El trabajo cotidiano: los recursos agropecuarios, la metalurgia, el uso de la madera y las fibras vegetales
Guillem Pérez Jordà
Carlos Ferrer García
María Pilar Iborra Eres
Yolanda Carrión Marco
Guillermo Tortajada Comeche
Lucia Soria Combadiera
2011
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eL trabajo cotidiano
Guillem Pérez jordà, C arlos Ferrer GarCía, mª Pilar iborra eres, miGuel ÁnGel Ferrer
eres, Yolanda C arrión marCo, Guillermo TorTajada ComeChe, luCía soria Combadiera
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L
as campañas de excavación desarrolladas en la Bastida de les Alcusses han aportado un importante
volumen de objetos y datos con los que abordar los principales trabajos cotidianos desarrollados por
sus habitantes. Tradicionalmente, la base de la economía en este territorio ha estado constituida por
las actividades agrarias, esto es, la agricultura y la ganadería, que permiten asegurar la alimentación y, además, proporcionan excedentes con los que recurrir al intercambio o al comercio. Junto a estas actividades
se desarrollan otras que no están orientadas directamente a la producción de alimentos pero que tratamos
también en este capítulo por su relación con el trabajo cotidiano con recursos naturales del entorno. Se trata
de la metalurgia, el trabajo de la madera y las fibras vegetales, tareas que tienen un papel central en las actividades económicas de los habitantes del poblado.
La agricuLtura
Los elementos que nos permiten aproximarnos a las características de la agricultura desarrollada en este
asentamiento son las semillas y frutos, que se conservan carbonizados, los útiles agrícolas de hierro y las
estructuras de almacenamiento y transformación. Los datos materiales disponibles para evaluar estas actividades son de extraordinaria calidad. Por una parte, durante las diferentes campañas de excavación se ha
recuperado una de las colecciones de útiles de hierro más amplia de la protohistoria peninsular (Pla 1968).
El registro carpológico –semillas y frutos–, pobre durante las excavaciones antiguas (Téllez y Ciferri 1954,
30-31; Pla 1972, 337) se conoce sobre todo a partir de los años 90 (Díes et alii 1997 y 2006; Pérez Jordà et
alii 2007) al aplicar una estrategia de muestreo sistemático del sedimento, lo que nos ha permitido contar
con una amplia muestra para identificar las especies cultivadas. Más pobre resulta la documentación de estructuras relacionadas con estas actividades en el yacimiento, a pesar de la amplia superficie excavada desde
1928. Los molinos son los únicos instrumentos dedicados a la transformación de los productos agrarios documentados. Destaca la ausencia de lagares o almazaras tan frecuentes en los territorios de Edeta y de Kelin
(Pérez Jordà 2000). El almacenamiento parece organizarse entre las trojes, para el grano, y en recipientes
cerámicos para los líquidos.
Los cultivos
Los restos de semillas y frutos que se han conservado carbonizados permiten definir los cultivos y,
al mismo tiempo, qué productos silvestres eran aprovechados. El excelente grado de conservación de
los materiales en la Bastida posibilitó, ya durante los trabajos entre 1928 y 1931, la identificación de algunos restos que permitieron confirmar que se practicaba tanto el cultivo de cereales (trigo desnudo),
como el de leguminosas (vezas). Este conjunto ha podido ser completado con los trabajos más recientes
y hemos podido comprobar la existencia de una mayor variedad de cultivos de cereales y de leguminosas
y constatar la existencia del cultivo de frutales y, posiblemente, de otras plantas con una utilidad más
artesanal.
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Los cereales
1. Frecuencias de los diferentes grupos de cultivos
según el total de muestras analizadas en la Bastida.
Constituyen la base de la alimentación en epoca ibérica
y de hecho son el grupo más representado en el registro
(53 %) [figs. 1 y 3]. Los dos cereales más consumidos son
la cebada vestida (Hordeum vulgare L.) y el trigo desnudo
(Triticum aestivum-durum), con porcentajes prácticamente similares. Ambos aparecen tanto en los vertederos
como en el interior de las viviendas por lo que pensamos
que están destinados a la alimentación humana.
Se trata de dos cereales con unas condiciones de cultivo diferentes. El trigo es más productivo siempre que
las condiciones del suelo sean buenas, mientras que la
cebada es capaz de mantener unos índices altos de producción incluso en suelos pobres. Este hecho explicaría
que, en la mayor parte de los casos conocidos en el País
Valenciano, la cebada sea el cereal preponderante, al encontrarse ante suelos de no muy buena calidad. Por el
contrario, la Bastida, que cuenta con unos buenos suelos
en el Pla de les Alcusses, presenta unos porcentajes de
trigo más altos, prácticamente iguales que los de la cebada [fig. 2]. Otra diferencia entre estos dos cereales es
que los trigos son desnudos, es decir que las cubiertas
2. Frecuencias de los cultivos de: a. cereales, b. frutales, c. leguminosas, d. oleaginosas.
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3. Semillas de cereales carbonizadas: 1. Cebada vestida
(Hordeum vulgare L.), 2. Escaña (Triticum monococcum), 3 y 4. Trigo desnudo (Triticum aestivum-durum).
que los protegen caen por sí solas, lo que facilita su procesado, mientras que la cebada es vestida. Esto obliga
a un procesado más complejo para eliminar la cascarilla que permanece adherida al grano, y que hay que
retirar antes de ser consumida. Para ello se puede recurrir al uso de molinos, de morteros o al torrefactado.
Estos dos cereales se cultivan generalmente como cereales de invierno. Se plantan entre el otoño e inicios
del invierno y su cosecha se realiza a inicios del verano. Por el contrario los mijos (Panicum miliaceum y
Setaria italica), que en este caso parecen tener una presencia muy puntual en el registro de restos (2,3 %),
tienen un periodo de desarrollo mucho más corto, ya que se plantan en primavera para recogerse a inicios
del verano. Aunque la escaña (Triticum monoccocum) está presente de forma puntual en el registro, pensamos que se trata en realidad de una mala hierba de otros cultivos, más que de un cultivo en sí mismo.
Las leguminosas
Las leguminosas son, junto a los cereales, los dos grupos de plantas que han alimentado al ser humano
desde la neolitización, pero generalmente en los yacimientos ibéricos es el grupo peor representado. En la
Bastida suponen un 14,8% [figs. 1 y 4]. Destacan especialmente las vezas (Vicia sativa), mientras que las
habas (Vicia faba), guisantes (Pisum sativum) y guijas (Lathyrus sp.) tienen una presencia muy testimonial. Son especies que pueden tanto cultivarse de forma extensiva, alternando o no con los cultivos de cereales, como desarrollarse en pequeños huertos recurriendo al abonado y posiblemente al regadío, sin que
por el momento tengamos datos a partir del registro
carpológico para definir cuales eran las características de su cultivo.
Los frutales
4. Leguminosas carbonizadas: 1. Guisante (Pisum sativum), 2. Haba (Vicia faba), 3. Veza (Vicia sativa).
El cultivo de frutales define la agricultura de estos
momentos en esta zona [fig. 5]. La vid (Vitis vinifera),
el olivo (Olea europaea), la higuera (Ficus carica), el
almendro (Prunus dulcis) y el granado (Punica granatum), que habían sido introducidos en los siglos
Viii-Vii a.C., están plenamente asentados en el siglo iV
a.C. en un poblado como la Bastida, siendo tras los
cereales el grupo más representado en el registro carpológico (31,5 %) [fig. 1]. La principal novedad que
supone su introducción es que rompen el ritmo agra-
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5. Frutos carbonizados: 1. Higo (Ficus carica), 2.
Granada (Punica granatum), 3. Uva (Vitis vinifera).
rio desarrollado hasta el momento, que consistía en el cultivo de plantas con ciclos de desarrollo anual (cereales, leguminosas). Los frutales necesitan varios años de trabajo antes de empezar a producir, por lo que
hay que tener asegurada la alimentación del grupo antes de iniciar esta inversión y también debe estar asegurado el disfrute de la cosecha, mediante algún tipo de control estable sobre la propiedad de la tierra. Los
frutales son bienes muy preciados, ya que en caso de ser destruidos su recuperación es muy larga.
La introducción de estos frutos mejorará sustancialmente la dieta de estas comunidades al diversificarla con
productos muy nutritivos y de fácil conservación. Además, permitirán obtener dos productos que a partir de
este momento van a marcar toda la historia de la alimentación de los pueblos mediterráneos: el vino y el aceite.
Cultivos artesanales
Un último grupo de cultivos está integrado por el lino (Linum usitatissimum) y la camelina (Camelina
sativa), documentados en los Deptos. 270 y 267 [fig. 6]. Si bien son cultivos que pueden tener una finalidad
alimenticia al ser transformados en aceite, también pueden relacionarse con la elaboración de tejidos. Hasta
la fecha, se trata del único caso en tierras valencianas en que se han documentado tales cultivos para estas
cronologías, aunque tienen una presencia muy puntual en el registro.
De la siembra a la cosecha: las herramientas
El trabajo pionero de E. Pla (1968) sobre las herramientas de hierro de época ibérica puso de manifiesto
la variedad de útiles de trabajo agrario [fig. 7]. Estos elementos nos permiten realizar una aproximación al
ciclo agrícola, desde la producción en los campos hasta la llegada de los productos al poblado y las casas.
6. Oleaginosas: 1. Lino (Linum usitatissimum), 2.
Camelina (Camelina sativa).
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7. Herramientas de hierro para el trabajo agrícola. 1: Reja de arado del Depto. 92. 2: Zapapico del Depto. 163. 3: Escardillo del
Depto. 18. 4: Azada estrecha del Depto. 7. 5: Arrejada del Depto. 69. 6 y 7: Layas del Depto. 9 y de procedencia desconocida. 8:
Podón del Depto. 144. 9: Legona del Depto. 3. 10: Hoz del Depto. 4. 11: Corquete u hoz para la vendimia del Depto. 37. (a partir
de la documentación del Archivo SIP)
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8. Figura de bronce que representa un toro con parte
del yugo. Fue hallada en el
Depto. 237 el día 23 de julio
de 1931 por Joaquín Quilis
(long. 6,5 cm).
A
B
9. A: Rejas de arado halladas en el Depto. 49
(izquierda) y en el camino de ronda de la
Puerta Sur (derecha). B: Arrejadas de los
Deptos. 18, 69 y sin procedencia.
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El inicio del ciclo anual se produce durante el otoño, con el laboreo de los campos antes de plantar los
cereales. Para este trabajo se utilizan principalmente arados tirados por parejas de bueyes –y de los que
conservamos tan sólo las rejas de hierro y las arrejadas para limpiarlas [figs. 8, 9 A y B y 10]–, junto a otras
herramientas como la azada, y el fez o zapapico, que tanto sirven para cavar como para deshacer los terrones
de tierra [figs. 11 A y B]. Tras la siembra de cereales y leguminosas únicamente necesita realizarse el escardado, concentrándose el trabajo en este momento en los campos de frutales, con la poda, de la que hay evidencias en los diferentes podones documentados [fig. 12 A]. Siguiendo con el ciclo anual, a inicios de la
primavera se plantarían las leguminosas de verano, bien en campos de secano o bien en huertas, utilizando
para el laboreo de estos huertos las layas y los legones. Con posterioridad se produciría igualmente la siembra
de los cereales de primavera, mijo y panizo, y también del lino, aunque es posible que en casos de necesidad,
se pueda recurrir a sembrar cebada también como un cultivo de primavera.
Al finalizar la primavera se inicia el periodo que requiere más trabajo –y brazos– en los campos, pues se
suceden las cosechas de los cultivos de primavera (mijos, lino, habas) y de invierno (cebada, trigo, leguminosas). Sabemos que la siega se realizaría con las hoces de hierro [fig. 12 B], que están documentadas con
diversos tipos, trasladando los haces de los distintos cereales a las eras, que no hemos documentado para
este periodo pero que posiblemente estarían situadas junto a los campos de cultivo, para evitar el desplazamiento de la cosecha. Durante este trabajo, los diferentes productos se ordenan en montones junto a la era
para que acaben de secarse y posteriormente se extienden en el suelo para ser trillados, bien mediante el pisoteado de los animales o golpeados con mayales, ya que no se han documentado trillos. Tras el trillado se
procede al aventado y al cribado con la finalidad de separar el grano de la paja y del resto de desechos. Este
proceso se realizaría fuera de los poblados, como tradicionalmente se ha hecho en el mundo mediterráneo
[fig. 13], porque en ningún asentamiento ibérico excavado se han detectado los desechos que se generan en
este trabajo. A continuación el grano se traslada al poblado, posiblemente en sacos o en capazos, donde se
lleva a cabo un último cribado previo a su molturación. Esto lo sabemos porque las semillas de malas hierbas
y los pequeños fragmentos de paja, cubiertas y raquis (espigas) que se eliminan en esta última fase aparecen
en los registros procedentes del interior del poblado [fig. 14]. Todos estos trabajos finalizan durante el verano
y, ya con posterioridad, se preparan los campos para la próxima cosecha. El ciclo finaliza en otoño con la
vendimia [fig. 15] y la recolección de almendros y, posteriormente, a inicios del invierno se lleva a cabo la
cosecha de la oliva [fig. 16].
Los frutos secos como el almendro no tienen ningún problema de conservación, pero con los carnosos se
debería proceder al secado (higos, uvas pasas) o a su inmersión en vino o miel para su conservación, aparte,
obviamente, de su consumo fresco en un plazo de pocas semanas desde su recolección. En la Bastida no
hemos hallado hasta el momento estructuras para la elaboración del vino o del aceite, aunque sabemos por
los restos de semillas que se cultivaba la vid –hay además corquetes para la vendimia– y el olivo, de modo
que es factible pensar que los lagares y las almazaras están en una zona no excavada aún en el interior del
poblado o bien junto a los campos de cultivo.
10. Esquema de las partes
que componen un arado ibérico (reelaboración a partir
de Barril 2000).
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A
B
11. A. Legones del Depto. 3 y de procedencia
desconocida. B. Zapapico del Depto. 163 y
azada estrecha del Depto. 7.
12. A. Podones de hierro de la Puerta Sur y del Depto. 144. B. Selección de hoces de hierro de diferentes tamaños.
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Los suelos y la productividad agraria
El estudio de las unidades ambientales y edáficas, y su evaluación agronómica, tiene como resultado un
mapa en el que se plasma la representación espacial de cada una de las clases agronómicas expresada en
potencialidad de usos [fig. 17]. Obviamente, surge un modelo dual con unos suelos óptimos para la agricultura extensiva e incluso intensiva ubicados en el Pla de les Alcusses y otros con óptimos forestales y para
pastos, situados en los relieves al sur de la loma de la Bastida. Para la determinación semicuantitativa de
estos valores utilizamos un índice basado en los rasgos físicos del suelo y recoge la mayor parte de los aspectos que pueden afectar a una agricultura no tecnificada (Storie 1970).
Como hemos referido, los mejores suelos se concentran en el extremo meridional del Pla de les Alcusses,
donde la potencia de los perfiles edáficos (sedimentarios), la juventud de los suelos, la textura franca –heredada
de la importante presencia de arenas en algunos sectores–, la buena retención de humedad y la ausencia de
problemas de drenaje, hacen que sean óptimos para cualquier tipo de cultivo de secano, como por ejemplo
cereal de invierno y vid. Así, en un área ideal delimitada por una distancia lineal al centro del asentamiento de
2 km, encontramos 300 ha de suelos de clase agronómica 1 y 2, de las cuales 125 ha tendrían una pendiente
inferior al 3%, ideal para el cultivo de cereales. Si aumentamos el área de influencia a 3 km lineales, los suelos
de buena calidad aumentan su superficie hasta unas 350 ha más, de los cuales los de menor pendiente son
apenas 75 ha, ya que la mayor concentración de éstos se da justo al pie de la Bastida.
En torno a los cursos del río Cànyoles y de los barrancos de la Bastida y Fossino encontramos cauces de
fondo plano, terrazas históricas y holocenas con suelos de texturas más variadas que los anteriores. Su valor
para la agricultura es similar, pero con el matiz de que la frecuente renovación sedimentaria de los niveles
más próximos al talweg –canal– y la superficialidad de los niveles freáticos, permitiría en época ibérica,
como hoy, el cultivo de hortalizas y verduras sin el desarrollo de infraestructuras de regadío. En esta tipología
de suelo la superficie disponible, no cuantificada, sería sin duda poco relevante desde el punto de vista cuantitativo, aunque es obvia su importancia en el modelo económico agrario del asentamiento. En el entorno
más inmediato destaca la presencia de estos suelos en el Barranc de la Casa Gran.
En el Pla también encontramos, en torno a los pequeños humedales, suelos con cierto grado de hidromorfía, que aunque ricos en nutrientes, tendrían problemas de drenaje de carácter limitante para la agricultura, frente a su gran productividad ecológica susceptible de aprovechamiento (caza, recolección y, tal
vez, pesca). Con todo, la desecación estacional de los márgenes, con suelos enriquecidos durante las estaciones húmedas, serían óptimos para obtener producciones elevadas, con el cultivo de cereales de verano
(mijo), leguminosas o el caso del lino y de la camelina.
Algunos sectores en el entorno inmediato a la Bastida y en extensas áreas de los glacis y abanicos aluviales
de las sierras de la Solana y Plana, poseen suelos menos generosos que los del Pla, que pudieran ser óptimos
para la producción de leñosas (olivos, almendros, higos). En el entorno más inmediato (2 km) estos suelos
no superarían las 100 ha.
El almacenamiento y la transformación de los productos
En la Bastida se da un sistema de almacenamiento de los productos agrarios a dos niveles. Por un parte,
en el interior de las viviendas se realizaría un almacenamiento a pequeña escala, sin que por el momento se
hayan documentado grandes estructuras para ello. Se documentan principalmente grandes vasos cerámicos
que aunque puntualmente puedan ser utilizados para grano, debían almacenar de forma habitual líquidos
(agua, vino, aceite) u otros preparados que necesiten estar dentro de un contenedor (salazones, o conservas
con grasa, vino, aceite o miel). El grano (cereales, leguminosas) y los frutos secos (almendras, pasas, higos)
se conservarían en recipientes más funcionales como los sacos, los cestos de esparto, arcones de madera,
utilizados tradicionalmente en el mundo rural, si bien la documentación de estos objetos es difícil al estar
hechos de materiales perecederos.
Otro nivel de almacenamiento se da a una escala mucho mayor y centralizada. En la Bastida hay un edificio, identificado en el conjunto 7, que puede interpretarse como un gran almacén de grano (capítulo 4).
Está formado por un cuerpo principal cuadrangular al que se añaden, en fases posteriores, una serie de es-
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13. Trabajos agrícolas en el Pla de les Alcusses
(1928).
tancias hacia el norte. Este edificio inicial presenta accesos desde la calle central a dos niveles. Por un lado,
un ancho vano da paso a una batería de tres pequeños compartimentos cuadrangulares separados por pequeños muretes que identificamos como trojes, cuya función es contener grano a granel. Otro acceso, a
través de un espacio empedrado según las excavaciones antiguas, da paso a estancias estrechas y alargadas
en semisótanos que quedarían subdivididos mediante tablas de madera, creando compartimentos similares
a los primeros. Las trojes son un sistema conocido en la protohistoria peninsular (Pérez Jordà 2000; Rodríguez Díaz 2004) y que ha seguido siendo utilizado hasta la actualidad. Facilita la conservación del grano
al no estar cerrado y ser posible su remoción y al mismo tiempo, permite contener volúmenes considerables.
Además este sistema de almacenamiento es muy flexible ya que la ubicación de las tablas se puede ir modificando en razón de las necesidades de espacio.
Los únicos elementos destinados a la transformación de
los productos agrarios documentados hasta la fecha en el
asentamiento son los molinos [figs. 18 y 19], que son del tipo
rotativo o semirotativo, formado por dos elementos cilíndricos
encajados y unidos por la parte central mediante un vástago
de madera (Alonso 2002, 114). Los hay de grandes dimensiones (con diámetros de unos 60 cm), que están fijos en un espacio específico, y de mediano tamaño (con diámetros de 40
cm) que pueden trasladarse a cualquier lugar (ver detalles en
el capítulo 6).
El uso de los mismos es básicamente la molturación de diferentes productos para su transformación en harina o sémolas. Los productos susceptibles de ser molturados son
básicamente los cereales, pero también las leguminosas y otros
frutos recolectados como las bellotas y hasta las pepitas de uva
(Marinval 2005). De los dos cereales que se cultivan mayoritariamente, el trigo desnudo presenta la ventaja ya comentada
de que tras su paso por la era ya está preparado para la molturación, mientras que la cebada vestida llegaría al yacimiento
con las cubiertas adheridas y necesita ser descascarillada antes
14. Malas hierbas: 1. Cizaña (Lolium perennede ser consumida. Para ello se pueden utilizar los molinos, corigidum), 2. Rabaniza (Raphanus raphanislocando alguna pieza de corcho entre las dos piedras para evitrum), 3. Acedera (Rumex crispus).
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tar triturar los granos. También se puede recurrir al
tostado de los granos o al uso de morteros de madera, que evidentemente no se conservan. No tenemos constancia de cómo realizaban este proceso
pero en todos los casos en los que encontramos concentraciones de cebada está descascarillada.
Las harinas que podemos obtener de estos dos
cereales presentan características diferentes. Parece haberse desarrollado desde época romana una
preferencia por los panes blancos de trigo, pero en
los textos griegos se valora en el mismo sentido los
panes negros de cebada. Podemos considerar a los
iberos, en general, como comedores de cebada, ya
que en la mayor parte de los casos sus frecuencias
son mayores que las del trigo y están destinadas al
15. Corquetes de hierro para la vendimia de los Deptos. 37 y 47.
consumo humano, ya que aparecen almacenadas en
el interior de las casas.
Al molturar el grano se obtiene un producto que
se recoge y se criba con una malla fina, separando
la harina de los trozos de grano que no se han molturado completamente. Esta sémola puede volver a pasarse
por el molino para obtener más harina o pasa a ser consumida en cocidos o hervida. Con la harina podría
elaborar panes, tortas o ser utilizada como ingrediente de diversos platos. Nunca hemos documentado panes
como los que hay en época romana, tan sólo fragmentos de masa difíciles de determinar.
La cocción de los panes y tortas se puede realizar sobre la brasa de los hogares o incluso en pequeños hornos
culinarios, aunque éstas instalaciones no se han documentado hasta el momento en la Bastida. Quizás unas estructuras de piedra de planta circular o semicircular de más de un metro de diámetro ubicadas en espacios abiertos junto a las casas podrían corresponder a hornos. De hecho, una de estas bases de mampostería está junto al
Conjunto 7, el almacén, y junto a otra posible base de molino de gran tamaño [fig. 18], con lo que encontraríamos
asociados en este espacio un granero junto a un molino y un horno de uso posiblemente colectivo.
Los recursos animaLes: La ganadería y La caza
Los restos óseos de animales aportan una valiosa información sobre las prácticas ganaderas y la caza
desarrolladas por los habitantes del poblado. Las especies de animales que hemos identificado fueron usadas
con distinta finalidad: para la obtención de productos alimenticios, como proveedores de materia prima
para diversas artesanías, como la textil (lana), para la obtención de pieles y de huesos con los que elaborar
útiles y adornos, como productores de abonos para fertilizar los campos y como fuerza de trabajo.
La fauna es la primera fuente de información acerca de las prácticas ganaderas, pero además hay que
considerar otras evidencias, como las propias estructuras del poblado. Algunos de los espacios anexos a las
viviendas pudieron utilizarse como cercados o corrales. También son una fuente de información muy valiosa
los objetos relacionados con la ganadería recuperados en el yacimiento como las esquilas del ganado, los
arreos de caballos, o las herramientas usadas en determinadas manufacturas como las tijeras de esquilar o
las fusayolas. Dado que algunos de estos objetos serán tratados en capítulos posteriores desde perspectivas
relacionadas con el armamento, el tejido y la posición social de estos grupos, aquí nos referiremos a ellos
como una evidencia más en una aproximación a la ganadería y la caza.
La muestra estudiada: procedencia y significación
Los datos arqueozoológicos que manejamos proceden en su totalidad de las campañas de excavación realizadas desde el año 1997 hasta el 2007, que han proporcionado una muestra formada por 3.227 fragmentos
óseos de vértebrados y 443 restos de gasterópodos [fig. 20].
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16. Visión idealizada del trabajo de la tierra a los pies de la Bastida: arado de los campos, recogida de leña y recolección de la
oliva (dibujo Francisco Chiner).
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17. Tipos de suelos en el entorno inmediato de la Bastida.
Los restos óseos recuperados presentan un grado de alteración importante; abundan las astillas y los pequeños fragmentos, mientras que los restos completos, escasos, sólo han aparecido en algunos contextos “cerrados”. Las causas de esta elevada fracturación son múltiples: el procesado carnicero, evidenciado a través de
las marcas de carnicería, el fuego y la acción de los cánidos, especie cuyos huesos no han sido identificados.
El material analizado procede de diferentes zonas del asentamiento, principalmente de espacios abiertos
como la base de las murallas, tanto intra como extramuros y junto a las cuatro puertas de acceso, en el camino que bordea la Casa 10 y en un vertedero de la Casa 11. Es decir que son muestras que proceden de lugares de función y uso diferentes y que están formadas por un número desigual de restos.
De las muestras analizadas, dos proceden de áreas de mayor significación. Se trata del vertedero de la Casa
11 y del camino de ronda de la Casa 10. En el primero se pudo realizar un estudio más pormenorizado y se individualizaron distintas fases cronológicas. Este vertedero fue un espacio abierto entre la fachada de la casa y
la muralla. Los restos óseos allí depositados habían sido mordidos por perros, según nos indican las mordeduras identificadas sobre los huesos recuperados en los niveles de uso y abandono. También documentamos
la acción del fuego sobre el material durante el nivel de uso, en lo que interpretamos como la quema intencionada de la basura doméstica allí depositada, acción que provocó una cremación desigual de los restos óseos.
En la fase de abandono de este vertedero identificamos numerosos restos óseos enteros de un asno: el esqueleto
estaba bastante completo, con huesos en conexión anatómica. El hecho de que los restos óseos aparecieran
parcialmente quemados puede responder a dos causas: o se quemó el cadáver para evitar el proceso de descomposición, o la muerte del animal se produjo durante la destrucción e incendio violento del poblado.
La muestra localizada en el camino de ronda de la Casa 10 se caracteriza por la presencia de huesos de
especies domésticas y la ausencia de silvestres. Las partes anatómicas identificadas y su grado de fracturación
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nos indican que se trata de basura doméstica, aunque no está claro que el material
pertenezca sólo a la Casa 10, ya que los caminos, como zonas de paso, permiten la
acumulación y dispersión de los restos allí
depositados, tanto por agentes antrópicos,
animales y atmosféricos.
El resto del material procede de sondeos, realizados en diferentes puntos del
poblado, para extraer información sobre
la construcción de murallas o casas. La
fauna de estas unidades presenta un potencial interpretativo menor. Sin duda el
estudio del material de las recientes excavaciones realizadas en las casas, nos servirá para identificar pautas en el consumo
18. El Depto. 155 junto al Conjunto 7. Este espacio sería probablemente
entre las diferentes unidades domésticas
un porche. Se aprecia, en el centro, una base circular de mampuestos
tanto en la selección de especies como en
para un molino rotatorio de gran tamaño y, al fondo, una estructura
el tratamiento carnicero.
semicircular que quizás sea la base de un horno para cocinar. El muro
de la izquierda es la fachada del almacén.
Una valoración general de la fauna
muestra un conjunto formado por ungulados domésticos y silvestres y por un ave.
Los mamíferos domésticos, cuyos restos
representan un 96,36% del total son la oveja (Ovis aries), la
cabra (Capra hircus), el cerdo (Sus domesticus), el bovino
(Bos taurus), el caballo (Equus caballus), y el asno (Equus asinus). Y el grupo de especies silvestres, con una importancia
porcentual mínima, tan sólo el 3,64%, lo forman el conejo
(Oryctolagus cuniculus), la liebre (Lepus granatensis), el
ciervo (Cervus elaphus), la cabra montés (Capra pyrenaica)
y el jabalí (Sus scrofa). El ave identificada es el sisón (Tetrax
tetrax) [fig. 21].
La ganadería
En el yacimiento de la Bastida, ovicaprinos, cerdos y bovinos, son las especies que proporcionan el mayor volumen de
carne. Aunque los ovicaprinos son los animales más numerosos, según el peso de los restos, es la cabaña vacuna la que proporciona una mayor cantidad de carne. Si consideramos las
19. El Depto. 42 con un molino rotatorio sobre el
unidades anatómicas conservadas y la edad de muerte de las
pavimento (1928). Se aprecia en primer término
la muela pasiva, entera, y detrás la muela acespecies identificadas en cada caso, se observa que no todas
tiva, desmontada y fragmentada en dos partes.
ellas fueron utilizadas para producir carne, ya que hay pruebas
de un aprovechamiento de los recursos secundarios [fig. 22].
Las ovejas (Ovis aries) y las cabras (Capra hircus) son los
animales que han proporcionado un mayor número de restos. Dada la frecuencia de éstos podemos pensar
en la existencia de rebaños mixtos, aunque desconocemos su tamaño. El estudio de las estructuras del poblado no ha permitido la identificación de corrales susceptibles de haber servido para albergar grandes rebaños. Si en un primer momento se pensó que el cercado oriental pudo haber servido como albacara, su
estudio detallado le atribuye una función defensiva, antes que pecuaria (capítulo 4). No obstante podemos
considerar otras posibilidades para la estabulación: que los rebaños fueran de reducido tamaño y que cada
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unidad familiar los guardara en las
propias viviendas, quizás en patios, o
que los rebaños se mantuvieran apartados en zonas más grandes inmediatas al poblado, en cercados realizados
con materiales perecederos o en corrales difíciles de detectar en el registro arqueológico. Con todo, esta distribución
de los rebaños en el entorno inmediato
del poblado, que no es incompatible
con la organización poblacional detectada en el entorno de la Bastida (capítulo 3), es indemostrable en el estado
actual de la investigación.
Esta cabaña estaría sustentada por
los pastos y por los productos cerealísticos, de los que existen abundantes
evidencias en el poblado, como hemos
visto más arriba. Además, la identificación del sisón entre las aves silvestres
se debe poner en relación con los campos de cereal identificados en el Pla de
les Alcusses. En épocas de estabulación
forzosa estos animales podrían ser alimentados con piensos. Habas y cebada
han sido identificadas en el yacimiento, y a pesar de que debieron ser
usadas de forma preferente para el
20. Frecuencias absolutas y relativas de la fauna recuperada en la Bastida,
consumo humano podemos considerar
según el número de restos (NR), número mínimo de elementos (NME), número mínimo de individuos (NMI) y el peso (gramos).
un posible uso como materia prima
para la elaboración de pienso de ganados tal y como recoge Columela en De
re rustica para época romana, donde
cita que el mejor alimento para las ovejas durante la estabulación es la cebada mezclada con habas. El manejo
de esta cabaña podría desarrollarse en el entorno del asentamiento, tanto en las zonas deforestadas o adehesadas, como en los campos de cultivo de cereal, a los que podrían entrar los rebaños tras la siega, y los
barbechos y las zonas de pasto de las zonas colindantes.
Según la abundancia de restos óseos en esta cabaña de ovicaprinos predominaban las ovejas (en proporción de 2,3 a 1). Las edades de sacrificio de los ejemplares nos indican que la cabaña estaba orientada principalmente a la producción de carne y lana, en el caso de las ovejas, mientras que las cabras parecen dedicarse
con mayor énfasis a la producción láctea. Que se producía lana en la Bastida se deduce igualmente de la
existencia de algunas herramientas como las tijeras de esquilar [fig. 23] y las numerosas fusayolas recuperadas en casi todos los departamentos (capítulo 6).
Algunos huesos de estos animales fueron usados con la finalidad de fabricar piezas de juego. En la muestra analizada hemos identificado un astrágalo de cabra que presenta una perforación central y la superficie
lateral pulida, modificado intencionadamente para darle una forma rectangular y ser utilizado como una
pieza de juego (taba).
A partir de algunos huesos conservados enteros hemos podido calcular la talla de ovejas y cabras. Las alturas calculadas para este grupo revela que las ovejas tenían una alzada media de 56,8 cm mientras que las
cabras tenían una talla ligeramente inferior con una media de altura a la cruz de 53,29 cm. Algunos de estos
ejemplares tenían cuernos con forma de cimitarra.
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21. A. Importancia relativa de las especies identificadas (% NR) en la Bastida. B. Representación del conjunto analizado por grupos (% NR)
La segunda especie más frecuente tras los ovicaprinos es el bovino (Bos taurus) y su importancia como
proveedor de carne aumenta al considerar el peso de sus huesos, un parámetro que indica con mayor exactitud el volumen de carne aportado por una especie.
Las medidas de los huesos indican que hay una mayor presencia de hembras. El mantenimiento de hembras hasta edad avanzada está justificado por la cría de terneros como los que se consumieron en el poblado.
Del mismo modo esta edad avanzada en los animales sacrificados también nos indica una búsqueda de la
máxima rentabilidad tanto para la cría de animales como para el uso de ellos en trabajos de tiro. En este
sentido hay que valorar las patologías óseas (exóstosis) observadas en las falanges de varios animales producidas por un sobreesfuerzo. El hallazgo en el poblado de instrumental agrícola, y por supuesto, la pequeña
figura de bronce de un bovino uncido con un yugo, serían argumentos de peso en la valoración de la importancia del vacuno como animal de labranza en la agricultura [fig. 8].
Con una importancia relativa similar al bovino tenemos el cerdo (Sus domesticus). Se trata de una especie
de fácil manejo, que proporciona importantes recursos alimenticios: abundante carne, grasa y sangre, cuya
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alimentación dependería de los desperdicios domésticos, de los restos agrícolas y de
los recursos silvestres como las bellotas, diversos tubérculos y raíces. Estos animales
tenían una alzada media de 65 cm.
Además de estos tres grupos de especies,
hemos identificado otras que no fueron relevantes para el consumo alimenticio. Se
trata de los équidos: el asno y el caballo. Los
restos de asnos (Equus asinus) son escasos.
La mayor parte corresponden a parte del
esqueleto prácticamente entero de un individuo que se recuperó con marcas de cremación en la fase de abandono del
vertedero de la Casa 11 antes comentado. Se
trata de un macho, ya que en las hemimandíbulas se encuentra el alvéolo del canino,
22. Valores relativos del NR y de su peso en los mamíferos domésticos.
lo cual es un rasgo que diferencia a los
sexos, con una edad de muerte de entre los
6-8 años. Las medidas obtenidas nos han
servido para calcular la altura a la cruz, obteniendo una talla de entre 103,5 y 106,7 cm, lo que corresponde
a un animal de talla reducida apto para transportar cargas por angostas sendas y callejuelas. Sus huesos no
tienen marcas de carnicería, lo que indica que no se consumió su carne. Además del asno se documentan
algunos restos de caballo (Equus caballus) sobre los que sí han quedado patentes marcas de carnicería. Este
hecho junto a que se trata de huesos de animales adultos-seniles, nos lleva a pensar que esta especie fue
consumida en edad avanzada, cuando ya no fue útil para las tareas de tiro o monta. Los restos de bocados
de caballo (capítulo 8), y las anillas y campanillas [fig. 24], que pudieron pertenecer a adornos de las caballerías, son indicadores del uso de este animal como montura, práctica documentada entre los iberos, tal y
como se desprende de algunos textos clásicos (Estrabón iii, 4, 16-18), de la abundante iconografía de la escultura, de los vasos cerámicos –aunque fechados un siglo después de la ocupación en la Bastida– de épocas
más recientes y de los exvotos en bronce.
La caza
Las especies cinegéticas cuentan con una presencia mínima en la muestra analizada (3,64%). Los grupos
de especies identificados son; la cabra montés (Capra pyrenaica), el jabalí (Sus scrofa), el ciervo (Cervus
elaphus), el conejo (Oryctolagus cuniculus) y la liebre (Lepus granatensis) y entre las aves el sisón (Tetrax
tetrax). Fueron usadas como recurso alimenticio y algunos de sus huesos se utilizaron para la manufactura
de útiles [fig. 25].
La fauna silvestre además de indicarnos una actividad cinegética, ciertamente reducida si tenemos que
valorar exclusivamente sus bajas frecuencias, aporta información sobre las características del entorno de la
Bastida. Dos especies: el ciervo y el jabalí indican la existencia de masas forestales, aunque bien es cierto
que ambas son muy versátiles, ocupan una amplia variedad de ambientes y toleran bien los espacios aclarados por la actividad humana. Es aquí, en este tipo de espacios, donde otra de las especies identificadas –
el conejo– alcanza altas densidades. El resto de las especies silvestres presentes en el yacimiento, la liebre
y el sisón, habitan espacios abiertos, campos de cultivo y zonas con matorral bajo. Finalmente la cabra montés ocupa las zonas escarpadas de montaña.
Sorprende la escasez de especies silvestres dado el paisaje donde se ubica el yacimiento: las estribaciones
de una sierra de altitud media, y en cuyas proximidades, a menos de dos horas de camino, se extienden amplios espacios montañosos como las sierras de Enguera y Almansa, donde aún hoy en día abundan los recursos cinegéticos. En la Bastida contamos con armas que sin duda se utilizaron para la caza, como las lanzas
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23. Tijeras procedentes del
Depto. 126.
24. Filete y cama de hierro
pertenecientes a un bocado de
caballo del Depto. 146 y campanilla de bronce del Depto. 2.
y jabalinas [fig. 26] (capítulo 8), como muestran para contextos más tardíos las representaciones en vasos
del Tossal de Sant Miquel (Bonet 1995). Otra cuestión es si a la luz de la baja representación de las especies
silvestres, podemos plantear que la caza fue una actividad minoritaria, aunque con los datos actuales, no
podemos asegurar que se trate de una actividad restringida a ciertos grupos ya que no disponemos de muestras amplias para comparar los registros faunísticos de basureros asociados a casas. Sin embargo, su presencia ya es significativa de la disponibilidad de recursos alternativos a las cabañas ganaderas.
Los recursos mineraLes y La metaLurgia
Los metales eran elementos estratégicos de altísimo valor económico. En época ibérica, y para el caso
concreto de la Bastida, destaca la producción de objetos de hierro, bronce, plomo y plata entre las actividades
de metalurgia documentadas. El valor de los objetos metálicos es inseparable del mismo trabajo o uso al
que se vinculan, pues la mayor parte de ellos son elementos fundamentales en la fabricación de armamento,
utillaje agrícola y artesanal, sin olvidar los elementos de adorno personal y corporal.
Hasta el momento se han detectado dos actividades de producción metalúrgica en el poblado de la Bastida: se trata, por una parte, de la copelación de la galena argentífera y, por otra, de la siderurgia. Las mues-
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tras proceden de las excavaciones realizadas entre 1928 y 1931 así como de intervenciones recientes en los caminos de ronda de
la muralla oeste, de la Puerta Sur, y en la
Casa 11 que facilitan la ubicación contextual
de los hallazgos.
De la mina al poblado
La cantidad y calidad de las evidencias
de actividad metalúrgica en la Bastida están
vinculadas a indicios de minería extractiva
en la zona próxima al poblado. Si bien sólo
conocemos algunos afloramientos de óxidos de hierro sedimentarios susceptibles de
aprovechamiento, como es el caso del Cabeçol del Ferro en la partida de les Carras25. Valores relativos del NR y de su peso en las especies silvestres.
quetes, para el caso concreto de la Bastida
hemos de suponer que en el territorio inmediato se encuentren los yacimientos minerales. Normalmente están dispuestos en filón vertical por lo que conocemos en otros entornos: en el Puntal
dels Llops se han detectado vetas de mineral recristalizado en las diaclasas de la roca caliza explotables a
cielo abierto (Ferrer Eres 2002).
La metalurgia del plomo argentífero y la siderurgia conllevan actividades realizadas en el exterior del
poblado y actividades llevadas a cabo en el interior. Fuera de la Bastida tuvieron lugar, obviamente, las actividades de extracción del mineral con la ayuda de picos en minas al aire libre. A pie de mina seguramente
también tuvo lugar el proceso de reducción directa para todos los tipos de metalurgia, ya que no hay indicios
en el poblado de estas actividades, como podrían ser las escorias de reducción o fragmentos de paredes de
hornos de reducción. El proceso de reducción directa es el mismo para los minerales de plomo y para los de
hierro, pero varían tanto las relaciones de carga entre el mineral y el combustible como los fundentes utilizados y las temperaturas máximas alcanzadas para ambos tipos de carga. Ahora bien, los productos obtenidos en las operaciones de reducción de minerales son diferentes.
Tras la obtención del mineral, se tritura la ganga que va unida a la mena para trasladar menos volumen
de material y facilitar los trabajos posteriores. A continuación se realizan procesos de concentración por levigación o concentración gravimétrica, pues el contenido metálico de los minerales raramente sobrepasa el
2% del material extraído. Después se separa por decantación el mineral de la ganga y se seleccionan los minerales. En este momento, se podrían realizar mezclas destinadas a mejorar las condiciones de fusión aunque
muchas veces, dado el carácter polimetálico de las menas, esta mezcla es involuntaria. Todas estas operaciones persiguen el ahorro en combustible, que es en época ibérica el carbón vegetal y la madera. El carbón
vegetal se utiliza para reducir el mineral en el bajo horno porque se necesita un alto poder reductor, mientras
que la madera se puede utilizar en la fase de copelación puesto que sólo se requiere calor y poder oxidante.
La tostación consiste en la exposición a fuego oxidante del mineral sulfurado –la galena para el caso del
plomo y la limonita para el caso del hierro– para eliminar la humedad contenida en el mineral y llevarlo a
su oxidación. Con el mineral ya oxidado y apto para la reducción directa, se va cargando el bajo horno mediante capas alternas de mineral y combustible (carbón vegetal como elemento reductor), junto a fundentes.
Durante la combustión en el interior de este horno se conseguirá una atmósfera reductora que logrará separar el oxígeno de los óxidos metálicos, tras varias reacciones químicas y la escorificación de la ganga y
fundentes remanentes.
Al poblado se llevaba el producto resultante de la reducción: planchas de plomo y goterones para el caso
de la galena, o lingotes de hierro aglomerados en forja, materiales, todos ellos, documentados en la Bastida.
Las planchas, producidas en el bajo horno, fueron vertidas en colada fundida sobre superficies aplanadas.
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En el caso de hierro se obtendrá, como resultado del proceso de reducción directa, una especie de esponja
porosa formada por una mezcla de hierro y escoria que posteriormente deberá ser aglomerada mediante forja.
La copelación de la galena argentífera
Un grupo de materiales ya detectados desde las primeras excavaciones están asociados a los procesos de
copelación de la galena argentífera. Planchas de plomo de obra, goterones de plomo en fusión vertidos sobre
agua para su súbito enfriamiento, óxidos de plomo, o fondos de cubetas [figs. 27 y 28] son las evidencias de
que en la Bastida se estaba realizando la copelación de la galena argentífera, es decir, el proceso para obtener
la plata contenida en las vetas mineras.
La copelación es un tratamiento para separar de una aleación los metales con diferente ley o resistencia
a la oxidación. El proceso es sencillo: se funden las aleaciones de metales en atmósfera oxidante en el interior
de un horno de reverbero –llamado así porque sus paredes reflejan el calor– y dentro de un recipiente denominado copela cuya finalidad es la absorción, mediante oxidación, de las impurezas del baño de plomo
argentífero fundido.
No es necesario alcanzar temperaturas muy elevadas porque estos metales tienen bajos puntos de fusión,
de hecho basta con superar temperaturas de 700-800º C, dependiendo de la mayor o menor pureza de la
aleación, adición de fundentes, combustible más o menos reductor, para fundir los metales de la aleación.
Tras este proceso el plomo se libera en forma de óxido, denominado litargirio, que en parte es absorbido
por la copela y el resto debe ser retirado de la superficie en fusión –operación que se denomina desnatado.
La copela debe ser muy absorbente por lo que en su fabricación se utilizaban materiales como cenizas de
hueso, cal y materiales cerámicos molidos. De hecho, algunos restos de copelación aún conservan las cenizas
y huesos adheridos al fondo exterior [fig. 29].
El proceso de copelación se debe repetir varias veces hasta obtener la plata refinada. Tras la solidificación
y el enfriamiento de las tortas, éstas se introducen de nuevo en el horno para continuar oxidando el plomo
y así separarlo progresivamente de la plata remanente contenida en el mismo. Finalmente, los metales nobles
aparecen en el fondo de la copela en forma de botón brillante. Es un proceso que implica una inversión de
combustible y esfuerzo importante, además de la participación de mucha gente, desde el trabajo en las minas
para extraer el mineral, hasta su transporte hacia el poblado y las copelaciones o fases finales. A pie de mina
26. Puntas de lanza y jabalina.
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27. Plancha de plomo resultante durante el proceso de copelación del mineral de galena.
28. Fragmentos de plancha de copelación.
29. Plancha fundida en el proceso de copelación. El pincho de bronce quizás sirviera
para comprobar la marcha de los procesos
de fundición.
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se extrae el mineral de las vetas y allí se realiza la primera reducción del mineral de plomo (galena). Esta
primera reducción es innecesaria realizarla en el poblado y sólo se transportaban hasta allí las tortas de
plomo argentífero que habían sufrido una primera reducción. Por ello sólo las fases finales del proceso de
obtención de plata están documentadas en el poblado.
Las excavaciones entre 1928-1931 no identificaron hornos de copelación. No obstante, las descripciones
que dejaron los excavadores en los diarios permiten identificar talleres metalúrgicos y procesos de copelación
porque hay referencias a acumulaciones de manchas de cenizas, goterones y planchas de plomo y, a veces,
fragmentos de tierra cocha o quemada. A partir de la identificación de estas evidencias y de otros objetos
como toberas –que dirigen la corriente de aire desde un fuelle sobre el baño de metal y aceleran su oxidación
[fig. 30]– o trípodes de hierro –para sujetar la copela en el interior del horno– podemos identificar diversas
estancias que, a modo de talleres, estaban llevando a cabo este proceso. Uno de los ejemplos más claros de
taller metalúrgico lo ofrece el Depto. 49, donde hay asociados planchas y goterones de plomo, un trípode de
hierro y una tobera. Pero además, los goterones de plomo son hallazgos abundantes en muchas zonas abiertas, incluso en espacios de circulación como los caminos de ronda de la Muralla Oeste y la Muralla Sur.
El aspecto externo de las tortas de plomo evidencia su adscripción a las fases iniciales del proceso de refinado de la plata, o primera copelación [fig. 31 A y B]. En concreto corresponden al momento en el que se
vierte el sobrante de plomo enriquecido desde la copela, colocada en el interior del horno. Esto puede ser
realizado de diversos modos: se puede abrir una piquera en la copela que deje salir el sobrante de plomo, o
bien se puede inclinar la copela con ayuda de algún otro elemento como trípodes o parrillas de hierro, como
la hallada en el Puntal dels Llops (Olocau) (Ferrer Eres 2002).
La operación de vertido era delicada pues se debía realizar en el momento en que la copela conteniendo
el baño en fusión de plomo y plata estuviese agotada, es decir, que hubiese cumplido totalmente su función
absorbiendo los óxidos de plomo y colmatando su estructura. A partir de ese momento la oxidación sólo
tiene lugar en la superficie del plomo en fusión por contacto con el aire, con lo que la operación se hace más
lenta y hace conveniente verter el material al exterior o remover el baño fundido con varillas [fig. 29] con el
fin de facilitar la oxidación, como se ha documentado en descripciones de copelación tradicional.
Los elementos resultantes del proceso de copelación de la Bastida revelan aspectos interesantes sobre
las condiciones de trabajo y los espacios en los que se hacía la copelación, puesto que la masa de metal fundido, al ser vertida, recoge y se adapta a la forma de la copela conteniendo también parte de los materiales
de que se componga (tierra, cerámica, cal, cenizas). Por ejemplo los goterones de plomo con la característica
coloración de la oxidación superficial del plomo –tornasolados que van del azulado o gris plomo a los colores
rojizos– son indicativos de material vertido en sucesivas capas durante la fusión y solidificadas al caer por
gravedad.
Podemos saber el sentido de salida del material en fusión por la dirección de los goterones: hay casos en
que la salida es vertical porque se realizó el sangrado del horno [fig. 31 A], y otros en los que la salida es horizontal porque hubo sucesivas aportaciones de material fundido solidificando unas coladas encima de otras.
Éste es el caso de unas muestras procedentes de la Casa 11 [fig. 31 B]: aquí el material en fusión se adaptó a
una cubeta excavada en el suelo con abundante presencia de cenizas y algún fragmento cerámico.
Otras muestras más pequeñas, procedentes de la Casa 11 y de los caminos de ronda de la zona oeste y la
Puerta Sur, indican que se vertió el material fundido sobre una superficie plana y en cantidades más reducidas, porque las planchas resultantes no superan los 5 cm de diámetro [fig. 32]. Debido a su forma aplanada,
el tamaño reducido y, por tanto, la mayor cantidad de superficie en contacto con el aire, las piezas adquirieron las tonalidades de los óxidos de plomo mezcladas con algunos materiales adheridos a la superficie en
contacto con el suelo que se incluyeron en parte de su estructura.
Una vez enfriadas las tortas resultantes, como hemos señalado, se introducen de nuevo en el horno con
otra copela para repetir el proceso. Obviamente, a medida que se vayan realizando copelaciones el metal
será cada vez menos voluminoso. El numero de procesos que eran necesarios es una cuestión variable, pues
depende de la cantidad de plata que contenga una veta de plomo. A modo de comparación, y para época romana, se ha estimado que se necesitan unas siete operaciones de copelación hasta obtener plata pura.
Es interesante señalar que los siguientes procesos de copelación, ya a escalas pequeñas, no requieren
una gran infraestructura ni equipamientos voluminosos. De hecho, cualquier estructura de combustión a
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modo de hornos de reverbero pequeños, hogares de forja o fraguas de herrero pudieron haber servido para
efectuar las últimas fases de la copelación porque el rango de temperaturas y el ambiente oxidante adecuados
también se pueden conseguir en estas estructuras. Las copelas en esta segunda fase son más pequeñas, pues
basta con someter a alta temperatura y en un ambiente oxidante una reducida cantidad de plomo con alta
concentración de plata. Con ello se absorbe de una sola vez todo el plomo en forma de óxido, dejando en su
fondo un pequeño disco de plata en forma de botón, de color gris oscuro debido al óxido de plata, con la
forma de los fondos de las copelas donde fueron depurados [fig. 33 A y B]. Así pues, el resultado final del
proceso es una pieza que contiene plata en una concentración variable entre el 80 y el 90%, siendo el resto
impurezas y plomo residual –lo que confirma que corresponden a la fase final del proceso a partir de piezas
con cantidad mayor de plomo.
Hay seis fondos de copela de este tipo en la Bastida, cinco de los cuales fueron hallados agrupados y ocultos en un recipiente cerámico entre los Deptos. 103-105 y el otro en el Depto. 232 (capítulo 7). Los análisis
han detectado que las piezas más grandes contienen algo más de plomo en su composición mientras que las
más pequeñas presentan mayor pureza de plata, aunque en todos los casos hay impurezas –fundamentalmente sílices que corresponden a los constituyentes de la copela que absorbe el material fundido durante el
proceso. Todo ello indica que las técnicas de copelación contemplan, hasta en las fases finales, diferentes
grados en el refinado; de hecho, se seguían copelando los goterones en copelas cada vez más pequeñas hasta
obtener plata casi pura. Hay que tener en cuenta que incluso la plata obtenida por métodos actuales no llega
al 100% de pureza en su composición.
Esta segunda fase de la copelación no se documenta en todos los asentamientos en los que se desarrollan
procesos de copelación. Por ejemplo, en el poblado del Puntal dels Llops, en la zona edetana, se realizaba
sólo la primera fase de concentración, mientras que las restantes fases se han documentado en otros poblados del entorno como el Castellet de Bernabé (Ferrer Eres 2002). En la Bastida están bien documentadas
las dos fases del proceso de copelación, lo que invita a pensar que la infraestructura necesaria para realizar
la extracción de mineral desde la mina y las primeras copelaciones del proceso dependían de una organización social y económica controlada por los grupos que obtenían la plata en el yacimiento.
Obviamente, el proceso de copelación puede ser interrumpido y retomado en cualquier momento a partir
de cualquier objeto que contenga plomo argentífero. Desconocemos qué pureza de plata se consideraba adecuada para poner en circulación, y lo más lógico es pensar que diferentes circuitos de intercambio funcionaran al mismo tiempo, pues piezas con diferentes concentraciones de plata han sido halladas en diferentes
zonas del poblado. Una extrapolación teórica a partir del contenido en plata del mineral tratado en la Bastida
nos lleva a inferir que sería posible extraer del tratamiento de 1000 kg de galena argentífera unos 12 kg de
plata pura. Así, sólo los cinco fondos de copela de plata hallados en una ocultación que pesan 207 g implican
la reducción y copelación de 17 kg de galena.
Volviendo a los diferentes circuitos de circulación de plomo argentífero, es interesante señalar que la copelación de fragmentos pequeños pudo haberse realizado con relativa facilidad. La abundancia de goterones
en el poblado, que aparecen en espacios abiertos, calles o plazas y la aparición de agrupaciones de pequeños
objetos de plomo –todos con alto contenido en plata– son indicativos de que este metal debió ser un metal
codiciado y buscado. De todo ello, se deduce el aprovechamiento de copelaciones por doquier. Es interesante
constatar que el contenido en plata de algún goterón es muy elevado (1,28% en BAS 6) [fig. 32], lo cual sólo
es explicable como resultado de operaciones de copelación ya que el mineral de partida, la galena, sólo contiene
trazas de plata en una concentración variable entre 0,25% y 0,45%. En el borde de este goterón hay marcas
de tres golpes de cincel realizadas tras su solidificación que sugieren algunas cuestiones: ¿se trata de una
marca relacionada con el proceso de copelación, como una unidad de medida, una marca de su peso o de su
ley? Con los datos disponibles hasta el momento no es posible responder categóricamente a estas preguntas.
Uno de los conjuntos de piezas analizadas (BAS 10) constituye un buen ejemplo. Se trata de pequeñas
piezas de plomo, goterones, láminas y pequeñas barras que no parecen ser materias primas destinadas a su
reducción en el proceso de copelación, sino objetos manufacturados acabados. Estos objetos contienen unas
cantidades de plata elevadas (entre 0,72-1,05%).
Contamos también con evidencias para defender que los fragmentos de plomo ricos en plata eran ensayados y muestreados para calibrar su contenido en plata y valorar así la rentabilidad del proceso. Pensemos
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30. Toberas de cerámica.
Las toberas son las
bocas de los fuelles utilizados para insuflar aire
a los hornos metalúrgicos.
en la llegada de grandes volúmenes de galena argentífera, quizás procedentes de varias vetas abiertas al
mismo tiempo, algunas de ellas nuevas, y cuyos contenidos en plata se desconocían, por lo que sería necesaria la valoración de la riqueza del metal de las nuevas vetas. Siguiendo un proceso que hoy en día se sigue
haciendo en joyería, el contenido en plata del material que llegaba al poblado tendría que ser evaluado. Para
ello son necesarias las balanzas de precisión que, en muchas ocasiones, están asociadas a evidencias de fundición de plomo [fig. 34]. El cálculo seguía una sencilla regla de tres: los maestros metalúrgicos pesaban
una pequeña muestra y la sometían a copelación. La plata resultante, que era también pesada, permitía calcular el contenido en plata de los fragmentos de planchas nuevas.
Los valores en estos circuitos de intercambio debieron estar determinados por el patrón de la plata, pues
el metal circulaba no sólo entre los grupos ibéricos del entorno, sino también a escala mediterránea. Desconocemos las medidas o pesos que determinaban estos patrones, pero sí sabemos que cualquier fragmento
podría ser valorado en estos circuitos, y no era para menos, pues los esfuerzos puestos en su obtención son
patentes. El corte por cizalla de uno de los fondos de copela con alto contenido en plata podría indicar bien
la adaptación de su valor o la extracción de un pedazo para un siguiente refinado (capítulo 7).
El reciclaje del plomo
Los óxidos de plomo resultantes de los procesos de copelación serían vueltos a reducir en bajos hornos con
nuevos usos, pues el metal –incluso el plomo– era altamente valorado, susceptible de ser aprovechado y reutilizado en la manufactura de otros objetos [fig. 35]. El plomo desplatado entraría, así, en otra esfera de circulación. En la Bastida es frecuente la existencia de recipientes de plomo a modo de calderos, o vasos y cuencos,
pero también se documentan otros objetos como pesos, ponderales, adornos o láminas y soportes de escritura.
La siderurgia
El trabajo del hierro en la Bastida está también documentado a partir de escorias y objetos acabados,
pero no contamos por el momento con forjas ni talleres de herreros, posiblemente porque no fueron identificados durante las excavaciones antiguas. No obstante, a partir del estudio macroscópico y microscópico
de las piezas podemos reconstruir los procesos de producción siderúrgica. Hemos detectado dos fases de la
cadena operativa siderúrgica: la primera consiste en reducir la materia prima en hornos de reducción, operación que se realizaba fuera del poblado, al igual que sucede con la reducción de la galena argentífera; la
segunda fase trata el mineral de hierro en la fragua mediante forja, en instalaciones dentro del poblado.
Las actividades de producción de hierro se realizan cerca de minas, o en lugares próximos al aprovisionamiento de combustible, por ser molestas, insalubres y necesitar espacio y cursos de agua. El horno bajo
estaba construido con arcilla, tierra arenosa, piedras y escorias de desechos anteriores y contaba con una
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A
B
31. A. Goterones solidificados por enfriamiento al sumergirlas en líquido (BAS 2). B. Otro elemento del mismo proceso procedente
del Depto. 249 (Casa 11) (BAS 3).
entrada de tobera, carga y la de trabajo. La parte interna del horno consta de un espacio para recoger el
metal semifundido junto con la escoria y de un canal de sangrado para expulsar la escoria al exterior. La
operación de reducción duraba aproximadamente seis horas, durante las que se cargaba el horno con carbón
y mena de hierro, se encendía el horno y se aumentaba la temperatura insuflando aire; posteriormente, se
continuaba añadiendo mineral triturado junto con carbón. Durante la operación de reducción era necesario
controlar la consistencia de la zamarra, para lo que se introducían en el horno varas metálicas. Esta operación
también ayudaba a reconducir el mineral a la zona más caliente del horno. Las pequeñas masas de hierro
que aparecían dispersas por el horno también debían ser reconducidas.
Cuando se completa la reducción es necesario romper una parte del horno para sacar la zamarra y llevarla
al yunque para su depurado y compactación con el mazo, formando así un lingote. A continuación se realizaba inmediatamente una nueva hornada para aprovechar las condiciones de temperatura del horno y la
sequedad de las instalaciones, lo que ayuda a economizar combustible y mejora los resultados.
Todas estas actuaciones son básicas y necesarias para la obtención de hierro mediante reducción directa
en la actualidad, y debieron serlo también en época ibérica, si bien podrían variar en cuanto a proporciones
de carga, rendimientos de las hornadas o en la fuerza motriz utilizada.
Algunas muestras de hierro y escoria [figs. 36, 37 y 38] indican que las fraguas y los talleres de forja estaban situadas
dentro del hábitat, en talleres domésticos como los conocidos
en otros asentamientos ibéricos valencianos como en los Villares o en el Castellet de Bernabé (Mata et alii 2007; Guérin
2003), que son diferentes de otras instalaciones que desarrollan escalas de producción más amplias, como los documentados en el Tossal de les Basses (Ferrer Eres 2007). Los procesos
de forja se pueden reconstruir fácilmente porque el trabajo de
fundidores y forjadores ha cambiado poco respecto a los documentados en la Bastida.
La materia prima trabajada en los talleres de forja son lingotes de material férrico de acero que pueden variar, obviamente, en tamaño [fig. 36]. Este material es producto del
tratamiento de la esponja ferrífera que se compactaba me32. Goterón de plomo (BAS 6) hallado en el camino junto a la Puerta Sur.
diante mallado en caliente, probablemente a pie de mina en
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A
B
33. A y B. Dos de las cinco
piezas de plata halladas en
un vaso de cerámica en el
Depto. 103-105. A: Long. 3,9
cm. B: Long. 4,9 cm..
un bajo horno. Posteriormente, esta lupia o protolingote se cortaba en fragmentos que eran trasladados al
taller de forja situado en el poblado y que constituyen la materia prima con la que se trabajará en la fragua.
La superficie de la pieza de la fig. 37 (BAS 12) revela el intenso trabajo de forja llevado a cabo sobre el
yunque hasta obtener un bloque regular de forma más o menos cuadrangular, depurado someramente del
exceso de escoria de la esponja ferrífera del cual partía y al que se dio un acabado relativamente compacto.
Para obtener esta forma regular del lingote se llevó a cabo una tarea de plegado y mallado mediante martillado en caliente en varias de sus caras sucesivamente.
Otro elemento perteneciente a la cadena de producción siderúrgica en el taller es la escoria formada en el
interior del hogar de forja [fig. 38]. Una de las piezas estudiadas presenta una forma hemiesférica o de calota
que se ha producido al adaptarse los residuos fundidos de la escoria al fondo del hogar de forja. La escoria de
partida contenida en el lingote de hierro, junto con los desoxidantes utilizados en la fragua, silíceos o calizos
y unidos todos a los materiales de construcción del propio hogar de forja, constituyen la escoria de hogar de
forja. Su formación tendrá lugar al fundirse el exceso de escoria de las piezas en el interior del hogar de forja
durante las sucesivas caldas que son necesarias para conformar una pieza forjada de material férrico.
Las operaciones de forja son fundamentalmente de modelado, pero también, al mismo tiempo constituyen
procesos de depuración de las piezas, al compactarse y aglutinar el metal, que no era homogéneo, en forma de
lingote. Al mismo tiempo permitía eliminar el exceso de escoria en ellos contenida, pero en cambio la hacía un
producto demasiado frágil y quebradizo.
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34. Platillo de balanza y ponderales de
bronce.
La elaboración de útiles de hierro
Los objetos de hierro acabados engloban desde útiles y herramientas hasta armas o elementos constructivos y arquitectónicos que forman parte de una de las colecciones más conocidas de la Bastida. El primer
paso para la elaboración de los útiles consiste en calentar el acero en carbón vegetal. El maestro lo trabaja
a una temperatura de alrededor de 800-900 ºC guiándose por su experiencia y controlándola siguiendo los
cambios en las tonalidades de la pieza. En la forja tradicional esta temperatura se relaciona con un código
de color que se correspondería al rojo cereza claro y al rojo amarillento, respectivamente. En este rango de
temperaturas es posible soldar mediante martilleo en forja el acero. Por debajo de 550 ºC, en la escala de
color castaño oscuro, el tratamiento de forja se realizaría en ‘frío’ y se podría ‘agriar’ la pieza. A continuación
se trabaja golpeando la pieza con el mazo sobre el yunque, para depurarlo y darle forma. Los mazos y los
yunques son, con frecuencia, de piedra, y ello explicaría la abundancia de mazas y piedras grandes a modo
de martillos. El maestro alterna golpes suaves y golpes fuertes con el mazo mojado para enfriar la pieza,
aunque puede combinarlos con golpes con el mazo seco.
A continuación se debe dar temple a la pieza, enfriándola en agua, aceite u otras sustancias, por un tiempo
indeterminado, pues esta operación, más que ninguna otra, la dicta la propia experiencia. Finalmente se
lleva a cabo la operación de revenido, consistente en subir moderadamente la temperatura y enfriarla lentamente, con el fin de estabilizar la pieza y evitar tensiones que la harían quebradiza.
La pieza así obtenida presenta una mezcla de flexibilidad y dureza característica del hierro acerado, esto
es, que contiene carbono. A pesar de tener corrosiones superficiales, las piezas examinadas son buenos productos de forja, pues conservan la mayor parte de su masa y, además, son productos densos y no corroídos
en su zona interna porque los productos acerados son más resistentes a los procesos de corrosión.
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35. Vasos de plomo de los Deptos. 49 y 234.
Diámetro del cuenco pequeño 7,6 cm.
Los talleres metalúrgicos y las habilidades de los artesanos
Los análisis realizados sobre los materiales arqueometalúrgicos denotan una buena calidad en los productos manufacturados, así como una aceptable homogeneidad en su constitución. Los herreros de la Bastida
muestran habilidades desarrolladas y estandarizadas, resultado de una experiencia acumulada que ya en el
siglo iV a.C. se muestra muy perfeccionada y que ha cambiado poco hasta la actualidad (Pleiner 1988). Ello
trasluce un elevado dominio técnico de las destrezas pirometalúrgicas en la producción de metal en bruto
en bajo horno (hierro, cobre, plomo), así como de los posteriores procesos de transformación y refinado de
estos materiales para la obtención de lingotes comercializables y la realización de objetos terminados.
Las técnicas metalúrgicas estaban altamente estandarizadas y pocas veces se recurría al empirismo y a
las pruebas porque los procesos implicaban una inversión en esfuerzo y recursos considerable, desde la obtención del mineral, su procesado y la obtención del producto manufacturado. Estos procesos conllevan momentos críticos que pueden arruinar el trabajo en curso de forma irreversible. Los problemas más comunes
suelen ser las temperaturas incontroladas en el horno o la fragua.
Es de suponer que estos especialistas gozaran de una consideración y un estatus elevado. Para el caso
del trabajo del hierro, proporcionan utillaje específico y de calidad a una gran variedad de actividades que
incluyen el sustento –útiles de trabajo agrario–, la construcción –clavos, y herramientas de carpintería–, e
incluso el ejercicio de la violencia –armas– o su participación central en rituales funerarios –doblado de
falcatas y jabalinas en tumbas para inutilizarlas junto al guerrero enterrado–. En conjunto, los artesanos de
la Bastida logran producir un buen acero, lo que indica que dominan las técnicas de transformación del mineral por reducción directa en bajo horno y además son hábiles herreros que logran no descarburar las
piezas durante los trabajos en la fragua, aplicando todas las técnicas térmicas y mecánicas de un modo óptimo, consiguiendo buenos resultados en los objetos manufacturados en el taller de forja. Para el caso de la
copelación de la galena, se obtiene la plata, metal que durante este tiempo funciona como valor de cambio
no sólo entre los grupos ibéricos sino también a escala mediterránea, tanto amonetada, a peso o como producto manufacturado.
Algunas metalurgias son compatibles en cuanto a las instalaciones, de modo que es factible que los mismos hornos fueran utilizados indistintamente para varias producciones y las instalaciones sirvieran como
áreas de trabajo polimetalúrgico. Por ejemplo, los hornos de reverbero serían utilizados en copelación y fusión de elementos metálicos como plomo o metalurgias de base cobre. Conocemos hornos de este tipo en el
Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002) y en el Tossal de les Basses (Ferrer Eres 2007). Pueden aparecer
junto con fraguas, que contarían con hogares de forja para refinar y modelar el hierro obtenido por el método
de reducción directa en bajo horno.
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36. Lingotes de hierro procedentes
de los Deptos. 130, 142, 146 y 190.
Aunque no disponemos de analíticas sobre restos humanos para contrastar patologías derivadas del
efecto tóxico de las actividades metalúrgicas y de los gases emanados, podemos suponer que los espacios
peor ventilados tendrían condiciones favorables a la intoxicación. Así, la ubicación de los hornos para la reducción, la forja y la copelación en espacios domésticos llevaría, en el caso de mala ventilación, a la inhalación
de monóxido de carbono y la consiguiente disminución del contenido de oxígeno en sangre, con pérdidas
de consciencia o asfixia. Los procesos de reducción y tostación son más peligrosos pues liberan sulfuros, arsénico, dióxido de carbono o monóxido de carbono, pero en cambio hemos visto que no se realizaban en los
poblados sino a pie de mina, a cielo abierto y cerca de los hornos de reducción, en espacios mejor ventilados.
No obstante, la enfermedad más común durante el proceso metalúrgico de copelación es el saturnismo, producido por la intoxicación tras la inhalación de los gases que se liberan durante el tratamiento del plomo y
cuyos síntomas son cólicos saturninos, contracción dolorosa del intestino, mialgias, astralgias o trastornos
nerviosos. La intoxicación aguda sería de carácter accidental y poco frecuente en nuestro caso, mientras que
la crónica podría haber sido más frecuente por la inhalación o contacto con el plomo de manera habitual.
El uso dE la madEra y la Explotación forEstal
Una de las materias primas de más fácil acceso y más utilizada en las economías preindustriales es la
madera. Su relevancia para la vida cotidiana es tal que interviene en aspectos económicos tan variados como
la calefacción, la construcción de la casa, el mobiliario, la fabricación de embarcaciones y carruajes, de aperos
y herramientas y de un extenso etcétera que convierten a este elemento en un recurso fundamental.
En los yacimientos arqueológicos existen numerosas evidencias materiales del aprovechamiento sistemático de los recursos naturales, entre ellos, la madera. Ésta debía de estar presente en todas las actividades
cotidianas, ya que suponía la fuente esencial de combustible para estructuras domésticas y artesanales, así
como una materia prima fundamental para la construcción. Su recolección debía ser por tanto, una tarea
programada dentro de la gestión de los espacios forestales y agrarios, probablemente integrada en los propios
ciclos agrícolas, con la reutilización de los restos de poda, la constante reparación de estructuras, la elaboración de aperos, y en los espacios domésticos, para actividades tan cotidianas como la cocina o la calefacción.
El abanico de recursos vegetales utilizados sería sin duda mucho más amplio de lo que indican los restos
arqueológicos, ya que muchos de éstos no quedarían registrados, caso de las herbáceas y los órganos vegetativos más ligeros, como hojas, fibras, tallos no leñosos, etc., que sin duda constituirían la base para la elaboración de múltiples enseres cotidianos y rituales. A ellos podemos aproximarnos únicamente por
evidencias indirectas, como las herramientas para su trabajo, las improntas en otros materiales no perecederos, etc. Sin embargo, la madera, cuando se carboniza, tiene la ventaja de que permanece inalterable en
su estructura y se pueden identificar las especies vegetales de las que procede, ofreciendo una interesante
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37. Lingote de hierro sin referencia de procedencia (BAS 12).
38. Escoria de hierro (BAS 16).
información de tipo ambiental, económico y tecnológico. Que la madera llegue hasta nuestros días depende
de que ésta haya sufrido un proceso voluntario o accidental de carbonización ya que, de otro modo, se degrada desapareciendo con ella una valiosa parte de nuestro patrimonio.
En la Bastida, los restos de madera carbonizada se documentan sistemáticamente tanto en niveles de
ocupación como de abandono, y así, el elenco de especies identificadas permite inferir diversos usos de la
madera en el poblado.
El combustible
Éste sería, sin duda, uno de los principales destinos de la madera en la Bastida, ya que constituye la
fuente esencial de alimentación de los fuegos domésticos y los hornos, que requerirían un aporte constante
de grandes cantidades de leña para su continuo funcionamiento. El poder calorífico y otras características
de combustión de la madera dependen de varios factores, como la tasa de humedad, el calibre o el estado de
la madera, así que todas las especies son susceptibles de ser un buen combustible (Théry 2001), y es lógico
que se intentara minimizar el esfuerzo utilizando cualquier leñosa que estuviera disponible en el entorno. A
grandes rasgos, existen dos tipos de combustible: el de prendido, para el que se suelen utilizar ramitas de
pequeño calibre, muy inflamables; y el de mantenimiento, generado por grandes troncos, que arden lentamente y desprende un alto poder calórico. A éste último se añade el posible uso de carbón vegetal en estructuras de reducción.
Las evidencias disponibles en el yacimiento acerca de la leña que se utilizaba como combustible proceden
fundamentalmente de los vertederos en los que se echaban los restos del vaciado de hornos y hogares, junto
a otros desechos domésticos. Las especies representadas en estos espacios indican que se recolectaban sistemáticamente todas las disponibles en los alrededores del lugar, destacando la carrasca-coscoja, el pino,
las especies de Prunus tipo almendro y el olivo-acebuche [fig. 39]. La carrasca (al igual que el olivo) tiene
una madera pesada y dura, que produce una combustión lenta y permite un menor consumo para obtener
gran poder calorífico. No es de extrañar pues, que esta especie esté bien representada entre los restos de
combustible, favorecida probablemente por su disponibilidad en el medio. El pino, sin embargo, tiene un
poder calórico moderado y produce una llama viva que se consume en poco tiempo, aunque variable dependiendo siempre del calibre utilizado. En todo caso, el pino carrasco es una especie disponible y ampliamente
utilizada en la Bastida, de forma que también sería utilizada como combustible, además del posible reaprovechamiento para el fuego de los restos de talla producidos en la elaboración de elementos de carpintería o
muebles. El aporte de madera de zonas algo más alejadas al poblado, muy ocasional, se documenta con la
presencia del pino rodeno, que debía de crecer a los pies de la Serra Grossa, donde existen afloramientos silíceos aptos para el desarrollo de esta especie.
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Una de las actividades que requeriría una alimentación constante de madera sería la metalurgia, como
hemos visto más arriba, y que en la mayor parte de sus etapas requiere de un fuego lento y constante, aunque
no precisa alcanzar temperaturas muy elevadas, lo que deja un amplio abanico de especies que cumplirían
estas características. En todo caso, parece que se priman las especies arbóreas, siendo el aporte de matorrales
más esporádico, en coherencia con las necesidades descritas.
A pesar de que parece que los hornos de reducción del mineral se encontrarían fuera del poblado, el
aporte de leña para las fraguas y talleres de forja debía de suponer un esfuerzo constante, por lo que no es
de extrañar que, además de la reserva de leña recolectada y almacenada con este fin, se reutilizara cualquier
madera inservible o restos de poda. En este sentido, destaca la presencia de madera de Prunus tipo almendro
en el vertedero de la Casa 11, que no aparece en ningún otro contexto del poblado [fig. 40, foto 7]. Por su
morfología, éste podría corresponder al frutal cultivado, lo que permitiría argumentar el aprovechamiento
de restos de poda como combustible. Esto supondría un transporte de las ramas podadas desde los campos
de cultivo. Una segunda posibilidad es que estas ramas se quemaran fuera del poblado para la producción
de carbón vegetal dentro del proceso de reducción de mineral, y sería este carbón el que se transportara al
poblado para su posterior uso. La quema de carbón en lugar de madera fresca deja frecuentes alteraciones
reconocibles en la estructura anatómica de la madera, algunas de las cuales se han reconocido, precisamente,
en carbón de Prunus tipo almendro y de olivo [fig. 40, foto 3 y 7].
El vertedero de la Casa 11 es el que ofrece una mayor diversidad de especies en comparación, por ejemplo,
con los vertederos del camino de ronda, que presentan una dominancia de pino y carrasca [fig. 41], de modo
que tal vez habría que ponerlos en relación con vertidos procedentes de actividades específicas, ya que estos
restos coinciden con las especies utilizadas en la construcción.
La construcción
La madera destinada a la construcción es generalmente objeto de una cuidada selección en cuanto a las
especies utilizadas, ya que cada una posee unas propiedades físicas y mecánicas diferentes que le confieren
diversas propiedades de dureza, elasticidad, tenacidad, resistencia a condiciones de intemperie y al ataque
de los xilófagos. También juegan un papel fundamental las características morfológicas de los vegetales: por
ejemplo, se utilizan mayoritariamente especies de tronco grueso y fustes rectos para la elaboración de elementos de gran calibre, como postes y vigas; o ramitas finas y flexibles para el entramado de las techumbres.
Los contextos susceptibles de contener restos del material de construcción son los niveles de derrumbe
y, en parte, los suelos en los que acaba dispersándose este material caído [fig. 39]. Es especialmente abundante el material carbonizado recuperado en la zona de las cuatro puertas del asentamiento. La predominancia en estos contextos de madera de pino y, en segundo lugar, de carrasca, permite inferir un uso
sistemático de estas especies para la elaboración de elementos de carpintería. El uso de los pinos en la construcción está ampliamente documentado desde la Prehistoria, debido a su abundancia y gran extensión por
todo el territorio peninsular (Rodríguez Ariza 1992; Rodríguez Ariza et alii 1996; Molina González et alii
1997; De Pedro y Grau 1991; De Pedro 1998, 234-237). El pino carrasco puede generar troncos rectos si
crece en las condiciones apropiadas, su madera es semipesada y muy dura, pero muy resistente y se trabaja
con facilidad, además de que no se resquebraja con los clavos y otros ensamblajes metálicos. Se ha documentado el uso de esta especie en yacimientos ibéricos como el Castellet de Bernabé y el Puntal dels Llops
(Grau 1990). La madera de carrasca es dura y compacta, muy apreciada en trabajos de ebanistería, pero su
crecimiento lento, así como el fuste corto y muy ramificado la hacen menos rentable que el pino. Ciertamente, la carrasca se documenta de forma menos frecuente que el pino en la madera de construcción de los
citados yacimientos.
En los derrumbes de estructuras en la Bastida, y a diferencia de otros yacimientos ibéricos, no se documentan restos quemados pertenecientes al entramado de la cubierta como ramitas de pequeño calibre. Puede
que esto se deba a una conservación diferencial, que hace que los elementos más pequeños se hayan dispersado o reducido completamente a cenizas por el fuego, quedando sólo fragmentos de elementos constructivos
de mayor tamaño. Las escasas especies de matorral documentadas en los derrumbes de las estructuras corresponden a romero y a brezo.
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39. Especies documentadas en una selección de vertederos, suelos y derrumbes de la Bastida a partir del estudio de los carbones.
La madera empleada para la elaboración de los tablones de los batientes de las entradas es el sauce o el
chopo (al menos por lo documentado en la Puerta Este), de la que ha quedado evidencia directa adherida a
la propia pletina de hierro que uniría los tablones [fig. 42]. No se han documentado restos de estas especies
en ningún otro contexto del yacimiento, lo que indica una especialización y voluntad de su uso para la elaboración de la puerta. Esta madera no se encuentra carbonizada, conservándose apenas unas trazas mineralizadas en contacto con el herraje, que han permitido sin embargo su identificación [fig. 43]. Esto nos lleva
a plantear varias reflexiones de tipo tafonómico. Por un lado, a partir de los restos carbonizados recuperados
en los derrumbes de las entradas, incluso junto a otros herrajes de puerta, podríamos interpretar erróneamente que los batientes estarían hechos en madera de pino o de carrasca, pero este carbón correspondería
en realidad a otros elementos constructivos o muebles no identificados (cubierta, postes, bancos, etc.). Por
otro lado, estamos probablemente ante un caso de conservación diferencial, ya que el batiente de la puerta
no se ha quemado, lo que deja abierta la cuestión de si el incendio afectó sólo a una parte de las estructuras
causando su destrucción, o bien éstas se quemaron posteriormente. Y sobre todo nos lleva a cuestionar qué
razón llevó a que la madera de sauce (o de chopo, pues son muy similares) fuera apreciada para elaborar
con ella las tablas de los batientes en la Puerta Este. Aparentemente, esta madera presenta algunas desventajas con respecto a otras especies, ya que no es especialmente resistente y es perecedera en condiciones
que favorezcan la putrefacción; sin embargo, estas menguas se ven compensadas con otras cualidades que
la hacen más valorada, como su capacidad de absorber impactos sin figurarse, su resistencia a la fricción y
su facilidad para ser trabajada (Abella 2003). Así pues, estas características hacen de la madera de sauce
una buena materia prima para la elaboración del batiente de la puerta que, con cierto cuidado y mantenimiento, podría superar el inconveniente de su falta de resistencia a la intemperie. La ausencia de esta especie
en otros contextos hace suponer que ésta se desecha para otros usos, como la construcción de otros elementos de carpintería y como combustible. Efectivamente, esta madera necesita un largo proceso de secado para
arder bien y desprende un olor molesto, que la debía de hacer poco apreciada en estructuras de combustión
dentro de los espacios domésticos.
Los aperos
Una gran parte de objetos y herramientas de época ibérica debía de estar elaborados íntegra o parcialmente en madera, aunque pocos son los testimonios directos que nos llegan de estos enseres, ya que con la
carbonización, se fragmentan de tal forma que resulta imposible reconocer la morfología original de las piezas, y mucho menos las trazas de su fabricación, incluso diferenciarlos de otras acumulaciones de carbón
de origen diverso.
En el Depto. 269, junto a la Puerta Oeste, se ha documentado una concentración de carbón que podría
corresponder a restos de útiles de madera. Son varias las razones que nos llevan a plantear esta hipótesis.
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Por un lado, este carbón aparece asociado a una reja de arado de hierro, encontrándose en un lugar que
parece apropiado para dejar los aperos de labranza, en un espacio abierto, quizás un patio. Por otro lado,
el carbón pertenecía casi íntegramente a madera de fresno, estando esta especie prácticamente ausente en
el resto del poblado. Esto nos lleva a sugerir un uso especializado de esta madera, probablemente para la
realización de herramientas o enmangues. Sustentan esta hipótesis las numerosas evidencias del uso del
fresno para la elaboración de útiles desde la Prehistoria, dada la calidad de esta madera para obtener un
buen acabado. En el yacimiento ibérico del Tossal de les Basses, se han documentado varias herramientas
de cronología ibérica realizadas en madera de fresno, caso de un mazo y varios enmangues (Carrión y Rosser 2010).
En efecto, la madera de fresno es muy apreciada por su flexibilidad y dureza, que la hacen especialmente
apta para la fabricación de mangos de herramientas, piezas de carro y útiles de labranza, por su resistencia
al choque y a las vibraciones (Abella 1997 y 2003). Las ramas jóvenes son muy flexibles y de fibra recta, por
lo que se utilizan tradicionalmente
para entrelazar otros materiales, como
asas de cestos u objetos similares. En
la Bastida, no se ha documentado el
uso de ramas de pequeño diámetro,
sino al contrario, madera de gran calibre [fig. 40, foto 1], por lo que pensamos que, además de enmangues,
podrían quedar restos de otros aperos
de gran tamaño realizados completamente en madera.
En todo caso, toda la madera de la
Bastida se encuentra tan fragmentada
que no podemos aproximarnos a las
técnicas de trabajo sobre las propias
piezas, pero sí mediante los útiles empleados para la tala y trabajo de la
misma, como se señala en el siguiente
apartado de este capítulo.
El ciclo de la madera: del bosque a la
materia
El uso diversificado de la madera en
época ibérica está ampliamente documentado, tanto en las actividades y enseres domésticos, como para cubrir las
grandes cantidades de combustible
que se requieren en los hornos metalúrgicos, cerámicos o culinarios. Por
tanto, el aporte de leña sería una tarea
programada y probablemente se realizara un almacenaje de la misma para
tener aseguradas todas estas necesidades: algunas de ellas serían diarias (cocina, calefacción) y otras cíclicas
(reparación de techumbres degradadas
por las inclemencias del tiempo) o más
esporádicas (construcción o amplia-
40. Fotografías de carbones de algunas especies vegetales.
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ción de nuevos espacios). Esto se traduce en
una explotación sistemática de los espacios
forestales, que suponga además un ahorro
de energía. En la Bastida, se observa un
aprovechamiento como combustible de las
especies leñosas disponibles en las inmediaciones del lugar, básicamente pinos y carrascas, ya que éstas serían probablemente
las especies que encabezarían las formaciones vegetales en gran parte de la Serra
Grossa. No se aprecia un transporte sistemático de especies de lugares más alejados,
estando poco presentes (salvo usos puntuales) las de ribera o aquéllas que crecerían en
41. Especies documentadas en los vertederos de la Bastida a partir
enclaves concretos, como el pino rodeno
del estudio de los carbones.
asociado a afloramientos silíceos. incluso se
aprecia una notable ausencia de especies de
matorral en todos los contextos (aunque
debían de ser abundantes en esta cronología, según los estudios paleobotánicos, que evidencian la existencia
de bosques claros) de modo que parece existir una preferencia por las de porte arbóreo. Esto puede responder a una economía del combustible (los árboles aportan más biomasa por unidad) o a unas necesidades específicas de combustión que genera la madera de gran calibre.
Para otros usos específicos, como la construcción o elaboración de aperos, parece que también se nutren
de maderas locales, aunque en este caso se intuye una selección orientada a maderas de características específicas, como el caso del fresno para algunos aperos, o del sauce o chopo para los batientes de la Puerta
Este. Parece que se aplica un perfecto conocimiento de las cualidades intrínsecas de cada especie, que las
hacen más o menos valiosas para el trabajo de la madera y la función que ésta ha de desempeñar. Sin embargo, para la construcción de la mayor parte de estructuras se utiliza sistemáticamente el pino, a juzgar
por su abundancia en todos los niveles de derrumbe. Esto es una tónica general en otros yacimientos de cronología ibérica y debe de responder a un aprovechamiento de la especie arbórea con mayor ubicuidad en el
medio, ya que confluyen la disponibilidad inmediata y unas buenas características de su madera.
La recolección sistemática en el entorno del yacimiento nos hace suponer que existiría cierta deforestación local por la sobreexplotación en esta zona, al igual que en las áreas más aptas para la agricultura. Pero
existirían otras áreas de actividad y de explotación a pie de los recursos: algunas de las estructuras de procesado del mineral, como los bajos hornos de reducción, estarían probablemente junto a las minas. Esto supone la necesidad de mantener siempre un equilibrio entre las zonas deforestadas y otras que permitieran
la continuidad de la explotación forestal.
las hErramiEntas para El trabajo dE la madEra
Para el trabajo de la madera, además de la materia prima, son necesarias las herramientas y, por supuesto, manos hábiles que las sepan utilizar. Las excavaciones en la Bastida de les Alcusses han proporcionado tal variedad y cantidad de herramientas (Pla 1968) que permite ilustrar los procesos que se llevaron a
cabo para transformar los árboles en objetos [figs. 44 y 45].
En la producción de objetos a partir de cualquier materia prima hay tres factores claves a analizar: el primero son los objetos y las herramientas con las que se actúa sobre la materia; el segundo es el proceso técnico, que se compone de cadenas operativas, que a su vez se dividen en varias fases, y cada fase en gestos,
la unidad técnica básica. El tercer factor son los conocimientos, expresados o no por los agentes que llevan
a cabo los procesos (Lemonnier 1983, 12). Teniendo en cuenta estos planteamientos, hemos ordenado el
primer factor, las herramientas relacionadas con el trabajo de la madera en la Bastida, por orden de intervención en una hipotética cadena operativa que es común al proceso técnico de muchos objetos lígneos.
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Tala
El primer gesto que hay que llevar a cabo para crear un nuevo artefacto es obtener la materia prima, que
en el caso que nos ocupa es la madera del árbol mediante su tala. Para tal menester se ideó el hacha que
apareció en el Depto. 80 de la Bastida (Fletcher et alii 1969, 189), una herramienta única en el yacimiento,
cuyas características morfológicas la hacen especial para la tala de árboles [fig. 46]. Su tamaño (22,1 cm de
longitud, 6,7 cm de filo), y su peso (originalmente unos 1.300 g) indican que se utilizaba con las dos manos.
La hoja tiene una forma alargada, más ancha en el filo, y ligeramente curvada. La parte inferior del filo también es curva, acabada en una especie de pico ganchudo, lo que facilita la tarea de mover y voltear los troncos.
El talón tiene un saliente cuadrangular que presenta marcas de haber golpeado; con él se podrían clavar los
pinchos de arrastre para transportar el tronco abatido o clavar cuñas capaces de rajar la madera o abrir los
cortes de sierra.
Esta pieza no sólo sirve para talar; se pudo utilizar para cortar leña; para descortezar y escuadrar los
troncos, para fabricar las vigas y postes de las casas y preparar el tronco, para sacar tablas en una fase posterior. Es la única herramienta documentada hasta ahora en el yacimiento capaz de abatir un árbol y prepararlo para su posterior uso, lo que la convierte en una herramienta muy relevante. Además, hoy por hoy no
podemos hablar de tala con sierra en la Bastida, pues los fragmentos de sierra recuperados corresponden a
herramientas de pequeño tamaño con las que la tarea se hace impracticable.
Despiece
La segunda fase es el despiece, cuando una serie de gestos intervienen directamente en la materia creando
así diferentes módulos (tablas, tablones, etc.) que posteriormente se podrán volver a modificar. Previamente
se ponen en práctica procesos que facilitan la tarea de crear una forma preconcebida a través de la medición
y marcaje. Una herramienta de medición utilizada para el despiece es el compás, documentado hasta con
seis ejemplares (Deptos. 21, 30, 75, Calle Oeste, y otros dos de ubicación imprecisa). El compás no sólo se
emplearía para obtener circunferencias, sino también para transportar medidas relativas. Así, se pueden
realizar marcas equidistantes en cualquier objeto de madera para señalar la referencia por las que luego pasará la sierra. También se pueden hacer medidas más largas multiplicando una medida fija tantas veces
como sea necesario.
Para dividir el tronco en piezas de menores dimensiones se emplea la sierra. De
los fragmentos documentados, destaca por
su longitud (38,3 cm) la sierra del Depto.
212 [fig. 47] (Pla 1968, 154). El hecho de
que el dentado sea bastante fino y que la anchura de la hoja es relativamente pequeña,
permiten plantear que se trata de una sierra
para cortes de poca potencia que manejaría
una sola persona. Probablemente iría sujeta
a un bastidor de madera, como indican los
tres remaches que hay en el extremo conservado. Este tipo de herramienta, al igual
que todas las de corte, necesita un mantenimiento y un afilado asiduo. Una sierra es
muy importante en la gestión de la madera
en proceso de elaboración. Con ella se pueden cortar de largo vigas y postes y los listones de toda clase de muebles, siendo, en
definitiva, uno de los útiles más versátiles
y, a la vez, más especializados.
42. Pletina de hierro de la Puerta Este con improntas de madera.
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Junto a la sierra, otro instrumento que se pudo utilizar en el despiece de la madera es el llamado gato.
Este es un elemento de sujeción, formado por una varilla de hierro con las dos puntas dobladas en ángulo
recto; las puntas están dobladas en distinto plano, con una diferencia de 90º. Por analogía morfológica a
los gatos que se empleaban hasta hace unas décadas, proponemos que esta varilla se utilizaba para la fijación
del madero al banco o caballete en el que éste se serraba, clavando cada punta a un elemento, con el fin de
evitar movimientos. El único ejemplar de este útil que encontramos en la Bastida lo tenemos en el Depto.
30 (Fletcher et alii 1965, 159).
Para cortar longitudinalmente, o para extraer tablas, se puede rajar un tronco de madera blanda por la
veta con cuñas de madera dura (Abella 2003, 55) o de metal, como la del Depto. 53. Con un hacha se practican las primeras hendiduras donde se colocan las cuñas, repartidas a lo largo del tronco a la misma distancia de uno de los bordes. Con una maza de madera, o con el talón del hacha se van clavando las cuñas,
alternando los golpes de una a otra, de manera que todas vayan penetrando a la misma profundidad. De
esta manera se obtienen tablones muy toscos y de anchura irregular, que luego es necesario labrar para regularizar su superficie. Para cortar longitudinalmente se podría haber utilizado una sierra bracera, como se
emplea en carpintería tradicional, pero su uso no se ha documentado en el yacimiento.
Labra
Tras cortar las piezas a la medida deseada, se procede a la labra de las mismas. Entendemos por labra el
proceso de rebajar y pulir la madera para darle la forma deseada. Para este trabajo bien se pudieron utilizar
las hachas de pequeño tamaño (Deptos. 46, 100, 155 y 183). Se trata, en todos los casos, de hojas de unos 11
cm de longitud y entre 4 y 6 cm de filo [fig. 48]. Seguramente se utilizaron como hachas agrícolas o domésticas, para la poda de árboles y el acopio de leña, pero nada impide que se utilizaran también para cortar y
regularizar superficies, lo que precisa del buen estado del filo y la pericia del usuario. También un hacha de
dos manos se pudo emplear para labrar piezas grandes, como vigas, postes o dinteles.
En el Depto. 126 se halló una cuchilla con el arranque de dos espigas de enmangue [fig. 49]. Pla propuso
su uso en carpintería o peletería, identificando la pieza con una garatura (Pla 1968, 154). Según la forma que
tiene, creemos que se asemeja más a las cuchillas de dos manos o raseros que se utilizan en tonelería. Posiblemente se utilizó para desbastar y rebajar las superficies, deslizándola por la pieza en dirección al usuario.
De esta manera, cumple la función que a
partir de época romana desempeñaron
los cepillos, no documentados en yacimientos ibéricos por el momento. La cuchilla, pues, se utilizaría después del
hacha.
Otro elemento que pudo emplearse
en la labra es la azuela. Por la forma del
filo y su inclinación respecto al mango, de
55º aproximadamente, creemos que la
alcotana del Depto. 163, se trata, en realidad, de una azuela. Con ella también se
podrían labrar todo tipo de superficies.
En las últimas fases de la labra, a
modo de lija, se pudo hacer uso de piedras abrasivas que frotándolas con
arena por la superficie pulen la madera
como se representa en varios ejemplos
egipcios (James 1972, 61). En la Bastida
hay piezas que se identificaron como
43. Madera de sauce-chopo adosada al herraje de la Puerta Este, posiblepiedras de afilar, pero que también se
mente parte de los tablones de los batientes. 1 y 2: corte transversal. 3:
corte tangencial. 4: corte radial.
pudieron utilizar en este trabajo.
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44. Herramientas en relación con el trabajo de la madera, por fases de la cadena operativa. 1: Hacha de dos manos del Depto. 80.
2: Compás del Depto. 21. 3: Gato del Depto. 30. 4: Cuña del Depto. 53. 5-7: Sierras de los Deptos. 212, 183 y 125 (elaboración propia a partir de Fletcher et alii 1965 y 1969 y Pla 1968).
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45. Herramientas en relación con el trabajo de la madera, por fases de la cadena operativa. 1: Hacha de una mano del Depto. 46.
2: Hacha de una mano del Depto. 183. 3: Hacha de una mano de procedencia desconocida. 4: Azuela del Depto. 163. 5: Cuchilla de
dos manos del Depto. 126. 6: Escoplo del Depto. 52. 7-9: Formones de doble bisel de los Deptos. 185, 208 y 123. 10: Formón ancho
del Depto. 105. 11 y 12: Formones estrechos del Depto. 30 y de procedencia desconocida. 13 y 14: Taladros de los Deptos. 167 y 100.
15: Barrena del Depto. 125. 16: Gubia del Depto. 52. 17: Piedra abrasiva plana del Depto. 58 (elaboración propia a partir de Fletcher et alii 1965 y 1969 y Pla 1968).
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47. Sierra del Depto. 212. Long. 38,3.
46. Hacha de dos manos del Depto.
80. Long. 22,1 cm.
48. Hacha, estampa, azuela, escardillo y alcotana de procedencia diversa.
49. Taladro, formones y cuchilla de dos manos de procedencia diversa.
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Montaje
Esta fase corresponde al ensamblaje de las diferentes piezas que forman un objeto. Una de las herramientas para estos trabajos más representada en la Bastida es el escoplo. Pla agrupa bajo este término tanto
cinceles como verdaderos escoplos, obviando las diferencias del filo (Pla 1968, 152). Sin embargo, en carpintería los escoplos presentan bisel simple y los cinceles son herramientas de bisel doble con ángulo bastante abierto que, normalmente, no se utilizan para el trabajo de la madera porque la hendidura que
producen es en forma de V, sin dejar ningún plano y teniendo tendencia a clavarse demasiado en la madera.
Los escoplos [fig. 45, 6] se utilizan para tallar los ensambles, como el sistema de caja y espiga. Su sección
suele ser cuadrada y estrecha, y el filo de bisel simple con un ángulo de unos 20 º, lo que le permite penetrar
en la madera más que ningún otro útil activado por percusión. Por ejemplo, se emplearía en labrar las mortajas en los tronos y sillas similares al de la Dama de Baza, que imita ejemplares en madera como muestran
las representaciones de los nudos (Presedo 1997, 122). En la Bastida hay tres escoplos, entre los que destaca
el del Depto. 52 (Fletcher et alii 1969, 17), por ser el más grande y mejor conservado.
Junto al escoplo, se utilizaba el formón [fig. 49], elemento similar pero de sección más aplanada. Los
ejemplares de la Bastida tienen filo de un sólo bisel o de doble bisel pero formando un ángulo muy agudo,
de unos 5º, como el ejemplar del Depto. 30. Al igual que la mayoría de escoplos, los formones llevaban un
mango de madera que recibía los golpes de la maza con la que se percutía. Al tener una sección de tendencia
rectangular es más útil para labrar con precisión zonas de poco espesor. Si el escoplo es la herramienta con
la que se perfora, el formón es con la que se repasa y escuadra la mortaja y con la que se ajusta la espiga.
Esta herramienta también se utiliza en la fase de la labra, para desbastar cualquier superficie de poca extensión. En la Bastida se han hallado al menos ocho formones.
Otro de los elementos más utilizados para el montaje fue la barrena, que permite perforar la madera para
introducir en ella elementos de unión como remaches. Un ejemplo claro de utilización de la barrena lo tenemos en las puertas, donde, según la propuesta que planteamos en el capítulo 4, se practicaban unos orificios por donde pasaban los remaches que unían las dos planchas. El mejor ejemplo es la del Depto. 125
que, enmangada en un travesaño perpendicular, se accionaba dando vueltas en el mismo sentido.
También se usa para perforar el taladro, una varilla de hierro que termina en una punta aguzada y cortante, con doble bisel, que se inserta en un mango de madera. Produce agujeros menores que los de la barrena. El mango se sostiene con una empuñadura independiente que tiene un orificio en el que el mango
gira cuando es impulsado por el arco. Como el movimiento del arco es alterno, la punta del taladro tiene
que cortar en dos sentidos. En la Bastida se han hallado taladros en los Deptos. 40, 100, 130, 163 y 167.
Decoración y acabado
Después del montaje, algunos de los objetos más elaborados estarían decorados con tallas y pinturas,
como se puede intuir viendo algunos de los muebles que la iconografía ibérica nos muestra (Ruano 1992).
Para los trabajos de talla, el instrumento más indicado es la gubia. Es dudoso su uso en época ibérica, pero
en el Depto. 52 se halló un utensilio que puede tratarse de una gubia. Se trata de una varilla curva de sección
rectangular cóncava, que en su mitad superior tiene forma de espiga de enmangue y en la inferior curvada,
terminando en un filo de media caña.
Otras técnicas decorativas de los muebles ibéricos son la pintura, cuyo uso podemos extrapolar del trono
de la Dama de Baza (Presedo 1997, 122), y la taracea, técnica en la que intervienen el compás, la sierra, la
maza y escoplos finos, para embutir fragmentos de hueso en madera, como se documentó en unos carbones
con incrustaciones de hueso grabado hallados en Cancho Roano, en Extremadura (Maluquer 1981-1982,
98-106).
Las herramientas que hemos presentado constatan un trabajo de la madera a dos niveles: por un lado,
un nivel doméstico que precisa de pocos conocimientos y herramienta poco especializada, representado por
las herramientas de la primera fase y por las prácticas de aprovisionamiento de leña, poda de árboles y fabricación de elementos estructurales básicos. Por otra parte, se constata un trabajo de la madera mucho más
especializado, que precisa de herramientas más concretas y menos versátiles. Este nivel, que es más visible
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50. Agujas esparteras de los Deptos. 13, 38/39, 75 y 142.
en la Bastida que el anterior, está representado por las herramientas de las fases de despiece, labra, montaje
y acabado y por todas las tareas que se les asocian. En definitiva, los excepcionales conjuntos de este
yacimiento nos ofrecen una oportunidad única de acercarnos más a la herramienta, una parte trascendental
de la cultura material, que junto al factor humano crea el binomio capaz de transformar el medio.
El trabajo dE fibras vEgEtalEs: la cEstEría y la cordElEría
La economía en la sociedad ibérica es sobre todo, de carácter familiar. Una economía de base campesina,
que tiende a la autosuficiencia, de productos alimenticios y artesanales. Tal y como evidencia el registro arqueológico, en las casas se llevaban a cabo actividades de diversa índole. Posiblemente una parte de los instrumentos utilizados en el trabajo de fibras vegetales fueron elaborados por los propios residentes de la casa,
quienes llevarían a cabo los trabajos de transformación de aquéllas en productos. No siempre es sencillo
demostrar todos estos aspectos, pues depende de la naturaleza de los contextos arqueológicos y la identificación de elementos que podemos relacionar con tal actividad. Obviamente, estamos lejos de identificar en
los contextos de la Bastida la totalidad de fibras y herramientas empleadas en estos procesos pero sí podemos
señalar algunos de los objetos específicos.
Del uso de fibras vegetales para la elaboración de objetos nos hablan diversas fuentes: la tradición del
uso del esparto y la importancia que tenía en la vida cotidiana es reseñada, entre otros autores, por Estrabón
(iii, 4, 9) que nos dice servía para tejer cuerdas y se exportaba a diversos lugares. Q. Horacio Flacco (Epodos,
iV, 3) y Plinio (Historia Natural, xix, 27) resaltan el prestigio de las afamadas cuerdas de esparto ibéricas
(Rabanal 1985, 586 y 606) y el último señala, además, otras aplicaciones habituales del esparto para la confección de lechos, antorchas o calzados.
Los objetos de cestería y cordelería se hicieron aprovechando las materias vegetales que les proporcionaba
el entorno. Suponemos que se utilizaría el cáñamo, el mimbre, la paja de cereales vestidos, e incluso las
ramas flexibles de olivos y fresnos y, por supuesto, el esparto, una planta herbácea de cuyos tallos se saca
una fibra textil con el que se confecciona soga o cuerda, que pasa a ser materia prima de objetos diversos
como capazos, cestas, cuerdas, sogas y calzados (Fernández Pérez 2002, 5; Mata et alii 2010, 150). Hasta el
momento, en la Bastida, sólo constatamos materialmente la presencia de lino (Linus usitatissimum L.), que
pudo ser utilizado para la elaboración de telas de excelente calidad y también en cordelería, donde se emplearían los hilos más bastos.
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El proceso artesanal para preparar el esparto consistía en distintas fases: en primer lugar, se procedía al
arrancado, después se transportaba a hombros o a lomos de las caballerías hasta el asentamiento, donde se
realizaba el fermentado introduciendo el esparto en agua durante un día, aunque también podía ser macerado
en agua caliente para reblandecerlo. A continuación, se procedía al secado al sol y, por último, se llevaba a
cabo el machacado de las puntas para evitar los pinchazos durante su trabajo. A partir de ese momento, ya
estaba preparado para que fuera utilizado para la elaboración de utensilios y objetos aplicables a la vida diaria.
Los fragmentos de objetos de esparto conservados en otros asentamientos como el Castellet de Bernabé
(Guérin 2003), la Picola (Badie et alii 2000, 84), el Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002), la Monravana
(Mata et alii 2010, 148) o el Oral (Abad y Sala 1993), apuntan a un mayor empleo del esparto trenzado mediante la técnica de cestería cruzada diagonal. Con esta técnica, se realizaban una serie de tiras anchas o
pleitas, creadas a partir del cruce varios ramales de esparto dispuestos diagonalmente, que cosidas unas a
otras y cerrándolas pueden formar diferentes objetos (Alfaro 1984; Tébar 2003).
Los productos así elaborados se utilizarían en el trabajo del campo, la carga, el acarreo o transporte y el
almacenamiento de materiales. Se fabricaron espuertas o capazos, canastas y cestos tanto para la vendimia
como para acoplar al lomo de las caballerías (serones), pero también colmenas, cuerdas, cordeles y sogas,
sacos de esparto o cáñamo para el almacenado y conservación de productos agrícolas y alfombras o esteras
usadas como camas, entre otros. Un uso importante de la cordelería de esparto fue en las construcciones,
para sujetar los elementos que soportaban las techumbres de las viviendas, y en los calzados.
El trabajo con las fibras vegetales se caracteriza, entre otras cosas, por la simplicidad de los utensilios
que se necesitan. Las herramientas necesarias son cuñas y agujas de madera o hierro, para abrir; navajas de
punto curva o cuchillos y tijeras, para cortar; mazo y mesa de majar, para rematar y agujas para coser las
tiras de mimbre o esparto (Rodríguez Santana 2002). En la Bastida documentamos las agujas de hierro denominadas esparteras o saqueras, que apenas han sufrido variaciones hasta nuestros días [fig. 50]. Consisten
en una lámina larga, algo curvada, cuyo grosor disminuye desde la cabeza a la punta, siendo la primera aplanada y con dos orificios, aunque pueden llevar uno, que es menos frecuente, como el ejemplar del Depto. 99
(Fletcher et alii 1969, 301, nº 98) que también es singular por presentar el extremo inferior doblado en ángulo marcado. Son catorce los ejemplares documentados, todos de hierro, lo que puede ponerse en relación
con el carácter de las fibras empleadas en los trabajos de cestería.
Cuñas de hierro como la del Depto. 53 (Fletcher et alii 1969, 20, nº 9) y diversas herramientas de carácter
polifuncional tales como cuchillos o punzones de hierro eran generalmente empleadas en tareas de carpintería y curtiduría, pero podrían haberse utilizado también en el trabajo de cestería. Para cortar las tiras del
esparto o del mimbre pudieron recurrir a las chiflas o cortantes, de los que se conocen algunos ejemplares
con forma de media luna y vástago para enmangar de los Deptos. 3 y 80. Otro instrumento empleado en el
proceso de trabajo del esparto fue la “cogedera” o agarradera. Se trata de una varilla de hierro con una longitud aproximada entre 20 y 38 cm que termina en una pequeña punta curva, que se ataba a la muñeca y
antebrazo con una pequeña tira de cuero o cuerda. Por el otro extremo se arrollaba la fibra de esparto y,
mediante un brusco tirón, salía.
No se conocen evidencias arqueológicas de espacios destinados únicamente al trabajo de cestería, lo que
sugiere que el artesano no dispondría de un taller como tal y realizaría su labor dentro de la unidad doméstica. El lugar donde se desarrollaría la actividad sería preferentemente el patio, ya que se necesitaban lugares
espaciosos y fáciles de limpiar.
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eL trabajo cotidiano
Guillem Pérez jordà, C arlos Ferrer GarCía, mª Pilar iborra eres, miGuel ÁnGel Ferrer
eres, Yolanda C arrión marCo, Guillermo TorTajada ComeChe, luCía soria Combadiera
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L
as campañas de excavación desarrolladas en la Bastida de les Alcusses han aportado un importante
volumen de objetos y datos con los que abordar los principales trabajos cotidianos desarrollados por
sus habitantes. Tradicionalmente, la base de la economía en este territorio ha estado constituida por
las actividades agrarias, esto es, la agricultura y la ganadería, que permiten asegurar la alimentación y, además, proporcionan excedentes con los que recurrir al intercambio o al comercio. Junto a estas actividades
se desarrollan otras que no están orientadas directamente a la producción de alimentos pero que tratamos
también en este capítulo por su relación con el trabajo cotidiano con recursos naturales del entorno. Se trata
de la metalurgia, el trabajo de la madera y las fibras vegetales, tareas que tienen un papel central en las actividades económicas de los habitantes del poblado.
La agricuLtura
Los elementos que nos permiten aproximarnos a las características de la agricultura desarrollada en este
asentamiento son las semillas y frutos, que se conservan carbonizados, los útiles agrícolas de hierro y las
estructuras de almacenamiento y transformación. Los datos materiales disponibles para evaluar estas actividades son de extraordinaria calidad. Por una parte, durante las diferentes campañas de excavación se ha
recuperado una de las colecciones de útiles de hierro más amplia de la protohistoria peninsular (Pla 1968).
El registro carpológico –semillas y frutos–, pobre durante las excavaciones antiguas (Téllez y Ciferri 1954,
30-31; Pla 1972, 337) se conoce sobre todo a partir de los años 90 (Díes et alii 1997 y 2006; Pérez Jordà et
alii 2007) al aplicar una estrategia de muestreo sistemático del sedimento, lo que nos ha permitido contar
con una amplia muestra para identificar las especies cultivadas. Más pobre resulta la documentación de estructuras relacionadas con estas actividades en el yacimiento, a pesar de la amplia superficie excavada desde
1928. Los molinos son los únicos instrumentos dedicados a la transformación de los productos agrarios documentados. Destaca la ausencia de lagares o almazaras tan frecuentes en los territorios de Edeta y de Kelin
(Pérez Jordà 2000). El almacenamiento parece organizarse entre las trojes, para el grano, y en recipientes
cerámicos para los líquidos.
Los cultivos
Los restos de semillas y frutos que se han conservado carbonizados permiten definir los cultivos y,
al mismo tiempo, qué productos silvestres eran aprovechados. El excelente grado de conservación de
los materiales en la Bastida posibilitó, ya durante los trabajos entre 1928 y 1931, la identificación de algunos restos que permitieron confirmar que se practicaba tanto el cultivo de cereales (trigo desnudo),
como el de leguminosas (vezas). Este conjunto ha podido ser completado con los trabajos más recientes
y hemos podido comprobar la existencia de una mayor variedad de cultivos de cereales y de leguminosas
y constatar la existencia del cultivo de frutales y, posiblemente, de otras plantas con una utilidad más
artesanal.
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Los cereales
1. Frecuencias de los diferentes grupos de cultivos
según el total de muestras analizadas en la Bastida.
Constituyen la base de la alimentación en epoca ibérica
y de hecho son el grupo más representado en el registro
(53 %) [figs. 1 y 3]. Los dos cereales más consumidos son
la cebada vestida (Hordeum vulgare L.) y el trigo desnudo
(Triticum aestivum-durum), con porcentajes prácticamente similares. Ambos aparecen tanto en los vertederos
como en el interior de las viviendas por lo que pensamos
que están destinados a la alimentación humana.
Se trata de dos cereales con unas condiciones de cultivo diferentes. El trigo es más productivo siempre que
las condiciones del suelo sean buenas, mientras que la
cebada es capaz de mantener unos índices altos de producción incluso en suelos pobres. Este hecho explicaría
que, en la mayor parte de los casos conocidos en el País
Valenciano, la cebada sea el cereal preponderante, al encontrarse ante suelos de no muy buena calidad. Por el
contrario, la Bastida, que cuenta con unos buenos suelos
en el Pla de les Alcusses, presenta unos porcentajes de
trigo más altos, prácticamente iguales que los de la cebada [fig. 2]. Otra diferencia entre estos dos cereales es
que los trigos son desnudos, es decir que las cubiertas
2. Frecuencias de los cultivos de: a. cereales, b. frutales, c. leguminosas, d. oleaginosas.
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3. Semillas de cereales carbonizadas: 1. Cebada vestida
(Hordeum vulgare L.), 2. Escaña (Triticum monococcum), 3 y 4. Trigo desnudo (Triticum aestivum-durum).
que los protegen caen por sí solas, lo que facilita su procesado, mientras que la cebada es vestida. Esto obliga
a un procesado más complejo para eliminar la cascarilla que permanece adherida al grano, y que hay que
retirar antes de ser consumida. Para ello se puede recurrir al uso de molinos, de morteros o al torrefactado.
Estos dos cereales se cultivan generalmente como cereales de invierno. Se plantan entre el otoño e inicios
del invierno y su cosecha se realiza a inicios del verano. Por el contrario los mijos (Panicum miliaceum y
Setaria italica), que en este caso parecen tener una presencia muy puntual en el registro de restos (2,3 %),
tienen un periodo de desarrollo mucho más corto, ya que se plantan en primavera para recogerse a inicios
del verano. Aunque la escaña (Triticum monoccocum) está presente de forma puntual en el registro, pensamos que se trata en realidad de una mala hierba de otros cultivos, más que de un cultivo en sí mismo.
Las leguminosas
Las leguminosas son, junto a los cereales, los dos grupos de plantas que han alimentado al ser humano
desde la neolitización, pero generalmente en los yacimientos ibéricos es el grupo peor representado. En la
Bastida suponen un 14,8% [figs. 1 y 4]. Destacan especialmente las vezas (Vicia sativa), mientras que las
habas (Vicia faba), guisantes (Pisum sativum) y guijas (Lathyrus sp.) tienen una presencia muy testimonial. Son especies que pueden tanto cultivarse de forma extensiva, alternando o no con los cultivos de cereales, como desarrollarse en pequeños huertos recurriendo al abonado y posiblemente al regadío, sin que
por el momento tengamos datos a partir del registro
carpológico para definir cuales eran las características de su cultivo.
Los frutales
4. Leguminosas carbonizadas: 1. Guisante (Pisum sativum), 2. Haba (Vicia faba), 3. Veza (Vicia sativa).
El cultivo de frutales define la agricultura de estos
momentos en esta zona [fig. 5]. La vid (Vitis vinifera),
el olivo (Olea europaea), la higuera (Ficus carica), el
almendro (Prunus dulcis) y el granado (Punica granatum), que habían sido introducidos en los siglos
Viii-Vii a.C., están plenamente asentados en el siglo iV
a.C. en un poblado como la Bastida, siendo tras los
cereales el grupo más representado en el registro carpológico (31,5 %) [fig. 1]. La principal novedad que
supone su introducción es que rompen el ritmo agra-
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5. Frutos carbonizados: 1. Higo (Ficus carica), 2.
Granada (Punica granatum), 3. Uva (Vitis vinifera).
rio desarrollado hasta el momento, que consistía en el cultivo de plantas con ciclos de desarrollo anual (cereales, leguminosas). Los frutales necesitan varios años de trabajo antes de empezar a producir, por lo que
hay que tener asegurada la alimentación del grupo antes de iniciar esta inversión y también debe estar asegurado el disfrute de la cosecha, mediante algún tipo de control estable sobre la propiedad de la tierra. Los
frutales son bienes muy preciados, ya que en caso de ser destruidos su recuperación es muy larga.
La introducción de estos frutos mejorará sustancialmente la dieta de estas comunidades al diversificarla con
productos muy nutritivos y de fácil conservación. Además, permitirán obtener dos productos que a partir de
este momento van a marcar toda la historia de la alimentación de los pueblos mediterráneos: el vino y el aceite.
Cultivos artesanales
Un último grupo de cultivos está integrado por el lino (Linum usitatissimum) y la camelina (Camelina
sativa), documentados en los Deptos. 270 y 267 [fig. 6]. Si bien son cultivos que pueden tener una finalidad
alimenticia al ser transformados en aceite, también pueden relacionarse con la elaboración de tejidos. Hasta
la fecha, se trata del único caso en tierras valencianas en que se han documentado tales cultivos para estas
cronologías, aunque tienen una presencia muy puntual en el registro.
De la siembra a la cosecha: las herramientas
El trabajo pionero de E. Pla (1968) sobre las herramientas de hierro de época ibérica puso de manifiesto
la variedad de útiles de trabajo agrario [fig. 7]. Estos elementos nos permiten realizar una aproximación al
ciclo agrícola, desde la producción en los campos hasta la llegada de los productos al poblado y las casas.
6. Oleaginosas: 1. Lino (Linum usitatissimum), 2.
Camelina (Camelina sativa).
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7. Herramientas de hierro para el trabajo agrícola. 1: Reja de arado del Depto. 92. 2: Zapapico del Depto. 163. 3: Escardillo del
Depto. 18. 4: Azada estrecha del Depto. 7. 5: Arrejada del Depto. 69. 6 y 7: Layas del Depto. 9 y de procedencia desconocida. 8:
Podón del Depto. 144. 9: Legona del Depto. 3. 10: Hoz del Depto. 4. 11: Corquete u hoz para la vendimia del Depto. 37. (a partir
de la documentación del Archivo SIP)
99
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8. Figura de bronce que representa un toro con parte
del yugo. Fue hallada en el
Depto. 237 el día 23 de julio
de 1931 por Joaquín Quilis
(long. 6,5 cm).
A
B
9. A: Rejas de arado halladas en el Depto. 49
(izquierda) y en el camino de ronda de la
Puerta Sur (derecha). B: Arrejadas de los
Deptos. 18, 69 y sin procedencia.
100
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El inicio del ciclo anual se produce durante el otoño, con el laboreo de los campos antes de plantar los
cereales. Para este trabajo se utilizan principalmente arados tirados por parejas de bueyes –y de los que
conservamos tan sólo las rejas de hierro y las arrejadas para limpiarlas [figs. 8, 9 A y B y 10]–, junto a otras
herramientas como la azada, y el fez o zapapico, que tanto sirven para cavar como para deshacer los terrones
de tierra [figs. 11 A y B]. Tras la siembra de cereales y leguminosas únicamente necesita realizarse el escardado, concentrándose el trabajo en este momento en los campos de frutales, con la poda, de la que hay evidencias en los diferentes podones documentados [fig. 12 A]. Siguiendo con el ciclo anual, a inicios de la
primavera se plantarían las leguminosas de verano, bien en campos de secano o bien en huertas, utilizando
para el laboreo de estos huertos las layas y los legones. Con posterioridad se produciría igualmente la siembra
de los cereales de primavera, mijo y panizo, y también del lino, aunque es posible que en casos de necesidad,
se pueda recurrir a sembrar cebada también como un cultivo de primavera.
Al finalizar la primavera se inicia el periodo que requiere más trabajo –y brazos– en los campos, pues se
suceden las cosechas de los cultivos de primavera (mijos, lino, habas) y de invierno (cebada, trigo, leguminosas). Sabemos que la siega se realizaría con las hoces de hierro [fig. 12 B], que están documentadas con
diversos tipos, trasladando los haces de los distintos cereales a las eras, que no hemos documentado para
este periodo pero que posiblemente estarían situadas junto a los campos de cultivo, para evitar el desplazamiento de la cosecha. Durante este trabajo, los diferentes productos se ordenan en montones junto a la era
para que acaben de secarse y posteriormente se extienden en el suelo para ser trillados, bien mediante el pisoteado de los animales o golpeados con mayales, ya que no se han documentado trillos. Tras el trillado se
procede al aventado y al cribado con la finalidad de separar el grano de la paja y del resto de desechos. Este
proceso se realizaría fuera de los poblados, como tradicionalmente se ha hecho en el mundo mediterráneo
[fig. 13], porque en ningún asentamiento ibérico excavado se han detectado los desechos que se generan en
este trabajo. A continuación el grano se traslada al poblado, posiblemente en sacos o en capazos, donde se
lleva a cabo un último cribado previo a su molturación. Esto lo sabemos porque las semillas de malas hierbas
y los pequeños fragmentos de paja, cubiertas y raquis (espigas) que se eliminan en esta última fase aparecen
en los registros procedentes del interior del poblado [fig. 14]. Todos estos trabajos finalizan durante el verano
y, ya con posterioridad, se preparan los campos para la próxima cosecha. El ciclo finaliza en otoño con la
vendimia [fig. 15] y la recolección de almendros y, posteriormente, a inicios del invierno se lleva a cabo la
cosecha de la oliva [fig. 16].
Los frutos secos como el almendro no tienen ningún problema de conservación, pero con los carnosos se
debería proceder al secado (higos, uvas pasas) o a su inmersión en vino o miel para su conservación, aparte,
obviamente, de su consumo fresco en un plazo de pocas semanas desde su recolección. En la Bastida no
hemos hallado hasta el momento estructuras para la elaboración del vino o del aceite, aunque sabemos por
los restos de semillas que se cultivaba la vid –hay además corquetes para la vendimia– y el olivo, de modo
que es factible pensar que los lagares y las almazaras están en una zona no excavada aún en el interior del
poblado o bien junto a los campos de cultivo.
10. Esquema de las partes
que componen un arado ibérico (reelaboración a partir
de Barril 2000).
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A
B
11. A. Legones del Depto. 3 y de procedencia
desconocida. B. Zapapico del Depto. 163 y
azada estrecha del Depto. 7.
12. A. Podones de hierro de la Puerta Sur y del Depto. 144. B. Selección de hoces de hierro de diferentes tamaños.
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Los suelos y la productividad agraria
El estudio de las unidades ambientales y edáficas, y su evaluación agronómica, tiene como resultado un
mapa en el que se plasma la representación espacial de cada una de las clases agronómicas expresada en
potencialidad de usos [fig. 17]. Obviamente, surge un modelo dual con unos suelos óptimos para la agricultura extensiva e incluso intensiva ubicados en el Pla de les Alcusses y otros con óptimos forestales y para
pastos, situados en los relieves al sur de la loma de la Bastida. Para la determinación semicuantitativa de
estos valores utilizamos un índice basado en los rasgos físicos del suelo y recoge la mayor parte de los aspectos que pueden afectar a una agricultura no tecnificada (Storie 1970).
Como hemos referido, los mejores suelos se concentran en el extremo meridional del Pla de les Alcusses,
donde la potencia de los perfiles edáficos (sedimentarios), la juventud de los suelos, la textura franca –heredada
de la importante presencia de arenas en algunos sectores–, la buena retención de humedad y la ausencia de
problemas de drenaje, hacen que sean óptimos para cualquier tipo de cultivo de secano, como por ejemplo
cereal de invierno y vid. Así, en un área ideal delimitada por una distancia lineal al centro del asentamiento de
2 km, encontramos 300 ha de suelos de clase agronómica 1 y 2, de las cuales 125 ha tendrían una pendiente
inferior al 3%, ideal para el cultivo de cereales. Si aumentamos el área de influencia a 3 km lineales, los suelos
de buena calidad aumentan su superficie hasta unas 350 ha más, de los cuales los de menor pendiente son
apenas 75 ha, ya que la mayor concentración de éstos se da justo al pie de la Bastida.
En torno a los cursos del río Cànyoles y de los barrancos de la Bastida y Fossino encontramos cauces de
fondo plano, terrazas históricas y holocenas con suelos de texturas más variadas que los anteriores. Su valor
para la agricultura es similar, pero con el matiz de que la frecuente renovación sedimentaria de los niveles
más próximos al talweg –canal– y la superficialidad de los niveles freáticos, permitiría en época ibérica,
como hoy, el cultivo de hortalizas y verduras sin el desarrollo de infraestructuras de regadío. En esta tipología
de suelo la superficie disponible, no cuantificada, sería sin duda poco relevante desde el punto de vista cuantitativo, aunque es obvia su importancia en el modelo económico agrario del asentamiento. En el entorno
más inmediato destaca la presencia de estos suelos en el Barranc de la Casa Gran.
En el Pla también encontramos, en torno a los pequeños humedales, suelos con cierto grado de hidromorfía, que aunque ricos en nutrientes, tendrían problemas de drenaje de carácter limitante para la agricultura, frente a su gran productividad ecológica susceptible de aprovechamiento (caza, recolección y, tal
vez, pesca). Con todo, la desecación estacional de los márgenes, con suelos enriquecidos durante las estaciones húmedas, serían óptimos para obtener producciones elevadas, con el cultivo de cereales de verano
(mijo), leguminosas o el caso del lino y de la camelina.
Algunos sectores en el entorno inmediato a la Bastida y en extensas áreas de los glacis y abanicos aluviales
de las sierras de la Solana y Plana, poseen suelos menos generosos que los del Pla, que pudieran ser óptimos
para la producción de leñosas (olivos, almendros, higos). En el entorno más inmediato (2 km) estos suelos
no superarían las 100 ha.
El almacenamiento y la transformación de los productos
En la Bastida se da un sistema de almacenamiento de los productos agrarios a dos niveles. Por un parte,
en el interior de las viviendas se realizaría un almacenamiento a pequeña escala, sin que por el momento se
hayan documentado grandes estructuras para ello. Se documentan principalmente grandes vasos cerámicos
que aunque puntualmente puedan ser utilizados para grano, debían almacenar de forma habitual líquidos
(agua, vino, aceite) u otros preparados que necesiten estar dentro de un contenedor (salazones, o conservas
con grasa, vino, aceite o miel). El grano (cereales, leguminosas) y los frutos secos (almendras, pasas, higos)
se conservarían en recipientes más funcionales como los sacos, los cestos de esparto, arcones de madera,
utilizados tradicionalmente en el mundo rural, si bien la documentación de estos objetos es difícil al estar
hechos de materiales perecederos.
Otro nivel de almacenamiento se da a una escala mucho mayor y centralizada. En la Bastida hay un edificio, identificado en el conjunto 7, que puede interpretarse como un gran almacén de grano (capítulo 4).
Está formado por un cuerpo principal cuadrangular al que se añaden, en fases posteriores, una serie de es-
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13. Trabajos agrícolas en el Pla de les Alcusses
(1928).
tancias hacia el norte. Este edificio inicial presenta accesos desde la calle central a dos niveles. Por un lado,
un ancho vano da paso a una batería de tres pequeños compartimentos cuadrangulares separados por pequeños muretes que identificamos como trojes, cuya función es contener grano a granel. Otro acceso, a
través de un espacio empedrado según las excavaciones antiguas, da paso a estancias estrechas y alargadas
en semisótanos que quedarían subdivididos mediante tablas de madera, creando compartimentos similares
a los primeros. Las trojes son un sistema conocido en la protohistoria peninsular (Pérez Jordà 2000; Rodríguez Díaz 2004) y que ha seguido siendo utilizado hasta la actualidad. Facilita la conservación del grano
al no estar cerrado y ser posible su remoción y al mismo tiempo, permite contener volúmenes considerables.
Además este sistema de almacenamiento es muy flexible ya que la ubicación de las tablas se puede ir modificando en razón de las necesidades de espacio.
Los únicos elementos destinados a la transformación de
los productos agrarios documentados hasta la fecha en el
asentamiento son los molinos [figs. 18 y 19], que son del tipo
rotativo o semirotativo, formado por dos elementos cilíndricos
encajados y unidos por la parte central mediante un vástago
de madera (Alonso 2002, 114). Los hay de grandes dimensiones (con diámetros de unos 60 cm), que están fijos en un espacio específico, y de mediano tamaño (con diámetros de 40
cm) que pueden trasladarse a cualquier lugar (ver detalles en
el capítulo 6).
El uso de los mismos es básicamente la molturación de diferentes productos para su transformación en harina o sémolas. Los productos susceptibles de ser molturados son
básicamente los cereales, pero también las leguminosas y otros
frutos recolectados como las bellotas y hasta las pepitas de uva
(Marinval 2005). De los dos cereales que se cultivan mayoritariamente, el trigo desnudo presenta la ventaja ya comentada
de que tras su paso por la era ya está preparado para la molturación, mientras que la cebada vestida llegaría al yacimiento
con las cubiertas adheridas y necesita ser descascarillada antes
14. Malas hierbas: 1. Cizaña (Lolium perennede ser consumida. Para ello se pueden utilizar los molinos, corigidum), 2. Rabaniza (Raphanus raphanislocando alguna pieza de corcho entre las dos piedras para evitrum), 3. Acedera (Rumex crispus).
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tar triturar los granos. También se puede recurrir al
tostado de los granos o al uso de morteros de madera, que evidentemente no se conservan. No tenemos constancia de cómo realizaban este proceso
pero en todos los casos en los que encontramos concentraciones de cebada está descascarillada.
Las harinas que podemos obtener de estos dos
cereales presentan características diferentes. Parece haberse desarrollado desde época romana una
preferencia por los panes blancos de trigo, pero en
los textos griegos se valora en el mismo sentido los
panes negros de cebada. Podemos considerar a los
iberos, en general, como comedores de cebada, ya
que en la mayor parte de los casos sus frecuencias
son mayores que las del trigo y están destinadas al
15. Corquetes de hierro para la vendimia de los Deptos. 37 y 47.
consumo humano, ya que aparecen almacenadas en
el interior de las casas.
Al molturar el grano se obtiene un producto que
se recoge y se criba con una malla fina, separando
la harina de los trozos de grano que no se han molturado completamente. Esta sémola puede volver a pasarse
por el molino para obtener más harina o pasa a ser consumida en cocidos o hervida. Con la harina podría
elaborar panes, tortas o ser utilizada como ingrediente de diversos platos. Nunca hemos documentado panes
como los que hay en época romana, tan sólo fragmentos de masa difíciles de determinar.
La cocción de los panes y tortas se puede realizar sobre la brasa de los hogares o incluso en pequeños hornos
culinarios, aunque éstas instalaciones no se han documentado hasta el momento en la Bastida. Quizás unas estructuras de piedra de planta circular o semicircular de más de un metro de diámetro ubicadas en espacios abiertos junto a las casas podrían corresponder a hornos. De hecho, una de estas bases de mampostería está junto al
Conjunto 7, el almacén, y junto a otra posible base de molino de gran tamaño [fig. 18], con lo que encontraríamos
asociados en este espacio un granero junto a un molino y un horno de uso posiblemente colectivo.
Los recursos animaLes: La ganadería y La caza
Los restos óseos de animales aportan una valiosa información sobre las prácticas ganaderas y la caza
desarrolladas por los habitantes del poblado. Las especies de animales que hemos identificado fueron usadas
con distinta finalidad: para la obtención de productos alimenticios, como proveedores de materia prima
para diversas artesanías, como la textil (lana), para la obtención de pieles y de huesos con los que elaborar
útiles y adornos, como productores de abonos para fertilizar los campos y como fuerza de trabajo.
La fauna es la primera fuente de información acerca de las prácticas ganaderas, pero además hay que
considerar otras evidencias, como las propias estructuras del poblado. Algunos de los espacios anexos a las
viviendas pudieron utilizarse como cercados o corrales. También son una fuente de información muy valiosa
los objetos relacionados con la ganadería recuperados en el yacimiento como las esquilas del ganado, los
arreos de caballos, o las herramientas usadas en determinadas manufacturas como las tijeras de esquilar o
las fusayolas. Dado que algunos de estos objetos serán tratados en capítulos posteriores desde perspectivas
relacionadas con el armamento, el tejido y la posición social de estos grupos, aquí nos referiremos a ellos
como una evidencia más en una aproximación a la ganadería y la caza.
La muestra estudiada: procedencia y significación
Los datos arqueozoológicos que manejamos proceden en su totalidad de las campañas de excavación realizadas desde el año 1997 hasta el 2007, que han proporcionado una muestra formada por 3.227 fragmentos
óseos de vértebrados y 443 restos de gasterópodos [fig. 20].
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16. Visión idealizada del trabajo de la tierra a los pies de la Bastida: arado de los campos, recogida de leña y recolección de la
oliva (dibujo Francisco Chiner).
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17. Tipos de suelos en el entorno inmediato de la Bastida.
Los restos óseos recuperados presentan un grado de alteración importante; abundan las astillas y los pequeños fragmentos, mientras que los restos completos, escasos, sólo han aparecido en algunos contextos “cerrados”. Las causas de esta elevada fracturación son múltiples: el procesado carnicero, evidenciado a través de
las marcas de carnicería, el fuego y la acción de los cánidos, especie cuyos huesos no han sido identificados.
El material analizado procede de diferentes zonas del asentamiento, principalmente de espacios abiertos
como la base de las murallas, tanto intra como extramuros y junto a las cuatro puertas de acceso, en el camino que bordea la Casa 10 y en un vertedero de la Casa 11. Es decir que son muestras que proceden de lugares de función y uso diferentes y que están formadas por un número desigual de restos.
De las muestras analizadas, dos proceden de áreas de mayor significación. Se trata del vertedero de la Casa
11 y del camino de ronda de la Casa 10. En el primero se pudo realizar un estudio más pormenorizado y se individualizaron distintas fases cronológicas. Este vertedero fue un espacio abierto entre la fachada de la casa y
la muralla. Los restos óseos allí depositados habían sido mordidos por perros, según nos indican las mordeduras identificadas sobre los huesos recuperados en los niveles de uso y abandono. También documentamos
la acción del fuego sobre el material durante el nivel de uso, en lo que interpretamos como la quema intencionada de la basura doméstica allí depositada, acción que provocó una cremación desigual de los restos óseos.
En la fase de abandono de este vertedero identificamos numerosos restos óseos enteros de un asno: el esqueleto
estaba bastante completo, con huesos en conexión anatómica. El hecho de que los restos óseos aparecieran
parcialmente quemados puede responder a dos causas: o se quemó el cadáver para evitar el proceso de descomposición, o la muerte del animal se produjo durante la destrucción e incendio violento del poblado.
La muestra localizada en el camino de ronda de la Casa 10 se caracteriza por la presencia de huesos de
especies domésticas y la ausencia de silvestres. Las partes anatómicas identificadas y su grado de fracturación
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nos indican que se trata de basura doméstica, aunque no está claro que el material
pertenezca sólo a la Casa 10, ya que los caminos, como zonas de paso, permiten la
acumulación y dispersión de los restos allí
depositados, tanto por agentes antrópicos,
animales y atmosféricos.
El resto del material procede de sondeos, realizados en diferentes puntos del
poblado, para extraer información sobre
la construcción de murallas o casas. La
fauna de estas unidades presenta un potencial interpretativo menor. Sin duda el
estudio del material de las recientes excavaciones realizadas en las casas, nos servirá para identificar pautas en el consumo
18. El Depto. 155 junto al Conjunto 7. Este espacio sería probablemente
entre las diferentes unidades domésticas
un porche. Se aprecia, en el centro, una base circular de mampuestos
tanto en la selección de especies como en
para un molino rotatorio de gran tamaño y, al fondo, una estructura
el tratamiento carnicero.
semicircular que quizás sea la base de un horno para cocinar. El muro
de la izquierda es la fachada del almacén.
Una valoración general de la fauna
muestra un conjunto formado por ungulados domésticos y silvestres y por un ave.
Los mamíferos domésticos, cuyos restos
representan un 96,36% del total son la oveja (Ovis aries), la
cabra (Capra hircus), el cerdo (Sus domesticus), el bovino
(Bos taurus), el caballo (Equus caballus), y el asno (Equus asinus). Y el grupo de especies silvestres, con una importancia
porcentual mínima, tan sólo el 3,64%, lo forman el conejo
(Oryctolagus cuniculus), la liebre (Lepus granatensis), el
ciervo (Cervus elaphus), la cabra montés (Capra pyrenaica)
y el jabalí (Sus scrofa). El ave identificada es el sisón (Tetrax
tetrax) [fig. 21].
La ganadería
En el yacimiento de la Bastida, ovicaprinos, cerdos y bovinos, son las especies que proporcionan el mayor volumen de
carne. Aunque los ovicaprinos son los animales más numerosos, según el peso de los restos, es la cabaña vacuna la que proporciona una mayor cantidad de carne. Si consideramos las
19. El Depto. 42 con un molino rotatorio sobre el
unidades anatómicas conservadas y la edad de muerte de las
pavimento (1928). Se aprecia en primer término
la muela pasiva, entera, y detrás la muela acespecies identificadas en cada caso, se observa que no todas
tiva, desmontada y fragmentada en dos partes.
ellas fueron utilizadas para producir carne, ya que hay pruebas
de un aprovechamiento de los recursos secundarios [fig. 22].
Las ovejas (Ovis aries) y las cabras (Capra hircus) son los
animales que han proporcionado un mayor número de restos. Dada la frecuencia de éstos podemos pensar
en la existencia de rebaños mixtos, aunque desconocemos su tamaño. El estudio de las estructuras del poblado no ha permitido la identificación de corrales susceptibles de haber servido para albergar grandes rebaños. Si en un primer momento se pensó que el cercado oriental pudo haber servido como albacara, su
estudio detallado le atribuye una función defensiva, antes que pecuaria (capítulo 4). No obstante podemos
considerar otras posibilidades para la estabulación: que los rebaños fueran de reducido tamaño y que cada
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unidad familiar los guardara en las
propias viviendas, quizás en patios, o
que los rebaños se mantuvieran apartados en zonas más grandes inmediatas al poblado, en cercados realizados
con materiales perecederos o en corrales difíciles de detectar en el registro arqueológico. Con todo, esta distribución
de los rebaños en el entorno inmediato
del poblado, que no es incompatible
con la organización poblacional detectada en el entorno de la Bastida (capítulo 3), es indemostrable en el estado
actual de la investigación.
Esta cabaña estaría sustentada por
los pastos y por los productos cerealísticos, de los que existen abundantes
evidencias en el poblado, como hemos
visto más arriba. Además, la identificación del sisón entre las aves silvestres
se debe poner en relación con los campos de cereal identificados en el Pla de
les Alcusses. En épocas de estabulación
forzosa estos animales podrían ser alimentados con piensos. Habas y cebada
han sido identificadas en el yacimiento, y a pesar de que debieron ser
usadas de forma preferente para el
20. Frecuencias absolutas y relativas de la fauna recuperada en la Bastida,
consumo humano podemos considerar
según el número de restos (NR), número mínimo de elementos (NME), número mínimo de individuos (NMI) y el peso (gramos).
un posible uso como materia prima
para la elaboración de pienso de ganados tal y como recoge Columela en De
re rustica para época romana, donde
cita que el mejor alimento para las ovejas durante la estabulación es la cebada mezclada con habas. El manejo
de esta cabaña podría desarrollarse en el entorno del asentamiento, tanto en las zonas deforestadas o adehesadas, como en los campos de cultivo de cereal, a los que podrían entrar los rebaños tras la siega, y los
barbechos y las zonas de pasto de las zonas colindantes.
Según la abundancia de restos óseos en esta cabaña de ovicaprinos predominaban las ovejas (en proporción de 2,3 a 1). Las edades de sacrificio de los ejemplares nos indican que la cabaña estaba orientada principalmente a la producción de carne y lana, en el caso de las ovejas, mientras que las cabras parecen dedicarse
con mayor énfasis a la producción láctea. Que se producía lana en la Bastida se deduce igualmente de la
existencia de algunas herramientas como las tijeras de esquilar [fig. 23] y las numerosas fusayolas recuperadas en casi todos los departamentos (capítulo 6).
Algunos huesos de estos animales fueron usados con la finalidad de fabricar piezas de juego. En la muestra analizada hemos identificado un astrágalo de cabra que presenta una perforación central y la superficie
lateral pulida, modificado intencionadamente para darle una forma rectangular y ser utilizado como una
pieza de juego (taba).
A partir de algunos huesos conservados enteros hemos podido calcular la talla de ovejas y cabras. Las alturas calculadas para este grupo revela que las ovejas tenían una alzada media de 56,8 cm mientras que las
cabras tenían una talla ligeramente inferior con una media de altura a la cruz de 53,29 cm. Algunos de estos
ejemplares tenían cuernos con forma de cimitarra.
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21. A. Importancia relativa de las especies identificadas (% NR) en la Bastida. B. Representación del conjunto analizado por grupos (% NR)
La segunda especie más frecuente tras los ovicaprinos es el bovino (Bos taurus) y su importancia como
proveedor de carne aumenta al considerar el peso de sus huesos, un parámetro que indica con mayor exactitud el volumen de carne aportado por una especie.
Las medidas de los huesos indican que hay una mayor presencia de hembras. El mantenimiento de hembras hasta edad avanzada está justificado por la cría de terneros como los que se consumieron en el poblado.
Del mismo modo esta edad avanzada en los animales sacrificados también nos indica una búsqueda de la
máxima rentabilidad tanto para la cría de animales como para el uso de ellos en trabajos de tiro. En este
sentido hay que valorar las patologías óseas (exóstosis) observadas en las falanges de varios animales producidas por un sobreesfuerzo. El hallazgo en el poblado de instrumental agrícola, y por supuesto, la pequeña
figura de bronce de un bovino uncido con un yugo, serían argumentos de peso en la valoración de la importancia del vacuno como animal de labranza en la agricultura [fig. 8].
Con una importancia relativa similar al bovino tenemos el cerdo (Sus domesticus). Se trata de una especie
de fácil manejo, que proporciona importantes recursos alimenticios: abundante carne, grasa y sangre, cuya
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alimentación dependería de los desperdicios domésticos, de los restos agrícolas y de
los recursos silvestres como las bellotas, diversos tubérculos y raíces. Estos animales
tenían una alzada media de 65 cm.
Además de estos tres grupos de especies,
hemos identificado otras que no fueron relevantes para el consumo alimenticio. Se
trata de los équidos: el asno y el caballo. Los
restos de asnos (Equus asinus) son escasos.
La mayor parte corresponden a parte del
esqueleto prácticamente entero de un individuo que se recuperó con marcas de cremación en la fase de abandono del
vertedero de la Casa 11 antes comentado. Se
trata de un macho, ya que en las hemimandíbulas se encuentra el alvéolo del canino,
22. Valores relativos del NR y de su peso en los mamíferos domésticos.
lo cual es un rasgo que diferencia a los
sexos, con una edad de muerte de entre los
6-8 años. Las medidas obtenidas nos han
servido para calcular la altura a la cruz, obteniendo una talla de entre 103,5 y 106,7 cm, lo que corresponde
a un animal de talla reducida apto para transportar cargas por angostas sendas y callejuelas. Sus huesos no
tienen marcas de carnicería, lo que indica que no se consumió su carne. Además del asno se documentan
algunos restos de caballo (Equus caballus) sobre los que sí han quedado patentes marcas de carnicería. Este
hecho junto a que se trata de huesos de animales adultos-seniles, nos lleva a pensar que esta especie fue
consumida en edad avanzada, cuando ya no fue útil para las tareas de tiro o monta. Los restos de bocados
de caballo (capítulo 8), y las anillas y campanillas [fig. 24], que pudieron pertenecer a adornos de las caballerías, son indicadores del uso de este animal como montura, práctica documentada entre los iberos, tal y
como se desprende de algunos textos clásicos (Estrabón iii, 4, 16-18), de la abundante iconografía de la escultura, de los vasos cerámicos –aunque fechados un siglo después de la ocupación en la Bastida– de épocas
más recientes y de los exvotos en bronce.
La caza
Las especies cinegéticas cuentan con una presencia mínima en la muestra analizada (3,64%). Los grupos
de especies identificados son; la cabra montés (Capra pyrenaica), el jabalí (Sus scrofa), el ciervo (Cervus
elaphus), el conejo (Oryctolagus cuniculus) y la liebre (Lepus granatensis) y entre las aves el sisón (Tetrax
tetrax). Fueron usadas como recurso alimenticio y algunos de sus huesos se utilizaron para la manufactura
de útiles [fig. 25].
La fauna silvestre además de indicarnos una actividad cinegética, ciertamente reducida si tenemos que
valorar exclusivamente sus bajas frecuencias, aporta información sobre las características del entorno de la
Bastida. Dos especies: el ciervo y el jabalí indican la existencia de masas forestales, aunque bien es cierto
que ambas son muy versátiles, ocupan una amplia variedad de ambientes y toleran bien los espacios aclarados por la actividad humana. Es aquí, en este tipo de espacios, donde otra de las especies identificadas –
el conejo– alcanza altas densidades. El resto de las especies silvestres presentes en el yacimiento, la liebre
y el sisón, habitan espacios abiertos, campos de cultivo y zonas con matorral bajo. Finalmente la cabra montés ocupa las zonas escarpadas de montaña.
Sorprende la escasez de especies silvestres dado el paisaje donde se ubica el yacimiento: las estribaciones
de una sierra de altitud media, y en cuyas proximidades, a menos de dos horas de camino, se extienden amplios espacios montañosos como las sierras de Enguera y Almansa, donde aún hoy en día abundan los recursos cinegéticos. En la Bastida contamos con armas que sin duda se utilizaron para la caza, como las lanzas
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23. Tijeras procedentes del
Depto. 126.
24. Filete y cama de hierro
pertenecientes a un bocado de
caballo del Depto. 146 y campanilla de bronce del Depto. 2.
y jabalinas [fig. 26] (capítulo 8), como muestran para contextos más tardíos las representaciones en vasos
del Tossal de Sant Miquel (Bonet 1995). Otra cuestión es si a la luz de la baja representación de las especies
silvestres, podemos plantear que la caza fue una actividad minoritaria, aunque con los datos actuales, no
podemos asegurar que se trate de una actividad restringida a ciertos grupos ya que no disponemos de muestras amplias para comparar los registros faunísticos de basureros asociados a casas. Sin embargo, su presencia ya es significativa de la disponibilidad de recursos alternativos a las cabañas ganaderas.
Los recursos mineraLes y La metaLurgia
Los metales eran elementos estratégicos de altísimo valor económico. En época ibérica, y para el caso
concreto de la Bastida, destaca la producción de objetos de hierro, bronce, plomo y plata entre las actividades
de metalurgia documentadas. El valor de los objetos metálicos es inseparable del mismo trabajo o uso al
que se vinculan, pues la mayor parte de ellos son elementos fundamentales en la fabricación de armamento,
utillaje agrícola y artesanal, sin olvidar los elementos de adorno personal y corporal.
Hasta el momento se han detectado dos actividades de producción metalúrgica en el poblado de la Bastida: se trata, por una parte, de la copelación de la galena argentífera y, por otra, de la siderurgia. Las mues-
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tras proceden de las excavaciones realizadas entre 1928 y 1931 así como de intervenciones recientes en los caminos de ronda de
la muralla oeste, de la Puerta Sur, y en la
Casa 11 que facilitan la ubicación contextual
de los hallazgos.
De la mina al poblado
La cantidad y calidad de las evidencias
de actividad metalúrgica en la Bastida están
vinculadas a indicios de minería extractiva
en la zona próxima al poblado. Si bien sólo
conocemos algunos afloramientos de óxidos de hierro sedimentarios susceptibles de
aprovechamiento, como es el caso del Cabeçol del Ferro en la partida de les Carras25. Valores relativos del NR y de su peso en las especies silvestres.
quetes, para el caso concreto de la Bastida
hemos de suponer que en el territorio inmediato se encuentren los yacimientos minerales. Normalmente están dispuestos en filón vertical por lo que conocemos en otros entornos: en el Puntal
dels Llops se han detectado vetas de mineral recristalizado en las diaclasas de la roca caliza explotables a
cielo abierto (Ferrer Eres 2002).
La metalurgia del plomo argentífero y la siderurgia conllevan actividades realizadas en el exterior del
poblado y actividades llevadas a cabo en el interior. Fuera de la Bastida tuvieron lugar, obviamente, las actividades de extracción del mineral con la ayuda de picos en minas al aire libre. A pie de mina seguramente
también tuvo lugar el proceso de reducción directa para todos los tipos de metalurgia, ya que no hay indicios
en el poblado de estas actividades, como podrían ser las escorias de reducción o fragmentos de paredes de
hornos de reducción. El proceso de reducción directa es el mismo para los minerales de plomo y para los de
hierro, pero varían tanto las relaciones de carga entre el mineral y el combustible como los fundentes utilizados y las temperaturas máximas alcanzadas para ambos tipos de carga. Ahora bien, los productos obtenidos en las operaciones de reducción de minerales son diferentes.
Tras la obtención del mineral, se tritura la ganga que va unida a la mena para trasladar menos volumen
de material y facilitar los trabajos posteriores. A continuación se realizan procesos de concentración por levigación o concentración gravimétrica, pues el contenido metálico de los minerales raramente sobrepasa el
2% del material extraído. Después se separa por decantación el mineral de la ganga y se seleccionan los minerales. En este momento, se podrían realizar mezclas destinadas a mejorar las condiciones de fusión aunque
muchas veces, dado el carácter polimetálico de las menas, esta mezcla es involuntaria. Todas estas operaciones persiguen el ahorro en combustible, que es en época ibérica el carbón vegetal y la madera. El carbón
vegetal se utiliza para reducir el mineral en el bajo horno porque se necesita un alto poder reductor, mientras
que la madera se puede utilizar en la fase de copelación puesto que sólo se requiere calor y poder oxidante.
La tostación consiste en la exposición a fuego oxidante del mineral sulfurado –la galena para el caso del
plomo y la limonita para el caso del hierro– para eliminar la humedad contenida en el mineral y llevarlo a
su oxidación. Con el mineral ya oxidado y apto para la reducción directa, se va cargando el bajo horno mediante capas alternas de mineral y combustible (carbón vegetal como elemento reductor), junto a fundentes.
Durante la combustión en el interior de este horno se conseguirá una atmósfera reductora que logrará separar el oxígeno de los óxidos metálicos, tras varias reacciones químicas y la escorificación de la ganga y
fundentes remanentes.
Al poblado se llevaba el producto resultante de la reducción: planchas de plomo y goterones para el caso
de la galena, o lingotes de hierro aglomerados en forja, materiales, todos ellos, documentados en la Bastida.
Las planchas, producidas en el bajo horno, fueron vertidas en colada fundida sobre superficies aplanadas.
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En el caso de hierro se obtendrá, como resultado del proceso de reducción directa, una especie de esponja
porosa formada por una mezcla de hierro y escoria que posteriormente deberá ser aglomerada mediante forja.
La copelación de la galena argentífera
Un grupo de materiales ya detectados desde las primeras excavaciones están asociados a los procesos de
copelación de la galena argentífera. Planchas de plomo de obra, goterones de plomo en fusión vertidos sobre
agua para su súbito enfriamiento, óxidos de plomo, o fondos de cubetas [figs. 27 y 28] son las evidencias de
que en la Bastida se estaba realizando la copelación de la galena argentífera, es decir, el proceso para obtener
la plata contenida en las vetas mineras.
La copelación es un tratamiento para separar de una aleación los metales con diferente ley o resistencia
a la oxidación. El proceso es sencillo: se funden las aleaciones de metales en atmósfera oxidante en el interior
de un horno de reverbero –llamado así porque sus paredes reflejan el calor– y dentro de un recipiente denominado copela cuya finalidad es la absorción, mediante oxidación, de las impurezas del baño de plomo
argentífero fundido.
No es necesario alcanzar temperaturas muy elevadas porque estos metales tienen bajos puntos de fusión,
de hecho basta con superar temperaturas de 700-800º C, dependiendo de la mayor o menor pureza de la
aleación, adición de fundentes, combustible más o menos reductor, para fundir los metales de la aleación.
Tras este proceso el plomo se libera en forma de óxido, denominado litargirio, que en parte es absorbido
por la copela y el resto debe ser retirado de la superficie en fusión –operación que se denomina desnatado.
La copela debe ser muy absorbente por lo que en su fabricación se utilizaban materiales como cenizas de
hueso, cal y materiales cerámicos molidos. De hecho, algunos restos de copelación aún conservan las cenizas
y huesos adheridos al fondo exterior [fig. 29].
El proceso de copelación se debe repetir varias veces hasta obtener la plata refinada. Tras la solidificación
y el enfriamiento de las tortas, éstas se introducen de nuevo en el horno para continuar oxidando el plomo
y así separarlo progresivamente de la plata remanente contenida en el mismo. Finalmente, los metales nobles
aparecen en el fondo de la copela en forma de botón brillante. Es un proceso que implica una inversión de
combustible y esfuerzo importante, además de la participación de mucha gente, desde el trabajo en las minas
para extraer el mineral, hasta su transporte hacia el poblado y las copelaciones o fases finales. A pie de mina
26. Puntas de lanza y jabalina.
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27. Plancha de plomo resultante durante el proceso de copelación del mineral de galena.
28. Fragmentos de plancha de copelación.
29. Plancha fundida en el proceso de copelación. El pincho de bronce quizás sirviera
para comprobar la marcha de los procesos
de fundición.
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se extrae el mineral de las vetas y allí se realiza la primera reducción del mineral de plomo (galena). Esta
primera reducción es innecesaria realizarla en el poblado y sólo se transportaban hasta allí las tortas de
plomo argentífero que habían sufrido una primera reducción. Por ello sólo las fases finales del proceso de
obtención de plata están documentadas en el poblado.
Las excavaciones entre 1928-1931 no identificaron hornos de copelación. No obstante, las descripciones
que dejaron los excavadores en los diarios permiten identificar talleres metalúrgicos y procesos de copelación
porque hay referencias a acumulaciones de manchas de cenizas, goterones y planchas de plomo y, a veces,
fragmentos de tierra cocha o quemada. A partir de la identificación de estas evidencias y de otros objetos
como toberas –que dirigen la corriente de aire desde un fuelle sobre el baño de metal y aceleran su oxidación
[fig. 30]– o trípodes de hierro –para sujetar la copela en el interior del horno– podemos identificar diversas
estancias que, a modo de talleres, estaban llevando a cabo este proceso. Uno de los ejemplos más claros de
taller metalúrgico lo ofrece el Depto. 49, donde hay asociados planchas y goterones de plomo, un trípode de
hierro y una tobera. Pero además, los goterones de plomo son hallazgos abundantes en muchas zonas abiertas, incluso en espacios de circulación como los caminos de ronda de la Muralla Oeste y la Muralla Sur.
El aspecto externo de las tortas de plomo evidencia su adscripción a las fases iniciales del proceso de refinado de la plata, o primera copelación [fig. 31 A y B]. En concreto corresponden al momento en el que se
vierte el sobrante de plomo enriquecido desde la copela, colocada en el interior del horno. Esto puede ser
realizado de diversos modos: se puede abrir una piquera en la copela que deje salir el sobrante de plomo, o
bien se puede inclinar la copela con ayuda de algún otro elemento como trípodes o parrillas de hierro, como
la hallada en el Puntal dels Llops (Olocau) (Ferrer Eres 2002).
La operación de vertido era delicada pues se debía realizar en el momento en que la copela conteniendo
el baño en fusión de plomo y plata estuviese agotada, es decir, que hubiese cumplido totalmente su función
absorbiendo los óxidos de plomo y colmatando su estructura. A partir de ese momento la oxidación sólo
tiene lugar en la superficie del plomo en fusión por contacto con el aire, con lo que la operación se hace más
lenta y hace conveniente verter el material al exterior o remover el baño fundido con varillas [fig. 29] con el
fin de facilitar la oxidación, como se ha documentado en descripciones de copelación tradicional.
Los elementos resultantes del proceso de copelación de la Bastida revelan aspectos interesantes sobre
las condiciones de trabajo y los espacios en los que se hacía la copelación, puesto que la masa de metal fundido, al ser vertida, recoge y se adapta a la forma de la copela conteniendo también parte de los materiales
de que se componga (tierra, cerámica, cal, cenizas). Por ejemplo los goterones de plomo con la característica
coloración de la oxidación superficial del plomo –tornasolados que van del azulado o gris plomo a los colores
rojizos– son indicativos de material vertido en sucesivas capas durante la fusión y solidificadas al caer por
gravedad.
Podemos saber el sentido de salida del material en fusión por la dirección de los goterones: hay casos en
que la salida es vertical porque se realizó el sangrado del horno [fig. 31 A], y otros en los que la salida es horizontal porque hubo sucesivas aportaciones de material fundido solidificando unas coladas encima de otras.
Éste es el caso de unas muestras procedentes de la Casa 11 [fig. 31 B]: aquí el material en fusión se adaptó a
una cubeta excavada en el suelo con abundante presencia de cenizas y algún fragmento cerámico.
Otras muestras más pequeñas, procedentes de la Casa 11 y de los caminos de ronda de la zona oeste y la
Puerta Sur, indican que se vertió el material fundido sobre una superficie plana y en cantidades más reducidas, porque las planchas resultantes no superan los 5 cm de diámetro [fig. 32]. Debido a su forma aplanada,
el tamaño reducido y, por tanto, la mayor cantidad de superficie en contacto con el aire, las piezas adquirieron las tonalidades de los óxidos de plomo mezcladas con algunos materiales adheridos a la superficie en
contacto con el suelo que se incluyeron en parte de su estructura.
Una vez enfriadas las tortas resultantes, como hemos señalado, se introducen de nuevo en el horno con
otra copela para repetir el proceso. Obviamente, a medida que se vayan realizando copelaciones el metal
será cada vez menos voluminoso. El numero de procesos que eran necesarios es una cuestión variable, pues
depende de la cantidad de plata que contenga una veta de plomo. A modo de comparación, y para época romana, se ha estimado que se necesitan unas siete operaciones de copelación hasta obtener plata pura.
Es interesante señalar que los siguientes procesos de copelación, ya a escalas pequeñas, no requieren
una gran infraestructura ni equipamientos voluminosos. De hecho, cualquier estructura de combustión a
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modo de hornos de reverbero pequeños, hogares de forja o fraguas de herrero pudieron haber servido para
efectuar las últimas fases de la copelación porque el rango de temperaturas y el ambiente oxidante adecuados
también se pueden conseguir en estas estructuras. Las copelas en esta segunda fase son más pequeñas, pues
basta con someter a alta temperatura y en un ambiente oxidante una reducida cantidad de plomo con alta
concentración de plata. Con ello se absorbe de una sola vez todo el plomo en forma de óxido, dejando en su
fondo un pequeño disco de plata en forma de botón, de color gris oscuro debido al óxido de plata, con la
forma de los fondos de las copelas donde fueron depurados [fig. 33 A y B]. Así pues, el resultado final del
proceso es una pieza que contiene plata en una concentración variable entre el 80 y el 90%, siendo el resto
impurezas y plomo residual –lo que confirma que corresponden a la fase final del proceso a partir de piezas
con cantidad mayor de plomo.
Hay seis fondos de copela de este tipo en la Bastida, cinco de los cuales fueron hallados agrupados y ocultos en un recipiente cerámico entre los Deptos. 103-105 y el otro en el Depto. 232 (capítulo 7). Los análisis
han detectado que las piezas más grandes contienen algo más de plomo en su composición mientras que las
más pequeñas presentan mayor pureza de plata, aunque en todos los casos hay impurezas –fundamentalmente sílices que corresponden a los constituyentes de la copela que absorbe el material fundido durante el
proceso. Todo ello indica que las técnicas de copelación contemplan, hasta en las fases finales, diferentes
grados en el refinado; de hecho, se seguían copelando los goterones en copelas cada vez más pequeñas hasta
obtener plata casi pura. Hay que tener en cuenta que incluso la plata obtenida por métodos actuales no llega
al 100% de pureza en su composición.
Esta segunda fase de la copelación no se documenta en todos los asentamientos en los que se desarrollan
procesos de copelación. Por ejemplo, en el poblado del Puntal dels Llops, en la zona edetana, se realizaba
sólo la primera fase de concentración, mientras que las restantes fases se han documentado en otros poblados del entorno como el Castellet de Bernabé (Ferrer Eres 2002). En la Bastida están bien documentadas
las dos fases del proceso de copelación, lo que invita a pensar que la infraestructura necesaria para realizar
la extracción de mineral desde la mina y las primeras copelaciones del proceso dependían de una organización social y económica controlada por los grupos que obtenían la plata en el yacimiento.
Obviamente, el proceso de copelación puede ser interrumpido y retomado en cualquier momento a partir
de cualquier objeto que contenga plomo argentífero. Desconocemos qué pureza de plata se consideraba adecuada para poner en circulación, y lo más lógico es pensar que diferentes circuitos de intercambio funcionaran al mismo tiempo, pues piezas con diferentes concentraciones de plata han sido halladas en diferentes
zonas del poblado. Una extrapolación teórica a partir del contenido en plata del mineral tratado en la Bastida
nos lleva a inferir que sería posible extraer del tratamiento de 1000 kg de galena argentífera unos 12 kg de
plata pura. Así, sólo los cinco fondos de copela de plata hallados en una ocultación que pesan 207 g implican
la reducción y copelación de 17 kg de galena.
Volviendo a los diferentes circuitos de circulación de plomo argentífero, es interesante señalar que la copelación de fragmentos pequeños pudo haberse realizado con relativa facilidad. La abundancia de goterones
en el poblado, que aparecen en espacios abiertos, calles o plazas y la aparición de agrupaciones de pequeños
objetos de plomo –todos con alto contenido en plata– son indicativos de que este metal debió ser un metal
codiciado y buscado. De todo ello, se deduce el aprovechamiento de copelaciones por doquier. Es interesante
constatar que el contenido en plata de algún goterón es muy elevado (1,28% en BAS 6) [fig. 32], lo cual sólo
es explicable como resultado de operaciones de copelación ya que el mineral de partida, la galena, sólo contiene
trazas de plata en una concentración variable entre 0,25% y 0,45%. En el borde de este goterón hay marcas
de tres golpes de cincel realizadas tras su solidificación que sugieren algunas cuestiones: ¿se trata de una
marca relacionada con el proceso de copelación, como una unidad de medida, una marca de su peso o de su
ley? Con los datos disponibles hasta el momento no es posible responder categóricamente a estas preguntas.
Uno de los conjuntos de piezas analizadas (BAS 10) constituye un buen ejemplo. Se trata de pequeñas
piezas de plomo, goterones, láminas y pequeñas barras que no parecen ser materias primas destinadas a su
reducción en el proceso de copelación, sino objetos manufacturados acabados. Estos objetos contienen unas
cantidades de plata elevadas (entre 0,72-1,05%).
Contamos también con evidencias para defender que los fragmentos de plomo ricos en plata eran ensayados y muestreados para calibrar su contenido en plata y valorar así la rentabilidad del proceso. Pensemos
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30. Toberas de cerámica.
Las toberas son las
bocas de los fuelles utilizados para insuflar aire
a los hornos metalúrgicos.
en la llegada de grandes volúmenes de galena argentífera, quizás procedentes de varias vetas abiertas al
mismo tiempo, algunas de ellas nuevas, y cuyos contenidos en plata se desconocían, por lo que sería necesaria la valoración de la riqueza del metal de las nuevas vetas. Siguiendo un proceso que hoy en día se sigue
haciendo en joyería, el contenido en plata del material que llegaba al poblado tendría que ser evaluado. Para
ello son necesarias las balanzas de precisión que, en muchas ocasiones, están asociadas a evidencias de fundición de plomo [fig. 34]. El cálculo seguía una sencilla regla de tres: los maestros metalúrgicos pesaban
una pequeña muestra y la sometían a copelación. La plata resultante, que era también pesada, permitía calcular el contenido en plata de los fragmentos de planchas nuevas.
Los valores en estos circuitos de intercambio debieron estar determinados por el patrón de la plata, pues
el metal circulaba no sólo entre los grupos ibéricos del entorno, sino también a escala mediterránea. Desconocemos las medidas o pesos que determinaban estos patrones, pero sí sabemos que cualquier fragmento
podría ser valorado en estos circuitos, y no era para menos, pues los esfuerzos puestos en su obtención son
patentes. El corte por cizalla de uno de los fondos de copela con alto contenido en plata podría indicar bien
la adaptación de su valor o la extracción de un pedazo para un siguiente refinado (capítulo 7).
El reciclaje del plomo
Los óxidos de plomo resultantes de los procesos de copelación serían vueltos a reducir en bajos hornos con
nuevos usos, pues el metal –incluso el plomo– era altamente valorado, susceptible de ser aprovechado y reutilizado en la manufactura de otros objetos [fig. 35]. El plomo desplatado entraría, así, en otra esfera de circulación. En la Bastida es frecuente la existencia de recipientes de plomo a modo de calderos, o vasos y cuencos,
pero también se documentan otros objetos como pesos, ponderales, adornos o láminas y soportes de escritura.
La siderurgia
El trabajo del hierro en la Bastida está también documentado a partir de escorias y objetos acabados,
pero no contamos por el momento con forjas ni talleres de herreros, posiblemente porque no fueron identificados durante las excavaciones antiguas. No obstante, a partir del estudio macroscópico y microscópico
de las piezas podemos reconstruir los procesos de producción siderúrgica. Hemos detectado dos fases de la
cadena operativa siderúrgica: la primera consiste en reducir la materia prima en hornos de reducción, operación que se realizaba fuera del poblado, al igual que sucede con la reducción de la galena argentífera; la
segunda fase trata el mineral de hierro en la fragua mediante forja, en instalaciones dentro del poblado.
Las actividades de producción de hierro se realizan cerca de minas, o en lugares próximos al aprovisionamiento de combustible, por ser molestas, insalubres y necesitar espacio y cursos de agua. El horno bajo
estaba construido con arcilla, tierra arenosa, piedras y escorias de desechos anteriores y contaba con una
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A
B
31. A. Goterones solidificados por enfriamiento al sumergirlas en líquido (BAS 2). B. Otro elemento del mismo proceso procedente
del Depto. 249 (Casa 11) (BAS 3).
entrada de tobera, carga y la de trabajo. La parte interna del horno consta de un espacio para recoger el
metal semifundido junto con la escoria y de un canal de sangrado para expulsar la escoria al exterior. La
operación de reducción duraba aproximadamente seis horas, durante las que se cargaba el horno con carbón
y mena de hierro, se encendía el horno y se aumentaba la temperatura insuflando aire; posteriormente, se
continuaba añadiendo mineral triturado junto con carbón. Durante la operación de reducción era necesario
controlar la consistencia de la zamarra, para lo que se introducían en el horno varas metálicas. Esta operación
también ayudaba a reconducir el mineral a la zona más caliente del horno. Las pequeñas masas de hierro
que aparecían dispersas por el horno también debían ser reconducidas.
Cuando se completa la reducción es necesario romper una parte del horno para sacar la zamarra y llevarla
al yunque para su depurado y compactación con el mazo, formando así un lingote. A continuación se realizaba inmediatamente una nueva hornada para aprovechar las condiciones de temperatura del horno y la
sequedad de las instalaciones, lo que ayuda a economizar combustible y mejora los resultados.
Todas estas actuaciones son básicas y necesarias para la obtención de hierro mediante reducción directa
en la actualidad, y debieron serlo también en época ibérica, si bien podrían variar en cuanto a proporciones
de carga, rendimientos de las hornadas o en la fuerza motriz utilizada.
Algunas muestras de hierro y escoria [figs. 36, 37 y 38] indican que las fraguas y los talleres de forja estaban situadas
dentro del hábitat, en talleres domésticos como los conocidos
en otros asentamientos ibéricos valencianos como en los Villares o en el Castellet de Bernabé (Mata et alii 2007; Guérin
2003), que son diferentes de otras instalaciones que desarrollan escalas de producción más amplias, como los documentados en el Tossal de les Basses (Ferrer Eres 2007). Los procesos
de forja se pueden reconstruir fácilmente porque el trabajo de
fundidores y forjadores ha cambiado poco respecto a los documentados en la Bastida.
La materia prima trabajada en los talleres de forja son lingotes de material férrico de acero que pueden variar, obviamente, en tamaño [fig. 36]. Este material es producto del
tratamiento de la esponja ferrífera que se compactaba me32. Goterón de plomo (BAS 6) hallado en el camino junto a la Puerta Sur.
diante mallado en caliente, probablemente a pie de mina en
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A
B
33. A y B. Dos de las cinco
piezas de plata halladas en
un vaso de cerámica en el
Depto. 103-105. A: Long. 3,9
cm. B: Long. 4,9 cm..
un bajo horno. Posteriormente, esta lupia o protolingote se cortaba en fragmentos que eran trasladados al
taller de forja situado en el poblado y que constituyen la materia prima con la que se trabajará en la fragua.
La superficie de la pieza de la fig. 37 (BAS 12) revela el intenso trabajo de forja llevado a cabo sobre el
yunque hasta obtener un bloque regular de forma más o menos cuadrangular, depurado someramente del
exceso de escoria de la esponja ferrífera del cual partía y al que se dio un acabado relativamente compacto.
Para obtener esta forma regular del lingote se llevó a cabo una tarea de plegado y mallado mediante martillado en caliente en varias de sus caras sucesivamente.
Otro elemento perteneciente a la cadena de producción siderúrgica en el taller es la escoria formada en el
interior del hogar de forja [fig. 38]. Una de las piezas estudiadas presenta una forma hemiesférica o de calota
que se ha producido al adaptarse los residuos fundidos de la escoria al fondo del hogar de forja. La escoria de
partida contenida en el lingote de hierro, junto con los desoxidantes utilizados en la fragua, silíceos o calizos
y unidos todos a los materiales de construcción del propio hogar de forja, constituyen la escoria de hogar de
forja. Su formación tendrá lugar al fundirse el exceso de escoria de las piezas en el interior del hogar de forja
durante las sucesivas caldas que son necesarias para conformar una pieza forjada de material férrico.
Las operaciones de forja son fundamentalmente de modelado, pero también, al mismo tiempo constituyen
procesos de depuración de las piezas, al compactarse y aglutinar el metal, que no era homogéneo, en forma de
lingote. Al mismo tiempo permitía eliminar el exceso de escoria en ellos contenida, pero en cambio la hacía un
producto demasiado frágil y quebradizo.
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34. Platillo de balanza y ponderales de
bronce.
La elaboración de útiles de hierro
Los objetos de hierro acabados engloban desde útiles y herramientas hasta armas o elementos constructivos y arquitectónicos que forman parte de una de las colecciones más conocidas de la Bastida. El primer
paso para la elaboración de los útiles consiste en calentar el acero en carbón vegetal. El maestro lo trabaja
a una temperatura de alrededor de 800-900 ºC guiándose por su experiencia y controlándola siguiendo los
cambios en las tonalidades de la pieza. En la forja tradicional esta temperatura se relaciona con un código
de color que se correspondería al rojo cereza claro y al rojo amarillento, respectivamente. En este rango de
temperaturas es posible soldar mediante martilleo en forja el acero. Por debajo de 550 ºC, en la escala de
color castaño oscuro, el tratamiento de forja se realizaría en ‘frío’ y se podría ‘agriar’ la pieza. A continuación
se trabaja golpeando la pieza con el mazo sobre el yunque, para depurarlo y darle forma. Los mazos y los
yunques son, con frecuencia, de piedra, y ello explicaría la abundancia de mazas y piedras grandes a modo
de martillos. El maestro alterna golpes suaves y golpes fuertes con el mazo mojado para enfriar la pieza,
aunque puede combinarlos con golpes con el mazo seco.
A continuación se debe dar temple a la pieza, enfriándola en agua, aceite u otras sustancias, por un tiempo
indeterminado, pues esta operación, más que ninguna otra, la dicta la propia experiencia. Finalmente se
lleva a cabo la operación de revenido, consistente en subir moderadamente la temperatura y enfriarla lentamente, con el fin de estabilizar la pieza y evitar tensiones que la harían quebradiza.
La pieza así obtenida presenta una mezcla de flexibilidad y dureza característica del hierro acerado, esto
es, que contiene carbono. A pesar de tener corrosiones superficiales, las piezas examinadas son buenos productos de forja, pues conservan la mayor parte de su masa y, además, son productos densos y no corroídos
en su zona interna porque los productos acerados son más resistentes a los procesos de corrosión.
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35. Vasos de plomo de los Deptos. 49 y 234.
Diámetro del cuenco pequeño 7,6 cm.
Los talleres metalúrgicos y las habilidades de los artesanos
Los análisis realizados sobre los materiales arqueometalúrgicos denotan una buena calidad en los productos manufacturados, así como una aceptable homogeneidad en su constitución. Los herreros de la Bastida
muestran habilidades desarrolladas y estandarizadas, resultado de una experiencia acumulada que ya en el
siglo iV a.C. se muestra muy perfeccionada y que ha cambiado poco hasta la actualidad (Pleiner 1988). Ello
trasluce un elevado dominio técnico de las destrezas pirometalúrgicas en la producción de metal en bruto
en bajo horno (hierro, cobre, plomo), así como de los posteriores procesos de transformación y refinado de
estos materiales para la obtención de lingotes comercializables y la realización de objetos terminados.
Las técnicas metalúrgicas estaban altamente estandarizadas y pocas veces se recurría al empirismo y a
las pruebas porque los procesos implicaban una inversión en esfuerzo y recursos considerable, desde la obtención del mineral, su procesado y la obtención del producto manufacturado. Estos procesos conllevan momentos críticos que pueden arruinar el trabajo en curso de forma irreversible. Los problemas más comunes
suelen ser las temperaturas incontroladas en el horno o la fragua.
Es de suponer que estos especialistas gozaran de una consideración y un estatus elevado. Para el caso
del trabajo del hierro, proporcionan utillaje específico y de calidad a una gran variedad de actividades que
incluyen el sustento –útiles de trabajo agrario–, la construcción –clavos, y herramientas de carpintería–, e
incluso el ejercicio de la violencia –armas– o su participación central en rituales funerarios –doblado de
falcatas y jabalinas en tumbas para inutilizarlas junto al guerrero enterrado–. En conjunto, los artesanos de
la Bastida logran producir un buen acero, lo que indica que dominan las técnicas de transformación del mineral por reducción directa en bajo horno y además son hábiles herreros que logran no descarburar las
piezas durante los trabajos en la fragua, aplicando todas las técnicas térmicas y mecánicas de un modo óptimo, consiguiendo buenos resultados en los objetos manufacturados en el taller de forja. Para el caso de la
copelación de la galena, se obtiene la plata, metal que durante este tiempo funciona como valor de cambio
no sólo entre los grupos ibéricos sino también a escala mediterránea, tanto amonetada, a peso o como producto manufacturado.
Algunas metalurgias son compatibles en cuanto a las instalaciones, de modo que es factible que los mismos hornos fueran utilizados indistintamente para varias producciones y las instalaciones sirvieran como
áreas de trabajo polimetalúrgico. Por ejemplo, los hornos de reverbero serían utilizados en copelación y fusión de elementos metálicos como plomo o metalurgias de base cobre. Conocemos hornos de este tipo en el
Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002) y en el Tossal de les Basses (Ferrer Eres 2007). Pueden aparecer
junto con fraguas, que contarían con hogares de forja para refinar y modelar el hierro obtenido por el método
de reducción directa en bajo horno.
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36. Lingotes de hierro procedentes
de los Deptos. 130, 142, 146 y 190.
Aunque no disponemos de analíticas sobre restos humanos para contrastar patologías derivadas del
efecto tóxico de las actividades metalúrgicas y de los gases emanados, podemos suponer que los espacios
peor ventilados tendrían condiciones favorables a la intoxicación. Así, la ubicación de los hornos para la reducción, la forja y la copelación en espacios domésticos llevaría, en el caso de mala ventilación, a la inhalación
de monóxido de carbono y la consiguiente disminución del contenido de oxígeno en sangre, con pérdidas
de consciencia o asfixia. Los procesos de reducción y tostación son más peligrosos pues liberan sulfuros, arsénico, dióxido de carbono o monóxido de carbono, pero en cambio hemos visto que no se realizaban en los
poblados sino a pie de mina, a cielo abierto y cerca de los hornos de reducción, en espacios mejor ventilados.
No obstante, la enfermedad más común durante el proceso metalúrgico de copelación es el saturnismo, producido por la intoxicación tras la inhalación de los gases que se liberan durante el tratamiento del plomo y
cuyos síntomas son cólicos saturninos, contracción dolorosa del intestino, mialgias, astralgias o trastornos
nerviosos. La intoxicación aguda sería de carácter accidental y poco frecuente en nuestro caso, mientras que
la crónica podría haber sido más frecuente por la inhalación o contacto con el plomo de manera habitual.
El uso dE la madEra y la Explotación forEstal
Una de las materias primas de más fácil acceso y más utilizada en las economías preindustriales es la
madera. Su relevancia para la vida cotidiana es tal que interviene en aspectos económicos tan variados como
la calefacción, la construcción de la casa, el mobiliario, la fabricación de embarcaciones y carruajes, de aperos
y herramientas y de un extenso etcétera que convierten a este elemento en un recurso fundamental.
En los yacimientos arqueológicos existen numerosas evidencias materiales del aprovechamiento sistemático de los recursos naturales, entre ellos, la madera. Ésta debía de estar presente en todas las actividades
cotidianas, ya que suponía la fuente esencial de combustible para estructuras domésticas y artesanales, así
como una materia prima fundamental para la construcción. Su recolección debía ser por tanto, una tarea
programada dentro de la gestión de los espacios forestales y agrarios, probablemente integrada en los propios
ciclos agrícolas, con la reutilización de los restos de poda, la constante reparación de estructuras, la elaboración de aperos, y en los espacios domésticos, para actividades tan cotidianas como la cocina o la calefacción.
El abanico de recursos vegetales utilizados sería sin duda mucho más amplio de lo que indican los restos
arqueológicos, ya que muchos de éstos no quedarían registrados, caso de las herbáceas y los órganos vegetativos más ligeros, como hojas, fibras, tallos no leñosos, etc., que sin duda constituirían la base para la elaboración de múltiples enseres cotidianos y rituales. A ellos podemos aproximarnos únicamente por
evidencias indirectas, como las herramientas para su trabajo, las improntas en otros materiales no perecederos, etc. Sin embargo, la madera, cuando se carboniza, tiene la ventaja de que permanece inalterable en
su estructura y se pueden identificar las especies vegetales de las que procede, ofreciendo una interesante
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37. Lingote de hierro sin referencia de procedencia (BAS 12).
38. Escoria de hierro (BAS 16).
información de tipo ambiental, económico y tecnológico. Que la madera llegue hasta nuestros días depende
de que ésta haya sufrido un proceso voluntario o accidental de carbonización ya que, de otro modo, se degrada desapareciendo con ella una valiosa parte de nuestro patrimonio.
En la Bastida, los restos de madera carbonizada se documentan sistemáticamente tanto en niveles de
ocupación como de abandono, y así, el elenco de especies identificadas permite inferir diversos usos de la
madera en el poblado.
El combustible
Éste sería, sin duda, uno de los principales destinos de la madera en la Bastida, ya que constituye la
fuente esencial de alimentación de los fuegos domésticos y los hornos, que requerirían un aporte constante
de grandes cantidades de leña para su continuo funcionamiento. El poder calorífico y otras características
de combustión de la madera dependen de varios factores, como la tasa de humedad, el calibre o el estado de
la madera, así que todas las especies son susceptibles de ser un buen combustible (Théry 2001), y es lógico
que se intentara minimizar el esfuerzo utilizando cualquier leñosa que estuviera disponible en el entorno. A
grandes rasgos, existen dos tipos de combustible: el de prendido, para el que se suelen utilizar ramitas de
pequeño calibre, muy inflamables; y el de mantenimiento, generado por grandes troncos, que arden lentamente y desprende un alto poder calórico. A éste último se añade el posible uso de carbón vegetal en estructuras de reducción.
Las evidencias disponibles en el yacimiento acerca de la leña que se utilizaba como combustible proceden
fundamentalmente de los vertederos en los que se echaban los restos del vaciado de hornos y hogares, junto
a otros desechos domésticos. Las especies representadas en estos espacios indican que se recolectaban sistemáticamente todas las disponibles en los alrededores del lugar, destacando la carrasca-coscoja, el pino,
las especies de Prunus tipo almendro y el olivo-acebuche [fig. 39]. La carrasca (al igual que el olivo) tiene
una madera pesada y dura, que produce una combustión lenta y permite un menor consumo para obtener
gran poder calorífico. No es de extrañar pues, que esta especie esté bien representada entre los restos de
combustible, favorecida probablemente por su disponibilidad en el medio. El pino, sin embargo, tiene un
poder calórico moderado y produce una llama viva que se consume en poco tiempo, aunque variable dependiendo siempre del calibre utilizado. En todo caso, el pino carrasco es una especie disponible y ampliamente
utilizada en la Bastida, de forma que también sería utilizada como combustible, además del posible reaprovechamiento para el fuego de los restos de talla producidos en la elaboración de elementos de carpintería o
muebles. El aporte de madera de zonas algo más alejadas al poblado, muy ocasional, se documenta con la
presencia del pino rodeno, que debía de crecer a los pies de la Serra Grossa, donde existen afloramientos silíceos aptos para el desarrollo de esta especie.
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Una de las actividades que requeriría una alimentación constante de madera sería la metalurgia, como
hemos visto más arriba, y que en la mayor parte de sus etapas requiere de un fuego lento y constante, aunque
no precisa alcanzar temperaturas muy elevadas, lo que deja un amplio abanico de especies que cumplirían
estas características. En todo caso, parece que se priman las especies arbóreas, siendo el aporte de matorrales
más esporádico, en coherencia con las necesidades descritas.
A pesar de que parece que los hornos de reducción del mineral se encontrarían fuera del poblado, el
aporte de leña para las fraguas y talleres de forja debía de suponer un esfuerzo constante, por lo que no es
de extrañar que, además de la reserva de leña recolectada y almacenada con este fin, se reutilizara cualquier
madera inservible o restos de poda. En este sentido, destaca la presencia de madera de Prunus tipo almendro
en el vertedero de la Casa 11, que no aparece en ningún otro contexto del poblado [fig. 40, foto 7]. Por su
morfología, éste podría corresponder al frutal cultivado, lo que permitiría argumentar el aprovechamiento
de restos de poda como combustible. Esto supondría un transporte de las ramas podadas desde los campos
de cultivo. Una segunda posibilidad es que estas ramas se quemaran fuera del poblado para la producción
de carbón vegetal dentro del proceso de reducción de mineral, y sería este carbón el que se transportara al
poblado para su posterior uso. La quema de carbón en lugar de madera fresca deja frecuentes alteraciones
reconocibles en la estructura anatómica de la madera, algunas de las cuales se han reconocido, precisamente,
en carbón de Prunus tipo almendro y de olivo [fig. 40, foto 3 y 7].
El vertedero de la Casa 11 es el que ofrece una mayor diversidad de especies en comparación, por ejemplo,
con los vertederos del camino de ronda, que presentan una dominancia de pino y carrasca [fig. 41], de modo
que tal vez habría que ponerlos en relación con vertidos procedentes de actividades específicas, ya que estos
restos coinciden con las especies utilizadas en la construcción.
La construcción
La madera destinada a la construcción es generalmente objeto de una cuidada selección en cuanto a las
especies utilizadas, ya que cada una posee unas propiedades físicas y mecánicas diferentes que le confieren
diversas propiedades de dureza, elasticidad, tenacidad, resistencia a condiciones de intemperie y al ataque
de los xilófagos. También juegan un papel fundamental las características morfológicas de los vegetales: por
ejemplo, se utilizan mayoritariamente especies de tronco grueso y fustes rectos para la elaboración de elementos de gran calibre, como postes y vigas; o ramitas finas y flexibles para el entramado de las techumbres.
Los contextos susceptibles de contener restos del material de construcción son los niveles de derrumbe
y, en parte, los suelos en los que acaba dispersándose este material caído [fig. 39]. Es especialmente abundante el material carbonizado recuperado en la zona de las cuatro puertas del asentamiento. La predominancia en estos contextos de madera de pino y, en segundo lugar, de carrasca, permite inferir un uso
sistemático de estas especies para la elaboración de elementos de carpintería. El uso de los pinos en la construcción está ampliamente documentado desde la Prehistoria, debido a su abundancia y gran extensión por
todo el territorio peninsular (Rodríguez Ariza 1992; Rodríguez Ariza et alii 1996; Molina González et alii
1997; De Pedro y Grau 1991; De Pedro 1998, 234-237). El pino carrasco puede generar troncos rectos si
crece en las condiciones apropiadas, su madera es semipesada y muy dura, pero muy resistente y se trabaja
con facilidad, además de que no se resquebraja con los clavos y otros ensamblajes metálicos. Se ha documentado el uso de esta especie en yacimientos ibéricos como el Castellet de Bernabé y el Puntal dels Llops
(Grau 1990). La madera de carrasca es dura y compacta, muy apreciada en trabajos de ebanistería, pero su
crecimiento lento, así como el fuste corto y muy ramificado la hacen menos rentable que el pino. Ciertamente, la carrasca se documenta de forma menos frecuente que el pino en la madera de construcción de los
citados yacimientos.
En los derrumbes de estructuras en la Bastida, y a diferencia de otros yacimientos ibéricos, no se documentan restos quemados pertenecientes al entramado de la cubierta como ramitas de pequeño calibre. Puede
que esto se deba a una conservación diferencial, que hace que los elementos más pequeños se hayan dispersado o reducido completamente a cenizas por el fuego, quedando sólo fragmentos de elementos constructivos
de mayor tamaño. Las escasas especies de matorral documentadas en los derrumbes de las estructuras corresponden a romero y a brezo.
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39. Especies documentadas en una selección de vertederos, suelos y derrumbes de la Bastida a partir del estudio de los carbones.
La madera empleada para la elaboración de los tablones de los batientes de las entradas es el sauce o el
chopo (al menos por lo documentado en la Puerta Este), de la que ha quedado evidencia directa adherida a
la propia pletina de hierro que uniría los tablones [fig. 42]. No se han documentado restos de estas especies
en ningún otro contexto del yacimiento, lo que indica una especialización y voluntad de su uso para la elaboración de la puerta. Esta madera no se encuentra carbonizada, conservándose apenas unas trazas mineralizadas en contacto con el herraje, que han permitido sin embargo su identificación [fig. 43]. Esto nos lleva
a plantear varias reflexiones de tipo tafonómico. Por un lado, a partir de los restos carbonizados recuperados
en los derrumbes de las entradas, incluso junto a otros herrajes de puerta, podríamos interpretar erróneamente que los batientes estarían hechos en madera de pino o de carrasca, pero este carbón correspondería
en realidad a otros elementos constructivos o muebles no identificados (cubierta, postes, bancos, etc.). Por
otro lado, estamos probablemente ante un caso de conservación diferencial, ya que el batiente de la puerta
no se ha quemado, lo que deja abierta la cuestión de si el incendio afectó sólo a una parte de las estructuras
causando su destrucción, o bien éstas se quemaron posteriormente. Y sobre todo nos lleva a cuestionar qué
razón llevó a que la madera de sauce (o de chopo, pues son muy similares) fuera apreciada para elaborar
con ella las tablas de los batientes en la Puerta Este. Aparentemente, esta madera presenta algunas desventajas con respecto a otras especies, ya que no es especialmente resistente y es perecedera en condiciones
que favorezcan la putrefacción; sin embargo, estas menguas se ven compensadas con otras cualidades que
la hacen más valorada, como su capacidad de absorber impactos sin figurarse, su resistencia a la fricción y
su facilidad para ser trabajada (Abella 2003). Así pues, estas características hacen de la madera de sauce
una buena materia prima para la elaboración del batiente de la puerta que, con cierto cuidado y mantenimiento, podría superar el inconveniente de su falta de resistencia a la intemperie. La ausencia de esta especie
en otros contextos hace suponer que ésta se desecha para otros usos, como la construcción de otros elementos de carpintería y como combustible. Efectivamente, esta madera necesita un largo proceso de secado para
arder bien y desprende un olor molesto, que la debía de hacer poco apreciada en estructuras de combustión
dentro de los espacios domésticos.
Los aperos
Una gran parte de objetos y herramientas de época ibérica debía de estar elaborados íntegra o parcialmente en madera, aunque pocos son los testimonios directos que nos llegan de estos enseres, ya que con la
carbonización, se fragmentan de tal forma que resulta imposible reconocer la morfología original de las piezas, y mucho menos las trazas de su fabricación, incluso diferenciarlos de otras acumulaciones de carbón
de origen diverso.
En el Depto. 269, junto a la Puerta Oeste, se ha documentado una concentración de carbón que podría
corresponder a restos de útiles de madera. Son varias las razones que nos llevan a plantear esta hipótesis.
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Por un lado, este carbón aparece asociado a una reja de arado de hierro, encontrándose en un lugar que
parece apropiado para dejar los aperos de labranza, en un espacio abierto, quizás un patio. Por otro lado,
el carbón pertenecía casi íntegramente a madera de fresno, estando esta especie prácticamente ausente en
el resto del poblado. Esto nos lleva a sugerir un uso especializado de esta madera, probablemente para la
realización de herramientas o enmangues. Sustentan esta hipótesis las numerosas evidencias del uso del
fresno para la elaboración de útiles desde la Prehistoria, dada la calidad de esta madera para obtener un
buen acabado. En el yacimiento ibérico del Tossal de les Basses, se han documentado varias herramientas
de cronología ibérica realizadas en madera de fresno, caso de un mazo y varios enmangues (Carrión y Rosser 2010).
En efecto, la madera de fresno es muy apreciada por su flexibilidad y dureza, que la hacen especialmente
apta para la fabricación de mangos de herramientas, piezas de carro y útiles de labranza, por su resistencia
al choque y a las vibraciones (Abella 1997 y 2003). Las ramas jóvenes son muy flexibles y de fibra recta, por
lo que se utilizan tradicionalmente
para entrelazar otros materiales, como
asas de cestos u objetos similares. En
la Bastida, no se ha documentado el
uso de ramas de pequeño diámetro,
sino al contrario, madera de gran calibre [fig. 40, foto 1], por lo que pensamos que, además de enmangues,
podrían quedar restos de otros aperos
de gran tamaño realizados completamente en madera.
En todo caso, toda la madera de la
Bastida se encuentra tan fragmentada
que no podemos aproximarnos a las
técnicas de trabajo sobre las propias
piezas, pero sí mediante los útiles empleados para la tala y trabajo de la
misma, como se señala en el siguiente
apartado de este capítulo.
El ciclo de la madera: del bosque a la
materia
El uso diversificado de la madera en
época ibérica está ampliamente documentado, tanto en las actividades y enseres domésticos, como para cubrir las
grandes cantidades de combustible
que se requieren en los hornos metalúrgicos, cerámicos o culinarios. Por
tanto, el aporte de leña sería una tarea
programada y probablemente se realizara un almacenaje de la misma para
tener aseguradas todas estas necesidades: algunas de ellas serían diarias (cocina, calefacción) y otras cíclicas
(reparación de techumbres degradadas
por las inclemencias del tiempo) o más
esporádicas (construcción o amplia-
40. Fotografías de carbones de algunas especies vegetales.
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ción de nuevos espacios). Esto se traduce en
una explotación sistemática de los espacios
forestales, que suponga además un ahorro
de energía. En la Bastida, se observa un
aprovechamiento como combustible de las
especies leñosas disponibles en las inmediaciones del lugar, básicamente pinos y carrascas, ya que éstas serían probablemente
las especies que encabezarían las formaciones vegetales en gran parte de la Serra
Grossa. No se aprecia un transporte sistemático de especies de lugares más alejados,
estando poco presentes (salvo usos puntuales) las de ribera o aquéllas que crecerían en
41. Especies documentadas en los vertederos de la Bastida a partir
enclaves concretos, como el pino rodeno
del estudio de los carbones.
asociado a afloramientos silíceos. incluso se
aprecia una notable ausencia de especies de
matorral en todos los contextos (aunque
debían de ser abundantes en esta cronología, según los estudios paleobotánicos, que evidencian la existencia
de bosques claros) de modo que parece existir una preferencia por las de porte arbóreo. Esto puede responder a una economía del combustible (los árboles aportan más biomasa por unidad) o a unas necesidades específicas de combustión que genera la madera de gran calibre.
Para otros usos específicos, como la construcción o elaboración de aperos, parece que también se nutren
de maderas locales, aunque en este caso se intuye una selección orientada a maderas de características específicas, como el caso del fresno para algunos aperos, o del sauce o chopo para los batientes de la Puerta
Este. Parece que se aplica un perfecto conocimiento de las cualidades intrínsecas de cada especie, que las
hacen más o menos valiosas para el trabajo de la madera y la función que ésta ha de desempeñar. Sin embargo, para la construcción de la mayor parte de estructuras se utiliza sistemáticamente el pino, a juzgar
por su abundancia en todos los niveles de derrumbe. Esto es una tónica general en otros yacimientos de cronología ibérica y debe de responder a un aprovechamiento de la especie arbórea con mayor ubicuidad en el
medio, ya que confluyen la disponibilidad inmediata y unas buenas características de su madera.
La recolección sistemática en el entorno del yacimiento nos hace suponer que existiría cierta deforestación local por la sobreexplotación en esta zona, al igual que en las áreas más aptas para la agricultura. Pero
existirían otras áreas de actividad y de explotación a pie de los recursos: algunas de las estructuras de procesado del mineral, como los bajos hornos de reducción, estarían probablemente junto a las minas. Esto supone la necesidad de mantener siempre un equilibrio entre las zonas deforestadas y otras que permitieran
la continuidad de la explotación forestal.
las hErramiEntas para El trabajo dE la madEra
Para el trabajo de la madera, además de la materia prima, son necesarias las herramientas y, por supuesto, manos hábiles que las sepan utilizar. Las excavaciones en la Bastida de les Alcusses han proporcionado tal variedad y cantidad de herramientas (Pla 1968) que permite ilustrar los procesos que se llevaron a
cabo para transformar los árboles en objetos [figs. 44 y 45].
En la producción de objetos a partir de cualquier materia prima hay tres factores claves a analizar: el primero son los objetos y las herramientas con las que se actúa sobre la materia; el segundo es el proceso técnico, que se compone de cadenas operativas, que a su vez se dividen en varias fases, y cada fase en gestos,
la unidad técnica básica. El tercer factor son los conocimientos, expresados o no por los agentes que llevan
a cabo los procesos (Lemonnier 1983, 12). Teniendo en cuenta estos planteamientos, hemos ordenado el
primer factor, las herramientas relacionadas con el trabajo de la madera en la Bastida, por orden de intervención en una hipotética cadena operativa que es común al proceso técnico de muchos objetos lígneos.
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Tala
El primer gesto que hay que llevar a cabo para crear un nuevo artefacto es obtener la materia prima, que
en el caso que nos ocupa es la madera del árbol mediante su tala. Para tal menester se ideó el hacha que
apareció en el Depto. 80 de la Bastida (Fletcher et alii 1969, 189), una herramienta única en el yacimiento,
cuyas características morfológicas la hacen especial para la tala de árboles [fig. 46]. Su tamaño (22,1 cm de
longitud, 6,7 cm de filo), y su peso (originalmente unos 1.300 g) indican que se utilizaba con las dos manos.
La hoja tiene una forma alargada, más ancha en el filo, y ligeramente curvada. La parte inferior del filo también es curva, acabada en una especie de pico ganchudo, lo que facilita la tarea de mover y voltear los troncos.
El talón tiene un saliente cuadrangular que presenta marcas de haber golpeado; con él se podrían clavar los
pinchos de arrastre para transportar el tronco abatido o clavar cuñas capaces de rajar la madera o abrir los
cortes de sierra.
Esta pieza no sólo sirve para talar; se pudo utilizar para cortar leña; para descortezar y escuadrar los
troncos, para fabricar las vigas y postes de las casas y preparar el tronco, para sacar tablas en una fase posterior. Es la única herramienta documentada hasta ahora en el yacimiento capaz de abatir un árbol y prepararlo para su posterior uso, lo que la convierte en una herramienta muy relevante. Además, hoy por hoy no
podemos hablar de tala con sierra en la Bastida, pues los fragmentos de sierra recuperados corresponden a
herramientas de pequeño tamaño con las que la tarea se hace impracticable.
Despiece
La segunda fase es el despiece, cuando una serie de gestos intervienen directamente en la materia creando
así diferentes módulos (tablas, tablones, etc.) que posteriormente se podrán volver a modificar. Previamente
se ponen en práctica procesos que facilitan la tarea de crear una forma preconcebida a través de la medición
y marcaje. Una herramienta de medición utilizada para el despiece es el compás, documentado hasta con
seis ejemplares (Deptos. 21, 30, 75, Calle Oeste, y otros dos de ubicación imprecisa). El compás no sólo se
emplearía para obtener circunferencias, sino también para transportar medidas relativas. Así, se pueden
realizar marcas equidistantes en cualquier objeto de madera para señalar la referencia por las que luego pasará la sierra. También se pueden hacer medidas más largas multiplicando una medida fija tantas veces
como sea necesario.
Para dividir el tronco en piezas de menores dimensiones se emplea la sierra. De
los fragmentos documentados, destaca por
su longitud (38,3 cm) la sierra del Depto.
212 [fig. 47] (Pla 1968, 154). El hecho de
que el dentado sea bastante fino y que la anchura de la hoja es relativamente pequeña,
permiten plantear que se trata de una sierra
para cortes de poca potencia que manejaría
una sola persona. Probablemente iría sujeta
a un bastidor de madera, como indican los
tres remaches que hay en el extremo conservado. Este tipo de herramienta, al igual
que todas las de corte, necesita un mantenimiento y un afilado asiduo. Una sierra es
muy importante en la gestión de la madera
en proceso de elaboración. Con ella se pueden cortar de largo vigas y postes y los listones de toda clase de muebles, siendo, en
definitiva, uno de los útiles más versátiles
y, a la vez, más especializados.
42. Pletina de hierro de la Puerta Este con improntas de madera.
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Junto a la sierra, otro instrumento que se pudo utilizar en el despiece de la madera es el llamado gato.
Este es un elemento de sujeción, formado por una varilla de hierro con las dos puntas dobladas en ángulo
recto; las puntas están dobladas en distinto plano, con una diferencia de 90º. Por analogía morfológica a
los gatos que se empleaban hasta hace unas décadas, proponemos que esta varilla se utilizaba para la fijación
del madero al banco o caballete en el que éste se serraba, clavando cada punta a un elemento, con el fin de
evitar movimientos. El único ejemplar de este útil que encontramos en la Bastida lo tenemos en el Depto.
30 (Fletcher et alii 1965, 159).
Para cortar longitudinalmente, o para extraer tablas, se puede rajar un tronco de madera blanda por la
veta con cuñas de madera dura (Abella 2003, 55) o de metal, como la del Depto. 53. Con un hacha se practican las primeras hendiduras donde se colocan las cuñas, repartidas a lo largo del tronco a la misma distancia de uno de los bordes. Con una maza de madera, o con el talón del hacha se van clavando las cuñas,
alternando los golpes de una a otra, de manera que todas vayan penetrando a la misma profundidad. De
esta manera se obtienen tablones muy toscos y de anchura irregular, que luego es necesario labrar para regularizar su superficie. Para cortar longitudinalmente se podría haber utilizado una sierra bracera, como se
emplea en carpintería tradicional, pero su uso no se ha documentado en el yacimiento.
Labra
Tras cortar las piezas a la medida deseada, se procede a la labra de las mismas. Entendemos por labra el
proceso de rebajar y pulir la madera para darle la forma deseada. Para este trabajo bien se pudieron utilizar
las hachas de pequeño tamaño (Deptos. 46, 100, 155 y 183). Se trata, en todos los casos, de hojas de unos 11
cm de longitud y entre 4 y 6 cm de filo [fig. 48]. Seguramente se utilizaron como hachas agrícolas o domésticas, para la poda de árboles y el acopio de leña, pero nada impide que se utilizaran también para cortar y
regularizar superficies, lo que precisa del buen estado del filo y la pericia del usuario. También un hacha de
dos manos se pudo emplear para labrar piezas grandes, como vigas, postes o dinteles.
En el Depto. 126 se halló una cuchilla con el arranque de dos espigas de enmangue [fig. 49]. Pla propuso
su uso en carpintería o peletería, identificando la pieza con una garatura (Pla 1968, 154). Según la forma que
tiene, creemos que se asemeja más a las cuchillas de dos manos o raseros que se utilizan en tonelería. Posiblemente se utilizó para desbastar y rebajar las superficies, deslizándola por la pieza en dirección al usuario.
De esta manera, cumple la función que a
partir de época romana desempeñaron
los cepillos, no documentados en yacimientos ibéricos por el momento. La cuchilla, pues, se utilizaría después del
hacha.
Otro elemento que pudo emplearse
en la labra es la azuela. Por la forma del
filo y su inclinación respecto al mango, de
55º aproximadamente, creemos que la
alcotana del Depto. 163, se trata, en realidad, de una azuela. Con ella también se
podrían labrar todo tipo de superficies.
En las últimas fases de la labra, a
modo de lija, se pudo hacer uso de piedras abrasivas que frotándolas con
arena por la superficie pulen la madera
como se representa en varios ejemplos
egipcios (James 1972, 61). En la Bastida
hay piezas que se identificaron como
43. Madera de sauce-chopo adosada al herraje de la Puerta Este, posiblepiedras de afilar, pero que también se
mente parte de los tablones de los batientes. 1 y 2: corte transversal. 3:
corte tangencial. 4: corte radial.
pudieron utilizar en este trabajo.
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44. Herramientas en relación con el trabajo de la madera, por fases de la cadena operativa. 1: Hacha de dos manos del Depto. 80.
2: Compás del Depto. 21. 3: Gato del Depto. 30. 4: Cuña del Depto. 53. 5-7: Sierras de los Deptos. 212, 183 y 125 (elaboración propia a partir de Fletcher et alii 1965 y 1969 y Pla 1968).
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45. Herramientas en relación con el trabajo de la madera, por fases de la cadena operativa. 1: Hacha de una mano del Depto. 46.
2: Hacha de una mano del Depto. 183. 3: Hacha de una mano de procedencia desconocida. 4: Azuela del Depto. 163. 5: Cuchilla de
dos manos del Depto. 126. 6: Escoplo del Depto. 52. 7-9: Formones de doble bisel de los Deptos. 185, 208 y 123. 10: Formón ancho
del Depto. 105. 11 y 12: Formones estrechos del Depto. 30 y de procedencia desconocida. 13 y 14: Taladros de los Deptos. 167 y 100.
15: Barrena del Depto. 125. 16: Gubia del Depto. 52. 17: Piedra abrasiva plana del Depto. 58 (elaboración propia a partir de Fletcher et alii 1965 y 1969 y Pla 1968).
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47. Sierra del Depto. 212. Long. 38,3.
46. Hacha de dos manos del Depto.
80. Long. 22,1 cm.
48. Hacha, estampa, azuela, escardillo y alcotana de procedencia diversa.
49. Taladro, formones y cuchilla de dos manos de procedencia diversa.
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Montaje
Esta fase corresponde al ensamblaje de las diferentes piezas que forman un objeto. Una de las herramientas para estos trabajos más representada en la Bastida es el escoplo. Pla agrupa bajo este término tanto
cinceles como verdaderos escoplos, obviando las diferencias del filo (Pla 1968, 152). Sin embargo, en carpintería los escoplos presentan bisel simple y los cinceles son herramientas de bisel doble con ángulo bastante abierto que, normalmente, no se utilizan para el trabajo de la madera porque la hendidura que
producen es en forma de V, sin dejar ningún plano y teniendo tendencia a clavarse demasiado en la madera.
Los escoplos [fig. 45, 6] se utilizan para tallar los ensambles, como el sistema de caja y espiga. Su sección
suele ser cuadrada y estrecha, y el filo de bisel simple con un ángulo de unos 20 º, lo que le permite penetrar
en la madera más que ningún otro útil activado por percusión. Por ejemplo, se emplearía en labrar las mortajas en los tronos y sillas similares al de la Dama de Baza, que imita ejemplares en madera como muestran
las representaciones de los nudos (Presedo 1997, 122). En la Bastida hay tres escoplos, entre los que destaca
el del Depto. 52 (Fletcher et alii 1969, 17), por ser el más grande y mejor conservado.
Junto al escoplo, se utilizaba el formón [fig. 49], elemento similar pero de sección más aplanada. Los
ejemplares de la Bastida tienen filo de un sólo bisel o de doble bisel pero formando un ángulo muy agudo,
de unos 5º, como el ejemplar del Depto. 30. Al igual que la mayoría de escoplos, los formones llevaban un
mango de madera que recibía los golpes de la maza con la que se percutía. Al tener una sección de tendencia
rectangular es más útil para labrar con precisión zonas de poco espesor. Si el escoplo es la herramienta con
la que se perfora, el formón es con la que se repasa y escuadra la mortaja y con la que se ajusta la espiga.
Esta herramienta también se utiliza en la fase de la labra, para desbastar cualquier superficie de poca extensión. En la Bastida se han hallado al menos ocho formones.
Otro de los elementos más utilizados para el montaje fue la barrena, que permite perforar la madera para
introducir en ella elementos de unión como remaches. Un ejemplo claro de utilización de la barrena lo tenemos en las puertas, donde, según la propuesta que planteamos en el capítulo 4, se practicaban unos orificios por donde pasaban los remaches que unían las dos planchas. El mejor ejemplo es la del Depto. 125
que, enmangada en un travesaño perpendicular, se accionaba dando vueltas en el mismo sentido.
También se usa para perforar el taladro, una varilla de hierro que termina en una punta aguzada y cortante, con doble bisel, que se inserta en un mango de madera. Produce agujeros menores que los de la barrena. El mango se sostiene con una empuñadura independiente que tiene un orificio en el que el mango
gira cuando es impulsado por el arco. Como el movimiento del arco es alterno, la punta del taladro tiene
que cortar en dos sentidos. En la Bastida se han hallado taladros en los Deptos. 40, 100, 130, 163 y 167.
Decoración y acabado
Después del montaje, algunos de los objetos más elaborados estarían decorados con tallas y pinturas,
como se puede intuir viendo algunos de los muebles que la iconografía ibérica nos muestra (Ruano 1992).
Para los trabajos de talla, el instrumento más indicado es la gubia. Es dudoso su uso en época ibérica, pero
en el Depto. 52 se halló un utensilio que puede tratarse de una gubia. Se trata de una varilla curva de sección
rectangular cóncava, que en su mitad superior tiene forma de espiga de enmangue y en la inferior curvada,
terminando en un filo de media caña.
Otras técnicas decorativas de los muebles ibéricos son la pintura, cuyo uso podemos extrapolar del trono
de la Dama de Baza (Presedo 1997, 122), y la taracea, técnica en la que intervienen el compás, la sierra, la
maza y escoplos finos, para embutir fragmentos de hueso en madera, como se documentó en unos carbones
con incrustaciones de hueso grabado hallados en Cancho Roano, en Extremadura (Maluquer 1981-1982,
98-106).
Las herramientas que hemos presentado constatan un trabajo de la madera a dos niveles: por un lado,
un nivel doméstico que precisa de pocos conocimientos y herramienta poco especializada, representado por
las herramientas de la primera fase y por las prácticas de aprovisionamiento de leña, poda de árboles y fabricación de elementos estructurales básicos. Por otra parte, se constata un trabajo de la madera mucho más
especializado, que precisa de herramientas más concretas y menos versátiles. Este nivel, que es más visible
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50. Agujas esparteras de los Deptos. 13, 38/39, 75 y 142.
en la Bastida que el anterior, está representado por las herramientas de las fases de despiece, labra, montaje
y acabado y por todas las tareas que se les asocian. En definitiva, los excepcionales conjuntos de este
yacimiento nos ofrecen una oportunidad única de acercarnos más a la herramienta, una parte trascendental
de la cultura material, que junto al factor humano crea el binomio capaz de transformar el medio.
El trabajo dE fibras vEgEtalEs: la cEstEría y la cordElEría
La economía en la sociedad ibérica es sobre todo, de carácter familiar. Una economía de base campesina,
que tiende a la autosuficiencia, de productos alimenticios y artesanales. Tal y como evidencia el registro arqueológico, en las casas se llevaban a cabo actividades de diversa índole. Posiblemente una parte de los instrumentos utilizados en el trabajo de fibras vegetales fueron elaborados por los propios residentes de la casa,
quienes llevarían a cabo los trabajos de transformación de aquéllas en productos. No siempre es sencillo
demostrar todos estos aspectos, pues depende de la naturaleza de los contextos arqueológicos y la identificación de elementos que podemos relacionar con tal actividad. Obviamente, estamos lejos de identificar en
los contextos de la Bastida la totalidad de fibras y herramientas empleadas en estos procesos pero sí podemos
señalar algunos de los objetos específicos.
Del uso de fibras vegetales para la elaboración de objetos nos hablan diversas fuentes: la tradición del
uso del esparto y la importancia que tenía en la vida cotidiana es reseñada, entre otros autores, por Estrabón
(iii, 4, 9) que nos dice servía para tejer cuerdas y se exportaba a diversos lugares. Q. Horacio Flacco (Epodos,
iV, 3) y Plinio (Historia Natural, xix, 27) resaltan el prestigio de las afamadas cuerdas de esparto ibéricas
(Rabanal 1985, 586 y 606) y el último señala, además, otras aplicaciones habituales del esparto para la confección de lechos, antorchas o calzados.
Los objetos de cestería y cordelería se hicieron aprovechando las materias vegetales que les proporcionaba
el entorno. Suponemos que se utilizaría el cáñamo, el mimbre, la paja de cereales vestidos, e incluso las
ramas flexibles de olivos y fresnos y, por supuesto, el esparto, una planta herbácea de cuyos tallos se saca
una fibra textil con el que se confecciona soga o cuerda, que pasa a ser materia prima de objetos diversos
como capazos, cestas, cuerdas, sogas y calzados (Fernández Pérez 2002, 5; Mata et alii 2010, 150). Hasta el
momento, en la Bastida, sólo constatamos materialmente la presencia de lino (Linus usitatissimum L.), que
pudo ser utilizado para la elaboración de telas de excelente calidad y también en cordelería, donde se emplearían los hilos más bastos.
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El proceso artesanal para preparar el esparto consistía en distintas fases: en primer lugar, se procedía al
arrancado, después se transportaba a hombros o a lomos de las caballerías hasta el asentamiento, donde se
realizaba el fermentado introduciendo el esparto en agua durante un día, aunque también podía ser macerado
en agua caliente para reblandecerlo. A continuación, se procedía al secado al sol y, por último, se llevaba a
cabo el machacado de las puntas para evitar los pinchazos durante su trabajo. A partir de ese momento, ya
estaba preparado para que fuera utilizado para la elaboración de utensilios y objetos aplicables a la vida diaria.
Los fragmentos de objetos de esparto conservados en otros asentamientos como el Castellet de Bernabé
(Guérin 2003), la Picola (Badie et alii 2000, 84), el Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002), la Monravana
(Mata et alii 2010, 148) o el Oral (Abad y Sala 1993), apuntan a un mayor empleo del esparto trenzado mediante la técnica de cestería cruzada diagonal. Con esta técnica, se realizaban una serie de tiras anchas o
pleitas, creadas a partir del cruce varios ramales de esparto dispuestos diagonalmente, que cosidas unas a
otras y cerrándolas pueden formar diferentes objetos (Alfaro 1984; Tébar 2003).
Los productos así elaborados se utilizarían en el trabajo del campo, la carga, el acarreo o transporte y el
almacenamiento de materiales. Se fabricaron espuertas o capazos, canastas y cestos tanto para la vendimia
como para acoplar al lomo de las caballerías (serones), pero también colmenas, cuerdas, cordeles y sogas,
sacos de esparto o cáñamo para el almacenado y conservación de productos agrícolas y alfombras o esteras
usadas como camas, entre otros. Un uso importante de la cordelería de esparto fue en las construcciones,
para sujetar los elementos que soportaban las techumbres de las viviendas, y en los calzados.
El trabajo con las fibras vegetales se caracteriza, entre otras cosas, por la simplicidad de los utensilios
que se necesitan. Las herramientas necesarias son cuñas y agujas de madera o hierro, para abrir; navajas de
punto curva o cuchillos y tijeras, para cortar; mazo y mesa de majar, para rematar y agujas para coser las
tiras de mimbre o esparto (Rodríguez Santana 2002). En la Bastida documentamos las agujas de hierro denominadas esparteras o saqueras, que apenas han sufrido variaciones hasta nuestros días [fig. 50]. Consisten
en una lámina larga, algo curvada, cuyo grosor disminuye desde la cabeza a la punta, siendo la primera aplanada y con dos orificios, aunque pueden llevar uno, que es menos frecuente, como el ejemplar del Depto. 99
(Fletcher et alii 1969, 301, nº 98) que también es singular por presentar el extremo inferior doblado en ángulo marcado. Son catorce los ejemplares documentados, todos de hierro, lo que puede ponerse en relación
con el carácter de las fibras empleadas en los trabajos de cestería.
Cuñas de hierro como la del Depto. 53 (Fletcher et alii 1969, 20, nº 9) y diversas herramientas de carácter
polifuncional tales como cuchillos o punzones de hierro eran generalmente empleadas en tareas de carpintería y curtiduría, pero podrían haberse utilizado también en el trabajo de cestería. Para cortar las tiras del
esparto o del mimbre pudieron recurrir a las chiflas o cortantes, de los que se conocen algunos ejemplares
con forma de media luna y vástago para enmangar de los Deptos. 3 y 80. Otro instrumento empleado en el
proceso de trabajo del esparto fue la “cogedera” o agarradera. Se trata de una varilla de hierro con una longitud aproximada entre 20 y 38 cm que termina en una pequeña punta curva, que se ataba a la muñeca y
antebrazo con una pequeña tira de cuero o cuerda. Por el otro extremo se arrollaba la fibra de esparto y,
mediante un brusco tirón, salía.
No se conocen evidencias arqueológicas de espacios destinados únicamente al trabajo de cestería, lo que
sugiere que el artesano no dispondría de un taller como tal y realizaría su labor dentro de la unidad doméstica. El lugar donde se desarrollaría la actividad sería preferentemente el patio, ya que se necesitaban lugares
espaciosos y fáciles de limpiar.
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