Sobre la racionalidad campesina en El Argar: Caramoro I como ejemplo de unidad básica de producción
Francisco Javier Jover Maestre
María Pastor Quiles
Ricardo Emanuel Basso Rial
Sergio Martínez Monleón
Juan Antonio López Padilla
2020
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Sobre la racionalidad campesina en El Argar:
Caramoro I como ejemplo de unidad básica de producción
Francisco Javier Jover Maestre, María Pastor Quiles,
Ricardo E. Basso Rial, Sergio Martínez Monleón y Juan A. López Padilla
INTRODUCCIÓN
Uno de los grupos arqueológicos más importantes de la Edad
del Bronce en el Mediterráneo occidental es, sin duda, El Argar
(Lull, 1983; Lull et al., 2013; Kristiansen y Larsson, 2005; Aranda et al., 2015). Este reconocimiento se argumenta por la magnitud y el desarrollo urbanístico de algunos de sus asentamientos,
la destacada inversión efectuada en infraestructuras defensivas
e hidráulicas y, ya desde los inicios de la investigación, en la
calidad y variedad de los ajuares funerarios (Siret y Siret, 1890).
Ahora bien, a menudo olvidamos que la posibilidad de que se
pudieran gestar dichos logros, se debería, fundamentalmente, al
control de la capacidad productiva y económica de dicha sociedad por parte de un sector de la población. Un desarrollo social
políticamente dirigido que, como en el resto del ámbito del Mediterráneo, necesariamente estuvo sustentado en la agricultura y
ganadería como prácticas auspiciadoras.
En efecto, en el estado actual de la investigación, podemos
afirmar que el trabajo del campesinado fue la base que sustentó
el desarrollo social en las sociedades mediterráneas durante la
Prehistoria reciente. Por esta razón es conveniente colegir que
nuestro objeto de estudio son las comunidades campesinas y su
modo de vida (Vargas, 1985; 1990; Bate, 1998). En este sentido,
el modo de vida campesino es una forma particular y específica de producir que puede trascender a una formación social y
requiere ser analizada en relación con el grado de desarrollo
social históricamente determinado (Bate, 1998: 66). En esencia
se trataría de una particular forma de producción y de resolución
de las necesidades de un grupo humano a través, básicamente,
de mecanismos de producción de alimentos de base agrícola –en
el caso concreto de El Argar, principalmente de cereales (Lull,
1983; Buxó, 1997; Jover, 1999; Peña-Chocarro, 2000; Risch,
2002; Pérez, 2013)–. Para ello, el medio de trabajo esencial fue,
sin duda, la tierra (Marx y Hobsbawn, 1975). Dado que la tierra
susceptible de convertirse en medio de producción se encuen-
tra ampliamente repartida, los grupos humanos se organizaron
social y políticamente, en unidades o células de producción dispersas ligadas a la misma, pudiendo considerarlos como campesinado (Marx, [1867] 1972; Engels, 1884 (1986); Wolf, 1971;
Díaz-Polanco, 1977; Toledo, 1981; 1993, entre otros).
En relación con la producción y el consumo, cada unidad
productiva campesina mantendría una relación directa y específica con tres medios o espacios de interacción. En primer lugar, con el medio natural (Toledo, 1981: 130) –MN a partir de
ahora–, concebido como el ecosistema natural no transformado situado en las proximidades de los lugares de asentamiento
–bosques, estepas, ríos, afloramientos rocosos, etc.–; el medio
transformado –MT– integrado por campos de cultivo, pastizales, espacios de hábitat, minas, canteras, etc., y el medio o entorno social –MS–, refiriéndose a otras unidades humanas de producción próximas (Toledo, 1981: 130), con las que mantendrían
lazos productivos y reproductivos (fig. 20.1).
A través de la inversión de trabajo en el MN y MT, cada
unidad campesina obtendría una serie de materias primas –sin
transformar– o elaboraría productos que podrían ser empleados en su propio consumo o ser transferidos al medio social
a través de diversos mecanismos, básicamente relaciones socialmente establecidas –relaciones afectivas, reciprocidad, intercambio directo simétrico, intercambios diferidos, etc.–. De
igual modo, como proceso social instituido, llegarían a cada
unidad de producción campesina diversos productos que serían
requeridos para la sostenibilidad y reproducción del grupo. A
fin de cuentas, este intercambio económico surgiría con el fin
de satisfacer necesidades que no podrían ser cubiertas por la
interacción directa de cada grupo con su ecosistema (Toledo,
1981). De este modo, una parte de lo producido sería excluido
del autoconsumo de cada unidad para ser transferido al MS, y
una parte del consumo comenzaría a depender del intercambio
económico (Toledo, 1981: 141). La recurrencia de este proceso social produciría la escisión entre el valor de uso y el valor
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Figura 20.1. Esquema teórico de las esferas o medios que integran el ecosistema de toda unidad de asentamiento (A) en su
espacio social.
de cambio (Marx, 1972). Para que las relaciones fuesen socialmente equitativas, sería necesario que la parte de la producción
transferida tuviese su contrapartida a través de la obtención de
bienes valorados socialmente que permitiesen cubrir las necesidades adquiridas, revirtiendo en el grupo que los generó. Pero,
dado que el valor de cambio presupone la existencia de mercancías, y, en última instancia de propiedad privada, cuestión
difícilmente comprobable en las sociedades en estudio, creemos
viable utilizar el concepto de valor de producción (Risch, 2002:
29). Se trata del valor que adquiere cualquier objeto a través de
su elaboración en relación con la fuerza de trabajo requerida,
el objeto de trabajo y los medios de trabajo disponibles. Puede ser determinado a partir de diversas variables que influyen
en el tiempo invertido y la energía necesaria en su producción.
Entre otras variables deben ser consideradas las propiedades de
la materia prima, la distancia e inversión efectuada en su transporte, el grado de intensidad en su trabajo o la eficacia de los
medios de trabajo. De este modo, la magnitud del valor social
de los productos se establece de la relación entre el valor de uso
y el valor de producción. Y la reducción del valor de producción
depende del aumento de la productividad de sus procesos de
manufactura y circulación (Risch, 2002: 30).
Bajo estas condiciones, el sistema productivo campesino se
caracterizaría básicamente por:
a. La agricultura depende, en esencia, de la energía muscular humana, complementada con la energía animal, así
como del empleo de materias de origen vegetal, mineral
y animal. En el cultivo de cereales son las estaciones del
año y el ciclo de reproducción de las plantas, las que condicionan las prácticas y los procesos laborales a realizar
de forma organizada (Díaz-Polanco, 1977). Se requiere
de inversiones intensivas de energía, pero en superficies
relativamente pequeñas, por lo que un grupo humano re244
ducido organizaría mejor su gestión que un grupo amplio
y numeroso (Guha y Gadgil, 1993: 73-75). Este es uno de
los motivos por los que la unidad básica de organización
en el modo de vida campesino de base cerealista es el
grupo doméstico basado en la consanguinidad, aunque
pueden existir otros lazos que faciliten la integración o
participación (Meillassoux, 1993). Cada grupo es el productor directo. Por tanto, todo lo que necesita para su
mantenimiento y reproducción lo consigue poniendo en
funcionamiento su propia fuerza de trabajo, sus instrumentos y medios de producción. No se trabaja para otro
grupo doméstico (Díaz-Polanco, 1977: 88), aunque la reciprocidad entre grupos domésticos es el mecanismo más
importante para sobreponerse ante adversidades.
b. Al igual que la tierra útil para ser explotada está de forma
natural diseminada, los grupos campesinos con sus instrumentos y medios de producción también lo están al vincularse directamente con ésta, además de por una cuestión
estructural –sostenibilidad y racionalidad económica–. La
tierra debe estar delimitada y/o parcelada, lo que no facilita
la concentración poblacional ni la introducción de mejoras
tecnológicas en la organización del trabajo. El nivel de las
fuerzas de trabajo con el que se desarrolla la actividad en
cada grupo doméstico es bajo, aunque suficiente dentro de
las condiciones en las que se produce.
c. La racionalidad de la economía campesina estaría regida por la necesidad de asegurar la plena reproducción de
todos los miembros que integran el grupo doméstico, intentando evitar el agotamiento de los recursos obtenidos
del MN y MT, así como la especialización de los espacios
naturales y de sus actividades productivas (Toledo, 1993:
209-210). Se adoptan así estrategias que maximicen la variedad de recursos para proveer las necesidades a lo largo
de todo el año a través de la gestión de espacios heterogéneos y el aprovechamiento de su diversidad biológica. Es
lo que V. Toledo y otros (1976: 33-39) definieron como
la estrategia multiuso, claramente orientada a la consecución de la autosubsistencia, que no la autarquía (Meillassoux, 1993: 60). Esta aptitud y orientación económica
no excluye la existencia de especialistas –que no de especialización laboral a tiempo completo– en determinados
procesos de trabajo o práctica de técnicas –metalurgia,
tejeduría o eboraria, por ejemplo–, ya que su ejecución no
supone el menoscabo de las actividades agrícolas.
d. Cada grupo destinaría buena parte de lo producido al consumo individual y social, previendo la reserva de otra parte
para la siguiente producción de cosechas o instrumentos.
Ahora bien, con independencia de ello, todo grupo doméstico puede con su trabajo, principalmente con el plustrabajo efectuado durante los periodos improductivos o de
menor actividad agrícola (Meillassoux, 1993), producir un
conjunto de bienes sobrantes que pueden ser transferidos
a la sociedad con el propósito de cubrir las necesidades
sociales adquiridas para su reproducción.
Esta última cuestión es capital ya que en cualquier análisis
histórico determinar la capacidad que tuvieron los productores directos –el campesinado– de disponer libremente o no de
su plustrabajo o de los bienes resultantes y sobrantes de su
trabajo para su transferencia a la sociedad es fundamental. Si
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contaban con dicha capacidad estamos ante lo que denominamos como plusproductos, mientras que, si dicha capacidad le
ha sido enajenada por un grupo social dominante y esa parte
de la producción no revierte en forma alguna al grupo que lo
ha generado, entonces se trataría de excedentes (Bate, 1998;
Risch, 2002: 26). Esta diferencia es el rasgo esencial que permite considerar si estamos refiriéndonos a grupos campesinos de una formación social tribal (Vargas, 1990; Sarmiento,
1992), en el primer caso, o de distintas formaciones sociales
clasistas (Bate, 1984; 1998), con diferentes formas de extracción del excedente a los grupos campesinos, en el segundo.
Mientras en el primero no hay intención de enriquecerse, sino
cubrir las necesidades que no se pueden satisfacer con lo obtenido de su MN o MT, además de fortalecer la reciprocidad o
los vínculos afectivos, políticos y de reproducción biológica
con otras células productivas o comunidades (Meillassoux,
1993: 14); en las formaciones clasistas el objetivo de los
grupos dominantes es apropiarse, en primera instancia, del
plusproducto, pero también de la fuerza de trabajo o de los
medios de trabajo de los grupos campesinos, con el objetivo
de acumular bienes y asegurar su privilegiada posición social.
El excedente aparece cuando la apropiación del resultado material del trabajo es restringido socialmente, y del grado de
asimetría entre la producción social y el consumo individual
dependerá el nivel de explotación económica y desigualdad
social (Risch, 2002: 27).
Para afianzar el mantenimiento del proceso social de extracción del excedente a los grupos campesinos, sería necesario conseguir su dependencia económica del MS, es decir, que el consumo de los bienes básicos en la producción y reproducción en
el seno de cada unidad doméstica, obtenidos a través del MS se
fuese incrementando. Ésta se alcanzaría aumentando y desarrollando las condiciones materiales necesarias para la participación
en la vida social –mejores instrumentos, nuevos bienes de considerable valor social e identificación grupal, etc.–, además de
disuadiendo a los grupos campesinos de recurrir continuamente
al intercambio económico.
Así, determinar qué bienes fueron obtenidos directamente
por los grupos domésticos campesinos del MN y MT, y cuáles
lo fueron a través del intercambio en el MS, nos acercará a
concretar el grado de desarrollo económico, pero también de
dependencia del mismo. Utilizar este indicador como forma
de determinar el modo de vida y el grado de desarrollo social
de aquellos grupos, así como inferir la capacidad y formas de
extracción del excedente en cada sociedad concreta clasista y
momento histórico, se constituye en una vía de análisis poco
explorada hasta el momento en los estudios arqueológicos.
LA GEOGRAFÍA ARGÁRICA DEL EXTREMO
ORIENTAL DE LA FOSA INTRABÉTICA
El área donde se ubica el asentamiento de Caramoro I, como ya
hemos señalado en capítulos anteriores, se enmarca en el extremo más septentrional del sureste de la península ibérica, exactamente en las zonas de contacto entre los dominios Subbético
y Prebético meridional valenciano, en la actual área litoral del
sur de la provincia de Alicante (Matarredona et al., 2006). Se
encuentra delimitado al sur por el asomo de destacados vestigios del dominio interno en las sierras de Callosa y Orihuela,
aisladas en una gran fosa tectónica; y al este, por un conjunto
de sierras –Abanilla, Crevillente, Tabayá, etc.– de edad jurásica
que, en sentido suroeste-noreste, cerrarían dicho espacio.
Figura 20.2. Mapa del área
argárica donde se ubica
Caramoro I, en el que se
indican los recursos litológicos
y metalíferos existentes en la
zona.
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Figura 20.3. Ubicación
de Caramoro I
en relación con
los principales
asentamientos argáricos
de la zona y de los
límites con el ámbito del
“Bronce Valenciano”.
El territorio delimitado por esta serie de elevaciones que delimitan la cuenca del Bajo Segura constituye la depresión septentrional de la fosa tectónica Intrabética, constituida por las vegas
de Orihuela, Dolores y, por proximidad a Caramoro I, la de Elche.
Esta gran área queda enmarcada principalmente, por materiales
neógenos y pliocuaternarios. Rebordes sobreelevados que contactan, de forma compleja, sobre el Cuaternario más reciente que
predomina en el amplio espacio hundido de la fosa propiamente
dicha. Aunque el régimen de precipitaciones es escaso –sobre los
300 mm anuales–, existen amplias extensiones de tierras de considerable potencia edáfica, llanas y de escasa pendiente, situadas a
ambos lados del curso del río Segura, pero también a lo largo del
curso del río Vinalopó y, en especial, al sur de la ciudad de Elche.
De hecho, los cultivos tradicionales de la zona han sido principalmente los cereales y en menor medida legumbres y hortalizas,
además de determinadas especies como el lino y el cáñamo, favorecidos por las amplias zonas encharcadas.
Con respecto a la distribución de los recursos litológicos
cabe indicar el contraste existente entre las zonas montañosas,
en especial, el arco montañoso de las sierras de Abanilla-Crevillente-Negra-Tabayá, y los depósitos aluviales y abanicos o
mantos de arroyada de su vertiente oriental. El resultado es un
paisaje ciertamente agreste, surcado por una enorme cantidad
de ramblas, que vienen a desaguar todas ellas a los ríos y a
la laguna del Hondo de Elche-Crevillente. Ello significa que,
aunque los recursos líticos se encuentran muy localizados en
las bandas y elevaciones montañosas, existen depósitos derivados de difícil cuantificación y cartografiado a lo largo de
los cursos de las numerosas ramblas que horadan el territorio.
A grandes rasgos se puede señalar que además de arcillas y
limos cuaternarios, se advierte el dominio de las rocas calizas
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y areniscas, junto a cuarcitas, sílex, yesos y arcillas triásicas,
así como en asomos muy localizados del dominio Bético y
Subbético, justo a unos cuantos kilómetros al sur de Caramoro
I, también están presentes las calizas metamorfoseadas, pizarras, esquistos y rocas ígneas (fig. 20.2). Los únicos afloramientos de sulfuros de cobre y oro de toda la zona se localizan
en la sierra de Orihuela –la Mola, el Oriolet, etc.– aunque el
principal filón cúprico se encuentra al sureste de la sierra, ya
en Santomera (Murcia), en el denominado Cerro de la Mina,
coincidiendo con el asentamiento argárico homónimo (Simón,
1998: 217; Brandherm et al., 2014).
EL PATRÓN DE ASENTAMIENTO EN EL EXTREMO
SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR
Los diversos trabajos de investigación efectuados en el tramo bajo
de los ríos Segura y Vinalopó han venido a reafirmar la hipótesis
de que este territorio fue el área septentrional del espacio social
argárico (Jover y López, 1997; López y Jover, 2014). El patrón
de asentamiento que entre finales del III y la primera mitad del II
milenio cal. BC se configuró puede establecerse en cuatro niveles
(Martínez, 2014), algo que también parece advertirse en el área
nuclear de la sociedad argárica correspondiente a las cuencas de
los ríos Vera, Almanzora, Guadalentín y tramo medio del Segura
(Arteaga, 2000; Ayala, 1991; Lull et al., 2010).
Así, podemos diferenciar cuatro agrupaciones en función de
su tamaño (ver figs. 2.8 y 20.3):
Grupo 1) Los yacimientos con una extensión superficial
en torno a 2 ha –San Antón y Laderas del Castillo– debieron
constituir los asentamientos nucleares y de mayor rango desde
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a
b
c
d
Figura 20.4. Vistas de distintos yacimientos de la zona en estudio. a. Laderas del Castillo; b. Tabayá; c. Cabezo Pardo; d. Caramoro I.
c. 2200/2150 cal. BC. De los yacimientos de mayor tamaño,
Laderas del Castillo (López Padilla et al., 2017; 2018) se ubica en la vertiente sureste de la sierra de Callosa de Segura,
justo en las laderas de las Camineras, San Bruno y San Juan,
además de las zonas llanas colindantes (fig. 20.4a). Aunque
fue excavado por J. Furgús y J. Colominas, documentando una
amplia variedad de tumbas con destacados elementos de ajuar
(Soriano, 1989), han sido las recientes excavaciones las que
han evidenciado estructuras domésticas. La excavación de una
superficie de unos 400 m2 ha permitido documentar grandes
muros de aterrazamiento sobre los que se edificaron diferentes
viviendas superpuestas entre el 2200 y 1600 cal. BC. Este registro ha hecho posible concretar cambios significativos en la
gestión de los espacios y en la materialidad. También han sido
documentadas 7 tumbas en fosa y urna, algunas con ajuares
cerámicos y objetos de marfil, correspondientes a los momentos centrales de ocupación.
Grupo 2) Asentamientos entre 0,5 y 1 ha, situados sobre las
principales vías de comunicación, tanto en las rutas con las sociedades colindantes, como de conexión con el área argárica y fundados preferentemente desde los momentos iniciales. Su vigencia
en algunos casos parece también truncarse hacia c. 1500 cal BC,
aunque en otros, como Tabayá, mantuvieron su ocupación hasta
momentos indeterminados del Bronce final (Jover et al., 2016).
En la actualidad se cuenta con la información procedente de
las actuaciones efectuadas en la Illeta dels Banyets (Soler Díaz,
2006), así como del Tabayá (Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019) (fig. 20.4b). Tabayá ocupa el espolón rocoso más
cercano al río Vinalopó de la sierra homónima, dominando su
paso. Su disposición en la ladera septentrional evidencia su clara
orientación visual hacia las tierras externas al espacio argárico.
Las excavaciones efectuadas por M. S. Hernández entre 1986 y
1991 en la terraza inferior permitieron documentar una amplia
secuencia ocupacional desde c. 2150 hasta el tránsito al I milenio
cal BC, con la superposición de edificios de tendencia rectangular
levantados con mampostería. En su interior se pudieron registrar
diversas áreas de actividad –un posible telar, concentraciones de
molinos, etc.– así como tumbas de tipo cista de mampostería,
urna y fosa con ajuares diversos (Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019).
Grupo 3) Los yacimientos del tercer nivel, con un área habitada
entre 0,1 y 0,3 ha, fueron fundados en torno a 2000/1950 cal. BC y
parecen perdurar hasta 1500 cal. BC. Por lo que respecta a este grupo de asentamientos, entre 2006 y 2012 fue desarrollado un programa de excavaciones arqueológicas sistemáticas en Cabezo Pardo
(López Padilla, 2014a) (fig. 20.4c). Este asentamiento se localiza
sobre un cerro redondeado aislado del Triásico Alpujárride, situado
al noroeste de la sierra de Callosa de Segura. Está rodeado por amplias extensiones de tierras llanas y amplios espacios endorreicos.
Las excavaciones emprendidas muestran un asentamiento argárico
muy transformado por una ocupación emiral posterior. Para la primera de las ocupaciones, se pudieron diferenciar 3 momentos de
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ocupación desde 1950 hasta 1550 cal. BC. Para la fase más antigua
solamente se han podido documentar los restos de una vivienda de
tendencia oval, mientras que para los momentos centrales, se constata una importante remodelación con diversas estancias adosadas
de tendencia rectangular dispuestas a un lado de una calle, con un
edificio de mayores dimensiones al otro. Sobre los suelos de ocupación de las distintas estancias fueron recuperados ajuares domésticos: instrumentos de molienda, percutores, vasijas cerámicas, además de dos enterramientos sin ajuar correspondientes a la segunda
y tercera fase. A partir de 1550-1500 cal BC, como parecen indicar
las dataciones de Cabezo Pardo (Jover et al., 2014) y de un buen
números de núcleos argáricos, buena parte de los asentamientos
fueron abandonados, produciéndose movimientos poblacionales
de reorganización territorial (Lull et al., 2013).
Grupo 4) Por último, un amplio grupo de enclaves con
menos de 0,1 ha de extensión y, posiblemente, de menor duración, cuyo momento de fundación y periodo de ocupación
puede oscilar ostensiblemente de unos a otros. Entre otros
asentamientos, en este grupo se incluye Caramoro I (Jover et
al., 2018, Pastor et al., 2018), núcleo de muy pequeño tamaño, como ha sido descrito, localizado en un espolón rocoso
dispuesto en voladizo en la margen izquierda del río Vinalopó
(fig. 20.4d). Caracterizado por un sistema defensivo integrado por un antemural, un bastión y un muro de gran anchura
que cerraba un espacio habitable con al menos 5 estancias, su
fundación se remonta al 2000-1950 cal BC, mientras que su
abandono no se prolongó más allá del 1750 cal. BC.
SOBRE LA MATERIALIDAD EN EL EXTREMO
SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR: CARAMORO I
COMO CASO DE ESTUDIO
En el proceso de excavación arqueológica de Caramoro I, pero
también de los asentamientos argáricos citados han sido documentados una amplia y variada gama de recursos de muy diversa naturaleza. En la tabla adjunta (tabla 20.1) han sido agrupados en relación con la principal actividad desarrollada para su
obtención, al uso al que fueron destinados y el probable espacio
o medio de procedencia. Y, decimos probable, a modo de hipótesis, porque no se puede descartar que el medio de procedencia
–MN, MT o MS– fuese otro que el sugerido, en especial, en el
caso del MS. En momentos de carestía o catástrofe, sería habitual que la cooperación y reciprocidad entre grupos humanos
fuese esencial para la subsistencia.
Atendiendo a las condiciones materiales adquiridas, han sido
establecidos 5 grandes ámbitos: las evidencias relacionadas con la
construcción de los espacios de residencia, la alimentación, la vestimenta e indumentaria personal, los instrumentos de trabajo y las
evidencias materiales que se pueden vincular con el mundo ideológico, básicamente con las creencias o aspectos lúdico-festivos.
Las evidencias de la construcción de los espacios
de residencia
Con independencia del tamaño de los asentamientos excavados, se advierte una importante inversión laboral en la construcción de los espacios de residencia y actividad. En Caramoro
I, a pesar de su reducido tamaño, fue construido un gran muro
de cierre de más de 30 m, reforzado con un antemural y un bas248
tión en la zona de acceso a las distintas viviendas. En otros casos, como Tabayá o Cabezo Pardo, el hecho de que la superficie
excavada haya sido mucho más limitada impide determinar si
también fue así, aunque las viviendas guardan un patrón similar.
Por su parte, en Laderas del Castillo, la fuerte pendiente de la
ladera y el continuo riesgo de fuertes escorrentías de sedimentos
y bloques, obligó a la construcción de grandes plataformas de
aterrazamiento sobre las que edificar las viviendas.
Los materiales de construcción empleados se obtendrían
del entorno inmediato. En Caramoro I se han podido diferenciar tres tipos de rocas utilizadas como mampuestos: calizas
biclásticas arenosas, areniscas y conglomerados, todas ellas
existentes en el propio espolón rocoso, al igual que las margas arenosas de tonos amarillentos y verdosos de la base. Lo
mismo podemos señalar para Cabezo Pardo, donde los bloques
proceden de la misma cresta rocosa del cerro o, en el caso
de las arcillas, de la base (Martínez et al., 2014). En Laderas
del Castillo, fueron los mismos depósitos sedimentarios con
grandes bloques calizos, generados por el arrastre de los derrubios de los abanicos aluviales, los empleados, a pesar de la
inestabilidad y el riesgo que suponen para la implantación del
hábitat humano.
Por su parte, la tierra también fue muy importante en las labores constructivas, aplicada mediante diferentes técnicas, en especial el bajareque (Pastor, 2014; 2017) y el amasado de barro
en forma de bolas o bloques (Pastor et al., 2018). Los estudios
efectuados en este volumen (ver el capítulo 8) señalan que los
materiales térreos procederían del entorno natural circundante, a
lo que se sumarían sedimentos reutilizados, tanto de construcciones previas, como de estructuras de combustión. Los resultados
analíticos de restos constructivos relacionan su composición con
la geología del entorno natural en el que se emplaza, avalado
asimismo por la presencia de ejemplares de malacofauna local
integrados en el mortero de barro. De igual modo, han sido identificadas prácticas de reutilización de materiales en las actividades
constructivas, indicadas por la presencia de desechos antrópicos
en los morteros de barro –cerámica, fauna, cenizas.
De igual modo, los estudios antracológicos muestran la selección de especies existentes en el entorno de los asentamientos –pino carrasco, olivo, tamarisco, lentisco, Quercus, etc.–
para la configuración del entramado del alzado y la techumbre
de las viviendas (ver el capítulo 10). A ello se suma el estudio
macroscópico de los restos constructivos de barro que ha permitido identificar el empleo de carrizo (Phragmites australis)
y cañas (Arundo donax), además de estabilizantes vegetales.
Estas especies vegetales y lígneas utilizadas en la construcción
serían obtenidas del MN y del MT. Fueron estas mismas especies las que también fueron seleccionadas para la elaboración
de algunos instrumentos, para la calefacción e iluminación de
las estancias y el cocinado de alimentos. El estudio de los restos
antracológicos así lo atestigua.
También conviene hacer una especial mención al esparto.
Las fibras de esta planta jugaron un papel fundamental en la
construcción, cordelería, iluminación, calzado e indumentaria, pero sobre todo en la cestería, como lo han hecho hasta la
plena industrialización. Aun cuando las evidencias directas
de esparto son muy limitadas en general, el estudio de las
improntas conservadas en los fragmentos constructivos de
barro ha detectado el empleo de cordajes de esparto en Cara-
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Tabla 20.1. Relación de recursos documentados en los asentamientos argáricos. Se indica la actividad fundamental con la que se relacionan, tipo de recurso, materia y el espacio de obtención (medio natural –MN–; medio transformado –MT–; medio social –MS–). Con un
asterisco se indica que hasta la fecha dicho elemento no ha sido documentado en asentamientos del área en estudio.
Actividad
Tipo
Alimentación
Frutos silvestres
Recursos silvestres
Recursos alimenticios y orgánicos
Recursos fluviales y marinos
Recursos terrestres
Recursos cultivados: cereales y
leguminosas
Recursos ganaderos
Indumentaria
Edificación e
infraestructuras
Instrumentos de molienda, morteros,
percutores
Vestimenta y calzado básico
Objetos de marfil de jabalí
Objetos de marfil de elefante,
hipopótamo, etc.
Adornos de caparazones marinos
Instrumentos de plata
Instrumentos de oro
Cuentas de collar de piedra, brazaletes,
placas pulidas perforadas, colgantes, etc.
Mampostería construcción
Tierra /sedimentos
Postes, vigas, travesaños, alacenas,
cuerdas, instrumentos y recipientes de
madera
Recursos silvestres
Calefacción y
cocinado
Almacenamiento, Objetos de almacenamiento y transporte
transporte y
cocinado
Objetos de almacenamiento y transporte
Objetos de almacenamiento y transporte
Producción y
consumo
Instrumental óseo
Instrumentos de cobre
Instrumentos de bronce
Percutores líticos (instrumentos de cara
plana o ligeramente redondeada)
Percutores líticos (instrumentos de cara
plana o ligeramente redondeada)
Bruñidores líticos
Alisadores/afiladeras
Materia
Acebuchinas, bellotas, Vitis*, etc.
Miel*, plantas medicinales*, cortezas de árboles*, etc.
Especies silvestres (ciervo, caballo, corzo, uro, liebre,
conejo, castor, lince, galápagos, reptiles, aves, etc.).
Barbo, anguila, lisa, mero blanco, breca, galupe, pardete,
dorada, etc.
Sal*
Trigo, cebada, habas, lentejas, guisantes, etc.
Especies domésticas (ovicaprinos, bóvidos, suidos, canis,
etc.)
Conglomerados, microconglomerados, areniscas,
vulcanitas
Lino, lana*, pieles**, esparto, juncáceas, etc.
Sus scropha
Elefante africano
Espacio de
obtención
MN
MN
MN
MN
MN
MT
MT
MN
MN/MT/MS
MN
MS
Glycymeris, Cerastoderma, Conus, Cypreae, etc.
Plata
Oro
Caliza, areniscas
Rocas metamórficas, piedra verde
Calizas (dolomías), conglomerados, areniscas
MN/MS
MS
MT/MS
MN/MS
MS
MN/MT
Margas arcillosas, arcillas, limos, gravas, ocres, cal
Pino carrasco, olivo, tamarisco, pistacia, Quercus,
madroño, enebro, esparto, resto de herbáceas, etc.
MN/MT
MN
Leña, estiércol*, etc.
MN/MT
Recipientes cerámicos elaborados con arcillas secundarias
y terciarias y desgrasantes minerales y vegetales
MN
Recipientes cerámicos elaborados con desgrasantes
metamórficos
Cesto y recipientes de esparto, juncos, pieles, etc.
MS
Especies domésticas habitualmente criadas y consumidas
y alguna especie silvestre: OV, Bos, suidos, Equus y
Cervus
Cobre, cobre con arsénico
Cobre con estaño
Cuarcitas, calizas
MN/MT
MN/MT
MN/MT/MS
MS
MN
Diabasas/metabasitas
MN/MS
Cuarcitas, calizas
Areniscas, cuarcitas
MN
MN
Alisadores/afiladeras
Instrumentos con filo: hachas, azuelas,
cinceles líticos
Instrumental tallado
Esquistos
Diabasas-metabasitas
Fibrolita
Sílex, cuarcita
Instrumental con mortero de tierra y
terracota: pesas de telar, fusayolas,
morillos, soportes, terracotas zoomorfas,
fichas, bolas, etc.
Margas arcillas con desgrasantes vegetales y minerales
MN/MS
MN/MT/MS
MS
MN
MN/MT
249
[page-n-8]
Figura 20.5. Restos de un rollizo de madera y de cuerdas de esparto
carbonizados, caídos sobre el pavimento de una vivienda de Cabezo
Redondo (Villena, Alicante). Fotografía: Mauro S. Hernández.
Figura 20.6. Restos carbonizados de uno de los sacos de esparto
documentados en Terlinques (Villena, Alicante).
moro I. En otros asentamientos próximos como Terlinques o
Cabezo Redondo (Jover y López, 2013) han sido documentados un buen número de cestos, tapaderas, cordajes y otros
utensilios, que permiten valorar su recurrente y diverso uso
cotidiano, gracias a su abundancia en el Sureste peninsular,
facilidad de obtención y preparado (figs. 20.5 y 20.6).
tancia de la explotación de higos, ni de moras, sí constatados en
el área murciana y almeriense (Pérez, 2013: 181-183). En este
sentido, tan sólo en Caramoro I hay presencia de acebuchinas y
de otros frutos no identificados.
Todos los datos expuestos parecen indicar que los cereales
fueron los principales cultivos, además de la base esencial de
la dieta. Se trataría de una agricultura cerealista, en régimen de
secano, con el uso del arado tirado por bovinos, complementada por leguminosas procedentes de pequeñas huertas, y por el
aporte complementario proporcionado por las especies silvestres existentes en cada zona.
Junto a las especies vegetales señaladas, también se constatan especies animales domesticadas –cabra, oveja, cerdo, vaca
y perro– y otras salvajes –ciervo, corzo, jabalí, lince, castor, conejo, liebre, perdiz, fochas, peces, etc., y entre los que persiste
cierta controversia en incluir o no al caballo (Liesau, 2005)–, de
las que se efectuaría un aprovechamiento pleno (fig 20.7).
Además de carne, leche y lana de oveja, también serían
aprovechadas las pieles, tendones, tripas, cornamentas y plumas, así como determinados huesos en la elaboración de vestimentas, cordajes e instrumentos. Tampoco podemos olvidar la
importancia del estiércol en el abono de los campos de cultivo,
como combustible para hogares o en la protección contra insectos y como estabilizante en los morteros de tierra para la construcción (Pastor, 2017).
Los estudios arqueozoológicos de Caramoro I efectuados
en este trabajo por L. Andúgar Martínez (ver capítulo 11),
pero también de otros asentamientos próximos, muestran una
composición de la cabaña ganadera muy similar, encabezada por cabras y ovejas, seguidas de cerdos, vacas y perros,
y caballos. Sin embargo, en atención al peso de los restos
óseos –parámetro que tradicionalmente se ha considerado representativo de la cantidad de carne proporcionada por cada
taxón– el orden de importancia varía ligeramente, colocando
al vacuno en primer lugar (Rizo, 2009; Benito, 2014). La
cuestión del aprovechamiento de bueyes y caballos en trabajos de acarreo, transporte y, tal vez de laboreo del campo
mediante el empleo de arados, continúa abierta. No obstante, los últimos estudios persisten en señalar indicios que se
han relacionado insistentemente con estas prácticas, como la
La alimentación
Los estudios carpológicos efectuados en casi todos los yacimientos de la Edad del Bronce en el Este y Sureste de la península ibérica han puesto de manifiesto una destacada presencia
de cereales, básicamente de trigo desnudo y cebada vestida
(Buxó, 1997; Pérez, 2013), patrón también constatado en Caramoro I (capítulo 10), Cabezo Pardo (Pérez, 2014: 304-306)
y Laderas del Castillo. En el cercano asentamiento argárico de
la Illeta dels Banyets también fue registrada la presencia de
cebada vestida, de la variedad tetrastichum –cebada de seis
carreras de espiga laxa– además del señalado trigo desnudo
(Pérez, 2013: 173). Por otro lado, los estudios isotópicos efectuados sobre semillas de trigo en yacimientos próximos como
Terlinques (Mora et al., 2016) han señalado el uso del agua
para su crecimiento, explicable por la presencia de espacios
endorreicos en sus alrededores. Estas mismas características
se repetirían en Cabezo Pardo, Caramoro I y probablemente,
Laderas del Castillo.
Junto a las evidencias de cereales, también se constata el consumo, aunque en mucho menor número, de leguminosas como
habas –Vicia faba– y guisantes –Pisum sativum–, acompañadas
de vezas –Vicia sativa– y lentejas –Lens culinaris–. Así, en Caramoro I están presentes las habas, además de, posiblemente,
las lentejas (capítulo 10), mientras que en Cabezo Pardo (Pérez,
2014: 304-305) destaca la presencia de habas y guisantes. Todo
indica que en los entornos de los yacimientos se habrían configurado espacios de huerta cercanos a cursos de agua.
Por su parte, la recolección de recursos silvestres también
sería un importante complemento de la dieta. En el ámbito argárico advertimos la constatación de bellotas, aceitunas y uvas
silvestres, aunque también de otros frutos como lentisco, madroño, plantas como lino silvestre, adormidera, además de otras
para usos culinarios y medicinales (Pérez, 2013). No hay cons250
[page-n-9]
presencia de patologías óseas en el esqueleto apendicular y,
sobre todo, patrones de sacrificio que muestran una preferencia clara por el mantenimiento del animal mucho más allá
de su edad óptima para el aprovechamiento exclusivamente
cárnico (Andúgar, 2016).
A las especies domésticas se añade un largo listado de especies
salvajes cazadas, cuya composición viene determinada por las características del MN en el que se ubicó cada asentamiento. Entre
ellas cabe destacar el ciervo y, sobre todo, el conejo, seguidos a
distancia por cabra montesa, corzo, liebre, lince, lobo, castor y diversos tipos de aves y reptiles, evidenciando el aprovechamiento
integral de la diversidad biológica del entorno de los asentamientos
(Benito, 2014; Andúgar, 2016). Asimismo, no podemos olvidar los
recursos acuáticos. Los estudios efectuados en Caramoro I y Cabezo Pardo señalan el consumo de barbo, sin olvidar otras especies
constatadas en este último, como anguila, lisa, mero blanco, breca,
galupe, pardete o dorada, presentes en el segundo (Roselló y Morales, 2014). En Caramoro I, sin poder destacar su abundancia por las
condiciones de recogida y selección de los restos documentados,
también han sido constatadas especies de aguas saladas como la
dorada y el mújol, además de otros de agua dulce de la familia de
los Cyprinidae. También habría que considerar el aprovechamiento
bromatológico de diversos moluscos marinos en los asentamientos
próximos a la costa, ya que en los alejados más de 20 km, como
es el caso de Caramoro I, el destino de los caparazones fue el de
servir como adornos, al haber sido recolectados post-mortem en el
litoral (Luján, 2014). La mayoritaria presencia de caparazones de
Glycymeris y Cerastoderma con señales de desgaste y afección así
lo evidencian (fig 20.8).
Por último, en el caso concreto de los yacimientos aquí analizados no tenemos todavía constancia del consumo de sal, bebidas alcohólicas, miel o cera de abeja, productos estos últimos
para los que sí se cuenta con indicios en otros asentamientos
argáricos (Molina y Rosell-Melé, 2017: 53-63).
Figura 20.7. Marcas de corte documentadas sobre restos óseos de
extremidados de ovicaprinos consumidos en Caramoro I.
Vestimenta e indumentaria
El lino constituiría la planta con la que, en esencia, serían
elaboradas buena parte de las prendas. Su conservación en
los registros arqueológicos es realmente difícil, y solamente
en contextos con condiciones muy especiales se ha podido
conservar. Por desgracia, no ha sido este el caso de Caramoro
I. Sin embargo, su presencia, en forma de semillas, de tallos
o como tejidos ya elaborados está constatada en numerosos
yacimientos argáricos (Jover y López, 2013). En San Antón
y Laderas del Castillo tejidos de lino han sido documentados
como fundas asociadas a instrumentos metálicos (fig. 20.9),
mientras que en Tabayá, además de un pequeño fragmento
de funda de la tumba nº 1, fue evidenciada la presencia de
diversos fragmentos de tejido en la tumba nº 5 (Hernández y
López, 2010: 226).
A pesar de la dificultad de su conservación todo parece
indicar que su cultivo estuvo bastante extendido. La especie
constatada en la península ibérica es alóctona –Linum usitatissimum– y se caracteriza por necesitar del trabajo humano para
su reproducción, puesto que requiere de la extracción de sus
semillas y su plantación. A pesar de la ausencia de semillas en
los yacimientos en estudio, el hecho de que para su cultivo se
requieran suelos de mediana fertilidad, tanto en zonas ricas en
humus y arenosas, bien drenadas, como en zonas relativamente
Figura 20.8. Caparazones documentados en Caramoro I. Obsérvese
en la concha de Glycymeris situada en la zona superior izquierda la
acción de los organismos litófagos.
húmedas o áridas con riego (Alfaro, 1984), posibilita que haya
sido cultivada en los entornos de los mismos, más aún si tenemos en cuenta que en todos han sido documentados instrumentos para la producción de tejidos.
Más difícil es la conservación de la lana, la otra materia
prima con la que se elaborarían habitualmente las prendas de
abrigo. La cría mayoritaria de ovicaprinos y la constatación
de una proporción equiparable entre cabras y ovejas, en todos
los yacimientos en estudio, permite considerar que una parte
del rebaño estaría destinado, fundamentalmente, a la obtención de lana. Las prendas de lana o lino podían combinarse
con pieles o con otras fibras vegetales de tipo esparto o juncáceas en forma de perneras u otros complementos, como ha
quedado constatado en la tumba 121 de Castellón Alto (Molina et al., 2003).
251
[page-n-10]
Figura 20.9. Detalle del tejido de lino
conservado en uno de los cuchillos de San
Antón (Orihuela, Alicante). MARQ. Museo
Arqueológico de Alicante.
Ahora bien, junto a las prendas de vestir, en el ámbito argárico destaca el mundo del adorno. En este sentido fueron
elaborados adornos a modo de collares, colgantes, brazaletes,
tobilleras o adornos cosidos a prendas. En todos los yacimientos han sido documentados objetos de hueso, nácar o piedra, de
fácil obtención del MN o MT. Sin embargo, en Caramoro I destaca la presencia de botones, brazaletes y colgantes de marfil de
elefante (fig. 20.10), también presentes en Tabayá, San Antón,
Laderas del Castillo e Illeta dels Banyets, tanto procedentes de
contextos domésticos, como funerarios (López Padilla, 2011).
Aunque durante el II milenio parece asistirse en todo el mediodía peninsular a un descenso relativo del consumo de marfil
con respecto al Calcolítico (Schuhmacher, 2012; López Padilla,
2012), su presencia generalizada evidencia que nunca dejó de
emplearse para el ornato o para atribuir valor social a objetos
de uso personal –como, por ejemplo, peines– (López Padilla,
2011). No obstante, sólo en ciertos enclaves como Tabayá o la
Illeta dels Banyets se documentan porciones de marfil en bruto
o desechos de producción, lo que probablemente indica una neta
separación entre unos pocos centros productores y distribuidores y el resto de los enclaves, meros receptores de productos
acabados –como parece ocurrir en Caramoro I– o a lo sumo de
preformas ya semielaboradas.
Sin embargo, lo más reseñable es la total ausencia en Caramoro I de adornos de oro, plata y cobre, cuyo reparto entre
asentamientos es bastante desigual. De ajuares funerarios
procede la documentación en San Antón de anillos, espirales
y conos perforados de oro, además de espirales y brazaletes
de plata y cobre (Simón, 1998: 27-29). En menor proporción, de Laderas del Castillo destaca la presencia de anillos,
brazaletes y espirales de plata (Simón, 1998: 30-42), al igual
252
que en Tabayá, aros, anillos, y una diadema de plata, además
de brazaletes y anillos de cobre (Simón, 1998: 61-73). Por el
contrario, en los yacimientos de menor tamaño como Cabezo Pardo solamente se documentaron 3 aros y un fragmento
de lámina de cobre (Soriano, 2014: 219-224), mientras en
Pic de les Moreres, Puntal de Búho o Caramoro I sólo se han
constatado evidencias de instrumental de cobre.
Instrumentos de trabajo
Entre el repertorio documentado en los ámbitos domésticos de
los yacimientos arqueológicos destacan los instrumentos de
trabajo y los desechos asociados. Los diferentes complejos artefactuales determinados muestran el empleo de todo tipo de
materias primas: hueso y asta, conchas, maderas, rocas, arcillas
y metales como el cobre o bronce (fig. 20.11).
Una parte importante del instrumental estaría elaborado
en hueso de especies domésticas y asta de ciervo (ver capítulo 15), destacando una amplia gama de punzones, espátulas,
cinceles, agujas, sierras o puntas de flecha (fig 20.12). Los
datos apuntan a una mejora en la productividad con respecto
al Calcolítico, que se ve reflejada en una mayor diversidad
artefactual y en cambios en la estrategia productiva. En el
caso de los punzones, ésta se tradujo en una reorientación
hacia la elaboración de instrumentos con una vida útil más
prolongada, abandonando los metapodios como soporte óseo
en beneficio de las tibias de ovicaprinos. Otra mejora es el
progresivo incremento del empleo de asta de ciervo para la
elaboración de herramientas. Las astas pueden recolectarse y
almacenarse durante bastante tiempo, poseyendo una mayor
resistencia y durabilidad que los instrumentos de hueso (López Padilla, 2011).
[page-n-11]
Figura 20.10. Conjunto de botones cónicos de marfil de San Antón
(Orihuela, Alicante). MARQ. Museo Arqueológico de Alicante.
Uno de los complejos artefactuales más destacados es el elaborado sobre rocas –sílex, areniscas, calizas, conglomerados,
microconglomerados, cuarcitas, piedras de yeso, diabasas o metabasitas, rocas metamórficas, etc.–. Los estudios efectuados en
Caramoro I (fig. 20.13a), pero también en otros asentamientos argáricos de la zona estudiados como Cabezo Pardo (Jover, 2014),
Tabayá o Laderas del Castillo (Jover, 2009), muestran que casi en
su totalidad –molinos, morteros, percutores, bruñidores, afiladeras, dientes de hoz, etc.– serían elaborados sobre rocas obtenidas
a escasa distancia de los asentamientos. No obstante, algunos objetos como placas pulidas sobre pizarras o esquistos –rocas existentes en los Cabezos de San Isidro, y sierras de Callosa y Orihuela– están presentes en asentamientos alejados a más de 20 km. Lo
mismo ocurre con los instrumentos pulidos con filo de tipo hacha
o azuela, junto a algunos percutores, mazos o yunques, elaborados sobre diabasas/metabasitas cuyos asomos están mucho más
localizados. Para asentamientos como Cabezo Pardo o Laderas
estás rocas podrían ser obtenidas de forma directa, pero no para
Caramoro I (fig. 20.13b), alejado del afloramiento del Cabezo
Negro en 18 km, y a algo más de 30 km de los afloramientos de
la sierra de Orihuela. Por tanto, todo parece indicar que este tipo
de rocas duras sería más asequible obtenerlas a través del MS,
más aun teniendo en cuenta la existencia de otros asentamientos
argáricos en las proximidades de los asomos.
En el caso de la vajilla cerámica, las analíticas efectuadas
mediante lámina delgada y XRD de diversos conjuntos de Caramoro I y también en otros asentamientos cercanos como Pic
de les Moreres, muestran el empleo de arcillas y desgrasantes
locales, atestiguado además por la presencia de microfósiles de
las etapas geológicas presentes en sus alrededores (Seva, 2002:
130). Solamente unos pocos recipientes de Caramoro I, siempre
en porcentajes inferiores al 1,5 %, con desgrasantes micáceos y
cuarzo metamórfico, permitirían considerar que su procedencia
y/o fabricación fue realizada en otros asentamientos de las tierras del sur de Alicante o, incluso, en tierras más meridionales
(Seva, 2002: 148-150).
En otros trabajos como el hilado y la tejeduría serían empleados instrumentos de madera, como husos y telares verticales, e instrumentos de barro, como fusayolas y pesas de
telar, elaborados con materiales del MN o MT. La presencia
de algunas concentraciones de pesas de telar en los niveles de
ocupación de Caramoro I, pero en especial, del edificio A (ver
capítulo 18), pone de manifiesto que la tejeduría sería una actividad extendida entre todos los grupos domésticos campesinos
a lo largo del tiempo.
Solamente queda referirse al instrumental metálico, básicamente de cobre o cobre arsenicado (Simón, 1998). Punzones, cinceles/escoplos y puntas de flecha, además de cuchillos
constituyen la base instrumental a la que parecen tener acceso
todos los asentamientos (fig. 20.11b). A estos cabe sumar, en
principio, las sierras –Laderas del Castillo, Illeta dels Banyets–
y hachas planas –Laderas del Castillo, Illeta dels Banyets, San
Antón, Tabayá–, aunque su distribución parece indicar su prioritaria presencia en los asentamientos de mayor tamaño. En el
caso de Caramoro I fueron localizados punzones, una punta de
Palmela, un posible cincel y una amalgama de bolitas de cobre
a modo de lingote desechado en el relleno de construcción del
refuerzo del acceso al asentamiento. No hay evidencia alguna ni
de su fabricación ni de otro tipo de instrumental a pesar de haber
sido excavado prácticamente en su totalidad y haberse materializado, al menos, un gran incendio.
No obstante, no debemos olvidar que los puñales –en algunos casos con pomos de marfil–, alabardas o estoques-espadas, pero también algunas hachas planas grandes, proceden
exclusivamente de ajuares funerarios de tumbas localizadas
en los asentamientos de mayor tamaño –San Antón, Laderas,
Tabayá, Illeta–, estando totalmente ausentes en los de menor
rango –Caramoro I, Cabezo Pardo, Pic de les Moreres, etc.–.
Figura 20.11. Conjunto de hachas de metal de Laderas del Castillo
y San Antón. Colección Furgús. MARQ. Museo Arqueológico de
Alicante.
253
[page-n-12]
La materialidad de la ideología, creencias o actividades
lúdicas-festivas
Figura 20.12. Cinceles y paletas de asta de ciervo y de hueso de
Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante). Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela.
Figura 20.13. Molino y mazo de Laderas del Castillo (a y b), brazales de arquero (c) y cincel de fibrolita de Tabayá (d).
Por tanto, el tamaño de los asentamientos es un aspecto a
tener en cuenta a la hora de analizar el acceso a determinados
instrumentos de trabajo y armas, además de adornos metálicos (López y Jover, 2014). Este dato coincide con el hecho
de que solamente en los asentamientos mayores –San Antón
y Laderas, y con ciertas reservas en Tabayá e Illeta dels Banyets (Simón, 1998: 219-220)–, es donde ha sido registrada
la presencia de moldes de fundición, escorias, adherencias
y crisoles, permitiendo inferir, por el momento, que las actividades de producción metalúrgica serían realizadas en los
asentamientos de mayor rango y posición privilegiada sobre
el territorio.
254
Por último, cabe señalar que son muy pocos los objetos que se
puedan relacionar con actividades ideológicas o lúdico-festivas
(López et al., 2017; 2018). Entre otros destacan las microvasijas
que reproducen las formas habituales del mundo argárico, asociadas a juegos y a los procesos de aprendizaje en la infancia, como
las documentadas en Peñalosa (Alarcón et al., 2008: 279, Fig. 7),
Laderas del Castillo o San Antón. Pero también de fichas de piedra
y cerámica recortadas presentes en buena parte de los asentamientos los asentamientos, así como bolitas de piedra, cerámica o de
barro endurecido, ya documentadas por los hermanos Siret en el
asentamiento de El Argar (Siret y Siret, 1890, Lám. 24, nº 77, 78) y
también en Caramoro I.
No obstante, quizás lo más representativo sean las figuras
zoomorfas de arcilla, representando vacas o toros, constatadas
en Laderas del Castillo (López et al., 2018; 2019), Caramoro
I (fig. 20.14) y en otros yacimientos argáricos, como El Argar
(Siret y Siret, 1890, Lám. XVII.1-3). Las arcillas empleadas en
su elaboración también procederían del MN.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Las investigaciones arqueológicas efectuadas en Caramoro I han
evidenciado que en su construcción fue invertida una importante
cantidad de trabajo en aterrazamientos, muros de delimitación y
refuerzos. En todos los casos fueron edificadas viviendas de tendencia rectangular con extremos absidales o rectilíneos, empleando mampuestos, tierra y entramados vegetales. Estas viviendas
de carácter unicelular fueron construidas tanto de forma aislada,
como adosadas, aprovechando los muros medianeros como forma de separación entre ellas. En su construcción fueron empleados recursos disponibles en el MN y MT más próximo, intentado
minimizar la inversión energética y laboral. De hecho, la
reutilización de elementos y desechos en el reacondicionamiento
de viviendas o de nuevos espacios fue bastante frecuente (Martínez et al., 2014; Pastor et al., 2018).
Aunque Caramoro I está próximo a la veda del río, lugar
donde preferentemente estarían emplazadas las parcelas de cultivo, el lugar de asentamiento está ubicado en un promontorio
rocoso de difícil accesibilidad desde el mismo, permitiendo asegurar, de forma prioritaria, la protección de la comunidad y de
su producción –cosecha, ganado, etc.–. Además, la construcción
de un gran muro de cierre y su reforzamiento con un antemural
y diversos contrafuertes, vendrían a mejorar las condiciones de
protección buscadas y socialmente requeridas.
La documentación en el interior de estas estancias de una
amplia gama de instrumentos y de desechos, asociados espacial
y temporalmente, permiten reconocer actividades de producción, almacenamiento, consumo y desecho propios de la vida
cotidiana de pequeños grupos humanos cuyos modos de trabajo
se corresponden con unidades campesinas de base, primordialmente, cerealista. La recurrencia en el registro arqueológico de
las mismas especies de cereales –trigo desnudo y cebada vestida–, pero también de leguminosa en menor proporción; de una
pequeña cabaña ganadera diversificada, de la que se hace un
aprovechamiento exhaustivo de su carne, residuos y productos
derivados (Andúgar y Saña, 2004; Andúgar, en este volumen;
[page-n-13]
Benito, 2014); unido a un aprovechamiento intensivo de todos
los recursos silvestres vegetales y animales existentes en su entorno inmediato, pone de manifiesto que se trataría de comunidades agropecuarias, donde los periodos improductivos de
la agricultura extensiva cerealista, permitirían, como complemento, el desarrollo de prácticas de horticultura, cría de ganado,
caza, pesca, recolección, además de distintas artesanías.
En este sentido, la información disponible también apunta a
que el calzado y la vestimenta elaborados con lana, lino, esparto
u otras fibras vegetales serían manufacturados en el seno de cada
uno de los grupos domésticos, o, como mucho, del asentamiento
en el que vivirían en comunidad. De todos modos, no debemos
descartar el posible intercambio de tejidos ya manufacturados,
así como su posible función como elemento de obsequio o, incluso, tributo. Su mayor valor de producción, debido al tiempo
de trabajo necesario para producirlos, sumado a su facilidad a
la hora de ser transportados, los sitúa entre los productos claves
para suplir ese tipo de menesteres.
De igual modo, los instrumentos de trabajo serían obtenidos o elaborados, en su mayor parte, con recursos existentes
en el MN y MT. Instrumentos de molienda, percutores, afiladeras, armaduras de hoces y cuchillos/denticulados de sílex,
serían fácilmente elaborados con rocas locales, al igual que el
instrumental de madera o sobre fibras vegetales, del que nada
se conserva. De las especies herbívoras consumidas también se
aprovecharían algunos huesos para el instrumental óseo. Las vasijas cerámicas también parecen haber sido elaboradas con arcillas locales. Se constata, en este sentido, un intento de producir
por sí mismos el instrumental y autoabastecerse de las materias
primas necesarias existentes en el entorno más próximo.
No obstante, una parte del instrumental, quizás el de mayor relevancia por su mayor valor de producción, solamente
podría ser obtenido a través del MS. Nos estamos refiriendo, por un lado, a determinadas rocas, como las ígneas, ya
que instrumental sobre fibrolita no ha sido constatado, básicas para labores de tala y trabajo de la madera. Pero también
de todo el conjunto artefactual metálico de cobre –punzones,
cinceles, puntas de flecha, etc.–, cuya producción parece estar localizada en los asentamientos de mayor tamaño, y ausente en los menores. En este sentido, a pesar de que en el
yacimiento del Cerro de la Mina han sido hallados posibles
picos para labores extractivas y uno de los objetos metálicos
analizados parece haber sido elaborado con cobre local, los
primeros estudios de isótopos de plomo indican que buena
parte de los mismos no fueron elaborados con cobre extraído
de la sierra de Orihuela (Brandherm et al., 2014: 124-125).
Aunque todavía es pronto para pronunciarse con rotundidad
ante la falta de un cuerpo de analíticas, si así fuese, el metal
vendría de otros lugares peninsulares, como podría ser la zona
de Linares-La Carolina (Jaén) (Alboledas et al., 2014), bien
por vía terrestre, bien por la vía marítima.
No debemos olvidar que, dadas las características fisiográficas del área en estudio, los medios de navegación facilitarían
una rápida distribución de los productos y materias primas, no
sólo del metal, sino de otros bienes, entre los que debemos citar
el marfil de especies alóctonas (fig. 20.15). No es anecdótico,
por tanto, que una de las pocas áreas de producción de objetos
de marfil haya sido documentada en el asentamiento costero de
la Illeta dels Banyets, y que, precisamente, éste sea uno de los
Figura 20.14. Figurilla de arcilla representando a una vaca o toro,
hallada en Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante).
MARQ. Museo Arqueológico de Alicante. Abajo, fragmento de
una posible cornamenta de figurilla de terracota documentada en
Caramoro I.
asentamientos con un mayor número de objetos de marfil amortizados en tumbas, tanto en forma de botones, como en empuñaduras (López Padilla, 2011).
Además, el hecho de que, generación tras generación,
solamente unos pocos individuos adultos e infantiles, residentes en los principales asentamientos, tuviesen acceso a
los adornos de oro (fig. 20.16) y plata, y que, de ellos, sólo
unos pocos hombres tuvieran la capacidad de ser enterrados
con armas singulares –alabardas, puñales con enmangues de
marfil, etc.–, parece evidenciar que una parte del plustrabajo
y plusproducto de los grupos campesinos ya habría sido controlado por los grupos dominantes a través del intercambio
económico.
Y es que, si bien la estrategia de los grupos campesinos trataría en todo momento de limitar y reducir la dependencia de
productos y materias primas procedentes del MS, la capacidad
de cada grupo campesino de producir en las mismas condiciones y, en especial, de reproducirse biológica y socialmente,
necesariamente estarían ligadas al MS. No es baladí, que sean
precisamente los instrumentos de trabajo con mayor valor de
producción –algunos pétreos como las hachas y metálicos– que
intervienen en las principales actividades productivas y reproductivas de aquellos grupos campesinos, los que serían obligatoriamente obtenidos en el MS. Sólo así los grupos campesinos
conseguirían la reproducción integral del grupo mediante la
autosubsistencia (Meillassoux, 1993), aplicando una estrategia
255
[page-n-14]
Figura 20.15. Indicación del
área septentrional argárica con
los principales yacimientos
y evidencias arqueológicas
destacadas.
económica multiuso (Toledo et al., 1976; Toledo, 1993), bajo
los principios de la racionalidad campesina, aunque aceptando
la extracción de excedentes.
En este sentido, somos de la opinión, a tenor de los datos recabados, que los grupos campesinos, entre ellos los que fundaron y
ocuparon Caramoro I durante algo más de 250 años, serían propietarios de los principales medios de trabajo –en especial la tierra y
el ganado–, intentando cubrir por sí mismos todas sus necesidades
de vivienda, protección, vestimenta, alimentación e instrumentos
de trabajo, regidos por el valor de uso y la sostenibilidad ecológica y económica. Probablemente, parte de sus necesidades también
serían cubiertas a través de procesos de reciprocidad, afectividad y
parentesco con otras comunidades de su MS más próximo.
Figura 20.16. Espiral de oro procedente de una de las tumbas argáricas de San Antón (Orihuela) Colección Furgús. MARQ. Museo
Arqueológico de Alicante.
256
No obstante, la sostenibilidad de las unidades productivas
de menor tamaño, como es el caso de Caramoro I, sería muy
inestable por su incapacidad de reproducción biológica sin
aportación e intercambio constante de miembros con otras comunidades, además de su precariedad estrictamente económica
al intentar sostenerse con una limitada participación –la mínima
posible– en el MS. Así, es como se puede explicar que asentamientos campesinos de muy pequeño tamaño, como Caramoro
I, solamente fuesen ocupados durante 250 años, frente a los 500
años de otros de rango medio, o los más de 700 años de los asentamientos de gran tamaño como Tabayá o Laderas del Castillo.
Sin embargo, el interés de determinados linajes o grupos
por mantener su situación de privilegio los llevaría a dirigir
políticamente, no sólo las transferencias de personas –aspecto
de enorme importancia en las sociedades campesinas (Meillassoux, 1993)–, sino también de bienes, en especial, los de mayor
valor de producción por su procedencia alóctona e inversión de
energía en su fabricación y transporte. Desde nuestra perspectiva, dos serían los mecanismos que se pusieron en marcha a lo
largo de los 700 años de desarrollo de El Argar. En primer lugar, la necesidad de nuclearizar en los asentamientos de mayor
relevancia territorial a la mayor cantidad del campesinado, con
la intención de extraerles una mayor cantidad de excedentes.
Y, por otra, de conseguir un mayor grado de dependencia de
los grupos campesinos ampliamente distribuidos en el espacio
social, a través del control de la producción y distribución de
instrumentos de trabajo y elementos suntuarios de mayor valor,
básicos en la producción y reproducción social.
En estos factores reside la verdadera dimensión y desarrollo
socioeconómico de El Argar, frente a otras sociedades coetáneas del ámbito peninsular: la capacidad que tuvieron los linajes
dominantes de concentrar en algunos núcleos a una importante
masa poblacional de base agropecuaria, así como de crear nuevas necesidades materiales al conjunto de la sociedad a lo largo
de su proceso histórico.
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20
Sobre la racionalidad campesina en El Argar:
Caramoro I como ejemplo de unidad básica de producción
Francisco Javier Jover Maestre, María Pastor Quiles,
Ricardo E. Basso Rial, Sergio Martínez Monleón y Juan A. López Padilla
INTRODUCCIÓN
Uno de los grupos arqueológicos más importantes de la Edad
del Bronce en el Mediterráneo occidental es, sin duda, El Argar
(Lull, 1983; Lull et al., 2013; Kristiansen y Larsson, 2005; Aranda et al., 2015). Este reconocimiento se argumenta por la magnitud y el desarrollo urbanístico de algunos de sus asentamientos,
la destacada inversión efectuada en infraestructuras defensivas
e hidráulicas y, ya desde los inicios de la investigación, en la
calidad y variedad de los ajuares funerarios (Siret y Siret, 1890).
Ahora bien, a menudo olvidamos que la posibilidad de que se
pudieran gestar dichos logros, se debería, fundamentalmente, al
control de la capacidad productiva y económica de dicha sociedad por parte de un sector de la población. Un desarrollo social
políticamente dirigido que, como en el resto del ámbito del Mediterráneo, necesariamente estuvo sustentado en la agricultura y
ganadería como prácticas auspiciadoras.
En efecto, en el estado actual de la investigación, podemos
afirmar que el trabajo del campesinado fue la base que sustentó
el desarrollo social en las sociedades mediterráneas durante la
Prehistoria reciente. Por esta razón es conveniente colegir que
nuestro objeto de estudio son las comunidades campesinas y su
modo de vida (Vargas, 1985; 1990; Bate, 1998). En este sentido,
el modo de vida campesino es una forma particular y específica de producir que puede trascender a una formación social y
requiere ser analizada en relación con el grado de desarrollo
social históricamente determinado (Bate, 1998: 66). En esencia
se trataría de una particular forma de producción y de resolución
de las necesidades de un grupo humano a través, básicamente,
de mecanismos de producción de alimentos de base agrícola –en
el caso concreto de El Argar, principalmente de cereales (Lull,
1983; Buxó, 1997; Jover, 1999; Peña-Chocarro, 2000; Risch,
2002; Pérez, 2013)–. Para ello, el medio de trabajo esencial fue,
sin duda, la tierra (Marx y Hobsbawn, 1975). Dado que la tierra
susceptible de convertirse en medio de producción se encuen-
tra ampliamente repartida, los grupos humanos se organizaron
social y políticamente, en unidades o células de producción dispersas ligadas a la misma, pudiendo considerarlos como campesinado (Marx, [1867] 1972; Engels, 1884 (1986); Wolf, 1971;
Díaz-Polanco, 1977; Toledo, 1981; 1993, entre otros).
En relación con la producción y el consumo, cada unidad
productiva campesina mantendría una relación directa y específica con tres medios o espacios de interacción. En primer lugar, con el medio natural (Toledo, 1981: 130) –MN a partir de
ahora–, concebido como el ecosistema natural no transformado situado en las proximidades de los lugares de asentamiento
–bosques, estepas, ríos, afloramientos rocosos, etc.–; el medio
transformado –MT– integrado por campos de cultivo, pastizales, espacios de hábitat, minas, canteras, etc., y el medio o entorno social –MS–, refiriéndose a otras unidades humanas de producción próximas (Toledo, 1981: 130), con las que mantendrían
lazos productivos y reproductivos (fig. 20.1).
A través de la inversión de trabajo en el MN y MT, cada
unidad campesina obtendría una serie de materias primas –sin
transformar– o elaboraría productos que podrían ser empleados en su propio consumo o ser transferidos al medio social
a través de diversos mecanismos, básicamente relaciones socialmente establecidas –relaciones afectivas, reciprocidad, intercambio directo simétrico, intercambios diferidos, etc.–. De
igual modo, como proceso social instituido, llegarían a cada
unidad de producción campesina diversos productos que serían
requeridos para la sostenibilidad y reproducción del grupo. A
fin de cuentas, este intercambio económico surgiría con el fin
de satisfacer necesidades que no podrían ser cubiertas por la
interacción directa de cada grupo con su ecosistema (Toledo,
1981). De este modo, una parte de lo producido sería excluido
del autoconsumo de cada unidad para ser transferido al MS, y
una parte del consumo comenzaría a depender del intercambio
económico (Toledo, 1981: 141). La recurrencia de este proceso social produciría la escisión entre el valor de uso y el valor
243
[page-n-2]
Figura 20.1. Esquema teórico de las esferas o medios que integran el ecosistema de toda unidad de asentamiento (A) en su
espacio social.
de cambio (Marx, 1972). Para que las relaciones fuesen socialmente equitativas, sería necesario que la parte de la producción
transferida tuviese su contrapartida a través de la obtención de
bienes valorados socialmente que permitiesen cubrir las necesidades adquiridas, revirtiendo en el grupo que los generó. Pero,
dado que el valor de cambio presupone la existencia de mercancías, y, en última instancia de propiedad privada, cuestión
difícilmente comprobable en las sociedades en estudio, creemos
viable utilizar el concepto de valor de producción (Risch, 2002:
29). Se trata del valor que adquiere cualquier objeto a través de
su elaboración en relación con la fuerza de trabajo requerida,
el objeto de trabajo y los medios de trabajo disponibles. Puede ser determinado a partir de diversas variables que influyen
en el tiempo invertido y la energía necesaria en su producción.
Entre otras variables deben ser consideradas las propiedades de
la materia prima, la distancia e inversión efectuada en su transporte, el grado de intensidad en su trabajo o la eficacia de los
medios de trabajo. De este modo, la magnitud del valor social
de los productos se establece de la relación entre el valor de uso
y el valor de producción. Y la reducción del valor de producción
depende del aumento de la productividad de sus procesos de
manufactura y circulación (Risch, 2002: 30).
Bajo estas condiciones, el sistema productivo campesino se
caracterizaría básicamente por:
a. La agricultura depende, en esencia, de la energía muscular humana, complementada con la energía animal, así
como del empleo de materias de origen vegetal, mineral
y animal. En el cultivo de cereales son las estaciones del
año y el ciclo de reproducción de las plantas, las que condicionan las prácticas y los procesos laborales a realizar
de forma organizada (Díaz-Polanco, 1977). Se requiere
de inversiones intensivas de energía, pero en superficies
relativamente pequeñas, por lo que un grupo humano re244
ducido organizaría mejor su gestión que un grupo amplio
y numeroso (Guha y Gadgil, 1993: 73-75). Este es uno de
los motivos por los que la unidad básica de organización
en el modo de vida campesino de base cerealista es el
grupo doméstico basado en la consanguinidad, aunque
pueden existir otros lazos que faciliten la integración o
participación (Meillassoux, 1993). Cada grupo es el productor directo. Por tanto, todo lo que necesita para su
mantenimiento y reproducción lo consigue poniendo en
funcionamiento su propia fuerza de trabajo, sus instrumentos y medios de producción. No se trabaja para otro
grupo doméstico (Díaz-Polanco, 1977: 88), aunque la reciprocidad entre grupos domésticos es el mecanismo más
importante para sobreponerse ante adversidades.
b. Al igual que la tierra útil para ser explotada está de forma
natural diseminada, los grupos campesinos con sus instrumentos y medios de producción también lo están al vincularse directamente con ésta, además de por una cuestión
estructural –sostenibilidad y racionalidad económica–. La
tierra debe estar delimitada y/o parcelada, lo que no facilita
la concentración poblacional ni la introducción de mejoras
tecnológicas en la organización del trabajo. El nivel de las
fuerzas de trabajo con el que se desarrolla la actividad en
cada grupo doméstico es bajo, aunque suficiente dentro de
las condiciones en las que se produce.
c. La racionalidad de la economía campesina estaría regida por la necesidad de asegurar la plena reproducción de
todos los miembros que integran el grupo doméstico, intentando evitar el agotamiento de los recursos obtenidos
del MN y MT, así como la especialización de los espacios
naturales y de sus actividades productivas (Toledo, 1993:
209-210). Se adoptan así estrategias que maximicen la variedad de recursos para proveer las necesidades a lo largo
de todo el año a través de la gestión de espacios heterogéneos y el aprovechamiento de su diversidad biológica. Es
lo que V. Toledo y otros (1976: 33-39) definieron como
la estrategia multiuso, claramente orientada a la consecución de la autosubsistencia, que no la autarquía (Meillassoux, 1993: 60). Esta aptitud y orientación económica
no excluye la existencia de especialistas –que no de especialización laboral a tiempo completo– en determinados
procesos de trabajo o práctica de técnicas –metalurgia,
tejeduría o eboraria, por ejemplo–, ya que su ejecución no
supone el menoscabo de las actividades agrícolas.
d. Cada grupo destinaría buena parte de lo producido al consumo individual y social, previendo la reserva de otra parte
para la siguiente producción de cosechas o instrumentos.
Ahora bien, con independencia de ello, todo grupo doméstico puede con su trabajo, principalmente con el plustrabajo efectuado durante los periodos improductivos o de
menor actividad agrícola (Meillassoux, 1993), producir un
conjunto de bienes sobrantes que pueden ser transferidos
a la sociedad con el propósito de cubrir las necesidades
sociales adquiridas para su reproducción.
Esta última cuestión es capital ya que en cualquier análisis
histórico determinar la capacidad que tuvieron los productores directos –el campesinado– de disponer libremente o no de
su plustrabajo o de los bienes resultantes y sobrantes de su
trabajo para su transferencia a la sociedad es fundamental. Si
[page-n-3]
contaban con dicha capacidad estamos ante lo que denominamos como plusproductos, mientras que, si dicha capacidad le
ha sido enajenada por un grupo social dominante y esa parte
de la producción no revierte en forma alguna al grupo que lo
ha generado, entonces se trataría de excedentes (Bate, 1998;
Risch, 2002: 26). Esta diferencia es el rasgo esencial que permite considerar si estamos refiriéndonos a grupos campesinos de una formación social tribal (Vargas, 1990; Sarmiento,
1992), en el primer caso, o de distintas formaciones sociales
clasistas (Bate, 1984; 1998), con diferentes formas de extracción del excedente a los grupos campesinos, en el segundo.
Mientras en el primero no hay intención de enriquecerse, sino
cubrir las necesidades que no se pueden satisfacer con lo obtenido de su MN o MT, además de fortalecer la reciprocidad o
los vínculos afectivos, políticos y de reproducción biológica
con otras células productivas o comunidades (Meillassoux,
1993: 14); en las formaciones clasistas el objetivo de los
grupos dominantes es apropiarse, en primera instancia, del
plusproducto, pero también de la fuerza de trabajo o de los
medios de trabajo de los grupos campesinos, con el objetivo
de acumular bienes y asegurar su privilegiada posición social.
El excedente aparece cuando la apropiación del resultado material del trabajo es restringido socialmente, y del grado de
asimetría entre la producción social y el consumo individual
dependerá el nivel de explotación económica y desigualdad
social (Risch, 2002: 27).
Para afianzar el mantenimiento del proceso social de extracción del excedente a los grupos campesinos, sería necesario conseguir su dependencia económica del MS, es decir, que el consumo de los bienes básicos en la producción y reproducción en
el seno de cada unidad doméstica, obtenidos a través del MS se
fuese incrementando. Ésta se alcanzaría aumentando y desarrollando las condiciones materiales necesarias para la participación
en la vida social –mejores instrumentos, nuevos bienes de considerable valor social e identificación grupal, etc.–, además de
disuadiendo a los grupos campesinos de recurrir continuamente
al intercambio económico.
Así, determinar qué bienes fueron obtenidos directamente
por los grupos domésticos campesinos del MN y MT, y cuáles
lo fueron a través del intercambio en el MS, nos acercará a
concretar el grado de desarrollo económico, pero también de
dependencia del mismo. Utilizar este indicador como forma
de determinar el modo de vida y el grado de desarrollo social
de aquellos grupos, así como inferir la capacidad y formas de
extracción del excedente en cada sociedad concreta clasista y
momento histórico, se constituye en una vía de análisis poco
explorada hasta el momento en los estudios arqueológicos.
LA GEOGRAFÍA ARGÁRICA DEL EXTREMO
ORIENTAL DE LA FOSA INTRABÉTICA
El área donde se ubica el asentamiento de Caramoro I, como ya
hemos señalado en capítulos anteriores, se enmarca en el extremo más septentrional del sureste de la península ibérica, exactamente en las zonas de contacto entre los dominios Subbético
y Prebético meridional valenciano, en la actual área litoral del
sur de la provincia de Alicante (Matarredona et al., 2006). Se
encuentra delimitado al sur por el asomo de destacados vestigios del dominio interno en las sierras de Callosa y Orihuela,
aisladas en una gran fosa tectónica; y al este, por un conjunto
de sierras –Abanilla, Crevillente, Tabayá, etc.– de edad jurásica
que, en sentido suroeste-noreste, cerrarían dicho espacio.
Figura 20.2. Mapa del área
argárica donde se ubica
Caramoro I, en el que se
indican los recursos litológicos
y metalíferos existentes en la
zona.
245
[page-n-4]
Figura 20.3. Ubicación
de Caramoro I
en relación con
los principales
asentamientos argáricos
de la zona y de los
límites con el ámbito del
“Bronce Valenciano”.
El territorio delimitado por esta serie de elevaciones que delimitan la cuenca del Bajo Segura constituye la depresión septentrional de la fosa tectónica Intrabética, constituida por las vegas
de Orihuela, Dolores y, por proximidad a Caramoro I, la de Elche.
Esta gran área queda enmarcada principalmente, por materiales
neógenos y pliocuaternarios. Rebordes sobreelevados que contactan, de forma compleja, sobre el Cuaternario más reciente que
predomina en el amplio espacio hundido de la fosa propiamente
dicha. Aunque el régimen de precipitaciones es escaso –sobre los
300 mm anuales–, existen amplias extensiones de tierras de considerable potencia edáfica, llanas y de escasa pendiente, situadas a
ambos lados del curso del río Segura, pero también a lo largo del
curso del río Vinalopó y, en especial, al sur de la ciudad de Elche.
De hecho, los cultivos tradicionales de la zona han sido principalmente los cereales y en menor medida legumbres y hortalizas,
además de determinadas especies como el lino y el cáñamo, favorecidos por las amplias zonas encharcadas.
Con respecto a la distribución de los recursos litológicos
cabe indicar el contraste existente entre las zonas montañosas,
en especial, el arco montañoso de las sierras de Abanilla-Crevillente-Negra-Tabayá, y los depósitos aluviales y abanicos o
mantos de arroyada de su vertiente oriental. El resultado es un
paisaje ciertamente agreste, surcado por una enorme cantidad
de ramblas, que vienen a desaguar todas ellas a los ríos y a
la laguna del Hondo de Elche-Crevillente. Ello significa que,
aunque los recursos líticos se encuentran muy localizados en
las bandas y elevaciones montañosas, existen depósitos derivados de difícil cuantificación y cartografiado a lo largo de
los cursos de las numerosas ramblas que horadan el territorio.
A grandes rasgos se puede señalar que además de arcillas y
limos cuaternarios, se advierte el dominio de las rocas calizas
246
y areniscas, junto a cuarcitas, sílex, yesos y arcillas triásicas,
así como en asomos muy localizados del dominio Bético y
Subbético, justo a unos cuantos kilómetros al sur de Caramoro
I, también están presentes las calizas metamorfoseadas, pizarras, esquistos y rocas ígneas (fig. 20.2). Los únicos afloramientos de sulfuros de cobre y oro de toda la zona se localizan
en la sierra de Orihuela –la Mola, el Oriolet, etc.– aunque el
principal filón cúprico se encuentra al sureste de la sierra, ya
en Santomera (Murcia), en el denominado Cerro de la Mina,
coincidiendo con el asentamiento argárico homónimo (Simón,
1998: 217; Brandherm et al., 2014).
EL PATRÓN DE ASENTAMIENTO EN EL EXTREMO
SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR
Los diversos trabajos de investigación efectuados en el tramo bajo
de los ríos Segura y Vinalopó han venido a reafirmar la hipótesis
de que este territorio fue el área septentrional del espacio social
argárico (Jover y López, 1997; López y Jover, 2014). El patrón
de asentamiento que entre finales del III y la primera mitad del II
milenio cal. BC se configuró puede establecerse en cuatro niveles
(Martínez, 2014), algo que también parece advertirse en el área
nuclear de la sociedad argárica correspondiente a las cuencas de
los ríos Vera, Almanzora, Guadalentín y tramo medio del Segura
(Arteaga, 2000; Ayala, 1991; Lull et al., 2010).
Así, podemos diferenciar cuatro agrupaciones en función de
su tamaño (ver figs. 2.8 y 20.3):
Grupo 1) Los yacimientos con una extensión superficial
en torno a 2 ha –San Antón y Laderas del Castillo– debieron
constituir los asentamientos nucleares y de mayor rango desde
[page-n-5]
a
b
c
d
Figura 20.4. Vistas de distintos yacimientos de la zona en estudio. a. Laderas del Castillo; b. Tabayá; c. Cabezo Pardo; d. Caramoro I.
c. 2200/2150 cal. BC. De los yacimientos de mayor tamaño,
Laderas del Castillo (López Padilla et al., 2017; 2018) se ubica en la vertiente sureste de la sierra de Callosa de Segura,
justo en las laderas de las Camineras, San Bruno y San Juan,
además de las zonas llanas colindantes (fig. 20.4a). Aunque
fue excavado por J. Furgús y J. Colominas, documentando una
amplia variedad de tumbas con destacados elementos de ajuar
(Soriano, 1989), han sido las recientes excavaciones las que
han evidenciado estructuras domésticas. La excavación de una
superficie de unos 400 m2 ha permitido documentar grandes
muros de aterrazamiento sobre los que se edificaron diferentes
viviendas superpuestas entre el 2200 y 1600 cal. BC. Este registro ha hecho posible concretar cambios significativos en la
gestión de los espacios y en la materialidad. También han sido
documentadas 7 tumbas en fosa y urna, algunas con ajuares
cerámicos y objetos de marfil, correspondientes a los momentos centrales de ocupación.
Grupo 2) Asentamientos entre 0,5 y 1 ha, situados sobre las
principales vías de comunicación, tanto en las rutas con las sociedades colindantes, como de conexión con el área argárica y fundados preferentemente desde los momentos iniciales. Su vigencia
en algunos casos parece también truncarse hacia c. 1500 cal BC,
aunque en otros, como Tabayá, mantuvieron su ocupación hasta
momentos indeterminados del Bronce final (Jover et al., 2016).
En la actualidad se cuenta con la información procedente de
las actuaciones efectuadas en la Illeta dels Banyets (Soler Díaz,
2006), así como del Tabayá (Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019) (fig. 20.4b). Tabayá ocupa el espolón rocoso más
cercano al río Vinalopó de la sierra homónima, dominando su
paso. Su disposición en la ladera septentrional evidencia su clara
orientación visual hacia las tierras externas al espacio argárico.
Las excavaciones efectuadas por M. S. Hernández entre 1986 y
1991 en la terraza inferior permitieron documentar una amplia
secuencia ocupacional desde c. 2150 hasta el tránsito al I milenio
cal BC, con la superposición de edificios de tendencia rectangular
levantados con mampostería. En su interior se pudieron registrar
diversas áreas de actividad –un posible telar, concentraciones de
molinos, etc.– así como tumbas de tipo cista de mampostería,
urna y fosa con ajuares diversos (Hernández y López, 2010; Hernández et al., 2019).
Grupo 3) Los yacimientos del tercer nivel, con un área habitada
entre 0,1 y 0,3 ha, fueron fundados en torno a 2000/1950 cal. BC y
parecen perdurar hasta 1500 cal. BC. Por lo que respecta a este grupo de asentamientos, entre 2006 y 2012 fue desarrollado un programa de excavaciones arqueológicas sistemáticas en Cabezo Pardo
(López Padilla, 2014a) (fig. 20.4c). Este asentamiento se localiza
sobre un cerro redondeado aislado del Triásico Alpujárride, situado
al noroeste de la sierra de Callosa de Segura. Está rodeado por amplias extensiones de tierras llanas y amplios espacios endorreicos.
Las excavaciones emprendidas muestran un asentamiento argárico
muy transformado por una ocupación emiral posterior. Para la primera de las ocupaciones, se pudieron diferenciar 3 momentos de
247
[page-n-6]
ocupación desde 1950 hasta 1550 cal. BC. Para la fase más antigua
solamente se han podido documentar los restos de una vivienda de
tendencia oval, mientras que para los momentos centrales, se constata una importante remodelación con diversas estancias adosadas
de tendencia rectangular dispuestas a un lado de una calle, con un
edificio de mayores dimensiones al otro. Sobre los suelos de ocupación de las distintas estancias fueron recuperados ajuares domésticos: instrumentos de molienda, percutores, vasijas cerámicas, además de dos enterramientos sin ajuar correspondientes a la segunda
y tercera fase. A partir de 1550-1500 cal BC, como parecen indicar
las dataciones de Cabezo Pardo (Jover et al., 2014) y de un buen
números de núcleos argáricos, buena parte de los asentamientos
fueron abandonados, produciéndose movimientos poblacionales
de reorganización territorial (Lull et al., 2013).
Grupo 4) Por último, un amplio grupo de enclaves con
menos de 0,1 ha de extensión y, posiblemente, de menor duración, cuyo momento de fundación y periodo de ocupación
puede oscilar ostensiblemente de unos a otros. Entre otros
asentamientos, en este grupo se incluye Caramoro I (Jover et
al., 2018, Pastor et al., 2018), núcleo de muy pequeño tamaño, como ha sido descrito, localizado en un espolón rocoso
dispuesto en voladizo en la margen izquierda del río Vinalopó
(fig. 20.4d). Caracterizado por un sistema defensivo integrado por un antemural, un bastión y un muro de gran anchura
que cerraba un espacio habitable con al menos 5 estancias, su
fundación se remonta al 2000-1950 cal BC, mientras que su
abandono no se prolongó más allá del 1750 cal. BC.
SOBRE LA MATERIALIDAD EN EL EXTREMO
SEPTENTRIONAL DE EL ARGAR: CARAMORO I
COMO CASO DE ESTUDIO
En el proceso de excavación arqueológica de Caramoro I, pero
también de los asentamientos argáricos citados han sido documentados una amplia y variada gama de recursos de muy diversa naturaleza. En la tabla adjunta (tabla 20.1) han sido agrupados en relación con la principal actividad desarrollada para su
obtención, al uso al que fueron destinados y el probable espacio
o medio de procedencia. Y, decimos probable, a modo de hipótesis, porque no se puede descartar que el medio de procedencia
–MN, MT o MS– fuese otro que el sugerido, en especial, en el
caso del MS. En momentos de carestía o catástrofe, sería habitual que la cooperación y reciprocidad entre grupos humanos
fuese esencial para la subsistencia.
Atendiendo a las condiciones materiales adquiridas, han sido
establecidos 5 grandes ámbitos: las evidencias relacionadas con la
construcción de los espacios de residencia, la alimentación, la vestimenta e indumentaria personal, los instrumentos de trabajo y las
evidencias materiales que se pueden vincular con el mundo ideológico, básicamente con las creencias o aspectos lúdico-festivos.
Las evidencias de la construcción de los espacios
de residencia
Con independencia del tamaño de los asentamientos excavados, se advierte una importante inversión laboral en la construcción de los espacios de residencia y actividad. En Caramoro
I, a pesar de su reducido tamaño, fue construido un gran muro
de cierre de más de 30 m, reforzado con un antemural y un bas248
tión en la zona de acceso a las distintas viviendas. En otros casos, como Tabayá o Cabezo Pardo, el hecho de que la superficie
excavada haya sido mucho más limitada impide determinar si
también fue así, aunque las viviendas guardan un patrón similar.
Por su parte, en Laderas del Castillo, la fuerte pendiente de la
ladera y el continuo riesgo de fuertes escorrentías de sedimentos
y bloques, obligó a la construcción de grandes plataformas de
aterrazamiento sobre las que edificar las viviendas.
Los materiales de construcción empleados se obtendrían
del entorno inmediato. En Caramoro I se han podido diferenciar tres tipos de rocas utilizadas como mampuestos: calizas
biclásticas arenosas, areniscas y conglomerados, todas ellas
existentes en el propio espolón rocoso, al igual que las margas arenosas de tonos amarillentos y verdosos de la base. Lo
mismo podemos señalar para Cabezo Pardo, donde los bloques
proceden de la misma cresta rocosa del cerro o, en el caso
de las arcillas, de la base (Martínez et al., 2014). En Laderas
del Castillo, fueron los mismos depósitos sedimentarios con
grandes bloques calizos, generados por el arrastre de los derrubios de los abanicos aluviales, los empleados, a pesar de la
inestabilidad y el riesgo que suponen para la implantación del
hábitat humano.
Por su parte, la tierra también fue muy importante en las labores constructivas, aplicada mediante diferentes técnicas, en especial el bajareque (Pastor, 2014; 2017) y el amasado de barro
en forma de bolas o bloques (Pastor et al., 2018). Los estudios
efectuados en este volumen (ver el capítulo 8) señalan que los
materiales térreos procederían del entorno natural circundante, a
lo que se sumarían sedimentos reutilizados, tanto de construcciones previas, como de estructuras de combustión. Los resultados
analíticos de restos constructivos relacionan su composición con
la geología del entorno natural en el que se emplaza, avalado
asimismo por la presencia de ejemplares de malacofauna local
integrados en el mortero de barro. De igual modo, han sido identificadas prácticas de reutilización de materiales en las actividades
constructivas, indicadas por la presencia de desechos antrópicos
en los morteros de barro –cerámica, fauna, cenizas.
De igual modo, los estudios antracológicos muestran la selección de especies existentes en el entorno de los asentamientos –pino carrasco, olivo, tamarisco, lentisco, Quercus, etc.–
para la configuración del entramado del alzado y la techumbre
de las viviendas (ver el capítulo 10). A ello se suma el estudio
macroscópico de los restos constructivos de barro que ha permitido identificar el empleo de carrizo (Phragmites australis)
y cañas (Arundo donax), además de estabilizantes vegetales.
Estas especies vegetales y lígneas utilizadas en la construcción
serían obtenidas del MN y del MT. Fueron estas mismas especies las que también fueron seleccionadas para la elaboración
de algunos instrumentos, para la calefacción e iluminación de
las estancias y el cocinado de alimentos. El estudio de los restos
antracológicos así lo atestigua.
También conviene hacer una especial mención al esparto.
Las fibras de esta planta jugaron un papel fundamental en la
construcción, cordelería, iluminación, calzado e indumentaria, pero sobre todo en la cestería, como lo han hecho hasta la
plena industrialización. Aun cuando las evidencias directas
de esparto son muy limitadas en general, el estudio de las
improntas conservadas en los fragmentos constructivos de
barro ha detectado el empleo de cordajes de esparto en Cara-
[page-n-7]
Tabla 20.1. Relación de recursos documentados en los asentamientos argáricos. Se indica la actividad fundamental con la que se relacionan, tipo de recurso, materia y el espacio de obtención (medio natural –MN–; medio transformado –MT–; medio social –MS–). Con un
asterisco se indica que hasta la fecha dicho elemento no ha sido documentado en asentamientos del área en estudio.
Actividad
Tipo
Alimentación
Frutos silvestres
Recursos silvestres
Recursos alimenticios y orgánicos
Recursos fluviales y marinos
Recursos terrestres
Recursos cultivados: cereales y
leguminosas
Recursos ganaderos
Indumentaria
Edificación e
infraestructuras
Instrumentos de molienda, morteros,
percutores
Vestimenta y calzado básico
Objetos de marfil de jabalí
Objetos de marfil de elefante,
hipopótamo, etc.
Adornos de caparazones marinos
Instrumentos de plata
Instrumentos de oro
Cuentas de collar de piedra, brazaletes,
placas pulidas perforadas, colgantes, etc.
Mampostería construcción
Tierra /sedimentos
Postes, vigas, travesaños, alacenas,
cuerdas, instrumentos y recipientes de
madera
Recursos silvestres
Calefacción y
cocinado
Almacenamiento, Objetos de almacenamiento y transporte
transporte y
cocinado
Objetos de almacenamiento y transporte
Objetos de almacenamiento y transporte
Producción y
consumo
Instrumental óseo
Instrumentos de cobre
Instrumentos de bronce
Percutores líticos (instrumentos de cara
plana o ligeramente redondeada)
Percutores líticos (instrumentos de cara
plana o ligeramente redondeada)
Bruñidores líticos
Alisadores/afiladeras
Materia
Acebuchinas, bellotas, Vitis*, etc.
Miel*, plantas medicinales*, cortezas de árboles*, etc.
Especies silvestres (ciervo, caballo, corzo, uro, liebre,
conejo, castor, lince, galápagos, reptiles, aves, etc.).
Barbo, anguila, lisa, mero blanco, breca, galupe, pardete,
dorada, etc.
Sal*
Trigo, cebada, habas, lentejas, guisantes, etc.
Especies domésticas (ovicaprinos, bóvidos, suidos, canis,
etc.)
Conglomerados, microconglomerados, areniscas,
vulcanitas
Lino, lana*, pieles**, esparto, juncáceas, etc.
Sus scropha
Elefante africano
Espacio de
obtención
MN
MN
MN
MN
MN
MT
MT
MN
MN/MT/MS
MN
MS
Glycymeris, Cerastoderma, Conus, Cypreae, etc.
Plata
Oro
Caliza, areniscas
Rocas metamórficas, piedra verde
Calizas (dolomías), conglomerados, areniscas
MN/MS
MS
MT/MS
MN/MS
MS
MN/MT
Margas arcillosas, arcillas, limos, gravas, ocres, cal
Pino carrasco, olivo, tamarisco, pistacia, Quercus,
madroño, enebro, esparto, resto de herbáceas, etc.
MN/MT
MN
Leña, estiércol*, etc.
MN/MT
Recipientes cerámicos elaborados con arcillas secundarias
y terciarias y desgrasantes minerales y vegetales
MN
Recipientes cerámicos elaborados con desgrasantes
metamórficos
Cesto y recipientes de esparto, juncos, pieles, etc.
MS
Especies domésticas habitualmente criadas y consumidas
y alguna especie silvestre: OV, Bos, suidos, Equus y
Cervus
Cobre, cobre con arsénico
Cobre con estaño
Cuarcitas, calizas
MN/MT
MN/MT
MN/MT/MS
MS
MN
Diabasas/metabasitas
MN/MS
Cuarcitas, calizas
Areniscas, cuarcitas
MN
MN
Alisadores/afiladeras
Instrumentos con filo: hachas, azuelas,
cinceles líticos
Instrumental tallado
Esquistos
Diabasas-metabasitas
Fibrolita
Sílex, cuarcita
Instrumental con mortero de tierra y
terracota: pesas de telar, fusayolas,
morillos, soportes, terracotas zoomorfas,
fichas, bolas, etc.
Margas arcillas con desgrasantes vegetales y minerales
MN/MS
MN/MT/MS
MS
MN
MN/MT
249
[page-n-8]
Figura 20.5. Restos de un rollizo de madera y de cuerdas de esparto
carbonizados, caídos sobre el pavimento de una vivienda de Cabezo
Redondo (Villena, Alicante). Fotografía: Mauro S. Hernández.
Figura 20.6. Restos carbonizados de uno de los sacos de esparto
documentados en Terlinques (Villena, Alicante).
moro I. En otros asentamientos próximos como Terlinques o
Cabezo Redondo (Jover y López, 2013) han sido documentados un buen número de cestos, tapaderas, cordajes y otros
utensilios, que permiten valorar su recurrente y diverso uso
cotidiano, gracias a su abundancia en el Sureste peninsular,
facilidad de obtención y preparado (figs. 20.5 y 20.6).
tancia de la explotación de higos, ni de moras, sí constatados en
el área murciana y almeriense (Pérez, 2013: 181-183). En este
sentido, tan sólo en Caramoro I hay presencia de acebuchinas y
de otros frutos no identificados.
Todos los datos expuestos parecen indicar que los cereales
fueron los principales cultivos, además de la base esencial de
la dieta. Se trataría de una agricultura cerealista, en régimen de
secano, con el uso del arado tirado por bovinos, complementada por leguminosas procedentes de pequeñas huertas, y por el
aporte complementario proporcionado por las especies silvestres existentes en cada zona.
Junto a las especies vegetales señaladas, también se constatan especies animales domesticadas –cabra, oveja, cerdo, vaca
y perro– y otras salvajes –ciervo, corzo, jabalí, lince, castor, conejo, liebre, perdiz, fochas, peces, etc., y entre los que persiste
cierta controversia en incluir o no al caballo (Liesau, 2005)–, de
las que se efectuaría un aprovechamiento pleno (fig 20.7).
Además de carne, leche y lana de oveja, también serían
aprovechadas las pieles, tendones, tripas, cornamentas y plumas, así como determinados huesos en la elaboración de vestimentas, cordajes e instrumentos. Tampoco podemos olvidar la
importancia del estiércol en el abono de los campos de cultivo,
como combustible para hogares o en la protección contra insectos y como estabilizante en los morteros de tierra para la construcción (Pastor, 2017).
Los estudios arqueozoológicos de Caramoro I efectuados
en este trabajo por L. Andúgar Martínez (ver capítulo 11),
pero también de otros asentamientos próximos, muestran una
composición de la cabaña ganadera muy similar, encabezada por cabras y ovejas, seguidas de cerdos, vacas y perros,
y caballos. Sin embargo, en atención al peso de los restos
óseos –parámetro que tradicionalmente se ha considerado representativo de la cantidad de carne proporcionada por cada
taxón– el orden de importancia varía ligeramente, colocando
al vacuno en primer lugar (Rizo, 2009; Benito, 2014). La
cuestión del aprovechamiento de bueyes y caballos en trabajos de acarreo, transporte y, tal vez de laboreo del campo
mediante el empleo de arados, continúa abierta. No obstante, los últimos estudios persisten en señalar indicios que se
han relacionado insistentemente con estas prácticas, como la
La alimentación
Los estudios carpológicos efectuados en casi todos los yacimientos de la Edad del Bronce en el Este y Sureste de la península ibérica han puesto de manifiesto una destacada presencia
de cereales, básicamente de trigo desnudo y cebada vestida
(Buxó, 1997; Pérez, 2013), patrón también constatado en Caramoro I (capítulo 10), Cabezo Pardo (Pérez, 2014: 304-306)
y Laderas del Castillo. En el cercano asentamiento argárico de
la Illeta dels Banyets también fue registrada la presencia de
cebada vestida, de la variedad tetrastichum –cebada de seis
carreras de espiga laxa– además del señalado trigo desnudo
(Pérez, 2013: 173). Por otro lado, los estudios isotópicos efectuados sobre semillas de trigo en yacimientos próximos como
Terlinques (Mora et al., 2016) han señalado el uso del agua
para su crecimiento, explicable por la presencia de espacios
endorreicos en sus alrededores. Estas mismas características
se repetirían en Cabezo Pardo, Caramoro I y probablemente,
Laderas del Castillo.
Junto a las evidencias de cereales, también se constata el consumo, aunque en mucho menor número, de leguminosas como
habas –Vicia faba– y guisantes –Pisum sativum–, acompañadas
de vezas –Vicia sativa– y lentejas –Lens culinaris–. Así, en Caramoro I están presentes las habas, además de, posiblemente,
las lentejas (capítulo 10), mientras que en Cabezo Pardo (Pérez,
2014: 304-305) destaca la presencia de habas y guisantes. Todo
indica que en los entornos de los yacimientos se habrían configurado espacios de huerta cercanos a cursos de agua.
Por su parte, la recolección de recursos silvestres también
sería un importante complemento de la dieta. En el ámbito argárico advertimos la constatación de bellotas, aceitunas y uvas
silvestres, aunque también de otros frutos como lentisco, madroño, plantas como lino silvestre, adormidera, además de otras
para usos culinarios y medicinales (Pérez, 2013). No hay cons250
[page-n-9]
presencia de patologías óseas en el esqueleto apendicular y,
sobre todo, patrones de sacrificio que muestran una preferencia clara por el mantenimiento del animal mucho más allá
de su edad óptima para el aprovechamiento exclusivamente
cárnico (Andúgar, 2016).
A las especies domésticas se añade un largo listado de especies
salvajes cazadas, cuya composición viene determinada por las características del MN en el que se ubicó cada asentamiento. Entre
ellas cabe destacar el ciervo y, sobre todo, el conejo, seguidos a
distancia por cabra montesa, corzo, liebre, lince, lobo, castor y diversos tipos de aves y reptiles, evidenciando el aprovechamiento
integral de la diversidad biológica del entorno de los asentamientos
(Benito, 2014; Andúgar, 2016). Asimismo, no podemos olvidar los
recursos acuáticos. Los estudios efectuados en Caramoro I y Cabezo Pardo señalan el consumo de barbo, sin olvidar otras especies
constatadas en este último, como anguila, lisa, mero blanco, breca,
galupe, pardete o dorada, presentes en el segundo (Roselló y Morales, 2014). En Caramoro I, sin poder destacar su abundancia por las
condiciones de recogida y selección de los restos documentados,
también han sido constatadas especies de aguas saladas como la
dorada y el mújol, además de otros de agua dulce de la familia de
los Cyprinidae. También habría que considerar el aprovechamiento
bromatológico de diversos moluscos marinos en los asentamientos
próximos a la costa, ya que en los alejados más de 20 km, como
es el caso de Caramoro I, el destino de los caparazones fue el de
servir como adornos, al haber sido recolectados post-mortem en el
litoral (Luján, 2014). La mayoritaria presencia de caparazones de
Glycymeris y Cerastoderma con señales de desgaste y afección así
lo evidencian (fig 20.8).
Por último, en el caso concreto de los yacimientos aquí analizados no tenemos todavía constancia del consumo de sal, bebidas alcohólicas, miel o cera de abeja, productos estos últimos
para los que sí se cuenta con indicios en otros asentamientos
argáricos (Molina y Rosell-Melé, 2017: 53-63).
Figura 20.7. Marcas de corte documentadas sobre restos óseos de
extremidados de ovicaprinos consumidos en Caramoro I.
Vestimenta e indumentaria
El lino constituiría la planta con la que, en esencia, serían
elaboradas buena parte de las prendas. Su conservación en
los registros arqueológicos es realmente difícil, y solamente
en contextos con condiciones muy especiales se ha podido
conservar. Por desgracia, no ha sido este el caso de Caramoro
I. Sin embargo, su presencia, en forma de semillas, de tallos
o como tejidos ya elaborados está constatada en numerosos
yacimientos argáricos (Jover y López, 2013). En San Antón
y Laderas del Castillo tejidos de lino han sido documentados
como fundas asociadas a instrumentos metálicos (fig. 20.9),
mientras que en Tabayá, además de un pequeño fragmento
de funda de la tumba nº 1, fue evidenciada la presencia de
diversos fragmentos de tejido en la tumba nº 5 (Hernández y
López, 2010: 226).
A pesar de la dificultad de su conservación todo parece
indicar que su cultivo estuvo bastante extendido. La especie
constatada en la península ibérica es alóctona –Linum usitatissimum– y se caracteriza por necesitar del trabajo humano para
su reproducción, puesto que requiere de la extracción de sus
semillas y su plantación. A pesar de la ausencia de semillas en
los yacimientos en estudio, el hecho de que para su cultivo se
requieran suelos de mediana fertilidad, tanto en zonas ricas en
humus y arenosas, bien drenadas, como en zonas relativamente
Figura 20.8. Caparazones documentados en Caramoro I. Obsérvese
en la concha de Glycymeris situada en la zona superior izquierda la
acción de los organismos litófagos.
húmedas o áridas con riego (Alfaro, 1984), posibilita que haya
sido cultivada en los entornos de los mismos, más aún si tenemos en cuenta que en todos han sido documentados instrumentos para la producción de tejidos.
Más difícil es la conservación de la lana, la otra materia
prima con la que se elaborarían habitualmente las prendas de
abrigo. La cría mayoritaria de ovicaprinos y la constatación
de una proporción equiparable entre cabras y ovejas, en todos
los yacimientos en estudio, permite considerar que una parte
del rebaño estaría destinado, fundamentalmente, a la obtención de lana. Las prendas de lana o lino podían combinarse
con pieles o con otras fibras vegetales de tipo esparto o juncáceas en forma de perneras u otros complementos, como ha
quedado constatado en la tumba 121 de Castellón Alto (Molina et al., 2003).
251
[page-n-10]
Figura 20.9. Detalle del tejido de lino
conservado en uno de los cuchillos de San
Antón (Orihuela, Alicante). MARQ. Museo
Arqueológico de Alicante.
Ahora bien, junto a las prendas de vestir, en el ámbito argárico destaca el mundo del adorno. En este sentido fueron
elaborados adornos a modo de collares, colgantes, brazaletes,
tobilleras o adornos cosidos a prendas. En todos los yacimientos han sido documentados objetos de hueso, nácar o piedra, de
fácil obtención del MN o MT. Sin embargo, en Caramoro I destaca la presencia de botones, brazaletes y colgantes de marfil de
elefante (fig. 20.10), también presentes en Tabayá, San Antón,
Laderas del Castillo e Illeta dels Banyets, tanto procedentes de
contextos domésticos, como funerarios (López Padilla, 2011).
Aunque durante el II milenio parece asistirse en todo el mediodía peninsular a un descenso relativo del consumo de marfil
con respecto al Calcolítico (Schuhmacher, 2012; López Padilla,
2012), su presencia generalizada evidencia que nunca dejó de
emplearse para el ornato o para atribuir valor social a objetos
de uso personal –como, por ejemplo, peines– (López Padilla,
2011). No obstante, sólo en ciertos enclaves como Tabayá o la
Illeta dels Banyets se documentan porciones de marfil en bruto
o desechos de producción, lo que probablemente indica una neta
separación entre unos pocos centros productores y distribuidores y el resto de los enclaves, meros receptores de productos
acabados –como parece ocurrir en Caramoro I– o a lo sumo de
preformas ya semielaboradas.
Sin embargo, lo más reseñable es la total ausencia en Caramoro I de adornos de oro, plata y cobre, cuyo reparto entre
asentamientos es bastante desigual. De ajuares funerarios
procede la documentación en San Antón de anillos, espirales
y conos perforados de oro, además de espirales y brazaletes
de plata y cobre (Simón, 1998: 27-29). En menor proporción, de Laderas del Castillo destaca la presencia de anillos,
brazaletes y espirales de plata (Simón, 1998: 30-42), al igual
252
que en Tabayá, aros, anillos, y una diadema de plata, además
de brazaletes y anillos de cobre (Simón, 1998: 61-73). Por el
contrario, en los yacimientos de menor tamaño como Cabezo Pardo solamente se documentaron 3 aros y un fragmento
de lámina de cobre (Soriano, 2014: 219-224), mientras en
Pic de les Moreres, Puntal de Búho o Caramoro I sólo se han
constatado evidencias de instrumental de cobre.
Instrumentos de trabajo
Entre el repertorio documentado en los ámbitos domésticos de
los yacimientos arqueológicos destacan los instrumentos de
trabajo y los desechos asociados. Los diferentes complejos artefactuales determinados muestran el empleo de todo tipo de
materias primas: hueso y asta, conchas, maderas, rocas, arcillas
y metales como el cobre o bronce (fig. 20.11).
Una parte importante del instrumental estaría elaborado
en hueso de especies domésticas y asta de ciervo (ver capítulo 15), destacando una amplia gama de punzones, espátulas,
cinceles, agujas, sierras o puntas de flecha (fig 20.12). Los
datos apuntan a una mejora en la productividad con respecto
al Calcolítico, que se ve reflejada en una mayor diversidad
artefactual y en cambios en la estrategia productiva. En el
caso de los punzones, ésta se tradujo en una reorientación
hacia la elaboración de instrumentos con una vida útil más
prolongada, abandonando los metapodios como soporte óseo
en beneficio de las tibias de ovicaprinos. Otra mejora es el
progresivo incremento del empleo de asta de ciervo para la
elaboración de herramientas. Las astas pueden recolectarse y
almacenarse durante bastante tiempo, poseyendo una mayor
resistencia y durabilidad que los instrumentos de hueso (López Padilla, 2011).
[page-n-11]
Figura 20.10. Conjunto de botones cónicos de marfil de San Antón
(Orihuela, Alicante). MARQ. Museo Arqueológico de Alicante.
Uno de los complejos artefactuales más destacados es el elaborado sobre rocas –sílex, areniscas, calizas, conglomerados,
microconglomerados, cuarcitas, piedras de yeso, diabasas o metabasitas, rocas metamórficas, etc.–. Los estudios efectuados en
Caramoro I (fig. 20.13a), pero también en otros asentamientos argáricos de la zona estudiados como Cabezo Pardo (Jover, 2014),
Tabayá o Laderas del Castillo (Jover, 2009), muestran que casi en
su totalidad –molinos, morteros, percutores, bruñidores, afiladeras, dientes de hoz, etc.– serían elaborados sobre rocas obtenidas
a escasa distancia de los asentamientos. No obstante, algunos objetos como placas pulidas sobre pizarras o esquistos –rocas existentes en los Cabezos de San Isidro, y sierras de Callosa y Orihuela– están presentes en asentamientos alejados a más de 20 km. Lo
mismo ocurre con los instrumentos pulidos con filo de tipo hacha
o azuela, junto a algunos percutores, mazos o yunques, elaborados sobre diabasas/metabasitas cuyos asomos están mucho más
localizados. Para asentamientos como Cabezo Pardo o Laderas
estás rocas podrían ser obtenidas de forma directa, pero no para
Caramoro I (fig. 20.13b), alejado del afloramiento del Cabezo
Negro en 18 km, y a algo más de 30 km de los afloramientos de
la sierra de Orihuela. Por tanto, todo parece indicar que este tipo
de rocas duras sería más asequible obtenerlas a través del MS,
más aun teniendo en cuenta la existencia de otros asentamientos
argáricos en las proximidades de los asomos.
En el caso de la vajilla cerámica, las analíticas efectuadas
mediante lámina delgada y XRD de diversos conjuntos de Caramoro I y también en otros asentamientos cercanos como Pic
de les Moreres, muestran el empleo de arcillas y desgrasantes
locales, atestiguado además por la presencia de microfósiles de
las etapas geológicas presentes en sus alrededores (Seva, 2002:
130). Solamente unos pocos recipientes de Caramoro I, siempre
en porcentajes inferiores al 1,5 %, con desgrasantes micáceos y
cuarzo metamórfico, permitirían considerar que su procedencia
y/o fabricación fue realizada en otros asentamientos de las tierras del sur de Alicante o, incluso, en tierras más meridionales
(Seva, 2002: 148-150).
En otros trabajos como el hilado y la tejeduría serían empleados instrumentos de madera, como husos y telares verticales, e instrumentos de barro, como fusayolas y pesas de
telar, elaborados con materiales del MN o MT. La presencia
de algunas concentraciones de pesas de telar en los niveles de
ocupación de Caramoro I, pero en especial, del edificio A (ver
capítulo 18), pone de manifiesto que la tejeduría sería una actividad extendida entre todos los grupos domésticos campesinos
a lo largo del tiempo.
Solamente queda referirse al instrumental metálico, básicamente de cobre o cobre arsenicado (Simón, 1998). Punzones, cinceles/escoplos y puntas de flecha, además de cuchillos
constituyen la base instrumental a la que parecen tener acceso
todos los asentamientos (fig. 20.11b). A estos cabe sumar, en
principio, las sierras –Laderas del Castillo, Illeta dels Banyets–
y hachas planas –Laderas del Castillo, Illeta dels Banyets, San
Antón, Tabayá–, aunque su distribución parece indicar su prioritaria presencia en los asentamientos de mayor tamaño. En el
caso de Caramoro I fueron localizados punzones, una punta de
Palmela, un posible cincel y una amalgama de bolitas de cobre
a modo de lingote desechado en el relleno de construcción del
refuerzo del acceso al asentamiento. No hay evidencia alguna ni
de su fabricación ni de otro tipo de instrumental a pesar de haber
sido excavado prácticamente en su totalidad y haberse materializado, al menos, un gran incendio.
No obstante, no debemos olvidar que los puñales –en algunos casos con pomos de marfil–, alabardas o estoques-espadas, pero también algunas hachas planas grandes, proceden
exclusivamente de ajuares funerarios de tumbas localizadas
en los asentamientos de mayor tamaño –San Antón, Laderas,
Tabayá, Illeta–, estando totalmente ausentes en los de menor
rango –Caramoro I, Cabezo Pardo, Pic de les Moreres, etc.–.
Figura 20.11. Conjunto de hachas de metal de Laderas del Castillo
y San Antón. Colección Furgús. MARQ. Museo Arqueológico de
Alicante.
253
[page-n-12]
La materialidad de la ideología, creencias o actividades
lúdicas-festivas
Figura 20.12. Cinceles y paletas de asta de ciervo y de hueso de
Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante). Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela.
Figura 20.13. Molino y mazo de Laderas del Castillo (a y b), brazales de arquero (c) y cincel de fibrolita de Tabayá (d).
Por tanto, el tamaño de los asentamientos es un aspecto a
tener en cuenta a la hora de analizar el acceso a determinados
instrumentos de trabajo y armas, además de adornos metálicos (López y Jover, 2014). Este dato coincide con el hecho
de que solamente en los asentamientos mayores –San Antón
y Laderas, y con ciertas reservas en Tabayá e Illeta dels Banyets (Simón, 1998: 219-220)–, es donde ha sido registrada
la presencia de moldes de fundición, escorias, adherencias
y crisoles, permitiendo inferir, por el momento, que las actividades de producción metalúrgica serían realizadas en los
asentamientos de mayor rango y posición privilegiada sobre
el territorio.
254
Por último, cabe señalar que son muy pocos los objetos que se
puedan relacionar con actividades ideológicas o lúdico-festivas
(López et al., 2017; 2018). Entre otros destacan las microvasijas
que reproducen las formas habituales del mundo argárico, asociadas a juegos y a los procesos de aprendizaje en la infancia, como
las documentadas en Peñalosa (Alarcón et al., 2008: 279, Fig. 7),
Laderas del Castillo o San Antón. Pero también de fichas de piedra
y cerámica recortadas presentes en buena parte de los asentamientos los asentamientos, así como bolitas de piedra, cerámica o de
barro endurecido, ya documentadas por los hermanos Siret en el
asentamiento de El Argar (Siret y Siret, 1890, Lám. 24, nº 77, 78) y
también en Caramoro I.
No obstante, quizás lo más representativo sean las figuras
zoomorfas de arcilla, representando vacas o toros, constatadas
en Laderas del Castillo (López et al., 2018; 2019), Caramoro
I (fig. 20.14) y en otros yacimientos argáricos, como El Argar
(Siret y Siret, 1890, Lám. XVII.1-3). Las arcillas empleadas en
su elaboración también procederían del MN.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Las investigaciones arqueológicas efectuadas en Caramoro I han
evidenciado que en su construcción fue invertida una importante
cantidad de trabajo en aterrazamientos, muros de delimitación y
refuerzos. En todos los casos fueron edificadas viviendas de tendencia rectangular con extremos absidales o rectilíneos, empleando mampuestos, tierra y entramados vegetales. Estas viviendas
de carácter unicelular fueron construidas tanto de forma aislada,
como adosadas, aprovechando los muros medianeros como forma de separación entre ellas. En su construcción fueron empleados recursos disponibles en el MN y MT más próximo, intentado
minimizar la inversión energética y laboral. De hecho, la
reutilización de elementos y desechos en el reacondicionamiento
de viviendas o de nuevos espacios fue bastante frecuente (Martínez et al., 2014; Pastor et al., 2018).
Aunque Caramoro I está próximo a la veda del río, lugar
donde preferentemente estarían emplazadas las parcelas de cultivo, el lugar de asentamiento está ubicado en un promontorio
rocoso de difícil accesibilidad desde el mismo, permitiendo asegurar, de forma prioritaria, la protección de la comunidad y de
su producción –cosecha, ganado, etc.–. Además, la construcción
de un gran muro de cierre y su reforzamiento con un antemural
y diversos contrafuertes, vendrían a mejorar las condiciones de
protección buscadas y socialmente requeridas.
La documentación en el interior de estas estancias de una
amplia gama de instrumentos y de desechos, asociados espacial
y temporalmente, permiten reconocer actividades de producción, almacenamiento, consumo y desecho propios de la vida
cotidiana de pequeños grupos humanos cuyos modos de trabajo
se corresponden con unidades campesinas de base, primordialmente, cerealista. La recurrencia en el registro arqueológico de
las mismas especies de cereales –trigo desnudo y cebada vestida–, pero también de leguminosa en menor proporción; de una
pequeña cabaña ganadera diversificada, de la que se hace un
aprovechamiento exhaustivo de su carne, residuos y productos
derivados (Andúgar y Saña, 2004; Andúgar, en este volumen;
[page-n-13]
Benito, 2014); unido a un aprovechamiento intensivo de todos
los recursos silvestres vegetales y animales existentes en su entorno inmediato, pone de manifiesto que se trataría de comunidades agropecuarias, donde los periodos improductivos de
la agricultura extensiva cerealista, permitirían, como complemento, el desarrollo de prácticas de horticultura, cría de ganado,
caza, pesca, recolección, además de distintas artesanías.
En este sentido, la información disponible también apunta a
que el calzado y la vestimenta elaborados con lana, lino, esparto
u otras fibras vegetales serían manufacturados en el seno de cada
uno de los grupos domésticos, o, como mucho, del asentamiento
en el que vivirían en comunidad. De todos modos, no debemos
descartar el posible intercambio de tejidos ya manufacturados,
así como su posible función como elemento de obsequio o, incluso, tributo. Su mayor valor de producción, debido al tiempo
de trabajo necesario para producirlos, sumado a su facilidad a
la hora de ser transportados, los sitúa entre los productos claves
para suplir ese tipo de menesteres.
De igual modo, los instrumentos de trabajo serían obtenidos o elaborados, en su mayor parte, con recursos existentes
en el MN y MT. Instrumentos de molienda, percutores, afiladeras, armaduras de hoces y cuchillos/denticulados de sílex,
serían fácilmente elaborados con rocas locales, al igual que el
instrumental de madera o sobre fibras vegetales, del que nada
se conserva. De las especies herbívoras consumidas también se
aprovecharían algunos huesos para el instrumental óseo. Las vasijas cerámicas también parecen haber sido elaboradas con arcillas locales. Se constata, en este sentido, un intento de producir
por sí mismos el instrumental y autoabastecerse de las materias
primas necesarias existentes en el entorno más próximo.
No obstante, una parte del instrumental, quizás el de mayor relevancia por su mayor valor de producción, solamente
podría ser obtenido a través del MS. Nos estamos refiriendo, por un lado, a determinadas rocas, como las ígneas, ya
que instrumental sobre fibrolita no ha sido constatado, básicas para labores de tala y trabajo de la madera. Pero también
de todo el conjunto artefactual metálico de cobre –punzones,
cinceles, puntas de flecha, etc.–, cuya producción parece estar localizada en los asentamientos de mayor tamaño, y ausente en los menores. En este sentido, a pesar de que en el
yacimiento del Cerro de la Mina han sido hallados posibles
picos para labores extractivas y uno de los objetos metálicos
analizados parece haber sido elaborado con cobre local, los
primeros estudios de isótopos de plomo indican que buena
parte de los mismos no fueron elaborados con cobre extraído
de la sierra de Orihuela (Brandherm et al., 2014: 124-125).
Aunque todavía es pronto para pronunciarse con rotundidad
ante la falta de un cuerpo de analíticas, si así fuese, el metal
vendría de otros lugares peninsulares, como podría ser la zona
de Linares-La Carolina (Jaén) (Alboledas et al., 2014), bien
por vía terrestre, bien por la vía marítima.
No debemos olvidar que, dadas las características fisiográficas del área en estudio, los medios de navegación facilitarían
una rápida distribución de los productos y materias primas, no
sólo del metal, sino de otros bienes, entre los que debemos citar
el marfil de especies alóctonas (fig. 20.15). No es anecdótico,
por tanto, que una de las pocas áreas de producción de objetos
de marfil haya sido documentada en el asentamiento costero de
la Illeta dels Banyets, y que, precisamente, éste sea uno de los
Figura 20.14. Figurilla de arcilla representando a una vaca o toro,
hallada en Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante).
MARQ. Museo Arqueológico de Alicante. Abajo, fragmento de
una posible cornamenta de figurilla de terracota documentada en
Caramoro I.
asentamientos con un mayor número de objetos de marfil amortizados en tumbas, tanto en forma de botones, como en empuñaduras (López Padilla, 2011).
Además, el hecho de que, generación tras generación,
solamente unos pocos individuos adultos e infantiles, residentes en los principales asentamientos, tuviesen acceso a
los adornos de oro (fig. 20.16) y plata, y que, de ellos, sólo
unos pocos hombres tuvieran la capacidad de ser enterrados
con armas singulares –alabardas, puñales con enmangues de
marfil, etc.–, parece evidenciar que una parte del plustrabajo
y plusproducto de los grupos campesinos ya habría sido controlado por los grupos dominantes a través del intercambio
económico.
Y es que, si bien la estrategia de los grupos campesinos trataría en todo momento de limitar y reducir la dependencia de
productos y materias primas procedentes del MS, la capacidad
de cada grupo campesino de producir en las mismas condiciones y, en especial, de reproducirse biológica y socialmente,
necesariamente estarían ligadas al MS. No es baladí, que sean
precisamente los instrumentos de trabajo con mayor valor de
producción –algunos pétreos como las hachas y metálicos– que
intervienen en las principales actividades productivas y reproductivas de aquellos grupos campesinos, los que serían obligatoriamente obtenidos en el MS. Sólo así los grupos campesinos
conseguirían la reproducción integral del grupo mediante la
autosubsistencia (Meillassoux, 1993), aplicando una estrategia
255
[page-n-14]
Figura 20.15. Indicación del
área septentrional argárica con
los principales yacimientos
y evidencias arqueológicas
destacadas.
económica multiuso (Toledo et al., 1976; Toledo, 1993), bajo
los principios de la racionalidad campesina, aunque aceptando
la extracción de excedentes.
En este sentido, somos de la opinión, a tenor de los datos recabados, que los grupos campesinos, entre ellos los que fundaron y
ocuparon Caramoro I durante algo más de 250 años, serían propietarios de los principales medios de trabajo –en especial la tierra y
el ganado–, intentando cubrir por sí mismos todas sus necesidades
de vivienda, protección, vestimenta, alimentación e instrumentos
de trabajo, regidos por el valor de uso y la sostenibilidad ecológica y económica. Probablemente, parte de sus necesidades también
serían cubiertas a través de procesos de reciprocidad, afectividad y
parentesco con otras comunidades de su MS más próximo.
Figura 20.16. Espiral de oro procedente de una de las tumbas argáricas de San Antón (Orihuela) Colección Furgús. MARQ. Museo
Arqueológico de Alicante.
256
No obstante, la sostenibilidad de las unidades productivas
de menor tamaño, como es el caso de Caramoro I, sería muy
inestable por su incapacidad de reproducción biológica sin
aportación e intercambio constante de miembros con otras comunidades, además de su precariedad estrictamente económica
al intentar sostenerse con una limitada participación –la mínima
posible– en el MS. Así, es como se puede explicar que asentamientos campesinos de muy pequeño tamaño, como Caramoro
I, solamente fuesen ocupados durante 250 años, frente a los 500
años de otros de rango medio, o los más de 700 años de los asentamientos de gran tamaño como Tabayá o Laderas del Castillo.
Sin embargo, el interés de determinados linajes o grupos
por mantener su situación de privilegio los llevaría a dirigir
políticamente, no sólo las transferencias de personas –aspecto
de enorme importancia en las sociedades campesinas (Meillassoux, 1993)–, sino también de bienes, en especial, los de mayor
valor de producción por su procedencia alóctona e inversión de
energía en su fabricación y transporte. Desde nuestra perspectiva, dos serían los mecanismos que se pusieron en marcha a lo
largo de los 700 años de desarrollo de El Argar. En primer lugar, la necesidad de nuclearizar en los asentamientos de mayor
relevancia territorial a la mayor cantidad del campesinado, con
la intención de extraerles una mayor cantidad de excedentes.
Y, por otra, de conseguir un mayor grado de dependencia de
los grupos campesinos ampliamente distribuidos en el espacio
social, a través del control de la producción y distribución de
instrumentos de trabajo y elementos suntuarios de mayor valor,
básicos en la producción y reproducción social.
En estos factores reside la verdadera dimensión y desarrollo
socioeconómico de El Argar, frente a otras sociedades coetáneas del ámbito peninsular: la capacidad que tuvieron los linajes
dominantes de concentrar en algunos núcleos a una importante
masa poblacional de base agropecuaria, así como de crear nuevas necesidades materiales al conjunto de la sociedad a lo largo
de su proceso histórico.
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