Serie de Trabajos Varios 109
El utillaje de piedra tallada en la Prehistoria reciente valenciana: aspectos tipológicos, estilísticos y evolutivos
Joaquim Juan Cabanilles
2009
, ISBN 978-84-7795-544-3 , 300 p.
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
SERIE DE TRABAJOS VARIOS
Núm. 109
El utillaje de piedra tallada
en la Prehistoria reciente valenciana
Aspectos tipológicos, estilísticos y evolutivos
JOAQUIM JUAN CABANILLES
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2008
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DIPUTACIÓN DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 109
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ISBN: 978-84-7795-544-3
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Al meu germà Lluís,
en el record
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PRÓLOGO
La imagen de Joaquim Juan Cabanilles es la de un hombre sereno, muy tímido, de mirada fija
y penetrante cuando observa y escucha, o huidiza cuando él se siente mirado. Yo sólo lo he tratado
profesionalmente y me llevé una gran sorpresa cuando, por persona interpuesta, supe que en los fines de semana J. Juan se reunía con sus amigos de banda para tocar rock and roll. No por haber nacido en los años de mi generación he llegado a comprender tan furibunda música y ahora siento
verdadera curiosidad por saber qué tipo de rock interpreta y cuál es el instrumento que toca. En
cualquier caso, la imagen de hombre tranquilo que sigo teniendo de él no me cuadra con su afición.
En el trabajo que prologamos se fundamenta y elabora una Tipología para el utillaje del Neolítico, Eneolítico y Edad del Bronce del País Valenciano. De entrada, ya se explicita que está inspirada en las tipologías “clásicas” o de corte bordesiano. La propuesta es valiente porque parecía que
tales tipologías habían tenido ya su tiempo.
El Dr. J. Juan Cabanilles apoya su trabajo en varios puntales. En primer lugar, en un vocabulario descriptivo que, sin ambigüedades, rinde buena cuenta de la morfología. Así mismo, en la concepción de la tipología como un modo de reconocimiento, definición y clasificación de los útiles
que aparecen en los yacimientos, basado en la observación y análisis de la mayor cantidad posible
de colecciones, al objeto de ver si las formas se repiten por cuanto que tienen una existencia real e
independiente del clasificador. No menos importante es la formalización individual de los caracteres primarios y secundarios de la forma o útil, que se encuentra de modo fortuito y es significativa
temporal y espacialmente en relación con un problema, porque ese es el fin de las tipologías de este corte: intentar resolver los problemas culturales, cronológicos y espaciales siguiendo la variación
de la forma. El problema de estas tipologías viene de su alcance temporal y espacial. Inicialmente
concebidas con pretensiones más o menos totalistas, su aplicación práctica ha ido regionalizándolas cada vez más y acortando su alcance temporal, aunque ya han aportado sus buenos oficios para
espacios y periodos amplios y culturalmente importantes. Todo lo que antecede tuvo un intenso y
controvertido debate en la Arqueología de Estados Unidos de América, principalmente de la mano
de J. Ford y A. Spaulding, que no encontró mayor eco en Europa, donde unos pocos años después,
F. Bordes y G. Laplace incidirían en lo mismo con idéntica pasión, pero sin la carga etnológica (antropológico-cultural) que el debate venía teniendo de antiguo en USA.
El trabajo de J. Juan es un valiente e inequívoco manifiesto en favor de las tipologías “clásicas”,
lleno de sentido común y pragmatismo. Pero el autor sabe muy bien que hay otras formas de hacer
tipología. Entre ellas, la de base estilística, cuya mayor ventaja es que expresan mejor las identidades, dado su carácter intrínsecamente cultural. Pero, argumenta el autor, buena parte de los caracteres estilístico-culturales también están implícitos en las tipologías “tradicionales”. Entre los
inconvenientes, la exigencia de un gran trabajo de verificación sobre gran número de conjuntos,
efectivos y variación morfológica, ampliamente repartidos en tiempo y espacio. La tipología de J.
Juan no es estilística, pero hace usos puntuales de esta última. En cuanto a las tipologías funciona-
VII
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les, el autor es rotundo: a su juicio, las aportaciones de la traceología sirven más para el establecimiento de criterios para la definición de las clases y tipos de una tipología de base morfológica que
para conformar una tipología funcional; muy probablemente esta afirmación suscitará alguna controversia. Como no podía ser de otra forma, el autor conoce y asume bien lo que ha venido a denominarse como cadenas operativas; su trabajo se centra en las producciones finales de aquellas.
Toda esta primera parte del trabajo está escrita en páginas sintéticas y densas. No son pocas las
tesis doctorales que he leído en las que sus autores adormecen al lector con extensos excursos, enciclopédicos y meramente aditivos, con objeto de querer dar a entender que conocen bien la bibliografía y los aspectos esenciales y colaterales de los sujetos que tratan. El lector se ahorrara aquí de
todo eso. En el trabajo de J. Juan hay dos lecturas simultáneas: la de las páginas y la de las citas bibliográficas. Estas últimas sirven para aligerar el texto, están atinadamente seleccionadas, así como
sacadas a colación en el lugar adecuado para apoyar o discrepar de una argumentación. Hay mucha
lectura, reflexión y decisión en este trabajo que, como hemos dicho, huye de toda tentación enciclopédica. También he de resaltar la más que buena sintaxis y puntuación de este texto, escrito por
una persona que no tuvo como lengua materna al español. Pero no debo seguir con las alabanzas:
causaría sonrojo, porque el autor y yo pertenecemos a la misma “familia” de tipólogos.
La presente tipología está constituida por 17 grupos tipológicos y 196 tipos. ¿Quizá demasiados? Otras tipologías que cubren el mismo rango cronológico y cultural en áreas próximas tienen
más. Una de las producciones más características del Neolítico son las hojas y hojitas: clasificándolas se palpa la realidad neolítica. Pero quizá sea excesiva la cantidad de tipos reconocidos según
que su retoque sea marginal, muy marginal, o de denticulados marginales o muy marginales, porque el uso, su repetición, los cambios de filo, o la búsqueda de uno nuevo, pueden aligerar al grupo. Del mismo modo, es en la clase de los geométricos donde mejor se expresa el Epipaleolítico
reciente pero, cuando tuvimos ocasión de estudiarlo, hace ya muchos años, quizá cometiéramos el
mismo defecto hipertificativo; de tal modo, la observación que le hacemos a J. Juan es contradictoria. Sí estamos muy de acuerdo en que el tipo de retoque es un criterio de individualización tipológica en el grupo de los geométricos (retoque en doble bisel) y es un logro el reconocimiento de las
hojas y hojitas con base estrechada, hasta ahora no bien valorado.
En el cuerpo del trabajo van definiéndose los grupos y tipos de manera concisa a la vez que minuciosa en lo fundamental, siendo muy respetuoso con las aportaciones de los tipólogos y arqueólogos precedentes que obran en la historiografía. J. Juan sabe citar, haciéndolo en el lugar adecuado
y evitando prolijidades, como hemos dicho más arriba.
Creo que esta Tipología está llamada a tener éxito pues aborda con claridad y honestidad un sujeto que venía demandando un estudio como este.
Fco. Javier Fortea Pérez
Catedrático de Prehistoria
VIII
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ÍNDICE
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1
I.
Fundamentos para un tipología del utillaje neolítico, eneolítico y de la Edad del Bronce . . . . . . . . . . .
Una tipología convencional: por qué y para qué . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Nuevas perspectivas para una tipología morfodescriptiva? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tipología y estilo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tipología y tecnofuncionalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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7
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II.
Morfotecnia y nomenclatura tipológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Soportes tipológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Estado de las piezas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tipometría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Morfología y retoque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Criterios descriptivos del retoque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tipos de retoques . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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19
22
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25
25
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III. Repertorio Tipológico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Raspadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Perforadores y taladros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Piezas con borde abatido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Muescas y denticulados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Truncaduras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Geométricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hojas u hojitas con retoque marginal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hojas u hojitas con base estrechada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hojas u hojitas con retoque plano o sobreelevado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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35
41
53
59
75
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111
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IX
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Puntas de flecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Esbozos y preformas foliáceos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Placas retocadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sierras y dientes de hoz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Piezas astilladas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Lascas retocadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Piezas con señales de uso o filo embotado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Diversos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Explotación de los datos tipológicos: la diacronía del utillaje neolítico y eneolítico como ejemplo . . . .
Bases arqueológicas para el estudio diacrónico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los sectores H de la Cova de l’Or: estratigrafía y secuencia cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los sectores centrales de la Ereta del Pedregal: estratigrafía y secuencia cultural . . . . . . . . . . . . . .
Diacronía general de los grupos de utillaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sectores H de Or . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sectores centrales de Ereta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Diacronía particular de geométricos y puntas de flecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Geométricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Puntas de flecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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222
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234
234
238
242
242
249
...............................................................................
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APÉNDICE I. Listado tipológico para el utillaje lítico de talla de la Prehistoria reciente valenciana
(listas amplia y reducida) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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APÉNDICE II. Cuadros de inventario tipológico del utillaje de la Cova de l’Or y de la Ereta del Pedregal
por niveles analíticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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APÉNDICE III. Procedencia de las piezas líticas ilustradas (figuras 1 a 97) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Resum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Résumé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Abstract . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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295
297
299
IV.
Bibliografía
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INTRODUCCIÓN
El presente trabajo, como no esconde el propio título,
parte de un enfoque que podríamos llamar, sin complejos,
“clásico”. Y es así tanto por el sujeto de estudio, constituido
por materiales arqueológicos discretos (útiles de piedra tallada), como por el objeto, que atiende a problemáticas de formalización tipológica, de significación cronológica y de
distribución geográfica en relación con dichos materiales. El
terreno metodológico y analítico por el que se discurre es el
que compete, por tanto, a una “Arqueología de primer nivel”,
dirigida al ordenamiento inicial de los datos y a la resolución
de cuestiones básicas de forma, tiempo y espacio. No bien
precisadas estas cuestiones, que no son otras que la caracterización y contextualización de las entidades arqueológicas,
difícilmente tendrán sentido las interpretaciones que puedan
realizarse a un nivel superior. Pensamos, más expresamente,
en la naturaleza de los procesos históricos –“culturales”– que
explicarían determinadas situaciones de forma y espacio, ya
que más delicado resulta aún extraer de las entidades arqueológicas las realidades sociales subyacentes.
El tema central del trabajo, sobre el que gira el resto del
discurso, lo constituye el establecimiento de una tipología
general para el utillaje de piedra tallada del Neolítico y Eneolítico valencianos, extensible también a la Edad del Bronce. Una forma tal de aproximación a los testimonios líticos
puede chocar en un momento en que la tipología, y desde
hace ya alguna década, ha sido en cierta manera desplazada
por otros tipos de estudios no menos relevantes, centrados
en la tecnología integral (cadenas operativas o ciclos de producción-uso), en el estilo, en la traceología, etc. Es esto lo
que hacía expresar a M. Otte, en el prefacio a uno de los últimos catálogos tipológicos para el Paleolítico superior europeo (Demars y Laurent, 1989: 9), que “la tipología no está
ya de moda”. Sin embargo –proseguía el mismo autor–, la
utilizaríamos cotidianamente, constantemente, trayendo a
colación las frases habituales oídas en los laboratorios y
centros de investigación: “este grupo de puntas de escota-
dura ha sido fabricado en un material exógeno”, “los buriles de Lacam han servido para perforar hueso”, “los soportes de estos raspadores han sido obtenidos en la fase de
pleno lascado”, etc.
A finales de los pasados años 80 es posible que la tipología lítica, como tema de preocupación principal, ya no estuviera de “moda” entre los paleolitistas europeos, aunque no
se hubiera dejado de hacer uso de ella como perspicazmente
apuntaba Otte. De hecho, había pasado ya el tiempo de las
grandes discusiones metodológicas (Bordes vs. Laplace, por
ejemplo) y los grandes esquemas de clasificación, cubriendo
del Paleolítico inferior al Epipaleolítico-Mesolítico, se encontraban ya bien asentados (Bordes, Sonneville-Bordes y
Perrot, Laplace, Tixier, Rozoy, Fortea). No puede decirse lo
mismo, en cambio, considerado el campo de actividad de los
investigadores dedicados a los periodos más recientes de la
Prehistoria (Neolítico, Eneolítico, Edad del Bronce), para los
que la tipología lítica no es que se hallara en fase de retroceso, sino que apenas había gozado de atención como tal, es decir, como medio para la ordenación cronológica, relegada en
esta función por la tipología cerámica. Siendo más drásticos,
la industria lítica tallada había ocupado tradicionalmente una
posición muy secundaria en los estudios del Neolítico y etapas posteriores, arrinconada por la espectacularidad de las
producciones cerámicas y sus evidentes posibilidades como
sujeto analítico.
Esta situación comienza a cambiar, de manera apreciable, a partir de finales de los 70, uniendo a las valoraciones
generales de las industrias de talla neolíticas la necesidad de
un tratamiento ex profeso para el utillaje retocado. Los años
80 y siguientes verán concretarse esta necesidad, con la proliferación de tipologías expresas como la de Binder (1987)
para el Neolítico antiguo provenzal, cuyo modelo, basado en
criterios tecnológicos explícitos de clasificación, ha sido seguido para el Neolítico medio y final suizo (Winiger, 1993;
Honegger, 2001) o para el Mesolítico y Neolítico del Jura
1
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francés (Perrin, 2003); también la de Vaquer (1990) para el
Neolítico y Eneolítico del Languedoc occidental, simplificada recientemente por Briois (2005); o en cierta manera la de
Cahen, Caspar y Otte (1986) para el Neolítico antiguo belga,
por poner algunos ejemplos europeos próximos destacables.
En esta misma línea hay que incluir nuestro primer ensayo de
clasificación tipológica para el utillaje en sílex de la Cova de
l’Or y la Cova de la Sarsa (Juan Cabanilles, 1984), en un momento en que ya se había reconocido la personalidad “lítica”
del Neolítico antiguo cardial frente a la del Epipaleolítico reciente (Fortea, 1973: 406-413), al menos en la región central
del Mediterráneo peninsular, y la conveniencia de un tratamiento formal específico (Martí et al., 1980). Por la misma
época, y en el ámbito también peninsular, tienen origen otras
pocas propuestas tipológicas del mismo signo, como la de
Martínez (1985) para el Neolítico, Eneolítico y Edad del
Bronce de la Alta Andalucía y el Sudeste, dentro de un trabajo de tesis doctoral desgraciadamente nunca impreso, o la
del Grupo de Trabajo de Caspe (GTC, 1985) para el Eneolítico y Edad de los Metales del valle medio del Ebro. Paralelamente –o con escasa antelación– a estas propuestas de
repertorios y listados tipológicos expresos, otros autores harán uso de los esquemas clásicos del Paleolítico y sobre todo
del Epipaleolítico, previa adaptación forzada, para la presentación y el análisis de materiales neolíticos. Así, por ejemplo,
la tipología de Fortea (1973) servirá de base a Cava (1984)
para la clasificación de la industria lítica de los dólmenes del
País Vasco meridional, la misma industria de la Prehistoria
reciente de la cuenca del Ebro (1986) o la del Neolítico antiguo cardial de la Cueva de Chaves (1983, 2000). Posiblemente inspirados también en Fortea sean el listado tipológico
de Andrés (1978) para los ajuares líticos de los sepulcros dolménicos del valle medio del Ebro y los inventarios formalizados de Vallespí para los materiales del Neolítico
final/Eneolítico de yacimientos como La Pijotilla (Vallespí,
Hurtado y Calderón, 1985) y Vega de los Morales (Vallespí
et al., 1985b), entre otros. Con estos ejemplos, y más que iremos viendo en el transcurso del trabajo (no hemos hecho referencia aquí a las formalizaciones de grupos concretos de
utillaje, como puntas de flecha, dientes de hoz, etc.), sólo
pretendemos poner de relieve la vigencia de la tipología en
los estudios de industria lítica neolítica y la necesidad aún, a
escala peninsular, de contar con buenos esquemas específicos, de amplia generalización y que permitan las comparaciones intra e interregionales.
Un énfasis en la tipología puede sorprender también en
un momento en que ésta, como herramienta para el ordenamiento cronocultural, parece haber sido desplazada en determinados círculos por la radiometría, especialmente por el
valor de datación concedido al Carbono 14. Dicho de otro
modo, el valor supuestamente absoluto del C14 habría sustituido al valor relativo de la tipología estratigráfica. Así se
desprende de manifestaciones del siguiente cariz:
En la actualidad creemos que ya no es posible mantener los esquemas caducos propios de la datación relativa empirista que
sobrevaloraron las presencias o ausencias de los “fósiles directores”. El proceso de neolitización creemos que tuvo una
2
evolución compleja que no puede medirse en función de un
análisis estrictamente tipológico, a nuestro juicio totalmente
obsoleto. (Olaria, 2000: 30; a propósito de la presentación de
una nueva serie de dataciones C14 para los niveles neolíticos
de Cova Fosca, por lo demás completamente “ortodoxa”.)
Sin embargo, no todos los autores comparten opiniones
como la acabada de exponer. Sirva de ejemplo:
Nous voudrions en fin souligner à nouveau combien le débat
sur les origines chrono-culturelles du Néolithique en Belgique
ne constitue pas une simple opposition entre deux hypothèses,
mais qu’il découle de deux conceptions historiques fondamentalement opposées. En effet, les uns surestiment le rôle
exclusif des datations radiométriques dans l’établissement des
chronologies et se fondent sur cet argument pour nier la valeur
des raisonnements basés sur des évidences archéologiques, se
donnant ainsi toute liberté pour des hypothèses diverses. Les
autres, dans une tradition de l’archéologie européenne éprouvée, font appel avant tout au terrain, à la stratigraphie, à la typologie comparée et à l’analyse d’associations de caractères et
d’objets, pour établir des chronologies qui, bien que relatives,
n’en sont pas moins adaptées aux données. Les datations radiométriques sont alors envisagées dans un second temps et
critiquées à la lumière des acquis du raisonnement, en tenant
compte du fait que, du point de vue de leur durée, l’ordre de
grandeur des faits archéologiques concernés est bien inférieur
au degré de précision chronologique de la méthode de datation
au 14C. On ne peut confondre […] incertitude de la mesure radiométrique avec phénomène historique. (Burnez-Lanotte,
Caspar y Constantin, 2001: 71; a propósito de las relaciones
cronológicas entre Rubané y grupo de Blicquy en el yacimiento belga de Vaux-et-Borset.)
No hace falta aclarar con qué concepción de la práctica
arqueológica nos sentimos identificados, al igual que los propios firmantes de la última cita. En nuestro caso, todo radica
en la “pérdida de inocencia” que hemos comenzado a acusar
sobre la pretendida “infalibilidad” –siempre acrítica– del
método del C14 y sobre el “hermetismo” con que a menudo
suele leerse un depósito arqueológico estratificado. Actualmente, y por mejor comprensión del método, sabemos bastante bien qué es una datación C14, cómo proceder ante la
necesidad de su obtención y a qué atenerse a la hora de interpretar los resultados. Expresado brevemente, sabemos que
una fecha radiocarbónica es en esencia un valor de probabilidad, y que una datación de este tipo no tiene demasiado sentido sin una identificación y selección previa de las muestras:
porque no es lo mismo datar “carbones dispersos” que “carbones de Rosmarinus” o, mejor aún, “un carbón de Rosmarinus”; o datar muestras de vida larga (carbones o carbón de
Quercus suber, p.e.) que de vida corta (huesos o hueso de tal
mamífero); o datar muestras directas en relación con el problema discutido (huesos o hueso de Ovis, granos o grano de
Hordeum) que muestras no directas (huesos o hueso de Cervus), etc. (sobre estos aspectos en concreto, v. Castro y Micó,
1995; Van Strydonk et al., 1999; Mestres i Torres, 2000;
Zilhão, 2001; Binder, 2005; Bernabeu, 2006). En cualquier
caso, lo ideal y aconsejable es disponer de amplias series de
dataciones sobre la mayor variedad de muestras posible, porque tampoco es lo mismo –pensando en términos estratigrá-
[page-n-14]
ficos– una secuencia de fechas obtenidas sobre una única
muestra por nivel, por muy “coherente” que se revele, que
sobre un número mayor de muestras y de diferente naturaleza. Llegamos así a la cuestión tal vez más delicada, la interpretación de los resultados, para lo que es primordial una
mínima comprensión del contexto arqueológico datado. Esta
comprensión, por supuesto, es más necesaria en el caso de
dataciones conflictivas, las que entrañan contradicción con
los datos tipológicos y estratigráficos generales bien establecidos. Un buen ejemplo lo aportan los denominados niveles
de “transición” o de “contacto”, presentes en aquellas secuencias largas que abarcan distintos periodos o etapas
culturales (Paleolítico superior-Neolítico, Epipaleolítico reciente-Neolítico, etc.), niveles que suelen constituir las más
de las veces contextos problemáticos por “mixtura” de materiales. Es aquí por tanto donde hay que dar buena respuesta a
preguntas del tipo: ¿qué fecha en concreto una datación
C14?, es decir, ¿a qué materiales se asocia en realidad la
muestra datada?; o ¿qué garantías se tienen de la integridad
del depósito?, ¿a qué procesos de alteración, naturales o antrópicos, se ha encontrado sometido y con qué alcance?, etc.
No es nuestro propósito en este apartado de introducción descender al análisis crítico de casos particulares. Simplemente recordar que ya hay desarrollados en la actualidad
métodos contrastados para la detección de los “contextos arqueológicos aparentes” (Bernabeu, Pérez Ripoll y Martínez
Valle, 1999; Bernabeu et al., 1999), arrancando de una tradición crítica con base en la estratigrafía y tipología comparadas (Fortea y Martí, 1984-85), proseguida y mejorada en
lo que respecta a la minuciosidad de la lectura tafonómica de
los yacimientos (cf. Zilhão, 1993, 1998).
En definitiva, nuestra posición ante el siempre artificioso conflicto entre datación absoluta (C14) y datación relativa (tipología estratigráfica) es que el C14 puede ser del todo
apropiado para datar conjuntos descontextualizados tipológica y estratigráficamente, y no descontextualizados, si bien
no puede suplir a la tipología estratigráfica como procedimiento único de datación: más bien completarla; y que una
datación C14, salvo contaminación u otros problemas derivados de la propia muestra, no es errónea en sí misma, aunque sí puede serlo la relación asociativa que pueda llegar a
establecerse con ella. No compartimos pues, en ningún modo, aquellas posturas que ven en los depósitos/niveles de una
secuencia estratigráfíca/arqueológica cajones herméticos y
en el valor de datación del C14 un valor en “lo” absoluto.
Volviendo al punto de partida, la problemática general
en que se inscribe el presente trabajo es la de todo intento de
creación de herramientas efectivas para la apreciación analítica y sintética de los documentos arqueológicos. Dado que
el objetivo principal lo constituye el establecimiento de una
tipología para el utillaje de piedra tallada de la Prehistoria
reciente valenciana, la problemática particular es la que envuelve a cuestiones tales como qué tipología construir, bajo
qué presupuestos teóricos y metodológicos, bajo qué criterios, con qué finalidad, etc. Todos estos aspectos de fundamento serán tratados en el Capítulo I, avanzando ya que
nuestra inclinación es por una tipología convencional de corte morfodescriptivo.
El Capítulo II constituye un necesario preámbulo al repertorio formal del utillaje, en tanto que dedicado a la nomenclatura tipológica, esto es, al conjunto de términos y
conceptos morfotécnicos y tipométricos utilizados para describir o definir grupos y tipos. En estas definiciones y descripciones hay referencias a clases de soportes, modalidades
de retoques, etc., cuyos criterios, en su aplicación “tipológica”, habrá que dejar explícitos.
El siguiente capítulo, el III, es el que recoge la propuesta de repertorio tipológico que creemos más acorde con
la realidad de las colecciones líticas examinadas. La presentación por grupos de utillaje incluye definiciones generales
–de cada grupo– y particulares de los tipos individualizados,
valoraciones morfotécnicas y de vocabulario descriptivo, discusión de los criterios de clasificación, etc. Las colecciones
que han servido de base para la elaboración del repertorio
provienen de la Cova de l’Or (materiales esencialmente del
Neolítico antiguo) y de la Ereta del Pedregal (materiales del
Neolítico final y el Eneolítico). Los sectores concretos de
procedencia (los denominados “H” de Or y “centrales” de
Ereta), de vieja excavación, serán presentados en la primera
parte del Capítulo IV con especial atención a su estratigrafía
,
y secuencia cultural. En total, se han analizado 1.546 piezas
“retocadas” de Or y 1.325 de Ereta, separadas de un conjunto de varios miles de productos brutos y desechos de talla por
yacimiento, sobre todo en el caso de la Ereta. Todas las piezas han sido objeto de una ficha individual, informatizada, en
la que se han registrado los datos extrínsecos (yacimiento de
origen, sector, capa, nivel, etc.) y los intrínsecos (materia prima, tipo de soporte y caracteres técnicos, estado de fractura,
accidentes de lascado, alteraciones, tipometría, tipología,
etc.). La mayor parte de ellas han sido dibujadas, utilizándose una amplia muestra para ilustrar los tipos del repertorio.
A fin de completar la información “tipológica”, la de
aquellos grupos y/o tipos deficitarios en las colecciones de
referencia, se han revisado otras series líticas depositadas en
el Museu de Prehistòria de València. De los datos aportados
por los ajuares de algunos yacimientos funerarios del Neolítico final/Eneolítico (cuevas sepulcrales, p.e., de La Pastora,
Camí Real d’Alacant, Barranc del Castellet, Ribera o Torre
del Mal Paso; v. Soler Díaz, 2002), se han beneficiado más
particularmente los grupos de “geométricos” y “puntas de
flecha”; y de los proporcionados por las industrias de algunos poblados de la Edad del Bronce (Muntanya Assolada,
Lloma de Betxí; v. Martí, 1983b; de Pedro, 1998), el grupo
de “dientes de hoz”.
Finalmente, en la segunda parte del Capítulo IV se ofrecen dos ejemplos de aplicación o “explotación” de los datos
tipológicos que atañen, por un lado, a la evolución general
de los grupos de utillaje neolíticos y eneolíticos, y por otro,
a la evolución particular de dos grupos muy significativos
como los que representan geométricos y puntas de flecha,
según las secuencias que informan los sectores de la Cova de
l’Or y de la Ereta del Pedregal estudiados.
Cualquier trabajo de esta índole tiene siempre unas deudas contraídas. La mayor, en nuestro caso, es con Bernat
Martí Oliver, con quien hemos mantenido una estrecha cola-
3
[page-n-15]
boración profesional, inseparable de la relación de amistad,
desde nuestro ingreso en el Servei d’Investigació Prehistòrica-Museu de Prehistòria de la Diputación de Valencia. No
hay un solo punto del trabajo que no haya contado con su visión crítica y sus puntualizaciones y consejos de mejora, por
lo que nuestro sentimiento de gratitud hacia su persona es
enorme y así queremos que quede aquí expresado.
Nuestra segunda deuda es con Ángel Sánchez Molina,
quien se ha ocupado de la ingente tarea de redibujar todas las
piezas líticas, por medios informáticos, y de retocar y montar, por los mismos medios, el resto de la parte gráfica que
acompaña al texto. Su predisposición y buen hacer nunca serán suficientemente reconocidos. Igual predisposición de
ayuda la hemos encontrado en Manuel Gozalbes Fernández
de Palencia, a la hora de resolver dudas informáticas y de elegir los programas y aplicaciones más adecuados al caso.
Ha habido también intercambio de pareceres, de información o constantes consultas con otros investigadores de
4
nuestro entorno y campo de estudio, entre los que queremos
destacar a Valentín Villaverde Bonilla, con quien recorrimos
los tramos iniciales de una ya larga trayectoria dedicada al
estudio del “sílex”, y a Oreto García Puchol, Javier Fernández López de Pablo y Marc Tiffagom.
El trabajo ha sido realizado en el marco institucional del
ya aludido Servei d’Investigació Prehistòrica de Valencia,
sirviéndonos de sus fondos materiales y documentales, y de
sus recursos de trabajo y humanos. El agradecimiento aquí
va dirigido a todos los miembros del SIP, los que hemos conocido y los que ahora son, pero que concretaremos en la
persona de Consuelo Martín Piera, bibliotecaria del Servei,
y muy especialmente en nuestras compañeras de generación
María Jesús de Pedro Michó y Helena Bonet Rosado, de las
que hemos recibido estímulos permanentes.
Y a Pepa, Marina y Ausiàs la gratitud más profunda por
el inestimable valor de su presencia en el día a día.
[page-n-16]
Principales yacimientos del ámbito oriental de la península Ibérica citados en el texto.
1, La Velilla (Osorno, Palencia). 2, San Juan ante Portam Latinam (Laguardia, Álava). 3, Longar (Viana, Navarra). 4, Cueva de Chaves
(Bastarás-Casbas, Huesca). 5, Forcas II (Graus, Huesca). 6, La Draga (Banyoles, Girona). 7, Les Guixeres (Vilobí, Barcelona).
8, Timba del Barenys (Riudoms, Tarragona). 9, Botiqueria dels Moros (Mazaleón, Teruel). 10, Alonso Norte (Alcañiz, Teruel). 11, La Lámpara
(Ambrona, Soria). 12, La Revilla (Ambrona, Soria). 13, Cueva de la Vaquera (Torreiglesias, Segovia). 14, Cova Fosca (Ares del Maestre,
Castellón). 15, Cova Roja (Benassal, Castellón). 16, Font de la Carrasca (Culla, Castellón). 17, Cueva de la Torre del Mal Paso (Castellnovo,
Castellón). 18, Puntal sobre la Rambla Castellarda (Llíria, Valencia). 19, Lloma de Betxí (Paterna, Valencia). 20, Cova de Rocafort (Rocafort,
Valencia). 21, Cova de Ribera (Cullera, Valencia). 22, Sima de la Pedrera (Benicull, Valencia). 23, Muntanya Assolada (Alzira, Valencia).
24, Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia). 25, Cueva de la Cocina (Dos Aguas, Valencia). 26, Fuente Flores (Requena, Valencia). 27, Cova del
Barranc del Nano (el Real de Gandia, Valencia). 28, Cova de l’Or (Beniarrés, Alicante). 29, Cova del Barranc del Castellet (Carrícola, Valencia).
30, Cova del Camí Real d’Alacant (Albaida, Valencia). 31, Niuet (l’Alqueria d’Asnar, Alicante). 32, Les Jovades (Cocentaina, Alicante). 33, Cova
del Negre (Cocentaina, Alicante). 34, Mas de Menente (Alcoi, Alicante). 35, Cova de les Llometes (Alcoi, Alicante). 36, Cova de la Pastora (Alcoi,
Alicante). 37, Cova d’en Pardo (Planes, Alicante). 38, Cova de les Cendres (Moraira-Teulada, Alicante). 39, Cova de la Barcella (la Torre de les
Maçanes, Alicante). 40, Cova de la Sarsa (Bocairent, Valencia). 41, Arenal de la Costa (Ontinyent, Valencia). 42, Cova Santa (Vallada, Valencia).
43. Cerro del Cuchillo (Almansa, Albacete). 44, Casa de Lara (Villena, Alicante). 45, El Sambo (Novelda, Alicante). 46, Les Moreres (Crevillent,
Alicante). 47, La Borracha II (Jumilla, Murcia). 48, Vega de los Morales (Aldea del Rey, Ciudad Real). 49, Cueva de los Murciélagos (Zuheros,
Córdoba). 50, Cueva de la Carigüela (Píñar, Granada). 51, El Malagón (Cúllar, Granada). 52, Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería).
53, Cueva de Nerja (Nerja, Málaga).
5
[page-n-17]
[page-n-18]
I. FUNDAMENTOS PARA UNA TIPOLOGÍA DEL UTILLAJE
NEOLÍTICO, ENEOLÍTICO Y DE LA EDAD DEL BRONCE
1) Hacer propio un vocabulario descriptivo bien afianzado ya por el uso, en principio como medio de comunicación
inteligible, pero también como medio de análisis. La necesidad de una “morfología descriptiva” previa a la realización de
cualquier tipología es vista por todos los tipologistas, en calidad de un primer paso analítico –tal como considera Brézillon
(1977: 28)– tendente a disociar los diversos componentes de
la morfotecnia de un objeto y resaltar así sus particularidades,
a fin de tenerlas en cuenta a la hora de la construcción tipológica. Esta misma y no otra es la intención de Leroi-Gourhan
cuando –copiando literalmente el párrafo a Fortea (1973: 44)–
delimita la orientación de la taxonomía prehistórica, derivada
necesariamente del estudio morfológico, hacia el establecimiento de una “morfología analítica” concebida independientemente del tiempo, de las culturas y, en amplia medida, de la
naturaleza tecnológica de los testimonios (cf. Leroi-Gourhan,
1978: 157). Tomados eclécticamente, los trabajos citados de
Brézillon y Leroi-Gourhan constituyen buenas fuentes de vocabulario descriptivo morfológico y tecnológico (el primero
de ellos un verdadero compendio), al lado de los repertorios
tipológicos usuales y léxicos terminológicos elaborados ex
profeso (básicamente: Bordes, 1961; Sonneville-Bordes y Perrot, 1954, 1955, 1956a, 1956b; Tixier, 1963; Rozoy, 1967a,
1967b, 1968a, 1968b; GEEM, 1969, 1972, 1975; Laplace,
1974; Tixier, Inizan y Roche, 1980; Binder, 1987; Demars y
Laurent, 1989; Inizan et al., 1995).2
1
2
UNA TIPOLOGÍA CONVENCIONAL: POR QUÉ Y
PARA QUÉ
La formalización tipológica que asumimos para el utillaje lítico tallado de los diferentes periodos de la Prehistoria reciente valenciana, predecible después de un primer
ensayo efectuado (Juan Cabanilles, 1984), está inspirada en
las tipologías “tradicionales” o tipologías morfodescriptivas
de corte “bordesiano”. Ello implica aceptar en buena parte
los postulados teóricos y metodológicos en que estas tipologías se asientan (esencialmente expuestos en: Bordes, 1950,
1961; Sonneville-Bordes y Perrot, 1953; Sonneville-Bordes,
1954, 1960; Tixier, 1963; Fortea, 1973; Rozoy, 1978; Binder,
1987; Demars y Laurent, 1989), así como las respuestas dadas a las críticas que han suscitado (cf. Bordes, 1965, 1967;
Sonneville-Bordes, 1974-75).1
Breve y esquemáticamente, una tipología convencional
de las características señaladas supone:
Escogidas entre otras, la primera referencia de Bordes es una réplica a
las críticas lanzadas por Laplace desde su “Tipología Analítica” (la contrarréplica en Laplace, 1966b); la referencia de 1967 lo es en relación con la
“Tecnología prehistórica” de Semenov (contrarréplica en Semenov, 1970).
El trabajo de Sonneville-Bordes es una notable exposición de la operatividad del método, a la vez que contestación a las objeciones hasta ese momento formuladas, apuntando a todos sus ocasionales autores. Aparte de
estas referencias, la justificación y defensa del método Bordes ha sido una
constante en la mayor parte de tipólogos que han trabajado bajo sus directrices, mereciéndose destacar las fundamentadas alegaciones de Rozoy
(1978: 27-77; capítulo “La méthode typologique”).
La bibliografía reseñada es enteramente en lengua francesa, y nada
hay más evidente que la influencia ejercida por los investigadores galos, a
todos los niveles (métodos, técnicas, conceptos, terminología), en los estudios de Prehistoria peninsular. En la referencia Inizan et al. (1995), correspondiente al tomo 4 de la serie “Préhistoire de la pierre taillée”,
inspirada por Tixier, hay recogido un vocabulario multilingüe que incluye
el castellano. Muy útil, por otro lado, en lo que supone de adaptación de
la terminología francesa, es la “Tipología lítica” de Merino (1980), sin olvidar el capítulo dedicado a la tipología en la tesis ya clásica de Fortea
(1973: 43-113) y algunas traducciones de manuales franceses como el de
Piel-Desruisseaux (1989), consagrado al instrumental prehistórico, a car-
7
[page-n-19]
2) Retener una concepción de la tipología como “ciencia” –o procedimiento, si se quiere– que permite “reconocer, definir y clasificar las diferentes variedades de útiles
que se encuentran en los yacimientos” (Bordes, 1961: 1). A
propósito de las más recientes e interesantes reflexiones en
torno al concepto de “útil” (Serrallonga, 1994; Calvo,
1999, 2002), conviene dejar claro que entendemos el útil
como una categoría morfotécnica, no como una categoría
“funcional”; una idea nada novedosa y que ha presidido, de
manera explícita o implícita, la elaboración de cualquier tipología descriptiva. Otra cosa es que en más del noventa
por ciento de los casos, tal como han venido demostrando
los análisis traceológicos, los objetos comúnmente “tipologizados”, en cualquier repertorio lítico, sean útiles “funcionales” (armas o herramientas), en gran manera también
preconcebidos como tales. Lo habitual, desde la perspectiva señalada, es formalizar útiles “retocados” (objetos con
un alto contenido morfotécnico, donde el retoque reviste el
máximo significado); de ahí que prácticamente todas las tipologías convencionales, frente a lo que podría constituir
una tipología “funcional”, sean “morfológicas” (v. Bordes,
1967).3 Es evidente que una tipología funcional habría de
incluir, además de los retocados, otras series de objetos con
menor grado de elaboración (menor contenido morfotécnico), pero con utilización constatada (estamos pensando en
una parte de la gran masa de productos de talla o lascado
que suelen separarse como “brutos” en los análisis de conjuntos industriales, esto es, sin retoque u otras trazas de
modificación intencional –o accidental– aparentes). El
concepto de útil, pues, tal como se maneja en tipología
morfodescriptiva, y contra lo que pueda parecer, encierra
menos ambigüedades de las que generalmente quieren verse, comprendiendo –aunque resulte chocante decirlo así– a
todo aquello que de hecho es “tipologizado” desde las premisas y objetivos que el investigador establece de antemano. En nuestro caso, el utillaje (conjunto de útiles) lo
integran todas las piezas retocadas de una industria, sea el
retoque sistemático o no, intencional o no, pero siempre
perceptible a simple vista (el retoque como rasgo macroscópico). En su momento nos detendremos con mayor detalle en estos aspectos.
so lógico que conduce a la formación del tipo (el objetivo
obvio e inmediato de la tipología). Hay un hecho intrínseco
a cualquier construcción tipológica: y es que todo parte del
examen del mayor número posible de objetos (útiles líticos)
pertenecientes al periodo y la región que se pretenden estudiar. Este primer paso es el que nos sitúa ante la realidad manifiesta, como ocurre en los conjuntos líticos prehistóricos,
de una repetición de morfologías de útiles dentro de unos límites de variabilidad ordenable, permitiendo constituir –siguiendo aquí en parte a Binder (1987: 32)– un referente
inicial de tipos extremos concretos.4 La morfología del útil
viene dada por caracteres técnicos, por tanto lo que se observa es la repetición de un carácter (rasgo esencial o primario) o de grupos de caracteres (rasgo esencial + rasgos
secundarios) dispuestos en un cierto orden y dentro igualmente de unos límites de variación; la descomposición del
modo de combinación de estos caracteres es lo que da pie
a la racionalización del tipo extremo, que deviene así tipo
ideal.5 Si ésta es la fase analítica del proceso, el paso siguiente es el de la síntesis, que lleva a la confrontación de los
modelos real (tipos extremos o definidos) e imaginario (tipos ideales) y al establecimiento de las claves de determinación por niveles jerárquicos que dará lugar a la composición
de grupos, clases, tipos ordenados, etc., según los grados de
organización que se quiera establecer.
3) Compartir una visión de la tipología como “ciencia
de observación” (Tixier, 1963: 18) y los términos del proce-
4) Retener, tras el proceso de formación entrevisto, una
definición de tipo como la que ofrece Fortea (1973: 47):
“formalización individual de caracteres primarios y secundarios, [de la forma o útil] que se encuentra de modo no fortuito y es significativa temporo-espacialmente en relación
con un problema”. Esta definición, en la cual Fortea funde
su propia visión con la de Smith (1966: 29), tiene su interés
por aunar lo estrictamente “tipológico” (el tipo como unidad
explícita de analisis resultante de una “formalización”) con
una consideración decididamente “cultural” (la forma o útil,
que deviene tipo, como constatación de una intencionalidad). Tixier (1963: 18) no es ajeno a este último significado,
cuando aduce que si los artesanos prehistóricos han confeccionado útiles con tal o tal otra forma característica es porque lo han querido así, de manera que un recuento de útiles
a partir de un repertorio fundado sobre la tipología no es más
que un “censo” de intenciones según sus frecuencias respectivas. Por su parte Rozoy (1978:31), haciendo hincapié igual-
go de V. Villaverde. [Los “Cuadros de morfología descriptiva” de LeroiGourhan también han tenido su traducción, realizada por R. Martín, dentro de la edición española de “La Préhistoire” de Nouvelle Clio
(Leroi-Gourhan et al., 1978; los cuadros en p. 157-185).]
3
Tildar de “morfológica” una tipología no sería algo necesariamente redundante, como considera Rozoy (1978: 28). Una tipología morfológica, en
tanto que referida expresamente al utillaje retocado, se opondría –por ejemplo– a una tipología de soportes de talla o lascado “no retocados”, a una tipología de rasgos técnicos como talones, bulbos, etc., a una tipología de
retoques, etc.
4
El concepto de tipo extremo (Kantman, 1969) hace referencia al tipo definido tras la fase de observación, y que, en relación con otro tipo próximo,
puede guardar un segmento de intergradación en el cual se ordenen todas las
ocurrencias formales posibles. Un ejemplo lo proporcionaría la gradación de
ocurrencias que puede existir entre un raspador de frente redondeado y un
raspador de frente ojival; ambos serían tipos extremos.
5
De nuevo Kantman (1969: 73-74), literalmente: “El tipo ideal es un procedimiento mental formado por una síntesis de fenómenos concretos [el útil
o su formalización que supone el tipo extremo], ordenadamente dispuestos
en una construcción analítica unificada (...)” “(...) un concepto que limita y
con el cual los fenómenos concretos pueden ser comparados solamente para explicar ciertos de sus aspectos.” “(...) un medio de explicar la ocurrencia de un cierto fenómeno concreto, o de interpretar las relaciones entre los
diferentes aspectos de este fenómeno”.
8
[page-n-20]
mente en la intención humana como causa, subraya un aspecto del tipo de la mayor importancia: el ser necesariamente
una constatación de hecho, la verificación de aquello que los
fabricantes prehistóricos han realizado de manera efectiva y
sistemática en una cierta época y en una determinada región;
quiere esto decir que el tipo tiene una existencia real independientemente de la conciencia del clasificador, siendo la
consecuencia tanto de una idea perseguida por el fabricante
como de sus hábitos técnicos, conscientes o no (ibíd.: 27).
5) Aceptar, como también se desprende del punto 3, el
papel preeminente que el observador guarda en tipología,
concretado en la selección de los caracteres o atributos de
clasificación que él mismo considera significativos, mediante un proceso todo lo subjetivo que se quiera, pero justificable en relación con las cuestiones planteadas (Binder, 1987:
33); la idea de base es que una tipología no puede ser concebida más que para responder a una problemática precisa.
Ciertamente, y remitiendo ahora a parte de lo señalado en
el punto 4, los tipos, las clases o los grupos tipológicos deben constituirse por asociaciones de atributos escogidos,
si bien teniendo siempre en cuenta aquello que existe en la
realidad, ya que sólo la observación de los hechos (lo que
subsiste de ellos) puede permitir un acercamiento a la sistemática real (consciente e insconciente) de los artesanos prehistóricos (Rozoy, 1978: 27); como apunta Binder (1987:
33), las formas de los útiles no son producidas sui generis
por la combinación de partículas elementales, sino que los
imponderables residen precisamente en la intervención humana. Continuando con Rozoy (1978: 31-32), la identificación de los tipos de útiles y, por extensión, de las clases y
familias en que éstos se agrupan, necesita proceder constantemente a una elección entre los atributos percibidos como
distintivos, dando prioridad acordada a ciertos caracteres sobre otros; significa esto que retenido un criterio, la prosecución de la clasificación exige el reconocimiento de otros
atributos, es decir, la definición de nuevos criterios, generalmente sin relación con el primero. La importancia de todos
los criterios que entran en juego es, por supuesto, variable, y
la eficacia de la clasificación dependerá de la elección que
se haya hecho de cada carácter en cada paso del proceso. Así
pues, la jerarquía de los caracteres (noción bien precisada
por Bordes, 1961: 11-12) y el cambio frecuente de criterios
en el curso del análisis, son los principios básicos que rigen
el procedimiento tipológico con el que nos sentimos plenamente identificados.
6) Asumir, por último, el carácter regional que debe revestir una tipología. Esta asunción viene prácticamente impuesta por la propia naturaleza de los esquemas tipológicos
que descansan, como hemos dicho, en la jerarquía de los
caracteres y el cambio selectivo de criterios. La experiencia demuestra que es necesario cambiar de criterio de clasificación cuando se pasa de una región a otra o de un
periodo a otro, y siempre por la misma razón: la necesidad
de plegarse a cada situación real y no querer sujetar lo real
a cualquier visión general y teórica (Rozoy, 1978: 31). Co-
rrientemente, los tipos de útiles que llegamos a reconocer
tienen un valor local (o regional) para un determinado momento, y pierden toda significación para otros momentos
u otros lugares (ibíd.). Como ilustración cercana puede servir la dificultad de aplicar la tipología de Fortea (1973), formulada para las industrias epipaleolíticas del mediterráneo
peninsular español, a los conjuntos neolíticos del mismo
ámbito territorial. La posibilidad, empero, de un sistema unitario, una tipología “universal” (cf. Laplace, 1964, 1966a,
1968; entre otros trabajos), ha sido contemplada y llevada a
la práctica, si bien sin las mismas consecuencias de uso y
continuidad de las tipologías regionales de inspiración bordesiana. El carácter intrínsecamente totalizador y la poca
atención por las situaciones de hecho (el tipo como “presencia constatada”) de un sistema “global” como es la tipología analítica de Laplace, concebida para todas las
industrias líticas en general y con independencia de su
edad y su distribución, harían de ella, pese a lo loable del
esfuerzo, un instrumento poco utilizable en opinión de
Sonneville-Bordes (1974-75: 23), algo somero y poco eficaz en su intención por englobar a todos los tipos principales o “primarios”. En efecto, como recalca Fortea (1973:
51), a mayor nivel de generalización, mayor pérdida de individualidad; o lo que es lo mismo, cuanto más universal es
un repertorio o lista tipo, menor significación encuentran
en él las industrias particulares. La evidencia, retomando a
Sonneville-Bordes (1974-75: 24), es que a partir del Paleolítico superior y más aún en el Epipaleolítico-Mesolítico
[añadimos también el Neolítico], la necesidad de una restricción espacio-temporal se impone, a causa de la aceleración de las diferenciaciones tipológicas producidas, a su
vez, por verdaderos fraccionamientos culturales. Estamos
bien de acuerdo, por tanto, con la idea de Tixier (cit. en
Sonneville-Bordes, ibíd.: 23) de que “cada lista tipo debe
dar cuenta de la provincia prehistórica a la que se aplica y
del periodo que quiere abarcar”. Nuestro repertorio tipológico, elaborado con colecciones pertenecientes al Neolítico, el Eneolítico y la Edad del Bronce de la región central
del mediterráneo peninsular, pretende ser viable por supuesto para esta zona, aunque es cierto que será la propia
posibilidad de aplicación la que marcará sus límites espaciales reales, pensando en otras áreas de la misma vertiente mediterránea.
En los puntos acabados de exponer hay ya enunciadas
bastantes razones que darían respuesta al por qué de una tipología morfodescriptiva convencional. Añadiríamos aún los
justificables condicionamientos de “escuela” y el hecho de
que estas tipologías representan la clase de esquemas más
ampliamente aceptados y utilizados, sin olvidar el alcance
“histórico” de sus resultados. De la aceptación y generalización de uso del método “Bordes” ha dado buen testimonio
Sonneville-Bordes (1974-75: 11), al hacer balance de los autores que hasta mediados de los pasados años setenta han
trabajado con él y las regiones y periodos para las que ha sido aplicado; una aprobación y un empleo del método que, al
menos en su parte más expresamente tipológica (construc-
9
[page-n-21]
terrelación cultural reside, pues, el verdadero “para qué” de
una tipología. Accesoriamente, y sin perder de vista los objetivos apuntados, se han señalado otros aprovechamientos
más inmediatos de los repertorios tipológicos. Aparte del
propio valor como inventario, ya expuesto, Binder (1987:
38), partiendo de la orientación francamente tecnológica que
da a su tipología –construida ciertamente con criterios tecnológicos explícitos–, propone que, en un futuro, un repertorio de estas características podría concebirse como una
buena herramienta para el estudio inmediato de la “economía de lascado”. En el caso de nuestro repertorio, como veremos, esta posibilidad se halla también de algún modo
inscrita, pese al mayor énfasis personal puesto en lo “morfológico”; un énfasis que nos lleva a otra posibilidad inicial
más “programática”: la de poder visualizar con igual celeridad las específicas características tipológicas de los conjuntos industriales en estudio, esto es, las particularidades de
estilo, explícitas o implícitas, de las que extraer una primera
impresión sobre las aludidas filiaciones y relaciones culturales. En los apartados sucesivos volveremos sobre bastantes
de estos aspectos de utilización que conciernen a los repertorios tipológicos.
ción de repertorios), ha proseguido hasta la actualidad.6
En cuanto a los resultados, basta recordar que prácticamente todo el edificio cronocultural de la Prehistoria occidental
europea, del Paleolítico inferior al Epipaleolítico-Mesolítico
como mínimo, ha sido basado o reconstruido con el apoyo
de las tipologías bordesianas, esto es, toda la seriación u ordenamiento en el tiempo de los diferentes conjuntos industriales líticos a partir de la estratigrafía y las correlaciones
tipológicas.
La cuestión del “para qué” una tipología convencional
comparte respuesta con lo que sería, comúnmente, el planteamiento de cualquier otra tipología. El método “Bordes”, como es bien sabido, fue creado para inventariar y comparar
entre sí los conjuntos de útiles tallados paleolíticos, una vez
reunidos y cifrados (esto es, contabilizados numérica y porcentualmente) los datos concernientes a esos conjuntos y
una vez visualizados (en este caso para su contraste) esos
mismos datos por el ya clásico procedimiento de las gráficas
acumulativas o de los histogramas y bloques de índices (de
todo ello el nombre de tipología “estadística” con que suele
reconocerse el método). El inventario y la comparación, por
tanto, son las finalidades básicas a las que apunta también
nuestro repertorio tipológico, teniendo en cuenta que si la
segunda finalidad puede encontrar el obstáculo ahora mismo
de la falta de un número suficiente de conjuntos líticos con
los que trabajar (suficiente en ellos mismos y en efectivos
internos, como ocurre especialmente para el Neolítico valenciano), siempre resta el incentivo que supone disponer de
una primera evaluación tipológica en forma de inventario.
Como anota Binder (1987: 38) a propósito de su propio repertorio, éste tendría al menos el papel de facilitar y estandarizar la redacción de indispensables inventarios cifrados.
El procesamiento estadístico de los datos y su representación gráfica quedarían sujetos en última instancia a las decisiones de elección –a cargo del investigador– entre las
técnicas que en cada momento y para cada caso se crean más
apropiadas; técnicas de análisis que han ido experimentando
con el tiempo un mayor desarrollo y precisión, una mayor
actualización de uso, en suma (v., p.e., Laplace y Livache,
1975; Shennan, 1992; Djindjian, 1991; Barceló, 2007).7
Inventariar y comparar tipológicamente conjuntos líticos equivale a caracterizarlos y correlacionarlos, lo que es
decir que la tipología dirige todo su interés a la identificación de los grupos humanos responsables de la fabricación
de tales conjuntos y al establecimiento de sus filiaciones y
relaciones (cf. Rozoy, 1978: 28). En la caracterización e in-
Bajo la consideración de que al tipo lo define –dicho escuetamente– una morfología conferida por diversas técnicas,
el método “Bordes” consistiría en reconocer los caracteres
propios complejos, significativos y distintivos de los útiles líticos, producto de su fabricación, y en integrarlos inmediatamente en la concepción global del tipo (Sonneville-Bordes,
1974-75: 19). De este proceso, las principales objeciones
provienen de la subjetividad –como hemos visto– que suele
acompañar a la elección de los caracteres o atributos que
contribuyen a la clasificación, de la poca lógica que habría
detrás de las subdivisiones que dan origen a los tipos. Ciertamente, y salvo alguna excepción (cf. la tipología de Binder,
declaradamente tecnológica como ya hemos comentado), los
criterios de clasificación en las tipologías convencionales
“bordesianas” raramente llegan a hacerse explícitos (el por
qué o en base a qué se eligen unos criterios y no otros, más
allá de las personales inclinaciones del tipólogo), lo que ha
venido a calificar a estos sistemas, un tanto peyorativamente, de “empíricos”, “espontáneos”, “arbitrarios”, etc.
(v. ibíd.).
6
Un ejemplo ilustrado: la tipología elaborada a mediados-finales de los
ochenta por Binder (1987) para el Neolítico antiguo de la Provenza francesa, ella misma deudora en sus aspectos esenciales de la influencia bordesiana, ha servido de inspiración para otras tipologías más recientes
concebidas para el estudio del utillaje lítico de industrias del Neolítico medio-final de Suiza (Winiger, 1993; Honegger, 2001), o de industrias del Paleolítico superior final, Epipaleolítico y Mesolítico de los Alpes y el Jura
franceses (Bintz, 1996; Perrin, 2003). A nivel de la Península ibérica, ahora sin ilustración, puede observarse la misma predilección continuada por el
sistema “Bordes”, ya que en los estudios igualmente de utillaje de industrias
no necesariamente paleolíticas o epipaleolíticas, donde dicho sistema sí se
halla por lo general bien implantado, las presentaciones tipológicas se han
hecho –también en su generalidad– bajo formato bordesiano o, si se quiere,
bajo el formalismo de la tipología “tradicional”.
7
El avance en los métodos y técnicas matemáticos e informáticos aplicados
a la Arqueología en general puede seguirse en las Computer and Quantitative Methods in Archaeology Conferences (CAA), celebradas con una continuidad anual desde 1974. Las actas de estas reuniones, a partir de la de 1987
(fecha de edición 1988), han sido publicadas en la serie British Archaeological Reports (BAR IS), datando la última de 2004 (CAA 2003; BAR IS1227).
10
¿NUEVAS PERSPECTIVAS PARA UNA TIPOLOGÍA
MORFODESCRIPTIVA?
[page-n-22]
Los estudios de estilo, en tanto que un medio particular
de aproximación a la dimensión social de la cultura material,
han gozado de gran atención en el ámbito de la arqueología
angloamericana, al compás, sobre todo, del desarrollo de la
corriente Procesual y sus facetas o fuentes de inspiración etnográficas. Esta atención no ha estado exenta de intensos debates internos, teóricos y metodológicos, más manifiestos a
partir de finales de la década de los 70, afectando tanto al
concepto mismo de estilo y su función, como a los significados inferibles (ver Conkey y Hastorf, eds., 1993).8 Un énfasis tal en el tema, en sus incursiones en lo social e
ideológico, no es rastreable en la bibliografía arqueológica
no anglófona, a no ser los trabajos paralelos de P. Lemonnier
conducidos desde una Antropología de las técnicas (ver, como obra sintética, Lemonnier, 1992), y la reacción más reciente originada desde dentro de esta misma escuela a las
visiones angloamericanas igualmente apoyada en una firme
base etnoarqueológica (Dietler y Herbich, 1994).
No es nuestra intención aquí recorrer los términos en los
que se ha producido y continúa produciéndose el debate sobre el estilo, su concepto y significación. Para el propósito
por el cual apelamos al estilo (ver de qué manera sus criterios son válidos o aprovechables para discriminar atributos
en una construcción tipológica), más que los aspectos sociales, simbólicos, ideológicos, etc. inferibles a partir de su determinación, o los procesos mediante los cuales el estilo es
creado, nos interesan sus aspectos “materiales”, aquellos
que lo determinan y lo hacen operativo a algún nivel.
Dietler y Herbich (ibíd.: 204) han señalado los dos sentidos principales que los arqueólogos dan al vocablo “estilo”. Por una parte estaría aquél que designa una manera
característica de “hacer las cosas” (de llevar a cabo una ac-
ción, por ejemplo), lo que se entendería como “estilo de acción”; por otra parte, y más corrientemente, aquél otro que
indicaría las configuraciones características de atributos materiales de los objetos como resultado de ciertas de esas maneras de hacer, lo que se denominaría “estilo material”.
Independientemente de la confusión a menudo de estos dos
sentidos, sin reconocer su diferencia o todo su real alcance
(el estilo material –según Dietler y Herbich– no sería el resultado de un acto de creación instantánea, sino más bien de
un proceso desplegado en el tiempo y que vendría perfectamente designado por el concepto de cadena operativa, como
veremos en su momento), la manera más habitual de definir
el estilo es hacerlo por oposición a la función y a la tecnología: el estilo consistiría en todos los aspectos materiales que
no pertenecen ni a una ni a otra. En otros términos, siguiendo aún a Dietler y Herbich, el estilo habría que situarlo en
aquellos atributos propios a los objetos sin valor utilitario en
el contexto de su uso (el dominio de la función) y no resultando de las restricciones técnicas en el contexto de su fabricación (el dominio de la tecnología).
Esta concepción del estilo como “categoría residual” e
independiente de la función (la función utilitaria determinante de la variabilidad formal de los productos manufacturados, mediatizada por las imposiciones de la materia prima
y la tecnología) es ciertamente bastante compartida (p.e.,
Binford, 1972; Close, 1978, 1989). No obstante, la relación
estilo-función no es vista de la misma manera por todos los
autores, sobre todo cuando lo que se trata de responder es a
la pregunta de dónde reside realmente el estilo o cómo puede aprehenderse éste de un modo efectivo. Uno de estos autores discordantes es principalmente Sackett (1977, 1982,
1986), para quien las determinaciones de estilo pasan en muchos de los casos obligadamente por la función, es decir,
cuando ésta ha sido tenida bien en cuenta. Estilo y función,
en consecuencia, serían dos aspectos complementarios que
coexistirían en toda variación formal, compartiendo la misma responsabilidad en lo que supone un producto acabado.
Para entender el discurso de Sackett es necesario detenerse en sus dos puntos de vista acerca de dónde reside el
estilo en la variación formal (v. Sackett, 1986: 268). El primero de ellos sitúa el estilo en un terreno restringido de la
forma, entendiéndolo como una variación suplementaria o
añadida (adjunt form) a la forma funcional utilitaria –tecnoeconómicamente hablando– de un objeto. El caso paradigmático sería la decoración cerámica. El segundo punto de
vista entrevé el estilo no como algo distinto de la forma, sino como una cualidad latente que reside en potencia en toda
variación formal. Esta cualidad, designada como functional
form, y a diferencia de lo que representa la decoración cerámica (adjunt form), sería un rasgo “incorporado en”, no
8
En esta referencia se hallan algunos de los principales actores del debate y su posicionamiento (p.e., J.R. Sackett, P. Wiessner, I. Hodder o J. Plog;
faltarían, entre otros, L.R. Binford, A. Close o M. Wobst), así como toda la
bibliografía esencial generada hasta finales de los 80. Otras lecturas apro-
piadas para entender el discurso angloamericano del estilo, especialmente
de autores estadounidenses, se encuentran en las siguientes reseñas: Henry
y Odell, eds., 1989; Hodder, ed., 1991; Shanks y Tilley, 1996; David y Kramer, 2001.
Actualmente, empero, contaríamos con otros medios,
aparte de la lógica analítica “objetiva” o aplicación sistemática de criterios, para paliar la criticada “arbitrariedad” de las
tipologías convencionales. Es así que en los dos próximos
epígrafes centraremos la atención en las posibilidades que
los estudios de estilo y los funcionales o traceológicos pueden ofrecer de cara a la construcción tipológica, sobre todo
en su capacidad de proveer criterios para la selección de atributos que permitan individualizar tipos dentro de cada grupo o familia tipológica. Avanzaremos que estos grupos
tipológicos son los ampliamente reconocidos por las tipologías morfodescriptivas usuales, pero también, y en ello reside lo paradójico del caso, por la mayor parte de las tipologías
“alternativas” como son las analíticas “laplacianas” o las que
descansan más expresamente en el “análisis de atributos”.
Tipología y estilo
11
[page-n-23]
“añadido sobre”. Teniendo en cuenta estas dos propiedades
del estilo, la propuesta de Sackett descansa en el hecho de
que, aunque pudiendo ser más restringidas en número y variedad, existirían diversas opciones –socialmente impuestas–
implicadas en la creación de una forma funcional, no diferentes en esencia de aquellas involucradas –otra vez por
ejemplo– en el proceso de decoración cerámica, en el sentido de que representarían igualmente una manera alternativa
y viable de cumplir el mismo fin o de satisfacer la misma
necesidad. Para estas opciones, Sackett (1982, 1986) ha acuñado el término de “variación isocrástica” (isochrestic variation), concepto, el de “isocrastismo” (isochrestism), que
literalmente significaría “equivalente en uso”. La visión isocrástica, pues, preconiza que el estilo reside en las consecuencias formales de cualquier elección cultural realizada
por un artesano, expresamente una elección entre dos formas
funcionalmente equivalentes, y con independencia de si ello
concierne, en términos de variación, a una forma o rasgo
“añadido” o a una forma o rasgo “funcional”.
Así formulado, el modelo isocrástico constituye una herramienta altamente operativa para extraer criterios de estilo, sobre todo en aquellos casos en que la adjunt form, el
rasgo estilístico por excelencia, no es tan manifiesta, como
ocurre en los objetos o productos líticos. Desde luego, hay
otros métodos que se han revelado igualmente válidos a este propósito, al margen del planteamiento isocrástico. Reseñaremos brevemente aquí el desarrollado por Close (1978,
1989), en tanto que aplicado específicamente a materiales líticos (industrias talladas del Paleolítico superior y Epipaleolítico del norte de África). Esta autora parte de una
consideración del estilo análoga a la de Sackett, al definirlo
en los términos de elecciones formales de signo cultural, pero difiriendo en parte en la naturaleza de las opciones elegidas, ya que pudiendo ser éstas equivalentes en uso, el énfasis
se pone en aquellas otras que serían “funcionalmente neutrales”. Ello se debe a la convicción de Close del carácter independiente del estilo y la función: ambos constituirían dos
aspectos relevantes del mismo objeto, pero operando de manera totalmente separada. Esta idea, en definitiva, es la que
guía su método esencialmente reductivo, donde el estilo acaba configurándose como una cualidad formal residual. El
procedimiento (Close, 1978) contemplaría los siguientes pasos: 1) Elección de los atributos supuestamente estilísticos
dentro de la variación formal (p.e., la lateralización a derecha o a izquierda del borde abatido en las hojas y puntas de
dorso de las industrias estudiadas). 2) Formulación de las hipótesis que podrían explicar cada uno de esos atributos seleccionados (p.e., y para el mismo caso apuntado, el que la
lateralización esté regida por diferencias de función, o que
dependa de la aptitud o facultad zurda o diestra del artesano,
o que se relacione con el tipo de retoque empleado para la
creación del dorso, o que responda a una simple característica de estilo, etc.; el número de hipótesis sólo estaría limitado por la imaginación). 3) Contraste de cada una de las
hipótesis mediante tests estadísticos apropiados, básicamente dirigidos a desentrañar grados significativos de covariación (p.e., para la hipótesis funcional, ver si la lateralización
es independiente o no de aquellos caracteres que, también
12
supuestamente, tendrían una relación más estrecha con el
uso; para Close: el tipo específico de hojas de dorso, la frecuencia relativa de piezas completas o fracturadas, y el tamaño y forma absolutos). 4) Determinación, por eliminación
sucesiva de hipótesis, del carácter estilístico o no de los atributos tomados en consideración.
El método “Close” constituye en efecto una manera válida para aislar caracteres de estilo, aunque un tanto rebuscada. Las cosas serían en principio más sencillas desde un
punto de vista isocrástico. La lateralización a derecha o a izquierda del abatimiento en las hojas y puntas de dorso, por
seguir con el mismo ejemplo, sería ya en sí un aspecto en potencia estilístico, en tanto que cada lateralidad representa
una opción funcionalmente equivalente. Por supuesto, lo que
hay que demostrar en primer lugar es que estos rasgos, “formalmente distintos”, sirven al mismo propósito, lo que en
este caso concreto es más que evidente. En esta necesidad de
confirmar las equivalencias de uso radican muchas de las
críticas u objeciones realizadas directa o indirectamente al
modelo de Sackett (v. David y Kramer, 2001: 172), ante las
cuales, y tomando parte en el debate, cabría responder que la
información aportada por los estudios de traceología lítica,
como veremos más adelante, es de un grado suficiente como
para conocer con certitud el uso y la función de bastantes
grupos de utillaje o el sentido funcional de muchos de los
atributos morfológicos discretos. Actualmente sabemos que
las puntas de dorso epipaleolíticas son en su gran mayoría
armaduras (cabezas o “puntas” propiamente dichas) de flechas y azagayas, o que las hojas de dorso pueden ser también
elementos integrantes de ese mismo tipo de armamento en
calidad de dientes o filos laterales, o en idéntica calidad, partes constitutivas de útiles cortantes compuestos; en cualquier
caso, los dorsos no son otra cosa que soluciones técnicas,
formales, de apuntamiento y enmangue (puntas) o simplemente de enmangue (hojas). La traceología, como vemos, al
lado de las propias evidencias arqueológicas (hallazgos, p.e.,
de puntas y hojas de dorso encastadas en su mango), posibilita o facilita la primera toma de consideraciones en una manera de proceder “isocrástica”.
Comprobada la equivalencia en uso de uno o más caracteres, el paso siguiente no es más que un ejercicio de contextualización. Volviendo a nuestro ejemplo, la lateralización
del dorso, el tipo de retoque de éste, la localización del apuntamiento... (en suma, toda la variabilidad formal de una punta u hoja de dorso), son en potencia caracteres de estilo; pero
sólo cobran ese valor cuando son comparados y relativizados
en tiempo y/o espacio, es decir, cuando se constata que una
variación formal dada es significativa en tales coyunturas.
El estilo, en palabras de Hodder (1993: 45), “sólo existe en
referencia a otro acontecimiento”, o lo que es lo mismo,
sólo puede determinarse (cobrar sentido) por comparación,
en la dimensión “histórica” que marcan la cronología y la
geografía.
Desde esta perspectiva, la dependencia o independencia
entre estilo y función pasa a ser un tema secundario, según
el plano al que quiera trasladarse el problema. Bien analizado, la independencia existe cuando se considera la finalidad
o función utilitaria última al nivel del objeto: si para una
[page-n-24]
punta de dorso esa finalidad reside en la acción de clavarse
(en el cuerpo de un animal, p.e.), es cierto que la lateralidad
del dorso, como rasgo opcional estilístico, no influye en esa
función, pese a que la lateralidad sea necesaria para cumplirla. Dicho de otro modo, la punta de dorso, en su concepción morfo-funcional, necesita un abatimiento lateral, sea
éste a derecha o a izquierda; la lateralidad, por consiguiente,
viene exigida por la función, pero no la forma en que dicha
lateralidad pueda ser resuelta. De cualquier manera, esto no
contradice en nada el principio isocrástico, ya que bien a izquierda o a derecha, ambas lateralizaciones son rasgos o variaciones formales equivalentes en uso. La cuestión estriba
en que las determinaciones de estilo, para ser consideradas como tales, requieren la comparación entre opciones funcionalmente equiparables. Por expresarlo mejor, la equivalencia en
uso (Sackett) es una condición que han de revestir dos o más
opciones para poder hablar de estilo; la neutralidad funcional
(Close) es una cualidad que pueden revestir esas mismas opciones. Las ideas de complementariedad o de independencia
entre estilo y función, pues, se sitúan en dos planos de discusión totalmente distintos. No bien entendido esto, algunos
autores como David y Kramer (2001: 172), en un intento por
suavizar la exigencia isocrástica de Sackett, ven como algo
no demasiado crítico el que los resultados de las elecciones
formales hayan de ser o no estrictamente equivalentes en
función. Lo esencial para David y Kramer es que las pautas
de las elecciones culturales, sujetas ellas mismas a presiones
selectivas de diversa índole, sean evidentes en los conjuntos
de cultura material y sirvan para diferenciarlos. Aceptando
en parte tal sugerencia, lo que personalmente no veríamos
claro es una identificación del estilo fuera de una elección
entre opciones isocrásticas.
A estas alturas hay ya pocas dudas sobre cuál es la visión del estilo que compartimos. Es la de Sackett con todas
sus implicaciones: el estilo como cualidad formal resultante
de una o varias elecciones entre dos o más opciones diferentes pero equivalentes en uso. Las configuraciones características de atributos materiales de los objetos derivarían de
estas elecciones, incluyéndose la “manera de elegir” en lo
que, en un sentido amplio, entendemos como maneras específicas de hacer, siempre peculiares con relación a un concreto
tiempo y espacio. El carácter cultural de tales elecciones, en
tanto que producidas en un contexto social (con sus normas
e imposiciones, mantenidas por enculturación, modificadas
por innovación o aculturación, etc.), es asumido por todos
los autores, abundando en la idea de que el estilo transmite
información relativa sobre la identidad (v., p.e., Binford,
1972; Close, 1989; Sackett, 1993; Wiessner, 1993). Para el
uso que pretendemos del estilo, basta con retener esta idea
general, así como dos aspectos importantes: primero, que la
transmisión de información puede ser deliberada o no (consciente o inconsciente), y segundo, que la identidad social
puede ir referida a lo individual o a alguno de los niveles de
lo grupal o colectivo. Considerando esto último, es cierto
que dentro del potencial para la interpretación que representan los análisis de estilo (v. Wiessner, 1993), la identificación y caracterización de grupos culturales, y de sus
interrelaciones, ocupa un lugar preferente, acercándose en
ello (incursiones en la identidad y la interacción) a los objetivos más comunes de la tipología tradicional, como hemos
visto en su momento.9
Centrándonos en la concreta cuestión que nos ocupa,
empezaremos diciendo que una de las aportaciones esenciales del modelo isocrástico de Sackett es la convicción de que
el estilo, como cualidad latente y potencialmente extraíble,
puede encontrarse en toda la variabilidad formal de un objeto. En la medida en que esta variabilidad viene dada materialmente por la tecnología e incluso por la materia prima,
todas las fases del ciclo de producción artesanal, o etapas de
la “cadena operativa” de fabricación, pueden haber dejado
improntas de estilo.10 Ceñidos a la producción de utillaje lítico, las predilecciones por un tipo u otro de materia prima,
o por variedades diferentes dentro de un mismo tipo (en base a la textura, color, etc., por ejemplo para el sílex), y siempre que exista opcionalidad, cabría considerarlas como un
factor estilístico. Un caso preciso a apuntar sería el de la utilización preferencial del sílex melado por los grupos neolíticos cardiales de la Provenza francesa, en comparación con la
variedad de sílex usados –entre ellos el melado– por los grupos castelnovienses anteriores habitando el mismo espacio
geográfico (Binder, 1998); unos y otros, aunque en momentos diferentes, habrían tenido las mismas disponibilidades de
materia prima, para unas industrias de igual base laminar.
En el terreno de la tecnología, el estilo, en las condiciones prescritas, puede manifestarse a distintos niveles, sea el
de las técnicas de talla o lascado, el de los procedimientos o
tratamientos asociados, el de las técnicas de fractura de los
soportes, las técnicas de retoque, etc. A efectos de ilustración,
señalaríamos primeramente que en circunstancias adecuadas
de conservación y recuperación de un conjunto lítico (p.e.,
una masa de productos y residuos de talla en un área de taller
bien preservada, o un hallazgo amplio de útiles acabados en
un contexto cerrado), sería posible reconocer la existencia de
uno o más talladores a partir de las marcas personales –o
“maneras de hacer” peculiares– inscritas en el conjunto, tal
como prevén e informan determinados tests de lascados ex-
9
Pese a que los estudios de estilo y los propiamente tipológicos son los
medios habituales empleados para la caracterización de grupos culturales,
no hay que pasar por alto el escepticismo existente entre bastantes arqueólogos y etnoarqueólogos respecto al valor real, en sentido de “etnicidad”,
que puedan tener esas caracterizaciones u otras extraídas a partir de los datos arqueológicos (ver Boissinot, 1998). Si al final el problema se halla en
las posibilidades de “precisar” (grupos étnicos efectivos u otras unidades
sociales), las identificaciones producidas por el estilo o la tipología no dejan de ser válidas con independencia de lo que realmente signifiquen en estrictos términos sociales.
10 Para ser justos, esta misma convicción de que el estilo –concretamente
dentro de la producción lítica– se evidenciaría a distintas escalas (talla y lascado, técnicas de retoque, acabado o morfología específica de un útil), ha sido expresada de forma pionera fuera del ámbito anglófono por Lenoir (1975).
13
[page-n-25]
perimentales (Ploux, 1983) o de réplicas de elaboración y
acabado de útiles (Whittaker, 1994: 289-299). En estos casos
nos hallaríamos ante buenas evidencias del “estilo individual”, una de las vertientes del estilo que ha acaparado su
particular atención (v., p.e., Close, 1989: 6; Wiessner, 1993:
109-110; Shanks y Tilley, 1996: 141). Otro ejemplo escogido, dentro ya de lo que supone el “estilo colectivo” y en referencia al empleo de precisas técnicas de talla, es el del
lascado de soportes laminares por presión que se documenta
en las industrias del grupo neolítico belga de Blicquy, un rasgo compartido por todos los yacimientos del grupo; esta técnica, sin embargo, no se reconoce entre los grupos
omalienses vecinos y también neolíticos, a pesar de haber explotado las mismas variedades de sílex en una orientación de
talla igualmente laminar (Cahen y Gysels, 1983: 40). El recurso a la presión constituiría un aspecto tecnológico propio
de los neolíticos blicquienses, un carácter de estilo y, por tanto, un rasgo cultural de diferenciación. Y esto mismo se deduciría –aportando un nuevo ejemplo– del significado que
reviste la técnica de microburil, como procedimiento de fractura de soportes laminares en vistas a la fabricación de armaduras geométricas, en las industrias mesolíticas de filiación
“tardenoide” de todo el occidente europeo, en contraposición
al uso de otras técnicas con la misma finalidad (p.e., la flexión) que caracteriza a determinados grupos neolíticos, consecutivos o coetáneos a los mesolíticos tardenoides, del
sureste francés (Binder, 1987: 172) o de la vertiente mediterránea española (Juan Cabanilles, 1985a, 1992).
El rastreo de particularidades técnicas de contenido estilístico, a cualquiera de los niveles indicados (fases sucesivas de la cadena operativa), puede resultar un ejercicio lleno
de posibilidades, a poco que la entidad de los datos lo permita (la calidad de las series líticas disponibles, pero también la capacidad de lectura de los hechos tecnológicos). Y
así hasta llegar al útil acabado, en cuya morfología o apariencia final confluyen todos los “saberes y haceres técnicos” (de la talla al retoque), encubiertos o no (según el grado
de elaboración), y, en consecuencia, todas las eventualidades
de estilo. La morfología en ella misma, como atributo aislable, puede ser una expresión más de estilo, si con esta perspectiva valoramos las variaciones o mutaciones formales en
tiempo y/o espacio que experimentan, en bastantes ámbitos
territoriales, ciertos grupos de utillaje altamente elaborado
como son –entre otros– puntas de flecha (cf. la forma “cruciforme” con relación a la forma “en pedúnculo y aletas”) o
armaduras geométricas (cf. la forma “trapecio” con relación
a la forma “triángulo”; ver, para este caso concreto, Juan Cabanilles, 1992: 261-262).
La conclusión inmediata es que en la construcción de una
tipología de base morfotécnica, como la que aquí se pretende,
el estilo, en los términos definidos, puede proporcionar criterios viables para la individualización de los tipos. La pregunta esencial, empero, es si es posible una tipología basada
exclusivamente en tales criterios. Siendo en principio posibilistas, lo cierto es que la confección de un repertorio de estas
características pasa por una serie de exigencias no siempre
salvables. En primer lugar, los atributos o caracteres tomados
para la clasificación es obvio que deben responder a criterios
estilísticos, ser rasgos, dentro de la variabilidad formal (morfotécnica, en definitiva), que contengan estilo. Esta cualidad,
por otro lado, habría de comprobarse previamente, teniendo
en cuenta que si, como hemos visto, los caracteres de estilo
han de extraerse por comparación, y si ésta ha de llevarse a cabo en una dimensión temporal y/o espacial, todo obliga a trabajar con un número importante –cuanto más elevado mejor–
de conjuntos industriales, dotados a su vez de amplia variabilidad morfológica y cubriendo ampliamente también los límites cronológicos y regionales impuestos. Éstas son, al fin y al
cabo, las mismas exigencias que rigen para toda tipología, sea
cual sea su inspiración, pero que más enteramente, si cabe, deben guardarse para una tipología “estilística”; unos requerimientos que, contra lo deseable, a penas llegan a cumplirse en
nuestro caso, siendo que la base de que partimos la representan dos únicas colecciones de materiales.
Incidiendo un poco más en lo que constituiría una tipología apoyada íntegramente en el estilo, hay que tener presente que al operar con útiles “acabados” (no con otros
productos industriales), en los que, como hemos dicho, convergen multitud de fases técnicas (especialmente en los más
elaborados), éstos pueden llevar inscritos un buen número de
caracteres de estilo, enmascarados o no –como también hemos apuntado– por el grado de elaboración. El problema,
entonces, es el de qué caracteres escoger, o a qué nivel, es
decir, cuáles de ellos son los que conviene retener como criterios de clasificación. Las decisiones, nuevamente, serían
las mismas que para cualquier otra tipología, reposando en
el mismo principio: atención al grado de significación de
uno u otro rasgo estilístico en los conjuntos valorados, medido normalmente por la representación efectiva del tipo formalizado a que el rasgo daría lugar. Ello sin olvidar los
requisitos de concisión y las propias intenciones de uso de
un repertorio tipológico, que aconsejan eludir el desdoblamiento excesivo de los tipos. Dicho esto, las elecciones de
atributos de estilo podrían hacerse a cualquier nivel de la
morfotecnia (de las singularidades del lascado a las del retoque), observando las condiciones indicadas de significación
relativa u otras pautas de conveniencia. En la práctica, las
mayores posibilidades, o las más convenientes, se encontrarían al nivel del retoque y, por extensión, al de las particulares morfologías que éste confiere.11
11 No sería nada usual retener, como criterios efectivos de clasificación,
las verificaciones de estilo efectuadas al nivel del lascado (presión, percusión indirecta, etc.), de los tratamientos adicionales (térmico, p.e.), de la
fractura intencional de los soportes (flexión, percusión, microburil, etc.), o
de otros niveles de la tecnología más básica, por muy significativas –culturalmente hablando– que fueran estas determinaciones. Ello ocasionaría una
multiplicación de tipos que, como hemos señalado, haría poco funcional el
repertorio construido.
14
[page-n-26]
Las ventajas de una tipología estilística, no hace falta
proclamarlo, son bien palmarias. En principio, es innegable
que quedarían mejor expresadas en ella las identidades, dado el carácter intrínsecamente cultural de una tipología así
concebida; en última instancia, y por estas razones, es también evidente que se estaría más cerca de los objetivos comúnmente perseguidos: la caracterización e interrelación de
grupos culturales. Esto no quiere decir que las tipologías
convencionales carezcan de sentido o que no reúnan las mismas posibilidades en cuanto a la finalidad: a nadie escapa
que los criterios que las sostienen, a falta de una comprobación concluyente, descansan en caracteres que han de ser en
buena parte estilísticos, por tanto, culturales en toda su repercusión. Naturalmente, ésta es la visión de la que participamos, y que hace que mientras subsistan las limitaciones
materiales expuestas (a recordar que los caracteres de estilo
exigen un gran trabajo de verificación sobre un gran número de conjuntos con un gran número de efectivos y variación
morfológica, ampliamente repartidos en tiempo y espacio),
nuestra tipología podrá hacer uso puntual de criterios de estilo, pero no será una tipología explícitamente estilística.
Como se ha señalado en algún momento del anterior
epígrafe, la variabilidad formal de los útiles líticos vendría
determinada por la función (la forma como concreción material de un uso previsto). La idea subyacente en esta afirmación es que los artesanos prehistóricos, a la hora de
fabricar sus útiles, habrían pensado en “funciones”, materializadas en la panoplia formal que reconocemos en cualquier
conjunto lítico, un repertorio de formas mediatizado en última instancia por la materia prima y, sobre todo, por el propio conocimiento técnico. Dicho de otro modo por Fortea
(1973: 48), el tipo ideal de un útil (en referencia al útil “funcional”) es obvio que existía en la mente del artesano prehistórico, siendo también evidente que éste no buscaba formas
sino funciones, quedando lo morfológico supeditado a la
mejor satisfacción de la función. La diferencia del artesano
prehistórico con el tipólogo reciente es que aquél tenía su tipo funcional, morfológico y técnico, mientras que el segundo sólo contaría –con la precisión necesaria hasta el instante
en que escribe Fortea– con su tipo morfológico y técnico. Para Fortea, pues, en todas las tipologías morfológicas se escaparía lo más importante: la intención funcional de los
objetos clasificados como tipos; de ahí que el único camino
que se vería viable para establecer una tipología objetiva sería realizarla desde el criterio de la funcionalidad.
Conscientemente o no, esta preocupación por lo funcional ha presidido el desarrollo de los estudios de utillaje
prehistórico desde sus mismos inicios, llevando a variadas
propuestas o consejos de clasificación (p.e., Mortillet [1891],
cit. en Brézillon, 1977: 23; Capitan y Breuil [1904], Ophoven
y Hamal Nandrin [1947], cit. en Rozoy, 1978: 27; Vayson de
Pradenne [1922], cit. en Tixier, 1963: 17). En esta misma línea se inscribe el intento relativamente más reciente de Pradel (1972-73), autor que parte de una actitud declaradamente
realista: la consideración ya expuesta de que los útiles son tallados en aras de su empleo y no de su forma general, empleo
y forma que no irían siempre parejos (ibíd.: 50). Pese al innegable voluntarismo, lo bien cierto es que estos ensayos
siempre han sido vistos por los morfotipólogos con muchas
reservas (cf. Tixier, 1963: 17; Fortea, 1973: 49; SonnevilleBordes, 1974-75: 28; Rozoy, 1978: 27); la posibilidad de una
tipología funcional se habría contemplado todo lo más como
un proyecto de futuro (ligado a las expectativas de los análisis traceológicos entonces en ciernes; cf. Fortea y Rozoy),
aunque ciertas dudas sobre esta posibilidad también habían
sido expresadas (cf. Tixier, ibíd.: nota 7; actitud justificable
por remitir a los años sesenta). La razón de la desconfianza
en las propuestas tipológicas “funcionales” radica en que la
mayoría de ellas se producen en unos momentos en que las
funciones de los útiles no pasan del terreno de la mera hipótesis. El verdadero desarrollo de los estudios funcionales, los
centrados en el análisis de las huellas macro y microscópicas
de uso y desgaste, tendrá lugar a partir de avanzados los años
setenta (v. Mazo, 1991; Calvo, 2002), y con ello la superación
de las antiguas interpretaciones sobre el empleo de los útiles
basadas en la relación forma-función y en las comparaciones
etnográficas, esto es, los principales tipos de inferencia que
habían guiado las clasificaciones funcionales. Y otro hecho
importante por lo que tiene que ver con las expectativas
abiertas por la traceología y su predicho potencial: el despegue de los estudios funcionales se produce en un tiempo en
que los principales sistemas morfotipológicos ya se hallan
bien consolidados e implantados.12
Instalados ya en el futuro, la situación ahora mismo es la
de la existencia de un buen cuerpo de datos y resultados funcionales asentados en la traceología, concerniendo a grupos
variados de utillaje repartidos por prácticamente todo el espectro cronocultural (del Paleolítico a la Edad del Bronce).13
Con bastante precisión son conocidas las formas de empleo de
los diferentes tipos de útiles y su campo de aplicación (actividades y materias trabajadas), y por ende el significado funcional de gran parte de los atributos morfotécnicos discretos
(en relación con el uso o el enmangue). Ha podido verificarse
en suma, y en sus grandes líneas generales (proporciones altamente significativas), que las formas que reconocemos y
clasificamos como “raspadores” son eso mismo: raspadores
(sean paleolíticos, epipaleolíticos o neolíticos), los “buriles”
12
13
Tipología y tecnofuncionalidad
Esto es lo que hace decir a Rozoy (1978: 935) que el valor o no de cada una
de las clases tipológicas actuales [estamos en los años setenta] en materia funcional no podrá ser establecido más que tras el desarrollo suficiente de los métodos
de estudio traceológicos, y que estos estudios llevarán a precisar los contenidos
“funcionales” de la tipología tradicional conservándola básicamente morfológica,
opinión ésta última que compartimos por completo como veremos más adelante.
En Mazo (1991) hay recogida toda la bibliografía esencial “traceológica” hasta finales de los años ochenta. La acumulación de datos ha ido
acrecentándose desde entonces, como tendremos ocasión de comprobar
al referirnos al valor funcional de los diferentes grupos de utillaje que
integran nuestro repertorio tipológico.
15
[page-n-27]
dros, etc. A partes “pasivas” remitirían bastantes de los bordes abatidos parciales o totales de lascas y hojas (“cuchillos”
de dorso sensu lato), los pedúnculos destacados de puntas de
“flecha”, las escotaduras o muescas basales de puntas y otras
piezas dispares (elementos de hoz, p.e.), las fracturas no retocadas, etc. En última instancia, puede decirse que toda la morfotecnia va ligada en un sentido u otro a la tecnofuncionalidad,
idea que ya expresábamos al principio de este epígrafe.
Por encima de esta pequeña digresión, lo importante a
retener es que un criterio tecnofuncional, aplicado a la clasificación, permitiría elegir caracteres morfológicos, técnicos
y tipométricos con valor funcional claro, según las garantías
dadas por los análisis traceológicos (y paralelamente, en parte, por la tecnología y la experimentación). Los caracteres
morfotécnicos y tipométricos con mayor significación funcional tenidos en cuenta por los traceólogos (p.e., Keeley,
1980; Grace, 1988; Pereira, 1993; González Urquijo e Ibáñez Estévez, 1994), como variables independientes de estudio, suelen ser los siguientes:
son buriles (a pesar de que en determinadas ocasiones hayan
perforado y no grabado), los “perforadores” son perforadores,
las “puntas de flecha” son puntas de flecha (la evidencia aquí
era máxima), las “hojas” son hojas (útiles o parte de útiles de
corte), etcétera, etcétera. La información funcional disponible
en la actualidad, como decíamos, es bastante completa, y
sus posibilidades de explotación –tipológicamente hablando–
grandes. Esto no obstante, los traceólogos han mostrado hasta ahora escaso interés por los temas tipológicos, dedicando su
atención a otros problemas más específicos (el propio método, la determinación de actividades y tipos de asentamiento,
los aspectos socioeconómicos, etc.; v. Ibáñez Estévez et al.,
2002). Como era de prever, han sido los usuarios de las tipologías convencionales los que han entrevisto la posibilidad de
sacar partido “tipológico” a la traceología. La cuestión, sin
embargo, y atendiendo a las vías de valoración abiertas, no
sería tanto el aprovechar los resultados funcionales para confirmar o matizar los supuestos del viejo debate sobre las equivalencias entre forma y función (cf. Cauvin, 1983), como
intentar restituir en los repertorios tradicionales los verdaderos significados de las clases tipológicas reconocidas espontáneamente a partir de la observación (cf. Otte, 1988); quiere
esto decir que las variaciones morfológicas secundarias de los
útiles deberían poder ser explicadas por propósitos funcionales como son los modos de enmangue o los modos de utilización particulares (ibíd.: 231). Totalmente de acuerdo con esta
segunda visión, las aportaciones de la traceología, más que
para dar forma a una tipología funcional, las consideraríamos
del todo válidas para el establecimiento de criterios con los
que definir clases y tipos dentro de una construcción tipológica aún de base morfológica.
Desde la perspectiva señalada hay que entender el concepto de tecnofuncionalidad que aquí hacemos intervenir,
referido a la significación de los diferentes rasgos morfotécnicos en relación con la función (uso específico, prensión, enmangue, etc.). En tanto que la tecnofuncionalidad atiende al
destino “utilitario” de un rasgo morfotécnico, esa finalidad o
propósito, cuando se trata de rasgos intencionales, puede ir dirigida a crear o acondicionar partes activas o de trabajo (para
el uso directo o contacto con la materia trabajada), o partes
“pasivas” desligadas de la anterior función (zonas de prensión
o enmangue); también a preparar alguna solución técnica particular (muescas para la fractura de soportes –cf. la técnica de
microburil–). Los acondicionamientos, de partes activas o no,
suelen producirse a partir del retoque (el rasgo morfotécnico
por excelencia, como ya hemos recalcado en varias ocasiones),
pero también mediante el propio lascado (soportes laminares
brutos para ser empleados directamente), o a partir de otras
técnicas además del retoque (fractura por flexión o percusión
para el acortamiento sistemático de los soportes). Ejemplos de
rasgos morfotécnicos definiendo partes activas serían los frentes de raspador, las denticulaciones regulares de piezas como
los dientes de hoz, las truncaduras muy oblicuas de ciertas armaduras trapeciales, los bordes abatidos bilaterales de los tala-
La mayoría de estos caracteres, como es obvio, van referidos a la parte activa o de trabajo del útil, y gran parte
también de ellos, es cierto, son usualmente retenidos por los
morfotipólogos, si bien, en algunos casos, de manera indirecta. Por ejemplo, el espesor global de la pieza, atributo
contemplado en bastantes tipologías (cf. raspador carenado,
denticulado espeso, etc.), puede determinar el espesor del filo
y también su ángulo; la naturaleza del soporte –si éste es laminar o no–, consignada igualmente en los repertorios tipológicos, puede incidir en la longitud del filo (cf. raspador sobre
lasca, con parte activa o “frente” normalmente ancho, al lado
de raspador sobre hoja, con frente generalmente estrecho); las
características tipométricas de longitud del soporte –pieza laminar o microlaminar–, afecta igualmente a la porción de filo
útil (cf. hoja de dorso al lado de hojita de dorso), etc. De manera directa, en cambio, sí se retiene el perfil del filo, uno
de los caracteres esenciales en toda tipología morfológica
(cf. raedera convexa, raedera cóncava; raspador denticulado,
raspador en hocico, etc.), así como la forma general del útil
(cf. punta foliácea o foliforme, armadura geométrica, etc.).
El espesor global y el tamaño absoluto de las piezas o de
alguno de sus rasgos concretos, por tanto, junto con las delineaciones producidas por el retoque, el lascado o cualquier
otra técnica, son atributos con significación funcional bien
contrastada por la traceología.14 Estos atributos, al lado por
supuesto de otras discriminaciones, podrán ser tomados en
consideración a la hora de la clasificación tipológica, según
las pautas de conveniencia ya dictadas.
14 Un magnífico trabajo, por la información aportada sobre la relevancia
funcional de los caracteres tipométricos y morfológicos enumerados, lo
constituye el estudio de Ibáñez Estévez y González Urquijo (1999) sobre los
raspadores de los yacimientos vascos de Berniollo y Santa Catalina (series
magdalenienses, azilienses y epipaleolíticas), que nos servirá de referencia
en su momento oportuno.
16
- ángulo del filo o parte activa funcional de un útil,
- longitud o perímetro del filo,
- espesor del filo,
- perfil del filo (morfología o delineación),
- espesor y forma general del útil.
[page-n-28]
A la vista de lo expuesto, es evidente que las posibilidades de elaboración de un repertorio tipológico bajo criterios tecnofuncionales son ahora mismo mayores que bajo
criterios estilísticos. Esto no obstante, nuestra inclinación o
preferencia no es por una tipología funcional, sino más bien,
como ya hemos expresado anteriormente, por una tipología
“cultural”, para la cual, los criterios de estilo son sin duda
más apropiados, en la medida que el estilo refleja más directamente la “identidad” particular o colectiva de los elementos sociales que hay detrás de un conjunto industrial
determinado. Pero también hemos expuesto los inconvenientes o restricciones que existen, en nuestro caso, a la ho-
ra de primar los caracteres de estilo sobre cualesquiera otros.
Es por ello que de momento, lo importante, parafraseando a
Rozoy (1978: 935), será trabajar con una tipología morfológica, conservando su carácter histórico, es decir, su utilidad
en el reconocimiento de grupos humanos y sus interrelaciones, pero sin obviar las mejoras que pueden introducir ya a
una tipología de estas características los estudios de estilo y
los resultados traceológicos. A fin de cuentas, hay que tener
bien presente que todo atributo estilístico es siempre un atributo tecnofuncional, y que ambos caracteres, el estilístico y
el funcional, los revisten en potencia todos los atributos
morfotécnicos tomados aisladamente.
17
[page-n-29]
[page-n-30]
II. MORFOTECNIA Y NOMENCLATURA TIPOLÓGICA
En toda tipología morfológica, la morfotecnia y la tipometría constituyen elementos esenciales de análisis y
síntesis, al tiempo que proporcionan el vocabulario básico
“tipológico”, es decir, lo que entendemos por “nomenclatura
tipológica”. Ésta va referida, pues, al conjunto de términos y
conceptos morfotécnicos y tipométricos contenidos en el
nombre, la definición y la descripción de los grupos formales y de los tipos individuales; términos y conceptos que
afectan a las clases de soportes, a los estados de éstos, a las
modalidades de retoques y a otros elementos analítico-descriptivos, siempre en su utilización o aplicación “tipológica”
más expresa. A continuación se exponen los criterios en este sentido seguidos para cada caso.
La clase de soporte proporciona el nombre en nuestra
tipología, como en cualquier otra, a determinados grupos
(cf. Hojas u hojitas con retoque marginal, ídem con base estrechada, ídem con retoque plano o sobreelevado, Placas retocadas, Lascas retocadas) y a multitud de tipos incluidos en
estos grupos –obviamente– y en otros en que la singularidad
del soporte no forma parte de la denominación general (p.e.,
en el primer caso, Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial, Placa con retoque bilateral, Lasca con extracciones unifaciales; en el segundo, Hoja u hojita con borde
abatido arqueado, Lasca espesa con muesca(s), Hoja u hojita con embotadura unilateral, etc.).
Como ya ponen de manifiesto estos ejemplos, las referencias al soporte las hemos ceñido a las clases técnicas y ti-
pométricas más básicas: lasca, hoja/hojita1 y placa (sílex tabular), respondiendo las tres primeras clases a productos de
lascado, y la cuarta a productos comúnmente de troceado o
“fraccionamiento” (recortes tabulares).
La consideración de los soportes no puede ser la misma
a efectos tipológicos que a efectos de un estudio tecnoindustrial o de cualquier ensayo o propuesta de clasificación de
los productos de lascado por criterios dimensionales (p.e.,
Leroi-Gourhan, 1978; Bagolini, 1968; Laplace, 1974). Las
categorías de soportes, bajo criterios técnicos o tipométricos,
pueden ser muy amplias en un conjunto industrial dado, pero no resulta nada apropiado tenerlas todas en cuenta para un
uso tipológico, simplemente por el principio de concisión
que debe presidir la elaboración de cualquier repertorio o lista de tipos.
Hecha esta aclaración, las lascas quedan entendidas en su
noción clásica (v. Brézillon, 1977: 99) de productos de lascado –en sentido amplio y general– de longitud menor a dos veces la anchura (l<2a), proporción mesurable directamente en
piezas completas o por reconstrucción si el estado es de fractura; en contraposición, los soportes laminares (hojas y hojitas) quedan definidos por una longitud mayor o igual a dos
veces la anchura (l≥2a) (v. cuadro 1). Este criterio dimensional clásico de separación, en unas industrias del Holoceno
avanzado como las aquí estudiadas, concuerda más si cabe
con las morfologías tecnológicas de la “lasca” y la “lámina”,
esto es, con productos más anchos que largos y de bordes y
aristas dorsales irregulares, y con productos más largos que
anchos y de bordes y aristas dorsales paralelos (la regularidad
de bordes y aristas en los casos de lascados laminares más
1
Preferimos los términos de hoja y hojita a los de lámina y laminita por
las ya anunciadas razones de “escuela”; esa misma preferencia la han ex-
presado algunos autores de otros ámbitos peninsulares (cf. Fábregas, 1992:
118, nota 2 al pie).
SOPORTES TIPOLÓGICOS
19
[page-n-31]
Cuadro 1. Terminología descriptiva básica de los soportes.
20
[page-n-32]
precisos –cf. lascado por presión–). La distinción, pues, entre
lascas y hojas y hojitas, en las industrias analizadas, descansa
no tanto en la tipometría como en la morfotecnia.2
La diferenciación aludida (lascas vs. hojas/hojitas) no
presenta problemas en una industria de base laminar como la
que atestigua la Cova de l’Or (Neolítico antiguo en esencia),
caracterizada en lo tecnológico por una explotación generalmente envolvente y unidireccional (plano único de lascado)
de núcleos de morfología cónica (prismáticos, sobre todo piramidales) mediante un empleo preferente de la percusión
indirecta, pero también de la presión, y ocasionalmente de la
técnica de la arista-guía (García Puchol, 2005: 179-184). El
resultado es una producción de soportes laminares bastante
regulares, de bordes y aristas paralelos o subparalelos y con
curvatura distal más o menos acentuada. Para el utillaje (piezas tipológicas), existe una selección intencional de estos
soportes, los más regulares y de sección trapezoidal, con
predilección por los de anchura superior a 8 mm, y más en
especial por los de anchuras comprendidas entre 10 y 14 mm
(gráfico 1; ejemplo ilustrativo a partir de los efectivos totales sumados de las hojas y hojitas con retoque marginal y
con filo bruto embotado); la estimación de las longitudes es
más delicada por el alto grado de fractura que presentan hojas y hojitas, si bien, como veremos en el epígrafe siguiente,
la preferencia es por medidas entre 30 y 40 mm. El utillaje
sobre lasca, por su parte, se muestra francamente reducido
en Or en comparación con el laminar, siendo la relación de
soportes tipológicos de 1 lasca por casi 4 hojas y hojitas
(gráfico 2). El stock de lascas-soporte, conviene anotarlo,
procede en buena medida de la talla laminar, de los desechos
de la preparación y acondicionamiento de los núcleos correspondientes, aunque según se indica (García Puchol, ibíd.),
una parte de este stock podría provenir de la explotación no
laminar de determinados nódulos (presencia de algunos núcleos “informes” de lascas).
Gráfico 2.- Proporciones de soportes tipológicos en la Cova de l’Or.
Gráfico 1.- Bloques de anchuras de las piezas laminares con retoque
marginal y con filo bruto embotado de la Cova de l’Or.
En el caso de la Ereta del Pedregal (Neolítico final y
Eneolítico) sí que se encuentra bien constatada una talla
específica de lascas, aún por estudiar, en función de la fábrica de puntas de flecha; y probablemente una talla “doméstica” de hojas, de pequeño/mediano formato (longitudes
hasta 100 mm y anchuras hasta 15 mm; cf. Fernández, García
Puchol y Juan Cabanilles, 2006), también por evaluar. La
gran talla laminar, la preponderante en este yacimiento (hojas de mediano/gran formato, de longitudes entre 100 y 200
mm y anchuras hasta 20 mm), responde con toda certeza a
una producción exógena, teniendo en cuenta la naturaleza de
la materia prima empleada (variedades de sílex desconocidas
en el entorno regional), pero sobre todo la ausencia de los propios núcleos y de la masa de productos técnicos resultantes de
su acondicionamiento (ibíd.: 266); tratándose de una talla no
verificada in situ, las hojas de gran formato han debido llegar
a la Ereta como objetos de comercio o intercambio y en la
forma de soportes brutos, adaptados de inmediato al uso requerido. Al lado de lascas y hojas de módulos variados, el repertorio de soportes tipológicos incluye en la Ereta placas o
recortes del llamado sílex tabular (gráfico 3), que aparece aquí
en dos variedades diferentes. La principal de ellas, definida por
la “homogeneidad” estructural y de coloración del sílex fresco
nuclear, recubierto por finas capas de córtex superficiales, se
presenta en forma de delgadas plaquetas que raramente sobrepasan los 10 mm de espesor, situándose el mínimo en 4,4 mm
(Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006: 274-275);
el aprovechamiento de este tipo particular de sílex se ha centrado en la fabricación de puntas de flecha y, más particularmente, en la de útiles de corte por simple retoque de los flancos
de fractura de las tabletas brutas.
Volviendo a la cuestión de los soportes como referentes
nominales tipológicos, la consideración en ese sentido de lascas, por un lado, y hojas/hojitas, por otro, encuentra una primera justificación en el hecho de constituir productos de
2
Es la morfotecnia y el contexto industrial lo que lleva a desestimar como soportes “formales” determinados productos de lascado que responderían al concepto de la “lasca-laminar”: en nuestro caso, y en los mismos
términos apuntados por Fortea (1973: 54), piezas que no cumplen la relación l≥2a pero que son de indudable técnica laminar. Lo contrario puede
darse en productos de técnica de lascas (Bordes, 1961: 6; 1984, II: 73).
% 30
25
20
15
10
5
0
<0,4
0,4-0,6 0,6-0,8 0,8-1
1-1,2 1,2-1,4 1,4-1,6 1,6-1,8 1,8-2
>2 cm
21
[page-n-33]
Gráfico 3.- Proporciones de soportes tipológicos en la Ereta del
Pedregal (Otros = indeterminados, astillas, esquirlas).
lascado cualitativamente diferentes (Tixier, 1963: 54), y, en
última instancia, en la comodidad o lo práctico que esta distinción resulta a la hora de individualizar tipos formales. Más
allá de la viabilidad operativa estaría la validez del criterio
desde una perspectiva estilística o tecnofuncional. El valor estilístico, el determinado por efectivas elecciones con significado –al menos– temporal, no es algo que aflore de inmediato
cuando el objeto de atención son simples categorías de soportes, o mejor dicho, la simple naturaleza de éstos (p.e., en
un grupo morfológico como el de las muescas y denticulados,
presente en toda la secuencia del Neolítico y el Eneolítico, las
proporciones internas de lascas y hojas/hojitas como soportes
tipológicos no ofrecen variaciones importantes en ningún
momen to de dicha secuencia, en otras palabras, no ha habido
preferencias puntuales y manifiestas por un tipo u otro de soportes). El valor tecnofuncional, en cambio, sí que es un aspecto más fácilmente apreciable. Desde este plano, el de la
tecnofuncionalidad (mayor o menor importancia para la función de los atributos morfotécnicos), es cierto que la distinta
naturaleza del soporte tiene una evidente s ignificación si se
repara en que el formato de la lasca (morfología, proporciones dimensionales, etc.) puede hacerla más apropiada para
determinados útiles que el formato de las hojas/hojitas, y viceversa (p.e., una muesca “clactoniense”, definiendo un tipo
específico en determinados repertorios, nunca se reflejará en
un soporte laminar; generalmente lo hará sobre una lasca espesa). Sin embargo, ta mbién es cierto que lo tecnofuncional
llega a carecer de sentido cuando se trata de útiles muy o bastante elaborados, con fuerte carga de retoque (p.e., la morfología estándar de un taladro, el estereotipo, puede resultar o
conseguirse tanto a partir de una lasca como de una hoja/hojita, con las mismas repercusiones funcionales).
La oposición entre soportes hemos venido haciéndola de
continuo entre lascas y hojas/hojitas, debido a que se ha op-
3
Es el caso, p.e., de Vaquer (1990: 41-43) y su tipología para el Neolítico del Languedoc occidental, en la que contempla como soportes tipológicos tres clases de productos laminares (micro-lamelles, lamelles y lames),
22
tado en todos los casos por la agrupación de las dos clases
de productos laminares a efectos de nominación tipológica.
Aclararemos primero que el criterio seguido para separar hojas de hojitas es el de Tixier (1963: 38) simplificado, al retener solamente el límite de anchura: hoja a≥12 mm, hojita
a<12 mm; se ha obviado por tanto la condición de longitud
para las hojas (l≥50 mm), atendiendo al fuerte estado de
fractura de los soportes laminares en las dos colecciones estudiadas. Tornando al punto inicial, la consideración conjunta de hojas y hojitas tiene su razón de ser en las proporciones
similares que, como soportes tipológicos, suelen guardar
ambas clases de productos dentro de determinados grupos y
para los mismos tipos formales, especialmente aquellos grupos más característicos del Neolítico antiguo y que comportan estos tipos de soportes en exclusividad o casi. Así por
ejemplo, y utilizando datos de la Cova de l’Or, para todo el
conjunto de piezas laminares con simples retoques laterales
(prácticamente retoques marginales), las hojas suponen el
54% y las hojitas el 46%; en el grupo particular de Piezas
embotadas (retoque no sistemático o señales de uso), los índices respectivos son del 53% y 47%; y de manera más general, consideradas todas las piezas tipológicas, las hojas
representan el 41% frente al 38% de las hojitas. Estas diferencias porcentuales nada significativas justificarían la solución adoptada, con lo que nos apartaríamos de otras pautas
al mismo respecto seguidas para la catalogación tipológica
de materiales neolíticos.3
ESTADO DE LAS PIEZAS
En este epígrafe nos referiremos en concreto al estado
de fractura del utillaje y a sus implicaciones tipológicas, dejando de lado otros efectos de alteración como el térmico,
las pátinas, la desilificación, etc., constatados también pero
con otro tipo de significado.
Como ya hemos avanzado, las series de utillaje estudiadas se muestran con un grado alto de fractura, aspecto comúnmente señalado para conjuntos de la misma cronología
y de idéntica base laminar. La fuerte fragmentación es bien
evidente en aquellos grupos de útiles caracterizados por la
poca modificación de los soportes laminares (p.e., Hojas y
hojitas con retoque marginal, con retoque plano o sobreelevado, con filo bruto embotado, etc.), tal como revelan sus índices de fractura (p.e., para la suma de piezas laminares con
retoques continuos laterales de la Cova de l’Or, el índice en
cuestión es del 88%, y más alto aún, del 93%, para la misma
serie de piezas de la Ereta del Pedregal; v. gráficos 4 y 5).
Los estados de fragmentación vienen determinados bien
por fractura única, proximal o distal (a veces, en la disposición distal, puede tratarse de un leve acortamiento), bien
por fractura doble, proximal y distal. En todos los casos,
proceder que origina una evidente multiplicación o desdoblamiento de tipos, de los mismos tipos morfológicos, circunstancia que personalmente y
en lo posible pretendemos evitar.
[page-n-34]
% 60
50
40
30
20
10
0
Completas
Leve acortamiento
distal
Fracturadas
largas
Fracturadas
cortas
Gráfico 4.- Estado de las piezas laminares con retoques continuos
laterales de la Cova de l’Or.
% 60
50
40
30
20
10
0
Completas
Leve acortamiento
distal
Fracturadas
largas
Fracturadas
cortas
Gráfico 5.- Estado de las piezas laminares con retoques continuos
laterales de la Ereta del Pedregal.
la(s) fractura(s) origina(n) piezas “largas” (l≥2a) o “cortas”
(l<2a), criterio dimensional que parece bastante apto para
definir tipológicamente el “fragmento” de útil laminar. En
términos descriptivos, resulta cómodo hablar de “cuerpos”
proximales, distales o mediales para las piezas fracturadas
largas, y de “fragmentos” de las mismas características para
las cortas (v. cuadro 1).
A efectos tipológicos, como acabamos de insinuar, el
único estado de fractura con reflejo efectivo es el del “fragmento” o pieza fracturada corta, que es el que mayores probabilidades encierra de constituir un verdadero trozo residual
del útil de partida. La oposición, pues, del fragmento estricto
(o fragmento corto) es con respecto a las piezas “completas”
o fracturadas largas, consideradas conjuntamente. Esto no
quiere decir que una pieza fracturada larga se corresponda
necesariamente con una pieza tipológica o “funcional” completa, según tendremos ocasión de comprobar en su momento, al valorar los estados de fractura en un conjunto laminar
de mediano/gran formato como el de la Ereta del Pedregal.
En las colecciones examinadas, no hay demasiados problemas para determinar a qué tipo de útil concreto pertene-
ce un fragmento, asignación que puede resultar más complicada en otras series industriales (v., p.e., Cauvin y Coqueugniot, 1989: 38). El estado de fractura, si no es muy extremo,
no suele impedir esa clasificación, o en su defecto, la atribución a una clase o subclase, y en el peor de los casos, a un
grupo. La mayor incertidumbre puede ocasionarla un fragmento, por ejemplo, de hoja u hojita con filo embotado
(o con retoque lateral marginal), ya que podría corresponder
a la parte fracturada, también p.e., de una truncadura sobre
soporte laminar (o de cualquier otro “estereotipo”). La realidad, sin embargo, es que apenas hemos podido efectuar algún ensamblaje longitudinal de piezas fracturadas. Se trate,
pues, del trozo de un estereotipo o de un tipo morfoaleatorio, compartimos totalmente la idea de Tixier (1963: 156) de
que un fragmento característico de útil tiene, en un inventario, el mismo valor que el útil entero.
Aparte de las consideraciones tipológicas, una cuestión
importante es el por qué de la alta fragmentación laminar que
evidencian las industrias neolíticas en general y, en particular, las aquí estudiadas. Si ello, para la Ereta del Pedregal, podría estar condicionado por el mayor formato de los soportes
laminares y por el hecho de tratarse de una colección proveniente de un yacimiento de superficie, expuesto al laboreo
agrícola y a otros factores parecidos de alteración, estas circunstancias no son exactamente las que concurren en la Cova de l’Or. Para este último yacimiento, siempre hemos
pensado en la acción intencional como origen del fuerte índice de fractura, al menos en una parte importante, puesto
que no pueden descartarse otras causas fortuitas (roturas por
uso, accidente de talla, pisoteo, etc.). El objetivo estaría en la
normalización dimensional de los soportes, en reducirlos a
unos módulos concretos de longitud, en relación con el enmangue y, por extensión, con el útil compuesto (p.e., hoces).
Ésta sería la lógica, pero el problema, ciertamente, reside en
demostrar la intencionalidad de las fracturas.
La voluntariedad en determinados casos de fractura,
tanto de útiles como de soportes brutos y mediante técnicas
distintas a la de microburil o similares (las que parten de una
muesca retocada lateral), ha creído reconocerse en industrias
del Paleolítico medio (Bordes, 1953; Eloy, 1954; Lhomme,
1993), del Paleolítico superior (Delarue y Vignard, 1958;
Bordes, 1970a; Bergman et al., 1983), o del propio Neolítico (Azoury y Bergman, 1980; Cahen, Caspar y Otte, 1986;
García Gazólaz, 1996). Tal reconocimiento se ha apoyado
por lo general en la experimentación, relacionándose más directamente la intencionalidad con la técnica de percusión sobre yunque. Esto no obstante, otros autores, procediendo
igualmente al ensayo experimental, se han declarado más escépticos sobre la posibilidad de demostrar por este medio la
voluntariedad de la fragmentación (cf. Owen, 1982; Cava,
2000).4 La razón descansa en que la morfología de las fracturas obtenidas por técnicas experimentales no diferiría de la
4
El mismo escepticismo ya lo manifestaba Pradel (1957, 1959) respecto a las
afirmaciones de Bordes (1953) y Eloy (1954), y de Delarue y Vignard (1958).
23
[page-n-35]
ocasionada por distintos tipos de accidentes. Deteniéndonos
en las experiencias de Cava (ibíd.: 120-123), en tanto que
implican a materiales del Neolítico antiguo peninsular
–Cueva de Chaves– muy cercanos a los de la Cova de l’Or,
esta autora concluye que para confirmar la intencionalidad
habría que considerar, más que la morfología, “la presencia
de estigmas sobre los planos de la misma fractura que se
determinen como señales originadas durante los procesos
del uso o de la fijación del objeto a sistemas de enmangue”.
Esto, empero, como subraya Gassin (1996: 147), sólo probaría que la pieza se ha empleado después de la fractura, y
no la voluntariedad o accidentalidad de la misma.5 Cava
apunta también como posible hecho de confirmación a “la
existencia de formatos abiertamente regulares en los fragmentos derivados [de la fractura]”. Ésta, creemos, es la
dirección más apropiada a seguir, buscando las “regularidades” en los módulos de longitud. En esta línea se encuentra
la constatación de Cahen, Caspar y Otte (1986: 62-63), valorando la tecnología laminar de la facies Blicquy del Neolítico antiguo belga, de que las hojas y fragmentos brutos de
lascado y los útiles sobre hoja tienen aquí una longitud equivalente (entre 4 y 6 cm), para lo que se aduce un importante
desarrollo de la técnica de mise à longueur de las hojas por
fractura simple y por otros procedimientos más determinantes (cassure dans une encoche y técnica de microburil). El
ya citado Gassin (1996: 147), teniendo en cuenta la relativa
proximidad de las longitudes de las lascas (la mayoría enteras) y de los productos laminares (la mayoría fracturados)
con marcas de carnicería de las colecciones Chassey de la
Grotte de l’Église, se interroga sobre la posibilidad de una
fragmentación voluntaria de hojas y hojitas en vistas a reducir su longitud a un módulo dado (cercano a 3 cm), y si bien
no llega a decantarse totalmente por esta hipótesis, tampoco
encuentra motivos para descartarla.
Por nuestra parte, hemos procedido a comparar la longitud absoluta de las piezas laminares con lustre de la Cova de
l’Or según su estado de fractura. La elección es obvia, ya
que se trata de un conjunto “funcional” claro (elementos de
hoz) y bien demostrativo de la realidad del útil compuesto.
Para la comparación indicada, se han separado en dos grupos las piezas completas o con leve acortamiento distal
(20 efectivos) y las piezas fracturadas largas (91 efectivos),
desestimándose los fragmentos cortos (57 efectivos). En ambos grupos, las morfologías por retoque (acondicionamientos tecnofuncionales) pueden ser recurrentes (truncaduras,
escotaduras terminales, abatimientos parciales oblicuos en
la misma localización, etc.), pero en el caso de las piezas
completas, una truncadura –p.e.– se opondrá a un extremo
proximal de talla, y en el de los fragmentos largos, a una
fractura no retocada (los casos más extremos de no acomodamiento los constituyen un soporte laminar entero y un
5
Gassin hace esta observación después de examinar una serie de hojitas
de los niveles chassenses de la Grotte de l’Église (Var francés), empleadas
en actividades de carnicería, cuyas trazas de utilización parecen desbordar
sobre una o dos de las extremidades fracturadas.
24
% 60
50
40
30
20
10
0
<1
1-2
2-3
3-4
4-5
>5
cm
Gráfico 6.- Longitud absoluta de las piezas con lustre (“elementos de
hoz”) de la Cova de l’Or sobre soporte laminar completo o con leve
fractura distal y sobre soporte laminar fracturado “largo”.
cuerpo medial). El resultado se ilustra en el gráfico 6, donde se aprecia que las proporciones de cada categoría de piezas, presentadas en bloques de longitud de 1 cm, dibujan dos
curvas o perfiles sin rupturas de continuidad (en su ascenso
o descenso) y sin distancias que puedan considerarse estadísticamente significativas (la máxima distancia –11,26
puntos– se produce en el bloque de 2-3 cm, para 5 efectivos
sobre 20 de piezas completas y 33 sobre 91 de fracturadas
largas, lo que representa un valor χ2 =0,92396 y una probabilidad p=0,33644 para este valor, bastante apartada del nivel límite de separación p=0,05).6 Por tanto, lo que revela
el gráfico es lo que cabría esperar –pensamos– de una normalización del patrón de longitud de los elementos de hoz,
basada en el acortamiento sistemático de los soportes laminares por fractura simple, y en función de su inserción en un
mango de útil compuesto del tipo de la hoz. Dicho patrón se
centraría en los 3-4 cm (corresponden a este bloque el 50%
de piezas con lustre completas y casi el 40% de las fracturadas largas), medidas de media que comparten prácticamente
todos los grupos de utillaje de la Cova de l’Or. En los comentarios “tipológicos” a cada uno de estos grupos se retomarán algunos otros de los problemas que plantea el estado
de fractura de las piezas.
TIPOMETRÍA
Como es también corriente en las tipologías morfodescriptivas, diversos aspectos dimensionales de los útiles pueden formar parte del nombre y la definición de los tipos en
que se formalizan. Aparte del formato en sí de los soportes
o del estado “fragmento”, en nuestra tipología hay referencias explícitas al grosor del soporte (p.e., Raspador sobre
lasca espesa, Lasca delgada con denticulación, etc.), a las
dimensiones globales de la pieza (Gran pieza foliácea de re-
6
Las explicaciones sobre las pruebas de significación estadística empleadas en el trabajo se encuentran en la introducción al Capítulo IV.
[page-n-36]
toque unifacial), a las dimensiones del rasgo o carácter primario de clasificación (Taladro sobre hoja u hojita de punta
corta y retoque directo), o a las dimensiones de los rasgos
secundarios (Punta de pedúnculo corto y aletas obtusas,
Punta de pedúnculo normal y aletas agudas desarrolladas).
Los criterios “métricos” para cada uno de estos atributos tipológicos serán dados –y discutidos si procede– en su
lugar correspondiente, en la presentación de los tipos o de
los grupos donde se incluyen.
MORFOLOGÍA Y RETOQUE
el mismo uso de las piezas (soportes en bruto, particularmente). Como ha apuntado Mansur-Franchomme (ibíd.: 124125), en base a sus propias experiencias y recogiendo las de
otros autores, estos agentes causales (Mansur-Franchomme
pone el acento en alteraciones accidentales como el pisoteo)
pueden producir tanto microextracciones irregularmente distribuidas como microextracciones regulares y continuas, imposibles de distinguir de las resultantes de la utilización e
incluso, en ciertos casos, del retoque intencional.
Productos del uso o de acciones mecánicas como las señaladas, ese es el riesgo que hemos de correr a la hora de categorizar los útiles “retocados” de las colecciones estudiadas.
De hecho, hemos procedido a ello sin presuponer la intencionalidad del retoque, aunque en bastantes casos la finalidad
y la voluntariedad son bien manifiestas (taladros, armaduras
geométricas, puntas de flecha, etc.). A efectos de repertorio
tipológico, por tanto, y como ya ha sido indicado, se han clasificado todas las piezas que muestran retoque, es decir, extracciones –aisladas o en serie– afectando a los bordes y las
caras de cualquier producto de talla o lascado.
Recordaremos de nuevo que el retoque constituye el rasgo morfotécnico por excelencia, el carácter más manifiesto
de un útil y el que mejor define su consideración como tal,
tanto en el sentido funcional más estricto como en el puramente formal o tipológico. Es lógico, pues, que algunas características del retoque queden reflejadas expresamente en
la denominación de grupos y tipos (p.e., Hojas y hojitas con
retoque marginal, ídem con retoque plano o sobreelevado;
Taladro sobre hoja u hojita de punta larga y retoque inverso,
Segmento de retoque en doble bisel, etc.).
Como gesto técnico, y dentro del proceso de producción
lítica (la cadena operativa), el retoque supone los últimos pasos o acciones de manufactura encaminados a la conformación de un útil, modificando en mayor o menor grado el
soporte de partida y dándole la forma definitiva; forma susceptible de posterior alteración por el uso y de refección a su
vez por nuevo retoque (en este caso, la forma final puede haber variado de clase tipológica respecto a la forma inicial).
Ésta, por supuesto, es una concepción “industrial” del retoque, entendiéndolo como acción intencional.
Morfológicamente, el retoque posee los caracteres negativos –únicos o repetidos, reflejando las técnicas de obtención– de toda extracción (Tixier, Inizan y Roche, 1980:
59); no obstante, toda extracción no presupone la finalidad
de la acción de origen: ciertas extracciones pueden provenir
de una acción anterior a la conformación definitiva del útil
(preparación), o de una acción posterior (utilización o alteraciones mecánicas), caso éste último en el que resulta bastante difícil hacer la distinción con el retoque de fábrica
(ibíd.: 59-60).
En efecto, hay diversos agentes, previstos o imprevistos,
capaces de producir extracciones o retoques en buena medida “tipologizables”. Así, se han señalado (Mansur-Franchomme, 1986: 121-127 y 135-137) causas naturales, como
la solifluxión, la compactación de sedimentos, choques por
arrastre, etc.; causas accidentales, como las labores agrícolas,
el pisoteo humano y de animales, la manipulación y el transporte de las colecciones, etc.; causas técnicas, como la que
origina el llamado retoque “espontáneo”, producido en el
momento del lascado (cf. Newcomer, 1976); y por supuesto
Designa el ángulo que forman las extracciones en relación con la cara de donde parten (Tixier et al.). Es la “incidencia” de Leroi-Gourhan y, muy parcialmente, el “modo”
de Laplace.
Pese a las posibilidades de clasificación que pueden
ofrecer las medidas de ángulo (Leroi-Gourhan es el más exhaustivo de los autores citados), usualmente bastan tres tér-
7
Esta cita va referida a los “Cuadros de morfología descriptiva” incluidos
en la edición española de La Prehistoria de Nueva Clio, versión de las No-
tes de morphologie descriptive originales de 1964, recogidas por Brézillon
(1977: 107-112) al tratar del análisis morfológico de los retoques.
Criterios descriptivos del retoque
El retoque, en su manifestación más concreta de línea
de retoques o extracciones, puede ser descrito por una serie
amplia de caracteres o criterios. Nuestro posicionamiento
en cuanto a los criterios a utilizar es totalmente ecléctico,
puesto que se han tomado en consideración conceptos y términos de distintos autores ya bien consagrados en la bibliografía, individualizándolos o reelaborándolos en muchos
casos y proponiendo otros que nos han parecido igualmente apropiados o que completaban a los ya establecidos. Principalmente hemos trabajado con las sistematizaciones de
Leroi-Gourhan (1978),7 Laplace (1974) y Tixier, Inizan y
Roche (1980). Para cada carácter y término descriptivo anotamos normalmente el autor del que se toma, aunque a veces sólo se trate de un préstamo léxico, no de concepto;
cuando el sentido es coincidente, éste no se hace explícito
en el texto, remitiendo a la correspondiente referencia bibliográfica. Como complemento, hemos elaborado un cuadro de morfología descriptiva para mejor ilustrar los
criterios en cuestión (cuadro 2).
INCLINACIÓN
25
[page-n-37]
Cuadro 2.- Caracteres y descriptores esenciales del retoque.
26
[page-n-38]
minos para designar la inclinación de un retoque: abrupto8
(ángulo aproximadamente recto, 90º), oblicuo (ángulo agudo, alrededor de 45º), plano (ángulo muy agudo, cercano a
10º). Para expresar incidencias intermedias, sin recurrir a
descriptores específicos, es bastante útil la noción de “tendencia” de Laplace, permitiendo considerar así un retoque
oblicuo de tendencia plana (ángulo menor de 45º y mayor de
10º), o un retoque oblicuo de tendencia abrupta (ángulo mayor de 45º y menor de 90º), aunque en este último caso preferimos el término semiabrupto.
Bien analizado, los descriptores de Leroi-Gourhan (rasante, muy oblicuo, oblicuo, abrupto y vertical) serían los
más coherentes de acuerdo con la noción de inclinación, pero también es cierto que dicha nomenclatura (excepto las denominaciones de abrupto y oblicuo) carece de tradición en
nuestro ámbito de trabajo.
El “modo” de Laplace, como indicábamos al principio,
recubre en cierta manera el criterio de inclinación (al señalar el tipo de ángulo que forma el retoque con la superficie
de golpeo), aunque la realidad es que dicho carácter encierra
algo más que una simple clasificación del retoque por el ángulo de incidencia. El modo de Laplace, al referirse a la manera cómo el retoque “esculpe” el soporte para darle forma,
y a las morfologías que pueden resultar de esa acción, incluye en su definición otros criterios o conceptos como el aspecto, la amplitud o la extensión, caracteres que en nuestro
caso consideramos separadamente. El modo de Laplace, en
definitiva, se acercaría en esencia a lo que puede calificarse
como “tipos” de retoque (Brézillon, 1977: 108), cuestión
que será tratada más adelante.
La inclinación, como ya hemos insinuado, constituye un
criterio no exento de ambigüedad, sobre todo fuera del caso
extremo que representa el retoque abrupto. Esta ambigüedad
se ve agudizada si no se tiene en cuenta la inclinación real
de las facetas dorsales del soporte, aspecto sobre el que ha
llamado la atención algún autor (Brézillon, ibíd.; Djemmali,
1983: 74) y que hemos podido comprobar personalmente.
En efecto, muchas veces la inclinación de las facetas de talla es la que marca la propia del retoque (hablamos obviamente de un retoque “directo”; v. infra), especialmente
cuando éste elimina una escasa porción de materia. Un buen
ejemplo lo proporciona el retoque “plano”, al producir por lo
habitual extracciones muy delgadas; si un retoque de estas
características actúa sobre una pieza espesa, es normal que
la inclinación de partida de las facetas apenas se vea afectada, pudiendo llevar a la imprecisión de clasificar como oblicuo o semiabrupto un retoque “técnicamente” plano.
A excepción, pues, del retoque abrupto, la inclinación,
por ella misma, sólo tendría un valor meramente indicativo,
constituyendo un carácter a utilizar con reservas a la hora de
la formulación tipológica (el retoque plano, p.e., es menos
una incidencia angular que un “modo” de conformación en
el sentido de Laplace).
8
AMPLITUD
Laplace agrupa bajo este criterio lo que es la “extensión” de otros autores y un aspecto generalmente poco o
nada considerado en las sistematizaciones usuales (v. Brézillon, 1977: 106-115) como es el grado en que un retoque
modifica –reduciéndolo– el contorno primitivo –los bordes
brutos de talla– de cualquier soporte.
Este segundo sentido, ciertamente el más acorde con lo
que podría expresar la “amplitud”, es el que aquí retenemos
en exclusividad, para referirnos a un retoque de amplitud
marginal (poca modificación del contorno) o profunda (amplia modificación del contorno), con las variedades extremas muy marginal y muy profunda.
En términos de operatividad, la amplitud se muestra como un criterio bien válido para caracterizar y diferenciar
los “dorsos” producidos por retoque abrupto, y con ello las
piezas que los comportan (cf. hojitas con borde abatido marginal y hojitas con borde abatido profundo, tipos contemplados en la lista tipológica para el Paleolítico superior de
Sonneville-Bordes y Perrot).
EXTENSIÓN
Define en primer lugar el desarrollo de las extracciones
sobre la cara –superficie dorsal o ventral– de un soporte (Tixier et al.). Carácter utilizado en el mismo sentido por LeroiGourhan, y también por Heinzelin de Braucourt (1962:
17-18); Laplace, como hemos visto, lo incluye dentro de la
amplitud.
Atendiendo a la extensión “facial”, y teniendo en cuenta si las extracciones quedan localizadas en el borde o penetran en la cara, un retoque puede ser corto (afecta una escasa
superficie a partir del borde), largo (interesa una mayor superficie que el anterior, pero circunscrito también al borde),
invasor (ocupa una gran parte de la cara) y cubriente (ocupa
prácticamente toda la cara).
Heinzelin de Braucourt –entre otros– emplea, en vez de
“corto” (Tixier et al.), el término “marginal” para señalar
la misma extensión del retoque. En nuestro caso haremos uso
indistintamente de ambos descriptores, marginal o corto,
aunque el primero se utilice también para la amplitud. De
igual manera, utilizaremos profundo como sinónimo de “largo”. La ambigüedad que esto pueda originar se intentará
paliar haciendo explícito siempre si la marginalidad o la profundidad se refieren a la amplitud o a la extensión facial. Optamos por esta ambivalencia porque los términos marginal y
profundo, en cuanto a la extensión, se hallan bien asentados
en nuestro entorno de trabajo. Por otro lado, dentro de la marginalidad consideraremos el caso extremo muy marginal o
muy corto.
Otra forma de extensión es la “lateral”, que también habrá de explicitarse para distinguirla de la facial. En su distri-
Destacamos en cursiva los términos que empleamos más corrientemente.
27
[page-n-39]
bución a lo largo de un borde, carácter que Tixier et al. designan como “repartición”, un retoque podrá ser total o parcial.
Separar “amplitud” –en el sentido de Laplace– y “extensión” –en el de los otros autores– tiene su motivo en que
un retoque de extensión facial largo o profundo puede no
modificar (entamer) sensiblemente el contorno de un soporte y, contrariamente, un retoque corto o marginal (en extensión igualmente facial) sí que puede modificarlo de manera
ostensible (reducirlo, abatirlo).
DIRECCIÓN
Indica de donde parten las extracciones (Laplace) y, por
consiguiente, en que cara de la pieza son visibles. Tixier et al.
designan este carácter por el segundo aspecto (emplazamiento de las extracciones en relación con las caras, esto es, la
“posición”), aunque en las definiciones correspondientes
siempre se hace mención al sentido “direccional” del retoque.
En puridad, sólo habría dos tipos esenciales de retoque
en cuanto a la dirección: directo (extracciones realizadas
desde la cara inferior, visibles en la superior) e inverso (caso contrario). Las restantes modalidades de dirección, de uso
corriente, son combinaciones o casos especiales de las dos
anteriores: el retoque alterno implica la bilateralidad y doble
dirección de las extracciones (directas en un lado e inversas
en el otro); alternante, unilateralidad y asimismo doble dirección (dos o más series de extracciones alternativamente
directas e inversas en un mismo lado); bifaz, también unilateralidad y doble dirección (dos series de extracciones directas
e inversas a la vez en el mismo lado, esto es, sobrepuestas).
El término cruzado (Leroi-Gourhan, Tixier et al.), que denota igualmente doble dirección, se reserva para el retoque
abrupto, donde las extracciones suelen ser poco o nada visibles “facialmente”. Lo inapropiado del uso de “bifaz” para
un retoque abrupto (obviamente cuando la técnica de obtención es bidireccional), ha sido señalado por algún autor
(cf. Bordes, 1965: 371). Por lo demás, emplearemos los términos genéricos “unidireccional” o “bidireccional” para referirnos a cualquiera de los retoques señalados.
DELINEACIÓN
Designa el dibujo que forma un borde creado por una línea de extracciones (Tixier et al.). En cierta manera, y al
igual que ocurre con la dirección, habría tres modalidades
básicas de delineación: rectilínea, cóncava y convexa, a partir de las cuales son posibles otros “dibujos” particulares, expresados con un solo vocablo, tal como consideran Tixier et
al. De las delineaciones “especiales” propuestas por estos
autores retenemos algunas y añadimos otras, definiéndolas
según la naturaleza simple o la articulación de las formas básicas que las originan:
-
-
28
Muesca: retoque (a veces una sola extracción; cf.
muesca “clactoniense”) de delineación cóncava, localizado lateralmente.
Denticulado: serie de muescas irregulares contiguas.
-
-
Sierra: serie de muescas regulares contiguas o adyacentes.
Escotadura: retoque cóncavo-rectilíneo unilateral,
normalmente amplio y abatiendo o adelgazando (en
sentido lateral) un extremo de la pieza.
Sinuoso: retoque cóncavo-convexo.
Pedúnculo: muescas o escotaduras bilaterales
opuestas en un extremo (= retoque cóncavo o cóncavo-rectilíneo bilateral).
Así pues, muescas, denticulados, escotaduras, pedúnculos, etc., constituyen rasgos morfológicos de gran significación tipológica resultantes de delineaciones particulares del
retoque. Como observación adicional, señalaremos que la
delineación, tal como la hemos entendido (siguiendo a Tixier
et al.), recorta este mismo criterio de Laplace y también lo
que es su “forma”, separada como otro carácter del retoque.
Dentro de la delineación, Laplace incluye en realidad dos
modalidades especiales (denticulada y escotada) y un simple
término de oposición a ellas (continuo o lineal); las delineaciones básicas (rectilínea, cóncava, convexa), por contra, las
refiere al criterio “forma”, donde retiene además la modalidad “sinuosa”, que no es más que la combinación de una
delineación cóncava y otra convexa. Éstas y otras particularidades es lo que ha hecho que consideremos más completa
y coherente la noción de delineación de Tixier et al. (hablar
de un retoque de delineación escotada y de forma cóncava,
si la concavidad es localizada, puede resultar una redundancia).
LOCALIZACIÓN
Señala el lugar ocupado, sobre una pieza, por las extracciones en función de una orientación (Tixier et al.). Es el
mismo criterio de Laplace y, en parte, la “situación” de Leroi-Gourhan.
Partiendo de un producto de talla con orientación convencional única (cf. Tixier et al.; Dauvois, 1976), y distinguiendo si el retoque afecta a los bordes (ret. de extensión
facial corta o larga) o a las caras (ret. invasor o cubriente),
para el primer caso las posibilidades genéricas de localización que retenemos responden a los términos unilateral, bilateral o multilateral. Un retoque unilateral puede interesar
el borde derecho, el izquierdo o el borde distal (Tixier et al.)
o transversal (Leroi-Gourhan, Laplace). Las dos primeras
localizaciones dan sentido al retoque “lateral” s.s., en su referencia a bordes que forman un ángulo con el eje largo de
orientación de la pieza menor de 45º (Laplace), sea este eje
el de talla o el funcional; para el borde distal o transversal,
el opuesto a la parte proximal de la pieza, el ángulo será mayor de 45º. En borde derecho o izquierdo, el retoque podrá
ser proximal, medial o distal (esto presupone un retoque de
extensión lateral parcial). En el borde distal o transversal, el
retoque, si parcial, podrá estar situado en la parte izquierda,
en el centro o en la parte derecha, por tanto, se hablará de un
retoque distal derecho, central o izquierdo. Los retoques bilaterales o multilaterales pueden presentar cualquier carácter
de los unilaterales, en cualquier combinación.
[page-n-40]
En determinadas piezas (lascas sobre todo), una fractura proximal puede originar un borde –funcional o no– en esa
parte, permitiendo oponer entonces un borde proximal a un
borde distal, que también pueden denominarse transversoproximal y transverso-distal. Proximal y distal, como términos genéricos, no pueden llevar a confusión si se especifica
que van referidos a bordes de esas localizaciones o a tramos
concretos de un borde lateral s.s. (derecho o izquierdo). Por
otro lado, y para un retoque en situación proximal, también
podrá emplearse el término basal (Tixier et al.).
Para el caso de afectación de las caras, un retoque se
definirá como unifacial o bifacial. Estas designaciones de
localización son complementarias de “unidireccional” y “bidireccional”, ceñidas las últimas a los retoques laterales s.s.
(retoques de extensión facial corta o larga, no invasores ni
cubrientes), al igual que el término “bifaz”.
ORIENTACIÓN
Criterio o carácter como tal utilizado exclusivamente
por Laplace, en el que se tiene también en cuenta la disposición convencional de la pieza. Atendiendo a esta disposición u orientación, y concretamente en relación con el eje
que la guía, un retoque lateral –derecho y/o izquierdo– podrá ser divergente o convergente, pero también paralelo
(aunque esto no suela expresarse), mientras que un retoque
distal o transversal será normal u oblicuo, en este segundo
caso inclinado a izquierda o a derecha. Divergencia o convergencia, para un retoque lateral, expresan igualmente inclinación, por lo que el término oblicuo podrá ser empleado
para una línea de retoque con estas disposiciones. Un ejemplo de retoque bilateral convergente lo representa el que
determina la punta de un taladro; para la normalidad u oblicuidad de un retoque distal o transversal, el ejemplo estaría
en la orientación de las truncaduras.
ARTICULACIÓN
Noción también de Laplace tomada en nuestro caso para definir un criterio particular, con el que recubrimos en
parte la “situación” de Leroi-Gourhan y la “repartición” de
Tixier et al. Para Laplace, orientación, localización, forma y
articulación serían elementos subsidiarios para la descripción del retoque, fuera de lo que entiende como criterios
fundamentales (modo, amplitud y dirección, con el complemento de la delineación).
En base, pues, a la articulación, o forma cómo se desarrolla una línea de extracciones o se vinculan diferentes líneas sobre un mismo borde –principalmente–, un retoque
podrá ser continuo, discontinuo o sobrepuesto. La articulación también puede considerarse entre dos bordes afrontados (retoque opuesto); sin embargo, entre un borde lateral y
otro transversal el descriptor de Laplace para el retoque resultante (“compuesto”) no tiene mayor interés más allá de la
intencionalidad con que concibe su criterio de articulación
(sistema, a base de signaturas abreviadas, para el inventario
formalizado de los retoques). El retoque en “doble bisel”,
propio de determinadas armaduras geométricas, constituiría
un ejemplo de articulación sobrepuesta; el retoque “alterno”,
frecuente en piezas laminares con simples retoques laterales,
un ejemplo de articulación opuesta.
REGULARIDAD
Indica este carácter para una línea “lateral” de extracciones (retoque regular), o el carácter contrario (retoque
irregular). Los términos son aplicables igualmente a un retoque facial (Leroi-Gourhan). Tixier et al. incluyen la regularidad o la irregularidad en la “delineación”, al lado de los
descriptores rectilíneo, cóncavo y convexo. Una delineación,
por supuesto, puede ser, a un nivel genérico, regular o irregular, pero también pueden serlo, dada una línea de retoque,
la inclinación de las extracciones, su amplitud, extensión facial, dirección, tamaño, etc. Es, pues, en la estimación conjunta de todos o parte de estos caracteres en lo que ciframos
la regularidad o irregularidad de un retoque.
ASPECTO
Va referido a la forma de las extracciones, consideradas
aisladamente o integrando líneas en principio “regulares”.
Es parcialmente la “morfología” de Tixier et al.
Según este criterio, un retoque será arqueado (extracciones de tendencia semicircular, someras), escamoso (extracciones en escama), escaleriforme (extracciones de cualquier
tipo, a menudo escamosas, solapadas o escalonadas), laminar
o sublaminar (extracciones de esta morfología, cuadrangulares o rectangulares, más o menos alargadas), astillado (extracciones generalmente amplias y en escama, recortándose,
aplastadas o machacadas en su punto de partida), raído (extracciones cortas y perpendiculares al filo, mordiéndolo). Estos términos dan cuenta de la mayor parte de las morfologías
de los retoques neolíticos y eneolíticos.
DISPOSICIÓN
Señala básicamente la orientación de las extracciones
con respecto al eje longitudinal de la pieza, sea el de talla u
otro convencional.
Como referente, este carácter es sobre todo válido para
los retoques laminares cubrientes, “regulares”, que pueden
presentar una disposición transversal (perpendicular al eje)
u oblicua, en este segundo caso en forma de bandas (en
écharpe) o en forma de galón (en chevron).
Aparte de la orientación según el eje, estaría la de las
propias extracciones entre sí, con dos posibilidades: paralela o subparalela. Tixier et al. consideran los términos descriptivos paralelo y subparalelo dentro de la “morfología”
(nuestro “aspecto”), y si no los hemos contemplado allí es
porque creemos que indican mejor un carácter de orientación (laminar y sublaminar sustituirían a ambos términos
con mayor sentido).
TAMAÑO
Tal como apunta Brézillon (1977: 112), es corriente que
se empleen calificativos del tipo pequeño, grande, corto,
29
[page-n-41]
etc., para describir los retoques, aunque raramente se llenan
de contenido “métrico”. Para el tamaño, pueden ser válidas
en principio las medidas de Leroi-Gourhan, basadas en la
anchura de las extracciones. Así, un retoque o extracción será muy grande (anchura ≥ 20 mm), grande (entre 15 y 20
mm), mediano (entre 6 y 15 mm), pequeño (entre 2 y 6 mm).
De todas maneras, habrá de tenerse en cuenta la tipometría
inherente a cada conjunto industrial.
PROPORCIONES
Los criterios métricos los aporta nuevamente LeroiGourhan, a partir de la relación longitud/anchura que muestran las extracciones. Según esta relación, las proporciones
podrán ser: corta (1/2 longitud x 1 anchura), media (1 x 1),
larga (2 x 1), laminar (más de 3 x 1). Estas medidas complementan de algún modo el sentido sólo cualitativo de los
descriptores utilizados para la extensión facial del retoque.
Tipos de retoques
Mediante la serie de criterios expuesta pueden describirse o definirse prácticamente todos los tipos de retoques
con independencia del contexto cronocultural. Algunos de
estos criterios son puramente “descriptivos”, en su referencia a la localización, orientación, articulación, extensión,
dirección y regularidad de las extracciones o líneas de extracciones; otros son más “morfotécnicos”, al incidir directamente sus descriptores en las morfologías conferidas por
el retoque, caso de la inclinación, amplitud, delineación, aspecto y disposición, teniendo por tanto una mayor repercusión tecnofuncional. Desde el punto de vista estilístico, son
importantes la delineación y la disposición. Un pedúnculo,
por ejemplo, en tanto que delineación especial, puede ser
resuelto formalmente de diversas maneras, pudiendo tener
esas soluciones significación temporal y/o espacial, es decir, una impronta “cultural”. Y lo mismo sucede con la disposición u orientación de un retoque laminar cubriente,
según la solución también por la que se opte (bandas transversales, oblicuas en écharpe, en chevron, etc.).
Más que analizar los criterios descriptivos en sí, conviene detenerse en los tipos de retoques que permiten definir y cómo, en concreto los de mayor incidencia en las
colecciones estudiadas, a modo de primera presentación. El
principal retoque del Neolítico antiguo, por recurrencia, es
el que denominamos “retoque marginal”, nombre que hace
alusión exclusivamente a la extensión facial. Puede describirse, empleando todos los criterios y descriptores cualitativos, como un retoque de inclinación oblicua, a veces de
tendencia semiabrupta (sin formar dorso); de amplitud y de
extensión facial marginal o muy marginal; de extensión la-
9
Tanto es así que determinados autores (cf. Gusi y Olaria, 2006) han visto la necesidad de incluir este tipo de retoque en el sistema de Laplace para caracterizar un grupo de geométricos, los de doble bisel, integrado en el
“Orden” de los retoques planos.
30
teral total o parcial; de cualquier dirección (raramente bifaz); de delineación rectilínea; de cualquier localización lateral s.s. (unilateral o bilateral en hojas u hojitas, más
multilateral en lascas); de orientación paralela en soportes
laminares, más normal u oblicua en lascas; de articulación
continua o discontinua (raramente sobrepuesta) si unilateral, opuesta si bilateral (“compuesta” también en lascas: lateral derecha y/o izquierda más transversal); regular, de
aspecto arqueado y de disposición paralela o subparalela.
En esencia, el retoque marginal quedaría definido por su estricta lateralidad, su regularidad y aspecto arqueado, su escasa amplitud y extensión facial, y por no formar nunca las
extracciones –en su inclinación– un dorso marcado. Dichas
características lo incluirían dentro del modo “simple” de
Laplace, y si ha sido individualizado es porque llega a determinar –como rasgo primario y exclusivo– y a nominar un
grupo tipológico específico en nuestro repertorio (cf. Hojas
y hojitas con retoque marginal).
El “retoque abrupto” (mismo modo de Laplace) es otro
de los retoques neolíticos y eneolíticos importante, designado directamente por la inclinación. En su localización lateral s.s., define a las piezas con “dorso” (borde abatido), y
en la transversal, a las truncaduras y bitruncaduras. En el
caso de las bitruncaduras específicamente geométricas, por
ejemplo, el retoque abrupto (o semiabrupto) puede presentarse en cualquier dirección, incluidas la alternante y la
cruzada, y en cualquier combinación en términos de articulación opuesta. En ocasiones, la truncadura de un geométrico (o el “dorso”; cf. segmentos) puede estar complementada
por extracciones –totales o parciales– de inclinación oblicua
o plana (rasante) en dirección contraria (articulación sobrepuesta), lo que da pie, cuando la truncadura es semiabrupta
(o el dorso), a hablar de un retoque en “doble bisel”, en
sentido amplio. En sentido estricto, el doble bisel lo constituiría la sobreposición de dos retoques oblicuos, o de un retoque oblicuo y otro plano; si éste último es de extensión
facial profunda, dará lugar al doble bisel “invasor” (cf. Fortea, 1973: 57-58). El doble bisel, por tanto, es un tipo especial de retoque que, aplicado a armaduras geométricas,
encuentra poco acomodo entre los modos de Laplace.9
Dentro de los retoques laterales hay que anotar también
el que llamamos “retoque plano o sobreelevado”, propio del
Neolítico final y Eneolítico, y que como el retoque marginal, en su restricción a soportes laminares, determina y nomina un particular grupo tipológico. En principio, los
apelativos de “plano” y “sobreelevado”, aplicados a un mismo retoque, pueden revestir cierta inconsistencia, ya que en
Laplace (del que tomamos prestado el segundo de ellos)
ambos términos designan dos modos de retoque diferentes,10 además de no corresponder a un mismo criterio o carácter descriptivo. Esto no obstante, hay que tener presente
10 En versiones más recientes de la tipología analítica laplaciana (cf. la grille de 1986; Laplace, 1987), el modo “sobreelevado” ha sido suprimido al
considerarlo una variedad del simple.
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la consideración que hacíamos del retoque plano, en los comentarios al criterio de inclinación, de que no se trataría
tanto de una incidencia angular como de una modalidad
“técnica” de conformación. Desde esta perspectiva, plano y
sobreelevado serían calificativos referidos a un mismo tipo
de retoque, actuando sobre una pieza delgada o sobre una
pieza espesa. A partir de los criterios más esenciales, el
retoque plano o sobreelevado puede describirse/definirse
como un retoque lateral y en amplio sentido regular, de inclinación plana o rasante (en piezas delgadas) u oblicua
(en piezas espesas), de extensión facial marginal o profunda, de extensión lateral generalmente total (en articulación
continua), de cualquier dirección (normalmente directa; en
algunos casos bifaz y más raramente inversa o alternante),
y de aspecto laminar o sublaminar, escamoso o escaleriforme (esta última morfología en piezas sobre todo espesas).11
El retoque plano, como técnica de conformación, adquiere
todo su sentido en las puntas de flecha y sus esbozos de fábrica, al adelgazar o “aplanar” y regularizar también el soporte de partida mediante extracciones que suelen afectar a
la totalidad de las dos caras. Se hablará entonces de un retoque plano cubriente bifacial, que será regular o irregular,
según las extracciones sean laminares profundas y paralelas
(arrancando de ambos bordes) o no. Más precisiones sobre
los tipos de retoques aquí presentados serán realizadas en el
momento oportuno, y sobre otros de los que no se ha hecho
mención expresa (p.e., retoque astillado).
11
Así definido, nuestro retoque se acercaría al “escaleriforme plano” y al
“laminar” de Bernaldo de Quirós et al. (1981: 22).
31
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III. REPERTORIO TIPOLÓGICO
El catálogo o repertorio tipológico que presentamos tiene por base la tipología de Fortea (1973) para el Epipaleolítico del mediterráneo peninsular español, adaptada a los
periodos aquí considerados (Neolítico, Eneolítico, Edad del
Bronce). Como iremos viendo, dicha adaptación o remodelación ha supuesto la creación de nuevos grupos tipológicos,
dando esta entidad, por su significación en los conjuntos estudiados, a determinados “tipos primarios” contemplados individualmente en la lista de Fortea (grupo de Diversos),
siguiendo el principio habitual de la tipología morfológica;
ha supuesto también la supresión de algún grupo como tal
(cf. Buriles), en base al mismo principio, además de la fusión de algunos de ellos y la reducción o ampliación de clases y tipos en otros.
Nuestra propuesta de repertorio consta de los 17 grupos
siguientes: Raspadores, Perforadores y taladros, Piezas con
borde abatido, Muescas y denticulados, Truncaduras, Geométricos, Hojas u hojitas con retoque marginal, Hojas u hojitas con base estrechada, Hojas u hojitas con retoque plano
o sobreelevado, Puntas de flecha, Esbozos y preformas foliáceos, Placas retocadas, Sierras y dientes de hoz, Piezas astilladas, Lascas retocadas, Piezas con señales de uso o filo
embotado, Diversos.
El total de tipos, variable por grupo (mínimo de 3, en
placas retocadas, y máximo de 47, en puntas de flecha), asciende a 196, un número alto pero no exagerado para un repertorio que recubre del Neolítico antiguo a la Edad del
Bronce, teniendo en cuenta que el catálogo por ejemplo de
Binder (1987), concebido exclusivamente para el Neolítico
antiguo provenzal, reúne 117 tipos en su versión amplia, o
que el de Vaquer (1990), para el Neolítico y Eneolítico del
Languedoc occidental, contiene 445 tipos repartidos en 89
grupos o clases.
Como en Fortea, e igualmente en Tixier (1963), “grupo”
y “tipo” constituyen los dos únicos niveles taxonómicos explícitos de organización del repertorio, quedando implícitos
otros niveles como puedan ser los de “subgrupo”, “clase”,
etc. Dentro de cada grupo, y al modo de Fortea, los tipos se
identifican con un número de orden correlativo, interno,
añadido a la sigla general que proporciona el nombre del
grupo.
El orden de los grupos en el repertorio es en cierta manera “cronológico”, ya que atiende, para aquellos grupos
comunes (los seis primeros), a la misma sucesión establecida en la lista “epipaleolítica” de Fortea, siguiendo a continuación los grupos de signo más específicamente Neolítico
antiguo (hojas u hojitas con retoque marginal y con base estrechada; los “taladros” también entrarían aquí, si bien han
sido unidos como subgrupo a los perforadores), los de signo
Neolítico final/Eneolítico (hojas u hojitas con retoque plano
o sobreelevado, puntas de flecha, esbozos y preformas foliáceos, placas retocadas) y los de Bronce antiguo (sierras y
dientes de hoz). Con los cuatro últimos grupos (de piezas astilladas a diversos) se pierde prácticamente el orden cronológico, ya que en su globalidad, o según la diferente entidad
de los tipos internos (caso de lascas retocadas y diversos),
estos grupos pueden tener un carácter cronocultural más decantado hacia una u otra de las fases o etapas referidas.
Existe igualmente en el repertorio una jerarquía explícita de los caracteres o atributos de clasificación, en base a
la preeminencia dada a un carácter en detrimentro de otros.
Según esta concesión, en el nivel más elevado se encontrarían los atributos esenciales que determinan los siguientes
tipos primarios y sus grupos o clases correspondientes (cuadro 3): raspador, perforador/taladro, geométrico, pieza con
retoque plano o sobreelevado, punta de flecha, esbozo o
preforma foliáceo, placa retocada, diente de hoz, pieza astillada, además de buril, microburil, pieza de corte distal y
puñal (estos últimos tipos incluidos en el grupo de diversos). La combinación de atributos de este primer nivel daría
lugar en principio a útiles o tipos compuestos (raspador-buril,
raspador-taladro, etc., morfologías posibles –éstas u otras–
33
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Nivel
1
2
3
4
5
Carácter esencial
Frente de raspador
Apuntamiento bilateral por retoque abrupto
Bitruncadura s.l. o dorso curvo perfilando una forma geométrica
Retoque plano o sobreelevado lateral
Morfología foliácea s.l. por retoque plano bifacial
Morfología subfoliácea por retoque plano unifacial o bifacial
Retoque bifaz sobre flanco de recorte tabular
Denticulación regular
Retoque astillado
Faceta de golpe de buril
Muesca y faceta de golpe de microburil
Filo por faceta natural o intencional unifacial o bifacial
Morfología lanceolada por retoque plano unifacial o bifacial
Borde abatido o dorso por retoque abrupto
Frente por retoque abrupto o truncadura
Escotadura o abatimiento parcial oblicuo proximal y/o distal
Muesca o denticulación irregular
Retoque marginal
Embotadura o retoque no sistemático lateral
Tipo primario
Raspador
Perforador / taladro
Geométrico
Pieza con ret. plano / sobreelevado
Punta de flecha
Esbozo o preforma foliáceo
Placa retocada
Sierra o diente de hoz
Pieza astillada
Buril
Microburil
Pieza de corte distal
Puñal
Pieza con borde abatido
Truncadura
Pieza con base estrechada
Muesca / denticulado
Pieza con retoque marginal
Pieza con filo embotado
Cuadro 3.- Jerarquía de los caracteres de clasificación.
pero no observadas en los conjuntos analizados). Hay, empero, excepciones conscientes, como la determinada para la
asociación de un frente de raspador y un retoque plano o sobreelevado lateral en grandes piezas laminares, donde se ha
optado por primar el segundo de los caracteres; del mismo
modo, el “astillamiento”, en cualquier asociación, tampoco
originará un tipo compuesto (ambas decisiones serán explicadas en su momento).
Un nivel por debajo se situarían los tipos primarios: pieza con borde abatido, truncadura y pieza con base estrechada. Para la combinación de rasgos determinantes a este nivel
(p.e., borde abatido y escotadura proximal), se ha dado prioridad, a la hora de la clasificación, al carácter que se ha
creído más significativo (en el ejemplo señalado, a la escotadura proximal). La asociación de rasgos de este nivel con
los del superior, o los de ambos con los de los niveles inferiores, es más frecuente (p.e., en el primer caso, truncadura
y denticulación regular, borde abatido y frente de raspador;
en el segundo, escotadura distal y embotadura, frente de raspador y retoque marginal, etc.); la regla es que un carácter
34
esencial o primario en un determinado nivel siempre revestirá la condición de secundario, si comparece, en un nivel
más elevado.
En los grados más bajos del escalafón estarían, en un
tercer nivel: el tipo muesca/denticulado; en un cuarto: pieza
con retoque marginal; y en un quinto: pieza con señales de
uso o filo embotado.
Una observación que conviene hacer, por último, es que
el repertorio ha pasado por diferentes fases o etapas de elaboración, más o menos distanciadas en el tiempo, siguiendo
un proceso constante de maduración de ideas y criterios.
Quiere esto decir que el repertorio podría ser ahora mismo retocado y mejorado, de acuerdo con ese proceso de reflexión
continuada. La solución que finalmente hemos tomado es la
de presentarlo en una de sus últimas versiones, pero anotando, eso sí, algunos de los cambios susceptibles de efectuar,
sobre todo en lo que se refiere a reducciones o simplificaciones de tipos. Las sugerencias a este respecto serán apuntadas,
cuando proceda, al término de cada listado de tipos.
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RASPADORES
Grupo clásico y bien sistematizado en las tipologías
usuales del Paleolítico y Epipaleolítico (Sonneville-Bordes
y Perrot, 1954; Tixier, 1963; Rozoy, 1968; Fortea, 1973;
GEEM, 1975), recogido y adaptado en la mayor parte de repertorios, listados o inventarios generales para el utillaje neolítico y/o eneolítico (Andrés, 1978; Cava, 1984; Vallespí et
al., 1985b; GTC, 1985; Cahen, Caspar y Otte, 1986; Binder,
1987; Vaquer, 1990; Winiger, 1993; Honegger, 2001).
Sin embargo, los raspadores son poco comunes en las
industrias estudiadas, con unos valores medios del 0,5% en
la Cova de l’Or y del 1% en la Ereta del Pedregal (porcentajes sobre la totalidad de las respectivas muestras). Pese a
rehuir las clasificaciones extremas o forzadas, el mayor “tipismo” lo comportan los ejemplares de la Ereta, siendo bien
manifiesta, como se ha señalado en repetidas ocasiones, la
poca entidad –morfológica y numérica– de estas piezas en
contextos cardiales o epicardiales del Neolítico antiguo, al
menos en nuestro ámbito de trabajo (Juan Cabanilles,
1984).
Definición del grupo: Lascas, hojas u hojitas presentando en una al menos de las extremidades de talla, normalmente la distal, un frente más o menos redondeado, denominado
“frente de raspador”, obtenido por retoque oblicuo o semiabrupto, a veces de aspecto laminar, generalmente directo.
Los criterios básicos de definición del tipo primario “raspador” son, pues, la localización, la inclinación y la delineación del retoque que conforma la parte “característica” o
frente (la continuidad, la regularidad, etc., quedan sobreentendidas en la misma noción de frente), y sus límites la inclinación abrupta y delineación rectilínea –o también abrupta y
convexa– de dicho retoque (cf. truncadura rectilínea, truncadura convexa), posibles en piezas con un alto grado de uso.
en la medida que representan conjuntos de utillaje de amplio
espectro cronocultural.
Los raspadores de Or y Ereta, en su globalidad, responden a lo que puede considerarse tipos “simples” (de ahí también lo “elemental” de nuestra clasificación), sin rasgos
singulares o especiales en el frente o en otras partes del soporte que propicien un análisis de estilo, aparte de su escasa
incidencia. Los criterios de clasificación, pues, hay que valorarlos casi exclusivamente desde la tecnofuncionalidad, según el fundamento, ya expuesto, de que la traceología es la
que permite discriminar aquellos atributos morfotécnicos
con mayor significación funcional.
Los estudios de uso y función (traceología microscópica,
especialmente) han venido a demostrar que un gran porcentaje de lo que tipológicamente reconocemos como raspadores,
desde el Paleolítico superior hasta el Neolítico, se relaciona
con el trabajo de las pieles (Cahen y Caspar, 1984; Collin y
Jardón-Giner, 1993: 106; Ibáñez Estévez y González Urquijo, 1999: 9-11); enmangados o no, el frente constituye la parte activa o funcional básica (la que, en definitiva, preconcibe
al útil), y la acción de “raspar”, que supone una disposición
lineal del frente esencialmente transversal y una aplicación
en percusión oblicua apoyada (Leroi-Gourhan, 1988), en
corte positivo o negativo, se retiene como la manera más corriente de utilización (Semenov, 1981; Rigaud, 1977; Gassin,
1996). No obstante, otros usos y formas de empleo han sido
también señalados, en series prehistóricas (p.e., Rigaud,
ibíd.; Coqueugniot, 1983; Cahen y Caspar, 1984; Caspar y
Burnez-Lanotte, 1996 y 1997) o etnográficas (Yacobaccio,
1988), siendo interesante en el primer caso la identificación,
en industrias neolíticas (Coqueugniot; Caspar y Burnez-Lanotte), de raspadores empleados como azuelas (percusión
lanzada) en el trabajo de la madera. En nuestras series, sin
embargo, nada hace presumir una función semejante, bajo la
observación directa de las trazas macroscópicas que definen
Criterios de clasificación (cuadro 4):
- Clase de soporte (lasca / hoja u hojita).
- Para la primera clase, índice de espesor o grosor (lasca espesa / lasca delgada); para lascas delgadas, presencia o ausencia de retoques laterales (no retocada /
retocada).
- Para la segunda clase –soportes laminares–, presencia o ausencia también de retoque lateral (hoja u hojita no retocada / ídem retocada).
El grupo de los raspadores se presta a un pequeño ensayo crítico sobre el valor de los criterios de clasificación retenidos desde las perspectivas estilística y tecnofuncional,
ejercicio que restringiremos a este grupo y a los cuatro siguientes (perforadores y taladros, piezas con borde abatido,
muescas y denticulados, truncaduras), a modo de ejemplo y
Raspadores (R): sistemática de clasificación y siglas
tipológicas
Lasca
Espesa (R1)
Delgada
No retocada (R2)
Retocada (R3)
Hoja u hojita
No retocada (R4)
Retocada (R5)
Cuadro 4.
35
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tal uso (p.e., astillamientos en la cara ventral partiendo del
frente).1
Por lo que se infiere de los estudios traceológicos,2 el
espesor de los soportes, especialmente en lascas (apartado
en el que hacemos intervenir este atributo como criterio de
clasificación), parece tener una significación tecnofuncional
ligada al uso directo sin enmangue. Así parece desprenderse
de la observación realizada por Vila i Mitjà (1981: 32), en su
estudio de una serie de raspadores del Paleolítico superior
catalán, de que las piezas comportando desgaste de dedos
sin retoque se presentan siempre “carenadas”; o de Rigaud
(1977: 14), a propósito de los raspadores magdalenienses de
La Garenne, de que los mangos empleados (experimentalmente) se acomodan mejor a piezas delgadas y de grueso
medio que a piezas espesas. Aparte de esta significación relacionada con el enmangue, habría también aquella otra que
se refiere al uso y función diferenciados, en la medida que
los raspadores espesos o “macizos” parecen haberse destinado, más que al trabajo de las pieles, al de materiales duros, especialmente la madera, empleados a modo de eficaces
cepillos (Cahen y Gysels, 1983: 46; Caspar y Gysels, 1984:
200). Vale decir que, en estos casos, lo realmente importante es el espesor del frente, o, mejor aún, la robustez general
y regular de la pieza (parte funcional y cuerpo), porque si
bien es cierto que el grosor del soporte suele determinar el
propio del frente, no siempre es así (cf. fig. 1, nº 6). Después
de todo, el espesor del frente tiene bastante que ver con el
mayor o menor ángulo de la zona activa, factor considerado
esencial a la hora de estimar las capacidades de trabajo de un
útil.3 Independientemente o no de estas valoraciones, los raspadores espesos o “carenados” se contemplan en todas las
tipologías más usuales, incluidas las del Neolítico y Eneolítico (Binder, Vaquer, Winiger, etc.), en las que prácticamente el tipo se fija sólo para lascas estrictas –técnica y
dimensionalmente hablando– o productos nucleares. Esto es
del todo lógico si se tiene en cuenta el poco sentido que
reviste el criterio de espesor para soportes laminares (hojas/hojitas), dada la evidente estandarización tipométrica
–sobre todo del módulo de grosor, como ocurre en nuestro
caso– que suele revestir cualquier producción laminar.
El significado tecnofuncional de los retoques laterales
(criterio aplicado a lascas delgadas y hojas/hojitas) puede hallarse en relación bien con el uso sin enmangue de los raspadores –igual que apuntábamos para las piezas espesas–, bien
con enmangues específicos. En la primera posibilidad, la intención del retoque sería de suavizar los bordes extremada-
mente agudos a fin de permitir el apoyo de los dedos con el
mínimo riesgo de corte (Vila i Mitjà, 1981: 32); en la segunda, lo que se pretendería es eso mismo pero con la finalidad
de salvaguardar las ligaduras de sujeción del útil, si esa es la
forma particular de enastado (Rigaud, 1977: 31; MansurFranchomme, 1987: 304). De cualquier modo, la existencia
de retoques laterales en los raspadores puede valorarse desde
otro aspecto como es el grado de aprovechamiento de las piezas o soportes, siempre que dichos retoques, claro es, sean
resultantes –o estén en función– de otros usos específicos
(cf. Ibáñez Estévez y González Urquijo, 1999: 17-18). A señalar también que los raspadores sobre lasca u hoja/hojita retocadas constituyen un tipo común, en una u otra modalidad
–o en todas–, en los principales repertorios.
Sin ser en nada contradictorio, sino aumentando el interés que tiene el reflejo tipológico de los caracteres morfotécnicos secundarios, la ausencia de retoques sistemáticos o
señales de uso en los bordes de los raspadores ha sido interpretada como una posibilidad más de enmangue (ibíd.: 24).
Esta falta de trazas se atribuiría a la ocultación de buena parte del soporte por el dispositivo de sujeción, impidiendo, por
tanto, la utilización complementaria de los filos laterales,
circunstancias que, por otro lado, implicarían el abandono
total del útil una vez desenmangado y una forma de enmangue que no precise embotar dichos filos.
Un criterio que no retenemos, pero que tiene igual o mayor significación tecnofuncional que los sí aplicados, es el
que puede establecerse a partir de los módulos dimensionales de los raspadores, en concreto el módulo que permite separar piezas cortas de largas. Los traceológos son bastante
coincidentes a la hora de hablar de un límite inferior en la
longitud de estos útiles a partir del cual sea eficiente una
prensión directa o sea necesaria la mediación de un mango;
el convencimiento es que unas dimensiones reducidas hacen
indispensable esa mediación (Semenov, 1981: 170; Rigaud,
1977: 22; Vila i Mitjà, 1981: 32; Cahen y Caspar, 1984: 292;
Caspar y Cahen, 1987: 193; Mansur-Franchomme, 1987:
303, 305; Plisson, 1987: 129; Winiarska-Kabacinska, 1988:
51; Jardón y Sacchi, 1994: 428). La inferencia, empero, puede realizarse desde otras vías, toda vez que los desechos por
desgaste de raspadores enmangados es normal que originen
–dentro de un conjunto industrial dado– una serie específica
con tamaños repetidos –comparativamente “cortos”– determinados por la parte del útil inserta en el mango (Ibáñez
Estévez y González Urquijo, 1999: 24). Aparte de esto, la
longitud de los raspadores puede estar relacionada también
1
Con estas características, determinando un posible “raspador-azuela”, la
única pieza que conocemos en el ámbito valenciano proviene del yacimiento de Fuente Flores, adscrito a una fase avanzada del Eneolítico (Juan Cabanilles y Martínez Valle, 1988: fig. 6, nº 1).
2
Además de la bibliografía ya citada, y en cuanto a raspadores se refiere,
son importantes los trabajos de Bagolini y Scanavini, 1974; Vila i Mitjà,
1981; Plisson, 1982 y 1987; Mansur-Franchomme, 1987; Cauvin, Deraprahamian y Helmer, 1987; Winiarska-Kabacinska, 1988; Philibert, 1993 y
1994; Jardón y Sacchi, 1994; Jardón, 2000.
3
36
Aunque la información proporcionada por las piezas “arqueológicas”,
frente a las experimentales, no es tan clara respecto a la relación que puede
establecerse entre el ángulo del frente y la materia trabajada, ya que hay que
contar –principalmente– con las acciones de reavivado y las variaciones que
ello produce en la inclinación del filo activo, los traceólogos no se muestran
en exceso reticentes ante la posibilidad de tal correlación y el hecho de que
los ángulos “espesos” sean más apropiados para el trabajo de materias duras, especialmente asta, hueso y madera (Ibáñez Estévez y González Urquijo, 1999: 13-14).
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con una tarea concreta, si se supone –en los mismos términos anteriores– una elección de los soportes más largos para
el trabajo de materiales que hagan necesaria una refección
más frecuente del filo funcional; unos soportes más largos a
fin de prever un mayor tiempo de uso (ibíd.: 14-15, 22). El
problema, en nuestro caso, radica en el poco número de piezas disponible para fijar módulos de longitud operativos,
igual que ocurre, y hemos señalado anteriormente, para el
espesor del soporte en los raspadores sobre lasca. Aunque
para este último parámetro se ha optado por seguir –como
veremos– el criterio de Binder, para lo “corto” o lo “largo”
–siempre hablando de raspadores– pensamos que la propuesta de este mismo autor (Binder, 1987: 42, 43) basada en
un determinado valor de la relación longitud/anchura (l≥2a,
raspador largo; l<2a, raspador corto) no es demasiado viable
desde una perspectiva tecnofuncional; a nuestro parecer, el
módulo debería establecerse atendiendo a longitudes absolutas u otros índices de alargamiento.
No obstante, la aplicación de un criterio dimensional de
esta índole hubiera sido de algún modo factible en el caso de
considerar el tipo “fragmento de raspador” sobre soporte laminar (como sí hemos hecho en el subgrupo de los taladros),
entendiendo por tal piezas con fractura opuesta al frente y de
l<2a. Efectivamente, estas piezas podrían ser, en una proporción importante, “raspadores cortos” (intencionales o no),
aunque su significación tecnofuncional no vendría dada tanto por el tamaño en sí como por el propio estado de fractura.
Ibáñez Estévez y González Urquijo (1999: 24) han asociado
la fractura del soporte (no necesariamente definiendo piezas
“cortas”) una vez más con el enmangue: considerada como
gesto intencional, la fractura podría ser una manera de conformar el útil previamente al enastado; considerada como
accidente, la idea parte de que las piezas enmangadas están
expuestas a mayores riesgos de rotura a la altura del enmangue, bien durante el uso, bien durante la refección del filo.
De no ser éstas las causas de la fractura, los fragmentos de
raspador aún informarían sobre el estado de conservación de
la industria correspondiente (alteraciones postdeposicionales), aspecto que, en su necesidad de ilustración, viene dado
más explícitamente a través de otros grupos tipológicos.
Los problemas de “tipometría”, pues, son una constante
en toda construcción tipológica, constituyendo un buen ejemplo –si bien desde otras perspectivas que las aquí tratadas–
las cuestiones planteadas por Fortea (1973: 61) a propósito
de los conceptos “macrolítico” y “microlítico” aplicados a
las series de raspadores epipaleolíticos.
Por último, otros criterios que tampoco se retienen (el
poco número de muestras lo desaconseja de nuevo), pese a
encerrar cierto interés tecnofuncional, son aquellos que atañen a la curvatura y la delineación del frente. El caso más
notorio de delineación en principio “anormal” lo constituyen
los raspadores denticulados, a los que nos referiremos más
adelante, en el comentario al primero de los tipos establecidos. En cuanto a la curvatura del frente, sólo indicar que algunos autores han entrevisto una cierta correspondencia
entre este rasgo (su mayor o menor acentuación) y el tipo de
materia trabajada. En su estudio sobre los raspadores magdalenienses y azilienses de los yacimientos de Berniollo y
Santa Catalina, Ibáñez Estévez y González Urquijo (1999:
15) han observado que los frentes que trabajaron piel tienen
tendencia a presentar un frente más incurvado que los que
actuaron sobre materias óseas o madera. Esto se debería a
que “los raspadores curvados están mejor adaptados para el
raspado de materias blandas, ya que no dañan el material y
su forma permite ejercer la presión con efectividad, al acoplarse el filo a las deformaciones que se producen en esta
materia flexible durante el trabajo” (ibíd.).
Tipos:
Raspador sobre lasca espesa (R1)
Lasca técnica, fragmento de lasca u otro producto no laminar, de espesor igual o superior a 8 mm, presentando un frente
de raspador en uno de los extremos (fig. 1, nº 1, 2, 3 y 6).
El valor límite de espesor o grosor para las lascas, como hemos indicado anteriormente, ha sido tomado de Binder (1987: 39),
ya que el poco número de raspadores sobre estos soportes –o los laminares– en las industrias estudiadas impide en nuestro caso mayores precisiones tipométricas; por otra parte, los raspadores
“espesos” se dan prácticamente en la Cova de l’Or, por tanto, en
una industria bastante cercana a la valorada por Binder (Neolítico
antiguo provenzal). Normalmente, los raspadores espesos no comportan retoques laterales (no suelen ser necesarios en términos de
acomodamiento para la prensión [Vila i Mitjà, 1981: 32]), por lo
que la pieza nº 6, con un retoque plano/sobreelevado bien definido
en el borde derecho y trazas probables de uso, podría responder a
un útil compuesto (¿raspador-raedera?), aunque según la jerarquía
de caracteres tenida en cuenta, el retoque plano/sobreelevado, fuera de los grandes soportes laminares, no es equiparable al frente de
raspador; la pieza nº 3, también con un retoque lateral derecho que
prolonga el frente, se acercaría a los raspadores circulares (tipo reflejado en las listas del Paleolítico superior y Epipaleolítico, y en
algunas del Neolítico y Eneolítico: Andrés, Grupo de Trabajo de
Caspe, Vaquer, Honegger, Winiger, etc.). Algunos ejemplares, sobre todo de la Cova de l’Or (nº 1 y 2), pueden presentar el frente ligeramente denticulado. Esta morfología, contrariamente a lo que
pudiera parecer, no supone un hándicap para la expresa función que
se atribuye comúnmente a los raspadores (considerado el trabajo de
las pieles): Gassin (1996: 179) cita una serie de piezas, analizadas
por Beyries, con borde convexo denticulado y con pulido microscópico de piel fresca; también Otte (1988: 235), valorando algunos
resultados de Keeley, se refiere a esto mismo cuando, a propósito
de la relación entre tipología y función, señala que variaciones morfológicas secundarias o menores pueden recibir una interpretación
funcional significativa, como sería el caso de las denticulaciones
del frente de ciertos raspadores, muy apropiadas para “enganchar”,
mediante la acción de raspado, los residuos orgánicos de pieles asimismo frescas; y de igual modo, Cahen y Gysels (1983: 45) señalan la existencia de raspadores denticulados usados en el trabajo de
la piel en ese mismo estado. En cierta manera, estas constataciones
“funcionales” darían sentido (otro más que el puramente morfotécnico) a la consideración del tipo “raspador denticulado” en determinados repertorios (Tixier, Rozoy, Fortea; Grupo de Trabajo de
Caspe). Por nuestra parte, si no hemos aislado esta variante tipológica es por la consabida escasez de muestras.
Raspador sobre lasca delgada (R2)
La lasca soporte es de espesor inferior a 8 mm y sin retoques laterales (fig. 1, nº 5 y 12).
37
[page-n-49]
La pieza nº 5 recordaría a un raspador en hombrera u hocico,
tipo “paleolítico” recogido también en algunos listados o inventarios para el Neolítico/Eneolítico (Vallespí et al., Grupo de Trabajo
de Caspe, Vaquer).
Raspador sobre lasca delgada retocada (R3)
Tipo anterior con retoque(s) en uno o ambos bordes laterales, de cualquier inclinación, amplitud, dirección, delineación, etc. (fig. 1, nº 7).
La pieza de ejemplo presenta un retoque plano-escamoso, unilateral (borde derecho) y bifacial, además de extraciones aisladas
de “uso”, también bifaciales, en el borde opuesto.
Raspador sobre hoja u hojita (R4)
Soporte técnicamente laminar mostrando un frente de
raspador en uno de los extremos, sin retoques laterales
(fig. 1, nº 4).
La pieza figurada, un raspador entero o completo (el extremo
“basal”, el opuesto al frente, es el natural de talla), se halla elaborada sobre una hoja (a>1,2 cm), constituyendo un buen ejemplo de soporte laminar técnico, si bien sus dimensiones no son “laminares”
38
(no cumple el criterio tipométrico convencional l≥2a). Se clasificaría como raspador “corto” en la tipología, por ejemplo, de Binder.
Raspador sobre hoja u hojita retocada (R5)
Tipo anterior con retoque(s) en uno o ambos bordes laterales, de cualquier inclinación, amplitud, dirección, delineación, etc. (fig. 1, nº 8, 9, 10, 11 y 13).
La pieza nº 8 comporta un retoque abrupto directo en el borde
derecho (el tipo “raspador sobre lámina con borde abatido” existe en
la tipología de Tixier), además de otro retoque marginal “sinuoso” en
el lado opuesto; retoque también marginal, uni o bilateral, muestran
las piezas nº 9, 11 y 13 (ésta última corresponde, como soporte, a
una hoja con restos de cresta), mientras que la nº 10 presenta un retoque plano/sobreelevado bilateral directo y extracciones planas, en
parte invasoras, en la cara inferior. Las piezas nº 8, 9 y 11, con fractura basal, son de módulo l<2a. Algunas de ellas deben ser verdaderos “fragmentos” de raspador (nº 9 y 11), pero también podrían s erlo
las de módulo l≥2a y con fractura igualmente basal (nº 13). Aplicando el criterio de Binder, esta última pieza sería un raspador
“largo”, mientras que las dos primeras raspadores “cortos”. Sin embargo, la nº 8, de l<2a, también sería un ejemplar corto, y sólo hay
que comparar su longitud absoluta con la de la nº 13 para ver la inconsistencia de este criterio dimensional en términos tecnofunci onales o en cualesquiera otros, como ya exponíamos anteriormente.
[page-n-50]
Fig. 1.- Raspadores.
39
[page-n-51]
[page-n-52]
PERFORADORES Y TALADROS
Perforadores y taladros representan sendos subgrupos,
“tradicional” el primero, no tanto el segundo, integrados en
una misma familia tipológica. En las industrias estudiadas,
ambos conjuntos de piezas se muestran con valores de representación muy dispares y, en el caso de los taladros, con
una gran significación cronocultural. Morfotécnicamente, el
rasgo compartido e integrador de estos útiles lo constituye
–en expresión muy amplia– el apuntamiento de un extremo
por retoque bilateral, generalmente abrupto, determinando la
parte “característica” y, al mismo tiempo, la parte funcional
explícita.
Para estos dos conjuntos de útiles haremos una excepción
con respecto al esquema general que seguimos en el tratamiento de los grupos tipológicos, presentándolos por separado.
Perforadores
Definición, clasificación:
La distinción entre perforadores y taladros, siguiendo las
sugerencias de Cauvin (1968: 115), atiende a criterios estrictamente morfológicos. Los perforadores responden al concepto clásico del tipo (Sonneville-Bordes y Perrot): “Lasca,
lámina [hoja] o laminita [hojita] presentando un saliente
aguzado recto, desviado o incurvado, de dimensiones pequeñas, netamente despejado por retoques bilaterales” (Fortea, 1973: 67).
Condición indispensable para la consideración de un
perforador, en unas industrias como las estudiadas donde no
parece existir una diferenciación tecnofuncional entre estas
piezas y los taladros, es el destaque de la punta o saliente de
forma clara y marcando un espaldón u hombro –también
más o menos neto– simple o doble. Esta punta despejada
puede ser relativamente estrecha y aguzada (en comparación
con los taladros), pero siempre de longitud inferior a la del
resto del cuerpo del soporte de donde parte. En los escasos
perforadores constatados (tres piezas en la Cova de l’Or y
dos en la Ereta, esto es, en las colecciones básicas de referencia), el retoque de apuntamiento es siempre abrupto. El
reducido número de efectivos, por otra parte, nos ha llevado
a incluir aquí alguna pieza que pasaría por bec o “perforador
atípico” en el sentido también clásico del tipo, y, asimismo,
a jugar con un único criterio de clasificación interna: la naturaleza del soporte (lasca / hoja u hojita).
Taladros
Definición, caracterización, aspectos terminológicos:
Los taladros (mèche de foret), descritos primeramente
por Gobert (1952: 34) y definidos tipológicamente por Tixier (1963: 66), los entendemos, tal como expusimos en su
día (Juan Cabanilles, 1984: 80), en el sentido señalado por
Cauvin (1968: 154), autor que amplió la definición de estos
útiles. Se trataría, pues, simplificando y matizando levemente los términos de Cauvin, de “hojas u hojitas, raramente lascas, parcial o totalmente apuntadas por retoque abrupto
bilateral”.
Las características morfotécnicas de los taladros estudiados permiten una serie de precisiones tipológicas que
anotamos a continuación. Cuando el apuntamiento es parcial, es decir, cuando éste no afecta –considerados los dos
bordes retocados– a más de la mitad de la longitud total de
la pieza (en piezas de l>2a), dicho apuntamiento no debe
dibujar un espaldón (simple o doble) tan marcado como en
los perforadores s.s. (p.e., fig. 2, nº 7 y 12); esto, en cambio, es admisible en piezas donde la parte apuntada es mayor que el resto del cuerpo en reserva (cf. “taladros de base
ensanchada”, de Cauvin). En algunos de los casos de parcialidad (p.e., fig. 2, nº 7 y 10; fig. 3, nº 1), el retoque de
la punta, siempre abrupto, puede continuarse hacia la zona
inferior del soporte, interrumpida o ininterrumpidamente,
por retoques de otra inclinación (oblicuo, semiabrupto) y
dirección (cf. “taladros de retoque mixto”, de Cauvin). Esta peculiaridad puede darse también en taladros de punta
“larga” (p.e., fig. 3, nº 14 y 16), en los que es suficiente
que uno sólo de los lados se halle abatido, unidireccionalmente, en una porción superior a la que pueda restar “bruta” (p.e., fig. 3, nº 9 y 13; fig. 4, nº 2 y 3). A un nivel más
descriptivo, el retoque de apuntamiento, en cuanto a la dirección, suele ser directo o alterno, muy raramente inverso
(fig. 4, nº 9), pudiendo conferir a las piezas (normalmente
de punta larga, si bien en pocos casos) una forma “estirada” más regular por el paralelismo de los bordes (p.e.,
fig. 3, nº 4, 7 y 10; fig. 4, nº 7); contrariamente, en los taladros de punta “corta”, ésta puede presentarse con una
morfología “triangular” bien aparente (bordes de apuntamiento marcadamente oblicuos), sin espaldón pronunciado
(p.e., fig. 2, nº 7 y 11). Las bases, obviamente la parte
opuesta a la “punta”, pueden estar acomodadas por retoque, definiendo truncaduras y adelgazamientos laterales o
faciales –principalmente–, o pueden mostrar los rasgos naturales de talla (extremo proximal o distal) o superficies
netas de fractura.
La entidad numérica de los taladros (cerca del 3% en la
Cova de l’Or y el 0,45% en la Ereta, para el total de las respectivas industrias), no va pareja –tal como ya hemos avanzado– con su significación cronocultural, ya que se trata de
unos útiles desconocidos con anterioridad al Neolítico antiguo, al menos en el territorio valenciano, si bien esto mismo
puede hacerse extensible al resto de la península Ibérica y a
otros espacios europeos.4 Es cierto que la inclusión del tipo
mèche de foret en el repertorio de Tixier (1963) para el epipaleolítico magrebí podría suponer un carácter “precoz”
41
[page-n-53]
tatus, llegado el caso, pueden revestirlo otros útiles relacionados con la perforación que se recogen bibliográficamente
bajo el nombre de “escariadores” (alésoir), “terrajas” (taraud), etc. Concluiríamos esta pequeña digresión observando que la denominación de taladro es totalmente apropiada
para las piezas que así consideramos porque las más sugerentes de ellas, en su estado de configuración, son enteramente un taladro. Habría aquí, por consiguiente, una
“coincidencia” de lo morfodescriptivo con lo morfotipológico (al fin y al cabo, toda tipología se funda en una morfología analítica previa que es normal que quede plasmada en la
definición final de los tipos).
(preneolítico) para estas piezas, aunque es igualmente cierto
que los contextos de aparición de las mèches magrebíes no
estarían demasiado bien definidos.
Bien establecida en cambio la entidad tipológica de los
taladros en el trabajo ya clásico de Cauvin (1968) sobre el
utillaje neolítico del litoral libanés, lo que ha tenido desigual
fortuna es la utilización del particular nombre acuñado. Un
primer ejemplo, que referimos por la proximidad espacial y
cronológica que conlleva, lo constituye el repertorio de Binder (1987) para el Neolítico antiguo provenzal, donde los taladros (sin esta denominación explícita) encuentran su lugar
en un grupo genérico de “bordes abatidos abruptos” y en una
clase de “piezas con dos bordes abatidos”, todo coherente, al
fin y al cabo, con el criterio tecnológico que inspira la tipología de este autor. El caso de Binder puede ser un tanto especial, porque en una gran parte de trabajos los taladros
suelen aparecer recogidos bajo la rúbrica –genérica o no– de
“perforadores”. Un segundo ejemplo que traemos a colación, para abundar en estas cuestiones terminológicas y
formales, es el estudio de Cahen, Caspar y Otte (1987) dedicado a las industrias líticas del neolítico danubiense belga.
Dichos autores, dentro de un grupo así denominado
(perçoirs), incluyen, además de perforadores s.s. sobre lasca
u hoja, otras piezas que responden al nombre de “hojas
apuntadas”, “picos” (becs), perforadores con “taladro triedro”, “escariador” (alésoir), etc., y que no serían otra cosa
que distintas variantes del tipo que reconocemos como taladro. En esta disparidad de términos y semántica habría dos
vertientes del problema que conviene asimismo aclarar. La
primera es la que deriva de una consideración de las piezas
que catalogamos como perforadores, taladros, becs, etc., en
tanto que útiles funcionales; la segunda, la que parte de una
consideración estrictamente morfotipológica. Si bien ambas
vertientes es lógico que se confundan, desde la primera de
ellas, el término “perforador” se entendería como un apelativo genérico para aquellos útiles que horadan o perforan;
unos útiles en los que se identifica una parte activa conformada que puede, según los casos, afectar o no a toda la pieza, y que suele recibir el nombre específico de “taladro” o
“broca” (mèche). Dicho de otro modo, “taladro” sería aquí
un término que describe y determina una parte del útil “perforador”. Y esto es lo que parece desprenderse de locuciones
tales como: “perforador con broca” (Semenov, 1981: 155),
“perforador con taladro triedro” (Cahen, Caspar y Otte,
1987: 278, fig. 12), “escariador [alésoir] con taladro proximal corto” (Caspar y Burnez-Lanotte, 1996). Desde la segunda perspectiva, y sin entrar a discutir la idoneidad de los
términos, perforador y taladro serían denominaciones de
unos morfotipos bien establecidos, de unas entidades formales con definiciones explícitas (cf. Cauvin), y este mismo es-
En nuestro caso, ya hemos visto que se les ha dado la
categoría de subgrupo a estos útiles y respetado la denominación morfotipológica con que fueron reconocidos. La clasificación interna que proponemos se basa en la realizada en su
momento por Cauvin, aunque evidentemente personalizada
de acuerdo con las particularidades morfotécnicas anteriormente anotadas y las justificaciones tecnof uncionales que se
expondrán más adelante. El primer criterio aplicado atiende al
tipo de soporte (lasca / hoja u hojita). Los taladros sobre lasca suelen ser raros (tres ejemplares en la Cova de l’Or y uno
en la Ereta), por lo que basta un único tipo para reflejarlos.
Para las piezas sobre soportes laminares se parte de lo que
consideramos el estado de integridad aparente, determinado
por la ausencia o presencia de fracturas y, en este segundo caso, por el módulo dimensional resultante, que permite separar
lo que también consideramos “fragmentos” de taladros (l<2a)
de modo convencional. Dado que la serie más importante de
taladros “laminares” (fracturados o no) corresponde a piezas
de módulo l≥2a, el establecimiento de los subsiguientes criterios de clasificación ha partido de la confección –para esta
clase dimensional en concreto–5 de una tabla de ocurrencias
morfológicas (variantes constatadas o posibilidades con denotata; tabla 1) en base al siguiente orden de caracteres morfotécnicos o tipométricos: 1) longitud de la punta (corta /
larga), 2) presencia o ausencia de “retoques mixtos”, 3) dirección del retoque de apuntamiento estricto (directo, alterno,
inverso), 4) acomodamiento o no de la base (rasgos contemplados para la primera posibilidad: truncadura, adelgazamiento facial –directo o inverso–, adelgazamiento lateral y
otros acomodamientos; para la segunda: base natural de talla
–extremo proximal o distal– y base fracturada).
Lo que refleja la tabla 1 podría ser ya en sí una propuesta viable de clasificación, pero se ha creído conveniente simplificarla a efectos de lo que, en principio, podemos
llamar una concisión del repertorio general. Para ello se ha
4
5
Remitimos, aunque sólo sea para constatar el significado de los taladros
como parte substancial del utillaje neolítico, a algunos compendios de estudios
o presentaciones sintéticas de industrias líticas europeas de esta cronología, realizados con motivo de reuniones temáticas (VV
.AA., 1987) o de la elaboración de atlas también temáticos (Kozlowski, dir., 1993; Guilaine, dir., 1998).
42
Criterios de clasificación:
Se han tomado conjuntamente los taladros “laminares largos” de Or y
Ereta. El número total de efectivos es de 44, de los cuales sólo 4 corresponden a Ereta, siendo todos éstos de punta larga (tres de retoque directo,
con base fracturada [1] o base acomodada [2]; el restante es de retoque alterno y base truncada).
[page-n-54]
Caracteres morfotécnicos
Punta corta
N
11
Caracteres morfotécnicos
Base adelgazada facialmente
N
1
Sin retoques mixtos
Retoque directo
Base natural
Retoque alterno
6
1
1
5
Base con otro acomodamiento
Base natural
Base fracturada
Retoque alterno
2
5
4
9
Base natural
Base fracturada
Con retoques mixtos
Retoque directo
4
1
5
2
Base truncada
Base natural
Retoque inverso
Base adelgazada lateralmente
2
7
1
1
Base natural
Base fracturada
Retoque alterno
Base natural
1
1
3
1
Con retoques mixtos
Retoque directo
Base con otro acomodamiento
Base natural
9
4
1
1
Base fracturada
Punta larga
Sin retoques mixtos
Retoque directo
2
33
24
14
Base fracturada
Retoque alterno
Base adelgazada facialmente
Base natural
2
5
1
1
Base truncada
2
Base fracturada
Total
3
44
Tabla 1.- Variabilidad morfotécnica en los taladros “largos” sobre hoja u hojita de Or y Ereta.
obviado el nivel que concierne a la existencia o no de “retoques mixtos” y prescindido de la singularización de los rasgos de la base dentro del nivel correspondiente. Antes de
razonar esta decisión, y como sea que se traerán a colación
aspectos tecnofuncionales, hay que empezar señalando que
tanto los perforadores como los taladros constituyen un
grupo de piezas con una relación forma-función más que sugestiva, confirmada suficientemente por los análisis traceológicos.6 De estos análisis, como ya hemos avanzado, se
infiere su empleo como útiles para horadar, perforar o escariar diversos tipos de materiales (piedra, madera, concha,
hueso, etc.) y las diferentes formas de uso y enmangue que
han revestido o necesitado (desde la prensión directa con la
mano hasta sistemas de enmangue con accionamiento manual o mecánico). Atendiendo a estas posibilidades funcionales, y por lo que tiene que ver con la anunciada exclusión
de los “retoques mixtos”, hubiera parecido un contrasentido
el ánimo –contemplado en un primer momento– de descartar también las dimensiones de la punta de los taladros como criterio de clasificación (al menos como criterio a
reflejar en el repertorio final); máxime cuando este rasgo
podría constituir la manifestación de una especialización
tecnofuncional, si pensamos en el mayor poder de penetración que suponen las puntas largas frente a las cortas y lo
que ello puede significar de información parcial sobre las
características de la materia trabajada (aquí, concretamente,
la característica de grosor). La duda venía originada por la
presencia de “retoques mixtos” en bastantes de los taladros
de punta corta, retoques que, ante la posibilidad de haberse
producido en parte por el uso mismo en la acción de perforar, podrían ser indicio de una mayor penetración conseguida por estas piezas que la sugerida por su apuntamiento
estricto. De ahí, por tanto, el dilema planteado inicialmente
a propósito de la consideración o no de la longitud de la punta de los taladros como criterio formal. Resuelto éste en un
sentido positivo (había que paliar el contrasentido entrevisto
y arriba mencionado), la decisión en el caso de los retoques
mixtos –ahora negativa– descansa, por un lado, en que tales
retoques, en su calidad de indicadores de un probable mayor
alcance en la perforación, sólo tienen significado para los taladros de punta corta, sin ser, además, una característica dominante en este grupo de piezas (hay más taladros de punta
6
Estudios específicos se encuentran en las siguientes referencias: Semenov, 1981; Cahen y Gysels, 1983; Keeley, 1983; Caspar y Gysels, 1984; Un-
ger-Hamilton et al., 1987; Calley y Grace, 1988; Chelidonio, 1988; Skakun,
1993; Yerkes, 1993; Caspar y Burnez-Lanotte, 1996; Rodríguez, 1999.
43
[page-n-55]
corta sin retoques mixtos que con ellos); por otro lado, hay
que contar con el hecho de que si bien los retoques mixtos,
como acabamos de insinuar, pueden haberse originado en
parte por el uso específico de los taladros, en otra parte importante parecen haber sido producidos igualmente por el
uso pero desde otras tareas que la perforación. Por lo que llegan a confirmar este supuesto, son elocuentes aquellas piezas que presentan restos de pátina brillante (lustre de
cereales) en algunos de sus bordes (p.e., fig. 2, nº 7; fig. 4,
nº 5), evidencia clara de la reutilización –y reacomodamiento– de antiguos elementos de hoz.7 En último extremo, no
tendría demasiado sentido considerar unos atributos (“retoques mixtos”) que poco o nada tienen que ver con el útil específico que se pretende formalizar tipológicamente a partir
de su intrínseca morfotecnia.
En cuanto a la no individualización de los rasgos de las
bases, todo atiende a la entidad en sí que éstos presentan
(significación cualitativa) y a la que muestran dentro de cada subclase formal (significación cualitativa y numérica a la
vez). Por lo que se refiere al primer punto, la discusión, como es lógico, parte más que nada de cuestiones de estilo. En
efecto, la base de los taladros es sin duda la parte morfológica donde cabría encontrar elementos de estilo más convincentes (más que, por ejemplo, en la parte “característica” de
estos útiles que supone la punta, como luego veremos). No
obstante, los rasgos observados, especialmente los que remiten a un acondicionamiento efectivo, pese a su variedad
(truncaduras, adelgazamientos laterales y faciales, etc.), no
son lo suficientemente singulares, exclusivos o repetitivos
como para aislar alguno de ellos y constituir un tipo de taladro específico que tenga además una clara significación
–por ejemplo– temporal.
Respecto al segundo punto (determinación tomada en
base a la entidad, además de cualitativa, numérica de los rasgos), la discusión arranca de la necesidad de valorar por separado los caracteres que representan un acondicionamiento
intencional de aquellos otros que no (o no de manera tan evidente). Entendemos como acondicionamiento o acomodamiento intencional las alteraciones de la base producidas por
otro retoque distinto al de apuntamiento (ya hemos visto que
se trata principalmente de truncaduras y adelgazamientos laterales –en anchura– y faciales –en espesor–), y como no
acomodamientos los estados originales de talla (extremo
proximal o distal) y el más cuestionable de fractura. Como
muestra la correspondiente tabla de ocurrencias (tabla 1), los
taladros de punta larga son los únicos que atestiguan bases
acomodadas por retoque y no acomodadas, siendo éstas últimas las exclusivas de los taladros de punta corta. Partiendo
de este hecho, se ha creído conveniente contemplar las dos
posibilidades en que han sido agrupados los caracteres morfotécnicos de las bases (acomodamiento / no acomodamiento) sólo en la subclase de los taladros de punta larga,
7
Esta concreta reconversión de elementos de hoz en perforadores o taladros no es nada extraña y ha sido bien reconocida, por ejemplo, en industrias
44
definiendo sendas variantes dentro de los tipos establecidos
a partir de las dos principales direcciones del retoque (directa y alterna; el retoque inverso es puramente testimonial); en
los taladros de punta corta, la clasificación la hemos detenido, pues, al nivel de la dirección del retoque. La justificación
del agrupamiento bimodal de los rasgos de las bases reside,
para el caso de las bases acomodadas, en la escasa información de estilo –como hemos señalado anteriormente– que
conllevan los caracteres implicados y, asimismo, en la escasa proporción de piezas con esas soluciones precisas de
acondicionamiento; en el caso de las bases no acomodadas
se añade, a la aún menor información de estilo, una significación tecnofuncional nula (extremos proximales o distales)
o poco clara (extremos fracturados, aspecto sobre el que volveremos más adelante). Esta forma de proceder (simplificación de los rasgos en dos grupos) puede parecer en principio
inconsistente, por el hecho de primar un aspecto técnico
muy general (base acomodada, base no acomodada) sobre
uno morfológico o morfotécnico mucho más descriptivo
(base truncada, base fracturada, etc.); en su favor, a las razones acabadas de apuntar habría que añadir que la merma de
inconsistencia obligaría a un desdoblamiento de los tipos excesivo para un grupo tipológico sin demasiados efectivos
(no se trata, en absoluto, de consignar todos los tipos existentes o posibles). Lo importante, pues, es haber dejado
abiertos una serie de criterios a los que siempre se puede recurrir llegado el caso (disponibilidad de nuevas series de taladros) y si así lo exige el estudio o análisis a realizar.
La propuesta final de clasificación conjunta para perforadores y taladros se esquematiza en el cuadro 5.
Valoración de los criterios de clasificación:
Desde la perspectiva del estilo, hay que reconocer en
primer lugar que la parte característica de los taladros –puestos por caso–, la “punta” o parte activa funcional, no aporta
por ella misma demasiadas precisiones en ese sentido: el tipo de retoque de conformación es siempre el mismo (abrupto), y aunque lo que sí varía es la dirección con que se
presenta este retoque, no se constata por ejemplo, al igual
que ocurría con los rasgos de las bases, ninguna significación diacrónica para las posibilidades de dirección en el conjunto de los taladros de la Cova de l’Or (la colección más
numerosa y que permite, relativamente, este tipo de valoraciones). La dirección del retoque, criterio que establece los
tipos dentro de los taladros sobre hoja u hojita, apunta más
directamente a la tecnofuncionalidad, en la medida que el retoque alterno, puesto también por caso, y con mayores visos
que las restantes modalidades de dirección, parece sugerir
una forma de uso concreta de las piezas que lo comportan en
un movimiento de avance y retroceso continuo o rotación alternada (Cahen, Caspar y Otte, 1987: 276).
neolíticas de variados ambientes europeos, continentales o mediterráneos
(cf. Perlès y Vaughan, 1983; Voytek, 1996: 223; Starnini y Voytek, 1997).
[page-n-56]
Perforadores y taladros (P): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Perforador
Lasca (P1)
Hoja u hojita (P2)
Taladro
Lasca (P3)
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga”
Punta corta
Retoque directo (P4)
Retoque alterno (P5)
Punta larga
Retoque directo
Base acomodada (P6)
Base no acomodada (P7)
Retoque alterno
Base acomodada (P8)
Base no acomodada (P9)
Retoque inverso (P10)
Pieza fracturada “corta” (P11)
Cuadro 5.
Los acomodamientos intencionales de las bases, como
ya hemos visto, pueden igualmente no ser determinantes a
efectos de estilo, pero sí tienen un interés tecnofuncional
indudable en tanto que remiten (en comparación con los estados de no acomodamiento) a una morfotecnia más explícitamente relacionada con el empleo de los taladros y, en
su defecto, perforadores (especialmente los modos de prensión o enmangue). El problema radica, no obstante, en poder atribuir un tipo de acondicionamiento a uno de estos
modos concreto de utilización, y ello porque la traceología
no es nada concluyente a este respecto. Por lo que muestran
los estudios funcionales, no es raro encontrar para una misma forma general de enmangue y accionamiento diversas
soluciones de acomodamiento de las bases de los útiles implicados. Un buen ejemplo lo constituye el sistema de perforación con “arco”, reconocido con total garantía a partir
del Neolítico (Glory, 1943; Semenov, 1981: 153), en el que
las piezas líticas activas se fijan a un astil accionado con un
instrumento de esas características. En bastantes casos
donde se ha comprobado o presumido altamente el empleo
de esta técnica y artificio, los “elementos-broca” (perforadores o taladros) pueden presentar las bases acomodadas mediante truncaduras (Calley y Grace, 1988), adelgazamientos
faciales u otros acondicionamientos por retoque (Cahen y
Caspar, 1984: 300; Unger-Hamilton et al., 1987), e incluso
no atestar ningún acomodamiento especial (Keeley, 1983;
Skakun, 1993; Caspar y Burnez-Lanotte, 1996). Por supuesto que se trata de piezas, las traídas a colación, de variada morfología y módulos dimensionales dispares, así
como procedentes de áreas bastante alejadas entre ellas,
aunque sí comparten su pertenencia a contextos neolíticos
o postneolíticos y, como hemos dicho, una forma de enmangue y uso muy similar en términos generales.
Aparte de esto, otro aspecto del esquema de clasificación presentado que puede llamar altamente la atención es
la ausencia de criterios relativos al grosor o el tamaño de los
tipos, caracteres que normalmente suelen tener una elevada
significación tecnofuncional. La traceología sí que es aquí
más explícita, al determinar una cierta especialización de
uso para piezas perforadoras espesas del tipo “escariador”
(alésoir) o “terraja” (taraud), útiles relacionados con tareas
precisas de ampliación o regularización de orificios dentro
de trabajos específicos de horadación (Cahen, 1980; Cahen
y Gysels, 1983; Caspar y Gysels, 1984). No hace falta señalar que piezas de estas características son prácticamente
desconocidas en las colecciones estudiadas, donde solamente uno de los taladros sobre lasca podría pasar por una
suerte de “terraja” (fig. 2, nº 6); el resto de taladros, al estar fabricados en su gran mayoría sobre soportes laminares,
ofrecen unos grosores de punta y cuerpo bastante normalizados, equiparables a los de los escasos perforadores s.s.,
por ese mismo motivo.
45
[page-n-57]
Taladros completos
de el punto de vista dimensional. Por otro lado, la similitud
–con solapamiento incluido– de las curvas de las dos categorías de taladros aporta una indicación preciosa sobre la posible intencionalidad de las fracturas de las bases (al igual que
veíamos en el ejemplo de las piezas con lustre o elementos de
hoz), solución técnica que se entendería destinada a guardar
ese módulo normalizado de longitud. El relativo distanciamiento que se observa en el bloque de 4-5 cm habría que atribuirlo a la escasez general de efectivos y a la desproporción
existente entre las dos muestras contrastadas (en cualquier
caso, esta distancia no es estadísticamente significativa:
p=0,4237 en el test exacto de Fisher, para 4 taladros completos sobre 25 y 4 de base fracturada sobre 14).
Taladros base fracturada
% 60
50
40
30
20
10
0
<1
1-2
2-3
3-4
4-5
>5
cm
Gráfico 7.- Longitud absoluta de los taladros de la Cova de l’Or
según el estado de fractura (piezas laminares de l≥2a).
Tipos:
Perforador sobre lasca (P1)
Respecto a los criterios de tamaño, además de la longitud de la punta (criterio aplicado a los taladros sobre hoja/
hojita), hubiera cabido la posibilidad de considerar las longitudes absolutas de las piezas. Este carácter dimensional, al
permitir, mediante el establecimiento de los módulos apropiados, separar piezas “cortas” de “largas”, podría aportar indicaciones sobre necesidades concretas de enmangue (como
vimos para los raspadores, los taladros “cortos” podrían presentar igualmente problemas para el uso directo con la mano). Si en esto radicaría el significado de tal consideración
tipométrica, no hay que pasar por alto que una forma de enmangue y utilización tan concreta como la que supone el “taladro de arco”, no exige unas dimensiones determinadas de
las piezas horadadoras. En efecto, y empleados en este sistema de perforación, se han observado taladros o perforadores
s.s. de grandes dimensiones (Keeley, 1983; Caspar y BurnezLanotte, 1996), de dimensiones pequeñas o medianas (Calley
y Grace, 1988; Skakun, 1993) y también de tamaños microlíticos (Unger-Hamilton et al., 1987). Con independencia de
esta constatación, y ante la primera posibilidad sugerida, nuevamente hay que incidir en la escasa entidad numérica que
revisten lo que podrían considerarse piezas “cortas” (p.e., l<2
cm) o “largas” (l>5 cm) entre los taladros de la Cova de l’Or,
tal como queda reflejado en el gráfico 7.8 Salvando el reducido número de efectivos con que ha sido confeccionado (39
piezas en total: 25 taladros “completos” y 14 con base fracturada), el gráfico muestra un único pico absoluto para las
dos categorías comparadas, subrayando en ambas la continuidad de los valores de longitud. Estos valores se agrupan
regularmente en el bloque de 3-4 cm (más del 50% de los
efectivos), dando una visión del tipo de taladro estándar des-
8
Para la elaboración de este gráfico se ha tomado únicamente el conjunto de los taladros de módulo l≥2a sobre soportes laminares del mencionado yacimiento (no hay que repetir que se trata de la colección más
importante), habiéndose descartado aún aquellas piezas que, pese a cumplir con dicho módulo, presentaban fracturas claramente accidentales (ac-
46
Lasca técnica, o fragmento de lasca, presentando una
punta despejada, de longitud inferior a la porción del cuerpo
en reserva, por retoque bilateral generalmente abrupto y de
cualquier dirección (fig. 2, nº 1).
La pieza figurada, sobre lasca espesa y con punta destacada
por muescas bilaterales abruptas –más precisamente sobreelevadas– directas, estaría a medio camino de los becs o perforadores
“atípicos”.
Perforador sobre hoja u hojita (P2)
Tipo anterior sobre soporte técnicamente laminar (fig. 2,
nº 2 a 4).
Las tres piezas ilustradas corresponden a perforadores enteros
o completos. En las nº 3 y 4, el apuntamiento se ha realizado sobre
la parte proximal del soporte, por retoque alterno en ambas (en la
nº 2 es directo bilateral); la nº 4 es un perforador ligeramente “desviado”, sobre hoja de cresta.
Taladro sobre lasca (P3)
Lasca técnica, o fragmento de lasca, comportando una
punta no despejada –si corta–, o despejada o no –si larga–
(v. infra), por retoque bilateral generalmente abrupto y de
cualquier dirección (fig. 2, nº 5 y 6).
La pieza nº 5, una clara lasca apuntada por retoque alterno,
donde no coinciden el eje de talla y el del útil, es uno de los ejemplos que plantean la conveniencia o no de considerar la naturaleza
del soporte en la formalización tipológica de determinados grupos
de útiles, normalmente aquellos que presentan partes (activas o no)
bien caracterizadas en los planos morfológico y funcional. La pieza nº 6, por su parte, es un buen ejemplo de soporte –en este caso
lasca– fracturado (fractura distal, en el sentido de talla, no intencionada), presentando apuntamiento, pues, por retoque directo “so-
ción del fuego, por ejemplo). Por su evidente interés, se han distinguido y
correlacionado dos grupos: el de los taladros “completos” (piezas con bases acomodadas y “naturales” de talla) y el de los taladros con base fracturada. Las medidas corresponden a longitudes absolutas, presentadas en
bloques de 1 cm.
[page-n-58]
breelevado”, en el extremo proximal; el espesor y la anchura de la
punta podrían llevar a catalogar esta pieza como un fragmento de
“escariador”.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta corta y retoque directo (P4)
Soporte técnicamente laminar presentando una punta no
despejada, de longitud inferior a la porción del cuerpo en reserva, por retoque abrupto directo bilateral (fig. 2, nº 7, 8 y 10).
En su estado de configuración o conservación, la pieza debe
cumplir el módulo l≥2a, independientemente de que la base sea natural de talla o se halle acomodada o fracturada (criterio preceptivo
también para los seis tipos siguientes, P5 a P10). La pieza nº 7, con
restos de pátina brillante (“lustre de cereales”) en ambos lados del
cuerpo (porción no apuntada), ilustra perfectamente la reutilización
–previo acomodamiento– de un elemento de hoz; el cuerpo presenta a su vez retoque oblicuo marginal bilateral alternante (“retoques
mixtos”), resultado probable, más que de la función señalada, de
otras utilizaciones anteriores o posteriores al empleo como taladro.
Retoques equiparables muestra también la pieza nº 10, con apuntamiento sobre el extremo proximal y base fracturada. La nº 8 revela
una fractura por torsión en la punta.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta corta y retoque alterno (P5)
Tipo anterior con apuntamiento obtenido por retoque abrupto bilateral directo-inverso (fig. 2, nº 9, 11 y 12; fig. 3, nº 1).
De las piezas figuradas, sólo la nº 1 (fig. 3) se halla apuntada sobre el extremo proximal y con la base fracturada, y un poco también
al límite con los perforadores s.s. (punta ligeramente despejada). El
soporte de la nº 11 (fig. 2) corresponde a una clara hoja de cresta.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque directo y base acomodada (P6)
La punta, despejada o no, es de longitud igual o superior
al resto del cuerpo en reserva, obtenida por retoque abrupto
directo bilateral; el extremo opuesto (base) se muestra acondicionado por algún tipo de retoque (fig. 3, nº 6 a 11).
No se considera acomodamiento de la base la sola extensión hasta esa parte terminal del retoque estricto de apuntamiento (p.e., fig.3,
nº 3) o la prolongación de éste por “retoques mixtos” (p.e., fig. 3, nº 4).
Las piezas nº 6 y 7, apuntadas sobre el extremo proximal de talla, poseen la base “truncada” por retoque abrupto directo. En las nº 8 y 10
el acomodamiento basal lo constituye un retoque “cubriente” parcial
directo, irregular en la nº 8, conjunción de un retoque plano bilateral
en la nº 10, presentando la nº 8, además, un ligero estrechamiento bilateral por retoque semiabrupto inverso. La nº 11 muestra proximalmente un retoque plano bifacial en el lado izquierdo y una suerte de
“escotadura” por retoque abrupto directo en el lado opuesto. La nº 9
comporta un adelgazamiento “facial” de la base, producido por amplias y sucesivas extracciones directas partiendo del talón. Las piezas
nº 8, 10 y 11 presentan extracciones planas inversas en el tramo apuntado, originadas con toda probabilidad por el uso.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque directo y base no acomodada (P7)
Tipo anterior cuya base la constituye un extremo natural
de talla (proximal o distal) o un extremo fracturado (fig. 3,
nº 2 a 5 y 12 a 16).
En las piezas nº 2 a 5 la base corresponde al extremo proximal
de talla del soporte (talón conservado), y en la nº 13 al extremo distal; en las nº 12 y 14 la base es una fractura sobre la parte proximal,
mientras que en las nº 15 y 16 sobre la parte distal. Las piezas nº 4,
14 y 16 muestran “retoques mixtos” en continuidad con uno o ambos
de los retoques de apuntamiento. Las piezas nº 4 y 16 presentan la
punta “roma” por efecto del uso (fractura por torsión en nº 16); la
nº 14 atestigua esto mismo por una pequeña faceta longitudinal partiendo del ápice de la punta (extracción “burinoide”), además de por
algunas extracciones inversas en la zona apuntada (lado derecho).
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque alterno y base acomodada (P8)
Tipo P6 con punta obtenida por retoque abrupto bilateral directo-inverso (fig. 4, nº 4, 6 y 7).
El acomodamiento de la base lo produce una truncadura inversa en la pieza nº 4, y directa en la nº 7; en la nº 6 se trata de un
adelgazamiento “facial” por extracciones inversas. Las piezas nº 4
y 7 se hallan apuntadas sobre la parte proximal; la nº 6 revela una
fractura por torsión en la punta.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque alterno y base no acomodada (P9)
Con respecto al tipo anterior, la base la constituye un extremo natural de talla o un extremo fracturado (fig. 3, nº 17;
fig. 4, nº 1 a 3, 5 y 8).
Un extremo distal supone la base en las piezas nº 1, 2 y 5 (fig. 4),
y proximal en la nº 17 (fig. 3) y nº 3 (fig. 4); en la nº 8 (fig. 4) la
determina una fractura de localización distal. Las piezas nº 1 y 5
(fig. 4) son antiguos elementos de hoz, en los que se ve claramente cómo el retoque de reacomodamiento en taladro ha suprimido el
“lustre” facial en los lados afectados por el apuntamiento.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga y retoque inverso (P10)
La particularidad la representa el retoque abrupto bilateral inverso del apuntamiento (fig. 4, nº 9).
La única pieza constatada y figurada se halla apuntada sobre el
extremo proximal, con una base donde, considerados separadamente,
se combinan los rasgos de “acomodamiento” y fractura, pero aquí verosímilmente como un todo, en la medida que el perceptible estrechamiento o adelgazamiento de la base por retoque abrupto inverso
bilateral no tiene visos de haber constituido un segundo apuntamiento (fracturado por el uso o por accidente) que haga pensar en la posibilidad de un taladro “doble”; dicho acondicionamiento por retoque,
independientemente de haber sido realizado con posterioridad o no a
la fractura, debe relacionarse con el enmangue de la pieza.
“Fragmento” de taladro sobre hoja u hojita (P11)
Taladro de cualquiera de los tipos P4 a P10, de longitud
inferior a dos veces la anchura, en que la base la constituye,
por definición, una fractura (fig. 4, nº 10 a 12).
Por las características tipométricas de los taladros sobre soporte laminar, cualquier pieza con fractura basal y de módulo l<2a
tiene todas las trazas de ser un fragmento manifiesto (como en los
raspadores, esto no quiere decir que las de módulo l≥2a y con fractura también basal no sean igualmente fragmentos). De las piezas
figuradas, sólo la nº 11 correspondería en todo su sentido a un frag-
47
[page-n-59]
mento de taladro; las nº 10 y 12 cumplen la condición l<2a, y
aunque parece tratarse de piezas fracturadas (fragmentos probablemente de taladros de punta corta), también podrían interpretarse
–caso de comprobarse la intencionalidad de la fractura basal– como taladros “cortos” (en términos más descriptivos: taladros cortos
de punta larga y base fracturada). La escasez de estas piezas “cortas”, como hemos indicado en su momento, no predispone a aislarlas y considerarlas fuera de este “cajón” que dejamos abierto
provisionalmente. Los tres ejemplos ilustrados pertenecen a taladros de retoque directo, fabricados sobre el extremo distal de talla.
Como observábamos y predisponíamos en la introducción al repertorio, éste es un grupo susceptible de simplificación en sus tipos, particularmente en lo que atañe a los
taladros. A tal efecto, puede eliminarse el tipo “taladro sobre
lasca” (P3), atendiendo a la rareza de piezas que comportan
esta clase de soporte, u obviarse la referencia al acomodamiento o no de la base, en los taladros de punta larga (P6 a
P9), como carácter de distinción formal, por su escaso valor
48
descriptivo. Estas supresiones permiten, por un lado, hacer
desaparecer la mención al soporte en la nominación de los
tipos, y por otro, un cambio de orden en los criterios de clasificación, primando la dirección del retoque sobre la longitud de la punta, cambio con el que queda mejor integrado el
taladro de retoque inverso (P10), dado que sólo hay constatada una pieza de estas características. Con tales modificaciones, pues, el listado de tipos sería el siguiente:
- Perforador o “bec” sobre lasca (P1)
- Perforador sobre hoja u hojita (P2)
- Taladro de retoque directo y punta corta (P3)
- Taladro de retoque directo y punta larga (P4)
- Taladro de retoque alterno y punta corta (P5)
- Taladro de retoque alterno y punta larga (P6)
- Taladro de retoque inverso (P7)
- Fragmento de taladro (P8)
[page-n-60]
Fig. 2.- Perforadores y taladros.
49
[page-n-61]
Fig. 3.- Perforadores y taladros.
50
[page-n-62]
Fig. 4.- Perforadores y taladros.
51
[page-n-63]
[page-n-64]
PIEZAS CON BORDE ABATIDO
Se recogen bajo este enunciado lo que suponen dos grupos separados en algunas tipologías clásicas (p.e., Tixier,
Fortea): lascas y hojas con borde abatido, por un lado, y hojitas con esa misma característica morfotécnica, por otro. Tal
agregación se debe a la escasa representación de estas piezas, especialmente las hojitas con borde abatido, en los contextos estudiados (respecto a la totalidad de cada una de las
colecciones de referencia, los “dorsos” no llegan al 1,5% en
la Cova de l’Or ni al 1% en la Ereta del Pedregal).
Definición del grupo: Lascas, hojas u hojitas presentando un borde abatido por retoque abrupto, de cualquier dirección, formando un dorso más a menos marcado.
rrencias reales) en cada una de las colecciones. En esta segunda tabla hay ya una primera simplificación que afecta a
la dirección del retoque, agrupándose las modalidades directa e inversa frente a la de retoque cruzado. Esto puede en
principio justificarlo el hecho de que el retoque inverso sólo
parece tener cierta significación en la categoría de las lascas,
pero sin entreverse otro alcance que el coyunturalmente
cuantitativo (la escasez de efectivos es más que manifiesta).
El único caso de retoque cruzado, con referencia expresa en
la tabla (el retoque directo/inverso ha de sobreentenderse para el resto de ocurrencias), lo mantenemos momentáneamente a efecto de los comentarios subsiguientes.
Valoración estilística y tecnofuncional:
El término “dorso” es ciertamente más descriptivo que
el de “borde abatido” (éste más técnico) para expresar una
característica morfológica, lo que puede justificar la utilización indistinta de ambos (la intención, recordamos, es de resaltar morfologías).
Los criterios esenciales de adscripción tipológica, para
este grupo de piezas, se encuentran en la localización lateral
(derecha o izquierda) del retoque que conforma el dorso,
y en su delineación rectilínea o convexa (curva o arqueada).
Los límites atienden a la localización transversal (distal o proximal) de este retoque (cf. truncaduras), o bilateral convergente (cf. perforadores y taladros); también a la orientación
oblicua con respecto al eje de talla en soportes laminares
(cf. hojas u hojitas con base estrechada), o a la oposición al
dorso de un borde con denticulación regular (cf. dientes de
hoz). En los casos de delineación convexa, el arqueamiento
no debe interferir a la vez los dos extremos transversales de
talla (cf. segmentos).
El dorso o parte característica que define a este conjunto de piezas se ha obtenido mediante el abatimiento del borde de los soportes por retoque –como hemos dicho– abrupto,
normalmente unidireccional (directo o inverso), raramente
bidireccional (cruzado o bipolar). La extensión del dorso
puede ser total o parcial; y la amplitud, profunda o marginal.
Los bordes opuestos al dorso pocas veces se presentan brutos de talla, soliendo comportar retoques marginales bien definidos, retoques irregulares o simples señales de probable
utilización (embotadura marginal).
En la tabla 2 se resumen los rasgos morfotécnicos de la
totalidad de piezas con dorso contabilizadas en Or y Ereta.
Complementariamente se ha confeccionado la tabla 3, que
recoge todas las variantes morfológicas constatadas (ocu-
9
En una tipología de base tecnológica como la de Binder (1987), la dirección del retoque supone un criterio de clasificación recurrente para distintos grupos de útiles (cf., dentro de los “bordes abatidos abruptos”, los
Procederemos aquí al contrario que en los dos grupos
anteriores, valorando primeramente los aspectos de estilo y
tecnofucionales a partir de la morfotecnia general señalada
(ver tablas 2 y 3, y fig. 5). Los dorsos, más allá de la morfología básica que confieren a las piezas, bastante limitada
en sus posibilidades (en función de la delineación y el tipo
de soporte), responden a un acomodamiento esencial y
práctico con pocas improntas singulares de fábrica susceptibles de indagación estilística. La principal de ellas es el
retoque cruzado, que en las industrias examinadas sí parece tener un valor cronológico. La única pieza, como hemos
dicho, con este tipo de retoque corresponde a una hojita de
dorso profundo (fig. 5, nº 15) procedente de las capas superiores de la Cova de l’Or (sector H, capa 2). Su aparente
singularidad, sin embargo, no lo es tanto desde una perspectiva tecnológica, ya que en los momentos a los que remite la posición estratigráfica de esta pieza (Neolítico
final/Eneolítico) es cuando comienza a detectarse –en las
industrias controladas– el empleo del retoque cruzado en la
preparación de las truncaduras de las armaduras geométricas. Con anterioridad (Neolítico antiguo), esta solución de
retoque es totalmente desconocida en la producción de utillaje, por ejemplo, de Or o de la Cova de la Sarsa (Juan Cabanilles, 1984; Asquerino, 1979). Ante esta constatación,
sólo indicar que la modalidad de retoque cruzado constituye un rasgo tecnoestilístico a tener bien en cuenta, aunque
la existencia de un solo caso –en las piezas con dorso– no
invita a individualizarlo ahora mismo como criterio de clasificación.9
La delineación “convexa” de los dorsos, como hemos
apuntado, representa un carácter eminentemente morfológi-
tipos Lame à bord abattu par retouches croisées y Lame à bord abattu par
retouches directes).
53
[page-n-65]
Retoque
dorso
Rectilíneo
Arqueado
Lasca
delgada
11
2
Hoja
3
-
Total
Parcial
Lasca
espesa
3
-
Hojita
5
1
Fragmento
hoja
7
-
4
1
Fragmento
hojita
2
-
12
1
3
3
7
-
4
1
2
-
Marginal
1
3
2
6
4
2
Profundo
2
10
4
1
1
-
Directo
Inverso
2
1
9
4
5
1
7
-
4
1
2
-
Cruzado
-
-
-
-
1
-
Tabla 2.- Morfotecnia de las piezas con dorso en el global de las colecciones analizadas.
Caracteres del retoque del dorso en relación con los tipos de soporte.
Variante formal
Or
EP
Total
Lasca espesa borde abatido profundo
1
1
2
Lasca espesa borde abatido marginal
-
1
1
Lasca delgada borde abatido rectilíneo marginal
1
1
2
Lasca delgada borde abatido rectilíneo profundo
3
6
9
Lasca delgada borde abatido arqueado marginal
-
1
1
Lasca delgada borde abatido arqueado profundo
-
1
1
Hoja borde abatido rectilíneo total marginal
-
1
1
Hoja borde abatido rectilíneo total profundo
1
-
1
Hoja borde abatido rectilíneo parcial marginal
1
-
1
Hoja borde abatido rectilíneo parcial profundo
2
-
2
Hoja borde abatido arqueado total profundo
1
-
1
Fragmento hoja borde abatido marginal
6
-
6
Fragmento hoja borde abatido profundo
1
-
1
Hojita borde abatido rectilíneo total marginal
2
-
2
Hojita borde abatido rectilíneo total prof. ret. cruzado
1
-
1
Hojita borde abatido rectilíneo parcial marginal
1
-
1
Hojita borde abatido arqueado total marginal
1
-
1
Fragmento hojita borde abatido marginal
1
1
2
Total
23
13
36
Tabla 3.- Piezas con borde abatido.
Variantes formales constatadas según la colección de procedencia (efectivos totales respectivos).
54
[page-n-66]
co, contemplado en las tipologías de Tixier, Rozoy y Fortea.
Pese a su misma escasa ocurrencia –si bien en todas las clases de soportes–, retendremos solamente este atributo para
los productos laminares. En las lascas, los pocos dorsos curvos o arqueados parecen venir determinados por la natural
delineación de los bordes brutos de talla, apreciación que,
en hojas y hojitas, no es tan clara ni cuando el abatimiento
del borde es producido por retoque marginal. A este respecto, hay que señalar que la marginalidad de los dorsos es uno
de los rasgos que caracteriza, especialmente en Or, a los
bordes abatidos sobre soporte laminar. En Ereta, las hojas
y hojitas de dorso son prácticamente inexistentes, estando
dominado este grupo por los soportes sobre lasca (las piezas con borde abatido de este yacimiento son un buen exponente de lo que laplacianamente se denomina “abruptos
indiferenciados”). En definitiva, nada hay en las industrias
neolíticas del núcleo centro-meridional valenciano que
recuerde a las típicas puntas y hojitas de dorso de los contextos epipaleolíticos antiguos –sobre todo– y recientes
(epipaleomesolíticos).
En cuanto a la tecnofuncionalidad, subrayaremos primero
que los bordes abatidos de Or y Ereta conforman un grupo de
piezas en las que la parte característica no se corresponde con
la parte funcional.10 La salvedad podría estar, en estos mismos conjuntos, en algunos dorsos marginales o muy marginales (p.e., fig. 5, nº 11, 12, 16), para los que no puede
excluirse una formación por el uso directo de los filos. Aparte de esta posibilidad, los dorsos hay que entenderlos, tal como ha venido haciéndose tradicionalmente desde la simple
lógica morfofuncional (p.e., Bordes, 1952), como una solución de acomodamiento destinada a la prensión directa o al
enmangue de unos útiles que, funcionalmente, remitirían a la
categoría general de los “cuchillos” o herramientas de corte
(no entrarían en esta consideración, es obvio, los dorsos laterales de aguzamiento que definen a las armaduras laminares
apuntadas, ausentes de nuestras colecciones –ver nota 10–).
En efecto, la traceología ha confirmado del todo esta presunción, poniendo de relieve que los filos opuestos a dorsos
constituyen la parte activa o de trabajo en multitud de piezas
con características morfotécnicas equiparables a las aquí presentadas, tanto en lo que se refiere al dorso en sí como a
las trazas macroscópicas de los bordes funcionales. Por referirnos a algún ejemplo, los abruptos indiferenciados (lascas,
especialmente, con un borde abatido) del yacimiento epipaleolítico catalán del Roc de Migdia muestran en los filos no
abatidos señales visibles de embotadura y microtrazas de uso
y desgaste relacionadas con el descarnado (Rodríguez, 1993:
69), esto es, una funcionalidad totalmente acorde con la idea
expresada de “cuchillo”. Impresión que se repite para bastantes de las hojas y hojitas con dorso (backed blades) de los niveles neolíticos del yacimiento italiano de Arene Candide,
cuyos filos se han empleado para cortar o raspar diferentes tipos de materias, duras o semiduras (Starnini y Voytek, 1997).
Esclarecedoramente también, para lo supuesto al respecto de
los dorsos “marginales”, otras piezas laminares con bordes
abatidos de esta amplitud, de este mismo yacimiento, revelan
haber estado utilizadas por esos bordes, pudiendo ser este uso
el causante de los abatimientos.
Con independencia de los datos traceológicos, el valor
tecnofuncional de los dorsos como soluciones evidentes de
enmangue se observa en algunas de nuestras piezas laminares con abatimientos por lo general parciales, rectos o curvos, y con presencia de lustre en el filo opuesto (fig. 5, nº 7,
8 y 16). Se trata con toda probabilidad de elementos de hoz,
y en el caso de los nº 8 y 16 el dorso, que podemos considerar “basal”, debe responder a un acomodamiento para la
fijación colectiva en un mango, según las hipótesis de reconstrucción personalmente ofrecidas (Fortea, Martí y Juan
Cabanilles, 1987: fig. 5; Martí y Juan Cabanilles, 1987:
fig. 41). La pieza nº 7, una gran hoja fracturada, por sus dimensiones y la disposición del “lustre de cereales”, paralela
al filo, podría constituir un elemento individual de hoz, acomodado también por un retoque abrupto marginal parcial en
la parte presumiblemente enmangada.11 La configuración o
conformación de estos “abruptos con lustre”, en definitiva,
da sentido tecnofuncional a ciertos rasgos como la parcialidad de los dorsos, o a su arqueamiento, aunque no tanto a la
amplitud. El carácter marginal o profundo del retoque, como
se ha comprobado, p.e., en las hojas y hojitas de dorso del
yacimiento francés de Lascaux (Paleolítico superior final),
con restos aún adheridos de la materia colante de enmangue,
no introduce por él mismo una discriminación funcional
apreciable, en la medida en que todas estas hojas y hojitas,
con amplitudes –e incluso inclinación– de retoque variables,
manifiestan la misma forma de sujeción a un probable astil
de madera (Allain, 1979: 100).
10 Esto no puede decirse para el caso, por ejemplo, de las puntas macro y
microlíticas de dorso de contextos paleolíticos y epipaleolíticos, donde el
abatimiento lateral por retoque abrupto forma parte esencial del aguzamiento y, por tanto, de la parte funcional explícita (siempre que consideremos que se trata de armaduras-cabeza de flechas y azagayas, como así
revelan bastantes testimonios arqueológicos –v., p.e., Nuzhnyj, 1989– y los
propios estudios traceológicos –v., p.e., Odell, 1978; Fischer, Vemming
Hansen y Rasmussen, 1984; Caspar y De Bie, 1995–).
11 Esta pieza procede de la Cova de l’Or, sector H3, capa 7, primeros momentos, pues, de la ocupación de la cavidad (Neolítico antiguo cardial), por
lo que resulta un espécimen aparentemente “discordante” en comparación
con el resto de elementos de hoz de este yacimiento. La existencia de hoces
simples en el Neolítico antiguo, al lado, evidentemente, de las compuestas,
parece avalada por el hallazgo de un mango de madera con un único fragmento de hoja aún encastado en la estación lacustre catalana de La Draga
(Bosch et al., 1996: lám. 2; v. tb., Bosch, Chinchilla y Tarrús, 2006: 29,
fig. 24), de cronología cardialo-epicardial. Por otra parte, la distribución del
lustre paralela al filo, indicando una inserción longitudinal de enmangue,
constituye una característica de los elementos de hoz de los niveles neolíticos iniciales de Arene Candide (Starnini y Voytek, 1997: 420).
Criterios de clasificación:
Vienen sugeridos por las observaciones acabadas de
realizar y, en última instancia, por los datos de ocurrencia
que refleja la tabla 3. La visión de esta tabla no esconde la
55
[page-n-67]
Piezas con borde abatido (A): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Lasca (A1)
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga”
Dorso rectilíneo
Abatimiento total (A2)
Abatimiento parcial (A3)
Dorso arqueado (A4)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (A5)
Cuadro 6.
variabilidad morfológica con que se presenta un conjunto
de piezas francamente reducido, pero es esta misma escasez de efectivos la que obliga, para determinadas variantes
formalizadas, a un reagrupamiento efectivo de los caracteres. En el caso de las lascas, la simplificación puede ser extrema, prescindiendo de toda consideración tipométrica
(espesor/delgadez) y de cualquier caracterización del dorso (aquí, delineación y amplitud). Para los soportes laminares, la reducción de atributos puede limitarse a la amplitud
del dorso.
Así pues, los criterios de clasificación tipológica finalmente retenidos (cuadro 6) atienden en primer lugar a la naturaleza del soporte (lasca / hoja u hojita). Para las lascas,
como hemos apuntado, no son necesarios más niveles de formalización: la pieza característica la representa un soporte
delgado con borde abatido total profundo, por lo que un solo tipo genérico es más que suficiente. El agrupamiento de
hojas y hojitas, que puede contrastar con lo que es habitual
en la mayor parte de tipologías, incluidas las neolíticas
(cf. Binder, Vaquer), responde a la práctica repetición de rasgos morfotécnicos en ambas categorías laminares (hecho
que se da sistemáticamente en las industrias estudiadas, en
todos los grupos de utillaje de base laminar) y a la poca entidad numérica, por otra parte, que revisten los propios soportes sobre hojita. La distinción de hojas y hojitas, por
tanto, llevaría a una duplicación de tipos que tampoco creemos por ahora necesaria.
Para los soportes laminares, el siguiente nivel de clasificación recoge el estado de integridad, considerándose, por
una parte, las piezas “completas” o fracturadas “largas”
(l≥2a; en el caso de las piezas completas este módulo se
cumple por definición), y por otra, las fracturadas “cortas”
o fragmentos s.s. (l<2a). En las hojas u hojitas completas o
fracturadas largas se tiene en cuenta la delineación del dorso, en sus posibilidades rectilínea o arqueada. Por último,
para los dorsos rectilíneos se distingue la extensión lateral
del abatimiento (total / parcial). En la denominación de los
tipos, sólo se harán explícitos los caracteres “arqueado” o
“parcial”, como es corriente en la mayoría de repertorios.
56
Tipos:
Lasca con borde abatido (A1)
Lasca, o fragmento de lasca, presentando un borde no
transversal (en sentido de talla) abatido por retoque abrupto,
de cualquier delineación, amplitud, dirección, extensión o
localización lateral (fig. 5, nº 1 a 4).
El borde opuesto al dorso puede mostrar cualquier otro tipo de
retoque no abrupto o embotadura de uso. La pieza nº 1, una lasca “espesa”, y la nº 4 comportan retoque abrupto inverso; la nº 3, un dorso
arqueado; la nº 2, en oposición al retoque abrupto, un borde con restos de córtex pero sin llegar a formar un dorso “natural” marcado.
Hoja u hojita con borde abatido [rectilíneo total] (A2)
Soporte técnicamente laminar, entero (extremos proximal y distal conservados, posibilidad de estado raramente
observada) o fracturado (cuerpo proximal, medial o distal),
en ambos casos de l≥2a, ofreciendo un borde totalmente
abatido por retoque abrupto rectilíneo, de cualquier dirección y amplitud (fig. 5, nº 5, 6, 14 y 15).
El retoque deberá abatir como mínimo 3/4 de la longitud total
del borde. La consideración conjunta de hojas y hojitas no hace indispensable la aplicación del criterio tipométrico de Tixier (1963:
39) para separar los soportes laminares con dorso, concretamente el
módulo de anchura (hoja: a≥9 mm; hojita: a<9 mm); además, la
marginalidad de los dorsos que caracteriza a nuestros abruptos laminares permite en la mayoría de casos distinguir claramente hojas
de hojitas. La pieza nº 5, una hoja con abatimiento por retoque
abrupto inverso (lado izquierdo), muestra en el borde opuesto un retoque marginal oblicuo alternante; la nº 14, una hojita, conlleva un
retoque semejante, muy marginal, en el lado izquierdo, en oposición
también al dorso, éste conformado por retoque directo asimismo
muy marginal y al límite de la parcialidad (el retoque que parece
continuar el dorso hacia la parte proximal, direccionalmente inverso, es oblicuo). Las características de esta pieza, junto con otros casos de marginalidad –a veces extrema– del dorso, es lo que hace
dudar de la significación intencional de este rasgo; en cambio, esto
no ocurre para otros ejemplares como la hojita nº 15, con dorso profundo por retoque abrupto cruzado, vertical.
[page-n-68]
Hoja u hojita con borde abatido [rectilíneo] parcial (A3)
Tipo anterior presentando un borde parcialmente abatido (fig. 5, nº 7 y 8).
El abatimiento, en el estado de conservación de la pieza, no alcanzará los 3/4 del lado afectado. Las dos piezas figuradas corresponden a sendos elementos de hoz, con lustre opuesto al dorso y
retoque marginal, retoques irregulares o embotadura en ese mismo
filo funcional.
Hoja u hojita con borde abatido arqueado (A4)
El abatimiento, total o parcial, lo produce un retoque
abrupto de delineación convexa, de cualquier dirección y
amplitud (fig. 5, nº 9 y 16).
La pieza nº 9, una hoja con dorso profundo directo, vertical,
presenta una fractura proximal claramente no intencionada; pese a
cumplir el módulo l≥2a, es evidente que se trata de un fragmento
del útil de partida, poniendo de relieve el contrasentido que a veces
supone la aplicación estricta de un criterio dimensional para lo
“completo”, frente a lo “residual”, en términos tipológicos. La
nº 16 es otro elemento de hoz, con dorso curvo marginal y fractura
proximal, posiblemente también por uso o accidente.
Fragmento de hoja u hojita con borde abatido (A5)
Fragmento s.s. (l<2a) de cualquiera de los tipos con borde abatido sobre soporte laminar (fig. 5, nº 10 a 13 y 17).
Buena parte de las piezas figuradas muestran dorsos marginales o muy marginales (p.e., nº 11 y 12), abundando en lo anteriormente expuesto sobre la naturaleza de determinados
“abatimientos”. En estos casos, sí es claro el estado de fragmento manifiesto.
57
[page-n-69]
Fig. 5.- Piezas con borde abatido.
58
[page-n-70]
MUESCAS Y DENTICULADOS
Valoradas conjuntamente, las piezas con muesca y/o con
denticulación se contemplan como grupo específico en las
tipologías de Tixier y Fortea, y en cierta manera también, para soportes laminares, en la de Rozoy (cf. hojas y hojitas
“Montbani”). En nuestro caso procederemos de igual modo,
englobando lo que en estricta morfología serían dos subgrupos tipológicos.
El elemento que afianza la agrupación de muescas y
denticulados es la delineación del rasgo primario, venga éste originado por cualquier procedimiento técnico (retoque,
muesca “clactoniense”) o por otra acción no intencional
(uso, accidente): delineación cóncava localizada (aislada), en
muescas; mismo carácter pero en continuidad, destacando
uno o más dientes, en denticulados (una denticulación, en
esencia, no es más que una serie de muescas contiguas).
Pese a la simplicidad del rasgo morfológico determinante y su naturaleza (en los casos de no accidentalidad), estas
piezas no han pasado desapercibidas a la hora de establecer
correspondencias entre formas y funciones, de buscar el valor tecnofuncional, en definitiva, de las entidades tipológicas.
Basta recordar las experiencias de Bordes (1961: 35) encaminadas a mostrar la potencialidad de trabajo de las muescas
para raspar o cortar objetos de sección circular (p.e., astiles
de madera); o las de Escalon de Fonton (1979) comprobando
la formación del retoque “Montbani” por el aserrado del mismo tipo de objetos. Funcionalidad y uso totalmente refrendados por la traceología, puesto que desde el Paleolítico
inferior, y cuando se ha precisado su carácter de útiles, muescas y denticulados han sido empleados primordialmente para
el corte, aserrrado o rascado-raspado de materiales duros, especialmente madera, hueso o asta (cf. Cahen y Caspar, 1984),
por lo que han constituido en todo momento una verdadera
familia morfofuncional. En ello ha incidido, pasando a ejemplos más concretos, el estudio ya clásico de Beyries (1987)
sobre la variabilidad funcional de las industrias musterienses,
al concluir que la correlación más manifiesta en el sentido
forma-función se daba entre las muescas y denticulados de
técnica clactoniense y el trabajo de la madera. Esta correlación, en última instancia, y cuando ha podido determinarse el
material trabajado, ha sido igualmente observada en industrias específicamente neolíticas, tanto para muescas o denticulados “clactonienses” como “retocadas”, en cualquier tipo
de soporte. Traeremos de nuevo a colación los análisis traceológicos de colecciones belgas “omalienses” o “blicquienses” (Cahen y Gysels, 1983; Caspar y Gysels, 1984);
francesas “Villeneuve-Saint-Germain” (PCR, 1998); o italianas “Vhò” e “impressa” (Biagi y Voytek, 1992; Voytek, 1995;
Starnini y Voytek, 1997).
La traceología, pues, ha demostrado el uso y la función
“especializada” de lo que reconocemos como muescas y
denticulados, unas piezas en las que la parte característica,
refiriéndonos a las industrias aquí examinadas, debe coincidir con la funcional o activa en un alto grado de probabilidad, ya que la técnica de microburil –puesta por caso–,
que parte de una muesca “no funcional”, constituye un procedimiento de fractura de soportes laminares prácticamente ausente en Or y Ereta.12 Como es obvio, y ya ha sido
señalado, las muescas y denticulados pueden generarse por
accidente, pisoteo, labores agrícolas, etc., agentes que llegan a producir las mismas morfologías que la intencionalidad o el uso (Prost, 1988). Ésta, desde luego, es una
realidad con la que hay que contar, pero que al fin y al cabo resulta indiferente para cualquier construcción tipológica de base morfológica. Avanzaremos que la significación
de muescas y denticulados es grande –cerca del 16% en el
total de la colección estudiada– en la Cova de l’Or, yacimiento que cabe considerar como un medio “cerrado” (aunque existe todo un potencial morfogenético relacionado
con la reclusión de ganado –pisoteo–); en cambio, la entidad de estas piezas es bastante menor –poco más del 5%–
en Ereta del Pedregal, un yacimiento al “aire libre” y en
una zona de cultivo.
Como en el caso de los perforadores y taladros, comentaremos por separado las características morfotécnicas y los
criterios de clasificación adoptados para los dos conjuntos
de útiles que integran este grupo.
12
neolítico de Vhò), con una intencionalidad más bien técnica (D’Errico,
1987). De todas maneras, estas piezas no se clasifican nunca entre las muescas y denticulados.
Tampoco serían muescas funcionales las que presentan, bilateralmente,
ciertas “raederas bifaciales” de contextos neolíticos alpinos (cf. Charavines), relacionadas con la prensión o el enmangue (Vaughan y Bocquet,
1987); ni las que integran el denominado “bulino di Ripabianca” (grupo
Muescas
Caracterización, criterios de clasificación:
Morfotécnicamente, haciendo abstracción de los posibles casos de no intencionalidad, las muescas de nuestrascolecciones responden a los dos tipos principales reconocidos
por Bordes (1961: 35): muescas “clactonienses” –o “simples”, en un sentido más amplio–, producidas por extracción
única; y muescas “ordinarias” o “retocadas”, originadas por
extracciones continuas. Las muescas de “uso” y las “accidentales” serían por lo general indistinguibles morfológicamente de aquellos dos primeros tipos.
59
[page-n-71]
Muesca
Lasca
espesa
11
-
Lasca
delgada
16
29
Hoja
Hojita
5
14
Fragmento
hoja
3
3
2
16
Fragmento
hojita
3
8
Directa
Inversa
6
5
26
19
14
5
5
1
11
7
5
6
Unilateral
6
30
15
6
16
9
Bilateral
Distal
Lateral-distal
2
1
1
11
1
2
-
-
1
-
1
-
Contigua fractura
2
2
-
-
-
-
Contigua talón
-
2
-
-
-
-
Simple
Retocada
Tabla 4.- Morfotecnia de las muescas en la suma de efectivos de Or y Ereta.
Variantes
Lasca espesa
Muesca simple
Lasca delgada
Muesca simple
Muesca retocada
Hoja u hojita (l!2a)
Muesca simple unilateral
Muesca retocada unilateral
Muesca retocada bilateral
Frag. de hoja u hojita (l<2a)
Muesca simple unilateral
Muesca retocada unilateral
Muesca retocada bilateral
Total
Or
6
6
26
7
19
29
5
21
3
11
5
5
1
72
EP
3
3
17
9
8
5
1
4
5
1
4
30
Total
9
9
43
16
27
34
6
25
3
16
6
9
1
102
Tabla 5.- Variabilidad morfotécnica de las piezas con muesca en Or y
Ereta (ocurrencias reales).
Sea cual sea su naturaleza, la consideración tipológica de
las muescas en este grupo pasa por dibujar –como hemos dicho– una entalladura o melladura subcircular localizada, o
varias aisladas, en uno o más bordes del soporte afectado. En
los léxicos tipológicos al uso suele hacerse hincapié en que la
entalladura debe de ser marcada: “presentar uno o dos ángulos más o menos netos con el borde de la pieza” (cf. GEEM,
1975: 327); en la práctica, y sobre todo cuando se trabaja con
industrias de base laminar (soportes con bordes regularmente rectilíneos), es suficiente la delineación de una ligera concavidad, siempre que ésta se halle “localizada”, es decir,
restringida a una porción del filo total. Hecha esta aclaración,
13
El carácter de contigüidad a fractura o talón ha sido discriminado, aunque
para soportes laminares, en la tipología de Rozoy (cf. Lamelle cassée dans une
coche), y también en algún recuento tipológico o inventario expreso de mate-
60
los límites para la clasificación de las muescas se encuentran,
sólo para soportes laminares, en la contigüidad a una extremidad fracturada o natural de talla, esto es, cuando la muesca incide sobre –o recorta– una fractura, un talón o una parte
distal (cf. hojas u hojitas con base estrechada).
La caracterización de las muescas en las colecciones de
referencia se ofrece en la tabla 4, en la que se expresan los
totales generales para los distintos atributos según la clase de
soporte (entidad de la muestra: Or, 72 efectivos; Ereta, 30
efectivos). Los atributos contemplados atienden al tipo de
muesca, su dirección y localización, a lo que se ha añadido
las disposiciones “especiales” que suponen la contigüidad a
una fractura o a un talón (esto sólo con efectividad para lascas, de acuerdo con el límite de clasificación arriba señalado).13 En los casos de multiplicidad –unilateral, bilateral o
multilateral– de las muescas, cada una de ellas ha sido tenida en cuenta individualmente y contabilizada en sus rasgos
básicos (tipo y dirección).
Los datos de ocurrencia que muestra la tabla 4, especialmente, complementados con los de la tabla 5, constituyen el
punto de partida para discutir la idoneidad de unos u otros rasgos a la hora de concretar los tipos formales, sin perder de vista los significados de estilo y tecnofuncional, prácticamente el
segundo, ya que las muescas y denticulados de Or y Ereta encierran escasa viabilidad en el primer sentido. De entrada hay
que destacar que las lascas espesas sólo comportan muescas
simples, hecho nada extraño si se tiene en cuenta que la técnica “clactoniense” es más factible en esta clase de soportes.
Este tipo de muescas también es importante en lascas delgadas, y existente en soportes laminares, aunque aquí su carácter, más que técnico, debe ser accidental o de uso. A efectos
de clasificación tipológica, la naturaleza de las muescas rara-
riales neolíticos (p.e., el estudio de la industria lítica del yacimiento francés de
Jean Cros –Barbaza, Guilaine y Vaquer, 1979–; o de la industria del grupo belga de Blicquy –Van Berg, Cahen y Demarez, 1982: 27, fig. 10, i, j–).
[page-n-72]
mente ha sido discriminada como criterio,14 pese a que muescas simples y retocadas responden, en su intencionalidad, a
gestos técnicos diferentes. La verdad es que, tecnofuncionalmente hablando, esta no discriminación se ha revelado del todo consecuente, en tanto que los análisis traceológicos
parecen conceder el mismo valor funcional y de uso a ambas
variedades de muesca. Ciñéndonos a ello, no contemplaremos
esta distinción morfotécnica que, además, obligaría a un desdoblamiento evidente de los tipos; tal distinción podría ser
bastante viable para lascas delgadas, pero también para soportes laminares, en la medida en que las melladuras simples,
inapropiadas o poco probables “técnicamente” en hojas y hojitas, podrían ofrecer información sobre el estado de una industria en forma de índice de “accidentalidad” (si ésta es su
causa). Con todo, el recuento aparte de estas muescas puede
ser tenido en cuenta a ese nivel en los estudios descriptivos.
Siguiendo con la tabla 4, la distinta dirección de las
muescas, rasgo no tenido en cuenta en las clasificaciones
corrientes, se equipara en las lascas espesas y guarda un
cierto distanciamiento (directas respecto a inversas) en los
restantes grupos de soportes, más acentuado en las hojas.
En cuanto a la localización, las muescas distales (las ubicadas en el lado transversal) sólo tienen alguna relevancia
en las lascas delgadas, mientras que los casos de bilateralidad o multilateralidad, en cualquier tipo de soporte, son
francamente escasos. La dirección y la localización de las
muescas no reviste tampoco ninguna significación tecnofuncional; para cumplir su función, es indiferente que una
muesca sea lateral o distal, directa o inversa. Lo que se observa en las lascas es la fijación de las muescas, sea cual sea
su dirección, en un borde largo, con independencia de la localización de éste (v. fig. 6, nº 9 y 10). Por lo que tendría
que ver con el estilo, tal como comentábamos en otro momento, no parece haber en las industrias estudiadas (en una
consideración diacrónica, p.e.) una búsqueda sistemática de
lados transversales funcionales. Por otro lado, la multiplicidad de muescas en distinta localización (laterales, bilaterales o multilaterales en lascas; laterales o bilaterales en hojas
y hojitas), de tener algún significado sería como indicación
del grado de aprovechamiento de los soportes (economía de
Denticulación
la materia prima), aunque es cierto que los casos de multiplicidad y multilateralidad, como hemos dicho, son más
bien raros, en todos los tipos de soporte.
Sobre la contigüidad de las muescas a talón o a fractura,
en lascas, sólo cabe retener su escasa frecuencia y, en el segundo caso, su posible accidentalidad y no relación con una
particular técnica de fractura de soportes (además, prácticamente todas las muescas contiguas a fractura son del tipo
clactoniense, no retocadas).
A partir, pues, de estas observaciones, los criterios de
clasificación para las muescas quedarían ceñidos a la clase
de soporte (lasca / hoja u hojita), al módulo de espesor / delgadez para lascas (delimitado por el rango ya establecido:
e≥8 mm), y al estado de integridad o fractura para soportes
laminares, considerándose aparte los fragmentos s.s. (l<2a).
Denticulados
Caracterización, criterios de clasificación:
En su consideración tipológica clásica (Bordes, Tixier),
los denticulados vendrían definidos, como hemos dicho anteriormente, por una serie de muescas contiguas destacando
dientes, en un mínimo establecido de dos entalladuras sucesivas (Tixier, Fortea).
En los conjuntos estudiados, las denticulaciones responden a una variedad de rasgos y combinaciones dada por: 1)
una sucesión de dos o más muescas “clactonienses” o dos o
más muescas amplias retocadas (p.e., fig. 9, nº 5 y 8, respectivamente); 2) una línea denticulada o sinuosa formada
por una sucesión de muescas menos amplias –distintos grados de marginalidad– simples, retocadas o “mixtas” –conjunción de los dos primeros tipos– (p.e., fig. 9, nº 1 y 3;
fig. 11, nº 8, 9 y 11); 3) una combinación de muesca amplia
–clactoniense o retocada– y línea denticulada o sinuosa
(p.e., fig. 13, nº 3 y 5).
En la tabla 6 quedan reflejadas las cuantificaciones de
los diferentes tipos de denticulación para el global de denticulados de Or y Ereta, hallándose desdoblados los casos de
bilateralidad. Es una tabla a título indicativo, puesto que el ti-
Lasca
delgada
1
Hoja
Muescas clactonienses
Muescas retocadas
Lasca
espesa
14
-
Hojita
-
Fragmento
hoja
-
-
Fragmento
hojita
-
Línea denticulada
M + línea denticulada
16
1
44
1
72
9
36
-
47
1
7
-
Tabla 6.- Tipos de denticulación en las piezas con esta característica de Or y Ereta (suma total de efectivos).
14
Una excepción es la tipología de Binder (1987) para el Neolítico antiguo provenzal, donde existe el tipo Éclat épais à coche(s) clactonienne(s),
pero en la que, por otro lado, las muescas “retocadas” sobre cualquier cla-
se de soporte pierden su individualidad al quedar integradas entre las piezas
con extracciones irregulares.
61
[page-n-73]
Denticulación
Lasca
espesa
12
7
Lasca
delgada
33
2
Hoja
Hojita
24
8
Frag.
hoja
15
8
29
3
Frag.
Hojita
4
1
Alternante
Alterna
5
1
7
1
27
3
7
1
12
1
-
Marginal o profunda
Muy marginal
23
23
51
28
28
4
2
20
11
3
17
3
Unilateral
Bilateral
Distal
14
3
5
29
1
11
43
19
-
26
5
-
42
3
-
7
-
Lateral-distal
3
2
-
-
-
-
Opuesta a muesca
Opuesta a retoque continuo
1
5
1
8
1
8
4
5
1
-
Opuesta a embotadura
1
3
11
8
10
3
Directa
Inversa
Tabla 7.- Morfotecnia de los denticulados en Or y Ereta (suma total de efectivos).
Variantes
Lasca espesa
Denticulación
Denticulación mm
Lasca delgada
Denticulación
Denticulación mm
Hoja u hojita
Denticulación unilateral
Denticulación bilateral
Fragmento de hoja u hojita
Denticulación unilateral
Denticulación bilateral
Hoja u hojita
Denticulación mm unilateral
Denticulación mm bilateral
Fragmento de hoja u hojita
Denticulación mm unilateral
Denticulación mm bilateral
Hoja u hojita
Muesca y denticul. opuesta
Fragmento de hoja u hojita
Muesca y denticul. opuesta
Total
c
15
Or
18
16
2
34
14
20
64
48
16
19
15
4
26
23
3
6
6
5
5
1
1
173
EP
7
7
9
9
12
7
5
9
9
2
2
1
1
40
Total
25
23
2
43
23
20
76
55
21
28
24
4
28
25
3
6
6
5
5
2
2
213
Tabla 8.- Variabilidad de los denticulados en Or y Ereta sobre
caracteres seleccionados.
Como señalábamos en la nota anterior, una excepción se encuentra en la
lista de Binder, en la que el mismo tipo a que hacíamos referencia, Éclat
62
po de denticulación no suele recogerse como criterio de clasificación.15 Los aspectos a destacar son la correlación única que se da entre las denticulaciones producidas por
muescas clactonienses y las lascas espesas, hecho por lo demás totalmente esperable; la escasez de denticulaciones debidas a muescas amplias retocadas o a la combinación de
éstas o las clactonienses con una “línea denticulada”; y la
máxima significación de este último carácter, tal como lo hemos definido, en todos los grupos de soportes a excepción
del de lascas espesas. Las líneas denticuladas, cuando se trata de series continuas de muescas o extracciones simples,
conformarían lo que llamaríamos más propiamente un “retoque denticulado”. En todos los casos, la característica esencial de las denticulaciones perfiladas es su irregularidad
(líneas de muescas y extracciones que rompen la rectilineidad de los filos, sin crear “dientes” funcionales), lo que marca los límites con el grupo de “sierras y dientes de hoz”.
A señalar también que un gran número de las piezas que clasificamos como denticulados, sobre soportes laminares, entrarían en la categoría de las “hojas y hojitas Montbani” de
Rozoy y de las “hojas y hojitas con extracciones irregulares”
de Binder.
El resto de características morfotécnicas de los denticulados de Or y Ereta se recogen en la tabla 7 (ver también tabla
8). Estas piezas, al igual que las muescas, se prestan a pocas
indagaciones de estilo: los denticulados del Neolítico antiguo,
por lo observado, no muestran mayores diferencias con sus
homólogos eneolíticos, ni en la naturaleza ni en la dirección o
localización de los rasgos constitutivos (las proporciones en
uno u otro rasgo pueden variar, pero no las presencias cualita-
épais à coche(s) clactonienne(s), englobaría a muescas de estas características en disposición aislada o en contigüidad (formando denticulación).
[page-n-74]
Muescas y denticulados (MD): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Muesca
Lasca
Espesa (MD1)
Delgada (MD2)
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga” (MD3)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (MD4)
Denticulado
Lasca
Denticulación marginal o profunda
[Lasca] espesa (MD5)
[Lasca] delgada (MD6)
Denticulación muy marginal
[Lasca] espesa o delgada (MD7)
Hoja u hojita
Denticulación marginal o profunda
Pieza completa o fracturada “larga”
[Dent.] unilateral (MD8)
[Dent.] bilateral (MD9)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (MD10)
Denticulación muy marginal
Pieza completa o fracturada “larga” (MD11)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (MD12)
Muesca + denticulado en oposición
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga” (MD13)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (MD14)
Cuadro 7.
tivas). Por otro lado, hay que contar con la aleatoriedad que
preside la formación de un denticulado, en la medida en que
es el uso el que suele reconocerse como factor más probable
(el estilo, en morfotipos, es más previsible desde la intencionalidad). Respecto a la significación tecnofuncional, los comentarios realizados a propósito de las muescas son
igualmente válidos aquí: este sentido es prácticamente nulo
para la dirección o la localización de las denticulaciones, por
lo que no retendremos estos rasgos a efectos de clasificación.
Aparte de los datos de ocurrencia que tendrán repercusión en la formulación de los tipos (escasez de denticulaciones muy marginales en lascas espesas y, en disposición
bilateral, en soportes laminares; ausencia de denticulaciones
opuestas a muesca en lascas), la particularidad más llamativa
que se aprecia en la tabla 8 es la ausencia de denticulaciones
muy marginales en las series de la Ereta. Las piezas con esta
característica alcanzan buena representación en Or, estando
totalmente justificada su consideración tipológica. Son, por
otro lado, la clase de piezas en que el “retoque denticulado”
cobra su máxima expresión, produciendo líneas más regulares
que las que son comunes para las restantes denticulaciones,
independientemente de que esta regularidad sea una impresión ocasionada en más de un caso por el pequeño tamaño de
las extracciones. Con todo, no vemos en nuestros denticulados
muy marginales, ni formal ni técnicamente, apenas proximidad con los “microdenticulados” de algunas otras industrias
neolíticas europeas (cf. Bocquet, 1980; Juel Jensen, 1988).
Estos verdaderos microdenticulados responden a una intencionalidad de fábrica no percibida en nuestras piezas, cuyas
denticulaciones son, como hemos dicho, producto con bastante seguridad del uso; en cambio, el campo de utilización podría encontrarse más cercano, al remitir en los casos europeos
63
[page-n-75]
al trabajo de plantas duras o de fibras vegetales (Vaughan y
Bocquet, 1987; Juel Jensen, ibíd.), y en algunos de los nuestros a la siega de cereales, como testifica la presencia del lustre característico (v. fig. 14, nº 1).
Queda referirse a las morfotecnias especiales que constituyen las denticulaciones opuestas a muesca, a retoque
continuo no denticulado o a simple embotadura por extracciones de “uso” (tabla 7). Su detalle es también a título indicativo, como una muestra más de la variabilidad observada,
aquella en la que entran en juego rasgos de distinta naturaleza “morfológica” (al menos en lo que concierne al retoque
continuo y a la embotadura). En última instancia, estas piezas serían indicadoras del grado de aprovechamiento de los
soportes (si el retoque continuo, p.e., reviste un significado
funcional y no técnico), del mismo modo que la bilateralidad
o multilateralidad de las propias denticulaciones. Asumiendo
los preceptos basados en la “economía de la clasificación” y
en la jerarquía de los caracteres, la atención tipológica sólo
será puesta en los casos de denticulación opuesta a muesca,
al encontrarse ambos rasgos al mismo nivel jerárquico.16
Los criterios de clasificación tenidos en cuenta, pues,
para los denticulados de Or y Ereta, aparte del tipo de soporte, serían: con carácter general, la amplitud de la denticulación (marginal o profunda / muy marginal); en relación
con el soporte, la característica de espesor / delgadez para
lascas, y la localización de la denticulación (unilateral / bilateral) y el estado de integridad o fractura para hojas u hojitas. En el cuadro 7 se esquematizan estos criterios y los
contemplados para el subgrupo de las muescas.
Tipos:
Lasca espesa con muesca(s) (MD1)
Lasca o fragmento de lasca, de espesor igual o superior
a 8 mm, con una o más muescas no contiguas simples o retocadas, directas o inversas, unilaterales, bilaterales o multilaterales (fig. 6, nº 1, 2, 4 y 5).
Todas las piezas figuradas presentan muescas simples (“clactonienses”), las nº 4 y 5 inversas y contiguas a fractura.
Lasca delgada con muesca(s) (MD2)
Lasca o fragmento de lasca, de espesor inferior a 8 mm,
con las mismas características para las muescas que el tipo
anterior (fig. 6, nº 3 y 6 a 14; fig. 7, nº 1 a 9).
muescas retocadas. A observar en la nº 6 (fig. 6) la supresión del
talón y el bulbo por retoques planos bifaciales.
Hoja u hojita con muesca(s) (MD3)
Soporte técnicamente laminar, entero (extremos proximal y distal conservados) o fracturado (cuerpo proximal,
medial o distal), en ambos casos de l≥2a, con una o más
muescas no contiguas simples o retocadas, directas o inversas, unilaterales o bilaterales (fig. 7, nº 10 a 15; fig. 8, nº 1
a 9, 11, 15 y 16).
Presentan muescas simples, por uso o accidente, las piezas
nº 11 a 15 (fig. 7). Los casos de bilateralidad (nº 15 y 16, fig. 8)
lo son por muescas retocadas. Es bastante corriente en soportes laminares la presencia de retoques continuos marginales o de extracciones de “uso” (embotadura) acompañando a las muescas en
el mismo borde o en el borde opuesto (p.e., nº 11, 13, fig. 7; nº 1,
3, 7, fig. 8).
Fragmento de hoja u hojita con muesca(s) (MD4)
Fragmento extremo (l<2a) del tipo anterior (fig. 7, nº 16
a 18; fig. 8, nº 10, 12 a 14 y 17).
La pieza nº 12 (fig. 8) constituye un ejemplo de reutilización
de un antiguo elemento de hoz, dada la supresión de la pátina brillante (lustre de cereales) producida por el retoque de la muesca.
Lasca espesa con denticulación (MD5)
Lasca o fragmento de lasca, de espesor igual o mayor a
8 mm, con dos o más muescas contiguas simples o retocadas, de cualquier dirección y localización (fig. 9, nº 1 a 7).
En las piezas nº 4 a 7 la denticulación es por muescas “clactonienses”, distales en la nº 4; las nº 1 a 3 comportan “línea denticulada” por muescas “marginales” simples o simples y retocadas, en
disposición distal también en la nº 3, y latero-distal en la nº 1.
Lasca delgada con denticulación (MD6)
Lasca o fragmento de lasca, de espesor menor a 8 mm,
con las mismas características para la denticulación que el tipo anterior (fig. 9, nº 8 a 10; fig. 10, nº 1 a 3).
La pieza nº 8 (fig. 9) presenta denticulación por muescas retocadas “amplias”, distales; el resto de ejemplos, por muescas retocadas “marginales” o por línea denticulada.
Lasca [espesa o delgada] con denticulación muy marginal
(MD7)
Las piezas nº 8 a 11 (fig. 6) comportan muescas simples, de
disposición distal en nº 8 a 10, contigua a talón en nº 11; la nº 10
es una lasca de regularización de núcleo, extraída lateralmente con
respecto al frente de lascado y recortando (lado izquierdo) parte del
plano de percusión. El resto de piezas figuradas corresponde a
Lasca o fragmento de lasca, de cualquier espesor, con
denticulación muy marginal de cualquier dirección, lateral o
distal (fig. 10, nº 4 a 12).
16 Nuestra manera de proceder no es coincidente en este punto con la de
Tixier, en cuya tipología, en el grupo de piezas con muesca(s), se contempla el tipo Pièce a coche(s) ou denticulation et retouche continue. Conservar como tipos los definidos por la oposición denticulación-retoque
continuo o denticulación-embotadura, obligaría a hacer lo mismo en la ma-
yoría de grupos tipológicos que componen las colecciones estudiadas, esto
es, a desdoblar tipos cuando exista la confluencia de caracteres retenidos
como esenciales y, por tanto, determinantes de grupos específicos. A paliar
esta circunstancia (la multiplicación de entradas en un repertorio) es a lo
que va dirigido el principio de la jerarquía de los caracteres.
64
[page-n-76]
Las piezas nº 4 y 8 son lascas espesas, con “microdenticulación” lateral inversa la primera, y distal directa la segunda; en la nº 5
(fragmento de lasca delgada) la microdenticulación es alternante.
Fragmento de hoja u hojita con denticulación muy marginal (MD12)
Fragmento extremo del tipo anterior (fig. 14, nº 20).
Hoja u hojita con denticulación unilateral (MD8)
Soporte técnicamente laminar, entero o fracturado (en
ambos casos l≥2a), con dos o más muescas contiguas simples
o retocadas, formando por lo general “línea continua denticulada” marginal o profunda, de cualquier dirección y de localización unilateral (fig. 11, nº 1 a 16; fig. 12, nº 1 a 5).
La pieza nº 1 (fig. 11), con denticulación marginal alternante,
es un elemento de hoz, uso específico que ha debido originar las
pequeñas muescas y extracciones que marcan la denticulación; la
nº 2 (fig. 12), sin embargo, es un denticulado sobre elemento de
hoz (la línea de retoque, compuesta por extracciones irregulares
que dibujan una denticulación marginal, carece de cualquier vestigio de lustre, que sí se conserva en zonas interiores de la misma cara afectada –cara ventral–; la cara superior muestra aún todo el
lustre desde el mismo borde).
Hoja u hojita con denticulación bilateral (MD9)
Tipo anterior con denticulación en los dos lados (fig. 12,
nº 11 a 14; fig. 13, nº 1 a 3 y 5 a 8).
Las piezas nº 12 y 14 (fig. 12) y 3, 5 y 7 (fig. 13) son buenos
exponentes de denticulación formada por muescas amplias retocadas englobadas en líneas denticuladas.
Fragmento de hoja u hojita con denticulación (MD10)
Fragmento extremo (l<2a) de cualquiera de los dos tipos
anteriores (fig. 12, nº 6 a 10; fig. 13, nº 9 y 10).
Las piezas nº 6 a 10 (fig. 12) presentan denticulación unilateral; las nº 9 y 10 (fig. 13), bilateral. En fragmentos laminares extremos es imposible saber si la pieza, en un estado más “completo”
de conservación, podría haber comportado denticulación bilateral
(u otro rasgo diferente); por eso se unen ambas localizaciones en un
mismo tipo (criterio que se mantendrá para otros casos parecidos).
Hoja u hojita con denticulación muy marginal (MD11)
Soporte laminar, con las mismas características de estado y tipométricas que los tipos MD3, MD8 o MD9, presentando denticulación muy marginal unilateral o bilateral
(fig. 14, nº 1 a 14).
Las piezas nº 13 y 14 poseen “microdenticulación” bilateral,
siendo además raros ejemplos de soportes “enteros”. La pieza nº 1,
también completa, es un elemento de hoz, con microdenticulación
claramente de uso (el lustre afecta intensamente a todas las pequeñas extracciones, en las dos caras). El micro-denticulé se contempla en la clasificación del utillaje del yacimiento neolítico de Jean
Cros (Barbaza, Guilaine y Vaquer, 1979: 78).
Hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta]
(MD13)
Soporte laminar (cf. tipo MD11) con muesca opuesta a
denticulación (fig. 14, nº 15 a 17).
En la pieza nº 15, la muesca, retocada, se opone a dos muescas también retocadas contiguas y alternantes; en las nº 16 y 17, la
muesca, igualmente retocada, se halla en oposición a una línea denticulada.
Fragmento de hoja u hojita con muesca y denticulación
[opuesta] (MD14)
Fragmento extremo del tipo anterior (fig. 14, nº 18 y 19).
En ambas piezas figuradas (dos pequeños fragmentos de hojita), una muesca retocada se opone a una línea denticulada prácticamente muy marginal.
La simplificación de tipos es también posible en este
grupo, descartando, en primer lugar, el criterio de espesor
para lascas, dada la no individualización de las muescas o
denticulados “clactonienses” como tales y el hecho de que
las lascas delgadas también pueden presentar esta clase de
muescas o denticulados “simples” (no son rasgos exclusivos
de soportes gruesos, ni puede asegurarse, por otro lado, su
intencionalidad técnica); en segundo lugar, desestimando
como carácter específico de clasificación la amplitud “muy
marginal” de las denticulaciones, en razón de la misma aleatoriedad “morfológica” que se evidencia para todas las amplitudes/extensiones de denticulación (no existe, como
hemos subrayado anteriormente, un verdadero útil “microdenticulado” en las series examinadas). Así modificado, el
listado de tipos quedaría de la siguiente manera:
-
Lasca con muesca(s) (MD1)
Hoja u hojita con muesca(s) (MD2)
Fragmento de hoja u hojita con muesca(s) (MD3)
Lasca con denticulación (MD4)
Hoja u hojita con denticulación unilateral (MD5)
Hoja u hojita con denticulación bilateral (MD6)
Fragmento de hoja u hojita con denticulación (MD7)
Hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta]
(MD8)
- Fragmento de hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta] (MD9)
65
[page-n-77]
Fig. 6.- Muescas y Denticulados.
66
[page-n-78]
Fig. 7.- Muescas y Denticulados.
67
[page-n-79]
Fig. 8.- Muescas y Denticulados.
68
[page-n-80]
Fig. 9.- Muescas y Denticulados.
69
[page-n-81]
Fig. 10.- Muescas y Denticulados.
70
[page-n-82]
Fig. 11.- Muescas y Denticulados.
71
[page-n-83]
Fig. 12.- Muescas y Denticulados.
72
[page-n-84]
Fig. 13.- Muescas y Denticulados.
73
[page-n-85]
Fig. 14.- Muescas y Denticulados.
74
[page-n-86]
TRUNCADURAS
Familia tipológica contemplada como tal en los repertorios de Tixier y Fortea (“fracturas retocadas” también en la
denominación de este último autor), aunque con un mínimo
de entradas formalizadas (dos tipos y uno sólo retenidos,
respectivamente). Su entidad formal es mayor, en cambio,
en las tipologías de Rozoy (nueve tipos repartidos en grupos
diferentes), Binder (seis tipos en un grupo específico) o Vaquer (más de veinte tipos en nueve grupos). En las colecciones estudiadas, las truncaduras ofrecen porcentajes discretos
(cerca del 4% en Or, y del 3% en Ereta, en cómputos globales), pero compensados por una cierta variabilidad morfológica, sobre todo en Or.
Definición del grupo: Lascas, hojas y hojitas presentando un “frente” distal y/o proximal, producido por retoque generalmente abrupto, que interrumpe (“trunca”) el desarrollo
longitudinal del soporte en el sentido –siempre– de la talla.
La línea o frente creada por el retoque (la “truncadura”)
puede ser rectilínea, cóncava o convexa, directa o inversa
(raramente alternante o de otra bidireccionalidad), y la orientación normal u oblicua con respecto al eje de talla. Esencial en una truncadura es su continuidad de uno a otro borde
del soporte, marcando dos ángulos más o menos netos de
encuentro. No obstante, pueden darse casos de truncadura
parcial, en que restos de una superficie de fractura, muy raramente de un ápice triédrico (técnica de microburil), subsisten junto a la línea truncada, pero siempre guardando la
misma orientación.
La confusión de truncaduras, convexas o rectilíneas,
con raspadores de frente muy gastado es posible (Tixier,
Fortea), siendo determinante el espesor del frente (normalmente en una truncadura el frente suele ser poco grueso, exceptuando algunos soportes sobre lasca). En el caso de las
truncaduras dobles (bitruncaduras), el criterio de separación
con los geométricos lo marca la longitud del lado más corto entre líneas truncadas, que debe exceder para las primeras 1,5 veces o más la anchura de la pieza. Frente a otros
criterios establecidos (Fortea, Laplace, GEEM, Binder), éste nos ha parecido el más eficiente tras el examen de las piezas bitruncadas de Or y Ereta.
El término “truncadura”, en última instancia, designa
tanto al rasgo morfotécnico en sí como a la pieza que lo
comporta, en este último caso cuando no comparece otro carácter del mismo nivel jerárquico o superior.
17 Como dato curioso, J.-G. Rozoy, en una pequeña nota de reseña bibliográfica aparecida en el Bulletin de la Société Préhistorique Française (t. 94,
nº 2, 1997, p. 138), recoge el hallazgo, en una marisma del norte de Alemania, de dos armaduras mesolíticas (inicios del Boreal) con restos de cola de enmangue. Se trata de dos puntas simples con truncadura oblicua, con
Funcionalmente, los frentes truncados pueden constituir
tanto la parte activa de un útil (en consideración amplia) como la parte pasiva destinada a facilitar cualquier tipo de enmangue. En el primer sentido, piezas con truncadura oblicua
–sobre todo– han podido actuar como puntas de armas arrojadizas (armaduras-cabeza de flechas y azagayas), según
revelan distintos testimonios arqueológicos de cronología
epipaleolítica o mesolítica (v. Rozoy, 1978; Nuzhnyj, 1989).
Para momentos neolíticos, esta finalidad no se halla documentada al mismo nivel de testimonios (piezas insertadas en
sus astiles o mangos de madera o hueso), aunque es bien
probable, a falta de análisis traceológicos comprobantes, que
un buen número de truncaduras simples oblicuas, longitudinalmente cortas, de contextos sobre todo del Neolítico final
(p.e., y en lo que aquí respecta, algunas de las piezas de estas características de la Ereta del Pedregal), hayan tenido
aquella finalidad. Lo que sí han desvelado en cambio los estudios de trazas, para series neolíticas, es la utilización de las
propias truncaduras (los frentes truncados) en diferentes tipos de trabajos sobre distintas clases de materias. Así, por
ejemplo, en el yacimiento italiano de Campo Ceresole (grupo de Vhò), truncaduras rectas o convexas han cortado o raspado madera (Biagi y Voytek, 1992), al igual que en la
estación también italiana de Arene Candide, donde además
se ha determinado el trabajo del hueso o el asta, y de materiales más blandos (posiblemente la piel), acometido por
truncaduras idénticas y otras de frente oblicuo (Starnini y
Voytek, 1997); algunas de estas truncaduras oblicuas han podido perforar material blando, uso señalado igualmente para
piezas del mismo tipo del yacimiento neolítico esloveno de
Sammardenchia (Calani, 1996).
En cuanto al carácter de las truncaduras como acomodamientos para el enmangue, esta intencionalidad queda
bien explícita de nuevo en aquellos casos de piezas encontradas aún ensambladas, especialmente como dientes o filos
cortantes laterales de determinados tipos de flechas y azagayas (v. Nuzhnyj, 1989).17 En series neolíticas, tal carácter o
sentido tecnofuncional es también evidente para las truncaduras de configuración –rectas u oblicuas– de bastantes
“elementos de hoz”, como ocurre en la Cova de l’Or o en los
yacimientos italianos arriba indicados. En estos yacimientos, aparte del uso como hoces, los filos laterales de truncaduras generalmente rectas, sobre soportes laminares, han
raspado o cortado –sobre todo– materiales de distinta dureza, pudiendo mostrar alternativamente simples huellas de
la particularidad de que la cola o pega se halla dispuesta sobre las propias
truncaduras, indicando que éstas serían las partes enmangadas y que la punta en sí la constituirían las extremidades brutas de talla, en un montaje como cabezas de flecha.
75
[page-n-87]
Truncadura
Normal
Oblicua
espesa
1
-
Lasca
delgada
11
-
Hoja
Hojita
l!2a
10
6
l<2a
15
12
l!2a
10
5
l<2a
4
14
Total
51
37
Rectilínea
Cóncava
Convexa
1
-
10
1
-
13
1
2
24
2
1
12
3
14
1
3
75
4
9
Directa
Inversa
Alternante
1
-
8
3
-
16
-
24
3
-
9
5
1
15
2
1
73
13
2
Doble
-
-
3
-
4
-
7
Tabla 9.- Morfotecnia de las truncaduras en Or y Ereta (datos conjuntos).
enmangue. Si la finalidad de las truncaduras es clara en estos ejemplos (facilitar la inserción colectiva en un mango,
especialmente en los elementos de hoz), aún cabe otra intencionalidad de los frentes truncados como acondicionamientos pasivos, en particular los de orientación oblicua:
proporcionar una superficie de apoyo para los dedos en tareas de corte, ranurado, etc., cuando la parte activa la constituye el ápice o vértice formado por la truncadura y el filo
más largo, tal como se evidencia en alguna pieza de Arene
Candide (Starnini y Voytek, 1997).
Como ponen de relieve los datos arqueológicos y traceológicos, la orientación de las truncaduras puede revestir un
efectivo valor tecnofuncional, especialmente cuando éstas
suponen la parte activa o de uso directo (de un útil, en calidad de filos o frentes de trabajo, o de un arma, en calidad
de puntas de proyectil; truncadura “normal” vs. truncadura
“oblicua”). En consecuencia, el criterio de orientación será
uno de los tenidos en cuenta a la hora de la clasificación tipológica. Los restantes criterios vienen dados por la significación del resto a su vez de los caracteres morfotécnicos que
concurren en las truncaduras, recogidos en la tabla 9, de la
que hay que retener:
- La testimonialidad numérica de lascas espesas truncadas (e≥8 mm), y la exclusividad de la orientación
normal y casi de la delineación rectilínea de los frentes en esta clase en general de soportes.
- La inexistencia de truncamientos dobles en lascas.
- La poca relevancia de la dirección inversa en cualquiera de las categorías de soportes, y mucho menor de la
alternante (sólo observada en hojitas), sin ningún significado estilístico claro para estas direccionalidades.
- La irrelevancia de la delineación cóncava en soportes
laminares (como sucedía en las lascas), un poco menos acusada para la convexa en esos mismos soportes, sin olvidar para esta última delineación su
ambivalencia o connotación formal (frente de truncadura / frente de raspador).
76
- La tendencia a la equiparación de las orientaciones
normal y oblicua en piezas “cortas” (l<2a) sobre hoja, y la sobrerrepresentación de la orientación oblicua
en piezas del mismo módulo sobre hojita.
En base, pues, a estas apreciaciones, los criterios de clasificación para las truncaduras serían los siguientes (cuadro 8):
- Naturaleza del soporte (lasca / hoja u hojita).
- Para soportes sólo laminares, unicidad o duplicidad
del rasgo primario (truncadura simple / truncadura
doble).
- Para truncaduras simples sobre hoja u hojita, orientación de la truncadura (normal / oblicua); delineación
de ésta (rectilínea o cóncava / convexa); y estado de
integridad de la pieza, determinado por la presencia o
ausencia de fractura y el módulo dimensional (completa o fracturada “larga” / fracturada “corta”).
Tipos:
Truncadura sobre lasca (T1)
Lasca o fragmento de lasca, de cualquier espesor, presentando en un extremo de talla, generalmente el distal, un
frente abrupto de cualquier orientación, delineación y dirección (fig. 15, nº 1 a 4).
La mayoría de piezas observadas son lascas de espesor inferior
a 8 mm, siempre con truncaduras normales, raramente cóncavas
(pieza nº 4) o inversas (pieza nº 3).
Truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita (T2)
Soporte técnicamente laminar presentando en uno de los
extremos de talla, preferentemente el distal, un frente por lo
general abrupto de orientación normal, delineación rectilínea o cóncava y de cualquier dirección (fig. 15, nº 5 a 14;
fig. 16, nº 7 y 8).
[page-n-88]
Truncaduras (T): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Lasca (T1)
Hoja u hojita
Truncadura simple
Normal
Rectilínea o cóncava
Pieza completa o fracturada “larga”
Pieza fracturada “corta” (T3)
Convexa
Pieza completa o fracturada “larga”
Pieza fracturada “corta” (T5)
Oblicua
Rectilínea o cóncava
Pieza completa o fracturada “larga”
Pieza fracturada “corta” (T7)
Convexa
Pieza completa o fracturada “larga”
Pieza fracturada “corta” (T9)
Truncadura doble (T10)
(T2)
(T4)
(T6)
(T8)
Cuadro 8.
La orientación normal supone que el ángulo que forma la parte característica o su cuerda (delineaciones no rectilíneas) con el eje
de talla es cercano a 90º o, en todo caso, superior a 60º. Las piezas
que aquí se incluyen pueden mostrarse “completas” o con fractura
opuesta a la truncadura (lo que no quiere decir que no se trate de
piezas igualmente completas); en el segundo caso, el módulo dimensional será de l≥2a. Las truncaduras cóncavas son francamente
escasas (fig. 16, nº 7 y 8), además de ofrecer concavidades poco
marcadas, motivo de su no individualización tipológica. De éstas,
la nº 8 es un buen ejemplo de truncadura completa “corta” (l<2a) y
de la no consideración del criterio corto / largo fuera de los estados
de fragmentación extrema, ya que lo que se pretende subrayar es
ese estado y no el específicamente dimensional, a establecer, si fuera el caso, a partir de valoraciones tipométricas más consecuentes.
Las piezas nº 10 y nº 13 (fig. 15) presentan la truncadura en el extremo proximal (conservan íntegra la parte distal), inversa en la nº
13. La pieza nº 12 (fig. 15) constituye uno de los raros casos con
truncadura parcialmente bifaz (retoque abrupto directo seguido de
semiabrupto y oblicuo en articulación sobrepuesta, reflejada esta
direccionalidad como “alternante” en la tabla 9). La nº 8 (fig. 15)
es un elemento de hoz.
Abundando en lo expuesto anteriormente, que retoma a la vez
consideraciones previas, las piezas aquí clasificadas no son truncaduras cortas, sino fragmentos de truncaduras, esto es, de “útiles”
–en sentido funcional y morfológico– evidentemente fracturados.
Esto no descarta que algunas de las piezas clasificadas en el tipo
anterior no lo sean también, invirtiendo los términos de lo allí sugerido (sólo hay que reparar en la pieza nº 11 de la fig. 15 y ver cuál
hubiera sido la clasificación de la parte superior ensamblada de encontrarse ésta aislada, considerando, por supuesto, que la truncadura haya sido producida con anterioridad a la rotura, ya que hay
un episodio diferente para cada uno de los fragmentos tras aquella,
marcado por la no continuidad de la alteración térmica que se observa dorsal y proximalmente en el que porta la truncadura; si la
truncadura se hubiera realizado después de la fragmentación, nos
hallaríamos ante un posible caso de fractura intencional). Los fragmentos nº 15, fig. 15, y nº 3, fig. 16, muestran la truncadura en el
extremo proximal (el nº 15 corresponde a un elemento de hoz); en
el nº 5, fig. 16, la truncadura la ha producido un retoque semiabrupto alternante. El nº 9, fig. 16, es otro de los pocos ejemplos con
truncadura cóncava, originada en parte por una muesca simple retocada (presenta otra muesca simple inversa en el lado izquierdo).
Fragmento de truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita (T3)
Truncadura normal convexa sobre hoja u hojita (T4)
Fragmento extremo (l<2a) del tipo anterior, en el que,
por definición, una fractura se opone siempre a la truncadura (fig. 15, nº 15 y 16; fig. 16, nº 1 a 6 y nº 9).
Tipo T2 con truncamiento de delineación convexa
(fig. 16, nº 10 a 12).
Las tres piezas figuradas, dos de ellas “completas”, la otra con
fractura proximal, son las únicas truncaduras normales convexas
77
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existentes en las colecciones estudiadas, todas de retoque abrupto
directo. Individualizamos el tipo por su singularidad y por lo que
puede representar de interferencia más directa con un raspador desde un plano estrictamente formal. Los criterios de distinción, recordémoslo, radican en un frente más delgado y enteramente abrupto
para las truncaduras convexas.
co, con toda evidencia una solución de enmangue apta para útiles
compuestos, del tipo de la hoz o similares.
Fragmento de truncadura normal convexa sobre hoja u
hojita (T5)
Como en el caso de sus homólogos con truncadura oblicua rectilínea o cóncava, algunos de estos fragmentos deben pertenecer
también a geométricos fracturados. Puede que sea sintomático el
hecho de que ninguno de los fragmentos extremos con truncadura
oblicua muestren lustre de cereales.
Fragmento extremo del tipo anterior (no figurado).
Truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita (T6)
Soporte laminar de las mismas características tipométricas
y de estado retenidas para T2 o T4, con truncadura generalmente abrupta de orientación oblicua, delineación rectilínea o
cóncava y de cualquier dirección (fig. 16, nº 13 a 16).
La orientación oblicua supone que el ángulo que forma la parte
característica o su cuerda (delineaciones no rectilíneas) con el eje de
talla es cercano a 45º o, en todo caso, comprendido entre 30º y 60º.
Un ángulo de 30º es el que marca el límite tipológico entre truncaduras y piezas de dorso. En todas las piezas figuradas la truncadura
es abrupta y directa, además de rectilínea; no hay constatada ninguna delineación cóncava en soporte “largo”. La nº 15 presenta en oposición a la truncadura una fractura accidental; se trata, por tanto, de
una pieza “larga” pero “incompleta”. La nº 16 es un elemento de hoz.
Fragmento de truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita (T7)
Fragmento extremo del tipo anterior (fig. 16, nº 17 a 19;
fig. 17, nº 1 a 6).
El nº 6, fig. 17, es el único ejemplo con truncadura ligeramente cóncava, sobre la parte proximal de una hojita; sobre esta misma
parte se han realizado las truncaduras de los fragmentos nº 19 de la
fig. 16 y nº 2 de la fig. 17, en este último por retoque inverso. Es del
todo probable que un buen número de estos fragmentos en especial
(más que los que presentan truncadura normal rectilínea) lo sean de
geométricos y no de verdaderas truncaduras simples o dobles. Es en
ello, en la posibilidad de pertenecer a clases tipológicas distintas, en
lo que descansa la individualización, en todos los casos de truncaduras, del estado de fragmentación extrema.
Truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita (T8)
Tipo T6 con truncamiento de delineación convexa
(fig. 17, nº 7 y 8).
Los dos ejemplos figurados corresponden a sendos elementos
de hoz. En las piezas “largas” con truncadura oblicua, y especialmente cuando presentan lustre de cereales, es donde se aprecia con
mayor claridad el sentido tecnofuncional de este rasgo morfológi-
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Fragmento de truncadura oblicua convexa sobre hoja u
hojita (T9)
Fragmento extremo del tipo anterior (fig. 17, nº 9 a 11).
Truncadura doble sobre hoja u hojita (T10)
Soporte laminar con dos truncaduras opuestas generalmente abruptas y de cualquier orientación, delineación y dirección (fig. 17, nº 12 a 16).
La longitud del lado más corto entre truncaduras será igual o
superior al 1,5 de la anchura del soporte. Una aplicación del criterios más corriente (distancia entre truncaduras mayor a dos veces la
anchura; cf. GEEM, Fortea, Laplace) hubiera obligado a clasificar
entre los geométricos a la mayor parte de las piezas bitruncadas
de Or y Ereta, con apariencia muy poco “geométrica”. Las piezas
nº 12 y 13 son truncaduras dobles cortas “rectangulares”, la primera con retoque abrupto alterno (directo-inverso), la segunda al límite dimensional con lo tipológicamente “geométrico”. También
rectangular es la pieza nº 14, mientras que la nº 15 –un elemento de
hoz– presenta truncaduras de orientación normal-oblicua (rectilínea-convexa) y la nº 16 oblicua-oblicua (ambas rectilíneas).
La reducción de tipos en este grupo puede hacerse prescindiendo del estado “pieza fracturada corta”, por las duplicidades que conlleva, al igual que se ha decidido en el caso
de los raspadores (en determinados “estereotipos”, la consideración formal del fragmento –no de otros módulos dimensionales bien precisados– puede resultar innecesaria). Si el
interés en reflejar dicho estado estaría en dar cuenta de los
posibles geométricos fracturados (sobre todo cuando se trata de truncaduras oblicuas), esto puede hacerse en el estudio
descriptivo que debe acompañar a toda valoración tipológica. El listado, por tanto, quedaría así:
- Truncadura sobre lasca (T1)
- Truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u
hojita (T2)
- Truncadura normal convexa sobre hoja u hojita (T3)
- Truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u
hojita (T4)
- Truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita (T5)
- Truncadura doble sobre hoja u hojita (T6)
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Fig. 15.- Truncaduras.
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Fig. 16.- Truncaduras.
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Fig. 17.- Truncaduras.
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GEOMÉTRICOS
Los dorsos y las truncaduras pueden ser producidos por
retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección, y encontrarse a veces complementados por un retoque oblicuo o
rasante, éste último invasor o no y de dirección contraria, raramente de la misma dirección (doble bisel s.l.); los biseles,
por retoque oblicuo bifacial o por retoque oblicuo y rasante
también bifacial (doble bisel s.s.). Las truncaduras en sí pueden tener una orientación normal u oblicua, y una delineación rectilínea, cóncava o convexa.
En cualquier forma geométrica siempre quedará como
mínimo un lado sin retoque, o al menos no afectado por alguno de los tipos de retoque arriba descritos (v. cuadro 9). La
longitud del lado menor entre truncaduras (para trapecios y
rectángulos) será siempre inferior al 1,5 del ancho de la pieza. El carácter “microlítico” (longitud inferior a 2,5 cm, cf.
Binder) es observable en una parte de los geométricos examinados, tanto de Or como de Ereta, y aunque esta dimensión puede ser rebasada en bastantes casos, raramente lo es
por encima de los 4 cm.
La función mayor tradicionalmente atribuida a los geométricos es la de armaduras de flechas o azagayas, insertados
como “puntas” o “dientes” laterales. Esta forma de utilización la han venido confirmando, desde antiguo, los hallaz-
gos arqueológicos de piezas de estas características aún
montadas en sus mangos o astiles de hueso, asta o madera, o
clavadas en huesos de animales o humanos, correspondiendo a diferentes contextos y cronologías, generalmente postpaleolíticos (v., al primer respecto, Rozoy, 1978; Nuzhnyj,
1989; al segundo, aparte de estos mismos autores, Cordier,
1990; Aaris-Sørensen y Brinch Petersen, 1986; Vencl, 1991;
Birocheau et al., 1999). A ello se han sumado –como para
otras clases morfológicas de útiles– los trabajos experimentales, dirigidos a la determinación de las trazas macro y microscópicas resultantes de la utilización como proyectiles, en
diferentes formas de enmangue, de variadas réplicas de microlitos geométricos, trazas con las que inferir, por comparación, la precisa funcionalidad de las piezas arqueológicas
(p.e., Odell, 1978; Fischer, Vemming Hansen y Rasmussen,
1984; Fischer, 1990; Gassin, 1991; Gibaja y Palomo, 2004;
Domingo, 2005a). A partir de estas experiencias e inferencias, ha podido comprobarse que los geométricos neolíticos
y eneolíticos (los de los periodos que aquí más nos afectan)
han sido concebidos y han actuado principalmente como elementos de armas arrojadizas, empleo que, ciñéndonos a
ejemplos cercanos, así se certifica para series más o menos
amplias de esta clase de armaduras pertenecientes a yacimientos de distintos ámbitos peninsulares (en simple referencia bibliográfica, v. Ibáñez Estévez y González Urquijo,
1996; García Puchol y Jardón, 1999; Rodríguez, 1999; Gibaja y Palomo, 2004; Domingo, 2004, 2005b, 2006; Fernández, 2006).
Otros usos de los geométricos neolíticos y eneolíticos
han sido también señalados, especialmente como elementos
de hoz, funcionalidad que en ocasiones muy contadas podría
haber determinado en parte la producción de armaduras geométricas.18 Éste no es el caso, empero, de las industrias neolíticas peninsulares, toda vez que entre el repertorio formal
geométrico se constate alguna pieza utilizada como armadura de hoz. Dicho empleo fue propuesto en su día por Criado
(1980), en un pionero estudio funcional, para un corto número de geométricos procedentes de dólmenes gallegos, determinación considerada después muy discutible por otros
autores (cf. Fábregas, 1992b; Domingo, 2005a: 22). Trazas
de uso originadas por el trabajo de plantas no leñosas se han
creído reconocer en un segmento y un triángulo de vértice redondeado, ambos de retoque en doble bisel, de los niveles cerámicos –b y c2– del abrigo bajoaragonés de Costalena
(Domingo, 2004), sugiriéndose una posible relación con el
procesado de cereales. Más claramente, en el conjunto de geométricos de la Cova de l’Or aquí estudiados hay contabili-
18 Una tal orientación de fábrica, poniendo un ejemplo lejano en el espacio, aunque no en el tiempo, parece reflejarse en la amplia serie de trape-
cios, triángulos y segmentos con lustre de cereal del yacimiento pakistaní
de Mehrgarh (Lechevallier, 1978, 1980).
Familia tipológica con gran peso específico en los repertorios generales del Epipaleolítico-Mesolítico (Tixier,
Rozoy, GEEM, Fortea), pero también en los del Neolítico
antiguo (Binder) y Neolítico/Eneolítico (Vaquer), conteniendo un buen número de entradas de clasificación repartidas
en diferentes clases formales o técnicas.
Los geométricos se hallan relativamente bien representados en las colecciones líticas de la Cova de l’Or analizadas
(cerca del 11% sobre el total global del utillaje, incluidas las
piezas con simples señales de uso), todo lo contrario que en
las de la Ereta del Pedregal (un escaso 1% sobre el mismo
cómputo global). El conjunto de geométricos de Or, pues, es
el que ha proporcionado las bases para la clasificación tipológica que ofrecemos, facilitada por una variedad morfológica y técnica suficiente (prácticamente todos los tipos
retenidos se encuentran en este yacimiento).
Definición del grupo: Piezas, básicamente sobre soporte laminar, de silueta geométrica obtenida por un dorso o
un “bisel” curvos (cf. segmentos), por sendas truncaduras
opuestas (cf. trapecios, triángulos, rectángulos) o por “biseles”, normalmente rectilíneos, también opuestos (cf. triángulos de doble bisel).
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Cuadro 9.- Geométricos. Morfología analítico-descriptiva básica.
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zadas 4 piezas (de 166) que comportan lustre de cereal visible, si bien tres de ellas, por una u otra característica, discuerdan dentro de la serie (son, en concreto: un gran segmento de
retoque abrupto alternante –fig. 18, nº 2–, un segmento de
doble bisel parcial –fig. 18, nº 11– y un gran trapecio simétrico –fig. 19, nº 6–; la cuarta pieza es un trapecio de lado
cóncavo –fig. 21, nº 12–, con la particularidad de que el lustre afecta a la base menor o lado no truncado corto, delatando la reutilización de un elemento de hoz sobre hoja). De
estas piezas, el gran segmento y el gran trapecio son sin duda elementos de hoz en todo su sentido funcional, con acomodamientos específicos que les confieren una morfología
“geométrica”. Su inclusión en el grupo de los geométricos,
hay que decirlo, viene impuesta, más que por esa morfología
–sobre todo en el caso del gran trapecio–, por observancia de
los criterios de clasificación que guían cualquier construcción tipológica (aquí, el establecido para separ geométricos
de truncaduras dobles).19 Lo que propugnan en definitiva estos datos es que, ante unas pocas piezas por serie no habiendo actuado como proyectiles, resulta muy forzado hablar de
los geométricos en términos de “polifuncionalidad”, cuando
de lo que se trata mayormente es de usos complementarios
esporádicos si no de meras reutilizaciones.20
Partiendo del empleo general como armaduras de flechas
de los microlitos geométricos, tecnofuncionalmente serían
importantes los caracteres de simetría/asimetría y longitud
absoluta de las piezas (dada ésta por la largura de la base mayor en los trapecios, la “cuerda” o filo bruto en los segmentos y el lado no retocado en los triángulos; v. cuadro 9). Estos
caracteres pueden influir en la forma de enmangue, atendiendo a que las piezas simétricas y cortas son más apropiadas
para una disposición –por ejemplo– como armaduras cortantes (flèches tranchantes). En nuestra clasificación, se ha tenido en cuenta el criterio de simetría/asimetría para los
trapecios de lados rectilíneos. A efectos de estilo, como iremos viendo (sobre todo en el capítulo siguiente), serían relevantes la morfología (silueta) y el tipo de retoque, criterios
ambos tomados en consideración.
Criterios de clasificación (cuadro 10):
- Forma geométrica básica (segmento, triángulo, trapecio, rectángulo).
- Para segmentos, triángulos y rectángulos, técnica de
fabricación exclusivamente (retoque abrupto / retoque en doble bisel u otro retoque bidireccional, excluido el abrupto cruzado).
- Para trapecios, presencia o no de base pequeña retocada (las bases las constituyen los lados no retocados).
19 La aplicación estricta de este criterio, a nuestro parecer, llevaría a considerar como truncaduras dobles las piezas trapeciales con lustre del yacimiento andaluz de los Murciélagos de Zuheros, y no como geométricos
(Vera, 1999).
20 Sin salirnos de contextos neolíticos, éste es el sentido del doble uso, como armaduras de flechas y como perforadores/grabadores, que señala Ca-
- Para trapecios sin base pequeña retocada, presencia de
los caracteres “rectángulo” (una truncadura perpendicular al eje de talla) y “bases desplazadas” (truncaduras en el mismo sentido de oblicuidad), o ausencia de
ambos caracteres.
- Para trapecios rectángulos o con bases desplazadas,
tipo de retoque (abrupto / abrupto + oblicuo o rasante complementario) y delineación del lado menor retocado o truncadura menor en los casos de
retoque abrupto (rectilíneo y/o cóncavo / convexo).
- Para trapecios no rectángulos y sin bases desplazadas,
delineación de los lados retocados o truncaduras (rectilíneos / cóncavo(s) / convexo(s)); tipo de retoque
(abrupto / abrupto + oblicuo o rasante complementario) excepto en los casos de lado(s) convexo(s); y carácter de simétrico o asimétrico (truncaduras opuestas
de igual o desigual oblicuidad) para los trapecios de lados rectilíneos abruptos.
Nuestra clasificación de los geométricos sigue esencialmente la de Fortea, sintetizando o ampliando, eso sí, las
clases de este autor o añadiendo otras nuevas (cf. “rectángulos”), siempre bajo criterios de entidad numérica y otros significados relevantes. La reducción de tipos, por ejemplo, es
bastante drástica en el caso de los triángulos (dos únicas entradas frente a las diez de Fortea), mientras que la inclusión
de nuevos tipos se ha hecho necesaria en la clase de los trapecios, con la consideración de las variantes de bases desplazadas (antiguas formas “romboidales”, cf. GEEM). Otra
novedad también importante con respecto a Fortea radica en
la retención de la técnica de retoque como factor de individualización tipológica, oponiendo el retoque abrupto estricto
al doble bisel o a otras modalidades de retoque bidireccional,
ello en prácticamente todas las clases formales. En definitiva, nuestra clasificación, contrariamente a la de Binder, parte en primer lugar de la morfología primaria (silueta) de los
geométricos, haciendo intervenir en algún nivel subsiguiente
aspectos más puramente tecnológicos como la modalidad del
retoque. La morfología, tanto o más que la técnica, se ha revelado en nuestro ámbito de estudio con un significativo valor cronológico, como veremos en su momento.
Tipos:
Segmento de retoque abrupto (G1)
Geométrico con la silueta de un segmento de círculo cuyo dorso curvo o “arco” es producido por retoque abrupto o
semiabrupto de cualquier dirección (fig. 18, nº 1 a 7).
lani (1996) para 10 microlitos romboidales del yacimiento esloveno de
Sammardenchia; o de la referencia que hace Gassin (1996) a un gran trapecio disimétrico de la Grotte de l’Église utilizado para “rascar”, el único de
la serie analizada que no sería un proyectil; o la de Domingo (2004) con respecto a un gran triángulo de doble bisel del nivel c2 de Costalena con huellas de haber trabajado piel.
85
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Geométricos (G): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Segmento
Retoque abrupto (G1)
Retoque en doble bisel u otro retoque bidireccional (G2)
Triángulo
Retoque abrupto (G3)
Retoque en doble bisel u otro retoque bidireccional (G4)
Trapecio
Sin base pequeña retocada
No rectángulo, no bases desplazadas
Lados rectilíneos
Retoque abrupto
Simétrico (G5)
Asimétrico (G6)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G7)
Lado(s) cóncavo(s)
Retoque abrupto (G8)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G9)
Lado(s) convexo(s) (G10)
Rectángulo
Retoque abrupto
Lado menor rectilíneo o cóncavo (G11)
Lado menor convexo (G12)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G13)
Bases desplazadas
Retoque abrupto
Lado menor rectilíneo (G14)
Lado menor cóncavo (G15)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G16)
Con base pequeña retocada (G17)
Rectángulo
Retoque abrupto (G18)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G19)
Cuadro 10.
El retoque debe suprimir prácticamente cualquier traza del talón y el bulbo del soporte laminar de partida. La pieza nº 2 es un
elemento de hoz, con carácter de segmento “atípico” no tanto por
sus dimensiones como por el retoque semiabrupto alternante del
dorso o arco; lo usual es que los arcos estén conformados por retoque abrupto directo. Las piezas nº 4 y 5 muestran una ligera asimetría del dorso, rasgo susceptible de consideración tipológica para
algunos autores (cf. GEEM, 1969: 360).
Segmento de retoque en doble bisel (G2)
Segmento de círculo con arco obtenido total o parcialmente por retoque oblicuo bifacial o por retoque oblicuo y
86
plano también bifacial, más raramente por otro retoque bidireccional (fig. 18, nº 8 a 12).
En los especimenes de doble bisel es donde mejor llega a encontrarse el carácter de “media luna” (cf. Fortea), o de “segmento
ancho” (cf. GEEM), propio de aquellas piezas con una anchura máxima igual o superior a un tercio de la longitud. Esta distinción, sin
embargo, es poco o nada operativa en una clase tipológica con escasos efectivos (igual que la de “segmento asimétrico”). La pieza
nº 10 constituye el único ejemplo con dorso abrupto directo complementado por retoque oblicuo inverso (arco no estrictamente en
doble bisel). La nº 11 presenta doble bisel parcial, completando a
un retoque abrupto directo; muestra además lustre intenso en la mi-
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tad inferior de la cuerda (lado no retocado), aunque es difícil precisar si se trata de un elemento de hoz en sí o de un segmento elaborado sobre una antigua pieza de estas características.
líticos (Cova de l’Or), si bien el criterio establecido no permite clasificarla entre las truncaduras dobles.
Trapecio asimétrico (G6)
Triángulo de retoque abrupto (G3)
Geométrico con la silueta de un triángulo, presentando
tres ángulos bien marcados, uno de los cuales (vértice) es el
punto de unión de dos truncaduras obtenidas por retoque
abrupto o semiabrupto de cualquier dirección y delineación
(fig. 18, nº 13 a 16).
Las piezas nº 13 y 14 son triángulos isósceles (truncaduras
o lados retocados sensiblemente iguales), la segunda de ellas con
retoque abrupto inverso y elaborada sobre lasca. Las nº 15 y 16
corresponden a triángulos escalenos (truncaduras de longitud desigual), la primera con retoque alterno (directo-inverso) que le confiere un cierto grado de “atipismo” (un poco más del que ya
revisten la nº 14 y la nº 16); clasificamos como triángulo esta pieza (nº 15) porque la truncadura superior suprime el talón y el bulbo de la hoja soporte.
Triángulo de retoque en doble bisel (G4)
Triángulo con uno o ambos lados retocados por retoque
bifacial oblicuo u oblicuo y plano (fig. 18, nº 17 y 18).
La pieza nº 17 pasaría por un triángulo con el vértice redondeado, tipo retenido por Fortea; la proximidad de estos “triángulos”, prácticamente siempre retocados en doble bisel, con los
segmentos o medias lunas con la misma modalidad de retoque es
del todo manifiesta, poniendo de relieve lo que debe tratarse de una
mera variabilidad dentro de una misma clase morfológica y técnica (y por ende funcional). La pieza nº 18 la perfila un retoque oblicuo inverso con algunas extracciones planas, presentando doble
bisel en uno sólo de los lados.
Trapecio simétrico (G5)
Geométrico con la silueta de un trapecio, obtenida por
dos truncaduras opuestas rectilíneas de igual inclinación sobre las bases o la misma longitud, a partir de retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 18, nº 19 a 23;
fig. 19, nº 1 a 7).
Como puede observarse en las figuraciones, un buen porcentaje de trapecios simétricos (los procedentes de la Cova de l’Or)
presenta truncaduras “alternas”, constituidas por retoque directoinverso en oposición. La pieza nº 19 (fig. 18) comporta una extracción “burinoide” (pequeña faceta de buril) a partir de una de las
truncaduras y en el ángulo de encuentro con la base mayor, en el
sentido longitudinal de ésta; con toda probabilidad se trata de una
traza de impacto, producida por un uso como armadura “punzante”, no de filo transversal.21 La nº 6 (fig. 19), una gran pieza trapezoidal, es un elemento de hoz sin duda así conformado; sus
dimensiones exceden los módulos corrientes de los trapecios neo-
21
Una y otra forma de utilización o disposición en el astil de las armaduras
geométricas (trapeciales en este caso) ha sido bien precisada por los estudios
experimentales, dando cuenta de las específicas trazas de impacto resultantes.
Traemos a colación, por sus más directas implicaciones, las experiencias de
Gassin en su intento por dilucidar el modo de empleo de los trapecios de la
Trapecio con dos truncaduras opuestas rectilíneas, de
desigual inclinación sobre las bases o distinta longitud, obtenidas por retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 19, nº 8 a 21; fig. 20, nº 1 a 11).
Igual que en el caso de los trapecios simétricos, un buen número de los asimétricos (nuevamente de la Cova de l’Or) comportan truncaduras alternas, y a veces inversas bilaterales (fig. 19,
nº 12 y 18). Las piezas nº 17 y 21 (fig. 19) poseen trazas de impacto
“burinoides”, en la disposición propia de las armaduras punzantes.
Las nº 17 (fig. 19) y nº 10 (fig. 20), al proceder de la colección de
la Ereta del Pedregal, sus módulos dimensionales se hallan acordes
con los de una buena parte de los soportes laminares de este yacimiento neoeneolítico.
Trapecio simétrico o asimétrico con retoque oblicuo o rasante complementario (G7)
Trapecio de uno de los dos tipos anteriores presentando en
al menos uno de sus lados “truncados” un retoque oblicuo o rasante complementario, directo o inverso (fig. 20, nº 12 y 13).
El doble bisel estricto (bidireccionalidad producida por la confluencia de dos retoques oblicuos) raramente se observa en los trapecios de Or o Ereta. En los ejemplares figurados, de perfil simétrico,
las líneas con retoque abrupto o semiabrupto (truncaduras también en
sentido estricto) son alternas, complementadas con retoque oblicuo o
con extracciones planas o rasantes de dirección contraria.
Trapecio con lado(s) cóncavo(s) (G8)
Trapecio con dos truncaduras opuestas una al menos de
ellas de delineación cóncava, obtenidas ambas por retoque
abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 20, nº 14
a 23; fig. 21, nº 1 y 3 a 16).
El perfil dado por la inclinación de las truncaduras (su cuerda
en los casos de no rectilineidad) puede ser simétrico o asimétrico;
los lados no cóncavos pueden tener una delineación rectilínea o
convexa. La mayor parte de las piezas ilustradas corresponden a variantes con un solo lado cóncavo que, en los casos de marcada asimetría (p.e., fig. 20, nº 14 y 19), debe constituir la parte “basal”
(truncadura inferior), pensando en términos de armadura punzante;
los trapecios con dos lados cóncavos, normalmente simétricos, son
constatadamente escasos en los contextos estudiados (fig. 21, nº 9,
15 y 16). Las truncaduras alternas también se observan en esta modalidad de trapecios (fig. 20, nº 20; fig. 21, nº 11), aunque en menor proporción que en los especimenes de lados rectilíneos.
La pieza nº 6 (fig. 21) es uno de los pocos casos en que una truncadura (la superior rectilínea) se halla realizada por retoque abrupto alternante (directo-inverso en continuidad). La nº 10 (fig. 21)
presenta una traza de impacto (pequeña faceta de buril) partiendo
Grotte Lombard, yacimiento del Neolítico antiguo cardial en la zona de Niza
(Gassin, 1991: 54-60); también las de Gibaja y Palomo (2004) y Domingo
(2005) para el mismo tipo de armaduras y en función del estudio de las series
arqueológicas de diferentes estaciones neolíticas catalanas y epipaleoliticas
recientes y neolíticas del valle del Ebro, respectivamente.
87
[page-n-99]
del extremo apical de la truncadura superior rectilínea. La nº 12
(fig. 21) conserva restos de lustre de cereales en la base menor, evidencia indudable de la reutilización de un elemento de hoz.
En los dos ejemplos figurados el retoque abrupto que conforma
las truncaduras es directo bilateral. La pieza nº 13 presenta un retoque muy marginal (cercano al retouche de Fère) en la base mayor.
Trapecio con lado(s) cóncavo(s) y retoque oblicuo o rasante complementario (G9)
Trapecio rectángulo con retoque oblicuo o rasante complementario (G13)
Trapecio del tipo anterior con uno al menos de sus lados
“truncados” complementado por retoque oblicuo o rasante,
directo o inverso (fig. 21, nº 2 y 17 a 19).
Trapecio de uno de los dos tipos anteriores con retoque
oblicuo o rasante, directo o inverso, en el lado menor
(fig. 22, nº 6, 14 y 16 a 18).
De los casos figurados, únicamente el nº 17 comporta retoques complementarios bilaterales (oblicuos/rasantes directos sobre
truncaduras abrupta y semiabrupta inversas), además de mostrar
una evidente traza de impacto. En las piezas nº 2 y nº 19 las truncaduras son alternas, complementadas unilateralmente por retoques rasantes inversos y directos, respectivamente. En la nº 18, la
truncadura rectilínea (la superior) es alternante, con extracciones
rasantes inversas que se sobreponen a parte de la línea de truncamiento.
La pieza nº 17 es un trapecio de lado menor convexo con retoque rasante inverso; las nº 6 y 16, de lado menor rectilíneo y retoque rasante directo. En los tres casos el lado menor se halla
“truncado” por retoque abrupto directo o inverso. Frente a esta normalidad “técnica”, la particularidad de las piezas nº 14 y nº 18 reside en que los retoques complementarios (rasante inverso en la
primera y rasante directo en la segunda) parten de sendas fracturas
no retocadas; la ausencia de “truncadura” en el lado menor, sin embargo, no va en contra del carácter evidente de “geométricos” de estas piezas, cumpliendo la fractura el papel de la “preceptiva” línea
truncada (ambos rasgos son sin duda tecnofuncionalmente equiparables). De cualquier modo, es la existencia mínima del retoque
complementario la que permite en estos casos una consideración tipológica “geométrica”, que sólo la falta de este retoque haría cambiar a la de “truncadura simple”, con independencia de que una
truncadura simple oblicua, de módulo “corto” (por fractura intencional o no), haya podido actuar como armadura geométrica.
Trapecio con lado(s) convexo(s) (G10)
Trapecio con dos truncaduras opuestas de las cuales una
al menos es de delineación convexa, obtenidas ambas por retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 21,
nº 20 y 21; fig. 22, nº 1 a 5).
El lado no convexo será siempre de delineación rectilínea; los
perfiles, como en todos los tipos de trapecios, pueden ser simétricos o asimétricos. En esta variante formal, por lo demás poco representada, no se ha documentado ningún caso con retoques
complementarios. La conformación por truncaduras alternas puede
observarse en las piezas nº 21 (fig. 21) y nº 3 y 5 (fig. 22). Las nº 3
a 5 (fig. 22) corresponden a ejemplares con dos lados convexos.
Trapecio rectángulo con lado menor rectilíneo o cóncavo
(G11)
Trapecio con dos truncaduras opuestas, obtenidas por
retoque abrupto o semiabrupto, una de ellas –siempre la menor o truncadura inferior– aproximadamente perpendicular a
las bases, de delineación rectilínea o cóncava y de cualquier
dirección (fig. 22, nº 7 a 12).
Los trapecios rectángulos son asimétricos por definición, al
presentar sólo un lado inclinado sobre las bases, la truncadura mayor o de apuntamiento, normalmente rectilínea y directa, formando
también por regla un ángulo igual o inferior a 45º con la base mayor. Para el GEEM (1969: 361), una ligera oblicuidad de la truncadura menor “basal” es aceptable, siempre que el desplazamiento así
formado no sobrepase un sexto de la anchura de la pieza. La concavidad del lado menor en este tipo de trapecios es por lo general
poco marcada (fig. 22, nº 10 a 12), hecho de su no individualización formal. La dirección de las truncaduras puede darse en cualquier otra posibilidad que la directa bilateral más común: alterna
(nº 10) o inversa bilateral (nº 9); la pieza nº 8 representa uno de los
pocos casos, pero altamente significativo, de truncadura mayor realizada por retoque abrupto cruzado.
Trapecio rectángulo con lado menor convexo (G12)
Trapecio de las mismas características que el tipo anterior con la truncadura menor de delineación convexa
(fig. 22, nº 13 y 15).
88
Trapecio de bases desplazadas con lado menor rectilíneo
(G14)
Trapecio con dos truncaduras opuestas, obtenidas por retoque abrupto o semiabrupto, la menor de las cuales (siempre
la truncadura inferior o lado más corto) presenta una oblicuidad en el mismo sentido que la truncadura mayor, siendo su
delineación rectilínea, directa o inversa (fig. 22, nº 19 y 20).
En los trapecios de bases desplazadas, la inclinación de la
truncadura “basal” suele ser generalmente menor que la de la gran
truncadura, y el ángulo de apuntamiento de ésta última raramente
mayor de 45º. Por otro lado, el desplazamiento determinado por la
pequeña truncadura debe ser superior a 1/6 de la anchura de la pieza (GEEM). En el ejemplar nº 19 el retoque del lado menor es
abrupto alternante, incidiendo sobre una fractura prácticamente encubierta; en el nº 20 el desarrollo del lado menor, de retoque directo, queda interrumpido por otra fractura, sin poder precisarse la
anterioridad o posterioridad de ésta a la fabricación del trapecio.
Trapecio de bases desplazadas con lado menor cóncavo
(G15)
Trapecio de las mismas características que el tipo anterior con la truncadura menor de delineación cóncava (fig. 22,
nº 21; fig. 23, nº 1).
En ambos ejemplos el retoque de las truncaduras es abrupto
directo, presentando la pieza nº 21 (fig. 22) una leve fractura en la
base menor.
Trapecio de bases desplazadas con retoque oblicuo o rasante complementario (G16)
Trapecio de uno de los dos tipos anteriores con retoque oblicuo o rasante, directo o inverso, en el lado menor (fig. 22, nº 22).
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En el ejemplo figurado, de lado menor cóncavo, la truncadura
inversa por retoque semiabrupto se halla complementada por retoque rasante directo.
En los dos ejemplos figurados el retoque complementario es
bilateral, rasante o rasante invasor inverso, partiendo de truncaduras abruptas o semiabruptas.
Trapecio con base pequeña retocada (G17)
La única simplificación posible al listado de geométricos, ya de por sí aligerado en alguna de las clases formales
(cf. triángulos), pasaría por obviar la modalidad de retoque
como criterio de clasificación, con lo que dejarían de tener
reflejo los tipos con doble bisel estricto o con truncadura
complementada. Las técnicas de conformación geométrica,
por supuesto, habrían de ser detalladas y valoradas en el correspondiente estudio descriptivo. Sin embargo, no creemos
conveniente esta solución, ya que privaría al repertorio de
una de sus finalidades importantes de uso: la de poder visualizar de manera inmediata aspectos “culturales” distintivos inscritos en el utillaje formalizado. En este sentido, y
como veremos en el capítulo siguiente, el doble bisel tiene
una evidente significación “estilística” para el Neolítico antiguo peninsular, ligada a su distribución espacial. Dicha técnica, en efecto, y en comparación con el cuadrante nordeste
(Cataluña, Aragón), se revela con poca entidad en los contextos cardiales y epicardiales del ámbito meridional valenciano, y prácticamente con ninguna en los mismos contextos
de la Andalucía mediterránea y atlántica (Martí y Juan Cabanilles, 1997) o de Portugal (Carvalho, 1998). Por otro lado, e incidiendo en el caso de los triángulos, tal vez habría
que reconsiderar las pocas entradas asignadas a esta clase
formal, circunstancia derivada de su escasa representación
en las colecciones analizadas y particularmente en la de la
Cova de l’Or, que es la que ha aportado la base principal para la clasificación de los geométricos. Los triángulos, es
cierto, revisten mayor entidad numérica y variabilidad morfológica en otros conjuntos del Neolítico antiguo, en concreto aquellos que corresponden a yacimientos localizados
igualmente en el área nordeste peninsular.
Trapecio cuya base menor presenta un retoque abrupto o
semiabrupto igual al de los lados retocados (fig. 23, nº 2 a 8).
La diferencia con el tipo definido por Fortea (1973: 96) se encuentra en la equivalencia exclusiva del retoque de lados y base, ya
que para este autor el retoque de la base pequeña puede ser de una
modalidad distinta (p.e., retoque de tipo Fère). En nuestro caso se
ha tenido en cuenta que muchos retoques marginales o muy marginales (del tipo Fère o no) que afectan a las bases de los trapecios
(p.e., fig. 22, nº 3) pueden estar relacionados con el reaprovechamiento de otros útiles sobre soporte laminar. Como se observa en
las ilustraciones, prácticamente todos los ejemplares entrevistos
corresponden a trapecios de lados rectilíneos y de perfil simétrico,
con truncaduras y abatimiento de la base menor en el mismo sentido direccional, generalmente directo (sólo la pieza nº 2, fig. 23,
presenta retoque inverso en su totalidad).
Rectángulo de retoque abrupto (G18)
Geométrico con la silueta de un rectángulo, obtenida
por dos truncaduras opuestas rectilíneas y aproximadamente
perpendiculares a las bases, a partir de retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 23, nº 9 a 12).
La pieza nº 10 está fabricada sobre un fragmento de lasca. En
la nº 9 las dos truncaduras son inversas. La nº 12 pasaría por un pequeño “tranchet”.
Rectángulo con retoque oblicuo o rasante complementario
(G19)
Rectángulo con uno al menos de sus lados “truncados”
complementado por retoque oblicuo o rasante, directo o inverso (fig. 23, nº 13 y 14).
89
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Fig. 18.- Geométricos.
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Fig. 19.- Geométricos.
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Fig. 20.- Geométricos.
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Fig. 21.- Geométricos.
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Fig. 22.- Geométricos.
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Fig. 23.- Geométricos.
95
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HOJAS Y HOJITAS CON RETOQUE MARGINAL
En la lista de Fortea, como en la de Tixier, sólo hay un tipo en el que podrían clasificarse las piezas que aquí consideramos, incluido en el grupo de Diversos (cf. Pieza con retoque
continuo). El repertorio de Rozoy, en cambio, ofrece más posibilidades, al recoger ciertos tipos como las hojas y hojitas
con retoques regulares –no abruptos– parciales o continuos, o
las hojitas “ribeteadas” (lamelle bordée), contando además,
extremando esas posibilidades, con algunas de las variedades
de hojas y hojitas “Montbani” (p.e., à retouches jumelles y à
retouches décalées, cuando la irregularidad de las líneas de retoque no es tan acusada). La tipología de Binder, pese a estar
concebida para el Neolítico antiguo, vuelve a ser tan parca como la de Tixier o Fortea, reduciéndose prácticamente a dos las
entradas susceptibles de aplicación, concretamente en el grupo de las piezas con retoques laterales no abruptos (hojas u
hojitas de estas características y sus fragmentos); una más podría ser también factible si, como en el caso de las hojas y
hojitas Montbani, el criterio de irregularidad es tomado con
alguna laxitud (cf. lames et lamelles à enlèvements latérales,
en el grupo de las piezas con extracciones irregulares). En
otros catálogos o repertorios tipológicos para materiales neolíticos o eneolíticos (p.e., Cahen, Caspar y Otte, 1986; Vaquer, 1990; Winiger, 1993; Honegger, 2001) las posibilidades
de clasificación no son mayores que en Binder.
Esto no obstante, las hojas y hojitas con retoques marginales, tal como las definiremos seguidamente, constituyen
una serie industrial característicamente neolítica, al menos
en el ámbito del Mediterráneo peninsular y para sus fases,
sobre todo, cardial y epicardial, lo que nos ha llevado a su
plena individualización como grupo. En la Cova de l’Or representan cerca del 18% en cómputos industriales globales
(algo más del 26% sin tener en cuenta las piezas con señales
de uso), descendiendo a aproximadamente el 6% en la Ereta
del Pedregal (un índice apenas superior descontando el mismo conjunto de piezas).
muy marginal), ya que, fuera de ésta, cierta irregularidad es
posible que se manifieste en algunos tramos (variaciones
puntuales en la proporción y tamaño de las extracciones,
principalmente). A efectos de clasificación, el rasgo “retoque marginal” es tenido en exclusividad (ausencia de otros
caracteres primarios de rango jerárquico superior), si bien
los soportes afectados pueden presentar señales de uso dispuestas en el mismo borde (cuando el retoque es parcial) o
en el borde opuesto (cuando el retoque es unilateral y total).
La hipótesis más probable es que los retoques marginales, pese a formar líneas generalmente regulares y continuas,
sean producidos en buena medida también por el uso. Esto
es lo que parecen sugerir aquellas líneas afectadas –todas sus
extracciones– por lustres intensos, dispuestas en los filos
laterales de bastantes elementos de hoz de la Cova de l’Or
–como ejemplo aquí pertinente– y de otros yacimientos neolíticos, a no ser que los retoques marginales, en estos casos,
respondan a utilizaciones o a acomodamientos intencionales
(refecciones de filos) anteriores a la funcionalidad señalada.
En relación con estos otros usos o intencionalidades, la traceología microscópica, analizando series de piezas laminares neolíticas como las que conforman este grupo tipológico,
ha permitido observar en las correspondientes líneas de retoques marginales, incluido el bordage, huellas atribuidas al
corte o raspado de materiales de distinta dureza (entre ellos
la madera y la piel) o, alternativamente, trazas vinculadas al
enmangue (v. Biagi y Voytek, 1992; Voytek, 1995; Ibáñez
Estévez y González Urquijo, 1996; Starnini y Voytek, 1997;
Rodríguez, 1999, 2004; Gibaja, 2000). Funcionalmente, por
tanto, las hojas y hojitas con retoques marginales o muy
marginales constituyen una suerte de “cuchillos multiuso”
que, en las industrias del Neolítico antiguo, parecen haber
guiado una parte importante de la producción de soportes.
Definición del grupo: Soportes laminares (hojas u hojitas), fracturados o no, presentando en uno o ambos bordes
(lateral derecho y/o izquierdo) un retoque generalmente
oblicuo marginal o muy marginal, de extensión total o parcial y de cualquier dirección.
- Marginalidad extrema o no del retoque (hojas y hojitas con retoque muy marginal / ídem con retoque
marginal).
- Para ambas clases, estado de la pieza en relación con
la presencia o ausencia de fracturas y el módulo dimensional resultante (completa o fracturada “larga” /
fracturada “corta” o fragmento s.s.); localización del
retoque (unilateral / bilateral).
- Para hojas y hojitas –completas o fracturadas largas–
con retoque muy marginal bilateral, direccionalidad
del retoque (unidireccional / bidireccional).
- Para ídem con retoque marginal unilateral o bilateral,
extensión del retoque (total / parcial / total + parcial
opuesto); si unilateral total, direccionalidad del retoque (unidireccional / bidireccional alternante); si
bilateral total o parcial, ídem (unidireccional/ bidireccional alterno / otro retoque bidireccional).
La marginalidad se entiende bajo los criterios de amplitud (porción mínima del filo eliminada) y de extensión “facial” de las extracciones, éstas cortas y de morfología más o
menos semicircular (aspecto arqueado). La tendencia del retoque puede ser en algunos casos semiabrupta, sin llegar a
formar un dorso marcado (límite con las hojas y hojitas de
borde abatido); en otros, los menos, el retoque puede tender
a plano, sobre todo cuando su desarrollo se da en la cara inferior del soporte (dirección inversa). Las líneas de retoque
así definidas pueden considerarse regulares en términos de
dominancia general (sobre todo en las piezas con retoque
Criterios de clasificación (cuadro 11):
97
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Hojas y hojitas con retoque marginal (HRM): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Retoque muy marginal
Pieza completa o fracturada “larga”
Ret. unilateral (HRM1)
Ret. bilateral
Unidireccional (HRM2)
Bidireccional (HRM3)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (HRM4)
Retoque marginal
Pieza completa o fracturada “larga”
Ret. unilateral
Total
Unidireccional (HRM5)
Alternante (HRM6)
Parcial (HRM7)
Ret. bilateral
Total
Unidireccional (HRM8)
Alterno (HRM9)
Otro ret. bidireccional (HRM10)
Parcial
Unidireccional (HRM11)
Alterno (HRM12)
Otro ret. bidireccional (HRM13)
Total y parcial opuesto (HRM14)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (HRM15)
Cuadro 11.
Tipos:
Hoja u hojita con retoque muy marginal unilateral
(HRM1)
Soporte técnicamente laminar, completo o fracturado
(en este caso l≥2a), en que el retoque, continuo y muy marginal, se presenta en uno sólo de los lados con cualquier extensión (total o parcial) y dirección (directa, inversa o
alternante) (fig. 24, nº 1 a 21; fig. 25, nº 1 a 3, 5 y 6).
El retoque en cuestión es equiparable en gran manera al retoque ouchtata de Tixier (1963: 48), al bordage de Rozoy (1968: 336)
o al retouche de Fère del GEEM (1969: 356), esto es, una línea
continua de extracciones muy cortas (raramente alcanzan un milímetro), de tendencia semiabrupta y bastante regulares, sin producir
abatimiento notable del borde afectado. La extensión de estas líneas suele ser parcial (pocas veces sobrepasan los 2/3 del borde), razón por la que no se han creado subdivisiones en base a este criterio
para las piezas con esta modalidad concreta de retoque. Como se
aprecia en los ejemplos ilustrados, el retoque es mayoritariamente
directo, localizado indistintamente en uno u otro borde; es inverso
98
en las piezas nº 1, 2, 9, 15 y 19 de la fig. 24, y alternante en las nº 3
y 6 de la fig. 25. La pieza nº 10 (fig. 24) es un elemento de hoz,
con el borde funcional opuesto al que presenta el retoque; la fractura oblicua en el extremo distal de este mismo borde con retoque
constituye con toda probabilidad una solución técnica de acomodamiento, en relación con el enmangue. La pieza nº 1 (fig. 25) es una
clara hoja de talla por presión (Ereta del Pedregal), técnica también
plausible para las hojitas nº 14 y 16 de la fig. 24 (Cova de l’Or).
Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral unidireccional (HRM2)
El retoque muy marginal, total o parcial, afecta a los dos lados del soporte laminar en oposición unidireccional, directa-directa o inversa-inversa (fig. 25, nº 4 y 13 a 17; fig. 26, nº 1 y 2).
El retoque es directo bilateral en las piezas nº 4, 13, 16 y 17 de la
fig. 25, y nº 1 y 2 de la fig. 26; inverso bilateral en las nº 14 y 15 de la
fig. 25. La pieza nº 4 (fig. 25) comporta una tenue pátina brillante en
el borde izquierdo, prácticamente eliminada en el tramo proximal con
retoque, siendo otro claro ejemplo de hoja tallada por presión (Ereta
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del Pedregal). La nº 14 (fig. 25) tiene el bulbo suprimido por percusión, y la nº 15 de la misma figura presenta el extremo distal regularizado por cortos retoques oblicuos (sin formar truncadura), tipos de
acondicionamiento, ambos, bastante recurrentes (sobre todo el primero) en los soportes del utillaje laminar de la Cova de l’Or.
rasgos morfológicos (siempre que la utilización directa de los filos
brutos sea la causante del retoque).
Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral bidireccional (HRM3)
La diferencia con el tipo anterior la marca las series de
extracciones directas e inversas, articuladas en continuidad,
que definen la línea de retoque (fig. 27, nº 7 a 12; fig. 28,
nº 1 y 2).
La diferencia con el tipo anterior reside en la oposición
bidireccional, alterna (directa-inversa), alternante-alternante o
alternante-directa/inversa, del retoque (fig. 26, nº 3 a 8 y 10).
En las piezas nº 3, 4 y 10, el retoque es alterno; en las nº 6 y
7, alternante-alternante (series de extracciones directas-inversas
en articulación continua); y en las nº 5 y 8, alternante-directo. La
nº 3 es un elemento de hoz, con una sintomática localización proximal del retoque alterno.
Fragmento de hoja u hojita con retoque muy marginal
(HRM4)
Fragmento extremo (l<2a) de cualquiera de los tres primeros tipos (fig. 25, nº 7 a 12; fig. 26, nº 9 y 11).
La consideración de la unilateralidad o bilateralidad del retoque,
o la dirección, no tiene demasiado sentido en fragmentos laminares
“cortos”, puesto que cualquier clasificación podría variar de encontrarse la pieza en el estado previo al de fractura manifiesta. Por otra
parte, si la bilateralidad da cuenta del grado de aprovechamiento de
los soportes, éste ya queda en principio recogido por los tipos sobre
soporte “largo” con esta localización del retoque. En las piezas figuradas, todas fragmentos proximales o mediales, el retoque es mayoritariamente unilateral, directo o inverso. La pieza nº 8 (fig. 25) es un
fragmento medial de elemento de hoz, y el que las pequeñas facetas
del retoque inverso que presenta comporten lustre, puede ser una indicación del origen por el uso de este típico bordage.
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total unidireccional (HRM5)
El retoque, marginal, se presenta en uno sólo de los lados con extensión total y disposición directa o inversa
(fig. 26, nº 12 a 17; fig. 27, nº 1 a 6).
La extensión total implica que el retoque alcanza como mínimo los dos tercios del lado afectado, si bien lo más corriente es que
sobrepase este límite. La línea de retoque puede mostrar una gradación de extracciones o facetas marginales a muy marginales,
siempre en continuidad (p.e., nº 13, fig. 26). El retoque muy marginal, por tanto, pierde su condición de criterio tipológico individual cuando aparece articulado (en continuidad o en oposición) con
otro retoque de mayores proporciones. Fuera del bordage, los retoques marginales –como hemos señalado anteriormente– pueden no
dibujar líneas tan regulares, rayando a veces la completa irregularidad (p.e., nº 17, fig. 26; nº 1, fig. 27), aunque en estos casos se trata de líneas continuas y de amplio desarrollo lateral. Ejemplos de
retoque inverso los proporcionan las piezas nº 15 (fig. 26) y nº 5
(fig. 27), frente a una más amplia representación del retoque directo. Las piezas nº 2 y 6 (fig. 27) son elementos de hoz, el segundo
con lustre bilateral y con la particularidad de que el retoque marginal del lado izquierdo se encuentra desprovisto en toda su extensión
y alcance facial de la “pátina de siega”, lo que puede interpretarse
como una reutilización posterior de este filo. Es lo contrario de lo
que revela la pieza nº 2 (retoque con lustre), llevando a la consideración de que distintas formas de uso pueden producir los mismos
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total alternante (HRM6)
Lo común es que el retoque lo formen dos únicas series alternantes (p.e., nº 8 a 10, fig. 27). Una alternancia de tres series, en la
que además se articulan extracciones marginales y muy marginales,
se observa en la pieza nº 12 (fig. 27), en su lado izquierdo, cuya
descripción –de extremo distal a proximal– es la siguiente: ret.
marginal directo - ret. muy marginal inverso - ret. marginal directo; el borde opuesto comporta extracciones irregulares bifaciales en
el tramo distal. En la pieza nº 2 (fig. 28) vuelven a articularse líneas de retoque de distinta amplitud/extensión, en el mismo lado:
bordage inverso distal - ret. marginal directo medial - seguido en la
misma dirección por nuevo bordage proximal; el borde opuesto
ofrece señales de uso bifaciales en toda su extensión. La pieza nº 11
(fig. 27) es una hojita de cresta, y la nº 1 (fig. 28) un elemento de
hoz donde el retoque directo proximal del lado izquierdo ha eliminado el lustre de uso, contrariamente a lo que manifiesta el retoque
inverso distal del mismo lado.
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial
(HRM7)
Tipo definido por la parcialidad del retoque marginal,
pudiendo ser éste directo, inverso o alternante, localizado en
uno sólo de los lados del soporte laminar (fig. 28, nº 3 a 14;
fig. 29, nº 1 a 14; fig. 30, nº 1 a 6 y 9).
La extensión parcial significa que el retoque no alcanza los
dos tercios del lado afectado, estableciéndose el mínimo en un
cuarto (entre estos dos límites se sitúa el grueso de evidencias clasificadas). Los casos con retoque alternante son poco frecuentes en
comparación con los retoques directos –sobre todo– o inversos, por
lo que no se ha tenido en cuenta aquí la direccionalidad como criterio de individualización tipológica. Ejemplos que ilustran el retoque parcial alternante son una hoja de Cova de l’Or con restos de
cresta en el extremo distal derecho, de donde parte un primer tramo de retoque marginal/muy marginal directo seguido por otro tramo de retoque muy marginal inverso, opuestos a un borde con
extracciones irregulares bifaciales (nº 6, fig. 30); y un cuerpo proximal de hoja, de Ereta del Pedregal, en que la alternancia del retoque, éste marginal y localizado en el lado derecho, se da con una
ligera discontinuidad (nº 9, fig. 30). Entre las piezas con carácter
de elementos de hoz (nº 2, 3, 9 y 14, fig. 29), destacan la nº 2 y la
nº 9 por la situación del retoque parcial, que se muestra en oposición y desfase con respecto al desarrollo del lustre; esta particular
disposición del retoque debe estar relacionada con el enmangue,
al igual que sugieren determinadas truncaduras o simples fracturas
oblicuas y otros casos de estrechamientos basales laterales por
retoque abrupto que veremos en su momento. Las piezas nº 11
(fig. 29) y nº 3 y 5 (fig. 30) corresponden con mayor claridad a hojas talladas por presión (la primera de Cova de l’Or, las otras dos de
Ereta del Pedregal); la nº 3 es un fragmento medial de un soporte
laminar ya de gran formato, bien acorde con la fase cronocultural
de la que procede (EPII, Eneolítico pleno).
99
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Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total unidireccional (HRM8)
Hoja u hojita con retoque marginal total y parcial opuesto
(HRM14)
La unidireccionalidad, en los soportes laminares con retoque marginal bilateral de extensión total, sólo se constata en la
posibilidad directa-directa (fig. 30, nº 7 y 8; fig. 31, nº 2 a 4).
Bilateralidad dada por un retoque total al que se opone
un retoque parcial, ambos de cualquier dirección (fig. 32,
nº 12; fig. 33, nº 1 a 10).
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total alterno
(HRM9)
El retoque aquí, bidireccional además de total, es directo en un lado e inverso en el opuesto (fig. 31, nº 5 a 7).
En la pieza nº 5, un cuerpo medial de hoja tallada probablemente por presión, la oposición bilateral se da entre un retoque
marginal directo (lado izquierdo) y un bordage inverso (lado derecho). También a un lascado por presión parece remitir la hojita nº 7,
con retoque más irregular y en el mismo estado de fractura. Ambas
piezas provienen de la Cova de l’Or.
Hoja u hojita con otro retoque marginal bilateral total bidireccional (HRM10)
Tipo que recoge otras bidireccionalidades del retoque
bilateral total aparte de la alterna propiamente dicha, como
son la alternante-alternante (fig. 31, nº 8) o la alternante-directa/inversa (fig. 31, nº 9).
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial unidireccional (HRM11)
El retoque, aquí parcial, y como en el tipo HRM8, sólo
se evidencia en dirección única directa-directa (fig. 31, nº 10
a 14; fig. 32, nº 1 y 2).
En las dos piezas que corresponden a elementos de hoz (nº 10
y 14, fig. 31), las líneas con retoque parcial no son alcanzadas
por el lustre, teniendo algo que ver con el sistema de enmangue. La
nº 10, con lustre bilateral desfasado, es un buen ejemplo del aprovechamiento intensivo de los soportes y de las refecciones del filo
de la hoz por el cambio de posición de sus elementos integrantes
dentro del mango. La pieza nº 11 (fig. 31) es una hojita sobrepasada, destacable por la información que ofrece sobre el grado de explotación a que pueden llevarse los núcleos del Neolítico antiguo
(Cova de l’Or).
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial alterno (HRM12)
El retoque, parcial bidireccional, es directo en un borde
e inverso en el otro (fig. 32, nº 3 a 8).
En la pieza nº 5 se oponen en la misma localización un retoque marginal/muy marginal directo (lado derecho) y un bordage inverso (lado izquierdo).
Hoja u hojita con otro retoque marginal bilateral parcial
bidireccional (HRM13)
Las otras bidireccionalidades para el retoque bilateral
parcial las representan la alternante-directa (fig. 32, nº 9 y
11) y la alternante-inversa (fig. 32, nº 10).
100
Entre las posibilidades para este tipo, las reconocidas son: retoque total directo y parcial opuesto igualmente directo (nº 12,
fig. 32; nº 1 a 3, fig. 33); total alternante-parcial directo (nº 4 a 6 y
8 a 10, fig. 33); total alternante-parcial inverso (nº 7, fig. 33).
Fragmento de hoja u hojita con retoque marginal
(HRM15)
Fragmento extremo (l<2a) de cualquiera de los tipos con
retoque marginal (fig. 30, nº 10 a 16; fig. 31, nº 1; fig. 33,
nº 11 a 14).
Algunos de los ejemplos figurados pertenecen a hojas de mediano o gran formato de Ereta del Pedregal (cf. nº 14 y 16, fig. 30;
nº 12, fig. 33), exponentes de la técnica de lascado por presión y de
una forma y finalidad de uso equiparables a las de los soportes laminares del Neolítico antiguo, si esto es deducible por las mismas
características del retoque que presentan y las idénticas “morfologías” que éste les confiere.
De entre las posibles reducciones al presente listado
(una de ellas podría ser mediante el descarte de la marginalidad extrema del retoque o bordage, al igual que se ha
hecho para las denticulaciones), nos decantamos más resueltamente por la supresión del carácter de “direccionalidad”,
que al consignarse las más de las veces de manera genérica
(retoque unidireccional o bidireccional) apenas posee valor
descriptivo (sólo en las referencias explícitas al retoque alterno o alternante, en tres de quince tipos –HRM6, HRM9 y
HRM12–, quedaría más expresado este valor). Aparte de esto, también resultaría pertinente reunir en una sola entrada
los fragmentos extremos (HRM4 y HRM15), teniendo en
cuenta la articulación que puede darse entre un retoque marginal y otro muy marginal, como hemos visto, y su posible
no apreciación en un fragmento “corto”. Con tales reajustes,
la lista de tipos sería la siguiente:
- Hoja u hojita con retoque muy marginal unilateral
(HRM1)
- Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral
(HRM2)
- Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total
(HRM3)
- Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial
(HRM4)
- Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total
(HRM5)
- Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial
(HRM6)
- Hoja u hojita con retoque marginal total y parcial
opuesto (HRM7)
- Fragmento de hoja u hojita con retoque marginal o
muy marginal (HRM8)
[page-n-112]
Fig. 24.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
101
[page-n-113]
Fig. 25.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
102
[page-n-114]
Fig. 26.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
103
[page-n-115]
Fig. 27.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
104
[page-n-116]
Fig. 28.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
105
[page-n-117]
Fig. 29.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
106
[page-n-118]
Fig. 30.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
107
[page-n-119]
Fig. 31.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
108
[page-n-120]
Fig. 32.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
109
[page-n-121]
Fig. 33.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
110
[page-n-122]
HOJAS Y HOJITAS CON BASE ESTRECHADA
Grupo tipológico substancialmente neolítico y propio sobre todo de sus fases iniciales (cardial y epicardial), no contemplado en ningún repertorio de uso corriente, incluido los
elaborados para este concreto periodo, salvo la particular
atención que le dedicamos en nuestra primera valoración del
utillaje neolítico del litoral mediterráneo peninsular (Juan
Cabanilles, 1984: 65-66), entonces como un subgrupo que,
bajo el apelativo de “Hojas y hojitas con escotadura o preparación terminal”, analizábamos dentro del amplio conjunto
de los soportes laminares con retoques laterales. Posteriormente a nuestro trabajo, piezas de características parecidas a
las que conforman este grupo han sido identificadas en algún
contexto industrial del Neolítico antiguo, como el representado en el abrigo de la Combe-Grèze (Aveyron francés) (Costantini y Maury, 1986), distinguidas con el nombre de Lames
à base rétrécie, determinativo, el de “base estrechada”, que
retenemos y empleamos ahora para designar de manera genérica al grupo.
Como seguidamente veremos, los rasgos primarios de
determinación tipológica que aquí se aíslan (escotadura,
abatimiento parcial oblicuo) tendrían de algún modo cabida
en otras familias formales (p.e., piezas de dorso, muescas y
denticulados). En última instancia, lo que se ha tenido en
cuenta es la singularidad de estos rasgos y su total equivalencia tecnofuncional, al formar parte de los acondicionamientos más específicos que pueden observarse en los
elementos de hoz. Estos útiles, reconocidos por su lustre especular y, tal como se presentan en las industrias neolíticas
iniciales, con una gran variabilidad morfotécnica, no es
aconsejable reunirlos en una concreta y particular familia tipológica, aunque se haya optado por ello en determinadas
ocasiones (p.e., Cahen, Caspar y Otte, 1986: 32; Mauvilly,
1997: 339; Vera, 1999). Si la principal razón estriba en no
desdoblar tipos, en parte esto se cumple con las piezas que
aquí consideramos, pese a originar, con su agrupamiento,
algo muy cercano a un grupo tecnofuncional, no unívocamente morfológico. El problema de los elementos de hoz
neolíticos, aparte de la ambigüedad del criterio determinante (el lustre no es siempre visible en las piezas que han cumplido esa función), reside en que no son en sí mismos una
categoría morfológica, sino una categoría funcional, contrariamente a los “dientes de hoz” del Eneolítico avanzado y
del Bronce antiguo, que son ambas cosas a la vez.
Las hojas y hojitas de base estrechada, con ser un grupo
neolítico característico, no alcanzan la entidad numérica –por
ejemplo– de las hojas y hojitas con retoques marginales (sólo
suponen algo más del 3% o cerca del 5% del global del utillaje, contando o no las piezas con simples señales de uso, en la
Cova de l’Or; y alrededor del 0,4%, en la misma apreciación
e indistinto recuento, en la Ereta del Pedregal). El valor de estas piezas, por tanto, es sobre todo cualitativo, ligado entre
otros aspectos a su significación cronológica.
Definición del grupo: Soportes laminares (hojas u hojitas), fracturados o no, presentando en el extremo proximal o
distal de uno o ambos bordes un estrechamiento producido por
una escotadura o por un abatimiento rectilíneo oblicuo (respecto al eje de talla) mediante retoque abrupto o semiabrupto.
La escotadura la entendemos en los términos ya expuestos en otra ocasión (Juan Cabanilles, 1984: 65; siguiendo a
Fortea, 1973: 87; Villaverde y Peña, 1981: 19-20; Fullola y
Villaverde, 1984), esto es, una entalladura alargada y poco
circular, o semicircular si corta, de disposición proximal o
distal y relacionada en principio con el enmangue. La diferencia entre muesca y escotadura radicaría, pues, más que en
la morfología, en la localización del rasgo y en el distinto carácter tecnofuncional. Según la localización, las escotaduras
o los abatimientos parciales oblicuos pueden incidir sobre un
talón, sobre una fractura o sobre un extremo distal no apuntado. En todos los casos, el efecto producido es el de un “estrechamiento basal” del soporte en sentido de la anchura (en
el que es corriente que se elimine parte del talón, parte también de la superficie de fractura o del extremo transversodistal), noción, la de estrechamiento, que preferimos a la de
“adelgazamiento” porque ésta última suele implicar generalmente una reducción del espesor del soporte.
Criterios de clasificación (cuadro 12):
- Entidad morfológica del rasgo de estrechamiento (escotadura / abatimiento parcial oblicuo).
- Para ambas clases morfológicas, unicidad o duplicidad del rasgo (simple / doble).
- Para estrechamientos simples, contigüidad o adyacencia de la escotadura o abatimiento a un determinado rasgo técnico (a talón o extremo distal / a
fractura).
Tipos:
Hoja u hojita con escotadura contigua a talón o a extremo
distal (HBE1)
Soporte laminar, completo o fracturado, en que la escotadura, directa o inversa, incide sobre el talón o sobre el extremo
distal de talla, éste no apuntado (fig. 34, nº 1 a 8 y 11 a 13).
La dirección inversa de la escotadura se observa en las piezas
nº 1 y 6, constituyendo la primera, junto con la nº 4, además de
ejemplos con escotadura “corta”, claros fragmentos residuales del
útil de partida. Tal estado no se considera en este grupo por la especificidad del rasgo primario, que es al fin y al cabo lo que interesa destacar, teniendo también en cuenta que para las piezas
señaladas, así como para otras de las fracturadas “largas”, sólo cabe la posibilidad de que la escotadura sea doble por repetición en el
extremo opuesto, circunstancia poco frecuente. La nº 5, una hojita
con extremo distal sobrepasado, representa uno de los raros casos
111
[page-n-123]
Hojas y hojitas con base estrechada (HBE): sistemática de clasificación y siglas
tipológicas
Escotadura
Simple o única
Contigua a talón o a extremo distal (HBE1)
Contigua a fractura (HBE2)
Doble (HBE3)
Abatimiento parcial oblicuo
Simple o único
Contiguo a talón o a extremo distal (HBE4)
Contiguo a fractura (HBE5)
Doble (HBE6)
Cuadro 12.
de soporte “completo”, al igual que la nº 2 en lo que se refiere a escotadura sobre extremo distal, o las nº 3 y 12 en cuanto a escotaduras “amplias” que no llegan a recortar el plano del talón. En la nº
11, la pequeña escotadura proximal se continúa por un dorso curvo
de retoque bipolar o cruzado, técnica con una connotación cronológica que, como ya hemos insinuado anteriormente, apunta a fases avanzadas del Neolítico (la pieza procede de las capas
superiores de la Cova de l’Or).
Hoja u hojita con escotadura contigua a fractura (HBE2)
La escotadura incide sobre una superficie de fractura
(fig. 34, nº 9, 10, 14 y 15).
En la pieza nº 10, la pequeña escotadura directa se halla complementada por un par de extracciones inversas planas; en las
nº 14 y 15, la escotadura es inversa. Sólo en este concreto morfotipo, el carácter tecnofuncional del rasgo (acomodamiento para el
enmangue) puede presentar más dudas, añadido a la práctica ausencia de casos con lustre. Podría tratarse de muescas “técnicas”
relacionadas, por ejemplo, con una fractura intencional de los soportes (distinta, por supuesto, a la del microburil), o de muescas
“funcionales” por donde se ha fracturado accidentalmente el soporte, sin descartar un origen por el uso directo de la extremidad
de una fractura preexistente. Por lo que dice a favor de la individualización de este morfotipo, Rozoy anota en su tipología la Lamelle cassée dans une coche, que Van Berg, Cahen y Demarez
(1982: 27, fig. 10, i, j) reconocen entre el utillaje de talla del grupo neolítico belga de Blicquy; asimismo, en otras valoraciones de
industrias neolíticas, como la del abrigo Jean Cros en el Languedoc francés (Barbaza, Guilaine y Vaquer, 1979: 79), el tipo Encoche adjacente à une cassure ou à un talon, referido a lascas y a
soportes laminares, y en el que igualmente entraría nuestro
HBE1, ha sido contemplado como un caso particular dentro del
grupo de las “muescas”.
Hoja u hojita con escotadura doble (HBE3)
Soporte laminar con dos escotaduras de cualquier dirección, localización, articulación y contigüidad a rasgo morfotécnico (fig. 34, nº 16; fig. 35, nº 1 y 2).
112
Las escotaduras son alternas (directa-inversa), opuestas afrontadas
y contiguas a talón en los ejemplos nº 16 (fig. 34) y nº 1 (fig. 35); son
directas, opuestas desfasadas (en distintos extremos) y contiguas a talón
y a fractura en el nº 2 (fig. 35). En este último ejemplo, la escotadura
distal sobre fractura estaría a medio camino del abatimiento parcial oblicuo; no lo consideramos como tal por la rareza o completa ausencia de
duplicidades producidas por la articulación de rasgos distintos.
Hoja u hojita con abatimiento parcial oblicuo contiguo a
talón o a extremo distal (HBE4)
El abatimiento parcial oblicuo, de cualquier dirección y
producido por retoque abrupto o semiabrupto, incide sobre el
talón o el extremo distal de talla (fig. 35, nº 3 a 7, 9, 10 y 12).
En todos los casos constatados, la contigüidad del abatimiento es a talón, nunca a extremo distal, aunque pueda darse esta posibilidad. El abatimiento, por otra parte, no “trunca” completamente
el extremo proximal del soporte, conservando parte del talón y
del bulbo, mientras que el ángulo que forma con el eje de talla
suele ser menor de 45º. Estas características, sobre todo la primera, marcan la diferencia con las truncaduras oblicuas. Un “estrechamiento” por retoque abrupto inverso lo presentan las piezas
nº 5 y 12, dos claros ejemplos más de fragmentos residuales.
La nº 3 presenta el acondicionamiento proximal en el mismo lado
que el lustre, disposición nada frecuente y que también se observa en una de las piezas con escotadura (nº 2, fig. 35). Es del todo
evidente que las distintas correlaciones de localización que se dan
entre el lustre y los caracteres de estrechamiento tienen que ver
con la fijación individual de los elementos dentro del mango de
la hoz y, a la vez, con su ensamblaje colectivo. Por otro lado, no
es menos cierto que los abatimientos parciales oblicuos –puestos
por caso– tienen el mismo sentido tecnofuncional que las truncaduras oblicuas o que los dorsos parciales rectos (paralelos al eje
de talla) o curvos, rasgos morfológicos que encuentran mejor acomodo en los grupos donde los incluimos. (No se trata de crear familias tecnofuncionales, sino morfológicas, con la sola excepción
de la que aquí consideramos, aunque también es innegable su valor morfológico).
[page-n-124]
Hoja u hojita con abatimiento parcial oblicuo contiguo a
fractura (HBE5)
El abatimiento incide sobre una superficie de fractura de
orientación normal al eje de talla (fig. 35, nº 8, 11 y 15).
Los restos de la fractura pueden quedar a veces reducidos a
una pequeña porción (nº 11), y responder tal vez a la rotura accidental del ápice de una truncadura. En la pieza nº 8, el abatimiento
delinea una ligera convexidad, acercándose a un dorso parcial arqueado. La nº 15, con abatimiento inverso, puede considerarse una
pieza “completa” a pesar de la fractura distal que también posee,
con toda seguridad producto de un acomodamiento intencional.
Hoja u hojita con doble abatimiento parcial oblicuo
(HBE6)
Los dos abatimientos se presentan en cualquier dirección, localización, articulación y contigüidad a rasgo morfotécnico (fig. 35, nº 13 y 14).
Son alternos (directo-inverso), opuestos afrontados y contiguos
a talón en la pieza nº 13; igualmente alternos, dispuestos en distintos
extremos del mismo lado y contiguos a talón y a fractura en la nº 14.
113
[page-n-125]
Fig. 34.- Hojas y hojitas con base estrechada.
114
[page-n-126]
Fig. 35.- Hojas y hojitas con base estrechada.
115
[page-n-127]
[page-n-128]
HOJAS Y HOJITAS CON RETOQUE PLANO O SOBREELEVADO
Grupo característico del Neolítico avanzado y Eneolítico,
no recogido como tal por tanto en las tipologías del Epipaleolítico-Mesolítico, aunque eventualmente puedan contener alguna entrada genérica utilizable (cf. Fortea, “Pieza con
retoque paralelo cubriente o invasor”, en el apartado de Diversos). En el repertorio restringido de Binder para el Neolítico antiguo provenzal existen más posibilidades de
clasificación, al contemplarse como tipos, en dos grupos diferentes, las hojas u hojitas –apuntadas o no– con retoques
laterales rasantes o semiabruptos, o con retoques laterales
bifaciales. La máxima atención deparada a estas piezas se
encuentra, obviamente, en algunos catálogos tipológicos de
vocación neolítica más amplia, como el elaborado por Vaquer (1990) para los materiales líticos de esta cronología (incluido el Eneolítico) del Languedoc occidental, donde las
hojas y hojitas “espesas” con retoques semiabruptos o invasores, por ejemplo, dan lugar a dos grupos –13C y 14C– con
un variado contenido formal.
El carácter neolítico avanzado de esta familia tipológica
queda patente al comparar sus índices globales de representación en nuestros dos yacimientos de referencia, que se sitúan entre el 9 y el 10% en Ereta del Pedregal (teniendo o no
en cuenta las piezas con señales de uso), y entre el 0,5 y el
1% en Cova de l’Or (según la misma consideración).
sión, intencional o no.22 El retoque “plano” que aquí consideramos, pues, no responde tanto a un criterio de inclinación como a una apreciación “técnica” derivada del aspecto
de las extracciones. Éstas, en su configuración más simple,
suelen presentar morfologías cuadrangulares o rectangulares (laminares al límite), aunque lo común es su aspecto escamoso y escaleriforme, eliminando de manera “rasante”
poca cantidad de masa silícea y dibujando líneas de retoque a menudo profundas.
Las hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado,
como veremos en el capítulo siguiente, protagonizan un proceso de sustitución de sus homólogas con retoques marginales a partir de momentos avanzados del Neolítico; es lógico,
por tanto, que este proceso de sustitución formal comporte
también el funcional, asumiendo la primera clase de piezas
una parte importante de las tareas cumplidas por la segunda.
En los comentarios a algunos de los tipos se hará referencia
a dichas tareas, según las determinaciones de la traceología
macro y microscópica.
Criterios de clasificación (cuadro 13):
La doble nomenclatura utilizada para describir el retoque lateral que caracteriza a este grupo de piezas suele ser
habitual, como hemos visto anteriormente, en los repertorios o catálogos tipológicos de materiales neolíticos (rasante o semiabrupto, en Binder; semiabrupto o invasor, en
Vaquer). En nuestro caso, preferimos el término “sobreelevado” al de semiabrupto porque el carácter de inclinación
“no plana” (es decir, semiabrupta) viene determinado generalmente por el espesor del soporte, para un tipo de retoque que, indistintamente en soportes gruesos o delgados,
se presenta en forma de extracciones “rasantes” producidas
con toda probabilidad por algún efecto mecánico de pre-
- Articulación o no del retoque plano o sobreelevado
con otro retoque oblicuo marginal (hojas y hojitas
con ret. plano o sobreelevado / ídem con ret. plano o
sobreelevado y oblicuo marginal).
- Para la segunda clase, estado de la pieza en relación
con la presencia o no de fracturas y el módulo dimensional resultante (completa o fracturada “larga” /
fracturada “corta” o fragmento s.s.).
- Para la primera clase, presencia o no de los caracteres “apuntamiento” o “frente de raspador” (piezas no
apuntadas y sin frente de raspador / piezas apuntadas
/ piezas con frente de raspador).
- Para la primera subclase, estado de la pieza (completa o fracturada “larga” / fracturada “corta”).
- Para el primer estado de esta misma subclase, localización del retoque (unilateral / bilateral); disposición
del retoque (no bifacial / bifacial).
- Para piezas con ret. no bifacial –unilateral o bilateral–, extensión del retoque (total / parcial / total +
parcial opuesto).
22 El mismo término de “sobreelevado”, junto al de plano o semiabrupto,
lo emplean Vallespí et al. (1985b; tb. Vallespí, Hurtado y Calderón, 1985)
para describir el retoque de piezas laminares idénticas a las nuestras de
otros ámbitos y contextos neoeneolíticos de la península Ibérica. Por otro
lado, Honegger (2001: 36), al referirse a las grandes láminas espesas retocadas del Neolítico medio y final de Suiza, repara también en el hecho de
que sus bordes cortantes han podido ser reavivados en múltiples ocasiones,
lo que habría hecho aumentar progresivamente la inclinación del retoque. El
recurso constante al reavivado de los filos, en soportes laminares que en su
estado final de uso y retoque se corresponden con el mismo tipo de piezas
aquí en cuestión, ha sido observado igualmente en industrias del Neolítico
medio y final del norte de Italia, poniendo de relieve el cambio “tipológico” que puede llegar a originar esta práctica (Starnini y Voytek, 1997: 420
y 422-23).
Definición del grupo: Soportes laminares (hojas u hojitas), fracturados o no, presentando en uno o ambos bordes
(lateral derecho y/o izquierdo) un retoque continuo plano o
sobreelevado (en piezas espesas), de extensión total o parcial
y de cualquier dirección.
117
[page-n-129]
Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado (HRP): sistemática de clasificación
y siglas tipológicas
Retoque plano o sobreelevado exclusivo
Pieza no apuntada y sin frente de raspador
Completa o fracturada “larga”
Retoque unilateral
No bifacial
Total (HRP1)
Parcial (HRP2)
Bifacial (HRP3)
Retoque bilateral
No bifacial
Total (HRP4)
Parcial (HRP5)
Total + parcial opuesto (HRP6)
Bifacial (HRP7)
Fracturada corta o fragmento s.s. (HRP8)
Pieza apuntada (HRP9)
Pieza con frente de raspador (HRP10)
Retoque plano o sobreelevado y oblicuo marginal
Pieza completa o fracturada “larga” (HRP11)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (HRP12)
Cuadro 13.
Tipos:
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral
total (HRP1)
Soporte técnicamente laminar, completo o fracturado (en
este caso l≥2a), en que el retoque, continuo, plano o sobreelevado, se presenta en un único borde con extensión total y cualquier dirección (directo, inverso o alternante) (fig. 36, nº 1 a 5).
En las piezas figuradas, poco espesas, el retoque es decididamente “plano” en su inclinación (ángulo de incidencia), directo y
relativamente marginal en las nº 1, 3 y 4, inverso y de la misma extensión “facial” en la nº 2, y alternante profundo en la nº 5. La disposición alternante, como expresión de una bidireccionalidad,
determina en última instancia un retoque “bifacial” (esto es, desarrollado en ambas caras del soporte). Como criterio tipológico, sin
embargo, ceñimos la “bifacialidad” de un retoque “lateral” a los
casos de articulación sobrepuesta, no a una bidireccionalidad en
articulación continua. Nuestra consideración aquí del retoque bifacial, por tanto, es en cierta manera equivalente a la del retoque
“bifaz” de Laplace, a entender desde un criterio de dirección más
que de localización. Por lo demás, los ejemplos de retoque plano
o sobreelevado alternante son una completa rareza en el conjunto
de piezas con esta modalidad de retoque, razón por la que no se ha
individualizado tipológicamente esta posibilidad.
118
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral
parcial (HRP2)
La diferencia con el tipo anterior viene dada por la extensión parcial del retoque (fig. 36, nº 6 a 8, 10 y 11).
En los casos constatados, el retoque es siempre directo. Las
piezas nº 6 y 11 (Ereta del Pedregal) corresponden a hojas de gran
formato, obtenidas probablemente por presión reforzada (au levier)
y más comunes en contextos sepulcrales que en lugares de habitación neoeneolíticos (v. Fernández, García Puchol y Juan Cabanilles, 2006). Ambas presentan lustre o pátina brillante en uno de sus
lados, con la particularidad de que éste, bastante marginal en su desarrollo, ha sido eliminado en los tramos con retoque. Ello hace
presumir, en estas piezas, distintos tipos de uso o reaprovechamiento, máxime cuando la parcialidad y marginalidad del retoque
sugieren su origen por el uso directo de los filos y no por refección
intencional. La pieza nº 10 es una hoja de media cresta que, al igual
que las restantes figuradas, comporta señales de utilización (embotadura) en el mismo filo retocado y en el opuesto “bruto”.
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral
bifacial (HRP3)
El retoque, localizado en un único borde, es directo e inverso en articulación sobrepuesta, total o parcial en cada uno
[page-n-130]
de los casos. Tipo nada frecuente, retenido por su constatación en unos pocos fragmentos “cortos” (cf. fig. 37, nº 11).
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral
total (HRP4)
El retoque se desarrolla en prácticamente toda la extensión de ambos bordes, pudiendo presentar cualquier dirección (fig. 37, nº 4 a 10, 12 y 13; fig. 38, nº 1 a 5).
En la totalidad de piezas pertenecientes a este tipo (figuradas
y no) el retoque es directo bilateral y generalmente profundo, raramente marginal (p.e., nº 5, fig. 37). En buena parte se trata de soportes laminares “espesos”, a los que es aplicable el sugestivo
sobrenombre de “barra de chocolate” acuñado por Escalon de Fonton (v. Brézillon, 1977: 146), en referencia a productos similares
–técnica y tipológicamente– del Coroniense francés (Neolítico final/Eneolítico de la Provenza; v. también Courtin, 1974). Es en estos soportes donde el carácter “sobreelevado” del retoque –y esa
misma etiqueta descriptiva– cobra todo su significado, a lo que se
une el aspecto escamoso-escaleriforme. Estos mismos soportes,
por otro lado, denuncian una técnica de extracción por percusión
indirecta, poniendo de relieve la variedad de modalidades de lascado que conviven en los momentos finales del Neolítico (v. Fernández, García Puchol y Juan Cabanilles, 2006). El lustre que
muestran bastantes de estas piezas guarda diversas relaciones con
el retoque: 1) lustre sólo visible en la cara opuesta del lado que presenta retoque (nº 6, fig. 37; nº 4, fig. 38); 2) lustre visible en ambas caras, la retocada, afectando a las facetas y aristas del retoque,
y la no retocada (nº 13, fig. 37, con lustre bilateral); 3) lustre visible también en las dos caras, pero en la retocada apenas en algunas
aristas del retoque y más intensamente en la superficie que media
entre éste (la línea final que marcan los negativos de extracción) y
las aristas longitudinales del soporte (nº 3, fig. 38, con lustre bilateral y truncadura proximal). En el primer y tercer caso, el retoque
es posterior a la formación del lustre, delatando una refección del
filo que, en la pieza nº 3 (fig. 38), parece estar relacionada con una
vuelta a la misma funcionalidad causante de aquella traza de uso;
en el segundo caso, el retoque es con toda evidencia anterior a la
formación del lustre, dando sentido –en el modo indicado– a la refección acabada de comentar. Para piezas de estas mismas características técnicas y morfológicas, correspondiendo a conjuntos del
Neolítico final y el Eneolítico de diferentes ámbitos europeos, y no
siempre comportando lustre visible, la traceología microscópica ha
señalado su empleo preferente en el corte de vegetales no leñosos
(cereales, otras gramíneas, juncos, etc.), y más esporádicamente en
el raspado de pieles o en el trabajo de materiales duros como el
hueso o la madera (v. Beugnier, 1997, 1999; Binder y Gassin, 1988;
Gassin, 1996; Lemorini et al., 1996; Clop et al., 2001; Plisson et al.,
2002; Rodríguez, 2004). Una excepción la constituyen los foliate
scraper sobre soporte laminar del Neolítico medio y reciente del
yacimiento ligur de Arene Candide, asociados en mayor medida al
trabajo de la madera (Starnini y Voytek, 1997). Es posible que en
relación con este tipo de tarea se encuentren los pulidos a veces intensos, suavizando las aristas de las facetas de retoque, que suelen
mostrar bastantes de las piezas estudiadas (p.e., nº 13, fig. 37).
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral
parcial (HRP5)
El retoque, con respecto al tipo anterior, es de extensión
parcial (fig. 38, nº 6 a 8).
También aquí, en todos los casos el retoque es directo bilateral, y su parcialidad la complementan otras extracciones de uso en
cualquier disposición y dirección. Las piezas nº 6 y 7 presentan
lustre en uno de sus lados, eliminado por el retoque en la primera
de ellas, que corresponde a un fragmento medial de una hoja de
gran formato tallada verosímilmente por presión reforzada (igual
que la nº 8).
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado total y parcial opuesto (HRP6)
Bilateralidad dada por un retoque de extensión total al
que se le opone otro de extensión parcial, pudiendo tener ambos cualquier dirección (fig. 38, nº 9 y 10; fig. 39, nº 1 y 2).
El retoque total suele ser directo, mientras que el parcial puede variar la dirección, siendo inverso en las piezas nº 10 (fig. 38) y
nº 1 (fig. 39); en la nº 10, al retoque total se le sobrepone en un tramo localizado del borde un retoque parcial de las mismas características, “bifacialidad” que sitúa esta pieza en el límite con el tipo
siguiente (es determinante aquí la acusada parcialidad del retoque
inverso sobrepuesto). En la nº 2 (fig. 39), el retoque parcial opuesto al total –ambos directos– es un raro ejemplo de retoque “plano”
marginal, contrastando fuertemente con la extensión facial profunda y el carácter sobreelevado del retoque total.
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y
bifacial (HRP7)
El retoque, bilateral y de cualquier extensión, es en al
menos uno de los lados bifacial (fig. 39, nº 8 y 11; fig. 40,
nº 1 y 2), carácter que puede venir también dado por un retoque cubriente parcial opuesto en una de las caras, normalmente la inversa, a un retoque bilateral unidireccional
(fig. 39, nº 9, 10 y 12; fig. 40, nº 7).
Se trata prácticamente del tipo HRP4, en que al retoque bilateral total –por lo común directo– se le sobrepone en un lado, raramente en los dos, un retoque de las mismas características y de
extensión también total (nº 8, fig. 39) o parcial (nº 1 y 2, fig. 40);
si el retoque sobrepuesto es muy profundo y bilateral, el resultado
es el cubrimiento parcial de la cara inversa, dada la localización por
lo general de este retoque en uno u otro extremo de la pieza (p.e.,
nº 9, fig. 39, con localización proximal; nº 7, fig. 40, con localización distal). La pieza nº 12 (fig. 39), una hojita de reducidas proporciones, contrasta vivamente como soporte dentro de esta serie
tipológica, y aunque sus rasgos de clasificación son claros (el retoque de la cara superior no es cubriente, sino profundo bilateral), podría constituir una punta de flecha en proceso de fabricación.
Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado (HRP8)
Fragmento extremo (l<2a) de cualquiera de los tipos anteriores (HRP1 a HRP7) (fig. 36, nº 9; fig. 37, nº 1 a 3 y 11;
fig. 39, nº 3 a 7 y 13; fig. 40, nº 4).
Para este grupo tipológico, caracterizado por soportes laminares generalmente de notables dimensiones, el concepto de fragmento extremo, bajo el criterio métrico que lo consideramos, no
tiene el mismo valor o significado que posee en principio para otros
de los grupos ya vistos (p.e., el de las hojas y hojitas con retoques
marginales, cuyos soportes, de menor envergadura, responden a
una producción más propia del Neolítico antiguo). En efecto, sólo
119
[page-n-131]
hay que reparar en piezas de módulo l≥2a, como la nº 6 (fig. 36),
las nº 8 a 10 (fig. 37) o la nº 6 (fig. 38) –por remitir a unos pocos
ejemplos–, para ver que se trata claramente de fragmentos residuales del útil original, circunstancia no tan evidente en el caso señalado de las hojas y hojitas con retoques marginales del mismo
módulo. Además, y al igual que ocurre con éstas últimas, muy pocas de las piezas con retoque plano o sobreelevado se encuentran
enteras (conservación íntegra del soporte) o, más aún, pueden considerarse “completas” ante la presencia de acomodamientos transversales por retoque (truncaduras, biseles, etc.) o por fractura
intencional. Es esto, en definitiva, lo que impide establecer aquí un
criterio métrico más consecuente con la realidad del fragmento residual. La reunión, por otro lado, de todos los fragmentos en una
única entrada, aparte de pretender evitar el desdoblamiento de tipos, tiene su lógica, ya expuesta con anterioridad, en el hecho de
que cualquier clasificación podría variar de encontrarse la pieza en
un estado de conservación más íntegro.
Hoja u hojita apuntada por retoque plano o sobreelevado
bilateral (HRP9)
El retoque, bilateral y de cualquier extensión y dirección, origina un apuntamiento en uno de los extremos del soporte laminar (fig. 40, nº 3, 5 y 8 a 10; fig. 41, nº 1).
Los casos de apuntamiento por retoque bilateral parcial son raros (nº 5, fig. 40), tratándose normalmente de variantes apuntadas
de los tipos HRP4 (ret. bilateral total unidireccional; p.e., nº 3 y 10,
fig. 40) o HRP7 (ret. bilateral y bifacial; p.e., nº 9, fig. 40, y nº 1,
fig. 41, la segunda con truncadura o “bisel” proximal, lo que determina una de las pocas piezas prácticamente enteras de toda esta serie tipológica). En los ejemplos nº 8 y 9 (fig. 40), el apuntamiento
se ha producido sobre el extremo proximal del soporte, por medio
de retoque bilateral y bifacial. Este tipo en cuestión, es decir, en relación con soportes laminares de retoques semiabruptos o invasores (la versión francesa de nuestro retoque plano o sobreelevado),
se halla bien recogido en el catálogo tipológico de Vaquer (1990:
73), aunque en diferentes grupos y entradas atendiendo a la naturaleza individual del soporte (hoja u hojita) y al carácter único del
rasgo “apuntamiento” o a su combinación con otros rasgos (“raspador” o “truncadura”).
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y
frente de raspador (HRP10)
Uno de los extremos del soporte laminar, generalmente
el distal, comporta un acomodamiento en forma de frente de
raspador, que comparece siempre con un retoque bilateral
unidireccional directo (fig. 41, nº 2 a 10).
El tipo, al igual que el anterior, lo retiene también Vaquer
(ibíd.), desdoblado asimismo según las características del soporte y
la combinación o no del rasgo definidor con otros caracteres del
mismo rango (aquí sólo con el “apuntamiento”). Para este autor, la
consideración de estas piezas fuera del grupo de los raspadores respondería a la singularidad de los soportes implicados (láminas coronienses o “barras de chocolate”) y de sus retoques laterales,
120
teniendo también en cuenta que el “raspador” en extremo no es una
morfología preponderante en esta clase de soportes (ibíd.: 45). En
algunas de nuestras piezas, más que a un frente de raspador, la configuración del extremo se asemeja a un estrecho “bisel” (nº 7), rasgo igualmente individualizado por Vaquer como criterio interno de
clasificación, junto a la “truncadura” y el ya señalado “apuntamiento”. Todos o alguno de estos caracteres “secundarios”, hay que
decirlo, han sido observados en las hojas retocadas neoeneolíticas
de otros ámbitos peninsulares (v. Andrés, 1978; Cava, 1984, 1986).
Sobre el sentido en concreto de los frentes redondeados, los análisis traceológicos con que se cuenta no permiten precisar el sugerente carácter funcional de raspador (v., p.e., Beugnier, 1997: fig. 8,
nº 48 Gc 83; Starnini y Voytek, 1997: fig. 27, F254, F255), pudiéndose tratar de una simple solución de acomodamiento al mismo nivel que las truncaduras o biseles. Volviendo a nuestras piezas,
es bien sintomático que la mayor parte de ellas comporten lustre
bien visible en alguno de los bordes retocados, abogando por una
utilización, no excluyente, como cuchillos de siega. También entre
ellas es posible observar otros de los pocos ejemplos de útiles completos (nº 3 y 7, la primera una gruesa hoja de cresta), aunque casi
en mayor medida corresponden a fragmentos residuales (nº 5, 6 y
10), no clasificados como tales (fragmento extremo) porque la preeminencia aquí se da al rasgo específico de definición y no al estado o grado de conservación del soporte, del mismo modo que para
las variantes con apuntamiento. Los caracteres “bisel” o “truncadura” no se han aislado tipológicamente por su escasa incidencia.
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado y oblicuo
marginal (HRP11)
Soporte laminar en que el retoque plano o sobreelevado
aparece combinado con otro retoque oblicuo marginal, presentando ambos cualquier extensión, dirección, localización
y articulación (fig. 40, nº 6; fig. 42, nº 1 a 7).
Como muestran las ilustraciones, las formas de combinación
de las dos modalidades de retoque son muy variadas, poniendo de
relieve no tanto el intenso aprovechamiento de estos soportes, como su utilización quizás en diferentes tareas que originan distintas
morfologías de desgaste en los filos (extracciones oblicuas marginales y algunas planas parciales igualmente marginales; p.e., nº 4,
fig. 42) o que precisan de particulares conformaciones o refecciones de estos filos de trabajo (extracciones planas profundas y de extensión total; p.e., nº 2, fig. 42).
Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado y oblicuo marginal (HRP12)
Fragmento extremo (l<2a) del tipo anterior (fig. 42, nº 8
a 10).
La simplificación en este grupo puede hacerse eliminando los dos últimos tipos (HRP11 y HRP12), con lo que
las piezas afectadas pasarían a clasificarse exclusivamente
por el retoque plano o sobreelevado, aplicando el principio
de la jerarquía de caracteres.
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Fig. 36.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 37.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 38.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 39.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 40.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 41.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 42.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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PUNTAS DE FLECHA
Grupo eminentemente representativo, junto con el anterior, del Neolítico avanzado y el Eneolítico, que ofrece en la
Ereta del Pedregal índices globales alrededor del 32% y del
34% según se tomen en consideración o no las piezas con señales de uso (en la Cova de l’Or estos mismos índices quedan drásticamente reducidos a menos del 1%).
La denominación de “puntas de flecha” para los útiles
que integran este grupo, la más extendida bibliográficamente (pointes de flèche, punte di freccia, pontas de seta, arrows
points, etc.) y que encierra a la vez un sentido morfológico
y funcional, se encuentra totalmente justificada por una más
que manifiesta correspondencia entre forma y función confirmada por la traceología y los abundantes testimonios paleoetnográficos, antiguos y recientes.23 Tal como matizó en
su momento Hugot (1959: 91) y tal como se deriva de los datos acabados de exponer, el nombre más exacto para las piezas en cuestión sería el de “armaduras de puntas de flecha”,
concepto enteramente funcional y aplicable, en su generalidad, a otros morfotipos o tipos concretos de útiles (cf. determinadas puntas microlíticas o no, geométricas o no, de
contextos epipaleolíticos y neolíticos; v., p.e., Odell, 1978;
Nuzhnyj, 1989). Si se quiere huir de esa terminología funcional y de su ambigüedad genérica, guardando coherencia
con una tipología de base morfológica, el apelativo de “puntas foliáceas”, empleado por algunos autores (p.e., LeroiGourhan, 1978; Binder, 1987; Winiger, 1993), podría ser el
más apropiado, junto con el de “armaduras foliáceas” a efectos de sugerencia morfofuncional (p.e., Vaquer, 1990). Otras
denominaciones igualmente utilizadas, como las de armaduras o flechas punzantes (armatures/flèches perçantes), contendrían la misma ambigüedad arriba señalada, ya que un
geométrico encastado como punta en el extremo de un astil
también sería una armadura “punzante” (aparte de Odell o
Nuzhnyj, v. Gassin, 1996: 101, fig. 82, para un trapecio en
esa disposición; González Urquijo, Ibáñez y Zapata, 1999:
561, fig. 2, para un segmento de doble bisel). En un final, si
optamos por hablar de “puntas de flecha” es simplemente
por tradición bibliográfica y de escuela, y siempre con la
asunción de que dicho término lleva implícito el sentido
completo de “armaduras foliáceas de puntas de flecha”.
El tratamiento tipológico de las puntas de flecha, al mismo nivel o más que otros grupos de utillaje neoeneolíticos,
queda fuera obviamente de los grandes esquemas elaborados
para el Paleolítico o el Epipaleolítico, aquellos que han ofrecido modelos de clasificación para otras familias de útiles
con menor limitación cronocultural (raspadores, truncaduras, geométricos, etc.). Al margen, pues, de estos esquemas,
las “tipologías” de puntas de flecha24 han proliferado dentro
de distintos marcos de realización/presentación, unas veces
formando parte de repertorios, catálogos o inventarios generales de utillaje, más o menos formalizados, concebidos o
adaptados para estudios regionales o de un simple yacimiento, y otras veces constituyendo el único objeto de esos repertorios. Ejemplos de tipologías “embebidas”, ciñéndonos
al ámbito de la península Ibérica, son la presentada por Andrés (1978) en su catálogo para la valoración de los mobiliarios líticos de las sepulturas dolménicas del valle medio del
Ebro; por Cava (1984) para los dólmenes vascos; por Rivero
(1988) para las cuevas artificiales de Andalucía y Portugal;
por Soler Díaz (1988, 2002) para las cuevas sepulcrales del
País Valenciano; o por Fábregas (1992a) para los megalitos
gallegos. Asimismo la ofrecida por Vallespí, Hurtado y Calderón (1985) para el yacimiento extremeño de La Pijotilla,
aplicada también al yacimiento manchego de Vega de los
Morales (Vallespí et al., 1985b); por Bueno (1988) para los
dólmenes extremeños de Valencia de Alcántara; por Soler
Díaz (1991) para el dolmen salmantino de La Veguilla; o por
Uerpmann (1995) para el yacimiento portugués de Zambujal. En referencia a otros ámbitos europeos, pueden citarse
las clasificaciones contenidas en repertorios como el de Vaquer (1990) para el Neolítico y el Eneolítico del Languedoc
occidental, o de Winiger (1993) o Honegger (2001) para el
Neolítico medio y final de Suiza. Entre las tipologías ex profeso, aparte de la clásica de Hugot (1959) para las puntas de
flecha saharianas, cabe señalar la de Bagolini (1970) para las
piezas foliáceas de las industrias holocénicas del norte de
Italia, formulada bajo presupuestos laplacianos y completada posteriormente por Di Lernia y Martini (1990); la de Jorge (1978) para las puntas de los túmulos megalíticos del
Noroeste de Portugal; la de Forenbaher (1999) para las del
23
plos más espectaculares los proporcionan las puntas clavadas en los huesos humanos de muchos enterramientos del IV y III milenios a.C. Un amplio listado
de los individuos neolíticos heridos por puntas de flecha, del ámbito francés,
lo han ofrecido Guilaine y Zammit (2001); para la península Ibérica, son elocuentes los casos constatados en el hipogeo de Longar (Armendáriz e Irigaray,
1995) y en la sepultura bajo abrigo de San Juan ante Portam Latinam (Vegas,
1999, 2007; Vegas et al., 1999), ambos en el valle medio del Ebro.
24 Nos referimos a las más recientes, posteriores a la implantación de los
clásicos sistemas tipológicos morfodescriptivos. En Brézillon (1977: 309,
voz “Pointe de flèche”) se reseñan algunos de los principales ensayos de
clasificación anteriores.
La función “punta de flecha” ha sido bien determinada por las trazas denominadas de “impacto” (estrías y fracturas específicas) y por las propiamente de enmangue, reconocidas a partir de eficientes programas experimentales
(v., p.e., a los dos respectos –traceología de piezas arqueológicas y de réplicas
experimentales–, y en concreto para puntas de tipología neoeneolítica: Gassin,
1996; Lemorini et al., 1996; Beugnier, 1997; Gibaja, 1997, 2003; Gibaja y Palomo, 2003; Kelterborn, 2000; Jardón et al., 2000; Palomo y Gibaja, 2003).
Como evidencias paleoetnográficas –arqueológicas, en suma–, aparte de los
hallazgos de flechas enmangadas o con restos de materia adhesiva, y de los
propios arcos (basta sólo recordar el equipamiento que acompañaba a Ötzi, el
popularmente llamado “hombre de los hielos”; Spindler, 1995 a y b), los ejem-
129
[page-n-141]
Esta escueta definición, que pone el acento en la apariencia foliácea, el apuntamiento y el retoque bifacial, da
cuenta en principio de todo lo que puede considerarse una
punta de flecha en las series estudiadas, provengan de contextos de habitación o de enterramiento. El alcance de lo
“foliáceo”, como hemos subrayado, va más allá de su estricto sentido, ya que es habitual incluir bajo esta rúbrica formas
más bien geométricas como las triangulares o romboidales,
o cualquier perfil básico (foliforme o geométrico) modificado a partir de pedúnculo, aletas, etc. En cuanto al retoque bifacial, éste puede adquirir el carácter de cubriente total o
dejar en una o ambas caras una zona reservada central, efecto producido por la “marginalidad” de las extracciones en su
extensión por prácticamente todo el contorno de la pieza. La
técnica de acabado se apoya generalmente en el retoque por
presión, precedido de tratamiento térmico, procedimientos
bien constatados en las colecciones de la Ereta del Pedregal
(Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006).
Conceptualmente al menos, es decir, en el plano de los arquetipos o tipos ideales, los principios de simetría y regularidad son consustanciales a toda punta de flecha foliácea. En el
plano de las evidencias reales, empero, y en una colección de
puntas como la de la Ereta que proviene en gran parte de un
verdadero taller de fabricación in situ, la simetría y la regularidad pueden resultar aspectos formales bastante relativos.
Como veremos en su momento, hay asimetrías e irregularidades debidas a elaboraciones poco diestras o impuestas por la
propia démarche de la fabricación (refecciones obligadas tras
roturas, fracturas, etc.), aunque ello no impide “tipologizar”
las piezas con estas “deficiencias” al mismo nivel que las que
se sujetan con mayor perfección al diseño de partida. Ésta es
sólo una vertiente de los problemas que plantea el estudio tipológico de las puntas de flecha de la Ereta, la serie básica con
la que hemos trabajado a efectos del repertorio general. Dado
que todo el proceso de fabricación de puntas, con sus correspondientes cadenas operativas, se encuentra de hecho en el
yacimiento, con piezas en todos los estados de conformación,
la cuestión principal radica en dónde fijar el límite entre lo
que aún cabe considerar un esbozo y lo que ya constituye una
punta acabada. Los criterios finalmente retenidos, tras un ejercicio complementario de observación efectuado sobre muestras de puntas pertenecientes a contextos sepulcrales,25 son los
siguientes respecto a los caracteres que debe presentar una
pieza acabada: una silueta más o menos regular dentro de los
límites de variación del prototipo al que remite; en consecuencia, un ápice o apuntamiento bien perfilado, al igual que
los rasgos adicionales (pedúnculo, aletas, etc.) si es el caso;
una sección más bien delgada (lenticular, plano-convexa,
etc.); unos bordes rectilíneos vistos en el perfil lateral; un retoque bifacial más o menos cuidado.
Previamente a la exposición de los criterios de clasificación tipológica y a la presentación de los tipos individuales,
conviene detenerse en la terminología analítica y descriptiva
aplicable a las puntas de flecha, no siempre explícita en los
trabajos expresos (algunas excepciones, de las que nos hemos aprovechado en parte o en toda: Hugot, 1959; Bagolini,
1970; Soler Díaz, 1988; Di Lernia y Martini, 1990; Forenbaher, 1999; además: Leroi-Gourhan, 1978).
Toda morfología analítica parte de una orientación de la
pieza que, en el caso de las puntas de flecha, la determina la
disposición hacia arriba del apuntamiento o del extremo más
largo apuntado (si el apuntamiento es doble) (v. cuadro 14);
esta disposición es indiferente para formas simétricas según
el eje transversal (los dos ejes de simetría, longitudinal o
vertical y transversal u horizontal, discurren en esos sentidos
por la parte media de la pieza). Las puntas de flecha constan
de dos partes esenciales, cuerpo y base, separadas normalmente por el eje transversal que marca la máxima anchura de
la pieza (en las formas con sólo aletas, la separación la produce la línea tangente a la concavidad basal que origina dichos apéndices; en las de pedúnculo y aletas agudas, la línea
horizontal de la cual arranca el pedúnculo). El cuerpo se
corresponde con la parte apuntada o funcional s.s., ceñida
por dos lados, derecho e izquierdo, que pueden ser rectos,
cóncavos, convexos o sinuosos en cuanto a la delineación
general, ya que pueden presentar además una denticulación
intencional marginal o muy marginal; el punto de convergencia de los dos lados constituye el ápice o punta s.s. La
base, opuesta por definición al ápice, es la que suele comportar los principales rasgos morfológicos de clasificación.
El tipo más simple de base lo determina una línea transversal al cuerpo, uniendo ambos lados (puntas triangulares s.s.),
de delineación recta, cóncava o convexa. Otras bases simples son las que repiten la morfología del cuerpo por debajo
del eje que coincide con la máxima anchura de la pieza, eje
situado normalmente en la mitad de ésta o en el tercio inferior. Ello da origen por ejemplo a las puntas romboidales
25 La evaluación de las características técnicas de las puntas de flecha localizadas en los entornos sepulcrales tiene un especial interés para la cuestión debatida. La convicción generalizada es que su presencia en estos
entornos responde a depósitos intencionales de piezas en uso o preparadas
para el uso, formando parte del “ajuar” funerario del individuo o los indivi-
duos enterrados (en este caso el armamento personal); dicho uso sería aún
más evidente de tratarse de proyectiles alojados en el cuerpo de los inhumados y causantes de heridas o de la propia muerte. Por tanto, estas puntas
son un precioso documento para discernir el grado de “irregularidad” morfotécnica aceptable en términos funcionales.
Calcolítico portugués en general; la de Arias González y Jiménez González (1990) para las del Calcolítico ibérico y a
propósito de los materiales del dolmen salmantino de Villamayor; o la de Ontañón (2002) para las puntas del Calcolítico cantábrico. Todos estos trabajos, en un sentido u otro, han
facilitado nuestra propia tipología para las puntas de flecha
de la fachada central del mediterráneo peninsular.
Definición del grupo: Piezas apuntadas de siluetas foliáceas (en sentido amplio), realizadas sobre lascas, soportes
laminares o recortes de plaquetas (sílex tabular) y conformadas por retoque bifacial generalmente plano.
130
[page-n-142]
Cuadro 14.- Puntas de flecha. Morfología analítico-descriptiva básica.
131
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(desdoblamiento formal de un triángulo de lados rectos, en
el caso más “regular”) y a las foliformes de base apuntada
(desdoblamiento de un triángulo de lados convexos u ojiva).
Independientemente de la regularidad y de la morfología final proporcionada por la combinación de las delineaciones
de los lados del cuerpo y la base, en las puntas romboidales
la unión de estas dos últimas partes dibuja siempre un ángulo; en las foliformes este ángulo no existe, produciéndose
una simple inflexión de la curvatura marcada por los lados
del cuerpo. En las foliformes también, la base puede no reproducir la forma del cuerpo, sustituyendo el consecuente
perfil apuntado por otro redondeado. En ambos tipos de
puntas, la anchura del cuerpo y de la base es a veces desigual, por lo que la unión de las dos partes se realiza mediante
un pequeño escalón u hombro, normalmente de trazado horizontal. El efecto producido entonces, según la relación de
anchura con el cuerpo, es el de una base ensanchada o estrechada. Las bases menos simples vienen configuradas por
los rasgos que detallamos a continuación. En las puntas
triangulares (de lados rectos o convexos), la base puede presentarse en forma de concavidad o entalladura muy acentuada, dibujando así, a una parte y otra del eje longitudinal
medio, unos apéndices bien marcados o aletas. En otras ocasiones, lo que se destaca es un solo apéndice en el sentido de
dicho eje, esto es, un pedúnculo o espiga unido a los lados
del cuerpo por hombros no angulares. En cualquier circunstancia, y según la proporción que guarde con la longitud total de la pieza, el pedúnculo será corto, normal o largo. Las
aletas y el pedúnculo, pues, pueden darse de manera exclusiva, pero lo más corriente es que ambos rasgos aparezcan
combinados, definiendo las puntas de pedúnculo y aletas. En
este caso, y según el ángulo que forman con el pedúnculo,
las aletas serán rectas, obtusas o agudas (ángulo para el que
se toma en consideración la dirección de la parte inferior de
la aleta, que viene a coincidir con el hombro, y la normal dirección longitudinal del pedúnculo). A su vez, las aletas rectas u obtusas, atendiendo a la dimensión del hombro, podrán
ser cortas o normales, mientras que las agudas, en base a la
longitud de la aleta en su desarrollo descendente y en relación con la longitud también del pedúnculo, se presentarán
como incipientes, normales, desarrolladas, rasas o sobrepasadas. Los criterios “métricos” que determinan el tamaño y
desarrollo de aletas o pedúnculos se exponen en las definiciones de los tipos particulares (v. tb. cuadro 14). El último
rasgo a anotar son los apéndices laterales, pequeñas “aletas”
o protuberancias en esa disposición y destacadas en la zona
de encuentro del cuerpo con la base, afectando siempre a
puntas de perfiles simples (romboidales, foliformes).
Criterios de clasificación (cuadro 15):
Dada la amplitud de criterios tenidos en cuenta para la
clasificación de las puntas de flecha, prescindiremos excepcionalmente en este caso de su exposición pormenorizada,
remitiendo al cuadro correspondiente. De manera general,
los aspectos y caracteres retenidos hacen referencia al estado de las piezas, a su simetría o asimetría según el eje longitudinal o el eje transversal, a la entidad formal de los perfiles
132
frontales y a los rasgos peculiares que los originan (delineaciones de cuerpos y bases, tamaños y proporciones de pedúnculos y aletas, etc.). En esencia, el tema principal de
clasificación lo ha proporcionado el perfil o silueta global,
que ha permitido llegar al tipo a partir de las siguientes clases implícitas, ordenadas según la complejidad morfológica
creciente en (cuadro 14): puntas triangulares, romboidales,
foliformes, de base ensanchada, de pedúnculo o base estrechada, de base cóncava o de aletas, de apéndices o aletas laterales, de pedúnculo y aletas, y otros perfiles.
Tipos:
Punta triangular de base recta o convexa (PF1)
Tipo no constatado en las colecciones estudiadas, retenido por alguna mención bibliográfica a puntas especialmente de “base recta” en contextos sepulcrales valencianos
(cf. Soler Díaz, 2002, II: 23, fig. 112).
Las puntas de contorno estrictamente triangular constituyen la
clase más básica de armaduras de flecha, contempladas en la mayoría de clasificaciones tipológicas de ámbito peninsular o europeo
cercano, e individualizadas normalmente por la delineación de la
base. Estas puntas, sin embargo, bien definidas y presentes en conjuntos –sobre todo– del sur y oeste peninsular, apenas tienen representación en las series valencianas (cf. variante con base cóncava),
y puede decirse que ninguna en tanto que evidencias remisibles a
este primer tipo genérico. Sobre las puntas “triangulares” de base
cóncava, sólo indicar que han sido extraídas intencionadamente de
lo que sería su clase taxonómica natural, para formar, junto con las
foliformes de base también cóncava y las de “aletas”, otra clase
aparte que se incluye más adelante.
Punta romboidal simétrica (PF2)
Punta de silueta losángica y simétrica según el eje transversal medio, de lados no convexos (fig. 43, nº 1 y 2). Por
definición, la máxima anchura se sitúa en la mitad de la pieza, en la línea de encuentro de cuerpo y base, guardando ambas partes proporciones similares.
La noción de simetría/asimetría basada en el emplazamiento de
la máxima anchura la hemos adoptado de Sauzade y Courtin (1988:
131), aplicada a puntas romboidales y foliformes. Desde esta perspectiva, la simetría en sí no implicaría la repetición de rasgos idénticos a partir del eje medio, que en el caso de las puntas losángicas
atañería a las delineaciones de los cuatro lados, circunstancia que,
como se aprecia en la pieza nº 2, no siempre suele ocurrir (la base
opone un lado rectilíneo a otro cóncavo). Observar un criterio estricto de “regularidad” morfológica –de buenas simetrías, al fin y al cabo– obligaría, en ésta y en otras clases cercanas de puntas de flecha,
a una multiplicación de los tipos de acuerdo con la delineación de
los lados y sus posibles articulaciones, algo en principio nada aconsejable. Lo que hay que tener en cuenta, en definitiva, es que la “irregularidad” que muestra la pieza nº 2 –puesta por caso– no es en
absoluto intencionada, sino producto de toda una serie de factores relacionados con la propia fábrica (condiciones del soporte de partida,
estado con respecto a la fase de acabado, aptitud del tallador, etc.).
El reconocimiento de este hecho, pues, es el que ha presidido la toma de decisiones últimas a la hora de la clasificación en general.
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Puntas de flecha (PF): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Pieza completa o fracturada identificable con clase o clase/tipo
Simétrica (según eje longitudinal)
Triangular
Base recta o convexa (PF1)
Romboidal
Lados no convexos
Simétrica (según eje transversal) (PF2)
Asimétrica (ídem) (PF3)
Lados convexos
Rombo-ojival (PF4)
Foliforme
Pieza completa o fracturada identificable con tipo
Base apuntada
Simétrica (según eje transversal) (PF5)
Asimétrica (ídem) (PF6)
Base redondeada (PF7)
Fragmento no identificable con tipo (PF8)
Base ensanchada
Romboidal (PF9)
Foliforme (PF10)
Rombo-ojival (PF11)
Pedúnculo o base estrechada
Foliforme (PF12)
Romboidal (PF13)
Rombo-ojival (PF14)
Base cóncava o aletas
Triangular (PF15)
Foliforme (PF16)
Apéndices o aletas laterales
Pieza completa o fracturada identificable con tipo
Romboidal
Simétrica (según eje transversal) (PF17)
Asimétrica (ídem) (PF18)
Foliforme (PF19)
Rombo-ojival (PF20)
Base ensanchada (PF21)
Pedúnculo o base estrechada (PF22)
Fragmento no identificable con tipo (PF23)
Pedúnculo y aletas
Aletas simétricas
Rectas (PF24)
Obtusas
Cuerpo de lados rectos
Pedúnculo normal o largo (PF25)
Cuadro 15.
133
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Pedúnculo corto (PF26)
Cuerpo de lados cóncavos o sinuosos (PF27)
Cuerpo de lados convexos (PF28)
Agudas
Pieza completa o fracturada identificable con tipo
Aletas incipientes
Pedúnculo normal (PF29)
Pedúnculo corto (PF30)
Aletas normales
Cuerpo de lados rectos
Pedúnculo normal (PF31)
Pedúnculo corto (PF32)
Pedúnculo largo (PF33)
Cuerpo de lados cóncavos o sinuosos (PF34)
Cuerpo de lados convexos (PF35)
Aletas desarrolladas
Pedúnculo normal (PF36)
Pedúnculo corto (PF37)
Aletas rasas o sobrepasadas (PF38)
Fragmento no identificable con tipo (PF39)
Aletas disimétricas
Recta-obtusa (PF40)
Recta/obtusa-aguda (PF41)
Otros perfiles
Muescas laterales (PF42)
Asimétrica (según eje longitudinal)
Oposición rasgos simples (PF43)
Oposición rasgo simple y apéndice (PF44)
Oposición rasgo simple y aleta recta u obtusa (PF45)
Oposición rasgo simple y aleta aguda (PF46)
Fragmento no identificable (PF47)
Cuadro 15 (continuación).
Punta romboidal asimétrica (PF3)
La diferencia con el tipo anterior la marca la asimetría
deducida del mismo eje transversal (fig. 43, nº 3 a 9). La máxima anchura se sitúa en estas puntas por debajo del eje,
normalmente en el tercio proximal. La asimetría, en determinadas piezas, puede venir dada por un desplazamiento
más o menos acusado de los ángulos laterales de unión del
cuerpo y la base (encuentro de las dos partes en distintos
ejes transversales), por lo que dicho carácter lo será a la vez
en relación con el eje transversal medio y el longitudinal (caso no figurado).
La morfología más regular, tanto en este tipo como en el precedente, la define la rectilineidad de los lados del cuerpo y la base,
134
si bien dicha regularidad puede verse perturbada, como ya hemos
comentado, por la delineación cóncava de alguno de esos lados
(pieza nº 3, para este tipo específico). Como se observa también en
las ilustraciones, existe una cierta variabilidad tipométrica dentro
de las puntas asimétricas, con piezas cortas (nº 4), estrechas (nº 6),
etc.; la escasez de efectivos, principalmente, es lo que desaconseja
de nuevo la consideración de criterios dimensionales para establecer variantes o subvariantes tipológicas, y esto mismo se hace extensible a la mayor parte de tipos concretos de otras clases de
puntas de flecha. Las piezas nº 8 y 9 estarían al límite entre lo simétrico y asimétrico, y las nº 4 y 5 ofrecen la particularidad de haber sido fabricadas sobre sílex tabular, conservando restos de
córtex de la plaqueta original en una o ambas caras.
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Punta rombo-ojival (PF4)
Punta de silueta losángica en que al menos los dos lados
del cuerpo son de delineación convexa, dibujando una ojiva
(fig. 43, nº 10 a 14). La morfología romboidal, por tanto, se
entiende en su acepción más amplia, que convenimos en la
conexión angular que deben presentar el cuerpo y la base.
El concepto “rombo-ojival” tendría su mejor sentido en referencia a piezas con cuerpo y base en ojiva (en cierta medida las
nº 10 y 11), aunque en sentido amplio hay que aplicarlo también a
puntas con cuerpo en ojiva pero con base no exactamente de ese
perfil (piezas nº 12 y 13, presentando la base con uno o ambos lados rectilíneos, respectivamente; o nº 14, con un lado rectilíneo y el
otro cóncavo). La discriminación de las morfologías rombo-ojivales cuenta con antecedentes locales en las descripciones de puntas
de flecha, siendo que determinados autores valencianos han reparado de antiguo en estas morfologías, concretamente en las formas
de “cuerpo en ojiva y base angular” (cf. nuestra pieza nº 13), definiéndolas como puntas “mixtas” (Ballester, 1929: 69; Pla, 1954:
52), o también como puntas con “base en ángulo”, sobreentendiendo en esta denominación el perfil ojival del cuerpo (Jordá, 1958:
72). Estas armaduras, por otro lado, suelen ser asimétricas considerado el eje transversal medio, lo que obvia su distinción en base
a este carácter. La pieza nº 11 es un ejemplo de la fina denticulación que pueden comportar los lados del cuerpo de bastantes puntas de flecha, sea cual sea su clase formal.
Punta foliforme simétrica de base apuntada (PF5)
Punta de perfil foliáceo y simétrica según el eje transversal medio, presentando los dos extremos apuntados (fig. 43,
nº 15 a 19). Como en las romboidales del mismo tipo de simetría, la anchura máxima se sitúa en la mitad de la pieza.
El término “foliforme”, empleado por bastantes autores, es sinónimo aquí de “foliáceo” no en su sentido más genérico (el que a
veces se da a todo el conjunto de puntas de flecha), sino en el que
se contrapone a lo geométrico –por ejemplo– como morfología y
terminología también recurrentes (puntas triangulares, romboidales, etc.). Con esto no nos apartamos de ningún consenso semántico, ya que para la mayoría de autores los vocablos foliforme y
foliáceo, según los aplican, tienen el mismo significado, acotado a
una clase específica de armaduras (las foliáceas s.s. o foliformes de
perfil simple). Abundando todavía en cuestiones de nomenclatura,
aparte de que las puntas foliformes puedan recibir alguna otra denominación genérica (p.e., “lanceoladas”), los tipos concretos de
base apuntada son tal vez los que gozan de una mayor diversidad
de nombres: puntas “lauriformes”, “saliciformes”, “ojivales”, “biconvexas”, “lenticulares”, “biapuntadas”, etc. De los ejemplos figurados, las piezas nº 15 y 19, pese al amplio retoque bifacial,
estarían al límite del esbozo: la primera, por su espesor y la poca
rectilineidad de los bordes vistos en el perfil lateral; la segunda, por
su contorno poco “regular” y el escaso apuntamiento. La pieza
nº 18 presenta una delineación rectilínea de los lados del cuerpo y
la base, excepcional en puntas foliformes, y si se incluye en esta
clase es por la ausencia de ángulo en la unión de dichos lados.
Punta foliforme asimétrica de base apuntada (PF6)
La asimetría la establece igualmente el eje transversal
medio, situándose la anchura máxima de la punta en el tercio o cuarto inferior (fig. 43, nº 20; fig. 44, nº 1 a 5).
Dada la “irregularidad” de algunos perfiles, las puntas de este
tipo, como sus homólogas romboidales, pueden mostrar una asimetría según los dos ejes (p.e., nº 20, fig. 43; o nº 3, fig. 44), o lo
que es decir, la máxima anchura, marcada por el punto de inflexión
de la convexidad de los lados, se presenta desplazada según un eje
transversal oblicuo.
Punta foliforme de base redondeada (PF7)
Punta de silueta foliácea con un extremo apuntado y el
otro redondeado, que constituye la base (fig. 44, nº 6 a 13).
Las armaduras de este tipo son por definición asimétricas (según el eje transversal), ofreciendo la máxima anchura en el
tercio o cuarto inferior, e incluso al nivel mismo de la base.
En la bibliografía, estas puntas pueden recogerse con el nombre de “amigdaloides”, cuando dibujan con mayor perfección el
perfil de una almendra (cf. Hugot, 1959: 121). En las figuradas, sin
embargo, y pese a tratarse de los mejores exponentes con que se
cuenta, el grado de irregularidad es bastante elevado. Su clasificación, hay que reconocerlo, ha sido en mucho más de un caso forzada, al desbordar apenas el límite del esbozo (p.e., nº 7, 10, 12).
El poco número de piezas, por otra parte, desaconseja también aquí
separar tipos estrechos de anchos, cortos de largos, etc. A anotar la
frecuente utilización del sílex tabular (nº 8 a 10 y 12).
Fragmento de punta foliforme (PF8)
Pieza foliácea cuyo estado, determinado por una o varias fracturas, hace dudosa o imposible su inclusión en alguno de los tres tipos anteriores, no así en la clase que éstos
definen (fig. 44, nº 14 a 17). La principal dificultad estriba
en el reconocimiento de la morfología de la base.
Punta romboidal de base ensanchada (PF9)
Punta de silueta losángica con la particularidad de que
la base se muestra ensanchada en relación al cuerpo, produciéndose la unión entre ambas partes mediante un pequeño
escalón u hombro superior (fig. 44, nº 18 y 19). El perfil
romboidal, de lados rectilíneos o a lo sumo ligeramente cóncavos, se deduce de la consecuente apariencia que habría de
revestir la armadura ante la ausencia del mencionado escalón. La máxima anchura puede situarse en la mitad de la pieza (ejemplos ilustrados) o en el tercio proximal.
La denominación de “base ensanchada” (Juan Cabanilles y
Martínez Valle, 1988: 193) es la rectificación personal –por mayor
precisión descriptiva– del término “base saliente” con que los autores valencianos se han referido de antiguo al particular rasgo que
define esta clase de puntas de flecha, bien reconocidas en los contextos de enterramiento regionales (Ballester, 1929: 50, 54, etc.;
1949: 52). Otros autores locales, posteriormente, han empleado el
nombre de “aletas inversas” para designar este mismo rasgo morfológico (Soler Díaz, 1988: 138; 2002, I: 45). El concepto de aletas inversas (aletas que serían normalmente cortas o muy cortas)
tiene un lógico sentido desde la visión de las armaduras según su
orientación “funcional”, orientación que, por otro lado, no ofrece
dudas –incluso en el caso de la pieza nº 18– si se repara en aquellas constantes morfotécnicas observadas en el grueso de puntas de
flecha, como son la disposición del mayor espesor en la parte basal
o de la microdenticulación en los lados del cuerpo, con independencia de que esta parte suela ser la de mayores proporciones.
135
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Punta foliforme de base ensanchada (PF10)
Punta de silueta foliácea compartiendo con el tipo anterior las mismas características en cuanto a peculiaridad de la
base, perfil deducible y disposición de la máxima anchura
(fig. 44, nº 20 y 21).
La proximidad tipológica de las puntas de base ensanchada
con las de apéndices laterales es bastante notoria, sobre todo cuando la “aleta inversa” adquiere más bien el carácter de pequeña protuberancia por alguna leve profundización del retoque en la parte
inmediata de la base, como ocurre en la pieza nº 20.
Punta rombo-ojival de base ensanchada (PF11)
La diferencia con los dos tipos precedentes reside en la
silueta especial que confieren a estas puntas un cuerpo ojival y una base triangular (fig. 45, nº 1 a 5).
Lo “rombo-ojival”, en esta clase de armaduras, queda reducido
por fuerza a la morfología señalada, ya que el perfil deducible de un
cuerpo y una base ojivales, cuando no existe una unión directa entre
las dos partes, apunta con menor ambigüedad a un diseño foliforme
(cf. tipo anterior). Como anécdota, señalaremos que las concretas
puntas aquí en consideración han recibido ocasionalmente el sobrenombre de “tipo Barranc del Castellet”, por referencia a algún bello
ejemplar de la cueva sepulcral epónima (Ballester, 1929: 54).
Punta foliforme con pedúnculo o base estrechada (PF12)
Punta de cuerpo foliáceo presentando un apéndice basal
más o menos destacado (fig. 45, nº 6 a 10) o un ligero estrechamiento de la base (fig. 45, nº 11). La unión del “pedúnculo” o de la “base estrechada” con el cuerpo no determina
ningún ángulo marcado.
En cualquiera de los dos rasgos de clasificación que aquí aunamos, y tal como se comprueba en los ejemplos ilustrados, la
constitución de este tipo puede haber resultado un tanto forzada,
más por los límites difusos con el esbozo que muestran bastantes
de los ejemplos (nº 6, 9, e incluso nº 11, por su espesor global), que
por la entidad en sí de los rasgos, cualitativa o cuantitativa. A este
último respecto, cabe señalar que las armaduras lanceoladas o foliformes con pedúnculo han sido individualizadas por algunos autores (cf. Hugot, 1959: 118; Vallespí et al., 1985b: 26).
Punta romboidal de base estrechada (PF13)
Punta de silueta losángica en que la base, contrariamente al tipo PF9, se presenta estrechada con relación al cuerpo,
marcando la unión entre ambas partes un pequeño escalón
u hombro inferior (fig. 45, nº 12 a 14). El perfil romboidal,
con cuerpo siempre de lados rectilíneos, es también el deducible en ausencia de dicho escalón, situándose la máxima anchura en el tercio proximal.
La mejor ilustración de lo que entendemos por una “base estrechada” la ofrece la punta nº 14, una verdadera pieza-tipo, en la
que muy forzadamente podría verse un espécimen de aletas cortas,
al igual que en los restantes casos figurados (nº 12 y 13).
Punta rombo-ojival de base estrechada (PF14)
Punta de silueta losángica deducible de un cuerpo en
ojiva y una base triangular estrechada a partir de un peque-
136
ño escalón inferior (fig. 45, nº 16) o por la concavidad, poco
acentuada, de uno o generalmente los dos lados de la propia
base (fig. 45, nº 15 y 17 a 19).
Gran parte de las piezas que aportamos como exponentes de
este tipo estarían al límite con las puntas rombo-ojivales simples, si
no es porque estas puntas rara vez presentan los dos lados de la base con una delineación cóncava. Otro límite difuso, igualmente,
existiría con las puntas de aletas rectas u obtusas cortas, como veremos en su momento.
Punta triangular de base cóncava o de aletas (PF15)
Punta con la silueta general de un triángulo en que el lado que constituye la base ofrece una entalladura “normal” o
poco marcada (cf. punta de base cóncava s.s.; fig. 45, nº 20)
o muy marcada (cf. punta de aletas; caso no figurado). Los
lados correspondientes al cuerpo serán siempre de delineación rectilínea.
Unimos en un mismo tipo lo que en otras tipologías, referidas
a ámbitos como por ejemplo el suroeste peninsular, se considera
como dos o más tipos diferentes (Vallespí, Hurtado y Calderón,
1985; Bueno, 1988; Rivero, 1988; Forenbaher, 1999). Ello se debe
a la excepcionalidad de esta clase de armaduras en el conjunto del
territorio valenciano (v. Pla, 1956; González Prats, 1986: 96; Soler
Díaz, 2002, II: 27), en franco contraste con el ámbito señalado o
con otros igualmente meridionales. Es sintomático al respecto la
completa ausencia de puntas de base cóncava o de aletas en la amplia colección estudiada de la Ereta del Pedregal, habiendo tenido
que recorrer, para su ilustración, a algunos de los pocos ejemplares
de otros yacimientos regionales.
Punta foliforme de base cóncava o de aletas (PF16)
La diferencia con el tipo anterior se encuentra en el perfil foliáceo que evidencian estas puntas, truncado por la entalladura más o menos profunda que determina la base
(fig. 45, nº 21; fig. 46, nº 1 y 2).
En la órbita de la base cóncava s.s. estaría la pieza nº 2
(fig. 46), mientras que en las nº 21 (fig. 45) y nº 1 (fig. 46) la escotadura basal ya dibujaría unos apéndices incipientes, aunque lejos aún de las verdaderas aletas que tienen su máxima expresión,
como rasgo, en las puntas denominadas de “Alcalar” (v. Forenbaher, 1999: 79). La última de las piezas señaladas, procedente de la
Cova de la Pastora, se acercaría de algún modo a las puntas llamadas “mitriformes” (ibíd.: 78).
Punta romboidal simétrica con apéndices laterales (PF17)
Tipo PF2 presentando sendos apéndices, más o menos
destacados, en la zona o ángulo de encuentro entre el cuerpo y la base (fig. 46, nº 3 a 14).
Las armaduras de apéndices laterales constituyen una clase formal muy bien representada en los diferentes contextos, sepulcrales y
de habitación, del Neolítico final y Eneolítico valencianos, habiendo
recibido de antiguo diversos nombres como el de “puntas cruciformes” (el más usual en los autores regionales: de Ballester [1929] a
Soler Díaz [2002]), “puntas de muñones”, etc. Menor implantación
han tenido otras denominaciones como la de “puntas de aletas en
apéndice” (empleada, p.e., por Hugot, 1959: 114; Cava, 1984: 108).
Todos estos apelativos y otros para el rasgo definidor (apéndices,
muñones, aletas apendiculares, espolones, etc.) ponen de manifiesto
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una variabilidad morfológica que, tomando ejemplos de la figura 46,
va de la “protuberancia” apenas insinuada (nº 10) al “muñón” bien
destacado (nº 12), pasando por la “aleta” angular (nº 15) o el “apéndice” cuidadosamente perfilado (nº 20), dándose cualquier combinación en una misma pieza. Tal variabilidad podría quedar reducida
formalmente a lo que consideraríamos como apéndices angulares
(aletas, en el sentido más corriente) y como apéndices no angulares
(muñones, en el sentido más descriptivo), cuya regularidad suele ir
acorde con la propia de la punta en su estado de elaboración o acabado. El hecho a retener es que los apéndices en sí no tienen ningún
valor claro de estilo, más allá del que de una manera general confieren a la específica clase de puntas que definen. A señalar también
que uno de los apéndices –más raramente los dos– puede estar ausente en la pieza por rotura (las superficies de fractura suelen ser bastante claras), a causa más probable de accidente de fábrica.
Punta romboidal asimétrica con apéndices laterales (PF18)
Tipo PF3 con apéndices (fig. 46, nº 15 a 20; fig. 47, nº 1
a 20).
Las ilustraciones de caso redundan en las observaciones realizadas a propósito de las puntas romboidales simples, simétricas o
asimétricas, en cuanto a regularidad morfológica (todas las distancias entre la pieza-tipo y la pieza al límite, o entre la pieza más
perfecta y la más deficiente) y variación tipométrica (distintos gradientes entre lo corto y largo, ancho y estrecho). Sin salirnos de la
tipometría, la etiqueta de “cruciformes” es cierto que se ajustaría
bien a aquellas puntas más largas y estrechas (p.e., nº 16 ó 20,
fig. 47), aunque su número no es tan importante, ni en éste ni en
los otros tipos, como para dar nombre genérico a toda la clase.
Otros aspectos a reseñar atañen al empleo significativo del sílex tabular y a la fina denticulación de los lados del cuerpo que suelen
comportar las piezas mejor acabadas.
Punta foliforme con apéndices laterales (PF19)
Tipos PF5, PF6 y PF7 con apéndices (fig. 48, nº 1 a 12).
Se reúnen por tanto todos los perfiles foliáceos simples con
sus particulares caracteres de simetría, morfología de la base, irregularidad admisible, etc.
Las piezas menos problemáticas, a efectos de inclusión en este tipo, son las que comportan un cuerpo y una base en ojiva, si bien
se ha extremado el criterio a la presencia mínima de una base ojival o, en su defecto, redondeada (p.e., nº 2, 7, 10, 11). Si reparamos
en más casos concretos, la punta nº 3 estaría al límite con las de base estrechada, las nº 4 y 5 apenas tienen insinuados los apéndices,
la nº 6 carece de ellos por fractura..., una serie de estados, sin embargo, que no dificulta la clasificación de estas puntas entre las de
apéndices laterales. La observación que se sigue, aplicable a todo
el conjunto de las armaduras de flecha, es que cuando se conocen
y se comprenden bien las cadenas operativas de fabricación, hay
pocas dudas sobre qué pieza y en qué estado corresponde a una clase tipológica u otra.
Punta rombo-ojival con apéndices laterales (PF20)
Tipo PF4 con apéndices (fig. 48, nº 13 a 18). Como ocurre con las puntas rombo-ojivales de base ensanchada o
estrechada (tipos PF11 y PF14), la morfología viene determinada por un cuerpo ojival y una base triangular.
La pieza nº 13 es una de las pocas, entre las puntas de flecha
de la Ereta, en la que puede discernirse claramente un soporte la-
minar (el retoque de conformación lo permite al ser plano marginal
bifacial). El empleo de hojas, con preferencia a hojitas, se intuye en
algunas de las armaduras más alargadas y menos espesas (con la
ayuda de la variedad de sílex), que raramente corresponden a tipos
con pedúnculo y aletas marcadas. La tónica general, sin embargo,
es la utilización de recortes de plaquetas tabulares, bien reconocibles por las zonas reservadas de córtex bifacial, o de simples lascas
de talla nuclear, pueda entreverse aún en ellas la dirección del lascado (p.e., nº 11, fig. 46; nº 4, fig. 48) o no, con distinta significación también de estos tipos de soportes según la clase de puntas
(el sílex tabular se encuentra prácticamente desligado de los especimenes con pedúnculo y aletas).
Punta de base ensanchada y apéndices laterales (PF21)
Tipos PF9, PF10 y PF11 con apéndices (fig. 48, nº 19 y
20; fig. 49, nº 1 y 2). Precisando un tanto la definición, la intersección de la normal prolongación de los lados del cuerpo y la base se produce fuera del perímetro de los apéndices,
por debajo de ellos (en las formas romboidales o foliformes
simples, dicha intersección ocurriría en el interior).
La validez de este tipo la dan piezas como la nº 20 (fig. 48),
que ante la ausencia de los apéndices pasaría por una punta romboidal de base ensanchada, o la nº 1 (fig. 49), que lo haría por una
rombo-ojival de cuerpo en ojiva y base triangular también de esas
características. No hay constatadas morfologías estrictamente foliformes (tipo PF10).
Punta de pedúnculo o base estrechada y apéndices laterales (PF22)
Tipos PF12, PF13 y PF14 con apéndices (fig. 49, nº 3 a
7). Como en el tipo anterior, la intersección de los lados del
cuerpo y la base se produce fuera del perímetro de los apéndices, pero por encima de ellos.
Las morfologías foliformes deducibles (tipo PF12) tampoco
tienen aquí representación, dejando el lugar a las romboidales o
rombo-ojivales. En las piezas figuradas (todas de la Ereta), las bases responden más a la noción de estrechamiento que a la del pedúnculo, si bien este último carácter se encuentra mejor definido en
otras colecciones de puntas de flecha, como la recuperada en la Cova de Ribera (Cullera, Valencia). Ciertas puntas “cruciformes” de
esta cavidad sepulcral, las caracterizadas por su silueta romboidal
pero a la vez por un mayor “tamaño de su triángulo superior en relación con el inferior que adopta la forma de un pedicelo”, llamaron
la atención en su momento (Pla, 1958: 38), lo que unido a su identificación en otros yacimientos, justifica la formulación del tipo.
Fragmento de punta con apéndices laterales (PF23)
El estado de la pieza dificulta su inclusión en alguno de
los tipos específicos de puntas con apéndices (fig. 49, nº 8 a
11). En esencia, las fracturas del cuerpo y/o la base impiden
reconocer la silueta global, la simetría o asimetría (determinante para las formas romboidales simples), etc.
Punta de pedúnculo y aletas rectas (PF24)
Punta con los rasgos enunciados definida por el ángulo
recto (=90º) que forman las aletas con el pedúnculo (fig. 49,
nº 12 a 18; fig. 50, nº 1). Recordaremos que dicho ángulo
137
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viene determinado por la dirección de los hombros o parte
inferior de las aletas y el eje longitudinal del pedúnculo.
El criterio de diferenciación de las puntas de pedúnculo y aletas por el ángulo que originan entre sí ambos caracteres lo hemos
tomado de Hugot (1959: 116), al igual que han hecho otros autores (p.e., Cava, 1984; Soler Díaz, 1988). Para el mismo Hugot
(ibíd.: 114), el rasgo “aletas” se identificaría –como es usual– con
la morfología de “las dos partes más bajas de los márgenes laterales” de cualquier armadura básicamente triangular (con o sin pedúnculo), distinguiendo así las aletas convencionales de las “aletas
apendiculares” (las que definen nuestra anterior clase de puntas y
que se caracterizarían por sobresalir lateralmente del cuerpo de la
armadura). Para las puntas de pedúnculo y aletas rectas, el tipo
aquí en cuestión, la pieza más distintiva sería la nº 1 de la figura
50. En una subclase de puntas como ésta, que cuenta con pocos
efectivos, no se han tomado en consideración rasgos como la delineación de los lados del cuerpo (la pieza nº 16, fig. 49, sería de lados cóncavos o sinuosos), ni el tamaño o desarrollo de las aletas
en base a la longitud de los hombros (las nº 12 y 13, fig. 49, muestran aletas “cortas”), ni las proporciones del pedúnculo en relación
con la longitud absoluta (la nº 18, fig. 49, y la nº 1, fig. 50, serían
de pedúnculo corto), como sí se ha hecho para todos o algunos de
estos conceptos en las restantes subclases.
Punta de pedúnculo [normal o largo] y aletas obtusas [de
lados rectilíneos] (PF25)
Punta en que el ángulo formado por las aletas y el pedúnculo es mayor de 90º, la longitud del pedúnculo superior
a 1/4 de la longitud total de la pieza, y los lados del cuerpo
no presentan una delineación cóncava, sinuosa o convexa
marcada (fig. 49, nº 19 y 22; fig. 50, nº 2, 5 y 6).
Bibliográficamente, las armaduras de pedúnculo y aletas rectas u obtusas pueden recogerse con el nombre de “triangulares con
pedúnculo” (p.e., Ballester, 1929: 69; Pla, 1958: 39; Vallespí et al.,
1985b: 25), o con el de “pedúnculo y hombreras” (Bagolini, 1970),
reservándose la noción de “aletas” para el caso específico de las
aletas agudas. Considerar como puntas de aletas y pedúnculo o como triangulares con pedúnculo a piezas como las nº 14, 16, 18 o 22
(fig. 49), o nº 1 y 10 a 12 (fig. 50), es desde luego una cuestión de
criterio personal. Otro punto son los límites que puedan guardar las
dos subclases de puntas de pedúnculo y aletas no agudas con las
de base estrechada, poco claros cuando aquellas se presentan con
hombros más bien cortos (p.e., nº 19 a 21, fig. 49, aunque hay que
tener en cuenta que se trata de piezas “estrechas”). Igualmente, decidirse en la clasificación por una morfología de aletas rectas o
de aletas obtusas puede resultar a veces complicado (p.e., nº 13,
fig. 49; nº 8 o nº 12, fig. 50). Mirando otros aspectos, la pieza nº 2
(fig. 50), una de las mayores armaduras de la Ereta, da una idea del
espectro tipométrico en que se mueven en general las puntas de flecha neoeneolíticas (compárese con la nº 12, fig. 50).
Punta de pedúnculo corto y aletas obtusas [de lados rectilíneos] (PF26)
Tipo anterior con el pedúnculo de longitud menor o
igual a 1/4 de la longitud total de la pieza (fig. 49, nº 20 y
21; fig. 50, nº 4, 7 y 8).
En los ejemplos que ilustran este tipo es donde mejor llega a
entenderse la laxitud con que hay que aplicar el criterio de “pedúnculo y aletas obtusas”, al quedar a menudo confundidos ambos rasgos en lo que constituye una simple concavidad latero-basal, eso sí,
138
más acentuada que la que determinaría una base estrechada. Subrayamos esto con independencia de que algunas de las piezas figuradas se encuentren más en el extremo del esbozo que en el de la
punta acabada (p.e., nº 4 o nº 7, fig. 50).
Punta de pedúnculo y aletas obtusas, de lados cóncavos o
sinuosos (PF27)
La particularidad frente a los dos primeros tipos de aletas obtusas reside en la delineación cóncava o sinuosa de los
lados del cuerpo (fig. 50, nº 10 a 12 y 14).
La escasez de muestras no propicia distinciones, en esta variante de lados no rectilíneos, en base a la proporción del pedúnculo, que, como se observa, se da en sus modalidades corta (pieza
nº 14) y normal (casos restantes). La pieza nº 14, por su parte, apenas amaga el aire de esbozo, delatando uno de los procedimientos
ensayados en la elaboración de puntas de flecha, consistente en la
construcción del perfil por retoque marginal oblicuo o semiabrupto, cuyas facetas sirven de partida –como plano de presión– para el
posterior retoque plano. Como comentario adicional, señalar que la
concavidad o sinuosidad de los lados del cuerpo y al mismo tiempo de la base que muestran estas puntas las aproximaría a los tipos
con apéndices o aletas laterales.
Punta de pedúnculo y aletas obtusas, de lados convexos
(PF28)
Aparte de las aletas obtusas, la característica de estas armaduras es su cuerpo ojival (fig. 50, nº 13 y 15 a 17).
Por la misma razón que en el tipo precedente, las posibilidades
de tamaño del pedúnculo no se han tenido en cuenta. De hecho,
esas posibilidades se constatan en sus tres modos básicos: normal
(pieza nº 13, con el pedúnculo fracturado), corto (nº 15 y 16) y largo (nº 17). Excepto esta última punta, que supondría una pieza-tipo para las armaduras de aletas obtusas (junto con la nº 22, fig. 49;
o la nº 2, fig. 50), las restantes no desentonarían demasiado como
esbozos, poniendo de relieve una vez más la dificultad de fijar límites precisos a ese estado.
Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas incipientes
(PF29)
Punta en que las aletas, apenas marcadas, forman con el
pedúnculo un ángulo menor de 90º, y en que la longitud del
pedúnculo se halla comprendida entre 1/4 y 1/2 de la longitud total de la pieza (fig. 50, nº 3, 9 y 18). Los lados del cuerpo pueden ofrecer cualquier delineación, siendo por lo
general rectilíneos o ligeramente convexos.
La pieza nº 3 es bien distintiva del tipo, notable asimismo por
sus dimensiones y perfecto acabado, contrastando en esos aspectos con la nº 9, que, como particularidad, presenta un pedúnculo
poco común por su anchura. A propósito de los pedúnculos en general, consideradas las clases de puntas que los comportan (especialmente, claro es, la de aletas), anotaremos que toda la variedad
formal observada puede concretarse en tres tipos o morfologías
principales: pedúnculos triangulares, los más recurrentes, más o
menos estrechos o alargados; pedúnculos ojivales, francamente raros (p.e., pieza nº 3, fig. 50, mostrando, más que un pedúnculo,
una amplia “lengüeta” ojival); pedúnculos con lados convergentes
y extremo redondeado, también más o menos estrechos o largos
(p.e., nº 23, fig. 51; o nº 6, fig. 52). En cuanto a las propias aletas,
y para completar esta serie de precisiones morfológicas sobre los
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distintos rasgos discretos, sólo indicar que responden al tipo “angular” más corriente, no documentándose en las series de puntas
valencianas tipos especiales de aletas como el que constituyen las
llamadas “cuadradas” o de estilo seudobretón (con el extremo o
vértice truncado), existentes en otros ámbitos peninsulares norteños (v. Andrés, 1978; Cava, 1984).
Punta de pedúnculo corto y aletas agudas incipientes
(PF30)
Tipo anterior con el pedúnculo de longitud menor o
igual a 1/4 de la longitud total de la pieza (fig. 50, nº 19 y
20; fig. 51, nº 1).
Establecer un criterio métrico para el rasgo “aleta incipiente”
no es nada fácil, más allá de la mera apreciación de una morfología
apendicular “poco marcada”, es decir, la presentada por una aleta
(aguda) apenas destacada en el perfil general de la base a causa de
la mínima amplitud de la muesca de configuración. Con todo, y
considerando el normal desarrollo descendente de las aletas agudas
(criterio basado en Cauvin, 1971: 41), el grado o condición de incipientes podría fijarlo su no descenso por debajo de 1/4 de la longitud del pedúnculo, sea cual sea esta longitud (de hecho, ni
alcanzarían esa mínima porción del pedúnculo).
Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas [normales]
[de lados rectilíneos] (PF31)
La longitud del pedúnculo representa más de un 1/4, sin
llegar a 1/2, de la longitud total de la pieza; las aletas, agudas marcadas, no alcanzan en su desarrollo descendente la
mitad de la longitud del pedúnculo; los lados del cuerpo no
ofrecen delineaciones cóncavas, sinuosas o convexas acusadas (fig. 51, nº 2 a 12).
Punta de pedúnculo corto y aletas agudas [normales] [de
lados rectilíneos] (PF32)
Tipo anterior con el pedúnculo menor o igual a 1/4 de la
longitud total de la pieza (fig. 51, nº 13 a 16).
Punta de pedúnculo largo y aletas agudas [normales]
(PF33)
Dentro de las armaduras de aletas agudas “normales”, la
singularidad de este tipo radica en un pedúnculo de longitud
igual o mayor a 1/2 de la longitud total de la pieza (fig. 51,
nº 17 a 22).
Los lados del cuerpo, fuera de las puntas de factura más “irregular” (p.e., nº 19), suelen ser rectilíneos, razón por la que incluimos el único tipo explícito de pedúnculo largo en las variantes con
esta delineación lateral.
Punta de pedúnculo y aletas agudas [normales], de lados
cóncavos o sinuosos (PF34)
Tipo PF31 o PF32 con los lados del cuerpo de delineación cóncava o sinuosa (fig. 51, nº 23 y 24; fig. 52, nº 1 a 4).
Los pedúnculos son cortos en las piezas nº 3 y 4 (fig. 52), y
“normales” en los otros casos. La morfología de estas puntas sugiere bien el nombre de “abetiformes” (en sapin) que ocasionalmente han recibido (cf. Guilaine, 1972: 63).
Punta de pedúnculo y aletas agudas [normales], de lados
convexos (PF35)
Los mismos tipos, PF31 o PF32, de cuerpo ojival
(fig. 52, nº 5 a 7).
El pedúnculo es “normal” en todas las piezas clasificadas.
Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas desarrolladas (PF36)
Las aletas agudas, en su dirección descendente, alcanzan o superan la mitad de la longitud del pedúnculo, sin llegar a ras de éste, siendo dicha longitud mayor de 1/4 y menor
de 1/2 de la total de la armadura (fig. 52, nº 8 a 10). Los lados del cuerpo pueden tener cualquier delineación (normalmente son rectilíneos o ligeramente convexos).
Las fracturas que comportan las puntas figuradas (afectando
a una de las aletas, al ápice, a parte o toda del pedúnculo) no impiden su clasificación en este tipo; esto es válido incluso para la pieza nº 10, ya que la única aleta que subsiste en ella sólo puede
corresponder, por su longitud, a una aleta desarrollada, teniendo
también en cuenta la reconstrucción factible para el pedúnculo,
igualmente fracturado. Esta posibilidad de reconstrucción, al menos dimensional, de cualquier elemento apendicular incompleto, y
lo que supone para una concreta adscripción tipológica, es extensible a la mayoría de puntas de pedúnculo y aletas.
Punta de pedúnculo corto y aletas agudas desarrolladas
(PF37)
Tipo anterior con el pedúnculo menor o igual a 1/4 de la
longitud total de la pieza (fig. 52, nº 11 a 14).
Advertiremos aquí que un pedúnculo corto no lleva necesariamente parejas unas aletas desarrolladas, tal como las definimos.
Sólo hay que reparar en cualquier otra variante de puntas de aletas
agudas con esta misma modalidad de pedúnculo (p.e., tipos PF30 o
PF32).
Punta de pedúnculo y aletas agudas rasas o sobrepasadas
(PF38)
Punta en que las aletas agudas igualan o desbordan, en
su desarrollo descendente, la longitud del pedúnculo, sea
cual sea esta longitud (fig. 52, nº 15 a 17). La delineación de
los lados del cuerpo es básicamente rectilínea o convexa.
En las piezas que aportamos de ejemplo, pero también en todas las que hemos podido documentar –obviamente en las colecciones regionales– clasificables en una u otra de las variantes de
este tipo, el pedúnculo es muy corto (como en la nº 15) o apenas
insinuado (como en la nº 16 y 17), característica, pues, que parece
ir ligada a las puntas con estas dos submodalidades de aletas. Tales
pedúnculos, por lo observado, no parecen responder a una refección ulterior por fractura, sino a una intencionalidad de partida. En
cualquier caso, y en puntas como la nº 16 ó 17, un hipotético pedúnculo “normal” de origen, acorde con la dimensión del cuerpo,
aún determinaría en ellas unas aletas como mínimo desarrolladas
(no así en la armadura nº 15 de aletas “rasas”).
139
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Fragmento de punta de pedúnculo y aletas agudas (PF39)
Punta asimétrica simple (PF43)
El estado de la pieza no permite atribuirla claramente a
ninguno de los tipos específicos de aletas agudas (fig. 52,
nº 18 y 19). El principal obstáculo se encuentra en la ausencia, por fractura, de las dos aletas.
Punta que opone lateralmente los perfiles simples de
una armadura romboidal y una armadura foliforme, siendo
por tanto asimétrica según el eje longitudinal medio (fig. 53,
nº 4 y 5).
Punta de pedúnculo y aletas disimétricas, recta-obtusa
(PF40)
Punta en que una de las aletas es recta y la otra obtusa
(fig. 52, nº 20 y 21). El pedúnculo puede guardar cualquier
proporción, y los lados del cuerpo cualquier delineación.
La noción de “aletas disimétricas” la hemos tomado igualmente de Hugot (1959: 158), autor que la refiere a una concreta
morfología (oposición aleta obtusa-aleta recta) que podría ser tanto el resultado de la reparación de una pieza fracturada, como el de
un diseño previsto, poniendo el énfasis en esta segunda posibilidad.
En nuestras puntas de aletas disimétricas, en cambio, y tal como ya
afirmábamos a propósito de las “irregularidades” morfológicas soportadas por otras clases de armaduras, habría que ver unos “tipos”
impuestos por los avatares de la fabricación.
Punta de pedúnculo y aletas disimétricas, recta/obtusaaguda (PF41)
Con respecto al tipo anterior, una de las aletas es recta u
obtusa y la otra aguda (fig. 53, nº 1 y 2). La aleta aguda puede presentar cualquier grado de desarrollo.
Si reparamos en las piezas figuradas, y sin contradecir la convicción arriba expresada, no hay rastros de fractura en la zona de las
aletas no agudas que pudieran sugerir otra tipología que la disimétrica. La nº 1 opone claramente una aleta obtusa a una aguda, mostrando un pedúnculo “normal” y un cuerpo de lados rectilíneos,
siendo además una punta corta; la nº 2, una armadura igualmente
de esa tipometría, comporta una aleta recta y otra aguda, un pedúnculo corto y un cuerpo ojival. El acabado de ambas piezas, por
otra parte, es más que aceptable, si bien insistimos en la escasa probabilidad de un arquetipo.
Punta con muescas laterales (PF42)
Punta presentando dos pequeñas entalladuras opuestas
en la zona de arranque de la base, que marcan la separación
entre esta parte y el cuerpo (fig. 53, nº 3).
La pieza ilustrada es la única de estas características que tenemos constancia para todo el ámbito valenciano, procedente de la Cova de Ribera (Pla, 1958). Le damos entidad como tipo por la
singularidad del rasgo definidor, a situar al mismo nivel que otros
atributos (base ensanchada o estrechada, pedúnculo, apéndices laterales) que “modificarían” sensiblemente lo que entendemos como
perfiles básicos, en este caso un perfil foliforme. Aparte, también,
está el hecho de que el rasgo “muescas laterales” ha sido tenido en
cuenta en otros repertorios o listados tipológicos (Andrés, 1978: 17;
Vallespí et al., 1985b: 25; Winiger, 1993: 25; Honegger, 2001: 35).
La existencia de esta pieza, pues, justificaría la creación de una clase implícita de puntas que atiende al nombre de “otros perfiles”,
abierta a cualesquiera otras morfologías de armaduras que puedan
surgir y que no cuenten con un número razonable de muestras.
140
Para toda nuestra clase de armaduras asimétricas pensamos lo
mismo que para los casos específicos de puntas de aletas disimétricas: que una cosa es la constatación de asimetrías (oposición lateral
de distintos rasgos) y otra que estas asimetrías sean realmente perseguidas (existencia de verdaderos arquetipos). No obstante, algunos autores han visto en determinadas puntas asimétricas un tipo
buscado (Ambert, 1979, 1980), que ha sido incluido como tal en algún repertorio tipológico (Vaquer, 1990: 48; Honegger, 2001: 35).
Punta asimétrica con apéndice lateral (PF44)
La asimetría viene dada por la presencia de un solo
apéndice en lo que sería una armadura de silueta romboidal
o foliforme (fig. 53, nº 6 a 9).
Las piezas figuradas, haciendo abstracción del apéndice lateral, podrían describirse como punta foliforme de base redondeada
(nº 6), punta romboidal simétrica (nº 7), romboidal de base ensanchada (nº 8), o foliforme de base estrechada (nº 9). En ésta última,
el escaso apuntamiento la situaría al borde del esbozo, clasificación
rehuida por el fino retoque plano y prácticamente cubriente que
muestra su cara dorsal. En todas las puntas que se incluyen en este
tipo, la condición única del apéndice no ofrece ninguna duda.
Punta asimétrica con aleta recta u obtusa (PF45)
Punta con una sola aleta lateral recta u obtusa (fig. 53,
nº 10 a 12).
En todos los ejemplos ilustrados el perfil opuesto a la aleta es
el de una armadura romboidal, siendo la aleta obtusa en las piezas
nº 10 y 11, y recta en la nº 12, aquí al límite con el apéndice “angular” lateral.
Punta asimétrica con aleta aguda (PF46)
Como en el tipo anterior, la aleta es única pero aguda
(fig. 53, nº 13).
En la pieza ilustrada, el perfil que se opone a la aleta aguda sería el de una punta foliforme con pedúnculo. Este tipo, junto con
los dos precedentes –sobre todo–, incide bien en la idea que venimos expresando a propósito de esta clase de puntas: la asimetría como un estado fortuito.
Fragmento de punta de flecha (PF47)
Porción de una armadura de flecha imposible de remitir
a una clase concreta ni menos a un tipo específico (fig. 53,
nº 14 a 20). Se trata de fragmentos distales o mediales del
cuerpo, más raramente de otras partes apendiculares (aletas,
pedúnculo).
Las puntas de flecha, pese a proporcionar el listado más
amplio de tipos, constituyen un grupo bastante simplificado
ya de partida, en términos generales. Representan, huelga
decirlo, una familia formal importante para el Neolítico final y el Eneolítico, con tipologías expresas que pueden ser
[page-n-152]
tan extensas como la aquí presentada. Se hace por tanto difícil proponer una reducción –incluso mínima– con sentido,
que sólo vemos de algún modo factible integrando el tipo
“Punta de pedúnculo y aletas rectas” (PF24), única entrada
para la subclase determinada por esta modalidad de aletas,
en la también subclase de aletas obtusas. La nueva subclase
resultante, “puntas de pedúnculo y aletas rectas u obtusas”,
contendría los siguientes tipos:
- Punta de pedúnculo [normal o largo] y aletas rectas u
obtusas [de lados rectilíneos] (PF24)
- Punta de pedúnculo corto y aletas rectas u obtusas [de
lados rectilíneos] (PF25)
- Punta de pedúnculo y aletas rectas u obtusas, de lados
cóncavos o sinuosos (PF26)
- Punta de pedúnculo y aletas rectas u obtusas, de lados
convexos (PF27)
141
[page-n-153]
Fig. 43.- Puntas de flecha.
142
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Fig. 44.- Puntas de flecha.
143
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Fig. 45.- Puntas de flecha.
144
[page-n-156]
Fig. 46.- Puntas de flecha.
145
[page-n-157]
Fig. 47.- Puntas de flecha.
146
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Fig. 48.- Puntas de flecha.
147
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Fig. 49.- Puntas de flecha.
148
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Fig. 50.- Puntas de flecha.
149
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Fig. 51.- Puntas de flecha.
150
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Fig. 52.- Puntas de flecha.
151
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Fig. 53.- Puntas de flecha.
152
[page-n-164]
ESBOZOS Y PREFORMAS FOLIÁCEOS
Bajo el nombre de “esbozos y preformas foliáceos” se
agrupa una variedad de piezas a relacionar con alguno de los
diferentes estados morfotécnicos propios de la fabricación
de puntas de flecha o del ensayo de esa fábrica. El que correlacionemos de manera explícita estas piezas con la manufactura de puntas de flecha se debe a que en el contexto
tecnológico de la Ereta, yacimiento que ha proporcionado el
grueso de evidencias que dan pie a la creación de este grupo, no hay ningún indicio de la producción de otros tipos de
útiles de conformación bifacial, hecho extensible a todo el
espacio regional valenciano.26
La distinción entre esbozo y preforma, como lógicos estados sucesivos de fábrica, resulta clara en el plano teórico o
en el de producciones muy estandarizadas, planos en los que
parecen situarse autores como Inizan et al. (1995: 53, 144,
158) cuando definen la preforma como el resultado de la preparación particularmente cuidada de una primera forma aún
imperfecta, o esbozo, en vistas a un ulterior acabado por una
o varias técnicas diferentes de las inicialmente empleadas. En
la Ereta, sin embargo, los límites entre estos dos estados básicos aparecen poco o nada definidos, posiblemente porque
la producción aquí de puntas de flecha hace uso de cadenas
operativas bastante dispares, pero sobre todo porque gran
parte de los restos ligados a esta producción parecen corresponder, más que a verdaderos esbozos o preformas, a piezas
descartadas tras intentos fallidos de conformación. La Ereta,
en tanto que taller de puntas de flecha, se ajusta bien a lo observado en algunos otros lugares con una actividad industrial
similar, en cuanto al significado de los subproductos de desecho y la posibilidad de ver en ellos la mano de talladores
inexpertos o debutantes sujetos a un proceso de aprendizaje
(v. Chauchat, 1991). Hecha esta aclaración, los conceptos de
esbozo y preforma hay que entenderlos en un sentido tecnológico –y a la vez tipológico– realmente amplio.
Las piezas de esta factura no han pasado desapercibidas
en las valoraciones o inventarios de materiales líticos del
Neolítico final o el Eneolítico, identificadas o no como esbozos de puntas de flecha. Este carácter no ha ofrecido dudas en aquellos yacimientos en los que se ha reconocido una
actividad específica de fabricación de armaduras, caso señalado de la Ereta, de algunas estaciones eneolíticas manchegas (Vallespí et al., 1987), del Fortín 1 de Los Millares
(Ramos Millán et al., 1991: 177-181) o del poblado de
El Malagón (Ramos Millán, 1997: 701-702), por citar algunos ejemplos peninsulares, los dos últimos en la Andalucía
oriental. En yacimientos valencianos, además de la Ereta,
la presencia de piezas “bifaces”, “bifaciales” o “foliáceas”,
nombres que suelen recibir estos productos o subproductos
de fábrica, se ha señalado en la Rambla Castellarda (Aparicio, Martínez y San Valero, 1977: 42), la Cova Roja de Benassal (González Prats, 1979: 30), la Font de la Carrasca
(González Prats, 1981: 145-146), Fuente Flores (Juan Cabanilles y Martínez Valle, 1988: 197), Les Jovades (Pascual
Benito, 1993: 72), Niuet (García Puchol, 1994: 46), Casa de
Lara (Fernández, 1999: 95), entre otros. Esta “ubicuidad” de
los esbozos bifaciales, en lugares de habitación que se reparten de norte a sur del país, aboga por una producción doméstica, descentralizada, de las puntas de flecha, acorde con
lo sugerido para otras áreas (cf. Ramos Millán et al., 1991:
64; Forenbaher, 1999: 77).
Los esbozos de puntas de flecha, obviamente, no son
útiles funcionales, pero sí piezas retocadas que, como tales,
se les ha concedido entidad tipológica en algunos inventarios
o catálogos formalizados (recordemos, de pasada, nuestra
propia noción de utillaje). Así, Vallespí et al. (1985b: 30-31)
incluyen lo que denominan “piezas foliáceas varias” en un
grupo de “diversos”, aunque asimilan lo que parecen meros
esbozos a raederas bifaciales; Vaquer (1990: 49, 74) recoge
en un grupo específico –20 H–, además de las armatures
perçantes de retoques parciales o las fracturadas, los ébauches de cualquier armadura foliácea; Winiger (1993: 25) da
entrada en el grupo de puntas foliáceas a las piezas de retoques bifaciales de grandes dimensiones, junto a las simplemente apuntadas por idénticos retoques; y Honegger (2001:
26, 36), en ese mismo grupo de puntas, fija un tipo para las
“atípicas” o aquellas de formas irregulares y “a menudo inacabadas”. Frente a estos ejemplos, el nuestro es un intento de
mayor sistematización tipológica para las piezas o esbozos
bifaciales, propiciado por la amplia y completa colección de
restos de que se dispone y su procedencia de un verdadero
taller de fabricación (en la Ereta suponen casi el 15% del
global de la industria).
26 En otros contextos, la existencia de piezas o esbozos bifaciales puede
estar vinculada a la elaboración de utensilios de borde cortante de grandes
dimensiones (raederas y cuchillos de siega), como ocurre, p.e., en los conocidos talleres de explotación del sílex en plaquetas de Salinelles, en el
mediodía francés (Briois, 1991); o con la fabricación de “alabardas” y “puñales” (large bifacial points), caso de determinados talleres especializados
de la Estremadura portuguesa (Forenbaher, 1999).
Definición del grupo: Piezas foliáceas o subfoliáceas
s.l., de distintos tamaños y poco o nada regulares, realizadas
sobre lascas, soportes laminares o recortes de placas de sílex
tabular, a partir de retoque generalmente cubriente (parcial o
total) unifacial o bifacial; o lascas, hojas u hojitas simplemente apuntadas por retoque plano.
La dificultad de encontrar una buena definición integradora para este grupo es evidente, dadas las diversas realidades morfológicas que encierra el estado de esbozo. La que
proponemos hace distinción entre dos estados principales en
153
[page-n-165]
base al grado de conformación o enmascaramiento del soporte. Para los esbozos más propiamente “foliáceos”, aquellos con mayor repercusión formal del retoque cubriente, la
“irregularidad” es la característica determinante, bajo los
criterios anteriormente establecidos que marcan su separación con las armaduras acabadas (p.e., puntas toscas si las
perfilan, secciones generalmente gruesas, bordes sinuosos
según el perfil lateral, impresión clara de piezas inacabadas
en aquellos casos que ya insinúan morfologías tipológicas,
etc.). Los soportes con simple apuntamiento, por su lado,
pueden considerarse en cierta manera esbozos foliáceos
“parciales”, al quedar reducido el retoque plano a la configuración de la previsible parte activa; si se trata de soportes
laminares, las posibilidades de confusión con las hojas u hojitas apuntadas por retoque plano o sobreelevado son escasas, como veremos en su momento.
Criterios de clasificación (cuadro 16):
- Tamaño y grado de conformación “foliácea” del soporte en relación con el estado punta de flecha acabada (grandes esbozos foliáceos / pequeños esbozos
foliáceos y preformas / otros esbozos).
- Para la primera clase, estado de la pieza según el grado de fractura (completa o fracturada leve / incompleta); para el primer estado, disposición del retoque
(unifacial / bifacial).
- Para la segunda clase, presencia o ausencia de rasgos
morfotipológicos insinuados (sin rasgo / con rasgo);
para el primer caso, estado de la pieza (completa / incompleta); para el primer estado, entidad del perfil
(foliforme / geométrico).
- Para la tercera clase, tipo de soporte (lasca / hoja u
hojita).
Tipos:
Gran pieza foliácea de retoque unifacial (EF1)
Pieza subfoliforme o subgeométrica esbozada a partir
de extracciones más o menos amplias e irregulares que afectan a una sola de las caras (fig. 54, nº 1 a 6). La longitud del
eje mayor, según el cual orientamos todos los esbozos foliáceos, excede normalmente los 3,5 cm.
El retoque puede incidir sobre cualquiera de las dos caras del
soporte, siendo la inferior en bastantes de los casos (nº 2, 3, 5 y 6).
Tal como se presentan estas piezas, con contornos “foliáceos” apenas insinuados (más bien subcirculares o subcuadrangulares), y con
extracciones exclusivamente unifaciales que no llegan a ser del todo cubrientes, se trata con toda evidencia de los primeros esbozos
de fábrica, productos o subproductos de una fase inicial de adelgazamiento y configuración de los soportes. La pieza nº 5 reflejaría
alguna de las técnicas ensayadas, consistente en la creación de una
superficie de “golpeo” en uno de los lados de la cara superior, mediante un retoque continuo marginal, como punto de partida para
las extracciones de adelgazamiento que muestra la cara inferior,
producidas verosímilmente por percusión directa.
Gran pieza foliácea de retoque bifacial (EF2)
Tipo anterior con extracciones en las dos caras (fig. 54,
nº 7 y 8; fig. 55, nº 1 a 8; fig. 56, nº 1 a 8; fig. 57, nº 1 y 3).
154
El retoque bifacial, aunque raras veces es completamente
cubriente, confiere por lo general a estas piezas un contorno foliforme o geométrico más definido (suboval, subtriangular, subromboidal), dando lugar a esbozos más avanzados dentro de la fase
inicial de preparación.
Fragmento de gran pieza foliácea (EF3)
Fragmento de cualquiera de los dos tipos de esbozos precedentes, originado por una fractura –al menos– que ha eliminado una porción importante de la pieza (fig. 57, nº 2 y 4 a 6).
Los únicos ejemplos reconocidos corresponden a fragmentos
de esbozos bifaces, con fracturas prácticamente mediales.
Pequeña pieza bifacial foliforme (EF4)
Pieza foliforme o subfoliforme, de longitud inferior normalmente a 3,5 cm, conformada por retoque bifacial (fig. 58,
nº 10 a 12; fig. 59, nº 1 a 12; fig. 60, nº 1 y 3).
La diferencia de estas piezas con las del tipo EF2 reside no
tanto en el tamaño en sí (las hay que sobrepasan los 3,5 cm de largo, caso, p.e., de las nº 5, 10 ó 12 de la fig. 59, para las que no resulta nada forzada su exclusión de los grandes esbozos bifaces),
como en los perfiles más “tipológicos” (sublauriformes, subsaliciformes, subamigdaloides, subcordiformes) que suelen presentar,
resultantes de un trabajo bifacial generalmente más intenso y cuidado que, en consecuencia, produce un mayor enmascaramiento
del soporte. Esto no obstante, las piezas que aquí consideramos no
parecen ser el fruto de la reducción de los esbozos más grandes, esto es, preformas en el sentido técnico más estricto, sino igualmente esbozos y en su mayor parte frustrados.
Pequeña pieza bifacial geométrica (EF5)
Tipo anterior de contorno subromboidal o subtriangular
(fig. 60, nº 11 a 15; fig. 61, nº 1 a 7).
La distinción, dentro de lo que serían los pequeños esbozos
“foliáceos”, entre piezas foliformes s.s. y geométricas es la misma
que puede hacerse para las puntas acabadas, con independencia de
que estos esbozos prefiguren o no los tipos específicos de armaduras foliformes o romboidales. Las pequeñas piezas bifaciales geométricas, para las que es aplicable lo observado a propósito de las
foliformes (carácter de esbozo más que de preforma), aportan alguna otra indicación sobre las técnicas o procedimientos de fábrica, como es la eventual preparación de los soportes a partir de
fracturas configuradoras (cf. pieza nº 13, fig. 60; o nº 5, fig. 61),
procedimiento empleado sobre todo en las placas de sílex tabular
(v. Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006).
Fragmento de pequeña pieza bifacial foliforme o geométrica (EF6)
Fragmento evidente de una pieza remisible a los tipos EF4
o EF5 (fig. 60, nº 2 y 4 a 10). Como en el caso de los grandes
esbozos foliáceos, la fractura determinante suele ser medial.
Pequeña pieza bifacial con rasgo morfotipológico insinuado (EF7)
La diferencia con respecto a los tipos EF4 o EF5 radica
en la insinuación de uno o más de los rasgos morfológicos
específicos de las puntas acabadas, que pueden prefigurar ya
la clase e incluso el tipo de armadura (fig. 61, nº 8 a 15;
fig. 62, nº 1 a 17; fig. 63, nº 1 a 6).
[page-n-166]
Esbozos y preformas foliáceos (EF): sistemática de clasificación y siglas
tipológicas
Gran esbozo foliáceo
Pieza completa o fracturada leve
Retoque unifacial (EF1)
Retoque bifacial (EF2)
Pieza incompleta (EF3)
Pequeño esbozo foliáceo o preforma
Sin rasgo morfotipológico insinuado
Pieza completa o fracturada leve
Perfil foliforme (EF4)
Perfil geométrico (EF5)
Pieza incompleta (EF6)
Con rasgo morfotipológico insinuado (EF7)
Otro esbozo
Lasca apuntada por retoque plano (EF8)
Hoja u hojita apuntada por retoque plano (EF9)
Cuadro 16.
Ejemplos de pedúnculo insinuado, como único carácter, los proporcionan piezas como las nº 8, 11, 13 y 15 de la fig. 61, o nº 6, 9 y
12 de la fig. 62; de apéndices laterales, la nº 9 de la fig. 61, nº 16 de
la fig. 62, o nº 4 de la fig. 63; de pedúnculo y aletas indiferenciadas,
las nº 10 ó 14 de la fig. 62, o nº 5 y 6 de la fig. 63; de pedúnculo y
aletas agudas, las nº 4, 5, 11 ó 13 de la fig. 62. Estas piezas, al igual
que el resto de las bifaciales pequeñas, tampoco pueden juzgarse como verdaderas preformas, aunque tal vez sí como “subformas”, si
hubiera que emplear un término para definirlas. Por otro lado, estos
esbozos o subformas denotan a menudo un intento de conformación
directa sobre el soporte (p.e., nº 10 y 12, fig. 61, una hoja y una lasca, respectivamente), sin ningún tipo de preparación previa (adelgazamiento o fracturas configuradoras; la reducción de espesor,
obviamente, sería innecesaria en los casos señalados), e incluso a
veces aplicando también directamente el retoque por presión (nº 7,
fig. 62). En suma, todos estos aspectos reforzarían la idea de que se
trata de ensayos de fábrica debidos a talladores inexpertos.
Lasca apuntada por retoque plano (EF8)
Soporte de estas características –técnica y tipométricamente: l<2a– presentando un apuntamiento producido mediante retoque plano, unifacial o bifacial (fig. 57, nº 7 a 10;
fig. 58, nº 1 a 5).
El retoque es unifacial en pocos casos, a la vez que marginal
(nº 7 y 9, fig. 57); en su disposición bifacial, puede combinar cualquier extensión: marginal en las dos caras (nº 8, fig. 57; nº 4,
fig. 58), marginal en una cara y profundo –cubriente parcial, por
tanto– en la otra (nº 1 y 2, fig. 58), o cubriente parcial en las dos
caras (nº 10, fig. 57; nº 3 y 5, fig. 58). En los esbozos foliáceos, sobre todo en los unifaciales, pero también en los bifaciales, el soporte puede reconocerse bien o adivinarse casi sin necesidad de
conservación del talón, el bulbo o de superficies más o menos amplias, sin retocar, de las dos caras. Esto no obstante, la integridad
del soporte es por lo general mucho menor que en las piezas que
adscribimos a éste y al siguiente tipo, al quedar ceñida su conformación al simple apuntamiento, siempre más perfilado que en los
esbozos foliáceos. No hay duda de que estas piezas, que delatan
nuevamente un trabajo directo sobre el soporte, son productos o
subproductos de la fabricación de puntas de flecha, carácter que
justificaría su inclusión en este grupo de esbozos.
Hoja u hojita apuntada por retoque plano (EF9)
El soporte laminar establece la distinción con el tipo anterior, al tratarse de hojas u hojitas con un extremo apuntado
por retoque igualmente plano de cualquier dirección y alcance facial (fig. 58, nº 6 a 9).
La condición de esbozos para estas piezas no es tan clara como
en las lascas apuntadas, aunque también sería un tanto forzada su inclusión, atendiendo al propio enunciado tipológico, en la correspondiente clase del grupo de hojas u hojitas de retoque plano o
sobreelevado. Dicha condición podrían sugerirla ciertos caracteres
como el reducido tamaño del soporte que dejan entrever las piezas
a considerar “completas” (nº 7 y 8), o los acondicionamientos secundarios que muestran aquellas otras que son claros fragmentos laminares, normalmente extracciones “basales” realizadas a partir de
la fractura (nº 9) o del extremo distal de talla (nº 6), además de presentar un apuntamiento más bien perfilado (una punta más aguzada
y menos arqueada, en suma) que en el caso de las hojas u hojitas homólogas de retoque plano o sobreelevado, cuyo apuntamiento viene
normalmente determinado por la propia talla nuclear. Otro aspecto
a tener en cuenta es que parece tratarse de antiguos útiles laminares
reaprovechados, como pondrían de manifiesto los retoque laterales
continuos, marginales o profundos, oblicuos o planos, que comportan. En cualquier caso, lo que consideramos como “otros esbozos”,
las piezas que integran este tipo y el anterior, se acercarían de algún
modo a las “puntas simples”, es decir, de base sin retocar, de otros
autores (cf. Vallespí et al., 1985b: 24).
155
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Fig. 54.- Esbozos y preformas foliáceos.
156
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Fig. 55.- Esbozos y preformas foliáceos.
157
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Fig. 56.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 57.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 58.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 59.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 60.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 61.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 62.- Esbozos y preformas foliáceos.
164
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Fig. 63.- Esbozos y preformas foliáceos.
165
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PLACAS RETOCADAS
El denominado sílex tabular o lacustre, en forma de delgadas plaquetas, comienza a circular en el ámbito valenciano a finales del Neolítico, destinándose a la fabricación de
piezas diversas tales como puntas de flecha, grandes puñales
o alabardas, dientes de hoz, etc. (Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006). En este etcétera se incluyen otras
piezas en principio menos elaboradas como son las que dan
entidad al presente grupo, las simples “placas retocadas”,
que, en sentido tipológico, se ciñen estrictamente a eso: a
fragmentos tabulares sólo modificados por retoque lateral,
representando una variedad más de útiles de corte cuyo carácter especial lo determina el tipo de soporte y la significación cronológica que éste comporta.
Las placas retocadas tienen una relativa presencia en los
contextos industriales del Neolítico final y Eneolítico del este y el sur peninsular, habiendo sido objeto recientemente de
un primer inventario descriptivo las existentes en el área valenciana (ibíd.). Dicho inventario iba precedido de algunas
sugerencias para la formalización tipológica, aspecto sólo
tratado por unos pocos autores ajenos al marco peninsular,
pero trabajando con industrias del Neolítico al Bronce de
zonas más o menos alejadas donde las placas retocadas revisten igual o mayor relevancia. Entre estos autores se encuentra Vaquer (1990: 48, 73), en cuyo repertorio –grupo
17A– se incluyen como tipos la faucille y la faucille-racloir
sobre plaqueta; también Honegger (2001: 26), que dedica en
el suyo un grupo a los Éclats et plaquettes à retouche oblique; o Rosen (1997: 40), que fija igualmente un grupo para
los Tabular scrapers.
Los diversos nombres con que suele designarse a las
placas retocadas (faucilles, faucilles-racloirs, couteauxscies, tabular scrapers, tile knives, etc.) son ya indicativos de
una presunción funcional que, como mínimo, remite a la noción general del “cuchillo”. Más concreta, la idea de “hoces”
viene sugerida por la presencia de lustre intenso en los filos
de muchas de estas piezas (v. Camps-Fabrer y Courtin, 1982:
16), traza observada en bastantes de las recogidas en los yacimientos valencianos (Juan Cabanilles, García Puchol y
Fernández, 2006). Esta funcionalidad parece en principio
plausible, aunque los específicos análisis traceológicos, muy
escasos todavía, apuntan a otros tipos de utilizaciones a tener en cuenta. Así, los tile knives del Neolítico reciente del
tell de Sabi Abyad, en Siria –por citar el único estudio que
en realidad conocemos–, se han empleado preferentemente
en el trabajo de la piel, como útiles cortantes o de raspado, y
sólo en un caso han complementado esta tarea con el corte
de plantas no silíceas (Verhoeven, 1999). Estos resultados no
descartan cualquier otro uso –el de hoces, por ejemplo– de
los “cuchillos tabulares”, en otras series, en otras regiones y
en otro tiempo, si bien alertan sobre la conveniencia del empleo de denominaciones funcionales muy concretas para determinados morfotipos.
Definición del grupo: Placas y tabletas de sílex tabular
con uno o más flancos modificados por retoque continuo,
creando un filo no dentado.
El retoque, siempre bifacial en las piezas documentadas,
puede variar de marginal a profundo, apreciación que depende a menudo del tamaño de la placa. Los filos creados
por el retoque pueden mostrarse ligeramente denticulados,
delineación producida por extracciones contiguas, debidas
muy probablemente a técnica de presión, y no por muescas
simples intencionales (cf. dientes de hoz). El retoque, igualmente, cuando es bilateral, puede originar extremos apuntados y/o redondeados, en aquellas placas –sobre todo– de
módulo más “laminar”, esto es, largas y estrechas.
Criterios de clasificación (cuadro 17):
- Presencia o ausencia de apuntamiento en la placa soporte (no apuntada / apuntada).
- Para placas no apuntadas, unilateralidad o bilateralidad del retoque (unilateral / bilateral)
Placas retocadas (PR): sistemática de clasificación y
siglas tipológicas
Sin apuntamiento
Retoque unilateral (PR1)
Retoque bilateral (PR2)
Con apuntamiento (PR3)
Cuadro 17.
Tipos:
Placa con retoque unilateral (PR1)
Tableta de sílex tabular con retoque en uno sólo de los
flancos o lados (fig. 64, nº 1 y 2; fig. 65, nº 1 a 4 y 6).
Como se aprecia en los ejemplos figurados, los módulos de las
plaquetas pueden presentar grandes variaciones, siendo bastante difícil precisar en qué casos ello es debido al estado de fractura accidental, máxime si se tiene en cuenta la propia naturaleza de este
tipo de soportes y su acarreo probable a los asentamientos (aquí en
concreto a la Ereta) en forma ya de fragmentos de diferentes tamaños. El estado de piezas fracturadas es manifiesto para las nº 2 y 3
de la fig. 65, tal vez también para las nº 4 y 6 de la misma figura,
pero no tanto para las restantes. De éstas últimas, las nº 1 y 2
(fig. 64) corresponden a dos plaquetas de buen tamaño que casan
por uno de sus extremos (el superior y el inferior, respectivamente,
167
[page-n-179]
y por el lado izquierdo no retocado), por lo que se trata con toda
evidencia de fragmentos de una misma plaqueta, pero no de una
misma pieza funcional. Dentro de este tipo, o de la clase que representaría (placas no apuntadas), alguna subdivisión es posible en
base a la delineación del retoque, separando bordes o filos rectilíneos de convexos.
Placa con retoque bilateral (PR2)
El retoque afecta a dos de los lados o flancos de la plaqueta, normalmente opuestos (no figurado).
Ejemplos de este tipo se encuentran en el poblado de Les Moreres (Crevillent, Alicante), en plaquetas “laminares” que pueden
presentar un extremo corto “biselado” (González Prats, 1986:
fig. 3, nº 1 y 2), o en la cueva sepulcral de la Torre del Mal Paso
(Castellnovo, Castellón), en un pequeño fragmento tabular de “hoja de hoz” (Jordá, 1958: fig. 14, nº 3). El módulo en sí, unido a la
existencia de acondicionamientos secundarios (extremos redonde-
168
ados o escuadrados por retoque bifacial), podrían establecer divisiones también en esta clase de placas.
Placa apuntada (PR3)
Tableta presentando uno de los extremos apuntado por
retoque bilateral (fig. 65, nº 5).
La pieza ilustrada responde bien a la definición ofrecida, aunque es posible que no se trate de un “util” de corte, sino de una punta de flecha en proceso de elaboración. Ejemplares más típicos los
proporciona otra vez el poblado de Les Moreres, en forma de plaquetas largas y estrechas en que el retoque bilateral bifacial, en su
continuidad, apunta un extremo y redondea el opuesto, originando
los “cuchillos tabulares” más elaborados (González Prats, 1986:
fig. 3, nº 3 y 4). Una versión sobre plaqueta más ancha la representa
una pieza de la Cova Santa (Vallada, Valencia), sin acondicionamiento de la base (Martí, 1981: fig. 9, nº 3). Es obvio que cualquier
fragmento proximal o medial de una placa apuntada, encontrado
suelto, engrosaría los efectivos del tipo anterior.
[page-n-180]
Fig. 64.- Placas retocadas.
169
[page-n-181]
Fig. 65.- Placas retocadas.
170
[page-n-182]
SIERRAS Y DIENTES DE HOZ
Grupo característico y casi exclusivo, como expresión
del utillaje lítico retocado, de la Edad del Bronce en el ámbito valenciano, con antecedentes en las etapas finales del
Eneolítico, hecho, por otro lado, común a otros espacios del
marco general peninsular.
Los tipos “sierra” y “diente de hoz” existen en la tipología
de Fortea (1973: 91 y 107), el primero como útil epipaleomesolítico formalizado en el grupo de Muescas y denticulados, siguiendo el precedente de Tixier (1963: 124), y el
segundo como morfotipo avanzado (“Neolítico y Eneolítico o
Bronce I”) incluido en el apartado de Diversos, inserción forzada por su presencia en los tramos finales de alguna de las
secuencias epipaleolíticas estudiadas y por el valor que se daba a dichas secuencias, en su contenido industrial, como manifestación evolutiva de una tradición cultural homogénea.
Para Fortea, aparte de las precisas adscripciones culturales
de origen (el préstamo entre tradiciones o la “interacción”),
la diferencia entre sierras y dientes de hoz se establecía, a nivel morfotécnico, en la falta de preparación de las extremidades de las primeras (ibíd.: 91), compartiendo los dos tipos
de útiles la denticulación muy regular de uno o ambos bordes. Este último rasgo es el que define primariamente a las
piezas que aquí consideramos, sin la necesidad de comportar, secundariamente, una preparación de los extremos. Por
tanto, los términos “sierra” y “diente de hoz”, integrados en
la denominación del grupo, carecen de cualquier reminiscencia de significado tipológico específico; son términos en
principio ambivalentes, al igual que lo han sido en la bibliografía tradicional del Eneolítico y la Edad del Bronce desde
Siret (1890). Esto no obstante, algún matiz de diferenciación
formal puede rastrearse en esa bibliografía, al parecer asignarse por ciertos autores el nombre de “sierrecillas o dientes
de hoz” a las piezas más pequeñas, fabricadas sobre lasca, y
el de “sierras” a las más grandes, sobre soportes laminares
(Fletcher y Pla, 1956: 43). Es posible que el tamaño de las
piezas dentadas y el tipo de conformación estén ligados con
enmangues y/o con tareas diferentes, aspectos todavía no
bien analizados. Mientras tanto, mantenemos la señalada
ambivalencia de los términos, donde “sierra” sólo pretende
paliar el excesivo sentido funcional de “diente de hoz” (desde una perspectiva estrictamente morfológica, es obvio que
el nombre de “piezas dentadas” sería el más apropiado para
designar al grupo).
Dado el carácter de útil retocado prácticamente exclusivo en los contextos del Bronce, como arriba apuntábamos,
los dientes de hoz han gozado de una atención más o menos
detenida en todas las valoraciones de materiales líticos de la
etapa, aunque el tratamiento ha sido por lo general más descriptivo que tipológico. Además, en los pocos y dispares intentos de clasificación realizados (Cuadrado, 1950; Vallespí
et al., 1985a; Ramos Muñoz, 1990-91; Jover, 1997), estos
concretos morfotipos se han formalizado al lado de otras
piezas no dentadas, bajo el nombre genérico a veces de “elementos de hoz” (Ramos Muñoz, Jover). El empleo de una
denominación genérica es en cierta manera justificable
cuando lo que se clasifica son tanto piezas dentadas con o
sin lustre, y con diversas conformaciones secundarias, como
piezas no dentadas con o sin lustre también y con acomodamientos parecidos o sin ellos; la objeción, empero, es si toda esta variabilidad morfológica, que puede juzgarse propia
de un ciclo de fabricación-uso detectable en bastantes asentamientos del Bronce, debe recibir un tratamiento tipológico
conjunto (remitimos al ejemplo de las puntas de flecha y sus
esbozos y desechos de fábrica). Por otro lado, el nombre
mismo de “elementos de hoz” puede llevar a confusión, ya
que el criterio más corriente es el de reservar dicho apelativo para las piezas con lustre no dentadas, siempre sobre hojas u hojitas poco transformadas, que comparecen aquí y allá
desde las fases más antiguas del Neolítico (Martí, 1977: 8990; Vera, 1999: 37). Si se quisiera mantener la connotación
funcional de las denominaciones, lo más consecuente sería
que los “elementos” y los “dientes” de hoz se agruparan
–de creerlo necesario– en una familia genérica de “piezas o
armaduras de hoz”.27
Otra cuestión, ya comentada a propósito de las hojas y
hojitas con base estrechada, es la de la idoneidad de conferir
a los elementos de hoz “neolíticos” el rango de grupo tipológico; simplemente porque un criterio funcional basado en
la presencia de lustre no puede considerarse el más apropiado para definir un grupo en una tipología morfodescriptiva,
como es nuestro caso. Los elementos de hoz, en tanto que
hojas u hojitas no dentadas y con lustre perceptible, presentan también una variabilidad morfológica que, fuera de la
traza de uso en sí, ningún rasgo de los que determinan tal variabilidad puede tomarse como un criterio primario de clasificación; además, piezas con morfología integrable en esa
misma variabilidad pueden no presentar lustre, lo que no
27 En ocasiones, lo que se ha intentado rehuir es cualquier adjetivación nominal que exprese función de manera explícita. Así, desde esta óptica, se
ha ensayado la clasificación de las “piezas con lustre” (pièces lustrées) del
Neolítico de la Tesalia griega (Moundrea-Agrafioti, 1983), o de los “objetos de sílex con lustre” (objets de silex lustrés) del Neolítico a la Edad del
Bronce de la región de Susa, en el Oriente Medio (Valla, 1978), reuniendo
bajo dichos nombres series de piezas dentadas o no (algunas de la región de
Susa muy próximas a nuestros dientes de hoz), con lustre macroscópico y
consideradas, implícitamente, armaduras de hoces. Tal solución nominativa, que sustituye el determinativo funcional por el de la traza de uso que, al
fin y al cabo, lo originaría, nos parece también poco aconsejable, como referiremos en los párrafos siguientes.
171
[page-n-183]
quiere decir que no hayan sido elementos de hoz funcionales, pero tampoco lo contrario (no todas las piezas con truncadura, p.e., han servido para armar hoces). Los dientes de
hoz, en contraposición, sí que comparten un rasgo morfotécnico primario, la denticulación regular, por lo que configuran un grupo morfológico al mismo nivel que cualquiera
de los vistos hasta ahora.
En definitiva, y repitiendo la misma idea ya expuesta
con anterioridad, los elementos de hoz sólo pueden entenderse como un grupo funcional, con todas las limitaciones
que ello comporta (la traceología, en última instancia, es la
que puede determinar –y no siempre– la función “armadura
de hoz” para un conjunto dado de piezas, tras el examen de
todos los efectivos industriales); los dientes de hoz, en cambio, reúnen en ellos mismos la condición de grupo morfológico y funcional a la vez. Este segundo carácter, intuido de
siempre, vendría confirmado por los escasos pero significativos hallazgos –en contextos del Bronce peninsular– de
mangos o montantes claramente de hoces y de piezas dentadas asociadas a ellos o en conexión directa. El caso más célebre es el mango curvo de madera del poblado del Mas de
Menente (Alcoi, Alicante), encontrado en asociación con armaduras dentadas, aunque sin conexión directa (Pericot y
Ponsell, 1929; Juan Cabanilles, 1985b); esta conexión, sin
embargo, sí que la presentaban 3 de los 15 dientes de hoz hallados junto a los restos de un mango igualmente de madera
en el poblado del Cerro del Cuchillo (Almansa, Albacete),
los tres dientes en cuestión incrustados en uno de los trozos
residuales (cit. en Jover, 1997: 206). Otro ejemplo es el de
El Sambo (Novelda, Alicante), donde los restos carbonizados de un mango y una decena de dientes de hoz se recuperaron en el interior de un vaso cerámico (Navarro, 1982: 54).
El complemento a estos testimonios “funcionales” proviene
de unos pocos –todavía– análisis traceológicos efectuados sobre piezas dentadas de yacimientos igualmente del Bronce, en
los que se las relaciona, en las determinaciones menos precisas, con el corte de vegetales no leñosos (Gutiérrez Sáez,
1993), y en las de mayor precisión, con la siega de cereales
(Harrison y Meeks, 1987; Rodríguez, 1999: 227). El apelativo “diente de hoz”, pues, en su determinativo funcional, estaría de algún modo justificado con estos datos, y con ello que
sea el de utilización más extendida actualmente entre los autores peninsulares, habiendo desplazado, en su primitiva exclusividad, a los nombres de “sierras” u “hojas de sierra” (Siret,
Pericot y Ponsell, Furgús, Bosch Gimpera, Cuadrado, etc.).
tes “romos”. El borde o lado opuesto a la denticulación
(“dorso” en sentido amplio, por oposición a “filo” [dentado], empleando términos más funcionales), puede mostrarse
bruto de talla o modificado por cualquier tipo de retoque,
aunque cuando se recurre al retoque, es usual que éste sea
abrupto, creando entonces un dorso en sentido estricto. Los
lados transversales al propiamente denticulado (o “extremos”, superior/inferior según la representación gráfica de la
pieza), pueden, al igual que el dorso, estar acondicionados o
no, ofreciendo fracturas brutas o extremidades naturales de
talla, truncaduras u otras preparaciones por retoque. El lustre, presente en los filos dentados en una alta proporción, es
el rasgo de uso que suele acompañar a los caracteres morfotécnicos someramente descritos.
Criterios de clasificación (cuadro 18):
- Naturaleza del soporte (hoja / lasca / placa).
- Para la primera clase –soportes laminares–, unicidad o
duplicidad del rasgo primario o denticulación (simple
/ doble); para la primera posibilidad, estado de la pieza en relación con la presencia o ausencia de fracturas
(“completa” o fracturada “larga” / fracturada “corta”);
para el primer estado, presencia o ausencia de truncadura(s) y/o dorso abrupto (sin truncadura(s) ni dorso / con truncadura(s) / con truncadura(s) y dorso);
para denticulación doble, estado de la pieza (completa o fracturada larga / fracturada corta); para el primer
estado, presencia o ausencia de truncadura(s) (sin
truncadura(s) / con truncadura(s)).
- Para la segunda clase de soportes –lascas–, estado de
la pieza (completa / fragmento); para el primer estado, presencia o ausencia de dorso o truncadura(s) como rasgos únicos, o presencia combinada de dorso y
truncadura(s) (sin dorso ni truncadura(s) / con dorso
/ con truncadura(s) / con dorso y truncadura(s)); para
la última posibilidad, delineación del dorso (rectilíneo / curvo).
- Para la tercera clase de soportes –placas–, estado de
la pieza (completa / fragmento).
Tipos:
Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja (DH1)
Definición del grupo: Piezas sobre lascas, hojas o plaquetas de sílex tabular mostrando en un borde, más raramente en los dos, una denticulación regular obtenida por
muescas simples generalmente bifaciales.
Pieza con denticulación regular en uno sólo de los bordes, sin retoque abrupto en el dorso y sin extremos truncados, elaborada sobre soporte laminar generalmente de
anchura ≥ 1,2 cm (hoja s.s.) y de longitud ≥ 2 veces la anchura, de no tratarse de un “diente” manifiestamente “completo” (fig. 66, nº 1 a 6).
La noción de denticulación regular lleva implícita la intencionalidad de las muescas configuradoras, debidas con
toda probabilidad a técnica de presión (procedimiento comúnmente aceptado). Las muescas pueden disponerse de
manera contigua, originando dientes “apuntados”, o dejar
entre ellas una porción del borde bruto, dando lugar a dien-
El estado de pieza funcional “completa”, en éste y en los restantes tipos, no exige necesariamente la conservación de las dos
extremidades de talla del soporte o el acondicionamiento por retoque de los lados cortos transversales, en la medida que las simples
fracturas pueden constituir, por ellas mismas, una solución más de
acomodamiento (al mismo nivel, p.e., que las truncaduras). Un
buen ejemplo lo representa la pieza nº 4, procedente del poblado
172
[page-n-184]
Sierras y dientes de hoz (DH): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Sobre hoja
Denticulación unilateral
Pieza completa o fracturada larga
Sin truncadura(s) ni dorso abrupto (DH1)
Con truncadura(s) (DH2)
Con truncadura(s) y dorso abrupto (DH3)
Fracturada corta (DH4)
Denticulación bilateral
Pieza completa o fracturada larga
Sin truncadura(s) (DH5)
Con truncadura(s) (DH6)
Fracturada corta (DH7)
Sobre lasca
Pieza completa
Sin dorso abrupto ni truncadura(s) (DH8)
Con dorso abrupto (DH9)
Con truncadura(s) (DH10)
Con truncadura(s) y dorso abrupto rectilíneo (DH11)
Con truncadura(s) y dorso abrupto curvo (DH12)
Fragmento (DH13)
Sobre placa tabular
Pieza completa (DH14)
Fragmento (DH15)
Cuadro 18.
de la Muntanya Assolada (Alzira, Valencia),28 fabricada sobre un
fragmento medial de gran hoja, con la particularidad de estar toda
recubierta por una somera pátina natural –incluidas las superficies
de fractura y los negativos del retoque plano del “dorso”– excepto
en las extracciones o muescas que originan la denticulación, éstas
“frescas” y mostrando una tenue pátina de uso (lustre); se trata con
toda evidencia de un diente de hoz “completo”, para el cual se ha
reaprovechado, como soporte, un viejo “útil” fracturado. La nº 5,
proveniente de la Lloma de Betxí, podría ser también una pieza
completa, pese a la impresión de rotura fortuita que a primera vista produce; se halla confeccionada igualmente sobre un fragmento medial de gran hoja, recortado por una fractura accidental de
talla del tipo “lengüeta” (Inizan et al., 1995: 36) en la parte superior (según ilustración), presentando un leve retoque marginal parcial inverso, y por otra fractura inferior en cuyo borde dorsal, y
parcialmente a izquierda, se aprecia un retoque muy marginal o
bordage que podría ser debido al enmangue, si no es que se trata
de un “retoque espontáneo” (Newcomer, 1976) originado en la rotura también accidental del soporte en el momento de la extracción
(en cualquier caso, las fracturas no interrumpen bruscamente la
denticulación). Las restantes piezas figuradas, asimismo sobre
fragmentos laminares (cuerpos proximales, distales o mediales),
son de integridad más dudosa, e incluso poco típicas –exceptuando la nº 3– en cuanto a su carácter de dientes de hoz (pese a la denticulación “regular” plausiblemente intencional). Proceden de la
Cova de l’Or (nº 6) y de la Ereta del Pedregal (nº 1 y 2), esto es,
de contextos industriales anteriores a la Edad del Bronce, lo que
puede explicar ese atipismo, conferido sobre todo por la unifacialidad de la denticulación y la naturaleza de los caracteres secundarios que comportan (p.e., la pieza nº 2, de la Ereta, es una hoja
28
presentación de los dientes de hoz entre los materiales estudiados de la Ereta del Pedregal y la Cova de l’Or.
La mayoría de ejemplos ilustrados para todos los tipos pertenecen a las
colecciones de este yacimiento y de la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia),
típicos poblados del Bronce regional valenciano. Esto se debe a la escasa re-
173
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de retoque plano/sobreelevado bilateral reconvertida en “sierra”
por el reavivado de uno de los filos a partir de pequeñas muescas
simples continuas).
Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja truncada o bitruncada (DH2)
La diferencia con el tipo anterior reside en el acondicionamiento de uno o ambos extremos por medio de retoque,
normalmente abrupto (fig. 66, nº 7 y 8; fig. 67, nº 1, 2 y 4).
La truncadura única puede oponerse a un extremo proximal
(nº 7, fig. 66) o distal (nº 8, fig. 66), o a una fractura no retocada
(nº 1, fig. 67), que en este caso no parece tampoco accidental (presencia de leves retoques en el margen izquierdo producidos posiblemente por el enmangue), definiendo una pieza “completa” al
igual que lo son las dos primeras o las que se muestran bitruncadas (nº 2 y 4, fig. 67). El retoque abrupto de las truncaduras puede tener cualquier dirección y combinación de ésta (cuando la
truncadura es doble), incluida la dirección cruzada o bipolar, total
o parcial (nº 8, fig. 66). Las grandes muescas o extracciones inversas de la pieza nº 1 (fig. 67) responden a un ulterior reavivado
del filo dentado, habiendo hecho desaparecer en bastantes puntos
el lustre de uso.
Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja truncada o bitruncada y dorso abrupto (DH3)
Tipo precedente con acomodamiento también del dorso
por retoque abrupto (fig. 67, nº 3 y 5).
El dorso es directo y de delineación rectilínea en las dos piezas figuradas, y las truncaduras inversas (la nº 3 posee un pequeño
tramo con retoque abrupto cruzado en la unión dorso-truncadura
inferior). Dentro de los dientes de hoz sobre soporte laminar hay
evidentes variaciones tipométricas, como puede apreciarse al comparar los ejemplos nº 5 de la fig. 66, o nº 1 de la fig. 68, y nº 5 de
la fig. 67. Las piezas más cortas, como la última señalada, estarían
en la órbita de los valores dimensionales de las armaduras sobre
lasca, cuyas longitudes no suelen sobrepasar los 3,5 cm. La posibilidad de establecer un tipo de diente de hoz corto sobre hoja, aunque con significación más tecnofuncional que estilística, quedaría
totalmente abierta, para lo cual sería necesario examinar más series
que las aquí utilizadas (muestras, en definitiva parciales, de dos
únicos yacimientos). Como ya hemos insinuado, esta disparidad tipométrica puede estar relacionada con la existencia de distintos tipos de hoces o de cuchillos de “siega”, si no diferentes en la forma
de los montantes, tal vez sí en el tamaño de éstos y en el número de
piezas enmangadas. Desde esta presunción, cabe preguntarse si los
grandes dientes de hoz sobre hoja no serían armaduras de enmangue individual. Más difícil aún, empero, es precisar la especialización de tales tipos de herramientas en lo que supondría el corte de
plantas no leñosas (cereales, cañas, juncos, esparto, etc.).
Fragmento de sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja
(DH4)
Sierra o diente de hoz doble sobre hoja (DH5)
Tipo DH1 con denticulación en los dos bordes laterales,
derecho e izquierdo (fig. 68, nº 4).
La ausencia de dorso abrupto –obviamente– y de truncaduras
va implícita en este tipo, cuya pieza de ejemplo, posiblemente incompleta, representa como soporte un fragmento medial “largo” de
hoja. Las denticulaciones dobles, en las series analizadas, sólo se
observan en soportes laminares, teniendo que ver en ello el que en
las piezas sobre lasca el lado opuesto a la denticulación corresponda, en una proporción importante, al extremo proximal de talla, o si
no, a un grueso dorso natural o a un dorso construido por retoque
abrupto; de ahí que algunos autores describan las secciones de estos dientes de hoz como análogas a las de las “navajas de afeitar”
(Pericot y Ponsell, 1929: 5).
Sierra o diente de hoz doble sobre hoja truncada o bitruncada (DH6)
Tipo DH2 con denticulación bilateral (fig. 67, nº 8;
fig. 68, nº 1 a 3).
Entre las ilustradas, sólo hay una pieza con doble truncadura directa (nº 2, fig. 68); en otras dos, la truncadura, inversa (nº 1, fig. 68)
o bidireccional por sobreposición de un retoque semiabrupto directo y otro plano inverso corto (nº 3, fig. 68), se opone al extremo proximal de talla; y en la restante (nº 8, fig. 67), la oposición es a una
fractura no retocada. Esta pieza puede considerarse tan completa como las anteriores, ya que el lustre de uso se extiende por la superficie lisa de la fractura, poniendo una vez más de relieve el idéntico
carácter tecnofuncional de fracturas francas y truncaduras. En la nº 2
(fig. 68), uno de los bordes dentados, el izquierdo, lo es por microdenticulación unifacial, posiblemente de uso.
Fragmento de sierra o diente de hoz doble sobre hoja
(DH7)
Fragmento extremo y/o manifiesto de DH5 y DH6 (no
figurado).
Sierra o diente de hoz sobre lasca (DH8)
Pieza con denticulación regular en un borde, sin acondicionamientos de dorso y extremos, elaborada sobre lasca
técnica y tipométrica (l<2a) (fig. 68, nº 5).
El único ejemplo para este tipo lo proporciona una gran lasca,
afectada por el fuego, perteneciente a las colecciones de la Muntanya Assolada. Por su módulo dimensional e irregularidad, y por
la ausencia de lustre, podría tratarse de un diente de hoz en proceso de fabricación.
Sierra o diente de hoz sobre lasca con dorso abrupto (DH9)
Fragmento extremo (l<2a) y/o manifiesto (rotura accidental por fuego, pisoteo, uso, etc.) de los tres tipos anteriores (fig. 67, nº 6 y 7).
Con respecto al tipo anterior, la diferencia la marca el acomodamiento del dorso por retoque abrupto (fig. 68, nº 6 y 7).
Los ejemplos que se aportan corresponden a dos cuerpos mediales “cortos” de grandes hojas, sin indicios de dorso abrupto ni
conservación de algún extremo truncado. Son fragmentos, además
de cortos, bien “manifiestos”, que tipológicamente sólo podrían
pertenecer a DH1 o DH2.
En las dos piezas figuradas el dorso es abrupto directo, mientras que los extremos son los bordes brutos de talla en la nº 6, y la
extremidad distal y una fractura franca en la nº 7. La no percepción
del lustre en ninguna de ellas se debe, tal vez, a la naturaleza calcárea del soporte.
174
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Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada
(DH10)
Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada y
dorso abrupto curvo (DH12)
Tipo DH8 con uno o ambos extremos acondicionados
por retoque, generalmente abrupto (fig. 68, nº 8 a 10).
La delineación convexa del dorso supone la diferencia
con el tipo anterior (fig. 69, nº 8 y 9).
Las piezas nº 9 y 10 comportan truncadura doble, la primera
por retoque cruzado, presentando el dorso alterado a causa de la acción del fuego; la segunda por retoque unidireccional alterno (directo-inverso), con un dorso natural constituido por una gruesa
superficie de córtex. La nº 8 opone a la truncadura una faceta también natural de talla, siendo el dorso la parte proximal de la lasca;
la ausencia de lustre puede indicar su no utilización o la condición
de pieza inacabada o desechada.
El contorno que origina un dorso curvo, sobre todo cuando
en su continuidad suplanta a los extremos truncados, es el de una
pieza “segmentiforme”, o lo que algunos autores denominan simplemente “de forma en D” (Cuadrado, 1950: 105). Esta morfología es identificable en las piezas figuradas, pese a la irregularidad
de la nº 9, producida por un dorso de inflexión brusca conformado por retoque abrupto alternante (cruzado en el tramo de contacto), y pese a la definición aún de los extremos truncados
–sobre todo el superior– en la nº 8, con retoque también cruzado
y parcial en el dorso.
Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada y
dorso abrupto rectilíneo (DH11)
Fragmento de sierra o diente de hoz sobre lasca (DH13)
Tipo precedente presentando, además, el dorso acomodado por retoque abrupto de delineación rectilínea (fig. 68,
nº 11; fig. 69, nº 1 a 7).
Los dientes de hoz de estas concretas características, en cuanto a soporte y acondicionamientos, representan la categoría más común dentro de las series examinadas, con preparaciones de dorsos
y extremos que recubren todas las modalidades hasta ahora entrevistas y sus posibles combinaciones (dorsos conformados a menudo sobre la parte proximal de la lasca a partir de retoques abruptos
unidireccionales –directos, inversos– o bidireccionales –cruzados–;
truncaduras realizadas sobre cualquier extremo, cuando son únicas,
y en este caso siempre opuestas a fractura, mediante los mismos tipos de retoques). Piezas un tanto especiales son las bitruncadas, al
ofrecer distintas siluetas “geométricas” según la inclinación de las
truncaduras. Así, las hay rectangulares o cuadradas (nº 4 y 5, fig.
69), o trapeciales cortas (nº 6, fig. 69) o alargadas (nº 7, fig. 69).
Estas piezas, junto con las del tipo siguiente, serían susceptibles de
individualización formal.
Fragmento manifiesto de cualquiera de los tipos DH8 a
DH12 (no figurado).
Sierra o diente de hoz sobre placa (DH14)
Pieza con denticulación regular en un borde, con dorso
y extremos acomodados por retoque, confeccionada sobre
plaqueta de sílex tabular (fig. 70, nº 1 y 2).
La definición ofrecida se basa en las dos piezas que ilustramos, las únicas sobre esta clase de soporte de todas las examinadas,
procedentes de la Lloma de Betxí. En ambas, las alteraciones por
el fuego no impiden apreciar la preparación de dorsos y extremos
por retoque plano marginal bifaz, ni el lustre de uso de los bordes
dentados. Esta subclase de dientes de hoz queda pendiente, por tanto, de futura ampliación, a partir de los mismos criterios aplicados
a soportes laminares y a lascas (bilateralidad o no de la denticulación, modalidad de los acondicionamientos de dorsos y extremos,
otros que los ya observados, etc.).
Fragmento de sierra o diente de hoz sobre placa (DH15)
Fragmento manifiesto del tipo anterior (no figurado).
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Fig. 66.- Sierras y dientes de hoz.
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Fig. 67.- Sierras y dientes de hoz.
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Fig. 68.- Sierras y dientes de hoz.
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Fig. 69.- Sierras y dientes de hoz.
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Fig. 70.- Sierras y dientes de hoz.
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PIEZAS ASTILLADAS
Las piezas astilladas (esquillées, écaillées) se contemplan en todas las tipologías clásicas morfodescriptivas, las
confeccionadas para el Paleolítico o el Epipaleolítico, y en
las de igual inspiración dedicadas a los mismos periodos o a
etapas posteriores –Neolítico, Eneolítico–. Normalmente se
incluyen como un único tipo dentro del grupo de “Diversos”,
o como un tipo o una clase en grupos de otra intitulación pero que reúnen igualmente piezas dispares (p.e., grupo de
Pièces à enlèvements spéciaux [Bintz, 1996], o à enlèvements irreguliers [Binder, 1987, repertorio amplio; Winiger,
1993; Honegger, 2001]); más raramente se les ha concedido
el rango, aunque discreto, de familia tipológica exclusiva
(Vaquer, 1990).29
Objeto de una constante atención desde antiguo, las
piezas astilladas, tal como han resumido Chauchat et al.
(1985) o Le Brun-Ricalens (1989), han sido identificadas:
bien con núcleos de lascado bipolar sobre yunque (Escalon
de Fonton, 1969; Orliac, 1973; más bibliografía reseñada en
Chauchat et al.) o con desechos de talla (Mazière, 1984);
bien con verdaderos útiles –morfotipos intencionales– obtenidos por percusión también bipolar (ibíd.); o bien con útiles “a posteriori” cuyo aspecto final sería debido a la
utilización (Tixier, 1963: 147; Dewez, 1985) y en los que el
soporte lo constituiría un “morfotipo” cualquiera (Mazière,
1984) o un producto bruto de lascado. Sea cual sea su naturaleza (núcleos, útiles o desechos), a determinar en cada caso por el contexto industrial, lo que comparten estos tres
tipos de piezas es el rasgo “astillamiento” (esquillement),
bien descrito en sus aspectos morfotécnicos por Tixier
(1963: 147), o como un modo de retoque –écaillé– por Laplace (1974) y Crémilleux y Livache (1976), ligado a la percusión violenta y al contragolpe.
Fuera de la posibilidad del núcleo bipolar, las piezas astilladas se han interpretado corrientemente como cuñas o cinceles destinados al trabajo de materias orgánicas duras
(hueso, asta, madera), finalidad avalada de algún modo por la
experimentación (Allain et al., 1977; Dewez, 1985; Le BrunRicalens, 1989) y por la traceología (Cahen y Gysels, 1983;
Rodríguez, 1993, 1999; Beugnier, 1997). Esta función, descartada la eventualidad del núcleo bipolar, puede presumirse
para bastantes de las piezas de estas características de Or y
Ereta, aunque otras causas de índole técnica son también
plausibles para explicar la formación de los retoques astillados, como veremos en su momento. Así pues, y pese a la tentación que estimularían los resultados experimentales y
traceológicos, las piezas astilladas sólo pueden constituir un
29 Para ser justos, las piezas astilladas tienen también su lugar en la Tipología Analítica de Laplace, en la que han seguido un proceso de adaptación
continuado. En la grille de 1986 (Laplace, 1987), y a partir de la propuesta
grupo morfológico, basado en el significado que concedemos al esquillement como carácter primario excluyente.
Definición del grupo: Lascas s.s. u otros productos menos definidos de fractura nuclear, más raramente fragmentos
laminares, presentando uno, dos o más lados astillados por
percusión violenta.
Los productos señalados como soportes de piezas astilladas pueden encontrarse en estado bruto o comportar algún
otro tipo de retoque diferente al propiamente astillado, caso,
éste segundo, que supondría el reaprovechamiento de un
“útil” previo o de un desecho de fábrica. La observación de
piezas arqueológicas y de réplicas experimentales permite
definir el “astillamiento” como una morfología conferida
por los negativos más o menos amplios y solapados de esquirlas saltadas por golpeos repetidos, de aspecto generalmente escamoso o irregular. La intensidad y la recurrencia
de las percusiones suelen originar un aplastamiento o machacado (écrasement) de la parte más marginal de los bordes
afectados, o producir secundariamente otros negativos de extracciones laminares o facetas “burinoides”, caracteres que
pueden darse simultáneamente en una pieza y que delatarían
el grado del astillamiento (v. Tixier, 1963: 147).
Criterios de clasificación (cuadro 19):
- Localización del retoque astillado, teniendo en cuenta la dirección de talla del producto-soporte o el eje
mayor de éste cuando dicha dirección no es discernible (en extremo –o “polo”– proximal y/o distal / en
lado derecho y/o izquierdo / en uno o ambos extremos y en uno o ambos lados a la vez).
- Para el primer caso –astillamiento en extremo–, aparte de la unicidad o duplicidad del rasgo (unipolar / bipolar), ausencia o presencia de otro tipo de retoque
no astillado (sin retoque / con retoque).
Tipos:
Pieza con astillamiento unipolar (PA1)
Pieza en que el retoque astillado, atendiendo al eje tecnológico de extracción del soporte o a su eje mayor, se localiza en uno sólo de los extremos, el proximal o el distal
(fig. 71, nº 1 a 6).
de clasificación de Crémilleux y Livache (1976), estas piezas configuran
tres “Clases” tipológicas dentro del “Orden” y el “Grupo” de los écaillés (v.
Sáenz de Buruaga, 1988: 38).
181
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Piezas astilladas (PA): sistemática de clasificación y siglas
tipológicas
Astillamiento en extremo
Unipolar
Sin otro tipo de retoque (PA1)
Con otro tipo de retoque (PA2)
Bipolar
Sin otro tipo de retoque (PA3)
Con otro tipo de retoque (PA4)
Astillamiento lateral (PA5)
Astillamiento en extremo y lateral (PA6)
Cuadro 19.
El astillamiento es bifacial en el ejemplo nº 5, y unifacial en
los restantes: directo proximal (nº 1 y 2) o inverso distal (nº 3, 4 y
6). La unifacialidad o bifacialidad del rasgo, combinada con la lateralidad general, ha sido tenida en cuenta en alguna clasificación
de piezas astilladas (Gioia, 1988), criterio que, de seguirse, nos
hubiera llevado a una multiplicación excesiva de los tipos para un
grupo sin demasiados efectivos (en Ereta, que ha aportado la serie
más amplia, estas piezas no llegan a alcanzar el 4% del global de
la industria). Por otra parte, la disposición bifacial del astillamiento o la bipolaridad, frente a la unifacial o la unipolaridad, no parecen caracteres más sintomáticos del empleo de una pieza astillada
como instrumento intermediario (cuña o cincel), sino que todo depende de la intensidad de la utilización si se admite, como es general, que es esta acción la causante de la morfología astillada (v.
Le Brun-Ricalens, 1989). Otra cuestión es que el astillamiento no
sea debido a la funcionalidad señalada, como parecen sugerir bastantes piezas también –y especialmente– de la Ereta, sobre todo
aquellas –ahora sí– con una disposición unifacial del rasgo en localización unipolar o lateral. Así, por ejemplo, la pieza nº 1 podría
corresponder a una lasca desprendida, tras sucesivos golpeos, en la
fase de preparación de un gran esbozo foliáceo; o la nº 6 representar un proyecto de esbozo en una fase inicial de adelgazamiento. En cualquier caso se trata de “piezas astilladas”, lo que justifica
rehuir, como indicábamos anteriormente, cualquier connotación
funcional para este grupo.
Pieza con astillamiento unipolar y otro retoque lateral
(PA2)
Tipo anterior presentando en uno o ambos bordes laterales, derecho y/o izquierdo, otro retoque no astillado
(fig. 71, nº 7 a 10).
Excepto la pieza nº 8, con retoque plano inverso en el lado izquierdo y algunas extracciones bifaciales, las restantes muestran
una denticulación unilateral, marginal en la nº 7, complementada
en algún caso (nº 10) con otros retoques continuos igualmente marginales. La nº 7, además, comporta una clara faceta “burinoide” en
su lado izquierdo, decantada hacia la cara ventral, a relacionar más
expresamente con un posible empleo como cuña o cincel. El astillamiento, por su parte, es unifacial e inverso en todos los ejemplos
182
figurados, proximal solamente en una gran lasca (nº 10) que opone
en el extremo distal una corta serie de muescas simples formando
denticulación. La consideración del retoque lateral no astillado como carácter secundario de individualización tipológica sólo pretende dejar constancia del reaprovechamiento de piezas con
utilizaciones o conformaciones –si no intentos de conformación–
previas. Con ello compartimos el criterio de Le Brun-Ricalens
(1989: 197) a propósito de que la última manifestación tecnológica
(el astillamiento) es la que debería determinar la atribución tipológica de un útil, y no cualquier morfología “estándar” anterior a la
astillada como sugeriría Mazière (1984).
Pieza con astillamiento bipolar (PA3)
El retoque astillado afecta a los dos extremos, el proximal
y el distal (fig. 71, nº 11; fig. 72, nº 1 a 14; fig. 73, nº 1 y 2).
La unifacialidad o bifacialidad del astillamiento, en su bipolaridad, origina toda suerte de combinaciones posibles en esta serie
de piezas, sin duda las que más se acercarían a la idea funcional de
la cuña o el cincel. Así, el astillamiento puede mostrarse unifacial
unidireccional inverso (nº 11, fig. 71) o directo (nº 3, fig. 72), unifacial alterno (p.e., nº 2, fig. 72; nº 4, fig. 72), unifacial –directo o
inverso– y bifacial (p.e., nº 13 y 14, fig. 72; nº 1, fig. 73), o doblemente bifacial (p.e., nº 7 a 10, fig. 72). La pieza nº 6 (fig. 72), con
astillamiento unifacial alterno, corresponde a un flanco de núcleo
laminar, lejos de lo que podría representar un verdadero núcleo de
lascado bipolar sobre yunque (v. Guyodo y Marchand, 2005), poniendo de relieve la aleatoriedad de los productos utilizados o reutilizados como soportes de “útiles” astillados. La nº 12 (fig. 72)
presenta diversas facetas “burinoides”, una lateral o normal y las
restantes faciales o planas, tratándose de una pieza astillada fracturada más que de un bâtonnet (Tixier, 1963: 147) o un “golpe de
‘écaillé’-buril” (Sáenz de Buruaga, 1988), esto es, las “astillas” que
podrían haber saltado de aquélla y que suelen constituir los restos
más característicos de lo que supone un uso intenso como cuña o
cincel.
Pieza con astillamiento bipolar y otro retoque lateral (PA4)
Tipo anterior con otro retoque no astillado en uno o ambos bordes laterales (fig. 73, nº 3 y 4).
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La nº 4 es uno de los pocos testimonios de pieza astillada sobre un fragmento laminar, una hoja con retoque plano bilateral inverso y algunas pequeñas extracciones de uso directas en el lado
derecho, sobre el que aún es perceptible, en un tramo significativo,
una intensa pátina brillante identificable con el lustre de cereal. Se
trata de un caso más, y bien elocuente, del reaprovechamiento de
un útil previo.
Pieza con astillamiento lateral (PA5)
En contraposición a los tipos precedentes, el retoque astillado es de localización lateral, en borde derecho y/o izquierdo (fig. 73, nº 5 a 7).
Las piezas con esta localización del astillamiento, sobre todo
cuando éste es unilateral o unifacial (nº 5 y 7), son las que menos
probabilidades encierran de haber actuado como instrumentos intermediarios en tareas de fractura o hendimiento de materias orgánicas duras. La explicación es de lógica tecnofuncional, puesto que
un extremo romo y relativamente grueso, como el proximal de cualquier producto de lascado, sería el más apto para recibir los golpeos directos en una forma de trabajo con útiles del tipo cuña o cincel.
En ello reside, pues, la justificación a la formulación de esta variante tipológica y al criterio de partida que la determina: la orientación de las piezas astilladas según el eje tecnológico. De todas
formas, la experimentación también valida el astillamiento “lateral”,
es decir, sobre un borde en principio cortante, como resultado de
una acción de trabajo como la arriba indicada (podría ser el caso de
la pieza nº 6), partiendo de la voluntad de economizar la “cuña” o el
“cincel” cambiando sucesivamente la parte percutida antes de su
fractura definitiva (v. Le Brun-Ricalens, 1989: 199).
Pieza con astillamiento unipolar o bipolar y lateral (PA6)
El retoque astillado afecta a uno o ambos extremos, proximal y/o distal, y a uno o ambos bordes laterales, derecho
y/o izquierdo (fig. 73, nº 8 a 10).
Como se observa en las ilustraciones, las combinaciones de lateralización general y dirección de los astillamientos son variadas.
Más difícil es precisar si éstos son “funcionales” o “técnicos”, ligados en este segundo caso a intentos de adelgazamiento del soporte
en un proceso de preparación de esbozos foliáceos (p.e., nº 9 y 10).
Una forma de simplificación posible para este grupo
consistiría en prescindir del criterio de localización del “astillamiento” según la orientación de talla del soporte, lo que
afectaría exclusivamente al tipo PA5 (Pieza con astillamiento lateral). Con ello se retendría sólo y de manera genérica la
unilateralidad, bilateralidad (indistintamente “bipolar”, es
decir, en articulación opuesta, o “no bipolar” –articulación
latero-transversal–) o multilateralidad (tres lados como mínimo) del retoque astillado. El listado quedaría entonces:
- Pieza con astillamiento unilateral o simple (PA1)
- Pieza con astillamiento unilateral y otro retoque [no
astillado] (PA2)
- Pieza con astillamiento bilateral o doble (PA3)
- Pieza con astillamiento bilateral y otro retoque [no astillado] (PA4)
- Pieza con astillamiento multilateral o múltiple (PA5)
183
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Fig. 71.- Piezas astilladas.
184
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Fig. 72.- Piezas astilladas.
185
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Fig. 73.- Piezas astilladas.
186
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LASCAS RETOCADAS
Bajo este enunciado, se recoge una serie de piezas algunas de las cuales comparten rasgo primario con otras que, a
partir de ese rasgo, han dado origen a un grupo tipológico
específico (cf. hojas y hojitas con retoque marginal, o con
retoque plano/sobreelevado). Su segregación viene dada por
la naturaleza del soporte (lasca técnica o tipométrica), criterio discutible en la medida que no ha sido aplicado rigurosamente en todos los casos (no se han separado de su grupo
correspondiente, p.e., las lascas truncadas o las que comportan muesca o denticulación). En nuestro descargo, puede
alegarse que inconsistencias de este tipo son bastante corrientes en los repertorios al uso, a veces con la intención de
dar mayor entidad a un determinado conjunto de soportes.30
De cualquier modo, las piezas sobre lasca aquí reunidas
guardan la coherencia que puedan significar sus retoques laterales no denticulados o escotados, o faciales parciales,
frente a los abruptos que forman dorsos o truncaduras, y a
los cubrientes totales.
Definición del grupo: Lascas técnicas y/o tipométricas
(l<2a), completas o fracturadas, u otros productos o fragmentos menos precisables, presentando en uno o varios lados retoques marginales o planos/sobreelevados, o simples
extracciones, más o menos profundas, en una o ambas caras.
Los retoques marginales y planos/sobreelevados ya han
sido caracterizados anteriormente, en la presentación de los
grupos de utillaje laminar que determinan. La diferencia entre estos retoques en concreto y las simples extracciones es
de orden técnico: los primeros se ciñen a los bordes, adecuándolos en principio como filos funcionales, si no es que
son el resultado –especialmente los retoques marginales– de
la utilización directa de los filos brutos de talla; lo que consideramos simples extracciones, en cambio, son retoques
más faciales que laterales, a relacionar con acondicionamientos o preparaciones iniciales de los soportes en sí.
Criterios de clasificación (cuadro 20):
- Tipo o modalidad de retoque (muy marginal / marginal / plano o sobreelevado / extracciones sueltas).
- Para la segunda y tercera clases, direccionalidad del
retoque marginal y del plano/sobreelevado (unidireccional o bidireccional no sobrepuesto / bidireccional
sobrepuesto); para la primera posibilidad y en el caso
del retoque marginal, lateralidad general (unilateral /
bilateral o multilateral).
30
Un ejemplo escogido, entre otros: Vaquer (1990) establece en su catálogo tres grupos –1A, 1B y 2A– para las lascas con retoques continuos, con
denticulación, con truncadura, con muesca, etc., caracteres también presen-
- Para la clase que definen las simples extracciones,
disposición facial (unifaciales / bifaciales).
Tipos:
Lasca con retoque muy marginal (LR1)
Lasca técnica o tipométrica, o fragmento de lasca, mostrando un retoque muy marginal, a veces un verdadero bordage, en cualquiera de los lados, de cualquier extensión y
dirección (fig. 74, nº 1 a 16).
En todas las piezas clasificables en este tipo el retoque es unilateral, en ocasiones de localización transverso-distal (nº 9, 10, 12),
generalmente parcial e indistintamente directo o inverso. La pieza
nº 12 pasaría por un “cuchillo de dorso natural”, al oponer una superficie cortical, la desarrollada a partir del extremo proximal del
soporte (talón), al borde distal retocado, más por un leve grignotage (raimiento) que por un bordage típico. La nº 1 es un buen ejemplo de lo que entendemos por lasca “tipométrica”, con toda
probabilidad un delgado flanco de núcleo laminar, delatado por la
regularidad de las facetas y aristas dorsales, cuyo módulo no alcanza el preceptivo de las hojas u hojitas. El caso contrario lo representa la “lasca laminar” (p.e., nº 1, fig. 75), de dimensiones
laminares pero con morfología general de lasca, producto o subproducto resultante tanto de una talla de lascas como de hojas.
Lasca con retoque marginal unilateral (LR2)
El retoque, marginal, se localiza en uno sólo de los lados, presentando cualquier extensión y dirección, excepto la
bifaz (fig. 75, nº 1 a 11; fig. 76, nº 1 a 11; fig. 77, nº 1 a 6).
La separación del retoque marginal del muy marginal, quitando los casos más claros de bordage (extracciones inferiores a 1
mm), no está exenta de cierta subjetividad, sólo superable en último extremo con la integración formal de ambas clases de retoque.
De hecho, este criterio es el que se ha seguido cuando aparecen articulados los dos retoques sobre una misma pieza, como ilustran la
nº 4 de la fig. 75 (otro cuchillo de dorso natural cortical, donde la
articulación es continua en el lado distal y de dirección inversa), o
la nº 4 de la fig. 76 (articulación discontinua en lado derecho y
misma dirección). En este tipo, como en el anterior, la localización
lateral y la extensión del retoque es indistinta; la dirección, prácticamente también, fuera como hemos dicho de la bifaz, es decir, la
bidireccional sobrepuesta (la alternante –bidireccional no sobrepuesta– se observa en algunos casos: p.e., nº 3 ó 9 de la fig. 75).
Un hecho a retener es que la marginalidad del retoque puede guardar o no proporción con el tamaño del soporte (compárese, p.e.,
tes en soportes laminares que, por supuesto, constituyen grupos independientes dentro del mismo catálogo.
187
[page-n-199]
Lascas retocadas (LR): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Retoque muy marginal (LR1)
Retoque marginal
Unidireccional o bidirec. no sobrepuesto
Unilateral (LR2)
Bilateral o multilateral (LR3)
Bidireccional sobrepuesto (bifaz) (LR4)
Retoque plano o sobreelevado
Unidireccional (LR5)
Bidireccional sobrepuesto (bifaz) (LR6)
Simples extracciones
Unifaciales (LR7)
Bifaciales (LR8)
Cuadro 20.
las piezas nº 1, 4, 3 y 5 de la fig. 77). La pieza nº 8 (fig. 75) presenta lustre de uso en el borde izquierdo; se trata de un elemento
de hoz elaborado sobre lo que cabe considerar una “lasca laminar”
en base a la presumible morfología inicial amagada por las fracturas, éstas casi con toda seguridad intencionales (acomodamientos
en sí para el enmangue).
Lasca con retoque marginal bilateral o multilateral (LR3)
La presencia de retoque marginal en dos o más lados
marca la diferencia con el tipo anterior (fig. 78, nº 1 a 10;
fig. 79, nº 1 a 7).
Como muestran las ilustraciones, las combinaciones de lateralidad y dirección del retoque (incluida la alternante) son del todo
variadas. Los casos de bilateralidad, opuesta o latero-transversal,
dominan sobre los de lateralidad múltiple (tres o más lados retocados). Ejemplos de esta última posibilidad los ofrecen la pieza nº 1
(fig. 79), con retoque prácticamente muy marginal parcial alterno
(directo-inverso) en lados derecho e izquierdo, y bordage en el extremo distal; o la nº 7 de la misma figura, con retoque marginal parcial directo en lado derecho, y bordage también parcial y directo en
lado izquierdo y distal.
Lasca con retoque marginal bifaz (LR4)
El retoque marginal, en alguno de los lados, es directo e
inverso en articulación sobrepuesta (fig. 79, nº 8 a 11).
Las piezas ilustradas con retoque bifaz bilateral provienen de
la Ereta, y es posible que estos retoques, sobre todo en las nº 9 y
11, correspondan a los primeros acondicionamientos en vistas a la
fabricación de una punta de flecha.
Lasca con retoque plano o sobreelevado (LR5)
Lasca o fragmento de lasca con retoque de estas características en al menos uno de los lados, de cualquier extensión y dirección, excepto la bifaz (fig. 79, nº 12; fig. 80, nº 1
a 5; fig. 81, nº 1 y 2).
188
En todos los casos constatados el retoque es unilateral, directo o inverso, y generalmente de extensión total (es parcial en los
ejemplos nº 1 y 4 de la fig. 80, inverso en el segundo de ellos). El
retoque sobreelevado, obviamente, se da en las piezas más espesas:
en la nº 12 (fig. 79) adquiere el carácter de escaleriforme, delineando un filo cóncavo y recordando al tipo Quina; en la nº 3 (fig. 80)
es plano escamoso, producido por extracciones someras. La pieza
nº 5 (fig. 80) presenta amplias extracciones bifaciales de adelgazamiento en el lado opuesto al que constituye el filo funcional, aquí
convexo y conformado por retoque plano irregular unifacial (las
extracciones marginales inversas del mismo filo son de uso); se
acercaría de algún modo a una “raedera bifacial”, intencionalmente adelgazada para la prensión o el enmangue. La nº 2 (fig. 81) podría considerarse también una raedera de retoque plano, éste más
regular en tanto que originado por extracciones sublaminares, igual
que en la pieza nº 1 de la misma figura.
Lasca con retoque plano o sobreelevado bifaz (LR6)
Con respecto al tipo anterior, el retoque es directo e inverso en articulación sobrepuesta (fig. 81, nº 3 a 7).
Entre las piezas aquí clasificadas, todas de la Ereta, las hay
que corresponden a útiles más o menos claros de “corte” (nº 6 y 7,
la primera, además, con retoque oblicuo marginal en el resto del
contorno), pero también se han incluido otras que, al igual que ocurría con las de retoque marginal bifaz, deben estar en el camino de
conformación hacia las puntas de flecha (nº 3 a 5); sus retoques
planos bifaces, a menudo sobre el extremo proximal del soporte
(nº 3 y 4), responden, más que a la preparación de filos funcionales, a meros acondicionamientos o regularizaciones desde el sentido apuntado.
Lasca con extracciones unifaciales (LR7)
Lasca o fragmento de lasca, fragmento tabular u otro
imprecisable –casson–, presentando simples extracciones en
una de las caras (fig. 81, nº 8; fig. 82, nº 1 a 8).
[page-n-200]
Como hemos avanzado anteriormente, lo que conceptuamos
como simples extracciones son retoques más o menos amplios y
profundos, sin llegar a ser cubrientes, generalmente irregulares,
aunque a veces pueden ser laminares (nº 6, fig. 82) o de aspecto astillado (nº 5 y 7, fig. 82). La naturaleza de estos retoques es la misma que la señalada para algunos de los planos bifaces (e incluso
oblicuos marginales de igual dirección), en el sentido de la preparación, acomodamiento o regularización inicial de los soportes; por
tanto, las piezas que definen hay que valorarlas, con mayor verosimilitud si cabe, dentro del proceso de fabricación de las puntas de
flecha. A nivel técnico, representarían un primer estadio en dicho
proceso, anterior al de los esbozos unifaciales o bifaciales, de los
que se separarían, a nivel tipológico, por el menor grado de conformación. Ciertamente, las piezas que incluimos en este tipo y en
el siguiente, pese a la amplitud a veces de las extracciones, apenas
presentan modificada la morfología del soporte de partida, del que
suelen conservar –si son productos de lascado– el talón o el bulbo,
o amplias superficies de las caras dorsal y ventral, y lo que es más
determinante, muy rara vez llegan a insinuar formas foliáceas u
otros rasgos morfotécnicos de las puntas acabadas.
Lasca con extracciones bifaciales (LR8)
Tipo anterior con extracciones en las dos caras (fig. 82,
nº 9; fig. 83, nº 1 a 9).
Una simple ojeada a las piezas figuradas basta para ver su distanciamiento “tipológico”, en este caso, con los grandes o pequeños esbozos bifaciales subfoliáceos. También queda patente, al
igual que en las piezas con extracciones unifaciales, la utilización
de cualquier producto-soporte susceptible de ser transformado en
una punta de flecha, desde lascas técnicas de sílex común, o saltadas de fragmentos de sílex tabular (nº 2, fig. 83), algunas regularizadas mediante fracturas (p.e., nº 6, fig. 83), hasta pequeños
recortes de placas tabulares (nº 1, fig. 83) u otros fragmentos más
difíciles de catalogar (p.e., nº 3, fig. 83). Lo que tampoco esconde
esta serie de piezas, en una gran parte, es su carácter de desechos
de ensayos de fábrica. En última instancia, también estaría la posibilidad de que algunas de ellas debieran el retoque a una utilización
como piezas astilladas (p.e., nº 5, fig. 83; o nº 7, fig. 82).
El listado de lascas retocadas puede reducirse no individualizando aquí el retoque muy marginal (LR1) y uniendo
en un mismo tipo los retoques laterales bifaces (LR4 y LR6),
sea cual sea su modalidad. Con estas modificaciones, el grupo quedaría así:
- Lasca con retoque marginal o muy marginal unilateral
(LR1)
- Lasca con retoque marginal o muy marginal bilateral
o multilateral (LR2)
- Lasca con retoque plano o sobreelevado (LR3)
- Lasca con retoque [lateral] bifaz (LR4)
- Lasca con extracciones unifaciales (LR5)
- Lasca con extracciones bifaciales (LR6)
189
[page-n-201]
Fig. 74.- Lascas retocadas.
190
[page-n-202]
Fig. 75.- Lascas retocadas.
191
[page-n-203]
Fig. 76.- Lascas retocadas.
192
[page-n-204]
Fig. 77.- Lascas retocadas.
193
[page-n-205]
Fig. 78.- Lascas retocadas.
194
[page-n-206]
Fig. 79.- Lascas retocadas.
195
[page-n-207]
Fig. 80.- Lascas retocadas.
196
[page-n-208]
Fig. 81.- Lascas retocadas.
197
[page-n-209]
Fig. 82.- Lascas retocadas.
198
[page-n-210]
Fig. 83.- Lascas retocadas.
199
[page-n-211]
[page-n-212]
PIEZAS CON SEÑALES DE USO O FILO EMBOTADO
Grupo constituido por exclusión, en el que se recogen
todas aquellas piezas con retoques o extracciones laterales
no clasificables en ninguna de las familias tipológicas anteriores. Se trata de piezas que responderían al concepto general del outil à posteriori (Bordes, 1970b: 200), al igual que
muchas de las que presentan muescas y denticulaciones, retoques marginales o astillamientos, cuyo “estado morfológico” suele presumirse –en unos y otros casos– por el uso
directo de los bordes o filos brutos de talla.
Las piezas con “señales de uso”, por utilizar el determinativo más extendido en la bibliografía local, o con “filo
[bruto] embotado”, apelativo que juzgamos más apropiado
(cf. Barbaza, Guilaine y Vaquer, 1979; Pièces à fil ébréché),
tienen un gran peso específico en las industrias neolíticas,
sobre todo en las correspondientes a las fases antiguas, por
lo que se les ha concedido entidad tipológica en algunos repertorios expresos (cf. Binder, 1987; clase de Pièces à enlevements irreguliers, en el grupo de diversos –repertorio
reducido–, en la que se incluyen también las piezas con denticulación). Esta misma concesión es la que aquí hacemos,
particularmente a nivel de grupo, estimulados por la alta significación que estas piezas revisten en la Cova de l’Or (cerca del 33% del total global del utillaje; en la Ereta del
Pedregal este mismo valor se sitúa alrededor del 6%).
Definición del grupo: Lascas, hojas y hojitas presentando uno o más de sus bordes brutos de talla embotados por retoques o extracciones no sistemáticos.
En un sentido estricto, la “embotadura”, en tanto que “retoque no sistemático”, la definen pequeñas descamaciones y/o
melladuras de disposición arbitraria, esto es, formando cortas
series unidireccionales u otras más extensas unidireccionales
discontinuas o bidireccionales (alternantes, bifaces). En sentido más amplio, consideramos también como embotadura a las
líneas muy parciales (inferiores a 1/4 del filo afectado) de retoques marginales o bordage, y de denticulaciones igualmente
muy marginales, aisladas o en discontinuidad, así como a series de extracciones o melladuras más amplias de la misma
condición; todos los rasgos enunciados pueden concurrir en un
mismo filo, dando sentido a lo que también ha podido conceptuarse como “retoques irregulares” (Juan Cabanilles, 1984: 64;
Binder, 1987: 69): líneas formadas por extracciones de distinto tamaño, inclinación, dirección, amplitud, etc. En cualquier
31 Es evidente que las denticulaciones son una suerte de embotadura, como lo son también en cierta manera muchos retoques marginales; aquí, sin
embargo, hemos seguido el criterio de considerar estos rasgos aparte cuando se presentan en líneas continuas y con suficiente extensión (cf. grupos
correspondientes).
32 Caspar y Gysels (1984: 209), a propósito del estudio traceológico de una
serie de materiales “rubanés” del Neolítico antiguo belga, observan que más
caso, la embotadura no debe originar una denticulación o sinuosidad marcada (límite con las piezas denticuladas, no tenido en cuenta, como hemos indicado, por Binder).31
El carácter de la embotadura como “morfología” derivada del uso, sea cual sea su “tipología”, y no de mecánicas
accidentales (aunque también cabe esta posibilidad),32 viene
confirmado por los elementos de hoz en primer lugar (de
la Cova de l’Or, por supuesto, y de otros yacimientos neolíticos afines), sobre todo cuando muestran sus filos funcionales simplemente embotados y el lustre afecta ostensiblemente
a las extracciones causantes de la embotadura. Más confirmaciones se hallarían en otras piezas, laminares o no, con
filos brutos igualmente embotados y mostrando huellas microscópicas de utilización en otras tareas que la siega de cereales, como por ejemplo el corte de otros vegetales no
leñosos, el corte, aserrado o raspado de madera o hueso, el
raspado de piel seca o el descarnado de huesos (v. Cahen y
Gysels, 1983; Caspar y Gysels, 1984; Biagi y Voytek, 1992;
Voytek, 1995; Ibáñez Estévez y González Urquijo, 1996; Rodríguez, 1999, 2004; Gibaja, 2000). Funcionalmente, pues,
las piezas con señales de uso o filo embotado, en especial las
laminares, constituirían una categoría más –si no la misma–
de cuchillos neolíticos “multiuso” a sumar a las hojas y hojitas con retoques marginales.
Criterios de clasificación (cuadro 21):
- Naturaleza del soporte (lasca / hoja u hojita).
- Para lascas, lateralidad de la embotadura (unilateral /
bilateral o multilateral).
- Para soportes laminares, estado de la pieza, determinado por la presencia o ausencia de fracturas y el módulo dimensional resultante (pieza completa o
fracturada “larga” / fracturada “corta” o fragmento
s.s.); para el primer estado, lateralidad de la embotadura (unilateral / bilateral).
Tipos:
Lasca con embotadura unilateral (PE1)
Lasca, o fragmento de lasca, mostrando uno sólo de sus
bordes o filos brutos de talla embotado por retoques o extracciones no sistemáticos (fig. 84, nº 1 a 14; fig. 85, nº 1 a 6).
de la mitad de las piezas no retocadas caracterizadas por macrotrazas (esquillements) no habrían sido utilizadas, pudiéndose haber producido dichas
macrotrazas en el momento de la talla o posteriormente con la manipulación de las colecciones; con todo, no excluyen que algunos de estos esquillements fueran el resultado de una utilización muy breve de las piezas, tan
breve como para no permitir la formación de huellas microscópicas de uso.
201
[page-n-213]
Piezas con señales de uso o filo embotado (PE): sistemática de
clasificación y siglas tipológicas
Lasca
Embotadura unilateral (PE1)
Embotadura bilateral o multilateral (PE2)
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga”
Embotadura unilateral (PE3)
Embotadura bilateral (PE4)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (PE5)
Cuadro 21.
La localización de la embotadura puede ser lateral derecha o
izquierda, o transverso-distal (nº 9, fig. 84, o nº 2, fig. 85); en cualquier lateralidad, la disposición será directa, inversa (p.e., nº 1, 9,
10, fig. 84) o bifacial (p.e., nº 6, 12, 13, fig. 84). Las piezas nº 4
(fig. 84) y la nº 3 (fig. 85) corresponden a flancos o frentes de lascado de núcleos de extracción laminar, la primera de las cuales conserva, en su lado izquierdo, parte de la plataforma de golpeo o
plano de percusión. A este respecto, un gran número de los soportes de tipo lasca de la Cova de l’Or, en especial, parecen derivar de
las tareas de desbastado, preparación y regularización de núcleos
de estas características, de lascados frustrados (p.e., nº 2, fig. 84),
o de reaprovechamientos una vez concluida la explotación.
Lasca con embotadura bilateral o multilateral (PE2)
Tipo anterior con dos o más bordes embotados (fig. 85,
nº 7 a 11; fig. 86, nº 1 a 3).
La bilateralidad viene dada por la localización de la embotadura en bordes opuestos o en un borde lateral y otro distal (nº 10,
fig. 85). Señales de uso en tres lados se observa en las piezas nº 1
y 2 de la fig. 86; en la segunda de ellas, la embotadura afecta a una
de las aristas de una faceta de fractura, la que constituye su borde
transverso-distal.
Hoja u hojita con embotadura unilateral (PE3)
Soporte técnicamente laminar, completo o fracturado
(en este caso l≥2a), con un solo borde o filo bruto de talla
embotado por retoques o extracciones no sistemáticos
(fig. 86, nº 4 a 13; fig. 87, nº 1 a 16; fig. 88, nº 1 a 14;
fig. 89, nº 1 a 10 y 12).
La amplia selección de piezas utilizada para ilustrar este tipo –y
también el siguiente–, en la medida que la embotadura apenas modifica el estado original de los soportes, tiene el propósito de mostrar las características de la talla laminar, sobre todo, de la Cova de
l’Or (v. García Puchol, 2005), yacimiento del que procede la mayoría de ejemplos. En este sentido, cabe resaltar los distintos módulos
dimensionales de los productos de lascado, que van gradualmente
de las hojas de tamaño medio (p.e., nº 1 y 2, fig. 87) a las pequeñas
hojitas (p.e., nº 8 a 10, fig. 87), como suele corresponder a una mo-
202
dalidad de extracción nuclear envolvente; asimismo la morfología
prismática o piramidal de los núcleos (como se infiere, p.e., de la
pieza nº 5, fig. 87, una hoja sobrepasada); el empleo de la técnica de
“cresta” para la preparación de aristas-guía (como atestiguan más
directamente la pieza nº 4, fig. 87, con media cresta parcial de reconducción del lascado, o la nº 9, fig. 88, con restos de la cresta de
partida); o el de la técnica de presión para el lascado, al lado de la
percusión directa o indirecta (a la que parecen remitir, p.e., la pieza
nº 3, fig. 87, o las nº 6 y 8, fig. 88; la nº 12, fig. 89, proveniente de
la Ereta del Pedregal, es otro caso, aún más claro, del uso de esta técnica de presión). Los soportes figurados también ponen de manifiesto todos los estados posibles de fractura, de los que resultan
cuerpos proximales, mediales o distales según la localización de las
fracturas en sí, así como la más que probable intencionalidad de éstas en muchos casos, particularmente cuando se muestran como un
leve acortamiento distal y/o proximal (p.e., nº 9 y 10, fig. 86; nº 8 y
11, fig. 87). Señalando otras particularidades, la pieza nº 6 (fig. 87)
pasaría por un “cuchillo de dorso atípico”, al constituir dicho dorso
los restos de un plano de percusión que origina el flanco izquierdo
de una hoja extraída de una parte no lateral de una tableta de núcleo.
Las piezas nº 10 a 14 (fig. 88) y nº 1 a 5 (fig. 89) son elementos de
hoz, cuyo lustre de uso recubre por lo general las extracciones y melladuras de la embotadura, y sin otros acondicionamientos que los
que puedan constituir las fracturas que comportan (como tales acondicionamientos intencionales, ofrece pocas dudas la fractura distal
de las piezas nº 11 y 14, fig. 88, o de la nº 1, fig. 89; o la fractura
proximal de la nº 12, fig. 88).
Hoja u hojita con embotadura bilateral (PE4)
Tipo anterior con los dos bordes embotados (fig. 90, nº 7
a 13; fig. 91, nº 1 a 17; fig. 92, nº 1 a 13; fig. 93, nº 1 a 15;
fig. 94, nº 1 a 7).
La abundante muestra de piezas también aquí seleccionada sirve de complemento visual, en una gran parte, a lo que constituye la
producción laminar de la Cova de l’Or en las características acabadas de comentar. Entre los ejemplos de la Ereta (nº 11, 14 y 15,
fig. 93; nº 1 a 7, fig. 94), destacan algunas hojas de grandes dimensiones, una de ellas de cresta (nº 7, fig. 94; también lo es la nº 6 de
la misma figura, ésta de tamaño medio). Al respecto de los soportes
laminares de mayor módulo de la Cova de l’Or (p.e., nº 13, fig. 92,
[page-n-214]
o nº 4 y 8, fig. 93), hay que indicar que provienen de los niveles superiores del yacimiento, por tanto, de momentos cronoculturales en
buena parte sincrónicos a los representados en la Ereta. Los elementos de hoz, todos de l’Or y con lustre unilateral (nº 10, 12 y 13,
fig. 93), permiten una pequeña observación sobre el carácter de la
embotadura del lado opuesto al que ofrece la traza de uso identificativa, en el sentido de que podría deberse a utilizaciones previas o
posteriores del soporte o ser producto del enmangue, en relación
con esas utilizaciones o con la propia de las armaduras de hoces.
Fragmento de hoja u hojita con embotadura (PE5)
Fragmento extremo (l<2a) de los dos tipos precedentes
(fig. 89, nº 11 y 13 a 16; fig. 90, nº 1 a 6; fig. 94, nº 8 a 11;
fig. 95, nº 1 a 8).
De las piezas ilustradas, sólo cabe retener que algunas son
fragmentos de hojas de mediano o gran tamaño (p.e., nº 1, fig. 90;
nº 11, fig. 94; nº 3 y 5, fig. 95), o fragmentos de elementos de hoz
(nº 16, fig. 89; nº 3 y 4, fig. 90; nº 7, fig. 95).
203
[page-n-215]
Fig. 84.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
204
[page-n-216]
Fig. 85.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
205
[page-n-217]
Fig. 86.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
206
[page-n-218]
Fig. 87.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
207
[page-n-219]
Fig. 88.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
208
[page-n-220]
Fig. 89.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
209
[page-n-221]
Fig. 90.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
210
[page-n-222]
Fig. 91.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
211
[page-n-223]
Fig. 92.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
212
[page-n-224]
Fig. 93.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
213
[page-n-225]
Fig. 94.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
214
[page-n-226]
Fig. 95.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
215
[page-n-227]
[page-n-228]
DIVERSOS
Como en prácticamente todos los repertorios tipológicos,
la consideración de un apartado de “diversos” se hace necesaria para dar cuenta de aquellas piezas que en principio no
pueden ser incluidas en los grupos previamente establecidos
o que, pese a su “clasicismo” (p.e., buriles), no tienen una representación suficiente para asignarles un grupo propio.
Los tipos que en concreto aquí se contemplan son los siguientes:
Pieza con golpe(s) de buril (D1)
Lasca, hoja u hojita, u otro producto no precisable (casson), presentando una o varias extracciones obtenidas por
técnica de golpe de buril (fig. 96, nº 1 a 5 y 7).
Los buriles, contrariamente a nuestro caso, tienen reflejo como grupo o clase en bastantes repertorios del Neolítico/Eneolítico
(Binder, Vaquer, Winiger, Honegger), decisión nada aconsejable
para las escasas 5 y 4 piezas clasificables en las colecciones estudiadas de Or y Ereta, respectivamente. A ello se une su poco “tipismo”, lo que nos hace hablar, más que de buriles, de “piezas con
golpe de buril”, a fin de mitigar la fuerte carga tipológica –y si se
quiere funcional– de los primeros. Efectivamente, poco típicas como buriles son la pieza nº 2, con faceta “burinoide” de “eje” sobre
un borde con retoque marginal, o la nº 4, con tres facetas de “ángulo” sobre talón, cada una recortando a la anterior. No obstante, la
nº 3 pasaría por un buril doble de ángulo sobre fractura, la nº 5 por
un buril múltiple nucleiforme, la nº 7 por un buril diedro de eje, y
la nº 1 por un buril de ángulo sobre truncadura rectilínea. Ésta última aún revestiría una particularidad, y es que podría tratarse de una
“pieza astillada” sobre una anterior pieza truncada, con pequeña faceta burinoide lateral resultante del uso como cuña o cincel.
Microburil (D2)
Fragmento de hoja u hojita (por definición) comportando una faceta de fractura debida a técnica de microburil
(fig. 96, nº 6).
Sólo existe una pieza de estas características (la figurada, procedente de la Cova de l’Or) en las colecciones analizadas, correspondiendo a un típico microburil distal. La técnica de microburil,
como hemos señalado en repetidas ocasiones (Juan Cabanilles,
1985a, 1990a, 1992), puede considerarse ausente en las industrias
del Neolítico antiguo del ámbito valenciano en tanto que procedimiento de fractura laminar para la fabricación de armaduras geométricas. Dicha técnica, sin embargo, parece reaparecer a finales
del Neolítico en este mismo ámbito, como ha puesto de relieve la
significativa presencia de microburiles entre los materiales de alguna estación de superficie recientemente excavada y remisible a
esa etapa (García Puchol y Molina, 1999). Este hecho, por otra
parte, creemos que puede generalizarse a otros territorios peninsulares (v. Juan Cabanilles y Martí, 2002: 67). El microburil de Or,
por tanto, y alguno otro más que hemos podido reconocer entre las
series de materiales de la Ereta por estudiar, tendrían su explicación desde la perspectiva señalada de recuperación tardía de una
vieja técnica.
Pieza de corte distal (D3)
Se recogen con este nombre (Leroi-Gourhan, 1978: 167;
Outils à tranchant distal) una serie de piezas que responderían
al concepto del tranchet (Brézillon, 1977: 367-379) o del hachereau (ibíd.: 249-250), en sentido amplio (fig. 96, nº 8 a 11).
Como pequeños tranchets pueden catalogarse las piezas nº 8,
9 y 11, fabricadas sobre fragmentos más bien espesos de hojas o
lascas, de silueta trapezoidal por la inclinación de las fracturas, éstas acomodadas por algunas extracciones o por retoque abrupto
bien definido; el corte o filo distal lo determina uno de los lados
del soporte, esto es, una faceta dorsal (negativo de extracción) y la
superficie natural de talla de la cara ventral. La pieza nº 10 se acercaría más al hachereau: una gran lasca con amplias extracciones
bifaciales y con corte distal producido por dos superficies intactas
de talla.
Hoja u hojita con retoque distal (D4)
Soporte técnicamente laminar presentando en el lado
corto transverso-distal un retoque generalmente marginal y
de cualquier dirección (fig. 96, nº 12; fig. 97, nº 1 a 3).
Este tipo sería otra versión, en la sola disposición indicada del
retoque, de las hojas y hojitas con retoques marginales “laterales”.
El retoque distal en cuestión puede tener su origen en el uso, como
es posible que sea en el caso de la pieza nº 12 (fig. 96), pero también es muy probable que se trate de un “retoque espontáneo”
(Newcomer, 1976; Tixier, Inizan y Roche, 1980: 104), producido
accidentalmente en el momento del lascado del soporte. Éste podría ser el carácter de las extracciones inversas que muestran las
piezas nº 1 a 3 de la fig. 97, constituyendo un bordage en la nº 2, y
recorriendo la arista ventral de una fractura –que también podría
ser accidental de lascado– en la nº 1.
Puñal (D5)
Entrada reservada para aquellas grandes piezas “lanceoladas”, generalmente de retoque bifacial, que suelen designarse con este nombre en la bibliografía corriente (v.
Brézillon, 1977: 291).
El “puñal” ilustrado (fig. 97, nº 6) proviene de la Ereta del Pedregal, siendo la única pieza de estas características encontrada en
el yacimiento. Constituye también uno de los pocos ejemplares documentados en el ámbito valenciano, al que se le ha deparado ya
una cierta atención en algunos trabajos (Juan Cabanilles, 1990b;
Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006). Se halla fracturado en la parte proximal, y para su elaboración se ha empleado
una gran placa de sílex tabular, “pelada” en ambas caras por retoque plano cubriente total.
Varios (D6)
Se reúnen en esta última entrada el poco resto de piezas
singulares que no pueden constituir ni un tipo propio en este grupo de diversos (fig. 97, nº 4, 5, 7 y 8).
217
[page-n-229]
Los ejemplos figurados son: una “punta triangular” (nº 4) sin
acomodo entre las armaduras geométricas definidas; una hojita con
dos pequeñas muescas basilares opuestas (nº 5) destinadas con casi toda seguridad a la suspensión o el enmangue, no clasificable entre las piezas de base estrechada (escotadura doble en extremidad
218
proximal) ni entre las muescas corrientes; un típico “cuchillo de
dorso abrupto” sobre hoja (nº 7), lejos de las hojas y hojitas con
borde abatido; y una pieza circular “poliédrica” (nº 8) con prácticamente todo el contorno machacado o astillado, probablemente
por el uso como percutor o compresor.
[page-n-230]
Fig. 96.- Diversos.
219
[page-n-231]
Fig. 97.- Diversos.
220
[page-n-232]
IV. EXPLOTACIÓN DE LOS DATOS TIPOLÓGICOS:
LA DIACRONÍA DEL UTILLAJE NEOLÍTICO Y ENEOLÍTICO
COMO EJEMPLO
Las posibilidades de explotación de los datos tipológicos, de los “inventarios cifrados” (Binder, 1987: 38) que
suponen los repertorios o listados de tipos, pueden ser muy
variadas, dependiendo de las intenciones inherentes a cada
modalidad de estudio. En último extremo, es cierto, siempre cabe un aprovechamiento de los repertorios como simple inventario, aunque la realidad es que pocos de ellos se
han concebido con ese exclusivo propósito; más bien lo
han sido para atender a problemáticas de evolución morfotipológica y para desvelar o fijar identidades culturales por
medio de la comparación, preferentemente.
En tales aspectos pondremos aquí el énfasis, ya que
nos ceñiremos como ejemplo a la evolución del utillaje neolítico y eneolítico en el caso de los conjuntos proporcionados por la Cova de l’Or y la Ereta del Pedregal, en su
formalización tipológica. Estos conjuntos provienen de
sectores de excavación, es decir, recuperados en estratigrafía en unos yacimientos que cuentan con una secuencia
cronocultural bien establecida. A este respecto, es innegable la importancia que revisten Or y Ereta para el Neolítico y el Eneolítico valencianos y, por extensión, para gran
parte de la fachada mediterránea peninsular. En el primer
caso se unen estratificación y gran contenido en materiales
líticos de los depósitos, circunstancia que no siempre se da
en yacimientos con secuencias equiparables e incluso más
completas (p.e., Cova de les Cendres; García Puchol,
2005). El significado especial de la Ereta, aparte del volumen aún mayor de materiales, radica en el hecho de poseer una notable estratigrafía “vertical” que, al menos en el
ámbito valenciano, suele ser rara en el conjunto de los yacimientos del Neolítico final/Eneolítico. Éstos corresponden por lo general a asentamientos o poblados de “silos”,
ocupando grandes extensiones de terreno y, por tanto, con
estratigrafías “horizontales” más que probables pero pocas
veces bien precisadas. Las “estratigrafías” verticales, en
estas estaciones, provienen normalmente de los propios silos o de otras estructuras excavadas (pozos, fosas, trincheras, etc.), lo que hace poco viable cualquier estudio de
tipología evolutiva. La estratigrafía vertical de la Ereta, en
cambio, es el resultado de un asentamiento continuado, durante un buen lapso de tiempo (alrededor de mil años), sobre un mismo y restringido espacio, por condicionamientos
del medio pantanoso circundante (La Marjal de Navarrés).
Primeramente, pues, presentaremos las estratigrafías y
secuencias de Or y Ereta, para pasar luego a la ilustración
y análisis de sus contenidos tipológicos y la de los cambios
experimentados con el tiempo (la evolución formal del utillaje). El tratamiento de los datos, hay que indicarlo, se ha
efectuado mediante procedimientos matemáticos y estadísticos simples. Las pertinentes tablas de distribuciones numéricas (frecuencias absolutas y relativas de grupos, clases
y tipos, por niveles analíticos) tienen su complemento visual en gráficas de curvas acumulativas y/o de bloques de
índices. Para calibrar las diferencias o distancias entre frecuencias, en aquellos casos que se ha creído conveniente,
se han empleado como pruebas de significación estadística
la de Kolmogorov-Smirnov para distribuciones (series de
frecuencias) de dos muestras independientes expresadas en
proporciones acumuladas, según se explica en Shennan
(1992: 73-74), y el test de χ2 (chi-cuadrado) para determinados valores individuales (frecuencias aisladas) de dos
muestras también independientes expresados en número de
ocurrencias, según se detalla en Laplace y Livache (1975;
cf. análisis estructural comparado: diferencias categoriales
significativas). Para los cálculos matemáticos, especialmente el chi-cuadrado, se ha utilizado el programa estadís-
221
[page-n-233]
tico PAST (Hammer, Harper y Ryan, 2001),1 que incluye
–junto a la prueba de χ2– el test exacto de Fisher para aquellos casos en que una o ambas de las frecuencias a comparar (a partir de tablas 2x2) son inferiores a 5 ocurrencias. En
todas las pruebas el nivel de significación tenido en cuenta
es el de 0,05.
Los denominados sectores “H” de la Cova de l’Or, una
serie de 6 “cuadros” de distinta extensión y potencia estratigráfica, identificados con las siglas H a H5, ocupan una
superficie de poco más de 45 m2 en la parte centro-occidental de la cavidad, adosados la mayoría a su pared norte
(fig. 98).2 Fueron excavados por el Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia en los años
1957 (H a H3) y 1958 (H4 y H5), bajo la dirección de
V. Pascual Pérez. Breves noticias de estas excavaciones, que
pueden considerarse inéditas, se encuentran en las memorias anuales de actividades y funcionamiento institucional
del SIP redactadas por su director (v. “La labor del SIP y
su Museo” para estos dos años señalados; cf. Fletcher,
1962a y 1963a), así como en otros resúmenes también de
actividades más centrados en las tareas de campo (Pla,
1961). Pese al carácter inédito de las excavaciones, cuya documentación permanece en los correspondientes diarios
guardados en el archivo del SIP, buena parte de los materiales recuperados en los sectores H (líticos de talla y pulimentados, cerámicos, óseos, etc.) han sido presentados o
utilizados en el marco de diferentes trabajos y estudios
(Fletcher, 1962b, 1963b; Fortea, 1973: 406; Martí, 1977:
20, 28; Vento, 1985; Bernabeu, 1989; Pascual Benito, 1998;
Orozco, 2000; García Puchol, 2005). Entre estos trabajos se
encuentra también nuestro primer ensayo de clasificación
del utillaje en sílex neolítico (Juan Cabanilles, 1984), en el
que tratábamos globalmente la amplia muestra analizada,
sin ninguna referencia estratigráfica.
Según consta en los diarios, los sectores H se rebajaron
por capas artificiales de unos 20 cm por término medio, en
un número de 6 ó 7 dependiendo de la potencia de la sedimentación en cada cuadro. En la excavación no se estableció un punto o plano 0 de referencia, por lo que las medidas
de profundidad que se apuntan ocasionalmente para indicar
el inicio o final de una capa, o la situación de cualquier particularidad estratigráfica, van referidas al techo representado por el piso firme de la cueva. Las características
sedimentarias de cada capa (coloración de tierras, inclusiones, etc.) son generalmente descritas, aunque de forma somera, anotándose también algún dato de contenido
arqueológico relevante (normalmente indicaciones sobre la
clase de cerámica: lisa, impresa, cardial).
Atendiendo a estas descripciones, los seis sectores en
cuestión pueden separarse en dos grupos de acuerdo con
algunos matices de la estratigrafía presentada. El primer
grupo lo constituyen los sectores H, H1 y H2, cuyos depósitos comienzan con una capa de tierra suelta procedente
en parte de antiguos sondeos, con escasos materiales y cerámicas lisas, composición que puede ser también la de la
segunda capa (en H1 y H2) o cambiar a un sedimento menos suelto de tono amarillento (en H) y con la misma suerte de evidencias, que afecta igualmente a la capa 3 de H1 y
H2. Con la capa 4 (capa 3 en H), la tierra comienza a oscurecerse, mostrando algunos restos carbonosos y granos
de cereales, más el aumento de materiales que incluyen aún
cerámicas lisas en H1 y H2 (en la capa 3 de H hay ya algún
fragmento cardial). De la capa 5 a 7 (a 6 en H2), el oscurecimiento del depósito se acentúa, pasando progresivamente a un sedimento muy ceniciento, con abundancia de
carbones y de granos de cereales, a veces formando éstos
verdaderas bolsadas, e intensificándose los materiales en
general y las cerámicas cardiales en particular. A grandes
rasgos, ésta es también la tónica estratigráfica de los sectores H3, H4 y H5, con la particularidad de incluir en un
determinado tramo acumulaciones de grandes piedras y
bloques desprendidos del techo de la cavidad. En H3, estas
acumulaciones, aquí muy potentes, ocupan el espacio de
las capas 3, 4 y 5, mientras que en H4 hacen acto de presencia en el transcurso de la capa 4, y en H5 al final de esa
misma capa, constituyendo un estrato específico que en los
diarios se denomina “entre capas 4 y 5”. Como dato anecdótico, apuntar que inmediatamente por debajo de este estrato de piedras se reveló en H4 una capa de 5 cm
compuesta por granos de cereales carbonizados, amén de
otras bolsadas repartidas principalmente por el espacio de
H3. Dos muestras de estos cereales, en concreto procedentes de los tramos inferior y superior de la capa 7 de H3,
fueron datados por el método del carbono 14, dando los valores: 6510±160 y 6265±75 BP (Schubart y Pascual,
1966). Tales dataciones pueden considerarse pioneras en su
1
2
BASES ARQUEOLÓGICAS PARA EL ESTUDIO
DIACRÓNICO
Los sectores H de la Cova de l’Or: estratigrafía y secuencia cultural
El programa PAST es de consulta y descarga gratuita en la dirección de
internet: (http://folk.uia.no/ohammer/past). El mismo programa constituye
la herramienta de base empleada en el manual de estadística aplicada a la
arqueología publicado por la Universitat Autònoma de Barcelona (cf. Barceló, 2007).
222
Una buena información general sobre la Cova de l’Or –localización,
descripción, descubrimiento, intervenciones, etc.– se halla recogida en
Martí (1977, 2000).
[page-n-234]
Fig. 98.- Plano de la Cova de l’Or con la localización de los sectores excavados (según Martí et al., 1980).
tiempo y una prueba de la antigüedad que había que atribuir al Neolítico peninsular.
Los sectores H son contiguos en su extremo occidental
(directamente H y H1) a los sectores J (fig. 98), excavados
–concretamente J4 y J5– en 1975 y 1976 (Martí et al.,
1980). Estos últimos sectores fueron objeto de una intervención más metódica, proporcionando la primera secuencia bien publicada del yacimiento, apoyada con dataciones
de C14. En J4 y J5 se distinguieron seis estratos de techo a
muro (fig. 99), el VI prácticamente estéril y en contacto con
la roca basal, y el III sólo presente en J4. Estos estratos se
agruparon en tres niveles “arqueológicos”, en base a la tipología cerámica y las dataciones obtenidas. El primer nivel
incluía los estratos I y II, en especial el segundo (el I era un
típico depósito superficial claramente revuelto), con cerámicas lisas, algunas esgrafiadas y peinadas (estas dos variedades privativas), y otras incisas e impresas no cardiales,
una amalgama que remitía en parte al Neolítico medio (=
“epicardial”/“postcardial”) y en parte también al Neolítico
final; el estrato III correspondía al límite inferior del nivel
en J4, de cuya base procedía la datación 5980±260 BP, un
factible término post quem. El segundo nivel reunía los es-
223
[page-n-235]
Fig. 99.- Estratigrafía del sector J de la Cova de l’Or (según Martí et al., 1980).
tratos III y IV, donde hacían aparición las cerámicas cardiales en un contexto general con especies incisas, acanaladas
e impresas con otros instrumentos, atribuido por tanto a una
fase avanzada del Neolítico antiguo o de transición al Neolítico medio. El tercer nivel agrupaba el estrato V y la parte
superior del VI, con predominio de las cerámicas cardiales
y dos dataciones, 6630±290 y 6720±380 BP, que lo atribuían al Neolítico antiguo.3
Posteriormente, tras la publicación de los primeros sondeos realizados en otro de los sectores de la Cova de l’Or, el
K, cuadros K34 y K35 (Martí, 1983a), situado enfrente de
los sectores J (fig. 98), Bernabeu (1989) precisó la secuencia del yacimiento en base igualmente al análisis pormenorizado de la cerámica, correlacionando los niveles de J4, J5
y K34, K35, y emplazándolos en la secuencia general del
Neolítico según la nueva propuesta y nomenclatura formuladas. El detalle de todo ello es el siguiente:
- Or VI: niveles K-VI y J-III (estrato V). Neolítico IA1.
- Or V: niveles K-V y J-II (estrato IV). Neolítico IA2.
- Or IV: niveles K-IV y J-I (estratos III, II). Neolítico
IB1.
3
Este tercer nivel posee dos dataciones más de reciente obtención:
6310±70 y 6275±70 BP, sobre muestras de cereal y procedentes de las capas 17a y 14 de J4, respectivamente (Ramsey et al., 2002; Zilhão, 2001;
224
- Or III: nivel K-III. Neolítico IIA1.
- Or II y Or I: nivel K-II y nivel K-I. Neolítico IIA2.
- Or S(uperficial): capas 1 a 3 de K35, capas 1 y 2 de
K34, estrato I de J. Materiales dispares.
Como se observa, los cuadros K aportaron una mayor
definición de la secuencia –relativamente hablando– en lo
que concierne a sus tramos finales, más desdibujados en los
cuadros J.
Por nuestra parte, la contigüidad señalada de los sectores J y H, y por tanto su ubicación en un mismo ambiente de
la cueva, sujeto a condiciones parecidas de formación de depósitos y alteración, unido a las similitudes también de la secuencia arqueológica, nos permiten proponer la correlación
entre los estratos y las capas de ambos sectores que mostramos en el cuadro 22. En el mismo cuadro se indica la correspondencia de estos estratos y capas con los niveles
arqueológicos generales establecidos para la Cova de l’Or,
en la versión acabada de exponer, junto con su atribución
cultural más descriptiva. Además, hemos añadido una columna con la asimilación de las capas de los sectores H a
Juan Cabanilles y Martí, 2002). Las restantes dataciones señaladas, todas
también de J4, se efectuaron sobre carbones.
[page-n-236]
los niveles analíticos –Or Ia, Ib, II y III, en el sentido ascendente de la secuencia– que utilizaremos en los ejemplos de
evolución diacrónica del utillaje de este yacimiento. Los sectores H, como los J, contienen una buena y abundante información sobre el Neolítico antiguo cardial (Or VI y V =
niveles analíticos Or Ia y Ib), fruto de una ocupación intensa de la cavidad en esta etapa, sin otras presencias anteriores. Las restantes fases neolíticas, a partir del Neolítico
antiguo epicardial inicial (Or IV = nivel analítico Or II), están débilmente representadas en estos sectores, y no mucho
Sec H
Sec J
H
H1
H2
H3
H4
Capas 1 y Capas 1, Capas 1 y Capas 1 y
2
2y3
2
2
Estratos II Capas 3 y Capas 4 y Capas 3 y
piedras
y III (J4)
4
5
4
Capas 5 y
Capa 6
Capa 5
Capa 6
Estrato IV
6
Estrato I
Estrato V
Capa 7
Capa 7
Capa 6
Capa 7
más en el resto del yacimiento, en relación quizás con un
cambio de funcionalidad de la cueva, que habría pasado de
un lugar de hábitat al de un espacio utilizado como redil.
Complementariamente hemos elaborado el cuadro 23,
en el que se recogen todas las dataciones C14 de Or, con datos completos; y el cuadro 24, donde se comparan los sucesivos esquemas de evolución propuestos para el Neolítico
valenciano, construidos en base a las secuencias de Or y de
la Cova de les Cendres (Martí, 1979; Martí et al., 1980; Bernabeu, 1982, 1989).
H5
Nivel
arqueológ.
Nivel
analítico
Capas 1 y
2
Capas 3 y
4
Capas 1 y 2
S, I, II, III
Or III
Capas 3, 4 y
entre 4-5
IV/III
Or II
Capa 5
Capa 5
V
Or Ib
Capa 6
Capa 6
VI
Or Ia
Atribución
cultural
Neol. final /
Eneolítico
Neol. ant. epicardial / postcardial
Neol. ant. cardial
avanzado
Neol. antiguo
cardial
Cuadro 22.- Cova de l’Or. Correlación de los estratos del sector J con las capas de los sectores H y su atribución cronocultural.
Muestra
Sector / capa
Método (C14)
Laboratorio
Años BP
Cal BC 2 !
J4/c16-17
J4/c14-15
H3/c7
Nivel
arqueológ.
VI
VI
VI
Carbón
Carbón
Cereal
Convencional
Convencional
Convencional
GANOP-C13
GANOP-C12
KN-51
6720+380
6630+290
6510+160
6400-4800
6200-4800
5750-5050
Cereal
Cereal
Cereal
Carbón
J4/c17a
J4/c14
H3/c7
J4/c6
VI
VI
VI
V/IV
AMS
AMS
Convencional
Convencional
OxA-10192
OxA-10191
H-1754/1208
GANOP-C11
6310+70
6275+70
6265+75
5980+260
5469-5067
5459-5048
5380-5000
5500-4300
Cuadro 23.- Dataciones C14 de la Cova de l’Or.
225
[page-n-237]
Martí, 1979; Martí en
Martí et al., 1980
Bernabeu, 1982
Neolítico antiguo cardial
(tipo Or)
- Cardial inicial o
clásico
Predominio cer. cardiales
1ª mitad V milenio a.C.
(no calibrado)
- “Epicardial” (=cardial
avanzado)
Cer. cardiales + incisas e
impresas no cardiales
2ª mitad V milenio a.C.
Neolítico antiguo:
horizonte cer. impresas
- Fase I o cardial
Cer. cardiales > 50 %
1ª mitad V milenio a.C. (no
calibrado)
- Fase II o “epicardial”
(=cardial avanzado o
final)
Disminución cer. cardiales
en favor incisas, acanaladas
e impresas no cardiales
2ª mitad V milenio a.C.
Neolítico medio
(tipo Fosca)
Neol. medio en sentido
andaluz = epicardial
catalán o del sureste
francés
Predominio cer. incisas,
acanaladas, impresas no
cardiales
Finales V milenio a
finales IV a.C.
Neolítico medio
Epicardial en sentido
catalán o del sureste
francés; “medio” en sentido
andaluz
Desaparición cer. cardiales;
tipos decorados: incisos,
acanalados, impresos de
instrumentos
4200-3500/3400 a.C. (no
calibrado)
Transición Neolítico
final/Neolítico final
Cer. peinadas,
esgrafiadas, lisas
A partir de inicios del III
milenio a.C.
Bernabeu, 1989
Neolítico I
Neol. IA: horizonte cerámicas
cardiales
Predominio decoraciones cardiales y
en relieve (70-90 %)
- Fase IA1
Cer. cardial ca. 60 %
1ª mitad V milenio a.C. (no
calibrado)
- Fase IA2
Disminución cer. cardiales; aumento
incisas e impresas no cardiales
2ª mitad V milenio a.C.
Neolítico II
Neol. IIA: horizonte cerámicas
esgrafiadas
Desarrollo cer. esgrafiadas
3400-2800 a.C. (no cal.)
Neolítico IIB: horizonte precampaniforme
Cer. lisas + algunas incisas o
impresas de punzón, pintadas,
peinadas
- Fase IIB1 (=Ereta I)
Ca. 2800-2500 a.C.
- Fase IIB2 (=Ereta II)
Ca. 2500-2200/2100 a.C.
Neol. IIC: horizonte campaniforme
de transición (HCT)
Cer. campaniforme
Ca. 2200/2100-1800/1700 a.C.
Cuadro 24.- Esquemas evolutivos para el Neolítico valenciano.
226
Neol. antiguo
cardial
Desde 5600 a.C.
(calibrado;
muestras de vida
corta)
Desde 5800 a.C.
(cal.; muestras vida
larga)
Neol. IB: horizonte cerámicas inciso- Neolítico antiguo
impresas
epicardial
Predominio cer. incisas e impresas no Ca. 5200-4600 a.C.
cardiales (40-60 %)
(cal.)
Finales V milenio a mediados IV a.C.
- Fase IB1
Cer. cardiales ca. 20 %; incisoimpresas ca. 40 %
- Fase IB2
Cer. cardiales < 10 %; incisoimpresas > 50 %; peinadas ca. 20 %
Neol. IC: horizonte cerámicas
peinadas
Predominio cer. peinadas (> 60 %)
A partir de 3870±130 a.C. (no cal.)
en Cendres
Neolítico final
- Fase I
Cer. esgrafiadas
3400-2800/2700 a.C.
- Fase II
Cer. lisas
2800/2700-2500/2400 a.C.
Equivalencias
usuales
Neolítico antiguo
postcardial
Ca. 4750-4400 a.C.
Neolítico
medio/final
Ca. 4500/44003000/2800 a.C.
Eneolítico
- Pleno
Ca. 2800-2400 a.C.
- Final (HCT)
Ca. 24002200/2100 a.C.
[page-n-238]
Los sectores centrales de la Ereta del Pedregal: estratigrafía y secuencia cultural
Designamos así un conjunto de 22 “cuadros” o “sectores” que ocupan esta posición en el yacimiento de la Ereta
(fig. 100), excavados por el Servicio de Investigación Prehistórica en los años 1964 a 1966, 1969, 1970, 1972 y 1974,
con E. Pla Ballester al frente de los trabajos y la colaboración, en diferentes momentos, de V. Pascual Pérez y E.A.
Llobregat Conesa.4 La planta de estos sectores es por lo general cuadrada, de unos 3 metros de lado, variando la forma
(triangular, trapezoidal, rectangular) y las dimensiones en
aquellos directamente adosados al extenso talud-testigo de
las primeras excavaciones de los años 40, que corre diagonalmente en dirección NE-SW (según el norte magnético
que orienta la Ereta). La amplia zona así abierta, representando una superficie aproximada de 180 m2, lo fue con el
objetivo de estudiar en extensión los estratos identificados
en anteriores campañas, especialmente la de 1963 (Fletcher,
Pla y Llobregat, 1964).5 Los trabajos han permanecido prácticamente inéditos, con pequeñas noticias en “La labor del
SIP y su Museo” para los años correspondientes y en otros
resúmenes de actividades (Pla, 1966, 1972), además de una
breve reseña de la campaña inicial de 1964 (Fletcher y Pla,
1966). Sin embargo, materiales sueltos o series más completas procedentes de estos sectores –líticos tallados y pulimentados, metálicos, óseos, etc.–, y al igual que en el caso
de los sectores H de la Cova de l’Or, han sido utilizados en
diversos estudios temáticos (Juan Cabanilles, 1990b; Simón,
1998; Pascual Benito, 1998; Orozco, 2000).
La documentación sobre los sectores centrales de la
Ereta se encuentra también en los diarios de excavación archivados en el SIP, de los que hemos extraído los datos que
seguidamente se ofrecen. En primer lugar, para la identificación de los diferentes cuadros excavados se empleó un
numeral romano seguido de los dos últimos dígitos del año
de la campaña; no obstante, como los trabajos en un mismo
cuadro se prolongaron por espacio de varias campañas, cada sector se reconoce con dígitos diferentes según el año y
no siempre con idéntico numeral, ya que éste dependía de
la dirección tomada en cada campaña para proseguir la
apertura de nuevos sectores o la profundización en los ya
abiertos (v. cuadro 25). La numeración de las capas empieza y termina por lo general con cada año, excepto a partir
de la campaña de 1972, en que el orden iniciado suele continuarse en la de 1974. A finales de la campaña de 1969 se
estableció un punto 0 de referencia y una nueva signatura
para los cuadros en base a un sistema parcial de “coordenadas”, en el que cada línea de “abscisas”, coincidiendo con
los lados oeste y este de cada cuadro (v. fig. 100), fue de-
4
Para los aspectos generales de la Ereta como yacimiento –emplazamiento, características, intervenciones, etc.–, consultar: Chocomeli (1946),
Ballester (1949b), Fletcher, Pla y Llobregat (1964), Juan Cabanilles (1994).
signada con una letra mayúscula, identificándose los cuadros –a partir de 1972– por el tramo en que se hallan comprendidos más la sigla convencional ya explicada (así,
BC-III74, CD-VII72, etc.). Completado personalmente el
sistema con la adición de un numeral romano a cada tramo
de “ordenadas”, la signatura por las coordenadas de cada
sector (BC-I, CD-II, DE-III, etc.) nos ha servido de referente principal para las equivalencias de nomenclatura que
se muestran en el cuadro 25.
Como hemos señalado anteriormente, con la apertura
de estos sectores se pretendía reseguir en extensión los estratos ya identificados en las campañas de los años 40 y sobre todo en la de 1963, a fin de documentar las estructuras
de piedra y barro (muros, hogares, pavimentos) que algunos
de ellos parecían englobar. Los dos sondeos de 1963 (triángulos I y II), contiguos directamente a EF-I y DE-II (fig.
100), habían ofrecido la mejor secuencia del yacimiento
(Fletcher, Pla y Llobregat, 1964), por lo que la excavación
se hizo avanzar desde aquí mediante el rebaje sucesivo de
estratos. La secuencia de los triángulos I y II, en síntesis,
era la siguiente:
- Estrato I.- Capas 1 a 3; hasta 0,60 m de profundidad
media. Tierras de color gris claro con menor o mayor
inclusión de piedras pequeñas (de capa 2 a 3), procedentes en parte (capa 1) de anteriores sondeos y revueltas por los trabajos agrícolas y por las raíces de
una antigua plantación de chopos, sobre todo al ser
éstos arrancados.
- Estrato II.- Capa 4; de 0,60 a 0,85 m. Tierras duras,
blanco-amarillentas, extraíbles en gruesos terrones,
incluyendo en algunos puntos bolsadas de tierras
sueltas grises blancuzcas. Capa asentada (entre 0,800,85 m de profundidad) sobre un lecho de piedras.
- Estrato III.- Capa 5; de 0,85 a 1,25 m. Por debajo del
lecho de piedras del final de la capa 4 y hasta un metro de hondo (la referencia la constituía el suelo firme de partida), tierras de coloración ocre grisácea en
gran parte estériles. A partir del metro de profundidad, tierras oscuras apelmazadas, con bolsadas sueltas de cenizas y carbones, y con un hogar bien
estructurado. Base del estrato constituida por otro lecho de piedras irregularmente dispuestas, interpretado como “fondo de cabaña”.
- Estrato IV.- Capas 6 a 8; de 1,25 a 1,65 m. Capa 6
(hasta 1,50 m): tierras grises, con paquetes de cenizas
y carbones, y abundantes terrones muy pequeños de
barro cocho, descansando algunos de los paquetes
5
Aparte de unos primeros sondeos verificados en 1934 (Chocomeli,
1946), las intervenciones sistemáticas en la Ereta comenzaron en 1942, prosiguiéndose de 1944 a 1948 (Ballester, 1949b; Fletcher, 1961). Tras un paréntesis en los años 50, la campaña indicada de 1963 es la última con
anterioridad a las que aquí nos interesan.
227
[page-n-239]
Fig. 100.- Plano de la Ereta del Pedregal con indicación de los sectores y campañas de excavación.
cenicientos sobre depósitos de tierras blanco-amarillentas, en apariencia calcinadas y totalmente estériles. Capas 7 y 8 (intercaladas hasta 1,65 m): tierras de
color gris oscuro (capa 7) o amarillo cadmio (capa 8),
éstas últimas de aspecto margoso; unas y otras conteniendo grandes manchas de cenizas y los restos de un
hogar. Asiento del estrato formado por grupos de piedras sin ningún patrón de regularidad, interpretado
también como posible “fondo de cabaña”.
- Estrato V.- Capa 9; de 1,65 a 1,95 m. Tierras castañonegruzcas con manchas amarillentas, englobando
piedras sueltas con restos de turba pegados a sus caras inferiores. Por debajo de este depósito muy leve,
turba mezclada con tierras amarillentas en los primeros tramos, y casi pura y apelmazada a continuación
(desde 1,85-1,90 m), ofreciendo aún, aunque como
únicos vestigios, restos óseos de fauna.
228
- Estrato VI.- Turba prácticamente pura a partir de
1,95 m. (La Ereta, hay que recordarlo, se emplaza en
un antiguo medio pantanoso, el que constituía “La
Marjal” de Navarrés, hoy desecada.)
Con esta referencia estratigráfica, los trabajos en los
sectores centrales se ciñeron en una primera fase (campañas
de 1964 a 1966) a extraer el estrato I superficial, para dejar
el terreno preparado a una segunda fase (campañas intermitentes de 1969 a 1974) en la que se rebajaron los restantes
estratos prácticamente hasta el nivel de turba en la mayoría
de cuadros, primero en la zona este, la inmediata a los triángulos I y II de 1963 (de la línea CD-I/IV a EF-I), y luego en
la zona oeste (de BC-I/IV a CD-I/II). Los tramos de cuadros
0A-I/V (IV/VII-66 y VII-65) y AB-I/V (I/III-66 y VI/V-65)
no fueron objeto de intervención en esta segunda fase, por lo
que sus materiales, pertenecientes al estrato superficial, no
han sido estudiados aquí. En los diarios, aunque falta el co-
[page-n-240]
BC-I
BC-II
I-65
II-65
Capas 1, 2 y 3-4 Capas 1, 2 y 3
BC-III
I-74
Desmonte
piedras
Capas 4, 5, 6 y
7
CD-III
VI-64
Capas
superficiales
II-72
III-72
Capas 1, 2, 3, 4, Capas 1, 2, 3 y
5y6
4
II-74
III-74
Capa 6 (cont.)
Desmonte
plataforma
Capas 5, 6, 7 y
8
CD-IV
V-64
Capas
superficiales
DE-I
IV-65
Capas 1 y 2
CD-I
CD-II
IV-74
Capas 4 y 5
Penúltima capa
DE-II
II-64
Capas
superficiales
III-64
Capas
superficiales
VI-69
Capas 1 y 2
II-69
Capas 1 y 2
II-70
Muro piedras
Capas 1, 2, 3 y
4
III-70
Capas 1, 2, 3 y
4
IV-70
Capas 1 y 2
V-70
Capas 1 y 2
VII-72
Capas 1 y 2
VII-74
Capas 5, 6 y 7
DE-III
III-69
Capas 1 y 2
VI-70
Capas 1 y 2
VII-64
Capas
superficiales
V-69
Capas 1 y 2
VIII-72
Capa 1
IV-72
Capas 1, 2 y 3
VIII-64
Capas
superficiales
IV-69
Capas 1 y 2
VIII-74
Capas 2, 3, 4 y
5
Desmonte
piedras
Penúltima capa
Capa última
I-72
Capas 1, 2 y 3
III-65
Capas 1, 2, y 3
BC-IV
IV-64
Capas
superficiales
EF-I
I-64
Capas
superficiales
I-69
Capas 1 a 3
VII-70
Capas 1, 2, 3 y
4
I-70
Agrupación
piedras
Muro piedras
Cuadro 25.- Ereta del Pedregal. Equivalencias de nomenclatura para los cuadros excavados en el periodo 1964 a 1974 (excepto 1966), con la
forma también de designación y numeración de las respectivas capas y otras unidades estratigráficas con contenido de materiales líticos.
rrespondiente a la campaña de 1974, puede seguirse con bastante detalle todo el proceso de la excavación, acometida ésta por capas artificiales de distinta amplitud según la
potencia y características de cada estrato. Las estructuras
buscadas fueron apareciendo en distintos puntos, tanto de la
zona este como de la oeste, en la forma y a la profundidad
previsibles: enlosado de piedras irregular en la base del estrato II; alineaciones de grandes piedras, formando a modo
de un grueso y tosco muro, en la base también del estrato III;
agrupaciones aisladas de piedras y losas, entremezcladas
con abundantes cenizas y carbones, en el espesor y parte inferior del estrato IV, relacionadas con hipotéticos fondos de
cabaña o de hogares, así como manchas de tierra anaranjada, compacta, debidas a la disgregación de probables adobes; especie de plataforma circular –y otros restos similares–
de tierra arcillosa, delimitada por un enlucido también de ar-
cilla roja, sobre el estrato turboso, considerada igualmente
como fondo de hogar, etc.
De estas estructuras sólo existe su descripción en los
diarios, acompañada de algún croquis a mano alzada, sin
otro tipo de documentación gráfica. Una vez puestas al descubierto, las estructuras fueron rápidamente desmanteladas,
en una excavación que, pese a las intenciones de partida, no
dejó de estar guiada en el fondo por el principio de la verticalidad. Con todo, los resultados alcanzados sirvieron de aliciente para programar un nuevo ciclo de intervenciones en la
Ereta, desde una perspectiva de estudio interdisciplinar y la
aplicación de un método más riguroso. Este ciclo dio comienzo en 1976, bajo la dirección de E. Pla Ballester y B.
Martí Oliver, prolongándose ininterrumpidamente hasta
1982, con una campaña adicional en 1990 (Pla, Martí y Bernabeu, 1983a y b; Juan Cabanilles, 1994).
229
[page-n-241]
Fig. 101.- Ereta del Pedregal. Corte estratigráfico de los cuadros L-7 y K-7, campañas 1976-78 (según Pla, Martí y Bernabeu, 1983a).
En un primer momento (campañas de 1976 a 1978), y después de establecer una nueva cuadrícula para el yacimiento a
partir del punto 0 fijado en 1969, con cuadros de 1 metro de lado, se procedió a comprobar la secuencia estratigráfica en dos
puntos opuestos que venían a coincidir con los extremos sureste y noroeste del espacio excavado en el periodo 1964-1974,
afectando a los cuadros K5-7, L5-7 y J5-7 (sobrepuestos a
parte de AB-IV y BC-IV), y A19-21, B19-21 y C19-21 (sobrepuestos en parte al triángulo I de 1963), respectivamente
(fig. 100). Las secuencias obtenidas se revelaron concordantes,
corroborando a su vez, en líneas generales, los resultados estratigráficos de las excavaciones de los años 40 y de 1963. La
más completa la proporcionaron los cuadros K-L/7 (fig. 101),
donde se identificaron siete estratos, agrupados seis de ellos en
cuatro niveles (Pla, Martí y Bernabeu, 1983a); esta secuencia
es la que describimos sintéticamente, indicando también las
equivalencias con los estratos de 1963:
- Nivel I.- Estrato I superficial (=estrato I 63); hasta
40-50 cm de profundidad.
- Nivel II.- Estrato II o “capa dura” (=estrato II 63);
profundidad media entre 70-80 cm. Base del nivel
(estrato IIA) con abundantes fragmentos de barros
cochos y alguna acumulación de piedras, posible suelo de ocupación.
- Nivel III.- Estratos III y IV (=estrato III 63); profundidad media entre 130-135 cm (buzamiento en alguno puntos). Base del estrato IV con placas de barro y
piedras, delatando un seguro suelo de ocupación; estrato III, depósito de relleno.
- Nivel IV.- Estratos V y VI (=estrato IV y parte supe-
230
rior del V 63); hasta 165 cm de profundidad por término medio. Asiento del nivel constituido por lechos
de piedras incrustadas en la tierra turbosa del estrato
VI; estrato V, depósito de relleno.
El estrato VII correspondía a la potente capa de turba o
nivel de base de la Ereta, a relacionar con el estrato VI y la
parte inferior del V 63.
En las campañas de 1979 a 1982 los trabajos se dirigieron a la apertura de una amplia zona en el extremo noreste
del yacimiento (fig. 100), con la finalidad ya expresa de
conseguir la máxima información sobre las estructuras de
hábitat que sin ninguna duda albergaba la Ereta. La elección
de esta zona venía sugerida por la lectura de la memoria de
la campaña de 1942, en la que se señalaba la existencia aquí
de un estrato de piedras bien definido y a una profundidad
media de 85 cm (base del estrato II), no desmantelado en su
día. La excavación subsiguiente, en extensión y en profundidad, puso al descubierto una serie variada de estructuras superpuestas (zócalos de viviendas, empedrados, hogares,
muros de protección, etc.), que vinieron a completar la secuencia arqueológica ya conocida en términos de fases de
construcción (Pla, Martí y Bernabeu, 1983b). Los niveles,
pues, determinados en el área noreste, con sus respectivas
estructuras, representan la referencia básica estratigráfica y
arqueológica de la Ereta, que, con algún leve matiz introducido después de la campaña de 1990 (Juan Cabanilles,
1994), resumimos a continuación:
NIVEL o FASE ERETA I (EP-I).- Supone el inicio de
la ocupación del poblado, al que corresponden densos conjuntos de piedras de pequeño y mediano tamaño, y fragmentos de barro endurecido entremezclados, que descansan
[page-n-242]
directamente sobre la turba, sin ninguna regularidad aparente. Tales acumulaciones se interpretan como un primer
acondicionamiento del hábitat en su instalación sobre las
tierras muy húmedas y poco firmes del medio lagunar que
siempre ha sido “La Marjal” de Navarrés. La base de estas
estructuras –con respecto al plano 0– se sitúa por término
medio a 165 cm de profundidad, coincidiendo con la aparición de la turba pura. De -165 a -145 cm, bloques y piedras
quedan englobados en la tierra turbosa del estrato VI, y
presentan por lo general un tamaño mayor que en la parte
superior del nivel, el estrato V, desarrollado entre -145 y 130 cm; dicho estrato debe corresponder a un depósito de
relleno, formado ya por un sedimento de coloración grisácea como el del resto de la secuencia estratigráfica (v. Fumanal, 1986: 164-170). Cultural y cronológicamente la fase
inicial de la Ereta ofrece cierta indeterminación, si bien la escasa cerámica recuperada, muy alterada por las condiciones
extremadamente húmedas del depósito, ha proporcionado algunas formas propias del Neolítico final en su consideración
regional y peninsular, como son escudillas y tazas carenadas (Bernabeu, 1984; Bernabeu, Guitart y Pascual, 1988).
La cronología de esta fase, pues, y con las naturales reservas, podría fijarse entre mediados del IV milenio a.C. y comienzos del III (calibrado).
NIVEL ERETA II (EP-II).- Lo caracterizan una serie
de muros y empedrados que se desarrollan entre los 130 y
110 cm de profundidad, en el espesor de los estratos IV y
III. En concreto son los restos de dos muros, sus zócalos
de piedras (designados con las letras α y β; v. fig. 102), que
discurren paralelamente en dirección E-W en la parte meridional del área excavada, y cuya base se encuentra en el
tramo -130/-125 cm (estrato IV). Pese a estar el β muy degradado, ambos muros muestran una técnica de construcción similar, consistente en la delimitación de sus caras
mediante lajas verticales y un relleno irregular de piedras y
tierras. Deben corresponder a dos “viviendas” distintas, separadas por un corredor bien definido (una estrecha franja
sin piedras ni materiales arqueológicos). Al muro α correspondería por su parte interior un pavimento de barro rubefacto detectado en los cuadros A21 y A22 (campaña de
1978), y al β un hogar localizado en los cuadros d21 y d22.
Fig. 102.- Sector noreste de la Ereta del Pedregal. Planta de la excavación al final de la campaña de 1990.
231
[page-n-243]
Desde la base de los dos muros se suceden hacia arriba diferentes suelos de habitación formados por pavimentos de
piedras, limitados por el muro β en la zona excavada, con el
que llegan a confundirse. Un hecho a reseñar es que no se
aprecia una separación tajante entre lo que supondría el primer empedrado de este nivel y las acumulaciones de piedras
del nivel subyacente (EP-I), en la medida que en algunos
puntos el relleno es prácticamente continuo desde la turba.
La fase EP-II, por el lugar que ocupa en la secuencia del yacimiento, hay que adscribirla al pleno Eneolítico, con tipos
cerámicos poco relevantes (cuencos, cazuelas y vasos globulares, sin decoración) y ausencia de metal. La cronología
se centraría entre inicios y mediados del III milenio a.C.
NIVEL ERETA III (EP-III).- Comprende el estrato II,
la singular “capa dura” constantemente señalada desde las
primeras excavaciones, iniciada a los 70 cm hasta una profundidad variable que no sobrepasa los 110 cm. En el plano
de las estructuras, EP-III representa la última fase de “edificación”, con la que se relaciona un conjunto de muros o
paramentos, identificados con las letras δ, ε y γ (fig. 102),
arrancando de la misma base del estrato II y claramente superpuestos a los empedrados de EP-II. La técnica de construcción de estos muros es distinta a la de los inferiores, α
y β. El γ, que sigue un trazado curvo, esta formado en toda
su extensión por piedras en seco y sin carear dispuestas regularmente a dos caras; tiene un ancho máximo de 75 cm,
y en su tramo mejor delimitado no conserva más que una o
dos hiladas en altura. Este muro se difumina dentro de una
gran estructura de la que δ y ε parecen constituir sus paramentos laterales; entre ambos “paramentos”, que levantan
cuatro hiladas de piedras hasta una altura en torno al medio
metro, existe un relleno compacto de piedras y tierra, originando todo el conjunto una plataforma o “murallón” de
unos 2 metros de ancho. La posición de todas estas estructuras murales en lo que parece ser uno de los extremos del
yacimiento hace suponer, verosímilmente, que formen parte de un sistema de cierre del poblado en esta precisa fase
de desarrollo del mismo. Las densas acumulaciones de pie-
232
dras “extra muros” se relacionan en mayor medida con las
fases anteriores, siendo sintomáticas su disipación conforme al alejamiento y su pérdida de potencia en profundidad,
formando al pie de los muros, y desde su cara exterior, un
talud gradual. La atribución de EP-III al Eneolítico final, u
Horizonte Campaniforme de Transición, la permiten los
primeros vestigios de metal y la presencia de unos escasos
fragmentos de cerámica campaniforme incisa en la parte superior del nivel. La cronología quedaría comprendida entre
mediados y finales del III milenio a.C.
NIVEL ERETA IV (EP-IV).- Se identifica con el estrato I, las tierras en parte revueltas por las labores y usos agrícolas, hasta los 70 cm de profundidad por término medio.
Aparte de algunos restos modernos que delatarían la no integridad del depósito, éste ofrece materiales de adscripción
general eneolítica, entre los que se cuentan unos pocos pero
bien característicos “dientes de hoz”. El carácter de fósilesguía de la Edad del Bronce que tradicionalmente se ha atribuido a estas piezas llevó a pensar, en su momento, en la
posibilidad que el estrato I contuviera alguna ocupación remisible a una fase inicial de dicha etapa (Pla, Martí y Bernabeu, 1983b). Nada más, sin embargo, parece abogar por
esta posibilidad, por lo que el estrato I se lee actualmente,
considerado su tramo inferior, como un segmento más del
relleno de la fase EP-III, y en lo que respecta a sus tramos
superiores, como producto de la sedimentación más reciente, depositada tras el abandono del poblado.
Los niveles arqueológicos de la Ereta no han sido datados hasta ahora por el C14, así que la cronología en cada
caso apuntada es sólo orientativa y basada en aspectos tipológicos que, por otra parte, tampoco han sido demasiado exprimidos en los estudios sobre la misma Ereta.
Finalmente, en el cuadro 26 se da la correlación entre las
capas de los sectores estudiados y las fases arqueológicas
generales de la Ereta, con las que hacemos coincidir los niveles analíticos que emplearemos en la valoración evolutiva
del correspondiente utillaje lítico.
[page-n-244]
Niveles arqueológicos
(niveles analíticos)
Ereta I
(EP-I)
Ereta II
(EP-II)
Ereta III
(EP-III)
Ereta IV
(EP-IV)
Sectores y capas
(1964-1974)
BC-I: I-74, capas 4 a 7
BC-II: II-72, capas 5 y 6; II-74, capa 6 (cont.)
BC-III: III-74, capas 5 a 8
BC-IV: IV-74, capas 5 y penúltima
CD-I: VIII-74, desmonte piedras, capas penúltima y última
CD-II: VII-74, capas 5 a 7
DE-II: III-70, capa 4
DE-III: VII-70, capa 4
BC-I: I-72, capa 3; I-74, desmonte piedras
BC-II: II-72, capas 3 y 4
BC-III: III-72, capas 3 y 4; III-74, desmonte plataforma
BC-IV: IV-72, capa 3; IV-74, capa 4
CD-I: IV-70, capa 2; VIII-72, capa 1; VIII-74, capas 2 a 5
CD-II: V-70, capa 2; VII-72, capas 1 y 2
CD-III: VI-70, capa 2
DE-I: II-70, capas 2 a 4
DE-II: III-70, capas 1 a 3
DE-III: VII-70, capas 1 a 3
EF-I: I-70, muro piedras
BC-I: I-72, capas 1 y 2
BC-II: II-72, capas 1 y 2
BC-III: III-72, capas 1 y 2
BC-IV: IV-72, capas 1 y 2
CD-I: IV-69, capas 1 y 2; IV-70, capa 1
CD-II: V-69, capas 1 y 2; V-70, capa 1
CD-III: VI-69, capas 1 y 2; VI-70, capa 1
DE-I: II-69, capas 1 y 2; II-70, muro piedras y capa 1
DE-II: III-69, capas 1 y 2
EF-I: I-69, capas 1 a 3; I-70, agrupación piedras
BC-I: I-65, capas 1 a 4
BC-II: II-65, capas 1 a 3
BC-III: III-65, capas 1 a 3
BC-IV: IV-65, capas 1 y 2
CD-I: VIII-64, capas superficiales
CD-II: VII-64, capas superficiales
CD-III: VI-64, capas superficiales
CD-IV: V-64, capas superficiales
DE-I: II-64, capas superficiales
DE-II: III-64, capas superficiales
DE-III: IV-64, capas superficiales
EF-I: I-64, capas superficiales
Etapa
cronocultural
Neolítico
final
Eneolítico
pleno
Eneolítico
final
(Horizonte
Campaniforme
de Transición)
HCT y
superficial
Cuadro 26.- Equiparación de las capas de los sectores centrales de la Ereta con los niveles arqueológicos y analíticos.
233
[page-n-245]
DIACRONÍA GENERAL DE LOS GRUPOS DE
UTILLAJE
El primer ejemplo que presentamos lo es con la intención de ofrecer una visión general de la evolución del utillaje neolítico y eneolítico, por grupos formalizados, según los
datos aportados por los sectores H de la Cova de l’Or y sectores centrales de la Ereta del Pedregal, cuyas secuencias,
aun sin enlazar completamente (el mayor vacío afecta a la
primera fase del Neolítico final –NIIA u horizonte de cerámicas esgrafiadas–), recubren el grueso de las etapas indicadas. En las tablas 10 y 11 se encuentran detallados esos
datos por niveles analíticos, en forma de las frecuencias absolutas y relativas correspondientes a cada grupo tipológico,
anotadas en orden decreciente; la muestra (número de efectivos por nivel) puede considerarse representativa en todos
los casos, al contabilizar por lo general bastantes más de 200
piezas (sólo en Or III el número es inferior a 200, pero mayor a 100). Adicionalmente, y como expresión visual, se han
confeccionado los gráficos 8 a 11, donde se comparan los
índices de los grupos tipológicos reunidos por niveles y yacimiento. A indicar también que el inventario tipológico
completo, con las frecuencias absolutas y relativas de los tipos individuales, recogidas asimismo por niveles y yacimiento, se halla incluido en el Apéndice II.
Sectores H de Or
Empezando por estos sectores, el primer aspecto que llama la atención, a la vista del gráfico 8 de curvas acumulativas, es el práctico solapamiento de los perfiles tipológicos
de los cuatro niveles analizados, donde el test de Kolmogorov-Smirnov sólo marca una diferencia significativa de apenas 3,4 décimas en el grupo de hojas y hojitas con retoque
marginal entre Or Ib y Or III.6
Esta homogeneidad de la estructura tipológica podría ser
en cierta manera la esperada para los niveles Or Ia, Ib y II, correspondientes a fases internas del Neolítico antiguo, aunque
no tanto para Or III, atribuido en principio al Neolítico final/Eneolítico. La explicación debe encontrarse, dicho de entrada y como ya apuntábamos anteriormente, en la intensa
ocupación de Neolítico antiguo que revela la cavidad en todos
sus sectores excavados y que habría enmascarado, en un depósito continuo, los tímidos testimonios de frecuentaciones
posteriores. Es así como hay que entender la coincidencia de
los cinco primeros grupos de utillaje, en identidad e incluso en
orden de representación, en todos los niveles (v. tabla 10). Estos grupos (en concreto piezas con señales de uso o filo embotado, hojas y hojitas con retoque marginal, muescas y
denticulados, geométricos y lascas retocadas), que pueden
considerarse buenos indicadores del Neolítico antiguo, son los
dominantes en las cuatro fases, constituyendo las categorías
porcentuales mayores, es decir, con índices por encima de la
Gráfico 8.- Curvas acumulativas de los grupos de utillaje en los niveles analíticos de los sectores H de Or.
6
La distancia máxima observada en el grupo mencionado es de
13,46 puntos, frente a una distancia máxima al nivel de significación
234
0,05 de 13,1207 (v. procedimiento y fórmula aplicados en Shennan,
1992: 73-74).
[page-n-246]
OR Ia
OR Ib
Grupo
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
N
198
84
%
36,80
15,61
Grupo
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
N
168
114
%
30,05
20,39
MD. Muescas/denticulados
G. Geométricos
LR. Lascas retocadas
HBE. H/h base estrechada
80
61
34
22
14,86
11,33
6,31
4,08
MD. Muescas/denticulados
G. Geométricos
LR. Lascas retocadas
T. Truncaduras
107
56
46
17
19,14
10,01
8,22
3,04
T. Truncaduras
P. Perforadores/taladros
A. Piezas borde abatido
D. Diversos
21
20
9
5
3,90
3,71
1,67
0,92
P. Perforadores/taladros
HBE. H/h base estrechada
D. Diversos
A. Piezas borde abatido
15
14
9
7
2,68
2,50
1,61
1,25
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
R. Raspadores
PF. Puntas flecha
EF. Esbozos/preformas foliáceos
3
1
-
0,55
0,18
-
R. Raspadores
PF. Puntas flecha
PA. Piezas astilladas
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
3
2
1
-
0,53
0,35
0,17
-
538
100
EF. Esbozos/preformas foliáceos
PR. Placas retocadas
DH. Sierras/Dientes hoz
Total
559
100
Grupo
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
N
93
56
%
29,43
17,72
Grupo
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
N
50
20
%
37,59
15,03
MD. Muescas/denticulados
G. Geométricos
LR. Lascas retocadas
T. Truncaduras
42
34
26
18
13,29
10,75
8,22
5,69
MD. Muescas/denticulados
G. Geométricos
LR. Lascas retocadas
HBE. H/h base estrechada
19
15
12
5
14,28
11,27
9,02
3,75
P. Perforadores/taladros
HBE. H/h base estrechada
A. Piezas borde abatido
D. Diversos
12
9
6
5
3,79
2,84
1,89
1,58
D. Diversos
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
T. Truncaduras
PF. Puntas flecha
3
3
2
2
2,25
2,25
1,50
1,50
PF. Puntas flecha
PA. Piezas astilladas
R. Raspadores
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
4
4
2
2
1,26
1,26
0,63
0,63
P. Perforadores/taladros
A. Piezas borde abatido
R. Raspadores
EF. Esbozos/preformas foliáceos
1
1
-
0,75
0,75
-
EF. Esbozos/preformas foliáceos
DH. Sierras/Dientes hoz
PR. Placas retocadas
Total
2
1
316
0,63
0,31
100
PR. Placas retocadas
DH. Sierras/Dientes hoz
PA. Piezas astilladas
Total
133
100
PR. Placas retocadas
DH. Sierras/Dientes hoz
PA. Piezas astilladas
Total
OR III
OR II
Tabla 10.- Recuento tipológico, por grupos y en orden de dominancia, del utillaje lítico de talla
de los sectores H de Or, según niveles analíticos.
235
[page-n-247]
media (I>5,88%). De ellos, los tres primeros, reuniendo útiles
de morfología “aleatoria” (piezas mayoritariamente laminares
con extracciones irregulares, retoques marginales y muescas o
denticulaciones), suponen conjuntamente más del 60% en todos los niveles (casi el 70% en Or Ib), y añadiendo las lascas
retocadas (también prácticamente de retoques marginales
“aleatorios”), cerca o más del 70% (alrededor del 78% en Or
Ib). Grupos también característicos del Neolítico antiguo,
aunque no dominantes (siempre categorías menores:
I<5,88%), son las hojas u hojitas con base estrechada, las truncaduras y los taladros, que siguen en éste u otro orden de frecuencia a los anteriores en Or Ia, Ib y II, pero ya no,
sintomáticamente, en Or III. Los restantes grupos, según el nivel, o carecen de efectivos o se hallan mínimamente representados; entre ellos, los que cabe considerar distintivos del
Neolítico final/Eneolítico (en especial hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado y puntas de flecha, ya que los esbozos foliáceos y dientes de hoz son aún más testimoniales, y
las placas retocadas inexistentes) comienzan a tener una cierta entidad –muy relativamente hablando– a partir de Or II, lo
que nos hará volver más adelante a su valoración, caso por caso, a fin de determinar el significado que realmente revisten
en las fases que no les serían propias.
La homogeneidad general de la estructura tipológica en
la secuencia de los sectores H, arriba señalada, apenas permite entrever alguna tendencia evolutiva de los grupos de
utillaje (v. gráfico 9). Los desequilibrios o altibajos que pueden presentar los conjuntos dominantes de signo Neolítico
antiguo suelen ser de nivel a nivel, sin progresiones o regresiones continuas notables. La mayor estabilidad la ofrecen
los geométricos, con una distancia máxima de poco más de
1 punto entre Or Ia y Ib,7 seguido de las lascas retocadas,
con menos de 3 puntos entre Or Ia y III, insinuando una leve progresión (aunque nada significativa). Esa misma distancia es más acentuada para las piezas con filo embotado,
de unos 8 puntos entre Or II y III (casi significativa:
χ2=2,874; p=0,090019); y un poco menor para las hojas y
hojitas con retoque marginal y para las muescas y denticulados, de cerca de 5,5 y de menos de 6 puntos (aquí sí significativa: χ2=4,8902; p=0,02701) entre Or Ib y III, y Or Ib y II,
respectivamente. El comportamiento de los otros tres grupos
característicos del Neolítico antiguo debe valorarse teniendo
en cuenta su carácter de categorías menores. A indicar escuetamente que frente al perceptible equilibrio de las hojas
y hojitas con base estrechada (distancia máxima de 1 punto
y medio entre Or Ia y Ib), los taladros y las truncaduras experimentan un cierto retroceso en Or III, con distancias de 3
y un poco más de 4 puntos con respecto a Or II en uno y otro
caso (casi significativa para las truncaduras: p=0,07575, según test de Fisher). Por lo que concierne a series de útiles como raspadores, hojas y hojitas con borde abatido, piezas
astilladas o buriles (contemplados éstos dentro de los “diversos”), exponentes de un convencional “sustrato lejano”,
paleolítico o epipaleolítico antiguo (en contraposición al
“sustrato próximo” –epipaleolítico reciente– que podrían representar por ejemplo las muescas y denticulados y los geométricos), sólo puede señalarse su escasa incidencia en
cualquier contexto neolítico de la Cova de l’Or o del entorno regional, tal como ha sido subrayado en repetidas ocasiones (Juan Cabanilles, 1984, 1990a, 1992; Fortea, Martí y
Juan Cabanilles, 1987; entre otros trabajos).
Los últimos grupos a considerar son los propios del
Neolítico final/Eneolítico, cuyos índices, caso de presentarlos, se sitúan por debajo del 1% en los niveles anteriores
a Or III, excepto las puntas de flecha en Or II (1,26%). Su
presencia en estos niveles, como anteriormente avanzábamos, es lo que hay que aclarar, ejercicio que ceñiremos a las
hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado y a las puntas de flecha, dada la testimonialidad, centrada por otro lado
en un único nivel (Or II), de los esbozos foliáceos y las sierras o dientes de hoz.8
Las hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado
cuentan con tres evidencias en Or Ia, procedentes de las capas más profundas del sector H y del sector H2; no obstante,
se trata de piezas poco o nada “típicas”, dos de ellas articulando retoque marginal y retoque plano (H/c7, fig. 42, nº 9;
H2/c6, fig. 42, nº 6), y la tercera, con retoque plano parcial
bilateral, correspondiendo a un elemento de hoz de “estilo”
Neolítico antiguo (H/c7, fig. 38, nº 7). Ausentes en Or Ib, dos
piezas más se contabilizan en Or II, en la capa 4 de H5 y misma capa de H, la primera una gran hoja espesa con retoque
escamoso bilateral, que podría pasar por un gran taladro
(fig. 40, nº 7), y la segunda otra hoja de sílex blancuzco con
retoque plano bilateral total, ésta ya bien típica (fig. 38, nº 5).
Las tres piezas de Or III, que porcentualmente suponen más
de punto y medio de distancia con respecto a Or II (del 0,63
al 2,25%), son también ejemplares típicos, tanto tipológicamente como por la calidad del sílex (Juan Cabanilles, 1997)
y la tipometría y tecnología laminar (García Puchol, 2005;
Fernández, García Puchol y Juan Cabanilles, 2006).9 En definitiva, sólo la hoja con retoque plano bilateral de la capa 4
del sector H, en calidad de pieza típica, estaría fuera del nivel
que en principio le correspondería, siendo su caso irrelevante a efectos de cualquier discusión cronocultural.
7
9
Son en concreto: un fragmento “corto” de hoja con retoque plano bilateral, en sílex marrón oscuro “chocolate” (H5/c2, fig. 39, nº 7); un fragmento medial de hoja espesa con retoque plano-sobreelevado profundo
bilateral, en sílex marrón no melado (H1/c2, no figurado); y una hoja también espesa con retoque plano-sobreelevado bilateral y frente de raspador,
en sílex blanco (H5/c1, fig. 41, nº 8).
Cuando no se indica nada es que no existe significación estadística entre las frecuencias comparadas.
8
Los primeros representan 2 piezas, una con muñón lateral insinuado
(H5/c3, fig. 63, nº 4), y la otra una lasca apuntada por retoque plano bifacial (H/c3, fig. 58, nº 3), aunque posiblemente constituya una punta de flecha así acabada. Remisible al segundo grupo es una hoja con denticulación
regular en un borde y sin lustre de uso, más cerca del concepto formal de
“sierra” que del de “diente de hoz” (H5/c4, fig. 66, nº 6).
236
[page-n-248]
Gráfico 9.- Bloques de índices comparados, por niveles analíticos, de los grupos de utillaje en los sectores H de Or.
Las puntas de flecha comienzan a manifestarse en Or Ib,
con dos piezas: una proveniente de la capa 6 de H3, clasificable entre las armaduras rombo-ojivales de base estrechada
(fig. 45, nº 19), y la otra de la capa 5 de H4, un fragmento indeterminable (no figurado). El número de puntas se duplica
en Or II, distribuyéndose por distintos sectores e indiferentemente por los tramos altos o bajos del nivel: una de pedúnculo y aletas agudas normales –“abetiforme”– en la capa 4 de
H (fig. 52, nº 2); una con muñones laterales insinuados en la
capa 4 de H4 (no figurada); una de aletas rectas en la capa 3
de H5 y otro fragmento, probablemente de punta de aletas
agudas, entre las capas 4 y 5 –estrato de piedras– del mismo
sector (tampoco figuradas). Se trata, evidentemente, de una
muestra de armaduras de variada tipología y con distintas implicaciones cronológicas, como veremos en el siguiente apartado.10 Haciendo abstracción ahora de lo acabado de indicar,
si concediéramos valor absoluto a la posición estratigráfica
de las puntas de flecha en la secuencia de los sectores H, habría de concluirse que éstas aparecen ya en el cardial avanzado (Or Ib) o, si se prefiere, en la fase epicardial/postcardial
(Or II), cronología, por supuesto, no refrendada por ninguna
secuencia neolítica fiable del ámbito mediterráneo más occidental. El problema reside en que la secuencia de los sectores H de Or no es lo suficientemente garante para fijar el
momento preciso de aparición de según qué entidades tipológicas, hecho ya reconocido en su día por Martí a propósito de
las puntas de flecha (Martí et al., 1980: 296-297). A ello no
es ajeno la forma en que se llevó a cabo la excavación de dichos sectores, por capas artificiales de considerable y desigual potencia, y las propias características del depósito
estratigráfico. Estas condiciones, de la excavación y del depósito, deben ser las responsables de la repartición a distintas
profundidades de las armaduras foliáceas, de las que, por otro
lado, es imposible saber si proceden de la parte alta o baja de
capas a veces de más de 20 cm de espesor, integradas en estratos nada horizontales, algunos formados por potentes acumulaciones de piedras que llegan a alcanzar, en ciertas zonas,
más de 60 cm de potencia (cf. los acúmulos desarrollados entre las capas 2 y 6 de H3, o entre las capas 4 y 5 de H5; también en la parte superior de la capa 5 de H4). De un tramo no
precisado de una capa subyacente a este estrato de piedras, la
6 de H3, proviene la punta encontrada a mayor profundidad
en Or (fig. 45, nº 19), considerada –en su momento– por ello,
y por sus características morfotécnicas (una variante romboidal de retoque marginal bifaz), un ejemplo que, si bien aislado, podría abogar por una temprana irrupción de las puntas
de flecha en contextos antiguos del Neolítico, coincidiendo
con lo que parecería ocurrir en otros ámbitos como el italiano y la fase inicial de la “cultura” de los Vasos de Boca Cuadrada como referencia (Martí et al., 1980: 297). Desde la
perspectiva actual, las dudas sobre la posición estratigráfica
de esta pieza son evidentes, y entre otras razones remitimos
10
tipos de muñones laterales (H5/c2, fig. 47, nº 15) y de pedúnculo y aletas
agudas incipientes (H5/c1, fig. 51, nº 12).
Por lo que inciden en la cuestión tipología-cronología, las dos puntas de
Or III, constituyendo un índice apenas superior al de Or II, pertenecen a los
237
[page-n-249]
de nuevo a las indicaciones de las secuencias “cardiales” más
cercanas. Proximidad por proximidad, sólo hay que recalar en
los sectores J de Or, vecinos de los H, donde las armaduras
foliáceas se concentran en las primeras capas superficiales
(ibíd.: 131), a relacionar con nuestro nivel Or III; y lo mismo
sucede en los sectores K (Martí, 1983a), excavados, igual que
los anteriores, de manera más metódica.11
Confrontados los niveles o fases de los sectores H de Or,
las conclusiones que pueden extraerse, en resumen, son las
siguientes:
- Práctica identidad, en cuanto a representación tipológica, sin desequilibrios notables, de Or Ia y Or Ib
(Neolítico antiguo cardial y Neolítico antiguo cardial
avanzado). En ambos, testimonialidad, unida a atipismo o manifiesta intrusión, de los grupos de Neolítico final/Eneolítico (hojas y hojitas con retoque plano
o sobreelevado en Or Ia; puntas de flecha en Or Ib).
- Misma identidad de Or II (Neolítico antiguo epicardial/postcardial) con Or Ia y Ib en lo que respecta a
los grupos de Neolítico antiguo. Mayor variedad y
número aquí, dentro de la testimonialidad, de útiles
de carácter Neolítico final/Eneolítico, marcados aún
por el atipismo y el probable desplazamiento.
- Conservación en Or III del marchamo Neolítico antiguo en sus grupos dominantes, pero no tanto en sus
grupos menores (particularmente taladros y truncaduras). Muy ligera progresión porcentual y mayor tipismo, en una testimonialidad continuada, de los
principales grupos de Neolítico final/Eneolítico (hojas y hojitas de retoque plano o sobreelevado y puntas de flecha). Si algo refleja Or III es el hecho, ya
repetidamente observado, de una intensa ocupación
neolítica antigua de la cavidad y lo esporádico de las
presencias posteriores.
Así pues, la secuencia de los sectores H sería más que nada válida para la caracterización general del utillaje lítico de
talla del Neolítico antiguo en sus fases –sobre todo– iniciales.
Esta caracterización, como ha quedado puesto de manifiesto
(v. tabla 10 a título recordatorio), atiende a un componente
técnico básicamente laminar y a una morfotipología poco estándar. En efecto, las hojas y hojitas con el filo bruto embotado por pequeñas melladuras y descamaciones discontinuas,
por entalladuras y extracciones irregulares más amplias
(muescas y denticulados), o con retoques marginales a menudo parciales, representan una proporción importante de los
útiles (alrededor del 65% considerados Or Ia, Ib y II como un
todo), de la que quedan desfasados los “estereotipos” intrínsecos, esto es, geométricos, truncaduras, taladros y piezas con
11 Esta situación de las puntas de flecha, y en estos sectores, es la misma
para los otros útiles de carácter Neolítico final/Eneolítico, siempre muy
contados (cf. alguna hoja de retoque plano, alguna truncadura oblicua de
gran tamaño, o algún “rectángulo”).
238
base estrechada (poco más del 21%, índice del que la mitad
corresponde a los geométricos), y mucho más aún los estereotipos de “sustrato lejano” como raspadores, buriles y piezas de borde abatido (menos del 2,5%). Tal composición del
utillaje, en sus rasgos esenciales, encuentra correlato en los
conjuntos líticos del Neolítico antiguo europeo, tanto mediterráneos (corriente de las Cerámicas Impresas), como continentales (corriente de la Cerámica de Bandas), y sólo basta
consultar, para su comprobación y para no descender a casos
particulares, los completos Atlas del Neolítico dirigidos por
Kozlowski (1993) y Guilaine (1998), donde se recoge una amplia información sobre la cultura material neolítica y eneolítica, así como las actas de algunos congresos temáticos como el
celebrado en Cracovia en 1985 (VV
.AA., 1987).
Regionalmente ocurre otro tanto, si comparamos los
datos de Or con los de otros yacimientos del Neolítico antiguo de la propia área valenciana o del resto de la vertiente
mediterránea peninsular. La confrontación, desde luego, sólo es posible desde un plano cualitativo en gran parte de los
casos, dada la pobreza de las series líticas con que se suele
contar, a lo que se une la falta muchas veces de un buen estudio y presentación de estas series, la no coincidencia de
criterios en las formalizaciones tipológicas, etc. Con todo, y
aparte de las estaciones vecinas de la Cova de la Sarsa (Asquerino, 1979; Juan Cabanilles, 1984) y la Cova de les Cendres (García Puchol, 2005), la estructura lítica del Neolítico
antiguo de Or, tal como se revela en los sectores H, se identifica bastante bien en yacimientos como por ejemplo la
Cueva de Chaves (Cava, 2000), en el Alto Aragón; La Draga (Palomo, 2000) y Les Guixeres (Mestres, 1987), en Cataluña; o la Cueva de la Carigüela (Martínez, 1985), la
Cueva de Nerja (Pellicer y Acosta, 1986; Cava, 1997) y la
Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Vicent y Muñoz,
1973; Vera, 1999), en la Alta y Baja Andalucía oriental. Estos yacimientos vienen a coincidir con algunos de los que
poseen una buena o aceptable colección de materiales líticos y una buena presentación de los mismos.
Sectores centrales de Ereta
Para estos sectores, la documentación pertinente queda
recogida en la tabla 11 y los gráficos 10 y 11. Las curvas
acumulativas de los grupos tipológicos (graf. 10), al igual
que ocurría con los sectores H de Or, marcan perfiles poco
distanciados para los cuatro niveles analíticos de Ereta, situándose las diferencias significactivas, según el test K-S,
solamente en 0,66 y 2,79 puntos en el mismo grupo de hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado entre EP-I y
EP-II, y EP-I y EP-IV respectivamente.12
,
12
Distancia máxima observada en el primer caso de 11,92 puntos, frente a
una distancia máxima al nivel de significación 0,05 de 11,268310; en el segundo, de 12,48 puntos frente a 9,691349.
[page-n-250]
EP-II
EP-I
Grupo
PF. Puntas flecha
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
N
82
41
%
25,46
12,73
Grupo
PF. Puntas flecha
LR.Lascas retocadas
N
95
38
%
35,71
14,28
LR. Lascas retocadas
EF. Esbozos/preformas foliáceos
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
37
33
31
29
11,49
10,24
9,62
9,00
EF. Esbozos/preformas foliáceos
PE. Piezas filo embotado
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
HRM. H/h retoque marginal
35
22
17
16
13,15
8,27
6,39
6,01
MD. Muescas/denticulados
PA. Piezas astilladas
G. Geométricos
PR. Placas retocadas
20
10
8
8
6,21
3,10
2,48
2,48
MD. Muescas/denticulados
T. Truncaduras
PA. Piezas astilladas
A. Piezas borde abatido
11
11
6
3
4,13
4,13
2,25
1,12
T. Truncaduras
A. Piezas borde abatido
R. Raspadores
P. Perforadores/taladros
7
4
3
3
2,17
1,24
0,93
0,93
G. Geométricos
PR. Placas retocadas
R. Raspadores
P. Perforadores/taladros
3
3
2
1
1,12
1,12
0,75
0,37
2
2
2
322
0,62
0,62
0,62
100
HBE. H/h base estrechada
DH. Sierras/dientes hoz
D. Diversos
Total
1
1
1
266
0,37
0,37
0,37
100
Grupo
PF. Puntas flecha
LR. Lascas retocadas
N
66
40
%
28,69
17,39
Grupo
PF. Puntas flecha
EF. Esbozos/preformas foliáceos
N
184
89
%
36,29
17,55
EF. Esbozos/preformas foliáceos
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
PE. Piezas filo embotado
MD. Muescas/denticulados
39
23
13
10
16,95
10,00
5,65
4,34
LR. Lascas retocadas
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
MD. Muescas/denticulados
PA. Piezas astilladas
66
43
29
24
13,01
8,48
5,71
4,73
HRM. H/h retoque marginal
PA. Piezas astilladas
T. Truncaduras
A. Piezas borde abatido
10
10
9
4
4,34
4,34
3,91
1,73
HRM. H/h retoque marginal
PE. Piezas filo embotado
T. Truncaduras
R. Raspadores
23
15
10
6
4,53
2,95
1,97
1,18
PR. Placas retocadas
D. Diversos
R. Raspadores
P. Perforadores/taladros
2
2
1
1
0,86
0,86
0,43
0,43
D. Diversos
P. Perforadores/taladros
G. Geométricos
A. Piezas borde abatido
4
3
3
2
0,78
0,59
0,59
0,39
230
100
HBE. H/h base estrechada
PR. Placas retocadas
DH. Sierras/dientes hoz
Total
2
2
2
507
0,39
0,39
0,39
100
HBE. H/h base estrechada
DH. Sierras/dientes hoz
D. Diversos
Total
EP-III
EP-IV
G. Geométricos
HBE. H/h base estrechada
DH. Sierras/dientes hoz
Total
Tabla 11.- Recuento tipológico, por grupos y en orden de dominancia, del utillaje lítico de talla
de los sectores centrales de Ereta, según niveles analíticos.
239
[page-n-251]
Gráfico 10.- Curvas acumulativas de los grupos de utillaje en los niveles analíticos de los sectores centrales de Ereta.
Con respecto a los sectores H de Or, todos los grupos tienen aquí representación, más alta o más baja, en todos los niveles, excepto los geométricos, las hojas y hojitas con base
estrechada y las sierras o dientes de hoz en EP-III. Esto significa un estado de mayor diversificación del utillaje a partir
del Neolítico final, por la persistencia de los grupos de Neolítico antiguo. Otro aspecto de contraste es la no repetición
del orden de frecuencia de las principales series en todos los
niveles, salvo las puntas de flecha, que constituyen siempre la
categoría máxima, y las lascas retocadas y esbozos foliáceos,
que siguen a aquellas con este orden en EP-II y EP-III (alternan la posición en EP-IV). Estas tres series de útiles, junto
con las hojas y hojitas de retoque plano o sobreelevado, son
categorías mayores (I>5,88%) en todas las fases, representando en conjunto desde prácticamente el 60% en EP-I al
75% en EP-IV Obviamente, se trata de grupos distintivos del
.
Neolítico final/Eneolítico, lascas retocadas incluidas, puesto
que el mayor peso entre éstas suelen tenerlo los tipos con retoque lateral plano, bifacial o no, y sobre todo con extracciones unifaciales o bifaciales, a relacionar con los primeros
estados morfológicos hacia los esbozos foliáceos y, por consiguiente, hacia las puntas de flecha (v. Apéndice II). El rango de categorías mayores lo ostentan también las piezas con
filo embotado y las hojas y hojitas con retoque marginal en
EP-I y II, y las muescas y denticulados solamente en EP-I, esto es, tres de los grupos de signo Neolítico antiguo. Los demás grupos de esta “tradición” (geométricos, truncaduras,
taladros y hojas u hojitas con base estrechada) son siempre
categorías menores (I<5,88 %), al igual que los de “sustrato
lejano” (raspadores, piezas de borde abatido, piezas astilladas, etc.) y el resto de los exponentes del Neolítico final/Eneolítico (placas retocadas y sierras o dientes de hoz).
240
Las tendencias evolutivas las examinamos asimismo
por grupos “culturales”, comenzando por los dominantes
de carácter Neolítico final/Eneolítico (v. gráfico 11). Las
puntas de flecha, consideradas las cuatro fases de Ereta independientemente, muestran perceptibles desequilibrios internos, de nivel a nivel, con una distancia máxima de unos
10 puntos entre EP-I y II (bastante significativa: χ2=7,2714;
p=0,0070063). Si tenemos en cuenta que EP-IV, en sentido
arqueológico, debe ser una prolongación en parte de EP-III,
sumando los efectivos de ambas fases las armaduras foliáceas experimentarían una progresión notable, como hemos
visto, a partir de EP-I, manteniéndose prácticamente con
respecto a EP-III/IV. Desde esta misma perspectiva, también comportarían progresión las lascas retocadas (ya observable sin ella de EP-I a III), con distancias escalonadas
de cerca de 3 puntos entre EP-I y II, y de apenas 2 décimas
entre EP-II y III/IV. Los esbozos foliáceos, en cambio,
muestran de por sí progresión sin necesidad de aunar EP-III
y IV, con distancia máxima de unos 7 puntos entre EP-I y
IV (bastante significativa: χ2=8,3748; p=0,0038046). Así
visto, lo que pondrían de relieve estos datos es un desarrollo paralelo ascendente de las puntas de flecha y sus esbozos de fabricación. Por su parte, las hojas y hojitas con
retoque plano o sobreelevado ofrecen desequilibrios desde
cualquier perspectiva, el máximo entre EP-I y II, sobrepasando los 6 puntos (desequilibrio descendente significativo:
χ2=6,5895; p=0,010258). De los otros dos grupos “menores” propios del Neolítico final/Eneolítico, las placas retocadas, en sus bajos índices, evidencian regresión desde EP-I
(2 puntos de distancia máxima con respecto a EP-IV, significativa según test de Fisher: p=0,01672), siendo en esta fase en la que hay que situar, al menos por lo que revela la
[page-n-252]
Gráfico 11- Bloques de índices comparados, por niveles analíticos, de los grupos de utillaje en los sectores centrales de Ereta.
Ereta, el momento de máximo aprovechamiento y circulación del sílex tabular en el marco territorial valenciano
(Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006). Las
sierras y dientes de hoz son francamente testimoniales –índices por debajo del 1%– en todos los niveles donde aparecen, con sólo una pieza –de cinco–, procedente de EP-IV,
asimilable a un “diente” sobre lasca en probable proceso de
fábrica (fig. 68, nº 8).
En lo que se refiere a los grupos de Neolítico antiguo,
el hecho más llamativo, sintomático en suma, es el de la regresión que experimentan series tan cualitativas como las
piezas de filo embotado, las hojas y hojitas con retoque
marginal y los geométricos, con distancias máximas entre
EP-I y IV, respectivamente, de más de 6 puntos (altamente
significativa: χ2=16,71; p=4,3541E-05),13 de 4,5 (bastante
significativa: χ2=6,692; p=0,0096847) y de casi 2 (significativa según test de Fisher: p=0,02779). En el caso de los
geométricos, y por el significado que parece revestir, debe
añadirse que su descenso corre parejo con el ascenso de las
puntas de flecha. De acuerdo con esta dinámica, no debe carecer de sentido el que las armaduras geométricas se hallen
ausentes en EP-III, como tampoco sería anecdótica su esporádica presencia –mejor práctica ausencia– en los contextos
domésticos y sepulcrales del Horizonte Campaniforme de
Transición (Bernabeu, 1984), al que se asimilaría EPIII/IV.14 Frente al retroceso de los grupos anteriores, las
muescas y denticulados, categoría mayor en EP-I y a muy
poco de serlo en EP-IV, presentan desequilibrios poco acusados en cualquier estimación (2 puntos de distancia máxima, en principio, entre EP-I y II, y de apenas 1 punto entre
EP-II y EP-III/IV), igual que ocurre con las truncaduras,
que marcan el mismo tipo de desequilibrios (2 puntos de
distancia máxima entre EP-II y EP-IV, y de 1 punto y medio entre EP-II y EP-III/IV). Finalmente, de los taladros y
de las hojas y hojitas con base estrechada, y de otros útiles
ya de viejo “sustrato” como raspadores y piezas de borde
abatido, el único comentario que puede hacerse es el de la
escasa o muy escasa entidad que revisten en los niveles de
la Ereta. Solamente las piezas astilladas alcanzan una relativa representación (un máximo del 4,73% en EP-IV) en
contraste con lo manifestado en las fases de Neolítico antiguo de Or.
13
de inmediato la validez “cronocultural” de uno de ellos, un rectángulo de la
capa 1 de BC-IV/IV-65 (fig. 23, nº 11); los dos restantes, un trapecio simétrico y otro asimétrico (fig. 19, nº 1 y 17), provienen, sin ninguna otra posibilidad de concreción, de las “capas superficiales” de CD-III/VI-64,
equivalentes a las dos o tres primeras capas de otros cuadros y que comprenden, por tanto, todo el espesor del nivel.
El número resultante para la probabilidad p, tal como lo presenta el programa PAST, está en notación exponencial científica. E-05 indica que hay que
mover el decimal cinco posiciones a la izquierda (4,3541E-05 = 0,000043541).
14 Por la contradicción que podrían entrañar, los tres únicos geométricos de
EP-IV hay que valorarlos estratigráficamente en un nivel que, sobre todo en
sus primeros tramos, reúne materiales de capas revueltas o formadas por depósitos de tierras extraídas de otros sectores de excavación. Esto restringe
241
[page-n-253]
Resumiendo los datos, la secuencia lítica de la Ereta
vendría marcada en lo esencial por un progresivo aumento
de las puntas de flecha y sus esbozos y desechos de fabricación, por una relativa estabilidad de las hojas y hojitas de
retoque plano o sobreelevado, y por una gradual pérdida de
significación de los grupos de Neolítico antiguo. Dicha secuencia, la más completa con que se cuenta en la actualidad, se erige como un buen modelo evolutivo –por
supuesto a escala regional– para el utillaje de talla de las
etapas comprendidas entre el Neolítico final y los inicios
de la Edad del Bronce. En cualquier caso, su efectividad
para la ordenación cronocultural, o como un elemento más
a tener en cuenta para esta ordenación, deberán ponerla a
prueba los correspondientes análisis comparativos.
Geométricos
Las frecuencias absolutas y relativas de las clases morfotipológicas en que se han agrupado los geométricos de
los sectores H de Or y sectores centrales de Ereta, según
los respectivos niveles analíticos, se presentan en la tabla
12. Su expresión mediante bloques de índices –a partir de
las frecuencias relativas– se ofrece asimismo en el gráfico
12, aunque sólo para la muestra de Or, la más completa y
con mayores efectivos. Los índices porcentuales se dan redondeados por defecto o exceso, atendiendo al valor inferior o superior a 50 de los dos primeros decimales. Las
clases de agrupación son las siguientes:
- Segmentos: G1, G2.
- Triángulos: G3, G4.
- Trapecios de lados rectilíneos (simétricos y asimétricos): G5, G6, G7.
- Trapecios de lado(s) cóncavo(s): G8, G9.
- Trapecios de lado(s) convexo(s): G10.
- Trapecios rectángulos: G11, G12, G13.
- Trapecios de bases desplazadas: G%, G15, G16.
- Trapecios con base pequeña retocada: G17.
- Rectángulos: G18, G19.
DIACRONÍA PARTICULAR DE GEOMÉTRICOS Y
PUNTAS DE FLECHA
El segundo ejemplo pretende mostrar la evolución de
dos grupos tipológicos muy específicos y significativos
como son los geométricos y las puntas de flecha. Hemos
elegido estos grupos por dos razones: la primera, porque
incluyen útiles con fuerte carga morfotécnica (alto grado
de conformación), por tanto, con gran contenido “estilístico” y consiguientemente “cultural”; y la segunda, porque
dichos útiles son los que suelen experimentar los cambios
o “mutaciones” formales más acelerados, erigiéndose por
ello en un valioso elemento para la cesura cronológica, es
decir, para fijar o corroborar fases en una secuencia general. Con respecto a esto último, es obvio que el análisis individualizado de geométricos y puntas de flecha permite
mayores precisiones que las que puedan aportar los meros
grupos tipológicos globalmente tratados.
Clase
G1,
G2
G3,
G4
5
1
G5,
G6,
G7
30
(8 %)
(2 %)
(49 %)
Nivel
Or Ia
Or Ib
Or II
Or III
EP I
EP II
Centrándonos en los sectores H, la primera observación
a realizar es que no todas las clases de geométricos se encuentran representadas en todos los niveles. El cuadro más
completo lo proporciona Or II, donde solamente faltan los
trapecios rectángulos. Avanzaremos, ya de inicio, que los estados de presencia/ausencia tienen que ver con la entidad
cronocultural de las clases concernidas (las existentes aquí,
en unos niveles, y las inexistentes allá, en otros niveles), implicando de forma más directa, en una secuencia como la de
G8,
G9
G10
20
3
(33 %)
(5 %)
3
2
21
24
2
(5 %)
(4 %)
(37 %)
(43 %)
(4 %)
5
2
12
7
3
(15 %)
(6 %)
(35 %)
(21 %)
(9 %)
1
(7 %)
1
(12 %)
1
(33 %)
-
5
1
(33 %)
(7 %)
4
(50 %)
-
-
EP III
-
-
EP IV
-
-
2
(67 %)
1
-
G11,
G12,
G13
2
(13 %)
1
(12 %)
G14,
G15,
G16
1
G17
(2 %)
(2 %)
-
1
4
(7 %)
Total
-
61
-
56
1
3
1
(3 %)
(9 %)
(3 %)
-
1
5
(7 %)
(33 %)
2
(25 %)
1
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
(33 %)
G18,
G19
(33 %)
34
15
-
8
-
3
1
(33 %)
3
Tabla 12.- Frecuencias de los geométricos, agrupados por clases tipológicas, en los niveles analíticos de Or y Ereta (G1, G2: segmentos; G3, G4:
triángulos; G5, G6, G7: trapecios lados rectilíneos; G8, G9: trapecios lado(s) cóncavo(s); G10: trapecios lado convexo; G11, G12, G13: trapecios
rectángulos; G14, G15, G16: trapecios bases desplazadas; G17: Trapecios base pequeña retocada; G18, G19: rectángulos).
242
[page-n-254]
Or que es básicamente la del Neolítico antiguo, a las clases
que pueden catalogarse propias del Neolítico final/Eneolítico. Considerados los valores de frecuencia (v. tabla 12), los
trapecios de lados rectilíneos, simétricos o asimétricos, son
la categoría dominante en prácticamente todos los niveles,
compartiendo rango con los rectángulos en Or III y apenas
por detrás de los trapecios de lado(s) cóncavo(s) en Or Ib, éstos a su vez la segunda categoría en Or Ia y II. Ambas clases
de trapecios, sumadas y con respecto al total de geométricos,
suponen del 40% en Or III al 82% en Or Ia (56% en Or II y
80% en Or Ib). Las restantes clases de trapecios son categorías menores (I<11%) en los cuatro niveles, al igual que los
triángulos. Únicamente los segmentos, en Or II, y los rectángulos, en Or III, alcanzan la condición de categoría mayor (I>11%), si bien hay que tener en cuenta la disminución
total de efectivos en estos niveles, sobre todo en Or III. Los
trapecios, pues, en su conjunto, constituyen la forma geométrica dominante en toda la secuencia neolítica de los sectores H, con índices que van del 60% en Or III al 90% en Or
Ib y Ia, pasando por el 76% en Or II; un peso tipológico que
se observa casi por igual en cualquiera de los sectores excavados de la Cova de l’Or.
En cuanto a las tendencias evolutivas, éstas hay que
valorarlas, como apuntábamos anteriormente, en base a los
estados de presencia/ausencia de las distintas clases de geométricos según las fases, o, lo que es lo mismo, en base a la
posición que ocupan en la secuencia “general”; es aquí, por
supuesto, donde habremos de hacer intervenir los datos de
Ereta, aunque sólo sea por su valor indicativo. Empezando
por los segmentos, su presencia se revela “constante” (valga
la proporcionalidad numérica) en todos los niveles de los
sectores H de Or, con una evidente “concentración” en aquellos que corresponden a los tramos medios y bajos de la secuencia estratigráfica (Or II a Ia). En esta situación, Or II
parece representar –porcentualmente hablando– el momento
de mayor desarrollo de los segmentos (v. gráfico 12), circunstancia avalada por los datos de otros sectores de Or, los
J y K, donde dichos morfotipos, también en un escaso número, comparecen solamente en las capas medias (Martí et
al., 1980; Martí, 1983a). La persistencia de los segmentos en
la secuencia posterior quedaría confirmada por su constatación en las dos primeras fases de Ereta, así como en otros yacimientos valencianos del Neolítico final/Eneolítico.15
Gráfico 12.- Bloques de índices comparados, por niveles analíticos, de los geométricos de los sectores H de Or.
15
El caso más significativo sería el del poblado “campaniforme” de Arenal de la Costa, cuya muestra lítica cuenta con tres “medias lunas” de
doble bisel (Pascual Benito, 1993; García Puchol, 2005). Dada la cronología en principio “avanzada” de estas piezas, adscritas a unos momentos
–post EP-II– para los que se ha postulado una rarificación de las formas
geométricas de acuerdo con la secuencia de Ereta y los datos de otros lu-
gares de habitación y de enterramiento campaniformes, cabe preguntarse si en realidad –tales piezas– representan una pervivencia de los geométricos como armaduras de flechas o azagayas (función que debe
desaparecer con la introducción progresiva de las puntas foliáceas) o como elementos constitutivos de otros tipos de útiles no relacionados con
el armamento.
243
[page-n-255]
Otras clases de geométricos con la misma constancia en
la repartición que los segmentos son los trapecios de lados
rectilíneos, de lado(s) cóncavo(s) o con la base pequeña retocada, que permanecen igualmente en los niveles iniciales
de Ereta. Una distribución un poco más restringida la presentan los triángulos y los trapecios de lado(s) convexo(s), ausentes en los tramos superiores de la secuencia de los sectores
H y, sintomáticamente, en los tramos inferiores de Ereta. Respecto a los triángulos, hay que anotar su escasa representación y su carácter de piezas poco típicas: fuera de los
sectores H, en Or sólo se documenta un ejemplar más en la
capa 2A de J4 (Martí et al., 1980), y su número y calidad formal no es mayor en otros yacimientos regionales del Neolítico antiguo.16 Los triángulos, pues, no parecen ser una
forma geométrica como tal buscada en los contextos neolíticos que materializan Or y otras estaciones de su entorno, pudiéndose explicar como “desviaciones” morfológicas dentro
de la intrínseca producción de trapecios (o de segmentos, si
reparamos en el triángulo de vértice redondeado y retoque
en doble bisel de H5/c4 –fig. 18, nº 17–).
La situación opuesta a triángulos y trapecios de lado(s)
convexo(s) la manifiestan los trapecios rectángulos y los
rectángulos en sí, sólo presentes en los tramos superiores de
los sectores H. Los primeros siguen documentándose en la
fase inicial de Ereta (un ejemplar en EP-I), mientras que los
segundos lo harían fuera de su previsible nivel o tramo estratigráfico (un único ejemplar también en EP-IV al que nos
,
hemos referido anteriormente y sobre este mismo particular). Volviendo a Or, la posición de los rectángulos que se revela en los sectores H la corrobora de nuevo otro ejemplar
procedente de la capa 2 de J5 (Martí et al., 1980). Es esta posición estratigráfica de los rectángulos y trapecios rectángulos la que les confiere, sin duda, todo su valor “tipológico”,
todo el carácter de indicadores cronoculturales, en tanto que
formas a considerar distintivas del Neolítico avanzado o final. En el caso específico de los trapecios rectángulos concurre, además, el hecho de ser el tipo dominante entre los
geométricos que componen los ajuares líticos en las cuevas
de enterramiento precampaniformes (Soler Díaz, 2002, II:
30), constatación que paliaría las objeciones derivadas de su
escasa entidad numérica en Or o Ereta. Hecha esta afirmación, lo que no reflejan en cambio ni Or ni Ereta es que los
trapecios de bases desplazadas también revisten el mismo
carácter de marcadores cronoculturales, según se desprende
otra vez de los datos de los contextos funerarios. En Ereta, el
no reflejo apuntado es por ausencia; en Or, sin embargo, por
la presencia de esta clase de trapecios en dos niveles o tramos estratigráficos no “convenientes”. Sobre los ejemplares
de los sectores H, cabe señalar que se trata de dos únicas piezas (una de Or Ia –H2/c6, fig. 22, nº 21–, y otra de Or II
–H5/c4, fig. 23, nº 1–) que no desentonarían en los niveles
donde aparecen si se las contemplara como formas fortuitas
dentro de la variabilidad de los trapecios del Neolítico antiguo (tipos de lado cóncavo); por otra parte, se encuentran
elaborados sobre soportes laminares de tipometría más propia de las fases neolíticas iniciales que de las finales.
Otro aspecto interesante a valorar es el de la tecnología
de fabricación de los geométricos, referida más en particular
a las modalidades de retoque de los dorsos (segmentos) o
truncaduras (triángulos, trapecios, rectángulos). En la tabla
13 se da el simple recuento (núm. de efectivos o frecuencias
absolutas), por tipo/clase y para cada nivel analítico de Or y
Ereta, de los geométricos con “retoque bidireccional sobrepuesto”. Bajo este apelativo genérico incluimos el “doble
bisel” estricto (sobreposición –obviamente en un mismo lado y en direcciones opuestas– de dos retoques simples u
oblicuos marginales, de dos retoques planos también marginales, o de un retoque simple marginal y otro plano profundo –cf. doble bisel invasor–), y el doble bisel en sentido
amplio (sobreposición de un retoque abrupto o semiabrupto y otro retoque simple marginal, o plano marginal, o plano profundo). Los tipos/clase de geométricos que se
reflejan en la tabla (las correspondencias se indican al pie
de la misma) son los individualizados en el repertorio general a partir del criterio de presencia de alguna de las modalidades de retoque bidireccional.
Una rápida ojeada a la tabla basta para comprobar la poca incidencia de estos retoques en los geométricos de Or –sobre todo– y Ereta. Con la referencia de los datos totales
expresados en la tabla 12, los especimenes con retoques bidireccionales apenas pasarían del 8% en Or Ia o del 7% en Or
Ib, sin llegar en Or II al 6%; en Or III se acercarían al 27%,
pero este porcentaje sería poco indicativo en un nivel ya con
contados efectivos y marcado, en lo general, por una mayor
“mixtura” arqueológica (lo resaltable, de todos modos, es que
en Or III los retoques bidireccionales se manifiestan prácticamente sobre los rectángulos, una de las formas distintivas,
como hemos visto, del Neolítico avanzado).17 La misma escasez de efectivos de Ereta impide también cualquier consideración sobre los índices de retoque bidireccional, a no ser
la de la continuidad tecnológica que éstos revelan, tanto en
formas de “viejo” cuño (segmentos de EP-I y EP-II), como
de “nuevo” (trapecio rectángulo de EP-I).
En Or, el retoque en cuestión se da preferentemente sobre segmentos, en la modalidad casi exclusiva del doble bisel estricto; no obstante, los segmentos de retoque abrupto
son “mayoritarios” en tres de los cuatro niveles, siendo la
excepción Or Ia (aquí, 3 segmentos de doble bisel por 2 de
retoque abrupto, mientras que en Or Ib, 1 por 2, y en Or II,
1 por 4). Los retoques bidireccionales afectan a las restantes clases de geométricos, aunque de manera aún más esporádica (salvando los rectángulos) y en las otras técnicas
16 En la Cova de la Sarsa, p.e., apenas hay reconocido un triángulo entre
los materiales líticos recuperados en las excavaciones de Asquerino (1979);
y una única pieza también, bastante “atípica”, se ha señalado en la Cova de
les Cendres (García Puchol, 2005: 198).
17 Abundando en la pobre representación del “doble bisel” en Or, hay que
indicar que esta técnica no se ha atestiguado en los geométricos de los sectores J y K (Martí et al., 1980; Martí, 1983a).
244
[page-n-256]
Clase
Nivel
Or Ia
Or Ib
Or II
G2
G4
G7
G9
G13
G16
G19
Tot
3
1
1
1
1
-
2
2
-
-
-
-
5
4
2
Or III
-
-
1
-
-
-
3
4
EP I
EP II
1
1
-
-
-
1
-
-
-
2
1
EP III
EP IV
-
-
-
-
-
-
-
-
Tabla 13.- Frecuencias absolutas de los geométricos de retoques bidireccionales en los niveles analíticos de Or y Ereta
(G2: segmentos; G4: triángulos; G7: trapecios lados rectilíneos; G9: trapecios lado(s) cóncavo(s); G13: trapecios rectángulos;
n
G16: trapecios bases desplazadas; G19: rectángulos).
G
G
diferentes del doble bisel estricto (exceptuando también el
triángulo de vértice redondeado de Or II, forma cercana a
los segmentos o incluible en su variabilidad). Los trapecios
con estos retoques, normalmente presentando truncaduras
abruptas o semiabruptas complementadas por extracciones
simples o planas, suponen apenas 6 piezas en el conjunto
de los niveles de los sectores H de Or (4,2% del total de esta clase morfológica), restringidos a los tipos de lados rectilíneos y de lado(s) cóncavo(s). En cualquier caso, los
trapecios de estas características no son extraños en los conjuntos líticos del Neolítico antiguo de la vertiente mediterránea peninsular, principalmente de su mitad norte, y en
mayor o menor número se documentan en yacimientos como la Cova de les Cendres (García Puchol, 2005), Les Guixeres (Mestres, 1987), La Draga (Palomo, 2000) o la Cueva
de Chaves (Cava, 2000).
No hace falta extenderse más para poner de relieve el
uso preferencial del retoque abrupto en la elaboración de
los geométricos de Or. Recordaremos (v. Cap. III, Geométricos, comentarios sobre los distintos tipos) que en los trapecios, y según de donde se haga partir el retoque, las
truncaduras pueden ser directas o inversas bilaterales (éstas
más raramente), y a menudo también alternas (directa en un
lado e inversa en el otro); en los triángulos, pese a su reducida muestra, se observan las mismas direcciones, faltando
la alterna en los rectángulos; y en los segmentos, los dorsos
pueden estar conformados por retoque alternante (directo
e inverso en articulación continua), además del directo
más corriente. Lo que no se constata en los geométricos
del Neolítico antiguo es el retoque abrupto cruzado o bipolar, en cierta manera una suerte de retoque “bidireccional”. Sin embargo, esta modalidad de retoque es bastante
frecuente en geométricos del Neolítico final/Eneolítico,
aplicado a las truncaduras mayores oblicuas de trapecios
rectángulos y de bases desplazadas.18 En este sentido, pues,
el retoque abrupto cruzado constituiría un carácter más de
estilo, otro indicador cronocultural, a relacionar con las etapas neolíticas finales.19
En una consideración de la tecnología de los geométricos aún habremos de referirnos, muy brevemente, a la técnica de microburil. Sólo para hacer memoria de nuevo (v. Cap.
III, Diversos, Microburil) que, como procedimiento de fractura de los soportes laminares en el proceso de fabricación
de las armaduras geométricas, esta técnica no ha sido empleada en el contexto industrial general representado en la
Cova de l’Or. Tal desafección ha sido verificada también en
los yacimientos del Neolítico antiguo arriba citados, siendo
una constante en otros ámbitos mediterráneos próximos y
para el mismo horizonte cultural (v., p.e., Binder, 1987). Lo
sugerente, empero, es que la técnica de microburil será retomada en el Neolítico final, según confirman ciertos datos de
yacimientos valencianos (García Puchol y Molina, 1999) y
de otras áreas peninsulares (v. Juan Cabanilles y Martí,
2002: 67),20 es decir, unos tres mil o dos mil quinientos años
18 Esta información no proviene de los geométricos de estos tipos pertenecientes a las colecciones de Or y Ereta estudiadas, dados sus escasos testimonios (2 trapecios rectángulos en Or III y 1 en EP-I), sino de la revisión
no exhaustiva de otras series de materiales guardadas en el Museo de
Prehistoria de Valencia, en concreto de la misma Ereta (excavaciones de los
años 40) y de la Cova de la Pastora (v. Soler Díaz, 2002, I: 336-337). De este último yacimiento es una de las piezas utilizadas para la ilustración del
tipo “trapecio rectángulo con lado menor rectilíneo o cóncavo” (fig. 22,
nº 8), de la que se destaca en el propio dibujo el carácter cruzado del retoque abrupto de su truncadura mayor.
19
No hay que olvidar que la misma técnica volverá a ser utilizada, si no se trata de una pervivencia, en el Bronce inicial, destinada a la preparación de los dorsos de los dientes de hoz (v. Cap. III, apartado dedicado a este grupo de útiles).
20 Además de en la clásica estación almeriense de El Garcel (Gosse, 1941;
Acosta, 1976), se han señalado microburiles en algunos yacimientos de superficie del entorno de Ciudad Real atribuidos al Eneolítico sensu lato
(Vallespí et al., 1987); por otro lado, restos de ápices triédricos, relacionados con la técnica de microburil, han sido observados en geométricos (especialmente trapecios) procedentes de niveles del Neolítico reciente
andaluz, de sepulcros de fosa catalanes y de sepulcros megalíticos del valle del Ebro (Cava, 1997: 276).
245
[page-n-257]
después de su momento de máxima aplicación en estadios
iniciales o ya avanzados, según las zonas, del EpipaleolíticoMesolítico reciente.21
La estructura geométrica del Neolítico antiguo de Or,
que es de la que en esencia informan las fases Or Ia, Ib y II
de los sectores H, puede confrontarse con la de otros yacimientos del ámbito mediterráneo peninsular, regionales o extrarregionales, pertenecientes a la misma “tradición cultural”.
En la tabla 14 se muestran las frecuencias de los geométricos,
agrupados por clases morfológicas básicas, de algunos de estos yacimientos; son fundamentalmente aquellos con los que
ya se han venido comparando aspectos puntuales, ejercicio
que facilita, obviamente, la existencia de una mínima muestra “geométrica” y la aceptable presentación de la misma (recuentos tipológicos, descripciones morfotécnicas, etc.).22
En la misma tabla se indica entre paréntesis, al lado de las
frecuencias absolutas, el número de piezas con retoque en doble bisel s.l. (doble bisel estricto y otros retoques bidireccionales sobrepuestos). El conjunto geométrico de la Cova de la
Sarsa corresponde a la suma de los efectivos de la colección
Ponsell (Juan Cabanilles, 1984) y la colección “Asquerino”
(1979). Esto no supone ninguna inconsistencia ya que se trata en ambos casos de materiales sin estratigrafía, recuperados
en un yacimiento que sólo atestigua ocupaciones del Neolítico antiguo (v. Juan Cabanilles, 1984: 52). La muestra de la
Cova de les Cendres se atribuye globalmente al Neolítico I
(según la sistematización de Bernabeu [1989], equivalente al
Neolítico antiguo s.l. –cardial, epicardial, postcardial–), y su
escasa entidad puede deberse al hecho de proceder de un área
interior de la cueva marcada estratigráficamente por una sucesión de niveles de corral a partir del Neolítico antiguo epicardial (v. Bernabeu, Fumanal y Badal, 2001). Del
asentamiento al aire libre de Les Guixeres se presentan por
separado sus tres niveles de excavación (Mestres, 1987), adscritos al Neolítico antiguo cardial, epicardial y antiguo evolucionado (=postcardial, definido aquí por el predominio de
las cerámicas peinadas). La muestra del poblado lacustre de
La Draga se relaciona también en su globalidad con el cardial
reciente y epicardial (v. Bosch, Chinchilla y Tarrús, coords.,
2000); la de la Timba del Barenys con el epicardial y postcardial (Miró, 1996); y la de Alonso Norte con el epicardial.
Por último, los dos niveles de la Cueva de Chaves se atribuyen al cardial pleno (Ib) y cardial reciente (Ia).
De la tabla 14 se extraen las siguientes lecturas, que comentaremos simultaneando los datos de Or (tablas 12 y 13):
-
-
-
-
- La tríada trapecios-segmentos-triángulos es recurrente desde los momentos iniciales del Neolítico
21
Para el marco valenciano, el estadio en cuestión caería dentro de la fase
B epipaleomesolítica definida en su día por Fortea (1973), con el buen exponente que supone la secuencia industrial de la Cueva de la Cocina: nivel
Cocina I (=fase A; 2,58% de microburiles) frente a Cocina II (=fase B;
45,34% de microburiles).
246
22
antiguo (fase cardial), como revelan de forma más
expresa Les Guixeres y sobre todo Chaves (el segmento y el triángulo de Cendres, aparte de su “atipismo”, provienen de los tramos superiores de la
secuencia del Neolítico antiguo de este yacimiento
[García Puchol, 2005: 198], toda vez que el grueso
de materiales se concentra en los tramos inferiores;
y los mismos tipos de Sarsa, aunque podrían corresponder al cardial antiguo, carecen de la precisión
estratigráfica exigible). Or Ia confirmaría esta recurrencia (tabla 12).
Dentro de la tríada formal señalada, los trapecios
constituyen la clase dominante, a mayor o menor distancia de los segmentos/triángulos, en todos los conjuntos o niveles del cardial antiguo o pleno (Sarsa,
Cendres, Guixeres NA card, Chaves Ib), y del cardial
reciente/epicardial en el caso de La Draga. En Or, esta dominancia se mantiene en todos sus niveles, encontrando correspondencia, otra que La Draga, en
Guixeres NA evol, si bien la muestra geométrica de
este nivel es poco representativa (mucho menos la de
Guixeres NA epi).
Los segmentos y triángulos tienen poca entidad en
los yacimientos cardiales del núcleo central valenciano (incluido Or en todos sus niveles); circunstancia
que se repite en las estaciones catalanas de Les Guixeres (a cualquier efecto sólo NA card, aunque su
porcentaje de triángulos podría ser significativo) y La
Draga (aquí con ausencia total de triángulos). La cara opuesta la ofrecen Chaves, en sus dos niveles (en
Ia fallarían, empero, los triángulos), y los conjuntos
epicardial y epicardial/postcardial de Alonso Norte y
Timba del Barenys.
El doble bisel estricto y las otras modalidades de retoque bidireccional sobrepuesto comparecen desde
el inicio mismo del Neolítico antiguo, afectando a
una u otra clase de geométricos (de la tríada básica),
o a todas, en todos los yacimientos con niveles remisibles a esta fase, Or inclusive (tabla 13). La misma
afectación acontece en las fases posteriores.
Los rectángulos constituyen una particularidad de Les
Guixeres, reforzando, con su presencia en el nivel NA
evol, el carácter de piezas “avanzadas” que cabía atribuirles por su posición en la secuencia de Or.
En definitiva, y teniendo en cuenta la representatividad de las respectivas muestras (extrema para los niveles NA epi y NA evol de Les Guixeres), las
Esta posibilidad de comparación –de la estructura geométrica– es menor o nula con otras estaciones emblemáticas del Neolítico antiguo mediterráneo como puedan ser Carigüela, Nerja o Murciélagos de Zuheros, bien
por la ausencia de geométricos en las series líticas estudiadas –cf. Carigüela (Martínez, 1985), o Murciélagos (Vicent y Muñoz, 1973; Gavilán,
1991)–, o bien por su débil representación –cf. Nerja (Pellicer y Acosta,
1986; Cava, 1997).
[page-n-258]
Yacimiento
Nivel
Sarsa
col. Asquerino+Ponsell
Cendres
NI
Guixeres
NA cardial
Guixeres
NA epicardial
Guixeres
NA evolucionado
Draga
Card. reciente/epicard.
Barenys
Epicardial/postcardial
Chaves
Ib
Chaves
Ia
Alonso Norte
Epicardial
Segmentos
Triángulos
Trapecios
Rectángulos
2 (1)
1
12 %
6%
14 (?)
82 %
-
1
1
9 (3)
8%
8%
4 (4)
17 %
75 %
18 (6)
78 %
-
-
-
-
3
43 %
2
29 %
1
4%
1 (1)
100 %
2 (1)
29 %
3 (3)
18 %
20 (11)
59 %
12 (12)
27 %
12 (12)
80 %
20 (14)
61 %
-
5 (?)
15 %
13 (8)
30 %
1 (1)
7%
8 (8)
24 %
14 (3)
82 %
9 (?)
26 %
17 (12)
39 %
2
13 %
5
15 %
-
-
Total
17
12
23
1
7
17
34
44
15
33
Fuente
Asquerino, 1979;
Juan Cabamilles, 1984
García Puchol, 2005
Mestres, 1987
Mestres, 1987
Mestres, 1987
Palomo, 2000
Miró, 1996
Cava, 2000
Cava, 2000
Benavente y Andrés,
1989
Tabla 14.- Frecuencias de los geométricos, por clases morfológicas básicas, en algunos yacimientos del Neolítico antiguo de la
vertiente mediterránea peninsular. Entre paréntesis, el núm. de piezas, entre las contabilizadas de la clase, con retoques
bidireccionales sobrepuestos (doble bisel s.s. y s.l.). El interrogante indica el no detalle de las piezas de “doble bisel” por el autor
(en el caso de la Cova de la Sarsa el signo va referido a la colección “Asquerino”; en la Timba del Barenys, la existencia de
triángulos y trapecios con esta técnica es manifiesta según las ilustraciones de la publicación referenciada).
diferencias que se observan entre yacimientos –consideradas las primeras fases neolíticas– son más de
orden cuantitativo que cualitativo. Con independencia del significado que estos desequilibrios de número puedan tener, lo que queremos decir es que las
mismas clases de geométricos se encuentran presentes en todos los yacimientos (algunos tipos individuales pueden ser más restrictivos; p.e., los
triángulos isósceles con o sin lados cóncavos y retoque en doble bisel, existentes en Chaves Ib y Guixeres NA card), y por supuesto las mismas técnicas de
fabricación y conformación, aspecto que creemos
aún más significativo.
Más allá de estas lecturas tipológicas y tecnológicas inmediatas, un hecho importante a resaltar es la evolución geométrica que manifiesta Chaves en sus dos niveles,
concretada en el descenso porcentual drástico de triángulos
y trapecios de Chaves Ib a Ia y la implantación de los segmentos como clase dominante en Ia (cardial reciente). Esta
tendencia y situación estructural a que lleva la refrendarían
los conjuntos “epicardiales” de Alonso Norte y Timba del
Barenys, posteriores a Chaves Ia y con un mismo predominio de los segmentos sobre los trapecios y triángulos, éstos
últimos correspondiendo en gran parte a los tipos de vértice
redondeado y con retoque en doble bisel, formas que, como
ya hemos apuntado en varias ocasiones, deben entrar en la
variabilidad de los propios segmentos. En esta línea de refrendo resulta complicado incluir el nivel también epicardial
de Les Guixeres, aunque no deja de ser curioso que el único
geométrico aquí documentado sea un segmento de doble bisel. La tendencia descrita, sin embargo, no la reflejan otros
conjuntos como el de La Draga, de carácter cardial reciente/epicardial, por tanto, más cercano a Chaves Ia. Y tampoco lo hace Or, la otra referencia básica para el desarrollo
geométrico en el Neolítico antiguo, donde pese a observarse
un perceptible aumento porcentual de los segmentos desde
el nivel cardial avanzado al epicardial s.l. (del 5% en Or Ib
al 15% en Or II –v. tabla 12–), se trata de un incremento sin
relevancia estadística (p=0,1487 según test de Fisher). Dejando de lado, pues, lo que puedan significar los casos discordantes de La Draga y Or, creemos que el modelo
geométrico para el epicardial que definen Alonso Norte y
Timba del Barenys, con base en la evolución que patentiza
Chaves en sus dos niveles cardiales,23 es válido territorial-
23
El aumento en 53 puntos del porcentaje de segmentos, de Chaves Ib a
Ia, supone una distancia altamente significativa en términos estadísticos
(χ2=12,888; p=0,00033069).
247
[page-n-259]
mente no sólo para el cuadrante noreste peninsular, sino para otras áreas fuera de este espacio.24
El geometrismo posterior a la fase epicardial, el que debe corresponder a la última etapa del Neolítico antiguo (NA
evolucionado o postcardial), es más difícil de concretar con
los datos de los yacimientos analizados. Valgan, con todo,
las indicaciones del nivel NA evol de Les Guixeres, y de
una parte de los niveles Or II y III, para postular una continuidad de los segmentos, una reactivación de los trapecios
(en los ámbitos en que habrían perdido vitalidad, no en el
centro-sur valenciano) y el despegue de nuevas formas
como los rectángulos, tipos éstos, por lo demás, nada “universales”. Todo esto en los ambientes más mediterráneos.
Después del Neolítico antiguo, el panorama se vuelve aún
más complejo para según qué regiones (el país valenciano
por ejemplo), debido a la falta de buenas series líticas en secuencia estratigráfica e incluso en conjuntos no estratificados. En el entorno valenciano, el geometrismo del Neolítico
medio/final, el de la fase de “cerámicas esgrafiadas” (NIIA
en el esquema de Bernabeu; v. cuadro 24), no debe diferir
del señalado para la fase postcardial (NIC o de “cerámicas
peinadas”), siendo aquí, en el momento de las cerámicas esgrafiadas, donde hay que situar el “auge” de los rectángulos. Al Neolítico final/Eneolítico (NIIB1 y 2), la última
etapa del desarrollo geométrico, corresponde la postrera
“expansión” de los trapecios, con sus singulares tipos rectangulares y de bases desplazadas; una expansión que delatan sobre todo los contextos sepulcrales precampaniformes
(Soler Díaz, 2002), más que los propiamente domésticos.
En todo este último trayecto recorrido, los segmentos, y en
concreto los de doble bisel, se muestran como una clase tipológica superviviente que llega hasta los mismos tramos
finales, como ponen de manifiesto los especimenes de Ereta del Pedregal (fases I y II), de Arenal de la Costa (Pascual
Benito, 1993) y, saliéndonos del marco valenciano, el significativo conjunto del yacimiento murciano de La Borracha
II (Gil González, 2000).
La mención a los segmentos y al doble bisel permite una
última consideración a propósito de esta técnica de fábrica
geométrica que atañe a la problemática de su cronología inicial y filiación. En los términos actuales, tal problemática
–si puede hablarse así de ello– arranca de la valoración de la
técnica de doble bisel realizada por Fortea (1973: 456-459
y 467-468) en su clásica tesis sobre los complejos microlaminares y geométricos del Epipaleolítico mediterráneo español, en tanto que presente en determinados contextos
industriales de la facies geométrica de tipo Cocina definida
en la secuencia estratigráfica del yacimiento epónimo. Di-
cho autor, basándose en que el doble bisel aparecía en el nivel superior de dicha secuencia (Cocina IV), asociado a cerámicas peinadas y a alguna punta de flecha foliácea, y en
que la precariedad con que lo hacía (sobre un único triángulo de vértice redondeado) la paliaban otros yacimientos y
conjuntos asimilables a esta fase final (Llatas, Casa de Lara,
etc.), concluía que la utilización masiva de este tipo de retoque era “signo de una cronología neolítica evolucionada y
eneolítica en los yacimientos con componente geométrico de
ascendencia epipaleolítica” (ibíd.: 458).
El subrayado era necesario en la medida que el doble
bisel también se documentaba en los niveles del Neolítico
antiguo de la Cova de l’Or, yacimiento que representaba
una “tradición” cultural mediterránea ajena a la de la facies
Cocina (neolíticos alóctonos “puros” frente a epipaleolíticos locales en tránsito a la neolitización). Los materiales de
Or revisados por Fortea procedían de los sectores H (los
mismos estudiados por nosotros), y los geométricos con doble bisel identificados entonces se reducían a 3 segmentos
y 1 triángulo con el vértice redondeado. El mismo autor reconocía que “la importancia del doble bisel es mínima en el
yacimiento cardial que hoy por hoy mejor nos puede hablar
del Neolítico antiguo del litoral mediterráneo español”
(ibíd.: 458), impresión que apenas ha variado después de
nuestro propio “escrutinio” (la muestra se ha ampliado a 4
segmentos más, 6 trapecios y 3 rectángulos; v. tabla 13).
Fortea hacía entroncar la “tradición” de Or (lítica y cerámica) en el “potente foco de neolitización del arco norte del
Mediterráneo occidental”, centrándola más que nada en el
SE francés (los yacimientos provenzales de Châteauneuf y
Montclus como referencia), donde el doble bisel era en cierta manera conocido (o los retoques bidireccionales sobrepuestos) pero no, en cambio, los segmentos o medias lunas.
La pregunta, por tanto, era de dónde le llegaron a Or estos
tipos geométricos. Después de advertir que en el “horizonte cardial” de Cocina III y yacimientos emparentados aparecían ya segmentos, “como fruto de una evolución
tipológica que pudo dar algún ejemplar en el extremo fin de
Cocina II”, la convicción era que estas formas constituían en
Or un préstamo de Cocina, y dado que el doble bisel tenía
“una cronología sobradamente más reciente en los ambientes epipaleolíticos geométricos en vías de neolitización”, todo parecía indicar que esta técnica “fue algo tomado
tardíamente de los cardiales en dichos ambientes epipaleolíticos” (ibíd.: 467-468).
Pocos años después del trabajo de Fortea se publicaba
la memoria de las primeras excavaciones en el yacimiento
bajoaragonés de Botiqueria dels Moros (Barandiarán,
24
cuadradas en el denominado “Neolítico interior” (cf. Fernández-Posse, 1980;
Municio, 1988; v. tb. Estremera [2003: 19-25] como síntesis historiográfica
más reciente sobre esta “facies” neolítica). Para más comprobaciones puntuales de este tipo remitimos a las actas de los tres congresos sobre el Neolítico peninsular celebrados hasta ahora (VV
.AA., 1996; Bernabeu y Orozco,
eds., 1997; Arias Cabal, Ontañón y García-Moncó, eds., 2005).
Cuatro ejemplos a título indicativo, que conciernen a yacimientos con
conjuntos cerámicos atribuidos sensu lato al estilo epicardial en que los segmentos, de retoque abrupto o de doble bisel, constituyen los tipos geométricos asociados exclusivos o mayoritarios: La Lámpara y La Revilla, en el
valle de Ambrona (Soria) (Alegre, 2005); Cueva de la Vaquera (Torreiglesias, Segovia) (Estremera, 2003); La Velilla (Osorno, Palencia) (Delibes y
Zapatero, 1996). Se trata de cuatro estaciones de la Submeseta Norte, en-
248
[page-n-260]
1978), que aportaba una secuencia epipaleolítica equiparable a la de Cocina y a la que llegaba a completar, y también
a matizar, en algunos aspectos. Uno de ellos era la constatación de presencia del doble bisel desde los niveles más antiguos y precerámicos, muy testimonial en Botiqueria 2, a
relacionar con Cocina I, y menos tímida en Botiqueria 4, lo
mismo con Cocina II; en una progresión ascendente, dicha técnica alcanzaba su apogeo en los niveles superiores ya
cerámicos: Botiqueria 6 (=Cocina III), con cerámicas también cardiales, y Botiqueria 8 (=Cocina IV). El dato impactante lo proporcionaba sobre todo Botiqueria 4, con un 19%
de geométricos de doble bisel en un momento claramente
precardial, lo que llevó a cuestionar una de las conclusiones
de Fortea: el carácter no preneolítico del doble bisel (Martí
et al., 1980: 135), y recogiendo esos mismos datos y objeción, a afirmar por nuestra parte que se trataba de una técnica epipaleolítica adoptada por los neolíticos cardiales,
aplicada preferentemente sobre unas formas como los segmentos que, tal como ya había sugerido Fortea, eran también un préstamo epipaleolítico (Juan Cabanilles, 1985a,
1990a, 1992). En lo que respecta al doble bisel, pues, habíamos invertido los términos de la transferencia tecnológica.
Esta visión, por otro lado, ha tenido sus repercusiones bibliográficas, al haberse propuesto –en lógica consecuencia–
una filiación epipaleolítica para determinados conjuntos
geométricos neolíticos en que este retoque se halla presente de manera significativa, como en el caso del yacimiento
epicardial/postcardial de la Timba del Barenys (Miró, 1996)
e incluso en el de la estación del Neolítico final de La Borracha II (Gil González, 2000).
Actualmente, empero, no tendríamos tan clara esta cuestión, y así lo exponíamos en un trabajo relativamente reciente (Juan Cabanilles y Martí, 2002: 49, 66), aunque con
bastante anterioridad ya habíamos manifestado ciertas dudas
al respecto (Juan Cabanilles, 1992: 264). Las incertidumbres
provienen de una serie de constataciones, algunas obviadas
en su momento, otras de aportación más reciente, en las que
confluyen aspectos de contexto, estratigrafía y cronología.
Como hemos visto más arriba, el doble bisel estricto y las
otras modalidades de retoque bidireccional sobrepuesto,
aplicadas indiferentemente sobre triángulos, segmentos y
trapecios, hacen acto de presencia –en una forma, en otra o
en todas– en los niveles iniciales de los yacimientos del Neolítico antiguo cardial: Ib de Chaves, datado en 6770±70 BP
(fecha más alta, sobre carbón); capa 7 del sector H3 de Or,
en 6510±160 BP (fecha más alta, sobre cereal; el nivel arqueológico a que remite esta capa, el VI [=Or Ia analítico],
datado en 6720±380 BP –fecha más alta, sobre carbón– en
el sector J4); Guixeres NA card, sin datación, etc. Por su parte, el nivel 4 de Botiqueria ha sido fechado recientemente en
6830±50 BP (sobre hueso de mamífero) (Barandiarán y Cava, 2002: 298), lo que podría indicar aún una cierta prelación
“epipaleolítica” del doble bisel si no fuera porque en el yacimiento altoaragonés de Forcas II, con una secuencia que
contiene ocupaciones epipaleolíticas (antiguas y recientes) y
neolíticas, esta técnica aparece junto con cerámicas cardiales en uno de sus niveles de “transición”, el V, datado en
6970±130 BP (fecha más alta, sobre carbón) (Utrilla y Ma-
zo, 1997); si concedemos todo el valor “absoluto” a esta data, es “obvio” que Botiqueria 4 perdería el carácter de hito
más antiguo que momentáneamente le asignábamos.
Situados, pues, en los ambientes más mediterráneos, y
haciendo tabla rasa de los problemas de asociación arqueológica que pueden presentar las dataciones de Botiqueria 4
y Forcas II V, la impresión es que el doble bisel, en su inicial comparecencia, va unido a las primeras cerámicas, por
lo general cardiales, asociación que, aparte de las estaciones
“neolíticas”, parece también comprobarse en los propios
yacimientos de “tradición” epipaleolítica, como ocurre en
los del importante núcleo del Bajo Aragón otros que Botiqueria (Costalena, Pontet, Secans). Ante estas “evidencias”,
es cierto que sólo cabría ahora aceptarlas de grado. Y en lo
que respecta al otro tema implicado, el de las transferencias
tipológicas y tecnológicas y los sentidos (direcciones) en
que deben valorarse, algo muy en boga en la actualidad
(v. Marchand, 2000, 2005), habría que preguntarse en primer lugar si tales transferencias han existido realmente, y
de ser así, ver en los triángulos, más que en los segmentos,
un préstamo tipológico epipaleolítico al Neolítico y convenir, definitivamente con Fortea, un sentido inverso para el
doble bisel, técnica que en su modalidad estricta actúa sobre todo en las dos formas geométricas apuntadas.
Puntas de flecha
Para la valoración de las puntas de flecha nos limitaremos, por razones obvias, a los datos de Ereta del Pedregal.
En la tabla 15 se ofrecen las frecuencias, por niveles analíticos, de los distintos tipos de armaduras foliáceas constatados
en Ereta, agrupados por clases y subclases (esto en el caso
de las puntas de pedúnculo y aletas). A los tipos explícitos
de cada clase o subclase se han sumado los “asimétricos”
que les corresponde o que, por prioridad dada a uno de los
rasgos morfológicos de simetría, hemos creído más conveniente. En el listado de correspondencias que se detalla de
inmediato, los tipos asimilados se anotan después del signo
+ y con su denominación formal para comprobación del criterio seguido:
- Puntas romboidales: tipos PF2 a PF4 + PF43 (punta
asimétrica simple).
- Foliformes: PF5 a PF8.
- De base ensanchada: PF9 a PF11.
- Base estrechada: PF12 a PF14.
- Apéndices laterales: PF17 a PF23 + PF44 (punta asimétrica con apéndice lateral).
- Aletas rectas u obtusas: PF24 a PF28 + PF40 (punta
de pedúnculo y aletas disimétricas, recta-obtusa),
PF45 (punta asimétrica con aleta recta u obtusa).
- Aletas agudas incipientes o normales: PF29 a PF35 +
PF39 (fragmento de punta de pedúnculo y aletas agudas), PF41 (punta de pedúnculo y aletas disimétricas
recta/obtusa-aguda), PF46 (punta asimétrica con aleta aguda).
- Aletas agudas desarrolladas, rasas o sobrepasadas:
PF36 a PF38.
249
[page-n-261]
Clase PF2 a PF4
PF5 a PF8
PF9 a
PF11
PF12 a
PF14
PF17 a
PF23 +
PF44
PF24 a
PF28 +
PF40 y
PF45
Foliformes
Base
ensanchada
Base
estrechada
Apéndices
laterales
Aletas
rec./obt.
+ PF43
Nivel
EP I
EP II
EP III
EP IV
Romboidales
5
3
(6 %)
(4 %)
-
3
63
5
(4 %)
(77 %)
(6 %)
PF29 a
PF35 +
PF39,
PF41 y
PF46
Aletas agu.
inci./nor.
-
-
7
15
1
2
44
7
6
(16 %)
(1 %)
(2 %)
(46 %)
(7 %)
(6 %)
7
19
(11 %)
(29 %)
16
15
(9 %)
(8 %)
-
Total
Aletas agu.
des./ras./so.
(7 %)
PF36 a
PF38
-
4
15
7
9
1
(6 %)
(23 %)
(11 %)
(14 %)
82
95
(2 %)
10
21
31
63
9
(5 %)
(11 %)
(17 %)
(34 %)
66
(5 %)
184
Tabla 15.- Frecuencias de las puntas de flecha, agrupadas por clases tipológicas, en los nives analíticos de Ereta (PF2-PF4, PF43: romboidales;
PF5-PF8: foliformes; PF9-PF11: base ensanchada; PF12-PF14: base estrechada; PF17-PF23, PF44: apéndices laterales; PF24-PF28, PF40,
PF45: aletas rectas y obtusas; PF29-PF35, PF39, PF41, PF46: aletas agudas incipientes y normales;
PF36-PF38: aletas agudas desarrolladas, rasas y sobrepasadas).
Las clases no documentadas en Ereta –recordamos–
son las puntas triangulares de base recta o convexa (PF1),
las de base cóncava o aletas (PF15, PF16) y las de muescas
laterales (PF42). Los fragmentos no remisibles a ninguna
clase en concreto (PF47) sólo se han tenido en cuenta para
los recuentos totales de cada nivel y el consiguiente cálculo
de las frecuencias relativas, éstas redondeadas de la manera
ya explicada para la elaboración del gráfico 13 de bloques
de índices.
Como refleja la tabla 15, hay muy pocas clases de puntas –de las constatadas– no representadas en todos los niveles de Ereta. El caso mínimo lo constituyen las de base
ensanchada, con un solo ejemplar en EP-II;25 las de aletas
agudas incipientes o normales faltan en EP-I, y las de aletas agudas desarrolladas, rasas o sobrepasadas en EP-I y
EP-II, ausencias significativas como veremos más adelante.
Considerados los cuatro niveles individualmente, no hay
ninguna clase que sea categoría mayor (I>12,5%) en todos
ellos: las puntas de apéndices laterales alcanzarían dicho
rango en tres niveles (EP-I a III), las foliformes y las de aletas agudas incipientes o normales en dos (EP-II y III, y EPIII y IV, respectivamente), y las de aletas rectas u obtusas en
uno (EP-IV). Uniendo EP-III y EP-IV, por la equivalencia
cronocultural que revestirían en parte (hecha servir con anterioridad en el tratamiento de los grupos tipológicos), únicamente las puntas de apéndices laterales llegarían a ser
categoría mayor en los tres niveles resultantes. Estimados
otra vez EP-III y EP-IV por separado, las puntas romboidales y las de base estrechada constituirían categorías menores (I<12,5%) en todos los niveles, y las de base ensanchada
y las de aletas agudas desarrolladas, rasas o sobrepasadas
25
Clase bien atestiguada, sin embargo, en las cuevas de enterramiento precampaniformes del centro-sur valenciano (Cova d’en Pardo, Cova de la Pastora,
“grieta” de Les Llometes, Cova de la Barcella, etc.) (Soler Díaz, 2002, II: 21-27).
250
en aquellos donde aparecen, carácter que continuarían teniendo todas ellas de aunar EP-III y IV.
Individualizados de nuevo los niveles, las puntas de
apéndices laterales serían con mucho la clase preponderante
en EP-I y II (77 y 46%), a 71 (!) puntos de distancia de las
romboidales y de aletas rectas u obtusas en EP-I y a 30 (!)
puntos de las foliformes en EP-II. Éstas últimas, invirtiéndose los papeles, pasarían a dominar en EP-III (29%), a 6
puntos de las de apéndices laterales, mientras que en EP-IV
el predominio correspondería a las puntas de aletas agudas
incipientes o normales (34%), a 17 puntos de distancia de las
de aletas rectas u obtusas, dominancia que mantendrían si se
agruparan EP-III y IV, a unos 13 puntos ahora de la misma
subclase de puntas.
En cuanto a las tendencias observadas (v. gráfico 13),
las puntas romboidales manifiestan una leve progresión entre EP-I y II (1 punto), apenas mayor entre EP-II y III/IV
(2 puntos); constituyen una clase, al igual que las de base estrechada, poco relevante en el contexto de la Ereta, con la
particularidad añadida, para ambas clases, de que bastantes
de sus especimenes deben corresponder a formas a medio
camino (por conformación fallida o inacabado) de las puntas de apéndices laterales o de pedúnculo y aletas rectas u
obtusas. En una perspectiva parecida se sitúan las foliformes, que en muchos casos apenas sobrepasan el límite del
esbozo, lo que cuadraría con la marcada progresión que
muestran considerados los tres primeros niveles (12 puntos
entre EP-I y II, y 13 entre EP-II y III, distancias ambas significativas: p=0,01099 según test de Fisher, en el primer caso; en el segundo, χ2=3,9499 y p=0,046873).
[page-n-262]
Gráfico 13.- Bloques de índices comparados, por niveles analíticos, de las clases de puntas de flecha en los sectores centrales de Ereta.
Mención aparte merecen las dinámicas seguidas por las
puntas de apéndices laterales y las de pedúnculo y aletas.
Las primeras evidencian una acusada regresión de EP-I a
EP-IV con una caída de 66 (!) puntos entre estos dos niveles
,
(de 63 puntos entre EP-I y EP-III/IV),26 descenso que contrasta con el aumento gradual o súbito, según los niveles que
se considere y las clases específicas, de las armaduras de pedúnculo y aletas. Así, las de aletas rectas u obtusas progresan en toda la secuencia sin saltos demasiado bruscos
(1 punto entre EP-I y II, 4 entre EP-II y III, y 6 entre EP-III
y IV; unos 8 puntos entre EP-II y III/IV27); las de aletas agudas incipientes o normales comienzan su andadura, sintomáticamente, a partir de EP-II, con un salto cualitativo de 20
puntos entre EP-III y IV (de casi 23 puntos entre EP-II y
III/IV);28 y más sintomáticamente aún, las de aletas agudas
desarrolladas, rasas o sobrepasadas, aunque con porcentajes
modestos, quedan restringidas a los niveles superiores de
Ereta, o al superior si se quiere (EP-III/IV). La inversión de
tendencias que patentizan las puntas de apéndices laterales y
las de aletas agudas, más en concreto, constituye el principal
aspecto evolutivo que aporta la secuencia de la Ereta. Esta
peculiaridad ya había sido en cierta manera entrevista, en
relación con las armaduras de pedúnculo y aletas agudas, a
raíz de los resultados de las excavaciones de los años 40
(Fletcher, Pla y Llobregat, 1964: 6),29 por lo que aquí simplemente se ha corroborado una antigua apreciación, mantenida de continuo en la bibliografía regional, a partir de un
análisis tipológico y estratigráfico más minucioso.
Observados con detenimiento los datos evolutivos y de
representación de las puntas de flecha en la secuencia de la
Ereta, la única clase o subclase con carácter de indicador
cronocultural sería la de las armaduras de aletas agudas desarrolladas, rasas o sobrepasadas, al quedar circunscritos sus
tipos, como subrayábamos anteriormente, a los tramos superiores del yacimiento, esto es, a los niveles relacionados con
el Horizonte Campaniforme de Transición (v. cuadro 24).
Este carácter lo avalarían los ajuares líticos, por lo general
escasos, de aquellas cuevas sepulcrales que pueden juzgarse
contextos “cerrados” del HCT, que cuando comportan puntas de flecha suelen corresponder a los tipos mencionados
(p.e., Cova de Rocafort –Ballester, 1944–; Sima de la Pedrera –Aparicio, 1978–; en cierto modo, Cova del Negre –Pascual Benito, 1987-88–).30 Las puntas de apéndices laterales,
dada su distribución por todos los niveles de la Ereta, no serí-
26 La regresión es tan drástica y perceptible que no hace falta recurrir a
ninguna prueba estadística para cerciorar su altísima significación (la caída
de 66 puntos representa un χ2=112,34 y una p=3,0103E-26; la de 63 puntos, un χ2=114,99 y una p=7,8913E-27).
27 Sólo esta última diferencia no llegaría por poco a ser significativa:
χ2=3,7226; p=0,05368.
28 Obviamente, ambas diferencias son bastante y muy significativas: en el
primer caso, χ2=10,055 y p=0,001519; en el segundo, χ2=19,89 y
p=8,2033E-06.
29
Haciendo resumen de los materiales recuperados en las campañas de
1942-48, dichos autores indicaban que “El número de puntas de flecha de
sílex sobrepasa el de 1.500, predominando las romboidales, y las de pedúnculo y aletas, de las cuales, las de aletas prolongadas hacia abajo son más
frecuentes en los niveles I y II”.
30 Algún lugar de hábitat atribuido a este mismo horizonte campaniforme,
como el poblado de Arenal de la Costa, se sumaría a estos ejemplos: de las
cinco armaduras foliáceas recogidas en excavación, tres serían de aletas
agudas desarrolladas, frente a un ejemplar de apéndices laterales y un fragmento (Pascual Benito, 1993).
251
[page-n-263]
an en sí un buen marcador cronológico. Esto no obstante, su
condición de armaduras características (por dominancia absoluta) del Neolítico final e incluso del Eneolítico inicial o pleno, tal como se definen estas etapas o fases en la misma Ereta
(tramos inferiores y medios de la estratigrafía), les conferiría
esa cualidad de marcadores, que no tienen como tipos aislados,
desde un punto de vista “estadístico”, es decir, desde la estimación de las proporciones relativas en muestras amplias de
puntas. En el mismo caso se encontrarían las armaduras de aletas agudas incipientes o normales, las más corrientes de la clase general de aletas agudas, que recogen el protagonismo
“estadístico” de las anteriores en el Eneolítico final o etapa
propiamente campaniforme.
En definitiva, y como ya concluíamos tras la valoración
global de los grupos tipológicos y su comportamiento en el
seno de la Ereta, la secuencia de este yacimiento encierra
también, pero ahora particularmente, un buen modelo evolutivo para las puntas de flecha, cuya validez para el ordenamiento cronocultural habrá que seguir poniendo a prueba.
La última cuestión a tratar en relación con las puntas
foliáceas es también cronológica, y bastante delicada si lo
que se quiere es precisar al máximo el horizonte cronocultural de aparición de estas piezas en el ámbito valenciano.
La principal razón se encuentra en la falta de buenos conjuntos líticos estratificados, que no tanto cerámicos, entre la
fase epicardial del Neolítico antiguo y la propia del Neolítico final que determina el primer nivel de la Ereta (EP-I).
En su momento ya nos hemos referido al escaso poder de
resolución en este sentido de la secuencia de la Cova de
l’Or, nulo en el caso de la más completa estratigrafía de la
Cova de les Cendres, donde las puntas de flecha no se cuentan entre los materiales, por lo demás pobres tipológicamente, de los sectores estudiados y publicados (García
Puchol, 2005). El único dato ahora mismo a tener en cuenta, aunque con todas las reservas por su provisionalidad,
proviene del yacimiento de la Cova d’en Pardo, una cavidad
de habitación y de enterramiento utilizada desde el Neolítico antiguo y emplazada en la misma región que Or o Cendres. Las más recientes excavaciones en este yacimiento,
iniciadas en los pasados años 90 y todavía en curso, han
permitido aislar un nivel (En Pardo IV) remisible al horizonte de las cerámicas esgrafiadas (Neolítico medio/final, o
NIIA –primera fase del Neolítico final– en la sistematización de Bernabeu; v. cuadro 24), en el que cerámicas de este tipo parecen ir asociadas a puntas foliáceas y a algunos
restos humanos, indicando éstos posiblemente el comienzo
del uso funerario de la cueva (Soler Díaz, 1999; Soler Díaz
et al., 1999). Dicho nivel se dataría en 5510±60 y 5420±60
BP, fechas sobre carbón próximas a la obtenida en Cendres
para el mismo horizonte cronocultural (nivel V, 5330±110
BP; Bernabeu, Fumanal y Badal, 2001). De todas formas, y
252
como subrayábamos ya de entrada, se trata de un dato que
necesita total comprobación, máxime en un yacimiento
con una compleja estratigrafía derivada del mencionado
uso funerario, evidenciado más claramente para las fases
del Neolítico final/Eneolítico (niveles III y II).
Dejando de lado el nivel IV de En Pardo, hoy por hoy, y
en el marco valenciano, la datación C14 más antigua asociada a puntas de flecha foliáceas procede del poblado de Les
Jovades, cuyo contexto arqueológico general no parece ir
más allá, ni acá, del que definen las fases I y II de la Ereta
(Neolítico final y Eneolítico inicial/pleno; NIIB1 y 2 en el esquema de Bernabeu). La fecha en cuestión, 4810±60 BP (sobre carbones), la más alta de la serie con que se cuenta para
Jovades (Bernabeu, dir., 1993), data el relleno inferior de una
de sus grandes estructuras excavadas (la 129, nivel III), depósito que, entre otros materiales, contiene una punta de
apéndices laterales y otra de base ensanchada, sintomáticamente dos de los tipos más antiguos según revela la secuencia de la Ereta. Esta fecha de Jovades, pues, podría indicar el
horizonte cronológico de “generalización” de las puntas foliáceas en el ámbito centro-meridional mediterráneo, a situar
hacia la mitad del IV milenio a.C. (calibrado). Un momento,
si no apenas posterior, en el que ocurriría lo mismo en otros
espacios peninsulares como por ejemplo el valle medio-alto
del Ebro, si se atiende a las dataciones de los sepulcros “colectivos” de Longar (Armendáriz e Irigaray, 1995) y San Juan
ante Portam Latinam (Vegas, 1999). En el primero, una serie
de seis fechas, sobre huesos humanos, se escalonan entre
4580±90 y 4445±70 BP; en el segundo, las datas admitidas
(cinco de once), también sobre huesos humanos, lo hacen entre 4570±40 y 4460±70 BP. El Caso de San Juan reviste una
significación especial, ya que dos de las fechas de la serie
(4520±75 y 4520±50 BP) corresponden a muestras esqueléticas de sendos individuos heridos por puntas de flecha, proporcionando un testimonio de asociación irrefutable.
***
Los temas, cuestiones y aspectos concretos tratados en
este último capítulo son algunos de los que permite la tipología como herramienta de trabajo. Los resultados y consideraciones expuestos son bien propicios para insistir en las
posiciones defendidas en un inicio: que la tipología, como
instrumento “cronológico”, no se contrapone en absoluto a
la datación radiométrica (C14), o como enfoque particular
de estudio, a otros enfoques como la tecnología o la funcionalidad. Todos estos “medios” de la investigación arqueológica, más que excluirse, se complementan, contribuyendo en
conjunto a la comprensión de las sociedades del pasado.
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[page-n-280]
APÉNDICE I
LISTADO TIPOLÓGICO PARA EL UTILLAJE LÍTICO
DE TALLA DE LA PREHISTORIA RECIENTE VALENCIANA
(LISTAS AMPLIA Y REDUCIDA)
[page-n-281]
[page-n-282]
LISTA TIPOLÓGICA AMPLIA
PARA EL NEOLÍTICO, ENEOLÍTICO Y EDAD DEL BRONCE
I. RASPADORES (R)
IV. MUESCAS Y DENTICULADOS (MD)
1.
2.
3.
4.
5.
22.
23.
24.
25.
26.
27.
28.
Raspador sobre lasca espesa (R1)
Raspador sobre lasca delgada (R2)
Raspador sobre lasca delgada retocada (R3)
Raspador sobre hoja u hojita (R4)
Raspador sobre hoja u hojita retocada (R5)
II. PERFORADORES Y TALADROS (P)
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
Perforador sobre lasca (P1)
Perforador sobre hoja u hojita (P2)
Taladro sobre lasca (P3)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta corta y retoque directo
(P4)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta corta y retoque alterno
(P5)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque directo y
base acomodada (P6)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque directo y
base no acomodada (P7)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque alterno y
base acomodada (P8)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque alterno y
base no acomodada (P9)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga y retoque inverso
(P10)
Fragmento de taladro sobre hoja u hojita (P11)
III. PIEZAS CON BORDE ABATIDO (A)
17.
18.
19.
20.
21.
Lasca con borde abatido (A1)
Hoja u hojita con borde abatido [rectilíneo total] (A2)
Hoja u hojita con borde abatido [rectilíneo] parcial (A3)
Hoja u hojita con borde abatido arqueado (A4)
Fragmento de hoja u hojita con borde abatido (A5)
29.
30.
31.
32.
33.
34.
35.
Lasca espesa con muesca(s) (MD1)
Lasca delgada con muesca(s) (MD2)
Hoja u hojita con muesca(s) (MD3)
Fragmento de hoja u hojita con muesca(s) (MD4)
Lasca espesa con denticulación (MD5)
Lasca delgada con denticulación (MD6)
Lasca [espesa o delgada] con denticulación muy marginal
(MD7)
Hoja u hojita con denticulación unilateral (MD8)
Hoja u hojita con denticulación bilateral (MD9)
Fragmento de hoja u hojita con denticulación (MD10)
Hoja u hojita con denticulación muy marginal (MD11)
Fragmento de hoja u hojita con denticulación muy marginal
(MD12)
Hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta] (MD13)
Fragmento de hoja u hojita con muesca y denticulación
[opuesta] (MD14)
V. TRUNCADURAS (T)
36. Truncadura sobre lasca (T1)
37. Truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita
(T2)
38. Fragmento de truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre
hoja u hojita (T3)
39. Truncadura normal convexa sobre hoja u hojita (T4)
40. Fragmento de truncadura normal convexa sobre hoja u hojita
(T5)
41. Truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita
(T6)
42. Fragmento de truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre
hoja u hojita (T7)
43. Truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita (T8)
44. Fragmento de truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita
(T9)
45. Truncadura doble sobre hoja u hojita (T10)
271
[page-n-283]
VI. GEOMÉTRICOS (G)
46.
47.
48.
49.
50.
51.
52.
53.
54.
55.
56.
57.
58.
59.
60.
61.
62.
63.
64.
Segmento de retoque abrupto (G1)
Segmento de retoque en doble bisel (G2)
Triángulo de retoque abrupto (G3)
Triángulo de retoque en doble bisel (G4)
Trapecio simétrico [lados rectilíneos] (G5)
Trapecio asimétrico [lados rectilíneos] (G6)
Trapecio simétrico o asimétrico con retoque oblicuo o rasante complementario (G7)
Trapecio con lado(s) cóncavo(s) (G8)
Trapecio con lado(s) cóncavo(s) y retoque oblicuo o rasante
complementario (G9)
Trapecio con lado(s) convexo(s) (G10)
Trapecio rectángulo con lado menor rectilíneo o cóncavo
(G11)
Trapecio rectángulo con lado menor convexo (G12)
Trapecio rectángulo con retoque oblicuo o rasante complementario (G13)
Trapecio de bases desplazadas con lado menor rectilíneo
(G14)
Trapecio de bases desplazadas con lado menor cóncavo (G15)
Trapecio de bases desplazadas con retoque oblicuo o rasante
complementario (G16)
Trapecio con base pequeña retocada (G17)
Rectángulo de retoque abrupto (G18)
Rectángulo con retoque oblicuo o rasante complementario
(G19)
VII. HOJAS U HOJITAS CON RETOQUE MARGINAL
(HRM)
65. Hoja u hojita con retoque muy marginal unilateral (HRM1)
66. Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral unidireccional (HRM2)
67. Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral bidireccional (HRM3)
68. Fragmento de hoja u hojita con retoque muy marginal
(HRM4)
69. Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total unidireccional (HRM5)
70. Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total alternante
(HRM6)
71. Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial (HRM7)
72. Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total unidireccional (HRM8)
73. Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total alterno
(HRM9)
74. Hoja u hojita con otro retoque marginal bilateral total bidireccional (HRM10)
75. Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial unidireccional (HRM11)
76. Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial alterno
(HRM12)
77. Hoja u hojita con otro retoque marginal bilateral parcial bidireccional (HRM13)
78. Hoja u hojita con retoque marginal total y parcial opuesto
(HRM14)
79. Fragmento de hoja u hojita con retoque marginal (HRM15)
272
VIII. HOJAS U HOJITAS CON BASE
ESTRECHADA (HBE)
80. Hoja u hojita con escotadura contigua a talón o a extremo distal (HBE1)
81. Hoja u hojita con escotadura contigua a fractura (HBE2)
82. Hoja u hojita con escotadura doble (HBE3)
83. Hoja u hojita con abatimiento parcial oblicuo contiguo a talón
o a extremo distal (HBE4)
84. Hoja u hojita con abatimiento parcial oblicuo contiguo a fractura (HBE5)
85. Hoja u hojita con doble abatimiento parcial oblicuo (HBE6)
IX. HOJAS U HOJITAS CON RETOQUE PLANO O
SOBREELEVADO (HRP)
86. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral total (HRP1)
87. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral parcial (HRP2)
88. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral bifacial (HRP3)
89. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral total
(HRP4)
90. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral parcial (HRP5)
91. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado total y parcial
opuesto (HRP6)
92. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y bifacial (HRP7)
93. Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado
(HRP8)
94. Hoja u hojita apuntada por retoque plano o sobreelevado bilateral (HRP9)
95. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y
frente de raspador (HRP10)
96. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado y oblicuo
marginal (HRP11)
97. Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado
y oblicuo marginal (HRP12)
X. PUNTAS DE FLECHA (PF)
98. Punta triangular de base recta o convexa (PF1)
99. Punta romboidal simétrica (PF2)
100. Punta romboidal asimétrica (PF3)
101. Punta rombo-ojival (PF4)
102. Punta foliforme simétrica de base apuntada (PF5)
103. Punta foliforme asimétrica de base apuntada (PF6)
104. Punta foliforme de base redondeada (PF7)
105. Fragmento de punta foliforme (PF8)
106. Punta romboidal de base ensanchada (PF9)
107. Punta foliforme de base ensanchada (PF10)
108. Punta rombo-ojival de base ensanchada (PF11)
109. Punta foliforme con pedúnculo o base estrechada (PF12)
110. Punta romboidal de base estrechada (PF13)
111. Punta rombo-ojival de base estrechada (PF14)
112. Punta triangular de base cóncava o de aletas (PF15)
113. Punta foliforme de base cóncava o de aletas (PF16)
114. Punta romboidal simétrica con apéndices laterales (PF17)
115. Punta romboidal asimétrica con apéndices laterales (PF18)
116. Punta foliforme con apéndices laterales (PF19)
117. Punta rombo-ojival con apéndices laterales (PF20)
[page-n-284]
118. Punta de base ensanchada y apéndices laterales (PF21)
119. Punta de pedúnculo o base estrechada y apéndices laterales
(PF22)
120. Fragmento de punta con apéndices laterales (PF23)
121. Punta de pedúnculo y aletas rectas (PF24)
122. Punta de pedúnculo [normal o largo] y aletas obtusas [de lados rectilíneos] (PF25)
123. Punta de pedúnculo corto y aletas obtusas [de lados rectilíneos] (PF26)
124. Punta de pedúnculo y aletas obtusas, de lados cóncavos o sinuosos (PF27)
125. Punta de pedúnculo y aletas obtusas, de lados convexos
(PF28)
126. Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas incipientes
(PF29)
127. Punta de pedúnculo corto y aletas agudas incipientes (PF30)
128. Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas [normales] [de
lados rectilíneos] (PF31)
129. Punta de pedúnculo corto y aletas agudas [normales] [de lados rectilíneos] (PF32)
130. Punta de pedúnculo largo y aletas agudas [normales] (PF33)
131. Punta de pedúnculo y aletas agudas [normales], de lados cóncavos o sinuosos (PF34)
132. Punta de pedúnculo y aletas agudas [normales], de lados convexos (PF35)
133. Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas desarrolladas
(PF36)
134. Punta de pedúnculo corto y aletas agudas desarrolladas
(PF37)
135. Punta de pedúnculo y aletas agudas rasas o sobrepasadas
(PF38)
136. Fragmento de punta de pedúnculo y aletas agudas (PF39)
137. Punta de pedúnculo y aletas disimétricas, recta-obtusa (PF40)
138. Punta de pedúnculo y aletas disimétricas recta/obtusa-aguda
(PF41)
139. Punta con muescas laterales (PF42)
140. Punta asimétrica simple (PF43)
141. Punta asimétrica con apéndice lateral (PF44)
142. Punta asimétrica con aleta recta u obtusa (PF45)
143. Punta asimétrica con aleta aguda (PF46)
144. Fragmento de punta de flecha (PF47)
XI. ESBOZOS Y PREFORMAS FOLIÁCEOS (EF)
145.
146.
147.
148.
149.
150.
Gran pieza foliácea de retoque unifacial (EF1)
Gran pieza foliácea de retoque bifacial (EF2)
Fragmento de gran pieza foliácea (EF3)
Pequeña pieza bifacial foliforme (EF4)
Pequeña pieza bifacial geométrica (EF5)
Fragmento de pequeña pieza bifacial foliforme o geométrica
(EF6)
151. Pequeña pieza bifacial con rasgo morfotipológico insinuado
(EF7)
152. Lasca apuntada por retoque plano (EF8)
153. Hoja u hojita apuntada por retoque plano (EF9)
XII. PLACAS RETOCADAS (PR)
154. Placa con retoque unilateral (PR1)
155. Placa con retoque bilateral (PR2)
156. Placa apuntada por retoque bilateral (PR3)
XIII. SIERRAS Y DIENTES DE HOZ (DH)
157. Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja (DH1)
158. Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja truncada o bitruncada (DH2)
159. Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja truncada o bitruncada y dorso abrupto (DH3)
160. Fragmento de sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja
(DH4)
161. Sierra o diente de hoz doble sobre hoja (DH5)
162. Sierra o diente de hoz doble sobre hoja truncada o bitruncada
(DH6)
163. Fragmento de sierra o diente de hoz doble sobre hoja (DH7)
164. Sierra o diente de hoz sobre lasca (DH8)
165. Sierra o diente de hoz sobre lasca con dorso abrupto (DH9)
166. Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada
(DH10)
167. Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada y
dorso abrupto rectilíneo (DH11)
168. Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada y
dorso abrupto curvo (DH12)
169. Fragmento de sierra o diente de hoz sobre lasca (DH13)
170. Sierra o diente de hoz sobre placa (DH14)
171. Fragmento de sierra o diente de hoz sobre placa (DH15)
XIV. PIEZAS ASTILLADAS (PA)
172.
173.
174.
175.
176.
177.
Pieza con astillamiento unipolar (PA1)
Pieza con astillamiento unipolar y otro retoque lateral (PA2)
Pieza con astillamiento bipolar (PA3)
Pieza con astillamiento bipolar y otro retoque lateral (PA4)
Pieza con astillamiento lateral (PA5)
Pieza con astillamiento unipolar o bipolar y lateral (PA6)
XV. LASCAS RETOCADAS (LR)
178.
179.
180.
181.
182.
183.
184.
185.
Lasca con retoque muy marginal (LR1)
Lasca con retoque marginal unilateral (LR2)
Lasca con retoque marginal bilateral o multilateral (LR3)
Lasca con retoque marginal bifaz (LR4)
Lasca con retoque plano o sobreelevado (LR5)
Lasca con retoque plano o sobreelevado bifaz (LR6)
Lasca con extracciones unifaciales (LR7)
Lasca con extracciones bifaciales (LR8)
XVI. PIEZAS CON SEÑALES DE USO O FILO
EMBOTADO (PE)
186.
187.
188.
189.
190.
Lasca con embotadura unilateral (PE1)
Lasca con embotadura bilateral o multilateral (PE2)
Hoja u hojita con embotadura unilateral (PE3)
Hoja u hojita con embotadura bilateral (PE4)
Fragmento de hoja u hojita con embotadura (PE5)
XVII. DIVERSOS (D)
191.
192.
193.
194.
195.
196.
Pieza con golpe(s) de buril (D1)
Microburil (D2)
Pieza de corte distal (D3)
Hoja u hojita con retoque distal (D4)
Puñal (D5)
Varios (D6)
273
[page-n-285]
LISTA TIPOLÓGICA REDUCIDA
(Sólo grupos simplificados)
II. PERFORADORES Y TALADROS (P)
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
Perforador o “bec” sobre lasca (P1)
Perforador sobre hoja u hojita (P2)
Taladro de retoque directo y punta corta (P3)
Taladro de retoque directo y punta larga (P4)
Taladro de retoque alterno y punta corta (P5)
Taladro de retoque alterno y punta larga (P6)
Taladro de retoque inverso (P7)
Fragmento de taladro (P8)
IV. MUESCAS Y DENTICULADOS (MD)
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26
27.
Lasca con muesca(s) (MD1)
Hoja u hojita con muesca(s) (MD2)
Fragmento de hoja u hojita con muesca(s) (MD3)
Lasca con denticulación (MD4)
Hoja u hojita con denticulación unilateral (MD5)
Hoja u hojita con denticulación bilateral (MD6)
Fragmento de hoja u hojita con denticulación (MD7)
Hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta] (MD8)
Fragmento de hoja u hojita con muesca y denticulación
[opuesta] (MD9)
V. TRUNCADURAS (T)
28. Truncadura sobre lasca (T1)
29. Truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita
(T2)
30. Truncadura normal convexa sobre hoja u hojita (T3)
31. Truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita
(T4)
32. Truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita (T5)
33. Truncadura doble sobre hoja u hojita (T6)
68. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral parcial (HRP2)
69. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral bifacial (HRP3)
70. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral total
(HRP4)
71. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral parcial (HRP5)
72. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado total y parcial
opuesto (HRP6)
73. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y bifacial (HRP7)
74. Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado
(HRP8)
75. Hoja u hojita apuntada por retoque plano o sobreelevado bilateral (HRP9)
76. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y
frente de raspador (HRP10)
X. PUNTAS DE FLECHA (PF)
…
100. Punta de pedúnculo [normal o largo] y aletas rectas u obtusas
[de lados rectilíneos] (PF24)
101. Punta de pedúnculo corto y aletas rectas u obtusas [de lados
rectilíneos] (PF25)
102. Punta de pedúnculo y aletas rectas u obtusas, de lados cóncavos o sinuosos (PF26)
103. Punta de pedúnculo y aletas rectas u obtusas, de lados convexos (PF27)
…
XIV. PIEZAS ASTILLADAS (PA)
VII. HOJAS U HOJITAS CON RETOQUE MARGINAL
(HRM)
53.
54.
55.
56.
57.
58.
59.
Hoja u hojita con retoque muy marginal unilateral (HRM1)
Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral (HRM2)
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total (HRM3)
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial (HRM4)
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total (HRM5)
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial (HRM6)
Hoja u hojita con retoque marginal total y parcial opuesto
(HRM7)
60. Fragmento de hoja u hojita con retoque marginal o muy marginal (HRM8)
IX. HOJAS U HOJITAS CON RETOQUE PLANO O
SOBREELEVADO (HRP)
67. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral total (HRP1)
274
150. Pieza con astillamiento unilateral o simple (PA1)
151. Pieza con astillamiento unilateral y otro retoque [no astillado]
(PA2)
152. Pieza con astillamiento bilateral o doble (PA3)
153. Pieza con astillamiento bilateral y otro retoque [no astillado]
(PA4)
154. Pieza con astillamiento multilateral o múltiple (PA5)
XV. LASCAS RETOCADAS (LR)
155. Lasca con retoque marginal o muy marginal unilateral (LR1)
156. Lasca con retoque marginal o muy marginal bilateral o multilateral (LR2)
157. Lasca con retoque plano o sobreelevado (LR3)
158. Lasca con retoque [lateral] bifaz (LR4)
159. Lasca con extracciones unifaciales (LR5)
160. Lasca con extracciones bifaciales (LR6)
[page-n-286]
APÉNDICE II
CUADROS DE INVENTARIO TIPOLÓGICO
DEL UTILLAJE DE LA COVA DE L’OR
Y DE LA ERETA DEL PEDREGAL
POR NIVELES ANALÍTICOS
[page-n-287]
[page-n-288]
Yacimiento: COVA DE L’OR
Nivel analítico: OR Ia
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
1
1
0’18
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
20
3’71
2
1
3
2
1
5
1
4
0’38
0’18
0’55
0’38
0’18
0’92
0’18
0’74
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
9
3
1
1
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
80
3
8
10
6
4
5
17
7
6
9
2
3
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
1’67 67. HRM3
0’55 68. HRM4
0’18 69. HRM5
0’18 70. HRM6
71. HRM7
0’74 72. HRM8
73. HRM9
14’86 74. HRM10
0’55 75. HRM11
1’48 76. HRM12
1’85 77. HRM13
1’11 78. HRM14
79. HRM15
0’74
0’92 VIII. HBE
3’15 80. HBE1
1’30 81. HBE2
1’11 82. HBE3
1’67 83. HBE4
0’38 84. HBE5
0’55 85. HBE6
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
21
1
8
3
1
3’90
0’18
1’48
0’55
0’18
2
5
1
0’38
0’92
0’18
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
61
2
3
1
1
4
%
0’18
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
0’18
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
11’33
0’38 X. PF
0’55 98. PF1
0’18 99. PF2
N
11
19
18
2
3
1
1
84
14
3
5
5
3
1
21
2
1
1
6
2
1
3
16
22
9
3
1
3
6
3
1
%
Grupo/tipo
100. PF3
2’04 101. PF4
3’53 102. PF5
103. PF6
3’34 104. PF7
0’38 105. PF8
0’55 106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
0’18 111. PF14
112. PF15
0’18 113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
15’61 117. PF20
2’60 118. PF21
0’55 119. PF22
0’92 120. PF23
0’92 121. PF24
0’55 122. PF25
0’18 123. PF26
3’90 124. PF27
0’38 125. PF28
0’18 126. PF29
0’18 127. PF30
1’11 128. PF31
0’38 129. PF32
0’18 130. PF33
0’55 131. PF34
2’97 132. PF35
133. PF36
4’08 134. PF37
1’67 135. PF38
0’55 136. PF39
0’18 137. PF40
0’55 138. PF41
1’11 139. PF42
140. PF43
141. PF44
0’55 142. PF45
143. PF46
144. PF47
0’18
1
1
0’18
0’18
-
N
-
-
-
-
-
34
3
23
6
6’31
0’55
4’27
1’11
2
0’38
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
XII. PR
154. PR1
%
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
-
N
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
-
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
%
198 36’80
21 3’90
3
0’55
73 13’56
45 8’36
56 10’40
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
5
1
0’92
0’18
1
2
0’18
0’38
1
0’18
538
100
N TOTAL
277
[page-n-289]
Yacimiento: COVA DE L’OR
Nivel analítico: OR Ib
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
3
2
1
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
15
2’68
1
0’17
4
2
3
0’71
0’35
0’53
3
1
1
0’53
0’17
0’17
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
%
0’53
0’35
0’17
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
7
1’25 67. HRM3
68. HRM4
2
0’35 69. HRM5
2
0’35 70. HRM6
1
0’17 71. HRM7
2
0’35 72. HRM8
73. HRM9
107 19’14 74. HRM10
2
0’35 75. HRM11
6
1’07 76. HRM12
13 2’32 77. HRM13
5
0’89 78. HRM14
13 2’32 79. HRM15
8
1’43
8
1’43 VIII. HBE
23 4’11 80. HBE1
4
0’71 81. HBE2
8
1’43 82. HBE3
13 2’32 83. HBE4
2
0’35 84. HBE5
2
0’35 85. HBE6
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
3’04
0’35
0’71
0’35
3
4
0’53
0’71
2
0’35
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
278
17
2
4
2
56
2
1
2
10’01
0’35 X. PF
0’17 98. PF1
0’35 99. PF2
N
%
Grupo/tipo
100. PF3
5
0’89 101. PF4
15 2’68 102. PF5
1
0’17 103. PF6
22 3’93 104. PF7
2
0’35 105. PF8
2
0’35 106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
4
0’71 113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
114 20’39 117. PF20
20 3’57 118. PF21
6
1’07 119. PF22
1
0’17 120. PF23
5
0’89 121. PF24
4
0’71 122. PF25
6
1’07 123. PF26
27 4’83 124. PF27
2
0’35 125. PF28
2
0’35 126. PF29
2
0’35 127. PF30
6
1’07 128. PF31
4
0’71 129. PF32
2
0’35 130. PF33
4
0’71 131. PF34
23 4’11 132. PF35
133. PF36
14 2’50 134. PF37
4
0’71 135. PF38
1
0’17 136. PF39
1
0’17 137. PF40
2
0’35 138. PF41
5
0’89 139. PF42
1
0’17 140. PF43
141. PF44
142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
2
-
-
XII. PR
154. PR1
-
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
-
-
1
0’17
1
0’17
46
13
22
10
1
8’22
2’32
3’93
1’78
0’17
168 30’05
15 2’68
5
0’89
65 11’62
43 7’69
40 7’15
0’17
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
%
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
1
N
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
0’17
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
1
%
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
9
2
1
1
4
1’61
0’35
0’17
0’17
0’71
1
0’17
559
100
0’35
N TOTAL
[page-n-290]
Yacimiento: COVA DE L’OR
Nivel analítico: OR II
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
2
2
%
0’63
0’63
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
12
3’79
2
0’63
2
1
3
1
3
0’63
0’31
0’94
0’31
0’94
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
6
2
1
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
42
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
N
1
5
7
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
102. PF5
103. PF6
2’21 104. PF7
105. PF8
0’94 106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
0’31 111. PF14
112. PF15
0’94 113. PF16
0’31 114. PF17
115. PF18
116. PF19
17’72 117. PF20
1’58 118. PF21
119. PF22
0’31 120. PF23
0’63 121. PF24
1’89 122. PF25
0’63 123. PF26
6’64 124. PF27
0’31 125. PF28
0’31 126. PF29
0’31 127. PF30
128. PF31
129. PF32
130. PF33
1’26 131. PF34
3’79 132. PF35
133. PF36
2’84 134. PF37
1’26 135. PF38
136. PF39
137. PF40
0’63 138. PF41
0’63 139. PF42
0’31 140. PF43
141. PF44
0’63 142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
1
0’31
2
1
0’31
7
3
1
3
1
56
5
8
6
1
3
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
1’89 67. HRM3
0’63 68. HRM4
0’31 69. HRM5
70. HRM6
0’31 71. HRM7
0’63 72. HRM8
73. HRM9
13’29 74. HRM10
75. HRM11
2’53 76. HRM12
1’89 77. HRM13
0’31 78. HRM14
0’94 79. HRM15
7
4
2
4
4
2
2’21
1’26
0’63
1’26
1’26
0’63
9
4
1
0’31
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
18
1
2
2
5’69
0’31
0’63
0’63
2
7
2
0’63
2’21
0’63
2
0’63
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
34
4
1
1
10’75
1’26 X. PF
0’31 98. PF1
0’31 99. PF2
1
2
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
1
2
6
2
21
1
1
1
4
12
2
2
1
2
4
%
0’31
1’58
2’21
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
%
0’31
1
0’31
1
1
0’31
0’31
0’63
1
1
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
1
1
0’31
0’31
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
4
1’26
1
2
0’31
0’63
1
0’31
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
26
6
11
8
8’22
1’89
3’48
2’53
1
0’31
93
10
4
42
20
17
29’43
3’16
1’26
13’29
6’32
5’37
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
5
2
1’58
0’63
2
0’63
1
0’31
316
100
0’31
0’31
-
N
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
1
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
-
1’26
XII. PR
154. PR1
N TOTAL
279
[page-n-291]
Yacimiento: COVA DE L’OR
Nivel analítico: OR III
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
-
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
1
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
1
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
19
1
4
1
1
2
2
5
3
2
%
-
0’75
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
0’75 67. HRM3
68. HRM4
0’75 69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
14’28 74. HRM10
0’75 75. HRM11
3’00 76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
1’50
1’50 VIII. HBE
3’75 80. HBE1
2’25 81. HBE2
1’50 82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
1’50
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
2
1
0’75
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
280
Grupo/tipo
100. PF3
0’75 101. PF4
2’25 102. PF5
0’75 103. PF6
0’75 104. PF7
105. PF8
106. PF9
1’50 107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
0’75 113. PF16
1’50 114. PF17
2’25 115. PF18
116. PF19
15’03 117. PF20
3’00 118. PF21
119. PF22
0’75 120. PF23
1’50 121. PF24
122. PF25
123. PF26
0’75 124. PF27
125. PF28
126. PF29
0’75 127. PF30
2’25 128. PF31
2’25 129. PF32
0’75 130. PF33
0’75 131. PF34
2’25 132. PF35
133. PF36
3’75 134. PF37
2’25 135. PF38
136. PF39
137. PF40
1’50 138. PF41
139. PF42
140. PF43
141. PF44
2’25 142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
1
0’75
-
1
0’75
1
0’75
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
2
1’50
XII. PR
154. PR1
-
1
3
1
1
2
1
2
3
0’75
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
15
1
11’27
0’75 X. PF
98. PF1
99. PF2
1
N
0’75
20
4
1
2
1
1
3
3
1
1
3
5
3
2
3
%
0’75
-
N
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
-
-
-
-
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
12
1
10
1
9’02
0’75
7’51
0’75
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
1
0’75
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
1
%
50
9
37’59
6’76
17
15
9
12’78
11’27
6’76
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
3
2’25
2
1’50
1
0’75
133
100
N TOTAL
[page-n-292]
Yacimiento: ERETA DEL PEDREGAL
Nivel analítico: EP-I
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
3
%
0’93
1
0’31
2
0’62
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
3
0’93
1
0’31
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
4
4
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
20
6’21
2
2
0’62
0’62
2
3
0’62
0’93
4
3
4
1’24
0’93
1’24
2
0’62
1’24
1’24
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
7
1
2’17
0’31
1
0’31
3
1
0’93
0’31
1
0’31
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
8
0’31
N
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
41
1
7
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
1’24 102. PF5
103. PF6
104. PF7
105. PF8
106. PF9
107. PF10
108. PF11
0’31 109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
0’62 113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
9’00 117. PF20
1’24 118. PF21
0’31 119. PF22
0’31 120. PF23
0’62 121. PF24
0’93 122. PF25
0’31 123. PF26
1’55 124. PF27
125. PF28
126. PF29
127. PF30
0’31 128. PF31
0’31 129. PF32
130. PF33
131. PF34
3’10 132. PF35
133. PF36
0’62 134. PF37
135. PF38
0’31 136. PF39
137. PF40
138. PF41
0’31 139. PF42
140. PF43
141. PF44
12’73 142. PF45
0’31 143. PF46
2’17 144. PF47
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
67. HRM3
68. HRM4
69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
74. HRM10
75. HRM11
76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
29
4
1
1
2
3
1
5
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
2
4
1
2
3
9
2
2
8
2
1’24
0’31
0’62
0’93
2’79
0’62
0’62
2’48
0’62
X. PF
98. PF1
99. PF2
82
25’46
4
1
2
1
1
10
1
1
%
2’48
1
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
N
2
2
1
%
0’62
0’62
0’31
1
1
0’31
0’31
3
0’93
15
25
6
4
4’65
7’76
1’86
1’24
3
5
0’93
1’55
1
2
0’31
0’62
0’31
1’55
0’62
3
N
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
2
2
0’62
0’62
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
10
1
3
5
3’10
0’31
0’93
1’55
1
0’31
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
1
5
2
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
37
1
7
4
1
4
1
8
11
11’49
0’31
2’17
1’24
0’31
1’24
0’31
2’48
3’41
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
31
5
9’62
1’55
7
10
9
2’17
3’10
2’79
2
2
0’62
0’62
322
100
0’93
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
33
1
4
7
7
1
6
5
2
XVII. D
10’24 191. D1
0’31 192. D2
1’24 193. D3
194. D4
2’17 195. D5
2’17 196. D6
0’31
1’86
1’55
0’62
XII. PR
154. PR1
8
8
2’48
2’48
N TOTAL
281
[page-n-293]
Yacimiento: ERETA DEL PEDREGAL
Nivel analítico: EP-II
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
2
1
%
0’75
0’37
1
0’37
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
1
0’37
1
0’37
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
3
1
1
1’12
0’37
0’37
1
0’37
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
11
4’13
2
2
1
1
1
0’75
0’75
0’37
0’37
0’37
1
0’37
3
1’12
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
4’13
0’75
0’37
1’50
2
1
0’75
0’37
1
0’37
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
282
11
2
1
4
3
0’37
N
%
1
0’37
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
67. HRM3
68. HRM4
69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
74. HRM10
75. HRM11
76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
16
6’01
1
0’37
3
1’12
2
2
0’75
0’75
1
7
0’37
2’63
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
1
0’37
1
0’37
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
17
1
6’39
0’37
X. PF
98. PF1
99. PF2
1
0’37
1’12
1
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
3
1’12
1
2
6
2
2
0’37
0’75
2’25
0’75
0’75
95
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
102. PF5
103. PF6
104. PF7
105. PF8
106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
117. PF20
118. PF21
119. PF22
120. PF23
121. PF24
122. PF25
123. PF26
124. PF27
125. PF28
126. PF29
127. PF30
128. PF31
129. PF32
130. PF33
131. PF34
132. PF35
133. PF36
134. PF37
135. PF38
136. PF39
137. PF40
138. PF41
139. PF42
140. PF43
141. PF44
142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
6
1
2
4
5
4
1
%
2’25
0’37
0’75
1’50
1’87
1’50
0’37
2
0’75
9
17
7
1
1
2
6
1
3’38
6’39
2’63
0’37
0’37
0’75
2’25
0’37
2
0’75
1
0’37
2
0’75
1
0’37
2
1
0’75
0’37
1
1
0’37
0’37
13
35
1
8
1
4
3
1
7
6
4
13’15
0’37
3’00
0’37
1’50
1’12
0’37
2’63
2’25
1’50
XII. PR
154. PR1
3
3
1’12
1’12
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
1
0’37
1
0’37
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
6
1
2’25
0’37
3
1’12
2
0’75
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
38
2
5
3
1
6
1
12
8
14’28
0’75
1’87
1’12
0’37
2’25
0’37
4’51
3’00
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
22
1
1
5
6
9
8’27
0’37
0’37
1’87
2’25
3’38
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
1
0’37
1
0’37
266
100
4’88
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
N
0’75
2
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
35’71
N TOTAL
[page-n-294]
Yacimiento: ERETA DEL PEDREGAL
Nivel analítico: EP-III
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
1
1
0’43
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
1
0’43
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
4
4
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
10
1
3
1
1
2
1
%
0’43
0’43
1’73
1’73
4’34
0’43
1’30
0’43
0’43
0’86
1
0’43
1
9
3
1
2
1
3’91
1’30
0’43
0’86
0’43
2
0’86
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
-
N
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
102. PF5
103. PF6
104. PF7
105. PF8
106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
4’34 117. PF20
118. PF21
119. PF22
120. PF23
0’43 121. PF24
122. PF25
0’43 123. PF26
0’86 124. PF27
125. PF28
126. PF29
127. PF30
128. PF31
129. PF32
130. PF33
0’43 131. PF34
2’17 132. PF35
133. PF36
134. PF37
135. PF38
136. PF39
137. PF40
138. PF41
139. PF42
140. PF43
141. PF44
10’00 142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
1
3
3
3
5
8
%
0’43
1’30
1’30
1’30
2’17
3’47
3
1
1’30
0’43
3
9
2
1’30
3’91
0’86
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
67. HRM3
68. HRM4
69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
74. HRM10
75. HRM11
76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
10
3
2
1’30
0’86
1
1
1
2
0’43
0’43
0’43
0’86
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
-
1
0’43
2
0’86
1
0’43
2
1
1
2
4
0’86
0’43
0’43
0’86
1’73
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
23
7
2
1
1
5
2
2
2
1
3’04
0’86
0’43
0’43
2’17
0’86
0’86
0’86
0’43
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
39
3
5
1
7
1
7
11
3
1
16’95
1’30
2’17
0’43
3’04
0’43
3’04
4’78
1’30
0’43
X. PF
98. PF1
99. PF2
66
28’69
1
0’43
XII. PR
154. PR1
2
1
0’86
0’43
1
1
2
1
5
0’43
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
%
-
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
N
%
1
0’43
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
-
-
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
10
4
1
3
4’34
1’73
0’43
1’30
1
1
0’43
0’43
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
40
1
6
4
17’39
0’43
2’60
1’73
1
4
18
6
0’43
1’73
7’82
2’60
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
13
2
1
1
4
5
5’65
0’86
0’43
0’43
1’73
2’17
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
2
1
0’86
0’43
1
0’43
230
100
N TOTAL
283
[page-n-295]
Yacimiento: ERETA DEL PEDREGAL
Nivel analítico: EP-IV
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
%
1’18
0’19
1
0’19
4
0’78
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
3
1
0’59
0’19
1
0’19
1
0’19
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
2
2
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
29
2
10
5’71
0’39
1’97
3
2
6
0’59
0’39
1’18
2
0’39
3
1
0’59
0’19
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
10
2
2
4
1
1
0’19
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
284
N
6
1
3
0’59
0’39
0’39
1’97
0’39
0’39
0’78
0’19
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
N
%
1
1
0’19
0’19
1
0’19
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
67. HRM3
68. HRM4
69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
74. HRM10
75. HRM11
76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
23
6
1
4’53
1’18
0’19
1
2
0’19
0’39
2
0’39
1
0’19
10
1’97
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
2
1
0’39
0’19
1
0’19
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
43
5
8’48
0’98
12
2’36
3
4
8
3
4
3
1
0’59
0’78
1’57
0’59
0’78
0’59
0’19
X. PF
98. PF1
99. PF2
184 36’29
2
0’39
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
102. PF5
103. PF6
104. PF7
105. PF8
106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
117. PF20
118. PF21
119. PF22
120. PF23
121. PF24
122. PF25
123. PF26
124. PF27
125. PF28
126. PF29
127. PF30
128. PF31
129. PF32
130. PF33
131. PF34
132. PF35
133. PF36
134. PF37
135. PF38
136. PF39
137. PF40
138. PF41
139. PF42
140. PF43
141. PF44
142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
13
%
2’56
2
4
3
6
0’39
0’78
0’59
1’18
5
3
2
0’98
0’59
0’39
2
7
2
2
0’39
1’38
0’39
0’39
3
3
9
8
3
6
2
7
2
17
5
12
5
3
3
6
0’59
0’59
1’77
1’57
0’59
1’18
0’39
1’38
0’39
3’35
0’98
2’36
0’98
0’59
0’59
1’18
8
2
2
1’57
0’39
0’39
1
2
1
2
19
0’19
0’39
0’19
0’39
3’74
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
89
3
15
5
12
13
11
21
8
1
17’55
0’59
2’95
0’98
2’36
2’56
2’16
4’14
1’57
0’19
XII. PR
154. PR1
2
2
0’39
0’39
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
N
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
2
1
0’39
0’19
1
0’19
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
24
8
4’73
1’57
10
2
1
3
1’97
0’39
0’19
0’59
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
66
5
18
13’01
0’98
3’55
5
2
3
25
8
0’98
0’39
0’59
4’93
1’57
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
15
1
1
2
2
9
2’95
0’19
0’19
0’39
0’39
1’77
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
4
1
0’78
0’19
1
0’19
1
1
0’19
0’19
507
100
N TOTAL
[page-n-296]
APÉNDICE III
PROCEDENCIA DE LAS PIEZAS LÍTICAS ILUSTRADAS
(Figuras 1 a 97)
[page-n-297]
[page-n-298]
Lectura siglas:
- CO H4/C5 = Cova de l’Or, sector H-4, capa 5.
- EP CDII (VII 64-72)/C2 = Ereta del pedregal, sector CD-II (equivalente al cuadro VII de las excavaciones de 1964 y 1972), capa 2 de la
excavación de 1972 (v. fig. 100 y cuadro 25, en Capítulo IV).
Fig. 1.- 1, CO H4/C5; 2, CO H1/C5; 3, EP CDII(VII 64-72)/C2;
4, CO H4/C6; 5, EP CDII(VII 64-74)/C6; 6, EP BCIV(IV 65)/C2;
7, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 8, EP BC II(II 65-74)/C6;
9, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 10, EP CDII(VII 64)/Capas
superficiales; 11, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 12, CO
H5/C5; 13, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales.
Fig. 2.- 1, EP CDII(VII 64)/Capa superficial; 2, Cova de la Sarsa
(Colección Ponsell); 3, CO H5/C6; 4, EP BCIII(III 65-74)/C8; 5,
CO H5/C4; 6, CO H4/C3; 7, CO H3/C7; 8, CO H1/C7; 9, CO
H5/C5; 10, CO H3/C7; 11, CO H2/C6; 12, CO H4/C5.
Fig. 3.- 1, CO H1/C7; 2, CO H3/C7; 3, CO H3/C7; 4, CO H5/C3;
5, CO H5/C4; 6, CO H1/C7; 7, CO H4/C5; 8, CO H/C5; 9, CO
H1/C5; 10, EP CDII(VII 64-74)/C6; 11, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 12, CO H4/C6; 13, CO H4/C6; 14, CO H2/C5;
15, CO H/C5; 16, CO H/C4; 17, CO H3/C7.
Fig. 4.- 1, CO H5/C6; 2, CO H4/C5; 3, CO H5/C4; 4, CO H5/C6;
5, CO H2/C2; 6, CO H5/C4; 7, EP CDI(IV 69)/C2; 8, CO H3/C7;
9, CO H/C6; 10, CO H1/C7; 11, CO H5/C5; 12, EP CDIII(VI
70)/C2.
Fig. 5.- 1, CO H5/C6; 2, CO H4/C6; 3, EP BCII(II 65-72)/C6; 4,
EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 5, CO H5/C4; 6, EP DEI(II
70)/C2; 7, CO H3/C7; 8, CO H/C5; 9, CO H2/C5; 10, CO H3/C7;
11, CO H2/C6; 12, CO H5/C5; 13, CO H/C4; 14, CO H5/C6; 15,
CO H/C2; 16, CO H5/C4; 17, EP DEIII(VII 70)/C1.
Fig. 6.- 1, CO H2/C6; 2, CO H/C2; 3, CO H1/C6; 4, EP BCIV(IV
65)/C2; 5, EP BCIV(IV 65)/C2; 6, CO H1/C7; 7, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 8, CO H4/C6; 9, EP BCI(I 65-74)/C5; 10, EP
BCII(II 65-72)/C3; 11, EP DEI(II 69)/C1; 12, CO H3/C7; 13, CO
H1/C7; 14, CO H/C5.
Fig. 7.- 1, CO H2/C6; 2, CO H4/C6; 3, CO H2/C5; 4, CO H/C4; 5,
CO H4/C2; 6, CO H2/C4; 7, EP BCII(II 65)/C3; 8, EP DEI(II
64)/Capas superficiales; 9, EP BCIV(IV 65)/C1; 10, CO H4/C6;
11, CO H5/C5; 12, CO H4/C5; 13, CO H/C5; 14, CO H1/C5; 15,
EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 16, CO H3/C7; 17, CO
H3/C7; 18, CO H2/C6.
Fig. 8.- 1, CO H2/C6; 2, CO H5/C6; 3, CO H2/C6; 4, CO H3/C6;
5, CO H4/C5; 6, CO H4/C5; 7, CO H3/C6; 8, CO H2/C4; 9, CO
H5/C3; 10, EP CDI(IV 70)/C1; 11, EP BCII(II 65-72)/C2; 12, CO
H5/C3; 13, EP CDI(VIII 72)/C1; 14, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 15, CO H3/C7; 16, CO H/C6; 17, CO H5/C5.
Fig. 9.- 1, CO H3/C6; 2, CO H/C5; 3, CO H5/C5; 4, CO H5/C5; 5,
CO H2/C3; 6, EP CDI(VIII 74)/Penúltima capa; 7, EP CDII(V
69)/C2; 8, CO H3/C7; 9, CO H3/C6; 10, CO H1/C6.
Fig. 10.- 1, CO H4/C5; 2, CO H3/C6; 3, EP CDII(VIII 64)/Capas
superficiales; 4, CO H4/C6; 5, CO H5/C6; 6, CO H3/C7; 7, CO
H2/C6; 8, CO H5/C5; 9, CO H3/C6; 10, CO H1/C5; 11, CO
H5/Entre capas 4-5; 12, CO H/C4.
Fig. 11.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C7; 3, CO H/C7; 4, CO H4/C6;
5, CO H4/C6; 6, CO H4/C6; 7, CO H2/C6; 8, CO H2/C6; 9, CO
H2/C6; 10, CO H3/C6; 11, CO H3/C6; 12, CO H1/C6; 13, CO
H1/C6; 14, CO H/C6; 15, CO H4/C5; 16, CO H5/C5.
Fig. 12.- 1, CO H5/C4; 2, CO H5/C3; 3, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 4, EP BC IV(IV 65-74)/Penúltima capa; 5, EP
BCIV(IV 65-74)/C4; 6, CO H1/C7; 7, CO H5/C5; 8, CO H4/C5; 9,
EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 10, EP CDI(VIII 64)/Capas
superficiales; 11, CO H1/C7; 12, CO H1/C7; 13, CO H3/C7; 14,
CO H3/C7.
Fig. 13.- 1, CO H1/C7; 2, CO H5/C5; 3, CO H5/Entre capas 4-5; 4,
CO H/C7; 5, CO H5/C1; 6, CO H/C1; 7, EP CDI(VIII 74)/Última
capa; 8, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 9, CO H1/C6; 10, CO
H4/C5.
Fig. 14.- 1, CO H4/C6; 2, CO H4/C6; 3, CO H2/C6; 4, CO H3/C6;
5, CO H/C6; 6, CO H1/C6; 7, CO H4/C5; 8, CO H4/C5; 9, CO
H5/Entre capas 4-5; 10, EP EFI(I 70)/Agrupación piedras; 11, EP
BCI(I 65)/C2; 12, CO H5/C4; 13, CO H/C5; 14, CO H5/C4; 15,
CO H2/C6; 16, CO H4/C6; 17, CO H2/C5; 18, CO H2/C6; 19, CO
H5/C4; 20, CO H5/C5.
Fig. 15.- 1, CO H4/C5; 2, CO h5/C4; 3, EP BCI(I 65-72)/C3; 4, EP
CDI(VIII 74)/C5; 5, CO H5/C6; 6, CO H5/C6; 7, CO H5/C6; 8 CO
H5/C6; 9, CO H4/C6; 10, CO H1/C6; 11, CO H2/C5; 12, CO
H2/C3; 13, EP CDII(V 69)/C2; 14, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 15, CO H2/C6; 16, CO H5/C6.
287
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Fig. 16.- 1, CO H5/C5; 2, EP BCII(II 65-72)/C3; 3, EP EFI(I
69)/C3; 4, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 5, EP DEII(III
64)/Capas superficiales; 6, EP BCI(I 65)/C1; 7, CO H4/C6; 8, CO
H2/C6; 9, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 10, CO H2/C6;
11, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 12, EP CDI(IV 69)/C1;
13, CO H5/C6; 14, CO H4/C5; 15, CO H2/C5; 16, CO H1/C4; 17,
CO H1/C7; 18, EP CDIII(VI 70)/C2; 19, CO H4/C6.
Fig. 17.- 1, CO H4/C6; 2, CO H4/C5; 3, CO H1/C4; 4, EP
BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 5, EP CDII(V 69)/C1; 6, EP
BCII(II 65-72)/C6; 7, CO H5/Entre capas 4-5; 8, CO H2/C4; 9, CO
H1/C7; 10, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 11, EP EFI(I
64)/Capas superficiales; 12, CO H4/C5; 13, CO H5/C1; 14, EP
CDI(VIII 72)/C1; 15, CO H/C3; 16, EP CDII(VII 64-74)/C5.
Fig. 18.- 1, CO H3/C7; 2, CO H1/C6; 3, CO H3/C6; 4, CO H5/C4;
5, CO H2/C4; 6, CO H/C3; 7, CO H5/C2; 8, CO H/C7; 9, CO
H1/C7; 10, CO H2/C3; 11, CO H4/C6; 12, EP BCII(II 65-74)/C6;
13, CO H3/C7; 14, CO H5/C5; 15, CO H2/C5; 16, CO H2/C4; 17,
CO H5/C4; 18, EP (excavaciones años 1940); 19, CO H1/C7; 20,
CO H5/C6; 21, CO H5/C6; 22, CO H5/C5; 23, CO H3/C6.
Fig. 19.- 1, EP CD III(VI 64)/Capa superficial; 2, CO H3/C7; 3,
CO H2/C6; 4, CO H3/C6; 5, CO H5/C5; 6, CO H5/C4; 7, CO
H5/C4; 8, CO H3/C7; 9, CO H3/C7; 10, CO H2/C6; 11, CO
H2/C6; 12, CO H4/C6; 13, CO H5/C5; 14, CO H4/C5; 15, CO
H5/C5; 16, CO H5/C1; 17, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 18,
CO H3/C7; 19, CO H4/C6; 20, CO H2/C6; 21, CO H2/C6.
Fig. 20.- 1, CO H2/C6; 2, CO H4/C6; 3, CO H5/C6; 4, CO h5/C6;
5, CO H5/C6; 6, CO H3/C6; 7, CO H5/C5; 8, CO H5/C5; 9, CO
H5/C4; 10, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 11, EP DEIII(VII
70)/C4; 12, CO H2/C5; 13, CO H2/C2; 14, CO H1/C7; 15, CO
H1/C7; 16, CO H1/C7; 17, CO H1/C7; 18, CO H3/C7; 19, CO
H2/C6; 20, CO H4/C6; 21, CO H4/C6; 22, CO H2/C5; 23, CO
H5/C6.
Fig. 21.- 1, CO H4/C5; 2, CO H4/C5; 3, CO H4/C5; 4, CO H5/C5;
5, CO H5/C5; 6, CO H5/C5; 7, CO H5/C5; 8, CO H5/C5; 9, CO
H5/Entre capas 4-5; 10, CO H2/C4; 11, CO H5/C4; 12, CO H/C3;
13, CO H1/C2; 14, EP DEI(II 70)/C2; 15, CO H4/C5; 16, CO
H/C5; 17, CO H1/C7; 18, CO H2/C6; 19, CO H4/C5; 20, CO
H2/C6; 21, CO H4/C5.
Fig. 22.- 1, CO H5/Entre capas 4-5; 2, CO H5/C4; 3, CO H3/C7; 4,
CO H5/C5; 5, CO H2/C4; 6, CO H/C2; 7, CO H/C2; 8, Cova de la
Pastora; 9, Cova de la Pastora; 10, Cova de la Pastora; 11, EP (excavaciones años 1940); 12, Cova del Barranc del Castellet; 13, EP
(excavaciones años 1940); 14, EP (excavaciones años 1940); 15,
Cova de la Pastora; 16, EP (excavaciones años 1940); 17, EP
BCIII(III 65-74)/C7; 18, Cova de la Pastora; 19, Cova de la Pastora; 20, Cova de la Pastora; 21, CO H4/C6; 22, Cova de la Pastora.
Fig. 23.- 1, CO H5/C4; 2, CO H2/C6; 3, CO H5/C5; 4, CO H2/C4;
5, CO H2/C4; 6, CO H5/C2; 7, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 8, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 9, CO H2/C1; 10, CO H/C2; 11, EP
BCIV(IV 65)/C1; 12, CO H5/C4; 13, CO H2/C2; 14, CO H5/C1.
Fig. 24.- 1, CO H3/C7; 2, CO H1/C7; 3, CO H3/C7; 4, CO H3/C7;
5, CO H5/C6; 6, CO H2/C6; 7, CO H1/C6; 8, CO H3/C6; 9, CO
H5/C5; 10, CO H5/C5; 11, CO H2/C5; 12, CO H5/C5; 13, CO
H5/C5; 14, CO H2/C5; 15, CO H1/C5; 16, CO H5/C4; 17, CO
H2/C2; 18, CO H5/C2; 19, EP BCIII(III 65-74)/C8; 20, EP BCIII(III 65-74)/C8; 21, EP DEII(III 64)/Capas superficiales.
Fig. 25.- 1, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 2, EP BCI(I
65)/C2; 3, CO H5/C6; 4, EP BCII(II 65)/C3; 5, EP BCI(I 65)/C1;
6, CO H2/C5; 7, CO H1/C7; 8, CO H2/C6; 9, CO H3/C6; 10, CO
288
H2/C5; 11, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 12, EP CDI(IV
70)/C2; 13, CO H/C7; 14, CO H5/C6; 15, CO H2/C6; 16, CO
H3/C6; 17, CO H4/C5.
Fig. 26.- 1, CO H2/C5; 2, EP BCI(I 65-72)/C3; 3, CO H5/C6; 4,
CO H2/C6; 5, CO H/C7; 6, CO H1/C6; 7, CO H5/C4; 8, CO H/C1;
9, CO H2/C5; 10, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 11, EP
BCIII(III 65)/C1; 12, CO H1/C7; 13, CO H/C7; 14, CO H4/C6; 15,
CO H4/C5; 16, CO H2/C5; 17, CO H5/C5.
Fig. 27.- 1, CO H2/C5; 2, CO H5/C4; 3, CO H5/C4; 4, CO H5/C3;
5, EP BCI(I 65-74)/C6; 6, BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 7, CO
H1/C7; 8, CO H3/C6; 9, CO H/C5; 10, CO H4/C5; 11, CO H5/C5;
12, CO H1/C6.
Fig. 28.- 1, CO H5/C1; 2, EP EFI (I 70)/Agrupación piedras; 3, CO
H1/C7; 4, CO H1/C7; 5, CO H1/C7; 6, CO H1/C7; 7, CO H3/C7;
8, CO H3/C7; 9, CO H1/C7; 10, CO H5/C6; 11, CO H3/C7; 12, CO
H5/C6; 13, CO H5/C6; 14, CO H5/C6.
Fig. 29.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C6; 3, CO H5/C5; 4, CO H/C5;
5, CO H5/C5; 6, CO H5/Entre capas 4-5; 7, CO H/C5; 8, CO
H5/C5; 9, CO H/C4; 10, CO H2/C4; 11, CO H1/C4; 12, CO
H5/C3; 13, EP CDIII(VI 70)/C2; 14, EP BCIII(III 65-72)/C2.
Fig. 30.- 1, CO H5/C3; 2, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 3,
EP BCII(II 65-72)/C4; 4, EP BCII(II 65)/C3; 5, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 6, CO H1/C5; 7, CO H4/C6; 8, CO
H2/C5; 9, EP BCIII(III 65-74)/C8; 10, CO H1/C7; 11, CO H1/C7;
12, CO H5/C4; 13, CO H2/C4; 14, EP BCI(I 65-74)/C7; 15, EP
BCII(II 65-72)/C4; 16, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales.
Fig. 31.- 1, EP BCIV(IV 65)/C1; 2, CO H5/C4; 3, EP BCII(II 6572)/C4; 4, EP CDI(VIII 72)/C1; 5, CO H1/C7; 6, CO H5/C4; 7, CO
H5/C5; 8, CO H4/C6; 9, CO H1/C5; 10, CO H1/C7; 11, CO
H5/C6; 12, CO H/C5; 13, CO H2/C5; 14, CO H5/C2.
Fig. 32.- 1, CO H/C2; 2, CO H/C1; 3, CO H3/C7; 4, CO H1/C6; 5,
CO H5/C5; 6, CO H2/C5; 7, CO H1/C3; 8, CO H5/C1; 9, CO
H5/C6; 10, CO H/C5; 11, CO H/C2; 12, CO H3/C7.
Fig. 33.- 1, CO H2/C6; 2, CO H5/C6; 3, CO H5/C3; 4, CO H/C6;
5, CO H4/C5; 6, CO H5/C5; 7, CO H5/C4; 8, H5/C4; 9, CO
H4/C4; 10, EP BCIII(III 65-72)/C4; 11, CO H5/C6; 12, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 13, CO H4/C5; 14, CO H4/C5.
Fig. 34.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C7; 3, CO H5/C6; 4, CO H/C2;
5, CO H2/C6; 6, CO H2/C6; 7, CO H1/C6; 8, CO H4/C5; 9, CO
H1/C7; 10, CO H2/C6; 11, CO H2/C2; 12, CO H/C4; 13, CO
H4/C6; 14, CO H5/C6; 15, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 16, CO
H4/C5.
Fig. 35.- 1, EP BCIII(III 65)/C2; 2, CO H3/C7; 3, CO H3/C7; 4,
CO H2/C6; 5, CO H5/C6; 6, CO H3/C6; 7, CO H2/C4; 8, CO
H2/C6; 9, CO H5/C4; 10, CO H5/C1; 11, CO H/C4; 12, CO H/C2;
13, CO H/C5; 14, CO H2/C4; 15, CO H5/C5.
Fig. 36.- 1, EP BCII(II 65)/C3; 2, EP BCIV(IV 65)/C1; 3, EP BCI(I
65)/C2; 4, EP BCII(II 65)/C2; 5, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima
capa; 6, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 7, EP BCIII(III 6574)/C7; 8, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 9, EP CDI(VIII
74)/C3 y 4; 10, EP BCIII(III 65-74)/C6; 11, EP CDII(VII 6474)/C5.
Fig. 37.- 1, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 2, EP DEII(III
70)/C2; 3, EP BCII(II 65-72)/C2; 4, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 5, EP BCIII(III 65-72)/C3; 6, EP BCI(I 65-72)/C3; 7, EP
CDI(VIII 74)/Penúltima capa; 8, EP CD III(VI 69)/C2; 9, EP
BCII(II 65)/C3; 10, EP BCIII(III 65)/C1; 11, EP BCII(II 6572)/C6; 12, EP DEII(III 70)/C1; 13, EP CDI(IV 70)/C1.
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Fig. 38.- 1, EP BCIII(III 65-72)/C1; 2, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 3, EP BCII(II 65-72)/C2; 4, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 5, CO H/C4; 6, EP BCIII(III 65-74)/C7; 7, CO H/C7;
8, EP BCII(II 65-72)/C1; 9, EP DEII(III 69)/C1; 10, EP CDII(VII
64-74)/C6.
Fig. 39.- 1, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 2, EP DEI(II
64)/Capas superficiales; 3, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación);
4, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 5, EP DEIII(VII 70)/C1;
6, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 7, CO H5/C2; 8, EP BCI
(I 65-74)/C7; 9, EP BCIII(III 65-74)/C7; 10, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 11, EP CDI(VIII 74)/desmonte piedras; 12, EP CDIII(VI 70)/C1; 13, EP EFI(I 64)/Capas superficiales.
Fig. 40.- 1, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 2, EP CDIII(VI
64)/Capa superficial; 3, EP BCII(II 65-72)/C6; 4, EP CDI(VIII
64)/Capas superficiales; 5, EP BCIII(III 65-74)/C7; 6, EP BCIII(III
65-74)/C8; 7, CO H5/C4; 8, EP CDIII(VI 70)/C1; 9, EP DEI(II
64)/Capas superficiales; 10, EP BCIII(III 65-72)/C1.
Fig. 41.- 1, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 2, EP CDIII (VI
70)/C1; 3, EP BCII(II 65)/C3; 4, EP BCIV(IV 65-72)/C3; 5, EP
DEIII (VII 70)/C1; 6, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 7, EP DEI
(II 70)/Muro piedras; 8, CO H5/C1; 9, EP CDI (VIII 74)/Desmonte piedras; 10, EP DEII(III 64)/Capas superficiales.
Fig. 42.- 1, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 2, EP BCIV(IV
65-74)/Penúltima capa; 3, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4,
EP CDIII(VI 69)/C1; 5, EP BCI(I 65-74)/C7; 6, CO H2/C6; 7, EP
BCI(I 65)/C2; 8, EP BCI(I 65-74)/C5; 9, CO H/C7; 10, EP BCIII(III 65-74)/C8.
Fig. 43.- 1, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 2, EP BCI(I 65)/C2;
3, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4, EP BCIII(III 65-72)/C3;
5, EP EFI(I 70)/Muro piedras; 6, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 7, EP
DEI(II 64)/Capas superficiales; 8, EP BCI(I 65)/C2; 9, EP EFI(I
64)/Capas superficiales; 10, EP BCIII(III 65-74)/C6; 11, EP BCIII(III 65-74)/C5; 12, EP BCIII(III 65-72)/C3; 13, EP BCI(I 6572)/C2; 14, EP BCII(II 65-72)/C2; 15, EP BCIV(IV 65-74)/
Penúltima capa; 16, EP CDIII(VI 70)/C1; 17, EP CDIII(VI 69)/C2;
18, EP BCI(I 65-72)/C1; 19, EP DEII(III 64)/Capas superficiales;
20, EP BCII(II 65-72)/C3.
Fig. 44.- 1, EP BCI(I 65-72)/C2; 2, EP DEII(III 69)/C1; 3, EP BCIII(III 65)/C1; 4, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 5, EP CDIII(VI 70)/C2; 6, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 7, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 8, EP CDI(IV 69)/C1; 9, EP DEI(II
70)/Muro piedras; 10, EP DEIII(VII 70)/C3; 11, EP BCIII(III 6572)/C2; 12, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 13, EP BCII(II
65)/C2; 14, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 15, EP BCII(II
65-72)/C2; 16, EP CDIII(VI 69)/C2; 17, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 18, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 19, Cova de la
Pastora; 20, Cova del Camí Real d’Alacant; 21, Cova de la Pastora.
Fig. 45.- 1, Cova de la Pastora; 2, Cova de la Pastora; 3, Cova de la
pastora; 4, Cova de la Pastora; 5, Cova de la Pastora; 6, EP CDIII(VI
64)/Capa superficial; 7, EP BCI(I 65)/C1; 8, EP CDIII(VI 64)/Capa
superficial; 9, EP BCII(II 65)/C3; 10, EP BCIII(III 65-72)/C3; 11,
EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 12, EP DEII(III 69)/C1; 13,
EP BCIII(III 65-72)/C2; 14, EP CDIII(VI 69)/C1; 15, EP BCI(I
65)/C1; 16, EP BCI(I 65-72)/C2; 17, EP CDI(VIII 74)/Última capa;
18, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 19, CO H3/C6; 20, Cova del Barranc del Nano; 21, Cova del Barranc del Nano.
Fig. 46.- 1, Cova de la Pastora; 2, Muntanya Assolada; 3, EP
BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4, EP BCIII(III 65-74)/C8; 5, EP
BCII(II 65-72)/C5; 6, EP BCI(I 65-74)/C7; 7, EP BCII(II 65-
72)/C5; 8, EP DEII(III 70)/C4; 9, EP DEIII(VII 70)/C4; 10, EP
BCIII(III 65-72)/C3; 11, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 12, EP BCIII(III
65-72)/C3; 13, EP DEI(II 70)/Muro piedras; 14, EP BCI(I 65)/C3
y 4; 15, EP BCI(I 65-74)/C7; 16, EP BCIII(III 65-74)/C5; 17, EP
BCI(I 65-74)/C7; 18, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 19, EP
BCIII(III 65-74)/C8; 20, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación).
Fig. 47.- 1, EP CDI(VIII 74)/Penúltima capa; 2, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 3, EP BCIII(III 65-74)/C8; 4, EP BCIII(III 6574)/C6; 5, EP BCIV(IV 65-72)/C3; 6, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 7,
EP BCIII(III 65-72)/C3; 8, EP DEI(II 70)/Muro piedras; 9, EP
DEII(III 70)/C1; 10, EP CDI(IV 70)/C1; 11, EP DEII(III 69)/C1;
12, EP BCII(II 65)/C2; 13, EP DEII(III 64)/Capas superficiales;
14, EP BCI(I 65)/C2; 15, CO H5/C2; 16, EP CDII(VII 64-74)/C5;
17, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 18, EP CDII(VII 6474)/C5; 19, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 20, EP BCIV(IV 65-74)/C4.
Fig. 48.- 1, EP BCIII(III 65-74)/C7; 2, EP BCII(II 65-72)/C6; 3, EP
BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 4, EP BCIII(III 65-72)/C3; 5,
EP BCIV(IV 65-72)/C3; 6, EP BCI(I 65)/C1; 7, EP BCI(I 65)/C3
y 4; 8, Cova del Barranc del Castellet; 9, EP BCII(II 65-74)/C6
(continuación); 10, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 11, EP BCIV(IV
65-74)/C4; 12, EP BCIII(III 65-72)/C3; 13, EP CDII(VII 6474)/C5; 14, EP BCIII(III 65-74)/C8; 15, EP BCII(II 65-74)/C6
(continuación); 16, EP BCII(II 65-72)/C3; 17, EP CDI(VIII
64)/Capas superficiales; 18, Cova del Camí Real d’Alacant; 19, EP
CDI(VIII 72)/C1; 20, Cova de la Pastora.
Fig. 49.- 1, Cova de la Pastora; 2, Cova del Camí Real d’Alacant;
3, EP BCII(II 65-72)/C5; 4, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 5,
EP BCIV(IV 65-74)/C4; 6, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 7,
EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 8, EP BCIII(III 65-74)/C8; 9,
EP BCII(II 65-72)/C4; 10, EP BCI(I 65-72)/C3; 11, EP DEIII(VII
70)/C2; 12, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 13, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 14, EP DEII(III 70)/C1; 15, EP CDII(V
69)/C2; 16, EP BCII(II 65)/C2; 17, EP BCI(I 65)/C1; 18, EP EFI(I
69)/C3; 19, EP CDI(VIII 74)/Desmonte piedras; 20, EP CDI(VIII
74)/Penúltima capa; 21, EP CDI(VIII 74)/Desmonte piedras; 22,
EP BCI(I 65)/C2.
Fig. 50.- 1, Cova de la Pastora; 2, EP CDIII(VI 69)/C1; 3, EP BCI(I
65)/C3 y 4; 4, EP BCIV(IV 65)/C2; 5, EP BCIII(III 65)/C1; 6, EP
BCII(II 65)/C2; 7, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 8, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 9, EP CDIII(VI 69)/C2; 10, EP BCIII(III 65)/C2; 11,
EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 12, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 13, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 14, EP
BCII(II 65)/C1; 15, EP DEIII(VII 70)/C2; 16, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 17, EP DEI(II 69)/C1; 18, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 19, EP BCIII(III 65-72)/C3; 20, EP CDII(V 69)/C2.
Fig. 51.- 1, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 2, EP EFI(I
64)/Capas superficiales; 3, EP CDIII(VI 69)/C1; 4, EP CDII(VII
64)/Capas superficiales; 5, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 6, EP
CDII(VII 64)/Capas superficiales; 7, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 8, EP BCI(I 65)/C2; 9, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 10, EP BCIV(IV 65)/C2; 11, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 12, CO H5/C1; 13, EP BCII(II 65-72)/C3; 14, EP
DEII(III 70)/C3; 15, EP BCIV(IV 65)/C2; 16, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 17, EP BCIII(III 65)/C3; 18, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 19, EP BCIII(III 65)/C2; 20, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 21, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 22,
EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 23, EP CDIII(VI 64)/Capa
superficial; 24, EP DEI(II 64)/Capas superficiales.
Fig. 52.- 1, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 2, CO H/C4; 3, EP
CDI(IV 70)/C2; 4, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 5, EP
289
[page-n-301]
BCII(II 65)/C3; 6, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 7, EP
DEII(III 64)/Capas superficiales; 8, EP EFI(I 69)/C1; 9, EP
CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 10, EP BCII(II 65)/C2; 11, EP
CDII(VII 64)/Capas superficiales; 12, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 13, EP BCIV(IV 65)/C2; 14, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 15, Covacha de Ribera; 16, Cova de la Pastora; 17,
Cova del Barranc del Nano; 18, EP BCIII(III 65)/C1; 19, EP
BCIII(III 65)/C3; 20, EP BCI(I 65-72)/C3; 21, EP BCI(I 65)/C1.
Fig. 53.- 1, EP BCII(II 65)/C3; 2, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 3, Covacha de Ribera; 4, EP EFI(I 70)/Agrupación piedras;
5, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 6, EP CDII(VII 6474)/C5; 7, EP CDII(VII 64-74)/C5; 8, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 9, EP BCI(I 65)/C2; 10, EP CDI(VIII 74)/Desmonte
piedras; 11, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 12, EP CDII(VII 64)/Capas
superficiales; 13, EP BCIV(IV 65)/C2; 14, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 15, EP BCIII(III 65-74)/C6; 16, EP BCIV(IV 6574)/C4; 17, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 18, EP BCI(I 65-72)/C3; 19,
EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 20, EP BCIV(IV 65)/C1.
Fig. 54.- 1, EP CDIII(VI 70)/C2; 2, EP EFI(I 69)/C3; 3, EP BCII(II
65-72)/C2; 4, EP CDIII(VI 69)/C1; 5, EP BCII(II 65)/C3; 6, EP
DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 7, EP BCI(I 65)/C1; 8, EP
CDIII(VI 64)/Capa superficial.
Fig. 55.- 1, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 2, EP DEII(III
64)/Capas superficiales; 3, EP DEII(III 64)/Capas superficiales;
4, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 5, EP BCI(I 65)/C1; 6, EP
BCIV (IV 65)/C1; 7, EP DEII (III 64)/Capas superficiales; 8, EP
DEII (III 69)/C1.
Fig. 56.- 1, EP BCII(II 65-72)/C1; 2, EP CDII(V 69)/C2; 3, EP
EFI(I 70)/Agrupación piedras; 4, EP DEII(III 70)/C3; 5, EP
DEIII(VII 70)/C3; 6, EP DEIII(VII70)/C3; 7, EP BCIII(III 6572)/C3; 8, EP BCII(II 65-72)/C4.
Fig. 57.- 1, EP BCII(II 65-72)/C5; 2, EP BCIV(IV 65)/C2; 3, EP
BCIII(III 65-74)/C6; 4, EP DEIII(VII 70)/C1; 5, EP EFI(I 69)/C3;
6, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 7, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 8, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 9, EP DEIII(VII 70)/C3;
10, EP CDI(VIII 72)/C1.
Fig. 58.- 1, EP DEI(II 70)/C3; 2, EP DEII(III 70)/C2; 3, CO H/C3;
4, EP BCI(I 65)/C2; 5, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 6, EP
DEIII(VII 70)/C2; 7, EP BCIII(III 65-74)/C7; 8, EP BCII(II 6572)/C4; 9, EP BCII(II 65-72)C4; 10, EP CDII(VII 64-74)/C6; 11,
EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 12, EP BCIII(III 65-72)/C3.
Fig. 59.- 1, EP BCI(I 65-74)/C7; 2, EP CDII(VII 64-72)/C1; 3, EP
BCIII(III 65-72)/C1; 4, EP CDI(IV 69)/C1; 5, EP DEII(III 69)/C1;
6, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 7, EP CDII(V 70)/C1;
8, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 9, EP BCII(II 65)/C3;
10, EP DEI(II 70)/C1; 11, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales;
12, EP BCII(II 65)/C2.
Fig. 60.- 1, EP BCIII(III 65)/C1; 2, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 3, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 4, EP BCIII(III 6574)/C5; 5, EP EFI(I 70)/Muro piedras; 6, EP BCIV(IV 65-72)/C2;
7, EP DEI(II 69)/C1; 8, EP CDII(V 69)/C1; 9, EP BCIV(IV
65)/C1; 10, EP BCIV(IV 65)/C2; 11, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 12, EP BCIII(III 65-74)/C6; 13, EP CDII(VII 64-74)/C6;
14, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 15, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa.
Fig. 61.- 1, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 2, EP CDIII(VI
64)/Capa superficial; 3, EP BCI(I 65)/C1; 4, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 5, EP BCII(II 65)/C2; 6, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 7, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 8, EP BCII(II
290
65-74)/C6 (continuación); 9, EP BCIII(III 65-74)/C7; 10, EP
CDI(VIII 74)/Última capa; 11, EP BCII(II 65-72)/C6; 12, EP
BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 13, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 14, EP CDIII(VI 70)/C2; 15, EP DEII(III 70)/C1.
Fig. 62.- 1, EP DEIII(VII 70)/C2; 2, EP BCII(II 65-72)/C3; 3, EP
BCIV(IV 65-72)/C3; 4, EP CDIII(VI 69)/C2; 5, EP BCI(I 6572)/C2; 6, EP CDII(V 69)/C2; 7, EP CDII(V 69)/C2; 8, EP EFI (I
70)/Agrupación piedras; 9, EP BCIII(III 65-72)/C2; 10, EP
BCIII(III 65)/C2; 11, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 12, EP
BCIII(III 65)/C3; 13, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 14, EP
BCII(II 65)/C3; 15, EP BCIV(IV 65)/C2; 16, EP EFI(I 64)/Capas
superficiales; 17, EP BCI(I 65)/C1.
Fig. 63.- 1, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 2, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 3, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 4,
CO H5/C3; 5, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 6, EP CDIII(VI
64)/Capa superficial.
Fig. 64.- 1, EP BCII(II 65-72)/C5; 2, BCII(II 65-72)/C5Fig. 65.- 1,
EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 2, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 3, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 4, EP
BCIV(IV 65-74)/C4; 5, EP CDI(IV 69)/C2; 6, EP BCII(II 6572)/C5.
Fig. 66.- 1, EP BCII(II 65-72)/C6; 2, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 3, Lloma de Betxí; 4, Muntanya Assolada; 5, Lloma de
Betxí; 6, CO H5/C4; 7, Lloma de Betxí; 8, Lloma de Betxí.
Fig. 67.- 1, Muntanya Assolada; 2, Muntanya Assolada; 3, Lloma
de Betxí; 4, Muntanya Assolada; 5, Muntanya Assolada; 6, Lloma
de Betxí; 7, Lloma de Betxí; 8, Lloma de Betxí.
Fig. 68.- 1, Muntanya Assolada; 2, Lloma de Betxí; 3, Lloma de
Betxí; 4, Lloma de Betxí; 5, Muntanya Assolada; 6, Lloma de Betxí; 7, Lloma de Betxí; 8, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 9,
Muntanya Assolada; 10, Muntanya Assolada; 11, Lloma de Betxí.
Fig. 69.- 1, Lloma de Betxí; 2, Muntanya Assolada; 3, Muntanya
Assolada; 4, Muntanya Assolada; 5, Muntanya Assolada; 6, Muntanya Assolada; 7, Muntanya Assolada; 8, Muntanya Assolada; 9,
Lloma de Betxí.
Fig. 70.- 1, Lloma de Betxí; 2, Lloma de Betxí.
Fig. 71.- 1, EP DEIII(VII 70)/C1; 2, EP CDIII(VI 70)/C1; 3, EP
BCIV(IV 65)/C2; 4, EP EFI(I 70)/Agrupación piedras; 5, EP EFI(I
70)/Agrupación piedras; 6, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 7,
EP BCIII(III 65-74)/C6; 8, EP BCII(II 65-72)/C6; 9, EFI(I 69)/C1;
10, CO H5/Entre capas 4-5; 11, CO H4/C3.
Fig. 72.- 1, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 2, EP BCII(II
65)/C1; 3, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4, EP CDII(VII
64)/Capas superficiales; 5, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales;
6, CO H/C4; 7, EP BCII(II 65-72)/C6; 8, EP BCIV(IV 65-74)/C4;
9, EP DEI(II 70)/C4; 10, EP BCII(II 65-72)/C2; 11, EP BCI(I
65)/C3 y 4; 12, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 13, EP BCIII(III
65-74)/C5; 14, EP BCIII(III 65-74)/C6.
Fig. 73.- 1, EP BCIV(IV 65-72)/C1; 2, EP BCII(II 65-72)/C2; 3,
EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 4, EP BCIV(IV 65)/C2; 5, EP
EFI(I 64)/Capas superficiales; 6, EP BCII(II 65-72)/C4; 7, CO
H4/C4; 8, EP BCI(I 65-74)/C7; 9, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 10, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial.
Fig. 74.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C7; 3, CO H/C6; 4, CO H1/C6;
5, CO H1/C6; 6, CO H5/C5; 7, CO H5/C5; 8, CO H/C5; 9, CO
H3/C6; 10, CO H1/C6; 11, CO H4/C5; 12, CO H2/C4; 13, EP BCIII(III 65-72)/C3; 14, EP BCIII(III 65-72)/C3; 15, EP DEII(III
64)/Capas superficiales; 16, EP DEII(III 64)/Capas superficiales.
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Fig. 75.- 1, CO H3/C7; 2, CO H1/C7; 3, CO H1/C7; 4, CO H5/C6;
5, CO H4/C6; 6, CO H4/C6; 7, CO H4/C6; 8, CO H2/C6; 9, CO
H2/C6; 10, CO H3/C7; 11, CO H1/C7.
Fig. 76.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C6; 3, CO H5/C5; 4, CO H5/C5;
5, CO H/C5; 6, CO H1/C6; 7, CO H5/C4; 8, CO H2/C4; 9, CO
H3/C1 y 2; 10, EP CDI(VIII 74)/Desmonte piedras; 11, EP
CDII(VII 64-74)/C6.
Fig. 77.- 1, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 2, EP CDIII(VI 70)/C1;
3, EP BCII(II 65-72)/C2; 4, EP BCI(I 65-74)/C7; 5, EP BCII(II
65)/C3; 6, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales.
Fig. 78.- 1, CO H1/C7; 2, CO H1/C7; 3, CO H5/C6; 4, CO H2/C6;
5, CO H4/C6; 6, CO H4/C5; 7, CO H5/C5; 8, CO H2/C5; 9, CO
H5/C5; 10, CO H/C5.
Fig. 79.- 1, CO H2/C5; 2, CO H5/C4; 3, CO H4/C3; 4, CO H5/C2;
5, EP BCIII(III 65-74)/C5; 6, EP BCIII(III 65-74)/C8; 7, EP
BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 8, CO H5/C5; 9, EP CDII(VII
64)/Capas superficiales; 10, EP CDII(VII 64-74)/C6; 11, EP BCIII(III 65)/C2; 12, CO H5/C6.
Fig. 80.- 1, CO H1/C7; 2, CO H/C3; 3, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4, EP CDI(VIII 74)/Desmonte piedras; 5, EP CDI(VIII
74)/Desmonte piedras.
Fig. 81.- 1, EP BCII(II 65-72)/C3; 2, EP BCI(I 65)/C3 y 4; 3, EP
BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 4, EP DEII(III 69)/C2; 5, EP
BCI(I 65-72)/C2; 6, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 7, EP
CDIII(VI 64)/Capa superficial; 8, EP BCII(II 65-72)/C2.
Fig. 82.- 1, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 2, EP BCIII(III 65-72)/C3; 3,
EP BCIV(IV 65-72)/C3; 4, EP CDII(V 69)/C1; 5, EP DEI(II
64)/Capas superficiales; 6, EP BCI(I 65)/C3 y 4; 7, EP BCII(II
65)/C3; 8, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 9, EP BCIV(IV
65-74)/Penúltima capa.
Fig. 83.- 1, EP BCIII(III 65-74)/C5; 2, EP CDIII(VI 70)/C2; 3, EP
DEIII(VII 70)/C1; 4, EP CDI(IV 69)/C2; 5, EP EFI(I 70)/Agrupación piedras; 6, EP BCIII(III 65)/C3; 7, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 8, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 9, EP BCI(I 65)/C2.
Fig. 84.- 1, CO H3/C7; 2, CO H2/C6; 3, CO H3/C7; 4, CO H2/C6;
5, CO H2/C6; 6, CO H1/C7; 7, CO H4/C6; 8, CO H3/C7; 9, CO
H1/C7; 10, CO H5/C5; 11, CO H2/C5; 12, CO H1/C6; 13, CO
H/C5; 14, CO H5/C5.
Fig. 85.- 1, CO H4/C5; 2, CO H3/C1 y 2; 3, EP BCI(I 65-74)/C7;
4, EP BCI(I 65-74)/C7; 5, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 6,
EP BCIII(III 65-74)/C5; 7, CO H4/C5; 8, CO H4/C5; 9, CO
H3/C6; 10, CO H4/C4; 11, CO H4/C3.
Fig. 86.- 1, CO H5/C4; 2, CO H1/C5; 3, EP DEII(III 70)/C3; 4, CO
H5/C6; 5, CO H5/C6; 6, CO H/C7; 7, CO H2/C6; 8, CO H1/C7; 9,
CO H4/C6; 10, CO H3/C7; 11, CO H3/C7; 12, CO H5/C6; 13, CO
H1/C7.
Fig. 87.- 1, CO H4/C5; 2, CO H4/C5; 3, CO H4/C5; 4, CO H/C5;
5, CO H/C6; 6, CO H4/C5; 7, CO H1/C6; 8, CO H4/C5; 9, CO
H5/C5; 10, CO H5/C5; 11, CO H4/C5; 12, CO H5/C5; 13, CO
H1/C6; 14, CO H5/C4; 15, CO H4/C4; 16, CO H5/C4.
Fig. 88.- 1, CO H5/C4; 2, CO H2/C4; 3, CO H5/C4; 4, CO H4/C4;
5, CO H/C4; 6, CO H5/C2; 7, CO H5/C2; 8, CO H5/C1; 9, CO
H2/C2; 10, CO H3/C7; 11, CO H2/C6; 12, CO H3/C7; 13, CO
H3/C7; 14, CO H3/C7.
Fig. 89.- 1, CO H5/C6; 2, CO H2/C5; 3, CO H4/C5; 4, CO H5/C3;
5, CO H/C4; 6, EP DEI(II 70)/C4; 7, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 8, EP CDI(VIII 72)/C1; 9, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 10,
EP BCII(II 65)/C3; 11, CO H2/C6; 12, EP CDI(IV 69)/C1; 13, CO
H2/C6; 14, CO H1/C6; 15, CO H1/C7; 16, CO H4/C5.
Fig. 90.- 1, CO H5/Entre capas 4-5; 2, CO H1/C4; 3, CO H1/C5;
4, CO H1/C7; 5, EP CDII(V 69)/C2; 6, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 7, CO H2/C6; 8, CO H3/C7; 9, CO H4/C6; 10, CO
H3/C7; 11, CO H1/C7; 12, CO H3/C7; 13, CO H3/C7.
Fig. 91.- 1, CO H3/C7; 2, CO H4/C6; 3, CO H5/C6; 4, CO H2/C6;
5, CO H1/C7; 6, CO H4/C6; 7, CO H5/C6; 8, CO H5/C6; 9, CO
H3/C7; 10, CO H3/C7; 11, CO H2/C6; 12, CO H2/C6; 13, CO
H5/C5; 14, CO H2/C5; 15, CO H1/C6; 16, CO H4/C5; 17, CO
H4/C5.
Fig. 92.- 1, CO H4/C5; 2, CO H4/C5; 3, CO H4/C5; 4, CO H4/C5;
5, CO H4/C5; 6, CO H/C6; 7, CO H1/C6; 8, CO H5/C5; 9, CO
H5/C4; 10, CO H4/C5; 11, CO H4/C5; 12, CO H/C5; 13, CO
H/C3.
Fig. 93.- 1, CO H4/C4; 2, CO H/C4; 3, CO H2/C4; 4, CO H5/C1;
5, CO H5/C4; 6, CO H2/C2; 7, CO H5/C1; 8, CO H1/C3; 9, CO
H2/C2; 10, CO H5/C6; 11, EP BCIII(III 65-74)/C8; 12, CO H4/C6;
13, CO H5/C6; 14, EP BCIII(III 65-74)/C6; 15, EP BCI(I 6574)/C7.
Fig. 94.- 1, EP BCII(II 65-72)/C5; 2, EP BCI(I 65-74)/C7; 3, EP
CDIII(VI 70)/C2; 4, EP CDII(VII 64-72)/C2; 5, EP BCIII(III 6572)/C3; 6, EP BCI(I 65)/C2; 7, EP BCI(I 65-72)/C1; 8, CO H3/C7;
9, CO H1/C7; 10, CO H/C5; 11, CO H4/C5.
Fig. 95.- 1, CO H1/C6; 2, EP BCIV(IV 65-72)/C1; 3, EP BCII(II
65-72)/C4; 4, CO H5/C4; 5, EP BCI(I 65)/C3 y 4; 6, EP BCIII(III
65-72)/C3; 7, CO H3/C6; 8, EP DEII(III 70)/C1.
Fig. 96.- 1, CO H1/C6; 2, CO H/C5; 3, CO H1/C5; 4, CO H5/C3;
5, EP CDI(IV 69)/C2; 6, CO H4/C5; 7, EP BCII(II 65)/C1; 8, CO
H3/C7; 9, CO H3/C6; 10, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 11,
EP CDII(V 69)/C2; 12, CO H2/C6.
Fig. 97.- 1, CO H2/C3; 2, CO H5/C5; 3, CO H5/C2; 4, CO H4/C6;
5, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 6, EP BCII(II 65)/C3; 7, CO
H/C2; 8, EP BCIV(IV 65-74)/C4.
291
[page-n-303]
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Resumen
EL UTILLAJE DE PIEDRA TALLADA EN LA PREHISTORIA RECIENTE
VALENCIANA. ASPECTOS TIPOLÓGICOS, ESTILÍSTICOS Y EVOLUTIVOS
La revitalización de los estudios sobre la industria lítica
tallada de las etapas de la Prehistoria más cercana –Neolítico, Eneolítico y Edad del Bronce– puede considerarse un hecho relativamente reciente, a situar en la pasada década de
los años 80. Hasta entonces y para esas etapas, la cerámica,
uno de los nuevos elementos de la cultura material aportados
por el Neolítico, había merecido prácticamente toda la atención como objeto de estudio. Las formas y las decoraciones
cerámicas, dada su alta potencialidad analítica e informativa,
permitían la caracterización de horizontes o fases culturales
arqueológicas y el establecimiento de las secuencias evolutivas. La cerámica asumía así el papel que tradicionalmente
había tenido la piedra tallada para los periodos anteriores, el
Epipaleolítico y el Paleolítico, bajo un enfoque tipológico y
estratigráfico.
Esta revalorización del estudio de la piedra tallada
neolítica se produce básicamente en el contexto de la discusión general sobre la neolitización del occidente mediterráneo. La piedra tallada, en tanto que elemento común al
Neolítico y al Epipaleolítico-Mesolítico, se revelaba como
un elemento susceptible de comparación a todos los niveles,
contrariamente a la cerámica, ausente en el estadio epipaleolítico.
Dentro de la corriente de revitalización señalada se inscribe el trabajo que aquí se resume, si bien fuera de aquel
marco inicial de discusión sobre la neolitización. Una de las
principales pretensiones del trabajo es la de devolver a la
piedra tallada el papel tradicional de caracterizador cultural
y de trazador evolutivo, aplicado a las diferentes etapas de la
Prehistoria reciente valenciana. Desde esta perspectiva, es
evidente que la piedra tallada puede introducir matices en la
secuencia cronocultural establecida mediante la cerámica o,
al menos, completarla, llenando de mayor contenido cualitativo cada una de las fases internas.
La tipología estratigráfica es la herramienta básica para la
definición o concreción de secuencias arqueológicas. Por ello
se ha prestado una atención especial a la elaboración de una
tipología lítica específica para el Neolítico y las etapas posteriores, ante la ausencia de una tipología de aplicación generalizada al ámbito del mediterráneo peninsular. Entre los
diferentes modelos al uso, se ha optado –tal como se expone
en el Capítulo I del trabajo– por una tipología morfodescriptiva, inspirada en las del mismo signo existentes para el Paleolítico y Epipaleolítico, pero adaptada al Neolítico. Esta clase
de tipologías está bien implantada, compartiendo ampliamente los conceptos y un mismo léxico analítico y descriptivo –cf.
Capítulo II–. Por otro lado, se han valorado las mejoras que
pueden introducir en una tipología de estas características las
aportaciones de los estudios de estilo y los tecnofuncionales,
sobre todo a la hora de seleccionar los caracteres de mayor
significación tipológica. Conviene recordar que en las tipologías morfodescriptivas los tipos responden usualmente a una
formalización de los caracteres morfológicos y técnicos, primarios y secundarios, inscritos en el utillaje lítico, bajo criterios de selección no siempre explícitos.
Los materiales utilizados para la confección del repertorio tipológico provienen básicamente de dos yacimientos: la
Cova de l’Or (Beniarrés, Alicante) y la Ereta del Pedregal
(Navarrés, Valencia). Ambos poseen buenas muestras líticas
(cuantitativa y cualitativamente) que cubren en conjunto
desde el Neolítico antiguo hasta el Eneolítico final. El repertorio en cuestión –Capítulo III– se ha organizado en base
a dos únicos niveles taxonómicos, el grupo y el tipo; los caracteres morfotécnicos primarios determinan los grupos, y
los secundarios los tipos. El resultado ha sido una lista tipológica que incluye 17 grupos y 196 tipos, donde se recogen
series de piezas que a menudo han sido minusvaloradas en
los catálogos habituales (cf. piezas con simples señales de
293
[page-n-305]
uso, o los esbozos de fabricación de puntas de flecha), y
donde se ha puesto un énfasis clasificatorio en algunos de
los conjuntos de utillaje más específicamente neolíticos, en
sentido amplio (cf. hojas/hojitas de retoque marginal, de base estrechada o de retoque plano/sobreelevado).
Las posibilidades de explotación de los datos tipológicos (los materiales líticos formalizados e inventariados) se
han centrado en el aspecto diacrónico (secuencia evolutiva;
Capítulo IV). Ello ha permitido llenar de contenido lítico
cualitativo las secuencias arqueológicas de la Cova de l’Or
(básica para el Neolítico antiguo) y de la Ereta del Pedregal
(básica para el Neolítico final y el Eneolítico). La valoración
diacrónica se ha efectuado, de manera general, para el conjunto de los grupos de utillaje, y de manera más particular,
para los grupos de geométricos y puntas de flecha, dado su
mayor significado estilístico. En el primer caso, se ha puesto de relieve la pérdida de significación en el transcurso de
la secuencia neo-eneolítica de determinados grupos tipológicos (hojas/hojitas de retoque marginal, de base estrechada,
truncaduras, geométricos, etc.) y el lógico ascenso de otros
(hojas/hojitas de retoque plano, puntas de flecha, esbozos foliáceos, etc.), a veces mostrando un desarrollo proporcional
inverso (geométricos vs. puntas de flecha) o un desarrollo
294
paralelo (puntas de flecha y esbozos foliáceos), entre los aspectos destacables. En el segundo caso, se ha evidenciado la
poca significación de algunas clases tipológicas en el conjunto de la secuencia (segmentos y –sobre todo– triángulos,
entre los geométricos; puntas de base recta o cóncava, entre
las puntas de flecha), o la mayor significación de otras clases –o tipos concretos– en tramos determinados (trapecios
simétricos y asimétricos en el Neolítico antiguo; trapecios
rectángulos, de bases desplazadas y rectángulos propiamente dichos en el Neolítico final; puntas cruciformes en el Neolítico final; puntas de aletas agudas largas, rasas o
sobrepasadas en el Eneolítico final), también entre los aspectos relevantes.
En conclusión, el trabajo constituye la primera aproximación explícita al utillaje de piedra tallada de las etapas de
la Prehistoria reciente valenciana desde una perspectiva evolutiva, secuencial. El estudio, basado en dos yacimientos
fundamentales, ha revelado el carácter de indicadores cronoculturales de ciertos grupos, clases o tipos formales de ese
utillaje, carácter que habrá de ser puesto a prueba a partir de
nuevas secuencias estratigráficas mientras se sigue profundizando en la tipología comparada.
[page-n-306]
Resum
L’UTILLATGE DE PEDRA TALLADA EN LA PREHISTÒRIA RECENT
VALENCIANA. ASPECTES TIPOLÒGICS, ESTILÍSTICS I EVOLUTIUS
La revitalització dels estudis d’indústria lítica tallada
per a les etapes de la Prehistòria més propera (Neolític, Eneolític i Edat del Bronze) es pot considerar un fet relativament
recent a situar en la dècada dels passats anys 80. Fins aleshores, i per a aqueixes etapes, la ceràmica, un dels nous elements de la cultura material aportats pel Neolític, havia
acaparat pràcticament tota l’atenció com a subjecte i objecte d’estudi, atesa l’alta potencialitat analítica que revestia feta servir, sobretot, per a la caracterització d’horitzons o fases
culturals arqueològiques i la seua successió en el temps (establiment de les seqüències cronoculturals). La ceràmica
substituïa així el paper tradicional que la pedra tallada havia
tingut per als períodes immediatament anteriors al Neolític i
els més reculats (Epipaleolític, Paleolític), davall un enfocament tipològic i estratigràfic.
A partir dels anys 80, la revalorització de la pedra tallada neolítica com a subjecte analític es produeix, bàsicament,
en un context de discussió general sobre la neolitització. La
pedra tallada era un element comú al Neolític i a l’Epipaleolític (estadi previ a aquell), per tant, un element susceptible
de comparació –a tots els nivells– contràriament a la ceràmica, absent en l’estadi epipaleolític.
Dins del corrent de revitalització assenyalat s’inscriu
aquest treball, però ara fora d’aquell marc inicial de discussió, ja que la pretensió és de tornar-li a la pedra tallada el paper tradicional de caracteritzador cultural i de traçador
evolutiu, aplicat a les diferents etapes de la Prehistòria recent
valenciana. Des d’aquesta perspectiva, és clar que la pedra
tallada pot introduir matisos a la seqüència cronocultural establida mitjançant la ceràmica o, si més no, completar-la, tot
omplint de més contingut qualitatiu cadascuna de les fases
internes.
La tipologia estratigràfica és la ferramenta bàsica per a
la definició o concreció de seqüències arqueològiques. Ales-
hores, una atenció especial s’ha posat en l’elaboració d’una
tipologia lítica específica per al Neolític i les etapes posteriors, que en mancaven d’una definitiva i d’aplicació generalitzada (àmbit mediterrani peninsular). Entre els diferents
models a l’abast, s’ha optat –conforme s’exposa al Capítol I
del treball– per una tipologia morfodescriptiva convencional, inspirada en les del mateix signe existents per al Paleolític i l’Epipaleolític, però adaptada al Neolític. Aquesta
mena de tipologies estan ben implantades i comparteixen un
lèxic (analític, descriptiu, conceptual) àmpliament estés –cf.
Capítol II–. D’altra banda, s’ha mirat de veure les millores
que poden introduir en una tipologia d’aquestes característiques les aportacions dels estudis lítics d’estil i els tecnofuncionals, a l’hora sobretot de seleccionar els caràcters de
major significació tipològica. Cal recordar que la formulació
dels tipus en les tipologies morfodescriptives respon usualment a una formalització dels caràcters morfològics i tècnics, primaris i secundaris, inscrits en l’utillatge lític, davall
criteris de selecció no sempre explícits.
Els materials emprats per a la confecció del repertori tipològic provenen bàsicament de dos jaciments: la Cova de
l’Or (Beniarrés, Alacant) i l’Ereta del Pedregal (Navarrés,
València). Tots dos posseeixen bones mostres lítiques (quantitativament i qualitativa) que cobreixen conjuntament del
Neolític antic a l’Eneolític final. El repertori en qüestió –Capítol III– s’ha organitzat en base a dos únics nivells taxonòmics, el grup i el tipus; els caràcters morfotècnics primaris
determinen els grups, i els secundaris els tipus. El resultat ha
estat una llista tipològica que inclou 17 grups i 196 tipus, on
es recullen conjunts de peces sovint poc tingudes en compte
en els catàlegs més usuals (cf. peces amb simples senyals
d’ús, o els esbossos de fabricació de puntes de fletxa), i on
s’ha posat un èmfasi classificatori en alguns dels conjunts
d’utillatge més específicament neolítics, en sentit ampli (cf.
295
[page-n-307]
fulles/fulletes de retoc marginal, de base estretida o de retoc
pla/sobreelevat).
Les possibilitats d’explotació de les dades tipològiques
(els materials lítics formalitzats i inventariats) s’han focalitzat en l’aspecte diacrònic (seqüència evolutiva; Capítol IV).
Això ha permés d’omplir de contingut lític qualitatiu les seqüències arqueològiques de la Cova de l’Or (bàsica per al
Neolític antic) i de l’Ereta del Pedregal (bàsica per al Neolític final i l’Eneolític). La valoració diacrònica s’ha efectuat,
de manera general, per al conjunt dels grups d’utillatge, i de
manera més particular, per als grups de geomètrics i puntes
de fletxa, donat el seu major significat estilístic. En el primer
cas, s’ha posat en relleu la pèrdua de significació en el transcurs de la seqüència neo-eneolítica de determinats grups
tipològics (fulles/fulletes de retoc marginal, de base estretida, truncadures, geomètrics, etc.) i el lògic ascens d’uns altres (fulles/fulletes de retoc pla, puntes de fletxa, esbossos
foliacis, etc.), de vegades mostrant un desenrotllament proporcional invers (geomètrics vs. puntes de fletxa) o un desenrotllament paral·lel (puntes de fletxa i esbossos foliacis),
296
entre els aspectes destacables. En el segon cas, s’ha evidenciat la magra significació d’algunes classes tipològiques en
el conjunt de la seqüència (segments i –sobretot– triangles,
entre els geomètrics; puntes de base recta o còncava, entre
les puntes de fletxa), o la significació d’unes altres classes
–o tipus concrets– en trams determinats (trapezis simètrics i
asimètrics en el Neolític antic; trapezis rectangles, de bases
desplaçades i rectangles pròpiament dits en el Neolític final;
puntes cruciformes en el Neolític final; puntes d’aletes agudes llargues, rases o sobrepassades en l’Eneolític final), també entre els aspectes rellevants.
En conclusió, el treball constitueix la primera aproximació explícita a l’utillatge de pedra tallada de les etapes de la
Prehistòria recent valenciana des d’una perspectiva evolutiva,
seqüencial. L
’estudi, basat en dos jaciments carismàtics, ha
revelat el caràcter d’indicadors cronoculturals de certs grups,
classes o tipus formals d’aqueix utillatge, caràcter que haurà
de ser posat a prova a partir de noves seqüències estratigràfiques i l’aprofundiment en la tipologia comparada.
[page-n-308]
Résumé
L’OUTILLAGE EN PIERRE TAILLÉE DANS LA PRÉHISTOIRE RÉCENTE
VALENCIENNE. ASPECTS TYPOLOGIQUES, STYLISTIQUES ET ÉVOLUTIFS
La revitalisation des études sur l’industrie en pierre taillée des dernières étapes de la Préhistoire –Néolithique, Énéolithique et Âge du bronze– peut être considérée comme un
fait relativement récent, à situer dans la décennie passée des
années 80. Jusqu’alors et pour ces étapes, la céramique, l’un
des nouveaux éléments de la culture matérielle apportés par
le Néolithique, avait accaparé pratiquement toute l’attention
comme objet d’étude. Les formes et les décors céramiques,
de par leur fort potentiel analytique et informatif, permettaient de caractériser des horizons ou des phases culturelles
archéologiques et d’établir les séquences évolutives. La céramique assumait ainsi le rôle qu’avait traditionnellement
tenu la pierre taillée pour les périodes antérieures, l’Épipaléolithique et le Paléolithique, suivant une approche typologique et stratigraphique.
Cette revalorisation de l’étude de la pierre taillée néolithique se produit essentiellement dans le contexte du débat général sur la néolithisation de l’Occident méditerranéen. La pierre
taillée, en tant que composante commune au Néolithique et à
l’Épipaléolithique-Mésolithique, se révélait être un élément
susceptible de comparaison à tous les niveaux, contrairement à
la céramique, absente dans le stade épipaléolithique.
Le travail que nous résumons ici s’inscrit dans le courant de la revitalisation que nous venons d’évoquer, hors,
toutefois, de ce cadre initial du débat sur la néolithisation.
L’une des principales ambitions de ce travail est de restituer
à la pierre taillée le rôle traditionnel de marqueur culturel et
d’indicateur évolutif, appliqué aux différentes étapes de la
Préhistoire récente valencienne. Ainsi envisagée, il est évident que la pierre taillée peut introduire des nuances dans la
séquence chrono-culturelle établie au moyen de la céramique ou, tout au moins, la compléter, dotant chacune des phases internes d’un meilleur contenu qualitatif.
La typologie stratigraphique est l’outil de base pour la
définition ou l’obtention de séquences archéologiques. C’est
pour cette raison, et devant l’absence d’une typologie valable pour l’ensemble du domaine méditerranéen péninsulaire,
qu’une attention particulière a été prêtée à l’élaboration d’une typologie lithique spécifique pour le Néolithique et les
étapes postérieures. Parmi les différents modèles en usage,
nous avons opté –tel que nous l’exposons dans le Chapitre I
du livre– pour une typologie morpho-descriptive, inspirée de
celles du même genre existantes pour le Paléolithique et l’Épipaléolithique, mais adaptée au Néolithique. Ces typologies
sont bien implantées, partageant amplement les concepts et
un même lexique analytique et descriptif –cf. Chapitre II. En
outre, nous avons tenu compte des améliorations que peuvent apporter les études de style et techno-fonctionnelles
dans une typologie telle que celle-ci, surtout au moment de
sélectionner les caractères les plus significatifs du point de
vue typologique. Il convient de rappeler que dans les typologies morpho-descriptives, les types répondent habituellement à une formalisation des caractères morphologiques et
techniques, primaires et secondaires, inscrits dans l’outillage lithique, suivant des critères de sélection qui ne sont pas
toujours explicites.
L’essentiel des pièces utilisées pour la confection du répertoire typologique provient de deux sites : la Cova de l’Or
(Beniarrés, Alicante) et la Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia). Ils possèdent de bons échantillons lithiques (qualitativement et quantitativement) qui s’étalent, à eux deux, du
Néolithique ancien à l’Énéolithique final. Le répertoire en
question – Chapitre III – a été élaboré sur la base de deux niveaux taxonomiques uniquement, le groupe et le type; les
caractères morpho-techniques primaires déterminent les
groupes, et les secondaires les types. Le résultat est une liste typologique qui inclut 17 groupes et 196 types, où ont été
297
[page-n-309]
repris des séries de pièces qui ont été souvent sous-évaluées
dans les catalogues habituels (cf. pièces à retouche d’utilisation, ou les ébauches de fabrication de pointes de flèche), et
où certains des ensembles d’outillage plus spécifiquement
néolithiques, au sens large (cf. lames/lamelles à retouche
marginale, à base rétrécie ou à retouche plate/surélevée), ont
fait l’objet d’une emphase d’ordre classificatoire.
En ce qui concerne les possibilités d’exploitation des
données typologiques (le matériel lithique formalisé et inventorié), nous avons privilégié l’aspect diachronique (séquence évolutive; Chapitre IV). Cela a permis de doter les
séquences archéologiques de la Cova de l’Or (essentielle
pour le Néolithique ancien) et de la Ereta del Pedregal (essentielle pour le Néolithique final et l’Énéolithique) d’un
contenu lithique qualitatif. L’évaluation diachronique s’est
faite, de façon générale, pour l’ensemble des groupes d’outillage, et de façon plus particulière, étant donnée leur plus
forte connotation stylistique, pour les groupes des géométriques et des pointes de flèche. Dans le premier cas, nous
avons mis en relief, parmi les faits notables, la perte de valeur de certains groupes typologiques (lames/lamelles à retouche marginale, à base rétrécie, troncatures, géométriques,
etc.) au cours de la séquence néo-énéolithique et la progression logique d’autres groupes (lames/lamelles à retouche
plate, pointe de flèche, ébauches foliacées, etc.), montrant
298
parfois un développement proportionnel inverse (géométriques vs. pointes de flèche) ou un développement parallèle
(pointes de flèche et ébauches foliacées). Dans le second, et
toujours parmi les faits saillants, nous avons mis en évidence la faible valeur de certaines classes typologiques dans
l’ensemble de la séquence (segments et –surtout– triangles,
parmi les géométriques; pointes à base droite ou concave,
parmi les pointes de flèche), ou la plus grande valeur d’autres classes –ou types concrets– dans certaines trames
(trapèzes symétriques et asymétriques dans le Néolithique
ancien; trapèzes rectangles, à bases décalées et rectangles
proprement dits dans le Néolithique final; pointes cruciformes dans le Néolithique final; pointes à ailerons aigus longs,
ras ou outrepassés dans l’Énéolithique final).
En conclusion, ce travail constitue la première approche
explicite de l’outillage en pierre taillée des étapes de la
Préhistoire récente valencienne depuis une perspective
évolutive, séquentielle. L’étude, basée sur deux gisements
fondamentaux, a révélé le caractère d’indicateurs chronoculturels de certains groupes, classes ou types formels de cet
outillage, caractère qui devra être testé à partir de nouvelles
séquences stratigraphiques, tout en continuant d’affiner la
typologie comparée.
Traduction Marc Tiffagom
[page-n-310]
Abstract
CHIPPED STONE TOOLS IN THE RECENT PREHISTORY OF VALENCIA.
TYPOLOGICAL, STYLISTIC AND EVOLUTIONARY ASPECTS
The revitalisation of lithic industry studies during the recent Prehistory (Neolithic, Eneolithic, and Bronze Age) is a
relatively recent phenomenon that can be traced back to the
80s. Until that moment and for these periods, ceramics have
been the focus of new material culture studies as the main
Neolithic contribution. On account of their informative and
analytic potential, ceramic forms and decorations allowed
the characterisation of cultural horizons and archaeological
phases as well as the establishment of evolutionary sequences. Thus, ceramics assumed the role traditionally played by
chipped stone during the previous Epipaleolithic and Palaeolithic periods, from typological or stratigraphic perspective.
This revalorisation Neolithic chipped stone studies is a
result of the general discussion context about neolithisation
in the Western Mediterranean. As a common element of Neolithic and Epipaleolithic-Mesolithic periods, chipped stone
allowed comparison at all levels, contrary to ceramics.
In the line mentioned above, we offer a summary of this
monograph although outside of neolithisation discussion
and debates. The aim of this work is to return to the chipped
stone industries its traditional role of cultural and chronological indicators during the different phases of the recent
Prehistory in Valencia. From this perspective, it is obvious
that the study subject can introduce nuances into the chronocultural sequence established by means of ceramics or, at least complete it thus giving more qualitative contents to each
one of the internal phases.
The stratigraphic typology is the basic method to define
and specify the archaeological sequences. In this sense, a
special attention is paid to the elaboration of a specific lithic
typology for the Neolithic and later phases given the absence of a general typology applicable to the Mediterranean
area of Iberia. A morpho-descriptive typology has been chosen (as stated in Chapter I) inspired in the typology used for
the Palaeolithic and Epipaleolithic periods, but adapted to
the Neolithic. This kind of typology is well established in
terms of analytic and descriptive lexis (cf. Chapter II). On
the other hand, we have evaluated and introduced the improvements and contributions of style and techno-functional
studies, especially to evaluate those characters of major typological significance. It is worth remembering that in
morpho-descriptive typology, types respond ordinarily to a
formalisation of primary and secondary morphological and
technical characters, inscribed in the lithic tools under the
selection criteria which are not always explicit.
The body of the typological catalogue comes from two
sites: ‘la Cova de l’Or’ (Beniarrés, Alicante) and ‘la Ereta del
Pedregal’ (Navarrés, Valencia). Both sites have qualitatively
and quantitatively representative lithic samples from the
Early Neolithic to the Late Eneolithic periods. The catalogue
under consideration (Chapter III) has been organised around
two unique taxonomic levels: the group and the type; the primary morphotechnical characters determine the groups while the secondary the types. The result is a typological list
including 17 groups and 196 types which contains series of
pieces often underestimated in regular catalogues (cf. pieces
with simple retouch of use or projectile point preforms),
with a special emphasis on some specific sets of Neolithic
tools (cf. blades / bladelets with marginal retouch, with narrow base or with flat /over elevated retouch).
Diachronic changes (evolutionary sequence; Chapter
IV) have been the focus of typological data analysis (from
formalised and inventoried lithic tools). This allowed to fill
the archaeological sequences of ‘la Cova de l’Or’ (basic for
the Early Neolithic) and of ‘la Ereta del Pedregal’ (basic for
the Late Neolithic and the Eneolithic) with qualitative lithic
contents. In general, a diachronic evaluation has been undertaken for all tool groups and, in particular, for the geometric
299
[page-n-311]
microliths and arrow points on account of its major stylistic
significance. In the former, the emphasis has been placed on
such outstanding aspects as the loss of significance in the
course of the Neo-Eneolithic sequence of certain typological
groups (blades / bladelets with marginal retouch, with narrow base, truncations, geometric microliths, etc.) and on the
logical increase of others (blades / bladelets with flat retouch, arrow points, bifacial preforms, etc.), which sometimes shows inversely proportional development (geometric
microliths vs. arrow points) or parallel development (arrow
points and bifacial preforms). The latter shows up the little
significance of some typological classes in the general sequence (segments and, above all, triangles, among geometric
microliths; points with narrow or hollow base, among arrow
points), or the major significance of other classes –or con-
300
crete types– in certain parts of the sequence (symmetric and
asymmetric trapeziums in the Early Neolithic; rectangular
trapeziums with displaced bases and, strictly speaking, rectangles in the Late Neolithic; cross-shape projectile points
during the Late Neolithic; points with long, flat or exceed
sharp ailerons in the Late Eneolithic), also among the most
relevant aspects.
In conclusion, the work constitutes the first explicit approximation to the chipped stone tools during the recent
Prehistory of Valencia from an evolutionary and sequential
perspective. The study based on two fundamental sites has
revealed the character chrono-cultural significance of certain formal groups, classes or types of these tools which will
have to be tested from new stratigraphic sequences while we
continue going into the comparative typology in depth.
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
SERIE DE TRABAJOS VARIOS
Núm. 109
El utillaje de piedra tallada
en la Prehistoria reciente valenciana
Aspectos tipológicos, estilísticos y evolutivos
JOAQUIM JUAN CABANILLES
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2008
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DIPUTACIÓN DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 109
La Serie de Trabajos Varios del SIP se intercambia con cualquier publicación dedicada a la Prehistoria, Arqueología en general y ciencias
o disciplinas relacionadas (Etnología, Paleoantropología, Paleolingüística, Numismática, etc.), a fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del Museu de Prehistòria de València.
We exchange Trabajos Varios del SIP with any publication concerning Prehistory, Archaeology in general, and related sciences (Ethnology, Human Palaeontology, Palaeolinguistics, Numismatics, etc) in order to increase the batch of the Library of the Prehistory Museum of
Valencia.
INTERCAMBIOS
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Los Trabajos Varios del SIP se encuentran accesibles en versión electrónica en la dirección de internet:
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El resto de publicaciones del Museu de Prehistòria de València se halla también disponible electrónicamente en la dirección:
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© MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA. DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA.
ISBN: 978-84-7795-544-3
eISSN: 1989-540
Depósito legal: V-2740-2009
Imprime:
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Tel. 963 494 430 • Fax 963 490 532
e-mail: publicaciones@graficas-aguilar.com
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Al meu germà Lluís,
en el record
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PRÓLOGO
La imagen de Joaquim Juan Cabanilles es la de un hombre sereno, muy tímido, de mirada fija
y penetrante cuando observa y escucha, o huidiza cuando él se siente mirado. Yo sólo lo he tratado
profesionalmente y me llevé una gran sorpresa cuando, por persona interpuesta, supe que en los fines de semana J. Juan se reunía con sus amigos de banda para tocar rock and roll. No por haber nacido en los años de mi generación he llegado a comprender tan furibunda música y ahora siento
verdadera curiosidad por saber qué tipo de rock interpreta y cuál es el instrumento que toca. En
cualquier caso, la imagen de hombre tranquilo que sigo teniendo de él no me cuadra con su afición.
En el trabajo que prologamos se fundamenta y elabora una Tipología para el utillaje del Neolítico, Eneolítico y Edad del Bronce del País Valenciano. De entrada, ya se explicita que está inspirada en las tipologías “clásicas” o de corte bordesiano. La propuesta es valiente porque parecía que
tales tipologías habían tenido ya su tiempo.
El Dr. J. Juan Cabanilles apoya su trabajo en varios puntales. En primer lugar, en un vocabulario descriptivo que, sin ambigüedades, rinde buena cuenta de la morfología. Así mismo, en la concepción de la tipología como un modo de reconocimiento, definición y clasificación de los útiles
que aparecen en los yacimientos, basado en la observación y análisis de la mayor cantidad posible
de colecciones, al objeto de ver si las formas se repiten por cuanto que tienen una existencia real e
independiente del clasificador. No menos importante es la formalización individual de los caracteres primarios y secundarios de la forma o útil, que se encuentra de modo fortuito y es significativa
temporal y espacialmente en relación con un problema, porque ese es el fin de las tipologías de este corte: intentar resolver los problemas culturales, cronológicos y espaciales siguiendo la variación
de la forma. El problema de estas tipologías viene de su alcance temporal y espacial. Inicialmente
concebidas con pretensiones más o menos totalistas, su aplicación práctica ha ido regionalizándolas cada vez más y acortando su alcance temporal, aunque ya han aportado sus buenos oficios para
espacios y periodos amplios y culturalmente importantes. Todo lo que antecede tuvo un intenso y
controvertido debate en la Arqueología de Estados Unidos de América, principalmente de la mano
de J. Ford y A. Spaulding, que no encontró mayor eco en Europa, donde unos pocos años después,
F. Bordes y G. Laplace incidirían en lo mismo con idéntica pasión, pero sin la carga etnológica (antropológico-cultural) que el debate venía teniendo de antiguo en USA.
El trabajo de J. Juan es un valiente e inequívoco manifiesto en favor de las tipologías “clásicas”,
lleno de sentido común y pragmatismo. Pero el autor sabe muy bien que hay otras formas de hacer
tipología. Entre ellas, la de base estilística, cuya mayor ventaja es que expresan mejor las identidades, dado su carácter intrínsecamente cultural. Pero, argumenta el autor, buena parte de los caracteres estilístico-culturales también están implícitos en las tipologías “tradicionales”. Entre los
inconvenientes, la exigencia de un gran trabajo de verificación sobre gran número de conjuntos,
efectivos y variación morfológica, ampliamente repartidos en tiempo y espacio. La tipología de J.
Juan no es estilística, pero hace usos puntuales de esta última. En cuanto a las tipologías funciona-
VII
[page-n-9]
les, el autor es rotundo: a su juicio, las aportaciones de la traceología sirven más para el establecimiento de criterios para la definición de las clases y tipos de una tipología de base morfológica que
para conformar una tipología funcional; muy probablemente esta afirmación suscitará alguna controversia. Como no podía ser de otra forma, el autor conoce y asume bien lo que ha venido a denominarse como cadenas operativas; su trabajo se centra en las producciones finales de aquellas.
Toda esta primera parte del trabajo está escrita en páginas sintéticas y densas. No son pocas las
tesis doctorales que he leído en las que sus autores adormecen al lector con extensos excursos, enciclopédicos y meramente aditivos, con objeto de querer dar a entender que conocen bien la bibliografía y los aspectos esenciales y colaterales de los sujetos que tratan. El lector se ahorrara aquí de
todo eso. En el trabajo de J. Juan hay dos lecturas simultáneas: la de las páginas y la de las citas bibliográficas. Estas últimas sirven para aligerar el texto, están atinadamente seleccionadas, así como
sacadas a colación en el lugar adecuado para apoyar o discrepar de una argumentación. Hay mucha
lectura, reflexión y decisión en este trabajo que, como hemos dicho, huye de toda tentación enciclopédica. También he de resaltar la más que buena sintaxis y puntuación de este texto, escrito por
una persona que no tuvo como lengua materna al español. Pero no debo seguir con las alabanzas:
causaría sonrojo, porque el autor y yo pertenecemos a la misma “familia” de tipólogos.
La presente tipología está constituida por 17 grupos tipológicos y 196 tipos. ¿Quizá demasiados? Otras tipologías que cubren el mismo rango cronológico y cultural en áreas próximas tienen
más. Una de las producciones más características del Neolítico son las hojas y hojitas: clasificándolas se palpa la realidad neolítica. Pero quizá sea excesiva la cantidad de tipos reconocidos según
que su retoque sea marginal, muy marginal, o de denticulados marginales o muy marginales, porque el uso, su repetición, los cambios de filo, o la búsqueda de uno nuevo, pueden aligerar al grupo. Del mismo modo, es en la clase de los geométricos donde mejor se expresa el Epipaleolítico
reciente pero, cuando tuvimos ocasión de estudiarlo, hace ya muchos años, quizá cometiéramos el
mismo defecto hipertificativo; de tal modo, la observación que le hacemos a J. Juan es contradictoria. Sí estamos muy de acuerdo en que el tipo de retoque es un criterio de individualización tipológica en el grupo de los geométricos (retoque en doble bisel) y es un logro el reconocimiento de las
hojas y hojitas con base estrechada, hasta ahora no bien valorado.
En el cuerpo del trabajo van definiéndose los grupos y tipos de manera concisa a la vez que minuciosa en lo fundamental, siendo muy respetuoso con las aportaciones de los tipólogos y arqueólogos precedentes que obran en la historiografía. J. Juan sabe citar, haciéndolo en el lugar adecuado
y evitando prolijidades, como hemos dicho más arriba.
Creo que esta Tipología está llamada a tener éxito pues aborda con claridad y honestidad un sujeto que venía demandando un estudio como este.
Fco. Javier Fortea Pérez
Catedrático de Prehistoria
VIII
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ÍNDICE
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
VII
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1
I.
Fundamentos para un tipología del utillaje neolítico, eneolítico y de la Edad del Bronce . . . . . . . . . . .
Una tipología convencional: por qué y para qué . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Nuevas perspectivas para una tipología morfodescriptiva? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tipología y estilo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tipología y tecnofuncionalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
7
7
10
11
15
II.
Morfotecnia y nomenclatura tipológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Soportes tipológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Estado de las piezas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tipometría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Morfología y retoque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Criterios descriptivos del retoque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tipos de retoques . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
19
19
22
24
25
25
30
III. Repertorio Tipológico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Raspadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Perforadores y taladros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Piezas con borde abatido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Muescas y denticulados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Truncaduras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Geométricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hojas u hojitas con retoque marginal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hojas u hojitas con base estrechada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hojas u hojitas con retoque plano o sobreelevado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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35
41
53
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97
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IX
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Puntas de flecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Esbozos y preformas foliáceos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Placas retocadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sierras y dientes de hoz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Piezas astilladas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Lascas retocadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Piezas con señales de uso o filo embotado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Diversos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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187
201
217
Explotación de los datos tipológicos: la diacronía del utillaje neolítico y eneolítico como ejemplo . . . .
Bases arqueológicas para el estudio diacrónico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los sectores H de la Cova de l’Or: estratigrafía y secuencia cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los sectores centrales de la Ereta del Pedregal: estratigrafía y secuencia cultural . . . . . . . . . . . . . .
Diacronía general de los grupos de utillaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sectores H de Or . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sectores centrales de Ereta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Diacronía particular de geométricos y puntas de flecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Geométricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Puntas de flecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
221
222
222
227
234
234
238
242
242
249
...............................................................................
253
APÉNDICE I. Listado tipológico para el utillaje lítico de talla de la Prehistoria reciente valenciana
(listas amplia y reducida) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
269
APÉNDICE II. Cuadros de inventario tipológico del utillaje de la Cova de l’Or y de la Ereta del Pedregal
por niveles analíticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
275
APÉNDICE III. Procedencia de las piezas líticas ilustradas (figuras 1 a 97) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
285
Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Resum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Résumé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Abstract . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
293
295
297
299
IV.
Bibliografía
X
[page-n-12]
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo, como no esconde el propio título,
parte de un enfoque que podríamos llamar, sin complejos,
“clásico”. Y es así tanto por el sujeto de estudio, constituido
por materiales arqueológicos discretos (útiles de piedra tallada), como por el objeto, que atiende a problemáticas de formalización tipológica, de significación cronológica y de
distribución geográfica en relación con dichos materiales. El
terreno metodológico y analítico por el que se discurre es el
que compete, por tanto, a una “Arqueología de primer nivel”,
dirigida al ordenamiento inicial de los datos y a la resolución
de cuestiones básicas de forma, tiempo y espacio. No bien
precisadas estas cuestiones, que no son otras que la caracterización y contextualización de las entidades arqueológicas,
difícilmente tendrán sentido las interpretaciones que puedan
realizarse a un nivel superior. Pensamos, más expresamente,
en la naturaleza de los procesos históricos –“culturales”– que
explicarían determinadas situaciones de forma y espacio, ya
que más delicado resulta aún extraer de las entidades arqueológicas las realidades sociales subyacentes.
El tema central del trabajo, sobre el que gira el resto del
discurso, lo constituye el establecimiento de una tipología
general para el utillaje de piedra tallada del Neolítico y Eneolítico valencianos, extensible también a la Edad del Bronce. Una forma tal de aproximación a los testimonios líticos
puede chocar en un momento en que la tipología, y desde
hace ya alguna década, ha sido en cierta manera desplazada
por otros tipos de estudios no menos relevantes, centrados
en la tecnología integral (cadenas operativas o ciclos de producción-uso), en el estilo, en la traceología, etc. Es esto lo
que hacía expresar a M. Otte, en el prefacio a uno de los últimos catálogos tipológicos para el Paleolítico superior europeo (Demars y Laurent, 1989: 9), que “la tipología no está
ya de moda”. Sin embargo –proseguía el mismo autor–, la
utilizaríamos cotidianamente, constantemente, trayendo a
colación las frases habituales oídas en los laboratorios y
centros de investigación: “este grupo de puntas de escota-
dura ha sido fabricado en un material exógeno”, “los buriles de Lacam han servido para perforar hueso”, “los soportes de estos raspadores han sido obtenidos en la fase de
pleno lascado”, etc.
A finales de los pasados años 80 es posible que la tipología lítica, como tema de preocupación principal, ya no estuviera de “moda” entre los paleolitistas europeos, aunque no
se hubiera dejado de hacer uso de ella como perspicazmente
apuntaba Otte. De hecho, había pasado ya el tiempo de las
grandes discusiones metodológicas (Bordes vs. Laplace, por
ejemplo) y los grandes esquemas de clasificación, cubriendo
del Paleolítico inferior al Epipaleolítico-Mesolítico, se encontraban ya bien asentados (Bordes, Sonneville-Bordes y
Perrot, Laplace, Tixier, Rozoy, Fortea). No puede decirse lo
mismo, en cambio, considerado el campo de actividad de los
investigadores dedicados a los periodos más recientes de la
Prehistoria (Neolítico, Eneolítico, Edad del Bronce), para los
que la tipología lítica no es que se hallara en fase de retroceso, sino que apenas había gozado de atención como tal, es decir, como medio para la ordenación cronológica, relegada en
esta función por la tipología cerámica. Siendo más drásticos,
la industria lítica tallada había ocupado tradicionalmente una
posición muy secundaria en los estudios del Neolítico y etapas posteriores, arrinconada por la espectacularidad de las
producciones cerámicas y sus evidentes posibilidades como
sujeto analítico.
Esta situación comienza a cambiar, de manera apreciable, a partir de finales de los 70, uniendo a las valoraciones
generales de las industrias de talla neolíticas la necesidad de
un tratamiento ex profeso para el utillaje retocado. Los años
80 y siguientes verán concretarse esta necesidad, con la proliferación de tipologías expresas como la de Binder (1987)
para el Neolítico antiguo provenzal, cuyo modelo, basado en
criterios tecnológicos explícitos de clasificación, ha sido seguido para el Neolítico medio y final suizo (Winiger, 1993;
Honegger, 2001) o para el Mesolítico y Neolítico del Jura
1
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francés (Perrin, 2003); también la de Vaquer (1990) para el
Neolítico y Eneolítico del Languedoc occidental, simplificada recientemente por Briois (2005); o en cierta manera la de
Cahen, Caspar y Otte (1986) para el Neolítico antiguo belga,
por poner algunos ejemplos europeos próximos destacables.
En esta misma línea hay que incluir nuestro primer ensayo de
clasificación tipológica para el utillaje en sílex de la Cova de
l’Or y la Cova de la Sarsa (Juan Cabanilles, 1984), en un momento en que ya se había reconocido la personalidad “lítica”
del Neolítico antiguo cardial frente a la del Epipaleolítico reciente (Fortea, 1973: 406-413), al menos en la región central
del Mediterráneo peninsular, y la conveniencia de un tratamiento formal específico (Martí et al., 1980). Por la misma
época, y en el ámbito también peninsular, tienen origen otras
pocas propuestas tipológicas del mismo signo, como la de
Martínez (1985) para el Neolítico, Eneolítico y Edad del
Bronce de la Alta Andalucía y el Sudeste, dentro de un trabajo de tesis doctoral desgraciadamente nunca impreso, o la
del Grupo de Trabajo de Caspe (GTC, 1985) para el Eneolítico y Edad de los Metales del valle medio del Ebro. Paralelamente –o con escasa antelación– a estas propuestas de
repertorios y listados tipológicos expresos, otros autores harán uso de los esquemas clásicos del Paleolítico y sobre todo
del Epipaleolítico, previa adaptación forzada, para la presentación y el análisis de materiales neolíticos. Así, por ejemplo,
la tipología de Fortea (1973) servirá de base a Cava (1984)
para la clasificación de la industria lítica de los dólmenes del
País Vasco meridional, la misma industria de la Prehistoria
reciente de la cuenca del Ebro (1986) o la del Neolítico antiguo cardial de la Cueva de Chaves (1983, 2000). Posiblemente inspirados también en Fortea sean el listado tipológico
de Andrés (1978) para los ajuares líticos de los sepulcros dolménicos del valle medio del Ebro y los inventarios formalizados de Vallespí para los materiales del Neolítico
final/Eneolítico de yacimientos como La Pijotilla (Vallespí,
Hurtado y Calderón, 1985) y Vega de los Morales (Vallespí
et al., 1985b), entre otros. Con estos ejemplos, y más que iremos viendo en el transcurso del trabajo (no hemos hecho referencia aquí a las formalizaciones de grupos concretos de
utillaje, como puntas de flecha, dientes de hoz, etc.), sólo
pretendemos poner de relieve la vigencia de la tipología en
los estudios de industria lítica neolítica y la necesidad aún, a
escala peninsular, de contar con buenos esquemas específicos, de amplia generalización y que permitan las comparaciones intra e interregionales.
Un énfasis en la tipología puede sorprender también en
un momento en que ésta, como herramienta para el ordenamiento cronocultural, parece haber sido desplazada en determinados círculos por la radiometría, especialmente por el
valor de datación concedido al Carbono 14. Dicho de otro
modo, el valor supuestamente absoluto del C14 habría sustituido al valor relativo de la tipología estratigráfica. Así se
desprende de manifestaciones del siguiente cariz:
En la actualidad creemos que ya no es posible mantener los esquemas caducos propios de la datación relativa empirista que
sobrevaloraron las presencias o ausencias de los “fósiles directores”. El proceso de neolitización creemos que tuvo una
2
evolución compleja que no puede medirse en función de un
análisis estrictamente tipológico, a nuestro juicio totalmente
obsoleto. (Olaria, 2000: 30; a propósito de la presentación de
una nueva serie de dataciones C14 para los niveles neolíticos
de Cova Fosca, por lo demás completamente “ortodoxa”.)
Sin embargo, no todos los autores comparten opiniones
como la acabada de exponer. Sirva de ejemplo:
Nous voudrions en fin souligner à nouveau combien le débat
sur les origines chrono-culturelles du Néolithique en Belgique
ne constitue pas une simple opposition entre deux hypothèses,
mais qu’il découle de deux conceptions historiques fondamentalement opposées. En effet, les uns surestiment le rôle
exclusif des datations radiométriques dans l’établissement des
chronologies et se fondent sur cet argument pour nier la valeur
des raisonnements basés sur des évidences archéologiques, se
donnant ainsi toute liberté pour des hypothèses diverses. Les
autres, dans une tradition de l’archéologie européenne éprouvée, font appel avant tout au terrain, à la stratigraphie, à la typologie comparée et à l’analyse d’associations de caractères et
d’objets, pour établir des chronologies qui, bien que relatives,
n’en sont pas moins adaptées aux données. Les datations radiométriques sont alors envisagées dans un second temps et
critiquées à la lumière des acquis du raisonnement, en tenant
compte du fait que, du point de vue de leur durée, l’ordre de
grandeur des faits archéologiques concernés est bien inférieur
au degré de précision chronologique de la méthode de datation
au 14C. On ne peut confondre […] incertitude de la mesure radiométrique avec phénomène historique. (Burnez-Lanotte,
Caspar y Constantin, 2001: 71; a propósito de las relaciones
cronológicas entre Rubané y grupo de Blicquy en el yacimiento belga de Vaux-et-Borset.)
No hace falta aclarar con qué concepción de la práctica
arqueológica nos sentimos identificados, al igual que los propios firmantes de la última cita. En nuestro caso, todo radica
en la “pérdida de inocencia” que hemos comenzado a acusar
sobre la pretendida “infalibilidad” –siempre acrítica– del
método del C14 y sobre el “hermetismo” con que a menudo
suele leerse un depósito arqueológico estratificado. Actualmente, y por mejor comprensión del método, sabemos bastante bien qué es una datación C14, cómo proceder ante la
necesidad de su obtención y a qué atenerse a la hora de interpretar los resultados. Expresado brevemente, sabemos que
una fecha radiocarbónica es en esencia un valor de probabilidad, y que una datación de este tipo no tiene demasiado sentido sin una identificación y selección previa de las muestras:
porque no es lo mismo datar “carbones dispersos” que “carbones de Rosmarinus” o, mejor aún, “un carbón de Rosmarinus”; o datar muestras de vida larga (carbones o carbón de
Quercus suber, p.e.) que de vida corta (huesos o hueso de tal
mamífero); o datar muestras directas en relación con el problema discutido (huesos o hueso de Ovis, granos o grano de
Hordeum) que muestras no directas (huesos o hueso de Cervus), etc. (sobre estos aspectos en concreto, v. Castro y Micó,
1995; Van Strydonk et al., 1999; Mestres i Torres, 2000;
Zilhão, 2001; Binder, 2005; Bernabeu, 2006). En cualquier
caso, lo ideal y aconsejable es disponer de amplias series de
dataciones sobre la mayor variedad de muestras posible, porque tampoco es lo mismo –pensando en términos estratigrá-
[page-n-14]
ficos– una secuencia de fechas obtenidas sobre una única
muestra por nivel, por muy “coherente” que se revele, que
sobre un número mayor de muestras y de diferente naturaleza. Llegamos así a la cuestión tal vez más delicada, la interpretación de los resultados, para lo que es primordial una
mínima comprensión del contexto arqueológico datado. Esta
comprensión, por supuesto, es más necesaria en el caso de
dataciones conflictivas, las que entrañan contradicción con
los datos tipológicos y estratigráficos generales bien establecidos. Un buen ejemplo lo aportan los denominados niveles
de “transición” o de “contacto”, presentes en aquellas secuencias largas que abarcan distintos periodos o etapas
culturales (Paleolítico superior-Neolítico, Epipaleolítico reciente-Neolítico, etc.), niveles que suelen constituir las más
de las veces contextos problemáticos por “mixtura” de materiales. Es aquí por tanto donde hay que dar buena respuesta a
preguntas del tipo: ¿qué fecha en concreto una datación
C14?, es decir, ¿a qué materiales se asocia en realidad la
muestra datada?; o ¿qué garantías se tienen de la integridad
del depósito?, ¿a qué procesos de alteración, naturales o antrópicos, se ha encontrado sometido y con qué alcance?, etc.
No es nuestro propósito en este apartado de introducción descender al análisis crítico de casos particulares. Simplemente recordar que ya hay desarrollados en la actualidad
métodos contrastados para la detección de los “contextos arqueológicos aparentes” (Bernabeu, Pérez Ripoll y Martínez
Valle, 1999; Bernabeu et al., 1999), arrancando de una tradición crítica con base en la estratigrafía y tipología comparadas (Fortea y Martí, 1984-85), proseguida y mejorada en
lo que respecta a la minuciosidad de la lectura tafonómica de
los yacimientos (cf. Zilhão, 1993, 1998).
En definitiva, nuestra posición ante el siempre artificioso conflicto entre datación absoluta (C14) y datación relativa (tipología estratigráfica) es que el C14 puede ser del todo
apropiado para datar conjuntos descontextualizados tipológica y estratigráficamente, y no descontextualizados, si bien
no puede suplir a la tipología estratigráfica como procedimiento único de datación: más bien completarla; y que una
datación C14, salvo contaminación u otros problemas derivados de la propia muestra, no es errónea en sí misma, aunque sí puede serlo la relación asociativa que pueda llegar a
establecerse con ella. No compartimos pues, en ningún modo, aquellas posturas que ven en los depósitos/niveles de una
secuencia estratigráfíca/arqueológica cajones herméticos y
en el valor de datación del C14 un valor en “lo” absoluto.
Volviendo al punto de partida, la problemática general
en que se inscribe el presente trabajo es la de todo intento de
creación de herramientas efectivas para la apreciación analítica y sintética de los documentos arqueológicos. Dado que
el objetivo principal lo constituye el establecimiento de una
tipología para el utillaje de piedra tallada de la Prehistoria
reciente valenciana, la problemática particular es la que envuelve a cuestiones tales como qué tipología construir, bajo
qué presupuestos teóricos y metodológicos, bajo qué criterios, con qué finalidad, etc. Todos estos aspectos de fundamento serán tratados en el Capítulo I, avanzando ya que
nuestra inclinación es por una tipología convencional de corte morfodescriptivo.
El Capítulo II constituye un necesario preámbulo al repertorio formal del utillaje, en tanto que dedicado a la nomenclatura tipológica, esto es, al conjunto de términos y
conceptos morfotécnicos y tipométricos utilizados para describir o definir grupos y tipos. En estas definiciones y descripciones hay referencias a clases de soportes, modalidades
de retoques, etc., cuyos criterios, en su aplicación “tipológica”, habrá que dejar explícitos.
El siguiente capítulo, el III, es el que recoge la propuesta de repertorio tipológico que creemos más acorde con
la realidad de las colecciones líticas examinadas. La presentación por grupos de utillaje incluye definiciones generales
–de cada grupo– y particulares de los tipos individualizados,
valoraciones morfotécnicas y de vocabulario descriptivo, discusión de los criterios de clasificación, etc. Las colecciones
que han servido de base para la elaboración del repertorio
provienen de la Cova de l’Or (materiales esencialmente del
Neolítico antiguo) y de la Ereta del Pedregal (materiales del
Neolítico final y el Eneolítico). Los sectores concretos de
procedencia (los denominados “H” de Or y “centrales” de
Ereta), de vieja excavación, serán presentados en la primera
parte del Capítulo IV con especial atención a su estratigrafía
,
y secuencia cultural. En total, se han analizado 1.546 piezas
“retocadas” de Or y 1.325 de Ereta, separadas de un conjunto de varios miles de productos brutos y desechos de talla por
yacimiento, sobre todo en el caso de la Ereta. Todas las piezas han sido objeto de una ficha individual, informatizada, en
la que se han registrado los datos extrínsecos (yacimiento de
origen, sector, capa, nivel, etc.) y los intrínsecos (materia prima, tipo de soporte y caracteres técnicos, estado de fractura,
accidentes de lascado, alteraciones, tipometría, tipología,
etc.). La mayor parte de ellas han sido dibujadas, utilizándose una amplia muestra para ilustrar los tipos del repertorio.
A fin de completar la información “tipológica”, la de
aquellos grupos y/o tipos deficitarios en las colecciones de
referencia, se han revisado otras series líticas depositadas en
el Museu de Prehistòria de València. De los datos aportados
por los ajuares de algunos yacimientos funerarios del Neolítico final/Eneolítico (cuevas sepulcrales, p.e., de La Pastora,
Camí Real d’Alacant, Barranc del Castellet, Ribera o Torre
del Mal Paso; v. Soler Díaz, 2002), se han beneficiado más
particularmente los grupos de “geométricos” y “puntas de
flecha”; y de los proporcionados por las industrias de algunos poblados de la Edad del Bronce (Muntanya Assolada,
Lloma de Betxí; v. Martí, 1983b; de Pedro, 1998), el grupo
de “dientes de hoz”.
Finalmente, en la segunda parte del Capítulo IV se ofrecen dos ejemplos de aplicación o “explotación” de los datos
tipológicos que atañen, por un lado, a la evolución general
de los grupos de utillaje neolíticos y eneolíticos, y por otro,
a la evolución particular de dos grupos muy significativos
como los que representan geométricos y puntas de flecha,
según las secuencias que informan los sectores de la Cova de
l’Or y de la Ereta del Pedregal estudiados.
Cualquier trabajo de esta índole tiene siempre unas deudas contraídas. La mayor, en nuestro caso, es con Bernat
Martí Oliver, con quien hemos mantenido una estrecha cola-
3
[page-n-15]
boración profesional, inseparable de la relación de amistad,
desde nuestro ingreso en el Servei d’Investigació Prehistòrica-Museu de Prehistòria de la Diputación de Valencia. No
hay un solo punto del trabajo que no haya contado con su visión crítica y sus puntualizaciones y consejos de mejora, por
lo que nuestro sentimiento de gratitud hacia su persona es
enorme y así queremos que quede aquí expresado.
Nuestra segunda deuda es con Ángel Sánchez Molina,
quien se ha ocupado de la ingente tarea de redibujar todas las
piezas líticas, por medios informáticos, y de retocar y montar, por los mismos medios, el resto de la parte gráfica que
acompaña al texto. Su predisposición y buen hacer nunca serán suficientemente reconocidos. Igual predisposición de
ayuda la hemos encontrado en Manuel Gozalbes Fernández
de Palencia, a la hora de resolver dudas informáticas y de elegir los programas y aplicaciones más adecuados al caso.
Ha habido también intercambio de pareceres, de información o constantes consultas con otros investigadores de
4
nuestro entorno y campo de estudio, entre los que queremos
destacar a Valentín Villaverde Bonilla, con quien recorrimos
los tramos iniciales de una ya larga trayectoria dedicada al
estudio del “sílex”, y a Oreto García Puchol, Javier Fernández López de Pablo y Marc Tiffagom.
El trabajo ha sido realizado en el marco institucional del
ya aludido Servei d’Investigació Prehistòrica de Valencia,
sirviéndonos de sus fondos materiales y documentales, y de
sus recursos de trabajo y humanos. El agradecimiento aquí
va dirigido a todos los miembros del SIP, los que hemos conocido y los que ahora son, pero que concretaremos en la
persona de Consuelo Martín Piera, bibliotecaria del Servei,
y muy especialmente en nuestras compañeras de generación
María Jesús de Pedro Michó y Helena Bonet Rosado, de las
que hemos recibido estímulos permanentes.
Y a Pepa, Marina y Ausiàs la gratitud más profunda por
el inestimable valor de su presencia en el día a día.
[page-n-16]
Principales yacimientos del ámbito oriental de la península Ibérica citados en el texto.
1, La Velilla (Osorno, Palencia). 2, San Juan ante Portam Latinam (Laguardia, Álava). 3, Longar (Viana, Navarra). 4, Cueva de Chaves
(Bastarás-Casbas, Huesca). 5, Forcas II (Graus, Huesca). 6, La Draga (Banyoles, Girona). 7, Les Guixeres (Vilobí, Barcelona).
8, Timba del Barenys (Riudoms, Tarragona). 9, Botiqueria dels Moros (Mazaleón, Teruel). 10, Alonso Norte (Alcañiz, Teruel). 11, La Lámpara
(Ambrona, Soria). 12, La Revilla (Ambrona, Soria). 13, Cueva de la Vaquera (Torreiglesias, Segovia). 14, Cova Fosca (Ares del Maestre,
Castellón). 15, Cova Roja (Benassal, Castellón). 16, Font de la Carrasca (Culla, Castellón). 17, Cueva de la Torre del Mal Paso (Castellnovo,
Castellón). 18, Puntal sobre la Rambla Castellarda (Llíria, Valencia). 19, Lloma de Betxí (Paterna, Valencia). 20, Cova de Rocafort (Rocafort,
Valencia). 21, Cova de Ribera (Cullera, Valencia). 22, Sima de la Pedrera (Benicull, Valencia). 23, Muntanya Assolada (Alzira, Valencia).
24, Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia). 25, Cueva de la Cocina (Dos Aguas, Valencia). 26, Fuente Flores (Requena, Valencia). 27, Cova del
Barranc del Nano (el Real de Gandia, Valencia). 28, Cova de l’Or (Beniarrés, Alicante). 29, Cova del Barranc del Castellet (Carrícola, Valencia).
30, Cova del Camí Real d’Alacant (Albaida, Valencia). 31, Niuet (l’Alqueria d’Asnar, Alicante). 32, Les Jovades (Cocentaina, Alicante). 33, Cova
del Negre (Cocentaina, Alicante). 34, Mas de Menente (Alcoi, Alicante). 35, Cova de les Llometes (Alcoi, Alicante). 36, Cova de la Pastora (Alcoi,
Alicante). 37, Cova d’en Pardo (Planes, Alicante). 38, Cova de les Cendres (Moraira-Teulada, Alicante). 39, Cova de la Barcella (la Torre de les
Maçanes, Alicante). 40, Cova de la Sarsa (Bocairent, Valencia). 41, Arenal de la Costa (Ontinyent, Valencia). 42, Cova Santa (Vallada, Valencia).
43. Cerro del Cuchillo (Almansa, Albacete). 44, Casa de Lara (Villena, Alicante). 45, El Sambo (Novelda, Alicante). 46, Les Moreres (Crevillent,
Alicante). 47, La Borracha II (Jumilla, Murcia). 48, Vega de los Morales (Aldea del Rey, Ciudad Real). 49, Cueva de los Murciélagos (Zuheros,
Córdoba). 50, Cueva de la Carigüela (Píñar, Granada). 51, El Malagón (Cúllar, Granada). 52, Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería).
53, Cueva de Nerja (Nerja, Málaga).
5
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I. FUNDAMENTOS PARA UNA TIPOLOGÍA DEL UTILLAJE
NEOLÍTICO, ENEOLÍTICO Y DE LA EDAD DEL BRONCE
1) Hacer propio un vocabulario descriptivo bien afianzado ya por el uso, en principio como medio de comunicación
inteligible, pero también como medio de análisis. La necesidad de una “morfología descriptiva” previa a la realización de
cualquier tipología es vista por todos los tipologistas, en calidad de un primer paso analítico –tal como considera Brézillon
(1977: 28)– tendente a disociar los diversos componentes de
la morfotecnia de un objeto y resaltar así sus particularidades,
a fin de tenerlas en cuenta a la hora de la construcción tipológica. Esta misma y no otra es la intención de Leroi-Gourhan
cuando –copiando literalmente el párrafo a Fortea (1973: 44)–
delimita la orientación de la taxonomía prehistórica, derivada
necesariamente del estudio morfológico, hacia el establecimiento de una “morfología analítica” concebida independientemente del tiempo, de las culturas y, en amplia medida, de la
naturaleza tecnológica de los testimonios (cf. Leroi-Gourhan,
1978: 157). Tomados eclécticamente, los trabajos citados de
Brézillon y Leroi-Gourhan constituyen buenas fuentes de vocabulario descriptivo morfológico y tecnológico (el primero
de ellos un verdadero compendio), al lado de los repertorios
tipológicos usuales y léxicos terminológicos elaborados ex
profeso (básicamente: Bordes, 1961; Sonneville-Bordes y Perrot, 1954, 1955, 1956a, 1956b; Tixier, 1963; Rozoy, 1967a,
1967b, 1968a, 1968b; GEEM, 1969, 1972, 1975; Laplace,
1974; Tixier, Inizan y Roche, 1980; Binder, 1987; Demars y
Laurent, 1989; Inizan et al., 1995).2
1
2
UNA TIPOLOGÍA CONVENCIONAL: POR QUÉ Y
PARA QUÉ
La formalización tipológica que asumimos para el utillaje lítico tallado de los diferentes periodos de la Prehistoria reciente valenciana, predecible después de un primer
ensayo efectuado (Juan Cabanilles, 1984), está inspirada en
las tipologías “tradicionales” o tipologías morfodescriptivas
de corte “bordesiano”. Ello implica aceptar en buena parte
los postulados teóricos y metodológicos en que estas tipologías se asientan (esencialmente expuestos en: Bordes, 1950,
1961; Sonneville-Bordes y Perrot, 1953; Sonneville-Bordes,
1954, 1960; Tixier, 1963; Fortea, 1973; Rozoy, 1978; Binder,
1987; Demars y Laurent, 1989), así como las respuestas dadas a las críticas que han suscitado (cf. Bordes, 1965, 1967;
Sonneville-Bordes, 1974-75).1
Breve y esquemáticamente, una tipología convencional
de las características señaladas supone:
Escogidas entre otras, la primera referencia de Bordes es una réplica a
las críticas lanzadas por Laplace desde su “Tipología Analítica” (la contrarréplica en Laplace, 1966b); la referencia de 1967 lo es en relación con la
“Tecnología prehistórica” de Semenov (contrarréplica en Semenov, 1970).
El trabajo de Sonneville-Bordes es una notable exposición de la operatividad del método, a la vez que contestación a las objeciones hasta ese momento formuladas, apuntando a todos sus ocasionales autores. Aparte de
estas referencias, la justificación y defensa del método Bordes ha sido una
constante en la mayor parte de tipólogos que han trabajado bajo sus directrices, mereciéndose destacar las fundamentadas alegaciones de Rozoy
(1978: 27-77; capítulo “La méthode typologique”).
La bibliografía reseñada es enteramente en lengua francesa, y nada
hay más evidente que la influencia ejercida por los investigadores galos, a
todos los niveles (métodos, técnicas, conceptos, terminología), en los estudios de Prehistoria peninsular. En la referencia Inizan et al. (1995), correspondiente al tomo 4 de la serie “Préhistoire de la pierre taillée”,
inspirada por Tixier, hay recogido un vocabulario multilingüe que incluye
el castellano. Muy útil, por otro lado, en lo que supone de adaptación de
la terminología francesa, es la “Tipología lítica” de Merino (1980), sin olvidar el capítulo dedicado a la tipología en la tesis ya clásica de Fortea
(1973: 43-113) y algunas traducciones de manuales franceses como el de
Piel-Desruisseaux (1989), consagrado al instrumental prehistórico, a car-
7
[page-n-19]
2) Retener una concepción de la tipología como “ciencia” –o procedimiento, si se quiere– que permite “reconocer, definir y clasificar las diferentes variedades de útiles
que se encuentran en los yacimientos” (Bordes, 1961: 1). A
propósito de las más recientes e interesantes reflexiones en
torno al concepto de “útil” (Serrallonga, 1994; Calvo,
1999, 2002), conviene dejar claro que entendemos el útil
como una categoría morfotécnica, no como una categoría
“funcional”; una idea nada novedosa y que ha presidido, de
manera explícita o implícita, la elaboración de cualquier tipología descriptiva. Otra cosa es que en más del noventa
por ciento de los casos, tal como han venido demostrando
los análisis traceológicos, los objetos comúnmente “tipologizados”, en cualquier repertorio lítico, sean útiles “funcionales” (armas o herramientas), en gran manera también
preconcebidos como tales. Lo habitual, desde la perspectiva señalada, es formalizar útiles “retocados” (objetos con
un alto contenido morfotécnico, donde el retoque reviste el
máximo significado); de ahí que prácticamente todas las tipologías convencionales, frente a lo que podría constituir
una tipología “funcional”, sean “morfológicas” (v. Bordes,
1967).3 Es evidente que una tipología funcional habría de
incluir, además de los retocados, otras series de objetos con
menor grado de elaboración (menor contenido morfotécnico), pero con utilización constatada (estamos pensando en
una parte de la gran masa de productos de talla o lascado
que suelen separarse como “brutos” en los análisis de conjuntos industriales, esto es, sin retoque u otras trazas de
modificación intencional –o accidental– aparentes). El
concepto de útil, pues, tal como se maneja en tipología
morfodescriptiva, y contra lo que pueda parecer, encierra
menos ambigüedades de las que generalmente quieren verse, comprendiendo –aunque resulte chocante decirlo así– a
todo aquello que de hecho es “tipologizado” desde las premisas y objetivos que el investigador establece de antemano. En nuestro caso, el utillaje (conjunto de útiles) lo
integran todas las piezas retocadas de una industria, sea el
retoque sistemático o no, intencional o no, pero siempre
perceptible a simple vista (el retoque como rasgo macroscópico). En su momento nos detendremos con mayor detalle en estos aspectos.
so lógico que conduce a la formación del tipo (el objetivo
obvio e inmediato de la tipología). Hay un hecho intrínseco
a cualquier construcción tipológica: y es que todo parte del
examen del mayor número posible de objetos (útiles líticos)
pertenecientes al periodo y la región que se pretenden estudiar. Este primer paso es el que nos sitúa ante la realidad manifiesta, como ocurre en los conjuntos líticos prehistóricos,
de una repetición de morfologías de útiles dentro de unos límites de variabilidad ordenable, permitiendo constituir –siguiendo aquí en parte a Binder (1987: 32)– un referente
inicial de tipos extremos concretos.4 La morfología del útil
viene dada por caracteres técnicos, por tanto lo que se observa es la repetición de un carácter (rasgo esencial o primario) o de grupos de caracteres (rasgo esencial + rasgos
secundarios) dispuestos en un cierto orden y dentro igualmente de unos límites de variación; la descomposición del
modo de combinación de estos caracteres es lo que da pie
a la racionalización del tipo extremo, que deviene así tipo
ideal.5 Si ésta es la fase analítica del proceso, el paso siguiente es el de la síntesis, que lleva a la confrontación de los
modelos real (tipos extremos o definidos) e imaginario (tipos ideales) y al establecimiento de las claves de determinación por niveles jerárquicos que dará lugar a la composición
de grupos, clases, tipos ordenados, etc., según los grados de
organización que se quiera establecer.
3) Compartir una visión de la tipología como “ciencia
de observación” (Tixier, 1963: 18) y los términos del proce-
4) Retener, tras el proceso de formación entrevisto, una
definición de tipo como la que ofrece Fortea (1973: 47):
“formalización individual de caracteres primarios y secundarios, [de la forma o útil] que se encuentra de modo no fortuito y es significativa temporo-espacialmente en relación
con un problema”. Esta definición, en la cual Fortea funde
su propia visión con la de Smith (1966: 29), tiene su interés
por aunar lo estrictamente “tipológico” (el tipo como unidad
explícita de analisis resultante de una “formalización”) con
una consideración decididamente “cultural” (la forma o útil,
que deviene tipo, como constatación de una intencionalidad). Tixier (1963: 18) no es ajeno a este último significado,
cuando aduce que si los artesanos prehistóricos han confeccionado útiles con tal o tal otra forma característica es porque lo han querido así, de manera que un recuento de útiles
a partir de un repertorio fundado sobre la tipología no es más
que un “censo” de intenciones según sus frecuencias respectivas. Por su parte Rozoy (1978:31), haciendo hincapié igual-
go de V. Villaverde. [Los “Cuadros de morfología descriptiva” de LeroiGourhan también han tenido su traducción, realizada por R. Martín, dentro de la edición española de “La Préhistoire” de Nouvelle Clio
(Leroi-Gourhan et al., 1978; los cuadros en p. 157-185).]
3
Tildar de “morfológica” una tipología no sería algo necesariamente redundante, como considera Rozoy (1978: 28). Una tipología morfológica, en
tanto que referida expresamente al utillaje retocado, se opondría –por ejemplo– a una tipología de soportes de talla o lascado “no retocados”, a una tipología de rasgos técnicos como talones, bulbos, etc., a una tipología de
retoques, etc.
4
El concepto de tipo extremo (Kantman, 1969) hace referencia al tipo definido tras la fase de observación, y que, en relación con otro tipo próximo,
puede guardar un segmento de intergradación en el cual se ordenen todas las
ocurrencias formales posibles. Un ejemplo lo proporcionaría la gradación de
ocurrencias que puede existir entre un raspador de frente redondeado y un
raspador de frente ojival; ambos serían tipos extremos.
5
De nuevo Kantman (1969: 73-74), literalmente: “El tipo ideal es un procedimiento mental formado por una síntesis de fenómenos concretos [el útil
o su formalización que supone el tipo extremo], ordenadamente dispuestos
en una construcción analítica unificada (...)” “(...) un concepto que limita y
con el cual los fenómenos concretos pueden ser comparados solamente para explicar ciertos de sus aspectos.” “(...) un medio de explicar la ocurrencia de un cierto fenómeno concreto, o de interpretar las relaciones entre los
diferentes aspectos de este fenómeno”.
8
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mente en la intención humana como causa, subraya un aspecto del tipo de la mayor importancia: el ser necesariamente
una constatación de hecho, la verificación de aquello que los
fabricantes prehistóricos han realizado de manera efectiva y
sistemática en una cierta época y en una determinada región;
quiere esto decir que el tipo tiene una existencia real independientemente de la conciencia del clasificador, siendo la
consecuencia tanto de una idea perseguida por el fabricante
como de sus hábitos técnicos, conscientes o no (ibíd.: 27).
5) Aceptar, como también se desprende del punto 3, el
papel preeminente que el observador guarda en tipología,
concretado en la selección de los caracteres o atributos de
clasificación que él mismo considera significativos, mediante un proceso todo lo subjetivo que se quiera, pero justificable en relación con las cuestiones planteadas (Binder, 1987:
33); la idea de base es que una tipología no puede ser concebida más que para responder a una problemática precisa.
Ciertamente, y remitiendo ahora a parte de lo señalado en
el punto 4, los tipos, las clases o los grupos tipológicos deben constituirse por asociaciones de atributos escogidos,
si bien teniendo siempre en cuenta aquello que existe en la
realidad, ya que sólo la observación de los hechos (lo que
subsiste de ellos) puede permitir un acercamiento a la sistemática real (consciente e insconciente) de los artesanos prehistóricos (Rozoy, 1978: 27); como apunta Binder (1987:
33), las formas de los útiles no son producidas sui generis
por la combinación de partículas elementales, sino que los
imponderables residen precisamente en la intervención humana. Continuando con Rozoy (1978: 31-32), la identificación de los tipos de útiles y, por extensión, de las clases y
familias en que éstos se agrupan, necesita proceder constantemente a una elección entre los atributos percibidos como
distintivos, dando prioridad acordada a ciertos caracteres sobre otros; significa esto que retenido un criterio, la prosecución de la clasificación exige el reconocimiento de otros
atributos, es decir, la definición de nuevos criterios, generalmente sin relación con el primero. La importancia de todos
los criterios que entran en juego es, por supuesto, variable, y
la eficacia de la clasificación dependerá de la elección que
se haya hecho de cada carácter en cada paso del proceso. Así
pues, la jerarquía de los caracteres (noción bien precisada
por Bordes, 1961: 11-12) y el cambio frecuente de criterios
en el curso del análisis, son los principios básicos que rigen
el procedimiento tipológico con el que nos sentimos plenamente identificados.
6) Asumir, por último, el carácter regional que debe revestir una tipología. Esta asunción viene prácticamente impuesta por la propia naturaleza de los esquemas tipológicos
que descansan, como hemos dicho, en la jerarquía de los
caracteres y el cambio selectivo de criterios. La experiencia demuestra que es necesario cambiar de criterio de clasificación cuando se pasa de una región a otra o de un
periodo a otro, y siempre por la misma razón: la necesidad
de plegarse a cada situación real y no querer sujetar lo real
a cualquier visión general y teórica (Rozoy, 1978: 31). Co-
rrientemente, los tipos de útiles que llegamos a reconocer
tienen un valor local (o regional) para un determinado momento, y pierden toda significación para otros momentos
u otros lugares (ibíd.). Como ilustración cercana puede servir la dificultad de aplicar la tipología de Fortea (1973), formulada para las industrias epipaleolíticas del mediterráneo
peninsular español, a los conjuntos neolíticos del mismo
ámbito territorial. La posibilidad, empero, de un sistema unitario, una tipología “universal” (cf. Laplace, 1964, 1966a,
1968; entre otros trabajos), ha sido contemplada y llevada a
la práctica, si bien sin las mismas consecuencias de uso y
continuidad de las tipologías regionales de inspiración bordesiana. El carácter intrínsecamente totalizador y la poca
atención por las situaciones de hecho (el tipo como “presencia constatada”) de un sistema “global” como es la tipología analítica de Laplace, concebida para todas las
industrias líticas en general y con independencia de su
edad y su distribución, harían de ella, pese a lo loable del
esfuerzo, un instrumento poco utilizable en opinión de
Sonneville-Bordes (1974-75: 23), algo somero y poco eficaz en su intención por englobar a todos los tipos principales o “primarios”. En efecto, como recalca Fortea (1973:
51), a mayor nivel de generalización, mayor pérdida de individualidad; o lo que es lo mismo, cuanto más universal es
un repertorio o lista tipo, menor significación encuentran
en él las industrias particulares. La evidencia, retomando a
Sonneville-Bordes (1974-75: 24), es que a partir del Paleolítico superior y más aún en el Epipaleolítico-Mesolítico
[añadimos también el Neolítico], la necesidad de una restricción espacio-temporal se impone, a causa de la aceleración de las diferenciaciones tipológicas producidas, a su
vez, por verdaderos fraccionamientos culturales. Estamos
bien de acuerdo, por tanto, con la idea de Tixier (cit. en
Sonneville-Bordes, ibíd.: 23) de que “cada lista tipo debe
dar cuenta de la provincia prehistórica a la que se aplica y
del periodo que quiere abarcar”. Nuestro repertorio tipológico, elaborado con colecciones pertenecientes al Neolítico, el Eneolítico y la Edad del Bronce de la región central
del mediterráneo peninsular, pretende ser viable por supuesto para esta zona, aunque es cierto que será la propia
posibilidad de aplicación la que marcará sus límites espaciales reales, pensando en otras áreas de la misma vertiente mediterránea.
En los puntos acabados de exponer hay ya enunciadas
bastantes razones que darían respuesta al por qué de una tipología morfodescriptiva convencional. Añadiríamos aún los
justificables condicionamientos de “escuela” y el hecho de
que estas tipologías representan la clase de esquemas más
ampliamente aceptados y utilizados, sin olvidar el alcance
“histórico” de sus resultados. De la aceptación y generalización de uso del método “Bordes” ha dado buen testimonio
Sonneville-Bordes (1974-75: 11), al hacer balance de los autores que hasta mediados de los pasados años setenta han
trabajado con él y las regiones y periodos para las que ha sido aplicado; una aprobación y un empleo del método que, al
menos en su parte más expresamente tipológica (construc-
9
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terrelación cultural reside, pues, el verdadero “para qué” de
una tipología. Accesoriamente, y sin perder de vista los objetivos apuntados, se han señalado otros aprovechamientos
más inmediatos de los repertorios tipológicos. Aparte del
propio valor como inventario, ya expuesto, Binder (1987:
38), partiendo de la orientación francamente tecnológica que
da a su tipología –construida ciertamente con criterios tecnológicos explícitos–, propone que, en un futuro, un repertorio de estas características podría concebirse como una
buena herramienta para el estudio inmediato de la “economía de lascado”. En el caso de nuestro repertorio, como veremos, esta posibilidad se halla también de algún modo
inscrita, pese al mayor énfasis personal puesto en lo “morfológico”; un énfasis que nos lleva a otra posibilidad inicial
más “programática”: la de poder visualizar con igual celeridad las específicas características tipológicas de los conjuntos industriales en estudio, esto es, las particularidades de
estilo, explícitas o implícitas, de las que extraer una primera
impresión sobre las aludidas filiaciones y relaciones culturales. En los apartados sucesivos volveremos sobre bastantes
de estos aspectos de utilización que conciernen a los repertorios tipológicos.
ción de repertorios), ha proseguido hasta la actualidad.6
En cuanto a los resultados, basta recordar que prácticamente todo el edificio cronocultural de la Prehistoria occidental
europea, del Paleolítico inferior al Epipaleolítico-Mesolítico
como mínimo, ha sido basado o reconstruido con el apoyo
de las tipologías bordesianas, esto es, toda la seriación u ordenamiento en el tiempo de los diferentes conjuntos industriales líticos a partir de la estratigrafía y las correlaciones
tipológicas.
La cuestión del “para qué” una tipología convencional
comparte respuesta con lo que sería, comúnmente, el planteamiento de cualquier otra tipología. El método “Bordes”, como es bien sabido, fue creado para inventariar y comparar
entre sí los conjuntos de útiles tallados paleolíticos, una vez
reunidos y cifrados (esto es, contabilizados numérica y porcentualmente) los datos concernientes a esos conjuntos y
una vez visualizados (en este caso para su contraste) esos
mismos datos por el ya clásico procedimiento de las gráficas
acumulativas o de los histogramas y bloques de índices (de
todo ello el nombre de tipología “estadística” con que suele
reconocerse el método). El inventario y la comparación, por
tanto, son las finalidades básicas a las que apunta también
nuestro repertorio tipológico, teniendo en cuenta que si la
segunda finalidad puede encontrar el obstáculo ahora mismo
de la falta de un número suficiente de conjuntos líticos con
los que trabajar (suficiente en ellos mismos y en efectivos
internos, como ocurre especialmente para el Neolítico valenciano), siempre resta el incentivo que supone disponer de
una primera evaluación tipológica en forma de inventario.
Como anota Binder (1987: 38) a propósito de su propio repertorio, éste tendría al menos el papel de facilitar y estandarizar la redacción de indispensables inventarios cifrados.
El procesamiento estadístico de los datos y su representación gráfica quedarían sujetos en última instancia a las decisiones de elección –a cargo del investigador– entre las
técnicas que en cada momento y para cada caso se crean más
apropiadas; técnicas de análisis que han ido experimentando
con el tiempo un mayor desarrollo y precisión, una mayor
actualización de uso, en suma (v., p.e., Laplace y Livache,
1975; Shennan, 1992; Djindjian, 1991; Barceló, 2007).7
Inventariar y comparar tipológicamente conjuntos líticos equivale a caracterizarlos y correlacionarlos, lo que es
decir que la tipología dirige todo su interés a la identificación de los grupos humanos responsables de la fabricación
de tales conjuntos y al establecimiento de sus filiaciones y
relaciones (cf. Rozoy, 1978: 28). En la caracterización e in-
Bajo la consideración de que al tipo lo define –dicho escuetamente– una morfología conferida por diversas técnicas,
el método “Bordes” consistiría en reconocer los caracteres
propios complejos, significativos y distintivos de los útiles líticos, producto de su fabricación, y en integrarlos inmediatamente en la concepción global del tipo (Sonneville-Bordes,
1974-75: 19). De este proceso, las principales objeciones
provienen de la subjetividad –como hemos visto– que suele
acompañar a la elección de los caracteres o atributos que
contribuyen a la clasificación, de la poca lógica que habría
detrás de las subdivisiones que dan origen a los tipos. Ciertamente, y salvo alguna excepción (cf. la tipología de Binder,
declaradamente tecnológica como ya hemos comentado), los
criterios de clasificación en las tipologías convencionales
“bordesianas” raramente llegan a hacerse explícitos (el por
qué o en base a qué se eligen unos criterios y no otros, más
allá de las personales inclinaciones del tipólogo), lo que ha
venido a calificar a estos sistemas, un tanto peyorativamente, de “empíricos”, “espontáneos”, “arbitrarios”, etc.
(v. ibíd.).
6
Un ejemplo ilustrado: la tipología elaborada a mediados-finales de los
ochenta por Binder (1987) para el Neolítico antiguo de la Provenza francesa, ella misma deudora en sus aspectos esenciales de la influencia bordesiana, ha servido de inspiración para otras tipologías más recientes
concebidas para el estudio del utillaje lítico de industrias del Neolítico medio-final de Suiza (Winiger, 1993; Honegger, 2001), o de industrias del Paleolítico superior final, Epipaleolítico y Mesolítico de los Alpes y el Jura
franceses (Bintz, 1996; Perrin, 2003). A nivel de la Península ibérica, ahora sin ilustración, puede observarse la misma predilección continuada por el
sistema “Bordes”, ya que en los estudios igualmente de utillaje de industrias
no necesariamente paleolíticas o epipaleolíticas, donde dicho sistema sí se
halla por lo general bien implantado, las presentaciones tipológicas se han
hecho –también en su generalidad– bajo formato bordesiano o, si se quiere,
bajo el formalismo de la tipología “tradicional”.
7
El avance en los métodos y técnicas matemáticos e informáticos aplicados
a la Arqueología en general puede seguirse en las Computer and Quantitative Methods in Archaeology Conferences (CAA), celebradas con una continuidad anual desde 1974. Las actas de estas reuniones, a partir de la de 1987
(fecha de edición 1988), han sido publicadas en la serie British Archaeological Reports (BAR IS), datando la última de 2004 (CAA 2003; BAR IS1227).
10
¿NUEVAS PERSPECTIVAS PARA UNA TIPOLOGÍA
MORFODESCRIPTIVA?
[page-n-22]
Los estudios de estilo, en tanto que un medio particular
de aproximación a la dimensión social de la cultura material,
han gozado de gran atención en el ámbito de la arqueología
angloamericana, al compás, sobre todo, del desarrollo de la
corriente Procesual y sus facetas o fuentes de inspiración etnográficas. Esta atención no ha estado exenta de intensos debates internos, teóricos y metodológicos, más manifiestos a
partir de finales de la década de los 70, afectando tanto al
concepto mismo de estilo y su función, como a los significados inferibles (ver Conkey y Hastorf, eds., 1993).8 Un énfasis tal en el tema, en sus incursiones en lo social e
ideológico, no es rastreable en la bibliografía arqueológica
no anglófona, a no ser los trabajos paralelos de P. Lemonnier
conducidos desde una Antropología de las técnicas (ver, como obra sintética, Lemonnier, 1992), y la reacción más reciente originada desde dentro de esta misma escuela a las
visiones angloamericanas igualmente apoyada en una firme
base etnoarqueológica (Dietler y Herbich, 1994).
No es nuestra intención aquí recorrer los términos en los
que se ha producido y continúa produciéndose el debate sobre el estilo, su concepto y significación. Para el propósito
por el cual apelamos al estilo (ver de qué manera sus criterios son válidos o aprovechables para discriminar atributos
en una construcción tipológica), más que los aspectos sociales, simbólicos, ideológicos, etc. inferibles a partir de su determinación, o los procesos mediante los cuales el estilo es
creado, nos interesan sus aspectos “materiales”, aquellos
que lo determinan y lo hacen operativo a algún nivel.
Dietler y Herbich (ibíd.: 204) han señalado los dos sentidos principales que los arqueólogos dan al vocablo “estilo”. Por una parte estaría aquél que designa una manera
característica de “hacer las cosas” (de llevar a cabo una ac-
ción, por ejemplo), lo que se entendería como “estilo de acción”; por otra parte, y más corrientemente, aquél otro que
indicaría las configuraciones características de atributos materiales de los objetos como resultado de ciertas de esas maneras de hacer, lo que se denominaría “estilo material”.
Independientemente de la confusión a menudo de estos dos
sentidos, sin reconocer su diferencia o todo su real alcance
(el estilo material –según Dietler y Herbich– no sería el resultado de un acto de creación instantánea, sino más bien de
un proceso desplegado en el tiempo y que vendría perfectamente designado por el concepto de cadena operativa, como
veremos en su momento), la manera más habitual de definir
el estilo es hacerlo por oposición a la función y a la tecnología: el estilo consistiría en todos los aspectos materiales que
no pertenecen ni a una ni a otra. En otros términos, siguiendo aún a Dietler y Herbich, el estilo habría que situarlo en
aquellos atributos propios a los objetos sin valor utilitario en
el contexto de su uso (el dominio de la función) y no resultando de las restricciones técnicas en el contexto de su fabricación (el dominio de la tecnología).
Esta concepción del estilo como “categoría residual” e
independiente de la función (la función utilitaria determinante de la variabilidad formal de los productos manufacturados, mediatizada por las imposiciones de la materia prima
y la tecnología) es ciertamente bastante compartida (p.e.,
Binford, 1972; Close, 1978, 1989). No obstante, la relación
estilo-función no es vista de la misma manera por todos los
autores, sobre todo cuando lo que se trata de responder es a
la pregunta de dónde reside realmente el estilo o cómo puede aprehenderse éste de un modo efectivo. Uno de estos autores discordantes es principalmente Sackett (1977, 1982,
1986), para quien las determinaciones de estilo pasan en muchos de los casos obligadamente por la función, es decir,
cuando ésta ha sido tenida bien en cuenta. Estilo y función,
en consecuencia, serían dos aspectos complementarios que
coexistirían en toda variación formal, compartiendo la misma responsabilidad en lo que supone un producto acabado.
Para entender el discurso de Sackett es necesario detenerse en sus dos puntos de vista acerca de dónde reside el
estilo en la variación formal (v. Sackett, 1986: 268). El primero de ellos sitúa el estilo en un terreno restringido de la
forma, entendiéndolo como una variación suplementaria o
añadida (adjunt form) a la forma funcional utilitaria –tecnoeconómicamente hablando– de un objeto. El caso paradigmático sería la decoración cerámica. El segundo punto de
vista entrevé el estilo no como algo distinto de la forma, sino como una cualidad latente que reside en potencia en toda
variación formal. Esta cualidad, designada como functional
form, y a diferencia de lo que representa la decoración cerámica (adjunt form), sería un rasgo “incorporado en”, no
8
En esta referencia se hallan algunos de los principales actores del debate y su posicionamiento (p.e., J.R. Sackett, P. Wiessner, I. Hodder o J. Plog;
faltarían, entre otros, L.R. Binford, A. Close o M. Wobst), así como toda la
bibliografía esencial generada hasta finales de los 80. Otras lecturas apro-
piadas para entender el discurso angloamericano del estilo, especialmente
de autores estadounidenses, se encuentran en las siguientes reseñas: Henry
y Odell, eds., 1989; Hodder, ed., 1991; Shanks y Tilley, 1996; David y Kramer, 2001.
Actualmente, empero, contaríamos con otros medios,
aparte de la lógica analítica “objetiva” o aplicación sistemática de criterios, para paliar la criticada “arbitrariedad” de las
tipologías convencionales. Es así que en los dos próximos
epígrafes centraremos la atención en las posibilidades que
los estudios de estilo y los funcionales o traceológicos pueden ofrecer de cara a la construcción tipológica, sobre todo
en su capacidad de proveer criterios para la selección de atributos que permitan individualizar tipos dentro de cada grupo o familia tipológica. Avanzaremos que estos grupos
tipológicos son los ampliamente reconocidos por las tipologías morfodescriptivas usuales, pero también, y en ello reside lo paradójico del caso, por la mayor parte de las tipologías
“alternativas” como son las analíticas “laplacianas” o las que
descansan más expresamente en el “análisis de atributos”.
Tipología y estilo
11
[page-n-23]
“añadido sobre”. Teniendo en cuenta estas dos propiedades
del estilo, la propuesta de Sackett descansa en el hecho de
que, aunque pudiendo ser más restringidas en número y variedad, existirían diversas opciones –socialmente impuestas–
implicadas en la creación de una forma funcional, no diferentes en esencia de aquellas involucradas –otra vez por
ejemplo– en el proceso de decoración cerámica, en el sentido de que representarían igualmente una manera alternativa
y viable de cumplir el mismo fin o de satisfacer la misma
necesidad. Para estas opciones, Sackett (1982, 1986) ha acuñado el término de “variación isocrástica” (isochrestic variation), concepto, el de “isocrastismo” (isochrestism), que
literalmente significaría “equivalente en uso”. La visión isocrástica, pues, preconiza que el estilo reside en las consecuencias formales de cualquier elección cultural realizada
por un artesano, expresamente una elección entre dos formas
funcionalmente equivalentes, y con independencia de si ello
concierne, en términos de variación, a una forma o rasgo
“añadido” o a una forma o rasgo “funcional”.
Así formulado, el modelo isocrástico constituye una herramienta altamente operativa para extraer criterios de estilo, sobre todo en aquellos casos en que la adjunt form, el
rasgo estilístico por excelencia, no es tan manifiesta, como
ocurre en los objetos o productos líticos. Desde luego, hay
otros métodos que se han revelado igualmente válidos a este propósito, al margen del planteamiento isocrástico. Reseñaremos brevemente aquí el desarrollado por Close (1978,
1989), en tanto que aplicado específicamente a materiales líticos (industrias talladas del Paleolítico superior y Epipaleolítico del norte de África). Esta autora parte de una
consideración del estilo análoga a la de Sackett, al definirlo
en los términos de elecciones formales de signo cultural, pero difiriendo en parte en la naturaleza de las opciones elegidas, ya que pudiendo ser éstas equivalentes en uso, el énfasis
se pone en aquellas otras que serían “funcionalmente neutrales”. Ello se debe a la convicción de Close del carácter independiente del estilo y la función: ambos constituirían dos
aspectos relevantes del mismo objeto, pero operando de manera totalmente separada. Esta idea, en definitiva, es la que
guía su método esencialmente reductivo, donde el estilo acaba configurándose como una cualidad formal residual. El
procedimiento (Close, 1978) contemplaría los siguientes pasos: 1) Elección de los atributos supuestamente estilísticos
dentro de la variación formal (p.e., la lateralización a derecha o a izquierda del borde abatido en las hojas y puntas de
dorso de las industrias estudiadas). 2) Formulación de las hipótesis que podrían explicar cada uno de esos atributos seleccionados (p.e., y para el mismo caso apuntado, el que la
lateralización esté regida por diferencias de función, o que
dependa de la aptitud o facultad zurda o diestra del artesano,
o que se relacione con el tipo de retoque empleado para la
creación del dorso, o que responda a una simple característica de estilo, etc.; el número de hipótesis sólo estaría limitado por la imaginación). 3) Contraste de cada una de las
hipótesis mediante tests estadísticos apropiados, básicamente dirigidos a desentrañar grados significativos de covariación (p.e., para la hipótesis funcional, ver si la lateralización
es independiente o no de aquellos caracteres que, también
12
supuestamente, tendrían una relación más estrecha con el
uso; para Close: el tipo específico de hojas de dorso, la frecuencia relativa de piezas completas o fracturadas, y el tamaño y forma absolutos). 4) Determinación, por eliminación
sucesiva de hipótesis, del carácter estilístico o no de los atributos tomados en consideración.
El método “Close” constituye en efecto una manera válida para aislar caracteres de estilo, aunque un tanto rebuscada. Las cosas serían en principio más sencillas desde un
punto de vista isocrástico. La lateralización a derecha o a izquierda del abatimiento en las hojas y puntas de dorso, por
seguir con el mismo ejemplo, sería ya en sí un aspecto en potencia estilístico, en tanto que cada lateralidad representa
una opción funcionalmente equivalente. Por supuesto, lo que
hay que demostrar en primer lugar es que estos rasgos, “formalmente distintos”, sirven al mismo propósito, lo que en
este caso concreto es más que evidente. En esta necesidad de
confirmar las equivalencias de uso radican muchas de las
críticas u objeciones realizadas directa o indirectamente al
modelo de Sackett (v. David y Kramer, 2001: 172), ante las
cuales, y tomando parte en el debate, cabría responder que la
información aportada por los estudios de traceología lítica,
como veremos más adelante, es de un grado suficiente como
para conocer con certitud el uso y la función de bastantes
grupos de utillaje o el sentido funcional de muchos de los
atributos morfológicos discretos. Actualmente sabemos que
las puntas de dorso epipaleolíticas son en su gran mayoría
armaduras (cabezas o “puntas” propiamente dichas) de flechas y azagayas, o que las hojas de dorso pueden ser también
elementos integrantes de ese mismo tipo de armamento en
calidad de dientes o filos laterales, o en idéntica calidad, partes constitutivas de útiles cortantes compuestos; en cualquier
caso, los dorsos no son otra cosa que soluciones técnicas,
formales, de apuntamiento y enmangue (puntas) o simplemente de enmangue (hojas). La traceología, como vemos, al
lado de las propias evidencias arqueológicas (hallazgos, p.e.,
de puntas y hojas de dorso encastadas en su mango), posibilita o facilita la primera toma de consideraciones en una manera de proceder “isocrástica”.
Comprobada la equivalencia en uso de uno o más caracteres, el paso siguiente no es más que un ejercicio de contextualización. Volviendo a nuestro ejemplo, la lateralización
del dorso, el tipo de retoque de éste, la localización del apuntamiento... (en suma, toda la variabilidad formal de una punta u hoja de dorso), son en potencia caracteres de estilo; pero
sólo cobran ese valor cuando son comparados y relativizados
en tiempo y/o espacio, es decir, cuando se constata que una
variación formal dada es significativa en tales coyunturas.
El estilo, en palabras de Hodder (1993: 45), “sólo existe en
referencia a otro acontecimiento”, o lo que es lo mismo,
sólo puede determinarse (cobrar sentido) por comparación,
en la dimensión “histórica” que marcan la cronología y la
geografía.
Desde esta perspectiva, la dependencia o independencia
entre estilo y función pasa a ser un tema secundario, según
el plano al que quiera trasladarse el problema. Bien analizado, la independencia existe cuando se considera la finalidad
o función utilitaria última al nivel del objeto: si para una
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punta de dorso esa finalidad reside en la acción de clavarse
(en el cuerpo de un animal, p.e.), es cierto que la lateralidad
del dorso, como rasgo opcional estilístico, no influye en esa
función, pese a que la lateralidad sea necesaria para cumplirla. Dicho de otro modo, la punta de dorso, en su concepción morfo-funcional, necesita un abatimiento lateral, sea
éste a derecha o a izquierda; la lateralidad, por consiguiente,
viene exigida por la función, pero no la forma en que dicha
lateralidad pueda ser resuelta. De cualquier manera, esto no
contradice en nada el principio isocrástico, ya que bien a izquierda o a derecha, ambas lateralizaciones son rasgos o variaciones formales equivalentes en uso. La cuestión estriba
en que las determinaciones de estilo, para ser consideradas como tales, requieren la comparación entre opciones funcionalmente equiparables. Por expresarlo mejor, la equivalencia en
uso (Sackett) es una condición que han de revestir dos o más
opciones para poder hablar de estilo; la neutralidad funcional
(Close) es una cualidad que pueden revestir esas mismas opciones. Las ideas de complementariedad o de independencia
entre estilo y función, pues, se sitúan en dos planos de discusión totalmente distintos. No bien entendido esto, algunos
autores como David y Kramer (2001: 172), en un intento por
suavizar la exigencia isocrástica de Sackett, ven como algo
no demasiado crítico el que los resultados de las elecciones
formales hayan de ser o no estrictamente equivalentes en
función. Lo esencial para David y Kramer es que las pautas
de las elecciones culturales, sujetas ellas mismas a presiones
selectivas de diversa índole, sean evidentes en los conjuntos
de cultura material y sirvan para diferenciarlos. Aceptando
en parte tal sugerencia, lo que personalmente no veríamos
claro es una identificación del estilo fuera de una elección
entre opciones isocrásticas.
A estas alturas hay ya pocas dudas sobre cuál es la visión del estilo que compartimos. Es la de Sackett con todas
sus implicaciones: el estilo como cualidad formal resultante
de una o varias elecciones entre dos o más opciones diferentes pero equivalentes en uso. Las configuraciones características de atributos materiales de los objetos derivarían de
estas elecciones, incluyéndose la “manera de elegir” en lo
que, en un sentido amplio, entendemos como maneras específicas de hacer, siempre peculiares con relación a un concreto
tiempo y espacio. El carácter cultural de tales elecciones, en
tanto que producidas en un contexto social (con sus normas
e imposiciones, mantenidas por enculturación, modificadas
por innovación o aculturación, etc.), es asumido por todos
los autores, abundando en la idea de que el estilo transmite
información relativa sobre la identidad (v., p.e., Binford,
1972; Close, 1989; Sackett, 1993; Wiessner, 1993). Para el
uso que pretendemos del estilo, basta con retener esta idea
general, así como dos aspectos importantes: primero, que la
transmisión de información puede ser deliberada o no (consciente o inconsciente), y segundo, que la identidad social
puede ir referida a lo individual o a alguno de los niveles de
lo grupal o colectivo. Considerando esto último, es cierto
que dentro del potencial para la interpretación que representan los análisis de estilo (v. Wiessner, 1993), la identificación y caracterización de grupos culturales, y de sus
interrelaciones, ocupa un lugar preferente, acercándose en
ello (incursiones en la identidad y la interacción) a los objetivos más comunes de la tipología tradicional, como hemos
visto en su momento.9
Centrándonos en la concreta cuestión que nos ocupa,
empezaremos diciendo que una de las aportaciones esenciales del modelo isocrástico de Sackett es la convicción de que
el estilo, como cualidad latente y potencialmente extraíble,
puede encontrarse en toda la variabilidad formal de un objeto. En la medida en que esta variabilidad viene dada materialmente por la tecnología e incluso por la materia prima,
todas las fases del ciclo de producción artesanal, o etapas de
la “cadena operativa” de fabricación, pueden haber dejado
improntas de estilo.10 Ceñidos a la producción de utillaje lítico, las predilecciones por un tipo u otro de materia prima,
o por variedades diferentes dentro de un mismo tipo (en base a la textura, color, etc., por ejemplo para el sílex), y siempre que exista opcionalidad, cabría considerarlas como un
factor estilístico. Un caso preciso a apuntar sería el de la utilización preferencial del sílex melado por los grupos neolíticos cardiales de la Provenza francesa, en comparación con la
variedad de sílex usados –entre ellos el melado– por los grupos castelnovienses anteriores habitando el mismo espacio
geográfico (Binder, 1998); unos y otros, aunque en momentos diferentes, habrían tenido las mismas disponibilidades de
materia prima, para unas industrias de igual base laminar.
En el terreno de la tecnología, el estilo, en las condiciones prescritas, puede manifestarse a distintos niveles, sea el
de las técnicas de talla o lascado, el de los procedimientos o
tratamientos asociados, el de las técnicas de fractura de los
soportes, las técnicas de retoque, etc. A efectos de ilustración,
señalaríamos primeramente que en circunstancias adecuadas
de conservación y recuperación de un conjunto lítico (p.e.,
una masa de productos y residuos de talla en un área de taller
bien preservada, o un hallazgo amplio de útiles acabados en
un contexto cerrado), sería posible reconocer la existencia de
uno o más talladores a partir de las marcas personales –o
“maneras de hacer” peculiares– inscritas en el conjunto, tal
como prevén e informan determinados tests de lascados ex-
9
Pese a que los estudios de estilo y los propiamente tipológicos son los
medios habituales empleados para la caracterización de grupos culturales,
no hay que pasar por alto el escepticismo existente entre bastantes arqueólogos y etnoarqueólogos respecto al valor real, en sentido de “etnicidad”,
que puedan tener esas caracterizaciones u otras extraídas a partir de los datos arqueológicos (ver Boissinot, 1998). Si al final el problema se halla en
las posibilidades de “precisar” (grupos étnicos efectivos u otras unidades
sociales), las identificaciones producidas por el estilo o la tipología no dejan de ser válidas con independencia de lo que realmente signifiquen en estrictos términos sociales.
10 Para ser justos, esta misma convicción de que el estilo –concretamente
dentro de la producción lítica– se evidenciaría a distintas escalas (talla y lascado, técnicas de retoque, acabado o morfología específica de un útil), ha sido expresada de forma pionera fuera del ámbito anglófono por Lenoir (1975).
13
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perimentales (Ploux, 1983) o de réplicas de elaboración y
acabado de útiles (Whittaker, 1994: 289-299). En estos casos
nos hallaríamos ante buenas evidencias del “estilo individual”, una de las vertientes del estilo que ha acaparado su
particular atención (v., p.e., Close, 1989: 6; Wiessner, 1993:
109-110; Shanks y Tilley, 1996: 141). Otro ejemplo escogido, dentro ya de lo que supone el “estilo colectivo” y en referencia al empleo de precisas técnicas de talla, es el del
lascado de soportes laminares por presión que se documenta
en las industrias del grupo neolítico belga de Blicquy, un rasgo compartido por todos los yacimientos del grupo; esta técnica, sin embargo, no se reconoce entre los grupos
omalienses vecinos y también neolíticos, a pesar de haber explotado las mismas variedades de sílex en una orientación de
talla igualmente laminar (Cahen y Gysels, 1983: 40). El recurso a la presión constituiría un aspecto tecnológico propio
de los neolíticos blicquienses, un carácter de estilo y, por tanto, un rasgo cultural de diferenciación. Y esto mismo se deduciría –aportando un nuevo ejemplo– del significado que
reviste la técnica de microburil, como procedimiento de fractura de soportes laminares en vistas a la fabricación de armaduras geométricas, en las industrias mesolíticas de filiación
“tardenoide” de todo el occidente europeo, en contraposición
al uso de otras técnicas con la misma finalidad (p.e., la flexión) que caracteriza a determinados grupos neolíticos, consecutivos o coetáneos a los mesolíticos tardenoides, del
sureste francés (Binder, 1987: 172) o de la vertiente mediterránea española (Juan Cabanilles, 1985a, 1992).
El rastreo de particularidades técnicas de contenido estilístico, a cualquiera de los niveles indicados (fases sucesivas de la cadena operativa), puede resultar un ejercicio lleno
de posibilidades, a poco que la entidad de los datos lo permita (la calidad de las series líticas disponibles, pero también la capacidad de lectura de los hechos tecnológicos). Y
así hasta llegar al útil acabado, en cuya morfología o apariencia final confluyen todos los “saberes y haceres técnicos” (de la talla al retoque), encubiertos o no (según el grado
de elaboración), y, en consecuencia, todas las eventualidades
de estilo. La morfología en ella misma, como atributo aislable, puede ser una expresión más de estilo, si con esta perspectiva valoramos las variaciones o mutaciones formales en
tiempo y/o espacio que experimentan, en bastantes ámbitos
territoriales, ciertos grupos de utillaje altamente elaborado
como son –entre otros– puntas de flecha (cf. la forma “cruciforme” con relación a la forma “en pedúnculo y aletas”) o
armaduras geométricas (cf. la forma “trapecio” con relación
a la forma “triángulo”; ver, para este caso concreto, Juan Cabanilles, 1992: 261-262).
La conclusión inmediata es que en la construcción de una
tipología de base morfotécnica, como la que aquí se pretende,
el estilo, en los términos definidos, puede proporcionar criterios viables para la individualización de los tipos. La pregunta esencial, empero, es si es posible una tipología basada
exclusivamente en tales criterios. Siendo en principio posibilistas, lo cierto es que la confección de un repertorio de estas
características pasa por una serie de exigencias no siempre
salvables. En primer lugar, los atributos o caracteres tomados
para la clasificación es obvio que deben responder a criterios
estilísticos, ser rasgos, dentro de la variabilidad formal (morfotécnica, en definitiva), que contengan estilo. Esta cualidad,
por otro lado, habría de comprobarse previamente, teniendo
en cuenta que si, como hemos visto, los caracteres de estilo
han de extraerse por comparación, y si ésta ha de llevarse a cabo en una dimensión temporal y/o espacial, todo obliga a trabajar con un número importante –cuanto más elevado mejor–
de conjuntos industriales, dotados a su vez de amplia variabilidad morfológica y cubriendo ampliamente también los límites cronológicos y regionales impuestos. Éstas son, al fin y al
cabo, las mismas exigencias que rigen para toda tipología, sea
cual sea su inspiración, pero que más enteramente, si cabe, deben guardarse para una tipología “estilística”; unos requerimientos que, contra lo deseable, a penas llegan a cumplirse en
nuestro caso, siendo que la base de que partimos la representan dos únicas colecciones de materiales.
Incidiendo un poco más en lo que constituiría una tipología apoyada íntegramente en el estilo, hay que tener presente que al operar con útiles “acabados” (no con otros
productos industriales), en los que, como hemos dicho, convergen multitud de fases técnicas (especialmente en los más
elaborados), éstos pueden llevar inscritos un buen número de
caracteres de estilo, enmascarados o no –como también hemos apuntado– por el grado de elaboración. El problema,
entonces, es el de qué caracteres escoger, o a qué nivel, es
decir, cuáles de ellos son los que conviene retener como criterios de clasificación. Las decisiones, nuevamente, serían
las mismas que para cualquier otra tipología, reposando en
el mismo principio: atención al grado de significación de
uno u otro rasgo estilístico en los conjuntos valorados, medido normalmente por la representación efectiva del tipo formalizado a que el rasgo daría lugar. Ello sin olvidar los
requisitos de concisión y las propias intenciones de uso de
un repertorio tipológico, que aconsejan eludir el desdoblamiento excesivo de los tipos. Dicho esto, las elecciones de
atributos de estilo podrían hacerse a cualquier nivel de la
morfotecnia (de las singularidades del lascado a las del retoque), observando las condiciones indicadas de significación
relativa u otras pautas de conveniencia. En la práctica, las
mayores posibilidades, o las más convenientes, se encontrarían al nivel del retoque y, por extensión, al de las particulares morfologías que éste confiere.11
11 No sería nada usual retener, como criterios efectivos de clasificación,
las verificaciones de estilo efectuadas al nivel del lascado (presión, percusión indirecta, etc.), de los tratamientos adicionales (térmico, p.e.), de la
fractura intencional de los soportes (flexión, percusión, microburil, etc.), o
de otros niveles de la tecnología más básica, por muy significativas –culturalmente hablando– que fueran estas determinaciones. Ello ocasionaría una
multiplicación de tipos que, como hemos señalado, haría poco funcional el
repertorio construido.
14
[page-n-26]
Las ventajas de una tipología estilística, no hace falta
proclamarlo, son bien palmarias. En principio, es innegable
que quedarían mejor expresadas en ella las identidades, dado el carácter intrínsecamente cultural de una tipología así
concebida; en última instancia, y por estas razones, es también evidente que se estaría más cerca de los objetivos comúnmente perseguidos: la caracterización e interrelación de
grupos culturales. Esto no quiere decir que las tipologías
convencionales carezcan de sentido o que no reúnan las mismas posibilidades en cuanto a la finalidad: a nadie escapa
que los criterios que las sostienen, a falta de una comprobación concluyente, descansan en caracteres que han de ser en
buena parte estilísticos, por tanto, culturales en toda su repercusión. Naturalmente, ésta es la visión de la que participamos, y que hace que mientras subsistan las limitaciones
materiales expuestas (a recordar que los caracteres de estilo
exigen un gran trabajo de verificación sobre un gran número de conjuntos con un gran número de efectivos y variación
morfológica, ampliamente repartidos en tiempo y espacio),
nuestra tipología podrá hacer uso puntual de criterios de estilo, pero no será una tipología explícitamente estilística.
Como se ha señalado en algún momento del anterior
epígrafe, la variabilidad formal de los útiles líticos vendría
determinada por la función (la forma como concreción material de un uso previsto). La idea subyacente en esta afirmación es que los artesanos prehistóricos, a la hora de
fabricar sus útiles, habrían pensado en “funciones”, materializadas en la panoplia formal que reconocemos en cualquier
conjunto lítico, un repertorio de formas mediatizado en última instancia por la materia prima y, sobre todo, por el propio conocimiento técnico. Dicho de otro modo por Fortea
(1973: 48), el tipo ideal de un útil (en referencia al útil “funcional”) es obvio que existía en la mente del artesano prehistórico, siendo también evidente que éste no buscaba formas
sino funciones, quedando lo morfológico supeditado a la
mejor satisfacción de la función. La diferencia del artesano
prehistórico con el tipólogo reciente es que aquél tenía su tipo funcional, morfológico y técnico, mientras que el segundo sólo contaría –con la precisión necesaria hasta el instante
en que escribe Fortea– con su tipo morfológico y técnico. Para Fortea, pues, en todas las tipologías morfológicas se escaparía lo más importante: la intención funcional de los
objetos clasificados como tipos; de ahí que el único camino
que se vería viable para establecer una tipología objetiva sería realizarla desde el criterio de la funcionalidad.
Conscientemente o no, esta preocupación por lo funcional ha presidido el desarrollo de los estudios de utillaje
prehistórico desde sus mismos inicios, llevando a variadas
propuestas o consejos de clasificación (p.e., Mortillet [1891],
cit. en Brézillon, 1977: 23; Capitan y Breuil [1904], Ophoven
y Hamal Nandrin [1947], cit. en Rozoy, 1978: 27; Vayson de
Pradenne [1922], cit. en Tixier, 1963: 17). En esta misma línea se inscribe el intento relativamente más reciente de Pradel (1972-73), autor que parte de una actitud declaradamente
realista: la consideración ya expuesta de que los útiles son tallados en aras de su empleo y no de su forma general, empleo
y forma que no irían siempre parejos (ibíd.: 50). Pese al innegable voluntarismo, lo bien cierto es que estos ensayos
siempre han sido vistos por los morfotipólogos con muchas
reservas (cf. Tixier, 1963: 17; Fortea, 1973: 49; SonnevilleBordes, 1974-75: 28; Rozoy, 1978: 27); la posibilidad de una
tipología funcional se habría contemplado todo lo más como
un proyecto de futuro (ligado a las expectativas de los análisis traceológicos entonces en ciernes; cf. Fortea y Rozoy),
aunque ciertas dudas sobre esta posibilidad también habían
sido expresadas (cf. Tixier, ibíd.: nota 7; actitud justificable
por remitir a los años sesenta). La razón de la desconfianza
en las propuestas tipológicas “funcionales” radica en que la
mayoría de ellas se producen en unos momentos en que las
funciones de los útiles no pasan del terreno de la mera hipótesis. El verdadero desarrollo de los estudios funcionales, los
centrados en el análisis de las huellas macro y microscópicas
de uso y desgaste, tendrá lugar a partir de avanzados los años
setenta (v. Mazo, 1991; Calvo, 2002), y con ello la superación
de las antiguas interpretaciones sobre el empleo de los útiles
basadas en la relación forma-función y en las comparaciones
etnográficas, esto es, los principales tipos de inferencia que
habían guiado las clasificaciones funcionales. Y otro hecho
importante por lo que tiene que ver con las expectativas
abiertas por la traceología y su predicho potencial: el despegue de los estudios funcionales se produce en un tiempo en
que los principales sistemas morfotipológicos ya se hallan
bien consolidados e implantados.12
Instalados ya en el futuro, la situación ahora mismo es la
de la existencia de un buen cuerpo de datos y resultados funcionales asentados en la traceología, concerniendo a grupos
variados de utillaje repartidos por prácticamente todo el espectro cronocultural (del Paleolítico a la Edad del Bronce).13
Con bastante precisión son conocidas las formas de empleo de
los diferentes tipos de útiles y su campo de aplicación (actividades y materias trabajadas), y por ende el significado funcional de gran parte de los atributos morfotécnicos discretos
(en relación con el uso o el enmangue). Ha podido verificarse
en suma, y en sus grandes líneas generales (proporciones altamente significativas), que las formas que reconocemos y
clasificamos como “raspadores” son eso mismo: raspadores
(sean paleolíticos, epipaleolíticos o neolíticos), los “buriles”
12
13
Tipología y tecnofuncionalidad
Esto es lo que hace decir a Rozoy (1978: 935) que el valor o no de cada una
de las clases tipológicas actuales [estamos en los años setenta] en materia funcional no podrá ser establecido más que tras el desarrollo suficiente de los métodos
de estudio traceológicos, y que estos estudios llevarán a precisar los contenidos
“funcionales” de la tipología tradicional conservándola básicamente morfológica,
opinión ésta última que compartimos por completo como veremos más adelante.
En Mazo (1991) hay recogida toda la bibliografía esencial “traceológica” hasta finales de los años ochenta. La acumulación de datos ha ido
acrecentándose desde entonces, como tendremos ocasión de comprobar
al referirnos al valor funcional de los diferentes grupos de utillaje que
integran nuestro repertorio tipológico.
15
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dros, etc. A partes “pasivas” remitirían bastantes de los bordes abatidos parciales o totales de lascas y hojas (“cuchillos”
de dorso sensu lato), los pedúnculos destacados de puntas de
“flecha”, las escotaduras o muescas basales de puntas y otras
piezas dispares (elementos de hoz, p.e.), las fracturas no retocadas, etc. En última instancia, puede decirse que toda la morfotecnia va ligada en un sentido u otro a la tecnofuncionalidad,
idea que ya expresábamos al principio de este epígrafe.
Por encima de esta pequeña digresión, lo importante a
retener es que un criterio tecnofuncional, aplicado a la clasificación, permitiría elegir caracteres morfológicos, técnicos
y tipométricos con valor funcional claro, según las garantías
dadas por los análisis traceológicos (y paralelamente, en parte, por la tecnología y la experimentación). Los caracteres
morfotécnicos y tipométricos con mayor significación funcional tenidos en cuenta por los traceólogos (p.e., Keeley,
1980; Grace, 1988; Pereira, 1993; González Urquijo e Ibáñez Estévez, 1994), como variables independientes de estudio, suelen ser los siguientes:
son buriles (a pesar de que en determinadas ocasiones hayan
perforado y no grabado), los “perforadores” son perforadores,
las “puntas de flecha” son puntas de flecha (la evidencia aquí
era máxima), las “hojas” son hojas (útiles o parte de útiles de
corte), etcétera, etcétera. La información funcional disponible
en la actualidad, como decíamos, es bastante completa, y
sus posibilidades de explotación –tipológicamente hablando–
grandes. Esto no obstante, los traceólogos han mostrado hasta ahora escaso interés por los temas tipológicos, dedicando su
atención a otros problemas más específicos (el propio método, la determinación de actividades y tipos de asentamiento,
los aspectos socioeconómicos, etc.; v. Ibáñez Estévez et al.,
2002). Como era de prever, han sido los usuarios de las tipologías convencionales los que han entrevisto la posibilidad de
sacar partido “tipológico” a la traceología. La cuestión, sin
embargo, y atendiendo a las vías de valoración abiertas, no
sería tanto el aprovechar los resultados funcionales para confirmar o matizar los supuestos del viejo debate sobre las equivalencias entre forma y función (cf. Cauvin, 1983), como
intentar restituir en los repertorios tradicionales los verdaderos significados de las clases tipológicas reconocidas espontáneamente a partir de la observación (cf. Otte, 1988); quiere
esto decir que las variaciones morfológicas secundarias de los
útiles deberían poder ser explicadas por propósitos funcionales como son los modos de enmangue o los modos de utilización particulares (ibíd.: 231). Totalmente de acuerdo con esta
segunda visión, las aportaciones de la traceología, más que
para dar forma a una tipología funcional, las consideraríamos
del todo válidas para el establecimiento de criterios con los
que definir clases y tipos dentro de una construcción tipológica aún de base morfológica.
Desde la perspectiva señalada hay que entender el concepto de tecnofuncionalidad que aquí hacemos intervenir,
referido a la significación de los diferentes rasgos morfotécnicos en relación con la función (uso específico, prensión, enmangue, etc.). En tanto que la tecnofuncionalidad atiende al
destino “utilitario” de un rasgo morfotécnico, esa finalidad o
propósito, cuando se trata de rasgos intencionales, puede ir dirigida a crear o acondicionar partes activas o de trabajo (para
el uso directo o contacto con la materia trabajada), o partes
“pasivas” desligadas de la anterior función (zonas de prensión
o enmangue); también a preparar alguna solución técnica particular (muescas para la fractura de soportes –cf. la técnica de
microburil–). Los acondicionamientos, de partes activas o no,
suelen producirse a partir del retoque (el rasgo morfotécnico
por excelencia, como ya hemos recalcado en varias ocasiones),
pero también mediante el propio lascado (soportes laminares
brutos para ser empleados directamente), o a partir de otras
técnicas además del retoque (fractura por flexión o percusión
para el acortamiento sistemático de los soportes). Ejemplos de
rasgos morfotécnicos definiendo partes activas serían los frentes de raspador, las denticulaciones regulares de piezas como
los dientes de hoz, las truncaduras muy oblicuas de ciertas armaduras trapeciales, los bordes abatidos bilaterales de los tala-
La mayoría de estos caracteres, como es obvio, van referidos a la parte activa o de trabajo del útil, y gran parte
también de ellos, es cierto, son usualmente retenidos por los
morfotipólogos, si bien, en algunos casos, de manera indirecta. Por ejemplo, el espesor global de la pieza, atributo
contemplado en bastantes tipologías (cf. raspador carenado,
denticulado espeso, etc.), puede determinar el espesor del filo
y también su ángulo; la naturaleza del soporte –si éste es laminar o no–, consignada igualmente en los repertorios tipológicos, puede incidir en la longitud del filo (cf. raspador sobre
lasca, con parte activa o “frente” normalmente ancho, al lado
de raspador sobre hoja, con frente generalmente estrecho); las
características tipométricas de longitud del soporte –pieza laminar o microlaminar–, afecta igualmente a la porción de filo
útil (cf. hoja de dorso al lado de hojita de dorso), etc. De manera directa, en cambio, sí se retiene el perfil del filo, uno
de los caracteres esenciales en toda tipología morfológica
(cf. raedera convexa, raedera cóncava; raspador denticulado,
raspador en hocico, etc.), así como la forma general del útil
(cf. punta foliácea o foliforme, armadura geométrica, etc.).
El espesor global y el tamaño absoluto de las piezas o de
alguno de sus rasgos concretos, por tanto, junto con las delineaciones producidas por el retoque, el lascado o cualquier
otra técnica, son atributos con significación funcional bien
contrastada por la traceología.14 Estos atributos, al lado por
supuesto de otras discriminaciones, podrán ser tomados en
consideración a la hora de la clasificación tipológica, según
las pautas de conveniencia ya dictadas.
14 Un magnífico trabajo, por la información aportada sobre la relevancia
funcional de los caracteres tipométricos y morfológicos enumerados, lo
constituye el estudio de Ibáñez Estévez y González Urquijo (1999) sobre los
raspadores de los yacimientos vascos de Berniollo y Santa Catalina (series
magdalenienses, azilienses y epipaleolíticas), que nos servirá de referencia
en su momento oportuno.
16
- ángulo del filo o parte activa funcional de un útil,
- longitud o perímetro del filo,
- espesor del filo,
- perfil del filo (morfología o delineación),
- espesor y forma general del útil.
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A la vista de lo expuesto, es evidente que las posibilidades de elaboración de un repertorio tipológico bajo criterios tecnofuncionales son ahora mismo mayores que bajo
criterios estilísticos. Esto no obstante, nuestra inclinación o
preferencia no es por una tipología funcional, sino más bien,
como ya hemos expresado anteriormente, por una tipología
“cultural”, para la cual, los criterios de estilo son sin duda
más apropiados, en la medida que el estilo refleja más directamente la “identidad” particular o colectiva de los elementos sociales que hay detrás de un conjunto industrial
determinado. Pero también hemos expuesto los inconvenientes o restricciones que existen, en nuestro caso, a la ho-
ra de primar los caracteres de estilo sobre cualesquiera otros.
Es por ello que de momento, lo importante, parafraseando a
Rozoy (1978: 935), será trabajar con una tipología morfológica, conservando su carácter histórico, es decir, su utilidad
en el reconocimiento de grupos humanos y sus interrelaciones, pero sin obviar las mejoras que pueden introducir ya a
una tipología de estas características los estudios de estilo y
los resultados traceológicos. A fin de cuentas, hay que tener
bien presente que todo atributo estilístico es siempre un atributo tecnofuncional, y que ambos caracteres, el estilístico y
el funcional, los revisten en potencia todos los atributos
morfotécnicos tomados aisladamente.
17
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II. MORFOTECNIA Y NOMENCLATURA TIPOLÓGICA
En toda tipología morfológica, la morfotecnia y la tipometría constituyen elementos esenciales de análisis y
síntesis, al tiempo que proporcionan el vocabulario básico
“tipológico”, es decir, lo que entendemos por “nomenclatura
tipológica”. Ésta va referida, pues, al conjunto de términos y
conceptos morfotécnicos y tipométricos contenidos en el
nombre, la definición y la descripción de los grupos formales y de los tipos individuales; términos y conceptos que
afectan a las clases de soportes, a los estados de éstos, a las
modalidades de retoques y a otros elementos analítico-descriptivos, siempre en su utilización o aplicación “tipológica”
más expresa. A continuación se exponen los criterios en este sentido seguidos para cada caso.
La clase de soporte proporciona el nombre en nuestra
tipología, como en cualquier otra, a determinados grupos
(cf. Hojas u hojitas con retoque marginal, ídem con base estrechada, ídem con retoque plano o sobreelevado, Placas retocadas, Lascas retocadas) y a multitud de tipos incluidos en
estos grupos –obviamente– y en otros en que la singularidad
del soporte no forma parte de la denominación general (p.e.,
en el primer caso, Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial, Placa con retoque bilateral, Lasca con extracciones unifaciales; en el segundo, Hoja u hojita con borde
abatido arqueado, Lasca espesa con muesca(s), Hoja u hojita con embotadura unilateral, etc.).
Como ya ponen de manifiesto estos ejemplos, las referencias al soporte las hemos ceñido a las clases técnicas y ti-
pométricas más básicas: lasca, hoja/hojita1 y placa (sílex tabular), respondiendo las tres primeras clases a productos de
lascado, y la cuarta a productos comúnmente de troceado o
“fraccionamiento” (recortes tabulares).
La consideración de los soportes no puede ser la misma
a efectos tipológicos que a efectos de un estudio tecnoindustrial o de cualquier ensayo o propuesta de clasificación de
los productos de lascado por criterios dimensionales (p.e.,
Leroi-Gourhan, 1978; Bagolini, 1968; Laplace, 1974). Las
categorías de soportes, bajo criterios técnicos o tipométricos,
pueden ser muy amplias en un conjunto industrial dado, pero no resulta nada apropiado tenerlas todas en cuenta para un
uso tipológico, simplemente por el principio de concisión
que debe presidir la elaboración de cualquier repertorio o lista de tipos.
Hecha esta aclaración, las lascas quedan entendidas en su
noción clásica (v. Brézillon, 1977: 99) de productos de lascado –en sentido amplio y general– de longitud menor a dos veces la anchura (l<2a), proporción mesurable directamente en
piezas completas o por reconstrucción si el estado es de fractura; en contraposición, los soportes laminares (hojas y hojitas) quedan definidos por una longitud mayor o igual a dos
veces la anchura (l≥2a) (v. cuadro 1). Este criterio dimensional clásico de separación, en unas industrias del Holoceno
avanzado como las aquí estudiadas, concuerda más si cabe
con las morfologías tecnológicas de la “lasca” y la “lámina”,
esto es, con productos más anchos que largos y de bordes y
aristas dorsales irregulares, y con productos más largos que
anchos y de bordes y aristas dorsales paralelos (la regularidad
de bordes y aristas en los casos de lascados laminares más
1
Preferimos los términos de hoja y hojita a los de lámina y laminita por
las ya anunciadas razones de “escuela”; esa misma preferencia la han ex-
presado algunos autores de otros ámbitos peninsulares (cf. Fábregas, 1992:
118, nota 2 al pie).
SOPORTES TIPOLÓGICOS
19
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Cuadro 1. Terminología descriptiva básica de los soportes.
20
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precisos –cf. lascado por presión–). La distinción, pues, entre
lascas y hojas y hojitas, en las industrias analizadas, descansa
no tanto en la tipometría como en la morfotecnia.2
La diferenciación aludida (lascas vs. hojas/hojitas) no
presenta problemas en una industria de base laminar como la
que atestigua la Cova de l’Or (Neolítico antiguo en esencia),
caracterizada en lo tecnológico por una explotación generalmente envolvente y unidireccional (plano único de lascado)
de núcleos de morfología cónica (prismáticos, sobre todo piramidales) mediante un empleo preferente de la percusión
indirecta, pero también de la presión, y ocasionalmente de la
técnica de la arista-guía (García Puchol, 2005: 179-184). El
resultado es una producción de soportes laminares bastante
regulares, de bordes y aristas paralelos o subparalelos y con
curvatura distal más o menos acentuada. Para el utillaje (piezas tipológicas), existe una selección intencional de estos
soportes, los más regulares y de sección trapezoidal, con
predilección por los de anchura superior a 8 mm, y más en
especial por los de anchuras comprendidas entre 10 y 14 mm
(gráfico 1; ejemplo ilustrativo a partir de los efectivos totales sumados de las hojas y hojitas con retoque marginal y
con filo bruto embotado); la estimación de las longitudes es
más delicada por el alto grado de fractura que presentan hojas y hojitas, si bien, como veremos en el epígrafe siguiente,
la preferencia es por medidas entre 30 y 40 mm. El utillaje
sobre lasca, por su parte, se muestra francamente reducido
en Or en comparación con el laminar, siendo la relación de
soportes tipológicos de 1 lasca por casi 4 hojas y hojitas
(gráfico 2). El stock de lascas-soporte, conviene anotarlo,
procede en buena medida de la talla laminar, de los desechos
de la preparación y acondicionamiento de los núcleos correspondientes, aunque según se indica (García Puchol, ibíd.),
una parte de este stock podría provenir de la explotación no
laminar de determinados nódulos (presencia de algunos núcleos “informes” de lascas).
Gráfico 2.- Proporciones de soportes tipológicos en la Cova de l’Or.
Gráfico 1.- Bloques de anchuras de las piezas laminares con retoque
marginal y con filo bruto embotado de la Cova de l’Or.
En el caso de la Ereta del Pedregal (Neolítico final y
Eneolítico) sí que se encuentra bien constatada una talla
específica de lascas, aún por estudiar, en función de la fábrica de puntas de flecha; y probablemente una talla “doméstica” de hojas, de pequeño/mediano formato (longitudes
hasta 100 mm y anchuras hasta 15 mm; cf. Fernández, García
Puchol y Juan Cabanilles, 2006), también por evaluar. La
gran talla laminar, la preponderante en este yacimiento (hojas de mediano/gran formato, de longitudes entre 100 y 200
mm y anchuras hasta 20 mm), responde con toda certeza a
una producción exógena, teniendo en cuenta la naturaleza de
la materia prima empleada (variedades de sílex desconocidas
en el entorno regional), pero sobre todo la ausencia de los propios núcleos y de la masa de productos técnicos resultantes de
su acondicionamiento (ibíd.: 266); tratándose de una talla no
verificada in situ, las hojas de gran formato han debido llegar
a la Ereta como objetos de comercio o intercambio y en la
forma de soportes brutos, adaptados de inmediato al uso requerido. Al lado de lascas y hojas de módulos variados, el repertorio de soportes tipológicos incluye en la Ereta placas o
recortes del llamado sílex tabular (gráfico 3), que aparece aquí
en dos variedades diferentes. La principal de ellas, definida por
la “homogeneidad” estructural y de coloración del sílex fresco
nuclear, recubierto por finas capas de córtex superficiales, se
presenta en forma de delgadas plaquetas que raramente sobrepasan los 10 mm de espesor, situándose el mínimo en 4,4 mm
(Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006: 274-275);
el aprovechamiento de este tipo particular de sílex se ha centrado en la fabricación de puntas de flecha y, más particularmente, en la de útiles de corte por simple retoque de los flancos
de fractura de las tabletas brutas.
Volviendo a la cuestión de los soportes como referentes
nominales tipológicos, la consideración en ese sentido de lascas, por un lado, y hojas/hojitas, por otro, encuentra una primera justificación en el hecho de constituir productos de
2
Es la morfotecnia y el contexto industrial lo que lleva a desestimar como soportes “formales” determinados productos de lascado que responderían al concepto de la “lasca-laminar”: en nuestro caso, y en los mismos
términos apuntados por Fortea (1973: 54), piezas que no cumplen la relación l≥2a pero que son de indudable técnica laminar. Lo contrario puede
darse en productos de técnica de lascas (Bordes, 1961: 6; 1984, II: 73).
% 30
25
20
15
10
5
0
<0,4
0,4-0,6 0,6-0,8 0,8-1
1-1,2 1,2-1,4 1,4-1,6 1,6-1,8 1,8-2
>2 cm
21
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Gráfico 3.- Proporciones de soportes tipológicos en la Ereta del
Pedregal (Otros = indeterminados, astillas, esquirlas).
lascado cualitativamente diferentes (Tixier, 1963: 54), y, en
última instancia, en la comodidad o lo práctico que esta distinción resulta a la hora de individualizar tipos formales. Más
allá de la viabilidad operativa estaría la validez del criterio
desde una perspectiva estilística o tecnofuncional. El valor estilístico, el determinado por efectivas elecciones con significado –al menos– temporal, no es algo que aflore de inmediato
cuando el objeto de atención son simples categorías de soportes, o mejor dicho, la simple naturaleza de éstos (p.e., en
un grupo morfológico como el de las muescas y denticulados,
presente en toda la secuencia del Neolítico y el Eneolítico, las
proporciones internas de lascas y hojas/hojitas como soportes
tipológicos no ofrecen variaciones importantes en ningún
momen to de dicha secuencia, en otras palabras, no ha habido
preferencias puntuales y manifiestas por un tipo u otro de soportes). El valor tecnofuncional, en cambio, sí que es un aspecto más fácilmente apreciable. Desde este plano, el de la
tecnofuncionalidad (mayor o menor importancia para la función de los atributos morfotécnicos), es cierto que la distinta
naturaleza del soporte tiene una evidente s ignificación si se
repara en que el formato de la lasca (morfología, proporciones dimensionales, etc.) puede hacerla más apropiada para
determinados útiles que el formato de las hojas/hojitas, y viceversa (p.e., una muesca “clactoniense”, definiendo un tipo
específico en determinados repertorios, nunca se reflejará en
un soporte laminar; generalmente lo hará sobre una lasca espesa). Sin embargo, ta mbién es cierto que lo tecnofuncional
llega a carecer de sentido cuando se trata de útiles muy o bastante elaborados, con fuerte carga de retoque (p.e., la morfología estándar de un taladro, el estereotipo, puede resultar o
conseguirse tanto a partir de una lasca como de una hoja/hojita, con las mismas repercusiones funcionales).
La oposición entre soportes hemos venido haciéndola de
continuo entre lascas y hojas/hojitas, debido a que se ha op-
3
Es el caso, p.e., de Vaquer (1990: 41-43) y su tipología para el Neolítico del Languedoc occidental, en la que contempla como soportes tipológicos tres clases de productos laminares (micro-lamelles, lamelles y lames),
22
tado en todos los casos por la agrupación de las dos clases
de productos laminares a efectos de nominación tipológica.
Aclararemos primero que el criterio seguido para separar hojas de hojitas es el de Tixier (1963: 38) simplificado, al retener solamente el límite de anchura: hoja a≥12 mm, hojita
a<12 mm; se ha obviado por tanto la condición de longitud
para las hojas (l≥50 mm), atendiendo al fuerte estado de
fractura de los soportes laminares en las dos colecciones estudiadas. Tornando al punto inicial, la consideración conjunta de hojas y hojitas tiene su razón de ser en las proporciones
similares que, como soportes tipológicos, suelen guardar
ambas clases de productos dentro de determinados grupos y
para los mismos tipos formales, especialmente aquellos grupos más característicos del Neolítico antiguo y que comportan estos tipos de soportes en exclusividad o casi. Así por
ejemplo, y utilizando datos de la Cova de l’Or, para todo el
conjunto de piezas laminares con simples retoques laterales
(prácticamente retoques marginales), las hojas suponen el
54% y las hojitas el 46%; en el grupo particular de Piezas
embotadas (retoque no sistemático o señales de uso), los índices respectivos son del 53% y 47%; y de manera más general, consideradas todas las piezas tipológicas, las hojas
representan el 41% frente al 38% de las hojitas. Estas diferencias porcentuales nada significativas justificarían la solución adoptada, con lo que nos apartaríamos de otras pautas
al mismo respecto seguidas para la catalogación tipológica
de materiales neolíticos.3
ESTADO DE LAS PIEZAS
En este epígrafe nos referiremos en concreto al estado
de fractura del utillaje y a sus implicaciones tipológicas, dejando de lado otros efectos de alteración como el térmico,
las pátinas, la desilificación, etc., constatados también pero
con otro tipo de significado.
Como ya hemos avanzado, las series de utillaje estudiadas se muestran con un grado alto de fractura, aspecto comúnmente señalado para conjuntos de la misma cronología
y de idéntica base laminar. La fuerte fragmentación es bien
evidente en aquellos grupos de útiles caracterizados por la
poca modificación de los soportes laminares (p.e., Hojas y
hojitas con retoque marginal, con retoque plano o sobreelevado, con filo bruto embotado, etc.), tal como revelan sus índices de fractura (p.e., para la suma de piezas laminares con
retoques continuos laterales de la Cova de l’Or, el índice en
cuestión es del 88%, y más alto aún, del 93%, para la misma
serie de piezas de la Ereta del Pedregal; v. gráficos 4 y 5).
Los estados de fragmentación vienen determinados bien
por fractura única, proximal o distal (a veces, en la disposición distal, puede tratarse de un leve acortamiento), bien
por fractura doble, proximal y distal. En todos los casos,
proceder que origina una evidente multiplicación o desdoblamiento de tipos, de los mismos tipos morfológicos, circunstancia que personalmente y
en lo posible pretendemos evitar.
[page-n-34]
% 60
50
40
30
20
10
0
Completas
Leve acortamiento
distal
Fracturadas
largas
Fracturadas
cortas
Gráfico 4.- Estado de las piezas laminares con retoques continuos
laterales de la Cova de l’Or.
% 60
50
40
30
20
10
0
Completas
Leve acortamiento
distal
Fracturadas
largas
Fracturadas
cortas
Gráfico 5.- Estado de las piezas laminares con retoques continuos
laterales de la Ereta del Pedregal.
la(s) fractura(s) origina(n) piezas “largas” (l≥2a) o “cortas”
(l<2a), criterio dimensional que parece bastante apto para
definir tipológicamente el “fragmento” de útil laminar. En
términos descriptivos, resulta cómodo hablar de “cuerpos”
proximales, distales o mediales para las piezas fracturadas
largas, y de “fragmentos” de las mismas características para
las cortas (v. cuadro 1).
A efectos tipológicos, como acabamos de insinuar, el
único estado de fractura con reflejo efectivo es el del “fragmento” o pieza fracturada corta, que es el que mayores probabilidades encierra de constituir un verdadero trozo residual
del útil de partida. La oposición, pues, del fragmento estricto
(o fragmento corto) es con respecto a las piezas “completas”
o fracturadas largas, consideradas conjuntamente. Esto no
quiere decir que una pieza fracturada larga se corresponda
necesariamente con una pieza tipológica o “funcional” completa, según tendremos ocasión de comprobar en su momento, al valorar los estados de fractura en un conjunto laminar
de mediano/gran formato como el de la Ereta del Pedregal.
En las colecciones examinadas, no hay demasiados problemas para determinar a qué tipo de útil concreto pertene-
ce un fragmento, asignación que puede resultar más complicada en otras series industriales (v., p.e., Cauvin y Coqueugniot, 1989: 38). El estado de fractura, si no es muy extremo,
no suele impedir esa clasificación, o en su defecto, la atribución a una clase o subclase, y en el peor de los casos, a un
grupo. La mayor incertidumbre puede ocasionarla un fragmento, por ejemplo, de hoja u hojita con filo embotado
(o con retoque lateral marginal), ya que podría corresponder
a la parte fracturada, también p.e., de una truncadura sobre
soporte laminar (o de cualquier otro “estereotipo”). La realidad, sin embargo, es que apenas hemos podido efectuar algún ensamblaje longitudinal de piezas fracturadas. Se trate,
pues, del trozo de un estereotipo o de un tipo morfoaleatorio, compartimos totalmente la idea de Tixier (1963: 156) de
que un fragmento característico de útil tiene, en un inventario, el mismo valor que el útil entero.
Aparte de las consideraciones tipológicas, una cuestión
importante es el por qué de la alta fragmentación laminar que
evidencian las industrias neolíticas en general y, en particular, las aquí estudiadas. Si ello, para la Ereta del Pedregal, podría estar condicionado por el mayor formato de los soportes
laminares y por el hecho de tratarse de una colección proveniente de un yacimiento de superficie, expuesto al laboreo
agrícola y a otros factores parecidos de alteración, estas circunstancias no son exactamente las que concurren en la Cova de l’Or. Para este último yacimiento, siempre hemos
pensado en la acción intencional como origen del fuerte índice de fractura, al menos en una parte importante, puesto
que no pueden descartarse otras causas fortuitas (roturas por
uso, accidente de talla, pisoteo, etc.). El objetivo estaría en la
normalización dimensional de los soportes, en reducirlos a
unos módulos concretos de longitud, en relación con el enmangue y, por extensión, con el útil compuesto (p.e., hoces).
Ésta sería la lógica, pero el problema, ciertamente, reside en
demostrar la intencionalidad de las fracturas.
La voluntariedad en determinados casos de fractura,
tanto de útiles como de soportes brutos y mediante técnicas
distintas a la de microburil o similares (las que parten de una
muesca retocada lateral), ha creído reconocerse en industrias
del Paleolítico medio (Bordes, 1953; Eloy, 1954; Lhomme,
1993), del Paleolítico superior (Delarue y Vignard, 1958;
Bordes, 1970a; Bergman et al., 1983), o del propio Neolítico (Azoury y Bergman, 1980; Cahen, Caspar y Otte, 1986;
García Gazólaz, 1996). Tal reconocimiento se ha apoyado
por lo general en la experimentación, relacionándose más directamente la intencionalidad con la técnica de percusión sobre yunque. Esto no obstante, otros autores, procediendo
igualmente al ensayo experimental, se han declarado más escépticos sobre la posibilidad de demostrar por este medio la
voluntariedad de la fragmentación (cf. Owen, 1982; Cava,
2000).4 La razón descansa en que la morfología de las fracturas obtenidas por técnicas experimentales no diferiría de la
4
El mismo escepticismo ya lo manifestaba Pradel (1957, 1959) respecto a las
afirmaciones de Bordes (1953) y Eloy (1954), y de Delarue y Vignard (1958).
23
[page-n-35]
ocasionada por distintos tipos de accidentes. Deteniéndonos
en las experiencias de Cava (ibíd.: 120-123), en tanto que
implican a materiales del Neolítico antiguo peninsular
–Cueva de Chaves– muy cercanos a los de la Cova de l’Or,
esta autora concluye que para confirmar la intencionalidad
habría que considerar, más que la morfología, “la presencia
de estigmas sobre los planos de la misma fractura que se
determinen como señales originadas durante los procesos
del uso o de la fijación del objeto a sistemas de enmangue”.
Esto, empero, como subraya Gassin (1996: 147), sólo probaría que la pieza se ha empleado después de la fractura, y
no la voluntariedad o accidentalidad de la misma.5 Cava
apunta también como posible hecho de confirmación a “la
existencia de formatos abiertamente regulares en los fragmentos derivados [de la fractura]”. Ésta, creemos, es la
dirección más apropiada a seguir, buscando las “regularidades” en los módulos de longitud. En esta línea se encuentra
la constatación de Cahen, Caspar y Otte (1986: 62-63), valorando la tecnología laminar de la facies Blicquy del Neolítico antiguo belga, de que las hojas y fragmentos brutos de
lascado y los útiles sobre hoja tienen aquí una longitud equivalente (entre 4 y 6 cm), para lo que se aduce un importante
desarrollo de la técnica de mise à longueur de las hojas por
fractura simple y por otros procedimientos más determinantes (cassure dans une encoche y técnica de microburil). El
ya citado Gassin (1996: 147), teniendo en cuenta la relativa
proximidad de las longitudes de las lascas (la mayoría enteras) y de los productos laminares (la mayoría fracturados)
con marcas de carnicería de las colecciones Chassey de la
Grotte de l’Église, se interroga sobre la posibilidad de una
fragmentación voluntaria de hojas y hojitas en vistas a reducir su longitud a un módulo dado (cercano a 3 cm), y si bien
no llega a decantarse totalmente por esta hipótesis, tampoco
encuentra motivos para descartarla.
Por nuestra parte, hemos procedido a comparar la longitud absoluta de las piezas laminares con lustre de la Cova de
l’Or según su estado de fractura. La elección es obvia, ya
que se trata de un conjunto “funcional” claro (elementos de
hoz) y bien demostrativo de la realidad del útil compuesto.
Para la comparación indicada, se han separado en dos grupos las piezas completas o con leve acortamiento distal
(20 efectivos) y las piezas fracturadas largas (91 efectivos),
desestimándose los fragmentos cortos (57 efectivos). En ambos grupos, las morfologías por retoque (acondicionamientos tecnofuncionales) pueden ser recurrentes (truncaduras,
escotaduras terminales, abatimientos parciales oblicuos en
la misma localización, etc.), pero en el caso de las piezas
completas, una truncadura –p.e.– se opondrá a un extremo
proximal de talla, y en el de los fragmentos largos, a una
fractura no retocada (los casos más extremos de no acomodamiento los constituyen un soporte laminar entero y un
5
Gassin hace esta observación después de examinar una serie de hojitas
de los niveles chassenses de la Grotte de l’Église (Var francés), empleadas
en actividades de carnicería, cuyas trazas de utilización parecen desbordar
sobre una o dos de las extremidades fracturadas.
24
% 60
50
40
30
20
10
0
<1
1-2
2-3
3-4
4-5
>5
cm
Gráfico 6.- Longitud absoluta de las piezas con lustre (“elementos de
hoz”) de la Cova de l’Or sobre soporte laminar completo o con leve
fractura distal y sobre soporte laminar fracturado “largo”.
cuerpo medial). El resultado se ilustra en el gráfico 6, donde se aprecia que las proporciones de cada categoría de piezas, presentadas en bloques de longitud de 1 cm, dibujan dos
curvas o perfiles sin rupturas de continuidad (en su ascenso
o descenso) y sin distancias que puedan considerarse estadísticamente significativas (la máxima distancia –11,26
puntos– se produce en el bloque de 2-3 cm, para 5 efectivos
sobre 20 de piezas completas y 33 sobre 91 de fracturadas
largas, lo que representa un valor χ2 =0,92396 y una probabilidad p=0,33644 para este valor, bastante apartada del nivel límite de separación p=0,05).6 Por tanto, lo que revela
el gráfico es lo que cabría esperar –pensamos– de una normalización del patrón de longitud de los elementos de hoz,
basada en el acortamiento sistemático de los soportes laminares por fractura simple, y en función de su inserción en un
mango de útil compuesto del tipo de la hoz. Dicho patrón se
centraría en los 3-4 cm (corresponden a este bloque el 50%
de piezas con lustre completas y casi el 40% de las fracturadas largas), medidas de media que comparten prácticamente
todos los grupos de utillaje de la Cova de l’Or. En los comentarios “tipológicos” a cada uno de estos grupos se retomarán algunos otros de los problemas que plantea el estado
de fractura de las piezas.
TIPOMETRÍA
Como es también corriente en las tipologías morfodescriptivas, diversos aspectos dimensionales de los útiles pueden formar parte del nombre y la definición de los tipos en
que se formalizan. Aparte del formato en sí de los soportes
o del estado “fragmento”, en nuestra tipología hay referencias explícitas al grosor del soporte (p.e., Raspador sobre
lasca espesa, Lasca delgada con denticulación, etc.), a las
dimensiones globales de la pieza (Gran pieza foliácea de re-
6
Las explicaciones sobre las pruebas de significación estadística empleadas en el trabajo se encuentran en la introducción al Capítulo IV.
[page-n-36]
toque unifacial), a las dimensiones del rasgo o carácter primario de clasificación (Taladro sobre hoja u hojita de punta
corta y retoque directo), o a las dimensiones de los rasgos
secundarios (Punta de pedúnculo corto y aletas obtusas,
Punta de pedúnculo normal y aletas agudas desarrolladas).
Los criterios “métricos” para cada uno de estos atributos tipológicos serán dados –y discutidos si procede– en su
lugar correspondiente, en la presentación de los tipos o de
los grupos donde se incluyen.
MORFOLOGÍA Y RETOQUE
el mismo uso de las piezas (soportes en bruto, particularmente). Como ha apuntado Mansur-Franchomme (ibíd.: 124125), en base a sus propias experiencias y recogiendo las de
otros autores, estos agentes causales (Mansur-Franchomme
pone el acento en alteraciones accidentales como el pisoteo)
pueden producir tanto microextracciones irregularmente distribuidas como microextracciones regulares y continuas, imposibles de distinguir de las resultantes de la utilización e
incluso, en ciertos casos, del retoque intencional.
Productos del uso o de acciones mecánicas como las señaladas, ese es el riesgo que hemos de correr a la hora de categorizar los útiles “retocados” de las colecciones estudiadas.
De hecho, hemos procedido a ello sin presuponer la intencionalidad del retoque, aunque en bastantes casos la finalidad
y la voluntariedad son bien manifiestas (taladros, armaduras
geométricas, puntas de flecha, etc.). A efectos de repertorio
tipológico, por tanto, y como ya ha sido indicado, se han clasificado todas las piezas que muestran retoque, es decir, extracciones –aisladas o en serie– afectando a los bordes y las
caras de cualquier producto de talla o lascado.
Recordaremos de nuevo que el retoque constituye el rasgo morfotécnico por excelencia, el carácter más manifiesto
de un útil y el que mejor define su consideración como tal,
tanto en el sentido funcional más estricto como en el puramente formal o tipológico. Es lógico, pues, que algunas características del retoque queden reflejadas expresamente en
la denominación de grupos y tipos (p.e., Hojas y hojitas con
retoque marginal, ídem con retoque plano o sobreelevado;
Taladro sobre hoja u hojita de punta larga y retoque inverso,
Segmento de retoque en doble bisel, etc.).
Como gesto técnico, y dentro del proceso de producción
lítica (la cadena operativa), el retoque supone los últimos pasos o acciones de manufactura encaminados a la conformación de un útil, modificando en mayor o menor grado el
soporte de partida y dándole la forma definitiva; forma susceptible de posterior alteración por el uso y de refección a su
vez por nuevo retoque (en este caso, la forma final puede haber variado de clase tipológica respecto a la forma inicial).
Ésta, por supuesto, es una concepción “industrial” del retoque, entendiéndolo como acción intencional.
Morfológicamente, el retoque posee los caracteres negativos –únicos o repetidos, reflejando las técnicas de obtención– de toda extracción (Tixier, Inizan y Roche, 1980:
59); no obstante, toda extracción no presupone la finalidad
de la acción de origen: ciertas extracciones pueden provenir
de una acción anterior a la conformación definitiva del útil
(preparación), o de una acción posterior (utilización o alteraciones mecánicas), caso éste último en el que resulta bastante difícil hacer la distinción con el retoque de fábrica
(ibíd.: 59-60).
En efecto, hay diversos agentes, previstos o imprevistos,
capaces de producir extracciones o retoques en buena medida “tipologizables”. Así, se han señalado (Mansur-Franchomme, 1986: 121-127 y 135-137) causas naturales, como
la solifluxión, la compactación de sedimentos, choques por
arrastre, etc.; causas accidentales, como las labores agrícolas,
el pisoteo humano y de animales, la manipulación y el transporte de las colecciones, etc.; causas técnicas, como la que
origina el llamado retoque “espontáneo”, producido en el
momento del lascado (cf. Newcomer, 1976); y por supuesto
Designa el ángulo que forman las extracciones en relación con la cara de donde parten (Tixier et al.). Es la “incidencia” de Leroi-Gourhan y, muy parcialmente, el “modo”
de Laplace.
Pese a las posibilidades de clasificación que pueden
ofrecer las medidas de ángulo (Leroi-Gourhan es el más exhaustivo de los autores citados), usualmente bastan tres tér-
7
Esta cita va referida a los “Cuadros de morfología descriptiva” incluidos
en la edición española de La Prehistoria de Nueva Clio, versión de las No-
tes de morphologie descriptive originales de 1964, recogidas por Brézillon
(1977: 107-112) al tratar del análisis morfológico de los retoques.
Criterios descriptivos del retoque
El retoque, en su manifestación más concreta de línea
de retoques o extracciones, puede ser descrito por una serie
amplia de caracteres o criterios. Nuestro posicionamiento
en cuanto a los criterios a utilizar es totalmente ecléctico,
puesto que se han tomado en consideración conceptos y términos de distintos autores ya bien consagrados en la bibliografía, individualizándolos o reelaborándolos en muchos
casos y proponiendo otros que nos han parecido igualmente apropiados o que completaban a los ya establecidos. Principalmente hemos trabajado con las sistematizaciones de
Leroi-Gourhan (1978),7 Laplace (1974) y Tixier, Inizan y
Roche (1980). Para cada carácter y término descriptivo anotamos normalmente el autor del que se toma, aunque a veces sólo se trate de un préstamo léxico, no de concepto;
cuando el sentido es coincidente, éste no se hace explícito
en el texto, remitiendo a la correspondiente referencia bibliográfica. Como complemento, hemos elaborado un cuadro de morfología descriptiva para mejor ilustrar los
criterios en cuestión (cuadro 2).
INCLINACIÓN
25
[page-n-37]
Cuadro 2.- Caracteres y descriptores esenciales del retoque.
26
[page-n-38]
minos para designar la inclinación de un retoque: abrupto8
(ángulo aproximadamente recto, 90º), oblicuo (ángulo agudo, alrededor de 45º), plano (ángulo muy agudo, cercano a
10º). Para expresar incidencias intermedias, sin recurrir a
descriptores específicos, es bastante útil la noción de “tendencia” de Laplace, permitiendo considerar así un retoque
oblicuo de tendencia plana (ángulo menor de 45º y mayor de
10º), o un retoque oblicuo de tendencia abrupta (ángulo mayor de 45º y menor de 90º), aunque en este último caso preferimos el término semiabrupto.
Bien analizado, los descriptores de Leroi-Gourhan (rasante, muy oblicuo, oblicuo, abrupto y vertical) serían los
más coherentes de acuerdo con la noción de inclinación, pero también es cierto que dicha nomenclatura (excepto las denominaciones de abrupto y oblicuo) carece de tradición en
nuestro ámbito de trabajo.
El “modo” de Laplace, como indicábamos al principio,
recubre en cierta manera el criterio de inclinación (al señalar el tipo de ángulo que forma el retoque con la superficie
de golpeo), aunque la realidad es que dicho carácter encierra
algo más que una simple clasificación del retoque por el ángulo de incidencia. El modo de Laplace, al referirse a la manera cómo el retoque “esculpe” el soporte para darle forma,
y a las morfologías que pueden resultar de esa acción, incluye en su definición otros criterios o conceptos como el aspecto, la amplitud o la extensión, caracteres que en nuestro
caso consideramos separadamente. El modo de Laplace, en
definitiva, se acercaría en esencia a lo que puede calificarse
como “tipos” de retoque (Brézillon, 1977: 108), cuestión
que será tratada más adelante.
La inclinación, como ya hemos insinuado, constituye un
criterio no exento de ambigüedad, sobre todo fuera del caso
extremo que representa el retoque abrupto. Esta ambigüedad
se ve agudizada si no se tiene en cuenta la inclinación real
de las facetas dorsales del soporte, aspecto sobre el que ha
llamado la atención algún autor (Brézillon, ibíd.; Djemmali,
1983: 74) y que hemos podido comprobar personalmente.
En efecto, muchas veces la inclinación de las facetas de talla es la que marca la propia del retoque (hablamos obviamente de un retoque “directo”; v. infra), especialmente
cuando éste elimina una escasa porción de materia. Un buen
ejemplo lo proporciona el retoque “plano”, al producir por lo
habitual extracciones muy delgadas; si un retoque de estas
características actúa sobre una pieza espesa, es normal que
la inclinación de partida de las facetas apenas se vea afectada, pudiendo llevar a la imprecisión de clasificar como oblicuo o semiabrupto un retoque “técnicamente” plano.
A excepción, pues, del retoque abrupto, la inclinación,
por ella misma, sólo tendría un valor meramente indicativo,
constituyendo un carácter a utilizar con reservas a la hora de
la formulación tipológica (el retoque plano, p.e., es menos
una incidencia angular que un “modo” de conformación en
el sentido de Laplace).
8
AMPLITUD
Laplace agrupa bajo este criterio lo que es la “extensión” de otros autores y un aspecto generalmente poco o
nada considerado en las sistematizaciones usuales (v. Brézillon, 1977: 106-115) como es el grado en que un retoque
modifica –reduciéndolo– el contorno primitivo –los bordes
brutos de talla– de cualquier soporte.
Este segundo sentido, ciertamente el más acorde con lo
que podría expresar la “amplitud”, es el que aquí retenemos
en exclusividad, para referirnos a un retoque de amplitud
marginal (poca modificación del contorno) o profunda (amplia modificación del contorno), con las variedades extremas muy marginal y muy profunda.
En términos de operatividad, la amplitud se muestra como un criterio bien válido para caracterizar y diferenciar
los “dorsos” producidos por retoque abrupto, y con ello las
piezas que los comportan (cf. hojitas con borde abatido marginal y hojitas con borde abatido profundo, tipos contemplados en la lista tipológica para el Paleolítico superior de
Sonneville-Bordes y Perrot).
EXTENSIÓN
Define en primer lugar el desarrollo de las extracciones
sobre la cara –superficie dorsal o ventral– de un soporte (Tixier et al.). Carácter utilizado en el mismo sentido por LeroiGourhan, y también por Heinzelin de Braucourt (1962:
17-18); Laplace, como hemos visto, lo incluye dentro de la
amplitud.
Atendiendo a la extensión “facial”, y teniendo en cuenta si las extracciones quedan localizadas en el borde o penetran en la cara, un retoque puede ser corto (afecta una escasa
superficie a partir del borde), largo (interesa una mayor superficie que el anterior, pero circunscrito también al borde),
invasor (ocupa una gran parte de la cara) y cubriente (ocupa
prácticamente toda la cara).
Heinzelin de Braucourt –entre otros– emplea, en vez de
“corto” (Tixier et al.), el término “marginal” para señalar
la misma extensión del retoque. En nuestro caso haremos uso
indistintamente de ambos descriptores, marginal o corto,
aunque el primero se utilice también para la amplitud. De
igual manera, utilizaremos profundo como sinónimo de “largo”. La ambigüedad que esto pueda originar se intentará
paliar haciendo explícito siempre si la marginalidad o la profundidad se refieren a la amplitud o a la extensión facial. Optamos por esta ambivalencia porque los términos marginal y
profundo, en cuanto a la extensión, se hallan bien asentados
en nuestro entorno de trabajo. Por otro lado, dentro de la marginalidad consideraremos el caso extremo muy marginal o
muy corto.
Otra forma de extensión es la “lateral”, que también habrá de explicitarse para distinguirla de la facial. En su distri-
Destacamos en cursiva los términos que empleamos más corrientemente.
27
[page-n-39]
bución a lo largo de un borde, carácter que Tixier et al. designan como “repartición”, un retoque podrá ser total o parcial.
Separar “amplitud” –en el sentido de Laplace– y “extensión” –en el de los otros autores– tiene su motivo en que
un retoque de extensión facial largo o profundo puede no
modificar (entamer) sensiblemente el contorno de un soporte y, contrariamente, un retoque corto o marginal (en extensión igualmente facial) sí que puede modificarlo de manera
ostensible (reducirlo, abatirlo).
DIRECCIÓN
Indica de donde parten las extracciones (Laplace) y, por
consiguiente, en que cara de la pieza son visibles. Tixier et al.
designan este carácter por el segundo aspecto (emplazamiento de las extracciones en relación con las caras, esto es, la
“posición”), aunque en las definiciones correspondientes
siempre se hace mención al sentido “direccional” del retoque.
En puridad, sólo habría dos tipos esenciales de retoque
en cuanto a la dirección: directo (extracciones realizadas
desde la cara inferior, visibles en la superior) e inverso (caso contrario). Las restantes modalidades de dirección, de uso
corriente, son combinaciones o casos especiales de las dos
anteriores: el retoque alterno implica la bilateralidad y doble
dirección de las extracciones (directas en un lado e inversas
en el otro); alternante, unilateralidad y asimismo doble dirección (dos o más series de extracciones alternativamente
directas e inversas en un mismo lado); bifaz, también unilateralidad y doble dirección (dos series de extracciones directas
e inversas a la vez en el mismo lado, esto es, sobrepuestas).
El término cruzado (Leroi-Gourhan, Tixier et al.), que denota igualmente doble dirección, se reserva para el retoque
abrupto, donde las extracciones suelen ser poco o nada visibles “facialmente”. Lo inapropiado del uso de “bifaz” para
un retoque abrupto (obviamente cuando la técnica de obtención es bidireccional), ha sido señalado por algún autor
(cf. Bordes, 1965: 371). Por lo demás, emplearemos los términos genéricos “unidireccional” o “bidireccional” para referirnos a cualquiera de los retoques señalados.
DELINEACIÓN
Designa el dibujo que forma un borde creado por una línea de extracciones (Tixier et al.). En cierta manera, y al
igual que ocurre con la dirección, habría tres modalidades
básicas de delineación: rectilínea, cóncava y convexa, a partir de las cuales son posibles otros “dibujos” particulares, expresados con un solo vocablo, tal como consideran Tixier et
al. De las delineaciones “especiales” propuestas por estos
autores retenemos algunas y añadimos otras, definiéndolas
según la naturaleza simple o la articulación de las formas básicas que las originan:
-
-
28
Muesca: retoque (a veces una sola extracción; cf.
muesca “clactoniense”) de delineación cóncava, localizado lateralmente.
Denticulado: serie de muescas irregulares contiguas.
-
-
Sierra: serie de muescas regulares contiguas o adyacentes.
Escotadura: retoque cóncavo-rectilíneo unilateral,
normalmente amplio y abatiendo o adelgazando (en
sentido lateral) un extremo de la pieza.
Sinuoso: retoque cóncavo-convexo.
Pedúnculo: muescas o escotaduras bilaterales
opuestas en un extremo (= retoque cóncavo o cóncavo-rectilíneo bilateral).
Así pues, muescas, denticulados, escotaduras, pedúnculos, etc., constituyen rasgos morfológicos de gran significación tipológica resultantes de delineaciones particulares del
retoque. Como observación adicional, señalaremos que la
delineación, tal como la hemos entendido (siguiendo a Tixier
et al.), recorta este mismo criterio de Laplace y también lo
que es su “forma”, separada como otro carácter del retoque.
Dentro de la delineación, Laplace incluye en realidad dos
modalidades especiales (denticulada y escotada) y un simple
término de oposición a ellas (continuo o lineal); las delineaciones básicas (rectilínea, cóncava, convexa), por contra, las
refiere al criterio “forma”, donde retiene además la modalidad “sinuosa”, que no es más que la combinación de una
delineación cóncava y otra convexa. Éstas y otras particularidades es lo que ha hecho que consideremos más completa
y coherente la noción de delineación de Tixier et al. (hablar
de un retoque de delineación escotada y de forma cóncava,
si la concavidad es localizada, puede resultar una redundancia).
LOCALIZACIÓN
Señala el lugar ocupado, sobre una pieza, por las extracciones en función de una orientación (Tixier et al.). Es el
mismo criterio de Laplace y, en parte, la “situación” de Leroi-Gourhan.
Partiendo de un producto de talla con orientación convencional única (cf. Tixier et al.; Dauvois, 1976), y distinguiendo si el retoque afecta a los bordes (ret. de extensión
facial corta o larga) o a las caras (ret. invasor o cubriente),
para el primer caso las posibilidades genéricas de localización que retenemos responden a los términos unilateral, bilateral o multilateral. Un retoque unilateral puede interesar
el borde derecho, el izquierdo o el borde distal (Tixier et al.)
o transversal (Leroi-Gourhan, Laplace). Las dos primeras
localizaciones dan sentido al retoque “lateral” s.s., en su referencia a bordes que forman un ángulo con el eje largo de
orientación de la pieza menor de 45º (Laplace), sea este eje
el de talla o el funcional; para el borde distal o transversal,
el opuesto a la parte proximal de la pieza, el ángulo será mayor de 45º. En borde derecho o izquierdo, el retoque podrá
ser proximal, medial o distal (esto presupone un retoque de
extensión lateral parcial). En el borde distal o transversal, el
retoque, si parcial, podrá estar situado en la parte izquierda,
en el centro o en la parte derecha, por tanto, se hablará de un
retoque distal derecho, central o izquierdo. Los retoques bilaterales o multilaterales pueden presentar cualquier carácter
de los unilaterales, en cualquier combinación.
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En determinadas piezas (lascas sobre todo), una fractura proximal puede originar un borde –funcional o no– en esa
parte, permitiendo oponer entonces un borde proximal a un
borde distal, que también pueden denominarse transversoproximal y transverso-distal. Proximal y distal, como términos genéricos, no pueden llevar a confusión si se especifica
que van referidos a bordes de esas localizaciones o a tramos
concretos de un borde lateral s.s. (derecho o izquierdo). Por
otro lado, y para un retoque en situación proximal, también
podrá emplearse el término basal (Tixier et al.).
Para el caso de afectación de las caras, un retoque se
definirá como unifacial o bifacial. Estas designaciones de
localización son complementarias de “unidireccional” y “bidireccional”, ceñidas las últimas a los retoques laterales s.s.
(retoques de extensión facial corta o larga, no invasores ni
cubrientes), al igual que el término “bifaz”.
ORIENTACIÓN
Criterio o carácter como tal utilizado exclusivamente
por Laplace, en el que se tiene también en cuenta la disposición convencional de la pieza. Atendiendo a esta disposición u orientación, y concretamente en relación con el eje
que la guía, un retoque lateral –derecho y/o izquierdo– podrá ser divergente o convergente, pero también paralelo
(aunque esto no suela expresarse), mientras que un retoque
distal o transversal será normal u oblicuo, en este segundo
caso inclinado a izquierda o a derecha. Divergencia o convergencia, para un retoque lateral, expresan igualmente inclinación, por lo que el término oblicuo podrá ser empleado
para una línea de retoque con estas disposiciones. Un ejemplo de retoque bilateral convergente lo representa el que
determina la punta de un taladro; para la normalidad u oblicuidad de un retoque distal o transversal, el ejemplo estaría
en la orientación de las truncaduras.
ARTICULACIÓN
Noción también de Laplace tomada en nuestro caso para definir un criterio particular, con el que recubrimos en
parte la “situación” de Leroi-Gourhan y la “repartición” de
Tixier et al. Para Laplace, orientación, localización, forma y
articulación serían elementos subsidiarios para la descripción del retoque, fuera de lo que entiende como criterios
fundamentales (modo, amplitud y dirección, con el complemento de la delineación).
En base, pues, a la articulación, o forma cómo se desarrolla una línea de extracciones o se vinculan diferentes líneas sobre un mismo borde –principalmente–, un retoque
podrá ser continuo, discontinuo o sobrepuesto. La articulación también puede considerarse entre dos bordes afrontados (retoque opuesto); sin embargo, entre un borde lateral y
otro transversal el descriptor de Laplace para el retoque resultante (“compuesto”) no tiene mayor interés más allá de la
intencionalidad con que concibe su criterio de articulación
(sistema, a base de signaturas abreviadas, para el inventario
formalizado de los retoques). El retoque en “doble bisel”,
propio de determinadas armaduras geométricas, constituiría
un ejemplo de articulación sobrepuesta; el retoque “alterno”,
frecuente en piezas laminares con simples retoques laterales,
un ejemplo de articulación opuesta.
REGULARIDAD
Indica este carácter para una línea “lateral” de extracciones (retoque regular), o el carácter contrario (retoque
irregular). Los términos son aplicables igualmente a un retoque facial (Leroi-Gourhan). Tixier et al. incluyen la regularidad o la irregularidad en la “delineación”, al lado de los
descriptores rectilíneo, cóncavo y convexo. Una delineación,
por supuesto, puede ser, a un nivel genérico, regular o irregular, pero también pueden serlo, dada una línea de retoque,
la inclinación de las extracciones, su amplitud, extensión facial, dirección, tamaño, etc. Es, pues, en la estimación conjunta de todos o parte de estos caracteres en lo que ciframos
la regularidad o irregularidad de un retoque.
ASPECTO
Va referido a la forma de las extracciones, consideradas
aisladamente o integrando líneas en principio “regulares”.
Es parcialmente la “morfología” de Tixier et al.
Según este criterio, un retoque será arqueado (extracciones de tendencia semicircular, someras), escamoso (extracciones en escama), escaleriforme (extracciones de cualquier
tipo, a menudo escamosas, solapadas o escalonadas), laminar
o sublaminar (extracciones de esta morfología, cuadrangulares o rectangulares, más o menos alargadas), astillado (extracciones generalmente amplias y en escama, recortándose,
aplastadas o machacadas en su punto de partida), raído (extracciones cortas y perpendiculares al filo, mordiéndolo). Estos términos dan cuenta de la mayor parte de las morfologías
de los retoques neolíticos y eneolíticos.
DISPOSICIÓN
Señala básicamente la orientación de las extracciones
con respecto al eje longitudinal de la pieza, sea el de talla u
otro convencional.
Como referente, este carácter es sobre todo válido para
los retoques laminares cubrientes, “regulares”, que pueden
presentar una disposición transversal (perpendicular al eje)
u oblicua, en este segundo caso en forma de bandas (en
écharpe) o en forma de galón (en chevron).
Aparte de la orientación según el eje, estaría la de las
propias extracciones entre sí, con dos posibilidades: paralela o subparalela. Tixier et al. consideran los términos descriptivos paralelo y subparalelo dentro de la “morfología”
(nuestro “aspecto”), y si no los hemos contemplado allí es
porque creemos que indican mejor un carácter de orientación (laminar y sublaminar sustituirían a ambos términos
con mayor sentido).
TAMAÑO
Tal como apunta Brézillon (1977: 112), es corriente que
se empleen calificativos del tipo pequeño, grande, corto,
29
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etc., para describir los retoques, aunque raramente se llenan
de contenido “métrico”. Para el tamaño, pueden ser válidas
en principio las medidas de Leroi-Gourhan, basadas en la
anchura de las extracciones. Así, un retoque o extracción será muy grande (anchura ≥ 20 mm), grande (entre 15 y 20
mm), mediano (entre 6 y 15 mm), pequeño (entre 2 y 6 mm).
De todas maneras, habrá de tenerse en cuenta la tipometría
inherente a cada conjunto industrial.
PROPORCIONES
Los criterios métricos los aporta nuevamente LeroiGourhan, a partir de la relación longitud/anchura que muestran las extracciones. Según esta relación, las proporciones
podrán ser: corta (1/2 longitud x 1 anchura), media (1 x 1),
larga (2 x 1), laminar (más de 3 x 1). Estas medidas complementan de algún modo el sentido sólo cualitativo de los
descriptores utilizados para la extensión facial del retoque.
Tipos de retoques
Mediante la serie de criterios expuesta pueden describirse o definirse prácticamente todos los tipos de retoques
con independencia del contexto cronocultural. Algunos de
estos criterios son puramente “descriptivos”, en su referencia a la localización, orientación, articulación, extensión,
dirección y regularidad de las extracciones o líneas de extracciones; otros son más “morfotécnicos”, al incidir directamente sus descriptores en las morfologías conferidas por
el retoque, caso de la inclinación, amplitud, delineación, aspecto y disposición, teniendo por tanto una mayor repercusión tecnofuncional. Desde el punto de vista estilístico, son
importantes la delineación y la disposición. Un pedúnculo,
por ejemplo, en tanto que delineación especial, puede ser
resuelto formalmente de diversas maneras, pudiendo tener
esas soluciones significación temporal y/o espacial, es decir, una impronta “cultural”. Y lo mismo sucede con la disposición u orientación de un retoque laminar cubriente,
según la solución también por la que se opte (bandas transversales, oblicuas en écharpe, en chevron, etc.).
Más que analizar los criterios descriptivos en sí, conviene detenerse en los tipos de retoques que permiten definir y cómo, en concreto los de mayor incidencia en las
colecciones estudiadas, a modo de primera presentación. El
principal retoque del Neolítico antiguo, por recurrencia, es
el que denominamos “retoque marginal”, nombre que hace
alusión exclusivamente a la extensión facial. Puede describirse, empleando todos los criterios y descriptores cualitativos, como un retoque de inclinación oblicua, a veces de
tendencia semiabrupta (sin formar dorso); de amplitud y de
extensión facial marginal o muy marginal; de extensión la-
9
Tanto es así que determinados autores (cf. Gusi y Olaria, 2006) han visto la necesidad de incluir este tipo de retoque en el sistema de Laplace para caracterizar un grupo de geométricos, los de doble bisel, integrado en el
“Orden” de los retoques planos.
30
teral total o parcial; de cualquier dirección (raramente bifaz); de delineación rectilínea; de cualquier localización lateral s.s. (unilateral o bilateral en hojas u hojitas, más
multilateral en lascas); de orientación paralela en soportes
laminares, más normal u oblicua en lascas; de articulación
continua o discontinua (raramente sobrepuesta) si unilateral, opuesta si bilateral (“compuesta” también en lascas: lateral derecha y/o izquierda más transversal); regular, de
aspecto arqueado y de disposición paralela o subparalela.
En esencia, el retoque marginal quedaría definido por su estricta lateralidad, su regularidad y aspecto arqueado, su escasa amplitud y extensión facial, y por no formar nunca las
extracciones –en su inclinación– un dorso marcado. Dichas
características lo incluirían dentro del modo “simple” de
Laplace, y si ha sido individualizado es porque llega a determinar –como rasgo primario y exclusivo– y a nominar un
grupo tipológico específico en nuestro repertorio (cf. Hojas
y hojitas con retoque marginal).
El “retoque abrupto” (mismo modo de Laplace) es otro
de los retoques neolíticos y eneolíticos importante, designado directamente por la inclinación. En su localización lateral s.s., define a las piezas con “dorso” (borde abatido), y
en la transversal, a las truncaduras y bitruncaduras. En el
caso de las bitruncaduras específicamente geométricas, por
ejemplo, el retoque abrupto (o semiabrupto) puede presentarse en cualquier dirección, incluidas la alternante y la
cruzada, y en cualquier combinación en términos de articulación opuesta. En ocasiones, la truncadura de un geométrico (o el “dorso”; cf. segmentos) puede estar complementada
por extracciones –totales o parciales– de inclinación oblicua
o plana (rasante) en dirección contraria (articulación sobrepuesta), lo que da pie, cuando la truncadura es semiabrupta
(o el dorso), a hablar de un retoque en “doble bisel”, en
sentido amplio. En sentido estricto, el doble bisel lo constituiría la sobreposición de dos retoques oblicuos, o de un retoque oblicuo y otro plano; si éste último es de extensión
facial profunda, dará lugar al doble bisel “invasor” (cf. Fortea, 1973: 57-58). El doble bisel, por tanto, es un tipo especial de retoque que, aplicado a armaduras geométricas,
encuentra poco acomodo entre los modos de Laplace.9
Dentro de los retoques laterales hay que anotar también
el que llamamos “retoque plano o sobreelevado”, propio del
Neolítico final y Eneolítico, y que como el retoque marginal, en su restricción a soportes laminares, determina y nomina un particular grupo tipológico. En principio, los
apelativos de “plano” y “sobreelevado”, aplicados a un mismo retoque, pueden revestir cierta inconsistencia, ya que en
Laplace (del que tomamos prestado el segundo de ellos)
ambos términos designan dos modos de retoque diferentes,10 además de no corresponder a un mismo criterio o carácter descriptivo. Esto no obstante, hay que tener presente
10 En versiones más recientes de la tipología analítica laplaciana (cf. la grille de 1986; Laplace, 1987), el modo “sobreelevado” ha sido suprimido al
considerarlo una variedad del simple.
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la consideración que hacíamos del retoque plano, en los comentarios al criterio de inclinación, de que no se trataría
tanto de una incidencia angular como de una modalidad
“técnica” de conformación. Desde esta perspectiva, plano y
sobreelevado serían calificativos referidos a un mismo tipo
de retoque, actuando sobre una pieza delgada o sobre una
pieza espesa. A partir de los criterios más esenciales, el
retoque plano o sobreelevado puede describirse/definirse
como un retoque lateral y en amplio sentido regular, de inclinación plana o rasante (en piezas delgadas) u oblicua
(en piezas espesas), de extensión facial marginal o profunda, de extensión lateral generalmente total (en articulación
continua), de cualquier dirección (normalmente directa; en
algunos casos bifaz y más raramente inversa o alternante),
y de aspecto laminar o sublaminar, escamoso o escaleriforme (esta última morfología en piezas sobre todo espesas).11
El retoque plano, como técnica de conformación, adquiere
todo su sentido en las puntas de flecha y sus esbozos de fábrica, al adelgazar o “aplanar” y regularizar también el soporte de partida mediante extracciones que suelen afectar a
la totalidad de las dos caras. Se hablará entonces de un retoque plano cubriente bifacial, que será regular o irregular,
según las extracciones sean laminares profundas y paralelas
(arrancando de ambos bordes) o no. Más precisiones sobre
los tipos de retoques aquí presentados serán realizadas en el
momento oportuno, y sobre otros de los que no se ha hecho
mención expresa (p.e., retoque astillado).
11
Así definido, nuestro retoque se acercaría al “escaleriforme plano” y al
“laminar” de Bernaldo de Quirós et al. (1981: 22).
31
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[page-n-44]
III. REPERTORIO TIPOLÓGICO
El catálogo o repertorio tipológico que presentamos tiene por base la tipología de Fortea (1973) para el Epipaleolítico del mediterráneo peninsular español, adaptada a los
periodos aquí considerados (Neolítico, Eneolítico, Edad del
Bronce). Como iremos viendo, dicha adaptación o remodelación ha supuesto la creación de nuevos grupos tipológicos,
dando esta entidad, por su significación en los conjuntos estudiados, a determinados “tipos primarios” contemplados individualmente en la lista de Fortea (grupo de Diversos),
siguiendo el principio habitual de la tipología morfológica;
ha supuesto también la supresión de algún grupo como tal
(cf. Buriles), en base al mismo principio, además de la fusión de algunos de ellos y la reducción o ampliación de clases y tipos en otros.
Nuestra propuesta de repertorio consta de los 17 grupos
siguientes: Raspadores, Perforadores y taladros, Piezas con
borde abatido, Muescas y denticulados, Truncaduras, Geométricos, Hojas u hojitas con retoque marginal, Hojas u hojitas con base estrechada, Hojas u hojitas con retoque plano
o sobreelevado, Puntas de flecha, Esbozos y preformas foliáceos, Placas retocadas, Sierras y dientes de hoz, Piezas astilladas, Lascas retocadas, Piezas con señales de uso o filo
embotado, Diversos.
El total de tipos, variable por grupo (mínimo de 3, en
placas retocadas, y máximo de 47, en puntas de flecha), asciende a 196, un número alto pero no exagerado para un repertorio que recubre del Neolítico antiguo a la Edad del
Bronce, teniendo en cuenta que el catálogo por ejemplo de
Binder (1987), concebido exclusivamente para el Neolítico
antiguo provenzal, reúne 117 tipos en su versión amplia, o
que el de Vaquer (1990), para el Neolítico y Eneolítico del
Languedoc occidental, contiene 445 tipos repartidos en 89
grupos o clases.
Como en Fortea, e igualmente en Tixier (1963), “grupo”
y “tipo” constituyen los dos únicos niveles taxonómicos explícitos de organización del repertorio, quedando implícitos
otros niveles como puedan ser los de “subgrupo”, “clase”,
etc. Dentro de cada grupo, y al modo de Fortea, los tipos se
identifican con un número de orden correlativo, interno,
añadido a la sigla general que proporciona el nombre del
grupo.
El orden de los grupos en el repertorio es en cierta manera “cronológico”, ya que atiende, para aquellos grupos
comunes (los seis primeros), a la misma sucesión establecida en la lista “epipaleolítica” de Fortea, siguiendo a continuación los grupos de signo más específicamente Neolítico
antiguo (hojas u hojitas con retoque marginal y con base estrechada; los “taladros” también entrarían aquí, si bien han
sido unidos como subgrupo a los perforadores), los de signo
Neolítico final/Eneolítico (hojas u hojitas con retoque plano
o sobreelevado, puntas de flecha, esbozos y preformas foliáceos, placas retocadas) y los de Bronce antiguo (sierras y
dientes de hoz). Con los cuatro últimos grupos (de piezas astilladas a diversos) se pierde prácticamente el orden cronológico, ya que en su globalidad, o según la diferente entidad
de los tipos internos (caso de lascas retocadas y diversos),
estos grupos pueden tener un carácter cronocultural más decantado hacia una u otra de las fases o etapas referidas.
Existe igualmente en el repertorio una jerarquía explícita de los caracteres o atributos de clasificación, en base a
la preeminencia dada a un carácter en detrimentro de otros.
Según esta concesión, en el nivel más elevado se encontrarían los atributos esenciales que determinan los siguientes
tipos primarios y sus grupos o clases correspondientes (cuadro 3): raspador, perforador/taladro, geométrico, pieza con
retoque plano o sobreelevado, punta de flecha, esbozo o
preforma foliáceo, placa retocada, diente de hoz, pieza astillada, además de buril, microburil, pieza de corte distal y
puñal (estos últimos tipos incluidos en el grupo de diversos). La combinación de atributos de este primer nivel daría
lugar en principio a útiles o tipos compuestos (raspador-buril,
raspador-taladro, etc., morfologías posibles –éstas u otras–
33
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Nivel
1
2
3
4
5
Carácter esencial
Frente de raspador
Apuntamiento bilateral por retoque abrupto
Bitruncadura s.l. o dorso curvo perfilando una forma geométrica
Retoque plano o sobreelevado lateral
Morfología foliácea s.l. por retoque plano bifacial
Morfología subfoliácea por retoque plano unifacial o bifacial
Retoque bifaz sobre flanco de recorte tabular
Denticulación regular
Retoque astillado
Faceta de golpe de buril
Muesca y faceta de golpe de microburil
Filo por faceta natural o intencional unifacial o bifacial
Morfología lanceolada por retoque plano unifacial o bifacial
Borde abatido o dorso por retoque abrupto
Frente por retoque abrupto o truncadura
Escotadura o abatimiento parcial oblicuo proximal y/o distal
Muesca o denticulación irregular
Retoque marginal
Embotadura o retoque no sistemático lateral
Tipo primario
Raspador
Perforador / taladro
Geométrico
Pieza con ret. plano / sobreelevado
Punta de flecha
Esbozo o preforma foliáceo
Placa retocada
Sierra o diente de hoz
Pieza astillada
Buril
Microburil
Pieza de corte distal
Puñal
Pieza con borde abatido
Truncadura
Pieza con base estrechada
Muesca / denticulado
Pieza con retoque marginal
Pieza con filo embotado
Cuadro 3.- Jerarquía de los caracteres de clasificación.
pero no observadas en los conjuntos analizados). Hay, empero, excepciones conscientes, como la determinada para la
asociación de un frente de raspador y un retoque plano o sobreelevado lateral en grandes piezas laminares, donde se ha
optado por primar el segundo de los caracteres; del mismo
modo, el “astillamiento”, en cualquier asociación, tampoco
originará un tipo compuesto (ambas decisiones serán explicadas en su momento).
Un nivel por debajo se situarían los tipos primarios: pieza con borde abatido, truncadura y pieza con base estrechada. Para la combinación de rasgos determinantes a este nivel
(p.e., borde abatido y escotadura proximal), se ha dado prioridad, a la hora de la clasificación, al carácter que se ha
creído más significativo (en el ejemplo señalado, a la escotadura proximal). La asociación de rasgos de este nivel con
los del superior, o los de ambos con los de los niveles inferiores, es más frecuente (p.e., en el primer caso, truncadura
y denticulación regular, borde abatido y frente de raspador;
en el segundo, escotadura distal y embotadura, frente de raspador y retoque marginal, etc.); la regla es que un carácter
34
esencial o primario en un determinado nivel siempre revestirá la condición de secundario, si comparece, en un nivel
más elevado.
En los grados más bajos del escalafón estarían, en un
tercer nivel: el tipo muesca/denticulado; en un cuarto: pieza
con retoque marginal; y en un quinto: pieza con señales de
uso o filo embotado.
Una observación que conviene hacer, por último, es que
el repertorio ha pasado por diferentes fases o etapas de elaboración, más o menos distanciadas en el tiempo, siguiendo
un proceso constante de maduración de ideas y criterios.
Quiere esto decir que el repertorio podría ser ahora mismo retocado y mejorado, de acuerdo con ese proceso de reflexión
continuada. La solución que finalmente hemos tomado es la
de presentarlo en una de sus últimas versiones, pero anotando, eso sí, algunos de los cambios susceptibles de efectuar,
sobre todo en lo que se refiere a reducciones o simplificaciones de tipos. Las sugerencias a este respecto serán apuntadas,
cuando proceda, al término de cada listado de tipos.
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RASPADORES
Grupo clásico y bien sistematizado en las tipologías
usuales del Paleolítico y Epipaleolítico (Sonneville-Bordes
y Perrot, 1954; Tixier, 1963; Rozoy, 1968; Fortea, 1973;
GEEM, 1975), recogido y adaptado en la mayor parte de repertorios, listados o inventarios generales para el utillaje neolítico y/o eneolítico (Andrés, 1978; Cava, 1984; Vallespí et
al., 1985b; GTC, 1985; Cahen, Caspar y Otte, 1986; Binder,
1987; Vaquer, 1990; Winiger, 1993; Honegger, 2001).
Sin embargo, los raspadores son poco comunes en las
industrias estudiadas, con unos valores medios del 0,5% en
la Cova de l’Or y del 1% en la Ereta del Pedregal (porcentajes sobre la totalidad de las respectivas muestras). Pese a
rehuir las clasificaciones extremas o forzadas, el mayor “tipismo” lo comportan los ejemplares de la Ereta, siendo bien
manifiesta, como se ha señalado en repetidas ocasiones, la
poca entidad –morfológica y numérica– de estas piezas en
contextos cardiales o epicardiales del Neolítico antiguo, al
menos en nuestro ámbito de trabajo (Juan Cabanilles,
1984).
Definición del grupo: Lascas, hojas u hojitas presentando en una al menos de las extremidades de talla, normalmente la distal, un frente más o menos redondeado, denominado
“frente de raspador”, obtenido por retoque oblicuo o semiabrupto, a veces de aspecto laminar, generalmente directo.
Los criterios básicos de definición del tipo primario “raspador” son, pues, la localización, la inclinación y la delineación del retoque que conforma la parte “característica” o
frente (la continuidad, la regularidad, etc., quedan sobreentendidas en la misma noción de frente), y sus límites la inclinación abrupta y delineación rectilínea –o también abrupta y
convexa– de dicho retoque (cf. truncadura rectilínea, truncadura convexa), posibles en piezas con un alto grado de uso.
en la medida que representan conjuntos de utillaje de amplio
espectro cronocultural.
Los raspadores de Or y Ereta, en su globalidad, responden a lo que puede considerarse tipos “simples” (de ahí también lo “elemental” de nuestra clasificación), sin rasgos
singulares o especiales en el frente o en otras partes del soporte que propicien un análisis de estilo, aparte de su escasa
incidencia. Los criterios de clasificación, pues, hay que valorarlos casi exclusivamente desde la tecnofuncionalidad, según el fundamento, ya expuesto, de que la traceología es la
que permite discriminar aquellos atributos morfotécnicos
con mayor significación funcional.
Los estudios de uso y función (traceología microscópica,
especialmente) han venido a demostrar que un gran porcentaje de lo que tipológicamente reconocemos como raspadores,
desde el Paleolítico superior hasta el Neolítico, se relaciona
con el trabajo de las pieles (Cahen y Caspar, 1984; Collin y
Jardón-Giner, 1993: 106; Ibáñez Estévez y González Urquijo, 1999: 9-11); enmangados o no, el frente constituye la parte activa o funcional básica (la que, en definitiva, preconcibe
al útil), y la acción de “raspar”, que supone una disposición
lineal del frente esencialmente transversal y una aplicación
en percusión oblicua apoyada (Leroi-Gourhan, 1988), en
corte positivo o negativo, se retiene como la manera más corriente de utilización (Semenov, 1981; Rigaud, 1977; Gassin,
1996). No obstante, otros usos y formas de empleo han sido
también señalados, en series prehistóricas (p.e., Rigaud,
ibíd.; Coqueugniot, 1983; Cahen y Caspar, 1984; Caspar y
Burnez-Lanotte, 1996 y 1997) o etnográficas (Yacobaccio,
1988), siendo interesante en el primer caso la identificación,
en industrias neolíticas (Coqueugniot; Caspar y Burnez-Lanotte), de raspadores empleados como azuelas (percusión
lanzada) en el trabajo de la madera. En nuestras series, sin
embargo, nada hace presumir una función semejante, bajo la
observación directa de las trazas macroscópicas que definen
Criterios de clasificación (cuadro 4):
- Clase de soporte (lasca / hoja u hojita).
- Para la primera clase, índice de espesor o grosor (lasca espesa / lasca delgada); para lascas delgadas, presencia o ausencia de retoques laterales (no retocada /
retocada).
- Para la segunda clase –soportes laminares–, presencia o ausencia también de retoque lateral (hoja u hojita no retocada / ídem retocada).
El grupo de los raspadores se presta a un pequeño ensayo crítico sobre el valor de los criterios de clasificación retenidos desde las perspectivas estilística y tecnofuncional,
ejercicio que restringiremos a este grupo y a los cuatro siguientes (perforadores y taladros, piezas con borde abatido,
muescas y denticulados, truncaduras), a modo de ejemplo y
Raspadores (R): sistemática de clasificación y siglas
tipológicas
Lasca
Espesa (R1)
Delgada
No retocada (R2)
Retocada (R3)
Hoja u hojita
No retocada (R4)
Retocada (R5)
Cuadro 4.
35
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tal uso (p.e., astillamientos en la cara ventral partiendo del
frente).1
Por lo que se infiere de los estudios traceológicos,2 el
espesor de los soportes, especialmente en lascas (apartado
en el que hacemos intervenir este atributo como criterio de
clasificación), parece tener una significación tecnofuncional
ligada al uso directo sin enmangue. Así parece desprenderse
de la observación realizada por Vila i Mitjà (1981: 32), en su
estudio de una serie de raspadores del Paleolítico superior
catalán, de que las piezas comportando desgaste de dedos
sin retoque se presentan siempre “carenadas”; o de Rigaud
(1977: 14), a propósito de los raspadores magdalenienses de
La Garenne, de que los mangos empleados (experimentalmente) se acomodan mejor a piezas delgadas y de grueso
medio que a piezas espesas. Aparte de esta significación relacionada con el enmangue, habría también aquella otra que
se refiere al uso y función diferenciados, en la medida que
los raspadores espesos o “macizos” parecen haberse destinado, más que al trabajo de las pieles, al de materiales duros, especialmente la madera, empleados a modo de eficaces
cepillos (Cahen y Gysels, 1983: 46; Caspar y Gysels, 1984:
200). Vale decir que, en estos casos, lo realmente importante es el espesor del frente, o, mejor aún, la robustez general
y regular de la pieza (parte funcional y cuerpo), porque si
bien es cierto que el grosor del soporte suele determinar el
propio del frente, no siempre es así (cf. fig. 1, nº 6). Después
de todo, el espesor del frente tiene bastante que ver con el
mayor o menor ángulo de la zona activa, factor considerado
esencial a la hora de estimar las capacidades de trabajo de un
útil.3 Independientemente o no de estas valoraciones, los raspadores espesos o “carenados” se contemplan en todas las
tipologías más usuales, incluidas las del Neolítico y Eneolítico (Binder, Vaquer, Winiger, etc.), en las que prácticamente el tipo se fija sólo para lascas estrictas –técnica y
dimensionalmente hablando– o productos nucleares. Esto es
del todo lógico si se tiene en cuenta el poco sentido que
reviste el criterio de espesor para soportes laminares (hojas/hojitas), dada la evidente estandarización tipométrica
–sobre todo del módulo de grosor, como ocurre en nuestro
caso– que suele revestir cualquier producción laminar.
El significado tecnofuncional de los retoques laterales
(criterio aplicado a lascas delgadas y hojas/hojitas) puede hallarse en relación bien con el uso sin enmangue de los raspadores –igual que apuntábamos para las piezas espesas–, bien
con enmangues específicos. En la primera posibilidad, la intención del retoque sería de suavizar los bordes extremada-
mente agudos a fin de permitir el apoyo de los dedos con el
mínimo riesgo de corte (Vila i Mitjà, 1981: 32); en la segunda, lo que se pretendería es eso mismo pero con la finalidad
de salvaguardar las ligaduras de sujeción del útil, si esa es la
forma particular de enastado (Rigaud, 1977: 31; MansurFranchomme, 1987: 304). De cualquier modo, la existencia
de retoques laterales en los raspadores puede valorarse desde
otro aspecto como es el grado de aprovechamiento de las piezas o soportes, siempre que dichos retoques, claro es, sean
resultantes –o estén en función– de otros usos específicos
(cf. Ibáñez Estévez y González Urquijo, 1999: 17-18). A señalar también que los raspadores sobre lasca u hoja/hojita retocadas constituyen un tipo común, en una u otra modalidad
–o en todas–, en los principales repertorios.
Sin ser en nada contradictorio, sino aumentando el interés que tiene el reflejo tipológico de los caracteres morfotécnicos secundarios, la ausencia de retoques sistemáticos o
señales de uso en los bordes de los raspadores ha sido interpretada como una posibilidad más de enmangue (ibíd.: 24).
Esta falta de trazas se atribuiría a la ocultación de buena parte del soporte por el dispositivo de sujeción, impidiendo, por
tanto, la utilización complementaria de los filos laterales,
circunstancias que, por otro lado, implicarían el abandono
total del útil una vez desenmangado y una forma de enmangue que no precise embotar dichos filos.
Un criterio que no retenemos, pero que tiene igual o mayor significación tecnofuncional que los sí aplicados, es el
que puede establecerse a partir de los módulos dimensionales de los raspadores, en concreto el módulo que permite separar piezas cortas de largas. Los traceológos son bastante
coincidentes a la hora de hablar de un límite inferior en la
longitud de estos útiles a partir del cual sea eficiente una
prensión directa o sea necesaria la mediación de un mango;
el convencimiento es que unas dimensiones reducidas hacen
indispensable esa mediación (Semenov, 1981: 170; Rigaud,
1977: 22; Vila i Mitjà, 1981: 32; Cahen y Caspar, 1984: 292;
Caspar y Cahen, 1987: 193; Mansur-Franchomme, 1987:
303, 305; Plisson, 1987: 129; Winiarska-Kabacinska, 1988:
51; Jardón y Sacchi, 1994: 428). La inferencia, empero, puede realizarse desde otras vías, toda vez que los desechos por
desgaste de raspadores enmangados es normal que originen
–dentro de un conjunto industrial dado– una serie específica
con tamaños repetidos –comparativamente “cortos”– determinados por la parte del útil inserta en el mango (Ibáñez
Estévez y González Urquijo, 1999: 24). Aparte de esto, la
longitud de los raspadores puede estar relacionada también
1
Con estas características, determinando un posible “raspador-azuela”, la
única pieza que conocemos en el ámbito valenciano proviene del yacimiento de Fuente Flores, adscrito a una fase avanzada del Eneolítico (Juan Cabanilles y Martínez Valle, 1988: fig. 6, nº 1).
2
Además de la bibliografía ya citada, y en cuanto a raspadores se refiere,
son importantes los trabajos de Bagolini y Scanavini, 1974; Vila i Mitjà,
1981; Plisson, 1982 y 1987; Mansur-Franchomme, 1987; Cauvin, Deraprahamian y Helmer, 1987; Winiarska-Kabacinska, 1988; Philibert, 1993 y
1994; Jardón y Sacchi, 1994; Jardón, 2000.
3
36
Aunque la información proporcionada por las piezas “arqueológicas”,
frente a las experimentales, no es tan clara respecto a la relación que puede
establecerse entre el ángulo del frente y la materia trabajada, ya que hay que
contar –principalmente– con las acciones de reavivado y las variaciones que
ello produce en la inclinación del filo activo, los traceólogos no se muestran
en exceso reticentes ante la posibilidad de tal correlación y el hecho de que
los ángulos “espesos” sean más apropiados para el trabajo de materias duras, especialmente asta, hueso y madera (Ibáñez Estévez y González Urquijo, 1999: 13-14).
[page-n-48]
con una tarea concreta, si se supone –en los mismos términos anteriores– una elección de los soportes más largos para
el trabajo de materiales que hagan necesaria una refección
más frecuente del filo funcional; unos soportes más largos a
fin de prever un mayor tiempo de uso (ibíd.: 14-15, 22). El
problema, en nuestro caso, radica en el poco número de piezas disponible para fijar módulos de longitud operativos,
igual que ocurre, y hemos señalado anteriormente, para el
espesor del soporte en los raspadores sobre lasca. Aunque
para este último parámetro se ha optado por seguir –como
veremos– el criterio de Binder, para lo “corto” o lo “largo”
–siempre hablando de raspadores– pensamos que la propuesta de este mismo autor (Binder, 1987: 42, 43) basada en
un determinado valor de la relación longitud/anchura (l≥2a,
raspador largo; l<2a, raspador corto) no es demasiado viable
desde una perspectiva tecnofuncional; a nuestro parecer, el
módulo debería establecerse atendiendo a longitudes absolutas u otros índices de alargamiento.
No obstante, la aplicación de un criterio dimensional de
esta índole hubiera sido de algún modo factible en el caso de
considerar el tipo “fragmento de raspador” sobre soporte laminar (como sí hemos hecho en el subgrupo de los taladros),
entendiendo por tal piezas con fractura opuesta al frente y de
l<2a. Efectivamente, estas piezas podrían ser, en una proporción importante, “raspadores cortos” (intencionales o no),
aunque su significación tecnofuncional no vendría dada tanto por el tamaño en sí como por el propio estado de fractura.
Ibáñez Estévez y González Urquijo (1999: 24) han asociado
la fractura del soporte (no necesariamente definiendo piezas
“cortas”) una vez más con el enmangue: considerada como
gesto intencional, la fractura podría ser una manera de conformar el útil previamente al enastado; considerada como
accidente, la idea parte de que las piezas enmangadas están
expuestas a mayores riesgos de rotura a la altura del enmangue, bien durante el uso, bien durante la refección del filo.
De no ser éstas las causas de la fractura, los fragmentos de
raspador aún informarían sobre el estado de conservación de
la industria correspondiente (alteraciones postdeposicionales), aspecto que, en su necesidad de ilustración, viene dado
más explícitamente a través de otros grupos tipológicos.
Los problemas de “tipometría”, pues, son una constante
en toda construcción tipológica, constituyendo un buen ejemplo –si bien desde otras perspectivas que las aquí tratadas–
las cuestiones planteadas por Fortea (1973: 61) a propósito
de los conceptos “macrolítico” y “microlítico” aplicados a
las series de raspadores epipaleolíticos.
Por último, otros criterios que tampoco se retienen (el
poco número de muestras lo desaconseja de nuevo), pese a
encerrar cierto interés tecnofuncional, son aquellos que atañen a la curvatura y la delineación del frente. El caso más
notorio de delineación en principio “anormal” lo constituyen
los raspadores denticulados, a los que nos referiremos más
adelante, en el comentario al primero de los tipos establecidos. En cuanto a la curvatura del frente, sólo indicar que algunos autores han entrevisto una cierta correspondencia
entre este rasgo (su mayor o menor acentuación) y el tipo de
materia trabajada. En su estudio sobre los raspadores magdalenienses y azilienses de los yacimientos de Berniollo y
Santa Catalina, Ibáñez Estévez y González Urquijo (1999:
15) han observado que los frentes que trabajaron piel tienen
tendencia a presentar un frente más incurvado que los que
actuaron sobre materias óseas o madera. Esto se debería a
que “los raspadores curvados están mejor adaptados para el
raspado de materias blandas, ya que no dañan el material y
su forma permite ejercer la presión con efectividad, al acoplarse el filo a las deformaciones que se producen en esta
materia flexible durante el trabajo” (ibíd.).
Tipos:
Raspador sobre lasca espesa (R1)
Lasca técnica, fragmento de lasca u otro producto no laminar, de espesor igual o superior a 8 mm, presentando un frente
de raspador en uno de los extremos (fig. 1, nº 1, 2, 3 y 6).
El valor límite de espesor o grosor para las lascas, como hemos indicado anteriormente, ha sido tomado de Binder (1987: 39),
ya que el poco número de raspadores sobre estos soportes –o los laminares– en las industrias estudiadas impide en nuestro caso mayores precisiones tipométricas; por otra parte, los raspadores
“espesos” se dan prácticamente en la Cova de l’Or, por tanto, en
una industria bastante cercana a la valorada por Binder (Neolítico
antiguo provenzal). Normalmente, los raspadores espesos no comportan retoques laterales (no suelen ser necesarios en términos de
acomodamiento para la prensión [Vila i Mitjà, 1981: 32]), por lo
que la pieza nº 6, con un retoque plano/sobreelevado bien definido
en el borde derecho y trazas probables de uso, podría responder a
un útil compuesto (¿raspador-raedera?), aunque según la jerarquía
de caracteres tenida en cuenta, el retoque plano/sobreelevado, fuera de los grandes soportes laminares, no es equiparable al frente de
raspador; la pieza nº 3, también con un retoque lateral derecho que
prolonga el frente, se acercaría a los raspadores circulares (tipo reflejado en las listas del Paleolítico superior y Epipaleolítico, y en
algunas del Neolítico y Eneolítico: Andrés, Grupo de Trabajo de
Caspe, Vaquer, Honegger, Winiger, etc.). Algunos ejemplares, sobre todo de la Cova de l’Or (nº 1 y 2), pueden presentar el frente ligeramente denticulado. Esta morfología, contrariamente a lo que
pudiera parecer, no supone un hándicap para la expresa función que
se atribuye comúnmente a los raspadores (considerado el trabajo de
las pieles): Gassin (1996: 179) cita una serie de piezas, analizadas
por Beyries, con borde convexo denticulado y con pulido microscópico de piel fresca; también Otte (1988: 235), valorando algunos
resultados de Keeley, se refiere a esto mismo cuando, a propósito
de la relación entre tipología y función, señala que variaciones morfológicas secundarias o menores pueden recibir una interpretación
funcional significativa, como sería el caso de las denticulaciones
del frente de ciertos raspadores, muy apropiadas para “enganchar”,
mediante la acción de raspado, los residuos orgánicos de pieles asimismo frescas; y de igual modo, Cahen y Gysels (1983: 45) señalan la existencia de raspadores denticulados usados en el trabajo de
la piel en ese mismo estado. En cierta manera, estas constataciones
“funcionales” darían sentido (otro más que el puramente morfotécnico) a la consideración del tipo “raspador denticulado” en determinados repertorios (Tixier, Rozoy, Fortea; Grupo de Trabajo de
Caspe). Por nuestra parte, si no hemos aislado esta variante tipológica es por la consabida escasez de muestras.
Raspador sobre lasca delgada (R2)
La lasca soporte es de espesor inferior a 8 mm y sin retoques laterales (fig. 1, nº 5 y 12).
37
[page-n-49]
La pieza nº 5 recordaría a un raspador en hombrera u hocico,
tipo “paleolítico” recogido también en algunos listados o inventarios para el Neolítico/Eneolítico (Vallespí et al., Grupo de Trabajo
de Caspe, Vaquer).
Raspador sobre lasca delgada retocada (R3)
Tipo anterior con retoque(s) en uno o ambos bordes laterales, de cualquier inclinación, amplitud, dirección, delineación, etc. (fig. 1, nº 7).
La pieza de ejemplo presenta un retoque plano-escamoso, unilateral (borde derecho) y bifacial, además de extraciones aisladas
de “uso”, también bifaciales, en el borde opuesto.
Raspador sobre hoja u hojita (R4)
Soporte técnicamente laminar mostrando un frente de
raspador en uno de los extremos, sin retoques laterales
(fig. 1, nº 4).
La pieza figurada, un raspador entero o completo (el extremo
“basal”, el opuesto al frente, es el natural de talla), se halla elaborada sobre una hoja (a>1,2 cm), constituyendo un buen ejemplo de soporte laminar técnico, si bien sus dimensiones no son “laminares”
38
(no cumple el criterio tipométrico convencional l≥2a). Se clasificaría como raspador “corto” en la tipología, por ejemplo, de Binder.
Raspador sobre hoja u hojita retocada (R5)
Tipo anterior con retoque(s) en uno o ambos bordes laterales, de cualquier inclinación, amplitud, dirección, delineación, etc. (fig. 1, nº 8, 9, 10, 11 y 13).
La pieza nº 8 comporta un retoque abrupto directo en el borde
derecho (el tipo “raspador sobre lámina con borde abatido” existe en
la tipología de Tixier), además de otro retoque marginal “sinuoso” en
el lado opuesto; retoque también marginal, uni o bilateral, muestran
las piezas nº 9, 11 y 13 (ésta última corresponde, como soporte, a
una hoja con restos de cresta), mientras que la nº 10 presenta un retoque plano/sobreelevado bilateral directo y extracciones planas, en
parte invasoras, en la cara inferior. Las piezas nº 8, 9 y 11, con fractura basal, son de módulo l<2a. Algunas de ellas deben ser verdaderos “fragmentos” de raspador (nº 9 y 11), pero también podrían s erlo
las de módulo l≥2a y con fractura igualmente basal (nº 13). Aplicando el criterio de Binder, esta última pieza sería un raspador
“largo”, mientras que las dos primeras raspadores “cortos”. Sin embargo, la nº 8, de l<2a, también sería un ejemplar corto, y sólo hay
que comparar su longitud absoluta con la de la nº 13 para ver la inconsistencia de este criterio dimensional en términos tecnofunci onales o en cualesquiera otros, como ya exponíamos anteriormente.
[page-n-50]
Fig. 1.- Raspadores.
39
[page-n-51]
[page-n-52]
PERFORADORES Y TALADROS
Perforadores y taladros representan sendos subgrupos,
“tradicional” el primero, no tanto el segundo, integrados en
una misma familia tipológica. En las industrias estudiadas,
ambos conjuntos de piezas se muestran con valores de representación muy dispares y, en el caso de los taladros, con
una gran significación cronocultural. Morfotécnicamente, el
rasgo compartido e integrador de estos útiles lo constituye
–en expresión muy amplia– el apuntamiento de un extremo
por retoque bilateral, generalmente abrupto, determinando la
parte “característica” y, al mismo tiempo, la parte funcional
explícita.
Para estos dos conjuntos de útiles haremos una excepción
con respecto al esquema general que seguimos en el tratamiento de los grupos tipológicos, presentándolos por separado.
Perforadores
Definición, clasificación:
La distinción entre perforadores y taladros, siguiendo las
sugerencias de Cauvin (1968: 115), atiende a criterios estrictamente morfológicos. Los perforadores responden al concepto clásico del tipo (Sonneville-Bordes y Perrot): “Lasca,
lámina [hoja] o laminita [hojita] presentando un saliente
aguzado recto, desviado o incurvado, de dimensiones pequeñas, netamente despejado por retoques bilaterales” (Fortea, 1973: 67).
Condición indispensable para la consideración de un
perforador, en unas industrias como las estudiadas donde no
parece existir una diferenciación tecnofuncional entre estas
piezas y los taladros, es el destaque de la punta o saliente de
forma clara y marcando un espaldón u hombro –también
más o menos neto– simple o doble. Esta punta despejada
puede ser relativamente estrecha y aguzada (en comparación
con los taladros), pero siempre de longitud inferior a la del
resto del cuerpo del soporte de donde parte. En los escasos
perforadores constatados (tres piezas en la Cova de l’Or y
dos en la Ereta, esto es, en las colecciones básicas de referencia), el retoque de apuntamiento es siempre abrupto. El
reducido número de efectivos, por otra parte, nos ha llevado
a incluir aquí alguna pieza que pasaría por bec o “perforador
atípico” en el sentido también clásico del tipo, y, asimismo,
a jugar con un único criterio de clasificación interna: la naturaleza del soporte (lasca / hoja u hojita).
Taladros
Definición, caracterización, aspectos terminológicos:
Los taladros (mèche de foret), descritos primeramente
por Gobert (1952: 34) y definidos tipológicamente por Tixier (1963: 66), los entendemos, tal como expusimos en su
día (Juan Cabanilles, 1984: 80), en el sentido señalado por
Cauvin (1968: 154), autor que amplió la definición de estos
útiles. Se trataría, pues, simplificando y matizando levemente los términos de Cauvin, de “hojas u hojitas, raramente lascas, parcial o totalmente apuntadas por retoque abrupto
bilateral”.
Las características morfotécnicas de los taladros estudiados permiten una serie de precisiones tipológicas que
anotamos a continuación. Cuando el apuntamiento es parcial, es decir, cuando éste no afecta –considerados los dos
bordes retocados– a más de la mitad de la longitud total de
la pieza (en piezas de l>2a), dicho apuntamiento no debe
dibujar un espaldón (simple o doble) tan marcado como en
los perforadores s.s. (p.e., fig. 2, nº 7 y 12); esto, en cambio, es admisible en piezas donde la parte apuntada es mayor que el resto del cuerpo en reserva (cf. “taladros de base
ensanchada”, de Cauvin). En algunos de los casos de parcialidad (p.e., fig. 2, nº 7 y 10; fig. 3, nº 1), el retoque de
la punta, siempre abrupto, puede continuarse hacia la zona
inferior del soporte, interrumpida o ininterrumpidamente,
por retoques de otra inclinación (oblicuo, semiabrupto) y
dirección (cf. “taladros de retoque mixto”, de Cauvin). Esta peculiaridad puede darse también en taladros de punta
“larga” (p.e., fig. 3, nº 14 y 16), en los que es suficiente
que uno sólo de los lados se halle abatido, unidireccionalmente, en una porción superior a la que pueda restar “bruta” (p.e., fig. 3, nº 9 y 13; fig. 4, nº 2 y 3). A un nivel más
descriptivo, el retoque de apuntamiento, en cuanto a la dirección, suele ser directo o alterno, muy raramente inverso
(fig. 4, nº 9), pudiendo conferir a las piezas (normalmente
de punta larga, si bien en pocos casos) una forma “estirada” más regular por el paralelismo de los bordes (p.e.,
fig. 3, nº 4, 7 y 10; fig. 4, nº 7); contrariamente, en los taladros de punta “corta”, ésta puede presentarse con una
morfología “triangular” bien aparente (bordes de apuntamiento marcadamente oblicuos), sin espaldón pronunciado
(p.e., fig. 2, nº 7 y 11). Las bases, obviamente la parte
opuesta a la “punta”, pueden estar acomodadas por retoque, definiendo truncaduras y adelgazamientos laterales o
faciales –principalmente–, o pueden mostrar los rasgos naturales de talla (extremo proximal o distal) o superficies
netas de fractura.
La entidad numérica de los taladros (cerca del 3% en la
Cova de l’Or y el 0,45% en la Ereta, para el total de las respectivas industrias), no va pareja –tal como ya hemos avanzado– con su significación cronocultural, ya que se trata de
unos útiles desconocidos con anterioridad al Neolítico antiguo, al menos en el territorio valenciano, si bien esto mismo
puede hacerse extensible al resto de la península Ibérica y a
otros espacios europeos.4 Es cierto que la inclusión del tipo
mèche de foret en el repertorio de Tixier (1963) para el epipaleolítico magrebí podría suponer un carácter “precoz”
41
[page-n-53]
tatus, llegado el caso, pueden revestirlo otros útiles relacionados con la perforación que se recogen bibliográficamente
bajo el nombre de “escariadores” (alésoir), “terrajas” (taraud), etc. Concluiríamos esta pequeña digresión observando que la denominación de taladro es totalmente apropiada
para las piezas que así consideramos porque las más sugerentes de ellas, en su estado de configuración, son enteramente un taladro. Habría aquí, por consiguiente, una
“coincidencia” de lo morfodescriptivo con lo morfotipológico (al fin y al cabo, toda tipología se funda en una morfología analítica previa que es normal que quede plasmada en la
definición final de los tipos).
(preneolítico) para estas piezas, aunque es igualmente cierto
que los contextos de aparición de las mèches magrebíes no
estarían demasiado bien definidos.
Bien establecida en cambio la entidad tipológica de los
taladros en el trabajo ya clásico de Cauvin (1968) sobre el
utillaje neolítico del litoral libanés, lo que ha tenido desigual
fortuna es la utilización del particular nombre acuñado. Un
primer ejemplo, que referimos por la proximidad espacial y
cronológica que conlleva, lo constituye el repertorio de Binder (1987) para el Neolítico antiguo provenzal, donde los taladros (sin esta denominación explícita) encuentran su lugar
en un grupo genérico de “bordes abatidos abruptos” y en una
clase de “piezas con dos bordes abatidos”, todo coherente, al
fin y al cabo, con el criterio tecnológico que inspira la tipología de este autor. El caso de Binder puede ser un tanto especial, porque en una gran parte de trabajos los taladros
suelen aparecer recogidos bajo la rúbrica –genérica o no– de
“perforadores”. Un segundo ejemplo que traemos a colación, para abundar en estas cuestiones terminológicas y
formales, es el estudio de Cahen, Caspar y Otte (1987) dedicado a las industrias líticas del neolítico danubiense belga.
Dichos autores, dentro de un grupo así denominado
(perçoirs), incluyen, además de perforadores s.s. sobre lasca
u hoja, otras piezas que responden al nombre de “hojas
apuntadas”, “picos” (becs), perforadores con “taladro triedro”, “escariador” (alésoir), etc., y que no serían otra cosa
que distintas variantes del tipo que reconocemos como taladro. En esta disparidad de términos y semántica habría dos
vertientes del problema que conviene asimismo aclarar. La
primera es la que deriva de una consideración de las piezas
que catalogamos como perforadores, taladros, becs, etc., en
tanto que útiles funcionales; la segunda, la que parte de una
consideración estrictamente morfotipológica. Si bien ambas
vertientes es lógico que se confundan, desde la primera de
ellas, el término “perforador” se entendería como un apelativo genérico para aquellos útiles que horadan o perforan;
unos útiles en los que se identifica una parte activa conformada que puede, según los casos, afectar o no a toda la pieza, y que suele recibir el nombre específico de “taladro” o
“broca” (mèche). Dicho de otro modo, “taladro” sería aquí
un término que describe y determina una parte del útil “perforador”. Y esto es lo que parece desprenderse de locuciones
tales como: “perforador con broca” (Semenov, 1981: 155),
“perforador con taladro triedro” (Cahen, Caspar y Otte,
1987: 278, fig. 12), “escariador [alésoir] con taladro proximal corto” (Caspar y Burnez-Lanotte, 1996). Desde la segunda perspectiva, y sin entrar a discutir la idoneidad de los
términos, perforador y taladro serían denominaciones de
unos morfotipos bien establecidos, de unas entidades formales con definiciones explícitas (cf. Cauvin), y este mismo es-
En nuestro caso, ya hemos visto que se les ha dado la
categoría de subgrupo a estos útiles y respetado la denominación morfotipológica con que fueron reconocidos. La clasificación interna que proponemos se basa en la realizada en su
momento por Cauvin, aunque evidentemente personalizada
de acuerdo con las particularidades morfotécnicas anteriormente anotadas y las justificaciones tecnof uncionales que se
expondrán más adelante. El primer criterio aplicado atiende al
tipo de soporte (lasca / hoja u hojita). Los taladros sobre lasca suelen ser raros (tres ejemplares en la Cova de l’Or y uno
en la Ereta), por lo que basta un único tipo para reflejarlos.
Para las piezas sobre soportes laminares se parte de lo que
consideramos el estado de integridad aparente, determinado
por la ausencia o presencia de fracturas y, en este segundo caso, por el módulo dimensional resultante, que permite separar
lo que también consideramos “fragmentos” de taladros (l<2a)
de modo convencional. Dado que la serie más importante de
taladros “laminares” (fracturados o no) corresponde a piezas
de módulo l≥2a, el establecimiento de los subsiguientes criterios de clasificación ha partido de la confección –para esta
clase dimensional en concreto–5 de una tabla de ocurrencias
morfológicas (variantes constatadas o posibilidades con denotata; tabla 1) en base al siguiente orden de caracteres morfotécnicos o tipométricos: 1) longitud de la punta (corta /
larga), 2) presencia o ausencia de “retoques mixtos”, 3) dirección del retoque de apuntamiento estricto (directo, alterno,
inverso), 4) acomodamiento o no de la base (rasgos contemplados para la primera posibilidad: truncadura, adelgazamiento facial –directo o inverso–, adelgazamiento lateral y
otros acomodamientos; para la segunda: base natural de talla
–extremo proximal o distal– y base fracturada).
Lo que refleja la tabla 1 podría ser ya en sí una propuesta viable de clasificación, pero se ha creído conveniente simplificarla a efectos de lo que, en principio, podemos
llamar una concisión del repertorio general. Para ello se ha
4
5
Remitimos, aunque sólo sea para constatar el significado de los taladros
como parte substancial del utillaje neolítico, a algunos compendios de estudios
o presentaciones sintéticas de industrias líticas europeas de esta cronología, realizados con motivo de reuniones temáticas (VV
.AA., 1987) o de la elaboración de atlas también temáticos (Kozlowski, dir., 1993; Guilaine, dir., 1998).
42
Criterios de clasificación:
Se han tomado conjuntamente los taladros “laminares largos” de Or y
Ereta. El número total de efectivos es de 44, de los cuales sólo 4 corresponden a Ereta, siendo todos éstos de punta larga (tres de retoque directo,
con base fracturada [1] o base acomodada [2]; el restante es de retoque alterno y base truncada).
[page-n-54]
Caracteres morfotécnicos
Punta corta
N
11
Caracteres morfotécnicos
Base adelgazada facialmente
N
1
Sin retoques mixtos
Retoque directo
Base natural
Retoque alterno
6
1
1
5
Base con otro acomodamiento
Base natural
Base fracturada
Retoque alterno
2
5
4
9
Base natural
Base fracturada
Con retoques mixtos
Retoque directo
4
1
5
2
Base truncada
Base natural
Retoque inverso
Base adelgazada lateralmente
2
7
1
1
Base natural
Base fracturada
Retoque alterno
Base natural
1
1
3
1
Con retoques mixtos
Retoque directo
Base con otro acomodamiento
Base natural
9
4
1
1
Base fracturada
Punta larga
Sin retoques mixtos
Retoque directo
2
33
24
14
Base fracturada
Retoque alterno
Base adelgazada facialmente
Base natural
2
5
1
1
Base truncada
2
Base fracturada
Total
3
44
Tabla 1.- Variabilidad morfotécnica en los taladros “largos” sobre hoja u hojita de Or y Ereta.
obviado el nivel que concierne a la existencia o no de “retoques mixtos” y prescindido de la singularización de los rasgos de la base dentro del nivel correspondiente. Antes de
razonar esta decisión, y como sea que se traerán a colación
aspectos tecnofuncionales, hay que empezar señalando que
tanto los perforadores como los taladros constituyen un
grupo de piezas con una relación forma-función más que sugestiva, confirmada suficientemente por los análisis traceológicos.6 De estos análisis, como ya hemos avanzado, se
infiere su empleo como útiles para horadar, perforar o escariar diversos tipos de materiales (piedra, madera, concha,
hueso, etc.) y las diferentes formas de uso y enmangue que
han revestido o necesitado (desde la prensión directa con la
mano hasta sistemas de enmangue con accionamiento manual o mecánico). Atendiendo a estas posibilidades funcionales, y por lo que tiene que ver con la anunciada exclusión
de los “retoques mixtos”, hubiera parecido un contrasentido
el ánimo –contemplado en un primer momento– de descartar también las dimensiones de la punta de los taladros como criterio de clasificación (al menos como criterio a
reflejar en el repertorio final); máxime cuando este rasgo
podría constituir la manifestación de una especialización
tecnofuncional, si pensamos en el mayor poder de penetración que suponen las puntas largas frente a las cortas y lo
que ello puede significar de información parcial sobre las
características de la materia trabajada (aquí, concretamente,
la característica de grosor). La duda venía originada por la
presencia de “retoques mixtos” en bastantes de los taladros
de punta corta, retoques que, ante la posibilidad de haberse
producido en parte por el uso mismo en la acción de perforar, podrían ser indicio de una mayor penetración conseguida por estas piezas que la sugerida por su apuntamiento
estricto. De ahí, por tanto, el dilema planteado inicialmente
a propósito de la consideración o no de la longitud de la punta de los taladros como criterio formal. Resuelto éste en un
sentido positivo (había que paliar el contrasentido entrevisto
y arriba mencionado), la decisión en el caso de los retoques
mixtos –ahora negativa– descansa, por un lado, en que tales
retoques, en su calidad de indicadores de un probable mayor
alcance en la perforación, sólo tienen significado para los taladros de punta corta, sin ser, además, una característica dominante en este grupo de piezas (hay más taladros de punta
6
Estudios específicos se encuentran en las siguientes referencias: Semenov, 1981; Cahen y Gysels, 1983; Keeley, 1983; Caspar y Gysels, 1984; Un-
ger-Hamilton et al., 1987; Calley y Grace, 1988; Chelidonio, 1988; Skakun,
1993; Yerkes, 1993; Caspar y Burnez-Lanotte, 1996; Rodríguez, 1999.
43
[page-n-55]
corta sin retoques mixtos que con ellos); por otro lado, hay
que contar con el hecho de que si bien los retoques mixtos,
como acabamos de insinuar, pueden haberse originado en
parte por el uso específico de los taladros, en otra parte importante parecen haber sido producidos igualmente por el
uso pero desde otras tareas que la perforación. Por lo que llegan a confirmar este supuesto, son elocuentes aquellas piezas que presentan restos de pátina brillante (lustre de
cereales) en algunos de sus bordes (p.e., fig. 2, nº 7; fig. 4,
nº 5), evidencia clara de la reutilización –y reacomodamiento– de antiguos elementos de hoz.7 En último extremo, no
tendría demasiado sentido considerar unos atributos (“retoques mixtos”) que poco o nada tienen que ver con el útil específico que se pretende formalizar tipológicamente a partir
de su intrínseca morfotecnia.
En cuanto a la no individualización de los rasgos de las
bases, todo atiende a la entidad en sí que éstos presentan
(significación cualitativa) y a la que muestran dentro de cada subclase formal (significación cualitativa y numérica a la
vez). Por lo que se refiere al primer punto, la discusión, como es lógico, parte más que nada de cuestiones de estilo. En
efecto, la base de los taladros es sin duda la parte morfológica donde cabría encontrar elementos de estilo más convincentes (más que, por ejemplo, en la parte “característica” de
estos útiles que supone la punta, como luego veremos). No
obstante, los rasgos observados, especialmente los que remiten a un acondicionamiento efectivo, pese a su variedad
(truncaduras, adelgazamientos laterales y faciales, etc.), no
son lo suficientemente singulares, exclusivos o repetitivos
como para aislar alguno de ellos y constituir un tipo de taladro específico que tenga además una clara significación
–por ejemplo– temporal.
Respecto al segundo punto (determinación tomada en
base a la entidad, además de cualitativa, numérica de los rasgos), la discusión arranca de la necesidad de valorar por separado los caracteres que representan un acondicionamiento
intencional de aquellos otros que no (o no de manera tan evidente). Entendemos como acondicionamiento o acomodamiento intencional las alteraciones de la base producidas por
otro retoque distinto al de apuntamiento (ya hemos visto que
se trata principalmente de truncaduras y adelgazamientos laterales –en anchura– y faciales –en espesor–), y como no
acomodamientos los estados originales de talla (extremo
proximal o distal) y el más cuestionable de fractura. Como
muestra la correspondiente tabla de ocurrencias (tabla 1), los
taladros de punta larga son los únicos que atestiguan bases
acomodadas por retoque y no acomodadas, siendo éstas últimas las exclusivas de los taladros de punta corta. Partiendo
de este hecho, se ha creído conveniente contemplar las dos
posibilidades en que han sido agrupados los caracteres morfotécnicos de las bases (acomodamiento / no acomodamiento) sólo en la subclase de los taladros de punta larga,
7
Esta concreta reconversión de elementos de hoz en perforadores o taladros no es nada extraña y ha sido bien reconocida, por ejemplo, en industrias
44
definiendo sendas variantes dentro de los tipos establecidos
a partir de las dos principales direcciones del retoque (directa y alterna; el retoque inverso es puramente testimonial); en
los taladros de punta corta, la clasificación la hemos detenido, pues, al nivel de la dirección del retoque. La justificación
del agrupamiento bimodal de los rasgos de las bases reside,
para el caso de las bases acomodadas, en la escasa información de estilo –como hemos señalado anteriormente– que
conllevan los caracteres implicados y, asimismo, en la escasa proporción de piezas con esas soluciones precisas de
acondicionamiento; en el caso de las bases no acomodadas
se añade, a la aún menor información de estilo, una significación tecnofuncional nula (extremos proximales o distales)
o poco clara (extremos fracturados, aspecto sobre el que volveremos más adelante). Esta forma de proceder (simplificación de los rasgos en dos grupos) puede parecer en principio
inconsistente, por el hecho de primar un aspecto técnico
muy general (base acomodada, base no acomodada) sobre
uno morfológico o morfotécnico mucho más descriptivo
(base truncada, base fracturada, etc.); en su favor, a las razones acabadas de apuntar habría que añadir que la merma de
inconsistencia obligaría a un desdoblamiento de los tipos excesivo para un grupo tipológico sin demasiados efectivos
(no se trata, en absoluto, de consignar todos los tipos existentes o posibles). Lo importante, pues, es haber dejado
abiertos una serie de criterios a los que siempre se puede recurrir llegado el caso (disponibilidad de nuevas series de taladros) y si así lo exige el estudio o análisis a realizar.
La propuesta final de clasificación conjunta para perforadores y taladros se esquematiza en el cuadro 5.
Valoración de los criterios de clasificación:
Desde la perspectiva del estilo, hay que reconocer en
primer lugar que la parte característica de los taladros –puestos por caso–, la “punta” o parte activa funcional, no aporta
por ella misma demasiadas precisiones en ese sentido: el tipo de retoque de conformación es siempre el mismo (abrupto), y aunque lo que sí varía es la dirección con que se
presenta este retoque, no se constata por ejemplo, al igual
que ocurría con los rasgos de las bases, ninguna significación diacrónica para las posibilidades de dirección en el conjunto de los taladros de la Cova de l’Or (la colección más
numerosa y que permite, relativamente, este tipo de valoraciones). La dirección del retoque, criterio que establece los
tipos dentro de los taladros sobre hoja u hojita, apunta más
directamente a la tecnofuncionalidad, en la medida que el retoque alterno, puesto también por caso, y con mayores visos
que las restantes modalidades de dirección, parece sugerir
una forma de uso concreta de las piezas que lo comportan en
un movimiento de avance y retroceso continuo o rotación alternada (Cahen, Caspar y Otte, 1987: 276).
neolíticas de variados ambientes europeos, continentales o mediterráneos
(cf. Perlès y Vaughan, 1983; Voytek, 1996: 223; Starnini y Voytek, 1997).
[page-n-56]
Perforadores y taladros (P): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Perforador
Lasca (P1)
Hoja u hojita (P2)
Taladro
Lasca (P3)
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga”
Punta corta
Retoque directo (P4)
Retoque alterno (P5)
Punta larga
Retoque directo
Base acomodada (P6)
Base no acomodada (P7)
Retoque alterno
Base acomodada (P8)
Base no acomodada (P9)
Retoque inverso (P10)
Pieza fracturada “corta” (P11)
Cuadro 5.
Los acomodamientos intencionales de las bases, como
ya hemos visto, pueden igualmente no ser determinantes a
efectos de estilo, pero sí tienen un interés tecnofuncional
indudable en tanto que remiten (en comparación con los estados de no acomodamiento) a una morfotecnia más explícitamente relacionada con el empleo de los taladros y, en
su defecto, perforadores (especialmente los modos de prensión o enmangue). El problema radica, no obstante, en poder atribuir un tipo de acondicionamiento a uno de estos
modos concreto de utilización, y ello porque la traceología
no es nada concluyente a este respecto. Por lo que muestran
los estudios funcionales, no es raro encontrar para una misma forma general de enmangue y accionamiento diversas
soluciones de acomodamiento de las bases de los útiles implicados. Un buen ejemplo lo constituye el sistema de perforación con “arco”, reconocido con total garantía a partir
del Neolítico (Glory, 1943; Semenov, 1981: 153), en el que
las piezas líticas activas se fijan a un astil accionado con un
instrumento de esas características. En bastantes casos
donde se ha comprobado o presumido altamente el empleo
de esta técnica y artificio, los “elementos-broca” (perforadores o taladros) pueden presentar las bases acomodadas mediante truncaduras (Calley y Grace, 1988), adelgazamientos
faciales u otros acondicionamientos por retoque (Cahen y
Caspar, 1984: 300; Unger-Hamilton et al., 1987), e incluso
no atestar ningún acomodamiento especial (Keeley, 1983;
Skakun, 1993; Caspar y Burnez-Lanotte, 1996). Por supuesto que se trata de piezas, las traídas a colación, de variada morfología y módulos dimensionales dispares, así
como procedentes de áreas bastante alejadas entre ellas,
aunque sí comparten su pertenencia a contextos neolíticos
o postneolíticos y, como hemos dicho, una forma de enmangue y uso muy similar en términos generales.
Aparte de esto, otro aspecto del esquema de clasificación presentado que puede llamar altamente la atención es
la ausencia de criterios relativos al grosor o el tamaño de los
tipos, caracteres que normalmente suelen tener una elevada
significación tecnofuncional. La traceología sí que es aquí
más explícita, al determinar una cierta especialización de
uso para piezas perforadoras espesas del tipo “escariador”
(alésoir) o “terraja” (taraud), útiles relacionados con tareas
precisas de ampliación o regularización de orificios dentro
de trabajos específicos de horadación (Cahen, 1980; Cahen
y Gysels, 1983; Caspar y Gysels, 1984). No hace falta señalar que piezas de estas características son prácticamente
desconocidas en las colecciones estudiadas, donde solamente uno de los taladros sobre lasca podría pasar por una
suerte de “terraja” (fig. 2, nº 6); el resto de taladros, al estar fabricados en su gran mayoría sobre soportes laminares,
ofrecen unos grosores de punta y cuerpo bastante normalizados, equiparables a los de los escasos perforadores s.s.,
por ese mismo motivo.
45
[page-n-57]
Taladros completos
de el punto de vista dimensional. Por otro lado, la similitud
–con solapamiento incluido– de las curvas de las dos categorías de taladros aporta una indicación preciosa sobre la posible intencionalidad de las fracturas de las bases (al igual que
veíamos en el ejemplo de las piezas con lustre o elementos de
hoz), solución técnica que se entendería destinada a guardar
ese módulo normalizado de longitud. El relativo distanciamiento que se observa en el bloque de 4-5 cm habría que atribuirlo a la escasez general de efectivos y a la desproporción
existente entre las dos muestras contrastadas (en cualquier
caso, esta distancia no es estadísticamente significativa:
p=0,4237 en el test exacto de Fisher, para 4 taladros completos sobre 25 y 4 de base fracturada sobre 14).
Taladros base fracturada
% 60
50
40
30
20
10
0
<1
1-2
2-3
3-4
4-5
>5
cm
Gráfico 7.- Longitud absoluta de los taladros de la Cova de l’Or
según el estado de fractura (piezas laminares de l≥2a).
Tipos:
Perforador sobre lasca (P1)
Respecto a los criterios de tamaño, además de la longitud de la punta (criterio aplicado a los taladros sobre hoja/
hojita), hubiera cabido la posibilidad de considerar las longitudes absolutas de las piezas. Este carácter dimensional, al
permitir, mediante el establecimiento de los módulos apropiados, separar piezas “cortas” de “largas”, podría aportar indicaciones sobre necesidades concretas de enmangue (como
vimos para los raspadores, los taladros “cortos” podrían presentar igualmente problemas para el uso directo con la mano). Si en esto radicaría el significado de tal consideración
tipométrica, no hay que pasar por alto que una forma de enmangue y utilización tan concreta como la que supone el “taladro de arco”, no exige unas dimensiones determinadas de
las piezas horadadoras. En efecto, y empleados en este sistema de perforación, se han observado taladros o perforadores
s.s. de grandes dimensiones (Keeley, 1983; Caspar y BurnezLanotte, 1996), de dimensiones pequeñas o medianas (Calley
y Grace, 1988; Skakun, 1993) y también de tamaños microlíticos (Unger-Hamilton et al., 1987). Con independencia de
esta constatación, y ante la primera posibilidad sugerida, nuevamente hay que incidir en la escasa entidad numérica que
revisten lo que podrían considerarse piezas “cortas” (p.e., l<2
cm) o “largas” (l>5 cm) entre los taladros de la Cova de l’Or,
tal como queda reflejado en el gráfico 7.8 Salvando el reducido número de efectivos con que ha sido confeccionado (39
piezas en total: 25 taladros “completos” y 14 con base fracturada), el gráfico muestra un único pico absoluto para las
dos categorías comparadas, subrayando en ambas la continuidad de los valores de longitud. Estos valores se agrupan
regularmente en el bloque de 3-4 cm (más del 50% de los
efectivos), dando una visión del tipo de taladro estándar des-
8
Para la elaboración de este gráfico se ha tomado únicamente el conjunto de los taladros de módulo l≥2a sobre soportes laminares del mencionado yacimiento (no hay que repetir que se trata de la colección más
importante), habiéndose descartado aún aquellas piezas que, pese a cumplir con dicho módulo, presentaban fracturas claramente accidentales (ac-
46
Lasca técnica, o fragmento de lasca, presentando una
punta despejada, de longitud inferior a la porción del cuerpo
en reserva, por retoque bilateral generalmente abrupto y de
cualquier dirección (fig. 2, nº 1).
La pieza figurada, sobre lasca espesa y con punta destacada
por muescas bilaterales abruptas –más precisamente sobreelevadas– directas, estaría a medio camino de los becs o perforadores
“atípicos”.
Perforador sobre hoja u hojita (P2)
Tipo anterior sobre soporte técnicamente laminar (fig. 2,
nº 2 a 4).
Las tres piezas ilustradas corresponden a perforadores enteros
o completos. En las nº 3 y 4, el apuntamiento se ha realizado sobre
la parte proximal del soporte, por retoque alterno en ambas (en la
nº 2 es directo bilateral); la nº 4 es un perforador ligeramente “desviado”, sobre hoja de cresta.
Taladro sobre lasca (P3)
Lasca técnica, o fragmento de lasca, comportando una
punta no despejada –si corta–, o despejada o no –si larga–
(v. infra), por retoque bilateral generalmente abrupto y de
cualquier dirección (fig. 2, nº 5 y 6).
La pieza nº 5, una clara lasca apuntada por retoque alterno,
donde no coinciden el eje de talla y el del útil, es uno de los ejemplos que plantean la conveniencia o no de considerar la naturaleza
del soporte en la formalización tipológica de determinados grupos
de útiles, normalmente aquellos que presentan partes (activas o no)
bien caracterizadas en los planos morfológico y funcional. La pieza nº 6, por su parte, es un buen ejemplo de soporte –en este caso
lasca– fracturado (fractura distal, en el sentido de talla, no intencionada), presentando apuntamiento, pues, por retoque directo “so-
ción del fuego, por ejemplo). Por su evidente interés, se han distinguido y
correlacionado dos grupos: el de los taladros “completos” (piezas con bases acomodadas y “naturales” de talla) y el de los taladros con base fracturada. Las medidas corresponden a longitudes absolutas, presentadas en
bloques de 1 cm.
[page-n-58]
breelevado”, en el extremo proximal; el espesor y la anchura de la
punta podrían llevar a catalogar esta pieza como un fragmento de
“escariador”.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta corta y retoque directo (P4)
Soporte técnicamente laminar presentando una punta no
despejada, de longitud inferior a la porción del cuerpo en reserva, por retoque abrupto directo bilateral (fig. 2, nº 7, 8 y 10).
En su estado de configuración o conservación, la pieza debe
cumplir el módulo l≥2a, independientemente de que la base sea natural de talla o se halle acomodada o fracturada (criterio preceptivo
también para los seis tipos siguientes, P5 a P10). La pieza nº 7, con
restos de pátina brillante (“lustre de cereales”) en ambos lados del
cuerpo (porción no apuntada), ilustra perfectamente la reutilización
–previo acomodamiento– de un elemento de hoz; el cuerpo presenta a su vez retoque oblicuo marginal bilateral alternante (“retoques
mixtos”), resultado probable, más que de la función señalada, de
otras utilizaciones anteriores o posteriores al empleo como taladro.
Retoques equiparables muestra también la pieza nº 10, con apuntamiento sobre el extremo proximal y base fracturada. La nº 8 revela
una fractura por torsión en la punta.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta corta y retoque alterno (P5)
Tipo anterior con apuntamiento obtenido por retoque abrupto bilateral directo-inverso (fig. 2, nº 9, 11 y 12; fig. 3, nº 1).
De las piezas figuradas, sólo la nº 1 (fig. 3) se halla apuntada sobre el extremo proximal y con la base fracturada, y un poco también
al límite con los perforadores s.s. (punta ligeramente despejada). El
soporte de la nº 11 (fig. 2) corresponde a una clara hoja de cresta.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque directo y base acomodada (P6)
La punta, despejada o no, es de longitud igual o superior
al resto del cuerpo en reserva, obtenida por retoque abrupto
directo bilateral; el extremo opuesto (base) se muestra acondicionado por algún tipo de retoque (fig. 3, nº 6 a 11).
No se considera acomodamiento de la base la sola extensión hasta esa parte terminal del retoque estricto de apuntamiento (p.e., fig.3,
nº 3) o la prolongación de éste por “retoques mixtos” (p.e., fig. 3, nº 4).
Las piezas nº 6 y 7, apuntadas sobre el extremo proximal de talla, poseen la base “truncada” por retoque abrupto directo. En las nº 8 y 10
el acomodamiento basal lo constituye un retoque “cubriente” parcial
directo, irregular en la nº 8, conjunción de un retoque plano bilateral
en la nº 10, presentando la nº 8, además, un ligero estrechamiento bilateral por retoque semiabrupto inverso. La nº 11 muestra proximalmente un retoque plano bifacial en el lado izquierdo y una suerte de
“escotadura” por retoque abrupto directo en el lado opuesto. La nº 9
comporta un adelgazamiento “facial” de la base, producido por amplias y sucesivas extracciones directas partiendo del talón. Las piezas
nº 8, 10 y 11 presentan extracciones planas inversas en el tramo apuntado, originadas con toda probabilidad por el uso.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque directo y base no acomodada (P7)
Tipo anterior cuya base la constituye un extremo natural
de talla (proximal o distal) o un extremo fracturado (fig. 3,
nº 2 a 5 y 12 a 16).
En las piezas nº 2 a 5 la base corresponde al extremo proximal
de talla del soporte (talón conservado), y en la nº 13 al extremo distal; en las nº 12 y 14 la base es una fractura sobre la parte proximal,
mientras que en las nº 15 y 16 sobre la parte distal. Las piezas nº 4,
14 y 16 muestran “retoques mixtos” en continuidad con uno o ambos
de los retoques de apuntamiento. Las piezas nº 4 y 16 presentan la
punta “roma” por efecto del uso (fractura por torsión en nº 16); la
nº 14 atestigua esto mismo por una pequeña faceta longitudinal partiendo del ápice de la punta (extracción “burinoide”), además de por
algunas extracciones inversas en la zona apuntada (lado derecho).
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque alterno y base acomodada (P8)
Tipo P6 con punta obtenida por retoque abrupto bilateral directo-inverso (fig. 4, nº 4, 6 y 7).
El acomodamiento de la base lo produce una truncadura inversa en la pieza nº 4, y directa en la nº 7; en la nº 6 se trata de un
adelgazamiento “facial” por extracciones inversas. Las piezas nº 4
y 7 se hallan apuntadas sobre la parte proximal; la nº 6 revela una
fractura por torsión en la punta.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque alterno y base no acomodada (P9)
Con respecto al tipo anterior, la base la constituye un extremo natural de talla o un extremo fracturado (fig. 3, nº 17;
fig. 4, nº 1 a 3, 5 y 8).
Un extremo distal supone la base en las piezas nº 1, 2 y 5 (fig. 4),
y proximal en la nº 17 (fig. 3) y nº 3 (fig. 4); en la nº 8 (fig. 4) la
determina una fractura de localización distal. Las piezas nº 1 y 5
(fig. 4) son antiguos elementos de hoz, en los que se ve claramente cómo el retoque de reacomodamiento en taladro ha suprimido el
“lustre” facial en los lados afectados por el apuntamiento.
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga y retoque inverso (P10)
La particularidad la representa el retoque abrupto bilateral inverso del apuntamiento (fig. 4, nº 9).
La única pieza constatada y figurada se halla apuntada sobre el
extremo proximal, con una base donde, considerados separadamente,
se combinan los rasgos de “acomodamiento” y fractura, pero aquí verosímilmente como un todo, en la medida que el perceptible estrechamiento o adelgazamiento de la base por retoque abrupto inverso
bilateral no tiene visos de haber constituido un segundo apuntamiento (fracturado por el uso o por accidente) que haga pensar en la posibilidad de un taladro “doble”; dicho acondicionamiento por retoque,
independientemente de haber sido realizado con posterioridad o no a
la fractura, debe relacionarse con el enmangue de la pieza.
“Fragmento” de taladro sobre hoja u hojita (P11)
Taladro de cualquiera de los tipos P4 a P10, de longitud
inferior a dos veces la anchura, en que la base la constituye,
por definición, una fractura (fig. 4, nº 10 a 12).
Por las características tipométricas de los taladros sobre soporte laminar, cualquier pieza con fractura basal y de módulo l<2a
tiene todas las trazas de ser un fragmento manifiesto (como en los
raspadores, esto no quiere decir que las de módulo l≥2a y con fractura también basal no sean igualmente fragmentos). De las piezas
figuradas, sólo la nº 11 correspondería en todo su sentido a un frag-
47
[page-n-59]
mento de taladro; las nº 10 y 12 cumplen la condición l<2a, y
aunque parece tratarse de piezas fracturadas (fragmentos probablemente de taladros de punta corta), también podrían interpretarse
–caso de comprobarse la intencionalidad de la fractura basal– como taladros “cortos” (en términos más descriptivos: taladros cortos
de punta larga y base fracturada). La escasez de estas piezas “cortas”, como hemos indicado en su momento, no predispone a aislarlas y considerarlas fuera de este “cajón” que dejamos abierto
provisionalmente. Los tres ejemplos ilustrados pertenecen a taladros de retoque directo, fabricados sobre el extremo distal de talla.
Como observábamos y predisponíamos en la introducción al repertorio, éste es un grupo susceptible de simplificación en sus tipos, particularmente en lo que atañe a los
taladros. A tal efecto, puede eliminarse el tipo “taladro sobre
lasca” (P3), atendiendo a la rareza de piezas que comportan
esta clase de soporte, u obviarse la referencia al acomodamiento o no de la base, en los taladros de punta larga (P6 a
P9), como carácter de distinción formal, por su escaso valor
48
descriptivo. Estas supresiones permiten, por un lado, hacer
desaparecer la mención al soporte en la nominación de los
tipos, y por otro, un cambio de orden en los criterios de clasificación, primando la dirección del retoque sobre la longitud de la punta, cambio con el que queda mejor integrado el
taladro de retoque inverso (P10), dado que sólo hay constatada una pieza de estas características. Con tales modificaciones, pues, el listado de tipos sería el siguiente:
- Perforador o “bec” sobre lasca (P1)
- Perforador sobre hoja u hojita (P2)
- Taladro de retoque directo y punta corta (P3)
- Taladro de retoque directo y punta larga (P4)
- Taladro de retoque alterno y punta corta (P5)
- Taladro de retoque alterno y punta larga (P6)
- Taladro de retoque inverso (P7)
- Fragmento de taladro (P8)
[page-n-60]
Fig. 2.- Perforadores y taladros.
49
[page-n-61]
Fig. 3.- Perforadores y taladros.
50
[page-n-62]
Fig. 4.- Perforadores y taladros.
51
[page-n-63]
[page-n-64]
PIEZAS CON BORDE ABATIDO
Se recogen bajo este enunciado lo que suponen dos grupos separados en algunas tipologías clásicas (p.e., Tixier,
Fortea): lascas y hojas con borde abatido, por un lado, y hojitas con esa misma característica morfotécnica, por otro. Tal
agregación se debe a la escasa representación de estas piezas, especialmente las hojitas con borde abatido, en los contextos estudiados (respecto a la totalidad de cada una de las
colecciones de referencia, los “dorsos” no llegan al 1,5% en
la Cova de l’Or ni al 1% en la Ereta del Pedregal).
Definición del grupo: Lascas, hojas u hojitas presentando un borde abatido por retoque abrupto, de cualquier dirección, formando un dorso más a menos marcado.
rrencias reales) en cada una de las colecciones. En esta segunda tabla hay ya una primera simplificación que afecta a
la dirección del retoque, agrupándose las modalidades directa e inversa frente a la de retoque cruzado. Esto puede en
principio justificarlo el hecho de que el retoque inverso sólo
parece tener cierta significación en la categoría de las lascas,
pero sin entreverse otro alcance que el coyunturalmente
cuantitativo (la escasez de efectivos es más que manifiesta).
El único caso de retoque cruzado, con referencia expresa en
la tabla (el retoque directo/inverso ha de sobreentenderse para el resto de ocurrencias), lo mantenemos momentáneamente a efecto de los comentarios subsiguientes.
Valoración estilística y tecnofuncional:
El término “dorso” es ciertamente más descriptivo que
el de “borde abatido” (éste más técnico) para expresar una
característica morfológica, lo que puede justificar la utilización indistinta de ambos (la intención, recordamos, es de resaltar morfologías).
Los criterios esenciales de adscripción tipológica, para
este grupo de piezas, se encuentran en la localización lateral
(derecha o izquierda) del retoque que conforma el dorso,
y en su delineación rectilínea o convexa (curva o arqueada).
Los límites atienden a la localización transversal (distal o proximal) de este retoque (cf. truncaduras), o bilateral convergente (cf. perforadores y taladros); también a la orientación
oblicua con respecto al eje de talla en soportes laminares
(cf. hojas u hojitas con base estrechada), o a la oposición al
dorso de un borde con denticulación regular (cf. dientes de
hoz). En los casos de delineación convexa, el arqueamiento
no debe interferir a la vez los dos extremos transversales de
talla (cf. segmentos).
El dorso o parte característica que define a este conjunto de piezas se ha obtenido mediante el abatimiento del borde de los soportes por retoque –como hemos dicho– abrupto,
normalmente unidireccional (directo o inverso), raramente
bidireccional (cruzado o bipolar). La extensión del dorso
puede ser total o parcial; y la amplitud, profunda o marginal.
Los bordes opuestos al dorso pocas veces se presentan brutos de talla, soliendo comportar retoques marginales bien definidos, retoques irregulares o simples señales de probable
utilización (embotadura marginal).
En la tabla 2 se resumen los rasgos morfotécnicos de la
totalidad de piezas con dorso contabilizadas en Or y Ereta.
Complementariamente se ha confeccionado la tabla 3, que
recoge todas las variantes morfológicas constatadas (ocu-
9
En una tipología de base tecnológica como la de Binder (1987), la dirección del retoque supone un criterio de clasificación recurrente para distintos grupos de útiles (cf., dentro de los “bordes abatidos abruptos”, los
Procederemos aquí al contrario que en los dos grupos
anteriores, valorando primeramente los aspectos de estilo y
tecnofucionales a partir de la morfotecnia general señalada
(ver tablas 2 y 3, y fig. 5). Los dorsos, más allá de la morfología básica que confieren a las piezas, bastante limitada
en sus posibilidades (en función de la delineación y el tipo
de soporte), responden a un acomodamiento esencial y
práctico con pocas improntas singulares de fábrica susceptibles de indagación estilística. La principal de ellas es el
retoque cruzado, que en las industrias examinadas sí parece tener un valor cronológico. La única pieza, como hemos
dicho, con este tipo de retoque corresponde a una hojita de
dorso profundo (fig. 5, nº 15) procedente de las capas superiores de la Cova de l’Or (sector H, capa 2). Su aparente
singularidad, sin embargo, no lo es tanto desde una perspectiva tecnológica, ya que en los momentos a los que remite la posición estratigráfica de esta pieza (Neolítico
final/Eneolítico) es cuando comienza a detectarse –en las
industrias controladas– el empleo del retoque cruzado en la
preparación de las truncaduras de las armaduras geométricas. Con anterioridad (Neolítico antiguo), esta solución de
retoque es totalmente desconocida en la producción de utillaje, por ejemplo, de Or o de la Cova de la Sarsa (Juan Cabanilles, 1984; Asquerino, 1979). Ante esta constatación,
sólo indicar que la modalidad de retoque cruzado constituye un rasgo tecnoestilístico a tener bien en cuenta, aunque
la existencia de un solo caso –en las piezas con dorso– no
invita a individualizarlo ahora mismo como criterio de clasificación.9
La delineación “convexa” de los dorsos, como hemos
apuntado, representa un carácter eminentemente morfológi-
tipos Lame à bord abattu par retouches croisées y Lame à bord abattu par
retouches directes).
53
[page-n-65]
Retoque
dorso
Rectilíneo
Arqueado
Lasca
delgada
11
2
Hoja
3
-
Total
Parcial
Lasca
espesa
3
-
Hojita
5
1
Fragmento
hoja
7
-
4
1
Fragmento
hojita
2
-
12
1
3
3
7
-
4
1
2
-
Marginal
1
3
2
6
4
2
Profundo
2
10
4
1
1
-
Directo
Inverso
2
1
9
4
5
1
7
-
4
1
2
-
Cruzado
-
-
-
-
1
-
Tabla 2.- Morfotecnia de las piezas con dorso en el global de las colecciones analizadas.
Caracteres del retoque del dorso en relación con los tipos de soporte.
Variante formal
Or
EP
Total
Lasca espesa borde abatido profundo
1
1
2
Lasca espesa borde abatido marginal
-
1
1
Lasca delgada borde abatido rectilíneo marginal
1
1
2
Lasca delgada borde abatido rectilíneo profundo
3
6
9
Lasca delgada borde abatido arqueado marginal
-
1
1
Lasca delgada borde abatido arqueado profundo
-
1
1
Hoja borde abatido rectilíneo total marginal
-
1
1
Hoja borde abatido rectilíneo total profundo
1
-
1
Hoja borde abatido rectilíneo parcial marginal
1
-
1
Hoja borde abatido rectilíneo parcial profundo
2
-
2
Hoja borde abatido arqueado total profundo
1
-
1
Fragmento hoja borde abatido marginal
6
-
6
Fragmento hoja borde abatido profundo
1
-
1
Hojita borde abatido rectilíneo total marginal
2
-
2
Hojita borde abatido rectilíneo total prof. ret. cruzado
1
-
1
Hojita borde abatido rectilíneo parcial marginal
1
-
1
Hojita borde abatido arqueado total marginal
1
-
1
Fragmento hojita borde abatido marginal
1
1
2
Total
23
13
36
Tabla 3.- Piezas con borde abatido.
Variantes formales constatadas según la colección de procedencia (efectivos totales respectivos).
54
[page-n-66]
co, contemplado en las tipologías de Tixier, Rozoy y Fortea.
Pese a su misma escasa ocurrencia –si bien en todas las clases de soportes–, retendremos solamente este atributo para
los productos laminares. En las lascas, los pocos dorsos curvos o arqueados parecen venir determinados por la natural
delineación de los bordes brutos de talla, apreciación que,
en hojas y hojitas, no es tan clara ni cuando el abatimiento
del borde es producido por retoque marginal. A este respecto, hay que señalar que la marginalidad de los dorsos es uno
de los rasgos que caracteriza, especialmente en Or, a los
bordes abatidos sobre soporte laminar. En Ereta, las hojas
y hojitas de dorso son prácticamente inexistentes, estando
dominado este grupo por los soportes sobre lasca (las piezas con borde abatido de este yacimiento son un buen exponente de lo que laplacianamente se denomina “abruptos
indiferenciados”). En definitiva, nada hay en las industrias
neolíticas del núcleo centro-meridional valenciano que
recuerde a las típicas puntas y hojitas de dorso de los contextos epipaleolíticos antiguos –sobre todo– y recientes
(epipaleomesolíticos).
En cuanto a la tecnofuncionalidad, subrayaremos primero
que los bordes abatidos de Or y Ereta conforman un grupo de
piezas en las que la parte característica no se corresponde con
la parte funcional.10 La salvedad podría estar, en estos mismos conjuntos, en algunos dorsos marginales o muy marginales (p.e., fig. 5, nº 11, 12, 16), para los que no puede
excluirse una formación por el uso directo de los filos. Aparte de esta posibilidad, los dorsos hay que entenderlos, tal como ha venido haciéndose tradicionalmente desde la simple
lógica morfofuncional (p.e., Bordes, 1952), como una solución de acomodamiento destinada a la prensión directa o al
enmangue de unos útiles que, funcionalmente, remitirían a la
categoría general de los “cuchillos” o herramientas de corte
(no entrarían en esta consideración, es obvio, los dorsos laterales de aguzamiento que definen a las armaduras laminares
apuntadas, ausentes de nuestras colecciones –ver nota 10–).
En efecto, la traceología ha confirmado del todo esta presunción, poniendo de relieve que los filos opuestos a dorsos
constituyen la parte activa o de trabajo en multitud de piezas
con características morfotécnicas equiparables a las aquí presentadas, tanto en lo que se refiere al dorso en sí como a
las trazas macroscópicas de los bordes funcionales. Por referirnos a algún ejemplo, los abruptos indiferenciados (lascas,
especialmente, con un borde abatido) del yacimiento epipaleolítico catalán del Roc de Migdia muestran en los filos no
abatidos señales visibles de embotadura y microtrazas de uso
y desgaste relacionadas con el descarnado (Rodríguez, 1993:
69), esto es, una funcionalidad totalmente acorde con la idea
expresada de “cuchillo”. Impresión que se repite para bastantes de las hojas y hojitas con dorso (backed blades) de los niveles neolíticos del yacimiento italiano de Arene Candide,
cuyos filos se han empleado para cortar o raspar diferentes tipos de materias, duras o semiduras (Starnini y Voytek, 1997).
Esclarecedoramente también, para lo supuesto al respecto de
los dorsos “marginales”, otras piezas laminares con bordes
abatidos de esta amplitud, de este mismo yacimiento, revelan
haber estado utilizadas por esos bordes, pudiendo ser este uso
el causante de los abatimientos.
Con independencia de los datos traceológicos, el valor
tecnofuncional de los dorsos como soluciones evidentes de
enmangue se observa en algunas de nuestras piezas laminares con abatimientos por lo general parciales, rectos o curvos, y con presencia de lustre en el filo opuesto (fig. 5, nº 7,
8 y 16). Se trata con toda probabilidad de elementos de hoz,
y en el caso de los nº 8 y 16 el dorso, que podemos considerar “basal”, debe responder a un acomodamiento para la
fijación colectiva en un mango, según las hipótesis de reconstrucción personalmente ofrecidas (Fortea, Martí y Juan
Cabanilles, 1987: fig. 5; Martí y Juan Cabanilles, 1987:
fig. 41). La pieza nº 7, una gran hoja fracturada, por sus dimensiones y la disposición del “lustre de cereales”, paralela
al filo, podría constituir un elemento individual de hoz, acomodado también por un retoque abrupto marginal parcial en
la parte presumiblemente enmangada.11 La configuración o
conformación de estos “abruptos con lustre”, en definitiva,
da sentido tecnofuncional a ciertos rasgos como la parcialidad de los dorsos, o a su arqueamiento, aunque no tanto a la
amplitud. El carácter marginal o profundo del retoque, como
se ha comprobado, p.e., en las hojas y hojitas de dorso del
yacimiento francés de Lascaux (Paleolítico superior final),
con restos aún adheridos de la materia colante de enmangue,
no introduce por él mismo una discriminación funcional
apreciable, en la medida en que todas estas hojas y hojitas,
con amplitudes –e incluso inclinación– de retoque variables,
manifiestan la misma forma de sujeción a un probable astil
de madera (Allain, 1979: 100).
10 Esto no puede decirse para el caso, por ejemplo, de las puntas macro y
microlíticas de dorso de contextos paleolíticos y epipaleolíticos, donde el
abatimiento lateral por retoque abrupto forma parte esencial del aguzamiento y, por tanto, de la parte funcional explícita (siempre que consideremos que se trata de armaduras-cabeza de flechas y azagayas, como así
revelan bastantes testimonios arqueológicos –v., p.e., Nuzhnyj, 1989– y los
propios estudios traceológicos –v., p.e., Odell, 1978; Fischer, Vemming
Hansen y Rasmussen, 1984; Caspar y De Bie, 1995–).
11 Esta pieza procede de la Cova de l’Or, sector H3, capa 7, primeros momentos, pues, de la ocupación de la cavidad (Neolítico antiguo cardial), por
lo que resulta un espécimen aparentemente “discordante” en comparación
con el resto de elementos de hoz de este yacimiento. La existencia de hoces
simples en el Neolítico antiguo, al lado, evidentemente, de las compuestas,
parece avalada por el hallazgo de un mango de madera con un único fragmento de hoja aún encastado en la estación lacustre catalana de La Draga
(Bosch et al., 1996: lám. 2; v. tb., Bosch, Chinchilla y Tarrús, 2006: 29,
fig. 24), de cronología cardialo-epicardial. Por otra parte, la distribución del
lustre paralela al filo, indicando una inserción longitudinal de enmangue,
constituye una característica de los elementos de hoz de los niveles neolíticos iniciales de Arene Candide (Starnini y Voytek, 1997: 420).
Criterios de clasificación:
Vienen sugeridos por las observaciones acabadas de
realizar y, en última instancia, por los datos de ocurrencia
que refleja la tabla 3. La visión de esta tabla no esconde la
55
[page-n-67]
Piezas con borde abatido (A): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Lasca (A1)
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga”
Dorso rectilíneo
Abatimiento total (A2)
Abatimiento parcial (A3)
Dorso arqueado (A4)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (A5)
Cuadro 6.
variabilidad morfológica con que se presenta un conjunto
de piezas francamente reducido, pero es esta misma escasez de efectivos la que obliga, para determinadas variantes
formalizadas, a un reagrupamiento efectivo de los caracteres. En el caso de las lascas, la simplificación puede ser extrema, prescindiendo de toda consideración tipométrica
(espesor/delgadez) y de cualquier caracterización del dorso (aquí, delineación y amplitud). Para los soportes laminares, la reducción de atributos puede limitarse a la amplitud
del dorso.
Así pues, los criterios de clasificación tipológica finalmente retenidos (cuadro 6) atienden en primer lugar a la naturaleza del soporte (lasca / hoja u hojita). Para las lascas,
como hemos apuntado, no son necesarios más niveles de formalización: la pieza característica la representa un soporte
delgado con borde abatido total profundo, por lo que un solo tipo genérico es más que suficiente. El agrupamiento de
hojas y hojitas, que puede contrastar con lo que es habitual
en la mayor parte de tipologías, incluidas las neolíticas
(cf. Binder, Vaquer), responde a la práctica repetición de rasgos morfotécnicos en ambas categorías laminares (hecho
que se da sistemáticamente en las industrias estudiadas, en
todos los grupos de utillaje de base laminar) y a la poca entidad numérica, por otra parte, que revisten los propios soportes sobre hojita. La distinción de hojas y hojitas, por
tanto, llevaría a una duplicación de tipos que tampoco creemos por ahora necesaria.
Para los soportes laminares, el siguiente nivel de clasificación recoge el estado de integridad, considerándose, por
una parte, las piezas “completas” o fracturadas “largas”
(l≥2a; en el caso de las piezas completas este módulo se
cumple por definición), y por otra, las fracturadas “cortas”
o fragmentos s.s. (l<2a). En las hojas u hojitas completas o
fracturadas largas se tiene en cuenta la delineación del dorso, en sus posibilidades rectilínea o arqueada. Por último,
para los dorsos rectilíneos se distingue la extensión lateral
del abatimiento (total / parcial). En la denominación de los
tipos, sólo se harán explícitos los caracteres “arqueado” o
“parcial”, como es corriente en la mayoría de repertorios.
56
Tipos:
Lasca con borde abatido (A1)
Lasca, o fragmento de lasca, presentando un borde no
transversal (en sentido de talla) abatido por retoque abrupto,
de cualquier delineación, amplitud, dirección, extensión o
localización lateral (fig. 5, nº 1 a 4).
El borde opuesto al dorso puede mostrar cualquier otro tipo de
retoque no abrupto o embotadura de uso. La pieza nº 1, una lasca “espesa”, y la nº 4 comportan retoque abrupto inverso; la nº 3, un dorso
arqueado; la nº 2, en oposición al retoque abrupto, un borde con restos de córtex pero sin llegar a formar un dorso “natural” marcado.
Hoja u hojita con borde abatido [rectilíneo total] (A2)
Soporte técnicamente laminar, entero (extremos proximal y distal conservados, posibilidad de estado raramente
observada) o fracturado (cuerpo proximal, medial o distal),
en ambos casos de l≥2a, ofreciendo un borde totalmente
abatido por retoque abrupto rectilíneo, de cualquier dirección y amplitud (fig. 5, nº 5, 6, 14 y 15).
El retoque deberá abatir como mínimo 3/4 de la longitud total
del borde. La consideración conjunta de hojas y hojitas no hace indispensable la aplicación del criterio tipométrico de Tixier (1963:
39) para separar los soportes laminares con dorso, concretamente el
módulo de anchura (hoja: a≥9 mm; hojita: a<9 mm); además, la
marginalidad de los dorsos que caracteriza a nuestros abruptos laminares permite en la mayoría de casos distinguir claramente hojas
de hojitas. La pieza nº 5, una hoja con abatimiento por retoque
abrupto inverso (lado izquierdo), muestra en el borde opuesto un retoque marginal oblicuo alternante; la nº 14, una hojita, conlleva un
retoque semejante, muy marginal, en el lado izquierdo, en oposición
también al dorso, éste conformado por retoque directo asimismo
muy marginal y al límite de la parcialidad (el retoque que parece
continuar el dorso hacia la parte proximal, direccionalmente inverso, es oblicuo). Las características de esta pieza, junto con otros casos de marginalidad –a veces extrema– del dorso, es lo que hace
dudar de la significación intencional de este rasgo; en cambio, esto
no ocurre para otros ejemplares como la hojita nº 15, con dorso profundo por retoque abrupto cruzado, vertical.
[page-n-68]
Hoja u hojita con borde abatido [rectilíneo] parcial (A3)
Tipo anterior presentando un borde parcialmente abatido (fig. 5, nº 7 y 8).
El abatimiento, en el estado de conservación de la pieza, no alcanzará los 3/4 del lado afectado. Las dos piezas figuradas corresponden a sendos elementos de hoz, con lustre opuesto al dorso y
retoque marginal, retoques irregulares o embotadura en ese mismo
filo funcional.
Hoja u hojita con borde abatido arqueado (A4)
El abatimiento, total o parcial, lo produce un retoque
abrupto de delineación convexa, de cualquier dirección y
amplitud (fig. 5, nº 9 y 16).
La pieza nº 9, una hoja con dorso profundo directo, vertical,
presenta una fractura proximal claramente no intencionada; pese a
cumplir el módulo l≥2a, es evidente que se trata de un fragmento
del útil de partida, poniendo de relieve el contrasentido que a veces
supone la aplicación estricta de un criterio dimensional para lo
“completo”, frente a lo “residual”, en términos tipológicos. La
nº 16 es otro elemento de hoz, con dorso curvo marginal y fractura
proximal, posiblemente también por uso o accidente.
Fragmento de hoja u hojita con borde abatido (A5)
Fragmento s.s. (l<2a) de cualquiera de los tipos con borde abatido sobre soporte laminar (fig. 5, nº 10 a 13 y 17).
Buena parte de las piezas figuradas muestran dorsos marginales o muy marginales (p.e., nº 11 y 12), abundando en lo anteriormente expuesto sobre la naturaleza de determinados
“abatimientos”. En estos casos, sí es claro el estado de fragmento manifiesto.
57
[page-n-69]
Fig. 5.- Piezas con borde abatido.
58
[page-n-70]
MUESCAS Y DENTICULADOS
Valoradas conjuntamente, las piezas con muesca y/o con
denticulación se contemplan como grupo específico en las
tipologías de Tixier y Fortea, y en cierta manera también, para soportes laminares, en la de Rozoy (cf. hojas y hojitas
“Montbani”). En nuestro caso procederemos de igual modo,
englobando lo que en estricta morfología serían dos subgrupos tipológicos.
El elemento que afianza la agrupación de muescas y
denticulados es la delineación del rasgo primario, venga éste originado por cualquier procedimiento técnico (retoque,
muesca “clactoniense”) o por otra acción no intencional
(uso, accidente): delineación cóncava localizada (aislada), en
muescas; mismo carácter pero en continuidad, destacando
uno o más dientes, en denticulados (una denticulación, en
esencia, no es más que una serie de muescas contiguas).
Pese a la simplicidad del rasgo morfológico determinante y su naturaleza (en los casos de no accidentalidad), estas
piezas no han pasado desapercibidas a la hora de establecer
correspondencias entre formas y funciones, de buscar el valor tecnofuncional, en definitiva, de las entidades tipológicas.
Basta recordar las experiencias de Bordes (1961: 35) encaminadas a mostrar la potencialidad de trabajo de las muescas
para raspar o cortar objetos de sección circular (p.e., astiles
de madera); o las de Escalon de Fonton (1979) comprobando
la formación del retoque “Montbani” por el aserrado del mismo tipo de objetos. Funcionalidad y uso totalmente refrendados por la traceología, puesto que desde el Paleolítico
inferior, y cuando se ha precisado su carácter de útiles, muescas y denticulados han sido empleados primordialmente para
el corte, aserrrado o rascado-raspado de materiales duros, especialmente madera, hueso o asta (cf. Cahen y Caspar, 1984),
por lo que han constituido en todo momento una verdadera
familia morfofuncional. En ello ha incidido, pasando a ejemplos más concretos, el estudio ya clásico de Beyries (1987)
sobre la variabilidad funcional de las industrias musterienses,
al concluir que la correlación más manifiesta en el sentido
forma-función se daba entre las muescas y denticulados de
técnica clactoniense y el trabajo de la madera. Esta correlación, en última instancia, y cuando ha podido determinarse el
material trabajado, ha sido igualmente observada en industrias específicamente neolíticas, tanto para muescas o denticulados “clactonienses” como “retocadas”, en cualquier tipo
de soporte. Traeremos de nuevo a colación los análisis traceológicos de colecciones belgas “omalienses” o “blicquienses” (Cahen y Gysels, 1983; Caspar y Gysels, 1984);
francesas “Villeneuve-Saint-Germain” (PCR, 1998); o italianas “Vhò” e “impressa” (Biagi y Voytek, 1992; Voytek, 1995;
Starnini y Voytek, 1997).
La traceología, pues, ha demostrado el uso y la función
“especializada” de lo que reconocemos como muescas y
denticulados, unas piezas en las que la parte característica,
refiriéndonos a las industrias aquí examinadas, debe coincidir con la funcional o activa en un alto grado de probabilidad, ya que la técnica de microburil –puesta por caso–,
que parte de una muesca “no funcional”, constituye un procedimiento de fractura de soportes laminares prácticamente ausente en Or y Ereta.12 Como es obvio, y ya ha sido
señalado, las muescas y denticulados pueden generarse por
accidente, pisoteo, labores agrícolas, etc., agentes que llegan a producir las mismas morfologías que la intencionalidad o el uso (Prost, 1988). Ésta, desde luego, es una
realidad con la que hay que contar, pero que al fin y al cabo resulta indiferente para cualquier construcción tipológica de base morfológica. Avanzaremos que la significación
de muescas y denticulados es grande –cerca del 16% en el
total de la colección estudiada– en la Cova de l’Or, yacimiento que cabe considerar como un medio “cerrado” (aunque existe todo un potencial morfogenético relacionado
con la reclusión de ganado –pisoteo–); en cambio, la entidad de estas piezas es bastante menor –poco más del 5%–
en Ereta del Pedregal, un yacimiento al “aire libre” y en
una zona de cultivo.
Como en el caso de los perforadores y taladros, comentaremos por separado las características morfotécnicas y los
criterios de clasificación adoptados para los dos conjuntos
de útiles que integran este grupo.
12
neolítico de Vhò), con una intencionalidad más bien técnica (D’Errico,
1987). De todas maneras, estas piezas no se clasifican nunca entre las muescas y denticulados.
Tampoco serían muescas funcionales las que presentan, bilateralmente,
ciertas “raederas bifaciales” de contextos neolíticos alpinos (cf. Charavines), relacionadas con la prensión o el enmangue (Vaughan y Bocquet,
1987); ni las que integran el denominado “bulino di Ripabianca” (grupo
Muescas
Caracterización, criterios de clasificación:
Morfotécnicamente, haciendo abstracción de los posibles casos de no intencionalidad, las muescas de nuestrascolecciones responden a los dos tipos principales reconocidos
por Bordes (1961: 35): muescas “clactonienses” –o “simples”, en un sentido más amplio–, producidas por extracción
única; y muescas “ordinarias” o “retocadas”, originadas por
extracciones continuas. Las muescas de “uso” y las “accidentales” serían por lo general indistinguibles morfológicamente de aquellos dos primeros tipos.
59
[page-n-71]
Muesca
Lasca
espesa
11
-
Lasca
delgada
16
29
Hoja
Hojita
5
14
Fragmento
hoja
3
3
2
16
Fragmento
hojita
3
8
Directa
Inversa
6
5
26
19
14
5
5
1
11
7
5
6
Unilateral
6
30
15
6
16
9
Bilateral
Distal
Lateral-distal
2
1
1
11
1
2
-
-
1
-
1
-
Contigua fractura
2
2
-
-
-
-
Contigua talón
-
2
-
-
-
-
Simple
Retocada
Tabla 4.- Morfotecnia de las muescas en la suma de efectivos de Or y Ereta.
Variantes
Lasca espesa
Muesca simple
Lasca delgada
Muesca simple
Muesca retocada
Hoja u hojita (l!2a)
Muesca simple unilateral
Muesca retocada unilateral
Muesca retocada bilateral
Frag. de hoja u hojita (l<2a)
Muesca simple unilateral
Muesca retocada unilateral
Muesca retocada bilateral
Total
Or
6
6
26
7
19
29
5
21
3
11
5
5
1
72
EP
3
3
17
9
8
5
1
4
5
1
4
30
Total
9
9
43
16
27
34
6
25
3
16
6
9
1
102
Tabla 5.- Variabilidad morfotécnica de las piezas con muesca en Or y
Ereta (ocurrencias reales).
Sea cual sea su naturaleza, la consideración tipológica de
las muescas en este grupo pasa por dibujar –como hemos dicho– una entalladura o melladura subcircular localizada, o
varias aisladas, en uno o más bordes del soporte afectado. En
los léxicos tipológicos al uso suele hacerse hincapié en que la
entalladura debe de ser marcada: “presentar uno o dos ángulos más o menos netos con el borde de la pieza” (cf. GEEM,
1975: 327); en la práctica, y sobre todo cuando se trabaja con
industrias de base laminar (soportes con bordes regularmente rectilíneos), es suficiente la delineación de una ligera concavidad, siempre que ésta se halle “localizada”, es decir,
restringida a una porción del filo total. Hecha esta aclaración,
13
El carácter de contigüidad a fractura o talón ha sido discriminado, aunque
para soportes laminares, en la tipología de Rozoy (cf. Lamelle cassée dans une
coche), y también en algún recuento tipológico o inventario expreso de mate-
60
los límites para la clasificación de las muescas se encuentran,
sólo para soportes laminares, en la contigüidad a una extremidad fracturada o natural de talla, esto es, cuando la muesca incide sobre –o recorta– una fractura, un talón o una parte
distal (cf. hojas u hojitas con base estrechada).
La caracterización de las muescas en las colecciones de
referencia se ofrece en la tabla 4, en la que se expresan los
totales generales para los distintos atributos según la clase de
soporte (entidad de la muestra: Or, 72 efectivos; Ereta, 30
efectivos). Los atributos contemplados atienden al tipo de
muesca, su dirección y localización, a lo que se ha añadido
las disposiciones “especiales” que suponen la contigüidad a
una fractura o a un talón (esto sólo con efectividad para lascas, de acuerdo con el límite de clasificación arriba señalado).13 En los casos de multiplicidad –unilateral, bilateral o
multilateral– de las muescas, cada una de ellas ha sido tenida en cuenta individualmente y contabilizada en sus rasgos
básicos (tipo y dirección).
Los datos de ocurrencia que muestra la tabla 4, especialmente, complementados con los de la tabla 5, constituyen el
punto de partida para discutir la idoneidad de unos u otros rasgos a la hora de concretar los tipos formales, sin perder de vista los significados de estilo y tecnofuncional, prácticamente el
segundo, ya que las muescas y denticulados de Or y Ereta encierran escasa viabilidad en el primer sentido. De entrada hay
que destacar que las lascas espesas sólo comportan muescas
simples, hecho nada extraño si se tiene en cuenta que la técnica “clactoniense” es más factible en esta clase de soportes.
Este tipo de muescas también es importante en lascas delgadas, y existente en soportes laminares, aunque aquí su carácter, más que técnico, debe ser accidental o de uso. A efectos
de clasificación tipológica, la naturaleza de las muescas rara-
riales neolíticos (p.e., el estudio de la industria lítica del yacimiento francés de
Jean Cros –Barbaza, Guilaine y Vaquer, 1979–; o de la industria del grupo belga de Blicquy –Van Berg, Cahen y Demarez, 1982: 27, fig. 10, i, j–).
[page-n-72]
mente ha sido discriminada como criterio,14 pese a que muescas simples y retocadas responden, en su intencionalidad, a
gestos técnicos diferentes. La verdad es que, tecnofuncionalmente hablando, esta no discriminación se ha revelado del todo consecuente, en tanto que los análisis traceológicos
parecen conceder el mismo valor funcional y de uso a ambas
variedades de muesca. Ciñéndonos a ello, no contemplaremos
esta distinción morfotécnica que, además, obligaría a un desdoblamiento evidente de los tipos; tal distinción podría ser
bastante viable para lascas delgadas, pero también para soportes laminares, en la medida en que las melladuras simples,
inapropiadas o poco probables “técnicamente” en hojas y hojitas, podrían ofrecer información sobre el estado de una industria en forma de índice de “accidentalidad” (si ésta es su
causa). Con todo, el recuento aparte de estas muescas puede
ser tenido en cuenta a ese nivel en los estudios descriptivos.
Siguiendo con la tabla 4, la distinta dirección de las
muescas, rasgo no tenido en cuenta en las clasificaciones
corrientes, se equipara en las lascas espesas y guarda un
cierto distanciamiento (directas respecto a inversas) en los
restantes grupos de soportes, más acentuado en las hojas.
En cuanto a la localización, las muescas distales (las ubicadas en el lado transversal) sólo tienen alguna relevancia
en las lascas delgadas, mientras que los casos de bilateralidad o multilateralidad, en cualquier tipo de soporte, son
francamente escasos. La dirección y la localización de las
muescas no reviste tampoco ninguna significación tecnofuncional; para cumplir su función, es indiferente que una
muesca sea lateral o distal, directa o inversa. Lo que se observa en las lascas es la fijación de las muescas, sea cual sea
su dirección, en un borde largo, con independencia de la localización de éste (v. fig. 6, nº 9 y 10). Por lo que tendría
que ver con el estilo, tal como comentábamos en otro momento, no parece haber en las industrias estudiadas (en una
consideración diacrónica, p.e.) una búsqueda sistemática de
lados transversales funcionales. Por otro lado, la multiplicidad de muescas en distinta localización (laterales, bilaterales o multilaterales en lascas; laterales o bilaterales en hojas
y hojitas), de tener algún significado sería como indicación
del grado de aprovechamiento de los soportes (economía de
Denticulación
la materia prima), aunque es cierto que los casos de multiplicidad y multilateralidad, como hemos dicho, son más
bien raros, en todos los tipos de soporte.
Sobre la contigüidad de las muescas a talón o a fractura,
en lascas, sólo cabe retener su escasa frecuencia y, en el segundo caso, su posible accidentalidad y no relación con una
particular técnica de fractura de soportes (además, prácticamente todas las muescas contiguas a fractura son del tipo
clactoniense, no retocadas).
A partir, pues, de estas observaciones, los criterios de
clasificación para las muescas quedarían ceñidos a la clase
de soporte (lasca / hoja u hojita), al módulo de espesor / delgadez para lascas (delimitado por el rango ya establecido:
e≥8 mm), y al estado de integridad o fractura para soportes
laminares, considerándose aparte los fragmentos s.s. (l<2a).
Denticulados
Caracterización, criterios de clasificación:
En su consideración tipológica clásica (Bordes, Tixier),
los denticulados vendrían definidos, como hemos dicho anteriormente, por una serie de muescas contiguas destacando
dientes, en un mínimo establecido de dos entalladuras sucesivas (Tixier, Fortea).
En los conjuntos estudiados, las denticulaciones responden a una variedad de rasgos y combinaciones dada por: 1)
una sucesión de dos o más muescas “clactonienses” o dos o
más muescas amplias retocadas (p.e., fig. 9, nº 5 y 8, respectivamente); 2) una línea denticulada o sinuosa formada
por una sucesión de muescas menos amplias –distintos grados de marginalidad– simples, retocadas o “mixtas” –conjunción de los dos primeros tipos– (p.e., fig. 9, nº 1 y 3;
fig. 11, nº 8, 9 y 11); 3) una combinación de muesca amplia
–clactoniense o retocada– y línea denticulada o sinuosa
(p.e., fig. 13, nº 3 y 5).
En la tabla 6 quedan reflejadas las cuantificaciones de
los diferentes tipos de denticulación para el global de denticulados de Or y Ereta, hallándose desdoblados los casos de
bilateralidad. Es una tabla a título indicativo, puesto que el ti-
Lasca
delgada
1
Hoja
Muescas clactonienses
Muescas retocadas
Lasca
espesa
14
-
Hojita
-
Fragmento
hoja
-
-
Fragmento
hojita
-
Línea denticulada
M + línea denticulada
16
1
44
1
72
9
36
-
47
1
7
-
Tabla 6.- Tipos de denticulación en las piezas con esta característica de Or y Ereta (suma total de efectivos).
14
Una excepción es la tipología de Binder (1987) para el Neolítico antiguo provenzal, donde existe el tipo Éclat épais à coche(s) clactonienne(s),
pero en la que, por otro lado, las muescas “retocadas” sobre cualquier cla-
se de soporte pierden su individualidad al quedar integradas entre las piezas
con extracciones irregulares.
61
[page-n-73]
Denticulación
Lasca
espesa
12
7
Lasca
delgada
33
2
Hoja
Hojita
24
8
Frag.
hoja
15
8
29
3
Frag.
Hojita
4
1
Alternante
Alterna
5
1
7
1
27
3
7
1
12
1
-
Marginal o profunda
Muy marginal
23
23
51
28
28
4
2
20
11
3
17
3
Unilateral
Bilateral
Distal
14
3
5
29
1
11
43
19
-
26
5
-
42
3
-
7
-
Lateral-distal
3
2
-
-
-
-
Opuesta a muesca
Opuesta a retoque continuo
1
5
1
8
1
8
4
5
1
-
Opuesta a embotadura
1
3
11
8
10
3
Directa
Inversa
Tabla 7.- Morfotecnia de los denticulados en Or y Ereta (suma total de efectivos).
Variantes
Lasca espesa
Denticulación
Denticulación mm
Lasca delgada
Denticulación
Denticulación mm
Hoja u hojita
Denticulación unilateral
Denticulación bilateral
Fragmento de hoja u hojita
Denticulación unilateral
Denticulación bilateral
Hoja u hojita
Denticulación mm unilateral
Denticulación mm bilateral
Fragmento de hoja u hojita
Denticulación mm unilateral
Denticulación mm bilateral
Hoja u hojita
Muesca y denticul. opuesta
Fragmento de hoja u hojita
Muesca y denticul. opuesta
Total
c
15
Or
18
16
2
34
14
20
64
48
16
19
15
4
26
23
3
6
6
5
5
1
1
173
EP
7
7
9
9
12
7
5
9
9
2
2
1
1
40
Total
25
23
2
43
23
20
76
55
21
28
24
4
28
25
3
6
6
5
5
2
2
213
Tabla 8.- Variabilidad de los denticulados en Or y Ereta sobre
caracteres seleccionados.
Como señalábamos en la nota anterior, una excepción se encuentra en la
lista de Binder, en la que el mismo tipo a que hacíamos referencia, Éclat
62
po de denticulación no suele recogerse como criterio de clasificación.15 Los aspectos a destacar son la correlación única que se da entre las denticulaciones producidas por
muescas clactonienses y las lascas espesas, hecho por lo demás totalmente esperable; la escasez de denticulaciones debidas a muescas amplias retocadas o a la combinación de
éstas o las clactonienses con una “línea denticulada”; y la
máxima significación de este último carácter, tal como lo hemos definido, en todos los grupos de soportes a excepción
del de lascas espesas. Las líneas denticuladas, cuando se trata de series continuas de muescas o extracciones simples,
conformarían lo que llamaríamos más propiamente un “retoque denticulado”. En todos los casos, la característica esencial de las denticulaciones perfiladas es su irregularidad
(líneas de muescas y extracciones que rompen la rectilineidad de los filos, sin crear “dientes” funcionales), lo que marca los límites con el grupo de “sierras y dientes de hoz”.
A señalar también que un gran número de las piezas que clasificamos como denticulados, sobre soportes laminares, entrarían en la categoría de las “hojas y hojitas Montbani” de
Rozoy y de las “hojas y hojitas con extracciones irregulares”
de Binder.
El resto de características morfotécnicas de los denticulados de Or y Ereta se recogen en la tabla 7 (ver también tabla
8). Estas piezas, al igual que las muescas, se prestan a pocas
indagaciones de estilo: los denticulados del Neolítico antiguo,
por lo observado, no muestran mayores diferencias con sus
homólogos eneolíticos, ni en la naturaleza ni en la dirección o
localización de los rasgos constitutivos (las proporciones en
uno u otro rasgo pueden variar, pero no las presencias cualita-
épais à coche(s) clactonienne(s), englobaría a muescas de estas características en disposición aislada o en contigüidad (formando denticulación).
[page-n-74]
Muescas y denticulados (MD): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Muesca
Lasca
Espesa (MD1)
Delgada (MD2)
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga” (MD3)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (MD4)
Denticulado
Lasca
Denticulación marginal o profunda
[Lasca] espesa (MD5)
[Lasca] delgada (MD6)
Denticulación muy marginal
[Lasca] espesa o delgada (MD7)
Hoja u hojita
Denticulación marginal o profunda
Pieza completa o fracturada “larga”
[Dent.] unilateral (MD8)
[Dent.] bilateral (MD9)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (MD10)
Denticulación muy marginal
Pieza completa o fracturada “larga” (MD11)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (MD12)
Muesca + denticulado en oposición
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga” (MD13)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (MD14)
Cuadro 7.
tivas). Por otro lado, hay que contar con la aleatoriedad que
preside la formación de un denticulado, en la medida en que
es el uso el que suele reconocerse como factor más probable
(el estilo, en morfotipos, es más previsible desde la intencionalidad). Respecto a la significación tecnofuncional, los comentarios realizados a propósito de las muescas son
igualmente válidos aquí: este sentido es prácticamente nulo
para la dirección o la localización de las denticulaciones, por
lo que no retendremos estos rasgos a efectos de clasificación.
Aparte de los datos de ocurrencia que tendrán repercusión en la formulación de los tipos (escasez de denticulaciones muy marginales en lascas espesas y, en disposición
bilateral, en soportes laminares; ausencia de denticulaciones
opuestas a muesca en lascas), la particularidad más llamativa
que se aprecia en la tabla 8 es la ausencia de denticulaciones
muy marginales en las series de la Ereta. Las piezas con esta
característica alcanzan buena representación en Or, estando
totalmente justificada su consideración tipológica. Son, por
otro lado, la clase de piezas en que el “retoque denticulado”
cobra su máxima expresión, produciendo líneas más regulares
que las que son comunes para las restantes denticulaciones,
independientemente de que esta regularidad sea una impresión ocasionada en más de un caso por el pequeño tamaño de
las extracciones. Con todo, no vemos en nuestros denticulados
muy marginales, ni formal ni técnicamente, apenas proximidad con los “microdenticulados” de algunas otras industrias
neolíticas europeas (cf. Bocquet, 1980; Juel Jensen, 1988).
Estos verdaderos microdenticulados responden a una intencionalidad de fábrica no percibida en nuestras piezas, cuyas
denticulaciones son, como hemos dicho, producto con bastante seguridad del uso; en cambio, el campo de utilización podría encontrarse más cercano, al remitir en los casos europeos
63
[page-n-75]
al trabajo de plantas duras o de fibras vegetales (Vaughan y
Bocquet, 1987; Juel Jensen, ibíd.), y en algunos de los nuestros a la siega de cereales, como testifica la presencia del lustre característico (v. fig. 14, nº 1).
Queda referirse a las morfotecnias especiales que constituyen las denticulaciones opuestas a muesca, a retoque
continuo no denticulado o a simple embotadura por extracciones de “uso” (tabla 7). Su detalle es también a título indicativo, como una muestra más de la variabilidad observada,
aquella en la que entran en juego rasgos de distinta naturaleza “morfológica” (al menos en lo que concierne al retoque
continuo y a la embotadura). En última instancia, estas piezas serían indicadoras del grado de aprovechamiento de los
soportes (si el retoque continuo, p.e., reviste un significado
funcional y no técnico), del mismo modo que la bilateralidad
o multilateralidad de las propias denticulaciones. Asumiendo
los preceptos basados en la “economía de la clasificación” y
en la jerarquía de los caracteres, la atención tipológica sólo
será puesta en los casos de denticulación opuesta a muesca,
al encontrarse ambos rasgos al mismo nivel jerárquico.16
Los criterios de clasificación tenidos en cuenta, pues,
para los denticulados de Or y Ereta, aparte del tipo de soporte, serían: con carácter general, la amplitud de la denticulación (marginal o profunda / muy marginal); en relación
con el soporte, la característica de espesor / delgadez para
lascas, y la localización de la denticulación (unilateral / bilateral) y el estado de integridad o fractura para hojas u hojitas. En el cuadro 7 se esquematizan estos criterios y los
contemplados para el subgrupo de las muescas.
Tipos:
Lasca espesa con muesca(s) (MD1)
Lasca o fragmento de lasca, de espesor igual o superior
a 8 mm, con una o más muescas no contiguas simples o retocadas, directas o inversas, unilaterales, bilaterales o multilaterales (fig. 6, nº 1, 2, 4 y 5).
Todas las piezas figuradas presentan muescas simples (“clactonienses”), las nº 4 y 5 inversas y contiguas a fractura.
Lasca delgada con muesca(s) (MD2)
Lasca o fragmento de lasca, de espesor inferior a 8 mm,
con las mismas características para las muescas que el tipo
anterior (fig. 6, nº 3 y 6 a 14; fig. 7, nº 1 a 9).
muescas retocadas. A observar en la nº 6 (fig. 6) la supresión del
talón y el bulbo por retoques planos bifaciales.
Hoja u hojita con muesca(s) (MD3)
Soporte técnicamente laminar, entero (extremos proximal y distal conservados) o fracturado (cuerpo proximal,
medial o distal), en ambos casos de l≥2a, con una o más
muescas no contiguas simples o retocadas, directas o inversas, unilaterales o bilaterales (fig. 7, nº 10 a 15; fig. 8, nº 1
a 9, 11, 15 y 16).
Presentan muescas simples, por uso o accidente, las piezas
nº 11 a 15 (fig. 7). Los casos de bilateralidad (nº 15 y 16, fig. 8)
lo son por muescas retocadas. Es bastante corriente en soportes laminares la presencia de retoques continuos marginales o de extracciones de “uso” (embotadura) acompañando a las muescas en
el mismo borde o en el borde opuesto (p.e., nº 11, 13, fig. 7; nº 1,
3, 7, fig. 8).
Fragmento de hoja u hojita con muesca(s) (MD4)
Fragmento extremo (l<2a) del tipo anterior (fig. 7, nº 16
a 18; fig. 8, nº 10, 12 a 14 y 17).
La pieza nº 12 (fig. 8) constituye un ejemplo de reutilización
de un antiguo elemento de hoz, dada la supresión de la pátina brillante (lustre de cereales) producida por el retoque de la muesca.
Lasca espesa con denticulación (MD5)
Lasca o fragmento de lasca, de espesor igual o mayor a
8 mm, con dos o más muescas contiguas simples o retocadas, de cualquier dirección y localización (fig. 9, nº 1 a 7).
En las piezas nº 4 a 7 la denticulación es por muescas “clactonienses”, distales en la nº 4; las nº 1 a 3 comportan “línea denticulada” por muescas “marginales” simples o simples y retocadas, en
disposición distal también en la nº 3, y latero-distal en la nº 1.
Lasca delgada con denticulación (MD6)
Lasca o fragmento de lasca, de espesor menor a 8 mm,
con las mismas características para la denticulación que el tipo anterior (fig. 9, nº 8 a 10; fig. 10, nº 1 a 3).
La pieza nº 8 (fig. 9) presenta denticulación por muescas retocadas “amplias”, distales; el resto de ejemplos, por muescas retocadas “marginales” o por línea denticulada.
Lasca [espesa o delgada] con denticulación muy marginal
(MD7)
Las piezas nº 8 a 11 (fig. 6) comportan muescas simples, de
disposición distal en nº 8 a 10, contigua a talón en nº 11; la nº 10
es una lasca de regularización de núcleo, extraída lateralmente con
respecto al frente de lascado y recortando (lado izquierdo) parte del
plano de percusión. El resto de piezas figuradas corresponde a
Lasca o fragmento de lasca, de cualquier espesor, con
denticulación muy marginal de cualquier dirección, lateral o
distal (fig. 10, nº 4 a 12).
16 Nuestra manera de proceder no es coincidente en este punto con la de
Tixier, en cuya tipología, en el grupo de piezas con muesca(s), se contempla el tipo Pièce a coche(s) ou denticulation et retouche continue. Conservar como tipos los definidos por la oposición denticulación-retoque
continuo o denticulación-embotadura, obligaría a hacer lo mismo en la ma-
yoría de grupos tipológicos que componen las colecciones estudiadas, esto
es, a desdoblar tipos cuando exista la confluencia de caracteres retenidos
como esenciales y, por tanto, determinantes de grupos específicos. A paliar
esta circunstancia (la multiplicación de entradas en un repertorio) es a lo
que va dirigido el principio de la jerarquía de los caracteres.
64
[page-n-76]
Las piezas nº 4 y 8 son lascas espesas, con “microdenticulación” lateral inversa la primera, y distal directa la segunda; en la nº 5
(fragmento de lasca delgada) la microdenticulación es alternante.
Fragmento de hoja u hojita con denticulación muy marginal (MD12)
Fragmento extremo del tipo anterior (fig. 14, nº 20).
Hoja u hojita con denticulación unilateral (MD8)
Soporte técnicamente laminar, entero o fracturado (en
ambos casos l≥2a), con dos o más muescas contiguas simples
o retocadas, formando por lo general “línea continua denticulada” marginal o profunda, de cualquier dirección y de localización unilateral (fig. 11, nº 1 a 16; fig. 12, nº 1 a 5).
La pieza nº 1 (fig. 11), con denticulación marginal alternante,
es un elemento de hoz, uso específico que ha debido originar las
pequeñas muescas y extracciones que marcan la denticulación; la
nº 2 (fig. 12), sin embargo, es un denticulado sobre elemento de
hoz (la línea de retoque, compuesta por extracciones irregulares
que dibujan una denticulación marginal, carece de cualquier vestigio de lustre, que sí se conserva en zonas interiores de la misma cara afectada –cara ventral–; la cara superior muestra aún todo el
lustre desde el mismo borde).
Hoja u hojita con denticulación bilateral (MD9)
Tipo anterior con denticulación en los dos lados (fig. 12,
nº 11 a 14; fig. 13, nº 1 a 3 y 5 a 8).
Las piezas nº 12 y 14 (fig. 12) y 3, 5 y 7 (fig. 13) son buenos
exponentes de denticulación formada por muescas amplias retocadas englobadas en líneas denticuladas.
Fragmento de hoja u hojita con denticulación (MD10)
Fragmento extremo (l<2a) de cualquiera de los dos tipos
anteriores (fig. 12, nº 6 a 10; fig. 13, nº 9 y 10).
Las piezas nº 6 a 10 (fig. 12) presentan denticulación unilateral; las nº 9 y 10 (fig. 13), bilateral. En fragmentos laminares extremos es imposible saber si la pieza, en un estado más “completo”
de conservación, podría haber comportado denticulación bilateral
(u otro rasgo diferente); por eso se unen ambas localizaciones en un
mismo tipo (criterio que se mantendrá para otros casos parecidos).
Hoja u hojita con denticulación muy marginal (MD11)
Soporte laminar, con las mismas características de estado y tipométricas que los tipos MD3, MD8 o MD9, presentando denticulación muy marginal unilateral o bilateral
(fig. 14, nº 1 a 14).
Las piezas nº 13 y 14 poseen “microdenticulación” bilateral,
siendo además raros ejemplos de soportes “enteros”. La pieza nº 1,
también completa, es un elemento de hoz, con microdenticulación
claramente de uso (el lustre afecta intensamente a todas las pequeñas extracciones, en las dos caras). El micro-denticulé se contempla en la clasificación del utillaje del yacimiento neolítico de Jean
Cros (Barbaza, Guilaine y Vaquer, 1979: 78).
Hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta]
(MD13)
Soporte laminar (cf. tipo MD11) con muesca opuesta a
denticulación (fig. 14, nº 15 a 17).
En la pieza nº 15, la muesca, retocada, se opone a dos muescas también retocadas contiguas y alternantes; en las nº 16 y 17, la
muesca, igualmente retocada, se halla en oposición a una línea denticulada.
Fragmento de hoja u hojita con muesca y denticulación
[opuesta] (MD14)
Fragmento extremo del tipo anterior (fig. 14, nº 18 y 19).
En ambas piezas figuradas (dos pequeños fragmentos de hojita), una muesca retocada se opone a una línea denticulada prácticamente muy marginal.
La simplificación de tipos es también posible en este
grupo, descartando, en primer lugar, el criterio de espesor
para lascas, dada la no individualización de las muescas o
denticulados “clactonienses” como tales y el hecho de que
las lascas delgadas también pueden presentar esta clase de
muescas o denticulados “simples” (no son rasgos exclusivos
de soportes gruesos, ni puede asegurarse, por otro lado, su
intencionalidad técnica); en segundo lugar, desestimando
como carácter específico de clasificación la amplitud “muy
marginal” de las denticulaciones, en razón de la misma aleatoriedad “morfológica” que se evidencia para todas las amplitudes/extensiones de denticulación (no existe, como
hemos subrayado anteriormente, un verdadero útil “microdenticulado” en las series examinadas). Así modificado, el
listado de tipos quedaría de la siguiente manera:
-
Lasca con muesca(s) (MD1)
Hoja u hojita con muesca(s) (MD2)
Fragmento de hoja u hojita con muesca(s) (MD3)
Lasca con denticulación (MD4)
Hoja u hojita con denticulación unilateral (MD5)
Hoja u hojita con denticulación bilateral (MD6)
Fragmento de hoja u hojita con denticulación (MD7)
Hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta]
(MD8)
- Fragmento de hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta] (MD9)
65
[page-n-77]
Fig. 6.- Muescas y Denticulados.
66
[page-n-78]
Fig. 7.- Muescas y Denticulados.
67
[page-n-79]
Fig. 8.- Muescas y Denticulados.
68
[page-n-80]
Fig. 9.- Muescas y Denticulados.
69
[page-n-81]
Fig. 10.- Muescas y Denticulados.
70
[page-n-82]
Fig. 11.- Muescas y Denticulados.
71
[page-n-83]
Fig. 12.- Muescas y Denticulados.
72
[page-n-84]
Fig. 13.- Muescas y Denticulados.
73
[page-n-85]
Fig. 14.- Muescas y Denticulados.
74
[page-n-86]
TRUNCADURAS
Familia tipológica contemplada como tal en los repertorios de Tixier y Fortea (“fracturas retocadas” también en la
denominación de este último autor), aunque con un mínimo
de entradas formalizadas (dos tipos y uno sólo retenidos,
respectivamente). Su entidad formal es mayor, en cambio,
en las tipologías de Rozoy (nueve tipos repartidos en grupos
diferentes), Binder (seis tipos en un grupo específico) o Vaquer (más de veinte tipos en nueve grupos). En las colecciones estudiadas, las truncaduras ofrecen porcentajes discretos
(cerca del 4% en Or, y del 3% en Ereta, en cómputos globales), pero compensados por una cierta variabilidad morfológica, sobre todo en Or.
Definición del grupo: Lascas, hojas y hojitas presentando un “frente” distal y/o proximal, producido por retoque generalmente abrupto, que interrumpe (“trunca”) el desarrollo
longitudinal del soporte en el sentido –siempre– de la talla.
La línea o frente creada por el retoque (la “truncadura”)
puede ser rectilínea, cóncava o convexa, directa o inversa
(raramente alternante o de otra bidireccionalidad), y la orientación normal u oblicua con respecto al eje de talla. Esencial en una truncadura es su continuidad de uno a otro borde
del soporte, marcando dos ángulos más o menos netos de
encuentro. No obstante, pueden darse casos de truncadura
parcial, en que restos de una superficie de fractura, muy raramente de un ápice triédrico (técnica de microburil), subsisten junto a la línea truncada, pero siempre guardando la
misma orientación.
La confusión de truncaduras, convexas o rectilíneas,
con raspadores de frente muy gastado es posible (Tixier,
Fortea), siendo determinante el espesor del frente (normalmente en una truncadura el frente suele ser poco grueso, exceptuando algunos soportes sobre lasca). En el caso de las
truncaduras dobles (bitruncaduras), el criterio de separación
con los geométricos lo marca la longitud del lado más corto entre líneas truncadas, que debe exceder para las primeras 1,5 veces o más la anchura de la pieza. Frente a otros
criterios establecidos (Fortea, Laplace, GEEM, Binder), éste nos ha parecido el más eficiente tras el examen de las piezas bitruncadas de Or y Ereta.
El término “truncadura”, en última instancia, designa
tanto al rasgo morfotécnico en sí como a la pieza que lo
comporta, en este último caso cuando no comparece otro carácter del mismo nivel jerárquico o superior.
17 Como dato curioso, J.-G. Rozoy, en una pequeña nota de reseña bibliográfica aparecida en el Bulletin de la Société Préhistorique Française (t. 94,
nº 2, 1997, p. 138), recoge el hallazgo, en una marisma del norte de Alemania, de dos armaduras mesolíticas (inicios del Boreal) con restos de cola de enmangue. Se trata de dos puntas simples con truncadura oblicua, con
Funcionalmente, los frentes truncados pueden constituir
tanto la parte activa de un útil (en consideración amplia) como la parte pasiva destinada a facilitar cualquier tipo de enmangue. En el primer sentido, piezas con truncadura oblicua
–sobre todo– han podido actuar como puntas de armas arrojadizas (armaduras-cabeza de flechas y azagayas), según
revelan distintos testimonios arqueológicos de cronología
epipaleolítica o mesolítica (v. Rozoy, 1978; Nuzhnyj, 1989).
Para momentos neolíticos, esta finalidad no se halla documentada al mismo nivel de testimonios (piezas insertadas en
sus astiles o mangos de madera o hueso), aunque es bien
probable, a falta de análisis traceológicos comprobantes, que
un buen número de truncaduras simples oblicuas, longitudinalmente cortas, de contextos sobre todo del Neolítico final
(p.e., y en lo que aquí respecta, algunas de las piezas de estas características de la Ereta del Pedregal), hayan tenido
aquella finalidad. Lo que sí han desvelado en cambio los estudios de trazas, para series neolíticas, es la utilización de las
propias truncaduras (los frentes truncados) en diferentes tipos de trabajos sobre distintas clases de materias. Así, por
ejemplo, en el yacimiento italiano de Campo Ceresole (grupo de Vhò), truncaduras rectas o convexas han cortado o raspado madera (Biagi y Voytek, 1992), al igual que en la
estación también italiana de Arene Candide, donde además
se ha determinado el trabajo del hueso o el asta, y de materiales más blandos (posiblemente la piel), acometido por
truncaduras idénticas y otras de frente oblicuo (Starnini y
Voytek, 1997); algunas de estas truncaduras oblicuas han podido perforar material blando, uso señalado igualmente para
piezas del mismo tipo del yacimiento neolítico esloveno de
Sammardenchia (Calani, 1996).
En cuanto al carácter de las truncaduras como acomodamientos para el enmangue, esta intencionalidad queda
bien explícita de nuevo en aquellos casos de piezas encontradas aún ensambladas, especialmente como dientes o filos
cortantes laterales de determinados tipos de flechas y azagayas (v. Nuzhnyj, 1989).17 En series neolíticas, tal carácter o
sentido tecnofuncional es también evidente para las truncaduras de configuración –rectas u oblicuas– de bastantes
“elementos de hoz”, como ocurre en la Cova de l’Or o en los
yacimientos italianos arriba indicados. En estos yacimientos, aparte del uso como hoces, los filos laterales de truncaduras generalmente rectas, sobre soportes laminares, han
raspado o cortado –sobre todo– materiales de distinta dureza, pudiendo mostrar alternativamente simples huellas de
la particularidad de que la cola o pega se halla dispuesta sobre las propias
truncaduras, indicando que éstas serían las partes enmangadas y que la punta en sí la constituirían las extremidades brutas de talla, en un montaje como cabezas de flecha.
75
[page-n-87]
Truncadura
Normal
Oblicua
espesa
1
-
Lasca
delgada
11
-
Hoja
Hojita
l!2a
10
6
l<2a
15
12
l!2a
10
5
l<2a
4
14
Total
51
37
Rectilínea
Cóncava
Convexa
1
-
10
1
-
13
1
2
24
2
1
12
3
14
1
3
75
4
9
Directa
Inversa
Alternante
1
-
8
3
-
16
-
24
3
-
9
5
1
15
2
1
73
13
2
Doble
-
-
3
-
4
-
7
Tabla 9.- Morfotecnia de las truncaduras en Or y Ereta (datos conjuntos).
enmangue. Si la finalidad de las truncaduras es clara en estos ejemplos (facilitar la inserción colectiva en un mango,
especialmente en los elementos de hoz), aún cabe otra intencionalidad de los frentes truncados como acondicionamientos pasivos, en particular los de orientación oblicua:
proporcionar una superficie de apoyo para los dedos en tareas de corte, ranurado, etc., cuando la parte activa la constituye el ápice o vértice formado por la truncadura y el filo
más largo, tal como se evidencia en alguna pieza de Arene
Candide (Starnini y Voytek, 1997).
Como ponen de relieve los datos arqueológicos y traceológicos, la orientación de las truncaduras puede revestir un
efectivo valor tecnofuncional, especialmente cuando éstas
suponen la parte activa o de uso directo (de un útil, en calidad de filos o frentes de trabajo, o de un arma, en calidad
de puntas de proyectil; truncadura “normal” vs. truncadura
“oblicua”). En consecuencia, el criterio de orientación será
uno de los tenidos en cuenta a la hora de la clasificación tipológica. Los restantes criterios vienen dados por la significación del resto a su vez de los caracteres morfotécnicos que
concurren en las truncaduras, recogidos en la tabla 9, de la
que hay que retener:
- La testimonialidad numérica de lascas espesas truncadas (e≥8 mm), y la exclusividad de la orientación
normal y casi de la delineación rectilínea de los frentes en esta clase en general de soportes.
- La inexistencia de truncamientos dobles en lascas.
- La poca relevancia de la dirección inversa en cualquiera de las categorías de soportes, y mucho menor de la
alternante (sólo observada en hojitas), sin ningún significado estilístico claro para estas direccionalidades.
- La irrelevancia de la delineación cóncava en soportes
laminares (como sucedía en las lascas), un poco menos acusada para la convexa en esos mismos soportes, sin olvidar para esta última delineación su
ambivalencia o connotación formal (frente de truncadura / frente de raspador).
76
- La tendencia a la equiparación de las orientaciones
normal y oblicua en piezas “cortas” (l<2a) sobre hoja, y la sobrerrepresentación de la orientación oblicua
en piezas del mismo módulo sobre hojita.
En base, pues, a estas apreciaciones, los criterios de clasificación para las truncaduras serían los siguientes (cuadro 8):
- Naturaleza del soporte (lasca / hoja u hojita).
- Para soportes sólo laminares, unicidad o duplicidad
del rasgo primario (truncadura simple / truncadura
doble).
- Para truncaduras simples sobre hoja u hojita, orientación de la truncadura (normal / oblicua); delineación
de ésta (rectilínea o cóncava / convexa); y estado de
integridad de la pieza, determinado por la presencia o
ausencia de fractura y el módulo dimensional (completa o fracturada “larga” / fracturada “corta”).
Tipos:
Truncadura sobre lasca (T1)
Lasca o fragmento de lasca, de cualquier espesor, presentando en un extremo de talla, generalmente el distal, un
frente abrupto de cualquier orientación, delineación y dirección (fig. 15, nº 1 a 4).
La mayoría de piezas observadas son lascas de espesor inferior
a 8 mm, siempre con truncaduras normales, raramente cóncavas
(pieza nº 4) o inversas (pieza nº 3).
Truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita (T2)
Soporte técnicamente laminar presentando en uno de los
extremos de talla, preferentemente el distal, un frente por lo
general abrupto de orientación normal, delineación rectilínea o cóncava y de cualquier dirección (fig. 15, nº 5 a 14;
fig. 16, nº 7 y 8).
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Truncaduras (T): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Lasca (T1)
Hoja u hojita
Truncadura simple
Normal
Rectilínea o cóncava
Pieza completa o fracturada “larga”
Pieza fracturada “corta” (T3)
Convexa
Pieza completa o fracturada “larga”
Pieza fracturada “corta” (T5)
Oblicua
Rectilínea o cóncava
Pieza completa o fracturada “larga”
Pieza fracturada “corta” (T7)
Convexa
Pieza completa o fracturada “larga”
Pieza fracturada “corta” (T9)
Truncadura doble (T10)
(T2)
(T4)
(T6)
(T8)
Cuadro 8.
La orientación normal supone que el ángulo que forma la parte característica o su cuerda (delineaciones no rectilíneas) con el eje
de talla es cercano a 90º o, en todo caso, superior a 60º. Las piezas
que aquí se incluyen pueden mostrarse “completas” o con fractura
opuesta a la truncadura (lo que no quiere decir que no se trate de
piezas igualmente completas); en el segundo caso, el módulo dimensional será de l≥2a. Las truncaduras cóncavas son francamente
escasas (fig. 16, nº 7 y 8), además de ofrecer concavidades poco
marcadas, motivo de su no individualización tipológica. De éstas,
la nº 8 es un buen ejemplo de truncadura completa “corta” (l<2a) y
de la no consideración del criterio corto / largo fuera de los estados
de fragmentación extrema, ya que lo que se pretende subrayar es
ese estado y no el específicamente dimensional, a establecer, si fuera el caso, a partir de valoraciones tipométricas más consecuentes.
Las piezas nº 10 y nº 13 (fig. 15) presentan la truncadura en el extremo proximal (conservan íntegra la parte distal), inversa en la nº
13. La pieza nº 12 (fig. 15) constituye uno de los raros casos con
truncadura parcialmente bifaz (retoque abrupto directo seguido de
semiabrupto y oblicuo en articulación sobrepuesta, reflejada esta
direccionalidad como “alternante” en la tabla 9). La nº 8 (fig. 15)
es un elemento de hoz.
Abundando en lo expuesto anteriormente, que retoma a la vez
consideraciones previas, las piezas aquí clasificadas no son truncaduras cortas, sino fragmentos de truncaduras, esto es, de “útiles”
–en sentido funcional y morfológico– evidentemente fracturados.
Esto no descarta que algunas de las piezas clasificadas en el tipo
anterior no lo sean también, invirtiendo los términos de lo allí sugerido (sólo hay que reparar en la pieza nº 11 de la fig. 15 y ver cuál
hubiera sido la clasificación de la parte superior ensamblada de encontrarse ésta aislada, considerando, por supuesto, que la truncadura haya sido producida con anterioridad a la rotura, ya que hay
un episodio diferente para cada uno de los fragmentos tras aquella,
marcado por la no continuidad de la alteración térmica que se observa dorsal y proximalmente en el que porta la truncadura; si la
truncadura se hubiera realizado después de la fragmentación, nos
hallaríamos ante un posible caso de fractura intencional). Los fragmentos nº 15, fig. 15, y nº 3, fig. 16, muestran la truncadura en el
extremo proximal (el nº 15 corresponde a un elemento de hoz); en
el nº 5, fig. 16, la truncadura la ha producido un retoque semiabrupto alternante. El nº 9, fig. 16, es otro de los pocos ejemplos con
truncadura cóncava, originada en parte por una muesca simple retocada (presenta otra muesca simple inversa en el lado izquierdo).
Fragmento de truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita (T3)
Truncadura normal convexa sobre hoja u hojita (T4)
Fragmento extremo (l<2a) del tipo anterior, en el que,
por definición, una fractura se opone siempre a la truncadura (fig. 15, nº 15 y 16; fig. 16, nº 1 a 6 y nº 9).
Tipo T2 con truncamiento de delineación convexa
(fig. 16, nº 10 a 12).
Las tres piezas figuradas, dos de ellas “completas”, la otra con
fractura proximal, son las únicas truncaduras normales convexas
77
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existentes en las colecciones estudiadas, todas de retoque abrupto
directo. Individualizamos el tipo por su singularidad y por lo que
puede representar de interferencia más directa con un raspador desde un plano estrictamente formal. Los criterios de distinción, recordémoslo, radican en un frente más delgado y enteramente abrupto
para las truncaduras convexas.
co, con toda evidencia una solución de enmangue apta para útiles
compuestos, del tipo de la hoz o similares.
Fragmento de truncadura normal convexa sobre hoja u
hojita (T5)
Como en el caso de sus homólogos con truncadura oblicua rectilínea o cóncava, algunos de estos fragmentos deben pertenecer
también a geométricos fracturados. Puede que sea sintomático el
hecho de que ninguno de los fragmentos extremos con truncadura
oblicua muestren lustre de cereales.
Fragmento extremo del tipo anterior (no figurado).
Truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita (T6)
Soporte laminar de las mismas características tipométricas
y de estado retenidas para T2 o T4, con truncadura generalmente abrupta de orientación oblicua, delineación rectilínea o
cóncava y de cualquier dirección (fig. 16, nº 13 a 16).
La orientación oblicua supone que el ángulo que forma la parte
característica o su cuerda (delineaciones no rectilíneas) con el eje de
talla es cercano a 45º o, en todo caso, comprendido entre 30º y 60º.
Un ángulo de 30º es el que marca el límite tipológico entre truncaduras y piezas de dorso. En todas las piezas figuradas la truncadura
es abrupta y directa, además de rectilínea; no hay constatada ninguna delineación cóncava en soporte “largo”. La nº 15 presenta en oposición a la truncadura una fractura accidental; se trata, por tanto, de
una pieza “larga” pero “incompleta”. La nº 16 es un elemento de hoz.
Fragmento de truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita (T7)
Fragmento extremo del tipo anterior (fig. 16, nº 17 a 19;
fig. 17, nº 1 a 6).
El nº 6, fig. 17, es el único ejemplo con truncadura ligeramente cóncava, sobre la parte proximal de una hojita; sobre esta misma
parte se han realizado las truncaduras de los fragmentos nº 19 de la
fig. 16 y nº 2 de la fig. 17, en este último por retoque inverso. Es del
todo probable que un buen número de estos fragmentos en especial
(más que los que presentan truncadura normal rectilínea) lo sean de
geométricos y no de verdaderas truncaduras simples o dobles. Es en
ello, en la posibilidad de pertenecer a clases tipológicas distintas, en
lo que descansa la individualización, en todos los casos de truncaduras, del estado de fragmentación extrema.
Truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita (T8)
Tipo T6 con truncamiento de delineación convexa
(fig. 17, nº 7 y 8).
Los dos ejemplos figurados corresponden a sendos elementos
de hoz. En las piezas “largas” con truncadura oblicua, y especialmente cuando presentan lustre de cereales, es donde se aprecia con
mayor claridad el sentido tecnofuncional de este rasgo morfológi-
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Fragmento de truncadura oblicua convexa sobre hoja u
hojita (T9)
Fragmento extremo del tipo anterior (fig. 17, nº 9 a 11).
Truncadura doble sobre hoja u hojita (T10)
Soporte laminar con dos truncaduras opuestas generalmente abruptas y de cualquier orientación, delineación y dirección (fig. 17, nº 12 a 16).
La longitud del lado más corto entre truncaduras será igual o
superior al 1,5 de la anchura del soporte. Una aplicación del criterios más corriente (distancia entre truncaduras mayor a dos veces la
anchura; cf. GEEM, Fortea, Laplace) hubiera obligado a clasificar
entre los geométricos a la mayor parte de las piezas bitruncadas
de Or y Ereta, con apariencia muy poco “geométrica”. Las piezas
nº 12 y 13 son truncaduras dobles cortas “rectangulares”, la primera con retoque abrupto alterno (directo-inverso), la segunda al límite dimensional con lo tipológicamente “geométrico”. También
rectangular es la pieza nº 14, mientras que la nº 15 –un elemento de
hoz– presenta truncaduras de orientación normal-oblicua (rectilínea-convexa) y la nº 16 oblicua-oblicua (ambas rectilíneas).
La reducción de tipos en este grupo puede hacerse prescindiendo del estado “pieza fracturada corta”, por las duplicidades que conlleva, al igual que se ha decidido en el caso
de los raspadores (en determinados “estereotipos”, la consideración formal del fragmento –no de otros módulos dimensionales bien precisados– puede resultar innecesaria). Si el
interés en reflejar dicho estado estaría en dar cuenta de los
posibles geométricos fracturados (sobre todo cuando se trata de truncaduras oblicuas), esto puede hacerse en el estudio
descriptivo que debe acompañar a toda valoración tipológica. El listado, por tanto, quedaría así:
- Truncadura sobre lasca (T1)
- Truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u
hojita (T2)
- Truncadura normal convexa sobre hoja u hojita (T3)
- Truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u
hojita (T4)
- Truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita (T5)
- Truncadura doble sobre hoja u hojita (T6)
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Fig. 15.- Truncaduras.
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Fig. 16.- Truncaduras.
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[page-n-92]
Fig. 17.- Truncaduras.
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[page-n-93]
[page-n-94]
GEOMÉTRICOS
Los dorsos y las truncaduras pueden ser producidos por
retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección, y encontrarse a veces complementados por un retoque oblicuo o
rasante, éste último invasor o no y de dirección contraria, raramente de la misma dirección (doble bisel s.l.); los biseles,
por retoque oblicuo bifacial o por retoque oblicuo y rasante
también bifacial (doble bisel s.s.). Las truncaduras en sí pueden tener una orientación normal u oblicua, y una delineación rectilínea, cóncava o convexa.
En cualquier forma geométrica siempre quedará como
mínimo un lado sin retoque, o al menos no afectado por alguno de los tipos de retoque arriba descritos (v. cuadro 9). La
longitud del lado menor entre truncaduras (para trapecios y
rectángulos) será siempre inferior al 1,5 del ancho de la pieza. El carácter “microlítico” (longitud inferior a 2,5 cm, cf.
Binder) es observable en una parte de los geométricos examinados, tanto de Or como de Ereta, y aunque esta dimensión puede ser rebasada en bastantes casos, raramente lo es
por encima de los 4 cm.
La función mayor tradicionalmente atribuida a los geométricos es la de armaduras de flechas o azagayas, insertados
como “puntas” o “dientes” laterales. Esta forma de utilización la han venido confirmando, desde antiguo, los hallaz-
gos arqueológicos de piezas de estas características aún
montadas en sus mangos o astiles de hueso, asta o madera, o
clavadas en huesos de animales o humanos, correspondiendo a diferentes contextos y cronologías, generalmente postpaleolíticos (v., al primer respecto, Rozoy, 1978; Nuzhnyj,
1989; al segundo, aparte de estos mismos autores, Cordier,
1990; Aaris-Sørensen y Brinch Petersen, 1986; Vencl, 1991;
Birocheau et al., 1999). A ello se han sumado –como para
otras clases morfológicas de útiles– los trabajos experimentales, dirigidos a la determinación de las trazas macro y microscópicas resultantes de la utilización como proyectiles, en
diferentes formas de enmangue, de variadas réplicas de microlitos geométricos, trazas con las que inferir, por comparación, la precisa funcionalidad de las piezas arqueológicas
(p.e., Odell, 1978; Fischer, Vemming Hansen y Rasmussen,
1984; Fischer, 1990; Gassin, 1991; Gibaja y Palomo, 2004;
Domingo, 2005a). A partir de estas experiencias e inferencias, ha podido comprobarse que los geométricos neolíticos
y eneolíticos (los de los periodos que aquí más nos afectan)
han sido concebidos y han actuado principalmente como elementos de armas arrojadizas, empleo que, ciñéndonos a
ejemplos cercanos, así se certifica para series más o menos
amplias de esta clase de armaduras pertenecientes a yacimientos de distintos ámbitos peninsulares (en simple referencia bibliográfica, v. Ibáñez Estévez y González Urquijo,
1996; García Puchol y Jardón, 1999; Rodríguez, 1999; Gibaja y Palomo, 2004; Domingo, 2004, 2005b, 2006; Fernández, 2006).
Otros usos de los geométricos neolíticos y eneolíticos
han sido también señalados, especialmente como elementos
de hoz, funcionalidad que en ocasiones muy contadas podría
haber determinado en parte la producción de armaduras geométricas.18 Éste no es el caso, empero, de las industrias neolíticas peninsulares, toda vez que entre el repertorio formal
geométrico se constate alguna pieza utilizada como armadura de hoz. Dicho empleo fue propuesto en su día por Criado
(1980), en un pionero estudio funcional, para un corto número de geométricos procedentes de dólmenes gallegos, determinación considerada después muy discutible por otros
autores (cf. Fábregas, 1992b; Domingo, 2005a: 22). Trazas
de uso originadas por el trabajo de plantas no leñosas se han
creído reconocer en un segmento y un triángulo de vértice redondeado, ambos de retoque en doble bisel, de los niveles cerámicos –b y c2– del abrigo bajoaragonés de Costalena
(Domingo, 2004), sugiriéndose una posible relación con el
procesado de cereales. Más claramente, en el conjunto de geométricos de la Cova de l’Or aquí estudiados hay contabili-
18 Una tal orientación de fábrica, poniendo un ejemplo lejano en el espacio, aunque no en el tiempo, parece reflejarse en la amplia serie de trape-
cios, triángulos y segmentos con lustre de cereal del yacimiento pakistaní
de Mehrgarh (Lechevallier, 1978, 1980).
Familia tipológica con gran peso específico en los repertorios generales del Epipaleolítico-Mesolítico (Tixier,
Rozoy, GEEM, Fortea), pero también en los del Neolítico
antiguo (Binder) y Neolítico/Eneolítico (Vaquer), conteniendo un buen número de entradas de clasificación repartidas
en diferentes clases formales o técnicas.
Los geométricos se hallan relativamente bien representados en las colecciones líticas de la Cova de l’Or analizadas
(cerca del 11% sobre el total global del utillaje, incluidas las
piezas con simples señales de uso), todo lo contrario que en
las de la Ereta del Pedregal (un escaso 1% sobre el mismo
cómputo global). El conjunto de geométricos de Or, pues, es
el que ha proporcionado las bases para la clasificación tipológica que ofrecemos, facilitada por una variedad morfológica y técnica suficiente (prácticamente todos los tipos
retenidos se encuentran en este yacimiento).
Definición del grupo: Piezas, básicamente sobre soporte laminar, de silueta geométrica obtenida por un dorso o
un “bisel” curvos (cf. segmentos), por sendas truncaduras
opuestas (cf. trapecios, triángulos, rectángulos) o por “biseles”, normalmente rectilíneos, también opuestos (cf. triángulos de doble bisel).
83
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Cuadro 9.- Geométricos. Morfología analítico-descriptiva básica.
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zadas 4 piezas (de 166) que comportan lustre de cereal visible, si bien tres de ellas, por una u otra característica, discuerdan dentro de la serie (son, en concreto: un gran segmento de
retoque abrupto alternante –fig. 18, nº 2–, un segmento de
doble bisel parcial –fig. 18, nº 11– y un gran trapecio simétrico –fig. 19, nº 6–; la cuarta pieza es un trapecio de lado
cóncavo –fig. 21, nº 12–, con la particularidad de que el lustre afecta a la base menor o lado no truncado corto, delatando la reutilización de un elemento de hoz sobre hoja). De
estas piezas, el gran segmento y el gran trapecio son sin duda elementos de hoz en todo su sentido funcional, con acomodamientos específicos que les confieren una morfología
“geométrica”. Su inclusión en el grupo de los geométricos,
hay que decirlo, viene impuesta, más que por esa morfología
–sobre todo en el caso del gran trapecio–, por observancia de
los criterios de clasificación que guían cualquier construcción tipológica (aquí, el establecido para separ geométricos
de truncaduras dobles).19 Lo que propugnan en definitiva estos datos es que, ante unas pocas piezas por serie no habiendo actuado como proyectiles, resulta muy forzado hablar de
los geométricos en términos de “polifuncionalidad”, cuando
de lo que se trata mayormente es de usos complementarios
esporádicos si no de meras reutilizaciones.20
Partiendo del empleo general como armaduras de flechas
de los microlitos geométricos, tecnofuncionalmente serían
importantes los caracteres de simetría/asimetría y longitud
absoluta de las piezas (dada ésta por la largura de la base mayor en los trapecios, la “cuerda” o filo bruto en los segmentos y el lado no retocado en los triángulos; v. cuadro 9). Estos
caracteres pueden influir en la forma de enmangue, atendiendo a que las piezas simétricas y cortas son más apropiadas
para una disposición –por ejemplo– como armaduras cortantes (flèches tranchantes). En nuestra clasificación, se ha tenido en cuenta el criterio de simetría/asimetría para los
trapecios de lados rectilíneos. A efectos de estilo, como iremos viendo (sobre todo en el capítulo siguiente), serían relevantes la morfología (silueta) y el tipo de retoque, criterios
ambos tomados en consideración.
Criterios de clasificación (cuadro 10):
- Forma geométrica básica (segmento, triángulo, trapecio, rectángulo).
- Para segmentos, triángulos y rectángulos, técnica de
fabricación exclusivamente (retoque abrupto / retoque en doble bisel u otro retoque bidireccional, excluido el abrupto cruzado).
- Para trapecios, presencia o no de base pequeña retocada (las bases las constituyen los lados no retocados).
19 La aplicación estricta de este criterio, a nuestro parecer, llevaría a considerar como truncaduras dobles las piezas trapeciales con lustre del yacimiento andaluz de los Murciélagos de Zuheros, y no como geométricos
(Vera, 1999).
20 Sin salirnos de contextos neolíticos, éste es el sentido del doble uso, como armaduras de flechas y como perforadores/grabadores, que señala Ca-
- Para trapecios sin base pequeña retocada, presencia de
los caracteres “rectángulo” (una truncadura perpendicular al eje de talla) y “bases desplazadas” (truncaduras en el mismo sentido de oblicuidad), o ausencia de
ambos caracteres.
- Para trapecios rectángulos o con bases desplazadas,
tipo de retoque (abrupto / abrupto + oblicuo o rasante complementario) y delineación del lado menor retocado o truncadura menor en los casos de
retoque abrupto (rectilíneo y/o cóncavo / convexo).
- Para trapecios no rectángulos y sin bases desplazadas,
delineación de los lados retocados o truncaduras (rectilíneos / cóncavo(s) / convexo(s)); tipo de retoque
(abrupto / abrupto + oblicuo o rasante complementario) excepto en los casos de lado(s) convexo(s); y carácter de simétrico o asimétrico (truncaduras opuestas
de igual o desigual oblicuidad) para los trapecios de lados rectilíneos abruptos.
Nuestra clasificación de los geométricos sigue esencialmente la de Fortea, sintetizando o ampliando, eso sí, las
clases de este autor o añadiendo otras nuevas (cf. “rectángulos”), siempre bajo criterios de entidad numérica y otros significados relevantes. La reducción de tipos, por ejemplo, es
bastante drástica en el caso de los triángulos (dos únicas entradas frente a las diez de Fortea), mientras que la inclusión
de nuevos tipos se ha hecho necesaria en la clase de los trapecios, con la consideración de las variantes de bases desplazadas (antiguas formas “romboidales”, cf. GEEM). Otra
novedad también importante con respecto a Fortea radica en
la retención de la técnica de retoque como factor de individualización tipológica, oponiendo el retoque abrupto estricto
al doble bisel o a otras modalidades de retoque bidireccional,
ello en prácticamente todas las clases formales. En definitiva, nuestra clasificación, contrariamente a la de Binder, parte en primer lugar de la morfología primaria (silueta) de los
geométricos, haciendo intervenir en algún nivel subsiguiente
aspectos más puramente tecnológicos como la modalidad del
retoque. La morfología, tanto o más que la técnica, se ha revelado en nuestro ámbito de estudio con un significativo valor cronológico, como veremos en su momento.
Tipos:
Segmento de retoque abrupto (G1)
Geométrico con la silueta de un segmento de círculo cuyo dorso curvo o “arco” es producido por retoque abrupto o
semiabrupto de cualquier dirección (fig. 18, nº 1 a 7).
lani (1996) para 10 microlitos romboidales del yacimiento esloveno de
Sammardenchia; o de la referencia que hace Gassin (1996) a un gran trapecio disimétrico de la Grotte de l’Église utilizado para “rascar”, el único de
la serie analizada que no sería un proyectil; o la de Domingo (2004) con respecto a un gran triángulo de doble bisel del nivel c2 de Costalena con huellas de haber trabajado piel.
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Geométricos (G): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Segmento
Retoque abrupto (G1)
Retoque en doble bisel u otro retoque bidireccional (G2)
Triángulo
Retoque abrupto (G3)
Retoque en doble bisel u otro retoque bidireccional (G4)
Trapecio
Sin base pequeña retocada
No rectángulo, no bases desplazadas
Lados rectilíneos
Retoque abrupto
Simétrico (G5)
Asimétrico (G6)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G7)
Lado(s) cóncavo(s)
Retoque abrupto (G8)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G9)
Lado(s) convexo(s) (G10)
Rectángulo
Retoque abrupto
Lado menor rectilíneo o cóncavo (G11)
Lado menor convexo (G12)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G13)
Bases desplazadas
Retoque abrupto
Lado menor rectilíneo (G14)
Lado menor cóncavo (G15)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G16)
Con base pequeña retocada (G17)
Rectángulo
Retoque abrupto (G18)
Retoque oblicuo o rasante complementario (G19)
Cuadro 10.
El retoque debe suprimir prácticamente cualquier traza del talón y el bulbo del soporte laminar de partida. La pieza nº 2 es un
elemento de hoz, con carácter de segmento “atípico” no tanto por
sus dimensiones como por el retoque semiabrupto alternante del
dorso o arco; lo usual es que los arcos estén conformados por retoque abrupto directo. Las piezas nº 4 y 5 muestran una ligera asimetría del dorso, rasgo susceptible de consideración tipológica para
algunos autores (cf. GEEM, 1969: 360).
Segmento de retoque en doble bisel (G2)
Segmento de círculo con arco obtenido total o parcialmente por retoque oblicuo bifacial o por retoque oblicuo y
86
plano también bifacial, más raramente por otro retoque bidireccional (fig. 18, nº 8 a 12).
En los especimenes de doble bisel es donde mejor llega a encontrarse el carácter de “media luna” (cf. Fortea), o de “segmento
ancho” (cf. GEEM), propio de aquellas piezas con una anchura máxima igual o superior a un tercio de la longitud. Esta distinción, sin
embargo, es poco o nada operativa en una clase tipológica con escasos efectivos (igual que la de “segmento asimétrico”). La pieza
nº 10 constituye el único ejemplo con dorso abrupto directo complementado por retoque oblicuo inverso (arco no estrictamente en
doble bisel). La nº 11 presenta doble bisel parcial, completando a
un retoque abrupto directo; muestra además lustre intenso en la mi-
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tad inferior de la cuerda (lado no retocado), aunque es difícil precisar si se trata de un elemento de hoz en sí o de un segmento elaborado sobre una antigua pieza de estas características.
líticos (Cova de l’Or), si bien el criterio establecido no permite clasificarla entre las truncaduras dobles.
Trapecio asimétrico (G6)
Triángulo de retoque abrupto (G3)
Geométrico con la silueta de un triángulo, presentando
tres ángulos bien marcados, uno de los cuales (vértice) es el
punto de unión de dos truncaduras obtenidas por retoque
abrupto o semiabrupto de cualquier dirección y delineación
(fig. 18, nº 13 a 16).
Las piezas nº 13 y 14 son triángulos isósceles (truncaduras
o lados retocados sensiblemente iguales), la segunda de ellas con
retoque abrupto inverso y elaborada sobre lasca. Las nº 15 y 16
corresponden a triángulos escalenos (truncaduras de longitud desigual), la primera con retoque alterno (directo-inverso) que le confiere un cierto grado de “atipismo” (un poco más del que ya
revisten la nº 14 y la nº 16); clasificamos como triángulo esta pieza (nº 15) porque la truncadura superior suprime el talón y el bulbo de la hoja soporte.
Triángulo de retoque en doble bisel (G4)
Triángulo con uno o ambos lados retocados por retoque
bifacial oblicuo u oblicuo y plano (fig. 18, nº 17 y 18).
La pieza nº 17 pasaría por un triángulo con el vértice redondeado, tipo retenido por Fortea; la proximidad de estos “triángulos”, prácticamente siempre retocados en doble bisel, con los
segmentos o medias lunas con la misma modalidad de retoque es
del todo manifiesta, poniendo de relieve lo que debe tratarse de una
mera variabilidad dentro de una misma clase morfológica y técnica (y por ende funcional). La pieza nº 18 la perfila un retoque oblicuo inverso con algunas extracciones planas, presentando doble
bisel en uno sólo de los lados.
Trapecio simétrico (G5)
Geométrico con la silueta de un trapecio, obtenida por
dos truncaduras opuestas rectilíneas de igual inclinación sobre las bases o la misma longitud, a partir de retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 18, nº 19 a 23;
fig. 19, nº 1 a 7).
Como puede observarse en las figuraciones, un buen porcentaje de trapecios simétricos (los procedentes de la Cova de l’Or)
presenta truncaduras “alternas”, constituidas por retoque directoinverso en oposición. La pieza nº 19 (fig. 18) comporta una extracción “burinoide” (pequeña faceta de buril) a partir de una de las
truncaduras y en el ángulo de encuentro con la base mayor, en el
sentido longitudinal de ésta; con toda probabilidad se trata de una
traza de impacto, producida por un uso como armadura “punzante”, no de filo transversal.21 La nº 6 (fig. 19), una gran pieza trapezoidal, es un elemento de hoz sin duda así conformado; sus
dimensiones exceden los módulos corrientes de los trapecios neo-
21
Una y otra forma de utilización o disposición en el astil de las armaduras
geométricas (trapeciales en este caso) ha sido bien precisada por los estudios
experimentales, dando cuenta de las específicas trazas de impacto resultantes.
Traemos a colación, por sus más directas implicaciones, las experiencias de
Gassin en su intento por dilucidar el modo de empleo de los trapecios de la
Trapecio con dos truncaduras opuestas rectilíneas, de
desigual inclinación sobre las bases o distinta longitud, obtenidas por retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 19, nº 8 a 21; fig. 20, nº 1 a 11).
Igual que en el caso de los trapecios simétricos, un buen número de los asimétricos (nuevamente de la Cova de l’Or) comportan truncaduras alternas, y a veces inversas bilaterales (fig. 19,
nº 12 y 18). Las piezas nº 17 y 21 (fig. 19) poseen trazas de impacto
“burinoides”, en la disposición propia de las armaduras punzantes.
Las nº 17 (fig. 19) y nº 10 (fig. 20), al proceder de la colección de
la Ereta del Pedregal, sus módulos dimensionales se hallan acordes
con los de una buena parte de los soportes laminares de este yacimiento neoeneolítico.
Trapecio simétrico o asimétrico con retoque oblicuo o rasante complementario (G7)
Trapecio de uno de los dos tipos anteriores presentando en
al menos uno de sus lados “truncados” un retoque oblicuo o rasante complementario, directo o inverso (fig. 20, nº 12 y 13).
El doble bisel estricto (bidireccionalidad producida por la confluencia de dos retoques oblicuos) raramente se observa en los trapecios de Or o Ereta. En los ejemplares figurados, de perfil simétrico,
las líneas con retoque abrupto o semiabrupto (truncaduras también en
sentido estricto) son alternas, complementadas con retoque oblicuo o
con extracciones planas o rasantes de dirección contraria.
Trapecio con lado(s) cóncavo(s) (G8)
Trapecio con dos truncaduras opuestas una al menos de
ellas de delineación cóncava, obtenidas ambas por retoque
abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 20, nº 14
a 23; fig. 21, nº 1 y 3 a 16).
El perfil dado por la inclinación de las truncaduras (su cuerda
en los casos de no rectilineidad) puede ser simétrico o asimétrico;
los lados no cóncavos pueden tener una delineación rectilínea o
convexa. La mayor parte de las piezas ilustradas corresponden a variantes con un solo lado cóncavo que, en los casos de marcada asimetría (p.e., fig. 20, nº 14 y 19), debe constituir la parte “basal”
(truncadura inferior), pensando en términos de armadura punzante;
los trapecios con dos lados cóncavos, normalmente simétricos, son
constatadamente escasos en los contextos estudiados (fig. 21, nº 9,
15 y 16). Las truncaduras alternas también se observan en esta modalidad de trapecios (fig. 20, nº 20; fig. 21, nº 11), aunque en menor proporción que en los especimenes de lados rectilíneos.
La pieza nº 6 (fig. 21) es uno de los pocos casos en que una truncadura (la superior rectilínea) se halla realizada por retoque abrupto alternante (directo-inverso en continuidad). La nº 10 (fig. 21)
presenta una traza de impacto (pequeña faceta de buril) partiendo
Grotte Lombard, yacimiento del Neolítico antiguo cardial en la zona de Niza
(Gassin, 1991: 54-60); también las de Gibaja y Palomo (2004) y Domingo
(2005) para el mismo tipo de armaduras y en función del estudio de las series
arqueológicas de diferentes estaciones neolíticas catalanas y epipaleoliticas
recientes y neolíticas del valle del Ebro, respectivamente.
87
[page-n-99]
del extremo apical de la truncadura superior rectilínea. La nº 12
(fig. 21) conserva restos de lustre de cereales en la base menor, evidencia indudable de la reutilización de un elemento de hoz.
En los dos ejemplos figurados el retoque abrupto que conforma
las truncaduras es directo bilateral. La pieza nº 13 presenta un retoque muy marginal (cercano al retouche de Fère) en la base mayor.
Trapecio con lado(s) cóncavo(s) y retoque oblicuo o rasante complementario (G9)
Trapecio rectángulo con retoque oblicuo o rasante complementario (G13)
Trapecio del tipo anterior con uno al menos de sus lados
“truncados” complementado por retoque oblicuo o rasante,
directo o inverso (fig. 21, nº 2 y 17 a 19).
Trapecio de uno de los dos tipos anteriores con retoque
oblicuo o rasante, directo o inverso, en el lado menor
(fig. 22, nº 6, 14 y 16 a 18).
De los casos figurados, únicamente el nº 17 comporta retoques complementarios bilaterales (oblicuos/rasantes directos sobre
truncaduras abrupta y semiabrupta inversas), además de mostrar
una evidente traza de impacto. En las piezas nº 2 y nº 19 las truncaduras son alternas, complementadas unilateralmente por retoques rasantes inversos y directos, respectivamente. En la nº 18, la
truncadura rectilínea (la superior) es alternante, con extracciones
rasantes inversas que se sobreponen a parte de la línea de truncamiento.
La pieza nº 17 es un trapecio de lado menor convexo con retoque rasante inverso; las nº 6 y 16, de lado menor rectilíneo y retoque rasante directo. En los tres casos el lado menor se halla
“truncado” por retoque abrupto directo o inverso. Frente a esta normalidad “técnica”, la particularidad de las piezas nº 14 y nº 18 reside en que los retoques complementarios (rasante inverso en la
primera y rasante directo en la segunda) parten de sendas fracturas
no retocadas; la ausencia de “truncadura” en el lado menor, sin embargo, no va en contra del carácter evidente de “geométricos” de estas piezas, cumpliendo la fractura el papel de la “preceptiva” línea
truncada (ambos rasgos son sin duda tecnofuncionalmente equiparables). De cualquier modo, es la existencia mínima del retoque
complementario la que permite en estos casos una consideración tipológica “geométrica”, que sólo la falta de este retoque haría cambiar a la de “truncadura simple”, con independencia de que una
truncadura simple oblicua, de módulo “corto” (por fractura intencional o no), haya podido actuar como armadura geométrica.
Trapecio con lado(s) convexo(s) (G10)
Trapecio con dos truncaduras opuestas de las cuales una
al menos es de delineación convexa, obtenidas ambas por retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 21,
nº 20 y 21; fig. 22, nº 1 a 5).
El lado no convexo será siempre de delineación rectilínea; los
perfiles, como en todos los tipos de trapecios, pueden ser simétricos o asimétricos. En esta variante formal, por lo demás poco representada, no se ha documentado ningún caso con retoques
complementarios. La conformación por truncaduras alternas puede
observarse en las piezas nº 21 (fig. 21) y nº 3 y 5 (fig. 22). Las nº 3
a 5 (fig. 22) corresponden a ejemplares con dos lados convexos.
Trapecio rectángulo con lado menor rectilíneo o cóncavo
(G11)
Trapecio con dos truncaduras opuestas, obtenidas por
retoque abrupto o semiabrupto, una de ellas –siempre la menor o truncadura inferior– aproximadamente perpendicular a
las bases, de delineación rectilínea o cóncava y de cualquier
dirección (fig. 22, nº 7 a 12).
Los trapecios rectángulos son asimétricos por definición, al
presentar sólo un lado inclinado sobre las bases, la truncadura mayor o de apuntamiento, normalmente rectilínea y directa, formando
también por regla un ángulo igual o inferior a 45º con la base mayor. Para el GEEM (1969: 361), una ligera oblicuidad de la truncadura menor “basal” es aceptable, siempre que el desplazamiento así
formado no sobrepase un sexto de la anchura de la pieza. La concavidad del lado menor en este tipo de trapecios es por lo general
poco marcada (fig. 22, nº 10 a 12), hecho de su no individualización formal. La dirección de las truncaduras puede darse en cualquier otra posibilidad que la directa bilateral más común: alterna
(nº 10) o inversa bilateral (nº 9); la pieza nº 8 representa uno de los
pocos casos, pero altamente significativo, de truncadura mayor realizada por retoque abrupto cruzado.
Trapecio rectángulo con lado menor convexo (G12)
Trapecio de las mismas características que el tipo anterior con la truncadura menor de delineación convexa
(fig. 22, nº 13 y 15).
88
Trapecio de bases desplazadas con lado menor rectilíneo
(G14)
Trapecio con dos truncaduras opuestas, obtenidas por retoque abrupto o semiabrupto, la menor de las cuales (siempre
la truncadura inferior o lado más corto) presenta una oblicuidad en el mismo sentido que la truncadura mayor, siendo su
delineación rectilínea, directa o inversa (fig. 22, nº 19 y 20).
En los trapecios de bases desplazadas, la inclinación de la
truncadura “basal” suele ser generalmente menor que la de la gran
truncadura, y el ángulo de apuntamiento de ésta última raramente
mayor de 45º. Por otro lado, el desplazamiento determinado por la
pequeña truncadura debe ser superior a 1/6 de la anchura de la pieza (GEEM). En el ejemplar nº 19 el retoque del lado menor es
abrupto alternante, incidiendo sobre una fractura prácticamente encubierta; en el nº 20 el desarrollo del lado menor, de retoque directo, queda interrumpido por otra fractura, sin poder precisarse la
anterioridad o posterioridad de ésta a la fabricación del trapecio.
Trapecio de bases desplazadas con lado menor cóncavo
(G15)
Trapecio de las mismas características que el tipo anterior con la truncadura menor de delineación cóncava (fig. 22,
nº 21; fig. 23, nº 1).
En ambos ejemplos el retoque de las truncaduras es abrupto
directo, presentando la pieza nº 21 (fig. 22) una leve fractura en la
base menor.
Trapecio de bases desplazadas con retoque oblicuo o rasante complementario (G16)
Trapecio de uno de los dos tipos anteriores con retoque oblicuo o rasante, directo o inverso, en el lado menor (fig. 22, nº 22).
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En el ejemplo figurado, de lado menor cóncavo, la truncadura
inversa por retoque semiabrupto se halla complementada por retoque rasante directo.
En los dos ejemplos figurados el retoque complementario es
bilateral, rasante o rasante invasor inverso, partiendo de truncaduras abruptas o semiabruptas.
Trapecio con base pequeña retocada (G17)
La única simplificación posible al listado de geométricos, ya de por sí aligerado en alguna de las clases formales
(cf. triángulos), pasaría por obviar la modalidad de retoque
como criterio de clasificación, con lo que dejarían de tener
reflejo los tipos con doble bisel estricto o con truncadura
complementada. Las técnicas de conformación geométrica,
por supuesto, habrían de ser detalladas y valoradas en el correspondiente estudio descriptivo. Sin embargo, no creemos
conveniente esta solución, ya que privaría al repertorio de
una de sus finalidades importantes de uso: la de poder visualizar de manera inmediata aspectos “culturales” distintivos inscritos en el utillaje formalizado. En este sentido, y
como veremos en el capítulo siguiente, el doble bisel tiene
una evidente significación “estilística” para el Neolítico antiguo peninsular, ligada a su distribución espacial. Dicha técnica, en efecto, y en comparación con el cuadrante nordeste
(Cataluña, Aragón), se revela con poca entidad en los contextos cardiales y epicardiales del ámbito meridional valenciano, y prácticamente con ninguna en los mismos contextos
de la Andalucía mediterránea y atlántica (Martí y Juan Cabanilles, 1997) o de Portugal (Carvalho, 1998). Por otro lado, e incidiendo en el caso de los triángulos, tal vez habría
que reconsiderar las pocas entradas asignadas a esta clase
formal, circunstancia derivada de su escasa representación
en las colecciones analizadas y particularmente en la de la
Cova de l’Or, que es la que ha aportado la base principal para la clasificación de los geométricos. Los triángulos, es
cierto, revisten mayor entidad numérica y variabilidad morfológica en otros conjuntos del Neolítico antiguo, en concreto aquellos que corresponden a yacimientos localizados
igualmente en el área nordeste peninsular.
Trapecio cuya base menor presenta un retoque abrupto o
semiabrupto igual al de los lados retocados (fig. 23, nº 2 a 8).
La diferencia con el tipo definido por Fortea (1973: 96) se encuentra en la equivalencia exclusiva del retoque de lados y base, ya
que para este autor el retoque de la base pequeña puede ser de una
modalidad distinta (p.e., retoque de tipo Fère). En nuestro caso se
ha tenido en cuenta que muchos retoques marginales o muy marginales (del tipo Fère o no) que afectan a las bases de los trapecios
(p.e., fig. 22, nº 3) pueden estar relacionados con el reaprovechamiento de otros útiles sobre soporte laminar. Como se observa en
las ilustraciones, prácticamente todos los ejemplares entrevistos
corresponden a trapecios de lados rectilíneos y de perfil simétrico,
con truncaduras y abatimiento de la base menor en el mismo sentido direccional, generalmente directo (sólo la pieza nº 2, fig. 23,
presenta retoque inverso en su totalidad).
Rectángulo de retoque abrupto (G18)
Geométrico con la silueta de un rectángulo, obtenida
por dos truncaduras opuestas rectilíneas y aproximadamente
perpendiculares a las bases, a partir de retoque abrupto o semiabrupto de cualquier dirección (fig. 23, nº 9 a 12).
La pieza nº 10 está fabricada sobre un fragmento de lasca. En
la nº 9 las dos truncaduras son inversas. La nº 12 pasaría por un pequeño “tranchet”.
Rectángulo con retoque oblicuo o rasante complementario
(G19)
Rectángulo con uno al menos de sus lados “truncados”
complementado por retoque oblicuo o rasante, directo o inverso (fig. 23, nº 13 y 14).
89
[page-n-101]
Fig. 18.- Geométricos.
90
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Fig. 19.- Geométricos.
91
[page-n-103]
Fig. 20.- Geométricos.
92
[page-n-104]
Fig. 21.- Geométricos.
93
[page-n-105]
Fig. 22.- Geométricos.
94
[page-n-106]
Fig. 23.- Geométricos.
95
[page-n-107]
[page-n-108]
HOJAS Y HOJITAS CON RETOQUE MARGINAL
En la lista de Fortea, como en la de Tixier, sólo hay un tipo en el que podrían clasificarse las piezas que aquí consideramos, incluido en el grupo de Diversos (cf. Pieza con retoque
continuo). El repertorio de Rozoy, en cambio, ofrece más posibilidades, al recoger ciertos tipos como las hojas y hojitas
con retoques regulares –no abruptos– parciales o continuos, o
las hojitas “ribeteadas” (lamelle bordée), contando además,
extremando esas posibilidades, con algunas de las variedades
de hojas y hojitas “Montbani” (p.e., à retouches jumelles y à
retouches décalées, cuando la irregularidad de las líneas de retoque no es tan acusada). La tipología de Binder, pese a estar
concebida para el Neolítico antiguo, vuelve a ser tan parca como la de Tixier o Fortea, reduciéndose prácticamente a dos las
entradas susceptibles de aplicación, concretamente en el grupo de las piezas con retoques laterales no abruptos (hojas u
hojitas de estas características y sus fragmentos); una más podría ser también factible si, como en el caso de las hojas y
hojitas Montbani, el criterio de irregularidad es tomado con
alguna laxitud (cf. lames et lamelles à enlèvements latérales,
en el grupo de las piezas con extracciones irregulares). En
otros catálogos o repertorios tipológicos para materiales neolíticos o eneolíticos (p.e., Cahen, Caspar y Otte, 1986; Vaquer, 1990; Winiger, 1993; Honegger, 2001) las posibilidades
de clasificación no son mayores que en Binder.
Esto no obstante, las hojas y hojitas con retoques marginales, tal como las definiremos seguidamente, constituyen
una serie industrial característicamente neolítica, al menos
en el ámbito del Mediterráneo peninsular y para sus fases,
sobre todo, cardial y epicardial, lo que nos ha llevado a su
plena individualización como grupo. En la Cova de l’Or representan cerca del 18% en cómputos industriales globales
(algo más del 26% sin tener en cuenta las piezas con señales
de uso), descendiendo a aproximadamente el 6% en la Ereta
del Pedregal (un índice apenas superior descontando el mismo conjunto de piezas).
muy marginal), ya que, fuera de ésta, cierta irregularidad es
posible que se manifieste en algunos tramos (variaciones
puntuales en la proporción y tamaño de las extracciones,
principalmente). A efectos de clasificación, el rasgo “retoque marginal” es tenido en exclusividad (ausencia de otros
caracteres primarios de rango jerárquico superior), si bien
los soportes afectados pueden presentar señales de uso dispuestas en el mismo borde (cuando el retoque es parcial) o
en el borde opuesto (cuando el retoque es unilateral y total).
La hipótesis más probable es que los retoques marginales, pese a formar líneas generalmente regulares y continuas,
sean producidos en buena medida también por el uso. Esto
es lo que parecen sugerir aquellas líneas afectadas –todas sus
extracciones– por lustres intensos, dispuestas en los filos
laterales de bastantes elementos de hoz de la Cova de l’Or
–como ejemplo aquí pertinente– y de otros yacimientos neolíticos, a no ser que los retoques marginales, en estos casos,
respondan a utilizaciones o a acomodamientos intencionales
(refecciones de filos) anteriores a la funcionalidad señalada.
En relación con estos otros usos o intencionalidades, la traceología microscópica, analizando series de piezas laminares neolíticas como las que conforman este grupo tipológico,
ha permitido observar en las correspondientes líneas de retoques marginales, incluido el bordage, huellas atribuidas al
corte o raspado de materiales de distinta dureza (entre ellos
la madera y la piel) o, alternativamente, trazas vinculadas al
enmangue (v. Biagi y Voytek, 1992; Voytek, 1995; Ibáñez
Estévez y González Urquijo, 1996; Starnini y Voytek, 1997;
Rodríguez, 1999, 2004; Gibaja, 2000). Funcionalmente, por
tanto, las hojas y hojitas con retoques marginales o muy
marginales constituyen una suerte de “cuchillos multiuso”
que, en las industrias del Neolítico antiguo, parecen haber
guiado una parte importante de la producción de soportes.
Definición del grupo: Soportes laminares (hojas u hojitas), fracturados o no, presentando en uno o ambos bordes
(lateral derecho y/o izquierdo) un retoque generalmente
oblicuo marginal o muy marginal, de extensión total o parcial y de cualquier dirección.
- Marginalidad extrema o no del retoque (hojas y hojitas con retoque muy marginal / ídem con retoque
marginal).
- Para ambas clases, estado de la pieza en relación con
la presencia o ausencia de fracturas y el módulo dimensional resultante (completa o fracturada “larga” /
fracturada “corta” o fragmento s.s.); localización del
retoque (unilateral / bilateral).
- Para hojas y hojitas –completas o fracturadas largas–
con retoque muy marginal bilateral, direccionalidad
del retoque (unidireccional / bidireccional).
- Para ídem con retoque marginal unilateral o bilateral,
extensión del retoque (total / parcial / total + parcial
opuesto); si unilateral total, direccionalidad del retoque (unidireccional / bidireccional alternante); si
bilateral total o parcial, ídem (unidireccional/ bidireccional alterno / otro retoque bidireccional).
La marginalidad se entiende bajo los criterios de amplitud (porción mínima del filo eliminada) y de extensión “facial” de las extracciones, éstas cortas y de morfología más o
menos semicircular (aspecto arqueado). La tendencia del retoque puede ser en algunos casos semiabrupta, sin llegar a
formar un dorso marcado (límite con las hojas y hojitas de
borde abatido); en otros, los menos, el retoque puede tender
a plano, sobre todo cuando su desarrollo se da en la cara inferior del soporte (dirección inversa). Las líneas de retoque
así definidas pueden considerarse regulares en términos de
dominancia general (sobre todo en las piezas con retoque
Criterios de clasificación (cuadro 11):
97
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Hojas y hojitas con retoque marginal (HRM): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Retoque muy marginal
Pieza completa o fracturada “larga”
Ret. unilateral (HRM1)
Ret. bilateral
Unidireccional (HRM2)
Bidireccional (HRM3)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (HRM4)
Retoque marginal
Pieza completa o fracturada “larga”
Ret. unilateral
Total
Unidireccional (HRM5)
Alternante (HRM6)
Parcial (HRM7)
Ret. bilateral
Total
Unidireccional (HRM8)
Alterno (HRM9)
Otro ret. bidireccional (HRM10)
Parcial
Unidireccional (HRM11)
Alterno (HRM12)
Otro ret. bidireccional (HRM13)
Total y parcial opuesto (HRM14)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (HRM15)
Cuadro 11.
Tipos:
Hoja u hojita con retoque muy marginal unilateral
(HRM1)
Soporte técnicamente laminar, completo o fracturado
(en este caso l≥2a), en que el retoque, continuo y muy marginal, se presenta en uno sólo de los lados con cualquier extensión (total o parcial) y dirección (directa, inversa o
alternante) (fig. 24, nº 1 a 21; fig. 25, nº 1 a 3, 5 y 6).
El retoque en cuestión es equiparable en gran manera al retoque ouchtata de Tixier (1963: 48), al bordage de Rozoy (1968: 336)
o al retouche de Fère del GEEM (1969: 356), esto es, una línea
continua de extracciones muy cortas (raramente alcanzan un milímetro), de tendencia semiabrupta y bastante regulares, sin producir
abatimiento notable del borde afectado. La extensión de estas líneas suele ser parcial (pocas veces sobrepasan los 2/3 del borde), razón por la que no se han creado subdivisiones en base a este criterio
para las piezas con esta modalidad concreta de retoque. Como se
aprecia en los ejemplos ilustrados, el retoque es mayoritariamente
directo, localizado indistintamente en uno u otro borde; es inverso
98
en las piezas nº 1, 2, 9, 15 y 19 de la fig. 24, y alternante en las nº 3
y 6 de la fig. 25. La pieza nº 10 (fig. 24) es un elemento de hoz,
con el borde funcional opuesto al que presenta el retoque; la fractura oblicua en el extremo distal de este mismo borde con retoque
constituye con toda probabilidad una solución técnica de acomodamiento, en relación con el enmangue. La pieza nº 1 (fig. 25) es una
clara hoja de talla por presión (Ereta del Pedregal), técnica también
plausible para las hojitas nº 14 y 16 de la fig. 24 (Cova de l’Or).
Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral unidireccional (HRM2)
El retoque muy marginal, total o parcial, afecta a los dos lados del soporte laminar en oposición unidireccional, directa-directa o inversa-inversa (fig. 25, nº 4 y 13 a 17; fig. 26, nº 1 y 2).
El retoque es directo bilateral en las piezas nº 4, 13, 16 y 17 de la
fig. 25, y nº 1 y 2 de la fig. 26; inverso bilateral en las nº 14 y 15 de la
fig. 25. La pieza nº 4 (fig. 25) comporta una tenue pátina brillante en
el borde izquierdo, prácticamente eliminada en el tramo proximal con
retoque, siendo otro claro ejemplo de hoja tallada por presión (Ereta
[page-n-110]
del Pedregal). La nº 14 (fig. 25) tiene el bulbo suprimido por percusión, y la nº 15 de la misma figura presenta el extremo distal regularizado por cortos retoques oblicuos (sin formar truncadura), tipos de
acondicionamiento, ambos, bastante recurrentes (sobre todo el primero) en los soportes del utillaje laminar de la Cova de l’Or.
rasgos morfológicos (siempre que la utilización directa de los filos
brutos sea la causante del retoque).
Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral bidireccional (HRM3)
La diferencia con el tipo anterior la marca las series de
extracciones directas e inversas, articuladas en continuidad,
que definen la línea de retoque (fig. 27, nº 7 a 12; fig. 28,
nº 1 y 2).
La diferencia con el tipo anterior reside en la oposición
bidireccional, alterna (directa-inversa), alternante-alternante o
alternante-directa/inversa, del retoque (fig. 26, nº 3 a 8 y 10).
En las piezas nº 3, 4 y 10, el retoque es alterno; en las nº 6 y
7, alternante-alternante (series de extracciones directas-inversas
en articulación continua); y en las nº 5 y 8, alternante-directo. La
nº 3 es un elemento de hoz, con una sintomática localización proximal del retoque alterno.
Fragmento de hoja u hojita con retoque muy marginal
(HRM4)
Fragmento extremo (l<2a) de cualquiera de los tres primeros tipos (fig. 25, nº 7 a 12; fig. 26, nº 9 y 11).
La consideración de la unilateralidad o bilateralidad del retoque,
o la dirección, no tiene demasiado sentido en fragmentos laminares
“cortos”, puesto que cualquier clasificación podría variar de encontrarse la pieza en el estado previo al de fractura manifiesta. Por otra
parte, si la bilateralidad da cuenta del grado de aprovechamiento de
los soportes, éste ya queda en principio recogido por los tipos sobre
soporte “largo” con esta localización del retoque. En las piezas figuradas, todas fragmentos proximales o mediales, el retoque es mayoritariamente unilateral, directo o inverso. La pieza nº 8 (fig. 25) es un
fragmento medial de elemento de hoz, y el que las pequeñas facetas
del retoque inverso que presenta comporten lustre, puede ser una indicación del origen por el uso de este típico bordage.
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total unidireccional (HRM5)
El retoque, marginal, se presenta en uno sólo de los lados con extensión total y disposición directa o inversa
(fig. 26, nº 12 a 17; fig. 27, nº 1 a 6).
La extensión total implica que el retoque alcanza como mínimo los dos tercios del lado afectado, si bien lo más corriente es que
sobrepase este límite. La línea de retoque puede mostrar una gradación de extracciones o facetas marginales a muy marginales,
siempre en continuidad (p.e., nº 13, fig. 26). El retoque muy marginal, por tanto, pierde su condición de criterio tipológico individual cuando aparece articulado (en continuidad o en oposición) con
otro retoque de mayores proporciones. Fuera del bordage, los retoques marginales –como hemos señalado anteriormente– pueden no
dibujar líneas tan regulares, rayando a veces la completa irregularidad (p.e., nº 17, fig. 26; nº 1, fig. 27), aunque en estos casos se trata de líneas continuas y de amplio desarrollo lateral. Ejemplos de
retoque inverso los proporcionan las piezas nº 15 (fig. 26) y nº 5
(fig. 27), frente a una más amplia representación del retoque directo. Las piezas nº 2 y 6 (fig. 27) son elementos de hoz, el segundo
con lustre bilateral y con la particularidad de que el retoque marginal del lado izquierdo se encuentra desprovisto en toda su extensión
y alcance facial de la “pátina de siega”, lo que puede interpretarse
como una reutilización posterior de este filo. Es lo contrario de lo
que revela la pieza nº 2 (retoque con lustre), llevando a la consideración de que distintas formas de uso pueden producir los mismos
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total alternante (HRM6)
Lo común es que el retoque lo formen dos únicas series alternantes (p.e., nº 8 a 10, fig. 27). Una alternancia de tres series, en la
que además se articulan extracciones marginales y muy marginales,
se observa en la pieza nº 12 (fig. 27), en su lado izquierdo, cuya
descripción –de extremo distal a proximal– es la siguiente: ret.
marginal directo - ret. muy marginal inverso - ret. marginal directo; el borde opuesto comporta extracciones irregulares bifaciales en
el tramo distal. En la pieza nº 2 (fig. 28) vuelven a articularse líneas de retoque de distinta amplitud/extensión, en el mismo lado:
bordage inverso distal - ret. marginal directo medial - seguido en la
misma dirección por nuevo bordage proximal; el borde opuesto
ofrece señales de uso bifaciales en toda su extensión. La pieza nº 11
(fig. 27) es una hojita de cresta, y la nº 1 (fig. 28) un elemento de
hoz donde el retoque directo proximal del lado izquierdo ha eliminado el lustre de uso, contrariamente a lo que manifiesta el retoque
inverso distal del mismo lado.
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial
(HRM7)
Tipo definido por la parcialidad del retoque marginal,
pudiendo ser éste directo, inverso o alternante, localizado en
uno sólo de los lados del soporte laminar (fig. 28, nº 3 a 14;
fig. 29, nº 1 a 14; fig. 30, nº 1 a 6 y 9).
La extensión parcial significa que el retoque no alcanza los
dos tercios del lado afectado, estableciéndose el mínimo en un
cuarto (entre estos dos límites se sitúa el grueso de evidencias clasificadas). Los casos con retoque alternante son poco frecuentes en
comparación con los retoques directos –sobre todo– o inversos, por
lo que no se ha tenido en cuenta aquí la direccionalidad como criterio de individualización tipológica. Ejemplos que ilustran el retoque parcial alternante son una hoja de Cova de l’Or con restos de
cresta en el extremo distal derecho, de donde parte un primer tramo de retoque marginal/muy marginal directo seguido por otro tramo de retoque muy marginal inverso, opuestos a un borde con
extracciones irregulares bifaciales (nº 6, fig. 30); y un cuerpo proximal de hoja, de Ereta del Pedregal, en que la alternancia del retoque, éste marginal y localizado en el lado derecho, se da con una
ligera discontinuidad (nº 9, fig. 30). Entre las piezas con carácter
de elementos de hoz (nº 2, 3, 9 y 14, fig. 29), destacan la nº 2 y la
nº 9 por la situación del retoque parcial, que se muestra en oposición y desfase con respecto al desarrollo del lustre; esta particular
disposición del retoque debe estar relacionada con el enmangue,
al igual que sugieren determinadas truncaduras o simples fracturas
oblicuas y otros casos de estrechamientos basales laterales por
retoque abrupto que veremos en su momento. Las piezas nº 11
(fig. 29) y nº 3 y 5 (fig. 30) corresponden con mayor claridad a hojas talladas por presión (la primera de Cova de l’Or, las otras dos de
Ereta del Pedregal); la nº 3 es un fragmento medial de un soporte
laminar ya de gran formato, bien acorde con la fase cronocultural
de la que procede (EPII, Eneolítico pleno).
99
[page-n-111]
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total unidireccional (HRM8)
Hoja u hojita con retoque marginal total y parcial opuesto
(HRM14)
La unidireccionalidad, en los soportes laminares con retoque marginal bilateral de extensión total, sólo se constata en la
posibilidad directa-directa (fig. 30, nº 7 y 8; fig. 31, nº 2 a 4).
Bilateralidad dada por un retoque total al que se opone
un retoque parcial, ambos de cualquier dirección (fig. 32,
nº 12; fig. 33, nº 1 a 10).
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total alterno
(HRM9)
El retoque aquí, bidireccional además de total, es directo en un lado e inverso en el opuesto (fig. 31, nº 5 a 7).
En la pieza nº 5, un cuerpo medial de hoja tallada probablemente por presión, la oposición bilateral se da entre un retoque
marginal directo (lado izquierdo) y un bordage inverso (lado derecho). También a un lascado por presión parece remitir la hojita nº 7,
con retoque más irregular y en el mismo estado de fractura. Ambas
piezas provienen de la Cova de l’Or.
Hoja u hojita con otro retoque marginal bilateral total bidireccional (HRM10)
Tipo que recoge otras bidireccionalidades del retoque
bilateral total aparte de la alterna propiamente dicha, como
son la alternante-alternante (fig. 31, nº 8) o la alternante-directa/inversa (fig. 31, nº 9).
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial unidireccional (HRM11)
El retoque, aquí parcial, y como en el tipo HRM8, sólo
se evidencia en dirección única directa-directa (fig. 31, nº 10
a 14; fig. 32, nº 1 y 2).
En las dos piezas que corresponden a elementos de hoz (nº 10
y 14, fig. 31), las líneas con retoque parcial no son alcanzadas
por el lustre, teniendo algo que ver con el sistema de enmangue. La
nº 10, con lustre bilateral desfasado, es un buen ejemplo del aprovechamiento intensivo de los soportes y de las refecciones del filo
de la hoz por el cambio de posición de sus elementos integrantes
dentro del mango. La pieza nº 11 (fig. 31) es una hojita sobrepasada, destacable por la información que ofrece sobre el grado de explotación a que pueden llevarse los núcleos del Neolítico antiguo
(Cova de l’Or).
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial alterno (HRM12)
El retoque, parcial bidireccional, es directo en un borde
e inverso en el otro (fig. 32, nº 3 a 8).
En la pieza nº 5 se oponen en la misma localización un retoque marginal/muy marginal directo (lado derecho) y un bordage inverso (lado izquierdo).
Hoja u hojita con otro retoque marginal bilateral parcial
bidireccional (HRM13)
Las otras bidireccionalidades para el retoque bilateral
parcial las representan la alternante-directa (fig. 32, nº 9 y
11) y la alternante-inversa (fig. 32, nº 10).
100
Entre las posibilidades para este tipo, las reconocidas son: retoque total directo y parcial opuesto igualmente directo (nº 12,
fig. 32; nº 1 a 3, fig. 33); total alternante-parcial directo (nº 4 a 6 y
8 a 10, fig. 33); total alternante-parcial inverso (nº 7, fig. 33).
Fragmento de hoja u hojita con retoque marginal
(HRM15)
Fragmento extremo (l<2a) de cualquiera de los tipos con
retoque marginal (fig. 30, nº 10 a 16; fig. 31, nº 1; fig. 33,
nº 11 a 14).
Algunos de los ejemplos figurados pertenecen a hojas de mediano o gran formato de Ereta del Pedregal (cf. nº 14 y 16, fig. 30;
nº 12, fig. 33), exponentes de la técnica de lascado por presión y de
una forma y finalidad de uso equiparables a las de los soportes laminares del Neolítico antiguo, si esto es deducible por las mismas
características del retoque que presentan y las idénticas “morfologías” que éste les confiere.
De entre las posibles reducciones al presente listado
(una de ellas podría ser mediante el descarte de la marginalidad extrema del retoque o bordage, al igual que se ha
hecho para las denticulaciones), nos decantamos más resueltamente por la supresión del carácter de “direccionalidad”,
que al consignarse las más de las veces de manera genérica
(retoque unidireccional o bidireccional) apenas posee valor
descriptivo (sólo en las referencias explícitas al retoque alterno o alternante, en tres de quince tipos –HRM6, HRM9 y
HRM12–, quedaría más expresado este valor). Aparte de esto, también resultaría pertinente reunir en una sola entrada
los fragmentos extremos (HRM4 y HRM15), teniendo en
cuenta la articulación que puede darse entre un retoque marginal y otro muy marginal, como hemos visto, y su posible
no apreciación en un fragmento “corto”. Con tales reajustes,
la lista de tipos sería la siguiente:
- Hoja u hojita con retoque muy marginal unilateral
(HRM1)
- Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral
(HRM2)
- Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total
(HRM3)
- Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial
(HRM4)
- Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total
(HRM5)
- Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial
(HRM6)
- Hoja u hojita con retoque marginal total y parcial
opuesto (HRM7)
- Fragmento de hoja u hojita con retoque marginal o
muy marginal (HRM8)
[page-n-112]
Fig. 24.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
101
[page-n-113]
Fig. 25.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
102
[page-n-114]
Fig. 26.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
103
[page-n-115]
Fig. 27.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
104
[page-n-116]
Fig. 28.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
105
[page-n-117]
Fig. 29.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
106
[page-n-118]
Fig. 30.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
107
[page-n-119]
Fig. 31.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
108
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Fig. 32.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
109
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Fig. 33.- Hojas y hojitas con retoque marginal.
110
[page-n-122]
HOJAS Y HOJITAS CON BASE ESTRECHADA
Grupo tipológico substancialmente neolítico y propio sobre todo de sus fases iniciales (cardial y epicardial), no contemplado en ningún repertorio de uso corriente, incluido los
elaborados para este concreto periodo, salvo la particular
atención que le dedicamos en nuestra primera valoración del
utillaje neolítico del litoral mediterráneo peninsular (Juan
Cabanilles, 1984: 65-66), entonces como un subgrupo que,
bajo el apelativo de “Hojas y hojitas con escotadura o preparación terminal”, analizábamos dentro del amplio conjunto
de los soportes laminares con retoques laterales. Posteriormente a nuestro trabajo, piezas de características parecidas a
las que conforman este grupo han sido identificadas en algún
contexto industrial del Neolítico antiguo, como el representado en el abrigo de la Combe-Grèze (Aveyron francés) (Costantini y Maury, 1986), distinguidas con el nombre de Lames
à base rétrécie, determinativo, el de “base estrechada”, que
retenemos y empleamos ahora para designar de manera genérica al grupo.
Como seguidamente veremos, los rasgos primarios de
determinación tipológica que aquí se aíslan (escotadura,
abatimiento parcial oblicuo) tendrían de algún modo cabida
en otras familias formales (p.e., piezas de dorso, muescas y
denticulados). En última instancia, lo que se ha tenido en
cuenta es la singularidad de estos rasgos y su total equivalencia tecnofuncional, al formar parte de los acondicionamientos más específicos que pueden observarse en los
elementos de hoz. Estos útiles, reconocidos por su lustre especular y, tal como se presentan en las industrias neolíticas
iniciales, con una gran variabilidad morfotécnica, no es
aconsejable reunirlos en una concreta y particular familia tipológica, aunque se haya optado por ello en determinadas
ocasiones (p.e., Cahen, Caspar y Otte, 1986: 32; Mauvilly,
1997: 339; Vera, 1999). Si la principal razón estriba en no
desdoblar tipos, en parte esto se cumple con las piezas que
aquí consideramos, pese a originar, con su agrupamiento,
algo muy cercano a un grupo tecnofuncional, no unívocamente morfológico. El problema de los elementos de hoz
neolíticos, aparte de la ambigüedad del criterio determinante (el lustre no es siempre visible en las piezas que han cumplido esa función), reside en que no son en sí mismos una
categoría morfológica, sino una categoría funcional, contrariamente a los “dientes de hoz” del Eneolítico avanzado y
del Bronce antiguo, que son ambas cosas a la vez.
Las hojas y hojitas de base estrechada, con ser un grupo
neolítico característico, no alcanzan la entidad numérica –por
ejemplo– de las hojas y hojitas con retoques marginales (sólo
suponen algo más del 3% o cerca del 5% del global del utillaje, contando o no las piezas con simples señales de uso, en la
Cova de l’Or; y alrededor del 0,4%, en la misma apreciación
e indistinto recuento, en la Ereta del Pedregal). El valor de estas piezas, por tanto, es sobre todo cualitativo, ligado entre
otros aspectos a su significación cronológica.
Definición del grupo: Soportes laminares (hojas u hojitas), fracturados o no, presentando en el extremo proximal o
distal de uno o ambos bordes un estrechamiento producido por
una escotadura o por un abatimiento rectilíneo oblicuo (respecto al eje de talla) mediante retoque abrupto o semiabrupto.
La escotadura la entendemos en los términos ya expuestos en otra ocasión (Juan Cabanilles, 1984: 65; siguiendo a
Fortea, 1973: 87; Villaverde y Peña, 1981: 19-20; Fullola y
Villaverde, 1984), esto es, una entalladura alargada y poco
circular, o semicircular si corta, de disposición proximal o
distal y relacionada en principio con el enmangue. La diferencia entre muesca y escotadura radicaría, pues, más que en
la morfología, en la localización del rasgo y en el distinto carácter tecnofuncional. Según la localización, las escotaduras
o los abatimientos parciales oblicuos pueden incidir sobre un
talón, sobre una fractura o sobre un extremo distal no apuntado. En todos los casos, el efecto producido es el de un “estrechamiento basal” del soporte en sentido de la anchura (en
el que es corriente que se elimine parte del talón, parte también de la superficie de fractura o del extremo transversodistal), noción, la de estrechamiento, que preferimos a la de
“adelgazamiento” porque ésta última suele implicar generalmente una reducción del espesor del soporte.
Criterios de clasificación (cuadro 12):
- Entidad morfológica del rasgo de estrechamiento (escotadura / abatimiento parcial oblicuo).
- Para ambas clases morfológicas, unicidad o duplicidad del rasgo (simple / doble).
- Para estrechamientos simples, contigüidad o adyacencia de la escotadura o abatimiento a un determinado rasgo técnico (a talón o extremo distal / a
fractura).
Tipos:
Hoja u hojita con escotadura contigua a talón o a extremo
distal (HBE1)
Soporte laminar, completo o fracturado, en que la escotadura, directa o inversa, incide sobre el talón o sobre el extremo
distal de talla, éste no apuntado (fig. 34, nº 1 a 8 y 11 a 13).
La dirección inversa de la escotadura se observa en las piezas
nº 1 y 6, constituyendo la primera, junto con la nº 4, además de
ejemplos con escotadura “corta”, claros fragmentos residuales del
útil de partida. Tal estado no se considera en este grupo por la especificidad del rasgo primario, que es al fin y al cabo lo que interesa destacar, teniendo también en cuenta que para las piezas
señaladas, así como para otras de las fracturadas “largas”, sólo cabe la posibilidad de que la escotadura sea doble por repetición en el
extremo opuesto, circunstancia poco frecuente. La nº 5, una hojita
con extremo distal sobrepasado, representa uno de los raros casos
111
[page-n-123]
Hojas y hojitas con base estrechada (HBE): sistemática de clasificación y siglas
tipológicas
Escotadura
Simple o única
Contigua a talón o a extremo distal (HBE1)
Contigua a fractura (HBE2)
Doble (HBE3)
Abatimiento parcial oblicuo
Simple o único
Contiguo a talón o a extremo distal (HBE4)
Contiguo a fractura (HBE5)
Doble (HBE6)
Cuadro 12.
de soporte “completo”, al igual que la nº 2 en lo que se refiere a escotadura sobre extremo distal, o las nº 3 y 12 en cuanto a escotaduras “amplias” que no llegan a recortar el plano del talón. En la nº
11, la pequeña escotadura proximal se continúa por un dorso curvo
de retoque bipolar o cruzado, técnica con una connotación cronológica que, como ya hemos insinuado anteriormente, apunta a fases avanzadas del Neolítico (la pieza procede de las capas
superiores de la Cova de l’Or).
Hoja u hojita con escotadura contigua a fractura (HBE2)
La escotadura incide sobre una superficie de fractura
(fig. 34, nº 9, 10, 14 y 15).
En la pieza nº 10, la pequeña escotadura directa se halla complementada por un par de extracciones inversas planas; en las
nº 14 y 15, la escotadura es inversa. Sólo en este concreto morfotipo, el carácter tecnofuncional del rasgo (acomodamiento para el
enmangue) puede presentar más dudas, añadido a la práctica ausencia de casos con lustre. Podría tratarse de muescas “técnicas”
relacionadas, por ejemplo, con una fractura intencional de los soportes (distinta, por supuesto, a la del microburil), o de muescas
“funcionales” por donde se ha fracturado accidentalmente el soporte, sin descartar un origen por el uso directo de la extremidad
de una fractura preexistente. Por lo que dice a favor de la individualización de este morfotipo, Rozoy anota en su tipología la Lamelle cassée dans une coche, que Van Berg, Cahen y Demarez
(1982: 27, fig. 10, i, j) reconocen entre el utillaje de talla del grupo neolítico belga de Blicquy; asimismo, en otras valoraciones de
industrias neolíticas, como la del abrigo Jean Cros en el Languedoc francés (Barbaza, Guilaine y Vaquer, 1979: 79), el tipo Encoche adjacente à une cassure ou à un talon, referido a lascas y a
soportes laminares, y en el que igualmente entraría nuestro
HBE1, ha sido contemplado como un caso particular dentro del
grupo de las “muescas”.
Hoja u hojita con escotadura doble (HBE3)
Soporte laminar con dos escotaduras de cualquier dirección, localización, articulación y contigüidad a rasgo morfotécnico (fig. 34, nº 16; fig. 35, nº 1 y 2).
112
Las escotaduras son alternas (directa-inversa), opuestas afrontadas
y contiguas a talón en los ejemplos nº 16 (fig. 34) y nº 1 (fig. 35); son
directas, opuestas desfasadas (en distintos extremos) y contiguas a talón
y a fractura en el nº 2 (fig. 35). En este último ejemplo, la escotadura
distal sobre fractura estaría a medio camino del abatimiento parcial oblicuo; no lo consideramos como tal por la rareza o completa ausencia de
duplicidades producidas por la articulación de rasgos distintos.
Hoja u hojita con abatimiento parcial oblicuo contiguo a
talón o a extremo distal (HBE4)
El abatimiento parcial oblicuo, de cualquier dirección y
producido por retoque abrupto o semiabrupto, incide sobre el
talón o el extremo distal de talla (fig. 35, nº 3 a 7, 9, 10 y 12).
En todos los casos constatados, la contigüidad del abatimiento es a talón, nunca a extremo distal, aunque pueda darse esta posibilidad. El abatimiento, por otra parte, no “trunca” completamente
el extremo proximal del soporte, conservando parte del talón y
del bulbo, mientras que el ángulo que forma con el eje de talla
suele ser menor de 45º. Estas características, sobre todo la primera, marcan la diferencia con las truncaduras oblicuas. Un “estrechamiento” por retoque abrupto inverso lo presentan las piezas
nº 5 y 12, dos claros ejemplos más de fragmentos residuales.
La nº 3 presenta el acondicionamiento proximal en el mismo lado
que el lustre, disposición nada frecuente y que también se observa en una de las piezas con escotadura (nº 2, fig. 35). Es del todo
evidente que las distintas correlaciones de localización que se dan
entre el lustre y los caracteres de estrechamiento tienen que ver
con la fijación individual de los elementos dentro del mango de
la hoz y, a la vez, con su ensamblaje colectivo. Por otro lado, no
es menos cierto que los abatimientos parciales oblicuos –puestos
por caso– tienen el mismo sentido tecnofuncional que las truncaduras oblicuas o que los dorsos parciales rectos (paralelos al eje
de talla) o curvos, rasgos morfológicos que encuentran mejor acomodo en los grupos donde los incluimos. (No se trata de crear familias tecnofuncionales, sino morfológicas, con la sola excepción
de la que aquí consideramos, aunque también es innegable su valor morfológico).
[page-n-124]
Hoja u hojita con abatimiento parcial oblicuo contiguo a
fractura (HBE5)
El abatimiento incide sobre una superficie de fractura de
orientación normal al eje de talla (fig. 35, nº 8, 11 y 15).
Los restos de la fractura pueden quedar a veces reducidos a
una pequeña porción (nº 11), y responder tal vez a la rotura accidental del ápice de una truncadura. En la pieza nº 8, el abatimiento
delinea una ligera convexidad, acercándose a un dorso parcial arqueado. La nº 15, con abatimiento inverso, puede considerarse una
pieza “completa” a pesar de la fractura distal que también posee,
con toda seguridad producto de un acomodamiento intencional.
Hoja u hojita con doble abatimiento parcial oblicuo
(HBE6)
Los dos abatimientos se presentan en cualquier dirección, localización, articulación y contigüidad a rasgo morfotécnico (fig. 35, nº 13 y 14).
Son alternos (directo-inverso), opuestos afrontados y contiguos
a talón en la pieza nº 13; igualmente alternos, dispuestos en distintos
extremos del mismo lado y contiguos a talón y a fractura en la nº 14.
113
[page-n-125]
Fig. 34.- Hojas y hojitas con base estrechada.
114
[page-n-126]
Fig. 35.- Hojas y hojitas con base estrechada.
115
[page-n-127]
[page-n-128]
HOJAS Y HOJITAS CON RETOQUE PLANO O SOBREELEVADO
Grupo característico del Neolítico avanzado y Eneolítico,
no recogido como tal por tanto en las tipologías del Epipaleolítico-Mesolítico, aunque eventualmente puedan contener alguna entrada genérica utilizable (cf. Fortea, “Pieza con
retoque paralelo cubriente o invasor”, en el apartado de Diversos). En el repertorio restringido de Binder para el Neolítico antiguo provenzal existen más posibilidades de
clasificación, al contemplarse como tipos, en dos grupos diferentes, las hojas u hojitas –apuntadas o no– con retoques
laterales rasantes o semiabruptos, o con retoques laterales
bifaciales. La máxima atención deparada a estas piezas se
encuentra, obviamente, en algunos catálogos tipológicos de
vocación neolítica más amplia, como el elaborado por Vaquer (1990) para los materiales líticos de esta cronología (incluido el Eneolítico) del Languedoc occidental, donde las
hojas y hojitas “espesas” con retoques semiabruptos o invasores, por ejemplo, dan lugar a dos grupos –13C y 14C– con
un variado contenido formal.
El carácter neolítico avanzado de esta familia tipológica
queda patente al comparar sus índices globales de representación en nuestros dos yacimientos de referencia, que se sitúan entre el 9 y el 10% en Ereta del Pedregal (teniendo o no
en cuenta las piezas con señales de uso), y entre el 0,5 y el
1% en Cova de l’Or (según la misma consideración).
sión, intencional o no.22 El retoque “plano” que aquí consideramos, pues, no responde tanto a un criterio de inclinación como a una apreciación “técnica” derivada del aspecto
de las extracciones. Éstas, en su configuración más simple,
suelen presentar morfologías cuadrangulares o rectangulares (laminares al límite), aunque lo común es su aspecto escamoso y escaleriforme, eliminando de manera “rasante”
poca cantidad de masa silícea y dibujando líneas de retoque a menudo profundas.
Las hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado,
como veremos en el capítulo siguiente, protagonizan un proceso de sustitución de sus homólogas con retoques marginales a partir de momentos avanzados del Neolítico; es lógico,
por tanto, que este proceso de sustitución formal comporte
también el funcional, asumiendo la primera clase de piezas
una parte importante de las tareas cumplidas por la segunda.
En los comentarios a algunos de los tipos se hará referencia
a dichas tareas, según las determinaciones de la traceología
macro y microscópica.
Criterios de clasificación (cuadro 13):
La doble nomenclatura utilizada para describir el retoque lateral que caracteriza a este grupo de piezas suele ser
habitual, como hemos visto anteriormente, en los repertorios o catálogos tipológicos de materiales neolíticos (rasante o semiabrupto, en Binder; semiabrupto o invasor, en
Vaquer). En nuestro caso, preferimos el término “sobreelevado” al de semiabrupto porque el carácter de inclinación
“no plana” (es decir, semiabrupta) viene determinado generalmente por el espesor del soporte, para un tipo de retoque que, indistintamente en soportes gruesos o delgados,
se presenta en forma de extracciones “rasantes” producidas
con toda probabilidad por algún efecto mecánico de pre-
- Articulación o no del retoque plano o sobreelevado
con otro retoque oblicuo marginal (hojas y hojitas
con ret. plano o sobreelevado / ídem con ret. plano o
sobreelevado y oblicuo marginal).
- Para la segunda clase, estado de la pieza en relación
con la presencia o no de fracturas y el módulo dimensional resultante (completa o fracturada “larga” /
fracturada “corta” o fragmento s.s.).
- Para la primera clase, presencia o no de los caracteres “apuntamiento” o “frente de raspador” (piezas no
apuntadas y sin frente de raspador / piezas apuntadas
/ piezas con frente de raspador).
- Para la primera subclase, estado de la pieza (completa o fracturada “larga” / fracturada “corta”).
- Para el primer estado de esta misma subclase, localización del retoque (unilateral / bilateral); disposición
del retoque (no bifacial / bifacial).
- Para piezas con ret. no bifacial –unilateral o bilateral–, extensión del retoque (total / parcial / total +
parcial opuesto).
22 El mismo término de “sobreelevado”, junto al de plano o semiabrupto,
lo emplean Vallespí et al. (1985b; tb. Vallespí, Hurtado y Calderón, 1985)
para describir el retoque de piezas laminares idénticas a las nuestras de
otros ámbitos y contextos neoeneolíticos de la península Ibérica. Por otro
lado, Honegger (2001: 36), al referirse a las grandes láminas espesas retocadas del Neolítico medio y final de Suiza, repara también en el hecho de
que sus bordes cortantes han podido ser reavivados en múltiples ocasiones,
lo que habría hecho aumentar progresivamente la inclinación del retoque. El
recurso constante al reavivado de los filos, en soportes laminares que en su
estado final de uso y retoque se corresponden con el mismo tipo de piezas
aquí en cuestión, ha sido observado igualmente en industrias del Neolítico
medio y final del norte de Italia, poniendo de relieve el cambio “tipológico” que puede llegar a originar esta práctica (Starnini y Voytek, 1997: 420
y 422-23).
Definición del grupo: Soportes laminares (hojas u hojitas), fracturados o no, presentando en uno o ambos bordes
(lateral derecho y/o izquierdo) un retoque continuo plano o
sobreelevado (en piezas espesas), de extensión total o parcial
y de cualquier dirección.
117
[page-n-129]
Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado (HRP): sistemática de clasificación
y siglas tipológicas
Retoque plano o sobreelevado exclusivo
Pieza no apuntada y sin frente de raspador
Completa o fracturada “larga”
Retoque unilateral
No bifacial
Total (HRP1)
Parcial (HRP2)
Bifacial (HRP3)
Retoque bilateral
No bifacial
Total (HRP4)
Parcial (HRP5)
Total + parcial opuesto (HRP6)
Bifacial (HRP7)
Fracturada corta o fragmento s.s. (HRP8)
Pieza apuntada (HRP9)
Pieza con frente de raspador (HRP10)
Retoque plano o sobreelevado y oblicuo marginal
Pieza completa o fracturada “larga” (HRP11)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (HRP12)
Cuadro 13.
Tipos:
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral
total (HRP1)
Soporte técnicamente laminar, completo o fracturado (en
este caso l≥2a), en que el retoque, continuo, plano o sobreelevado, se presenta en un único borde con extensión total y cualquier dirección (directo, inverso o alternante) (fig. 36, nº 1 a 5).
En las piezas figuradas, poco espesas, el retoque es decididamente “plano” en su inclinación (ángulo de incidencia), directo y
relativamente marginal en las nº 1, 3 y 4, inverso y de la misma extensión “facial” en la nº 2, y alternante profundo en la nº 5. La disposición alternante, como expresión de una bidireccionalidad,
determina en última instancia un retoque “bifacial” (esto es, desarrollado en ambas caras del soporte). Como criterio tipológico, sin
embargo, ceñimos la “bifacialidad” de un retoque “lateral” a los
casos de articulación sobrepuesta, no a una bidireccionalidad en
articulación continua. Nuestra consideración aquí del retoque bifacial, por tanto, es en cierta manera equivalente a la del retoque
“bifaz” de Laplace, a entender desde un criterio de dirección más
que de localización. Por lo demás, los ejemplos de retoque plano
o sobreelevado alternante son una completa rareza en el conjunto
de piezas con esta modalidad de retoque, razón por la que no se ha
individualizado tipológicamente esta posibilidad.
118
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral
parcial (HRP2)
La diferencia con el tipo anterior viene dada por la extensión parcial del retoque (fig. 36, nº 6 a 8, 10 y 11).
En los casos constatados, el retoque es siempre directo. Las
piezas nº 6 y 11 (Ereta del Pedregal) corresponden a hojas de gran
formato, obtenidas probablemente por presión reforzada (au levier)
y más comunes en contextos sepulcrales que en lugares de habitación neoeneolíticos (v. Fernández, García Puchol y Juan Cabanilles, 2006). Ambas presentan lustre o pátina brillante en uno de sus
lados, con la particularidad de que éste, bastante marginal en su desarrollo, ha sido eliminado en los tramos con retoque. Ello hace
presumir, en estas piezas, distintos tipos de uso o reaprovechamiento, máxime cuando la parcialidad y marginalidad del retoque
sugieren su origen por el uso directo de los filos y no por refección
intencional. La pieza nº 10 es una hoja de media cresta que, al igual
que las restantes figuradas, comporta señales de utilización (embotadura) en el mismo filo retocado y en el opuesto “bruto”.
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral
bifacial (HRP3)
El retoque, localizado en un único borde, es directo e inverso en articulación sobrepuesta, total o parcial en cada uno
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de los casos. Tipo nada frecuente, retenido por su constatación en unos pocos fragmentos “cortos” (cf. fig. 37, nº 11).
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral
total (HRP4)
El retoque se desarrolla en prácticamente toda la extensión de ambos bordes, pudiendo presentar cualquier dirección (fig. 37, nº 4 a 10, 12 y 13; fig. 38, nº 1 a 5).
En la totalidad de piezas pertenecientes a este tipo (figuradas
y no) el retoque es directo bilateral y generalmente profundo, raramente marginal (p.e., nº 5, fig. 37). En buena parte se trata de soportes laminares “espesos”, a los que es aplicable el sugestivo
sobrenombre de “barra de chocolate” acuñado por Escalon de Fonton (v. Brézillon, 1977: 146), en referencia a productos similares
–técnica y tipológicamente– del Coroniense francés (Neolítico final/Eneolítico de la Provenza; v. también Courtin, 1974). Es en estos soportes donde el carácter “sobreelevado” del retoque –y esa
misma etiqueta descriptiva– cobra todo su significado, a lo que se
une el aspecto escamoso-escaleriforme. Estos mismos soportes,
por otro lado, denuncian una técnica de extracción por percusión
indirecta, poniendo de relieve la variedad de modalidades de lascado que conviven en los momentos finales del Neolítico (v. Fernández, García Puchol y Juan Cabanilles, 2006). El lustre que
muestran bastantes de estas piezas guarda diversas relaciones con
el retoque: 1) lustre sólo visible en la cara opuesta del lado que presenta retoque (nº 6, fig. 37; nº 4, fig. 38); 2) lustre visible en ambas caras, la retocada, afectando a las facetas y aristas del retoque,
y la no retocada (nº 13, fig. 37, con lustre bilateral); 3) lustre visible también en las dos caras, pero en la retocada apenas en algunas
aristas del retoque y más intensamente en la superficie que media
entre éste (la línea final que marcan los negativos de extracción) y
las aristas longitudinales del soporte (nº 3, fig. 38, con lustre bilateral y truncadura proximal). En el primer y tercer caso, el retoque
es posterior a la formación del lustre, delatando una refección del
filo que, en la pieza nº 3 (fig. 38), parece estar relacionada con una
vuelta a la misma funcionalidad causante de aquella traza de uso;
en el segundo caso, el retoque es con toda evidencia anterior a la
formación del lustre, dando sentido –en el modo indicado– a la refección acabada de comentar. Para piezas de estas mismas características técnicas y morfológicas, correspondiendo a conjuntos del
Neolítico final y el Eneolítico de diferentes ámbitos europeos, y no
siempre comportando lustre visible, la traceología microscópica ha
señalado su empleo preferente en el corte de vegetales no leñosos
(cereales, otras gramíneas, juncos, etc.), y más esporádicamente en
el raspado de pieles o en el trabajo de materiales duros como el
hueso o la madera (v. Beugnier, 1997, 1999; Binder y Gassin, 1988;
Gassin, 1996; Lemorini et al., 1996; Clop et al., 2001; Plisson et al.,
2002; Rodríguez, 2004). Una excepción la constituyen los foliate
scraper sobre soporte laminar del Neolítico medio y reciente del
yacimiento ligur de Arene Candide, asociados en mayor medida al
trabajo de la madera (Starnini y Voytek, 1997). Es posible que en
relación con este tipo de tarea se encuentren los pulidos a veces intensos, suavizando las aristas de las facetas de retoque, que suelen
mostrar bastantes de las piezas estudiadas (p.e., nº 13, fig. 37).
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral
parcial (HRP5)
El retoque, con respecto al tipo anterior, es de extensión
parcial (fig. 38, nº 6 a 8).
También aquí, en todos los casos el retoque es directo bilateral, y su parcialidad la complementan otras extracciones de uso en
cualquier disposición y dirección. Las piezas nº 6 y 7 presentan
lustre en uno de sus lados, eliminado por el retoque en la primera
de ellas, que corresponde a un fragmento medial de una hoja de
gran formato tallada verosímilmente por presión reforzada (igual
que la nº 8).
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado total y parcial opuesto (HRP6)
Bilateralidad dada por un retoque de extensión total al
que se le opone otro de extensión parcial, pudiendo tener ambos cualquier dirección (fig. 38, nº 9 y 10; fig. 39, nº 1 y 2).
El retoque total suele ser directo, mientras que el parcial puede variar la dirección, siendo inverso en las piezas nº 10 (fig. 38) y
nº 1 (fig. 39); en la nº 10, al retoque total se le sobrepone en un tramo localizado del borde un retoque parcial de las mismas características, “bifacialidad” que sitúa esta pieza en el límite con el tipo
siguiente (es determinante aquí la acusada parcialidad del retoque
inverso sobrepuesto). En la nº 2 (fig. 39), el retoque parcial opuesto al total –ambos directos– es un raro ejemplo de retoque “plano”
marginal, contrastando fuertemente con la extensión facial profunda y el carácter sobreelevado del retoque total.
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y
bifacial (HRP7)
El retoque, bilateral y de cualquier extensión, es en al
menos uno de los lados bifacial (fig. 39, nº 8 y 11; fig. 40,
nº 1 y 2), carácter que puede venir también dado por un retoque cubriente parcial opuesto en una de las caras, normalmente la inversa, a un retoque bilateral unidireccional
(fig. 39, nº 9, 10 y 12; fig. 40, nº 7).
Se trata prácticamente del tipo HRP4, en que al retoque bilateral total –por lo común directo– se le sobrepone en un lado, raramente en los dos, un retoque de las mismas características y de
extensión también total (nº 8, fig. 39) o parcial (nº 1 y 2, fig. 40);
si el retoque sobrepuesto es muy profundo y bilateral, el resultado
es el cubrimiento parcial de la cara inversa, dada la localización por
lo general de este retoque en uno u otro extremo de la pieza (p.e.,
nº 9, fig. 39, con localización proximal; nº 7, fig. 40, con localización distal). La pieza nº 12 (fig. 39), una hojita de reducidas proporciones, contrasta vivamente como soporte dentro de esta serie
tipológica, y aunque sus rasgos de clasificación son claros (el retoque de la cara superior no es cubriente, sino profundo bilateral), podría constituir una punta de flecha en proceso de fabricación.
Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado (HRP8)
Fragmento extremo (l<2a) de cualquiera de los tipos anteriores (HRP1 a HRP7) (fig. 36, nº 9; fig. 37, nº 1 a 3 y 11;
fig. 39, nº 3 a 7 y 13; fig. 40, nº 4).
Para este grupo tipológico, caracterizado por soportes laminares generalmente de notables dimensiones, el concepto de fragmento extremo, bajo el criterio métrico que lo consideramos, no
tiene el mismo valor o significado que posee en principio para otros
de los grupos ya vistos (p.e., el de las hojas y hojitas con retoques
marginales, cuyos soportes, de menor envergadura, responden a
una producción más propia del Neolítico antiguo). En efecto, sólo
119
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hay que reparar en piezas de módulo l≥2a, como la nº 6 (fig. 36),
las nº 8 a 10 (fig. 37) o la nº 6 (fig. 38) –por remitir a unos pocos
ejemplos–, para ver que se trata claramente de fragmentos residuales del útil original, circunstancia no tan evidente en el caso señalado de las hojas y hojitas con retoques marginales del mismo
módulo. Además, y al igual que ocurre con éstas últimas, muy pocas de las piezas con retoque plano o sobreelevado se encuentran
enteras (conservación íntegra del soporte) o, más aún, pueden considerarse “completas” ante la presencia de acomodamientos transversales por retoque (truncaduras, biseles, etc.) o por fractura
intencional. Es esto, en definitiva, lo que impide establecer aquí un
criterio métrico más consecuente con la realidad del fragmento residual. La reunión, por otro lado, de todos los fragmentos en una
única entrada, aparte de pretender evitar el desdoblamiento de tipos, tiene su lógica, ya expuesta con anterioridad, en el hecho de
que cualquier clasificación podría variar de encontrarse la pieza en
un estado de conservación más íntegro.
Hoja u hojita apuntada por retoque plano o sobreelevado
bilateral (HRP9)
El retoque, bilateral y de cualquier extensión y dirección, origina un apuntamiento en uno de los extremos del soporte laminar (fig. 40, nº 3, 5 y 8 a 10; fig. 41, nº 1).
Los casos de apuntamiento por retoque bilateral parcial son raros (nº 5, fig. 40), tratándose normalmente de variantes apuntadas
de los tipos HRP4 (ret. bilateral total unidireccional; p.e., nº 3 y 10,
fig. 40) o HRP7 (ret. bilateral y bifacial; p.e., nº 9, fig. 40, y nº 1,
fig. 41, la segunda con truncadura o “bisel” proximal, lo que determina una de las pocas piezas prácticamente enteras de toda esta serie tipológica). En los ejemplos nº 8 y 9 (fig. 40), el apuntamiento
se ha producido sobre el extremo proximal del soporte, por medio
de retoque bilateral y bifacial. Este tipo en cuestión, es decir, en relación con soportes laminares de retoques semiabruptos o invasores (la versión francesa de nuestro retoque plano o sobreelevado),
se halla bien recogido en el catálogo tipológico de Vaquer (1990:
73), aunque en diferentes grupos y entradas atendiendo a la naturaleza individual del soporte (hoja u hojita) y al carácter único del
rasgo “apuntamiento” o a su combinación con otros rasgos (“raspador” o “truncadura”).
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y
frente de raspador (HRP10)
Uno de los extremos del soporte laminar, generalmente
el distal, comporta un acomodamiento en forma de frente de
raspador, que comparece siempre con un retoque bilateral
unidireccional directo (fig. 41, nº 2 a 10).
El tipo, al igual que el anterior, lo retiene también Vaquer
(ibíd.), desdoblado asimismo según las características del soporte y
la combinación o no del rasgo definidor con otros caracteres del
mismo rango (aquí sólo con el “apuntamiento”). Para este autor, la
consideración de estas piezas fuera del grupo de los raspadores respondería a la singularidad de los soportes implicados (láminas coronienses o “barras de chocolate”) y de sus retoques laterales,
120
teniendo también en cuenta que el “raspador” en extremo no es una
morfología preponderante en esta clase de soportes (ibíd.: 45). En
algunas de nuestras piezas, más que a un frente de raspador, la configuración del extremo se asemeja a un estrecho “bisel” (nº 7), rasgo igualmente individualizado por Vaquer como criterio interno de
clasificación, junto a la “truncadura” y el ya señalado “apuntamiento”. Todos o alguno de estos caracteres “secundarios”, hay que
decirlo, han sido observados en las hojas retocadas neoeneolíticas
de otros ámbitos peninsulares (v. Andrés, 1978; Cava, 1984, 1986).
Sobre el sentido en concreto de los frentes redondeados, los análisis traceológicos con que se cuenta no permiten precisar el sugerente carácter funcional de raspador (v., p.e., Beugnier, 1997: fig. 8,
nº 48 Gc 83; Starnini y Voytek, 1997: fig. 27, F254, F255), pudiéndose tratar de una simple solución de acomodamiento al mismo nivel que las truncaduras o biseles. Volviendo a nuestras piezas,
es bien sintomático que la mayor parte de ellas comporten lustre
bien visible en alguno de los bordes retocados, abogando por una
utilización, no excluyente, como cuchillos de siega. También entre
ellas es posible observar otros de los pocos ejemplos de útiles completos (nº 3 y 7, la primera una gruesa hoja de cresta), aunque casi
en mayor medida corresponden a fragmentos residuales (nº 5, 6 y
10), no clasificados como tales (fragmento extremo) porque la preeminencia aquí se da al rasgo específico de definición y no al estado o grado de conservación del soporte, del mismo modo que para
las variantes con apuntamiento. Los caracteres “bisel” o “truncadura” no se han aislado tipológicamente por su escasa incidencia.
Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado y oblicuo
marginal (HRP11)
Soporte laminar en que el retoque plano o sobreelevado
aparece combinado con otro retoque oblicuo marginal, presentando ambos cualquier extensión, dirección, localización
y articulación (fig. 40, nº 6; fig. 42, nº 1 a 7).
Como muestran las ilustraciones, las formas de combinación
de las dos modalidades de retoque son muy variadas, poniendo de
relieve no tanto el intenso aprovechamiento de estos soportes, como su utilización quizás en diferentes tareas que originan distintas
morfologías de desgaste en los filos (extracciones oblicuas marginales y algunas planas parciales igualmente marginales; p.e., nº 4,
fig. 42) o que precisan de particulares conformaciones o refecciones de estos filos de trabajo (extracciones planas profundas y de extensión total; p.e., nº 2, fig. 42).
Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado y oblicuo marginal (HRP12)
Fragmento extremo (l<2a) del tipo anterior (fig. 42, nº 8
a 10).
La simplificación en este grupo puede hacerse eliminando los dos últimos tipos (HRP11 y HRP12), con lo que
las piezas afectadas pasarían a clasificarse exclusivamente
por el retoque plano o sobreelevado, aplicando el principio
de la jerarquía de caracteres.
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Fig. 36.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 37.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 38.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 39.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 40.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 41.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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Fig. 42.- Hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado.
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PUNTAS DE FLECHA
Grupo eminentemente representativo, junto con el anterior, del Neolítico avanzado y el Eneolítico, que ofrece en la
Ereta del Pedregal índices globales alrededor del 32% y del
34% según se tomen en consideración o no las piezas con señales de uso (en la Cova de l’Or estos mismos índices quedan drásticamente reducidos a menos del 1%).
La denominación de “puntas de flecha” para los útiles
que integran este grupo, la más extendida bibliográficamente (pointes de flèche, punte di freccia, pontas de seta, arrows
points, etc.) y que encierra a la vez un sentido morfológico
y funcional, se encuentra totalmente justificada por una más
que manifiesta correspondencia entre forma y función confirmada por la traceología y los abundantes testimonios paleoetnográficos, antiguos y recientes.23 Tal como matizó en
su momento Hugot (1959: 91) y tal como se deriva de los datos acabados de exponer, el nombre más exacto para las piezas en cuestión sería el de “armaduras de puntas de flecha”,
concepto enteramente funcional y aplicable, en su generalidad, a otros morfotipos o tipos concretos de útiles (cf. determinadas puntas microlíticas o no, geométricas o no, de
contextos epipaleolíticos y neolíticos; v., p.e., Odell, 1978;
Nuzhnyj, 1989). Si se quiere huir de esa terminología funcional y de su ambigüedad genérica, guardando coherencia
con una tipología de base morfológica, el apelativo de “puntas foliáceas”, empleado por algunos autores (p.e., LeroiGourhan, 1978; Binder, 1987; Winiger, 1993), podría ser el
más apropiado, junto con el de “armaduras foliáceas” a efectos de sugerencia morfofuncional (p.e., Vaquer, 1990). Otras
denominaciones igualmente utilizadas, como las de armaduras o flechas punzantes (armatures/flèches perçantes), contendrían la misma ambigüedad arriba señalada, ya que un
geométrico encastado como punta en el extremo de un astil
también sería una armadura “punzante” (aparte de Odell o
Nuzhnyj, v. Gassin, 1996: 101, fig. 82, para un trapecio en
esa disposición; González Urquijo, Ibáñez y Zapata, 1999:
561, fig. 2, para un segmento de doble bisel). En un final, si
optamos por hablar de “puntas de flecha” es simplemente
por tradición bibliográfica y de escuela, y siempre con la
asunción de que dicho término lleva implícito el sentido
completo de “armaduras foliáceas de puntas de flecha”.
El tratamiento tipológico de las puntas de flecha, al mismo nivel o más que otros grupos de utillaje neoeneolíticos,
queda fuera obviamente de los grandes esquemas elaborados
para el Paleolítico o el Epipaleolítico, aquellos que han ofrecido modelos de clasificación para otras familias de útiles
con menor limitación cronocultural (raspadores, truncaduras, geométricos, etc.). Al margen, pues, de estos esquemas,
las “tipologías” de puntas de flecha24 han proliferado dentro
de distintos marcos de realización/presentación, unas veces
formando parte de repertorios, catálogos o inventarios generales de utillaje, más o menos formalizados, concebidos o
adaptados para estudios regionales o de un simple yacimiento, y otras veces constituyendo el único objeto de esos repertorios. Ejemplos de tipologías “embebidas”, ciñéndonos
al ámbito de la península Ibérica, son la presentada por Andrés (1978) en su catálogo para la valoración de los mobiliarios líticos de las sepulturas dolménicas del valle medio del
Ebro; por Cava (1984) para los dólmenes vascos; por Rivero
(1988) para las cuevas artificiales de Andalucía y Portugal;
por Soler Díaz (1988, 2002) para las cuevas sepulcrales del
País Valenciano; o por Fábregas (1992a) para los megalitos
gallegos. Asimismo la ofrecida por Vallespí, Hurtado y Calderón (1985) para el yacimiento extremeño de La Pijotilla,
aplicada también al yacimiento manchego de Vega de los
Morales (Vallespí et al., 1985b); por Bueno (1988) para los
dólmenes extremeños de Valencia de Alcántara; por Soler
Díaz (1991) para el dolmen salmantino de La Veguilla; o por
Uerpmann (1995) para el yacimiento portugués de Zambujal. En referencia a otros ámbitos europeos, pueden citarse
las clasificaciones contenidas en repertorios como el de Vaquer (1990) para el Neolítico y el Eneolítico del Languedoc
occidental, o de Winiger (1993) o Honegger (2001) para el
Neolítico medio y final de Suiza. Entre las tipologías ex profeso, aparte de la clásica de Hugot (1959) para las puntas de
flecha saharianas, cabe señalar la de Bagolini (1970) para las
piezas foliáceas de las industrias holocénicas del norte de
Italia, formulada bajo presupuestos laplacianos y completada posteriormente por Di Lernia y Martini (1990); la de Jorge (1978) para las puntas de los túmulos megalíticos del
Noroeste de Portugal; la de Forenbaher (1999) para las del
23
plos más espectaculares los proporcionan las puntas clavadas en los huesos humanos de muchos enterramientos del IV y III milenios a.C. Un amplio listado
de los individuos neolíticos heridos por puntas de flecha, del ámbito francés,
lo han ofrecido Guilaine y Zammit (2001); para la península Ibérica, son elocuentes los casos constatados en el hipogeo de Longar (Armendáriz e Irigaray,
1995) y en la sepultura bajo abrigo de San Juan ante Portam Latinam (Vegas,
1999, 2007; Vegas et al., 1999), ambos en el valle medio del Ebro.
24 Nos referimos a las más recientes, posteriores a la implantación de los
clásicos sistemas tipológicos morfodescriptivos. En Brézillon (1977: 309,
voz “Pointe de flèche”) se reseñan algunos de los principales ensayos de
clasificación anteriores.
La función “punta de flecha” ha sido bien determinada por las trazas denominadas de “impacto” (estrías y fracturas específicas) y por las propiamente de enmangue, reconocidas a partir de eficientes programas experimentales
(v., p.e., a los dos respectos –traceología de piezas arqueológicas y de réplicas
experimentales–, y en concreto para puntas de tipología neoeneolítica: Gassin,
1996; Lemorini et al., 1996; Beugnier, 1997; Gibaja, 1997, 2003; Gibaja y Palomo, 2003; Kelterborn, 2000; Jardón et al., 2000; Palomo y Gibaja, 2003).
Como evidencias paleoetnográficas –arqueológicas, en suma–, aparte de los
hallazgos de flechas enmangadas o con restos de materia adhesiva, y de los
propios arcos (basta sólo recordar el equipamiento que acompañaba a Ötzi, el
popularmente llamado “hombre de los hielos”; Spindler, 1995 a y b), los ejem-
129
[page-n-141]
Esta escueta definición, que pone el acento en la apariencia foliácea, el apuntamiento y el retoque bifacial, da
cuenta en principio de todo lo que puede considerarse una
punta de flecha en las series estudiadas, provengan de contextos de habitación o de enterramiento. El alcance de lo
“foliáceo”, como hemos subrayado, va más allá de su estricto sentido, ya que es habitual incluir bajo esta rúbrica formas
más bien geométricas como las triangulares o romboidales,
o cualquier perfil básico (foliforme o geométrico) modificado a partir de pedúnculo, aletas, etc. En cuanto al retoque bifacial, éste puede adquirir el carácter de cubriente total o
dejar en una o ambas caras una zona reservada central, efecto producido por la “marginalidad” de las extracciones en su
extensión por prácticamente todo el contorno de la pieza. La
técnica de acabado se apoya generalmente en el retoque por
presión, precedido de tratamiento térmico, procedimientos
bien constatados en las colecciones de la Ereta del Pedregal
(Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006).
Conceptualmente al menos, es decir, en el plano de los arquetipos o tipos ideales, los principios de simetría y regularidad son consustanciales a toda punta de flecha foliácea. En el
plano de las evidencias reales, empero, y en una colección de
puntas como la de la Ereta que proviene en gran parte de un
verdadero taller de fabricación in situ, la simetría y la regularidad pueden resultar aspectos formales bastante relativos.
Como veremos en su momento, hay asimetrías e irregularidades debidas a elaboraciones poco diestras o impuestas por la
propia démarche de la fabricación (refecciones obligadas tras
roturas, fracturas, etc.), aunque ello no impide “tipologizar”
las piezas con estas “deficiencias” al mismo nivel que las que
se sujetan con mayor perfección al diseño de partida. Ésta es
sólo una vertiente de los problemas que plantea el estudio tipológico de las puntas de flecha de la Ereta, la serie básica con
la que hemos trabajado a efectos del repertorio general. Dado
que todo el proceso de fabricación de puntas, con sus correspondientes cadenas operativas, se encuentra de hecho en el
yacimiento, con piezas en todos los estados de conformación,
la cuestión principal radica en dónde fijar el límite entre lo
que aún cabe considerar un esbozo y lo que ya constituye una
punta acabada. Los criterios finalmente retenidos, tras un ejercicio complementario de observación efectuado sobre muestras de puntas pertenecientes a contextos sepulcrales,25 son los
siguientes respecto a los caracteres que debe presentar una
pieza acabada: una silueta más o menos regular dentro de los
límites de variación del prototipo al que remite; en consecuencia, un ápice o apuntamiento bien perfilado, al igual que
los rasgos adicionales (pedúnculo, aletas, etc.) si es el caso;
una sección más bien delgada (lenticular, plano-convexa,
etc.); unos bordes rectilíneos vistos en el perfil lateral; un retoque bifacial más o menos cuidado.
Previamente a la exposición de los criterios de clasificación tipológica y a la presentación de los tipos individuales,
conviene detenerse en la terminología analítica y descriptiva
aplicable a las puntas de flecha, no siempre explícita en los
trabajos expresos (algunas excepciones, de las que nos hemos aprovechado en parte o en toda: Hugot, 1959; Bagolini,
1970; Soler Díaz, 1988; Di Lernia y Martini, 1990; Forenbaher, 1999; además: Leroi-Gourhan, 1978).
Toda morfología analítica parte de una orientación de la
pieza que, en el caso de las puntas de flecha, la determina la
disposición hacia arriba del apuntamiento o del extremo más
largo apuntado (si el apuntamiento es doble) (v. cuadro 14);
esta disposición es indiferente para formas simétricas según
el eje transversal (los dos ejes de simetría, longitudinal o
vertical y transversal u horizontal, discurren en esos sentidos
por la parte media de la pieza). Las puntas de flecha constan
de dos partes esenciales, cuerpo y base, separadas normalmente por el eje transversal que marca la máxima anchura de
la pieza (en las formas con sólo aletas, la separación la produce la línea tangente a la concavidad basal que origina dichos apéndices; en las de pedúnculo y aletas agudas, la línea
horizontal de la cual arranca el pedúnculo). El cuerpo se
corresponde con la parte apuntada o funcional s.s., ceñida
por dos lados, derecho e izquierdo, que pueden ser rectos,
cóncavos, convexos o sinuosos en cuanto a la delineación
general, ya que pueden presentar además una denticulación
intencional marginal o muy marginal; el punto de convergencia de los dos lados constituye el ápice o punta s.s. La
base, opuesta por definición al ápice, es la que suele comportar los principales rasgos morfológicos de clasificación.
El tipo más simple de base lo determina una línea transversal al cuerpo, uniendo ambos lados (puntas triangulares s.s.),
de delineación recta, cóncava o convexa. Otras bases simples son las que repiten la morfología del cuerpo por debajo
del eje que coincide con la máxima anchura de la pieza, eje
situado normalmente en la mitad de ésta o en el tercio inferior. Ello da origen por ejemplo a las puntas romboidales
25 La evaluación de las características técnicas de las puntas de flecha localizadas en los entornos sepulcrales tiene un especial interés para la cuestión debatida. La convicción generalizada es que su presencia en estos
entornos responde a depósitos intencionales de piezas en uso o preparadas
para el uso, formando parte del “ajuar” funerario del individuo o los indivi-
duos enterrados (en este caso el armamento personal); dicho uso sería aún
más evidente de tratarse de proyectiles alojados en el cuerpo de los inhumados y causantes de heridas o de la propia muerte. Por tanto, estas puntas
son un precioso documento para discernir el grado de “irregularidad” morfotécnica aceptable en términos funcionales.
Calcolítico portugués en general; la de Arias González y Jiménez González (1990) para las del Calcolítico ibérico y a
propósito de los materiales del dolmen salmantino de Villamayor; o la de Ontañón (2002) para las puntas del Calcolítico cantábrico. Todos estos trabajos, en un sentido u otro, han
facilitado nuestra propia tipología para las puntas de flecha
de la fachada central del mediterráneo peninsular.
Definición del grupo: Piezas apuntadas de siluetas foliáceas (en sentido amplio), realizadas sobre lascas, soportes
laminares o recortes de plaquetas (sílex tabular) y conformadas por retoque bifacial generalmente plano.
130
[page-n-142]
Cuadro 14.- Puntas de flecha. Morfología analítico-descriptiva básica.
131
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(desdoblamiento formal de un triángulo de lados rectos, en
el caso más “regular”) y a las foliformes de base apuntada
(desdoblamiento de un triángulo de lados convexos u ojiva).
Independientemente de la regularidad y de la morfología final proporcionada por la combinación de las delineaciones
de los lados del cuerpo y la base, en las puntas romboidales
la unión de estas dos últimas partes dibuja siempre un ángulo; en las foliformes este ángulo no existe, produciéndose
una simple inflexión de la curvatura marcada por los lados
del cuerpo. En las foliformes también, la base puede no reproducir la forma del cuerpo, sustituyendo el consecuente
perfil apuntado por otro redondeado. En ambos tipos de
puntas, la anchura del cuerpo y de la base es a veces desigual, por lo que la unión de las dos partes se realiza mediante
un pequeño escalón u hombro, normalmente de trazado horizontal. El efecto producido entonces, según la relación de
anchura con el cuerpo, es el de una base ensanchada o estrechada. Las bases menos simples vienen configuradas por
los rasgos que detallamos a continuación. En las puntas
triangulares (de lados rectos o convexos), la base puede presentarse en forma de concavidad o entalladura muy acentuada, dibujando así, a una parte y otra del eje longitudinal
medio, unos apéndices bien marcados o aletas. En otras ocasiones, lo que se destaca es un solo apéndice en el sentido de
dicho eje, esto es, un pedúnculo o espiga unido a los lados
del cuerpo por hombros no angulares. En cualquier circunstancia, y según la proporción que guarde con la longitud total de la pieza, el pedúnculo será corto, normal o largo. Las
aletas y el pedúnculo, pues, pueden darse de manera exclusiva, pero lo más corriente es que ambos rasgos aparezcan
combinados, definiendo las puntas de pedúnculo y aletas. En
este caso, y según el ángulo que forman con el pedúnculo,
las aletas serán rectas, obtusas o agudas (ángulo para el que
se toma en consideración la dirección de la parte inferior de
la aleta, que viene a coincidir con el hombro, y la normal dirección longitudinal del pedúnculo). A su vez, las aletas rectas u obtusas, atendiendo a la dimensión del hombro, podrán
ser cortas o normales, mientras que las agudas, en base a la
longitud de la aleta en su desarrollo descendente y en relación con la longitud también del pedúnculo, se presentarán
como incipientes, normales, desarrolladas, rasas o sobrepasadas. Los criterios “métricos” que determinan el tamaño y
desarrollo de aletas o pedúnculos se exponen en las definiciones de los tipos particulares (v. tb. cuadro 14). El último
rasgo a anotar son los apéndices laterales, pequeñas “aletas”
o protuberancias en esa disposición y destacadas en la zona
de encuentro del cuerpo con la base, afectando siempre a
puntas de perfiles simples (romboidales, foliformes).
Criterios de clasificación (cuadro 15):
Dada la amplitud de criterios tenidos en cuenta para la
clasificación de las puntas de flecha, prescindiremos excepcionalmente en este caso de su exposición pormenorizada,
remitiendo al cuadro correspondiente. De manera general,
los aspectos y caracteres retenidos hacen referencia al estado de las piezas, a su simetría o asimetría según el eje longitudinal o el eje transversal, a la entidad formal de los perfiles
132
frontales y a los rasgos peculiares que los originan (delineaciones de cuerpos y bases, tamaños y proporciones de pedúnculos y aletas, etc.). En esencia, el tema principal de
clasificación lo ha proporcionado el perfil o silueta global,
que ha permitido llegar al tipo a partir de las siguientes clases implícitas, ordenadas según la complejidad morfológica
creciente en (cuadro 14): puntas triangulares, romboidales,
foliformes, de base ensanchada, de pedúnculo o base estrechada, de base cóncava o de aletas, de apéndices o aletas laterales, de pedúnculo y aletas, y otros perfiles.
Tipos:
Punta triangular de base recta o convexa (PF1)
Tipo no constatado en las colecciones estudiadas, retenido por alguna mención bibliográfica a puntas especialmente de “base recta” en contextos sepulcrales valencianos
(cf. Soler Díaz, 2002, II: 23, fig. 112).
Las puntas de contorno estrictamente triangular constituyen la
clase más básica de armaduras de flecha, contempladas en la mayoría de clasificaciones tipológicas de ámbito peninsular o europeo
cercano, e individualizadas normalmente por la delineación de la
base. Estas puntas, sin embargo, bien definidas y presentes en conjuntos –sobre todo– del sur y oeste peninsular, apenas tienen representación en las series valencianas (cf. variante con base cóncava),
y puede decirse que ninguna en tanto que evidencias remisibles a
este primer tipo genérico. Sobre las puntas “triangulares” de base
cóncava, sólo indicar que han sido extraídas intencionadamente de
lo que sería su clase taxonómica natural, para formar, junto con las
foliformes de base también cóncava y las de “aletas”, otra clase
aparte que se incluye más adelante.
Punta romboidal simétrica (PF2)
Punta de silueta losángica y simétrica según el eje transversal medio, de lados no convexos (fig. 43, nº 1 y 2). Por
definición, la máxima anchura se sitúa en la mitad de la pieza, en la línea de encuentro de cuerpo y base, guardando ambas partes proporciones similares.
La noción de simetría/asimetría basada en el emplazamiento de
la máxima anchura la hemos adoptado de Sauzade y Courtin (1988:
131), aplicada a puntas romboidales y foliformes. Desde esta perspectiva, la simetría en sí no implicaría la repetición de rasgos idénticos a partir del eje medio, que en el caso de las puntas losángicas
atañería a las delineaciones de los cuatro lados, circunstancia que,
como se aprecia en la pieza nº 2, no siempre suele ocurrir (la base
opone un lado rectilíneo a otro cóncavo). Observar un criterio estricto de “regularidad” morfológica –de buenas simetrías, al fin y al cabo– obligaría, en ésta y en otras clases cercanas de puntas de flecha,
a una multiplicación de los tipos de acuerdo con la delineación de
los lados y sus posibles articulaciones, algo en principio nada aconsejable. Lo que hay que tener en cuenta, en definitiva, es que la “irregularidad” que muestra la pieza nº 2 –puesta por caso– no es en
absoluto intencionada, sino producto de toda una serie de factores relacionados con la propia fábrica (condiciones del soporte de partida,
estado con respecto a la fase de acabado, aptitud del tallador, etc.).
El reconocimiento de este hecho, pues, es el que ha presidido la toma de decisiones últimas a la hora de la clasificación en general.
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Puntas de flecha (PF): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Pieza completa o fracturada identificable con clase o clase/tipo
Simétrica (según eje longitudinal)
Triangular
Base recta o convexa (PF1)
Romboidal
Lados no convexos
Simétrica (según eje transversal) (PF2)
Asimétrica (ídem) (PF3)
Lados convexos
Rombo-ojival (PF4)
Foliforme
Pieza completa o fracturada identificable con tipo
Base apuntada
Simétrica (según eje transversal) (PF5)
Asimétrica (ídem) (PF6)
Base redondeada (PF7)
Fragmento no identificable con tipo (PF8)
Base ensanchada
Romboidal (PF9)
Foliforme (PF10)
Rombo-ojival (PF11)
Pedúnculo o base estrechada
Foliforme (PF12)
Romboidal (PF13)
Rombo-ojival (PF14)
Base cóncava o aletas
Triangular (PF15)
Foliforme (PF16)
Apéndices o aletas laterales
Pieza completa o fracturada identificable con tipo
Romboidal
Simétrica (según eje transversal) (PF17)
Asimétrica (ídem) (PF18)
Foliforme (PF19)
Rombo-ojival (PF20)
Base ensanchada (PF21)
Pedúnculo o base estrechada (PF22)
Fragmento no identificable con tipo (PF23)
Pedúnculo y aletas
Aletas simétricas
Rectas (PF24)
Obtusas
Cuerpo de lados rectos
Pedúnculo normal o largo (PF25)
Cuadro 15.
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Pedúnculo corto (PF26)
Cuerpo de lados cóncavos o sinuosos (PF27)
Cuerpo de lados convexos (PF28)
Agudas
Pieza completa o fracturada identificable con tipo
Aletas incipientes
Pedúnculo normal (PF29)
Pedúnculo corto (PF30)
Aletas normales
Cuerpo de lados rectos
Pedúnculo normal (PF31)
Pedúnculo corto (PF32)
Pedúnculo largo (PF33)
Cuerpo de lados cóncavos o sinuosos (PF34)
Cuerpo de lados convexos (PF35)
Aletas desarrolladas
Pedúnculo normal (PF36)
Pedúnculo corto (PF37)
Aletas rasas o sobrepasadas (PF38)
Fragmento no identificable con tipo (PF39)
Aletas disimétricas
Recta-obtusa (PF40)
Recta/obtusa-aguda (PF41)
Otros perfiles
Muescas laterales (PF42)
Asimétrica (según eje longitudinal)
Oposición rasgos simples (PF43)
Oposición rasgo simple y apéndice (PF44)
Oposición rasgo simple y aleta recta u obtusa (PF45)
Oposición rasgo simple y aleta aguda (PF46)
Fragmento no identificable (PF47)
Cuadro 15 (continuación).
Punta romboidal asimétrica (PF3)
La diferencia con el tipo anterior la marca la asimetría
deducida del mismo eje transversal (fig. 43, nº 3 a 9). La máxima anchura se sitúa en estas puntas por debajo del eje,
normalmente en el tercio proximal. La asimetría, en determinadas piezas, puede venir dada por un desplazamiento
más o menos acusado de los ángulos laterales de unión del
cuerpo y la base (encuentro de las dos partes en distintos
ejes transversales), por lo que dicho carácter lo será a la vez
en relación con el eje transversal medio y el longitudinal (caso no figurado).
La morfología más regular, tanto en este tipo como en el precedente, la define la rectilineidad de los lados del cuerpo y la base,
134
si bien dicha regularidad puede verse perturbada, como ya hemos
comentado, por la delineación cóncava de alguno de esos lados
(pieza nº 3, para este tipo específico). Como se observa también en
las ilustraciones, existe una cierta variabilidad tipométrica dentro
de las puntas asimétricas, con piezas cortas (nº 4), estrechas (nº 6),
etc.; la escasez de efectivos, principalmente, es lo que desaconseja
de nuevo la consideración de criterios dimensionales para establecer variantes o subvariantes tipológicas, y esto mismo se hace extensible a la mayor parte de tipos concretos de otras clases de
puntas de flecha. Las piezas nº 8 y 9 estarían al límite entre lo simétrico y asimétrico, y las nº 4 y 5 ofrecen la particularidad de haber sido fabricadas sobre sílex tabular, conservando restos de
córtex de la plaqueta original en una o ambas caras.
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Punta rombo-ojival (PF4)
Punta de silueta losángica en que al menos los dos lados
del cuerpo son de delineación convexa, dibujando una ojiva
(fig. 43, nº 10 a 14). La morfología romboidal, por tanto, se
entiende en su acepción más amplia, que convenimos en la
conexión angular que deben presentar el cuerpo y la base.
El concepto “rombo-ojival” tendría su mejor sentido en referencia a piezas con cuerpo y base en ojiva (en cierta medida las
nº 10 y 11), aunque en sentido amplio hay que aplicarlo también a
puntas con cuerpo en ojiva pero con base no exactamente de ese
perfil (piezas nº 12 y 13, presentando la base con uno o ambos lados rectilíneos, respectivamente; o nº 14, con un lado rectilíneo y el
otro cóncavo). La discriminación de las morfologías rombo-ojivales cuenta con antecedentes locales en las descripciones de puntas
de flecha, siendo que determinados autores valencianos han reparado de antiguo en estas morfologías, concretamente en las formas
de “cuerpo en ojiva y base angular” (cf. nuestra pieza nº 13), definiéndolas como puntas “mixtas” (Ballester, 1929: 69; Pla, 1954:
52), o también como puntas con “base en ángulo”, sobreentendiendo en esta denominación el perfil ojival del cuerpo (Jordá, 1958:
72). Estas armaduras, por otro lado, suelen ser asimétricas considerado el eje transversal medio, lo que obvia su distinción en base
a este carácter. La pieza nº 11 es un ejemplo de la fina denticulación que pueden comportar los lados del cuerpo de bastantes puntas de flecha, sea cual sea su clase formal.
Punta foliforme simétrica de base apuntada (PF5)
Punta de perfil foliáceo y simétrica según el eje transversal medio, presentando los dos extremos apuntados (fig. 43,
nº 15 a 19). Como en las romboidales del mismo tipo de simetría, la anchura máxima se sitúa en la mitad de la pieza.
El término “foliforme”, empleado por bastantes autores, es sinónimo aquí de “foliáceo” no en su sentido más genérico (el que a
veces se da a todo el conjunto de puntas de flecha), sino en el que
se contrapone a lo geométrico –por ejemplo– como morfología y
terminología también recurrentes (puntas triangulares, romboidales, etc.). Con esto no nos apartamos de ningún consenso semántico, ya que para la mayoría de autores los vocablos foliforme y
foliáceo, según los aplican, tienen el mismo significado, acotado a
una clase específica de armaduras (las foliáceas s.s. o foliformes de
perfil simple). Abundando todavía en cuestiones de nomenclatura,
aparte de que las puntas foliformes puedan recibir alguna otra denominación genérica (p.e., “lanceoladas”), los tipos concretos de
base apuntada son tal vez los que gozan de una mayor diversidad
de nombres: puntas “lauriformes”, “saliciformes”, “ojivales”, “biconvexas”, “lenticulares”, “biapuntadas”, etc. De los ejemplos figurados, las piezas nº 15 y 19, pese al amplio retoque bifacial,
estarían al límite del esbozo: la primera, por su espesor y la poca
rectilineidad de los bordes vistos en el perfil lateral; la segunda, por
su contorno poco “regular” y el escaso apuntamiento. La pieza
nº 18 presenta una delineación rectilínea de los lados del cuerpo y
la base, excepcional en puntas foliformes, y si se incluye en esta
clase es por la ausencia de ángulo en la unión de dichos lados.
Punta foliforme asimétrica de base apuntada (PF6)
La asimetría la establece igualmente el eje transversal
medio, situándose la anchura máxima de la punta en el tercio o cuarto inferior (fig. 43, nº 20; fig. 44, nº 1 a 5).
Dada la “irregularidad” de algunos perfiles, las puntas de este
tipo, como sus homólogas romboidales, pueden mostrar una asimetría según los dos ejes (p.e., nº 20, fig. 43; o nº 3, fig. 44), o lo
que es decir, la máxima anchura, marcada por el punto de inflexión
de la convexidad de los lados, se presenta desplazada según un eje
transversal oblicuo.
Punta foliforme de base redondeada (PF7)
Punta de silueta foliácea con un extremo apuntado y el
otro redondeado, que constituye la base (fig. 44, nº 6 a 13).
Las armaduras de este tipo son por definición asimétricas (según el eje transversal), ofreciendo la máxima anchura en el
tercio o cuarto inferior, e incluso al nivel mismo de la base.
En la bibliografía, estas puntas pueden recogerse con el nombre de “amigdaloides”, cuando dibujan con mayor perfección el
perfil de una almendra (cf. Hugot, 1959: 121). En las figuradas, sin
embargo, y pese a tratarse de los mejores exponentes con que se
cuenta, el grado de irregularidad es bastante elevado. Su clasificación, hay que reconocerlo, ha sido en mucho más de un caso forzada, al desbordar apenas el límite del esbozo (p.e., nº 7, 10, 12).
El poco número de piezas, por otra parte, desaconseja también aquí
separar tipos estrechos de anchos, cortos de largos, etc. A anotar la
frecuente utilización del sílex tabular (nº 8 a 10 y 12).
Fragmento de punta foliforme (PF8)
Pieza foliácea cuyo estado, determinado por una o varias fracturas, hace dudosa o imposible su inclusión en alguno de los tres tipos anteriores, no así en la clase que éstos
definen (fig. 44, nº 14 a 17). La principal dificultad estriba
en el reconocimiento de la morfología de la base.
Punta romboidal de base ensanchada (PF9)
Punta de silueta losángica con la particularidad de que
la base se muestra ensanchada en relación al cuerpo, produciéndose la unión entre ambas partes mediante un pequeño
escalón u hombro superior (fig. 44, nº 18 y 19). El perfil
romboidal, de lados rectilíneos o a lo sumo ligeramente cóncavos, se deduce de la consecuente apariencia que habría de
revestir la armadura ante la ausencia del mencionado escalón. La máxima anchura puede situarse en la mitad de la pieza (ejemplos ilustrados) o en el tercio proximal.
La denominación de “base ensanchada” (Juan Cabanilles y
Martínez Valle, 1988: 193) es la rectificación personal –por mayor
precisión descriptiva– del término “base saliente” con que los autores valencianos se han referido de antiguo al particular rasgo que
define esta clase de puntas de flecha, bien reconocidas en los contextos de enterramiento regionales (Ballester, 1929: 50, 54, etc.;
1949: 52). Otros autores locales, posteriormente, han empleado el
nombre de “aletas inversas” para designar este mismo rasgo morfológico (Soler Díaz, 1988: 138; 2002, I: 45). El concepto de aletas inversas (aletas que serían normalmente cortas o muy cortas)
tiene un lógico sentido desde la visión de las armaduras según su
orientación “funcional”, orientación que, por otro lado, no ofrece
dudas –incluso en el caso de la pieza nº 18– si se repara en aquellas constantes morfotécnicas observadas en el grueso de puntas de
flecha, como son la disposición del mayor espesor en la parte basal
o de la microdenticulación en los lados del cuerpo, con independencia de que esta parte suela ser la de mayores proporciones.
135
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Punta foliforme de base ensanchada (PF10)
Punta de silueta foliácea compartiendo con el tipo anterior las mismas características en cuanto a peculiaridad de la
base, perfil deducible y disposición de la máxima anchura
(fig. 44, nº 20 y 21).
La proximidad tipológica de las puntas de base ensanchada
con las de apéndices laterales es bastante notoria, sobre todo cuando la “aleta inversa” adquiere más bien el carácter de pequeña protuberancia por alguna leve profundización del retoque en la parte
inmediata de la base, como ocurre en la pieza nº 20.
Punta rombo-ojival de base ensanchada (PF11)
La diferencia con los dos tipos precedentes reside en la
silueta especial que confieren a estas puntas un cuerpo ojival y una base triangular (fig. 45, nº 1 a 5).
Lo “rombo-ojival”, en esta clase de armaduras, queda reducido
por fuerza a la morfología señalada, ya que el perfil deducible de un
cuerpo y una base ojivales, cuando no existe una unión directa entre
las dos partes, apunta con menor ambigüedad a un diseño foliforme
(cf. tipo anterior). Como anécdota, señalaremos que las concretas
puntas aquí en consideración han recibido ocasionalmente el sobrenombre de “tipo Barranc del Castellet”, por referencia a algún bello
ejemplar de la cueva sepulcral epónima (Ballester, 1929: 54).
Punta foliforme con pedúnculo o base estrechada (PF12)
Punta de cuerpo foliáceo presentando un apéndice basal
más o menos destacado (fig. 45, nº 6 a 10) o un ligero estrechamiento de la base (fig. 45, nº 11). La unión del “pedúnculo” o de la “base estrechada” con el cuerpo no determina
ningún ángulo marcado.
En cualquiera de los dos rasgos de clasificación que aquí aunamos, y tal como se comprueba en los ejemplos ilustrados, la
constitución de este tipo puede haber resultado un tanto forzada,
más por los límites difusos con el esbozo que muestran bastantes
de los ejemplos (nº 6, 9, e incluso nº 11, por su espesor global), que
por la entidad en sí de los rasgos, cualitativa o cuantitativa. A este
último respecto, cabe señalar que las armaduras lanceoladas o foliformes con pedúnculo han sido individualizadas por algunos autores (cf. Hugot, 1959: 118; Vallespí et al., 1985b: 26).
Punta romboidal de base estrechada (PF13)
Punta de silueta losángica en que la base, contrariamente al tipo PF9, se presenta estrechada con relación al cuerpo,
marcando la unión entre ambas partes un pequeño escalón
u hombro inferior (fig. 45, nº 12 a 14). El perfil romboidal,
con cuerpo siempre de lados rectilíneos, es también el deducible en ausencia de dicho escalón, situándose la máxima anchura en el tercio proximal.
La mejor ilustración de lo que entendemos por una “base estrechada” la ofrece la punta nº 14, una verdadera pieza-tipo, en la
que muy forzadamente podría verse un espécimen de aletas cortas,
al igual que en los restantes casos figurados (nº 12 y 13).
Punta rombo-ojival de base estrechada (PF14)
Punta de silueta losángica deducible de un cuerpo en
ojiva y una base triangular estrechada a partir de un peque-
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ño escalón inferior (fig. 45, nº 16) o por la concavidad, poco
acentuada, de uno o generalmente los dos lados de la propia
base (fig. 45, nº 15 y 17 a 19).
Gran parte de las piezas que aportamos como exponentes de
este tipo estarían al límite con las puntas rombo-ojivales simples, si
no es porque estas puntas rara vez presentan los dos lados de la base con una delineación cóncava. Otro límite difuso, igualmente,
existiría con las puntas de aletas rectas u obtusas cortas, como veremos en su momento.
Punta triangular de base cóncava o de aletas (PF15)
Punta con la silueta general de un triángulo en que el lado que constituye la base ofrece una entalladura “normal” o
poco marcada (cf. punta de base cóncava s.s.; fig. 45, nº 20)
o muy marcada (cf. punta de aletas; caso no figurado). Los
lados correspondientes al cuerpo serán siempre de delineación rectilínea.
Unimos en un mismo tipo lo que en otras tipologías, referidas
a ámbitos como por ejemplo el suroeste peninsular, se considera
como dos o más tipos diferentes (Vallespí, Hurtado y Calderón,
1985; Bueno, 1988; Rivero, 1988; Forenbaher, 1999). Ello se debe
a la excepcionalidad de esta clase de armaduras en el conjunto del
territorio valenciano (v. Pla, 1956; González Prats, 1986: 96; Soler
Díaz, 2002, II: 27), en franco contraste con el ámbito señalado o
con otros igualmente meridionales. Es sintomático al respecto la
completa ausencia de puntas de base cóncava o de aletas en la amplia colección estudiada de la Ereta del Pedregal, habiendo tenido
que recorrer, para su ilustración, a algunos de los pocos ejemplares
de otros yacimientos regionales.
Punta foliforme de base cóncava o de aletas (PF16)
La diferencia con el tipo anterior se encuentra en el perfil foliáceo que evidencian estas puntas, truncado por la entalladura más o menos profunda que determina la base
(fig. 45, nº 21; fig. 46, nº 1 y 2).
En la órbita de la base cóncava s.s. estaría la pieza nº 2
(fig. 46), mientras que en las nº 21 (fig. 45) y nº 1 (fig. 46) la escotadura basal ya dibujaría unos apéndices incipientes, aunque lejos aún de las verdaderas aletas que tienen su máxima expresión,
como rasgo, en las puntas denominadas de “Alcalar” (v. Forenbaher, 1999: 79). La última de las piezas señaladas, procedente de la
Cova de la Pastora, se acercaría de algún modo a las puntas llamadas “mitriformes” (ibíd.: 78).
Punta romboidal simétrica con apéndices laterales (PF17)
Tipo PF2 presentando sendos apéndices, más o menos
destacados, en la zona o ángulo de encuentro entre el cuerpo y la base (fig. 46, nº 3 a 14).
Las armaduras de apéndices laterales constituyen una clase formal muy bien representada en los diferentes contextos, sepulcrales y
de habitación, del Neolítico final y Eneolítico valencianos, habiendo
recibido de antiguo diversos nombres como el de “puntas cruciformes” (el más usual en los autores regionales: de Ballester [1929] a
Soler Díaz [2002]), “puntas de muñones”, etc. Menor implantación
han tenido otras denominaciones como la de “puntas de aletas en
apéndice” (empleada, p.e., por Hugot, 1959: 114; Cava, 1984: 108).
Todos estos apelativos y otros para el rasgo definidor (apéndices,
muñones, aletas apendiculares, espolones, etc.) ponen de manifiesto
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una variabilidad morfológica que, tomando ejemplos de la figura 46,
va de la “protuberancia” apenas insinuada (nº 10) al “muñón” bien
destacado (nº 12), pasando por la “aleta” angular (nº 15) o el “apéndice” cuidadosamente perfilado (nº 20), dándose cualquier combinación en una misma pieza. Tal variabilidad podría quedar reducida
formalmente a lo que consideraríamos como apéndices angulares
(aletas, en el sentido más corriente) y como apéndices no angulares
(muñones, en el sentido más descriptivo), cuya regularidad suele ir
acorde con la propia de la punta en su estado de elaboración o acabado. El hecho a retener es que los apéndices en sí no tienen ningún
valor claro de estilo, más allá del que de una manera general confieren a la específica clase de puntas que definen. A señalar también
que uno de los apéndices –más raramente los dos– puede estar ausente en la pieza por rotura (las superficies de fractura suelen ser bastante claras), a causa más probable de accidente de fábrica.
Punta romboidal asimétrica con apéndices laterales (PF18)
Tipo PF3 con apéndices (fig. 46, nº 15 a 20; fig. 47, nº 1
a 20).
Las ilustraciones de caso redundan en las observaciones realizadas a propósito de las puntas romboidales simples, simétricas o
asimétricas, en cuanto a regularidad morfológica (todas las distancias entre la pieza-tipo y la pieza al límite, o entre la pieza más
perfecta y la más deficiente) y variación tipométrica (distintos gradientes entre lo corto y largo, ancho y estrecho). Sin salirnos de la
tipometría, la etiqueta de “cruciformes” es cierto que se ajustaría
bien a aquellas puntas más largas y estrechas (p.e., nº 16 ó 20,
fig. 47), aunque su número no es tan importante, ni en éste ni en
los otros tipos, como para dar nombre genérico a toda la clase.
Otros aspectos a reseñar atañen al empleo significativo del sílex tabular y a la fina denticulación de los lados del cuerpo que suelen
comportar las piezas mejor acabadas.
Punta foliforme con apéndices laterales (PF19)
Tipos PF5, PF6 y PF7 con apéndices (fig. 48, nº 1 a 12).
Se reúnen por tanto todos los perfiles foliáceos simples con
sus particulares caracteres de simetría, morfología de la base, irregularidad admisible, etc.
Las piezas menos problemáticas, a efectos de inclusión en este tipo, son las que comportan un cuerpo y una base en ojiva, si bien
se ha extremado el criterio a la presencia mínima de una base ojival o, en su defecto, redondeada (p.e., nº 2, 7, 10, 11). Si reparamos
en más casos concretos, la punta nº 3 estaría al límite con las de base estrechada, las nº 4 y 5 apenas tienen insinuados los apéndices,
la nº 6 carece de ellos por fractura..., una serie de estados, sin embargo, que no dificulta la clasificación de estas puntas entre las de
apéndices laterales. La observación que se sigue, aplicable a todo
el conjunto de las armaduras de flecha, es que cuando se conocen
y se comprenden bien las cadenas operativas de fabricación, hay
pocas dudas sobre qué pieza y en qué estado corresponde a una clase tipológica u otra.
Punta rombo-ojival con apéndices laterales (PF20)
Tipo PF4 con apéndices (fig. 48, nº 13 a 18). Como ocurre con las puntas rombo-ojivales de base ensanchada o
estrechada (tipos PF11 y PF14), la morfología viene determinada por un cuerpo ojival y una base triangular.
La pieza nº 13 es una de las pocas, entre las puntas de flecha
de la Ereta, en la que puede discernirse claramente un soporte la-
minar (el retoque de conformación lo permite al ser plano marginal
bifacial). El empleo de hojas, con preferencia a hojitas, se intuye en
algunas de las armaduras más alargadas y menos espesas (con la
ayuda de la variedad de sílex), que raramente corresponden a tipos
con pedúnculo y aletas marcadas. La tónica general, sin embargo,
es la utilización de recortes de plaquetas tabulares, bien reconocibles por las zonas reservadas de córtex bifacial, o de simples lascas
de talla nuclear, pueda entreverse aún en ellas la dirección del lascado (p.e., nº 11, fig. 46; nº 4, fig. 48) o no, con distinta significación también de estos tipos de soportes según la clase de puntas
(el sílex tabular se encuentra prácticamente desligado de los especimenes con pedúnculo y aletas).
Punta de base ensanchada y apéndices laterales (PF21)
Tipos PF9, PF10 y PF11 con apéndices (fig. 48, nº 19 y
20; fig. 49, nº 1 y 2). Precisando un tanto la definición, la intersección de la normal prolongación de los lados del cuerpo y la base se produce fuera del perímetro de los apéndices,
por debajo de ellos (en las formas romboidales o foliformes
simples, dicha intersección ocurriría en el interior).
La validez de este tipo la dan piezas como la nº 20 (fig. 48),
que ante la ausencia de los apéndices pasaría por una punta romboidal de base ensanchada, o la nº 1 (fig. 49), que lo haría por una
rombo-ojival de cuerpo en ojiva y base triangular también de esas
características. No hay constatadas morfologías estrictamente foliformes (tipo PF10).
Punta de pedúnculo o base estrechada y apéndices laterales (PF22)
Tipos PF12, PF13 y PF14 con apéndices (fig. 49, nº 3 a
7). Como en el tipo anterior, la intersección de los lados del
cuerpo y la base se produce fuera del perímetro de los apéndices, pero por encima de ellos.
Las morfologías foliformes deducibles (tipo PF12) tampoco
tienen aquí representación, dejando el lugar a las romboidales o
rombo-ojivales. En las piezas figuradas (todas de la Ereta), las bases responden más a la noción de estrechamiento que a la del pedúnculo, si bien este último carácter se encuentra mejor definido en
otras colecciones de puntas de flecha, como la recuperada en la Cova de Ribera (Cullera, Valencia). Ciertas puntas “cruciformes” de
esta cavidad sepulcral, las caracterizadas por su silueta romboidal
pero a la vez por un mayor “tamaño de su triángulo superior en relación con el inferior que adopta la forma de un pedicelo”, llamaron
la atención en su momento (Pla, 1958: 38), lo que unido a su identificación en otros yacimientos, justifica la formulación del tipo.
Fragmento de punta con apéndices laterales (PF23)
El estado de la pieza dificulta su inclusión en alguno de
los tipos específicos de puntas con apéndices (fig. 49, nº 8 a
11). En esencia, las fracturas del cuerpo y/o la base impiden
reconocer la silueta global, la simetría o asimetría (determinante para las formas romboidales simples), etc.
Punta de pedúnculo y aletas rectas (PF24)
Punta con los rasgos enunciados definida por el ángulo
recto (=90º) que forman las aletas con el pedúnculo (fig. 49,
nº 12 a 18; fig. 50, nº 1). Recordaremos que dicho ángulo
137
[page-n-149]
viene determinado por la dirección de los hombros o parte
inferior de las aletas y el eje longitudinal del pedúnculo.
El criterio de diferenciación de las puntas de pedúnculo y aletas por el ángulo que originan entre sí ambos caracteres lo hemos
tomado de Hugot (1959: 116), al igual que han hecho otros autores (p.e., Cava, 1984; Soler Díaz, 1988). Para el mismo Hugot
(ibíd.: 114), el rasgo “aletas” se identificaría –como es usual– con
la morfología de “las dos partes más bajas de los márgenes laterales” de cualquier armadura básicamente triangular (con o sin pedúnculo), distinguiendo así las aletas convencionales de las “aletas
apendiculares” (las que definen nuestra anterior clase de puntas y
que se caracterizarían por sobresalir lateralmente del cuerpo de la
armadura). Para las puntas de pedúnculo y aletas rectas, el tipo
aquí en cuestión, la pieza más distintiva sería la nº 1 de la figura
50. En una subclase de puntas como ésta, que cuenta con pocos
efectivos, no se han tomado en consideración rasgos como la delineación de los lados del cuerpo (la pieza nº 16, fig. 49, sería de lados cóncavos o sinuosos), ni el tamaño o desarrollo de las aletas
en base a la longitud de los hombros (las nº 12 y 13, fig. 49, muestran aletas “cortas”), ni las proporciones del pedúnculo en relación
con la longitud absoluta (la nº 18, fig. 49, y la nº 1, fig. 50, serían
de pedúnculo corto), como sí se ha hecho para todos o algunos de
estos conceptos en las restantes subclases.
Punta de pedúnculo [normal o largo] y aletas obtusas [de
lados rectilíneos] (PF25)
Punta en que el ángulo formado por las aletas y el pedúnculo es mayor de 90º, la longitud del pedúnculo superior
a 1/4 de la longitud total de la pieza, y los lados del cuerpo
no presentan una delineación cóncava, sinuosa o convexa
marcada (fig. 49, nº 19 y 22; fig. 50, nº 2, 5 y 6).
Bibliográficamente, las armaduras de pedúnculo y aletas rectas u obtusas pueden recogerse con el nombre de “triangulares con
pedúnculo” (p.e., Ballester, 1929: 69; Pla, 1958: 39; Vallespí et al.,
1985b: 25), o con el de “pedúnculo y hombreras” (Bagolini, 1970),
reservándose la noción de “aletas” para el caso específico de las
aletas agudas. Considerar como puntas de aletas y pedúnculo o como triangulares con pedúnculo a piezas como las nº 14, 16, 18 o 22
(fig. 49), o nº 1 y 10 a 12 (fig. 50), es desde luego una cuestión de
criterio personal. Otro punto son los límites que puedan guardar las
dos subclases de puntas de pedúnculo y aletas no agudas con las
de base estrechada, poco claros cuando aquellas se presentan con
hombros más bien cortos (p.e., nº 19 a 21, fig. 49, aunque hay que
tener en cuenta que se trata de piezas “estrechas”). Igualmente, decidirse en la clasificación por una morfología de aletas rectas o
de aletas obtusas puede resultar a veces complicado (p.e., nº 13,
fig. 49; nº 8 o nº 12, fig. 50). Mirando otros aspectos, la pieza nº 2
(fig. 50), una de las mayores armaduras de la Ereta, da una idea del
espectro tipométrico en que se mueven en general las puntas de flecha neoeneolíticas (compárese con la nº 12, fig. 50).
Punta de pedúnculo corto y aletas obtusas [de lados rectilíneos] (PF26)
Tipo anterior con el pedúnculo de longitud menor o
igual a 1/4 de la longitud total de la pieza (fig. 49, nº 20 y
21; fig. 50, nº 4, 7 y 8).
En los ejemplos que ilustran este tipo es donde mejor llega a
entenderse la laxitud con que hay que aplicar el criterio de “pedúnculo y aletas obtusas”, al quedar a menudo confundidos ambos rasgos en lo que constituye una simple concavidad latero-basal, eso sí,
138
más acentuada que la que determinaría una base estrechada. Subrayamos esto con independencia de que algunas de las piezas figuradas se encuentren más en el extremo del esbozo que en el de la
punta acabada (p.e., nº 4 o nº 7, fig. 50).
Punta de pedúnculo y aletas obtusas, de lados cóncavos o
sinuosos (PF27)
La particularidad frente a los dos primeros tipos de aletas obtusas reside en la delineación cóncava o sinuosa de los
lados del cuerpo (fig. 50, nº 10 a 12 y 14).
La escasez de muestras no propicia distinciones, en esta variante de lados no rectilíneos, en base a la proporción del pedúnculo, que, como se observa, se da en sus modalidades corta (pieza
nº 14) y normal (casos restantes). La pieza nº 14, por su parte, apenas amaga el aire de esbozo, delatando uno de los procedimientos
ensayados en la elaboración de puntas de flecha, consistente en la
construcción del perfil por retoque marginal oblicuo o semiabrupto, cuyas facetas sirven de partida –como plano de presión– para el
posterior retoque plano. Como comentario adicional, señalar que la
concavidad o sinuosidad de los lados del cuerpo y al mismo tiempo de la base que muestran estas puntas las aproximaría a los tipos
con apéndices o aletas laterales.
Punta de pedúnculo y aletas obtusas, de lados convexos
(PF28)
Aparte de las aletas obtusas, la característica de estas armaduras es su cuerpo ojival (fig. 50, nº 13 y 15 a 17).
Por la misma razón que en el tipo precedente, las posibilidades
de tamaño del pedúnculo no se han tenido en cuenta. De hecho,
esas posibilidades se constatan en sus tres modos básicos: normal
(pieza nº 13, con el pedúnculo fracturado), corto (nº 15 y 16) y largo (nº 17). Excepto esta última punta, que supondría una pieza-tipo para las armaduras de aletas obtusas (junto con la nº 22, fig. 49;
o la nº 2, fig. 50), las restantes no desentonarían demasiado como
esbozos, poniendo de relieve una vez más la dificultad de fijar límites precisos a ese estado.
Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas incipientes
(PF29)
Punta en que las aletas, apenas marcadas, forman con el
pedúnculo un ángulo menor de 90º, y en que la longitud del
pedúnculo se halla comprendida entre 1/4 y 1/2 de la longitud total de la pieza (fig. 50, nº 3, 9 y 18). Los lados del cuerpo pueden ofrecer cualquier delineación, siendo por lo
general rectilíneos o ligeramente convexos.
La pieza nº 3 es bien distintiva del tipo, notable asimismo por
sus dimensiones y perfecto acabado, contrastando en esos aspectos con la nº 9, que, como particularidad, presenta un pedúnculo
poco común por su anchura. A propósito de los pedúnculos en general, consideradas las clases de puntas que los comportan (especialmente, claro es, la de aletas), anotaremos que toda la variedad
formal observada puede concretarse en tres tipos o morfologías
principales: pedúnculos triangulares, los más recurrentes, más o
menos estrechos o alargados; pedúnculos ojivales, francamente raros (p.e., pieza nº 3, fig. 50, mostrando, más que un pedúnculo,
una amplia “lengüeta” ojival); pedúnculos con lados convergentes
y extremo redondeado, también más o menos estrechos o largos
(p.e., nº 23, fig. 51; o nº 6, fig. 52). En cuanto a las propias aletas,
y para completar esta serie de precisiones morfológicas sobre los
[page-n-150]
distintos rasgos discretos, sólo indicar que responden al tipo “angular” más corriente, no documentándose en las series de puntas
valencianas tipos especiales de aletas como el que constituyen las
llamadas “cuadradas” o de estilo seudobretón (con el extremo o
vértice truncado), existentes en otros ámbitos peninsulares norteños (v. Andrés, 1978; Cava, 1984).
Punta de pedúnculo corto y aletas agudas incipientes
(PF30)
Tipo anterior con el pedúnculo de longitud menor o
igual a 1/4 de la longitud total de la pieza (fig. 50, nº 19 y
20; fig. 51, nº 1).
Establecer un criterio métrico para el rasgo “aleta incipiente”
no es nada fácil, más allá de la mera apreciación de una morfología
apendicular “poco marcada”, es decir, la presentada por una aleta
(aguda) apenas destacada en el perfil general de la base a causa de
la mínima amplitud de la muesca de configuración. Con todo, y
considerando el normal desarrollo descendente de las aletas agudas
(criterio basado en Cauvin, 1971: 41), el grado o condición de incipientes podría fijarlo su no descenso por debajo de 1/4 de la longitud del pedúnculo, sea cual sea esta longitud (de hecho, ni
alcanzarían esa mínima porción del pedúnculo).
Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas [normales]
[de lados rectilíneos] (PF31)
La longitud del pedúnculo representa más de un 1/4, sin
llegar a 1/2, de la longitud total de la pieza; las aletas, agudas marcadas, no alcanzan en su desarrollo descendente la
mitad de la longitud del pedúnculo; los lados del cuerpo no
ofrecen delineaciones cóncavas, sinuosas o convexas acusadas (fig. 51, nº 2 a 12).
Punta de pedúnculo corto y aletas agudas [normales] [de
lados rectilíneos] (PF32)
Tipo anterior con el pedúnculo menor o igual a 1/4 de la
longitud total de la pieza (fig. 51, nº 13 a 16).
Punta de pedúnculo largo y aletas agudas [normales]
(PF33)
Dentro de las armaduras de aletas agudas “normales”, la
singularidad de este tipo radica en un pedúnculo de longitud
igual o mayor a 1/2 de la longitud total de la pieza (fig. 51,
nº 17 a 22).
Los lados del cuerpo, fuera de las puntas de factura más “irregular” (p.e., nº 19), suelen ser rectilíneos, razón por la que incluimos el único tipo explícito de pedúnculo largo en las variantes con
esta delineación lateral.
Punta de pedúnculo y aletas agudas [normales], de lados
cóncavos o sinuosos (PF34)
Tipo PF31 o PF32 con los lados del cuerpo de delineación cóncava o sinuosa (fig. 51, nº 23 y 24; fig. 52, nº 1 a 4).
Los pedúnculos son cortos en las piezas nº 3 y 4 (fig. 52), y
“normales” en los otros casos. La morfología de estas puntas sugiere bien el nombre de “abetiformes” (en sapin) que ocasionalmente han recibido (cf. Guilaine, 1972: 63).
Punta de pedúnculo y aletas agudas [normales], de lados
convexos (PF35)
Los mismos tipos, PF31 o PF32, de cuerpo ojival
(fig. 52, nº 5 a 7).
El pedúnculo es “normal” en todas las piezas clasificadas.
Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas desarrolladas (PF36)
Las aletas agudas, en su dirección descendente, alcanzan o superan la mitad de la longitud del pedúnculo, sin llegar a ras de éste, siendo dicha longitud mayor de 1/4 y menor
de 1/2 de la total de la armadura (fig. 52, nº 8 a 10). Los lados del cuerpo pueden tener cualquier delineación (normalmente son rectilíneos o ligeramente convexos).
Las fracturas que comportan las puntas figuradas (afectando
a una de las aletas, al ápice, a parte o toda del pedúnculo) no impiden su clasificación en este tipo; esto es válido incluso para la pieza nº 10, ya que la única aleta que subsiste en ella sólo puede
corresponder, por su longitud, a una aleta desarrollada, teniendo
también en cuenta la reconstrucción factible para el pedúnculo,
igualmente fracturado. Esta posibilidad de reconstrucción, al menos dimensional, de cualquier elemento apendicular incompleto, y
lo que supone para una concreta adscripción tipológica, es extensible a la mayoría de puntas de pedúnculo y aletas.
Punta de pedúnculo corto y aletas agudas desarrolladas
(PF37)
Tipo anterior con el pedúnculo menor o igual a 1/4 de la
longitud total de la pieza (fig. 52, nº 11 a 14).
Advertiremos aquí que un pedúnculo corto no lleva necesariamente parejas unas aletas desarrolladas, tal como las definimos.
Sólo hay que reparar en cualquier otra variante de puntas de aletas
agudas con esta misma modalidad de pedúnculo (p.e., tipos PF30 o
PF32).
Punta de pedúnculo y aletas agudas rasas o sobrepasadas
(PF38)
Punta en que las aletas agudas igualan o desbordan, en
su desarrollo descendente, la longitud del pedúnculo, sea
cual sea esta longitud (fig. 52, nº 15 a 17). La delineación de
los lados del cuerpo es básicamente rectilínea o convexa.
En las piezas que aportamos de ejemplo, pero también en todas las que hemos podido documentar –obviamente en las colecciones regionales– clasificables en una u otra de las variantes de
este tipo, el pedúnculo es muy corto (como en la nº 15) o apenas
insinuado (como en la nº 16 y 17), característica, pues, que parece
ir ligada a las puntas con estas dos submodalidades de aletas. Tales
pedúnculos, por lo observado, no parecen responder a una refección ulterior por fractura, sino a una intencionalidad de partida. En
cualquier caso, y en puntas como la nº 16 ó 17, un hipotético pedúnculo “normal” de origen, acorde con la dimensión del cuerpo,
aún determinaría en ellas unas aletas como mínimo desarrolladas
(no así en la armadura nº 15 de aletas “rasas”).
139
[page-n-151]
Fragmento de punta de pedúnculo y aletas agudas (PF39)
Punta asimétrica simple (PF43)
El estado de la pieza no permite atribuirla claramente a
ninguno de los tipos específicos de aletas agudas (fig. 52,
nº 18 y 19). El principal obstáculo se encuentra en la ausencia, por fractura, de las dos aletas.
Punta que opone lateralmente los perfiles simples de
una armadura romboidal y una armadura foliforme, siendo
por tanto asimétrica según el eje longitudinal medio (fig. 53,
nº 4 y 5).
Punta de pedúnculo y aletas disimétricas, recta-obtusa
(PF40)
Punta en que una de las aletas es recta y la otra obtusa
(fig. 52, nº 20 y 21). El pedúnculo puede guardar cualquier
proporción, y los lados del cuerpo cualquier delineación.
La noción de “aletas disimétricas” la hemos tomado igualmente de Hugot (1959: 158), autor que la refiere a una concreta
morfología (oposición aleta obtusa-aleta recta) que podría ser tanto el resultado de la reparación de una pieza fracturada, como el de
un diseño previsto, poniendo el énfasis en esta segunda posibilidad.
En nuestras puntas de aletas disimétricas, en cambio, y tal como ya
afirmábamos a propósito de las “irregularidades” morfológicas soportadas por otras clases de armaduras, habría que ver unos “tipos”
impuestos por los avatares de la fabricación.
Punta de pedúnculo y aletas disimétricas, recta/obtusaaguda (PF41)
Con respecto al tipo anterior, una de las aletas es recta u
obtusa y la otra aguda (fig. 53, nº 1 y 2). La aleta aguda puede presentar cualquier grado de desarrollo.
Si reparamos en las piezas figuradas, y sin contradecir la convicción arriba expresada, no hay rastros de fractura en la zona de las
aletas no agudas que pudieran sugerir otra tipología que la disimétrica. La nº 1 opone claramente una aleta obtusa a una aguda, mostrando un pedúnculo “normal” y un cuerpo de lados rectilíneos,
siendo además una punta corta; la nº 2, una armadura igualmente
de esa tipometría, comporta una aleta recta y otra aguda, un pedúnculo corto y un cuerpo ojival. El acabado de ambas piezas, por
otra parte, es más que aceptable, si bien insistimos en la escasa probabilidad de un arquetipo.
Punta con muescas laterales (PF42)
Punta presentando dos pequeñas entalladuras opuestas
en la zona de arranque de la base, que marcan la separación
entre esta parte y el cuerpo (fig. 53, nº 3).
La pieza ilustrada es la única de estas características que tenemos constancia para todo el ámbito valenciano, procedente de la Cova de Ribera (Pla, 1958). Le damos entidad como tipo por la
singularidad del rasgo definidor, a situar al mismo nivel que otros
atributos (base ensanchada o estrechada, pedúnculo, apéndices laterales) que “modificarían” sensiblemente lo que entendemos como
perfiles básicos, en este caso un perfil foliforme. Aparte, también,
está el hecho de que el rasgo “muescas laterales” ha sido tenido en
cuenta en otros repertorios o listados tipológicos (Andrés, 1978: 17;
Vallespí et al., 1985b: 25; Winiger, 1993: 25; Honegger, 2001: 35).
La existencia de esta pieza, pues, justificaría la creación de una clase implícita de puntas que atiende al nombre de “otros perfiles”,
abierta a cualesquiera otras morfologías de armaduras que puedan
surgir y que no cuenten con un número razonable de muestras.
140
Para toda nuestra clase de armaduras asimétricas pensamos lo
mismo que para los casos específicos de puntas de aletas disimétricas: que una cosa es la constatación de asimetrías (oposición lateral
de distintos rasgos) y otra que estas asimetrías sean realmente perseguidas (existencia de verdaderos arquetipos). No obstante, algunos autores han visto en determinadas puntas asimétricas un tipo
buscado (Ambert, 1979, 1980), que ha sido incluido como tal en algún repertorio tipológico (Vaquer, 1990: 48; Honegger, 2001: 35).
Punta asimétrica con apéndice lateral (PF44)
La asimetría viene dada por la presencia de un solo
apéndice en lo que sería una armadura de silueta romboidal
o foliforme (fig. 53, nº 6 a 9).
Las piezas figuradas, haciendo abstracción del apéndice lateral, podrían describirse como punta foliforme de base redondeada
(nº 6), punta romboidal simétrica (nº 7), romboidal de base ensanchada (nº 8), o foliforme de base estrechada (nº 9). En ésta última,
el escaso apuntamiento la situaría al borde del esbozo, clasificación
rehuida por el fino retoque plano y prácticamente cubriente que
muestra su cara dorsal. En todas las puntas que se incluyen en este
tipo, la condición única del apéndice no ofrece ninguna duda.
Punta asimétrica con aleta recta u obtusa (PF45)
Punta con una sola aleta lateral recta u obtusa (fig. 53,
nº 10 a 12).
En todos los ejemplos ilustrados el perfil opuesto a la aleta es
el de una armadura romboidal, siendo la aleta obtusa en las piezas
nº 10 y 11, y recta en la nº 12, aquí al límite con el apéndice “angular” lateral.
Punta asimétrica con aleta aguda (PF46)
Como en el tipo anterior, la aleta es única pero aguda
(fig. 53, nº 13).
En la pieza ilustrada, el perfil que se opone a la aleta aguda sería el de una punta foliforme con pedúnculo. Este tipo, junto con
los dos precedentes –sobre todo–, incide bien en la idea que venimos expresando a propósito de esta clase de puntas: la asimetría como un estado fortuito.
Fragmento de punta de flecha (PF47)
Porción de una armadura de flecha imposible de remitir
a una clase concreta ni menos a un tipo específico (fig. 53,
nº 14 a 20). Se trata de fragmentos distales o mediales del
cuerpo, más raramente de otras partes apendiculares (aletas,
pedúnculo).
Las puntas de flecha, pese a proporcionar el listado más
amplio de tipos, constituyen un grupo bastante simplificado
ya de partida, en términos generales. Representan, huelga
decirlo, una familia formal importante para el Neolítico final y el Eneolítico, con tipologías expresas que pueden ser
[page-n-152]
tan extensas como la aquí presentada. Se hace por tanto difícil proponer una reducción –incluso mínima– con sentido,
que sólo vemos de algún modo factible integrando el tipo
“Punta de pedúnculo y aletas rectas” (PF24), única entrada
para la subclase determinada por esta modalidad de aletas,
en la también subclase de aletas obtusas. La nueva subclase
resultante, “puntas de pedúnculo y aletas rectas u obtusas”,
contendría los siguientes tipos:
- Punta de pedúnculo [normal o largo] y aletas rectas u
obtusas [de lados rectilíneos] (PF24)
- Punta de pedúnculo corto y aletas rectas u obtusas [de
lados rectilíneos] (PF25)
- Punta de pedúnculo y aletas rectas u obtusas, de lados
cóncavos o sinuosos (PF26)
- Punta de pedúnculo y aletas rectas u obtusas, de lados
convexos (PF27)
141
[page-n-153]
Fig. 43.- Puntas de flecha.
142
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Fig. 44.- Puntas de flecha.
143
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Fig. 45.- Puntas de flecha.
144
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Fig. 46.- Puntas de flecha.
145
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Fig. 47.- Puntas de flecha.
146
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Fig. 48.- Puntas de flecha.
147
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Fig. 49.- Puntas de flecha.
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Fig. 50.- Puntas de flecha.
149
[page-n-161]
Fig. 51.- Puntas de flecha.
150
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Fig. 52.- Puntas de flecha.
151
[page-n-163]
Fig. 53.- Puntas de flecha.
152
[page-n-164]
ESBOZOS Y PREFORMAS FOLIÁCEOS
Bajo el nombre de “esbozos y preformas foliáceos” se
agrupa una variedad de piezas a relacionar con alguno de los
diferentes estados morfotécnicos propios de la fabricación
de puntas de flecha o del ensayo de esa fábrica. El que correlacionemos de manera explícita estas piezas con la manufactura de puntas de flecha se debe a que en el contexto
tecnológico de la Ereta, yacimiento que ha proporcionado el
grueso de evidencias que dan pie a la creación de este grupo, no hay ningún indicio de la producción de otros tipos de
útiles de conformación bifacial, hecho extensible a todo el
espacio regional valenciano.26
La distinción entre esbozo y preforma, como lógicos estados sucesivos de fábrica, resulta clara en el plano teórico o
en el de producciones muy estandarizadas, planos en los que
parecen situarse autores como Inizan et al. (1995: 53, 144,
158) cuando definen la preforma como el resultado de la preparación particularmente cuidada de una primera forma aún
imperfecta, o esbozo, en vistas a un ulterior acabado por una
o varias técnicas diferentes de las inicialmente empleadas. En
la Ereta, sin embargo, los límites entre estos dos estados básicos aparecen poco o nada definidos, posiblemente porque
la producción aquí de puntas de flecha hace uso de cadenas
operativas bastante dispares, pero sobre todo porque gran
parte de los restos ligados a esta producción parecen corresponder, más que a verdaderos esbozos o preformas, a piezas
descartadas tras intentos fallidos de conformación. La Ereta,
en tanto que taller de puntas de flecha, se ajusta bien a lo observado en algunos otros lugares con una actividad industrial
similar, en cuanto al significado de los subproductos de desecho y la posibilidad de ver en ellos la mano de talladores
inexpertos o debutantes sujetos a un proceso de aprendizaje
(v. Chauchat, 1991). Hecha esta aclaración, los conceptos de
esbozo y preforma hay que entenderlos en un sentido tecnológico –y a la vez tipológico– realmente amplio.
Las piezas de esta factura no han pasado desapercibidas
en las valoraciones o inventarios de materiales líticos del
Neolítico final o el Eneolítico, identificadas o no como esbozos de puntas de flecha. Este carácter no ha ofrecido dudas en aquellos yacimientos en los que se ha reconocido una
actividad específica de fabricación de armaduras, caso señalado de la Ereta, de algunas estaciones eneolíticas manchegas (Vallespí et al., 1987), del Fortín 1 de Los Millares
(Ramos Millán et al., 1991: 177-181) o del poblado de
El Malagón (Ramos Millán, 1997: 701-702), por citar algunos ejemplos peninsulares, los dos últimos en la Andalucía
oriental. En yacimientos valencianos, además de la Ereta,
la presencia de piezas “bifaces”, “bifaciales” o “foliáceas”,
nombres que suelen recibir estos productos o subproductos
de fábrica, se ha señalado en la Rambla Castellarda (Aparicio, Martínez y San Valero, 1977: 42), la Cova Roja de Benassal (González Prats, 1979: 30), la Font de la Carrasca
(González Prats, 1981: 145-146), Fuente Flores (Juan Cabanilles y Martínez Valle, 1988: 197), Les Jovades (Pascual
Benito, 1993: 72), Niuet (García Puchol, 1994: 46), Casa de
Lara (Fernández, 1999: 95), entre otros. Esta “ubicuidad” de
los esbozos bifaciales, en lugares de habitación que se reparten de norte a sur del país, aboga por una producción doméstica, descentralizada, de las puntas de flecha, acorde con
lo sugerido para otras áreas (cf. Ramos Millán et al., 1991:
64; Forenbaher, 1999: 77).
Los esbozos de puntas de flecha, obviamente, no son
útiles funcionales, pero sí piezas retocadas que, como tales,
se les ha concedido entidad tipológica en algunos inventarios
o catálogos formalizados (recordemos, de pasada, nuestra
propia noción de utillaje). Así, Vallespí et al. (1985b: 30-31)
incluyen lo que denominan “piezas foliáceas varias” en un
grupo de “diversos”, aunque asimilan lo que parecen meros
esbozos a raederas bifaciales; Vaquer (1990: 49, 74) recoge
en un grupo específico –20 H–, además de las armatures
perçantes de retoques parciales o las fracturadas, los ébauches de cualquier armadura foliácea; Winiger (1993: 25) da
entrada en el grupo de puntas foliáceas a las piezas de retoques bifaciales de grandes dimensiones, junto a las simplemente apuntadas por idénticos retoques; y Honegger (2001:
26, 36), en ese mismo grupo de puntas, fija un tipo para las
“atípicas” o aquellas de formas irregulares y “a menudo inacabadas”. Frente a estos ejemplos, el nuestro es un intento de
mayor sistematización tipológica para las piezas o esbozos
bifaciales, propiciado por la amplia y completa colección de
restos de que se dispone y su procedencia de un verdadero
taller de fabricación (en la Ereta suponen casi el 15% del
global de la industria).
26 En otros contextos, la existencia de piezas o esbozos bifaciales puede
estar vinculada a la elaboración de utensilios de borde cortante de grandes
dimensiones (raederas y cuchillos de siega), como ocurre, p.e., en los conocidos talleres de explotación del sílex en plaquetas de Salinelles, en el
mediodía francés (Briois, 1991); o con la fabricación de “alabardas” y “puñales” (large bifacial points), caso de determinados talleres especializados
de la Estremadura portuguesa (Forenbaher, 1999).
Definición del grupo: Piezas foliáceas o subfoliáceas
s.l., de distintos tamaños y poco o nada regulares, realizadas
sobre lascas, soportes laminares o recortes de placas de sílex
tabular, a partir de retoque generalmente cubriente (parcial o
total) unifacial o bifacial; o lascas, hojas u hojitas simplemente apuntadas por retoque plano.
La dificultad de encontrar una buena definición integradora para este grupo es evidente, dadas las diversas realidades morfológicas que encierra el estado de esbozo. La que
proponemos hace distinción entre dos estados principales en
153
[page-n-165]
base al grado de conformación o enmascaramiento del soporte. Para los esbozos más propiamente “foliáceos”, aquellos con mayor repercusión formal del retoque cubriente, la
“irregularidad” es la característica determinante, bajo los
criterios anteriormente establecidos que marcan su separación con las armaduras acabadas (p.e., puntas toscas si las
perfilan, secciones generalmente gruesas, bordes sinuosos
según el perfil lateral, impresión clara de piezas inacabadas
en aquellos casos que ya insinúan morfologías tipológicas,
etc.). Los soportes con simple apuntamiento, por su lado,
pueden considerarse en cierta manera esbozos foliáceos
“parciales”, al quedar reducido el retoque plano a la configuración de la previsible parte activa; si se trata de soportes
laminares, las posibilidades de confusión con las hojas u hojitas apuntadas por retoque plano o sobreelevado son escasas, como veremos en su momento.
Criterios de clasificación (cuadro 16):
- Tamaño y grado de conformación “foliácea” del soporte en relación con el estado punta de flecha acabada (grandes esbozos foliáceos / pequeños esbozos
foliáceos y preformas / otros esbozos).
- Para la primera clase, estado de la pieza según el grado de fractura (completa o fracturada leve / incompleta); para el primer estado, disposición del retoque
(unifacial / bifacial).
- Para la segunda clase, presencia o ausencia de rasgos
morfotipológicos insinuados (sin rasgo / con rasgo);
para el primer caso, estado de la pieza (completa / incompleta); para el primer estado, entidad del perfil
(foliforme / geométrico).
- Para la tercera clase, tipo de soporte (lasca / hoja u
hojita).
Tipos:
Gran pieza foliácea de retoque unifacial (EF1)
Pieza subfoliforme o subgeométrica esbozada a partir
de extracciones más o menos amplias e irregulares que afectan a una sola de las caras (fig. 54, nº 1 a 6). La longitud del
eje mayor, según el cual orientamos todos los esbozos foliáceos, excede normalmente los 3,5 cm.
El retoque puede incidir sobre cualquiera de las dos caras del
soporte, siendo la inferior en bastantes de los casos (nº 2, 3, 5 y 6).
Tal como se presentan estas piezas, con contornos “foliáceos” apenas insinuados (más bien subcirculares o subcuadrangulares), y con
extracciones exclusivamente unifaciales que no llegan a ser del todo cubrientes, se trata con toda evidencia de los primeros esbozos
de fábrica, productos o subproductos de una fase inicial de adelgazamiento y configuración de los soportes. La pieza nº 5 reflejaría
alguna de las técnicas ensayadas, consistente en la creación de una
superficie de “golpeo” en uno de los lados de la cara superior, mediante un retoque continuo marginal, como punto de partida para
las extracciones de adelgazamiento que muestra la cara inferior,
producidas verosímilmente por percusión directa.
Gran pieza foliácea de retoque bifacial (EF2)
Tipo anterior con extracciones en las dos caras (fig. 54,
nº 7 y 8; fig. 55, nº 1 a 8; fig. 56, nº 1 a 8; fig. 57, nº 1 y 3).
154
El retoque bifacial, aunque raras veces es completamente
cubriente, confiere por lo general a estas piezas un contorno foliforme o geométrico más definido (suboval, subtriangular, subromboidal), dando lugar a esbozos más avanzados dentro de la fase
inicial de preparación.
Fragmento de gran pieza foliácea (EF3)
Fragmento de cualquiera de los dos tipos de esbozos precedentes, originado por una fractura –al menos– que ha eliminado una porción importante de la pieza (fig. 57, nº 2 y 4 a 6).
Los únicos ejemplos reconocidos corresponden a fragmentos
de esbozos bifaces, con fracturas prácticamente mediales.
Pequeña pieza bifacial foliforme (EF4)
Pieza foliforme o subfoliforme, de longitud inferior normalmente a 3,5 cm, conformada por retoque bifacial (fig. 58,
nº 10 a 12; fig. 59, nº 1 a 12; fig. 60, nº 1 y 3).
La diferencia de estas piezas con las del tipo EF2 reside no
tanto en el tamaño en sí (las hay que sobrepasan los 3,5 cm de largo, caso, p.e., de las nº 5, 10 ó 12 de la fig. 59, para las que no resulta nada forzada su exclusión de los grandes esbozos bifaces),
como en los perfiles más “tipológicos” (sublauriformes, subsaliciformes, subamigdaloides, subcordiformes) que suelen presentar,
resultantes de un trabajo bifacial generalmente más intenso y cuidado que, en consecuencia, produce un mayor enmascaramiento
del soporte. Esto no obstante, las piezas que aquí consideramos no
parecen ser el fruto de la reducción de los esbozos más grandes, esto es, preformas en el sentido técnico más estricto, sino igualmente esbozos y en su mayor parte frustrados.
Pequeña pieza bifacial geométrica (EF5)
Tipo anterior de contorno subromboidal o subtriangular
(fig. 60, nº 11 a 15; fig. 61, nº 1 a 7).
La distinción, dentro de lo que serían los pequeños esbozos
“foliáceos”, entre piezas foliformes s.s. y geométricas es la misma
que puede hacerse para las puntas acabadas, con independencia de
que estos esbozos prefiguren o no los tipos específicos de armaduras foliformes o romboidales. Las pequeñas piezas bifaciales geométricas, para las que es aplicable lo observado a propósito de las
foliformes (carácter de esbozo más que de preforma), aportan alguna otra indicación sobre las técnicas o procedimientos de fábrica, como es la eventual preparación de los soportes a partir de
fracturas configuradoras (cf. pieza nº 13, fig. 60; o nº 5, fig. 61),
procedimiento empleado sobre todo en las placas de sílex tabular
(v. Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006).
Fragmento de pequeña pieza bifacial foliforme o geométrica (EF6)
Fragmento evidente de una pieza remisible a los tipos EF4
o EF5 (fig. 60, nº 2 y 4 a 10). Como en el caso de los grandes
esbozos foliáceos, la fractura determinante suele ser medial.
Pequeña pieza bifacial con rasgo morfotipológico insinuado (EF7)
La diferencia con respecto a los tipos EF4 o EF5 radica
en la insinuación de uno o más de los rasgos morfológicos
específicos de las puntas acabadas, que pueden prefigurar ya
la clase e incluso el tipo de armadura (fig. 61, nº 8 a 15;
fig. 62, nº 1 a 17; fig. 63, nº 1 a 6).
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Esbozos y preformas foliáceos (EF): sistemática de clasificación y siglas
tipológicas
Gran esbozo foliáceo
Pieza completa o fracturada leve
Retoque unifacial (EF1)
Retoque bifacial (EF2)
Pieza incompleta (EF3)
Pequeño esbozo foliáceo o preforma
Sin rasgo morfotipológico insinuado
Pieza completa o fracturada leve
Perfil foliforme (EF4)
Perfil geométrico (EF5)
Pieza incompleta (EF6)
Con rasgo morfotipológico insinuado (EF7)
Otro esbozo
Lasca apuntada por retoque plano (EF8)
Hoja u hojita apuntada por retoque plano (EF9)
Cuadro 16.
Ejemplos de pedúnculo insinuado, como único carácter, los proporcionan piezas como las nº 8, 11, 13 y 15 de la fig. 61, o nº 6, 9 y
12 de la fig. 62; de apéndices laterales, la nº 9 de la fig. 61, nº 16 de
la fig. 62, o nº 4 de la fig. 63; de pedúnculo y aletas indiferenciadas,
las nº 10 ó 14 de la fig. 62, o nº 5 y 6 de la fig. 63; de pedúnculo y
aletas agudas, las nº 4, 5, 11 ó 13 de la fig. 62. Estas piezas, al igual
que el resto de las bifaciales pequeñas, tampoco pueden juzgarse como verdaderas preformas, aunque tal vez sí como “subformas”, si
hubiera que emplear un término para definirlas. Por otro lado, estos
esbozos o subformas denotan a menudo un intento de conformación
directa sobre el soporte (p.e., nº 10 y 12, fig. 61, una hoja y una lasca, respectivamente), sin ningún tipo de preparación previa (adelgazamiento o fracturas configuradoras; la reducción de espesor,
obviamente, sería innecesaria en los casos señalados), e incluso a
veces aplicando también directamente el retoque por presión (nº 7,
fig. 62). En suma, todos estos aspectos reforzarían la idea de que se
trata de ensayos de fábrica debidos a talladores inexpertos.
Lasca apuntada por retoque plano (EF8)
Soporte de estas características –técnica y tipométricamente: l<2a– presentando un apuntamiento producido mediante retoque plano, unifacial o bifacial (fig. 57, nº 7 a 10;
fig. 58, nº 1 a 5).
El retoque es unifacial en pocos casos, a la vez que marginal
(nº 7 y 9, fig. 57); en su disposición bifacial, puede combinar cualquier extensión: marginal en las dos caras (nº 8, fig. 57; nº 4,
fig. 58), marginal en una cara y profundo –cubriente parcial, por
tanto– en la otra (nº 1 y 2, fig. 58), o cubriente parcial en las dos
caras (nº 10, fig. 57; nº 3 y 5, fig. 58). En los esbozos foliáceos, sobre todo en los unifaciales, pero también en los bifaciales, el soporte puede reconocerse bien o adivinarse casi sin necesidad de
conservación del talón, el bulbo o de superficies más o menos amplias, sin retocar, de las dos caras. Esto no obstante, la integridad
del soporte es por lo general mucho menor que en las piezas que
adscribimos a éste y al siguiente tipo, al quedar ceñida su conformación al simple apuntamiento, siempre más perfilado que en los
esbozos foliáceos. No hay duda de que estas piezas, que delatan
nuevamente un trabajo directo sobre el soporte, son productos o
subproductos de la fabricación de puntas de flecha, carácter que
justificaría su inclusión en este grupo de esbozos.
Hoja u hojita apuntada por retoque plano (EF9)
El soporte laminar establece la distinción con el tipo anterior, al tratarse de hojas u hojitas con un extremo apuntado
por retoque igualmente plano de cualquier dirección y alcance facial (fig. 58, nº 6 a 9).
La condición de esbozos para estas piezas no es tan clara como
en las lascas apuntadas, aunque también sería un tanto forzada su inclusión, atendiendo al propio enunciado tipológico, en la correspondiente clase del grupo de hojas u hojitas de retoque plano o
sobreelevado. Dicha condición podrían sugerirla ciertos caracteres
como el reducido tamaño del soporte que dejan entrever las piezas
a considerar “completas” (nº 7 y 8), o los acondicionamientos secundarios que muestran aquellas otras que son claros fragmentos laminares, normalmente extracciones “basales” realizadas a partir de
la fractura (nº 9) o del extremo distal de talla (nº 6), además de presentar un apuntamiento más bien perfilado (una punta más aguzada
y menos arqueada, en suma) que en el caso de las hojas u hojitas homólogas de retoque plano o sobreelevado, cuyo apuntamiento viene
normalmente determinado por la propia talla nuclear. Otro aspecto
a tener en cuenta es que parece tratarse de antiguos útiles laminares
reaprovechados, como pondrían de manifiesto los retoque laterales
continuos, marginales o profundos, oblicuos o planos, que comportan. En cualquier caso, lo que consideramos como “otros esbozos”,
las piezas que integran este tipo y el anterior, se acercarían de algún
modo a las “puntas simples”, es decir, de base sin retocar, de otros
autores (cf. Vallespí et al., 1985b: 24).
155
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Fig. 54.- Esbozos y preformas foliáceos.
156
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Fig. 55.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 56.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 57.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 58.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 59.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 60.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 61.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 62.- Esbozos y preformas foliáceos.
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Fig. 63.- Esbozos y preformas foliáceos.
165
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PLACAS RETOCADAS
El denominado sílex tabular o lacustre, en forma de delgadas plaquetas, comienza a circular en el ámbito valenciano a finales del Neolítico, destinándose a la fabricación de
piezas diversas tales como puntas de flecha, grandes puñales
o alabardas, dientes de hoz, etc. (Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006). En este etcétera se incluyen otras
piezas en principio menos elaboradas como son las que dan
entidad al presente grupo, las simples “placas retocadas”,
que, en sentido tipológico, se ciñen estrictamente a eso: a
fragmentos tabulares sólo modificados por retoque lateral,
representando una variedad más de útiles de corte cuyo carácter especial lo determina el tipo de soporte y la significación cronológica que éste comporta.
Las placas retocadas tienen una relativa presencia en los
contextos industriales del Neolítico final y Eneolítico del este y el sur peninsular, habiendo sido objeto recientemente de
un primer inventario descriptivo las existentes en el área valenciana (ibíd.). Dicho inventario iba precedido de algunas
sugerencias para la formalización tipológica, aspecto sólo
tratado por unos pocos autores ajenos al marco peninsular,
pero trabajando con industrias del Neolítico al Bronce de
zonas más o menos alejadas donde las placas retocadas revisten igual o mayor relevancia. Entre estos autores se encuentra Vaquer (1990: 48, 73), en cuyo repertorio –grupo
17A– se incluyen como tipos la faucille y la faucille-racloir
sobre plaqueta; también Honegger (2001: 26), que dedica en
el suyo un grupo a los Éclats et plaquettes à retouche oblique; o Rosen (1997: 40), que fija igualmente un grupo para
los Tabular scrapers.
Los diversos nombres con que suele designarse a las
placas retocadas (faucilles, faucilles-racloirs, couteauxscies, tabular scrapers, tile knives, etc.) son ya indicativos de
una presunción funcional que, como mínimo, remite a la noción general del “cuchillo”. Más concreta, la idea de “hoces”
viene sugerida por la presencia de lustre intenso en los filos
de muchas de estas piezas (v. Camps-Fabrer y Courtin, 1982:
16), traza observada en bastantes de las recogidas en los yacimientos valencianos (Juan Cabanilles, García Puchol y
Fernández, 2006). Esta funcionalidad parece en principio
plausible, aunque los específicos análisis traceológicos, muy
escasos todavía, apuntan a otros tipos de utilizaciones a tener en cuenta. Así, los tile knives del Neolítico reciente del
tell de Sabi Abyad, en Siria –por citar el único estudio que
en realidad conocemos–, se han empleado preferentemente
en el trabajo de la piel, como útiles cortantes o de raspado, y
sólo en un caso han complementado esta tarea con el corte
de plantas no silíceas (Verhoeven, 1999). Estos resultados no
descartan cualquier otro uso –el de hoces, por ejemplo– de
los “cuchillos tabulares”, en otras series, en otras regiones y
en otro tiempo, si bien alertan sobre la conveniencia del empleo de denominaciones funcionales muy concretas para determinados morfotipos.
Definición del grupo: Placas y tabletas de sílex tabular
con uno o más flancos modificados por retoque continuo,
creando un filo no dentado.
El retoque, siempre bifacial en las piezas documentadas,
puede variar de marginal a profundo, apreciación que depende a menudo del tamaño de la placa. Los filos creados
por el retoque pueden mostrarse ligeramente denticulados,
delineación producida por extracciones contiguas, debidas
muy probablemente a técnica de presión, y no por muescas
simples intencionales (cf. dientes de hoz). El retoque, igualmente, cuando es bilateral, puede originar extremos apuntados y/o redondeados, en aquellas placas –sobre todo– de
módulo más “laminar”, esto es, largas y estrechas.
Criterios de clasificación (cuadro 17):
- Presencia o ausencia de apuntamiento en la placa soporte (no apuntada / apuntada).
- Para placas no apuntadas, unilateralidad o bilateralidad del retoque (unilateral / bilateral)
Placas retocadas (PR): sistemática de clasificación y
siglas tipológicas
Sin apuntamiento
Retoque unilateral (PR1)
Retoque bilateral (PR2)
Con apuntamiento (PR3)
Cuadro 17.
Tipos:
Placa con retoque unilateral (PR1)
Tableta de sílex tabular con retoque en uno sólo de los
flancos o lados (fig. 64, nº 1 y 2; fig. 65, nº 1 a 4 y 6).
Como se aprecia en los ejemplos figurados, los módulos de las
plaquetas pueden presentar grandes variaciones, siendo bastante difícil precisar en qué casos ello es debido al estado de fractura accidental, máxime si se tiene en cuenta la propia naturaleza de este
tipo de soportes y su acarreo probable a los asentamientos (aquí en
concreto a la Ereta) en forma ya de fragmentos de diferentes tamaños. El estado de piezas fracturadas es manifiesto para las nº 2 y 3
de la fig. 65, tal vez también para las nº 4 y 6 de la misma figura,
pero no tanto para las restantes. De éstas últimas, las nº 1 y 2
(fig. 64) corresponden a dos plaquetas de buen tamaño que casan
por uno de sus extremos (el superior y el inferior, respectivamente,
167
[page-n-179]
y por el lado izquierdo no retocado), por lo que se trata con toda
evidencia de fragmentos de una misma plaqueta, pero no de una
misma pieza funcional. Dentro de este tipo, o de la clase que representaría (placas no apuntadas), alguna subdivisión es posible en
base a la delineación del retoque, separando bordes o filos rectilíneos de convexos.
Placa con retoque bilateral (PR2)
El retoque afecta a dos de los lados o flancos de la plaqueta, normalmente opuestos (no figurado).
Ejemplos de este tipo se encuentran en el poblado de Les Moreres (Crevillent, Alicante), en plaquetas “laminares” que pueden
presentar un extremo corto “biselado” (González Prats, 1986:
fig. 3, nº 1 y 2), o en la cueva sepulcral de la Torre del Mal Paso
(Castellnovo, Castellón), en un pequeño fragmento tabular de “hoja de hoz” (Jordá, 1958: fig. 14, nº 3). El módulo en sí, unido a la
existencia de acondicionamientos secundarios (extremos redonde-
168
ados o escuadrados por retoque bifacial), podrían establecer divisiones también en esta clase de placas.
Placa apuntada (PR3)
Tableta presentando uno de los extremos apuntado por
retoque bilateral (fig. 65, nº 5).
La pieza ilustrada responde bien a la definición ofrecida, aunque es posible que no se trate de un “util” de corte, sino de una punta de flecha en proceso de elaboración. Ejemplares más típicos los
proporciona otra vez el poblado de Les Moreres, en forma de plaquetas largas y estrechas en que el retoque bilateral bifacial, en su
continuidad, apunta un extremo y redondea el opuesto, originando
los “cuchillos tabulares” más elaborados (González Prats, 1986:
fig. 3, nº 3 y 4). Una versión sobre plaqueta más ancha la representa
una pieza de la Cova Santa (Vallada, Valencia), sin acondicionamiento de la base (Martí, 1981: fig. 9, nº 3). Es obvio que cualquier
fragmento proximal o medial de una placa apuntada, encontrado
suelto, engrosaría los efectivos del tipo anterior.
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Fig. 64.- Placas retocadas.
169
[page-n-181]
Fig. 65.- Placas retocadas.
170
[page-n-182]
SIERRAS Y DIENTES DE HOZ
Grupo característico y casi exclusivo, como expresión
del utillaje lítico retocado, de la Edad del Bronce en el ámbito valenciano, con antecedentes en las etapas finales del
Eneolítico, hecho, por otro lado, común a otros espacios del
marco general peninsular.
Los tipos “sierra” y “diente de hoz” existen en la tipología
de Fortea (1973: 91 y 107), el primero como útil epipaleomesolítico formalizado en el grupo de Muescas y denticulados, siguiendo el precedente de Tixier (1963: 124), y el
segundo como morfotipo avanzado (“Neolítico y Eneolítico o
Bronce I”) incluido en el apartado de Diversos, inserción forzada por su presencia en los tramos finales de alguna de las
secuencias epipaleolíticas estudiadas y por el valor que se daba a dichas secuencias, en su contenido industrial, como manifestación evolutiva de una tradición cultural homogénea.
Para Fortea, aparte de las precisas adscripciones culturales
de origen (el préstamo entre tradiciones o la “interacción”),
la diferencia entre sierras y dientes de hoz se establecía, a nivel morfotécnico, en la falta de preparación de las extremidades de las primeras (ibíd.: 91), compartiendo los dos tipos
de útiles la denticulación muy regular de uno o ambos bordes. Este último rasgo es el que define primariamente a las
piezas que aquí consideramos, sin la necesidad de comportar, secundariamente, una preparación de los extremos. Por
tanto, los términos “sierra” y “diente de hoz”, integrados en
la denominación del grupo, carecen de cualquier reminiscencia de significado tipológico específico; son términos en
principio ambivalentes, al igual que lo han sido en la bibliografía tradicional del Eneolítico y la Edad del Bronce desde
Siret (1890). Esto no obstante, algún matiz de diferenciación
formal puede rastrearse en esa bibliografía, al parecer asignarse por ciertos autores el nombre de “sierrecillas o dientes
de hoz” a las piezas más pequeñas, fabricadas sobre lasca, y
el de “sierras” a las más grandes, sobre soportes laminares
(Fletcher y Pla, 1956: 43). Es posible que el tamaño de las
piezas dentadas y el tipo de conformación estén ligados con
enmangues y/o con tareas diferentes, aspectos todavía no
bien analizados. Mientras tanto, mantenemos la señalada
ambivalencia de los términos, donde “sierra” sólo pretende
paliar el excesivo sentido funcional de “diente de hoz” (desde una perspectiva estrictamente morfológica, es obvio que
el nombre de “piezas dentadas” sería el más apropiado para
designar al grupo).
Dado el carácter de útil retocado prácticamente exclusivo en los contextos del Bronce, como arriba apuntábamos,
los dientes de hoz han gozado de una atención más o menos
detenida en todas las valoraciones de materiales líticos de la
etapa, aunque el tratamiento ha sido por lo general más descriptivo que tipológico. Además, en los pocos y dispares intentos de clasificación realizados (Cuadrado, 1950; Vallespí
et al., 1985a; Ramos Muñoz, 1990-91; Jover, 1997), estos
concretos morfotipos se han formalizado al lado de otras
piezas no dentadas, bajo el nombre genérico a veces de “elementos de hoz” (Ramos Muñoz, Jover). El empleo de una
denominación genérica es en cierta manera justificable
cuando lo que se clasifica son tanto piezas dentadas con o
sin lustre, y con diversas conformaciones secundarias, como
piezas no dentadas con o sin lustre también y con acomodamientos parecidos o sin ellos; la objeción, empero, es si toda esta variabilidad morfológica, que puede juzgarse propia
de un ciclo de fabricación-uso detectable en bastantes asentamientos del Bronce, debe recibir un tratamiento tipológico
conjunto (remitimos al ejemplo de las puntas de flecha y sus
esbozos y desechos de fábrica). Por otro lado, el nombre
mismo de “elementos de hoz” puede llevar a confusión, ya
que el criterio más corriente es el de reservar dicho apelativo para las piezas con lustre no dentadas, siempre sobre hojas u hojitas poco transformadas, que comparecen aquí y allá
desde las fases más antiguas del Neolítico (Martí, 1977: 8990; Vera, 1999: 37). Si se quisiera mantener la connotación
funcional de las denominaciones, lo más consecuente sería
que los “elementos” y los “dientes” de hoz se agruparan
–de creerlo necesario– en una familia genérica de “piezas o
armaduras de hoz”.27
Otra cuestión, ya comentada a propósito de las hojas y
hojitas con base estrechada, es la de la idoneidad de conferir
a los elementos de hoz “neolíticos” el rango de grupo tipológico; simplemente porque un criterio funcional basado en
la presencia de lustre no puede considerarse el más apropiado para definir un grupo en una tipología morfodescriptiva,
como es nuestro caso. Los elementos de hoz, en tanto que
hojas u hojitas no dentadas y con lustre perceptible, presentan también una variabilidad morfológica que, fuera de la
traza de uso en sí, ningún rasgo de los que determinan tal variabilidad puede tomarse como un criterio primario de clasificación; además, piezas con morfología integrable en esa
misma variabilidad pueden no presentar lustre, lo que no
27 En ocasiones, lo que se ha intentado rehuir es cualquier adjetivación nominal que exprese función de manera explícita. Así, desde esta óptica, se
ha ensayado la clasificación de las “piezas con lustre” (pièces lustrées) del
Neolítico de la Tesalia griega (Moundrea-Agrafioti, 1983), o de los “objetos de sílex con lustre” (objets de silex lustrés) del Neolítico a la Edad del
Bronce de la región de Susa, en el Oriente Medio (Valla, 1978), reuniendo
bajo dichos nombres series de piezas dentadas o no (algunas de la región de
Susa muy próximas a nuestros dientes de hoz), con lustre macroscópico y
consideradas, implícitamente, armaduras de hoces. Tal solución nominativa, que sustituye el determinativo funcional por el de la traza de uso que, al
fin y al cabo, lo originaría, nos parece también poco aconsejable, como referiremos en los párrafos siguientes.
171
[page-n-183]
quiere decir que no hayan sido elementos de hoz funcionales, pero tampoco lo contrario (no todas las piezas con truncadura, p.e., han servido para armar hoces). Los dientes de
hoz, en contraposición, sí que comparten un rasgo morfotécnico primario, la denticulación regular, por lo que configuran un grupo morfológico al mismo nivel que cualquiera
de los vistos hasta ahora.
En definitiva, y repitiendo la misma idea ya expuesta
con anterioridad, los elementos de hoz sólo pueden entenderse como un grupo funcional, con todas las limitaciones
que ello comporta (la traceología, en última instancia, es la
que puede determinar –y no siempre– la función “armadura
de hoz” para un conjunto dado de piezas, tras el examen de
todos los efectivos industriales); los dientes de hoz, en cambio, reúnen en ellos mismos la condición de grupo morfológico y funcional a la vez. Este segundo carácter, intuido de
siempre, vendría confirmado por los escasos pero significativos hallazgos –en contextos del Bronce peninsular– de
mangos o montantes claramente de hoces y de piezas dentadas asociadas a ellos o en conexión directa. El caso más célebre es el mango curvo de madera del poblado del Mas de
Menente (Alcoi, Alicante), encontrado en asociación con armaduras dentadas, aunque sin conexión directa (Pericot y
Ponsell, 1929; Juan Cabanilles, 1985b); esta conexión, sin
embargo, sí que la presentaban 3 de los 15 dientes de hoz hallados junto a los restos de un mango igualmente de madera
en el poblado del Cerro del Cuchillo (Almansa, Albacete),
los tres dientes en cuestión incrustados en uno de los trozos
residuales (cit. en Jover, 1997: 206). Otro ejemplo es el de
El Sambo (Novelda, Alicante), donde los restos carbonizados de un mango y una decena de dientes de hoz se recuperaron en el interior de un vaso cerámico (Navarro, 1982: 54).
El complemento a estos testimonios “funcionales” proviene
de unos pocos –todavía– análisis traceológicos efectuados sobre piezas dentadas de yacimientos igualmente del Bronce, en
los que se las relaciona, en las determinaciones menos precisas, con el corte de vegetales no leñosos (Gutiérrez Sáez,
1993), y en las de mayor precisión, con la siega de cereales
(Harrison y Meeks, 1987; Rodríguez, 1999: 227). El apelativo “diente de hoz”, pues, en su determinativo funcional, estaría de algún modo justificado con estos datos, y con ello que
sea el de utilización más extendida actualmente entre los autores peninsulares, habiendo desplazado, en su primitiva exclusividad, a los nombres de “sierras” u “hojas de sierra” (Siret,
Pericot y Ponsell, Furgús, Bosch Gimpera, Cuadrado, etc.).
tes “romos”. El borde o lado opuesto a la denticulación
(“dorso” en sentido amplio, por oposición a “filo” [dentado], empleando términos más funcionales), puede mostrarse
bruto de talla o modificado por cualquier tipo de retoque,
aunque cuando se recurre al retoque, es usual que éste sea
abrupto, creando entonces un dorso en sentido estricto. Los
lados transversales al propiamente denticulado (o “extremos”, superior/inferior según la representación gráfica de la
pieza), pueden, al igual que el dorso, estar acondicionados o
no, ofreciendo fracturas brutas o extremidades naturales de
talla, truncaduras u otras preparaciones por retoque. El lustre, presente en los filos dentados en una alta proporción, es
el rasgo de uso que suele acompañar a los caracteres morfotécnicos someramente descritos.
Criterios de clasificación (cuadro 18):
- Naturaleza del soporte (hoja / lasca / placa).
- Para la primera clase –soportes laminares–, unicidad o
duplicidad del rasgo primario o denticulación (simple
/ doble); para la primera posibilidad, estado de la pieza en relación con la presencia o ausencia de fracturas
(“completa” o fracturada “larga” / fracturada “corta”);
para el primer estado, presencia o ausencia de truncadura(s) y/o dorso abrupto (sin truncadura(s) ni dorso / con truncadura(s) / con truncadura(s) y dorso);
para denticulación doble, estado de la pieza (completa o fracturada larga / fracturada corta); para el primer
estado, presencia o ausencia de truncadura(s) (sin
truncadura(s) / con truncadura(s)).
- Para la segunda clase de soportes –lascas–, estado de
la pieza (completa / fragmento); para el primer estado, presencia o ausencia de dorso o truncadura(s) como rasgos únicos, o presencia combinada de dorso y
truncadura(s) (sin dorso ni truncadura(s) / con dorso
/ con truncadura(s) / con dorso y truncadura(s)); para
la última posibilidad, delineación del dorso (rectilíneo / curvo).
- Para la tercera clase de soportes –placas–, estado de
la pieza (completa / fragmento).
Tipos:
Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja (DH1)
Definición del grupo: Piezas sobre lascas, hojas o plaquetas de sílex tabular mostrando en un borde, más raramente en los dos, una denticulación regular obtenida por
muescas simples generalmente bifaciales.
Pieza con denticulación regular en uno sólo de los bordes, sin retoque abrupto en el dorso y sin extremos truncados, elaborada sobre soporte laminar generalmente de
anchura ≥ 1,2 cm (hoja s.s.) y de longitud ≥ 2 veces la anchura, de no tratarse de un “diente” manifiestamente “completo” (fig. 66, nº 1 a 6).
La noción de denticulación regular lleva implícita la intencionalidad de las muescas configuradoras, debidas con
toda probabilidad a técnica de presión (procedimiento comúnmente aceptado). Las muescas pueden disponerse de
manera contigua, originando dientes “apuntados”, o dejar
entre ellas una porción del borde bruto, dando lugar a dien-
El estado de pieza funcional “completa”, en éste y en los restantes tipos, no exige necesariamente la conservación de las dos
extremidades de talla del soporte o el acondicionamiento por retoque de los lados cortos transversales, en la medida que las simples
fracturas pueden constituir, por ellas mismas, una solución más de
acomodamiento (al mismo nivel, p.e., que las truncaduras). Un
buen ejemplo lo representa la pieza nº 4, procedente del poblado
172
[page-n-184]
Sierras y dientes de hoz (DH): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Sobre hoja
Denticulación unilateral
Pieza completa o fracturada larga
Sin truncadura(s) ni dorso abrupto (DH1)
Con truncadura(s) (DH2)
Con truncadura(s) y dorso abrupto (DH3)
Fracturada corta (DH4)
Denticulación bilateral
Pieza completa o fracturada larga
Sin truncadura(s) (DH5)
Con truncadura(s) (DH6)
Fracturada corta (DH7)
Sobre lasca
Pieza completa
Sin dorso abrupto ni truncadura(s) (DH8)
Con dorso abrupto (DH9)
Con truncadura(s) (DH10)
Con truncadura(s) y dorso abrupto rectilíneo (DH11)
Con truncadura(s) y dorso abrupto curvo (DH12)
Fragmento (DH13)
Sobre placa tabular
Pieza completa (DH14)
Fragmento (DH15)
Cuadro 18.
de la Muntanya Assolada (Alzira, Valencia),28 fabricada sobre un
fragmento medial de gran hoja, con la particularidad de estar toda
recubierta por una somera pátina natural –incluidas las superficies
de fractura y los negativos del retoque plano del “dorso”– excepto
en las extracciones o muescas que originan la denticulación, éstas
“frescas” y mostrando una tenue pátina de uso (lustre); se trata con
toda evidencia de un diente de hoz “completo”, para el cual se ha
reaprovechado, como soporte, un viejo “útil” fracturado. La nº 5,
proveniente de la Lloma de Betxí, podría ser también una pieza
completa, pese a la impresión de rotura fortuita que a primera vista produce; se halla confeccionada igualmente sobre un fragmento medial de gran hoja, recortado por una fractura accidental de
talla del tipo “lengüeta” (Inizan et al., 1995: 36) en la parte superior (según ilustración), presentando un leve retoque marginal parcial inverso, y por otra fractura inferior en cuyo borde dorsal, y
parcialmente a izquierda, se aprecia un retoque muy marginal o
bordage que podría ser debido al enmangue, si no es que se trata
de un “retoque espontáneo” (Newcomer, 1976) originado en la rotura también accidental del soporte en el momento de la extracción
(en cualquier caso, las fracturas no interrumpen bruscamente la
denticulación). Las restantes piezas figuradas, asimismo sobre
fragmentos laminares (cuerpos proximales, distales o mediales),
son de integridad más dudosa, e incluso poco típicas –exceptuando la nº 3– en cuanto a su carácter de dientes de hoz (pese a la denticulación “regular” plausiblemente intencional). Proceden de la
Cova de l’Or (nº 6) y de la Ereta del Pedregal (nº 1 y 2), esto es,
de contextos industriales anteriores a la Edad del Bronce, lo que
puede explicar ese atipismo, conferido sobre todo por la unifacialidad de la denticulación y la naturaleza de los caracteres secundarios que comportan (p.e., la pieza nº 2, de la Ereta, es una hoja
28
presentación de los dientes de hoz entre los materiales estudiados de la Ereta del Pedregal y la Cova de l’Or.
La mayoría de ejemplos ilustrados para todos los tipos pertenecen a las
colecciones de este yacimiento y de la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia),
típicos poblados del Bronce regional valenciano. Esto se debe a la escasa re-
173
[page-n-185]
de retoque plano/sobreelevado bilateral reconvertida en “sierra”
por el reavivado de uno de los filos a partir de pequeñas muescas
simples continuas).
Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja truncada o bitruncada (DH2)
La diferencia con el tipo anterior reside en el acondicionamiento de uno o ambos extremos por medio de retoque,
normalmente abrupto (fig. 66, nº 7 y 8; fig. 67, nº 1, 2 y 4).
La truncadura única puede oponerse a un extremo proximal
(nº 7, fig. 66) o distal (nº 8, fig. 66), o a una fractura no retocada
(nº 1, fig. 67), que en este caso no parece tampoco accidental (presencia de leves retoques en el margen izquierdo producidos posiblemente por el enmangue), definiendo una pieza “completa” al
igual que lo son las dos primeras o las que se muestran bitruncadas (nº 2 y 4, fig. 67). El retoque abrupto de las truncaduras puede tener cualquier dirección y combinación de ésta (cuando la
truncadura es doble), incluida la dirección cruzada o bipolar, total
o parcial (nº 8, fig. 66). Las grandes muescas o extracciones inversas de la pieza nº 1 (fig. 67) responden a un ulterior reavivado
del filo dentado, habiendo hecho desaparecer en bastantes puntos
el lustre de uso.
Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja truncada o bitruncada y dorso abrupto (DH3)
Tipo precedente con acomodamiento también del dorso
por retoque abrupto (fig. 67, nº 3 y 5).
El dorso es directo y de delineación rectilínea en las dos piezas figuradas, y las truncaduras inversas (la nº 3 posee un pequeño
tramo con retoque abrupto cruzado en la unión dorso-truncadura
inferior). Dentro de los dientes de hoz sobre soporte laminar hay
evidentes variaciones tipométricas, como puede apreciarse al comparar los ejemplos nº 5 de la fig. 66, o nº 1 de la fig. 68, y nº 5 de
la fig. 67. Las piezas más cortas, como la última señalada, estarían
en la órbita de los valores dimensionales de las armaduras sobre
lasca, cuyas longitudes no suelen sobrepasar los 3,5 cm. La posibilidad de establecer un tipo de diente de hoz corto sobre hoja, aunque con significación más tecnofuncional que estilística, quedaría
totalmente abierta, para lo cual sería necesario examinar más series
que las aquí utilizadas (muestras, en definitiva parciales, de dos
únicos yacimientos). Como ya hemos insinuado, esta disparidad tipométrica puede estar relacionada con la existencia de distintos tipos de hoces o de cuchillos de “siega”, si no diferentes en la forma
de los montantes, tal vez sí en el tamaño de éstos y en el número de
piezas enmangadas. Desde esta presunción, cabe preguntarse si los
grandes dientes de hoz sobre hoja no serían armaduras de enmangue individual. Más difícil aún, empero, es precisar la especialización de tales tipos de herramientas en lo que supondría el corte de
plantas no leñosas (cereales, cañas, juncos, esparto, etc.).
Fragmento de sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja
(DH4)
Sierra o diente de hoz doble sobre hoja (DH5)
Tipo DH1 con denticulación en los dos bordes laterales,
derecho e izquierdo (fig. 68, nº 4).
La ausencia de dorso abrupto –obviamente– y de truncaduras
va implícita en este tipo, cuya pieza de ejemplo, posiblemente incompleta, representa como soporte un fragmento medial “largo” de
hoja. Las denticulaciones dobles, en las series analizadas, sólo se
observan en soportes laminares, teniendo que ver en ello el que en
las piezas sobre lasca el lado opuesto a la denticulación corresponda, en una proporción importante, al extremo proximal de talla, o si
no, a un grueso dorso natural o a un dorso construido por retoque
abrupto; de ahí que algunos autores describan las secciones de estos dientes de hoz como análogas a las de las “navajas de afeitar”
(Pericot y Ponsell, 1929: 5).
Sierra o diente de hoz doble sobre hoja truncada o bitruncada (DH6)
Tipo DH2 con denticulación bilateral (fig. 67, nº 8;
fig. 68, nº 1 a 3).
Entre las ilustradas, sólo hay una pieza con doble truncadura directa (nº 2, fig. 68); en otras dos, la truncadura, inversa (nº 1, fig. 68)
o bidireccional por sobreposición de un retoque semiabrupto directo y otro plano inverso corto (nº 3, fig. 68), se opone al extremo proximal de talla; y en la restante (nº 8, fig. 67), la oposición es a una
fractura no retocada. Esta pieza puede considerarse tan completa como las anteriores, ya que el lustre de uso se extiende por la superficie lisa de la fractura, poniendo una vez más de relieve el idéntico
carácter tecnofuncional de fracturas francas y truncaduras. En la nº 2
(fig. 68), uno de los bordes dentados, el izquierdo, lo es por microdenticulación unifacial, posiblemente de uso.
Fragmento de sierra o diente de hoz doble sobre hoja
(DH7)
Fragmento extremo y/o manifiesto de DH5 y DH6 (no
figurado).
Sierra o diente de hoz sobre lasca (DH8)
Pieza con denticulación regular en un borde, sin acondicionamientos de dorso y extremos, elaborada sobre lasca
técnica y tipométrica (l<2a) (fig. 68, nº 5).
El único ejemplo para este tipo lo proporciona una gran lasca,
afectada por el fuego, perteneciente a las colecciones de la Muntanya Assolada. Por su módulo dimensional e irregularidad, y por
la ausencia de lustre, podría tratarse de un diente de hoz en proceso de fabricación.
Sierra o diente de hoz sobre lasca con dorso abrupto (DH9)
Fragmento extremo (l<2a) y/o manifiesto (rotura accidental por fuego, pisoteo, uso, etc.) de los tres tipos anteriores (fig. 67, nº 6 y 7).
Con respecto al tipo anterior, la diferencia la marca el acomodamiento del dorso por retoque abrupto (fig. 68, nº 6 y 7).
Los ejemplos que se aportan corresponden a dos cuerpos mediales “cortos” de grandes hojas, sin indicios de dorso abrupto ni
conservación de algún extremo truncado. Son fragmentos, además
de cortos, bien “manifiestos”, que tipológicamente sólo podrían
pertenecer a DH1 o DH2.
En las dos piezas figuradas el dorso es abrupto directo, mientras que los extremos son los bordes brutos de talla en la nº 6, y la
extremidad distal y una fractura franca en la nº 7. La no percepción
del lustre en ninguna de ellas se debe, tal vez, a la naturaleza calcárea del soporte.
174
[page-n-186]
Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada
(DH10)
Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada y
dorso abrupto curvo (DH12)
Tipo DH8 con uno o ambos extremos acondicionados
por retoque, generalmente abrupto (fig. 68, nº 8 a 10).
La delineación convexa del dorso supone la diferencia
con el tipo anterior (fig. 69, nº 8 y 9).
Las piezas nº 9 y 10 comportan truncadura doble, la primera
por retoque cruzado, presentando el dorso alterado a causa de la acción del fuego; la segunda por retoque unidireccional alterno (directo-inverso), con un dorso natural constituido por una gruesa
superficie de córtex. La nº 8 opone a la truncadura una faceta también natural de talla, siendo el dorso la parte proximal de la lasca;
la ausencia de lustre puede indicar su no utilización o la condición
de pieza inacabada o desechada.
El contorno que origina un dorso curvo, sobre todo cuando
en su continuidad suplanta a los extremos truncados, es el de una
pieza “segmentiforme”, o lo que algunos autores denominan simplemente “de forma en D” (Cuadrado, 1950: 105). Esta morfología es identificable en las piezas figuradas, pese a la irregularidad
de la nº 9, producida por un dorso de inflexión brusca conformado por retoque abrupto alternante (cruzado en el tramo de contacto), y pese a la definición aún de los extremos truncados
–sobre todo el superior– en la nº 8, con retoque también cruzado
y parcial en el dorso.
Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada y
dorso abrupto rectilíneo (DH11)
Fragmento de sierra o diente de hoz sobre lasca (DH13)
Tipo precedente presentando, además, el dorso acomodado por retoque abrupto de delineación rectilínea (fig. 68,
nº 11; fig. 69, nº 1 a 7).
Los dientes de hoz de estas concretas características, en cuanto a soporte y acondicionamientos, representan la categoría más común dentro de las series examinadas, con preparaciones de dorsos
y extremos que recubren todas las modalidades hasta ahora entrevistas y sus posibles combinaciones (dorsos conformados a menudo sobre la parte proximal de la lasca a partir de retoques abruptos
unidireccionales –directos, inversos– o bidireccionales –cruzados–;
truncaduras realizadas sobre cualquier extremo, cuando son únicas,
y en este caso siempre opuestas a fractura, mediante los mismos tipos de retoques). Piezas un tanto especiales son las bitruncadas, al
ofrecer distintas siluetas “geométricas” según la inclinación de las
truncaduras. Así, las hay rectangulares o cuadradas (nº 4 y 5, fig.
69), o trapeciales cortas (nº 6, fig. 69) o alargadas (nº 7, fig. 69).
Estas piezas, junto con las del tipo siguiente, serían susceptibles de
individualización formal.
Fragmento manifiesto de cualquiera de los tipos DH8 a
DH12 (no figurado).
Sierra o diente de hoz sobre placa (DH14)
Pieza con denticulación regular en un borde, con dorso
y extremos acomodados por retoque, confeccionada sobre
plaqueta de sílex tabular (fig. 70, nº 1 y 2).
La definición ofrecida se basa en las dos piezas que ilustramos, las únicas sobre esta clase de soporte de todas las examinadas,
procedentes de la Lloma de Betxí. En ambas, las alteraciones por
el fuego no impiden apreciar la preparación de dorsos y extremos
por retoque plano marginal bifaz, ni el lustre de uso de los bordes
dentados. Esta subclase de dientes de hoz queda pendiente, por tanto, de futura ampliación, a partir de los mismos criterios aplicados
a soportes laminares y a lascas (bilateralidad o no de la denticulación, modalidad de los acondicionamientos de dorsos y extremos,
otros que los ya observados, etc.).
Fragmento de sierra o diente de hoz sobre placa (DH15)
Fragmento manifiesto del tipo anterior (no figurado).
175
[page-n-187]
Fig. 66.- Sierras y dientes de hoz.
176
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Fig. 67.- Sierras y dientes de hoz.
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Fig. 68.- Sierras y dientes de hoz.
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Fig. 69.- Sierras y dientes de hoz.
179
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Fig. 70.- Sierras y dientes de hoz.
180
[page-n-192]
PIEZAS ASTILLADAS
Las piezas astilladas (esquillées, écaillées) se contemplan en todas las tipologías clásicas morfodescriptivas, las
confeccionadas para el Paleolítico o el Epipaleolítico, y en
las de igual inspiración dedicadas a los mismos periodos o a
etapas posteriores –Neolítico, Eneolítico–. Normalmente se
incluyen como un único tipo dentro del grupo de “Diversos”,
o como un tipo o una clase en grupos de otra intitulación pero que reúnen igualmente piezas dispares (p.e., grupo de
Pièces à enlèvements spéciaux [Bintz, 1996], o à enlèvements irreguliers [Binder, 1987, repertorio amplio; Winiger,
1993; Honegger, 2001]); más raramente se les ha concedido
el rango, aunque discreto, de familia tipológica exclusiva
(Vaquer, 1990).29
Objeto de una constante atención desde antiguo, las
piezas astilladas, tal como han resumido Chauchat et al.
(1985) o Le Brun-Ricalens (1989), han sido identificadas:
bien con núcleos de lascado bipolar sobre yunque (Escalon
de Fonton, 1969; Orliac, 1973; más bibliografía reseñada en
Chauchat et al.) o con desechos de talla (Mazière, 1984);
bien con verdaderos útiles –morfotipos intencionales– obtenidos por percusión también bipolar (ibíd.); o bien con útiles “a posteriori” cuyo aspecto final sería debido a la
utilización (Tixier, 1963: 147; Dewez, 1985) y en los que el
soporte lo constituiría un “morfotipo” cualquiera (Mazière,
1984) o un producto bruto de lascado. Sea cual sea su naturaleza (núcleos, útiles o desechos), a determinar en cada caso por el contexto industrial, lo que comparten estos tres
tipos de piezas es el rasgo “astillamiento” (esquillement),
bien descrito en sus aspectos morfotécnicos por Tixier
(1963: 147), o como un modo de retoque –écaillé– por Laplace (1974) y Crémilleux y Livache (1976), ligado a la percusión violenta y al contragolpe.
Fuera de la posibilidad del núcleo bipolar, las piezas astilladas se han interpretado corrientemente como cuñas o cinceles destinados al trabajo de materias orgánicas duras
(hueso, asta, madera), finalidad avalada de algún modo por la
experimentación (Allain et al., 1977; Dewez, 1985; Le BrunRicalens, 1989) y por la traceología (Cahen y Gysels, 1983;
Rodríguez, 1993, 1999; Beugnier, 1997). Esta función, descartada la eventualidad del núcleo bipolar, puede presumirse
para bastantes de las piezas de estas características de Or y
Ereta, aunque otras causas de índole técnica son también
plausibles para explicar la formación de los retoques astillados, como veremos en su momento. Así pues, y pese a la tentación que estimularían los resultados experimentales y
traceológicos, las piezas astilladas sólo pueden constituir un
29 Para ser justos, las piezas astilladas tienen también su lugar en la Tipología Analítica de Laplace, en la que han seguido un proceso de adaptación
continuado. En la grille de 1986 (Laplace, 1987), y a partir de la propuesta
grupo morfológico, basado en el significado que concedemos al esquillement como carácter primario excluyente.
Definición del grupo: Lascas s.s. u otros productos menos definidos de fractura nuclear, más raramente fragmentos
laminares, presentando uno, dos o más lados astillados por
percusión violenta.
Los productos señalados como soportes de piezas astilladas pueden encontrarse en estado bruto o comportar algún
otro tipo de retoque diferente al propiamente astillado, caso,
éste segundo, que supondría el reaprovechamiento de un
“útil” previo o de un desecho de fábrica. La observación de
piezas arqueológicas y de réplicas experimentales permite
definir el “astillamiento” como una morfología conferida
por los negativos más o menos amplios y solapados de esquirlas saltadas por golpeos repetidos, de aspecto generalmente escamoso o irregular. La intensidad y la recurrencia
de las percusiones suelen originar un aplastamiento o machacado (écrasement) de la parte más marginal de los bordes
afectados, o producir secundariamente otros negativos de extracciones laminares o facetas “burinoides”, caracteres que
pueden darse simultáneamente en una pieza y que delatarían
el grado del astillamiento (v. Tixier, 1963: 147).
Criterios de clasificación (cuadro 19):
- Localización del retoque astillado, teniendo en cuenta la dirección de talla del producto-soporte o el eje
mayor de éste cuando dicha dirección no es discernible (en extremo –o “polo”– proximal y/o distal / en
lado derecho y/o izquierdo / en uno o ambos extremos y en uno o ambos lados a la vez).
- Para el primer caso –astillamiento en extremo–, aparte de la unicidad o duplicidad del rasgo (unipolar / bipolar), ausencia o presencia de otro tipo de retoque
no astillado (sin retoque / con retoque).
Tipos:
Pieza con astillamiento unipolar (PA1)
Pieza en que el retoque astillado, atendiendo al eje tecnológico de extracción del soporte o a su eje mayor, se localiza en uno sólo de los extremos, el proximal o el distal
(fig. 71, nº 1 a 6).
de clasificación de Crémilleux y Livache (1976), estas piezas configuran
tres “Clases” tipológicas dentro del “Orden” y el “Grupo” de los écaillés (v.
Sáenz de Buruaga, 1988: 38).
181
[page-n-193]
Piezas astilladas (PA): sistemática de clasificación y siglas
tipológicas
Astillamiento en extremo
Unipolar
Sin otro tipo de retoque (PA1)
Con otro tipo de retoque (PA2)
Bipolar
Sin otro tipo de retoque (PA3)
Con otro tipo de retoque (PA4)
Astillamiento lateral (PA5)
Astillamiento en extremo y lateral (PA6)
Cuadro 19.
El astillamiento es bifacial en el ejemplo nº 5, y unifacial en
los restantes: directo proximal (nº 1 y 2) o inverso distal (nº 3, 4 y
6). La unifacialidad o bifacialidad del rasgo, combinada con la lateralidad general, ha sido tenida en cuenta en alguna clasificación
de piezas astilladas (Gioia, 1988), criterio que, de seguirse, nos
hubiera llevado a una multiplicación excesiva de los tipos para un
grupo sin demasiados efectivos (en Ereta, que ha aportado la serie
más amplia, estas piezas no llegan a alcanzar el 4% del global de
la industria). Por otra parte, la disposición bifacial del astillamiento o la bipolaridad, frente a la unifacial o la unipolaridad, no parecen caracteres más sintomáticos del empleo de una pieza astillada
como instrumento intermediario (cuña o cincel), sino que todo depende de la intensidad de la utilización si se admite, como es general, que es esta acción la causante de la morfología astillada (v.
Le Brun-Ricalens, 1989). Otra cuestión es que el astillamiento no
sea debido a la funcionalidad señalada, como parecen sugerir bastantes piezas también –y especialmente– de la Ereta, sobre todo
aquellas –ahora sí– con una disposición unifacial del rasgo en localización unipolar o lateral. Así, por ejemplo, la pieza nº 1 podría
corresponder a una lasca desprendida, tras sucesivos golpeos, en la
fase de preparación de un gran esbozo foliáceo; o la nº 6 representar un proyecto de esbozo en una fase inicial de adelgazamiento. En cualquier caso se trata de “piezas astilladas”, lo que justifica
rehuir, como indicábamos anteriormente, cualquier connotación
funcional para este grupo.
Pieza con astillamiento unipolar y otro retoque lateral
(PA2)
Tipo anterior presentando en uno o ambos bordes laterales, derecho y/o izquierdo, otro retoque no astillado
(fig. 71, nº 7 a 10).
Excepto la pieza nº 8, con retoque plano inverso en el lado izquierdo y algunas extracciones bifaciales, las restantes muestran
una denticulación unilateral, marginal en la nº 7, complementada
en algún caso (nº 10) con otros retoques continuos igualmente marginales. La nº 7, además, comporta una clara faceta “burinoide” en
su lado izquierdo, decantada hacia la cara ventral, a relacionar más
expresamente con un posible empleo como cuña o cincel. El astillamiento, por su parte, es unifacial e inverso en todos los ejemplos
182
figurados, proximal solamente en una gran lasca (nº 10) que opone
en el extremo distal una corta serie de muescas simples formando
denticulación. La consideración del retoque lateral no astillado como carácter secundario de individualización tipológica sólo pretende dejar constancia del reaprovechamiento de piezas con
utilizaciones o conformaciones –si no intentos de conformación–
previas. Con ello compartimos el criterio de Le Brun-Ricalens
(1989: 197) a propósito de que la última manifestación tecnológica
(el astillamiento) es la que debería determinar la atribución tipológica de un útil, y no cualquier morfología “estándar” anterior a la
astillada como sugeriría Mazière (1984).
Pieza con astillamiento bipolar (PA3)
El retoque astillado afecta a los dos extremos, el proximal
y el distal (fig. 71, nº 11; fig. 72, nº 1 a 14; fig. 73, nº 1 y 2).
La unifacialidad o bifacialidad del astillamiento, en su bipolaridad, origina toda suerte de combinaciones posibles en esta serie
de piezas, sin duda las que más se acercarían a la idea funcional de
la cuña o el cincel. Así, el astillamiento puede mostrarse unifacial
unidireccional inverso (nº 11, fig. 71) o directo (nº 3, fig. 72), unifacial alterno (p.e., nº 2, fig. 72; nº 4, fig. 72), unifacial –directo o
inverso– y bifacial (p.e., nº 13 y 14, fig. 72; nº 1, fig. 73), o doblemente bifacial (p.e., nº 7 a 10, fig. 72). La pieza nº 6 (fig. 72), con
astillamiento unifacial alterno, corresponde a un flanco de núcleo
laminar, lejos de lo que podría representar un verdadero núcleo de
lascado bipolar sobre yunque (v. Guyodo y Marchand, 2005), poniendo de relieve la aleatoriedad de los productos utilizados o reutilizados como soportes de “útiles” astillados. La nº 12 (fig. 72)
presenta diversas facetas “burinoides”, una lateral o normal y las
restantes faciales o planas, tratándose de una pieza astillada fracturada más que de un bâtonnet (Tixier, 1963: 147) o un “golpe de
‘écaillé’-buril” (Sáenz de Buruaga, 1988), esto es, las “astillas” que
podrían haber saltado de aquélla y que suelen constituir los restos
más característicos de lo que supone un uso intenso como cuña o
cincel.
Pieza con astillamiento bipolar y otro retoque lateral (PA4)
Tipo anterior con otro retoque no astillado en uno o ambos bordes laterales (fig. 73, nº 3 y 4).
[page-n-194]
La nº 4 es uno de los pocos testimonios de pieza astillada sobre un fragmento laminar, una hoja con retoque plano bilateral inverso y algunas pequeñas extracciones de uso directas en el lado
derecho, sobre el que aún es perceptible, en un tramo significativo,
una intensa pátina brillante identificable con el lustre de cereal. Se
trata de un caso más, y bien elocuente, del reaprovechamiento de
un útil previo.
Pieza con astillamiento lateral (PA5)
En contraposición a los tipos precedentes, el retoque astillado es de localización lateral, en borde derecho y/o izquierdo (fig. 73, nº 5 a 7).
Las piezas con esta localización del astillamiento, sobre todo
cuando éste es unilateral o unifacial (nº 5 y 7), son las que menos
probabilidades encierran de haber actuado como instrumentos intermediarios en tareas de fractura o hendimiento de materias orgánicas duras. La explicación es de lógica tecnofuncional, puesto que
un extremo romo y relativamente grueso, como el proximal de cualquier producto de lascado, sería el más apto para recibir los golpeos directos en una forma de trabajo con útiles del tipo cuña o cincel.
En ello reside, pues, la justificación a la formulación de esta variante tipológica y al criterio de partida que la determina: la orientación de las piezas astilladas según el eje tecnológico. De todas
formas, la experimentación también valida el astillamiento “lateral”,
es decir, sobre un borde en principio cortante, como resultado de
una acción de trabajo como la arriba indicada (podría ser el caso de
la pieza nº 6), partiendo de la voluntad de economizar la “cuña” o el
“cincel” cambiando sucesivamente la parte percutida antes de su
fractura definitiva (v. Le Brun-Ricalens, 1989: 199).
Pieza con astillamiento unipolar o bipolar y lateral (PA6)
El retoque astillado afecta a uno o ambos extremos, proximal y/o distal, y a uno o ambos bordes laterales, derecho
y/o izquierdo (fig. 73, nº 8 a 10).
Como se observa en las ilustraciones, las combinaciones de lateralización general y dirección de los astillamientos son variadas.
Más difícil es precisar si éstos son “funcionales” o “técnicos”, ligados en este segundo caso a intentos de adelgazamiento del soporte
en un proceso de preparación de esbozos foliáceos (p.e., nº 9 y 10).
Una forma de simplificación posible para este grupo
consistiría en prescindir del criterio de localización del “astillamiento” según la orientación de talla del soporte, lo que
afectaría exclusivamente al tipo PA5 (Pieza con astillamiento lateral). Con ello se retendría sólo y de manera genérica la
unilateralidad, bilateralidad (indistintamente “bipolar”, es
decir, en articulación opuesta, o “no bipolar” –articulación
latero-transversal–) o multilateralidad (tres lados como mínimo) del retoque astillado. El listado quedaría entonces:
- Pieza con astillamiento unilateral o simple (PA1)
- Pieza con astillamiento unilateral y otro retoque [no
astillado] (PA2)
- Pieza con astillamiento bilateral o doble (PA3)
- Pieza con astillamiento bilateral y otro retoque [no astillado] (PA4)
- Pieza con astillamiento multilateral o múltiple (PA5)
183
[page-n-195]
Fig. 71.- Piezas astilladas.
184
[page-n-196]
Fig. 72.- Piezas astilladas.
185
[page-n-197]
Fig. 73.- Piezas astilladas.
186
[page-n-198]
LASCAS RETOCADAS
Bajo este enunciado, se recoge una serie de piezas algunas de las cuales comparten rasgo primario con otras que, a
partir de ese rasgo, han dado origen a un grupo tipológico
específico (cf. hojas y hojitas con retoque marginal, o con
retoque plano/sobreelevado). Su segregación viene dada por
la naturaleza del soporte (lasca técnica o tipométrica), criterio discutible en la medida que no ha sido aplicado rigurosamente en todos los casos (no se han separado de su grupo
correspondiente, p.e., las lascas truncadas o las que comportan muesca o denticulación). En nuestro descargo, puede
alegarse que inconsistencias de este tipo son bastante corrientes en los repertorios al uso, a veces con la intención de
dar mayor entidad a un determinado conjunto de soportes.30
De cualquier modo, las piezas sobre lasca aquí reunidas
guardan la coherencia que puedan significar sus retoques laterales no denticulados o escotados, o faciales parciales,
frente a los abruptos que forman dorsos o truncaduras, y a
los cubrientes totales.
Definición del grupo: Lascas técnicas y/o tipométricas
(l<2a), completas o fracturadas, u otros productos o fragmentos menos precisables, presentando en uno o varios lados retoques marginales o planos/sobreelevados, o simples
extracciones, más o menos profundas, en una o ambas caras.
Los retoques marginales y planos/sobreelevados ya han
sido caracterizados anteriormente, en la presentación de los
grupos de utillaje laminar que determinan. La diferencia entre estos retoques en concreto y las simples extracciones es
de orden técnico: los primeros se ciñen a los bordes, adecuándolos en principio como filos funcionales, si no es que
son el resultado –especialmente los retoques marginales– de
la utilización directa de los filos brutos de talla; lo que consideramos simples extracciones, en cambio, son retoques
más faciales que laterales, a relacionar con acondicionamientos o preparaciones iniciales de los soportes en sí.
Criterios de clasificación (cuadro 20):
- Tipo o modalidad de retoque (muy marginal / marginal / plano o sobreelevado / extracciones sueltas).
- Para la segunda y tercera clases, direccionalidad del
retoque marginal y del plano/sobreelevado (unidireccional o bidireccional no sobrepuesto / bidireccional
sobrepuesto); para la primera posibilidad y en el caso
del retoque marginal, lateralidad general (unilateral /
bilateral o multilateral).
30
Un ejemplo escogido, entre otros: Vaquer (1990) establece en su catálogo tres grupos –1A, 1B y 2A– para las lascas con retoques continuos, con
denticulación, con truncadura, con muesca, etc., caracteres también presen-
- Para la clase que definen las simples extracciones,
disposición facial (unifaciales / bifaciales).
Tipos:
Lasca con retoque muy marginal (LR1)
Lasca técnica o tipométrica, o fragmento de lasca, mostrando un retoque muy marginal, a veces un verdadero bordage, en cualquiera de los lados, de cualquier extensión y
dirección (fig. 74, nº 1 a 16).
En todas las piezas clasificables en este tipo el retoque es unilateral, en ocasiones de localización transverso-distal (nº 9, 10, 12),
generalmente parcial e indistintamente directo o inverso. La pieza
nº 12 pasaría por un “cuchillo de dorso natural”, al oponer una superficie cortical, la desarrollada a partir del extremo proximal del
soporte (talón), al borde distal retocado, más por un leve grignotage (raimiento) que por un bordage típico. La nº 1 es un buen ejemplo de lo que entendemos por lasca “tipométrica”, con toda
probabilidad un delgado flanco de núcleo laminar, delatado por la
regularidad de las facetas y aristas dorsales, cuyo módulo no alcanza el preceptivo de las hojas u hojitas. El caso contrario lo representa la “lasca laminar” (p.e., nº 1, fig. 75), de dimensiones
laminares pero con morfología general de lasca, producto o subproducto resultante tanto de una talla de lascas como de hojas.
Lasca con retoque marginal unilateral (LR2)
El retoque, marginal, se localiza en uno sólo de los lados, presentando cualquier extensión y dirección, excepto la
bifaz (fig. 75, nº 1 a 11; fig. 76, nº 1 a 11; fig. 77, nº 1 a 6).
La separación del retoque marginal del muy marginal, quitando los casos más claros de bordage (extracciones inferiores a 1
mm), no está exenta de cierta subjetividad, sólo superable en último extremo con la integración formal de ambas clases de retoque.
De hecho, este criterio es el que se ha seguido cuando aparecen articulados los dos retoques sobre una misma pieza, como ilustran la
nº 4 de la fig. 75 (otro cuchillo de dorso natural cortical, donde la
articulación es continua en el lado distal y de dirección inversa), o
la nº 4 de la fig. 76 (articulación discontinua en lado derecho y
misma dirección). En este tipo, como en el anterior, la localización
lateral y la extensión del retoque es indistinta; la dirección, prácticamente también, fuera como hemos dicho de la bifaz, es decir, la
bidireccional sobrepuesta (la alternante –bidireccional no sobrepuesta– se observa en algunos casos: p.e., nº 3 ó 9 de la fig. 75).
Un hecho a retener es que la marginalidad del retoque puede guardar o no proporción con el tamaño del soporte (compárese, p.e.,
tes en soportes laminares que, por supuesto, constituyen grupos independientes dentro del mismo catálogo.
187
[page-n-199]
Lascas retocadas (LR): sistemática de clasificación y siglas tipológicas
Retoque muy marginal (LR1)
Retoque marginal
Unidireccional o bidirec. no sobrepuesto
Unilateral (LR2)
Bilateral o multilateral (LR3)
Bidireccional sobrepuesto (bifaz) (LR4)
Retoque plano o sobreelevado
Unidireccional (LR5)
Bidireccional sobrepuesto (bifaz) (LR6)
Simples extracciones
Unifaciales (LR7)
Bifaciales (LR8)
Cuadro 20.
las piezas nº 1, 4, 3 y 5 de la fig. 77). La pieza nº 8 (fig. 75) presenta lustre de uso en el borde izquierdo; se trata de un elemento
de hoz elaborado sobre lo que cabe considerar una “lasca laminar”
en base a la presumible morfología inicial amagada por las fracturas, éstas casi con toda seguridad intencionales (acomodamientos
en sí para el enmangue).
Lasca con retoque marginal bilateral o multilateral (LR3)
La presencia de retoque marginal en dos o más lados
marca la diferencia con el tipo anterior (fig. 78, nº 1 a 10;
fig. 79, nº 1 a 7).
Como muestran las ilustraciones, las combinaciones de lateralidad y dirección del retoque (incluida la alternante) son del todo
variadas. Los casos de bilateralidad, opuesta o latero-transversal,
dominan sobre los de lateralidad múltiple (tres o más lados retocados). Ejemplos de esta última posibilidad los ofrecen la pieza nº 1
(fig. 79), con retoque prácticamente muy marginal parcial alterno
(directo-inverso) en lados derecho e izquierdo, y bordage en el extremo distal; o la nº 7 de la misma figura, con retoque marginal parcial directo en lado derecho, y bordage también parcial y directo en
lado izquierdo y distal.
Lasca con retoque marginal bifaz (LR4)
El retoque marginal, en alguno de los lados, es directo e
inverso en articulación sobrepuesta (fig. 79, nº 8 a 11).
Las piezas ilustradas con retoque bifaz bilateral provienen de
la Ereta, y es posible que estos retoques, sobre todo en las nº 9 y
11, correspondan a los primeros acondicionamientos en vistas a la
fabricación de una punta de flecha.
Lasca con retoque plano o sobreelevado (LR5)
Lasca o fragmento de lasca con retoque de estas características en al menos uno de los lados, de cualquier extensión y dirección, excepto la bifaz (fig. 79, nº 12; fig. 80, nº 1
a 5; fig. 81, nº 1 y 2).
188
En todos los casos constatados el retoque es unilateral, directo o inverso, y generalmente de extensión total (es parcial en los
ejemplos nº 1 y 4 de la fig. 80, inverso en el segundo de ellos). El
retoque sobreelevado, obviamente, se da en las piezas más espesas:
en la nº 12 (fig. 79) adquiere el carácter de escaleriforme, delineando un filo cóncavo y recordando al tipo Quina; en la nº 3 (fig. 80)
es plano escamoso, producido por extracciones someras. La pieza
nº 5 (fig. 80) presenta amplias extracciones bifaciales de adelgazamiento en el lado opuesto al que constituye el filo funcional, aquí
convexo y conformado por retoque plano irregular unifacial (las
extracciones marginales inversas del mismo filo son de uso); se
acercaría de algún modo a una “raedera bifacial”, intencionalmente adelgazada para la prensión o el enmangue. La nº 2 (fig. 81) podría considerarse también una raedera de retoque plano, éste más
regular en tanto que originado por extracciones sublaminares, igual
que en la pieza nº 1 de la misma figura.
Lasca con retoque plano o sobreelevado bifaz (LR6)
Con respecto al tipo anterior, el retoque es directo e inverso en articulación sobrepuesta (fig. 81, nº 3 a 7).
Entre las piezas aquí clasificadas, todas de la Ereta, las hay
que corresponden a útiles más o menos claros de “corte” (nº 6 y 7,
la primera, además, con retoque oblicuo marginal en el resto del
contorno), pero también se han incluido otras que, al igual que ocurría con las de retoque marginal bifaz, deben estar en el camino de
conformación hacia las puntas de flecha (nº 3 a 5); sus retoques
planos bifaces, a menudo sobre el extremo proximal del soporte
(nº 3 y 4), responden, más que a la preparación de filos funcionales, a meros acondicionamientos o regularizaciones desde el sentido apuntado.
Lasca con extracciones unifaciales (LR7)
Lasca o fragmento de lasca, fragmento tabular u otro
imprecisable –casson–, presentando simples extracciones en
una de las caras (fig. 81, nº 8; fig. 82, nº 1 a 8).
[page-n-200]
Como hemos avanzado anteriormente, lo que conceptuamos
como simples extracciones son retoques más o menos amplios y
profundos, sin llegar a ser cubrientes, generalmente irregulares,
aunque a veces pueden ser laminares (nº 6, fig. 82) o de aspecto astillado (nº 5 y 7, fig. 82). La naturaleza de estos retoques es la misma que la señalada para algunos de los planos bifaces (e incluso
oblicuos marginales de igual dirección), en el sentido de la preparación, acomodamiento o regularización inicial de los soportes; por
tanto, las piezas que definen hay que valorarlas, con mayor verosimilitud si cabe, dentro del proceso de fabricación de las puntas de
flecha. A nivel técnico, representarían un primer estadio en dicho
proceso, anterior al de los esbozos unifaciales o bifaciales, de los
que se separarían, a nivel tipológico, por el menor grado de conformación. Ciertamente, las piezas que incluimos en este tipo y en
el siguiente, pese a la amplitud a veces de las extracciones, apenas
presentan modificada la morfología del soporte de partida, del que
suelen conservar –si son productos de lascado– el talón o el bulbo,
o amplias superficies de las caras dorsal y ventral, y lo que es más
determinante, muy rara vez llegan a insinuar formas foliáceas u
otros rasgos morfotécnicos de las puntas acabadas.
Lasca con extracciones bifaciales (LR8)
Tipo anterior con extracciones en las dos caras (fig. 82,
nº 9; fig. 83, nº 1 a 9).
Una simple ojeada a las piezas figuradas basta para ver su distanciamiento “tipológico”, en este caso, con los grandes o pequeños esbozos bifaciales subfoliáceos. También queda patente, al
igual que en las piezas con extracciones unifaciales, la utilización
de cualquier producto-soporte susceptible de ser transformado en
una punta de flecha, desde lascas técnicas de sílex común, o saltadas de fragmentos de sílex tabular (nº 2, fig. 83), algunas regularizadas mediante fracturas (p.e., nº 6, fig. 83), hasta pequeños
recortes de placas tabulares (nº 1, fig. 83) u otros fragmentos más
difíciles de catalogar (p.e., nº 3, fig. 83). Lo que tampoco esconde
esta serie de piezas, en una gran parte, es su carácter de desechos
de ensayos de fábrica. En última instancia, también estaría la posibilidad de que algunas de ellas debieran el retoque a una utilización
como piezas astilladas (p.e., nº 5, fig. 83; o nº 7, fig. 82).
El listado de lascas retocadas puede reducirse no individualizando aquí el retoque muy marginal (LR1) y uniendo
en un mismo tipo los retoques laterales bifaces (LR4 y LR6),
sea cual sea su modalidad. Con estas modificaciones, el grupo quedaría así:
- Lasca con retoque marginal o muy marginal unilateral
(LR1)
- Lasca con retoque marginal o muy marginal bilateral
o multilateral (LR2)
- Lasca con retoque plano o sobreelevado (LR3)
- Lasca con retoque [lateral] bifaz (LR4)
- Lasca con extracciones unifaciales (LR5)
- Lasca con extracciones bifaciales (LR6)
189
[page-n-201]
Fig. 74.- Lascas retocadas.
190
[page-n-202]
Fig. 75.- Lascas retocadas.
191
[page-n-203]
Fig. 76.- Lascas retocadas.
192
[page-n-204]
Fig. 77.- Lascas retocadas.
193
[page-n-205]
Fig. 78.- Lascas retocadas.
194
[page-n-206]
Fig. 79.- Lascas retocadas.
195
[page-n-207]
Fig. 80.- Lascas retocadas.
196
[page-n-208]
Fig. 81.- Lascas retocadas.
197
[page-n-209]
Fig. 82.- Lascas retocadas.
198
[page-n-210]
Fig. 83.- Lascas retocadas.
199
[page-n-211]
[page-n-212]
PIEZAS CON SEÑALES DE USO O FILO EMBOTADO
Grupo constituido por exclusión, en el que se recogen
todas aquellas piezas con retoques o extracciones laterales
no clasificables en ninguna de las familias tipológicas anteriores. Se trata de piezas que responderían al concepto general del outil à posteriori (Bordes, 1970b: 200), al igual que
muchas de las que presentan muescas y denticulaciones, retoques marginales o astillamientos, cuyo “estado morfológico” suele presumirse –en unos y otros casos– por el uso
directo de los bordes o filos brutos de talla.
Las piezas con “señales de uso”, por utilizar el determinativo más extendido en la bibliografía local, o con “filo
[bruto] embotado”, apelativo que juzgamos más apropiado
(cf. Barbaza, Guilaine y Vaquer, 1979; Pièces à fil ébréché),
tienen un gran peso específico en las industrias neolíticas,
sobre todo en las correspondientes a las fases antiguas, por
lo que se les ha concedido entidad tipológica en algunos repertorios expresos (cf. Binder, 1987; clase de Pièces à enlevements irreguliers, en el grupo de diversos –repertorio
reducido–, en la que se incluyen también las piezas con denticulación). Esta misma concesión es la que aquí hacemos,
particularmente a nivel de grupo, estimulados por la alta significación que estas piezas revisten en la Cova de l’Or (cerca del 33% del total global del utillaje; en la Ereta del
Pedregal este mismo valor se sitúa alrededor del 6%).
Definición del grupo: Lascas, hojas y hojitas presentando uno o más de sus bordes brutos de talla embotados por retoques o extracciones no sistemáticos.
En un sentido estricto, la “embotadura”, en tanto que “retoque no sistemático”, la definen pequeñas descamaciones y/o
melladuras de disposición arbitraria, esto es, formando cortas
series unidireccionales u otras más extensas unidireccionales
discontinuas o bidireccionales (alternantes, bifaces). En sentido más amplio, consideramos también como embotadura a las
líneas muy parciales (inferiores a 1/4 del filo afectado) de retoques marginales o bordage, y de denticulaciones igualmente
muy marginales, aisladas o en discontinuidad, así como a series de extracciones o melladuras más amplias de la misma
condición; todos los rasgos enunciados pueden concurrir en un
mismo filo, dando sentido a lo que también ha podido conceptuarse como “retoques irregulares” (Juan Cabanilles, 1984: 64;
Binder, 1987: 69): líneas formadas por extracciones de distinto tamaño, inclinación, dirección, amplitud, etc. En cualquier
31 Es evidente que las denticulaciones son una suerte de embotadura, como lo son también en cierta manera muchos retoques marginales; aquí, sin
embargo, hemos seguido el criterio de considerar estos rasgos aparte cuando se presentan en líneas continuas y con suficiente extensión (cf. grupos
correspondientes).
32 Caspar y Gysels (1984: 209), a propósito del estudio traceológico de una
serie de materiales “rubanés” del Neolítico antiguo belga, observan que más
caso, la embotadura no debe originar una denticulación o sinuosidad marcada (límite con las piezas denticuladas, no tenido en cuenta, como hemos indicado, por Binder).31
El carácter de la embotadura como “morfología” derivada del uso, sea cual sea su “tipología”, y no de mecánicas
accidentales (aunque también cabe esta posibilidad),32 viene
confirmado por los elementos de hoz en primer lugar (de
la Cova de l’Or, por supuesto, y de otros yacimientos neolíticos afines), sobre todo cuando muestran sus filos funcionales simplemente embotados y el lustre afecta ostensiblemente
a las extracciones causantes de la embotadura. Más confirmaciones se hallarían en otras piezas, laminares o no, con
filos brutos igualmente embotados y mostrando huellas microscópicas de utilización en otras tareas que la siega de cereales, como por ejemplo el corte de otros vegetales no
leñosos, el corte, aserrado o raspado de madera o hueso, el
raspado de piel seca o el descarnado de huesos (v. Cahen y
Gysels, 1983; Caspar y Gysels, 1984; Biagi y Voytek, 1992;
Voytek, 1995; Ibáñez Estévez y González Urquijo, 1996; Rodríguez, 1999, 2004; Gibaja, 2000). Funcionalmente, pues,
las piezas con señales de uso o filo embotado, en especial las
laminares, constituirían una categoría más –si no la misma–
de cuchillos neolíticos “multiuso” a sumar a las hojas y hojitas con retoques marginales.
Criterios de clasificación (cuadro 21):
- Naturaleza del soporte (lasca / hoja u hojita).
- Para lascas, lateralidad de la embotadura (unilateral /
bilateral o multilateral).
- Para soportes laminares, estado de la pieza, determinado por la presencia o ausencia de fracturas y el módulo dimensional resultante (pieza completa o
fracturada “larga” / fracturada “corta” o fragmento
s.s.); para el primer estado, lateralidad de la embotadura (unilateral / bilateral).
Tipos:
Lasca con embotadura unilateral (PE1)
Lasca, o fragmento de lasca, mostrando uno sólo de sus
bordes o filos brutos de talla embotado por retoques o extracciones no sistemáticos (fig. 84, nº 1 a 14; fig. 85, nº 1 a 6).
de la mitad de las piezas no retocadas caracterizadas por macrotrazas (esquillements) no habrían sido utilizadas, pudiéndose haber producido dichas
macrotrazas en el momento de la talla o posteriormente con la manipulación de las colecciones; con todo, no excluyen que algunos de estos esquillements fueran el resultado de una utilización muy breve de las piezas, tan
breve como para no permitir la formación de huellas microscópicas de uso.
201
[page-n-213]
Piezas con señales de uso o filo embotado (PE): sistemática de
clasificación y siglas tipológicas
Lasca
Embotadura unilateral (PE1)
Embotadura bilateral o multilateral (PE2)
Hoja u hojita
Pieza completa o fracturada “larga”
Embotadura unilateral (PE3)
Embotadura bilateral (PE4)
Pieza fracturada “corta” o fragmento s.s. (PE5)
Cuadro 21.
La localización de la embotadura puede ser lateral derecha o
izquierda, o transverso-distal (nº 9, fig. 84, o nº 2, fig. 85); en cualquier lateralidad, la disposición será directa, inversa (p.e., nº 1, 9,
10, fig. 84) o bifacial (p.e., nº 6, 12, 13, fig. 84). Las piezas nº 4
(fig. 84) y la nº 3 (fig. 85) corresponden a flancos o frentes de lascado de núcleos de extracción laminar, la primera de las cuales conserva, en su lado izquierdo, parte de la plataforma de golpeo o
plano de percusión. A este respecto, un gran número de los soportes de tipo lasca de la Cova de l’Or, en especial, parecen derivar de
las tareas de desbastado, preparación y regularización de núcleos
de estas características, de lascados frustrados (p.e., nº 2, fig. 84),
o de reaprovechamientos una vez concluida la explotación.
Lasca con embotadura bilateral o multilateral (PE2)
Tipo anterior con dos o más bordes embotados (fig. 85,
nº 7 a 11; fig. 86, nº 1 a 3).
La bilateralidad viene dada por la localización de la embotadura en bordes opuestos o en un borde lateral y otro distal (nº 10,
fig. 85). Señales de uso en tres lados se observa en las piezas nº 1
y 2 de la fig. 86; en la segunda de ellas, la embotadura afecta a una
de las aristas de una faceta de fractura, la que constituye su borde
transverso-distal.
Hoja u hojita con embotadura unilateral (PE3)
Soporte técnicamente laminar, completo o fracturado
(en este caso l≥2a), con un solo borde o filo bruto de talla
embotado por retoques o extracciones no sistemáticos
(fig. 86, nº 4 a 13; fig. 87, nº 1 a 16; fig. 88, nº 1 a 14;
fig. 89, nº 1 a 10 y 12).
La amplia selección de piezas utilizada para ilustrar este tipo –y
también el siguiente–, en la medida que la embotadura apenas modifica el estado original de los soportes, tiene el propósito de mostrar las características de la talla laminar, sobre todo, de la Cova de
l’Or (v. García Puchol, 2005), yacimiento del que procede la mayoría de ejemplos. En este sentido, cabe resaltar los distintos módulos
dimensionales de los productos de lascado, que van gradualmente
de las hojas de tamaño medio (p.e., nº 1 y 2, fig. 87) a las pequeñas
hojitas (p.e., nº 8 a 10, fig. 87), como suele corresponder a una mo-
202
dalidad de extracción nuclear envolvente; asimismo la morfología
prismática o piramidal de los núcleos (como se infiere, p.e., de la
pieza nº 5, fig. 87, una hoja sobrepasada); el empleo de la técnica de
“cresta” para la preparación de aristas-guía (como atestiguan más
directamente la pieza nº 4, fig. 87, con media cresta parcial de reconducción del lascado, o la nº 9, fig. 88, con restos de la cresta de
partida); o el de la técnica de presión para el lascado, al lado de la
percusión directa o indirecta (a la que parecen remitir, p.e., la pieza
nº 3, fig. 87, o las nº 6 y 8, fig. 88; la nº 12, fig. 89, proveniente de
la Ereta del Pedregal, es otro caso, aún más claro, del uso de esta técnica de presión). Los soportes figurados también ponen de manifiesto todos los estados posibles de fractura, de los que resultan
cuerpos proximales, mediales o distales según la localización de las
fracturas en sí, así como la más que probable intencionalidad de éstas en muchos casos, particularmente cuando se muestran como un
leve acortamiento distal y/o proximal (p.e., nº 9 y 10, fig. 86; nº 8 y
11, fig. 87). Señalando otras particularidades, la pieza nº 6 (fig. 87)
pasaría por un “cuchillo de dorso atípico”, al constituir dicho dorso
los restos de un plano de percusión que origina el flanco izquierdo
de una hoja extraída de una parte no lateral de una tableta de núcleo.
Las piezas nº 10 a 14 (fig. 88) y nº 1 a 5 (fig. 89) son elementos de
hoz, cuyo lustre de uso recubre por lo general las extracciones y melladuras de la embotadura, y sin otros acondicionamientos que los
que puedan constituir las fracturas que comportan (como tales acondicionamientos intencionales, ofrece pocas dudas la fractura distal
de las piezas nº 11 y 14, fig. 88, o de la nº 1, fig. 89; o la fractura
proximal de la nº 12, fig. 88).
Hoja u hojita con embotadura bilateral (PE4)
Tipo anterior con los dos bordes embotados (fig. 90, nº 7
a 13; fig. 91, nº 1 a 17; fig. 92, nº 1 a 13; fig. 93, nº 1 a 15;
fig. 94, nº 1 a 7).
La abundante muestra de piezas también aquí seleccionada sirve de complemento visual, en una gran parte, a lo que constituye la
producción laminar de la Cova de l’Or en las características acabadas de comentar. Entre los ejemplos de la Ereta (nº 11, 14 y 15,
fig. 93; nº 1 a 7, fig. 94), destacan algunas hojas de grandes dimensiones, una de ellas de cresta (nº 7, fig. 94; también lo es la nº 6 de
la misma figura, ésta de tamaño medio). Al respecto de los soportes
laminares de mayor módulo de la Cova de l’Or (p.e., nº 13, fig. 92,
[page-n-214]
o nº 4 y 8, fig. 93), hay que indicar que provienen de los niveles superiores del yacimiento, por tanto, de momentos cronoculturales en
buena parte sincrónicos a los representados en la Ereta. Los elementos de hoz, todos de l’Or y con lustre unilateral (nº 10, 12 y 13,
fig. 93), permiten una pequeña observación sobre el carácter de la
embotadura del lado opuesto al que ofrece la traza de uso identificativa, en el sentido de que podría deberse a utilizaciones previas o
posteriores del soporte o ser producto del enmangue, en relación
con esas utilizaciones o con la propia de las armaduras de hoces.
Fragmento de hoja u hojita con embotadura (PE5)
Fragmento extremo (l<2a) de los dos tipos precedentes
(fig. 89, nº 11 y 13 a 16; fig. 90, nº 1 a 6; fig. 94, nº 8 a 11;
fig. 95, nº 1 a 8).
De las piezas ilustradas, sólo cabe retener que algunas son
fragmentos de hojas de mediano o gran tamaño (p.e., nº 1, fig. 90;
nº 11, fig. 94; nº 3 y 5, fig. 95), o fragmentos de elementos de hoz
(nº 16, fig. 89; nº 3 y 4, fig. 90; nº 7, fig. 95).
203
[page-n-215]
Fig. 84.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
204
[page-n-216]
Fig. 85.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
205
[page-n-217]
Fig. 86.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
206
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Fig. 87.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
207
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Fig. 88.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
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Fig. 89.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
209
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Fig. 90.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
210
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Fig. 91.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
211
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Fig. 92.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
212
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Fig. 93.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
213
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Fig. 94.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
214
[page-n-226]
Fig. 95.- Piezas con señales de uso o filo embotado.
215
[page-n-227]
[page-n-228]
DIVERSOS
Como en prácticamente todos los repertorios tipológicos,
la consideración de un apartado de “diversos” se hace necesaria para dar cuenta de aquellas piezas que en principio no
pueden ser incluidas en los grupos previamente establecidos
o que, pese a su “clasicismo” (p.e., buriles), no tienen una representación suficiente para asignarles un grupo propio.
Los tipos que en concreto aquí se contemplan son los siguientes:
Pieza con golpe(s) de buril (D1)
Lasca, hoja u hojita, u otro producto no precisable (casson), presentando una o varias extracciones obtenidas por
técnica de golpe de buril (fig. 96, nº 1 a 5 y 7).
Los buriles, contrariamente a nuestro caso, tienen reflejo como grupo o clase en bastantes repertorios del Neolítico/Eneolítico
(Binder, Vaquer, Winiger, Honegger), decisión nada aconsejable
para las escasas 5 y 4 piezas clasificables en las colecciones estudiadas de Or y Ereta, respectivamente. A ello se une su poco “tipismo”, lo que nos hace hablar, más que de buriles, de “piezas con
golpe de buril”, a fin de mitigar la fuerte carga tipológica –y si se
quiere funcional– de los primeros. Efectivamente, poco típicas como buriles son la pieza nº 2, con faceta “burinoide” de “eje” sobre
un borde con retoque marginal, o la nº 4, con tres facetas de “ángulo” sobre talón, cada una recortando a la anterior. No obstante, la
nº 3 pasaría por un buril doble de ángulo sobre fractura, la nº 5 por
un buril múltiple nucleiforme, la nº 7 por un buril diedro de eje, y
la nº 1 por un buril de ángulo sobre truncadura rectilínea. Ésta última aún revestiría una particularidad, y es que podría tratarse de una
“pieza astillada” sobre una anterior pieza truncada, con pequeña faceta burinoide lateral resultante del uso como cuña o cincel.
Microburil (D2)
Fragmento de hoja u hojita (por definición) comportando una faceta de fractura debida a técnica de microburil
(fig. 96, nº 6).
Sólo existe una pieza de estas características (la figurada, procedente de la Cova de l’Or) en las colecciones analizadas, correspondiendo a un típico microburil distal. La técnica de microburil,
como hemos señalado en repetidas ocasiones (Juan Cabanilles,
1985a, 1990a, 1992), puede considerarse ausente en las industrias
del Neolítico antiguo del ámbito valenciano en tanto que procedimiento de fractura laminar para la fabricación de armaduras geométricas. Dicha técnica, sin embargo, parece reaparecer a finales
del Neolítico en este mismo ámbito, como ha puesto de relieve la
significativa presencia de microburiles entre los materiales de alguna estación de superficie recientemente excavada y remisible a
esa etapa (García Puchol y Molina, 1999). Este hecho, por otra
parte, creemos que puede generalizarse a otros territorios peninsulares (v. Juan Cabanilles y Martí, 2002: 67). El microburil de Or,
por tanto, y alguno otro más que hemos podido reconocer entre las
series de materiales de la Ereta por estudiar, tendrían su explicación desde la perspectiva señalada de recuperación tardía de una
vieja técnica.
Pieza de corte distal (D3)
Se recogen con este nombre (Leroi-Gourhan, 1978: 167;
Outils à tranchant distal) una serie de piezas que responderían
al concepto del tranchet (Brézillon, 1977: 367-379) o del hachereau (ibíd.: 249-250), en sentido amplio (fig. 96, nº 8 a 11).
Como pequeños tranchets pueden catalogarse las piezas nº 8,
9 y 11, fabricadas sobre fragmentos más bien espesos de hojas o
lascas, de silueta trapezoidal por la inclinación de las fracturas, éstas acomodadas por algunas extracciones o por retoque abrupto
bien definido; el corte o filo distal lo determina uno de los lados
del soporte, esto es, una faceta dorsal (negativo de extracción) y la
superficie natural de talla de la cara ventral. La pieza nº 10 se acercaría más al hachereau: una gran lasca con amplias extracciones
bifaciales y con corte distal producido por dos superficies intactas
de talla.
Hoja u hojita con retoque distal (D4)
Soporte técnicamente laminar presentando en el lado
corto transverso-distal un retoque generalmente marginal y
de cualquier dirección (fig. 96, nº 12; fig. 97, nº 1 a 3).
Este tipo sería otra versión, en la sola disposición indicada del
retoque, de las hojas y hojitas con retoques marginales “laterales”.
El retoque distal en cuestión puede tener su origen en el uso, como
es posible que sea en el caso de la pieza nº 12 (fig. 96), pero también es muy probable que se trate de un “retoque espontáneo”
(Newcomer, 1976; Tixier, Inizan y Roche, 1980: 104), producido
accidentalmente en el momento del lascado del soporte. Éste podría ser el carácter de las extracciones inversas que muestran las
piezas nº 1 a 3 de la fig. 97, constituyendo un bordage en la nº 2, y
recorriendo la arista ventral de una fractura –que también podría
ser accidental de lascado– en la nº 1.
Puñal (D5)
Entrada reservada para aquellas grandes piezas “lanceoladas”, generalmente de retoque bifacial, que suelen designarse con este nombre en la bibliografía corriente (v.
Brézillon, 1977: 291).
El “puñal” ilustrado (fig. 97, nº 6) proviene de la Ereta del Pedregal, siendo la única pieza de estas características encontrada en
el yacimiento. Constituye también uno de los pocos ejemplares documentados en el ámbito valenciano, al que se le ha deparado ya
una cierta atención en algunos trabajos (Juan Cabanilles, 1990b;
Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006). Se halla fracturado en la parte proximal, y para su elaboración se ha empleado
una gran placa de sílex tabular, “pelada” en ambas caras por retoque plano cubriente total.
Varios (D6)
Se reúnen en esta última entrada el poco resto de piezas
singulares que no pueden constituir ni un tipo propio en este grupo de diversos (fig. 97, nº 4, 5, 7 y 8).
217
[page-n-229]
Los ejemplos figurados son: una “punta triangular” (nº 4) sin
acomodo entre las armaduras geométricas definidas; una hojita con
dos pequeñas muescas basilares opuestas (nº 5) destinadas con casi toda seguridad a la suspensión o el enmangue, no clasificable entre las piezas de base estrechada (escotadura doble en extremidad
218
proximal) ni entre las muescas corrientes; un típico “cuchillo de
dorso abrupto” sobre hoja (nº 7), lejos de las hojas y hojitas con
borde abatido; y una pieza circular “poliédrica” (nº 8) con prácticamente todo el contorno machacado o astillado, probablemente
por el uso como percutor o compresor.
[page-n-230]
Fig. 96.- Diversos.
219
[page-n-231]
Fig. 97.- Diversos.
220
[page-n-232]
IV. EXPLOTACIÓN DE LOS DATOS TIPOLÓGICOS:
LA DIACRONÍA DEL UTILLAJE NEOLÍTICO Y ENEOLÍTICO
COMO EJEMPLO
Las posibilidades de explotación de los datos tipológicos, de los “inventarios cifrados” (Binder, 1987: 38) que
suponen los repertorios o listados de tipos, pueden ser muy
variadas, dependiendo de las intenciones inherentes a cada
modalidad de estudio. En último extremo, es cierto, siempre cabe un aprovechamiento de los repertorios como simple inventario, aunque la realidad es que pocos de ellos se
han concebido con ese exclusivo propósito; más bien lo
han sido para atender a problemáticas de evolución morfotipológica y para desvelar o fijar identidades culturales por
medio de la comparación, preferentemente.
En tales aspectos pondremos aquí el énfasis, ya que
nos ceñiremos como ejemplo a la evolución del utillaje neolítico y eneolítico en el caso de los conjuntos proporcionados por la Cova de l’Or y la Ereta del Pedregal, en su
formalización tipológica. Estos conjuntos provienen de
sectores de excavación, es decir, recuperados en estratigrafía en unos yacimientos que cuentan con una secuencia
cronocultural bien establecida. A este respecto, es innegable la importancia que revisten Or y Ereta para el Neolítico y el Eneolítico valencianos y, por extensión, para gran
parte de la fachada mediterránea peninsular. En el primer
caso se unen estratificación y gran contenido en materiales
líticos de los depósitos, circunstancia que no siempre se da
en yacimientos con secuencias equiparables e incluso más
completas (p.e., Cova de les Cendres; García Puchol,
2005). El significado especial de la Ereta, aparte del volumen aún mayor de materiales, radica en el hecho de poseer una notable estratigrafía “vertical” que, al menos en el
ámbito valenciano, suele ser rara en el conjunto de los yacimientos del Neolítico final/Eneolítico. Éstos corresponden por lo general a asentamientos o poblados de “silos”,
ocupando grandes extensiones de terreno y, por tanto, con
estratigrafías “horizontales” más que probables pero pocas
veces bien precisadas. Las “estratigrafías” verticales, en
estas estaciones, provienen normalmente de los propios silos o de otras estructuras excavadas (pozos, fosas, trincheras, etc.), lo que hace poco viable cualquier estudio de
tipología evolutiva. La estratigrafía vertical de la Ereta, en
cambio, es el resultado de un asentamiento continuado, durante un buen lapso de tiempo (alrededor de mil años), sobre un mismo y restringido espacio, por condicionamientos
del medio pantanoso circundante (La Marjal de Navarrés).
Primeramente, pues, presentaremos las estratigrafías y
secuencias de Or y Ereta, para pasar luego a la ilustración
y análisis de sus contenidos tipológicos y la de los cambios
experimentados con el tiempo (la evolución formal del utillaje). El tratamiento de los datos, hay que indicarlo, se ha
efectuado mediante procedimientos matemáticos y estadísticos simples. Las pertinentes tablas de distribuciones numéricas (frecuencias absolutas y relativas de grupos, clases
y tipos, por niveles analíticos) tienen su complemento visual en gráficas de curvas acumulativas y/o de bloques de
índices. Para calibrar las diferencias o distancias entre frecuencias, en aquellos casos que se ha creído conveniente,
se han empleado como pruebas de significación estadística
la de Kolmogorov-Smirnov para distribuciones (series de
frecuencias) de dos muestras independientes expresadas en
proporciones acumuladas, según se explica en Shennan
(1992: 73-74), y el test de χ2 (chi-cuadrado) para determinados valores individuales (frecuencias aisladas) de dos
muestras también independientes expresados en número de
ocurrencias, según se detalla en Laplace y Livache (1975;
cf. análisis estructural comparado: diferencias categoriales
significativas). Para los cálculos matemáticos, especialmente el chi-cuadrado, se ha utilizado el programa estadís-
221
[page-n-233]
tico PAST (Hammer, Harper y Ryan, 2001),1 que incluye
–junto a la prueba de χ2– el test exacto de Fisher para aquellos casos en que una o ambas de las frecuencias a comparar (a partir de tablas 2x2) son inferiores a 5 ocurrencias. En
todas las pruebas el nivel de significación tenido en cuenta
es el de 0,05.
Los denominados sectores “H” de la Cova de l’Or, una
serie de 6 “cuadros” de distinta extensión y potencia estratigráfica, identificados con las siglas H a H5, ocupan una
superficie de poco más de 45 m2 en la parte centro-occidental de la cavidad, adosados la mayoría a su pared norte
(fig. 98).2 Fueron excavados por el Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia en los años
1957 (H a H3) y 1958 (H4 y H5), bajo la dirección de
V. Pascual Pérez. Breves noticias de estas excavaciones, que
pueden considerarse inéditas, se encuentran en las memorias anuales de actividades y funcionamiento institucional
del SIP redactadas por su director (v. “La labor del SIP y
su Museo” para estos dos años señalados; cf. Fletcher,
1962a y 1963a), así como en otros resúmenes también de
actividades más centrados en las tareas de campo (Pla,
1961). Pese al carácter inédito de las excavaciones, cuya documentación permanece en los correspondientes diarios
guardados en el archivo del SIP, buena parte de los materiales recuperados en los sectores H (líticos de talla y pulimentados, cerámicos, óseos, etc.) han sido presentados o
utilizados en el marco de diferentes trabajos y estudios
(Fletcher, 1962b, 1963b; Fortea, 1973: 406; Martí, 1977:
20, 28; Vento, 1985; Bernabeu, 1989; Pascual Benito, 1998;
Orozco, 2000; García Puchol, 2005). Entre estos trabajos se
encuentra también nuestro primer ensayo de clasificación
del utillaje en sílex neolítico (Juan Cabanilles, 1984), en el
que tratábamos globalmente la amplia muestra analizada,
sin ninguna referencia estratigráfica.
Según consta en los diarios, los sectores H se rebajaron
por capas artificiales de unos 20 cm por término medio, en
un número de 6 ó 7 dependiendo de la potencia de la sedimentación en cada cuadro. En la excavación no se estableció un punto o plano 0 de referencia, por lo que las medidas
de profundidad que se apuntan ocasionalmente para indicar
el inicio o final de una capa, o la situación de cualquier particularidad estratigráfica, van referidas al techo representado por el piso firme de la cueva. Las características
sedimentarias de cada capa (coloración de tierras, inclusiones, etc.) son generalmente descritas, aunque de forma somera, anotándose también algún dato de contenido
arqueológico relevante (normalmente indicaciones sobre la
clase de cerámica: lisa, impresa, cardial).
Atendiendo a estas descripciones, los seis sectores en
cuestión pueden separarse en dos grupos de acuerdo con
algunos matices de la estratigrafía presentada. El primer
grupo lo constituyen los sectores H, H1 y H2, cuyos depósitos comienzan con una capa de tierra suelta procedente
en parte de antiguos sondeos, con escasos materiales y cerámicas lisas, composición que puede ser también la de la
segunda capa (en H1 y H2) o cambiar a un sedimento menos suelto de tono amarillento (en H) y con la misma suerte de evidencias, que afecta igualmente a la capa 3 de H1 y
H2. Con la capa 4 (capa 3 en H), la tierra comienza a oscurecerse, mostrando algunos restos carbonosos y granos
de cereales, más el aumento de materiales que incluyen aún
cerámicas lisas en H1 y H2 (en la capa 3 de H hay ya algún
fragmento cardial). De la capa 5 a 7 (a 6 en H2), el oscurecimiento del depósito se acentúa, pasando progresivamente a un sedimento muy ceniciento, con abundancia de
carbones y de granos de cereales, a veces formando éstos
verdaderas bolsadas, e intensificándose los materiales en
general y las cerámicas cardiales en particular. A grandes
rasgos, ésta es también la tónica estratigráfica de los sectores H3, H4 y H5, con la particularidad de incluir en un
determinado tramo acumulaciones de grandes piedras y
bloques desprendidos del techo de la cavidad. En H3, estas
acumulaciones, aquí muy potentes, ocupan el espacio de
las capas 3, 4 y 5, mientras que en H4 hacen acto de presencia en el transcurso de la capa 4, y en H5 al final de esa
misma capa, constituyendo un estrato específico que en los
diarios se denomina “entre capas 4 y 5”. Como dato anecdótico, apuntar que inmediatamente por debajo de este estrato de piedras se reveló en H4 una capa de 5 cm
compuesta por granos de cereales carbonizados, amén de
otras bolsadas repartidas principalmente por el espacio de
H3. Dos muestras de estos cereales, en concreto procedentes de los tramos inferior y superior de la capa 7 de H3,
fueron datados por el método del carbono 14, dando los valores: 6510±160 y 6265±75 BP (Schubart y Pascual,
1966). Tales dataciones pueden considerarse pioneras en su
1
2
BASES ARQUEOLÓGICAS PARA EL ESTUDIO
DIACRÓNICO
Los sectores H de la Cova de l’Or: estratigrafía y secuencia cultural
El programa PAST es de consulta y descarga gratuita en la dirección de
internet: (http://folk.uia.no/ohammer/past). El mismo programa constituye
la herramienta de base empleada en el manual de estadística aplicada a la
arqueología publicado por la Universitat Autònoma de Barcelona (cf. Barceló, 2007).
222
Una buena información general sobre la Cova de l’Or –localización,
descripción, descubrimiento, intervenciones, etc.– se halla recogida en
Martí (1977, 2000).
[page-n-234]
Fig. 98.- Plano de la Cova de l’Or con la localización de los sectores excavados (según Martí et al., 1980).
tiempo y una prueba de la antigüedad que había que atribuir al Neolítico peninsular.
Los sectores H son contiguos en su extremo occidental
(directamente H y H1) a los sectores J (fig. 98), excavados
–concretamente J4 y J5– en 1975 y 1976 (Martí et al.,
1980). Estos últimos sectores fueron objeto de una intervención más metódica, proporcionando la primera secuencia bien publicada del yacimiento, apoyada con dataciones
de C14. En J4 y J5 se distinguieron seis estratos de techo a
muro (fig. 99), el VI prácticamente estéril y en contacto con
la roca basal, y el III sólo presente en J4. Estos estratos se
agruparon en tres niveles “arqueológicos”, en base a la tipología cerámica y las dataciones obtenidas. El primer nivel
incluía los estratos I y II, en especial el segundo (el I era un
típico depósito superficial claramente revuelto), con cerámicas lisas, algunas esgrafiadas y peinadas (estas dos variedades privativas), y otras incisas e impresas no cardiales,
una amalgama que remitía en parte al Neolítico medio (=
“epicardial”/“postcardial”) y en parte también al Neolítico
final; el estrato III correspondía al límite inferior del nivel
en J4, de cuya base procedía la datación 5980±260 BP, un
factible término post quem. El segundo nivel reunía los es-
223
[page-n-235]
Fig. 99.- Estratigrafía del sector J de la Cova de l’Or (según Martí et al., 1980).
tratos III y IV, donde hacían aparición las cerámicas cardiales en un contexto general con especies incisas, acanaladas
e impresas con otros instrumentos, atribuido por tanto a una
fase avanzada del Neolítico antiguo o de transición al Neolítico medio. El tercer nivel agrupaba el estrato V y la parte
superior del VI, con predominio de las cerámicas cardiales
y dos dataciones, 6630±290 y 6720±380 BP, que lo atribuían al Neolítico antiguo.3
Posteriormente, tras la publicación de los primeros sondeos realizados en otro de los sectores de la Cova de l’Or, el
K, cuadros K34 y K35 (Martí, 1983a), situado enfrente de
los sectores J (fig. 98), Bernabeu (1989) precisó la secuencia del yacimiento en base igualmente al análisis pormenorizado de la cerámica, correlacionando los niveles de J4, J5
y K34, K35, y emplazándolos en la secuencia general del
Neolítico según la nueva propuesta y nomenclatura formuladas. El detalle de todo ello es el siguiente:
- Or VI: niveles K-VI y J-III (estrato V). Neolítico IA1.
- Or V: niveles K-V y J-II (estrato IV). Neolítico IA2.
- Or IV: niveles K-IV y J-I (estratos III, II). Neolítico
IB1.
3
Este tercer nivel posee dos dataciones más de reciente obtención:
6310±70 y 6275±70 BP, sobre muestras de cereal y procedentes de las capas 17a y 14 de J4, respectivamente (Ramsey et al., 2002; Zilhão, 2001;
224
- Or III: nivel K-III. Neolítico IIA1.
- Or II y Or I: nivel K-II y nivel K-I. Neolítico IIA2.
- Or S(uperficial): capas 1 a 3 de K35, capas 1 y 2 de
K34, estrato I de J. Materiales dispares.
Como se observa, los cuadros K aportaron una mayor
definición de la secuencia –relativamente hablando– en lo
que concierne a sus tramos finales, más desdibujados en los
cuadros J.
Por nuestra parte, la contigüidad señalada de los sectores J y H, y por tanto su ubicación en un mismo ambiente de
la cueva, sujeto a condiciones parecidas de formación de depósitos y alteración, unido a las similitudes también de la secuencia arqueológica, nos permiten proponer la correlación
entre los estratos y las capas de ambos sectores que mostramos en el cuadro 22. En el mismo cuadro se indica la correspondencia de estos estratos y capas con los niveles
arqueológicos generales establecidos para la Cova de l’Or,
en la versión acabada de exponer, junto con su atribución
cultural más descriptiva. Además, hemos añadido una columna con la asimilación de las capas de los sectores H a
Juan Cabanilles y Martí, 2002). Las restantes dataciones señaladas, todas
también de J4, se efectuaron sobre carbones.
[page-n-236]
los niveles analíticos –Or Ia, Ib, II y III, en el sentido ascendente de la secuencia– que utilizaremos en los ejemplos de
evolución diacrónica del utillaje de este yacimiento. Los sectores H, como los J, contienen una buena y abundante información sobre el Neolítico antiguo cardial (Or VI y V =
niveles analíticos Or Ia y Ib), fruto de una ocupación intensa de la cavidad en esta etapa, sin otras presencias anteriores. Las restantes fases neolíticas, a partir del Neolítico
antiguo epicardial inicial (Or IV = nivel analítico Or II), están débilmente representadas en estos sectores, y no mucho
Sec H
Sec J
H
H1
H2
H3
H4
Capas 1 y Capas 1, Capas 1 y Capas 1 y
2
2y3
2
2
Estratos II Capas 3 y Capas 4 y Capas 3 y
piedras
y III (J4)
4
5
4
Capas 5 y
Capa 6
Capa 5
Capa 6
Estrato IV
6
Estrato I
Estrato V
Capa 7
Capa 7
Capa 6
Capa 7
más en el resto del yacimiento, en relación quizás con un
cambio de funcionalidad de la cueva, que habría pasado de
un lugar de hábitat al de un espacio utilizado como redil.
Complementariamente hemos elaborado el cuadro 23,
en el que se recogen todas las dataciones C14 de Or, con datos completos; y el cuadro 24, donde se comparan los sucesivos esquemas de evolución propuestos para el Neolítico
valenciano, construidos en base a las secuencias de Or y de
la Cova de les Cendres (Martí, 1979; Martí et al., 1980; Bernabeu, 1982, 1989).
H5
Nivel
arqueológ.
Nivel
analítico
Capas 1 y
2
Capas 3 y
4
Capas 1 y 2
S, I, II, III
Or III
Capas 3, 4 y
entre 4-5
IV/III
Or II
Capa 5
Capa 5
V
Or Ib
Capa 6
Capa 6
VI
Or Ia
Atribución
cultural
Neol. final /
Eneolítico
Neol. ant. epicardial / postcardial
Neol. ant. cardial
avanzado
Neol. antiguo
cardial
Cuadro 22.- Cova de l’Or. Correlación de los estratos del sector J con las capas de los sectores H y su atribución cronocultural.
Muestra
Sector / capa
Método (C14)
Laboratorio
Años BP
Cal BC 2 !
J4/c16-17
J4/c14-15
H3/c7
Nivel
arqueológ.
VI
VI
VI
Carbón
Carbón
Cereal
Convencional
Convencional
Convencional
GANOP-C13
GANOP-C12
KN-51
6720+380
6630+290
6510+160
6400-4800
6200-4800
5750-5050
Cereal
Cereal
Cereal
Carbón
J4/c17a
J4/c14
H3/c7
J4/c6
VI
VI
VI
V/IV
AMS
AMS
Convencional
Convencional
OxA-10192
OxA-10191
H-1754/1208
GANOP-C11
6310+70
6275+70
6265+75
5980+260
5469-5067
5459-5048
5380-5000
5500-4300
Cuadro 23.- Dataciones C14 de la Cova de l’Or.
225
[page-n-237]
Martí, 1979; Martí en
Martí et al., 1980
Bernabeu, 1982
Neolítico antiguo cardial
(tipo Or)
- Cardial inicial o
clásico
Predominio cer. cardiales
1ª mitad V milenio a.C.
(no calibrado)
- “Epicardial” (=cardial
avanzado)
Cer. cardiales + incisas e
impresas no cardiales
2ª mitad V milenio a.C.
Neolítico antiguo:
horizonte cer. impresas
- Fase I o cardial
Cer. cardiales > 50 %
1ª mitad V milenio a.C. (no
calibrado)
- Fase II o “epicardial”
(=cardial avanzado o
final)
Disminución cer. cardiales
en favor incisas, acanaladas
e impresas no cardiales
2ª mitad V milenio a.C.
Neolítico medio
(tipo Fosca)
Neol. medio en sentido
andaluz = epicardial
catalán o del sureste
francés
Predominio cer. incisas,
acanaladas, impresas no
cardiales
Finales V milenio a
finales IV a.C.
Neolítico medio
Epicardial en sentido
catalán o del sureste
francés; “medio” en sentido
andaluz
Desaparición cer. cardiales;
tipos decorados: incisos,
acanalados, impresos de
instrumentos
4200-3500/3400 a.C. (no
calibrado)
Transición Neolítico
final/Neolítico final
Cer. peinadas,
esgrafiadas, lisas
A partir de inicios del III
milenio a.C.
Bernabeu, 1989
Neolítico I
Neol. IA: horizonte cerámicas
cardiales
Predominio decoraciones cardiales y
en relieve (70-90 %)
- Fase IA1
Cer. cardial ca. 60 %
1ª mitad V milenio a.C. (no
calibrado)
- Fase IA2
Disminución cer. cardiales; aumento
incisas e impresas no cardiales
2ª mitad V milenio a.C.
Neolítico II
Neol. IIA: horizonte cerámicas
esgrafiadas
Desarrollo cer. esgrafiadas
3400-2800 a.C. (no cal.)
Neolítico IIB: horizonte precampaniforme
Cer. lisas + algunas incisas o
impresas de punzón, pintadas,
peinadas
- Fase IIB1 (=Ereta I)
Ca. 2800-2500 a.C.
- Fase IIB2 (=Ereta II)
Ca. 2500-2200/2100 a.C.
Neol. IIC: horizonte campaniforme
de transición (HCT)
Cer. campaniforme
Ca. 2200/2100-1800/1700 a.C.
Cuadro 24.- Esquemas evolutivos para el Neolítico valenciano.
226
Neol. antiguo
cardial
Desde 5600 a.C.
(calibrado;
muestras de vida
corta)
Desde 5800 a.C.
(cal.; muestras vida
larga)
Neol. IB: horizonte cerámicas inciso- Neolítico antiguo
impresas
epicardial
Predominio cer. incisas e impresas no Ca. 5200-4600 a.C.
cardiales (40-60 %)
(cal.)
Finales V milenio a mediados IV a.C.
- Fase IB1
Cer. cardiales ca. 20 %; incisoimpresas ca. 40 %
- Fase IB2
Cer. cardiales < 10 %; incisoimpresas > 50 %; peinadas ca. 20 %
Neol. IC: horizonte cerámicas
peinadas
Predominio cer. peinadas (> 60 %)
A partir de 3870±130 a.C. (no cal.)
en Cendres
Neolítico final
- Fase I
Cer. esgrafiadas
3400-2800/2700 a.C.
- Fase II
Cer. lisas
2800/2700-2500/2400 a.C.
Equivalencias
usuales
Neolítico antiguo
postcardial
Ca. 4750-4400 a.C.
Neolítico
medio/final
Ca. 4500/44003000/2800 a.C.
Eneolítico
- Pleno
Ca. 2800-2400 a.C.
- Final (HCT)
Ca. 24002200/2100 a.C.
[page-n-238]
Los sectores centrales de la Ereta del Pedregal: estratigrafía y secuencia cultural
Designamos así un conjunto de 22 “cuadros” o “sectores” que ocupan esta posición en el yacimiento de la Ereta
(fig. 100), excavados por el Servicio de Investigación Prehistórica en los años 1964 a 1966, 1969, 1970, 1972 y 1974,
con E. Pla Ballester al frente de los trabajos y la colaboración, en diferentes momentos, de V. Pascual Pérez y E.A.
Llobregat Conesa.4 La planta de estos sectores es por lo general cuadrada, de unos 3 metros de lado, variando la forma
(triangular, trapezoidal, rectangular) y las dimensiones en
aquellos directamente adosados al extenso talud-testigo de
las primeras excavaciones de los años 40, que corre diagonalmente en dirección NE-SW (según el norte magnético
que orienta la Ereta). La amplia zona así abierta, representando una superficie aproximada de 180 m2, lo fue con el
objetivo de estudiar en extensión los estratos identificados
en anteriores campañas, especialmente la de 1963 (Fletcher,
Pla y Llobregat, 1964).5 Los trabajos han permanecido prácticamente inéditos, con pequeñas noticias en “La labor del
SIP y su Museo” para los años correspondientes y en otros
resúmenes de actividades (Pla, 1966, 1972), además de una
breve reseña de la campaña inicial de 1964 (Fletcher y Pla,
1966). Sin embargo, materiales sueltos o series más completas procedentes de estos sectores –líticos tallados y pulimentados, metálicos, óseos, etc.–, y al igual que en el caso
de los sectores H de la Cova de l’Or, han sido utilizados en
diversos estudios temáticos (Juan Cabanilles, 1990b; Simón,
1998; Pascual Benito, 1998; Orozco, 2000).
La documentación sobre los sectores centrales de la
Ereta se encuentra también en los diarios de excavación archivados en el SIP, de los que hemos extraído los datos que
seguidamente se ofrecen. En primer lugar, para la identificación de los diferentes cuadros excavados se empleó un
numeral romano seguido de los dos últimos dígitos del año
de la campaña; no obstante, como los trabajos en un mismo
cuadro se prolongaron por espacio de varias campañas, cada sector se reconoce con dígitos diferentes según el año y
no siempre con idéntico numeral, ya que éste dependía de
la dirección tomada en cada campaña para proseguir la
apertura de nuevos sectores o la profundización en los ya
abiertos (v. cuadro 25). La numeración de las capas empieza y termina por lo general con cada año, excepto a partir
de la campaña de 1972, en que el orden iniciado suele continuarse en la de 1974. A finales de la campaña de 1969 se
estableció un punto 0 de referencia y una nueva signatura
para los cuadros en base a un sistema parcial de “coordenadas”, en el que cada línea de “abscisas”, coincidiendo con
los lados oeste y este de cada cuadro (v. fig. 100), fue de-
4
Para los aspectos generales de la Ereta como yacimiento –emplazamiento, características, intervenciones, etc.–, consultar: Chocomeli (1946),
Ballester (1949b), Fletcher, Pla y Llobregat (1964), Juan Cabanilles (1994).
signada con una letra mayúscula, identificándose los cuadros –a partir de 1972– por el tramo en que se hallan comprendidos más la sigla convencional ya explicada (así,
BC-III74, CD-VII72, etc.). Completado personalmente el
sistema con la adición de un numeral romano a cada tramo
de “ordenadas”, la signatura por las coordenadas de cada
sector (BC-I, CD-II, DE-III, etc.) nos ha servido de referente principal para las equivalencias de nomenclatura que
se muestran en el cuadro 25.
Como hemos señalado anteriormente, con la apertura
de estos sectores se pretendía reseguir en extensión los estratos ya identificados en las campañas de los años 40 y sobre todo en la de 1963, a fin de documentar las estructuras
de piedra y barro (muros, hogares, pavimentos) que algunos
de ellos parecían englobar. Los dos sondeos de 1963 (triángulos I y II), contiguos directamente a EF-I y DE-II (fig.
100), habían ofrecido la mejor secuencia del yacimiento
(Fletcher, Pla y Llobregat, 1964), por lo que la excavación
se hizo avanzar desde aquí mediante el rebaje sucesivo de
estratos. La secuencia de los triángulos I y II, en síntesis,
era la siguiente:
- Estrato I.- Capas 1 a 3; hasta 0,60 m de profundidad
media. Tierras de color gris claro con menor o mayor
inclusión de piedras pequeñas (de capa 2 a 3), procedentes en parte (capa 1) de anteriores sondeos y revueltas por los trabajos agrícolas y por las raíces de
una antigua plantación de chopos, sobre todo al ser
éstos arrancados.
- Estrato II.- Capa 4; de 0,60 a 0,85 m. Tierras duras,
blanco-amarillentas, extraíbles en gruesos terrones,
incluyendo en algunos puntos bolsadas de tierras
sueltas grises blancuzcas. Capa asentada (entre 0,800,85 m de profundidad) sobre un lecho de piedras.
- Estrato III.- Capa 5; de 0,85 a 1,25 m. Por debajo del
lecho de piedras del final de la capa 4 y hasta un metro de hondo (la referencia la constituía el suelo firme de partida), tierras de coloración ocre grisácea en
gran parte estériles. A partir del metro de profundidad, tierras oscuras apelmazadas, con bolsadas sueltas de cenizas y carbones, y con un hogar bien
estructurado. Base del estrato constituida por otro lecho de piedras irregularmente dispuestas, interpretado como “fondo de cabaña”.
- Estrato IV.- Capas 6 a 8; de 1,25 a 1,65 m. Capa 6
(hasta 1,50 m): tierras grises, con paquetes de cenizas
y carbones, y abundantes terrones muy pequeños de
barro cocho, descansando algunos de los paquetes
5
Aparte de unos primeros sondeos verificados en 1934 (Chocomeli,
1946), las intervenciones sistemáticas en la Ereta comenzaron en 1942, prosiguiéndose de 1944 a 1948 (Ballester, 1949b; Fletcher, 1961). Tras un paréntesis en los años 50, la campaña indicada de 1963 es la última con
anterioridad a las que aquí nos interesan.
227
[page-n-239]
Fig. 100.- Plano de la Ereta del Pedregal con indicación de los sectores y campañas de excavación.
cenicientos sobre depósitos de tierras blanco-amarillentas, en apariencia calcinadas y totalmente estériles. Capas 7 y 8 (intercaladas hasta 1,65 m): tierras de
color gris oscuro (capa 7) o amarillo cadmio (capa 8),
éstas últimas de aspecto margoso; unas y otras conteniendo grandes manchas de cenizas y los restos de un
hogar. Asiento del estrato formado por grupos de piedras sin ningún patrón de regularidad, interpretado
también como posible “fondo de cabaña”.
- Estrato V.- Capa 9; de 1,65 a 1,95 m. Tierras castañonegruzcas con manchas amarillentas, englobando
piedras sueltas con restos de turba pegados a sus caras inferiores. Por debajo de este depósito muy leve,
turba mezclada con tierras amarillentas en los primeros tramos, y casi pura y apelmazada a continuación
(desde 1,85-1,90 m), ofreciendo aún, aunque como
únicos vestigios, restos óseos de fauna.
228
- Estrato VI.- Turba prácticamente pura a partir de
1,95 m. (La Ereta, hay que recordarlo, se emplaza en
un antiguo medio pantanoso, el que constituía “La
Marjal” de Navarrés, hoy desecada.)
Con esta referencia estratigráfica, los trabajos en los
sectores centrales se ciñeron en una primera fase (campañas
de 1964 a 1966) a extraer el estrato I superficial, para dejar
el terreno preparado a una segunda fase (campañas intermitentes de 1969 a 1974) en la que se rebajaron los restantes
estratos prácticamente hasta el nivel de turba en la mayoría
de cuadros, primero en la zona este, la inmediata a los triángulos I y II de 1963 (de la línea CD-I/IV a EF-I), y luego en
la zona oeste (de BC-I/IV a CD-I/II). Los tramos de cuadros
0A-I/V (IV/VII-66 y VII-65) y AB-I/V (I/III-66 y VI/V-65)
no fueron objeto de intervención en esta segunda fase, por lo
que sus materiales, pertenecientes al estrato superficial, no
han sido estudiados aquí. En los diarios, aunque falta el co-
[page-n-240]
BC-I
BC-II
I-65
II-65
Capas 1, 2 y 3-4 Capas 1, 2 y 3
BC-III
I-74
Desmonte
piedras
Capas 4, 5, 6 y
7
CD-III
VI-64
Capas
superficiales
II-72
III-72
Capas 1, 2, 3, 4, Capas 1, 2, 3 y
5y6
4
II-74
III-74
Capa 6 (cont.)
Desmonte
plataforma
Capas 5, 6, 7 y
8
CD-IV
V-64
Capas
superficiales
DE-I
IV-65
Capas 1 y 2
CD-I
CD-II
IV-74
Capas 4 y 5
Penúltima capa
DE-II
II-64
Capas
superficiales
III-64
Capas
superficiales
VI-69
Capas 1 y 2
II-69
Capas 1 y 2
II-70
Muro piedras
Capas 1, 2, 3 y
4
III-70
Capas 1, 2, 3 y
4
IV-70
Capas 1 y 2
V-70
Capas 1 y 2
VII-72
Capas 1 y 2
VII-74
Capas 5, 6 y 7
DE-III
III-69
Capas 1 y 2
VI-70
Capas 1 y 2
VII-64
Capas
superficiales
V-69
Capas 1 y 2
VIII-72
Capa 1
IV-72
Capas 1, 2 y 3
VIII-64
Capas
superficiales
IV-69
Capas 1 y 2
VIII-74
Capas 2, 3, 4 y
5
Desmonte
piedras
Penúltima capa
Capa última
I-72
Capas 1, 2 y 3
III-65
Capas 1, 2, y 3
BC-IV
IV-64
Capas
superficiales
EF-I
I-64
Capas
superficiales
I-69
Capas 1 a 3
VII-70
Capas 1, 2, 3 y
4
I-70
Agrupación
piedras
Muro piedras
Cuadro 25.- Ereta del Pedregal. Equivalencias de nomenclatura para los cuadros excavados en el periodo 1964 a 1974 (excepto 1966), con la
forma también de designación y numeración de las respectivas capas y otras unidades estratigráficas con contenido de materiales líticos.
rrespondiente a la campaña de 1974, puede seguirse con bastante detalle todo el proceso de la excavación, acometida ésta por capas artificiales de distinta amplitud según la
potencia y características de cada estrato. Las estructuras
buscadas fueron apareciendo en distintos puntos, tanto de la
zona este como de la oeste, en la forma y a la profundidad
previsibles: enlosado de piedras irregular en la base del estrato II; alineaciones de grandes piedras, formando a modo
de un grueso y tosco muro, en la base también del estrato III;
agrupaciones aisladas de piedras y losas, entremezcladas
con abundantes cenizas y carbones, en el espesor y parte inferior del estrato IV, relacionadas con hipotéticos fondos de
cabaña o de hogares, así como manchas de tierra anaranjada, compacta, debidas a la disgregación de probables adobes; especie de plataforma circular –y otros restos similares–
de tierra arcillosa, delimitada por un enlucido también de ar-
cilla roja, sobre el estrato turboso, considerada igualmente
como fondo de hogar, etc.
De estas estructuras sólo existe su descripción en los
diarios, acompañada de algún croquis a mano alzada, sin
otro tipo de documentación gráfica. Una vez puestas al descubierto, las estructuras fueron rápidamente desmanteladas,
en una excavación que, pese a las intenciones de partida, no
dejó de estar guiada en el fondo por el principio de la verticalidad. Con todo, los resultados alcanzados sirvieron de aliciente para programar un nuevo ciclo de intervenciones en la
Ereta, desde una perspectiva de estudio interdisciplinar y la
aplicación de un método más riguroso. Este ciclo dio comienzo en 1976, bajo la dirección de E. Pla Ballester y B.
Martí Oliver, prolongándose ininterrumpidamente hasta
1982, con una campaña adicional en 1990 (Pla, Martí y Bernabeu, 1983a y b; Juan Cabanilles, 1994).
229
[page-n-241]
Fig. 101.- Ereta del Pedregal. Corte estratigráfico de los cuadros L-7 y K-7, campañas 1976-78 (según Pla, Martí y Bernabeu, 1983a).
En un primer momento (campañas de 1976 a 1978), y después de establecer una nueva cuadrícula para el yacimiento a
partir del punto 0 fijado en 1969, con cuadros de 1 metro de lado, se procedió a comprobar la secuencia estratigráfica en dos
puntos opuestos que venían a coincidir con los extremos sureste y noroeste del espacio excavado en el periodo 1964-1974,
afectando a los cuadros K5-7, L5-7 y J5-7 (sobrepuestos a
parte de AB-IV y BC-IV), y A19-21, B19-21 y C19-21 (sobrepuestos en parte al triángulo I de 1963), respectivamente
(fig. 100). Las secuencias obtenidas se revelaron concordantes,
corroborando a su vez, en líneas generales, los resultados estratigráficos de las excavaciones de los años 40 y de 1963. La
más completa la proporcionaron los cuadros K-L/7 (fig. 101),
donde se identificaron siete estratos, agrupados seis de ellos en
cuatro niveles (Pla, Martí y Bernabeu, 1983a); esta secuencia
es la que describimos sintéticamente, indicando también las
equivalencias con los estratos de 1963:
- Nivel I.- Estrato I superficial (=estrato I 63); hasta
40-50 cm de profundidad.
- Nivel II.- Estrato II o “capa dura” (=estrato II 63);
profundidad media entre 70-80 cm. Base del nivel
(estrato IIA) con abundantes fragmentos de barros
cochos y alguna acumulación de piedras, posible suelo de ocupación.
- Nivel III.- Estratos III y IV (=estrato III 63); profundidad media entre 130-135 cm (buzamiento en alguno puntos). Base del estrato IV con placas de barro y
piedras, delatando un seguro suelo de ocupación; estrato III, depósito de relleno.
- Nivel IV.- Estratos V y VI (=estrato IV y parte supe-
230
rior del V 63); hasta 165 cm de profundidad por término medio. Asiento del nivel constituido por lechos
de piedras incrustadas en la tierra turbosa del estrato
VI; estrato V, depósito de relleno.
El estrato VII correspondía a la potente capa de turba o
nivel de base de la Ereta, a relacionar con el estrato VI y la
parte inferior del V 63.
En las campañas de 1979 a 1982 los trabajos se dirigieron a la apertura de una amplia zona en el extremo noreste
del yacimiento (fig. 100), con la finalidad ya expresa de
conseguir la máxima información sobre las estructuras de
hábitat que sin ninguna duda albergaba la Ereta. La elección
de esta zona venía sugerida por la lectura de la memoria de
la campaña de 1942, en la que se señalaba la existencia aquí
de un estrato de piedras bien definido y a una profundidad
media de 85 cm (base del estrato II), no desmantelado en su
día. La excavación subsiguiente, en extensión y en profundidad, puso al descubierto una serie variada de estructuras superpuestas (zócalos de viviendas, empedrados, hogares,
muros de protección, etc.), que vinieron a completar la secuencia arqueológica ya conocida en términos de fases de
construcción (Pla, Martí y Bernabeu, 1983b). Los niveles,
pues, determinados en el área noreste, con sus respectivas
estructuras, representan la referencia básica estratigráfica y
arqueológica de la Ereta, que, con algún leve matiz introducido después de la campaña de 1990 (Juan Cabanilles,
1994), resumimos a continuación:
NIVEL o FASE ERETA I (EP-I).- Supone el inicio de
la ocupación del poblado, al que corresponden densos conjuntos de piedras de pequeño y mediano tamaño, y fragmentos de barro endurecido entremezclados, que descansan
[page-n-242]
directamente sobre la turba, sin ninguna regularidad aparente. Tales acumulaciones se interpretan como un primer
acondicionamiento del hábitat en su instalación sobre las
tierras muy húmedas y poco firmes del medio lagunar que
siempre ha sido “La Marjal” de Navarrés. La base de estas
estructuras –con respecto al plano 0– se sitúa por término
medio a 165 cm de profundidad, coincidiendo con la aparición de la turba pura. De -165 a -145 cm, bloques y piedras
quedan englobados en la tierra turbosa del estrato VI, y
presentan por lo general un tamaño mayor que en la parte
superior del nivel, el estrato V, desarrollado entre -145 y 130 cm; dicho estrato debe corresponder a un depósito de
relleno, formado ya por un sedimento de coloración grisácea como el del resto de la secuencia estratigráfica (v. Fumanal, 1986: 164-170). Cultural y cronológicamente la fase
inicial de la Ereta ofrece cierta indeterminación, si bien la escasa cerámica recuperada, muy alterada por las condiciones
extremadamente húmedas del depósito, ha proporcionado algunas formas propias del Neolítico final en su consideración
regional y peninsular, como son escudillas y tazas carenadas (Bernabeu, 1984; Bernabeu, Guitart y Pascual, 1988).
La cronología de esta fase, pues, y con las naturales reservas, podría fijarse entre mediados del IV milenio a.C. y comienzos del III (calibrado).
NIVEL ERETA II (EP-II).- Lo caracterizan una serie
de muros y empedrados que se desarrollan entre los 130 y
110 cm de profundidad, en el espesor de los estratos IV y
III. En concreto son los restos de dos muros, sus zócalos
de piedras (designados con las letras α y β; v. fig. 102), que
discurren paralelamente en dirección E-W en la parte meridional del área excavada, y cuya base se encuentra en el
tramo -130/-125 cm (estrato IV). Pese a estar el β muy degradado, ambos muros muestran una técnica de construcción similar, consistente en la delimitación de sus caras
mediante lajas verticales y un relleno irregular de piedras y
tierras. Deben corresponder a dos “viviendas” distintas, separadas por un corredor bien definido (una estrecha franja
sin piedras ni materiales arqueológicos). Al muro α correspondería por su parte interior un pavimento de barro rubefacto detectado en los cuadros A21 y A22 (campaña de
1978), y al β un hogar localizado en los cuadros d21 y d22.
Fig. 102.- Sector noreste de la Ereta del Pedregal. Planta de la excavación al final de la campaña de 1990.
231
[page-n-243]
Desde la base de los dos muros se suceden hacia arriba diferentes suelos de habitación formados por pavimentos de
piedras, limitados por el muro β en la zona excavada, con el
que llegan a confundirse. Un hecho a reseñar es que no se
aprecia una separación tajante entre lo que supondría el primer empedrado de este nivel y las acumulaciones de piedras
del nivel subyacente (EP-I), en la medida que en algunos
puntos el relleno es prácticamente continuo desde la turba.
La fase EP-II, por el lugar que ocupa en la secuencia del yacimiento, hay que adscribirla al pleno Eneolítico, con tipos
cerámicos poco relevantes (cuencos, cazuelas y vasos globulares, sin decoración) y ausencia de metal. La cronología
se centraría entre inicios y mediados del III milenio a.C.
NIVEL ERETA III (EP-III).- Comprende el estrato II,
la singular “capa dura” constantemente señalada desde las
primeras excavaciones, iniciada a los 70 cm hasta una profundidad variable que no sobrepasa los 110 cm. En el plano
de las estructuras, EP-III representa la última fase de “edificación”, con la que se relaciona un conjunto de muros o
paramentos, identificados con las letras δ, ε y γ (fig. 102),
arrancando de la misma base del estrato II y claramente superpuestos a los empedrados de EP-II. La técnica de construcción de estos muros es distinta a la de los inferiores, α
y β. El γ, que sigue un trazado curvo, esta formado en toda
su extensión por piedras en seco y sin carear dispuestas regularmente a dos caras; tiene un ancho máximo de 75 cm,
y en su tramo mejor delimitado no conserva más que una o
dos hiladas en altura. Este muro se difumina dentro de una
gran estructura de la que δ y ε parecen constituir sus paramentos laterales; entre ambos “paramentos”, que levantan
cuatro hiladas de piedras hasta una altura en torno al medio
metro, existe un relleno compacto de piedras y tierra, originando todo el conjunto una plataforma o “murallón” de
unos 2 metros de ancho. La posición de todas estas estructuras murales en lo que parece ser uno de los extremos del
yacimiento hace suponer, verosímilmente, que formen parte de un sistema de cierre del poblado en esta precisa fase
de desarrollo del mismo. Las densas acumulaciones de pie-
232
dras “extra muros” se relacionan en mayor medida con las
fases anteriores, siendo sintomáticas su disipación conforme al alejamiento y su pérdida de potencia en profundidad,
formando al pie de los muros, y desde su cara exterior, un
talud gradual. La atribución de EP-III al Eneolítico final, u
Horizonte Campaniforme de Transición, la permiten los
primeros vestigios de metal y la presencia de unos escasos
fragmentos de cerámica campaniforme incisa en la parte superior del nivel. La cronología quedaría comprendida entre
mediados y finales del III milenio a.C.
NIVEL ERETA IV (EP-IV).- Se identifica con el estrato I, las tierras en parte revueltas por las labores y usos agrícolas, hasta los 70 cm de profundidad por término medio.
Aparte de algunos restos modernos que delatarían la no integridad del depósito, éste ofrece materiales de adscripción
general eneolítica, entre los que se cuentan unos pocos pero
bien característicos “dientes de hoz”. El carácter de fósilesguía de la Edad del Bronce que tradicionalmente se ha atribuido a estas piezas llevó a pensar, en su momento, en la
posibilidad que el estrato I contuviera alguna ocupación remisible a una fase inicial de dicha etapa (Pla, Martí y Bernabeu, 1983b). Nada más, sin embargo, parece abogar por
esta posibilidad, por lo que el estrato I se lee actualmente,
considerado su tramo inferior, como un segmento más del
relleno de la fase EP-III, y en lo que respecta a sus tramos
superiores, como producto de la sedimentación más reciente, depositada tras el abandono del poblado.
Los niveles arqueológicos de la Ereta no han sido datados hasta ahora por el C14, así que la cronología en cada
caso apuntada es sólo orientativa y basada en aspectos tipológicos que, por otra parte, tampoco han sido demasiado exprimidos en los estudios sobre la misma Ereta.
Finalmente, en el cuadro 26 se da la correlación entre las
capas de los sectores estudiados y las fases arqueológicas
generales de la Ereta, con las que hacemos coincidir los niveles analíticos que emplearemos en la valoración evolutiva
del correspondiente utillaje lítico.
[page-n-244]
Niveles arqueológicos
(niveles analíticos)
Ereta I
(EP-I)
Ereta II
(EP-II)
Ereta III
(EP-III)
Ereta IV
(EP-IV)
Sectores y capas
(1964-1974)
BC-I: I-74, capas 4 a 7
BC-II: II-72, capas 5 y 6; II-74, capa 6 (cont.)
BC-III: III-74, capas 5 a 8
BC-IV: IV-74, capas 5 y penúltima
CD-I: VIII-74, desmonte piedras, capas penúltima y última
CD-II: VII-74, capas 5 a 7
DE-II: III-70, capa 4
DE-III: VII-70, capa 4
BC-I: I-72, capa 3; I-74, desmonte piedras
BC-II: II-72, capas 3 y 4
BC-III: III-72, capas 3 y 4; III-74, desmonte plataforma
BC-IV: IV-72, capa 3; IV-74, capa 4
CD-I: IV-70, capa 2; VIII-72, capa 1; VIII-74, capas 2 a 5
CD-II: V-70, capa 2; VII-72, capas 1 y 2
CD-III: VI-70, capa 2
DE-I: II-70, capas 2 a 4
DE-II: III-70, capas 1 a 3
DE-III: VII-70, capas 1 a 3
EF-I: I-70, muro piedras
BC-I: I-72, capas 1 y 2
BC-II: II-72, capas 1 y 2
BC-III: III-72, capas 1 y 2
BC-IV: IV-72, capas 1 y 2
CD-I: IV-69, capas 1 y 2; IV-70, capa 1
CD-II: V-69, capas 1 y 2; V-70, capa 1
CD-III: VI-69, capas 1 y 2; VI-70, capa 1
DE-I: II-69, capas 1 y 2; II-70, muro piedras y capa 1
DE-II: III-69, capas 1 y 2
EF-I: I-69, capas 1 a 3; I-70, agrupación piedras
BC-I: I-65, capas 1 a 4
BC-II: II-65, capas 1 a 3
BC-III: III-65, capas 1 a 3
BC-IV: IV-65, capas 1 y 2
CD-I: VIII-64, capas superficiales
CD-II: VII-64, capas superficiales
CD-III: VI-64, capas superficiales
CD-IV: V-64, capas superficiales
DE-I: II-64, capas superficiales
DE-II: III-64, capas superficiales
DE-III: IV-64, capas superficiales
EF-I: I-64, capas superficiales
Etapa
cronocultural
Neolítico
final
Eneolítico
pleno
Eneolítico
final
(Horizonte
Campaniforme
de Transición)
HCT y
superficial
Cuadro 26.- Equiparación de las capas de los sectores centrales de la Ereta con los niveles arqueológicos y analíticos.
233
[page-n-245]
DIACRONÍA GENERAL DE LOS GRUPOS DE
UTILLAJE
El primer ejemplo que presentamos lo es con la intención de ofrecer una visión general de la evolución del utillaje neolítico y eneolítico, por grupos formalizados, según los
datos aportados por los sectores H de la Cova de l’Or y sectores centrales de la Ereta del Pedregal, cuyas secuencias,
aun sin enlazar completamente (el mayor vacío afecta a la
primera fase del Neolítico final –NIIA u horizonte de cerámicas esgrafiadas–), recubren el grueso de las etapas indicadas. En las tablas 10 y 11 se encuentran detallados esos
datos por niveles analíticos, en forma de las frecuencias absolutas y relativas correspondientes a cada grupo tipológico,
anotadas en orden decreciente; la muestra (número de efectivos por nivel) puede considerarse representativa en todos
los casos, al contabilizar por lo general bastantes más de 200
piezas (sólo en Or III el número es inferior a 200, pero mayor a 100). Adicionalmente, y como expresión visual, se han
confeccionado los gráficos 8 a 11, donde se comparan los
índices de los grupos tipológicos reunidos por niveles y yacimiento. A indicar también que el inventario tipológico
completo, con las frecuencias absolutas y relativas de los tipos individuales, recogidas asimismo por niveles y yacimiento, se halla incluido en el Apéndice II.
Sectores H de Or
Empezando por estos sectores, el primer aspecto que llama la atención, a la vista del gráfico 8 de curvas acumulativas, es el práctico solapamiento de los perfiles tipológicos
de los cuatro niveles analizados, donde el test de Kolmogorov-Smirnov sólo marca una diferencia significativa de apenas 3,4 décimas en el grupo de hojas y hojitas con retoque
marginal entre Or Ib y Or III.6
Esta homogeneidad de la estructura tipológica podría ser
en cierta manera la esperada para los niveles Or Ia, Ib y II, correspondientes a fases internas del Neolítico antiguo, aunque
no tanto para Or III, atribuido en principio al Neolítico final/Eneolítico. La explicación debe encontrarse, dicho de entrada y como ya apuntábamos anteriormente, en la intensa
ocupación de Neolítico antiguo que revela la cavidad en todos
sus sectores excavados y que habría enmascarado, en un depósito continuo, los tímidos testimonios de frecuentaciones
posteriores. Es así como hay que entender la coincidencia de
los cinco primeros grupos de utillaje, en identidad e incluso en
orden de representación, en todos los niveles (v. tabla 10). Estos grupos (en concreto piezas con señales de uso o filo embotado, hojas y hojitas con retoque marginal, muescas y
denticulados, geométricos y lascas retocadas), que pueden
considerarse buenos indicadores del Neolítico antiguo, son los
dominantes en las cuatro fases, constituyendo las categorías
porcentuales mayores, es decir, con índices por encima de la
Gráfico 8.- Curvas acumulativas de los grupos de utillaje en los niveles analíticos de los sectores H de Or.
6
La distancia máxima observada en el grupo mencionado es de
13,46 puntos, frente a una distancia máxima al nivel de significación
234
0,05 de 13,1207 (v. procedimiento y fórmula aplicados en Shennan,
1992: 73-74).
[page-n-246]
OR Ia
OR Ib
Grupo
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
N
198
84
%
36,80
15,61
Grupo
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
N
168
114
%
30,05
20,39
MD. Muescas/denticulados
G. Geométricos
LR. Lascas retocadas
HBE. H/h base estrechada
80
61
34
22
14,86
11,33
6,31
4,08
MD. Muescas/denticulados
G. Geométricos
LR. Lascas retocadas
T. Truncaduras
107
56
46
17
19,14
10,01
8,22
3,04
T. Truncaduras
P. Perforadores/taladros
A. Piezas borde abatido
D. Diversos
21
20
9
5
3,90
3,71
1,67
0,92
P. Perforadores/taladros
HBE. H/h base estrechada
D. Diversos
A. Piezas borde abatido
15
14
9
7
2,68
2,50
1,61
1,25
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
R. Raspadores
PF. Puntas flecha
EF. Esbozos/preformas foliáceos
3
1
-
0,55
0,18
-
R. Raspadores
PF. Puntas flecha
PA. Piezas astilladas
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
3
2
1
-
0,53
0,35
0,17
-
538
100
EF. Esbozos/preformas foliáceos
PR. Placas retocadas
DH. Sierras/Dientes hoz
Total
559
100
Grupo
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
N
93
56
%
29,43
17,72
Grupo
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
N
50
20
%
37,59
15,03
MD. Muescas/denticulados
G. Geométricos
LR. Lascas retocadas
T. Truncaduras
42
34
26
18
13,29
10,75
8,22
5,69
MD. Muescas/denticulados
G. Geométricos
LR. Lascas retocadas
HBE. H/h base estrechada
19
15
12
5
14,28
11,27
9,02
3,75
P. Perforadores/taladros
HBE. H/h base estrechada
A. Piezas borde abatido
D. Diversos
12
9
6
5
3,79
2,84
1,89
1,58
D. Diversos
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
T. Truncaduras
PF. Puntas flecha
3
3
2
2
2,25
2,25
1,50
1,50
PF. Puntas flecha
PA. Piezas astilladas
R. Raspadores
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
4
4
2
2
1,26
1,26
0,63
0,63
P. Perforadores/taladros
A. Piezas borde abatido
R. Raspadores
EF. Esbozos/preformas foliáceos
1
1
-
0,75
0,75
-
EF. Esbozos/preformas foliáceos
DH. Sierras/Dientes hoz
PR. Placas retocadas
Total
2
1
316
0,63
0,31
100
PR. Placas retocadas
DH. Sierras/Dientes hoz
PA. Piezas astilladas
Total
133
100
PR. Placas retocadas
DH. Sierras/Dientes hoz
PA. Piezas astilladas
Total
OR III
OR II
Tabla 10.- Recuento tipológico, por grupos y en orden de dominancia, del utillaje lítico de talla
de los sectores H de Or, según niveles analíticos.
235
[page-n-247]
media (I>5,88%). De ellos, los tres primeros, reuniendo útiles
de morfología “aleatoria” (piezas mayoritariamente laminares
con extracciones irregulares, retoques marginales y muescas o
denticulaciones), suponen conjuntamente más del 60% en todos los niveles (casi el 70% en Or Ib), y añadiendo las lascas
retocadas (también prácticamente de retoques marginales
“aleatorios”), cerca o más del 70% (alrededor del 78% en Or
Ib). Grupos también característicos del Neolítico antiguo,
aunque no dominantes (siempre categorías menores:
I<5,88%), son las hojas u hojitas con base estrechada, las truncaduras y los taladros, que siguen en éste u otro orden de frecuencia a los anteriores en Or Ia, Ib y II, pero ya no,
sintomáticamente, en Or III. Los restantes grupos, según el nivel, o carecen de efectivos o se hallan mínimamente representados; entre ellos, los que cabe considerar distintivos del
Neolítico final/Eneolítico (en especial hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado y puntas de flecha, ya que los esbozos foliáceos y dientes de hoz son aún más testimoniales, y
las placas retocadas inexistentes) comienzan a tener una cierta entidad –muy relativamente hablando– a partir de Or II, lo
que nos hará volver más adelante a su valoración, caso por caso, a fin de determinar el significado que realmente revisten
en las fases que no les serían propias.
La homogeneidad general de la estructura tipológica en
la secuencia de los sectores H, arriba señalada, apenas permite entrever alguna tendencia evolutiva de los grupos de
utillaje (v. gráfico 9). Los desequilibrios o altibajos que pueden presentar los conjuntos dominantes de signo Neolítico
antiguo suelen ser de nivel a nivel, sin progresiones o regresiones continuas notables. La mayor estabilidad la ofrecen
los geométricos, con una distancia máxima de poco más de
1 punto entre Or Ia y Ib,7 seguido de las lascas retocadas,
con menos de 3 puntos entre Or Ia y III, insinuando una leve progresión (aunque nada significativa). Esa misma distancia es más acentuada para las piezas con filo embotado,
de unos 8 puntos entre Or II y III (casi significativa:
χ2=2,874; p=0,090019); y un poco menor para las hojas y
hojitas con retoque marginal y para las muescas y denticulados, de cerca de 5,5 y de menos de 6 puntos (aquí sí significativa: χ2=4,8902; p=0,02701) entre Or Ib y III, y Or Ib y II,
respectivamente. El comportamiento de los otros tres grupos
característicos del Neolítico antiguo debe valorarse teniendo
en cuenta su carácter de categorías menores. A indicar escuetamente que frente al perceptible equilibrio de las hojas
y hojitas con base estrechada (distancia máxima de 1 punto
y medio entre Or Ia y Ib), los taladros y las truncaduras experimentan un cierto retroceso en Or III, con distancias de 3
y un poco más de 4 puntos con respecto a Or II en uno y otro
caso (casi significativa para las truncaduras: p=0,07575, según test de Fisher). Por lo que concierne a series de útiles como raspadores, hojas y hojitas con borde abatido, piezas
astilladas o buriles (contemplados éstos dentro de los “diversos”), exponentes de un convencional “sustrato lejano”,
paleolítico o epipaleolítico antiguo (en contraposición al
“sustrato próximo” –epipaleolítico reciente– que podrían representar por ejemplo las muescas y denticulados y los geométricos), sólo puede señalarse su escasa incidencia en
cualquier contexto neolítico de la Cova de l’Or o del entorno regional, tal como ha sido subrayado en repetidas ocasiones (Juan Cabanilles, 1984, 1990a, 1992; Fortea, Martí y
Juan Cabanilles, 1987; entre otros trabajos).
Los últimos grupos a considerar son los propios del
Neolítico final/Eneolítico, cuyos índices, caso de presentarlos, se sitúan por debajo del 1% en los niveles anteriores
a Or III, excepto las puntas de flecha en Or II (1,26%). Su
presencia en estos niveles, como anteriormente avanzábamos, es lo que hay que aclarar, ejercicio que ceñiremos a las
hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado y a las puntas de flecha, dada la testimonialidad, centrada por otro lado
en un único nivel (Or II), de los esbozos foliáceos y las sierras o dientes de hoz.8
Las hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado
cuentan con tres evidencias en Or Ia, procedentes de las capas más profundas del sector H y del sector H2; no obstante,
se trata de piezas poco o nada “típicas”, dos de ellas articulando retoque marginal y retoque plano (H/c7, fig. 42, nº 9;
H2/c6, fig. 42, nº 6), y la tercera, con retoque plano parcial
bilateral, correspondiendo a un elemento de hoz de “estilo”
Neolítico antiguo (H/c7, fig. 38, nº 7). Ausentes en Or Ib, dos
piezas más se contabilizan en Or II, en la capa 4 de H5 y misma capa de H, la primera una gran hoja espesa con retoque
escamoso bilateral, que podría pasar por un gran taladro
(fig. 40, nº 7), y la segunda otra hoja de sílex blancuzco con
retoque plano bilateral total, ésta ya bien típica (fig. 38, nº 5).
Las tres piezas de Or III, que porcentualmente suponen más
de punto y medio de distancia con respecto a Or II (del 0,63
al 2,25%), son también ejemplares típicos, tanto tipológicamente como por la calidad del sílex (Juan Cabanilles, 1997)
y la tipometría y tecnología laminar (García Puchol, 2005;
Fernández, García Puchol y Juan Cabanilles, 2006).9 En definitiva, sólo la hoja con retoque plano bilateral de la capa 4
del sector H, en calidad de pieza típica, estaría fuera del nivel
que en principio le correspondería, siendo su caso irrelevante a efectos de cualquier discusión cronocultural.
7
9
Son en concreto: un fragmento “corto” de hoja con retoque plano bilateral, en sílex marrón oscuro “chocolate” (H5/c2, fig. 39, nº 7); un fragmento medial de hoja espesa con retoque plano-sobreelevado profundo
bilateral, en sílex marrón no melado (H1/c2, no figurado); y una hoja también espesa con retoque plano-sobreelevado bilateral y frente de raspador,
en sílex blanco (H5/c1, fig. 41, nº 8).
Cuando no se indica nada es que no existe significación estadística entre las frecuencias comparadas.
8
Los primeros representan 2 piezas, una con muñón lateral insinuado
(H5/c3, fig. 63, nº 4), y la otra una lasca apuntada por retoque plano bifacial (H/c3, fig. 58, nº 3), aunque posiblemente constituya una punta de flecha así acabada. Remisible al segundo grupo es una hoja con denticulación
regular en un borde y sin lustre de uso, más cerca del concepto formal de
“sierra” que del de “diente de hoz” (H5/c4, fig. 66, nº 6).
236
[page-n-248]
Gráfico 9.- Bloques de índices comparados, por niveles analíticos, de los grupos de utillaje en los sectores H de Or.
Las puntas de flecha comienzan a manifestarse en Or Ib,
con dos piezas: una proveniente de la capa 6 de H3, clasificable entre las armaduras rombo-ojivales de base estrechada
(fig. 45, nº 19), y la otra de la capa 5 de H4, un fragmento indeterminable (no figurado). El número de puntas se duplica
en Or II, distribuyéndose por distintos sectores e indiferentemente por los tramos altos o bajos del nivel: una de pedúnculo y aletas agudas normales –“abetiforme”– en la capa 4 de
H (fig. 52, nº 2); una con muñones laterales insinuados en la
capa 4 de H4 (no figurada); una de aletas rectas en la capa 3
de H5 y otro fragmento, probablemente de punta de aletas
agudas, entre las capas 4 y 5 –estrato de piedras– del mismo
sector (tampoco figuradas). Se trata, evidentemente, de una
muestra de armaduras de variada tipología y con distintas implicaciones cronológicas, como veremos en el siguiente apartado.10 Haciendo abstracción ahora de lo acabado de indicar,
si concediéramos valor absoluto a la posición estratigráfica
de las puntas de flecha en la secuencia de los sectores H, habría de concluirse que éstas aparecen ya en el cardial avanzado (Or Ib) o, si se prefiere, en la fase epicardial/postcardial
(Or II), cronología, por supuesto, no refrendada por ninguna
secuencia neolítica fiable del ámbito mediterráneo más occidental. El problema reside en que la secuencia de los sectores H de Or no es lo suficientemente garante para fijar el
momento preciso de aparición de según qué entidades tipológicas, hecho ya reconocido en su día por Martí a propósito de
las puntas de flecha (Martí et al., 1980: 296-297). A ello no
es ajeno la forma en que se llevó a cabo la excavación de dichos sectores, por capas artificiales de considerable y desigual potencia, y las propias características del depósito
estratigráfico. Estas condiciones, de la excavación y del depósito, deben ser las responsables de la repartición a distintas
profundidades de las armaduras foliáceas, de las que, por otro
lado, es imposible saber si proceden de la parte alta o baja de
capas a veces de más de 20 cm de espesor, integradas en estratos nada horizontales, algunos formados por potentes acumulaciones de piedras que llegan a alcanzar, en ciertas zonas,
más de 60 cm de potencia (cf. los acúmulos desarrollados entre las capas 2 y 6 de H3, o entre las capas 4 y 5 de H5; también en la parte superior de la capa 5 de H4). De un tramo no
precisado de una capa subyacente a este estrato de piedras, la
6 de H3, proviene la punta encontrada a mayor profundidad
en Or (fig. 45, nº 19), considerada –en su momento– por ello,
y por sus características morfotécnicas (una variante romboidal de retoque marginal bifaz), un ejemplo que, si bien aislado, podría abogar por una temprana irrupción de las puntas
de flecha en contextos antiguos del Neolítico, coincidiendo
con lo que parecería ocurrir en otros ámbitos como el italiano y la fase inicial de la “cultura” de los Vasos de Boca Cuadrada como referencia (Martí et al., 1980: 297). Desde la
perspectiva actual, las dudas sobre la posición estratigráfica
de esta pieza son evidentes, y entre otras razones remitimos
10
tipos de muñones laterales (H5/c2, fig. 47, nº 15) y de pedúnculo y aletas
agudas incipientes (H5/c1, fig. 51, nº 12).
Por lo que inciden en la cuestión tipología-cronología, las dos puntas de
Or III, constituyendo un índice apenas superior al de Or II, pertenecen a los
237
[page-n-249]
de nuevo a las indicaciones de las secuencias “cardiales” más
cercanas. Proximidad por proximidad, sólo hay que recalar en
los sectores J de Or, vecinos de los H, donde las armaduras
foliáceas se concentran en las primeras capas superficiales
(ibíd.: 131), a relacionar con nuestro nivel Or III; y lo mismo
sucede en los sectores K (Martí, 1983a), excavados, igual que
los anteriores, de manera más metódica.11
Confrontados los niveles o fases de los sectores H de Or,
las conclusiones que pueden extraerse, en resumen, son las
siguientes:
- Práctica identidad, en cuanto a representación tipológica, sin desequilibrios notables, de Or Ia y Or Ib
(Neolítico antiguo cardial y Neolítico antiguo cardial
avanzado). En ambos, testimonialidad, unida a atipismo o manifiesta intrusión, de los grupos de Neolítico final/Eneolítico (hojas y hojitas con retoque plano
o sobreelevado en Or Ia; puntas de flecha en Or Ib).
- Misma identidad de Or II (Neolítico antiguo epicardial/postcardial) con Or Ia y Ib en lo que respecta a
los grupos de Neolítico antiguo. Mayor variedad y
número aquí, dentro de la testimonialidad, de útiles
de carácter Neolítico final/Eneolítico, marcados aún
por el atipismo y el probable desplazamiento.
- Conservación en Or III del marchamo Neolítico antiguo en sus grupos dominantes, pero no tanto en sus
grupos menores (particularmente taladros y truncaduras). Muy ligera progresión porcentual y mayor tipismo, en una testimonialidad continuada, de los
principales grupos de Neolítico final/Eneolítico (hojas y hojitas de retoque plano o sobreelevado y puntas de flecha). Si algo refleja Or III es el hecho, ya
repetidamente observado, de una intensa ocupación
neolítica antigua de la cavidad y lo esporádico de las
presencias posteriores.
Así pues, la secuencia de los sectores H sería más que nada válida para la caracterización general del utillaje lítico de
talla del Neolítico antiguo en sus fases –sobre todo– iniciales.
Esta caracterización, como ha quedado puesto de manifiesto
(v. tabla 10 a título recordatorio), atiende a un componente
técnico básicamente laminar y a una morfotipología poco estándar. En efecto, las hojas y hojitas con el filo bruto embotado por pequeñas melladuras y descamaciones discontinuas,
por entalladuras y extracciones irregulares más amplias
(muescas y denticulados), o con retoques marginales a menudo parciales, representan una proporción importante de los
útiles (alrededor del 65% considerados Or Ia, Ib y II como un
todo), de la que quedan desfasados los “estereotipos” intrínsecos, esto es, geométricos, truncaduras, taladros y piezas con
11 Esta situación de las puntas de flecha, y en estos sectores, es la misma
para los otros útiles de carácter Neolítico final/Eneolítico, siempre muy
contados (cf. alguna hoja de retoque plano, alguna truncadura oblicua de
gran tamaño, o algún “rectángulo”).
238
base estrechada (poco más del 21%, índice del que la mitad
corresponde a los geométricos), y mucho más aún los estereotipos de “sustrato lejano” como raspadores, buriles y piezas de borde abatido (menos del 2,5%). Tal composición del
utillaje, en sus rasgos esenciales, encuentra correlato en los
conjuntos líticos del Neolítico antiguo europeo, tanto mediterráneos (corriente de las Cerámicas Impresas), como continentales (corriente de la Cerámica de Bandas), y sólo basta
consultar, para su comprobación y para no descender a casos
particulares, los completos Atlas del Neolítico dirigidos por
Kozlowski (1993) y Guilaine (1998), donde se recoge una amplia información sobre la cultura material neolítica y eneolítica, así como las actas de algunos congresos temáticos como el
celebrado en Cracovia en 1985 (VV
.AA., 1987).
Regionalmente ocurre otro tanto, si comparamos los
datos de Or con los de otros yacimientos del Neolítico antiguo de la propia área valenciana o del resto de la vertiente
mediterránea peninsular. La confrontación, desde luego, sólo es posible desde un plano cualitativo en gran parte de los
casos, dada la pobreza de las series líticas con que se suele
contar, a lo que se une la falta muchas veces de un buen estudio y presentación de estas series, la no coincidencia de
criterios en las formalizaciones tipológicas, etc. Con todo, y
aparte de las estaciones vecinas de la Cova de la Sarsa (Asquerino, 1979; Juan Cabanilles, 1984) y la Cova de les Cendres (García Puchol, 2005), la estructura lítica del Neolítico
antiguo de Or, tal como se revela en los sectores H, se identifica bastante bien en yacimientos como por ejemplo la
Cueva de Chaves (Cava, 2000), en el Alto Aragón; La Draga (Palomo, 2000) y Les Guixeres (Mestres, 1987), en Cataluña; o la Cueva de la Carigüela (Martínez, 1985), la
Cueva de Nerja (Pellicer y Acosta, 1986; Cava, 1997) y la
Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Vicent y Muñoz,
1973; Vera, 1999), en la Alta y Baja Andalucía oriental. Estos yacimientos vienen a coincidir con algunos de los que
poseen una buena o aceptable colección de materiales líticos y una buena presentación de los mismos.
Sectores centrales de Ereta
Para estos sectores, la documentación pertinente queda
recogida en la tabla 11 y los gráficos 10 y 11. Las curvas
acumulativas de los grupos tipológicos (graf. 10), al igual
que ocurría con los sectores H de Or, marcan perfiles poco
distanciados para los cuatro niveles analíticos de Ereta, situándose las diferencias significactivas, según el test K-S,
solamente en 0,66 y 2,79 puntos en el mismo grupo de hojas y hojitas con retoque plano o sobreelevado entre EP-I y
EP-II, y EP-I y EP-IV respectivamente.12
,
12
Distancia máxima observada en el primer caso de 11,92 puntos, frente a
una distancia máxima al nivel de significación 0,05 de 11,268310; en el segundo, de 12,48 puntos frente a 9,691349.
[page-n-250]
EP-II
EP-I
Grupo
PF. Puntas flecha
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
N
82
41
%
25,46
12,73
Grupo
PF. Puntas flecha
LR.Lascas retocadas
N
95
38
%
35,71
14,28
LR. Lascas retocadas
EF. Esbozos/preformas foliáceos
PE. Piezas filo embotado
HRM. H/h retoque marginal
37
33
31
29
11,49
10,24
9,62
9,00
EF. Esbozos/preformas foliáceos
PE. Piezas filo embotado
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
HRM. H/h retoque marginal
35
22
17
16
13,15
8,27
6,39
6,01
MD. Muescas/denticulados
PA. Piezas astilladas
G. Geométricos
PR. Placas retocadas
20
10
8
8
6,21
3,10
2,48
2,48
MD. Muescas/denticulados
T. Truncaduras
PA. Piezas astilladas
A. Piezas borde abatido
11
11
6
3
4,13
4,13
2,25
1,12
T. Truncaduras
A. Piezas borde abatido
R. Raspadores
P. Perforadores/taladros
7
4
3
3
2,17
1,24
0,93
0,93
G. Geométricos
PR. Placas retocadas
R. Raspadores
P. Perforadores/taladros
3
3
2
1
1,12
1,12
0,75
0,37
2
2
2
322
0,62
0,62
0,62
100
HBE. H/h base estrechada
DH. Sierras/dientes hoz
D. Diversos
Total
1
1
1
266
0,37
0,37
0,37
100
Grupo
PF. Puntas flecha
LR. Lascas retocadas
N
66
40
%
28,69
17,39
Grupo
PF. Puntas flecha
EF. Esbozos/preformas foliáceos
N
184
89
%
36,29
17,55
EF. Esbozos/preformas foliáceos
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
PE. Piezas filo embotado
MD. Muescas/denticulados
39
23
13
10
16,95
10,00
5,65
4,34
LR. Lascas retocadas
HRP. H/h ret. plano/sobreelevado
MD. Muescas/denticulados
PA. Piezas astilladas
66
43
29
24
13,01
8,48
5,71
4,73
HRM. H/h retoque marginal
PA. Piezas astilladas
T. Truncaduras
A. Piezas borde abatido
10
10
9
4
4,34
4,34
3,91
1,73
HRM. H/h retoque marginal
PE. Piezas filo embotado
T. Truncaduras
R. Raspadores
23
15
10
6
4,53
2,95
1,97
1,18
PR. Placas retocadas
D. Diversos
R. Raspadores
P. Perforadores/taladros
2
2
1
1
0,86
0,86
0,43
0,43
D. Diversos
P. Perforadores/taladros
G. Geométricos
A. Piezas borde abatido
4
3
3
2
0,78
0,59
0,59
0,39
230
100
HBE. H/h base estrechada
PR. Placas retocadas
DH. Sierras/dientes hoz
Total
2
2
2
507
0,39
0,39
0,39
100
HBE. H/h base estrechada
DH. Sierras/dientes hoz
D. Diversos
Total
EP-III
EP-IV
G. Geométricos
HBE. H/h base estrechada
DH. Sierras/dientes hoz
Total
Tabla 11.- Recuento tipológico, por grupos y en orden de dominancia, del utillaje lítico de talla
de los sectores centrales de Ereta, según niveles analíticos.
239
[page-n-251]
Gráfico 10.- Curvas acumulativas de los grupos de utillaje en los niveles analíticos de los sectores centrales de Ereta.
Con respecto a los sectores H de Or, todos los grupos tienen aquí representación, más alta o más baja, en todos los niveles, excepto los geométricos, las hojas y hojitas con base
estrechada y las sierras o dientes de hoz en EP-III. Esto significa un estado de mayor diversificación del utillaje a partir
del Neolítico final, por la persistencia de los grupos de Neolítico antiguo. Otro aspecto de contraste es la no repetición
del orden de frecuencia de las principales series en todos los
niveles, salvo las puntas de flecha, que constituyen siempre la
categoría máxima, y las lascas retocadas y esbozos foliáceos,
que siguen a aquellas con este orden en EP-II y EP-III (alternan la posición en EP-IV). Estas tres series de útiles, junto
con las hojas y hojitas de retoque plano o sobreelevado, son
categorías mayores (I>5,88%) en todas las fases, representando en conjunto desde prácticamente el 60% en EP-I al
75% en EP-IV Obviamente, se trata de grupos distintivos del
.
Neolítico final/Eneolítico, lascas retocadas incluidas, puesto
que el mayor peso entre éstas suelen tenerlo los tipos con retoque lateral plano, bifacial o no, y sobre todo con extracciones unifaciales o bifaciales, a relacionar con los primeros
estados morfológicos hacia los esbozos foliáceos y, por consiguiente, hacia las puntas de flecha (v. Apéndice II). El rango de categorías mayores lo ostentan también las piezas con
filo embotado y las hojas y hojitas con retoque marginal en
EP-I y II, y las muescas y denticulados solamente en EP-I, esto es, tres de los grupos de signo Neolítico antiguo. Los demás grupos de esta “tradición” (geométricos, truncaduras,
taladros y hojas u hojitas con base estrechada) son siempre
categorías menores (I<5,88 %), al igual que los de “sustrato
lejano” (raspadores, piezas de borde abatido, piezas astilladas, etc.) y el resto de los exponentes del Neolítico final/Eneolítico (placas retocadas y sierras o dientes de hoz).
240
Las tendencias evolutivas las examinamos asimismo
por grupos “culturales”, comenzando por los dominantes
de carácter Neolítico final/Eneolítico (v. gráfico 11). Las
puntas de flecha, consideradas las cuatro fases de Ereta independientemente, muestran perceptibles desequilibrios internos, de nivel a nivel, con una distancia máxima de unos
10 puntos entre EP-I y II (bastante significativa: χ2=7,2714;
p=0,0070063). Si tenemos en cuenta que EP-IV, en sentido
arqueológico, debe ser una prolongación en parte de EP-III,
sumando los efectivos de ambas fases las armaduras foliáceas experimentarían una progresión notable, como hemos
visto, a partir de EP-I, manteniéndose prácticamente con
respecto a EP-III/IV. Desde esta misma perspectiva, también comportarían progresión las lascas retocadas (ya observable sin ella de EP-I a III), con distancias escalonadas
de cerca de 3 puntos entre EP-I y II, y de apenas 2 décimas
entre EP-II y III/IV. Los esbozos foliáceos, en cambio,
muestran de por sí progresión sin necesidad de aunar EP-III
y IV, con distancia máxima de unos 7 puntos entre EP-I y
IV (bastante significativa: χ2=8,3748; p=0,0038046). Así
visto, lo que pondrían de relieve estos datos es un desarrollo paralelo ascendente de las puntas de flecha y sus esbozos de fabricación. Por su parte, las hojas y hojitas con
retoque plano o sobreelevado ofrecen desequilibrios desde
cualquier perspectiva, el máximo entre EP-I y II, sobrepasando los 6 puntos (desequilibrio descendente significativo:
χ2=6,5895; p=0,010258). De los otros dos grupos “menores” propios del Neolítico final/Eneolítico, las placas retocadas, en sus bajos índices, evidencian regresión desde EP-I
(2 puntos de distancia máxima con respecto a EP-IV, significativa según test de Fisher: p=0,01672), siendo en esta fase en la que hay que situar, al menos por lo que revela la
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Gráfico 11- Bloques de índices comparados, por niveles analíticos, de los grupos de utillaje en los sectores centrales de Ereta.
Ereta, el momento de máximo aprovechamiento y circulación del sílex tabular en el marco territorial valenciano
(Juan Cabanilles, García Puchol y Fernández, 2006). Las
sierras y dientes de hoz son francamente testimoniales –índices por debajo del 1%– en todos los niveles donde aparecen, con sólo una pieza –de cinco–, procedente de EP-IV,
asimilable a un “diente” sobre lasca en probable proceso de
fábrica (fig. 68, nº 8).
En lo que se refiere a los grupos de Neolítico antiguo,
el hecho más llamativo, sintomático en suma, es el de la regresión que experimentan series tan cualitativas como las
piezas de filo embotado, las hojas y hojitas con retoque
marginal y los geométricos, con distancias máximas entre
EP-I y IV, respectivamente, de más de 6 puntos (altamente
significativa: χ2=16,71; p=4,3541E-05),13 de 4,5 (bastante
significativa: χ2=6,692; p=0,0096847) y de casi 2 (significativa según test de Fisher: p=0,02779). En el caso de los
geométricos, y por el significado que parece revestir, debe
añadirse que su descenso corre parejo con el ascenso de las
puntas de flecha. De acuerdo con esta dinámica, no debe carecer de sentido el que las armaduras geométricas se hallen
ausentes en EP-III, como tampoco sería anecdótica su esporádica presencia –mejor práctica ausencia– en los contextos
domésticos y sepulcrales del Horizonte Campaniforme de
Transición (Bernabeu, 1984), al que se asimilaría EPIII/IV.14 Frente al retroceso de los grupos anteriores, las
muescas y denticulados, categoría mayor en EP-I y a muy
poco de serlo en EP-IV, presentan desequilibrios poco acusados en cualquier estimación (2 puntos de distancia máxima, en principio, entre EP-I y II, y de apenas 1 punto entre
EP-II y EP-III/IV), igual que ocurre con las truncaduras,
que marcan el mismo tipo de desequilibrios (2 puntos de
distancia máxima entre EP-II y EP-IV, y de 1 punto y medio entre EP-II y EP-III/IV). Finalmente, de los taladros y
de las hojas y hojitas con base estrechada, y de otros útiles
ya de viejo “sustrato” como raspadores y piezas de borde
abatido, el único comentario que puede hacerse es el de la
escasa o muy escasa entidad que revisten en los niveles de
la Ereta. Solamente las piezas astilladas alcanzan una relativa representación (un máximo del 4,73% en EP-IV) en
contraste con lo manifestado en las fases de Neolítico antiguo de Or.
13
de inmediato la validez “cronocultural” de uno de ellos, un rectángulo de la
capa 1 de BC-IV/IV-65 (fig. 23, nº 11); los dos restantes, un trapecio simétrico y otro asimétrico (fig. 19, nº 1 y 17), provienen, sin ninguna otra posibilidad de concreción, de las “capas superficiales” de CD-III/VI-64,
equivalentes a las dos o tres primeras capas de otros cuadros y que comprenden, por tanto, todo el espesor del nivel.
El número resultante para la probabilidad p, tal como lo presenta el programa PAST, está en notación exponencial científica. E-05 indica que hay que
mover el decimal cinco posiciones a la izquierda (4,3541E-05 = 0,000043541).
14 Por la contradicción que podrían entrañar, los tres únicos geométricos de
EP-IV hay que valorarlos estratigráficamente en un nivel que, sobre todo en
sus primeros tramos, reúne materiales de capas revueltas o formadas por depósitos de tierras extraídas de otros sectores de excavación. Esto restringe
241
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Resumiendo los datos, la secuencia lítica de la Ereta
vendría marcada en lo esencial por un progresivo aumento
de las puntas de flecha y sus esbozos y desechos de fabricación, por una relativa estabilidad de las hojas y hojitas de
retoque plano o sobreelevado, y por una gradual pérdida de
significación de los grupos de Neolítico antiguo. Dicha secuencia, la más completa con que se cuenta en la actualidad, se erige como un buen modelo evolutivo –por
supuesto a escala regional– para el utillaje de talla de las
etapas comprendidas entre el Neolítico final y los inicios
de la Edad del Bronce. En cualquier caso, su efectividad
para la ordenación cronocultural, o como un elemento más
a tener en cuenta para esta ordenación, deberán ponerla a
prueba los correspondientes análisis comparativos.
Geométricos
Las frecuencias absolutas y relativas de las clases morfotipológicas en que se han agrupado los geométricos de
los sectores H de Or y sectores centrales de Ereta, según
los respectivos niveles analíticos, se presentan en la tabla
12. Su expresión mediante bloques de índices –a partir de
las frecuencias relativas– se ofrece asimismo en el gráfico
12, aunque sólo para la muestra de Or, la más completa y
con mayores efectivos. Los índices porcentuales se dan redondeados por defecto o exceso, atendiendo al valor inferior o superior a 50 de los dos primeros decimales. Las
clases de agrupación son las siguientes:
- Segmentos: G1, G2.
- Triángulos: G3, G4.
- Trapecios de lados rectilíneos (simétricos y asimétricos): G5, G6, G7.
- Trapecios de lado(s) cóncavo(s): G8, G9.
- Trapecios de lado(s) convexo(s): G10.
- Trapecios rectángulos: G11, G12, G13.
- Trapecios de bases desplazadas: G%, G15, G16.
- Trapecios con base pequeña retocada: G17.
- Rectángulos: G18, G19.
DIACRONÍA PARTICULAR DE GEOMÉTRICOS Y
PUNTAS DE FLECHA
El segundo ejemplo pretende mostrar la evolución de
dos grupos tipológicos muy específicos y significativos
como son los geométricos y las puntas de flecha. Hemos
elegido estos grupos por dos razones: la primera, porque
incluyen útiles con fuerte carga morfotécnica (alto grado
de conformación), por tanto, con gran contenido “estilístico” y consiguientemente “cultural”; y la segunda, porque
dichos útiles son los que suelen experimentar los cambios
o “mutaciones” formales más acelerados, erigiéndose por
ello en un valioso elemento para la cesura cronológica, es
decir, para fijar o corroborar fases en una secuencia general. Con respecto a esto último, es obvio que el análisis individualizado de geométricos y puntas de flecha permite
mayores precisiones que las que puedan aportar los meros
grupos tipológicos globalmente tratados.
Clase
G1,
G2
G3,
G4
5
1
G5,
G6,
G7
30
(8 %)
(2 %)
(49 %)
Nivel
Or Ia
Or Ib
Or II
Or III
EP I
EP II
Centrándonos en los sectores H, la primera observación
a realizar es que no todas las clases de geométricos se encuentran representadas en todos los niveles. El cuadro más
completo lo proporciona Or II, donde solamente faltan los
trapecios rectángulos. Avanzaremos, ya de inicio, que los estados de presencia/ausencia tienen que ver con la entidad
cronocultural de las clases concernidas (las existentes aquí,
en unos niveles, y las inexistentes allá, en otros niveles), implicando de forma más directa, en una secuencia como la de
G8,
G9
G10
20
3
(33 %)
(5 %)
3
2
21
24
2
(5 %)
(4 %)
(37 %)
(43 %)
(4 %)
5
2
12
7
3
(15 %)
(6 %)
(35 %)
(21 %)
(9 %)
1
(7 %)
1
(12 %)
1
(33 %)
-
5
1
(33 %)
(7 %)
4
(50 %)
-
-
EP III
-
-
EP IV
-
-
2
(67 %)
1
-
G11,
G12,
G13
2
(13 %)
1
(12 %)
G14,
G15,
G16
1
G17
(2 %)
(2 %)
-
1
4
(7 %)
Total
-
61
-
56
1
3
1
(3 %)
(9 %)
(3 %)
-
1
5
(7 %)
(33 %)
2
(25 %)
1
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
(33 %)
G18,
G19
(33 %)
34
15
-
8
-
3
1
(33 %)
3
Tabla 12.- Frecuencias de los geométricos, agrupados por clases tipológicas, en los niveles analíticos de Or y Ereta (G1, G2: segmentos; G3, G4:
triángulos; G5, G6, G7: trapecios lados rectilíneos; G8, G9: trapecios lado(s) cóncavo(s); G10: trapecios lado convexo; G11, G12, G13: trapecios
rectángulos; G14, G15, G16: trapecios bases desplazadas; G17: Trapecios base pequeña retocada; G18, G19: rectángulos).
242
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Or que es básicamente la del Neolítico antiguo, a las clases
que pueden catalogarse propias del Neolítico final/Eneolítico. Considerados los valores de frecuencia (v. tabla 12), los
trapecios de lados rectilíneos, simétricos o asimétricos, son
la categoría dominante en prácticamente todos los niveles,
compartiendo rango con los rectángulos en Or III y apenas
por detrás de los trapecios de lado(s) cóncavo(s) en Or Ib, éstos a su vez la segunda categoría en Or Ia y II. Ambas clases
de trapecios, sumadas y con respecto al total de geométricos,
suponen del 40% en Or III al 82% en Or Ia (56% en Or II y
80% en Or Ib). Las restantes clases de trapecios son categorías menores (I<11%) en los cuatro niveles, al igual que los
triángulos. Únicamente los segmentos, en Or II, y los rectángulos, en Or III, alcanzan la condición de categoría mayor (I>11%), si bien hay que tener en cuenta la disminución
total de efectivos en estos niveles, sobre todo en Or III. Los
trapecios, pues, en su conjunto, constituyen la forma geométrica dominante en toda la secuencia neolítica de los sectores H, con índices que van del 60% en Or III al 90% en Or
Ib y Ia, pasando por el 76% en Or II; un peso tipológico que
se observa casi por igual en cualquiera de los sectores excavados de la Cova de l’Or.
En cuanto a las tendencias evolutivas, éstas hay que
valorarlas, como apuntábamos anteriormente, en base a los
estados de presencia/ausencia de las distintas clases de geométricos según las fases, o, lo que es lo mismo, en base a la
posición que ocupan en la secuencia “general”; es aquí, por
supuesto, donde habremos de hacer intervenir los datos de
Ereta, aunque sólo sea por su valor indicativo. Empezando
por los segmentos, su presencia se revela “constante” (valga
la proporcionalidad numérica) en todos los niveles de los
sectores H de Or, con una evidente “concentración” en aquellos que corresponden a los tramos medios y bajos de la secuencia estratigráfica (Or II a Ia). En esta situación, Or II
parece representar –porcentualmente hablando– el momento
de mayor desarrollo de los segmentos (v. gráfico 12), circunstancia avalada por los datos de otros sectores de Or, los
J y K, donde dichos morfotipos, también en un escaso número, comparecen solamente en las capas medias (Martí et
al., 1980; Martí, 1983a). La persistencia de los segmentos en
la secuencia posterior quedaría confirmada por su constatación en las dos primeras fases de Ereta, así como en otros yacimientos valencianos del Neolítico final/Eneolítico.15
Gráfico 12.- Bloques de índices comparados, por niveles analíticos, de los geométricos de los sectores H de Or.
15
El caso más significativo sería el del poblado “campaniforme” de Arenal de la Costa, cuya muestra lítica cuenta con tres “medias lunas” de
doble bisel (Pascual Benito, 1993; García Puchol, 2005). Dada la cronología en principio “avanzada” de estas piezas, adscritas a unos momentos
–post EP-II– para los que se ha postulado una rarificación de las formas
geométricas de acuerdo con la secuencia de Ereta y los datos de otros lu-
gares de habitación y de enterramiento campaniformes, cabe preguntarse si en realidad –tales piezas– representan una pervivencia de los geométricos como armaduras de flechas o azagayas (función que debe
desaparecer con la introducción progresiva de las puntas foliáceas) o como elementos constitutivos de otros tipos de útiles no relacionados con
el armamento.
243
[page-n-255]
Otras clases de geométricos con la misma constancia en
la repartición que los segmentos son los trapecios de lados
rectilíneos, de lado(s) cóncavo(s) o con la base pequeña retocada, que permanecen igualmente en los niveles iniciales
de Ereta. Una distribución un poco más restringida la presentan los triángulos y los trapecios de lado(s) convexo(s), ausentes en los tramos superiores de la secuencia de los sectores
H y, sintomáticamente, en los tramos inferiores de Ereta. Respecto a los triángulos, hay que anotar su escasa representación y su carácter de piezas poco típicas: fuera de los
sectores H, en Or sólo se documenta un ejemplar más en la
capa 2A de J4 (Martí et al., 1980), y su número y calidad formal no es mayor en otros yacimientos regionales del Neolítico antiguo.16 Los triángulos, pues, no parecen ser una
forma geométrica como tal buscada en los contextos neolíticos que materializan Or y otras estaciones de su entorno, pudiéndose explicar como “desviaciones” morfológicas dentro
de la intrínseca producción de trapecios (o de segmentos, si
reparamos en el triángulo de vértice redondeado y retoque
en doble bisel de H5/c4 –fig. 18, nº 17–).
La situación opuesta a triángulos y trapecios de lado(s)
convexo(s) la manifiestan los trapecios rectángulos y los
rectángulos en sí, sólo presentes en los tramos superiores de
los sectores H. Los primeros siguen documentándose en la
fase inicial de Ereta (un ejemplar en EP-I), mientras que los
segundos lo harían fuera de su previsible nivel o tramo estratigráfico (un único ejemplar también en EP-IV al que nos
,
hemos referido anteriormente y sobre este mismo particular). Volviendo a Or, la posición de los rectángulos que se revela en los sectores H la corrobora de nuevo otro ejemplar
procedente de la capa 2 de J5 (Martí et al., 1980). Es esta posición estratigráfica de los rectángulos y trapecios rectángulos la que les confiere, sin duda, todo su valor “tipológico”,
todo el carácter de indicadores cronoculturales, en tanto que
formas a considerar distintivas del Neolítico avanzado o final. En el caso específico de los trapecios rectángulos concurre, además, el hecho de ser el tipo dominante entre los
geométricos que componen los ajuares líticos en las cuevas
de enterramiento precampaniformes (Soler Díaz, 2002, II:
30), constatación que paliaría las objeciones derivadas de su
escasa entidad numérica en Or o Ereta. Hecha esta afirmación, lo que no reflejan en cambio ni Or ni Ereta es que los
trapecios de bases desplazadas también revisten el mismo
carácter de marcadores cronoculturales, según se desprende
otra vez de los datos de los contextos funerarios. En Ereta, el
no reflejo apuntado es por ausencia; en Or, sin embargo, por
la presencia de esta clase de trapecios en dos niveles o tramos estratigráficos no “convenientes”. Sobre los ejemplares
de los sectores H, cabe señalar que se trata de dos únicas piezas (una de Or Ia –H2/c6, fig. 22, nº 21–, y otra de Or II
–H5/c4, fig. 23, nº 1–) que no desentonarían en los niveles
donde aparecen si se las contemplara como formas fortuitas
dentro de la variabilidad de los trapecios del Neolítico antiguo (tipos de lado cóncavo); por otra parte, se encuentran
elaborados sobre soportes laminares de tipometría más propia de las fases neolíticas iniciales que de las finales.
Otro aspecto interesante a valorar es el de la tecnología
de fabricación de los geométricos, referida más en particular
a las modalidades de retoque de los dorsos (segmentos) o
truncaduras (triángulos, trapecios, rectángulos). En la tabla
13 se da el simple recuento (núm. de efectivos o frecuencias
absolutas), por tipo/clase y para cada nivel analítico de Or y
Ereta, de los geométricos con “retoque bidireccional sobrepuesto”. Bajo este apelativo genérico incluimos el “doble
bisel” estricto (sobreposición –obviamente en un mismo lado y en direcciones opuestas– de dos retoques simples u
oblicuos marginales, de dos retoques planos también marginales, o de un retoque simple marginal y otro plano profundo –cf. doble bisel invasor–), y el doble bisel en sentido
amplio (sobreposición de un retoque abrupto o semiabrupto y otro retoque simple marginal, o plano marginal, o plano profundo). Los tipos/clase de geométricos que se
reflejan en la tabla (las correspondencias se indican al pie
de la misma) son los individualizados en el repertorio general a partir del criterio de presencia de alguna de las modalidades de retoque bidireccional.
Una rápida ojeada a la tabla basta para comprobar la poca incidencia de estos retoques en los geométricos de Or –sobre todo– y Ereta. Con la referencia de los datos totales
expresados en la tabla 12, los especimenes con retoques bidireccionales apenas pasarían del 8% en Or Ia o del 7% en Or
Ib, sin llegar en Or II al 6%; en Or III se acercarían al 27%,
pero este porcentaje sería poco indicativo en un nivel ya con
contados efectivos y marcado, en lo general, por una mayor
“mixtura” arqueológica (lo resaltable, de todos modos, es que
en Or III los retoques bidireccionales se manifiestan prácticamente sobre los rectángulos, una de las formas distintivas,
como hemos visto, del Neolítico avanzado).17 La misma escasez de efectivos de Ereta impide también cualquier consideración sobre los índices de retoque bidireccional, a no ser
la de la continuidad tecnológica que éstos revelan, tanto en
formas de “viejo” cuño (segmentos de EP-I y EP-II), como
de “nuevo” (trapecio rectángulo de EP-I).
En Or, el retoque en cuestión se da preferentemente sobre segmentos, en la modalidad casi exclusiva del doble bisel estricto; no obstante, los segmentos de retoque abrupto
son “mayoritarios” en tres de los cuatro niveles, siendo la
excepción Or Ia (aquí, 3 segmentos de doble bisel por 2 de
retoque abrupto, mientras que en Or Ib, 1 por 2, y en Or II,
1 por 4). Los retoques bidireccionales afectan a las restantes clases de geométricos, aunque de manera aún más esporádica (salvando los rectángulos) y en las otras técnicas
16 En la Cova de la Sarsa, p.e., apenas hay reconocido un triángulo entre
los materiales líticos recuperados en las excavaciones de Asquerino (1979);
y una única pieza también, bastante “atípica”, se ha señalado en la Cova de
les Cendres (García Puchol, 2005: 198).
17 Abundando en la pobre representación del “doble bisel” en Or, hay que
indicar que esta técnica no se ha atestiguado en los geométricos de los sectores J y K (Martí et al., 1980; Martí, 1983a).
244
[page-n-256]
Clase
Nivel
Or Ia
Or Ib
Or II
G2
G4
G7
G9
G13
G16
G19
Tot
3
1
1
1
1
-
2
2
-
-
-
-
5
4
2
Or III
-
-
1
-
-
-
3
4
EP I
EP II
1
1
-
-
-
1
-
-
-
2
1
EP III
EP IV
-
-
-
-
-
-
-
-
Tabla 13.- Frecuencias absolutas de los geométricos de retoques bidireccionales en los niveles analíticos de Or y Ereta
(G2: segmentos; G4: triángulos; G7: trapecios lados rectilíneos; G9: trapecios lado(s) cóncavo(s); G13: trapecios rectángulos;
n
G16: trapecios bases desplazadas; G19: rectángulos).
G
G
diferentes del doble bisel estricto (exceptuando también el
triángulo de vértice redondeado de Or II, forma cercana a
los segmentos o incluible en su variabilidad). Los trapecios
con estos retoques, normalmente presentando truncaduras
abruptas o semiabruptas complementadas por extracciones
simples o planas, suponen apenas 6 piezas en el conjunto
de los niveles de los sectores H de Or (4,2% del total de esta clase morfológica), restringidos a los tipos de lados rectilíneos y de lado(s) cóncavo(s). En cualquier caso, los
trapecios de estas características no son extraños en los conjuntos líticos del Neolítico antiguo de la vertiente mediterránea peninsular, principalmente de su mitad norte, y en
mayor o menor número se documentan en yacimientos como la Cova de les Cendres (García Puchol, 2005), Les Guixeres (Mestres, 1987), La Draga (Palomo, 2000) o la Cueva
de Chaves (Cava, 2000).
No hace falta extenderse más para poner de relieve el
uso preferencial del retoque abrupto en la elaboración de
los geométricos de Or. Recordaremos (v. Cap. III, Geométricos, comentarios sobre los distintos tipos) que en los trapecios, y según de donde se haga partir el retoque, las
truncaduras pueden ser directas o inversas bilaterales (éstas
más raramente), y a menudo también alternas (directa en un
lado e inversa en el otro); en los triángulos, pese a su reducida muestra, se observan las mismas direcciones, faltando
la alterna en los rectángulos; y en los segmentos, los dorsos
pueden estar conformados por retoque alternante (directo
e inverso en articulación continua), además del directo
más corriente. Lo que no se constata en los geométricos
del Neolítico antiguo es el retoque abrupto cruzado o bipolar, en cierta manera una suerte de retoque “bidireccional”. Sin embargo, esta modalidad de retoque es bastante
frecuente en geométricos del Neolítico final/Eneolítico,
aplicado a las truncaduras mayores oblicuas de trapecios
rectángulos y de bases desplazadas.18 En este sentido, pues,
el retoque abrupto cruzado constituiría un carácter más de
estilo, otro indicador cronocultural, a relacionar con las etapas neolíticas finales.19
En una consideración de la tecnología de los geométricos aún habremos de referirnos, muy brevemente, a la técnica de microburil. Sólo para hacer memoria de nuevo (v. Cap.
III, Diversos, Microburil) que, como procedimiento de fractura de los soportes laminares en el proceso de fabricación
de las armaduras geométricas, esta técnica no ha sido empleada en el contexto industrial general representado en la
Cova de l’Or. Tal desafección ha sido verificada también en
los yacimientos del Neolítico antiguo arriba citados, siendo
una constante en otros ámbitos mediterráneos próximos y
para el mismo horizonte cultural (v., p.e., Binder, 1987). Lo
sugerente, empero, es que la técnica de microburil será retomada en el Neolítico final, según confirman ciertos datos de
yacimientos valencianos (García Puchol y Molina, 1999) y
de otras áreas peninsulares (v. Juan Cabanilles y Martí,
2002: 67),20 es decir, unos tres mil o dos mil quinientos años
18 Esta información no proviene de los geométricos de estos tipos pertenecientes a las colecciones de Or y Ereta estudiadas, dados sus escasos testimonios (2 trapecios rectángulos en Or III y 1 en EP-I), sino de la revisión
no exhaustiva de otras series de materiales guardadas en el Museo de
Prehistoria de Valencia, en concreto de la misma Ereta (excavaciones de los
años 40) y de la Cova de la Pastora (v. Soler Díaz, 2002, I: 336-337). De este último yacimiento es una de las piezas utilizadas para la ilustración del
tipo “trapecio rectángulo con lado menor rectilíneo o cóncavo” (fig. 22,
nº 8), de la que se destaca en el propio dibujo el carácter cruzado del retoque abrupto de su truncadura mayor.
19
No hay que olvidar que la misma técnica volverá a ser utilizada, si no se trata de una pervivencia, en el Bronce inicial, destinada a la preparación de los dorsos de los dientes de hoz (v. Cap. III, apartado dedicado a este grupo de útiles).
20 Además de en la clásica estación almeriense de El Garcel (Gosse, 1941;
Acosta, 1976), se han señalado microburiles en algunos yacimientos de superficie del entorno de Ciudad Real atribuidos al Eneolítico sensu lato
(Vallespí et al., 1987); por otro lado, restos de ápices triédricos, relacionados con la técnica de microburil, han sido observados en geométricos (especialmente trapecios) procedentes de niveles del Neolítico reciente
andaluz, de sepulcros de fosa catalanes y de sepulcros megalíticos del valle del Ebro (Cava, 1997: 276).
245
[page-n-257]
después de su momento de máxima aplicación en estadios
iniciales o ya avanzados, según las zonas, del EpipaleolíticoMesolítico reciente.21
La estructura geométrica del Neolítico antiguo de Or,
que es de la que en esencia informan las fases Or Ia, Ib y II
de los sectores H, puede confrontarse con la de otros yacimientos del ámbito mediterráneo peninsular, regionales o extrarregionales, pertenecientes a la misma “tradición cultural”.
En la tabla 14 se muestran las frecuencias de los geométricos,
agrupados por clases morfológicas básicas, de algunos de estos yacimientos; son fundamentalmente aquellos con los que
ya se han venido comparando aspectos puntuales, ejercicio
que facilita, obviamente, la existencia de una mínima muestra “geométrica” y la aceptable presentación de la misma (recuentos tipológicos, descripciones morfotécnicas, etc.).22
En la misma tabla se indica entre paréntesis, al lado de las
frecuencias absolutas, el número de piezas con retoque en doble bisel s.l. (doble bisel estricto y otros retoques bidireccionales sobrepuestos). El conjunto geométrico de la Cova de la
Sarsa corresponde a la suma de los efectivos de la colección
Ponsell (Juan Cabanilles, 1984) y la colección “Asquerino”
(1979). Esto no supone ninguna inconsistencia ya que se trata en ambos casos de materiales sin estratigrafía, recuperados
en un yacimiento que sólo atestigua ocupaciones del Neolítico antiguo (v. Juan Cabanilles, 1984: 52). La muestra de la
Cova de les Cendres se atribuye globalmente al Neolítico I
(según la sistematización de Bernabeu [1989], equivalente al
Neolítico antiguo s.l. –cardial, epicardial, postcardial–), y su
escasa entidad puede deberse al hecho de proceder de un área
interior de la cueva marcada estratigráficamente por una sucesión de niveles de corral a partir del Neolítico antiguo epicardial (v. Bernabeu, Fumanal y Badal, 2001). Del
asentamiento al aire libre de Les Guixeres se presentan por
separado sus tres niveles de excavación (Mestres, 1987), adscritos al Neolítico antiguo cardial, epicardial y antiguo evolucionado (=postcardial, definido aquí por el predominio de
las cerámicas peinadas). La muestra del poblado lacustre de
La Draga se relaciona también en su globalidad con el cardial
reciente y epicardial (v. Bosch, Chinchilla y Tarrús, coords.,
2000); la de la Timba del Barenys con el epicardial y postcardial (Miró, 1996); y la de Alonso Norte con el epicardial.
Por último, los dos niveles de la Cueva de Chaves se atribuyen al cardial pleno (Ib) y cardial reciente (Ia).
De la tabla 14 se extraen las siguientes lecturas, que comentaremos simultaneando los datos de Or (tablas 12 y 13):
-
-
-
-
- La tríada trapecios-segmentos-triángulos es recurrente desde los momentos iniciales del Neolítico
21
Para el marco valenciano, el estadio en cuestión caería dentro de la fase
B epipaleomesolítica definida en su día por Fortea (1973), con el buen exponente que supone la secuencia industrial de la Cueva de la Cocina: nivel
Cocina I (=fase A; 2,58% de microburiles) frente a Cocina II (=fase B;
45,34% de microburiles).
246
22
antiguo (fase cardial), como revelan de forma más
expresa Les Guixeres y sobre todo Chaves (el segmento y el triángulo de Cendres, aparte de su “atipismo”, provienen de los tramos superiores de la
secuencia del Neolítico antiguo de este yacimiento
[García Puchol, 2005: 198], toda vez que el grueso
de materiales se concentra en los tramos inferiores;
y los mismos tipos de Sarsa, aunque podrían corresponder al cardial antiguo, carecen de la precisión
estratigráfica exigible). Or Ia confirmaría esta recurrencia (tabla 12).
Dentro de la tríada formal señalada, los trapecios
constituyen la clase dominante, a mayor o menor distancia de los segmentos/triángulos, en todos los conjuntos o niveles del cardial antiguo o pleno (Sarsa,
Cendres, Guixeres NA card, Chaves Ib), y del cardial
reciente/epicardial en el caso de La Draga. En Or, esta dominancia se mantiene en todos sus niveles, encontrando correspondencia, otra que La Draga, en
Guixeres NA evol, si bien la muestra geométrica de
este nivel es poco representativa (mucho menos la de
Guixeres NA epi).
Los segmentos y triángulos tienen poca entidad en
los yacimientos cardiales del núcleo central valenciano (incluido Or en todos sus niveles); circunstancia
que se repite en las estaciones catalanas de Les Guixeres (a cualquier efecto sólo NA card, aunque su
porcentaje de triángulos podría ser significativo) y La
Draga (aquí con ausencia total de triángulos). La cara opuesta la ofrecen Chaves, en sus dos niveles (en
Ia fallarían, empero, los triángulos), y los conjuntos
epicardial y epicardial/postcardial de Alonso Norte y
Timba del Barenys.
El doble bisel estricto y las otras modalidades de retoque bidireccional sobrepuesto comparecen desde
el inicio mismo del Neolítico antiguo, afectando a
una u otra clase de geométricos (de la tríada básica),
o a todas, en todos los yacimientos con niveles remisibles a esta fase, Or inclusive (tabla 13). La misma
afectación acontece en las fases posteriores.
Los rectángulos constituyen una particularidad de Les
Guixeres, reforzando, con su presencia en el nivel NA
evol, el carácter de piezas “avanzadas” que cabía atribuirles por su posición en la secuencia de Or.
En definitiva, y teniendo en cuenta la representatividad de las respectivas muestras (extrema para los niveles NA epi y NA evol de Les Guixeres), las
Esta posibilidad de comparación –de la estructura geométrica– es menor o nula con otras estaciones emblemáticas del Neolítico antiguo mediterráneo como puedan ser Carigüela, Nerja o Murciélagos de Zuheros, bien
por la ausencia de geométricos en las series líticas estudiadas –cf. Carigüela (Martínez, 1985), o Murciélagos (Vicent y Muñoz, 1973; Gavilán,
1991)–, o bien por su débil representación –cf. Nerja (Pellicer y Acosta,
1986; Cava, 1997).
[page-n-258]
Yacimiento
Nivel
Sarsa
col. Asquerino+Ponsell
Cendres
NI
Guixeres
NA cardial
Guixeres
NA epicardial
Guixeres
NA evolucionado
Draga
Card. reciente/epicard.
Barenys
Epicardial/postcardial
Chaves
Ib
Chaves
Ia
Alonso Norte
Epicardial
Segmentos
Triángulos
Trapecios
Rectángulos
2 (1)
1
12 %
6%
14 (?)
82 %
-
1
1
9 (3)
8%
8%
4 (4)
17 %
75 %
18 (6)
78 %
-
-
-
-
3
43 %
2
29 %
1
4%
1 (1)
100 %
2 (1)
29 %
3 (3)
18 %
20 (11)
59 %
12 (12)
27 %
12 (12)
80 %
20 (14)
61 %
-
5 (?)
15 %
13 (8)
30 %
1 (1)
7%
8 (8)
24 %
14 (3)
82 %
9 (?)
26 %
17 (12)
39 %
2
13 %
5
15 %
-
-
Total
17
12
23
1
7
17
34
44
15
33
Fuente
Asquerino, 1979;
Juan Cabamilles, 1984
García Puchol, 2005
Mestres, 1987
Mestres, 1987
Mestres, 1987
Palomo, 2000
Miró, 1996
Cava, 2000
Cava, 2000
Benavente y Andrés,
1989
Tabla 14.- Frecuencias de los geométricos, por clases morfológicas básicas, en algunos yacimientos del Neolítico antiguo de la
vertiente mediterránea peninsular. Entre paréntesis, el núm. de piezas, entre las contabilizadas de la clase, con retoques
bidireccionales sobrepuestos (doble bisel s.s. y s.l.). El interrogante indica el no detalle de las piezas de “doble bisel” por el autor
(en el caso de la Cova de la Sarsa el signo va referido a la colección “Asquerino”; en la Timba del Barenys, la existencia de
triángulos y trapecios con esta técnica es manifiesta según las ilustraciones de la publicación referenciada).
diferencias que se observan entre yacimientos –consideradas las primeras fases neolíticas– son más de
orden cuantitativo que cualitativo. Con independencia del significado que estos desequilibrios de número puedan tener, lo que queremos decir es que las
mismas clases de geométricos se encuentran presentes en todos los yacimientos (algunos tipos individuales pueden ser más restrictivos; p.e., los
triángulos isósceles con o sin lados cóncavos y retoque en doble bisel, existentes en Chaves Ib y Guixeres NA card), y por supuesto las mismas técnicas de
fabricación y conformación, aspecto que creemos
aún más significativo.
Más allá de estas lecturas tipológicas y tecnológicas inmediatas, un hecho importante a resaltar es la evolución geométrica que manifiesta Chaves en sus dos niveles,
concretada en el descenso porcentual drástico de triángulos
y trapecios de Chaves Ib a Ia y la implantación de los segmentos como clase dominante en Ia (cardial reciente). Esta
tendencia y situación estructural a que lleva la refrendarían
los conjuntos “epicardiales” de Alonso Norte y Timba del
Barenys, posteriores a Chaves Ia y con un mismo predominio de los segmentos sobre los trapecios y triángulos, éstos
últimos correspondiendo en gran parte a los tipos de vértice
redondeado y con retoque en doble bisel, formas que, como
ya hemos apuntado en varias ocasiones, deben entrar en la
variabilidad de los propios segmentos. En esta línea de refrendo resulta complicado incluir el nivel también epicardial
de Les Guixeres, aunque no deja de ser curioso que el único
geométrico aquí documentado sea un segmento de doble bisel. La tendencia descrita, sin embargo, no la reflejan otros
conjuntos como el de La Draga, de carácter cardial reciente/epicardial, por tanto, más cercano a Chaves Ia. Y tampoco lo hace Or, la otra referencia básica para el desarrollo
geométrico en el Neolítico antiguo, donde pese a observarse
un perceptible aumento porcentual de los segmentos desde
el nivel cardial avanzado al epicardial s.l. (del 5% en Or Ib
al 15% en Or II –v. tabla 12–), se trata de un incremento sin
relevancia estadística (p=0,1487 según test de Fisher). Dejando de lado, pues, lo que puedan significar los casos discordantes de La Draga y Or, creemos que el modelo
geométrico para el epicardial que definen Alonso Norte y
Timba del Barenys, con base en la evolución que patentiza
Chaves en sus dos niveles cardiales,23 es válido territorial-
23
El aumento en 53 puntos del porcentaje de segmentos, de Chaves Ib a
Ia, supone una distancia altamente significativa en términos estadísticos
(χ2=12,888; p=0,00033069).
247
[page-n-259]
mente no sólo para el cuadrante noreste peninsular, sino para otras áreas fuera de este espacio.24
El geometrismo posterior a la fase epicardial, el que debe corresponder a la última etapa del Neolítico antiguo (NA
evolucionado o postcardial), es más difícil de concretar con
los datos de los yacimientos analizados. Valgan, con todo,
las indicaciones del nivel NA evol de Les Guixeres, y de
una parte de los niveles Or II y III, para postular una continuidad de los segmentos, una reactivación de los trapecios
(en los ámbitos en que habrían perdido vitalidad, no en el
centro-sur valenciano) y el despegue de nuevas formas
como los rectángulos, tipos éstos, por lo demás, nada “universales”. Todo esto en los ambientes más mediterráneos.
Después del Neolítico antiguo, el panorama se vuelve aún
más complejo para según qué regiones (el país valenciano
por ejemplo), debido a la falta de buenas series líticas en secuencia estratigráfica e incluso en conjuntos no estratificados. En el entorno valenciano, el geometrismo del Neolítico
medio/final, el de la fase de “cerámicas esgrafiadas” (NIIA
en el esquema de Bernabeu; v. cuadro 24), no debe diferir
del señalado para la fase postcardial (NIC o de “cerámicas
peinadas”), siendo aquí, en el momento de las cerámicas esgrafiadas, donde hay que situar el “auge” de los rectángulos. Al Neolítico final/Eneolítico (NIIB1 y 2), la última
etapa del desarrollo geométrico, corresponde la postrera
“expansión” de los trapecios, con sus singulares tipos rectangulares y de bases desplazadas; una expansión que delatan sobre todo los contextos sepulcrales precampaniformes
(Soler Díaz, 2002), más que los propiamente domésticos.
En todo este último trayecto recorrido, los segmentos, y en
concreto los de doble bisel, se muestran como una clase tipológica superviviente que llega hasta los mismos tramos
finales, como ponen de manifiesto los especimenes de Ereta del Pedregal (fases I y II), de Arenal de la Costa (Pascual
Benito, 1993) y, saliéndonos del marco valenciano, el significativo conjunto del yacimiento murciano de La Borracha
II (Gil González, 2000).
La mención a los segmentos y al doble bisel permite una
última consideración a propósito de esta técnica de fábrica
geométrica que atañe a la problemática de su cronología inicial y filiación. En los términos actuales, tal problemática
–si puede hablarse así de ello– arranca de la valoración de la
técnica de doble bisel realizada por Fortea (1973: 456-459
y 467-468) en su clásica tesis sobre los complejos microlaminares y geométricos del Epipaleolítico mediterráneo español, en tanto que presente en determinados contextos
industriales de la facies geométrica de tipo Cocina definida
en la secuencia estratigráfica del yacimiento epónimo. Di-
cho autor, basándose en que el doble bisel aparecía en el nivel superior de dicha secuencia (Cocina IV), asociado a cerámicas peinadas y a alguna punta de flecha foliácea, y en
que la precariedad con que lo hacía (sobre un único triángulo de vértice redondeado) la paliaban otros yacimientos y
conjuntos asimilables a esta fase final (Llatas, Casa de Lara,
etc.), concluía que la utilización masiva de este tipo de retoque era “signo de una cronología neolítica evolucionada y
eneolítica en los yacimientos con componente geométrico de
ascendencia epipaleolítica” (ibíd.: 458).
El subrayado era necesario en la medida que el doble
bisel también se documentaba en los niveles del Neolítico
antiguo de la Cova de l’Or, yacimiento que representaba
una “tradición” cultural mediterránea ajena a la de la facies
Cocina (neolíticos alóctonos “puros” frente a epipaleolíticos locales en tránsito a la neolitización). Los materiales de
Or revisados por Fortea procedían de los sectores H (los
mismos estudiados por nosotros), y los geométricos con doble bisel identificados entonces se reducían a 3 segmentos
y 1 triángulo con el vértice redondeado. El mismo autor reconocía que “la importancia del doble bisel es mínima en el
yacimiento cardial que hoy por hoy mejor nos puede hablar
del Neolítico antiguo del litoral mediterráneo español”
(ibíd.: 458), impresión que apenas ha variado después de
nuestro propio “escrutinio” (la muestra se ha ampliado a 4
segmentos más, 6 trapecios y 3 rectángulos; v. tabla 13).
Fortea hacía entroncar la “tradición” de Or (lítica y cerámica) en el “potente foco de neolitización del arco norte del
Mediterráneo occidental”, centrándola más que nada en el
SE francés (los yacimientos provenzales de Châteauneuf y
Montclus como referencia), donde el doble bisel era en cierta manera conocido (o los retoques bidireccionales sobrepuestos) pero no, en cambio, los segmentos o medias lunas.
La pregunta, por tanto, era de dónde le llegaron a Or estos
tipos geométricos. Después de advertir que en el “horizonte cardial” de Cocina III y yacimientos emparentados aparecían ya segmentos, “como fruto de una evolución
tipológica que pudo dar algún ejemplar en el extremo fin de
Cocina II”, la convicción era que estas formas constituían en
Or un préstamo de Cocina, y dado que el doble bisel tenía
“una cronología sobradamente más reciente en los ambientes epipaleolíticos geométricos en vías de neolitización”, todo parecía indicar que esta técnica “fue algo tomado
tardíamente de los cardiales en dichos ambientes epipaleolíticos” (ibíd.: 467-468).
Pocos años después del trabajo de Fortea se publicaba
la memoria de las primeras excavaciones en el yacimiento
bajoaragonés de Botiqueria dels Moros (Barandiarán,
24
cuadradas en el denominado “Neolítico interior” (cf. Fernández-Posse, 1980;
Municio, 1988; v. tb. Estremera [2003: 19-25] como síntesis historiográfica
más reciente sobre esta “facies” neolítica). Para más comprobaciones puntuales de este tipo remitimos a las actas de los tres congresos sobre el Neolítico peninsular celebrados hasta ahora (VV
.AA., 1996; Bernabeu y Orozco,
eds., 1997; Arias Cabal, Ontañón y García-Moncó, eds., 2005).
Cuatro ejemplos a título indicativo, que conciernen a yacimientos con
conjuntos cerámicos atribuidos sensu lato al estilo epicardial en que los segmentos, de retoque abrupto o de doble bisel, constituyen los tipos geométricos asociados exclusivos o mayoritarios: La Lámpara y La Revilla, en el
valle de Ambrona (Soria) (Alegre, 2005); Cueva de la Vaquera (Torreiglesias, Segovia) (Estremera, 2003); La Velilla (Osorno, Palencia) (Delibes y
Zapatero, 1996). Se trata de cuatro estaciones de la Submeseta Norte, en-
248
[page-n-260]
1978), que aportaba una secuencia epipaleolítica equiparable a la de Cocina y a la que llegaba a completar, y también
a matizar, en algunos aspectos. Uno de ellos era la constatación de presencia del doble bisel desde los niveles más antiguos y precerámicos, muy testimonial en Botiqueria 2, a
relacionar con Cocina I, y menos tímida en Botiqueria 4, lo
mismo con Cocina II; en una progresión ascendente, dicha técnica alcanzaba su apogeo en los niveles superiores ya
cerámicos: Botiqueria 6 (=Cocina III), con cerámicas también cardiales, y Botiqueria 8 (=Cocina IV). El dato impactante lo proporcionaba sobre todo Botiqueria 4, con un 19%
de geométricos de doble bisel en un momento claramente
precardial, lo que llevó a cuestionar una de las conclusiones
de Fortea: el carácter no preneolítico del doble bisel (Martí
et al., 1980: 135), y recogiendo esos mismos datos y objeción, a afirmar por nuestra parte que se trataba de una técnica epipaleolítica adoptada por los neolíticos cardiales,
aplicada preferentemente sobre unas formas como los segmentos que, tal como ya había sugerido Fortea, eran también un préstamo epipaleolítico (Juan Cabanilles, 1985a,
1990a, 1992). En lo que respecta al doble bisel, pues, habíamos invertido los términos de la transferencia tecnológica.
Esta visión, por otro lado, ha tenido sus repercusiones bibliográficas, al haberse propuesto –en lógica consecuencia–
una filiación epipaleolítica para determinados conjuntos
geométricos neolíticos en que este retoque se halla presente de manera significativa, como en el caso del yacimiento
epicardial/postcardial de la Timba del Barenys (Miró, 1996)
e incluso en el de la estación del Neolítico final de La Borracha II (Gil González, 2000).
Actualmente, empero, no tendríamos tan clara esta cuestión, y así lo exponíamos en un trabajo relativamente reciente (Juan Cabanilles y Martí, 2002: 49, 66), aunque con
bastante anterioridad ya habíamos manifestado ciertas dudas
al respecto (Juan Cabanilles, 1992: 264). Las incertidumbres
provienen de una serie de constataciones, algunas obviadas
en su momento, otras de aportación más reciente, en las que
confluyen aspectos de contexto, estratigrafía y cronología.
Como hemos visto más arriba, el doble bisel estricto y las
otras modalidades de retoque bidireccional sobrepuesto,
aplicadas indiferentemente sobre triángulos, segmentos y
trapecios, hacen acto de presencia –en una forma, en otra o
en todas– en los niveles iniciales de los yacimientos del Neolítico antiguo cardial: Ib de Chaves, datado en 6770±70 BP
(fecha más alta, sobre carbón); capa 7 del sector H3 de Or,
en 6510±160 BP (fecha más alta, sobre cereal; el nivel arqueológico a que remite esta capa, el VI [=Or Ia analítico],
datado en 6720±380 BP –fecha más alta, sobre carbón– en
el sector J4); Guixeres NA card, sin datación, etc. Por su parte, el nivel 4 de Botiqueria ha sido fechado recientemente en
6830±50 BP (sobre hueso de mamífero) (Barandiarán y Cava, 2002: 298), lo que podría indicar aún una cierta prelación
“epipaleolítica” del doble bisel si no fuera porque en el yacimiento altoaragonés de Forcas II, con una secuencia que
contiene ocupaciones epipaleolíticas (antiguas y recientes) y
neolíticas, esta técnica aparece junto con cerámicas cardiales en uno de sus niveles de “transición”, el V, datado en
6970±130 BP (fecha más alta, sobre carbón) (Utrilla y Ma-
zo, 1997); si concedemos todo el valor “absoluto” a esta data, es “obvio” que Botiqueria 4 perdería el carácter de hito
más antiguo que momentáneamente le asignábamos.
Situados, pues, en los ambientes más mediterráneos, y
haciendo tabla rasa de los problemas de asociación arqueológica que pueden presentar las dataciones de Botiqueria 4
y Forcas II V, la impresión es que el doble bisel, en su inicial comparecencia, va unido a las primeras cerámicas, por
lo general cardiales, asociación que, aparte de las estaciones
“neolíticas”, parece también comprobarse en los propios
yacimientos de “tradición” epipaleolítica, como ocurre en
los del importante núcleo del Bajo Aragón otros que Botiqueria (Costalena, Pontet, Secans). Ante estas “evidencias”,
es cierto que sólo cabría ahora aceptarlas de grado. Y en lo
que respecta al otro tema implicado, el de las transferencias
tipológicas y tecnológicas y los sentidos (direcciones) en
que deben valorarse, algo muy en boga en la actualidad
(v. Marchand, 2000, 2005), habría que preguntarse en primer lugar si tales transferencias han existido realmente, y
de ser así, ver en los triángulos, más que en los segmentos,
un préstamo tipológico epipaleolítico al Neolítico y convenir, definitivamente con Fortea, un sentido inverso para el
doble bisel, técnica que en su modalidad estricta actúa sobre todo en las dos formas geométricas apuntadas.
Puntas de flecha
Para la valoración de las puntas de flecha nos limitaremos, por razones obvias, a los datos de Ereta del Pedregal.
En la tabla 15 se ofrecen las frecuencias, por niveles analíticos, de los distintos tipos de armaduras foliáceas constatados
en Ereta, agrupados por clases y subclases (esto en el caso
de las puntas de pedúnculo y aletas). A los tipos explícitos
de cada clase o subclase se han sumado los “asimétricos”
que les corresponde o que, por prioridad dada a uno de los
rasgos morfológicos de simetría, hemos creído más conveniente. En el listado de correspondencias que se detalla de
inmediato, los tipos asimilados se anotan después del signo
+ y con su denominación formal para comprobación del criterio seguido:
- Puntas romboidales: tipos PF2 a PF4 + PF43 (punta
asimétrica simple).
- Foliformes: PF5 a PF8.
- De base ensanchada: PF9 a PF11.
- Base estrechada: PF12 a PF14.
- Apéndices laterales: PF17 a PF23 + PF44 (punta asimétrica con apéndice lateral).
- Aletas rectas u obtusas: PF24 a PF28 + PF40 (punta
de pedúnculo y aletas disimétricas, recta-obtusa),
PF45 (punta asimétrica con aleta recta u obtusa).
- Aletas agudas incipientes o normales: PF29 a PF35 +
PF39 (fragmento de punta de pedúnculo y aletas agudas), PF41 (punta de pedúnculo y aletas disimétricas
recta/obtusa-aguda), PF46 (punta asimétrica con aleta aguda).
- Aletas agudas desarrolladas, rasas o sobrepasadas:
PF36 a PF38.
249
[page-n-261]
Clase PF2 a PF4
PF5 a PF8
PF9 a
PF11
PF12 a
PF14
PF17 a
PF23 +
PF44
PF24 a
PF28 +
PF40 y
PF45
Foliformes
Base
ensanchada
Base
estrechada
Apéndices
laterales
Aletas
rec./obt.
+ PF43
Nivel
EP I
EP II
EP III
EP IV
Romboidales
5
3
(6 %)
(4 %)
-
3
63
5
(4 %)
(77 %)
(6 %)
PF29 a
PF35 +
PF39,
PF41 y
PF46
Aletas agu.
inci./nor.
-
-
7
15
1
2
44
7
6
(16 %)
(1 %)
(2 %)
(46 %)
(7 %)
(6 %)
7
19
(11 %)
(29 %)
16
15
(9 %)
(8 %)
-
Total
Aletas agu.
des./ras./so.
(7 %)
PF36 a
PF38
-
4
15
7
9
1
(6 %)
(23 %)
(11 %)
(14 %)
82
95
(2 %)
10
21
31
63
9
(5 %)
(11 %)
(17 %)
(34 %)
66
(5 %)
184
Tabla 15.- Frecuencias de las puntas de flecha, agrupadas por clases tipológicas, en los nives analíticos de Ereta (PF2-PF4, PF43: romboidales;
PF5-PF8: foliformes; PF9-PF11: base ensanchada; PF12-PF14: base estrechada; PF17-PF23, PF44: apéndices laterales; PF24-PF28, PF40,
PF45: aletas rectas y obtusas; PF29-PF35, PF39, PF41, PF46: aletas agudas incipientes y normales;
PF36-PF38: aletas agudas desarrolladas, rasas y sobrepasadas).
Las clases no documentadas en Ereta –recordamos–
son las puntas triangulares de base recta o convexa (PF1),
las de base cóncava o aletas (PF15, PF16) y las de muescas
laterales (PF42). Los fragmentos no remisibles a ninguna
clase en concreto (PF47) sólo se han tenido en cuenta para
los recuentos totales de cada nivel y el consiguiente cálculo
de las frecuencias relativas, éstas redondeadas de la manera
ya explicada para la elaboración del gráfico 13 de bloques
de índices.
Como refleja la tabla 15, hay muy pocas clases de puntas –de las constatadas– no representadas en todos los niveles de Ereta. El caso mínimo lo constituyen las de base
ensanchada, con un solo ejemplar en EP-II;25 las de aletas
agudas incipientes o normales faltan en EP-I, y las de aletas agudas desarrolladas, rasas o sobrepasadas en EP-I y
EP-II, ausencias significativas como veremos más adelante.
Considerados los cuatro niveles individualmente, no hay
ninguna clase que sea categoría mayor (I>12,5%) en todos
ellos: las puntas de apéndices laterales alcanzarían dicho
rango en tres niveles (EP-I a III), las foliformes y las de aletas agudas incipientes o normales en dos (EP-II y III, y EPIII y IV, respectivamente), y las de aletas rectas u obtusas en
uno (EP-IV). Uniendo EP-III y EP-IV, por la equivalencia
cronocultural que revestirían en parte (hecha servir con anterioridad en el tratamiento de los grupos tipológicos), únicamente las puntas de apéndices laterales llegarían a ser
categoría mayor en los tres niveles resultantes. Estimados
otra vez EP-III y EP-IV por separado, las puntas romboidales y las de base estrechada constituirían categorías menores (I<12,5%) en todos los niveles, y las de base ensanchada
y las de aletas agudas desarrolladas, rasas o sobrepasadas
25
Clase bien atestiguada, sin embargo, en las cuevas de enterramiento precampaniformes del centro-sur valenciano (Cova d’en Pardo, Cova de la Pastora,
“grieta” de Les Llometes, Cova de la Barcella, etc.) (Soler Díaz, 2002, II: 21-27).
250
en aquellos donde aparecen, carácter que continuarían teniendo todas ellas de aunar EP-III y IV.
Individualizados de nuevo los niveles, las puntas de
apéndices laterales serían con mucho la clase preponderante
en EP-I y II (77 y 46%), a 71 (!) puntos de distancia de las
romboidales y de aletas rectas u obtusas en EP-I y a 30 (!)
puntos de las foliformes en EP-II. Éstas últimas, invirtiéndose los papeles, pasarían a dominar en EP-III (29%), a 6
puntos de las de apéndices laterales, mientras que en EP-IV
el predominio correspondería a las puntas de aletas agudas
incipientes o normales (34%), a 17 puntos de distancia de las
de aletas rectas u obtusas, dominancia que mantendrían si se
agruparan EP-III y IV, a unos 13 puntos ahora de la misma
subclase de puntas.
En cuanto a las tendencias observadas (v. gráfico 13),
las puntas romboidales manifiestan una leve progresión entre EP-I y II (1 punto), apenas mayor entre EP-II y III/IV
(2 puntos); constituyen una clase, al igual que las de base estrechada, poco relevante en el contexto de la Ereta, con la
particularidad añadida, para ambas clases, de que bastantes
de sus especimenes deben corresponder a formas a medio
camino (por conformación fallida o inacabado) de las puntas de apéndices laterales o de pedúnculo y aletas rectas u
obtusas. En una perspectiva parecida se sitúan las foliformes, que en muchos casos apenas sobrepasan el límite del
esbozo, lo que cuadraría con la marcada progresión que
muestran considerados los tres primeros niveles (12 puntos
entre EP-I y II, y 13 entre EP-II y III, distancias ambas significativas: p=0,01099 según test de Fisher, en el primer caso; en el segundo, χ2=3,9499 y p=0,046873).
[page-n-262]
Gráfico 13.- Bloques de índices comparados, por niveles analíticos, de las clases de puntas de flecha en los sectores centrales de Ereta.
Mención aparte merecen las dinámicas seguidas por las
puntas de apéndices laterales y las de pedúnculo y aletas.
Las primeras evidencian una acusada regresión de EP-I a
EP-IV con una caída de 66 (!) puntos entre estos dos niveles
,
(de 63 puntos entre EP-I y EP-III/IV),26 descenso que contrasta con el aumento gradual o súbito, según los niveles que
se considere y las clases específicas, de las armaduras de pedúnculo y aletas. Así, las de aletas rectas u obtusas progresan en toda la secuencia sin saltos demasiado bruscos
(1 punto entre EP-I y II, 4 entre EP-II y III, y 6 entre EP-III
y IV; unos 8 puntos entre EP-II y III/IV27); las de aletas agudas incipientes o normales comienzan su andadura, sintomáticamente, a partir de EP-II, con un salto cualitativo de 20
puntos entre EP-III y IV (de casi 23 puntos entre EP-II y
III/IV);28 y más sintomáticamente aún, las de aletas agudas
desarrolladas, rasas o sobrepasadas, aunque con porcentajes
modestos, quedan restringidas a los niveles superiores de
Ereta, o al superior si se quiere (EP-III/IV). La inversión de
tendencias que patentizan las puntas de apéndices laterales y
las de aletas agudas, más en concreto, constituye el principal
aspecto evolutivo que aporta la secuencia de la Ereta. Esta
peculiaridad ya había sido en cierta manera entrevista, en
relación con las armaduras de pedúnculo y aletas agudas, a
raíz de los resultados de las excavaciones de los años 40
(Fletcher, Pla y Llobregat, 1964: 6),29 por lo que aquí simplemente se ha corroborado una antigua apreciación, mantenida de continuo en la bibliografía regional, a partir de un
análisis tipológico y estratigráfico más minucioso.
Observados con detenimiento los datos evolutivos y de
representación de las puntas de flecha en la secuencia de la
Ereta, la única clase o subclase con carácter de indicador
cronocultural sería la de las armaduras de aletas agudas desarrolladas, rasas o sobrepasadas, al quedar circunscritos sus
tipos, como subrayábamos anteriormente, a los tramos superiores del yacimiento, esto es, a los niveles relacionados con
el Horizonte Campaniforme de Transición (v. cuadro 24).
Este carácter lo avalarían los ajuares líticos, por lo general
escasos, de aquellas cuevas sepulcrales que pueden juzgarse
contextos “cerrados” del HCT, que cuando comportan puntas de flecha suelen corresponder a los tipos mencionados
(p.e., Cova de Rocafort –Ballester, 1944–; Sima de la Pedrera –Aparicio, 1978–; en cierto modo, Cova del Negre –Pascual Benito, 1987-88–).30 Las puntas de apéndices laterales,
dada su distribución por todos los niveles de la Ereta, no serí-
26 La regresión es tan drástica y perceptible que no hace falta recurrir a
ninguna prueba estadística para cerciorar su altísima significación (la caída
de 66 puntos representa un χ2=112,34 y una p=3,0103E-26; la de 63 puntos, un χ2=114,99 y una p=7,8913E-27).
27 Sólo esta última diferencia no llegaría por poco a ser significativa:
χ2=3,7226; p=0,05368.
28 Obviamente, ambas diferencias son bastante y muy significativas: en el
primer caso, χ2=10,055 y p=0,001519; en el segundo, χ2=19,89 y
p=8,2033E-06.
29
Haciendo resumen de los materiales recuperados en las campañas de
1942-48, dichos autores indicaban que “El número de puntas de flecha de
sílex sobrepasa el de 1.500, predominando las romboidales, y las de pedúnculo y aletas, de las cuales, las de aletas prolongadas hacia abajo son más
frecuentes en los niveles I y II”.
30 Algún lugar de hábitat atribuido a este mismo horizonte campaniforme,
como el poblado de Arenal de la Costa, se sumaría a estos ejemplos: de las
cinco armaduras foliáceas recogidas en excavación, tres serían de aletas
agudas desarrolladas, frente a un ejemplar de apéndices laterales y un fragmento (Pascual Benito, 1993).
251
[page-n-263]
an en sí un buen marcador cronológico. Esto no obstante, su
condición de armaduras características (por dominancia absoluta) del Neolítico final e incluso del Eneolítico inicial o pleno, tal como se definen estas etapas o fases en la misma Ereta
(tramos inferiores y medios de la estratigrafía), les conferiría
esa cualidad de marcadores, que no tienen como tipos aislados,
desde un punto de vista “estadístico”, es decir, desde la estimación de las proporciones relativas en muestras amplias de
puntas. En el mismo caso se encontrarían las armaduras de aletas agudas incipientes o normales, las más corrientes de la clase general de aletas agudas, que recogen el protagonismo
“estadístico” de las anteriores en el Eneolítico final o etapa
propiamente campaniforme.
En definitiva, y como ya concluíamos tras la valoración
global de los grupos tipológicos y su comportamiento en el
seno de la Ereta, la secuencia de este yacimiento encierra
también, pero ahora particularmente, un buen modelo evolutivo para las puntas de flecha, cuya validez para el ordenamiento cronocultural habrá que seguir poniendo a prueba.
La última cuestión a tratar en relación con las puntas
foliáceas es también cronológica, y bastante delicada si lo
que se quiere es precisar al máximo el horizonte cronocultural de aparición de estas piezas en el ámbito valenciano.
La principal razón se encuentra en la falta de buenos conjuntos líticos estratificados, que no tanto cerámicos, entre la
fase epicardial del Neolítico antiguo y la propia del Neolítico final que determina el primer nivel de la Ereta (EP-I).
En su momento ya nos hemos referido al escaso poder de
resolución en este sentido de la secuencia de la Cova de
l’Or, nulo en el caso de la más completa estratigrafía de la
Cova de les Cendres, donde las puntas de flecha no se cuentan entre los materiales, por lo demás pobres tipológicamente, de los sectores estudiados y publicados (García
Puchol, 2005). El único dato ahora mismo a tener en cuenta, aunque con todas las reservas por su provisionalidad,
proviene del yacimiento de la Cova d’en Pardo, una cavidad
de habitación y de enterramiento utilizada desde el Neolítico antiguo y emplazada en la misma región que Or o Cendres. Las más recientes excavaciones en este yacimiento,
iniciadas en los pasados años 90 y todavía en curso, han
permitido aislar un nivel (En Pardo IV) remisible al horizonte de las cerámicas esgrafiadas (Neolítico medio/final, o
NIIA –primera fase del Neolítico final– en la sistematización de Bernabeu; v. cuadro 24), en el que cerámicas de este tipo parecen ir asociadas a puntas foliáceas y a algunos
restos humanos, indicando éstos posiblemente el comienzo
del uso funerario de la cueva (Soler Díaz, 1999; Soler Díaz
et al., 1999). Dicho nivel se dataría en 5510±60 y 5420±60
BP, fechas sobre carbón próximas a la obtenida en Cendres
para el mismo horizonte cronocultural (nivel V, 5330±110
BP; Bernabeu, Fumanal y Badal, 2001). De todas formas, y
252
como subrayábamos ya de entrada, se trata de un dato que
necesita total comprobación, máxime en un yacimiento
con una compleja estratigrafía derivada del mencionado
uso funerario, evidenciado más claramente para las fases
del Neolítico final/Eneolítico (niveles III y II).
Dejando de lado el nivel IV de En Pardo, hoy por hoy, y
en el marco valenciano, la datación C14 más antigua asociada a puntas de flecha foliáceas procede del poblado de Les
Jovades, cuyo contexto arqueológico general no parece ir
más allá, ni acá, del que definen las fases I y II de la Ereta
(Neolítico final y Eneolítico inicial/pleno; NIIB1 y 2 en el esquema de Bernabeu). La fecha en cuestión, 4810±60 BP (sobre carbones), la más alta de la serie con que se cuenta para
Jovades (Bernabeu, dir., 1993), data el relleno inferior de una
de sus grandes estructuras excavadas (la 129, nivel III), depósito que, entre otros materiales, contiene una punta de
apéndices laterales y otra de base ensanchada, sintomáticamente dos de los tipos más antiguos según revela la secuencia de la Ereta. Esta fecha de Jovades, pues, podría indicar el
horizonte cronológico de “generalización” de las puntas foliáceas en el ámbito centro-meridional mediterráneo, a situar
hacia la mitad del IV milenio a.C. (calibrado). Un momento,
si no apenas posterior, en el que ocurriría lo mismo en otros
espacios peninsulares como por ejemplo el valle medio-alto
del Ebro, si se atiende a las dataciones de los sepulcros “colectivos” de Longar (Armendáriz e Irigaray, 1995) y San Juan
ante Portam Latinam (Vegas, 1999). En el primero, una serie
de seis fechas, sobre huesos humanos, se escalonan entre
4580±90 y 4445±70 BP; en el segundo, las datas admitidas
(cinco de once), también sobre huesos humanos, lo hacen entre 4570±40 y 4460±70 BP. El Caso de San Juan reviste una
significación especial, ya que dos de las fechas de la serie
(4520±75 y 4520±50 BP) corresponden a muestras esqueléticas de sendos individuos heridos por puntas de flecha, proporcionando un testimonio de asociación irrefutable.
***
Los temas, cuestiones y aspectos concretos tratados en
este último capítulo son algunos de los que permite la tipología como herramienta de trabajo. Los resultados y consideraciones expuestos son bien propicios para insistir en las
posiciones defendidas en un inicio: que la tipología, como
instrumento “cronológico”, no se contrapone en absoluto a
la datación radiométrica (C14), o como enfoque particular
de estudio, a otros enfoques como la tecnología o la funcionalidad. Todos estos “medios” de la investigación arqueológica, más que excluirse, se complementan, contribuyendo en
conjunto a la comprensión de las sociedades del pasado.
[page-n-264]
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[page-n-280]
APÉNDICE I
LISTADO TIPOLÓGICO PARA EL UTILLAJE LÍTICO
DE TALLA DE LA PREHISTORIA RECIENTE VALENCIANA
(LISTAS AMPLIA Y REDUCIDA)
[page-n-281]
[page-n-282]
LISTA TIPOLÓGICA AMPLIA
PARA EL NEOLÍTICO, ENEOLÍTICO Y EDAD DEL BRONCE
I. RASPADORES (R)
IV. MUESCAS Y DENTICULADOS (MD)
1.
2.
3.
4.
5.
22.
23.
24.
25.
26.
27.
28.
Raspador sobre lasca espesa (R1)
Raspador sobre lasca delgada (R2)
Raspador sobre lasca delgada retocada (R3)
Raspador sobre hoja u hojita (R4)
Raspador sobre hoja u hojita retocada (R5)
II. PERFORADORES Y TALADROS (P)
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
Perforador sobre lasca (P1)
Perforador sobre hoja u hojita (P2)
Taladro sobre lasca (P3)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta corta y retoque directo
(P4)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta corta y retoque alterno
(P5)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque directo y
base acomodada (P6)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque directo y
base no acomodada (P7)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque alterno y
base acomodada (P8)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga, retoque alterno y
base no acomodada (P9)
Taladro sobre hoja u hojita, de punta larga y retoque inverso
(P10)
Fragmento de taladro sobre hoja u hojita (P11)
III. PIEZAS CON BORDE ABATIDO (A)
17.
18.
19.
20.
21.
Lasca con borde abatido (A1)
Hoja u hojita con borde abatido [rectilíneo total] (A2)
Hoja u hojita con borde abatido [rectilíneo] parcial (A3)
Hoja u hojita con borde abatido arqueado (A4)
Fragmento de hoja u hojita con borde abatido (A5)
29.
30.
31.
32.
33.
34.
35.
Lasca espesa con muesca(s) (MD1)
Lasca delgada con muesca(s) (MD2)
Hoja u hojita con muesca(s) (MD3)
Fragmento de hoja u hojita con muesca(s) (MD4)
Lasca espesa con denticulación (MD5)
Lasca delgada con denticulación (MD6)
Lasca [espesa o delgada] con denticulación muy marginal
(MD7)
Hoja u hojita con denticulación unilateral (MD8)
Hoja u hojita con denticulación bilateral (MD9)
Fragmento de hoja u hojita con denticulación (MD10)
Hoja u hojita con denticulación muy marginal (MD11)
Fragmento de hoja u hojita con denticulación muy marginal
(MD12)
Hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta] (MD13)
Fragmento de hoja u hojita con muesca y denticulación
[opuesta] (MD14)
V. TRUNCADURAS (T)
36. Truncadura sobre lasca (T1)
37. Truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita
(T2)
38. Fragmento de truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre
hoja u hojita (T3)
39. Truncadura normal convexa sobre hoja u hojita (T4)
40. Fragmento de truncadura normal convexa sobre hoja u hojita
(T5)
41. Truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita
(T6)
42. Fragmento de truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre
hoja u hojita (T7)
43. Truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita (T8)
44. Fragmento de truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita
(T9)
45. Truncadura doble sobre hoja u hojita (T10)
271
[page-n-283]
VI. GEOMÉTRICOS (G)
46.
47.
48.
49.
50.
51.
52.
53.
54.
55.
56.
57.
58.
59.
60.
61.
62.
63.
64.
Segmento de retoque abrupto (G1)
Segmento de retoque en doble bisel (G2)
Triángulo de retoque abrupto (G3)
Triángulo de retoque en doble bisel (G4)
Trapecio simétrico [lados rectilíneos] (G5)
Trapecio asimétrico [lados rectilíneos] (G6)
Trapecio simétrico o asimétrico con retoque oblicuo o rasante complementario (G7)
Trapecio con lado(s) cóncavo(s) (G8)
Trapecio con lado(s) cóncavo(s) y retoque oblicuo o rasante
complementario (G9)
Trapecio con lado(s) convexo(s) (G10)
Trapecio rectángulo con lado menor rectilíneo o cóncavo
(G11)
Trapecio rectángulo con lado menor convexo (G12)
Trapecio rectángulo con retoque oblicuo o rasante complementario (G13)
Trapecio de bases desplazadas con lado menor rectilíneo
(G14)
Trapecio de bases desplazadas con lado menor cóncavo (G15)
Trapecio de bases desplazadas con retoque oblicuo o rasante
complementario (G16)
Trapecio con base pequeña retocada (G17)
Rectángulo de retoque abrupto (G18)
Rectángulo con retoque oblicuo o rasante complementario
(G19)
VII. HOJAS U HOJITAS CON RETOQUE MARGINAL
(HRM)
65. Hoja u hojita con retoque muy marginal unilateral (HRM1)
66. Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral unidireccional (HRM2)
67. Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral bidireccional (HRM3)
68. Fragmento de hoja u hojita con retoque muy marginal
(HRM4)
69. Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total unidireccional (HRM5)
70. Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total alternante
(HRM6)
71. Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial (HRM7)
72. Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total unidireccional (HRM8)
73. Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total alterno
(HRM9)
74. Hoja u hojita con otro retoque marginal bilateral total bidireccional (HRM10)
75. Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial unidireccional (HRM11)
76. Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial alterno
(HRM12)
77. Hoja u hojita con otro retoque marginal bilateral parcial bidireccional (HRM13)
78. Hoja u hojita con retoque marginal total y parcial opuesto
(HRM14)
79. Fragmento de hoja u hojita con retoque marginal (HRM15)
272
VIII. HOJAS U HOJITAS CON BASE
ESTRECHADA (HBE)
80. Hoja u hojita con escotadura contigua a talón o a extremo distal (HBE1)
81. Hoja u hojita con escotadura contigua a fractura (HBE2)
82. Hoja u hojita con escotadura doble (HBE3)
83. Hoja u hojita con abatimiento parcial oblicuo contiguo a talón
o a extremo distal (HBE4)
84. Hoja u hojita con abatimiento parcial oblicuo contiguo a fractura (HBE5)
85. Hoja u hojita con doble abatimiento parcial oblicuo (HBE6)
IX. HOJAS U HOJITAS CON RETOQUE PLANO O
SOBREELEVADO (HRP)
86. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral total (HRP1)
87. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral parcial (HRP2)
88. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral bifacial (HRP3)
89. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral total
(HRP4)
90. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral parcial (HRP5)
91. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado total y parcial
opuesto (HRP6)
92. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y bifacial (HRP7)
93. Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado
(HRP8)
94. Hoja u hojita apuntada por retoque plano o sobreelevado bilateral (HRP9)
95. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y
frente de raspador (HRP10)
96. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado y oblicuo
marginal (HRP11)
97. Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado
y oblicuo marginal (HRP12)
X. PUNTAS DE FLECHA (PF)
98. Punta triangular de base recta o convexa (PF1)
99. Punta romboidal simétrica (PF2)
100. Punta romboidal asimétrica (PF3)
101. Punta rombo-ojival (PF4)
102. Punta foliforme simétrica de base apuntada (PF5)
103. Punta foliforme asimétrica de base apuntada (PF6)
104. Punta foliforme de base redondeada (PF7)
105. Fragmento de punta foliforme (PF8)
106. Punta romboidal de base ensanchada (PF9)
107. Punta foliforme de base ensanchada (PF10)
108. Punta rombo-ojival de base ensanchada (PF11)
109. Punta foliforme con pedúnculo o base estrechada (PF12)
110. Punta romboidal de base estrechada (PF13)
111. Punta rombo-ojival de base estrechada (PF14)
112. Punta triangular de base cóncava o de aletas (PF15)
113. Punta foliforme de base cóncava o de aletas (PF16)
114. Punta romboidal simétrica con apéndices laterales (PF17)
115. Punta romboidal asimétrica con apéndices laterales (PF18)
116. Punta foliforme con apéndices laterales (PF19)
117. Punta rombo-ojival con apéndices laterales (PF20)
[page-n-284]
118. Punta de base ensanchada y apéndices laterales (PF21)
119. Punta de pedúnculo o base estrechada y apéndices laterales
(PF22)
120. Fragmento de punta con apéndices laterales (PF23)
121. Punta de pedúnculo y aletas rectas (PF24)
122. Punta de pedúnculo [normal o largo] y aletas obtusas [de lados rectilíneos] (PF25)
123. Punta de pedúnculo corto y aletas obtusas [de lados rectilíneos] (PF26)
124. Punta de pedúnculo y aletas obtusas, de lados cóncavos o sinuosos (PF27)
125. Punta de pedúnculo y aletas obtusas, de lados convexos
(PF28)
126. Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas incipientes
(PF29)
127. Punta de pedúnculo corto y aletas agudas incipientes (PF30)
128. Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas [normales] [de
lados rectilíneos] (PF31)
129. Punta de pedúnculo corto y aletas agudas [normales] [de lados rectilíneos] (PF32)
130. Punta de pedúnculo largo y aletas agudas [normales] (PF33)
131. Punta de pedúnculo y aletas agudas [normales], de lados cóncavos o sinuosos (PF34)
132. Punta de pedúnculo y aletas agudas [normales], de lados convexos (PF35)
133. Punta de pedúnculo [normal] y aletas agudas desarrolladas
(PF36)
134. Punta de pedúnculo corto y aletas agudas desarrolladas
(PF37)
135. Punta de pedúnculo y aletas agudas rasas o sobrepasadas
(PF38)
136. Fragmento de punta de pedúnculo y aletas agudas (PF39)
137. Punta de pedúnculo y aletas disimétricas, recta-obtusa (PF40)
138. Punta de pedúnculo y aletas disimétricas recta/obtusa-aguda
(PF41)
139. Punta con muescas laterales (PF42)
140. Punta asimétrica simple (PF43)
141. Punta asimétrica con apéndice lateral (PF44)
142. Punta asimétrica con aleta recta u obtusa (PF45)
143. Punta asimétrica con aleta aguda (PF46)
144. Fragmento de punta de flecha (PF47)
XI. ESBOZOS Y PREFORMAS FOLIÁCEOS (EF)
145.
146.
147.
148.
149.
150.
Gran pieza foliácea de retoque unifacial (EF1)
Gran pieza foliácea de retoque bifacial (EF2)
Fragmento de gran pieza foliácea (EF3)
Pequeña pieza bifacial foliforme (EF4)
Pequeña pieza bifacial geométrica (EF5)
Fragmento de pequeña pieza bifacial foliforme o geométrica
(EF6)
151. Pequeña pieza bifacial con rasgo morfotipológico insinuado
(EF7)
152. Lasca apuntada por retoque plano (EF8)
153. Hoja u hojita apuntada por retoque plano (EF9)
XII. PLACAS RETOCADAS (PR)
154. Placa con retoque unilateral (PR1)
155. Placa con retoque bilateral (PR2)
156. Placa apuntada por retoque bilateral (PR3)
XIII. SIERRAS Y DIENTES DE HOZ (DH)
157. Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja (DH1)
158. Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja truncada o bitruncada (DH2)
159. Sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja truncada o bitruncada y dorso abrupto (DH3)
160. Fragmento de sierra o diente de hoz [simple] sobre hoja
(DH4)
161. Sierra o diente de hoz doble sobre hoja (DH5)
162. Sierra o diente de hoz doble sobre hoja truncada o bitruncada
(DH6)
163. Fragmento de sierra o diente de hoz doble sobre hoja (DH7)
164. Sierra o diente de hoz sobre lasca (DH8)
165. Sierra o diente de hoz sobre lasca con dorso abrupto (DH9)
166. Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada
(DH10)
167. Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada y
dorso abrupto rectilíneo (DH11)
168. Sierra o diente de hoz sobre lasca truncada o bitruncada y
dorso abrupto curvo (DH12)
169. Fragmento de sierra o diente de hoz sobre lasca (DH13)
170. Sierra o diente de hoz sobre placa (DH14)
171. Fragmento de sierra o diente de hoz sobre placa (DH15)
XIV. PIEZAS ASTILLADAS (PA)
172.
173.
174.
175.
176.
177.
Pieza con astillamiento unipolar (PA1)
Pieza con astillamiento unipolar y otro retoque lateral (PA2)
Pieza con astillamiento bipolar (PA3)
Pieza con astillamiento bipolar y otro retoque lateral (PA4)
Pieza con astillamiento lateral (PA5)
Pieza con astillamiento unipolar o bipolar y lateral (PA6)
XV. LASCAS RETOCADAS (LR)
178.
179.
180.
181.
182.
183.
184.
185.
Lasca con retoque muy marginal (LR1)
Lasca con retoque marginal unilateral (LR2)
Lasca con retoque marginal bilateral o multilateral (LR3)
Lasca con retoque marginal bifaz (LR4)
Lasca con retoque plano o sobreelevado (LR5)
Lasca con retoque plano o sobreelevado bifaz (LR6)
Lasca con extracciones unifaciales (LR7)
Lasca con extracciones bifaciales (LR8)
XVI. PIEZAS CON SEÑALES DE USO O FILO
EMBOTADO (PE)
186.
187.
188.
189.
190.
Lasca con embotadura unilateral (PE1)
Lasca con embotadura bilateral o multilateral (PE2)
Hoja u hojita con embotadura unilateral (PE3)
Hoja u hojita con embotadura bilateral (PE4)
Fragmento de hoja u hojita con embotadura (PE5)
XVII. DIVERSOS (D)
191.
192.
193.
194.
195.
196.
Pieza con golpe(s) de buril (D1)
Microburil (D2)
Pieza de corte distal (D3)
Hoja u hojita con retoque distal (D4)
Puñal (D5)
Varios (D6)
273
[page-n-285]
LISTA TIPOLÓGICA REDUCIDA
(Sólo grupos simplificados)
II. PERFORADORES Y TALADROS (P)
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
Perforador o “bec” sobre lasca (P1)
Perforador sobre hoja u hojita (P2)
Taladro de retoque directo y punta corta (P3)
Taladro de retoque directo y punta larga (P4)
Taladro de retoque alterno y punta corta (P5)
Taladro de retoque alterno y punta larga (P6)
Taladro de retoque inverso (P7)
Fragmento de taladro (P8)
IV. MUESCAS Y DENTICULADOS (MD)
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26
27.
Lasca con muesca(s) (MD1)
Hoja u hojita con muesca(s) (MD2)
Fragmento de hoja u hojita con muesca(s) (MD3)
Lasca con denticulación (MD4)
Hoja u hojita con denticulación unilateral (MD5)
Hoja u hojita con denticulación bilateral (MD6)
Fragmento de hoja u hojita con denticulación (MD7)
Hoja u hojita con muesca y denticulación [opuesta] (MD8)
Fragmento de hoja u hojita con muesca y denticulación
[opuesta] (MD9)
V. TRUNCADURAS (T)
28. Truncadura sobre lasca (T1)
29. Truncadura normal, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita
(T2)
30. Truncadura normal convexa sobre hoja u hojita (T3)
31. Truncadura oblicua, rectilínea o cóncava, sobre hoja u hojita
(T4)
32. Truncadura oblicua convexa sobre hoja u hojita (T5)
33. Truncadura doble sobre hoja u hojita (T6)
68. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral parcial (HRP2)
69. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral bifacial (HRP3)
70. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral total
(HRP4)
71. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral parcial (HRP5)
72. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado total y parcial
opuesto (HRP6)
73. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y bifacial (HRP7)
74. Fragmento de hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado
(HRP8)
75. Hoja u hojita apuntada por retoque plano o sobreelevado bilateral (HRP9)
76. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado bilateral y
frente de raspador (HRP10)
X. PUNTAS DE FLECHA (PF)
…
100. Punta de pedúnculo [normal o largo] y aletas rectas u obtusas
[de lados rectilíneos] (PF24)
101. Punta de pedúnculo corto y aletas rectas u obtusas [de lados
rectilíneos] (PF25)
102. Punta de pedúnculo y aletas rectas u obtusas, de lados cóncavos o sinuosos (PF26)
103. Punta de pedúnculo y aletas rectas u obtusas, de lados convexos (PF27)
…
XIV. PIEZAS ASTILLADAS (PA)
VII. HOJAS U HOJITAS CON RETOQUE MARGINAL
(HRM)
53.
54.
55.
56.
57.
58.
59.
Hoja u hojita con retoque muy marginal unilateral (HRM1)
Hoja u hojita con retoque muy marginal bilateral (HRM2)
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral total (HRM3)
Hoja u hojita con retoque marginal unilateral parcial (HRM4)
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral total (HRM5)
Hoja u hojita con retoque marginal bilateral parcial (HRM6)
Hoja u hojita con retoque marginal total y parcial opuesto
(HRM7)
60. Fragmento de hoja u hojita con retoque marginal o muy marginal (HRM8)
IX. HOJAS U HOJITAS CON RETOQUE PLANO O
SOBREELEVADO (HRP)
67. Hoja u hojita con retoque plano o sobreelevado unilateral total (HRP1)
274
150. Pieza con astillamiento unilateral o simple (PA1)
151. Pieza con astillamiento unilateral y otro retoque [no astillado]
(PA2)
152. Pieza con astillamiento bilateral o doble (PA3)
153. Pieza con astillamiento bilateral y otro retoque [no astillado]
(PA4)
154. Pieza con astillamiento multilateral o múltiple (PA5)
XV. LASCAS RETOCADAS (LR)
155. Lasca con retoque marginal o muy marginal unilateral (LR1)
156. Lasca con retoque marginal o muy marginal bilateral o multilateral (LR2)
157. Lasca con retoque plano o sobreelevado (LR3)
158. Lasca con retoque [lateral] bifaz (LR4)
159. Lasca con extracciones unifaciales (LR5)
160. Lasca con extracciones bifaciales (LR6)
[page-n-286]
APÉNDICE II
CUADROS DE INVENTARIO TIPOLÓGICO
DEL UTILLAJE DE LA COVA DE L’OR
Y DE LA ERETA DEL PEDREGAL
POR NIVELES ANALÍTICOS
[page-n-287]
[page-n-288]
Yacimiento: COVA DE L’OR
Nivel analítico: OR Ia
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
1
1
0’18
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
20
3’71
2
1
3
2
1
5
1
4
0’38
0’18
0’55
0’38
0’18
0’92
0’18
0’74
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
9
3
1
1
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
80
3
8
10
6
4
5
17
7
6
9
2
3
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
1’67 67. HRM3
0’55 68. HRM4
0’18 69. HRM5
0’18 70. HRM6
71. HRM7
0’74 72. HRM8
73. HRM9
14’86 74. HRM10
0’55 75. HRM11
1’48 76. HRM12
1’85 77. HRM13
1’11 78. HRM14
79. HRM15
0’74
0’92 VIII. HBE
3’15 80. HBE1
1’30 81. HBE2
1’11 82. HBE3
1’67 83. HBE4
0’38 84. HBE5
0’55 85. HBE6
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
21
1
8
3
1
3’90
0’18
1’48
0’55
0’18
2
5
1
0’38
0’92
0’18
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
61
2
3
1
1
4
%
0’18
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
0’18
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
11’33
0’38 X. PF
0’55 98. PF1
0’18 99. PF2
N
11
19
18
2
3
1
1
84
14
3
5
5
3
1
21
2
1
1
6
2
1
3
16
22
9
3
1
3
6
3
1
%
Grupo/tipo
100. PF3
2’04 101. PF4
3’53 102. PF5
103. PF6
3’34 104. PF7
0’38 105. PF8
0’55 106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
0’18 111. PF14
112. PF15
0’18 113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
15’61 117. PF20
2’60 118. PF21
0’55 119. PF22
0’92 120. PF23
0’92 121. PF24
0’55 122. PF25
0’18 123. PF26
3’90 124. PF27
0’38 125. PF28
0’18 126. PF29
0’18 127. PF30
1’11 128. PF31
0’38 129. PF32
0’18 130. PF33
0’55 131. PF34
2’97 132. PF35
133. PF36
4’08 134. PF37
1’67 135. PF38
0’55 136. PF39
0’18 137. PF40
0’55 138. PF41
1’11 139. PF42
140. PF43
141. PF44
0’55 142. PF45
143. PF46
144. PF47
0’18
1
1
0’18
0’18
-
N
-
-
-
-
-
34
3
23
6
6’31
0’55
4’27
1’11
2
0’38
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
XII. PR
154. PR1
%
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
-
N
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
-
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
%
198 36’80
21 3’90
3
0’55
73 13’56
45 8’36
56 10’40
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
5
1
0’92
0’18
1
2
0’18
0’38
1
0’18
538
100
N TOTAL
277
[page-n-289]
Yacimiento: COVA DE L’OR
Nivel analítico: OR Ib
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
3
2
1
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
15
2’68
1
0’17
4
2
3
0’71
0’35
0’53
3
1
1
0’53
0’17
0’17
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
%
0’53
0’35
0’17
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
7
1’25 67. HRM3
68. HRM4
2
0’35 69. HRM5
2
0’35 70. HRM6
1
0’17 71. HRM7
2
0’35 72. HRM8
73. HRM9
107 19’14 74. HRM10
2
0’35 75. HRM11
6
1’07 76. HRM12
13 2’32 77. HRM13
5
0’89 78. HRM14
13 2’32 79. HRM15
8
1’43
8
1’43 VIII. HBE
23 4’11 80. HBE1
4
0’71 81. HBE2
8
1’43 82. HBE3
13 2’32 83. HBE4
2
0’35 84. HBE5
2
0’35 85. HBE6
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
3’04
0’35
0’71
0’35
3
4
0’53
0’71
2
0’35
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
278
17
2
4
2
56
2
1
2
10’01
0’35 X. PF
0’17 98. PF1
0’35 99. PF2
N
%
Grupo/tipo
100. PF3
5
0’89 101. PF4
15 2’68 102. PF5
1
0’17 103. PF6
22 3’93 104. PF7
2
0’35 105. PF8
2
0’35 106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
4
0’71 113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
114 20’39 117. PF20
20 3’57 118. PF21
6
1’07 119. PF22
1
0’17 120. PF23
5
0’89 121. PF24
4
0’71 122. PF25
6
1’07 123. PF26
27 4’83 124. PF27
2
0’35 125. PF28
2
0’35 126. PF29
2
0’35 127. PF30
6
1’07 128. PF31
4
0’71 129. PF32
2
0’35 130. PF33
4
0’71 131. PF34
23 4’11 132. PF35
133. PF36
14 2’50 134. PF37
4
0’71 135. PF38
1
0’17 136. PF39
1
0’17 137. PF40
2
0’35 138. PF41
5
0’89 139. PF42
1
0’17 140. PF43
141. PF44
142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
2
-
-
XII. PR
154. PR1
-
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
-
-
1
0’17
1
0’17
46
13
22
10
1
8’22
2’32
3’93
1’78
0’17
168 30’05
15 2’68
5
0’89
65 11’62
43 7’69
40 7’15
0’17
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
%
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
1
N
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
0’17
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
1
%
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
9
2
1
1
4
1’61
0’35
0’17
0’17
0’71
1
0’17
559
100
0’35
N TOTAL
[page-n-290]
Yacimiento: COVA DE L’OR
Nivel analítico: OR II
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
2
2
%
0’63
0’63
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
12
3’79
2
0’63
2
1
3
1
3
0’63
0’31
0’94
0’31
0’94
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
6
2
1
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
42
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
N
1
5
7
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
102. PF5
103. PF6
2’21 104. PF7
105. PF8
0’94 106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
0’31 111. PF14
112. PF15
0’94 113. PF16
0’31 114. PF17
115. PF18
116. PF19
17’72 117. PF20
1’58 118. PF21
119. PF22
0’31 120. PF23
0’63 121. PF24
1’89 122. PF25
0’63 123. PF26
6’64 124. PF27
0’31 125. PF28
0’31 126. PF29
0’31 127. PF30
128. PF31
129. PF32
130. PF33
1’26 131. PF34
3’79 132. PF35
133. PF36
2’84 134. PF37
1’26 135. PF38
136. PF39
137. PF40
0’63 138. PF41
0’63 139. PF42
0’31 140. PF43
141. PF44
0’63 142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
1
0’31
2
1
0’31
7
3
1
3
1
56
5
8
6
1
3
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
1’89 67. HRM3
0’63 68. HRM4
0’31 69. HRM5
70. HRM6
0’31 71. HRM7
0’63 72. HRM8
73. HRM9
13’29 74. HRM10
75. HRM11
2’53 76. HRM12
1’89 77. HRM13
0’31 78. HRM14
0’94 79. HRM15
7
4
2
4
4
2
2’21
1’26
0’63
1’26
1’26
0’63
9
4
1
0’31
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
18
1
2
2
5’69
0’31
0’63
0’63
2
7
2
0’63
2’21
0’63
2
0’63
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
34
4
1
1
10’75
1’26 X. PF
0’31 98. PF1
0’31 99. PF2
1
2
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
1
2
6
2
21
1
1
1
4
12
2
2
1
2
4
%
0’31
1’58
2’21
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
%
0’31
1
0’31
1
1
0’31
0’31
0’63
1
1
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
1
1
0’31
0’31
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
4
1’26
1
2
0’31
0’63
1
0’31
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
26
6
11
8
8’22
1’89
3’48
2’53
1
0’31
93
10
4
42
20
17
29’43
3’16
1’26
13’29
6’32
5’37
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
5
2
1’58
0’63
2
0’63
1
0’31
316
100
0’31
0’31
-
N
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
1
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
-
1’26
XII. PR
154. PR1
N TOTAL
279
[page-n-291]
Yacimiento: COVA DE L’OR
Nivel analítico: OR III
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
-
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
1
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
1
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
19
1
4
1
1
2
2
5
3
2
%
-
0’75
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
0’75 67. HRM3
68. HRM4
0’75 69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
14’28 74. HRM10
0’75 75. HRM11
3’00 76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
1’50
1’50 VIII. HBE
3’75 80. HBE1
2’25 81. HBE2
1’50 82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
1’50
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
2
1
0’75
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
280
Grupo/tipo
100. PF3
0’75 101. PF4
2’25 102. PF5
0’75 103. PF6
0’75 104. PF7
105. PF8
106. PF9
1’50 107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
0’75 113. PF16
1’50 114. PF17
2’25 115. PF18
116. PF19
15’03 117. PF20
3’00 118. PF21
119. PF22
0’75 120. PF23
1’50 121. PF24
122. PF25
123. PF26
0’75 124. PF27
125. PF28
126. PF29
0’75 127. PF30
2’25 128. PF31
2’25 129. PF32
0’75 130. PF33
0’75 131. PF34
2’25 132. PF35
133. PF36
3’75 134. PF37
2’25 135. PF38
136. PF39
137. PF40
1’50 138. PF41
139. PF42
140. PF43
141. PF44
2’25 142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
1
0’75
-
1
0’75
1
0’75
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
2
1’50
XII. PR
154. PR1
-
1
3
1
1
2
1
2
3
0’75
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
15
1
11’27
0’75 X. PF
98. PF1
99. PF2
1
N
0’75
20
4
1
2
1
1
3
3
1
1
3
5
3
2
3
%
0’75
-
N
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
-
-
-
-
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
12
1
10
1
9’02
0’75
7’51
0’75
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
1
0’75
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
1
%
50
9
37’59
6’76
17
15
9
12’78
11’27
6’76
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
3
2’25
2
1’50
1
0’75
133
100
N TOTAL
[page-n-292]
Yacimiento: ERETA DEL PEDREGAL
Nivel analítico: EP-I
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
3
%
0’93
1
0’31
2
0’62
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
3
0’93
1
0’31
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
4
4
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
20
6’21
2
2
0’62
0’62
2
3
0’62
0’93
4
3
4
1’24
0’93
1’24
2
0’62
1’24
1’24
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
7
1
2’17
0’31
1
0’31
3
1
0’93
0’31
1
0’31
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
8
0’31
N
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
41
1
7
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
1’24 102. PF5
103. PF6
104. PF7
105. PF8
106. PF9
107. PF10
108. PF11
0’31 109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
0’62 113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
9’00 117. PF20
1’24 118. PF21
0’31 119. PF22
0’31 120. PF23
0’62 121. PF24
0’93 122. PF25
0’31 123. PF26
1’55 124. PF27
125. PF28
126. PF29
127. PF30
0’31 128. PF31
0’31 129. PF32
130. PF33
131. PF34
3’10 132. PF35
133. PF36
0’62 134. PF37
135. PF38
0’31 136. PF39
137. PF40
138. PF41
0’31 139. PF42
140. PF43
141. PF44
12’73 142. PF45
0’31 143. PF46
2’17 144. PF47
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
67. HRM3
68. HRM4
69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
74. HRM10
75. HRM11
76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
29
4
1
1
2
3
1
5
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
2
4
1
2
3
9
2
2
8
2
1’24
0’31
0’62
0’93
2’79
0’62
0’62
2’48
0’62
X. PF
98. PF1
99. PF2
82
25’46
4
1
2
1
1
10
1
1
%
2’48
1
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
N
2
2
1
%
0’62
0’62
0’31
1
1
0’31
0’31
3
0’93
15
25
6
4
4’65
7’76
1’86
1’24
3
5
0’93
1’55
1
2
0’31
0’62
0’31
1’55
0’62
3
N
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
2
2
0’62
0’62
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
10
1
3
5
3’10
0’31
0’93
1’55
1
0’31
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
1
5
2
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
37
1
7
4
1
4
1
8
11
11’49
0’31
2’17
1’24
0’31
1’24
0’31
2’48
3’41
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
31
5
9’62
1’55
7
10
9
2’17
3’10
2’79
2
2
0’62
0’62
322
100
0’93
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
33
1
4
7
7
1
6
5
2
XVII. D
10’24 191. D1
0’31 192. D2
1’24 193. D3
194. D4
2’17 195. D5
2’17 196. D6
0’31
1’86
1’55
0’62
XII. PR
154. PR1
8
8
2’48
2’48
N TOTAL
281
[page-n-293]
Yacimiento: ERETA DEL PEDREGAL
Nivel analítico: EP-II
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
2
1
%
0’75
0’37
1
0’37
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
1
0’37
1
0’37
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
3
1
1
1’12
0’37
0’37
1
0’37
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
11
4’13
2
2
1
1
1
0’75
0’75
0’37
0’37
0’37
1
0’37
3
1’12
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
4’13
0’75
0’37
1’50
2
1
0’75
0’37
1
0’37
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
282
11
2
1
4
3
0’37
N
%
1
0’37
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
67. HRM3
68. HRM4
69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
74. HRM10
75. HRM11
76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
16
6’01
1
0’37
3
1’12
2
2
0’75
0’75
1
7
0’37
2’63
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
1
0’37
1
0’37
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
17
1
6’39
0’37
X. PF
98. PF1
99. PF2
1
0’37
1’12
1
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
3
1’12
1
2
6
2
2
0’37
0’75
2’25
0’75
0’75
95
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
102. PF5
103. PF6
104. PF7
105. PF8
106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
117. PF20
118. PF21
119. PF22
120. PF23
121. PF24
122. PF25
123. PF26
124. PF27
125. PF28
126. PF29
127. PF30
128. PF31
129. PF32
130. PF33
131. PF34
132. PF35
133. PF36
134. PF37
135. PF38
136. PF39
137. PF40
138. PF41
139. PF42
140. PF43
141. PF44
142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
6
1
2
4
5
4
1
%
2’25
0’37
0’75
1’50
1’87
1’50
0’37
2
0’75
9
17
7
1
1
2
6
1
3’38
6’39
2’63
0’37
0’37
0’75
2’25
0’37
2
0’75
1
0’37
2
0’75
1
0’37
2
1
0’75
0’37
1
1
0’37
0’37
13
35
1
8
1
4
3
1
7
6
4
13’15
0’37
3’00
0’37
1’50
1’12
0’37
2’63
2’25
1’50
XII. PR
154. PR1
3
3
1’12
1’12
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
1
0’37
1
0’37
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
6
1
2’25
0’37
3
1’12
2
0’75
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
38
2
5
3
1
6
1
12
8
14’28
0’75
1’87
1’12
0’37
2’25
0’37
4’51
3’00
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
22
1
1
5
6
9
8’27
0’37
0’37
1’87
2’25
3’38
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
1
0’37
1
0’37
266
100
4’88
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
N
0’75
2
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
35’71
N TOTAL
[page-n-294]
Yacimiento: ERETA DEL PEDREGAL
Nivel analítico: EP-III
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
N
1
1
0’43
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
1
0’43
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
4
4
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
10
1
3
1
1
2
1
%
0’43
0’43
1’73
1’73
4’34
0’43
1’30
0’43
0’43
0’86
1
0’43
1
9
3
1
2
1
3’91
1’30
0’43
0’86
0’43
2
0’86
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
-
N
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
102. PF5
103. PF6
104. PF7
105. PF8
106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
4’34 117. PF20
118. PF21
119. PF22
120. PF23
0’43 121. PF24
122. PF25
0’43 123. PF26
0’86 124. PF27
125. PF28
126. PF29
127. PF30
128. PF31
129. PF32
130. PF33
0’43 131. PF34
2’17 132. PF35
133. PF36
134. PF37
135. PF38
136. PF39
137. PF40
138. PF41
139. PF42
140. PF43
141. PF44
10’00 142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
1
3
3
3
5
8
%
0’43
1’30
1’30
1’30
2’17
3’47
3
1
1’30
0’43
3
9
2
1’30
3’91
0’86
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
67. HRM3
68. HRM4
69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
74. HRM10
75. HRM11
76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
10
3
2
1’30
0’86
1
1
1
2
0’43
0’43
0’43
0’86
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
-
1
0’43
2
0’86
1
0’43
2
1
1
2
4
0’86
0’43
0’43
0’86
1’73
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
23
7
2
1
1
5
2
2
2
1
3’04
0’86
0’43
0’43
2’17
0’86
0’86
0’86
0’43
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
39
3
5
1
7
1
7
11
3
1
16’95
1’30
2’17
0’43
3’04
0’43
3’04
4’78
1’30
0’43
X. PF
98. PF1
99. PF2
66
28’69
1
0’43
XII. PR
154. PR1
2
1
0’86
0’43
1
1
2
1
5
0’43
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
%
-
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
N
%
1
0’43
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
-
-
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
10
4
1
3
4’34
1’73
0’43
1’30
1
1
0’43
0’43
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
40
1
6
4
17’39
0’43
2’60
1’73
1
4
18
6
0’43
1’73
7’82
2’60
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
13
2
1
1
4
5
5’65
0’86
0’43
0’43
1’73
2’17
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
2
1
0’86
0’43
1
0’43
230
100
N TOTAL
283
[page-n-295]
Yacimiento: ERETA DEL PEDREGAL
Nivel analítico: EP-IV
Grupo/tipo
I. R
1. R1
2. R2
3. R3
4. R4
5. R5
%
1’18
0’19
1
0’19
4
0’78
II. P
6. P1
7. P2
8. P3
9. P4
10. P5
11. P6
12. P7
13. P8
14. P9
15. P10
16. P11
3
1
0’59
0’19
1
0’19
1
0’19
III. A
17. A1
18. A2
19. A3
20. A4
21. A5
2
2
IV. MD
22. MD1
23. MD2
24. MD3
25. MD4
26. MD5
27. MD6
28. MD7
29. MD8
30. MD9
31. MD10
32. MD11
33. MD12
34. MD13
35. MD14
29
2
10
5’71
0’39
1’97
3
2
6
0’59
0’39
1’18
2
0’39
3
1
0’59
0’19
V. T
36. T1
37. T2
38. T3
39. T4
40. T5
41. T6
42. T7
43. T8
44. T9
45. T10
10
2
2
4
1
1
0’19
VI. G
46. G1
47. G2
48. G3
284
N
6
1
3
0’59
0’39
0’39
1’97
0’39
0’39
0’78
0’19
Grupo/tipo
49. G4
50. G5
51. G6
52. G7
53. G8
54. G9
55. G10
56. G11
57. G12
58. G13
59. G14
60. G15
61. G16
62. G17
63. G18
64. G19
N
%
1
1
0’19
0’19
1
0’19
VII. HRM
65. HRM1
66. HRM2
67. HRM3
68. HRM4
69. HRM5
70. HRM6
71. HRM7
72. HRM8
73. HRM9
74. HRM10
75. HRM11
76. HRM12
77. HRM13
78. HRM14
79. HRM15
23
6
1
4’53
1’18
0’19
1
2
0’19
0’39
2
0’39
1
0’19
10
1’97
VIII. HBE
80. HBE1
81. HBE2
82. HBE3
83. HBE4
84. HBE5
85. HBE6
2
1
0’39
0’19
1
0’19
IX. HRP
86. HRP1
87. HRP2
88. HRP3
89. HRP4
90. HRP5
91. HRP6
92. HRP7
93. HRP8
94. HRP9
95. HRP10
96. HRP11
97. HRP12
43
5
8’48
0’98
12
2’36
3
4
8
3
4
3
1
0’59
0’78
1’57
0’59
0’78
0’59
0’19
X. PF
98. PF1
99. PF2
184 36’29
2
0’39
Grupo/tipo
100. PF3
101. PF4
102. PF5
103. PF6
104. PF7
105. PF8
106. PF9
107. PF10
108. PF11
109. PF12
110. PF13
111. PF14
112. PF15
113. PF16
114. PF17
115. PF18
116. PF19
117. PF20
118. PF21
119. PF22
120. PF23
121. PF24
122. PF25
123. PF26
124. PF27
125. PF28
126. PF29
127. PF30
128. PF31
129. PF32
130. PF33
131. PF34
132. PF35
133. PF36
134. PF37
135. PF38
136. PF39
137. PF40
138. PF41
139. PF42
140. PF43
141. PF44
142. PF45
143. PF46
144. PF47
N
13
%
2’56
2
4
3
6
0’39
0’78
0’59
1’18
5
3
2
0’98
0’59
0’39
2
7
2
2
0’39
1’38
0’39
0’39
3
3
9
8
3
6
2
7
2
17
5
12
5
3
3
6
0’59
0’59
1’77
1’57
0’59
1’18
0’39
1’38
0’39
3’35
0’98
2’36
0’98
0’59
0’59
1’18
8
2
2
1’57
0’39
0’39
1
2
1
2
19
0’19
0’39
0’19
0’39
3’74
XI. EF
145. EF1
146. EF2
147. EF3
148. EF4
149. EF5
150. EF6
151. EF7
152. EF8
153. EF9
89
3
15
5
12
13
11
21
8
1
17’55
0’59
2’95
0’98
2’36
2’56
2’16
4’14
1’57
0’19
XII. PR
154. PR1
2
2
0’39
0’39
Grupo/tipo
155. PR2
156. PR3
N
%
XIII. DH
157. DH1
158. DH2
159. DH3
160. DH4
161. DH5
162. DH6
163. DH7
164. DH8
165. DH9
166. DH10
167. DH11
168. DH12
169. DH13
170. DH14
171. DH15
2
1
0’39
0’19
1
0’19
XIV. PA
172. PA1
173. PA2
174. PA3
175. PA4
176. PA5
177. PA6
24
8
4’73
1’57
10
2
1
3
1’97
0’39
0’19
0’59
XV. LR
178. LR1
179. LR2
180. LR3
181. LR4
182. LR5
183. LR6
184. LR7
185. LR8
66
5
18
13’01
0’98
3’55
5
2
3
25
8
0’98
0’39
0’59
4’93
1’57
XVI. PE
186. PE1
187. PE2
188. PE3
189. PE4
190. PE5
15
1
1
2
2
9
2’95
0’19
0’19
0’39
0’39
1’77
XVII. D
191. D1
192. D2
193. D3
194. D4
195. D5
196. D6
4
1
0’78
0’19
1
0’19
1
1
0’19
0’19
507
100
N TOTAL
[page-n-296]
APÉNDICE III
PROCEDENCIA DE LAS PIEZAS LÍTICAS ILUSTRADAS
(Figuras 1 a 97)
[page-n-297]
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Lectura siglas:
- CO H4/C5 = Cova de l’Or, sector H-4, capa 5.
- EP CDII (VII 64-72)/C2 = Ereta del pedregal, sector CD-II (equivalente al cuadro VII de las excavaciones de 1964 y 1972), capa 2 de la
excavación de 1972 (v. fig. 100 y cuadro 25, en Capítulo IV).
Fig. 1.- 1, CO H4/C5; 2, CO H1/C5; 3, EP CDII(VII 64-72)/C2;
4, CO H4/C6; 5, EP CDII(VII 64-74)/C6; 6, EP BCIV(IV 65)/C2;
7, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 8, EP BC II(II 65-74)/C6;
9, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 10, EP CDII(VII 64)/Capas
superficiales; 11, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 12, CO
H5/C5; 13, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales.
Fig. 2.- 1, EP CDII(VII 64)/Capa superficial; 2, Cova de la Sarsa
(Colección Ponsell); 3, CO H5/C6; 4, EP BCIII(III 65-74)/C8; 5,
CO H5/C4; 6, CO H4/C3; 7, CO H3/C7; 8, CO H1/C7; 9, CO
H5/C5; 10, CO H3/C7; 11, CO H2/C6; 12, CO H4/C5.
Fig. 3.- 1, CO H1/C7; 2, CO H3/C7; 3, CO H3/C7; 4, CO H5/C3;
5, CO H5/C4; 6, CO H1/C7; 7, CO H4/C5; 8, CO H/C5; 9, CO
H1/C5; 10, EP CDII(VII 64-74)/C6; 11, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 12, CO H4/C6; 13, CO H4/C6; 14, CO H2/C5;
15, CO H/C5; 16, CO H/C4; 17, CO H3/C7.
Fig. 4.- 1, CO H5/C6; 2, CO H4/C5; 3, CO H5/C4; 4, CO H5/C6;
5, CO H2/C2; 6, CO H5/C4; 7, EP CDI(IV 69)/C2; 8, CO H3/C7;
9, CO H/C6; 10, CO H1/C7; 11, CO H5/C5; 12, EP CDIII(VI
70)/C2.
Fig. 5.- 1, CO H5/C6; 2, CO H4/C6; 3, EP BCII(II 65-72)/C6; 4,
EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 5, CO H5/C4; 6, EP DEI(II
70)/C2; 7, CO H3/C7; 8, CO H/C5; 9, CO H2/C5; 10, CO H3/C7;
11, CO H2/C6; 12, CO H5/C5; 13, CO H/C4; 14, CO H5/C6; 15,
CO H/C2; 16, CO H5/C4; 17, EP DEIII(VII 70)/C1.
Fig. 6.- 1, CO H2/C6; 2, CO H/C2; 3, CO H1/C6; 4, EP BCIV(IV
65)/C2; 5, EP BCIV(IV 65)/C2; 6, CO H1/C7; 7, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 8, CO H4/C6; 9, EP BCI(I 65-74)/C5; 10, EP
BCII(II 65-72)/C3; 11, EP DEI(II 69)/C1; 12, CO H3/C7; 13, CO
H1/C7; 14, CO H/C5.
Fig. 7.- 1, CO H2/C6; 2, CO H4/C6; 3, CO H2/C5; 4, CO H/C4; 5,
CO H4/C2; 6, CO H2/C4; 7, EP BCII(II 65)/C3; 8, EP DEI(II
64)/Capas superficiales; 9, EP BCIV(IV 65)/C1; 10, CO H4/C6;
11, CO H5/C5; 12, CO H4/C5; 13, CO H/C5; 14, CO H1/C5; 15,
EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 16, CO H3/C7; 17, CO
H3/C7; 18, CO H2/C6.
Fig. 8.- 1, CO H2/C6; 2, CO H5/C6; 3, CO H2/C6; 4, CO H3/C6;
5, CO H4/C5; 6, CO H4/C5; 7, CO H3/C6; 8, CO H2/C4; 9, CO
H5/C3; 10, EP CDI(IV 70)/C1; 11, EP BCII(II 65-72)/C2; 12, CO
H5/C3; 13, EP CDI(VIII 72)/C1; 14, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 15, CO H3/C7; 16, CO H/C6; 17, CO H5/C5.
Fig. 9.- 1, CO H3/C6; 2, CO H/C5; 3, CO H5/C5; 4, CO H5/C5; 5,
CO H2/C3; 6, EP CDI(VIII 74)/Penúltima capa; 7, EP CDII(V
69)/C2; 8, CO H3/C7; 9, CO H3/C6; 10, CO H1/C6.
Fig. 10.- 1, CO H4/C5; 2, CO H3/C6; 3, EP CDII(VIII 64)/Capas
superficiales; 4, CO H4/C6; 5, CO H5/C6; 6, CO H3/C7; 7, CO
H2/C6; 8, CO H5/C5; 9, CO H3/C6; 10, CO H1/C5; 11, CO
H5/Entre capas 4-5; 12, CO H/C4.
Fig. 11.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C7; 3, CO H/C7; 4, CO H4/C6;
5, CO H4/C6; 6, CO H4/C6; 7, CO H2/C6; 8, CO H2/C6; 9, CO
H2/C6; 10, CO H3/C6; 11, CO H3/C6; 12, CO H1/C6; 13, CO
H1/C6; 14, CO H/C6; 15, CO H4/C5; 16, CO H5/C5.
Fig. 12.- 1, CO H5/C4; 2, CO H5/C3; 3, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 4, EP BC IV(IV 65-74)/Penúltima capa; 5, EP
BCIV(IV 65-74)/C4; 6, CO H1/C7; 7, CO H5/C5; 8, CO H4/C5; 9,
EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 10, EP CDI(VIII 64)/Capas
superficiales; 11, CO H1/C7; 12, CO H1/C7; 13, CO H3/C7; 14,
CO H3/C7.
Fig. 13.- 1, CO H1/C7; 2, CO H5/C5; 3, CO H5/Entre capas 4-5; 4,
CO H/C7; 5, CO H5/C1; 6, CO H/C1; 7, EP CDI(VIII 74)/Última
capa; 8, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 9, CO H1/C6; 10, CO
H4/C5.
Fig. 14.- 1, CO H4/C6; 2, CO H4/C6; 3, CO H2/C6; 4, CO H3/C6;
5, CO H/C6; 6, CO H1/C6; 7, CO H4/C5; 8, CO H4/C5; 9, CO
H5/Entre capas 4-5; 10, EP EFI(I 70)/Agrupación piedras; 11, EP
BCI(I 65)/C2; 12, CO H5/C4; 13, CO H/C5; 14, CO H5/C4; 15,
CO H2/C6; 16, CO H4/C6; 17, CO H2/C5; 18, CO H2/C6; 19, CO
H5/C4; 20, CO H5/C5.
Fig. 15.- 1, CO H4/C5; 2, CO h5/C4; 3, EP BCI(I 65-72)/C3; 4, EP
CDI(VIII 74)/C5; 5, CO H5/C6; 6, CO H5/C6; 7, CO H5/C6; 8 CO
H5/C6; 9, CO H4/C6; 10, CO H1/C6; 11, CO H2/C5; 12, CO
H2/C3; 13, EP CDII(V 69)/C2; 14, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 15, CO H2/C6; 16, CO H5/C6.
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Fig. 16.- 1, CO H5/C5; 2, EP BCII(II 65-72)/C3; 3, EP EFI(I
69)/C3; 4, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 5, EP DEII(III
64)/Capas superficiales; 6, EP BCI(I 65)/C1; 7, CO H4/C6; 8, CO
H2/C6; 9, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 10, CO H2/C6;
11, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 12, EP CDI(IV 69)/C1;
13, CO H5/C6; 14, CO H4/C5; 15, CO H2/C5; 16, CO H1/C4; 17,
CO H1/C7; 18, EP CDIII(VI 70)/C2; 19, CO H4/C6.
Fig. 17.- 1, CO H4/C6; 2, CO H4/C5; 3, CO H1/C4; 4, EP
BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 5, EP CDII(V 69)/C1; 6, EP
BCII(II 65-72)/C6; 7, CO H5/Entre capas 4-5; 8, CO H2/C4; 9, CO
H1/C7; 10, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 11, EP EFI(I
64)/Capas superficiales; 12, CO H4/C5; 13, CO H5/C1; 14, EP
CDI(VIII 72)/C1; 15, CO H/C3; 16, EP CDII(VII 64-74)/C5.
Fig. 18.- 1, CO H3/C7; 2, CO H1/C6; 3, CO H3/C6; 4, CO H5/C4;
5, CO H2/C4; 6, CO H/C3; 7, CO H5/C2; 8, CO H/C7; 9, CO
H1/C7; 10, CO H2/C3; 11, CO H4/C6; 12, EP BCII(II 65-74)/C6;
13, CO H3/C7; 14, CO H5/C5; 15, CO H2/C5; 16, CO H2/C4; 17,
CO H5/C4; 18, EP (excavaciones años 1940); 19, CO H1/C7; 20,
CO H5/C6; 21, CO H5/C6; 22, CO H5/C5; 23, CO H3/C6.
Fig. 19.- 1, EP CD III(VI 64)/Capa superficial; 2, CO H3/C7; 3,
CO H2/C6; 4, CO H3/C6; 5, CO H5/C5; 6, CO H5/C4; 7, CO
H5/C4; 8, CO H3/C7; 9, CO H3/C7; 10, CO H2/C6; 11, CO
H2/C6; 12, CO H4/C6; 13, CO H5/C5; 14, CO H4/C5; 15, CO
H5/C5; 16, CO H5/C1; 17, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 18,
CO H3/C7; 19, CO H4/C6; 20, CO H2/C6; 21, CO H2/C6.
Fig. 20.- 1, CO H2/C6; 2, CO H4/C6; 3, CO H5/C6; 4, CO h5/C6;
5, CO H5/C6; 6, CO H3/C6; 7, CO H5/C5; 8, CO H5/C5; 9, CO
H5/C4; 10, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 11, EP DEIII(VII
70)/C4; 12, CO H2/C5; 13, CO H2/C2; 14, CO H1/C7; 15, CO
H1/C7; 16, CO H1/C7; 17, CO H1/C7; 18, CO H3/C7; 19, CO
H2/C6; 20, CO H4/C6; 21, CO H4/C6; 22, CO H2/C5; 23, CO
H5/C6.
Fig. 21.- 1, CO H4/C5; 2, CO H4/C5; 3, CO H4/C5; 4, CO H5/C5;
5, CO H5/C5; 6, CO H5/C5; 7, CO H5/C5; 8, CO H5/C5; 9, CO
H5/Entre capas 4-5; 10, CO H2/C4; 11, CO H5/C4; 12, CO H/C3;
13, CO H1/C2; 14, EP DEI(II 70)/C2; 15, CO H4/C5; 16, CO
H/C5; 17, CO H1/C7; 18, CO H2/C6; 19, CO H4/C5; 20, CO
H2/C6; 21, CO H4/C5.
Fig. 22.- 1, CO H5/Entre capas 4-5; 2, CO H5/C4; 3, CO H3/C7; 4,
CO H5/C5; 5, CO H2/C4; 6, CO H/C2; 7, CO H/C2; 8, Cova de la
Pastora; 9, Cova de la Pastora; 10, Cova de la Pastora; 11, EP (excavaciones años 1940); 12, Cova del Barranc del Castellet; 13, EP
(excavaciones años 1940); 14, EP (excavaciones años 1940); 15,
Cova de la Pastora; 16, EP (excavaciones años 1940); 17, EP
BCIII(III 65-74)/C7; 18, Cova de la Pastora; 19, Cova de la Pastora; 20, Cova de la Pastora; 21, CO H4/C6; 22, Cova de la Pastora.
Fig. 23.- 1, CO H5/C4; 2, CO H2/C6; 3, CO H5/C5; 4, CO H2/C4;
5, CO H2/C4; 6, CO H5/C2; 7, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 8, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 9, CO H2/C1; 10, CO H/C2; 11, EP
BCIV(IV 65)/C1; 12, CO H5/C4; 13, CO H2/C2; 14, CO H5/C1.
Fig. 24.- 1, CO H3/C7; 2, CO H1/C7; 3, CO H3/C7; 4, CO H3/C7;
5, CO H5/C6; 6, CO H2/C6; 7, CO H1/C6; 8, CO H3/C6; 9, CO
H5/C5; 10, CO H5/C5; 11, CO H2/C5; 12, CO H5/C5; 13, CO
H5/C5; 14, CO H2/C5; 15, CO H1/C5; 16, CO H5/C4; 17, CO
H2/C2; 18, CO H5/C2; 19, EP BCIII(III 65-74)/C8; 20, EP BCIII(III 65-74)/C8; 21, EP DEII(III 64)/Capas superficiales.
Fig. 25.- 1, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 2, EP BCI(I
65)/C2; 3, CO H5/C6; 4, EP BCII(II 65)/C3; 5, EP BCI(I 65)/C1;
6, CO H2/C5; 7, CO H1/C7; 8, CO H2/C6; 9, CO H3/C6; 10, CO
288
H2/C5; 11, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 12, EP CDI(IV
70)/C2; 13, CO H/C7; 14, CO H5/C6; 15, CO H2/C6; 16, CO
H3/C6; 17, CO H4/C5.
Fig. 26.- 1, CO H2/C5; 2, EP BCI(I 65-72)/C3; 3, CO H5/C6; 4,
CO H2/C6; 5, CO H/C7; 6, CO H1/C6; 7, CO H5/C4; 8, CO H/C1;
9, CO H2/C5; 10, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 11, EP
BCIII(III 65)/C1; 12, CO H1/C7; 13, CO H/C7; 14, CO H4/C6; 15,
CO H4/C5; 16, CO H2/C5; 17, CO H5/C5.
Fig. 27.- 1, CO H2/C5; 2, CO H5/C4; 3, CO H5/C4; 4, CO H5/C3;
5, EP BCI(I 65-74)/C6; 6, BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 7, CO
H1/C7; 8, CO H3/C6; 9, CO H/C5; 10, CO H4/C5; 11, CO H5/C5;
12, CO H1/C6.
Fig. 28.- 1, CO H5/C1; 2, EP EFI (I 70)/Agrupación piedras; 3, CO
H1/C7; 4, CO H1/C7; 5, CO H1/C7; 6, CO H1/C7; 7, CO H3/C7;
8, CO H3/C7; 9, CO H1/C7; 10, CO H5/C6; 11, CO H3/C7; 12, CO
H5/C6; 13, CO H5/C6; 14, CO H5/C6.
Fig. 29.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C6; 3, CO H5/C5; 4, CO H/C5;
5, CO H5/C5; 6, CO H5/Entre capas 4-5; 7, CO H/C5; 8, CO
H5/C5; 9, CO H/C4; 10, CO H2/C4; 11, CO H1/C4; 12, CO
H5/C3; 13, EP CDIII(VI 70)/C2; 14, EP BCIII(III 65-72)/C2.
Fig. 30.- 1, CO H5/C3; 2, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 3,
EP BCII(II 65-72)/C4; 4, EP BCII(II 65)/C3; 5, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 6, CO H1/C5; 7, CO H4/C6; 8, CO
H2/C5; 9, EP BCIII(III 65-74)/C8; 10, CO H1/C7; 11, CO H1/C7;
12, CO H5/C4; 13, CO H2/C4; 14, EP BCI(I 65-74)/C7; 15, EP
BCII(II 65-72)/C4; 16, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales.
Fig. 31.- 1, EP BCIV(IV 65)/C1; 2, CO H5/C4; 3, EP BCII(II 6572)/C4; 4, EP CDI(VIII 72)/C1; 5, CO H1/C7; 6, CO H5/C4; 7, CO
H5/C5; 8, CO H4/C6; 9, CO H1/C5; 10, CO H1/C7; 11, CO
H5/C6; 12, CO H/C5; 13, CO H2/C5; 14, CO H5/C2.
Fig. 32.- 1, CO H/C2; 2, CO H/C1; 3, CO H3/C7; 4, CO H1/C6; 5,
CO H5/C5; 6, CO H2/C5; 7, CO H1/C3; 8, CO H5/C1; 9, CO
H5/C6; 10, CO H/C5; 11, CO H/C2; 12, CO H3/C7.
Fig. 33.- 1, CO H2/C6; 2, CO H5/C6; 3, CO H5/C3; 4, CO H/C6;
5, CO H4/C5; 6, CO H5/C5; 7, CO H5/C4; 8, H5/C4; 9, CO
H4/C4; 10, EP BCIII(III 65-72)/C4; 11, CO H5/C6; 12, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 13, CO H4/C5; 14, CO H4/C5.
Fig. 34.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C7; 3, CO H5/C6; 4, CO H/C2;
5, CO H2/C6; 6, CO H2/C6; 7, CO H1/C6; 8, CO H4/C5; 9, CO
H1/C7; 10, CO H2/C6; 11, CO H2/C2; 12, CO H/C4; 13, CO
H4/C6; 14, CO H5/C6; 15, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 16, CO
H4/C5.
Fig. 35.- 1, EP BCIII(III 65)/C2; 2, CO H3/C7; 3, CO H3/C7; 4,
CO H2/C6; 5, CO H5/C6; 6, CO H3/C6; 7, CO H2/C4; 8, CO
H2/C6; 9, CO H5/C4; 10, CO H5/C1; 11, CO H/C4; 12, CO H/C2;
13, CO H/C5; 14, CO H2/C4; 15, CO H5/C5.
Fig. 36.- 1, EP BCII(II 65)/C3; 2, EP BCIV(IV 65)/C1; 3, EP BCI(I
65)/C2; 4, EP BCII(II 65)/C2; 5, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima
capa; 6, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 7, EP BCIII(III 6574)/C7; 8, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 9, EP CDI(VIII
74)/C3 y 4; 10, EP BCIII(III 65-74)/C6; 11, EP CDII(VII 6474)/C5.
Fig. 37.- 1, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 2, EP DEII(III
70)/C2; 3, EP BCII(II 65-72)/C2; 4, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 5, EP BCIII(III 65-72)/C3; 6, EP BCI(I 65-72)/C3; 7, EP
CDI(VIII 74)/Penúltima capa; 8, EP CD III(VI 69)/C2; 9, EP
BCII(II 65)/C3; 10, EP BCIII(III 65)/C1; 11, EP BCII(II 6572)/C6; 12, EP DEII(III 70)/C1; 13, EP CDI(IV 70)/C1.
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Fig. 38.- 1, EP BCIII(III 65-72)/C1; 2, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 3, EP BCII(II 65-72)/C2; 4, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 5, CO H/C4; 6, EP BCIII(III 65-74)/C7; 7, CO H/C7;
8, EP BCII(II 65-72)/C1; 9, EP DEII(III 69)/C1; 10, EP CDII(VII
64-74)/C6.
Fig. 39.- 1, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 2, EP DEI(II
64)/Capas superficiales; 3, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación);
4, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 5, EP DEIII(VII 70)/C1;
6, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 7, CO H5/C2; 8, EP BCI
(I 65-74)/C7; 9, EP BCIII(III 65-74)/C7; 10, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 11, EP CDI(VIII 74)/desmonte piedras; 12, EP CDIII(VI 70)/C1; 13, EP EFI(I 64)/Capas superficiales.
Fig. 40.- 1, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 2, EP CDIII(VI
64)/Capa superficial; 3, EP BCII(II 65-72)/C6; 4, EP CDI(VIII
64)/Capas superficiales; 5, EP BCIII(III 65-74)/C7; 6, EP BCIII(III
65-74)/C8; 7, CO H5/C4; 8, EP CDIII(VI 70)/C1; 9, EP DEI(II
64)/Capas superficiales; 10, EP BCIII(III 65-72)/C1.
Fig. 41.- 1, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 2, EP CDIII (VI
70)/C1; 3, EP BCII(II 65)/C3; 4, EP BCIV(IV 65-72)/C3; 5, EP
DEIII (VII 70)/C1; 6, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 7, EP DEI
(II 70)/Muro piedras; 8, CO H5/C1; 9, EP CDI (VIII 74)/Desmonte piedras; 10, EP DEII(III 64)/Capas superficiales.
Fig. 42.- 1, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 2, EP BCIV(IV
65-74)/Penúltima capa; 3, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4,
EP CDIII(VI 69)/C1; 5, EP BCI(I 65-74)/C7; 6, CO H2/C6; 7, EP
BCI(I 65)/C2; 8, EP BCI(I 65-74)/C5; 9, CO H/C7; 10, EP BCIII(III 65-74)/C8.
Fig. 43.- 1, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 2, EP BCI(I 65)/C2;
3, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4, EP BCIII(III 65-72)/C3;
5, EP EFI(I 70)/Muro piedras; 6, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 7, EP
DEI(II 64)/Capas superficiales; 8, EP BCI(I 65)/C2; 9, EP EFI(I
64)/Capas superficiales; 10, EP BCIII(III 65-74)/C6; 11, EP BCIII(III 65-74)/C5; 12, EP BCIII(III 65-72)/C3; 13, EP BCI(I 6572)/C2; 14, EP BCII(II 65-72)/C2; 15, EP BCIV(IV 65-74)/
Penúltima capa; 16, EP CDIII(VI 70)/C1; 17, EP CDIII(VI 69)/C2;
18, EP BCI(I 65-72)/C1; 19, EP DEII(III 64)/Capas superficiales;
20, EP BCII(II 65-72)/C3.
Fig. 44.- 1, EP BCI(I 65-72)/C2; 2, EP DEII(III 69)/C1; 3, EP BCIII(III 65)/C1; 4, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 5, EP CDIII(VI 70)/C2; 6, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 7, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 8, EP CDI(IV 69)/C1; 9, EP DEI(II
70)/Muro piedras; 10, EP DEIII(VII 70)/C3; 11, EP BCIII(III 6572)/C2; 12, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 13, EP BCII(II
65)/C2; 14, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 15, EP BCII(II
65-72)/C2; 16, EP CDIII(VI 69)/C2; 17, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 18, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 19, Cova de la
Pastora; 20, Cova del Camí Real d’Alacant; 21, Cova de la Pastora.
Fig. 45.- 1, Cova de la Pastora; 2, Cova de la Pastora; 3, Cova de la
pastora; 4, Cova de la Pastora; 5, Cova de la Pastora; 6, EP CDIII(VI
64)/Capa superficial; 7, EP BCI(I 65)/C1; 8, EP CDIII(VI 64)/Capa
superficial; 9, EP BCII(II 65)/C3; 10, EP BCIII(III 65-72)/C3; 11,
EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 12, EP DEII(III 69)/C1; 13,
EP BCIII(III 65-72)/C2; 14, EP CDIII(VI 69)/C1; 15, EP BCI(I
65)/C1; 16, EP BCI(I 65-72)/C2; 17, EP CDI(VIII 74)/Última capa;
18, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 19, CO H3/C6; 20, Cova del Barranc del Nano; 21, Cova del Barranc del Nano.
Fig. 46.- 1, Cova de la Pastora; 2, Muntanya Assolada; 3, EP
BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4, EP BCIII(III 65-74)/C8; 5, EP
BCII(II 65-72)/C5; 6, EP BCI(I 65-74)/C7; 7, EP BCII(II 65-
72)/C5; 8, EP DEII(III 70)/C4; 9, EP DEIII(VII 70)/C4; 10, EP
BCIII(III 65-72)/C3; 11, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 12, EP BCIII(III
65-72)/C3; 13, EP DEI(II 70)/Muro piedras; 14, EP BCI(I 65)/C3
y 4; 15, EP BCI(I 65-74)/C7; 16, EP BCIII(III 65-74)/C5; 17, EP
BCI(I 65-74)/C7; 18, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 19, EP
BCIII(III 65-74)/C8; 20, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación).
Fig. 47.- 1, EP CDI(VIII 74)/Penúltima capa; 2, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa; 3, EP BCIII(III 65-74)/C8; 4, EP BCIII(III 6574)/C6; 5, EP BCIV(IV 65-72)/C3; 6, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 7,
EP BCIII(III 65-72)/C3; 8, EP DEI(II 70)/Muro piedras; 9, EP
DEII(III 70)/C1; 10, EP CDI(IV 70)/C1; 11, EP DEII(III 69)/C1;
12, EP BCII(II 65)/C2; 13, EP DEII(III 64)/Capas superficiales;
14, EP BCI(I 65)/C2; 15, CO H5/C2; 16, EP CDII(VII 64-74)/C5;
17, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 18, EP CDII(VII 6474)/C5; 19, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 20, EP BCIV(IV 65-74)/C4.
Fig. 48.- 1, EP BCIII(III 65-74)/C7; 2, EP BCII(II 65-72)/C6; 3, EP
BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 4, EP BCIII(III 65-72)/C3; 5,
EP BCIV(IV 65-72)/C3; 6, EP BCI(I 65)/C1; 7, EP BCI(I 65)/C3
y 4; 8, Cova del Barranc del Castellet; 9, EP BCII(II 65-74)/C6
(continuación); 10, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 11, EP BCIV(IV
65-74)/C4; 12, EP BCIII(III 65-72)/C3; 13, EP CDII(VII 6474)/C5; 14, EP BCIII(III 65-74)/C8; 15, EP BCII(II 65-74)/C6
(continuación); 16, EP BCII(II 65-72)/C3; 17, EP CDI(VIII
64)/Capas superficiales; 18, Cova del Camí Real d’Alacant; 19, EP
CDI(VIII 72)/C1; 20, Cova de la Pastora.
Fig. 49.- 1, Cova de la Pastora; 2, Cova del Camí Real d’Alacant;
3, EP BCII(II 65-72)/C5; 4, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 5,
EP BCIV(IV 65-74)/C4; 6, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 7,
EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 8, EP BCIII(III 65-74)/C8; 9,
EP BCII(II 65-72)/C4; 10, EP BCI(I 65-72)/C3; 11, EP DEIII(VII
70)/C2; 12, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 13, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 14, EP DEII(III 70)/C1; 15, EP CDII(V
69)/C2; 16, EP BCII(II 65)/C2; 17, EP BCI(I 65)/C1; 18, EP EFI(I
69)/C3; 19, EP CDI(VIII 74)/Desmonte piedras; 20, EP CDI(VIII
74)/Penúltima capa; 21, EP CDI(VIII 74)/Desmonte piedras; 22,
EP BCI(I 65)/C2.
Fig. 50.- 1, Cova de la Pastora; 2, EP CDIII(VI 69)/C1; 3, EP BCI(I
65)/C3 y 4; 4, EP BCIV(IV 65)/C2; 5, EP BCIII(III 65)/C1; 6, EP
BCII(II 65)/C2; 7, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 8, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 9, EP CDIII(VI 69)/C2; 10, EP BCIII(III 65)/C2; 11,
EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 12, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 13, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 14, EP
BCII(II 65)/C1; 15, EP DEIII(VII 70)/C2; 16, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 17, EP DEI(II 69)/C1; 18, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 19, EP BCIII(III 65-72)/C3; 20, EP CDII(V 69)/C2.
Fig. 51.- 1, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 2, EP EFI(I
64)/Capas superficiales; 3, EP CDIII(VI 69)/C1; 4, EP CDII(VII
64)/Capas superficiales; 5, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 6, EP
CDII(VII 64)/Capas superficiales; 7, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 8, EP BCI(I 65)/C2; 9, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 10, EP BCIV(IV 65)/C2; 11, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 12, CO H5/C1; 13, EP BCII(II 65-72)/C3; 14, EP
DEII(III 70)/C3; 15, EP BCIV(IV 65)/C2; 16, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 17, EP BCIII(III 65)/C3; 18, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 19, EP BCIII(III 65)/C2; 20, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 21, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 22,
EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 23, EP CDIII(VI 64)/Capa
superficial; 24, EP DEI(II 64)/Capas superficiales.
Fig. 52.- 1, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 2, CO H/C4; 3, EP
CDI(IV 70)/C2; 4, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 5, EP
289
[page-n-301]
BCII(II 65)/C3; 6, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 7, EP
DEII(III 64)/Capas superficiales; 8, EP EFI(I 69)/C1; 9, EP
CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 10, EP BCII(II 65)/C2; 11, EP
CDII(VII 64)/Capas superficiales; 12, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 13, EP BCIV(IV 65)/C2; 14, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 15, Covacha de Ribera; 16, Cova de la Pastora; 17,
Cova del Barranc del Nano; 18, EP BCIII(III 65)/C1; 19, EP
BCIII(III 65)/C3; 20, EP BCI(I 65-72)/C3; 21, EP BCI(I 65)/C1.
Fig. 53.- 1, EP BCII(II 65)/C3; 2, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 3, Covacha de Ribera; 4, EP EFI(I 70)/Agrupación piedras;
5, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 6, EP CDII(VII 6474)/C5; 7, EP CDII(VII 64-74)/C5; 8, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 9, EP BCI(I 65)/C2; 10, EP CDI(VIII 74)/Desmonte
piedras; 11, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 12, EP CDII(VII 64)/Capas
superficiales; 13, EP BCIV(IV 65)/C2; 14, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 15, EP BCIII(III 65-74)/C6; 16, EP BCIV(IV 6574)/C4; 17, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 18, EP BCI(I 65-72)/C3; 19,
EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 20, EP BCIV(IV 65)/C1.
Fig. 54.- 1, EP CDIII(VI 70)/C2; 2, EP EFI(I 69)/C3; 3, EP BCII(II
65-72)/C2; 4, EP CDIII(VI 69)/C1; 5, EP BCII(II 65)/C3; 6, EP
DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 7, EP BCI(I 65)/C1; 8, EP
CDIII(VI 64)/Capa superficial.
Fig. 55.- 1, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 2, EP DEII(III
64)/Capas superficiales; 3, EP DEII(III 64)/Capas superficiales;
4, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 5, EP BCI(I 65)/C1; 6, EP
BCIV (IV 65)/C1; 7, EP DEII (III 64)/Capas superficiales; 8, EP
DEII (III 69)/C1.
Fig. 56.- 1, EP BCII(II 65-72)/C1; 2, EP CDII(V 69)/C2; 3, EP
EFI(I 70)/Agrupación piedras; 4, EP DEII(III 70)/C3; 5, EP
DEIII(VII 70)/C3; 6, EP DEIII(VII70)/C3; 7, EP BCIII(III 6572)/C3; 8, EP BCII(II 65-72)/C4.
Fig. 57.- 1, EP BCII(II 65-72)/C5; 2, EP BCIV(IV 65)/C2; 3, EP
BCIII(III 65-74)/C6; 4, EP DEIII(VII 70)/C1; 5, EP EFI(I 69)/C3;
6, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 7, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 8, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 9, EP DEIII(VII 70)/C3;
10, EP CDI(VIII 72)/C1.
Fig. 58.- 1, EP DEI(II 70)/C3; 2, EP DEII(III 70)/C2; 3, CO H/C3;
4, EP BCI(I 65)/C2; 5, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 6, EP
DEIII(VII 70)/C2; 7, EP BCIII(III 65-74)/C7; 8, EP BCII(II 6572)/C4; 9, EP BCII(II 65-72)C4; 10, EP CDII(VII 64-74)/C6; 11,
EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 12, EP BCIII(III 65-72)/C3.
Fig. 59.- 1, EP BCI(I 65-74)/C7; 2, EP CDII(VII 64-72)/C1; 3, EP
BCIII(III 65-72)/C1; 4, EP CDI(IV 69)/C1; 5, EP DEII(III 69)/C1;
6, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 7, EP CDII(V 70)/C1;
8, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 9, EP BCII(II 65)/C3;
10, EP DEI(II 70)/C1; 11, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales;
12, EP BCII(II 65)/C2.
Fig. 60.- 1, EP BCIII(III 65)/C1; 2, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 3, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 4, EP BCIII(III 6574)/C5; 5, EP EFI(I 70)/Muro piedras; 6, EP BCIV(IV 65-72)/C2;
7, EP DEI(II 69)/C1; 8, EP CDII(V 69)/C1; 9, EP BCIV(IV
65)/C1; 10, EP BCIV(IV 65)/C2; 11, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 12, EP BCIII(III 65-74)/C6; 13, EP CDII(VII 64-74)/C6;
14, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 15, EP BCIV(IV 6574)/Penúltima capa.
Fig. 61.- 1, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 2, EP CDIII(VI
64)/Capa superficial; 3, EP BCI(I 65)/C1; 4, EP DEI(II 64)/Capas
superficiales; 5, EP BCII(II 65)/C2; 6, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 7, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 8, EP BCII(II
290
65-74)/C6 (continuación); 9, EP BCIII(III 65-74)/C7; 10, EP
CDI(VIII 74)/Última capa; 11, EP BCII(II 65-72)/C6; 12, EP
BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 13, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 14, EP CDIII(VI 70)/C2; 15, EP DEII(III 70)/C1.
Fig. 62.- 1, EP DEIII(VII 70)/C2; 2, EP BCII(II 65-72)/C3; 3, EP
BCIV(IV 65-72)/C3; 4, EP CDIII(VI 69)/C2; 5, EP BCI(I 6572)/C2; 6, EP CDII(V 69)/C2; 7, EP CDII(V 69)/C2; 8, EP EFI (I
70)/Agrupación piedras; 9, EP BCIII(III 65-72)/C2; 10, EP
BCIII(III 65)/C2; 11, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 12, EP
BCIII(III 65)/C3; 13, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 14, EP
BCII(II 65)/C3; 15, EP BCIV(IV 65)/C2; 16, EP EFI(I 64)/Capas
superficiales; 17, EP BCI(I 65)/C1.
Fig. 63.- 1, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 2, EP DEIII(IV
64)/Capas superficiales; 3, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 4,
CO H5/C3; 5, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 6, EP CDIII(VI
64)/Capa superficial.
Fig. 64.- 1, EP BCII(II 65-72)/C5; 2, BCII(II 65-72)/C5Fig. 65.- 1,
EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 2, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 3, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 4, EP
BCIV(IV 65-74)/C4; 5, EP CDI(IV 69)/C2; 6, EP BCII(II 6572)/C5.
Fig. 66.- 1, EP BCII(II 65-72)/C6; 2, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 3, Lloma de Betxí; 4, Muntanya Assolada; 5, Lloma de
Betxí; 6, CO H5/C4; 7, Lloma de Betxí; 8, Lloma de Betxí.
Fig. 67.- 1, Muntanya Assolada; 2, Muntanya Assolada; 3, Lloma
de Betxí; 4, Muntanya Assolada; 5, Muntanya Assolada; 6, Lloma
de Betxí; 7, Lloma de Betxí; 8, Lloma de Betxí.
Fig. 68.- 1, Muntanya Assolada; 2, Lloma de Betxí; 3, Lloma de
Betxí; 4, Lloma de Betxí; 5, Muntanya Assolada; 6, Lloma de Betxí; 7, Lloma de Betxí; 8, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 9,
Muntanya Assolada; 10, Muntanya Assolada; 11, Lloma de Betxí.
Fig. 69.- 1, Lloma de Betxí; 2, Muntanya Assolada; 3, Muntanya
Assolada; 4, Muntanya Assolada; 5, Muntanya Assolada; 6, Muntanya Assolada; 7, Muntanya Assolada; 8, Muntanya Assolada; 9,
Lloma de Betxí.
Fig. 70.- 1, Lloma de Betxí; 2, Lloma de Betxí.
Fig. 71.- 1, EP DEIII(VII 70)/C1; 2, EP CDIII(VI 70)/C1; 3, EP
BCIV(IV 65)/C2; 4, EP EFI(I 70)/Agrupación piedras; 5, EP EFI(I
70)/Agrupación piedras; 6, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial; 7,
EP BCIII(III 65-74)/C6; 8, EP BCII(II 65-72)/C6; 9, EFI(I 69)/C1;
10, CO H5/Entre capas 4-5; 11, CO H4/C3.
Fig. 72.- 1, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 2, EP BCII(II
65)/C1; 3, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4, EP CDII(VII
64)/Capas superficiales; 5, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales;
6, CO H/C4; 7, EP BCII(II 65-72)/C6; 8, EP BCIV(IV 65-74)/C4;
9, EP DEI(II 70)/C4; 10, EP BCII(II 65-72)/C2; 11, EP BCI(I
65)/C3 y 4; 12, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 13, EP BCIII(III
65-74)/C5; 14, EP BCIII(III 65-74)/C6.
Fig. 73.- 1, EP BCIV(IV 65-72)/C1; 2, EP BCII(II 65-72)/C2; 3,
EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 4, EP BCIV(IV 65)/C2; 5, EP
EFI(I 64)/Capas superficiales; 6, EP BCII(II 65-72)/C4; 7, CO
H4/C4; 8, EP BCI(I 65-74)/C7; 9, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 10, EP CDIII(VI 64)/Capa superficial.
Fig. 74.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C7; 3, CO H/C6; 4, CO H1/C6;
5, CO H1/C6; 6, CO H5/C5; 7, CO H5/C5; 8, CO H/C5; 9, CO
H3/C6; 10, CO H1/C6; 11, CO H4/C5; 12, CO H2/C4; 13, EP BCIII(III 65-72)/C3; 14, EP BCIII(III 65-72)/C3; 15, EP DEII(III
64)/Capas superficiales; 16, EP DEII(III 64)/Capas superficiales.
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Fig. 75.- 1, CO H3/C7; 2, CO H1/C7; 3, CO H1/C7; 4, CO H5/C6;
5, CO H4/C6; 6, CO H4/C6; 7, CO H4/C6; 8, CO H2/C6; 9, CO
H2/C6; 10, CO H3/C7; 11, CO H1/C7.
Fig. 76.- 1, CO H3/C7; 2, CO H3/C6; 3, CO H5/C5; 4, CO H5/C5;
5, CO H/C5; 6, CO H1/C6; 7, CO H5/C4; 8, CO H2/C4; 9, CO
H3/C1 y 2; 10, EP CDI(VIII 74)/Desmonte piedras; 11, EP
CDII(VII 64-74)/C6.
Fig. 77.- 1, EP CDI(VIII 74)/Última capa; 2, EP CDIII(VI 70)/C1;
3, EP BCII(II 65-72)/C2; 4, EP BCI(I 65-74)/C7; 5, EP BCII(II
65)/C3; 6, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales.
Fig. 78.- 1, CO H1/C7; 2, CO H1/C7; 3, CO H5/C6; 4, CO H2/C6;
5, CO H4/C6; 6, CO H4/C5; 7, CO H5/C5; 8, CO H2/C5; 9, CO
H5/C5; 10, CO H/C5.
Fig. 79.- 1, CO H2/C5; 2, CO H5/C4; 3, CO H4/C3; 4, CO H5/C2;
5, EP BCIII(III 65-74)/C5; 6, EP BCIII(III 65-74)/C8; 7, EP
BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 8, CO H5/C5; 9, EP CDII(VII
64)/Capas superficiales; 10, EP CDII(VII 64-74)/C6; 11, EP BCIII(III 65)/C2; 12, CO H5/C6.
Fig. 80.- 1, CO H1/C7; 2, CO H/C3; 3, EP BCIV(IV 65-74)/Penúltima capa; 4, EP CDI(VIII 74)/Desmonte piedras; 5, EP CDI(VIII
74)/Desmonte piedras.
Fig. 81.- 1, EP BCII(II 65-72)/C3; 2, EP BCI(I 65)/C3 y 4; 3, EP
BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 4, EP DEII(III 69)/C2; 5, EP
BCI(I 65-72)/C2; 6, EP CDI(VIII 64)/Capas superficiales; 7, EP
CDIII(VI 64)/Capa superficial; 8, EP BCII(II 65-72)/C2.
Fig. 82.- 1, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 2, EP BCIII(III 65-72)/C3; 3,
EP BCIV(IV 65-72)/C3; 4, EP CDII(V 69)/C1; 5, EP DEI(II
64)/Capas superficiales; 6, EP BCI(I 65)/C3 y 4; 7, EP BCII(II
65)/C3; 8, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 9, EP BCIV(IV
65-74)/Penúltima capa.
Fig. 83.- 1, EP BCIII(III 65-74)/C5; 2, EP CDIII(VI 70)/C2; 3, EP
DEIII(VII 70)/C1; 4, EP CDI(IV 69)/C2; 5, EP EFI(I 70)/Agrupación piedras; 6, EP BCIII(III 65)/C3; 7, EP EFI(I 64)/Capas superficiales; 8, EP CDIV(V 64)/Capa superficial; 9, EP BCI(I 65)/C2.
Fig. 84.- 1, CO H3/C7; 2, CO H2/C6; 3, CO H3/C7; 4, CO H2/C6;
5, CO H2/C6; 6, CO H1/C7; 7, CO H4/C6; 8, CO H3/C7; 9, CO
H1/C7; 10, CO H5/C5; 11, CO H2/C5; 12, CO H1/C6; 13, CO
H/C5; 14, CO H5/C5.
Fig. 85.- 1, CO H4/C5; 2, CO H3/C1 y 2; 3, EP BCI(I 65-74)/C7;
4, EP BCI(I 65-74)/C7; 5, EP CDII(VII 64)/Capas superficiales; 6,
EP BCIII(III 65-74)/C5; 7, CO H4/C5; 8, CO H4/C5; 9, CO
H3/C6; 10, CO H4/C4; 11, CO H4/C3.
Fig. 86.- 1, CO H5/C4; 2, CO H1/C5; 3, EP DEII(III 70)/C3; 4, CO
H5/C6; 5, CO H5/C6; 6, CO H/C7; 7, CO H2/C6; 8, CO H1/C7; 9,
CO H4/C6; 10, CO H3/C7; 11, CO H3/C7; 12, CO H5/C6; 13, CO
H1/C7.
Fig. 87.- 1, CO H4/C5; 2, CO H4/C5; 3, CO H4/C5; 4, CO H/C5;
5, CO H/C6; 6, CO H4/C5; 7, CO H1/C6; 8, CO H4/C5; 9, CO
H5/C5; 10, CO H5/C5; 11, CO H4/C5; 12, CO H5/C5; 13, CO
H1/C6; 14, CO H5/C4; 15, CO H4/C4; 16, CO H5/C4.
Fig. 88.- 1, CO H5/C4; 2, CO H2/C4; 3, CO H5/C4; 4, CO H4/C4;
5, CO H/C4; 6, CO H5/C2; 7, CO H5/C2; 8, CO H5/C1; 9, CO
H2/C2; 10, CO H3/C7; 11, CO H2/C6; 12, CO H3/C7; 13, CO
H3/C7; 14, CO H3/C7.
Fig. 89.- 1, CO H5/C6; 2, CO H2/C5; 3, CO H4/C5; 4, CO H5/C3;
5, CO H/C4; 6, EP DEI(II 70)/C4; 7, EP BCII(II 65-74)/C6 (continuación); 8, EP CDI(VIII 72)/C1; 9, EP BCIV(IV 65-74)/C4; 10,
EP BCII(II 65)/C3; 11, CO H2/C6; 12, EP CDI(IV 69)/C1; 13, CO
H2/C6; 14, CO H1/C6; 15, CO H1/C7; 16, CO H4/C5.
Fig. 90.- 1, CO H5/Entre capas 4-5; 2, CO H1/C4; 3, CO H1/C5;
4, CO H1/C7; 5, EP CDII(V 69)/C2; 6, EP DEIII(IV 64)/Capas superficiales; 7, CO H2/C6; 8, CO H3/C7; 9, CO H4/C6; 10, CO
H3/C7; 11, CO H1/C7; 12, CO H3/C7; 13, CO H3/C7.
Fig. 91.- 1, CO H3/C7; 2, CO H4/C6; 3, CO H5/C6; 4, CO H2/C6;
5, CO H1/C7; 6, CO H4/C6; 7, CO H5/C6; 8, CO H5/C6; 9, CO
H3/C7; 10, CO H3/C7; 11, CO H2/C6; 12, CO H2/C6; 13, CO
H5/C5; 14, CO H2/C5; 15, CO H1/C6; 16, CO H4/C5; 17, CO
H4/C5.
Fig. 92.- 1, CO H4/C5; 2, CO H4/C5; 3, CO H4/C5; 4, CO H4/C5;
5, CO H4/C5; 6, CO H/C6; 7, CO H1/C6; 8, CO H5/C5; 9, CO
H5/C4; 10, CO H4/C5; 11, CO H4/C5; 12, CO H/C5; 13, CO
H/C3.
Fig. 93.- 1, CO H4/C4; 2, CO H/C4; 3, CO H2/C4; 4, CO H5/C1;
5, CO H5/C4; 6, CO H2/C2; 7, CO H5/C1; 8, CO H1/C3; 9, CO
H2/C2; 10, CO H5/C6; 11, EP BCIII(III 65-74)/C8; 12, CO H4/C6;
13, CO H5/C6; 14, EP BCIII(III 65-74)/C6; 15, EP BCI(I 6574)/C7.
Fig. 94.- 1, EP BCII(II 65-72)/C5; 2, EP BCI(I 65-74)/C7; 3, EP
CDIII(VI 70)/C2; 4, EP CDII(VII 64-72)/C2; 5, EP BCIII(III 6572)/C3; 6, EP BCI(I 65)/C2; 7, EP BCI(I 65-72)/C1; 8, CO H3/C7;
9, CO H1/C7; 10, CO H/C5; 11, CO H4/C5.
Fig. 95.- 1, CO H1/C6; 2, EP BCIV(IV 65-72)/C1; 3, EP BCII(II
65-72)/C4; 4, CO H5/C4; 5, EP BCI(I 65)/C3 y 4; 6, EP BCIII(III
65-72)/C3; 7, CO H3/C6; 8, EP DEII(III 70)/C1.
Fig. 96.- 1, CO H1/C6; 2, CO H/C5; 3, CO H1/C5; 4, CO H5/C3;
5, EP CDI(IV 69)/C2; 6, CO H4/C5; 7, EP BCII(II 65)/C1; 8, CO
H3/C7; 9, CO H3/C6; 10, EP DEII(III 64)/Capas superficiales; 11,
EP CDII(V 69)/C2; 12, CO H2/C6.
Fig. 97.- 1, CO H2/C3; 2, CO H5/C5; 3, CO H5/C2; 4, CO H4/C6;
5, EP DEI(II 64)/Capas superficiales; 6, EP BCII(II 65)/C3; 7, CO
H/C2; 8, EP BCIV(IV 65-74)/C4.
291
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Resumen
EL UTILLAJE DE PIEDRA TALLADA EN LA PREHISTORIA RECIENTE
VALENCIANA. ASPECTOS TIPOLÓGICOS, ESTILÍSTICOS Y EVOLUTIVOS
La revitalización de los estudios sobre la industria lítica
tallada de las etapas de la Prehistoria más cercana –Neolítico, Eneolítico y Edad del Bronce– puede considerarse un hecho relativamente reciente, a situar en la pasada década de
los años 80. Hasta entonces y para esas etapas, la cerámica,
uno de los nuevos elementos de la cultura material aportados
por el Neolítico, había merecido prácticamente toda la atención como objeto de estudio. Las formas y las decoraciones
cerámicas, dada su alta potencialidad analítica e informativa,
permitían la caracterización de horizontes o fases culturales
arqueológicas y el establecimiento de las secuencias evolutivas. La cerámica asumía así el papel que tradicionalmente
había tenido la piedra tallada para los periodos anteriores, el
Epipaleolítico y el Paleolítico, bajo un enfoque tipológico y
estratigráfico.
Esta revalorización del estudio de la piedra tallada
neolítica se produce básicamente en el contexto de la discusión general sobre la neolitización del occidente mediterráneo. La piedra tallada, en tanto que elemento común al
Neolítico y al Epipaleolítico-Mesolítico, se revelaba como
un elemento susceptible de comparación a todos los niveles,
contrariamente a la cerámica, ausente en el estadio epipaleolítico.
Dentro de la corriente de revitalización señalada se inscribe el trabajo que aquí se resume, si bien fuera de aquel
marco inicial de discusión sobre la neolitización. Una de las
principales pretensiones del trabajo es la de devolver a la
piedra tallada el papel tradicional de caracterizador cultural
y de trazador evolutivo, aplicado a las diferentes etapas de la
Prehistoria reciente valenciana. Desde esta perspectiva, es
evidente que la piedra tallada puede introducir matices en la
secuencia cronocultural establecida mediante la cerámica o,
al menos, completarla, llenando de mayor contenido cualitativo cada una de las fases internas.
La tipología estratigráfica es la herramienta básica para la
definición o concreción de secuencias arqueológicas. Por ello
se ha prestado una atención especial a la elaboración de una
tipología lítica específica para el Neolítico y las etapas posteriores, ante la ausencia de una tipología de aplicación generalizada al ámbito del mediterráneo peninsular. Entre los
diferentes modelos al uso, se ha optado –tal como se expone
en el Capítulo I del trabajo– por una tipología morfodescriptiva, inspirada en las del mismo signo existentes para el Paleolítico y Epipaleolítico, pero adaptada al Neolítico. Esta clase
de tipologías está bien implantada, compartiendo ampliamente los conceptos y un mismo léxico analítico y descriptivo –cf.
Capítulo II–. Por otro lado, se han valorado las mejoras que
pueden introducir en una tipología de estas características las
aportaciones de los estudios de estilo y los tecnofuncionales,
sobre todo a la hora de seleccionar los caracteres de mayor
significación tipológica. Conviene recordar que en las tipologías morfodescriptivas los tipos responden usualmente a una
formalización de los caracteres morfológicos y técnicos, primarios y secundarios, inscritos en el utillaje lítico, bajo criterios de selección no siempre explícitos.
Los materiales utilizados para la confección del repertorio tipológico provienen básicamente de dos yacimientos: la
Cova de l’Or (Beniarrés, Alicante) y la Ereta del Pedregal
(Navarrés, Valencia). Ambos poseen buenas muestras líticas
(cuantitativa y cualitativamente) que cubren en conjunto
desde el Neolítico antiguo hasta el Eneolítico final. El repertorio en cuestión –Capítulo III– se ha organizado en base
a dos únicos niveles taxonómicos, el grupo y el tipo; los caracteres morfotécnicos primarios determinan los grupos, y
los secundarios los tipos. El resultado ha sido una lista tipológica que incluye 17 grupos y 196 tipos, donde se recogen
series de piezas que a menudo han sido minusvaloradas en
los catálogos habituales (cf. piezas con simples señales de
293
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uso, o los esbozos de fabricación de puntas de flecha), y
donde se ha puesto un énfasis clasificatorio en algunos de
los conjuntos de utillaje más específicamente neolíticos, en
sentido amplio (cf. hojas/hojitas de retoque marginal, de base estrechada o de retoque plano/sobreelevado).
Las posibilidades de explotación de los datos tipológicos (los materiales líticos formalizados e inventariados) se
han centrado en el aspecto diacrónico (secuencia evolutiva;
Capítulo IV). Ello ha permitido llenar de contenido lítico
cualitativo las secuencias arqueológicas de la Cova de l’Or
(básica para el Neolítico antiguo) y de la Ereta del Pedregal
(básica para el Neolítico final y el Eneolítico). La valoración
diacrónica se ha efectuado, de manera general, para el conjunto de los grupos de utillaje, y de manera más particular,
para los grupos de geométricos y puntas de flecha, dado su
mayor significado estilístico. En el primer caso, se ha puesto de relieve la pérdida de significación en el transcurso de
la secuencia neo-eneolítica de determinados grupos tipológicos (hojas/hojitas de retoque marginal, de base estrechada,
truncaduras, geométricos, etc.) y el lógico ascenso de otros
(hojas/hojitas de retoque plano, puntas de flecha, esbozos foliáceos, etc.), a veces mostrando un desarrollo proporcional
inverso (geométricos vs. puntas de flecha) o un desarrollo
294
paralelo (puntas de flecha y esbozos foliáceos), entre los aspectos destacables. En el segundo caso, se ha evidenciado la
poca significación de algunas clases tipológicas en el conjunto de la secuencia (segmentos y –sobre todo– triángulos,
entre los geométricos; puntas de base recta o cóncava, entre
las puntas de flecha), o la mayor significación de otras clases –o tipos concretos– en tramos determinados (trapecios
simétricos y asimétricos en el Neolítico antiguo; trapecios
rectángulos, de bases desplazadas y rectángulos propiamente dichos en el Neolítico final; puntas cruciformes en el Neolítico final; puntas de aletas agudas largas, rasas o
sobrepasadas en el Eneolítico final), también entre los aspectos relevantes.
En conclusión, el trabajo constituye la primera aproximación explícita al utillaje de piedra tallada de las etapas de
la Prehistoria reciente valenciana desde una perspectiva evolutiva, secuencial. El estudio, basado en dos yacimientos
fundamentales, ha revelado el carácter de indicadores cronoculturales de ciertos grupos, clases o tipos formales de ese
utillaje, carácter que habrá de ser puesto a prueba a partir de
nuevas secuencias estratigráficas mientras se sigue profundizando en la tipología comparada.
[page-n-306]
Resum
L’UTILLATGE DE PEDRA TALLADA EN LA PREHISTÒRIA RECENT
VALENCIANA. ASPECTES TIPOLÒGICS, ESTILÍSTICS I EVOLUTIUS
La revitalització dels estudis d’indústria lítica tallada
per a les etapes de la Prehistòria més propera (Neolític, Eneolític i Edat del Bronze) es pot considerar un fet relativament
recent a situar en la dècada dels passats anys 80. Fins aleshores, i per a aqueixes etapes, la ceràmica, un dels nous elements de la cultura material aportats pel Neolític, havia
acaparat pràcticament tota l’atenció com a subjecte i objecte d’estudi, atesa l’alta potencialitat analítica que revestia feta servir, sobretot, per a la caracterització d’horitzons o fases
culturals arqueològiques i la seua successió en el temps (establiment de les seqüències cronoculturals). La ceràmica
substituïa així el paper tradicional que la pedra tallada havia
tingut per als períodes immediatament anteriors al Neolític i
els més reculats (Epipaleolític, Paleolític), davall un enfocament tipològic i estratigràfic.
A partir dels anys 80, la revalorització de la pedra tallada neolítica com a subjecte analític es produeix, bàsicament,
en un context de discussió general sobre la neolitització. La
pedra tallada era un element comú al Neolític i a l’Epipaleolític (estadi previ a aquell), per tant, un element susceptible
de comparació –a tots els nivells– contràriament a la ceràmica, absent en l’estadi epipaleolític.
Dins del corrent de revitalització assenyalat s’inscriu
aquest treball, però ara fora d’aquell marc inicial de discussió, ja que la pretensió és de tornar-li a la pedra tallada el paper tradicional de caracteritzador cultural i de traçador
evolutiu, aplicat a les diferents etapes de la Prehistòria recent
valenciana. Des d’aquesta perspectiva, és clar que la pedra
tallada pot introduir matisos a la seqüència cronocultural establida mitjançant la ceràmica o, si més no, completar-la, tot
omplint de més contingut qualitatiu cadascuna de les fases
internes.
La tipologia estratigràfica és la ferramenta bàsica per a
la definició o concreció de seqüències arqueològiques. Ales-
hores, una atenció especial s’ha posat en l’elaboració d’una
tipologia lítica específica per al Neolític i les etapes posteriors, que en mancaven d’una definitiva i d’aplicació generalitzada (àmbit mediterrani peninsular). Entre els diferents
models a l’abast, s’ha optat –conforme s’exposa al Capítol I
del treball– per una tipologia morfodescriptiva convencional, inspirada en les del mateix signe existents per al Paleolític i l’Epipaleolític, però adaptada al Neolític. Aquesta
mena de tipologies estan ben implantades i comparteixen un
lèxic (analític, descriptiu, conceptual) àmpliament estés –cf.
Capítol II–. D’altra banda, s’ha mirat de veure les millores
que poden introduir en una tipologia d’aquestes característiques les aportacions dels estudis lítics d’estil i els tecnofuncionals, a l’hora sobretot de seleccionar els caràcters de
major significació tipològica. Cal recordar que la formulació
dels tipus en les tipologies morfodescriptives respon usualment a una formalització dels caràcters morfològics i tècnics, primaris i secundaris, inscrits en l’utillatge lític, davall
criteris de selecció no sempre explícits.
Els materials emprats per a la confecció del repertori tipològic provenen bàsicament de dos jaciments: la Cova de
l’Or (Beniarrés, Alacant) i l’Ereta del Pedregal (Navarrés,
València). Tots dos posseeixen bones mostres lítiques (quantitativament i qualitativa) que cobreixen conjuntament del
Neolític antic a l’Eneolític final. El repertori en qüestió –Capítol III– s’ha organitzat en base a dos únics nivells taxonòmics, el grup i el tipus; els caràcters morfotècnics primaris
determinen els grups, i els secundaris els tipus. El resultat ha
estat una llista tipològica que inclou 17 grups i 196 tipus, on
es recullen conjunts de peces sovint poc tingudes en compte
en els catàlegs més usuals (cf. peces amb simples senyals
d’ús, o els esbossos de fabricació de puntes de fletxa), i on
s’ha posat un èmfasi classificatori en alguns dels conjunts
d’utillatge més específicament neolítics, en sentit ampli (cf.
295
[page-n-307]
fulles/fulletes de retoc marginal, de base estretida o de retoc
pla/sobreelevat).
Les possibilitats d’explotació de les dades tipològiques
(els materials lítics formalitzats i inventariats) s’han focalitzat en l’aspecte diacrònic (seqüència evolutiva; Capítol IV).
Això ha permés d’omplir de contingut lític qualitatiu les seqüències arqueològiques de la Cova de l’Or (bàsica per al
Neolític antic) i de l’Ereta del Pedregal (bàsica per al Neolític final i l’Eneolític). La valoració diacrònica s’ha efectuat,
de manera general, per al conjunt dels grups d’utillatge, i de
manera més particular, per als grups de geomètrics i puntes
de fletxa, donat el seu major significat estilístic. En el primer
cas, s’ha posat en relleu la pèrdua de significació en el transcurs de la seqüència neo-eneolítica de determinats grups
tipològics (fulles/fulletes de retoc marginal, de base estretida, truncadures, geomètrics, etc.) i el lògic ascens d’uns altres (fulles/fulletes de retoc pla, puntes de fletxa, esbossos
foliacis, etc.), de vegades mostrant un desenrotllament proporcional invers (geomètrics vs. puntes de fletxa) o un desenrotllament paral·lel (puntes de fletxa i esbossos foliacis),
296
entre els aspectes destacables. En el segon cas, s’ha evidenciat la magra significació d’algunes classes tipològiques en
el conjunt de la seqüència (segments i –sobretot– triangles,
entre els geomètrics; puntes de base recta o còncava, entre
les puntes de fletxa), o la significació d’unes altres classes
–o tipus concrets– en trams determinats (trapezis simètrics i
asimètrics en el Neolític antic; trapezis rectangles, de bases
desplaçades i rectangles pròpiament dits en el Neolític final;
puntes cruciformes en el Neolític final; puntes d’aletes agudes llargues, rases o sobrepassades en l’Eneolític final), també entre els aspectes rellevants.
En conclusió, el treball constitueix la primera aproximació explícita a l’utillatge de pedra tallada de les etapes de la
Prehistòria recent valenciana des d’una perspectiva evolutiva,
seqüencial. L
’estudi, basat en dos jaciments carismàtics, ha
revelat el caràcter d’indicadors cronoculturals de certs grups,
classes o tipus formals d’aqueix utillatge, caràcter que haurà
de ser posat a prova a partir de noves seqüències estratigràfiques i l’aprofundiment en la tipologia comparada.
[page-n-308]
Résumé
L’OUTILLAGE EN PIERRE TAILLÉE DANS LA PRÉHISTOIRE RÉCENTE
VALENCIENNE. ASPECTS TYPOLOGIQUES, STYLISTIQUES ET ÉVOLUTIFS
La revitalisation des études sur l’industrie en pierre taillée des dernières étapes de la Préhistoire –Néolithique, Énéolithique et Âge du bronze– peut être considérée comme un
fait relativement récent, à situer dans la décennie passée des
années 80. Jusqu’alors et pour ces étapes, la céramique, l’un
des nouveaux éléments de la culture matérielle apportés par
le Néolithique, avait accaparé pratiquement toute l’attention
comme objet d’étude. Les formes et les décors céramiques,
de par leur fort potentiel analytique et informatif, permettaient de caractériser des horizons ou des phases culturelles
archéologiques et d’établir les séquences évolutives. La céramique assumait ainsi le rôle qu’avait traditionnellement
tenu la pierre taillée pour les périodes antérieures, l’Épipaléolithique et le Paléolithique, suivant une approche typologique et stratigraphique.
Cette revalorisation de l’étude de la pierre taillée néolithique se produit essentiellement dans le contexte du débat général sur la néolithisation de l’Occident méditerranéen. La pierre
taillée, en tant que composante commune au Néolithique et à
l’Épipaléolithique-Mésolithique, se révélait être un élément
susceptible de comparaison à tous les niveaux, contrairement à
la céramique, absente dans le stade épipaléolithique.
Le travail que nous résumons ici s’inscrit dans le courant de la revitalisation que nous venons d’évoquer, hors,
toutefois, de ce cadre initial du débat sur la néolithisation.
L’une des principales ambitions de ce travail est de restituer
à la pierre taillée le rôle traditionnel de marqueur culturel et
d’indicateur évolutif, appliqué aux différentes étapes de la
Préhistoire récente valencienne. Ainsi envisagée, il est évident que la pierre taillée peut introduire des nuances dans la
séquence chrono-culturelle établie au moyen de la céramique ou, tout au moins, la compléter, dotant chacune des phases internes d’un meilleur contenu qualitatif.
La typologie stratigraphique est l’outil de base pour la
définition ou l’obtention de séquences archéologiques. C’est
pour cette raison, et devant l’absence d’une typologie valable pour l’ensemble du domaine méditerranéen péninsulaire,
qu’une attention particulière a été prêtée à l’élaboration d’une typologie lithique spécifique pour le Néolithique et les
étapes postérieures. Parmi les différents modèles en usage,
nous avons opté –tel que nous l’exposons dans le Chapitre I
du livre– pour une typologie morpho-descriptive, inspirée de
celles du même genre existantes pour le Paléolithique et l’Épipaléolithique, mais adaptée au Néolithique. Ces typologies
sont bien implantées, partageant amplement les concepts et
un même lexique analytique et descriptif –cf. Chapitre II. En
outre, nous avons tenu compte des améliorations que peuvent apporter les études de style et techno-fonctionnelles
dans une typologie telle que celle-ci, surtout au moment de
sélectionner les caractères les plus significatifs du point de
vue typologique. Il convient de rappeler que dans les typologies morpho-descriptives, les types répondent habituellement à une formalisation des caractères morphologiques et
techniques, primaires et secondaires, inscrits dans l’outillage lithique, suivant des critères de sélection qui ne sont pas
toujours explicites.
L’essentiel des pièces utilisées pour la confection du répertoire typologique provient de deux sites : la Cova de l’Or
(Beniarrés, Alicante) et la Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia). Ils possèdent de bons échantillons lithiques (qualitativement et quantitativement) qui s’étalent, à eux deux, du
Néolithique ancien à l’Énéolithique final. Le répertoire en
question – Chapitre III – a été élaboré sur la base de deux niveaux taxonomiques uniquement, le groupe et le type; les
caractères morpho-techniques primaires déterminent les
groupes, et les secondaires les types. Le résultat est une liste typologique qui inclut 17 groupes et 196 types, où ont été
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repris des séries de pièces qui ont été souvent sous-évaluées
dans les catalogues habituels (cf. pièces à retouche d’utilisation, ou les ébauches de fabrication de pointes de flèche), et
où certains des ensembles d’outillage plus spécifiquement
néolithiques, au sens large (cf. lames/lamelles à retouche
marginale, à base rétrécie ou à retouche plate/surélevée), ont
fait l’objet d’une emphase d’ordre classificatoire.
En ce qui concerne les possibilités d’exploitation des
données typologiques (le matériel lithique formalisé et inventorié), nous avons privilégié l’aspect diachronique (séquence évolutive; Chapitre IV). Cela a permis de doter les
séquences archéologiques de la Cova de l’Or (essentielle
pour le Néolithique ancien) et de la Ereta del Pedregal (essentielle pour le Néolithique final et l’Énéolithique) d’un
contenu lithique qualitatif. L’évaluation diachronique s’est
faite, de façon générale, pour l’ensemble des groupes d’outillage, et de façon plus particulière, étant donnée leur plus
forte connotation stylistique, pour les groupes des géométriques et des pointes de flèche. Dans le premier cas, nous
avons mis en relief, parmi les faits notables, la perte de valeur de certains groupes typologiques (lames/lamelles à retouche marginale, à base rétrécie, troncatures, géométriques,
etc.) au cours de la séquence néo-énéolithique et la progression logique d’autres groupes (lames/lamelles à retouche
plate, pointe de flèche, ébauches foliacées, etc.), montrant
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parfois un développement proportionnel inverse (géométriques vs. pointes de flèche) ou un développement parallèle
(pointes de flèche et ébauches foliacées). Dans le second, et
toujours parmi les faits saillants, nous avons mis en évidence la faible valeur de certaines classes typologiques dans
l’ensemble de la séquence (segments et –surtout– triangles,
parmi les géométriques; pointes à base droite ou concave,
parmi les pointes de flèche), ou la plus grande valeur d’autres classes –ou types concrets– dans certaines trames
(trapèzes symétriques et asymétriques dans le Néolithique
ancien; trapèzes rectangles, à bases décalées et rectangles
proprement dits dans le Néolithique final; pointes cruciformes dans le Néolithique final; pointes à ailerons aigus longs,
ras ou outrepassés dans l’Énéolithique final).
En conclusion, ce travail constitue la première approche
explicite de l’outillage en pierre taillée des étapes de la
Préhistoire récente valencienne depuis une perspective
évolutive, séquentielle. L’étude, basée sur deux gisements
fondamentaux, a révélé le caractère d’indicateurs chronoculturels de certains groupes, classes ou types formels de cet
outillage, caractère qui devra être testé à partir de nouvelles
séquences stratigraphiques, tout en continuant d’affiner la
typologie comparée.
Traduction Marc Tiffagom
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Abstract
CHIPPED STONE TOOLS IN THE RECENT PREHISTORY OF VALENCIA.
TYPOLOGICAL, STYLISTIC AND EVOLUTIONARY ASPECTS
The revitalisation of lithic industry studies during the recent Prehistory (Neolithic, Eneolithic, and Bronze Age) is a
relatively recent phenomenon that can be traced back to the
80s. Until that moment and for these periods, ceramics have
been the focus of new material culture studies as the main
Neolithic contribution. On account of their informative and
analytic potential, ceramic forms and decorations allowed
the characterisation of cultural horizons and archaeological
phases as well as the establishment of evolutionary sequences. Thus, ceramics assumed the role traditionally played by
chipped stone during the previous Epipaleolithic and Palaeolithic periods, from typological or stratigraphic perspective.
This revalorisation Neolithic chipped stone studies is a
result of the general discussion context about neolithisation
in the Western Mediterranean. As a common element of Neolithic and Epipaleolithic-Mesolithic periods, chipped stone
allowed comparison at all levels, contrary to ceramics.
In the line mentioned above, we offer a summary of this
monograph although outside of neolithisation discussion
and debates. The aim of this work is to return to the chipped
stone industries its traditional role of cultural and chronological indicators during the different phases of the recent
Prehistory in Valencia. From this perspective, it is obvious
that the study subject can introduce nuances into the chronocultural sequence established by means of ceramics or, at least complete it thus giving more qualitative contents to each
one of the internal phases.
The stratigraphic typology is the basic method to define
and specify the archaeological sequences. In this sense, a
special attention is paid to the elaboration of a specific lithic
typology for the Neolithic and later phases given the absence of a general typology applicable to the Mediterranean
area of Iberia. A morpho-descriptive typology has been chosen (as stated in Chapter I) inspired in the typology used for
the Palaeolithic and Epipaleolithic periods, but adapted to
the Neolithic. This kind of typology is well established in
terms of analytic and descriptive lexis (cf. Chapter II). On
the other hand, we have evaluated and introduced the improvements and contributions of style and techno-functional
studies, especially to evaluate those characters of major typological significance. It is worth remembering that in
morpho-descriptive typology, types respond ordinarily to a
formalisation of primary and secondary morphological and
technical characters, inscribed in the lithic tools under the
selection criteria which are not always explicit.
The body of the typological catalogue comes from two
sites: ‘la Cova de l’Or’ (Beniarrés, Alicante) and ‘la Ereta del
Pedregal’ (Navarrés, Valencia). Both sites have qualitatively
and quantitatively representative lithic samples from the
Early Neolithic to the Late Eneolithic periods. The catalogue
under consideration (Chapter III) has been organised around
two unique taxonomic levels: the group and the type; the primary morphotechnical characters determine the groups while the secondary the types. The result is a typological list
including 17 groups and 196 types which contains series of
pieces often underestimated in regular catalogues (cf. pieces
with simple retouch of use or projectile point preforms),
with a special emphasis on some specific sets of Neolithic
tools (cf. blades / bladelets with marginal retouch, with narrow base or with flat /over elevated retouch).
Diachronic changes (evolutionary sequence; Chapter
IV) have been the focus of typological data analysis (from
formalised and inventoried lithic tools). This allowed to fill
the archaeological sequences of ‘la Cova de l’Or’ (basic for
the Early Neolithic) and of ‘la Ereta del Pedregal’ (basic for
the Late Neolithic and the Eneolithic) with qualitative lithic
contents. In general, a diachronic evaluation has been undertaken for all tool groups and, in particular, for the geometric
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microliths and arrow points on account of its major stylistic
significance. In the former, the emphasis has been placed on
such outstanding aspects as the loss of significance in the
course of the Neo-Eneolithic sequence of certain typological
groups (blades / bladelets with marginal retouch, with narrow base, truncations, geometric microliths, etc.) and on the
logical increase of others (blades / bladelets with flat retouch, arrow points, bifacial preforms, etc.), which sometimes shows inversely proportional development (geometric
microliths vs. arrow points) or parallel development (arrow
points and bifacial preforms). The latter shows up the little
significance of some typological classes in the general sequence (segments and, above all, triangles, among geometric
microliths; points with narrow or hollow base, among arrow
points), or the major significance of other classes –or con-
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crete types– in certain parts of the sequence (symmetric and
asymmetric trapeziums in the Early Neolithic; rectangular
trapeziums with displaced bases and, strictly speaking, rectangles in the Late Neolithic; cross-shape projectile points
during the Late Neolithic; points with long, flat or exceed
sharp ailerons in the Late Eneolithic), also among the most
relevant aspects.
In conclusion, the work constitutes the first explicit approximation to the chipped stone tools during the recent
Prehistory of Valencia from an evolutionary and sequential
perspective. The study based on two fundamental sites has
revealed the character chrono-cultural significance of certain formal groups, classes or types of these tools which will
have to be tested from new stratigraphic sequences while we
continue going into the comparative typology in depth.
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