXX, 2014
[page-n-357]
348
J. M. Torregrosa y F. Arasa
experimentó un notable auge en esta época, cuando empezó a configurarse como un destacado núcleo en el
ámbito comarcal al que llegaban los productos de importación desde el puerto fluvial de Dertosa o desde el
fondeadero de Les Pedres de la Barbada (Benicarló) (Arasa, 2010a: 352).
Otro aspecto de gran relevancia son las acusadas diferencias existentes entre los dos ámbitos estudiados, la
ciudad y su territorio, tanto desde el punto de vista del aprovisionamiento de moneda como de los valores que
componen todo el conjunto. Resulta muy llamativo el predominio de la moneda republicana de plata en Lesera
en los siglos II-I a.C., pues de las 20 monedas documentadas, 18 son denarios que proceden en su mayoría del
taller de Roma, de los cuales 16 se han encontrado en la ciudad. El numerario de mayor valor se concentra
claramente en el oppidum, donde se efectuaría un mayor volumen de pagos y se daría una acumulación de
la riqueza superior, y es notablemente inferior en los yacimientos de menor tamaño donde la plata romanorepublicana está escasamente representada. En el territorio son dos solamente los denarios romanos recuperados,
debiendo ser la plata ibérica la que dio soporte a las necesidades de moneda de mayor valor.
Otro hecho llamativo es la gran abundancia de emisiones ibéricas de bronce, con un total de 51, de las
que 16 proceden de La Moleta y 35 del territorio. Entre ellas el predominio de la unidad es considerable, pues
alcanza la cifra de 35 piezas. Estas monedas proceden en un número muy destacable del Valle del Ebro, y entre
las cecas presentes Bolskan resulta mayoritaria con un 23,5%, mientras que otros talleres como Orosiz o Kelse
tienen una menor presencia. Esto revela unas relaciones comerciales más intensas con las zonas interiores que
con las costeras. Posteriormente, vemos cómo esta situación se revierte pues el aprovisionamiento monetario
en época provincial bascula desde los talleres del Ebro hasta los del área catalana, donde destaca el papel
de las monedas de Ilercavonia-Dertosa, Tarraco e Ilerda. Estos contrastes nos están indicando una mayor
importancia de los productos procedentes de las zonas costeras y un cambio en los flujos comerciales en los
yacimientos localizados en la comarca de Els Ports. En este período el nominal predominante continúa siendo
el as, con unos porcentajes del 79% para Lesera y de un 100% para todo el territorio.
La moneda imperial alcanza casi el 50% del total de la muestra, algo razonable si consideramos que
se trata de un período que comprende prácticamente cinco siglos y donde se acuña una gran cantidad de
moneda. En el alto Imperio una importante cantidad de moneda procede de Roma, y un elevado porcentaje
del numerario en circulación durante el gobierno de los Julio-Claudios tiene un fuerte carácter local. Hasta
Fig. 7. Número total de los nominales documentados en conjunto (Lesera y su territorium).
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
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la llegada del antoniniano, el as continúa siendo el nominal más numeroso para desaparecer definitivamente
en torno a mitad del siglo III d.C. Tras la retirada del denario y el sestercio, las denominaciones de vellón
y bronce de pequeño tamaño surtirán a los circuitos monetarios de todo el Imperio, perdiendo cierto
protagonismo las monedas de plata y oro; estas últimas están totalmente ausentes en el conjunto estudiado.
Por tanto, el nominal más abundante es el as o unidad con 91 ejemplares, seguido del denario con 31 piezas;
en cifras mucho más modestas tenemos el nummus/AE con 18 ejemplares, seguido por el antoniniano con
17 (fig. 7). Ello demuestra el uso de valores relativamente pequeños, con escaso poder adquisitivo, que se
imponen al resto para el uso cotidiano.
Finalmente, en cuanto al aporte de moneda en los dos ámbitos estudiados, podemos destacar su
regularidad durante la dinastía Julio-Claudia, a pesar de la elevada cantidad de moneda de imitación de las
emisiones oficiales de Claudio I. Con la dinastía Flavia hay un cambio en esa tendencia y es la ciudad la
que recibe una menor cantidad de moneda desde Roma, mientras que el territorio mantiene unos niveles
algo bajos, pero similares. Durante el siglo III la situación parece estabilizarse, aunque en los dos ámbitos
la moneda de los Severos es muy escasa (solamente una para La Moleta y otra para el territorio). Asimismo,
en el siglo IV vuelve a aumentar el número de monedas, aunque ya durante la etapa que inicia Constantino I
puede verse la evidente decadencia de Lesera, que será más pronunciada a finales de siglo, y cómo algunos
yacimientos de su territorio mantienen un aporte de moneda escaso pero constante. El reducido número de
monedas de este siglo se corresponde con una escasa actividad en el núcleo urbano que señala su progresivo
abandono. Confirman este hecho los escasos datos arqueológicos obtenidos en los sondeos abiertos en el
área del foro de la ciudad, donde los últimos niveles de ocupación se fechan en el tercer cuarto del siglo III,
si bien algunos indicios permiten confirmar su prolongación al menos hasta el siglo VI.
CATÁLOGO
El catálogo se ha ordenado en cuatro grupos atendiendo a su origen. El primer grupo recoge la moneda romanorepublicana, le siguen la moneda púnica y las emisiones ibéricas, para continuar con las acuñaciones romanas
provinciales y concluye con el grupo más numeroso, la moneda imperial romana. Asimismo, el catálogo se ha articulado
en dos grandes bloques correspondientes a los hallazgos del núcleo urbano de Lesera y los de su territorium. Hemos
enumerado las monedas teniendo en cuenta el orden de los trabajos más comunes para su clasificación (RRC, CNH,
Vives, RPC, APH y RIC) de forma que su localización sea ágil y cómoda. Cada moneda posee un número de referencia
en el catálogo; cuando la pieza se ilustra en las láminas finales, éste se encuentra en negrita. Tras esto, hemos definido la
ceca o entidad responsable de la emisión, el valor nominal de la moneda y el metal con que está fabricada, para finalizar
con la cronología aproximada y, en las monedas del territorium, con el yacimiento donde se recuperó la moneda y la
localidad a la que pertenece en la actualidad. Para la moneda imperial, es el emperador bajo el cual se emitió la moneda
el que aparece en primer lugar, pasando el taller emisor delante. A todo ello sigue la descripción tanto de anverso como
de reverso. Debajo encontramos el peso, su módulo en milímetros y la orientación de los cuños. Sigue la colección a la
que pertenece la moneda (siempre que se ha podido averiguar este dato) y su referencia bibliográfica. Cuando ha sido
posible acceder a la información acerca del contexto arqueológico de la pieza se desarrolla de manera abreviada; por
último, se cita la bibliografía donde se encuentra recogida la moneda.
Dadas las características del conjunto y que muchas de ellas fueron dadas a conocer a finales del s. XIX, hemos
recogido todas las referencias a las monedas para que los posibles errores sean minimizados al máximo. Sin embargo,
no han sido desestimadas pues creemos que resultan documentos excepcionales por cuanto que, de otra manera, algunas
de estas monedas habrían quedado olvidadas para la numismática y la arqueología. La falta de unas descripciones
más detalladas sobre estas piezas ha ocasionado numerosos problemas de clasificación y posibles atribuciones un
tanto confusas. A pesar de ello, y desde el primer momento, hemos intentado contrastar la información con toda la
bibliografía que ha sido posible reunir para minimizar los errores que este catálogo pudiera contener. Por otra parte,
al no haber podido acceder a las colecciones que se han reunido a partir de los hallazgos de La Moleta y Morella,
fundamentalmente, las láminas han sido realizadas a partir de imágenes antiguas cuya deficiente resolución hemos
corregido de la mejor forma posible.
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Son relativamente abundantes las monedas halladas en Lesera y su territorium que nutrieron algunas colecciones
particulares de la zona; entre éstas, destaca la colección de la familia Molinos propietaria de La Moleta. Otras colecciones
particulares también se formaron con piezas de Lesera, como las de J. López (Castellón), A. Mestre, P. Querol y S.
Roda. De la colección de Mn. M. Milián Boix, formada a partir de las monedas localizadas en la propia población de
Morella y sus alrededores, destacan las donaciones de E. Blasco Ortí, J. Guimerá, E. Martí, F. Martí Martí, M. Palau
y R. Querol. En 1996 A. Martín Costea tuvo acceso a esta importante colección morellana inventariando y publicando
el conjunto completo con algunas notas del propio Milián sobre el origen algunas de ellas. En dicha colección ha sido
también posible localizar, incluso, un par de piezas de la antigua colección de D. José Segura y Barreda que, donada
por éste al Seminario de Tortosa, fue dispersada durante la Guerra Civil. De la localidad turolense de La Iglesuela del
Cid contamos con algunas monedas que pertenecen a la colección de E. Tejerizo de Tortosa; mientras que dos denarios
del taller de Bolskan y una moneda de bronce de Constantino II forman parte de la colección de la familia Puig y fueron
halladas en el importante yacimiento de El Morrón del Cid (La Iglesuela del Cid) y sus alrededores. De esta misma
localidad, pero procedente de la partida de “Las Viñas”, conocemos un as de Gordiano perteneciente a la colección de
Luis Solsona de Castellón.
Una parte de las monedas inéditas del catálogo se recogen en un informe inédito de la Dra. Nuria Lledó Cardona;
mientras que un lote de tres monedas halladas en La Moleta han sido amablemente cedidas para su estudio por D. Víctor
Manuel Cardona a quien agradecemos su buena disposición.
Lesera
Moneda romana. República
1. Anónimo. Denario. AR. Indeterminable. (Finales s. III a
principios s. II a.C.).
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; detrás, X.
Rev. Los Dioscuros cabalgando hacia la dcha., portando sendos
pilei; en exergo, ROMA, dentro de cartela.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 29; 1982: 113; Arasa, 1987: 77.
2. Saufeia. Denario. AR. Roma. (152 a.C.).
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; detrás, X.
Rev. Victoria conduciendo biga, a dcha., portando una fusta con
la dcha. y las riendas con la izq.; en exergo, L·SAVF / ROMA.
Col. Molinos; RRC 204/1.
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 160, nº 957;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. V, nº 11;
Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
3. Tulia. Denario. AR. Roma. (120 a.C.).
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; detrás, ROMA.
Rev. Victoria conduciendo cuadriga, a dcha., sosteniendo las
riendas y una palma con ambas manos; encima de los caballos,
corona; debajo, X; en exergo, M·TVLLI.
Col. Molinos; RRC 280/1.
Bibl.: Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966: 22; Ripollès, 1980: 28;
Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. V, nº 12; Ripollès, 1982: 113;
Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
4. Porcia. Denario. AR. Narbo. (118 a.C.).9
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; delante L·PORCI; detrás,
LICI y marca de valor .
Rev. Guerrero desnudo conduciendo biga, a dcha., sosteniendo
escudo, carnyx y riendas con la mano izq. y lanza con la dcha.;
debajo, L·LIC·CN·DOM.
Col. P. Querol; RRC 282/5.
9
A pesar de la breve descripción de Mateu (1960: 186), el tipo
parece bastante claro ya que el único denario que presenta la
leyenda L·Porci·Lici en anverso es el que nosotros describimos.
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Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla, 1968; Ripollès, 1980: 28;
1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
5. Flaminia. Denario. AR. Roma. (109–108 a.C.).10
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha.; detrás, ROMA; debajo
del mentón, X.
Rev. Victoria sobre biga, a dcha., sosteniendo riendas con la izq. y
corona con la dcha.; debajo L·FLAM[ini]; en exergo, [cilo].
Col. Molinos; RRC 302/1.
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám.
IV, nº 8; Arasa, 1987: 78, n. 309.
6. Cornelia. Denario. AR. Roma. (100 a.C.).
Anv. Busto de Hércules visto desde un lateral y con la cabeza
girada a dcha., clava sobre el hombro izq.; debajo, ROMA; detrás,
letra G entre dos puntos verticales y, sobre ésta, escudo.
Rev. Roma con casco de triple cimera estante, de frente,
sosteniendo lanza con la dcha. A su dcha., una figura masculina la
corona mientras sujeta una cornucopia con la izq.; entre ambos,
letra G entre puntos horizontales; en exergo, LENT·MAR. F.
Gráfila de corona vegetal.
RRC 329/1a.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319, n. 2; Pla, s/a;
1961: 16; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
7. Cornelia. As. Æ. Roma. (100 a.C.).
Anv. Cabeza barbada y laureada de Jano; encima, marca de valor I.
Rev. Proa de nave a dcha.; encima, LENT·MAR. F.; delante,
triskeles; debajo, ROMA.
RRC 329/2.
Bibl.: Mateu, 1958: 178, nº 957; Pla, 1968; Ripollès, 1980: 29;
1982: 114.
8. Porcia. Denario. AR. Roma. (89 a.C.).
Anv. Busto femenino drapeado y diademado, a dcha., con el pelo
recogido en bandas; detrás, [roma]; debajo, [m·cato].
Rev. Victoria sentada hacia la dcha., sosteniendo pátera con la
mano dcha. y rama que apoya sobre su hombro izqdo.
10 Mateu (1981: 117) propone que se trataría de un denario de la
familia Plautia (RRC 278/1), pero tras una detenida observación de
la lámina donde se reproduce, podemos afirmar que se trata de un
denario de la familia Flaminia (RRC 302/1).
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
Col. Molinos; RRC 343/1b.11
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 160, nº 957;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 116, nº 1630, lám. III, nº 4;
Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
9. Cornelia. Denario. AR. Roma. (88 a.C.).
Anv. Busto de Marte con casco corintio, visto desde atrás y con la
cabeza girada hacia la dcha.; sobre sus hombros, lanza y espada.
Rev. Victoria conduciendo una biga, hacia la dcha., sosteniendo
las riendas con la mano izq. y corona con la dcha.; en exergo,
CN·LENTVL.
Col. Molinos; RRC 345/1.
Bibl.: Ferrer, s/a; 1888: 268; Mateu, 1959: 160, nº 957; Ripollès,
1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. V, nº 13; Ripollès,
1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
10. Rubria. Denario. AR. Roma. (87 a.C.).
Anv. Cabeza laureada de Júpiter, a dcha., con cetro sobre el
hombro izqdo.; detrás, DOSSEN.
Rev. Cuadriga de triunfo con el panel lateral decorado con haz
de rayos, hacia la dcha.; encima, Victoria con corona; debajo,
L·RVBRI.
RRC 348/1.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I.
11. Postumia. Denario. AR. Roma. (81 a.C.). [Denario serrado].
Anv. Busto drapeado de Diana, a dcha.; detrás, arco y aljaba sobre
su hombro dcho.; sobre ella, bucráneo.
Rev. A·POST·A·F / S·N·ALBIN. Altar encendido sobre roca;
a su dcha., sacerdote sosteniendo aspergillum con una mano y
levantando la otra en posición de espera junto a un toro apostado
al otro lado del altar.
RRC 372/1.
Bibl.: Llorente, 1876; Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319, n.
2; Pla, s/a; 1961: 16; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 77.
12. Sicinia. Denario. AR. Roma. (49 a.C.).
Anv. Cabeza diademada de Fortuna, a dcha.; delante, FORT;
detrás P·R.
Rev. Palma con cinta en su parte final cruzada en forma de aspa
con un caduceo alado; entre ellas, III VIR; encima, corona;
debajo, Q·SICINIVS.
Col. P. Querol; RRC 440/1.
Bibl.: Pla, s/a.
13. Sicinia/Coponia. Denario. AR. Ceca móvil con Pompeyo. (49
a.C.).
Anv. Cabeza diademada de Apolo, a dcha., peinado distribuido en
bandas; debajo, estrella; delante, Q·SICINIVS; detrás, III VIR.
Rev. Clava en disposición vertical, sobre ella, de perfil, piel de
león; flecha, a izq.; arco, a su dcha.; a los lados, C·COPONI[us]
/ [p]·R·S·C.
Col. Molinos;12 RRC 444/1a.
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 160, nº 957; Pla,
1961: 15; 1968; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630,
lám. IV, nº 9; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
11 Ripollès (1980: 28; 1982: 113) da una clasificación diferente (RRC
274/1). Nosotros, atendiendo a la descripción de Mateu (1959: 160)
y a la posterior ilustración de este mismo autor (Mateu, 1981: 116,
lám. III, nº 4), planteamos esta clasificación.
12 Según el informe de Pla (1961: 15), esta moneda habría pertenecido
en un primer momento a P. Querol.
351
14. Cordia. Denario. AR. Roma. (46 a.C.).13
Anv. Cabeza diademada de Venus, a dcha.; detrás, RVFVS·S·C.
Rev. Amorcillo cabalgando delfín, a dcha.; debajo,
MN·CORDIVS.
Col. P. Querol; RRC 463/3.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla, 1961: 15; 1968;
Ripollès, 1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
15. Cneo Pompeyo. Denario. AR. Ceca hispana. (46–45 a.C.).
Anv. M·POBLICI·LEG·PRO·PR. Cabeza de Roma con casco
corintio, a dcha. Gráfila de cuentas y puntos.
Rev. CN·MAGNVS·IMP. Figura femenina (¿Hispania?) estante,
a dcha., con rodela a la espalda, sosteniendo dos lanzas con la
mano izq. y ofreciendo una palma con la dcha. a un soldado, sobre
una proa de barco, que se aproxima desde la dcha.
RRC 469/1a.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I.
16. Marco Antonio. Denario. AR. Ceca móvil. (32–31 a.C.).
Anv. Galera pretoriana, a dcha.; arriba [ant·aug]; debajo, III VIR
R·P·C.
Rev. Aquila entre dos vexilla; debajo, LEG·III.
Col. Molinos; RRC 544/15.
Bibl.: Ferrer, 1888: 268; Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966: 22;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. IV, nº 10;
Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 115.
17. Marco Antonio. Denario. AR. Ceca móvil. (32–31 a.C.).
Anv. Galera pretoriana, a dcha.; arriba ANT·AVG; debajo, [iii vir
r·p·c].
Rev. Aquila entre dos vexilla; debajo, LEG·X.
3,53 g; 16-18 mm; 6 h; RRC 544/24.
Contexto: La Moleta-2007, hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 3, nº 2; Arasa, 2009: 115, fig. 83.
Moneda ibérica
18. Kese. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a principios
del I a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha.; detrás, marca irreconocible.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica kese.
Vives XXV-XXXV; CNH 168-170.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; Arasa, 1987: 76.
19. Iltirta. Unidad. Æ. (Post. 104 a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha.; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica iltiŕta.
8,5 g; 22,9 mm; 6 h; col. López; Vives XXVIII, 1; CNH 178/22.
Bibl.: Ripollès, 1980: 87, lám. I, nº 1; 1982: 114; Arasa, 1987:
77; 2009: 114.
20. Iltirta. Unidad. Æ. (Post. 104 a.C.).14
Anv. Cabeza viril, a dcha.; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica iltiŕta.
13 Mateu (1960: 186) describe este denario: “Denario de Man. Cordius
Rufus S.C.”. Ante la falta de mayor detalle en la descripción,
pensamos que la inclusión de S–C resulta fundamental a la hora de
clasificar esta moneda, pues el tipo que describimos es el único de
este magistrado monetal que presenta dichas siglas.
14 Esta moneda y la nº 66, se conservan en la actualidad en el Museo
de Bellas Artes de Castellón.
APL XXX, 2014
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352
J. M. Torregrosa y F. Arasa
12,8 g; 26,6 mm; 11 h; col. Milián; CNH 180/36.
Contexto: La Moleta-1960, sondeo II, sector I, capa II, a 1,10 m
de profundidad.
Bibl.: Mateu, 1960: 185, nº 1038; Pla, 1961: 22; Mateu, 1966: 22;
Martín Valls, 1967: 144; Pla, 1968; Ripollès, 1980: 28; Mateu,
1981: 116, nº 1630; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 37 y 77;
Martín Costea, 1996: 38, nº 11; Arasa, 2009: 113-114.
21. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.).15
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bolśk[an].
Col. Molinos; Vives XLIII, 5; CNH 211/8.
Bibl.: Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966: 22; Martín Valls, 1967:
135; Pla, 1968; Domínguez, 1979: 95; Ripollès, 1980: 28; Mateu,
1981: 116, nº 1630, lám. II, nº 1; Ripollès, 1982: 113-114; Arasa,
1987: 76-77; Domínguez, 1991: 207, nº 95 y 209, nº 118; Arasa,
2009: 114.
22. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.).
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bolśkan.
Vives XLIII, 5; CNH 211/8.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 29; 1982: 114; Arasa, 1987: 76-77; 2009: 114.
23. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.).16
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśka[n].
Col. Molinos; Vives XLIII, 4; CNH 211/6.
Bibl.: Mateu, 1959: 160, nº 957; Martín Valls, 1967: 135; Pla,
1968; Domínguez, 1979: 95; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
116, nº 1630, lám. II, nº 2; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 77;
Domínguez, 1991: 207, nº 95 y 209, nº 118; Arasa, 2009: 114-115.
24. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C. a
principios del I a.C.).
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
Col. P. Querol; Vives XLIII, 1-3; CNH 211-212.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla, 1961: 15; Martín
Valls, 1967: 135; Domínguez, 1979: 95; Ripollès, 1980: 28; 1982:
113; Arasa, 1987: 77; Domínguez, 1991: 209, nº 118; Arasa,
2009: 114-115.
25. Kelse. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a principios
del I a.C.).17
Anv. Cabeza viril, a dcha.; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica kelse.
Col. P. Querol.
Bibl.: Ferrer, 1888: 268; Pla, s/a; Arasa, 1987: 76-77.
15 Ejemplar descrito erróneamente como una mitad por Martín Valls
(1967: 135).
16 Según la descripción de Mateu (1981: 116), esta moneda sería una
unidad de bolskan con la marca bon en el anverso; al ser un tipo
no recogido en la bibliografía especializada, pensamos que se trata
de una confusión de este autor y por tanto, de un denario de este
mismo taller. Las únicas unidades que muestran los signos bon
detrás de la cabeza del anverso son las de la ceca de Iaka (Vives
XLIX, 1-4 y CNH 215, 1-2).
17 Pla (1961: 15) refiere que se trataría de un as de Lepida-Celsa.
APL XXX, 2014
26. Kelse. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a principios
del I a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha.; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción ibérica kelse.
Col. Molinos.
Bibl.: Ferrer, s/a; 1888: 268; Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla,
1961: 15; Mateu, 1966: 22; Martín Valls, 1967: 137; Pla, 1968;
Ripollès, 1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 77; 2009: 114.
27. Saltuie. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C. a principios del I
a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha., con peinado de rizos de gancho, manto
pronunciado y fíbula; alrededor, tres delfines.
Rev. Jinete con palma y clámide, a dcha.; debajo, sobre línea,
inscripción ibérica saltuie.
Vives XXX, 1; CNH 228/1.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 29; 1982: 114; Arasa, 1987: 76-77; 2009: 114.
28. Tamaniu. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a principios
del I a.C.).
Anv. Cabeza viril, a dcha.; delante ¿delfín?; detrás, ta.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica tamaniu.
Vives XXXVII, 1-4; CNH 246-247.
Bibl.: Ferrer, s/a.
29. Saiti. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.).
Anv. Cabeza viril diademada con ínfulas, a dcha.; detrás, palma.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica śaiti.
Vives XX, 2; CNH 315/3; Ripollès, 2007, II.2.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 29; 1982: 114; Arasa, 1987: 76-77; Ripollès, 2006: 245;
2007: 91; Arasa, 2009: 114.
30. Ikalesken. Unidad. Æ. (Mediados del s. II a.C.). [Partida
1/2].18
Anv. Cabeza viril, a dcha.
Rev. Jinete con lanza, escudo redondo y manto, a izq.; debajo,
bajo línea, inscripción ibérica ikalkus[ken].
Bibl.: Ferrer, s/a.
31. Unidad ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [Partida].
Bibl.: Ferrer, s/a.
32. Unidad ibérica. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Falta 1/3
de la pieza].
Anv. Cabeza viril, a dcha.
Rev. Jinete, a dcha.
7,53 g; 26 mm; 5 h.
Contexto: La Moleta-2007, sondeo 4, UE 400.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 2, nº 1.
18 A pesar de que la atribución a ikalesken parece clara, dado que en el
documento donde se ha podido localizar esta moneda se ilustra con
un dibujo que representa al jinete lancero y al caballo hacia la izq.
y los cinco primeros signos de la leyenda, pensamos que ésta debe
ser considerada con cierta cautela. No obstante, las dos monedas de
este taller procedentes de Morella (cat. nº 122 y 123) demostrarían
que la llegada de numerario de este taller a Lesera y su entorno no
fue extraña.
[page-n-362]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
33. Divisor ibérico. Æ. (S. II–I a.C.).19
Anv. [---].
Rev. [---]. Caballo, a dcha.; encima, dos glóbulos.
Bibl.: Ferrer, s/a.
Moneda provincial
34. Ilici. Semis. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).20
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVG P M. Cabeza desnuda, a izq.
Rev. C I I A L TER LON L PAP AVIT II VIR Q. Vexillum entre
dos aquilae.
Col. Molinos; RPC 199; Vives CXXXIII, 12; Llorens, 1987, nº
169-178; APH 199.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28;
Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. VII, nº 17; Ripollès, 1982: 113;
Arasa, 1987: 78; 2009: 115.
35. Saguntum. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR DIVI AVG (F) AVG(VS). Cabeza desnuda, a
dcha.
Rev. L SEMP GEMIN(O) L VAL SVRA II VIR / SAG. Nave de
guerra, a dcha.
RPC 202; Vives CXXIV, 3; Llorens y Ripollès, 1989, nº 8-76;
Ripollès y Llorens, 2002, nº 425-510; APH 202.
Bibl.: Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888:
268; Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès, 1980: 29; 1982: 114;
Arasa, 1987: 78-79; Llorens y Ripollès, 1989: 171; Ripollès y
Llorens, 2002: 543; Arasa, 2009: 112-115.
36. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. (Finales del reinado de
Augusto).21
Anv. MVN HIBER[a / iulia]. Nave comercial, a izq.
Rev. [ilerc]AVO[nia]. Nave comercial ligera, a dcha. [Contramarca
].
Col. Molinos; RPC 205; Vives CXXV, 1-2; CNH 172/1-2; Llorens
y Aquilué, 2001: I.1.2-10, 12-13; APH 205b.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Bayerri, 1948:
646, n. 3; Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966: 22; Pla, 1968; Ripollès,
1980: 28; Mateu, 1981: 116, nº 1630, lám. III, nº 5; Ripollès,
1982: 113; Arasa, 1987: 78-79; Llorens y Aquilué, 2001: 75, nº 9
y 97, nº 2d; Arasa, 2009: 112-115.
37. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).22
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONI. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
10,73 g; 26 mm; 5 h; col. V. Cardona; RPC 207; Vives CXXV,
4; Llorens y Aquilué 2001: II.1.5-6, 10-11, 15-17, 22, 31, 38-39,
41; APH 207a.
Bibl.: Pla, s/a.
19 Por el dibujo de Ferrer, podría tratarse de un sextante de Iltirta de
peso elevado (ca. 5,51 g), (CNH 177/11); aunque, por no ofrecer
más detalles, hemos preferido no atribuirla a ningún taller.
20 Mateu (1959: 161; 1981: 117) clasifica erróneamente esta moneda
como Vives CXXXIII, 9.
21 Mateu (1959: 160 y 1966: 22) y Ripollès (1980: 28) mencionan esta
pieza como semis.
22 Según un manuscrito de Pla (s/a y 1961: 15), esta moneda fue
encontrada superficialmente en un bancal situado en la zona este de
La Moleta.
353
38. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI [caesar divi] AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada, a
dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVO[nia]. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
8,01 g; 24 mm; 3 h; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 42-45;
APH 207b.
Contexto: La Moleta-2005, sondeo 1, UE 100 (nivel de
sedimentación sin contexto estratigráfico fiable).
Bibl.: Lledó, s/a (a): 5, nº 4; Arasa, 2007: 201; 2009: 114-116,
fig. 84.
39. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONI. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
Col. A. Mestre; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.5-6, 10-11, 15-17, 22, 31, 38-39, 41; APH 207a.
Bibl.: Pla, 1961: 15; 1968; Arasa, 1987: 78; Llorens y Aquilué,
2001: 75, nº 9; Arasa, 2009: 112-115.
40. Tarraco. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).23
Anv. [imp caes a]VG TR POT PON MAX P P. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. [c]–V–T / C L CAES / AVG F. Cabezas enfrentadas de Cayo
y Lucio.
Col. Molinos; RPC 210; Vives CLXIX, 11; Villaronga, 1977a, nº
1; APH 210a.
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1876; Arigó, 1879, lám. I; 1880: 5;
Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Bayerri, 1948: 647;
Pla, s/a; Mateu, 1959: 160, nº 957; Pla, 1961: 16; 1968; Ripollès,
1980: 28-29; Mateu, 1981: 116-117, nº 1630, lám. III, nº 7;
Ripollès, 1982: 113-114; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 78; 2009:
115.
41. Emporiae. As. Æ. (Finales del s. I a.C. a principios del I d.C.).
Anv. Q[uais]. Cabeza de Minerva, a dcha.
Rev. [e]MP[orit]. Pegaso, a dcha.; encima, corona.
9 g; 24-26 mm; 2 h; col. Milián; RPC 236; Vives CXXI, 2;
Villaronga, 1977b, nº 72; CNH 152/4; APH 236.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 185, nº 1038; 1966: 23; Ripollès,
1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 78; Martín Costea, 1996: 39, nº
14; Arasa, 2009: 115.
42. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Falta 1/4 de la
pieza].
Anv. [imp august divi f]. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. MVN / ILERD[a]? Loba, a dcha.
4,98 g; 23 mm; 12 h; RPC 260; Vives CXXXIV, 2-6; Hill 10-4;
APH 260.
Contexto: Lesera-2001, Recinto 2, UE 1025, domus de la
plataforma superior.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 4, nº 3.
43. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).
Anv. IMP AVGVST DIVI F. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. [i]LERDA. Loba, a dcha.
23 Mateu (1981: 116) se confunde al clasificar esta moneda como
variante de Vives CLXXI, 8 reproduciendo la leyenda como TI
CAES AVG TR POT PON MAX P P, pues el reverso descrito
pertenece a la emisión de Augusto.
APL XXX, 2014
[page-n-363]
354
J. M. Torregrosa y F. Arasa
7,38 g; 24 mm; 2 h; col. V. Cardona; RPC 260; Vives CXXXIV,
2-6; Hill 10-4; APH 260a.
Bibl.: Inédita.
44. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).24
Anv. IMP AVGVST DIVI F. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. MVN / ILERDA. Loba, a dcha.
Col. Molinos; RPC 260; Vives CXXXIV, 2-6; Hill 10-4; APH
260b.
Bibl.: Ferrer, s/a; Arigó, 1880: 5; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer,
1888: 268; Bayerri, 1948: 647; Mateu, 1959: 160, nº 957; 1966:
22-23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. VI, nº
15; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 78; 2009: 115.
45. Lepida-Celsa. Semis. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR AVGVSTVS. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. VETILIO BVCCONE C FVFIO. En campo, AED / CELSA.
RPC 280; Vives CLXI, 7; Hill 13-9; APH 280.
Bibl.: Llorente, 1876; Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319,
n. 2; Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 78; 2009: 112113 y 115.
46. Osca. Semis. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).25
Anv. [au]GVSTVS DIVI F. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. COMPOSTO ET MARVLLO II VIR; en el campo, OSCA.26
Col. Molinos; RPC 286; Vives CXXXVI, 10; Domínguez, 1991,
nº 101-103; APH 286.
Bibl.: Mateu, 1959: 160-161, nº 957; 1966: 22-23; Martín Valls,
1967: 135; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám.
VI, nº 14; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 78; Domínguez,
1991: 209, nº 118; Arasa, 2009: 115.
47. Osca. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.).27
Anv. [augu]STVS PATER PATR[iai]. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. [v v / osca]. Jinete con lanza, a dcha. [Contramarca
].28
Col. Molinos; RPC 289; Vives CXXXVI, 5; Domínguez, 1991,
nº 88-91; APH 289.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
116, nº 1630, lám. II, nº 3; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 78;
Domínguez, 1991: 209, nº 118; Arasa, 2009: 115.
24 Mateu (1959: 160) clasifica equivocadamente esta pieza como
semis quizá por el reducido módulo y bajo peso de estas emisiones.
Sobre esta cuestión se puede ver APH: 180.
25 Mateu (1981: 117) cita erróneamente esta moneda como un as,
a pesar de que en un trabajo anterior (Mateu, 1959: 160-161) la
clasifica como semis.
26 Extrañamente, Martín Valls (1967: 135) incluye esta pieza dentro
de la moneda ibérica a pesar de que, por la propia referencia de
Mateu (1959: 160-161), de quien toma estos datos, la moneda
es descrita como un semis de Augusto, ofreciendo, además, los
nombres de los duoviros municipales.
27 Mateu (1981: 116) lo clasifica como una unidad de Bilbilis, a pesar
de que esta ceca no acuña ningún tipo con estas leyendas de anverso
y reverso. La confusión de este autor pudo estar inducida por un
error de lectura de Vives que sí describe un tipo de Bilbilis con la
leyenda de anverso AVGVSTVS DIVI F PATER PATRIAE y reverso
jinete con lanza y BILBILIS en exergo (= Vives CXXXVIII, 10). Es
probable que parte de este error de adscripción derive del lugar donde
se contramarcó la moneda, el mismo exergo, lo que hizo desaparecer
el topónimo de la ciudad emisora.
28 Contramarca APH: 325, nº 91-97. Al no haber podido tener acceso
físico a la moneda no ha sido posible definir mejor la morfología de
la contramarca.
APL XXX, 2014
48. Caesaraugusta. As. Æ. Augusto. (4–3 a.C.).
Anv. IMP [augustus (divi f) trib potes xx]. Cabeza laureada, a
dcha.
Rev. [caesaugu(s) / cn dom amp c ve(t) lan(c) / ii vir]. Sacerdote
arando con yunta de bueyes, a dcha.
7,6 g; 25 mm; col. Milián; RPC 320; Vives CXLVIII, 10; Beltrán,
1956, nº 16; APH 320.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Mateu, 1960:
186, nº 1038; Ripollès, 1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 78;
Martín Costea, 1996: 43, nº 24; Arasa, 2009: 115.
49. Bilbilis. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Partida 2/3].
Anv. [---]. Cabeza, a dcha.
Rev. BILBILIS. Jinete con lanza, a dcha.
RPC 389-391; Vives CXXXVIII, 6-9; APH 389-391.
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268;
Arasa, 1987: 78; 2009: 115.
50. Turiaso. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR AVGVST F IMPERAT. Cabeza laureada, a
dcha.
Rev. [mun tur] / C CAEC SER(E) / M VAL QVAD / [ii / vir].
Toro, a dcha.
RPC 417; Vives CLVII, 1; Hill 33-9; APH 417.
Bibl.: Ferrer, s/a.
51. Clunia. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Bibl.: Arigó, 1880: 5; Llorente, 1887: 319, n. 2; Arasa, 1987: 78;
2009: 115.
52. Osicerda. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.).
Anv. TI CAESAR AVGVSTVS. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. MVN / OSICERDA. Toro, a dcha.
RPC 468; Vives CLIX, 1; Hill 18-7; Gomis, 1996, IIa; APH 468.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Bayerri, 1948:
647; Arasa, 1987: 78; 2009: 115.
Moneda romana. Imperio
53. Augusto. Quinario. AR. Emerita. (27 a.C.–14 d.C.).
Anv. Cabeza desnuda, a izq.; alrededor, AVGVST.
Rev. P CARIS–I LEG. Victoria estante, a dcha., coronando un
trofeo; cuchillo y falcata en su base.
Col. Molinos; Vives CXL, 12; RIC I2, 1b.
Bibl.: Llorente, 1876; 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Ortí,
1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 161, nº 957; 1966: 23;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 116, nº 1630, lám. III, nº 6;
Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 78; 2009: 115.
54. Augusto. As. Æ. Roma. (27–14 d.C.).
Col. Roda.
Bibl.: Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Ripollès, 1980: 29; 1982: 114;
Arasa, 1987: 80; 2009: 116.
55. Augusto. Cuadrante. Æ. Roma. (27–14 d.C.).
Anv. [---] / S–C.
Rev. [---]. Altar (¿adornado con guirnaldas?) con la parte superior
en forma de cuenco.
RIC I2, 443-468.
Bibl.: Ferrer, s/a.
56. Augusto (Tiberio). As. Æ. Roma. (22/23–30 d.C.).
Anv. DIVVS AVGVSTVS PA[ter]. Cabeza radiada de Augusto,
a izq.
Rev. S–C. Altar con doble puerta y adornos en su parte superior;
debajo, PROVIDE[nt].
[page-n-364]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
Col. Molinos; RIC I2, 81.
Bibl.: Llorente, 1876; 1887: 319, n. 2; Mateu, 1959: 161, nº 957;
1966: 23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. VI,
nº 16; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 79; 2009:
116.
57. Antonia (Claudio I). Dupondio. Æ. Imitación. (¿41–50 d.C.?).
Anv. ANT[onia augusta]. Busto drapeado de Antonia, a dcha., con
el pelo recogido en una trenza.
Rev. TI CLAV[dius caesar aug] P M TR P IMP / S–C. Claudio,
estante a izq., velado y con toga, sosteniendo simpulum con la
dcha.
9,87 g; 26 mm; 8 h; RIC I2, 92.
Contexto: La Moleta, hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 6, nº 5.
58. Claudio I. As. Æ. Posible imitación. (41–54 d.C.).
Anv. TI CLAVDIVS CAESAR AVG P M TR P IMP […]. Cabeza
desnuda, a izq.29
Rev. [constantiae augusti] / S–C. Constantia, estante a izq., con
vestimenta militar y casco, levantando la mano dcha. y sujetando
lanza.
Col. P. Querol; RIC I2, 95/111.
Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1039; Pla, 1961: 15; Mateu, 1966: 23;
Ripollès, 1980: 28; 1982: 113; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
59. Claudio I. As. Æ. Imitación. (41–50 d.C.).30
Anv. [ti] CLAVDIVS CAESAR [aug p m] TR P IMP […]. Cabeza
desnuda, a izq.31
Rev. LIBE[rtas au]GVSTA / S–C. Libertas estante, a dcha.,
sosteniendo pileus con la mano dcha. y alzando la izq.
Col. Molinos; RIC I2, 97.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Mateu, 1959:
161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117,
nº 1630, lám. VIII, nº 20; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 79;
2009: 116.
60. Claudio I. As. Æ. Posible imitación. (41–50 d.C.).
Anv. TI CLAVDIVS CAESAR AVG P M TR P IMP. Cabeza
desnuda, a izq.32
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. F. Ortí; RIC I2, 100.
29 Mateu (1960: 186) restituye la leyenda TI CLAVDIVS CAESAR
PONT MAX, pero en las emisiones de Claudio I este tipo es
inexistente. Por tanto, debe tratarse de la leyenda propuesta (RIC I,
95) o bien de la acabada en P P (RIC I, 111).
30 Mateu (1959: 161) habla genéricamente de un bronce de Claudio;
posteriormente, Ripollès (1980: 28), guiándose por la referencia
a la obra de Cohen recogida por Mateu, lo clasifica como un
sestercio. Dado que no existen coincidencias entre las leyendas y
los tipos de los sestercios acuñados por Claudio I, pensamos que se
trata de un as.
31 Mateu (1959: 161) refiere que es a dcha. En su descripción no
desarrolla la leyenda completa, esto es, terminada en la intitulación
IMP o, en ésta, más P P al final. Este hecho nos lleva a plantear
que o bien la moneda sufrió un fuerte desgaste o un cierto
descentraje en el proceso de acuñación con la consecuente pérdida
de una sección de la leyenda, o bien, siguiendo a Sutherland (1984:
129), estaríamos ante una imitación, posiblemente hispana, de la
acuñación oficial.
32 Mateu (1971: 174) habla de que la leyenda sería IMP TI
CLAVDIVS CAESAR AVG pero, tras cotejar su descripción con
la ilustración de la moneda en el trabajo de Ortí Miralles (1958, II:
173, fig. 43bis), pensamos que la leyenda es tal como se reproduce
en este catálogo.
355
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43bis; Mateu, 1971: 194, nº 1326;
Ripollès, 1980: 29; 1982: 113; Arasa, 1987: 80; 2009: 116.
61. Claudio I. As. Æ. Imitación. (41–50 d.C.).
Anv. TI CLAVDIVS CAES[ar aug p m tr p imp]. Cabeza desnuda,
a izq.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. Molinos; RIC I2, 100.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Mateu,
1959: 161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
117, nº 1630, lám. VII, nº 19; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987:
79; 2009: 116.
62. Claudio I. As. Æ. Imitación. (50–54 d.C.).
Anv. [ti claudius cae]SAR AVG P M TR [p imp p p]. Cabeza
desnuda, a izq.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. Molinos; RIC I2, 116.
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Mateu, 1959:
161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117,
nº 1630, lám. VIII, nº 21; Ripollès, 1982: 113; Arasa, 1987: 79;
2009: 116.
63. Vitelio. As. Æ. Tarraco. (Abril–diciembre del 69 d.C.).
Anv. [a v]ITEL[lius imp german]. Busto laureado, a izq., con
globo en la parte inferior.33
Rev. LIBERTA[s restitu]TA / S–C. Libertas drapeada y estante,
a izq., con la cabeza girada a la dcha., sosteniendo pileus con la
dcha. y cetro con la izq.
8,7 g; 24-27 mm; 7 h; col. Milián; RIC I2, 43.
Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1040; 1966: 23; Ripollès, 1980: 29;
Arasa, 1987: 80-81; Martín Costea, 1996: 55-56, nº 59; Arasa,
2009: 116.
64. Vespasiano. Dupondio. Æ. Roma. (71 d.C.).
Anv. IMP CAES VESPASIAN AVG COS III. Cabeza radiada,
a dcha.34
Rev. [concordia augusti]. Concordia sentada, a izq., sosteniendo
pátera y cornucopia; en exergo, S–C.
11,45 g; 27,8 mm; 2 h; col. Milián; RIC II.1, 266.
Contexto: La Moleta-1960, sondeo I, sector V, sobre el pavimento.
Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1040; 1966: 23; Pla, 1961: 19; 1968;
Ripollès, 1980: 29; Arasa, 1987: 33 y 79; Martín Costea, 1996:
55, nº 58; Arasa, 2009: 114-116.
65. Domiciano. Dupondio/As. Æ. Roma. (86–96 d.C.).
Anv. IMP CAES DOMIT AVG GERMAN COS X[…] P P. Busto
laureado/radiado, a dcha. (con o sin aegis).
Rev. VIRT[uti augusti] / S–C. Virtus estante, a dcha., con el pie
sobre un casco, sosteniendo parazonium y lanza.35
9,6 g; 27 mm; 5 h; col. Milián.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 186, nº 1040; Pla, 1961: 15; 1968;
Ripollès, 1980: 29; Arasa, 1987: 80; Martín Costea, 1996: 55, nº
57; Arasa, 2009: 116.
66. Trajano. Denario. AR. Roma. (101–102 d.C.).
Anv. IMP CAES NERVA TRAIAN AVG GERM. Cabeza
laureada, a dcha., con aegis sobre el pecho.
33 Mateu (1960: 186) cita erróneamente las leyendas IMP AVG F
VITELIVS y LIBERTAS AVGVSTA. Sólo cabe la opción que
nosotros planteamos y que se encuentra recogida en RIC I, 43. Esta
moneda fue atribuida correctamente a Tarraco por Arasa (1987: 81).
34 Mateu (1960: 186) desarrolla la leyenda IMP CAES VESP AVG
COS III, cuando la única posibilidad es la que aquí planteamos.
35 Mateu (1960: 186) lee VIRTVTI AVG.
APL XXX, 2014
[page-n-365]
356
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Rev. P M TR P COS IIII P P. Hércules desnudo, de frente, portando
clava y piel de león.
Col. Molinos; RIC II, 50.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
117, nº 1630, lám. IX, nº 23; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
67. Trajano. As. Æ. Roma. (98–117 d.C.).
Col. Roda.
Bibl.: Pla, s/a; 1961: 16; 1968; Arasa, 1987: 80; 2009: 116.
68. Trajano. Æ. Roma. (98–117 d.C.).
Bibl.: Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
69. Adriano. As. Æ. Roma. (119–121/22 d.C.).
Anv. [imp caes]AR TRAIAN[…] HADRIANVS AVG. Busto
laureado, a dcha.36
Rev. […] / S–C. Felicitas o Pax estante, a izq., portando
cornucopia y sosteniendo caduceo o rama.
Col. Molinos; RIC II, 573a-b/616a-c.37
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; 1966: 23; Ripollès, 1980: 28;
Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. IX, nº 24; Arasa, 1987: 79; 2009:
116.
70. Adriano. Sestercio. Æ. Roma. (134–138 d.C.).38
Anv. [hadrianus] AVG C[os iii p p]. Busto laureado, a dcha. (con
o sin drapeado).
Rev. [aeternitas aug / s–c]. Aeternitas estante, de frente y con la
cabeza girada a izq., sujetando las cabezas del Sol y la Luna.
Col. Molinos; RIC II, 744.
Bibl.: Mateu, 1961: 148, nº 1080; 1966: 23; 1967: 54, nº 1179;
Ripollès, 1980: 29; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. IX, nº 25;
Arasa, 1987: 80; 2009: 116.
71. Adriano. As. Æ. Roma. (134–138 d.C.).39
Anv. [Hadrianus] AVG COS III P P. Busto laureado, a dcha.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., blandiendo lanza y
sosteniendo escudo.
Col. Molinos; RIC II, 827.
Bibl.: Mateu, 1961: 148, nº 1080; 1966: 23; Ripollès, 1980: 29;
Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. VIII, nº 22; Arasa, 1987: 80;
2009: 116.
72. Adriano. Sestercio. Æ. Roma. (134–138 d.C.).
Anv. HADRIANVS AVGVSTVS P P. Busto laureado y drapeado,
a dcha.
36 Mateu desarrolla la leyenda IMP CAES TRAIAN HADRIANO
AVG. En cuanto al tipo de anverso, existen dos variantes que
pueden llevar drapeado sobre el hombro izqdo. (RIC II, 573b y
616b) y una en la que el busto se encuentra laureado, drapeado y
con coraza (RIC II, 616c).
37 Mateu (1981: 117) ofrece un número de Cohen erróneo, ya que el nº
1359 de este trabajo presenta a Minerva estante, a dcha., portando
escudo y jabalina (RIC II, 287), y no el tipo que aparece con una
figura femenina estante, a izq., portando una cornucopia. De esta
forma, y para poder realizar una clasificación adecuada, hemos
tenido en cuenta solamente aquellas monedas de Adriano en las que
hubiese coincidencias tanto en la leyenda de anverso descrita por
Mateu (1959: 161), como en las figuras femeninas estantes a izq.
que portasen en cualquiera de sus manos una cornucopia.
38 En un primer momento, Mateu (1961: 148) describe esta moneda
como un mediano bronce. Posteriormente, rectifica y se refiere a
ella como un sestercio (Mateu 1981: 117), clasificación que parece
más verosímil.
39 Esta moneda fue atribuida inicialmente a Claudio I por Mateu
(1981: 117). No obstante, en la lámina que la reproduce se distingue
claramente la figura del emperador Adriano.
APL XXX, 2014
Rev. COS III / S–C. Fortuna sentada, a izq., sosteniendo timón
sobre globo y cornucopia; en exergo, FORT RED.
RIC II, 969.
Bibl.: Biosca, 1878: 20; Arigó, 1879, lám. I; Llorente, 1887: 319,
n. 2; Ferrer, 1888: 268; Pla, s/a; 1961: 16; Arasa, 1987: 79; 2009:
116.
73. Antonino Pío. Denario. AR. Roma. (143–144 d.C.).
Anv. ANTONINVS AVG PIVS P P TR P COS III. Cabeza
laureada, a dcha.
Rev. IMPERATOR II. Caduceo alado entre cornucopias cruzadas.
Col. Molinos; RIC III, 112.
Bibl.: Ortí, 1958, II: 173, fig. 43; Mateu, 1959: 161, nº 957;
Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981: 117, nº 1630, lám. X, nº 26;
Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
74. Antonino Pío (Marco Aurelio). Denario. AR. Roma. (Post.
161 d.C.).40
Anv. DIVVS ANTONINVS. Busto desnudo, a dcha.
Rev. CONSECRATIO. Águila con la cabeza girada a izq. sobre un
altar adornado con guirnaldas.
Col. Molinos; RIC III, 431.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
117, nº 1630, lám. X, nº 27; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
75. Lucila (Marco Aurelio). Denario. AR. Roma. (164–169
d.C.).41
Anv. LVCILLAE AVG ANTONINI AVG F. Busto drapeado, a
dcha.
Rev. CONCORDIA. Concordia sentada, a izq., sosteniendo una
pátera con la mano dcha. y apoyando la izq. sobre una pequeña
estatua de Spes.
Col. Molinos; RIC III, 758.
Bibl.: Mateu, 1959: 161, nº 957; Ripollès, 1980: 28; Mateu, 1981:
117, nº 1630, lám. VII, nº 18; Arasa, 1987: 79.
76. Septimio Severo. Denario. AR. Roma. (197–198 d.C.).42
Anv. L SEPT SEV PERT AVG IMP X. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. PACI AETERNAE. Pax sentada, a izq., con rama y cetro.
RIC IV.1, 118.
Bibl.: Llorente, 1876; Biosca, 1878: 20; Arigó, 1879, lám. I; Pla,
s/a; 1961: 16; Arasa, 1983-84: 13; 1987: 79; 2009: 116.
77. Galieno. ¿Antoniniano? Vellón. (253–268 d.C.).43
Bibl.: Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
40 Mateu (1981: 117) clasifica esta moneda de forma equívoca
como sestercio, sin embargo el reverso con águila sobre un altar
únicamente se acuñó en el valor denario.
41 Mateu (1981: 117) lo clasifica como as, pero en los ases de Lucila con
Concordia en reverso (RIC III, 1731) observamos algunas diferencias.
En primer lugar, esta alegoría lleva en sus manos una pátera y una
cornucopia; a los lados de ésta vemos la inclusión de las siglas
S–C; por último, la leyenda de anverso no coincide con el ejemplar
ilustrado, ya que la leyenda de anverso de aquella es LVCILLA
AVGVSTA. Por último, el as que muestra la misma leyenda que
nuestro ejemplar presenta a Concordia estante, a izq. (RIC III, 1733).
42 Debemos puntualizar que esta moneda siempre ha sido atribuida
al emperador Pértinax por todos los autores que la citaron en sus
trabajos.
43 En la bibliografía donde se recogen algunas de las monedas que
nosotros incluimos en este trabajo, se habla genéricamente de
“bronce” o “bronces” para referirse a monedas de cobre, bronce
o vellón de diferentes emperadores. El gran predominio del
antoniniano durante el período que va desde 260 a 274 d.C. induce a
plantear, efectivamente, que estos “bronces” deben ser antoninianos.
[page-n-366]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
78. Claudio II. ¿Antoniniano? Vellón. (268–270 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268;
Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
79. Claudio II. Antoniniano. Vellón. Roma. (268–270 d.C.).
Anv. [imp] C CLAVDIVS AVG. Busto radiado y con coraza, a
dcha.
Rev. FIDES EXER[ci]. Fides estante, a izq., sosteniendo dos
insignias, una de ellas transversal; XI, a la izq. del campo.
2,26 g; 18 mm; 6 h; RIC V.1, 36.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 9, nº 8.
80. Claudio II. Antoniniano. Vellón. Mediolanum. (Post. 270
d.C.).
Anv. DIVO CLAVDIO. Cabeza radiada, a dcha.
Rev. [co]NSECRA[tio]. Altar.
1,78 g; 21 mm; 6 h; RIC V.1, 261.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 10, nº 9.
81. Victorino. Antoniniano. Vellón. (269–271 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
82. Victorino. Antoniniano. Vellón. (269–271 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
83. Victorino. Antoniniano. Vellón. (269–271 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
84. Victorino. Antoniniano. Vellón. (269–271 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
85. Probo. Antoniniano. Vellón. (276–282 d.C.).
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987:
79; 2009: 116.
86. Constancio Cloro. Æ. (292–306 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268;
Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
87. Licinio I. Nummus. Æ. Siscia. (Ca. 320 d.C.).
Anv. IMP LIC–INIVS AVG. Busto galeado y con coraza, a dcha.
Rev. VIRTVS EXERCIT. Dos cautivos arrodillados en el suelo
entre ambos, vexillum inscrito con VOT XX; a los lados, S–F; en
exergo, ЄSIS*.
2,51 g; 25 mm; 5 h; RIC VII, 110.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 13, nº 12.
88. Constantino Magno. Æ. (306–337 d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a; Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268;
Arasa, 1987: 79; 2009: 116.
89. Constantino Magno. Nummus. Æ. Arelate. (317–318 d.C.).
Anv. IMP CONSTANTINVS P F AVG. Busto laureado, drapeado
y con coraza, a dcha.
Rev. SOLI I[nv]–I–CTO COMITI. El sol radiado estante, a dcha.,
con la cabeza girada a izq., sosteniendo globo con la mano izq. y
levantando la dcha.; a los lados, C–S; en exergo, PARL.
3,38 g; 20,5 mm; 12 h; col. V. Cardona; RIC VII, 150.
Bibl.: Inédita.
90. Graciano. Ae-3. Æ. Roma. (378–383 d.C.).44
Anv. D N GRATIA–[nus p f aug]. Busto con diadema de perlas,
drapeado y con coraza, a dcha.
44 Mateu (1961: 149) especifica: “hallada en el centro de la plaza por
don José Vicente Milián Boix, en 1950. Visto en junio de 1962”.
Albergamos serias dudas sobre que este ejemplar fuese recogido en
la plaza de la población de El Forcall.
357
Rev. VI[ctor]IA AVGGG. Victoria avanzando, a izq., sosteniendo
corona y palma; en exergo, SMRB.45
3,1 g; 17-18 mm; 12 h; col. Milián; RIC IX, 48a.
Bibl.: Mateu, 1961: 149, nº 1081; Ripollès, 1980: 29; Arasa,
1987: 80; Martín Costea, 1996: 46-47, nº 32; Arasa, 2009: 116.
91. Arcadio. Æ. (383–408 d.C.).
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987:
79; 2009: 116.
92. Honorio. Æ. (393–423 d.C.).
Bibl.: Llorente, 1887: 319, n. 2; Ferrer, 1888: 268; Arasa, 1987:
79; 2009: 116.
93. Frustra. Antoniniano. Vellón. (Segunda mitad s. III d.C.).
[Partida 1/2].
0,76 g; 17 mm.
Contexto: Hallazgo superficial, NE de la plataforma superior.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 12, nº 11.
94. Frustra. ¿Denario? AR. (S. I–III d.C.).
Bibl.: Ferrer, s/a.
95. Frustra. Æ. [Partida].
Bibl.: Ferrer, s/a.
96. Frustra. Æ. [Partida].
Bibl.: Ferrer, s/a.
Territorium
Moneda romana. República
97. Aemilia. Denario. AR. Roma. (114–113 a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Busto femenino laureado, drapeado y con diadema, a
dcha.; delante, ROMA en dirección ascendente; detrás, marca
de valor .
Rev. [mn·aem]ILIO. Estatua ecuestre, a dcha., sobre tres arcos en
los que se encuentra inscrito, LEP.
3,7 g; 18-19 mm; 7 h; col. Milián; RRC 291/1.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
1982: 115; Martín Costea, 1996: 42, nº 19.
98. Volteia. Denario. AR. Roma. (78 a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Cabeza de Liber con corona de hojas de hiedra, a dcha.
Rev. Ceres conduciendo biga a dcha., tirada por dos serpientes
y sosteniendo dos antorchas con las manos; detrás, marca de
control; en exergo, M·VOLTEI·M·F.
RRC 385/3.
Bibl.: Pla, s/a.
99. Anónimo. Semis. Æ. ¿Imitación? (s. I a.C.). [Término
municipal, Morella].46
45 Mateu (1961: 149) y Ripollès (1980: 29) puntualizan que la marca
de ceca contenida en el exergo sería SMAB, pero para Martín
Costea (1996: 46-47, nº 32) sería SMAN. Tras haber cotejado la
leyenda de reverso con el tipo expuesto, solamente puede darse esta
marca de taller en los tipos que Graciano acuñó en Roma.
46 Mateu (1967: 58) incluye este semis en las acuñaciones unciales
republicanas, aduciendo que pertenecería al sistema de 13,5 g (= RRC
56/3). Este error de clasificación fue reproducido posteriormente por
diversos autores pero, teniendo en cuenta el bajo peso y su módulo,
planteamos esta rectificación ya que podría tratarse de una imitación
de origen hispano de las acuñaciones oficiales.
APL XXX, 2014
[page-n-367]
358
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Anv. Cabeza laureada de Saturno, a dcha.; detrás S.
Rev. Proa de nave, a dcha.; encima, S; delante, S; debajo, ROMA.
Gráfila lineal.
4 g; 20-22 mm; 12 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1967: 58, nº 1213; Ripollès, 1980: 31; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 41, nº 18.
Moneda ibérica
100. Hispano-cartaginesa. Calco. Æ. Carthago Nova. (218–206
a.C.). [Casa Palau, Morella].
Anv. Cabeza femenina, a izq.
Rev. Caballo parado, a dcha.
9,8 g; 23 mm; 12 h; col. Milián (ex col. Palau); CNH 69-71.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1050; Villaronga, 1973: 84; Ripollès,
1980: 29; 1982: 115.
101. Untikesken. Unidad. Æ. (Primera mitad del s. II a.C.). [Mas
de les Solanes, Morella].47
Anv. Cabeza femenina con casco, a dcha.
Rev. Pegaso con cabeza modificada, a dcha.; debajo, inscripción
ibérica [untikes]ken.
14,1 g; 26 mm; 3 h; col. Milián; Vives XIII, 1; CNH 141-143.
Bibl.: Bordás, 1921: 144; Mateu, 1955: 318, nº 814; 1960: 188,
nº 1052; Pla, s/a; Martín Valls, 1967: 154; Mateu, 1975: 245;
Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Arasa, 1983-84: 16; Martín Costea,
1996: 36, nº 5; Arasa, 2000: 23; 2009: 117.
102. Kese. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; detrás, marca irreconocible.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica [k]esse.
9,5 g; 24-25 mm; 11 h; col. Milián; Vives XXXVI; CNH 170.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967: 139;
Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Martín Costea, 1996: 37, nº 7.
103. Iltirta. Unidad. Æ. (Post. 104 a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; delante, delfín; detrás, delfín.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica iltiŕta.
Col. Milián; Vives XXVIII, 1; CNH 178/22.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967: 144;
Ripollès, 1980: 29; 1982: 115.
104. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bolśka[n].
5,6 g; 22-23 mm; 2 h; col. Milián (ex col. Guimerá); Vives XLIII,
4-5; CNH 211-212.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967:
135; Domínguez, 1979: 99; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Domínguez, 1991: 210, nº 121; Martín Costea, 1996: 36, nº 3.
47 Mateu (1975: 245) habla de dos monedas que habrían sido halladas
en las intervenciones practicadas en 1918, en el “Mas de Les
Solanes”. Martín Costea (1995: 61, nº 8) habla de una moneda,
también conservada en la colección Milián, que presenta una
leyenda que podemos relacionar con Untikesken aunque bien
podría tratarse de la misma moneda duplicada por este autor.
APL XXX, 2014
105. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bol[śkan].
5,9 g; 23 mm; 3 h; col. Milián (ex col. R. Querol); Vives XLIII,
4-5; CNH 211-212.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967:
135; Domínguez, 1979: 99; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Domínguez, 1991: 210, nº 121; Martín Costea, 1996: 36, nº 4.
106. Bolskan. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica [bolś]kan.
6,5 g; 22 mm; 7 h; col. Milián (ex col. Guimerá); Vives XLIII,
4-5; CNH 211-212.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1051; Martín Valls, 1967: 135;
Domínguez, 1979: 99; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Domínguez,
1991: 210, nº 121; Martín Costea, 1996: 32-33, nº 12.
107. Bolskan. Unidad. Æ. (S. II–I a.C.). [Término municipal,
Olocau del Rey].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; encima, estrella; debajo, sobre
línea, inscripción ibérica bolśkan.
Bibl.: González Martí, 1927: 214; Arasa, 1983-84: 16; Aranegui,
1996: 115; Arasa, 2000: 23; 2009: 117.
108. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Camí
Real de Valencia, Morella].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
18 mm; col. Milián; (de la moneda se conserva un molde en
aluminio); Vives XLIII, 4; CNH 211/6.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1052; Martín Valls, 1967:
135; Domínguez, 1979: 99; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Domínguez, 1991: 210, nº 121; Martín Costea, 1996: 40, nº 16.
109. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Cerca
del Morrón del Cid, La Iglesuela del Cid].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
3,45 g; 18 mm; 12 h; col. Puig; Vives XLIII, 1-3; CNH 211-212.
Bibl.: Arasa, 1983: 85; 2009: 117; 2011: 27.
110. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Casco
urbano, La Iglesuela del Cid].48
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
2,35 g; 18 mm; 12 h; col. Puig; Vives XLIII, 1-3; CNH 211-212.
Bibl.: Arasa, 1983: 85-86; 2009: 117; 2011: 27.
111. Bolskan. Denario. AR. (Segunda mitad del s. II a.C.). [Las
Lomas, La Iglesuela del Cid].
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, bon.
48 Hallado en un pequeño depósito de monedas de diferentes épocas
que apareció al derribar una casa del pueblo (Arasa, 1983: 85-86).
El bajo peso de la moneda permite plantear la posibilidad de que
pueda ser forrada, lo que no hemos podido comprobar por no haber
sido posible examinar la pieza directamente.
[page-n-368]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica bolśkan.
Vives XLIII, 1-3; CNH 211-212.
Bibl.: Arasa, 1985-86: 231, nº 38; 2009: 117.
112. Belikiom. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a.C. a
principios del I a.C.). [Hacia la población de La Mata, entre
Mirambel y Forcall].49
Anv. Cabeza barbada, a dcha.; detrás, be.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica belikiom.
Vives XLIV, 2-3; CNH 214/4-5; Collado, 2000, IIb.
Bibl.: Pla, s/a.
113. Seteisken. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C.). [Torremiró
I-10, término municipal de Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha., rodeada por tres delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica seteisken.
8,97 g; 23 mm; 9 h; CNH 220/7.
Contexto: Torremiró I-10, sondeo 3, UE 1004.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 8, nº 1; Vizcaíno, 2010c: 78, fig. 67.
114. Kelse. Unidad. Æ. (Segunda mitad del s. II a principios del I
a.C.). [El Castell, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha., rodeada por tres delfines.
Rev. Jinete con palma, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica [kel]se.
5,9 g; 24-25 mm; 2 h; col. Milián (ex col. Blasco y col. Querol);
CNH 222-223.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1961: 150, nº 1092; Martín Valls, 1967:
137; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Arasa, 1983-84: 12; Martín
Costea, 1996: 37, nº 6; Arasa, 2000: 23; 2009: 117.
115. Kelse. Æ. (S. II–I a.C.). [El Castell d’Asensi, Benassal].
Bibl.: González Prats, 1979: 73-75, nº 35; Aranegui, 1996: 54;
Arasa, 2009: 117.
116. Orosiz. Unidad. Æ. (Finales del s. II a principios del I a.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha., con manto al cuello y rodeada por tres
delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica oŕosi.
9,5 g; 25 mm; 3 h; col. Milián (ex col. Guimerá); Vives XLIX,
2; CNH 227/2.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1052; Martín Valls, 1967:
147; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Martín Costea, 1996: 35, nº 1.
117. Orosiz. Unidad. Æ. (Finales del s. II a principios del I a.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha., con manto al cuello y rodeada por tres
delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica oŕosi.
10,6 g; 23 mm; 12 h; col. Milián (ex col. R. Querol); Vives XLIX,
2; CNH 227/2.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1052; Martín Valls,
1967: 147; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Martín Costea,
1996: 35-36, nº 2.
118. Orosiz. Unidad. Æ. (Finales del s. II a principios del I a.C.).
[El Corral de la Vila, Vilafranca del Cid].
49 Pla en su manuscrito especifica que se encontró a muy poca
distancia de La Moleta.
359
Anv. Cabeza viril, a dcha., con manto al cuello y rodeada por tres
delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica oŕosi.
9,2 g; 23-24 mm; col. J. Vives; Vives XLIX, 2; CNH 227/2.
Bibl.: Arasa, 1979-82: 22; 2009: 117.
119. Orosiz. Unidad. Æ. (Finales del s. II a principios del I a.C.).
[El Morrón del Cid, La Iglesuela del Cid].
Anv. Cabeza viril, a dcha., con manto al cuello y rodeada por tres
delfines.
Rev. Jinete con lanza, a dcha.; debajo, sobre línea, inscripción
ibérica oŕosi.
Vives XLIX, 2; CNH 227/2.
Bibl.: Mateu, 1960: 186, nº 1041; Martín Valls, 1967: 147;
Ripollès, 1982: 95; Arasa, 1983: 85; Beltrán, 2004: 80; Arasa,
2011: 27.
120. Konterbia Belaiska. Unidad. Æ. (S. II–I a.C.). [Partida de
Las Viñas, La Iglesuela del Cid].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; delante, delfín; detrás, bel.
Rev. Jinete, a dcha.; debajo, bajo línea, inscripción ibérica
kontebakom.
Bibl.: Arasa, 2011: 27.
121. Arse. Mitad. Æ. (Finales del s. III a.C. a principios del II
a.C.). [El Bovalar, Benassal].
Anv. Pecten.
Rev. Proa de nave, a dcha.; debajo inscripción ibérica arseetar.50
Col. M. Adell; Vives VI, 17; Villaronga, 1967, clase I, tipo III;
CNH 306/8; Ripollès y Llorens, 2002, nº 68-70.
Bibl.: Mateu, 1942: 218, nº 4; Martín Valls, 1967: 29, n. 56;
Villaronga, 1967: 91 y 146; Ripollès, 1980: 31; 1982: 69;
Aranegui, 1996: 54; Ripollès y Llorens, 2002: 536; Arasa,
2009: 117.
122. Arse. Cuarto. Æ. (130–72 a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Pecten.
Rev. Delfín, a dcha.; encima, tres puntos; debajo, sobre línea,
inscripción ibérica aiubas. Gráfila lineal.
3,4 g; 15-17 mm; 2 h; col. Milián; Vives XIX, 6; CNH 308/32;
Ripollès y Llorens, 2002, nº 333-362.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 187, nº 1051; Martín Valls, 1967:
130; Ripollès, 1980: 29; 1982: 115; Ripollès y Llorens, 2002, 541.
123. Arse. Cuarto. Æ. (130–72 a.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. Pecten.
Rev. Delfín, a dcha.; encima, tres puntos; debajo, sobre línea,
inscripción ibérica aiubas. Gráfila lineal.
Vives XIX, 6; CNH 308/32; Ripollès y Llorens, 2002, nº 333-362.
Bibl.: Mateu, 1960: 187, nº 1049; Ripollès, 1980: 29; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 39-40, nº 15; Ripollès y Llorens, 2002, 541.
124. Valentia. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C. a principios del I
a.C.). [Término municipal, Morella].
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha; alrededor, leyenda latina,
LVCIEN C. MVNI. Q.
Rev. Cornucopia sobre rayo; a ambos lados VALE–NTIA. Todo
dentro de una corona de espigas muy estilizada.
50 Al no haber podido acceder a ninguna ilustración de la moneda o a
una descripción más detallada, ha sido imposible determinar si el
reverso presenta el adorno arqueado sobre la proa documentado en
el cuño R. 54 de Ripollès y Llorens (2002: 372, nº 70).
APL XXX, 2014
[page-n-369]
360
J. M. Torregrosa y F. Arasa
Vives CXXV, 1; Ripollès, 1988, serie I, 1-20; CNH 317/1.
Bibl.: Segura y Barreda, 1868: I, 173.
125. Valentia. Unidad. Æ. (Finales del s. II a.C. a principios del I
a.C.). [Término municipal, Morella].
Anv. Cabeza galeada de Roma, a dcha; alrededor, leyenda latina,
LVCIEN C. MVNI. Q.
Rev. Cornucopia sobre rayo; a ambos lados VALE–NTIA. Todo
dentro de una corona de espigas muy estilizada.
Vives CXXV, 1; Ripollès, 1988, serie I, 1-20; CNH 317/1.
Bibl.: Segura y Barreda, 1868: I, 173.
126. Ikalesken. Unidad. Æ. (Mediados del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, escudo redondo y manto, a izq.; debajo,
bajo línea, inscripción ibérica ikal[kusk]en.
7,7 g; 23-24 mm; 12 h; col. Milián; Vives LXVI, 6-7; CNH
325/6-8.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1052; Ripollès, 1980, 30;
1982: 115; Martín Costea, 1996: 37-38, nº 9; Ripollès, 1999: 161.
127. Ikalesken. Unidad. Æ. (Mediados del s. II a.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; detrás, delfín.
Rev. Jinete con lanza, escudo redondo y manto, a izq.; debajo,
bajo línea, inscripción ibérica [ikalkusken].
6,8 g; 24-26 mm; 2 h; col. Milián (ex col. Guimerá); Vives LXVI,
6-7; CNH 325/6-8.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1052; Ripollès, 1980, 30; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 38, nº 10; Ripollès, 1999: 161.
128. Unidad Ibérica. Æ. (Primera mitad del s. II a.C.). [Mas de les
Solanes, Morella].
Anv. Busto de Minerva.
Rev. ¿Jinete?; debajo, inscripción ibérica.
Bibl.: Mateu, 1975: 245; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115; Arasa,
1983-84: 16; 2000: 23; 2009: 117.
129. Unidad Ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [Término municipal, Xiva
de Morella].
Anv. Cabeza viril, a dcha.; delante, dos delfines.
Rev. Jinete, a dcha.; debajo, inscripción ibérica ilegible.
28 mm; col. A. Albalat.
Bibl.: Andrés, 1994: 180; Arasa, 2000: 24; 2009: 117.
130. Moneda ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [La Vilavella, Vilafranca
del Cid].51
Bibl.: Mundina, 1873: 615-616; Arasa, 1977: 259-261; 197982: 22-23; Aranegui, 1996: 186; Arasa, 2000: 24; 2009: 117;
2010: 207.
131. Moneda ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [El Mas del Carro,
Vilafranca del Cid].52
Bibl.: Arasa, 1977: 264; Ripollès, 1982: 168.
132. Moneda ibérica. Æ. (S. II–I a.C.). [El Mas del Carro,
Vilafranca del Cid].
Bibl.: Arasa, 1977: 264; Ripollès, 1982: 168.
51 Mundina (1873: 615-616) menciona en esta población monedas
celtibéricas, otras del taller de Saguntum y algunas más de
cronología romana.
52 Esta y la siguiente moneda podrían ser emisiones ibéricas, aunque
para Arasa (1977: 264) resultan dudosas.
APL XXX, 2014
133. Moneda ibérica. AR/Æ. (S. II–I a.C.). [El Puntal o El
Castellar de Mirambel].53
Bibl.: Arasa, 1985-86: 219; 2009: 117.
134. Moneda ibérica. AR/Æ. (S. II–I a.C.). [El Puntal o El
Castellar de Mirambel].
Bibl.: Arasa, 1985-86: 219; 2009: 117.
Moneda provincial
135. Saguntum. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Entre Mirambel
y Forcall].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVG. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. L SEMP GEMINO L VAL SVRA II VIR / SAG. Nave de
guerra, a dcha.
RPC 202; Vives CXXIV, 3; Llorens y Ripollès, 1989, nº 8-76;
Ripollès y Llorens, 2002, nº 425-510; APH 202 c-e.
Bibl.: Arigó, 1880: 5; Arasa, 2009: 117.
136. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. (Finales del reinado de
Augusto). [Término municipal, Cantavieja].
Anv. MVN HIBERA / IVLIA. Nave comercial, a izq.
Rev. ILERCAVONIA. Nave comercial ligera, a dcha.
RPC 205; Vives CXXV, 1-2; CNH 172/1-2; Llorens y Aquilué,
2001: I.1.11; APH 205c.
Bibl.: Prades, 1596: 369; Segura, 1868, I: 156 y II: 287-288;
Bayerri, 1948: 624-625; Mateu, 1967: 52-53, nº 1165; 1975:
245; Ripollès, 1982: 79; Arasa, 1985-86: 223, nº 16; Llorens y
Aquilué, 2001: 74, nº 7; Arasa, 2009: 117.
137. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. [ti] CA[esar divi avg f] AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. [dert / m h i ilercavonia]. Nave comercial, a izq.
6,2 g; 22 mm; 6 h; col. Milián; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens
y Aquilué, 2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37,
40, 42-45; APH 207b.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30;
1982: 115; Martín Costea, 1996: 42-43, nº 21; Llorens y Aquilué,
2001: 75, nº 10.
138. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
Col. Milián; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 4245; APH 207b.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30;
1982: 115; Llorens y Aquilué, 2001: 75, nº 10.
139. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Barranc
de la Mare de Déu de la Font, Castellfort].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué, 2001: II.1.2-4, 7-9,
12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 42-45; APH 207b.
Bibl.: Mateu, 1972: 139, nº 1419; Arasa, 1983-84: 17; Llorens y
Aquilué, 2001: 76, nº 11; Arasa, 2009: 117.
53 Arasa (1985-86: 219) cita el hallazgo de “monedas ibéricas
indeterminables” sin mayor detalle.
[page-n-370]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
140. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, La Iglesuela del Cid].54
Anv. TI CAESAR DIVI [aug f av]GVSTVS. Cabeza laureada, a
dcha.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
Col. Tejerizo; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 42-45;
APH 207b.
Bibl.: Bayerri, 1948: 642-647; Llorens y Aquilué, 2001: 74-75, nº
8; Arasa, 2011: 34-35.
141. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, La Iglesuela del Cid].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. [dert / m h i] ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
[Contramarca
].
Col. Tejerizo; RPC 207; Vives CXXV, 4; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.2-4, 7-9, 12-14, 18-21, 23-30, 32-34, 36-37, 40, 42-45;
APH 207b.
Bibl.: Bayerri, 1948: 642-647; Llorens y Aquilué, 2001: 74-75, nº
8; Arasa, 2011: 34-35.
142. Ilercavonia-Dertosa. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Término
municipal, La Iglesuela del Cid].
Anv. [ti caesar divi] AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada, a izq.
Rev. DERT / M H I ILERCAVONIA. Nave comercial, a izq.
Col. Tejerizo; RPC 208; Vives CXXV, 7; Llorens y Aquilué,
2001: II.1.1; APH 208.
Bibl.: Bayerri, 1948: 642-647; Llorens y Aquilué, 2001: 74-75, nº
8; Arasa, 2011: 34-35.
143. Tarraco. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Término
municipal, Morella].55
Anv. [imp caes aug] TR [po]T [pon] MAX [p p]. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. C– V–T / [c l] CAES / [aug f]. Cabezas enfrentadas de Cayo
y Lucio.
6,3 g; 22 mm; 5 h; col. Milián; RPC 210; Vives CLXIX, 11;
Villaronga, 1977a, nº 1; APH 210.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 43, nº 23.
144. Tarraco. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. [imp caes avg tr pot pon max p p]. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. [c–v–t / c l caes / aug f]. Cabezas enfrentadas de Cayo y
Lucio.
Col. Milián; RPC 210; Vives CLXIX, 11; Villaronga, 1977a, nº
1; APH 210.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115.
361
Anv. IMP CAES AVG TR POT PON MAX P P. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. C–V–T / C L CAES / AVG F. Cabezas enfrentadas de Cayo
y Lucio.
RPC 210; Vives CLXIX, 11; Villaronga, 1977a, nº 1; APH 210.
Bibl.: González Martí, 1927: 214-215; Arasa, 1983-84: 16;
Aranegui, 1996: 115; Arasa, 2000: 23; 2009: 117.
146. Tarraco. As. Æ. Augusto. (4–14 d.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. [imp caes aug] TR POT PON MAX P P. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. [ti caesar] / C V T. Cabeza desnuda, a dcha.
8,3 g; 22-24 mm; 3 h; col. Milián; RPC 215; Vives CLXIX, 12;
Villaronga, 1977a, nº 5; APH 215.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Martín Costea, 1996: 52, nº 48.
147. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [En Balaguer I,
Portell de Morella].
Anv. IMP AVGVST DIVI F. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. M[un / i]LERDA. Loba, a dcha.
12,12 g; 22 mm; 5 h; RPC 260; Vives CXXXIV, 2-6; Hill 10-4;
APH 260b.
Contexto: En Balaguer I, sector 1, UE 1001.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 2, nº 1; Vizcaíno, 2010b: 60, fig. 4.8.
148. Ilerda. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. IMP [august] DIVI F. Cabeza desnuda, a dcha.
Rev. [m]VNICIP [ilerda]. Loba, a dcha.
7,9 g; 24 mm; 4 h; col. Milián (ex col. R. Querol); RPC 260; Vives
CXXXIV, 2-6; Hill 10-4; APH 260d.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30;
Ripollès, 1982: 115; Martín Costea, 1996: 42, nº 22.
149. Lepida-Celsa. As. Æ. Augusto (27 a.C.–14 d.C.). [El Maset,
Vilafranca del Cid].
Anv. AVGVSTVS DIVI F. Cabeza laureada, a dcha.57
Rev. C V I CEL / L BAG[gio / mn festo] / II VIR. Toro, a dcha.
[Contramarca
].58
28 mm; col. E. Tena; RPC 273; Vives CLXI, 2; Hill 13-4; APH
273.
Bibl.: Arasa, 1977: 264; 1979-82: 23; Ripollès, 1982: 168;
Hurtado, 2001: 607; Arasa, 2009: 117.
145. Tarraco. As. Æ. Augusto. (27 a.C.–14 d.C.). [Término
municipal, Olocau del Rey].56
150. Osca. As. Æ. Tiberio. (14–37 d.C.). [Les Cabrilles 2, Portell
de Morella].
Anv. TI CAESAR DIVI AVG F AVGVSTVS. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. V V / OS[ca]. Jinete con lanza, a dcha.
14,23 g; 27 mm; 11 h; RPC 296; Vives CXXXVI, 12; Domínguez,
1991, nº 103-107; APH 296.
Contexto: Les Cabrilles 2, sondeo 29, UE 1006.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 4, nº 1; Vizcaíno, 2010a: 233-235, nº 1.
54 Según Llorens y Aquilué (2001: 74-75), las tres monedas de
Ilercavonia-Dertosa procedentes del término municipal de La
Iglesuela del Cid fueron halladas entre 1946 y 1947, sin referencias
exactas al yacimiento ni al contexto en que aparecieron.
55 Martín Costea (1996: 43, nº 23) plantea que se trata de una moneda
de Tiberio de Tarraco.
56 Este ejemplar siempre se ha descrito erróneamente en la bibliografía
como semis. Ello se debe a que se trata de emisiones de peso y
módulo reducidos (APH: 158, habla de que el módulo y el peso
medio de estos tipos quedarían establecidos en 24 mm y 7,72 g).
57 Las leyendas de anverso descritas en Arasa (1977: 264) resultan
erróneas, por lo que hemos estimado considerar correctas las
citadas en un trabajo posterior (Arasa, 1979-82: 23) y que se
corresponden con los duoviros L. Baggius y Mn. Flavius Festus
(APH: 183-184).
58 Contramarca APH p. 325, nº 132. La contramarca TI es muy
abundante en las monedas de Lepida-Celsa. Si tenemos en cuenta
que solamente contamos con dos emisiones de Tiberio, as y semis,
respectivamente, es muy probable que circulasen contramarcadas
en el reinado de Tiberio.
APL XXX, 2014
[page-n-371]
362
J. M. Torregrosa y F. Arasa
151. Bilbilis. As. Æ. Augusto. (2–14 d.C.). [Casa Palau, Morella].
Anv. AVGVSTVS DIVI F PATER PATRIAE. Cabeza laureada,
a dcha.
Rev. MVN AVGVSTA BILBILIS L COR CALIDO L SEMP
RVTILO. Corona de laurel conteniendo II VIR.
10,5 g; 27 mm; 2 h; col. Milián (ex col. Palau); RPC 395; Vives
CXXXIX, 4; APH 395.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 188, nº 1053; Ripollès, 1980: 30;
1982: 115; Martín Costea, 1996: 42, nº 20.
Moneda romana. Imperio
152. Tiberio (Augusto). As. Æ. Lugdunum. (12–14 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. [ti caesar augustus f] IMPERAT VII. Cabeza laureada de
Tiberio, a dcha.
Rev. [rom] ET AVG. Altar de Lugdunum, visto frontalmente,
decorado con una corona cívica entre dos ramas de laurel y con
dos pequeñas figuras masculinas sujetándolas. A los lados, dos
columnas y sobre ellas, dos victorias alzando sendas coronas
de laurel.
RIC I2, 245.
Bibl.: Pla, s/a.
153. Tiberio. Denario. AR. Roma. (14–37 d.C.). [Tossal de
Beltrol, Morella].
Anv. TI CAESAR DI[vi f] AVGVST[vs]. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. PONTIF MAXIM. Figura femenina sentada, a dcha.,
sosteniendo rama y cetro.
RIC I2, 26/28/30.
Bibl.: Segura, 1868, I: 116-117 y II: 350; Arasa, 1983-84: 8-9;
Aranegui, 1996: 170; Arasa, 2000: 25; 2009: 118.
154. Agripa (Calígula). As. Æ. Roma. (Post. 37 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. M AGRIPPA L F COS III. Cabeza de Agripa con corona
rostral, a izq.
Rev. S–C. Neptuno estante, a izq., portando tridente con la mano
izq. y delfín con la dcha.
Col. Milián; RIC I2, 58.
Bibl.: Mateu, 1960: 188, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115.
155. Calígula. AR/Æ. Roma. (37–41 d.C.). [El Morrón del Cid,
La Iglesuela del Cid].
Bibl.: Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; 2009: 118; 2011: 34.
156. Claudio I. As. Æ. Roma. (41–54 d.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. TI CLAVDIVS CAESAR AVG P M TR P IMP […]. Cabeza
desnuda, a izq.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. Milián; RIC I2, 100/116.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115.
157. Claudio I. As. Æ. Roma. (41–54 d.C.). [Plaza Arciprestal del
Castell, Morella].
Anv. TI CLAVDIVS CAESAR AVG P M TR P IMP […]. Cabeza
desnuda, a izq.
Rev. S–C. Minerva estante, a dcha., portando lanza y escudo.
Col. Milián; RIC I2, 100/116.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; 1982: 115;
Arasa, 1983-84: 12; 2000: 24; 2009: 118.
158. Claudio I. As. Æ. Imitación. (41–54 d.C.). [En Balaguer I,
Portell de Morella].
Anv. [ti claudius caesar aug p m tr p …]. Cabeza desnuda, a izq.
APL XXX, 2014
Rev. Frustro.
9,69 g; 23 mm.
Contexto: En Balaguer I, sector 1, Habitación 4, UE 1043.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 3, nº 2; Vizcaíno, 2010b: 61, fig. 4.9.
159. Nerón. Sestercio. Æ. Roma. (66 d.C.). [El Mas del Cuquello,
Vilafranca del Cid].
Anv. IMP NERO CAESAR AVG PONT MAX TR POT P P.
Cabeza laureada, a izq.
Rev. ANNONA AVGVSTI CERES / S–C. Ceres velada y
drapeada, sentada a izq., sosteniendo antorcha y espigas de trigo,
apoyando uno de sus pies sobre un banco; delante de ella, annona
drapeada y estante, a dcha., portando cornucopia; entre ambas,
modio sobre altar engalanado; detrás, popa de nave.59
Col. J. Marín; RIC I2, 495.
Bibl.: Arasa, 1977: 264-266; 1979-82: 23; 2009: 118; 2010b: 214.
160. Nerón. Dupondio/As. Æ. Roma. (62–68 d.C.). [Costa de La
Mare de Déu, Morella].
Anv. NERO CLAVD CAESAR AVG GER P M TR IMP […].
Cabeza laureada, a dcha.
Rev. [victoria] AVGVSTI / S–C. Victoria a izq., sosteniendo
corona con la dcha. y palma con la izq.
10,9 g; 29 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Arasa, 1983-84: 12; Martín Costea, 1996: 43, nº 25; Arasa, 2000:
24; 2009: 118.
161. Nerón. Dupondio/As. Æ. (54–68 d.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. [---]. Sin descripción.
Rev. SECVRITAS AVGVSTI [---] S–C. Securitas sentada, a
dcha. sosteniendo cetro con su mano izq.
Bibl.: Pla, s/a.
162. Vespasiano. As. Æ. Roma. (71 d.C.). [El Castell, Morella].
Anv. [imp] CAES VESPASIAN AVG [cos iii]. Cabeza laureada,
a izq.
Rev. AEQVITAS AVGVSTI / S–C. Aequitas estante, a izq.,
sosteniendo balanza y vara.
10,7 g; 25 mm; 6 h; col. Milián; RIC II.1, 288.
Bibl.: Mateu, 1961: 150-151, nº 1093; Ripollès, 1980: 30; Arasa,
1983-84: 12; Martín Costea, 1996: 52, nº 49; Arasa, 2000: 24;
2009: 117-118.
163. Vespasiano. Æ. Roma. (69–79 d.C.). [El Castell, Morella].
Bibl.: Arasa, 2000: 24.
164. Tito (Vespasiano). As. Æ. Roma. (74 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. T CAESAR IMP COS III CENS. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. [pax] AVGVST / S–C. Pax estante, a izq., sosteniendo rama
y caduceo y apoyándose en una columna.
8,6 g; 27 mm; 7 h; col. Milián; RIC II.1, 747.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 45-46, nº 29.
165. Tito. As. Æ. Roma. (80–81 d.C.). [El Mas d’Altaba,
Vilafranca del Cid].
Anv. CAES DIVI VESP [f domitian cos vii]. Busto laureado,
a dcha.
Rev. S–C. Minerva avanzando hacia la dcha., portando escudo y
lanza.
59 Según la lectura de Arasa (1979-82: 26, n. 27) este sestercio
presentaría el tipo ADLOCVT COH S–C.
[page-n-372]
La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
11,2 g; 26-30 mm; col. J. Monferrer; RIC II.1, 343.
Bibl.: Arasa, 1979-82: 23; 2009: 118; 2010b: 214.
166. Domiciano. As. Æ. Roma. (85 d.C.). [Les Cabrilles 2, Portell
de Morella].
Anv. IMP CAES [domit] AVG GERM COS XI CENS PER P P.
Cabeza laureada, a dcha.; Aegis sobre el pecho.
Rev. [fortunae] AVGVSTI / S–C. Fortuna estante, a izq.,
sosteniendo cornucopia con su izq. y timón con la dcha.
10,13 g; 25 mm; 6 h; RIC II.1, 415.
Contexto: Les Cabrilles 2, sondeo 29, UE 1028.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 4, nº 2; Vizcaíno, 2010a: 233-235, nº 2.
167. Domiciano. Dupondio/As. Æ. Roma. (81–96 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. [---]MIT[---]. Busto, a dcha.
Rev. [---] / S–C. Figura femenina estante, a izq., frente a una
columna.
7,6 g; 26 mm; 7 h; col. Milián.
Bibl.: Martín Costea, 1996: 54, nº 54.
168. Domiciano. Dupondio. Æ. Roma. (81–96 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. IMP CAES DOMIT AVG GERM […]. Busto radiado,
a dcha.
Rev. Frustro.
12,3 g; 26 mm; col. Milián (ex col. E. Martí).
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 53, nº 51.
169. Trajano. As. Æ. Roma. (98–117 d.C.). [El Castell, Morella].
Anv. IMP CAES NERVA TRAIAN AVG GERM P M […]. Busto
laureado, a dcha.
Rev. [---]. Aequitas o Fortuna sentada, a izq., sosteniendo balanza
y cornucopia.
10,8 g; 26 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1961: 151, nº 1093; Ripollès, 1980: 30; Arasa,
1983-84: 12; Martín Costea, 1996: 51, nº 45; Arasa, 2000: 24;
2009: 117-118.
170. Trajano. Dupondio/As. Æ. Roma. (98–117 d.C.). [Término
municipal, Morella].60
Anv. […]. Busto, a dcha.
Rev. [s p q r] OPTIMO [principi / s–c]. ¿Dos figuras enfrentadas?
9,8 g; 24 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 50, nº 41.
171. Trajano. AR/Æ. Roma. (98–117 d.C.). [El Morrón del Cid,
La Iglesuela del Cid].
Bibl.: Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; 2009: 118; 2011: 34.
172. Adriano. As. Æ. Roma. (125–128 d.C.). [Casa Palau,
Morella].
Anv. HADRIANVS AVGVSTVS. Busto laureado, a dcha.
Rev. [cos iii] / S–C. Barco con remeros y guía, a dcha.
10,2 g; 25 mm; 7 h; col. Milián (ex col. Palau); RIC II, 673.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 47-48, nº 34.
60 Mateu (1960: 189) describe una moneda con leyendas HADRIANVS
en anverso y OPTIMO en reverso. Al no haber podido localizar
ningún tipo de este emperador (sólo se acuñó una emisión de Adriano
con OPTIMO en reverso pero con corona de laurel (RIC II, 971),
pensamos que se trate de un error de Mateu y que realmente fuese
una acuñación de Trajano del tipo S P Q R OPTIMO PRINCIPI S–C.
363
173. Adriano. Sestercio. Æ. Roma. (134–138 d.C.). [El Mas de
Nadal, Morella].
Anv. HADRIANVS AVG COS III [p p]. Busto laureado, a dcha.
Rev. [fortuna aug / s–c]. Fortuna estante, a izq., sosteniendo
cornucopia con su mano izq.
21,7 g; 31 mm; 4 h; RIC II, 759/760.
Contexto: El Mas de Nadal, hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 7, nº 6.
174. Antonino Pío. Æ. Roma. (138–161 d.C.). [El Tossal de
Beltrol, Morella].
Anv. ANTONINVS AVG PIVS […].
Rev. [imp ii] TR P[ot] COS III / S–C. Victoria, a dcha.61
Bibl.: Segura, 1868, I: 116-117; Arasa, 1983-84: 8-9; Aranegui,
1996: 170; Arasa, 2000: 25; 2009: 118.
175. Antonino Pío. Æ. Roma. (138–161 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. IMP CAES […] ANTONIN[…].
Rev. [---] / S–C. ¿Victoria?
Col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30.
176. Antonino Pío. Sestercio. Æ. Roma. (140–161 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. [antoninus aug pius p p]. Cabeza laureada, a dcha.
Rev. TR POT [--- cos --- / s–c]. Anonna estante, a izq., sosteniendo
espigas y cornucopia; delante, modio; detrás, ¿proa de nave?
21,5 g; 28-30 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30 Martín
Costea, 1996: 49, nº 39.
177. Faustina II (A. Pío/Marco Aurelio). Sestercio. Æ. Roma.
(Post. 145 d.C.). [El Castell, Morella].62
Anv. [---]. Busto con moño, a dcha.
Rev. [---] S–C. Figura femenina sedente (¿Pudicitia?), a izq.
18,5 g; 25-29 mm; 6 h; col. Milián (ex col. Blasco).
Bibl.: Mateu, 1961: 151, nº 1093; Ripollès, 1980: 30; Arasa,
1983-84: 12; Martín Costea, 1996: 47, nº 33; Arasa, 2000: 24;
2009: 117-118.
178. Caracalla. Sestercio. Æ. Roma. (198–217 d.C.). [L’Hostal
Nou, Morella,].
Anv. [---]. Busto del emperador, a dcha.
Rev. [---]. Figura femenina, a izq.
20,4 g; 30 mm; col. Milián.
Bibl.: Martín Costea, 1996: 48, nº 35; Arasa, 2009: 118.
179. Gordiano III. As. Æ. Roma. (240–243 d.C.). [Las Viñas, La
Iglesuela del Cid].
61 Segura (1868, I: 117) refiere que la leyenda de reverso sería TAP
COL III, pero al tratarse de una leyenda que carece de sentido, la
única opción que puede barajarse con el reverso mostrando una
victoria en marcha a dcha. es la que nosotros planteamos. En el
tomo II de su obra, Segura habla de dos monedas, una de plata y
otra de cobre, ambas del emperador Tito, que fueron halladas en las
proximidades del Mas de Beltrol (Segura, 1868, II: 350); esta cita
podría ser errónea ya que, anteriormente, cita dos monedas con la
misma procedencia y metales pero de los emperadores Tiberio y
Antonino Pío, respectivamente.
62 Al no tener más datos acerca de esta moneda, hemos preferido dar
la fecha de las primeras emisiones de Faustina II bajo Antonino Pío,
esto es, posteriores a 145 d.C. cuando ésta contrae matrimonio con
Marco Aurelio.
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J. M. Torregrosa y F. Arasa
Anv. IMP GORDIANV[s pi]VS FEL AVG. Busto laureado,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. P M T[r p iii] COS II P P / S–C. Apolo sentado, a izq.,
apoyando el brazo izqdo. sobre una lira y sosteniendo rama con
la mano dcha.
8,27 g; 27 mm; 12 h; col. L. Solsona; RIC IV.3, 301b.63
Bibl.: Arasa, 1983: 86; 2009: 118; 2011: 35.
180. Filipo I. AR/Æ. (244–249 d.C.). [El Morrón del Cid, La
Iglesuela del Cid].
Bibl.: Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; 2009: 118; 2011: 34.
181. Treboniano Galo. Sestercio. Æ. Roma. (251–253 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. IMP CAES C VIBIVS TREBONIANVS GALLVS AVG.
Busto laureado, drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. [salus] AVGG / S–C. Salus estante, a dcha., dando de comer
en una pátera a una serpiente que asciende por su brazo.
19,6 g; 26-28 mm; 2 h; col. Milián; RIC IV.3, 121a.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 44-45, nº 27; Arasa, 2009: 118.
182. Galieno. Antoniniano. Vellón. Roma. (257–259 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. [imp] GALLIENVS AVG. Busto radiado y con coraza, a
dcha.
Rev. IOVI VLTORI. Júpiter de frente, portando cetro y haz de
rayos; a la izq. del campo, S.
2,4 g; 19 mm; 6 h; col. Milián; RIC V.1, 220.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 53, nº 52; Arasa, 2009: 118.
183. Galieno. Antoniniano. Vellón. Roma. (265–267 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. IMP GALLIENVS AVG. Cabeza radiada, a dcha.
Rev. PAX A[eter]NA AVG. Pax estante, a izq., sosteniendo rama
de olivo y cetro; a la izq. del campo, N o T.64
2,1 g; 17-20 mm; 6 h; col. Milián (ex col. F. Martí); RIC V.1, 252.
Bibl.: Mateu, 1967: 58, nº 1213; Ripollès, 1980: 31; Martín
Costea, 1996: 53-54, nº 53; Arasa, 2009: 118.
184. Claudio II. Antoniniano. Vellón. Roma. (268–270 d.C.).
[Posiblemente del término municipal de Vilafranca del Cid].
Anv. IMP CLAVDIVS AVG. Busto radiado y con coraza, a dcha.
Rev. LIBERT AVG; a la dcha. del campo, X. Libertas en pie, a
izq., sosteniendo pileus y cornucopia.
2,60 g; 19 mm; 5 h; RIC V.1, 63.
Contexto: Hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 8, nº 7; Arasa, 2009: 118.
185. Claudio II. Antoniniano. Vellón. Imitación. (Post. 270 d.C.).
[Posiblemente del término municipal de Vilafranca del Cid].
Anv. [divo claudio]. Busto radiado, a dcha.
Rev. [cons]ECRATIO. Altar.
2,79 g; 18 mm; 6 h.
Contexto: Hallazgo superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (a): 11, nº 10; Arasa, 2009: 118.
63 Ofrecemos esta clasificación atendiendo a la descripción de Arasa
(1983: 86) que intuye el numeral I en la leyenda de reverso. No
obstante, existe la posibilidad de que pueda tratarse de la VI
tribunicia potestas de Gordiano, lo que haría que la clasificación
variase y fuese RIC IV.3, 304b.
64 Mateu (1967: 58) describe las siglas S–C como parte de la leyenda,
letras que no se recogen en ninguna de las obras consultadas; esto
induce a pensar que pudo interpretar erróneamente las letras N o T.
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186. Quintilo. Antoniniano. Vellón. Roma. (270 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. IMP C M AVR C L QVINTILLVS AVG. Busto radiado,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. AETERNIT AVG. Sol estante, a izq., levantando la mano
dcha. y sosteniendo globo con la izq.65
3,7 g; 19-21 mm; 11 h; col. Milián (ex col. Segura y Barreda);
RIC V.1, 7.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 46, nº 30; Arasa, 2009: 118.
187. Carino. Antoniniano. Vellón. Roma. (283–285 d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. IMP CARINVS P F AVG. Busto radiado (con drapeado o
coraza), a dcha.
Rev. FIDES MILITVM. Fides estante, a izq., portando dos
insignias militares; en exergo, KAЄ.
4 g; 22 mm; 6 h; col. Milián (ex col. Segura y Barreda); RIC V.2,
253.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 50, nº 42; Arasa, 2009: 118.
188. Constantino Magno. AR/Æ. (306–337 d.C.). [El Morrón del
Cid, La Iglesuela del Cid].
Bibl.: Salvador, 1890; Arasa, 1983: 85; 2009: 118; 2011: 34.
189. Helena (Constantino Magno). Nummus. Æ. Treveris.
(337–340 d.C.). [Posiblemente del término municipal de
Vilafranca del Cid].66
Anv. FL IVL HE–LENAE AVG. Busto diademado y drapeado,
a dcha.
Rev. PAX PVBLICA. Pax estante, a izq., sosteniendo rama con la
mano dcha. y cetro transversal; en exergo, TRS.
1,75 g; 15,5 mm; 12 h; RIC VIII, 78.
Bibl.: Arasa, 1983: 87; 2009: 118.
190. Constantino II. Nummus. Æ. Roma. (Ca. 326 d.C.).
[Alrededores de la Ermita en El Morrón del Cid, La Iglesuela del
Cid].
Anv. Anepigráfica. Busto laureado, drapeado y con coraza, a izq.
Rev. CONSTAN / TINVS / IVN NOB C / SMRT. Corona de
laurel de pequeño tamaño en la parte superior del campo.
1,95 g; 19,5 mm; 12 h; col. Puig; RIC VII, 282.
Bibl.: Arasa, 1983: 86; 2009: 118; 2011: 35.
191. Decencio. Nummus. Æ. (350–353 d.C.). [Término municipal,
Morella].
Anv. [---]. Busto desnudo con coraza, a dcha.; detrás, A.
Rev. [victoriae dd nn aug et cae]. Dos victorias enfrentadas
sosteniendo un escudo con la inscripción [vot/v/mult/x]; en
exergo, [---].
4 g; 20 mm; 6 h; col. Milián (ex col. R. Querol).
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 51, nº 46; Arasa, 2009: 118.
65 Mateu (1960: 189, nº 1054) reproduce erróneamente la leyenda
como PACE AVG, posiblemente a causa del defecto de acuñación
que presenta la moneda.
66 Esta moneda y la núm. 186, ambas de procedencia desconocida,
fueron publicadas como tal vez procedentes del Morrón del Cid o
de sus proximidades (La Iglesuela del Cid), pero dado que fueron
vistas en Vilafranca del Cid es más probable que fueran halladas en
su término municipal.
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La circulación monetaria en la ciudad romana de Lesera y su territorium
192. Constancio II. Nummus. Æ. Roma. (348–350 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. D N CONSTANTIVS P F AVG. Busto con diadema de
perlas, drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. FEL TEMP REPARATIO. El emperador con vestimenta
militar, a izq., sobre la proa de un barco dirigido por una
Victoria, portando con su izq. un lábaro con el Crismón inscrito y
sosteniendo con la mano dcha. el Ave Fénix sobre globo; a la izq.
del campo, S; en exergo, RQ.
5,9 g; 21-23 mm; 6 h; col. Milián (ex col. R. Querol); RIC VIII,
131.
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 54, nº 55; Arasa, 2009: 118.
193. Constancio II. Nummus. Æ. (337–361 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. D N CONSTANTIVS P F AVG. Busto con diadema de
perlas, drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. [f]EL TEMP REPARATIO. Soldado alanceando un jinete
caído; a la izq. del campo, D; en exergo, [---].
2,3 g; 19 mm; 12 h; col. Milián (ex col. R. Querol).
Bibl.: Pla, s/a; Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30;
Martín Costea, 1996: 50-51, nº 43; Arasa, 2009: 118.
194. Constancio II. Nummus. Æ. (337–361 d.C.). [Posiblemente
del término municipal de Vilafranca del Cid].
Anv. D N CONST[antius p f aug]. Busto con diadema de perlas,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. [fel temp r]EPARATIO. Soldado alanceando un jinete caído.
1,92 g; 15,7 mm; 12 h.
Bibl.: Arasa, 1983: 86-87; 2009: 118.
195. Valente. Ae-3. Æ. Roma. (367–378 d.C.). [El Racó dels
Cantos 2, La Todolella].
Anv. D N VALEN–S P F AVG. Busto con diadema de perlas,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. SECVRITAS REIPVBLICAE. Victoria avanzando, a izq.,
sosteniendo corona con la mano dcha. y palma con la izq.; en
exergo, SM RQ
1,93 g; 16 mm; 1 h; RIC IX, 24b/28a.
Contexto: El Racó dels Cantos 2, UE 1001.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 9, nº 1.
196. Graciano. Æ. (367–383 d.C.). [Casa Palau, Morella].
Anv. [---]. Busto con diadema de perlas, drapeado y con coraza,
a dcha.
Rev. [---]. Frustro.
Col. Milián (ex col. Palau).
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Arasa,
2009: 118.
197. Graciano. Ae-2. Æ. Lugdunum. (378–383 d.C.). [Término
municipal, Morella].
Anv. D N G[ratia-nu]S P F AVG. Busto con diadema de perlas,
drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. REPARA[tio reipub]. El emperador estante, cabeza a izq.,
levantando a una mujer arrodillada y torreada con su mano dcha.
y sosteniendo una victoria sobre globo con la izq.; a la dcha. del
campo, P; en exergo, [l]VGS.
4,7 g; 21 mm; 6 h; col. Milián; RIC IX, 28a
Bibl.: Martín Costea, 1996: 54-55, nº 56.
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198. Magno Máximo. Ae-3. Æ. Lugdunum. (383–388 d.C.). [El
Castell, Morella].67
Anv. D N MAG [maxi–m]VS P F AVG. Busto con diadema de
perlas, drapeado y con coraza, a dcha.
Rev. REPARA[tio reipub]. El emperador estante, cabeza a izq.,
levantando a una mujer arrodillada y torreada con su mano dcha.
y sosteniendo una victoria sobre globo con la izq.; a la dcha. del
campo, P; en exergo, LVGS.
3,3 g; 20 mm; 6 h; col. Milián; RIC IX, 32.
Bibl.: Mateu, 1961: 151, nº 1094; Ripollès, 1980: 30; Arasa, 198384: 12; Martín Costea, 1996: 45, nº 28; Arasa, 2009: 117-118.
199. Graciano, Valentiniano II, Magno Máximo o Teodosio I. Ae3. Æ. (367–395 d.C.). [Término municipal, Morella].
Anv. [---]. Busto con diadema de perlas, drapeado y con coraza,
a dcha.
Rev. [reparatio reipub]. El emperador estante, cabeza a izq.,
levantando a una mujer arrodillada y torreada con su mano dcha.,
y sosteniendo una victoria sobre globo con la izq.; en exergo, [---].
3,7 g; 21-22 mm; 5 h; col. Milián.
Bibl.: Mateu, 1960: 189, nº 1054; Ripollès, 1980: 30; Martín
Costea, 1996: 51, nº 47; Arasa, 2009: 117-118.
200. Graciano, Valentiniano II, Magno Máximo o Teodosio I. Ae3. Æ. (367–395 d.C.). [El Colladar, Portell de Morella].
Anv. [---]S P F AVG. Busto con diadema de perlas, drapeado y
con coraza, a dcha.
Rev. [reparat]IO REIPVB. El emperador estante, cabeza a izq.,
levantando a una mujer arrodillada y torreada con su mano dcha.,
y sosteniendo una victoria sobre globo con la izq.; en exergo, [---]
3,84 g; 20 mm; 5 h.
Contexto: El Colladar, sector A, nivel superficial.
Bibl.: Lledó, s/a (b): 7, nº 1; Vizcaíno, 2010a: 233-235, nº 3.
201. Frustra. Antoniniano. Vellón. (Segunda mitad s. III d.C.).
[Término municipal, Morella].
Anv. [---]. Busto radiado del emperador, a dcha.
Rev. [---]. Figura femenina, a dcha.
2,7 g; 16-17 mm; 6 h; col. Milián.
Bibl.: Martín Costea, 1996: 49, nº 38.
202. Frustra. Æ. [Perforada]. [El Mas de Nadal, Morella].68
Bibl.: Andrés, 1994: 165; Aranegui, 1996: 103.
67 Al parecer, Mateu (1961: 151) se equivoca al asignar al emperador
Magnencio un tipo y una leyenda de reverso que se comenzará a
emitir con Graciano, hacia el último tercio del siglo IV d.C. Esto
nos ha llevado a plantear que, dada la mala conservación de la
moneda y la similitud existente en la primera parte de las leyendas
entre ambos emperadores (ambas comienzan por D N MAG…),
debe tratarse de una moneda de Magno Máximo.
68 Por la cronología del yacimiento, que abarca desde el siglo I al
III d.C. (Andrés, 1994: 165), no podemos adscribir esta pieza
con plena seguridad a la época imperial, aunque los contextos
arqueológicos así lo aconsejan.
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Lámina II
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Lámina III
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AGRADECIMIENTOS
Queremos agradecer tanto al profesor Dr. Pere Pau Ripollès como al Dr. Manuel Gozalbes las enriquecedoras opiniones
y anotaciones proporcionadas tanto en el texto como en el catálogo que ha permitido que ambos se hayan visto
mejorados considerablemente.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 375-381
Rosario CEBRIÁN FERNÁNDEZ a
Dos inscripciones funerarias inéditas
procedentes de Cañada del Hoyo, Cuenca
(territorio de Valeria, Conventus Carthaginiensis)
RESUMEN: En este trabajo, presentamos dos inscripciones romanas de carácter funerario procedentes de
Cañada del Hoyo (Cuenca), en el territorio de la antigua ciudad de Valeria. La primera, es una estela con
mención al indígena Boutius y al grupo suprafamiliar al que perteneció, Ebura(n)cicum; la segunda, es un
bloque que formó parte del mausoleo donde fue enterrado Lucius Aemilius Terentianus y que fue financiado
por sus libertos.
PALABRAS CLAVE: Inscripciones romanas, territorio de Valeria, Conventus Carthaginiensis, Hispania
Citerior.
Two unpublished Roman funerary inscriptions from Cañada del Hoyo, Cuenca
(Valeria territory, Conventus Carthaginiensis)
ABSTRACT: In this paper, we present two Roman funerary inscriptions from Cañada del Hoyo (Cuenca),
in the territory of the ancient city of Valeria. The first one is a stele mentioning Boutius, a local inhabitant
belonging to the Ebura(n)cicum gentilitas. The second one is a parallelepiped coming from the mausoleum
where Lucius Aemilius Terentianus was buried. Its text suggests that it was funded by two of his freedmen.
KEY WORDS: Roman inscriptions, Valeria territory, Conventus Carthaginiensis, Hispania Citerior.
a Universidad Complutense de Madrid.
marcebri@ucm.es
Recibido: 11/12/2013. Aceptado: 04/03/2014.
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R. Cebrián Fernández
1. INTRODUCCIÓN
El municipio de Cañada del Hoyo se sitúa en la zona nororiental de la provincia de Cuenca, en el territorium
de la ciudad de Valeria (Valera de Arriba), fundada muy probablemente por el procónsul de la Hispania
Citerior, Quinto Valerio Flaco, en 93-92 a.C. La mención a la r(es) p(ublica) Val(eriensis) en el epitafio
del auriga Ael(ius) Hermerotus muerto en Ilici (CIL II 3181), la presencia de quattorviri (CIL II 3179 y
AE 1987, 666 y 667) y la adscripción de sus ciudadanos a la Galeria tribus (AE 1987, 667 y Rodríguez
Colmenero, 1982: nº 92, 235) evidencian que la ciudad había obtenido el rango municipal, posiblemente
ya en época augustea. A partir de ese momento se inicia un proceso de monumentalización que concluyó
a finales del siglo I y que dotó a la ciudad de un gran espacio público, formado por una plaza rodeada
de pórticos y de algunos edificios administrativos como la basílica y la construcción de un gran ninfeo
(Fuentes y Escobar, 2003: 229-244).
El espacio geográfico que configura el territorio de Valeria, principalmente entre los ríos Júcar y Cabriel,
articuló en época romana la red viaria que comunicó la costa mediterránea con el interior, hacia Complutum y
hacia el norte, en dirección al valle del Ebro y a Caesaraugusta. La ciudad en territorio celtíbero (Ptolomeo,
II. 6, 58) fue adscrita al conventus Carthaginiensis dentro de la provincia Hispania citerior (Plinio, NH. III.
3, 25) y colindaba con los territorios de Ercavica al norte, Segobriga al oeste, Edeta al este, con un probable
municipium ignotum detectado epigráficamente (Cebrián, 2000: 50‐51 y Gimeno, 2008: 264) en la zona de
Requena-Utiel al este, y con la zona epigráfica de La Manchuela albacetense al sur1 (fig. 1).
Fig. 1. Dispersión de los hallazgos epigráficos en el área de Valeria y posible trazado de las vías de comunicación.
1 Sobre la ubicación de Egelasta en la parte oriental de Albacete, Abascal, 2013b: 13-34.
APL XXX, 2014
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Dos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo
377
El conjunto epigráfico de Valeria y su territorio se sitúa en torno a las 130 inscripciones (Gimeno, 2009:
165). Las inscripciones funerarias superan ampliamente a las de carácter honorífico y entre aquellas son
las estelas el soporte epigráfico más repetido (Abascal, 1998: 133 y Gimeno, 2009: 166), en ocasiones con
retrato esquematizado del difunto en campos epigráficos donde la cabeza y el cuello se sugieren en su parte
superior (Gimeno, 2008: 268).
Hasta la fecha desconocíamos la existencia de inscripciones en Cañada del Hoyo, aunque en los
municipios cercanos de Reíllo, Carboneras de Guadazaón y Arguisuelas los hallazgos epigráficos son más
frecuentes. Del tramo medio del río Guadazaón proceden trece inscripciones de carácter funerario2 y una
dedicación al dios Iupiter (Abascal, 1999: nº 2, de Arguisuelas).
Los dos epígrafes que presentamos en este trabajo tienen carácter funerario y debieron situarse en las
necrópolis de algunas villae del ager Valeriensis, situadas al pie de la vía que se dirigía a Caesaraugusta
desde Saltigi, y cuyo trazado está descrito en la vía 31 del Itinerario de Antonino (Palomero, 1987: 158178 e ídem, 2001: 303-332). El primer texto se cinceló sobre una estela de cabecera semicircular y campo
epigráfico rebajado y sirvió como elemento señalizador del lugar de sepultura del indígena Boutius; el
segundo, corresponde a un paralelepípedo destinado a formar parte de la construcción de un mausoleo en
el ámbito rural, dedicado a Lucius Aemilius Terentianus por sus dos libertos.
2. MONUMENTO FUNERARIO DE BOUTIUS
Se trata de una estela de cabecera semicircular, tallada en piedra arenisca de producción local. Sus
dimensiones son [48,5] x 40 x 28 cm. La cara frontal y laterales están alisadas, mientras que la cara
posterior aparece simplemente desbastada. Contiene tres líneas de texto escritas de forma tosca. El campo
epigráfico mide 22 x 32,5 cm y está delimitado por un rebaje. La altura de las letras en la 1ª y 2ª línea es de
4,5 cm y de 4 cm en la 3ª. La letra I d la 1ª línea mide 9 cm; la letra B de la 2ª mide 3,5 cm; el trazo vertical
de la R mide 9,3 cm. En la 2ª y 3ª línea, las E están escritas con dos trazos verticales. Las interlineaciones
miden 0,5 y 0,8 cm. No se aprecian interpunciones.
Se conserva junto a una vivienda en el lagunillo Las Cardenillas en el término municipal de Cañada del
Hoyo, aunque está tramitándose el expediente administrativo para su traslado al Museo de Cuenca (fig. 2).
El texto se conserva completo y dice:
Boutiu(s)
Eburacicuṃ
h(ic) s(itus) est
1. Al final de la línea se aprecia parte de un trazo vertical, que parece corresponder a un arañazo, aunque
hay espacio para cincelar una letra, no se aprecian restos del cincelado de una S.
2. al final de la línea, se aprecia el trazo vertical inicial de una M.
La onomástica indígena del difunto no sorprende en esta zona de la Celtiberia, con un importante
substrato indoeuropeo. El nombre Boutius es muy abundante en la Lusitania (Untermann, 1965: 72-73,
mapa 18; Navarro y Ramírez Sádaba, 2003: 117-119, mapa 60), aunque también está atestiguado en el sur
de Portugal, en territorio de los Vettones (Salinas, 1994: 290) y de los celtíberos. J. M. Abascal (1994: 302304) recoge las menciones de Boutia/-us en las inscripciones latinas de Hispania, que con 83 testimonios
ocupa el nº 20 de los cognomina documentados y el nº 4 en la serie de antropónimos indígenas.
La gentilidad Eburacicum/ Ebura(n)cicum es la primera vez que aparece como tal en la epigrafía
hispana. El grupo suprafamiliar al que perteneció Boutiu(s) deriva del nombre indígena Eburacus/
Eburancus a través del sufijo -icum. El antropónimo Eburanco, derivado del nombre personal Eburus,
2 Rodríguez Colmenero, 1982: nº 46, 53 a 57 y 95, de Reíllo; nº 48, 50 y 51, Rodríguez Colmenero, 1983: nº 7 y CIL II 3007, de
Carboneras de Guadazaón y Abascal, 1999: nº 1, de Arguisuelas.
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378
R. Cebrián Fernández
Fig. 2. Estela de Boutius.Fotografía R. Cebrián, 2013.
mediante el sufijo -nco (Ramírez Sánchez, 1999: 214-216, con la bibliografía anterior) está atestiguado
en la estela funeraria de un ciudadano romano de la gens Iulia hallada en Siruela en la provincia de
Badajoz (CIL II2 7, 873 y Abascal, 1994: 349) y en otra estela de Dombellas (Soria) con mención a
Ant(onius) Addius Eburancus (CIL II 2785 y Ramírez Sánchez 1999, 447-449), donde aparece como
nombre personal. Junto a estos testimonios, Eburanco es el nombre del grupo de parentesco al que
perteneció el también ciudadano romano Lucius Terentius Paternus (CIL II 2828 de San Esteban de
Gormaz).3
Los grupos familiares indígenas están atestiguados en la epigrafía de Valeria y su territorio, aunque con
escasos testimonios, como la mención a la gentilidad Caeboq(um) en la estela funeraria de Felix (Rodríguez
Colmenero, 1982: nº 39). La alusión a la estructura familiar indígena coexistirá con la romana en las
inscripciones alto-imperiales de esta zona de la Celtiberia, aunque con predominio de la onomástica latina
(Gimeno, 2009: 175-176).
La forma del soporte, el empleo de la fórmula funeraria hic situs est y el nombre del difunto en
nominativo aconsejan una datación temprana para la inscripción, en la primera mitad del siglo I d.C.
3 Sobre la problemática de alusión al nombre del grupo de parentesco mediante un genitivo de plural teminado en -on/-om, vid.
Villar, 1995: 109-115 y Ramírez Sánchez, 2007: 1161-1168. En relación a las variantes epigráficas de mención al nombre de
familia en la Celtiberia, puede verse Ramírez Sánchez, 2003: 15.
APL XXX, 2014
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Dos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo
379
3. MONUMENTO FUNERARIO DE LUCIUS AEMILIUS TERENTIANUS
Paralelepípedo de dirección vertical con texto funerario enmarcado con un rebaje. La pieza se conservaba
en la esquina de una construcción en la finca Los Oteros, en el término municipal de Cañada del Hoyo, en
la vega del río Guadazaón, a siete km al noreste de la población, donde fue fotografiada en 2002 durante
los trabajos de prospección arqueológica desarrollados para la realización de la carta arqueológica del
municipio. Durante la visita realizada a finales de 2013 la pieza no se localizó, al haber sido arrancada de
aquella ubicación (fig. 3).
Se desconoce su lugar de conservación actual. Los únicos datos con los que contamos para la descripción
del soporte son sus dimensiones aproximadas, inferidas del hueco dejado en la esquina de la construcción
tras su extracción. La pieza medía circa 60 x 60 x 45 cm.
La superficie sobre la que se talló el texto epigráfico está pulida, mientras que el resto de la cara frontal
está alisado, apreciándose las huellas del cincelado. La escritura empleada es la libraria y la ordinatio
cuidada, aunque se observan ciertas deficiencias en la distribución del texto, pues el artesano local que
lo cinceló se vio obligado a cortar algunas palabras por problemas de espacio y a continuarlas en el
renglón siguiente y, por otro lado, al dejar mucho espacio libre entre el nomen y el cognomen de la persona
mencionada en la tercera línea tuvo que recurrir en el último renglón a abreviaturas para que le cupiese todo
el texto. Se empleó la interpunción triangular con vértice hacia abajo (fig. 4).
El texto se conserva completo, distribuido en seis líneas, y dice:
L(ucio) · Aemili(o) · Terentiano · an(norum) LVI
Aemili(a) · Atesta · et Aemilius
I(u)ventus liberti · patro(no) · opti(mo) · p(onendum) · c(uraverunt)
El texto menciona a dos libertos de Lucius Aemilius Terentianus, que costearon su sepultura, señalando
este hecho al final del texto con la fórmula epigráfica p(onendum) c(uraverunt). El empleo de esta abreviatura,
más habitual con el gerundivo faciendum, es frecuente en las inscripciones de carácter funerario, aunque
inherente a la epigrafía honorífica con mención a obras públicas costeadas por evergetas.
Fig. 3. Lugar en el que se
encontraba embutida la
inscripción funeraria de L.
Aemilius Terentus.
Fotografía R. Cebrián, 2013.
APL XXX, 2014
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R. Cebrián Fernández
Fig. 4. Bloque funerario de
L. Aemilius Terentianus
dedicado por sus dos libertos.
Fotografía M. A. Valero, 2002.
Entre las familias atestiguadas epigráficamente en Valeria no se documenta una gens Aemilia. De mayor
a menor frecuencia, se atestigua a los Fabii, Aelii, Pompeii, Valerii, Marii, Caecilii, Antonii, Sempronii,
Grattii, Octavii, Cornelii y Lucilii (Gimeno, 2009: 176). Sólo en su territorio encontramos a un Aemilius
en Campillo de Altobuey (AE, 1999: 935 y corrección en Abascal, 2013a: 15-16 nº 2). Sin embargo,
el nomen Aemilius aparece muy distribuido en la Península Ibérica, ya desde época tardorrepublicana
(Abascal, 1994: 29-30, 67-72). En las ciudades cercanas de la costa levantina, la familia de los Aemilii
están representadas en Saguntum, donde alguno de sus miembros ocuparon magistraturas, como Lucio
Aemilio Gallo (CIL II2/14 349) y Lucio Aemilio Verano (CIL II2/14 350), y Edeta, por lo que es posible
que algunas de estas familias se desplazaran al territorio de Valeria por intereses económicos y fueran
propietarias de explotaciones agropecuarias.
El cognomen del patrono, Terentianus, derivado de gentilicio (Kajanto, 1982: 157), está bien atestiguado
en Hispania (Abascal, 1994: 525). Los cognomina de los libertos mencionados en la inscripción son de
origen latino, Atesta e I(u)ventus, que son desconocidos en los repertorios (pero cf. Atestia[na?], SolinSalomies, 1988; 297; Iuvenius o Iuventius, ídem, 1988: 347 e Iuventius, Abascal, 1994: 394).
La inscripción debe fecharse a finales del siglo II o primera mitad del III, atendiendo al tipo de letra y al
empleo de la expresión laudatoria patro(no) opti(mo) y la fórmula final p(onendum) c(uraverunt).
AGRADECIMIENTOS
Agradecemos a C. Rodríguez y C. Villar, del Servicio de Patrimonio de los Servicios Periféricos de Educación, Cultura
y Deportes de Cuenca (JCCM), la información facilitada sobre la existencia de estas dos inscripciones.
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Dos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 383-390
Francisco José PUCHALT FORTEA a e Isabel COLLADO BENEYTO b
Evidencias de traumatismos craneales
en la población cristiana de Gandía (Valencia)
RESUMEN: Se estudia un fragmento óseo procedente de la fosa común de la Iglesia de Santa María,
de la ciudad de Gandía, datado entre los siglos XV y XVII. El fragmento pertenece a un hueso frontal
que muestra dos fracturas adyacentes con hundimiento. Una de ellas afecta al techo del seno frontal. Se
aprecia superposición de los bordes de los fragmentos y sus características demuestran la existencia de
supervivencia y evidencian un orden secuencial de las dos fracturas.
PALABRAS CLAVE: cráneo, hueso frontal, fractura, seno frontal.
Evidences of cranial traumatism in the christian population
of Gandía (Valencia, Spain)
ABSTRACT: We have studied an osseus fragment from the common grave of the church Santa María, of
Gandía (Valencia, Spain), that was dated between XV and XVII centuries. The fragment belongs to a frontal
bone that shows in its right portion two adjacent fractures with collapse. One of them affects to the roof
of the frontal sinus. There are superposition of the fragments borders and their characteristics prove the
existence of survival and evidence a sequential order of the two fractures.
KEY WORDS: cranium, frontal bone, fracture, frontal sinus.
a
b
Servei Valencià de Salut. P.A.C. Massamagrell.
francisco.puchalt@uv.es
Servei Valencià de Salut.
icobe@alumni.uv.es
Recibido: 15/01/2014. Aceptado: 06/05/2014.
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F. J. Puchalt Fortea e I. Collado Beneyto
1. INTRODUCCIÓN
Se lamentaba el poeta: “De todos aquellos que llegaron a la puerta de la oscuridad y pasaron al
otro lado, ninguno volvió para decirnos el camino que hay que recorrer para encontrarla”. Esto es
intrínsecamente cierto, es un camino personal, propio de cada uno, con sus aciertos y errores. Pero a
lo largo de ese camino se van dejando huellas que permiten deducir no la dirección, pero sí como ha
sido este viaje.
Los restos esqueléticos y las huellas de traumatismos y enfermedades que sobre ellos encontramos
nos permiten una reconstrucción de cómo ha sido la existencia que sus poseedores en vida han llevado.
Poseedores que han sido los auténticos protagonistas de la Historia pues no son citados por ella pero sí la
han llevado a cabo viviendo y sufriendo, riendo y muriendo, en definitiva protagonizándola. Un cuidadoso
estudio aplicando los rigurosos métodos anatómicos y paleopatológicos así lo permite.
La pieza cuyo estudio se expone a continuación es una pieza esquelética proveniente del fossar de la
Iglesia de Santa María, en la ciudad de Gandía. Los restos y objetos acompañantes indicaron a los servicios
de arqueología que la datación de los mismos abarca desde el siglo XV al XVII de nuestra era.
2. MATERIAL Y MÉTODOS DE ESTUDIO
Para el estudio se usaron herramientas de medición de precisión con el cuidado adecuado a la fragilidad
de la pieza y al tamaño de los accidentes medibles (Olivier, 1960; Demoulin, 1986). Se utilizó también
un aparato de fotografía digital con capacidad de macrofotografía, para la documentación gráfica. La
metodología seguida es la clásica dentro de los estudios de restos esqueléticos:
- Determinación del sitio del hallazgo y tipo de enterramiento (Brothwell, 1987).
- Diagnóstico de especie, a partir de las características morfológicas y de textura de la pieza ósea a estudio,
para discriminar entre hueso animal y hueso humano (Miquel Feucht, 2000).
- Identificación de la pieza de acuerdo con las características morfológicas, con ayuda de atlas y guías
anatómicas de precisión (Testut y Latarjet, 1971; White, 2000).
- Mediciones de la pieza y de las alteraciones observadas, efectuadas con calibre de precisión (Brothwell,
1987).
- Documentación gráfica de la pieza por todos sus lados, usando una cámara digital de fotografía tanto para
la toma de imágenes generales como de los detalles a tener en cuenta.
- Descripción de las alteraciones observadas.
- Diagnóstico de las lesiones. Para el estudio y posible diagnóstico de las huellas de enfermar y traumatismos
varios se usaron las guías y libros más relevantes sobre paleopatología existentes, después de un buen estudio
anatómico, y básico, de la pieza objeto de interés (Steinbock, 1976; Campillo, 1977, 2000; Brothwell, 1987;
Thillaud, 1996; Aufderheide y Rodríguez-Martín, 1998).
3. RESULTADOS
Como se ha indicado, la pieza objeto de estudio proviene de la fosa-osario de la Iglesia de Santa María de
Gandía, de un enterramiento, por tanto, secundario. Las características de lisura y consistencia ponen de
relieve que es una pieza esquelética humana correspondiente a un sujeto de edad adulta.
La morfología revela que es un fragmento de hueso frontal, de forma cuadrada, más estrecho por su lado
izquierdo que por el derecho, formado por un tercio del hemifrontal izquierdo y la mitad del hemifrontal
derecho. Su borde anterior abarca la raíz del hueso frontal, poniendo al descubierto, por deterioro, la cavidad
del seno frontal derecho, permitiendo ver su interior. Sus dimensiones son:
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Evidencias de traumatismos craneales en la población cristiana de Gandía
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- 84 mm por su parte posterior.
- 66 mm por su parte anterior.
- 75 mm por su parte derecha.
- 78 mm por su parte izquierda.
4. HALLAZGOS PATOLÓGICOS
La superficie interna de la pieza ósea estudiada, llamada vítrea o tabla interna, es una superficie lisa, sin
más irregularidades ni relieves que las debidas a las inserciones de las menínges o cubiertas cerebrales en
forma de cresta longitudinal sagital y oquedad a mitad altura, correspondiendo a la que deja un corpúsculo
de Paccioni, proceso nada patológico (fig. 1).
La superficie externa, también llamada tabla externa (fig. 2), presenta una serie de hendiduras en la parte
derecha ósea anterior (parte derecha de la frente). En una proyección más aumentada se puede apreciar,
primeramente, un escalón relativamente grande, con trayecto de rotura en forma de fisura y a modo de
borde longitudinal, con hundimiento de la capa externa del hueso frontal a la izquierda de esa línea (según
vemos la imagen a la derecha nuestra), sin correspondencia alguna en la cara interna o capa vítrea. Este
hundimiento es de hasta 1,2 mm de desnivel en su porción más profunda (fig. 3) con respecto al hueso
normal de alrededor.
El reborde o fisura mide 18 mm de longitud. Es de borde engrosado, no cortante, cerrándose la unión
de los dos lados de la fisura con más tejido óseo y formándose también un reborde de hueso grueso sobre
el lado de la fisura más elevado correspondiente a la porción ósea menos hundida. No hay correspondencia
alguna con fisuras o hundimientos en la capa cerebral, interna o vítrea, del hueso frontal estudiado.
En la cavidad del seno frontal derecho se observa una fisura del techo del seno que se corresponde con
la porción final de la línea de fractura craneal acabada de describir (fig. 4).
Visto de frente el orificio de la cavidad sinusal, se aprecia como un escalón consecuencia de la
superposición del fragmento de hueso más hundido con el contiguo (fig. 5), coincidente con la fisura que se
veía en el techo de la cavidad del seno frontal.
Fig. 1. Pieza craneal vista por su cara interna, o cara
endocraneal.
Fig. 2. Pieza craneal vista por su cara externa. En la
porción inferior izquierda de la fotografía se observan
las líneas de fractura.
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F. J. Puchalt Fortea e I. Collado Beneyto
Fig. 3. Línea, o fisura, de fractura vertical.
Fig. 4. Fisura del techo del seno frontal derecho. La flecha
indica el trazo.
Hay otra porción de la tabla externa hundida, sin correspondencia con alteraciones de la capa cerebral,
interna o capa vítrea de la pieza. Está enmarcada por dos líneas de rotura horizontales que no dejan ver
nada de la capa esponjosa del hueso. El borde superior, en forma de fisura –arriba descrita–, alcanza el
reborde longitudinal del hundimiento más grande a mitad trayecto, rompiéndolo pero sin continuidad al
otro lado. Es de 9 mm de longitud y no tiene un canto vivo o afilado. No se ve hueso esponjoso en su
fondo (fig. 6, arriba).
La fisura inferior, también horizontal, es de un tamaño más pequeño, de escasos 7 mm y, al igual que la
anterior, no tiene canto vivo ni deja ver el hueso esponjoso a través de ella (fig. 6, porción inferior).
Este segundo hundimiento, enmarcado por estas dos fisuras horizontales, es de tan sólo 0,7 mm en su
parte más honda con respecto a la superficie de hueso normal circundante. Como en el anterior hundimiento,
no hay correspondencia con fisuras ni hundimientos en la cara cerebral, interna o capa vítrea, del hueso
frontal que se estudia.
Fig. 5. Encabalgamiento de las dos porciones óseas que
forman la fisura del seno y la línea de fractura en forma
de hendidura o fisura vertical. Indicado por la flecha.
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Fig. 6. Hendiduras o líneas de fractura, superior e inferior,
horizontales.
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El diagnóstico, por tanto: 1) dos hundimientos de la tabla externa tan solo de la parte derecha del hueso
frontal y tres fracturas-fisuras, a consecuencia de estos hundimientos, de la capa externa ósea; 2) fractura
del techo del seno frontal derecho por el hundimiento de la tabla externa y encabalgamiento de su borde
con la porción de hueso circundante.
Respecto a la causa, por el tamaño, la falta de comunicación y la integridad ósea de la parte craneal
del frontal, cara interna o vítrea, se puede asegurar que las lesiones fueron ocasionadas por contusiones,
afectando una de ellas al techo de la cavidad del seno frontal.
5. DISCUSIÓN
El hueso craneal es un hueso plano, cuya sorprendente resistencia le viene dada por su estructura: entre
dos capas finas de hueso compacto existe una capa de hueso trabecular esponjoso, a manera de estructura
reticular de panal de abejas usada en la construcción de puertas. Pesa poco y es muy resistente, amortiguando
mucho los traumatismos disipando su fuerza. En su parte anterior están inmersas las cavidades de los senos
frontales, a expensas de este hueso esponjoso, como muestran los libros de anatomía (Testut y Latarjet,
1971; White, 200). En el caso analizado no hay duda de este amortiguamiento, estando la lámina ósea vítrea
subyacente íntegra en los dos puntos de lesión.
No son fáciles de ver estas fracturas pues en un fragmento óseo las fisuras provocadas por el
hundimiento pueden se achacadas en un primer momento a deterioro post mortem. El hundimiento, por
otra parte, no es bien visible si no se fija el investigador mucho, después de pasar el dedo por encima y
notar que hay un desnivel.
Según lo visto, hay pocas dudas sobre el diagnóstico original acerca de esta pieza una vez localizados
los defectos. El individuo cuyo hueso frontal se estudia sufrió en vida dos traumatismos contiguos craneales
en forma de fractura-hundimiento de la tabla o capa externa craneal, con fracturas en forma de fisuras, como
consecuencia del hundimiento de la capa externa. Por esto mismo, se puede calificar los traumatismos que
las originaron como contusiones craneales relativamente leves, al no quedar afectado el interior de la caja
craneal (la capa interna subyacente está íntegra).
Las contusiones fueron hechas en vida y hubo supervivencia. Esto se pone de manifiesto por la ausencia
de astillamiento, el reborde engrosado de las fisuras y el no haber tejido esponjoso al descubierto en ninguna
de ellas. Estos detalles son característicos de una cicatrización ósea con sus procesos de reabsorción y
neoformación de hueso que exigen su tiempo, indicando que hubo supervivencia después de ocurridos los
traumatismos (Lacroix, 1972; Steinbock, 1976).
Un caso claro de fisuración y hundimiento, si bien parece un poco más pequeño que los aquí
mostrados, lo ofrece la lesión A del cráneo de la Cova de les Llometes, de Alcoy, estudiado por
Campillo (1977, 2000).
La morfología de las fisuras indica una secuencia temporal a la hora de producirse estos traumatismos.
La fisura horizontal superior, la fractura de la tabla externa, corta a la fisura longitudinal más grande pero no
continúa al otro lado, poniendo de relieve que la superficie más grande, la que tiene la fisura longitudinal,
más profunda, ya estaba hundida cuando se produjo el hundimiento enmarcado por esa fisura horizontal
superior y la horizontal inferior mas pequeña.
El techo de la cavidad del seno frontal ha sufrido, como consecuencia del primer traumatismo, el que
originó la fisura longitudinal, una fractura de su techo, habiendo una correspondencia entre el trazo final de
la fisura longitudinal externa y el trazo en forma de grieta longitudinal del techo del seno frontal (fig. 5).
En ningún caso se pone la cavidad sinusal en comunicación con la caja cerebral, tampoco hay fractura de
la capa ósea interna, o tabla interna.
El hundimiento representado por la fisura vertical (fig. 3), se solapa con la porción del hueso contiguo,
menos hundido (fig. 4).
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No puede confundirse estas depresiones con las fracturas craneales llamadas fracturas en pelota de
celuloide, ya que no hay abombamiento de la capa interna de la bóveda craneal y el aspecto externo no
parece, ni de lejos, de depresión de tipo esférico (Campillo, 2000).
6. CONCLUSIONES
Se estudia un fragmento de hueso humano procedente de la fosa-osario (enterramiento secundario) de la
Iglesia de Santa María de Gandía, identificado como una porción del hueso frontal. Comporta tres fisuras,
o roturas, correspondientes a dos hundimientos de la capa externa de la bóveda craneal, de las que la
fisura longitudinal, y hundimiento respectivo, es la primera en realizarse, trayendo como consecuencia un
encabalgamiento de las dos porciones óseas; y otra fisura en techo sinusal derecho, correspondiente con el
trayecto final de la primera fisura-rotura.
El proceso ocurrió en vida del individuo, habiendo supervivencia, reflejada por la remodelación de los
cantos vivos y ausencia de estructuras óseas esponjosas al descubierto. Al no estar afectada la capa craneal,
vítrea o interna, la lesión se atribuye a dos contusiones craneales cuya secuencia se puede establecer, siendo
la enmarcada por las dos fisuras horizontales la segunda en producirse.
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 389-400
Trinidad PASÍES OVIEDO a
La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia):
trabajos de conservación y restauración
para un proyecto expositivo
RESUMEN: Aunque la conservación in situ de estructuras arqueológicas es la alternativa idónea para evitar
la descontextualización de los restos, en ocasiones el conservador-restaurador se ve en la necesidad de
llevar a cabo operaciones de extracción y traslado a una nueva ubicación para garantizar su salvaguarda.
En el Laboratorio de restauración del Museo de Prehistoria de Valencia se ha realizado la intervención de
varios pavimentos, fragmentos de pintura mural, cerámica y otros materiales recuperados de la excavación
de la villa de Cornelius en l’Ènova (Valencia), con el fin de que formaran parte de una exposición temporal
inaugurada en noviembre de 2013. Entre los trabajos realizados destaca la investigación y aplicación de
algunos tratamientos más novedosos, respetando los criterios de reversibilidad y mínima intervención,
como son la fabricación manual de soportes ligeros para la restauración de fragmentos de opus tessellatum,
el sistema de montaje y reintegración de un pavimento romano de mármol basado en el empleo de gravillas
sueltas, y un método de anclaje mediante imanes en un conjunto de pintura mural.
PALABRAS CLAVE: Conservación-restauración, mosaico, materiales arqueológicos, exposición temporal.
The villa of Cornelius (l’Ènova, Valencia, Spain):
conservation and restoration works for an exhibition project
ABSTRACT: Although the in situ conservation of archaeological structures is the ideal alternative, it is
sometimes necessary carry out the process of lifting and moving the remains to a new location to ensure their
protection. In the restoration Laboratory of the Museum of Prehistory of Valencia we have worked on various
pavements, fragments of wall paintings, ceramics and other materials recovered during the excavation of
the villa of Cornelius in l’Ènova (Valencia, Spain), now integrated into one temporary exhibition opened in
November 2013. We emphasize the research and application of some new treatments following the criteria
of reversibility and minimal intervention, for example, manual making light supports for the restoration
of fragments of opus tessellatum, the mounting system and filling missing areas based on the use of loose
gravel on a Roman marble pavement and a method of anchoring mural fragments using magnets.
KEY WORDS: Conservation and restoration, mosaic, archaeological materials, temporary exhibition.
a Laboratorio de Restauración del Museo de Prehistoria de Valencia.
trini.pasies@dival.es
Recibido: 10/12/2013. Aceptado: 04/04/2014.
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390
T. Pasíes Oviedo
1. INTRODUCCIÓN
El trabajo del conservador-restaurador de materiales arqueológicos se inicia en el mismo momento del
hallazgo de los restos. Él es el encargado de analizar las condiciones en las que los distintos materiales
son recuperados y realizar el diagnóstico de daños para poder establecer el estado de conservación de las
piezas y, a partir de estos datos, desarrollar la propuesta de intervención más idónea en cada caso. En campo
arqueológico la actuación de un profesional en materia de conservación es indispensable para garantizar que
tanto las estructuras arquitectónicas (pavimentos, revestimientos, etc.) como los objetos descubiertos, van
a recuperarse evitando el traumatismo que implica cualquier trabajo de exhumación, donde los materiales
estarán expuestos a cambios traumáticos que pueden hacer peligrar su integridad. Suya es entonces la
responsabilidad de conseguir que la adaptación de los materiales a su nuevo ambiente de conservación
se realice de forma controlada y de establecer los protocolos necesarios para que los restos puedan ser
consolidados, recuperados, extraídos, transportados e intervenidos con las garantías que se exigen.
En esta ocasión la historia se traslada al año 1993, con el descubrimiento de unos vestigios romanos
en una prospección arqueológica realizada en el yacimiento de Els Alters, en la localidad de l’Ènova
(Valencia), trabajos que proseguirían años más tarde con la excavación del solar, y donde se hallaron los
restos de una villa romana del siglo II-III d.C. propiedad de Publio Cornelio Iuniani (Albiach y De Madaria,
2006). En el Laboratorio de restauración del Museo de Prehistoria de Valencia hemos participado en este
proyecto desde 2004 (fig. 1), cuando se realizaron los primeros trabajos de preservación y recuperación
de los restos que, durante los años posteriores, se han continuado con las labores de restauración dentro
del propio laboratorio, lo que ha supuesto la recuperación de un nutrido grupo de materiales, de los cuales
se han seleccionado aquellos más representativos para formar parte de la exposición monográfica que en
noviembre de 2013 se inauguró en el museo.
Fig. 1. Limpieza mecánica de un
fragmento de inscripción.
2. LA INTERVENCIÓN SOBRE LAS ESTRUCTURAS ARQUEOLÓGICAS
La conservación in situ de los restos hallados en una excavación arqueológica es, sin duda, la alternativa más
adecuada para garantizar la correcta preservación de toda la información que los materiales nos pueden aportar
y evitar así su descontextualización. Obviamente no nos referimos con ello a los objetos muebles (piezas
cerámicas, metales, material pétreo o restos óseos, entre otros) que habitualmente se descubren y recogen de una
zona arqueológica, para posteriormente ser estudiados y depositados en los museos. Este comentario se dirige
especialmente a los bienes inmuebles, entre los que podemos destacar estructuras, pavimentos o revestimientos,
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La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
391
que forman parte indisoluble de un entorno arquitectónico que difícilmente se comprende fuera de su contexto
original. Y cuando hablamos de conservación in situ no aludimos únicamente a la decisión de no extracción de las
estructuras, sino al desarrollo de un proyecto de puesta en valor a largo plazo del área arqueológica que incluya
no solo los trabajos de restauración, acondicionamiento o difusión, entre otros muchos, sino que prevea unas
medidas de mantenimiento periódico constante que aseguren la perdurabilidad de los restos. Así ha sido defendido
por instituciones como el ICAHM y el ICOMOS en la Carta para la protección y la gestión del patrimonio
arqueológico que se presentó en Lausana en 1990, donde en su artículo 6 se cita: “Conservar in situ monumentos
y conjuntos debe ser el objetivo fundamental de la conservación del patrimonio arqueológico. Cualquier traslado
viola el principio según el cual el patrimonio debe conservarse en su contexto original”.1
Esta es la teoría que defienden los profesionales de la conservación-restauración. Pero a menudo la
teoría choca frontalmente con la realidad y la alternativa de la conservación in situ no es factible cuando
se entremezclan problemas que escapan a nuestro control. La villa de Cornelius de la localidad de l’Ènova
es uno de estos casos en los que la extracción de diversas estructuras no admitió discusión, debido en
esta ocasión a las condiciones de urgencia que apremiaron el desarrollo de los trabajos de excavación a
consecuencia del paso por la zona de una línea del tren de Alta Velocidad, lo que obligó también al posterior
recubrimiento de toda el área arqueológica. Es por ello que, entre los materiales que se tuvieron que sacar
de su contexto original para ser depositados en el Museo de Prehistoria de Valencia, se incluyeron un
pavimento de mármol y diversos fragmentos de opus tessellatum policromos, así como restos de pintura
mural, que formaban parte del repertorio decorativo de algunas de las estancias de la domus. Describiremos
a continuación cuáles han sido los distintos procesos de intervención que se han realizado sobre algunas de
estas piezas desde el momento de su hallazgo hasta su exhibición.
2.1. Pavimentos
Una de las piezas más reseñables de todo el conjunto es el suelo de mármol que pavimentaba el que se
considera dormitorio principal de la vivienda (fig. 2, a). Sus medidas aproximadas son 6,24 x 4,76 m, y
lo conforman placas de mármol procedente de la cantera de Buixcarró (Xàtiva-Barxeta) (Rodà, Àlvarez
y Doménech, 2010), en colores beige, ocres, rosados y negros, de diversos formatos, la gran mayoría
rectangular o cuadrangular, creando dos zonas decorativas bien diferenciadas. Los mármoles se asentaban
sobre una base de mortero natural, donde se han podido diferenciar dos estratos con presencia mayoritaria
de calcita entre un 70% y un 80%, conteniendo también cuarzo, dolomita y sólidos amorfos (Sánchez y
Gómez, 2013), sin observarse la presencia de los típicos fragmentos de piedra o cerámica que sirven de
asentamiento y nivelación a las lastras de mármol y que caracterizan la técnica de fabricación de los opus
sectile (Pasíes y Mai, 2008). En cuanto al estado de conservación del conjunto es evidente el elevado
grado de fragmentación de los mármoles. También reseñar la presencia en el pavimento de muchas zonas
afectadas por el fuego provocado por hogueras que, posiblemente, corresponderían con la fase final de
ocupación de la villa, siendo precisamente en algunas de estas áreas donde se localizan las principales
lagunas en el pavimento. Por último destacar que las piezas se descubrieron cubiertas de una dura y espesa
capa de concreción de tipo calcáreo.
Para llevar a cabo la extracción se realizó una primera limpieza de los restos terrosos y se protegió el
pavimento con gasas adheridas con cola vinílica, sobre las que se colocó un soporte rígido de poliestireno
estrusionado cortado a medida de cada módulo y convenientemente numerado (fig. 2, b). Con el pavimento
en placas (un total de 230), ya trasladadas a las dependencias del Museo de Prehistoria, las labores de
1
http://www.international.icomos.org/charters/arch_sp.pdf [consulta: 9/8/2013]. Dos años más tarde, en 1992, esta recomendación
también se recoge en el Convenio Europeo sobre la Protección del Patrimonio Arqueológico llevado a cabo en La Valetta
(Malta), que fue ratificado por España en 2011: http://www.boe.es/boe/dias/2011/07/20/pdfs/BOE-A-2011-12501.pdf [consulta:
9/8/2013].
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T. Pasíes Oviedo
Fig. 2. (a) Vista general del
pavimento de mármol tras
el hallazgo; (b) proceso de
extracción: engasado, colocación
del refuerzo de poliestireno y
numeración de los módulos.
restauración en el Laboratorio se prolongaron por un periodo aproximado de 4 años, con al menos dos
técnicos trabajando de forma exclusiva. A la limpieza por el reverso de los restos de morteros originales ya
disgregados siguieron las operaciones por el anverso, que se iniciaron con la eliminación de los materiales de
protección colocados para el arranque y se continuaron con los tratamientos de limpieza previa, realizados
de forma paralela a la reconstrucción y montaje con adhesivo de las placas fragmentadas (fig. 3).
Para la eliminación de las duras concreciones calcáreas se empleó un sistema de microproyección
de distintos abrasivos a bajas presiones (oxido de aluminio, microesferas de vidrio o piedra pómez),
cuya elección vino determinada por las características específicas del material pétreo y su estado de
conservación, proceso tras el cual se aplicó un acabado final de protección (silicato de etilo Estel 1000
al 50% en White Spirit).
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La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
393
Fig. 3. Fases de
limpieza y montaje de
las placas de mármol.
En cuanto al sistema expositivo del conjunto se planteó una propuesta poco invasiva y reversible, que
propone el montaje del pavimento a modo de puzzle sobre una base de arena que sirve para compensar los
distintos espesores de los mármoles (fig. 4, a). Posteriormente se abordó el tratamiento de reintegración de
lagunas, optando por el empleo de gravillas sueltas de diferentes tonalidades (fig. 4, b), que recreaban no
solo el color sino la textura de la piedra, logrando un efecto visual que armonizaba con el original, y que ya
habíamos utilizado con éxito en anteriores intervenciones sobre mosaicos (Pasíes, 2012: 127-128).
Aparte de este pavimento, se hallaron algunos restos dispersos de mosaico teselado con decoración
geométrica y algunos motivos vegetales policromos en una de las estancias anexas al dormitorio principal
(fig. 5). Los fragmentos fueron también extraídos y trasladados al museo para su restauración, que consistió
en la colocación de un nuevo soporte de materiales ligeros, en este caso un estratificado de aluminio, fibra
de vidrio y resina, fijado al reverso de las piezas con un mortero natural compatible con los materiales
originales, compuesto por cal hidráulica natural pura NHL de Saint-Astier y una mezcla de inertes naturales
de bajo peso específico, previa preparación del soporte rígido con una base de perlita adherida con resina
epoxídica, para garantizar el agarre del nuevo mortero. Las labores de restauración continuaron entonces
por el anverso, con la limpieza de las teselas para eliminar la capa de incrustación que ocultaba los diseños
originales.
Finalmente se ha intervenido también otro pequeño fragmento de opus tessellatum policromo con
decoración de motivos vegetales y con un pajarillo. En este caso se llevó a cabo un trabajo de investigación
en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia2 para la realización de un nuevo soporte móvil
reversible fabricado manualmente ex profeso para la pieza, con un sistema estratificado de fibra de carbono
con nido de abeja de aluminio, realizado al vacío, que se acoplaba perfectamente a las irregularidades de
la pieza por el reverso, lo que nos permitió poder conservar los restos de mortero original, minimizando
además el peso del conjunto (fig. 6 y 7).
2
Esta intervención fue realizada en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia y forma parte de un trabajo
de investigación presentado en el Máster en Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la misma Universidad
(Fayos, 2012).
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T. Pasíes Oviedo
Fig. 4. (a) Montaje del pavimento
sobre una base de arena;
(b) reintegración de lagunas con
gravillas sueltas de diferentes
tonalidades.
Fig. 5. Restos del mosaico en opus
tessellatum que decoraba una de las
estancias de la domus.
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La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
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Fig. 6. (a) Fragmento de opus
tessellatum in situ;
(b) colocación por el reverso
de un estrato intermedio de
mortero natural;
(c) fabricación a medida
sobre el original de un nuevo
soporte estratificado de fibra
de carbono y nido de abeja
de aluminio: superposición
de las diferentes capas,
colocación de la resina y
aplicación del vacío.
Fig. 7. Fragmento de opus
tessellatum, ultimada la
intervención, en una de las
vitrinas de la exposición.
2.2. Restos de pintura mural
En diferentes estancias de la villa se descubrieron in situ y como material de derrumbe diversos fragmentos
de pintura mural, con diferentes diseños y policromías, que formaban parte del repertorio decorativo de las
distintas estancias. De los restos descubiertos se seleccionaron para formar parte de la exposición aquellos
más representativos, y se realizaron en el laboratorio las operaciones de limpieza superficial y consolidación
de morteros originales (fig. 8). Tras practicar diversas pruebas (Del Ordi, 2011), la eliminación de las
incrustaciones calcáreas que cubrían parte de la capa pictórica se llevó a cabo mediante una combinación
de la acción mecánica (bisturí bajo lupa binocular) con la reacción química (gel de ácido cítrico al 2%).
Finalmente se aplicó como protección una capa de Paraloid B72 al 2’5%. Por el reverso el mortero original
fue consolidado con un producto inorgánico a base de nanopartículas de cal (Nanorestore).
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T. Pasíes Oviedo
Fig. 8. Intervención sobre algunos
fragmentos de pintura mural: proceso
de limpieza mediante la aplicación
de empacos.
Aparte de estos fragmentos de pequeño formato, el revestimiento pictórico más reseñable es el que
apareció in situ en el dormitorio principal de la casa, la misma estancia que se hallaba pavimentada con
el suelo de placas de mármol al que ya nos hemos referido anteriormente. Se trata de un conjunto de
cinco fragmentos de pintura mural asociada a un zócalo de mármol, con sencilla decoración a bandas. La
superficie de la pintura presentaba duras concreciones calcáreas, algunas pérdidas puntuales de película
pictórica y pequeñas grietas.
En 2004, cuando se descubrieron las piezas, se realizaron in situ los primeros trabajos de urgencia
que incluyeron una primera fase de limpieza, así como el arranque del revestimiento con un sistema de
bloque rígido (protecciones con papel japonés, gasa y espuma de poliuretano) para inmovilizar el conjunto
y proceder a su traslado al museo.
Ya en el laboratorio el trabajo consistió en la intervención definitiva de conservación y restauración
(fig. 9), que en un principio se llevó a cabo con el mismo protocolo aplicado a los fragmentos sueltos
anteriormente citados en lo referente a los tratamientos de limpieza y de consolidación. Sin embargo
en este caso se tuvo que diseñar un sistema específico para su presentación en la exposición, donde se
recrearía la habitación junto al pavimento de mármol (fig. 10). Se planteó entonces una alternativa no
invasiva de nuevo soporte, donde la sujeción de los distintos fragmentos se realiza simplemente a través
de imanes que nos garantizan la reversibilidad del proceso y minimizan la intervención sobre los estratos
de mortero original, descartando los inconvenientes asociados a la aplicación tradicional de un panel
rígido por el reverso.3
3. LA INTERVENCIÓN SOBRE LAS PIEZAS MUEBLES
Aparte de los revestimientos y pavimentos que fueron extraídos y trasladados al laboratorio para su
restauración, los trabajos han incluido también un nutrido grupo de piezas y objetos que se convierten
en los testigos materiales a través de los cuales obtenemos datos fundamentales para contextualizar la
villa y comprender su desarrollo. Recipientes cerámicos, metales, piezas fabricadas en hueso, objetos de
piedra, son solo algunos de los restos de la cultura material que identifican este yacimiento arqueológico
de Els Alters.
3 Intervención realizada en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia gracias al trabajo de investigación presentado
en el Máster en Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la misma Universidad (Zincone, 2012).
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La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
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Fig. 9. (a) Conjunto de pintura mural con zócalo de mármol tras su descubrimiento; (b) pruebas de limpieza
realizadas sobre la superficie pictórica; (c) colocación por el reverso de los imanes que servirán para el montaje en
vertical de los fragmentos durante la exposición temporal.
Fig. 10. Vista general del conjunto pictórico tal y como fue colocado en la exposición.
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T. Pasíes Oviedo
Fig. 11. Intervención en el laboratorio de unas piezas de
cerámica sigillata.
Fig. 12. Caja nido para la conservación y el almacenaje
de un conjunto de metales hallados en la villa.
Las piezas seleccionadas para conformar la muestra expositiva han sido intervenidas en diferentes
fases, incluyendo principalmente las operaciones de limpieza, consolidación y reconstrucción formal,
realizando solo la reintegración de lagunas en los casos puntuales en los que esta se consideró necesaria.
Fragmentos de cerámica sigillata y común, agujas de hueso, inscripciones, molduras, umbrales y otros
elementos arquitectónicos en mármol, etc., son algunas de las piezas sobre las que se ha llevado a cabo una
intervención directa para recuperar su lectura (fig. 11).
Finalmente destacar los trabajos de conservación preventiva desarrollados sobre algunos de los conjuntos
tratados. Se ha diseñado un sistema de embalaje que intentara garantizar las condiciones ambientales idóneas
para la conservación de los objetos, así como asegurar su mínima manipulación y permitir un fácil acceso
y una rápida localización de los restos (fig. 12). Para ello se construyó a medida cajas nido fabricadas con
materiales inertes (cartón de conservación y espuma de polietileno), reguladas contra un exceso de humedad a
través de un material absorbente (Prosorb, perlas de gel de sílice). En las cajas, convenientemente etiquetadas
e identificadas, se colocan los restos agrupados por conjuntos, principalmente los materiales óseos, vítreos y
metálicos, que son los que requieren de un mayor control ambiental (Pasíes, 2014).
4. CONCLUSIONES
Son numerosísimos los restos arqueológicos que se extraen año tras año de diferentes excavaciones
arqueológicas, creando lo que algunos han llegado a denominar un peso muerto del pasado que de forma casi
incontrolada se almacena en nuestros museos. Pocos serán los que nuevamente puedan volver a ver algún
día la luz para ser referentes en alguna investigación, y mucho más escasos aquellos afortunados que podrán
mostrarse flamantes al espectador, observándoles desde la vitrina de una exposición. Por eso no podemos
dejar de estar satisfechos porque una villa tan interesante como la villa de Cornelius de l’Ènova pueda
presentarse finalmente ante el público y, con ella, todo el trabajo de una larga lista de profesionales que se
han dedicado de forma incansable para hacer posible este proyecto. Un proyecto que, a nivel profesional,
ha sido tremendamente enriquecedor, ya que ha permitido investigar nuevas alternativas de intervención
sobre diferentes tipos de materiales, con resultados satisfactorios que pueden servir de base en ulteriores
investigaciones aplicadas a otros materiales. Metodologías que, por otra parte, se basan en el respeto al
original, el cumplimiento del requisito de compatibilidad en la elección de los productos empleados y
la observación de los criterios de reversibilidad y mínima intervención, que se consideran ejemplares en
cualquier tipo de actividad restauradora (fig. 13).
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La villa de Cornelius (l’Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración
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Fig. 13. Fotografía general de la sala donde se exponen los pavimentos y revestimientos que decoraban algunas de las
habitaciones de la domus.
Han sido muchos los esfuerzos invertidos para conseguir este objetivo, tantos como el tiempo, el personal
y las infraestructuras necesarias. Y mucha la ilusión de que las piezas pudieran recuperar su esplendor y ver
finalmente la luz. Una luz que se apagó para ellas cuando el área arqueológica quedó nuevamente enterrada
y que ahora, al menos de forma temporal, se ha logrado recuperar para nuestra sociedad.
AGRADECIMIENTOS
Nuestras palabras de agradecimiento a la directora del Museo de Prehistoria de Valencia, Helena Bonet, por su apoyo
y confianza, y en especial a los comisarios de la exposición Rosa Albiach, Elisa García-Prosper y Aquilino Gallego,
con los que hemos compartido durante años la ilusión por este proyecto. Igualmente a los profesores de la Universidad
Politécnica de Valencia Jose Luis Regidor y Pilar Soriano por cedernos sus instalaciones y enriquecernos con sus
conocimientos, gracias a los cuales pudimos llevar a término junto a Paola Zincone y Haydé Fayos dos trabajos de
investigación dentro del Máster de Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Gracias también al patrocinio
de la Generalitat Valenciana, a través de las ayudas para el fomento de la investigación científica de la Conselleria de
Educación, Cultura y Deporte. Y, cómo no, el agradecimiento a todos los profesionales, alumnos en prácticas y becarios
que han colaborado con su trabajo en el laboratorio durante estos años, y sin los cuales no habría sido posible sacar a la
luz esta exposición: M.ª Amparo Peiró, Carolina Mai, Paola Zincone, Manuel Moragues, Sheila Llano, Alejandra Nieto,
María Perales, Carmen Bouzas, Haydé Fayos, Isabel Casanova, Isabel Ferri, Ana Nieto, M.ª Amparo Clavell, Ana M.ª
Martínez, Elisa Lloret, Caterine Arias, Lucia Leitao, Virginia Zanon, Greta Briganty, Beatriz del Ordi, Sara Patrizio,
Laura Garofalo y Alia García. Igualmente al Archivo del propio Museo de Prehistoria, de donde hemos extraído toda la
documentación fotográfica mostrada en este artículo.
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400
T. Pasíes Oviedo
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APL XXX, 2014
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXX, Valencia, 2014, p. 401-418
Isabel IZQUIERDO PERAILE a, Clara LÓPEZ RUIZ b y Lourdes PRADOS TORREIRA b
Infancia, museología y arqueología.
Reflexiones en torno a los museos arqueológicos
y el público infantil
RESUMEN: Este trabajo presenta una reflexión sobre los museos arqueológicos y el público infantil desde un
planteamiento interdisciplinar, entre la investigación en arqueología y la práctica museológica. Concretamente
se analiza la exposición en el museo como espacio público que se articula a través de un discurso y se expresa
a través de una colección y distintos recursos museográficos. A partir de recientes líneas de investigación y
propuestas arqueológicas sobre la población infantil en las sociedades del pasado y desde conceptos museológicos
contemporáneos, que son más permeables a la representación de la sociedad en los museos, se plantean nuevos
retos y perspectivas en los museos arqueológicos actuales. Partimos de datos recientes sobre las audiencias en
museos para valorar esa necesaria proyección y visibilidad del público infantil en el relato de la exposición. Se
comentan, asimismo, diversos ejemplos de aplicación museográfica de estas ideas en diferentes recursos y soportes
de la instalación expositiva en museos arqueológicos y exposiciones temporales españolas de última generación.
PALABRAS CLAVE: Infancia, museología, arqueología, museografía, público, exposición.
Childhood, museology and archaeology:
Comments on the archaeological museums and children visitors
ABSTRACT: This paper presents a reflection about the archaeological museums and children visitors
from an interdisciplinary point of view, between the archaeological research and the museological practice.
Concretely the exhibition in the museum is analyzed as a public space that is articulated by means of an
script and it expresses across a collection and different museographical resources. From recent proposals
about archaeological research of children in past societies and from contemporary museological concepts,
more permeable to the representation of the society in the museums, we propose new challenges and
perspectives in the archaeological museums today. With recent statistics about museum audiences, we have
looked at the necessary projection and visibility of children visitors in the exhibition itself. We will examine
likewise some examples of the museographical application of these ideas on different exhibition elements
in some of the latest archaeological museums and temporary exhibitions in Spain.
KEY WORDS: Childhood, museology, archaeology, museography, audience, exhibition.
a
b
Secretaría de Estado de Cultura, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
isabel.izquierdo@mecd.es
Departamento de Prehistoria y Arqueología, Universidad Autónoma de Madrid.
clara.lopezruiz@uam.es | lourdes.prados@uam.es
Recibido: 15/10/2013. Aceptado: 26/03/2014.
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
1. PRESENTACIÓN: MUSEOS E INFANCIA 1
Esta reflexión sobre los museos arqueológicos y el público infantil se aborda desde un planteamiento
interdisciplinar, entre la investigación en arqueología y la práctica museológica, que se entrecruzan en la
exposición como espacio público articulado a través de un discurso y expresado a través de una colección
complementada con unos recursos museográficos. Nuevas propuestas en cuanto a la investigación de la
población infantil en las sociedades del pasado desde recientes planteamientos arqueológicos y conceptos
museológicos contemporáneos, más permeables a la representación de la sociedad, brindan conjuntamente
nuevos retos y abren perspectivas en los museos que custodian testimonios de la cultura material del pasado
de la humanidad, los museos de historia o de arqueología.
Los museos son, en general, instituciones culturales que desde su origen como templos del saber
reservado a unos pocos, han sufrido distintas transformaciones. En la actualidad tratan de convertirse en un
espacio integrador abierto a la sociedad, cada vez más compleja, cosmopolita y plural. Su nueva función
social propicia un proceso regenerador y una nueva dimensión pedagógica. Este proceso fue y sigue siendo
lento. Con el nacimiento de la denominada “Nueva Museología” se establecieron nuevos conceptos de
museo en relación con la comunidad. En este sentido cabe citar experiencias como los ecomuseos en
Europa y Canadá, los museos de barrio en Estados Unidos y los museos comunitarios en América Latina.
A partir de estos últimos, y aplicando los principios del denominado “museo integral”, nace el “museo
escolar”, ideado por Larrauri (Decarli, 2003: 9). El museo se materializa como un centro de educación
y de difusión cultural y patrimonial, capaz de transmitir una serie de valores universales al público que
lo visita, en especial el infantil. De esta manera, en su faceta más social, el museo puede convertirse en
una herramienta educadora en el respeto por el patrimonio y en la igualdad.2 Es necesario señalar que no
existe en los museos un tipo de público homogéneo sino que este varía en cuanto a edad, educación, sus
propios intereses, formación, expectativas, etc. En este estudio nos centraremos en un segmento universal
de público de museos, el público infantil (4-12 años).
Si hacemos memoria, los primeros intentos por integrar al público infantil fueron protagonizados por los
museos norteamericanos, pioneros en este campo, debido a su proyección educativa. No podemos obviar
los ejemplos pioneros del Brooklyn Children’s Museum (Nueva York, 1899) o del Boston Children’s
Museum (1913). Asimismo los museos nórdicos –especialmente los escandinavos– formaron parte de
esa vanguardia educativa con la creación de museos al aire libre que trataban de acercarse a la cultura
popular. Sin embargo, los museos que tradicionalmente han tratado de aproximar sus colecciones al público
infantil han sido los museos científicos, esencialmente pedagógicos, que mediante la experimentación y la
manipulación, han acercado los procesos científicos, sobre todo a los más pequeños. Además, asistimos a
una gran oferta museística de instituciones cuya temática se encuentra en estrecha relación con el público
infantil, tales como los museos del juguete, de origen también norteamericano; de dinosaurios o del
ferrocarril que permiten una conexión directa con los visitantes más pequeños, convirtiéndose en destino
educativo, lúdico y turístico para familias y grupos escolares.
Como adelantábamos anteriormente, en este trabajo hemos fijado nuestra atención en el mundo infantil
partiendo también del análisis valorativo de las audiencias, para el caso de los museos españoles, teniendo
en cuenta los datos estadísticos del Laboratorio Permanente de Público de Museos (en adelante LPPM) de
1
2
Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación “La discriminación de la mujer: los orígenes del problema. La función
social y educativa de los museos arqueológicos en la lucha contra la violencia de género” (2013-2015), 035/12, financiado
por el Instituto de la Mujer (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad). El texto constituye una versión ampliada
de la contribución al Sixth International Conference of the Society for the Study of Childhood in the Past, Children and their
living spaces, Sharing spaces, Sharing experiences (2012 – Universidad de Granada), Sección Children’s places at museums,
organizado por M. Sánchez Romero (Prados, Izquierdo y López Ruiz, en prensa).
Destacar, en este sentido, las diferentes experiencias de integración y educación de un museo de nueva generación, Espacio
Interactivo Memoria y Futuro “PIPIRIPI” (La Paz, Bolivia).
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la Secretaría de Estado de Cultura.3 En esta relación entre los museos y el público infantil (segundo curso
de Educación Infantil y Educación Primaria), de edad inferior a 12 años, todavía queda un largo camino
por recorrer, en general, en los museos y, en particular, en los museos arqueológicos. Así por ejemplo, el
retrato robot de la composición general del público visitante en los museos estatales estudiados refleja un
70,5% de adultos y jóvenes en visita individual; tan sólo 8,2% de adultos y jóvenes en grupos escolares;
5,7% de adultos y jóvenes en otros grupos organizados; 10,5% de público infantil en visita familiar y
5,1% en grupo escolar. La cifra general de público infantil es de 15,6% en los museos estatales españoles.
En algunos museos arqueológicos se eleva significativamente esta media como en el Museo Nacional
y Centro de Investigación de Altamira (22,5%); en otros está ligeramente por debajo (14% del Museo
Arqueológico Nacional, antes de su cierre por obras). Llama la atención que, al menos hasta los 12 años, el
segmento de población infantil va al museo más en visita individual o familiar que en visita escolar. Parece
relevante recordar el valor de la percepción de la visita al museo como una actividad social. En el caso de
la visita familiar, la interacción social es un componente básico porque las criaturas indagan, preguntan y
las personas mayores responden, por lo que es importante que la propia exposición les facilite esta labor
de acercar el sentido de los bienes culturales a la experiencia infantil brindando y aportando respuestas
precisas. Se trata de evitar que la visita al museo sea una ocasión de aprendizaje fallida y, lo que sería aún
peor, que pueda generar una sensación de fracaso. Observar, preguntar, comparar, comentar, son acciones,
entre otras, que, cuando se comparten entre los miembros del grupo, pueden convertir la visita en una
experiencia muy gratificante y con gran capacidad de captación (AAVV, 2011: 72) (fig. 1).
Las visitas de grupos escolares a los museos estatales constituyen un 13,4% del total, de las cuales un
38,4% son visitas infantiles (de menores de 12 años). Desde esta media, hay una casuística diversa entre
los museos arqueológicos, por encima, como el caso del Museo de Altamira (15%) o por debajo, en el
caso del Museo Arqueológico Nacional (7,1%, insistimos, antes de su cierre al público). Es esclarecedora,
además, una mirada atrás a las estadísticas de público. En relación con otros estudios previos en los mismos
museos estatales (AAVV, 2011: 82) en los últimos diez años, en estos museos no se han captado visitantes
jóvenes que compensen el evidente y creciente envejecimiento general de los visitantes, por lo que se
Fig. 1. Público infantil
y museos arqueológicos.
Fotografía C. López Ruiz.
3
http://www.mcu.es/museos/MC/Laboratorio/index.html (cifras correspondientes a 2013).
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sugiere una serie de recomendaciones, que parece oportuno recordar, que compensen el escaso público
infantil y aumenten el atractivo de la visita en familia, tales como incrementar los servicios para realizar
esta visita de forma confortable y divertida; tener en cuenta el punto de vista infantil a la hora del diseño
de las exposiciones y las actividades; promover y promocionar la iniciación a la visita a museos como una
práctica cultural en familia y aumentar la oferta de actividades para el público infantil y familiar, de forma
que permita crear un hábito de visita en el futuro y un paulatino relevo generacional entre los visitantes,
entre otras (AAVV, 2011: 250). Complementariamente, a través de otra investigación promovida por el
LPMM acerca de qué imágenes se asocian a los museos (AAVV, 2013: 10) sabemos que un tercio de la
población no visita este tipo de instituciones nunca o casi nunca y que dicho segmento de la población
percibe taxativamente los museos como lugares no adecuados para ir con niños.
Estas son algunas consideraciones de partida sobre el público infantil que se han de tener en cuenta a
la hora de abordar el caso de los museos de arqueología. Los ejemplos y reflexiones que se presentan a
continuación se orientan desde la investigación arqueológica, fundamentalmente, del mundo prehistórico
y protohistórico, donde se ha avanzado sobremanera en la última década en estas líneas orientadas al
reconocimiento de los segmentos sociales tradicionalmente invisibles en el registro arqueológico, desde
distintos posicionamientos teóricos.
2. MUSEOS DE ARQUEOLOGÍA Y PÚBLICO INFANTIL
Los museos arqueológicos se nutren de cultura material, un activo esencial para el conocimiento humano
y un vehículo de comunicación excepcional. Los objetos “petrifican” experiencias pasadas, como evoca
Ballart (2012) en su reflexión sobre la construcción de significados de los objetos de museo. En ese sentido,
su potencial informativo y emotivo es elevado. Las colecciones arqueológicas se ordenan y articulan en
función del guión expositivo, que rara vez reconoce como protagonista al segmento de población infantil.
No debe sorprendernos comprobar cómo la infancia, en general, los niños pertenecientes a diversas culturas
geográficas o históricas, apenas están presentes en los discursos expositivos de los museos, dado que
asimismo resultan prácticamente invisibles en la propia investigación arqueológica (Brookshaw, 2010).
Llama la atención que, a pesar de saber que su presencia fue habitual en casi todos los espacios
cotidianos (la casa, el poblado, los espacios de trabajo, etc.), apenas se refleja su existencia en los estudios
realizados con metodología arqueológica. Este hecho supone una doble pérdida ya que su aproximación
a través de los restos de su cultura material podría paliar, en parte, su ausencia de los textos históricos
(McKerr, 2008). Pero, la falta de identificación precisa de sus huellas en el registro arqueológico no solo
tiene que ver con un problema metodológico sino también conceptual, que lo asemeja mucho a esa conocida
aparente invisibilidad de las mujeres. De hecho, en muchos casos, el interés por la infancia en los estudios
arqueológicos deriva de la propia evolución de los estudios de arqueología y género. Como parte de la
renovación metodológica de la investigación en arqueología de las últimas dos décadas, y sobre todo,
gracias a las tendencias postprocesuales que han hecho especial hincapié en la importancia del individuo
como agente social, se ha puesto en valor también la reflexión desde el género o la edad.
2.1. Los valores de la cultura material
Si hablamos de museos de arqueología o de historia –pero también podríamos plantear el caso de los de
antropología o etnografía– cuya colección se nutre fundamentalmente de cultura material, contamos con
objetos cargados de significado que pueden propiciar, además, el fomento de una serie de valores sociales
ya que, al margen de aspectos atractivos como la curiosidad, el romanticismo, la magia o el misterio por
el conocimiento del pasado, la arqueología, en palabras de G. Clark (citado en Ruiz Zapatero, 2010), hace
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ver la Historia desde una perspectiva amplia y promociona la solidaridad humana al ocuparse desde las
“grandes obras” a los restos de basura a través de fuentes directas, inmediatas; proporcionar evidencias
sobre identidades e inquietudes básicas de los seres humanos, permitiendo conectar con otros intereses y
materias, fomentar el respeto sobre el valor colectivo del patrimonio, y despertar la conciencia social frente
al racismo, la xenofobia o las desigualdades sociales. Esos fragmentos materiales del pasado representan
una materia prima sin igual, como vehículo de conocimiento y comunicación. A ello se une la creciente
presencia de la arqueología en la sociedad, en los medios de comunicación de masas, como fenómeno
reciente que se expresa asimismo a través de formatos, medios y soportes diversos (Ruiz Zapatero, 2012),
sin olvidar el lenguaje cinematográfico,4 así como distintas iniciativas de divulgación histórica on line.5
Partiendo, pues, de ese concepto de cultura material y del creciente interés de la sociedad por la
arqueología, parece oportuna una reflexión sobre cómo esos testimonios del pasado, son seleccionados,
preparados, documentados y presentados en el museo, adquiriendo un protagonismo dentro del discurso
expositivo que, en última instancia, refleja una visión del mundo y de la sociedad, visión que los faculta
para ser un órgano de cultura, un espacio de interpretación y de renovación (Grau, 2012). La selección de
las piezas y esa visión del discurso es clave, por tanto, para saber qué historia o historias se cuentan, qué
valores se transmiten, cómo se ordena el relato, quién se representa o es protagonista y quien se queda
fuera de la fotografía. Y desde este planteamiento, los museos arqueológicos, como espacios históricos
y de comunicación social, constituyen un medio para fomentar valores, para expresar ideas y también
para visibilizar segmentos sociales, tradicionalmente invisibles. La exposición permanente ofrece múltiples
posibilidades de sensibilización e interacción con el público visitante o el usuario del museo. En este ámbito
se brindan grandes oportunidades para ofrecer al público narraciones y discursos integradores donde
distintos grupos sociales y étnicos; grupos de género y también de edad pueden y deben estar presentes.
A propósito de quiénes son los protagonistas de la Historia y quién se ha quedado tradicionalmente fuera
de la foto, en otros textos de reciente publicación (Izquierdo, López y Prados, 2012; Prados, Izquierdo y
López, 2013) centrábamos nuestra atención en la necesidad de hacer presentes a las mujeres en los relatos
del pasado en los museos. Insistíamos en que las metas finales eran desterrar los tradicionales mensajes que
asimilan a los hombres con las tareas principales y a las mujeres con una actitud pasiva; explicar y expresar
que la división del trabajo –en su especialización sexual o de género– indica diferencia y no preeminencia o
jerarquización en las tareas por cada grupo, tal y como ha supuesto la arqueología tradicional y ha reflejado
la museología también tradicional; y, en síntesis, alejarnos de ese discurso de la invisibilidad, inferioridad o
escasa función social o importancia de las mujeres (Sada, 2010). Pues bien, en este texto centramos nuestra
atención en el público infantil desde su presencia o ausencia en la propia estructura y organización de
contenidos en el discurso arqueológico hasta la materialización del guión en las salas de exposición a través
de distintos recursos museográficos de apoyo a la colección. Partiendo de todo el potencial informativo
y comunicativo que la cultura material posee, consideramos a continuación algunas líneas temáticas de
interés en esta materia.
4 Un popular ejemplo, de producción made in Spain (2012) corresponde a una de las películas infantiles de animación de mayor éxito
en nuestro país Las aventuras de Tadeo Jones, protagonizada por un joven obrero que sueña con convertirse en un arqueólogoexplorador. Aunque cargada de visiones estereotipadas sobre el profesional de la arqueología y evidentes sesgos de género, destaca
el reconocimiento en los medios de la disciplina arqueológica, su popularidad y atractivo social. Su éxito entre el público infantil,
esencialmente, a partir de los cuatro años, ha animado a Mediaset España y Lightbox Entertainment a extender la fama de Tadeo a
la pequeña pantalla con la creación de la serie de animación Descubre con Tadeo, que con capítulos diarios de dos minutos y bajo
el asesoramiento de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), contribuye a la divulgación de la educación
y al conocimiento de la ciencia arqueológica.
5 Un ejemplo reciente es la publicación de la página web Pequeñeces de la Historia. Infancia, Arqueología e Historia para grandes
y pequeños (http://pequehistoria.com/index.html), un marco abierto para la divulgación arqueológica entre los más pequeños.
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2.2. Discurso arqueológico y representación infantil
A propósito del discurso general en los museos arqueológicos y de la representación infantil, cabe señalar
dos consideraciones previas que atañen, tanto al objeto, como al propio sujeto de la investigación, que
han repercutido negativamente en la investigación arqueológica de la población infantil en el pasado y,
consecuentemente, en la presentación de estas narrativas en los museos. En primera instancia, desde la
metodología arqueológica y el trabajo de campo, se ha de citar un problema de conservación de restos
arqueológicos. En el caso de la población infantil es posible que en muchos yacimientos los restos
materiales asociados a este segmento de edad no se hayan preservado por tratarse de materias primas
perecederas o restos más frágiles. En segundo lugar, es posible también que el personal investigador no
haya documentado este tipo de restos en la excavación porque no se hayan identificado como tales o por
el carácter general y efímero de las actividades realizadas por las criaturas (Wileman, 2005: 8), o incluso
porque sus intereses estratégicos en la investigación del yacimiento ni siquiera contemplen estos temas
vinculados al grupo social. Se puede decir que la producción científica hegemónica sobre el discurso y las
interpretaciones del pasado, el mainstream en arqueología, apenas ha considerado tradicionalmente estas
líneas de investigación, más que en los últimos años.
En este sentido, Lillehammer (2010) señala tres campos principales en los que se ha centrado la
denominada arqueología de la infancia: en el reflejo de cómo los niños y las niñas experimentan su propio
mundo; en el planteamiento de cómo son las relaciones que mantienen el mundo infantil y el adulto; y, por
último, en las explicaciones sobre cómo entienden los adultos el mundo infantil. De forma general podemos
destacar una serie de ámbitos temáticos generales de representación, con protagonismo destacado en el
discurso arqueológico, que pasan por el reestudio de la cultura material y las imágenes tradicionalmente
asociadas a la infancia y la revisión de actividades, funciones y contextos –de hábitat, funerarios y rituales–
con presencia infantil.
La cultura material tradicionalmente asociada a la esfera infantil es un claro ejemplo de cómo la
investigación arqueológica se desarrolla, en muchas ocasiones, con patrones preconcebidos. Así, nos
encontramos con que su representación suele limitarse a los juguetes (fig. 2). Se han considerado igualmente
Fig. 2. Cultura material e infancia.
Muñecas romanas del Museo de Albacete.
Fotografía C. López Ruiz.
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los objetos del mundo adulto miniaturizados y aquellos artefactos que pertenecen al cuidado de lactantes
o al grupo de primera infancia, correspondientes a la alimentación, el vestido y el adorno infantil. De este
conjunto, muchas veces enmascarado o perdido por su naturaleza orgánica, se han destacado, sin duda,
los juguetes. En palabras de Brookshaw (2010: 218) suponen la forma favorita que tienen los adultos de
representar la cultura material infantil. Estos objetos pudieron ser fabricados por los adultos o por los propios
niños. Los juegos nos permiten justamente una aproximación a su papel como mediadores entre el mundo
infantil y el adulto (Sánchez Romero, 2010). También permiten rastrear su utilización, como aprendizaje,
no solo de destrezas sino de roles y comportamientos, la forma de entender su comunidad, su territorio,
sus creencias e identidad, etc. De hecho, en muchas ocasiones dudamos del significado de las miniaturas:
¿Pueden ser juguetes elaborados por o para niños, como parte de procesos de aprendizaje, por ejemplo,
algunos útiles que pueden servir como instrumentos de trabajo, o las pequeñas cerámicas, posiblemente
elaboradas por los propios niños? ¿Se trata de una cuestión que viene definida y depende del contexto en el
que aparezca el objeto? Por ejemplo, una miniatura de una vasija en un santuario puede tener una lectura
simbólica –una miniatura sustituye el objeto en su tamaño real–; pero en un poblado su interpretación
podría vincularse al ámbito infantil. La cultura material nos abre, por tanto, a nuevos planteamientos sobre
la función y los significados de las piezas en función de la diversidad de sus contextos.
Las representaciones iconográficas infantiles, por otra parte, presentes en monumentos funerarios, exvotos
en los santuarios, cerámicas o pequeños objetos en los hábitats, etc. aportan, a pesar de su escasez en contextos
antiguos, gran cantidad de información. A través de estas imágenes podemos apreciar códigos identitarios
que se reflejan en la escala de representación, vestimenta, peinado, tocado, adorno, maquillaje, tatuajes, etc.
Algunos difícilmente pueden apreciarse en el registro arqueológico y pueden ser el medio de expresión de ritos
de paso entre una edad y otra, para definir categorías de edad como construcciones culturales. Así por ejemplo,
la apariencia femenina en el imaginario ibérico peninsular se muestra codificada mediante características
del vestido, peinado y adorno. Igualmente, aunque muy escasas, las imágenes del grupo familiar, donde se
juega con las escalas de representación, aportan una valiosa información. La mujer, junto al varón, aparece
representada en una escala equivalente entre sí y mayor respecto a otras representaciones juveniles o infantiles,
como parte del fenómeno de visibilización de relaciones sociales de las estructuras ciudadanas, presentes por
ejemplo en los santuarios ibéricos a partir del siglo III a.C. (Izquierdo, 2013).
Dentro de las tendencias temáticas de mayor alcance de la arqueología en los últimos años, cabe
destacar los análisis sobre las actividades de subsistencia y mantenimiento, la organización espacial de
los objetos y la definición de áreas de actividad, ámbitos en los que la población infantil ha jugado un
papel esencial, poco conocido no obstante y poco investigado, en todas las sociedades del pasado. Entre
las esferas de trabajo más importantes incluiríamos las vinculadas a las actividades de mantenimiento de
la comunidad, tales como la transformación y elaboración de alimentos, el cuidado de los miembros de
la comunidad, la realización de ciertas artesanías como elaboración de la cerámica, cestería, tejido, etc.
(González Marcén et al., 2007; Sánchez Romero, 2007 y 2008a y b). Y en dichas actividades, sin duda, los
niños y las niñas tendrían un importante protagonismo (Králik et al., 2008). Lo mismo podríamos decir de
cualquier otra actividad decisiva para la comunidad y que requiriera un proceso de aprendizaje como la
caza, la elaboración de utillaje lítico, etc. Por ejemplo, la caza en las sociedades prehistóricas sería una labor
de grupo en la que intervendría toda la comunidad: varones, mujeres, población infantil y anciana. Cada
uno de estos grupos posiblemente tendría una tarea específica, desde la vigilancia y localización del animal,
la propia caza del mismo, su despiece, el tratamiento y el traslado de la carne, etc. (fig. 3).
Frente a la vida cotidiana, los contextos funerarios y rituales han sido un campo de mayor reconocimiento
infantil. Hasta épocas muy recientes las sociedades han debido afrontar un alto porcentaje de pérdida de
población infantil, tanto durante la gestación, como entorno a su nacimiento y primeros meses de vida. La
madre muchas veces aparece unida al fallecimiento del bebé en la etapa peripuerperal. Correspondientes
a la Prehistoria y la Protohistoria peninsular, contamos con numerosos estudios en esta línea (Sánchez
Romero, 2008a; Rueda et al., 2008). Los enterramientos infantiles pueden incluir restos óseos y ajuares
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Fig. 3. Escena de caza prehistórica, según ilustración de D. Álvarez Cueto
procedente de la exposición permanente del Museo Arqueológico Regional de la
Comunidad de Madrid. Fotografía: C. López Ruiz.
o depósitos de objetos, reunidos y amortizados en la tumba con fines rituales o escatológicos. La mayor
aportación de los datos arqueológicos vinculados con la infancia, suelen proceder del registro funerario. En
el caso de los restos antropológicos, a las dificultades que plantean algunos rituales, como la cremación,
se une la fragilidad de los propios huesos, el problema de la determinación del sexo biológico, sin olvidar
otros factores físicos que han provocado que éstos pasen desapercibidos en excavaciones poco rigurosas en
el pasado (Chapa, 2003: 117).
En muchas ocasiones, la población infantil ocupa espacios funerarios diferentes al resto de la población,
por ejemplo, bajo las propias casas, siguiendo rituales también diferentes, como la inhumación frente a la
cremación, en un tratamiento diferencial que aporta claves sobre la propia organización social, el pensamiento
y la ideología de los grupos del pasado. Los ritos se suman a los análisis antropológicos, espaciales, de
ajuares con novedosos datos. A modo de ejemplo, excavaciones recientes en necrópolis protohistóricas
como la vaccea de Las Ruedas, Pintia (Padilla de Duero/Peñafiel, Valladolid) están ofreciendo nuevas
hipótesis a partir del análisis de enterramientos infantiles y femeninos, sobre la riqueza y el estatus a través
de la herencia (fig. 4). En cuanto a los ajuares, los enterramientos infantiles pueden incluir pequeños objetos
de adorno, como joyas, campanitas, cerámicas, en ocasiones, juguetes, amuletos, pero también objetos
vinculados al mundo adulto, como algunas armas, o restos del banquete funerario, ya que son los adultos
los que realizan los rituales funerarios y los que nos transmiten la idea que ellos quieren proyectar de ese
individuo infantil en su tumba (cf. para el caso ibérico, Prados, 2012). Fuera de la Península ibérica, algunos
estudios temáticos y territoriales, en este sentido, de necrópolis de la antigua Grecia, sur de Italia, Sicilia,
Galia o África están proporcionando indicadores de tumbas o rituales específicos para las poblaciones
infantiles de gran interés (Hermary y Dubois, 2012).
Podemos afirmar, en resumen, como desde los contextos funerarios, religiosos o de hábitat; desde
la cultura material específica de la infancia o las propias evidencias infantiles sobre soportes diversos,
existe todo un mundo por explorar, investigar y, por tanto, representar (fig. 5). El papel de los museos
arqueológicos, en este sentido, puede ser crucial. Parece importante plantear la necesidad de incorporar
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Fig. 4. Enterramiento infantil correspondiente
a la tumba núm. 127b de la necrópolis vaccea
de Las Ruedas, Pintia (Padilla de Duero/
Peñafiel, Valladolid), según Sanz y Romero
(2010: 409, fig. 3).
Fig. 5. Enterramiento
campaniforme, según
ilustración de D. Álvarez
Cueto procedente de la
exposición permanente del
Museo Arqueológico Regional
de la Comunidad de Madrid.
Fotografía: C. López Ruiz.
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
estas líneas en la agenda y planificación de la investigación, así como en los procesos de revisión de
colecciones en los museos donde se custodian bienes culturales susceptibles de este análisis que pueden
revertir, además, en la propia exposición del museo. Objetos que pueden estar relacionados con la infancia y
que han sido despreciados hasta el momento, por desconocimiento, desinterés, o por alejada posición teórica
o campo de investigación. A partir de estas revisiones de fondos procedentes de yacimientos o colecciones
museográficas, las instalaciones expositivas pueden enriquecer sus narrativas y visibilizar esa parte de la
sociedad tradicionalmente olvidada en los museos, esa “minoría universal en todas las sociedades”, como
acertadamente define Brookshaw (2010: 217) al público infantil, poniendo de relieve el valor fundamental
de las colecciones museísticas y las posibilidades que brinda para la exposición.
3. DE LA MUSEOLOGÍA A LA MUSEOGRAFÍA
El lenguaje de la exposición incorpora, junto a los objetos, toda una serie de recursos de comunicación que
apoyan la transmisión del discurso (Hernández, 2010: 216-221), hoy en día imprescindibles en toda instalación
expositiva. Estos recursos pueden adoptar la forma de textos, de diverso carácter y formato; ilustraciones, de
carácter explicativo, documental, evocativo; fotografías, animaciones; diagramas, mapas, planos, cronologías,
y otro tipo de elementos gráficos; esculturas, modelos, maquetas y otros recursos en tres dimensiones; así
como nuevas tecnologías más o menos interactivas y/o multimedia, entre otros. Todos los recursos de la
exposición, en su espacio arquitectónico y museográfico –accesos, recorridos, forma de salas, acabados
en suelo, paredes y techos, texturas, colores, iluminación, confort y ambientación general– propician una
determinada experiencia en la visita. Desde la percepción infantil, destacaremos la importancia de la escala
–alturas de las bandejas expositoras de objetos en vitrinas, de los textos, tamaño de letra, altura y accesibilidad
de los elementos interactivos o manipulables–, así como el mundo de los sentidos –gamas cromáticas en la
arquitectura expositiva, interiores de vitrina y elementos gráficos, adecuada iluminación; locuciones atractivas,
ambientación acústica, sonidos significativos; recursos complementarios olfativos, táctiles, etc.– entre otros
factores que condicionan la comprensión, el confort y el disfrute del recorrido expositivo.
Los grafismos de la exposición plantean numerosas posibilidades para la representación infantil. Existe
todavía un largo trecho que recorrer ya que, muchas veces, si bien los datos y pautas para ilustrar el paisaje, las
casas, las cerámicas, etc. son muy precisos y minuciosos, sin embargo, apenas se aportan indicaciones sobre
qué personas, mujeres y hombres, se representan; de qué edad son; qué clase de actividades están realizando;
en qué actitudes o gestos; si deben aparecer como protagonistas o en una situación secundaria dentro de las
escenas, etc. (Querol, 2008). Estos pequeños matices son extraordinariamente importantes ya que calan en el
público de los museos y transmiten ideas sobre valores, roles o funciones y relaciones sociales, en especial en
los niños, que conforman el pilar fundamental de la sociedad del futuro. A modo de ejemplo, como exposición
permanente, destacaremos las ilustraciones del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid en
Alcalá de Henares o el Museo Arqueológico de Asturias en Oviedo (2011) con niños en su entorno cotidiano.
Destacan en este último ejemplo las grandes escenas por su eficacia comunicativa (fig. 6). Las criaturas se
encuentran en su núcleo familiar y forman parte de las actividades y de la vida cotidiana más allá de la cueva.
Por su parte, las exposiciones temporales en materia arqueológica empiezan a incorporar estas temáticas
en su contenido y forma museográfica. Así por ejemplo, la muestra reciente del Museo Arqueológico
Regional de Madrid, “Los últimos carpetanos. El oppidum de El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid)”
(2012), evoca importantes aspectos de la vida de la Segunda Edad del Hierro en el centro peninsular,
tomando como paradigma el yacimiento de El Llano de la Horca (Ruiz Zapatero et al., 2012). De este
mismo museo destacamos la exposición inaugurada en diciembre de 2012, “Arte sin artistas: Una mirada al
Paleolítico” donde la imagen que anuncia la exposición y es portada del catálogo, representa simbólicamente
a una mujer con un bebé pintando en la cueva, mientras otro niño los observa, donde más allá de la postura
o el gesto concreto, interesa destacar el protagonismo femenino de la escena.
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Infancia, museología y arqueología
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Fig. 6. Escena familiar
correspondiente al periodo
Asturiense, procedente la
exposición permanente del Museo
Arqueológico de Asturias (2011).
Ilustración J. Chien, Ministerio de
Cultura.
Imágenes de criaturas en tres dimensiones correspondientes a pasados remotos están cada vez más
presentes en los museos como elemento divulgador de la ciencia. Sin duda, la representación del niño
neandertal de cuatro años, a partir del molde del cráneo hallado en Roc-de-Marsal (Périgord) (40.000
B.P.) que exhibe el Museo Nacional de Prehistoria de Les Eyzies-de-Tayac en Dordogne (2008), de la
escultora Elisabeth Daynès, constituye verdaderamente una obra de arte llena de sensibilidad. También en
la instalación del Museo de la Evolución Humana de Burgos (MEH, 2010), la misma escultora realizó otra
extraordinaria “reconstrucción” escultórica del homínido Homo ergaster, conocida como niño de Turkana,
aunque en realidad se trata de un joven, de gran fuerza expresiva. Asimismo el Museo de Almería (2006)
ofrece una escenografía de gran formato y carácter espectacular, un grupo escultórico en soporte metálico
de lenguaje contemporáneo, El Círculo de la vida, donde una mujer protagoniza una escena de parto. Por
otra parte, modelos, dioramas o maquetas, de formato más tradicional, también pueden incorporar criaturas
en las escenas representadas. Una propuesta reciente la ofrece también el Museo de la Evolución Humana
en cuya instalación permanente se encuentran dioramas y maquetas con criaturas. Igualmente, el mismo
museo presentó recientemente una atractiva exposición temporal PlayEvolución. Atapuerca y el MEH en
paisaje playmobil (2012) sobre el mundo de Atapuerca, de gran éxito, sin ánimo de ser exhaustivas.6
Las producciones audiovisuales, por otro lado, sin duda aportan un plus a la exposición presentando
la imagen en movimiento, efectos acústicos, locuciones, ambientaciones, que enriquecen y matizan
la experiencia de la visita. Otros recursos interactivos, manipulables y multimedia, con mayor o menor
componente tecnológico, adaptados a los más pequeños, ofrecen muchas posibilidades de comunicación y
pueden permitir al público infantil conectar con el pasado de una manera sencilla. Para el primero de los
casos, citaremos algunos audiovisuales del Museo Arqueológico de Córdoba (2011) (fig. 7) o del Museo
Monográfico Puig des Molins de Ibiza, de reciente inauguración (2012), que cuentan entre sus protagonistas
niñas que nos conducen en ese viaje al más allá, desde la época fenicia al presente, logrando una conexión
eficaz –incluso restándole un tanto de dramatismo al tema de la muerte– con el público visitante (fig. 8).
Otro recurso polivalente se observa en la instalación del Museo Arqueológico de Asturias (2011), de amplia
accesibilidad, el denominado “i-punto”, de interacción a partir de diversos elementos sensitivos. Contiene
6 No podemos obviar en esta línea, la producción de exposiciones temporales del propio Museo de Prehistoria de Valencia,
sensibilizado con estas líneas de trabajo: http://www.museuprehistoriavalencia.es. No se citan los ejemplos del recientemente
inaugurado (31 de marzo de 2014) Museo Arqueológico Nacional (MAN), que fue posterior a la entrega de este manuscrito.
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
Fig. 7. Fotograma de la producción audiovisual “Las estatuas romanas no tienen cabeza” del
Museo Arqueológico de Córdoba (2010). Ilustración P. Velarde, Secretaría de Estado de Cultura.
Fig. 8. Fotograma de la producción audiovisual del Museo del Puig des Molins, Ibiza (2012).
Arena Comunicación Audiovisual, Secretaría de Estado de Cultura.
réplicas de cultura material, maquetas y elementos manipulativos de carácter olfativo y auditivo, así como
interactivos de carácter lúdico. La interactividad, ligada a la funcionalidad, o la virtualidad en algunos
casos, sin olvidar la sostenibilidad, se suma a la educación, la experimentación y lo lúdico.
4. PROGRAMACIÓN EDUCATIVA ADAPTADA AL SEGMENTO INFANTIL
La programación adaptada al público infantil en los museos constituye hoy una oferta de ocio ineludible
para las familias. Un gran número de museos son conscientes, en la medida de su capacidad y recursos, que
deben adaptar su oferta de forma personalizada al público infantil para poder llevar a cabo de manera más
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Infancia, museología y arqueología
413
fácil su labor educativa. Paulatinamente, los museos se van incorporando a las agendas de las familias y de
las escuelas como espacios culturales y de ocio para visitar. Si bien los niños suelen visitar los museos con
la escuela, de forma progresiva, padres y madres los acompañan y participan activamente de las actividades
de estos centros. La tarea de crear departamentos pedagógicos en los años noventa del siglo pasado poco
a poco ha ido dando sus frutos. Plantearemos dos reflexiones, a propósito de los materiales destinados al
público infantil y las propias actividades didácticas desarrolladas en los museos (fig. 9).
Las escuelas infantiles, por una parte, demandan al mundo editorial materiales para trabajar una
aproximación temprana a estas instituciones culturales. Complementariamente, por tanto, a los discursos
de la exposición y su museografía, es necesario plantear acciones y estrategias educativas que revisen los
discursos tradicionales, materializadas en recursos didácticos diversos, presentes, afortunadamente, cada
vez más en el mundo digital. En esta línea son esenciales las ideas previas que se trabajan en la escuela,
por lo que la revisión de los textos y los materiales escolares constituyen tareas decisivas que se completan
con la visita al museo. En este sentido la editorial Anaya cuenta con un método destinado a niños de
segundo ciclo de Educación Infantil que trabaja la Prehistoria en las aulas durante todo un trimestre. Este
proyecto, documentado científicamente, trabaja aspectos relacionados con la evolución, las herramientas,
los enterramientos, el arte, la cerámica y el adorno personal, y presenta, a grandes rasgos, escenas paritarias
de la vida prehistórica donde hombres, mujeres y población infantil desarrollan un papel activo en el seno
del grupo pescando, recolectando, o simplemente jugando.
Quisiéramos insistir en este punto en relación con las publicaciones para el público infantil que ofrecen los
museos ya que, como señala Ruiz Zapatero (2012: 60), es necesaria una mayor implicación de las instituciones
y del personal investigador. Toda una línea de trabajo por desarrollar en España, la de los manuales de
divulgación para el público infantil, fundamentales para su educación, esenciales, por tanto, para los museos.
Fig. 9. Acción didáctica en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, ARQUA. Secretaría
de Estado de Cultura. Fotografía I. Izquierdo.
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
Algunos manuales sobre Prehistoria disponibles para niños y niñas con edades comprendidas entre los 5 y
12 años –correspondiente al último curso del ciclo de Educación Infantil y al ciclo de Primaria– muestran las
relaciones de género en el pasado desde diferentes perspectivas –y en ocasiones cargadas de estereotipos–,
con especial hincapié en la vida cotidiana de las sociedades prehistóricas, la caza y la recolección y más
tarde la ganadería y la agricultura, el tipo de hábitat, el vestido, el arte e incluso el mundo funerario. Los
textos, sencillos, se acompañan de ilustraciones dinámicas en las que los personajes infantiles se convierten
en protagonistas de la historia y participan activamente en el mundo de los adultos, aprendiendo por imitación
las tareas que realizarán en el futuro. Entre ellos destaca Mi primer libro de la Prehistoria. Cuando el mundo
era un niño (Arsuaga, 2008) con ilustraciones cargadas de simbolismo (fig. 10), o Viviendo la Prehistoria en
el Valle de Lozoya (Mendoza, 2011), editado por el Museo Arqueológico Regional de Madrid, que adentra al
lector infantil en un yacimiento prehistórico de la mano de dos niños neandertales.
La educación en los museos, por otra parte, puede convertirse en un agente de transformación social
y la revisión de los discursos de la exposición puede contribuir de manera concreta y real, a ese paulatino
cambio social. También la acción cultural, didáctica y educativa colabora, en gran medida, con este objetivo.
Como ejemplo de actividades y acción didáctica infantil, citaremos los recorridos, talleres y actividades
diversas que se programan en las agendas mensuales o trimestrales de los museos. Una mirada a la agenda
de los museos estatales7 evidencia, a pesar de la actual coyuntura de austeridad, la presencia de actividades
y visitas temáticas infantiles, talleres familiares, juegos y otras actividades lúdicas de interés. Así, destacan
las propuestas del Museo de Altamira, donde es posible preparar una visita “a medida” de las necesidades
de cada visitante –adultos particulares, familias con niños, profesores, profesionales del turismo, medios de
comunicación, investigadores, etc.–. Al margen de la exposición permanente “Los tiempos de Altamira”, la
Museoteca es un espacio exclusivamente para las familias con niños interesados en aprender más, jugando,
leyendo, creando juntos. En ARQUA, Museo Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena, se ofrecen
talleres específicos para cada ciclo educativo –infantil, primaria, ESO, Bachiller y talleres para familias–.
Otro ejemplo a considerar es el Museo de América que muestra una programación infantil destacada con
programación de cuentacuentos infantiles, proyección de películas infantiles, escuela de verano, talleres y
actividades específicas.
Como otros ejemplos de esta acción educativa constante, y accesible además a través de Internet,
citaremos las actividades, los materiales e iniciativas del Museo de Prehistoria de Valencia, cuyos contenidos
(fig. 11) pueden consultarse íntegramente en su página web.8 También el Museo Romano de Oiasso9 que
cuenta con recursos para el profesorado, educadores, con programas educativos y materiales, accesibles a
través de la Red. El Museo de Arqueología de Cataluña en Barcelona10 ofrece por su parte talleres infantiles
y familiares, de experimentación y descubrimiento. Este museo, junto con Arqueoxarxa, la Red de museos
y yacimientos arqueológicos de Cataluña, realizó por ejemplo toda una serie de interesantes acciones en
torno a la película de animación Las Aventuras de Tadeo Jones para fomentar el conocimiento y disfrute
de la arqueología entre el público infantil, por citar algunos ejemplos destacados. También el Museo
Arqueológico Regional (MAR) de la Comunidad de Madrid programa visitas guiadas para público infantil,
en muchos casos con actores que interpretan diversos personajes históricos.11 Como paralelo europeo, uno
de los ejemplos más citado por su éxito con el público infantil son las “visitas narradas” del Museo Quai
Branly,12 en París, por citar algunos ejemplos significativos.
7
8
9
10
11
12
http://www.mcu.es/museos/index.html. Insistimos, previa reapertura del MAN.
http://www.museuprehistoriavalencia.es/didactica_museo.html.
http://www.irun.org/oiasso/home.aspx?tabid=89.
http://www.mac.cat/Educacio.
http://www.madrid.org/cs/Satellite?pagename=Museos%2FPage%2FMUSE_home&language=es.
http://www.quaibranly.fr/es/programmation/visitas-guiadas/visitas-narradas.html.
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Infancia, museología y arqueología
Fig. 10. Familia neandertal, según Arsuaga (2008: 39).
Ilustración S. Cabello.
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Fig. 11. Portada de la propuesta didáctica sobre
La Bastida de les Alcusses (Moixent). Texto: L.
Fortea y E. Ripollés. Diseño: A. Sánchez. Museo
de Prehistoria de Valencia.
5. REFLEXIONES FINALES
Nuestro objetivo en este texto ha sido destacar cómo los museos arqueológicos pueden jugar un papel esencial
como espacios educativos y de difusión del patrimonio cultural dirigidos al público infantil. Al constituirse
en centros de transmisión de la memoria de una comunidad, son por lo tanto, espacios de construcción de su
cultura, indispensable para la educación de los niños y niñas y, al mismo tiempo, herramienta básica para la
educación en la igualdad. En general, la infancia, por diversas razones, ha estado enmascarada o limitada en
su representación en los museos. No debe sorprendernos comprobar cómo el mundo infantil apenas se percibe
en los discursos expositivos de los museos arqueológicos. Sin embargo, sabemos que la falta de identificación
precisa de sus huellas en el registro arqueológico no solo tiene que ver con un problema metodológico sino
también con el punto de partida teórico, que lo asemeja mucho a la aparente invisibilidad de las mujeres en la
Historia. De esta forma, los museos arqueológicos pueden jugar un papel esencial en la revisión de contextos
históricos a través de la investigación, con nuevos planteamientos sobre sus colecciones, y no solo aquellas
tradicionalmente relacionadas con la infancia como los juguetes, sino con la cultura material vinculada a
sus diversas etapas biológicas, su vida cotidiana en comunidad, sus juegos y aprendizaje, sus creencias o los
rituales relacionados con su muerte. Pueden suponer, por tanto, una ventana para descubrir las claves de la
organización social e ideológica de cualquier grupo humano del pasado.
Más allá de las funciones de documentación e investigación, en el campo de la difusión, si bien los
programas educativos han ido ampliando su oferta infantil, se debe realizar un esfuerzo mucho mayor para
que los museos arqueológicos resulten atractivos para este segmento de la población. Prueba de ello es que
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I. Izquierdo Peraile, C. López Ruiz y L. Prados Torreira
la estadística revela que en los últimos diez años no se ha incrementado significativamente el número de
visitas infantiles a los museos. Además, no deja de sorprendernos que la población infantil frecuente más
los museos con su familia que en visitas escolares. Ello nos lleva a plantear, por una parte, la necesaria
interacción entre museos y centros educativos y, por otra, la necesidad de proporcionar materiales didácticos
dirigidos específicamente a estas visitas familiares o a los grupos escolares. La propia imagen del museo,
percibido de partida como un espacio cultural no adecuado para ir con niños pequeños, precisa un cambio
significativo que ha de manifestarse a muchos niveles, en las salas de exposición y en otras áreas públicas
del museo, en su acogida y en sus servicios públicos.
A nivel expositivo, el montaje museográfico permanente debe permitir a los niños crear su propio conocimiento
a través de la interacción con las piezas expuestas con la ayuda de los educadores (Pastor, 2004). Se trataría, por
tanto, de fomentar un aprendizaje activo dentro del museo. La museografía, con todos sus componentes, en armonía
con su concepto estético y formal, debe ser completamente accesible; presentar un diseño que permita observar
las colecciones con comodidad; leer los textos sin dificultades y proporcionar herramientas de conocimiento para
las distintas franjas de edad, sin olvidar que la preparación previa del itinerario se considera esencial. Asimismo,
la organización de exposiciones temporales con temáticas afines al público infantil es un reto pendiente y en este
sentido los museos arqueológicos pueden ser realmente enriquecedores y sugerentes.
Paralelamente, las actividades destinadas al público infantil deben propiciar el aprendizaje a través
del juego y el descubrimiento. Aprovechar las capacidades de exploración e innovación de la infancia
constituye un reto para la acción didáctica. En este contexto de la difusión no es posible obviar el uso de
las nuevas tecnologías, con un gran potencial para el desarrollo de aplicaciones para tabletas y dispositivos
móviles (exposición “a la carta”, visitas temáticas a la exposición, catálogo del museo adaptado a cada
edad, juegos para el móvil, etc.), que los más pequeños manejan con facilidad y soltura de forma intuitiva,
natural y creativa. Pero, al margen de la colección, de forma complementaria, no hemos de olvidar que unas
adecuadas instalaciones, infraestructuras, equipamientos y servicios en el museo propiciarán en las familias
y en los niños una experiencia, un confort y un grado de satisfacción mayor. En relación con el público
infantil será necesario contar con un espacio de acogida amplio que permita planificar la visita, con taquillas
a la altura de los más pequeños; elementos tales como fuentes, bancos y puntos de descanso, aseos adaptados
y espacios de cuidado infantil; salas polivalentes para llevar a cabo talleres de todo tipo, presentaciones y
otras actividades, así como para almacenar el material necesario para actividades educativas. Asimismo el
museo puede conectar con el público infantil a través de sus servicios públicos ya sea ofertando un menú
infantil en la cafetería, cuidando al máximo la imagen que proyecta al exterior u ofreciendo en la tiendalibrería material especializado como libros de divulgación infantiles, guías didácticas, cuentos, disfraces,
juegos, entre otros, en coherencia con su propia identidad institucional.
En definitiva, una relación a tres bandas, entre la arqueología, la museología y la museografía, por
construir y fortalecer entre los museos y el público infantil, que evidencia la necesaria apertura de estas
instituciones al conjunto de la sociedad.
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A r c h i v o d e P r ehistor ia L evantina
Archivo de Prehistoria Levantina es una revista periódica de carácter bienal, editada por el Museu de Prehistòria
de València. Tiene como objetivo la publicación de estudios y notas de carácter arqueológico (de la prehistoria a la
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horizontales esenciales para su comprensión y no se admiten rellenos de fondo. Un ejemplo de formalización es el
siguiente:
Tabla 28. Medidas comparativas del M2/ de diferentes caprinos.
Pla Llomes
Senèze (1)
Venta Micena (2)
PLl-51
Procamptoceras
Hemitragus albus
n
v
m
n
v
m
Longitud MD oclusal
18,18
5
18-18,5
18,3
17
17,12-19,59
18,43
Longitud MD (a 1 cm)
17,26
3
14-16,5
15,3
19
12,04-18,45
17,01
Anchura lób. ant. (a 1 cm)
12,40
5
13-16
14,5
16
11,17-13,47
12,09
Anchura lób. post. (a 1 cm)
10,62
5
11,5-15
13,3
18
9,41-12,06
10,11
(1) Duvernois y Guérin, 1989; (2) Crégut-Bonnoure, 1999.
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Figuras
Las figuras (dibujos de línea, fotografías y gráficos), preferentemente a color, se entregarán en formato TIFF, EPS o
JPEG, a una resolución mínima de 300 ppp a tamaño de impresión. Sus dimensiones máximas se ajustarán a la caja
de la revista (150x203 mm). Deben referenciarse en el texto y su numeración, como en el caso de las tablas, será
correlativa. Los pies se presentarán en un archivo aparte. Cuando corresponda, las figuras llevarán escala gráfica y
los mapas/planos indicación además del Norte geográfico. Los textos que formen parte de las figuras deberán tener
a tamaño de impresión un cuerpo mínimo de 9 puntos.
Referencias bibliográficas
Las citas bibliográficas en el texto tendrán la siguiente forma: (Aura Tortosa, 1984: 138), (Pla, Martí y Bernabeu,
1983a: 45), o (Martí et al., 1987) para más de tres autores. La bibliografía, listada al final del trabajo, seguirá el orden
alfabético por apellidos. Se incluirán todos los nombres en las obras colectivas. No son aconsejables las citas en
texto de trabajos inéditos (tesis, tesinas), siendo preferible su reseña completa en notas al pie. Las obras en prensa,
para ser aceptadas, deberán tener todos los datos editoriales. Los siguientes ejemplos ilustran los criterios formales
a seguir:
AURA TORTOSA, J. E. (1984): “Las sociedades cazadoras y recolectoras: Paleolítico y Epipaleolítico en Alcoy”. En
Alcoy. Prehistoria y Arqueología. Cien años de investigación. Ayuntamiento de Alcoy e Instituto de Estudios ‘Juan
Gil-Albert’, Alcoy, p. 133-155.
[Contribución a obra colectiva sin editor]
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Servicio de Investigación Prehistórica, Diputación Provincial de Valencia (Trabajos Varios del SIP, 83), Valencia.
[Monografía (libro)]
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[Monografía (obra colectiva con editor)]
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Neolítico antiguo en la zona oriental de la Península Ibérica”. En J. Guilaine, J. Courtin, J.-L. Roudil y J.-L. Vernet
(dirs.): Premières communautés paysannes en Méditerranée occidentale. Actes du Colloque International du CNRS
(Montpellier, 1983). Éditions du CNRS, Paris, p. 607-619.
[Comunicación a Coloquio, con directores de publicación]
PLA, E.; MARTÍ, B. y BERNABEU, J. (1983a): “Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia). Campañas de excavación 19761979”. Noticiario Arqueológico Hispánico, 15, Madrid, p. 41-58.
[Artículo en revista]
PLA, E.; MARTÍ, B. y BERNABEU, J. (1983b): “La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) y los inicios de la Edad del
Bronce”. En XVI Congreso Nacional de Arqueología (Murcia-Cartagena, 1982), Zaragoza, p. 239-247.
[Comunicación a Congreso sin directores, editores, etc., de publicación]
VV.AA. (1995): Actas de la I Reunión Internacional sobre el Patrimonio arqueológico: Modelos de Gestión. Colegio
Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Valencia y Castellón, Valencia.
[Monografía (obra colectiva sin editor)]
WISE, A. L. y THORME, T. (1995): “Global paleoclimate modelling approaches: some considerations for archaeologists”.
En J. Huggett y N. Ryan (eds.): Computer Applications and Quantitative Methods in Archaeologia, 1994. BAR
International Series 600 (Tempvs Reparatum), Oxford, p. 127-132.
[Contribución a obra colectiva con editores]
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Pruebas
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El poblamiento paleolítico de la cuenca del río Mundo (Albacete)
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Manuel Gozalbes Fernández de Palencia / José Manuel Torregrosa YagoPag. 275-316descarregarLas monedas de la ceca de Oskumken
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José Manuel Torregrosa Yago / Ferran Arasa GilPag. 327-374descarregarDos inscripciones funerarias inéditas procedentes de Cañada del Hoyo, Cuenca (territorio de Valeria, Conventus Carthaginiensis)
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Francisco José Puchalt Fortea / I. Fortea BeneytoPag. 383-388descarregarLa villa de Cornelius (L'Ènova, Valencia): trabajos de conservación y restauración para un proyecto expositivo
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