Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
Ángela Pérez Fernández
Pablo García Borja
Carles Miret Estruch
Joan Negre
2022
Museu de Prehistòria de València
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 109-144
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1589
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Ángela PÉREZ FERNÁNDEZ a, Pablo GARCÍA BORJA b,
Carles MIRET ESTRUCH c y Joan NEGRE d
Prácticas de canibalismo
durante la Edad del Bronce:
la Cova del Garrofer (Gandia, València)
RESUMEN: La identificación de restos óseos humanos desarticulados en cavidades naturales del
País Valenciano es un hecho ampliamente extendido que, sin embargo, no siempre ha conllevado el
análisis exhaustivo de los mismos. En este trabajo presentamos los resultados obtenidos en el estudio
antropológico de la Cova del Garrofer (Gandia, València). El análisis tafonómico reveló la presencia de
marcas de manipulación antrópica, las cuales sugieren la práctica del canibalismo durante los inicios
de la Edad del Bronce, un tema que ha sido poco tratado para estos momentos de la Prehistoria en el
mediterráneo peninsular.
PALABRAS CLAVE: tafonomía, canibalismo, Edad del Bronce, cronología radiocarbónica.
Bronze Age cannibalism: the Cova del Garrofer (Gandia, Valencia)
ABSTRACT: The identification of disarticulated human bone remains in natural cavities in the
Valencian Country is a widespread fact, but it has not always led to an exhaustive analysis of them. In
this paper we present the results obtained in the anthropological study of the Cova del Garrofer (Gandia,
València). The taphonomic analysis revealed the presence of anthropic manipulation marks, which
suggest the practice of cannibalism during the Early Bronze Age, a topic that has not been addressed
for these moments of Prehistory on the Mediterranean coast of the Iberian peninsula.
KEYWORDS: taphonomy, cannibalism, Bronze Age, radiocarbon chronology.
a Investigadora independiente
angelasamsa@gmail.com
b Universidad Nacional de Educación a Distancia. Centro asociado Alzira-València.
pabgarcia@valencia.uned.es
c Investigador independiente
carlesmiret@hotmail.com
d Museu Arqueològic de Gandia (MAGa)
joan.negre@gandia.org
Recibido: 07/02/2022. Aceptado: 06/09/2022.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
1. INTRODUCCIÓN
La aparición de restos óseos humanos con marcas de manipulación antrópica que muestran evidencias de
desmembramiento, descarnado y consumo es un tipo de registro arqueológico que ha generado debate.
Aunque algunos investigadores han negado la práctica del canibalismo (Salas, 1921; Arens, 1979) debido
a las dificultades que plantea reconocer las marcas, hoy en día el registro arqueológico y los análisis
tafonómicos inciden en la existencia de este tipo de comportamientos desde el Pleistoceno.
Los primeros estudios sobre canibalismo realizados en el siglo XX se iniciaron en la década de 1970,
centrados en diversos yacimientos de México y del sudeste de los Estados Unidos (Gibbons, 1997; Turner y
Turner, 1999). En Europa no fue hasta la década de 1990 cuando se experimenta un verdadero interés por este
tipo de prácticas, destacando la publicación del yacimiento neolítico de Fontbrégoua, situado en la Provenza
francesa (Villa et al., 1986b; Villa, 1992). Este conjunto fue estudiado por primera vez desde una perspectiva
holística, basándose en criterios tafonómicos. De hecho, la mayoría de las publicaciones más recientes se han
centrado en la definición de los marcadores tafonómicos que posibilitan su identificación y en la creación de
un marco metodológico (Outram et al., 2005; Bello, Parfitt y Stringer, 2009; Fernández-Jalvo y Andrews,
2011, 2016; Bosch et al., 2011; Saladié et al., 2013; Solari et al., 2015; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
En este sentido, la zooarqueología y la tafonomía han aportado pruebas empíricas y objetivas sobre
la evidencia de esta práctica. Turner propuso 14 indicadores tafonómicos para identificar el canibalismo
(Turner, 1983), aunque en una revisión posterior (Turner y Turner, 1999) los redujo a seis: presencia de
rotura de huesos, marcas de corte sobre el hueso, abrasiones, exposición al fuego o evidencias de cocción,
ausencia o aplastamiento de las vértebras (como consecuencia de la extracción de la grasa y la médula ósea)
y pot polish o pulimento de las superficies óseas. No obstante, esta síntesis plantea problemas cuando se
aplica a conjuntos más antiguos, ya que el criterio de cocción y pot polish se restringe a los momentos en
los que hay un dominio del fuego y en la aparición de los recipientes de cerámica.
Recientemente Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017) han realizado una revisión exhaustiva sobre los
conjuntos prehistóricos de Europa occidental con evidencias de canibalismo. En total contabilizan 18
yacimientos entre el final del Pleistoceno y la Edad del Bronce que pasamos a enumerar con la referencia
a su cronología calibrada: el nivel TD6 de la Gran Dolina (España), c. 800.000 BP (Fernández-Jalvo et al.,
1996 y 1999; Carbonell et al., 2010; Saladié et al., 2011 y 2012); Caune de l’Aragó (Francia), c. 680.000 BP
(de Lumley, 2015); Krapina (Croacia), c. 130.000 BP (Russell, 1987; Trinkaus, 1985; Patou-Mathis, 1997;
White y Toth, 2007); restos neandertales del nivel XV de la cueva de Moula Guercy (Francia), 120.000100.000 BP (Defleur et al., 1999); Pradelles (Francia), 45.000 BP (Maureille et al., 2007); la Cueva del
Sidrón, (España), 43.000 BP (Rosas et al., 2006); Cueva del Boquete de Zafarraya (España), 42.000 BP
(Barroso y de Lumley, 2006); las cuevas de Goyet (Bélgica), 45.500-40.500 BP (Rougeir et al., 2016); el
yacimiento del Paleolítico superior de la cueva de Gough (Inglaterra), 14.700 BP (Andrews y FernándezJalvo, 2003; Bello et al., 2015 y 2016); Brillenhöhle (Alemania), 12.000 BP (Orschiedt, 2002; Sala y
Conard, 2016); el enclave mesolítico de Coves de Santa Maira (España), c. 10.200-9.000 BP (Aura Tortosa
et al., 2010; Morales et al., 2017); la cueva de Perrats (Francia), 9.000 BP (Boulestin, 1999); Herxheim
(Alemania), 6.300-5.900 BP (Orschiedt y Haidle, 2006; Boulestin et al., 2009); Fontbrégoua (Francia),
6.200-5.100 BP (Villa et al., 1986b); Cueva de la Carigüela (España), de adscripción neolítica (Jiménez
Brobeil, 1990; Botella et al., 2000); Cueva de Malalmuerzo (España), de adscripción neolítica (Jiménez
Brobeil, 1990; Botella et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012); Las Majólicas (España), de adscripción
neolítica (Jiménez Brobeil, 1990; Botella et al., 2000); y la Cueva de El Mirador (España), 4.400-4.100 cal
BP (Cáceres, Lozano y Saladié., 2007). A esta lista cabría añadir el yacimiento neolítico de Cueva del Toro
(España), 5.080-4.780 cal BC, recientemente publicado (Santana et al., 2019).
A partir de las características de estos conjuntos arqueológicos, los marcadores tafonómicos más
comunes para la identificación del canibalismo son (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017): la abundancia de
las modificaciones antropogénicas, que afectan a algo más del 30 % de los restos; la correlación de estas
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modificaciones con marcas de corte, rotura de huesos por percusión y exfoliación (principalmente en las
costillas y las apófisis de las vértebras); procesado para la extracción y aprovechamiento de la carne, las
vísceras y la médula ósea; evidencias de modificaciones térmicas por cocción, principalmente entre los
huesos pertenecientes al Neolítico; y presencia de marcas de dientes humanos, modificación que se ha
identificado en, al menos, 8 de los 19 conjuntos canibalizados europeos.
Intentar establecer las causas de esta práctica es un problema complejo y todavía no resuelto, ya que
son pocos los conjuntos arqueológicos que pueden vincularse a un origen específico y en los que se alcance
a establecer una relación entre los consumidores y los consumidos (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
El exceso de precisión para explicar las causas de este fenómeno ha provocado numerosas y variadas
clasificaciones (Dole, 1962; Sanday, 1986; Villa et al., 1986a, 1986b; Villa, 1992; White, 1992; Boulestin,
1999; Kantner 1999; Fernández-Jalvo et al., 1999): canibalismo nutricional, dietético, gastronómico,
canibalismo de placer, autocanibalismo, canibalismo de supervivencia, canibalismo de guerra, canibalismo
mortuorio y canibalismo con fines medicinales. Por lo tanto, por qué los humanos procesan y consumen
a otros humanos es una cuestión que abarca diversos fines, como los nutricionales, económicos,
cosmogónicos, sociales y políticos, incluso todos ellos se pueden combinar (Carbonell et al., 2010), de ahí
que, en la mayoría de los casos, este tipo de clasificaciones tan precisas no puedan llegar a establecerse en
la interpretación de los conjuntos.
El canibalismo se define por la acción de comer, es decir, por la acción de alimentarse de los tejidos
de individuos de la misma especie. Por lo tanto, necesariamente tiene un componente nutricional, y
por consiguiente todos los tipos de canibalismo son nutricionales (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
Boulestin y Coupey (2015) proponen que cualquier canibalismo nutricional tiene necesariamente una
dimensión ritual, porque es una actividad que se realiza de acuerdo con una costumbre social o siguiendo
un determinado protocolo. Considerando estas premisas, Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017) clasifican
el canibalismo en dos categorías. La primera, se basa en la relación social de los consumidos y se
clasifica como endo y exocanibalismo. El endocanibalismo se produce cuando ambas partes son de un
mismo grupo social o familiar y suele estar asociado con creencias sagradas, y el exocanibalismo cuando
pertenecen a grupos diferentes, normalmente asociado con ambientes hostiles o de violencia. La segunda
clasificación se centra en las motivaciones que podrían subyacer considerando tres posibles escenarios:
canibalismo de supervivencia (utilizado como último recurso en condiciones extremas), canibalismo
agresivo (en situaciones de hostilidad y conflicto) y canibalismo funerario (relacionado con las creencias
o la religión).
Para discernir la posible relación del conjunto osteoarqueólogico de la Cova del Garrofer con alguno de
estos tres contextos, hemos realizado un análisis detallado de la colección y de las marcas de manipulación
observadas. Asimismo, se han efectuado dataciones por espectrometría de masas con acelerador (AMS).
Finalmente discutimos el significado de este tipo de prácticas en el marco local y regional, y ofrecemos una
visión diferente a la proporcionada en los primeros años en los que fueron descubiertos los restos.
2. LA COVA DEL GARROFER
En 1975 un grupo de aficionados a la espeleología, de la Organización Juvenil Española “Hogar del Cid”
de València, realizó una visita a la Cova del Garrofer de Gandia con el fin de desarrollar una práctica en el
interior de sus galerías (Fletcher, 1976: 31). Durante la exploración de la cavidad, los miembros del grupo
detectaron la presencia de restos óseos humanos de apariencia prehistórica en la sala inicial, notificando
inmediatamente el hallazgo al Servicio de Investigación Prehistórica (SIP), hecho que motivó la visita el
día 30 de junio del ayudante técnico José Aparicio Pérez, acompañado por los descubridores. Durante estas
visitas se recuperó un pequeño lote de cerámica a mano, dos fragmentos de fauna y numerosos fragmentos
óseos humanos pertenecientes, al parecer, a varios individuos (Aparicio, Gurrea y Climent, 1983: 254).
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Los materiales fueron guardados en las instalaciones del SIP, interpretándose de forma preliminar como
restos de inhumaciones en cueva, con una cronología, a grandes rasgos, entre el final del Neolítico y la Edad
del Bronce (Fletcher, 1976). Permanecieron almacenados hasta que en el año 2008 fueron revisados por una
de las firmantes (A.P.F.), como consecuencia de un proyecto de actualización y catalogación de los restos
humanos depositados entre 1927 y 1987 en el Museu de Prehistòria de València, actividad financiada por
esta misma institución. En el momento de su revisión, ya se apuntó la singularidad de la colección, pues se
habían documentado marcas de manipulación antrópica en la mayoría de los huesos.
Tras una primera valoración, los resultados preliminares también fueron puestos en conocimiento al
entonces arqueólogo municipal de Gandia, Joan Cardona Escrivà, quien realizó una visita de comprobación
a la Cova del Garrofer, certificando la presencia de más restos humanos y documentando su dispersión.
Por nuestra parte, en el año 2020 y 2021, y a través de la implicación directa del Museu Arqueològic de
Gandia (MAGa), realizamos sendas visitas acompañados por los espeleólogos Miquel Guerrero Blázquez,
Marc Miret Estruch y Salvador Escrivà, cerciorándonos de primera mano de que, en el tramo bajo de
la pronunciada rampa de entrada a la cavidad, se encontraban restos humanos dispersos, si bien la gran
mayoría se concentraban en el lateral oeste de la primera sala.
2.1. Descripción de la cavidad
La Cova del Garrofer se encuentra en el margen derecho del Barranc de la Font del Garrofer, a 330 m s.n.m. (fig.
1), justo en la vertiente opuesta a la epónima Font del Garrofer, surgencia hídrica que da nombre a este paraje
ubicado en las inmediaciones del Tossal de la Caldereta, cuya ladera cobija la cavidad objeto de estudio.
El Tossal de la Caldereta se halla en uno de los contrafuertes meridionales del macizo del Mondúver
(841 m s.n.m.), masa dolomítica del Cretáceo con un importante desarrollo cárstico (Rosselló, 1968) en que
menudean varios tipos de formaciones (lapiaz, simas, cuevas, torcas, pináculos, etc.) (Garay, 1990), zona de
interferencia entre la unidad del Prebético e Ibérica (Ferrairó, 1983: 198), que podría motivar la presencia
de cuevas y manantiales. Esta circunstancia, unida a otras de carácter paleoecológico y de tradición de la
investigación (Miret, 2018), explica la abundancia de yacimientos en cueva o en abrigo en la comarca de la
Safor-Valldigna desde el Paleolítico inferior hasta la Prehistoria reciente.
Fig. 1. Localización geográfica de la Cova del Garrofer sobre mapa de relieve del Institut Cartogràfic Valencià.
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En cuanto a su ubicación orográfica, se encuentra en un área de transición entre dos llanos de diferente
altura: el superior, que constituye el Pla de la Drova y el inferior de Marxuquera, comunicados mediante dos
posibles corredores naturales, el Barranc de les Revoltes (la actual carretera de Gandia a Barx) y el Barranc
de la Font del Garrofer. Este último barranco facilita una vía más rápida y cómoda entre ambos llanos.
El acceso a la cavidad resulta complejo, siendo necesario atravesar el Barranc de la Font del
Garrofer y salvar un pronunciado y continuo desnivel hasta llegar a la boca de entrada vertical, a la que
se accede por un frente escarpado. Cabe señalar que a la cavidad se accede sin necesidad de material de
escalada. El ingreso al interior se realiza a través de una oquedad orientada al norte, de 1,5 m de altura
y 3,5 m de anchura máxima, que da paso a una abrupta rampa que salva 6,5 m de desnivel en apenas
10 m de recorrido (fig. 2). Esta disposición geológica natural provoca un difícil tránsito, debido a la
potente acumulación de sedimentos a modo de sumidero. Al final de esta rampa se encuentra la única
zona identificable con una sala abierta a modo de vestíbulo denominada “Sala de l’Entrada”, de 12
m de anchura y 5 m de altura, si bien en buena parte del recorrido la techumbre se encuentra cercana
al suelo. Es en este punto donde se recogieron los hallazgos estudiados, conservándose todavía en la
superficie restos de huesos humanos (fig. 3). Al final de esta sala se encuentran dos bocas: una que da
acceso a una galería de 4 x 1 m y otra situada en el suelo de la sala de 1 x 0,5 m, por la que reptando
se logra penetrar a una gran sala de 20 x 9 x 5 m, con el suelo cubierto de grandes bloques que no
Fig. 2. Planta
y sección de
la Cova del
Garrofer.
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Fig. 3. Localización de los restos humanos más significativos documentados en la cavidad en las diferentes visitas del
Museu Arqueològic Municipal de Gandia en el siglo XXI.
permiten vislumbrar buena parte de la superficie. Desde esta sala se accede a una serie de galerías y
salas interiores, con un amplio desarrollo que en total supera los 150 m de recorrido acumulado en los
que, por el momento, no se documentan más restos arqueológicos.
Sobre la nomenclatura de la cavidad y las diferentes visitas realizadas a la zona por arqueólogos y
prehistoriadores, existe cierta confusión sobre la que cabe detenerse antes de exponer los resultados. En el
momento en el que se dio a conocer el hallazgo en la publicación del anuario de trabajos del SIP correspondiente
a 1975 (Fletcher, 1976), apareció citada como Cova del Barranc del Garrofer, topónimo que será repetido
siguiendo esta primera noticia en la publicación de la Carta Arqueológica de la Safor (Aparicio, Gurrea y
Climent, 1983). Creemos que esta confusión podría remontarse a la exploración de la zona que entre 1929 y 1931
realizó el equipo de excavación de la cercana Cova del Parpalló (Miret, 2018: 94-95 y 118). De este modo, Lluís
Pericot (1942: 275 y 277) dejó unas escuetas notas sobre una cueva “cerca de la anterior [Cova del Barranc del
Garrofer] que poseía galerías interiores con ricas estalactitas. La tierra resultó estéril en las catas realizadas”,
apuntándose que no se localizaron restos arqueológicos en su interior. La descripción proporcionada coincide
con la Cova del Garrofer objeto del presente estudio.
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Según el Inventari de Cavitats del Terme Municipal de Gandia, refrendado por el Nomenclàtor
Toponímic Valencià de l’Institut Cartogràfic Valencià, la Cova del Barranc del Garrofer se corresponde
con una cavidad descrita como una galería artificial de 12 m de recorrido, parcialmente inundada
por localizarse inmediata a la Font del Garrofer. Esta cavidad, que nos aparece hoy profundamente
transformada por dos perforaciones artesianas, fue sondeada el día 28 de julio de 1954 por Enric Pla,
Santiago Alcobé, Beatrice Blance, Pilar Faus Sevilla, Alfred Fayos y los obreros Salvador Alonso y Joan
Burguera (Diario de excavaciones de Pla, depositado en la biblioteca del SIP), describiéndola como
una galería de 2 m de anchura y de 15 a 20 m de longitud, con una pequeña cámara al final de 4 m de
diámetro, descripción que imposibilita su correlación con la Cova del Garrofer. En su interior se realizó
una cata que aportó una punta de flecha de pedúnculo y aletas de “tipo eneolítico”, un diente de ciervo y
restos humanos, entre los cuales destacaba un cráneo y una costilla, sin más especificaciones. No existen
dudas de que esta última gruta sondeada en 1954 corresponde con la Cova del Barranc del Garrofer, pues
la descripción coincide con la elaborada por el citado catálogo de cavidades de Gandia y el croquis del
Diario de excavaciones de Pla así lo certifica. Más dudas nos generan las visitas de Pericot a la zona,
pues en ellas no se documentaron restos arqueológicos y tanto la Cova del Garrofer como la Cova del
Barranc del Garrofer finalmente conservaban restos arqueológicos de cronología prehistórica. Resulta
compleja cualquier afirmación sobre estas visitas que, sin embargo, nos obliga a la prudencia sobre las
valoraciones de los trabajos de prospección de la época.
3. RESTOS ARQUEOLÓGICOS Y MÉTODO ANALÍTICO
Todos los restos arqueológicos revisados pertenecen al conjunto recuperado en 1975. Es decir, se trata
de una colección antigua compuesta por: 533 fragmentos de hueso humano y 112 esquirlas óseas; dos
fragmentos de fauna y cinco fragmentos cerámicos realizados a mano. Los dos fragmentos de fauna se
han identificado como un fragmento anterior de mandíbula de Sus sp., de individuo adulto, que conserva
el c1, p2, p3 y p4 derechos y como un fragmento distal de metapodio de Sus sp. Los cinco fragmentos
cerámicos realizados a mano no presentan decoración ni rasgos morfológicos diferenciables y atendiendo a
criterios tecnológicos parece que pertenecen al mismo vaso. Existe un documento que acredita que algunos
fragmentos cerámicos de la Cova del Garrofer fueron entregados para su análisis tecnológico a María
Dolores Gallart Martí (Fletcher, 1976: 57-58). Lamentablemente, no hay publicación científica sobre estos
materiales cerámicos, por lo que desconocemos el número de fragmentos que pudo analizar Gallart en sus
estudios tecnológicos, quizás los cinco que hemos podido observar, pues se observan fracturas recientes
típicas para el muestreo de pastas. En las diferentes visitas a la cavidad no se han localizado más fragmentos
cerámicos ni restos muebles de adscripción prehistórica.
3.1. Dataciones radiocarbónicas
Con el fin de obtener una horquilla cronológica más precisa del conjunto estudiado se han seleccionado dos
muestras para su datación por radiocarbono. El criterio de selección de éstas fue determinado por tres principios:
a) Deberían fechar elementos arqueológicos, por lo que se decidió seleccionar huesos humanos; b) Deberían
seguirse los criterios propios establecidos por el Museu de Prehistòria de València (MPV), en este caso centrado
en la preservación de las piezas con mayores posibilidades museográficas, coincidentes en gran medida con los
cráneos; c) Considerando la propia problemática del yacimiento, se seleccionarían dos muestras que presentaran
evidencias de manipulación antrópica, que pertenecen a dos individuos diferentes.
Las muestras fueron enviadas al laboratorio Beta-Analytic (Florida, EE.UU), donde se realizó todo el
proceso hasta obtener el resultado que se presenta, incluyendo una fase de ultrafiltración y las analíticas
encaminadas a establecer la calidad del colágeno. Tras comprobar que los índices de calidad del colágeno se
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Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas obtenidas a partir de huesos humanos de la Cova del Garrofer.
Cod.
lab.
Catálogo
δ13C
δ15N
%C
(>35)
%N
(>10)
C:N
14C
age BP
Cal BC
95,4 %
Cal BC
68,3 %
2045-1896
(84,5 %)
2130-2089
(10,9 %)
2205-2032
(93,5 %)
2272-2259
(1,9 %)
2032-1946
(68,3 %)
Muestra 1
Beta570450
24.490
-19,00
8,60
42,42
15,45
3,20
3630 ± 30
Muestra 2
Beta611821
24.478
-18,30
11,00
39,48
14,03
3,3
3730 ± 30
2091-2042
(32,5 %)
2199-2166
(22,2 %)
2150-2128
(13,9 %)
situaban dentro del rango establecido por Van Klinken (1999), se obtuvieron sendas fechas radiocarbónicas
(tabla 1). Los resultados se han ajustado mediante el conjunto de curvas de calibración IntCal20, integradas
en el software OxCal 4, utilizando el método de probabilidad establecido por Bronk Ramsey (2009). La
descripción detallada de las fechas radiométricas se realiza a continuación.
Muestra 1: Número de catálogo 24.490 del MPV. Se trata de un fragmento de diáfisis de una tibia adulta
de 14 cm de longitud, 2,5 cm de ancho y 50 g de peso. El fragmento presenta márgenes de fractura lisos y
bien definidos, característicos de las fracturas realizadas en el perimortem. En la parte media de la diáfisis
se observa una pequeña incisión transversal, de pequeño tamaño, producida también en el perimortem,
relacionada con el proceso de descarnado, realizada de manera antrópica e intencional. La datación (Beta570450) arrojó un resultado convencional de 3630 ± 30, calibrado a dos horquillas temporales integradas
dentro del intervalo de probabilidad 2σ (95,4 %) que cubren los períodos 2130-2089 y 2045-1896 cal ANE,
así como una segunda horquilla entre 2032-1944 cal ANE al reducir la probabilidad a 1σ (68,3 %).
Muestra 2: Número de catálogo 24.478 del MPV. La muestra se ha tomado de un fragmento de frontal
perteneciente a un individuo subadulto que conserva parte de la sutura sagital de 8 cm de longitud, 7 cm
de anchura y 19 g de peso. Se observan diversas incisiones transversales sobre la superficie externa del
hueso, de pequeñas dimensiones, relacionadas con el desollado y realizadas también de manera antrópica
e intencional. La datación (Beta-570450) arrojó un resultado convencional de 3730 ± 30, calibrado a dos
horquillas temporales integradas dentro del intervalo de probabilidad 2σ (95,4 %) que cubren los períodos
2272-2259 y 2205-2032 cal ANE, así como tres horquillas entre 2199-2166, 2150-2128 y 2091-2042 cal
ANE al reducir la probabilidad a 1σ (68,2 %).
3.2. Métodos empleados para el estudio óseo
El método utilizado para el análisis de los restos óseos humanos ha sido la inspección macroscópica y con
lupa binocular Nikon SMZ-10A Optika, teniendo en cuenta las recomendaciones de Buikstra y Ubelaker
(1994). El análisis se basó en la clasificación e identificación anatómica de los elementos óseos, de la
porción del hueso conservado, del lado esquelético, de la estimación del sexo, de la edad, del estado y del
grado de preservación de los huesos, del análisis tafonómico y de la inspección paleopatológica.
Dado que el material óseo corresponde con un conjunto sin validez estratigráfica, la estimación del
Número Mínimo de Individuos (NMI) se realizó a partir de la frecuencia de todos los tipos de hueso y su
lado de distribución, teniendo en cuenta la madurez o inmadurez esquelética. La estimación del sexo se realizó
mediante parámetros cualitativos (Buikstra y Ubelaker, 1994) y cuantitativos. Se aplicó la serie de funciones
discriminantes para el esqueleto postcraneal de Alemán (1997), basada en una población mediterránea actual.
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Para la estimación de la edad se consideró el grado de erupción dental (Ubelaker, 1989), el estado de fusión de las
epífisis de los huesos largos (Ferembach, Schwidetzky, Stloukal, 1980; Brothwell, 1987) y el grado de sinostosis
de las suturas craneales (Olivier, 1960; Meindl y Lovejoy, 1985). El estado y grado de preservación de los
huesos se ha valorado según los criterios de White (1992), que considera el estado de fragmentación (completo
o fragmentado), el porcentaje del elemento conservado (1 a 25 %, 26 a 50 %, 51 a 75 % y 76 a 100 %) y el
porcentaje de la superficie intacta del hueso (1 a 25 %, 26 a 50 %, 51 a 75 % y 76 a 100 %).
Las alteraciones tafonómicas observadas incluyen procesos postdeposicionales (depósitos cálcicos y
fracturas post mortem) y de manipulación intencional: marcas de corte sobre el hueso (desollamiento,
desarticulación, descarnado y raspado), fracturas perimortem, marcas de percusión, alteraciones térmicas
(cocido) y marcas dentales.
Las marcas de corte sobre el hueso son pequeñas incisiones y cortes para seccionar las partes
blandas. En general son de pequeño tamaño y con sección en “V” (Botella, Alemán y Jiménez, 2000;
Botella, 2005; Bello y Soligo, 2008; Bello, Parfitt y Stringer, 2009). Para su análisis se tuvo en cuenta
su localización anatómica, la distribución sobre la superficie del hueso (aislado, disperso, agrupado o
cruzado) y la orientación con respecto al eje longitudinal del hueso (oblicuo, longitudinal, transversal). Se
tomaron medidas de las incisiones en milímetros (longitud máxima y mínima). Siempre que fue posible,
se clasificaron según su intencionalidad, siguiendo los criterios propuestos por Botella y Alemán (1998),
Botella, Alemán y Jiménez, (2000) y Botella (2005). De este modo, se diferenciaron marcas de desollado,
desarticulación, descarnado y raspado.
Las marcas de desollado se localizan únicamente en el cráneo y se relacionan con la retirada de la piel del
cráneo y del cuero cabelludo. Son incisiones lineales, largas y poco profundas. En las zonas de mayor adherencia,
como en el frontal, estas incisiones son más numerosas y cortas. Las marcas de desarticulación se relacionan con
el proceso de separación de las articulaciones o segmentos corporales. Se localizan en las epífisis de los huesos,
con el fin de cortar las partes blandas, los tendones y los ligamentos. Las marcas de descarnado se relacionan con
el proceso de extirpar los músculos. Son incisiones normalmente agrupadas y en la misma dirección. Se localizan
en aquellas zonas donde hay menos densidad carnosa y en las porciones óseas salientes. Las marcas de raspado
se relacionan con el descarnado y la limpieza de ciertas zonas. Se observan numerosas estrías, poco profundas e
irregulares, a veces superpuestas y entrecruzadas (Botella, Alemán y Jiménez, 2000; Botella, 2005).
La fracturación de los huesos se analizó siguiendo el modelo de Villa y Mahieu (1991) y las recomendaciones
de Sauer (1998), Outram (2001) y Outram et al. (2005). Para ello se tuvo en cuenta el contorno de la fractura
(transversal, curvada en forma de “V”, longitudinal), el ángulo de la fractura (oblicuo, recto, mixto), el borde
de la fractura (liso o dentado), la longitud del fragmento (menos de ¼, entre ¼ y ½, entre ½ y ¾, más de ¾ de
la longitud total de la diáfisis), la porción de la circunferencia del hueso (menos de la ½, más de la ½) y los
cambios o daños observados en la superficie cortical del hueso (presente o ausente).
Las modificaciones producidas como consecuencia de la fracturación intencional de los huesos, es decir, las
marcas de percusión, se registraron siguiendo las pautas de Vettese et al. (2020), que clasifica estas huellas en tres
categorías: marcas de percusión en sentido estricto o marcas directas debidas al impacto; huellas consecutivas a
la apertura del canal medular; y estrías auxiliares relacionadas con la extracción de la médula.
La cocción se identificó a través de los criterios macroscópicos establecidos por White (1992), Botella,
Alemán y Jiménez (2000) y Hurlbut, (2000): los huesos cocidos presentan una textura más lisa y suave,
ausencia generalizada de opacidad ósea, disminución de su peso y presencia de superficies redondeadas y
pulidas o pot polish, localizadas en los extremos de los fragmentos de hueso (White, 1992). Esta apariencia
pulida es consecuencia de la acción de partículas abrasivas en el agua o en el recipiente utilizado para su
cocción o cocinado.
Las marcas de dientes humanos se han analizado siguiendo las recomendaciones de Fernández-Jalvo
y Andrews (2011, 2016) y Saladié et al. (2013). Las características que definen el modelo de huesos
masticados por humanos son: extremos doblados, bordes crenulados, punciones, fosas y marcas o surcos
lineales en las superficies de los huesos.
APL XXXIV, 2022
[page-n-10]
118
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
4. ESTUDIO PALEOANTROPOLÓGICO
El conjunto de restos humanos recuperados en la Cova del Garrofer consta de 533 elementos de hueso y 112
esquirlas óseas (de las cuales 49 pertenecen a fragmentos de huesos largos y 63 a fragmentos del cráneo).
De los 533 elementos óseos, tan solo 16 (3 %) están completos, el resto (517 o el 97 %) son fragmentos de
hueso (tabla 2). A pesar de la alta fragmentación de la muestra, se encuentran representadas casi todas las
unidades anatómicas del esqueleto humano, a excepción del esternón, coxal y sacro (fig. 4). Predominan los
fragmentos de huesos largos (45,96 %), tanto de la extremidad superior como los de la inferior, seguido de
los fragmentos craneales (35,08 %), costillas (3 %), fragmentos mandibulares (2,81 %), dientes (2,25 %),
vértebras (1,98 %), huesos de la mano (1,68 %), escápulas (1,5 %) y maxilas (1,12 %). El resto de unidades
anatómicas se encuentran representadas por debajo del 1 %.
Pertenecen a un NMI de siete, establecido a partir de los elementos anatómicos más representativos, en
este caso las mandíbulas. De acuerdo al grado de maduración esquelética, corresponden a dos subadultos,
dos adultos jóvenes y tres adultos. Según el grado de la erupción dental (Ubelaker, 1989), uno de los
subadultos tenía 9 años ± 24 meses.
El resto de los huesos se han clasificado según el grado de madurez esquelética (fig. 5), y son la mayoría
de adultos. Este porcentaje podría estar sobrestimado debido a la gran cantidad de fragmentos de diáfisis de
huesos largos, que no han podido clasificarse con precisión.
Tabla 2. Fragmentos óseos analizados del yacimiento de la Cova del Garrofer con número de restos observados.
Taxón
Elemento
Lateralidad
Borde supraorbitario
Frontal
Frontal con órbita
Derecha
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Izquierda y derecha
Izquierda
Izquierda y derecha
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Izquierda-Derecha
Indeterminado
Izquierda y derecha
Izquierda
Indeterminado
Derecha
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Frontal y parietal
Parietal
Occipital
Cráneo
Occipital y parietal
Cigomático
Esfenoides
Nasal
Apófisis mastoides
Maxila
APL XXXIV, 2022
Porción petrosa
Porción basilar
Indeterminado
Hemimaxila
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
1
8
3
1
1
1
1
27
1
1
6
1
1
5
1
1
5
3
1
117
3
3
1
-
Total Porcentaje
(n)
187
35,08 %
6
1,12 %
[page-n-11]
Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
119
Tabla 2 (cont.).
Taxón
Elemento
Lateralidad
Hemimandíbula
Izquierda
Derecha
Mentón
Hemimandíbula y mentón
Cuerpo
Carpo
Izquierda
Derecha
Izquierda
Rama
Derecha
Izquierda
Incisivo I superior
Izquierda
Incisivo II superior
Derecha
Canino superior
Derecha
Premolar1 superior
Izquierda
Premolar2 superior
Izquierda
Derecha
Incisivo I inferior
Derecha
Incisivo II inferior
Izquierda
Premolar1 inferior
Derecha
Premolar2 inferior
Derecha
Corona molar 1 inferior
Derecha
Raíz
Indeterminado
Diáfisis
Indeterminado
Derecha
Cuerpo
Indeterminado
Cavidad glenoidea, frag. acro- Izquierda
mion y frag. borde lateral
Cavidad glenoidea y parte del Izquierda
acromion
Cavidad glenoidea y parte
Derecha
apófisis coracoides
Borde lateral
Indeterminado
Izquierda
Cavidad glenoidea
Indeterminado
Arco
Indeterminado
Diáfisis
Derecha
Izquierda
Epífisis proximal y frag.
Izquierda
diáfisis
Epífisis proximal
Derecha
Izquierda
Diáfisis
Derecha
Diáfisis
Derecha
Epífisis distal
Derecha
Semilunar
Derecha
Metacarpo
Diáfisis
Mandíbula
Diente
Clavícula
Costilla
Escápula
Vértebra
Húmero
Cúbito
Radio
Indeterminado
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
4
2
1
2
1
1
3
1
1
3
1
16
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
-
1
-
1
Total Porcentaje
(n)
15
2,81 %
12
2,25 %
4
0,75 %
16
3%
-
8
1,50 %
3
1
1
9
2
1
1
-
9
1,98 %
3
0,56 %
1
1
1
1
1
1
4
0,75 %
2
0,37 %
1
0,18 %
-
9
1,68 %
9
APL XXXIV, 2022
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120
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Tabla 2 (cont.).
Taxón
Elemento
Lateralidad
Metacarpo III
Falange medial
Fémur
Rótula
Tibia
Diáfisis y epífisis proximal
Falange medial
Diáfisis
Rótula
Epífisis distal
Diáfisis
Epífisis distal
Diáfisis
Cabeza
Calcáneo
Diáfisis
Diáfisis
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Izquierda
Indeterminado
Izquierda
Izquierda
Derecha
Indeterminado
Peroné
Astrágalo
Calcáneo
Metatarso III
Hueso largo
Total
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
1
1
1
1
1
1
1
1
1
245
1
2
-
517
16
Total Porcentaje
(n)
1
1
1
2
2
2
1
1
1
533
Fig. 4. Distribución porcentual de la representación esquelética de la muestra de Cova del Garrofer.
APL XXXIV, 2022
0,18 %
0,18 %
0,18 %
0,37 %
0,37 %
0,37 %
0,18 %
0,18 %
0,18 %
45,96 %
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
121
Fig. 5. Porcentaje de rangos de edad
estimados en la muestra de Cova
del Garrofer.
En cuanto a la estimación del sexo, la alta fragmentación de la muestra junto con la ausencia de huesos
pélvicos, ha imposibilitado realizar una adecuada estimación sexual. No obstante, se han observado
características sexuales tanto masculinas como femeninas en los cráneos y las mandíbulas, confirmando
la presencia de ambos sexos, pero sin poder estimar porcentajes de representación. La aplicación de las
funciones discriminantes de Alemán (1997) se ha realizado en un fragmento de escápula izquierda de un
adulto, indicando que se trata de un individuo de sexo femenino.
El grado de preservación de la superficie externa del hueso es elevado (fig. 6), ya que el 95,13 %
presenta entre un 76-100 % de la superficie ósea intacta y bien conservada, sin alteraciones macroscópicas
causadas por agentes meteorológicos u otros agentes hídricos, químicos o biológicos. Tan solo el 4,31 %
presenta menos del 50 % de su superficie externa en buen estado.
La alta intensidad de fragmentación ósea se manifiesta también en el porcentaje del elemento conservado.
De los 517 huesos fragmentados, el 95,55 % son porciones que representan menos de la mitad del hueso,
es decir, son de pequeño tamaño (fig. 7). No se ha documentado ningún hueso largo completo. Respecto
a la fragmentación de los huesos largos, todos representan menos de ¼ de la longitud original del hueso,
con una porción de menos de la mitad de la circunferencia de la diáfisis, es decir, con circunferencias
incompletas. Predominan los contornos de fractura curvados y en “V” (64,96 %), con ángulos de fractura
mixtos (58,39 %) y oblicuos (41,61 %) y bordes lisos (64,96 %) (fig. 7).
En cuanto a las modificaciones antrópicas, el 45,02 % (240 fragmentos de hueso) de la muestra presenta
algún tipo de manipulación, presentes en individuos de ambos sexos y de diferentes edades, sin distinción
de sexo o edad. Las más frecuentes son las fracturas en fresco o perimortem, presente en el 35,83 % de
la colección y los cortes sobre la superficie del hueso (12,75 %), las marcas de percusión (10,13 %) y las
marcas dentales (2,43 %) (tabla 3).
Los cortes se han observado tanto en el esqueleto post-craneal como en el craneal, ya sea por
desollamiento, descarnado, desarticulación o raspado, es decir, por acciones implicadas en el procesamiento
del cadáver. La más frecuente fue el desollado, seguido de las marcas de desarticulación y descarnado.
Las incisiones muestran características microscópicas que evidencian que se realizaron con instrumentos
de piedra (sílex), como son microestrías en la pared del corte y recorridos más irregulares, así como con
instrumentos metálicos, más lisas, profundas y sin estrías (Domínguez-Rodrigo et al., 2009).
Fig. 6. Porcentaje del grado de preservación de la superficie externa
del hueso de la muestra de Cova del
Garrofer.
APL XXXIV, 2022
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122
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 7. Porcentaje del elemento conservado de los huesos fragmentados (517) de la muestra de Cova del Garrofer.
Contorno, ángulo y borde de fractura de los huesos largos. Los contornos longitudinales, más de la mitad de los ángulos
de fractura mixtos y los bordes dentados, corresponden a fracturas en seco o post mortem.
La mayoría de los fragmentos óseos analizados presentan una textura lisa y suave, de aspecto vítreo
y muy bien conservados, con superficies redondeadas o pulidas. También presentan transparencia o
aspecto translúcido. A falta de pruebas analíticas físico-químicas, estos rasgos macroscópicos son
coincidentes con los resultados microscópicos obtenidos en otros estudios experimentales (Bosch et
al., 2011; Solari et al., 2015). Por lo tanto, sugieren que fueron expuestos a alteraciones térmicas,
concretamente a la exposición indirecta al fuego a bajas temperaturas, relacionados con el proceso de
cocción, tal y como se ha observado en otros casos arqueológicos (White, 1992; Botella, Alemán y
Jiménez, 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012).
Llegados a este punto, consideramos necesario realizar una descripción de las modificaciones antrópicas
documentadas por elementos anatómicos (tabla 3):
Tabla 3. Modificaciones antrópicas observadas en la Cova del Garrofer (Gandia) con el número de fragmentos observados
con alguna marca de manipulación antrópica y el porcentaje de fragmentos con marcas por segmento anatómico.
Fractura
perimortem
Cortes
Desollamiento Desarticulación
Descarnado
Percusión
Marcas
dentales
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
Cráneo
2
1,06
30
16,04
30
16,04
-
-
-
-
12
6,41
-
-
Mandíbula
11
73,33
12
80
-
-
4
26,66
8
53,33
2
13,33
2
13,33
Maxila
-
-
2
33,33
-
-
-
2
33,33
-
-
-
-
Axial
-
-
3
8,1
-
-
2
5,4
1
2,7
-
-
2
5,4
Hueso
largo
178
64,49
21
7,6
-
-
4
1,44
17
6,15
40
14,49
9
2,26
Total
191
35,83
68
12,75
30
5,62
10
1,87
28
5,25
54
10,13
13
2,43
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
123
- Fragmentos craneales: se han identificado un total de 187 fragmentos craneales (tabla 1), incluyendo
frontal, parietal, occipital, temporal, apófisis mastoides, cigomático, esfenoides, porción basilar y
porción petrosa. No se ha recuperado ningún cráneo completo. Las marcas de corte se han observado
en 30 fragmentos del cráneo y son muy similares respecto a su ubicación, tamaño y disposición. Todas
se relacionan con el proceso de desollamiento, excepto una de raspado. Se localizan en la cara externa
del hueso, en frontales, parietales, occipitales y en una apófisis mastoides. Por lo general se encuentran
próximas a las suturas craneales y en las zonas donde la piel está más próxima al cráneo (figs. 8, 9 y 10).
Son incisiones lineales, en su mayoría agrupadas, en dos o más líneas paralelas, muy próximas entre sí,
con orientación longitudinal, oblicua y transversal, de longitud variable, entre los 18 mm la más larga y
los 2,73 mm la más corta. No obstante, la mayoría son de pequeño tamaño, oscilando entre los 4-8 mm de
longitud, muy finas y de sección en “V”. En las zonas de mayor adherencia muscular se observan estrías
poco profundas e irregulares o marcas de raspado (fig. 8B), relacionadas con el descarnado y la limpieza
del cráneo.
También se han observado dos fragmentos con bordes de fractura perimortem y 12 con marcas de
percusión (el 6,41 % de los fragmentos craneales) de morfología semicircular, que evidencian la rotura
intencional de los cráneos, asociadas al procesado del mismo (fig. 11).
Fig. 8. Marcas de corte sobre diversos frontales de la muestra de la Cova del Garrofer. Pequeñas incisiones en la cara
externa del área supraorbitaria del frontal. A) corte transversal en la zona superior de la apófisis orbitaria externa;
B) corte transversal en la zona superior de la apófisis orbitaria externa y marcas de raspado muy finas y superpuestas;
C) cortes longitudinales en la parte superior de la eminencia de la glabela; D) cortes en el borde de la órbita.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 9. Marcas de desollado en dos calotas de la muestra de la Cova del Garrofer. A) cortes longitudinales y lineales
localizados a lo largo de la escama del frontal; B) agrupación de pequeños cortes longitudinales en la zona sagital
superior del frontal; C) corte transversal en el parietal izquierdo y fractura asociada al procesado del cráneo; D) corte
transversal en el parietal izquierdo; E) corte longitudinal en la parte superior de la glabela; F) cortes longitudinales y
paralelos, localizados en el parietal izquierdo, muy próximos a la sutura sagital. Los cortes E y F debieron de seccionar
el músculo occipito-frontal.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 10. Modificaciones observadas en tres occipitales de la muestra de la Cova del Garrofer. A) cortes oblicuos en la
escama occipital. Las flechas indican borde e inicio de línea de fractura generada por un trauma o impacto perimortem;
B, C y D) cortes longitudinales en la parte media del occipital; E) norma anterior y posterior de un occipital adulto con
líneas de fractura generadas por un trauma perimortem.
- Maxilares: de los seis fragmentos documentados, en dos se han observado marcas de corte en las áreas
cercanas a los alvéolos de los caninos y los premolares (fig. 12). Estas marcas sugieren la extracción de la
nariz y los labios.
- Mandíbulas: de los 15 fragmentos mandibulares documentados, 12 presentan algún tipo de manipulación intencional. Se observan marcas de corte en el 80 % de los fragmentos mandibulares. Se localizan
debajo del orificio mentoniano, en el cuerpo mandibular, en los bordes laterales y mediales de la rama mandibular, en la escotadura mandibular y debajo de la apófisis condilar (figs. 13 y 14). El 73,33 % presenta
márgenes de fractura lisos, producidos en el perimortem, entre las cuales 5 se sitúan en la zona cercana a la
sínfisis (fig. 14). También se han observado dos fragmentos con marcas de percusión y otros dos con marcas
de dientes. En todos los casos las marcas dentales son superficiales. La mandíbula nº 88 muestra dos fosas
continuas, superficiales y en forma de media luna. La nº 60 (fig. 17E-H) presenta en la zona del gonion
izquierdo una pequeña fosa de contorno incompleto y descamación en los bordes. Debajo del orificio mentoniano muestra otra pequeña fosa triangular, y a esa misma altura, pero en su norma interna, se observan
diversos surcos dentales, probablemente producidos por la acción del arrastre. Estas lesiones revelan un
procesamiento intensivo de la mandíbula.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 11. Marcas de percusión en diversos fragmentos craneales de la muestra de la Cova del Garrofer. A) norma
anterior de un fragmento de frontal con muesca de percusión por impacto directo; B) fragmento de parietal con fractura
semicircular generada por trauma perimortem; C) corte transversal en la apófisis mastoides, muy cerca del canal
auditivo; D) posible marca de percusión o aplastamiento. Estas lesiones (C y D) pudieron haber afectado a múltiples
nervios y vasos sanguíneos.
Fig. 12. Hemimaxila
izquierda de individuo
adulto de la muestra de la
Cova del Garrofer. Presenta
tres pequeños cortes en el
borde de los alvéolos 24 y
25, los cuales se encuentran
reabsorbidos por pérdida ante
mortem de los premolares.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 13. Fragmentos mandibulares de subadultos con marcas de corte, de la muestra de la Cova del Garrofer. A y
C) marcas de corte en el borde externo de la rama; B) cortes en la escotadura mandibular; D) marcas de corte en el
cuerpo mandibular izquierdo, en la zona de los molares.
- Escápulas: de los 12 fragmentos escapulares documentados, dos presentan pequeños cortes en la
zona superior de la cavidad glenoidea y en la zona del acromion, ambas relacionadas con el proceso de
desarticulación (fig. 15D).
- Clavícula: de los cuatro fragmentos de diáfisis claviculares identificados, una presenta una incisión de
pequeño tamaño, en dirección oblicua, localizada en la zona de la impresión del ligamento costoclavicular,
relacionada con el descarnado (fig. 15E).
- Manos y pies: dos falanges mediales de la mano y un fragmento de astrágalo del pie izquierdo muestran
pequeños cortes relacionados con la desarticulación (figs. 15A, 15B y 15C). Los cortes en el astrágalo, cerca
de la articulación tibiotalar, tienen una orientación perpendicular, probablemente para cortar los ligamentos
y así desmembrar el pie (fig. 15C). Una falange de la mano y un metacarpo muestran bordes crenulados en
los extremos de las diáfisis, es decir, modificaciones causadas por dientes humanos (fig. 17A).
- Brazos y piernas: de los 13 fragmentos identificados, nueve presentan algún tipo de modificación
intencional. Se han observado seis marcas de corte relacionadas con la desarticulación y el descarnado.
La mayoría de los márgenes de fractura se produjeron en fresco. Dos húmeros, un radio, una tibia y un
peroné muestran marcas de percusión, del tipo impacto directo en forma de muesca y escama adherida y
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Fig. 14. Patrón de fractura en la zona de la sínfisis y marcas de corte en fragmentos mandibulares adultos, de la
muestra de la Cova del Garrofer. A y D) cortes en el cuerpo mandibular izquierdo, zona de los molares; G) cortes en
el borde medial de la rama mandibular izquierda; B, E y H) cortes en el borde lateral de la rama mandibular izquierda;
C) corte en la zona del orificio mentoniano izquierdo; F e I: cortes en la zona del mentón.
otras consecutivas a la apertura del canal medular, en forma de ondulaciones y pseudo-muescas (fig. 18).
Un radio, un cúbito y dos tibias presentan marcas de dientes: una de las tibias y el cúbito muestran marcas
similares en sus epífisis, en forma de pequeñas fosas con base plana y de forma ovalada (fig. 17B-C). El
resto de marcas dentales son similares a las documentadas en los fragmentos de huesos largos, esto es,
pequeñas fosas o perforaciones de sección triangular.
- Huesos largos: se han identificado 178 fragmentos con márgenes de fractura lisos, de contorno curvado
y en “V” y con ángulo oblicuo o mixto en su mayoría, es decir, márgenes de fractura producidos en el
perimortem o en estado fresco (Sauer, 1998; Villa y Mahieu, 1991). El 14,49 % de los fragmentos de hueso
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 15. Marcas de corte
en diversos fragmentos del
esqueleto axial de la muestra
de la Cova del Garrofer. A
y B) cortes en dos falanges
mediales de la mano de un
adulto; C) astrágalo de un
individuo adulto, con un
corte perpendicular en la cara
articular para el calcáneo; D)
norma ventral de escápula
derecha de individuo adulto,
con un corte entre la cavidad
glenoidea y el acromion;
E) fragmento de diáfisis de
una clavícula de individuo
adulto, con un corte en la parte
proximal de la diáfisis.
largo presenta marcas de percusión (40 fragmentos): golpes directos en forma de muescas o impactos de
percusión y marcas consecutivas a la apertura del canal medular, es decir, ondulaciones y pseudo-muescas.
También se han registrado marcas de corte relacionadas con la desarticulación, normalmente ubicadas en la
zona de las epífisis y el descarnado, en las diáfisis. En nueve fragmentos se han observado marcas dentales
en forma de pequeñas fosas o punciones de sección triangular y surcos irregulares (fig. 16).
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 16. Marcas dentales y de percusión observadas en diversos fragmentos óseos de la Cova del Garrofer. A, B, D
y E) marcas de dientes humanos localizadas en la superficie externa de dos diáfisis; A y D) pequeña fosa o punción
superficial de morfología triangular; B) pequeña fosa superficial en forma de media luna; C) norma externa e interna de
un fragmento de diáfisis. Las flechas indican marcas de percusión completa. En un extremo del fragmento se observa
marca de corte sobre la superficie externa del hueso, relacionada con el descarnado y ondulaciones en el extremo por
rotura de percusión, relacionada con la apertura del canal medular; E) fosas superficiales con contorno incompleto y
descamación en los bordes.
5. INTERPRETACIÓN Y DISCUSIÓN
En el momento del descubrimiento del conjunto de los restos arqueológicos de la Cova del Garrofer
depositados en el Museu de Prehistòria de València, se propuso que su presencia en la cavidad
debía interpretarse en relación a su utilización como espacio de necrópolis del Calcolítico o, más
probablemente, de la Edad del Bronce. El fenómeno de inhumación múltiple en cavidades naturales
en el País Valenciano está muy extendido, si bien no siempre se han analizado de forma exhaustiva los
hallazgos documentados. Es una cuestión que ha centrado nuestro interés en los últimos años (García
Borja et al., 2013, 2016 y 2020; Miret et al., 2021), aplicada a cavidades utilizadas como necrópolis en
la Prehistoria reciente, localizadas en espacios en los que se ha documentado una intensa ocupación del
territorio en momentos sincrónicos.
En el caso concreto de la Cova del Garrofer, cabe admitir que la colección de restos humanos merece
un marco interpretativo particular. Ello es consecuencia del tipo de depósito analizado: un conjunto de siete
individuos, todos desarticulados, mezclados entre sí en un espacio concreto de la superficie de la cueva,
con el esqueleto incompleto y con la presencia de marcas de manipulación antrópica en casi la mitad de la
muestra analizada.
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Fig. 17. Marcas de dientes humanos observadas en diversos fragmentos de la muestra de la Cova del Garrofer.
A) falange de la mano que muestra borde crenulado en el extremo proximal y fractura longitudinal; B) fosa superficial
de morfología ovalada en la zona de la epífisis distal de una tibia; C y D) cúbito izquierdo con fosa superficial de
morfología ovalada en la zona de la epífisis proximal (C) y pequeña incisión en la diáfisis relacionada con el descarnado
(D); E-H) marcas observadas en una mandíbula de adulto. E) pequeños cortes en el borde lateral de la rama mandibular;
F-H) marcas dentales. F) fosas o punciones de morfología triangular, localizadas en la zona próxima a la sínfisis, la cual
también está fractura intencionadamente; G) hundimiento o fosa de contorno incompleto y descamación de los bordes;
H) norma lingual de la mandíbula. Surcos y fosas poco profundas.
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Fig. 18. Fragmentos de diáfisis de la muestra de la Cova del Garrofer, sistemáticamente fracturados. Izquierda: fragmentos
con muescas de percusión completas y dobles, relacionadas con golpes en sentido estricto. Derecha: fragmentos con
ondulaciones y marcas concoides en los bordes de las fracturas, relacionadas con las marcas consecutivas a la apertura
del canal medular.
Las alteraciones o marcas de manipulación observadas en el presente estudio son coincidentes con los
criterios tafonómicos establecidos para la identificación de canibalismo (Turner, 1983; Botella y Alemán,
1998; Turner y Turner, 1999; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017). No obstante, tal y como se desprende en
el análisis de Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017), no siempre se registran todos y cada uno de los rasgos
propuestos por Turner (1983). En este sentido, la ausencia significativa de ciertos elementos anatómicos,
así como la desigual representación esquelética documentada en la Cova del Garrofer, podría responder a
actividades relacionadas con la manipulación intencional del cadáver y el canibalismo, donde los huesos de
las vértebras, manos y pies suelen estar infrarrepresentados (Turner, 1983; Turner y Turner, 1999) y la zona
craneal suele ser la mejor representada. Sin embargo, considerando las características del hallazgo, este
sesgo anatómico puede deberse también a la selección realizada en los años 70 y los elementos que faltan
podrían estar todavía en la cavidad.
Las modificaciones observadas afectaron al 45,02 % de los fragmentos óseos estudiados, es decir, casi
la mitad de la colección presenta algún tipo de alteración relacionada con el procesamiento del cadáver
para su consumo. Una frecuencia del 30 % o más es común en los procesos de carnicería intensiva (Saladié
et al., 2015), presente también en otros conjuntos canibalizados como en el nivel TD6 de la Gran Dolina
(Fernández-Jalvo et al., 1996, 1999; Carbonell et al., 2010; Saladié et al., 2011, 2012 y 2014), en la cueva
de Moula Guercy (Defleur et al., 1999), en el yacimiento del Paleolítico superior de la cueva de Gough
(Andrews y Fernández-Jalvo, 2003; Bello et al., 2015, 2016), en los niveles mesolíticos de la cueva de
Perrats (Boulestin, 1999), en los restos neolíticos de la cueva de Malalmuerzo (Jiménez Brobeil, 1990;
Botella et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012) y en los restos de la Edad del Bronce recuperados en
la cueva de El Mirador (Cáceres, Lozano y Saladié, 2007).
En los restos de la Cova del Garrofer se observaron fracturas perimortem, cortes sobre la superficie
del hueso, marcas de percusión y marcas dentales. El porcentaje de fracturas en fresco o perimortem
documentado es elevado (35,83 %). No presentan ningún signo de remodelación ósea, con bordes de
fractura cortante, ondulante y superficie suave, poco rugosa. Estas características indican que la fractura
se produjo en el hueso en estado fresco, en un momento próximo a la muerte del individuo (Villa y
Mahieu, 1991; Loe, 2016). Las diáfisis de los huesos largos más grandes y ricos en médula, como el
fémur, así como otros más pequeños y con menor proporción medular, como el cúbito, se encuentran
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sistemáticamente fracturados en porciones largas y estrechas, fruto de la fracturación humana (Villa y
Mahieu, 1991). Los huesos de pequeño tamaño, los de la mano y del pie, en general se conservan intactos,
debido a su baja cantidad de tejido esponjoso, factor que también se ha relacionado con prácticas de
canibalismo (Boulestin et al., 2009).
También se ha observado un porcentaje significativo de modificaciones relacionadas con la fracturación
intencional, como son las marcas de percusión y las alteraciones del canal medular, que implican directamente
la acción humana para la obtención y el consumo de la médula ósea. El uso de la percusión está presente
en cráneos, mandíbulas y huesos largos. En la mayoría de los fragmentos de diáfisis de los huesos largos, el
canal medular se encuentra liso, con las trabéculas óseas eliminadas, posiblemente debido a la introducción
de un útil alargado para empujar y así obtener la médula (Botella y Alemán, 1998). Las fracturas y marcas
de percusión en los cráneos, evidencian la exposición del cerebro, probablemente para su consumo. Las
fracturas observadas en las mandíbulas, evidencian un patrón o tratamiento muy similar a las observadas
en el yacimiento de la cueva de El Mirador, la mayoría también fracturadas en la zona cercana a la sínfisis
(Cáceres, Lozano y Saladié, 2007). La rotura masiva de huesos (cráneos y huesos largos) y la presencia de
marcas de percusión son características que se repiten en todos los casos europeos con canibalismo (Saladié
y Rodríguez-Hidalgo, 2017; Santana et al., 2019).
Las frecuencias de marcas de corte son del 12,75 % mientras que en la mayoría de conjuntos europeos
son superiores al 5 % (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017; Santana et al., 2019). Reflejan actividades de
carnicería vinculadas al procesamiento del cadáver y al consumo humano: desollamiento, desarticulación,
descarnado y raspado. Los cortes aparecen en las áreas periarticulares del esqueleto, normalmente en
las epífisis de los huesos largos, con la finalidad de separar los elementos óseos por las articulaciones.
También aparecen cortes alrededor de las zonas de masa muscular, generalmente agrupadas y en dirección
transversal. Se identifican como marcas de descarnado, es decir, con el proceso de cortar las partes blandas
y separarlas del hueso. En los cráneos, se observan cortes lineales en sentido longitudinal y transversal,
que responden a la técnica del desollado, esto es, cortar la piel para separarla del resto (Botella y Alemán,
1998). La técnica o patrón observado es el mismo que el utilizado en la carnicería de animales (Boulestin
et al., 2009): se realiza una incisión desde la raíz de la nariz hasta la nuca para cortar el cuero cabelludo,
a la vez que se realizan otras más cortas en dirección transversal para descarnar los músculos craneales,
como el occipitofrontal y el temporal. Los cortes observados en la superficie anterior y posterior de la rama
mandibular evidencian la intencionalidad de separar el cráneo de la mandíbula.
Las marcas dentales documentadas en los fragmentos óseos humanos es una de las pruebas más claras
que avalan la práctica del canibalismo (Botella, 2002; Boulestin, 1999; Saladié y Rodríguez-Hidalgo,
2017). Sin embargo es, al mismo tiempo, un rasgo tafonómico de difícil identificación, además de que
las mordeduras humanas pueden ser confundidas con las mordeduras producidas por otros carnívoros
(Fernández-Jalvo y Andrews, 2016). No obstante, las marcas dentales producidas por humanos suelen
ser de menor intensidad que las producidas por carnívoros, con fosas y punciones más claras, intensas y
abundantes (Fernández-Jalvo y Andrews, 2016). En el caso de la Cova del Garrofer, las marcas dentales
documentadas son muy superficiales o poco profundas y revelan una baja intensidad de la mordida.
Según estudios experimentales sobre huesos masticados por humanos (Fernández-Jalvo y Andrews,
2011; Saladié, 2013), existen ciertos rasgos discriminantes, algunos de los cuales se han documentado
en la Cova del Garrofer, como son: bordes crenulados o almenados en los extremos de las epífisis, fosas
triangulares y aisladas y marcas o surcos lineales poco profundos. Por otro lado, hay que señalar que
nueve de los trece fragmentos que evidencian algún tipo de marca dental, presentan también otro tipo
de manipulación antrópica (marcas de corte y de percusión), lo que hace aún más plausible el origen
antrópico. Las marcas de dientes humanos se han identificado en al menos ocho yacimientos europeos
canibalizados (Andrews y Fernández-Jalvo, 2003; Aura Tortosa et al., 2010; Bello et al., 2015; Botella
et al., 2000; Cáceres, Lozano y Saladié, 2007; Fernández-Jalvo y Andrews, 2011; Botella et al., 2014;
White y Toth 2007; Santana et al., 2019).
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Muchos de los fragmentos de diáfisis presentan bordes de fractura pulidos y redondeados. En general,
los huesos tienen una textura compacta, brillante y de color blanco amarillento, y en las zonas de menor
espesor son, en ocasiones, translúcidos. Según estudios experimentales (Botella y Alemán, 1998) estos
cambios de textura y coloración se producen durante la cocción de entre 2 y 4,5 horas de hueso humano
fresco, dentro de un líquido en torno a los 100 grados de temperatura. (White, 1992; Botella, Alemán y
Jiménez, 2000). Muy probablemente, después de hervirlos, la carne se desprendería de los huesos con cierta
facilidad para su consumo, y puede que en ocasiones no fuesen necesarias herramientas líticas o metálicas.
Este tipo de modificación o pulido también se ha observado en los restos de Majólicas (Jiménez Brobeil,
1990; Botella et al., 2000), Malalmuerzo (Jiménez Brobeil, 1990; Botella et al., 2000; Solari, Botella y
Alemán, 2012), la Cueva de El Mirador (Cáceres, Lozano y Saladié, 2007), en la Cueva del Toro (Santana
et al., 2019) y en yacimientos del suroeste americano (Hurlburt, 2000; Turner y Turner, 1999; White, 1992).
Este rasgo se ha considerado como un marcador eficaz y compatible para identificar el canibalismo (White,
1992; Turner y Turner, 1999; Botella y Alemán, 1998; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017), aunque solo
está presente cuando hay un dominio del fuego y hay recipientes de cerámica.
Las modificaciones tafonómicas anteriormente discutidas forman parte de un proceso de carnicería
enfocado a la extracción y el aprovechamiento de la carne, las vísceras y la médula ósea. Excepto en
Brillenhöhle (Alemania), en el resto de los conjuntos canibalizados europeos, se registra el proceso
completo de descuartizamiento y preparación del cadáver para su consumo (Saladié y Rodríguez-Hidalgo,
2017): desollamiento, desmembramiento, evisceración y rotura de huesos, incineración/cocido (cuando hay
capacidad pirotécnica), consumo (marcas de dientes humanos) y posibles cremaciones posteriores.
Los resultados de las dataciones radiocarbónicas indican que los restos humanos se fechan en los
estadios iniciales de la Edad del Bronce. La búsqueda de un marco temporal preciso nos ha llevado a
la aplicación de la prueba de Ward y Wilson (1978) sobre los resultados obtenidos en las dataciones
radiocarbónicas, que indica que las dos muestras analizadas no son estrictamente contemporáneas. Sin
embargo, a partir de la exploración de las horquillas de calibración de ambas fechas observamos que estas
presentan en la parte superior (o inicial) de su calibración una probabilidad marginal (fig. 19). Si analizamos
las probabilidades máximas de ambas fechas dentro de la distribución al 95 % de probabilidad (M1 = 84,5;
M2 = 93,5) observamos que existe un solapamiento de 13 años (entre 2045-2032 calibrado ANE). Por ello
ambos individuos pueden ser considerados como contemporáneos y es posible proponer que los individuos
datados fueron depositados en la cavidad dentro del mismo intervalo temporal.
Por otro lado, la similitud observada en su procesamiento permite establecer que fueron consumidos en
un periodo corto de tiempo. Tanto en el momento de la recuperación de los restos, como en las posteriores
visitas realizadas a la cueva, se ha comprobado que, efectivamente, los restos aparecen en la superficie de
Fig. 19. Representación gráfica de las fechas calibradas utilizando la curva IntCal20 y el software Oxcal versión 4.4.
Las líneas rojas verticales indican el solapamiento indicado a partir de la máxima probabilidad dentro de la calibración
a 2 sigmas (95 %).
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una zona concreta de la cavidad. Si a ello unimos que la tafonomía de la colección no presenta importantes
variaciones, que no se han documentado de forma sistemática este tipo de prácticas a lo largo del Calcolítico
y del Bronce Valenciano y que las propias dataciones se solapan en un periodo concreto, se propone que los
restos responden a un episodio puntual.
Llegados a este punto y considerando las evidencias descritas que demuestran la práctica de canibalismo,
el principal desafío es proporcionar una explicación sobre las posibles causas. Siguiendo la propuesta de
Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017), según los datos antropológicos el canibalismo se puede enmarcar en
tres contextos diferentes: de supervivencia, agresivo y funerario.
Si consideramos la primera hipótesis, es decir, el canibalismo de supervivencia, cabría relacionar el evento
con un momento de carestía. En este sentido, algunos autores han propuesto a partir del registro geoarqueológico
un descenso en los niveles de aporte hídrico y un incremento general de la aridez para los momentos iniciales de
la Edad del Bronce, con una marcada estacionalidad que no se superará hasta la mitad del milenio (Fumanal y
Ferrer, 1992; Ferrer, Fumanal y Guitart, 1993). Para la zona de la cubeta de Villena, estudios recientes muestran
eventos áridos en una cronología entre el 2300 y el 1800 calibrado ANE, que parecen corresponder con el
denominado evento Bond 4.2 ka. AP (Elsie et al., 2018), con una oscilación de especial aridez documentada en
otras regiones del Mediterráneo que se sitúa entre 2150 y 2000 calibrado ANE. Cabe preguntarse si este episodio
de aridez en una zona con tantos recursos naturales como la comarca de la Safor, sería tan intenso como para
provocar este episodio de canibalismo. En este sentido, algunos autores plantean que los eventos de canibalismo
observados en zonas de clima suave y abundantes recursos, podría ser el resultado de un estrés periódico o
desequilibrio dietético excepcional (Villa, Courtin y Helmer, 1988).
Se ha generado una cartografía temática en la que se recogen las noticias de los hallazgos arqueológicos
en el ámbito local y comarcal. Pese a que son muchas las fuentes consultadas para la realización de esta
cartografía, fundamentalmente quedan agrupados en la Carta Arqueológica de la Safor (Aparicio, Gurrea y
Climent, 1983) y el Inventario de Yacimientos Arqueológicos de la Dirección General de Patrimonio Cultural
Valenciano. La ubicación de los yacimientos conocidos da cuenta de la intensa ocupación del área de estudio
durante la Prehistoria reciente (fig. 20). Poblados en altura, poblados en el llano, cuevas de hábitat, cuevas de
inhumación, abrigos y estaciones de arte rupestre postpaleolítico (no representadas en el mapa) proporcionan
una imagen de la sólida articulación territorial y cultural entre el final del Calcolítico y la Edad del Bronce
en la zona de estudio (Miret, 2019). Sin embargo, con los datos disponibles no es posible vincular los restos
aparecidos en la Cova del Garrofer con un poblado concreto. No es posible descartar que los restos se puedan
relacionar con algún hábitat todavía por descubrir en las mismas estribaciones del Mondúver, cuestión que
podría relacionarse con la falta de prospecciones en esta zona, pero por el momento los hábitats al aire libre
conocidos se sitúan a una distancia considerable de la cueva, y ninguno de ellos, cabe señalarlo, ha sido
excavado sistemáticamente (es el caso del Castell de Bairén, Puntal de Ponent de la Falconera o Puntal de
Bondia en Gandia, Molló Terrer en el Real de Gandia o Piló de les Hortes en Xeresa).
La segunda hipótesis plantea un canibalismo agresivo, enmarcado en un contexto de violencia. Se basa
en la ausencia de tratamiento simbólico o cuidado de los restos y en una alta frecuencia de lesiones craneales
traumáticas mortales. Respecto al tratamiento simbólico, en la Cova del Garrofer no ha podido establecerse con
claridad si los siete individuos se han procesado, hervido y consumido en el interior de la cueva o si se realizó en
otro espacio y posteriormente se trasladaron los restos a la cavidad. En este sentido, cabe señalar que el vestíbulo
de la Cova del Garrofer ofrece un espacio suficiente para realizar estas actividades. Las concentraciones de
huesos que encontramos sobre la roca bien podrían corresponder con el consumo in situ de los mismos o con
una deposición de los restos desarticulados tras ser consumidos en otro espacio, cuestión que podría implicar la
aceptación de un cierto comportamiento simbólico que debe ser valorado. La dispersión y depósito secundario de
los restos no indica necesariamente una falta de actitud simbólica hacia los muertos, ya que los restos insepultos
se encuentran frecuentemente dispersos después de prácticas de enterramiento secundarias (Weiss-Krejci,
2013). Por el momento, a excepción de los cinco fragmentos cerámicos pertenecientes a un mismo vaso, no hay
evidencias de ajuar funerario ni de ocupaciones humanas estables en la cavidad.
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Fig. 20. Yacimientos arqueológicos conocidos en el entorno de la Cova del Garrofer. Se señala la cronología propuesta
en cada caso: Calcolítico (C), Calcolítico con campaniforme (CC), Edad del Bronce (EB). 1) Cova del Garrofer (Gandia)
(EB); 2) Cova de la Font del Garrofer (Gandia) (C); 3) Cova del Vell (Xeraco) (EB); 4) Cova de les Cent Ungles (Xeresa)
(EB); 5) Coveta del Racó de Tomàs I (Xeresa) (C-EB); 6) Coveta del Racó de Tomàs II (Xeresa) (C-EB); 7) La Barcella
(Xeresa) (EB); 8) Cova del Piló de la Bassa de l’Horta (Xeresa) (EB); 9) Piló de les Hortes (Xeresa) (EB); 10) Cova de
l’Heura (Barx) (C-EB); 11) Cova de Malladetes (Barx) (C-EB); 12) Cova Bolta (Real de Gandia) (CC-EB); 13) Cova
dels Teixons (Real de Gandia) (EB); 14) Molló Terrer o els Bancalets (Real de Gandia) (CC-EB); 15) Cova del Barranc
del Nano (Real de Gandia) (C); 16) Cova Bernarda (Palma de Gandia) (C-EB); 17) Carrers de Sant Pasqual i Castelar
(Gandia) (C); 18) Cova de la Clau II (Palma de Gandia) (EB); 19) Cova del Blanquissar (Palma de Gandia) (C); 20) Cova
del Porc (Palma de Gandia) (C); 21) La Torreta (Palma de Gandia) (EB); 22) Partida de la Plana (Palma de Gandia) (EB);
23) Alt de la Creu Blanca (Palma de Gandia) (EB); 24) Cova del Potaque (Palma de Gandia) (C); 25) Castell del Rebollet
(Font d’en Carròs) (EB); 26) El Rabat (Alqueria de la Comtessa) (EB); 27) Cova de la Solana de l’Almuixic (Oliva)
(CC); 28) Camp de Sant Antoni (Oliva) (CC-EB); 29) Barranc de Beniteixir (Piles) (C); 30) L’Alteró (Alfauir) (EB);
31) La Vital-Sanxo Llop (CC); 32) Tossal del Morquí (Llocnou de Sant Jeroni) (EB); 33) Cova del Rabosar (Llocnou
de Sant Jeroni) (C); 34) L’Horteta o Casa Fosca (Potries) (CC); 35) Els Penyascos (Potries) (EB); 36) Cova del Barranc
Figueral (Ador) (CC); 37) Cova del Forat de l’Aire Calent (Ròtova) (CC-EB); 38) Cova de les Rates Penades (Ròtova)
(CC); 39) Cova del Barranc del Llop (Gandia) (CC); 40) Cova de Minyana (Ròtova) (C); 41) Cova del Parpalló (CC);
42) Cova Negra de Marxuquera (Gandia) (CC-EB); 43) Puntal de Bondia (Gandia) (EB); 44) Abrics del Barranc de Bondia
(Gandia) (EB); 45) Cova de la Trofada (Gandia) (C); 46) Puntal de Ponent de la Falconera (Gandia) (EB); 47) Abric de
la Pols (Gandia) (C-EB); 48) Cova del Cansalader o dels Ninotets (Gandia); 49) Cova de les Goteres (Gandia) (EB);
50) Puntal de la Mola (Gandia) (EB); 51) Cova Xurra (Gandia) (EB); 52) Cova del Racó Tancat (Gandia) (C); 53) Cova
del Cingle (Gandia) (C); 54) Cova de l’Anella (Gandia) (C); 55) Cova del Beat (Gandia) (EB); 56) Cova de la Recambra
(Gandia) (CC-EB); 57) Cova de les Meravelles (Gandia) (CC-EB); 58) Cova de Rausell (Gandia) (C); 59) Abric de la
Casa Blanca (Gandia) (C-EB); 60) Cova de l’Abisme o avenc de Xaro (Gandia) (EB); 61) Cova del Porc (Gandia) (EB);
62) Cova del Racó del Nap (Gandia) (EB); 63) Cova del Corral o Oberta (Gandia) (C); 64) Coveta de Zacarés (Gandia)
(C); 65) Cova de la Finestra (Gandia) (EB); 66) G-70 (Gandia) (EB); 67) G-71 (Gandia) (EB); 68) Cova de l’Aigua
(Gandia) (CC-EB); 69) Castell de Bairén (Gandia) (EB); 70) Abric de Bairén (Gandia) (EB); 71) Cova de Bairén (Gandia)
(C-EB); 72) Cova de Bairén (Gandia) (C-EB).
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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El final del Calcolítico constituye un momento de cambio que culminará con la formación de lo que
la historiografía denomina Bronce Valenciano (Tarradell, 1969). Los cambios que se documentan en este
espacio temporal de tránsito entre el III y el II milenio ANE en tierras valencianas implican la utilización
de la piedra como elemento constructivo principal de los nuevos poblados (De Pedro, 2004), el cambio
en su ubicación del llano a pasar a coronar las montañas (Martí, 2001), la desaparición del típico ajuar
campaniforme y la aparición de una cultura material característica (Tarradell, 1969), e incluso cambios en
el modelo agrario (Pérez Jordà, 2013) y de familia (Jover y López Padilla, 2004). Para valorar las causas
del inicio de la Edad del Bronce, los especialistas en Prehistoria también han tenido en cuenta los datos
obtenidos en el campo de la paleogenética, los cuales han detectado la inclusión de un importante aporte
genético provocado por la llegada de nuevos pobladores vinculados, en última instancia, a la expansión de
la cultura Yamna desde las estepas pónticas hasta la península ibérica, cuya aparición y rápida distribución
implica algún tipo de control de la reproducción (Olalde et al., 2019). Este episodio de inestabilidad se
introduce en la península de norte a sur y arranca en el Calcolítico campaniforme, documentándose en el
Mediterráneo peninsular de forma efectiva entre el 2200 y 1900 calibrado ANE. Los estudios genéticos han
demostrado la incorporación de una nueva variante transmitida por vía paterna, que ha sido corroborada en
trabajos más específicos sobre zonas concretas como el territorio argárico, vinculándose la llegada de estas
nuevas poblaciones a la propia formación de esta conocida cultura arqueológica (Villalba et al., 2021). En
el territorio valenciano, además de los cambios descritos durante la formación del Bronce Valenciano, el
registro arqueológico también proporciona evidencias de inestabilidad en los inicios de la Edad del Bronce,
por ejemplo con la presencia de niveles de incendio en poblados ubicados en altura como la Lloma de Betxí
de Paterna (De Pedro, 1998) y Barranco Tuerto (Jover y López Padilla, 2005), Terlinques (Jover y López
Padilla, 2004), Peñón de la Zorra (García Atiénzar, 2016) o el Polovar (Jover et al., 2016) en la zona de la
cubeta de Villena. Pero cabe señalar que en los restos humanos de la Cova del Garrofer no hemos detectado
lesiones traumáticas mortales que puedan atribuirse a la violencia intencionada (Jiménez-Brobeil, Du
Souich y Al Oumaoui, 2009).
El evento de canibalismo documentado en la Cova del Garrofer se enmarca en este contexto de cambio
e inestabilidad que caracteriza el tránsito del Calcolítico a la Edad del Bronce, que permite a su vez dos
interpretaciones: un endocanibalismo entre humanos de un mismo grupo social o familiar (normalmente
asociado con creencias religiosas); o un exocanibalismo, entre grupos diferentes (asociado a contextos
hostiles) (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
El canibalismo funerario, en términos de endocanibalismo, se ha sugerido en el yacimiento de Caune de
l’Aragó (de Lumley, 2015) y en los conjuntos neolíticos de Malalmuerzo, Majólicas y Carigüela (Botella
et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012). En el caso de la Cova del Garrofer, no parece que se trate de
una práctica generalizada o con tradición, ya que en la zona del Mediterráneo no encontramos paralelos y,
por el momento, debe ser considerado de forma aislada. Los casos en los que se han identificado marcas
antrópicas durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el País Valenciano, son muy escasos y en ningún
caso se relacionan con la práctica del canibalismo. Nos referimos a los yacimientos de Cova del Rectoret
(Gandia) (Miret et al., 2021) y en el Avenc del Dos Forats (Carcaixent) (García Puchol et al., 2010). En este
sentido, la revisión de colecciones óseas aún no estudiadas de los fondos de los museos podría cambiar la
visión del canibalismo en la Prehistoria.
En la Cova del Rectoret (Miret et al., 2021), se identificaron un NMI de cinco individuos, todos
incompletos, fragmentados e inconexos. De entre los restos craneales, una calota de adulto, un frontal de
subadulto y un fragmento de frontal de subadulto, presentan cortes sobre el hueso y marcas de percusión,
relacionadas con el desollado y el descarnado. Las modificaciones observadas se relacionan con un gesto
funerario que implica, al menos, el tratamiento y la manipulación del cráneo.
En la cueva del Avenc dels Dos Forats (García Puchol et al., 2010), hasta el momento se han recuperado un
total de 253 fragmentos de hueso, que corresponden con un NMI de 10 individuos (inconexos e incompletos).
En cuatro restos se observaron marcas de corte, fracturas perimortem y marcas de percusión en la zona
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de los antebrazos y de la rodilla, las cuales se interpretan como gestos funerarios de desmembramiento
y descarnado, con el fin de reubicar y reorganizar el espacio sepulcral. En este caso, los investigadores
plantean la relación de estas marcas con la rigidez cadavérica o rigor mortis, que puede producir una ligera
flexión en las extremidades y dificultad a la hora de manipular el cuerpo, de ahí la necesidad de desgarrar y
seccionar ciertos músculos con el fin de ubicarlo en la cueva.
El único conjunto documentado con evidencias de canibalismo en la península ibérica cuyos restos
humanos se enmarcan en la Edad del Bronce, es el de la cueva de El Mirador, en Burgos (Cáceres, Lozano
y Saladié, 2007). La ausencia de un comportamiento ritual o simbólico en el patrón de procesamiento de
los huesos ha permitido concluir a las investigadoras de El Mirador que los restos documentados responden
a un canibalismo del tipo gastronómico, aunque recientemente esta interpretación ha sido cuestionada,
ya que no se descarta su correspondencia con prácticas simbólicas (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017;
Marginedas et al., 2020).
6. CONCLUSIONES
El estudio de los restos óseos humanos recuperados en el año 1975 en la Cova del Garrofer de Gandia
ha evidenciado un patrón de procesamiento de los cadáveres relacionado con actividades de canibalismo
sobre, al menos, siete individuos de ambos sexos y de diferentes edades. Las evidencias ostearqueológicas
documentadas que sostienen estas prácticas de canibalismo son: huesos humanos desarticulados, elevado
porcentaje de fracturas en fresco o perimortem, marcas de percusión, alteraciones del canal medular,
abundantes marcas de corte para el procesado del cadáver (desollamiento, desarticulación, descarnado y
raspado), marcas dentales y exposición indirecta al fuego o cocción.
Las dataciones radiocarbónicas han revelado que los restos quedan fechados en los momentos iniciales de la
Edad del Bronce. Si analizamos las probabilidades máximas de ambas fechas dentro de la distribución al 95 %
de probabilidad existe un solapamiento de 13 años (entre 2045-2032 calibrado ANE) entre ambas dataciones. En
caso de considerarse como un evento puntual, como interpretamos, este rango cronológico es, por el momento,
el que mayor aproximación estadística ofrece para fechar el episodio de canibalismo analizado.
La proximidad estadística en los resultados de las dataciones realizadas, la falta de paralelos en el
ámbito mediterráneo peninsular, las propias modificaciones antrópicas observadas sobre los restos óseos
humanos y su localización en un espacio concreto de la cavidad, nos llevan a proponer que se trata de un
evento puntual de canibalismo, realizado en un corto espacio temporal sobre un pequeño grupo heterogéneo
que habitaba un poblado de las inmediaciones de Gandia. La variedad de sexo y edad de los individuos
analizados no permite identificar patrones en la elección para su consumo. Por todo ello proponemos que la
colección analizada podría corresponder, en parte o en la totalidad, a un grupo humano que habitaba uno de
los poblados en alto cercanos que caracterizan el Bronce Valenciano en la Safor. En el entorno inmediato no
se ha documentado ningún poblado en altura de finales del Calcolítico o inicios de la Edad del Bronce. Sin
embargo, si ampliamos el foco sobre un territorio mayor, se comprueba una intensa ocupación del territorio
en los momentos de tránsito del III al II milenio ANE.
No es posible establecer con precisión si los restos humanos son fruto de un consumo en la propia
cavidad o si se depositaron en la superficie de la cueva tras ser procesados en otro espacio, lo que implicaría
la práctica de cierta actividad simbólica. Las modificaciones registradas, no autorizan por sí solas a hablar
más de lo que objetivamente muestran. En este sentido, cabe destacar que no disponemos de información
concluyente sobre el contexto arqueológico de aparición, debido a las circunstancias en las que fueron
recuperados los restos analizados. Por el momento es prematuro ofrecer una explicación exhaustiva de las
modificaciones óseas observadas en la Cova del Garrofer.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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AGRADECIMIENTOS
La financiación de los estudios expuestos ha corrido a cargo de la Museu Arqueològic de Gandia y el Servei Municipal
d’Arqueologia del Ajuntament de Gandia. Agradecemos al Museu de Prehistòria de la Diputació de València las facilidades prestadas, así como los consejos recibidos por parte de los investigadores Alfred Sanchis Serra, Joaquim Juan
Cabanilles y Salvador Pardo Gordó. A Miguel Guerrero Blázquez, por su incansable ayuda a diferentes generaciones
de investigadores interesados en el patrimonio de Gandia. Marc Miret y Salvador Escrivà también nos ayudaron en las
exploraciones. Reconocer el interés de Joan Cardona Escrivà, sin cuya tarea en la dirección del MAGa, nada de lo que
estas páginas muestran podría ser una realidad. Finalmente, agradecemos enormemente a los expertos que revisaron de
forma anónima el manuscrito, cuyos comentarios han ayudado a mejorar la calidad del trabajo presentado.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 109-144
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1589
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Ángela PÉREZ FERNÁNDEZ a, Pablo GARCÍA BORJA b,
Carles MIRET ESTRUCH c y Joan NEGRE d
Prácticas de canibalismo
durante la Edad del Bronce:
la Cova del Garrofer (Gandia, València)
RESUMEN: La identificación de restos óseos humanos desarticulados en cavidades naturales del
País Valenciano es un hecho ampliamente extendido que, sin embargo, no siempre ha conllevado el
análisis exhaustivo de los mismos. En este trabajo presentamos los resultados obtenidos en el estudio
antropológico de la Cova del Garrofer (Gandia, València). El análisis tafonómico reveló la presencia de
marcas de manipulación antrópica, las cuales sugieren la práctica del canibalismo durante los inicios
de la Edad del Bronce, un tema que ha sido poco tratado para estos momentos de la Prehistoria en el
mediterráneo peninsular.
PALABRAS CLAVE: tafonomía, canibalismo, Edad del Bronce, cronología radiocarbónica.
Bronze Age cannibalism: the Cova del Garrofer (Gandia, Valencia)
ABSTRACT: The identification of disarticulated human bone remains in natural cavities in the
Valencian Country is a widespread fact, but it has not always led to an exhaustive analysis of them. In
this paper we present the results obtained in the anthropological study of the Cova del Garrofer (Gandia,
València). The taphonomic analysis revealed the presence of anthropic manipulation marks, which
suggest the practice of cannibalism during the Early Bronze Age, a topic that has not been addressed
for these moments of Prehistory on the Mediterranean coast of the Iberian peninsula.
KEYWORDS: taphonomy, cannibalism, Bronze Age, radiocarbon chronology.
a Investigadora independiente
angelasamsa@gmail.com
b Universidad Nacional de Educación a Distancia. Centro asociado Alzira-València.
pabgarcia@valencia.uned.es
c Investigador independiente
carlesmiret@hotmail.com
d Museu Arqueològic de Gandia (MAGa)
joan.negre@gandia.org
Recibido: 07/02/2022. Aceptado: 06/09/2022.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
1. INTRODUCCIÓN
La aparición de restos óseos humanos con marcas de manipulación antrópica que muestran evidencias de
desmembramiento, descarnado y consumo es un tipo de registro arqueológico que ha generado debate.
Aunque algunos investigadores han negado la práctica del canibalismo (Salas, 1921; Arens, 1979) debido
a las dificultades que plantea reconocer las marcas, hoy en día el registro arqueológico y los análisis
tafonómicos inciden en la existencia de este tipo de comportamientos desde el Pleistoceno.
Los primeros estudios sobre canibalismo realizados en el siglo XX se iniciaron en la década de 1970,
centrados en diversos yacimientos de México y del sudeste de los Estados Unidos (Gibbons, 1997; Turner y
Turner, 1999). En Europa no fue hasta la década de 1990 cuando se experimenta un verdadero interés por este
tipo de prácticas, destacando la publicación del yacimiento neolítico de Fontbrégoua, situado en la Provenza
francesa (Villa et al., 1986b; Villa, 1992). Este conjunto fue estudiado por primera vez desde una perspectiva
holística, basándose en criterios tafonómicos. De hecho, la mayoría de las publicaciones más recientes se han
centrado en la definición de los marcadores tafonómicos que posibilitan su identificación y en la creación de
un marco metodológico (Outram et al., 2005; Bello, Parfitt y Stringer, 2009; Fernández-Jalvo y Andrews,
2011, 2016; Bosch et al., 2011; Saladié et al., 2013; Solari et al., 2015; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
En este sentido, la zooarqueología y la tafonomía han aportado pruebas empíricas y objetivas sobre
la evidencia de esta práctica. Turner propuso 14 indicadores tafonómicos para identificar el canibalismo
(Turner, 1983), aunque en una revisión posterior (Turner y Turner, 1999) los redujo a seis: presencia de
rotura de huesos, marcas de corte sobre el hueso, abrasiones, exposición al fuego o evidencias de cocción,
ausencia o aplastamiento de las vértebras (como consecuencia de la extracción de la grasa y la médula ósea)
y pot polish o pulimento de las superficies óseas. No obstante, esta síntesis plantea problemas cuando se
aplica a conjuntos más antiguos, ya que el criterio de cocción y pot polish se restringe a los momentos en
los que hay un dominio del fuego y en la aparición de los recipientes de cerámica.
Recientemente Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017) han realizado una revisión exhaustiva sobre los
conjuntos prehistóricos de Europa occidental con evidencias de canibalismo. En total contabilizan 18
yacimientos entre el final del Pleistoceno y la Edad del Bronce que pasamos a enumerar con la referencia
a su cronología calibrada: el nivel TD6 de la Gran Dolina (España), c. 800.000 BP (Fernández-Jalvo et al.,
1996 y 1999; Carbonell et al., 2010; Saladié et al., 2011 y 2012); Caune de l’Aragó (Francia), c. 680.000 BP
(de Lumley, 2015); Krapina (Croacia), c. 130.000 BP (Russell, 1987; Trinkaus, 1985; Patou-Mathis, 1997;
White y Toth, 2007); restos neandertales del nivel XV de la cueva de Moula Guercy (Francia), 120.000100.000 BP (Defleur et al., 1999); Pradelles (Francia), 45.000 BP (Maureille et al., 2007); la Cueva del
Sidrón, (España), 43.000 BP (Rosas et al., 2006); Cueva del Boquete de Zafarraya (España), 42.000 BP
(Barroso y de Lumley, 2006); las cuevas de Goyet (Bélgica), 45.500-40.500 BP (Rougeir et al., 2016); el
yacimiento del Paleolítico superior de la cueva de Gough (Inglaterra), 14.700 BP (Andrews y FernándezJalvo, 2003; Bello et al., 2015 y 2016); Brillenhöhle (Alemania), 12.000 BP (Orschiedt, 2002; Sala y
Conard, 2016); el enclave mesolítico de Coves de Santa Maira (España), c. 10.200-9.000 BP (Aura Tortosa
et al., 2010; Morales et al., 2017); la cueva de Perrats (Francia), 9.000 BP (Boulestin, 1999); Herxheim
(Alemania), 6.300-5.900 BP (Orschiedt y Haidle, 2006; Boulestin et al., 2009); Fontbrégoua (Francia),
6.200-5.100 BP (Villa et al., 1986b); Cueva de la Carigüela (España), de adscripción neolítica (Jiménez
Brobeil, 1990; Botella et al., 2000); Cueva de Malalmuerzo (España), de adscripción neolítica (Jiménez
Brobeil, 1990; Botella et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012); Las Majólicas (España), de adscripción
neolítica (Jiménez Brobeil, 1990; Botella et al., 2000); y la Cueva de El Mirador (España), 4.400-4.100 cal
BP (Cáceres, Lozano y Saladié., 2007). A esta lista cabría añadir el yacimiento neolítico de Cueva del Toro
(España), 5.080-4.780 cal BC, recientemente publicado (Santana et al., 2019).
A partir de las características de estos conjuntos arqueológicos, los marcadores tafonómicos más
comunes para la identificación del canibalismo son (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017): la abundancia de
las modificaciones antropogénicas, que afectan a algo más del 30 % de los restos; la correlación de estas
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
111
modificaciones con marcas de corte, rotura de huesos por percusión y exfoliación (principalmente en las
costillas y las apófisis de las vértebras); procesado para la extracción y aprovechamiento de la carne, las
vísceras y la médula ósea; evidencias de modificaciones térmicas por cocción, principalmente entre los
huesos pertenecientes al Neolítico; y presencia de marcas de dientes humanos, modificación que se ha
identificado en, al menos, 8 de los 19 conjuntos canibalizados europeos.
Intentar establecer las causas de esta práctica es un problema complejo y todavía no resuelto, ya que
son pocos los conjuntos arqueológicos que pueden vincularse a un origen específico y en los que se alcance
a establecer una relación entre los consumidores y los consumidos (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
El exceso de precisión para explicar las causas de este fenómeno ha provocado numerosas y variadas
clasificaciones (Dole, 1962; Sanday, 1986; Villa et al., 1986a, 1986b; Villa, 1992; White, 1992; Boulestin,
1999; Kantner 1999; Fernández-Jalvo et al., 1999): canibalismo nutricional, dietético, gastronómico,
canibalismo de placer, autocanibalismo, canibalismo de supervivencia, canibalismo de guerra, canibalismo
mortuorio y canibalismo con fines medicinales. Por lo tanto, por qué los humanos procesan y consumen
a otros humanos es una cuestión que abarca diversos fines, como los nutricionales, económicos,
cosmogónicos, sociales y políticos, incluso todos ellos se pueden combinar (Carbonell et al., 2010), de ahí
que, en la mayoría de los casos, este tipo de clasificaciones tan precisas no puedan llegar a establecerse en
la interpretación de los conjuntos.
El canibalismo se define por la acción de comer, es decir, por la acción de alimentarse de los tejidos
de individuos de la misma especie. Por lo tanto, necesariamente tiene un componente nutricional, y
por consiguiente todos los tipos de canibalismo son nutricionales (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
Boulestin y Coupey (2015) proponen que cualquier canibalismo nutricional tiene necesariamente una
dimensión ritual, porque es una actividad que se realiza de acuerdo con una costumbre social o siguiendo
un determinado protocolo. Considerando estas premisas, Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017) clasifican
el canibalismo en dos categorías. La primera, se basa en la relación social de los consumidos y se
clasifica como endo y exocanibalismo. El endocanibalismo se produce cuando ambas partes son de un
mismo grupo social o familiar y suele estar asociado con creencias sagradas, y el exocanibalismo cuando
pertenecen a grupos diferentes, normalmente asociado con ambientes hostiles o de violencia. La segunda
clasificación se centra en las motivaciones que podrían subyacer considerando tres posibles escenarios:
canibalismo de supervivencia (utilizado como último recurso en condiciones extremas), canibalismo
agresivo (en situaciones de hostilidad y conflicto) y canibalismo funerario (relacionado con las creencias
o la religión).
Para discernir la posible relación del conjunto osteoarqueólogico de la Cova del Garrofer con alguno de
estos tres contextos, hemos realizado un análisis detallado de la colección y de las marcas de manipulación
observadas. Asimismo, se han efectuado dataciones por espectrometría de masas con acelerador (AMS).
Finalmente discutimos el significado de este tipo de prácticas en el marco local y regional, y ofrecemos una
visión diferente a la proporcionada en los primeros años en los que fueron descubiertos los restos.
2. LA COVA DEL GARROFER
En 1975 un grupo de aficionados a la espeleología, de la Organización Juvenil Española “Hogar del Cid”
de València, realizó una visita a la Cova del Garrofer de Gandia con el fin de desarrollar una práctica en el
interior de sus galerías (Fletcher, 1976: 31). Durante la exploración de la cavidad, los miembros del grupo
detectaron la presencia de restos óseos humanos de apariencia prehistórica en la sala inicial, notificando
inmediatamente el hallazgo al Servicio de Investigación Prehistórica (SIP), hecho que motivó la visita el
día 30 de junio del ayudante técnico José Aparicio Pérez, acompañado por los descubridores. Durante estas
visitas se recuperó un pequeño lote de cerámica a mano, dos fragmentos de fauna y numerosos fragmentos
óseos humanos pertenecientes, al parecer, a varios individuos (Aparicio, Gurrea y Climent, 1983: 254).
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Los materiales fueron guardados en las instalaciones del SIP, interpretándose de forma preliminar como
restos de inhumaciones en cueva, con una cronología, a grandes rasgos, entre el final del Neolítico y la Edad
del Bronce (Fletcher, 1976). Permanecieron almacenados hasta que en el año 2008 fueron revisados por una
de las firmantes (A.P.F.), como consecuencia de un proyecto de actualización y catalogación de los restos
humanos depositados entre 1927 y 1987 en el Museu de Prehistòria de València, actividad financiada por
esta misma institución. En el momento de su revisión, ya se apuntó la singularidad de la colección, pues se
habían documentado marcas de manipulación antrópica en la mayoría de los huesos.
Tras una primera valoración, los resultados preliminares también fueron puestos en conocimiento al
entonces arqueólogo municipal de Gandia, Joan Cardona Escrivà, quien realizó una visita de comprobación
a la Cova del Garrofer, certificando la presencia de más restos humanos y documentando su dispersión.
Por nuestra parte, en el año 2020 y 2021, y a través de la implicación directa del Museu Arqueològic de
Gandia (MAGa), realizamos sendas visitas acompañados por los espeleólogos Miquel Guerrero Blázquez,
Marc Miret Estruch y Salvador Escrivà, cerciorándonos de primera mano de que, en el tramo bajo de
la pronunciada rampa de entrada a la cavidad, se encontraban restos humanos dispersos, si bien la gran
mayoría se concentraban en el lateral oeste de la primera sala.
2.1. Descripción de la cavidad
La Cova del Garrofer se encuentra en el margen derecho del Barranc de la Font del Garrofer, a 330 m s.n.m. (fig.
1), justo en la vertiente opuesta a la epónima Font del Garrofer, surgencia hídrica que da nombre a este paraje
ubicado en las inmediaciones del Tossal de la Caldereta, cuya ladera cobija la cavidad objeto de estudio.
El Tossal de la Caldereta se halla en uno de los contrafuertes meridionales del macizo del Mondúver
(841 m s.n.m.), masa dolomítica del Cretáceo con un importante desarrollo cárstico (Rosselló, 1968) en que
menudean varios tipos de formaciones (lapiaz, simas, cuevas, torcas, pináculos, etc.) (Garay, 1990), zona de
interferencia entre la unidad del Prebético e Ibérica (Ferrairó, 1983: 198), que podría motivar la presencia
de cuevas y manantiales. Esta circunstancia, unida a otras de carácter paleoecológico y de tradición de la
investigación (Miret, 2018), explica la abundancia de yacimientos en cueva o en abrigo en la comarca de la
Safor-Valldigna desde el Paleolítico inferior hasta la Prehistoria reciente.
Fig. 1. Localización geográfica de la Cova del Garrofer sobre mapa de relieve del Institut Cartogràfic Valencià.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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En cuanto a su ubicación orográfica, se encuentra en un área de transición entre dos llanos de diferente
altura: el superior, que constituye el Pla de la Drova y el inferior de Marxuquera, comunicados mediante dos
posibles corredores naturales, el Barranc de les Revoltes (la actual carretera de Gandia a Barx) y el Barranc
de la Font del Garrofer. Este último barranco facilita una vía más rápida y cómoda entre ambos llanos.
El acceso a la cavidad resulta complejo, siendo necesario atravesar el Barranc de la Font del
Garrofer y salvar un pronunciado y continuo desnivel hasta llegar a la boca de entrada vertical, a la que
se accede por un frente escarpado. Cabe señalar que a la cavidad se accede sin necesidad de material de
escalada. El ingreso al interior se realiza a través de una oquedad orientada al norte, de 1,5 m de altura
y 3,5 m de anchura máxima, que da paso a una abrupta rampa que salva 6,5 m de desnivel en apenas
10 m de recorrido (fig. 2). Esta disposición geológica natural provoca un difícil tránsito, debido a la
potente acumulación de sedimentos a modo de sumidero. Al final de esta rampa se encuentra la única
zona identificable con una sala abierta a modo de vestíbulo denominada “Sala de l’Entrada”, de 12
m de anchura y 5 m de altura, si bien en buena parte del recorrido la techumbre se encuentra cercana
al suelo. Es en este punto donde se recogieron los hallazgos estudiados, conservándose todavía en la
superficie restos de huesos humanos (fig. 3). Al final de esta sala se encuentran dos bocas: una que da
acceso a una galería de 4 x 1 m y otra situada en el suelo de la sala de 1 x 0,5 m, por la que reptando
se logra penetrar a una gran sala de 20 x 9 x 5 m, con el suelo cubierto de grandes bloques que no
Fig. 2. Planta
y sección de
la Cova del
Garrofer.
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114
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 3. Localización de los restos humanos más significativos documentados en la cavidad en las diferentes visitas del
Museu Arqueològic Municipal de Gandia en el siglo XXI.
permiten vislumbrar buena parte de la superficie. Desde esta sala se accede a una serie de galerías y
salas interiores, con un amplio desarrollo que en total supera los 150 m de recorrido acumulado en los
que, por el momento, no se documentan más restos arqueológicos.
Sobre la nomenclatura de la cavidad y las diferentes visitas realizadas a la zona por arqueólogos y
prehistoriadores, existe cierta confusión sobre la que cabe detenerse antes de exponer los resultados. En el
momento en el que se dio a conocer el hallazgo en la publicación del anuario de trabajos del SIP correspondiente
a 1975 (Fletcher, 1976), apareció citada como Cova del Barranc del Garrofer, topónimo que será repetido
siguiendo esta primera noticia en la publicación de la Carta Arqueológica de la Safor (Aparicio, Gurrea y
Climent, 1983). Creemos que esta confusión podría remontarse a la exploración de la zona que entre 1929 y 1931
realizó el equipo de excavación de la cercana Cova del Parpalló (Miret, 2018: 94-95 y 118). De este modo, Lluís
Pericot (1942: 275 y 277) dejó unas escuetas notas sobre una cueva “cerca de la anterior [Cova del Barranc del
Garrofer] que poseía galerías interiores con ricas estalactitas. La tierra resultó estéril en las catas realizadas”,
apuntándose que no se localizaron restos arqueológicos en su interior. La descripción proporcionada coincide
con la Cova del Garrofer objeto del presente estudio.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
115
Según el Inventari de Cavitats del Terme Municipal de Gandia, refrendado por el Nomenclàtor
Toponímic Valencià de l’Institut Cartogràfic Valencià, la Cova del Barranc del Garrofer se corresponde
con una cavidad descrita como una galería artificial de 12 m de recorrido, parcialmente inundada
por localizarse inmediata a la Font del Garrofer. Esta cavidad, que nos aparece hoy profundamente
transformada por dos perforaciones artesianas, fue sondeada el día 28 de julio de 1954 por Enric Pla,
Santiago Alcobé, Beatrice Blance, Pilar Faus Sevilla, Alfred Fayos y los obreros Salvador Alonso y Joan
Burguera (Diario de excavaciones de Pla, depositado en la biblioteca del SIP), describiéndola como
una galería de 2 m de anchura y de 15 a 20 m de longitud, con una pequeña cámara al final de 4 m de
diámetro, descripción que imposibilita su correlación con la Cova del Garrofer. En su interior se realizó
una cata que aportó una punta de flecha de pedúnculo y aletas de “tipo eneolítico”, un diente de ciervo y
restos humanos, entre los cuales destacaba un cráneo y una costilla, sin más especificaciones. No existen
dudas de que esta última gruta sondeada en 1954 corresponde con la Cova del Barranc del Garrofer, pues
la descripción coincide con la elaborada por el citado catálogo de cavidades de Gandia y el croquis del
Diario de excavaciones de Pla así lo certifica. Más dudas nos generan las visitas de Pericot a la zona,
pues en ellas no se documentaron restos arqueológicos y tanto la Cova del Garrofer como la Cova del
Barranc del Garrofer finalmente conservaban restos arqueológicos de cronología prehistórica. Resulta
compleja cualquier afirmación sobre estas visitas que, sin embargo, nos obliga a la prudencia sobre las
valoraciones de los trabajos de prospección de la época.
3. RESTOS ARQUEOLÓGICOS Y MÉTODO ANALÍTICO
Todos los restos arqueológicos revisados pertenecen al conjunto recuperado en 1975. Es decir, se trata
de una colección antigua compuesta por: 533 fragmentos de hueso humano y 112 esquirlas óseas; dos
fragmentos de fauna y cinco fragmentos cerámicos realizados a mano. Los dos fragmentos de fauna se
han identificado como un fragmento anterior de mandíbula de Sus sp., de individuo adulto, que conserva
el c1, p2, p3 y p4 derechos y como un fragmento distal de metapodio de Sus sp. Los cinco fragmentos
cerámicos realizados a mano no presentan decoración ni rasgos morfológicos diferenciables y atendiendo a
criterios tecnológicos parece que pertenecen al mismo vaso. Existe un documento que acredita que algunos
fragmentos cerámicos de la Cova del Garrofer fueron entregados para su análisis tecnológico a María
Dolores Gallart Martí (Fletcher, 1976: 57-58). Lamentablemente, no hay publicación científica sobre estos
materiales cerámicos, por lo que desconocemos el número de fragmentos que pudo analizar Gallart en sus
estudios tecnológicos, quizás los cinco que hemos podido observar, pues se observan fracturas recientes
típicas para el muestreo de pastas. En las diferentes visitas a la cavidad no se han localizado más fragmentos
cerámicos ni restos muebles de adscripción prehistórica.
3.1. Dataciones radiocarbónicas
Con el fin de obtener una horquilla cronológica más precisa del conjunto estudiado se han seleccionado dos
muestras para su datación por radiocarbono. El criterio de selección de éstas fue determinado por tres principios:
a) Deberían fechar elementos arqueológicos, por lo que se decidió seleccionar huesos humanos; b) Deberían
seguirse los criterios propios establecidos por el Museu de Prehistòria de València (MPV), en este caso centrado
en la preservación de las piezas con mayores posibilidades museográficas, coincidentes en gran medida con los
cráneos; c) Considerando la propia problemática del yacimiento, se seleccionarían dos muestras que presentaran
evidencias de manipulación antrópica, que pertenecen a dos individuos diferentes.
Las muestras fueron enviadas al laboratorio Beta-Analytic (Florida, EE.UU), donde se realizó todo el
proceso hasta obtener el resultado que se presenta, incluyendo una fase de ultrafiltración y las analíticas
encaminadas a establecer la calidad del colágeno. Tras comprobar que los índices de calidad del colágeno se
APL XXXIV, 2022
[page-n-8]
116
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas obtenidas a partir de huesos humanos de la Cova del Garrofer.
Cod.
lab.
Catálogo
δ13C
δ15N
%C
(>35)
%N
(>10)
C:N
14C
age BP
Cal BC
95,4 %
Cal BC
68,3 %
2045-1896
(84,5 %)
2130-2089
(10,9 %)
2205-2032
(93,5 %)
2272-2259
(1,9 %)
2032-1946
(68,3 %)
Muestra 1
Beta570450
24.490
-19,00
8,60
42,42
15,45
3,20
3630 ± 30
Muestra 2
Beta611821
24.478
-18,30
11,00
39,48
14,03
3,3
3730 ± 30
2091-2042
(32,5 %)
2199-2166
(22,2 %)
2150-2128
(13,9 %)
situaban dentro del rango establecido por Van Klinken (1999), se obtuvieron sendas fechas radiocarbónicas
(tabla 1). Los resultados se han ajustado mediante el conjunto de curvas de calibración IntCal20, integradas
en el software OxCal 4, utilizando el método de probabilidad establecido por Bronk Ramsey (2009). La
descripción detallada de las fechas radiométricas se realiza a continuación.
Muestra 1: Número de catálogo 24.490 del MPV. Se trata de un fragmento de diáfisis de una tibia adulta
de 14 cm de longitud, 2,5 cm de ancho y 50 g de peso. El fragmento presenta márgenes de fractura lisos y
bien definidos, característicos de las fracturas realizadas en el perimortem. En la parte media de la diáfisis
se observa una pequeña incisión transversal, de pequeño tamaño, producida también en el perimortem,
relacionada con el proceso de descarnado, realizada de manera antrópica e intencional. La datación (Beta570450) arrojó un resultado convencional de 3630 ± 30, calibrado a dos horquillas temporales integradas
dentro del intervalo de probabilidad 2σ (95,4 %) que cubren los períodos 2130-2089 y 2045-1896 cal ANE,
así como una segunda horquilla entre 2032-1944 cal ANE al reducir la probabilidad a 1σ (68,3 %).
Muestra 2: Número de catálogo 24.478 del MPV. La muestra se ha tomado de un fragmento de frontal
perteneciente a un individuo subadulto que conserva parte de la sutura sagital de 8 cm de longitud, 7 cm
de anchura y 19 g de peso. Se observan diversas incisiones transversales sobre la superficie externa del
hueso, de pequeñas dimensiones, relacionadas con el desollado y realizadas también de manera antrópica
e intencional. La datación (Beta-570450) arrojó un resultado convencional de 3730 ± 30, calibrado a dos
horquillas temporales integradas dentro del intervalo de probabilidad 2σ (95,4 %) que cubren los períodos
2272-2259 y 2205-2032 cal ANE, así como tres horquillas entre 2199-2166, 2150-2128 y 2091-2042 cal
ANE al reducir la probabilidad a 1σ (68,2 %).
3.2. Métodos empleados para el estudio óseo
El método utilizado para el análisis de los restos óseos humanos ha sido la inspección macroscópica y con
lupa binocular Nikon SMZ-10A Optika, teniendo en cuenta las recomendaciones de Buikstra y Ubelaker
(1994). El análisis se basó en la clasificación e identificación anatómica de los elementos óseos, de la
porción del hueso conservado, del lado esquelético, de la estimación del sexo, de la edad, del estado y del
grado de preservación de los huesos, del análisis tafonómico y de la inspección paleopatológica.
Dado que el material óseo corresponde con un conjunto sin validez estratigráfica, la estimación del
Número Mínimo de Individuos (NMI) se realizó a partir de la frecuencia de todos los tipos de hueso y su
lado de distribución, teniendo en cuenta la madurez o inmadurez esquelética. La estimación del sexo se realizó
mediante parámetros cualitativos (Buikstra y Ubelaker, 1994) y cuantitativos. Se aplicó la serie de funciones
discriminantes para el esqueleto postcraneal de Alemán (1997), basada en una población mediterránea actual.
APL XXXIV, 2022
[page-n-9]
Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
117
Para la estimación de la edad se consideró el grado de erupción dental (Ubelaker, 1989), el estado de fusión de las
epífisis de los huesos largos (Ferembach, Schwidetzky, Stloukal, 1980; Brothwell, 1987) y el grado de sinostosis
de las suturas craneales (Olivier, 1960; Meindl y Lovejoy, 1985). El estado y grado de preservación de los
huesos se ha valorado según los criterios de White (1992), que considera el estado de fragmentación (completo
o fragmentado), el porcentaje del elemento conservado (1 a 25 %, 26 a 50 %, 51 a 75 % y 76 a 100 %) y el
porcentaje de la superficie intacta del hueso (1 a 25 %, 26 a 50 %, 51 a 75 % y 76 a 100 %).
Las alteraciones tafonómicas observadas incluyen procesos postdeposicionales (depósitos cálcicos y
fracturas post mortem) y de manipulación intencional: marcas de corte sobre el hueso (desollamiento,
desarticulación, descarnado y raspado), fracturas perimortem, marcas de percusión, alteraciones térmicas
(cocido) y marcas dentales.
Las marcas de corte sobre el hueso son pequeñas incisiones y cortes para seccionar las partes
blandas. En general son de pequeño tamaño y con sección en “V” (Botella, Alemán y Jiménez, 2000;
Botella, 2005; Bello y Soligo, 2008; Bello, Parfitt y Stringer, 2009). Para su análisis se tuvo en cuenta
su localización anatómica, la distribución sobre la superficie del hueso (aislado, disperso, agrupado o
cruzado) y la orientación con respecto al eje longitudinal del hueso (oblicuo, longitudinal, transversal). Se
tomaron medidas de las incisiones en milímetros (longitud máxima y mínima). Siempre que fue posible,
se clasificaron según su intencionalidad, siguiendo los criterios propuestos por Botella y Alemán (1998),
Botella, Alemán y Jiménez, (2000) y Botella (2005). De este modo, se diferenciaron marcas de desollado,
desarticulación, descarnado y raspado.
Las marcas de desollado se localizan únicamente en el cráneo y se relacionan con la retirada de la piel del
cráneo y del cuero cabelludo. Son incisiones lineales, largas y poco profundas. En las zonas de mayor adherencia,
como en el frontal, estas incisiones son más numerosas y cortas. Las marcas de desarticulación se relacionan con
el proceso de separación de las articulaciones o segmentos corporales. Se localizan en las epífisis de los huesos,
con el fin de cortar las partes blandas, los tendones y los ligamentos. Las marcas de descarnado se relacionan con
el proceso de extirpar los músculos. Son incisiones normalmente agrupadas y en la misma dirección. Se localizan
en aquellas zonas donde hay menos densidad carnosa y en las porciones óseas salientes. Las marcas de raspado
se relacionan con el descarnado y la limpieza de ciertas zonas. Se observan numerosas estrías, poco profundas e
irregulares, a veces superpuestas y entrecruzadas (Botella, Alemán y Jiménez, 2000; Botella, 2005).
La fracturación de los huesos se analizó siguiendo el modelo de Villa y Mahieu (1991) y las recomendaciones
de Sauer (1998), Outram (2001) y Outram et al. (2005). Para ello se tuvo en cuenta el contorno de la fractura
(transversal, curvada en forma de “V”, longitudinal), el ángulo de la fractura (oblicuo, recto, mixto), el borde
de la fractura (liso o dentado), la longitud del fragmento (menos de ¼, entre ¼ y ½, entre ½ y ¾, más de ¾ de
la longitud total de la diáfisis), la porción de la circunferencia del hueso (menos de la ½, más de la ½) y los
cambios o daños observados en la superficie cortical del hueso (presente o ausente).
Las modificaciones producidas como consecuencia de la fracturación intencional de los huesos, es decir, las
marcas de percusión, se registraron siguiendo las pautas de Vettese et al. (2020), que clasifica estas huellas en tres
categorías: marcas de percusión en sentido estricto o marcas directas debidas al impacto; huellas consecutivas a
la apertura del canal medular; y estrías auxiliares relacionadas con la extracción de la médula.
La cocción se identificó a través de los criterios macroscópicos establecidos por White (1992), Botella,
Alemán y Jiménez (2000) y Hurlbut, (2000): los huesos cocidos presentan una textura más lisa y suave,
ausencia generalizada de opacidad ósea, disminución de su peso y presencia de superficies redondeadas y
pulidas o pot polish, localizadas en los extremos de los fragmentos de hueso (White, 1992). Esta apariencia
pulida es consecuencia de la acción de partículas abrasivas en el agua o en el recipiente utilizado para su
cocción o cocinado.
Las marcas de dientes humanos se han analizado siguiendo las recomendaciones de Fernández-Jalvo
y Andrews (2011, 2016) y Saladié et al. (2013). Las características que definen el modelo de huesos
masticados por humanos son: extremos doblados, bordes crenulados, punciones, fosas y marcas o surcos
lineales en las superficies de los huesos.
APL XXXIV, 2022
[page-n-10]
118
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
4. ESTUDIO PALEOANTROPOLÓGICO
El conjunto de restos humanos recuperados en la Cova del Garrofer consta de 533 elementos de hueso y 112
esquirlas óseas (de las cuales 49 pertenecen a fragmentos de huesos largos y 63 a fragmentos del cráneo).
De los 533 elementos óseos, tan solo 16 (3 %) están completos, el resto (517 o el 97 %) son fragmentos de
hueso (tabla 2). A pesar de la alta fragmentación de la muestra, se encuentran representadas casi todas las
unidades anatómicas del esqueleto humano, a excepción del esternón, coxal y sacro (fig. 4). Predominan los
fragmentos de huesos largos (45,96 %), tanto de la extremidad superior como los de la inferior, seguido de
los fragmentos craneales (35,08 %), costillas (3 %), fragmentos mandibulares (2,81 %), dientes (2,25 %),
vértebras (1,98 %), huesos de la mano (1,68 %), escápulas (1,5 %) y maxilas (1,12 %). El resto de unidades
anatómicas se encuentran representadas por debajo del 1 %.
Pertenecen a un NMI de siete, establecido a partir de los elementos anatómicos más representativos, en
este caso las mandíbulas. De acuerdo al grado de maduración esquelética, corresponden a dos subadultos,
dos adultos jóvenes y tres adultos. Según el grado de la erupción dental (Ubelaker, 1989), uno de los
subadultos tenía 9 años ± 24 meses.
El resto de los huesos se han clasificado según el grado de madurez esquelética (fig. 5), y son la mayoría
de adultos. Este porcentaje podría estar sobrestimado debido a la gran cantidad de fragmentos de diáfisis de
huesos largos, que no han podido clasificarse con precisión.
Tabla 2. Fragmentos óseos analizados del yacimiento de la Cova del Garrofer con número de restos observados.
Taxón
Elemento
Lateralidad
Borde supraorbitario
Frontal
Frontal con órbita
Derecha
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Izquierda y derecha
Izquierda
Izquierda y derecha
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Izquierda-Derecha
Indeterminado
Izquierda y derecha
Izquierda
Indeterminado
Derecha
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Frontal y parietal
Parietal
Occipital
Cráneo
Occipital y parietal
Cigomático
Esfenoides
Nasal
Apófisis mastoides
Maxila
APL XXXIV, 2022
Porción petrosa
Porción basilar
Indeterminado
Hemimaxila
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
1
8
3
1
1
1
1
27
1
1
6
1
1
5
1
1
5
3
1
117
3
3
1
-
Total Porcentaje
(n)
187
35,08 %
6
1,12 %
[page-n-11]
Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
119
Tabla 2 (cont.).
Taxón
Elemento
Lateralidad
Hemimandíbula
Izquierda
Derecha
Mentón
Hemimandíbula y mentón
Cuerpo
Carpo
Izquierda
Derecha
Izquierda
Rama
Derecha
Izquierda
Incisivo I superior
Izquierda
Incisivo II superior
Derecha
Canino superior
Derecha
Premolar1 superior
Izquierda
Premolar2 superior
Izquierda
Derecha
Incisivo I inferior
Derecha
Incisivo II inferior
Izquierda
Premolar1 inferior
Derecha
Premolar2 inferior
Derecha
Corona molar 1 inferior
Derecha
Raíz
Indeterminado
Diáfisis
Indeterminado
Derecha
Cuerpo
Indeterminado
Cavidad glenoidea, frag. acro- Izquierda
mion y frag. borde lateral
Cavidad glenoidea y parte del Izquierda
acromion
Cavidad glenoidea y parte
Derecha
apófisis coracoides
Borde lateral
Indeterminado
Izquierda
Cavidad glenoidea
Indeterminado
Arco
Indeterminado
Diáfisis
Derecha
Izquierda
Epífisis proximal y frag.
Izquierda
diáfisis
Epífisis proximal
Derecha
Izquierda
Diáfisis
Derecha
Diáfisis
Derecha
Epífisis distal
Derecha
Semilunar
Derecha
Metacarpo
Diáfisis
Mandíbula
Diente
Clavícula
Costilla
Escápula
Vértebra
Húmero
Cúbito
Radio
Indeterminado
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
4
2
1
2
1
1
3
1
1
3
1
16
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
-
1
-
1
Total Porcentaje
(n)
15
2,81 %
12
2,25 %
4
0,75 %
16
3%
-
8
1,50 %
3
1
1
9
2
1
1
-
9
1,98 %
3
0,56 %
1
1
1
1
1
1
4
0,75 %
2
0,37 %
1
0,18 %
-
9
1,68 %
9
APL XXXIV, 2022
[page-n-12]
120
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Tabla 2 (cont.).
Taxón
Elemento
Lateralidad
Metacarpo III
Falange medial
Fémur
Rótula
Tibia
Diáfisis y epífisis proximal
Falange medial
Diáfisis
Rótula
Epífisis distal
Diáfisis
Epífisis distal
Diáfisis
Cabeza
Calcáneo
Diáfisis
Diáfisis
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Izquierda
Indeterminado
Izquierda
Izquierda
Derecha
Indeterminado
Peroné
Astrágalo
Calcáneo
Metatarso III
Hueso largo
Total
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
1
1
1
1
1
1
1
1
1
245
1
2
-
517
16
Total Porcentaje
(n)
1
1
1
2
2
2
1
1
1
533
Fig. 4. Distribución porcentual de la representación esquelética de la muestra de Cova del Garrofer.
APL XXXIV, 2022
0,18 %
0,18 %
0,18 %
0,37 %
0,37 %
0,37 %
0,18 %
0,18 %
0,18 %
45,96 %
[page-n-13]
Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
121
Fig. 5. Porcentaje de rangos de edad
estimados en la muestra de Cova
del Garrofer.
En cuanto a la estimación del sexo, la alta fragmentación de la muestra junto con la ausencia de huesos
pélvicos, ha imposibilitado realizar una adecuada estimación sexual. No obstante, se han observado
características sexuales tanto masculinas como femeninas en los cráneos y las mandíbulas, confirmando
la presencia de ambos sexos, pero sin poder estimar porcentajes de representación. La aplicación de las
funciones discriminantes de Alemán (1997) se ha realizado en un fragmento de escápula izquierda de un
adulto, indicando que se trata de un individuo de sexo femenino.
El grado de preservación de la superficie externa del hueso es elevado (fig. 6), ya que el 95,13 %
presenta entre un 76-100 % de la superficie ósea intacta y bien conservada, sin alteraciones macroscópicas
causadas por agentes meteorológicos u otros agentes hídricos, químicos o biológicos. Tan solo el 4,31 %
presenta menos del 50 % de su superficie externa en buen estado.
La alta intensidad de fragmentación ósea se manifiesta también en el porcentaje del elemento conservado.
De los 517 huesos fragmentados, el 95,55 % son porciones que representan menos de la mitad del hueso,
es decir, son de pequeño tamaño (fig. 7). No se ha documentado ningún hueso largo completo. Respecto
a la fragmentación de los huesos largos, todos representan menos de ¼ de la longitud original del hueso,
con una porción de menos de la mitad de la circunferencia de la diáfisis, es decir, con circunferencias
incompletas. Predominan los contornos de fractura curvados y en “V” (64,96 %), con ángulos de fractura
mixtos (58,39 %) y oblicuos (41,61 %) y bordes lisos (64,96 %) (fig. 7).
En cuanto a las modificaciones antrópicas, el 45,02 % (240 fragmentos de hueso) de la muestra presenta
algún tipo de manipulación, presentes en individuos de ambos sexos y de diferentes edades, sin distinción
de sexo o edad. Las más frecuentes son las fracturas en fresco o perimortem, presente en el 35,83 % de
la colección y los cortes sobre la superficie del hueso (12,75 %), las marcas de percusión (10,13 %) y las
marcas dentales (2,43 %) (tabla 3).
Los cortes se han observado tanto en el esqueleto post-craneal como en el craneal, ya sea por
desollamiento, descarnado, desarticulación o raspado, es decir, por acciones implicadas en el procesamiento
del cadáver. La más frecuente fue el desollado, seguido de las marcas de desarticulación y descarnado.
Las incisiones muestran características microscópicas que evidencian que se realizaron con instrumentos
de piedra (sílex), como son microestrías en la pared del corte y recorridos más irregulares, así como con
instrumentos metálicos, más lisas, profundas y sin estrías (Domínguez-Rodrigo et al., 2009).
Fig. 6. Porcentaje del grado de preservación de la superficie externa
del hueso de la muestra de Cova del
Garrofer.
APL XXXIV, 2022
[page-n-14]
122
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 7. Porcentaje del elemento conservado de los huesos fragmentados (517) de la muestra de Cova del Garrofer.
Contorno, ángulo y borde de fractura de los huesos largos. Los contornos longitudinales, más de la mitad de los ángulos
de fractura mixtos y los bordes dentados, corresponden a fracturas en seco o post mortem.
La mayoría de los fragmentos óseos analizados presentan una textura lisa y suave, de aspecto vítreo
y muy bien conservados, con superficies redondeadas o pulidas. También presentan transparencia o
aspecto translúcido. A falta de pruebas analíticas físico-químicas, estos rasgos macroscópicos son
coincidentes con los resultados microscópicos obtenidos en otros estudios experimentales (Bosch et
al., 2011; Solari et al., 2015). Por lo tanto, sugieren que fueron expuestos a alteraciones térmicas,
concretamente a la exposición indirecta al fuego a bajas temperaturas, relacionados con el proceso de
cocción, tal y como se ha observado en otros casos arqueológicos (White, 1992; Botella, Alemán y
Jiménez, 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012).
Llegados a este punto, consideramos necesario realizar una descripción de las modificaciones antrópicas
documentadas por elementos anatómicos (tabla 3):
Tabla 3. Modificaciones antrópicas observadas en la Cova del Garrofer (Gandia) con el número de fragmentos observados
con alguna marca de manipulación antrópica y el porcentaje de fragmentos con marcas por segmento anatómico.
Fractura
perimortem
Cortes
Desollamiento Desarticulación
Descarnado
Percusión
Marcas
dentales
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
Cráneo
2
1,06
30
16,04
30
16,04
-
-
-
-
12
6,41
-
-
Mandíbula
11
73,33
12
80
-
-
4
26,66
8
53,33
2
13,33
2
13,33
Maxila
-
-
2
33,33
-
-
-
2
33,33
-
-
-
-
Axial
-
-
3
8,1
-
-
2
5,4
1
2,7
-
-
2
5,4
Hueso
largo
178
64,49
21
7,6
-
-
4
1,44
17
6,15
40
14,49
9
2,26
Total
191
35,83
68
12,75
30
5,62
10
1,87
28
5,25
54
10,13
13
2,43
APL XXXIV, 2022
[page-n-15]
Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
123
- Fragmentos craneales: se han identificado un total de 187 fragmentos craneales (tabla 1), incluyendo
frontal, parietal, occipital, temporal, apófisis mastoides, cigomático, esfenoides, porción basilar y
porción petrosa. No se ha recuperado ningún cráneo completo. Las marcas de corte se han observado
en 30 fragmentos del cráneo y son muy similares respecto a su ubicación, tamaño y disposición. Todas
se relacionan con el proceso de desollamiento, excepto una de raspado. Se localizan en la cara externa
del hueso, en frontales, parietales, occipitales y en una apófisis mastoides. Por lo general se encuentran
próximas a las suturas craneales y en las zonas donde la piel está más próxima al cráneo (figs. 8, 9 y 10).
Son incisiones lineales, en su mayoría agrupadas, en dos o más líneas paralelas, muy próximas entre sí,
con orientación longitudinal, oblicua y transversal, de longitud variable, entre los 18 mm la más larga y
los 2,73 mm la más corta. No obstante, la mayoría son de pequeño tamaño, oscilando entre los 4-8 mm de
longitud, muy finas y de sección en “V”. En las zonas de mayor adherencia muscular se observan estrías
poco profundas e irregulares o marcas de raspado (fig. 8B), relacionadas con el descarnado y la limpieza
del cráneo.
También se han observado dos fragmentos con bordes de fractura perimortem y 12 con marcas de
percusión (el 6,41 % de los fragmentos craneales) de morfología semicircular, que evidencian la rotura
intencional de los cráneos, asociadas al procesado del mismo (fig. 11).
Fig. 8. Marcas de corte sobre diversos frontales de la muestra de la Cova del Garrofer. Pequeñas incisiones en la cara
externa del área supraorbitaria del frontal. A) corte transversal en la zona superior de la apófisis orbitaria externa;
B) corte transversal en la zona superior de la apófisis orbitaria externa y marcas de raspado muy finas y superpuestas;
C) cortes longitudinales en la parte superior de la eminencia de la glabela; D) cortes en el borde de la órbita.
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Fig. 9. Marcas de desollado en dos calotas de la muestra de la Cova del Garrofer. A) cortes longitudinales y lineales
localizados a lo largo de la escama del frontal; B) agrupación de pequeños cortes longitudinales en la zona sagital
superior del frontal; C) corte transversal en el parietal izquierdo y fractura asociada al procesado del cráneo; D) corte
transversal en el parietal izquierdo; E) corte longitudinal en la parte superior de la glabela; F) cortes longitudinales y
paralelos, localizados en el parietal izquierdo, muy próximos a la sutura sagital. Los cortes E y F debieron de seccionar
el músculo occipito-frontal.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 10. Modificaciones observadas en tres occipitales de la muestra de la Cova del Garrofer. A) cortes oblicuos en la
escama occipital. Las flechas indican borde e inicio de línea de fractura generada por un trauma o impacto perimortem;
B, C y D) cortes longitudinales en la parte media del occipital; E) norma anterior y posterior de un occipital adulto con
líneas de fractura generadas por un trauma perimortem.
- Maxilares: de los seis fragmentos documentados, en dos se han observado marcas de corte en las áreas
cercanas a los alvéolos de los caninos y los premolares (fig. 12). Estas marcas sugieren la extracción de la
nariz y los labios.
- Mandíbulas: de los 15 fragmentos mandibulares documentados, 12 presentan algún tipo de manipulación intencional. Se observan marcas de corte en el 80 % de los fragmentos mandibulares. Se localizan
debajo del orificio mentoniano, en el cuerpo mandibular, en los bordes laterales y mediales de la rama mandibular, en la escotadura mandibular y debajo de la apófisis condilar (figs. 13 y 14). El 73,33 % presenta
márgenes de fractura lisos, producidos en el perimortem, entre las cuales 5 se sitúan en la zona cercana a la
sínfisis (fig. 14). También se han observado dos fragmentos con marcas de percusión y otros dos con marcas
de dientes. En todos los casos las marcas dentales son superficiales. La mandíbula nº 88 muestra dos fosas
continuas, superficiales y en forma de media luna. La nº 60 (fig. 17E-H) presenta en la zona del gonion
izquierdo una pequeña fosa de contorno incompleto y descamación en los bordes. Debajo del orificio mentoniano muestra otra pequeña fosa triangular, y a esa misma altura, pero en su norma interna, se observan
diversos surcos dentales, probablemente producidos por la acción del arrastre. Estas lesiones revelan un
procesamiento intensivo de la mandíbula.
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Fig. 11. Marcas de percusión en diversos fragmentos craneales de la muestra de la Cova del Garrofer. A) norma
anterior de un fragmento de frontal con muesca de percusión por impacto directo; B) fragmento de parietal con fractura
semicircular generada por trauma perimortem; C) corte transversal en la apófisis mastoides, muy cerca del canal
auditivo; D) posible marca de percusión o aplastamiento. Estas lesiones (C y D) pudieron haber afectado a múltiples
nervios y vasos sanguíneos.
Fig. 12. Hemimaxila
izquierda de individuo
adulto de la muestra de la
Cova del Garrofer. Presenta
tres pequeños cortes en el
borde de los alvéolos 24 y
25, los cuales se encuentran
reabsorbidos por pérdida ante
mortem de los premolares.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 13. Fragmentos mandibulares de subadultos con marcas de corte, de la muestra de la Cova del Garrofer. A y
C) marcas de corte en el borde externo de la rama; B) cortes en la escotadura mandibular; D) marcas de corte en el
cuerpo mandibular izquierdo, en la zona de los molares.
- Escápulas: de los 12 fragmentos escapulares documentados, dos presentan pequeños cortes en la
zona superior de la cavidad glenoidea y en la zona del acromion, ambas relacionadas con el proceso de
desarticulación (fig. 15D).
- Clavícula: de los cuatro fragmentos de diáfisis claviculares identificados, una presenta una incisión de
pequeño tamaño, en dirección oblicua, localizada en la zona de la impresión del ligamento costoclavicular,
relacionada con el descarnado (fig. 15E).
- Manos y pies: dos falanges mediales de la mano y un fragmento de astrágalo del pie izquierdo muestran
pequeños cortes relacionados con la desarticulación (figs. 15A, 15B y 15C). Los cortes en el astrágalo, cerca
de la articulación tibiotalar, tienen una orientación perpendicular, probablemente para cortar los ligamentos
y así desmembrar el pie (fig. 15C). Una falange de la mano y un metacarpo muestran bordes crenulados en
los extremos de las diáfisis, es decir, modificaciones causadas por dientes humanos (fig. 17A).
- Brazos y piernas: de los 13 fragmentos identificados, nueve presentan algún tipo de modificación
intencional. Se han observado seis marcas de corte relacionadas con la desarticulación y el descarnado.
La mayoría de los márgenes de fractura se produjeron en fresco. Dos húmeros, un radio, una tibia y un
peroné muestran marcas de percusión, del tipo impacto directo en forma de muesca y escama adherida y
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Fig. 14. Patrón de fractura en la zona de la sínfisis y marcas de corte en fragmentos mandibulares adultos, de la
muestra de la Cova del Garrofer. A y D) cortes en el cuerpo mandibular izquierdo, zona de los molares; G) cortes en
el borde medial de la rama mandibular izquierda; B, E y H) cortes en el borde lateral de la rama mandibular izquierda;
C) corte en la zona del orificio mentoniano izquierdo; F e I: cortes en la zona del mentón.
otras consecutivas a la apertura del canal medular, en forma de ondulaciones y pseudo-muescas (fig. 18).
Un radio, un cúbito y dos tibias presentan marcas de dientes: una de las tibias y el cúbito muestran marcas
similares en sus epífisis, en forma de pequeñas fosas con base plana y de forma ovalada (fig. 17B-C). El
resto de marcas dentales son similares a las documentadas en los fragmentos de huesos largos, esto es,
pequeñas fosas o perforaciones de sección triangular.
- Huesos largos: se han identificado 178 fragmentos con márgenes de fractura lisos, de contorno curvado
y en “V” y con ángulo oblicuo o mixto en su mayoría, es decir, márgenes de fractura producidos en el
perimortem o en estado fresco (Sauer, 1998; Villa y Mahieu, 1991). El 14,49 % de los fragmentos de hueso
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 15. Marcas de corte
en diversos fragmentos del
esqueleto axial de la muestra
de la Cova del Garrofer. A
y B) cortes en dos falanges
mediales de la mano de un
adulto; C) astrágalo de un
individuo adulto, con un
corte perpendicular en la cara
articular para el calcáneo; D)
norma ventral de escápula
derecha de individuo adulto,
con un corte entre la cavidad
glenoidea y el acromion;
E) fragmento de diáfisis de
una clavícula de individuo
adulto, con un corte en la parte
proximal de la diáfisis.
largo presenta marcas de percusión (40 fragmentos): golpes directos en forma de muescas o impactos de
percusión y marcas consecutivas a la apertura del canal medular, es decir, ondulaciones y pseudo-muescas.
También se han registrado marcas de corte relacionadas con la desarticulación, normalmente ubicadas en la
zona de las epífisis y el descarnado, en las diáfisis. En nueve fragmentos se han observado marcas dentales
en forma de pequeñas fosas o punciones de sección triangular y surcos irregulares (fig. 16).
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Fig. 16. Marcas dentales y de percusión observadas en diversos fragmentos óseos de la Cova del Garrofer. A, B, D
y E) marcas de dientes humanos localizadas en la superficie externa de dos diáfisis; A y D) pequeña fosa o punción
superficial de morfología triangular; B) pequeña fosa superficial en forma de media luna; C) norma externa e interna de
un fragmento de diáfisis. Las flechas indican marcas de percusión completa. En un extremo del fragmento se observa
marca de corte sobre la superficie externa del hueso, relacionada con el descarnado y ondulaciones en el extremo por
rotura de percusión, relacionada con la apertura del canal medular; E) fosas superficiales con contorno incompleto y
descamación en los bordes.
5. INTERPRETACIÓN Y DISCUSIÓN
En el momento del descubrimiento del conjunto de los restos arqueológicos de la Cova del Garrofer
depositados en el Museu de Prehistòria de València, se propuso que su presencia en la cavidad
debía interpretarse en relación a su utilización como espacio de necrópolis del Calcolítico o, más
probablemente, de la Edad del Bronce. El fenómeno de inhumación múltiple en cavidades naturales
en el País Valenciano está muy extendido, si bien no siempre se han analizado de forma exhaustiva los
hallazgos documentados. Es una cuestión que ha centrado nuestro interés en los últimos años (García
Borja et al., 2013, 2016 y 2020; Miret et al., 2021), aplicada a cavidades utilizadas como necrópolis en
la Prehistoria reciente, localizadas en espacios en los que se ha documentado una intensa ocupación del
territorio en momentos sincrónicos.
En el caso concreto de la Cova del Garrofer, cabe admitir que la colección de restos humanos merece
un marco interpretativo particular. Ello es consecuencia del tipo de depósito analizado: un conjunto de siete
individuos, todos desarticulados, mezclados entre sí en un espacio concreto de la superficie de la cueva,
con el esqueleto incompleto y con la presencia de marcas de manipulación antrópica en casi la mitad de la
muestra analizada.
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Fig. 17. Marcas de dientes humanos observadas en diversos fragmentos de la muestra de la Cova del Garrofer.
A) falange de la mano que muestra borde crenulado en el extremo proximal y fractura longitudinal; B) fosa superficial
de morfología ovalada en la zona de la epífisis distal de una tibia; C y D) cúbito izquierdo con fosa superficial de
morfología ovalada en la zona de la epífisis proximal (C) y pequeña incisión en la diáfisis relacionada con el descarnado
(D); E-H) marcas observadas en una mandíbula de adulto. E) pequeños cortes en el borde lateral de la rama mandibular;
F-H) marcas dentales. F) fosas o punciones de morfología triangular, localizadas en la zona próxima a la sínfisis, la cual
también está fractura intencionadamente; G) hundimiento o fosa de contorno incompleto y descamación de los bordes;
H) norma lingual de la mandíbula. Surcos y fosas poco profundas.
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Fig. 18. Fragmentos de diáfisis de la muestra de la Cova del Garrofer, sistemáticamente fracturados. Izquierda: fragmentos
con muescas de percusión completas y dobles, relacionadas con golpes en sentido estricto. Derecha: fragmentos con
ondulaciones y marcas concoides en los bordes de las fracturas, relacionadas con las marcas consecutivas a la apertura
del canal medular.
Las alteraciones o marcas de manipulación observadas en el presente estudio son coincidentes con los
criterios tafonómicos establecidos para la identificación de canibalismo (Turner, 1983; Botella y Alemán,
1998; Turner y Turner, 1999; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017). No obstante, tal y como se desprende en
el análisis de Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017), no siempre se registran todos y cada uno de los rasgos
propuestos por Turner (1983). En este sentido, la ausencia significativa de ciertos elementos anatómicos,
así como la desigual representación esquelética documentada en la Cova del Garrofer, podría responder a
actividades relacionadas con la manipulación intencional del cadáver y el canibalismo, donde los huesos de
las vértebras, manos y pies suelen estar infrarrepresentados (Turner, 1983; Turner y Turner, 1999) y la zona
craneal suele ser la mejor representada. Sin embargo, considerando las características del hallazgo, este
sesgo anatómico puede deberse también a la selección realizada en los años 70 y los elementos que faltan
podrían estar todavía en la cavidad.
Las modificaciones observadas afectaron al 45,02 % de los fragmentos óseos estudiados, es decir, casi
la mitad de la colección presenta algún tipo de alteración relacionada con el procesamiento del cadáver
para su consumo. Una frecuencia del 30 % o más es común en los procesos de carnicería intensiva (Saladié
et al., 2015), presente también en otros conjuntos canibalizados como en el nivel TD6 de la Gran Dolina
(Fernández-Jalvo et al., 1996, 1999; Carbonell et al., 2010; Saladié et al., 2011, 2012 y 2014), en la cueva
de Moula Guercy (Defleur et al., 1999), en el yacimiento del Paleolítico superior de la cueva de Gough
(Andrews y Fernández-Jalvo, 2003; Bello et al., 2015, 2016), en los niveles mesolíticos de la cueva de
Perrats (Boulestin, 1999), en los restos neolíticos de la cueva de Malalmuerzo (Jiménez Brobeil, 1990;
Botella et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012) y en los restos de la Edad del Bronce recuperados en
la cueva de El Mirador (Cáceres, Lozano y Saladié, 2007).
En los restos de la Cova del Garrofer se observaron fracturas perimortem, cortes sobre la superficie
del hueso, marcas de percusión y marcas dentales. El porcentaje de fracturas en fresco o perimortem
documentado es elevado (35,83 %). No presentan ningún signo de remodelación ósea, con bordes de
fractura cortante, ondulante y superficie suave, poco rugosa. Estas características indican que la fractura
se produjo en el hueso en estado fresco, en un momento próximo a la muerte del individuo (Villa y
Mahieu, 1991; Loe, 2016). Las diáfisis de los huesos largos más grandes y ricos en médula, como el
fémur, así como otros más pequeños y con menor proporción medular, como el cúbito, se encuentran
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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sistemáticamente fracturados en porciones largas y estrechas, fruto de la fracturación humana (Villa y
Mahieu, 1991). Los huesos de pequeño tamaño, los de la mano y del pie, en general se conservan intactos,
debido a su baja cantidad de tejido esponjoso, factor que también se ha relacionado con prácticas de
canibalismo (Boulestin et al., 2009).
También se ha observado un porcentaje significativo de modificaciones relacionadas con la fracturación
intencional, como son las marcas de percusión y las alteraciones del canal medular, que implican directamente
la acción humana para la obtención y el consumo de la médula ósea. El uso de la percusión está presente
en cráneos, mandíbulas y huesos largos. En la mayoría de los fragmentos de diáfisis de los huesos largos, el
canal medular se encuentra liso, con las trabéculas óseas eliminadas, posiblemente debido a la introducción
de un útil alargado para empujar y así obtener la médula (Botella y Alemán, 1998). Las fracturas y marcas
de percusión en los cráneos, evidencian la exposición del cerebro, probablemente para su consumo. Las
fracturas observadas en las mandíbulas, evidencian un patrón o tratamiento muy similar a las observadas
en el yacimiento de la cueva de El Mirador, la mayoría también fracturadas en la zona cercana a la sínfisis
(Cáceres, Lozano y Saladié, 2007). La rotura masiva de huesos (cráneos y huesos largos) y la presencia de
marcas de percusión son características que se repiten en todos los casos europeos con canibalismo (Saladié
y Rodríguez-Hidalgo, 2017; Santana et al., 2019).
Las frecuencias de marcas de corte son del 12,75 % mientras que en la mayoría de conjuntos europeos
son superiores al 5 % (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017; Santana et al., 2019). Reflejan actividades de
carnicería vinculadas al procesamiento del cadáver y al consumo humano: desollamiento, desarticulación,
descarnado y raspado. Los cortes aparecen en las áreas periarticulares del esqueleto, normalmente en
las epífisis de los huesos largos, con la finalidad de separar los elementos óseos por las articulaciones.
También aparecen cortes alrededor de las zonas de masa muscular, generalmente agrupadas y en dirección
transversal. Se identifican como marcas de descarnado, es decir, con el proceso de cortar las partes blandas
y separarlas del hueso. En los cráneos, se observan cortes lineales en sentido longitudinal y transversal,
que responden a la técnica del desollado, esto es, cortar la piel para separarla del resto (Botella y Alemán,
1998). La técnica o patrón observado es el mismo que el utilizado en la carnicería de animales (Boulestin
et al., 2009): se realiza una incisión desde la raíz de la nariz hasta la nuca para cortar el cuero cabelludo,
a la vez que se realizan otras más cortas en dirección transversal para descarnar los músculos craneales,
como el occipitofrontal y el temporal. Los cortes observados en la superficie anterior y posterior de la rama
mandibular evidencian la intencionalidad de separar el cráneo de la mandíbula.
Las marcas dentales documentadas en los fragmentos óseos humanos es una de las pruebas más claras
que avalan la práctica del canibalismo (Botella, 2002; Boulestin, 1999; Saladié y Rodríguez-Hidalgo,
2017). Sin embargo es, al mismo tiempo, un rasgo tafonómico de difícil identificación, además de que
las mordeduras humanas pueden ser confundidas con las mordeduras producidas por otros carnívoros
(Fernández-Jalvo y Andrews, 2016). No obstante, las marcas dentales producidas por humanos suelen
ser de menor intensidad que las producidas por carnívoros, con fosas y punciones más claras, intensas y
abundantes (Fernández-Jalvo y Andrews, 2016). En el caso de la Cova del Garrofer, las marcas dentales
documentadas son muy superficiales o poco profundas y revelan una baja intensidad de la mordida.
Según estudios experimentales sobre huesos masticados por humanos (Fernández-Jalvo y Andrews,
2011; Saladié, 2013), existen ciertos rasgos discriminantes, algunos de los cuales se han documentado
en la Cova del Garrofer, como son: bordes crenulados o almenados en los extremos de las epífisis, fosas
triangulares y aisladas y marcas o surcos lineales poco profundos. Por otro lado, hay que señalar que
nueve de los trece fragmentos que evidencian algún tipo de marca dental, presentan también otro tipo
de manipulación antrópica (marcas de corte y de percusión), lo que hace aún más plausible el origen
antrópico. Las marcas de dientes humanos se han identificado en al menos ocho yacimientos europeos
canibalizados (Andrews y Fernández-Jalvo, 2003; Aura Tortosa et al., 2010; Bello et al., 2015; Botella
et al., 2000; Cáceres, Lozano y Saladié, 2007; Fernández-Jalvo y Andrews, 2011; Botella et al., 2014;
White y Toth 2007; Santana et al., 2019).
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Muchos de los fragmentos de diáfisis presentan bordes de fractura pulidos y redondeados. En general,
los huesos tienen una textura compacta, brillante y de color blanco amarillento, y en las zonas de menor
espesor son, en ocasiones, translúcidos. Según estudios experimentales (Botella y Alemán, 1998) estos
cambios de textura y coloración se producen durante la cocción de entre 2 y 4,5 horas de hueso humano
fresco, dentro de un líquido en torno a los 100 grados de temperatura. (White, 1992; Botella, Alemán y
Jiménez, 2000). Muy probablemente, después de hervirlos, la carne se desprendería de los huesos con cierta
facilidad para su consumo, y puede que en ocasiones no fuesen necesarias herramientas líticas o metálicas.
Este tipo de modificación o pulido también se ha observado en los restos de Majólicas (Jiménez Brobeil,
1990; Botella et al., 2000), Malalmuerzo (Jiménez Brobeil, 1990; Botella et al., 2000; Solari, Botella y
Alemán, 2012), la Cueva de El Mirador (Cáceres, Lozano y Saladié, 2007), en la Cueva del Toro (Santana
et al., 2019) y en yacimientos del suroeste americano (Hurlburt, 2000; Turner y Turner, 1999; White, 1992).
Este rasgo se ha considerado como un marcador eficaz y compatible para identificar el canibalismo (White,
1992; Turner y Turner, 1999; Botella y Alemán, 1998; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017), aunque solo
está presente cuando hay un dominio del fuego y hay recipientes de cerámica.
Las modificaciones tafonómicas anteriormente discutidas forman parte de un proceso de carnicería
enfocado a la extracción y el aprovechamiento de la carne, las vísceras y la médula ósea. Excepto en
Brillenhöhle (Alemania), en el resto de los conjuntos canibalizados europeos, se registra el proceso
completo de descuartizamiento y preparación del cadáver para su consumo (Saladié y Rodríguez-Hidalgo,
2017): desollamiento, desmembramiento, evisceración y rotura de huesos, incineración/cocido (cuando hay
capacidad pirotécnica), consumo (marcas de dientes humanos) y posibles cremaciones posteriores.
Los resultados de las dataciones radiocarbónicas indican que los restos humanos se fechan en los
estadios iniciales de la Edad del Bronce. La búsqueda de un marco temporal preciso nos ha llevado a
la aplicación de la prueba de Ward y Wilson (1978) sobre los resultados obtenidos en las dataciones
radiocarbónicas, que indica que las dos muestras analizadas no son estrictamente contemporáneas. Sin
embargo, a partir de la exploración de las horquillas de calibración de ambas fechas observamos que estas
presentan en la parte superior (o inicial) de su calibración una probabilidad marginal (fig. 19). Si analizamos
las probabilidades máximas de ambas fechas dentro de la distribución al 95 % de probabilidad (M1 = 84,5;
M2 = 93,5) observamos que existe un solapamiento de 13 años (entre 2045-2032 calibrado ANE). Por ello
ambos individuos pueden ser considerados como contemporáneos y es posible proponer que los individuos
datados fueron depositados en la cavidad dentro del mismo intervalo temporal.
Por otro lado, la similitud observada en su procesamiento permite establecer que fueron consumidos en
un periodo corto de tiempo. Tanto en el momento de la recuperación de los restos, como en las posteriores
visitas realizadas a la cueva, se ha comprobado que, efectivamente, los restos aparecen en la superficie de
Fig. 19. Representación gráfica de las fechas calibradas utilizando la curva IntCal20 y el software Oxcal versión 4.4.
Las líneas rojas verticales indican el solapamiento indicado a partir de la máxima probabilidad dentro de la calibración
a 2 sigmas (95 %).
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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una zona concreta de la cavidad. Si a ello unimos que la tafonomía de la colección no presenta importantes
variaciones, que no se han documentado de forma sistemática este tipo de prácticas a lo largo del Calcolítico
y del Bronce Valenciano y que las propias dataciones se solapan en un periodo concreto, se propone que los
restos responden a un episodio puntual.
Llegados a este punto y considerando las evidencias descritas que demuestran la práctica de canibalismo,
el principal desafío es proporcionar una explicación sobre las posibles causas. Siguiendo la propuesta de
Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017), según los datos antropológicos el canibalismo se puede enmarcar en
tres contextos diferentes: de supervivencia, agresivo y funerario.
Si consideramos la primera hipótesis, es decir, el canibalismo de supervivencia, cabría relacionar el evento
con un momento de carestía. En este sentido, algunos autores han propuesto a partir del registro geoarqueológico
un descenso en los niveles de aporte hídrico y un incremento general de la aridez para los momentos iniciales de
la Edad del Bronce, con una marcada estacionalidad que no se superará hasta la mitad del milenio (Fumanal y
Ferrer, 1992; Ferrer, Fumanal y Guitart, 1993). Para la zona de la cubeta de Villena, estudios recientes muestran
eventos áridos en una cronología entre el 2300 y el 1800 calibrado ANE, que parecen corresponder con el
denominado evento Bond 4.2 ka. AP (Elsie et al., 2018), con una oscilación de especial aridez documentada en
otras regiones del Mediterráneo que se sitúa entre 2150 y 2000 calibrado ANE. Cabe preguntarse si este episodio
de aridez en una zona con tantos recursos naturales como la comarca de la Safor, sería tan intenso como para
provocar este episodio de canibalismo. En este sentido, algunos autores plantean que los eventos de canibalismo
observados en zonas de clima suave y abundantes recursos, podría ser el resultado de un estrés periódico o
desequilibrio dietético excepcional (Villa, Courtin y Helmer, 1988).
Se ha generado una cartografía temática en la que se recogen las noticias de los hallazgos arqueológicos
en el ámbito local y comarcal. Pese a que son muchas las fuentes consultadas para la realización de esta
cartografía, fundamentalmente quedan agrupados en la Carta Arqueológica de la Safor (Aparicio, Gurrea y
Climent, 1983) y el Inventario de Yacimientos Arqueológicos de la Dirección General de Patrimonio Cultural
Valenciano. La ubicación de los yacimientos conocidos da cuenta de la intensa ocupación del área de estudio
durante la Prehistoria reciente (fig. 20). Poblados en altura, poblados en el llano, cuevas de hábitat, cuevas de
inhumación, abrigos y estaciones de arte rupestre postpaleolítico (no representadas en el mapa) proporcionan
una imagen de la sólida articulación territorial y cultural entre el final del Calcolítico y la Edad del Bronce
en la zona de estudio (Miret, 2019). Sin embargo, con los datos disponibles no es posible vincular los restos
aparecidos en la Cova del Garrofer con un poblado concreto. No es posible descartar que los restos se puedan
relacionar con algún hábitat todavía por descubrir en las mismas estribaciones del Mondúver, cuestión que
podría relacionarse con la falta de prospecciones en esta zona, pero por el momento los hábitats al aire libre
conocidos se sitúan a una distancia considerable de la cueva, y ninguno de ellos, cabe señalarlo, ha sido
excavado sistemáticamente (es el caso del Castell de Bairén, Puntal de Ponent de la Falconera o Puntal de
Bondia en Gandia, Molló Terrer en el Real de Gandia o Piló de les Hortes en Xeresa).
La segunda hipótesis plantea un canibalismo agresivo, enmarcado en un contexto de violencia. Se basa
en la ausencia de tratamiento simbólico o cuidado de los restos y en una alta frecuencia de lesiones craneales
traumáticas mortales. Respecto al tratamiento simbólico, en la Cova del Garrofer no ha podido establecerse con
claridad si los siete individuos se han procesado, hervido y consumido en el interior de la cueva o si se realizó en
otro espacio y posteriormente se trasladaron los restos a la cavidad. En este sentido, cabe señalar que el vestíbulo
de la Cova del Garrofer ofrece un espacio suficiente para realizar estas actividades. Las concentraciones de
huesos que encontramos sobre la roca bien podrían corresponder con el consumo in situ de los mismos o con
una deposición de los restos desarticulados tras ser consumidos en otro espacio, cuestión que podría implicar la
aceptación de un cierto comportamiento simbólico que debe ser valorado. La dispersión y depósito secundario de
los restos no indica necesariamente una falta de actitud simbólica hacia los muertos, ya que los restos insepultos
se encuentran frecuentemente dispersos después de prácticas de enterramiento secundarias (Weiss-Krejci,
2013). Por el momento, a excepción de los cinco fragmentos cerámicos pertenecientes a un mismo vaso, no hay
evidencias de ajuar funerario ni de ocupaciones humanas estables en la cavidad.
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Fig. 20. Yacimientos arqueológicos conocidos en el entorno de la Cova del Garrofer. Se señala la cronología propuesta
en cada caso: Calcolítico (C), Calcolítico con campaniforme (CC), Edad del Bronce (EB). 1) Cova del Garrofer (Gandia)
(EB); 2) Cova de la Font del Garrofer (Gandia) (C); 3) Cova del Vell (Xeraco) (EB); 4) Cova de les Cent Ungles (Xeresa)
(EB); 5) Coveta del Racó de Tomàs I (Xeresa) (C-EB); 6) Coveta del Racó de Tomàs II (Xeresa) (C-EB); 7) La Barcella
(Xeresa) (EB); 8) Cova del Piló de la Bassa de l’Horta (Xeresa) (EB); 9) Piló de les Hortes (Xeresa) (EB); 10) Cova de
l’Heura (Barx) (C-EB); 11) Cova de Malladetes (Barx) (C-EB); 12) Cova Bolta (Real de Gandia) (CC-EB); 13) Cova
dels Teixons (Real de Gandia) (EB); 14) Molló Terrer o els Bancalets (Real de Gandia) (CC-EB); 15) Cova del Barranc
del Nano (Real de Gandia) (C); 16) Cova Bernarda (Palma de Gandia) (C-EB); 17) Carrers de Sant Pasqual i Castelar
(Gandia) (C); 18) Cova de la Clau II (Palma de Gandia) (EB); 19) Cova del Blanquissar (Palma de Gandia) (C); 20) Cova
del Porc (Palma de Gandia) (C); 21) La Torreta (Palma de Gandia) (EB); 22) Partida de la Plana (Palma de Gandia) (EB);
23) Alt de la Creu Blanca (Palma de Gandia) (EB); 24) Cova del Potaque (Palma de Gandia) (C); 25) Castell del Rebollet
(Font d’en Carròs) (EB); 26) El Rabat (Alqueria de la Comtessa) (EB); 27) Cova de la Solana de l’Almuixic (Oliva)
(CC); 28) Camp de Sant Antoni (Oliva) (CC-EB); 29) Barranc de Beniteixir (Piles) (C); 30) L’Alteró (Alfauir) (EB);
31) La Vital-Sanxo Llop (CC); 32) Tossal del Morquí (Llocnou de Sant Jeroni) (EB); 33) Cova del Rabosar (Llocnou
de Sant Jeroni) (C); 34) L’Horteta o Casa Fosca (Potries) (CC); 35) Els Penyascos (Potries) (EB); 36) Cova del Barranc
Figueral (Ador) (CC); 37) Cova del Forat de l’Aire Calent (Ròtova) (CC-EB); 38) Cova de les Rates Penades (Ròtova)
(CC); 39) Cova del Barranc del Llop (Gandia) (CC); 40) Cova de Minyana (Ròtova) (C); 41) Cova del Parpalló (CC);
42) Cova Negra de Marxuquera (Gandia) (CC-EB); 43) Puntal de Bondia (Gandia) (EB); 44) Abrics del Barranc de Bondia
(Gandia) (EB); 45) Cova de la Trofada (Gandia) (C); 46) Puntal de Ponent de la Falconera (Gandia) (EB); 47) Abric de
la Pols (Gandia) (C-EB); 48) Cova del Cansalader o dels Ninotets (Gandia); 49) Cova de les Goteres (Gandia) (EB);
50) Puntal de la Mola (Gandia) (EB); 51) Cova Xurra (Gandia) (EB); 52) Cova del Racó Tancat (Gandia) (C); 53) Cova
del Cingle (Gandia) (C); 54) Cova de l’Anella (Gandia) (C); 55) Cova del Beat (Gandia) (EB); 56) Cova de la Recambra
(Gandia) (CC-EB); 57) Cova de les Meravelles (Gandia) (CC-EB); 58) Cova de Rausell (Gandia) (C); 59) Abric de la
Casa Blanca (Gandia) (C-EB); 60) Cova de l’Abisme o avenc de Xaro (Gandia) (EB); 61) Cova del Porc (Gandia) (EB);
62) Cova del Racó del Nap (Gandia) (EB); 63) Cova del Corral o Oberta (Gandia) (C); 64) Coveta de Zacarés (Gandia)
(C); 65) Cova de la Finestra (Gandia) (EB); 66) G-70 (Gandia) (EB); 67) G-71 (Gandia) (EB); 68) Cova de l’Aigua
(Gandia) (CC-EB); 69) Castell de Bairén (Gandia) (EB); 70) Abric de Bairén (Gandia) (EB); 71) Cova de Bairén (Gandia)
(C-EB); 72) Cova de Bairén (Gandia) (C-EB).
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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El final del Calcolítico constituye un momento de cambio que culminará con la formación de lo que
la historiografía denomina Bronce Valenciano (Tarradell, 1969). Los cambios que se documentan en este
espacio temporal de tránsito entre el III y el II milenio ANE en tierras valencianas implican la utilización
de la piedra como elemento constructivo principal de los nuevos poblados (De Pedro, 2004), el cambio
en su ubicación del llano a pasar a coronar las montañas (Martí, 2001), la desaparición del típico ajuar
campaniforme y la aparición de una cultura material característica (Tarradell, 1969), e incluso cambios en
el modelo agrario (Pérez Jordà, 2013) y de familia (Jover y López Padilla, 2004). Para valorar las causas
del inicio de la Edad del Bronce, los especialistas en Prehistoria también han tenido en cuenta los datos
obtenidos en el campo de la paleogenética, los cuales han detectado la inclusión de un importante aporte
genético provocado por la llegada de nuevos pobladores vinculados, en última instancia, a la expansión de
la cultura Yamna desde las estepas pónticas hasta la península ibérica, cuya aparición y rápida distribución
implica algún tipo de control de la reproducción (Olalde et al., 2019). Este episodio de inestabilidad se
introduce en la península de norte a sur y arranca en el Calcolítico campaniforme, documentándose en el
Mediterráneo peninsular de forma efectiva entre el 2200 y 1900 calibrado ANE. Los estudios genéticos han
demostrado la incorporación de una nueva variante transmitida por vía paterna, que ha sido corroborada en
trabajos más específicos sobre zonas concretas como el territorio argárico, vinculándose la llegada de estas
nuevas poblaciones a la propia formación de esta conocida cultura arqueológica (Villalba et al., 2021). En
el territorio valenciano, además de los cambios descritos durante la formación del Bronce Valenciano, el
registro arqueológico también proporciona evidencias de inestabilidad en los inicios de la Edad del Bronce,
por ejemplo con la presencia de niveles de incendio en poblados ubicados en altura como la Lloma de Betxí
de Paterna (De Pedro, 1998) y Barranco Tuerto (Jover y López Padilla, 2005), Terlinques (Jover y López
Padilla, 2004), Peñón de la Zorra (García Atiénzar, 2016) o el Polovar (Jover et al., 2016) en la zona de la
cubeta de Villena. Pero cabe señalar que en los restos humanos de la Cova del Garrofer no hemos detectado
lesiones traumáticas mortales que puedan atribuirse a la violencia intencionada (Jiménez-Brobeil, Du
Souich y Al Oumaoui, 2009).
El evento de canibalismo documentado en la Cova del Garrofer se enmarca en este contexto de cambio
e inestabilidad que caracteriza el tránsito del Calcolítico a la Edad del Bronce, que permite a su vez dos
interpretaciones: un endocanibalismo entre humanos de un mismo grupo social o familiar (normalmente
asociado con creencias religiosas); o un exocanibalismo, entre grupos diferentes (asociado a contextos
hostiles) (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
El canibalismo funerario, en términos de endocanibalismo, se ha sugerido en el yacimiento de Caune de
l’Aragó (de Lumley, 2015) y en los conjuntos neolíticos de Malalmuerzo, Majólicas y Carigüela (Botella
et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012). En el caso de la Cova del Garrofer, no parece que se trate de
una práctica generalizada o con tradición, ya que en la zona del Mediterráneo no encontramos paralelos y,
por el momento, debe ser considerado de forma aislada. Los casos en los que se han identificado marcas
antrópicas durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el País Valenciano, son muy escasos y en ningún
caso se relacionan con la práctica del canibalismo. Nos referimos a los yacimientos de Cova del Rectoret
(Gandia) (Miret et al., 2021) y en el Avenc del Dos Forats (Carcaixent) (García Puchol et al., 2010). En este
sentido, la revisión de colecciones óseas aún no estudiadas de los fondos de los museos podría cambiar la
visión del canibalismo en la Prehistoria.
En la Cova del Rectoret (Miret et al., 2021), se identificaron un NMI de cinco individuos, todos
incompletos, fragmentados e inconexos. De entre los restos craneales, una calota de adulto, un frontal de
subadulto y un fragmento de frontal de subadulto, presentan cortes sobre el hueso y marcas de percusión,
relacionadas con el desollado y el descarnado. Las modificaciones observadas se relacionan con un gesto
funerario que implica, al menos, el tratamiento y la manipulación del cráneo.
En la cueva del Avenc dels Dos Forats (García Puchol et al., 2010), hasta el momento se han recuperado un
total de 253 fragmentos de hueso, que corresponden con un NMI de 10 individuos (inconexos e incompletos).
En cuatro restos se observaron marcas de corte, fracturas perimortem y marcas de percusión en la zona
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de los antebrazos y de la rodilla, las cuales se interpretan como gestos funerarios de desmembramiento
y descarnado, con el fin de reubicar y reorganizar el espacio sepulcral. En este caso, los investigadores
plantean la relación de estas marcas con la rigidez cadavérica o rigor mortis, que puede producir una ligera
flexión en las extremidades y dificultad a la hora de manipular el cuerpo, de ahí la necesidad de desgarrar y
seccionar ciertos músculos con el fin de ubicarlo en la cueva.
El único conjunto documentado con evidencias de canibalismo en la península ibérica cuyos restos
humanos se enmarcan en la Edad del Bronce, es el de la cueva de El Mirador, en Burgos (Cáceres, Lozano
y Saladié, 2007). La ausencia de un comportamiento ritual o simbólico en el patrón de procesamiento de
los huesos ha permitido concluir a las investigadoras de El Mirador que los restos documentados responden
a un canibalismo del tipo gastronómico, aunque recientemente esta interpretación ha sido cuestionada,
ya que no se descarta su correspondencia con prácticas simbólicas (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017;
Marginedas et al., 2020).
6. CONCLUSIONES
El estudio de los restos óseos humanos recuperados en el año 1975 en la Cova del Garrofer de Gandia
ha evidenciado un patrón de procesamiento de los cadáveres relacionado con actividades de canibalismo
sobre, al menos, siete individuos de ambos sexos y de diferentes edades. Las evidencias ostearqueológicas
documentadas que sostienen estas prácticas de canibalismo son: huesos humanos desarticulados, elevado
porcentaje de fracturas en fresco o perimortem, marcas de percusión, alteraciones del canal medular,
abundantes marcas de corte para el procesado del cadáver (desollamiento, desarticulación, descarnado y
raspado), marcas dentales y exposición indirecta al fuego o cocción.
Las dataciones radiocarbónicas han revelado que los restos quedan fechados en los momentos iniciales de la
Edad del Bronce. Si analizamos las probabilidades máximas de ambas fechas dentro de la distribución al 95 %
de probabilidad existe un solapamiento de 13 años (entre 2045-2032 calibrado ANE) entre ambas dataciones. En
caso de considerarse como un evento puntual, como interpretamos, este rango cronológico es, por el momento,
el que mayor aproximación estadística ofrece para fechar el episodio de canibalismo analizado.
La proximidad estadística en los resultados de las dataciones realizadas, la falta de paralelos en el
ámbito mediterráneo peninsular, las propias modificaciones antrópicas observadas sobre los restos óseos
humanos y su localización en un espacio concreto de la cavidad, nos llevan a proponer que se trata de un
evento puntual de canibalismo, realizado en un corto espacio temporal sobre un pequeño grupo heterogéneo
que habitaba un poblado de las inmediaciones de Gandia. La variedad de sexo y edad de los individuos
analizados no permite identificar patrones en la elección para su consumo. Por todo ello proponemos que la
colección analizada podría corresponder, en parte o en la totalidad, a un grupo humano que habitaba uno de
los poblados en alto cercanos que caracterizan el Bronce Valenciano en la Safor. En el entorno inmediato no
se ha documentado ningún poblado en altura de finales del Calcolítico o inicios de la Edad del Bronce. Sin
embargo, si ampliamos el foco sobre un territorio mayor, se comprueba una intensa ocupación del territorio
en los momentos de tránsito del III al II milenio ANE.
No es posible establecer con precisión si los restos humanos son fruto de un consumo en la propia
cavidad o si se depositaron en la superficie de la cueva tras ser procesados en otro espacio, lo que implicaría
la práctica de cierta actividad simbólica. Las modificaciones registradas, no autorizan por sí solas a hablar
más de lo que objetivamente muestran. En este sentido, cabe destacar que no disponemos de información
concluyente sobre el contexto arqueológico de aparición, debido a las circunstancias en las que fueron
recuperados los restos analizados. Por el momento es prematuro ofrecer una explicación exhaustiva de las
modificaciones óseas observadas en la Cova del Garrofer.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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AGRADECIMIENTOS
La financiación de los estudios expuestos ha corrido a cargo de la Museu Arqueològic de Gandia y el Servei Municipal
d’Arqueologia del Ajuntament de Gandia. Agradecemos al Museu de Prehistòria de la Diputació de València las facilidades prestadas, así como los consejos recibidos por parte de los investigadores Alfred Sanchis Serra, Joaquim Juan
Cabanilles y Salvador Pardo Gordó. A Miguel Guerrero Blázquez, por su incansable ayuda a diferentes generaciones
de investigadores interesados en el patrimonio de Gandia. Marc Miret y Salvador Escrivà también nos ayudaron en las
exploraciones. Reconocer el interés de Joan Cardona Escrivà, sin cuya tarea en la dirección del MAGa, nada de lo que
estas páginas muestran podría ser una realidad. Finalmente, agradecemos enormemente a los expertos que revisaron de
forma anónima el manuscrito, cuyos comentarios han ayudado a mejorar la calidad del trabajo presentado.
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