Serie de Trabajos Varios 89
Estudios de arqueología ibérica y romana: homenaje a Enrique Pla Ballester
1992
Museu de Prehistòria de València , ISBN 84-7795-952-8
978-84-7795-952-6 , 700 p.
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
SERIE DP. 'TRAIIAJOS \'ARI(I
Nohn 89
ESTUDIOS DE
~
"'
ARQUEOLOGIA IBERICA Y ROMANA
HOMENAJE A ENRIQUE PLA BALLESTER
DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE VALENClA
1992
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE VALENCIA
SERIE DE TRABAJOS VARIOS
Núm. 89
ESTUDIOS DE
,
,
ARQUEOLOGIA IBERICA Y ROMANA
HOMENAJE A ENRIQUE PLA BALLESTER
VALENCIA
1992
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ENR l QUE PLA BALLESTER
Ontinycnt, 1
922 - Valencia, 1988
ubdi rector del . l. P. 1950-1982
Director del S.J. P. 1
982·1987
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DIPUTACIÓN PROVINCTAL DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
SERIE
DE
TRABAJOS
Nám. 89
Coordinación: JOAQUIM JUAN CABANILLES
Portada: FRANC.ESC O HlNER VIVES
Depósito Legal: V-3036-1992
I .S.B.N.: 84-7795-952-8
Imprime: GRA FICUAT RE, S.L.
VARIOS
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~
ENRIQUE PLA BALLESTER Y LA ARQUEOLOGIA VALENCIANA
Quet.úmm recogidas en el volumen XX de nuestra revista Archivo de Prebi8toria Levantina las intenCÚJnes y los actos de homeMje a ENRIQUE PLA BALLESTER, organizados por el Servido de Irwesliga.cWn
Prehistórica de la Diputación de Valencia y su Museo de PrehisiiJria, con motivo de su nomhramienJ.o como Director
Honorario. Con breves líneas inúnlamos enJ.onces aproximamos a su rica personalidad y glosar la.s principales
aportaciones de sus estudios y trabajos, además de publicar su extensa bibliografía. Hemos de considerar manifiestas, pues, las razones y los sentimientos que impulsan la dedicatoria de esú libro de la serie de Trabajos Jf¡rios
en el que se recogen aquellos artlculos que se ocupan de los problemas de la Cultura Ibérica y de la !poca romaM,
y con el que concluyen las manifestaciones más externas de nuestro homeMje.
Rememorar la figura y la obra de ENRIQUE PLA BALLESTER con el fondo de los trabajos que aqul
se recogen es UM ocasi6n apropiada para la reflexión sobre la importancia y proyección de su labor en el desarrollo
de la arqueología va/enciaM, más allá del papel fundamental que k correspond.W en el seno de la institución
que enmarcó toda su actividad. Desde su úmpraM participaciln de adolescenú en las excursiones cientffrcas de
su tf.o, Isidro Ballesür 'JOrmo, de las que rws quedan los dibujos realizadbs en el Casúllet del Porquet antes de
1937y publicados en el primer número de esta misma serie de monografías que ahora acoge su homenaje, denominada por enkmces Serie de Treballs Solts, la relación de ENRIQUE PLA. BALLESTER y el S.l.P. será
cada vez más inúnsa. Con frecuencia los números posúriores de esta misma cokcción llevarán induidb su norn.bre
entre los autores, al igual que sucede en los índices de los volúmenes del anuario Archwo de PrehisiiJria Levantina~
asociado a un numeroso conjunto de yacimimWs arqueológicos que constituyen los peldañJJs sobre los que ha idtJ
ascendieruúJ el corwcimienJo de nuestro pasado. De modo que no hace falta insistir en el destacado papel de
VII
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ENRIQUE PLA BALLESTER en liJ actividad del S. l. P. ni, por lo misrTUJ, lltJmar la atención sobre la parte
de su contribución a la. institución que lo identificaba. Porque as{ fue realmente, y asífue serúidb por los propws
protagonistas y por quienes luego tuvirTUJs ocasión de participar con elLos en esa misma actividad.
PaultJtinarMnU nuestros estudies de Arqueología han alcanzadn una ftuct(jera diversidad institucional, de
la que ENRIQUE PLA BALLESTER fue esperanzado ústigo e impulsor, con enotahle crecimiento experimentado por los departam~rúos universitarics y por las institucwnes rrw.sefsticas relacionadas con la administración local.
Es momerúo, por tanto, para volver a examinar y valorar en su circunstancia contribucwnes personales corTUJ
la Sf91a1 que impregnan y se corifunden con la institución que durante una larga época aglutinó los esfuerzos
de un amplw equipo humaTUJ por saloaguardar y profundizar en el estudw del patrimonio arqueológico valenciano,
cual fue el caso del propw S. l. P. Ni aquella identificación, ni la tendencia actual a un conocimitnto más y
más segm~rúado, que conduce a descomponer y desconectar las distintas partes del trabajo de un autor, deben
impedirnos valorar la multiplicido.d de facetas, la erudición y la profundidad investigadtJra de ENRIQUE PLA
BALLESTER. CorTUJ herTUJs desll.lcadb en otras ocasiones, estarTUJs ante una aporll.lción decisiva a lo que es
el estado de la cuestión de nuestra Prehistoria reciente, la Cultura Ibérica y la romanización. TambiJn ante un
extraordinarw legado de documenll.lcwn arqueológica, de TUJticias precisas y descripcwnes de los trabqjos de campo,
de esjuerBJs encaminados a la conservación de un patrimonw crecienüm~nte amenazado, de atención constante
a su puesta en valor, de asesoramiento a los museos wcales. Desde aquel primer dibujo en el Castellet del Parquet,
los nombres de la Cova de les Meravelles, Cova de Ribera, Muntanyeta de Cabrera, Bastida. de les Alcuses,
Tossal de Sant Miquel, Ereta del Pedregal, Los Vil/ares, Punta de l'llla, etc. 1 se entrelazan profundamente
con su biografía. Y ahora, cuando es el recuerdo quien va seleccionando los rasgos, se perfila con nitidez el
hombre generoso que todiJ lo comparte1 el maestro cuya orienll.lción se busca, el espíritu abierto que comprende
y acepta, que nos permite avanzar a todos.
Bernat Martl Oliver
VIII
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,
INDICE
M. S. ~ Pt.lwl; J. A LóPE.Z MiRA: Bronce jiruú m d. 11Udib ViruJú¡pó. A propósiJtJ de ~s cotifuntqs cerámicos del Tahaitl (Aspe, Alicanú) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . •
A. GoNZÁI..E2 PRKrs; E. R Ulz SECU.RA: Un pohlo.do fortijicatfo dd. Bronce final m d. Bajo ViruJú¡pó . . . . . . . . . . . . . . .
A . Or.tvi!R Forx: .Aproximat:U1n al poblamiento dJ Hierro antigw en Caste/Mn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
M. GrL-MAsCARnt; M. EtmiQ.UE T~rsoo: La m41alurgiJJ del Bro~e final.-Hierro antiguo del yacimúnto de la Mola
d'Agres (Agres, Alicanú) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. M .8 SoLER GARC!A: EL pobl.tuJo ihlrieo del PunJ4l de Salinos (Alicanle) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
M . ALFARa AAAEout; S. BRONOANO: El sistema defensivo de la jJu4rl4 de mtrad4 a la ciudad ibérica dtl CastelbJr de
Meca (.J!yora, Valnrcia) . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
E. Co.RTP.LL PtlU!z; J. J uAN Mor.:ró; E. A. L LOBllWAT ComsA; C. Re1c Swur; F. SALA S&U.és; J. M.a SEcu&A
MARTf: La necrópolis ibtrica de la Serreta: resumen de la campañn. dt 1987 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
C. MATA PARJWiro; H . BoNET RoSADO: La cerámica ibtrica: ensayo de tipologúJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
R . RAMos F&RNÁNDE.Z: La crátera iberorromana dt la Al&udÚJ • • • • • • • • • • • . • • • . • • • . • • . • • • • • . • • • • • • • • • • • • • • • •
J. BAABI!RÁ FARRAs: El tráfico cumercÚJL de la vajilla fina de importación en la LayetaniJJ . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . • . . .
F. CrsNBROS FRAILE: Fíbulas anulares de la Casa del MonJe (Valdeganga, Albacete) . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . .
R . Pt~u~:t MINGUilz: A&icales ibtricos del Museo de i'Tehi.slbrÜl de Valencia • . . . . . . . • • . . . . • . . • . . . . . • . . • . . . . . . . . .
E. CuADRADO: Dos nu¿vos vasos riii.IIJla de bronce de EL Cigarralejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . • . . . . . . . . . . . . . . .
L. ABAD CASAL: Terracotas ihlrieas del Castillo de Guarda'fTIIJr . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
F. G us1 1 j ENER: Nuevas perspectivas m J «mmcimúnto de los tnkrramientos irifantiks de época ihlriea . . . . . . . . . . . . .
J. V. MARTfNEz PERONA: El santuario ibtrico de la Cueva Merinel (Bu.garra). En lornJJ a la función del vaso
calicij0111U . . . . • . . • . . • . . • • • • . . • • • • • • • . • • • • • . • • • . . • • . • . • • • . . . . • . • • • . • • • . • . • • • • • • • . . • . • • . • . • • . • . .
F. BLAY GARCfA: Cueva MerinJ (Bu.garra) . Análisis de la fauna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. PtR.n BA W..SSTBR: El abrigo de Reiná (Alcalá del Júcar). Ensayo sobre un nu¿vo modelo de lugar de culto en época
ibérica . . . . • . . . . . . . . . • . . . . . . • • • • • • . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
D. FLETCHBR v.~u.s: Conrmtarios sobre escritura y lengua iblrieas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
H. G urTBR: lbere el mitwen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
C. A1lANEOur GASeó: Una fal.caJa decorad4 con inscripción ibérica. juegos glodiaJorios y venationes . . . . . . . . . . . . . . .
J. ul! Hoz: Estudib epigráfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. VB!.A2A: Sobre tl esgrajúufo ihirieo de Barclún del Hoyo . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . .
M .a A. Ms2Qt.rlRtt !.RUJO: lnscript:U1n ibérica m AndJos (Mendigorrla, Navarra) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
L . P~RBZ Vu.ATBLA: Ibérico ~
1
17
29
39
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347
351
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F. MATKU Y LulPis: Toponimia iblrica m la. nomina civitatum ispanie sedes episcopalium. Comentario . . . . . . .
L . SILGO GAUClUt: Los l1nUJu ñrü&os de lJJ turdttania . • . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . .
C. ALrAAO G rNU.: Sagum Hispanum. MDTjologúz de una prenda ibíri&a . . . . . . • . . • . • . . . . . • . . . . . . . . . . . . • . . . .
F. J. FuNÁND!Z Nrrro: Una instiluaón juridiea del rrw.ntlo aJJiblrica . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . • . . . . . . . . . . . . . • • . •
C. G ó MilZ B Bu.AJlt>: lA isla. áe Ibiza m la. /poca de kt.s Guerras Púrü&as . . . • . • . . . . . • . • • . • . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. M.& Br...l.ZQu11z; M.& P. GAitc fA-GBI.AURl": StaJ.m&ia históri&a de Castulo (Linma, jaln) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
P. P. .RuooLt.ts: lAs balsas romanas de &mforait (Aiberi&, Valm&ia) . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
G. MART(N: MaJeriales romanes de kt.s colaciones del Museo de Prehistoria de Valencia. (Amiguos .frmdos, 1) . . . . . . . . . .
V. E scRIVÁ T o uas; C. MA1ÚN j ollDA; A. Rai&&A 1 LAooMBA: Unas produ.ceúmes minorilarias áe barniz negro m Wlknlia durante tl S. II a. J .C. . ...... . , .••.•....••.•. ... , •...........•. , . , • . . . . . • . . . . . . . . . . . • . . . . .
J. M oNTKSrNOS 1 M ARTiNa: 'nrra sigillall:l en ValenJia: pro~tos hispánieos . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . • . . . . . . . . . . . •
J. L. JrlldNa SALVADOR: El monummlo junerarÚJ romane situ.atlo m el centro aco/JJr "]osl RflrnnJ,. tÚ Sagumo . . . . . . •
J. J. SEOu1 MARCo: Paullb Amúlio RegiJJo, palronc de SagunJum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
F. ARASA: UNJ Officina kt.püibia m la. C07Mrca de l'All Pal4n&ia (Castelló) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. Couu: ln.scripcúma romanas de lniall:l y Sisante (C114nt:a) y la. IglesU4/JJ del Cü! (1btul) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
F. EsTKvB G.
V. M . R osssLLÓ 1 VBRCsR: Les ow romana al Pafs Valencid . fl./usWn.s i certesa • . . . • . . . . . • . • . . . . . . . . • • . • . . • .
l. GARCf.A Vn.LANUBVA; M . Rossl!LLó M.!sQ.UIDA: lAs át(oras wdorrornanas de PunJa de l'Il/4 de Cullua . . . . . . . . . .
E. A. L LOIRIICAT: lAs cruces de lJJ PunJa de l'fl/JJ (Cullua) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. M ATF.u: lA erosión: un debate mediJerráneo . . . . . . . . . . . . . . . • • . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . .
X
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365
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663
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M auro S.
fiERNÁNDEZ
P tREz* y J osé Antonio
LóPEZ
MIRA •
BRONCE FINAL EN EL MEDIO VINALOPÓ.
A PROPÓSITO DE DOS CONJUNTOS CERÁMICOS DEL TABAIA
(ASPE, ALICANTE)
Preocupación constante en el quehacer cientffico
de E. Pla Ballester era precisar los orígenes de la cultura ibérica y sus relaciones con las culturas precedentes.
Su comunicación al V Congreso Nacional de Arqueología incidfa por vez primera en el Pafs Valenciano
(Pu BALI..liST&R, 1959) sobre el vado cultural de un
medio milenio existente entre los momentos ·finales del
llamado Bronce Valenciano y la aparición de la Cultura ibérica, que le permitían sugerir la existencia de una
cultura preibérica en la que se podrían incluir las lla·
madas •cerámicas arcaizantes» (BALLJ!STER T oRMO,
1947), con paralelos en el Bajo Aragón y Pirineo catalán. Sobre estas cuestiones incidieron posteriormente
M. Tarradell (1962), E. Llobregat (1975), O. Arteaga
(1976), O. Arteaga y M . a R . Serna (1979/80) y
A. GonzáléZ Prats (1979). Estos siglos, realmente oscuros, de nuestra prehistoria reciente se.r lan periodizados
a inicios de la pasada década por M . Gil-Mascarell
(1981a). Las aportaciones posteriores de A. González
Prats, en base a sus excavaciones en la Sierra de Crevillente, y la publicaci.6n de diversos materiales, unos depositados en museos y otros de recientes excavaciones,
permiten paliar ccmuchas de las carencias» en la investi•
Univel"'lid.td de Alicante.
gación que el propio E. Pla señalara para estos momentos con ocasión las I.... J ornarlas de Arqueologfa
organizadas en Elche por la Universidad de Alicante
(PLA B~ot.U!STt!lt , 1985).
Parece lógico que nuestra contribución a este homenaje al maestro D. Enrique Pla tratara sobre una
problemática que tantas veces señalara y de un área
geográfica sobre la que tuvimos ocasión de intercarn·
biar opiniones desde el momento inicial de nuestros
contactos.
BRONCE FINAL EN EL MEDIO
VINALOPÓ
En la primera síntesis sobre el Bronce Final del
Pafs Valenciano que realizara hace una década M . GilMascarell sólo se señalan para el Medio Vinalopó algunos fragmentos cerámicos con decoración incisa del
poblado de El Monastil (Elda, Alicante) •que podrían
ser clasificados en el Bro~ce Final• (Ga-.MASCAuu.,
1981: 38), materiales •que hacen pensar (para este yacimiento) en una fase del Bronce Final que llegaría basta
el 650/600 a.C.>l (POVEDA, 1988: 40).
1
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VALENCIA
N
___
o
_,_
__...,.,.,_
lO Km.
1
1
Fig. l . - Y~~&ünúnlos t1J Vúw.Jqpd Mtt& ciwitJs. 1: El Monastil (Eld4). 2: La Esparraguna (Noutld4). 3: El Portixol (Mrntfor" dd Cid) .
4: Tahai.d (Aspe)
2
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BRONCE FfNAL EN BL MEDIO VfNALOPÓ
·=========--~======~~~=======~m.
Pig. 2
Por otro lado, e.o su estudio sobre la Edad del
Bronce en esta zona J. F. Navarro Mederos registra ce·
rámicas del Bronce Final en los poblados de El Portixol
(NAVARRO MsoBRos, 1982: 38-4-0) y Tabaia. En este últi·
mo yacimiento señala la presencia de materiales carac·
terfsticos del Bronce Final y de los Campos de U roas
(NAvARRo Msouos, 1982: 57-64). Recoge este mismo
autor la noticia acerca de dos construcciones tumula·
res, una de ellas violada, donde fueron hallados materiales del Bronce Final o de los inicios del Hierro (NA·
VARRO Mw.ERos, 1982: 57). Los estudios posteriores
incluyen al 'Thbaia como poblado de la Edad del Bron·
ce con una problemática similar a la Mola d'Agres
(Gn.·M...saAlUU.l., 1985: 149) y con la presenc~a de algunos materiales cerámicos del Horizonte Peña Negra [
(GoN'LÁUIZ PJVJS, 1983: 103).
En el Medio Vinalop6 el Bronce Final s6lo se ba
constatado (fig. 1) hasta estos momentos por la presencia de algunas cerámicas en los yacimientos de .El Monastil, El Portixo1 y Tabaia, a las que se une del poblado de La .Esparraguera, en Novelda, un pequeño vaso
(NAVARRO MwBROs, 1982: fig. 26) del Tipo B4 de Peña
Negra (GONZÁLBZ PRATS, 1985: 159).
CERÁMICAS DEL TABAIA
El yacimiento arqueológico del Thbaia (Aspe, Ali·
cante) se extiende por la parte superior de un elevado
cerro, de 250-300 m . de altitud sobre el nivel del mar
y 150 m. sobre el cauce de río que forma una cresta
alargada en el extremo de la Sierra del mismo nombre
que perpendicular a la margen izquierda del Vinalopó
separa sus cuencas media y baja. Coordenadas geográ·
ficas: 38° 19' 59" de lat. N y 0° 43' 20" de Long. W
del Meridiano de Greenwich.
En este yacimiento, conocido desde antiguo GJMt.
N:BZ DI! OtsNa
ntos, 1925: 72-73), hemos realizado cinco
campañas de excavaciones arqueológicas, c.onfirmando
una ocupación continua a lo largo del TI milenio a. C .
y una importante presencia argárica (finr.rÁND.&z Pé.
R.U, 1983 y 1990).
En la l. • Campaña de estas excavaciones, realiza·
da en el mes de Agosto de 1987, se descubrió un excepcional conjunto cerámico del Bronce Final, que presen·
ta notables diferencias con otro, también del Bronce
Final, recogido por D. Manuel Romero Iñesta, a quien
agradecemos la información y las facilidades dadas
3
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1
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Fig. 3
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BRONCE FI.NAL EN BL MEDIO VINALOPÓ
para el estudio de estos materiales, parte del cual fue
publicado por J.F. Navarro Mederos.
CONJUNTO 1
La ocupación prehistórica del Tabai~ se constata
en diversos puntos. Interesa destacar aquí la ladera superior ubicada entre Ja cota de 304 m. y las crestas más
agudas de la Sierra que caen prácticamente en vertical
sobre el rfo (fig. 2). En esta ladera, de acusada pendiente y desigual anchura, la ocupación prehistórica es
intensa, observándose la presencia de plataformas arti·
ficiales para la ubicación de las viviendas prehistóricas.
La máxima potencia se regi$tra en la plataforma inferior, donde be¡nos concentrado nuestras excavaciones
(lám. I).
En la Campaña de 1987, sin embargo, con objeto
de obtener una visión global de la ocupación de todo
el yacimiento se realizaron actuaciones arqueológicas
en diversos puntos de esta ladera. En la cresta superior
se ubicaron varios cortes, aprovechando los Jugares menos afectados por las actividades clandestinas. En ninguno de ellos se alcanzó Jos 0'40 m. de potencia. La
erosión, favorecida por la pendiente, habfa demudado
parte de este sector de la ladera, donde no se observa·
ron significativas estructuras de construcción.
En el ángulo SE del Corte 4 , cuya excavación corrió a cargo de Cristina H uesca, José Marra Ferrándiz
y Eulalia Garcfa, se localizó una alineación rectilmea
de cinco piedras de regulares dimensiones que pare·
cían proteger a cinco vasijas, fragmentadas por la presión de la tierra y de las rafees pero fácilmente reconstruibles (láms. II y III). Esta protección se ve
favorecida por la presencia de fragmentos de barro
con improntas d e ramajes colocadas sobre las vasijas.
Por desgracia, durante nuestras excavaciones este
Corte fue asaltado por Jos clandestinos, quienes levantaron Las piedras, dispersaron los fragmentos de una
vasija (lám. IV), haciendo imposible reconstruir su
fo rma, que se encontraba sobre un piso endurecido
de cenizas y tierras al mismo nivel que las cerámicas
antes citadas, y destrozaron el resto del Corte y de
sus perfl.les.
C uatro de las cerámicas se encontraban alineadas
bajo las piedras, que parecían protegerlas, mientras la
quinta se encontraba bajo una de ellas.
Deaeripci6n de lu cerámicaa
-Vasija de cuerpo de tendencia globular o elipsoide ver•
tical, cuello hiperbólico invertido y labio redondeado. No ha
sido posible rccorutruir en su totalidad la vasija, que por algunos fragmentos recuperados parece ser de base plana. Decoración en el cuello a base de siete acanaladuru horizonta-
les (fig. 3.1). Superficies externa e interna alisadas y
desgruantes pequeños.
- Vuija de cuerpo globular, base plana, cuello hiperbólico y labio curvo. Decoración en el hombro a base de cinco
acanaladuras horizontalea (fig. 3.2). Superficie externa bruñida, interna alisada y desgruantea pequeños.
-Vasija de cuerpo bitroncónico con cuello de tendencia
hiperbólico y labio plano. Dos engrosamientos a modo de
apéndices poco pronunciados se sitóan en la línea de carena.
Decoración en la parte superior del cuerpo a buc de tres
bandas horizontales, dclimitadu por acanaladuru horizon·
tales y rellenas de acanaladuras inclinadas en diversas posiciones. Bajo la óltima acanaladura horizontal, que coincide
con la línea de carena, ae realizan pequeños trazos acan.ala·
dos en posición inclinada (fig. 3.3). Supcrficiea externa e interna aliaada.s y desgra.santes pequeños.
-Vasija de cuerpo de tendencia elipsoide horizontal,
fondo plano, cuello troncoc6nico invenido y labio apuntado.
Decoración en el hombro a base de cuatro acanaladuras horizontales, colgando de la inferior triángulos rellenos de acanaladuras obl!cuas (fig. 3.+). Superficies externa e interna aliaadu y desgruantes pequeños.
-Vasija de cuerpo de tendencia elipsoide horizontal con
cuello troncocónico invertido, labio apuntado y base anular.
Asa de cinta vertical entre el hombro y el borde (fig. 4.1). Superficie~ externa e interna bruñidas y desgrasan te~ pequeños.
En este mismo Corte y nivel se recogió, entre otros fragmentos, los perteneciente.• a una vasija elipsoide horizontal
con carena marcada en la línea ideal de la acmielipsoide con
cuello troncocónico invertido y labio redondeado (fig. 4.2),
un fragmento decorado con acanaladuras (fig. 4.4) y otros
dos con decoración incisa (figs. 4.3 y 4.5).
En este mismo sector del yacimiento y en la limpieza superficial del Corte 5 se recogió un fragmento de una vasija
de cuerpo de tendencia bitroncocónico, cuello troncocónico
invertido y labio curvo. Destaca por su decoración incisa en
la parte superior del cuerpo, formada por tres incisiones borizontale~ que delimitan por su parte superior a dos campos
decorativos, uno con motivos en eapiga y el otro ajedrezado
(fig. +.6).
CONJUNTO II
El extremo S de la Sierra del Tabaia constituye
una cresta rocosa con laderas de acusadas pendientes
que desciende hacia el río Vinalopó. En la parte baja
de la ladera SE y en las proximidades del no D. Manuel Romero lñesta recogió, hace ya una veintena de
años, un excepcional conjunto de cerámicas. En la actualidad este lugar se encuentra muy demudado por la
erosión y cubierto por vegetación de carácter xerófilo,
no observándose restos de construcciones (fig. 2 y
lám. I).
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Fig. 5
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Fig. 6
8
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BRONCE FINAL EN EL MEDIO VINALOPÓ
Descripci6n de las cerámicas
-Vasija con la parte inferior del cuerpo en forma de eas·
quete esfüico, con ónfalo en la base, y la superior tron coc6nica, cuello troncoc6nico invertido y labio curvo. Presencia
en la lmea de carena c:;le aaa de cinta alargada con perforación
vertical. Decoración en la parte supedoJ," del cuerpo de triángulos rellenos de trazos obiCcuos realizados mediante incisión, rellena de pasta blanca en algunos puntos (fig. 4. 7). Su·
perficies externa e interna bruñidas y desgrasa.ntes pequeños.
-Vasija de te.nde.ncia elipsoide vertical con base umbilicada y labio plano inclinado hacia el interior. Decoración a
base de cuatro incisiones paralelas junto al borde que des·
ciende para. rodear los pequeños mamelones alargados. De
la incisión inferior cuelgan triángulos, más pequeños los que
rodean los a~ndices, rellenos de ]meas obUcuas, también
realizados mediante incisión. Restos de pasta blanca
(fig. +.8). Superficies externa e interna alisadas y desgrasantes pequeños.
-Fragmento de v<~J~ija de la que se conserva la parte superior del cuerpo y el cuello troncocónico in~ertido con el extremo plano horizontal Decoración en el hombro y en la
parte interior del cuello a base de incisiones no muy profundas. Motivo: e.n el interior del cuello, bandaa de zig-zaga for·
mados por conjuntos de .!1 a 6 lineas, y en el hombro bandaa
horizontales de lmeas paralelas -4 en la parte superior y 3
en la inferior- que delimitan otras dos, separadas por una
incisión horizontal, rellenas la superior por trazos inclinados
y la inferior de líneas en zig-zag, e.n ndmcro de cuatro
(fig. 5.1). Superficies externa e interna alisadas y desgrasantes pequeños.
-Vasija de cuerpo elipsoide horizontal, base plana, cuello troncocónico invertido y extremo plano horizontal. Resto
del arranque de un asa de cinta vertical a la altura del hombro. Decoración a la altura del hombro a ba.sc de incisiones
superficiales rellenas de pasta blanca. Motivos: banda hori·
zontal formada po~ trazos inclinados delimitados por una doble línea de incisiones paralelas (fig. 5.2). Super.ficie externa
bruñida, interna alisada y desgraaantes pequc;ños.
-Vasija de cuerpo de tendencia elipsoide horizontal con
el labio plano inclinado hacia el inte.rior. Decoración realizada .median.te incision_s superficiales rellenas de pasta blan.c a
e
a base de bandas horizontale.s, en las que alternan las formadas por trazos horizontales con los inclinados, separados es·
tos óltimos por zonas lisas (fig. 5.3). Superficies externa e in·
terna alisadas y desgrasantes llCqueños.
-Vasija con cuerpo elipsoide horizontal, base, incompleta, de tendencia cónica, posiblemente umbilicada, y extremo plano inclinado hacia el interior. Decoración a base de
incisiones poco profundas rellenas parcialmente de pasta
blanca. Motivos: dos bandas horizontales, la primera constiruida por cuatro !meas paralelas y la segunda por triángulos
rellenos de tra.zos inclinados. De la Unea que delimita por L
a
parte inferior esta segunda banda cuelgan de modo discontCnuo bandas verticalea de líneas incisas (fig. 6J). Superficiea
externa e interna alisadas y deagras.antes pequeños.
- Vasija con carena muy marcada con la parte inferior
de casquete esf~rico y la parte superior troncocónica invenida con la )mea de carena que separa ambas partes muy mar·
cada (f:ig. 6.5). Superficie externa bruñida, i.ntema alisada y
desgrasantes pequeños.
-Vaaija carenada con la parte superior troncocónica invertida y la infer.ior de casquete do elipsoide horizontal
(fig. 7.1). Superficie externa bruñida, interna alisada y desgrasantes pequeños.
- Vasija troncocónica invertida con fondo plano y pie in·
dicado. Impronta de esterilla de esparto entrelazada con l.a
t~cnica de cosido en espiral (fig. 7.2). Acabado grosero y desgrasantes medianos.
En este lugar se recogieron otros muchos fragmentos cerámicos, algunos de los cuales (fig. 6.2·4) se encuentran decorados con finaa incisiones repitiendo los motivos presentes
e.n las vasijas antes citadas -bandas horizontales de líneas
paralelas horizontales, inclinadas y triángulos-.
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE
EL BRONCE FINAL EN EL MEDIO
VINALOPÓ
Toda aproJtimaci6n al estudio del Bronce Finai
en el río Viru,Uop6 necesariamente debe tener p resente
el conjunto de la vajilla de oro y plata, Jos adornos
d e oro y l os objetos de hie rro y ámbar que constituyen
el Tesoro de Villena, localizado en el interior de una
vasija en la R ambla del Panadero, en el curso alto
de este do. Una y otra vez se insiste sobre la procedencia y origen de este excepcional conjunto de orfebrería prehistórica, basta e1 p unto de d isponer en la
actu alidad de una detallada información sobre los paralelos formales y decorativos de cada uno de los objetos (SoW!R GARCfA, 1965 y 1969; M ALuQ.UER or. MO'I'es,
1970; Al.w.cRO GORBIIA, 1974; ScHULB, 1976; R utzGAt.vu, 1989; P.&.REA, 1991). No es este el momento
de incidir sobre la pr ocedencia directa o indirecta de
este 'Thsoro, tema q ue necesariamente debe ser revisad o a la luz de los resultados de nuestras recientes excavacion es en el Cabezo Redondo y Laderas del Castillo de Sax, ante el hallazgo de cerámicas
formalmente próximas a los recipientes de o ro y plata
y de a dornos de oro semejantes a o tros del Tesorillo
del Cabezo Redondo, en este .m ismo yacimien to, aho·
ra perfectamente estratificados.
C uestiones de extraordinario interés y, sin embargo, apenas abordadas son todas aquellas relacionadas
con las implicaciones sociopolíricas de este hallazgo.
En efecto, desde el mismo momento del descubrimien·
to se insiste en su carácter de «tesoro real11 y e n su
•ocultación• ante un peligro, sin prestarse la debida
aten ción sobre el significado de ambos con ceptos. La
existen cia de un jefe con la capacidad de en cargar, ad quirir o recibir como presente este tesoro necesaria9
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o
Fig. 7
10
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BRONCE FINAL EN EL MEDIO VINALOPÓ
mente debe ir pareja a la presencia de grupos humanos
con una economía prospera. En el registro arqueológico actual el único yacimiento de Villena en el que se
ha señalado la presencia de cerámicas del Bronce Final
es el Cabezo Redondo. Estas se reducen a algunas de·
coraciones incisas y excisas, que por otro lado también
han sido consideradas del Bronce Thrdío (MoLINA y
AlrrEAcA, 1976: 189) y algunas formas cerámicas, en
un poblado que, tal como señalara en 1978 F. Molina
y confirman nuestras excavaciones, los niveles más im·
portantes corresponden al Bronce Medio y, en especial,
al Bronce Tardío.
El registro de yacimientos anteriores a la apari·
ción del mundo ibérico en el Alto Vinalopó se completa COJl la necrópolis de incineración del Peñón del Rey
(Villeoa), de la que no se conoce el poblado, fechada
entre finales del siglo vt y principios del v a.C. (IhR·
NÁNDI!Z ÁLcAJt.AZ 1 1990).
Para el Medio Vinalopó el registro se reduce a los
ya citados fragmentos de El Mooastil, de los que algunos de ellos, en especial los decorados con técnica de Bo·
quique, podrían encuadrarse en el Bronce 'Thrdío, al igual
que un fragmento decorado de El Portixol, y a los citados recipientes cerámicos, señalados por A. Gonzál.ez
Prats, de La Esparraguera (Novelda) y El Portixol (Mon·
forte del Cid), además de los procedentes del Tabaia.
En este yacimiento, además de los dos conjuntos
cerámicos que ahora presentamos, hemos inventariado
en colecciones municipales y privadas y en nuestra.s
propias excavaciones cerámicas con decoración incisa
correspondiente al Bronce Final, cuyo estudio se incluye en la Memoria de excavaciones correspondiente.
Estos dos conjuntos cerámicos del Tabaia nos permiten llamar la atención sobre una serie de cuestiones
de la Prehistoria reciente de las comarcas meridionales
valencianas y en especial en la cuenca del Vinalopó.
Sobre el eje de este río ha girado una vieja polémica
que ha ocupado a todos quienes se han dedicado al es·
tu dio del II milenio en el País Valenciano. En estos momentos carece de sentido planteane si este río es una
frontera entre los Bronces Argárico y Valenciano o es
un camino por donde las influencias del primero pene·
t:ran en el segundo. Lo prioritario es definir, tal como
uno de nosotros (M.S. Hernández Pérez) ha señalado
en ocasiones anteriores, la «Comarcalización• de la
Edad del Bronce para todo eJ País Valenciano, teniendo en cuenta en cada zona el desarrollo cultural anterior, sus recursos naturales y las relaciones externas.
Sólo de este modo podríamos explicar los diversos
•Bronces,. presentes en el País Valenciano.
En las comarcas meridionales valencianas hemos
podido delimitar varias de estas •facies- . La mejor conocida es, sin duda, la correspondiente al Alto y Medio
Vinalopo, en cuyas tierras se suceden varios valles a
.modo de cubetas, rodeadas de montañas y cruzadas
por el río, que en el llamado Bajo Vinalopó da lugar
a un paisaje muy diferente, de tierras llanas apenas separadas por pequeñas elevaciones de la Vega Baja del
Segura, delimitadas ambas por el mar y en el interior
por una serie de alineaciones montañosas entre las que
se encuentra la Sierra del Tabaia, que marca la línea
divisoria entre el Medio y Bajo Vinalop6.
De esta facies comarcal de la Edad del Bronce inte·
resa destacar aquí las modificaciones que se producen
en relación con los patrones de asentamiento en los momentos fmales del ll milenio. Se reestructura el espacio
habitado con una concentración en dos poblados ocupa·
dos con anterioridad -Cabezo Redondo y Tabaia-,
con al menos otro intermedio posiblemente de menores
dimensiones - Laderas del CastiJio de Sax-, al que se
debe unir una ocupación esporádica en El Monastil y El
Portixol. El Bronce Tardío se nos perflla así como un excepcional período, claramente diferenciado del Bronce
Antiguo y Medio, ahora ya no sólo por sus materiales,
como hasta ahora se hab(a supuesto.
Desde esta nueva perspectiva los hallazgos del Ta·
baiA adquieren una especial significación en el marco
de la sistematización del Bronce Final en el País Valenciano. Dos yacimientos alicantinos se utilizan como pa·
radigmas de este período. La Mola, en Agres, repre·
sentaría a los yacimientos con una ocupación anterior,
y Peña Negra, en Crevillente, los nuevos asentamientos. Sobre el primero de los yacimientos conviene recordar que La ocupación del Bronce Final se localiza
en pequeñas terrazas de las laderas, alejadas de la zona
alta del cerro donde se constata una ocupación del
Bronce Antiguo y Medio (GrL· MA.SOAULL, 198lb). En
esta terraza, los materiales aparecen revueltos, sin registrarse restos de ocupación permanente, éOn la excepción de una capa de adobes muy descompuestos a
unos 2m. de profundidad (GrL-MASCARELL y PEÑA S.
cH.liZ, 1989: 25). En Peña Negra, por el contrario, los
materiales se encuentran totalmente contextualizados
y se conocen perfectamente los lugares de habitación
y necrópolis (GoNZÁLEZ PRATS, 1985).
En este Conjunto ll de cerámicas del Tabaia, cvi·
dentemente selectivo como es habitual en este tipo de
recogida y colecciones, destaca el alto porcentaje de cerámicas decoradas o de superficie externa cuidada junto a un único recipiente de superficie y pasta grose.r a.
Este último, de forma troncocónica invertida y fondo
plano con pie indicado, se corresponde con el
Tipo AB2 de Peña Negra I (GONZÁI..EZ PRATS, 1983).
Nuestro ejemplar, al igual que ocurre con otros del yacimiento crevillentino (GoNZÁLliZ PRATS, 1981: 42) conserva en su base la impronta de esterilla de esparto,
presente tambi6n en muchos de los ejemplares del Puig
d'Alcoi (BA.RMCHINA l.aAAu, 1987: fig. 10).
Entre las cerámicas decoradas conviene señalar la
presencia, junto a las clásicas incisiones rmas y profun·
das del Bronce Final, otras mucho más finas y poco
profundas, repitiéndose, en cambio, algunos de los te·
u
[page-n-22]
M.S. HERNÁNDEZ PtREZ Y J.A. LÓPEZ MIRA
mas decorativos y la ubicación de éstos en la vasija. Los
paralelos más próximos para estas cerámicas se encuentran en la Mola d 'Agres (CBNTR.I! D'l!STUDis CoNTESTANS,
1978; GlL-MASCARELL y P EÑA SJ.Ncnu, 1989), donde hemos podido comprobar, entre los materiales recuperados por el Centre d'Estudis Contestans y nos ha corroborado M . Gil-Mascarell para los procedentes de sus
excavaciones, un mismo tipo de pasta y cocción, la presencia en algunos fragmentos del relleno de pasta blanca y la repetición de formas, técnicas, motivos y ubicación de la decoración. Sobre algunas decoraciones
incisas, que en Mola d'Agres han sido consideradas del
grupo más antiguo de las especies incisas valencianas y
fechadas en torno a los siglos vw-vu a.C. (Run ZAPAT&·
RO, 1985: 795), ha realizado A. González Prats un detenido análisis, señalando su distribución peninsular,
cronología y posibles orígenes. En la línea de su argumentación, basada en los ejemplares de Peña Negra y
de otros yacimientos alicantinos (GoNZÁLEZ P RATS, 1988
y 1991), destacaremos la presencia de muchos de estos
motivos en Cogotaa I y algunos de ellos -líneas paralelas, reúculas, triángulos rellenos de puntos ...- en los
niveles del Bronce Antiguo del Tabaia, anteriores a la
ocupación argárica del mismo yacimiento.
De este mismo conjunto forman parte dos recipientes de pasta de gran calidad y superficie bruñida.
Uno de ellos (fig. 6.5) se corresponde con el Tipo B7
de Peña Negra I, tal como ha sido señalado (GoNZÁIJ!Z
PRATS, 1991: 60), mientras para el otro (fig. 7.1) los paralelos más próximos se encuentran en Los Saladares,
en el grupo de fuentes carenadas de boca ancha y base
concoidal (ARTEAOA Y SERNA, 1979/80: fig. 23.4-), aunque nuestro ejemplar carece de apéndices, presentes en
el ejemplar oriolano publicado. En las vitrinas del Museo Municipal de Novelda esta última vasija del Tabaia
contiene cereales carbonizados (NAVARRO MEonos,
1982: 58) que, según indicación de D. Manuel Romero, se añadieron en el momento de su exposición, por
lo que no deben relacionarse con esta vasija, salvo por
. su procedencia del Thbai¡t
Estas cerámicas del Thbaia se recogieron en una
zona de fuerte pendiente, en la que no hemos observado la presencia de construcciones con la excepción de
restos de paredes que podrían pertenecer a los abancalamientos de antiguos cultivos, hoy totalmente abandonados, o a construcciones del Bronce Final para ubicar
en estas plataformas artificiales las casas, que en este
caso serían de pequeñas dimensiones, por lo reducido
del espacio disponible, y de estructura frágil a juzgar
por los restos de barro con improntas de ramajes recogidos en este lugar. Por el tipo de emplazamiento y la
ausencia de estructuras consistentes cabría pensar en
un tipo de hábitat diferente al existente en Peña Negra
y relacionable con las plataformas de las laderas de
Mola d'Agres, cuyo depósito arqueológico se creía
«producto de un desplazamiento, posiblemente caído
12
desde la parte superior del cerro» {GlL-'MASCARELL,
1981 b: 77) y que la presencia de adobes descompuestos
(GIL-M.A.SCARELL y PRFIA SANcKEZ, 1989: 125) y estos hallazgos del Tabaia permiten interpretarlos de otro
modo. Nos encontraríamos, pues, ante un nuevo tipo
de hábitat para el Bronce Final que por el momento
sólo conocemos por su ubicación en las partes bajas de
las laderas de cerros ocupados con anterioridad.
En el mismo Tabaia, sin embargo, nos encontramos con una ocupación del Bronce Final en la parte
superior del cerro, cuya extensión por el momento no
podemos precisar. A esta ocupación pertenece el Conjunto I de cerámicas que ahora damos a conocer, en el
que destacan los tres vasos con decoración acanalada
en el hombro e inicio del cuello, asociada en uno de
ellos con triángulos colgantes rellenos de trazos oblícuos. Al mismo conjunto, en este caso sin duda coetáneo, pertenece otra vasija decorada con incisiones y
una cazuela sin decorar con base anular, a la que se
debe asociar otro recipiente del mismo nivel del que no
se conserva el fondo.
En el marco de la discusión sobre el Bronce Final
del País Valenciano la presencia de estas vasijas aporta
novedosa y significativa información. Sobre unos relativamente escasos fragmentos cerámicos, pertenecientes
a cuellos u hombros de vasijas, decorados con acanaladuras paralelas, se han hecho llegar a las tierras alicantinas las influencias de los Campos de U mas. En Peña
Negra 1 se citan dos fragmentos (GoNZÁLEz PRATS,
1985 b: fig. 71: 2695; y 1991: 85), el primero de los cuales se relaciona con otros fragmentos de la Mola d'Agres
y Pie deis Corbs de Sagunto. El fragmento de este último yacimiento ha sido fechado (ALMAG.Ro GoRBEA, 1977:
127) en el siglo IX a .C. en la transición del Período m
al 1v en la sistematización propuesta por M. Almagro
Gorbea. En la Mola d'Agres estos fragmentos son abundantes y en ocasiones las acanaladuras se asocian, como
ocurre con uno de nuestros ejemplares, con los triángulos ~llenos de trazos oblfcuos, que son fechados sobre
los siglos X- IX a.C. Uno de los ejemplares de Peña Negra I, que en base a los ejemplares del Tabaia podríamos reconstruir de modo diferente al propuesto (GoN·
ZÁLEZ PRATS, 1983, cuadro tipológico) fue hallado en el
Estrato He del Corte C en el nivel más antiguo de este
yacimiento (GoNZÁLKZ P RATS, 1985: 81 y fig. 71: 2695).
Este conjunto del Tabaia nos permite disponer por
vez primera de formas completas, que no aparecen registradas en las tipologías de los Campos de Umaa
(Rutz ZAPATERO, 1985: 715-74-7).
En base a nuestros ejemplares podemos replantearnos desde nuevas perspectivas, tanto las reconstrucciones propuestas para algunos de los fragmentos
de Mola d 'Agres y Peña Negra, como la propia presencia de los Campos de Urnas en las tierras meridionales
valencianas, señalada en los yacimientos alicantinos de
Mola d'Agres, Puig d'Alcoi (BARRACIDNA, 1987: 138),
[page-n-23]
BRONCE FINAL EN EL MEDIO VINALOPÓ
Peña Negra 1 (GoNz..4uz PRAn, 1981: 85) y Los Saladares (AlrrEAoA y SERNA, 1979-80: 118). En los dos últimos yacimientos esta presencia se considera poco significativa, al tiempo que se insiste en los contactos
meridionales y en la pervivencia de los sustratos en la
formación del Bronce Final en esta zona. La Mola
d'Agres, en cambio, se utiliza como yacimiento paradigmático de los Campos de U rnas en Alicante, fechándose su presencia en base a cerámicas decoradas,
introducidas por pequeños grupos humanos, quizás familiares, procedentes del Centro y Sur de Cataluña,
que se infiltran hacia el Pafs Valenciano hacia el siglo x. a.C. dentro de la dinámica general de los desplazamientos de los Campos de Urnas del SW de Europa. Una segunda fase se detecta en este yacimiento
-Agres TI-, ahora con influencias de los Campos de
Urnas bajoaragooeses (Rm;z ZAPATRRO, 1985: 702).
Si bien parecen evidentes los paralelos cerámicos
aducidos, al igual que otros con posterior idad (ENRJ·
QUE, 1991), y a la espera de la publicación de los resultados de las excavaciones realizadas por M . GilMascarell en las laderas de la Mola d 'Agres, debemos
Llamar la atención sobre la posible coetaneidad de todas estas cerámicas, la no constatación, al menos por
el momento, de ihcineraciones y el hallazgo de una fi·
bula «ad occhio" que reflejan «relaciones comerciales
de las gentes que habitaron el yacimiento de la Mola
d'Agres con el mediterráneo anteriores a la colonjzación púnica» (Gn.-MASOAIW.I. y P&AA SJ.NcHllz, 1989:
142), relaciones con el Mediterráneo que podemos observar en otros elementos culturales del Bronce :Final
de estos lugares, incluso en el propio Tesoro de Villena
(Rmz-G.(lvn, 1989: 53-54).
En el Tabaia las cerámicas presentes en la Mola
d 'Agres se encuentran distribuidas en los dos conjuntos
aquf presentados, que en nuestro yacimiento se encuentran claramente diferenciados. Proceden, tal como
hemos aflrmado, de dos zonas del yacimiento con características diferentes, siendo imposible precisar si
ambas ocupaciones son coetáneas. Sin pod~r negar que
algunas de las decoraciones cerámicas de estos conjuntos del Tabaia recuerdan los motivos y las técnicas decorativas de las cerámjcas de los Campos de Urnas, no
así sus formas, d ebemos señalar que tampoco en el Tabaia se conoce el rito de la incinera.ción y que en el
Corte 5, contiguo al Corte 4 del que procede el Conjunto 1, se excavaron los restos de una inhumación infantil, apenas cubierta por la tierra vegetal y en parte
arrasada por la erosión, carente de ajuar y sin aparente
protección y que estratigráficamente parece ser contempodnea a las cerámicas del Conjunto 1 y la vasija
decorada con incisiones del mismo Corte 5 (fig. 4.6).
Sobre la base de este registro arqueológico resulta
aven turado señalar la presencia en las comarcas meridionales valencianas de los Campos de U mas y sobre
el propio origen del Bronce Final. Las recientes excava-
ciones en varios yacimientos del. Vinalop6, en. especial
en el Tabaia y C abezo Redondo,. ofrece11 una excepcional información sobre el Bronce 'Thrdío, en el que encontramos algunas de las formas cerámicas -cazuelas,
bases anulares ...- y técnicas y motivos decorativos
presentes en estas cerámicas del Bronce Final.
Sobre la ocupación del Tabaia durante el Bronce
Fin.al, que será analizada en extenso en la Memoria de
excavacion es que se ultima en estos momentos, debemos señalar que aparece dispersa por diversos puntos
del yacimiento. Frente a lo que ocurre en las etapas anteriores, .n o se ha constatado para este momento estructuras arquitectónicas sólidas, similares a las de
Peña Negra I o a los momentos más antiguos de Los
Saladares, pese a su proximidad, al menos con el primero de los yacimientos. Cabría pensar en dos tipos de
asentamientos para los momentos wcwes del Bronce
Final, uno de ellos representado por el Tabaia, al que
podríamos unir Mola d 'Agres, con las construcciones
de hábitat dispersas, y el otro por Peña Negra 1 y los
momentos más antiguos de Los Saladares, prolongándose en este segundo grupo la ocupación en el siguiente período, que por el momento no se encuentra presente en los yacimientos del primer grupo. Sin
embargo, no podríamos descartar que tanto Mola
d'Agres como Tabaia se correspondan con un momento
inicial del Bronce Final, previo a la ocupación de Peña
Negra 1. Las investigaciones actualmente en curso en
el Alto y Medio Vinalopó aportarán, sin duda, una información más precisa para resolver algunas de las
cuestiones aquí planteadas sobre la formación y desarrollo del Bronce Final, de las que depende la cronología y el propio significado del Thsoro de Villena.
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Alfredo GoNZÁLEZ P RATS • y Elisa R mz
S EGURA •
UN POBLADO FORTIFICADO DEL BRONCE FINAL
EN EL BAJO VINALOPÓ
En el mCJJ de Octubre de 1988 se llevaron a cabo
trabajos arqueológicos en el tramo de la Autovía
Alicante-Murcia situado a su paso por el río Vinalopó,
a unos 2 km. al norte de la ciudad de Elche.
La actuación arqueológica vino determinada por
la existencia de un poblado protohistórico en el lugar,
conocido como Caramoro n, en donde las máquinas
habían procedido a realizar las primeras tareas de explanación. Solicitada la correspondiente autorización,
se comenzó una campaña de urgencia en la fecha indicada, bajo la dirección de los doctores González Prats
y Ramos Fernández y actuando como técnica s
o•. Ana Ruiz y o•. Elisa Ruiz.
El yacimiento ocupa una lengua amesetada al norte del rfo Vinalopó cuyo lado occidental vierte de forma abrupta sobre el propio cauce, mientras los otros
lados lo hacen de forma más atenuada sobre dos ramblas que se dirigen al rfo.
Hemos denominado el yacimiento como Caramoro U para diferenciarlo del poblado prehistórico de
Caramoro, objeto de una campaña de urgencia anterior por el doctor Ramos Femández y en donde los
•
cante.
Dpto. de Prehistoria y Arqueologfa, Universidad de Ali·
autores efectuaron una nueva campaña de salvamento
ante el mismo peligro por las obras de la Autovía.
En la superficie del yacimiento pudimos recoger
diversos fragmentos de cerámica a torno entre los que
cabe destacar aquellos pertenecientes a vasijas fenicias
(ánforas Al), ibéricas, de barniz negro y medievales.
Su carácter rodado nos induce a pensar que, ya antes
de la explanación de las máquinas, los posibles niveles
más recientes al que es objeto de estas líneas estuvieran
desmantelados por la erosión, dado el afloramiento de
la roca en gran parte del yacimiento. En la actualidad,
el centro del poblado ha sido rebajado para facilitar el
tra2ado del puente sobre el río.
LOS TRABAJOS
Las áreas adecuadas para la realización de las excavaciones eran aquellas que se habfan conservado por
la existencia de la antigua línea de muralla, que en algún punto llegaba a aflorar y fue parcialmente afectada por las obras de la Autov{a.
Se planteó un total de seis cortes a lo largo del recinto defensivo de modo que obtuvi~ramos un muestreo significativo para su posterior reconstrucción.
17
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A. GONZÁLEZ PRATS Y E. RUTZ SEGURA
Fig. 1.-
Silut~Ción
del poblado de C4TtlfM1o O
El corte 1 ofreda unas dimensiones de 17'5 por
8 metros y en su interior aparecían, ya antes de excavar, los restos de la muralla que, en el lado norte,
fue parcialmente destruida por la maquinaria. Esta
línea defensiva se sitúa en tomo a la cota de 130 m.,
como ocurrirá oon el resto del encintado, iniciándose
aquí el incremento de la pendiente de la meseta. Pre·
senta una orientación nort~sur y se pierde en la zona
meridional del corte debido a la erosión, razón por
la que se conserva un tramo de unos 13 m. de longitud.
La solución técnica de esta obra se consigue mediante la construcción de un núcleo central de aproxi·
madamente 2 m. de ancho, realizado con dos líneas de
piedras, hincadas en su mayoría, dejando un espacio
central que se rellena de modo heterogéneo: con piedras de tamaño medio trabadas con barro oscuro en su
mitad septentrional y por acumulación de pequeños
guijarros amalgamados con tierra amarillenta. A este
cuerpo se añaden dos nuevas alineaciones de piedras
hincadas - una a cada lado- que proporcionan a la
muralla una anchura total de entre 3 y 4 m., rellenándose también con piedras los espacios surgidos de esta
anexión. Estas diferencias técnicas no conducen a establecer fases de construcción en el tiempo ya que los
18
materiales, localizados mayoritariamente en el interior
del recinto, presentan una homogeneidad cronológicocultural.
En el área intramuros no se han hallado restos claros de suelos u hogares, así como de estructura alguna,
excep ción hecha de algunos fragmentos de enlucido de
barro que aún conservan improntas de cañas y ramaje
provenientes de una gran bolsada de ceniza gris ubicada en la zona sur del corte y que con stituir[an el único
vestigio de viviendas recuperado.
El corte 2, de 17 por 4 m., se planteó al otro lado
de una pequeña vaguada situada al norte del corte 1,
presentando aqu( la muralla una dirección oeste-este.
Parte de los restos afloraban también en superficie,
aunque aquí conservamos tan sólo el cuerpo central,
compuesto por dos alineaciones de piedras hincadas
con su correspondiente relleno, y los restos de una ter-cera hilera exterior que conformarían un ancho de
1' 6 m. por 12'8 m. de longitud.
A diferencia del corte anterior, aquf s{ fue posible
recuperar los restos de una estructura en el interior del
recinto pertenecientes a un suelo de hogar, si bien son
inexistentes otros elementos de vivienda. M ención
aparte merece, por su abundancia, el material exhu·
mado en este corte.
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Caramt»T~ll
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UN POBLADO DEL BRONCE FlNAL EN EL BAJO VJNALOPÓ
El corte 3, de 5 por+ m., se estableció al sur del
corte 1 pero f"Ucra de la cota de 130 m. ya que la tierra
mostraba en ese lugar un fuerte espesor induciéndonos
a pensar en la existencia de relleno arqueológico. Sin
embargo, apenas proporcionó restos materiales ni se
detectó estructura alguna.
El cor te 4 se planteó por eUo retomando de nuevo
la cota de 130 m., al sur del anterior y con unas dimensiones de + por 5 m. Nuevamente apareció la línea defensiva que, muy deteriorada, alcanza 4'2 m. de longitud. Su construcción se realiza siguiendo un trazado
norte-sur, con un núcleo de 1'2 m. de ancho formado
por dos hileras de piedras hincadas y su corrcspondien·
te relleno al que se añaden desde fuera dos alineaciones
más, separadas entre sí y colmatadas con piedras para
formar una anchura total de 2'6 m. El material es muy
escaso y, aparte de la muralla, no encontramos estruc·
tura alguna.
A partir de aquí, la meseta hace una inflexión y
la dirección predominante pasa de ser norte-sur a
oeste-este, para luego volver a encaminarse ligeramente hacia el norte, yendo a morir en el cortado sobre el
río Vinalopó. Asentamos en esta zona dos cortes.
El corte 5, de 8 por 4 m. y dirección oeste-este, se
ubicó en base a una afloración de piedras que, tras su
excavación, mostraron un comportamiento algo alejado de los patrones constructivos anteriores, aunque
bien pudieran corresponder a uno de Jos rellenos realizados entre dos alineaciones de piedras hincadas, observándose en una cota más baja más restos siguiendo
Ja inclinación de la ladera.
El corte 6, de 4 por+ m., se abrió desde el llmite
de la meseta sobre el cortado, apareciendo restos de la
muralla que poco a poco descendía hacia la ladera y
que enlazaría con la alineación del corte anterior. Se
recuperaron aquí al menos dos cuerpos distintos de características similares a Jos descritos para el corte l.
El material en estos dos últimos cortes es muy escaso pero hemos de tener en cuenta, además de la erosión natural del cerro, la destrucción llevada a cabo por
las máquinas que construían la Autov{a.
El análisis de los restos constr"Uctivos permite la
reconstrucción del trazado hipotético de, al menos,
unos doscientos metros del perímetro amurallado, que
discurriría por eJ borde de Ja meseta, antes de iniciarse
las pendientes de ladera y aprovechándolas en algunas
ocasiones. La muralla tendría una anchura media de
3'8 m. y u n esquema constructivo de al menos cuatro
alineaciones de piedras generalmente hincadas que
marcarían distintos cuerpos rellenos por piedras o guijarros.
LOS MATERIALES
ARQUEOLÓGICOS
CERÁMICA
Los restos más abundantes recuperados en est os
trabajos corresponden a cerámicas, dentro de las cuales
se establecen dos grandes grupos que se diferencian
t~cnica y morfológicamente. Por un lado, una cerámica
de paredes gruesas que ofrece superficies generalmente
descuidadas y sin ningún tipo de acabado, traduciéndose en un tacto áspero. Su pasta, por lo común de co·
lores claros y medios (ocres, amarillentos, anaranjados
y gris claro), incluye numerosos dcsengrasantes mine·
rales de tamaño medio, presentando en muchos casos
un núcleo oscuro. Sus formas tienden a ofrecemos perfiles ovoides, globulares o subcilíndricos con cortos
cuellos diferenciados verticales o ligeramente exvasados, cuyos labios suelen decorarse con digitaciones o
trazos incisos y que finalizan en bases planas, algunas
con impresión de esterilla.
Por otro lado, existe una producción de cerámicas
más finas que se caracterizan por presentar unas pastas
más depuradas, con desengrasantcs finos y color generalmente gris, cuyas superficies se han bruñido con
mayor o menor esmero. Son recipientes de menor tamaño, insistiendo en cuencos y vasos carenados asr
como algunas vasijas de mayor porte. Entre los prime·
ros cabe destacar los cuencos que presentan una clara
y marcada inflexión por el interior deJ borde (fig. 5,
números l-4.-) y aqueJlos otros de carena alta sin ningún
tipo de inflexión por el interior (fig. 5, números 5 y 7).
Más significativos resultan, por un lado el pequeño vaso ovoide con hombro marcado y borde evertido
que presenta incrustación de botones de cobre o bronce
en el tercio inferior (fig. 5, n. 0 6) y por otro los fragmentos de vasos con decoración de acanalados y bordes
ligeramente convexos (fig. 5, números 8-10).
OBJETOS DE PIEDRA
No habiendo aparecido n ingún utensilio metálico,
los restos que completan el conjunto material recupera·
do se traducen en varios molinos de mano realizados
sobre piedras oscuras pórfido-gábricas y algunos dientes de hoz de sílex de considerables dimensiones.
CONSIDERACIONES GENERALES
Como veremos a continuación, la documentación
arqueológica obtenida en este poblado fortifica~o
apunta hacia un ambiente mixtificado de influenc1as
culturales fruto de la ubicación estratégica del yacimiento.
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Fig. 1.- &rdu m4l reprutfl141iiHJS de las e11ámúas gromas de OartlfMfo II
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UN POBLADO DEL BRONCE FINAL BN EL BAJO VINALOPÓ
La t~cnica constructiva del lienzo defensivo que
rodeó cl yacimiento se inscribe en la tónica de un determinado horizonte cronológico del Sudeste y Anda)ucfa o riental. La composición de muros, ya sea de viviendas o defensivos, a base de alineaciones de piedras
hincadas con los espacios resultantes rellenos de piedras menores y cascajo la encontramos en el poblado
del Bronce Final del Cerro de Cabezuelos en Úbeda
Oa~n), en donde tanto las espaciosas viviendas como
Jos tramos de muralla localizados son buenos representantes de semejante sistema (MouNA·DB LA ToRREN}VtR.A-AcuAvo-SAEZ, 1978 y 1979).
Igualmente, en Monachil (Granada) se ha señalado la existencia de una vivienda inédita procedente de
la meseta inferior del yacimiento con zócalos formados
por doble hilera de piedras hincadas (CoNTRERAS,
1982: 318).
Otro poblado característico dcl Bronce Final del
Sudeste como es el Peñón de la Reina en AJboloduy
(Almería), ha deparado varias viviendas con zócalos
formados por alineaciones de piedras hincadas al estilo
de la muralla de Úbeda y Caramoro 11 (MAiniNtzBOTIIu.A, 1980).
Las excavaciones de 1983-85 practicadas en eJ cercano poblado del Bronce Final de La Peña Negra (Orevillente, Alicante) proporcionaron una vivienda construida con 2ócalos de piedras hincadas (GoNzÁLI!.Z
Pun, 1990: 34- y 38), si bien se desconoce lienzo defensivo alguno correspondiente a este horizonte.
Por tanto, el sistema de construcción de las muraUas de Cararnoro Il encuentra absoluta correspondencia con un sistema ·qw: se utilizaba en el Sudeste en
un preciso momento del Bronce Final. Para su cronología, los datos de Úbeda y Alboloduy han llevado a sus
excavad ores a situar estas construcciones en el siglo vu1 a.C. Una fecha idéntica arroja la vivienda metalúrgica de Peña Negra que hemos datado hacia la segunda mitad del vm a.C.
Por lo que respecta a la cultura material, algunas
piezas cerámicas se adscriben igualmente a la misma
ftliación meridional del Bronce Final de Andalucía y
Sudeste. Se trata de los cuencos de carena alta de los
que se han seleccionado dos ejemplares en la fig. 5 (números 5 y 7), cuya forma podemos rastrear en estos
ambientes meridionales desde el Bronce Tardío o Argar e para alcanzar su máximo desarrollo durante
todo el Bronce Final, perdurando algunos ejemplares
en el Hierro Antiguo (ScKUMRT, 1971; LóPtz ROA,
1978; MOWIA, 1978; TJII&li.A, 1978; GoNz.hu:z PR.ATS,
1983 a y 1983 b). Su cronología dentro del mismo
Bronce Final es amplia y no disponemos para el Sudeste de indicadores morfológicos, dada su variabilidad,
que permitan precisar dataciones específicas.
El resto del material cerámico nos alena sobre
otras conexiones e inOuencias culturales que se dieron
cita en este poblado de estratégica posición en el Sudes-
te. Asf el vasito ovoide con hombrera carenada (fig. 5,
n.o 6) conlleva una d ecoración de botones metálicos
incrustados en la pasta que lo relacionan con otros hallazgos peninsulares los cuales, situados en ambientes
meridionales, se bao referido a procedencias de la Meseta y, en última instancia, del mundo centroeuropeo.
En tre los vasos con esta decoración se bailaría el ejemplar de Medell(n (AMo, 1973: 380, fig. 4, 1). El del
Cerro de la Encina (Monacbil, Granada), procedente
del estrato Ilb del cone 3, asociado a cerimica a mano
pintada bfcroma, que se data entre los siglos x y vm
a.C. (AluuaAs BT AL., 1974: 88, fig. 68). Las excavaciones practicadas en el Túmulo A de Setcr.Jla (Lora del
Río, Sevilla) proporcionaron el hallazgo de una uma
con decoración de remaches de bronce (Aus~rr, 1975:
121, fig. 48, 2).
Con posterioridad han aparecido cerámicas con
incrustación metálica en el Cerro de los I.nfantes (Pinos
Puente, Granada) en la fase datada entre 900 y 750
a.C. {PACHóN ET AL., 1979: 317, fig. 14; MouNA r:r AL.,
1983: fig. 2b); en la Colina de los Quemados (Córdoba) {PEL&.JCER, 1989: 177); y en el Cerro de la Miel
(Granada) (CAIUlASCO .t.n' 111.., 1987: 28, fig. 30).
Las dataciones que arrojan los contextos de estos
hallazgos sit6an este tipo de decoración entre los siglos x y vm a .C., utilizándolo Molina como uno de
los elementos caracterlsticos de la fase TI del Bronce
Final del Sudeste (MoUNA 1977: 219) aunque admite
su posible perduración -contemplando la datación
del ejemplar del Túmulo A de Seteftlla- en el s. VII
a.C.
La significación y procedencia de esta decoración
tan singular en nuestra protohistoria resulta controvertida pues si para Aubet y Pellicer habría que relacionarla con la Meseta y con centroeuropa (A011ET, 1975:
139; PRJ.LJOliR, 1989: 179), para Molina su origen debería buscarse en el Mediterráneo (MouNA, 1977:
219). Lo que parece evidente -dada la ausencia de
esta decorac.ión en ambientes contemporáneos del Sudeste con el Bronce Final de la Meseta- es que su área
de dispersión es básicamente meridional. Esto, como
ya señalaran los excavadores del Cerro de la Miel (G""
RRASOO BT 111.., 1978: 66), avalaría la hipótesis de una
procedencia desde las costas mediterráneas, aunque
quizás oriundo de culturas oorteitálicas del Bronce Final (Villanoviano).
Por otro lado dispondrfamos de claros elementos
conectados con los ambientes de Campos de Urnas de
la Península Ib~rica. Es el caso de los fragmentos representativos de vasos decorados con acanaladuras
que, por presentar el borde ligeramente convexo, se sitúan con facilidad en contextos correspondientes a los
Campos de Urnas Antiguos, si bien perduran en los
Recientes (At.MAGRo, 1977: 94 ss; R 111z ZMATJ!RO, 1985:
fig. 216), obteniéndose una cronología terminal en torno al tránsito del siglo IX al vm a.C.
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UN POBLADO DEL BRONCE FINAL EN EL BAJO VINALOJ'Ó
A su lado se sitúan otras formas de idéntica íiliación. Nos referimos a los vasitos carenados con inflexión interna marcada por el final del borde. Es una forma característica de ]os Campos de Urnas del Ebro,
originarios de tipos más anchos en los Campos de Urnas Antiguos (RotZ ZAPATERo, 1985: fig. 213, n. 0 6) y
que perduran hasta eJ siglo VUJ con estos ejemplares
de me.n or tamaño (Ibidnn, figs. 216, 9 y 222, 1). Estos
vasos se prodigan en eJ Alto y Medio Ebro, como lo
demuestran !.o s ejemplares de Sanso! (Muru Astrain)
(CAS1'1ELLA, 1977: fig. 16, 1) y, sobre todo, los numerosos del castro de Portelapeña (El Redal, Logroño) que
se presentan lisos, cordados, con acanalados o con los
característicos diseños excisos {BLASCO, 1974; CASTJRc.u., 1977: fig. 115 ss). En el trabajo de Castiella quedaron individualizados como su. Forma 1 de la cerámica cuidada.
Resulta ilustrativa la asociación de vasitos de este
tipo a urnas decoradas con acanalados y bordes ligeramente convexos en una de las más importantes y significativas necrópolis del Ebro medio: Los Castellets de
Mequinenza (Rovo-F'EltRBtt.uRLA, 1985: 400, fig. 6), con
una cronología que va del 1.000 al 700 a.C. Al ocuparse del vasito de ofrendas del túmulo ION, los excavadores advirtieron su semejanza con otros vasitos similares
del Cabezo de Monle6n en Caspe, para cuyos inicios
se dieron fechas entre los años 900 y 800 a.C. (.[büúm,
p. 407).
Finalmente, la presencia de elementos dentados de
sOex en Caramoto II obedece a lo que viene siendo
usual en poblados de Andalucía Oriental (Cerro de la
Mora, Cerro de la Encina) de este período, siendo una
clara herencia del ll milenio a.C. Ya indicamos que su
ausencia en la ce.r cana ciudad de Peña Negra se debió
sin duda a la utilización allf de hoces metálicas (GoNZÁ.Ll!Z PRATS, 1985: 177), extremo que ha venido confU'·
mado por el hallazgo de moldes para fundir tales
piezas.
CONCLUSIONES PRELIMINARES
Nos hallamos ante un_ poblado de dimensiones
respetables perteneciente al Bronce Final ll del Sudeste en el que destaca su sistema defensivo acorde
con unas técnicas constructivas propias de este cfrculo
cultural.
La doble ten den.cia de influencias que permite
deducir el análisis de Jos materiales cerámicos, es decir, formas tradicionales del ámbito meridional desde
el Bronce Tardío y otros tipos claramente vinculados
a los ámbitos peninsulares de Campos de Urnas
-concretamente del área del Valle del Ebro-, debe
tener una explicación. Sería tanto la situación estratégica del poblado sobre el antiguo eje de penetración
comercial y cultural que supuso el rfo Vinalop6 en
nuestra Pre y Protohistoria como el propio carácter
de frontera de esta cuenca fluvial, manifestado desde
la Edad del Cobre, como lo demostraría la presencia
de poblados con cultura propia del Cobre andaluz:
Figucra Reona en Elche, Les Moreres en Crevillente
(GoNzÁLEZ PRAn~, 1985b: 94- ss). Esta frontera vuelve
a manifestarse en época campaniforme, en donde el
importante yacimiento de El Promontori de l'Aigua
Dol~a i Salá (Elche) permite vincu.lar los. diseños ornamentales de sus cerámicas con el grupo de Andalucía oriental (Rmz SECUM, 1990). Para la Edad del
Bronce, la frontera del Argar que Tarradell estableció
en un principio en el río Segura (TA&RADEr.L, 1962)
fue subida al Vinalopó posteriormente (TAlUW)RLL,
1965), hipótesis a la que nos adherimos al publicar
el poblado del ~.ronce Antiguo del Pie de les Moreres
(GaNZÁLBZ PRAn, 1986: 200). Esta realidad fronteriza
será la que en el Bronce Pleno avanzado c.o nfiera esa
característica peculiaridad de los poblados situados en
el Valle del Vinalop6, que poseen una evidente semblanza con la facies argárica, característica que inicialmente fue utilizada para definir una facies comarcal aut6noma en la cuenca de este río (HEJtNÁNDEZ
PtREZ, 1986: 348), si bien en la actualidad ha sido
correctamente valorada (IiERflÁl'IDRZ PtRJ.r.t, 1990: 87
y 94).
El funcionamiento de dicha línea de frontera se·
guía en vigor en el I milenio a.C., tanto en el .Bronce
Final (GoN7.ÁLil.Z PRATS, 1985a: 153) como en el Hierro
Antiguo, lo que permitió la existencia al sur del Vina·
lopó de u.n floreciente período orientalizante dentro de
la 6rbita de Tartessos que no se produjo al norte del
río.
Por eso no resulta extraña la presencia, en un
poblado de tan favorecida situación y cuyo propio
carácter defensivo puede deberse a su actuación
como centro vigía en el Bronce Final en el inicio
de tan importante ruta de penetración, de elementos
de Campos de Umas que vienen a completar los
hallazgos similares realizados en el cercano poblado
del Tabaiá en Aspe (NAvARRo MwERos, 1982: 57 ss)
o en el más lejano de la Mola d'Agrcs (C.E.C.,
1978).
Resulta sintomática la relativa abundancia de estos elementos de Campos de Urnas siempre en yacimientos situados en el margen septentrional del Vinalopó o más al norte. Realidad que contrasta con los
escasísimos fragmentos propios de estos ámbitos indoeuropeos que hallamos al sur del do (Saladares,
Peña Negra), donde la fuerza de la dinámica cultural
de Tartessos fren6 o mediatizó las influencias septentrionales.
Los datos cronológicos que aportan tanto los sistemas de construcción de las mutallas como las cerámicas permiten situar eJ. de11arrollo de este nuevo poblado
del Bronce Final entre los siglos oc y vm a.C.
25
[page-n-36]
A. GONZÁLE.Z PRATS Y E. RUIZ SEGURA
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1,.):'. I'OIII.AUU OtL BRO~CI:; 1 1:->Al t .~ Ll. BAJO \ 1'\At.OPÓ
Ldm. 1- /Jos uJptciUI tlr lo mural/o qtu Clrrtmtlo ti pohlado
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DI Corlt 1
27
[page-n-38]
[page-n-39]
Arturo
ÜLIVER
Fmx •
,
APROXIMACION AL POBLAMIENTO
DEL HIERRO ANTIGUO EN CASTELLÓN
D. Enrique Pla Ballester fue de Jos primeros investigadores que se planteó la problemática de uno de los
períodos menos debatido, peor conocido, y sin embargo, clave de la historiograffa arqueológica valenciana,
per(odo que ha permanecido oscuro basta hace relativamente escasos años en lo que a Valencia se refiere;
~ste es el paso de la Edad del Bronce a la Ibérica, el
cual representa un contundente cambio e n la cultura
.material y t~cnica, motivado por una compleja interrelación cultural y evolución autóctona a )a vez. Ello lo
planteaba ya de forma concisa pero magistral en 1957,
cuando la investigación con respecto a este momento,
estaba completamente en mantillaa. E. Pla indicó la
importancia de los pueblos colonizadores para el futuro desarrollo de la cultura ibérica en un momento en
que estos planteamientos estaban lejos de realizarse
(Pu, 1959). Consideramos oportuno pues, unirnos al
merecido homenaje tributado al insigne arqueólogo valenciano, recordando precisamente esta interesante comunicación y plantear de nuevo el estado de la cuestión del tránsito de la Edad del Bronce a la del HieJTO
en tierras valencianas.
• Servei d'lnvcaligacioDJ Arqueolbgiquea i Prehistbriques.
Dlputació de Cutclló.
Este período cultural en Castellóo, siempre se ha
considerado dentro de los estudios generales de los
Campos de Urnas del noreste peninsular, relacionándolo con el área de Aragón y Cataluña (ALMAGRO,
1977; R vtz, 1985; PELLICER., 1984), ya que los datos
que teníamos de él se limitaban a hallazgos sueltos y
esporádicos fuera de todo contexto que nos pudiera
aportar una verdadera valoración sobre la auténtica
importancia del Bronce fmal- Hierro en la zona
(BOSCH, 1915-1920; CoJ..OMINAS, 1915-1920; Esnv11, 1944;
MARTfNn, 1942).
Debemos indicar primeramente que consideramos
oportuno denominar este período bajo el epígrafe de
Hierro antiguo, puesto que por primera vez en la historia, encontramos este material en la zona; como veremos posteriormente, hay explotaciones de yacimientos
de mineral férrico, también hallamos utensilios de este
metal, como el cuchillo de hierro exhumado en el estrato K del yacimiento de Vinaa:ragell de Burriana, sobre
el cual M . Pellicer Uam6la atención de su importanci.a,
ya que apenas se le había considerado (Pm.uon, 1982:
226). Sin embargo, indiquemos que el estado de la
cuestión en que se encuentra la investigación no nos
permite saber si estamos ante un predominio del instrumental férreo sobre el de bronce, lo que serfa nece-
29
[page-n-40]
A. OLIVER FOIX
Fig. 1.- Po/pis, San/4 Mada.úna. 1-2,
&rrfora Vuillnnot R .l .
&erámi&a no lof'fllaiÚJ.
3-4,
sario conocer según A. Snodgrass para encuadrar con
exactitud este período dentro de la Edad del Hierro
(8NODCIIASS 1 1980).
Consideramos oportuna esta denominación ya que
este período se diferencia del Bronce fmal al estar separado de él por un momento bistoriográficamente oscuro, pues, los yacimientos de la provincia no nos ofrecen
prácticamente datos desde las fechaciones del Bronce
medio avanzado de Orpesa la Vella en Oropesa del
Mar, una fase previa del Bronce tardío en el Torrelló
de Onda (ARTI!ACA, 1976: 194; G usr, 1974), la fase flnal
de la Cueva del Mas d'Abad de Cuevas de Vinromá
(Gus1, 1975), o la fechación del Abric de les C inc "
de
Almenara GuNYBNT et alii, 1982-1983). Es el período
oscuro que ya indicaba E. Pla en su comunicación de
1957 (PLA, 1959).
30
El periodo que continúa, el ibérico, no tiene prácticamente ninguna relación, ya que presenta un cam ·
bio total en su cultura material, patrón de asentamjen·
to, bases económicas, etc., por ello no consideramos
oportuno el empleo de la denominación de paleoibéri·
co aplicado también para este período (M ALuQuER,
1982), y los yacimientos pertenecientes a él (MALU·
QUF.R, 1987). Tampoco creemos oportuna la denominación de celta y ballstático empleada en la bibliografia
de hace unas décadas y actualmente y con buen crite·
rio, ya en desuso. Además como período düerenciado
podemos indicar que es la verdadera protohistoria de
la zona, ya que concurren en él culturas ágrafas, como
son las indígenas, con culturas que tienen sistemas escripturarios, como la fenicia.
El adjetivo de Antiguo nos lo diferencia de lo que
sería el pleno período del Hierro, que en nuestra zona
recibe el nombre de Cultura Ibérica, la cual representaría los posteriores estadios tecnológicos de A. Snodgrass (SNoOORASS, 1980). Este adjetivo sería equivalente a Primera Edad del Hierro, Hierro I o Hierro inicial
que usan algunos autores, para diferenciarlo del momento ibérico.
La nomenclatura de Edad del Hierro es empleada
por otros autores que tratan este período, como J .L.
Maya (MAYA, 1990), E. Pons (PoNs, 1984), M . Pellicer
(PBLLJOER, 1984), se ha usado incluso con cierta reivindicación (LuCAs, 1987). Otros autores como M . Almagro y G. Ruiz (Au..t...ow, 1977; Rurz, 1985), siguiendo
la nomenclatura de W. Kimmig (K..t.Mz..uo, 1954), utilizan el término de Campos d e Urnas, aunque esta ter·
minolog(a indudablemente puede ser apropiada para
otras áreas del noreste, preferimos no hacer uso de ella,
ya que hoy por hoy no tenemos muestras de necrópolis
de icineraci6n en Ja zona, y el sustrato indígena del
Bronce Valenciano tiene aún un fuerte arraigo.
Somos conscientes de la problemática que representa esta denominación de Edad del Hierro, la cu~
queda bien clara en los interrogantes de los títulos en
los trabajos de J. L. Maya y R . Lucas (MAvA, 1990; LoCAS, 1987).
En resumen, consideramos un período cultural
que por varios motivos podemos diferenciar del ante·
rior, el Bronce final y del posterior, el ibérico, y que
cronológicamente se correspondería con los Campos de
Urnas IV (KrMMlC, 1954), el Hallstatt D (MOLLRR·
IúRPE, 1959), el período m (Lools, TAYI'ANEL, 1960), el
Hallstatt medio (HATT, 1961), el período m-rv (V!LA.
SECA el alii, 1963), la primera fase de los Campos de
Urnas del Hjerro (ALMAO¡¡o, 1977), el Bronce fmal ll
(Gn.·MASCAIU!LL, 1981), la tercera etapa (PoNs, 1984),
los Campos de Urnas del Hierro (RUJz, 1985).
El siglo vn a. de J.C. había sido en las comarcas
castellonenses un segmento cronológico del que apenas
teníamos noticias, ya que los hallazgos arqueológicos
eran pocos, tan solo el caso de las urnas de Els Esple-
[page-n-41]
APROXIMACIÓN AL POBLAMIENTO DEL HIERRO ANTICUO EN CASTELLÓN
Fig. 2.- Els Cas/4/úts, La jatUJ. 1-2, mámüa rw tDrnw/a. 3-1,
drifora Vuilúrnol R .J.
ters de Salsadella (CoLOMINAS, 1915-1920), o las escasas
noticias de las urnas de Thrrc de la Sal de Gabanes
(BoscR, 1953), ello, juntamente con otros elementos
aislados de fechas anteriores, permitían hablar de una
penetración de las influencias de los Campos de Urnas
al sur de las bocas del río Ebro, aunque siempre con
poca entidad, y por tanto de un hábitat pobre en este
mome.nto preibérico.
En los últimos años y gracias al programa de investigación protohistórica desarrollado desde el
S.I.A.P. de Castellón, se han descubierto una serie de
yacimientos fechados en la segunda mitad del siglo VIl
a. de J.C., e inicios de la centuria siguiente, los cuales
se han identificado sobre todo en L comarca del Maesa
trazgo en donde se ha centrado más Ja prospección.
Estos yacimientos se caracterizan por ser asentamientos de una superficie reducida, ya que su extensión va desde los 300 m 2 del Polsegué de RoseU, a los
2.000 m 2 de la Mola Llarga de Chert. Debemos indi·
car no obtante, que en algunas ocasiones, los asenta·
mientos posteriores que se han superpuesto destruye·
ron los niveles de esta fase, por lo que no conoce. os
m
la totalidad de la superficie, esto es el caso del Puig de
la Nau de Benicarl6, el Puig de L Misericordia de Via
narós y el Solaig de Bechf (FLRTCIIBll, MP.s.wo, 1967).
En otros casos la destrucción del yacimiento por acción
antr6pica, como vemos en el Hostal Nou de Ares
(GoNzÁLr.z, 1974), el Coll del Moro de Rosell, les Ferreries de Fredes, o por acción natural como les Serre·
tes de Chert o la Ferrisa de Alcora, no nos permite muchas deducciones. Señalemos también la existe.n cia de
algunos hallazgos aislados que nos dan material de esta
época, pero pocos datos sobre el asentamiento, es el
caso de Mas Bosqueds, Mas Martí y Mas d 'eo Peraire
en Albocácer. Mención aparte merece el aú.n poco co·
nocido hábitat cavernícola situado en cl valle del río
Palancia y del Mijarcs, lo que vemos en la Cueva del
Murciélago de Altura (P ALOMAR, 1986), ]a Cueva
Honda de Cirat (GIL-MASCAllELL, ~981), en el Abric de
les Cinc de Almenara Q uNvXNT et alii, 1982-1983) y posiblemente en Cueva Cerdaña de Pina de Montalgrao
(PALOMAR, ÜUVER, 1986).
Dentro del conjunto de estos yacimientos el que
sobresale por su extensión y por sus características en
cuanto aJ material de importación, sobre lo que volveremos más adelante, es el de la Torrasa de la Vall de
Uxó (OuvaR et alii, 1984), posiblemente relacionado
con el de Vinarragell de Burriana.
Próximos geográficamente, podemos señalar los
yacimientos de la vecina provincia de Tarragona, como
es el caso de la Moleta del Remei de Alcanar (GRAClA,
M u!'lH.I.A, PAI..LAllb, 1986-1987), la Ferradura de Ulldecooa (MAI.UQ.UP.R, 1987), Ja Cogulla de Ulldecooa y
Sant ] aume de Alcanar.
A este poblamiento debemos unir los enterramientos de la Montalban.a de Ares (GoNZÁLI!Z, 1975), els
Cubs de Benasal (GoNZÁUZ, 1979), Torre de la Sal de
Gabanes (Boscu, 1953) y Els Espleters de SaJsadeUa
(CoLOMJNAS, 1915-1920), desgraciadamente todo hallazgos fortuitos y en su mayor parte destruidos por la
transformación de las fmeas de labor en donde se ubicaban.
La situación orográfica de estos asentamientos es
variada, ya que se asientan sobre colinas aisladas, en
el caso del Puig de la Nau y de la Misericordia, o e.n
cabezos de sierras que sobresalen hacia un llano o corredor, como Polpia en Santa Madalena, el Polsegué de
Rosell, les Carrasquetes en el mismo término municipal, els Castellets de La]ana, les Serretes de Chert, la
Torrasa de ValJ d'Ux6, les Ferreries de Fredes, se situan también en llano como VinarrageU de Burriana.,
el Torrell6 de Almazora, Mas de Vito de Rosell (R o.
SAS, 1980) o en muelas, la Mola Uarga de Chert (MESEGUER, GmBR, 1983).
La fortiftcación de estos asentamientos en ocasiones es una muralJ.a que se realiza con piedra en seco,
la cual puede circundar todo el hábitat, como es el caso
de les Carrasquetes de RoseU, Polpis de Santa Madalena, els CasteHets de La Jana, o proteger con un lienzo
31
[page-n-42]
A.. OLJVER FOJX
realizadas con un zócalo de piedra que puede ser hecho
de dos maneras diferentes, o bien con unas losas hincadas formando dos líneas paralelas, cuyo intersticio será
rellenado con piedras de pequeño tamaño y tierra; o
bien con sillarejos más o menos trabajados que forman
un zócalo macizo, sobre el cual se levantará una pared
de tapial o adobe. Hemos constatado la existencia de
enlucidos y pavimentos.
La cultura material de estos asentamientos está estrechamente relacionada con el sustrato ind(gena, ya
que presenta unas cerámicas hechas sin torno, con pasta grosera y decoradas con cordones digitados. Las formas más corrientes son las vasijas ovoides con base Uana o de talón, e incluso de pie cilíndrico. El cuello se
encuentra muy marcado y resaltado por un cordón
plástico digitado, el borde es recto, de forma troncocónica, con labio llano o redondeado. Por otra parte tene3
mos un componente de esta cultura material, que nos
relaciona esta alfarería con los Campos de Urnas del
noreste peninsular, es el caso de las decoraciones acanaladas y las incisiones, realizadas sobre vasijas de superficie bruñida y ejecutadas con pasta depurada, que
podríamos considerar como cerámica de lujo.
Lo más destacado del material cerámico que nos
ofrecen estos yacimientos es la presencia de las primeras importaciones provenientes del mundo colonial,
concretamente las ánforas Vuillemot R.l, que se dan
en todos ellos. En menor medida tenemos las vasijas
4
denominadas piPwi, caracterizadas por las cuatro asas
que surgen del borde, y también los platos trípodes. Señalemos que en el cercano yacimiento de la Moleta del
Remei de Alcanar, junto a este material indígena y de
Fig. 3.- El Col/ /Ul Moro, lbm/1. 1-3, tertlmiea no ttn-Mada. 4-~ . importación, se encuentra bud!ero nero etrusco, concreá'!fora Vuíllemot R .l.
tamente la forma del cántaro (GRACIA, M uNJu.... , PALLA·
RÉS, 1986-1987).
Este poblamiento es el primero que recibe las influencias coloniales y puede ser este factor el que dede muralla la parte más vulnerable, lo que vemos en
sencadena el surgimiento de poblados después de un
el Polsegué de Rosell. La construcción poliorcética está
pasaélo oscuro, del que como hemos indicado, no tenerealizada con piedra caliza del lugar, la cual tan sólo
mos prácticamente datos.
se ha trabajado en una cara, que es la que da a las suEl material de importación, será el que nos dará
perficies del muro.
la cronología inicial de los asentamientos, ya que las
El lienzo en cuestión puede cerrar el asentamiento
ánforas Vuillemot R .J, y el material fenicio en general,
formando ángulos, les Carrasquetes de Rosell y els
datan su momento de expansión por la costa oriental
Castellets de La Jana, o de forma redonda, lo que ende la Península Ibérica hacia mediados del siglo vu a.
contramos en Polpis de Santa Madalena.
de J.C. (ÁlrrEAoA, PADRó, SANMAJUÍ, 1986¡ Au:nT, 1987),
Este tipo de construcciones tienen su paralelo en
la fortificación del Alt de Benimaquia de Denia (Alicoincidiendo con la fundación de Ibiza, punto clave
cante) (ScFIUBAllT ~~ alii, 1963).
para la navegación a las costas levantinas desde el sur
peninsular y el norte de Africa. El momento ante qunn
La estructuración interna del asentamiento la desconocemos, ya que no se han excavado en extensión. Tan
nos lo indica la falta del material ibérico e.n los asentas6Jo podemos apreciar la de la Mola lJarga de Chert, la
mientos o en las fases correspondientes a este período,
cual es una manzana orientada al sur, por lo que tiene
material que en la zona está datado por las cerámicas
sus paralelos en les Escodines Baixes de Mazaleón (Tedel hioterland griego a partir del 575/550 a. de J.C. Asf
ruel) y en la Ferradura de Ulldecona (Tarragona).
pues, tendríamos un segmento temporal para este poLos escasos restos que conocemos nos indican la
blamiento que abarcaría desde el 650 al 575/550 a. de
existencia de unas plantas de vivienda rectangular,
J.C., momento a partir del cual vemos que cambia el
32
[page-n-43]
APROXIMACIÓN AL POBLAMlENro DEL UJERRO ANTlGUO EN CAST.ELLÓN
\
1
'
Fig. 1.-
El PolstguJ, /Wúl. J.ttjora
patrón de asentamiento y el material arqueológico, desarrollándose la C ultura IMrica.
El fmal de estos yacimientos, segundo cuarto
del siglo v1 a. de J.C., coincide con la denominada
«Crisis• fenicia de occidente, momento que parece
mostrane conflictivo para el pueblo semita tanto en
la zona oriental del Mediterráneo, por la caída de
la metrópoli, como e n la occidental (ARTBACA,
1976-1978; FKRNÁNDI!Z, 1987; R u•z MA"rA, 1987), ya
que según pa.-ece hay una tirantez entre las colonias
fenicias del sur y Tartesos. Ello indudablemente influiría en las relaciones económicas que mantenían
las colonias con los asentamientos indígenas que depend{an en gran parte de ella. As{ pues, en el segundo cuarto del siglo vt a. de J.C., asentamientos
como la Thrrasa, Vinarragell, el Solaig, les Carrasquetes, Coll del Moro, els Castellets, Polpis, els Espleters, Hostal Nou, M as Nou, M ola Uarga, les Serretes, la Ferrisa, son abandonados.
Los poblados de esta época económicamente se
basan por una parte en la explotación de los yacimientos de mineral de hierro, como vemos en los que
están situados en el término municipal de Rosell, junto a las explotaciones mineras férricas, lo mismo sucederá con los del término de Ulldecona (Thrragona),
Mas Bosqueds de Albocáoer, Les Ferreries de Fredes
y la Ferrisa de Alcora. La venta del mineral a los
fenicios, ya que hoy por hoy no tenemos constancia
~~R. l
.
de la functición de hierro en la wna, será el sustento
económico de esta parte de los poblados del siglo vn
a. de J.C.
El otro principal medio económico de subsistencia serfa el agropecuario, en especial el ganadero,
como vemos en el valle del r{o Palancia, cuyo poblamiento está relacionado con las vfas de trashumancia
(P ALOM
AR, 1986). Otros yacimientos se relacionarían
con el comercio, como es el caso de Vinarragell, junto
al mar y en una zona de desembarco, y la Torrasa,
que por su abundante cerámica de importación, la
situación geográfica, su extensión y el mineral de hierro que hay, ya apuntamos en su día, que podrfa ser
un asentamiento con función de distribución del material foráneo, el cual sería el principal bien de prestigio (Ouvu tt alii, 1986). Ello lo vemos en otro
a.s entamiento situado en el valle del río Ebro, que
presenta la misma cronología, es el caso de Aldovesta
en Benifallet ('Thrragona) (MASCOJtT, SANMAIO'f, SANTA·
CANA, 1986-1987).
La superficie que presentan yacimientos como el
Torrelló de A.lmazora o el Polsegué de RoselJ, prácticamente mfnima, asf como su ubicación geográfica, podría indicamos asentamientos con una función militar
o de vigilancia, ya sea sobre una vía de comunicación,
como es el caso del río M ijares en lo referente al Torre06 de AJmazora, o dedicados a la custodia de una población o de unas riquezas naturales, lo que ocurriría
33
[page-n-44]
A. OLIVBR FOlX
Falta constatar otros puntos en los que hoy por
hoy, tan sólo tenemos pequeños indicios para atribuirlos como asentamientos de esta cronología, asi como el
conocimiento de la estructuración y funcionamiento
intrínseco de los poblados.
4
Fig. 5.- ús CIJTf'asqJUtls, RoseJl. 1-3, eerámKa no 141"N41ÚJ. 4, eerámüa no torneada con daor~Uúin ~Uan.altula. 5-6, arámica no torneada.
en el Polsegué de Rosell en relación al asentamiento del
CoU del Moro y a las minas de hierro de su entorno.
El río Mijares es el paso hacia tierras tUEQlenses, y junto a él como hemos dicho, está el asentamiento del Torrelló de Almazora; a través del do Senia y Servo!, junto a los cuales está el Polsegué, se pasa al valle del rfo
Matarranya y Bajo Aragón.
Estos asentamientos nos denuncian un poblamiento relacionado con los Campos de Urnas recientes del noreste peninsular, que se encuentra perfectamente establecido en la zona y no son meras
penetraciones como se hab(a supuesto hasta ahora
a rafz del estado de la cuestión en que se encontraba
este período histórico. Por otra parte es un poblamiento perfectamente organizado en cuanto al control del territorio, de las fuentes de riqueza naturales
y sobre todo en relación al comercio con el mundo
fenicio, que será el factor que potencia esta explosión
de asentamientos a mediados del siglo vn a. de
J.C.
34
Fig. 6.- Distribucúin geográ.foo de los ya&imimlos ciliulos m tlllX/4.
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APROXIMACIÓN AL POBL AMIENTO DEL HIERRO ANTIGUO EN CASTELLÓN
Lám. 1.-
Santa Modalena tk Polp1's
37
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A. OLI\ t;R rOl X
Lám. 11. - ELr CoJIIIltt.r dt LA jann
38
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Milagro
GlL- M AsCARELL
* y M anu el
ENRIQUE
TEJEDO *
LA METALURGIA DEL BRONCE FINAL-HIERRO ANTIGUO
DEL YACIMIENTO DE LA MOLA D 'AGRES
(AGRES, ALICANTE)
Contamos con la perspectiva suficiente, después
de los estudios realizados de estratos y materiales de las
sucesivas campañas de excavaciones, para poder aftrmar que la Mola d'Agres tuvo un papel relevante durante el final de la Edad del Bronce en el País Valenciano. Ya en anteriores publicaciones se han descrito
materiales que por su carácter singular representaban
aportaciones de interrelaciones culturales o evidenciaban innovaciones tecnológicas (GrL-MASCARELL, 1981:
17; Gn.·MAScAR:nt, y PEÑA, 1989: 125).
Estos, hasta aho.r a, se concentran en pequeñas terrazas, siendo particularmente abundantes los encontrados en la terr aza sudoriental del cerro, qu e es la que
denominamos Sector V (lám. 1). Los estratos hallados
están formados por uno su perficial (Estrato 1) de gran
potencia que por sus características podría tratarse de
una especie de escombrera, llevados o caídos basta allí
y donde se acumula la mayor parte del material (Gu.M ASCAJU?.LL y PEÑA, 1989: 125) seguido por otros tres,
que podr{an estar «in situ», pero cuyos materiales son
de las mis,m as caracter$sticas que los encontrados en
superficie.
· • Opto. de Prehiatoria y Arqueologfa, Universitat de Va·
l~ncia.
Al Sur del Sector V, e.n otra pequeña terraza,
se realizaron dos sondeos en los que se encontraron
también materiales pertenecientes al Bronce FinalHierro Antiguo, muy similares a los hallados anteriormente, y todo ello en el contexto de una estratigrafia muy poco fiable. Esta zona es la que denominados Sector VII.
A estas alturas de la investigación, se nos manifies·
ta en Agres tres claras influencias culturales, alguna de
las cuales ha sido reseñada en publicaciones anteriores
(GrL·MASCARRLL, 1981).
Por su abundancia, riqueza y variedad destaca en
primer lugar, la de la Cultura de los Campos de Urnas
del NE, constituyéndose la Mola d 'Agres, al menos
hasta la fecha presente, en el yacimiento más rico y representantivo de esta cultura dentro de1 País Valen cia·
no. Resulta a este respecto mu y signiftcativa y evidencia la complejidad de este per íodo, la comparación con
otros situados más al Su r, como Peña Negra, que, con
una ubicación relativamente p róxima a la Mola, manifiesta, sin embargo, una dinámica cultural claramente
distinta, a pesar de la posible relación entre ambos.
Sin duda, es la influencia andaluza, el segundo
vector cultural que encontramos en Agres. Diversas
formas cerámicas y un fragmento decorado con incrus39
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Fig. 1
40
8
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METALURGIA DEL BRONCE FTNAL-HTRRRO ANTIGUO DE LA MOLA D'AGRES
LA METALURGIA
A. DESCRIPCIÓN•
l. Objetos de metal
•
Fig. 2
tación de metal, al parecer encontrado recientemente
asr lo atestigua.
'
Finalmente se han hallado formas y decoraciones
que relacionan la Mola con la Meseta, en particular
con los momentos finales de la cultura de Cogotaa l.
Estos tres vectores culturales que concurren en
Agrcs, tienen sin lugar a dudas, módulos muy diferentes, destacando por su intensidad el correspondiente a
los Campos de Urnas que es el que realmente caracteriza al yacimiento.
Aunque la esquematizaci6n es obligada para el
análisis singularizado de un yacimiento, la complejidad
de las relaciones culturales escapa siempre al mismo.
Y significativo a este respecto, resulta en Agres tanto
la fTbula ad ouhw {GIL-MASCAuu. y PIIÑA, 1989: 125)
como los objetos de marftl encontrados a los que tenemos que añadir el molde de fundición de un hacha de
talón de una anilla, que por su interis analizaremos
posteriormente.
Ha sido, y es, la ubicación geográfica uno de los
factores determinantes de la nuclearización de las influencias culturales, por ello no debe extrañarnos que
la Mola d'Agres desempeñase un papel relevante al estar situada entre dos comarcas de gran dinamismo durante la Prehistoria, pero particularmente en la Edad
del Bronce, como son la cuenca del Vinalopó y la comarca del Alooi~-Comtat.
Y es precisamente esta ubicación, la que puede explicar la presencia de los moldes de fundición y de algunos objetos de metal que a continuación vamos a
analizar.
MA 1975/C&C. Punta de bronce de pedúnculo y aletas,
cabeza triangular y larga espiga. Dimensiones: long. total
59 mm.¡ long. de la cabeza 22 mm.¡ long. pedúnculo
37 mm.¡ anchura de la cabeza 16 mm.; anchura del pedúncu-
lo 4 mm. y eapeaor del pedúnculo 2 mm. (C.E.C., 1978:
Fig. 8, núm. 14) (Fig. 1, n.0 1).
MA 1978/Sector V/Eatrt. l . Fragmento de barrita o varilla de accción circular fracturada por ambos extTCmos. Long.
conservada +2 mm. (Fig. 1, n.0 2).
MA 1978/Sector V/Estrt. J. Fragmento de barrita de
sección cuadrada fracturada en ambos extremos. Longitud
conservada 53 mm. (Fig. 1, n.0 3).
MA 1981/Sector V/Estn. l . Anillo de sección semicircular y en buen catado de conservación. Su diimetro externo
oscila entre 19 y 17 mm. y d interno entre 13 y 13'5 mm.
Anchura de la sección 4 mm. (Fig. 1, n.o 4-).
MA 1981/Sector V/Estrt. l. Fíbula de codo ad oedUo sobre
soporte de bronce y en perfecto estado de conservación.
Consta de un alfiler rectilíneo de 72 mm. de longitud, de sección circular con diámetro medio de 2 mm. El arco se divide
en dos brazos a trav& de una cabeza constituida por un bucle
de doble espiral, siendo la longitud del derecho de 42 mm.
y del izquierdo de H mm., la sección de ambos es circular
con un diámetro de 3 mm. La inserción del arco con el alfiler
se realiza mediante un muelle de cuatro espirales. La altura
de la fibula es de 28 mm. Ambos brazos es tan decorados con
incisiones que forman triángulos rellenos de lfneas paralelas.
(GIL-MAII
MA 1981/Sector V/&str. l. Pequeña y delgada lámina en
forma de hacha plana. Posee d talón cónico y la garganta es
de sección rectangular con tope de tendencia hemiesférica,
la hoja es también de sección rectangular. Sus superficies están muy alteradu. Dimensiones: longitud total 4-5 mm.¡ longitud del extremo proximal o garganta 22'5 mm.¡ longitud
del filo 2+ mm.¡ máxima anchura en el extremo proximal
5'5 mm. y 23'5 en d distal Anchura absoluta de la sección
6 mm. (Fig. 1, n.0 5).
MA 1981/Sector V/Estr. l. Punzón biapuntado y de sección circular. Longitud 53 mm. (Fig. 1, n .0 6).
MA 1982/Sector VIDCata B/Estr. II. Fragmento de fíbula de bronce, posiblemente de pie levantado. Sólo se conserva el arco de forma aproximadame.nte trapezoidal y sección rectangular. Longitud de 4-0 mm. (Fig. 1, n.0 7).
• La de.cripcióo de cada pieza va precedida por las aiglu co·
nespondienu:a al yacimiento (MA), aeguidu del año en que fueron
exbumadu y el Sector y Estrato. En el caso que tu halla.:go corres·
ponda al sondeo realiudo por el Centre d'E1tudis Conteatam se indica mediante la abreviatura CEC.
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METALURGlA DEL BRONCE FINAL-HIERRO ANTIGUO DE LA MOLA D'AGRES
2. Moldes
MA 1975/CEC. Fragmento de molde para fundir objetos
de tipología imprecisa que conserva ~ieamente uno de los
extremos de la valva. El soporte, de arenisca, es de secci6a
rectangular y los rebordes de la superficie superior muy irre·
guiares. (C.E.C., 1978: Fig. 8, núm. 8) (Fig. 1, n.O 8).
MA 1982/Sector V/Estr. U. Fragmento de ua molde de
fundición de hachas. El soporte es de caliza blanda de color
beige, sección de tendencia hemiesf~rica conseguida por vatios planos. Su altura máxima ea de 80 mm. y su anchura
de 61 mm. La parte superior, lisa, está ligeramente ennegrecida debido a su utilización.
La valva muestra únicamente la parte distal de la hoja.
Conserva 57 mm. delongitud y 33 mm. de anchura máxima
en su filo, estando ambos fragmentados. El máximo espesor
de la boja es de 4 mm. en su extremo proximal (Fig. 3. n.0 1).
MA 1982/Sector V/Estr. m. Fragmento de la parte pro·
ximal de un molde de fundición de posible hacha de talón.
El soporte es de caliza blanda, de tendencia hemiesf~rica,
conservándose aproximadamente 1/4 de circunferencia. Su
color es amuillo-beige, con tonalidades negruzcas por efec·
to de la cocción. Dimensiones: máxima altura del molde
44 mm.; anchura extremo proximal 33 mm.; anchura del
extremo distal 44 mm.; longitud conservada del molde 40
mm.
La valva posee un cono de deyección cónico, así como
la pa.r te más proximal del objeto a fundir, que si atendemos
a la reconstrucción propuesta, tendría una sección rectangu·
lar y maciza. Todo ello se encuentra ennegrecido por efecto
de la colada metálica. Dimensiones: longitud del cono de deyección 6 mm., anchura del mismo 6 mm. y dimensiones
de la valva de 21 por 21 mm. (Fig. 3, n. 0 3).
MA 1982/Sector V/Eatr. III. Fragmento de tapadera de
un molde de fundición de sección hemiesférica realizada so·
bre un soporte de caliza blanda. Su estado de conservación
es bueno pero fragmentado y su supe.rficic superior posee
una coloración negruzca debido a su utilización. Dimensiones: máxima altura coaservada 36 mm., anchura 60 mm. y
longitud 70 mm. (Fig. 4, n.0 J).
MA 1982/Sector V/Estr. IV. Fragmento de molde para
fundir posiblemente varillas. El soporte es de arenisca, de
sección rectangular y su estado de conservación es malo..Posee los rebordes irregulares y su superficie superior está en·
negrecida. La valva posee una sección bemiesférica. Dimen·
siones: longitud de la valva 69 mm.; anchura 10 mm. y altura
2'5 mm. (Fig. 3, n.0 2).
MA 1982/Sector VWSondeo B/Estr. ll. Fragmento de
ua molde de fundición de hachas de taló.n de una anilla. El
soporte es de caliza blanda, muy agrietada por efecto dé la
temperatura a que fue sometido. Posee una sección de ten·
dencia hemiesférica lograda por diversos planos, siendo el
de apoyo en h.orizontal el de mayor amplitud. En uno de
los laterales del molde, el opuesto a la anilla, tiene una amplia ranura que recorre longitudinalmente el molde y que
puede interpretarse como agarradera. La máxima altura con·
servada del mismo es de 75 mm. y su máxima anchura es
de 95 mm. en su parte p.roximal y de 100 mm. en la distal.
La valva corresponde a un hacha de talón con una ani·
lla, no pudiwdose indicar si sería uní o bjfacial, con un cor·
to nervio central de 29 mm., sin tope y garganta curva. Di·
menaiones: la máxima anchura de la parte proximal o
comienzo de la garganta es de 30 mm., la longitud del nervio
central de 29 mm.; la longitud conservada de la hoja es de
69 mm. la cual es de sección trapezoidal, más estrecha en
el fondo, 36 mm. que en la superficie superior horizontal,
47 mm. El asa es de sección hemiesférica (Fig. 4, n.0 2).
B. ESTUDIO COMPARATIVO
La fragmentación en que se encuentran las barTilas
tk stcción cuadrada y circular no nos permite determinar si
pertenecieron a vástagos de punzón o son simples objetos, más manejables a la hora de ser m odelados. En el
caso de encontramos ante esta segunda hipótesis, con·
viene señalar que «aunque poco o nada significativa,
cronológica y culturalmente» (Rmz ZAPATII!lO, 1985:
979), «constituyen un testimonio incuestionable de la
existencia de una metalurgia local... y L presencia de
a
artesanos con capacidad creativa para preparar peque·
ños objetos de ador.no, piezas sin importancia pero in·
dudablemente útiles» (RAuaET, 1976: 116). Y en este
sentido hay que resaltar la abudancia tanto de objetos
como de moldes para su fabricación que encontramos
en las comarcas del Alcoia-Comtat y en 1a del Vinalop6 en yacimientos del Bronce Antiguo y Medio.
Por el contrario, si consideramos estos fragmentos
encontrados en la Mola d'Agres como pertenecientes a
puRZQneS, también es el «Útil metálico más abudante en
las culturas prehistóricas del País Valenciano» (Hu.
NÁNO!Z, 1983: 35). En este ámbito geográfico están do·
cumentados desde el Eneolftico en enterramientos co·
lectivos (LY.RMA, 1981: 123), siendo mayoritarios los de
sección cuadrada y únicamente de sección circular se
han recuperado en Casa Colará (IimlNÁNDB.Z, 1983:
35-36). Para la Edad del Bronce, contamos con ejemplos cercanos de sección cuadrada en Tabaiá (Ibidem,
Fig. 7, 2, 3 y 4-), Cueva del Hacha (IItidem, Fig. 3, 5)
y Cabezo Redondo (Sot.E&, 1987: Fig. 50), y de sección circular en este último yacimiento (Ióidem ), Pont
de la Ja-ud (NAVARJlO M wBaos, 1982: 56), Puntal de
Bartolo (lóidem, p. 4-1) y la Pedrera (lbitkm, p. 38). El
único punzón claramente reconocible hallado en la
Mola d 'Agres es biapuntado y de sección circular.
La ptud4 tk focha encontrada en nuestro yacimiento
que Ruiz Zaparero señala como perteneciente al Bronce Valenciano y por tanto, intrusiva en el conjunto
(Rurz ZAPAn!!.o, 1985: 694-), creemos qu e podría relacionarse con las puntas de largo pedúncuJo localizadas
en contextos meridion.a les del Bronce Final como el
Cerr o de la Miel (Moraleda de Zafayona, Granada)
43
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1
o
S cm.
1
1
1
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-.
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\
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o
5cm.
Fig. 1
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METALURGIA DEL BRONCE FlNAL· HIERRO ANTIGUO DE LA MOLA D'AGRES
(CARRASCOET AL , 1985: Lám. 5, b ), depósito de la Ría
de Huelva (ALMAGRO BASCH, 1940 y 1958) o la Alcudia
de Elche (RAMos FoLQ.trt.s, 1989: 30, Lám. UI, 4) puntas que Coffyn incluye en su Bronce Atlántico UI
(900-700 a.C.) (Col'lYN, 1985: 208, Fig. 31, 7), aunque
no puede negarse cronologras anteriores si atendemos
a los hallazgos granadinos o la punta de los estratos inferiores del Cabezo Redondo (SoLIIR, 1987: Fig. 49,
12).
El anil/Q recuperado en el estrato Superficial o 1 del
Sector V encontrarla un paralelo exacto en el cercano
yacimiento de Tabaiá (Aspe), también de sección semicir cular e idéntico diámetro ( H uNANDEz, 1983:
Fig. 17, 1). En este sentido hay que recordar que este
óltimo se fecha entre el Bronce Final y el medievo (lbidem, p. 27 y 40). Anillos se b.an recuperado también en
el Cabezo Redondo de Villena, aunque aqu{ de sección
circular o eliptica (SoUA, 1987: 126, Fig. 50).
El hadla o Nulruela de reducidas dimensiones, puede
relacionarse con otras de similar tamaño recuperadas
en el Tabaiá, aquf fragmentada en el inicio de su hoja
(F&RNÁNnez, 1983: Fig. 7, 5) y en el yacimiento de
Lleus (Benissa) también fragmentada (RONUA, 1990:
Fig. 21, 1), corno éstas, la de la Mola puede incluirse
en principio en el tipo KI de B. Blance, aunque la pre·
sencia de la garganta tal vez nos indique un momento
evolucionado de la Edad del Bronce.
Sobre la ftbula tk eoáo tk tipo ad oeehw poco podemos añadir a lo d icho recientemente (G•L-MA.scAULL
y PtflA, 1989), tan sólo insistiremos en su inspiración
sfcula y en un periodo de d ifusión amplio que varia
según autores pero que abarca •grosso modo• el primer cu arto del último milenio precristiano. Tipológicamente se encontrarla entre las que poseen un codo
en una espiral (Casal do Mcio) y las ffbulas de doble
resorte (l bidem, p. 135). Por su composición del metal
(Rov•u, 1989: 14-3) se ha relacionado con la recuperada en Perales del Río (Getafe, Madrid) (BLASCO,
1987).
Especial atención merece el TTIIJidl tk jurtdiciQn tk haeJw tk 14/Qn tk una a.nilJiJ por ser basta el presente, el
hallazgo más meridional de este tipo de moldes en
la Península lbtrica. En el estudio de las hachas de
talón se hace de obligatoria referencia el reciente trabajo de D{az Andreu (1989). Según la clasificación de
esta autora, y si atendemos a que no es posible determinar si nuestro molde es univalvo o bivalvo, podría
quedar incluido bien en su tipo 1.3. o 1.6. Estos tipos
de Dfaz Andreu agrupan respectivamente los tipos
36B y 36C y SOA, 30F, 31A, 31B, 31C, 32A. 32B, 320,
34A, 37A y 37B de la clasificación de Monteagudo
(1977).
Respecto al tipo 1.3., su área de dispersión abarcaría el centro y norte de Portugal (Dt.u ANDuu, 1989:
mapa 4) y se apunta una funcionalidad muy concreta
con el trabajo de 1a madera (MoNTIWluoo, 1977: 21;
IV.t;a, 1980: 34). Aun asf, si buscamos dentro del gru·
po los paralelos más estrechos, podrfa quedar relacionada con el tipo 36C de Monteagudo (tipo Carracedo),
de dispersión más septentrional, por poseer una anilla
centrada en la intersección de garganta y hoja (l bidem ,
nW:n. 1353-1361, Fig. 140), lo que en cierto modo las
diferenciaría de su tipo 36B (tipo Beira Litoral), más
meridionales, con una anilla siempre si ruada en la garganta (lbidem, núm. 1342·1352). Coffyn (1985) fecha
este tipo d e hachas en el BFffi (900-700 a. de C.),
mientras que Ruiz Gálvez las sitúa con posterioridad
a la metalurgia tipo Rfa de Huelva.
En cuanto al tipo 1.6. de Dfaz Andreu, su dispersión es básicamente septentrional, M eseta Norte, Valle
del Ebro y NE peninsular. Visto el peso de los aportes
transpirenaicos en nuestro yacimiento, conviene señalar que el molde de Agres aún perteneciendo al mismo
tipo, difiere ligeramente de las hachas localizadas en
Cataluña y alto Ebro a las que hay que añadir el m olde
de Siriguarach (Alcañiz, 'Thruel) (R utz ZAPAT'E.RO, 1982:
Fig. 17, 2). Por el contrario, los paralelos más cercanos
para nuestro molde lo encontramos en el hacha de
Arroyo Molinos Oa~n), tipo 30A de M onteagudo
(1977: núm. 1134) que presenta diferencias morfológicas con las del resto de la península, por lo que posiblemente se trataría de una p roducción local. Este tipo de
hachas son de amplia cronología, ocupando los pr imeros siglos del último milenio pre·cristiano (HARRJSON Er
.u.. 1981: 144), pudiendo concretar que las halladas en
el NE no p ueden remontarse más allá del siglo IX a.
de C . (M.url J uswn, 1969-70: 150..151; Puucn, 1984:
325; RUIZ ZAPATUO, 1985: 912).
Junto a los moldes y objetos comentados, otro
molde de hacha de tipología imprecisa, una tapadera
y un molde posiblemente de varilla, completan el conjunto.
Comentario aparte merece el fragmento de ftbul4.
tk pú úvo.nltJI!o con posibú boiÓtl trtmin.al recuperado en el
Estrato U del Sector VIJ por cuanto debe interpretarse
como intrusiva si atendemos al contexto en que aparece. Efectivamente, teniendo en cuenta que este tipo de
fibulas se fecb.an en m omentos no anteriores a los ini·
cios del siglo VI a .C. (CUADRADO, 1963; NAVARRO, 1970;
A llGENT.E Ouvn, 1974-; Pom-V•LA, 1977; GoNzAtez
P RATS, 1983), posiblemente haya que relacionarla con
los escasos fragmentos a tomo de factura ibérica que
han aparecido en estos estratos. Ello podría significar
esporádicas ocupaciones de la Mola en momentos posteriores, máxime si tenemos en cuenta la proximidad
del poblado ibérico de Covalta.
Por su reducido tamaño podría relacionarse con
las denominad as por Cuadrado como •Golfo de León•
(CUADMOO, J963) y por su ancho arco redondeado con
la recuperada en el nivel II de la Cayla de Mailhac,
piezas que en estas regiones del sur de Francia se fechan entre el 550-475 a.C. (lbidma, p. 35, Fig. 8).
45
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M. GTL-MASCARELL Y M. ENRIQUE TEJEDO
C. CONSIDERACIONES FINALES
La presencia de la práctica de la metalurgia en la
Mola d'Agres, no debe extrañarnos, si tenemos en
C\lenta que, como dijimos, controla el paso entre las comarcas del Alcoia-Comtat y el Vinalopó, comarcas que
han sido consideradas durante el Bronce Antiguo y
Medio como importantes focos metalúrgicos.
Si analizamos un mapa de la distribución de los
objetos de metal en el País Valenciano, se observa claramente que es precisamente en estas comarcas donde
se concentran la mayor cantidad de hallazgos, los cualell van disminuyendo a medida que nos alejamos hacia
el norte (LuMA, 1981: mapa+). Pero también a nivel
cualitativo encontramos matices diferenciales. Es en
estas zonas donde se da una mayor variedad tipológica:
las alabardas, los puñales de remaches, las puntas de
flecha con aletaa y pedúnculo y las hachas planas, tienen en estu á.r eas, junto con la de la Vega Baja del Segura, su mayor y a veces exclusiva representación
{H!RHÁNDEZ, J983: 32).
Los escasos análisis metalográficos existentes hasta ahora, nos indican una gran variedad respecto a la
composición de las aleaciones, que van desde piezas
puras de cobre como el hacha plana y los puñales de
remaches de Mu de M enente, un hacha plana de Tabaiá, un cincel de Cabezo Redondo, a otras con una
baja proporción de estaño, algunas piezas de Mola Alta
de Serelles, Tabaiá y Cabezo Redondo, para fmalmenre encontrarnos excelentes bronces con más de un 10%
de estaño en la aleación (IURN.\NoBZ, 1983: 38; SoLEJt,
1987: 122).
Thmbién es en estas comarcas donde se concentran la mayor cantidad de restos que nos indican la
práctica de la metalurgia durante el Bronce Antiguo y
Medio. Sin pretender ser exhaustivos, en la comarca
del Alcoia-Comtat existen en el yacimiento de la Mola
Alta de SereUes nueve moldes de fundición realizados
en piedra arenisca, bivalvos y preparados para la fundición de varillas, hachas y puñales o alabardas (Tlll!us, 198+: +6). También conocemos la existencia de
moldes en UU del M oro, Mas c.Íel Corral (IbiJem) y Cabe~ de Mariola (ENcuvt, 1980: 165), yacimiento este
último de gran intert:~ para nosotros por encontrarse
muy próximo a la M ola d'Agres. En el Medio y Alto
Vinalopó, contamos con moldes para fundir varilla~ en
La Pedrera (NAVAUO M&ouos, 1982: Fig. lOe) y en el
Murón (Tuus, 1984: t7), un posible lingote de cobre
o bronce de forma almendrada en el Puntal de Bartolo
y escorias en el Th.baiá {NAVARRO MmEilos, 1982: +O y
57). Es, sin embargo, el yacimiento de Cabezo Redondo el que resulta para nosotros más significativo en relación con el desarrollo de la metalurgia e.n la Mola
d 'Agres por encontrarse a treinta kilómetros por carretera, mucha menor dilltancia por senda o camino de
herradura y contar con una metalurgia desarrollada.
46
En Cabezo Redondo se han encontrado ciento cincuenta piezas de metal, ocho moldes de arenisca, uno
de piedra pizarrosa, as{ como escorias y posibles crisoles (SoUUl, 1987: 122).
Independientemente de la posible reutilización de
las piezas metálicas ya existentes, el más probable
abastecimiento de materias primas, bien en lingotes o
en mineral puro, estaría localizado en la región murciana para el estaño y el cobre y en la de Crevillente
y Bajo Segura para este último ( fullHÁNDEz, 1983: 37).
Podemos pues afirmar que tanto en la cuenca del
Vinalopó como en la comarca del Alcoia-Comtat, la
práctica de la metalurgia era una actividad extendida
y generalizada, con industria de carácter local y dispersa.
Sin embargo, parece ser que hacia el Bronce Final
esta dispersión se reduce, lo que no obstante, dado los
escasos conocimientos que aún tenemos de esta etapa,
debe ser considerado con gran cautela, ya que el análisis de los nuevos materiales que van apareciendo pueden arrojamos nueva luz sobre este periodo. A nivel de
los conocimientos que actualmente poseemos, s[ podemos aftrmar que tan sólo existen en esta zona dos yacimientos con actividad metalúrgica, Peña Negra y la
Mola d'Agres.
Peña Negra, yacimiento muy importante por su
alta significación dentro del Bronce Final, está ubicado
en la cuenca baja del Vioalopó, con fácil comunicación
con la Mola d'Agres. En él se bao encontrado entre
otros objetos, dos fTbulas de codo (GoNZÁLr.z PR.ATS,
1989: +7) y Jo que es más importante, se ha exhumado
una zona de fundición de títiles y armas de cobre y
bronce con cerca de C\latrocientos moldes. De éstos, un
bajo porcentaje son de arenisca y la mayor(a están he·
chos de arciiJa, lo que implica una importante evolución tecnol6gica (GoN7.ÁLBZ PRAn y Ru1z G.\LvEz, 1989:
370). El análisis mctalográfico ha puesto de manifiesto
una gran hetorogeneidad en la composici6n d e las piezas que van desde el cobre puro a aleaciones de carácter binario y ternario (lbidem).
Las manufacturas metálicas elaboradas son principalmente, lanzas, agujas, hachas de apéndice y tal
vez espadas del Monte Sa Idda, piezas que por su tipología evidencian la existencia en el Sureste de un taller
metalúrgico que produce útiles del denominado Bronce Atlántico (/bit/nn).
La tradición metalúrgica existente tanto en el Vinalopó como en la comarca del Alcoia-Comtat, duran·
te el Bronce Antiguo y Medio, junto a la ubicación de
la Mola d 'Agres, impide que no resulte extraño la existencia de un centro de actividad metalúrgica en el
Bronce Final en la Mola. La tipología de las piezas haHadas: varillas, punzones, hachas, as{ como sus moldes
de arenisca enlazan directamente con la tradición metalúrgica de la comarca. Sin embargo, conviene resaltar que, en todos los casos, las piezas son de bronce t{-
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METALURGIA DEL BRONCE FINAL-HlERRO ANTIGUO DE LA MOLA D'AGRES
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pico, así como la singularidad de los moldes de caliza
blanda y en particular el correspondiente al hacha de
talon de una anilla.
Este tipo de hachas se encuadran claramente en
el conjunto de las pertenecientes al Bronce Atlántico
cuyo máximo desarrollo se e.n cuentra en el NO penin·
sular. Sin embargo, también las encontramos en otras
zonas peninsulares, aunque en todos los casos unidas
al comercio atllintico. Así, las halladas en el NE pe.n insular, según Ruiz Zapatero llegarían a esta zona vfa Pirineos occidentales o valle del Garona, donde confluyen con la cultura de los C.U. (Rop: Z,uwrr.RO, 1985:
912).
Considerando que el grueso de los materiales de
la Mola d 'Agres proceden del NE peninsular parece,
en principio, lo más lógico pensar que su origen iría
ligado a la llegada de la cultura de los C.U. al yacimiento. No obstante, existen otros elementos que co_nviene
valorar convenientemente. En primer lugar, que la tipología del hacha de nuestro molde, difiere morfol6gicamente, como ya apuntamos, de las halladas en el
NE, enc.o ntrando su más exacto paralelismo en la provincia de Jaén; en segundo lugar, la presencia de la fíbula a:d ocdUo y los objetos de marftl nos indican que
durante el Bronce Final-Hierro Antiguo, la Mola
d'Agres mantuvo otro úpo de relaciones orientadas
bien hacia el mar o hacia zonas meridionales de la pe·
ninsula; y fmalmente, en Peña Negra se pone de maní·
fiesta una intensa actividad comercial de carlicter marftimo, por el que penetraban numerosas piezas
relacionadas con el comercio atllintico y mediterráneo.
La singularidad de una piezas, nunca puede hacernos perder de vista los indicadores generales de un yacimiento. En la Mola d'Agres hemos encontrado elementos que evidencian un comercio singular como hemos
puesto de manifiesto anteriormente relacionado con el
mundo atlántico-mediterráneo, la JThula ad occhw y las
piezas de marfil son una prueba de ello. Estos objetos
pudieron llegar a la mola directamente desde el mar a
través de la Vall de la Gallinera, camino dificultoso pero
viable. Sin embargo, la inexistencia en esta ruta de elementos indicativos de estas relaciones la convierten, de
momento en problemlitiea. Por lo tanto, en buena 16gica, tenemos que relacionar estos hallazgos con el yacimiento de Peña Negra, vía Vinalop6. En este contexto
el hacha de tal6n y una anilla, que es basta ahora pieza
singular, deberemos relacionarla de igual manera. sien·
do esta hipótesis por la que nos inclinamos.
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MJ::TALURCi t\ DEL BRONC E FlNAL· HlERRO ANTICUO DE LA MOLA O'ACRES
Lám. 1 -
La Mola d'Agrts. Loca/izacidn del Stctor V
49
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José María
SoLER
GARcfA *
"
EL POBLADO IBERICO DEL PUNTAL DE SALINAS
(ALICANTE)
En julio de 1952, cuando nos hallábamos explorando la necrópolis preibérica del Peñón del Rey, en
los Picachos de Cabrera, un pastor, buen conocedor de
aquellos par ajes, nos informó de que, en la sierra llamada Altos de don Pedro, que desde allt se divisaba,
había verdade.ros montones de tiestos, muchos de ellos
pintados. El 3 de agosto visitamos por primera vez el
yacimiento, que ocupa la cima amesetada de aquella
sierra y se origina en los llanos de Pinoso, corre un trecho en dirección Sur-Norte, para torcer hacia Oriente
y terminar en punta frente al extremo meridional de
la Laguna de Salinas, de agua salada, que durante las
crecidas ocupa una extensión de m.ás de dos kilómetros
y medio de longitud Norte-Sur por uno de anchura
máxima, pero que reduce bastante sus lúnites y llega
a desecarse durante el estiaje.
Ocupa esta laguna una depresión rodeada al Norte por la Sierra de Salinas; al Nordeste, por los Picachos de Cabrera; al Sudeste, por la Sierra de la Umbrfa, y al Oeste, por los altos de don Pedro ya citados.
Entro las dos primeras, se abre el Collado de Villena,
paso natural sin carretera que lo atraviese, por cuya
circunstancia, la comunicación entre Villena y Salinas
• Museo Arqueológico de Villena.
ha de efectuarse a través de Sax, rodeando por completo el aislado macizo de los Picachos de Cabrera. Por
el Este, entre estos últimos y la Umbr(a, prolongada
hacia Oriente por la Sierra de Camara, (no ·Cámara..,
como algunos mapas consignan), unos terrenos ondulados conducen al Vinalop6, entre Sax y Elda, y por
el Sur, otro collado, entre la Umbría y los Altos de don
Pedro, nos llevan al llano de Pinoso, al que también se
accede rodeando estos últimos por el Norte, a través del
pequeño valle de Garrincho. El enlace de Salinas con
la red general de carreteras se efectúa por un ramal
que enlaza con la de Elda a Mon6var en el kilómetro 8,
aparte de la de Salinas a Sax ya mencionada.
Entre los kilómetros 6 y 7 de esta carretera local,
a 3'5 kilómetros de Salinas, se halla una finca emplazada al pie del Puntal, espolón desprendido de los Altos de don Pedro que avanza hasta la misma carretera
en dirección SE-NE. La finca era propiedad de don
Eduardo Pérez, de M onóvar, en cuyo encargado encontramos siempre una gran colaboración. Él fue
quien nos informó de que el Alcalde de Salinas, en
unión del maestro nacional de la población y de algunos otros colaboradores efectuaron numerosas rebuscas en el yacimiento y encontraron abundantes materiales que nunca nos fue dable contemplar.
51
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J.M. SOLER GARCfA
Son suficiente.s ocho o diez minutos de ascensión
por los primeros repechos de la sierra para alcanzar
una pequeña meseta de aproximadamente 15 metros
de longitud por 8 de anchura, meseta utllUada por los
habitantes del poblado para el emplazamie1.1to de su
necrópolis.
Prosiguiendo la ascensión por el contrafuerte
montañoso, a unos 50 metros de la necrópolis, aparecen los primeros vestigios de la muralla, que ya no dejan de observarse en una longitud de unos 140 metros,
siempre a lo largo de la arista septentrional del espolón. Thrmina éste en otro llano más amplio que el de
la necrópolis, cortado bruscamente al Oeste por una
vaguada y prolongado casi en ángulo recto hacia el Sur
unos 50 metros, basta terminar en un promontorio rocoso sobre un ancho barranco que se interna hacia el
corazón de la sierra.
Las viviendas del poblado se agrupan en el interior de este ángulo montañoso, adosadas muchas de
ellas a la m.u ralla exterior y construidas otras al amparo de las desigualdades del terreno. En lo que llamamos l.a acrópolis, al extremo occidental de la llanda superior y en el vértice del ángulo, subsisten los cimientos
de un posible torreón con más de 16 metros de longitud. La defensa natural que proporcionaban las rocas
del extremo Sur fue reforzada con espesos murallones,
según se observa a trechos, y el sistema defensivo se
completaba por medio de otros torreones cuadrados,
bien visibles a lo largo de la muralla Norte.
Ya percatados de la extraordinaria jmportancia de
aquel desconocido poblado ibérico, solicitamos del Alcalde de Salinas, don Joaquín Calatayud Sanjuán, nos
facilitase medios de locomoción para trasladarnos durante algún tiempo desde la estación de Sax hasta el
yacimiento, petición que fue denegada por dificultades
de orden económico. Y como la comunicación desde
Villena era excesivamente costosa para nuestras posibilidades, .hubimos de aplazar la exploración del yacimiento en espera de mejor coyuntura, la cual se presentó en febrero de 1955 con la renovación del
Ayuntamiento de Villena y el ingreso como Teniente
de Alcalde y Presidente de la Comisión de Hacienda
de nuestro buen amigo Alfonso Arenas García, a quien
ya hemos tenido ocasión de referirnos en diversas ocasiones y al q'Ue tanto debe la Arqueología villenense.
rrunecliatamente puso a nuestra disposició~ medios sobrados para efectuar la deseada exploración del Puntal
de Salinas.
Tan pronto tomó posesión de su cargo indagó
cuantos acuerdos había tomado el Ayuntamiento dimitido sobre el tema arqueológico, y se pudo comprobar
que el anterior Alcalde, don J osé Rocher Tallada, se
había mostrado siempre bien dispuesto para una entusiasta ayuda, que no fue, sin embargo, todo lo efectiva
que pudiera haber sido, porque se dio el caso insólito
de que en los presupuestos de los años 1953 y 1954 se
52
habían consignado cantidades importantecS para trabajos de excavación, que no pudieron utilizarse porque
nadie se tomó la molestia de comunjcarnos, en nuestra
calidad de Delegado Local del Servicio Nacional de
Excavaciones, aquellos acuerdos y aquellas consignaciones. Gracias a las gestiones de Arenas, pudo ya utilizarse la suma consignada para 1955, y así pudimos comenzar, con cierta holgura, las excavaciones en el
Puntal iniciadas en 1955 y proseguidas semanalmente
hasta el mes de julio de aquel mismo año.
EL POBLADO
Ofrecemos aq\Jí el croquis del poblado en toda su
extensión, con las 15 viviendas exploradas en aquella
ocasión. Son generalmente rectangulares, con muros
de piedra en seco y suelos de tierra apisonada, a veces
pavimentados con cantos rodados. No vamos a realizar
aquí el estudio detallado de cada vivienda ni de cada
sepultura, labor que habrá de ser realizada en otra oca sión. Nos limitaremos a señalar los aspectos más significativos del material recogido y de su encuadramiento
cultural, como ligera ampliación de la nota que dedicamos al yacimiento en nuestra «Guía de los yacimientos
y del Museo de Villena».
La cerámica es abundantfsima, con grandes ánforas de las llamadas de tipo púnico (lám. 6); ollas grises
y pardas sin decoración, si descartamos la gran vasija
gris del Departamento 12, con grafitos en el cuello
(lám. 8); vasijas pintadas con motivos geométricos y en
raros casos vegetales (láms. 10, 11 y 12). Es muy abundante la cerámica de importac~ón, entre la que hay que
señalar la ..campaniense• de las series A y B (lám. 13),
y la ática de figuras rojas. Según el dictamen del Dr.
Rouillard, hay fragmentos pintados por Fat Boy (lám.
14); por el «pintor Q», o «pintor de lena» (lám. 15), y
por el •pintor de Vienna 0/146,. (lám. 15), todos los
cuales florecieron en el último tercio del siglo rv a. de
J.C. E l yacimiento entra, pues, en los poblados ibéricos
de época antigua. Como piezas singulares habría que
señalar la cantimplora circular con dos departamentos
separados (lám. 9); la crátera del Depart. l (lám. 9) la
vasija con verteder o del Depart. 8 (lám. 10), y una numerosa colección de ánforas esparcidas por todo el yacimiento¡ abundan también los pequeños vasos bicónícos y las cop-as diminutas de pasta gris (lám. 7). Ni en
el poblado ni en la necrópolis se encontró un solo tiesto
de cerámica •sigillatta», que abunda por las villas romanas de los alrededores.
Como dato curiosos señalaremos que en el Depart. XV había un pequeño taller dedicado a la perforación de caracoles, que se encontraban en dos grupos
separados: uno con las cáscaras enteras y el otro con
numerosos ejemplares, todos con una perfecta perforación circular cerca del borde (lám. 20).
[page-n-63]
EL POBLADO IBÉRI CO DEL PUNTAL DE SALINAS
Abundan tambi~n las pesas de telar de barro,
troncopiramidales, con uno o dos orificios (lám. 7, C),
las fusayolas y los tejos circulares de cerámica, que
en una ocasión se presentaron en grupo de nueve
ejemplares colocados de mayor a menor. Aparecieron
tambi~n soportes circulares de vasijas con perforaciones triangulares o rectangulares en las paredes
(lám. 7, A).
No podemos omitir que sobre el empedrado del
Depart. 12 apareció una punta de bronce tipo «Palmella., que hemos de considerar como intrusión de alguno de los yacimientos eneoUticos de la comarca
(lám. 19, 17).
LA NECRÓPOLIS
Es, como ya dijimos, una pequeña meseta de
15 metros de longitud por 8 de anchura, que se alcanza
a poco de ascender desde la carretera de Pinoso. Se excavaron 37 sepulturas de incineración, en fosas rectangulares de unos 80 centímetros de longitud por 60 de
anchura y 30 de profundidad. Estaban cavadas en Ja
roca y, a veces, reforzadas con lechos y muretes de cantos rodados. Verdaderos t\Ílnulos eran las señaladas
con los n\Ílneros 21, 24, 29 y 30, algunas de cuyas piedras alcanzaban más de medio metro de longitud y
otro medio metro de anchura. Una fosa de
1x O' 70 >< 0'30 metros, cavada en la roca y remontada
con murete de pequeñas piedras era la señalada con el
n. 0 33 (lám. 5).
Entre las ofrendas metálicas cabe destacar una pequeña csferilla y dos pendientes de oro ccamorcillados»
(lám. 20, 1), de los que dimos cuenta detallada, con sus
correspondientes análisis, en nuestro trabajo sobre «El
oro de los tesoros de Villena» (Valencia, 1969). Como
objetos suntuarios podemos considerar tambi~n dos
chatones de sortijas de bronce, uno de ellos con figurilla humana muy estilizada (lám. 19, 15)¡ una manecilla
y un asa de un •braserillo,. (lám. 19, J4 y 19)¡ abundantes fibulas hispánicas (lám. 19, 1 a 9), y una, excepcional, de La Tene (lám. 19, 10). Se recogieron tambi~n
diversos ponderales con orificio central, anillas
(lám. 19, 11 y 13), roblones, placas (lám. 19, 12), brazaletes y unas pinzas de depilar (lám. 19, 17).
De hierro había falcat.as, enteras o fraccionadas;
manillas de escudos; espadas puntiagudas; regatones
de lanzas; soliferreum¡ cuchillos afalcatados (lám. 18),
placas con roblones; y de vidrio, frascos de pasta verde
o azulada. algunos con incrustaciones de Uneas amarinas (lám. 20, 16 a 24) y cuentas globulares o gallonadas
de vidrio azul (lám. 20, 3 a 15).
Todo ello, como se ve, normal en yacimientos ibé·
ricos del siglo •v a. de C.
ENVÍO
Este trabajo, que, como ya se dijo, no es más que
una ampliación de la nota que acerca del Puntal publicamos en la «Guía de los yacimientos y del Museo de
Villena», se escribe en memoria de Enrique Pla, antiguo amigo y compañero en las tareas de la Comisión
para la Defensa del Patrimonio Artístico y Cultural durante varios años. Los materiales aquí mencionados se
conservan en el Museo Arqueológico de Villena desde
su creación en 1957, pero Enrique Plano tuvo la oportunidad de contemplarlos directamente. Consid&ese,
pues, la publicación de estas notas como homenaje al
gran iberista que fue Pla, y también como un adelanto
más a la publicaci6n detallada de este importante yacimiento que está todavía por realizar.
53
[page-n-64]
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PUNTAL DE SALINAS
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EL POBLADO máRrCO DEL PUNTAL DE SALINAS
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Bo1 (37.5·3.50 a.C.)
[page-n-77]
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Um . 15.-
A Fragmento dt figuras rfJjas rkcoratÚ) por 41 pintor Q o pintor dt lena. n. Tra frogmt'ti(()S dl un ·kilix* cú figuras rojas dtcorados
por ti pintor de Vierma 146 (375-350 a.C.)
67
[page-n-78]
J .M. SOLER GARCÍA
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Lóm. 16.-
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Cmimtras dt fzlu ras rq_;as
[page-n-79]
Lám. 17.- Cmímicas dr figuras rojas
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[page-n-80]
Lom. 18.- Atmos tú hil'lrn
70
[page-n-81]
r;J'Ie,o
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l.dm 19. - Objtlos dr bronu 1 n Y, flbu(nJ rk arto, 10, Jlbula dt La 1'tnt; JI y /3, anillas, 12, piara; U .Y 19, manecilla y asa tú bras~ri/lo;
15, sortija con (hollfn l(rabodo; 16, /JIIIIIIrto, 17, pin~a tú depilar, 18, punta de .Po/mella,. aparwcia en rl Jttdo de 1111a oit•tenda
7J
[page-n-82]
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2
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Lóm. 20.- 1, pendienlts y esfirrl/a de oro; 2, IJueso labra®, 3 a IS, cuentas tk cidr10, 16 a 24, f ra.ementos de oulrio, algunos polinomodos,
25 a 30, caraeoús perforados
72
[page-n-83]
M ar ALFARO ARREGm* y Santiago BRONCANo*
EL SISTEMA DEFENSIVO DE LA PUERTA DE ENTRADA
"'
A LA CIUDAD IBERICA DE «EL CASTELLAR DE MECA))
(AYORA, VALENCIA)
En el año 1986 salla a la luz la primera publicación sobre el yacimiento arqueológico de M eca. En ella
nos centramos en hacer una descripción general del
mismo y, principalmente, una recopilación de todos los
textos conocidos que de él hicieran mención, realizándose un breve estudio sobre el posible nombre de la antigua ciudad y su cronología (BRONCANO, 1976).
Posteriotmente, nos hemos acercado a un tema
que, no por desconocido resulta menos importante, sobre todo, teniendo en cuenta que viene a ser uno de
los pilares de desarrollo de toda sociedad. Nos referimos a los caminos, vías o calzadas que se hicieron y
utilizaron en época prerromana para la eirculaci6o rodada, medio indispensable para establecer una relación comer cial con otros pueblos q ue, com o hemos podido comprobar, ya e.x isúa en M eca en época remota.
En nuestro último trabajo (BRONCANO y ALrARo, 1990)
hemos realizado un meticuloso y detallado estudio del
impresionante camino de ruedas o de carros que recorre la ciudad, al que nos remitimos para resolver cualquier cuestión que no quede suficientemente aclarada
• lnuituto de Conservación y Restauración de B.ienes Cuhur-.les, Mini11erio de Cultura. Madrid.
en el presente artículo, así como para obtener una visión general del recorrido del mismo.
No vamos pues a centramos en las características
de éste, sino en una serie de vestigios ar queológicos
que nos han permitido, por un lado, la datación del camino, y por otro, documentar un sistema defen sivo de
la ciudad realmente interesante, tanto por su complejidad, como por el hecho de no haber encontrado, basta
el momento, ningún otro paralelo de características similares. Nos referimos al sistema de defensa de la
puerta de entrada a la ciudad.
Para su reconstrucción nos hemos basado en gran
parte, en la interpretación de las señales rupestres que
se conservan en este tramo del camino (BP.oNCANO y
ALFARO, 1990: 170·186), prácticamente los únicos restos conservados de época ibérica.
Tras numerosos análisis hemos podido constatar la
existencia de una antigua puena de entrada situada en
el denominado Camino Hondo o Gran Corva (BRON·
CANO y Al.FARO, 1990: H0-151) que, posteriormente
debió trasladarse unos 200 m. más abajo, al lugar donde se encuentra la •actual•, debido seguramente al
aumento de población y por tanto, a la expansión de
la ciudad. Este traslado provocó un cambio del sistema
defensivo, ya que anteriormente se debió centrar en
73
[page-n-84]
M . ALFARO ARR.EGUJ Y S. BRONCANO
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base al camino, excavado en la roca hasta más de cuatro metros de profundidad en algunos tramos, lo que
facilitarla au probable uso como foso.
Con la nueva puerta, quedaba fácilmente accesible una zona comprendida entre ~sta y el espolón
oriental. Para resolverlo, se trazó una línea de muralla
realizada con sillares ciclópeos de gran tamaño entre
ambos puntos y se dotó al espolón de una torre de la
que tan a6lo se conserva un lienzo y, desde la que fácilmente ae do.oUnaba la zona de entrada (BRONOANO y
Au.-.Ro, 1990: 201-206).
74
Sin embargo, como es bien sabido, el punto de más
defensa en caso de ataque es siempre la puerta de
acceso. En el caso de Meca, ~sto se acentúa ya que el perímetro de la ciudad está, en general, rodeada de grandes cortados rocosos, excepto en el extremo oriental,
puerta peatonal fortificada con una impresionante torre
(BRO"Nc...No, 1986: 136-139) y en la zona de entrada del
tráfico rodado, la zona más accesible y vulnerable, donde lógicamente se centró el sistema defensivo.
La puerta de entrada estaba defendida por dos torres situadas a ambos lados de ella, as{ como otra, en
d~bil
[page-n-85]
SISTEMA DEFENSIVO DEL CASTELLAR DE MECA
SECCIOH A-A'
Fig. 2.- &aión
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la puerta
la cima del cerro situada en su vertical, sobre el camiNo ~e han encontrado restos «in situ» de las dos primeras, raz6n por la cual han sido las señales rupestres
las que nos han dado la pauta para su reconstrucción.
Estas señales consisten en las entalladuras realizadas
en la roca base para asentar los sillares, sistema conlltructivo de una gran seguridad y 1irmeza ya que impide el desplazamiento de éstos en caso de golpes con
máquinas de guerra y, al mismo tiempo, evita las obras
de zapadores en los cimientos al estar asentados directame.n te sobre la roca base. Este tipo de construcción
destinado en general para la realización de las cimentaciones de obras defensivas, fue recomendado siempre
que fuera posible, en tratados escritos en época posterior por expertos en poliorcética como Philón de Bizancio o Vitrubio.
De acuerdo con los restos hallados, la torre de
la izquierda, situándose de frente a la puerta, es de
planta en forma de trapecio rectángulo. Su lado oblicuo une el lado menor, que queda al borde del camino, con el lado paralelo mayor (fig. 1). A pesar de
la blandura de la roca, lo que hace que apenas se
aprecien señales, hemos establecido que el lado paralelo menor mediría 4 m., el mayor unos 5' 20 m., el
oblicuo unos 4'60 m. y el ancho 3m. Como podemos
apreciar en la figura 1, la disposición de esta torre
daba Jugar a una especie de embudo entre su lienzo
nQ.
tÚ
emrada a la &iud44
frontal y el cortado rocoso situado al otro Lado del
camino.
La otra torre, situada a la derecha de la puerta
(fig. 1) presenta una planta rectangular apoyándose directamente sobre el lateral rocoso, donde se conservan
las entalladuras para los sillares. Esto nos ha permitido
conocer aproximadamente la altura de esta torre y,
consecuentemente de la anterior, ya que La entalladura
más alta se halla a unos 4'30 m. por encima de la base
del camino y, por tanto ser ía ésta la altura mínima.
Considerando que, muy posiblemente los Lienzos de la
torre se elevarían un metro más a partir de ésta, estableceríamos en unos 5'30 m. la altura total de ambas
torres. Hemos realizado una reconstrucción ideal de lo
que seña la puerta de entrada vista desde el interior
con las dos torres que la flanquearían (fig. 3).
Pero, además de estas dos torres, se situ6 otra más
pequeña, ya que su situación impedía un ataque directo sobre ella, en la parte alta del cerro, a unos 26 m.
por delante de la puerta, de manera que se d ominaba
perfectamente ésta pudiendo atacarse al enemigo desde
su espalda al estar en la vertical del camino, a unos
8 m . de altura sobre él, en el cortado rocoso.
En la figura 4 podemos apreciar perfectamente el
sistema constructivo de esta torre, habiéndose realizado como en el reato de las defensas su cimentación a
base de entalladuras en la roca. Los liezos, de los que
75
[page-n-86]
M. ALFARO ARREGUI Y S. BRONCANO
se conservan los laterales, están construídos mediante
sillares de menor tamaño que los del resto de construcciones, bien escuadrados y tallados, trabados en seco
y con alguna que otra cuña de pequeñas piedras para
que asentaran perfectamente.
La combinación de esta torre con la situada a la
izquierda de la puerta que quedaba de forma oblicua
al camino, daba como resultado, un fácil ataque al enemigo ya que ~te no tenia posibilidad de resguardarse
de los proyectiles lanzados por detrás desde la primera.
Sin embargo, a pesar de la efectividad de este sistema, los habitantes de la ciudad no dudaron, ante un
enemigo de gran envergadura como era el romano, en
· acentuar las defensas hasta el pu.n to de llegar al •amu rallamiento» de la propia puerta.
La puerta de entrada para carros estaba situada
a unos 900 m. del inicio del camino en el interior
de la ciudad. En esta zona, en un tramo de unos
5 m. de largo, se encontraban tanto la puerta propiamente dicha como las torres que la defendian y que
anteriormente hemos descrito. Los laterales rocosos
fueron trabajados de manera escalonada para poder
a. entar las torres anteriormente descritas, única evis
dencia que conservamos de su presencia (figs. l y
2). Serán igualmente las señales rupestres, las únicas
que nos darán la pauta para poder reconstruir los
distintos componentes de dicha entrada ya que no
76
se ha conservado prácticamente ningún elemento de
la Puerta.
Como es natural, el camino presenta a lo largo de
todo su recorrido, profundas carriladas realizadas por
Las ruedas de los carros, quedando entre ambas un
realce central que, en esta ocasión, fue rebajado hasta
dejar el suelo horizontal para poder moverse en la zona
con facilidad, quedando un escalón transversal en el
punto en que se inici6 el rebaje. Este escalón, como podemos ver en la figura 1, se realizó a la misma altura
que otros rebajes laterales que, dan lugar a una entrada con planta rectangular y que, evidentemente sirvió
para encajar en ellos las puertas una vez que se encontraban abiertas y permitir el acceso del tráfico rodado.
Las dimensiones medias de sus lados son de 3'52 m.
y 1'80 m . Este hueco (fig. 1), cuyo fondo es horizontal
y las paredes sensiblemente verticales, está completamente excavado en La r oca, llegando los laterales a una
altura de 0'75 m. y 1'30 m. para el derecho e izquierdo
respectivamente (figs. 1 y 2). Thnto sobre estos laterales
como sobre los de los primeros metros del camino que
están por delante de donde se situaban las hojas de la
puerta, se instalaron las dos torres que la flanqueaban
(fig. 3).
La puerta utilizada para cerrar la entrada consistra en un portón de dos hojas o puerta carretera según
hemos podido comprobar por las señales rupestres.
[page-n-87]
SISTEMA DEFENSIVO DEL CASTELLAR DE MECA
Fig. 4. - LimM dt !.J
Como hemos d icho, estaba formada por dos hojas,
cada una de las cuales estaba fijada, formando un úni·
co cuerpo, a un fuerte pie derecho giratorio o quicionera que podía rotar dentro de los huecos circulares o bo·
toneras realizados tanto en la base rocosa como en el
correspondiente sillar opuesto en su vertical. Como hemos visto en la figura 1, se encontraron en la roca sen·
dos huecos circulares, tanto en la parte izquierda como
en la d erecha, a unos 0'80 m. y 0'50 m . de las rodadas
respectivamente que parecen corresponder a las boto·
neras en el interior de unas de las cuales pudimos aún
constatar la presencia de restos de hierro que facilita·
rían el giro de las hojas. Por otra parte, sobre la base
d el camino aparecieron varios grandes sillares caídos
que muy posiblemente formarían parte de la arquitec·
tura de la puerta. Uno de ellos, en forma de «L•, terúa
IMrt
siluoJa Jobrt tl camiM
tambi~n
un agujero circular que suponemos serviría
para encajar en él los goznes metálicos de una de las
puertas. Otro sil1ar (lám. 1) tambi~n presentaba una
oquedad circular en cuyo interior apareció un bloque
prismático cuadrangular bastante plano, de hierro, colocado para que el gozne apoyara en él. El ce.n tro de
este bloque metálico tenía un leve desgaste circular que
sin duda fue realizado por el giro del extremo apunta·
do de aqu~l que, seguramente remataría en un pivote
metálico.
Tambi~n poseemos datos para establecer tanto el
ancho como el grosor de las hojas de la puerta aunque
no su altura.
En la figura 1 podemos observar que en el lugar
donse se ubican ambas botoneras y horizontalmente al
camino, aparecen unas ranuras que, evidentemente,
77
[page-n-88]
M. ALFARO ARREOUI Y S. BRONCANO
sirvieron para encajar ambas hojas cuando la puerta
estuviera cerrada y que nos permiten conocer el grosor
máximo de ésta que, no sobrepasaba los 0'10 m. Igualmente podemos decir que, los anchos de las hojas no
eran exactamente iguales, ya que el derecho oscila alre·
dedor de los 1'50 m. y el izquierdo llegaba a 1'58 m.
Un detalle dificil de establecer es el relativo a la
forma de cierre de las puertas aunque se han conservado algunas huellas que nos permiten intuirlo. Es evidente que éste se realizaba mediante un pasador ya
que, en la figura 1 podemos observar el hueco realizado en la base rocosa para introducirlo pero, en contra
de lo normal, teóricamente éste quedaría en la parte
de fuera en lugar de en el interior.
Podemos observar en la misma figura que, si bien
tanto la oquedad del pasador como las de las botoneras
de las hojas se sitúan en linea recta, los rebajes realizados para que quedaran empotradas éstas en el suelo,
son ligeramente divergentes, de forma que, si prolongamos sus trayectorias, el extremo de la hoja derecha
llegaría justamente a dar en el hueco del pasador,
mientras que el extremo de la izquierda quedaría situado en el interior respecto al pasado.r.
De acuerdo con el hueco dejado en la roca, el pasador tendría en su extremo inferior una sección en
forma de «L» (fig. 1), y debió ser metálico. La barra o
eje debió tener un diámetro cercano a los 0'10 m., en
cl caso de que fuera circular. El gancho de su extremo
(si pensamos que su tipología debía ser similar a los ac·
tuales cierres por ejemplo, de nuestros balcones), pudo
variar entre los 0'13 m. y los 0'18 m.
Más adelante volveremos a tratar sobre el posible
sistema de cierre de la puerta y el funcionamiento de
dicho pasador ya que se encuentra en relación con
otros elementos que pasamos a describir.
Pero el detalle más interesante e importante aportado por la excavación fue el descubrimiento «in situ»
de dos grandes sillaJ:es colocados horizontalmente y
atravesando perpendicularmente el camino justo delante del punto donde se sitúa la puerta (fig. 1, lám. 2).
El sillar derecho tiene unas dimensiones de 1'14 m . de
largo, por 0'40 m. de ancho y 0'25 m. de alto. El izquierdo mide 1'25 m. de largo, 0'54 m. de ancho y
0'30 m. de alto.
Un dato curioso es el hecho de que en la parte central del primero ele ellos se practicó un hueco, de forma
que, al introducir en él un pequeño sillar, quedaran
ambos trabados por sus extremos adyacentes. Ambos
sillares apoyan directamente sobre la parte central y laterales del camino, quedando, obviamente, por encima
de la base de las carrlladas.
U no de los extremos del sillar derecho queda embutido en un hueco practicado en el lateral rocoso
(fig. 1). La totalidad del extremo izquierdo queda tam·
bién incrustado en su correspondiente lateral, penetrando 0' 16 m . dentro de él, para lo cual se practicó
78
un hueco en la roca que justamente coincidía con el
ancho y alto del sillar. La presión ejercida por las tierras ha provocado que los sillares se hallen desplazados
unos 0'08 m. en la parte central.
As{ mismo, se hallaron también colocados otros
dos sillares, dispuestos en !mea y en perpendicular a
los anteriores (fig. 1, lám. 2). El situado aliado de éstos
es de pequeño tamaño, el otro es plano y de dimensiones regulares.
Es evidente que, tanto unos sillares como otros, al
estar colocados intencionadamente, impedían el tráfico
rodado por el camino ya que es imposible salvar la altura de éstos en relación con las rodadas que, era de
casi un metro. Queda pues establecer qué función desarrollaban cuando, aparentemente, era una contradicción con el normal desarrollo de la circulación de la
cual dependía la vida en la ciudad.
La única explicación lógica y coherente es que nos
encontramos ante el amurallamiento de la propia entrada a la ciudad. Cerramiento que, como es lógico,
tan sólo debía realizarse ante un inminente ataque por
parte de un poderoso ejército como el romano, dificil
de vencer debido al desarrollo de sus técnicas y tácticas
bélicas. Aunque pudiera resultar incomprensible el
«autoconfmamiento» de los habitantes iberos en su
propia ciudad, sometiéndose así voluntariamente a un
asedio, hay que tener en cuenta que, la enorme cantidad de algibes y almacenes existentes en el interior de
la población permitirían mantener éste durante un
tiempo indefinido.
Según los datos obtenidos parece claro que se opt6
pues por «tapiar» la puerta, enlazando de esta manera
con el lienzo de muralla ya existente ( B RONCAN0 1
1986), protegiendo así junto con las diversas torres, el
punto más vulnerable a un ataque.
Se han encontrado dispersos los sillares que formarían la muralla de la puerta. Sin embargo, parece
ser que, según los entalles que podemos observar en los
laterales rocosos situados a 0 ' 80 m. por delante de los
sillares anteriormente descritos, existiría otra línea de
sillares que hemos reconstruído hipottticamente (fig. 1,
lám. 2), con lo cual el portón de madera quedó protegido con un doble muro de grandes sillares con un espacio interior posiblemente relleno de piedras. Restos de
eJlte .relleno pueden ser los citados sillares colocados en
el centro del camino perpendicularmente a los dos des·
critos en primer lugar, aunque nos inclinamos a pensar
que correspondorfan a la primera hilada de un muro
que uniera a los otros dos por su centro para dar a la
estructura mayor fortaleza.
Si seguimos observando los sillares atravesados en
la puerta, veremos que el izquierdo tiene en el peñtl
de su lateral interior dos rebajes consecutivos a modo
de escalones que se relacionan con el contorno del agujero realizado en la roca para introducir el pasador de
la puena (fig. 1). El contorno del agujero coincidiría
[page-n-89]
SISTEMA OEFElSSIVO DEL CASTELLAR DE MECA
perfectamente con lo11 rebajes del sillar ya que hay que
tener en cuenta que, debido a la presión ejercida por
las tierras, existe un ligero desplazamiento del muro en
su parte central como ya dijimos.
Volvic.ndo pues al sistema de cierre, era obvio pensar que el pasador debía qued ar al exterior, ya que no
hay espacio para las hojas de la puerta entre él y los
sillares. Además, como ya dijimos, las prolongaciones
de las ranuras practicadas en Ja roca pa.r a encajar las
hojas nos ofrecen la misma solución, especialmente la
boja izquieda.
Es posible que el pasador qued ara situado al interior de la puerta, pero, solamente cuando no se realizara el .. tapiado» de ella, es decir, en situa.ción normal.
El ángulo que presenta el lateral rocoso izquierdo p ermitiría el deslizamiento de la hoja de la puerta hasta
girar justo hasta el punto exacto situado delante del pasador.
Esto nos llevaría a que el pasador no sería t.al y
como los conocemos actualmente, fijo a una de las hojas, sino una gruesa barra, seguramente de hierro, que
desde la zona superior del dintel podría ser bajada hasta encajar en el h ueco cuando se cerrara. A esto hay
que añadir que, muy seguramente y utilizando el escalón realizado al allanar el realce central en la zona de
entrada que describimos con anterioridad así como las
diferentes alturas dejadas en una especie de •escalones»
que presenta el later al rocoso izquierdo así como la
parte baja del lateral derecho, se apoyarían una serie
de trancas de madera que sujetanan ambas hojas reforzando el cierre.
La documentación obtenida es pues realmente in·
teresantísima, ya que se constata la existencia de un
sistema defensivo muy complejo. El amurallamiento de
la puerta junto con las diversas torres daban lugar a una
defen sa prácticamente perfecta de la entrada de la ciudad, lo que unido al resto d e elementos como es la muralla semicircular, la hacían casi inexpugnable (lám. 3).
Pero, evidentemente, la inexpugnabilidad cedió
ante el empuje del impresionante ataque a que debió
ser sometida por el ejér cito romano, fmalizando de esta
manera el esplendor que durante siglos debió desarrollarse en la ciudad.
1bda actividad de la población q uedó mermada
posiblemente, debiendo quedar reducidos sus habitantes a una fuerte guarnición militar romana y a unas pocas familias iberas, al producirse el cierre del camino,
único medio de supervivencia de la ciudad. Como hemos podido ver, los sillares que quedaron «in situ» lo
clausuraron definitivamente. Este dato nos ha permitido confirmar su cronología, pudiendo establecerlo
como prácticamente la única vía prerromana conocida
hasta el momento, puesto que, tras el amurallamiento
de la puerta y, por tanto, destrucción de la ciudad, no
volvió a ser utilizado como vía de paso.
BIBLIOGRAFÍA
BaoNCANO, S. (1986): «El Castellar de Meca, Ayora (ValencÜI). TextoS». Excavaciones Arqueológicas en España,
147, Madrid.
BRONCANo, S. y At.PARO M. (1990): Los Caminos de RUldas
de l4 Ciudad Iblrica de ttEl Castellar de Meca» (Ayora, VaknCÜJ). Excavaciones Arqueológicas en España, 162,
Madrid.
79
[page-n-90]
M . ALfARO ARRECUI Y S. BRONCANO
Lám. l . - Sillar con orificio ClfculaT y bloque dt hierro. Posihli! demmw tk su;u del goz11t fk tma dt las hojas fk la puula
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80
[page-n-91]
Lóm. 3.-
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81
[page-n-92]
[page-n-93]
. Emilio CoRTELL P tREz*, Jordi J uAN MoLT6*,
Enrique A. LLOBREGAT CoNESA • •, C ristina R.mG SEaut•,
Feliciana SALA SELLts* y José M. a SEGURA MARTf*
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA:
RESUMEN DE LA CAMPAÑA DE 1987
INTRODUCCIÓN
El yacimiento i b~rico de La Serreta viene apare·
ciendo en la bibliografía desde 1921 sin que baya sido
todavía objeto de un estudio de conjunto. El benemEri·
to Director del Museo de Alcoy, don Camilo Visedo
Moltó publicó tres campañas de excavaciones corres·
pondientes a los años 1921·1923 y proporcionó docu·
mentación adicional en un artículo, publicado en 1953,
añadiendo algunos datos en su libro A~. GtowgfiJy Pre·
historiiJ, aparecido en 1959. Posteriormente el nuevo Di·
rector, don Vicente Pascual Pérez, llevó a cabo, cuando
dispotúa de algunos fondos, diferentes campañas en la
Serreta, de las que se COllServan Jos diarios pero que
pennanecen, por el momento, inéditas. Lo mismo ocu·
rre con la campaña que se llevó a cabo bajo la dirección
del profesor M. Tarradell, a la sazón catedrático de Ar·
queología en la Universidad de Valencia, de las que lo
único publicado son los dos planos parciales de la exca·
vación, levantados por E. Uobregat. El truJado del
profe10r Ta.JTadell a ]a Universidad de Barcelona el fa·
Uecimiento de don V icente Pascual, y otros av~tares,
• Museu Arqucolbsic: d'AicoL
•• Museo Arqucol~sic Provitlcial d'Aiacant,
suspendieron los trabajos, aunque no impidieron inves·
ligaciones sobre el yacimiento. Por suerte el Centre Al·
coil d'Estudis Histories i Arqucologics propició la lim·
pieza y desescombro del yacimiento, asf como la
confección de un plano topográfico completo, el prime·
ro realizado de este yacimiento. Thnto la limpieza
como el plano fueron un motor para nuevas activida·
des, contando con el contigente de un grupo de arqueó·
lagos alcoyanos que se habían ido formando en la U ni·
versidad de Alicante. Todo esto, y la presunción de la
posible existencia de una necrópolis contigua al poblado, algo que siempre se habfa planteado pero nunca
prospectado, al menos en lo que se conoce del yaci·
m iento, condujo al acuerdo entre el Museo de AJcoy
y el director del Museo Provincial de Alicante, de solí·
citar a la Dirección General del Patrimonio, de la Con·
sellerla de Cultura, el reglamentario permiso de exca·
vaciones para intentar hallar la necrópolis. Esto
ocurría en 1987 y la cosecha fue lo suficientemente
atractiva como para seguir con la tarea a lo largo de
los siguientes años hasta 1990, inclusive, que ha traído
grandes novedades en lo que se refiere a arquitectura
militar y a la topograffa de las defensas del poblado.
En este estudio trataremos tan sólo de la primera cam·
paña de excavaciones (1987) y las demás campañas
83
[page-n-94]
E. CORTELL, J. JUAN, E.A. LLOBREGAT, C. R.EIC, F. SALA Y J .M. SECURA
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[page-n-95]
LA NECRÓPOLIS IBÉRlCA DE LA SERRETA
quedan a la espera de la reconstrucción total de los
ajuares y de todas las tareas propias del caso. La oportunidad del homenaje científico a don Enrique Pla Ballcster, Director que fuera del SIP y mentor de todos
nosotros, ha hecho surgir este trabajo. Vaya en honor
de él, que siempre fue devoto de la arqueología alcoyana.
Los materiales arqueológicos hallados en esta
campaña, así como los de las siguientes caJDpañas, han
sido despositados en el Museo de Alcoy, donde se ha
llevado a cabo la ímproba tarea de limpieza, lavado,
consolidación, dibujo y restauración de las piezas de
esta primer a campaña, y donde se trabaja en las siguientes de forma que en un prudencial plazo de tiempo se pueda poner en las manos del público interesado
la riqueza e interés de esta necrópolis. El yacimiento
de La Serreta conserva todavía una gran cantidad de
incógnitas que poco a poco van a ir siendo desveladas
en sucesivas campañas de excavaciones. Lo que por
hoy conocemos permite augurar unos resultados espléndidos que ayudarán en gra.n modo a conocer el
mundo ibérico en el área del gran macizo montañoso
que se extiende desde el Júcar al Vinalopó y desde el
corredor de Montesa al litoral entre Cullera y Guardamar. Un área que aún nos guarda infinitas novedades
que ni siquiera podemos sospechar.
CIRCUNSTANCIAS DEL HALLAZGO
Entre 1985 y 1986, el yacimiento de La Serreta fue
objeto de una limpieza en sus diferentes sectores excavados de 1917 a 1969, necesada para el levantamiento
topográfico de todo el poblado.
Dichos trabajos permitieron delimitar la muralla
de cierre det poblado por su parte .Este, el cual presenta
un mejor acceso al mismo, situándose en la cota 993
mts. s/n/m (la cumbre alcanza una altitud de 1.051
mts.).
.El conocimiento de la topografía del yacimiento,
con abruptos desniveles, as[ como la delimitación de su
extensión, hizo que nos llamara la atención una amplia
zona no excavada, extr amuros del poblado y de escaso
desnivel, que nos sugirió la posibiüdad de la ubicación
de una necrópolis.
A1 objeto de prospectar las áreas circundantes al
yacimiento, se proyectó realizar una serie de sondeos
cuyo inicio tuvo lugar en el mes de junio de 1987, escogiendo un pequeño sector de esta zona (situada próxima a la muralla, por la parte Este), que no tardó en
revelar la existencia de una sepultura (Lám. 1, 1).
Una ampliación del citado sondeo detectó la presencia de otras sepulturas, que reafirmaban la magnitud del hallazgo, y qu~ aconsejaron preparar una posterior campaña de excavaciones durante el mes de
Septiembre del mismo año (Lám. I, 2).
LAS SEPULTURAS: DISPERSIÓN Y
CARACTERÍSTICAS
Las diecisiete sepulturas exhumadas aparecen
próximas entre sí, como lo demuestra la densidad alcanzada en los 38 metros cuadrados excavados en la
campaña objeto de este avance (fig. 1).
Dada la escasa potencia del estrato (entre 20 y 40
cms.), por efecto de la erosión que ha afectado constantemente el área de la necrópolis por su proximidad a
la carena del monte, algunos hallazgos aparecen casi
superficialmente, así como parte de los restos de la cremación, que generalmente se depositan en contacto directo sobre la roca, siendo frencuente que ésta presente
de.slascados ·ntencionados pa.r a el acomodo de los
mtsmos.
.Esta circunstancia se da tanto en sepulturas que
tienen urna cineraria como en aquellos caso.s en que
no está presente. Hasta el momento no se han detectado superposiciones de sepulturas.
De lo excavado hasta la fecha, se desprende que
las cremaciones no se realizan en el mismo lugar en
que aparecen depositadas, desconociendo la ubicación
del ustrinum.
Hemos observado la existencia de cuatro posibles
estructuras, asociadas a las Sepulturas +·6, U, 1+ y 15,
formadas por piedras irregulares grandes y de mediano
tamaño, que en el caso de las Sepulturas 4-6 llegan a
rodear los dos ajuares. En las Sepulturas U y 15 prote·
gen los restos de la cremación, dado que las piedras los
limitan en parte (Lám. ll, 2). Las tres urnas cinerarias
de la Sepultura 14 aparecían cubiertas por un amontonamiento de piedras, que no llegaba a aflorar en superficie (Lám. lli).
Se observa una gran diversidad en cuanto al con·
tenido de las sepulturas, que inicialmente nos ha per·
mitido distinguir varias categorí'as de sepulturas_
:
-Con urna cineraria y ajuar cerámico (Sepulturas 5b, 9, 13 y 14).
-Con urna cineraria, ajuar cerámico y armamento (Sepulturas 1 y 6).
-Con restos óseos acompañados de ajuar ccrá.mi·
co (Sepultura 8).
-Con restos 6seos acompañados de armamento y
ajuar cerámico (Sepulturas 4 y 15).
- Con restos óseos acompañados de armas (Sepulturas 5a y 11).
Las Sepulturas 2, 3, 7, 10, 12 y 16 no pudieron excavarse en su totalidad, dado que la excavación en estas
áreas sufrió una incursión clandestina, con eJ consiguiente expolio de parte del contenido de los ajuares,
que imposibilita el estudio de su conjunto. No obstan·
te, y a j uzgar por lo conservado, la Sepultura 7 presentada armamento (.recuperamos restos de herrajes de
suspensión de la vaina de una falcata y dos pasadores
de bronce del tahall), y para eJ resto, su conte.n ido se
85
[page-n-96]
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3cm.
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guras ro;as. Sepultura 6
86
[page-n-97]
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA
reduce a un escaso ajuar cerámico que acompaña los
restos óseos y cen1zas de la cremación.
REGISTRO DE MATERIALES
A. CERÁMICA DE IMPORTACIÓN
El registro formal que ofrece la campaña de 1987,
en cuanto a los vasos de importanción se refiere, es representativo de todo el conjunto exhumado durante los
trabajos de campo posteriores. Por lo tanto, el resultado de este estudio puede considerarse válido en líneas
generales, sj bien no descartamos que nuevos hallazgos
puedan completar la información que ahora adelanta·
mos. El conjunto se caracteriza por su homogeneidad,
por una repetición de formas que hallamos respresentadas en otros poblados y necrópolis de la misma época
como veremos más adelante. La necrópolis de La Serreta y su poblado se insertan así en la dinámica cultural y económica del momento Pleno de la Cultura
Ibérica.
Lo primero que destacamos de este conjunto es la
uniformidad en cuanto a la categorfa de los vasos. La
gran mayoría es de producción ática, aunque se aprecia en eUos una notable diferencia de calidades. En segundo lugar, documentamos otras producciones rep~e
sentadas por ejemplos únicos: una pequeña pátera de
la forma Lamb. 27 adscribible posiblemente a los talleres de Rosas, un cuenco de la forma Lamb. 27 perteneciente a las producciones púrucas de barniz negro, una
pátera de la forma Lamb. 26 que por sus rasgos forma·
les y técnicos podemos considerar un producto proto·
campaniense, un bolsa) de la forma Lamb. 4-2-C procedente de un «taller» no localizado, además de un
pequeño número de fragmentos no áticos de dificil clasificación.
Dentro de las áticas, que como vemos poseen una
mayor representación, encontramos algunos vasos de
estilo de figuras rojas, y, sobre todo, vasos de barniz
negro.
De figuras roj as existen un fragmento de bo.rde y
un fragmento sin forma y decorado, perteneciente a
una cráJera de campana, y tres lcyliJces de la forma Lamb.
42-A , más unos fragmentos que podrían corresponder
a un cuarto lcyli.x. Entre ellos destaca el ejemplar hallado en la sepultura 6 (fig. 2); este vaso presenta en el
medallón central un joven atleta envuelto en su himation, que Ueva en la mano derecha un disco, y se encuentra en actitud oferente frente a un altar. En el exterior, dos grupos de dos jóvenes, enfrentados, uno de
ellos con un disco y los dos restantes con un ertrygilos;
entre dos jóvenes se ha respresentado un aryóaios; unas
palmetas bajo las asas completan la decoración en el
exterior, mientras que en el interior, una orla de hojas
enmarca el medallón central. Estos rasgos decorativos
definen la variante 1 de los kyliks del Grupo del Pintor
de Viena 116, tan abundantes en Andalucía y Sureste
durante la primera mitad del s. IV a.C. (RoOII.L.A.Rn,
1975). Sin embargo, la excelente factura del ejemplar
de La Serreta lo aleja de la tosquedad de acabado que
caracteriza a este grupo, y en cambio lo reladona con
algunos kyliJ;es de factura algo más cuidada como el lote
del taller de jena aparecido en Archena (B&AZLEY,
1948: 4-7-48, fig. 2, n.0 6 y 7), los ejemplares de La Bastida y la propia Serreta (TRIAs, 1967/68: 329-330,
n.0 18, lám. CLX, 8; 350, n.0 2 y 3, Jám. CLXV, 3 y
4-), y otros de UUastret (PrGAZo, J977: 54-56, n .0 137,
14-2 bis y 145, lám. XIV, 2 y XV, 3).
Por lo que respecta a la cerámica ática de barniz
negro, las formas más abundantes son las páteras de
la forma Lamb. 21 y los pequeños cuencos de la forma
Lamb. 21/ 25 b.
Completan el registro tipológico dos fragmentos
de borde de la forma Lamb. 22, dos lr.tlrdhtuoi Lamb. 40
de borde no moldurado, y al menos, tres piezas de la
forma Lamb. 42-B, a las que hay que sumar una base
de esta forma que Sanmartí llama del octaller- de los
/cyliJres de la forma Lamb. 42-C de Covalta (fig. 3, 1)
(SANMAJtT!, 1979: 168-169), y que, seg\Ín afirma, debió
fabricarse en el área mastiena o contestana.
Nos encontramos cambién con una imitación de
barniz negro púnico de la forma Lamb. 27 (fig. 3, 2)
perteneciente a la producción de baja caJjdad By.rsa
401, con un barniz amarronado, ftno, mate y d~ tacto
rugoso (M olll!l., 1986: 29-30); un bol de la forma
Larnb. 27 decorado con una roseta central de siete pétalos con botón central y sendos pistilos entre ellos,
procedente quizá de los talleres de Rosas, aunque por
hallarse la pieza totalmente alterada por el fuego no
podemos afirmarlo con seguridad; y por último, una
pátera de la forma Lamb. 26 (fig. 3, 3), decorada con
cuatro palmetas radiales inscritas en cinco líneas de
ruedecilla, con uña en la superficie de apoyo, que encontramos en Ampurias defmida como un producto
protocampaniense de la primera mitad del S. m a.C.
o muy a finales del s. fV a.C. (SANMARI:I, 1979:
n.0 159, láms. 103 y 108).
El contexto que nos definen ellcyli.x de figuras rojas
y los demis vasos áticos de barniz negro permiten fechar la necrópolis de La Serreta en la primera mitad
del siglo IV a.C., exceptuando la Sepultura 2 (bolsal
Lamb. 42 C), la Sepultura 9 (pátera Lamb. 26 y bol
Lamb. 27), y la Sepultura 16 (imitación púnica Lamb.
27), que podemos encuadrar entre fines del s. IV a.C.
y la primera mitad del s. ITI a.C. La Sepultura 13, en
la que aparece un ktJntharos Lamb. 40 de borde no moldurado, se fecha.rfa en Ja segunda mitad del s. IV a.C.
por paralelos en la necrópolis de El Cjgarralejo (CUA·
OllADO, 1987: T. 45, T. 95, T . 331).
Por último, es conveniente destacar que la casi totalidad de los vasos se hallan muy alterados por el fue87
[page-n-98]
E. CORTELL, J. JUAN, E.A. LLOBREGAT, C. REIC, F. SALA Y J .M. SEGURA
3
Fig. 3.- 1, SepuJJura 2; 2, &pultura 16; 3, SepulJura 9
88
[page-n-99]
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA
2
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Fig.
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3cm .
1, &pultur4 1; 2, &pu/Jur4 13
89
[page-n-100]
E. CORTBLL, J. JUAN, E.A. LLOBREGAT, C. REIG, F. SALA Y J.M. SEGURA
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Fig. 5.- 1, 4 y 5, &pu1Jur11 U ; 2, Sepullur11 6; 3, &pu1Jur11 9; 6, &pu1Jur11 5b
90
3cm.
1
[page-n-101]
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA
go, factor que dificulta notablemente su identificación;
profundizar en este hecho, que se repite en todas las
necrópolis, resultaría de gran interés para establecer el
proceso ritual del enterramiento.
El tráfico y las rutas comerciales que se infieren
de la llegada de estos prod~ctos a los poblados ibéricos,
y entre ellos La Serreta, es un aspecto importante a
tratar que excede del marco de este trabajo. Sin embargo, podemos avanzar que la Serreta participa en la evolución de los contactos comerciales apuntados ya por
Garc(a Cano para el Sureste (G.uofA C.u.:o, 1985:
67-69), que curiosamente son las mismas fases que se
establecen para las importaciones áticas de Ibiza (SAN·
cmz Fl!.RNÁNDE?., 1981: 303-309): aumento de las importaciones a partir de la segunda mitad del s. V a.C.,
aunque es en la primera mitad del s. IV a.C. cuando
se alcanza el verdadero apogeo de dichos contactos. En
este sentido es obligado hacer referencia al pecio del
Sec, que naufragó en el segundo cuarto del s. IV a.C.
y cuyo cargamento de cerámicas áticas es el mismo que
Juego encontramos en los yacimientos ibéricos y en La
Serreta {ARRIBAS eT ALII, 1987).
B. CERÁMICA IBÉRICA
l. Cerámica Ibérica fina
La mayor parte de la cerámica procedente de esta
primera campaña de excavaciones de La Serreta es, sin
duda, la cerámica ibérica fina. Sw formas cerámicas
poseen en general, unas pastas bien depuradas, de tonos anaranjados o rojizos. La decoración es siempre de
estilo geométrico, sencillo en su mayor parte, a excepción de un recipiente con decoración al parecer ve·
getal.
Los motivos más frecuentes se reducen a bandas
y filetes bien aislados, o bien sirviendo de marco para
otros motivos tales como circunferencias, semicircunferencias o segmentos de circunferencias concéntricas, 1(neas onduladas (cabelleras) y rombos.
Atendiendo a las distintas formas de los vasos, pasaremos a continuación a describirlas.
1.1. Urrw.s (fig. 4 y 5)
La importancia de este tipo de vasos cerámicos
radica, efectivamente, en la función a la que han sido
destinados. Sirven, casi siempre como recipientes donde se contienen los huesos de la cremación y también,
en algunos casos, guardan parte de los ajuares. Sus
pastas se caracterizan por hallarse bien depuradas.
Presentan, a su vez, una tonalidad anaranjada o tenuamente rojiza. Algunas de ellas poseen restos de
~ engobe superficial claro sobre el que se aplica la
decoración pintada en color rojo vinoso o, en su caso,
marrón.
Por lo que se refiere a la decoración, ésta es casi
totalmente geométrica, y adopta los clásicos elementos
de bandas y metes, círculos, semicírculos y arcos de
círculos concéntricos y líneas onduladas. En un único
caso, como decíamos arriba, presenta un motivo vegetal.
Entre las formas má$ caracterí11ticas, predominan
las urnas bitroncocónicas, de borde exvasado -a veces
de hombro marcado-, y base cóncava. Este mismo
tipo se repite en las urnas de menos tamaño o en vasos
de ofrendas, que acompañan, en ocasiones en ciertas
sepulturas, a las anteriores de mayor tamaño.
Todas ellas aparecen ampliamente recogidas por
la bibliografia actual con la denominación pithislr.oi
(NoRDSTROM, 1973: 171·173) tinajillas, o vasos de perfil
quebrado (ARAN&om-PLA, 1980: 81) de cuerpos bitroncocónicos (o, en su caso, tritroncocónicos) con el borde
exvasado y la base cóncava con o sin umbo y, a veces,
con el pie indicado o anillado.
Este tipo de urna aquf descrito, es una forma que
aparece profusamente en el área levantina y sudeste
peninsular (forma 19a de Cuadrado) (1972: 131). Algunos de sus modelos más característicos aparecieron en
el mismo recinto habitado de La Serreta, cercano al lugar que ahora nos ocupa. Su cronología se enmarcaría
entrt los siglos V y IV a.C. (BRON
Un segundo tipo de urnas correspondería a la co·
múnmente conocida como urna de orejetas perforadas,
representada aquí por tan sólo un único ejemplar que
apareció en el entorno de la Sepultura 14-.
Presenta, en su aspecto exterior, un cuerpo esferoide y apareció desprovista de su tapadera característica. En su lugar, fue cubierta por un plato-tapadera,
que más adelante pasaremos a describir. Su altura es
de 16 cms. y el diámetro de su boca, de 12 cms. Según.
la tipología expuesta por J.J. J ully UuLLv-No~toSTROM,
1966: 99) debería ser adscrita a su tipo e, forma esta
similar a otras tantas urnas recogidas en necrópolis tales como La Solivella (Fum:HRR, 1985: tig. 13, 6),
Hoya de Santa Ana, El Molar y Altea la Vella U uu.vNoRDsTROM, 1966) con una cronología que empieza en
tomo al si~lo V (FLETCHER, 1985: 317).
Por último, en la Sepultura 5b, apareció un !r414tlws
de cuello estrangulado, que sirvió también como urna
cinel'aria.
!.2. Platos (fig. 6)
Es, sin duda, este grupo el que aparece con mayor
profusión alrededor y en el interior de las sepulturas
de esta necrópolis.
Para su estudio hemos tenido en cuenta el trabajo
y análisis efectuado por la Dra. Carmen Aranegui,
91
[page-n-102]
E. CORTELL, J . JUAN, E.A. LLOBR.EGAT, C. REIG, F. SALA Y J .M. SEGURA
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Fig. 6.- 1 J 8, &puhura 1; 2, &puhura 6; 3 J ~. $lpuhrJTa U ¡ 5, &puhura 13;
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[page-n-103]
LA NECRÓPOLIS IBWCA DE LA SERRETA
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Fit. 7.- 1, S.puJJwo 5b; 2, Stpu/Jwa 2; 3, S.pu/Juro 9; f, S.pu/Jwo 8; 5 y 9, Juna dt stpu/Jwo,· ~ S.puJJwo 11,· 7, S.pu/Jrua 12; 8,
Stpu/Jrua 5o
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[page-n-104]
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t:OliTELL, J. J UAN, B.A. LLOBREGAT, C. REIG, P. SALA Y J.M. SECURA
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Fig. 8.- 1, &puilr.ua 8; 2, &puJJr.ua 10
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2
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LA NECRÓPOUS IBWCA DE LA SERRETA
cuando en su dia estableció la tipologfa de los platos
del poblado de La Serreta (ARANECUl, 1970: 107-121).
Entre todos ellos predominan aquellas formas de
perfU curvo y borde reentrante. La deración en éstos,
o bien está ausente, o bien se limita a bandas y fJ..letes.
A un segundo tipo, le corresponden los platos de
borde exvasado y perfil curvo o carenado. Uno de los
ejemplares de este modelo fue utilizado como tapadera
de la urna cineraria de la Sepultura l . La decoración
geomttrica aqu( ya es más variada, abundando las bandas y fl.letes que, en ocasiones, sirven para encuadrar
otros motivos geométricos más complejos: círculos, semicfrculos o cuartos de círculos concéntricos, series de
rombos, líneas onduladas y verticales.
Una tercera variante parece destacarse en el total
de las piezas observadas, al contemplar el eje~plar
aparecido en la Sepultura 13. Al parecer se tratarla
más bien de una especie de cuenco que imita con seguridad a un vaso de importación itálica (forma Lamb.
22). Posee un borde recto con el labio saliente y un pie
destacado con estrías.
De igual modo resaltamos del conjunto un platotapadera, que por su forma externa y caracterfsticas de
la arcilla en la que se ha modelado -tosca y con
impurezas- deberla ser aceptada como de importación púnica. Lo inclufmos en este apartado por las circunstancias en que tste apareció. En efecto, colocado
inversamente a lo que su función injciaJ hubiera previsto, sirvió para cubrir la boca de la urna cineraria de
orejetas de la Sepultura 14. El borde de este plato es
saliente, ligeramente obHcuo, y su pomo es macizo.
Cercano de aquel borde, presenta dos orificios, posiblemente de suspensión.
En cuanto al aspecto cronológico, siempre impo~
tante en este tipo de yacimientos, es dillcil de determjnar con precisión. Esto es debido sobre todo, a la aparente homogeneidad de las formas observadas, por un
lado, y por otro, al tipo de deco,-ación, reducida aquí
a motivos ge.o métricos que perduran durante un gran
lapso de tiempo. Por lo que respecta al análisis de los
tipos aparecidos en La Serreta, cabe concluir que son
de sobra conocidos en casi toda el área levantina.
1.3. Otras ]ortn4S (fig. 7)
Además de los tipos cerámicos anteriormente descritos, han aparecido fragmentos de otras formas cerá·
mjcas que se reducen a los sigujentes: borde de un ungüentar io al parecer fusiforme; u.na pequeña botellita
piriforme completa de borde cxvasado y base cóncava;
un vasito de ofrendas de borde igualmente exvasado y
base con pie anular indicado; por último, un pequeño
vaso decorado, fragmentado en su base.
Constatamos además, la aparición de al menos
cinco fusayolas, en el contexto mismo del enterramjen-
to, o en ocasiones, fuera de él. Dos tipos de ellas de la
Sepultura 11, otra de la Sepultura 12, y la cuarta, de
la Sepultura 5b. La última, que apareció fuera del contexto, posee una forma esférica. Todas las demás presentan un cuerpo bitroncocónko regular. Una de ellas,
de pasta anaranjada, muestra una decoración incisa,
por su mitad superior, a base de líneas que conforman
triángulos rellenos a su vez de pun~os. Las otras fusayolas, de pasta clara gris, fueron hallada.s en un e.s tado
de conservación inferior.
ll. Cerámica
lb~rica
de cocina
A continuación pasamos a analizar un tipo de cerámica cuya principal característica reside en aglutinar
a unos recipientes de upecto exterior sencillo, de superficies rugosu y ásperas y de arcillas con tonalidades
oscuras, marrones o negras. Su pasta, poco depurada,
posee unos desgrasantes gruesos, de calcita o de cuarzo
y su función principal sería la de cocinar o ser expuestos al fuego.
Todos los restos conservados han aparecido fragmentados y no se conserva ninguna forma completa.
Así el ejemplar de la Sepultura 1, configura una base
cóncava indicada de una urna de cuerpo globul ar. El
fragmento de la Sepultura 6, corresponde al borde y
parte del cuerpo de una olla de borde exvasado. Por último, una serie de fragmentos ruslados de bordes exvasados completar{an la visión total de este conjunto de
cerámjca tosca de cocina .
111. Cerámica a man o (fig. 8)
I ncluimos en este apartado dos formas cerámicas que
aparecieron íntegras y que poseen la particularidad de
haber sido elaboradas mediante modelado manual.
El primer tipo, representa una pequeña olla de
cuerpo globular, borde reentrante y base plana con el
talón indicado. Cerca del borde posee aplicado un cordón decorado con digitaciones. Su pasta es parda oscura y su superficie rugosa.
La segunda pieza responde a una forma cerámjca
dificil de clasificar. Pertenece a una especie de recipiente hueco, de tendencia elipsoidal, que termina por sus
extremos en forma agallonada. Aparece compuesta por
dos mitades casi simttricas.
IV. Coroplastia (fig. 9)
El arte de modelar figuras de arcilla cocida también se encuentra representado e.n esta exposición de
materiales cerámjcos más intersantes exhumados en la
necrópolis de La Serreta.
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E. CORTELL, J. JUAN, B.A. LLOBREOAT, C. REIO, F. SALA Y J .M. SEGURA
~3 ~
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Fig. 9.- 1, 2 y 3, &pu./Jura 15
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LA NECRÓPOLIS IB!RICA DE LA SBRllETA
Resalta, entre los escaaos fragmentos de terracotas aparecidos, una figura femenina de pie, de cuerpo
en.tero, que lleva sobre su hombro izquierdo otra figurilla más pequeña de un niño, la cabeza del cual se
halla ataviada con un alto tocado en forma de lr.tUa.tos.
Ambas figuras present~ la cabeza y la espalda cubiertas por un velo que se despliega en forma de concha o alas.
Mide este ejemplar 16'5 c:ms. de altura. Está fabricada sobre UD molde, de peñu semicircular y su arcilla
tiene una coloración ocre-amarillenta. Su superficie,
en apariencia grosera, se encuentra bastante desgastada y no permite detallar con mayor profundidad los detalles de los rostros y de su conjunto en general. Por
su reverso, se abre un orificio vertical de forma len ticular.
El modelo iconográfico aquf observado parece
identificar la figura de mayor altura como la diosa Dem~ter portando, sobre su hombro izquierdo a su hija
Kore-Pers~fone, señora de los infiernos y del mundo de
ultratumba (A..i.MAow GoR.Ju., 1980: Lám. XIV). Este
tipo de imagen aparece bien representado en la cercana isla de Ibiza, a donde apuntan, de id~ntica forma
algunos de los materiales encontrados en La Serreta.
En otros casos aparecidos en la isla, dicha figura femenina se representa portando ofrendas u otros objetos
(lbid., 1980: 53 y ss.). La importancia de este ejemplar
resalta más aún, al no haber sido hallada ninguna otra
pieza similar dentro del conjunto votivo aparecido en
el entorno del Santuario de este yacimiento
MoLT6, 1987-88: 295-331).
Un segundo ejemplar de terracota fue localizado,
a escasos cendmetros del anterior, dentro del contexto
de la misma Sepultura 15. Se trata de un fragmento
de la parte inferior de un rostro, al parecer femenino,
cuya lfnea de fractura se localiza en la base de su nariz.
Sus labios son gruesos y las mejillas y el mentón se haJian bien defmidos. La longitud conservada es de 4'+
cms. x 4' 5 cms. La pasta es de tonalidad ocre y su superficie se observa oscurecida a causa de la acción posterior del fuego.
Por último, otros dos fragmentos muy pequeños de
diiTcil clasificación -posiblemente partes de otros tantos rostros- , completan este pequeño conjunto coroplástico.
aUAN
C. ARMAMENTO
De un total de diecisiete sepulturas excavadas durante la campaña, seis proporcionaron armas en su
ajuar (las Seps. 1, 4, 5a, 6, 11 y 15).
Analizados en conjunto, Jos lotes de armas varían
desde la completa panoplia que porporciona la Sepultura 1, hasta el más modesto que aparece en la Sepultura 5a.
El caso de la Sepultura 1 es único hasta la fecha
en la necrópolis por la cantidad de armas aportadas
(Lám. n, 1):
A. ofensiva corta ....... ... . . 1 falcata
2 soliferrea
A. ofensiva larga a.Irojadiza
1 pilum
empuñada .. 2 lanzas
.. 1 regatón
A. defensiva empuñada ....... 1 manilla de escudo
Elementos de jinete .......... 2 acicates
La falcata es la única con cabeza de caballo en esta
campaña, as{ como la de mayor longitud.
Acompaña a esta falcata, además de los herrajes
de suspensión al tahalí, una guarnición decorativa de
hierro, formada por una espiga central decorada en
sentido longitudinal por dos bandas paralelas de roleos
enlazados, de la que parten tres abrazaderas a diferente altura, decoradas con los mismos motivos, que rodean La vaina. La última de ellas, la que corresponde
a la zona de la punta, es de menor anchura que las dos
anteriores. La longitud total de esta guarnición decorativa es de unos 28 cms. aproximadamente (fig. ll, 2).
Sorprende la cantidad de armas ofensivas largas,
que en este caso quedan claramente diferenciadas:
-Las arrojadizas, con UD n.0 elevado, tres: dos de
ellas son solifmea, de 2 mts. aproximadamente, de longitud, que aparecen fragmentados, enrrollados sobre s(
mismos alrededor de la urna cineraria. Las puntas son
triangulares con aletas y los extremos inferiores apuntados. Aunque no se aprecia una zona defmida de posible empuñadura, s( se observa en los distintos fragmentos un aumento del diámetro que podría corresponder
a ésta¡ y un pihlm, de 36'5 cms. de longitud con la punta pequeña lanceolada y leve arista entre las mesas.
- Las supuestamente empuñadas: dos lanzas de
distinta longitud. Junto a ~stas se encuentra un regatón, que convierte a una de ellas en un arma posiblemente empuñada. No creemos que la ausencia de un
segundo regatón indique que la otra lanza tenga carácter arrojadizo, puesto que esta categorfa de armas está
suficientemente reprensentada en el ajuar.
La manilla de escudo, de 70 c. s. de lon gitud es
m
de aletas triangulares, con cuatro remaches de sujeción
al cuerpo en cada una de ellas, y con sistema de suspensión d e gusanillo.
Esta longitud nos proporciona el diámetro real del
escudo al que perteneció, pues los v~rtices de las aletas
están doblados hacia la cara exterior, pellizcando el
borde del cuerpo.
Los acicates, únicos hasta ahora por sus caracteñsticaa, son asimétricos, con el cuerpo rectangular de
bronoe, con los bordes engrosados y una anilla puente
rectangular en cada uno de los extremos por donde pasaría la correa de sujeción. La punta es de hierro, de
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E. CORTEI..L, J. JUAN, B.A. LLOBRBCAT, C. REIC, F. SALA Y J.M. SECURA
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Fil. JO.- 1, &pukurtJ 54; 2, &¡nJJura 1
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LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SER RETA
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Fit . 11.-
1, &pu/Jura ll,· 2, &pullura 1
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B. CORTELL, J . JUAN, E.A. LLOBREOAT, C. RBIO, P. SALA Y J .M. SEGURA
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Fit. 12. - 1, 2, 3 y 7, &pu/Jura 1,· 4 y 5, &pultu.ra 4,· 6, Slpu/Ju.ra 6
lOO
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LA NECRÓPOLIS IdRICA DE LA SERRETA
6'8 cms. de longitud, está moldurado, con sección circular (lig. 10, 2).
La Sepultura 5a proporciona únicamente dos armas: ~na lanza y un puñal.
Este último, por sus características, hace que esta
sepultura, si bien opobre.. en cantidad de armas, destaque por el interés que ofrece el ejemplar en esta zona
(fig. 10, 1): se trata de un p~ñal de hoja trianglliar estrecha, con un haz central de finas acanaladuras enmarcadas por otras más profundas, paralelas a los bordes del arma. Conserva adherida la embocadura de la
vaina, ligeramente desplazada de su correcta posición,
con un a~ndice convexo que encaja en la muesca en
arco practicada en la parte inferior de la base de la empuñadura.
La embocadura tiene un remache transversal en
cada extremo interior que ajusta la hoja.
Los gavilanes muestran una ligera muesca.
La empuñadura conserva tres remaches para la
sujeción de las cachas. El peñll de ésta se ensancha en
la zona central, donde se unen las dos mitades c6ncavas, para despu6a abrirse en dos antenas separadas por
una escotadura en V. Éstas se rematan en un tope
plano.
Reóne las características de los puñales del tipo
Alcacer do Sal, que Cabré (CAallt y MoRAN CAsú,
1979: 763-774) y c~adrado (1963: 17-27), describen
con paralelos en Almedinilla, La Osera y Cigarralejo,
respectivamente.
Nuestro puñal tiene el pomo y las antenas divergentes reducidas a un alma laminar, semejante a la cm·
puñadura de la pieza de Almedinilla perteneciente a
este tipo.
Se diferencia de la empuñadura del arma del Cigarralejo (aparecida en la T 20+ y cuya cronología,
según Cuadrado, se remonta a mediados del siglo IV
a.C.) y de La Osera, en que éstas son de sección hexagonal. Sin embargo creemos posible que el recubrimiento de la empuñadura de nuestro puñal pudiera
conferirle esta sección, sirviendo de remate los topes
que a tal efecto conseTVan las antenas, sin los dos
botones del pomo que presenta el arma del Cigarralejo.
Lo acompañan los dos herrajes de suspensión al
tahalí.
La longitud total es de 33'5 cm. de los cuales 24
cm. corresponden a la longitud de la boja y 9' 5 a la
longitud de la empuñadura.
Descripci6n de lu arma1
Fakatas.- Aparecen en cinco de las seis sepulturas
y sólo una falcata en cada ajuar. Unicamente en un
caso tenemos fragmentos de una posible 2.1 falcata en
el mismo ajuar (Sep. 15).
En la única sepultura en que no aparece la falcata
(Sep. 5a), queda sustituida esta categoría de armas por
el puñal ya descrito.
La mayoría de ellas, tres, son de cabeza de ave;
sólo en un caso es de c.a beza de caballo, y en otro es
indeterminada.
Las acanaladuras de las hojas son paralelas en los
cuatro casos en que es posible identificarlas.
La asociación de estas dos circunstancias parece
ser indicio de antigüedad dentro del armamento ibérico, pues no se conocen ejemplares que retlnan estas características en Baja Época (Qu!ISADA, 1988: 285).
Las longitudes varían desde los 64 cms. (Sep. 1),
a los 55 cms. (Sep. U) {fig. 11, 1).
Armas ofensivas /argo.s
Dentro de éstas podemos señalar como claramente
arrojadizas los dos so/jfoTTm y el piium ya descritos de la
Sepultura 1, y uoajabalina que aparecen en la Sepultura 6, que aunque se asocia a un regatón , creemos que
es un arma específicamente arrojadiza por su característica punta corta y maciza y su cubo relativamente
largo en relación a la boja.
En cuanto a las lanzas, no siempre es posible determinar su función.
Aparecen en cuatro sepulturas, en dos de las cuales (Seps. 1 y 4) hay 2 ejemplares, siempre una más larga que la otra y asociadas, en ambos casos, a un sólo
regatón, lo que parece indicar que una es empuñada
y otra arrojadiza.
En las otras sepulturas en cambio, aparece sólo
una lanza, en su caso sin regatón y en otro con dos regatones.
Las longitudes varían entre 45 cms. máximo
(Sep. 4), y 16 cms. mínimo (Sep. 11) (fig. 12).
Armas dejrn.siuas
Hemos comprobado que éstas siempre se asocian
a una faleata y su presencia en una sepultura siempre
es indicadora de la existencia de una falcata .
No sucede sin embargo la opción contraria: la presen cia de una falcata no siempre ea garanúa de que
haya un arma defensiva en el ajuar.
Esto revela la coherencia de los ajuares, que reflejan la realidad del armamento utilizado y reafirma el
protagonismo de la faleata como arma a la que se subordinan, en contextos funerarios, las defensivas.
EmpuMdas. - Las manillas de escudo aparecen en
cuatro sepulturas, y sus longitudes oscilan entre los 70
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E. CORT.ELL,
J. JUAN,
E.A. LLOBitEGAT, C. REIG, F. SAL.A Y J.M. SECURA
2
3
1
o
3cm.
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Fig. 13.-
102
1, &pu/Jura 1¡ 2, &pultura 11¡ 3, &puJJura 6
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LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA
cms. de la pieza descrita de la Sepultura 1, y los 31
cm_s. de la que aparece en la Sepultura 11 que está casi
completa (fig. 13).
Todas elJas presentan un peñll plano, salvo la de
la Sepultura 6 que es claramente cóncava.
En este apanado es necesario describir uno de
los halJazgos más espectaculares de los obtenidos hast
Es una pieza de bronce, con casquete central, el
cual presenta una perforación centrada en su pane superior.
La decoración está distribujda en franjas concéntricas que se disponen de dentro hacia fuera de la siguiente forma: dos series de aspas o equis incisas alter·
nao con una secuencia de parejas de triángulos incisos
urudos por sus v~rtices, dispuestos sin que lleguen a
ucirse, de mayor tamaño que los motivos exteriores,
dejando dos espacios sin decoración entre las tres franjas; la banda exterior, de 3 cms. de ancho, presenta un
calado con motivos de eses enfrentadas y ligadas entre
sí, silueteadas por una lfnea incisa. Alternan con motivos de flor de loto entre palmetas, que aparecen de tres
en tres (fig. H).
En la misma sepultura apareció una manilla de e$cudo, con los remaches de sujeción en posición original. Cabrla pensar que pertenece a la misma pieza que
el umbo de no ser porque ~ste no presenta perforación
alguna por la que pudieran pasar los remaches (que
quedarían a la altura de la franja sin decoración), ni
roturas que indicaran que la manilla y el umbo hab(an
sido separadas. De tratarse de dos panes de la pieza,
y puesto que los remaches aparecen en su lugar, ambas, umbo y manilla, hubieran aparecido unidas por
éstos. Creemos pues que se trata de dos piezas distintas.
No hemos podido observar huellas de golpes producidos por armas, nj cortantes ni aplastantes, y la
perforación cenital no presenta desgaste. (Conversación personal mantenida con Fernando Quesada.)
MEDIDAS
diámetro total: 2-4'5 cms.
diámetro casquete: 11 cms.
grosor lámina bronce: 0'1 cm.
altura casquete: ~ cms.
CoTporaks.- Sólo en un caso, Sepultura 4, aparece
este tipo de armas defensivas.
En esta sepultura se da la circunstancia de que a
una manilla de escudo se asocian 2 discos coraza (fig.
15).
Se trata de 2 discos de bronce, de 25 cms. de diámetro, con un reborde exterior de hierro. En cuatro
puntos de éste, el hierro conforma una abrazadera que
encierra una anilla, por las que pasaría el correaje de
suspensión.
No presenta decoración.
Uno de estos discos cubría los huesos de La cremación, y el otro se encontraba doblado sobre sf mismo
y retorcido.
En la sepultura 400 de la Necrópolis Ibérica de ocEI
Cabecieo del 'n:soro.. , Murcia, aparecen un par de discos coraza de hierro, con una cronología de la primera
mitad del siglo IV a.C., fecha que para Quesada (1989:
23) es algo más tardfa que la atribuible a la de Las piezas fabr icadas en bronce.
Complemen to6 del armam ento: cucbillos
afalu tados y correajes
Incluimos los cuchillos afalcatados dentro del
apa.rtado de complementos del armamento puesto que
creemos que ~sta es au función, sin las implicaciones
militares que tiene el resto de la panoplia, además de
su función como utensilio doméstico.
En la necrópolis aparecen en dos sepulturas:
mientras en la 5a se asocia a armamento (puñal y lanza), en la 13 no hay nada en el ajuar que indique que
se trata de una sepultura de guerrero, por lo que a pesa.r de la presencia del cuchillo no la hemos incluido
entre las sepulturas con armas (fig. 16).
Otro de los complementos seña el tahalí, o las piezas que quedan de ~1: los pasadores de bronce, que
siempre se hallan en las sepulturas en que las armas
están representadas. En unos casos aparece un sólo
ejemplar (Seps. 5a, 6, 11), mientras que en otros son
dos (Seps. 1 y 4).
Aunque no hemos incluído a la Sepultura 7 entre
las sepulturas con armas, puesto que apenas proporciona fragmentos de herraje de suspensión, ahora debemos mencionarla al aparecer en ella un pasador y un
fragmento de otro.
Los tipos más frecuentes son dos: de cabeza circular plana, o plano·eonvc:xa, en algunos casos con aplique central (Sep. 1), y de cabeza e.n forma de hoja de
hiedra (Sep. 4) (fig. 16).
Aunque las hebillas puedan ser incluidas en la categoría de adorno personal, preferimos mencionarlas
en este apartado pues todas ellas han aparecido en sepulturas con armas, Jo que nos lleva a plantear que podría tratarse de elementos de correajes de guerrero, por
lo menos en los casos que aquf exponemos.
Contamos con ejemplares, tanto en hierro como
en bronce, en las siguientes sepulturas:
-La Sepultura l proporciona tres de hierro, dos
de los cuales son rectangulares grandes y dos de bronce, una de ellas pequeñísima, que por su forma y dimensiones podría tratarse de la hebilla de sujeción de
una de las espueJas_
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E. CORTBLL, J. JUAN, E.A. LLOBREOAT, C. REIG, P. SALA Y J .M. SEGURA
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LA NEC RÓPOLIS ffiÉR1CA DE LA SERRETA
.......
Fit. 15. - Sepultura 1
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E. COR.TELL, J. JUAN, E.A. LLOBRE
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o
3cm.
Fig. 16. - 1, &puhuro 13¡ 2, Sepuhtno 5o¡ 9 y 11, &puhuro 4; 4, 6, 7, 8 y 9, &pulluro 1; 5, Sepultura 11; 10, Sepultura 15
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LA NECRÓPOUS mtluCA DB LA SERRETA
-Las Sepulturas 4 y 15 ofrecen una hebilla circular de bronce en cada caso (fig. 16).
D. ELEMENTOS DE ADORNO Y USO
PERSONAL
Ffbulas
Situaci6n de las armas en las sepulturas
En los casos en que existe urna cineraria, las armas se disponen rodeándola, como en la Sepultura L
o junto a ciJa, Sepultura 6.
Si no hay urna cineraria, a menudo una de las armas tiene una •posición destacada» respecto a las demás: en el caso de la Sepultura 4 el disco coraza cubre
los restos de la cremación, y en el caso de la Sepultura
11, el umbo cumple la misma función, estando el resto
de las armas algo separadas de la pieza destacada (fig.
1).
No hemos podido observar una orientación de las
armas que sirva de patrón en rodas las sepulturas. En
cada caso adoptan una orientación particular.
Sí se aprecia, en cambio, una intencionalidad en
la deposición de las armas en el espacio de la sepultura,
por ejemplo en la ll, en que la manilla del escudo está
perpendicular a la falcata, y paralela a ésta la lanza y
los regatones. El umbo estaba centrado en el área de
la sepultura. Es la única que presenta una clara orientación de sus elementos NE-SW (fig. 1) (Lám. U , 2).
Aparecen en siete sepulturas {3, 4, 5a, 6, 12, 14
y 15), que cuent.a n con un ejemplar, excepto en las Sepulturas 14 y 15 que registran dos. Todas las flbulas corresponden al tipo anular hispánico, con diferentes variantes de puente, y dominando el tipo rectangular con
extremos lobulados (en las Sepulturas 5a, 6, y una de
la 15). Las restantes presentan el puente de cazoleta y
romboidal.
Destaca por su gran tamaño la fibula de la Sepultura 6 (con 8 cms. de diámetro) y el fragmento de anilla de la localizada en la Sepultura 15 (con 12 cms.
aproximadamente de diámetro).
Dentro de este apartado haremos mención de las
fibulas sin contexto dentro de las sepulturas: dos flbulas del tipo La Tene y dos anulares hispánicas, una de
ellas con puente rectangular y extremos lobulados, y
otra con puente de timbal (fig. 17).
Salvo la trbula de la Sepultura 3, que es de hierro,
los restantes son de bronce.
Colgante•
Inutiliaación de armas
.En algunos casos resulta evidente la inutilización
de las armas, como por ejemplo en los dos soliftrrtJJ en rroiJados alrededor de la urna, algo que es habitual en
este tipo de armas.
Las Sepulturas 4 y 6 presentan sus correspondientes falcatas dobladas sobre sf mismas.
Entre las lanzas, sólo una (Sep. 4), aparece doblada, y es precisamente la más larga de las dos que aparecen en la sepultura.
Entre las manillas de escudo sólo la de la Sepultura 1 aparece retorcida en sentido longitudinal y doblad a junto a los solij tJJ.
m
Y por último, en La Sepultura 4, ya hemos mencionado que el disco coraza que no cubría los restos óseos,
estaba doblado sobre sf mismo.
Salvo en el caso de los soliftrrea, de gran longitud,
no creemos que el motivo de la inutilización sea el espacio disponible, sobre todo tratándose de piezas de
corta longitud, habiendo constatado que existía espacio suficiente para la deposición de las armas sin dobleces en el área de las distintas sepulturas.
Se incluyen en esta categoría de elementos de
adorno personal las cuentas de collar de pasta vftrea
y una serie de apliques, igualmente de pasta, de silueta
oval y sección plano-convexa (representados por un
sólo ejemplar en las Sepulturas 6, 9 y 10), que en algún
caso presentan un canal longitudinal q ue permitirfa la
suspensión (mediante hilos) del colgante, como ocurre
en cuatro ejemplares: uno de la Sepultura 9 y tres de
la JO, uno de los cuales conserva dos fm os hilillos de
plata (fig. 18).
Otro tipo de cuentas son las esféricas agaJJonadas,
de pasta azul y turquesa (tres de ellas en la Sepultura
JO y tres en la 15) (fig. 18).
Fuera de contexto de las sepulturas aparecen 3
ejemplares de este tipo.
Asimismo contamos con dos ejemplares de cuentas esféricas de las denominadas de ~
Una variante de este tipo de cuentas, en este caso
de silueta anular agalloJJada, pero que presentan mayor fragilidad, están presentes en las Sepulturas 9, 10
y 15, que registran un sólo ejemplar en cada ajuar (fig.
18).
Otro tipo de colgante que proporciona la necr6poLis son los amuletos ibicencos de tipo egipcio, hallados
en Las Sepulturas 9 y 10 (fig. 18).
El encontrado en la Sepultura 10 representa, posiblemente, un enano pateco panteo (FB"li.NÁHDJ!~·PAoltÓ,
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E. CORTELL, J . JUAN, E.A. LI..OBREGAT, C. REIG, F. SALA Y J .M. SEGURA
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Fig. 17.- 1, Slpu/Jura 5a; 2, &pubura 6; 3, Sqndtura 14; 4 J JO, &pullur11 11¡ 5, &puJJura 12;
&pu/Jura 15; 12, Stpullura 9,· 13, &pullura 1
108
6. 7.
8 J 9, Juna t11 s•pu/JurtJ; 11,
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LA NECRÓPOLIS IBIDCA DE LA SERRETA
1986: Fig. 1, 5¡ Láms. 1 y U). Conservado en su mitad
superior, se halla fragmentado a la altura del arranque
de ambas piernas.
Los detalles de su rostro y cuerpo, tanto en el anverso como en el reverso, se encuentran en muy malas
condiciones de conservación, no obstante, resalta de
entre éstos una cabeza enorme y desproporcionada, en
cuya base se abre un orificio de suspensión. Por su parte frontal, a la altura del vientre, convergen sus dos
brazos doblados. En el dorso aparece representada una
figura de perfil con ambos brazos también doblados,
que discurren en direcciones opuestas,
.El desgaste de la pieza y su fractura, no permiten
detallar otros rasgos complementarios. Su longitud
conservada es de 27 mm.xl9 mm.
El ejemplar que ofrece la Sepultura 9, del mismo
tipo que el anterior, de pasta vidriada verde, representa un enano pateco (!bid., 1986: 15; Fig. 1, 2; Lám I,
1). Conservado íntegro a excepción de la cabeza, presenta un desgaste superior al del ejemplar anterior.
Este tipo de amuletos son conocidos según Fernández y Padró no sólo en Egipto, sino que son muy numerosos en Cartago, as( como en Cerdeña. En la Península Ibérica, han aparecido ejemplares en Villaricos,
Gorham's Cave, Cádiz y Puente de Noy, Almuñecar,
con una cronología dentro de La primera .m itad del
s. IV a.C. (!bid., 1986: 17¡ notas 1-8).
Por último, un colgante de plata, hallado en la Sepultura 1, con silueta oval y una pequeña anilla de suspensión, presenta engarzada en su interior un aplique
d.e materia anacarada (fig. 18).
Pendientes
La orfebrería ibérica, en oro y plata, únicamente
aparece representada en las Sepulturas 1, 14: y 15.
Las arracadas de oro muestran diversa tipología;
-De aro torceado y tres granos dispuestos en
triángulo invertido (pieza de la Sepultura 1) que inclu~
ye una pequeiia cuenta de pasta - esférica achatadaatravesada por el aro.
-Arete amorcillado de cordones torceados (ejem·
plar del ajuar de la Sepultura 1).
-Arete amorcillado de sección hexagonal, con
hilo de oro en espiral en ambos lados (pertenece a la
Sepultura 14).
-Arete amorcillado de sección plana (proporcionado también en la Sepultura 14) (Lám. IV, 2).
En los dos primeros casos los extremos del aro se
presentan cerrados, e.nrrollado cada extremo sobre el
opuesto. Las dos arracadas de la Sepultura 14: mantienen sus extremos sobrepuestos sin arrollar.
Un pendiente de plata de sección circular y extremos apuntados, formaba parte del ajuar de la Sepultura 1 (fig. 17). La Sepultura 15 proporcionó una pareja
de pequeños pendientes, igualmente de plata, de forma
anular, pero que no conserva los extremos.
Sortijaa
Dentro del grupo de anillos de sección p lana o
plano-convexa, se constata la presencia de este tipo de
anillos de bronce en las Sepulturas 3, 6, 12 y 14.
Las sortijas con chatón forman parte de los ajuares de tres sepulturas: una de bronce, con chatón liso,
en la 9¡ una de plata con grabado en hueco de un ave,
en la Sepultura U (fig. 17); otra más de plata que presenta un motivo indeterminado igualmente grabado en
hueco, en la Sepultura 15.
Pulaera11
Un único tipo de pulsera, consistente en un delgado hilo de bronce de sección circular o cuadrada, y de
diámetro nunca super ior al milúnetro, se constata en
las Sepulturas, 1, 9, 11 y 13, y en todos los casos se reduce a pequeiios fragmentos que no permiten conocer
la longitud y características de las mismas.
Elem entos d e hueso
La urna cineraria de orejetas de la Sepultura 14:,
contenía en su interior, junto con los restos óseos de
la cremación, una placa de hueso decorada, de silueta
rectangular y sección plano-convexa, que reproduce un
motivo en bajorrelieve, en el que se aprecian ]as siluetas de dos bóvidos postrados sobre sus cuartos delanteros, de manera que uno de ellos se sobrepone al que
ocupa el extremo izquierdo de la placa (fig. 18).
El borde aparece liger amente engrosado, delimitado por una línea sobre la que se disponen unas perforaciones circulares que rodean el motivo, incompleto en
su extremo derecho.
La 1ongitud es de 52 mm., la anchura es de 17
mm. y el grosor de la placa de 2 mm.
Al respecto de esta placa., conocemos una pieza semejante del ajuar del riliurnium de la '1\.unba 25 de los
Villares (Albacete) fechada aproximadamente a mediados del s. V a.C. (BLÁNQ.UE~, 1990¡ fig. 68, n.0 6540-l).
La Sepultura 15 proporciona un agujón de hueso,
incompleto en su parte central, decorado en la zona superior con tres series de líneas incisas, que forman un
motivo de dientes de sierra, deliiP.Ítados por líneas incisas horizontales, que conforman dos bandas intermedias sin decorar (fig. 18).
La longitud conservada, en los dos fragmentos, es
de 10 cms. aproximadamente y la sección, circular,
máxima es de 6 mm.
109
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E. CORTELL, J..JUAN, E.A. LLOBREOAT, C. R.ElG, F. SALA Y J .M . SEGURA
1
2
~
5
3
•
7
6
10
o
.
8
o
11
@Q
12
14
Fig. 18.-
110
9
-==-
O
3cm.
o~
13
1, SeprJJura 1¡ 2 y 3, &prJJura 9¡ 1, 5, 6 y 7, &pu/Jwoa 10; 8, &puliura U; 9, 10, 11 y 13, &pulJJJ.Ta 15; 12, Sepultura
12; 14, fi-a di s1pu1Jura
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LA NECRÓPOLtS IBÉRICA 08 LA SERRETA
Entre el ajuar de la Sepultura 11 aparecen unas
pinzas de bronce con los brazos o palas rectangulares,
decoradas con motivos calados: círculos con cuatro radios curvados y perforación central, segmentos curvos
y dos hojas estilizadas. Estos motivos están silueteados
por un puntillado (fig. 17).
La cabeza o puente de unión, que conserva una
anilla estrangulada de suspensión, está decorada con
tres bandas que inscriben un aspa cada una.
La longitud total es de 11'3 cms. y la anchura de
2'2 cms.
CONCLUSIONES
Este estudio preliminar de la necrópolis confirma,
en principio, la cronología general inicialmente atribuida al poblado de La Serreta (Lt.O&UCAT, 1972: 56).
Dicha cronología y el registro documental coincide con
Los contextos que presentan Jos poblados de Covalta
(V AI.L o& PLA, 1971) y Bastida (LAM»ocLIA, 1954-), situados ambos en la misma área geográfica donde se ubica
La Serreta.
Viene configurado asf un horizonte cultural cuya
pauta nos la marca, en primer lugar, las ccr&micas áticas. Dichas importaciones podríamos encuadrarlas entre principios del s. IV a.C. y la primera mitad del
s. lll a.C.
ldéntico margen cronológico viene representado
también por la cerámica ibérica, tanto en sus formas
- urnas de orejetas, vasos bitroncoc6nicos-, como en
general por los motivos decorativos que se inscriben
dentro del estilo geométrico sencillo.
En cuanto al a rmamento, posiblemente el predominio de las falcatas con cabeza de ave y a canaladuras
paralelas, el puñal de antenas del tipo Alcacer do Sal,
los discos coraza de bronce y la aparición de fibulas del
tipo La Tene antiguas (CUADJW)(), 1987), nos remiten
igualmente a una datación antigua.
Es bastante representativo, sin duda, que en tan
sólo diecisiete sepulturas excavadas, los límites cronológicos sean más amplios de lo esperado en principio.
Seguramente nos encontremos -y futuras campañas
nos lo podrán confUJ'Ilar- ante un ejemplo más de es·
tratigrafía horizontal.
Por lo que respecta al tipo de sepulturas, pocas
variantes -cosa lógica por otra parte- hemos podido observar hasta el momento. Y más si tenemos
en cuenta la escasa potencia estratigráfica del terreno
excavado que nunca excede de los 50 ems. de profundidad . .En general. son frencuentes los depósitos cinerarios formados por pequeñas fosas que suelen guardar las cenizas y carbones con restos de los ajuares.
En tan sólo cuatro casos los enterramientos p resenta·
ban, al parecer, una especie de estructuras de
piedras.
En cuanto al rito fune rario, únicamente se halla
representado el de la cremación del cadáver. Hasta el
momento, las manchas de cenizas que se han encontrado no permiten considerarlas, en ning(m caso como ustrimun. Por otra parte, el lugar de las cremaciones no
debió, al parecer, estar muy alejado del sitio d onde se
depositaban los restos calcinados, si tenemos en cuenta
los restos de carbones aparecidos en más de un enterramiento.
La escasa extensión excavada de la necrópolis, asf
como el corto número de sepulturas exhu madas, no
nos permiten, por el momento, señalar otro tipo de
conclusiones que esperamos, con el tiempo y el rigor
necesario, ir progresivamente aumentando.
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LA KECRÓPOLIS IB I~RLCA DE I..A SERRETA
1
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Lóm. 1. - 1, vista dt la cara sur tk Lo Smeta: Situación tk lo ruerópolis; 2, Órta e.uouaci'ón /987
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Consuelo M ATA P ARREÑo * y Helena B oNET R oSADO* •
LA CERÁMICA IBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
.
"
Desde que Bosch, en 1915, tratara por primera vez
de la cerámica ibérica desde un punto de vista cienúfico, los datos sobre ésta han aumentado considerablemente gracias a las imp ortantes excavaciones que se
han r ealizado desde entonces. En la actualidad, el conocimiento sobre este aspecto de la cultura material
ibérica es muy importante y se puede apreciar bastante
unanimidad a la hora de tratar temas que fueron polémicos en los inicios, tales como el origen, cronología
y evolución. A pesar de ello, son pocos los trabajos de
síntesis que se han dedicado a la cerámica, destacando
entre ellos el de Tarradell y Sanmartf d e 1980 por su
voluntad globalizadora y ser el más reciente dedicado
a este tema. Otro de los aspectos escasamente tratados
es la realización de una sistematización tipológica de
la cerámica ibérica en su conjunto, aunque no faltan
ensayos basados en un yacimiento (CuADJWX>, 1972;
GoN1.Ál.8Z PRATS 1983; PIUUIDlA SI1!.SO 1979; Ros SALA,
1989b; V AQUUJZo, 1988: 200-254-), región (.Ail.ANEOUI y
Pu, 1981; BEI.tN y PERI!IRA SIESO, 1985; NoRDST:ROM,
1969 y 1973; Plll.lci!R, 1962; PI!REIRA SIESo, 1988 y
• Dep. de Prehistbria i Arqueologia. Univenitat de Val~cia.
•• Servicio de Investigact6n Prehietórica. Diputación de Valencia.
1989), clases y calidades (AAANwuJ, 1969 y 1975; B....
I,.LI!STBR, 194-7; CoADRADO, 1952; GoNZÁLI!Z PRArs, 1981) o
formas cerámicas (ARANEOUJ, 1970; C oNOP. 1 Bl!JU)Ós,
1987 y 1990; FUITCKI!R, 1952-1953, 1953, 1957 y 1964-;
F LORIDO, 1984; j OLLV y NoRDSTROM, 1966 y 1972; Lru.o,
1979; PeiUilllA SIESO y Ronuo, 1983; R.mBRA, 1982).
Este ensayo de tipologfa se ha realizado con una
intención globalizadora que permita superar los particularismos d e una región o yacimiento y con un criterio abierto que facilite su ratificación, modificación o
ampliación a medida que el avance de la investigación
así lo requiera. Por otro lado, se ha pretendido hacer
un instrumento de trabajo que permita llegar a una
comprensión más completa de la Cultura Ibérica, al
considerar en las cerámicas, además de los criterios tipológico y cronológico, el funcional. Aunque conscientes de la dificultad que entraña la adopción de este último criterio, el estado actual de los estudios ibéricos
reclama avanzar y profundizar en aspectos económicos, politicos, sociales y culturales, a los cuales se pued en hacer aproximaciones tratando el registro arqueológico con criterios diferentes a los tradicionalmente
utilizados. En este sentido, este ensayo de tipología n.o
es sino el primer paso para realizar estudios integrales
sobre el Mundo Ibérico y acercarse a los usos cotidia-
117
[page-n-128]
C. MATA PARREÑO Y ft . .
BONET ROSADO
nos tal y como recientemente se ha hecho con la vajilla
de Olbia (BATS, 1988).
1. CRITERIOS UTILIZADOS
Los criterios utilizados en la elaboración de la tipologfa han sido los siguientes:
1.1. TECNOLOGÍA
En primer lugar, se ha tenido en cuenta la tecnología cerámica qu e, a grandes rasgos, va a determinar su
utilidad. Se han diferenciado dos grandes clases: la cerámica fina o clase A y la tosca o clase B.
1.2. MORFOLOGÍA
La morfología de los reetptentes se ha utilizado
tanto en base a criterios objetivos mensurables (altura,
diámetro boca e índices de profundidad y de abertura),
como a atributos morfológicos de carácter general (perfu simple o compuesto, presencia/ausencia de pie y elementos de prensi6n).
1.3. FUNCIONALIDAD
A los datos obtenidos anteriormente, se ha añadido un criterio de funcionalidad, criterio que puede
ser discutible, pero que a pesar de ello puede ayudar
a interpretar la Cultura fbérica más allá de u na mera
seriación y catalogación de los materiales hallados en
las excavaciones que, en el estado actual del conocimiento, están abocadas a un callejón sin salida. Este
criterio de funcionalidad debe tomarse como punto de
partida para avanzar en el conocimiento de las sociedades pre y protohistóricas, nunca como algo definitivamente establecido, excluyente o determinante y
constrastarlo siempre que ello sea posible, puesto que
el contexto en el que aparece la pieza proporcionará
datos de gran importancia en relación a la funcionalidad (Rurz RooJdGI1EZ, M ot.INos y H oJtNos, 1986: 58).
En este sentido, algu~ de las contrastaciones realizadas mediante comparación COJl el mundo clásico
(BATS, 1988; j oNES, GRARAM y SACu·rr, 1973) y el islámico (Rossu.t.ó BollDOY, 1991), el análisis microespacial (C ioLEX-ToltltELLO, 1984-; BEJtNABJm, BoNl!'I', G uútN
y M..m., 1986) y la comparación etnográfica (CARN&.
RO y RenoNOO, 1986; GRBGoJU, Cucó, LLOP y CABJU!.RA,
1985; JuAN DoMtmcH, 1990-1991, entre otros) han revelado la utilidad de la funcionalidad a la hora de
aproximarse al estudio de la vida cotidiana de Jas sociedades protohistóricas.
UB
1.4. TERMINOLOGÍA
Los problemas que se han planteado a la hora de
abordar el léxico utilizado en este ensayo de tipología
se han resuelto del siguiente modo:
-Por un lado, se ha evitado introducir términos
nuevos que complicasen más el panorama existente,
ma.Jltenjéndose vocablos ampliamente difundidos en la
bibliografía ibérica siempre y cuando no exista un
equivalente castellano adecuado. Así, se ha mantenido:
kalathos, urna de orejetas, vaso «a chardon .., etc.
-Se han evitado vocablos como vaso, vasija o
urna, que por demasiado genéricos, no sirven para describir tipos cerámicos, máxime si se tiene en cuenta
que, por ejemplo, la palabra urna se utiliza preferentemente en contextos funerarios pero no existe una forma exclusiva para tales fines (urna de orejetas, tinajillas, platos y tapaderas, ollas de cocina, etc.).
-Se utilizan, ante todo, términos de la alfarería
actu.al peninsular (tinaja, o11a, cuenco, jarro, etc.),
manteniéndose la transcripción griega sólo para aquellos casos que no tienen traducción al castellano o paralelos t:ipológicos evidentes, por tratarse de formas inexistentes en la actualidad o copiar vasijas griegas
(kantharos, krateriskos, skyphos, kylix, etc.). En este
sentido, se están haciendo esfuerzos por llegar a una
normalización terminológica bien mediante léxicos en
diferentes lenguas (.BAver, FAVVET y M oNzóN, 1988),
bien mediante la transcripción desde otras Lenguas
(BAoEN~ y ÚJ..">tos, 1988¡ R osse.LLÓ Boaoov, 1991).
- A pesar de todo, se ha tenido que introducir algún término nuevo preferenteme. te en castellano
n
(orza, cubilete, tarro, etc.), pero si.n descartar la utilización de palabras griegas que defman mucho mejor
algún recipiente (lebes, frente a copa de pie bajo, caldero, fuente, oUa o palangana, por sólo recoger alguno
de los mtíltiples calificativos utilizados para este tipo
tan frecuente en el repertorio ibérico).
-Finalmente, se utiliza una nomenclatura doble:
numérica y funcional, con el fm de facilitar su uso en
tablas de inventario, registro informático, etc. puesto
que son totalmente equivalentes.
1.5. CRONOLOGÍA
El aspecto cronológico no puede olvidarse si se
preten de llega:r a comprender el nacimiento y evolución de una cultura, y más contando con un conjunto
numeroso de yacimientos que cubre, con algunas lagunas, toda la secuencia evolutiva. De este modo la evolución cronológica de los diferentes tipos puede seguirse
con relativa facilidad a lo largo del Ibérico Pleno (ss.
V-III a .C.), aunque son escasos los yacimientos publicados con niveles del s. V a.C.; el Ibérico Antiguo
(s. VI a .C.) empieza a documentarse, sobre todo, en
[page-n-129]
LA CERÁMICA rliÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
Andalucía sin que falten yacimientos de esta cronologfa en otras áreas ibéricas; sin embargo, el Ibérico Final (ss. ll-1 a.C.) carece de una muestra lo suficientemente extendida como para poder contrastar los datos
ofrecidos por los pocos yacimientos conocidos de esta
época (R os SALA, l989a).
1.6. TIPOLOGÍA ABIERTA
Se ha querido elaborar una tipología abierta, en la
que quepan las posibles variantes locales y regionales y
que, por lo tanto, superara unos límites geográficos concretos. Para ello, se han tenido en cuenta la mayoría de
los repertorios publicados a la hora de contrastar si los
upos propuestos tenían su correspondencia en las distintas regiones ibéricas. Es evidente que una labor exhaustiva en este sentido es difrcil, sobre todo porque importantes conjuntos permanecen todavfa inéditos. Con el rm
de facilitar la contrastaci6n de los tipos propuestos aquf
y las diferentes tipologías realizadas basta el momento,
se señalarán también los tipos equivalentes de otros repertorios: ARANP..OUt-PLA, 1981; CUADilAOO, 1972; GoNZÁLU
PllA'rs, 1983; NoP.DSTRóM, 1973; .Pr.JU>.JilA SIE$0, 1988; Ros
SALA, 1989b y V AQ.U'BRJZO, 1988: 200-254-, independientemente, de las referencias que se baga a otras tipologías
más concretas.
1.7. DOCUMENTACIÓN GRÁFICA
A la hma de ilustrar los diferentes tipos se ha tra·
bajado, sobre todo, con materiales procedentes de yacimientos ibéricos valencianos. Sólo en los casos en que
determinados tipos o subtipos no están bien representados o no existen en esta zona, se ha recurrido a ejemplares de otras áreas geográficas.
Evidentemente, abordar una tipología de estas características no está exenta de problemas: funcionalidad real de los recipientes, información deaigual, variaciones regionales muchas veces supuestas pero sin
posibilidad de comprobación, etc.; a todos eUos, se han
intentado darles solución de la manera más razonable
y objetiva posible. La aceptación expUcita de la impor·
tancia de las lagunas y de unas conclusiones, perfectamente, discutibles, permite poner en manoJI de los iberistas una base sobre la que seguir trabajando para, en
el futuro, completarla, enmendarla o confirmarla.
2. ATRIBUTOS UTILIZADOS PARA
LA CLASIFICACIÓN TIPOLÓGICA
La clasificación tipológica propuesta se basa en
una jerarquización de atributos (tecnológicos, funcio-
nales, métricos y morfológicos), teniendo en cuenta las
categorías propuestas por C larke (1984-: 182 y ss.), que
se definen a continuación.
2.1. ATRIBUTOS TECNOLÓGICOS
La tecnología con que está elabor ada la cerámica,
y que a grandes rasgos va a determinar su funcionalidad, ba servido para defioir dos clases:
-Clase A o Cerámica Fina
Recoge todas aquellas cerámicas con una serie de
caracterlsticas bien definidas tanto a nivel visual como
ana.litico (ANT6N, 1973 y 1980; R rncóN, 1985). Se caracterizan por tener una pasta compacta, dura, de sorudo metálico, sin impurezas visibles y tener una sola
coloración en la pasta, aunque en ocasiones pueden tener dos o más, constituyendo lo que se ha venido llamando pasta de •sandwich- o de cocción alternante.
Son cerámicas cocidas, siempre, a altas temperaturas
y con las superficies tratadas con engobes, bruñidos o
alisados, que eliminan todas las impurezas. Dentro de
esta clase pueden diferenciarse diversas calidades o
producciones, aunque estas características se han atribuido tradicionalmente a las cerámicas con decoración
pintada (MxrA, 1991: cap. ID.1.3.). Estas calidades y
producciones presentan, en general, unos tipos totalmente asimilables entre a{ que impiden tratarlas de
manera diferenciada. Existen dos calidades básicas
dentro de la cerámica ibérica:
-Cocción oxidante, con decoración o sin ella.
-Cocción reductora, con decoración o sin eUa.
-Clase B o Cerámica Tosca
Se caracteriza por su terminación poco cuidada,
a pesar de estar hecha a tomo, por lo que se conoce
en la bibliografia como cerámica tosca o basta, recordando por su aspecto a la cerámica hecha a mano. Las
arcillas presentan gran cantidad de desgra.sante visible
tanto en la pasta como en las superficies, proporcionándole un aspecto poroso. Este grupo contrasta claramente con las cerámicas iMricas fmas. Pero, su calidad
tiene una explicación t~cnica en razón al uso habitual
que se daba a estas cerámicas. Análisis de tecnología
cerámica han venido a demostrar la existencia de dos
grandes clases (GALLA.RT, 1980a: 63-65; 1980b: 167-172;
MATA, MJ.LJ...(N, BoNST y ALONSO, 1990):
-Una con desgrasante visible que, en algunos casos, puede ser añadido voluntariamente, sin decorar y
sin tratamiento de las superficies, que la hace apta
para ser colocada directamente en el fuego.
119
[page-n-130]
C. MATA PARREÑO Y R. BONET :ROSADO
-Grupo I
-Y otra, con desgrasantc: poco visible, superficies
cuidadas y muchas veces decorada.
A nivel técnico, pues, las cerámicas incluidas aquf
corresponden a la primera clase diferenciada, es decir,
una serie de vasijas con unas características de fabricación que las bacen válidas, para ser puestas clirectamente en el fuego, algo imposible de hacer con las cerámicas finas (Clase A).
El resto de elementos peculiares de estas cerámicas no viene sino a confirmar la funcionalidad propuesta:
-Tratamiento simple de las superficies que no llega a impermeabilizarlas.
-Tonos oscuros dominantes (gris y negro).
-Tipos poco variados y con tendencia a la estandarización.
-Decoración escasa y simplificada: líneas incisas,
cordones aplicados decorados o lisos.
Ello no es óbice para que, como los demás recipientes, puedan utilizarse para usos diferentes a los
que inicialmente estarfan asignados. As{, por ejemplo,
se conocen ollas (tipo B l.), utilizadas como urnas para
enterramientos infantiles (GutluN y MARTfNBz VALLE,
1987-1988).
Estas cerámicas, aunque con un repertorio mucho
más reducido y con fuertes influencias formales de la
cerámica a mano, pueden encontrarse desde el lbérico
Antiguo conviviendo con la cerámica hecha a mano
(MATA, 1991: cap ID.2.) o sustituyéndola por completo
(R11rz Roollfc'Ol!Z, MouNos, LóP.sz ROZAS, OIU!sPO, Oso.
CLÁN y HoRNos, 1983: 266). Sin embargo, en otras zonas ibéricas la cerámica de cocina sigue elaborándose
a mano basta épocas muy avanzadas (RuutA, 1980).
Este conjunto de cerámicas ha sido, tradicionalmente, relegado de los estudios sobre cerámica ibérica,
a pesar de los tempranos trabajos realizados, sobre algunas de ellas, por Ballestcr (194 7) y Cuadrado (1952).
Recientemente, han sido objeto de un ensayo tipológico por parte de Goozález Prats (1981).
Este grupo de la tipolog{a incluye una serie de objetos hechos de cerámica, considerados o bien como
auxiliares de algunos recipientes o bien relacionados
directamente con tareas domésticas y artesanales bien
determinadas.
2.2. ATRIBUTOS FUNCIONALES
-Grupo VI
Una vez dtfinida la cerámica de Clase B como cerámica de cocina, los demás criterios funcionales van
a referirse a los recipientes de la Clase A. Cuando se
les supone una funcionalidad semejante en base a determinados atributos (métricos, morfológicos o de otro
tipo) se clasifican dentro del mi.smo Grupo. Se h a establecido una excepción con un conjunto de cerámicas
que se agrup arán como· imitaciones de cerámicas importadas. Se hao diferenciado los siguiente.s grupos:
Aquí se recogen piezas que imitan más o menos
fielmente otras procedentes de diferentes ámbitos extrapeninsulares. En este grupo no se siguen los criterios de clasificación por tipos y subtipos pues todas las
piezas se pueden identificar con las formas elaboradas
en sus respectivas tipologías.
Incluye Jos recipientes de mayor tamaño que se
pueden encontrar en los yacimientos ibéricos, estando
destinados al almacén o transporte.
- Grupo 11
Se han incluido dentro de este grupo una serie de
recipientes de diferente mo.rfolog{a, cuya funcionalidad
es dificil de determinar, pudiéndose tratar en la mayoría de los casos de vasijas multifuocionales, relacionadas con la despensa o diferentes actividades domésticas
y artesanales.
- Grupo 111
Constituido por todos aquellos recipientes que forman parte de un posible servicio o vajilla de mesa.
-Grupo IV
Recipientes caracterizados, básicamente, por su
pequeño tamaño, por lo que también se conocen con
el nombre de microvasos. Se trata de un conjunto, posiblemente, reJacionado con actividades de aseo personal, religiosas y funerarias, etc.
- Grupo V
2.3. ATRIBUTOS MÉTRICOS Y
MORFOLÓGICOS
Dentro de cada grupo, los recipientes se han clasificado teniendo en cuenta una serie de criterios métri-
120
[page-n-131]
LA CERÁMICA lBÉ.RJCA: ENSAYO DE TIPOLOGiA
cos (altura, índice de profundidad - I.P.-, diámetro
boca, índice de abertura -I.A.-) y morfológicos (per·
CiJ, base, labio), siguiendo el orden jerárquico indicado, dando lugar a diferentes tipos, subtipos y variantes.
En los atributos morfológicos no se ha con siderado la
multiplicidad de variables existentes pues ello hubiera
impedido llevar a cabo esta tipología. esta variabilidad
deberá tenerse en cuenta en el momento de realizar estudios parciales que o bien desarrollen los diferentes tipos, o bien se circunscriban a un ámbito regional concreto.
-Atributos mitricos
Se han considerado los siguientes, sin que el orden
de enumeración tenga carácter jerárquico:
- Para determinar el tamaño de los recipientes se
ha tenido en cuenta:
-la altura del recipiente:
Grandes . . . . . . . . . . . . > 40 cm.
Medianos .. . entre JO y 40 cm.
Pequeños .......... , . < 10 cm.
si se trata de recipientes profundos, y:
-el diaimetro de la boca:
Grandes . . . . . . . . . . . . > 25 cm.
Medianos ... entre 10 y 25 cm.
Pequeños . . . . . . . . . . . . < 10 cm.
si se trata de recipientes de profundidad media.
-El índice d e profundidad (I.P.) se ha determinado dividiendo la altura por el diámetro de la boca
y multiplicando el resultado por lOO:
Planos ...... ......... l. P. <50
Medios .... I.P. entre 50 y 100
Profundos ........ . . I.P. > 100
-El índice de abertura (I.A.) se ha determinado
dividiendo el diámetro del cuello por el diámetro máximo y multiplicando el resultado por 100:
Abiertos .......... I.A.- ó >80
Cerrados ... .. .... LA. < 80-50
Muy cerrados . . . . . . . I.A. <50
- diferenciado o con ruptura con respecto al
cuello o pcrfli.
- Cuello: zon.a de unión entre el cuerpo y el labio:
- sin diferenciar o sin presentar ruptura en
relación con el cuerpo;
- diferenciado o presentando ruptura con
respecto al galbo:
Indicado
Destacado
- Baae: zona de apoyo o sustentación de la vasija:
- sin pie o base que no representa una rup~
tura con el perfil del recipiente: Cóncava
Convexa
Indicada
Plana
- con pie o base que introduce una ruptura
con el perfil del recipiente: Anillado
Alto
Destacado
Pivote
- Cuerpo o galbo: parte intermedia de la vasija,
entre la base y el cuello:
- aimple o sin fuertes rupturas de perfll, ex·
cepto en el cuello y la base.
- compuesto o con fuertes rupturas: hombro,
carena, diámetro máximo fuertemente diferenciado.
-Aaa: parte saliente de la vasija, en algunos casos
arqueada, y que sirve como elemento de prensión o
suspensión; en algunos casos, esta función puede estar
representada por dos pequeños orificios, en el borde o
en el pie, hechos antes de la cocción¡ puede adoptar diferentes posiciones y secciones.
3. CLASIFICACIÓN TIPOLÓGICA
En base a los criterios y atributos ya explicados se
propone la siguiente clasificación tipológica:
CLASE A: CERÁMICA FINA
GRUPO I
-Atributos morfológicos
Estos han servido, en algunos casos, para la diferenciación de Subtipos y Variantes y sirven, en todos
los casos, para señalar las distintas variables que se
puedan encontrar en los Tipos documentados y a cuyo
nivel no se ha descendido por quedar fuera del objetivo
de esta tipología. Para la denominación utilizada en las
diferentes variantes se ha seguido, en parte, la clasificación de Nordstriim (1973: figs. 12 a y b, 13 y 14):
-Labio o borde: parte superior del recipiente:
-ain diferenciar o sin ruptura con el cuello
o perfil;
Tipo 1: Ánfora
Subtipo 1: Con hombro carenado
Subtipo 2: Con hombro redondeado
Variante 1: Sinuosa
Variante 2: Odrifonne
Variante 3: Fusiforme
Variante 4: Cilíndrica
Tipo 2: Tinaja
Subtipo 1: Con hombro
Variante 1: Bitroncoc6nica
Variante 2: C ilfndrica
Variante 3: G lobular u Ovoide
121
[page-n-132]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
Subtipo 2: Sin hombro
Variante 1: Con cuello indicado
Variante 2: Con cuello destacado
Tipo 3: Tinaja con pitorro vertedor
Subtipo 1: Con hombro
Subtipo 2: Sin hombro
Tipo 4: Tinaja o Urna de orejetas
Tipo 5: Orza
Tipo 8: Cantimplora
Subtipo 1: Lenticular
Subtipo 2: Thbular
Tipo 9: Tonel
Subtipo 1: Con boca central
Subtipo 2: Con boca descentrada
Tipo 10: Tarro
Subtipo 1: Cil{ndrico
Subtipo 2: 'froncoc6nico
Subtipo 3: Abombado
Tipo 11: Sftula o Cesto
GRUPOll
Tipo 1: Recipiente con resalte
Subtipo 1: Con resalte en el cuello
Subtipo 2: Con resalte en el galbo
Tipo 2: Tinajilla
Subtipo 1: Con hombro
Variante 1: Bitroncoc6nica
Variante 2: Cilíndrica
Variante 3: Globular u Ovoide
Subtipo 2: Sin hombro
Variante 1: Con cuello indicado
Variante 2: Con cuello destacado
Tipo 3: Tinajilla con pitorro vertedor
Subtipo 1: Con hombro
Subtipo 2: Sin h ombro
Tipo 4: Recipiente con cierre herm~tico
Subtipo 1: Urna de orejeta:s
Variante 1: Globular
Variante 2: Ovoide
Variante 3: Bitroncoc6nica o
Quebrada
Subtipo 2: Tinajilla o Pyxis de borde
dentado
Subtipo 3: Tinajilla de borde biselado
simple
Variante 1: Globular
Variante 2: Bitroncoc6nica o
Quebrada
Tipo 5: Orza pequeña
Tipo 6: Lebes
Subtipo 1: Con pie
Variante 1: Grande
Variante 2: Mediano
Subtipo 2: Sin pie
Variante 1: Grande
Variante 2: Mediano
Tipo 7: K.alathos
Subtipo 1: Cilíndrico
Variante 1: Grande
Variante 2: Mediano
Subtipo 2: 'froncoc6nico
Variante 1: Grande
Variante 2: Mediano
122
GRUPOIII
Tipo 1: Botella
Subtipo 1: Tendencia bitroncoc6nica, globular u ovoide
Subtipo 2: Tendencia troncocónica o cilíndrica
Tipo 2: Jarro
Subtipo 1: De boca trilobulada u
Oinochoe
Variante 1: Cilíndrico
Variante 2: 'Ironcoc6nico
Variante 3: Piriforme
Variante 4: Globular
Subtipo 2: De boca circular u 01pe
Variante 1: Con labio saliente
Variante 2: Con labio recto
Tipo 3: Jarra
Tipo 4: Caliciforme
Subtipo 1: Cuerpo globular
Variante 1: Grande
Variante 2: Pequeño
Subtipo 2: Perfil en S
Subtipo 3: Carenado
Tipo 5: Vaso •a Chardon»
Tipo 6: Copa
Tipo 7: Thza
Tipo 8: Plato
Subtipo 1: Con borde exvasado
Variante 1: Grande
Variante 2: Pequeño
Subtipo 2: Con borde reentrante o Pátera
Variante 1: Grande
Variante 2: Pequeño
Subtipo 3: Con borde sin diferenciar o Escudilla
Variante 1: En casquete
Variante 2: Carenado
Variante 3: 'Il-oncoc6nico
Tipo 9: Cuenco
[page-n-133]
LA CERÁ.MICA IBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
GRUPO IV
T ipo 1: Botellita
Subtipo 1: Perfl.l de tendencia globular
Variante 1: Con cuello destacado
Variante 2: Con cuello indicado
Subtipo 2: Perfil quebrado
Variante 1: Con cuello destacado
Variante 2: Con cuello indicado
Tipo 2: Ungüentario
Subtipo J: Globular
Subtipo 2: Fusiforme
Tipo 3: Copita
Tipo 4: Cubilete
Tipo 5: Diversos
Subtipo 1: Vaso Geminado
Subtipo 2: Tarrito
Subtipo 3: Miniatura
GRUPO V
Tjpo 1: Tapadera
Subtipo 1: Con pomo discoidal
Subtipo 2: Con pomo anillado
Subtipo 3: Con pomo macizo
Subtipo 4: Con pomo cónico
Subtipo 5: Con asa en el pomo
Tipo 2: Soporte
Subtipo 1: Tubular
Variante J: Calado
Variante 2: CiUndrico
Subtipo 2: Moldurado
Subtipo 3: Anular
Subtipo 4: De carrete
Subtipo 5: Semilunar
Tipo 3: Colmena
Tipo 4: Mortero
Tipo 5: Mano de Mortero
Subtipo 1: Acodada
Subtipo 2: Con Dos Apéndices
Variante 1: Con Apéndices
Cortos
Variante 2: Con Apéndices
Largos
Variante 3: Con Apéndices Astíformes
Subtipo 3: De 'fres Apéndices Radiales
Tipo 6: Diversos
Subtipo 1: Embudo
Subtipo 2: Morillo
Subtipo 3: Tejuelo
Subtipo 4: Cazo
Subtipo 5: Caja
Subtipo 6: Colador
Subtipo 7: Lucerna
Subtipo 8: Biberón
Subtipo 9: Diábolo
Tipo 7: Pondus
Subtipo 1: 'froncopiramidal
Subtipo 2: Cuadrangular
Subtipo 3: Paralelepipédico
Subtipo 4: Discoidal
Subtipo 5: Piramidal o Cónico
Tipo 8: Fusayola
Subtipo 1: Acéfala
Variante 1: Esférica
Variante 2: Discoidal
Variante 3: Cilfndrica
Variante 4: 'froncocónica
Variante 5: :Bitroncocónica
Variante 6: Moldurada
Subtipo 2: Con Cabeza
Variante 1: HemicHala
Variante 2: 'froncocónica
Variante 3: :Bitroncocónica
Variante 4: Moldurada
GRUPO VI
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
1: Kyfuc
2: Kylix-Skyphos
3: Skyphos y Skyphoide
4: Kantharos y Kantharoide/Krateriskos
5: Crátera
6: Plato
7: Vaso plástico
8: Otras imitaciones
CLASE B: CERÁMICA TOSCA
Tipo 1: Olla
Subtipo 1: Grande
Subtipo 2: Mediana
Tipo 2: Cazuela
Tipo 3: Braserillo
Tipo 4: Jarra
Subtipo 1: De boca trilobulada
Subtipo 2: De boca circular
Tipo 5: Botella
Tipo 6: Tapadera
Subtipo 1: Con pomo discoidal
Subtipo 2: Con pomo anillado
Subtipo 3: Con pomo macizo
Tipo 7: Diversos
Subtipo 1: Cuenquecito/Escudilla
Subtipo 2: Taza
Subtipo 3: Plato/Tapadera
123
[page-n-134]
C. MATA PARREÑO Y H . BONET ROSADO
Subtipo
Subtipo
Subtipo
Subtipo
Subtipo
4: Tonel
5: Cubilete
6: Recipiente con resalte
7: Ánfora
8: Tobera
CLASE A: CERÁMICA FINA
GRUPO 1
Se incluyen en este grupo los recipientes de mayor
tamaño. Los atributos métricos indispensables que
debe r eunir una vasija para ser incluida en este Grupo I son:
- Altura > 40 cm.
- I.P. >100.
Por su gran tamaño, son recipientes que, o bien
permanecían inmóviles en algún lugar de la vivienda
o poblado, o bien se transportaban en contadas ocasiones. Servidan para eJ almacenamiento y transporte de
líquidos o sólidos. El contenido de ánforas (I.l.) y tinajas (1.2.) podía ser indistinto pues aunque, tradicionalmente, se consideran contenedores de aceite o vino, en
muchos lugares de habitación podrfan desempeñar la
función de silos, y por tanto, para el almacén de sólidos
(BERNABBU, BomT, Gut&rN y M.la:A, 1986: 330 y 332,
Cuadro 1; DuPllt y hNAUU'-MlsKovSKv, 1981: 184).
Los tipos identificados, hasta el momento, dentro
de este grupo son cinco.
un dato poco seguro a la hora de establecer líneas comerciales pues se desconoce si cada subtipo o variante
corresponde a un producto determinado, así como su
lugar de procedencia (no se pueden atribuir a alfares),
con pocas excepciones al respecto. Las recientes excavaciones que se están llevando a cabo en L'A lt de Benimaquia (Dénia, Alicante) (GóMEZ BRLLARD, Gu:tRJN y
DlBs, 1990; G óM..e.z BIILLARD y GutiuN, 1991) han aportado nuevos datos sobre este tema al asociar ánforas
con hombro carenado (!.1.1.) con la producción de
vino.
Subtipo 1: Con hombro carenado (FLORIDO r y IV; GoNZÁI..EZ PRATS A-1 y A-3; RrBBRA F-1 y F-2).
Su perfil puede ser odriforme y también ciHndrico
o globular, aunque existen pocos ejemplares completos
como para proponer una clasificación de variantes.
Son ánforas claramente derivadas de las feniciooccidentales, con las que, en algunos casos, se pueden
confundir. Sólo recientemente se ha hecho hincapié en
la diferenciación entre los tipos fenicios y locales
(GotJZÁLEZ PRA1:S, 1983: 155-156; GoNZÁI.E.Z PRATS y PINA,
1983: 1~1 y 124), habiéndose localizado hornos en asentamientos indígenas que producían ánforas de este
subtipo (CoNTRERAS, CARillÓN y jABALOY, 1983; Ros SALA
1989b: 362).
Su cronología oscila entre el s. VI hasta el IV a.C.,
siendo Andalucía la región donde más perdura (FL()IlJ.
oo, 1984: 424).
Tipo 1: Ánfora
Subtipo 2: Con lwmbro redoruleM.o
Las ánforas son recipientes profundos, cerrados,
sin pie -ni ningún otro tipo de base que permita su
estabilidad a no ser con la ayuda de soportes o hincadas en el suelo- y dos asas de sección circular.
La clasificación por subtipos y variantes se ha realizado de acuerdo con las sistematizaciones de Ribera
(1982), González Prats (1983) y Flor ido (1984), indicando al lado de los m ismos su correspondencia con dichas
clasificaciones. El problema fundamental para la cata1ogaci6n de las ánforas radica en que la parte más identificable y mejor d ocúmentada de las mismas es su
boca, pero dada la variedad de bordes es prácticamente
imposible atribuirlos, en el estado actual de la cuestión, a un subtipo y variante determinados (FL()RIDO,
1985: 490; Ra.BllA, 1982: 12).
Su función como recipiente de almacén y transpone permite suponer que llevasen tapaderas de piedra, cerámica (BolíllT y Mxl-A, 1981: 72, 109 y 136) o
de cualquier otro material perecedero (corcho, resina,
etc.).
Se trata además de un recipiente con algunas variantes de escasa significación cronol6gica, asf como de
124
Las ánforas de este subtipo son propias del Ibérico
Pleno, aunque también pueden encontrarse, tanto de
importación como de imitación, en niveles anteriores
(PELLIOtlt, 1978: 377, fig. 13, B y C).
r.&riante 1: Sinuosa (Ral!llA I -3). Su característico
perfil sinuoso viene dado por dos inflexione.s en el
galbo.
Se trata de ánforas propias de la p rimera fase del
Ibérico Pleno, siendo además la única variante de este
horizonte que se encuentra ampliamente en hallazgos
submarinos, lo que ha hecho dudar sobre su posible
origen ibérico (Rui!!RA, 1982: 105 y 122-123).
Vilriantt 2: Odrifomu ( RIBERA I·6A; VAQUElU20
2n .B). Se trata de una variante escasamente representada en el Ibérico Pleno (RaRJtA, 1982: figs. 7, 3; 9, 2,
3 y 5; 13, 4 y 14, 1), pero que hunde claramente sus
rafees en el horizonte anterior, pudiendo ser considerada como una derivación de tipos fenicios o del Subtipo 1 (PRJ.uceR, 1978: 377, fig. 13, B y C; ARTBAGA y
S ERNA, 1975: láms XXXVI, 265
271).
Cronología centrada en los ss. VI-V a.C.
y xxxvn.
[page-n-135]
LA CERÁMICA IBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
~riante 3: Fusijorm4 {RIBBRA I-5; FLORIDO XI). Conocidas también con el nombre de «Ánforas de la costa
catalana.., aunque según Pellicer también es común en
Andalucía Occidental (P11wcu, 1982: 390-392, fig. 12
D-1).
Su cronología es amplia: del finales del s. V al IT
a .C.
lftriantt 4: CiUndtit:a {Rlllttv. 1-2, [-6, I-7 e I-8; VA·
QUI!JUZO 1.X.). Es el ánfora más extendida dentro de la
geografia ibérica. Su fondo es redondeado pero existen
ejemplares cuya base acaba en pivote (Rlllt!RA 1-8), característica que se ha considerado típica de una producción anfódca procedente de Sagunt, extremo éste
pendiente de coniumación arqueológica (Rta11tv.,
1982: 38-39 y 107). Dentro de esta variante se conocen,
excepcionalmente, piezas de pequeño tamaño (RmERA
I -7) que, por el momento, carecen de entidad suficiente
como para clasificarlas en otro grupo.
Su cronología abarca todo el per(odo ibérico llegando hasta época iberorromana.
ración pintada y asas que arrancan del hombro. Muchas de ellas se han conservado con su tapadera de
pomo discoidal y perfil troncocónico (Tipo A V.1.1. ).
Los paralelos conocidos apuntan hacia una cronología avanzada dentro del Ibérico Pleno (s. IU a.C. en
adelante).
T-&riantt 2: Ciilndri&a (PEIU!IRA SIESO 11). De caracte·
rfsticas y cronología semejantes a las bitroncocónicas,
siempre están decoradas y llevan asas.
Variante 3: Ovoide {Atv.NSCUL-PLA F. 1 d - Vasija con
dos asas-; BBLéN y PBRIIIR.A SLKSO, 1985: Tipo rr
2.C.b.l.; ÜUAORADO, F.la, l".2a y bl, F.4 y F.5; NoR!).
STROM FG. 4 -Pithos cilindroide o con estrangulamiento central-). El labio puede ser recto y engrosado
-como en la Variante 1- o saliente y ligeramente
moldurado; están decoradas y pueden llevar asas o no.
Los ejemplares más antiguos pueden tener un perftl
odriforme, imitando a las ánforas de la misma cronología.
La más antiguas se datan a lo largo del s. VI a.C.
y perdura durante el Ibérico Pleno.
Tipo 2: Tinaja
Subtipo 2: Sin lwmbro
Las tinajas son recipientes profundos y cerrados
aunque no tanto como las ánforas, con 'l a base cóncava
o indicada: suelen llevar dos asas compuestas (gemiDadas, trigeminadas, etc.) -sobre todo, los ejemplares
más evolucionados- y la mayoría llevan decoración
pintada.
Aunque la existencia de una base permite que se
mantengan en equilibrio sobre el suelo, su gran tamaño y el escaso diámetro de su base requieren, para ser
mucho más estables, el uso de soportes, as( como -por
razón de su contenido- tapaderas, al igual que sucedía con las ánforas ( Bt!RNABBU, BoN~rr, GutRIN y MATA,
1986: 329, cuadros 1 y 2).
Su amplia boca las hace más apropiadas para el
trasiego y almacenamiento de Hquidos o sólidos que
para el transporte.
Se han diferenciado los siguientes subtipos y va·
riantes:
Suhtipo 1: Con hombro (Ros SAv. F.-T.XV)
Se caracteriza por tener una inflexi6n más o menos marcada en el tercio superior del recipiente.
T-&riante 1: Bitroncocónica (ARAN.sout-PLA l". 25
-Urnas tritroncoc6nicas con tapadera-; CuADRADO
F. 6; NolU>mt.OM FF 2 B - Pithos bitroncocónico B- ).
Es la variante de perfll más clásico dentro del Ibérico
Pleno, conocida en la bibliografía con el genérico de
Pithos. El Jabio suele ser recto y ligeramente engrosado
por el interior, aunque caben otras muchas variables
sobre todo en los ejemplares más antiguos; llevan deco-
Suelen tener el perfil de tendencia globular u ovoide, y el labio puede ptesentar muchas variables según
la época y la variante de qu.e se trate. La decoración
y las asas son elementos bastante característicos, aunque no por ello deja de haber ejemplos sin uno de estos
dos atributos.
1/&riante 1: Con cueJJo indicado (ARANBOm-Pu. F. la
- Vasija de perfil ovoide- y F.23 -Gran vasija de
cuerpo globular con borde exvasado y dos asas-;
CuADRADO F.3. y F.7.; GomÁLEZ PRATS E-17; juu.Y y
NoRDSTROM, 1972: Tinaja Bitroncocónica; NoRDS1'ROM,
FF. 2.A -Pithos Bitroncocónico A-). Recipiente de
tendencia globular u ovoide con un ligero estrangulamiento que separa el borde del galbo; los labios son variados en el Ibérico Antiguo (salientes, subtriangularcs, moldurados), mientras que en el Ibérico Pleno se
hacen mayoritariamente moldurados; la decoración y
dos asas en el tercio superior suelen ser habituales,
aunque las hay documentadas sin uno o dos de estos
últimos elementos.
Aparecen en el Ibérico Antiguo y perdura hasta
el Horizonte Iberorromano.
~riantt 2: Con CULIJD dnttu:ado (.Atv.mom-Pu FF. 18
y 19 -Vasijas bitroncoc6nicas con cuello y dos asas-;
BBLtN" y PERBIRA StMO, 1985: Tipo II.2.B. b. 1 y 2;
GoNZÁLBZ PRATS E-11 y 13; NoJtDSTRóM FF. 12
-ánfora-). Esta Variante se caracteriza por tener un
cuello cillndrico o troncocónico, claramente diferenciado del cuerpo. Los labios suelen ser salientes y subtriangulares; la decoración pintada -monócroma o
polfcroma- también es habitual. Cuando llevan asas,
125
[page-n-136]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
éstas, geminadas o simples, parten del labio o de la
parte central del cueUo y se apoyan sobre el tercio superior de la panza.
Son recipientes que imitan, en sus tipos más antiguos, a las formas fenicias y, por lo tanto, son típicos
de niveles protoibérioos o ibéricos antiguos (ARANKOUJ,
1980; Auur, 1976-1978; BaúN y PsuiRA SII!So, 1985:
313-326; GONZÁLEZ PRATS, 1983; 218-224; J ut.Lv, 1975:
31-36; Souu, 1976-1978: 245). En cualquier caso, se
trata de una variante poco documentada dentro de este
Grupo I, mientras que es más abundante en e.l
Grupo TI.
Cronología centrada en el s. VI a.C., con escasas
perduraciones en época posterior.
Tipo 3: Tinaj a con pitorro vertedor (ARANr.ouJPu. F.2 - Vasijas con p itorro vertedor-)
El atributo indispensable de este tipo, y que le sirve de rasgo diferenciador con las demás tinajas, es la
existencia de un pitorro vertedor en el tercio inferior
de la vasija. Los perfiles pueden ser variados desde los
más o menos globulares hasta el bitroncoc6nico, pero
el gran tamaño de estas vasijas hace en muchos casos
dificil decantarse por una u otra variante; la ausencia
de asas y decoración -o una decoración muy
sencilla- también son atributos caracteristicos, aunque no indispensables.
Este tipo de recipiente llamó la atención, desde el
principio, por su característico pitorro, lo que propició
el estudio de su posible funcionalidad. La propuesta de
Giró (1958: 21, 22 y 24) como vaso decantador de cerveza ha sido ampliamente aceptado por la bibliograffa
posterior, pasando a convertirse en uno de los pocos recipientes con funcionalidad cspecrfica del Mundo Ibérico. Otras posibles aplicaciones fueron sugeridas en su
día por el mismo Giró (1958): decaotador de vino; o
más recientemente por Lillo (1981: 377): decantador de
agua con partículas en suspensión, blanqueado y desinfección de ropas GUAN DmdNF~H, 1990-1991); pero
siempre teniendo como punto en común la decantación
de tfquidoa (Cotma 1 BBRDÓs, 1987). Otros usos se do·
cumentao por ejemplo en Grecia, donde un recipiente
similar se utilizaba para emitir señales entre dos pun·
tos distantes (Oau, 1985: 7, 197-198); o en el norte de
África donde, en La actualidad, se utilizan para guardar cereal y el pitorro en la parte inferior permite con·
sumir el grano más viejo (CAST!!t., 1984-: 184-149).
Recientemente, han sido objeto de un estudio tipológico qu e, a grandes rasgos, se recoge aquf, añadiendo las variaciones que se han podido documentar
mediante un registro más amplio (CotmE 1 B!JlD6s,
1987).
126
Suhtipo 1: Con hombro
Sólo se conocen ejemplares en el Horizonte ~ri
co Pleno de Los Villares (MATA, 1991: fig. 29, 5).
Subtipo 2: Sin hombro
Son las más comunes. Se datan desde finales del
s. VI a.C. hasta el Horizonte Iberorromano (Cotm& 1
BBJU)ÓS,
1987: 37-38).
Tipo 4: Tinaja o Urn.a de oreje tas (GoNZÁt».
PRATS E-15; .Juu.Y, 1975: Grupo B-II -Megalopyxis con orejetas perforadas-, 56-61; So.
UER, 1976-1978: Grupo
24-0-2+4)
n.
Este recipiente profundo se caracteriza por tener
dos protuberancias perforadas -«orcjetas»- cerca del
labio, que es b iselado; este labio encaja perfectamente
con la tapadera, también provista de orejetas, pues ambas piezas han sido modeladas juntas y separadas cortando el barro antes de la cocción; las orejetas perforadas permiten cerrar el recipiente herméticamente,
pasando una cuerda o alambre a través de las perfora·
ciones (FLt'l'Cur.tt, 1964: 305). El perfil es ovoide o bitroncocónico.
El hallazgo frecuente de este recipiente en necrópolis ha hecho que se le identifique como urna cineraria, aunque se encuentra cada vez más en lugares de
habitación. Por otro lado, el gran tamaño de la tinaja
de este grupo no parece que apunte hacia una funcionalidad, estrictamente, cineraria.
Las de gran tamaño son escasas y los ejemplares
más completos se conocen en Penya Negra II (GoNz.(.
Ltz PRATS, 1983: tipo E-15).
Tipo 5: Onea (GoNZÁLEZ PRATS E-18; PBR&RA S1sso
5 A I)
Se trata de recipientes profundos y, a diferencia de
las tinajas, abiertos (I.A. igual o mayor de 80); cuello
indicado; peñu ovoide o bitroncocónico; pueden ir con
o sin decoración; labio saliente, engrosado o subtriangular; base c6ncava o indicada; algunos llevan asas verticales, desde el labio, u horizontales sobre el diámetro
máximo.
Tipo poco abundante, pero con los ejemplares más
característicos fechados en el IMrico Antiguo (s. VI
a.C.).
[page-n-137]
l.A CERÁMICA IBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
GRUPO 11
Se incluyen en este grupo una serie de recipientes
de variada morfología, cuya funcionalidad es diffcil de
precisar, tratándose en la mayoría de los casos de vasijas
multifuncionales. De cualquier modo, tienen que estar
relacionados con actividades domésticas de despensa.
preparación de alimentos o, incluso, de caricter ritual o
funerario. Por su tamaño, son ficilmente transportables. Este grupo es el de mayor complejidad, por lo que,
en el futuro, puede resultar el que más cambios sufra
bien aumentando, bien disminu yendo los tipos .incluid os en él, a medida que se definan funcionalidades concretas que permitan su fusión o traslado a otros grupos.
La única característica común que presentan todos ellos es su tamaño:
-entre 40 y 10 cm. de altura para los recipientes
profundos y
-entre 4() y 10 cm. d e diámetro boca para los recipientes planos o de profundidad media.
Tipo 1: RecipieDte con res.Ute
Recipientes, generalmente profundos; mayores de
10 cm. de altura; de perfiles va.riados, cuya única característica común es p resentar un resalte pronunciado
en el cuerpo o cerca del borde, dejando un espacio estrecho pero profundo entre el resalte y cl recipiente.
La escasez de ejemplares impide cierta precisión
cronológica, ubicándose en el Ibérico Pleno en sentido
amplio, con algunos ejemplares fechados en el Ibérico
Antiguo.
Se d istinguen dos subtipos:
Subtipo 1: Con rtsaJ/8 en el cuello
( N oRDSTROM
cóncava o indicada, con o sin asas y decorados o no.
Aunque la altura máxima para este Grupo son los 40
cm., pocas tinajillas superan los 30 cm .
Dado que todos los subtipos y variantes del
tipo I.2. se encuentran representados aqur, se seguirá
una denominación igual a la utilizada en aquel caso
para facilitar su utilización.
Subtipo 1: Con lwmbro (Pu.EtRA SrESO 11 B)
Caracterizadas por una fuerte inflexión, situada
en el tercio superior que separa el cuerpo del borde.
J.&riante 1: Bitroncoeónica (ARAN!OUJ-PLA F. 6a
-Vasos de perfu quebrado con pie indicado- y F. 25
- Urnas tritroncocónicas con tapadera-; CuADRADO
F. lb, F. 2c y d y P. 31; j ULLv, 1975: Grupo A III
-Tinaja tritroncocónica de tipo púnico- , 47-48;
NollDSTROM FG. 3 -Pithiskos tritroncocónica con asas
verócales-; Ros SALA F.-T. XVI a; V AQ.UUtZo l.l.F,
J.V.A/2 y B/1 y 2.II.A. y C.). Se trata de una forma
tfpica del Ibérico Pleno con características semejantes
a las de su homónima en el Grupo l.
JfJnan/4 2: Cilíndrica (ARANBOuJ-Pl.A F.21 - Albarello
o Bote de farmacia-; NoRDSTROM FF. 30 -Vaso cilíndrico troncocónico de tipo bote de farmacia o
albarello-; Pe~tl!lRA Smso 10). Característica del Ibérico Pleno y con mis ejemplares conocidos que en el
Grupo I.
Varianü 3: Gú>bular u Ovoüú {BI!.LtN y Pl!lUUllA Suso,
1985: Tipo ll.2.C.b.l.; CUADRADO F.2 b 2 y 3; 0oNZÁU7.
Purs E-12; NoRD8TROM FG. 4 - Pithiskos eilindrobitroncoc6nico con a sas verticales; R os SA!.A F.-T. XVI
b). Suelen tener el labio recto o ligeramente saliente y
no son demasiado abundantes, aunque su cronologfa
es amplia.
FF. 21
-Vasos de doble borde-)
Su cercaofa al borde parece indicar que, en muchos casos, serviría de apoyo a una tapadera.
Subtipo 2: Con resaJ/8 en el galbo (ARANEGm-Pl.A F.3
- Vasijas con resalte e n el cuerpo-)
Este subtipo fue objeto de un estudio por parte de
Fletcher (1953: 191) en el cual se hipotetizaba sobre la
posible funcionalidad del resalte con fines aislantes o
refri gerantes.
Tipo 2: Tinajilla
Al igual que Jas tinajas del Grupo I (A 1.2.), son
recipientes p rofundos, más o menos cerrados, con base
Subtipo 2: Sin lwmhro
Al igual que en el caso anterior, siguen una evolución semejante a las tinajas sln hombro (A.l.2.2.).
J.fuiante 1: Con cudiJJ indictuJq ( AJw.rwur-PLA F.l b
- Vasos de perfil en S-; CuADRADO P. 8 b 1, F. + F.
7,
48 y F. 49; GoNZÁl.I!Z P RATS E-17; Jm.LY y NoRDSTROM
1972: -Tinaja Bitroncoc6nica-; NoRDSTRO FF. 2
M
-Tinaja pithoide- y FF.3 -Tinaja-; Ros SA!.A F..:r
XIX; V AQ.UEIUZO l.I.A.E., l.V.A/1 y B/2 y l .VII.). Recipiente de tendencia globular o suavemente bitroncoc6nico, cerrado; generalmente sin asas, aunque algunos ejemplares presentan unas asitas que parten del
labio; su pequeño tamaño permite suponer que se trate
más bien de elementos d e suspensión que de prensión.
Aparec.en desde el I bérico Antiguo y perduran
basta el Iberorromano.
Variante 2: Con eueJIIJ dtsta«JdJJ (ARANBOlTJ-P l.A FF. 18
127
[page-n-138]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
y 19 - Vasijas bitroncocónicas oon cuello y asas-; Be.
y Pe~WAA StESO, 1985: Tipo ll.2.B.b.l y 2.; GoNú.
LEZ PuTS E-U y 13; NoRDSTR.óM, FF. 12 -Ánfora-;
Ros SALA F..!f VI a; VAQUEJu:zo 1.U.A/1.2y B y l.V.O.).
Tinajillas oon asas que salen del labio o desde el cuello.
Se conocen más ejemplares de este grupo que del anterior.
Como ya se indicaba con anterioridad (Tipo
AI.2.2.2.), se trata de una forma típica del s. VI a.C.,
con prototipos fenicios.
ú .N
Tipo 3: Tinajilla con pitorro vertedor
(ARAN&GU1-PLA F.2 -Vasijas con pitorro
A I.4·.). Es precisamente d pequeño tamaño lo que
permite suponer una función más especlfi_camente cineraria para estos recipientes, aunque no son raros los
hallazgos en poblados.
Son más abundantes que las anteriores y, por lo
tanto, los perfiles documentados pertniten una subdivisión en Variantes. Esta clasificación no parece tener,
por el momento, una significación cronológica, pues
aparecen en yacimientos ibéricos antiguos y perduran
con escasos ejemplares hasta los ss. IV-ITI a.C.
Wzrümlll: Globuim-.
MlniznJe 2: Ovoide.
Vani:JnJe 3: BúroMocmúca o Q:]ubrada.
vertedor-)
De id~nticas características a las tinajas con pitorro vertedor (Tipo AI.3.), se han separado en razón
de su tamaño. La menor capacidad de ~stas hace pensar, si no en una funcionalidad distinta (decantación
de líquidos u otros), s{ en un uso más doméstico o
bien para la preparación de algún líquido de carácter
especial o de lujo (Gm.ó, 1958: 10)¡ mientras que,
las de mayor tamaño tendrían un uso más •industrial».
Como en el caso anterior los perfiles y subtipos siguen las pautas del Tipo Al.3.
Subtipo 1: Con lwmhro
Como en el Grupo 1, se conocen pocos ejemplares.
Subtipo 2: TinajilJa o Pyxis con borde dentado
(AllANBGm-PLA F.22 a -Píxides de borde
dentado-; N oRDSTitOM FF.18 - Pyxis con borde dentado-; PEllEOlA SrE.So 3 B)
Recipiente profundo que se caracteriza por su t{pico borde dentado, sobre el que se acopla, perfectamente, una tapadera troncocónica. No lleva asas y todos los ejemplares conocidos tienen decoración
pintada. Su perfil es de tendencia ovoide aunque no
faltan ejemplos bitroncocónicos o ciHndricos.
Su característico borde llamó la atención tempranamente, siendo objeto de un estudio monográfico por
parte de Fletcher (1952-1953), cuyas conclusiones sigQen siendo válidas en la actualidad.
En cuanto a $U cronología, como ya apuntó Fletcber (1952-1953: 8) y los últimos hallazgos confu-man,
parece ser de finales del s. 111 e inicios del S. 11 a.C.
Subtipo 2: Sin lwmhro
Son menos abundantes que las del Grupo I.
Tipo 4: Recipiente con cierre bermético (PERBI·
ItA StESO 3)
Vasijas profundas que se caracterizan por tener un
labio biselado que encaja herméticamente con su correspondiente tapadera. El recipiente y la tapadera se
modelan juntos y, antes de la cocción, se separan cortando la arcilla todavía blanda.
Subtipo 1: Urna o TiMjilla con orejetas perforadas (GoNZÁLEZ PP.ATS E-15; juLt.Y, 1975: Grupo B n,
56-61; Sowu, 1976-1978: Grupo II, 240-244;
PsuJRA Swo 3 A)
Ya se han señalado, con anterioridad, las características más importantes de este Subtipo (ver Tipo
128
Suhtipo 3: Tinajillas con laln"o biselado simple (BillXBÁN
L.oRJs, 1976: Vasos Cilíndricos)
Forma característica del valle medio del Ebxo. Por
su perft.l se pueden distinguir dos variantes de cronolo·
gía similar (s.s. 11-1 a.C.). Tipos semejantes se encuentran e.n otras zonas con una cronología anterior (V A·
QIJ1Ul1Z0 1 1988: 232, fig. 201).
lini:Jnte 1: Globular.
Wzni:Jnte 2: BiJron&Ocónica o Que/wada
Tipo 5: Orza pequeña
Q.UEJuzo I.Vl.A)
(PERRJM SIESO
S.A.!;
VA-
Son recipientes profu.ndos, muy abiertos (LA.- ó
con cuello ligeramente indicado; galbo de tendencia ovoide, aunque Jos escasos ejemplares conocidos
no pertniten mayores precisiones; base cóncava o indicada~ sin asas; pueden llevar decoración o no.
Se conocen ejemplares del Ibérico Pleno.
> 80),
[page-n-139]
LA CERÁMICA IBáRJCA: ENSAYO DE TIPOLOGíA
Tipo 6: Lebe6
T. lila)
(P~~~WAA
Sl!.SO 5.A.Il; Ros SALA F.-
El Jebes es un recipiente abierto; de profundidad
media (I.P. 30-90, con escasos ejemplares que sobrepasen los 90 y que desciendan de 40); perfJ..l de tendencia
globular, con labio diferenciado y, en general, sin asas;
puede estar decorado o no.
En razón de su tamaiio se pueden diferenciar dos
variantes en cada subtipo:
-Grande, 0 boca> 25 cm. y
- Mediano, 0boca entre 25 y 10 cm.
Los ejemplares con diámetro de boca superior a
40 cm. son excepcionales, por lo que no se ha conside·
rado oportuno clasificarlos en el Grupo 1 en base, ex·
clusivamente, a esa excepcionalidad.
Su amplia boca los hace apropiados para el trasiego de líquidos, incluso los de pequeño tamaño cuyo la·
bio impide su uso para beber.
Ha sido dificil la elección de esta denominación
para un recipiente de estas caracterfsticas; pero de entre todos los términos empleados para su descripción
(copas de pie bajo, cráteras, vasijas, calderos, cazuelas
o fuentes) es, hoy por hoy, la más adecuada. En el
mundo griego se utiliza la palabra Jebes para calderos
metálicos cuya descripción se adapta perfectamente a
estos recipientes (DMI'.MIIUO y SAOuo, 1900: T. m,
vol ll, 1000; Gllliló, OLMos y SANcH.U, 1984: 289). El
término Jebeta (de lebes,·etis) se utiliza para describir
el recipiente metálico que servía para recoger el agua
que se vertía en las ceremonias sagradas aunque tam·
bién puede tener otros usos, sobre todo cuando se trata
de vasijas cerimicas (AA.VV., 1990: 4-9; B.IANCRI BANDI·
Nuu, 1961: vol. IV, 519-521; R ossP.Lt.ó BoR.DOY, 1991:
198).
Subtipo 1: Cm pie (ARANBOUl-Pl-<' FA -Grandes vasijas de diámetro superior a la altura-¡ CUADRADO F.18; NouorROM FF. 13 IV -Crátera sin
cuello con o sin asas y base anular- y FF. 14
-Bol con reborde anguloso y base anular-)
Su característica fundamental es tener un pie diferenciado alto; el labio puede ser de ala plana o moldurado, siendo éste último mayoritario en los Jebes grandes; suelen estar decorados y no llevar asas.
Son propios del Ibérico Pleno, sobre todo a partir
del s. m a.C.
Subtipo 2: Sin pie (ARANEGut-PLA F. 4 -Ollas bajas
y anchas-; C uADRADO F.10 y F.14¡ GoNzALEz
PRATS B-7, B-8, E-7, E-8 y E-18; NoRDSTROM
FF.13 IV -Crátera sin cudlo, sin asas y con
base cóncava-; PUUUR.A Sll!SO 5.A.Il;
zo l .I.G. y H . y LlX).
VAQt1Elll·
Se diferencia del anterior por no tener pie diferenciado, siendo sustituido por una base cóncava o indicada; los labios son muy variados -salientes, en ala plana, subtriangulares y moldurados- aunque, en época
avanzada, acaban dominando los moldurados y en ala;
pueden llevar decoración o no, aunque abundan más
Jos que carecen de ella o llevan una sencilla decoración
de bandas y filete.s; los ejemplos más clásicos no suelen
llevar asas, aunque algunos ejemplares puedan llevar
asas de espuerta (GONZÁLBZ PkATS, 1983: Tipos B y
E-7, 196 y 215-216) o pegadas al galbo en posición horizontal.
Su difusión cronológica y geográfica es mucho
más amplia que la del Subtipo anterior, por lo que podrfa suponerse una producción más regional para los
lebes con pie (A ll.6.1.).
Tipo 7: Kalatbo1
Recipiente abierto; de profundidad media (I.P.
entre 60 y 100; escasos ejemplares superan apenas el
I.P. 100, siendo la mayoría de grandes dimensiones);
perfil simple; labio moldurado o en ala plana y, en
menor medida, saliente y triangular; base cóncava,
aunque se conocen algunos ejemplares con pie alto
(Puntal deis Llops, inédito, y El Amarejo) (BRONCA·
NO, 1989: fig. 146, 238, lám. CXll); llevan casi
siempre decoración pintada, sin asas, excepto una
producción especrfica procedente de Cataluña y algunos ejemplares de gran tamaño (CoLOMINAS y Ptno J
CADAYALCH, 1923: 605, fig. 385; Gutam, 1987; TARRA·
DELL y SAI'NARTÍ, 1980: 312).
Se pueden distinguir dos tamaños, constituyendo
sendas Variantes en los dos Subtipos diferenciados:
-Grande, 0boca>25 cm.;
- Mediano, 0boca<25 cm., siendo muy pocos
los menores de 10 cm.
Es uno de los pocos tipos ibéricos que se exporta
fuera del ámbito propio de la Cultura Ibérica y, también, uno de los que más perduró de,puú de la conquista romana, lo que ba permitido especular sobre su
posible contenido -miel, garum, p6rpura, etc.(Alwttcul y PLA, 1981: 78-79; GAJ.CfA v BIU.lJDO, 1957:
92; RtuRA, 1983: fig. 12, 1; SANTOS Vsl.Asco,
1982-1983: 147-148). En relación con su posible funcionalidad. existen en Grecia unos recipientes cerámicos
de igual forma que los kalathoi, pero sin decorar y con
la superficie interior estriada que se utilizaban en apicultura QoNJ.S, GRAHAM y SAcKm, 1973: 397-413, fig.
13); aunque lo más probable es que se trata de un recipiente multifuncional (DAJUIMBERG y SAOuo, 1900: t. I,
vol. 11, 812 y ss.).
129
[page-n-140]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
Suhtipo 1: Cil{ndrico (Aiv.Nscm-Pu F. 17 a y b
-Sombrero de copa típico de cuerpo cilíndrico, con borde pendiente o en ala plana-;
CuADllADO F. 13; NoRDSIROM FF. 6 -Kalathos
cilindroide-¡ PsREJRA SIESO 8 D; Ros SALA F.~.
1 a y e, I1 a y b)
Se trata del perfil más común entre los Kalathoi,
conociéndose con todas las modalidades de labios
apuntadas - moldurado, ala, saliente y triangular-, y
en los dos tamaños.
Se datan a partir del s. UI a.C.
Suhtipo 2: Troncocónico (AMNrom-Pu F. 17 e y d
-Sombrero de copa típico de cuerpo troncoc6nico y borde pendiente o de ala plana-; NoaosnOM FF. 6 -Kalathos 'froncoc6nico-¡ Ros
SALA F.-T. 1 b, d y e, II e y e)
Tjpo 9: 'lbnel (NoRosTROM FF.32 Toneletes)
Recipiente profundo de forma cilíndrica con el
eje de revoluci6n horizontal, cuello estrecho; boea
de forma similar a la de las cantimploras
(Tipo A TI.8.) pero situada en el eje de revolución;
algunos ejemplares tienen dos acanaladuras laterales
por las que sujetar unas cuerdas que permitirían
llevarlos colgando en los flancos de un animal de
carga o sobre la espalda. Puede llevar asas o no.
No suele estar decorado.
Su función podría ser la de transportar líquidos en
mayores cantidades que las cantimploras; aunque en el
none de Africa se utilizan recipientes similares para la
elaboración de mantequilla.
Son más abundantes que las cantimploras y tienen
una cronología y distríbución geográfica similares.
Los toneles han sido objeto de dos estudios que siguen totalmente vigentes y de los que hemos entresacado los subtipos diferenciados (Fun:ci:Olll, 1957; Lw.o,
1979 y 1981: 367-371):
Subtipo, al parecer, de cronología avanzada
-s. ll a.C.-, de labio moldurado o en ala.
Suhtipo 1: Con boca central (Fum::Hn, Tipos 1-5; Ltu.o, Tipos 1-4)
Tjpo 8: Cantimplora
Recipiente profundo, de forma esferoide o lenticular, con cuello estrecho en el eje mayor y boca algo más
amplia; puede llevar un par de asas a ambos lados de
la bocaJ así como una acanaladura alrededor del perímetro, para facilitar, mediante una cuerda su transporte y suspensión. No suele llevar decoración.
Se trata de un utensilio personal para el transporte
de pequeñas cantidades de lfquidos (LILLO, l979: 26;
1981: 363-365).
Tanto este Tipo eom.o el siguiente (A IT.9), tienen
una distribución geográfica concentrada en las provincias de Murcia, Albacete y Valencia.
Teniendo en cuenta la clasificación hecha por Lillo
(1981: 364), se han diferenciado los siguientes subtipos:
Suhtipo 1: Lenticular
Es la más com'lln, fechada en el Ibérico Pleno.
Suhtipo 2: Tuhuúu
Sólo se conoce un ejemplar procedente del Tossal
de Sant Miquel (Llfria). A modo de curiosidad, simplemente citar una cantimplora semejante procedente
de La Galia con una inscripción en la que se especifica
que su contenido era la cerveza (DAIU!MBUC y SAouo,
1900: t.I, vol. II, fig. 1138).
130
Cuando llevan elementos de prensi6n, éstos pueden ser asas o pestañas, situadas a ambos lados de la
boca.
Suhtipo 2: Con boca descentrada (FLETCHER, Tipo 6;
L tLLO, Tipo 5)
Los ejemplos conocidos llevan asas.
Tjpo 10: Th.rro (ARANEOUt-Pu F.16 -Kalathos de
cuello estrangulado-¡ CuAollADO F.12 a, b y e;
NoRDSTROM FF. 5 B -Sítula sin a sas-; P ERBJRA
Su~so 8 A , B y C; VhQ.omuzo 2.1.)
Recipiente profundo y, con escasas excepciones,
con un I.P. entre 70 y 100; peñu de tendencia cillndrica y cuello estrangulado, con labio saliente; a pesar del
estrangulamiento del cuello no llega a ser un ~cipiente
cerrado sino abierto; la base suele ser cóncava; sin
asas; puede llevar decoración impresa, pintada o engobe rojo (PilESllDO, 1982: 291 y 295).
'fradicionalmente, se le ha consjderado como un
kalathos (Tipo A IL7.) de cronología antigua (ARANE.
cut y PI.A, 1981: 77-78). Sin embargo, si bien puede
considerarse como precedente del kalathos, existen suficientes datos como para considerarlo un tipo distinto,
con u:na evolución cronológica y difusión geográfica diferentes a la del kalathos; por ejemplo:
[page-n-141]
LA CERÁM:ICA I:BÉJUCA; ENSAYO DE TIPOLOGÍA
-El perfu simple del kalathos sufre aqur una ruptura para convertirse en un perfil compuesto: galbo,
hombro, cuello, borde.
-Algunos tarros tienen un cuello bastante marca·
do y/o destacado, que hace que el recipiente no sea tan
abierto como un kalathos.
-El I.P. var{a sensiblemente, pues si pocos kalathoi sobrepasan el índice 100, en el caso de los tarros
la relación se invierte.
-Los tamaños oscilan entre 10 y 30 cm. de altura,
con un diámetro inferior a 25 cm. -sólo un tarro procedente de Toya (Peal de Becerro, Jaén) mide 53 cm.
de altura y 40 cm de 0 (FI!IlNÁND&Z MAnu, 1985:
382); mientras que los kalathoi muestran una gran variedad de tamaños.
- Al tratarse de un recipiente que aparece en un
primer momento del Ibérico Pleno, los ejemplares más
tardíos eran considerados como perduraciones; ahora
bien, la aparición de conjuntos importantes de tarros
conviviendo con los kalathoi (B~toNCANO y BwQ.tTBZ,
1985: 277-278; Ruato, 1986: figs. 11, NA-5823; 32,
NA-5806; 45, NA-5817; 50, NA-5820; 86: 90, NA-5826;
110, NA-5805¡ 117, NA-5718; 118, NA-5768 y 119,
Na-5785), hace imposible seguir manteniendo ese tipo
como una perduración.
-Por último, la distribución geográfica de este
tipo es bastante homogénea, pues de los tarros recogidos por Fernández Mateo en su estudio (1985:
309-310), cuarenta y tres proceden de Andalucía, catorce de Murcia, tres de Albacete (a los que habrla que
añadir los encontrados en El Amarejo), veinticuatro de
Alicante y cuatro de Valencia.
Aparecen desde mediados del s. VI hasta inicios
del S. n a.C.
De acuerdo con el perfü, se conocen los siguientes
subtipos:
Subtipo 1: Cillndrico
Subtipo 2: Tron&Ocónü:o
Subtipo 3: Abomhaác
Tipo 11t Sftala o Ce1to (AuNEOui·Pv. F.20 -Vasijas
con asa de cesto-; CuA.DIW)() F.lO y F.58; NoROSTROM
FF.S.A -Sítula con asa de cesto-; Pe~tl!lRA St!!SO 9 E)
Recipiente profundo que se caracteriza, esencialmente, por au asa horizontal que cruza, diametralmen.
te, la boca. Ésta suele ser circular y puede llevar un
pitorro vertedor junto a uno de los extremos del asa,
con lo que su funcionalidad relacionada con la contención de líquidos parece clara (PAGs, 1983: 95·100).
La variedad de perfiles que puede adoptar este recipiente, así como su amplia cronología (ss. V-II a.C.),
hace que no pueda incluirse con propiedad dentro del
grupo de las imitaciones (Grupo VI) (PAOs, 1984:
95-100).
GRUPO 111
A pesar de las dificultades que entraña, incluso en
el mundo griego y latino {DAIUIIRIIRO y SACuo, 1900:
t.V, 663-664), identificar la funcionalidad concreta de
los recipientes, sobre todo teniendo en cuenta su posible multifuncionalidad, se intenta reconstruir aquí un
hipotético servicio de mesa. Para ello, es evidente que
las referencias al mundo clásico hao sido casi obligadas, incluso con el peligro que supone hacer este tipo
de extrapolaciones culturales.
Para poder llegar a la identificación de las vasijas
que compondrlan la vajilla de mesa i~rica, se han tenido en cuenta, básicamente, cuatro criterios:
-Tamaño: dada su función debe tratane de recipientes de tamaño medio.
-Recipientes para contenido de líquidos y que, a
su vez, alguno de ellos sirva para verterlos sin esfuerzo.
- Recipientes aptos para beber.
- Y, recipientes útiles para servir alimentos líquidos o sólidos, así como para consumirlos.
Tipo 1: Botena (.AMmcUI-PLA F.l e -Vasija de
perfil bitroncoc6nico con boca de tro mpetay F.5 -Botellas-; CuADJW)() F.8 a y b 2, F.9,
F.53; GoNZÁLBZ PJVJS B-13, 14 y 15, y E-9;
NoR.DSTROM FF.16 -Aryballos- y FF.22
-Formas de cuello ccfongiforme»-; VAQ.UElll·
zo, l.II.A.).
Recipiente profundo y muy cerrado (LA.< 50);
con cuello más o menos destacado; boca, generalmente, más ancha que el cuello; sin asas; pueden llevar decoración o no; el tamaño oscila entre los 10 y 25 cm.
de altura. Sus peñues son muy variados, pero con tendencia bitroncocónica.
Su funcionalidad, teniendo en cuenta su cuello estrecho, está claramente relacionada con los lfquidos. Se
ha incluido dentro de un hipotético servicio de mesa
por las siguientes razones:
-Su tamaño medio las hace manejables y aptas
para el contenido de líquidos no de almacenaje sino
para consumir en breve tiempo.
-Su boca ancha impide que puedan tapane con
el rm de preservar el contenido.
-Su escasa estandarización las hace un recipiente
fuera de lo común y, por lo tanto, para no ser usado en
tareas dom~sticas cotidianas, aunque, como ya se ha indicado en repetidas ocasiones, no se puede excluir lamultifuncionalidad de ~ste ni de ningún otro recipiente.
131
[page-n-142]
C. ~ PARREÑO Y H. BONET ROSADO
-Finalmente señalar que vasijas semejantes con
el nombre de ,.J.agena~> eran utilizadas en el mundo antiguo para el seTVicio de mesa (DAREMBERC y SAOuo,
1900: t.III, vol.II, 907 -908).
La cronología es amplia pues aparecen desde el
Ibérico Antiguo y perdura.n basta el Horizonte Iberorromano.
Al tratarse de una producción poco estandarizada,
se hace muy dificil una clasificación. Se puede sugerir
la existencia do los siguientes subtipos de acuerdo con
el perm:
Subtipo 1: Ttnáenda bitroncocónica, giiJbular u ovoide
Subtipo 2: TendencitJ troncocónica o &ilindrica
Tipo 2: Jarra
Es un recipiente profundo y muy cerrado
(I.A. <50); con cuello más o menos destacado y un asa
desde la boca hasta el diámetro máximo; puede estar
decorado o no; la boca es amplia, trilobulada o circular. El tamaño oscila entre 30 y 9 cm. de altura, considerándose grandes aquéllos que tienen más de 15 cm.
y pequeños los restantes.
Su función está directamente relacionada con el
contenido y consumo de Hquidos -vino
preferentemente-. El hecho de que aparezcan jarros
con contenido diferente a )os líquidos (BuRtu..o y DE
Sus, 1986: 233) se debe a un uso ocasional de los mismos para otras actividades·, algo que es válido para
todo tipo de recipiente, incluso en la actualidad.
corados y su cronología es similar a la variante anterior.
J.&riantt 3: Pirif rme (AllANEOOI-PLA F.9 d
o
-Oinocboes de perfil piriforme con el diámetro máximo en el tercio inferior-; CUAO.RA.oo F. 28; NoRDSTROM
FF.ll -Oenochoe de perfil ovoide o piriforme-). Se
caracterizan por tener el diámetro máximo en el tercio
inferior. Se conocen ejemplares del Ibérico Pleno, con
o sin decoración, sobre todo de gran tamaño.
fánante 4:
Globular (ARANBGUI-PLA F.9 b
-Oinochoe de cuerpo globular-; CuADlV.DO F.29).
Este perfil es el que más se acerca al modelo ático. Variante poco documentada, se encuentra, sobre todo, en
yacimientos del s. IV a.C.
Subtipo 2: De boca circular u Olpe (AltAN.EGut-PLA F.9 e 1
y 9 d -Oinochoes de boca circular con cuerpo cilíndrico y con perfil piriforme-; NowSTROM
FF.23 -Oenochoe con boca circular)
Forma menos frecuente que el anterior subtipo, se
caracteriza por su amplia boca circular. Thdos los
ejemplares conocidos tienen perm de tendencia globular.
Las dos variantes diferenciadas son de cronología
similar: Ibérico Pleno con perduraciones en el Iberorromano.
J&riante 1: Con labio saliente (Ros SALA F.-T. VI b y
xm b).
fáriante 2: Con labio uclo.
Tipo 3: Jarra (CuADRADO F.30; NollDSTJlOM, FFJ
Subtipo 1: Con boca trilobultuúl u Oinochoe (Ros SALA
F.-T. XIII a; VAQ.UEIUZO, l..Xlli)
Cuando llevan decoración pintada, pueden presentar los llamados «ojos prortlácticos» (NoRDSTI\OM,
1973: 211), que aparecen también en el cerámica púnica (CJNTAS, !950: lám. Xill, 170 y 171). Teniendo en
cuenta el peñtl, se distinguen las siguientes variantes:
lizrianlt 1: Cilfndrico (ARANEGUI-Pt.A F.9 c2
-Oinochoc con boca trilobulada; CuADRADO F.27;
NoRDSTllOM FF. 11 - Oenochoe con boca trilobulada).
Abarca, básicamente, el Ibérico Pleno y es abundante,
sobre todo, en yacimientos de finales del s. III a.C.
Siempre están decorados.
VarúJnle 2: Trtmcotónicc (ARANEOUT-PLA F.9 a, e y r
-Oinochoes de cuerpo bitroncocónico, perfil quebrado de tendencia cillndrica y de tendencia romboidal-;
NoRnSTROM FF.ll -Oinochoe de perfil bitroncocóni·
co-). Esta variante puede tener el di.á metro máximo
en el tercio superior o en el inedio, pudiéndose considerar también como bitroncocónico. Siempre están de132
-Oinochoe de boca trilobulada, troncoc6nico
invertido)
Recipiente profundo con cuello indicado, no tan
cerrado como el jarro (I.A. 80-50)¡ boca trilobulada o
circular; con un asa, generalmente, sobreelevada y sin
decoración. Se trata de un tipo poco numeroso, de per·
ftles y tamaños lo suficientemente variados como para
impedir una clasificación por subtipos.
Los ejemplares con asa sobreelevada apuntan dos
posibilidades de uso: poderlo sumergir cómodamente
en un recipiente mayor y guardarlo colgado o relacionado con activjdades cultuales (Bo~ET, MATA y GutJUN..
1990: 191).
La cronología de los ejemplares conocidos abarca
todo el Ibérico Pleno.
Tipo 4: Callciforme
Recipiente abierto, de profundidad media (I.P. entre 50 y 100, con escasas excepciones sobrepasan el ín-
[page-n-143]
LA CERÁMICA mÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
dice 100); caracterizado por un cuello destacado separado del cuerpo, de tendencia globular; el labio más común es el saliente, aunque también se documentan
otras variantes (moldurado, triangular, ala plana); diámetro de boca igual o ligeramente superior al de la
panza; puede llevar pie diferenciado (anular o alto) o,
en contadas ocasiones, no llevar pie; no suele estar decorado, aunque se conocen algunos con decoración
pintada, e incluso, impresa y aplicada (BRONCANO y
BLÁNQ.OU, 1985: 279; MAn, 1991: fig. 15, 1, 4, 7-9, U,
16 y 17).
De acuerdo con el perfil del cuerpo, se pueden distinguir tres subtipos:
Subtipo 1: Cuerpo Globular ( ARAmoUJ-PLA F.8
-Caliciforme con pie anular-; CuADllADO F.
11; NoRDsnOM, FF.9 b - Krateriskos sin
asas- y FF. 10 -Bol con borde saliente-;
PEJWRA S1ESO 12 A; R os SALA F.-T. IV y V; V"·
Q.UUIZO
l.ill).
Se clasifican aquí los vasos conocidos, tradicionalmente, como caliciformes; se caracterizan por un cuello cilfndrico separado claramente del cuerpo por un
hombro redondeado, bien marcado. Los tamaños so.n
variados, desde 5 a casi 20 cms. de diámetro de boca.
En numerosas ocasiones, se ha venido considerando a
este Subtipo como una imitación de recipientes met.álicos (AV8Ll.Á y RooRlcuu R us, 1986: lám. II), de vajilla
de barniz negro ática (PAca, 1984: 142-lH} o, incluso,
de ..vasos 1 chardon•; pero, por su amplia representación en el repertorio ibérico se clasifica aquf y no en
el Grupo VI.
Aparecen en el Ibérico Antiguo y perduran hasta
época Lberorromana.
J.iarian/4 1: Grande. El diámetro de boca oscila entre
los 10 y 20 cms., sobrepasando los 20 cm. con escasas
excepciones; suelen estar decorados y llevar pie alto.
Son comunes en el s. DI a.C., aunque también existen
en otras épocas.
VariaiiU 2: Pequeño. Son los más abundantes. Su tamaño oscila entre 5 y 10 cm . de diámetro; pie anillado,
aunque no faltan con pie alto y base cóncava; cuando
llevan deco ración, ésta puede ser aplicada, impresa o
pintada, pero es bastante habitual encontrarlos sin ningún tipo de decoración, dominando los tonos de pasta
oscura, tal vez en relación con los modelos metálicos.
Se encuentran desde el s. VI a.O.
Subtipo 2: Perfil en S (CUADRADO F.11 e y F.22)
Se caracterizan por no tener el cuello tan desarrollado como en el subtipo anterior y su ruptura con el
~uerpo no es tan clara. Son escasos y de amplia crono-
logía. El actual registro no permite una división en variantes como en el Subtipo 1.
Suhtipo 3: Ca.refii:UÚJ (CvADRAOO F.23)
Cuello destacado, separado del cuerpo por una
fuerte inflexión en ángulo o carena. Como en el caso
anterior, el registro actual no permite una subdivisión
en variantes.
Conocidos en la bibliografia francesa como •Gobelets gris carénés» (Gut.Y, j uLLY, Souall, 1967), parecen propios de un Horizonte Ibérico Antiguo (MAATI
BoNAFt, 1990) aunque también, se conocen ejemplos
dentro del Ibérico Pleno.
Tipo 5:
~•o «a
cbardon» ( BBLtN y PEllEIRA SLE-
so, 1985: Tipo II.2.B.a.l.; jULLv, 1975: 31-36,
Grupo A II-1; SOUER, 1976-1978: 245, Grupo IV-1; PEUDlA SIESO 2A).
Vaso de tamaño mediano, profundo; diámetro de
la boca igual o mayor al de la panza; cuello destacado
de tendencia cilíndrica, con una altura mayor que la
del cuerpo; sin asas; ruelen estar decorados; pueden
llevar pie o tener la base cóncava.
Recipiente que imita formas fenicias y, por lo tanto, propio de un Horizonte Ibérico Antiguo, aunque
pueden existir formas evolucionadas durante el Ibérico
Pleno.
Tipo 6: Copa (CuADRADO F. 24 y 25; PE.B.ErRA SLEso 15)
Recipiente abierto de profundidad media, cuya ca racterística esencial es poseer un pie destacado. Peñlles
variados, con o sin decoración. No suelen llevar asas.
Pieza poco abundante en el repertorio ibérico,
pues su posible función era desempeñada por los caliciformes (T ipo A ill.-l.), copas de importación y sus
imitaciones (Grupo VI).
Se conocen ejemplares del lb~rico Pleno.
Tipo 7: la..ea (NoRDn-ROM FF.29 -Gran taza
tipo •pot de chambre»-; R os SALJ>. F.-T .XI y
XVIII)
Recipiente abierto, con una o dos asas, de profundidad media; con decoración o sin ella.
Tipo poco frecuente eo el repertorio ibúico, con
lo que es imposible intentar una clasificación más detallada por el momento, así como una aproximación cronológica fiable.
133
[page-n-144]
C. MATA PARR.EÑO Y R. llONET ROSADO
Tipo 8: Plato (Pt:RJURA SrESO 17)
Recipiente abierto y plano (l. P. entre 10 y 50); casi
siempre lleva decoración interior y/o exterior, &obre
todo, en el Ibérico Pleno¡ el pie puede ser indicado,
anillado o alto.
De acuerdo con el borde, se distinguen los &iguientes subtipos.
Subtipo 1: Con borde exvasado (AAANEGI.TJ·PLA F.lO e y
f -Platos de borde exvasado y hondos-; BsLtN y PERRJRA S1sso, 1985: Tipo I.1.A.1.1.; CoA·
oRA.Oo FF.Pl, P2, P4, Pll y Pl2; GomALBz PuTS
B-1 y 5, D-1 y 3 y E-1, 2 y 5; J uLLY, 1975:
29-31, F.A.1.2.; NoROSTR.OM FF.7 -Escudilla
con borde convexo- y FF.19 -Plato-; So.
uu., 1976-1978: 246, Grupo VI, F.l; VAQ.uuuzo
3.I.B/D, 3.VI. y 3.VII.
Su perftl puede variar de acuerdo con el borde,
que adoptará diversas formas: abombado, ala, pendiente, sin diferenciar.
Su cronología abarca toda la Cultura Ibérica y se
puede precisar combinando los siguientes atributos y
sus variables: borde/base/decoración. Una característica habitual, sobre todo en los platos grandes del Ibhico Pleno, es llevar en el borde, y mú raramente en el
pie, dos orificios hechos antes de la cocción, lo que pa·
rece indicar que se guardaban colgados.
Se pueden diferenciar varios tamaños:
W!n4nte 1:
cm.
W!rianú 2: PtqutfW. Diámetro de la boca entre 9 y
15 cm.
Subtipo 2: Con horde rtenl.f'ante o Pátna (ARAmcUI-PLA
F.lO.b - Platos de borde reentrante grandes-;
CuADRADO F.P.5.a, e y e, P7, P8 y PH; GoNZ.(.
LEZ
PMTS
Tipo D-2; NoRosTROM FF.7
-Escudilla- y FF 34 -Salero-; PsR&RA Sm.
so 16B; V AQI12RJZO 3.1V.)
Se han considerado imitaciones de la vajilla de
barniz negro (PAoB, 1984: 103-108 y 117-123), sin em·
bargo existen recipientes semejantes con decoración
pintada, barniz rojo o cerámica gris desde el 700 a.C.
o antes (Pswcu, 1969: 4 y 8, figs. 1, 869 y 2, 870¡
ScKVBART, NI..Bl\I..BYE.R y PBLUC!Jl, 1969: 95, 121, 122 y
1+6, láms. 1, 869, IV, 870 y Xlll), con lo que debe considerarse esta doble corriente de influencias a la hora
de valorar dicho tipo. En cualquier caso, son formas
muy imitadas desde antiguo y su asimilación al repertorio ibérico es completa. Pueden llevar decoración,
134
generalmente muy sencilla, o no llevarla. Aparecen
desde el Ibérico Antiguo hasta época lberorromana,
con pocas varjables.
Como en los platos de borde e.xvasado, se pueden
distinguir dos tamaños.
Variante 1: Grand8.
Varianle 2: PequtfW.
Subtipo 3: Con borde sin dijmn&iar o Escudilla
(ARANBcm-PLA F.lO a - Platos de borde
recto-; CUADRADO F.P.3 .; GoNZÁLEZ PRATS B-4,
C-4, D-1 y E-4).
Pueden llevar decoración o no. De acuerdo con el
registro arqueológico no se pueden hacer subdivisiones
en cuanto al tamaño, pues el diámetro de boca oscila
entre 12 y 20 cm., con escasos ejemplares mayores¡ en
cambio sí que existen variantes relacionadas con el
peñtl:
Mzn4nú 1: En ta.sqiUú (Ros SALA F.- .IX¡ V AQ.OI!lW.O
T
3.11. y 3.III.). Paredes ligeramente convexas. Es la variante con difusión cronológica más amplia.
W!rianú 2: Carmadc (Ros SALA F..!T.X; V AQ.UBRtzo
3.III.A.). Suave ruptura del perfll cerca del borde. Se
conocen pocos ejemplares y casi todos fechados en el
Ibérico Pleno.
Varianú 3: Trtmlo&ónico (VAQ.ITIIJUZO, 3.1.A. y 3.Ill.).
Paredes rectas, divergentes. Se conocen algunos ejemplares fechados en el Ibérico Antiguo, con escasas perduraciones.
Tipo 9: Cuenco (ARAN20Ut·Pt.A F.lO g - Boles o
cuencos-; CuADRAPO F.P.5 .d; PERBIRA StBSO
16.C.Ill.)
Recipiente de tamaño mediano cuyo l.P. es mayor
de 50 y ninguno de los conocidos hasta ahora sobrepa·
sa el Cndice 75; su borde suele ser sin diferenciar y el
perfil es de tendencia hemiesférica o troncocónica.
Existen pocos ejemplares y casi todos ellos de época Ibérica Plena avanzada o del Ibérico Final.
GRUPO IV
Recipientes de formas muy diversas caracterizados, básicamente, por su pequeño tamaño ( < 10 cm.),
por lo que también se conocen con el nombre de microvasos. De fonna excepcional, pueden incluirse vasijas
algo mayores que, por su forma y posible funcionalidad, se asimilen a este Grupo.
Funcionalmente, se trata de un conjunto relacionado con actividades de aseo personal, religiosas o funerarias (perfumes, ungüentos, colorantes, libaciones,
[page-n-145]
LA CERÁMICA lB~RICA: ENSAYO DE T IPOLOGÍA
etc.), servicio de mesa (pequeños recipientes para sal
u otras especias), juguetes o exvotos.
~rico
Tipo 1: Botellita (PER.E1RA Smso 13)
Subtipo 1: Globular (ALMAGRO
Recipiente profundo (l. P.> 100, y cerrado, sin
asas¡ pueden llevar decoraci6n o no. Como las botellas
(Tipo A ffi.l.), presentan formas poco estandarizadas.
Por el momento, no se conoce este tipo en el Ibérico Antiguo.
Se distinguen dos subtipos:
Subtipo 2: Fusi..frm'M (AL.'MGRO BASCH FF. 18· 35 y 35-4-0;
Suhtipo 1: Perfil d4
tt~ia
Los dos subtipos diferenciados son propios del
Pleno.
BASC H FF. 1-7;
ARANtGut-PLA F.26a -Ungüentarios bajos y
panzudos-; ÜUADRA.DO Grupo A).
AAAN.I!GUJ-PLA F.26b -Ungüentarios fusiformes-¡
Grupo B).
CUADRADO
Tipo 3: Copita (Alv.N.Eou•-Pv. F.7 e y d -Copas y
platos de pie alto-¡ CuAoRAOO FF. 36-38, 50-52 y
P 15¡ VAQ.uuno 3.V.)
giJJhui4T.
Se incluyen en este subtipo los peñl.les piriformes
y ovoides.
~nante I : Con (Ut/Jo óesta&alitJ (VAQ.I12~ t.VIII.B).
Se caracteriza por tener un cuello más o menos destacado, bien por ser alto y estrecho, bien por tener una
boca amplia.
~TÜJnú 2: Con «Ullo indicado (CuADRADO F.19.b,
F.20.a.3, b, el, c2, c3 y d, F.34; NotwSTROM FF.16
-Aryballos-). Se caracteriza por tener un cuello simplemente indicado y labio saliente.
Recipientes abiertos, con un diámetro de boca menor de 8 cm.¡ labio sin diferenciar o ligeramente saliente¡ su característica esencial es tener un pie alto o destacado; no suelen tener asas ni decoración.
Sus variados perfiles hacen difícil una clasificaci6n, aunque podr(an agruparse as(: hemiesféricos, en
casquete y carenados.
Los primeros ejemplares se fechan ya en el Ibérico
Antiguo.
Subtipo 2: Perfil quebrado (AAANEOUJ-PLA F.7
Tipo 4: Cubilete (CuAORADO FF.26, 4-1, 44 y 57;
V AQ.UERIZO l.IV.)
a y e
-Pequ eñas vasijas bitroncoc6nicas y pequeñas
botellas- y F.6 .b -Vasos de perftl quebrado
con pie anular-; C uADRADO F.12 . d, F.l9 a y e,
F.20 a 1, a 2 y C 4, F.21, F.32, F.33, F.42 y F.45;
NowSTRoM FF.16 -Aryballos-, FF.30 -Vaso
c ilíndrico troncoc6nico d el tipo bote de farmacia o albarello-).
Se incluyen en este Subtipo todas aquellas botellitas que tengan un hombro más o menos marcado y, por
lo tanto, el galbo es de tendencia cilíndrica o troncocónica. Pueden recogerse las mismas variantes que en el
Subtipo anterior.
Varüznte 1: Con eu.tllo ties14eado.
Ulriante 2: Con crullo
~.
Tipo 2: Ungüentario
Recipiente profundo y cerrado con cuello destacado y pie macizo, más o menos alto. Puede llevar una
sencilla decoración pintada.
En 1953, fueron objeto de una primera clasificaci6n
por parte de Almagro Basch (1953: 396-397), simplificada más adelante por Cuadrado (1977-1978: 38~4), y en
la cual se basa esta clasificación atendiendo a los tipo$ que
pueden ser considerados propiamente ib~ricos.
Recipientes profundos y abiertos, con labio salien·
te y cuello indicado¡ suelen tener base c6ncava o plana¡
pueden llevar decoración o no. No son muy abundantes y parecen propios del lb~rico Pleno.
Tipo 5: Diveno1
Se recogen aquí recipientes poco abundantes o de
difícil clasificación, como por ejemplo:
Suhtipo 1: Vaso Geminado (CoADRA.DO F.43).
Recipiente formado por dos pequeños vasitos de
tendencia globular y labio saliente, con un asa vertical
entre ambos.
Suhtipo 2: Tarriw (CuADRADO F.46)
Recipiente de profundidad media (I.P. 50-100); altura inferior a 4 cms.¡ abierto, labio saliente y cuello
indicado; base indicada o pie anillado¡ perfu de ten·
dencia globular o carenado¡ sin asas, y generalmente,
sin decoración.
135
[page-n-146]
C. MATA PARREÑO Y H. BONRT ROSADO
Suhtipo 3: Miniaturas
Subtipo 4: Con pQTTU) cónico
Se trata de piezas de pequeño tamaño que reproducen bastante fielmente un recipiente bien definido
en grupos anteriores: jarro de boca trilobulada
(Tipo A lll.2.1.), kalathos (Tipo A II.7.), ánfora
(Tipo A 1.1.2.), etc.
Este grupo de la tipología incluye una serie de piezas cerámicas consideradas o bien como auxiliares de
los recipientes vistos en los grupos anteriores, o bien
relacionadas directamente con tareas dom~sticas y artesanales d iversas.
Tapadera
Suhtipo 5: Con asa en el p01111J
Suelen pertenecer a grandes recipientes y su perfil
es troncoc6nico.
GRUPO V
Tipo 1:
Suelen corresponder a urnas de oz:ejetas (Tipo
A 11.4.1.).
(AB.AN&out-PL.-.
F.15
b
Tipo 2: Soporte
Se trata de objetos de tendencia cilíndrica, abiertos por los extremos; algunos pueden llevar una sencilla decoración a base de bandas y filetes pintados.
Su funci6n es la de dar estabilidad a recipientes
cuya base es muy estrecha o inexistente.
-Tapaderas diversas-)
Subtipo 1: Tubular
Piezas con perfil de tendencia hemie.sférica o troncoc6nica con un asidero o pomo en Ja parte superior,
que puede est.a r perforado. Pueden llevar decoración
pintada o no.
Están destinadas a cubrir algunos recipientes y
as(, preservar su contenido. Aunque todas ellas pueden
tapar cualquier vasija, incluso de cocina, hay algunas
realizadas expresamente: tapaderas para recipientes de
cierre hermético (Tipo A 1.4. 6 A 11.4.) o las de gran
tamaño y perfil bitroncoc6nico para las tinajas con
hombro (Tipo A 1.2.1.).
Su cronolog(a viene dada por el tipo de recipiente
que tapan. Se distinguen los siguientes subtipos:
Suelen ser de grandes dimensiones (altura > 20
cm.). Existen dos variantes básicas:
·
Wzrüznte 1: OúadJJ (ARANEOm-PLA FJ4a) -Soportes
de vasijas altos y calados- ). Los escasos ejemplares conocidos pertenecen al Ibérico Pleno.
Varüznte 2: Cilúulri&o (VAQUERJZO 4.1.0.). Son más
comunes que los anteriores y de cronología similar. En
esta variante se han incluido, tradicionalmente, las piezas que aquí se han clasificado como colmenas
(Tipo A V.3.).
Subtipo 1: Con pQTTU) discoúlaJ. (PeRRIRA SrESO 14 A.)
Subtipo 2: M oldurado (ARANBGm-PLA F.H b
-Soportes de vasijas bic6nicos-; V AQ.trEJUzo
4-.I.A. y B).
El pomo puede estar perforado o no. Cuando son
de gran tamaño pueden corresponder a tinajas con
hombro (Tipo A 1.2.1.).
Es· el subtipo más común, fechado en el Ibérico
Pleno.
Suhtípo 2: Con /JQTTU) anilltuk (CUADilAOO F.P 16)
Subtipo 3: Anular (GoNzALEz
el Ibérico Antiguo.
(PER.EIRA
Saso 14 B)
Puede estar perforado o no y, generalmente, no
llevan decoración.
136
B-18).
De perfil simple, macizo o h ueco, aparece ya en
Son las más comunes.
Suhtipo 3: Con pQTTU) macizo
P~TS
Suhtipo 4: De ctJTTete (GoNúuz PRATS B-17).
Formado por dos troncos de cono unidos por el
vértice. Propio del Ibérico Antiguo, pero se conoce algún ejemplar del Horizonte Pleno.
[page-n-147]
LA CERÁMICA IBÉRICA: ENSAYO DE TI POLOGÍA
Suhtipo 5: Semilunar.
Son piezas macizas de forma semilunar y sección
triangular, poco conocidos, y por lo tanto, de cronología imprecisa.
Tipo 3: Colmena
Son piezaa cilfndricaa de gran tamaño (altura
sin decoración y con la superficie interior
estriada.
Tradicionalmente se han identificado como soportes, pero el estriado interior les confiere una especificidad que hace pensar en un uso diferente. Piezas cerámicas similares se utilizaban y utilizan como colmenas
en el Ática OoNES, GRABAM y SACIU!TT, 1973: 397-4-13,
pi. 79 d, BOa y 85); también en Mallorca y Andalucía
existen ejemplos semejantes con la misma funcionalidad (MA!m11 MOAALES, 1981: 57, fig. 97; RosSIILLÓ Bot.DCN, 1966: 34 y 74-, sala VI). En el País Valenciano se
encuentran, con la misma forma, pero de corcho, esparto o madera (GRECORt, Cucó, Lr.oP y CAB
URA,
1985: 56-59). Las colmenas de cerámica, dispuestas horizontalmente sobre el suelo y apiladas, se tapaban con
tapones de corcho.
Es un tipo de amplia difusión en todos los yacimientos del Ib&ico Pleno e iberorromanos del Camp
de Túria (Valencia).
> 20 cms. ),
sos, pueden llevar decoración incisa o impresa. Los tamaños oscilan entre los 5 y 15 cm. de altura.
Ya en 19~5, BaJJester a puntó su posible uso ~mo
machacador para la molturación de alimentos y otros
productos artesanales e inició su estudio tipológico. Recientemente, Lillo (1981: 395-396) ha puesto en duda
su carácter funcional al relacionarlas con figurillas de
diosas. Sin pretender entrar en la polémica de la funcionalidad, creemos que no se puede negar el uso evidente como machacadores de alguna de estas piezas
q ue viene avalado tanto por la aparición de piedrecillas
en la base, como por señales de uso en la misma. Por
otro lado, sus formas son bastante homogéneas y suelen carecer de decoración, lo que parece apuntar hacia
un uso más cotidiano, algo que tambi6n se confirma
con al aplicación de técnicas microespaciales (BEMA·
uv, BoNET, GutRIN y MATA, 1986: 330, factor 3). Son
más abundantes que los morteros (Tipo A V.4.).
Subtipo 1: Atoda.da.
Se caracterizan por tener la parte superior acoda·
da y adelgazada. En ocasiones, la decoración de estas
piezas consiste en una corta incisión longitudinal en el
extremo que, junto al orificio de suspensión, le da un
aspecto zoomorfo.
Aparecen desde el Ibérico Antiguo.
Suhtipo 2: Con dos Apéndices.
Tipo 4: Mortero
Recipiente plano y abierto, labio diferenciado y
base, generalmente, anillada; Ueva el fondo interno re·
forzado con piedrecillas incrustadas y/o estrfas hechas
al torno. Tipo de gran amplitud cronológica, pero esca·
samente documentado en cerámica; aunque podrían
existir morteros de piedra (Puntal dels Llops, inédito)
o madera.
Su función como recipiente para moler está fuera
de toda duda, ya sean alimentos u otros productos destinados a actividades artesanales o rituales (pigmentos,
desgrasante, hierbas, etc.). La aparición de morteros
con pitorro vertedor los pone en relación con algún
tipo de preparado líquido o semiHquido.
Tipo 5: Mano de Mortero
Pieza maciza de arcilla; sección circular o poligonal, con la base má& amplia y achatada; cerca del extremo superior puede haber una perforación que permite tenerla colgada; en algunos casos, el vástago
central se divide en dos brazos; la base puede llevar
piedrecillas incrustadas o líneas incisas. En algunos ca-
Se caracterizan por los dos apéndices que se separan del vástago central en forma de cruz. Como en el
caso anterior, los apéndices pueden adoptar, en funci6n de su decoración, aspecto zoomorfo. Son abundantes, sobre todo, las variantes 1 y 2. Se distinguen
tres variantes.
Varianle 1: Con aphulias ccriiJs.
Varianle 2: Con aphulias largos.
Varianle 3: Con aphulias astfformes. Los apéndices,
originalmente largos, se enrollan en forma de asta. No
son muy abundantes.
Suhtipo 3: De tres Apéndices Rad.iaks.
Se caracterizan porque los tres apéndices adoptan
una posición radial; en este caao, el orificio de suspensión, cuando lo hay, está en el centro.
Son abundantes en el Ibérico Pleno, aunque apa·
recen ya en el Horizonte Antiguo.
137
[page-n-148]
C. MATA PARltEÑO Y H . BONET ROSADO
Tipo 6: Diversos
Suhtipo 6: Colt:uiDr.
Al igual que en el g,rupo funcional anterior, se in- .
cluyen en este Tipo una serie de objetos escasamente
documentados o de dificil clasificación. Tales como:
Objeto abierto por los dos extremos, uno de los
cuales ha sido totalmente perforado antes de la
cocción.
Suhtipo 1: EmhudtJ.
Suhti'po 7: Lut:fflUJ..
Objeto hueco de forma cónica y rematado por un
apéndice estrecho más o menos largo.
Su utilización más común es la de trasvasar líquidos, pero existen algunos relacionados con la apicultura (MoUNA G.ucfA, 1989).
Recipiente abierto y plano, con un pico vertedor.
Podrían ser lucernas debido a su pequeño tamaño
y presentar zonas quemadas.
Suhtipo 8: Br"berón.
Suhtipo 2: Morillb .
Pieza en forma de prisma triangular con el vértice,
e.n general, dentado; puede llevar decoración incisa o
impresa.
Se le supone una función relacionada con el hogar
(MAwo.uu, 1963: 29 y 32; 1983), aunque, r ecientemente, ha sido puesto en duda su cará.c ter utilitario
dada la escasez de su hallazgo en las viviendas (RUJz
ZAJ>A111RO, 1981: 61-62).
Se encuentran pocos en época ibérica.
Recipiente pequeño o mediano, con boca estrecha,
caracterizado por la presencia de un pitorro estrecho
y alargado. Semejante a la F.8131 bl de More] y a algunas formas del repertorio pú.nico (CrNTAs, 1950: lám.
LXIV, 40).
Suhtipo 9: Diábolo.
Pieza formada por dos conos o páteras unidos/as
por los vénices/bases, de utilidad desconocida.
Suhtípo 3: Tejuew.
Tipo 7: Pondos
Piezas diseoidales hechas con fragmentos de cerámica recortados intencionadamente, en algunos casos
perforadas. Se encue.n tran sueltas o formando series,
con el diámetro en disminución, en casi todos los yacimientos ibéricos desde época antigua.
Se les ha supuesto múltiples usos (CAST'RO CuiUIL1
1978).
Con ellas se podrlan relacionar algunas bases de
barniz negro o figuras rojas recortadas, también, intencionadamente.
Los pondera son objetos macizos de arcilla, más
raramente de piedra, con uno o dos orificios de suspensión, secados al sol, aunque también los hay cocidos;
algunos pueden llevar decoración impresa o incisa.
Considerados, tradicionalmente, cQmo pesas de
telar hasta que, recientemente, ha sido puesta en duda
dicha funcionalidad, pero sin que exista un alternativa
válida (CASTRO, CvuL, 1978: 188; 1983-1984: 96;
1985a: 138-140; 1985b¡ 1986: 184). En cualquier caso,
se tratar{a de contrapesos y no debe perderse de vista
la posibilidad de su cadcter m~tifuncional , dato que
parece eonfll'II)arse cuando se tiene la posibilidad de
analizar un asentamiento completamente excavado
(BER.NABEu, BoNn, Gvtlu:N y M.w., 1986: 331-332).
A grandes rasgos y siguiendo, en parte, la clasificación hecha por Fatás (1967), se pueden diferenciar
los siguientes subtipos.
Suhtipo 4: Cazo.
Recipiente hemiesférico con un mango largo.
Suhtipo 5: Caja.
Suhtipo 1: 1Joncopiramidal.
Conocida también como pyxis, tiene forma paralelepipédica y lleva tapadera; suele llevar cuatro pequeños pies en los extremos y estar decorada.
138
La cara superior es más pequeña que la inferior.
Puede llevar dos orificios en la cara mayor.
Son abundantes desde el Ibérico Antiguo.
[page-n-149]
LA CERÁMICA lBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
Subtipo 2: Cuadrangular.
Las caru inferior y superior son cuadrados del
mismo tamaño. Son tambi~n abundantes.
VCU"Íaaúe 3: CilfndriuJ.
VCU"Íaaúe 4: TroncoeÓf'lw.
VCU"Íaaúe 5: Bilron&oc6nica. Es la que más variables
admite, pues los troncos de cono pueden unirse de diferentes formas y combinar tambi~n tamaños distintos.
VaritJnte 6: Motdl.lradtJ.
Subtipo 3: Paralelepipldico.
Las caras inferior y superior son rectángulos del
mismo tamaño. Puede presentar la perforación de suspensión tanto en el lateral ancho como en el estrecho,
aunque son más abundantes los primeros que Jos segundos.
Subtipo 4: Discoidal.
Parece estar relacionado con yacimientos de cronología antigua pero también aparecen algunos en el
Ibérico Pleno.
Subtipo 2: Fusayolo. con ca!Jeza.
Se caracteriza por tener una pequeña esfera en
uno de los extremos, protegi6ndolo de posibles golpes.
Wlriante 1: fWrúcljo.Ja.
VaritJnte 2: Tron&ocóni&a.
VdritJnte 3: Bitron&ocóni&a. Su variabilidad es grande
por lu mismas razones que las bitroncoc6nicas a~fa
las (A V.8.1.5.).
Variante 4: MDlduradtJ .
GRUPO VI
Subtipo 5: Piramidal o Cdnico.
De sección circular o cuadrangular, se caracteriza
por tener el extremo superior apuntado. No son muy
abundantes.
Tipo 8: Fusayola
Pequeños objetos de arcilla con perforación longitudinal utilizados para equilibrar el huso, función exclusiva que también empieza a ser puesta en duda
(BuRILLO y ot Sus, 1986: 232). Pueden adoptar multitud de formas y decoraciones, sin que tanta variedad
tenga, por el momento, significado cronológico.
Se recogen dentro de la C lase A, aunque recientemente se han encontrado algunu fusayolas hechas de
cerámica tosca, lo que a la larga provocará su inclusión
también en esta última clase cerámica.
Una primera clasificación de las fusayolas del Tossal de Sant Miquel fue hecha, en 1952, por Vidal y L6pez; tema que no fue retomado haata 1980 por Castro
Curel. Siguiendo a ambos autores, se han distinguido
los siguientes subtipos y variantes, independientemente de La multiplicidad de variables que cada uno puede
adoptar:
En este grupo se recogen piezas que imitan más
o menos fielmente otras procedentes de diferentes ámbitos extrapeninsulares. Aquí no se siguen los criterios
de clasificación por tipos y subtipos pues todas las piezas se pueden identificar con laa formas elaboradas en
sus respectivas tipologías. El número de imitaciones es
muy variado por lo que no se recogerán aquí todas las
posibilidades sino que se citarán algunas de las formas
más imitadas, remitiendo al lector a los repertorios publicados recientemente (PAOs, 1984; BoNllT y MATA,
1988).
Se trata de imitaciones relacionadas, ante todo,
con el servicio de mesa por lo que habrá que contar
con ellas a la hora de completar la vajilla ib~rica.
Se incluyen sólo las imitaciones de cerámicas de
barniz negro, ante la dificultad, en el estado actual de
la cuestión, para discernir con seguridad entre productos semitas importados, locales y sus imitaciones. Así,
dentro del mundo griego se imitan los Kylikes,
Skyphoi, Kantharoi, Phialai, Cráteras y platos de diversos tipos; del mundo itálico las cerámicas campanienses; y del ámbito púnico, los vasos plásticos y
kernoi.
Por razones prácticas y de homogeneidad, se ha
mantenido la denominación por tipos y subtipos, cuya
denominación corresponderá a los repertorios de las
piezas originales.
Subtipo 1: Acl.foia
Tipo 1: Kylú (ARANEGua-PLA F.llb -Copas de
Son las más extendidas en todas sus variantes desde el IMrico Antiguo.
VdritJnte 1: &flri&a.
pie bajo imitando el Kylix ático-)
Pieza bastante común, con y sin decoración.
VaritJnte 2: DiscoúW.
139
[page-n-150]
C. MATA P
ARREÑO Y H . BONET ROSADO
Tipo 2: Kyli:r-Slcyp.boa (AR.w.scor-P u F.11a
-Copas de pie bajo hondas-; C uADRADO
F.40)
glia, las formas 5, 6, 22, 23, 28, 36 y 63. Todos ellos
pu eden aparecer sin decoración o llevarla p intada o
impresa.
Copa abundante en el repertorio ibérko; con decoración o sin ella.
Tipo 7: l-áso plástico
Tipo 3: Skyp.boa y Slcyp.boide
Vasijas de pequeño tamaño relacionadas con las
producciones púnicas de barniz negro. Las imitaciones
más abundantes son los kemoi, gutti en forma de pie
y palomas.
El Skyphos no es una pieza muy imitada, pero en
cambio es más común la que se ha denominado
Skyphoide. Se trata de un recipiente abierto; de profundidad media (entre 70 y 100 de I.P., con raras excepciones); perfil en S, cuya característica indispensable es tener un asa horizontal ondulada, sobre el
hombro; siempre decorado; la base puede ser cóncava,
anillada o destacada; suele medir entre 7 y 12 cm. de
diámetro de boca, pero se conocen ejemplares algo mayores, pero siempre inferiores a los 20 cm. Parece tratarse de una imitación tardía de los Skyphoi, pues son
típicos de u na segunda fase del Ibérico Pleno.
Tipo 4: Kant.baroa y KrateriskosiKJUJ.tlaroide
(A RANEGl11-PLA F.13 -Cántaros-)
Forma poco imitada pero se puede encontrar tanto
en la variante con cuerpo gallonado como liso.
Se incluye aqu{ una forma de cronología tardía
m uy común en el valle del Ebro: cuello estrangulado
y dos asas que parten del labio.
Tipo 5: Crátera (A ilANEOuJ-PLA F.12 -Cráteras-; CUADRADO F.16, 17 y 55; PBRlltRA SrBSO 9A
y B; VAQ_t1&1UZO l.VI.B. y l.X.)
Las cráteras son formas imitadas, ante todo, en
Andalucía y Murcia. Casi siempre presentan decoración pintada. En mayor o menor medida, los iberos copian todos los subtipos de cráteras existe.otes: de cáliz,
campana, columnas y volutas. Las imitaciones p ueden
ser fieles o libres, manteniendo en éste último supuesto
los elementos más característicos del original (asas o
galbo).
Tipo 8: Otra!l imitacio.nes
Se clasifican aquí las piezas de pequeño tamaño
y formas diversas diffciles de agrupar bajo los ep(grafes
anteriores y que constituyen, en muchos casos, imitaciones casi únicas.
E ntre ellas podemos citar las formas de Lamboglia
1/8, 2, 3 y 45; la copa forma 68 de M orel, los gutti
(8180 More)) y las formas de More! 811~ b 1 y 9321 at
CLASE B: CERÁMICA TOSCA
Tipo 1: Olla (GoN7.ÁLl!Z PRATS T ipo I -Orza globular con cuello estrangulado y borde vuelto- y
tipo V -Escudilla-)
Recipientes con u.n LP. entr e 70 y 130; con cuello
indicado y labio saliente; sin asas y, generalmente, sin
pie diferenciado - plano, cóncavo o indicado-; peñl.l
de tendencia globular. Decoración escasa y estandarizada: Uneas incisas y baquetones en la base del cuéllo;
a veces, en los ejemplares más antiguos, cordones lisos,
incisos o impresos (B.ALLBSTER, 1947; CuADRADo, 1952).
Los primeros ejemplares aparecen en el s. VI a.C.,
conviviendo con la cerámica tosca hecha a mano, y
perduran hasta época Iberorromana. En algunas regiones (Cataluña y valle del Ebro), la cerámica tosca con~
tinuó haciéndose a mano !lasta su sustitución por la cerámica común romana.
De acu erdo con el tamaño, p odemos considerar
dos subtipos:
Subtipo 1: Grande.
Tipo 6: Plato (ARAmom-Pu F.lOa -Platos de
pescado-; CuADR
ADO F.P 3 y 6; V AQ.tJERrzo
3.I.E.)
Bajo este epígrafe gen~rico se recogen todos los
platos, tanto áticos como campanien.ses, imitados fielmente por los alfareros ibéricos. Entre los más frecuentes se encuentran, siguiendo la clasificación de Lambo140
Mayores de 20 cms. de altuTa.
Subtipo 2: Mediana.
Inferiores a 20 eros. de altura.
[page-n-151]
LA CERÁMICA ffi~R!CA: ENSAYO DB TIPOLOOÍA
ca~uela (GONZÁLEZ PRATS Tipo IV
-Cazuela de paredes simples rectas o
reentrantes-¡ VAQ.UEJUZO 3.VIII.)
Tipo 2:
ejemplares, por su pequeño tamaño, presentan un I.P.
inferior a 100.
Recipiente plano (I.P. menor de 25), generalmente, con labio sin diferenciar y paredes venicales; base
aplanada; puede llevar asas horizontales o cualquier
otro elemento de prensión, así como pitorro vertedor;
oscilan entre 20 y 30 cm. de diámetro de boca.
Los ejemplares conocidos pertenecen al Ibérico
Pleno, sobre todo a la primera fase.
Suhtipo 2: Con boca cireular.
Tipo 3: Bra1ermo
Recipiente con perfLI de tendencia globular, cuya
característica indispensable es tener, en el cuerpo, una
serie de perforaciones geom~tricas, hechas antes de la
cocción; es abierto, con labio saliente; profundidad media (I.P. entre 80 y 100): generalmente, oon un asa y
pie alto o destacado; los tamaños oscilan entre 10 y 15
cm. de diámetro de boca.
Su fun ción parece que están relacionada con el
manteninüento y transporte de brasas encendidas, sin
que se pueda olvidar la posibilidad de asar algún alimento (CARNW> y RmoHDO, 1986: 20, 21, 27 y 29) o
mantenerlos calientes durante algún tiempo, puesto
que su boca abierta permite el reposo en ella de las
ollas.
Aunque no son abundantes, se encuentran presentes en gran número de yacimientos ibéricos. La cronología abarca el Ibérico Pleno, sobre todo, la segunda
fase.
Tipo~:
Jarra
Se pueden encontrar tanto con cuello indicado,
como con cuello estrecho.
Tipo 5: Botella
Recipiente prof11ndo (I.P. > 100) y cerrado; con
cuello estrecho, más o menos diferenciado; puede tener
la boca ancha o no; sin asas.
Las pocas piezas que se conocen se fechan en el
Ib~rico Pleno.
Tipo 6: Tapadera
Objeto de forma aproximadamente troncocónica y
asociado, básicamente, al Tipo B l . Carece de decoración.
Los subtipos diferenciados son:
Suhtipo 1: Con pomq discoidal.
Subtipo 2:
Qm
pomo anilliulo.
Al igual que las de cerámica fLDa (Tipo A V.1.2.)
pueden estar perforadas o no. Son las más abundantes.
Subtipo 3: Con pomq macizo.
Tipo 7: Diver101
Recipiente profundo (I.P. mayor de 100); cuello
más o menos estrecho, pero con boca ancha; perfil de
tendencia globular; un asa desde el labio hasta la
panza.
Los pocos ejemplares que se conocen están. fechados en el Ibérico Pleno. Por este mismo motivo no se
puede hacer una diferencia de tipos en base al I.A.
como se ha hecho en al cerámica fma (A Ill.2. y
A III.3.).
.Los paralelos conocidos de ambos subtipos apuntan hacia una cronología del s. m a.C. en adelante.
Se pueden distinguir dos subtipos en relación con
la forma de la boca:
Pequeño recipiente plano, hecho a mano o a tomo,
con o sin pico vertedor. Algunos ejemplares con el pico
vertedor quemado podrían ser lucernas.
Suhtipo 1: De boca trilobulada..
Suhtipo 2: Tazo..
Semejante al tipo A l1.2.1. -Jarro de boca
trilobulada-; suele tener el cuello est.recho. Algunos
Recipiente abierto y de profundidad media (LP.
entre 50 y 100), con un asa; boca circular.
Incluimos en este Tipo todas aquellas cerámicas
de cocina de las que se conocen pocos ejemplares y, por
tanto, diffciles de definir tipológica y funcionalmente.
Como por ejemplo:
Suhtipo 1: Ouenqu«ikJ 1 Escud.iJI4.
141
[page-n-152]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
Suhtipo 3: PlaW 1 Tapadera .
Pieza muy plana, con el labio engrosado.
Su funcionaJidad es diffcil de determinar. Algunos
ejemplares con perforación centraJ debieron ser tapaderas, aunque no se descarta la posibilidad de su utilización como soportes.
Suhtipo
~:
Tonel.
Semejante a los de cerámica Ílna (Tipo A 11.9.).
Subtipo 5: Cuhilete.
De características morfométricas semejantes a los
de la cerámica fina (Tipo A IVA·.), aunque los tamaños
suelen ser mayores.
Subtipo 6: &cipienl.e con resalte cerca de kz boca.
Se conoce un sólo ejemplar de grandes dimensiones que, además, presenta unas orejetas. Atributos ambos poco frecuentes entre la cerámic~ tosca.
Suhtipo 7: cÍn.fora.
La única diferencia formaJ que presenta con las
ánforas de cerámica fma (Tipo A [.1.2.), es la presencia de un pie indicado.
SuhJipo 8: Tobera
Pieza formada por dos tubos cónicos cuyo vértice
es común. Se utilizaba para permitir la entrada de aire
en los hornos
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145
[page-n-156]
LA CERÁMICA IBéRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
GRUPO!
CLASE A
TIPO 1: ANFORA
Subtipo l. 1.: Con hombro carenado
Subtipo l. 2.: Con hombro redondeado
•
6
4
1. 2. l .
Fig. L- J. Pri4 Ntgra; 2. Carambolo¡ 3. &nim411uf4;
146
l. 2. 3.
l. 2. 2.
~.
l. 2. 4.
Bastida; 5. PunJ4J rú SaliM.s; 6. Ampu.ri¡J.s; l &rrtta.
[page-n-157]
GRUPO!
CLASE A
TIPO 2: TINAJA
Subtipo 2. 1.: Con hombro
2. l. l.
2. l. 2.
2. l. 3.
Subtipo 2. 2.: Sin hombro
2. 2. l.
2. 2. 2.
F1 2. - 1. El &laig; 2, 9 y 11.
'g.
~~·
3. Cánulo¡ 4. Cigarrllkjo; 5 . .hnM,_jc¡ 6. CaJtiUi&o rü las hiitls; 7. Pma Negra¡ 8. Solivelia¡ JO.
ús V'tllaru.
147
[page-n-158]
GRUPO 1
TIPO 3: TINAJA CON PITORRO VERTEDOR
CLASE A
Subtipo 3. 1.: Con hombro ·
...
o
2
Subtipo 3. 2.: Sin hombro
GRUPO!
TIPO 4: URNA DE ORFJETAS
. .
GRUPOI
TIPOS: ORZA
Fig. 3. - J. lAs VilJ4.Tes,· 2. Margaltj¡ 3. Bastida; l . Castillico tú /tu Ptñtu; 5. Pma Negra; 6. Cazalilla.
148
[page-n-159]
GRUPO TI
Subtipo l. 1.: Con resalte en el cuello
GRUPO JI
CLASE A
TIPO 1: RECIPIENTE CON RES ALTE
Subtipo . 1. 2.: Con resalte en el galbo
TIPO 2: TINAJILLA
Subtipo 2. 1.: Con hombro
.2. 1. l.
2. 1. 2.
2. 1. 3.
Fig.
~.-
J. SnYtla,· 2. &lbiVt,' 3 y 6. ToiSal de Sant Miq111l,· ~. .Aibtrftrtla; 5. &utida; 7 y 9. ToJNJ,' 8. CigtJrl~'o.
149
[page-n-160]
GRUPOll
TIPO 2: TINA.TILLA
CLASE A
Subtipo 2. 2.: Sin hombro
2. 2. 1.
3
2. 2. 2.
Fig. 5.- 1 y 11. Cirarro4fl; 2. 10ssal de Sanl Miquel; 3, 4 J 12. SoliD•II4; 5. Bastida; 6 y 10. L4s PeM.s; 7. 'IOrrt de FoiM; 8 y 9.
150
~a.
[page-n-161]
GRUPOll
TIPO 3: TJNAJTLLA CON PITORRO VERTEDOR
Subtipo 3. 1.: Con hombro
GRUPO II
CLASE A
Subtipo 3. 2.: Sin hombro
TIPO 4: RECIPIENTE CON CIERRE HERMETICO
Subtipo 4. 1.: Urna de orcjclas
4. l. t.
4. t. 2.
4. 1: 3.
Subtipo 4. 2.: Tinajilla con borde dentado
Subtipo 4. 3.: Tinajilla con borde biselado simple
4. 3. 1.
4. 3. 2.
Fig. 6.- 1. Mol/ d'Espigol¡ 2. BastiJa¡ 3. Vi/Jaru; l . Con Bas¡ 5. ScliDella¡ 6. El MDIM¡ 7. Mitnut,· 8. 'J#ssaJ de S4tl1 Miqwl¡ 9. Escuna;
10. CigatTaújo,· 11. baila.
151
[page-n-162]
GRUPO TI
GRUPOD
CLASE A
TIPO S: ORZA PEQUEÑA
TIPO 6: LEBES
Subtipo 6. 1.: Con pie
6. l. 2.
6. l. l.
Subtipo 6. 2.: Sin pie
7
Fig. 7.- 1. lAs Vi/Jaru; 2, 6 y 9. Amoujo; 3. 'IDyd,·
152
~.
Torsal tú SanJ MlqlUI,· 5. PunJo/ deis LIJ>ps; 7. Battida; 8 y 10. Albujm/4.
[page-n-163]
GRUPO II
Subtipo 7. 1.: Cilíndrico
7. 1. l.
GRUPO TI
Subtipo 7. 2.: Troncocónico
7. l. 2.
7. 2. 2.
Subtipo 8. 2.: Tubular
TIPO 9: TONEL
Subtipo 9. 1.: Con boca central
Fig. 8.-
7. 2. 1.
TIPO 8: CANTIMPLORA
Subtipo 8. l.: Lenticular
GRUPOII
CLASE A
TIPO 7: KALATHOS
Subtipo 9. 2.: Con boca descentrada
1. Pun/41 dtú LIJJps; 2. ~; 3. Ám/Jurias; 4. Tossd dt 14 Cola; 5. &stid4; 6. 1Jssal dt SanJ Mit¡rul; 7. Ca.sti/Jia> dt las
Pmas; 8. Coua Ft1Ta4DIJ4.
153
[page-n-164]
GRUPO TI
CLASE A
TIPO 10: TARRO
Subtipo 10. 1.: Cilíndrico
Subtipo 10. 2.: Troncocónico
)
~
, . , • •_!'
~} ··~·~t· 4 .
........ "'t'"'O
Subtipo 10. 3.: Abombado
GRUPO U
Fig. 9.-
154
TIPO 11: SITULA
l . /Jlbu.jmiiJ; 2. ~· 3. A.rnarljo; 4. BolbtJX," 5. Las Cabtzr~~las,· 6. &..u; l &rrti/J; 8. OigamJ!tjo.
[page-n-165]
GRUPOIII
TIPO 1: BOTELLA
CLASE A
Sobtipo l. 1.: Tendencia bitroncocónica, globular u ovoide
Subtipo l. 2.: Tendencia Lroncocónka o cilíndrica
Fig. 10.-
l . Los Tli/Jaru; 2, 1, 6, 7 y 8. Bastidtz; 3 y 9. Alhu.forda; 5. P¡¡nJiJl dlls LJJJps; 10.
EsCU~ra.
155
[page-n-166]
GRUPO
m
CLASE A
TIPO 2: JARRO
Subtipo 2. 1.: Boca
trilob~lada
u Oinochoc
2. l. 2.
2. J. l.
2. l. 3 . .
2. l. 4.
Subtipo 2. 2.: Boca circular u Olpc
2. 2. l.
GRUPO
11
m
2. 2. 2.
TIPO 3: JARRA
12
13
Fig. 11.- 1, 3, 7 y 8. &stidll; 2 y JI. Punl4l ikls LIJJps; 4 J 13. 10sstd ik &tu Miqull; 5. Aswy; 6. Casulut ik &niiJbl; 9:1 JO.
12. Alhufmta.
156
Es&~~Ma;
[page-n-167]
GRUPO m
CLASE A
TIPO 4: CALICIFORME
Subtipo 4. 1.: Cuerpo globular
4. l. 2.
4. l. l.
Subtipo 4. 2.: Perfil en S
Subtipo 4. 3.: Carenado
-~
Fig. 12. - 1 y 5. Tossal de San M il¡rul,· 2, 4 y 6. Los Vilúuu¡ 3. PunJa/ dJs LJqps; 7 y 8. Cigll1Ta/tjo¡ 9 y 10. Bastú/4; 11. Cartil/i.c"
di las Prio.s; 12. Albu.forna.
157
[page-n-168]
GRUPO
m
TIPO S: VASO A CHARDON
GRUPO
m
TIP06: COPA
GRUPO
m
TIP07: TAZA
CLASE A
Fig. 13.- J. 7aya; 2. PumJe dtl Obispo; 3. PUIIIal dtls LltJps; 4. Los rrúJa,-es; 5. Cigmalljo; 6. San ÁIIWtuO dt Calactile; 7 y 8 .Aui/4.
158
[page-n-169]
GRUPO ill
CLASE A
TIPO 8: PLATO
Subtipo 8.1.: Con borde exvasado
~,f;S\\
00 ·
~5
8. l. l.
7
e
~)
8. l. 2.
Subtipo 8. 2.: Con borde reentrante o Pátcra
8. 2. l.
8. 2. 2.
Fig. U .-
J. SoliDe/la; 2. C4sttlút tú &mabl; 3, 4, 9, 11, 14 y 15. PunJald& L/IJfJs,· 5. Azai1a; 6. Mortos; 7. Bastid4; 8 .J 16. V'úlara;
JO. 'llJssol d4 Salll MiqiUl; 12 .1 13. Albuftreta.
159
[page-n-170]
LA CERÁMICA ffiÉ.RICA: ENSAYO DE TlPOLOCfA
GRUPO
m
TIPO 8: PLATO
CLASE A
Subtipo 8. 3.: Con borde sin diferenciar o Escudilla
\~
8. 3. l.
'
8. 3. 2.
8. 3. 3.
GRUPO
m
Fig. 15.-
160
TIPO 9: CUENCO
1, 2 y 8. Los V'úlar11; 3. Amartrjo; #. PunkJJ tkls L/4ps; 5 y 6. Bostida; 7. Cdttu/o; 9. Baza.
[page-n-171]
GRUPO IV
CLASE A
T1PO 1: BOTELLITA
Subtipo l. 1.: Perfil de tendencia globular
~
m
1.1.1.
dS. m
l. l. 2.
Subtipo l. 2.: Perfil quebrado
l. 2. 1.
GRUPO IV
l. 2. 2.
TIPO 2: UNGÜENTARIO
Subtipo 2. 1.: Globular
Subtipo 2. 2 .: Fusiforme
Fif. 16. - 1, 2, 5, 7, 8 y 9. &stiJJz; 3. 7l>ssal rü Sant Mü¡utl; ~y 12. Cigtmaújo; 6 y 13. Alhujrrt14; 10 y 11. lAs ViiJ.tnu,· 14. PU1IJoJ
rüls Llops.
161
[page-n-172]
GRUPO IV
GRUPO IV
TIPO 4: CUBll..ETE
GRUPO IV
CLASE A
TIPO 3: COPITA
TIPO 5: DIVERSOS
Subtipo 5. 1.: Vaso gcminado
Subtipo ' S. 2.: Tarrito
Subtipo S. 3.: Miniatura
Fig. 17.-
162
1, 2, 9, JO J 12. Cigarra4}o; 3, 5 y 11. Bastida; 4, 7, 8, 13, U , 15 y 16. 'IOssa/ fk SanJ Mü¡tUI¡ 6. Los Víll4ru.
[page-n-173]
GRUPO V
CLASE A
TIPO 1: TAPADERA
Subtipo l. 1.: Con pomo discoidal
Subtipo l. 2.: Con pomo anillado
Subtipo l. 3.: Con pomo macizo
Subtipo l. 4.: Con pomo cónico
Subtipo l. 5.: Con asa en el pomo
GRUPO V
TIPO 2: SOPORTE
Subtipo 2. J.: Tubular
Subtipo 2. _ Moldurado
2.:
)
l
..
9
(
)
2. l. 2.
2. l. l.
Subtipo 2. 3.: Anular
1
Subtipo 2. 4.: De carrete
Subtipo 2. 5.: Semilunar
\
Fig. 18. - 1, 7, 8, 12 :J 13. Tossol tÚ San.t Mú¡u.el,· 2 :J 3. lAs Villmu; 4. Castúlet tÚ &rnDhl,· 5, JO y 11. Pwual úls Ll4ps; 6. El M olm;
9. Rtcu.ato dt CUiqill.
163
[page-n-174]
GRUPO V
CLASE A
TIPO 3: COLMENA
1
GRUPO V
TIPO 4: MORTERO
GRUPO V
TIPO 5: MANO DE MORTERO
Subtipo 5. 1.: Acodada
Subtipo 5. 2.: Con dos apéndices
5. 2. l.
5. 2. 2.
5. 2. 3.
Subtipo 5. 3.: De tres apéndices radiales
Fig. 19. - 1 y 2. PunJa/ dtls LIDps; 3 y 8. Los Villaru,· 4 aJ 7. 10sraJ dt SanJ Miqrul.
164
[page-n-175]
GRUPO V
CLASE A
TIPO 6: DIVERSOS
Subtipo 6. 1.: Embudo
Subtipo 6. 2.: Morillo
Subtipo 6. 3.: Tejuelo
Subtipo 6. 4.: Cazo
-r ==l
_
(-~
~
Subtipo 6. 6.: Colador
Subtipo 6. 5.: Caja
6
Subtipo 6. 8.: Biberón
Subtipo 6. 7.: Lucerna
Subtipo 6._ 9.: Diábolo
Fig. 20.-
1, 4, 5 y 7. Tossol
tÚ
Satrt Mü¡u.d; 2. &.stid4; 3 y 6. Amll'lljo; 8. Punllli tÚÚ Llops; 9.
~lbu.foreta.
165
[page-n-176]
GRUPO V
CLASE A
TIPO 7: PONDUS
Subtipo 7. 1.: Troncopiramidal
Subtipo 7. 2.: Cuadrangular
Subtipo 7. 4.: Discoidal
Subtipo 7. 5.:
GRUPO V
~iramidal
Subtipo 7. 3.: Paralclcpipédico
o Cónico
TIPO 8: FUSAYOLA
Subtipo 8. l.: Acéfala
ID
8. l. 1.
8. 1. 2.
.r7.1
.r&
8. 1. 3.
8. ·t. 4.
8. 2. .3.
8. 2. 4.
Subtipo 8. 2.: Con cabeza
8. 2. l.
8. 2. 2 ..
Fig. 21.
166
8. l. 5.
8. l. 6.
[page-n-177]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
CLASE A
GRUPO VI
TIPO 1: KYLIX
, ,~
i
TrPO 2: KYUX- SKYPHOS
TIPO 3: SKYPHOS Y SKYPHOIDE
Fig. 22.-
J.
Punlal d6ls lÁ/JS; 2 y #. &stúll.l; 3.
~IJJ~~. ~r~ta;
j
5. lAs Yill4ru; 6. CGttt!kt d6 BmuJJI.
167
[page-n-178]
GRUPO VI
TIPO 4: KANTHAROS Y CRATERISKOS
GRUPO VI
CLASE A
TIPO S: CRATERA
Fig. 23.- 1 y 5. A/Jm.foreiiJ; 2. San .4Nonio ¿, Caloaiú; 3. Auila¡ 1 y 7. CigOTroltjo,· 6.
168
Casti~ tJ, las
Ptii4s.
[page-n-179]
C. MATA PARREÑO Y H. BONBT ROSADO
GRUPO VI
TIPO 6: PLATO
CLASE A
L ..._... - __,......,
.....
,~· 7~~ ~
Fig. 24.-
1. 10ssal cü Sam Miq¡u/; 2, 5. Cigo.mll#Jo; 3. Bastida; 4 y 6. Snuta; 7. .4/npJio.; 8. Lor Villaru .
169
[page-n-180]
GRUPO VI
TIPO 7: VASO PLASTICO
GRUPO VI
CLASE A
TIPO 8: OTRAS JMITAClONES
-«#:a, qTU'(~~
,)
.......
>;si r
Fig. 25. - 1 y tÚ/ 7 al 10. Pun.tal tkls Llops¡ 2 :J 11. Amarejo¡ 3. Los Yillarts¡ 4 y 5. 10ssal tk S4rtt Mit¡JUI; 6. ~kudia .
170
[page-n-181]
TIPO 1: OLLA
CLASEB
Subtipo l. 1.: Grande
Subtipo l. 2.: Mediana
TIPO 2: CAZUELA .
Fig. 26. - 1, 2, 3, 5 y 1. &utida; 1, 8 y 9. Los JljiJa,u; 6. PU!114i dels Llbps; 10. 'nssal de San/ Miq!Ul.
171
[page-n-182]
CLASEB
TIPO 3: BRASERILLO
TIPO 4: JARRA
Subtipo 4. 1.: De boca trilobulada
Subtipo 4. 2.: DG . boca circular
TIPO 5: BOTELLA
TIPO 6: TAPADERA
Su.btipo 6. 1.: Con pomo discoidal Subtipo 6. 2.: Con pomo anillado Subtipo 6. 3.:Con pomo macizo
·~
Fig. 2l - 1 y .3. A.martjo; 2 y 1.3. 1lissal tÜ &mJ Mü¡wl; 5, 6 y 12. ÚJs JTdlarts,· 4 y del 7
172
tÚ
10. Pun141 deis Llops; 11. Bastida.
[page-n-183]
CLASEB
TIPO 7: DIVERSOS
Subtipo 7. 1.: Cucnquccito/ Escudilla
ill
1
Subtipo 7. 3.: Plato/ Tapadera
_..;;;.,.__"'\____
Subtipo 7. 2.: Taza
(
6
Subtipo 7. 4.: Tonel
¡ '
Subtipo 7. 5.: Cubilete
Subtipo 7. 6.: Recipiente con resalte
Subtipo 7. 1.: Anfóra
Subtipo 7. 8.: Tobera
Fig. 28.-
1, 3 y 5. 1bsal
~y
10. Los Vi/lares; 6 y 9. Casullet
173
[page-n-184]
[page-n-185]
R afael R AMos
FERNÁNUEZ •
LA CRÁTERA IBERORROMANA DE LA ALCUDIA
El hallazgo de la crátera estudiada en este trabajo,
que remito al recuerdo del amigo Enrique Pla, tuvo lugar durante el desarrollo de la LIV Campaña de Excavaciones en La Alcudia de Elche (RAMos, 1989a:
236-240), en el estrato iberorromano (R.wos, 1983:
147-172) de los sondeos 8.9-A.B del Sector 5-F del yacimiento, que se encontraba cubierto por un pavimento
de mortero de cal perteneciente a la «domus• romana
que lo cubre. La estancia en la que se localizó la pieza
tiene un pavimento de cal sobre adobes y una planta
de 4x2'25x3 mts. de superficie, con paredes de mamposterfa enlucidas de cal y pintadas de rojo.
Esta crátera parece responder al posible desarrollo
ansado de una forma de la cerámica ibérica arcaica con
perfil de pixis existente en La Alcudia (Ru.«os, 1941:
287-299; RAMos, 1987b: 43) y en otros yacimientos de
su área (RAMos, 1962: 90-95). Supone pues la recreación de un tipo antiguo al que se le incorporaron asas
verticales dobles al tiempo que se diferenció su base.
Su altura es de 17'5 cma. al igual que el diámetro de
su boca (Figuras 1 y 2).
Ofrece una decoración que, entre bandas de tres
Hneas y en función de sus dos asas dobles, se centra
•
Mu•eo Monográfico de la Alcudia, Elx.
en dos caras del vaso. La primera de ellas, que debe
considerarse como principal, contiene un rostro de mujer alado que se enmarca en los dos ángulos superiores
de su zona con dos aves que pican en su alas, en actitud
simétrica, simulando el gesto de libar, y que queda fijado a la línea de su base por una alusión vegetal de la
que brota ese rostro femenino como una flor de su cáliz. Es una representación más de las manifestaciones
divinas que caracterizan a la cerámica de Elche, tanto
en este período iherorromano como en el anterior iberohelenfstico, que se presentan siempre asociados a un
mundo vegetal y animal como referencia al sagrado dominio de la diosa (Láminas 1 y 11).
Esta representación hace referencia al nacimiento
del capullo floral que se metamorfosea en cabeza de
mujer. Es la germinación vegetal que se manifiesta en
un rostro divino, el rostro que nace pero que todavía
en su tallo es una flor (Ou.cos, 1987: 26), con lo que
se expone un pensamiento universal del munto antiguo
que expresa la idea de tránsito entre la muerte y la
vida. Esta cabeza supone la plasmación del momento
en que la divinidad, en su aparición frontal, brota de
la tierra para presentarse ante los hombres. Significa
por lo tanto una imagen de vida, de tránsito. Expresión
que indica la evidencia de que los iberos participaron
175
[page-n-186]
R. RAMOSFBRNÁNOEZ
Fifs. 1 y 2.- CrákTa de La A.ler.uiia.
176
[page-n-187]
LA CRÁTERA IBERORROMANA DE LA ALCUDIA
de la koiné ideológica griega, púnica y suritálica sobre
la muerte.
La representación frontal del rostro (VUNANT,
1986: 49 y 104) es índice de una iconogralra simbólica,
ya que su frontalidad logra que su mirada se enfrente
siempre a quien lo contempla y obliga a que sólo se
pueda visualizar de frente, en un careo directo que exige la entrada en el área de su atracción, aventurándose
a quedar atrapado en ella y a dejar de ser un ser vivo
para convertirse en una potencia de muerte. Es, pues,
la imagen que surge de los campos infernales, es una
manifestación de la divinidad plasmada como máscara
para expresar su personalidad de soberana del seno de
la tierra, de las sombras, y su condición de regreso a
la luz. Precisamente por ello ese rostro luce unos círculos en sus mejillas que tal vez sea exponente de «algo
demonfaco» (Ktr~KN, 1974: 113), de su ascenso
averna!.
La decoración de la cara principal de esta crátera
puede vincularse a la correspondiente al ánfora que,
p rocedente de La Alcudia (FaNÁNDt:Z Avu.ts, 1946;
GAllCIA Bw.roo, 1954: 623 y 633), se conserva en el
Museo Arqueológico Nacional. Se trata de una pieza
incompleta, de 46 cms. de altura y 21 cms. de diámetro
de boca, de dos asas verticales, pintada con una faja
de semicfrculos concéntricos en su zona baja, una banda de temática vegetal estilizada como elemento de separación y dos zonas centrales delimitadas por los espacios comprendidos entre las asas. En parte de una
de las zonas principales de su decoración, asociada a
representaciones animales y vegetales en cuanto a exposición del dominio espacial de la diosa, se muestra
una cabeza femenina alada, de rostro frontal, engalanada con pendientes en forma de granada com o alusión a la fecundidad que simbolizan, que se manifiesta
como el divino brotar a la vida. t1 na comparación entre los rasgos estilisticos del gran vaso del Museo Arqueológico de Madrid y los de la crátera ahora descubierta, ya expuesta en el Museo Mongráfico de La
Alcudia, indica que probablemente son obras de un
mismo taller y de una mano no muy diferente: la nariz
del ejemplar conservado en Madrid es muy similar a
la de la pieza aquf estudiada y debe reoonstruirse en
posición frontal y no de peñll como erróneamente figura en la fotograffa (Lámina III). Esta decoración, tanto
por la técnica pict6rica empleada como por la estilización de Jos motivos vegetales realizados y por el tipo
de la banda de separación de zonas, pertenece a una
obra de época iberorromana, sincrónica a la crátera
aquí descrita y similar al llamado «Vaso de la Bailarina.., tambiw de La Alcudia y de su ettrato D (RAMos,
1970: 25-27; RAMos, 1975: 167), en el q ue una figura
femenina en actitud de d anza parece ser el reflejo ibero
de las representaciones de las Ménades, pintadas en la
cerámica griega, que se muestran asociadas a rituales
dionia{acos.
La cara de esta crátera opuesta a la ya detallada
contiene la representación pintada de dos cabezas mas·
culinas barbadas, diferenciadas en el tocado de su ca·
bello, de perfil y con posición similar, que flanquean
el motivo subterráneo, ctonio, que supone la presencia
de dos serpientes. Estas imágenes antropomorfas podrían ser también cabezas que brotan de la tierra, que
florecen. Sin embargo hay una clara diferencia entre
el personaje de la izquierda y su compañero: en el primero tenemos un rostro descubierto en el que se indica
la oreja y los rizos del peinado; en el segundo, un trazo
grueso recoge el pelo, al modo de un gorro. Es significativo que en esta figura queda oculta la oreja. El primero de estos dos varones se vincula a un tallo vegetal
que brota de su cuello y este rasgo relaciona'estas cabezas a la frontal del anverso, la femenina . ¿Se trata de
dos personajes ctonios -de alú su asociación con las
serpientes- que contemplan el surgimiento de la diosa? Es arriesgado realizar un intento de interpretación
de esas cabezas ante la ausencia de documentación ibérica sobre el tema, pero lo sugestivo del asunto induce
a ciertas suposiciones: ¿Se trata de la representación de
dos personajes heroificados o responden tal vez a una
única divinidad masculina cuyos rostros reflejan la
vida y la muerte, puesto que el pintado en la parte izquierda de la escena surge jun to a un tallo vegetal, exponente de su nacimiento en el sentido preciso de vuelta a la vida, de su llegada a este mundo, de su regreso,
mientras que el de la parte derecha, separado del primero por las serpientes, carece de il? 'Th1 vez se trate
de la doble imagen del propietario de la crátera que se
hizo representar en ella para invocar en su ritos que,
igual que la diosa pintada en la cara princiapl del vaso
vuelve a la vida, él, tras su muerte, representada por
el personaje cubierto, retorne a la luz, a lo que aludirla
la cabeza descubierta y ligada a un tallo vegetal que
brota con ella, pues la cabeza cubierta, velada, puede
considerarse oomo la figuraci6n de un personaje iniciado en la liturgia de la divinidad y para la que realizó
un determinado ceremonial, puesto que el velo que le
cubre la cabeza es un atributo iniciático usual. As{, el
representado sería un penonaje iniciado en los cultos
mistéricos que, ayudado por la diosa, espera por sus
méritos, el renacer tras la muerte (Láminas IV y V).
Este rostro femenino y estas cabezas de varón son
ánodos, representaciones de subidas, instantáneas ascensionales del regreso a1 mundo de los vivos de divinidades
y personajes que proceden de los campos subterráneos.
El término ánodos, que fue empleado por los autores órficos en oposición a cátodos, ha sido utilizado en
arqueología para designar las escenas plásticas que representan personajes que emergen del suelo, de la tierra, y que responden a un tránsito ctonio, a un viaje
fúnebre, a un regreso tenebroso, a una ascensión de
tipo revivificador procedente del estadio infernal (BIIRARD, 1974: 22). Al cátodos, o descenso al interior de
177
[page-n-188]
R. RAMOS FERNÁNDEZ
la tierra, sigue el ánodos, o ascensión al reino de la luz
desde las tinieblas. Ambos viajes están documentados
literariamente en relación con ceremonias en los santuarios de la diosa (Pausanias, 1 XXVII 3), si bien el
uso convencional del término ánodos es utilizado aquí
exclusivamente para aludir a las representacione.s figu radas de los tránsitos fúnebres. Puede aplicarse tanto
a las divinidades y a los personajes heroificados como
a cualquier humano, en un orden de ritos de tránsito
por los que simulan retornar del espacio subterráneo,
del dominio de la sombra.
Sin embargo, para poder identificar un rostro, una
cabez-a o un busto con la idea del ánodos es necesario
que aquellos estén en contacto con la base de la zona
decorada, puesto que brotan precisamente del friso ornamental que limita la parte baja de la esoena, porque
vienen del exterior con relación a nuestro mundo.
Además el ánodos implica, por su sentido asce.nsional, una noción de verticalidad que se corresponde
con la plasmación que los pintores de los vasos chipriotas, griegos, suritálicos e iberos hicieron. de los tránsitos ctonios y que se vincula a la intuición de la existencia del universo en niveles relatado en las eosmografias
míticas, el universo de Homero (La níada, 8, 13 s.s.;
9, 568 s.s.; La Odisea, 11, 625) y de Hesíodo (La Teo·
gonía, 720 s.s.), constituido por tres países c6smicos superpttestos: infierno, tierra y cielo. Países que respon·
deo a pisos cerrados e infranqueables que no obstante,
ocasionalmente, pueden comunicarse gracias a un lugar sagrado en el que es posible la ruptura momentánea de los suelos ideales y, consecuentemente, allí y en
aquél trance es posible la manifestación. de la divinidad
a los humanos (VPJlNANT, 1965: 149) y el retomo de
los muertos.
Por ello estos rostros que se nos muestran pintados
en esta crátera no pueden considerarse y valorarse simplemente como tales, ya que sólo son la parte superior
de un cuerpo en movimiento vertical y constituyen una
representación simbólica en la que lo realmente importante es el significado y no la figuración en sí. En las
imágenes de la crátera que ahora estudiamos, las cabezas que se presentan simbólicamente cortadas del resto
de su cuerpo no lo estarían en el pensamiento ibero
más que temporalmente, dur~nte un instante, dw:ante
su tránsito. Pues las gentes conocedoras del ritual sabían que el personaje salía de la tierra, subía a la luz
y que inmediatamente se mostraría en su integridad
corporal (BERAR.D, 1974: 27). La característica de estos
rostros reside en su tránsito a un nivQ} superior gracias
a una subida vertical. Po.r ello el interpretarlos como
ánodos exige imaginar que el resto de su cuerpo está
a punto de aparecer.
Recordemos que Pausanias (1 XIX 2) describfa la
estatua de Afrodita como una cabeza femenina sobre
un pilar «que tiene forma cuadrada como los hermas•,
y, aunque también sería posible que las representado-
178
nes bermaicas en sí no estuvieran en relación con las
ideas de la imaginería del ánodos, parece evidente que
su concepción, al .menos inicialmente, corresponde plenamente a ellas. Asimismo, las abundantes terracotas
con representaciones de cabezas o bustos, estatuillas
truncadas en suma, de Deméter-Coré, Tanit o Mrodita
responden a formas simbólicas, imágenes de dioses,
que evocan su ascensión por medio de magias infernales, ya que p roceden de la esfera sepulcral.
La particularidad del tránsito en su plasmación
reside pues en la noción de verticalidad, por lo que en
las escenas con representaciones de ánodos el personaje
surge elevado por una fuerza misteriosa, porque esa
idea de verticalidad es consecuncia a su vez de la creencia en que el reino vegetal constituye el modelo de la
vida humana.
Parece posible que los iberos participaran de un
mundo religioso, de tipo mistérico, integrado en los
cultos agrarios y basado en los ciclos vegetativos de las
plantas, en el milagro de las cosechas, en la renovación
de la vida en general. Las doctrinas agrarias indican
que los sucesos y las actividades de la vida humana
coinciden con los ciclos de la vegetación y con los trabajos de los campos, e incluso con los grandes r itmos
del universo. Asf, el nacimiento y la muerte de los
hombres no es otra cosa que un reflejo de aquellos, un
reflejo de la periódica aparición y desaparición de las
plantas. El simbolismo vegetal, transmitido por los mitos y sus consecuentes Iitos, originó el dC~Jarrollo de los
llamados viajes fúnebres, de los tránsitos ctonios, de los
regre8os tenebrosos. Pues la flot, con relación a la semilla enterrada, representa un tránsito entre dos niveles
cósmicos. La tierra madre abriga en su seno y rige a
las geAeraciones humanas. por lo que los tránsitos ctonios tienen lugar en un tiempo sag,-ado renovado perpetuamente. D e ah{ el que la presencia de elementos
vegetales sea una característica fundamental que se
sume a las representaciones antropomorfas en este tipo
de cerámica ibérica.
La idea del ánodos y su plasmación figurativa por
los iberos implica también la existencia de una divinidad local autóctona, puesto que aquella brota precisamente de su tierra, del pafs en el que ellos habitan. Por
lo q\.le este tipo de representaciones es sintomático de
pueblos que vinculan sus orígenes a los lugares en que
viven, pueblos que expresan de ese modo su autoctonía, pues en este sistema religioso agrario cada divinidad encarna una hipóstasis de la tierra madre que se
origina en cada una de las culturas en que se la encuentra.
Así, como ejemplo, ese deseo de indigenismo se refleja en el mundo helénico relatado de esta forma: •Bello y puro es nuestro nacimiento puesto que de la tierra
salimos, la hemos ocupado sin interrupción, hijos del
suelo somos, podemos llamar a nuestra ciudad con los
mismos nombres que damos a los más próximos pa-
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LA CRÁTERA mERORROMANA DE LA ALCUDIA
rientes. A nosotros nos corresponde llamarla a la vez
nodriza, patria y madre.. (Isócrates, «Pane"gfrico,.,
24-29). Por ello «todo !nodos representa la realización
de una aspiración a la autoctonía; todo ánodos concretiza la idea fascinante y tranquilizante de una comunión entre la tierra y el pueblo que de ella ~cibe la
vida y abriga a sus difuntos» (BsR.ABD, 1974: 38).
La religiosidad de los iberos, su concepto de lo sagrado y lo sobrenatural, debió tener una destacada importancia en su vida social y, por ello, pudo suponer
una significativa expresipon en sus actividades plásticas. Para la comprensión de este fenómeno deben valorarse las manifiestas relaciones de sus gentes con griegos, suritálicos y púnicos, así como las connotaciones
que aquellas relaciones debieron motivar en los comportamientos referentes a los momentos cruciales de la
vida, considerada tanto individual como socialmente,
y en especial destacar las evidentes conductas cultuales
ofrecidas a los difuntos, conocidas por la información
que proporcionan los estudios de las necrópolis excavadas, que expresan la existencia de creencias religiosas
y que reflejan un afán por conseguir una situación privilegiada de cará.c ter ultraterreno. De ello podría dar
testimonio e) hecho de que realizaran representaciones
como la del rostro de la cara principal de esta crátera
que, caracterizado por una fuerte autonomía expresiva, alude al fundamento de una visión infernal, demoníaca, de la divinidad (Bomm, 1988: 55).
El desarrollo de un universo religioso genérico extendido por buena parte de los pueblos del Mediterráneo Occidental no pudo realizarse sobre culturas carentes de religiosidad propia, sino que incidió en ellas,
y se adoptó, especialmente gracias a su contenido
orientalizante, básicamente ya existente en todas, tamizado por la continuidad minoico-micénica como cimiento directo de los cultos, que en suma, aquí, no
ofrecen más que una renovación de las ideas originarias vivas desde los momentos iniciales de la cultura
ibérica, al igual que en las de los pueblos itálicos, lo
que podría explicar el carácter arcaico que caracteriza
a la imaginería de los dioses y a la concepción del mundo y de la vida terrena y ultraterrena de aquellas gentes (MADOOU, 1988: 116).
Tal vez por ello fue por lo que los iberos, ya en
un período avanzado del helenismo, pudieron contribuir a la religiosidad occidental mediterrá.nca con formalismos de símbolos y valores ampliamente reconocidos por la koiné ideológica a la que pertenecían.
Pues los griegos, que habían tomado del Próximo
Oriente a sus divinidades y que con ellas reelaboraron
su piedad, sin embargo habían transmitido a occidente, quizás por el condicionante del substrato receptivo,
)a forma originaria y la concepción arcaica de )a Gran
Diosa.
El motivo principal pintado en esta crátera expresa la plasmación del surgimiento de la vida asociado
a ]a representación de una divinidad femenina que se
muestra como rostro que brota de la tierra.
Esta representación puede aludir a una divinidad
local subterránea, ctonia, que si se la relaciona con
imágenes de diosaa del ámbito griego puede identificarse con .figuraciones del círculo de Deméter y a-i se
la vincula al mundo púnico, que pudo ser quien a través del comercio difundiera la iconograffa en sus áreas
de influencia, debería jdentificarse con Tanit; aunque
esas identificaciones no implican más que relaciones de
tipo formal que tal vez provocaran el revestimiento de
una idea preexitente asociada a un culto autóctono de
carácter ctonio, imbricado a las corrientes religiosas
imperantes en el Mediterrá.neo Occidental. DeméterKoré-Afrodita o Tanit, de cualquier forma una versión
local de una divinidad de origen oriental que debió
asumir la representación de G ran Diosa, de Señora de
los iberos.
Con relación a la iconograffa de esta diosa alada
parece claro que lo griego sólo matizó la expresión
plástica de su representación, puesto que esta divinidad está presente en Elche desde época arcaica (!U.
MOS, 1987a: 681-699; 1988a: 19-27; 1988b: 65-75;
1988c: 92·100; 1989b: 367·386; 1990: 26-34), por lo que
la innovación de las épocas helenística e iberorromana
consistió en aplicar a la cerámica una temática decorativa con imágenes que en el mundo ibérico, hasta entonces, sólo se habían plasmado en modelos escultóricos.
No obstante, en cualquier caso, no se trata de establecer un paralelo con las formas de mito y de rito griegas que esta cerámica sugiere en función de su temática, sino de precisar que los iberos pudieron dar un
mismo sentido a su expresión religiosa.
Con respecto a las representaciones figuradas de
cabezas, sin más relación que una posible unidad de
pensamiento, parece oportuno recordar que los prótomos femeninos fueron también un motivo frecuente en
las produccions plásticas de Etruria. Ejemplo de ello
pueden ser los tres rostros pintados sobre las dos puertas laterales del vestíbulo y sobre la central del tablino
en la llamada '1\Jmba Fran~ois (Catrn>l?At'lt, 1967: 194;
R oNCAu, 1987: 106), que se muestran integrados en
una decoración vegetal.
Esta íntima unión entre los prótomos antropomorfos y los temas vegetales encuentra igualmente su aplicación monumental en los capiteles figurados, en los
que la cabeza de la divinidad surge de un ramo de hojas de acanto, como en el caso suritálico concreto del
procedente del templo de Minerva en Canusium (Lám.
VI) que, al igual que los ejemplos etruscos, como el de
la. Tumba Campanari en Vulci, ofrecen una datación
que los sitúa en los siglos lll y U a ,J.C.; y que también,
arquitectónicamente, fue tema de frisos, como el que
procedente de Caere se conserva en el Museo Etrusco
Gregoriano del Vaticano, que, datado en el siglo IJ
.179
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R. RAMOS FERNÁNDEZ
a.J.C., es la última expresión de la corop1astia etrusca
(ToiUlBLU, 1985: 237). Si bien, el posible punto de difusión mediterránea de estas representaciones arquitectónicas pudo constituirlo el área chipriota de Kition
y Amatonte, yacimientos de los que proceden lo$ lla~dos capiteles hathóricos, de los que el último ejemplar fue localizado en las inmediaciones del Santuario
de Afrodita (HERMAv-Psm~SaHMm, 1987: 862 y 865)
en Amatonte (Lám. VIT). Capiteles sobre los que considero oportuno aclarar que si las figuraciones llamadas hathóricas, tá.Inbién asf designadas en las pinturas
cerámicas, reproducen la imagen ctonia de AfroditaAstarté, son realmente represent.aciones de la divinidad femenina de Chipre, cuyo modelo iconológico se
inspira, lógicamente dada su situación geográfica y sus
relaciones human·as, en el mundo egipcio pero que, en
suma, constituye una designación equívoca, debida al
empleo de un té.rmino que ha pasado a ser tradicional
en los estudios arqueológicos, pero que no por ello
debe ser utilizado sin determinar su origen.
Además, los prótomos también decoraron determinados tipos cerámicos de Volterra y de Chiusi en los
que se dibujó una cabeza de mujer, en la base del asa,
de la que brotaba un friso vegetal que se desarrollaba
en tomo a la escena figurada. Asimismo, fue tema ornamental de algunos vasos de bu.cchero, como el de la
copa conservada en el Museo de Chiusi que presenta
dos plaquetas con cabezas femenina.s encuadradas por
alas (Lav1, 1935: 109), o como la poode de Pienza,
conservada en su Museo, en la que, entre otros, contiene un prótomo femenino alado {DoNATt, 1968: 336), al
igual que el fragmento de asa que conserva un rostro
alado que, entre aves, brota en un elemento vegetal
(CR1STOPANJ-PB1LI..IPs, 1971: 413).
Este motivo también está presente en la ceramografía apulia, en la que cabezas femeninas, insertas en
una banda con representación de temas vegetales, decoran los cuellos de las grandes cráteras de volutas o
las zonas centrales de las ánforas¡ y también es el que
caracteriza a las cerámicas de Canosa, al mismo tiempo que se mantuvo tanto en la cerámica de VoJsinii
como en las terracotas arquitectónicas etruscas
(Ku.us, 1953: 26-34) y en las de la Campania (KocH,
1912: 85). Figuraciones todas (Lám. VIII) que pueden
relacionarse con la temática de las Jecitos áticas del siglo IV a.J.C. (OLMOS, 1987: 26) en las que se sustituyó
el motivo decorativo y simbólico de la palmeta frontal
por su expresión de teofanía antropomorfa: por un rostro de mujer con una flor (Lám. lX). Estas decoraciones griegas pudieron ser a su vez el eco de temas pintados en cerámicas chipriotas (KuKAHN, 1962: 83) con el
motivo del rostro de mujer que brota de un elemento
vegetal (Lám. Xa, by e), tema que, provisto de funcionalidad, pudo dar ori~en a los timiaterios de terracota
en forma de cabeza femenina, cabeza de una diosa de
la fecundidad coronada de espigas y frutos, extendidos
180
por las á.reas ibérica y púnica, y referentes a divinidades ctonias en ritos de tránsito. Y aunque creo que no
debemos pretender buscar el origen de estos temas a
lo largo del entorno mediterráneo porque en el trabajo
que nos ocupa sólo debe interes~os llegar a conocer
qué expresan estos motivos decorativos y cómo podemos interpretar la idea que subyace en ellos, sí parece
evidente que en el aspecto de las decoraciones cerámicas pudo ser el área del GoUo de Tarento, y especialmente el pensamiento funerario plasmado en la cerámica canosina, quien pudo hilvanar la idea ctonia
imperante en estas representaciones pintadas de La Alcudia de Elche.
Tal vez la pieza más significativa de la cerámica
canosina, en este caso, sea el llamado Askos CatarineUa (Lám. XI) que, procedente de la necrópolis de Lavello, se conserva en Reggio Calabria. Contiene una
decoración que representa un funeral, de forma realista, y en el que se pintaron, sobre sus asas, sendos
rostros femeninos que deben identificarse como imágenes de ultratumba encargadas de guiar al düunto
en so viaje al más allá. E.stos rostros se muestran unidos por cadenas a símbolos funerarios como el ciprés,
el gallo y la guirnalda, en una clara referencia al Hades ratificada con la plasmación de un cielo estrellado.
El conjunto de la escena pintada sobre estos askos
documenta la existencia de posibles vínculos con las
doctrinas mistéricas difundidas desde Tarento
(Barrmr-TAGUI!NTE, 1986: 74), relación probable expresada con representaciones que continuaron produciéndose durante el siglo TI a.J.C. y que se mantuvieron hasta el siglo I de nuestra Era, que reflejaban
todavfa un cierto ascendiente heleno.
La relación expresiva entre cie.n os tema. decoratis
vos de la cerámica canosina y la ilicitana se ve reforzada además por el hecho de la presencia relativamente
abundante de cerámica de Gnatia, localidad próxim_a
a Canosa, en La Alcudia de Elche, testimonio probable
de vínculos comerciale.s, que implican relaciones humanas, entre ambas áreas geográficas y culturales.
Además, también en un ambiente dcl que participó
Canosa, en el Golfo de Tarento, en Thurioi, fueron localizadas unas tablillas funerarias cuya contenido literario es rclacionable con los temas pintados en la cerámica aludida. Bn una de estas tablillas se escribió: «Yo
he descendido a la cámara de la diosa». Pero sólo los
iniciados tienen derecho a penetrar en la cámara de la
diosa (Apuleyo, «Metamorfosis», XI-17 y Pausanias,
«Piriegesis•, X-32, 13 y 17), por lo que aquél que ha
descendido a la cripta de la diosa se presenta, por ese
mismo hecho, como iniciado. Au.nque si ha descendido
al seno de la Soberana es porque está muerto y espera
su recompensa. Por ello, es en un rito en lo que el iniciado funda su seguro de inmortalidad, rito que debe
relacion.a rse con prácticas dedicadas a la diosa ctonia
(F,ESTI.JolU.I!, 1972: 51).
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LA CRÁTE.RA LBERORROMANA D.E LA ALCUDIA
La fórmula de Thurioi se refiere a un rito, por lo
que estas tablillas reflejan un probable culto a la divinidad de los muertos y es normal, en su ambiente, que
este rito haya tomado el sentido de un viaje infernal.
un descenso al país de las tinieblas y un retorno a la
luz. El cumplimiento de este rito garantiza al iniciado
su felicidad póstuma y su realización consiste en descender a un megarón, a una cámara, de la diosa. Ese
descenso simbolizó ~n viaje a los infiernos donde reina
la Soberana de los muertos y ese viaje lleva una enseñanza referente a las rutas que ae deben seguir en el
Tártaro, enseñanza que se encuentra mencionada tanto en estas tablillas como en las doctrinas pitagóricas.
As(, la atribución de los temas que decoran esta
crátera de La Alcudia, al igual que los del askos de Lavello, a un Culto local de la diosa ctonia parece evidente.
Estas imágenes pintadas en la crátera de La Alcudia, al igual que los rostros del aalcos Catarinella o los
de las cerámicas de Amatoote, pueden aludir tanto al
surgir de la divinidad como. consecuentemente, a su
inmersión previa en el Hades, pues e.s preciso descender al seno de la tierra, y celebrar con un ritual esa
bajada a los infiernos, para que ella recoja en su interor
a los muertos que, como la semilla enterrada, florecerán en su dfa para alcanzar el más allá, ya que la tierra
es el regazo materno en el que germina la fertilidad de
las plantas que permiten la vida en general.
Ese descenso a las entrañas de la tierra se relaciona
con evidencia con la ubicación de las cuevas sagradas
(Gn.-MASCAu:u., 1975: 282 y 303; LLOBJlEOAT, 1981: 16~)
en las que los iberos practicaron acciones cultuales de
carácter ctonio en los recintos más profundos de ellas, lo
que en cierta forma es relacionable con las cámaras subterráneas de la diosa que citan. textos relativos a este tipo
de ritos en áreas geográficas comunicadas con la ibérica, que además ofrecen representaciones plásticas que
enlazan con las ilicitanas.
La localización de criptas subterráneas en varios
santuarios de divinidades ctonias en Sicilia, consagrados a Deméter y Coré, que están precedidas de un vestfbulo alargado, abovedado, bajo el cual fue tallada la
cámara en la roca, manifiestan la existencia de estos
lugares sagrados. Los hipogeos recientemente localizados en el muoto itálico aportan documentación que
confirma la evidencja de los rituales de descenso dados
a la divinidad por su condición de Señora de Jo subterráneo. Thnto el existente en la zona del promontorio
Gargano, dedicado a Dem~ter, como el del monte Papalucio, consagrado a Cor~ dan testimonio de ello
(BarnNt, 1988: 56). Y tambi~n igual que en Chipre,
en Amatonte, en donde se ha localizado una gruta sagrada bajo el Santuario de Afrodita (H.mu.s.uY- PBTITScHMID, 1988: 85 7).
As{ pue.s, en el entoiJlo mediterráneo, los santuarios de las diosas contienen un megarón, una cripta
subterránea, morada original de la Reina de los muertos. As{ también, los testimonios literarios conocidos al
respecto muestran que no se puede ser admitido en estaa cámaras sagradas sin haber participado en una iniciación (FBSTUGJ.RRE, 1972: 53).
Si, como parece evidente, la temática decorativa
de la cerámica pintada canosina, reflejo de otros tipos
ya mencionados, se muestra como la representación
plástica de una idea, de un pensamiento religioso y funerario imperante en su ~poca en el área del Golfo de
Tarento, pensamiento posiblemente vinculado a las expresiones existentes en las tablillas de Thurioi, es verosímil sugerir la hipótesis alusiva a que los temas de iconograffa similar de la cerámica ib~rica de tipo Elche,
realizados con la espontaneidad y personalidad de unos
decoradores que relatan algo cotidiano o normalizado
en la vida espiritual de su sociedad, respondan a un
pensamiento indfgena que participó de unas creencias
propias y vinculables a la lcoiné mediterránea.
Por todo lo expuesto, parece posible que en esta
crátera de La Alcudia se encuentren representados el
rostro de la diosa que vela por los muertos y de un personaje iniciado en los ritos a ella debidos.
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J osé B ARBERA FARR.As*
EL TRÁFICO COMERCIAL DE LA VAJILLA FINA
DE IMPORTACIÓN EN LA LAYETANIA
La vajilla fma no es más que un complemento
dentro del conjunto de mercaderlas que son objeto del
tráfico comercial. Ocurre sin embargo que por la vistosidad y por la influencia deformadora de lo que se ha
venido en llamar la «Historia del Arte», se han recogido preferentemente los fragmentos de vajilla fina, despreciándose y tirando los pedazos de ánfora y de otros
vasos comunes.
En el conjunto sobre el cual se trabaja aquí, no hemos negligido la posibilidad de que una porción importante de fragmentos baya ido a parar a colecciones o
coleccionistas, gracias a la impunidad de que disfrutan
en nuestro país los excavadores clandestinos. Sin embargo, si se tiene e.n cuenta que lo mismo ocurre (y todavla en mayor proporción) con los hallazgos numismáticos, sin que tan lamentable servidumbre parezca
afectar al resultado de su estudio, suponemos que ello
no ha de perjudicar mayormente nuestros resultados.
Nos proponemos hacer el análisis de la vajilla fina
hallada y publicada (o estudiada aunque inédita), correspondiente a un conjunto de poblados ibéricos del
área layetana, agrupando los vasos según su cronología, talleres y perflles, con la finalidad de llegar a saber
• C/. CarloJ I, 198, 5.0 t.•. 080)3 Barcelona.
cuál fue la presencia de cada clase en cada yacimiento,
tanto en cuanto se refiere a la cantidad de piezas como
a la duración de la recepción de cada producto. Es posible que, además, se pueda configurar una eventual
red de distribución y quizá a lo largo de Ja in..-estigación, vayan apareciendo otros aspectos a tener en
cuenta.
Otro objetivo consiste en verificar si el reemplazo
de las cerámicas áticas (las •precampa.nienses" de N.
Larnboglia) por los productos de los talleres occidentales (las cerámicas ocprotocampanienses..) fue un fenómeno brusco o bien si se produjo paulatinamente,
comprobando en qué momento se inicia, su alcance
cuantitativo y su difusión, así como también cómo se
relacionó con la introducción de los artículos de algunos alfares itálicos que preceden a la llegada de la cerámica carnpaniense del tipo A.
METODOLOGÍA
Aun cuando para mayor claridad y comprensión
del texto, hayamos incluido un mapa esquemático indicando la situación de los yacimientos y consiguiente·
mente la extensión del territorio de la Layetania, consi191
[page-n-202]
J. 'BARBERA FARRAs
)
A. UOBREQAT
........ ... ....·'
.
30 101
Fi¡. 1.-
SitutUión dlllJ Laye14nia ibl ri&a.
deramos necesaria su descripción aunque de forma somera. La región consiste o se divi.de en tres zonas de
función divesa: una costa o fachada m.arítixna que se
extiende desde el macizo del Garraf al sur hasta el río
Tordera al none; una depresión prelitoral que transcure por el centro de una llanura ligeramente ondulada,
desde el Congosto de ManoreU basta las cercanías de
Hostalric, que se ha utilizado siempre como v{a de comunicación que evitaba las marismas costeras y, finalmente, el curso inferior del rlo Llobregat que hace fácilmente asequibles las tierras del interior y cuya
desembocadura (hoy ocupada por un delta), sirvió de
fondeadero desde el siglo IV a.C. basta el V d.C.
El presente estudio se basa principalmente en el
impresionante inventario de material arqueológico de
la Layetania contenido en la tesis doctoral de J. Sanmartí (SANMA&Tf, 1986) a quien agradecemos la autorización para utilizarla. Esta fuente se complementa con
datos extraídos de la obra de 'IHas (TRiAS, 1967), un
estudio bastante reciente de Rouillard (RoulLLAllD,
1981: 7-14) sobre los vasos áticos de Burriac, la revisión
de la cronolog(a de nuestra publicación de la necrópolis de Can Rodon (BARlla.l., 1970) que hemos realizado siguiendo la obra de More) (MouL, 1981) sobre las
formas de la cerámica campaniense, métod.o que también hemos aplicado al estudio de Granados (GR.ANAoos, 1977) sobre el Tur ó de la Rovira. Finalmente hemos añadido los hallazgos de la Penya del Moro de San
Just Desvern, tanto los publicados (BA.UIUV., 1979 y
1982) como los inéditos.
A pesar de reconocer que hay algún hueco importante, como son la ausencia de los resultados de excava192
Fig. 2.- Yll&imientos citados m el tex/4: J. Puig CasúlJ, Vallgorguina.
2. MMttpolau, PÍIUIÚJ dt.MaT. 3. &t tú/ Camp, Sant Vicmf d4 Mrm·
taU. l . 'lme deJs En&antats, Art'!}'S d4 Mar. 5. 1b.ró r/41 Vt!U, Llinars.
6. Ca.rl&lúJell, LliNUS. 7. 'ILrd Gros d4 Cilkes, omus. 8. Muntanyo
d4 Burria&, C4hrera d4 Mar. 9. Can Rot.lrm d4 I'Borl, C4hrera dt Mar.
10. Mulllat!ra d4 Sant Mf4rul, Vo.littmUJrriS·Mo'/IJ'Qrnh. 11. La Cadira
dtl Bislu, Sant Pere d4 PremiO.. 12. Cata Llinar, Akll.a. 13. 'ILrd de
Mqr¡tgal, MMttgal. JI. 'Iluó dt Mas &sea, B~. 15. Puig Castellar; Santa Colom4 dt GTatMnet. 16. LA Mirmu!a, .IJa¡J¡W,a. 17. .Ba·
dalrm.a. 18. 'Ib.rd d4 14 Rouira, Bareeúma. 19. Mimtjuü, Barceúma.
20. Turd dt Cata 0/iver, Certla.nyollJ. 21. Can MiaM, Sant Feliu de
Llobregat. 22. Pmya dtl Moro, Santjusl De$oem. 23. La 10m &ja,
CaMts dt Mtmlbui. 21. Twtl Gros dt Cata Camp, CaMts dt Mcntbui.
25. Pwg AlJ d't!t Vwer, Bigu.u. 26. FrmJ dt Bril, Santa Eu/4.lia dt
Rcn&ana. 27. Can Fatjd, Rubf.
ciones inéditas correspondientes a yacimientos situados
en la fachada litoral, hemos confeccionado unos gráficos relativos a la evolución del tráfico de la vajilla fina
de importación en la Layetania y dentro del período
comprendido entre el 500 y el 200 a.C.
En el primer gráfico hemos utilizado ónicamente
los yacimientos que aportan la suficiente información
como para conseguir una imagen aproximada de las
proporciones entre las diversas clases cerámicas y segón la época, mientras que en los gráfico segundo y
tercero, relativos a las formas de los vasos y a la cantidad en que se han encontrado, hemos añadido los sitios
que ofrecen pocos vasos (a veces t.an sólo uno), ya que
consideramos que la inclusión de esta información
puede facilitar la noción de la distribución.
Creemos que si la cantidad de vasos está en relación con la extensión excavada de un yacimiento, el
conjunto del total de los sitios excavados parcialmente
debiera reflejar un resultado parecido al de una excavación en extensión.
[page-n-203]
VAJ1LLA FINA DE IMPORTACIÓN EN LA LAYETANtA
Con el propósito de obtener una visión clara y rápida d e los grificos, hemos reunido en dos grupos, subdivididos a su vez en dos subgrupos, los siguientes talleres o producciones:
Cenmica ática, dentro de la cual se hace la distinción entre los vasos del estilo de figuras rojas y los
de barniz negro.
Cerámicu protocampanieruu, que dividimos
en:
Ta/Jnes oceidnúales, entendiendo por ello las producciones de Rosas (entre otras la de las tres palmetas radiales y la de las palmetas sobre faja de estrías) y el
taller de la estampilla crucüorme NilcUl.
'JlJlleres tiálicos, donde se recogen principalmente los
vasos del taller de las Pequeñas Estampillas y los primer os ejemplares llegados a nueatras costas de la cerámica campaniense A.
Para los nombres de los vasos áticos hemos utilizado la nomenclatura propuesta por Pedro Bádenas de
la Peña en una comunicación que lamentamos no se
recogiera en la publicación de la Mesa Redonda sobre
cerámicas griegas y helenísticas, que tuvo lugar en
Ampurias en el mes de marzo de 1983.
Hemos aceptado la cronología dada por los autores de los trabajos citados, con las excepciones ya señaJadas de la necrópolis de Can Rodon y el poblado del
Tur6 de la Rovira, cuyos materiales hemos fechado siguiendo el trabajo de More!, lo que ha proporcionado
una cronología más afinada, como es visible en el primer gráfico. Es evidente que para apurar una datación
se precisa contar con la pieza entera o con un fragmento lo suficientemente expUcito, lo que no ocurre muy
a menudo. Sin embargo, observamos que, aun contando con la pieza entera, se tiende hacia las fechas amplias, p.e. «siglo IV a.c....
VOLUMEN DE LAS
IMPORTACIONES Y SU
REPARTO EN EL TIEMPO
El gráfico primero se ha confeccionado para mos·
trar la cantidad de vasos (grueso vertical) pertenecie.n te a cad a grupo de talleres (blanco con los áticos, negro para los occidentales y punteado para los itálicos)
representados en los yacim ientos layetanos, haciéndolo
de manera que sea posible visualizar a la vez su extensión en el tiempo (longitud horizontal) que hemos
dividido en tramos de cuarto de siglo, desde 500 al
200 a.C.
Valga como ejemplo el poblado de la Cadira del
Bisbc de Sant Pere de PremiA, del cual se tienen:
2 vasos áticos fechables ... . ..... . 475-425 a.C.
2 vasos áticos fechables .... . .... . 375-350 a.C.
4 vasos áticos fechables .... . .... . 350-300 a.C.
. Pu• . c astell
.s
Vallgorguina
· Burríac
Cabre ra de Mar
rn r-
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.can Rodon
Cabrera d e Mar
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·To rre deis Encantacs
Arenys de Mar
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. Puig Caste llar
Sta. Coloma de
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4 vasos de talleres occidentales
fechables .... ... .. ... ..... . ... 300-250 a.C.
4 vasos de talleres itálicos
fechables . .... . .... . .... .. . . .. 300-275 a.C.
Como ya hemos apuntado anteriormente, las da·
tacionea amplias pueden proporcionar en este gráfico
una visión err6nea del volum en, lo que se hace evidente en el caso del Puig Castell de VaJlgorguina, donde
se cuenta con diecisiete vasos áticos que se sitúan en tre
el 400 y el 300 a.C. Para atenuar este defecto se ha el a·
borado el segundo gráfico, en el cual se hace figurar
el número exacto de piezas de cada taller y en cada uno
de los sitios.
De buen principio se observa que hay muy pocos
vasos en la primera mitad del siglo V a.C. (trece vasos
para el período 475-450 a.C.) y que en la segunda mitad de aquella centuria se nota u n aumento paulatino,
pasando a cuaren ta y cuatro vasos entre 425-400 a.C.
Alrededor del 400 a.C. se produce u n salto b rusco, alcanzándose los noventa y un vasos entre el 400 a.C. y
193
[page-n-204]
375 a.C., pasándose luego a un decrecimiento pausado
a medida que transcurre el siglo IV a.C., llegándose a
los setenta y seis vasos entre 325-300 a.C. Súbitamente,
alrededor del 300 a.C. las importaciones áticas se sustituyen por los productos de los talleres occidentales e
itálicos, llegando e incluso superando ligeramente el techo alcanzado por las producciones áticas (noventa y
cinco vasos para 300-275 a.C.), e igual que ocurrió con
éstas, al ápice le sucede un perfodo de suave descenso
(sesenta y ocho piezas para la etapa 250-225 a.C.), para
bajar luego hasta los dieciocho vasos del tramo 225-200
a .C.
Veamos ahora si puede haber una explicación para
estas fluctuaciones y cambios.
La falta de importaciones durante el siglo V a.C.,
en panicular en sus tres primeros cuartos, en los poblados ibéricos ya ha sido señalada por varios autores.
'!Has, por ejemplo (TRIAs, 1967: p. XXXVI), se extraña que este vacío no se refleje en Ampurias .....que ofrece una gran abundada de cerámica ática de figuras negras y de figuras rojas a partir del 480 a.C...», mientras
que Sanmartí (SANMARTf, 1986) comenta que si e8tO en
cierto, hay que concluir que la función económica de
Emporion en esta época no fue principalmente y a pesar del mismo nombre de la ciudad, la de intermediaria de un com ercio colonial en gran escala con el mundo indfgena.
Creemos que ya va siendo hora de contemplar el
fenómeno de Ampurias librándonos del cliché (por
otra parte tan comprensible) creado por el entorno cultural (no sólo el arqueológico) del momento en que se
empezaron las excavaciones. Hay que reconocer que
sabemos muy poco sobre la vida y actividad de los tres
primeros siglos del establecimiento foceo y que, por
consiguiente, cualquier hipótesis que se formule sobre
su posible influencia sobre el mundo ibérico puede pecar de arriesgada. No se puede negar la posibilidad de
que el tráfico comercial discurriera, además, por otras
v[as, y no se debe olvidar la existencia de otros centros
que -pudieron ser igualmente activos, unos poco conocidos, como Rosas, y otros poco valorados, como Ibiza.
Es muy sugerente lo que sobre este perfodo dice
Moscati (Mosc.m, 1983: 54-55): «El vado o enigma
del siglo V, de que se habla frecuentemente con respecto a Cartago, es más bien, en realidad, un periodo de
pausa en las guerras con los griegos en Sicilia, con la
consiguiente pausa en la documentación de las fuentes
clásicas que sobre ellas se centran. No se trata en realidad de un siglo, sino de los setenta años que transcurren del 480 al 409, cuando se reanudan. las hostilidades. Se trata de un conjunto de transformaciones cuyo
denominador común es el repliegue de la potencia africana en s( misma, como una reconquista de su propia
identidad. De esto tmemos adnnár una corifirmación extrln.suo.
pero no menos tfou: la drásti&a redue&Wn de las importtJ&ilmes
del ~ gmgo que alesligua pumualmenu la arqueolog/a».
194
El subrayado es nuestro y sirve para recalcar e] curioso paralelismo entre lo que se observa en los poblados ibéricos y lo que ocurre en Cartago. Si recordamos
que en dichos oppúla no se encuentran más que contadas ánforas masaliotas en contraste con la masa de
contenedores que venimos despachando con la fluctuante etiqueta de •paleo-ibéricas», uibero-púnicas» o
simplemente «púnicas.., y si convenimos en el hecho de
que el grueso de las mercancías consistió en el contenido de las ánforas, siendo la vajilla fma un mero com·
plemento del cargamento principal, hemos de llegar a
la conclusión de que hay que replantear la imagen vigente y rutinaria sobre las vfas por las que discurrfa
el comercio colonial.
Hay que tener en cuenta, además, que las manufacturas cerámicas atenienses no sufrieron ni un alza
de precios ni una recesión de la producción, sino muy
al contrario, como explica Villard (Vu.uRD, 1970:
230): «De hecho se constata una rápida cafda en su valor comercial: alguos vasos áticos que antes del 480
a .C. se vendían por muchas dracmas, no costaban en
el siglo V a.C., más que la cuarta o la quinta parte de
su precio anterior, ahora los vasos áticos no se exportan
para satisfacer la demanda de una rica clientela, sino
que constituyen una producción que mantiene un co·
mercio que satisface las necesidades materiales de una
población urbana en pleno crecimiento>~.
Resumiento lo que se ha dicho sobre este vacío en
las importaciones de vajilla fina, se confirma que existe
en Ja Layetania durante los tres primeros cuartos del
siglo V a.C., mientras que no ocurre lo mismo en Ampurias, siendo evidente por el contrario en Cartago. El
flujo comercial parece reanudarse a partir del 425 a.C.
y alcan2a su máximo a principios del siglo IV a.C. La
mayor parte de los poblados layetanos (veinte del total
de veintisiete sitios que se utilizan en este estudio) recibe productos áli.cos en cantidad constante y de manera
ininterrumpida en esta centuria.
Quizá lo más sorprendente del primer gráfico sea
la clara separación cronológica entre los bloques de la
cerámica álica y el r esto de talleres, a caballo del 300
a.C. Por una parte ello se puede atribuir a la cómoda
rutina con la que hemos aplicado la información facili·
tada por el trabajo de Sparkcs sobre la cerámica encon·
trada en los pozos del Agora ateniense (SPAilKl!s,
1970), sin tener en cuenta que hace ya algunos años,
Rayes (HA-as, 1984: 21) recomendó que se rebajara en
el espacio de una generación las fechas atribuidas por
aquel autor a la cerámica ática de barniz negro posterior al 350 a.C., ya que las formas clásicas tardías si·
guieron fabricándose hasta muy entrado el siglo m
a .C. Por otra parte, no hay que olvidar que la investiga·
ción de los alfares occidentales que tuvo su auge en los
años 60 y 70, se interrumpe al inicio de la década de
los 80, a causa de haber pasado de moda los temas ce·
ramológicos, arrin.c onados y postergados por otros de
[page-n-205]
VAJ I LLA FINA DE IMPORTACIÓN EN LA LAYRTANlA
denominación más trascendental, con lo cual el conocimiento de dichas producciones es somero y poco elaborado.
Como se entrc;vé por los materiales proporcionados por el poblado de Tur6 de la Rovira y la necrópolis
de Can Rodon, hay un período de transición que se insin\Ja hacia el 325 y que se prolonga hasta el 275 a.C.
De todas formas, el proceso de cambio au~ no
siendo brusco es innegable y debemos preguntarnos
cuáles pudieron ser sus causas.
Según Sanmartí (SANMAATf, 1986: 2493-2494) uno
de los motivos podría residir en el desarroJlo, hacia finales del siglo IV a.C., de los pequeños talleres situados
en la península itálica y otras zonas del mediterráneo
occidental. A ello, y según nuestro parecer, habría que
añadir otras circunstancias, tanto propias del foco productor como del territorio receptor, tales como la consoHdación de los alfares ~ricos (con la formación del
staJur del alfarero y la fijación de la distribución de los
vasos mediante la asistencia, directa o indirecta, a los
mercados). Estos talleres obraron piezas de calidad excelente, como la cerámica gris monocroma tan bien representada en la necrópolis de Can Rodon y en unos
silos de Bellaterra (GRANADOS, 1988). Además, no se
tiene en cuenta que es justamente en esta época en la
que el comercio griego se vuelca hacia Oriente como
consecuencia de las conquistas de Alejandro, giro que
se ha llegado a comparar con lo que significó el descubrimiento de América para algunos países europeos
(RoSl'OVTLUY, 1976: 133-135). Creemos que al producirce una contracción de las importaciones hubo una
reacción por parte de la población colonial que creó sus
alfares al mismo tiempo que los indígenas suplran ¡;>arte de la escasez con sus productos.
Hay que llamar la atención sobre el hecho de que
con posterioridad al per(odo 325-275 a.C., el catálogo
de perfiles de la vajilla fina se reduce, limitándose casi
exclusivamente a platos y copas, con Ja excepción de
algún cántaro pequeño y otros perfiles como la epfquisis (lwtur), el rit6n o el lagino, cuya atribución a los
talleres occidentales consideramos precipitada dado eJ
estado de la investigación. O sea que para ponderar el
volumen de las aportaciones de los talleres occidentales
e itálicos, habría que aplicar un coeficiente de reducción puesto que sus vasos se limitan a un n\Jmero inferior de oportunidades de demanda.
Además del aspecto puramente comercial, el cambio pudo tambi~n significar o imponer una evolución
de los hábitos. ¿Cuáles serán las muestras de prestigio
o de diferenciación social en el siglo ill a.C.?
Hay que señalar que la actividad de los tallere8 occidentales parece coincidir con la llegada a Iberia de
las primeras producciones itálicas y que su distribución es análoga a la de la cerámica ática tardía, con
las excepciones de los poblados de Puig Castell de Vallgorguina y de la Penya del Moro de SantJust Desvern,
en.
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precisamente dos de los yacimientos que tienen un inicio más antiguo de entre los que son objeto de este estudio. Por el contracio, el tur6 de la Rovira de Barcelona no ofrece productos áticos, si bien ello puede
deberse al pésimo estado en que han llegado los reftos
del poblado hasta nuestro tiempo.
Como se puede ver, la distribución abarca la faja
costera, el curso inferior del río Uobregat y su afluente
la Riera de Rub{. Hay un foco relativamente excéntrico alrededor de Caldes de Montbui que podría estar
relacionado con las aguas termales o con una vía hacia
las comarcas del interior.
Como observación fmal a estos comentarios sobre
la actividad de los talleres occidentales y la Llegada de
los primeros vasos itálicos de barniz negro, hemos de
citar a Morel (MoRP.L 1980: 75), el cual, refrriéndose
al taller de las Pequeñas Estampillas, dice que fuera de
la península itálica sólo exportó al Languedoc. RoseU6n, Cataluña, Córcega y Cartago y también a La Sicilia púnica, lo que posiblemente se relacione y sea consecuencia más de la distribución que de la fabricación.
La sóbita flexión 6nal que se constata en el primer
gráfico, hacia 225-200 a.C., debe atribuirse a la crisis
bélica de la Segunda Guerra PtJnica y a las rebeHones
que siguieron a la ocupación romana.
195
[page-n-206]
J. BARBERA FARRAs
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Hontpalau , Pineda de Mar
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To=e del s En c an t a ts , Arenys de Mar
Tur6 dol Vent, Llinar.s
Cas tellvell , Lli nars
1\lr6 Gros de ClH l ecs , Orrius
MUntanya de ~iac , Cabrera de Mar.
9 . Can RDdon de 1 ' Hor t Ca brera de Mar.
10 .Hu.nt anya de Sant Mi qu.cl, Vallromanes - Hon tornés
11 · La Cadir a del &1 sbe. San t Pere de Premi A
12.can LtinAs, Ale ll a
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14 .TUr6 de Mas Bosc A Badal ona
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21 .Can Hiano, Sant . Peli u de Llobregat
22. La P~ya del Moro , SaDt JUst Desvern
23. La Torre Roj a, Cald es de Hon tbui
24 • TUr6 Gros de Can Camp, Cal de s d e M tbu i
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25. 1'Uig Al t d ' en Vi ver, Bigues
26. Pont de Bril Santa Sul~lia de Roncana
27 .Can f'ati6 Rubi
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CANTIDAD DE VASOS DE CADA
GRUPO DE TALLERES, EN CADA
YACIMIENTO
Como ya se ha anunciado, el segundo gráfico complementa al anterior dando la cantidad de vasos cuyo
perfll se puede identificar con seguridad, que han servido para la ilustración cronológica.
A pesar de que el número total de piezas áticas sea
superior al de los talleres occidentales (más el añadido
de los itálicos), no debe olvidarse que las primeras
abarcan dos siglos (V y IV a.C.), mientras que las otras
corresponden grosso moáD al siglo lii a.C. tan s6Jo. Adem,s, como ya se ha hecho observar, la cantidad de perftles &ticos es superior al de las demás producciones
que casi se limitan a platos y copas. Por ejemplo, a partir del 300-275 a.C. desaparecen las grandes cráteras,
las lécanes y las enócoes, que hay que suponer que fueron reemplazadas por vasos a tomo de fabricación in196
dfgena que no imitaron los perflles sustituídos sino que
siguieron con su repertorio autóctono.
Hay un aspecto que llama la atención de inmediato y es el escaso número de vasos si se tiene en
cuenta el lapso de tiempo que cubren. Véase como
en un poblado como el de Puig Castellar de Santa
Coloma de Gramenet, sólo hay 36 vasos para una duración de tres siglos. A pesar de que multipliquemos
esta cifra por cien para corregir el efecto de ]a desaparición material, defectos de excavación y la parte que
se esconde en las coleccioncitas, tendríamos unas mil
doscientas piezas por siglo, aproximadamente cuatrocientas por cada generación lo que, suponiendo una
población de cien familias, nos daría cuatro vasos por
generación y familia, es decir, una presencia escasa
y casi testimonial.
Aqur cabe hacer constar que, según las excavaciones que conocemos directamente, los restos de la vajilla
fma se hallan en toda la extensión del poblado, sin. nin-
[page-n-207]
VAJILLA J"INA DE IMPORTAClÓN EN LA LAYETANIA
guna concentración significativa que permita sospechar qu~ su usd se limitó a unas pocas familias.
En la Penya del Moro de Sant Just Desvern, po·
blado que ha padecido de pocas excavaciones incontroladas si se compara con otros de la misma área, para
el período 4:25-300 a.C. se señala un porcentaje de 4,2
vasos importados, tomando como base de cálculo el to·
tal de fragmentos de vasos a tomo, con exclusión de las
ánforas y las grandes jarras.
A pesar que reconocemos la fragilidad de las deducciones ,levantadas sobre unos datos tan fragmentarios como son los que hemos podido reu.nir, opinamos
que dan una orientación útil, y nos lo confirma el hecho que, limitándonos a la cerámica ática, las conclu·
siones que avanzamos son muy parecidas a las que se
podían conseguir para el mismo período y aplicando
el mismo método, partiendo de la información proporcionada por la obra de 'frías (TR!As, 1967) publicada
hace más de veinte años.
PERFILES REPRESENTADOS EN
CADA YACIMIENTO
Para montar el tercer gráfico, hemos tenido que
afrontar, en primer lugar, el problema de la denominación de los vasos. En cuanto concierne a la cerámica
ática no habí¡¡ .mayores dificultades (salvo la cuestión
fllológica ya apuntada), pero para el resto de prod1,1<;tos
se nos planteaba el inconveniente de las múltiples va·
riantes de cuencos y platos (y de la frontera entre ambos), que hemos intentado soslayar siguiendo, en lo
que cabe, la pauta dada por Morel para clasificar la
cerámica campaniense.
Como hemos sugerido en la introducción, esperábamos que este gráfico nos sirviera para detectar una
posible incidencia de hábitos forasteros que distinguiera algunos poblados. Nuestra esperanza no se ha visto
totalmente confirmada puesto que, aparte del c.onjunto
de Can Rodon (que se puede explicar porque se trata
de una necrópolis), sólo se distingue la Penya del Moro
que contabiliza todo el catálogo de formas.
Lo que sí puede ser significativo es la presencia de
cráteras áticas en once de los veinte poblados con cerámicas griegas, y quizá ta.mbién valga la pena de anotar
que en sólo cuatro de los veintisiete yacimientos, haya,
después del 300 a.C., otros vasos que no sean cuencos
o platos, lo que puede indicar el pleno dominio de la
cerámica a torno indígena.
Como ya se dijo al empezar, no había un objetivo único para este trabajo sino el propósito de contemplar e intentar esclarecer algunas facetas de la
importación de la vajilla de lujo, a través del análisis
de un conjunto de materiales provenientes de una
serie de yacimientos situados dentro
con personalidad propia bien defil)ida durante el pe-
ríodo ibérico pleno como lo fue la Layetania. Sería
pues superfluo y repetitivo exponer de nuevo las conclusiones que ya han ido apareciendo a medida que
se iba discutiendo cada una de las facetas debatidas
en el estudio.
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197
[page-n-208]
[page-n-209]
Francisco CisNERos FRAILE*
FÍBULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
(VALDEGANGA, ALBACETE)
l. LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA
CASA DEL MONTE
Hace ya más de setenta años que D. Isidoro Ballester 'Thrmo, realizó los primeros reconocimientos del
terreno en que se ubicaban los restos del poblado y necrópofu i~rica de ocLa Casa del Monte», en el confin
meridional del término municipal de Valdeganga, Albacete. Precisamente en un paraje muy pr6rimo a la
confluencia de tres términos municipales: el ya citado
de Valdeganga y los de Albacete y Chinchilla.
El propio Ballester Tormo describió' minuciosamente la situación de Jos restos arqueológicos en una
publicación que años más tarde vio la luz y que pretendía ser un avance de un estudio posterior sobre la necrópolis de La Casa del Monte1 • Citamos aquf algunos párrafos de su descripción: ( ...) en un pequeño
altozano, en aquellos años •espacio yermo•, perteneciente a la aldea Casa del Monte se encontraban localizados el poblado ibérico, cuyos restos se esparcían •al
Sur y N.O. del yermo(...) casi tocando las sepulturap
y la necrópolis, en el «extremo norte del erial• y en el
-.-Servicio de lnveatigaei6a Prehiat6riea, Diputac:i6n de Valencia.
punto donde se iniciaba suavemente la pendiente ~el
cerrillo; muy cerca de la casa de labor, entre el cammo
de la Felipa y las eras y junto a la «profunda trinchera»
formada al cortar •por poniente el altozano el camino
de Valdeganga a la Carretera Albacete-Ayora...
En el mapa 1, reproducimos la situación del yacimiento en una extensa llanura bordeada por el río Jócar, al norte y contiguo a una posibl~ vía de comunicación prerromana, que enlazaría la dilatada área de_ los
llanos albaceteños, jalonada de restos arqueo16g¡cos
ibéricos en torno a la denominada vía Heracleia, con
.
zonas al norte del Júcar desde la actual provmCJa de
Cuenca hacia los te.r dtorios hoy dfa aragoneses de Albarrad o y hacia el rfo Ebro a través de los afluentes
de la derecha de su curso.
Además de la citada publicación que sobre el yacimiento realizó en 1930 D. Isidro Ballester Tormo, años
más tarde, D. Fletcher y E. Pla efectuaron una valiosa
descripción, igualmente minuciosa, de los ajuares de la
necrópolis agrupados por sepulturas' cuyo encabeza·
miento reproducimos: •(...) D. Isidro Ballester Thrmo
excavó a lgunas habitaciones del poblado y
38 sepulturas de incineración de diferentes tipos: de
fosa cubierta por túmulo de piedra y tierra, de fosa
simple y de urna ( ...)» 4 •
.
.
199
[page-n-210]
F. CISNEROS FRAILE
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Mapa 1. - Situacidn
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la MCr6polis
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[page-n-211]
FÍBULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
En el presente trabajo exponemos un estudio tipológico de las ffbulas anulares pertenecientes a la necrópolis de La Casa del Monte, inventariadas en el Museo
de Prehistoria de Valencia. Con él participamos en el
merecido homenaje a la memoria de E. Pla Ballester
que incluso tiempo atrás tenfa la intet;~..ci6n de abordar
el estudio de los materiales de este yacimiento. Nos
honra s-obremanera la invjtación que nos hizo D. Ber·
nardo Mart( Oliver, Director del Museo de Prehistoria
de Valencia para participar en este homenaje, reconociendo la ayuda no s6lo cientffica también humana q ue
D. Enrique, j unto con D. Domingo Fletcher, nos aportó en nuestros comienzos arqueológicos.
11. DESCRIPCIÓN DE LAS FÍBULAS
ANULARES DE LA CASA DEL
MONTE INVENTARIADAS EN EL
MUSEO DE PREHISTORIA DE
VALENCIA
T IPO 1: Ffbulas de tres piezu y resorte de charnela de
bisagra.
SUBTIPO 1 A: Puente de navecilla normal.
Varian/4 lA 1: Puente macizo, tamaño normal (Sepultura XIX) (Fig. J, ,o. 0 1).
Ffbula de bronce de tamaño m_ dio rea.l.izada en tres piee
zas. El puente es de navecilla maciza con peñLI próximo al
medio punto; el resorte es de charnela de bisagra con aguja
de .sección circular y recta, unida a ella; la charnela se a pro·
xima a la forma Vlll de A. Iniesta'. El pie es de forma rectangular y se curva ligeramente ensanchándose en su extremo para recibir el anillo, de sección circular. La mortaJa es
de media caña aunque por el deterioro de la pieza no se aprecia ni su forma ni su longitud.
Posee las medidas siguientes:
IAt!t·
máx.
38mm
Di4m. tllÜJJo
All.
18mm
3mm
Posee la3 medidas siguientes:
~·
llltÚ.
56 mm
Dilm. 52 mm
.4/t.
31mm
Grosvr ll1lill4 AMA. trú. p..
4mm
20 mm
(Pieza n. 0 29 del Inventario del M.P. de Valencia.)
SUBTIPO I B: Puente de navecilla aquillada.
Variante l B 2: Aquillada transversalmente con resaltes
(Sepultura IX) (Fig. 1, n. 0 3).
Fíbulá de brohce de tamaño medio formada por la agregación de tres piezas: el puente es macizo de forma de navecilla aquillada longitudinalmente co.n dos resaltes angulares en
sus extremos (los vértices miran hacia el interior). El pie es
rectangular de mortaja larga y profunda; la charnela es de
bisagra de un tipo aproximado a la forma VI de lniesta' y
a la forma I1 de Cuadrado'. Va unida a una aguj a de sec·
ción ci.rcular y ligeramente curvada en la un.ión con la charnela.; el anillo es de sección cir cular.
Posee las siguientes medidas:
Lon,. mJx.
34 mm
Di4m. d
31 mm
A/1.
21 mm
a-r tJ11i1JD
Ald. mú. flll.
2,5-3 mm
11 mm
(Pieza n.0 48 del Inventario del M .P. de Valencia.)
Varian/4 1 B 3: Aquillada longitudinalmente con resaltes
(Sepultura XXI U) (Fig. 1, n. • 4).
Gran fibula anular de bronce confeccionada en tres piezas. El puente es macizo y tiene forma de n.avecilla con sección aquillada y longitudinalmente está recorrido por una especie de arista donal con decoración cordiforme. Posee dos
resaltes foliáceos bilobulados en el extremos del puente. El
píe es rectangular con el ensanchamiento en su extremo para
recibir al anillo. La mortaja es larga y profunda. Aguja y resorte van wtidos. Aquélla es de trazado recto de sección circular y el resorte de charnela de bisagra se aproxima al
tipo V de lniesta. El anillo es de sección igualmente circular.
Posee las medidas siguientes:
9mm
Úftl·
(Pieza n.• 50 del Invenlario del Museo de Prehistoria
de Valencia.)
IIIIÚ.
53 mm
Di4m. 41liJ/4
52 mm
Ail.
27 mm
flll.
Grosor 411iJ14 ANA. mú.
3mm
Hmm
(Pieza n. 0 72 del Inventario del M.P. de Valencia.)
Varianle 1 .d 2: Puente buceo y ancho (Sepultura IX)
(Fíg. J, n.• 2).
Gran flbu!a anular hispánica de bronce .realizada en tres
piezaa; el puente tiene forma de navecilla hueca y se ensan·
cha considerablemente en el centro. El pie es de forma rectangular y lleva alojada una monaja larga de media caña. Se
corresponde a los ejemplares denominados por Cuadrado de
•navecilla de perftl normaL.', tipo 4- b; la charnela de bisagra ea muy semejante a la forma X de lniesta'; va unida a
la aguja y ésta, de sección circular, se curva ligeramente.
También el anillo es de sección circular.
Varíanle 1 B 4: Aquillada transvenalmente y chaflanada
en los extremos del puente (forma romboidal) (Sepultura X)
{Fig. 2, n.0 1).
Fragmento de gran ffbula anular hispánica realizada en
bronce. Consta de tres piezas. El puente, incompleto, seguramente estaría aquillado en su parte central (extraemos esta
deducción por el cotejo de fTbulas de caractcrísticaa semejantes), es de sección maciza aunque lleva una oquedad a modo
de cazoleta caai hemiesférica en su parte interior. El pie es
rectangular con mortaja de media caña larga y profunda. En
201
[page-n-212]
F. CISNEROS FRAILE
\
'
Fig. 1. -Flblllas d4 la
202
n~crdpolis
i'birúa d4 la Qua #1 M011U.
.
1
,.
[page-n-213]
FÍBULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
""----...... ....
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\
\
'
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'1
1
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{
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-.:
1
1
ft.Ja
3
4
Fig. 2. -Fihu/Ju
tÚ
la ~o/U ihlriea tÚ la Casa dll Monú
203
[page-n-214]
F. CISNE.ROS FRAILE
1
2
4
5
Fig. 3. -Fíbultu M la JUt:rdpoüs ihlriu. M la Casa tlll MMIIe
204
[page-n-215]
FÍBULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
den extremen, el puente está duúlanado y estos duúlanes
laterales acaban, en la anión con la parte central, en formas
redondeadas.
La aguja es de sección circular y va unida al resorte de
charnela de bisagra. Ésta se aproxima a la forma X de Iniesta. EJ anillo es tambi~n de sección circular y presenta adornos a modo de falsos resortes que diacontinuamente, en grupos de 2, 3, + ó 5 se extienden por todo ~1.
Posee las medidas siguientes:
(Pieza n.0 56 del Inventario del M .P. de Valencia.)
5\lS
Úlllf. • .
6lmm
Di4m. tmiJJo
57 mm
All.
35 mm
S mm
23mm
(Pieza n. 0 63 del Inventario del M.P. de Valencia.)
Varian/41 B 5: Aquillada con resaltes bífidos en los extremen del puente (Poblado Casa del M onte) (Fig. 2, n.0 2).
Fíbula anular hdpánica de tam.a ñ.o medio realizada en bron.ce. Consta de tres piezas y se halla actualmente en muy buen
estado de conservación. EJ puente, de sección maciza, es de
navecilla estrecha y está aquillado longitudinalmente. Tanto
la quilla como el cuerpo del puente se deforman describiendo
una incurvación. En Jos extremos aparecen. dos resalte• bífidos de Jorma angular con las aberturas hacia el interior.
La aguja, de sección circular, va unida a la charnela
y se curva ligeramente. La charnela de bisagra es del tipo l
de Inierta.
El pie es largo y rectangular, ensanchándose en el extremo para recibir al anillo. La mortaja es igualme. tc larga,
n
profunda y de media caña. El anillo es de sección circular.
Posee las medidas siguientes:
Úlll· • .
33mm
Di4m. tmiJJo
33mm
AJI.
17 mm
2,5mm
9mm
(Pieza n .0 46 del lnventario del M.P. de Valencia.)
SUBTIPO 1 C: Puente de navecilla con formas especiales.
r;&riantt 1
e 1: Ondulado (Sepultura XV) (Fig. 2, n.
3).
Puente de ffbula de bron ce de tamaño medio confeccionada en tres piezas. El puente tiene forma de navecilla de
tipo ondulado de sección hueca. Este tipo de perfiles se "quiebran- en seis lados aunque ajustándose, el conjunto del perro, a la forma aemi<:ircular. E. Cuadrad o'0 opina que este
tipo de puentes fibulares se l'elacionan con los de quilla quebrada, ..en realidad son produ ctos del mismo estilo•, dice textualmente este miamo autor. Aguja y resorte de charnela van
unidos y el pie es de forma trapezoidal con el lado exterior
recto, lleva el t.{pico abombamiento en su. extremo para la penetración del anillo. La mo~a es ancha, corta y profunda.
Posee laa medidas siguientes:
iMt· 111/Ú,
20mm
3·5mm
~Al·
mh.
37 mm
Di4m. ~
Allu111
33mm
20m.m
Grmr tmiiJo bd!. lllh. f*·
2-3 mm
9 mm
(Pieza n.0 53 del Inventario del M .P. de Valencia.)
SUBTIPO I D: Puente de Tú:nbal.
Varianle 1 D 1: Hemiesí~rico (Sepultura XV) (Fig. 3,
D. 0
1).
Fíbula anular hi.apánica de bronce de tamaño m.e dio
conJeccionada en tres piezas. El puente es hueco y tien e forma de timbal hemicsférico. L leva en los extremen resaltes foliáceos aunque geometrizados, rematados en ángulo apunt. a
do con Los v&ticcs dirigido, hacia el interior del puente. Los
resaltes montan sobre el timbal.
El pie es recto y de forma trapezoidal; acaba en su parte
exterior en ángulo disim~trico y lleva el típico agujero para
el paso del anillo de sección circular. Posee mortaja corta y
profunda. La aguja está incompleta y va unida al resorte que
es de charnela de bisagra, próximo al tipo X de A. Iniesta.
Posee las siguientes medidas:
0
.üara
42mm
~ 1 e 2: Con estrangulamiento longitudinal a ambos lados (Sepultura XXXI) (Fig. 2, n.0 4).
Fíbula anular hi.apánica de bronce muy semejante a la
pieza anterior; fue confeccionada igualmente en tres piezas:
el puente es de navecilla ondulada y hueca cuyo perfil se
adapta a un semidrculo pero quebrándose en seis lados.
Longitudinalmente, en su parte central, el puente se estrangula a ambos lados de forma curvilínea. El pie es posiblemente recto (no se aprecia por el deterioro actual de la pieza)
con un abombamiento en su extremo para la penetración del
anillo de sección circular. La mortaja es posiblemente corta
y de media caña.
EJ resorte es de charnela de bisagra del tipo IX de Inies·
ta y va unido a la aguja de aeccióD citeular.
Posee las siguientes medidas;
lO mm
L«og. l!IÚ.
!7 mm
DiJm. •rW/JJ
33 mm
AllatiJ
20mm
2-3 mm
16 mm
(Pieza n.0 55 del Inventario del M.P. de Valencia.)
Suhuarian/4 1 D 1 (1): Timbal bemiesfmco sin cazoleta
(Sepultura XXXI) (Fig. 3, n.0 2).
Pequeña fíbula anular de bronce muy deteriorada por
la cremación. El puente es de timbal hemiesf6rico de sección
maciza y está formado por la agregación de tres piezas: el
timbal propiamente dicho y las dos prolongaciones del puente unidas a a. En esta pieza, las prolongaciones del puente
no montan sobre el timbal; más bien, estas uniones son hendiduras, por ello diferenciamos esta pieza de la anterior. El
perfil, no es el típico de las fibulas de timbal hemiesfmco.
Lo normal es que a la «cazoleta» del timbal, vista lateralmen-
205
[page-n-216]
F. CISNEROS FRAILE
te, se le aprecie un perfil de medio punto en su parte superior
y otro recto en la inferior. En esta fibula, Las dos líneas son
de medio pwlto.
El pie ea rectangular, acabado en una forma triangular
de lados desiguales. Lleva mortaja de media caña y profunda. La aguja, de sección circular, va unida a la charnela de
bisagra; ~t.a se aproxima a la forma VI de Iniesta, aunque
con algunas diferencias en el arranque de la aguja, que en
el caso de la fibula de la Necrópolis de La Casa del Monte,
describe una suave incurvación y en el tipo VI de Iniesta,
la aguja arranca de forma recta. El anillo también es de sección circular.
Posee las medidas siguientes:
úmt,. lliiÚ.
26 mm
Di41a. -
22 mm
Altwtl
15 mm
El puente tiene forma de timbal elipsoidal hueco; la aguja es recta, de sección circular con la típica cabeza de forma
oscilante. El anillo es también de sección circular. El pie es
recto con el ensanchamiento para la penetración del anillo
y lleva un larga mortaja de media caiia.
Este tipo se correponde con los tipos 2a y 2b de Cuadrado y con los 2b y 2e, variante I, de lniesta.
Posee las medidas siguientes:
Ltmg. mh.
Di4nt. ll!lillo
3~mm
32 mm
TIPO IV: Fíbulas de dos piezas y .resorte de
muelle.
JO mm
(Pieza n. 0 54 del Inventario del M .P. de Valencia.)
TIPO ITI: Fíbula de tres piezaa y resorte de tope osculador (Sepultura XXXII) (Fig. 3, n.0 3).
Fíbula de tamaño medio, con la cabeza muy deteriorada
por la cremación. Pertenece a las del tipo de resorte de tope
osculador. El puente y el anillo forman una sola pieza y la
cabeza del puente tiene forma de horquilla entre la que se
sitúa la aguja. Ésta y las dos partes de la norquilla del puente
están taladradas por orificio• atraveaados por un pasador.
Gtosor aiJ/¡¡ AIIÚ!. mú. Jill.
2,5 mm
U mm
(Pieza n.0 51 del lnve.n tario del M.P. de Valencia.)
Gmor anJlo AIICI\. mú. f*.
2,5mm
All11ra
19 mm
SUBTIPO IV A: Puente de navecilla (Sepultura V)
(Fig. 3, n.0 4-).
Pequeña 6bula de dos piezas: puente-anillo unidos por
una parte y resane de muelle unido a la aguja, por otra.
El puente es macizo y tiene forma de navc:cilJa con tres
nervios que lo recorren longitudinalmente; de ellos el central
está decorado con incisiones. El pie se ensancha en su parte
externa y lleva mortaja de media caña.
El resonc de muelle se enrolla al anillo co.n tres vueltas
en cad a "Uno de los lados del arranque del puente. El Lipo de
TIPOS
SUBTIPOS
VARIANTES
N.• EJEMPLARES
N.• SEPULTURA
PORCEN'L\JE
I A 1
1
XIX
16,66% (Del subtipo 1 A)
.........l. ~.~ .... . ........ . ........l....... . ............... ~~....... . . ..... ... .... ..... . .... .. . ... . .
I B 2
IX
I B3
XXIII
33,33% (Del subtipo 1 B)
1B4X
. •.• • ••. } ~ .~ . ••. . • ••• •••••••• • ••• •1 . ... •• .... ••••.••• ~~~l.a.d.o). .... ...... ............ ...... ... ... .
..
I C 1
XV
16,66% (Del subtipo I C)
........•~~ . ~ ...•. . ....... .. . .••.•.1
..•.•.•....•...•..•.• ~ .................................... .
1D 1
1
XV
_____L!U__{!)_____________ _ _ __________________?Qgg______________
t
16,66%
(De~!I..~~J
D) ----
83,4Cfo (Del tipo I)
11
(no existen ejemplares)
m
XXXII
8,33% (Del tipo lli)
-------IV A__________________ _____ _ _______--ª'.33J!_~!_!uby_p_o_!Y_~-J
y
8,33% (Del tipo IV)
'IOTAL EJEMPLARES
INVENTARIADOS
U (necrópolis)
1 (poblado)
Cr.uuko 1. - Fibu/JJ.s anu14res de 14 necrópolis iblrica de 14 Casa fhl Monte,
d4 Valmcia.
206
irwentariada.r tn el Musto
fÚ
Prehistoria
[page-n-217]
PfBULAS ANULAR.ES DB LA CASA DEL MONTE
enrollamiento no se asemeja a los tipos deacritos por
E. Cuadrado" y A. Iniesta11 • La aguja a la que va unido,
tiene forma ligeramente curvada y es de sección circula¡-.
Posee las medidas siguientes:
LM¡. mú.
Di4m. lllfilil
27 mm
Álhlr4
15mm
GnS« ,.¡¡¡,
2 mm
ÁliCA. IIIÚ. fM.
JO mm
(Pitu n.• i5 dd Invenwio dd M.P. de Valencia.)
111. APORTACIÓN TIPOLÓGICA AL
ESTUDIO DE LAS FÍBULAS
ANULARES
Nuestra clasificación tipológica sobre la flbula
anular hispánica, eatá realizada atendiendo a su funcionamiento y composición esencial. En ella. también
hemos tenido en cuenta las variaciones morfológicas;
éstas nos han dado pie para establecer subtipos y variantes encuadrados dentro de los cuatro tipos fundamentales:
TlPO 1: Fíbulas de tres piezas y resorte de
charnela de bisagra.
TIPO II: Fíbulas de tres piezas y resorte de
muelle.
TIPO lli: Fíbulas de tres piezas y resorte de
tope oscilador.
TIPO IV: Fíbulas de dos piezas y resorte de
muelle.
E. Cuadrado en un importante trabajo estableció
por vez primera una clasificación tipológica sobre la ffbula anular bispánica13 • Señaló, además, la existencia
en la Península Ibérica de dos úeas en cuanto a la
aportación de ejemplares de la fíbula anular
hispánica••. En la primera de ellas se desarrolla fundamentalmente la ffbula anular de resorte de charnela
de bisagra. A la segunda corresponde esencialmente la
de resorte de muelle.
Según C uadrado, la zona I comprende territorios
de las actuales provincias de Valencia, Alicante, Murcia, Almerfa, Albacete y Baroelona. Dentro de la
zona I, este mismo autor integra, asimismo, la subzona la que se desarrolla, de sur a norte, por las provincias de Málaga, Granada, Córdoba y J aén, reconociendo, sin embargo, que en esta áltima existen ffbulas con
ambos tipos de resorte, aunque con un predominio mayor de las de charnela de bisagra.
Dentro de esta zona 1 existe un islote de fibulas
de tope osculador que abarca esencialmente yacimientos limítrofes a la vía de penetración de la costa valenciana hacia la submeseta sur: Serreta, Bastida, Covalta, Hoya de Santa Ana, etc., en las provincias de
Valencia, Alicante y Albacete.
La zona U, siguiendo con la opinión de E. Cuadrado, aporta fundamentalmente ejemplares de resorte
de muelle y se difunde por las submesetas norte y sur
(en esta 111tima excepto la provincia de Albacete) e
igualmente por las provincias de Sevilla, Huelva y
Cádiz.
El resto de la Pen(nsula !Mrica, o sea la zona norte el territorio de los •gallaeci», astures, cántabros, vascones e •illergetes», no aport.a tibulas.
C uadrado incluso ve en esta división un compo·
nente diferenciador de tipo étnico: a grosso modo, reseña que la zona I corresponderra a los pueblos iberos
propiamente dichos, j unto con los bastetanos, en la
subzona la, y la zona II a los celtíberos junto con los
pueblos tartésicos.
Pueden hacerse hoy ciertas puntualizaciones a esta
división. Por ejemplo, en Cataluña la dispersión de las
fTbulas anulares de charnela de bisagra tiene un ámbito
algo mayoru, incluso por la Cataluña interior y por la
provincia de Tarragona. Asimismo es necesario resaltar
más la existencia en Cataluña de ffbulas anulares hispánicas de resorte de muelle (algunas de pie con botón), tanto en la Provincia de Gerona, Ampurias y
Ullastret, como en la de Tarragona, en L'Oriola y Mas
de Mussols (La Palma), en el bajo curso del Ebro; tambi~n de aguja libre con tope de charnela, por ejemplo
las fibulas de Ca o'Olivé, Cerdanyola (Barcelona) y de
la Cova de la Font Major, Esplugues de Francolí, Vilavert (Thrragona), debido a que posiblemente todo este
conjunto de ffbulas anulares, con estas caracterfsticas,
representen los ejemplares más antiguos, entre los basta hoy hallados, de la fibula anular en la Península
Ibérica.
En relación con la zona ll, es necesario concretizar el área del resorte de muelle en la Meseta al territorio situado al norte del río Tajo, sobre todo en la franja
que de Este a Oeste ocupa las actuales provincias de
Guadalajara, Madrid y Ávila. Al sur de este rfo los yacimientos conquenses aportan mayoritariamente flbulas de resorte de charnela de bisagra••. Ello quiere decir que la provincia de Cuenca, basándonos en la
tipología de las fibulas anulares, se relaciona esencialmente con la que· hemos denominado zona I y no sólo
en lo concerniente a las ffbulas, también sus materiales
denotan una mayor relación e identidad cultural con
los deJ úea valenciana y con eJ S.E. de la Meseta.
M . Almagro señala esta correspondencia marcando las
relaciones e identidades que en cuanto a materiales se
producen entre estas últimas áreas citadas y Jas que el
mismo autor denomina «Área delj6car'lo, «Área de Carrascosa>t y «Área de la Serranía de Cuenca>t, todas en
la provincia de Cuenca, al delimitar los n6cleos de ibe-
207
[page-n-218]
P. CISNEROS FRAILE
'l'Il'O 1: .fíbulu de trca pic.aaa y reaortc de c:hunda de bingra: puente de fo.I'Ulll variable, aguja fundid a con la charnela d e bisagra
y anillo.
SUBTIPO 1 A: puente de navecilla normal.
Variantea:
l A 1: puente madzo, tamaño normal.
1 A 2: pue.nte hueco y ancho.
SUBTIPO I B: puente de navecilla aquillada.
Varia.otca:
I B 1: aquillada longitudinalmente, ain rc:.altes.
1 B 2: aquillada t.ran•versalmcnte c~n retaltes.
1 l! 3: aq1.1illada longitudinalmente: con resaltes (bilobwade»).
1 l! 4: aqumada transversalmente y chaflanada en los exuemos del puente (forma romboidal).
1 B 5: aqllillada transver.almente con resaltes b(fidos en los extremos del puente.
SUB'l'lPO I e: puente d e navecilla con formas especiales.
Varlantee:
1 e 1: ondulado.
1 e 2: estrangulado longitudinalm.e nte a ambos lados.
SUBTIPO 1 D : p1.1ente de timbal.
V
ari&n.tet~:
1 D 1: bemie•f~rico (incluye subvariedad 1 D 1 (1): sin cazoleta).
1 D 2: elipsoidal.
TIPO II: Fíbula• de trea piesa1 y reaortc de m uelle: puente, aguja unida al resone de mueUe y anillo.
TIPO liT: Fíbulas de trc:1 p ien • y r~rte de tope oeculador: puente (siempre de timbal clip10idal) unido al anillo, aguja unida
a la charnela de tope oscl.llador y paaador.
TIPO IV: l'íbulu de dos pieau y rc:eortc de muelle: puente y anillo unidos por una pane; aguja y resone de muelle, igualmente
unidos, por otra.
SUBTIPO IV A: ouente de navedtla.
Cumiro 2. - Ensa_Jo tÚ clasifoaaón tipológiea para las j(hu/4s anulares.
TIPOS DE C.
MONTE
TIPOS DE CUADRADO
INI.ESTA
1 A .............................................. 4b . .. ............. .. ........... .
lB 2
4b
4h ............................. .
(variante Il)
I B 3 ............................................ 4c ...... , ...............•.............. 4c
(variante la)
l B 4 .............. (encontramos n:laci6n con el tipo 5 de Cuadrado e Iniesta catalogados romboidales;
tambi~ con algún ejemplar de quilla quebrad a con chaflanes).
IB5 ................................ ............ 4c ..................................... 4c
(en Cuadrado este grupo es más amplio)
(variante lila)
1 e . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4d ................................... 4d-4h
(variante l)
1 D 1 ........................................... 2a-2b . ............................... 2a-2b
(sólo ejemplares de charnela de bisagra)
1 D 2 . ..... . ..................................... 2e ..................................... 2e
(variantes I y 11)
O .......................................... .fb-10 a-10 b ................... , ............ -'b
(variantes IIl y IV)
lli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2a-2b • • • •• • • • •• • • • •• • .••• • . • •••....... 2b-2e
(sólo ejemplares de tope osculador)
(variante 1)
IV ..............................................
208
.. ................................. ..
[page-n-219]
FÍBULAS ANULARES DE I..A CASA DEL MONTE
rización de las zonas orientales de la Meseta•t.
Podrlan hacerse otras observaciones, aunque nos
desviaríamos de la fmalidad fundamental de este trabajo que trata sólo de exponer un nuevo camino tipológico basado en caracteres funcionales y de estructura
de las flbulas anulares hispánicas.
Como hemos reseñado anteriormente, la tipología
creada por E. Cuadrado" ha sido fundamental y ha
servido de base para trabajos posteriores sobre la ffbula
anular hispánica. Este mismo autor ha completado su
aportación sobre este tipo de ffbulas en otros estudios
de gran interés••; sin embargo, aunque, como antes
señalamos, a él también se debe la división de la Perun·
sula Ibérica en dos zonas según la dispersión de la fíbula anular basándose en el tipo de resorte, bien de .muelle o bien de charnela, lo que daría paso a la realización
de tipos basados en un principio en la funcionalidad
del resorte o en la estructura y composición fundamental de las flbulas, su tipología se apoya esencialmente
en los caracteres morfológicos del puente. A partir de
ellos establece subtipos y variaciones concretas que
también tienen en cuenta la forma de los pies, de las
charnelas de bisagra y del enrollamiento de los resortes. Entre otras aportaciones tipológicas sobre la ffbula
anular hispánica, es necesario citar la realizada por
R. Navarro" a propósito del estudio de las ffbulas
anulares catalanas de gran interés y basada fundamentalmente en la forma del puente (•de navecilla•, «de
cinta•, «de hoja de olivo•) con subdivisiones según la
forma del pie o del tipo de resorte y la tipología realizada por A. lniesta11 también de gran interés al añadir
nuevas variantes a los tipos iniciales de E. Cuadrado
a la vez que cataloga las ffbulas de los yacimientos ibéricos murcianos.
TIPO 1: Fíbulas de tres piezas y resorte de charnela de bisagra:
a) puente de formas variables con sendos agujeros
en el pie y en la cabeza para la penetración del anillo;
b) anillo de sección generalmente circular y e) resorte
de charnela de bisagra igualmente de formas variables.
Dentro de este grupo de llbulas en el SUBTIPO I
A encuadramos las de puente de navecilla normal, con
formas y tamaños variables; incluso los ejemplares de
la necrópolis de la Casa del Monte tienen caracteres
diferenciados. Los dos ejemplares hallados presentan
tamaños y formas del puente diversos: la fibula de la
sepultura XIX tiene el puente macizo y de tamaño memo (Variante 1 A 1) (Fig. 1, n.0 1); la hallada en la sepultura IX es de gran tamaño y lleva el puente hueco y
muy ancho (Varianú 1 .A 2) (Fig. l, n.o 2).
Este tipo de fibulas con puente de navecilla es muy
abundante en los yacimientos ibéricos peninsulares.
Aparece bien con resorte de muelle, bien con resorte
de charnela de bisagra. De entre sus numerosos ejem-
p iares citamos los hallados en la oecróplis de ..El Cigarralejo», Mula, Murcia22 ; el del poblado de ..Coimbra
del Barranco Ancho», Jumilla, Murcian; los ejemplares de la necrópolis de ..El Molar-, S. Fulgencio,
Alicante'+, excepto uno, todos con resorte de muelle;
los aparecidos en el poblado de cLa Bastida de les Aleuses,., Mogente, Valencia, de entre los que reseñamos
el hallado en el dpto. 57 22 •
Además de la necrópolis de cLa Casa del Monte•,
también aparece en otros yacimientos albacetenses
como ...El Cerro de los Santos»tt, «El Amarejon y
«Meca•.,. Asimismo en otros conquenses, como en la
necrópolis de «Las Madrigueras.., Carrascosa del
Campoilf e incluso en la necrópolis de «Aguilar de
Anguita», Guadalajaratt, con ambos tipos de resorte y
en la de «La Mercadera», Rioseco de Catalañazor,
Soriaso que aportó varios ejemplares de resorte de
muelle y uno de charnela de bisagra.
Dos ejemplares de este tipo de fibulas, ambos de
charnela de bisagra, se hallaron en la necrópolis de
«Cabrera de Mataró», provincia de Barcelona". También ha aparecido en la necrópolis de «Baños de la
Muela-n, y en la de •El Molino de Caldona.n, ambas próximas a Cástulo.
El SUBTIPO 1 B, con el puente de navecilla aquíDada transversal o longitudinalmente, es el más abundante en la necrópolis de la Casa del Monte (33,33%).
Dentro de este subtipo düerenciamos 5 variantes:
la 1 B 1, no hallada en esta necrópolis, carece de resaltes en los extremos del puente que está aquillado longitudinalmente. Ejemplares de esta forma se encuentran,
por ejemplo, en la sepultura o. 0 151 de la necrópolis
de •El Cigarralcjo•, Mula (Murcia)'•. La J B 2
(Fig. 1, n. 0 3), está aquillada transversalmente y lleva
~esaltes en los extremos del puente; son de un solo
cuerpo, angulosos y con el vértice mirando hacia el interior.
La Varianu 1 B 3 (Fig. 1, o.0 4), está aquillada longitudinalmente e igualmente lleva resaltes, aunque bilobulados y redondeados recordando motivos foliáceos.
Este tipo de resaltes suelen ir generalmente con ejemplares de navecilla longitudinalmente aquillada como
en la ffbula de la sepultura X.Xill de la Casa del Monte. Son frecuentes en algunas necrópolis murcianas
como las de ·El Cabecico del Tesoro• en Verdolay" o
de «El Cabecico del Tío Pfo•, en Archena,., entre
otras. También aparece en yacimientos valencianos,
por ejemplo en el poblado de "La Bastida de les Aleuses..", e incluso en necrópolis andaluzas como Tútugi
(Galera)".
La Varianú 1 B 1 (Fig. 2, n. 0 1), posee también el
puente aquillado en sentido transversal pero no lleva
resaltes. Los extremos del puente se cortan a bisel, cha·
flanáodose a ambos lados. Este tipo de fibulas ha sido
catalogado por E. Cuadrado como del tipo 4 h (•de navecilla con quilla quebrada")". Igualmente ciertas ff-
209
[page-n-220]
F. ClSNEROS FRAILE
TIPOS FIBULAS
N. o SEPULTURAS
RESORTE
CORRESPONDENCIA
INIESTA-CUADRADO
vm
Variante IA1
(Iniesta)
SEP. XIX
Variante IA2
X (Iniesta)
SEP. IX
Variante IB2
li (Cuadrado)
SEP. IX
VI (Iniesta)
Variante IB3
V 6 IX (Iniesta)
SEP. XXIll
Variante IB4
X (lniesta)
SEP. X
Variante IB5
1 (lniesta)
POBLADO
1 (Cuadrado)
Variante IC1
(sólo puente)
SEP. XV
Variante IC2
IX (Iniesta)
SEP. XXXI
X (Iniesta)
Variante IDl
SEP. XV
Variante IDl(l)
VI (lniesta)
SEP. XXXI
TIPO 111
(de tope osculador irreconocible)
SEP. XXXXll
SUBTIPO IV A
11 (Iniesta)
SEP. V
Cuadro 1.-
210
TiptJs ti4 resD1U. E. 111.
[page-n-221]
F.f»ULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
bulas que este mism.o autor cataloga, en el grupo 5,
como de puente romboidal, pensamos que también son
relacionables con nuestro tipo 1 B 4, en concreto, el
ejemplar de la sepultura 107 de ..El Cigarralejo»40 •
Se hallan ejemplares semejantes en •La Bastida..•1, en la necrópolis de «Las Peñas de Zarra»,
Valencia41 y también en tierras andaluzas: necrópoüs
de «La llora», (Granada)". Incluso pueden relacionarse con la variante 1 B 4, los ejemplares de los yacimientos valencianos «La Carencia» de Turís y •El Corral de Saus», Mogente. Iniesta cataloga a la fíbula de
La Carencia como del tipo 5.. y por lo que respecta
al ejemplar de El Corral de Saus, E. Pla lo catalogó,
igualmente como del tipo 5 de Cuadrado".
La Jí&rümte 1 B 5 (Fig. 2, n.0 2), se caracteriza por
estar aquillada longitudinalmente-y presentar montantes bffidos en los extrem.os del puente. En el. ejemplar
de la Casa del Monte su puente es estrecho y describe
una suave incurvación. Los terminales bffidos se abren
hacia el interior y la pieza puede relacionarse con los
ejemplares encuadrados en el tipo 4 e de E. Cuadrado,
aunque este grupo es mucho más genérico; igualmente
se relacionan con el tipo 4 e (variante m a) de
A. Iniesta.
La variante I B 5, es típica de la que hemos denominado Zona I, aunque también se da esporádicamente en enclaves meseteños, por ejemplo en la sepultura
n. 0 350 de la necrópolis de «La Osera» (Chama.r ttn de
la Sierra, Ávila)'6 o en la necrópolis de «La Olmeda»
(Guadalajara)<~ . También aparecen fThulas de este
tipo en la necrópolis de .Aguilar de Anguita». Un
ejemplar y un puente aislado de esta necrópolis guardan gran parecido con la J'Ibula de •La Casa del
Monte,.''·
El SUBTIPO I B, es típico de la Zona I, según
terminología de E. Cuadrado; aparece en yacimientos
donde también se halla la fíbula de timbal hemiesférico; por ejemplo en El Cigarralejo, Cabecico del Tesoro,
etc. Incluso también se halla en otros donde igualmente aparece la de tope osculador como La Bastida, Serreta, Covalta, Hoya de Santa Ana, etc.
En general los resaltes van sobre puentes de ffbulas de navecilla aquillada. Son muy escasos los ejemplares de navecilla normal que llevan resaltes. Entre éstos puede citarse el que procede del santuario de •La
Fuente del Recuesto•, Ceheg{nu, y el de la necrópolis
de «El Cabecico del Teso.ro» en Verdolay, éste con montantes casi rectos o ligeramente angulosos y el vértice
mirando hacia afuera sobre puente de forma casi
rectangulaf'O.
Las ffbulas que hemos catalogado como del SUBTIPO I B, llevan en general resorte de charnela de bisagra. Existen, sin embargo algunas excepciones con
resorte de muelle, por ejemplo una flbula de la necrópolis de •Aguilar de Anguita>t, semejante a las incluídas en nuestra variante I B 5"; también algunos
eje.m plares de la necrópolis de ocLa Olmeda», parecidos
a los incluídos e.n la variante citada52 •
Hemos individualizado el SUBTIPO I C con la
catalogación de ejemplares de «puente de navecilla con
formas especiale.s... En este su btipo introducimos dos
variantes: la 1 e 1 (Fig. 2, n.o 3), de puente ondulado,
y la 1 e 2 (Fig. 2, n.0 4), con el puente estrangulado
longitudinalmente a ambos lados. Algún ejemplar semejante se halla tanto en la que hemos denominado
Zona I (por ejemplo en la necr6polis de ceLa lllora»,
Granada~, en el poblado de ceLa Bastida de les Alcuses,., Valencias., etc.) como en la Zona 11 (necrópolis
de ..La Osera», ÁviJa!l, etc.).
Los ejemplares que aparecen en la necrópolis de
«La Casa del Monte.. , en las sepulturas XV y XXXI
respectivamente, van siempre asociados a fibulas de
timbal hemiesférico, con charnela de bisagra.
En nuestro SUBTIPO I D, encuadramos las ffbulas de tres piezas y resorte de charnela de bisagra cuyo
puente es de timbal hemiesférico, Varianu 1 D 1 (Fig. 3,
n. 0 l) o elipsoidal, Variante 1 D 2. Consideramos mucho
más frecuente la fibu la de timbal hemiesférico como
asociada al resorte de charnela de bisagra, pieza muy
frecuente en yacimientos de la que hemos denominado
Zona I, por ejemplo: en el santuario y en la necrópolis
de «El Cigarralejo»,., en la necrópolis de ..ru Cabecico del Tesoro>~ , en ..El Santuario de la Fuente del Recuesto,., etc., todos en la actual Comunidad Murciana;
también aparece en el poblado de «La Bastida de les
Alcuses,.n o en la necrópolis de ..La Albufereta..~, por
citar algunos yacimientos de la actual Comunidad Valenciana.
Incluso entre este tipo de fíbulas, de timbal hemiesférico, se encuentran los tres ejemplares hallados
en la necrópolis de «Las Madrigueras.., Carrascosa del
Campo, Cuenca".
En relación con estas fíbulas del SUBTIPO I D 1
que en la necrópolis de La Casa del Monte se hallan
(asociadas a los ejemplares del SUBTIPO l C, como
ya hemos señalado) en las sepulturas XV y XXXI, hemos realizado una matización basándonos en el hecho
de que el puente de los dos ejemplares no presenta la
misma morfología. En el caso de la ffbula de la sepultura XV, es de cazoleta y es resultado del procedimiento técnico de unir tres piezas: la cazoleta y los dos extremos laterales¡ éstos se sueldan a aquélla
Huperponiéndose (t~cnica de superposición) y resultando la ffbula de puente en cazoleta hemiesférica con
montantes angulares (con el vértice hacia dentro) a
ambos lados.
La trbula de la sepultura XXXI (Fig. 3, n. 0 2),
aunque es de timbal bemiesférico, no tiene cazoleta y
aunque está realizada con el mismo procedimiento que
la anterior, los dos extremos laterales del puente no
montan sobre él, más bien se un.e n (técnica de agrega·
ción) dejando una especie de hendiduras. Por otra par-
2ll
[page-n-222]
F. CiSN.EROS FRAILE
te, el puente es macizo y no hueco como es típico en
el timbal hemiesférico de cazoleta. Por todo ello, hemos
catalogado a ese ejemplar como perteneciente a la Suh-
varúdad 1 D 1 (1).
Ejemplares de la que hemos c~talogado com.o lfa.
rianl4 ID 2, de timbal elipsoidal, con charnela de bisagra no se hallan en Ja necrópolis de La Casa del Monte. Sin embargo, existen fibulas de este tipo en ambas
zonas: «El Cigarralejo», «Serreta de Alcoy», «Bastida»,
«Hoya de Santa Ana», «Vado de la Lámpara» (GuadaJajara), etc. De todas formas , el timbal elipsoidal, creemos que está más en relación con las ffbulas de tope
osculador.
TIPO Il: Ffbulas de tres piezas y resorte de
muelle:
a) puente con sendos agujeros e.n el pie y en la cabeza para la penetración del anillo, b) aguja unida al
resorte de muelle y e) anillo.
Del TIPO ll, no existen ejemplares en la nec.r ópolis de «La Casa del Monte". Como dijimos anteriormente, el área del resorte de muelle, esencialmente se
circunscribe al territorio situado al norte del rfo Thjo,
sobre todo al área ocupada por las provincias actuales
de Guadalajara, Madrid y Avila. También en Andalucía a las de Sevilla, Huelva y Cádiz.
TIPO ill: Fíbulas de tres piezas y resorte de tope
oscuJador:
a) puente, siempre de timbal elipsoidal, unido al
anillo y provisto de agujero para la penetración del pasador; b) aguja unida a la charnela de tope osculador,
provista igualmente de agujero para la penetración del
pasador y e) pasador.
En el TlPO UI (Fig. 3, n.o 3), catalogamos a las flbulas de tres piezas y resorte de tope osculador. El puente es siempre de timbal elipsoidal y va unido al anillo; la
aguja va unida a la charnela, de tope osculador. Un pequeño pasador realiza la unión de ambas piezas.
Los ejemplares que nosotros conocemos llevan
siempre timbal elipsoidal, sin embargo existen ffbulas
de timbal elipsoidal con otro tipo de resorte, el de charnela de bisagra. De ellas ya hablamos anteriormente.
Incluso otras ffbulas del mismo tipo de timbal constan
de dos piezas: aro y puente unidos y la aguja ligada
al resorte de muelle. Un ejemplar de estas características apareció en •El Castro de las Cogotas..60 , donde
estaba asociado a otro ejemplar de tope osculador.
Este tipo de fibula supu.so seguramente un perfeccionamiento de las de charnela de bisagra con intermediarios tipológicos inciertos, posiblemente a través de
la fibula de dos piezas (con puente y anillo unidos) y
resorte de muelle y que en algunas necrópolis meseteiias se presenta en fo.rma de bellos ejemplares.
Sin embargo la mayor abundancia de esta fíbula
en yacimientos alrededor del ramal de la denominada
212
vfa Heracleia que en territorios valencianos penetraría
hacia J átiva, enlazando por el curso del no Canyoles
con Mogente introduciéndose en la submeseta sur bien
por Fuente la Higuera o bien por Meca y a través de
los llanos albaceteños se dirigiría a Cástulo, parece indicarnos que este tipo de fibulas es originario de estos
yacimientos alrededor de la vía descrita. Entre estos
yacimientos pueden citarse el poblado de «La Bastida
de les Alcuses"", «El Puig»8' y ..La Serreta» de Alcoy,
la necrópolis de «La Hoya de Santa Ana»", ya en territorio de la provincia de Albacete, etc.
También aparece este tipo de flbulas en yacimientos próximos a ramales de la citada v(a Heracleia. Por
ejemplo en la necrópolis de Las Peñas, en Zarra, provincia de Valencia... De manera muchó más esporádica se halla en yacimientos junto a las posibles vfas de
comunicación prerromanas que enlazarían la meseta
albaceteña con territorios de la actual provincia de
Cuenca. Es el caso de algún ejemplar aparecido en la
Val ería prerromana".
Aparece, también muy esporádicamente, en enclaves de la actual zona de Madrid: poblado de •El Cerro Redondo», junto a Fuente el Sanz, provincia de
Madrid" e incluso más al norte, en el Castro de «Las
Cogotas.., Ávila, como hemos reseñado anteriormente.
También ha aparecido una fibula de estas características en el poblado prerromano de Ca n'Olive, Cerdanyola (Barcelona)67 •
TIPO IV: Fíbulas de dos piezas y resorte de
muelle:
a) puente de formas variables, generalmente bellamente decorado, unido al anillo; b) aguja unida al resorte de muelle que se enrolla. a la cabeza del puente
y al anillo.
La fibula de la necrópolis de «La Gasa del Monte,., la catalogamos como dcl SUBTIPO IV A (Fig. 3,
n. 0 4), con el puente de forma d e navecilla.
La gran mayoría de estas fibulas de dos piezas se
hallan en yacimientos de Ja submeseta norte, esto es
dentro de la que hemos denominado Zona II, sobre
todo en su parte oriental coincidiendo con la franja
norte de la provincia de Guadalajara, muy cerca del
límite con la provincia de Soria. B. Cabré y J. Morán
reconocen la correspondencia de éstas con la zona
citada".
Ejemplares pare.c idos han sido hallados en necrópolis meseteñas como las de Valdenovillos, Hijes y Carabias, todas en el norte de la provincia de Guadalajara, muy cerca ya del llinitc de la provincia de Soria.
El ejemplar de Valdenovillos es también de puente
de navecilla, aunque estrecha y lisa. El enrollamiento
del resorte es distinto al del ejemplar de la necr6polis
de la Casa del Monte".
La fibula de Hijes, es también de puente en navecilla aunque estrecha y como la anterior, lisa. Su resor-
[page-n-223]
FÍBULAS A.NUI..ARES DE LA CASA DEL MONTE
te es asimismo de muelle con un tipo de cnrollanUento
muy parecido a la de la C¡ua del Monte, e incluso con
el mismo o6mero de vueltas en tomo al anillo70 •
La de Carabias es muy semejante al ejemplar de
Hijes y por ello, con resorte parecido al ejemplar de la
Cua del Monte. Su originalidad reside en el anillo
adornado con dos pares de agujeros situados en dos zonas opuestas de aquéln.
En el Castro de las Cogotas, aparecieron varias fíbulas con el puente y anillo fundidos y resortes de muelle. Los puentes son de navecilla ancha, estrecha y de
forma de cinta, respectivamente".
NOTAS
1 Sus rcfen:Acias geogrUiua IC ajuna.o fielmente a Jo rdle·
jado en la hoja n. • 766 del M.T. del Instituto Ceogr!lico y Ca·
tutral.
t
l . B............. : ..Avance del eatudio de la n~rópolia ib&ica de
la Casa del M onte (Albaccte)-. Tirada Aparte de loa CWIIinwtls m ·IY
dtJ Oalftl di Cr.Jivrlt ~ Valencia, 1930.
J
o. FIATOHU.. y E. Pu:
di .a~ tltl S./. P.
(1927-1977). Trabajos Varios del S.LP., n.• 57, Valencia, 1977,
pág¡. 17J.175.
•
FLIO'I'éHU y Pt.A: Op.
nota 3, pág. 171.
, A. J,.,UTA! lAJ ftbr.itu di la Rlzidtt Mur&itwl. Murcia, 1983,
16m. Xlll-5.
• E. CUAoiWIO: •La Jlbula anular hisp6nica y sus problemas•.
2Apltpus, 8, Salama.oea, 1957, pág. 14.
' oocm: Op. ciJ. nota 5, lám. XJD -5.
• ¡,.,..,.: Op. áJ. nota 5, lim. XIJ1 ·5.
t
CUAniWIO: Op. cit. nota 6, pág. 1+.
• Cu.
u Cu.
nota 6, pág. 8, fig. 2.
1t lHtUTA: Op. di. nota 5, pág. 226, lám. XIV.
1>
CllloJIAADO: Op. m. nota 6, págs. 6· 76.
" CUA:OaADO: Op. cit. nota 6, págs. 27·30 y mapa pág. 62.
•• Noa basamos en la reseña de R . NAv..uo: lAJ j(/Jr.ltu n C414luM.. 1onituto de Arqueologia y Prchutoria, Universidad de Barcelona, Publicaciones Eventuales, 16, Barcelona, 1970, Fig. 18.
" 'Thmamoa laa referencias de: M . Au.cAOso CouBA: •La ne•
cr6polis de lar Madrigueras. Carrascosa del Campo, Cuenca.. &u·
~ Arqwollziuu m Espw, Madrid , 196:!, p,gs, 69-70. De 1aa siete Jlbulu anulares de esta necr6polia, ~eia son de rcso"e d e charnela
de bisagra. 'llunbitn de E . Lou.o.: lA ttmdpolis tú/ Hinro di B~
di Alart6rt, Cvnru. 'trabajos de PrchiJtoria del Seminario de H• Pri·
mitiva del Hombre, XX, Madrid, 1966, 71 pág¡. En cate yacimiento
todas las fTbuw mulares son de charnela de bisagra. Igualmente
de P. SUAY: •Los hallazgos arqueol6giCOOJ de Valeria, 1952·1957•.
V CMJtrm Nod#Ml di JJrt¡WD/Dz{«, Zaragoza, 19:!7, p'ga. 2H-2+6 y
láms. lln. Lu flbulas anulares de la Valeria prcrromana reseñadas
en esta publicación son todas de charnela de bisagra.
" M. AJ.....oao: •La iberi%aci6n de las zonaa orientales de la
Meseta.. Simpnri Jote.maciooal EJs orlglfiS tltl mili iblri&, Ba.r celooa.Bmpúriea, 1977, p,g¡. 138·1«·150. Tambi6o laa flbuw de la oecr6·
polia de cOimediUa de Alucón•, Cuenu, denotan semejanzas en
cuanto al típo de resorte y configuración de loa puentea con las de
la Zona J. Se renejan en la pig. 1+2, fig. 25, de esta publicación que
citamo1.
.. CUAD&ADO! Op.
nota 6.
" De entre ellos citamos: E. CUADIWIO: •Precedentes y prototipo• de la Jlbula anular hiapániea.o. Trdtljos di~. VD, M a·
drid, 1963; .B. CUAOIWIO: FflltJiu ~ M ~ oseui.JM. Publieaciones del Seminario de H• y Arqueologia de Albacete, Albacete,
1962, p,g¡. 15·89.
,. N.wAUO: Op. áJ. nota 15, p'g•. 98·101.
11 b•..,..: Op.
nota 5.
cw- _,
m.
m.
m.
m.
E. CJJADAAoo: .1..4 ,.,mp.lis iblriu di El CtiiJ1TII4jo, Mr./4, Mar·
Bibliotheca Prachiatorica Hispana, Madrid, 1987¡ por ej. el
ejemplar de la sep. 249, pág. 455, fig. 190·6.
" J . M01.11 jos Varios S.l.P., 52, Valencia, 1976, pág. 67, fig. +3-2H.
t• J. SlKJHT: •La necrópolis de El M olar, Allc:ante•. JuN4 Su·
pni.tw di ~ ~ Altl~, 107, Madrid, 1930, lún. Xl-3.
n 0 . F~tlll, E. PLA, E. At.o.~ou: Lo &stü/4 di Lu Alnt.su
(Moltú, ~). '11-abajos varios del S.I.P., 2+, Valencia, 1965,
dpto. 57. p,g. 28, lig. u.
• P. PAJU•: EssC svr L!4.rt d l'hflbutril di L'~ PrinUJirM. h·
rla, 1903, Vol. 1-11, pág. 266, fig. 4000.
" PA&II! Op.
nota 26, pág. 266.
1t ALwAOao: Op. 'it. nota 16, 1ep. XXXI, p'g•. 55·5+,
fig. 3+-+.
tt J .L . Aoo~HTC: •Lu Jlbuw de la necrópolis celtibhica de
Aguílar de Anguit..,.. Tftlhfljol di Prlllulllri4, 31, Madrid, 1974-,
P'S· 181, fig. 11, 3·7, para los doa ejemplos de charnela de biugra.
• D.B. TAJW:IJIA: •Excavaciones en la provincia de Soria. La
necrópolla de La Mercader&•. JIUÚ(j Supfflqt- J, E.xcuoeiDMS J AJIIifW.
tiM.Is, 119, Madrid, 1932, tep. 59, lám. Xl-~9.
n NAvAuo: Op. cit. nota 15, págs. 99 y lOO.
u J .M. B~: •Cútulo 1•. Ad4l Arr¡wt~IJ
gictJ H'~, 8,
Madrid, 1975, citamos el ej. de la aep. V, P'l'· 146·1+7, fig. 78-17.
u A. Ahii.AI y F. MOUAA: ..La n~polis ib~rica del Molino
de Caldolla.. Ort1411i4, 28·!13, Linares, 1969, aep. 1, pág. 168,
fig. XVID·J.
Jt
bnam.: Op. ti~. nota 5, pág. 136, l(m. XVIII, fig. 164.
U
lH1.un.: Op. cit. DOta 5, sep. 400, p,g. 149, lim. xxn,
fig. 196.
JO
lwovrA: Op. áJ. nota 5, sin sep. determinada, pág1. 154-155,
lám. XXV(, fig. 212.
JI
Fa.rn:HRa, PLA, Au:Acu.: Op. cit. nota 25, dpto. 53, pág. 20,
fig. 11.
u J . CAad y F. Moros: •La necr6pnlí1 ib6rica de Tútugi (Ga·
lera)•. Juld S~' di ~ilnvs J Alllifil~Jdd~s, Madrid, 1920,
aep. 11, pág. 25. (Situamos en esra sepultura la Jlbula, con muchas
dudu, bwndonoa en los datos de esta publicación.)
, CUADaADO: Op. ti~. nota 6, pág. 14.
.. CUADLU>O: Op. ti~. nota 6, pág. 13, lig. 5·3.
.. Fa.rn:H&a, Pt.., A.t.clcaa : Op.
nota 25, dpto. 36, pág. 179.
lig. 16.
" J .M. MMrt..n: •La necrópolis de lu Peñaa de Zana, Va·
lcncia.. A .P.L. , XIX, Valencia, 1989, sep. 2, pág. 8, fig¡. 12·13.
u CJJAoiWIO: Op. ti~. nota 6, pág. 29, fig. 18,6.
" IHo&rrA: Op. cit. nota 5, pág. 168.
" E. P ... : oLa necrópolis ib6rica de empedrado tumula:r de
Corral de Saus, Mogente, Valencia•. XfJI Congruo NII&ÜtMJ dt Arqv.tt~·
lotl4, Viloria, 1975, pig. 729.
.. CUADIWIO: Op. ti~. nota 6, pig. 33, fig. +2· 4.
" R. G.r.toetA: .La necrópolis de Olmeda, Guada.lajara-. m.J.
AI·HtJ)IU•, 7, Gu~jua, 1980, p,g. 23, fig. 4,6.
.. Aaoatn: Op. m. nota 29, pág. 189, íig. 12·4 y p'g. 191,
fig. 12·5.
.. IHWTA: Op. di. nota 5, pág1. 157-158, lim. XXlfl. fig. 220.
,. l1
fig. 225.
" Aaoawn: Op. m. nota 29, pág. 187, fig. 12·!1.
n 0Aoo.l•: Op. ciL nota +7, pág. 23, fig. +-+.
JJ
Cu.oMoo: Op. cil. nota 6, pág. 29, fig. 18,5 .
>< F...'I'CHM, Pr.A, Au:Acn: Op. di. nota 25, dpto. 14, pág. 84,
íig. 9.
» J . C..aú, E. C...u, A. M01.11
del hierro ctltico de Chamanín de la SicrrL Ávila.. Áa. JJrpM/Igied
HisptJM, 5, Madrid , 1950, pág. 148, Uro. XIX. (De esta Jlbula des·
conoeemoa el tipo de reaone, posiblemente IC& de chamcla de bisagra.)
.. CuADUDO! Op. m. nota 22, aep. 79, págs. 202·205,
fig. 9~7.
tf
FL~~"J~:~Ua, Pu, Al.c.
fig . • .
,. F• .R111oo: .La n~poliJ ib&ica de la AlbuCereta.. Arllll#mU. J, Cu/Jun ~. U, Valencia, 1986, aep. L-45, pág. 174,
fig. 173.
u
rÚI.
m.
m.
213
[page-n-224]
P. CISNEROS FRAILE
u At.w.AOao Gouu.: Op. eiJ. nota 16, sep. X, pig. 33·34,
fig. 19-10 y 11 (2 ejemploa)¡ sep. XXII, P'IP· +3-H, fig. 28-4
{1 ejemplo).
oo J. C ..ao.t: .Exea..,aciones de lu Cogotu, Cardeñoaa (Ávila).
I, ElCastro•.JW114SuptTiDrdtExetw~;¡~, UO, Madrid,
1930, lim. LVW.
., Ft.rrema, p._., ALC.
dpto. 3+, p,g. 172, fig. 8 y en el dpto. 100, pig. 332, figa. 305,
306, 307.
•• V. PAotCUAL: •El poblado i~rico de El Puig de Alcoy». b·
cllitxJ di Prtllistorüt LIDIPiliM, 01, Valencia, 1952, p,g. 9, fig. 7.
os Loi ejemplares de esta nec::r6polis proceden de las 1epultu·
ru O y 113: F. C~Jr
Tesis de Licenciatura in&lita, Valencia, 1973, p ág. 19, lám.. XXXV,
.1+ y pig. 51, lám. XXXVI I-O.
214
., M.um"a: 0/J. eil. nota 4-2; de esta nec::r6polis proceden dos
ejemplarea hallados en lu sepulturas 9 y 16: pág. 10, Ú81. 22-23 y
pá.g s. 12 y 13 figa. 32-33 reapectivamente.
., Su..Y: Op. eil. nota 16, IIbula no descrita en el texto aunque
aparece en lám. sin.
11
C. BLA100 y M .A. SAtocHn: •Informe preliminar sobre el ya·
cimiento de Cerro Redondo (Fuente el Sanz, Madrid)•. Noti&i4ritJ Ar·
qwoMti&o Hisp411i&o, 20, 1985, pág. 34, lám. 7-·U .
., N ..v..u o: Op. eil. nota 15, págs. 99·100.
.. E. CAao.t y J. Mow.: •Fíbulas en lu mú antiguu necrópolis de la Meseta Oriental Hispánica-. &oista dt 14 ~ Comp~a~ms,, ~" C..r&J &llitl4, nr, Madrid, 1977, P's· 1as.
" CA&d y M oM11: Op. cit. nota 68, pág. 135, fig. 11.8.
"' C..allt y MoJL111: Op. cit. nota 68, pág. 35, fig. 15.6.
" C"ad y MoMN: Op. eil. m~ta 68, pág. 135, fig. 16.9.U .
n c ...aa: Op. &il. nota 60, p6g. 90, húns. LXVII, LXVIU.
[page-n-225]
R afael PtREz M tNGuEz*
ACICATES IBÉRICOS DEL MUSEO DE PREHISTORIA
DE VALENCIA
I. INTRODUCCIÓN
No se sabe a ciencia cierta el momento en que empieza a usarse la espuela., pero es presumible que ello
sucediera tan pronto como el hombre empleó el caballo
como montura. Conviene advertir que el caballo como
animal doméstico, se conoce desde periodos ant:riores,
cuando menos desde la Edad del Bronce, y algunos investigadores sospechan que se pudiera haber utilizado
como montura, tiro y arrastre, por lo que algún tipo
de acicate se pudo utilizar, aunque, por el momento,
no exista constancia documental. En este sentido sf
conviene destacar el reciente hallazgo de parte de un
freno de caballo hecho de asta en el poblado de Fuente
Álamo (ScHUIART y Alm!ACA, 1980: 273, fig. 12) o la interpretación dada a los Uamados silbatos celtibéricos
(EscuDuo y BA.LADO, 1990).
. El ~bjeto de la espuela es estimular al animal y al
m tsmo tJempo que las manos del jinete queden libres.
Es de suponer que antes de emplearse las espuelas de
metal, se fabricaran con materiales como la madera o
el hueso, pero hasta la fecha no se han encontrado res·
: Servicio de Inveatip ci6n Prehiat6rica, Diputaei6n de Va·
!enea.
tos. La espuela se ceñía al talón por medio de una co·
rrea que puaba por dos orificios situados en cada extremo de aquella.
Entre las modalidades de espuela, el acicate (espuela provista de una punta aguzada) es el que aparece
en los yacimientos ibéricos y el objeto de nuestro estudio.
Tanto los griegos como los romanos usaban única~ente la espuela en un pie, cosa que no ocurre, por
eJemplo, con el pueblo ibero, como lo demuestra la se·
rie de dibujos de jinetes procedentes del Tossal de Sant
Miquel de U(ria (BALLilSTER. et alii, 1954: 110, figs. 385
a 393).
Sabemos la gran estima del pueblo ibero por el caballo {FL!TCKn, 1968: 49) y por lo tanto es común en
excavaciones realizadas en poblados la aparición debo·
cados, acicates, etc. (GRANo!IL y ESTA
W., 1990: 219,
fig. 4 y ~. 1989, vol U, pág. 25 y 160). Nuestro
propósito es analizar algunos acicates procedentes de
los poblados de la Baatida de les Alcuses de Moixent,
del Thssal de Sant Miquel de LHria y del Puntal dels
U ops, as{ como los otros dos del yacimiento in~dito de
La Atalayuela de Chelva.
Los acicates de La Atalayuela se han estudiado
gracias a la colaboraci6n del arque6logo Jos~ Manuel
215
[page-n-226]
R. PtREz MÍNCUEZ
1
-~
-
..
.
2
3
4
Fig. 1
216
o
&iiiiiil~!!!!!!!!liiiii~3 cm.
[page-n-227]
ACICATES IBÉRICOS DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
Martínez Garda. Colaboración q ue también agradecemos a H elena Bonet Rosado por los del Tossal de Sant
Miquel de Llíria y los del Puntal dels Llops de OJocau,
estos 6ltimos procedentes de las excavaciones de H elena Bonet y Consuelo Mata (BoNET y MATA, 1981).
Las medidas son:
longitud:
anchura:
grosor:
5'8 CID
2'4cm
0'3 cm
dimeru. orificios:
abertura para el talón:
lontitud del espig6n:
1'1x0'4: cm
cm
••s
2' 3 cm
II. LOS ACICATES ESTUDIADOS
B. TOSSAL DE SANT MIQUEL (LLÍRIA,
VALENCIA)
A. BASTIDA DE LES ALCUSES
(MOIXENT, VALENCIA)
l .-Acicate de hierro procedente del Departamento 236 y aparecido en las excavaciones realizadas durante la 4.• campaña que tuvo su inicio el 26 de junio
de 1931 y que finalizó el 28 de julio del mismo año.
Está completo aunque bastante oxidado. Los orificios o varrileras son cuadrados. Cronologfa del siglo v-rv a. de C. Número de Catálogo: 1037.
Las medidas son:
longitud:
anchura:
grosor:
6'5 cm
2'5 cm
cm
o
••
dimensione. de los orificios:
0'8 cm
abertura para el talón:
longitud del espig6n:
2'2 cm
5' 0 cm
2.-Acícate de hierro aparecido en la Calle W durante las excavacion es realizadas entre 1928 y 1931. Las
planchas que rodean al talón casi han desaparecido y
están formadas por dos láminas unidas. El espigón está
completo y presenta la base moldurada. Crooologfa,
siglo v-w a. de C.
Las medidas son:
lo,ngitud:
3'5 cm
anchura: 0'8·1' 2 cm
grosor:
0' 7 cm
abertura para el talón:
longitud del apigón:
1'9 cm
2'6 cm
3.-Acicate de hierro aparecido en las excavaciones realizadas en 1931. Las planchas están en perfecto
estado¡ el espigón se encuentra bastante deteriorado
por oxidación e inclinado con respecto a la plancha.
Los orificios son circulares. Cronología siglo v.1v a. de
C. Número de Catálogo: 1558.
Las medidas 11on:
longitud:
anchura:
grosor:
4'0 cm
2' 3 cm
0'3 cm
5.-Acicate con ramas de bronce y esprgóo de hierro. Las ramas están en bastante buen estado, sien do
su sección semicircular. El espigón, aunque completo,
padece un grave proceso de oxidación y sufre un desplazamiento con respecto a la parte media de las ramas. Los orificios son circulares pero no perforan completamente a las ramas, sino que tienen comunicación
con otros orificios que están situados en la base del inicio de las ramas. N6mero de Catálogo: 2796.
Las medidas son:
diámetro de los orificios:
abertura para el tal6n:
longitud del espig6n:
0'4 cm
3'3 cm
1'6 cm
4.-Acica:te de hierro procedente de las excavaciones realizadas desde 1927 a 1931, encontrándose al
Oeste de los Departamentos 47, 48 y 58. La plancha
está fracturada a la altura del orificio. El espigón, aunque bastante deteriorado por oxidación, parece completo. Los orificios son rectangulares. Cronologta siglo v.rv a . de C. Número de Catálogo: 1570.
longitud:
anchura;
grosor:
10' 5 cm
0' 7 cm
0' 5 cm
diámetro de los orificios:
abertura para el tal6n:
longitud del espig6n:
0'4 cm
5'9 cm
2'5 cm
C. PUNTAL DELS LLOPS (OLOCAU,
VALENCIA)
6.-Acicate de bronce, procedente del Departamento 4, Capa 3. Está formado por una grue.s a y ancha plancha de bordes en resalte exterior, con un buen
estado de conservación y extremos provistos de dos re·
saltes a modo de asas rectangulares para el enganche
de la correa. En la parte cóncava intema existe un fragmento informe de hierro que se encuentra fuertemente
adherido a l a . isma. El espigón hoy suelto y anterior·
m
mente adherido, es grueso y robusto con molduras y
alma de hierro que posiblemente constituirla el extremo acuminado del mismo y que seguramente perforaba la plancha y lo fijaba a la misma. Cronología desde
finales del siglo rn a inicios del n a. de C.
Las medidas son:
longitud:
anchura:
grosor:
9'3 cm
3'0 tm
0'3 cm
dimcns. orificios:
abertura para el talón:
longitud del e.pigón:
0 ' 7 x0' 3 cm
4'8 cm
1'7 cm
7.-Acicate de bronce, que hace pareja con el anterior, procedente del mismo departame.n to y capa. El
espigón también está suelto, faltándole la parte fmal.
Las medidas son:
217
[page-n-228]
R. PÉRBZ MÍNGUEZ
6
3 e: m.
9
8
218
Fig. 2
[page-n-229]
ACICATES JBtRICOS DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
longitud:
anchura:
groaor:
9'2 cm
dimcna. orificios:
3'0cm
0'3 cm
abertura para el talón:
longitud del capigón:
0'7x0'3 cm
5'3 cm
2'1 cm
D. LA ATALAYUELA (CHELVA,
VALENCIA)
Los próximos acicatea provienen del yacmuento
de la Atalayuela, situado en el término municipal de Chelva (Valencia) y cu yaa coordenadas son:
39° 40' - 39° 41' lat. N.
2° 36' - 2° 37' long. E.
D e d ificil acceso, se ubica en la cima del monte
Ayalayuela. Visitado por clandestinos que han dejado
buellaa de excavaciones fraudulentas.
Es un asentamiento con evidencias cerámicas de
la Edad del Bronce, 1 Edad del Hierro, Época Ibérica
y Romana Republicana e Imperial.
Hay restos de muros y habitaciones; se ha hallado
cerámica estampillada, a torno, ibérica y romana.
También han aparecido ffbolas del tipo Aucissa.
Pudiera tratarse, en lo que a Época Romana se re·
fiere, de un asenta.m iento de tipo militar-defensivo,
que controlaba el paso de las tierras de Aragón a la
Plana de Utiel. De hecho, este yacimiento está muy
próximo al antiguo camino de Utiel a Cbelva.
Los dos acicates, objeto del estuclio, se encuentran
en colecciones particulares.
in~dito
8.-Este acicate tiene las ramas de bronce, bien
conservadas; el espigón está remachado y es de hierro,
habiéndose perdido pane de él por oxidación. Los orificios son circulares.
La parte próxima a los orificios sufre un ligero ensanchamiento.
Las medidas son:
longitud:
anchura:
grosor:
10'3 em diállletro de los orificios:
0'7 cm abertura para el talón:
0'3~'4 cm
longitud del espigón:
0'7-0'9 cm
10'8 cm
grosor:
0'3·0'+ cm
dimcns. orificiO$:
abertura para el talón:
longitud del espigón:
Del análisis del material estudiado se desprende l a
existencia, tipológicamente hablando, de tres tipos de
acicates:
Tipo 1: El de ancha plancha de bronce o hierro
con las variantes siguientes:
a: Con orificios en la propia plancha.
b: Con resaltes a modo de aaas.
Tipo D : El de ramas, también de hierro o de bronce, con orificios en los extremos de ambas.
Ambos corresponden al Tipo 1 de Cuadr ado
(CuAoRADO, 1979) desdobl1,1.do aquí por las particulares
y distintas características que obligan a su diferenciación.
Tipo Ill: Corresponde al 11 de Cuadrado, únicamente conocido en El Cigarralejo, hasta el momento.
IV. CONCLUSIONES
Nos encontramos ante un objeto singular que nos
proporciona inestimables datos para conocer la avanzada tecnología tanto en la factura del bronce como en
la del hierro y la introducción de un elemento como
es el arte del diseño y su evolución, que nos sugiere,
a través de la cronología ap licada a los acicates estudiados, una evolución desde los tipos más antiguos de La
Bastida, basta los más refinados del Tossal de Sant M.iquel o de La Atalayuela ya rozando la Romanización.
Al mismo tiempo nos hablan de un complemento
para una de las actividades más caras dentro del mundo ibérico, la hípica, de donde el gran aprecio al cabaUo, no como animal de carga sino como un animal de
lujo y de ostentación, tal como se representa en los va·
sos de Ll(ria.
0'3 cm
V. BIBLIOGRAFÍA
6'1 cm
0'3 cm
BALU!STEil
9.-Todo el acicate es de bronce. La rama está
fragmentada en la unión con el espigón; se ha perdido
parte de él, teniendo dos acanaladuras que lo rodean.
Los orificios son rectangulares.
Las medidas son:
longitud:
anchura:
III. TIPOLOGÍA
O'+x0'2 cm
6' 4 cm
0'5 cm
Cronológicamente los podríamos situar entre el si·
glo en y 11 a. de C.
ToRMO, l. et aJii (1954): Orrpus Vasorum HispafiiJrUm. Cmímúa tkJ Cerro d8 San Miguñ d8 Liritl.
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219
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R. PáREz MÍNGUEZ
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Hispti.tri&o, 9, Madrid.
Qu~
[page-n-231]
Emeterio CuADRADo•
DOS NUEVOS VASOS RITUALES DE BRONCE
DE «EL CIGARRALEJO,,
Una tumba de las excavaciones de 1983, la n.0 247,
aporta extraordinarios materiales metálicos que permiten ampliar el estudio de los vasos de bronce hasta ah.ora encontrados en esta necrópolis ibérica murciana.
Se trata de la tumba de un guerrero de categoría,
con armas de hierro de gran calidad, en tre las que destacan las armas corrientes (falcata, lanza, manilla de
escudo) y un casco especial de ceñir a la cabeza con
guardanuca, publicado en el Homenaje al Prof. Schule
de la Universidad de Friburgo.
Pero además también contenía dos vasos de bronce, destruidísimos, y una sftula del mismo metal (también a punto de publicarse en eJ Homenaje aJ P rof.
Maluquer de Motes).
Los citados vasos de br once son un cuenco y un
vaso ritual de los llamados •de asas de manos», de los
que publicamos un repertorio b astante completo en
1966'.
El cuenco es un recipiente poco p rofundo y circular, de fondo plano y borde regrosado con un cordón
fmo. El diámetro es de 24 cm. y la profundidad de 5'3
cm. (fig. 1, 3).
• Cl. Alcali, 108. 28009 Madrid.
El recipiente con asas de manos (fig. 1, 1) tiene
entre 26 y 27 cm. de diámetro: borde formado por
un doblez de chapa del cuerpo que forma una superficie plana de 2'6 cm. de anchura y 0'4 de grosor. El
doblez por el exterior tiene 1'4 cm. de ancho, de modo
que queda por dentro una pestaña de 0'4 cm. de saliente.
El soporte de las dos asas está formado por
un cuerpo macizo, plano por dentro y curvo por
el exterior terminado en sendas manos de cinco dedos de igual longitud a excepción del pulgar, que
es aguzado. La longitud de estas manos e11 de 8
cm. Entre mano y cuerpo un anillo con rebajes en
los extremos, junto a las manos, sirve para soportar
y permitir el giro de las asas. El soporte (dos opuestos) se une aJ cuerpo del vaso por tres remacheB:
uno en el centro y dos en los dorsos de las m.anos,
que sobresalen por dentro. El total de su longitud
es de 33' 8 cm.
Las asas son de varillas de sección circular o cuadrada, de 0'6 cm. de diámetro 6 0 ' 5 cm. de lado del
cuadrado. Son de las llamadas «de omega. con los extremos en forma de bellota, de 4'4 cm. de longitud. La
parte qu e gira dentro de las anillas es siempre de sección cir cular y el resto cuadrado o circular.
221
[page-n-232]
E. CUADRADO
-.
o
222
[page-n-233]
VASOS RITUALES DE BRONCE DEL CIGARRALEJO
El fondo plano del vaso se une al borde por una
zona curva de la chapa, y se obtiene una profundidad
aproximada de 4'7 ci;D.
E l cuenco no tiene nada de particular en la forma,
pero el vaso ritual es una pieza análoga a la de la tumba n.0 57, ya publicada'. Comparando ambas piezas
podemos considerarlas idénticas, y por tanto estimarla
como perteneciente al tipo 2 o ibérico de nuestra tipologra. Posiblemente ambas piezas son de la misma procedencia.
Como en otros muchos casos, la pieza de la T. 478,
se acompaña en el ajuar de la s{tula ya mencionada,
por lo que el destino de ambas piezas nos afll1Da en
el oficio de una ablución ritual, o de una Libación sagrada.
La datación de los vasos es la de la T. 57, puestodos los demás elementos del ajuar tiene la misma datación, es decir, fines del siglo V, o siglo IV antes de
Cristo.
Salvador Rovira ha realizado ensayos de espectrometl'{a por fluorescencia de rayos X de la superficie.
Los resultados para las tres piezas, expresados como
tanto por ciento de su peso, son los siguientes:
T.
87
m
Ft
0'1~8
0'671
+78 O'SlS
m o·2os
m 0'371
H8 0'370
m 0'229
t78 0'290
m 0'879
m 0'319
Ni
0'067
0'322
o·.a
0'139
0'271
o·1s9
0'077
O'l5i
0'154
Cu
81'65
83'20
57'08
91'75
89'71
89
88'~
Zn
-
87'75 S7'H 87'39 -
As Ag
0'218
0'053
0'04.1
0'100 9'00+
0'100 0'009
0'006
0'100 0
'00+
0'088
0'003
0'006
Su Sb
8'275 0'339
1~'84 0'281
12'85 0'248
7 0'015
'41
9'697 0'013
10'17 0'033
10'96 0'014
9'522 0'020
10'85 O'OH
10'63 0'0~3
Au
-
-
Pb
9'128 8
0'503 B
29'18 B
0'017 A
0'022 A
0'043 A
1'323 B
0'630 B
1'373 B
La cantidad de estaño tanto en el braserillo como
en el cuen co, es de alrededor de 10, mientras que de
plomo en el borde es de 0 16 a 1'37. En cuanto al arsénico, el cuenco tiene de 0'2 a 0'4. El cobre var{a de 87
a 89. El material ha perdido casi totalmente el metal
puro, y queda casi exclusivamente el óxido.
La fabricación de los objetos se ha hecho con una
chapa o palaatre, acabando las partes planas (laterales
y fondo) con un trabajo de martillo. Los bordes de
los braaerillos también se rematan con un doblado a
martillo, y las piezas de soporte de las asas son fundidas.
Hay que observar principalmente las cantidades
de plomo, estaño y antimonio para sacar conclusiones.
En nuestro caso, se acumula el plomo en los bordes y
piezas fundidas (asas y bordes) y lo mismo ocurre con
el estaño, en cambio el cobre sigue siendo el de mayor
porcentaje.
En cuanto a la semejanza de los dos braserillos, es
tal que pueden suponerse del mismo taller, y empieza
por sus dime.nsiones. El análisis da también caracterlsticas parecidas, por lo que la pieza hay que fecharla en
la misma e}Soca que la del braserillo de la tumba 57,
del 410 al 375 antes de Cristo.
Las razones que expusimos al describir la tumba
57 se repiten ahora. El ajuar va acompañado por una
sítula de bronce, para verter líquidos en algún ritual,
pero con un ajuar de guerrero importante. Pensamos
en un guerrero con elevada clase y un nivel, en la sociedad de su tiempo, de tipo sacerdotal.
NOTAS
• E. CuAOa..oo: •Repertorio de los recipiClltes rituales merá.licos con 'asas de manos' d e la Península Ibérica». 'na.h,Yos tk PrelústotÍ4, XXI, Madrid, 1966.
a E. CUAI>IWlO: •Una in teresaJlte tumba ibérica•. Ardtivq tk
Prthiswi4 LtoanJiNJ, . , Valencia, 1952, pág. tl7.
m
E. Cw.oat.oo: La n«rdpolis iblri«A tk El Ci¡arrakjo. Madrid, 1987.
223
[page-n-234]
[page-n-235]
Lorenzo ABAD
C ASAL*
,
TERRACOTAS IBERICAS DEL CASTILLO DE GUARDAMAR
1. DESCRIPCIÓN DE LA
EXCAVACIÓN
Entre los días 2 y 7 de septiembre de 1981, y al
tiempo que comellZaban las excavaciones en El Oral,
un equipo codirigido por Manuel Bendala y por quien
esto suscribe, y compuesto por Miguel Ángel Elvira y
Gloria Mora, de la Universidad Complutense, Socorro
Viada, María Luisa Ramos y José Ignacio Pellón, de
la Universidad Autónoma de Madrid, y M.• Dolores
Sánchez de Prado, de la de Alicante, llevó a cabo varios
sondeos arqueol6gicos en la parte suroccidental de la
meseta superior del Castillo de Guardamar (fi g. 1) y
una exploración de la ladera correspondiente; en esta
última intervinieron también otros alumnos de la Universidad de Alicante.
El planteamiento de la excavación estuvo motivado por el hallazgo en esta parte del caatillo de variaa
terracotas ibéricas en forma de cabeza femenina, que
pudimos conocer a través de Antonio Garda Menárguez y Manuel de Gea Calatayud, miembros del Gru• Dpto. de Prehistoria y Arqueología, Univenidad de Ali·
cante.
po Arqueológico de Rojales y alumnos de Historia de
la Universjdad de Alicante. El estudio preliminar del
terreno nos proporcionó cerámica muy variada, desde
época ibérica hasta el siglo XIX, lo que parecía presagiar la existencia de njvelcs bastante revueltos. Sabíamos además por los planos antiguos, y en concreto por
uno de 1757 que nos proporcionó el vecino de Guardamar D. José Garda Amorós, que en esta zona se hab(a
ubicado llD cuartel de caballería destruído como el resto del pueblo tras el terremoto de 1829. Sin embargo,
la existencia en este área de llDa superficie bastante llana, y los muchos restos cerámicos visibles en superficie,
nos decidió a realizar unos sondeos arqueo16gicos con
la intención de reco11ocer el posible lugar de procedencia de las terracotas y comprobar si merecerla la pena
planear, con este objetivo, una campaña de excavación.
más larga y ambiciosa.
Para ello se despejó un sector de doce por ocho
metros j unto al borde suroccidental de la muralla, en
el que se trazaron seis cuadros de cuatro por cuatro
metros (Al, A2, Bl, B2, Cl y C2), ruspuestos dos a dos
y subdividido cada uno en dos sectores, identificados
con las letras a y b (fig. 2). Se comenzó a excavar en
Alb, A2b, B1a, B2a y C1b, y muy pronto quedó con.s ta·
tado en todos ellos un nivel superficial de reJJeno mo-
225
[page-n-236]
L. ABAD CASAL
~·
,.-·--~ !
!
1
226
•
- ·- --r
[page-n-237]
TERRACOTAS lBÉRlCAS DEL CASTILLO DE GUARDAMAR
derno, con numerosos fragmentos cerámicos antiguos
y modernos.
En Alb se detectó un muro de mampostería recibida con cal, que correspondía a un nivel 1 con una gran
mezcolanza cerámica, desde la helenística de barniz
negro hasta la del siglo xxx, junto con un sextercio de
Alejandro Severo datado entre los años 231 y 235 1•
Bajo este nivel apareció ya la roca.
A2b nos proporcionó por debajo del nivel superficial una amplia capa de cal que buzaba en dirección
oeste. Correspondía a la bóveda de una cisterna, parcialmente rota, que se continuaba en B2a. D. José Garda Amorós nos informó de que esta zona era conocida
años atrás como «campo de las cisternas», y que entonces aún era posible descender a ellas, que se encontraban parcialmente colmatadas, hasta que el propietario
del terreno decidió taparlas para evitar un accidente.
Por un resquicio abierto en la parte de ]a b6veda descubierta en este cuadro se pudo comprobar que aún hoy
la cisterna se encuentra colmatada sólo en parte.
B2a: por debajo del nivel superficial característico
apareció el nivel 1, con muchos restos de cal y piedra,
que cubría la bóveda de la cisterna observada en A2b.
Bla y Cla: niveles superficial y 1 y, por debajo, la
roca. En Bla, vestigios de un muro muy destruído.
Parece evidente, por tanto, que los estratos antiguos habían sido barridos muchos años atrás, ya que
sobre la roca virgen se asentaban niveles de relleno moderno con materiales muy revueltos. Donde no se encuentra la roca virgen tropezamos con la bóveda de los
aljibes, que deben estar reconados en la propia roca.
El resultado arqueológico fue, por tanto, completamente nulo.
Para completar la excavación, realizamos un pequeño sondeo de uno por dos metros en la ladera inmediata, de forma perpendicular a la muralla. El material
arqueológico aparece también revuelto, en una capa
superficial de unos 20-30 cm, y desaparece a medida
que se profundiza, hasta llegar a ser totalmente estéril.
Parece evidente, por tanto, que, al menos en este área,
el material arqueológico exist ente en ]a ladera (cerámica ibérica y un fragmento de pebetero) proviene de la
meseta superior y se ha depositado por encima de la
superficie antigua. De ello hay que deducir que su remoción se ha producido en una fecha no muy lejana,
probablemente en relación con la construcción de los
aljibes y del cuartel conocido en el siglo xvm.
Se prospectaron asimismo las laderas del castillo, recogiendo numerosos fragmentos de pebeteros y cerámica diversa, desde la época ibérica a la contemporánea.
2. MATERIALES
No es nuestra intención realizar aquf un estudio
exhaustivo de la cerámica, ya que se encuentra bastan-
te fragmentada y resulta muy poco significativa para
el objeto que pretendemos. Ademú, cualquier in tento
de estudio de conjunto del yacimiento quedarfa minusvalorado de inmediato por las nuevas excavaciones realizadas en los últimos años por la Escuela-Taller de
Guardamar. Por todo ello, nos limitaremos a proporcionar un registro esquemático y una tabla indicativa
de los tipos y del número de ejemplares encontrados en
cada uno de los cortes; para estos efectos sólo se han
contabiUzado los fragmentos que presentaban forma o
decoración; únicamente en el caso de los pebeteros se
han tenido en cuenta todos los fragmentos. Llama la
atención la ausencia de cerámicas altomedievales, ya ·
que, salvo alguna excepción, se pasa directa.m ente de
la tardorromana a la bajomedieval.
La cerámica encontrada en los distintos cortes y
niveles es la siguiente:
Alb: Superficial: romana, medieval lisa, medieval
pintada, verde-morado de Paterna, reflejo metálico y
azul. Nivel 1: ibérica común y geométrica; un fragmento de pebetero; romana de borde ahumado, com6n, lucerna de canal abieno; pintada de los ss. xn.
xm, verde morado de Paterna y otras del siglo xrv.
A2b: Superficial; Estampilladas de los siglos xnxw, pintadas del siglo xn1, verde-morado de Paterna,
vidriadas de los siglos xm.xrv; peinadas del siglo XIV,
azul de Paterna, reflejo metálico y azul, azul italiano.
Moderna: bacln siglo xv1 y varios, siglos xvm-XIX.
Bla: Superficial: asa de barniz negro, ibérica pintada y común, siglos xn-x:rv. Nivell: ibérica común y
pintada, romana.
B2a: ibéricas y romanas comunes, medievales árabes pintadas (ss. xn-xJV); fraglDento de una pulsera de
vidrio. Paterna de los siglos xu1 y x1v, marmitas, fondos y recipientes varios de los siglos x1v y xv; azul de
Paterna, reflejo metálico, azul italiano del siglo xvt,
esmaltadas del siglo xvm; Biar, siglo XIX.
Cla: Superficial: ibéricas pintadas, marmitu medievales, reflejo metálico del siglo xv; Biar, siglo XIX.
Clb: Superficial: ibérica pintada, peinadu, pintadu e
impresu de los siglos xu.xm; altomedievales, marmitas, arcaduces, candiles y lebrillos del siglo XIV. Azul de Paterna y
reflejo metálico de los siglos XIV, xv y XIXj comunes y esmaltadas de los siglos xv.xvm.
Zl (Zanja en la ladera): Fragmento de pebetero, cerámica ib~rica pintada.
Laderas: cerámicas de barniza negro, ib~ricas variadas:
comunes, pintadas, ánforu; romanu de paredes finas, borde
ahumado, sigillatas y lucernas; peinadas tardorromanas o altomedievales; comunes y pintadas de los siglos x.xm; azul
de Paterna y siglos XIv.xv; reflejo metálico, siglo xv y grandes recipientes siglos XIV·XVl .
Del cotejo de todos estos datos no son muchu las conclusiones que pueden obtenerse. En el nivel superficial apareció
cerámica de barniz negro, ibérica, romana, medieval y moderna, alcanzando hasta el siglo xrx, sin que pueda est:imar227
[page-n-238]
L . ABAD CASAL
Tipo
Ro m
6-U
o
2
1
8
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
13
1
2
0,93
15
o
42
6,98
o
19,53
o
19
o
o
o
o
o
1
1
lbcr
Terr
o
U-14
12-13
JH5
15-16
17-20
Total
1
18
Cort
A.2BS
o
o
o
BlAS
1
BlAt
o
o
o
o
A
lBS
AJBt
B2AS
ClAS
ClBS
19
o
8
6
3
5
1
Z1
o
8
Subtot
1
50
Sub%
0,~6
Z3,26
LD-B
LD-I
LD-C
LD-M
Subtot
Sub 1o
Total
Tot %
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
93
1
43
o
o
o
o
93
32,18
143
0,20
o
o
28,37
143
o
3
1
o
o
o
o
~9.~8
19
6,57
145
28,11
34
6,75
6
6
2
2
o
0,20
9
o
10
o
3
3
o
o
o
26
18
7
1
4
3
o
o
o
o
14
o
o
5
1
1
9
7
5
o
o
27
12,56
o
o
o
o
o
o
o
28
28
9,69
o
o
o
o
o
o
4
4
1,38
1
1
10
13,89
48
9,52
31
6,15
o
19
8,8~
0,35
20
3,97
8,37
18,60
12,10
8,38
3,25
20,46
3,72
20,94
40
o
o
48
22,32
se significativo, dada la pequeñez de los sondeo realizados y la proximidad de Jos mismos, el hecho de que en
uno de ellos sólo aparecieran materiales medievales y
modernos (A2b). La zanja de la ladera, asimismo de
pequeñas dimensiones, proporcionó cerámicas de barnjz negro, ibéricas -incluyendo un trozo de
pebetero- y romanas, entre ellas algunos fragmentos
de lucernas. Este hecho podrfa tomarse como indicio
de una mayor antigüedad de los depósitos de la ladera
con respecto al nivel superficial de la meseta del castillo, pero no es algo constatado, ya que por la superficie
de la ladera, en una prospección superficial, se t:ecogieron también numerosos fragmentos de cerámica ibérica, romana y medieval.
En cl cuadro 1 puede observarse cómo los porcentajes de cerámica varían entre lo encontrado en la parte superio.r y las laderas. En el primer caso, la i~rica
resulta la más abundante, seguida por la de los siglos xu-.xv, en tanto que en la ladera el dominio de la
cerámica ibérica se hace abrumador, seguida ya muy
de lejos por la de los siglos XU·Xlll y por la romana'.
De ello no pueden obtenerse conclusiones fll'IDe.s, pero
resulta significativo si tenemos en cuenta que la casi totalidad de los fragmentos de terracota -excepto uno
de los ejemplares en contrados durante las
excavaciones- aparecieron en la ladera, precisamente
donde el predominio de la cerámica ib~rica se hace
abrumador.
228
o
2
o
1
4
u
o
0,35
3
6
16
11
5,12
o
o
o
o
o
o
u
~4
8
45
~,18
9
215
100,00
100,00
6,57
81,67
0,00
11,76
100,00
100,00
19
236
o
34
289
504
2,18
100,00
168
118
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6-11 12-U ll-14 14- IS 15-H, 17-21
3. LAS TERRACOTAS
3.1. GENERALIDADES
En los sondeos se recuperaron sólo dos fragmentos
de pebeteros, uno en el corte Alb y otro en la zanja
de la ladera (Zl), mientras que en las prospecciones de
la propia ladera, tanto en las realizadas por nosotros
mismos como en las que llevó a cabo el Grupo Arqueológico de Rojales, se recogieron 145 fragmentos, un total algo superior al de las cerámicas ibéricas con forma
[page-n-239]
TEJUtACOTAS lBtRICAS DEL CASTILLO DE CUARDAMAR.
o decoración recuperadas durante nuestras excavacione. y prospecciones en las laderas (143).
Estas cantidades no son absolutamente parangonable&, porque incluyen todos los fragmentos de pebeteros y sólo los trozos cerámicos que presentan forma
o decoración, pero incluso si exluímos aquellos fragmentos de pebeteros que no tienen forma identificable
-16 ejemplares-, su número -129- resulta altamente ejemplificador; constituyen un 47,43% del conjunto de materiales ibéricos y un 26,43% del total de
los recuperados durante nuestros trabajos. Son cifras
que permiten atestiguar que la relación entre los pebeteros y el resto de las cerámicas resulta bastante favorable a los primeros, y constatar la ausencia casi absoluta
de otros materiales que podríamos considerar propios
de necrópolis: hierros, vasos de barniz negro, etc.; no
parece, por tanto, que los pebeteros procedan de un establecimiento de este tipo.
Durante nuestros trabajos no apareció ninguna
pieza completa; las dos que se reproducen (fig. 4 y
fig. 5, n.0 1) se encontraron en prospecciones anteriores realizadas por los miembros del Grupo Arqueológico de Rojales y se conservan actualmente, al igual que
la mayoría de las piezas, en el Museo Arqueológico de
Guardamar; las procedentes de nuestras excavaciones
están depositadas en el Museo Arqueológico Provincial
de Alicante.
El total de los fragmentos conocidos en el momento de realizar nuestro trabajo -1981- era, como ya se
ha indicado, de 145, número que se habrá incrementado con los trabajos de prospección y excavación realizados en los llltimos años, incluyendo una nueva pieza
casi completa. Los que entonces conocíamos se agrupaban de la siguiente manera:
1. Fragmentos no adscribibles a ningún tipo concreto (105 ejemplares):
16 sin decoración ni forma reconocibles.
36 con forma, pero irreconocibles.
10 de bordes superiores con parte del «platito quemadot».
39 de bordes superiores indeterminados.
4 de bordes inferiores.
2. Piezas completas y fragmentos adjudicables a
diversas formas y tipos (2 y 36 ejemplares, respectivamente):
1 al tipo A de A.M. Muñoz.
7 al tipo B de A.M. Muñoz.
30 a Jos tipos que podemos denominar propios de
Guardamar (cf. irifra).
3.2. LAS TERRACOTAS DE TIPO
«GUARDAMAR»
La publicación de la excavación se ha ido demorando por lo pobre de sus resultados -sólo dos de los
mis de cien pebeteros fueron encontrados en excavación, y en lugares de nula confianza estratigráfica-,
y en segundo lugar porque La reanudación de los trabajos, a cargo de la Escuela Taller de Guardamar y de
A. Garda Menárguez, hada prever la obtención de datos que permitieran explicar mejor el conjunto de terracotas y su entorno'. No obstante, las breves noticias que en au día dimos en algunos trabajos (Aa.u>,
1985; 1986: 152; 1987: 157 ss, espe.cialmente 163 ss)
han despertado la atención de varios estudiosos de estas representaciones y de la iconografla antigua, que
se han referido a eUas en diversas ocasiones, al tiempo
que nos solicitaban datos y precisiones en torno a su
lugar de aparición y contexto arqueológico.
Por todo ello, quiero aprovechar la ocasión que me
brinda el Homenaje a quien fue un maestro y amigo
entrañable como Enrique Pla para exponer con más
detalle los resultados principales de aquella breve campaña y arropar estas terracotas hasta ahora descontcxtualizadas, así como plasmar por escrito las observaciones que sobre estas figuras realizamos en su
momento•. No es ahora nuestra intención, sin embargo, ni realizar un estudio sobre las terracotas antiguas
ni publicar de forma exhaustiva el conjunto de terracotas de Guardamar.
Entre los 30 ejemplares atribuíbles al tipo •Guardamar» pueden individualizarse varios grupos:
1. Grupo al que corresponden varios fragmentos y
dos ejemplares casi completos. Poseen un rostro de forma aproximadamente circular, con rasgos en general
bastante difuminados; la nariz es triangular, prominente y recta; el mentón, corto y saliente; la boca está
formada por dos labios paralelos que no Uegan a unirse
en la comisura y los ojos por dos ligeros rebundimientos que apenas llegan a representarse plásticamente. El
rostro descansa sobre un fuerte cuello, cuyo Hrnite inferior viene determinado por el borde del vestido, en ocasiones recto y en ocasiones en forma de v. El pelo se
representa mediante una especie de casquete que cae
a los lados de la frente en dos aladares que cubrir{an
Jos parietales e irían a recogerse a la nuca; de ellos cuelgan sendos mechones torsos que delimitan el cuello y
Uegan basta el borde del vestido. Sobre el pelo, un pequeño disco central flanqueado por dos palomas muy
estilizadas. Una simple estría o un baquetón constituye
la solución de continuidad con un M.IIJtlw de forma cilíndrica.
De los dos pebeteros conservados casi completamente, uno es más alargado (fig. 3; lám. 1, A) con los
rasgos muy difuminados y un relieve poco acusado,
pero conserva completa la tapa superior -lo que tradicionalmente se ha venido considerando el •platillo• del
quemador-, sin que existan en a orificios ni restos de
combustión de ningún tipo. La otra figura, muy similar a ~sta (fig. 4; lám. l, B), es de menor altura y de
diámetro más alto, aunque dentro de las características
229
[page-n-240]
L. ABAD CASAL
O....___...__.. 3 cm
Fit. 3.- 1Jmuo/4 tÚ ID ltJámz. Grupo 1
O.__...___,.___, 3c m
230
[page-n-241]
TERRACOTAS IBÉRICAS DEL CASTILLO DE GUARDAMAR
generales propias del grupo (lám. II, A); conservaba
restos de pintura color castaño en el frontal del kálatlws.
Ambos pebeteros proceden de matrices diferentes,
pero responden al mismo tipo. En él se incluyen también Ull tercer pebetero, s61o parcialmente conservado,
de dimensiones más pequeñas, pasta grisácea muy basta y rasgos apenas indicados (lám. U, B), y un fragmento encontrado en el nivel l del sondeo Alb, muy
rodado y dificil de identificar (fig. 5, n. 0 1), aunque
los vestigios que se observan en la cavidad del ojo lo
relacionan también con algunas del grupo que estudiamos a continuaci6n.
Estructuralmente, estas terracotas son un cilindro
hueco, con la base superior complet.a mente cerrada y
un orificio triangular abierto en la parte opuesta al rostro. El proceso de fabricación es bastante simple; sobre
una matriz con la parte figurada en negativo se aplic6
una placa de arcilla cuyos laterales se curvaron hacia
el interior hasta obtener una forma aproximadamente
cillndrica. La pieza resultante se cerró en su parte superior por medio de una capa de arcilla, del mismo
grosor que las paredes del recipiente, que se presionó
con los dedos contra los bordes interiores de éste, dando como resultado una especie de tapadera con la zona
central a una altura algo inferior a la de los bordes. La
parte figurada aparece delimitada por una estrfa o un
baquetón, que reflejan los bordes superior e inferior de
la matriz original.
2. Grupo formado por piezas no muy diferentes de
las del anterior, pero que presentan como rasgo más
significativo unas lfneas generales mejor definidas y,
sobre todo, una representación más realista del ojo,
que muestra ahora el párpado superior en forma de un
reborde que se curva basta alcanzar el lacrimal (fig. 5,
n.o 2; láms. ll, C y III). El globo ocular queda bastante visible, y en so centro se abre un amplio rehuodimiento, totalmente descubierto, que conforma la pupila. La nariz es algo menos triangular que en las piezas
anteriores, los labios siguen siendo dos resaltes paralelos, que no se unen en las comisuras, y sobre la frente
se aprecia el grueso y característico reborde del pelo,
d~de cuyo punto central surgen sendas líneas oblicuas, en dirección a los ángulos exteriores de los ojos,
que deben corresponder a dos crcnchas que no existen
en el grupo anterior. Hay también algunos fragmentos
con ojos de otro tipo, con rebordes que indican los párpados superior e inferior y sin indicación rehundida
para la pupila (lám. ill)
3. Otros fragmentos de rostros se encuentran a
medio camino entre los de los grupos anteriores. Los
caracteres generales son los mismos del grupo 1 (.nariz
y boca), pero presentan las crenchas del grupo anterior, que llegan a cubrir la oreja y se encuentran ahora
delimitadas por un reborde a modo de cordón (fig. 5,
n.o 3; lám. IV, A); éste no es otra cosa que el resultado de las incisiones que en la matriz delimitaron las
distintas partes del rostro, con lo que quizás se intentó
suplir la flllta de modelado. El mismo reborde contornea la mata de pelo que alcanza el borde del vestido
y que está separada de la superior por un elemento intermedio, que en un caso arranca de un botón y en otro
termina en una especie de corazón; esta última podfa
interpretarse como un pendiente o adorno aunque,
examinado en su conjunto, parece que se trata de una
interpretación caligráfica y desprovista ya de sentido
de una forma real, la de la mata de pelo que cae a los
lados de la cabeza de los pebeteros que hemos denomi·
nado del grupo 1.
Varios fragmentos, entre ellos uno encontrado en
la zanja de la ladera (fig. 6; lám. IV, B), presentan aves
afrontadas bastante más realistas que las de las piezas
anteriores, aunque siempre dentro de un cierto esquematismo, y tres resaltes de forma aproximadamente semiesférica entre ellas. No pueden relacionarse con ninguno de los tipos anteriormente descritos, ya que, al
menos en los fragmentos que conocemos, no se COJlserva la unión con la parte principal de la figura.
3.3. LAS TERRACOTAS DE TIPO
ccGUARDAMAR»: ALGUNAS
OBSERVACIONES EN TORNO A SU
BIBLIOGRAFÍA Y PARALELOS
Cuando aparecieron las primeras ter.-racotas de
Guardam.ar, su tipo resultó bastante sorprendente, ya
que ni coincidfa con los identificados en su día por
A.M. Muñoz ni se asemejaba a los que exisúan en La
Albufereta y otros yacitnieotos conocidos. Tiempo después observamos que en el Museo de Alcoy se conservaban piezas similares a algunas de las de Guardamar,
por Jo que nos planteamos si no se trataría de un tipo
de figura de carácter «popular» correspondiente al
mundo ibérico y más extendida de lo que en un primer
momento habíamos supuesto. Sin embargo~ la contin.uación de los trabajos en el Castillo de Guardamar y
la previsible aparición de nuevas piezas completas nos
hizo desistir de nuestra primera intención de realizar
un estudio exhaustivo de estas piezas. A ello contribuyó también el conocimiento de que varios expertos en
terracotas y religiosidad ibéricas las tenían en estudio,
y que un alumno de la Universidad de Valencia, ].
Juan Molt6, preparab¡¡ 8U Memoria de Licenciatura
sobre las terracotas de Alcoy, incluyéndolas en un contexto más amplio que contemplaba también las de
Guardamar.
A los diez años de su descubrimiento, algunas de
las terracotas de Guardamar han sido incluidas ya en
los estudios de terracotas ibéricas y púnicas del Medí-
231
[page-n-242]
L. ABAD CASAL
,1
1
2
O.._____...____, 2 e m
3
O..____......___ _. 2 cm
Fig. 5.- N.•J: Fragmert/11 del sondto ,A.lh. Grupo l. N.• 2:
FragrMfllb de ÚJ ladera. Grupo 2. N. • 3: Fragmmms de ÚJ ladera. Grupo 3
232
[page-n-243]
TBRRACO'fAS IBÉRICAS DEL CASTILLO DE GUARDAMAR.
terráneo Occidental; los estudios de Marfa Jos6 Pena
y Marra Cruz Marfn, principalmente, han contribu!do
a su conocimiento y difusión. M.J. Pena las interpreta
como ~el Hmite de la imitación-degeneración del tipo
[pebeteros en forma de cabeza femen ina] en ambiente
indfgena; su característica má.s destacada es su sencillez y tosquedad... • (1988), en tanto que M.C. Marín
considera que •tuvo que haber un cierto número de talleres en la propia Península(...) y parece evidente que
hubo también talle.res indígenas de imitación•; hace
ver que estas imitacione.s locales aparecen con frecuencia en las laderas de pequeñas elevaciones, sin restos
constructivos aparentes, que debieron ser santuarios
(MAR!N, 1987: 52 y 73). J. Juan Moltó, por su parte,
y tras desarrollar algunos de los argumentos que en su
momento expusimos, relaciona las terracotas de Guardamar con los tipos I, ll y liT de su grupo Vm de La
Serreta de Alcoy (1987-88: 314 ss, lárns. Vll-Vm;
1990: 139 ss; cf. ABAD, 1987: 164). En efecto, entre
ellos existe una similitud bastante considerable, simili·
rud que se acrecienta por la aparición, tanto en Guardamar como en Alcoy, de algunos fragmentos con un
aire más «helenfstico• -grupo V de Alcoy- que los
demás, plasmados, por ejemplo, en la perforación de
los orificios nasales en el caso de Guardamar, aunque
lo conservado no sea suficiente como para poder estu·
diar el resto del rostro.
En los últimos años, figuras de este tipo se han encontrado también en otros lugares; as{ por ejemplo en
los niveles ibéricos bajo la basOica tardorromana de La
Alcudia de Elche, y en un ambiente de los siglos n-1
a.C., encontramos un fragmento de uno de estos pebeteros, correspondiente a un rostro de nuestro gru·
po 2'; resulta significativo que lo único conservado
sea precisamente el fragmento del ro11tro, que parece
haber sido recortado del conjunto de la figura, lo que
nos hace preguntarnos si estas caras no pudieron llegar
a tener en sí mismas, y en determinadas ocasiones, un
sentido religioso o votivo propio, similar al de la pieza
completa; no hay que olvidar que en este mismo momento los rostros femeninos de frente son bastante frecuentes en la cerámica de Elche; su propuesta asocia·
ción con Tanit permitirla validar la hipótesis de que
también. buena parte de estos pebeteros sean repr~sen
taciones de Tanit o, mejor dicho, de la diosa indígena
asimilada a ella.
Hace pocos años tuvo lugar el descubrimiento de
un nuevo santuario ibérico en las inmediaciones del
poblado de Coimbra del Barranco Ancho, en J umilla
(Murcia). Aquí se identificaron también un conjunto
de terracotas que incluye, junto a algunas de los ti·
pos A y B de A.M . Muñoz, otras similares a las de
Guardamar; concretamente el grupo I de García
Cano, Iniesta y Page (en prensa; cf. MowNA, 1991:
154 ss, fig. 59) recuerda a algunas de nuestras figuras
del grupo 2, como también la aparición de múcaras
OL - - L - - - ' 2 cm
Fig. 6. - Fragmenlll t:úl tontko ZJ (laáera)
de rasgos más helenfsticos; no obstante, la mayor parte
de las terracotas de Jumilla presentan un mejor acabado que las de Guardamar, con una mejor plasmaci6n
de los rasgos básicos del rostro (cejas, ojos, nariz, pelo,
ment6n), por lo que parece que nos encontramos ante
otra producción local, que abasteció casi exclusivamen·
te a este santuario en un momento que puede datarse
entre los siglos rv y u a.C.
4. CONCLUSIONES
El conjunto de terracotas del Castillo de Gua.r da·
mar se incluye en un grupo de monumentos similares
que abarca, en lo que sabemos, la antigua Contestanía, con una prolongación hacia eJ este Oumilla) en
una zona estrechamente relacionada con ella, como
hemos expuesto en otra ocasión (ABAD, 1988, en
prensa). Es propia de santuarios, como se atestigua
en Alcoy y Jumilla, y como muy posiblemente es también el caso de Guardamar. Ya en su momento indicamos que1 por la distribuci6n de las terracotas y
por los materiales a los que se encontraban asociadas,
el yacimiento de Guardamar parec{a corresponder a
un santuario más que a una necr6poJis, aunque podía
esperarse que, a la manera del de La Se.rreta de Al·
coy, existiera tambi6n un poblado en sus proximidades (Aw>, 1985; 1986: 152). Las recientes investigaciones, tanto en el propio yacimiento como en otros
similares (La Serreta, Coimbra) parecen confirmar
nuestra idea.
233
[page-n-244]
L. ABAD CASAL
. En cu~to a las terracotas, se trata de un tipo muy
sunple, atestiguado en varios yacimientos de la Contestania y en su prolongación occidental; en un mismo yacimiento se detecta la existencia de varias matrices,
que no se atestiguan en los demás, por lo que supone~os que deben tratarse de producciones locales; es poSJble que las matrices originales procedieran de un solo
lugar o, más bien. que la difusión se haya hecho a partir de los propios pebeteros, que se han transformado
en moldes para obtener a su vez nuevas matrices. De
todas formas, tan sólo un detenido estudio de todas las
~erracotas conocidas en los diferentes yacimientos, que
mcluya también análisis de pastas, podrá. darnos precisiones al respecto.
En cuanto a la cronología, resulta muy dificil proponer una datación concreta, ya que la mayor parte de
los testimonios corresponde a piezas descontextualizadas; no obstante, casi todas ellas encajan en ambientes
de los siglos m.n a.C.; es la fecha a la que apuntan la
mayor parte de la cerámica ibérica de Guardamar, los
materiales del edificio subyacente a la basflica de Dici,
los nuevos estudios de La Serreta de Alcoy y el santuario de Coimbra.
Resulta tentador, aunque problemático, intentar
establecer una evolución tipológica de nuestras terracotas. De existir, tendríamos que partir de los tipos
más desarrollados -nuestro grupo 2-, del que se derivarían aquellos mb simples -grupo 1-, con muchos de sus rasgos fisionómicos ya perdidos, y fmalmente el grupo 3, cuyos componentes faciales están al
menos tan difuminados como los del anterior, pero en
los que la disolución formal ha avanzado considerablemente; el pelo llega a invadir la zona donde debería estar representado el ojo, y el propio pelo ha perdido ya
su función, convirtiéndose en algo meramente decorativo y ornamental. No obstante, este criterio evolutivo
tipológico debería ser contrastado con materiales convenientemente estratificados, ya que Jos diferentes grupos podrían corresponder también a desarrollos paralelos. Y no hay que olvidar que la presencia de restos de
pintura en al menos una de las piezas puede hacemos
sospechar que algunos elementos faciales hoy inexistentes - pensamos sobre todo en los ojos del grupo ! pudieron estar pintados, con lo cual el grado de sencillez y .esquematismo que hoy presentan estas figuras se
reduc~r{a bastante en su estado original.
N OTAS
' Sexte.rcio de Alejandro Severo. Peso J7,U gr.; módulo,
31,10 gr. Anvcno: busto del emperador a derecha, con corona de
laurel y hombros cubienos; leyenda lMP ALBXANDER PIVS
AVG. Reveno: figura femenina hacia la ixquierda, que lleva flore~
Cll uru m11.11o y « recoge el vutido con la otna; leyenda SPES
PVBLICA S C. Fec:ha: ~31-23~. Cf. RJC, IV, 2, 121, nóm. 6+8.
t • En la utilización. de los porcentajes de dittribuci6.n de l.
a
cerimaca en las laderu del caatillo hay que tener en cuenta que ae
234
P.rospectarOn ~i exclusivamente lu laderu oriental y meridional,
atn que ae tuvaeran en cuenta los depósitos de La occidental precisamente donde estuvo situada la población de ~poca modero~· un rastre? por etUl zona habría arrojado un mayor número de ~tos mú
rec¡entct, lo que no era .n uestro objetivo en aquellos momentos.
' Algunaa de cttae auposicioncs ya ae han cumplido, como la
coDJIAtaci6o de la cxirtencia de niveles ib&icos <:orrectamcnte cstratigrafiados en alguna.a partea del CuriUo.
. • Algunu de las obaervacionca que realisa.remos a eootinuaca6n ~o producto ~el trabajo conjunto del equipo de excava<:i6o
mencaonado al comaen~ del artfculo, y deben muc:ho e.pc<:ialmcnte
a Manuel Bc:ndala, qwen ca autor uimiamo dd dibujo de laa piczu
n:prcaentadas en lu fig.. 3, 4 y S (o.• 2 y 3); la n.•t de la lig. S
y la fig. 6 lo son de M .D. SA.nchez de Prado.
' Agradecemoa a R. Ramos el habernos mostrado ctta pieza
acm in~dita.
•
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ABAn
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T ERRACO!i\S IIIÉ. R! Ct\ S DL l C;\ STI LLO DE GUARDAMAR
235
[page-n-246]
L. ABAD CASAL
A
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Lóm. 11.-
236
A y B: Gmpo l. Ladtra. C: Grupo 2. Latkra
[page-n-247]
T ERRACOT
AS IB ~ RI CAS DEL CASTI LLO DE GUARDAM A R
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237
[page-n-248]
L. ABAD CASAL
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Lám. IV.- A. Grupo 3.
238
úz~ra.
IJ: 1-ragmmws uarios.
l~adero.
[page-n-249]
Francesc Gust r
J ENER *
NUEVAS PERSPECTIVAS EN EL CONOCIMIENTO ,DE LOS
,
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE EPOCA IBERICA
Según una leyenda nórdica marinera, cuando un
niño moría su alma se introducfa dentro de un árbol.
Po.r ello en los astilleros de Flandes al esculpir los mascarones de los barcos, la madera era cuidadosamente escogida y preparada, y la más apreciada para ello era la
de los árboles que tuvieran dentro el alma de un niño
muerto. 'Una vez colocado el mascarón de proa, el espíritu se convertía en protector del barco, prevenía los
naufragios, alejaba toda enfermedad y ayudaba a los
marineros.
(Leyenda del folklore flamenco)
PREÁMBULO
Al plantearnos la elaboración de este trabajo, lo
hemos realizado exactamente con el mismo espÚ'itu y
escrúpulos que nuestro buen amigo y colega,
J .L. Maya elaboró un tema semejante, y por tanto nos
• Se.rvci, d'fnvenigacio,N
Oiputació de CasteUó.
Arqueol~giqucs
i
Prchiet~riques,
hacemos partícipes de sus aseve.raciones y matizaciones
al respecto de la problemática que presentan los enterramientos infantiles (MAYA, 1986). Ello representa, a
su entender, y estamos totalme.n te de acuerdo, una labor arriesgada e ingrata a causa de la insuficiencia de
datos y a las bjpótesis y especulaciones acientfficas en
que uno se arriesga a caer, y también por la fácil d escalificación ajena y a la propia limitación de los resultados; pero a la vez es imprescindible penetrar en. tan peligroso terreno, si se pretende desde el punto de vista
del arqueólogo, dar consistencia y a la vez superar visiones superficiales a un marco histórico concreto.
El tema de por sf, presenta como ya hemos apuntado grandes lagunas de conocimiento y compre.n sión,
u.nas veces por causa de la metodología empleada, únicamente a nivel empmco-arqueol6gico, otras por falta
de documentación y a la marginación que han sufrido
a nivel bibliográfico los hallazgos referidos a los enterramientos infantiles; ausencia de publicaciones que
describan con el máximo de detalle las características
del descubrimiento funerario en vez de los hasta ahora
incompletos (en el mejor de los casos) informes explicativos paleoantropológicos y que por suerte en la actualidad empiezan a ser elaborados concienzudamente.
La segunda gran dificultad, estriba en la imposibilidad
239
[page-n-250]
F. GUSl 1 JENER
conceptual de abarcar en toda su complejidad una simbología religioso-funeraria, acompañada de una profunda ritualización de unos inaprensibles conceptos escatológicos basados en una visión de la muerte,
compleja y rica en mitogramas y sacralizaciones divinas. En una palabra, para el Hombre a lo largo de su
existencia, la vida, como diría M . Eliade, no ha dejado
nunca de ser una hierofanía histórica; de ahí la gran
dificultad de interpretar con nuestra moderna mentalidad, la dialéctica vida-muerte de unas sociedades desaparecidas, pero aún a pesar de todo ello, los intentos
prosiguen ...
INTRODUCCIÓN
No fue sino en el año 1965, cuando se dio la primera noticia de la presencia sistemática de enterramientos infantiles de inhumación en yacimientos de
época ibérica y cuya existencia presuponía un ritual establecido (TARRADBl.l., 1965). Ya anteriormente
en 1961, se publicaron los primeros datos de la presencia de inhumaciones de niños en unas viviendas de un
poblado laietano (BMllm, P ASCUAL, C Al!Aw, Rov(lt.A,
1961). Aun a pesar de que en yacimientos como La Serreta o El Thratrato, se babfa señalado con anterioridad la presencia de niños de corta edad enterrados en
viviendas, nadie les atribuyó importancia alguna como
rasgo distintivo funerario del mundo ibérico (T~
OELL, 1965: 175; PAAts, B.AaOAvru, 1926). También en
otro ambiente de tipo continental o indoeuropeo, en el
valle medio del Ebro, en el asentamiento «hallstáttico»
navarro de El Cerro de la Cruz, en Cortes, se habfa
constatado la presencia de inhumaciones semejantes
(MAt.UQtrt:R, I, 1954: 184; II, 1958: 79, 80, 143).
En r~alidad nadie había analizado en profundidad
y con detalle, las circunstancias de tales hallazgos, inclusive el significado último que pudieran representar
dichas inhumaciones.
Las campañas de excavaciones que se llevaron a
cabo en los años 1968 y 1969 en los yacimientos situados en el interior montañoso de Castellón, denominados La Escudilla y Los Cabañiles (GoSI, 1971), vinie-
ron a engrosar la escasa lista de yacimientos con
enterramientos infantiles pertenecientes al área de la
cultura ibérica, y a plantear las causas y orígenes probables de los mismos. U nos años más tarde, ya
en 1977, se ensayó un primer intento de sistematización, conjuntamente con una tipología de tales inhumaciones y su área geográfica de extensión en la Península (BP.I:I'RÁN, 1977).
A partir de este momento, los hallazgos han. ido
sucediéndose de manera paulatina en diversas regiones
del mundo ibérico, y como resultado de ello se ha podi·
do reunir en 1989 a un grupo de investigadores del
tema, a fin de que colaborasen conjuntamente en una
240
puesta al d(a en una importante recopilación de casi
toda la documentación existente sobre dicho tema, sistematizándose por vez primera en un trabajo monográfico colectivo, cuya virtud ha sido aglutinar a diversos
autores en un proyecto común de planteamientos diversos a n ivel metodológico y aunar los diferentes teóricos encaminados a plantear, siquiera parcialmente, la
compleja problemática que representa esta modalidad
funeraria-ritual entre los numerosos grupos sociales indfgenas ibéricos (GuSI m- AL, 1989).
La llegada de Las primeras influencias de la llamada «Nueva Arqueología~> a nuestro país durante los últimos años de la década de los 70, revitalizó el panora·
ma de la arqueología española, la cual se encontraba
anclada en unos presupuestos metodológicos teñidos de
un fuerte empirismo acrítico. La -renovación epistemo·
lógica originada, ha dado lugar a diversas controversias teóricas y ha abierto nuevas perspectivas en la investigación arqueológica en general.
En lo que respecta a nuestro tema, la aparición de
diversos estudios de investigación puntual referidos a
los rituales funerarios dentro de lo que ha venido a llamarse «Arqueología de la Muerte» y la emergencia de
la llamada Arqueología contextua!, cuyos presupuestos
se basan fundamentalmente en el significado y la función simbólica y sus causas ideológicas a la hora de establecer sus teorizaciones, han proporcionado nuevos
instrumentos de investigación que facilitan una aproximación a la comprensión de realidades sociales y religiosas hasta el momento no planteadas en la arqueología tradicional (CKAPMAN, KINNES, lV.:mSJIORc , 1981).
Sin embargo y en lo que a nuestro propósito concierne, el estado actu al de la investigación sobre los enterramientos infantiles dentro del contexto de la llamada Cultura ibérica, podemos aflOllar que inicia sus
primeros intentos a partir de la actual década. Todavía
falta por recopilar mayor información emp(rica y tambibl quizás, acumular ciertas experiencias metodol6gicas para poder interpretar los datos actualmente conocidos, a fin de intentar establecer unas bases
hipotéticas iniciales de trabajo, las cuales permitan formular las primeras teorizaciones respecto a los mecanismos que han dado lugar en una sociedad plural y
compleja como la ibérica, y a la vez establecer unos sistemas de enterramie.n tos diferenciadores según el status
de edad de los individuos, mediante ritos singulares y
en Jugares en un principio, no dedicados estrictamente
como. emplazamientos funerarios.
Sin duda alguna, la etnoarqueología y un profundo conocimiento de la dinámica religiosa de las sociedades p rimitivas, habrán de jugar un decisivo rol a la
hora de establecer una base de conocimiento y, desde
luego la etnograffa sacra! y tanática, podrá mostrar aspectos que muchas veces desde perspectivas únicamente arqueológicas se llegan a intuir muy vagamente. Por
supuesto que los arqueólogos escépticos negarán la po-
[page-n-251]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE ÉPOCA IBÉRICA
síbilidad de establecer un nexo de comprensión hacia
los componentes ideológicos y religiosos de cualquier
comunidad pre o proto-histórica, aducie.n do que, si dificil es comprender la cultura material de una •sociedad arqueol6gica¡o, todavía lo es más llegar a discernir
los presupuestos religioso-funerarios y sus p rácticas rituales. Ello no nos ha de importar bajo ningún aspecto,
la muerte se puede «socializar» y jerarquizar y ello no
es sino reflejo directo de la estructura misma de los vivos; la complejidad de conocimiento es la misma en
ambos casos; si alguien niega lo uno, deberá negar lo
opuesto y viceversa. Si el objetivo es conocer en lo posible el •mundo de los vivos» de una sociedad arqueológica, también podremos llegar a discernir su antítesis,
el «mundo de los muerto&».
Así pues, aunque por el momento existen escasos
datos cuantitativos y cualitativos referentes a la práctica de la inhumación infantil en el ámbito ibérico, no
s6lo en recintos (
recién nacidos en aquellas como costumbre funeraria
entre diversas poblaciones iberas (CUADRADO, 1987;
GRAciA, Murm.u, ~rr AL., 1989).
A nuestro modo de ver, el problema de la muerte
entre los seres humanos ha sido constante a lo largo de
cualquier cultura y periodo temporal. En el caso concreto del tratamiento funerario de los recién nacidos y
niños de corta edad, siempre se ha diferenciado con relación al sistema de enterramiento de los jóvenes y
adultos en general. Desde luego, no vamos a describir
en este trabajo todos los hallazgos, por otra parte numéricamente escasos, referidos a inhumaciones prehistóricas infantiles, ni a enumerar las distintas teorías
provenientes del campo de la Etnograffa, ni de la Antropología Cultural y ni mucho menos de la Ciencia de
las Religiones, sino únicamente pretendemos tratar el
tema de la constatación de la existencia de ciertos hallazgos funerarios de niños recién nacidos, fetos perinatales e incluso de criaturas de hasta medio año de vida,
enterrados de manera «singular» y pertenecientes a un
ámbito cultural determinado, el ibérico, y en una región geográficamente determinable, la franja oriental
mediterránea peninsular, bajo la perspectiva de una visión arqueológica.
El hecho diferencial del fallecimiento de un neonato o de una criatura en etapa lactante, y no digamos
de un recién nacido muerto o el nacimiento prematuro
de un feto perinatal, es de suponer causaría cierto impacto psicológico social y con ello se propiciaría la elaboración nútica de creencias y supersticiones alrededor
de las causas y motivos por las cuales un ser humano
no llegaba a acceder al grupo familiar y social. Nacer
muerto o vivir escasas semanas, induso días u horas,
da pie a especulaciones y a la creación de un cuerpo
de creencia!! religiosas y metaffsicas especiales. De ahí
quizás, el impulso de aislar a los individuos que no han
accedido al desarrollo fisiológico natural de La mayoría
de la población. La interrupción de la vida antes de su
plenitud en el ciclo normal vital, sería un hecho anómalo, al cual se le debe conjurar y en algunas circunstancias "sacarle provecho.. para el bien común o familiar. Incluso en la muerte intencional o preparada, caso
de los sacrificios rituales infantiles, presupone un hecho excepcional y por ello susceptible de un trato distintivo. El infanticidio sacral o ritual es un acto propiciatorio a ciertas divinidades por el valor intrínseco y
la propia excepcionalidad del sacrificado u ofrecido.
Por otra parte, la muerte natural, aun siendo un hecho
involuntario al grupo social, no por eUo deja do poseer
un valor excepcional, la existencia de una voluntad superior externa que frustra una vida y que es devuelta
a su lugar de origen, el más allá cosmogónico.
Ciertas teori2aciones sostienen que la criatura
muerta antes de su integración al ámbito familiar, y
por tanto a la sociedad, no posee derecho alguno a ser
enterrado según los cánones funerarios establecidos
por la comunidad de creyentes, y ello obligaría a un
sepelio al fallecido s.i n ningún ceremonial determinado,
bajo el piso de la vivienda. Si ello fuera cierto, se habrían descubierto innumerables enterramientos infantiles en los numerosos poblados ibéricos excavados basta el presente. Y esto no es asr, pues el número de
inhumaciones localizadas con ser cada voz más importante, no parece constituir un indicativo de la mortalidad natural infantil real, la cual hubo de ser porcentualmente alta, sino que en nuestra opinión, detrás de
la existencia de todos estos enterramientos constatados
arqueológicamente, parece existir la presencia de un
complejo ritual necrolátri.co, muy diversificado, altamente sistemati~ado y organizado, y que en algunos
casos es evidente y en otros presumible. La complejidad de la mayoría de hallazgos funerarios, no permite
sieJD.pre conocer con certe~a las causas de la presencia
de las inhumaciones infantiles con sus peculiares características, con o sin ajuar, en urnas o en fosas, bajo piso
del recinto, o en el interior de bancos corridos, escaleras, etc.
El hecho de que el margen de edad de las criaturas
inhumadas abarque desde fetos a término o perinatales, hasta los seis meses de vida, delimita el ámbito del
ritual. Por otro lado, en las necrópolis de incineración
al parecer son depositados los restos de niños mayores
de medio año (después de haber sufrido la cremación
correspondiente), aunque la falta de estudios antropológicos detallados al respecto, no permite por el momento conocer con certeza el margen de edad de las
criaturas fallecidas, así como las posibles causas de su
muerte, y con ello po!ibilitar el estudio de la correspondiente tasa de mortalidad infantil. Sin embargo, la
línea de investigación actual empieza a ser conocida
241
[page-n-252]
F. CUSI 1 JENER
mediante las publicaciones completas y detalladas desde unas perspectivas arqueológicas y anatómicoantropológicas, ensayan la manera de establecer el contexto, las causas y la edad de las criaturas fallecidas
(CuADRADO, 1987; SANTOP
Por su parte Cuadrado hace hincapie que en algunos casos, en la necrópolis de El Cigarralejo, algunos
lactantes no fueron incinerados, tal y como atestiguan
Jos enterramientos T-104, T-162, T-177 y T-201. En la
necrópolis de Pozo Moro, la mayor parte de la presencia infantil se atribuye a niños mayores de un año, ex·
cepto en la tumba PM 34: 8E-2, donde al parecer se
hallaron unos escasos restos incinerados de una criatura menor de un año de vida (Rilv&RTB, 1985: 270), lo
que vendría a corraborar nuestra creencia de que a
partir del medio año, los infantes eran en su mayor
parte incinerados. Thdo ello refuerza nuestra hipótesis
de que tanto los neonatos como Jos lactantes en determinados períodos anuales pudieron ser sacrificados ritualmente, y como consecuencia de ello eran enterrados de diversas maneras, tales como bajo el pavimento
en fosas, o en urnas en ciertas estancias •domésticas•
e incluso en edificios cultuales.
¿Entonces qu~ sucedía con los recién nacidos y
criatura5 cuya edad no sobrepasaba el medio año de
edad y que falledan de manera natural? Y ello ocurriría muy a menudo. Hasta el momento no lo sabemos
con certeza, algunos autores creen que eran enterrados en el interior de las viviendas, pero entonces habremos de pensar que dicha mortalidad e.r a escasa.
Quizás los neonatos muertos por cau sas naturales en
ciertas ~pocas del afio agrícola o durante algun acontecimiento religioso singular, también fueron ofrecidos
en sacrificio ritual (lo cual indicaría que no siempre
era forzoso una inmolación intencional) y fuesen
«aprovechados" para ser ofrecidos a ciertos cultos
agrarios estacionales, y luego inhumados con mayor
o menor prestancia, a modo de recuerdo y agradecimiento a la divinidad y de esta manera ser con ello
vehículo de propiación de unos bienes sociales o familiares; ello explicaría en parte, los enterramientos co·
lectivos de La Escudilla y Los Cabañiles, entre otros.
En algunos casos, la muerte del niño ser(a «utilizada.
para reestructurar viviendas o ámbitos de producción
económica artesanal doméstica, etc., y de esta manera
honrarían y protegerían con su presencia citualizada
y sacralizada, a modo de ofrendas votivas, las nuevas
actividades cotidianas. En el caso que la muerte sucediese en un per{odo no significativo dentro del ciclo
agrícola, o incluso que no fuese coincidente con una
reestructuración de la casa o de las actividades económicas, quizás entonces el niño fallecido no adquiriera
valor de espíritu lar y fuese expuesto al aire libre en
algún lugar sagrado, a modo de cementerio abierto,
y sus restos se convirtiesen en pasto de animales salvajes y a la acción climática, y por tanto fuesen devuel-
242
tos nuevamente a la Madre Naturaleza o al esp1ritu
del más allá.
ESTADO DE LA CUESTIÓN
A modo de premisa, hemos de advertir que no
pretendemos en este trabajo describir, siquiera parcialmente, la problemática de las prácticas funerarias infantiles mediterráneas n.i tampoco los rituale.s de sacrificios de primogénitos, ni en el mundo griego ni del
fenicio-pónico, cuya extensa bibJiografla hace innec,esario su planteamiento, sino (micamente centrar el
tema de manera periférica, circunscribiéndolo estricta·
mente a los límites del mundo ib~rico peninsular y
como extensión obligada a la región insular balear de
manera más sucinta.
Los grupos sociales ibéricos asentados a lo largo
de las tierr as costeras y su retropaís continental montañoso, asimilaron a lo largo del tiempo con mayor o menor fuerza, no sólo la convergencia de complejas influencias del expansivo mundo colonial mediterráneo
desde el siglo vm, sino también los procesos de romanización como colofón cultural en los albores del cam·
bio de Era, incorporándolos a su propio bagaje cultural, el cual no era sino producto reelaborado de dichos
fenómenos civilizadores. Sin embargo, no hemos de ol·
vidar su propio sustrato como un factor fundamental
más de sincretismo culturizador.
Actualmente, el panorama que se posee referido a
los enterramientos infantiles, no presenta unas mismas
caracterlsticas comunes en las distintas áreas o zonas
donde se ban localizado; por ejemplo el área meridional presenta por ahora un vacío de información; la
zona valenciano-catalana y región bajoaragonesa, así
como el valle medio del Ebro, van proporcionando
cada vez más mayor documentación arqueológica, e incluso se posee una inicial presencia de inhumaciones
infantiles en yacimientos claramente preibéricos, databies en su mayor parte en un momento deJ Bronce final
e incluso algunos adscribibles a una fase del Bronce
tardío, como por ejemplo La Pedrera de Vallíogona
(Lérida), fechable en un momento previo a la implantación de las gentes de los Campos de Urnas, a fines
del siglo XJD y comienzos del xu; la Peña de la Due.ña
(CasteUón), también adscribiblc al mismo período ero·
nológico que el anterior; el poblado de Carretelá (Lérida), datable a inicios de la aparición de los Campos de
U mas, a comienzos del siglo XJ; asentamiento del
Tossal de les Tenalles (Urida), encuadrable en un mo·
mento del Bronce final, siglos vm-vn, al igual que el
yacimiento de Los Azafranales (Huesca). Todos estos
yacimientos parecen indicarnos que en un momento
anterior a la aparición de los influjos coloniales medite·
rráneos, el mundo iod(gena del Bronce tardío y final
-éste ültimo ya dentro del periodo de los C. de U.-,
[page-n-253]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE .ÉPOCA Il3ÉRICA
inhumaba de manera diferenciada los cuerpos de niños
fallecidos temp.ranamente, lo cual añade mucha más
complejidad a esta modalidad de enterramiento, agudizando la problemática de su significación 11ltima. Vemos pues que e1 sustrato preibérico, también pudo influir en determinadas regiones respecto a la posterior
adopción de esa práctica funeraria infantil Los componentes del sistema pueden pues provenir del propio
mundo del bronce terminal local, arraigadas en costumbres funerarias propias y deJas gentes de los Campos de Urnas; a la vez la influencia del mundo griego
y la acción de la esfera fenicio-púnica. En qué medida
y de qué manera algunos de estos factores han origina·
do fenómenos religiosos y culturales, es por donde ha·
brá de encaminarse la investigación arqueológica en
este campo concreto de la práctica funeraria, en el
futuro.
Ahora bien, si centramos la problemática dentro
del amplio complejo geográfico del mundo cultural ple·
namente ibérico, vemos tres amplias zonas o áreas donde se detectan con mayor o menor precisión la práctica
de las inhumaciones infantiles: zona costera levantina
(Languedoc-Rosellón, comarcas litorales catalanas y
valencianas); zona continental (tierras interiores occi·
dentales catalanas, valle del Ebro, Bajo Aragón y zona
montañosa valenciana); y zona del sudeste y meridio·
nal (valle del Segura, región murciana, Albacete y re·
gión andaluza). El llamado mundo celtibérico y castre·
ño, en este caso queda fuera de nuestra revisi6n, dada
su complejidad y también por no formar parte del
tema inicial de este trabajo, referido exclusivamente al
mundo cultural propiamente ibérico.
Con respecto a los distintos sistemas de enterra·
miento infantil, fundamentalmente se inhuma median·
te la utilización de urnas o directamente en el suelo con
o sin fosa, y con enterramiento primario (restos esque·
!éticos completos) o secundario (restos anatómicos par·
ci.ales y/o dispersos). A su vez, pueden tambi.én adoptar
diversas variantes en ambas modalidades (primaria o
secundaria), como puede ser los enterramientos indivi·
duales, en pareja, colectivos, y con sepulturas no visibles bajo pavimentos, escal.e ras, bancos corridos, etc.,
o visibles mediante una señalización intencional <*ter·
n!l; todos ellos con o sin ajuar funerario, a veces con
la presencia de restos óseos de animales jóvenes, no
siempre directamente complementados o relacionados
directamente con los enterramientos infantiles. Los lu·
gares de uso necrolátrico son los ambientes aparentemente domésticos, recintos singulares y/o cultuales, e
incluso espacios de producción económica especia·
!izada.
Las causas de la singularización de dichos enterramientos en sus distintas variantes, sin estar claramente
establecidas o determ.iQadas, se las podría, en nuestra
opinión, relacionar con r itos del principio y el fin, fun·
dacionaJ, agrícolas estacionales de fertilidad, restitu-
ción, admisión/filiación (en caso de su presencia en necrópolis de incineración), e incluso de no identidad.
Otro sistema de enterramiento infantil utilizado,
quizás esporádicamente, y que debe corresponder quizás a otros presupuestos ideológicos y religiosos, o in·
cluso a planteamientos sociales, es el relacionado con
la incineración infantil perinatal o de recién nacidos
enterrados en necrópolis convencionales de adultos,
aunque como veremos más adelante, algunos investigadores presentan sus dudas y objeciones a la existencia
real de esta supuesta ]>ráctica funeraria.
Actualmente, la cuestión referida a la problemáti·
ca de los enterramientos infantiles, no presenta una
unanimidad de criterios en lo que respecta tanto a sus
odgenes, como a las causas y f'malidad de los mismos.
Algunos autores como Lillo Carpio, sostienen que al
igual que en Jos enterramientos aparecidos en el recin·
to del poblado murciano de Coimbra, no provienen de
la práctica de sacrificios rituales, y dan como única razón la alta mortalidad infantil de la época (LtLLO,
1981: 54; MALuQ.UER, 1958: 143; MfNGUEz, 1988). Para
el mencionado autor, la diferencia entre el uso de la in·
cineración y la inhumación radica únicamente en el
hecho de que el individuo fallecido posea el rango de
miembro de pleno derecho o de que no lo sea; por tan·
to, si es incinerado es un miembro social, por el contra·
rio la inhumación es una práctica privada doméstica o
familiar, sin ninguna relación con la comunidad (LtLLO, 1981: 54). Al respecto, hemos de subrayar que dicho investigador no da explicaci6n alguna referente al
hecho de la existencia de enterramientos cuidados con
ajuar funerario y de la presencia de otros efectuados
en fosas colectivas, sin ofrendas ni ajuares, ¿sería ello
debido de diferenciaciones sociales, o simples ausencias de afecto familiar, o a distintas prácticas rituales
y religiosas?
Para Guérin y colaboradores, el panorama es algo
más complejo, ya que según su opinión, existen tres
modalidades pt'incipales de enterramientos, aunque no
descarta la posible existencia de otras más: inhumaciones múltiples sistemáticas e.n vivienda; inhumaciones
excepcionales en edificios domésticos; e inhumaciones
en edificios no domésticos (templos). Por otro lado cree
que todos estos sistemas o modos de enterramientos
son variables en cada caso particular, como la utilización de urnas, aunque no siempre; la inhumación de
ciertas partes del cuerpo, etc.
Este investigador hace especial hincapié en la propia importancia que posee cada lugar en donde se na
realizado el enterramiento, ya que ello indicaría la
existencia de diversos ritos como por ejemplo, entre
otros, los de admisión o afiliación. También Guérin
apunta la posibilidad de que en algunos casos, los niños inhumados fuesen considerados como posibles di·
vinidades protectoras de las distintas actividades prac·
ticadas en las estancias donde se ubican los
243
[page-n-254]
F. GUSI J JEN.ER
enterramientos, coJ]lo sucede por ejemplo en la vivienda 7 del poblado valenciano del Castellet de Bernabé,
donde apareció un pebetero, as{ como otros dos recogidos en el departamento 1 del asentamiento del Puntal
dels Uops. A su ve~ no descarta, aunque según dicho
autor no existen pruebas fehacientes para afumarlo
con certeza, la posible práctica de sacrificios fundacionales y su commemoración periódica.
Respecto a dichas costumbres funerarias, encuentra paralelos, aunque parcialmente, con otras prácticas
mediterráneas similares, pero no llega a pronunciarse
respecto a la valoración de cuáles fueron los factores
principales de la posible aculturación ibérica, y si la
procedencia se transmite por la influencia del mundo
griego, o por el contrario proviene del área de influen·
cia sem{tica (Gutam, M.utiNu, 1987-1988: 231-265).
Posteriormente, a tenor de los numerosos hallazgos de
enterramientos infantiles localizados en el yacimiento
de El Castellet de Bemabé, cifrados en más de diez inhumaciones, rechaza la idea suya inicial referida a la
existencia de un culto funerario vinculado a cada inhumado. Tampoco sostiene ya la teoda de la homogeneidad de la edad natal de los enterrados, ni el concepto
preexistente de unidad de .. contenido», ya que fueron
hallados niños de mayor edad a la perinatal y también
una tumba de ovicaprido, por lo que establece la posibilidad de un trato funerario en función de la edad de
los fallecidos. Se manifie.s ta igualmente en contra de la
idea general de que el origen de las inhumaciones viene determinado por la alta mortalidad infantil de la
época, ya que el contexto de ciertos enterramientos
comporta la práctica de otros muy complejos ritos funerarios. A su vez, sostiene la hipótesis de la existencia
de un rito de paso. El niño al que se le proporcionaba
un nombre quedaba vinculado, aun después de muerto, a los vmculos de lazo familiar y como consecuencia
de ello, se le proporcionaba un ajuar funerario.
El autor establece, a p artir de los últimos hallazgos
en El Castellet de Bemabé, una ordenación. binaria
r~pecto a los modos de enterramiento infantil. A: enterramiento en urna, subdividido de la siguiente m.a nera, A 1: inhumación total o parcial de recién nacido,
sin ajuar; A 2: inhumación total o parcial de niño de
varios meses, con ajuar. B: inhumaciones directamente
en tierra, distribuido como sigue, B 1: recién nacidos
o fetos, enterrados sin ajuar; B 2: animales enterrados
en su totalidad o parcialmente, sin ajuar. Al parecer,
también existe una diferenciación cualitativa entre los
niños de varios meses de edad, enterrados con ajuar,
y los fetos a término o recién nacidos, inhumados en
tierra, los cuales a su ve.z, no tienen ningún trato dis·
tinto a los enterramientos de animales. Para Guérin es
imposible conocer con exactitud la c.ronolog{a puntual
de cada inhumación, ya que ésta pervive durante todo
el tiempo de ocupación del asentamiento. Deduce la
posibilidad de existencia de lugares preferentes desti-
244
nados a los enterramientos, como por ejemplo los muros orientados al este, bajo las escaleras, etc. Así pues,
pon.e en relación estrecha, el emplazamiento de las distintas inhumaciones con la construcción, o incluso la
destrucción de las estructuras arquitectónicas que albergan dichos enterramientos, y establece la hipótesis
de la existencia al respecto de los ritos de inicio y fmal
de las actividades ocupacionales de los recintos. Los ritos de iniciación obligarían a depósitos y sacrificios
fundacionales; por el contrario, el rito final o de abandono, señalaría el cambio en las actividades o la clausura del recinto (rito de cambio), tal y como parece suceder en los departamentos 1 y 6 de El Castellet de
Bemabé.
En opinión de Guérin, se practicaban en ciertas
ocasiones, ritos de sustitución d e animales jóvenes, eS'pecialmente ovicápridos, en lugar de niños, lo cual indicada el carácter sacrificial de las inhumaciones infantiles.
La presencia de enterramientos efectuados bajo
los pisos de los recintos y sin ninguna relación con el
resto de la construcción, muy posiblemente se la pueda
considerar como ejemplos de fallecimientos por muerte
natural; por el contrario, los enterramientos enmascarados por las estructuras de la propia construcción, se
han de relacionar con sacrificios cruentos, por tanto no
todas las inhumaciones, se efectuarían por motivos rituales (GutluN, CALVO, GRAu, Guu.t.1N, 1989).
Otro investigador que en su momento ensayó sistematizar el tema en cuestión, Beltrán Lloris, intentó
establecer mediante una tipología, las distintas modalidades de enterramientos que en el momento de su pu·
blicación, creía podían clasificarse, y que en su opinión
ser, en necrópolis, en recintos domésticos y sacrificios
de tipo ritual. No diferenciaba este autor, las distintas
prácticas del m undo fenicio-púnico, ibérico y campos
de urnas, aunque el origen de esta costumbre funeraria
infantil, habfa de considerársela como de inequívoca
inOuenCia semita, y hace constar también su presencia
en el mundo indoeuropeo peninsular.
Este autor cree a su vez que la mortalidad natural
infantil era la "causa inmediata», aunque también afirma que el sacrificio ritual, era una práctica a tener en
cuenta (BEcrRJ.N, 1977).
Por su parte, y en otro orden de cosas, Gracia
Alonso discrepa de la opinión de Cuadrado con respecto a la presencia o no de inhumaciones infantiles en necrópolis convencionales de incineración, puesto que
aquél cree que únicamente tienen d erecho a ser enterrados junto a los adultos, los niños de cierta edad, ya
integrados y aceptados dentro del seno del grupo social
y familiar que le corresponda por derecho paterno, y
por ello este autor niega rotundamente que las inhumaciones de recién nacidos se practiquen en cualquier
necrópolis cineraria. Para Gracia Alonso, los niños son
incinerados a partir de los siete meses de vida y sus res·
[page-n-255]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE ÉPOCA mÉRICA
tos se depositan en los cementerios de incineración o
campos de urnas, y la causa puede deberse por motivos
religiosos y cultuaJes distintos, una de las influencias
quizáJ pudiera provenir del área del mundo griego e
incluso de la esfera púnica. A su vez, sostiene, en contra de la mayorla de los investigadores, la ausencia de
pruebas de orden arqueológico y literario que demuestren que hubiesen existido en la Península, sacrificios
rituales infantiles de tipo semita, y por tanto, según su
opinión, no se puede llegar a verificar dicha influencia
en las prácticas religioso-funerarias ibéricas.
Gracia Alonso distingue las siguientes modalidades
de enterramientos infantiles: 1. Enterramientos en hoyo,
directamente en tierr a (Puntal deis Llops), y también
aprovechando los desniveles de la roca natural del asentamiento, acondionándolo con revoque (Thró de Can Olivé), cubriéndolo mediante losas (Moleta del Remei), o
incluso en tierra cribada (Penya del Moro). La ubicación
de estas tumbas se encuentra frecuentemente en los ángulos de las estancias, al pie de los muros, y/o bajo escaleras (TossaJ de Les Tenalles, El Taratrato, La Romana,
Coimbra del Barranco Ancho, La Serreta, La Cayla, Darró y El Puig de La Nau). 2. Enterramientos colectivos en
fosa, mediante acondicionamiento del terreno y delimitación con bloques pétreos (Moleta del Remei), o mediante zanjas incluso sin acondicionamiento previo (Coimbra del Barrancho Ancho). 3. Enterramientos en
urnalanfora, como influencia del endrJtrismo griego, y que
pueden ser individuales (ThssaJ de Les Forques, La Escucülla, Los Cabañiles, El Castellet de BernaM, Los Villares), o múltiples (Los Cabañiles, La Seña [2] y La Escudilla (5]).
También se encuentra, según Gracia Alonso, una
variedad de prácticas en distintas áreas geográficas, así
como la utilización de diversos tipos de contenedores
cerámicos funerarios . No existe, por otra parte, ninguna preparación espacial en la colocación de aquellos.
A su vez, no considera como enterramientos las cuarenta urnas asentadas en sus respectivos orificios, descubiertas en el departamento A del poblado de San
Antonio de CaJaceite.
Este investigador pretende establecer una distribución de todas estas prácticas funerarias, según el
tipo de construcción, ya que cree exista una relación
entre ambas: l. Construcciones tipo vivienda con un
número reducido de inhumaciones infantiles, y por
tanto se puede hallar una relación con una mortandad
natural dentro de unos grupos familiares .
2. Construcciones consideradas como lugares de claro
significado cultual; en este caso, un rasgo funerario a
tener en cuenta es la presencia de elementos que acompañan las inhumaciones infantiles (a modo de sencillos
ajuares), como por ejemplo muestras de cereales, huesos de animales jóvenes - ovejas, cabras, suidos y
conejos-, los cuaJes no guardan ninguna relación con
el banquete fúnebre.
Existen por otra parte, las prácticas de ofrendas
fundacionales, las cuaJes no tienen relación alguna con
las inhumaciones infantiles, tal y como sucede en los
yacimientos de La Penya del Moro y en el Turó de Can
Olivé. Por ello, Gracia Alonso no está de acuerdo con
la tesis, por la cual, se sostiene que ciertos enterra·
mientos tengan el carácter de rito fundacional. Para
este autor, los ritos fundacionales acompañados de sacrificios de ovicápridos u ofrendas de huevos, se han
de considerar aparte del ritual funerario, puesto que de
no ser así, no tendrían sentido los enterramientos múltiples acondicionados, y la inhumación de más de un
cadáver bajo el pavimento perteneciente al momento
ocupacional de la estancia.
Todas estas prácticas las sitúa cronológicamente,
según los enterramientos constat~dos hasta el momento, dentro del siglo IV con una perduración que llega
de manera ininterrumpida hasta ~poca romana tardía.
La influencia de todo este ritual funerario infantil
constatable en el mundo ibérico, se debe a dos coriien·
tes fundamentales, la de ascendencia griega y la de origen indoeuropeo, cuyas prácticas según dicho investigador, se diferencian sin lugar a dudas de los rituales
de sacrificios infantiles del mundo semítico feniciopúnico (GRACv., M uNit.LA, ~L, CA.MJ'ru.o, 1989).
Nuestra particular postura aJ respecto de la problemática en cuestión, ha sido hasta hace poco, hemos
de reconocerlo, dubitativa. En una primera etapa de
nuestros trabajos sobre el tema publicados entre 1970
y 1971, sosten{amos con cierta reserva que todas las inhumaciones infantiles constituían unos ritos funerarios
de tipo religioso de inmolación, cuyo origen provenfa
del mundo púnico, y practicados en viviendas, aunque
reelaborados y adaptados a las propias tradiciones cultuales ibéricas (influencias de los C. de U. en el uso de
las urnas como recipientes funerarios) . Tambi~n sosteníamos la opinión referida a la existencia de un alto
índice de mortalidad infantil entre la población indígena. En resumen, constatábamos un sincretismo de ritos
provenientes de las influencias púnicas y del mundo indoeuropeizante de los campos de ornas, aunque no en·
trábamos en valoraciones más puntuales (GvSJ, 1970;
Gus1, 1971).
Posterionnente, en unos artículos escritos en 1989,
seguíamos sosteniendo que las inhumaciones en vivien·
das, se efectuaron dentro de espacios dom~sticos pero
considerados también como lugares de culto ritual·
simbólico. Los recién nacidos, fallecidos de manera intencional o no, carece.r ían de un status social, por tanto
se lea entierra dentro de su propia área doméstica, a
fin de estar protegidos en su propio ámbito y a la vez
ejercer una acción propia benéfica y protectora en el
entorno del grupo familiar.
A pesar de que el uso funerario de las urnas como
depósitos de los restos infantiles pensábamos provenía
de una influencia fenicio-púnica, aceptábamos que su
24-5
[page-n-256]
F. GUSI I JBNER
introducción en el mundo ibérico se veía facilitada por
la existe.n cia previa de la costumbre funeraria de los
campos de urnas, aunque no llegamos a disociar en
profundidad la contradicción
inhumaci6nincine~ación. Por otra parte, manteníamos con dudas
y reservas, la idea del sacrificio intencional de criaturas
recién nacidas o de escasa edad como resultado de la
influencia exclusiva del mundo semítico. Por otro lado,
las inhumaciones infantiles sin urnas, bajo Jos pisos de
las estancias, podían provenir de la tradición cultual y
religiosa de la anterior etapa del Bronce local y rechazábamos las opiniones de quienes sostenían la preponderancia de una influencia funeraria procedente de la
esfera del mundo griego. A su vez, las inhumaciones
en urnas podían señalar la presencia de influjos púnicos y con mayores reservas, también las del mundo de
los campos de urnas. En realidad pensábamos que existían unas posibilidades lógicas de que se hubiese establecido un sincretismo o una confluencia de distintos
ritos funerarios convergentes, incluso en la propia for·
ma y manifestación externas en la inhumación de criaturas de corta edad, aunque sus orfgenes y cronología
fuesen distintos, y cuyo significado último se asemejase, todo lo cual permitió a los grupos indígenas reelaborar determinados ritos propios. Sin em bargo, sosteníamos un escepticismo relativo, ya que por otro lado
creíamos imposible llegar a conocer en profundidad el
origen de las ideas religiosas y simbolismo de este rito
de la inhumación infantil de recién nacidos.
Con respecto a Jos yacimiento¡¡ de Zucaina (OasteU6n), les atribuimos en razón de un nuevo análisis de
lo\! materjales arqueológicos, una mayor antigüedad,
situándolos en el cambio de los siglos v1-v. En cuanto
al recinto H-2 de La Escudilla, no estábamos de acuerdo con otros autores (Guérin y colaboradores) respecto
el que dicha estancia fuese una cccasa-templo .., aunque
tampoco rechazamos la idea de que en realidad fuese
un lugar necrolátrico, ya que constatábamos Ja existencia de enterramientos secundarios en dicho recinto,
tambié.n negábamos la posibilidad de que el recinto
H -3 fuese un templo (GuSJ, 1989a).
En otro trabajo elaborado posteriormente, pero publicado con mayor rapidez (Gus1, 1989b), sinteti2ábamos nuestro actual'IJlodo de entender el problema y sos·
tenfamos que todos estos supuestos ritos, sin descartar
las influencias mediterráneas -mundo fenicio-pú.nico
y con menor posibilidad del área griega-, p rovienen
fundamentalmente del arraigado tradicionalismo religioso autóctono del mundo preindoeuropeo y adscribible al Bronce fi.n al, aunque tampoco negamos que hubiera habido a su vez un aporte de las tradiciones
funerarias d e las gentes de los campos de urnas. Asf
pues, con todas estas convergencias se estableció a nues·
tro modo de ver un sincretismo religioso y funerario.
Con respecto al yacimiento de La Escudilla, el
conjunto constructivo constituía para nosotros un lu246
gar necrolátrico en donde se celebraron unos rituales
funerarios infantiles, y uno de los edificios, el H-3, lo
considerábamos como muy probablemente un "recinto
singular», quizás con ciertas funciones cultuales, a
modo de sencillo templo y con una finalidad a la de
los otros dos recintos. Como se verá m ás adelante en
este trabajo, esta indecisión permanente que ha presidido todas nuestras opiniones sobre el tema, la hemos
resuelto calificando la H-3 como un templo y los recintos H-1 y H-2 como dos áreas anexas con función ne·
crolátrica infantil.
En los tr abajos de 1989 calificábamos a la habitación A del yacimiento de Los Oabañiles como un espacio ccsingular.. de tipo funerario y descartábamos la
idea de un recinto o vivienda doméstica común. También considerábamos que la finalidad de tales rituales
sacrificantes, se encontraba orientada con los ciclos
agrícolas cerealfsticos y pastoriles, a modo de culto a
la fertilidad (presencia de cereales y de ofrendas de ani·
males jóvenes), creencia que seguimos actualmente
manteniendo. En cuanto a la cronología de los conjuntos constructivos, lo r ebajaríamos a una primera mitad
del siglo v, ya que creemos algo forzada nuestra datación de fines del vt-inicios del v a.E.
También seguimos de acuerdo con nuestra afirmación de que cada zona geográfica local o regional dentro del mundo ibérico, posee sus propios mecanismos
cultuales y rituales, siempre en función de sus necesidades socio~económicas y del aporte de las influencias
externas recibidas, según suceda en cada periodo temporal, dada la larga perduración de las inhumaciones
infantiles de neonatos y lactantes (entendiendo los pri·
meros como recién nacidos basta un mes de vida y los
segundos, hasta los seis meses de edad), aunque ello no
niegue que hubiese cierta estructuración global de
ideas y creencias comunes entre las distintas poblaciones del mundo ibérico, as( como quizás ciertas divinidades compartidas dentto de una misma cosmovisi6n
(Gost, 1989 a-b).
EL MODELO NECROLÁTRICO DE
LA ESCUDILLA-LOS CABAÑILES
La existencia de dos conjuntos arquitectónicos
próximos entre s{ y con una anormal presencia cuantitativa de enterramientos infantiles en urna, nos hace
pensar que sobrepasa su aparente fmalidad ccdoméstica», a modo de simples asentamientos poblacionales.
En especial destaca, el conjunto de La Escudilla, con
sus tres grandes estancias, cuyo ambiente formal e incluso el propio material recogido, nos indujo a creer en
un primer análisis (Gusr, 1970) que constituían unas
viviendas corrientes. Sin embargo, tanto la distribución de los propios enterramientos, como su excesiva
cantidad de inhumaciones, nos ha obligado posterior·
[page-n-257]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE ÉPOCA IBÉRICA
- .. -.. . -
- ........ ............. ........... _
--· - -- ----- .. ____ -- ---·-· ·· - .
...
..,
•
//
<;)
H-2
.
--
Fig. 1.- Planta dJ conjunlo di La Escudilla
mente a reconsiderar todas estas evidencias bajo un en·
foque teórico distinto. Efectivamente, si analizamos
cada uno de los tres espacios que constituyen todo el
conjunto de La Escudilla. y luego lo enfocamos de manera global, vemos que constituye un todo homogéneo
con unas peculiares caracterfsticas estructurales que
proporcionan una singular función funeraria y cultual.
En primer lugar, la propia ubicación topográfica de
ambos yacimientos, nos muestra una estrecha relación
complementaria entre ellos, máxime cuando los mate·
riales recogidos son semejantes y adscribibles a una
misma etapa crono-cultural; en segundo lugar, en Los
Cabañiles, la presencia del mismo ritual de inhuma·
ción infantil, aunque en menor cantidad y con una distribución distinta que en La Escudilla. con la salvedad
a mencionar de que únicamente se excavaron dos re·
cintos, lo cual nos impide por ahora poseer una visión
exacta de la funcionalidad del yacimiento. Finalmente,
y en tercer lugar, el yacimiento de La Escudilla consti·
tuye un singular emplazamiento, en campo abierto y
en pleno llano, a escasa distancia. medio kilómetro en
linea recta del cerrillo donde se ubica el yacimiento de
Los Cabañiles, formando un conjunto de tres unidades
constructivas independientes entre sí, pero relacionados espacialmente, dado que forman un mismo bloque
arquitectónico, al poseer muros medianeros comunes
cada uno de los recintos.
Si observamos la planta del conjunto (Fig. 1), vemos que las estancias H·l y H-2, constituyen dos ambientes semejantes; por el contrario, el recinto H-3,
además de poseer una planta totalmente distinta y
unas dimensiones poco corrientes, añade una orienta·
ción de la puerta de entrada .totalmente opuesta a las
otras dos. En un trabajo nuestro anterior, describimos
con detalle cada una de las principales características
diferenciadas de estas construcciones, por lo que no insistiremos en ello (Gus1, 1989a).
A continuación y muy brevemente, vamos a enumerar las principales particularidades funerarias de estos recintos nccrolátricos.
l. Presencia de un probable silicernio con restos
parciales de restos óseos animales entremezclados con
tierras carbonosas (H-1, La Escudilla).
2. Presencia en la cara superior del muro medianero de los recintos H-1 y H-3 de un fragmento de pata
de una oveja en conexión anatómica y de una bemimandfbula de cordero, embutida en una concavidad de
la pared interna del recinto H-1, cerca del suelo y del
ángulo de la puerta exterior del recinto (La Escudilla).
3. Todas las urnas se hallaban depositadas por debajo del piso de la estancia, excepto en el recinto H-3,
donde aparecieron situadas bajo el piso exterior de en·
trada (La Escudill a y LoB Cabañiles); las urnas se encontraban asentadas cada una en un lo&ulus excavado
en la roca natural, excepto dos de ellas superpuestas
(U-2bis y U-3bis de la estancia H-1 de La Escudilla).
4. Las bocas.de las urnas fueron cubiertas mediante
fosetas de piedra (La Escudilla y Los Cabañiles).
5. La disposición de las urnas se concentraban
siempre en dos gn1pos, distribuidos de manera diferen·
ciada (estancia H-1, La Escudilla y habitación H -A,
Los Cabañiles, véase Fig. 2).
6. De los tres recintos medianeros entre sí, el central (H-1) tenía mayor concentración de enterramientos
247
[page-n-258]
P. GUS1 J JENBR
en su interior, diez urnas con veintidós inhumaciones.
Aun a pesar de que el recinto H-2 estaba en parte desaparecido, únicamente apareció un sólo enterramiento;
el recinto H-3, no tenía ninguno en su interior, pero
sí dos enterramientos en el exterior del u.m bral de entrada (La Escudilla). En los recintos H -A y H-B, ambos adosados mediante una pared común (Los Cabañiles), únicamente en el primero de ellos aparecieron
cinco enterramientos.
7. La presencia de piedras Labradas hincadas~
ticalmente frente a la puerta de acceso a Jos recintos;
una de ellas de 0'70 m. de altura y 0'30 m. de anchura, situada entre la entrada y el hogar central (H-1, La
Escudilla); otra de situación parecida. aunque más pequeña y caída, de 0'40 m. de altura y 0'30 de anchura
(H-2, La Escudilla); y otras seis en el interior del recinto H -3, de dimensiones sensiblemente más reducidas,
entre 0'20 y 0'40 m . de alto y unos 0'25 m. de ancho,
alineadas unas detrás de otras, no parecen tener ninguna función constructiva.
8. Dos de los recintos tenían la puerta de acceso
orientada al oeste (H-1 y H-2, La Escudilla); el tercero
estaba abierto al este (H-3, La Escudilla). Los recintos
de Los Cabañiles no poseían acceso directo al exterior,
excepto el H-B que pose[a una pequeña puerta angular
de comunicación con otro recinto no excavado. Tanto
la estancia H-A como la H-B ten{an el muro este
arrasado.
9. Los recintos H-1 y H-2 de La Escudilla se encontraban enlosados con piedras planas de regular tamaño y trabadas e.n seco.
10. La funcionalidad de los t.res recintos de La Es·
cudilla, aunque hasta ahora ha quedado algo incierta,
creemos presenta unas características estructurales, así
como de contenido como para considerarlos •edificios
singulares», en especial el denominado edificio H-3, el
cual podrfamos calificarlo como un templo de tipo me·
diterráneo de planta tripartita rectangular alargada y
de tosca fábrica, con un eje longitudinal de 15 m. y una
anchura que no sobrepasa Jos 3 m. La puerta de entrada posee un umbral formado por una gran losa plana
y dos basamentos laterales también en piedra, cuya finalidad podría haber sido el sostener dos maderos a
modo de columnas. Así pues la disposición general de
este recinto permite pensar que se tratase de un templo
indígena, simple en su arquitectura, pero que aun asf
su disposición constructiva permite asimilarlo a un edificio cultual, a modo de adoratorio. Los recintos laterales H-1 y H -2, que en nuestra opinión quizás no estuviesen cubiertos, corresponderían a unos anexos al
templo y su misión estaría relacionada con una función
sacral necrolátrica infantil. Hemos de remarcar que la
e.n trada del supuesto templo se abrla a levante y los ·recintos funerarios anexos se orientaban a poniente.
También cabe señalar que el recinto próximo al templo
(H-1) albergaba mayor cantidad de inhumaciones, en
248
tanto que el segundo (H-2) todavía no alcanzaba el índice de enterramientos realizados en la estancia vecina.
El recinto H-A de Los Cabañiles queda por el momento fuera de toda interpretación, ya que la falta de
datos arqueológicos del resto del yacimiento invalida
toda consideración al respecto, aunque pensamos que
quizás fuera uno más de los espacios domésticos donde
se inhumaban recién nacidos en los poblados ind(genas.
Así pues, el yacimiento de La Escudilla Jo consideramos como un conjunto sacral funerario, compuesto
por un templo simple y dos recintos anexos, cuyos espacios ambientales falsamente •domésticos" estaban
relacionados con prácticas necrolátricas infantiles.
CONCLUSIONES
En defmitiva, y a modo de hipótesis muy plausible, consideramos a los yacimientos de La EscudillaLos Cabañiles, como un conjunto interrelacionado y
constituido, el primero de ellos por un templo (H -3)
con dos anexos cultualel! funerarios (H-1 y H -2), construido en un llano de fácil cultivo, y un asentamiento
poblacional en un pequeño cerro de escasa elevación
sobre las tierras circundantes, y en donde se detectó un
recinto neerolátrico (H -A). Vemos por tanto que el
conjunto de La Escudilla adquiere sentido frente a lo
que ha sido hasta ahora como un hallazgo extraño y
atípico.
Ahora bien, el hecho que en el recinto H-2, se hallase un molino completo (solera y volandera) a un lado
del hogar y cerca del silicernio y frente al ángulo sudeste de la habitación, en donde se detectó una mayor presencia de inhumaciones infantiles, nos hizo creer erróneamente desde un principio que se trataba de una
vivienda doméstica. Sin embargo, si consideramos estas estructuras como edificios cultuales necrolátricos,
hemos de interpretar la presencia de dicho molino
como un elemento simbólico relacionado con el ciclo
agrkola del grano. Hemos de mencionar que también
se han descubierto enterramientos infantiles en espacios dom~sticos, donde aparecen molinos, tal es el caso
por ejemplo del poblado de El Castellet de Bernabé
(Recinto ?) y en el yacimiento de San Antonio de Calaceite (Habitación 19 y Departamento «a»). Parece pues
que existiese una relación, en estos casos, con unos rituales funerarios infantiles destinados a propiciar la
fertilidad de campos con cultivos de explotación cerealfsti.ca, lo cual exige unos sacrificios anuales de siembra, destinados a propiciar el •espmtu del cereal» en
el inicio de su ciclo vegetal esta.cional (FRAZn, 1922).
Como ya anteriormente hemos descrito, esta valoración hipotética que explicarla la numerosa presencia
de niños recién nacidos inhumados, no siempre adquirirla un carácter sacrificial cruento, y muy bien po-
[page-n-259]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE ÉPOCA IBÉRICA
Fig. 2.-
P/4nJa del &onjun/4 de Los Cahaíiiw
dr(an ser sustituidos por animales jóvenes, no nos extenderemos en estos aspectos (GuSI, 1989a).
Otras explicaciones alternAtivas pueden darse, y
de hecho así ha sido, con referencia a otros yacimientos
con enterramientos infantiles. No podemos generalizar
ni trasponer a otros ambientes culturales los mismos
presupuestos simbólico-religiosos. La compleja trama
de la significación de la.s inhumaciones de niños de corta edad, ha de basarse en análisis puntuales de cada
lugar y según su época. La existencia de otros diversos
ritos de inhumación infantil, como por ejemplo bajo los
pisos de las casas e incluso en otros puntos de las mismas (escaleras, bancos, etc.), permiten diversas interpretaciones e. circunstancias análogas y que ya han
n
sido tra~adas por otros autores, como Guérin, Gracia
Alonso, L6pez Muller, etc., y exigen planteamientos
distintos a los nuestros. Muy poco sabemos por el momento respecto al culto funerario humano y animal
de.ntro del ámbito religioso ibérico, y sin lugar a dudas
para conocerlo con cierto detalle, se habrán de desarro-
llar y explicar diversas interpretaciones de las prácticas
simbólico-rituales que se utilizarían a lo largo de la etapa ibérica, tanto en sus orígenes ligados al mundo religioso del bronce final, como a sus distintas fases de
evolución crono-cultural plena, y sus pervivencias ya
dentro de la etapa de la romanización en los ámbitos
ibéricos tardíos e incluso postibéricos.
Por el momento parece pues.• que los enterramientos en recintos domésticos se pueden l'elacionar con actividades de tipo económico, agrfcolas, pastoriles (?),
metalúrgico, y otro grupo quizás esté más ligado a posibles ritos fundacionales, en tanto que se constata
también el ritual de protección de la casa, y enterramientos que por su especial atipismo resultan de difícil
interpretación,, tal es el caso del yacimiento de Coimbra del Barranco Ancho.
Por otro lado, no hemos relacionado en este trabajo, los distintos tipos de ajuares funerarios que acompañan a muchas de Jas inhumaciones infantilell, ya que
habría comportado un análisis detallado y puntual de
249
[page-n-260]
F. GUSI 1 JENER
cada uno de ellos. Sin embargo no nos resistimos a
mencionar la reiterada presencia de ofrendas consistentes en granos de cereales, cáscaras de huevos, restos
óseos parciales de ovicáprid os jóvenes e incluso piezas
dentarias sueltas, huesos de crías de ratones de campo
e incluso de musarañas, páj aros y restos esqueléticos
de peces, valvas de con chas diversas, asr como pequeños adornos personales, piezas cerámicas o elementos
de significado desconocido. La mayor parte de estas
ofrendas poseen un carácter aimb6lico -en muchos
casos se encuentran asociadas a hogares rituales-, dirigido a la fertilidad o fecundidad y que muy bien podría estar vincuJado a la Gran Madre o Diosa Tierra.
Pero todo ello es tema que aquf por razones obvias no
podemos desarrollar. Valgan pues estas líneas finales
como una apostilla para reafirmar nuestra convicción
que los enterramientos infantiles de inhumación, no
son sino ofrendas simbólicas a una divinidad ctónica
nutrida y protectora de personas y bienes.
ÁREAS GEOGRÁFICAS Y
EXTENSIÓN DE LOS
ENTERRAMIENTOS INFANTILES
A modo de breve resumen y sin pretensión alguna
de cxhausúvidad, indicaremos a continuación de manera sucinta, los principales yacimientos del Bronce final, etapa ibérica plena y período ibero-romano, en los
cuales se tiene la constancia de hallazgos de enterramientos de inhumación infantiles; para ello, hemos dividido convencionalmente la relación en seis áreas geográficas político-administrativas actuales, más como
recurso práctico que basado en complejas y discutibles
divisiones fisiográficas naturales. Respecto a las etapas
preibérica e ibero-romana, únicamente se mencionan
el nombre de los yacimientos y su principal referencia
bibliográfica, pues tan sólo referenciaremos con detalle
los enterramientos plenamente de época ibérica.
ÁREA DEL LE NGUADOC
Le Cay la (Mailbac, Audc)
-Una inhumación de un reci~n nacido con un collar
como ajuar, enterrado bajo el piso de la Casa D (Nivel ill).
-Una inhumación de un reci~n nacido baj o el piso de
la Habitación F.
La cronología de ambos enterramientos se situa entre loa
siglos IV y m. Ademá.s se recogieron numerosas inhumaciones de recibl nacidos en el interior de viviendas de las diferente. fuea de ocupación del yacimiento: Cayla ll (600-500);
Cayla m (500-250); Cayla IV (250-75); y Cayla V (75
a.E.-200 d.E.), sin má.s referencias (LoUis, TAFI'.um., 1955:
121-1 TAFF..uw., 1976: 228).
25;
250
H abitat de Marduel (Saint-Bonn.ct-du-Gard)
-Un reci~n nacido actfalo, inhumado en dec1lbito ventral y las piernas encogidas, bajo el piso 16 del Nivel 17 de
la Habitación 122 (Fase nA), fechable a inicios del siglo u.
-Un hemicránea de un recién nacido, inhumado entre
tierras carbonosas y con restos de hogares, en el Nivel 15. El
lugar del enterramiento al parecer fue utilizado para una actividad metaltí.rgica de tipo dom~tico. La cronología del mismo se fecha en el primer cuarto del siglo u. Ambos enterramientos se hallaban próximos a hogares en el centro de la
estancia (Pv, LuuuPlN, 1986: 19-21 y 71-75).
Oppidum du Plan de la Tour (Gailban, Gard)
- Un reci~n nacido de alrededor una semana de edad,
inhumado en un e.spacio doméstico (Espacio 15, Nivel 5). El
cuerpo estaba adosado contra una placa caliza, enterrado en
una fosa de pequeñas dimensiones y poco profunda; el crineo apareció fragmentado y el cuerpo depositado en dec1lbito
lateral, con las piernas encogidas y mirando al noreste. La
cronología corresponde a la segunda mitad del siglo v (Du.
DAY,
Own, 1985).
ÁREA CATALANA
Poblad o del M olf d 'E1p lgol ( Tornab ou1,
Llcida)
-Un recién nacido de una semana y media de edad, enterrado en el ángulo NE, bajo el pavimento.
-Un rec.ibl nacido de tn:s o cuatro semanas de edad,
enterrado bajo el piso, en una oquedad del suelo y en posic.ión fetal.
Los hallazgos aparecieron en el Recinto H-4c5, eo el interior del llamado •edilicio singular». Ambos enterramientos
carecían de ajuares funerarios. En el mirmo recinto y bajo
el pavimento, se encontraron restos óseos de caballo. La cronología de las inhumaciones se aitóa a finales de la primera
mitad del siglo m (CUilA, 1989; MI!IICAD.U, 1989).
Yacimiento de la Illa d 'en Beúac (Ullastret,
Giro na)
-Un feto a t~rmino o reci~n nacido. Apareció muy de·
gradado, recubierto por el piso y situado en el ángulo SO de
los muros M-6 y M-27 de la Habitación E-32 del Sector 1
de la Zona 7.
- Un niño menor de un año. Se hallaba colocado en el
interior de un rea::ptáculo formado por numerosos fragmentos cerimicoa del fondo de una gran vasija, situad.a en el ángulo SE de los muros M-5 y M-26 de la Habitación E-28 del
Sector 7 de la Zona 7.
[page-n-261]
ENTERRAMlENTOS INFANTILES DE ÉPOCA 111ÉRICA
-Un reci~n nacido o feto a túmino, enterrado junto al
muro medianero M-34 orientado al W, y perteneciente a la
Habitación E-81 del Sector 2 de la Zona 4.
-Un feto a t~rmino o recim nacido y restos del cráneo
de un niño menor de medio año de edad, ambos situados
en el ángulo formado por los muros M -U y M-12 de la HabitaCión E~55 del Sector 6 de la Zona 5. Fue depoaitado en ~
sicióo fetal, encarado al S, ain fosa ni ajuar alguno.
-Un reci~n n acido menor de un mes de vida, se encontraba colocado en postura decúbito supino, bajo el piso de
la Habitación E-77 del Sector 4 de la zona 5.
Las C)Ccavaciones que se Uevan a cabo en el yacimiento
desde 1987 bajo la dirección de M .• Au rora Martín, han
puesto al descubierto un coqjunto urbanístico formado por
varias agrupaciones de vivi endas y calles, todo ello fechado
en el siglo IV. Los enterramientos de laa Habitaciones ~55
y E-77 corresponden a diat.intos momentos cronológicos. 'lbdas las inhumaciones se descubrieron en el interior de recintos dom~ticos, dos de ellos se situaban junto a los mura.. y
los tres restantes en los ángulos de las estanciaa. En el Sector 6 de la Zona 5, junto al ángulo SW del área C)Ccavada,
apareció una fosa circular excavada en el suelo y que contenía los restos de un cordero. Posteriormente a la campana
de 1987, aparecieron tres enterramientos más, todavía in~di
tos (Aoum, LLoum, Lon.z, MARTtN, MAT.uo, Tor..mo, 1989).
Poblado de Sant Andreu (Ulla1trct1 Girona)
-Un nlño de escasos meses de edad, colocado en el inte·
rior d.c una cubeta.
-Un reci~n nacido de pocos días de vida, igualmente
inhumado en eJ interior de una cubeta.
Estos enterramientos se descubrieron en la zona SW del
yacimiento, formando parte de la cu arta ocupación; además
se hallar on otras tres cubctaa con restos de siete ovicápridos,
seis de ellos jóvenes. Thdos los enterramientos aparecieron en
los alrededores del basamento de un hogar ritual, en el interior de un espacio dividido en dos estancias y junto a la mu·
ralla meridional. El hecho d e encontrarse restos de cereales,
tipo cebada, avena y mijo, ademS.s de una urna a mano, en
cuyo interior se recogieron varios restos de placas de bronce,
y además quince guijarros de río en c1 interior de una casa
de planta rectangular, correspondiente a la segunda ocupación, se atribuyó a un acto ritual de tipo fundacional . La cronologfa de catos últ.imos hallazgos se sitúa en tomo a la primera mitad del siglo v, por lo menos. Respecto a los
enterramientos infantiles, se fechan entre la segunda mitad
del siglo IV y principios del m. El hecho que en las estancias
donde se colocaron las inhumaciones, estuvie.sen empedradas
y existiese un basamento de columna troncocónica (ocupa·
clon es quinta y sexta, fechadas en la primera mitad del si·
glo ru), hace creer que fuese cate lugar un área de utiliza·
ción ritual (MAAT!N, 1989).
Pobúado dd 1bró de Can Olivé (Cerdanyola,
Barcelona)
-Un feto inhumado bajo el pilo de la &tancia H -4, en
su ángulo NE.
-Un feto, quiús de siete mese., tambi~ inhumado en
las mismas condiciones y utancia que el anterior.
-Dos fetos inbumados en la Estancia H-7, al norte del
muro medianero, cerca del ángulo NE. Q.uid.a pudieran co·
rresponder, con reservas, a mellizos.
-Un feto inhumado en la Estancia H -8, al norte del
muro medianero, cerca del ángulo NE.
La cronología de todos catos enterramientos, se sitúa entre mediados del siglo JU y finales del u (B.uaw, PASCUAL,
ÜAliALLt, Rovm11, 1961; BAut.llA, CAMPTU..O, Mum, M ousr,
1989).
Poblado de La PeDya del Moro (Sant]ust DesverD, Barcelona)
-Un feto, enterrado bajo el pavimento del Ámbito B·E,
al pie del muro oeste.
-Un feto, inbumado bajo el suelo del Ámbito Y-UE 26.
-Un feto con una edad de gestación entre seis y siete
meses, enterrado bajo el piso del Ámbito L.
-Un feto, probablemente femenino, hallado en el inte·
rior de un hueco recortado en la roca del Ámbito X .
Thmbi~n hay que destacar la numerosa presencia de inhumaciones de ovicápridos bajo los pisos de las viviendas del
yacimiento, 1umando un total de veintidós enterramientos,
desgla..ados de la siguiente manera: once ovejas, seis cabras
y cinco ovicápridos. Estos enterramientos, aunque se hallan
en el interior de los recintos domt!sticos, no se distribuyen
significativamente, únicamente se ha determinado que en JC.
neas generales, se inhuman bajo el piso de la fase más moderna del poblado y se colocan cerca o incluso por debajo de
los muros. Hay que destacar el que los cuerpos de las cabraa
jóvenes poseen el esqueleto, excepto el cráneo y las patas; por
el contrario en laa oveju adultas, los rest os esqueléticos e.tán
representados por la presencia del cráneo y las patas. La cronología de todos los enterramientos se s.itáa en tom o al últi·
mo tercio del siglo v huta la primera mitad del siglo IV
(B...uw, C.u.cPn~..o, MIR6, Mourr, 1989).
Poblado de Darr6 (La Vüanova i )a Geltrú,
Barcdona)
-Una inhumación de feto terminal o neooato, bajo el
hogar, cerca del ángulo NE de la habitación H de la Vivienda 3 y perteneciente a la cuarta ocupación, cuando la estancia adquiere una función domhtica.
-Una inhumación de feto terminal o neonato, bajo el
bogar de la habitación H, durante la quinta fase de ocupa~
ción, cerca del ángulo SE. Esta habitación sigue siendo de
251
[page-n-262]
F. GUSI 1 JENEll
uso dom~ico y queda anexionada a otra estancia de la vi·
vienda 3.
Los excavadores no coruideran estos enterramientos como
sacrificios fundacionales, aunque sean consecuencia de un caro·
bio de compartimentación de la vivienda, puesto que son fe·
tos, y se inclinan por la teoría que dichaa inhumaciones esta·
ban rclacionadaa con prácticas rcligiosaa propiciatoriaa y
tendrían un carácter domtnico y arteaa.nal dom&tico. Crono·
lógicamente se siman entre el primer tercio del siglo u y la pri·
mera mitad del siglo 1 a. E. (Lorn M ul.I.U, Fli!.UO, 1988).
Poblado de Camp Maurf (La Valldan-Berga,
Barcelona)
- Un niño, sin más referencias, inhumado bajo el empe·
drado deJ piso de la Habitación 2, correspondiente al nivel IIU. Se recogió un cráneo fragmentado y un revoltijo de
huesos; como posible ajuar se encontró un diente de lobo con
una perforación central
- Un niño, ain mú referenciu, inhumado por debajo
del enterramiento anterior; ae recogió un cráneo seccionado
longitudinalmente junto con huesos revueltos (Nivel 111).
-Un niño, sin mú referenciaa, perteneciente al ni·
ve1
m.
La cronología aun siendo incierta, parece corresponder alrededor de finales del siglo m-inicios del n (CASmLO, Rro, 1962).
Poblado de La Molet11 del Remei (Alcanu, '111rragona)
-Un feto de ocho meses y una semana.
-Dos fetos de ocho meses y media semana.
- Un recién nacido de dos semanas de vida.
- Un recién nacido de dos semanas de vida.
- Un recién nacido de un mes de edad.
Estas cinco inhumaciones secundarias colectivas, sin
ajuar, se hallaron en una fosa común excavada bajo el piso
de la Vivienda H-1 7 en su ángulo NW, rodeada de piedras,
formando una especie de cista.
- Un recito nacido cuya edad se sitúa entre quince y treinta
días, sin ajuar, inhumado en una cubeta excavada en tierra.
Este enterramiento apareció en la zona denominada ZAP,
en su área exterior (GilAOIA, MuNi u.A, MuCADI\1., CAMPILLO,
1989).
ÁREA ARAGONESA
Pobl~do
del Cutillejo de
bla de Hijar, Terucl)
1~ Roman~
(La Pue-
-Un recito nacido de escasos meses de edad, inhumado
bajo el piso de la vivienda, j unto al muro norte. Los huesos
craneales estaban depositados encima de una capa de yeso.
252
Se ba de destacar que únicamente apareció el cráneo con la
parte occipital .hacia arriba, flanqueado por dos pequeñas la·
jas calizas, hincadas verticalmente. Bajo el parietal se halló
un canto de río, a modo de apoyo. El conjunto funerario se
hallaba encajado dentro de la primera hilada del muro, y
constituye el enterramiento l2H.
-Un niño de unos siete meses de edad del cual tambito
se recogió el cráneo, cuyo occipital se apoyaba sobre una piedra. Esta inhumación apareció en el exterior del recinto, en
una zona enlosada escalonada, y que formaba parte del acce·
so al mismo, estaba depoaitada encima de una gran piedra
caliza, a la cual se le superpuso una gruesa capa de yeso. El
enterramiento estaba recubierto por varias piedras colocadas
en desorden, y se le denomina 10j,50.
-Un niño de un año de edad, el cual conservaba todo
el esqueleto. Esuba situado por debajo de la losa caliza que
aervfa de uiento al anterramiento 10J,50. Poseía un ajuar fu·
nerario simple (una pulaerita de bronce). En la base de la
inhumación se recogieron pequeños carlxmes, la cual fue denominada 10],50.2.
- U n niño con el esqueleto incompleto y sólo una parte
del cráneo, cuya edad no fue determinada. La inhumación
se orientaba al oeste. La base de la misma habfa sido prepa·
rada. Y estaba rodeada por una capa de arcilla roja y en su
alrededor se hallaban colocadaa irrcgularmeiUe cuatro pe·
queñaa piedras que tapaban el hueco. Junto al enterramiento
aparecieron restos de ovicáprido y conejo, y fue denominado 2M.
Estas cuatro inhumaciones aparecieron en una vivienda
de planta rectangular, cuyo piso se encontraba empedrado
mediante losas calizas, y la cronología se fecha en un momento indeterminado entre el siglo w e inicios del t (BI!I;
TllÁN LLOII.IS , 1977).
Poblado de Los c~stellazos (Mediana de Arag6n, Zaragoz11)
-Un niño, sin más precisiones, inhumado en una fosa
que peñoraba un pavimento de yeso, el cual se hallaba en
posición fetal y la cabeza orientada al este, junto al muro oes·
te de la Caaa 2. Cronológicamente se (echa entre rt.nales del
siglo DI y siglo IJ {MINCUltZ1 1988).
Poblado de Piur6 del Buranco Fondo (Mazale6n, Te.ruel)
-Un feto, sin más datos, cubierto por un molino, en el
interior de una vivienda. La cronología según Boseh Gimpera puede situarse en la segunda mitad del siglo v, por el
contrario para Beltrán Ma.rtínex corresponde a nnes del si·
glo IV.
[page-n-263]
ENTERRAMlENTOS lNFANTILES DE tPOCA rBttiCA
Poblado de El Palomar (Oliete, Ttruel)
-Veinte inhumacione. infantiles, sin m6.a detalles, res
partidas en varias viviendas, de la siguiente manera: un a en
la Vivienda l, siete en la Vivienda 3, tres en La Vivienda 4,
cinco en La Vivienda 6, tres en la Vivienda 7, y una en la
Vivienda 11. Todos los enterramientos se encontraron bajo el
piso de ocupación, debajo de escaleras, o en pequeños pozos
en las esquinas de los muros, en espacios enmarcados por lajas; algunos contienen ajuares (cuencos cer6.micos, cuentas
de collar y pequeños animales). Algún autor menciona vein·
titr61 inhumaciones {BAUIAL, 1989). Thmbibl en las vivien·
das aparecieron enterramientos de animales, especialmente
cerdos y ovejas, h asta u n total de diecisiete inhumaciones:
uno en la Vivienda 1, d os en la Vivienda 3, dos en La Vivienda 4, dos en la vivien da 6, uno en el Almacén a3, cuatro en
la Vivienda 7, y cinco en la Vivienda 8. La cronología del
yac.i miento se sitóa desde el siglo m a la primera mitad del
siglo 1 a.E. (VIC~l'I'R, &Q.ODM, Eso.JOllll, 1990; VJcvrn:,
1981; V1cmn, 1982).
Poblado de El larratrato (Alcaiü%1 Teruel)
-Un n.i ño inhumado, sin más referencias, enterrado
dentro de una cubeta excavada en el suelo de la Vivienda 6,
detrú de un ~6calo de piedras, en un ángulo de la estancia.
Cerca del mismo, apareció una pequeña fosa en donde se depositaron los restos de diversos pájaros. La vivienda se fechó
en el siglo JV (P.ws, BAitA\Vru, 1926).
Poblado del Alto Cbac6n (Teruel)
-Una inhumación infantil, sin más referencias, única·
men te apareció el cráneo junto con otros restos óseos. El ya·
cimiento se fecha desde fines del siglo v hasta el siglo t d.E.,
aunque el momento álgido del poblado fueron los aiglos m
y 11 (An.IÁN, VIO&I'ITII, BucE, 1980: 132).
Poblado de San Antonio (Calaceite, Tcruel)
-Dos inhumaciones infantiles, sin mú referencias, una
de ellas ac encontró desordenada en el ángulo oeste de La estancia, dentro de un hoyo excavado en el suelo y por debajo
de una muela de mol.ino. A 1 m. de distancia y a lo largo del
muro norte, ae halló la segunda inhumación, tampoco sin referencias anatómicas. Estos hallazgos aparecieron en el interior de la Habitación 19.
-Una inhumación de un niño, ain mis referencias,
constituida por un cráneo, situado cer ca del ángulo NW del
Departamento ....,, entre la torre y la Habitación •O•; cerca
del enterramiento, en el ángulo opuesto NE del recinto, se
hallaba una muela de molino.
- Una inhumación de un niño, sin más referencias, cu-
yos restos se encontraban esparcidos en el ángulo NE del Departamento 81 (PALLAús, 1965).
ÁREA DEL PAiS VALENCIANO
Poblado dd Puig de la Nau (Benicar16, Ca.tcU6n)
-Un feto o reciál nacido prematuro; los huesos ae hallaron esparcidos por debajo del piao de ocupación de la Habitación 5.
-Un feto o reci~n nacido, hallado en iguales condiciones que el anterior; encontrado en la H abitación 3.
Ambos enten:amientos se pueden fechar como correa·
pondientes al aiglo v.
-Un reci~ nacido o feto a t~rmino, colocado en posición fetal y protegido por pequeñas piedras que rodeaban el
enterramiento, junto a &t e se recogió un hueso de cordero
de un año de edad, todo ello se halló en la Habitación 28.
Fechado en el siglo VI.
-Dos reci~n nacidos, cuyos huesos se hallaron entre·
m~clados; uno de ellos con una edad alrededor de las dos
o trea semanas, y el otro de un mes de vida aproximadamente. Los restos óseos estaban incompletos, y además faltaban
los huesos craneales y aparecieron todos amontonados. depositados j unto a un muro, bajo el piso de ocupación de la H abitación 33. La cronoJogfa se centra en la segunda mitad del
aiglo v (Ou~,., 1989).
Yácimiento del Puig de La Mi1ericordú (ViDarOl, Ca1tcll6n)
-Un feto, cuyos huesos se encontraron esparcidos por
debajo del piso (Nivel U) de la H abitación A. Fechablc dentro del primer tercio del siglo v1
.
-Dos reci~n nacidos cuya edad oscila entre varios meses
y medio año de vida. Los huesos se hallaron revueltos j unto
a la pared de la vivienda, bajo el piso de la aegunda ocupación. Junto a laa inhumaciones se recogieron restos óseos de
una cr(a de conejo. La cronología de los enterramientos se
sitúa en la segunda mitad del siglo v1 (Ouvu, 1989).
Poblado de Sant Josep (La Vall d'Uiz6, CasteU6n)
-Un recibl naddo o feto a t~rmino, inhumado en el interior de u na urna, colocada bajo el piso de ocupación de la
H abitación C-17.
-Una inhumación de edad no determinada, situada
bajo el pavimento y j unto a un muro de la Habitación C-13,
junto a la mial!la, se recogieron algunos restos de un oviáprido joven. Cronológicamente pueden corresponder a un
m omento del siglo v (Ouvu, 1989).
253
[page-n-264]
F. GUSI 1 JENER
Poblado de Les Forques (Borriol, Castellón)
-Una inhumación infantil, sin mayores precisiones, hallada en el interior de una urna globular. El hallazgo procede
de ulla remoción clandestina. La campaña de excavación reaLizada bajo la supervisión del Servicio de Investigaciones Arqueológicas y Prehistóricas de la Diputación de Castellón durante el año 1981, proporcionó una cronología del yacimiento
desde el siglo m hasta inicios del siglo 1 (OLTvllll, 1981; F AJ..O.
MIR, SALVADO!l, 1981).
Poblado de Montmira (VAJ.cora, Castellón)
-Un recién nacido de alrededor de un mes de edad, inhumado en el interior de una estructura constructiva de paredes no rectilíneas y que quizás constituya una estructura
defensiva (torre?). El esqueJeto apareció completo en posición fetal, con las piernas flexionadas y los brazos recogidos
sobre el tórax; el cuerpo se hallaba recostado en su lado derecho -decúbito lateral- y con la cabeza dislocada hacia
atrás, en gran parte desaparecida, mirando hacia el oeste, y
a la ve.z hacia el p equeño hogar subcircular que se encontraba a unos 0'40 m. del enterramiento. El cadáver se había depositado entre la pared rocosa de un afloramiento natural y
unos bloques pétreos, colocados intencionalmente en el lado
opue.s to del aflo¡-amiento, con el fin d e delimitar el cuerpo.
No se recogió ajuar funerario alguno, ni tampoco material
arqueológico en todo el nivel del hallazgo. Por el contrario
la cerámica aparecida en el nivel superior, correspondiente
a la base de un muro posterior adosado a la citada estructura,
se fecha hacia finales del ~iglo m y comienzos del 11. El hallazgo inédito procede de la campaña de excavaciones realizadas en el verano de 1990, dirigida por D. Eladio G¡;angel, a
qwén agradecemos la información facilitada.
Yacimiento de La Escudilla (Zucaina, Castellón)
-Dos lactantes y un feto, inhumados en la urna 1; en
su interior también se recogieron restos óseos de un bóvido
y un ovicáprido lechal y un vasito cerámico.
-Cuatro neonatos y un feto, inhumados en la urna 2;
én el interior se recogió un hueso de animal indeterminado.
-Un neonato y dos fetos, inhumados en la urna 2bis;
en el interiór se recogieron huesos de un ovicáprido lechal
y de crías de ratón de campo, ádem ás de un puñado de granos de cereal sin determinar.
- Tres lactantes, inhumados en la urna 3; en su interior
aparecieron huesos de ovicáprido, cerdo/jabalí y cría de ratón de campo.
-Un neonato, inhumado en la urna 3bis; sin ajuar
alguno.
-Un lactante, inhumado en la urna 4; en su interior se
recogieron h~:~esos de un ovicáprido lechal.
254
-Un lactante, inhumado en la urna 5; en su interior se
hallaron huesos de cría de ratón de campo y musaraña, además de una pieza troncocónica de arcilla.
-Un lactante, inhumado en la urna 6; en su interior se
recogieron restos óseos de conejo, ovicáprido lechal y de cría
de r atón de campo.
-Un neonato, inhumado en la urna 7; en su interior se
encontraron restos de ovicáprido lechal.
-Dos lactantes y un feto, inhumados en la urna 8; sin
ajuar.
En el Recinto H-1, la$ uma:s aparecidas bajo el pavimento y empotradas en u n agujero excavado en el sustrato, natu.r:al, se dividíah en dos subgrupos, en los cuales la primera
agrupación se situaba en el ángulo SE del recinto, y constituida por cinco urnas con quince inhumaciones infantiles
(urnas 1, 2 bis, 3, 3 bis); la segunda agrupación se situaba
a lo largo del muro N y la formaban otras cinco urnas con
siete inhumaciones (urnas 4, 5, 6, 7, 8), dentro de esta concentración, §e distinguió una subagrupación, situada entre el
muro N y el hogar central (urnas 4 y 7).
-'U-es neonatos, inhumados en la urna 9; en su i.n terior
se recogieron unos fragmentos indeterminables de bronce y
una cuenta de pasta vítrea.
Esta es la única urna aparecida en el interior del Recinto H"2, junto al umbral de la entrada, cerca de un pequeño
bloque de piedra caído de 0'40 m. de alto.
-Dos neonatos, inhumados en 1a urna 10; sin aju ar.
-Un neonato, inh1.JIJlado en la urna 1,1; sin ajuar.
En el exterior del umbral del Recinto H -3, se hallaron
estas dos urnas descritas. La cronología de estos recintos, la
situamos dentro de la pr imera mitad del siglo v (Gus1, 1971
y 1989a, b).
Poblado de Los Cabañiles (Zucaina, Castellón)
-Dos neonatos, inhumados en la urna 1; sin ajuar.
-Un _
neonato, inhumado en la urna 2; sin ajuar.
- Un neonato, inhumado en la urna 3; sin ajuar.
-Un neonato, inhumado en la urna 4; sin ajuar.
- Un neonato, inhumado en la urna 5; se recogió en su
interior una valva de un pequeño molusco competidor de la
os·tra.
En eJ Departamento H -A aparecieron cinco urnas con
se'is inhumaciones, formando dos agrupaciones. La primera
situada a todo lo largo del muro meridional, formada por
cuatro urnas (1, 2, 3, 4) con cinco inhumaciones, y dividida
en dos subagrupaciones, la primera en el ángulo SE, con d os
urnas (1, 2) y la segunda con otras dos umas (3, 4) en el ángulo SO. La segunda agrupacíón la formaba una única urna
(5) con una inhumación y se situaba cerca del muro septentrional del recinto.
La cronología de todos estos enterramientos es la misma
atribuida al yacimiento de La Escudilla, primera mitad del
siglo v (Gus1, 1971 y 1989 a, b).
Utilizamos el tér mino neonato como un r ecié.n nacido
[page-n-265]
ENTERRAMIENTOS lNPANTILES DE tPOCA IBéRICA
basta un mes de edad, y lactante como un niño mayor de
un mes y menor de medio año.
Poblado del Ca1tellet de Bemabl (Llfria, Valencia)
-Un reci~n nacido de algunos meaea de edad, depositado en una urna rota con escasos restos óseos muy removidos¡
ajuar compuesto de una pequeña pulsera de bronce.
-Un recim nacido, completo, depositado en una urna
colocada en un lowlus; cerca del enterramiento se hallaron
los reatos de un bogar y una balsa en cuyo interior apareció
una piedra utmuda como yunque. En el recinto se reali:taron actividades metalúrgicas.
Estos enterramientos aparecieron en el Depa.r ta.mento 1,
formado por tres estancias, el primero de ellos, cerca del
muro meridional y su ángulo SE, y el segundo bajo un banco
corrido adosado al muro meridional citado.
-Un lactante de sexo masculino, cuya edad oscila entre
los 5 y Los 7 meses de vida, inhumado en el interior de una
urna; contenía u.n ajuar funerario compuesto por un aro de
bronce (encima de la clavícula derecha), una tobillera de hierro (pie derecho), una pulsera de material perecedero, en la
cual babfa una concha de caracol marino, una campanita de
bronce y una herramienta tambitn en bronce de miniatura
y representando una alcotana (muñeca derecha), as( como un
objeto de broooe y madera indeterminable (b11mero izquierdo). Por encima del esqueleto y quizás proveniente de un
plato-t.a pade.r a, se recogieron restos carbonizados de huesos
de erra de ratón, cáscara de huevo, escamas de pescado y un
hueso de ratón bajo el omoplato izquierdo, y tambi~n de una
musaraña.
- Un recién nacido incompleto (un ilión, una costilla y
un hueso largo fragmentado), inhumado en el interior de una
vasija de cocina recortada en su base, y situada en la esquina
norte, colocada sobre un bloque calizo y en clara relación de
dependencia con la anterior inhumación.
Estos enterramientos aparecieron en el Departamento 3,
en el ángulo norte j unto a la muralla y la pared este, y cubiertos por dos bloques de piedra caliza que sobresalían del
piso de ocupación y que formaban un espacio delimitado por
el muro este de la casa y por tres parament03 formados por
bloques irregulares caliz03. El hallazgo se fecha en Ja primera
mitad del siglo IV.
-Cuatro inhumaciones infantiles, sin más datos.
Estos enterramientos aparecieron en el Departamento 6,
Bajo unas escalera., en el ángulo norte y bajo el empedrado,
cerca del muro oeste, dentro de una fosa rectangular con las
paredes enlucidas¡ una de las inhumaciones estaba constituída por una urna asentada por encima de la fosa, y correspondía a un nivel posterior de ocupación del recinto, en donde
se realizaron actividades de tipo metalúrgico.
- Un reci~n na.cido de uno o dos d(as de edad, inhumado en una urna con plato-tapadera; el esqueleto completo,
estaba en p03ición decúbito lateral izquierdo y con el cráneo
aplastado; en el interior apareció un ajuar compuesto por
una piedra pequeña y un incisivo de ovicáprido y un fragmento de h11mero de conejo. La uma ocupaba una oquedad
de la roca basal y estaba sellada mediante un adobe q ue sobresalía del piso de ocupación.
Esta inhumación se halló en el interior del Departamento 7, en el ángulo none, fechada en la primera mitad del siglo IV. Se recogieron tres molinos y restos de trigo y cebada. Hemos de señalar que en el momento de redactar nuestro
trabajo, ónicamente se han publicado cinco inhumaciones de
un total de m's de 10 enterramientos aparecid03 basta el momento en el yacimiento, seg1lo sus excavadores (GutlltN,
M ART1Nilz V ALLII, 1987-1988: 231-265; CuútN, CALVO, GRAu,
GuiLLtH, 1989).
Poblado de La Seña ( Villar del .Arzobispo, Vá lcncia.)
-Un nconato menor de dos mea:es de edad; sin ajuar
funerario. Aparecido en el Recinto 3, en el interior de una
urna situada en el ángulo sur de la habitación junto a la
puerta de entrada..
- Dos reci~n nacidos de uno o dos días de edad; se recogió un molar de conejo. Se recogió en el Recinto 4, en el interior de una urna adosada a la muralla y junto al muro divisorio del recinto y bajo el piso de ocupación. Fechado a inicios
del siglo IV (GutaJN, MARTfNU VAU.B, 1987-1988).
Poblado del Puntal de16 Llop1 (Olocau, Vá lcncia)
-Un reci~o nacido de unos quince días de edad, sus restos no tenían conexión anatómi ca, inhumado bajo el piso de
la Vivienda H-1. Cronología sin detallar, ya que \inicamcnte
se cita la fecha de ocupación del yacimiento, siglos v al u
(Go#.RIN, MART1Nr.z V ALI.M, 1987-1988).
Poblado de Los Vi11ares (Caudcte de las Fuente•, Valencia)
-Un feto a t~rm ino o neooato, inhumado en una urna
colocada bajo un banco corrido, en el ángulo este de la estancia H lb-83. La cronología se situa en la segunda mitad del
siglo v y finales del rv.
-Un recién nacido, sin más referencias, hallado en malas condiciones en el poblado (GutarN, M..Jn1h'l!Z V.u.u,
1987-1988).
Poblado de La Serreta (Alcoy, Alicante)
-Dos cráneos infantiles de con a edad, sin más referencias, hallados en loa ángulos del interior de dos habitaciones
255
[page-n-266]
F. CUSI 1 JBNER
y por debajo del piso; sin ajuar. La cronología quizás se pueda situar a lo largo d~ siglo 1 (TARRAD!LL, 1965: 175).
ÁREA ANDALUZA
Necr6poli.a de 'Ibtugi (Galera, Granada)
Poblado de La Alcudia (Elche, Alicante)
En el interior de divenas viviendas, aparecieron ocho
urnas, en cuyo interior se constató la presencia de inhumaciones infantiles. Una de las urnas se hall6 junto a un ara
de piedra con hornacina superior y flanqueada por dos ánforas. Sin más referencias (R.-.Mos, 1989).
ÁREA MURCIANA
Necr6polis de El Cigarralejo
-Un lactante menor de cinco meses, inhumado en
urna. Enterramiento 1.!162. Fechable en el siglo 1v.
-Un lactante cuya edad se sitúa entre Jos cinco y siete
meses, inhumado en urna y con ajuar funerario (anillo cobre,
cuenta pasta). Enterramiento 1.!201. Cronología, segunda
mitad del siglo v.
-Un recién nacido de pocos días, inhumado en urna;
ajuar funerario (cuentas coUar, colgante pasta, anillos). Enterramiento 1.!104. Fechable a fines del siglo v y primera mitad deltv.
-Un lactante, ain más datos, inhumado en urna; sin
.Yuar. Enterramiento T-17?. Cronología., sin especificar (¿siglos m-u?) (ClJA.OB.AOO, 1987: 323, 328, 334, 374; SANTONJA,
1985-1986: 29-30).
Pobhdo de Coimbra del Barranco .Ancho aumüla, Murcia)
-Cuatro niños de corta edad, inhumados en el interior
de una zanja paralela al muro este, bajo las losas de la escalera de la entrada, y depositados desordenadamente en posición fetal y sin ajuar alguno.
-Un niño de corta edad, orientado al oeste, inhumado
en una fosa excavada cerca del ángulo sudeste. Sin más referencias.
-Un niño, ain más referenciaa, inhumado en posición
fetal dentro de una pequeña fosa y orientado al este¡ sin
ajuar.
-Un niño, ain más Teferen cias, inhumado cerca del ángulo sudoeste, al lado de una muela de molino y orientado
al este.
Todos estos enterramientos aparecieron en el interior de
una de las viviendas, en el estrato 11, fechado. a fi.nes del siglo IV e inicios del ru (Ln.w , 1981).
- Un niño de varios meses de edad. sin más referencias, inhumado bajo una estancia, al pie del t<ímulo funerario 88.
- Un niño de corta edad, sin más referencias, inhumado en el interior de una vasija cilíndrica cortada, y decorada
con semicfrculos pintados. Esta inhumación apareció cerca
de una vivienda romana, la cual a su vez tenía un e.n terramiento bajo el 'Piso.
-Un niño de poca edad, sin más referencias, inhumado
en el interior de una urna globular, partida en dos, y con
plato-tapadera¡ apareció en la ladera este de la cañada de
los Metros (CAIIU, nr; MOTOs, 1918: 44, 45, 54, 55, 62).
OTROS ENTERRAMIENTOS
Como complemento a la recopilación de los yacimientos ibéricos, hemos recopilado una lista muy breve y forzosaroente incompleta de otros yacimientos de
distintas épocas, Bronce y etapa romana, así como del
periodo colonizador, e incluso de la cultura talay6tica
mallorquina, como una simple referencia de estas
prácticas funerarias infantiles en la región mediterránea de nuestro país durante la Antigüedad a lo largo
de más de un milenio.
Enterramientos infantiles dentro del área de la
posterior Cultura Ibérica, pertenecientes al periodo del
Bronce tmal.
ÁREA CATALANA
Poblado de La Pedrera (VallfogoDa de
Balaguer-TermeDB, Lleida)
-Cuatro inhumaciones en distintos estratos del yacimiento, fechados desde el 1200/UOO hasta el siglo vn (G ....
L LAlrr, }UNYI!NT,
1989).
Poblado del To11al de Les TeDalles (SidamoD,
Lleida)
-Una inhumación de recién oacido, fechable en tomo
al siglo vm (GARCás, MARI, Soa.IUIII!S).
Poblado de Carretelá (Lleida)
-Doa inhumaciones, una de recién nacido y otra de uo
256
[page-n-267]
ENTERRAMIENTOS INl'ANTJLES DE ÉPOCA IBÉRICA
año de edad, fec:hablea por C-14 entre 1090 y 1070 B.C.
(MAYA, 1986: 45).
Cova de Son Boronat (Calvii, Mallorca)
-Nueve inhumacione1 infantiles. Cronología, siglos
al o (Gunano, 1979).
IV
ÁREA DEL PAÍS VALENCIANO
Poblado de La Peña de la Dueña (Teresa, Castell6n)
Cova de Soo Maim6 (Petra, M.allorca)
-Una inhumación de niño, sin m.ás detalles. Fec:hable
presumiblemente en el Bronce tardío, quids entre los siglos xn y x (Ar..cAoi!R, 1945).
( AMORÓS,
- Posibles enterramientos infantiles, sin más referenci as
1974: 1
Cova Monja (SenceUe1, Mallorca)
ÁREA ARAGONESA
- Posibles enterramientos infantiles, sin más referencias
(Gtll!ltlll!RO, 1989).
Poblado de Los .tbafra.Dalu (Fraga, Hueaca)
-Una inhumación infantil, sin más referencias, enterrada en un boyo revestido parcialmente de piedras. La cronología se ait6a en un momento del Bronce final, sin más datos (MAYA, 1986: 45).
Dentro del área de influencia del mundo feniciopúnico, poseemos por el momento conocimiento de varios núcleos de enterramientos infantiles en la zona de
las Baleares (Cultura Talay6tica) y en la zona andaluza.
Necc6polis del Paig des Molins (Eivis•a)
-'D-es inhumaciones infantiles de 5/6 meses, 2/3 años y
5 años. Cronologra, siglos rv·m.
- Un niño, sin más referencias, con ajuar {Cilentas de
coUar), encontrado en el hipogeo 52.
- Dos niños inhumados en el interior de ánforas, sin
más referencias.
- Diversas inhumaciones infantiles dentro de ánforas,
sin más referencias (RoMÁN, 1924: 22; RoWÁH, 1927: 5; Gó.
M U, Gó&oti!Z, 1989).
ÁREA BALEAR
Necr6polia de Ca's Sant.amarier (Son Oma, Palma de M.allorca)
- I nhumaciones de niños de corta edad, aunque no apa·
rccicron recién nacidos, sin ajuares excepto en un sólo caso;
se hallaron enterrados en el interior de urnas cerámicas, de
arenisca y en cistas. C ronología, Talayótico final, primera
mitad del siglo n a mediados del siglo 1 (Ross!LL6, GOEllRJP..
.O, 1983).
Cala d'Hort (Eivi11a)
- Posibles enterramjentos infantiles, sin más referencias
(RoMÁN, 1918: 5).
Necr6polis de Ca n'Unul (Sant]o1ep, Eivissa)
- Una inhumación infantil en ánfora y con ajuar fune·
rario, sin más referencias ( Ro M.(.N, 1918: 5).
Necr6poli1 de Marina Gran (Se1 Saline1, Mallorca)
Necr6poli1 de Ca Na Joodala (Sant Josep,
Eivissa)
- Divena.s inhumaciones infantiles de neonatos y niños
de muy corta edad, enterrados en urnas de arenisca (RO$szu..ó, 1963).
- Diversos enterramientos infantiles en el interior de
ánforas y urnas, con ajuares funerarios, sin más referencias
(Row.
Santuario de Alm.alluti
(Esco~.a,
M.allorca)
-Una mandíbula infantil hallada en el interior de un
vaso y junto con dos inb.umacionea de adultos jóvenes
(PnwÁND.az-MJ:RANDA, ENSENAT, ENs!RAT, 1971: 13-14).
ÁREA ANDALUZA
Necrópoli1 de Baria (Villaricos, Almerfa)
- Once inhumaciones infantiles enterradas en fosas cu-
257
[page-n-268]
P. GUSJ J JENER.
biertu por media ánfora (n."" 226, 239, 314-, 316, 318, 338,
538, 5t2, 576, 612, 1108).
-Dieciocho inhumaciones infantiles en el inter ior de ánforu, sin más referencias (n. 00 8, 17, 19, 320, 323, 3+7, 365,
386, 401, 518, 883, 987, 996, 1016, 1028, 1063, 1106, 1698).
Algunas pose.e n ajuar funerario (SmE'r, 1908: 29; Asl:Ruo,
1951: 52-54).
ÁREA ARAGONESA
Colonia Victrix Iulia Lepida/Celsa (Velilla de
Ebro, Zaragoza)
-'D::einta y seis inhumaciones infantiles halladas en. el
interior de varias vivi.endaB, bien referenciadas. Cronologfa,
ÍlDeS del siglo 1 (M INOUIIZ, 1988).
En cuanto al área de influencia griega, única.m ente conocemos un sólo yacimiento claramente determinable.
Villa romana(?) (Torres de Albarracin, Terael)
ÁREA CATALANA
-Varias inhumaciones infantiles, sin más referencias,
fechadas en el siglo u d.E. (MtNc;ou, 1988).
Necrópolis de Empúries (L'Escala, Girona)
Zona Inhumación Muralla NE:
-Das enterramientos infantiles. Cronolog(a fines del siglo vr y siglo I V (n. 01 1, 2). Sin más referenciu.
Zona Inhumación Martí:
- Cuarenta y dos enterramientos infantiles, sin más referenciu. Cronología, siglo IV (n.01 9, 12, 13, 15, 18, 22, 23,
29, 35, 59, 56, 57, 66, 69-69bis, 74, 75, 77, 85, 88, 89, 93,
96, 100, 104, 106, 112, 113, 115, 116, 117, 118, 123, 124, 125,
130, 131, 134, 135, 136, 137, 138).
Zona Inhumación Bonjoan:
-Cinco enterramientos infantiles, sin más referencias
(n. 00 49, 68, 73, 7t, 80).
Zona Inhumación Granada:
-'fres enten:amientos infantiles, sin más rcferenc.ia4
(n."" 11, 13, 14-).
L as inhumaciones por lo general se entierran en fosas
o en ánforas, algunas con ajuares funerarios (A LMAGRO,
1953-1955: 47-113, 189-213, 242-245 (J); 398-399 (IJ)).
En lo q ue respecta al perfodo r omano, son escaso s
todavía los datos referidos a inhumacion es infantiles.
Hasta el momento se han registrado halJazgos en cuatro áreas.
ÁREA CATALANA
Edificio Imperial de Magdalena
- D iez inhumaciones infantiles, bien referenciadas.
Cronología, primera mitad del siglo t d.E. a mitad del siglo n d.E. (LoRIINCto, PuJO, Juul., 1987¡ VIVes, 1987).
ÁREA DEL PAÍS VALENCIANO
Edificios «Horreum» y «Occidental» de Dia niam (Dénia, Alicante)
-Seis inhumaciones infantiles con edades comprendidas desde 6/7 meses de gestación, fetos a término, hasta un
niño de 5/6 años. :Bien referenciado. Cronología, primera
mitad d el siglo r d.E. al primer tercio del siglo u d.E. (Gts.
aER.T, SeNTf, 1989).
ÁREA ANDALUZA
Necrópolis de Gades (Cádiz)
-Veintidós inhumacion.es infantiles de niños cuyas edades oscilan de los 2 a los 7 años. Todas tenían el cráneo fra.cturado. Cronología, mediados del siglo r d.E. (CoRzo,
1989).
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J osé Vicente
M ARTÍNBZ P ERONA •
,
EL SANTUARIO IBERICO DE LA CUEVA MERINEL
(BUGARRA). EN TORNO A LA FUNCIÓN
DEL VASO CALICIFORME
A Entit¡u¿ P/4 y a Domingo Flltchtr
SITUACIÓN Y DESCRIPCIÓN
La Cueva Mcrinel, según la nombran los vecinos
de Pedralba, o Miriguel, según la versión de los de Bugarra, se encuentra situada precisamente dentro del
término municipal de esta segunda población valenciana, en una bifu rcación de la derecha del barranco de
las Hoces en el macizo calcáreo del Jurásico denominado Loma Larga, escasamente a un kilómetro del río
Turia, en su margen derecha, a 300 metros de altitud.
Longitud: 2° 55' 22", latidud: 39° 35' 47" (lNSTITtJ·
ro, 1951).
Se trata de una gran cavidad a la que se p uede acceder por tres bocas a pie llano que forman un pequeño
circo que mira hacia el Nordeste. La de la derecha,
protegida del Norte por un abrico rocoso, da paso a
una sala de trazado tortuoso, bastante amplia, que desciende rápidamente hacia una pequeña salita de techo
baj o sin continuidad. Se halla comunicada, en su lado
izquierdo, con la sala que podemos llamar principal,
pO.f ser la de d imensiones más grandes, mediante una
oquedad que queda a gran desnivel por encima. La
boca siguiente, que ocupa una posición central con res•
Opto. de Historia Antigua, Unive111itat de
Val~ncia.
pecto a las otras dos, y a un nivel mucho más elevado
que la anterior, tiene forma cuadrangular y parece hecha o acondicionada por mano humana. Da acceso a
u n pequeño vestíbulo, separado de la gran sala por un
conjunto laberíntico de gruesas estalactitas. Finalmente, la tercera, muy próxima a la anterior, presenta un
aspecto triangular, con un gran bloque calizo delante
de ella que, aunq ue dificulta la entrada di recta a la
gran sala, no la impide.
Los tres accesos a la cueva descritos se encuentran
en una ladera de fuenes pendientes, sobre el cauce del
barranco que allí es muy angosto. A nivel de la boca
de la derecha, hay un rellano artificial, posible plataforma de una antigua carbonera, protegido por un
muro de contención de piedra en seco.
La sala principal, a la que se entra, como hemos
dicho, por las dos pu ertas de la izquierda, es de grandes proporciones y de aspecto majestuoso, con ligera
caída hacia la derecha, acen tuándose la pendiente conforme nos acercamos al boquete que la comunica con
la cavidad accesible por la boca de la derech a. El techo,
ennegrecido, está situado a gran altura, sobre todo en
el cen tro de la sala, tachonado de má.ltiples estalactitas.
Abundan en ella las formaciones cársticas que le d an
un impresionante aspecto, destacando varias grandes
261
[page-n-272]
3
<
1
Smts.
·~
C.
MERINEL-su~rr~
:·:-:-:-: S~ntu~rio 1beri~o
262
Fig. 1
[page-n-273]
SANTUARIO IBÉRICO DE LA CUEVA MERINEL
columnas que se levantan en el centro y hacia el interior. Una barrera calcárea dlvjde la sala en dos partes
bien diferenciadas. La primera, la correspondiente a la
entrada, con suelo de tierras pulverulentas oscuras que
denotan una gran potencia de sedimentos. La segunda,
hacia el interior, forma una complicada estructura por
la presencia de estalactitas y estalagmitas que constituyen verdaderos muros de separación que delimitan dos
salitas cuyas paredes y techos, estos bajos, se hallan decorados con coladas y formaciones grumosas calcáreas.
Justo en este lugar es donde se encuentran los sedimentos contenedores de los materiales arqueológicos calificados como ofrendas y exvotos. Esta zona, aunque con
exclusividad, se mantiene activa en cuanto a las formaciones cársticas, produciéndose un constante goteo del
techo y paredes, los cuales aparecen menos ahumados
que los de la sala principal (fig. J).
Hacia la izquierda y el fondo, el n ivel del suelo
desciende contra la pared, encontrándose allf una gatera que conduce a otra sala inferior de muy dificil acceso y sin resto arqueológico alguno (fig. 2; lám. 1, 1 y
2). (Para más información al respecto véase V AIUOs
AU'TQrw, 1982: 193-191; DoNAT, 1967: 40).
Los asentamientos ibéricos e iberorromanos que
pudieron caer dentro del radio de acción de la cueva
Merinel como santurario son varios. Entre los primeros, el más cercano e importante, es el de «La Loma
de la Tia Soldá.., próximo al que se encuentra el de la
..Balsa de Torralba.. y un poco más alejados los del
«Castillejo•, ..La Torzuela., todos en el término de Bugarra; el •Pico de los Serranos• y el •Corral de Ajau.»,
en el de C buJilla; ·El Remolino• y el ..cerro Partido,
en término de Pcdralba (MArriNu, 1975: 180-181), a
los que cabría añadir el del «Alto de la Presa Vieja»,
«Cerro del C uervo• y ..casa de la Andenia», situados
en la margen derecha del río Turia, dentro del término
municipal de Gestalgar (APARICIO I!T Al.ll, 1979:
246-259). De los segundos tenemos «El Hortct, y el
aCerrito Royo.., en Pedralba, y los de «El Quemado,.,
..Villaricos•, •La M ezqu_ita.. y el •Yesar de Masero», en
Bugarra, este a muy poca distancia de la Cueva M erinel (MARTINEZ, 1975: 182-186). No obstante, resulta
completamente imposible el dilucidar si la cueva fue
frecuentada por los habitantes de uno de estos poblados o por los de todos, e incluso por los asentados en
lugares más lejanos, del Camp de Tária y de Los Serranos.
INTERVENCIONES
ARQUEOLÓGICAS
La primera actuación en la Cueva Merinel que
iba a poner de manifiesto su carácter de yacimiento arqueológico y más concretamente de cueva-santuario,
fue protagonizada por una serie de miembros del Cen-
tro Excursionista de Valencia, el 28 de julio de 1953
(VARIOS AUTOJUS, 1982: 194), entre los que figuraba
Rafael Cebrián Gimeno y como gufa el vecino de Pedralba, Vicente Andrés Muedra que nos han informado verbalmente de aquella actuación, comentándonos
que en una salita situada al fondo de la principal, a
muy poca profundidad y entre tierras oscuras repletas
de carbones, cenizas y huesos de animales, extrajeron
entre quince y veinte vasitos grises y negros. Dos de
estos quedaron en propiedad de Vicente Andrés (fig.
2, 3 y 4), y el resto en poder de los otros miembros de
la expedición sin que hayamos podido localizar ninguno de ellos, salvo dos que se encuentran en el Museo
Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias, «González
Martf,. de Valencia (fig. 2, 1 y 2) que debieron ser donados por alguno de aquellos y que nosotros mismos
pudimos ver años atrás, cuando enaban expuestos en
una vitrina. En el interior de uno de ellos, una nota
decía: •Cueva Merinel. Pedralba•.
Posteriormente, la cueva es catalogada como sagrada de época ibérica, aunque con el nombre incorrecto de Meriñel, como aparece en el catálogo de Donat {DoNAT, 1967: 4-0), indicándose el hallazgo de
cerámicas ibéricas de pasta gris y forma caliciforme
(Gu.·MASOAREI.I.1 1975: 305).
Por entonces, era publicada nuestra Carta A~
qucol6gica de Pedralba y Bugarra y en ella incluíamos
la mencionada cueva, señalando la presencia de materiales del Bronce Valenciano y los ya mentados vasitos
caliciformes (MAATfmz, 1975: 177 y 181-182).
Sucesivamente, en 1981 y 1982, el Departamemo
de Historia Antigua de la Facultad de Geografia e Historia de la Uruversidad de Valencia, realizó sendas
prospecciones que, en relación con el santuario ibérico,
consistieron en localizar el lugar exacto donde se había
producido el hallazgo, encontrándonos con gran parte
de la sedimentación removida de la que se recogieron
algunos fragmentos pertenecientes a caliciformes de
pasta negra. Se tropezó con un pequeño espacio delimitado por formaciones cársticas que no presentaba remociones recientes, procediéndose a su excavación que
permitió localizar algunos vasos caliciformes (fig. 2, 5,
6, 7, 8, 9, 10 y ll) y un cuenco y parte de una tapadera,
ibéricos (fig. 3, 12 y 15) que, aunque fragmentados e
incompletos, se pudieron reconstruir en su mayor parte. Este material se encontraba entre tierras negruzcas
con carbones, coprolitos de ovicápridos y restos óseos,
en su inmensa mayoría, mandíbulas de cabras de corta
edad y algún lechón. Las cerámicas aparecían en un
completo desorden, de lado y boca abajo. Todo, en algunas partes, fuertemente concrecionado por la actividad cárstica del lugar, en muchas ocasiones por encima
de los restos arqueológicos. Thmbién se recogieron algunos fragmentos de cerámica a mano pertenecientes
a un cuenco pequeño y una cuenta de collar discoidal
( ArAAICIO liT ALll1 1983: 375-378).
263
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J.V. MARTÍNEZ PERONA
illllllt=::il•lt:= illllllt= ::il•t:::::J•.t=::ietnts.
9
Fig. 2
264
[page-n-275]
SANTUARIO rBÉ.RICO DE LA CUEVA MER.INEL
Finalmente, tras obtener el corresp ondiente permiso de salvamento y con el objeto de evitar q ue actuaciones clandestinas terminasen con los restos arqueol6gocos todavía existentes y estud iar posibles zonas sin
tocar, llevamos a cabo una intervención que nos ha
permitido recuperar muchos materiales y, especialmente, aclarar ciertos aspectos en cuanto a la formación del
depósito sagrado de la cueva Merinel. En efecto, nuestros trabajos se centraron en la limpieza de Jos sedimentos removidos y la recogida de los materiales que
contenfan, consistentes en su mayorfa en fragmentos
de caliciformes de pastas reductoras, algunos fragmentos de otr1>s vasos ibéricos y unos pocos de cerámica a
mano, asr como abundantes restos de fauna, etc. Además, se localizó una peq ueña superficie inalterada a1
estar sellada por capas calcáreaa y estalagmitas, formadas sobre el depósito de materiales arqueológicos del
santuario y que, en origen debieron cubrirlo por entero. Inmediatamente debajo, aparecían vetas negruzcas
conteniendo carbones, pero, sobre todo, coprolitos de
ovidpridos; a continuación los sedimentos con los
fragmentos de caliciformes y los restos de fauna., en su
mayoría mandrbulas de especímenes jóvenes de cabra
y cerdo; y finalmente, tierras más rojizas sin materiales.
INVENTARIO Y DESCRIPCIÓN
DE LOS MATERIALES
Una vez relatadas las actuaciones arqueológicas,
de l'.ndole divena, pasamos a dar relación de los materiales estudiados, señalando previamente que, los restos faunísticos aparecen inventariados, descritos y estudiados en trabajo adjun to a cargo de Francisco Blay.
En lo referente a las cerámicas a torno, tanto en los caliciformes como en e] r esto de los vasos, en sus pastas
se aprecia un desgrasante muy fino brillante de natur aleza no conocida, mientras que tambi~n , las superficies
externas de dichas cerámicas han sido cuidadosamente
espatuladas, apareciendo las mismas facetadas, con
surcos rmos a1 arrastrar partículas duras con la espátula, y bandas irregulares abrillantadas. Las medidas se
expresan en centímetros.
A) CERÁMICAS MODELADAS CON
TORNO
l. Vaso caliciforme de pasta negra. Cuello acampanado
y panza poco desarrollada. Pie anular bajo. Umbo externo
central. Doa agujeritos cercanos al borde. Diámetro boca:
8 '3, de la panza: 7, del pie: 4. Altura: 5'3. Se conserva en
el Muaeo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias, .-González Mai'tÍJo de Valencia. N° inventario general 3.l53. (Fig. 2;
Lám. I, 3).
2. Vaso caliciforme de pasta negra. Cuello corto y panza
muy de.aarroUada y alta. Pie anular bajo. Umbo i.nte.r no central. Diámetro boca: 9'6, de la panza: 8'9, del pie: 3'9. Altura: 6'3. Se conseNa en el Mweo Nacional de Cerámica y
Artes Suntuarias, ..Conzález Martí• de Valencia. N° inventario general: 3.156. (Fig. 2; Lám, I, 4).
3. Vaso caliciforme de pasta gris oscura. Cuello recto
con borde ligeramente acampanado. Pie anular delgado.
Umbo central interior. Diámetro boca: 8'7, de la panza: 8,
del pie: 4'3. Altura: 6. En posesión de don Vicente Andrés
Muedra de Pedralba. (Fig. 2; Lám. Il, J).
4. Vaso caliciforme de pasta negra. Cuello recto con borde con ala pequeña. Pie anular grande aristado. Umbo interior central poco marcado. Diámetro boca: 8'7, de la panza:
7'4, del pie anular: 4'9. Altura: 5'8. En posesión de don Vicente Andrés Muedra de Pedralba. (Fig. 2¡ Lám. II, 2).
5. Vaso caliciforme de pasta gris-negra. Reconstruido
parcialmente con cinco fragmentos. Cuello acampanado y
pan:ta b~a aquillada. Pie anular pequeño. Umbo central interior. Diámetro boca: 10'5, de la panza: 9'2, del pie: 4. Altura: 6' 7. (Fig. 2; Lám. n, 3).
6. Vaso caliciforme de pasta gris. Reconstruido parcialmente con doce fragmentos. Cuello corto y panza alta muy
desarrollada. Pie anular grande muy deteriorado. Umbo central interior. Diámetro boca: 9'1, de la panza: 9'1, del p ie:
••5. AJtura: 6'9. (Fig. 2; Lám. Il, 4).
7. Vaso caliciforme de puta negra. Reconstruido parcialmente con diez fragmentos. C uello y panza proporcionados con fuene aquillamiento. Pie anular muy pequeño. Diámetro boca: 8, de la panza: 7'5, del pie: 3'3. Altura: 5'3.
(Fig. 2; Um. m, 1).
8. Vaso caliciforme de pasta negra. Recorutruido parcialmente con catorce fragmentos. Cuello acampanado y
pan:~;a aquillada. Pie anular con aristas. Umbo cen~ral exterior. Diámetro boca: 8'3, de la panza: 7'4, del pie: 3'7. Altura: 6'4. (Fig. 2; Lám. m, 2).
9. Vaso caliciforme de past.a negra. Muy incompleto, le
falta la base y se ha reconstruido con seis fragmentos. Cudlo
cóncavo con borde hacia afuera; panza desarrollada. Diámetro boca: 8'5, de la panza: 8' 3. Altura de lo conservado: 6.
(Fig. 2; Lám. m, 3).
JO. Vasito en forma de tulipa de pasta gris y superficies
negras. Borde hacia afuera. Muy incompleto. Reconstruido con
siete fragmentos. Pie de anillo ancho. Di~metro boca: 6'5, de
la pan:~;a: 6' 7, del pie: 5. Altura: 6'5. (Fig. 2; Lám. III, 4).
11. Vaso caliciforme de pasta anaranjada veteada en gris.
Muy incompleto se ha reconstruido con nueve fragmentos,
conservándose otros once que no enclijan con lo montado.
Superficies del mismo color que la pasta. Cuello muy desarroUado acampanado, con un baquetón en au mitad con dos
series de incisiones oblícuas hacia la izquierda paralelas. Umbo
central interior pequeño. Pie anular muy pequeño y esbelto.
Diámetro boca: 9'4, de la panza: 7'8, del pie: 3'5. Altura:
8' 5. (Fig. 2; Um. IV, 1).
12. BoJ o cuenco pequeño de pasta gris en el interior
y beige en lu superficies. Reconstruido parcialmente con ocho
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J .V. M.ARTÍNE.Z PERONA
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Fig. 3
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SANTUARIO X:BÉRICO DE LA CUEVA MERJNEL
fragmentos. Superficies muy alteradas. Pie anular aristado
y umho central interior Diámetro boca: 12'2, del pie: i '8.
Altura: 5'2. (Fig. 3; Lám. IV, 2).
13. Fragmento de cuenco pequeño con ala horizontal en
el borde, de pasta gris~ .reconstruido con tres trozos. Va decorado con pintura roja oscura, en el interior con dos bandas
estrechas y el ala con dientes de sierra hacia el interior muy
irregulares. Posiblemente tuvo más decoración. Diámetro del
ala: 11'2, del interior de la boca: 8, de la paru:a: 9'1. Altura
de lo conservado: 2'5. (Fig. 3; Lám. IV, 3).
l i. Fragmento que coincide con la base de un plato
de pasta rojiza y superficies bciges, la interior con decoraci6n pintada en rojo muy perdida, alrededor del umho central, a base de los siguientes motivos: serie de 14 sectores
de dos círculos concéntricos pegados a una banda, alrededor
de la cual se desárrolla otra serie de cuatro drculos conc6ntricos completos, tangentes y secantes entre si y a su vez
secados por una banda exterior. La ~terior tambi6n decorada con pintura roja muy desvaída a base de bandas concéntricas muy irregulares que afectan al anillo del pie que,
en un m omento de su trayectoria, se desvían hacia el borde.
Se aprecia tambi6n una incisión muy fl1la que circun
todo el recipiente cerca de la base. Diámetro de )a base:
5'7. (Fig. 3; L.á m. [V, 4).
15. Fragmento de tapadera de cerámica de cocina, reconstruido con dos trozos, de pasta n.e gra con abundante desgrasan te grueso de calcita. Superficies negras bastas. Diámetro pomo: 5'5, máximo de lo conservado: 13. Altura de lo
conservado: 4'5. (Fig. 3).
16. Fragmento del borde y cuello de un vaso caliciforme
de pasta y superficies grises. Cuello corto ligeramente acam·
panado con borde un poco vuelto. Panza alta desarrollada
Diámetro boca: 9'2, de la panza: 9'2. Altura de ]o conservado: 3'5. (Fjg, 3).
17. Fragmento del borde y cuello de un vaso caliciforme
de pasta y superficies negras. Cuello acampanado con borde
ligeramente vuelto. Diámetro boca: 8. Altura de lo conservado: 3'6. (Fig. 3).
18. ldcm. Diámetro boca: 8'8. Altura de lo conservado:
3'4. (Fig. 3).
19. Idem. Diámetro boca: 7'6. Altura de lo conservado:
2'5. (Fig. 3).
20. ldern. Diámetro boca: 6. Altura de lo co.n servado:
2'09. (Fig. 3).
21. ldcm . Diámetro boca: 9'2. Altura de lo conservado:
3'5. (Fig. 3).
22. ldem. Diámetro boca: 8'4. Altura de lo consevado:
3. (Fig. 3).
23. ldem. Diámetro boca: 8. Altura de lo conscvado: 2'6
(Fig. 3).
24. ldem. Diámetro boca: 8'8. Altura de lo conservado:
2'6. (Fig. 3).
25. Idem. Diámetro boca: 6'8. Altura de lo conservado:
3'5. (Fig. 3).
26. Idem. Diámetro boca: 8; de la panza: 6' 7. Altura
de lo conservado: !'6. (Fig. 3).
27. ldem. Diámetro boca: 9. Altura de Jo conservado:
2'8 (Fig. 3).
28. Fragmento del borde, cuello y puta del cuerpo de
un vaso caliciforme de pasta anaranajada clara y superficies
del mismo color alteradas. Cuello acampanado y borde vuelto. Diámetro boca: 9 ' 6, de la panza: 8'3. Altura de lo conservado: 4. (Fig. 4).
29. Fragmento del borde de un bol o cuenco pequeño
de pasta rojjza. Superficie exterior decorada con pintura roja
con m.otivo de series de tres círculos conc6.ntricos, cercanos
al borde, tangentes entre si y secantes a una banda que se
ent.rev6 por debajo. ¡..a superficie interior apárece con un engobe anaranjado y sobre ¿ate una banda pintada en rojo muy
defectuosa. Bo.r de muy 6no vuelto. Diámetro boca: 10. Altura de lo conservado: 2. (Fig. 4).
30. Fragmento del borde de un p lato pequeño oe pasta
rojiza y superficies muy alteradas lo que impide conocer su
estado original Presenta restos de espatulado con trazos aristados. Diámetro boca: 10, máximo del cuerpo: 10'5. Altura
de lo conservado: l'9. (Fig. 4).
31. Fragmento del borde de un plato de eocina de pasta
negra con abundante desgrasante de calcita grueso y superficies también negras alisadas. Diámetro boca: 17. Altura de
lo conservado: 3'4. (Fig. 4).
32. Pie anulár y parte del cuerpo de un vaso caliciforme
de pasta y superficies grises. Umbo central interior. DiámetrO máximo panza: 9'5, del pie: ! '6. Altura de lo conserw.do:
4. (Fig. 4).
33. Pie anular pequeño y parte del cuerpo de un vaso
caliciforme de pasta y superficies negras. Umho central interior deteriorado. Diámetro de lo conservado: 7 '1, del pie: 3' 5.
Altura de lo conservado: 2. (Fig. 4).
- 116 fragm.entos del borde de caliciformes de pastas gri·
ses pero mayoritariamente negras.
-6 fragmentos del borde de caliciformes de pastas rojizas.
-122 fragmenros del cuerpo de caliciformes de pastas
negras y algunas grises.
-28 fragmentos del cuerpo de calciformes de pastas roj izas.
-24 fragmentos de bases de caliciformes de pastas negras.
-4 fragmentos de bases de caliciformes de pastas rojizas.
-1 fragm. nto de borde .reentrante de plato ibérico de
e
pasta rojiza.
-'1.7 fragmentos del cuerpo de cerámica de cocina ibérica, de past.a s negras con abundante desgrasante grueso de
calcita.
- 1 fragmento del cuerpo de posible caliciforme o cuenco ibúieo de pasta roja. La superficie exterior está espatulada con facetas, surcos de arrastr~ de partículas y, en Wla zona
cercana a la base se inicia Wl engobc rojo-anaraojado.
-1 fragmenrito del cuerpo de pasta roja con la superficie exterior afacctada y recu.bierta por un cngobc rojoanaranjado muy próximo, si es que no lo es, al de la «terra
sigillata.. Dicha superlicie presenta tambi6n las facetas y finos surcos del arrastre de partfeulas que el resto de las cerámicas a torno.
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SANTUARIO IBÉRICO DE LA CUEVA MEUNEL
B) CERÁMICAS MODELADAS A MANO
-1 fragmento del borde decorado con incisiones, de
pasta marrón con desgrasante grue&o de calcita.
-1 fragmento del borde decorado con serie de pequeños
mamelones a su alrededor, de pasta negra can desgrasante
grueso de calcita.
-1 un fragmento del cuerpo con un mame. ón en forma
l
de pomo, de pasta grisácea con desgrasan te grueso de calcita
y superficie exterior espatulada, marrón clara.
-6 fragmentos del borde de cuencos, con pastas iguales
a las anteriores.
-7 fragmentos del cuerpo de similares caracteristicu a
loa anteriores.
-4 fragmentos del borde y 3 del cuerpo de grandes recipientes de muy tosca hechura.
C) SÍLEX
-3 lascas de snex ro.elado.
D) OBJETOS METÁLICOS
-Una fina barrita de cobre de sección oval, enrollada,
formando a modo de un anillo o un pendiente. (Lám. IV, 5).
-Un resorte de !Tbula de forma no precisablo.
E) OTROS ADORNOS NO METÁLICOS
- Dos ejemplares de ~
-Una cuenta de collar discoidal deteriorad.a.
F) FAUNA
Véase el trabajo adjunto de
Fran~sco
Blay.
G) CARBONES
Se han recogido muchos de los aparecidos en las zonas
intactas.
H)
Muchos excrementas de ovicápridos.
VALORACIÓN
No cabe la menor duda que nos encontramos ante
un. santuario ibérico localizado en una cueva natural,
presentando todas las características señaladas en los
trabajos que definieron este tipo de lugar arqueológico
(TAJUtAD.B.LL, 1974; Gn.-MAsCAllKLL, 1975; APARICIO,
1975).
Las ofrendas y exvotos se localizan en unas intrincadas salitas del fondo de la gran sala, delimitadas por
infinidad de formaciones cársticas (fig. 1). El Lugar en
si no ofrece dificultades de acceso, pero no deja de ser
recóndito. Es posible que en su elección para lugar de
culto pesara el conjunto estalagmftico·estalactítico pre·
sente aqui con gran complejidad, por otra parte hecho
muy común en toda la cueva, o la presencia de cierta
humedad más intensa que en otras zonas, o se buscase
un lugar oscuro, {actores todos señalados en el caso de
las cuevas sagradas de Creta (FAURE, 1964: 187,
195-196; 1969: 204).
Cabría alguna posibilidad, además, de que, en
otras zonas de la cueva no prospectadas en este sentido,
se localizase la presencia de cultos antiguos, del mismo
periodo cultural que el que nos ocupa o de otras
épocas.
Mediante la prospección realizada en 1982, sabemos que la cueva fue utilizada, al menos desde el Eneo·
Htico y hasta la Edad Moderna, como lugar de refugio
para rebaños de ovicápridos, reflejado en la abundancia, constante en toda la potencia estudiada, de excrementos de cüchos animales domésticos (Ñ>ARIOJO ET
AWl, 1983: J78-180).
Del análisis de las escasas y reducidas zonas que
hemos encontrado no alteradas, podemos deducir que
los materiales originalmente depositados, han sufrido
la agresión de la continua utilización de la cavidad
para los fines antes incücados, lo que supondrfa la rup·
tura de gran parte de las cerámicas y osamentas y, posiblemente, la adición de restos carbonosos y, sin lugar
a dudas, de excrementos de ovicápridos. A ello hay que
añadir la acción debida a las fases de alta humedad,
posteriormente a la utilización del lugar como santuario que supondría aportes de agua considerables, incluso suficientes para arrastrar y depositar, en zonas so·
meras, el conjunto de materiales que después, incluso
quedaron sellados y atrapados por fuertes concreciones
calcáreas, lo cual también ha contribuido al deterioro
y exfoliación que muchos vasos cerámicos presentan,
asf como a la variación de las características primitivas
de las superficies cerámicas. Cabe preguntarse al respecto sobre la originalidad de los restos carbonosos allf
localizados; pero ante la falta de análisis de CH solamente es posible la conjetura.
Asimismo, conviene tener presente que la inmensa
mayoría de los restos de fauna localizados, no presentan signos de haber sido quemados. De todos modos,
hay algunos que sf que lo están, pudiéndose haber
dado dos modalidades de actuación, una con ofrendas
de animales domésticos sin quemar y otra en la que s{
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J.V. MARTÍNBZ P.ERONA
hubo cremación, de donde podían proceder parte de
los carbonos encontrados. Estos, sin embargo, también
pudieron ser el fruto de haber sido introducidos en algunos de los r ecipientes cerámicos utilizados como braseros para quemar perfumes (Musso, 1971: 97; FAuRE,
1964: 185) o finalmente, procedentes de una posible
iluminación cultual a base de antorchas o teas.
Del trabajo adjunto de Francisco Blay sobre los
restos faunísticos depositados en el santuario ibérico, se
desprende que hay una abrumadora preponderancia
de cráneos de cabritos o corderos cuya edad está en tor•
no al año, sin la presencia del resto del cuerpo y sin
huellas de manipulación de ningún tipo. Junto a éstos,
y también muy significativo, es la presencia de cráneos
de cerdos muy jóvenes, de tan sólo meses. La mención
de _restos óseos de animales en nuestras cuevassantuario es una constante, aunque todavía no han
sido objeto de análisis (Gn.-MASOAR.F.LL, 1975: 303-320;
~RICIO, 1975: 13-20). Depósitos similares de tipo cultual se han localizado en la región véneta (BATTAOWA,
1955: 30) y en muchas de las cuevas sagradas de Creta
(FAtJRE, 1964: 104, 109), lo que, unido a la presencia
de objetos que reproducen formas cie animales, ha conducido a que se considere que estos cultos fueron practicados por pastores y dirigidos a divinidades tales
como Pan, Hermes o las Ninfas, protectoras de los rebaños (FAilltE, 1964: 150).
Si relacionamos este tipo de evidencias con el hecho de que La cavidad ha sido utilizada intensamente
para guardar ganados, se podrfa argumentar que el
culto ibérico presente en esta cueva, era practicado por
pastores, posiblemente por los mismos que encerraban
allf sus rebaños.
La presencia de un resorte de fibula en el depósito
dt:l santuario, de tipo impreciso pero seguro perteneciente
a la Cultura Ibérica, puede llevarnos a pensar en la posibilidad de que se realizasen ofrendas de vestidos, hecho
que así interpreta Blázquez en otro santuario (BúzQ.U"EZ,
1983: 108), apoyándose en un texto clásico que menciona las ofrendas de mantos y vestidos en la religión grecolatina (AnüJ{()gfa Palo.tina VI, 200, 274, 286).
El anillo o barrita de cobre enrollada, puede ser
interpretada como un objeto propio deJ sexo femenino
y por lo tanto ofrecido como exvoto por una mujer. Su
tipo es poco significativo y solamente diremos al respecto que en el poblado de La Bastida apareció uno
similar (FuroHU, PLA, AI.ctou, 1969: 248).
Los dos ejemplares de acardiulll» con el natis per·
forado pueden corresponder a cualquiera de los pedo·
dos culturales presentes en la cueva Si los relacionamos con algunos fragmentos cerámicos que más
adelante comentaremos, podría sugerirnos que el santuario inició su actividad durante el Eneolítico o el
Bronce Valenciano, con continuidad o no en la Cultura
Ibérica; pero en La Bastida, la presencia de conchas
de esta especie marina es algo corriente, aunque sin el
270
natis horadado (Fwn'CHER, PLA, At.e.l.cu, 1965: 46, 121,
125, 131, 143, 148, 194, 214; 1969: 175 y 334).
Dentro del conjunto de las cerámicas a mano recogidas en los sedimentos del santuario, se pueden establecer dos grupos. Uno, compuesto por fragmentos
pertenecientes a un gran recipiente de factura descuidada, cuya fmalidad en este preciso lugar y dada la
mayor abundancia de agua, podrfa haber sido la de recogerla para satisfacción de los pastores o de otros frecuentadores de la cavidad. Otro, integrado por los
fragmentos de cerámicas de factura muchos más cuida·
da, incluso con algún atisbo de decoración, pertenecientes a cuencos pequeños, que pueden ser relacionados tanto con el gran recipiente, recogedor de agua,
como con la función cultual. Pero al respecto hay que
tener muy presente la cantidad pequeña de materiales
cerámicos anteriores a la Cultura Ibérica por lo que cabrfa mejor la primera interpretación.
La cerámica a torno es, sin lugar a dudas, junto
con los restos de fauna, el material más abundante; entre ésta, abrumadoramcnte, los caliciformes de pastas
negras-grises y tipología muy variada. Los hay también de pastas obtenidas en atmósferas oxidantes, pero
en un porcentaje ínfimo (dos o tres ejemplares), destacando el n° 11 de proporciones esbeltas y pasta beige
pero con mezcla de gris, decorado con un baquetón
con doble serie de cortecitos oblicuos. Uno de los caliciformes (n° 1), lleva dos agujeritos cerca del borde. Se
trata de un fenómeno couic:mes en la cerámica gris,
apareciendo en otros yacimientos (ARANEGUI, 1975:
354; Ai.."~UGRo, 1969: 81, lám. XXII, 6), siendo frecuentes en Ja cueva-santuario de Villargordo del Gabriel (GtL-MASCAuu., 1977: 711, 712), evidentemente
con la finalidad de poder suspenderlos de las paredes
o techos, lo cual puede ser puesto en relación con nuestra interpretación, analizada más adelante, de que los
caliciformes realizasen funciones de iluminación como
lámparas.
El resto de cerámicas queda constituido por platitos, boles, cuencos pequeños o pátcras, que no contradice lo que sabemos referente a otros santuarios similares (GIL-MASCARP.LL, 1975: 321, APARICIO, 1975). Al
respecto, se ha indicado una posible asociación entre
<;1 caliciforme y las páteras en contextos cultuales, entre
los siglos IV y II a.C., en el ámbito territorial ibérico,
afirmándose también, que el caliciferme no debe proceder de la forma 41 de Lamboglia (7.411 de Morel)
sino de la crátera o forma 40D de Lamboglia (3.521 de
More!), por simplificación de aquélla, desapareciendo
las asas y reduciéndose el pie (ABAD, 1983: 193-194).
Otra forma cerámica ibérica presente es la tapadera,
sin que podamos columbrar si se utilizaría en el santuario ibérico como tal, o como portadora de ofrendas.
La mayor parte de la cerámica a torno fina, muestra unas características de hechura uniformes, tanto se
trate de los caliciformes de pastas negras o rojizas
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SANTUARIO IBÉRICO DE LA CUEVA MERINEL
como de las otras formas. La superficie exterior ha sido
cu_idadosamente espatuJada, afaeetándola a bandas y
dejando surquitos por el arrastre de partículas duras
ante el movimiento giratorio del vaso, transmitido por
el torno. Unas pastas muy depuradas con un fmo desgrasante brillante. Thdo indica una producción homogénea que afectaría a toda la zona de acción del santuario o bien que todas las ofrendas cerámicas
proceden de un único poblado.
En dos diminutos fragmentos nos encontramos
con una especie de engobe, por no Damarlo de otra manera, anaranjado que, en un principio y en uno de
ellos, nos pareció reconocer Kterra sigillata..; pero un
examen m's detenido nos lo desminti6. Uno puede
pertenecer a la panza de un caliciforme y el otro al
arranque del cuerpo de una pátera. .Desgraciadamente
son tan pequeños que nos impide el hacer mayores precisiones.
También está presente la cerámica a tomo ibérica
llamada de cocina o basta, a la que pertenece la tapadera (n° 15), un plato (n° 31) y varios fragmentos informes más.
Dejando a un lado los materiales adscribibles a
momentos culturales anteriores, el resto no desdice en
nada dentro de la Cultura Ibérica. Otra cosa es precisar el momento concreto. No parece que el santuario
tuviese una larga pervivencia al echar en falta las cerámicas de barniz negro campaniense y las romanas, a
no ser que se continuara el culto en otras zonas de la
cueva no localizadas. La duda solamente se plantea
ante los dos fragmentos de <•engobe anaranjado» que,
en el caso de ser un error en la fabricación de campanienses, se podría llevar el fmal de la utilización del
santuario hasta el s. I a.C., aunque el conjunto puede
abarcar muy bien desde finales del s. V a.C. hasta bien
entr<;ldo el III a.C.
EN TORNO A LAS POSIBLES
FUNCIONES DE LOS
CALICIFORMES
La interpretación más difundida, en estos momentos sobro la funci6n de los caliciformes en contextos
cultuales, es la de que eran utilizados para realizar libaciones. Sin embargo, en los trabajos específicos sobre
el tema no encontramos una explicitación elaTa y contundente al respecto, sino más bien, evocaciones de lo
que sucede en otras culturas del momento y del Mediterráneo (GrL-MA.ScARY.LL, 1975: 321) o indicaciones a
la presencia de agua en los santuarios como condición
indispensable para su existencia (TARP.A.DELL , 1974) a
la que pronto se la hace responsable de ser objeto de
culto con fmes terapéuticos o salutíferos (APAlncto,
1975: 23-25). En un trabajo de divulgación, se da por
sentado que la presencia de vasos caliciformes en nues-
tras cuevas-santuario, obedece a su función como vasos
de libaciones (PL 1980: 270). Para Blázquez, los vaA,
sos caliciformes que se encuentran en las cuevassantuario ibéricas pudieron servir o bien para hacer li~
baciones o como portadores de frutos (BLÁZQUEZ, 1983:
206), diciéndose poco después que entre los ritos que
se llevar(an a cabo en las cuevas-santuario estaría el de
las libaciones (LuCAS, 1984-: 239). Para Marco Simón
(1984: 75-76) la presencia de caliciformes y páteras en
la Cueva del Coscojar de Mora de Rubielos, es signo
inequívoco de la realización de rituales de libación.
Esta idea tomó consistencia al considerar un trabajo (SH.EP1'0N, 1971: 109) en que se hace derivar cierta
forma de cuenco griego de cerámica de barniz negro,
muy similar a nuestros caliciformes, de unos vasos de
plata. utilizados entre los persas para las libaciones y
ofrendas, los cuales se generalizan a mediados del s. IV
a.C. (GtL-MAscARilLL, 1975: 321), indicándose también,
que estos vasitos griegos pudieron ser uno de los prototipos que dieron lugar a la aparición del caliciforme
ibérico (MANEGUJ 1 1975: 354 y AlwaGOI 1 Pr.A, 1984:
81-82). No obstante hay que tener presente que estos
prototipos griegos no aparecen en La Bastida, cuya
vida fmaliza en un mometo comprendido entre finales
del s. IV a.C. y los inicios de la siguiente centuria
(Fu:"I'CKER, PL.A, ALcAcER 1964-1969) y son muy excepcionales en el resto de la franja .mediterránea de la Península Ibérica, conociéndose tan sólo dos posibles
ejemplares procedentes de Ampurias (TRiAs, 1967: 56;
n° 83 y 84; lam. XVIII, 4 y 5) y otro encontrado en
el pecio de «El Sccn que responde a la forma 41 de
LambogHa que se explica como una evoluci6n de la
phiale griega, vaso propio para las libaciones (CaRoÁ,
1989: 54).
Creemos por nuestra parte que el origen de los caliciformes hay que buscarlo más en las formas cerámicas halstátticas y de los Campos de Urnas, muy arraigadas en Cataluña (AilANEGUT, 1975: 351, 356). Al
respecto, son muy sugerentes ciertas cerámicas grises
a torno de la necrópolis de Las Madrigueras de Carrascosa del Campo (ALMAGRO, 1969: 39, 50, 51, 62,
64, 81; lam. XXII, 4, 5, 6; lam. XXIV, 3), cuyas formas son equiparables a los caliciformes aunque un
poco mayores, empleándose como urnas cinerarias,
además de la presencia de un cuenco con cuatro agujeritos cercanos al borde, dispuestos dos a dos, para su
suspensión, algo frecuente en las cerámicas grises y en
nuestros caliciformes (Grt.-MAsCARBLL, 1977: 711-712; y
el n° l de este estudio).
También podría encontrarse un argumento a favor
de la función de los caliciformes de las cuevassantuario como vaso de libaciones, en la interpretación
que se nace de algunas representaciones escultóricas
ibéricas. Nos referimos, en un principio, a las damas
oferentes del Cerro de Los Santos (GARD1A v BRt.Lmo,
1954: 4-75, 480, 482, 485, 486, 487' 488, 490 y 4591),
271
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J .V. MARTÍNEZ PERONA
portadoras de vasos que, a pesar de la libertad artística
del escultor en su realización, pueden ser considerados
como caliciformes. El problema, sin embargo, queda
sin resolver mientras no sepamos ]o que Uevan dentro,
si es que llevaban algo. Para Blázquez, estas estatuas
prueban claramente la existencia del rito de Ja libación
en la religión ibérica, el cual sería de origen fenicio"
(Bwo;.ui!Z, 1983: 98, 111, 188 y 191). Estas libaciones
eran a base de vino, leche, hidromiel o agua (Bt.Az.
QUU, 1975: 148-149; 1977: 327 y ss.). Muy próxima a
esta interpretación está una más reciente que ve en estas representaciones, al ponerlas en relación con la presencia de aguas mineromedicinales próximas al santuario, una práctica purificadora consistente en la
ingestión o ablución de tales aguas, cuya cercanía determinaron la ubicación- del santuario del O erro de los
Santos (R uu, 1989: 195).
Asimismo, Blázquez interpreta como rito de libación lo representado en uno de los relieves de Osuna,
donde se ven dos damas: Una de ellas podando una
antorcha y un vaso, para él caliciforme (BLÁZQ.uEZ,
1983: 98) pero si el artista no nos miente, de tamaño
mucho mayor y de los de cuello alto, de cronología más
tardía (ARANwoJ, Pu, 1983: 81-82). La otra dama solamente se la ve llevando un gran vaso de características similares (GAACIA v Bat.t.IDO, 1954: 546-5+7; fig.
4 74). Según aquél, se trata de partes de un monumento
funerario, en el que se representaría los ritos funerarios
debidos a personajes importantes (BI.ÁzQou, 1983:
162). Es evidente que estamos ante un caso muy diferente al que nos encontramos en nuestras cuevassantuario, empleándose vasos que posiblemente nada
tengan que ver con nuestros caliciformes, al menos con
los de pastas negras y cuello poco desarrollado.
En las cuevas-santuario de la isla de Creta, entre
otros motivos, también se ha señalado el de la presencia de agua como motor del culto en algunas cuevas
(FAuu, 1964: 187, 195), y la atribución de la práctica
de libaciones a ciertos vasitos y copas encontrados en
las cuevas de S\otino y Kamarés (FAuRE, 1964: 172,
181) junto con la presencia inequívoca de sacrificios de
animale.s.
Los latinos entendían con los términos /ihare, lihamina y /ihatimu:r tttodas las ofrendas no sangrientas que
se derraman o en las que se derrama una parte en las
llamas ence.n didas sobre el altar, pudiendo ser este altar el hogar doméstico o un altar propiamente dicho,
colocado en un santuario consagrado» (TouTAJN, S/F,
IV, 2a, 973). Las ofrendas suceptibles de ser consideradas como lihamina o liha, eran de índole muy diversa:
Líquidos de u so corriente, hierbas y plantas odorantes,
perfumes orientales, productos agdcolas considerados
como primiciales, miel, alimentos corrientes, sal y ciertos pasteles especialmente preparados para las ceremonias religiosas (Tot:rrJJN, S/F, IV, 2-, 973).
Entre los griegos, las libaciones se designaban por
272
el término qwo'YO
·a los muertos y cie.r tas divinidades ctónicas y Aoilia(
con exclusividad para estas últimas. Acompañaban
normalmente a los sacrificas y ellas mismas constituían
un sacrificio. También se llevaban a cabo, en época clásica, al inicio de los banquetes. La bebida más frecuente era el vino mezclado con agua y a veces también
puro (LscRAND, SIF, IV, 2•, 963). El agua era empleada en el caso de que se desease purificar a una persona
o a un santuario. Pero la forma más exten dida era una
bebida denominada /o'fAÍXPWO'Y, consistente en una
mezcla de leche y miel que era empleada como alimento reconstituyente de niños y enfermos, de aquí que
también se le ofreciera a los muertos. Esta mezcla tenía
un papel importante en el culto a las divinidades infernale·s, ofreciéndoselas asimismo a las Ninfas y a las Divinidades del campo. El aceite, fmalmente, era empleado como libación tan sólo en el culto a los m uertos,
pues en Jos sacrificios sólo se utilizaba para reavivar la
llama que consumía las carnes de las víctimas (LJ!..
CRA.ND, S/F, IV, 2a, 964).
Respecto del rito de la libación en el mundo clásico, nos interesa destacar que el recipiente mayormente
utilizado entre los griegos es la Phia/4 o escudilla o copa
plana sin pie (Parnu, S/F, IV, la, 434-435), conocida
por los romanos que también la empleaban en los mismos ritos con el nombre de Patera (PO'M't8k, S/F, IV,
la, 341), forma, pues, muy düerente al calicüorme ibérico, pero que también está presente en los depósitos
cultuales de las cuevas-santurario ibéricas (TARAAOY.t.L,
1974:; ÜIL-MASCAREt.L, 1975; ArAAICto, 1975; y en este
mismo estudio). Se podría admitir, por lo tanto, que
las posibles libaciones efectuadas en las cuevassantuario ibéricas se realizarían con las páteras y no
con los caliciformes, cuyo destino pudo ser muy bien
otro.
Esta otra función del caliciforme en el culto en
cuevas ibéricas, podría se la de servir com.o recipientes
portadores de ofrendas sólidas, supuesto que ya hemos
visto se indicaba junto con el de las libaciones (BtJ.z.
Q.uez, 1983: 206). Desde luego, difícilmente podían h aber contenido como ofrendas las abundant{simas cabezas de cabrito y de lechones en la Cueva Merinel No
estará de más señalar la similitud de formas existente
entre Jos caliciformes ibéricos y los pequeños vasitos o
Kotylcsko{ de los lrernoi. AdeD1M, la presencia de un fragmento de Iremos en el santuario del Castellar de Santisteban, relaciona este tipo cerámico con un lugar de culto ibérico (LANTtER, 1917: 102; Jam. XXXIV, 3). En
las cuevas-santuario ibéricas, los caliciformes podrían
haber cumplido la misma función que los Kotylcskol del
Iremos, pero ya independientes entre si. Según el testimonio de Atheneo (IX, 476-478), basado en Ammonios y Polémon, el Kemos consiste en un vaso cerámico
sobre el que se colocan gran cantidad de pe,q ueños koryliskol, siendo un accesorio insustituible del culto practi·
[page-n-283]
SANTUARIO rBÉRICO DE LA CUEVA MERINEL
cado en la ciudad ática de Eleusis. En efecto, en determinadas ")'EAE')'CXÍ solemnes, estos kerrwí eran llevados en
procesión sobre la cabeza. Los /cotylislw{ se destinaban
a contener una pequeña cantidad de los principales
productos de la tierra, ofrenda sagrada de los fieles a
la divinidad. Consistían esencialmente en miel, aceite,
vino, leche, trigo, cebada, sangre, adormidera, guisantes, lentejas, ~\abas, espelta, avena, lana sin lavar y pastel de frutas. El recipiente iba provisto de ana tapadera
con agujeros que ha dado muchos quebraderos de cabeza en cuanto a su interpretación. En las fiestas de
Eleusis, el kerrws se utilizaba para transportar y ofrecer
solemnemente las primicias de los frutos de la tierra.
El nombre de kerrws solamente puede ser aplicado con
propiedad a estos recip ientes eleusinos (CouvE, 1900:
III, 1a, 822-825).
En Creta, en la cueva sagrada de Kamarés, se localizaron vasitos, tacitas, vasos de frutas, jarritas con
tapadera, todos con traza de haber contenido harina y
granos, siendo de época micéncia (FAuu, 1964: 179).
Sin embargo, el testimonio escrito indicado sobre
la funcionalidad del Kerrws, no es el único. También se
nos dice que «Se llama XEpooyop6pos a la sacerdotisa que
lleva la cráteras, XÉpuos es, en efecto, el nombre de las
cráteras místicas sobre o en las que se colocan las lámparas,. (SoRoL. NrOANDR. At.EXli'H. , 217). Además, en algunas representaciones en las que aparecen kerrwi, se
ven surgir del interior del vaso pequeños bastones que
no pueden ser otra cosa que bujías (Couve, 1900: m.
18 , 823). Así, pues, otra posible interpretación de la
función de los calicifol"mes en las cuevas-santuario ibéricas es la que se refiere a servir de portadores de luz,
es decir, de ser ofrendas lumínicas.
Partamos del hecho significativo en todas las
cuevas-santuario ibéricas, de la abrumadora abundancia sobre los demás tipos cerámicos de los caliciformes
y más concretamente de los de pastas grises o negras
(TARRADBLL, 1974¡ GrL-MAsoAREr..L, i975¡ Armero ,
1975). Esta característica solamente es parangonable
con la abundancia de lám.paras en los santuarios de influencia oriental, fenicio-púnicos, y en los de época helenística y romana. En efecto, encontramos muchas lucernas de tipo fenicio en el santuario c}l¡priota de
Limassol (IV.RAcEOROHis, 1977: 62 y ss.). En C reta, la
presencia de lucernas se documenta en muchas cuevas,
correspondiendo a los periodos Micénico, Arcaico,
Clásico, Helenístico, pero sobre todo al Romano (FAV·
RB, 1964-: 83, 93, 104, 135, 139, 140, 147, 164 y 177).
En el santuario galo de Chíltelud-des-Lardiers, aparecieron muchas lucernas de época romana (BENorT,
1969: 73). En tiempos más recientes, en la región argelina de la Gran Kabilia, la mayoría de L ofrendas deas
posjtadas en los santuarios son lámparas o cerámicas
destinadas a porta.r una ll_ama, bien de aceite o de cera
(Musso, 1971: 97). En el santuario del Collado de Los
Jardines, también se docu.m entan muchas lucernas ro-
manas como ofre.ndas u objetos de culto (CAt..VO, CA·
eú, 1918: 57¡ 1919: 25). En nuestras cuevas-santuario,
cuando se ha mantenido o iniciado el culto en momentos posteriores, lo normal es encontrar cerámicas destinadas a proporcionar una llama. Así tenemos la Sima
de l'Aigua en Carcaixent, en la que se han documentado varios fragmentos de lucernas romanas (ArARIClO,
1975: H )¡ la Cueva Santa de Enguera, con abundantes
lamparitas de aceite de tipos diversos, de época medieval, llegando hasta el momento de la expulsión de los
moriscos (ArARJmo, 1975: 18-19); pero sobre todo es la
Cova de Les Meravelles de Gand{a la que proporciona
un testimonio más directo, documentándose 6 lucernas
bastante completas y muchísimos fragmentos de otras,
fechables entre la 28 mitad del S. 11 y principios del ffi
(Pt.A, 194-6: 19?).
En los mundos clásico y semita antiguos, no se
comprendía ninguna ceremonia religiosa sin la presencia de la llama (SAGuo, 1918: {, 24 , 869) ya que los antiguos no utilizaban únicamente las lucernas para
alumbrarse sino que también les atribuían un papel re-ligioso o de ritual (TouTAIN, 1918: III, 28 , 1336). Los
griegos preferían para su amplísima gama de ceremonias religiosas la luz procedente de la madera, siendo
los términos más usuales para estos artefactos los de
oaí~ y och (PornER, 1918: ll, 2 8 , 1025). Utilizaban
preferentemente el pino resinoso o tea para confeccionar sus antorchas, pero también recurrían a los sarmientos, a la coscoja y al roble o encina. Su fuego era
considerado como el elemento purificador p or exc-elencia (POTTI.Ell, 1918: II, 24 , 1026, 1027). Etruscos y romanos, aunque también empl eaban antorchas en sus
ceremonias, de antiguo disponían asimismo, prefiriéndolas, velas de sebo o cera (Pornu, 1918: IT, 2•, 1028;
S...ouo, 1918: [, 2*, 1020). La lucerna, por su parte,
fue empleada fundamentalmente por las culturas del
Próximo Oriente (FoRBBS, 1966: VI, 142-151). Los fenicios se· servían de unas lucernas muy funcionales,
consistentes en simples platitos de borde vuelto hacia
adentro y pellizcado para formar el pico por donde
emergfa la mecha. Se documentan a fmales del mu
milenio en Palestina, todavía sin el borde indicado y
con un solo pico (At.cnv.N, 1969: lam. 14.24). Los primeros ejemplares con borde diferenciado aparecen en
Tiro hacia 1.400 a.C. (BIKAI, 1978: lam. 47A, 18). En
Occidente se Jes agrega otro pico, por lo que aparecen
con dos, aunque, en el s. VII a.C., sólo presentan uno
(hl.Mss-LnroEMANN 1 1986: 233).
E n ámbito griego, minoicos y micénicos emplearon lucernas de cuenco simple abierto. Posiblemente
eran de mecha flotante y procedJan de Egipto (Foa.
BBS, 1966: VI, 151-152). Con la desaparición de la cultura micénica dejan de verse las lucernas, reapareciendo en los templos griegos a partir del s. VIII a.C.
(Foui!S, 1966: VI, 158). En ámbito romano, empiezan
a utilizarse a partir del s. lll a.C. (FORBBS, 1966: 156),
273
[page-n-284]
J.V. MARTÍNEZ PERONA
por influjo indudable griego ya que se las denomina
J.;¡dtnus y lucerna, del griego >.úxvos (T oOTAIN, 1918:
111, 2•, 13 20). Sin embargo, no debernos olvidar que
la utilización de lámparas es muy antigua en :Europa,
remontándose al paleolítico, empleándose cazoletaa de
piedra que no se han identificado muchas veces como
tales, al ser interpretadas como morteros. La luz era
producida por una mecha alimentada por aceite o sebo
(FoJUIJ:S, 1966: Vl, 126·128).
No hace falta insistir mucho en el hecho de que
todos estos sistemas de producir luz, eran empleados
tambi~n para iluminar los bogares y las travesías por
las vías públicas por las noches, sin que fueran exclusi·
vos de los ritos religiosos y funerarios.
El combustible empleado en las lucernas era el
aceite de oliva al que se le añadfa sal para evitar, posiblemente el que se calentase en exceso (Four.s, 1966:
VI, 156; Tol.riAIN, 1918: m, 2•, 1322). Este sistema era
muy empleado en Egipto donde se u tilizaban lámparas
de mecha flotante (H noooro, n, 62; PUNTo, NDt. Hist.
XUI, 1.2).
La.s candelas romanas eran fabricadas con cera de
abeja, pez o sebo, empleando como mecha estopa, m~
dula de j unco, de papiro u otra fibra vegetal, simple·
mente retorcida y recubierta por capas de los materia·
les antes señalados (SACUO, 1918:
2 8 , 869; Fouss,
1966: VI, 134). Se preferfa la cera y entre ésta la d eno·
minada púnica, más blanca, que posiblemente proce·
d!a de Hispania donde los cartagineses habián perfec·
cionado su elaboración (SAcuo, 1918: I, 2•, 1019);
pero se emplean sobre todo las de sebo por res ultar
más económicas (FoRJSES, 1966: VI, 140).
Las astillas de pino o tea y las antorchas en gene·
~;al, empleadas preferentemente por los griegos, eran
objeto, en algunas ocasiones, de un tratamiento consis·
tente en impregnarlas con materiales altamente combustibles para acentuar su potencia luaúnica (FoRses,
1966: VI, 125). Pero como es obvio, la forma más anti·
gua de iluminarse era mediante la luz procedente del
fuego del bogar (FoRBr.s, 1966: VI, 131).
En definitiva, la C ultura fb~rica pudo conocer va·
rios de estos sistemas y entre ellos el de utilizar los va·
sos caliciformes como medio para sostener una mecha
flotante en aceite con o sin sal, al modo egipcio, o quizá
tam bién empleando la cera o el sebo.
Hemos visto la significativa abundancia de caliciformes en las cuevas-santuario ib~ricas y cómo, en ~po·
ca romana, esta preponderancia se trueca en favor de
las lucernas. De ahf el que hayamos propuesto la hipótesis de que el caliciforme fue utilizado como lámpara
portadora de luz sagrada. Para completar el panorama
al respecto, veamos lo que sucede en las n ecrópolis y
muy especialmente en los poblados.
En el caso de las necrópolis, el vaso caliciforme no
debió cumplir ese papel preponderante ni tampoco las
lucernas. Los calicifo~;mes, sin que estén totalmente
r.
274
ausentes, son, en general, raros, sino mejor excepcio·
nalca. En la necrópolis de La Solivclla no encontramos
ninguno (Furn:m11., 1965), ni tampoco en la de Orleyl
(lJ.?.ARo trr ALll, 1981), ni en la de la Mina (AMNrotn,
1979: 269-286). En general no se documentan en las
necrópolis castellonenses {ÜLIV.BR, 1981: 189-256).
Tampoco aparecen en la de Las Peñas de Zarra (MAll·
TiNBZ G...lldA, 1989). Sin embargo, sf que aparece algu·
no en las necrópolis alicantinas, albaceteñas y murcianu. En la necrópolis de Cabezo Lucero se indica su
presencia (Aa..+.mou1 liT ALll, 1982: 4-32), asf como en la
de •El 'Thsorico» de Hellfn, donde se inventarían dos
caliciformes de pastas grises pero con la salvedad de
haberse recogido fuera de cualquiera de las tumbas
( BRONCANO &T ALll, 1985: 140). En el Cigarralcjo, los ca·
Liciformes son escasos. Solamente contabilizamos 6
ejemplares (CUADRADO, 1987: 165, 313, 351, 379, 44-1 y
452). Uno de ellos parece haber sido utilizado corno
urna para contener los restos de un niño (CUADuoo,
1987: 313-314, tumba 154). De todos ellos, solamente
hay un o de pasta negra (tumba 204, p. 379). Nos parece tambi~ interesante un vaso descrito por Cuadrado
como •copa de pie calado», forma 24, decorada con fa·
jas, de la tumba 96 (CuADRADO, 1987: 227-228, n° 3)
cuya forma es plenamente caliciforme y creemos que
se trata de un brasero. Desde luego no hay ninguna lucerna de lo que se extraña Cuadrado y le da pie para
argumentar que, o bien estaban excluídas de los ritos
funerarios «O que se utilizaban para el alumbrado los
abundantfsimos platillos de pequeño tamaño que apa·
recen en gran número de tumbas• (CuADRADO, 1987:
63), argumento en total consonancia con el nuestro so·
b re los caliciformes de las cuevas-santuario ibéricas.
En la necrópolis de La Albufereta, están más presen·
tes. .En principio se puede decir que hay un total de
53; pero, de éstos, tan sóJo 18 se han localidzado en las
sepulturas y todos son de pastas rojas y decoración pin·
tada (R ua1o, 1986: 359-360, 362). Algo similar su cede
en Cataluñ a con los vasos bitroncocónicos de pasta gris
con pie anular y dos agujeritos en el reborde de la
boca, fechados en la primera mitad del s. V a.C., ya
que no son frecuentes en las necrópolis de Ampurias
y af en los poblados tales como la Muntanya de Sant
Miqucl, en Valromancs-Montomes y El Cogulló, en
Sallent (A.Jv.r.reGm, 1975: 354). Y también nos parece
significativo al respecto, el que en las necróp olis de incineración de O ccidente, estén ausentes las lucernas fcniciaa, señalándose tan sól o dos piezas en las 14 tumbu
de la de Almuñecar (M.wls-LnmEMANN, 1986: 233).
Para Abad, el caliciforme viene a su stituir las funciones rituales encomendadas en un primer momento al
olpe, en los contextos ibéricos avanzados ya que ambos
recipientes aparecen asociados a páteru (A.aAD, 1988:
341); pero, en todo caso, habría que restringir este su·
puesto al Sudeste peninsular ya que el olpe es un recipiente eminentemente necrológico, m ientras que el ca·
·r
[page-n-285]
SANTUARI O LBtR1CO DE LA CUEVA MERINEL
liciforme y sobre todo el tipo antiguo, es más propio
de los santuarios.
En cuanto a los lugares de hábitat, el caliciforme
es una forma cerámica bastante usual, aunque no tan
predominante como en las cuevas sagradas, si exceptuamos un caso que más adelante veremos. Por su parte, las lucernas son muy raras. En todos los poblados
ibéricos valencianos, el caliciforme es corriente. Los
encontramos en el poblado de Los Villares (Pu.,
1980). En Coimbra del Barranco Ancho se ban inventariado 16 de Jos que, 8 corresponden a pastas negras
o grises y 8 a pastas rojas y superficies decoradas
(MoUNA 8'T AUI, 1976: 40-43). En la Bastida de Les Alcoses, de lo publicado se contabilizan 22 caliciformes,
de Jos que 11 presentan pastas grises o negras, 9 rojas
·y 2 indeterminada (FLtreH.tx, Pu., Al.cJ.cBR, 1965: 35,
40, 67, 79, 91, 182, 219, 223, 242; 1969: 31, 92, 151, 170,
204, 239 y 307), reconociéndose tan sólo una lucerna
ática de barniz negro ( l büinn, 1969: 103). En Sant M ique) de Llíria, se localizaron 42 ejemplares, de los que
se describen solamente 20, de los que sólo 5 son de pasta gris/negra {BAL1.1!.S1'U BT AUI, 1954: 17-18, lam. X y
tabla IV) y un par de lucernas campanienses tardías,
al menos una (lbidem, 13-l+). En el Puntal dels Llops
se describen 8 en un primer trabajo, de los que 5 son
de pastas grises, a unque alguno tiene también mezcla
de marrón, y 7 rojaa (BoNBT1 MA». ET AUI, 1981: 28,
42, 43, 58, 63, 65, 74, 102 y 104), y dos lucernas de
Campaniense A (lbüinn, 78). Pero en un trabajo poster ior, en el que se hace un análisis m icroespacial del poblado, se enumeran nada menos que 157 caliciformes,
dándose una fortísima concentración en los depanamentos 4, 3 y 2, en este orden y ya menor en los 1,
8, 12 y 14 {BUNAJIMU MT A1Jl 1 1986: 326). El departa·
mento número 4 es considerado como ccmultifuncional»
y el 2 y 3 como de «actividades domésticas». En el n°
1 se localiza la mayor cantidad de objetos cultuales (Ibidnn , 332-333). Es una verdadera lástima que, en este
trabajo no se haga una distinción entre los de pastas
negras y los de rojas, lo que nos permitiría ver si la tal
es o no significativa. Lo que sf que parece evidente, a
no ser que se deba a diferencias de método, es que hay
una mayor concentración de caliciformes en el Puntal
deis U ops que en La Bastida e incluso Sant Miquel.
En estos dos últimos, además de su corto número como
hemos visto, nunca se registran concentraciones de
más de cuatro vasos por departamento.
Cabe, pues, la posibilidad de que los caliciformes
realizasen la función de lámparas con mecha flotante,
en los poblados, con fines de iluminación o de cultos
domésticos. Por extensión, este serla el vaso empleado
mayoritariamente con esta función, en las cuevassantuario. Puede tener relación con lo dicho, el hallazgo en la cueva de Skotino de Creta, de un fragmento
de un vaso gris con restos secos de aceite, datado en
el Minoico Medio (FAtiU, 1964: 164). El combustible
más idóneo para este tipo de lámparas sería el aceite,
funcionando al modo egipcio, muy presente en el mundo griego, como ya hemos visto; pero también podían
babene empleado el sebo o la cera, materiales de los
que tampoco carecían los iberos, bien llenando el vaso
con la mecha en el centro, bien sosteniendo alguna
candela al modo romano. Entre los hallazgos de la
Sima de l'Aigua, se habla de un caliciforme que contenía una substancia blancuzca cuyo análisis se anunciaba pero del que todavía nada sabemos (.APARJcto,
1975: 14). Ser(a muy esclarecedor para el tema que nos
ocupa no solamente el que se analizase este caso sino,
incluso, que se intentara reconocer la presencia de
substancias en las microgri.etas de los caliciformes y demás formas cerámicas halladas en las cuevas-santuario
ibéricas.
Es muy tentador, por todo lo expuesto, conti.nuar
investigando en la lfnea de que estas funciones de tipo
cultual estaban encomendadas con exclusividad a los
caliciformes de pastas grises/negras, como parece sugerirlo su abrumadora preponderancia en los depósitos
sagrados ibéricos valencianos y su posible vinculación
a un origen indoeuropeo a través de las cerámicas grises halstátticas.
Sin menoscabo de lo apuntado hasta ahora en
torno a las posibles funciones de los caliciformes, sobre todo en las cuevas-santuario ibéricas, cabe señalar
también y como última, la de que fueran simplemente objetos votivos. Asr sucedía con numerosas lucernas depositadas en muchos santuarios grecorromanos,
en las que se ha visto que el orificio de salida de
la mecha no presenta signos de que ésta haya ardido
jamás (ToUTAJN, 1918: III, 2a, 1337), fenómeno documentado también en los santuarios actuales con depósitos de cerámicas, sobre todo para producir llama,
en la región arge)jn.a de la Gran Kabilia (M usso,
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[page-n-292]
[page-n-293]
Francisco
BtAY GARcfA *
,
CUEVA MERINEL (BUGARRA). ANALISIS DE LA FAUNA
El presente trabajo es el resultado del estudio de
los materiales óseos procedentes de la excavación arqueológica de urgencia realizada en la Cueva Merinel
(Bugarra) en el año 1986. Los restos óseos aparecieron
asociados a fragmentos de vasos ibéricos de tipo caliciforme principalmente y a algunos otros materiales que
son objeto de estudio en esta misma publicación.
El estudio arqueológico de las llamadas •cuevas
santuario•, o utilizando la terminología acuñada por
Gil-Mascarell •cuevas rituales• (Gn.-MASCAJW.L, 1975),
se ha abordado siempre a partir de la descripción pormenorizada de los materiales cerámicos y ocasionalmente metalúrgicos presentes en el depósito, cuando
no se trata de la mera noticia del descubrimiento y una
somera descripción de lo más espectacular de los objetos recuperados. El intento de sistematización llevado
a cabo por Gil-Mascarell plantea muchos aspectos inéditos sobre la problemática de los depósitos ibéricos en
cuevas, entre otros sobre la posible presencia de restos
óseos (G•L- MASCAIU!LL, 1975: 330). Sin embargo, un repaso a la bibliografl'a publicada desde entonces, deja la
impresión de que nos encontramos en la misma situa• Servicio de Invenigaci6n Prehiat6rica, Diputación de Valencia.
ción que bace quince años, si exceptuamos algunos trabajos publicados por l. Sarrión.
Del amplio conjunto de cuevas en las que se documentan materiales arqueológicos ibéricos, son muy esporádicas las referencias a la presencia de restos faunísticos, y aó.n en estos casos es difl'cil decir si existe
una vinculación entre los restos óseos y el material ibérico, como ocurre con la Cova del Castell en Vallada
(LA LAao11. ... , 1972: 104), la Cova del Barranc Fondo
de Xitiva (Gu.-MAsc.um.t., 1975: 291) o la Cova del
VeU de Xeraco (GuRn.A y PwAL&A, 1952: 51), cuando
no se pone directamente en duda su relación, caso de
los comentarios de Blizquez en torno a la Cova de les
Dones, en Millares (BLÁZQ.Usz, 1962: 205), tanto más
cuando es muy frecuente q ue se trate de cuevas de habitación utilizadas a lo largo de diferentes períodos.
En contraste con este panorama, la literatura arqueológica referida a otros aspectos de la religiosidad
ibtrica -algunos ritos funerarios, representaciones
iconográficas y otros-, contienen a vecea referencias
a la presencia de restos animales bien documentados
formando parte del rito. Se cita la presencia de huesos
de cerdo, oveja, cabra y perro, en los enterramientos
infantiles estudiados por F. Gusi en la provincia de
Castel16n (Gus1, 1970: 68), y en el yacimiento barcelo283
[page-n-294]
F. BLAY GARCfA
nés de Penya del Moro se interpretan como ofrendas
fundacionales las formadas por el cráneo y las extremi·
dades anteriores de un cabrito (Mmó ErAL., 1982). Sin
embargo, los escasos restos animales asociados a las in·
humaciones infantiles estudiadas por P. Guérin y R.
Mart(nez tienen caráCter claramente intrusivo (GuhuN
y MARTINEZ, 1988: 258).
No es rara la p resencia de figuras animales en re·
presentaciones iconográficas interpretadas como escenas de carácter religioso o sobre objetos rituales. Es
clásica la descripción de la escena representada en la
pátera de Tivisa, interpretada como la representación
del sacrificio ritual de animales, o la de un bronce orctano que contiene el sacrificio de un cerdo o cordero
y que se interpreta como el mango de un puñal votivo
(BWQ.UU, 1983: 112).
La lista de referencias de este tipo puede ser muy
larga. 'S in embargo, utilizar estos datos para sacar consecuencias de carácter arqueozoológico nos parece
muy arriesgado: además del estado de conservación de
la pieza y de la habilidad o del estilo del artista, que
pueden dificultar la interpretación, estas representa·
ciones iconográficas distan muchos de tener la menor
pretensión de descripción taxonómica.
En cuanto a las fuentes documentales clásicas se
refiere, no conocemos referencias directas sobre estas
prácticas en relación con cl mundo ibérico, aunque podemos extrapolar los datos que conocemos para otros
pueblos mediterráneos, siempre muy generales. Así
por ejemplo, la voz «Sacrificium» del «Dictionnaire des
antiqu.ites grecques et romaines» (LEO.RANXl ET .u.., 1918:
956-973), hace referencia al cabrito, cerdo y oveja en
rclaci6n con las prácticas de sacrificio, en asociBción
con otros animales domésticos.
Ya en términos estrictamente arqueozoológicos,
d ebemos referirnos a los estudios realizados por I. Sarrión sobre materiales relacionados con depósitos de
carácter ritual, aunque corresponden a tres yacimien·
tos de caracterfsticas muy diferentes entre sí, como son
la necrópol is de El Molar en la que la presencia de fauna se interpreta como los restos de un banquete
(MoNRAVAL y LóPllz, 1984: 150) y ofrendas, o la Cueva
deJ Sapo, con un 60'91% de restos de Ciervo y 27'33%
de ovicaprinos, que cabe interpretar en conjunto como
restos de alimentación en una cueva de habitación
(PLA BALI. ESTER, 1985), si no fuera por la extraña topografla del yacimiento. Las mismas especies se citan en
el caso del Puntal del Horno Ciego, aunque con menor
importancia relativa, que comparten con especies que
el autor excluye del conjunto ritual (SARAJON, 1990:
180). Aun siendo éste el yacimiento a priori de características más parecidas al que estudiamos, el carácter de
la fauna identificada, en su mayoría correspondiente a
poblaciones naturales o, en el caso de las e¡¡pecies do·
mésticas o venatorias, la dificultad de asociarlas claramente al depósito ofrendatorio, hace que no podamos
284
extraer datos útiles para la interpretación del material
que nos ocupa.
LA FAUNA DE LA CUEVA
MERINEL
Los huesos estudiados corresponden sobre todo a
restos de cabras y cerdos, aunque también se recogie·
ron algunos de conejo, otros restos de microroedores y
quirópteros, parte del cráneo y del tibiotarso de un ave
-probablemente un córvido- y un fragmento del
dentario de un lagarto (Lacerta upida). Excluyendo a las
cabras y los cerdos, los 35 fragmentos que restan corresponden a animales cuya presencia en el conjunto
faunístico es una especiac de ruido de fondo en cual·
quier depósito procedente de una cueva, incorporados
al depósito por animales predadores, carroñeros o
muertos dentro de la cavidad.
La mayor parte d e los materiales aparecen incluidos en una tierra muy oscura, mezclados con los frag·
mentos cerámicos y a veces forman costras espesas e.n durecidas por un cemento calcáreo. La limpieza de
estas costras en el laboratorio dio como resultado la
aparición de numerosos fragment9s prácticamente re·
ducidos a polvo y de algunos fragmentos de huesos
quemados, todo ello de imposible cuantificación ni
mucho menos determinación específica.
No publicamos los escasos datos biométricos obte·
nidos por considerar que no aportan mayor informa·
ción al objeto de este trab:yo.
ESTUDIO DE LAS ESPECIES
Del Cerdo (Sus dinrusticus) se han identificado 219
r estos (14'2%) que representan un mínimo de 10 individuos (17%). La discriminación entre los h uesos pro·
cedentes de ganado porcino y los d el j abaU es un problema difícil en cualqu,ier conj11nto arqueozoológico,
pero si a la dificultad normal añadimos que en cl presente caso se trata exclusivamente de animales muy j6·
NR
¡¡
NMI
~
J7'9
1'8
8'6
76'7
10
1
21
57'~
24
42'9
63'7
S6
SOBRE NJU
Sus domerticus ..
Oviuriea . .....
C~pra hi.rcus ....
Ovis o Capn ...
NRl ....... ....
NRNI ..........
NR ............
219
4
131
1.168
1
.522
867
2.389
Fig. J.- NIÍ.m4TO y
14'4
()''
36'3
dislrih~
de los ratos u iUilUJdos.
[page-n-295]
FAUNA DE LA CUEVA MERINBL
venes, cualquier discriminación de orden biométrico
-casi la única aplicable al material de época pre y
protohistórica- resulta del todo improcedente. La decisión de agrupar el material bajo la especie doméstica
se debe al hecho de que en todos los ejemplares estudiados el estado de la dentición es prácticamente idéntico y corresponde a una edad inferior a seis meses
(Buu y PAY~"E, 1982), más un caso de un ejemplar
neonato (PRUNMJU., 1987 y 1987 bis), lo que denota
una pauta de selección de edades dificil de admitir
como práctica cinegética a no ser que estemos en presencia de individuos de la misma camada, extremo que
tampoco podemos descartar con los datos de que disponemos. El consumo de animales domésticos excesivamente jóvenes puede responder a condicionamientos
sociales, pero no es frecuente en términos de explotación ganadera, puesto que los animales no han alcanzado el óptimo de producción de carne en función de
su edad. El cerdo ha sido citado en poblados ibéricos
como Covalta (Albaida) donde parece constituir la
principal fuente alimentaria de orlgen animal (SAUJóN, 1979: 98-99), es relativamente abundante también en El Puntal deis Llops {St.tuuóN, 1981) y aparece
en fm representado en diversas proporciones en todos
los niveles de Los Villares y en el de El Castellet de
Bemabé (MARTfNzz, 1988), Peña Negra (Ptuz RlroLL,
1983) Vinarragell (ARTEAGA y MJSSAoo, 1971) y Los Saladares (DIUESCH, 1975), así como en La Muela {MoN&AvAL y l..oPilZ, 1984) y Horno Ciego (SARRJóN, 1990).
En cuanto a la edad a la que fueron sacrificados estos
animales, sólo podemos compararla con los datos publicados por R . Martínez en el artículo citado, con un
espectrO de edades ampüo en Jos diferentes niveles y
yacimientos que estudia, sin citar n ingún caso de individuos muertos antes de los seis meses, que como ya
hemos dicho son los únicos presentes aquí.
Cerdos y jabalíes aparecen con frecuencia citados
en relación a actividades de tipo ritual o religioso y en
representaciones del mismo signo, casi siempre asociado a la oveja y la cabra, y más ocasionalmente en compañía del perro, siendo siempre muy dificil afl.rma.r con
seguridad su pertenencia a la especie silvestre o al cCJ'"
do ibérico, y sin que nada impida descartar a priori la
participación de ambas.
La figura 2 representa la relación entre partes del
esqueleto; ha sido elaborada agrupando todos los fragmentos de cráneo, maxilares y mandíbulas y los del
resto del esqueleto -no se han tenido encuenta los
dientes aislados-. Comparados con los restos posteranealcs, los craneales dominan en una proporción de
casi 8 a 1; esta proporción se aleja de los resultados más
frecuentes en conjuntos procedentes de poblados, frecuentemente más equilibrada o de tendencia decididamente opuesta. Esto no es sorprendente si tenemos en
cuenta que, descontando los dientes y mandíbulas, el
resto del esqueleto craneal es muy vulnerable a la des·
9,02%
MANDIBULA
Fig. 2. - Sus,
distrib~
PIIT partu del esqutúlc.
trucción por fenómenos postdeposicionales, que de alguna manera promocionan la conservación de las piezas más densas y duras del esqueleto postcraneal frente
a los restos de origen craneal.
Sin embargo en los materiales estudiados procedentes de la Cueva MerineJ, la proporción de restos
craneales hace pen~ar que, por lo menos en el caso del
cerdo, se han depositado en la cavidad un cierto número de cráneos aislados, posiblemente enteros, y los esqueletos postcraoeales correspondientes bao recibido
un tratamiento distinto y seguramente han sido depositados en otro lugar.
Las cabras (C4pra lrircus) dominan en número de
restos y número mínimo de individuos el conjunto faunístico. La oveja está representada por 4 restos postcraneales, con señales de fuego y posiblemente del mismo
individuo. La figura 3 es elocuente en cuanto a las diferencias numéricas entre ambas e.species. Hemos identificado 131 restos, muchos de ellos dientes mandibulares. El resto, 1.168 restos (77% del NRI) han sido
indenúficados como correspondientes a Oois arier o C4-
pra lu'rcus.
Hay que hacer una acotación de orden metodológico: la distinción osteológica entre los restos de oveja
y cabra es siempre delicada, aunque hay métodos clásicos (Bor.ssNwK, 1969) que permiten la clasificación fiable de partes del esqueleto frecuentes en contexto arqueológico. Sin embargo, el material procedente de la
Cueva Mcrinel corresponde a individuos relativamente
jóvenes por un lado, y por otro predominan en él los
restos dentarios, aspectos ambos que no se adaptan
bien a los m~todos citados. La distinción la hemos basado en los criterios apuntados por Payne (1985), más
próximos a las condiciones que impone nuestro material y que se cumplen bien en nuestra colección de
referencia' . Los datos en cuanto a número de restos y
número mfnimo de individuos que se indican en el
cuadro, corresponden a la aplicación directa de los métodos referidos, mientras que aqueJJos en los que no
285
[page-n-296]
F. BLAY GARCfA
10
POSTCRANEAL
8
40,00%
CRANEO
6
4
2
MANDIBULA
Fig. 3.-
o
3-6
9
9-15 15-24
GRUPOS DE EDAD
<3
Ovis o Capra, dislrihtui6n por parlo del uqutlelo.
Fig. 4.-
cabe la atribución segura a ninguna de las dos especies,
han sido clasificados como "Ovejas o Cabras•, como es
habitual Puesto que el NMI para una especie en concreto se elabora a partir de la unidad anatómica más
frecuente, descontados los elementos pares y en función de las edades de muerte, en el caso de las cabras
el NMI se calcula sobre UD elemento identificado especrficamen.te, mientras que en. el caso del grupo "ovejas
o cabras» el NMI part.irá de otro elemento distinto, en
el que la identificación a n.ivel de especie no es posible.
En el caso que nos ocupa, los 24 individuos identificados como O·C podrían incluir a los 21 de cabra, al estar calculados uno y otro a partir de huesos diferentes.
Por otro lado, cl resultado de reelaborar el NMJ a par·
tir de todos los restos, tanto de 0 -C como de cabra,
refuerza la idea de que existe una alta probabilidad de
que se trate de un único conjunto formado por restos
de Capra hircut identificados como tales o o o por problemas de método o por su grado de fragmentación .
Las fuentes históricas se refieren a la oveja con
cierta frecuencia y más raramente a la cabra, también
existen algunas referencias iconográficas de las mismas
pero su interpretación taxonómica no es siempre clara.
La oveja y la cabra aparecen citadas en todos
los yacimiento de época ibérica que han sido objeto
do estudios zooarqueológicos, como la principal o una
de las más importantes fuentes de carne. Las proporciones relativas entre ambas especies se deben más
bien a factores de orden ambiental dominantes en el
á.rea de los yacimientos que a factores culturales, y
posiblemente así haya que entender el predominio absoluto de la cabra frente a la oveja en Cueva Merinel
y las diferencias entre los yacimientos estudiados por
I. Sarrión.
La edad de sacrificio de las cabras la hemos calculado siguiendo el método propuesto por J. Altuna
(1980). El resultado es la presencia de por lo menos UD
ejemplar por cada clase de edad, con una concentra-
286
O~is
o Capra, tdAd
t11 'I'IWU
>24
y NMI.
ci6n clara en los 9-15 meses y algunos animales sacrificados despu~s de los dos años de vida (Fig. 4-).
Los resultados obtenidos a partir del estudio de
la fauna del yacimiento ibérico de la Cueva Merinel
permiten afirmar que la presencia de restos óseos en
asoclaci6n con cerá.micas ibéricas de tipo caliciforme
en dicho yacimiento, podría estar en relaci6n con el
uso ritual que normalmente se atribuye a estos tipos
cerámicos, sobre todo a partir de la selección de la
parte craneal del e.squeleto, lo que parece exclu_ que
ir
el conjunto proceda de simples restos de com1da de
moradores de la cavidad, o del abandono de reses
muertas por causas naturales. Por los datos de que
disponemos sólo podemos apuntar la hipótesis de que
el rito comprendiera la decapitación de cerdos muy
jóvenes y de cabras, cuyos restos cefá.lieos e~an dep_ sio
tados en el mismo sitio que los vasos ccrá.micos, m1en·
tras que las demás panes del cuerpo eran objeto de
un tratamiento ditinto que implicaba su deposición
en otro lugar.
NOTAS
Hay que exceptuar cl primer molar inferior, ~· q~e apare1
cieron numeroaot casos dudo101 cuando no contradactonos en cl
material arqueológico. Los M 1 figuran por tanto c:n el grupo O·C
y su número no afecta al cJilculo del NMI.
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287
[page-n-298]
[page-n-299]
J osé P tREz B ALLESTER •
EL ABRIGO DE REINÁ (ALCALÁ DEL JÚCAR).
ENSAYO SOBRE UN NUEVO MODELO DE LUGAR DE CULTO
EN EPOCA IBERICA
;
Exponemos aquf los resultados de tipo teórico ob·
tenidos a partir del comienzo del estudio de un abrigo
con inscripciones ib~ricas situado en el t~nníno muni·
cipal de Alcalá del Júcar, y su comparación con otros
lugares similares, también con inscripciones rupestres
del mismo tipo. Expondremos primero las caracte.dsti·
cas del Abrigo de ReinA, a continuación los datos co·
rrespoodientes a Jos otros sitios estudiados, con los distintos atributos que nos han permitido diseñar el
modelo, que expondremos por último. No entraremos
en el estudio de las inscripciones en s!, trabajo que
abordaremos en otro lugar, aunque las transcribiremos
en su apartado, tal y como vienen en la bibliograffa
consultada.
EL ABRIGO DE REINÁ (Fig. 1, a)
Situado en la margen derecha del rfo Júcar, entre
Alcalá del Júcar y La Recueja, está a unos 40 mts. de
altura sobre el nivel del rfo y al pie de una cresta caliza
ubicada en la parte más alta y estrecha de una lengua
•
l~ncia .
Opto. de Prehistoria y Arqueología, Univcrailat de Va-
;
rocosa amesetada que penetra profundamente en la
hoz del ño, dando lugar a dos pronunciados meandros.
En e.l mismo entorno se encuentra el complejo de hornos ibéricos de La Casa Grande'; y en la estrecha
cima amesetada donde se encuentra el abrigo, y a unos
lOO mts. de éste, un asentamiento de la Edad del Bronce muy arrasado por la erosión, donde se reconocen al·
gunas alineaciones de muros y al menos un fondo de
cabaña, actualmente en estudio'.
El abrigo, orientado al norte, consta de una cova·
cha de 4 mts. de boca, otros tantos de profundidad y
una altura que oscila entre 2 y 1'40 mts. Está horadada arti.ficialmente por el fondo sur, a trav~s de una
abertura cuadrangular de 1'6 mts. de altura por
0'60 mts. de ancho, que se abre de nuevo al río por ese
lado, donde la roca aparece cortada casi a pico sobre
aquél (Fig. 1, e). El lado norte (Fig. 1, b) es más accesible, con una pendiente abrupta pero practicable repo·
blada de pinos; o más fácilmente aún, por la divisoria
del promontorio amesetado donde se asienta, cuyo extremo noroeste presenta una pendiente suave hasta el
ño. Es en este lado norte donde el abrigo se abre dando
lugar a una visera de unos 4 rota. de altura y entre 0'5
y 1' 5 mts. de saledizo, producida por la erosión de un
estrato de materiales margosos, entre otros calizos más
289
[page-n-300]
a
b
/
e
Ftg 1 -
290
RLiná a) eruta rocosa al p!t dt la cual st stlún ti ohngo, h) mrto ¿, lo covacha (al fondo)) lo usero (m pnmer tirrmno), t) la
cowcho, oista dude la tnlrnda Al foudn, lo abertura Sur
[page-n-301]
EL ABRIGO DE REINÁ
resistentes, y que se extiende unos 25 mts. hacia el noroeste. Delante de la visera existe una estrecha plataforma con una anchura que varía entre 2 y 1 m.
Es precisamente en esa capa más blanda, blanquecina, que hemos mencionado, donde se grabaron los
distintos signos figurados, geométricos o alfabéticos
que estamos ahora estudiando y que ocupan el interior
de la covacha y la pared resguardada por la visera
(Fig. 2, a y b). Estos se localizan a alturas muy variables, entre 3 mts. y 0'20 m. de altura con respecto al
suelo actual, y cronológicamente ocupan un arco tem·
poral muy amplio: desde una inscripción de cuatro lí·
neas fechada en 1880, al grupo de inscripciones con
signos ibéricos. El abrigo no era conocido más que por
pastores ocasionales, y los únjcos signos muy recientes
(dos grupos de tres iniciales) hallados en nuestra última visita -octubre de 1990- no existían seis meses
aotea.
Podemos resumir así los hallazgos de Reiná:
-1 cruz de Malta.
-1 cruz de Caravaca.
-1 inscripción en cuatro !meas, fechada en 1880.
Estos dueños, más algún signo geométrico o trazos sueltos no determinados, se encuentran al pctcrior
de la boca sur de la covacha, dando al cortado sobre
el r(o.
-18 cruciformes, a menudo en grupos de tres o
cuatro, a veces con los extremos de los brazos marcados
por puntos, y repartidos por el interior de la covacha
y los distintos paneles bajo la visera norte, más escasos
cuanto mayor es la distancia a la covacha.
- 4 antropomorfos esquemáticos, tres de ellos formados por una cruz de brazo horizontal corto y alto,
y un brazo vertical muy largo, del que nacen en su mitad inferior otros dos trazos obJfcuos, a modo de pier·
nas. El cuarto, de pequeño tamaño, con un arco que
sobre la cabeza une las extremidades superiores, re·
cuerda a un indalo. Se encuentran dispersos, en.tre la
covacha y los paneles de la visera.
-2 signos solares o estelares.
-2 signos rectangulares.
-2 signos circulares.
- 1 posible vulva.
-1 triángulo relleno de puntos.
-12 signos geom~tricos indeterminados.
Todos estos elementos se hallan repartidos igualmente por la covacha y los paneles de la visera.
- 1 posible arado, del tipo •de cama. o f
-6 letreros con signos ibéricos, agrupados en tres
paneles distintos, pero siempre fuera de la covacha,
bajo la visera. De éstos, dos constan de signos de mayor
tamaño, entre 12 y 14 cms. de largo cada uno, rastreándose además en éstos dos lfneas horizontales o
guías, que en el letrero B permiten adivinar una cane-
la rectangular. Los otros cuatro son de signos más pequeños, de entre 4- y 5 ems. de longitud. La transcripción provisional que ofrecemos como primjcia sería
como sigue, a la espera de los resultados de la documentación fotográfica realizada recientemente:
Letrero A :
-M 1 rl ~ !1 '1'< l_ M 1'Cl)
.útrno B: _ _ ~
.1.1 11J .LJ j_ .1 ~ 1_
Letrero C:~ N'Qlf'l__y_ _ ).
.útmo
D: ~
.útmo
E: ~ N A
.ÚlmoF:
_ti..fd V _ t_/\
f!. ~
/! .1\
4~
Además, y para terminar de situar el entorno inmediato del yacimiento, diremos que se conserva un
acceso por el lado norte, frontal al pasillo o estrecha
plataforma junto a la visera, formado por tres escalones t.allados en la roca; y por el noroeste, hemos identi·
6cado algunos tramos de un ancho sendero antiguo
que sube desde la margen derecha del rfo al extremo
más alejado pero también más accesible del farallón
amesetado que constituye el asiento del hábitat del
Bronce, y a sólo 100 mts. del abrigo de Reiná.
Paradójicamente, no está clara la relación de este
abrigo, que creemos poder identificar como lugar de
culto, con algúo asentamiento antiguo próximo o inmediato. Los propios excavadores del complejo de hornos de La Casa Grande, no lo encontraron tampoco al
prospectar el área en su momento. El más cercano se
encuentra a 7 kms. por la carretera que bordea el río,
en el lugar de Las Eras, sobre la propia villa de Alcalá
del Júcar. Se trata de un yacimiento de varias hectáreas, de época ibero-romana, con abundantes restos cerámicos en superficie, muchos de ellos con decoraciones pintadas con motivos fitomorfos, y restos de
estructuras a la vista. Las otras posibilidades que se
nos ofrecen son: el cerro al pie del cual está la ermita
de San Lorenzo, a 3 kms. de Reiná y a 4 kms. de Alcalá de la cual es patrón, donde por noticias recogidas
en el pueblo, sabemos que aparecieron algunas cerámicas pintadas ibéricas. Por último, mencionaremos la
posible existencia, ya desde ~poca i~rica, de un hábitat rupestre en la zona, que aún puede rastrearse en
la actualidad: varios centenares de cuevas artificiales
excavadas en las paredes del estrecho valle -luego
hoz- delJúcar, en las inmediaciones de Alc.alá. Al pie
del mismo promontorio rocoso de Reiná encontramos
4 de ellas en su lado Norte, y una veintena en el lado
sur, junto al r(o. No se conocen s.in embargo hasta el
momento, evidencias de restos materiales de esa época
en cueva alguna de la zona, quizás por falta de una
prospección adecuada, o por la constante reutilización
de las mismas a través del tiempo.
291
[page-n-302]
J
PÉREZ llALLESTER
b
Fig. 2.- Rtiná. a) inscriptiófl A y anlropomarjo, b) mscrÍ/JCIÓII 8 )' par/( tú ltz C.
292
[page-n-303]
EL ABRIGO DE REINÁ
Fíg. 3.- Abrigos con 1'nsmpdonet ibéricos.
En cuanto a la naturaleza del abrigo, estamos ante
un modelo de lugar habitado que no tiene nada que
ver con las cuevas refugio o las cuevas santuario que
nuestra colega Milagros Gil-Mascarell• estudió en el
País Valenciano. Frente al lugar abierto y destacado de
Reiná, aquellas son en su mayoría simas y cuevas propiamente dichas; frente a la ausencia de materiales cerámicos que contextualizasen a Reiná, encontramos
siempre ~stos en las del trabajo de Gil-Mascarell, y
siempre con ejemplares de factura ibérica y tipología
bien precisa y repetitiva en las distintas cuevas abrigo
o cuevas santuario, que demuestran su utilización en
esa ~poca. También, la inexistencia de inscripciones
ibéricas en esas simas y cuevas, contrasta con la presencia de ellas en Reiná, que igualmente nos hacen
vincular la utilización del abrigo a la misma época
ibérica.
LOS ABRIGOS CON INSCRIPCIONES IBÉRICAS (Fig. 3)
Hemos localizado en la bibliogralla una decena de
lugares de caracterfsticas semejantes a Reiná. Ocho de
ellos son propiamente abrigos; otros dos son prácticamente petroglifos grabados sobre piedras al aire libre.
Hemos inclufdo estos últimos (n. 0 9 y 10) a propósito,
porque sus diferencias con los anteriores facilitan la visión de homogeneidad de aquellos.
En cuanto a la situación geográfica, uno de ellos
está en la provincia de Albacete (n. 0 1} a unos
100 km.s. de Reiná; tres en el País Valenciano (o. 0 2,
3 y 4), uno en 'lerud (o. 0 5), dos en Cataluña (n. 0 6
y 7), otro en Extremadura (n. 0 8) y los dos últimos
(n. 0 9 y 10) en el sur de Francia.
Hemos aplicado una ficha tanto a estos yacimientos como a Reiná, contemplando básicamente tres
campos:
293
[page-n-304]
J. PWZ BALLESTER
A. Las características del Jugar y su entorno.
B. La existencia o no de contextO arqueológico en
el sitio o en los alrededores.
C. Las inscripciones propiamente dichas, desde
un doble enfoque: C6mo están hechas, dónde se en·
cuentran y con qué, y por otro lado datos relativos a
los signos, su número, disposición y transcripción.
N. o 1. LA CAMARETA (HELLÍN,
ALBACETE)'
D. L u inscripciones.
Car~cteres
epigráficos
0 .1. Disposición: Dos Uneas, quizás de un sólo vocablo. Según los autores, es posible que existan más
inscripciones.
0.2. Medidas: Panel de 31 cms. de longitud; letras
de 5 cms. de altura.
0.3 . Transcripción:
~c~LM
K
_ el))' fV
!1. 1. 0-t.l.
A. El lugar
A.l. T ipo: Abrigo agrandado.
A.2. Ubicación: Cortada o barranco sobre el anti·
guo nivel del río, hoy pantano de Camarillas.
A.3. Proximidad a: Río, río Camarillas.
A.4. Altura sobre nivel del mar: 500/600 mts.
aprox.
A.5. Altura sobre área circunstante: 60/70 mts.
sobre el antiguo nivel del rfo.
A.6. Accesibilidad: Casi inaccesible. Se necesita·
rfan cuerdas o una escalera.
A.7. Visibilidad: desde el lugar, de 1 a 5 kms.
A.8. Medidas: No se recogen.
N. 0 2. EL BURGAL (SIETE AGUAS,
VALENCIA)'
A. El lugar
A.l. Tipo: Abrigo visera.
A.2. Ubicación: Barranco.
A.3. Proximidad a: Rfo y camino antiguo.
A.+. Altura sobre nivel del mar: 930 mts.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad: Oiffcil.
A.7. Visibilidad: Desde el lugar: aprox. 1 a 5 kms.
SemiocuJtO a la vista.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contato arqueol6gico
B.l. En cllugar: Inscripciones posteriores, latinas,
árabes, castellan as y hasta del riglo xoc.
B.2. Inmediato: No existe.
B.3. Próximo: El poblado ibérico correspondiente
a la necrópolis de El 'Thsorico, en la parte superior del
cortado donde se abre el abrigo.
C. Las inscripciones. Caracteres .morfo16gicos
y topográficos
C.l. Tipo: Grafitada.s/grabadas.
C.2. Ubicación: Zona media (a 1'20 mts. de la pa·
red externa).
C.3. Situación relativa: Asociados a multitud de
grafitos y otras inscripciones, siempre posteriores: latinos, árabes, castellanos, basta del siglo XIX . Figuras
más frecuentes: cabalJos. En el mismo panel de los signos i~ricos: letreros árabes, cabalJos, cápridos y cánidos, todos posteriorea. También signos geométricos.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista, a unos
dos mts. de altura.
C.5. Conservación: Buena, pero delicada.
294
B. Conta to arqueo16gico
B.l. En el lugar: No.
B.2. I nmediato: útiles de silex, anteriores.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. Laa in1cripciones. Caracteres morfo16gicos y
topográficos
C.l. Tipo: Grabados/grafitados.
C.2. Ubicación: Zona media, en un panel de
70 x 30 cms., a 1'50 mts. de altura sobre el suelo.
C.3. Situaci6n relativa: Aislados; no hay o no se
indica asociación con otras pinturas o grabados.
C.+. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.5. Conservación: Precaria.
D. Las inacripciones. Caracteres epigráfico1
D. l. Presentación: 1res Jfueas con 35 signos conservados, y otros desaparecidos.
0.2. Medidas: No se recogen.
D.3. 'fransccipci6n:
[page-n-305]
BL ABRIGO DE REINÁ
..L p ~ (.l..) .X 1' X. (l) (:.i) ~ .l..f
2.•: .ll E :t \fJ ..P ~ .1?.1. ~A ~_r
N. o 4. MAS DEL CINGLE (ARES DEL
MAESTRE, CASTELLÓN)'
3.•: ~
A. El lugar
l. •:
1'!. ~ p_.x__ ~c:L ....... t.JL/{_>_P__¿1
N. o 3. EL TARRAGÓN (VILLAR DEL
ARZOBISPO)'
A. El lugar
A.l. T ipo: Abrigo.
A.2. Ubicación: Barranco.
A.3. P roximidad a: No se recoge.
A.4. Altura sobre el nivel del mar: 500/600 mts.
aprox.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad: No se recoge.
A.7. Visibilidad: No se recoge.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contexto arqueo16gico
B.l . En el lugar: Otros grabados geométricos, jjgu·
rados, zoomorfos, y arcos con flechas. Coetáneos o anteriores.
B.2. fumediato: No se recoge.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. La1 in1cripcione1. Caractere1 morfo16gico!l y
topográficos
C.l. Tipo: Grafitadas o grabadas.
C.2. Ubicación: No se recoge.
C.3. Situad6n relativa; Asociadas a grabados coetáneos o anteriores.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a simple vista.
C.5. Conservación: Aceptable.
D. La1 i.nscripcionea. Caractere1 epigráficos
D.l. Disposición: Varias Jfneas o frases repetidas,
hasta un total de 12; otras líneas o frases.
D.2. Medidas: No se recogen.
D.3. 'franscripción: No se recoge. Actualmente en
estudio por D. Fletcber y L. Silgo.
A.l. Tipo: Abrigo con poca visera.
A.2. Ubicación: Barranco.
A.3. Proximidad a: Arroyo (Rambla Carbonera).
A.4·. Altura sobre nivel del mar: 900/JOO mts.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad; ¿Difícil?
A.7. Visibilidad: 1 a 5 kms. aprox.
A.8. Medidas: 70 mts. de largo.
B. Contexto arqueo16gico
B.l. En el lugar: Pinturas de estilo levantino y es·
quemático, anteriores y coetáneas.
B.2. Inmediato: No se recoge.
8.3. Próximo: No se recoge.
C. La!l inscripciones. Caracteres morfo16gico!l y
topográficos
C.l. Tipo: Pintadas, con pintura roja.
C.2. Ubicación: Zona media, dentro de una concavidad.
C.3. Situación relativa: Junto a una serie de figuras: cuadr6pedo, pequeño animal, figura humana esquemática, figura femenina y otros animales. También: un tectiforme, un ancoriforme, etc. Un jinete;
junto a la cabeza del caballo se aitóa la inscripción. En
general todas las figuras esquemáticas, salvo la dama
con faldas y el jinete.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.5. Conservación: Precaria.
D. La11 inscripciones. Caracteres epigráficos
D.l. Disposición: Letrero de cuatrO letr¡s.
D.2. Medidas: 2 cms. de longitud cada letra o signo, aproximadamente.
D.3. 'Jranscripci6n: (Dudosa).
1 (.sl:) ..t
295
[page-n-306]
J. P!REZ BALLF.STER
N. o 5. CANTERA PEÑALBA
(VILLASTAR, TERUEL)'
N. o 6. LES GRAUS (RODA DE TER,
PLANA DE VIC, GIRONA)10
A . El Jugar
A. El lugar
A.l.
A.2.
la cima.
A.3.
A.4.
A.5.
A.6.
A. 7.
A.8.
Tipo: Visera.
Ubicació.n: Cortada o barranco, pero cerca de
Proximidad a: Río 'furia.
Altura sobre nivel del mar: 700 mts. aprox.
Altura sobre área circunstante: No se recoge.
Accesibilidad: Diflcil.
Visibilidad: 1 a 5 kms.
M edidas: No se recoge.
A.J. Tipo: Abrigo.
A.2. Ubicación: Cortada o barranco.
A.3. Proximidad a: R fo 'Ier.
A.4. Altura sobre nivel del mar: 500/ 600 mts.
aprox.
A.5. Altura sobre área circunstante: 60/70 mts.
sobre el río.
A.6. Accesibilidad: Difl'cil.
A.?. Visibilidad: No se recoge.
A.8. M edidas: No se recogen.
B. Contexto arqueo16gico
B. Contezto arqueo16gico
B.l. En el lugar: Con seguridad, grafitos posteriores o coetáneos, latinos, chasta una veintena de textos-.
B.2. Inmediato: No.
B.3. Próximo: Yacimiento celtibérico.
B.l. En el lugar: No existe.
B.2. Inmediato: A unos 400 mts., un hábitat ibérico (siglos u y 1 a.C.), una iglesia románica y una necrópolis medieval.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. Las :i.nscripc:iones. Caracteres morfo16gicos y
topográficos.
C.l. Tipo: Grafitadas/Grabadas.
C.2. Ubicación: Parte externa, ya que no hay
cueva.
C.3. Situación relativa: a.aociada a grafitos latinos
coetáneos o posteriores, y abundantes grabados geométricos, zoomorfos y figurados.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.S. Conservación: Precar~a.
D. L as ÚJScripc:iones. Carac:tercs epigráficos
0.1. Disposición: Variu líneas (al menos cuatro)
con un vocablo en cada una de ellas.
0.2. Medidu: No se recogen.
D.3. uanscripción:
1. •:
l. 2 _t. y 4- ...( .J. ~
2.•: ~~j_XY
3.•: ~
.!t X y
l.~i l .li..{
5.•: .& ~.m Ll
4.•:
C. La• inscripcione•. Caracterf•tica.s morfol6gical y topográfica•
C.l. Tipo: Grabadas/Grafitadas.
C.2. Ubicación: Zona Externa. Bn dos paneles, a
escasos metros uno de otro.
C.3. Situación relativa: En esa zona, aislados; posiblemente en otros paneles menos accesibles, inscripciones medievales, claramente posteriores.
C.+. Visibilidad: Un panel accesible a la vista; el
otro no.
0.5. Conservación: Precaria.
D. Lu Ílllcripc:ionel . Caracterílticu
epigráfica•
D.l. Disposición: Dos Hneas, con varios vocablos
en ca da una de ellas. En la primera, sólo 7 u 8 signos,
y otr os muy perdidos; en la segunda, 12 signos seguros.
D.2. M edidas: Altura de las letras de la primera
lfnea: entre + y 4'5 cms.
0.3. 1Ianscripci6n:
1.-: (.l...!..
y J.. .L)
! !e ~i' ~ i.
(..1 ..L ..l..)
2.•: j_ ~A.~ 1J .A~
296
~~
/"' !1! ~ j_ j_
[page-n-307]
EL ABRIGO DE REINÁ
N. o 7. ROCA DELS MOROS (COGUL,
LÉRIDA)11
A.
3.•: (X)
4-.-:
L1 :Y ..t ¿
~ ..C
..L ...( .t6. .J_ .ó
Ell~gar
A.L Tip o: Abrigo.
A.2. Ubicación: Barranco.
A.3. Proximidad a: Arroyo.
A.4. Altura sobre nivel de) mar: 300 mts. aprox.
A.5. Altura sobre el área circunstante: No se
recoge.
A.6. Accesibilidad: Fácil.
A. 7. Visibilidad: 1 a 5 kms.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contato arqueol6gico
B.l. En el lugar: Pinturas post-paleoHticas, e inscripciones latinas.
B.2. Inmediato: L ascas y hojitas trabajadas de
sOex.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. Las inscripciones. Caracteres morfol6gicos y
topográficos
0.1. Tipo: Grafitadas.
0.2. Ubicación: Zona media/interna.
0.3. Situación relativa. Asociadas a pinturas de
:
tipo levantino y esquemáticas, siendo las más próximas
fisicamente estas últimas. Las inscripciones no se superponen a las pinturas, sino que se graban al mar gen
de ellas. L as inscripciones latinas: con claro sentido de
ofrenda o voto.
0.4. Accesibilidad: Accesibles a simple vista.
0.5. Conservación: Aceptable.
D. Las inscripciones. Caracteres epigráficos
N.o 8. COVACHA DE MONTFRAGUE
(TORREJÓN EL RUBIO, CÁCERESY2
A. El lugar
AJ. Tipo: Abrigo.
A.2. U bicación: Ladera/solana.
A.3. Proximidad a: Río o arroyo, algo alejado.
A.4. Altura sobre nivel del mar: 400/500 mts.
aprox.
A.5. Altura sobr-e área circun stante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad: Fácil.
A.7. Visibilidad: No se recoge.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contexto arqueol6gico
B.l. En el lugar: Pinturas esquemáticas, anteriores
o coetáneas.
B.2. Inmed iato: Ermita de la Virgen de Montfrague.
B.3. P róximo: Poblado indígena, en la cima de la
ladera, al menos con niveles de las épocas del Bronce
y del Hierro ¿?
C. Las inscripcionea. Caracteres morfol6gicos y
topográficos
C.L Tipo: Pintada.
0.2. Ubicación: Zona exteriot:, al aire libre, en la
pared derecha de la covacha.
0 .3. Situación relativa: Asociada a una serie de figuritas en negro, que n o corta, anteriores o coetáneas.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.5. Conservación: Precaria.
D.l. Disposición: Sobre un panel de 2 mts. de lon-
gitud, dos líneas, algunos vocablos aislados y otros signos dudosos.
0.2. Medidas: Altura de las letras, 8/10 cms.; longitud de la línea más larga : 1'40 mts..
D.3. 'franscripci6n:
P:
~ }9 (.fL ~) fl.IP .i 1:! {))! 11 E_{ ~ ()
~ti K X~
2.•: c.t,)~ 1l ~.Ni <~ A~ a ID .ti .A 2 ~
~~b:._j¿~J?~J::IEP
D. Las inscripciones. Caracteres epigráficos
D.L Disposición: Una línea con varios vocablos
muy deterio.rados, y algunas letras sueltas.
D.2. Medidas: No se recogen.
0.3. Transcripción:
~ M .X ~_o _.D .1; o bien: ~ A
A :.i. LL.Jl
11~
C>diA~IQ~
297
[page-n-308]
J.
PÉREZ BALLESTER
N. o 9. REPLA DEL GINEBRf (OSSEJA,
ROUSSILLON)"
A. El lugar
A.t. Tipo: Rocas al aire libre, con inscripcionCJ en
su cara vertical.
A.2. Ubicación: Ladera suave.
A.3. Proximidad a: Ni a fuentes o CUI:liOS de agua
ni a caminos antiguos. Zona montañosa.
A.4. Altura sobr e nivel del mar: Más de
1.000 mts.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad: Fácil.
A 7. Visibilidad: Posiblemente 1 a 5 kms, o má.s.
A.8. Medidas: No se recogen.
A.3. Proximidad a: Camino antiguo.
A.4. Alrura sobre nivel del mar: Más de
1.000 mts.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A .6. Accesibilidad: Fácil.
A.7. Visibilidad: Se supone buena, como el anterior.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contexto arqueo16gico
B.l. En el lugar: Inscripciones figuradas (cruces,
signos solares, cruz de Malta, restos de una escena de
caza) y un monograma jl-IS, posteriores o coetáneos;
quizás alguno anterior.
B.2. Inmediato: Lasca de sOex.
B.3. Próximo: No se recoge.
B. Contexto arqueo16gico
B.l. En el lugar: Grabados coetáneos o posteriores.
B.2. Inmediato: No se recoge.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. Las inscripcione1. Caracteres morlo16gicos y
topográfico•
C.l. Tipo: Grafitadas/Grabadas. Trazos finos, sobre esquistos.
C.2. Ubicación: Zona externa, al aire libre.
C.3. Situación relativa: Asociadas a otros grabad os esquemáticos (ciervo, signos solares) coetáneos o
anteriores.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.S. Conservación: Buena.
D. Las inscripciones. Caractere1 epigráficos
C. Las inscripciones. Caracteres morfo16gicos
y topográficos
0 .1. Tipo: Grafitadas/G rabadas. Trazos finos, so·
bre esquistos.
C.2. Ubicación: Zona externa, al aire libre.
C.3. Situación relatjva: Asociados a otros grabados ya mencionados, anteriores, posteriores y/o coetáneos, entre ellos una inscripción latina.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.5. Conservación: Deficiente.
D. Las inscripciones. Caracteres epigráficos
D.l. Disposición: «Signos alfabetiformes, posiblemente ibéricos» en tres letreros mal conservados.
D.2. Medidas: No se recogen.
0 .3. 'franscripción:
~ A
0 .1. Disposición: Un solo vocablo.
0 .2. Medidas: No se recogen.
0 .3. lranscripción:
2.0 : (_l
~ .t f
N. 0 10. PLA DE VALLELLES (PRUNET,
ROUSSILLONr•
A. El lugar
AJ. Tipo: Rocas al aire libre; inscripciones en las
caras verticales de las mismas.
A.2. Ubicación: Ladera suave.
298
E_.& _.¿1 _g_ A1(11) __
3.0: ¿?
.t .M c ~ < Jt:>
A> ..M
1.0:
.l. L ) ~ l
_r (...L ..L ..L j_ _!_)
tJ
CONCLUSIONES
De la atenta lectura d e estas fichas, y a pesar de
lo fragme ntario de la información en algunos yacim ientos, podemos elaborar unas a modo de conclusiones que nos ayuden a esbozar el perfu de este tipo de
lugares asociados indudablemente al mundo ibérico.
Considerando los datos disponibles, estimamos
como elementos caracteñsticos aquellos que se repiten
[page-n-309]
EL ABRJGO DE REINÁ
en más de 6 lugares, sobre los 1J (incluída Reiná) estudiados. Por falta de datos, no consideraremos las entradas A.S. y A.8. (Altura sobre área circunstante y Medidas); y tomaremos con precaución la información
relativa a las entradas A.7. (Visibilidad) y en general
la correspondiente al campo B (Contexto Arqueológico), debido igualmente a la falta de precisión de muchos de los trabajos consultados en este sentido.
EL LUGAR
Viene definido como un abrigo, a veces agrandado
artificialmente, situado en una ladera abrupta o barranco, de acceso diffcil, siempre situado en tierras interiores de altura media-alta: siete de Jos yacimientos
por encima de los 500 mts., los otros cuatro entre 200
y 4{)0 mts., siendo estos últimos precisamente Jos más
alejados del área levantina. La relación de e!tos lugares
con el agua, se expresa por la inmediata proximidad
de cursos corrientes que discurren por el fondo de los
barrancos o laderas abruptas donde se sitúan los abrigos; en ningún caso se ha constatado relación con fuentes o manantiales. Sólo en dos casos se ba podido determinar una proximidad a camjno antiguo o vía de paso.
Allí donde se ha podido comprobar, los abrigos se
sitúan bastante por encima del nivel del río, entre 30
y 60 mts. Permiten una visibilidad desde el lugar y
tambi~n desde el entorno teóricamente aceptable, pero
ésta se ve a menudo modificada por lo accidentado del
pajsaje y la situación no preeminente del lugar, no excediendo en ningún caso los 5 kms.
Las dos únicas excepciones las constituyen los soportes de las inscripciones grabadas sobre roca localizadu en el RoussiUon, que como iremos viendo se desvfan claramente del modelo propuesto, siendo el único
lazo que las une a las dem ás precisamente el hecho de
tratarse de signos ibéricos sobre roca.
Todos se encuentran situados dentro de un marco
geográfico que podemos denominar •Ibérico peninsulan, con la excepción de los dos lugares franceses y el
de Montfrague en Cáceres.
EL CONTEXTO ARQUEOLÓGICO
No se trata, al contrario de lo que ocurre en muchas cuevas refugio o cuevas santuario, de lugares de
habitat, ni coetáneos ni anteriore!; s( estamos sin embargo ante un lugar visitado, y a veces de antiguo,
como lo demuestran las pinturas y grabados anteriores
o coetineas que en algunas de ellas aparecen. Con la
cautela establecida al comienzo de estas conclusione!,
es posible decir que en las inmediaciones (en un radio
menor a 5 kms.) suelen encontrarse babit.ats de época
ib~rica o ibero-romana -se mencionan en cuatro de
ellos-, además de otros posteriore!. Estos últimos
también hay que ponerlos en relación con la utilización
tardía de los abrigos, como demuestran los grabado:s e
inscripciones dejadas en al menos cinco de los sitios.
Esta continuación de uso durante la dominación romana, especialmente claro en La Camareta, Roca deis
Moros de Cogul o Peñalba, y la muy probable cronología tardía de los epígrafes de al menos los abrigos catalanes y del Roussillon", donde se expresan fórmulas
de votos o similares, avalan el carácter cultural de los
abrigos que estudiamos, así como su vinculación a una
época avanzada dentro de la cultura ibérica, aunque
esto último debe ser confirmado con el estudio epigráfico que próximamente nos proponemos realizar.
LAS INSCRIPCIONES
Los signos Ibéricos que aparecen en estos lugares
estin en su mayoría grabados o grafitados, entendiendo por esto último cuando la incisión producida por un
objeto rlgido puntiagudo sobre una superficie más o
menos dura, deja un surco fino de anchura inferior a
3 mm. en superficie.
Se han realizado allí para ser leídos fácilmente, en
paneles accesibles a la vista, a una altura que oscila entre los 1 y 3 mts. sobre el suelo actual, pero al resguardo del abrigo; rara vez en el exterior del mismo, y nunca en zonas escondidas o rebuscadas. Son excepciones
de nuevo las dos inscripciones francesas, al ajre libre,
sobre rocas duras, aunque hechas con incisión fma,
junto a otros grabados que podrían clasificarse mejor
como petroglifos.
Aparecen prácticamente siempre asociados a otros
motivos, in cisos o pintados sobre la roca, de los que,
como siempre, ha sido más fácil distinguir aquellos
posteriores que los coetáneos o anteriores, aunque estos últimos existen con seguridad en 4 de ellos.
Esta asociación, en especial con pinturas rupestres
naturalistas •levantinas• o esquemáticas es interesante,
pues ha sido también constatada en otros lugares de
culto ib~ricos, aunque sin duda de otro carácter: los
santuarios de Collado de los Jardines, Castillar de Santisteban o el mis pr6xilno del Cerro de los Santos'', y
son ot.r o argumento a favor de una pervivencía del lugar de culto a través de) tiempo en una misma comarca.
No debemos sin embargo dejarnos llevar por esta
asociación: estamos ante lugares de pequeña entidad,
donde lo extraordinario es la presencia de más de cinco
letreros por abrigo -en Rciná creemos observar a pesar de ello dos estilos, ~pocas. o autores distintos-, y
que por tanto debieron tener una importancia muy local, debiendo ser apenas conocidos por los habitantes
del hábitat más pr6ximo solamente. En este sentido,
debemos decir que estamos seguros de que una pros-
299
[page-n-310]
J.
P~REZ BALLESTER
pección atenta y detallada nos ofrecería un número
mucho mayor de estos yacimientos, aunque la d~bil
marca de los grafitos, y su situación poco protegida y
accesible ha podido hacer desaparecer muchos de ellos.
El estudio coordinado de los epfgrafes aparecidos hasta
hoy en este tipo de abrigos que pensamos llevar a cabo
dentro del estudio del conjunto de ReinA. será el otro
camino que nos ayude a completar la visión de estos
lugares como posibles sitios de culto, un culto que estarfa relacionado con alguna divinidad asociada a la naturaleza, seguramente no colectivo, y al que de momento es arriesgado asociar imágenes de las aparecidas
pintadas o grafitadas en los mismos abrigos.
NOI'AS
1 8 JONc.o.JOO, S. y Cou., J.: •Horno de cerámica d. la Oasa
e
Crande (Alc.al' del Júcar, Albaccte)•. Not. Arq. ffisp. , 30, 1988,
pp. 187u.
t
En oetu bre del presente ailo 1990, y a raí:& de la intervención en el abrigo Uevada a cabo por nosotros con autorización de
la CoJUejería de Cultura de la Junta de Comunidades de CastillaLa M ancha, vimos necesaria la excavación urgente de al mcooa un
(ondo de cabaña en peligro de deuparicióo. Estos trabajos, en colaboración con Javier Lópe:& PreciO:&O y Joae Luis Serna, se llevan a
cabo al tiempo que se escriben estu lineas.
• CAllO BAfiCIA, J.: ~~r. Poptd4r EsptrM/4. Ed. Nacional,
Madrid, 1983, pp. 510·516.
• Gn.·MA~CAil&U., M.: •Sobre laa cucvu ibúicu del Paía Valenciano. MaterialCI y Problemas• . P.L.A .Y., U, Valencia 1975,
pp. 281 a 332.
s Go..u1.u 8t.AIOCO, A. 11 IÚii: •La cueva de " La Camareta",
refugio !~rico, eremitorio criitiano y rincón misterioso para áraba
y foráneoa baata el d(a de boy. Sus graffitia. XVI C.N.4 ., Zaragoza,
1983, pp. 1023 a 1040. Unemo1 noticia de la preparación de un e•tudio exbauativo tanto de la cueva como de todoa los grafitos, por
loa miamoa autores.
• Citado en AA.VV.: Lo W11r dd Slroido tÜ lnHStifodln flttllis14moysu Mus111, Memoria de 1981, Valencia. 1982, pág. 110: ·El Bur•
300
pi, Siete Aguas•, proapectado por J. Aparicio. Se ha con.Wt.ado
tambi6n la ficha correspondiente existente en el Fichero de Yacimiento. dd S.LP.
, Citado en AA.VV.: lA Wor túl ~... , Memoria
de 1978, Valencia, 1979, p,g. 66: •Comarca de Eh Scrrans. El Tarragón•, proapectado por J . Aparicio y otroa. Se ha coll.fultado la
ficha correspondiente cziatcnte en el Fichero de Yacimientos del
S.I.P.
, VaRAs, R. y SA&JUO, B.: .una i.oacripcióo i~rica en pintura
roja en el abrigo del Mas del Cioglc. Ana del Maestre, Castelló.o
de la Plan.... e-l. Prlla . Art. ~u. 5, 1978, Cutell6n, 1981,
pp. 375 a 383; Va
fl..a, R. y Comn, M.J .: •Elementos ib«icos en el
arte rupestre del M&Citra.zgo (Castellón)• XIX C. N.A . , Zarago•
2:a, 1989, pp. 285 a 295. No incluúnos en el presente trabajo los aignos procedente~ de la Covassa de C uUa recogida en Gom.
p.,..,.., A .: Qu/IJ mqiUOIJgiea tkJ Allil Mturtr"l"· nabajos Varios,
S.l.P., n.• 6!1, Valencia, 1969, pág. 18, Fig. 7. Tambi~n mencionada por loa autorct anteriormente citados como ib6rica, bip6tCiis que
juzgamos bastante dudoaa.
• Gów-.z MokMHD, M.: MúulárwtU. Húlilri4, Aru y Arv-f4gf4.
Madrid, 1949, p'g. 309. Ver también en SJU.S, J.: .lixi&o tÜ íump·
titJMr íblriau. Epigraffa Hispánica, 2, Ministerio de Cultura, Ma·
drid, 1985, pág.. 39, 41, 42, 102 y 159, laa inacripcione. propiamcn·
te dichas y una bibliograffa más completa. 'lambi~n M AIICO S1w011,
P.: •El dio• dltico Luq y elaantuario de Peñalba de Villastaro. Ettu~s tll Hommtljt IÚ Dr. ..411/on~ &llrb Mmlt~a . Univenidad de Zaragoza, 1986, pp. 731 ••·
• M.Al.uQUu. o• Mora, J.: •Nucvu inacri'PCione~~ i~ricaa en
Catalun,.... l'yrntM, 12, Barcelona, 1976, pp. 186 a 189.
u Aüu.oao B.«>c, M .: El "PGQ\o cM /iNIITOS ,..putru tÜ (Apl.
LJrilú . C.S.LC., Urida, 1952, pp. 43u. Y especialmente: •Sobre la•
inscripciones rupe~trCI dd ClOvacho con pinruras de Cogul (Urida)o. C..U11111MtiU14, 1·8, Zaragoza, 1957, pp. 67 ss.
n Ranao oc LA H10VDA, M .C.: o.La ioscripci6n iW.rica de
Mont(rague (1brrej6n el Rubio, Caccres)•. Xm C.N. A. , Zaragoza,
1975, PP• 687 a 692.
u ......_.J. Cnctu tÜ &urt¡w:s i d'Ettu·
diJ c.ul4u, 5, Perpioyl, 1990, pp. 139 aa.
" Aa~J.Ar
!anClo, pp. 162 1&. 1 fig. 135.
u M..wo.uPl o1 M oru : Op. til. nota 10, pág. 189.; Aai!LAI<~rr:
Op. cil. nota 13, •Les rochCI gray¿es du Capcir...•, pár. 81.
" LUCA& M.R .: .Santu arioa y Dioses en la Baja Époea lbúica•. Actaa de' la Meaa Redonda lA Baja Époco m 14 CulturtJ lblrial .
Asoc. Eap. Amigos de la Arqueología, Madrid, 1981, PP• 233 as.
[page-n-311]
D.
FLETCHER
VALLS *
,
COMENTARIOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA IBERICAS
Con estos Comentarios volvemos a fijar nuestra
atención sobre las escrituras y hablas ibéricas, comple·
tanda y ampliando algunos de los datos y observaciones que hiciéramos en anteri.ores ocasiones, con el propósito de dar una visión de conjunto actualizada.
En las lfneas que siguen exponemos la problemática de los alfabetos prerromanos hispánicos, su origen,
cronologfa, valoración de sus signos, área de expansión
de la lengua y teorías sobre su filiación, acompañando
amplia bibliogr affa incrementando con ella la que diéramos en nuestros trabajos de 1985'.
1. LOS ALFABETOS PRERROMANOS
HISPÁNICOS
Cinco son los alfabetos p rerromanos conocidos
basta la fecha en la península Ibérica.
a) A!foheto del S. O. , también llamado del Algarve y
tartésico, que se extiende por el Algarve, Alentejo hasta
la desembocadura del río Sado, en Portugal, y Extre• Sorvicio de loveatigaci6o PTebiat6rica, Diputación de Va·
leocia.
madura y Andalucla occidental, con las comarcas bajas
de los dos Guadiana y Guadalquivir, en territorio español.
b) A!fahero dJ S.E. o meridional, que ocupa Andalucía oriental, desde las proximidades de Córdoba, las
provincias de Murcia y Albacete hasta la altur a de
Abengibre, y tierras valencianas meridionales.
e) A{foheto ~. mal llamado del norte, que se extiende por el litor al mediterráneo, desde la cuenca del
Segura, hasta llegar, en tierras francesas, al no Herault; por el tierradentro, se halla en Aragón basta la
zona de H uesca-Navarra y alcanza, ya en tiempos romanos y con algunas pequeñas variaciones gráficas, la
Celtiberia.
d) A!fahero libiojmidtJ, de reducida difusión, limitándose a la zona gaditana.
e) A!fahellJ jónia o gr«o ihérieo, q ue se utilizó para
plasmar la lengua ibérica en las comarcas de Mula, Alcoy y parte de la costa alicantina.
En la presente ocasión, de estos alfabetos nos interesan los más ligados a las tierras valencianas, es decir,
el del S.E., el oriental y el jónico. En cuanto al del S.O.,
tanto por su alejamiento en el espacio como por las dudas que ofrece su lectura, que parece reflejar una lengua diferente a la hablada por los iberos2 , y el libio·
301
[page-n-312]
D. FLETCHE.R. VALLS
fenicio, por parecidas razones, quedan al margen de las
presente líneas, si bien a lo largo de estos comentarios
volveremos a referirnos al del 8.0. con la debida amplitud.
2. EL ORIGEN DE LOS ALFABETOS
IBÉRICOS
Resumimos las más importantes opiniones sobre
el origen de los alfabetos considerados como propiamente ibéricos.
En 1773, el valenciano Pérez Bayer, escribía al
también valenciano Gregorio Mayans que la lengua fenicia llegó por Andalucía hasta Alicante, mientras que
la griega lo hacía por Marsella, Rosas, Ampurias, Sagunto, Denia, llegando a su vez a Alicante donde «se
juntan ambas literaturas».
Otro valenciano, el marqués de Algorfa, a comicn·
zos del s. JOX, expresaba su creencia de que la clave
para la lectura de los epígrafes monetales era el alfabeto fenicio, criterio que aún sigue manteniéndose por algunos estucüosos del presente siglo, como veremos más
adelante.
Ya en el s. xx., Gómez-Morcno afirmaba que la
escritura del 8.0. o del Algarve, nace en el Mecütcrráneo oriental y llega a nuestra pen1nsula con anterioridad al alfabeto fenicio. De aquella primitiva escritura
se originarla Ja ibérica oriental que recibirla también
influencias arcaicas griegas. Para este autor «concierta
con formas egeas y con la primitiva chipriow, sin olvidar el influjo fenicio que tal vez saliera de un alfabeto
semítico del s. xv a.C. con 22 signos. Años más tarde,
opina que la escritura nos llegó organizada a fines del
II milenio A.C., trafda por gentes de la cultura del Ar·
gar; su apego al silabismo parece deberse al rechace de
sonidos oclusivos y continuos dentro de La misma sOaba, característica de nuestras lenguas primitivas «incluso el vascuence». Seis signos silábicos de este alfabe·
to se corresponden con signos fenicios y griegos; los
demás pueden venir del «silabario cretense». Sobre esta
cuestión, el profesor Guiter tiene pendiente de publicación un estucüo sobre el Lineal A, de cuya interpretaci6n espera interesantes resultados. También en esta
trayectoria, el profesor Zamanillo' sugiere que el feni·
cio es una variante del ugarft.ico, que se perpetúa en
las colonias; el alfabeto ibérico procede del micénico siLábico (Lineal B), traído por lo griegos después de entrar el alfabeto fenicio en Micenas y antes de que el
anterior silabario hubiera percüdo su vigencia.
Tovar' suponía relacionados parte de los signos
no silábicos del S.O. con signos fenicios y griegos,
mientras que los silábicos correponderian a una escritura tartesia primitiva, de carácter plenamente silábico. Este nuevo alfabeto serfa sistematizado en Andalucía hacia el 700 a.C. por alguien familiarizado con
302
ambas escrituras, la si:labica y la alfabética. El propio
Tovar, e.n 1958, apuntaba la posibilidad de que el alfabeto ibérico hubiera sido traído por un pueblo colonizador, opinión compartida, en parte, por el profe.sor
Untermann'.
Según Fevrier' el alfabeto del 8.0. fue creado de
una sola vez. Por su parte Lejeune' no acepta que el
silabario fuera importado por invasores procedentes
del Egeo en la Edad del Bronce1 siendo lo más posible
que los sistemas gráficos del 8.0. y S.E. se formaran
en nuestra península al entrar en contacto con Jas faetonas fenicias y griegas, no remontándose su cronología más allá del primer cuarto de primer milenio.
Para M_ luque.r, la escritura fue inventada en el
a
S.E. por un gramático que conocía los alfabetos fenicio
y griego y el silabario chipriota, aunque no descarta Ja
posibilidad de una importación por parte de los pueblos colonizadores.
Rechaza De Hoz la creación por alguien que co·
nociera el alfabeto y silabario chipriota. A partir del
1700 a .C. podrlamos considerar a los orientales como
importadores de este hipotético silabario, que luego se
convertiría en escritura ibérica, trafda ya conformada
en su carácter mixto por un grupo de emigrantes que
han debido preceder a los fenicios. Más tarde matiza
esta opinión, suponiendo que la escritura debió nacer
como adaptación local de los estfmulos aportados por
colonos y mercaderes del otro extremo del Mediterráneo. El semisilabismo no sería anterior al s. v o rv
a.C., y afirma en otra oportunidad que el silabismo
ibérico se creó en Hispania para expresar lenguas his·
pánicas, haciéndolo en el S.O. la primera escritura ba·
sada en la fenicia, atestiguada ya en el s. vn a.C. o
poco antes; algunos s~gnos quedarían sin sufrir cam·
bios ni en su forma ni en su valor; otros pasarían de
alfabéticos a silábicos y otros ser{an inventados para
completar la escritura hispánica, destinada a reproducir la lengua indígena caracterizándose esta adaptación
por la duplicidad de la vocal en las sflabas iniciadas
con oclusiva, vocal que posteriormente se elimina,
siendo esta variante La que conocemos en inscripciones
meridionales y sirvió de base a la ibérica oriental. En
un reciente trabajo, el profesor De Hoz, señala Andalucía como probable lugar de origen de la más antigua
escritura bipánica, creada por la influencia de una lengua no ibérica y considerada como posible origen de
la escritura ibérica de la Contestania1 •
En criterio del p.rofesor Pérez Rojas, los alfabetos
hispánicos responden a un sistema unitario de procedencia extra-peninsular formado con el chipriota como
simplifación del Lineal B, que llega a la Penfnsula antes del año 1000 a.C. y se reestructura entre los s. vm
y VI, formándose el silabario a la vista de los alfabetos
fenicio y griego arcaico. Es el alfabeto denominado
«Hispánico 1» o semi-silábico del sur; el «Hispánico ll»
correspondería al oriental que es una reelaboración a
[page-n-313]
COMENTARIOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA IBÉRICAS
La que se incorporan los signos numerales del alfabeto
greco-ib6rico de origen púnico. El ·Hispánico IU• o
libio-fenicio, conservó variantes arcaicas.
La escritura ibérica, en opinion del profesor Siles,
nace de un proceso de aculturación que se inicia con
la helenización de la franja costera y fmaliza al llegar
la latinización a su plenitud. Sería un desarrollo deJ alfabeto greco-ibérico, en el que se redactan los plomos
de La Serreta y El Cigarralejo, pero expuesto a UD proceso de desvirtuación que provoca la reducción del signario modelo, desembocando en lo que el autor llama
•escritura meridional» o •de transición», a la que correspondería el plomo de La Bastida, que califica como
el primer testimonio de escritura indígena; finalmente,
aparecería ol •alfabeto ibérico clásico~·. coetáneo con
los inicios de la romanización con la que ésta, al alcanzar su plenitud, elim.i na la escritura ibérica•.
El profesor Correa admite que la escritura hispánica procede de la fenicia destacando que en Ja piedra
de Castro Verde aparecen seguidos 13 signos del alfabeto fenicio, sigui6ndoles otros que serían ideados por
el adaptador (~,
.~) 10 •
Por nuestra parte, no creemos que los alfabetos indígenas llegaran a nuestras costas formados y con un
valor determinado para cada signo, puesto que aú.n no
se ha señalado en el Mediterráneo ningún alfabeto con
signos y valores fonéticos idénticos en su totalidad a los
hispánicos. Tampoco aceptamos la tesis de que fuera
un invento por en.cargo y que se nos importara en exclusiva, pues los testimonios conocidos no avalan tal hipótesis. Vemos como más lógico que nos llegaron los
signos a través de fenicios y griegos, aceptándose aquí
unos con su valor de origen, otros modificándose éste,
creándose nuevos signos a los que se les aplican valores
fonéticos con independencia, en la mayorfa de los casos, del que pudieran tener en otros lugares del Mediterráneo, todo ello de acuerdo con las características
lingüísticas de cada territorio hispánico. Ello explicada, posiblemente, las discrepancias que en la actualidad se nos presentan aJ atribuir un mismo valor a un
mismo signo en los alfabetos del S.O. y S.E., sin tener
en cuenta las posibles diferencias de lectura de una a
otra zona.
Con respecto aJ lugar en que pudo tener su nacimiento el signar.io ib~r.ico en tierras hispánicas, es de
difrcil determinación ya que la arqueologfa no nos ofrece tajante preferencia cronológica de ninguno de nue~
tros alfabetos prerromanos, como veremos a continuación.
1,, (]
3. CRONOLOGÍA DE LOS
ALFABETOS
La datación de los alfabetos hispánicos es del mayor interés para poder establecer un posible orden de
prelaci6n en la fecha de su formación, por lo que, aun
de forma resumida, reseñamos las cronologías que vienen atribuyéndose a cada uno de eJioa.
a) Alfabeto del S.O. Gómez-Moreno atribuye a este
alfabeto .da paternidad» de los otros dos, el del S.E. y
el oriental. Lo data en el segundo milenio a.C., pero
en la actualidad se le atribuyen fechas más bajas. Asf,
Tovar11 opina que la formaci6n del alfabeto del Algarve habría que llevarla hacia el 700 a .C; entre esta fecha
y el 350 a.C. lo encuadra Coelho, para quien, a partir
de esta fecha ya no hay actividad epigráfica y subdivide
este amplio período en tres etapas: ]a primera, hasta
el s. v a .C.; Ja segunda, se desarrollaría dentro de di·
cho siglo, y la tercera, desde fines del mismo al rv a.C.
EJ profesor Correa 11 considera la escritura del S.O.
como la más antigua de las hispánicas; el fragmento de
la estela de Villamanrique de la Condesa se dataría alrededor del 600 a.C. y, en general, en el S.O. se utiliza
la escr itura entre los siglos vu a.C. y v a.C., siendo de
fmes de ~ste, la inscripción de Neves; en cuanto al plomo de Mogente lo data de mediados de s. 1v a.C. y los
grafitos de Ullastret de fines del v a.C., datación que,
como veremos seguidamente, no es aceptada por todos
los autores. Incluye el profesor De Hoz en el s. VI a.C.
las lápidas d el Algarve, y considera que la escritura del
S.O. desaparece a partir del s. tv a.C. De una cronología cercana a mediados del primer milenio nos habla
Berrocal ~. pero aún encontramos m!s bajas fechas en
Biihr, qujen sitúa la escritura del S.O. en el s. 1v a.C.;
en Maluquer, quien no la hace anterior a este siglo, llevándola aJ w o acaso al n a.C. y Untermann" para
quien •las lápidas sepulcrales no pueden representar el
uso primitivo de esta escritura sino que pertenecen a
una fase tardía de la erudición literaria del S.O. hispánico.. , puesto que «el alfabeto tartésico no se form6
donde se encuentra la mayoría de sus monumentos» ya
que " su presencia en el sur de Portugal se debe motivar por una expansión secundaria, tal vez una retirada
a apartados territorios, causada por un cambio de poder en las ciudades que lo usaban desde sus orígenes¡
ello significaría que los epígrafes en el oeste no representan la cumbre o un estadio temprano sino que documentan una fecha decadente de una gran cultura.., no
siendo "fácil creer que entre las monedas (de SaJacia)
y los demás testimonios de la misma tradici6n epigráfica baya un vado de 600 a 400 años...
b) Aifaheto greeo-ihbúo. Para 61 propuso GómezMoreno el s. v a.C. Maluquer situó el plomo Serreta I alrededor del 450 a.C. , as{ como Untermann y Pérez Rojas. De Hoz, en el segundo cuarto del s. V a.C.
por el influjo de los focenses de Ampurias'). En realidad este alfabeto está determinado en su datación por
el plomo de El Cigarralejo, procedente del enterramiento 21 de dicha necrópolis, que fue datado por su
excavador, Emeterio Cuadrado, en la segunda mitad
del s. tv a.C; en posterior publicación••, sitú.a dicha
303
[page-n-314]
D. FLETCHER VALLS
sepultura entre el 375 y 350 a.C. También los grafitos
de El CampeUo nos Uevan al s. rv a.C., siendo posible
que se utilizara esta escritura hasta el s. n a.C., según
Llobregat11 •
e) A!fohe/JJ Jel S.E. Su inicio quedaría establecido
por la cronologra que se asigna al plomo de La Bastida
de les Alcuses (Mogente), es decir, primera mitad del
s. rv a .C. El fm de su utilización podrla situarse a comienzos del s. m a.C.
d) A{foht/JJ orimltJJ. Para Gómez-Moreno no era anterior al s. m a.C., y lo hacra finalizar en tiempos de
Augusto. Pero los plomos de Orleyl V, VI y Vll, hallados conjuntamente en una sepultura datable de fmes
del rv a comienzos deJ ru a .C., así como Jos grafitos
ibéricos sobre terra sigillata hispánica, no coinciden
con los trmites fijados por Gómez-Moreno. De acuerdo
con nuestros puntos de vista, también Maluquer aboga
por una mayor perduración de esta escritura, llevándola huta tiempos de Tiberio y, en cuanto a su inicio,
aunque no encuentra texto alguno datable antes del
s. 1v a.C., supone que habrla de admitirse su comienzo a partir de mediados del s. v a.C. Rechaza que sea
ibérico eJ grafito sobre lekythos de Ampurias, catalogándolo como griego y sobre el de Ullastret tiene fundadas dudas de que fuera ibérico, pero aun en supuesto
de que Jo fuera, no tendrra por qué ser contemporáneo
de la fabricación de la vasija sobre la que se grabó. Finalmente, considera los textos de Ense.rune, Ampurias,
Ullastret y La Bastida, del s. rv a.C., siendo este último el más antiguo texto en alfabeto deJ S. E. Llobregat,
de acuerdo con la cronología que puede atribulrse a los
citados plomos de O rleyl, es decir fmes del s. rv a.C.,
sit6a los comienzos de la escritura oriental a fines del
citado siglo y la hace terminar a mediados del • después de C. Supone De Hoz que los primeros escritos
de este alfabeto son los grafitos de UUastret sobre cerámica griega del s. v a.C., opinión no coincidente con
la de Maluquer, como acabamos de ver. Y volvemos
ahora a referirnos a las cronologías dadas por Siles, de
las que hemos hecho mención líneas más arriba, ampliándolas ahora para completar la panorámica de las
principales opiniones sobre la datación del alfabeto
oriental. Para este autor, los ind(genas conoclan el alfabeto jónico hacia fmes del s. v a.C. o comienzos del
IV, sirviendo el alfabeto meridional como transición al
oriental que se iniciarla con los comienzos de la romanización para terminar al desarrollarse ésta plenamente.
En cuanto a nuestro punto de vista, eJ alfabeto
greco-ibérico tiene clara datación para sus comienzos
en el plomo de El Cigarralejo y para su fin en los grafitos de El CampeUo, es decir que ocupa un periodo de
mediados del rv al ll a.C.
El alfabeto del S.E. queda fechado por el plomo
de La Bastida, en la primera mitad del s. rv a.C. y
deja de utilizarse en eJ s. m a.C.
30+
El oriental tiene la datación de su comienzo en los
plomos de Orleyl y su fmal con los grafitos sobre terra
sigiUata hispánica, abarcando de mediados del rv a.C.
al 1 después de C.
Con respecto al alfabeto del S.O., al que siempre
se le ha venido atribuyendo alta cronología, hemos visto cómo los mú recientes trabajos tienden a situarlo
entre los s. v y mm a.C.
Con todos estos datos, es muy dificil hablar de
ttpaternidades• y •descendencias• entre Jos alfabetos
prerromanos hispánicos.
4. IDENTIFICACIÓN DE LOS
SIGNOS
El interés por descifrar los letreros de las monedas
indígenas arranca, por lo menos del s. XV1 11, en el que
Nicolás MahndeJ comparó los signos ibéricos con los
del alfabeto griego, y de ese mismo siglo, de 1587, son
los estudios de D. Antonio Agustín.
En el x.vu tratan eJ tema algunos eruditos extranjeros, pero con escaso provecho.
Bn el xvm, Josep Luís de Velázquez identificaba algunos signos y clasifica los alfabetos en celtibérico, turdetano y libio-fenicio, com:spondiendo el primero de ellos
al que más tarde será denominado •alfabeto monetal» y
también •oriental... Todav(a en dicho siglo, Gregario Mayans, por carta del lJ de agosto de 1759, aconsejaba a su
discípulo Pérez Baycr que •no se canse de interpretar las
monedas antiguas españolas porque esa gloria la tiene
Dios reservada para mi quando quiera emplear en ese estudio tres o cuatro meses.., pero no debi6 disponer de esos
meses, puesto que dejó sin resolver el problema. Diez y
seis años más tarde Pérez Bayer informaba a su maestro
tambi6n por carta del 10 de marzo de 1775, que •habia
interpretado asta (sic) veinte moneda& celtibéricas como
de Empurias, Rosas, Osicerda, Bilbilis, llerda, Saetabi,
Ventino, Clunia, Sisapo y otros•.
En eJ s. xnc, Delgado, en 1871, logra un gran
avance, estableciendo tablas de equivalencias entre los
alfabetos ind(genas y el fenicio; a fines de siglo, Zóbel
de Zangroniz, notificaba a Fidel Fita" la identificación de las cin co vocales, de las consonantes L, M , N,
R, R, S y ~. de las oclusivas B y D y de las oclusivas
CA, CE, CO, TU, aquellos identificados por otros estudiosos y estas cuatro últimas por el propio Z6bel;
también de fines de siglo son los interesantes estudios
de Pujo! y Camps. En 1893 se publica la ingente obra
de Hübner, ..Monumenta Linguae Ibericae• en la que
se recoge todo lo escrito sobre el tema basta el momento de la edición del libro, con el que se inicia una nueva
etapa que fmalizará con la aparición de los trabajos de
Gómez-Moreno ya en el s. xx.
Este autor da a conocer en 1922 su alfabeto, ampliando la información en 1925 y mereciendo la acepta-
[page-n-315]
COMENTAJUOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA IBÉRICAS
ción de sus conclusiones por los estudiosos españoles,
siendo el catedrático Ferrandis Torres20 el primero en
utilizar el alfabeto Gómez-.Moreno en sus clases de numismática en la Universidad de Madrid, y sólo después
de reiteradas publicaciones de Tovar en defensa de este
alfabeto, fue aceptado por los especialistas extranjeros,
no sin que hayan sido mantenidas otras lecturas, tanto
por españoles2 ' como por extranjeros22 • No obstante
estas discrepancias es el llamado •alfabeto G6mezMoreno» el que goza de las preferencias de los estu·
diosos.
Pero si bien es cierto que Gómez-Moreno tiene el
indiscutible mérito de haber estructurado el alfabeto
ibérico oriental, haciendo posible la lectura de los textos, no todas las identificaciones se deben a él Como
hemos visto más arriba, con anterioridad a 1922 ya estaban identificadas las cinco vocales, las siete consonantes L , M, N, R, R., S, S, ocho silábicos: BA, BI,
CA, CE, CI, CO, TO, TU, y dos valores consonánti·
cos, todo lo cual unido a los signos identificados por
el propio Gómez-Moreno, nos permite establecer el siguiente cuadro resumen:
AUTOR
AÑO
SIGNOS IDENTIFICADOS
1587
Agwstí.o
f (S)
1752
Velizquez
J> CA)
1772
Pérez Bayer
M(S)
lV
(N)
~(E) / '(L) Q (R)
/(/(I)
~(U) Q (R) ../"(Kl)
1844
Grotefend
1870
Heiss
1871
Delgado
1880
Zóbel
,.<\(KA)
1890
Pujo! y Crunps
W C1U)
1922
Gómez-Moren o
J (BA) r (BI)
H
é (KE)
X
(TU)
~ (BE) ~(BO) fi<
BU) 0 (K U) X
A)
® (primero leído TÚ y rectificado
1935
Beltrán Villagrasa
TE)
Variante de T (M) y rectificación de ®
En estos últimos años hemos identificado dos nuevas variantes, una la del silábico .[(KE), aparecido por
primera vez en los letreros de Los Villares (Caudete de
las Fuentes) y el otro, ~(TA) conocido por vez primera
en el plomo de Palamós. Y queda pendjente de valoración defi.ntiva el signo
que, no obstante las múltiples
soluciones propuestas, la más reciente la de Valeri21 ,
sigue la duda en cuanto a su pronunciación ya que ninguna de las que se le atribuyen puede aplicarse a todas
las lecturas en que aparece.
Otra dificultad sin resolver a gusto de todos es la
distinción de las sfiabas oclusivas en sordas y sonoras.
Para algunos autores, los aditam.cntos que aparecen en
ocasiones en diversos signos, servirían para diferenciar
sordas y sonoras, pero como ejemplos contradictorios,
citamos la opinión de Maluquer ctla mayor riqueza del
signo indica la calidad de soJ"da>o, y la de Bergua ccun
tilde más sonoriza más». Siles y De Hoz han estudiado
con amplitud esta cuestión y encuentran la distinción
en los trazos adicionales «sonorizantes•. Independientemente de las discrepancias que podamos señalar, hacemos la observación de la imposibilidad de distinguir
si 1 {BA) es sorda o sonora. en primer lugar porque
este signo no lleva tildes adicionales y en segunda y
principal razón porque el sonido P no existe en ibérico
(no entramos en su posíble existencia en la lengua que
Y
et1
de TU a TE
refleja el alfabeto del S.O. y en celtibérico) según los
especialistas (Gómez-Moreno: ccla P se desvanece en
ibérico y vascuence» y Michelena: «la P es un rasgo
nada ibérico») y en cuanto a otras síJabas oclusivas
comprobamos como la misma palabra aparece unas ve·
ces con «adorno" y otras sin él".
Para resolver esta dificultad sugirió Tovar que la
matización pudo acomodarse a una fonética sintáctica
en la que la oclusiva sería sorda o sonora según su posición en la palabra, particularidad que se encuentra en
el llamado «fenómeno de permutación» vasco, por el
que la sorda puede convertirse en sonora y viceversa.
Pero, en defmitiva, no parece que hubo intención de
distingujr entre sordas y sonoras, máxime si nos encontramos con un mismo vocablo escrito con variantes
del mismo signo oclusivo.
Lo anteriormente expuesto se refiere al alfabeto
oriental, ya que el del S.E. presenta signos de dificil
identificación. En nuestro estudio sobre el plomo de La
Bastida, dimos un cuadro de equivalencias de este alfabeto, del que hay unanimidad en 18 signos:
X
TA,
LJ1
'l
81,
o
BU,
~
I,
A
110,
TI,
TU,
"L,
A
V\
N,
~
KA,
K.E,
R,
~.
305
[page-n-316]
D. FLETCHER. VALLS
y discrepancia en otros 9:
~ "" 1- '!<. Q (\) .Q ~ ~
a los que se les atribuye más de 30 soluciones distintas,
no sólo de uno a otro autor, sino también en un mismo
autor, como nos muestra Silgo en su mencionado estu·
dio donde se cotejan los alfabetos del S.O., S.E. y oriental, con resultados altamente interesantes para la identificación delsignario oriental y se señalan las discrepancias
de interpretación en diversos signos del meridional.
En cuanto a las dificultades de lectura del alfabeto
jónicQ son prácticamente nulas, habiéndole servido a
G6mez-Moreno para confirmar su valoración de signos del oriental.
En el Cuadro I exponemos las equivalencias de los
tres alfabetos preromanos utilizados en tierras valencianas.
5. ALGUNAS NOTAS SOBRE
FONOLOGIA IBERICA
~
~
Ya en líneas anteriores hemos hechos referencia a
algunas características fonológicas ibéricas. Destacamos a co{ltinuación otras varias que presentan claros
paralelismos con la fonolog(a del vascuence, tan estrechamente relacionadas que se llega a considerar el ~is
tema fonológico ibérico «muy similar al que puede -Te·
construirse para el vasco primitivo.. en opinión del
profesor De Hoz.
Del recuento que hemos llevado a cabo sobre un
total de 1.017. palabras pertenecientes a textos ibéricos
valencianos en alfabeto oriental, comprobamos que de
los 5.644 signos computados, es elf<,'(I) el más utilizado, con un total de 593 veces ( =10,50% ); le sigue el
_/v(N), con 472 ( =8,40% ), por lo que no es de extrañar
que pudieran producirse er rores por parte de los escri·
bas al utilizar estos dos signos, ya que por diferenciarse
solamente por un tilde, éste pudo ser omitido o equivocadamente puesto, o~:asionando confusiones de lectura
de N por 1 o de ésta por aquella (BAmEN/BANBEN,
BAINWBAR/BANIWBAR).
Entre lo~ signos silábicos, los más utilizados son
los de base T/D (726 veces= 12,80% ), le siguen K/G
(594- 10,50%) y fmalmcnte B (568 = 10% ), siendo el
menos utilizado cl BU (0,05% ).
Asimismo es de reducido uso y aparición tardía el
signo
'\t'(M) (0,17%).
Respecto a los signos silábicos, opina el profesor
De Hoz que el inventor de la escritura hispánica, ante
la ausencia de vocales en el alfabeto fenicio, se encontró con la necesidad de atribuir un valor diferenciado
a cada signo lacingal, utilizando un tipo de signo cuando la consonante iba seguida del sonido A, otro para
el E, etc., empleando todos los tipos fenicios que representaban oclusivas, completando la laguna del sistema
306
fenicio con signos inventados. Cuando se eH:min61a vocal se originan los signos silábicos, asf, una T ante A
pasaría a ser TA al desaparecer la vocal acompañante
y as{ sucesivamente con las demás oclusivas. Esta explicación la basa el profesor De Hoz exclusivamente en
el alfabeto fenicio, ya que excluye otras influencias en
la formación del alfabeto hispánico del S.O., en especial la griega.
Otro es el punto de vista del profesor Siles para
quien la escritura ibérica no es semisüábica ni una inteligente conjunción de silabario y alfabeto, sino un sis·
tema de escritura imponado, en cl qoe la serie oclusiva
funciona con el nombre que en signario reciben sus correspondientes letras y que los iberos pudieron modificar o alterar.
Para Tovar el elemento silábico no puede ser de
tipo secundario, formado sobre la base de letras alfabéticas; el silabismo se mantiene obedeciendo a conveniencias fonológicas de la lengua par a la que se inventó.
Pero con todo eUo, no queda clara. la existencia de
signos alfabéticos y silábicos en un mismo sistema que
llega hasta entrada la época romana, que es cuando estos últimos tienden a dejar su carácter silábico para
transformarse en alfabéticos, con pérdida de su vocal
quedando tan solo el valor consonántico como se comprueba en algunos textos ibéricos.
No se identifican en ibérico los signos que pudie·
ran haber correspondido a los sonidos OH, F, J, P, LL,
Ñ, V (labiodental), X y Z. ThJ vez algunos de estos dos
últimos cupiera ser identificado conM (S), pero desconocemos las normas de utilización y valor fonético de
~(S) y M (S), ya que en ocasiones se intercambian o
c4>arecen juntas en una misma palabra; parece, no obstante que hay una cierta tendencia a utilizar S tras L
y R (BELS) y S tras E (BELES), aunque en la lápida
romana de Tarrasa se transcribe el nombre indígena
NEITINBELES, con S y en otra ocasión, encontramos
BONBELEX con X, siendo as( que \UIO y otro nombre
se escribieron en ibérico con S. Los amplios estudios
de Tovar, Siles y Untcrmann sobre el p roblema no dejaron resuelta la cuestión, sobre la que vuelve, recientemente, Villar5 con un exhaustivo examen del uso
de S y S entre los celtíberos, considerando S como sorda y S como sonora.
Los sonidos F y P, son desconocidos en ibérico y
en vasco. Ninguna palabra comienza en ambas lenguas
por R. Este signo y el R se intercambian en ibérico,
aunque parece que existen ciertas preferencias en su
uso.
Escasean las palabras terminadas en -L; posiblemente, las que puedan señalarse, no sean propiamente
ibéricas.
No aparece ninguna palabra ibérica terminada en
·M; las que as( Jo hacen corresponden a voces celtibéricas en alfabeto ibérico. En ocasión hay vacilación entre
[page-n-317]
COMENTARIOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA IBÉRICAS
CUADRO 1
TABLA DE EQUIVALENCIAS DE LOS ALFABETOS IB~R ICOS
Jónico
Levantino
Andaluz onental
N.•
Sonido
1
2
3
.4
A
E
A
H
4
A
D l>
~
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~ ~
1
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w
.6 &
.
y
l
En este Cuadro quedan sin valorar, en el alfabeto meridional, los signos (BA):'f'
307
[page-n-318]
D. FLETCHBR VALLS
M y N dentro del mismo vocablo, llegándose, en ocasiones a suprimirse la nasal (lUMsTIRJIUNSTIIU
IUSTIR).
Es frecuente la alternancia vocálica (URKE/
ORKE), tema sobre el que ha fijado su atención
Quintanilla~•, aportando buen número de ejemplos
que amplían el de los que habíamos señalado en nues·
tros anteriores trabajos.
La secuencia .. muta cum liquida» (BR , BL, KR,
etc.) no se da en ibérico, y .cparece haber sido desconocida tanto en la lengua ibérica como en el vasco de la
misma época>•, según M ichelena.
Otros paralelos entre ibérico y vasco son la caída
de la D tras L (lLDUN/ ILUN); el cambio de N a R,
con la desaparición a veces de ésta (ILDUN/ILDUR/
ILDU); la alternancia UR (lLLIBERr/IRIBElÍ.I), altern.ancia que se da en el ámbito peninsular no céltico,
as{ como en todo el mundo mediterráneo preindoeuropco y continúa todavía en algunas partes de España
(ALMA/ARMA, BELTRAN/BERTRAN, etc.). Algunos de estos cambios podrían deberse, según el profesor Mariner al influjo romano.
Dos consonantes cuyo grado de cierre es el mismo,
no van juntas; ello nos ayuda en la lectura de palabras
dudosas, tales como sucede con el TURLBAl de Serreta I, en realidad TURABAI, o en el BURLTIR de La
Bastida, cuya lectura correcta es BURILTIR, de
acuerdo con De Hoz.
Hemos hecho mención de unos pocos aspectos fonológicos ibéricos y quedan todavía otros muchos, pero
nuestro propósito ha sido comentar aquellos que ofrecen paralelos con el vascuence, por «ser coincidencias
profundas y reveladoras» en palabras del profesor
Thvar.
6. LA LENGUA
Dispares son las opiniones sobre los orígenes de
la lengua ibérica, pero pocas son las que han merecido especial atención de los estudiosos. Comentar to·
das las tesis sobre el particular nos llevaría a una
extensión desmesurada del presente trabajo y, además, algunas de ellas carecen de toda posibilidad
científica. Nos referiremos, exclu~ivamcnte, a aqueJlas que má.s han interesado a los investigadores del
tema.
La solución semítica, ya mantenida de antiguo,
ha renovado su interés en estos últimos años gracias
a los estudios de Gorostiaga'l, Solá Solé,
Buchanan21 , López Serranott y Tou chet30, entre
otros. El arameo h a servido -a estos dos últimos investigadore~ para la interpretación de los textos ibéricos.
Sus meritorios trabajos, con interesantes sugerencias,
han restado credibilidad a esta solución. antes las dis·
crepancias de sus respectivas traducciones as{ como
308
el haber utilizado alfabetos de propia elaboración,
pero no podemos olvidar que el largo contacto con
fenicios y cartagineses pudo influir en el habla y escritura de los iberos'1 •
El origen caucásico para la lengua vasca y, correlativamente, para la ibérica, ha tenido destacados valedores. Ya en el siglo pasado se plantean las posibles relaciones de la lengua vasca con las uralianas,
turanienses, uralo-altaicas, siguiendo en este siglo estas
orientaciones con los estudios de Uhlenbeck3 \
Karst'', Bouda,. y Lafon, quien rechaza toda relación
del vasco con el camítico·semftico. Lahovary" destaca
que el dravídico, lengua originariamente del Mediterráneo oriental presenta fuertes relaciones con el
hamítico-semítico y ofrece má.s semejanzas que el caucásico, con el vasco. Apuntaba Tovar, en 1954, la posibilidad de relaciones con el georgiano y el avar, basándose en que uen las mal conocidas y variadfsimas
lenguas del Caúcaso se han encontrado coincidencias
lexicales, pero el parentesco, si existe, nos lleva a un
mundo preindoeur opeo anterior a las edades de los metales. Cabe pensar en el vascuence como un resto dejado por aquellos primitivos pobladores, que, siguiendo
al reno, se acusa en el Báltico y quizá perviva en los
pueblos paleosiberianos» y en 198-P' concreta •no nos
atrevemos a sacar consecuencias pero sf llamar la atención sobre la coherencia de los resultados»; a pesar de
ello, el profesor Michelena se mostr ó siempre excéptico
respecto a la tesis caucásica.
La ascendencia céltica (indoeuropea) ha tenido
siempre defensores. Ya a comienzos de siglo se sustentaba esta tesis que má.s tarde hicieron suya entre otros
Thayer Ojeda'7 , Castro Guisasola, Montenegro,., Almagro~ etc. Para este autor «Jos pueblos iberos de Levante y valle del Ebro hablaban dialectos célticos, es
decir, indoeur opeos••. .En esta misma linea están las
más recientes opiniones de Pericay, Coclho, Fruy"
(quien lo coteja con el umbrío), Pérez Rojas,
Buchanan40 (quien años antes traducía por el semítico
y con posterioridad por ellatfn primitivo) y las aportaciones del profesor Zamanillo 41 quien interpreta el
lenguaje ibérico por el griego arcaico. Las graves diferencias en las interpretaciones dadas por unos y otros
celtistas, han impedido llegar a conclusiones satisfacto·
rias lo que ha permitido a Tovar ser tajante en esta
cuestión al afumar que ..Ja lengua jbérica es prein·
doeuropea».
El problema del posible parentesco con el vascuence, que ha suscitado tanta polémica, ha sido ampliamente tratado por nosotros en los dos estudios mencio·
nados al comienzo de estos comentarios, razón por la
cual y por ser tema muy complejo, lo dejamos de lado
en esta ocasión para en ~a próxima oportunidad volver sobre el mismo con la atención debida, lo que no
podemos hacer aquí dada la extensión de este trabajo.
Y por la misma brevedad, omitimos otras hipóte-
[page-n-319]
COMENTARIOS SOBRE ESCRITORA Y LENGUA IBWCAS
CUADRO Il
CLASIFICACIÓN DE LOS SIGNOS UTILIZADOS EN LOS TEXTOS IBÉRICOS VALENCIANOS
YACIMIENIOS CONSULTADO S
56
VOCABLOS (o fragmentos) COMPUTADOS . . ...... 1.017
SIGNOS CLASIFICADOS ........................ 5.644
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Signos vocálicos .........
Signos aíli bicos ..........
Signos consonú ticoa .....
TOTALES ······ ········
1.753
1.888
2.003
5.64+
31,05%
33,40
35,55
100,00
309
[page-n-320]
D. FLETCHER VALLS
sis, finalizando este apartado destacando que aunque
puedan hallarse paralelos entre la lengua ibérica y
otras más o menos afmes, ello no nos resuelve el problema de su origen ya que «desde el punto de vista genético no puede compararse con ninguna ot.ra», en opinión del profesor Untermann, lo que confirma la
personalidad de la lengua ibérica que, en nuestro criterio, debe considerársela formando parte de una gran
unidad lingüística preindoeuropea mediterránea, unidad que se fraccionó a mediados del segundo milenio
a.C. con la aparición de los pueblos indoeurpeos en las
costas del Mediterráneo. Con la ruptura, cada región
adqujere su personalidad propia, sin perderse los parentescos lingüísticos de toda el área mediterránea, según opinión de destacados especialistas que han tratado la cuestión.
7. ÁREA DE LA LENGUA
El área de la lengua ibérica no se corresponde
exactamente con la del empleo de su graiia. AqueJla se
extiende, por e. litoral, desde el Segura al H érault, ya
l
en territorio francés, y por el interior hasta tierras de
Arag6n y Murcia, con variantes locales o comarcales,
siendo el territorio más típicamente ibérico el situado
entre los río~ Segura y Ebro, límites que persisten a través de los tiempos, como nos prueba el testimollio de
Al Razzi quien, en el año 955, extiende la Cora de Valencia desde las tierras de Tudmir, al sur, hasta Tortosa, al norte.
En cuanto a los hallazgos epigráficos ibéricos no
siempre se corresponden con el ámbito de la lengua,
ya que los celtiberos utilizan la grafia ibérica para plasmar su habla, y los testimonios procedentes de Andalucía oriental se justificarían, según De H oz, por expansión y no p or ser originariamente de habla ibérica.
Los anteriores comentarios, expuestos con la mayor brevedad posible, se prestan a más extensas consideraciones, algunas de las cuáles ya bicierámos en anteriores publicaciones y de las que las presentes líneas
deben entenderse como complemento. Quedan, pues,
muchas cosas por decir y problem as por resolver al
gusto de todos, pero ésta es tarea que debe quedar para
las nuevas gener aciones de iberistas quienes, con toda
certe.za, darán m ás cumplidas r espuestas que las alcanzadas hasta el presente. Con nuestra colaboración, que
hemos intentado actualizar, cumplimos con el deseo de
participar en cl homenaje que, con toda justicia, dedican al que fuera su Director, Enrique Pla, el S.I.P. y
cuantos tuvieron la suerte de gozar de su amistad y, en
mi caso particular, la de contar con su correspondido
afecto y de su colaboración sincera y eficiente en la.s
310
tareas que durante tantos años compartimos en nuestro querido S.I.P.
NOTAS
t La bibliografra que tiguc es complemento d e la mencionada en los siguientes trabajos:
D. FLI!TCtna v..,....: •Lengu:u y epigrafra ibéricas•. (Conferencia pronunciada en Elch.e el 15/X(/1983). Arg!W9/cgf4 dd PQfs J6/m(i4M, PaMrtlm4:J pmptclirxrs. Universidad de Alicante, 1985, p. 281/305.
D. FUTCHU VALU: •Estado actual d e la Epigraf'la y Lengua
l ~ricas». HmMMfo 4 D. Aújatrdro R4111Ds (Elche 26/UI985). (En
prens.a).
1 J.A . Coa&J:A: •Escritura y lenguas prerromanas en el sur de
la PenúuuLa Ibérica». Aetas VI ~rt
1983.
j .A. CoaUA: •Consideraciones sobre las inscripciones tartesias-. Actas m 061. LtngU4S ~ Culturas PauoA.isp6nt'e4S (Lisboa
5/8-XI-1980), Salamanca, 1985.
J.A Cou&A y M . G AttefA Pcw&A: •lnacripcioncs en eaeritura
tanesia (o del S.O.) hallada en Neves (CastrO Verde, Baixo Alemtej o) y su contexto arqueológico•. Húi.J, 16, Sevilla, 1985.
J.A. Co>.UA: •BI signario uméaico•. A.ctaJ JP 06f. ÚFtglltU J
Cúhuras Paüoltisptinüos (Vitoria 6/10-V-1985), Vitoria, 1987.
J.A. Couu: •Notas a las inscripciones en escritura tartésic;a
(o dc:l S.O. )•. V Col. LtntUIU J Cullunu P
25/29·fX-1989). (En prensa).
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ll1 Col. LmgiiiU y CuliW'a:s Pdkohispánius (L isboa 5/8·Xl-J980), Salamanca, 1985.
J. D &Hoz: •La escritura greco·i~ric:a.. Actas IV Col. ÚtfgUIU
J Cuiltn'ar Pdkohispáni&tJS (Vitoria 6/10-V-1985), Vitoria, 1987.
L. Su..co: •Sobre los valores fonfticos que anota la escritura
del Algarve•. Ardtivt~ 44 Prtlti:rtori4 ÚD4nliM, XTX (Homenaje a
D. Flelchcr, Vo.l. lll), Valenc.la, 1989.
, E. z..w..~tuo: LleiurtJ j lradU#i&n áe la úngua áe k>s ihms. Zaragoza, 1988.
• A. T ov.-•: •Sobre la supervivencia del sila bitmo minoíco en
ibérico y otros alrabet~•. Mitws, l, Salamanca, 1951.
' J. u .....,.....,.,.: ·Die silbc:nscbaftlich c Elem,cot in der lbcrischen Schrift,.. EmmtG, XXX, 2, Madrid, 1962.
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Rioista d4tli Stwdi Orimtaii, 32, Paria, 1975.
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J. DE Hoz: •Escrituras feniciaa y escritura~ bispll.nicas. Algu·
nos aspectos de su relación•. ÁJd4 Orim14Jis, •. Sabadell, 1986.
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guagcs of tbe l be:rians-. V Col. J..mcuas7 Cúhuras Paúohispdttitas (Colo·
nia 25/29-IX· 1989). (En prensa).
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Bisp4nie4 tk /#«~ ,__ repuJii«
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EstuJi.Js soJm Uno, Sevilla, 1.989.
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" Con..., Ops. eil. notas 2 y 10.
u L . Bu.ttOCAL: .una n ueva aportación al estudio de las estelu y escritura p~:erromana d el Suroeste peninsul ar•. &/. A.so~. &p.
bligos áe la Art¡utOk>g/4, 21, Madrid, 1985.
L . Buaocw.: •La l~a de Capote ( Higuera la Real, Badajoz)~.
A.E. A. , núm. 155/156, Madrid, 1985.
11 J. UKnutwANH : ..Lenguas y wúdadcs polrticas del suroeste
hispánico en época prerromana.o. !), 7Uti#M 4 ~. Viena,
~85.
D . .B. BuoHAMAN: 1M Dtcipllmnntl 11.1 Sowhwut lb"". Vi.c nna, Va.
[page-n-321]
COMENTARIOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA rBÉRlCAS
1991. Considera las inscripciones del S.O. ponugEs entre el 100 y
200 A.C .
Hoz: Op. r:it. nota 2.
E. CUAoiWlO: La rvcrdpolis iblriea d4 El CigamJija (Mul4, Murci4). Bibliotbeca Praehistori.ca Bispana XXIU, Madrid, 1987.
u
"
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nica de La UleUt dclJ Banyets, fll Campcllo (Alicante)•. ArclWJo d4
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no de Luup, partido judicial de Sigüenzao. B.R.A . Rír~Mi4, n, 35,
Madrid, 1882, donde transcribe la c:arta d o Zóbcl de Zangroniz con
la valoración de los signos ibéricos.
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que eLles languea caucuiqueso. Bu. but. Esl. Jfucor, XV, S&D Scbas·
ü!n, 192+ (versión francesa del original alem!n, editado en Amstcr·
dam en 1923).
nr.
D
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ct dravidiell. Substrat et langues classiquca•• .Jrtltioi. ptr l'llllo Adi·
1'• XLlll, Firen%e, 195+.
N. l.AttOYAII'I: ..Basque, dravidien et c:.auc:.uicn•. B.R. Soc. lús-mtta4a M Amips dli Ptlú, XJ, 2, San Sebanilin, 1955 .
N. LA-.,..,.: La tfijfasitm dtJ laJ!Irus GNinuw th Protltam Ori.ttc.l.
úvrs rt/41i411S tWtt ú basqtu, k dravúliDc tt lts parlts ittdopl.ncs primiJ.ifs. Berbe, 1957.
.. Ta.u: Op. cit. notas 4 y U .
,. L. THAYr.a OJ"""' &s90 M trad.-j¿" .úl p/4mo M AW,. Valpa·
ralao, 1926.
.. A. M oe.'"l'fJ'<'tCitO! .vsuco c.lcarri y derivados, prestamos celtas".
B. R. Sor. VastolflaM dt ..!m;,os dd Pals, 111, 3, San Scbastián, 19H.
,
I.W. Fauv: Tltt lb1Tit111 Languog1. Calgary, 1977.
.o D. B. B ueuANAJ<: ; .fbc Decipberroent of Late lbcric,.. 1M Epitroplsie Socúty, 13, núm. 328 y 14, o~m. 377. San Diego, 1985.
., E. z...w...,.nuo: lt~~cripciDMS ibtro-jl"itas tU /..11 Snrt14 (A~oy. Ali&t111U) J EJ Citarro4jo (M,/41 MMrcia) . Alfa.ro, 1988.
3U
[page-n-322]
[page-n-323]
H enri
G mTER
*
...
IBERE ET MINOEN
Depuis assez longtemps, nous avions préparé artisanalement un index alphabétique des formes qu'il
était possible d'cxtraire des inscriptions ibériques. Notre document de base avait été le lexique dressé par A.
Tovar, Jcxique que nous avions cu soin d'enrichir au
fur et a mesure des nouvelles découvertes d'inscriptions ibériques, dues particuüeremcnt a l'activité du
&ruido de lrwestigacüín Prelúst4ric4 de Valencia, dont les
trb nombreuses publidltions se succedent a un rytbme
rapide•.
Nous comptions utiliser cct indcx pour diverses
études, lorsque nous en aurions le loisir. Mais la publication d'un index du lin~aire A', concu de la meme
fa~on, bien que réalisé par ordinatcur, nous a donné
l'idée de confronter les deux listes.
Celte confrontation ne semble pas absurde, si l'on
se réfere au cootexte historique. Vcnant de la Méditerranée orientale, les Iberes ont atteint le sud de l'Espagne vers le xvc siec.le•. C'est aussi l'époque ou la
vague achéenne ateignait la Cr~te, et elle a pu provoquer un déplacement de population . .En ce qui concerne l'écriture, A. Tovar avait déja envisagé cette hypothese: .. Nous savons que les écritures appelées ibériques
• Univertit6 de Montpellier.
descendent du systeme syllabique qui se flXa en Crete
durant le [Jc milléoaire, mais nous savons aussi que
bonne part des signes ibériques, la m ajorité d'entre
eux, procMent de formes graphiqucs grccques et phéniciennes, telles qu'eUes s'employaient durant le vrr~
siecle au plus tard").
La comparaison des deux systcmcs graphiques pose
quelques problemes, qu'il faudra essayer de résoudre.
1.0 Le systeme ibériquc n'cst syllabique qu'en ce
qui concerne les occlusives. Mais il ne retient que l'opposition de point d'articulation des occlusives. et non
l'opposition de sonorité. Nous avons done 15 signes corrcspondant ~: ha, be, bi, bo, bu; la, te, ti, IIJ, tu; lal, kt,
ki, /ro, ku . On translittere généralement la labiale par
la graphie de la sonore; la dentale et la vélaire, par des
graphies de sourdes et de sonores, le plus souvent saos
motü particulier de choix.
En minoen, la labiale est seulement notée comme
sourde. La dentale distingue l'opposition de sonorité t
et d. la vélaire n'a pas de notation de sonore, mais dewc
notations de sourdes le et q.
La confrontation des deux syst~mes ne pourra évidemment se réaliser que par la seule distinction des
points d'articulation, c'est-a-dire en adaptant le systeme minoen au systeme ibere.
313
[page-n-324]
H. GUITER
Vocalisme
Consonantisme
a
e
i
m
o
289/160
243/ 86
108/226
126/148
58/126
2/ 98
28/120
217/ 18
83/ o
1021102
140/ 63
56/ 57
0/ 40
34/4-7
259/120
93/ 56
152/179
85/ 99
291114
3/ 81
39/ 60
Thtaux
854/964
632/327
32/ 38
25/ 13
0
occl. labiale
occl. dentale
occl. vélaire
spirantes
Pourcentages
u
Totaux
Pourcentages
87/16
441 8
23/37
42/14
26/ 7
0/ o
3J14.
1111 54
6/ 34
57/136
62/114
14/ 56
0/ 11
2/ 41
963/368
469/184
442/680
455/438
183/360
5/230
106/282
371
18/
17/
17/
7/
0/
4d
660/709
225/96
252/446
2.623/2.542
25/ 28
9/ 4
10/ 17
100/100
2.0 Les fricatives et sonantes, s, m, n, l, r, w ont
en ibere une graphie alphabétique ct non syllabique.
Elles pourront done se trouver en position implosive,
et nous aurons des syllabes fermées.
En minoen, au contr~, les fricatives et sonantes
n'ont qu' une graphie syllabique, si bien qu'una syllabe
ph.onétiquement fermée apparaitra ouvene, l'élément
implosif étant obligatoirement affecté d'une voyelle paragogique. La présence d'une telle voyelle ne doit done
pas emp~cher la comparaison.
3.0 On admct que le r ne peut jamais 8tre initial
de mot en ibere. D en est ainsi en basque, et, par
ailleurs, les phrases iberes ne commenceot jamais par
ce phoneme. Nous avons done évité toutes les coupures
de groupes, qui auraient abouti A un r en posidon initiale.
En revanche, le minoen ne possMe pas de l . D
se pourrait que ce ph.oneme eut fait l'objet de rllotacisme, colil.Jne cela s'est produit en hasque pour le
l intérieur (ili>ira) ou en roumain (gula>gura); mais
nous ne nous aventurerons pas dans ce type de reconstruction.
4.0 L'ibere note deux sortes des, no.n saos confusions fréquéntes6 • n semble qu' il s'agisse des deux sifflantes sourdes norées s et z par le basque, !'une apicoalvéolai.re (s de l'espagnol et du catalan), l'autre
dorsoal~olaire (s du francais).
Le minoen a deux sifflantes notées s et z. Nous
groupero.ns ensemble toutes les sifila.ntes, faute de conn:Utre exactement les caracteres de chacune.
5.0 On note souvent w le signe ibérique ayant la
forme d'un Y majuscule, mais sa val.eur est inconnue
et fon discutée'. Nous ne le ferons done pas intervenir; et nous ne ferons intervenir que les phonemes du
minoen ayant correspondance en ibere. Et, bien entendu, nous sommes amenés a laisser de caté les termes
minoens de phonétisme non identifié.
Ges réserves nous amenent a ne retenir que 2.542
entrées sur les 3.048 de la liste minoenne, et 2.623 entrée~ sur les 2.803 de la liste ibere. Les effectifs étudiés
sont sensiblement équivalents.
314
o
15
7
27
17
14
9
u
100/100
Nous pouvons rassembler en un tableau les effectifs correspondant aux diverses syllabes initiales. Nous
les indiquons daos l'ordre ibere 1 minoen.
Ce tableau appelle quelques observations.
D'abord au point de vue du consonantisme. La fréquence relative des occlusives vélaires est la meme daos
les deux langues.
Celle des occlusives labiales est beaucoup plus élevée en ibere qu'en minoen; mais nous constatons que
m est presque absent en iberc, tandis qu'il est assez
bien représeoté en minoen. Or les emprunts latins ou
romans du basque nous montrent une confusion fréquentc des occlusives labiales nasale et orale•: beaza
(minada), beduin (medicinu), bolu (1TWlinu), magiq. (uagiM),
mañu (baño), etc...
Si pour chacune des langues nous faisons la somme des fréquences relatives de p, b et m, oous tombons
sur des nombres, sinon égaux, du moins d'un ordre de
grandeur analogue.
Pour les occlusivcs dentales la fréquen..ce relative
du minoen présente une écrasante supériorité sur celle
de l'ibere. Ici, l'adjonction des éléments relatifs a la
nasale dentale, ou mbne aux spirantes alvéolaires,
n'apporte aucune correction, mais, au contraire, creuse encore le fossé: 52% des syllabes minoennes débutent par une dentale ou une alvéolaire, contre 28% des
syllabes iberes. Cette énorme différence est a peu pres
inversée si nous considérons le consonantisme 0, c'est
a dire la
présence d'une voyelle
a ]'initiale
absolue:
37% en ibere contre 15% en minoe.n. Elle pourrait
s'expliquer par un amuissement de dentales initiales en
ibere. Si nous comparons au consonantisme basque, «il
est notable, d'autre pan, que 1- et d- n'apparaissent
presque pas daos le lexique basque, si ce n'est daos des
emprunts, des termes expressifs, et des formes verbales
définies»'. Par ailleurs, le n intervocalique de.s emprunts latino-romans est caduc en basque, ce qui diminue sa fréquence initiale lorsqu'on pratique une segmentation.
Au point de vue du vocalisme, nous constatons
que e et o soot plus fréquents en ibere qu'en minoen;
[page-n-325]
I'BERE ET MJNOBN
au contraire, a, i, et, surtour, u sont beaucoup plus favoris~s par le minoen.
Si nous calculons pour les deux langues nos param~tres vocaliques•~, nous treuvons les valeurs:
60.r - 24) • IOz
2.S82
L818
l
'
-3
- 7
i!Xn:
minoen
19
21
Le paramhre x, relatif ~ J'avancement du point
moyen d'articulatioo (oous lui connaissoos des valeurs
dispers~es de - 28 A 60) est assez ~lev6 daos les deux
cas, mais surtout pour l'ib~re. Ce qui abaisse sa valeur
pour le minoen, c'est l'é16vation de la fr~quence relati·
ve de u. Or, il appara.lt que dans les termes qu'il a en
commun avec le 1in6aire B, le lin6aire A présente souveot u au lieu de o": diáeru/did4ro, Jw.sarulkasaro,
k4rulkzro, etc... Cette tendaoce ~ la fermeture de o, ou
peut-etre seulement ~ la notation par u d'un o saos
doute ferm6, peut expliquer la difl'érence.
Les parametres y et z, respectivement rclatifs ~
l'accumulation des réalisations vera le milieu de la bouche, et ~ la Jabialisation, différent trop peu pour etre
significatifs.
Les valeurs du trinome 60x - 24y - 10z, sur lcsquclles est basée la répartition des langues en trois groupes, placcnt l'ibere et le mínocn dans le groupe A (valeurs supérieures A 1.770), en compagnie des laogues
germaoiques et celtiques, du turc, du chinois, du frao~ais, etc. .. , alors que le basque et les langues romanes
méridionales se situeot daos le groupe B.
baitt(lo)
bulbw
bm
han
bari
bwr
bua
bui
-O(H)
lict
lip
lida
biro
bix
boa
bu ti
batJq¡Dt
püt
cea
linai
ijsa
pisa
láu
dua
púe
pa
1m
&m
taac
lae
111
qu
lela
ttti
adu
-¡j (12 L)
-di p()
daba
-!t(IH) -«<-It (l8 f.)
dDa
Ita
dutJ
~
du
~
le
-t1l (4 f.)
Cllt.l
pla
a
da
brui
-dal-ú(4H)
Usa
-1b (10 l)
dlla
bit
-hl-qt(!!f.
t.di
IJ¡ii
dJb
qcpi
daca
qcb
di«
daqtJtaktJtJqe
up
daki
qdu
dadaldatu
leda
dadu
die
hri/qdi
dae
•
pW
-PPl)
piki
pit1
pite
pitiat
piu
bite
bidia
&OC
OJia
le
~
-li (22 f.)
IW
kh
d&1
tuAu
-GIHI par.
.,.
tuldart
irt
izo
-is (H)
-ii ~f.)
-o&(H)
-ua (~t)
!Ji
cbiiUi
tl.uw\w
~
irt
izo
toqe
uha
duda
IICct
Dapa
aaqc
Dltt
Qllt
ll1li
ui
uaú
diiDi
dun
ltC1I
ltb
bite
dui
dmltura
dure
-«te
dai
clcch
dais
-id(
dm
lito
II.IILl
IW
llti
dw/buv
-te (lD L)
-ac (23 L)
m
dm
cpr
Um
m
m
Clt
t1C
utt
IC!t
teR
tao
do
ele
a
dilli
-i61-ti(6S(,)
jb¡
ipa
IÍ
ibi
ipi
dipJ!ipa
tQ
iU/iq1
tita
tice
dibhib
lih
diiltili
cfiliK
dilo
ilahita
dídtH!tAilt
lfiDchiu
il:c
in
i&i
"
idJ
ili
ib
ib
idafl!i
ilt
~
-nip l)
nia
Di6
ciJu
ain
-no pt)
l!lli
o
aai
ci
-DÍ (!ll)
bDa
Passons maintenant a l'énumération des coincidences lexicales coostatées entre les deux listes.
tdt
!di
b
-ri(IH)
• ••
tcgi
~
énltin
m
i1i
idoli!D
idl
ocle
ott
IÍ!o
diroltUo
tu
oti«
Olllt
tú
llki
llll
iu
ino
sene
tmi
ino
sene
tmi
m.
-i (l9l)
ia
sib
sidílili
-u~ f.)
SUDi
-ul-za ~H.)
mi
$1111
l1ll1
1tct
b~
apa
.n
aa
aar
¡pn
ab
abra
ad1
asibvr
ab
ada/11a
ll'lira
1111
U1l
m
-ba (18t)
Dláfol&i
lll
ICD
baliD
-pa(21l)
pW
pab
pada/pall
plk
pli
bai
pal
bai~
paili
biCI
bmlharh
blrt
2ft
llihtt
tip
tico
I!Í
llfihti
IÍlar
¡IÍJ
mh
tidc
tiDc
lira
•
-adin
1112
011
bUi
00
0011
aduht1
aduro
pili
pu
Pll1
-ap7l) -a/-qa(SH)
bla
bpa
acal
tpqW
bb
bta
btaDe
bri/qldi
biu
m
m
u:
1St
doi
&iri
bli
¡¡&i
ptl
&itu
cite
citctc
pi
pa
pe
p
gii
-a~ (H)
tCII
ÍQ)
io
kidalkill
ati
kidml
kideAitt
1itut
liil\ili
killl
swb
m
ai
-si(H)
kiDe
bu
kili
-lo (H
IU
sart
IIIÍ
•
-«(H.)
-.(ll l)
ICU
tuWmqa
ICtt
IWIÍ
ui
aiia
niri
DiDa
nirt
-coQt)
upi
o
OC1
ob
Gtl
011
ICt
uqe
UQII
mua
1111
•
.w.u
ltaro
acle
ut
ICii
•tia
adiluli
ICfimi
waia
un
- un
315
[page-n-326]
H. GOlTER
En conséquence, sur 2.623 formes de l'ibere et
2.542 formes du minoen que nous avons confrontées,
222 présentent d'étroites analogies, ou m~me sont
identiques. Le jeu du hasard suffit-il a expliquer ces
coincide.nces?
Pou.r essayer de répondre a cette question, nous
avons fait l 'expérience suivante. Dans les
diotionnaires12 de trois langues ad:ministratives dont
les juridictions confwent avec celle du francais, J'espagnol, l'italien et l'allemand, nous avons choisi des
pages au moyen d'une table de nombres a u basard, jusqu'a ce que le total des entrées rencontrées dépasse
deux mille pour chaque langue. Parmi ces entrées,
nous avons noté celles quí étaient homograpbes d ' un
mot francais; par cxemple, le substantif francais .. ver~t
est homograpbe de l 'inrmitif espagnol oer • voir»; l'infinitif francais francais «donner» est homograpbe du
substantif allemand Donner «tonnerre», etc...
Nous avons ainsi trouvé 34- homograpbes
espagnols11 sur 2.087 entúes; 37 italiens" sur 2.006;
28 allemands', sur 2.070.
Ces nombres d'homographes sont du mSme ordre
de grandeur; nous pouvons cependant vérifier par le
test de Pearson si leurs écarts sont significatifs ou ne
le sont pas.
&rtJgrapl¡ts
Ntm /mrqgapkr
2.053 (2.053)
1.969 Q.97-i)
2.0+2 (2.037)
6.064
2.087
2.006
2.070
6.163
Espagnol
Italien
Allemand
Totaux
2
X
-
fran~aise.
Si nous confrontons des homographes de l'anglais
aceux de l'espagnol, de l'italien et de l'allemand, nous
trouverons ccrtainement une incompatibilité totale des
mécanismes d'apparition.
r1.
Ta~~w
3+ (3+
)
37 (32)
28 (33)
99
Uhypothese nulle supposcrait un X 2 inférieur a
3,841 (1 degré de liberté). La tres grande valeur que
nous trouvons, signifie que le mécanisme d 'apparition
d 'homographes entre fran~ais, d 'une part, et espagnol,
italie.n ou allemand, d'autrc part, ne pcut en aucune
fayon servir de modele pour expliquer l'apparition des
h omographes beaucoup plus nombreux entre ibere et
minoen.
Dans les langues voisines confrontées avec le francais, nous n'avons pas envisagé l'anglais. Nous y venons maintenant . Toujours avec une table de nombres
au h asard, nous examinons des pages d'un dictionnaire
anglais 16 ; ici notte conecte d'homographes du francais
devient surabondante: 264- homographes sur 2.002 entrées. Nous en donnons une liste partielle11, mais suffisante pou.r manifester que les homographies dues aux
caprices du hasard, comme if, IU, etc ... , sont noyées
daos une masse de mots francais, imponés en Angleterre dans des circonstances historiques bien connues, en
m~me temps qu'une population normandc de langue
-jt + -H- +
*
+
2ir . o,78+0,76+0,0I+O,ot-1,56
11 suffirait que le X 2 rut inférieur a 5,991 (2 degrés
de liberté) pour que la distribution ne fllt pas significati·
ve. Done les nombres d 'homographes ont cet ordre de
grandeur moyen entre des langues géograpbiquement
voisines et de parentés plus ou moins lointaines.
On voit immédiatement que le nombre d'homographes est relativement beaucoup plus élevé entre ibere et
minoen. Comparons·le cependant par la méthode du X 2
aux homographes entre francais et langues voisines.
Anglais
Esp.ntal.IAilem.
Thtaux
xt
a
NM -
~
lrmi!Jgr~
Fran~s/voisÍJU
lbere/minoe:n
Totai!X'
x2 t5.B76
_
99 (225)
2.22 (96)
321
6.064 (5.938)
2.401 (2.527)
U65
15.876 15.876 15.976 ..
242
225 + 96 + 5.938 + 2.527
316
6.163
2.623
8.786
'JQ(Qu
2.002
6.163
8.165
30.m + 30.625 + 30.625 + 30.625 -m
sr 21r
lJif
mr
Cette valeur est encore beaucoup plus grande que
celle trouvée en confrontant les convergences ibérominoennes a celles du fran~ais et de ses voisms continentaux.
On peut avoir la curiosité de comparer les convergences ibéro-minoennes aux convergences anglofrancaises.
HDfMgrafil¡es
IhCre/Minoen
&rtrJgra#tes
264 (89)
99 (274)
363
Non ÑlrNJgap/la
1.738 (1.913)
6.064 (5.889)
7.802
Anglaia/Fran~ais
Totaux
222 (276)
26~ (2!0)
i86
&. lrnwJgr.plvs
2.401 (2.347)
1.738 (1.792)
U39
1b/4w:
2.623
2.002
U25
2.916
2.91
6 2.916
2.916
X2 a"110 + 2JO +"'f.ID" + T.'1gf • 28
Les deux d istributions sont assurément incompatibles. Mais la valeur 28 du X 2 est bien loin des va·
leurs 24-2 ou 477, que nous avons précédemment trou-
[page-n-327]
mERE ET MINOEN
vées. n ne faut pas perdre de vue que les inscriptions
ibériques ét(udiées sont postérieures de pr~s d'un mi·
llénaire a l'arrivée des Iberes en Occident, tandis que
le fran~ais a gardé en Angletcrre le caractcre de langue
officielle jusq' a la fin du xrv· siecle; «toute une littérature, dite anglo-normandc, done de langue fran~aise,
se développa sur le sol anglais. Elle atteignit son apogée a u X ni• siecle.".
Une possibilité d 'apprécier la valeur de cette derniere explication s'offre a nous. Le coefficient de conservation du vocabulaire fran~ais par l'anglais est proportionnel a 26412.002; le coefficient de conservation
du minoen par l'ibere sarait proportionnel a
222/2.623. Le rapport de ces deux coefficients est de
(264 X 2.623)/(2.002 X 222) -455.
Or nos recherches sur la glottochronologie19 nous
ont amené a faire correspondre a chaque date un coefficient K représentant le pourcentage de vocabulaire
conservé en commun par deux langues depuis cette
date jusqu'a 1900. Ce pourcentage ne s'applique qu'a
une liste de cent mots fondamentaux; aussi ne
rechercherons-nous que des rapports de coefficients.
Pour 1400 (Av. J.C.), K ... 0,38; pour 500 (Av. J.C.),
k-0,60. Entre ces deux dates, une langue conserve
done 0,38/0,6-0,633.
Pour 1400, K - 0,975; pour 1900, K - 1. Entre ces
deux dates, 0,975/1-0,975.
Or, le rapport des dcux cocfficients de conserva·
tion 0,975/0,633 =1,54. Malgré l'hétérogénéité des matériaux mis en jeu, la concordance est bonne; c'est
peut-~tre l'effet du hasard, m ais le résultat est tout de
m&e curieux.
Aussi bien l'ibere et le minoen que l'anglais et le
fran~ais, ont un. quantité d'homographes communs,
e
qui dépasse tres largement et de facon significative ceBe que l'on recontre entre des langues géographiquement voisines et de meme origine, mais ayant eu des
évolutions autonomes. Nous savons que le fran~is a
s
été introduit en Angleterre par une arrivée d'élémentfrancophones; il est tentant d'attribuer une action du
meme ordre A l'arrivéc des éléments iberes en
Espagne20 •
D nc s'agit la que d'une hypothcse que nous
n'aurions pas envisagée, sans la translittération du linéaire A par J. Raison et M . Pope; elle nous a fait apparaitre immédiatement trop d'analogies avec l'index
de l'ibere que nous avions dress-é, pour ne pas éveillcr
l'idée d' une comparaison des deux listes.
z Servicio de 1Dvntiguci6o PrehUt6rica, C/. Corona 36, Valencia +6003.
, J. ll..uao11 et M. P ots: •Lé vocabulaire du llnEaire A en
translittEratioruo. Etv4a mi~U~~~t~W, 1, Louvain, l978, p. 13J.
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tacts de langues: exemple des confina pyrEnEo-m&liteJTan«nso.
0Mmo (~u11al'lo) 1976 (XX), p. 106.
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' J. Sn.u: •Über die sibilanten in iberische.r scbrift•. Actu
dclll CA/oqujq sobrt ~1141 J evhu.rar fW11'1DmJt!Utu df 14 ht~I1LSIÚ4 lblri&a.
Salam.anc:a, 1979, p. 81.
, D. PLiilCIWl VALU: •. e . uevo sobre el signo ibErico Y•. D eD n
partamento de HiJtoria Antigua, Serie arqueológica, n.0 6, ~ria 1,
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' Mlcnu.m•: Op. dt. nota 8, p. 254.
10 H . GvtTn: •Q.uelqu~ paramhres caractEri.stiqu" s des
e
ayatme& vocaliques-. R . Lillg. R . , 1966 (30), p. 39.
u M. Pou et J. R#w~: •Linear A: Chan.g:ing penpecclves•.
EluJu MiM11111tS, 1, Louvain, 1978, p. 21.
•t M. oa Tor.o Y Gó~otu: N111"" t&eiLnuzri¡, CJpaMI-jrtmtú. París,
1939. P. RovtD& et A. l.Acolfn: N11VDt4u di&titmrunrt íJ4iint4'r~ou. Pa·
ria, 1936. A. Praouwu: Delllsch-FmmJsis~hu Mrlnbudt. Bordeawc,
s.d.
u Durable, duramen, puasol, cortical, anenal, arsenical,
amovible, mu, imaginable, iman, imberbe, imitable, impalpable,
grande, capital, caporal, capote, cendal, forcep11, forcir, fonnable,
formol, C
orte, palí, estoque, ventral, ver, canapE, ca.odi, candiotc,
contralto, m~dium, Sépttntrional, pectoral.
,. Tropicale, t:rust, tu, elle, natale, consolantc, consolc, consonante, arrogante, uipulante, cannibale, cale, calice, calmante,
conc.iliante, conclave, concomitante, ~odiacale, :r.ona, curule, cuspide, cu.rode, llominale, non, nord, noria, normale, longitudinale, loquacc, lord, loto, bava, vendetta, militante, imprudente, impudente, rude.
., Ersatz, di.k tat, dom, donncr, don, dose, bart, hase, halle,
ballast, bande, bar, base, je, pute, quartier, queDe, quitt.e, quotc,
friseur, stand, leitmotiv, loch, loa, lot, meue, met, mette.
" Tb. M.Act.AGAJ~: The Royal Englis/1 Diaünoary. London, s.d .
" Stagnant, stagnation, stalagtite, stalagmite, stancc, ir, ignition, ignoble, ignore, .ignoran!, ignorance, illative, harangue,
hare, harem, haricot, brunette, brute, brutal, budget, avcnue, averse, avenion, titan, titillation. tocain, ossifícation, ostensible, o!tentation, ottoman, oublierte, bey, hible, mastic, manication, mat, matador, match, mate, oí(ensive, ogre, Jibertine, licence, lichep, líe,
curable, cunive, journal, jovial, jubilant, jubilatian, j udicature,
portion, ponrait, pose, poser, position, positive, possesaioo, posses·
sivc, possible, injlln:, injustice, innavigable, innoccnt, innocencc,
innovation, tabernacle, table, tablature, tableau, tabouret, tact, tactile, crescendo, a:est, a:c:vasse, crime, crinoline, etc...
11
F. Moo!lt: Esguisst J'un~ loi.swir• df 14 1411g!U a11gltUst. Lyon,
1947, p. H .
" H. Gurru.: ·Glottochronologie et hngues occidentalea..
CoAins M l'lnsliJuJ ü Li11gvistigru df Lou1111ill, 1977, 2, p. l. •A propos
de glottochronologie•. CoAins df l'lnstillll M Lit~guiniqw M LoiUIIÚII,
¡977, 3-~, p. 3. •Encore la glottochronolo~e-. Ca/Uns M l'ltaStiJut ú
Linguutit¡IU tl4 r-~~~~;,. 1979, 5- ~. p. 3.
29 La comparaison de eéqucnce. de pbon~mes, qui ne sont
pas forcEment de• mota au tonomes, favoriserait l'ibere et le minoen;
maia le fait de comparer le. langues modernes A la totaJit¿ du voca·
bulairc: francais joue Evidemmcnt en sc:ns invene.
NOTES
1
A. Tov.... : •L6Uco de las inscripciones iMricas•. ln Es1u.c&s
d#di&IJIIM a Ml'tliruUz Pitlal. Madrid, 1951, li, p. 287.
317
[page-n-328]
[page-n-329]
Carmen
ARANEGUI
GAseó*
,
~
UNA FALCATA DECORADA CON INSCRIPCION IBERICA.
JUEGOS GLADIATORIOS Y VENATIONES1 •
Javier DE Hoz**
,
ESTUDIO EPIGRAFICO
En su investigación sobre la cultura ibérica Enrique Pla realizó una aportación fundamental al describir e interpretar el instrumental de trabajo (Pu,
1968: 143-190; 1969: 306-337) y tengo constancia de
que su intención fue la de abrir una Línea de estuclio
tendente a la valoración de la economía ibérica que
compensara la excesiva consideración de los iberos
como guerreros derivada del estudio de sus armas
(SANI>Atts, 1913: 27-54; CABRt, 1934a: 5-11, y J934b:
2-18; Coo~u..~~r..n, 1956-57: 167; GA.RcfA DE u CHtcA,
1957: 309-321). Las circunstancias han querido que
con ocasión del homcn.aje que le dispensa el S.LP. pre-
seme unas piezas de armamento sobre las que trataré
de incidir desde un punto de vista ajeno a la táctica bélica, en memoria de un gran maestro y buen amigo.
En 1986 la Dirección General del Patrimonio de
la Gcncr alitat Valenciana adquirjó a Diia. Amalia Giménez un lote de armamento ibérico compuesto por
una falcata doblada y por un mango de caetra, presentado como un hallazgo casual ocurrido en la vertiente
del Castcll de Sagunt, según el expediente. Averigua-
• Opto. de l'rehi1toria y Arqueología, Universitat de Val~ncia.
•• Opto. de Filología Cl¡úiea, Univel"'lidad Co..mplutense.
ciones realizadas en 1988 y 19891 plantean serias dudas acerca de la exactitud respecto al lugar de hallazgo
de estas armas cuya autenticidad, si,n embargo, no puede ponerse en C\lestión. Por ello el conjunto, ingresado
en un primer momento en el Museo Arqueológico de
Sagunt, ha pasado a ser depositado en el Museo de
Prehistoria de la Diputación de Valencia, contribuyendo a enriquecer sus valiosos fondos de arqueología
ibérica.
Previamente la falcata había sido objeto de limpieza y consolidación parcial por parte del restaurador M.
Peinado q1,1ien confli'llló verbalmente la dificultad de
estabilizar la falcata y la necesidad de ejercer un control constante para corregir cualquier proceso de oxidación que, con seguridad, iría presentándose dado el
estado en que Ja pieza había llegado a manos del especialista. En relación con el mango de escudo (1ám. I),
no fue posible realizar ningán trabajo de restauración.
La falcata es s.i n reservas un ejemplar excepcional
(lám. Il) que conviene documentar y exponer a la con·
sideraci6n científica.
Presenta una empuñadura cerrada de una altura
máxima de 11,5 cm. por una anchura máxima de
5,5 cm. en la que se observa un orificio para la sujeción
de las cachas, con el hueco central de unas dimensiones
319
[page-n-330]
C. ARAN EGUI GASCÓ
. ·
-------
~-
Fig. 1. - Fakala fÚCQrado.. S.l .P.
320
[page-n-331]
FALCA'tt\ DECORADA CON !NSCRIPCION mÉRICA
máximas de 6 por 3 cm.; la base de esta e!llpuñadura
está reforzada p or un pieza en ángulo recto que confiere resistencia al sector recayente hacia el contraf!lo
donde se apoyaba el pulgar. La hoja tiene una longitud
de 60 cm. con una anchura máxima de 6,8 cm. en su
inicio, de 3,5 cm. en el estrechamiento de la primera
c.urva, de 6 cm. en el ensanche de la segunda curva y
de 3 cm. por encima deJa punta, cortante por todo su
perímetro. El grosor del contrafilo oscila entre 1 cm en
la parte superior, 0,8 cm. en el punto de inicio de la
curva y 0,3 cm. en la parte central. La hoja muestra
acanaladuras del tipo 2 de Quesada (1988: 275-299),
de sección redondeada cuando son estrechas y cuadrangular cuando son más anchas, que arrancan de la
parte superior de la hoja con un diseño en V, recorren
toda la parte gnresa de la misma ensanchándo~e en el
tercer ~uarto donde la hoja es más amplia; el óltimo
cuarto de la hoja está libre de ellas. El contrafilo ostenta, asimismo, dos fmas acanaladuras en su mitad superior.
La hoja conserva su decoración (fig. 1), lograda
mediante troquel y embutido de plata (Nmro y EscAL&RA, 1970: 5-29) y dispuesta de manera idéntica en su s
caras anterior y posterior, si bien se aprecia mejor en
una de e1las dado que la falcata está doblada. En paralelo a la base de la empuñadura (lám. Ill) se ve una banda
decorada de 3x1,5 cm. compuesta por un tallo en zigzag con hojas de hiedra simples encontradas enmarcado
por un m ete limitado por trazos perpendiculares, una
banda y un segundo filete como el primero. Fuera de
este esquema, hacia el fJ.Jo, se observan restos de una
hoja de hiedra acorazonada y un tridente. En sentido
vertical (lám. IV), subrayando el diseño de las acanaladuras, aparece una banda de roleos simples seguida por
otra de triángulos encontrados a ambos lados de una línea en zig-zag, con los pequeñísimos trazos perpendiculares como lúnite. En el ensanche de la boja, una nueva
banda se sitúa del lado del dorso de la espada, consistente en u:n tallo en zig-zag con dos hojas de hiedra en posición divergente partiendo de los vértices, y las dos teorías se cierran mediante un trián.g ulo isósceles con hojas
de hiedra en su interior y tridentes divergentes hacia el
exterior (lám. V). El contraftlo, en su sector de perfil
plano, estuvo también decorado con una cenefa de roleos limitada por filete con trazos, que deja libre el tramo en donde se sitúa la inscripción ibérica que está grabada a buril (lám. VI).
·
El emblema decorativo principal se encuentra en
el inicio de la hoja y consiste en la representación de
un león en posición de ataque enfrentado a un jabalí
agazapado sobre los que se posan cuatro aves con la cabeza vuelta, una sobre la melena del león, dos contrapuestas entre ambos animales y la cuarta tras la grupa
del jabalí.
Este tipo de vtnlltw idealizada entre dos animales
salvajes, tiene un posible antecedente en las decoracio-
nes de peine.s de marfil y cajas de hueso hallados, por
ejemplo, en La Cruz del Negro o Acebuchal (BLANco,
1956: 3-51), aunque su estilo y composición sean, lógicamente, distintos. Un jabalí es devorado por un león
en una secuencia de la pátera más decorada de Tivissa
(GARofA y Bauoo, 1953: 229 y ss.), pero donde el enfrentamiento entre dos animales, tal vez león y ciertamente j abalí, queda más patente es en el bronce de
Máquiz (Menjíbar, Jaén) (AwAORO, 1979: 176-184-,
fig. 1, lám. IV). sobre las piezas que corresponden al
recubrimiento del extremo de las lanzas de un carro,
en actitud similar a la que se aprecia en la falcata. El
más fuerte de los carnfvoros y el herbívoro más fuerte,
súnbolos indiscutibles de invulnerabilidad en todo el
Mediterráneo', tuvieron, pues, una significación e.n el
mundo de las imágenes ibéricas. El enfrentamiento entre león y jabalí se utiliza, por otra parte, en la decoración de sarcófagos etruscos del taller de Tarquinia en
el período del siglo IV al 11 a.C. (BIANORI-BANDINllLLI y
ToRReLu, 1986: núm. 130), con un significado evidentemente agonístico. El motivo de la hoja de hiedra formando un tallo serpenteante está bien documentado en
las decoraciones cerámicas ibéricas a partir del si·
glo m a.C., as{ como el de Jos roleos; las aves sobrevolando el emblema, recuerdan las que se observan en un
kalatlws del Cabezo de Alcalá de Azaila (CABRa, 1944:
67-68, figs. 4-7 y 52, lám. 33), si bien, como los tridentes, constituyen un tema presente en una de las secuencias del monumento funerario de Pozo Moro, cuya decoración se interpreta como la plasmadón de escenas
de carácter mitológico (At.M.AC::RO GoR.BEA, 1978: 255 y
ss.).
Lcnerz de Wilde (1986: 273-280) considera la decoración de las falcatas ibéricas céltica en su estilo, si
bien sería preciso disponer de cronolog!as ajustadas
para poder determinar la prioridad cronológica de las
armas decoradas, y ampliar las nociones de los recursos ornamentales ibéricos y célticos, respectivamente,
para contrastar su opinión. En lo referente a la Península Ibérica, la falcata se presenla primero en ambientes ibéricos, aunque el caso de las piezas decoradas carezca, por el momento, de una estricta fechacióo . Para
eJ arma que e.s tudiamos, el complemento de la inscripción ibérica asegura que su artffice1 o bien su destinatario, fue un ibero.
La profusa decoración confiere a esta falcata un
valor por encima del estrictamente funcional que se
une al de ser un objeto de ajuar funerario, deducción
derivada del hecho de presentarse doblada, constatado
exclusivamente en necrópoHs (SANDARs, 1913: 4-8; SoHOLR, 1969: láms. 73 y 75; VAQ.VliRizo, 1989: 233-235;
QuESADA, 1989: sep. 27, sep. 260; LoLUNI 1 1979: 55-79
para la necrópolis de Camerano, en el Piceno, etc.,
etc.). A pesar de que la ornamentación de las falcatas
ha debido perderse en un alto porcentaje de casos por·
que salta al exfoliarse el hierro por corrosión, los datos
321
[page-n-332]
C . .ARAN.EGUl GASCÓ
Fig. 2.-
•l'&.so diiDs gunnros•, Lllria. S.I.P.
Fig. 3. - &mbrtro áe eopa dll CabUA áel Tlo No (Are/una), M .A.N.
322
[page-n-333]
FALCATA DECORADA CON INSCRJPClON mÉRJCA
disponibles apuntan hacia la ausencia de elementos de
adorno en las piezas procedentes de yacimientos ubicados en el área ibérica comprendida al N. del Júcar
(fig. 9).
Hasta el momento, falcatas con decoración de damasquinado de plata sólo han sido examinadas en La
Albufereta (LENE.Rz DE W n.oE, 1986; 276, fig. 3), El Cigarralejo (CuADROO, 1989: 21), El Cabecico del Tesoro
(Qul!SADA, 1989: seps. 260, 332, 350, 373 y 409), lllora
(L!!Nnz Dl! W ILDE, 1986: fig. 3) y Los Collados de Al- ·
medinilla (NtBm y ESCALEilA, 1970: fig. 3), en donde
los adornos se conservan, sobre todo, en las piezas de
las empuñaduras y afectan a un 15% de ]as falcatas.
Predominan los enmangues en forma de cabeza de caballo cerrada, con acanaladuras divergentes en el
arranque de la hoja. La similitud técnica y la identidad
de algunos elementos ornamentales, induce a plantear
la atribución de todas ellas a un mismo taller. Obsérvese, por ejemplo, la empuñadura 4- de las falcatas de la
serie B de Cabré (1934b: 8-12); la delimitación de trazos paralelos de la falcata de lllora (Qu~, 1988:
lám. 11); las falcatas de la.s tumbas 1, 98 ó 115 del Cigarralejo (CuADRADO, 1987: 106, 231 y 251) o el jabalf de
la empuñadura de la falcata de la sepultura 260 del
Cabccico (icl Tesoro (Qu!ISADA, 1989: 174, lám. X), en
apoyo de esta propuesta. La cronologfa se revela, sin
embargo, amplia, iniciándose entre el 375-340 a.C. (sepultura 409 del Cabecico del Tesoro), con proyección
hasta las inmediaciones del 100 a.C (sepulturas 332 y
373 del Cabecico del Tesoro), en contradicción con la
uniformidad técnica de las decoraciones, lo que hace
sospechar bien sea de la datación de alguno de los contextos o la perduración de las espadas durante varias
generaciones hasta ser depositadas en las tumbas. Lo
que no puede ponerse en duda es su existencia desde
el siglo 1v puesto que se presentan en conjuntos cerrados de esta ~poca, como bien se ve en EJ Cigarralejo.
Articulando resultados de hallazgos antiguos y de
investigaciones recientes, se puede establecer el uso de
la falcata entre los iberos a partir del fmal (¿mediados?) del siglo v a.C., con un buen exponente en la
costumbre de depositar la panoplia entre las ofrendas
funerarias (MALUQ.UE.P. o.B M arES, 1987: 33-110 y 115-170
con ejemplos de fecha alta, sin falcatas), ajena a los há·
bitos de las sociedades de colonizadores que influyeron
sobre aquéllos. El vestigio que, por su ambiente, sugiere una mayor antigüedad es el de La Solivella (FLET·
oHRR, 1965: lim. XVI), fragmentario, aislado y único
en el contexto de esta necrópolis del S. de la Contestanía, proveen buenos ejemplos dentro del marco cronológico del rv a.C. Asf, la comparación entre dos yacimientos distantes escasos kilómetros como son la
necrópolis de El Molar (LLOJR.ECAT, 1972: 88-92) y la
de Cabezo Lucero (RoUI!.LAR.O y otros, 1990: 538-55 7),
revelan ajuares sin y con falcatas en un periodo en parte coincidente, algo más antiguo en la primera que en
la segunda, lo que plantea la atribución inicial de este
arma de origen greco-itálico a determinados grupos de
iberos y esclarece la evidencia de la diferente frecuencia de falcatas en las necrópolis ibéricas. En Cabezo
Lucero son los ajuares del 400 en adelante los que contienen falcatas, estando presentes en los del siglo v los
cuchillo afalcatados, que perduran. La representación
escultórica de un guerrero con falcata en L'AJc6dia
d'EUC (G.ucfA Y Bau.mo, 1943: 65-66, lám. VIll) confiere soHdez a La propuesta de la importancia de este
arma en la sociedad ibérica del sur contestano, al tiempo que se representación en los relieves del Cerrillo
Blanco de Porcuna (BLANco, 1987: 405-455; 1988: 1-27
y 205-234) en algunas unidades atribufdas a la facción
de los vencedores (NwuBRU&LA, 1990), no se revela, a
nuestro juicio, como un hecho meramente casual.
La aplicación de decoración a Las falcatas atañe
exclusivamente a las de la Penfnsula Ibérica (ZEvt,
1990: 166-170, n. 0 139/12), sobre todo a partir de la
mitad del siglo rv, aunque escasean los contextos cronológicos realmente claros referidos a las centurias
posteriores.
Al llegar al siglo m son las necrópolis murcianas
del Cigarralejo y del Cabecico del Tesoro las que po·
drlan dar mayor información aunque el conjunto más
claro es el de la .tumba O• de La Hoya de Santa Ana,
con falcata y sombrero de copa (BúNQUEZ, 1990:
275-276) si bien, a partir de esta época, hay documentación plástica complementaria para evaluar el significado de la falcata entre los iberos.
Dentro de la cerámica con decoración figurada del
estilo narrativo de Llfria (B11u.uru y otros, 1954-;
ARANllCUI, 1986: 123-128, y 1987: ll7-122), dos son los
géneros de escenas en los que la falcata está representada: las que se refieren a enfrentamientos guerreros y
las relativas a juegos gladiatorios y venatorios. Entre
las primeras ocupa un lugar privilegiado la del friso decorado del ocvaso de los guerreros» (fig. 2) que, con su
doble formación de seis jinetes precedidos de dos infantes -con falcaia, lanza y cinturón- enfrentados a
cuatro infantes en retirada con scrdum y soliferreum, ofrece un esquema táctico bastante ajustado al que se desprende de la lectura de los autores clásicos'; en él el
personaje principal es el •hoplita» con caaco rematado
en cimera, cinturón, lanza y falcata.
El sombrero de copa de cuello estrangulado del
Cabezo del Tío Pío (Archena) (fig. 3), recientemente
interpretado por Olmos (1987: 21), tiene una ilustración más compleja que entendemos corresponde a lo
que hemos llamado juegos gladiatorios y venatorios; en
él se yuxtaponen un enfrentamiento entre guerreros a
pie con scutum,lanza y falcata; un jinete lancero precedido de dos jabalfes y una lucha entre infante y jinete,
ambos con lanzas, es decir, tres modalidades de combate tal vez celebradas con motivo de las exequias de un
difunto; es una decoración en parte coincidente con la
323
[page-n-334]
C. AR.ANEGUl GA.SCÓ
Fig. 4.-
Fig. 5.-
324-
•Vaso d.t los e4btzOIIJs-, Lllria. S.l .P.
• Vaso dll eombau riJU41-, LUria. S.f. P.
[page-n-335]
PALGATA DECORADA CON INSCR.IPClON lBÉRlCA
del •vaso de los cabezotas• de Llíria (fig. 4). Indeterminada es la composición a la que pertenece el j inete con
escudo y falcata (Jám. VTI) que aparece debajo del borde de una pieza crateriforme procedente del Castro de
La Coraja en la pl."ovincia de Cáceres (Rtvuu1.o, 1974:
358-359, fig. 1, lám. 2, 1), aunque su plasmación en un
lugar secundario del vaso no parece apropiada para la
representación de una composición amplia.
Cuando la escenificación se acompaña de la presencia de músicos, el argumento en favor de su lectura
como juego competitivo cobra fuerza. La urna de boca
ancha de Llíria que fue denominada •combate rituaL.
en el que dos personajes se baten -con scutum y solift"~ y con falcata, respectivamente- al son de la tuba
y la doble flauta (fig. 5), mientras un caballo atiende
al lancero y otros parten, constituye la obra maestra ele
este género. La repre.s entación parece similar a la de
uno de los monumentos funerarios parcialmente recuperados bajo la muralla de Osuna (lám. VIII) (LwN,
1981: 190-193; ATENciA y B ELTllÁN, 1989: 155-167). Estos
juegos tienen también una manifestación interesante
en otro lebes de Llíria llamada de la «danza de guerrero
con falcata.. (MAESTRo, 1989: ñg. 52) en atención al
personaje que encabeza un desfiJe de hombres y mujeres cogidos de la mano (fig. 6) que no es más que una
parte de una .representación más copiosa eo la que no
falta un tuhicen y un guerrero que pona u na sítula ante
un individuo que aparece sen tado.
Los juegos venatorios tienen un buen exponente
en un vaso de La Serreta (fig. 7) en el que se alternan
animales heridos y jinetes coo dos infantes que se enfrentan con escudos, falcata y jabalina, mien tras una
aulista tañe la doble Oauta.
Son testimonios puntuales que hacen lamentable
la pérdida de las pinturas que vio Cabré en Galera
(CABRt, 1920; ABAD, 1987: 213), con escenas cinegéticas.
llustrado el gusto por plasmar estos juegos sobre
vasos cerámicos de los siglos m y u y la dudosa calidad doméstica de muchos de ellos, de capacidad considerable, observamos varias modalidades de lucha: entre hombre con sculum y soliferreum contra hombre con
falcata; entre hombre y animales, o entre jinete lancero
e infante con lanza. En ninguno de estos casos se puede
asegurar que los combatientes lleven casco metálico.
La confrontación entre dos animales, al mod o en que
se presenta en la falcata, sólo puede aventurarse a partir de un fragmento cerámico de plato procedente de
Elx (fig. 8), con j abalf y ganso (¿ave?), aunque tiene
buenos ejemplos en piezas metálicas. La hipótesis de
queJas urnas y vasos que aluden a enfrentamientos hayan sido piezas encargadas• para premiar a los vencedores o para formar parte del ajuar funerario del personaje en cuyo honor se celebraron los juegos -que, en
la lfnea de Jo expuesto, debieron tener una sede importante en &lefa-, sugiere la idea de que las falcatas d e-
coradas de las que tenemos noticia, siempre frágiles,
entren en la categoría del trofeo conseguido tras la demostración de la maestría en su uso, no estrictamente
en el campo de batalla sino en la confrontación entre
individuos adiestrados en su manejo como im mérito
educativo, reconocido especialmente por algunos grupos de la sociedad ibérica de Andalucía y Levante. En
este sentido es indicativo apreciar la dualidad entre caballeros e infantes con falcata, deducible de las decoraciones cerámicas ibéricas y presumible a partir de los
ajuares funerarios, anteriores a éstas, y, por otra parte,
observar cómo la falcata pasa a ser un elemento de
prestigio en manos de personajes con indumentaria civil, como ocurre en el caso de algunos exvotos en bronce procedentes del Santuario do la Luz, en Murcia
{Ml!IIGet.rNA, 1926), en tanto que el caballo se convierte
en un símbolo prestigiado por los exvotos del Cigarraleja o llurco (CuAvRAOO, 1952: 430 y ss.; R oolÚomz
01..1vA y otros, 1983: 751-768), si bien, con e1 paso del
tiempo, esta antigua falcata, ya extendida ampliamente
entre los pueblos celtibéricos -cuyas cerámicas también revelan el tema de enfrentamiento entre guerreros
(AA.VV., 1988: 100)- acaba estando presente en el
campamento de Cácer es e.l Viejo (BBLTRÁN, 1973)
(lám. IX) y siendo un emblema de la pacificación de
Hispania en el reverso de la emisión de P. Carisio, del
25 a.C. (lám. X), aquí con un claro sentido militar.
La asociación de falcatas con sus contextos ergológicos y artísticos nos sitúa ante la evidencia de que es
uno de los elementos de la Cultura Ibérica de más prolongada utilización puesto que aparece en manos de los
iberos durante alrededor de cinco siglos. Atribuir un
significado particular a esta espada no parece que sea
pertinente sin tener en cuenta la evolución de la sociedad ibérica. En esta línea se puede esbozar, para la fase
inicial, el ambiente heróico de su presencia en grandes
frisos escultóricos como los de Obulco (GoNZÁl.eZ NAVA·
RR&Tll, 1987) o, probablemente, Elx; puede seguirse su
estudio en la fase posterior a la destrucción de las construcciones monumentales, pue.sto que abunda en los
ajuares funerarios de todo el siglo tv, en las mismas
necrópolis que sufrieron la eliminación de sus signos
escultóricos, como propios de una sociedad contraria
a aquellas ostentaciones (RoUILLARD, 1988: 331-350) y,
consecuentemente, poco inclinada a los monumentos
figurativos, y, rmalmente, reaparece en la decoración
de estilo narrativo, especialmente ilustrada en Edeta,
con un sentido referencial, por una parte, cuando se
trata de composiciones como la del ocvaso de los guerreros.. y novedoso, por otra, cuando forma parte de escenas de juegos, semejantes a las del monumento de Osuna. Parece que esta fase aglutina temas del antiguo
fondo her6ico y crea nuevas composiciones a la vez
que, en algún caso -Osuna-, recupera .la tradición
de los grandes mausoleo_s. No es sencillo calificar estos
tres estadios consecutivos en términos d e organización
325
[page-n-336]
C. ARANEOU1 OASCÓ
A
e
Fig. 6.-
•Ya.ro
tÚ la
danztl del guerrero 'on faltaJa,, L/lriJJ. S. l. P.
social, aunque es sugestivo pensar en el paso desde una
peculiar realeza con entronque mítico, al estilo de la
descrita para Tartessos (CARO BAROJA, 1971: 55-159),
hacia una hegemonía de castas guerreraa, bien representada en necrópolis como El Cigarralejo o Baza
(Pus1!oo, 1982), en las que las esculturas - muy
escasas- hao desaparecido del paisaje funerario para
refugiarse en el interior de las tumbas. Esta segunda
etapa podría coincidir con la preponderancia de las tribus, cuyos nombres conocemos por los textos clásicos,
(oretanos, bastetanos, contestanos ...), que traducen un
sistema de territorialización y jerarquías autónomo.
Hacia el siglo m se puede presumir que exista un sis·
tema de asambleas de principaúr, hasta cierto punto
acorde con los relatos de la Segunda Guerra Púnica
que hacen referencia al secuestro de rehenes de hijos
de familias notables como medio de presión (Polibio m , 97-99). Entre las fases. primera y segunda hay
una ruptura violenta (destrucción de las esculturas),
326
mientras que entre la segunda y la tercera se da una
evolución gradual.
A partir del segundo momento situamos el desa·
rroUo de j uegos gladiatorios y de M&ationes entre los iberos (VJLLE, 1981: 49·50), lo que supone proponer un
rasgo cultural equiparable al documentado e.n ambientes itálicos, singularmente entre los etruscos, samnitas
y oscos, y adentrarse en el conocimiento de una cultura
que desde el siglo v a.C. experimentó diversos cambios y alcanzó logros visibles en sus creaciones artísticas, sólo comparables a las ocurridas en escasos ámbitos influfdos por la civil.ización clásica. Supone,
asimismo, ampliar las bases de interpretación del ritual
funerario ibérico dejando entrever un nuevo sentido
para juzgar la duplicidad de juegos de armamento en
tumbas, con expresión plástica en ciertos temas figurativos del arte ibérico de baja época, distanciándolos de
la relación con los episodios de la conquista militar romana para interpretarlos como reflejo de acontcci-
[page-n-337]
FALCATA DECORADA CON INSCRIPCION IBÉRICA
Fig. 7.-
Vaso tú La Smt/4 (.4.koi). Museo C. Vistdi>, .4./coi.
Fig. 8. - Fragmnt.IIJ ihlrico tú Ebt (Un:ioersidad tú Burdeos)
327
[page-n-338]
C. ARANBGUI CASCÓ
• ta~
* má.rdl 5
1. - NUJ#olis di ~ Coru (Empúriu)
2.- N«r4polis di Cobma (M/Jlard)
3. - Pobl41k ;k La Prdrrra di Vall.fogoM (&J4cwr)
~.- Nw-4polis di La Sqliwlla (Aiaa/4 di Xiom)
5.- Nm4polis di ús Sitgu ('lbrn En I»miNc1l)
6.- N«rdpolis di OtkJI (La Viill tl'Uixb)
l - Poblado dll l'WII41 dds LJqps (Olocau)
8. - {?) FinuJ di La Jimnrll (SiMTt41')
9.- Neerdpolis di E1s Eboú (AÚIÚii4 di Oari4t)
JO. - Pobl41k di L4 CfiDa.IJ4 (A/haida)
11.- Nw4polis di EL G4Stdlar (Oii~Ja)
12.- Nmójlfilis di La HDJil di Stwa Au (CIIindliJJA)
13.- Pohl41k IÚ El A.mtu;fo (.&twl#)
U . - N«r4po/is de El~ (Hdlltt)
15.- Ntmpolis di CoimhrtJ dll .Ban~J~~UJ ..{1!Úll) (J11111iJIA)
16.- Ntetópolis di La SnTt/4 (11/&qi)
Tl- PoblaM di FJ. Xarpolar (Martarit/4)
18.- (?) NooJJa
19.- Nmdpolis dt La AIJJujm/4 (A/Í&I»JJl)
20.- Nterdjlfilis tÚ ~ LMuro (G114rtkzmar tÚi Stf•m)
21.- N~olis dt El Cigti1'1D4)'q (M111tia)
22.- N«r4poois tÚ El Csbtz0 tltJ. TitJ PitJ (Arehl114)
23. - Nmójlfilis di El Cab~ tltJ. 7botiJ (Muma)
2~.- NmófJD/is tÚ Los N idiJt {MJmia)
25. - Nmójlfilis de Vi!Jari&or (Alnurfl1)
26.- Neerdpolis di Cástula (LiMm)
2l- Nw4polis tÚ 73ya (Pral di Bamo)
28.- N«rdpolis di 7J¡gia (CaskiJ4tVS di CAtJ)
29.- Nmópolis di L4 GU4Ttli4 (Gtdlrd)
30. - Nmópqlis t1el Cmo dll &uúllfJrio (lJIJZfJ)
31.- Ntcrdpolis tltJ. MiraJM di Rrila'NÜJ (GraruJt!a)
32.- N«t6polis tú /1/Qra
33. - Ntetópolis di ws Co//4dt¡s (J.brutliniJIA)
31.- Ntetópfilis ú Cdrbula (AI&a/4 dll R/IJ)
35.- GmrtpfJ11IIIIJIJ di GJartt ti Vúio
36.- M 111m ProDiMi41 di Lu¡o
3l- l'obúJtiD dll Afio C/uJdft ('lirutl)
38. - N«rdpolis di Q,tillloNu di Go1'71l/U (Sori4)
39.- Nmdpolis di Tdl:.ar (J0114Dz)
~0.- N«rdpolis di A.l&dtn JtJ Sal (S.Iríbal)
~l.- N«rdpolis di FUIIIú Tqjar (C4rdoba)
~2.- Nurdpolis ú Al&a/4 la RttJ1 (JIJ/n)
~3.- Ntt,¿polis ú Tkar (Modln)
14. - Nempolis di A«i (Guo.!Jjx)
4.5.- Poblado t4 La B4Stitla t4 kt Aleusu (Moiunt)
!6.- (?) Bo/IJaik
n - (?) Buñd
18. - (?)Partida !U Eú 7hrm (44ddia tÚ CrupíttS)
19.- Nw4polis dtl CArral dt &111 (MDÜtnll)
50.- (?) Büorp
51.- Poblado di SaJt ÁIIIIJrrÍIJ di CU.V:tíU
.52.- Nmdpolis de J.scóbriga (Monual tÚ Atita)
.53.- Neerdpolis di Car®w (~a)
51.- N«rdpolis t4 Lix4mtJ ($Mj4)
5.5. - Nmdpolis !U La
(ÁDil4)
56. - J'ob/4dt¡ di llÁÚIÚii4 tl'Ebc
57.- Nttrdpoli.s dtJ hNal dt Salinas (Vilúna)
58.- Cmrtinr141 (7lruli)
o-a
Fig. 9.- Distrihudón tú Mllugos tú fokaiM m la Pminru.la l hirüo.
328
[page-n-339]
FALCATA DECORADA CON lNSCRlPClON IBtRICA
mientoa propios de la vida colectiva de las comunidades ibéricas. En esta fase helenística es casi inevitable
la alusión comparativa a las informaciones derivadas
de la literatura latina, o de las artes figurativas de los
pueblos itálicos, ya que son o bien las únicas o las más
abundantes de que disponemos. Al leer la descripción
del munus que Publio Escipión dispuso en Cartagena en
honor de su padre y de su tfo en el 206 (Liv. XXVITI,
21; Sil. Itálico, Pun XVI, 527-5+8; Zonaras IX, 1) en
el que dos hermanos se jugaron d4 jnin&ipaJu r:WilaJis,
como recoge Ville, o al conocer, por otra parte, la exis·
tencia de aqueUos ..hermanos Arvales» (Sc~am, 1975)
que, siendo también soldados, entonaban un himno indescifrable en las fiestas de Ceres, se encuentra un ambiente transponible a las composiciones figurativas de
la cerámica de LHria, aunque esa comparación deje espacio para una manera ibérica de hacer y representar,
original en el contexto mediterráneo.
ADDENDA
Finalizado este estudio, hemos tenido ocasión de
examinar las falcatas halladas en la necrópolis ibérica
de La Serreta (Alcoi), conservadas en el Museo Camilo
Visedo, apreciando el hallazgo de varios ejemplares
con decoración argéntea y, especialmente, una pieza
procedente de las excavaciones de 1990 cuya decoración, de nuevo, presenta rasgos idénticos a los de la pieza objeto de publicación. El contexto cronológico de
esta nueva falcata es del siglo rv a.C. Agradecemos a
los conservadores del Museo de Alcoi la gentileza de
habemos mostrado la pieza.
NOTAS
o
Estudio reali~do dentro del proyecto lmtJPII, M iltJ y &eü-
da,d m 14 Cubum 16/rW, subvencionado por la C lCYT.
• La vendedora uegura haber hallado ca..u&lmente estu arma.s en El Rabolero de 1brres-Thm:., pero la c:onlirmacióo por parte de: la directora del Museo de Teruc:l de ha~rsc:le ofert1ldo las mis·
mas pieua en 1985 atribuyendo entonces el ballugo ala provincia
de Soria, dc:sc:arta la posibilidad de confirmar su procedencia, 16lo
deducible de tu tipo.log{a y área de ditpenión general.
s Homero, llf4.tl4 V, 782-3: •Cuando llepron al sitio donde
estAba el fuerte Diomc:des, domador de caballos, c:on los mb y mejores de loa adaHdc:a, que: pareclan &4Ttl~ros ~MS ojG!Jtúit.s, cuya fuc:n:a
ea grande, se: deruvieroOJo.
• Esta pieza, hallada en 1899 en el sector en que se encontró
la Dama d'Elx dos añot antes, fue publicada por Sandan quien la
atribuye, err6neunc:nte, a Osuna. Se conserva en el M .A.N . desde
au regreso a España en 194t
• E1tr. 111, 4, 15: •.. .los íberos en 1u1 guerras, han combatido,
puditnmoa decir, como guerrilleros, porque, luchando al modo debandoleros, iban armados a la ligera y llevaban 16lo, c:omo hemos dicho
de: los lusitanos, jabalina, honda y capada. La iolantc:ría llevaba tambi~n meuladu fuerzas de caballerla.o. Eltr. IV, 4, 2: • .. .los fberm admininran y dctmc:nw:an la guerra, atacando unos por u o lado y OtrOs
por otro, a l.a DWlc:ra de bandoiCl'OI>I. (Venión de Garc:la y Bellido).
• .El hecho de que varias •c:opu grandes con pie: indicado•
de Lllria y algunos eombreros de c:opa airvan de soporte al arte
figurativo, con composiciones narrativu, confiere a la cerámica
la categoría de: vehículo de: un lenguaje: intencionado, c:ompn:naiblc:
en el contexto de la sociedad ib~ric:a que los real~ó. tal vez, como
elementos propios de laa celebra ciones a que aludimos.
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LA INSCRIPCIÓN DE LA FALCATA
Sobre el canto posterior de la hoja de la falcata,
a unos 7'5 cm. por debajo de la empuñadura, está grabada una inscripción ibérica, es decir en escritw;a ibérica del tipo levantino, de c. 6 cm. y formada por nueve
caracteres de 5 a 7 mm. de altura, el último de ellos
muy borroso (fig. 1, lám. VI)1• La lectura no presenta
excesivas dificultades, aunque sí un par de puntos dudosos. Los dos primeros slgnos podrían hipotéticamente ser dos parejas de signos solapados, lo que implicarla
una lectura kellu:l, o tal vez kenkel o keikel, pero me
parece más atendible la interpretación que voy a mantener. En principio propongo kekebeateekiarte, supo·
niendo que el tercer signo, para el que no existen paralelos realmente indiscutibles pero s{ aproximados, sea
330
el grafema bt, y admitiendo la lectura te para signo fi.
nal que parece segura aunque esté dañado, y suponiendo también, lo que no es en absoluto seguro ni siquiera
probable, que la inscripción legible hoy día sea la totalidad de lo en su día grabado por el escriba ibérico, y
que la degradación superficial del hierro no haya hecho
desaparecer por completo algunos signos. De hecho
desde el comienzo del canto de la hoja -el mango es
demasiado estrecho para haber estado inscrito- hasta
el comienzo de la inscripción hay c. 10'7 cm. en los que
se ha perdido el material superficial que sí pudo estar
inscrito, incluso puede considerane muy probable que
hayan existido al menos algunos signos previos a lo hoy
conservado, ya que se ve el final inferior de un trazo
[page-n-341]
FALCATA DECORADA CON INSCRIPCION ffiÉRlCA
vertical que precede inmediatamente al prime.r signo.
En cuanto a la parte final no ser(a imposible, aunque
tampoco se advierten restos, que hubiesen existido uno
o dos signos más. En cualquier caso la inscripción contaría con un sintagma nuclear que es el que se nos conserva, y que como veremos tiene abundantes paralelos
en la epigrafía ibérica. La única modificación de importancia que podría aportar al análisis propuesto una
mejor conservación del texto afectaría al N(ombre de)
P(ersona), que podría ser otro del aqu{ considerado.
Hay que subrayar en cualquier caso que desde el
punto de vista paleográfico se trata de una inscripción
bastante peculiar. Los paralelos que he podido recoger,
prescindiendo de los signos ki, a y r , cuyas formas son
demasiado banales y por lo tanto poco significativas,
son los siguientes:
ke: aparece dos veces en la falcata ambas con la
misma forma; de las distintas variantes en que está
atestiguado este signo en la escritura ibérica' hay una
muy próxima a la que encontramos en la falcata
-Epigrajfa 41, n.0 26.5, atestiguada en Ensérune
B.l.13', Liria, inscripciones cerámicas 7 y 70, y
plomos•, Orleyl 5', Enguera•, y tal vez Serreta 61- ;
en ella ambos extremos de un semicírculo se prolongan
más allá de la línea vertical que le cierra, mientras que
en la falcata el extremo inferior no traspasa la linea
vertical y el superior se dobla ligeramente hacia abajo,
pero la estrecha relación de ambos tipos es evidente.
be: se trata de un signo único, y su lectura no puede considerarse segura. Las variantes de ót
-Epigroj(a 37- que se le aproximan, y que me llevan
a adoptar esa interpretación son la n. 0 18.2 y 18.11, variantes respectivamente redondeada y angulosa de un
signo que aparece no sólo en diversas formas intermedias sino también en distintos grados de alargamiento,
de las cuales las más próximas al signo de La falcata se
encuentran en Pech-Maho -B.7.5' y el segundo de
los plomos'-, y Ruscino - B.8.20-. Una forma próxima, pero con sólo dos ap~dices superiores en vez de
tres, está atestiguada en la versión redondeada en la
inscripción cerámica Liria 62, y en dos variantes de la
angular, en el plomo de Las Corts10 -Epigrafta 37,
n .0 18.12-, y en la estela de Beoasaltt y dudosamente
en un grafito de Azaila 1~ -n.0 18.13-. Es curioso que
en Villares, inscripciones 4, 6 y 7°, está atestiguado
un extraño signo muy próximo al que ahora comentamos, pero como allí tiene claramente el valor h, que
en la falcata está con seguridad representado por otro
signo, hay que atribuir el parecido formal a simple
coincidencia.
1: este signo corresponde a una de las variantes
más comunes en ibérico -Epigrafta 36, n.0 14.1-3 y
10-, con la única salvedad de que normalmente aparece en realizaciones angulosas. El tipo eurvil.íneo que
encontramos aquí está también atestiguado en Liria,
inscripciones cerámicas 3, 18, 21, 52, 57, 75 y plomo,
en Villarea 6, en Pech-Maho, plomos 3a y 4 14, en
Ullastret -Epigrafo pp. 130-131, n. 0 226, plomo-, en
CasteU de Palamósl) y en El Solaig 1' .
te: un caso seguro y otro casi seguro. Pertenecen
a la variante menos común - Epigrafo H , n. 0 32.4 y
5-, en la ql.le el círculo o rombo está atravesado por
un solo trazo y vertical. Este signo está atestiguado en
el plomo 3b de Pecb-Maho, en donde sin embargo se
trata de un rombo a diferencia de la falcata, y en forma
plenamente coincidente con la que nos ocupa, es decir
círculo con trazo central vertical, en Liria, inscripciones cerámicas 53, 70 y 75, y Orleyl, plomo 8n.
e: los paralelos exactos habría que buscarlos fuera
del área propiamente ibérica, por ejemplo entre los celtíberos, pero ateniéndonos a ésta se pueden señalar formas cercanas a la de la falcata, aunque no idénticas.
Las variables del signo afee.t an al número de trazos horizontales, a su inclinación hacia arriba o hacia abajo,
y a la prolongación o no del trazo vertical más allá de
los horizontales superior y/o inferior. En la falcata tenemos cuatro trazos horizontales, con inclinación hacia abajo, y sin prolongación del tallo vertical; las formas ibéricas más próximas tienen tres trazos
horizontales sin prolongación del vertical e inclinados
hacia a.rriba -Epigrafw 28, n.0 2.2: Liria, inscripciones cerámicas 11, 40, 55, 75 y 90, plomos de Ullastret
(Epigrafo 28, n.0 225 y 226), Castell de Palamós y estela
de Caspe1' - , cinco trazos horizontales inclinados bada abajo y sin prolongación del vertical -vaso de
Ullastret, n.0 2576 del inventario del Museo-, y tres
trazos horizontales inclinados hacia abajo con prolongación inferior del vertical -grafito de la colección
Angosto Garda-Vaso en el Museo de Cartagena1• - .
Los resultados de la comparación paleográfica no
arrojan resul tados claros; no existe ninguna inscripción, y menos un grupo defmible y con unidad cronológica o de origen, que presente una combinación de
signos semejantes a los de la falcata, y los paralelos aislados de cada signo proceden de lugares diversos y tie~
neo fechas también variadas. En realidad esto no debe
sorprendemos porque cuando salimos de ciertos grupos relativamente coherentes, en especial las monedas,
la paleografla de las inscripciones ibéricas muestra tan-
ta diversidad como la de las meridionales. Debieron
existir variantes locales y cronológicas bien defmidas,
aparte de estilos puramente individuales, pero a falta
de información suficiente y de estudios de los textos
que poseemos desde este punto de vista, no podemos
sacar conclusiones significativas, y habitualmente no
estamos en condiciones de adscribir un texto a una
zona o a unas fechas partiendo del estudio paleográfico. Éste es desde luego el caso de la íalcata.
La interpretación del texto resulta por el contrario
menos desesperada de lo habitual en las inscripciones
ibéricas. Propongo una segmentación klktóts· ü-eldar-te,
basada sobre todo en el vocablo bie.n conocido tkiar, y
331
[page-n-342]
J. DE HOZ
que implicaría un N(ombre de) P(ersona) lukebes, seguido de un sufijo -le, del vocablo mencio.n ado y de un
nuevo sufijo.
La existencia de un NP ibérico keltebes no resulta
evidente; no est~ atestiguado en el repertorio de NNP
ibéricosto, y no es seguro que pueda ser descompuesto
en elementos aproximables a los que se combinan en
ese repertorio, pero a la vista de los contextos en que
aparece tkiM, y que veremos enseguida, y dada labrevedad del texto, me resulta dificil de aceptar cualquier
otra interpretación.
De tratarse efectivamente de un NP cabrfan d iversos análisis sin salirnos, por obvia cautela, del esquema
ibérico usual, es decir nombre comp uesto de dos ele·
mentas, habitualmente bisOabos. Podríamos pensar en
un primer elemento no atestiguado hasta la fecha, kelte,
seguido de un segundo, (i)bes, que serfa una variante
del n. 0 58 del repertorio de Untermann (ibti.r, ibef).
Una s.e gunda p osibiUdad algo más aventurada nos proporcionaría dos elementos ya atestiguados, el n.o 50
del citado repertorio, atestiguado exclusivamente a través de la latinización ENNEGES d el NP de un soldado
de la lurmiJ saliuiJGna, cuyo segundo elemento corresponderfa en escritura ibérica a •ekes o posiblemente •t~u, y
el n.o 74, atestiguado en escritura latina como GIBAS
y en ibérica como kibas y kiboJ. El problema de esta segunda interpretación es que debemos suponer una haplografia, o incluso una haplología, • -tlu-kihes > elrlsbes,
y que nos deja un residuo no analizable como parte del
NP, que tendríamos que interpretar como un p refijo
k(e)- de función absolutamente desconocida pero paralelizable al menos en casos como el k-bailes de
Yátova 12'.
Poco problemático es por el contrario el sufijo -tt,
que está bien atestiguado con NNP~, y que como veremos al hablar de los contextos de ekúJr es frecuente
en las cercanías de ese vocablo.
La clave de la interpretación reside precisamente
en tkiar". Se trata de una de las secu encias más repetidas e.n la epigrafia ibérica, y lo que es más significativo, de una secuencia atestiguada sobre documentos de muy diversa mdole, lo que multiplica las
posibilidades del análisis comparativo. Recientemente
Fletcher ha recogido los testimonios en un trabajo
muy cuidadoso'., en el que se contiene también la
historia de la ~terpretación del términou. De todas
formas, y para mayor seguridad en los resultad os, he
reunido mi propia colección de testimonios que contrastada con la de Fletcher ofrece muy pocas diferencias; de un lado añado la inscripción de
Caminreal", aún no publicada cuando Fletcher realizó su trabajo, y de otro suprimo algunos ejemplos
de Fletcher, en concreto las inscripciones de Sinarcas,
del rhyton de Ullastret, de Aubagnan, y los n. 01 56
y 90 de Liria, que no me parecen suficientemente
seguras, en la mayor parte de Jos casos por tratarse
332
de secuencias incompletas, en Sinarcas por dificultades de lectura, y en Ullastret porque en vez de r encontramos f.
Aun con esas supresiones contamos con dieciocho
ejemplos de textos en que figura tkiar, en algunos de
los cuales veremos que se repite el vocablo. En cuanto
a la inscripción n. 0 40 de Liria, que está evidentemente constituida por varios textos independientes, la incluyo tres veces en la cuenta.
Atendiendo a los soportes las incripciones se distribuyen de la forma siguiente: inscripción sobre falcata que aqu{ comentamos, inscripción sobre punzón de
hueso de Peña de las Majadas, es decir dos inscripciones sobre objetos de uso, inscripción sobre plomo de
El Solaig, leyenda monetal d e am, inscripción musivaria de Caminreal, y trece inscripciones cerámicas de
las que una procede de Los Villares y las restantes de
Liria, y que con la excepción del o. o 34 + 80 de Liria,
incisa, son inscripcione.s pintadas.
La carpeta de tkiar comprende, aparte la falcata
aqu{ presentada, los sigu ientes textos:
Punzón de hueso de la Peña de las Majadas con
inscripción incisa que podrfa no estar completa27:
nefsetikaotekiarYi [.
Moneda de arse (Sagunto), leyenda en reverso
A.33-2: corresponde a las series en plata más antiguas
de la ceca (Villaronga) o más probablemente a las que
siguen tras la primera acuñación (Un termann, y vid.
infra)8 :
arsakiskuekiar/arseetar.
Mosaico de opus signinum que cubre la totalidad
del suelo de una estancia, abierta al atrio, en una casa
d,e estilo helenístico del yacimiento celtibérico de Caminreal (Teruel), fechado por los excavadores entre la
segunda mitad del siglo n a.C. y el primer tercio del
siguiente, con inscripción tambi~n musivaria, situada
de forma que fuese legible desde la entrada de la estancia, y enmarcando por un lado el medallón central del
mosaico29:
.likinete:ekiar :uske.fteku.
Plomo procedente de El Solaig (vid. n_0 15), línea
2. • de la cara A:
iunstir:ekiartone:bele < s> tar:senYfun:etesilif.
Inscripciones sobre cerámicas de Liria, todas ellas
pintadas excepto un grafito que se señalará en su mo·
mento, y todas ellas sobre vasijas del llamado e.stilo de
LiriaJO:
Liria 1: sobre el ala de un kalathos:
]ban:unskeltekiar:ban:[.
Liria 8: sobre el borde de una copa de pie bajo:
[page-n-343]
FALCATA DECORADA CON INSCRlPClON mÉRICA
ebifkiáaleikukitekia[ r .]fkeiabaf : ketin(?)ofakafkuta.kefeki (?)ulkersibertekitete.
Liria 9: sobre el ala de un kalathos:
]bankufs:kafesbanite:ekiar:saltutibalte:iumstif:toli[ rbi ]tane:bassumitatinife.
Liria 16: en la parte superior de una tinaja, inscripción horizontal bajo decoración de dientes de lobo
y sobre escena figurada:
tuse[?]tia:ka(?)kuekiar[ Jkemiekiar.
9q.)lkarte: ekiar[ ..
Algunos de esos textos se prestan más que otros
a un primer análisis, pero en casi todos ellos se puede
llevar la segmentación un poco más lejos de lo que indica la mera ortografía ibérica, como se deduce de los
análisis que siguen:
falcata
Peña Majadas
arse
Liria 18: en la parte superior de una copa de pie
bajo, bajo bandas y sobre escena figurada:
]Ybankusekiar:biuftite[ ]besuminkuekiar motivo decorativo en forma de espiral- YbafkusbanYbafkuá.
Liria 24: en el borde de un kalathos:
~] ~ekon:ekiar(?)[ (realmente se lee ekiaku, pero dado
el parecido de ambos signos podría tratarse de ekiM).
Liria 34+80: grafito inciso en el borde de un kalathos que contiene otro grafito (Liria 79), más superficial y al parecer de otra mano, invertido con relación
al 34+80:
.. ]rbante[ "Q.-(-) ~]arbaniYbafe.
Cam.i nreal
El Solaig
Liria 1
Liria 8
ZM
Liria 9
Liria 16
Liria 18
Liria 40.1: en la parte superior de una tinaja, bajo
bandas y sobre escena figurada:
. ]baserte: bonan ti te:Ybafte:bortebara:kafesirteek:iar:banite:kaf[(?).
Liria 40.3: en la misma tinaja, con desarrollo perpendicular a partir de la base de 40.1, entre dos figuras
de jinete:
ebifteekiar.
Liria 40.9: en la misma tinaja, desarrollo vertical
entre las patas de un caballo, con ekiar escrito por falta
de espacio en lo que llamaríamos •sobre bilcin. si la inscripción fuese horizontal:
kafesbobikir/ekiar.
Liria 70: inscripción integrada en la decoración
fito y zoomorfa de un fragmento :
] yniske(? )ltekiar:kins_i[.
Liria 76: siguiendo el borde de la tapadera de una
tinajilla dentada:
](?)k i skef:e ~j~f: bankebefe j Yl.>~f [- ](?):
baltu§er:ban:
[nscripción pintada sobre el borde de una tinaja
pequeña de Los Villares (Caudete de las Fuentes, Valencia) (vid. n.0 12):
NP-te-ekiar-te
NP"-te-(e)kiar-Yi[
arsakisku -ekiar/N (ombre
de) L(ugar)-etar(arsakisku
es problemático; podría
tratarse del NL ars(e) seguido de sufijos diversos,
o de un NP solo o seguido del sufijo -.tun).
NP-te:ekiar:NL-ku"
X :iunstir:ekiartone:NP:Z '•
]han: NP-( e)kiar: han:['$
ebif-kisaleikuki -te-(e)kiar-
Liria 24
Liria 34+80
Liria 40.1
Liria 40.3
Liria 40.9
Liria 70
Liria 76
Villares 1
X:kafes-ban-ite:ekiar:NPite:Z37
X :kaku-ekiar-[ ]kemiekia.r"
)Yban-kus-ekiar:biuf-tite[
]besumin-ku-ekiar Ybafkuá-ban-Ybaf-kus"
e]kiekon:ekiar[..
X-[e]kiar-ban-i-Ybaf-e..
X :kafes-irteekiar:ban-ite:Z•1
ebif-te-ekiar"
kafes- NP-ekia~
]NP-(e)kiar:Z"
]kiskef:ekiar: Z 46
-ba]lkar-te:ekiar41
De los análisis que preceden se deducen ciertas
observaciones generales sobre el comportamiento de
ekiar. En primer lugar que la forma propia del vocablo
ibérico es ekiar, y que la variante úkíar resulta siempre
de la fusión gráfica de un elemento terminado en -14,
normalmente en el sufijo de esa forma, y ekiar; dado
lo poco que sabemos de las reglas que justificaban la
separación o contracción de elementos lingüísticos en
ibérico, y las incoherencias que en ese terreno parecen
observarse, no podemos sacar conclusiones de estos hechos, pero s{ conviene subrayar la coexistencia de casos
como unskeilekiar, ebifteelciar y Weshanile:ekiar.
En segundo lugar es significativa la frecuencia de
los casos en los que elciar se encuentra junto a un NP,
al que normalmente sigue.
333
[page-n-344]
J. DE HOZ
Hay ciertos sufijos que se añaden a palabras próximas a tlcw o al propio tkio.r. -Yi acompaña a tlcUJr en
Peña de las Majadas; -ku figura en Caminreal, posiblemente en la leyenda monetal, tal vez en Liria 18, y muy
improbablemente en Liria 1641 • Pero mucho más significativo es el caso de -u, que aparece en la falcata,
en Caminreal, en Peña de las Majadas, en Villares, y
en Liria 8, 9 (?, forma -iU?), 40.3 y tal vez 40.1 49 •
Tanto en la falcata como en Caminreal, Peña de las
Majadas, Villares, y quizá Liria 8 -te se une a un NP
que precede a ekiar, y en la falcata retorna una segunda
vez al parecer unido a ese vocablo. En los restantes casos observamos un cierto paralelismo con e1 esquema
NP-te tkUJr, y también entre sí; el tbif-u-tkiar de Liria 40.3 recuerda el tbif·kilaltikuki-te·(t)kiar de Liria 8,
en el que como vimos no hay seguridad de qut: kiJaltilcuki corresponda a un NP, y ko.fes-bo.n·iU:tkiar de Liria 9
recuerda a ko.fes-irte-ekio.r:ban~ite de Liria 40.1, aunque
no sabemos sí seda correcta una segmentación -ir-u.
Por último hay ciertas secue.ncias que pueden pertenecer al léxico o al repertorio de palabras gramaticales ibéricas, que aparecen también reiteradamente en
las proximidades de tkiar; es el caso de ebif y ko.fes ya
citados, y de han y hanite, el segunto tal vez ampliación
del primero. ehif es término sólo atestiguado en nuest ros ejemplares de Liria; respecto a ko.fes hay que añadir
de entre los materiales que aquí estudiamos el kafesbohikifekio.r de Liria 40.9, y además ko.festo.reai del plomo de
Orleyl ?AMJ, que se puede segmentu en kares-to.r-eo.r•.
El análisis combinatorio no permite avanzar gran
cosa en la interpretación de los textos tkiar, pero la variedad de los soportes sobre los que aparecen abre ciertas esperanzas de que el estudio comparativo de inscripciones comprensible.s de similares características
arqueológicas, a menudo denominado con excesivo optimismo método de los casibilingües, aporte algún progreso a la investigación.
Como ya he dicho contamos con textos sobre objetos de uso, sobre plomo, sobre mosatco, sobre cerámica,
y con una leyenda monetal. Podemos precisar un poco
más e indicar que los objetos de uso poseen ciertas pretensiones artísticas y pueden ser considerados suntuarios en el Cll$0 de la falcata o semisuntuarios en el del
punzón, y que con raras excepciones las inscripciones
cerámicas están pintadas en vasos decorados, y ocupan
una posición característica, bien sea en el borde o ala,
bien por encima de las escenas pintadas y bajo bandas
o dientes de lobo que decoran la parte Sl.\perior del vaso;
aun teniendo en cue.n ta el mayor número de inscripciones en esas posiciones mencionadas que intercaladas en
tas escenas, puede ser significativo el escasísimo número
de inscripciones tkiM de este último tipo.
Un primer paralelo que resulta evidente para un
tipo de inscripción que aparece a la vez sobre objetos
artesanales de valor, sobre mosaicos y sobre cerámica
decorada con pinturas son las fumas de artista de la
334
epigraffa clásica, y la habitual presencia de u,n NP junto a elciar hace particularmente tentadora esta
interpretación51• Es cierto que los paralelos corresponden a fechas diversas, y que una influencia directa del
uso clásico no parece probable más que en el caso del
mosaico, pero también lo es que se podrían citar para·
lelos de muchas otras culturas, y que más que pensar
en términos de imitación debemos hacerlo en términos
de respuestas similares a situaciones similares. Es significativo en ese sentido el que todo el complejo de las
cerámicas pintadas de Liria, con sus escenas y sus letreros, tenga su mejor paralelo en la cerámica griega
arcaica sin que exista por supuesto ninguna relación
directa.
De aceptar el paJ:alelo de las firmas de artista ten·
drúunos que atribuir a ekiar el sentido de «hizo» -o
«autor» o similar- o «hecho». En el primer caso sería
necesario que el vocablo fuese acompañado normalmente por un NP que expresase el agente de la acción;
en el segundo, según las marcas gramaticales que in·
terviniesen, un NP presente en el contexto podría indicar el agente -«hecho por»- o el beneficiario ••hecho para»-, no tratándose por lo tanto de una
auténtica fuma de artista si sólo apareda esta segunda
formulación. En ambos habría que suponer que en
aquellas inscripciones en las que no hemos podido
identificar un NP, éste debe figurar en el contexto t:n
forma pua nosotros irreconocible o se ha perdido por
desperfectos de la inscripción.
Hay sin embargo algunas objeciones que se pu.eden plantear a la hipótesis de la firma de artista. Como
he dicho tkUJr aparece en los vasos de Liria en inscripciones que ocupan una posición peculiar y en cierto
modo destacada, como referencia a la totalidad del recipiente, lo cual podría ser un indicio en favor de la
hipótesis que ahora consideramos, pero en la tinaja de
las inscripciones n. 0 40, además de la 40.1 que responde al tipo normal, apuecen otras dos inscripciones tkiar
(4-0.3 y 40.9) integradas en las escenas pintadas, y que
por lo tanto esperaríamos, a la vista de los mismos paralelos griegos, que correspondiesen a títulos aclaratorios de las ilustraciones. Además, aun suponiendo que
pucüésemos llegar a interpretar como NNP los segmentos que preceden a ek.W.r en esas inscripciones, nos encontr ariamos con tres artistas diferentes en un mismo
vaso, lo que sin ser imposible no parece nada probable,
o en el mejor de los casos con dos artistas y el beneficiario. Una objeción simiJar viene dada por la existencia
de inscripciones en las que en el mismo contexto se repite la palabra ekiar.
Una tercera objeción se deriva de la no repetición
de NP en ninguna de las inscripciones de Liria que nos
interesan,'. Se admite comúnmente que la cerámica
de Liria er a un producto especializado de algunos talleres, y que tenía una amplia comercialización; se admite también que su arco cronológico no abarca un
[page-n-345]
FALCATA DECORADA CON INSCRlPCION lBÉRICA
gran número de generaciones. Serfa de esperar por lo
tanto que el número de pintores y cerao:üstas ac~vos
no fuese muy alto, y q:ue el azar de la excavación nos
hubiese proporcionado alguna .,firma.. repetida. Naturalmente este argumento no es decisivo, entre otras cosas porque la variedad d e estilos paleográficos que encontramos en las inscripciones es considerable.
En cuanto a los soportes de las inscripciones, sólo
dos no apoyan directamente la hipótesis en consideración, el plomo de El Solaig y la moneda de Ane. En
cuanto al plomo, dado su carácter de mero soporte de
escritura, su contenido p uede ser de lo más variado desde el punto de vista tanto gramatical como léxico, y no
es en absoluto improbable que en él figu rase una expresión que significase tc1lecho11 o «hizo,. o algo similar.
El caso de la moneda parece más difícil a primera
vista, y sin embargo en él nos encontramos con un
inesperado apoyo a nuestra hipótesis. Partiendo de argumentos puramente numismáticos y con anterioridad
aJ conocimiento de la falcata, aunque tomando ya en
consideración el mosaico de C aminreal y la cerámica
de Liria, María Paz Garcfa-BeUido ha propuesto recientemente una interpretación de la leyenda monetal
arsalciskuúciar como «Obra de Arse,. o similar" , aunque
advirtiendo de nuestro desconocimiento del valor gramatical de los elementos intercalados entre la base -ars
y el vocablo ekiar que podría obligarnos a matizar ligeramente el senúdo. Los argumentos numismáticos son
· los siguientes. La serie en cuestión pertenece según la
autora citada al periodo de dominio p6nico en Sagunto, es pues una emisión en lengua indígena pero bajo
administración p6nica, lo que explicaría ciertas pecuUaridades como la existencia de divisores en bronce y
la metrología de éstos, y el que la escritura de la leyenda, a diferencia de las restantes saguntinrus, sea en ciertos casos levógira. Existen abundantes tesúmonios en
cecas p6nicas hispanas -Gadir, Sexi, Asido-, africanas y sicilianas de la leyenda p'l acompafiada por el
nombre de la ceca emisora, lo que se traduce por ..hecho/acción (acuñación) de (los ciudadanos de)...», y
que reaparece en Bailo en fecha posterior en escritura
laúna bajo la forma FAI..T. La ingerencia púnica en las
acuñaciones de Arse durante ese periodo implicar(a la
utilización de una fórmúla ajena a la tradición indígena y propia de la numismáúca púnica, pero traducida
al ib~ rico por medio de ekiar. Conviene subrayar que,
de ser cierta esta atracúva hipótesis, dificflmente podría ser analcis(ku) un NP de persona como he sugerido
antes, ya que no hay ningún paralelo de La fórmula púnica con un nombre de magistrado.
En todo caso la leyenda saguntina no constituye
ningún impedimento a la hipótesis sobre tkiar que venimos considerando, y que resulta en conjunto bastante
ve.rosfmil, aunque desde luego no demostrada. Sus dificultades mayores son las ya mencionadas a propósito
d e las vasos de Liria,
Esas o:üsmas dificultades se d arían, e incluso más
severamente, en el caso de dos hipótesis alternativas,
la traducción de tkiar como «dedicó, donó/dedicado, donado .. o como «propiedad de... Ambas impJicarfan además la dificultad adicional de que, tratándose de inscripciones cerámic.as pintadas y no de grafitos, habrla
que suponer que todos los casos tkiar impücan obras de
encargo previo a la fabricación del vaso, lo que no es
imposible pero sí muy poco verosímilu. Y en la primera alternaúva -«dedicó/dedicado•- esperaríamos
un cierto número de casos con dos NNP, el d el donante
y el del receptor, aunque por el lugar de los hallazgos
o por sus caracterfsticas se puede contar con inscripciones votivas, en las que n o es infrecuente la sola mención del dedicante cuando el contexto hace obvia la
idenúdad de la divinidad, o la sola mención de esta última. Por otro lado la leyenda saguoúna constituye un
obstáculo diffcilmente superable para cualquiera de estas dos hipótesis.
Hay sin embargo todavfa otra alternaüva contra
la que según creo no se puede plantear ninguna objeción insuperable; tkiaT p odría ser un título)', es decir
un nombre común que frecuentemente aparecería
acompañando a un NP pero que también podría ser
utilizado por sí solo. Esta hipótesis alternativa elimina
las dificultades planteadas por las inscripciones 40.3 y
40.9 de Liria que podrían ser puestas en relación con
las figuras de jinetes q ue ilustran el vaso, pero encaja
peor con las restantes inscripciones ceráo:ücas, ya que,
n o siendo esperable que el título en cuesú ón fuese
apropiado para humildes ceramistas o pintores, habrla
que pensar en NNP de propietarios, y por lo tanto una
vez más en encargos previos a la fabricación, a no ser
que se tratase de textos genéricos con menciones de
personajes legendarios.
Con las restantes inscripciones la hipótesis del ú tulo no plantea grave.s problemas. En el caso del punzón, de la falcata y del mosaico estar íamos ante inscripcion es de propiedad en las que el NP del
propietario irfa acompañado de su título; el hecho de
que en el punzón tfciar vaya seguido del morfema -Yi,
para cuya función existen indicios importantes de que
puede expresar la noción de propiedadn, serviría de
apoyo a esta última hipótesis. En contrapartida n o se
ve ninguna explicación por el momento para la presencia del sufijo -te en las tres inscripciones mencionadas,
ya que en niog6n caso con independencia de ellas o:üsmas se advierten indicios de que pueda tener un valor
posesivo.
En cuanto a la leyenda monetal, la única forma de
integrarla en la hipótesis que ahora consideramos pasa
por aceptar la interpretación de anakis(ku) como un
NP, un magistrado monetal lógicamente, responsable
de las emisiones en cuestión.
En con clusión no podemos llegar a una interpretación definitiva de las inscripciones ekiar. Los sufijos o
335
[page-n-346]
J. DB
HOZ
elementos gramaticales que aparecen en eUas son todavía demasiado oscuros como para que puedan ayudarnos a clarificar la cuestión -ya he mencionado el caso
más claro, es decir -Yi-, y lo mismo cabe decir de los
elementos posiblemente léxicos como ka/es. Pu.eden
descanarse algunas hipótesis, pero existen dos alternativas contra las que no se puede esgrimir u.na objeción
definitiva pero sí diñcu.ltades de cierto peso, que no
sólo son distintu en cada caso sino que pueden servir
de apoyo a una de las hipótesis a la vez que contradicen
la alternativa. Debemos por lo tanto esperar el hallazgo
de nuevos datos antes de decidir si ekiar se traduce
aproximadamente por •hizo/hecho• o por un título.
NOTAS
• Inicialmente conod esta irw:ripeión gracias a un dibujo
proporcionado por Carmen Aranegui, a la que ag,radezco cordialmente au amabilidad, y no en 6ltimo lugar porque ello me pe.r mite
contribuir a recordar a Enrique PI a; posteriormente, cll de octubre
de 1990, tuve ocasión de examinar con toda calma el original en
el MuiCO de Prehi1toria de Vale11cia gracia& a los buenos oficios de
Berna! Mart! Oliver, al que quedo igualme.n te agradecido.
' M..~~. 1968: ~1. Para comodidad del lector reenvlo a
esta obra, utilizando la abreviatura EpV,rlljúJ, como repertorio de variantes palcográlicaa, pero la bllsqueda de paralelos la be efectuado
directamente en las fotograllaa de iDKripciones ibtric:as de que puedo diaponer y que coiTCipondcn a la casi totalidad del material publicado.
• La.s reíerenciu de: este tipo reenvían a UHTuw•HN 1 1975
(inacripeiones monetales, nómcros precedidoa de A.), y 1980 (inlcripcione~ del Sur de Francia, níimeroJ precedidoa de B.).
• Para la• insctipc:iones de J~.iria aigo el texto de F&.rn:Jtu,
1985.
' Fum:RD, 1981¡ .
• Fum::....., 1984.
' Últim.a lectura con nuevo dibujo en u~ANN. 1985: 40-3.
• Pero en el cuadro de: formu de MLH Il ae atribuye a
B.7.31.
• S01n.a, 1979: 66 y 78.
,. 1968 n.• 223 y lAmina VI; Oó. n.• 118.
u Gówa Moanoo, 1949 1: n.• 41.
12
N. • 249 de C ..aa&, 1943, sin que se pueda preciaar a cuil
de lu iniCripc:ione,l con el miamo texto que cita el autor corrc:apondc:
su dibujo; tampoco se puede deducir de BI!I.TMH, 1976, que parece
rcferine a la miama inscripción en p. 303, n. 0 180. En todo caso es
p~ctic:amente aeguro que debemos leer bt c:n poaición invertida res·
pecto a loa ouw dos aignot del dibujo, con lo que se encuadrada
en la forma común e.n A%aila y perderla toda relación con la que
aqu! JIOS interesa.
u P~.m~uu, 1978: 191-206¡ 1979: 191-2M; 19812: 463-H .
,. Vid. n. 9, pp. 67, 69, 79 y 87.
.. Rwaó, 1982: 123-31.
,. F&.nCKP y Mu.no, 1967: 42-54.
11 Ouvu. el alii, 1982/83: 243·8.
.- M.u:rtN Bu1>10 y PI.WCl&ll, 1979·80: 403-5 y lim. 17; c:l paralelo c:s dudoso, pero a juzgar por la limina podría aer mú coherente
de lo que el dibujo aparen ta, porque los dos signo• ' prcJc:ntes en
la lápida correapoñderlan al tipo que aquJ nos interesa.
ct alii, 198../85: 91 y 100, n .• 33.
to El iJlventario mú completo es u...........,.,., MLH m, capítulo 7, en prcJlta¡ agradezco muy cordialmente aj. Uotermann el
envio de una copia de ese trabajo aán in6dito. Provisionalmente
puede vcne del mismo autor 1987.
11
Fum!Jfaa, 1980. Para b.ilu vid. UrtT......,.,., op. cit. en nota
siguiente. 47-8.
" ''"U'l'A
336
a U~rtVWAHN, 19872 : 39-40, aunque su interpretación del valor del aufijo me parece prematura.
u Prescindo en la diseu1ión de los intentos para interpretar
la palabra por medio del vasco, porque enoy totalmente de acuerdo
con el juicio negativo de Micbelena (1979: 36). La sugerencia partió, de fonna un tanto marginal, de Beltrán (19,.2: 51), y Gómez
Moreno insistió en la idea (19492: 279), aunque sugiriendo a la vez
contradictoriamente una relación con lat. qi -contradictoriamente
a no aer que con eUo propusiese una etimología para la palabra vas·
ca, pero en eae cuo no se ve la posición del iMrico en esas
relaciones-; varios autores mú ac han expresado en la mJtma J(nea
-vid. n. 55 10bre Pattiaon-; Caro Baroja (195~: 795) intentó por
primera ve% dar u_oa interpretación morfológica, aunque no satis·
faetona; la morfología es de hecho el mayor obstáculo para la aproximación de la forma ihtrica al euslten, como ya reconoci6 lbvar
(1959: 44). Por aupueato no tenemos ningún motivo para lec:r/egiar/
la forma 1btrlca, como pretenden los partidarioa del vaaco-ibcrimlo,
y no /elciar/, ya que no la tenemos atestiguada en escritura greco·
ib«ica o en transcripción a alguna de lu eacrituras cU.sicaa; ea cierto que Beltrán, loe. cit., pTopuao altel"nativamente a eti" una rcla·
ción con dtW.tJ, pero como en principio ambu relaciones se ex.duycn
esto no hace sino moatranma vc:c múJo ficil e inútil que es encontTliJ' aemejanau de sonido entre vuco e ibtr:ico.
,. Fl.ll1C1 u Op. cit., 535-8.
M
V~eiHnl et alii, 1986: 9-10.
u Vid. n. 3L
to MLB 1 22~232.
., Vid. n. 26.
• La numeración empleada ea la de Fa.rrouu, 1985.
ll
Formado por loa elementos n.• 91 y n. • 125 del repertorio
de Untermann citado en n. 20. La interpretación que propongo
coincide con la que &Cl deduc:c dc:l uso de la inscripción en ese rc:per·
torio, y parcialmente con la de Pletcber (op. cit. 539 y 543·5). No
con la de Sn.a, 1980: 171-89.
n El mejor testimonio de la elriatencia de un •ufijo -á en la
lengua ibtric:a lo proporciona la inac:ripclón de Caminrcal
u El NP es el latino Liciniua o Licinu1 en la forma likiu ea·
perable en una transcripción ib~rica, vid. UN'Tl!JlwAHI<, 1979: 109
ClOn n. 37. El NL cor:ruponde a Oaiccrda cuya forma ib«ica está
bien atestiguada en tu leyendu monctalea, A.26. En cuanto al sufijo -.bl, su cx.istcocia viene demostrada por la segmentación que im·
pone el NL, ya que tratindose de una inscripción claramente ihtric:a -adaptación de la declinación latina, uao de tkW- no cabe ver
en ella una forma abreviada del gen. de pi. ccltihtrico en -kum.
•• irnu1ir es un t~rmino ibtrico bien conocido -cf. Ur
"""'"· 19872: 45·7-. aunque atO que loa datos todav(a no pe.n niten preciaar no ya au valor sino ni su es!era de uso; personalmente
no excluyo la posibilidad de que se trate de un
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
SERIE DP. 'TRAIIAJOS \'ARI(I
Nohn 89
ESTUDIOS DE
~
"'
ARQUEOLOGIA IBERICA Y ROMANA
HOMENAJE A ENRIQUE PLA BALLESTER
DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE VALENClA
1992
[page-n-2]
[page-n-3]
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE VALENCIA
SERIE DE TRABAJOS VARIOS
Núm. 89
ESTUDIOS DE
,
,
ARQUEOLOGIA IBERICA Y ROMANA
HOMENAJE A ENRIQUE PLA BALLESTER
VALENCIA
1992
[page-n-4]
[page-n-5]
ENR l QUE PLA BALLESTER
Ontinycnt, 1
922 - Valencia, 1988
ubdi rector del . l. P. 1950-1982
Director del S.J. P. 1
982·1987
[page-n-6]
DIPUTACIÓN PROVINCTAL DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
SERIE
DE
TRABAJOS
Nám. 89
Coordinación: JOAQUIM JUAN CABANILLES
Portada: FRANC.ESC O HlNER VIVES
Depósito Legal: V-3036-1992
I .S.B.N.: 84-7795-952-8
Imprime: GRA FICUAT RE, S.L.
VARIOS
[page-n-7]
~
ENRIQUE PLA BALLESTER Y LA ARQUEOLOGIA VALENCIANA
Quet.úmm recogidas en el volumen XX de nuestra revista Archivo de Prebi8toria Levantina las intenCÚJnes y los actos de homeMje a ENRIQUE PLA BALLESTER, organizados por el Servido de Irwesliga.cWn
Prehistórica de la Diputación de Valencia y su Museo de PrehisiiJria, con motivo de su nomhramienJ.o como Director
Honorario. Con breves líneas inúnlamos enJ.onces aproximamos a su rica personalidad y glosar la.s principales
aportaciones de sus estudios y trabajos, además de publicar su extensa bibliografía. Hemos de considerar manifiestas, pues, las razones y los sentimientos que impulsan la dedicatoria de esú libro de la serie de Trabajos Jf¡rios
en el que se recogen aquellos artlculos que se ocupan de los problemas de la Cultura Ibérica y de la !poca romaM,
y con el que concluyen las manifestaciones más externas de nuestro homeMje.
Rememorar la figura y la obra de ENRIQUE PLA BALLESTER con el fondo de los trabajos que aqul
se recogen es UM ocasi6n apropiada para la reflexión sobre la importancia y proyección de su labor en el desarrollo
de la arqueología va/enciaM, más allá del papel fundamental que k correspond.W en el seno de la institución
que enmarcó toda su actividad. Desde su úmpraM participaciln de adolescenú en las excursiones cientffrcas de
su tf.o, Isidro Ballesür 'JOrmo, de las que rws quedan los dibujos realizadbs en el Casúllet del Porquet antes de
1937y publicados en el primer número de esta misma serie de monografías que ahora acoge su homenaje, denominada por enkmces Serie de Treballs Solts, la relación de ENRIQUE PLA. BALLESTER y el S.l.P. será
cada vez más inúnsa. Con frecuencia los números posúriores de esta misma cokcción llevarán induidb su norn.bre
entre los autores, al igual que sucede en los índices de los volúmenes del anuario Archwo de PrehisiiJria Levantina~
asociado a un numeroso conjunto de yacimimWs arqueológicos que constituyen los peldañJJs sobre los que ha idtJ
ascendieruúJ el corwcimienJo de nuestro pasado. De modo que no hace falta insistir en el destacado papel de
VII
[page-n-8]
ENRIQUE PLA BALLESTER en liJ actividad del S. l. P. ni, por lo misrTUJ, lltJmar la atención sobre la parte
de su contribución a la. institución que lo identificaba. Porque as{ fue realmente, y asífue serúidb por los propws
protagonistas y por quienes luego tuvirTUJs ocasión de participar con elLos en esa misma actividad.
PaultJtinarMnU nuestros estudies de Arqueología han alcanzadn una ftuct(jera diversidad institucional, de
la que ENRIQUE PLA BALLESTER fue esperanzado ústigo e impulsor, con enotahle crecimiento experimentado por los departam~rúos universitarics y por las institucwnes rrw.sefsticas relacionadas con la administración local.
Es momerúo, por tanto, para volver a examinar y valorar en su circunstancia contribucwnes personales corTUJ
la Sf91a1 que impregnan y se corifunden con la institución que durante una larga época aglutinó los esfuerzos
de un amplw equipo humaTUJ por saloaguardar y profundizar en el estudw del patrimonio arqueológico valenciano,
cual fue el caso del propw S. l. P. Ni aquella identificación, ni la tendencia actual a un conocimitnto más y
más segm~rúado, que conduce a descomponer y desconectar las distintas partes del trabajo de un autor, deben
impedirnos valorar la multiplicido.d de facetas, la erudición y la profundidad investigadtJra de ENRIQUE PLA
BALLESTER. CorTUJ herTUJs desll.lcadb en otras ocasiones, estarTUJs ante una aporll.lción decisiva a lo que es
el estado de la cuestión de nuestra Prehistoria reciente, la Cultura Ibérica y la romanización. TambiJn ante un
extraordinarw legado de documenll.lcwn arqueológica, de TUJticias precisas y descripcwnes de los trabqjos de campo,
de esjuerBJs encaminados a la conservación de un patrimonw crecienüm~nte amenazado, de atención constante
a su puesta en valor, de asesoramiento a los museos wcales. Desde aquel primer dibujo en el Castellet del Parquet,
los nombres de la Cova de les Meravelles, Cova de Ribera, Muntanyeta de Cabrera, Bastida. de les Alcuses,
Tossal de Sant Miquel, Ereta del Pedregal, Los Vil/ares, Punta de l'llla, etc. 1 se entrelazan profundamente
con su biografía. Y ahora, cuando es el recuerdo quien va seleccionando los rasgos, se perfila con nitidez el
hombre generoso que todiJ lo comparte1 el maestro cuya orienll.lción se busca, el espíritu abierto que comprende
y acepta, que nos permite avanzar a todos.
Bernat Martl Oliver
VIII
[page-n-9]
,
INDICE
M. S. ~ Pt.lwl; J. A LóPE.Z MiRA: Bronce jiruú m d. 11Udib ViruJú¡pó. A propósiJtJ de ~s cotifuntqs cerámicos del Tahaitl (Aspe, Alicanú) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . •
A. GoNZÁI..E2 PRKrs; E. R Ulz SECU.RA: Un pohlo.do fortijicatfo dd. Bronce final m d. Bajo ViruJú¡pó . . . . . . . . . . . . . . .
A . Or.tvi!R Forx: .Aproximat:U1n al poblamiento dJ Hierro antigw en Caste/Mn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
M. GrL-MAsCARnt; M. EtmiQ.UE T~rsoo: La m41alurgiJJ del Bro~e final.-Hierro antiguo del yacimúnto de la Mola
d'Agres (Agres, Alicanú) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. M .8 SoLER GARC!A: EL pobl.tuJo ihlrieo del PunJ4l de Salinos (Alicanle) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
M . ALFARa AAAEout; S. BRONOANO: El sistema defensivo de la jJu4rl4 de mtrad4 a la ciudad ibérica dtl CastelbJr de
Meca (.J!yora, Valnrcia) . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
E. Co.RTP.LL PtlU!z; J. J uAN Mor.:ró; E. A. L LOBllWAT ComsA; C. Re1c Swur; F. SALA S&U.és; J. M.a SEcu&A
MARTf: La necrópolis ibtrica de la Serreta: resumen de la campañn. dt 1987 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
C. MATA PARJWiro; H . BoNET RoSADO: La cerámica ibtrica: ensayo de tipologúJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
R . RAMos F&RNÁNDE.Z: La crátera iberorromana dt la Al&udÚJ • • • • • • • • • • • . • • • . • • • . • • . • • • • • . • • • • • • • • • • • • • • • •
J. BAABI!RÁ FARRAs: El tráfico cumercÚJL de la vajilla fina de importación en la LayetaniJJ . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . • . . .
F. CrsNBROS FRAILE: Fíbulas anulares de la Casa del MonJe (Valdeganga, Albacete) . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . .
R . Pt~u~:t MINGUilz: A&icales ibtricos del Museo de i'Tehi.slbrÜl de Valencia • . . . . . . . • • . . . . • . . • . . . . . • . . • . . . . . . . . .
E. CuADRADO: Dos nu¿vos vasos riii.IIJla de bronce de EL Cigarralejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . • . . . . . . . . . . . . . . .
L. ABAD CASAL: Terracotas ihlrieas del Castillo de Guarda'fTIIJr . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
F. G us1 1 j ENER: Nuevas perspectivas m J «mmcimúnto de los tnkrramientos irifantiks de época ihlriea . . . . . . . . . . . . .
J. V. MARTfNEz PERONA: El santuario ibtrico de la Cueva Merinel (Bu.garra). En lornJJ a la función del vaso
calicij0111U . . . . • . . • . . • . . • • • • . . • • • • • • • . • • • • • . • • • . . • • . • . • • • . . . . • . • • • . • • • . • . • • • • • • • . . • . • • . • . • • . • . .
F. BLAY GARCfA: Cueva MerinJ (Bu.garra) . Análisis de la fauna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. PtR.n BA W..SSTBR: El abrigo de Reiná (Alcalá del Júcar). Ensayo sobre un nu¿vo modelo de lugar de culto en época
ibérica . . . . • . . . . . . . . . • . . . . . . • • • • • • . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
D. FLETCHBR v.~u.s: Conrmtarios sobre escritura y lengua iblrieas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
H. G urTBR: lbere el mitwen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
C. A1lANEOur GASeó: Una fal.caJa decorad4 con inscripción ibérica. juegos glodiaJorios y venationes . . . . . . . . . . . . . . .
J. ul! Hoz: Estudib epigráfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. VB!.A2A: Sobre tl esgrajúufo ihirieo de Barclún del Hoyo . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . .
M .a A. Ms2Qt.rlRtt !.RUJO: lnscript:U1n ibérica m AndJos (Mendigorrla, Navarra) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
L . P~RBZ Vu.ATBLA: Ibérico ~
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347
351
[page-n-10]
F. MATKU Y LulPis: Toponimia iblrica m la. nomina civitatum ispanie sedes episcopalium. Comentario . . . . . . .
L . SILGO GAUClUt: Los l1nUJu ñrü&os de lJJ turdttania . • . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . .
C. ALrAAO G rNU.: Sagum Hispanum. MDTjologúz de una prenda ibíri&a . . . . . . • . . • . • . . . . . • . . . . . . . . . . . . • . . . .
F. J. FuNÁND!Z Nrrro: Una instiluaón juridiea del rrw.ntlo aJJiblrica . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . • . . . . . . . . . . . . . • • . •
C. G ó MilZ B Bu.AJlt>: lA isla. áe Ibiza m la. /poca de kt.s Guerras Púrü&as . . . • . • . . . . . • . • • . • . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. M.& Br...l.ZQu11z; M.& P. GAitc fA-GBI.AURl": StaJ.m&ia históri&a de Castulo (Linma, jaln) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
P. P. .RuooLt.ts: lAs balsas romanas de &mforait (Aiberi&, Valm&ia) . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
G. MART(N: MaJeriales romanes de kt.s colaciones del Museo de Prehistoria de Valencia. (Amiguos .frmdos, 1) . . . . . . . . . .
V. E scRIVÁ T o uas; C. MA1ÚN j ollDA; A. Rai&&A 1 LAooMBA: Unas produ.ceúmes minorilarias áe barniz negro m Wlknlia durante tl S. II a. J .C. . ...... . , .••.•....••.•. ... , •...........•. , . , • . . . . . • . . . . . . . . . . . • . . . . .
J. M oNTKSrNOS 1 M ARTiNa: 'nrra sigillall:l en ValenJia: pro~tos hispánieos . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . • . . . . . . . . . . . •
J. L. JrlldNa SALVADOR: El monummlo junerarÚJ romane situ.atlo m el centro aco/JJr "]osl RflrnnJ,. tÚ Sagumo . . . . . . •
J. J. SEOu1 MARCo: Paullb Amúlio RegiJJo, palronc de SagunJum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
F. ARASA: UNJ Officina kt.püibia m la. C07Mrca de l'All Pal4n&ia (Castelló) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. Couu: ln.scripcúma romanas de lniall:l y Sisante (C114nt:a) y la. IglesU4/JJ del Cü! (1btul) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
F. EsTKvB G.
l. GARCf.A Vn.LANUBVA; M . Rossl!LLó M.!sQ.UIDA: lAs át(oras wdorrornanas de PunJa de l'Il/4 de Cullua . . . . . . . . . .
E. A. L LOIRIICAT: lAs cruces de lJJ PunJa de l'fl/JJ (Cullua) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
J. M ATF.u: lA erosión: un debate mediJerráneo . . . . . . . . . . . . . . . • • . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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M auro S.
fiERNÁNDEZ
P tREz* y J osé Antonio
LóPEZ
MIRA •
BRONCE FINAL EN EL MEDIO VINALOPÓ.
A PROPÓSITO DE DOS CONJUNTOS CERÁMICOS DEL TABAIA
(ASPE, ALICANTE)
Preocupación constante en el quehacer cientffico
de E. Pla Ballester era precisar los orígenes de la cultura ibérica y sus relaciones con las culturas precedentes.
Su comunicación al V Congreso Nacional de Arqueología incidfa por vez primera en el Pafs Valenciano
(Pu BALI..liST&R, 1959) sobre el vado cultural de un
medio milenio existente entre los momentos ·finales del
llamado Bronce Valenciano y la aparición de la Cultura ibérica, que le permitían sugerir la existencia de una
cultura preibérica en la que se podrían incluir las lla·
madas •cerámicas arcaizantes» (BALLJ!STER T oRMO,
1947), con paralelos en el Bajo Aragón y Pirineo catalán. Sobre estas cuestiones incidieron posteriormente
M. Tarradell (1962), E. Llobregat (1975), O. Arteaga
(1976), O. Arteaga y M . a R . Serna (1979/80) y
A. GonzáléZ Prats (1979). Estos siglos, realmente oscuros, de nuestra prehistoria reciente se.r lan periodizados
a inicios de la pasada década por M . Gil-Mascarell
(1981a). Las aportaciones posteriores de A. González
Prats, en base a sus excavaciones en la Sierra de Crevillente, y la publicaci.6n de diversos materiales, unos depositados en museos y otros de recientes excavaciones,
permiten paliar ccmuchas de las carencias» en la investi•
Univel"'lid.td de Alicante.
gación que el propio E. Pla señalara para estos momentos con ocasión las I.... J ornarlas de Arqueologfa
organizadas en Elche por la Universidad de Alicante
(PLA B~ot.U!STt!lt , 1985).
Parece lógico que nuestra contribución a este homenaje al maestro D. Enrique Pla tratara sobre una
problemática que tantas veces señalara y de un área
geográfica sobre la que tuvimos ocasión de intercarn·
biar opiniones desde el momento inicial de nuestros
contactos.
BRONCE FINAL EN EL MEDIO
VINALOPÓ
En la primera síntesis sobre el Bronce Final del
Pafs Valenciano que realizara hace una década M . GilMascarell sólo se señalan para el Medio Vinalopó algunos fragmentos cerámicos con decoración incisa del
poblado de El Monastil (Elda, Alicante) •que podrían
ser clasificados en el Bro~ce Final• (Ga-.MASCAuu.,
1981: 38), materiales •que hacen pensar (para este yacimiento) en una fase del Bronce Final que llegaría basta
el 650/600 a.C.>l (POVEDA, 1988: 40).
1
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VALENCIA
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lO Km.
1
1
Fig. l . - Y~~&ünúnlos t1J Vúw.Jqpd Mtt& ciwitJs. 1: El Monastil (Eld4). 2: La Esparraguna (Noutld4). 3: El Portixol (Mrntfor" dd Cid) .
4: Tahai.d (Aspe)
2
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BRONCE FfNAL EN BL MEDIO VfNALOPÓ
·=========--~======~~~=======~m.
Pig. 2
Por otro lado, e.o su estudio sobre la Edad del
Bronce en esta zona J. F. Navarro Mederos registra ce·
rámicas del Bronce Final en los poblados de El Portixol
(NAVARRO MsoBRos, 1982: 38-4-0) y Tabaia. En este últi·
mo yacimiento señala la presencia de materiales carac·
terfsticos del Bronce Final y de los Campos de U roas
(NAvARRo Msouos, 1982: 57-64). Recoge este mismo
autor la noticia acerca de dos construcciones tumula·
res, una de ellas violada, donde fueron hallados materiales del Bronce Final o de los inicios del Hierro (NA·
VARRO Mw.ERos, 1982: 57). Los estudios posteriores
incluyen al 'Thbaia como poblado de la Edad del Bron·
ce con una problemática similar a la Mola d'Agres
(Gn.·M...saAlUU.l., 1985: 149) y con la presenc~a de algunos materiales cerámicos del Horizonte Peña Negra [
(GoN'LÁUIZ PJVJS, 1983: 103).
En el Medio Vinalop6 el Bronce Final s6lo se ba
constatado (fig. 1) hasta estos momentos por la presencia de algunas cerámicas en los yacimientos de .El Monastil, El Portixo1 y Tabaia, a las que se une del poblado de La .Esparraguera, en Novelda, un pequeño vaso
(NAVARRO MwBROs, 1982: fig. 26) del Tipo B4 de Peña
Negra (GONZÁLBZ PRATS, 1985: 159).
CERÁMICAS DEL TABAIA
El yacimiento arqueológico del Thbaia (Aspe, Ali·
cante) se extiende por la parte superior de un elevado
cerro, de 250-300 m . de altitud sobre el nivel del mar
y 150 m. sobre el cauce de río que forma una cresta
alargada en el extremo de la Sierra del mismo nombre
que perpendicular a la margen izquierda del Vinalopó
separa sus cuencas media y baja. Coordenadas geográ·
ficas: 38° 19' 59" de lat. N y 0° 43' 20" de Long. W
del Meridiano de Greenwich.
En este yacimiento, conocido desde antiguo GJMt.
N:BZ DI! OtsNa
ntos, 1925: 72-73), hemos realizado cinco
campañas de excavaciones arqueológicas, c.onfirmando
una ocupación continua a lo largo del TI milenio a. C .
y una importante presencia argárica (finr.rÁND.&z Pé.
R.U, 1983 y 1990).
En la l. • Campaña de estas excavaciones, realiza·
da en el mes de Agosto de 1987, se descubrió un excepcional conjunto cerámico del Bronce Final, que presen·
ta notables diferencias con otro, también del Bronce
Final, recogido por D. Manuel Romero Iñesta, a quien
agradecemos la información y las facilidades dadas
3
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Fig. 3
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BRONCE FI.NAL EN BL MEDIO VINALOPÓ
para el estudio de estos materiales, parte del cual fue
publicado por J.F. Navarro Mederos.
CONJUNTO 1
La ocupación prehistórica del Tabai~ se constata
en diversos puntos. Interesa destacar aquí la ladera superior ubicada entre Ja cota de 304 m. y las crestas más
agudas de la Sierra que caen prácticamente en vertical
sobre el rfo (fig. 2). En esta ladera, de acusada pendiente y desigual anchura, la ocupación prehistórica es
intensa, observándose la presencia de plataformas arti·
ficiales para la ubicación de las viviendas prehistóricas.
La máxima potencia se regi$tra en la plataforma inferior, donde be¡nos concentrado nuestras excavaciones
(lám. I).
En la Campaña de 1987, sin embargo, con objeto
de obtener una visión global de la ocupación de todo
el yacimiento se realizaron actuaciones arqueológicas
en diversos puntos de esta ladera. En la cresta superior
se ubicaron varios cortes, aprovechando los Jugares menos afectados por las actividades clandestinas. En ninguno de ellos se alcanzó Jos 0'40 m. de potencia. La
erosión, favorecida por la pendiente, habfa demudado
parte de este sector de la ladera, donde no se observa·
ron significativas estructuras de construcción.
En el ángulo SE del Corte 4 , cuya excavación corrió a cargo de Cristina H uesca, José Marra Ferrándiz
y Eulalia Garcfa, se localizó una alineación rectilmea
de cinco piedras de regulares dimensiones que pare·
cían proteger a cinco vasijas, fragmentadas por la presión de la tierra y de las rafees pero fácilmente reconstruibles (láms. II y III). Esta protección se ve
favorecida por la presencia de fragmentos de barro
con improntas d e ramajes colocadas sobre las vasijas.
Por desgracia, durante nuestras excavaciones este
Corte fue asaltado por Jos clandestinos, quienes levantaron Las piedras, dispersaron los fragmentos de una
vasija (lám. IV), haciendo imposible reconstruir su
fo rma, que se encontraba sobre un piso endurecido
de cenizas y tierras al mismo nivel que las cerámicas
antes citadas, y destrozaron el resto del Corte y de
sus perfl.les.
C uatro de las cerámicas se encontraban alineadas
bajo las piedras, que parecían protegerlas, mientras la
quinta se encontraba bajo una de ellas.
Deaeripci6n de lu cerámicaa
-Vasija de cuerpo de tendencia globular o elipsoide ver•
tical, cuello hiperbólico invertido y labio redondeado. No ha
sido posible rccorutruir en su totalidad la vasija, que por algunos fragmentos recuperados parece ser de base plana. Decoración en el cuello a base de siete acanaladuru horizonta-
les (fig. 3.1). Superficies externa e interna alisadas y
desgruantes pequeños.
- Vuija de cuerpo globular, base plana, cuello hiperbólico y labio curvo. Decoración en el hombro a base de cinco
acanaladuras horizontalea (fig. 3.2). Superficie externa bruñida, interna alisada y desgruantea pequeños.
-Vasija de cuerpo bitroncónico con cuello de tendencia
hiperbólico y labio plano. Dos engrosamientos a modo de
apéndices poco pronunciados se sitóan en la línea de carena.
Decoración en la parte superior del cuerpo a buc de tres
bandas horizontales, dclimitadu por acanaladuru horizon·
tales y rellenas de acanaladuras inclinadas en diversas posiciones. Bajo la óltima acanaladura horizontal, que coincide
con la línea de carena, ae realizan pequeños trazos acan.ala·
dos en posición inclinada (fig. 3.3). Supcrficiea externa e interna aliaada.s y desgra.santes pequeños.
-Vasija de cuerpo de tendencia elipsoide horizontal,
fondo plano, cuello troncoc6nico invenido y labio apuntado.
Decoración en el hombro a base de cuatro acanaladuras horizontales, colgando de la inferior triángulos rellenos de acanaladuras obl!cuas (fig. 3.+). Superficies externa e interna aliaadu y desgruantes pequeños.
-Vasija de cuerpo de tendencia elipsoide horizontal con
cuello troncocónico invertido, labio apuntado y base anular.
Asa de cinta vertical entre el hombro y el borde (fig. 4.1). Superficie~ externa e interna bruñidas y desgrasan te~ pequeños.
En este mismo Corte y nivel se recogió, entre otros fragmentos, los perteneciente.• a una vasija elipsoide horizontal
con carena marcada en la línea ideal de la acmielipsoide con
cuello troncocónico invertido y labio redondeado (fig. 4.2),
un fragmento decorado con acanaladuras (fig. 4.4) y otros
dos con decoración incisa (figs. 4.3 y 4.5).
En este mismo sector del yacimiento y en la limpieza superficial del Corte 5 se recogió un fragmento de una vasija
de cuerpo de tendencia bitroncocónico, cuello troncocónico
invertido y labio curvo. Destaca por su decoración incisa en
la parte superior del cuerpo, formada por tres incisiones borizontale~ que delimitan por su parte superior a dos campos
decorativos, uno con motivos en eapiga y el otro ajedrezado
(fig. +.6).
CONJUNTO II
El extremo S de la Sierra del Tabaia constituye
una cresta rocosa con laderas de acusadas pendientes
que desciende hacia el río Vinalopó. En la parte baja
de la ladera SE y en las proximidades del no D. Manuel Romero lñesta recogió, hace ya una veintena de
años, un excepcional conjunto de cerámicas. En la actualidad este lugar se encuentra muy demudado por la
erosión y cubierto por vegetación de carácter xerófilo,
no observándose restos de construcciones (fig. 2 y
lám. I).
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Fig. 5
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Fig. 6
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BRONCE FINAL EN EL MEDIO VINALOPÓ
Descripci6n de las cerámicas
-Vasija con la parte inferior del cuerpo en forma de eas·
quete esfüico, con ónfalo en la base, y la superior tron coc6nica, cuello troncoc6nico invertido y labio curvo. Presencia
en la lmea de carena c:;le aaa de cinta alargada con perforación
vertical. Decoración en la parte supedoJ," del cuerpo de triángulos rellenos de trazos obiCcuos realizados mediante incisión, rellena de pasta blanca en algunos puntos (fig. 4. 7). Su·
perficies externa e interna bruñidas y desgrasa.ntes pequeños.
-Vasija de te.nde.ncia elipsoide vertical con base umbilicada y labio plano inclinado hacia el interior. Decoración a
base de cuatro incisiones paralelas junto al borde que des·
ciende para. rodear los pequeños mamelones alargados. De
la incisión inferior cuelgan triángulos, más pequeños los que
rodean los a~ndices, rellenos de ]meas obUcuas, también
realizados mediante incisión. Restos de pasta blanca
(fig. +.8). Superficies externa e interna alisadas y desgrasantes pequeños.
-Fragmento de v<~J~ija de la que se conserva la parte superior del cuerpo y el cuello troncocónico in~ertido con el extremo plano horizontal Decoración en el hombro y en la
parte interior del cuello a base de incisiones no muy profundas. Motivo: e.n el interior del cuello, bandaa de zig-zaga for·
mados por conjuntos de .!1 a 6 lineas, y en el hombro bandaa
horizontales de lmeas paralelas -4 en la parte superior y 3
en la inferior- que delimitan otras dos, separadas por una
incisión horizontal, rellenas la superior por trazos inclinados
y la inferior de líneas en zig-zag, e.n ndmcro de cuatro
(fig. 5.1). Superficies externa e interna alisadas y desgrasantes pequeños.
-Vasija de cuerpo elipsoide horizontal, base plana, cuello troncocónico invertido y extremo plano horizontal. Resto
del arranque de un asa de cinta vertical a la altura del hombro. Decoración a la altura del hombro a ba.sc de incisiones
superficiales rellenas de pasta blanca. Motivos: banda hori·
zontal formada po~ trazos inclinados delimitados por una doble línea de incisiones paralelas (fig. 5.2). Super.ficie externa
bruñida, interna alisada y desgraaantes pequc;ños.
-Vasija de cuerpo de tendencia elipsoide horizontal con
el labio plano inclinado hacia el inte.rior. Decoración realizada .median.te incision_s superficiales rellenas de pasta blan.c a
e
a base de bandas horizontale.s, en las que alternan las formadas por trazos horizontales con los inclinados, separados es·
tos óltimos por zonas lisas (fig. 5.3). Superficies externa e in·
terna alisadas y desgrasantes llCqueños.
-Vasija con cuerpo elipsoide horizontal, base, incompleta, de tendencia cónica, posiblemente umbilicada, y extremo plano inclinado hacia el interior. Decoración a base de
incisiones poco profundas rellenas parcialmente de pasta
blanca. Motivos: dos bandas horizontales, la primera constiruida por cuatro !meas paralelas y la segunda por triángulos
rellenos de tra.zos inclinados. De la Unea que delimita por L
a
parte inferior esta segunda banda cuelgan de modo discontCnuo bandas verticalea de líneas incisas (fig. 6J). Superficiea
externa e interna alisadas y deagras.antes pequeños.
- Vasija con carena muy marcada con la parte inferior
de casquete esf~rico y la parte superior troncocónica invenida con la )mea de carena que separa ambas partes muy mar·
cada (f:ig. 6.5). Superficie externa bruñida, i.ntema alisada y
desgrasantes pequeños.
-Vaaija carenada con la parte superior troncocónica invertida y la infer.ior de casquete do elipsoide horizontal
(fig. 7.1). Superficie externa bruñida, interna alisada y desgrasantes pequeños.
- Vasija troncocónica invertida con fondo plano y pie in·
dicado. Impronta de esterilla de esparto entrelazada con l.a
t~cnica de cosido en espiral (fig. 7.2). Acabado grosero y desgrasantes medianos.
En este lugar se recogieron otros muchos fragmentos cerámicos, algunos de los cuales (fig. 6.2·4) se encuentran decorados con finaa incisiones repitiendo los motivos presentes
e.n las vasijas antes citadas -bandas horizontales de líneas
paralelas horizontales, inclinadas y triángulos-.
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE
EL BRONCE FINAL EN EL MEDIO
VINALOPÓ
Toda aproJtimaci6n al estudio del Bronce Finai
en el río Viru,Uop6 necesariamente debe tener p resente
el conjunto de la vajilla de oro y plata, Jos adornos
d e oro y l os objetos de hie rro y ámbar que constituyen
el Tesoro de Villena, localizado en el interior de una
vasija en la R ambla del Panadero, en el curso alto
de este do. Una y otra vez se insiste sobre la procedencia y origen de este excepcional conjunto de orfebrería prehistórica, basta e1 p unto de d isponer en la
actu alidad de una detallada información sobre los paralelos formales y decorativos de cada uno de los objetos (SoW!R GARCfA, 1965 y 1969; M ALuQ.UER or. MO'I'es,
1970; Al.w.cRO GORBIIA, 1974; ScHULB, 1976; R utzGAt.vu, 1989; P.&.REA, 1991). No es este el momento
de incidir sobre la pr ocedencia directa o indirecta de
este 'Thsoro, tema q ue necesariamente debe ser revisad o a la luz de los resultados de nuestras recientes excavacion es en el Cabezo Redondo y Laderas del Castillo de Sax, ante el hallazgo de cerámicas
formalmente próximas a los recipientes de o ro y plata
y de a dornos de oro semejantes a o tros del Tesorillo
del Cabezo Redondo, en este .m ismo yacimien to, aho·
ra perfectamente estratificados.
C uestiones de extraordinario interés y, sin embargo, apenas abordadas son todas aquellas relacionadas
con las implicaciones sociopolíricas de este hallazgo.
En efecto, desde el mismo momento del descubrimien·
to se insiste en su carácter de «tesoro real11 y e n su
•ocultación• ante un peligro, sin prestarse la debida
aten ción sobre el significado de ambos con ceptos. La
existen cia de un jefe con la capacidad de en cargar, ad quirir o recibir como presente este tesoro necesaria9
[page-n-20]
----_.:•
o
Fig. 7
10
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BRONCE FINAL EN EL MEDIO VINALOPÓ
mente debe ir pareja a la presencia de grupos humanos
con una economía prospera. En el registro arqueológico actual el único yacimiento de Villena en el que se
ha señalado la presencia de cerámicas del Bronce Final
es el Cabezo Redondo. Estas se reducen a algunas de·
coraciones incisas y excisas, que por otro lado también
han sido consideradas del Bronce Thrdío (MoLINA y
AlrrEAcA, 1976: 189) y algunas formas cerámicas, en
un poblado que, tal como señalara en 1978 F. Molina
y confirman nuestras excavaciones, los niveles más im·
portantes corresponden al Bronce Medio y, en especial,
al Bronce Tardío.
El registro de yacimientos anteriores a la apari·
ción del mundo ibérico en el Alto Vinalopó se completa COJl la necrópolis de incineración del Peñón del Rey
(Villeoa), de la que no se conoce el poblado, fechada
entre finales del siglo vt y principios del v a.C. (IhR·
NÁNDI!Z ÁLcAJt.AZ 1 1990).
Para el Medio Vinalopó el registro se reduce a los
ya citados fragmentos de El Mooastil, de los que algunos de ellos, en especial los decorados con técnica de Bo·
quique, podrían encuadrarse en el Bronce 'Thrdío, al igual
que un fragmento decorado de El Portixol, y a los citados recipientes cerámicos, señalados por A. Gonzál.ez
Prats, de La Esparraguera (Novelda) y El Portixol (Mon·
forte del Cid), además de los procedentes del Tabaia.
En este yacimiento, además de los dos conjuntos
cerámicos que ahora presentamos, hemos inventariado
en colecciones municipales y privadas y en nuestra.s
propias excavaciones cerámicas con decoración incisa
correspondiente al Bronce Final, cuyo estudio se incluye en la Memoria de excavaciones correspondiente.
Estos dos conjuntos cerámicos del Tabaia nos permiten llamar la atención sobre una serie de cuestiones
de la Prehistoria reciente de las comarcas meridionales
valencianas y en especial en la cuenca del Vinalopó.
Sobre el eje de este río ha girado una vieja polémica
que ha ocupado a todos quienes se han dedicado al es·
tu dio del II milenio en el País Valenciano. En estos momentos carece de sentido planteane si este río es una
frontera entre los Bronces Argárico y Valenciano o es
un camino por donde las influencias del primero pene·
t:ran en el segundo. Lo prioritario es definir, tal como
uno de nosotros (M.S. Hernández Pérez) ha señalado
en ocasiones anteriores, la «Comarcalización• de la
Edad del Bronce para todo eJ País Valenciano, teniendo en cuenta en cada zona el desarrollo cultural anterior, sus recursos naturales y las relaciones externas.
Sólo de este modo podríamos explicar los diversos
•Bronces,. presentes en el País Valenciano.
En las comarcas meridionales valencianas hemos
podido delimitar varias de estas •facies- . La mejor conocida es, sin duda, la correspondiente al Alto y Medio
Vinalopo, en cuyas tierras se suceden varios valles a
.modo de cubetas, rodeadas de montañas y cruzadas
por el río, que en el llamado Bajo Vinalopó da lugar
a un paisaje muy diferente, de tierras llanas apenas separadas por pequeñas elevaciones de la Vega Baja del
Segura, delimitadas ambas por el mar y en el interior
por una serie de alineaciones montañosas entre las que
se encuentra la Sierra del Tabaia, que marca la línea
divisoria entre el Medio y Bajo Vinalop6.
De esta facies comarcal de la Edad del Bronce inte·
resa destacar aquí las modificaciones que se producen
en relación con los patrones de asentamiento en los momentos fmales del ll milenio. Se reestructura el espacio
habitado con una concentración en dos poblados ocupa·
dos con anterioridad -Cabezo Redondo y Tabaia-,
con al menos otro intermedio posiblemente de menores
dimensiones - Laderas del CastiJio de Sax-, al que se
debe unir una ocupación esporádica en El Monastil y El
Portixol. El Bronce Tardío se nos perflla así como un excepcional período, claramente diferenciado del Bronce
Antiguo y Medio, ahora ya no sólo por sus materiales,
como hasta ahora se hab(a supuesto.
Desde esta nueva perspectiva los hallazgos del Ta·
baiA adquieren una especial significación en el marco
de la sistematización del Bronce Final en el País Valenciano. Dos yacimientos alicantinos se utilizan como pa·
radigmas de este período. La Mola, en Agres, repre·
sentaría a los yacimientos con una ocupación anterior,
y Peña Negra, en Crevillente, los nuevos asentamientos. Sobre el primero de los yacimientos conviene recordar que La ocupación del Bronce Final se localiza
en pequeñas terrazas de las laderas, alejadas de la zona
alta del cerro donde se constata una ocupación del
Bronce Antiguo y Medio (GrL· MA.SOAULL, 198lb). En
esta terraza, los materiales aparecen revueltos, sin registrarse restos de ocupación permanente, éOn la excepción de una capa de adobes muy descompuestos a
unos 2m. de profundidad (GrL-MASCARELL y PEÑA S.
materiales se encuentran totalmente contextualizados
y se conocen perfectamente los lugares de habitación
y necrópolis (GoNZÁLEZ PRATS, 1985).
En este Conjunto ll de cerámicas del Tabaia, cvi·
dentemente selectivo como es habitual en este tipo de
recogida y colecciones, destaca el alto porcentaje de cerámicas decoradas o de superficie externa cuidada junto a un único recipiente de superficie y pasta grose.r a.
Este último, de forma troncocónica invertida y fondo
plano con pie indicado, se corresponde con el
Tipo AB2 de Peña Negra I (GONZÁI..EZ PRATS, 1983).
Nuestro ejemplar, al igual que ocurre con otros del yacimiento crevillentino (GoNZÁLliZ PRATS, 1981: 42) conserva en su base la impronta de esterilla de esparto,
presente tambi6n en muchos de los ejemplares del Puig
d'Alcoi (BA.RMCHINA l.aAAu, 1987: fig. 10).
Entre las cerámicas decoradas conviene señalar la
presencia, junto a las clásicas incisiones rmas y profun·
das del Bronce Final, otras mucho más finas y poco
profundas, repitiéndose, en cambio, algunos de los te·
u
[page-n-22]
M.S. HERNÁNDEZ PtREZ Y J.A. LÓPEZ MIRA
mas decorativos y la ubicación de éstos en la vasija. Los
paralelos más próximos para estas cerámicas se encuentran en la Mola d 'Agres (CBNTR.I! D'l!STUDis CoNTESTANS,
1978; GlL-MASCARELL y P EÑA SJ.Ncnu, 1989), donde hemos podido comprobar, entre los materiales recuperados por el Centre d'Estudis Contestans y nos ha corroborado M . Gil-Mascarell para los procedentes de sus
excavaciones, un mismo tipo de pasta y cocción, la presencia en algunos fragmentos del relleno de pasta blanca y la repetición de formas, técnicas, motivos y ubicación de la decoración. Sobre algunas decoraciones
incisas, que en Mola d'Agres han sido consideradas del
grupo más antiguo de las especies incisas valencianas y
fechadas en torno a los siglos vw-vu a.C. (Run ZAPAT&·
RO, 1985: 795), ha realizado A. González Prats un detenido análisis, señalando su distribución peninsular,
cronología y posibles orígenes. En la línea de su argumentación, basada en los ejemplares de Peña Negra y
de otros yacimientos alicantinos (GoNZÁLEZ P RATS, 1988
y 1991), destacaremos la presencia de muchos de estos
motivos en Cogotaa I y algunos de ellos -líneas paralelas, reúculas, triángulos rellenos de puntos ...- en los
niveles del Bronce Antiguo del Tabaia, anteriores a la
ocupación argárica del mismo yacimiento.
De este mismo conjunto forman parte dos recipientes de pasta de gran calidad y superficie bruñida.
Uno de ellos (fig. 6.5) se corresponde con el Tipo B7
de Peña Negra I, tal como ha sido señalado (GoNZÁIJ!Z
PRATS, 1991: 60), mientras para el otro (fig. 7.1) los paralelos más próximos se encuentran en Los Saladares,
en el grupo de fuentes carenadas de boca ancha y base
concoidal (ARTEAOA Y SERNA, 1979/80: fig. 23.4-), aunque nuestro ejemplar carece de apéndices, presentes en
el ejemplar oriolano publicado. En las vitrinas del Museo Municipal de Novelda esta última vasija del Tabaia
contiene cereales carbonizados (NAVARRO MEonos,
1982: 58) que, según indicación de D. Manuel Romero, se añadieron en el momento de su exposición, por
lo que no deben relacionarse con esta vasija, salvo por
. su procedencia del Thbai¡t
Estas cerámicas del Thbaia se recogieron en una
zona de fuerte pendiente, en la que no hemos observado la presencia de construcciones con la excepción de
restos de paredes que podrían pertenecer a los abancalamientos de antiguos cultivos, hoy totalmente abandonados, o a construcciones del Bronce Final para ubicar
en estas plataformas artificiales las casas, que en este
caso serían de pequeñas dimensiones, por lo reducido
del espacio disponible, y de estructura frágil a juzgar
por los restos de barro con improntas de ramajes recogidos en este lugar. Por el tipo de emplazamiento y la
ausencia de estructuras consistentes cabría pensar en
un tipo de hábitat diferente al existente en Peña Negra
y relacionable con las plataformas de las laderas de
Mola d'Agres, cuyo depósito arqueológico se creía
«producto de un desplazamiento, posiblemente caído
12
desde la parte superior del cerro» {GlL-'MASCARELL,
1981 b: 77) y que la presencia de adobes descompuestos
(GIL-M.A.SCARELL y PRFIA SANcKEZ, 1989: 125) y estos hallazgos del Tabaia permiten interpretarlos de otro
modo. Nos encontraríamos, pues, ante un nuevo tipo
de hábitat para el Bronce Final que por el momento
sólo conocemos por su ubicación en las partes bajas de
las laderas de cerros ocupados con anterioridad.
En el mismo Tabaia, sin embargo, nos encontramos con una ocupación del Bronce Final en la parte
superior del cerro, cuya extensión por el momento no
podemos precisar. A esta ocupación pertenece el Conjunto I de cerámicas que ahora damos a conocer, en el
que destacan los tres vasos con decoración acanalada
en el hombro e inicio del cuello, asociada en uno de
ellos con triángulos colgantes rellenos de trazos oblícuos. Al mismo conjunto, en este caso sin duda coetáneo, pertenece otra vasija decorada con incisiones y
una cazuela sin decorar con base anular, a la que se
debe asociar otro recipiente del mismo nivel del que no
se conserva el fondo.
En el marco de la discusión sobre el Bronce Final
del País Valenciano la presencia de estas vasijas aporta
novedosa y significativa información. Sobre unos relativamente escasos fragmentos cerámicos, pertenecientes
a cuellos u hombros de vasijas, decorados con acanaladuras paralelas, se han hecho llegar a las tierras alicantinas las influencias de los Campos de U mas. En Peña
Negra 1 se citan dos fragmentos (GoNZÁLEz PRATS,
1985 b: fig. 71: 2695; y 1991: 85), el primero de los cuales se relaciona con otros fragmentos de la Mola d'Agres
y Pie deis Corbs de Sagunto. El fragmento de este último yacimiento ha sido fechado (ALMAG.Ro GoRBEA, 1977:
127) en el siglo IX a .C. en la transición del Período m
al 1v en la sistematización propuesta por M. Almagro
Gorbea. En la Mola d'Agres estos fragmentos son abundantes y en ocasiones las acanaladuras se asocian, como
ocurre con uno de nuestros ejemplares, con los triángulos ~llenos de trazos oblfcuos, que son fechados sobre
los siglos X- IX a.C. Uno de los ejemplares de Peña Negra I, que en base a los ejemplares del Tabaia podríamos reconstruir de modo diferente al propuesto (GoN·
ZÁLEZ PRATS, 1983, cuadro tipológico) fue hallado en el
Estrato He del Corte C en el nivel más antiguo de este
yacimiento (GoNZÁLKZ P RATS, 1985: 81 y fig. 71: 2695).
Este conjunto del Tabaia nos permite disponer por
vez primera de formas completas, que no aparecen registradas en las tipologías de los Campos de Umaa
(Rutz ZAPATERO, 1985: 715-74-7).
En base a nuestros ejemplares podemos replantearnos desde nuevas perspectivas, tanto las reconstrucciones propuestas para algunos de los fragmentos
de Mola d 'Agres y Peña Negra, como la propia presencia de los Campos de Urnas en las tierras meridionales
valencianas, señalada en los yacimientos alicantinos de
Mola d'Agres, Puig d'Alcoi (BARRACIDNA, 1987: 138),
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BRONCE FINAL EN EL MEDIO VINALOPÓ
Peña Negra 1 (GoNz..4uz PRAn, 1981: 85) y Los Saladares (AlrrEAoA y SERNA, 1979-80: 118). En los dos últimos yacimientos esta presencia se considera poco significativa, al tiempo que se insiste en los contactos
meridionales y en la pervivencia de los sustratos en la
formación del Bronce Final en esta zona. La Mola
d'Agres, en cambio, se utiliza como yacimiento paradigmático de los Campos de U rnas en Alicante, fechándose su presencia en base a cerámicas decoradas,
introducidas por pequeños grupos humanos, quizás familiares, procedentes del Centro y Sur de Cataluña,
que se infiltran hacia el Pafs Valenciano hacia el siglo x. a.C. dentro de la dinámica general de los desplazamientos de los Campos de Urnas del SW de Europa. Una segunda fase se detecta en este yacimiento
-Agres TI-, ahora con influencias de los Campos de
Urnas bajoaragooeses (Rm;z ZAPATRRO, 1985: 702).
Si bien parecen evidentes los paralelos cerámicos
aducidos, al igual que otros con posterior idad (ENRJ·
QUE, 1991), y a la espera de la publicación de los resultados de las excavaciones realizadas por M . GilMascarell en las laderas de la Mola d 'Agres, debemos
Llamar la atención sobre la posible coetaneidad de todas estas cerámicas, la no constatación, al menos por
el momento, de ihcineraciones y el hallazgo de una fi·
bula «ad occhio" que reflejan «relaciones comerciales
de las gentes que habitaron el yacimiento de la Mola
d'Agres con el mediterráneo anteriores a la colonjzación púnica» (Gn.-MASOAIW.I. y P&AA SJ.NcHllz, 1989:
142), relaciones con el Mediterráneo que podemos observar en otros elementos culturales del Bronce :Final
de estos lugares, incluso en el propio Tesoro de Villena
(Rmz-G.(lvn, 1989: 53-54).
En el Tabaia las cerámicas presentes en la Mola
d 'Agres se encuentran distribuidas en los dos conjuntos
aquf presentados, que en nuestro yacimiento se encuentran claramente diferenciados. Proceden, tal como
hemos aflrmado, de dos zonas del yacimiento con características diferentes, siendo imposible precisar si
ambas ocupaciones son coetáneas. Sin pod~r negar que
algunas de las decoraciones cerámicas de estos conjuntos del Tabaia recuerdan los motivos y las técnicas decorativas de las cerámjcas de los Campos de Urnas, no
así sus formas, d ebemos señalar que tampoco en el Tabaia se conoce el rito de la incinera.ción y que en el
Corte 5, contiguo al Corte 4 del que procede el Conjunto 1, se excavaron los restos de una inhumación infantil, apenas cubierta por la tierra vegetal y en parte
arrasada por la erosión, carente de ajuar y sin aparente
protección y que estratigráficamente parece ser contempodnea a las cerámicas del Conjunto 1 y la vasija
decorada con incisiones del mismo Corte 5 (fig. 4.6).
Sobre la base de este registro arqueológico resulta
aven turado señalar la presencia en las comarcas meridionales valencianas de los Campos de U mas y sobre
el propio origen del Bronce Final. Las recientes excava-
ciones en varios yacimientos del. Vinalop6, en. especial
en el Tabaia y C abezo Redondo,. ofrece11 una excepcional información sobre el Bronce 'Thrdío, en el que encontramos algunas de las formas cerámicas -cazuelas,
bases anulares ...- y técnicas y motivos decorativos
presentes en estas cerámicas del Bronce Final.
Sobre la ocupación del Tabaia durante el Bronce
Fin.al, que será analizada en extenso en la Memoria de
excavacion es que se ultima en estos momentos, debemos señalar que aparece dispersa por diversos puntos
del yacimiento. Frente a lo que ocurre en las etapas anteriores, .n o se ha constatado para este momento estructuras arquitectónicas sólidas, similares a las de
Peña Negra I o a los momentos más antiguos de Los
Saladares, pese a su proximidad, al menos con el primero de los yacimientos. Cabría pensar en dos tipos de
asentamientos para los momentos wcwes del Bronce
Final, uno de ellos representado por el Tabaia, al que
podríamos unir Mola d 'Agres, con las construcciones
de hábitat dispersas, y el otro por Peña Negra 1 y los
momentos más antiguos de Los Saladares, prolongándose en este segundo grupo la ocupación en el siguiente período, que por el momento no se encuentra presente en los yacimientos del primer grupo. Sin
embargo, no podríamos descartar que tanto Mola
d'Agres como Tabaia se correspondan con un momento
inicial del Bronce Final, previo a la ocupación de Peña
Negra 1. Las investigaciones actualmente en curso en
el Alto y Medio Vinalopó aportarán, sin duda, una información más precisa para resolver algunas de las
cuestiones aquí planteadas sobre la formación y desarrollo del Bronce Final, de las que depende la cronología y el propio significado del Thsoro de Villena.
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\1 ~ IILR:-:A'\DEZ PÉRFí' Y 1A J.ÓPEí' ~li R A
Ums. /!/ J 11'
1
6
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Alfredo GoNZÁLEZ P RATS • y Elisa R mz
S EGURA •
UN POBLADO FORTIFICADO DEL BRONCE FINAL
EN EL BAJO VINALOPÓ
En el mCJJ de Octubre de 1988 se llevaron a cabo
trabajos arqueológicos en el tramo de la Autovía
Alicante-Murcia situado a su paso por el río Vinalopó,
a unos 2 km. al norte de la ciudad de Elche.
La actuación arqueológica vino determinada por
la existencia de un poblado protohistórico en el lugar,
conocido como Caramoro n, en donde las máquinas
habían procedido a realizar las primeras tareas de explanación. Solicitada la correspondiente autorización,
se comenzó una campaña de urgencia en la fecha indicada, bajo la dirección de los doctores González Prats
y Ramos Fernández y actuando como técnica s
o•. Ana Ruiz y o•. Elisa Ruiz.
El yacimiento ocupa una lengua amesetada al norte del rfo Vinalopó cuyo lado occidental vierte de forma abrupta sobre el propio cauce, mientras los otros
lados lo hacen de forma más atenuada sobre dos ramblas que se dirigen al rfo.
Hemos denominado el yacimiento como Caramoro U para diferenciarlo del poblado prehistórico de
Caramoro, objeto de una campaña de urgencia anterior por el doctor Ramos Femández y en donde los
•
cante.
Dpto. de Prehistoria y Arqueologfa, Universidad de Ali·
autores efectuaron una nueva campaña de salvamento
ante el mismo peligro por las obras de la Autovía.
En la superficie del yacimiento pudimos recoger
diversos fragmentos de cerámica a torno entre los que
cabe destacar aquellos pertenecientes a vasijas fenicias
(ánforas Al), ibéricas, de barniz negro y medievales.
Su carácter rodado nos induce a pensar que, ya antes
de la explanación de las máquinas, los posibles niveles
más recientes al que es objeto de estas líneas estuvieran
desmantelados por la erosión, dado el afloramiento de
la roca en gran parte del yacimiento. En la actualidad,
el centro del poblado ha sido rebajado para facilitar el
tra2ado del puente sobre el río.
LOS TRABAJOS
Las áreas adecuadas para la realización de las excavaciones eran aquellas que se habfan conservado por
la existencia de la antigua línea de muralla, que en algún punto llegaba a aflorar y fue parcialmente afectada por las obras de la Autov{a.
Se planteó un total de seis cortes a lo largo del recinto defensivo de modo que obtuvi~ramos un muestreo significativo para su posterior reconstrucción.
17
[page-n-28]
A. GONZÁLEZ PRATS Y E. RUTZ SEGURA
Fig. 1.-
Silut~Ción
del poblado de C4TtlfM1o O
El corte 1 ofreda unas dimensiones de 17'5 por
8 metros y en su interior aparecían, ya antes de excavar, los restos de la muralla que, en el lado norte,
fue parcialmente destruida por la maquinaria. Esta
línea defensiva se sitúa en tomo a la cota de 130 m.,
como ocurrirá oon el resto del encintado, iniciándose
aquí el incremento de la pendiente de la meseta. Pre·
senta una orientación nort~sur y se pierde en la zona
meridional del corte debido a la erosión, razón por
la que se conserva un tramo de unos 13 m. de longitud.
La solución técnica de esta obra se consigue mediante la construcción de un núcleo central de aproxi·
madamente 2 m. de ancho, realizado con dos líneas de
piedras, hincadas en su mayoría, dejando un espacio
central que se rellena de modo heterogéneo: con piedras de tamaño medio trabadas con barro oscuro en su
mitad septentrional y por acumulación de pequeños
guijarros amalgamados con tierra amarillenta. A este
cuerpo se añaden dos nuevas alineaciones de piedras
hincadas - una a cada lado- que proporcionan a la
muralla una anchura total de entre 3 y 4 m., rellenándose también con piedras los espacios surgidos de esta
anexión. Estas diferencias técnicas no conducen a establecer fases de construcción en el tiempo ya que los
18
materiales, localizados mayoritariamente en el interior
del recinto, presentan una homogeneidad cronológicocultural.
En el área intramuros no se han hallado restos claros de suelos u hogares, así como de estructura alguna,
excep ción hecha de algunos fragmentos de enlucido de
barro que aún conservan improntas de cañas y ramaje
provenientes de una gran bolsada de ceniza gris ubicada en la zona sur del corte y que con stituir[an el único
vestigio de viviendas recuperado.
El corte 2, de 17 por 4 m., se planteó al otro lado
de una pequeña vaguada situada al norte del corte 1,
presentando aqu( la muralla una dirección oeste-este.
Parte de los restos afloraban también en superficie,
aunque aquí conservamos tan sólo el cuerpo central,
compuesto por dos alineaciones de piedras hincadas
con su correspondiente relleno, y los restos de una ter-cera hilera exterior que conformarían un ancho de
1' 6 m. por 12'8 m. de longitud.
A diferencia del corte anterior, aquf s{ fue posible
recuperar los restos de una estructura en el interior del
recinto pertenecientes a un suelo de hogar, si bien son
inexistentes otros elementos de vivienda. M ención
aparte merece, por su abundancia, el material exhu·
mado en este corte.
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Caramt»T~ll
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UN POBLADO DEL BRONCE FlNAL EN EL BAJO VJNALOPÓ
El corte 3, de 5 por+ m., se estableció al sur del
corte 1 pero f"Ucra de la cota de 130 m. ya que la tierra
mostraba en ese lugar un fuerte espesor induciéndonos
a pensar en la existencia de relleno arqueológico. Sin
embargo, apenas proporcionó restos materiales ni se
detectó estructura alguna.
El cor te 4 se planteó por eUo retomando de nuevo
la cota de 130 m., al sur del anterior y con unas dimensiones de + por 5 m. Nuevamente apareció la línea defensiva que, muy deteriorada, alcanza 4'2 m. de longitud. Su construcción se realiza siguiendo un trazado
norte-sur, con un núcleo de 1'2 m. de ancho formado
por dos hileras de piedras hincadas y su corrcspondien·
te relleno al que se añaden desde fuera dos alineaciones
más, separadas entre sí y colmatadas con piedras para
formar una anchura total de 2'6 m. El material es muy
escaso y, aparte de la muralla, no encontramos estruc·
tura alguna.
A partir de aquí, la meseta hace una inflexión y
la dirección predominante pasa de ser norte-sur a
oeste-este, para luego volver a encaminarse ligeramente hacia el norte, yendo a morir en el cortado sobre el
río Vinalopó. Asentamos en esta zona dos cortes.
El corte 5, de 8 por 4 m. y dirección oeste-este, se
ubicó en base a una afloración de piedras que, tras su
excavación, mostraron un comportamiento algo alejado de los patrones constructivos anteriores, aunque
bien pudieran corresponder a uno de Jos rellenos realizados entre dos alineaciones de piedras hincadas, observándose en una cota más baja más restos siguiendo
Ja inclinación de la ladera.
El corte 6, de 4 por+ m., se abrió desde el llmite
de la meseta sobre el cortado, apareciendo restos de la
muralla que poco a poco descendía hacia la ladera y
que enlazaría con la alineación del corte anterior. Se
recuperaron aquí al menos dos cuerpos distintos de características similares a Jos descritos para el corte l.
El material en estos dos últimos cortes es muy escaso pero hemos de tener en cuenta, además de la erosión natural del cerro, la destrucción llevada a cabo por
las máquinas que construían la Autov{a.
El análisis de los restos constr"Uctivos permite la
reconstrucción del trazado hipotético de, al menos,
unos doscientos metros del perímetro amurallado, que
discurriría por eJ borde de Ja meseta, antes de iniciarse
las pendientes de ladera y aprovechándolas en algunas
ocasiones. La muralla tendría una anchura media de
3'8 m. y u n esquema constructivo de al menos cuatro
alineaciones de piedras generalmente hincadas que
marcarían distintos cuerpos rellenos por piedras o guijarros.
LOS MATERIALES
ARQUEOLÓGICOS
CERÁMICA
Los restos más abundantes recuperados en est os
trabajos corresponden a cerámicas, dentro de las cuales
se establecen dos grandes grupos que se diferencian
t~cnica y morfológicamente. Por un lado, una cerámica
de paredes gruesas que ofrece superficies generalmente
descuidadas y sin ningún tipo de acabado, traduciéndose en un tacto áspero. Su pasta, por lo común de co·
lores claros y medios (ocres, amarillentos, anaranjados
y gris claro), incluye numerosos dcsengrasantes mine·
rales de tamaño medio, presentando en muchos casos
un núcleo oscuro. Sus formas tienden a ofrecemos perfiles ovoides, globulares o subcilíndricos con cortos
cuellos diferenciados verticales o ligeramente exvasados, cuyos labios suelen decorarse con digitaciones o
trazos incisos y que finalizan en bases planas, algunas
con impresión de esterilla.
Por otro lado, existe una producción de cerámicas
más finas que se caracterizan por presentar unas pastas
más depuradas, con desengrasantcs finos y color generalmente gris, cuyas superficies se han bruñido con
mayor o menor esmero. Son recipientes de menor tamaño, insistiendo en cuencos y vasos carenados asr
como algunas vasijas de mayor porte. Entre los prime·
ros cabe destacar los cuencos que presentan una clara
y marcada inflexión por el interior deJ borde (fig. 5,
números l-4.-) y aqueJlos otros de carena alta sin ningún
tipo de inflexión por el interior (fig. 5, números 5 y 7).
Más significativos resultan, por un lado el pequeño vaso ovoide con hombro marcado y borde evertido
que presenta incrustación de botones de cobre o bronce
en el tercio inferior (fig. 5, n. 0 6) y por otro los fragmentos de vasos con decoración de acanalados y bordes
ligeramente convexos (fig. 5, números 8-10).
OBJETOS DE PIEDRA
No habiendo aparecido n ingún utensilio metálico,
los restos que completan el conjunto material recupera·
do se traducen en varios molinos de mano realizados
sobre piedras oscuras pórfido-gábricas y algunos dientes de hoz de sílex de considerables dimensiones.
CONSIDERACIONES GENERALES
Como veremos a continuación, la documentación
arqueológica obtenida en este poblado fortifica~o
apunta hacia un ambiente mixtificado de influenc1as
culturales fruto de la ubicación estratégica del yacimiento.
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Fig. 1.- &rdu m4l reprutfl141iiHJS de las e11ámúas gromas de OartlfMfo II
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UN POBLADO DEL BRONCE FINAL BN EL BAJO VINALOPÓ
La t~cnica constructiva del lienzo defensivo que
rodeó cl yacimiento se inscribe en la tónica de un determinado horizonte cronológico del Sudeste y Anda)ucfa o riental. La composición de muros, ya sea de viviendas o defensivos, a base de alineaciones de piedras
hincadas con los espacios resultantes rellenos de piedras menores y cascajo la encontramos en el poblado
del Bronce Final del Cerro de Cabezuelos en Úbeda
Oa~n), en donde tanto las espaciosas viviendas como
Jos tramos de muralla localizados son buenos representantes de semejante sistema (MouNA·DB LA ToRREN}VtR.A-AcuAvo-SAEZ, 1978 y 1979).
Igualmente, en Monachil (Granada) se ha señalado la existencia de una vivienda inédita procedente de
la meseta inferior del yacimiento con zócalos formados
por doble hilera de piedras hincadas (CoNTRERAS,
1982: 318).
Otro poblado característico dcl Bronce Final del
Sudeste como es el Peñón de la Reina en AJboloduy
(Almería), ha deparado varias viviendas con zócalos
formados por alineaciones de piedras hincadas al estilo
de la muralla de Úbeda y Caramoro 11 (MAiniNtzBOTIIu.A, 1980).
Las excavaciones de 1983-85 practicadas en eJ cercano poblado del Bronce Final de La Peña Negra (Orevillente, Alicante) proporcionaron una vivienda construida con 2ócalos de piedras hincadas (GoNzÁLI!.Z
Pun, 1990: 34- y 38), si bien se desconoce lienzo defensivo alguno correspondiente a este horizonte.
Por tanto, el sistema de construcción de las muraUas de Cararnoro Il encuentra absoluta correspondencia con un sistema ·qw: se utilizaba en el Sudeste en
un preciso momento del Bronce Final. Para su cronología, los datos de Úbeda y Alboloduy han llevado a sus
excavad ores a situar estas construcciones en el siglo vu1 a.C. Una fecha idéntica arroja la vivienda metalúrgica de Peña Negra que hemos datado hacia la segunda mitad del vm a.C.
Por lo que respecta a la cultura material, algunas
piezas cerámicas se adscriben igualmente a la misma
ftliación meridional del Bronce Final de Andalucía y
Sudeste. Se trata de los cuencos de carena alta de los
que se han seleccionado dos ejemplares en la fig. 5 (números 5 y 7), cuya forma podemos rastrear en estos
ambientes meridionales desde el Bronce Tardío o Argar e para alcanzar su máximo desarrollo durante
todo el Bronce Final, perdurando algunos ejemplares
en el Hierro Antiguo (ScKUMRT, 1971; LóPtz ROA,
1978; MOWIA, 1978; TJII&li.A, 1978; GoNz.hu:z PR.ATS,
1983 a y 1983 b). Su cronología dentro del mismo
Bronce Final es amplia y no disponemos para el Sudeste de indicadores morfológicos, dada su variabilidad,
que permitan precisar dataciones específicas.
El resto del material cerámico nos alena sobre
otras conexiones e inOuencias culturales que se dieron
cita en este poblado de estratégica posición en el Sudes-
te. Asf el vasito ovoide con hombrera carenada (fig. 5,
n.o 6) conlleva una d ecoración de botones metálicos
incrustados en la pasta que lo relacionan con otros hallazgos peninsulares los cuales, situados en ambientes
meridionales, se bao referido a procedencias de la Meseta y, en última instancia, del mundo centroeuropeo.
En tre los vasos con esta decoración se bailaría el ejemplar de Medell(n (AMo, 1973: 380, fig. 4, 1). El del
Cerro de la Encina (Monacbil, Granada), procedente
del estrato Ilb del cone 3, asociado a cerimica a mano
pintada bfcroma, que se data entre los siglos x y vm
a.C. (AluuaAs BT AL., 1974: 88, fig. 68). Las excavaciones practicadas en el Túmulo A de Setcr.Jla (Lora del
Río, Sevilla) proporcionaron el hallazgo de una uma
con decoración de remaches de bronce (Aus~rr, 1975:
121, fig. 48, 2).
Con posterioridad han aparecido cerámicas con
incrustación metálica en el Cerro de los I.nfantes (Pinos
Puente, Granada) en la fase datada entre 900 y 750
a.C. {PACHóN ET AL., 1979: 317, fig. 14; MouNA r:r AL.,
1983: fig. 2b); en la Colina de los Quemados (Córdoba) {PEL&.JCER, 1989: 177); y en el Cerro de la Miel
(Granada) (CAIUlASCO .t.n' 111.., 1987: 28, fig. 30).
Las dataciones que arrojan los contextos de estos
hallazgos sit6an este tipo de decoración entre los siglos x y vm a .C., utilizándolo Molina como uno de
los elementos caracterlsticos de la fase TI del Bronce
Final del Sudeste (MoUNA 1977: 219) aunque admite
su posible perduración -contemplando la datación
del ejemplar del Túmulo A de Seteftlla- en el s. VII
a.C.
La significación y procedencia de esta decoración
tan singular en nuestra protohistoria resulta controvertida pues si para Aubet y Pellicer habría que relacionarla con la Meseta y con centroeuropa (A011ET, 1975:
139; PRJ.LJOliR, 1989: 179), para Molina su origen debería buscarse en el Mediterráneo (MouNA, 1977:
219). Lo que parece evidente -dada la ausencia de
esta decorac.ión en ambientes contemporáneos del Sudeste con el Bronce Final de la Meseta- es que su área
de dispersión es básicamente meridional. Esto, como
ya señalaran los excavadores del Cerro de la Miel (G""
RRASOO BT 111.., 1978: 66), avalaría la hipótesis de una
procedencia desde las costas mediterráneas, aunque
quizás oriundo de culturas oorteitálicas del Bronce Final (Villanoviano).
Por otro lado dispondrfamos de claros elementos
conectados con los ambientes de Campos de Urnas de
la Península Ib~rica. Es el caso de los fragmentos representativos de vasos decorados con acanaladuras
que, por presentar el borde ligeramente convexo, se sitúan con facilidad en contextos correspondientes a los
Campos de Urnas Antiguos, si bien perduran en los
Recientes (At.MAGRo, 1977: 94 ss; R 111z ZMATJ!RO, 1985:
fig. 216), obteniéndose una cronología terminal en torno al tránsito del siglo IX al vm a.C.
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UN POBLADO DEL BRONCE FINAL EN EL BAJO VINALOJ'Ó
A su lado se sitúan otras formas de idéntica íiliación. Nos referimos a los vasitos carenados con inflexión interna marcada por el final del borde. Es una forma característica de ]os Campos de Urnas del Ebro,
originarios de tipos más anchos en los Campos de Urnas Antiguos (RotZ ZAPATERo, 1985: fig. 213, n. 0 6) y
que perduran hasta eJ siglo VUJ con estos ejemplares
de me.n or tamaño (Ibidnn, figs. 216, 9 y 222, 1). Estos
vasos se prodigan en eJ Alto y Medio Ebro, como lo
demuestran !.o s ejemplares de Sanso! (Muru Astrain)
(CAS1'1ELLA, 1977: fig. 16, 1) y, sobre todo, los numerosos del castro de Portelapeña (El Redal, Logroño) que
se presentan lisos, cordados, con acanalados o con los
característicos diseños excisos {BLASCO, 1974; CASTJRc.u., 1977: fig. 115 ss). En el trabajo de Castiella quedaron individualizados como su. Forma 1 de la cerámica cuidada.
Resulta ilustrativa la asociación de vasitos de este
tipo a urnas decoradas con acanalados y bordes ligeramente convexos en una de las más importantes y significativas necrópolis del Ebro medio: Los Castellets de
Mequinenza (Rovo-F'EltRBtt.uRLA, 1985: 400, fig. 6), con
una cronología que va del 1.000 al 700 a.C. Al ocuparse del vasito de ofrendas del túmulo ION, los excavadores advirtieron su semejanza con otros vasitos similares
del Cabezo de Monle6n en Caspe, para cuyos inicios
se dieron fechas entre los años 900 y 800 a.C. (.[büúm,
p. 407).
Finalmente, la presencia de elementos dentados de
sOex en Caramoto II obedece a lo que viene siendo
usual en poblados de Andalucía Oriental (Cerro de la
Mora, Cerro de la Encina) de este período, siendo una
clara herencia del ll milenio a.C. Ya indicamos que su
ausencia en la ce.r cana ciudad de Peña Negra se debió
sin duda a la utilización allf de hoces metálicas (GoNZÁ.Ll!Z PRATS, 1985: 177), extremo que ha venido confU'·
mado por el hallazgo de moldes para fundir tales
piezas.
CONCLUSIONES PRELIMINARES
Nos hallamos ante un_ poblado de dimensiones
respetables perteneciente al Bronce Final ll del Sudeste en el que destaca su sistema defensivo acorde
con unas técnicas constructivas propias de este cfrculo
cultural.
La doble ten den.cia de influencias que permite
deducir el análisis de Jos materiales cerámicos, es decir, formas tradicionales del ámbito meridional desde
el Bronce Tardío y otros tipos claramente vinculados
a los ámbitos peninsulares de Campos de Urnas
-concretamente del área del Valle del Ebro-, debe
tener una explicación. Sería tanto la situación estratégica del poblado sobre el antiguo eje de penetración
comercial y cultural que supuso el rfo Vinalop6 en
nuestra Pre y Protohistoria como el propio carácter
de frontera de esta cuenca fluvial, manifestado desde
la Edad del Cobre, como lo demostraría la presencia
de poblados con cultura propia del Cobre andaluz:
Figucra Reona en Elche, Les Moreres en Crevillente
(GoNzÁLEZ PRAn~, 1985b: 94- ss). Esta frontera vuelve
a manifestarse en época campaniforme, en donde el
importante yacimiento de El Promontori de l'Aigua
Dol~a i Salá (Elche) permite vincu.lar los. diseños ornamentales de sus cerámicas con el grupo de Andalucía oriental (Rmz SECUM, 1990). Para la Edad del
Bronce, la frontera del Argar que Tarradell estableció
en un principio en el río Segura (TA&RADEr.L, 1962)
fue subida al Vinalopó posteriormente (TAlUW)RLL,
1965), hipótesis a la que nos adherimos al publicar
el poblado del ~.ronce Antiguo del Pie de les Moreres
(GaNZÁLBZ PRAn, 1986: 200). Esta realidad fronteriza
será la que en el Bronce Pleno avanzado c.o nfiera esa
característica peculiaridad de los poblados situados en
el Valle del Vinalop6, que poseen una evidente semblanza con la facies argárica, característica que inicialmente fue utilizada para definir una facies comarcal aut6noma en la cuenca de este río (HEJtNÁNDEZ
PtREZ, 1986: 348), si bien en la actualidad ha sido
correctamente valorada (IiERflÁl'IDRZ PtRJ.r.t, 1990: 87
y 94).
El funcionamiento de dicha línea de frontera se·
guía en vigor en el I milenio a.C., tanto en el .Bronce
Final (GoN7.ÁLil.Z PRATS, 1985a: 153) como en el Hierro
Antiguo, lo que permitió la existencia al sur del Vina·
lopó de u.n floreciente período orientalizante dentro de
la 6rbita de Tartessos que no se produjo al norte del
río.
Por eso no resulta extraña la presencia, en un
poblado de tan favorecida situación y cuyo propio
carácter defensivo puede deberse a su actuación
como centro vigía en el Bronce Final en el inicio
de tan importante ruta de penetración, de elementos
de Campos de Umas que vienen a completar los
hallazgos similares realizados en el cercano poblado
del Tabaiá en Aspe (NAvARRo MwERos, 1982: 57 ss)
o en el más lejano de la Mola d'Agrcs (C.E.C.,
1978).
Resulta sintomática la relativa abundancia de estos elementos de Campos de Urnas siempre en yacimientos situados en el margen septentrional del Vinalopó o más al norte. Realidad que contrasta con los
escasísimos fragmentos propios de estos ámbitos indoeuropeos que hallamos al sur del do (Saladares,
Peña Negra), donde la fuerza de la dinámica cultural
de Tartessos fren6 o mediatizó las influencias septentrionales.
Los datos cronológicos que aportan tanto los sistemas de construcción de las mutallas como las cerámicas permiten situar eJ. de11arrollo de este nuevo poblado
del Bronce Final entre los siglos oc y vm a.C.
25
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A. GONZÁLE.Z PRATS Y E. RUIZ SEGURA
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Ldm. 1- /Jos uJptciUI tlr lo mural/o qtu Clrrtmtlo ti pohlado
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DI Corlt 1
27
[page-n-38]
[page-n-39]
Arturo
ÜLIVER
Fmx •
,
APROXIMACION AL POBLAMIENTO
DEL HIERRO ANTIGUO EN CASTELLÓN
D. Enrique Pla Ballester fue de Jos primeros investigadores que se planteó la problemática de uno de los
períodos menos debatido, peor conocido, y sin embargo, clave de la historiograffa arqueológica valenciana,
per(odo que ha permanecido oscuro basta hace relativamente escasos años en lo que a Valencia se refiere;
~ste es el paso de la Edad del Bronce a la Ibérica, el
cual representa un contundente cambio e n la cultura
.material y t~cnica, motivado por una compleja interrelación cultural y evolución autóctona a )a vez. Ello lo
planteaba ya de forma concisa pero magistral en 1957,
cuando la investigación con respecto a este momento,
estaba completamente en mantillaa. E. Pla indicó la
importancia de los pueblos colonizadores para el futuro desarrollo de la cultura ibérica en un momento en
que estos planteamientos estaban lejos de realizarse
(Pu, 1959). Consideramos oportuno pues, unirnos al
merecido homenaje tributado al insigne arqueólogo valenciano, recordando precisamente esta interesante comunicación y plantear de nuevo el estado de la cuestión del tránsito de la Edad del Bronce a la del HieJTO
en tierras valencianas.
• Servei d'lnvcaligacioDJ Arqueolbgiquea i Prehistbriques.
Dlputació de Cutclló.
Este período cultural en Castellóo, siempre se ha
considerado dentro de los estudios generales de los
Campos de Urnas del noreste peninsular, relacionándolo con el área de Aragón y Cataluña (ALMAGRO,
1977; R vtz, 1985; PELLICER., 1984), ya que los datos
que teníamos de él se limitaban a hallazgos sueltos y
esporádicos fuera de todo contexto que nos pudiera
aportar una verdadera valoración sobre la auténtica
importancia del Bronce fmal- Hierro en la zona
(BOSCH, 1915-1920; CoJ..OMINAS, 1915-1920; Esnv11, 1944;
MARTfNn, 1942).
Debemos indicar primeramente que consideramos
oportuno denominar este período bajo el epígrafe de
Hierro antiguo, puesto que por primera vez en la historia, encontramos este material en la zona; como veremos posteriormente, hay explotaciones de yacimientos
de mineral férrico, también hallamos utensilios de este
metal, como el cuchillo de hierro exhumado en el estrato K del yacimiento de Vinaa:ragell de Burriana, sobre
el cual M . Pellicer Uam6la atención de su importanci.a,
ya que apenas se le había considerado (Pm.uon, 1982:
226). Sin embargo, indiquemos que el estado de la
cuestión en que se encuentra la investigación no nos
permite saber si estamos ante un predominio del instrumental férreo sobre el de bronce, lo que serfa nece-
29
[page-n-40]
A. OLIVER FOIX
Fig. 1.- Po/pis, San/4 Mada.úna. 1-2,
&rrfora Vuillnnot R .l .
&erámi&a no lof'fllaiÚJ.
3-4,
sario conocer según A. Snodgrass para encuadrar con
exactitud este período dentro de la Edad del Hierro
(8NODCIIASS 1 1980).
Consideramos oportuna esta denominación ya que
este período se diferencia del Bronce fmal al estar separado de él por un momento bistoriográficamente oscuro, pues, los yacimientos de la provincia no nos ofrecen
prácticamente datos desde las fechaciones del Bronce
medio avanzado de Orpesa la Vella en Oropesa del
Mar, una fase previa del Bronce tardío en el Torrelló
de Onda (ARTI!ACA, 1976: 194; G usr, 1974), la fase flnal
de la Cueva del Mas d'Abad de Cuevas de Vinromá
(Gus1, 1975), o la fechación del Abric de les C inc "
de
Almenara GuNYBNT et alii, 1982-1983). Es el período
oscuro que ya indicaba E. Pla en su comunicación de
1957 (PLA, 1959).
30
El periodo que continúa, el ibérico, no tiene prácticamente ninguna relación, ya que presenta un cam ·
bio total en su cultura material, patrón de asentamjen·
to, bases económicas, etc., por ello no consideramos
oportuno el empleo de la denominación de paleoibéri·
co aplicado también para este período (M ALuQuER,
1982), y los yacimientos pertenecientes a él (MALU·
QUF.R, 1987). Tampoco creemos oportuna la denominación de celta y ballstático empleada en la bibliografia
de hace unas décadas y actualmente y con buen crite·
rio, ya en desuso. Además como período düerenciado
podemos indicar que es la verdadera protohistoria de
la zona, ya que concurren en él culturas ágrafas, como
son las indígenas, con culturas que tienen sistemas escripturarios, como la fenicia.
El adjetivo de Antiguo nos lo diferencia de lo que
sería el pleno período del Hierro, que en nuestra zona
recibe el nombre de Cultura Ibérica, la cual representaría los posteriores estadios tecnológicos de A. Snodgrass (SNoOORASS, 1980). Este adjetivo sería equivalente a Primera Edad del Hierro, Hierro I o Hierro inicial
que usan algunos autores, para diferenciarlo del momento ibérico.
La nomenclatura de Edad del Hierro es empleada
por otros autores que tratan este período, como J .L.
Maya (MAYA, 1990), E. Pons (PoNs, 1984), M . Pellicer
(PBLLJOER, 1984), se ha usado incluso con cierta reivindicación (LuCAs, 1987). Otros autores como M . Almagro y G. Ruiz (Au..t...ow, 1977; Rurz, 1985), siguiendo
la nomenclatura de W. Kimmig (K..t.Mz..uo, 1954), utilizan el término de Campos d e Urnas, aunque esta ter·
minolog(a indudablemente puede ser apropiada para
otras áreas del noreste, preferimos no hacer uso de ella,
ya que hoy por hoy no tenemos muestras de necrópolis
de icineraci6n en Ja zona, y el sustrato indígena del
Bronce Valenciano tiene aún un fuerte arraigo.
Somos conscientes de la problemática que representa esta denominación de Edad del Hierro, la cu~
queda bien clara en los interrogantes de los títulos en
los trabajos de J. L. Maya y R . Lucas (MAvA, 1990; LoCAS, 1987).
En resumen, consideramos un período cultural
que por varios motivos podemos diferenciar del ante·
rior, el Bronce final y del posterior, el ibérico, y que
cronológicamente se correspondería con los Campos de
Urnas IV (KrMMlC, 1954), el Hallstatt D (MOLLRR·
IúRPE, 1959), el período m (Lools, TAYI'ANEL, 1960), el
Hallstatt medio (HATT, 1961), el período m-rv (V!LA.
SECA el alii, 1963), la primera fase de los Campos de
Urnas del Hjerro (ALMAO¡¡o, 1977), el Bronce fmal ll
(Gn.·MASCAIU!LL, 1981), la tercera etapa (PoNs, 1984),
los Campos de Urnas del Hierro (RUJz, 1985).
El siglo vn a. de J.C. había sido en las comarcas
castellonenses un segmento cronológico del que apenas
teníamos noticias, ya que los hallazgos arqueológicos
eran pocos, tan solo el caso de las urnas de Els Esple-
[page-n-41]
APROXIMACIÓN AL POBLAMIENTO DEL HIERRO ANTICUO EN CASTELLÓN
Fig. 2.- Els Cas/4/úts, La jatUJ. 1-2, mámüa rw tDrnw/a. 3-1,
drifora Vuilúrnol R .J.
ters de Salsadella (CoLOMINAS, 1915-1920), o las escasas
noticias de las urnas de Thrrc de la Sal de Gabanes
(BoscR, 1953), ello, juntamente con otros elementos
aislados de fechas anteriores, permitían hablar de una
penetración de las influencias de los Campos de Urnas
al sur de las bocas del río Ebro, aunque siempre con
poca entidad, y por tanto de un hábitat pobre en este
mome.nto preibérico.
En los últimos años y gracias al programa de investigación protohistórica desarrollado desde el
S.I.A.P. de Castellón, se han descubierto una serie de
yacimientos fechados en la segunda mitad del siglo VIl
a. de J.C., e inicios de la centuria siguiente, los cuales
se han identificado sobre todo en L comarca del Maesa
trazgo en donde se ha centrado más Ja prospección.
Estos yacimientos se caracterizan por ser asentamientos de una superficie reducida, ya que su extensión va desde los 300 m 2 del Polsegué de RoseU, a los
2.000 m 2 de la Mola Llarga de Chert. Debemos indi·
car no obtante, que en algunas ocasiones, los asenta·
mientos posteriores que se han superpuesto destruye·
ron los niveles de esta fase, por lo que no conoce. os
m
la totalidad de la superficie, esto es el caso del Puig de
la Nau de Benicarl6, el Puig de L Misericordia de Via
narós y el Solaig de Bechf (FLRTCIIBll, MP.s.wo, 1967).
En otros casos la destrucción del yacimiento por acción
antr6pica, como vemos en el Hostal Nou de Ares
(GoNzÁLr.z, 1974), el Coll del Moro de Rosell, les Ferreries de Fredes, o por acción natural como les Serre·
tes de Chert o la Ferrisa de Alcora, no nos permite muchas deducciones. Señalemos también la existe.n cia de
algunos hallazgos aislados que nos dan material de esta
época, pero pocos datos sobre el asentamiento, es el
caso de Mas Bosqueds, Mas Martí y Mas d 'eo Peraire
en Albocácer. Mención aparte merece el aú.n poco co·
nocido hábitat cavernícola situado en cl valle del río
Palancia y del Mijarcs, lo que vemos en la Cueva del
Murciélago de Altura (P ALOMAR, 1986), ]a Cueva
Honda de Cirat (GIL-MASCAllELL, ~981), en el Abric de
les Cinc de Almenara Q uNvXNT et alii, 1982-1983) y posiblemente en Cueva Cerdaña de Pina de Montalgrao
(PALOMAR, ÜUVER, 1986).
Dentro del conjunto de estos yacimientos el que
sobresale por su extensión y por sus características en
cuanto aJ material de importación, sobre lo que volveremos más adelante, es el de la Torrasa de la Vall de
Uxó (OuvaR et alii, 1984), posiblemente relacionado
con el de Vinarragell de Burriana.
Próximos geográficamente, podemos señalar los
yacimientos de la vecina provincia de Tarragona, como
es el caso de la Moleta del Remei de Alcanar (GRAClA,
M u!'lH.I.A, PAI..LAllb, 1986-1987), la Ferradura de Ulldecooa (MAI.UQ.UP.R, 1987), Ja Cogulla de Ulldecooa y
Sant ] aume de Alcanar.
A este poblamiento debemos unir los enterramientos de la Montalban.a de Ares (GoNZÁLI!Z, 1975), els
Cubs de Benasal (GoNZÁUZ, 1979), Torre de la Sal de
Gabanes (Boscu, 1953) y Els Espleters de SaJsadeUa
(CoLOMJNAS, 1915-1920), desgraciadamente todo hallazgos fortuitos y en su mayor parte destruidos por la
transformación de las fmeas de labor en donde se ubicaban.
La situación orográfica de estos asentamientos es
variada, ya que se asientan sobre colinas aisladas, en
el caso del Puig de la Nau y de la Misericordia, o e.n
cabezos de sierras que sobresalen hacia un llano o corredor, como Polpia en Santa Madalena, el Polsegué de
Rosell, les Carrasquetes en el mismo término municipal, els Castellets de La]ana, les Serretes de Chert, la
Torrasa de ValJ d'Ux6, les Ferreries de Fredes, se situan también en llano como VinarrageU de Burriana.,
el Torrell6 de Almazora, Mas de Vito de Rosell (R o.
SAS, 1980) o en muelas, la Mola Uarga de Chert (MESEGUER, GmBR, 1983).
La fortiftcación de estos asentamientos en ocasiones es una muralJ.a que se realiza con piedra en seco,
la cual puede circundar todo el hábitat, como es el caso
de les Carrasquetes de RoseU, Polpis de Santa Madalena, els CasteHets de La Jana, o proteger con un lienzo
31
[page-n-42]
A.. OLJVER FOJX
realizadas con un zócalo de piedra que puede ser hecho
de dos maneras diferentes, o bien con unas losas hincadas formando dos líneas paralelas, cuyo intersticio será
rellenado con piedras de pequeño tamaño y tierra; o
bien con sillarejos más o menos trabajados que forman
un zócalo macizo, sobre el cual se levantará una pared
de tapial o adobe. Hemos constatado la existencia de
enlucidos y pavimentos.
La cultura material de estos asentamientos está estrechamente relacionada con el sustrato ind(gena, ya
que presenta unas cerámicas hechas sin torno, con pasta grosera y decoradas con cordones digitados. Las formas más corrientes son las vasijas ovoides con base Uana o de talón, e incluso de pie cilíndrico. El cuello se
encuentra muy marcado y resaltado por un cordón
plástico digitado, el borde es recto, de forma troncocónica, con labio llano o redondeado. Por otra parte tene3
mos un componente de esta cultura material, que nos
relaciona esta alfarería con los Campos de Urnas del
noreste peninsular, es el caso de las decoraciones acanaladas y las incisiones, realizadas sobre vasijas de superficie bruñida y ejecutadas con pasta depurada, que
podríamos considerar como cerámica de lujo.
Lo más destacado del material cerámico que nos
ofrecen estos yacimientos es la presencia de las primeras importaciones provenientes del mundo colonial,
concretamente las ánforas Vuillemot R.l, que se dan
en todos ellos. En menor medida tenemos las vasijas
4
denominadas piPwi, caracterizadas por las cuatro asas
que surgen del borde, y también los platos trípodes. Señalemos que en el cercano yacimiento de la Moleta del
Remei de Alcanar, junto a este material indígena y de
Fig. 3.- El Col/ /Ul Moro, lbm/1. 1-3, tertlmiea no ttn-Mada. 4-~ . importación, se encuentra bud!ero nero etrusco, concreá'!fora Vuíllemot R .l.
tamente la forma del cántaro (GRACIA, M uNJu.... , PALLA·
RÉS, 1986-1987).
Este poblamiento es el primero que recibe las influencias coloniales y puede ser este factor el que dede muralla la parte más vulnerable, lo que vemos en
sencadena el surgimiento de poblados después de un
el Polsegué de Rosell. La construcción poliorcética está
pasaélo oscuro, del que como hemos indicado, no tenerealizada con piedra caliza del lugar, la cual tan sólo
mos prácticamente datos.
se ha trabajado en una cara, que es la que da a las suEl material de importación, será el que nos dará
perficies del muro.
la cronología inicial de los asentamientos, ya que las
El lienzo en cuestión puede cerrar el asentamiento
ánforas Vuillemot R .J, y el material fenicio en general,
formando ángulos, les Carrasquetes de Rosell y els
datan su momento de expansión por la costa oriental
Castellets de La Jana, o de forma redonda, lo que ende la Península Ibérica hacia mediados del siglo vu a.
contramos en Polpis de Santa Madalena.
de J.C. (ÁlrrEAoA, PADRó, SANMAJUÍ, 1986¡ Au:nT, 1987),
Este tipo de construcciones tienen su paralelo en
la fortificación del Alt de Benimaquia de Denia (Alicoincidiendo con la fundación de Ibiza, punto clave
cante) (ScFIUBAllT ~~ alii, 1963).
para la navegación a las costas levantinas desde el sur
peninsular y el norte de Africa. El momento ante qunn
La estructuración interna del asentamiento la desconocemos, ya que no se han excavado en extensión. Tan
nos lo indica la falta del material ibérico e.n los asentas6Jo podemos apreciar la de la Mola lJarga de Chert, la
mientos o en las fases correspondientes a este período,
cual es una manzana orientada al sur, por lo que tiene
material que en la zona está datado por las cerámicas
sus paralelos en les Escodines Baixes de Mazaleón (Tedel hioterland griego a partir del 575/550 a. de J.C. Asf
ruel) y en la Ferradura de Ulldecona (Tarragona).
pues, tendríamos un segmento temporal para este poLos escasos restos que conocemos nos indican la
blamiento que abarcaría desde el 650 al 575/550 a. de
existencia de unas plantas de vivienda rectangular,
J.C., momento a partir del cual vemos que cambia el
32
[page-n-43]
APROXIMACIÓN AL POBLAMlENro DEL UJERRO ANTlGUO EN CAST.ELLÓN
\
1
'
Fig. 1.-
El PolstguJ, /Wúl. J.ttjora
patrón de asentamiento y el material arqueológico, desarrollándose la C ultura IMrica.
El fmal de estos yacimientos, segundo cuarto
del siglo v1 a. de J.C., coincide con la denominada
«Crisis• fenicia de occidente, momento que parece
mostrane conflictivo para el pueblo semita tanto en
la zona oriental del Mediterráneo, por la caída de
la metrópoli, como e n la occidental (ARTBACA,
1976-1978; FKRNÁNDI!Z, 1987; R u•z MA"rA, 1987), ya
que según pa.-ece hay una tirantez entre las colonias
fenicias del sur y Tartesos. Ello indudablemente influiría en las relaciones económicas que mantenían
las colonias con los asentamientos indígenas que depend{an en gran parte de ella. As{ pues, en el segundo cuarto del siglo vt a. de J.C., asentamientos
como la Thrrasa, Vinarragell, el Solaig, les Carrasquetes, Coll del Moro, els Castellets, Polpis, els Espleters, Hostal Nou, M as Nou, M ola Uarga, les Serretes, la Ferrisa, son abandonados.
Los poblados de esta época económicamente se
basan por una parte en la explotación de los yacimientos de mineral de hierro, como vemos en los que
están situados en el término municipal de Rosell, junto a las explotaciones mineras férricas, lo mismo sucederá con los del término de Ulldecona (Thrragona),
Mas Bosqueds de Albocáoer, Les Ferreries de Fredes
y la Ferrisa de Alcora. La venta del mineral a los
fenicios, ya que hoy por hoy no tenemos constancia
~~R. l
.
de la functición de hierro en la wna, será el sustento
económico de esta parte de los poblados del siglo vn
a. de J.C.
El otro principal medio económico de subsistencia serfa el agropecuario, en especial el ganadero,
como vemos en el valle del r{o Palancia, cuyo poblamiento está relacionado con las vfas de trashumancia
(P ALOM
AR, 1986). Otros yacimientos se relacionarían
con el comercio, como es el caso de Vinarragell, junto
al mar y en una zona de desembarco, y la Torrasa,
que por su abundante cerámica de importación, la
situación geográfica, su extensión y el mineral de hierro que hay, ya apuntamos en su día, que podrfa ser
un asentamiento con función de distribución del material foráneo, el cual sería el principal bien de prestigio (Ouvu tt alii, 1986). Ello lo vemos en otro
a.s entamiento situado en el valle del río Ebro, que
presenta la misma cronología, es el caso de Aldovesta
en Benifallet ('Thrragona) (MASCOJtT, SANMAIO'f, SANTA·
CANA, 1986-1987).
La superficie que presentan yacimientos como el
Torrelló de A.lmazora o el Polsegué de RoselJ, prácticamente mfnima, asf como su ubicación geográfica, podría indicamos asentamientos con una función militar
o de vigilancia, ya sea sobre una vía de comunicación,
como es el caso del río M ijares en lo referente al Torre06 de AJmazora, o dedicados a la custodia de una población o de unas riquezas naturales, lo que ocurriría
33
[page-n-44]
A. OLIVBR FOlX
Falta constatar otros puntos en los que hoy por
hoy, tan sólo tenemos pequeños indicios para atribuirlos como asentamientos de esta cronología, asi como el
conocimiento de la estructuración y funcionamiento
intrínseco de los poblados.
4
Fig. 5.- ús CIJTf'asqJUtls, RoseJl. 1-3, eerámKa no 141"N41ÚJ. 4, eerámüa no torneada con daor~Uúin ~Uan.altula. 5-6, arámica no torneada.
en el Polsegué de Rosell en relación al asentamiento del
CoU del Moro y a las minas de hierro de su entorno.
El río Mijares es el paso hacia tierras tUEQlenses, y junto a él como hemos dicho, está el asentamiento del Torrelló de Almazora; a través del do Senia y Servo!, junto a los cuales está el Polsegué, se pasa al valle del rfo
Matarranya y Bajo Aragón.
Estos asentamientos nos denuncian un poblamiento relacionado con los Campos de Urnas recientes del noreste peninsular, que se encuentra perfectamente establecido en la zona y no son meras
penetraciones como se hab(a supuesto hasta ahora
a rafz del estado de la cuestión en que se encontraba
este período histórico. Por otra parte es un poblamiento perfectamente organizado en cuanto al control del territorio, de las fuentes de riqueza naturales
y sobre todo en relación al comercio con el mundo
fenicio, que será el factor que potencia esta explosión
de asentamientos a mediados del siglo vn a. de
J.C.
34
Fig. 6.- Distribucúin geográ.foo de los ya&imimlos ciliulos m tlllX/4.
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APROXIMACIÓN AL POBL AMIENTO DEL HIERRO ANTIGUO EN CASTELLÓN
Lám. 1.-
Santa Modalena tk Polp1's
37
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A. OLI\ t;R rOl X
Lám. 11. - ELr CoJIIIltt.r dt LA jann
38
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Milagro
GlL- M AsCARELL
* y M anu el
ENRIQUE
TEJEDO *
LA METALURGIA DEL BRONCE FINAL-HIERRO ANTIGUO
DEL YACIMIENTO DE LA MOLA D 'AGRES
(AGRES, ALICANTE)
Contamos con la perspectiva suficiente, después
de los estudios realizados de estratos y materiales de las
sucesivas campañas de excavaciones, para poder aftrmar que la Mola d'Agres tuvo un papel relevante durante el final de la Edad del Bronce en el País Valenciano. Ya en anteriores publicaciones se han descrito
materiales que por su carácter singular representaban
aportaciones de interrelaciones culturales o evidenciaban innovaciones tecnológicas (GrL-MASCARELL, 1981:
17; Gn.·MAScAR:nt, y PEÑA, 1989: 125).
Estos, hasta aho.r a, se concentran en pequeñas terrazas, siendo particularmente abundantes los encontrados en la terr aza sudoriental del cerro, qu e es la que
denominamos Sector V (lám. 1). Los estratos hallados
están formados por uno su perficial (Estrato 1) de gran
potencia que por sus características podría tratarse de
una especie de escombrera, llevados o caídos basta allí
y donde se acumula la mayor parte del material (Gu.M ASCAJU?.LL y PEÑA, 1989: 125) seguido por otros tres,
que podr{an estar «in situ», pero cuyos materiales son
de las mis,m as caracter$sticas que los encontrados en
superficie.
· • Opto. de Prehiatoria y Arqueologfa, Universitat de Va·
l~ncia.
Al Sur del Sector V, e.n otra pequeña terraza,
se realizaron dos sondeos en los que se encontraron
también materiales pertenecientes al Bronce FinalHierro Antiguo, muy similares a los hallados anteriormente, y todo ello en el contexto de una estratigrafia muy poco fiable. Esta zona es la que denominados Sector VII.
A estas alturas de la investigación, se nos manifies·
ta en Agres tres claras influencias culturales, alguna de
las cuales ha sido reseñada en publicaciones anteriores
(GrL·MASCARRLL, 1981).
Por su abundancia, riqueza y variedad destaca en
primer lugar, la de la Cultura de los Campos de Urnas
del NE, constituyéndose la Mola d 'Agres, al menos
hasta la fecha presente, en el yacimiento más rico y representantivo de esta cultura dentro de1 País Valen cia·
no. Resulta a este respecto mu y signiftcativa y evidencia la complejidad de este per íodo, la comparación con
otros situados más al Su r, como Peña Negra, que, con
una ubicación relativamente p róxima a la Mola, manifiesta, sin embargo, una dinámica cultural claramente
distinta, a pesar de la posible relación entre ambos.
Sin duda, es la influencia andaluza, el segundo
vector cultural que encontramos en Agres. Diversas
formas cerámicas y un fragmento decorado con incrus39
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Fig. 1
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METALURGIA DEL BRONCE FTNAL-HTRRRO ANTIGUO DE LA MOLA D'AGRES
LA METALURGIA
A. DESCRIPCIÓN•
l. Objetos de metal
•
Fig. 2
tación de metal, al parecer encontrado recientemente
asr lo atestigua.
'
Finalmente se han hallado formas y decoraciones
que relacionan la Mola con la Meseta, en particular
con los momentos finales de la cultura de Cogotaa l.
Estos tres vectores culturales que concurren en
Agrcs, tienen sin lugar a dudas, módulos muy diferentes, destacando por su intensidad el correspondiente a
los Campos de Urnas que es el que realmente caracteriza al yacimiento.
Aunque la esquematizaci6n es obligada para el
análisis singularizado de un yacimiento, la complejidad
de las relaciones culturales escapa siempre al mismo.
Y significativo a este respecto, resulta en Agres tanto
la fTbula ad ouhw {GIL-MASCAuu. y PIIÑA, 1989: 125)
como los objetos de marftl encontrados a los que tenemos que añadir el molde de fundición de un hacha de
talón de una anilla, que por su interis analizaremos
posteriormente.
Ha sido, y es, la ubicación geográfica uno de los
factores determinantes de la nuclearización de las influencias culturales, por ello no debe extrañarnos que
la Mola d'Agres desempeñase un papel relevante al estar situada entre dos comarcas de gran dinamismo durante la Prehistoria, pero particularmente en la Edad
del Bronce, como son la cuenca del Vinalopó y la comarca del Alooi~-Comtat.
Y es precisamente esta ubicación, la que puede explicar la presencia de los moldes de fundición y de algunos objetos de metal que a continuación vamos a
analizar.
MA 1975/C&C. Punta de bronce de pedúnculo y aletas,
cabeza triangular y larga espiga. Dimensiones: long. total
59 mm.¡ long. de la cabeza 22 mm.¡ long. pedúnculo
37 mm.¡ anchura de la cabeza 16 mm.; anchura del pedúncu-
lo 4 mm. y eapeaor del pedúnculo 2 mm. (C.E.C., 1978:
Fig. 8, núm. 14) (Fig. 1, n.0 1).
MA 1978/Sector V/Eatrt. l . Fragmento de barrita o varilla de accción circular fracturada por ambos extTCmos. Long.
conservada +2 mm. (Fig. 1, n.0 2).
MA 1978/Sector V/Estrt. J. Fragmento de barrita de
sección cuadrada fracturada en ambos extremos. Longitud
conservada 53 mm. (Fig. 1, n.0 3).
MA 1981/Sector V/Estn. l . Anillo de sección semicircular y en buen catado de conservación. Su diimetro externo
oscila entre 19 y 17 mm. y d interno entre 13 y 13'5 mm.
Anchura de la sección 4 mm. (Fig. 1, n.o 4-).
MA 1981/Sector V/Estrt. l. Fíbula de codo ad oedUo sobre
soporte de bronce y en perfecto estado de conservación.
Consta de un alfiler rectilíneo de 72 mm. de longitud, de sección circular con diámetro medio de 2 mm. El arco se divide
en dos brazos a trav& de una cabeza constituida por un bucle
de doble espiral, siendo la longitud del derecho de 42 mm.
y del izquierdo de H mm., la sección de ambos es circular
con un diámetro de 3 mm. La inserción del arco con el alfiler
se realiza mediante un muelle de cuatro espirales. La altura
de la fibula es de 28 mm. Ambos brazos es tan decorados con
incisiones que forman triángulos rellenos de lfneas paralelas.
(GIL-MAII
forma de hacha plana. Posee d talón cónico y la garganta es
de sección rectangular con tope de tendencia hemiesférica,
la hoja es también de sección rectangular. Sus superficies están muy alteradu. Dimensiones: longitud total 4-5 mm.¡ longitud del extremo proximal o garganta 22'5 mm.¡ longitud
del filo 2+ mm.¡ máxima anchura en el extremo proximal
5'5 mm. y 23'5 en d distal Anchura absoluta de la sección
6 mm. (Fig. 1, n.0 5).
MA 1981/Sector V/Estr. l. Punzón biapuntado y de sección circular. Longitud 53 mm. (Fig. 1, n .0 6).
MA 1982/Sector VIDCata B/Estr. II. Fragmento de fíbula de bronce, posiblemente de pie levantado. Sólo se conserva el arco de forma aproximadame.nte trapezoidal y sección rectangular. Longitud de 4-0 mm. (Fig. 1, n.0 7).
• La de.cripcióo de cada pieza va precedida por las aiglu co·
nespondienu:a al yacimiento (MA), aeguidu del año en que fueron
exbumadu y el Sector y Estrato. En el caso que tu halla.:go corres·
ponda al sondeo realiudo por el Centre d'E1tudis Conteatam se indica mediante la abreviatura CEC.
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METALURGlA DEL BRONCE FINAL-HIERRO ANTIGUO DE LA MOLA D'AGRES
2. Moldes
MA 1975/CEC. Fragmento de molde para fundir objetos
de tipología imprecisa que conserva ~ieamente uno de los
extremos de la valva. El soporte, de arenisca, es de secci6a
rectangular y los rebordes de la superficie superior muy irre·
guiares. (C.E.C., 1978: Fig. 8, núm. 8) (Fig. 1, n.O 8).
MA 1982/Sector V/Estr. U. Fragmento de ua molde de
fundición de hachas. El soporte es de caliza blanda de color
beige, sección de tendencia hemiesf~rica conseguida por vatios planos. Su altura máxima ea de 80 mm. y su anchura
de 61 mm. La parte superior, lisa, está ligeramente ennegrecida debido a su utilización.
La valva muestra únicamente la parte distal de la hoja.
Conserva 57 mm. delongitud y 33 mm. de anchura máxima
en su filo, estando ambos fragmentados. El máximo espesor
de la boja es de 4 mm. en su extremo proximal (Fig. 3. n.0 1).
MA 1982/Sector V/Estr. m. Fragmento de la parte pro·
ximal de un molde de fundición de posible hacha de talón.
El soporte es de caliza blanda, de tendencia hemiesf~rica,
conservándose aproximadamente 1/4 de circunferencia. Su
color es amuillo-beige, con tonalidades negruzcas por efec·
to de la cocción. Dimensiones: máxima altura del molde
44 mm.; anchura extremo proximal 33 mm.; anchura del
extremo distal 44 mm.; longitud conservada del molde 40
mm.
La valva posee un cono de deyección cónico, así como
la pa.r te más proximal del objeto a fundir, que si atendemos
a la reconstrucción propuesta, tendría una sección rectangu·
lar y maciza. Todo ello se encuentra ennegrecido por efecto
de la colada metálica. Dimensiones: longitud del cono de deyección 6 mm., anchura del mismo 6 mm. y dimensiones
de la valva de 21 por 21 mm. (Fig. 3, n. 0 3).
MA 1982/Sector V/Eatr. III. Fragmento de tapadera de
un molde de fundición de sección hemiesférica realizada so·
bre un soporte de caliza blanda. Su estado de conservación
es bueno pero fragmentado y su supe.rficic superior posee
una coloración negruzca debido a su utilización. Dimensiones: máxima altura coaservada 36 mm., anchura 60 mm. y
longitud 70 mm. (Fig. 4, n.0 J).
MA 1982/Sector V/Estr. IV. Fragmento de molde para
fundir posiblemente varillas. El soporte es de arenisca, de
sección rectangular y su estado de conservación es malo..Posee los rebordes irregulares y su superficie superior está en·
negrecida. La valva posee una sección bemiesférica. Dimen·
siones: longitud de la valva 69 mm.; anchura 10 mm. y altura
2'5 mm. (Fig. 3, n.0 2).
MA 1982/Sector VWSondeo B/Estr. ll. Fragmento de
ua molde de fundición de hachas de taló.n de una anilla. El
soporte es de caliza blanda, muy agrietada por efecto dé la
temperatura a que fue sometido. Posee una sección de ten·
dencia hemiesférica lograda por diversos planos, siendo el
de apoyo en h.orizontal el de mayor amplitud. En uno de
los laterales del molde, el opuesto a la anilla, tiene una amplia ranura que recorre longitudinalmente el molde y que
puede interpretarse como agarradera. La máxima altura con·
servada del mismo es de 75 mm. y su máxima anchura es
de 95 mm. en su parte p.roximal y de 100 mm. en la distal.
La valva corresponde a un hacha de talón con una ani·
lla, no pudiwdose indicar si sería uní o bjfacial, con un cor·
to nervio central de 29 mm., sin tope y garganta curva. Di·
menaiones: la máxima anchura de la parte proximal o
comienzo de la garganta es de 30 mm., la longitud del nervio
central de 29 mm.; la longitud conservada de la hoja es de
69 mm. la cual es de sección trapezoidal, más estrecha en
el fondo, 36 mm. que en la superficie superior horizontal,
47 mm. El asa es de sección hemiesférica (Fig. 4, n.0 2).
B. ESTUDIO COMPARATIVO
La fragmentación en que se encuentran las barTilas
tk stcción cuadrada y circular no nos permite determinar si
pertenecieron a vástagos de punzón o son simples objetos, más manejables a la hora de ser m odelados. En el
caso de encontramos ante esta segunda hipótesis, con·
viene señalar que «aunque poco o nada significativa,
cronológica y culturalmente» (Rmz ZAPATII!lO, 1985:
979), «constituyen un testimonio incuestionable de la
existencia de una metalurgia local... y L presencia de
a
artesanos con capacidad creativa para preparar peque·
ños objetos de ador.no, piezas sin importancia pero in·
dudablemente útiles» (RAuaET, 1976: 116). Y en este
sentido hay que resaltar la abudancia tanto de objetos
como de moldes para su fabricación que encontramos
en las comarcas del Alcoia-Comtat y en 1a del Vinalop6 en yacimientos del Bronce Antiguo y Medio.
Por el contrario, si consideramos estos fragmentos
encontrados en la Mola d'Agres como pertenecientes a
puRZQneS, también es el «Útil metálico más abudante en
las culturas prehistóricas del País Valenciano» (Hu.
NÁNO!Z, 1983: 35). En este ámbito geográfico están do·
cumentados desde el Eneolftico en enterramientos co·
lectivos (LY.RMA, 1981: 123), siendo mayoritarios los de
sección cuadrada y únicamente de sección circular se
han recuperado en Casa Colará (IimlNÁNDB.Z, 1983:
35-36). Para la Edad del Bronce, contamos con ejemplos cercanos de sección cuadrada en Tabaiá (Ibidem,
Fig. 7, 2, 3 y 4-), Cueva del Hacha (IItidem, Fig. 3, 5)
y Cabezo Redondo (Sot.E&, 1987: Fig. 50), y de sección circular en este último yacimiento (Ióidem ), Pont
de la Ja-ud (NAVARJlO M wBaos, 1982: 56), Puntal de
Bartolo (lóidem, p. 4-1) y la Pedrera (lbitkm, p. 38). El
único punzón claramente reconocible hallado en la
Mola d 'Agres es biapuntado y de sección circular.
La ptud4 tk focha encontrada en nuestro yacimiento
que Ruiz Zaparero señala como perteneciente al Bronce Valenciano y por tanto, intrusiva en el conjunto
(Rurz ZAPAn!!.o, 1985: 694-), creemos qu e podría relacionarse con las puntas de largo pedúncuJo localizadas
en contextos meridion.a les del Bronce Final como el
Cerr o de la Miel (Moraleda de Zafayona, Granada)
43
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Fig. 1
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METALURGIA DEL BRONCE FlNAL· HIERRO ANTIGUO DE LA MOLA D'AGRES
(CARRASCOET AL , 1985: Lám. 5, b ), depósito de la Ría
de Huelva (ALMAGRO BASCH, 1940 y 1958) o la Alcudia
de Elche (RAMos FoLQ.trt.s, 1989: 30, Lám. UI, 4) puntas que Coffyn incluye en su Bronce Atlántico UI
(900-700 a.C.) (Col'lYN, 1985: 208, Fig. 31, 7), aunque
no puede negarse cronologras anteriores si atendemos
a los hallazgos granadinos o la punta de los estratos inferiores del Cabezo Redondo (SoLIIR, 1987: Fig. 49,
12).
El anil/Q recuperado en el estrato Superficial o 1 del
Sector V encontrarla un paralelo exacto en el cercano
yacimiento de Tabaiá (Aspe), también de sección semicir cular e idéntico diámetro ( H uNANDEz, 1983:
Fig. 17, 1). En este sentido hay que recordar que este
óltimo se fecha entre el Bronce Final y el medievo (lbidem, p. 27 y 40). Anillos se b.an recuperado también en
el Cabezo Redondo de Villena, aunque aqu{ de sección
circular o eliptica (SoUA, 1987: 126, Fig. 50).
El hadla o Nulruela de reducidas dimensiones, puede
relacionarse con otras de similar tamaño recuperadas
en el Tabaiá, aquf fragmentada en el inicio de su hoja
(F&RNÁNnez, 1983: Fig. 7, 5) y en el yacimiento de
Lleus (Benissa) también fragmentada (RONUA, 1990:
Fig. 21, 1), corno éstas, la de la Mola puede incluirse
en principio en el tipo KI de B. Blance, aunque la pre·
sencia de la garganta tal vez nos indique un momento
evolucionado de la Edad del Bronce.
Sobre la ftbula tk eoáo tk tipo ad oeehw poco podemos añadir a lo d icho recientemente (G•L-MA.scAULL
y PtflA, 1989), tan sólo insistiremos en su inspiración
sfcula y en un periodo de d ifusión amplio que varia
según autores pero que abarca •grosso modo• el primer cu arto del último milenio precristiano. Tipológicamente se encontrarla entre las que poseen un codo
en una espiral (Casal do Mcio) y las ffbulas de doble
resorte (l bidem, p. 135). Por su composición del metal
(Rov•u, 1989: 14-3) se ha relacionado con la recuperada en Perales del Río (Getafe, Madrid) (BLASCO,
1987).
Especial atención merece el TTIIJidl tk jurtdiciQn tk haeJw tk 14/Qn tk una a.nilJiJ por ser basta el presente, el
hallazgo más meridional de este tipo de moldes en
la Península lbtrica. En el estudio de las hachas de
talón se hace de obligatoria referencia el reciente trabajo de D{az Andreu (1989). Según la clasificación de
esta autora, y si atendemos a que no es posible determinar si nuestro molde es univalvo o bivalvo, podría
quedar incluido bien en su tipo 1.3. o 1.6. Estos tipos
de Dfaz Andreu agrupan respectivamente los tipos
36B y 36C y SOA, 30F, 31A, 31B, 31C, 32A. 32B, 320,
34A, 37A y 37B de la clasificación de Monteagudo
(1977).
Respecto al tipo 1.3., su área de dispersión abarcaría el centro y norte de Portugal (Dt.u ANDuu, 1989:
mapa 4) y se apunta una funcionalidad muy concreta
con el trabajo de 1a madera (MoNTIWluoo, 1977: 21;
IV.t;a, 1980: 34). Aun asf, si buscamos dentro del gru·
po los paralelos más estrechos, podrfa quedar relacionada con el tipo 36C de Monteagudo (tipo Carracedo),
de dispersión más septentrional, por poseer una anilla
centrada en la intersección de garganta y hoja (l bidem ,
nW:n. 1353-1361, Fig. 140), lo que en cierto modo las
diferenciaría de su tipo 36B (tipo Beira Litoral), más
meridionales, con una anilla siempre si ruada en la garganta (lbidem, núm. 1342·1352). Coffyn (1985) fecha
este tipo d e hachas en el BFffi (900-700 a. de C.),
mientras que Ruiz Gálvez las sitúa con posterioridad
a la metalurgia tipo Rfa de Huelva.
En cuanto al tipo 1.6. de Dfaz Andreu, su dispersión es básicamente septentrional, M eseta Norte, Valle
del Ebro y NE peninsular. Visto el peso de los aportes
transpirenaicos en nuestro yacimiento, conviene señalar que el molde de Agres aún perteneciendo al mismo
tipo, difiere ligeramente de las hachas localizadas en
Cataluña y alto Ebro a las que hay que añadir el m olde
de Siriguarach (Alcañiz, 'Thruel) (R utz ZAPAT'E.RO, 1982:
Fig. 17, 2). Por el contrario, los paralelos más cercanos
para nuestro molde lo encontramos en el hacha de
Arroyo Molinos Oa~n), tipo 30A de M onteagudo
(1977: núm. 1134) que presenta diferencias morfológicas con las del resto de la península, por lo que posiblemente se trataría de una p roducción local. Este tipo de
hachas son de amplia cronología, ocupando los pr imeros siglos del último milenio pre·cristiano (HARRJSON Er
.u.. 1981: 144), pudiendo concretar que las halladas en
el NE no p ueden remontarse más allá del siglo IX a.
de C . (M.url J uswn, 1969-70: 150..151; Puucn, 1984:
325; RUIZ ZAPATUO, 1985: 912).
Junto a los moldes y objetos comentados, otro
molde de hacha de tipología imprecisa, una tapadera
y un molde posiblemente de varilla, completan el conjunto.
Comentario aparte merece el fragmento de ftbul4.
tk pú úvo.nltJI!o con posibú boiÓtl trtmin.al recuperado en el
Estrato U del Sector VIJ por cuanto debe interpretarse
como intrusiva si atendemos al contexto en que aparece. Efectivamente, teniendo en cuenta que este tipo de
fibulas se fecb.an en m omentos no anteriores a los ini·
cios del siglo VI a .C. (CUADRADO, 1963; NAVARRO, 1970;
A llGENT.E Ouvn, 1974-; Pom-V•LA, 1977; GoNzAtez
P RATS, 1983), posiblemente haya que relacionarla con
los escasos fragmentos a tomo de factura ibérica que
han aparecido en estos estratos. Ello podría significar
esporádicas ocupaciones de la Mola en momentos posteriores, máxime si tenemos en cuenta la proximidad
del poblado ibérico de Covalta.
Por su reducido tamaño podría relacionarse con
las denominad as por Cuadrado como •Golfo de León•
(CUADMOO, J963) y por su ancho arco redondeado con
la recuperada en el nivel II de la Cayla de Mailhac,
piezas que en estas regiones del sur de Francia se fechan entre el 550-475 a.C. (lbidma, p. 35, Fig. 8).
45
[page-n-56]
M. GTL-MASCARELL Y M. ENRIQUE TEJEDO
C. CONSIDERACIONES FINALES
La presencia de la práctica de la metalurgia en la
Mola d'Agres, no debe extrañarnos, si tenemos en
C\lenta que, como dijimos, controla el paso entre las comarcas del Alcoia-Comtat y el Vinalopó, comarcas que
han sido consideradas durante el Bronce Antiguo y
Medio como importantes focos metalúrgicos.
Si analizamos un mapa de la distribución de los
objetos de metal en el País Valenciano, se observa claramente que es precisamente en estas comarcas donde
se concentran la mayor cantidad de hallazgos, los cualell van disminuyendo a medida que nos alejamos hacia
el norte (LuMA, 1981: mapa+). Pero también a nivel
cualitativo encontramos matices diferenciales. Es en
estas zonas donde se da una mayor variedad tipológica:
las alabardas, los puñales de remaches, las puntas de
flecha con aletaa y pedúnculo y las hachas planas, tienen en estu á.r eas, junto con la de la Vega Baja del Segura, su mayor y a veces exclusiva representación
{H!RHÁNDEZ, J983: 32).
Los escasos análisis metalográficos existentes hasta ahora, nos indican una gran variedad respecto a la
composición de las aleaciones, que van desde piezas
puras de cobre como el hacha plana y los puñales de
remaches de Mu de M enente, un hacha plana de Tabaiá, un cincel de Cabezo Redondo, a otras con una
baja proporción de estaño, algunas piezas de Mola Alta
de Serelles, Tabaiá y Cabezo Redondo, para fmalmenre encontrarnos excelentes bronces con más de un 10%
de estaño en la aleación (IURN.\NoBZ, 1983: 38; SoLEJt,
1987: 122).
Thmbién es en estas comarcas donde se concentran la mayor cantidad de restos que nos indican la
práctica de la metalurgia durante el Bronce Antiguo y
Medio. Sin pretender ser exhaustivos, en la comarca
del Alcoia-Comtat existen en el yacimiento de la Mola
Alta de SereUes nueve moldes de fundición realizados
en piedra arenisca, bivalvos y preparados para la fundición de varillas, hachas y puñales o alabardas (Tlll!us, 198+: +6). También conocemos la existencia de
moldes en UU del M oro, Mas c.Íel Corral (IbiJem) y Cabe~ de Mariola (ENcuvt, 1980: 165), yacimiento este
último de gran intert:~ para nosotros por encontrarse
muy próximo a la M ola d'Agres. En el Medio y Alto
Vinalopó, contamos con moldes para fundir varilla~ en
La Pedrera (NAVAUO M&ouos, 1982: Fig. lOe) y en el
Murón (Tuus, 1984: t7), un posible lingote de cobre
o bronce de forma almendrada en el Puntal de Bartolo
y escorias en el Th.baiá {NAVARRO MmEilos, 1982: +O y
57). Es, sin embargo, el yacimiento de Cabezo Redondo el que resulta para nosotros más significativo en relación con el desarrollo de la metalurgia e.n la Mola
d 'Agres por encontrarse a treinta kilómetros por carretera, mucha menor dilltancia por senda o camino de
herradura y contar con una metalurgia desarrollada.
46
En Cabezo Redondo se han encontrado ciento cincuenta piezas de metal, ocho moldes de arenisca, uno
de piedra pizarrosa, as{ como escorias y posibles crisoles (SoUUl, 1987: 122).
Independientemente de la posible reutilización de
las piezas metálicas ya existentes, el más probable
abastecimiento de materias primas, bien en lingotes o
en mineral puro, estaría localizado en la región murciana para el estaño y el cobre y en la de Crevillente
y Bajo Segura para este último ( fullHÁNDEz, 1983: 37).
Podemos pues afirmar que tanto en la cuenca del
Vinalopó como en la comarca del Alcoia-Comtat, la
práctica de la metalurgia era una actividad extendida
y generalizada, con industria de carácter local y dispersa.
Sin embargo, parece ser que hacia el Bronce Final
esta dispersión se reduce, lo que no obstante, dado los
escasos conocimientos que aún tenemos de esta etapa,
debe ser considerado con gran cautela, ya que el análisis de los nuevos materiales que van apareciendo pueden arrojamos nueva luz sobre este periodo. A nivel de
los conocimientos que actualmente poseemos, s[ podemos aftrmar que tan sólo existen en esta zona dos yacimientos con actividad metalúrgica, Peña Negra y la
Mola d'Agres.
Peña Negra, yacimiento muy importante por su
alta significación dentro del Bronce Final, está ubicado
en la cuenca baja del Vioalopó, con fácil comunicación
con la Mola d'Agres. En él se bao encontrado entre
otros objetos, dos fTbulas de codo (GoNZÁLr.z PR.ATS,
1989: +7) y Jo que es más importante, se ha exhumado
una zona de fundición de títiles y armas de cobre y
bronce con cerca de C\latrocientos moldes. De éstos, un
bajo porcentaje son de arenisca y la mayor(a están he·
chos de arciiJa, lo que implica una importante evolución tecnol6gica (GoN7.ÁLBZ PRAn y Ru1z G.\LvEz, 1989:
370). El análisis mctalográfico ha puesto de manifiesto
una gran hetorogeneidad en la composici6n d e las piezas que van desde el cobre puro a aleaciones de carácter binario y ternario (lbidem).
Las manufacturas metálicas elaboradas son principalmente, lanzas, agujas, hachas de apéndice y tal
vez espadas del Monte Sa Idda, piezas que por su tipología evidencian la existencia en el Sureste de un taller
metalúrgico que produce útiles del denominado Bronce Atlántico (/bit/nn).
La tradición metalúrgica existente tanto en el Vinalopó como en la comarca del Alcoia-Comtat, duran·
te el Bronce Antiguo y Medio, junto a la ubicación de
la Mola d 'Agres, impide que no resulte extraño la existencia de un centro de actividad metalúrgica en el
Bronce Final en la Mola. La tipología de las piezas haHadas: varillas, punzones, hachas, as{ como sus moldes
de arenisca enlazan directamente con la tradición metalúrgica de la comarca. Sin embargo, conviene resaltar que, en todos los casos, las piezas son de bronce t{-
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METALURGIA DEL BRONCE FINAL-HlERRO ANTIGUO DE LA MOLA D'AGRES
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pico, así como la singularidad de los moldes de caliza
blanda y en particular el correspondiente al hacha de
talon de una anilla.
Este tipo de hachas se encuadran claramente en
el conjunto de las pertenecientes al Bronce Atlántico
cuyo máximo desarrollo se e.n cuentra en el NO penin·
sular. Sin embargo, también las encontramos en otras
zonas peninsulares, aunque en todos los casos unidas
al comercio atllintico. Así, las halladas en el NE pe.n insular, según Ruiz Zapatero llegarían a esta zona vfa Pirineos occidentales o valle del Garona, donde confluyen con la cultura de los C.U. (Rop: Z,uwrr.RO, 1985:
912).
Considerando que el grueso de los materiales de
la Mola d 'Agres proceden del NE peninsular parece,
en principio, lo más lógico pensar que su origen iría
ligado a la llegada de la cultura de los C.U. al yacimiento. No obstante, existen otros elementos que co_nviene
valorar convenientemente. En primer lugar, que la tipología del hacha de nuestro molde, difiere morfol6gicamente, como ya apuntamos, de las halladas en el
NE, enc.o ntrando su más exacto paralelismo en la provincia de Jaén; en segundo lugar, la presencia de la fíbula a:d ocdUo y los objetos de marftl nos indican que
durante el Bronce Final-Hierro Antiguo, la Mola
d'Agres mantuvo otro úpo de relaciones orientadas
bien hacia el mar o hacia zonas meridionales de la pe·
ninsula; y fmalmente, en Peña Negra se pone de maní·
fiesta una intensa actividad comercial de carlicter marftimo, por el que penetraban numerosas piezas
relacionadas con el comercio atllintico y mediterráneo.
La singularidad de una piezas, nunca puede hacernos perder de vista los indicadores generales de un yacimiento. En la Mola d'Agres hemos encontrado elementos que evidencian un comercio singular como hemos
puesto de manifiesto anteriormente relacionado con el
mundo atlántico-mediterráneo, la JThula ad occhw y las
piezas de marfil son una prueba de ello. Estos objetos
pudieron llegar a la mola directamente desde el mar a
través de la Vall de la Gallinera, camino dificultoso pero
viable. Sin embargo, la inexistencia en esta ruta de elementos indicativos de estas relaciones la convierten, de
momento en problemlitiea. Por lo tanto, en buena 16gica, tenemos que relacionar estos hallazgos con el yacimiento de Peña Negra, vía Vinalop6. En este contexto
el hacha de tal6n y una anilla, que es basta ahora pieza
singular, deberemos relacionarla de igual manera. sien·
do esta hipótesis por la que nos inclinamos.
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MJ::TALURCi t\ DEL BRONC E FlNAL· HlERRO ANTICUO DE LA MOLA O'ACRES
Lám. 1 -
La Mola d'Agrts. Loca/izacidn del Stctor V
49
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José María
SoLER
GARcfA *
"
EL POBLADO IBERICO DEL PUNTAL DE SALINAS
(ALICANTE)
En julio de 1952, cuando nos hallábamos explorando la necrópolis preibérica del Peñón del Rey, en
los Picachos de Cabrera, un pastor, buen conocedor de
aquellos par ajes, nos informó de que, en la sierra llamada Altos de don Pedro, que desde allt se divisaba,
había verdade.ros montones de tiestos, muchos de ellos
pintados. El 3 de agosto visitamos por primera vez el
yacimiento, que ocupa la cima amesetada de aquella
sierra y se origina en los llanos de Pinoso, corre un trecho en dirección Sur-Norte, para torcer hacia Oriente
y terminar en punta frente al extremo meridional de
la Laguna de Salinas, de agua salada, que durante las
crecidas ocupa una extensión de m.ás de dos kilómetros
y medio de longitud Norte-Sur por uno de anchura
máxima, pero que reduce bastante sus lúnites y llega
a desecarse durante el estiaje.
Ocupa esta laguna una depresión rodeada al Norte por la Sierra de Salinas; al Nordeste, por los Picachos de Cabrera; al Sudeste, por la Sierra de la Umbrfa, y al Oeste, por los altos de don Pedro ya citados.
Entro las dos primeras, se abre el Collado de Villena,
paso natural sin carretera que lo atraviese, por cuya
circunstancia, la comunicación entre Villena y Salinas
• Museo Arqueológico de Villena.
ha de efectuarse a través de Sax, rodeando por completo el aislado macizo de los Picachos de Cabrera. Por
el Este, entre estos últimos y la Umbr(a, prolongada
hacia Oriente por la Sierra de Camara, (no ·Cámara..,
como algunos mapas consignan), unos terrenos ondulados conducen al Vinalop6, entre Sax y Elda, y por
el Sur, otro collado, entre la Umbría y los Altos de don
Pedro, nos llevan al llano de Pinoso, al que también se
accede rodeando estos últimos por el Norte, a través del
pequeño valle de Garrincho. El enlace de Salinas con
la red general de carreteras se efectúa por un ramal
que enlaza con la de Elda a Mon6var en el kilómetro 8,
aparte de la de Salinas a Sax ya mencionada.
Entre los kilómetros 6 y 7 de esta carretera local,
a 3'5 kilómetros de Salinas, se halla una finca emplazada al pie del Puntal, espolón desprendido de los Altos de don Pedro que avanza hasta la misma carretera
en dirección SE-NE. La finca era propiedad de don
Eduardo Pérez, de M onóvar, en cuyo encargado encontramos siempre una gran colaboración. Él fue
quien nos informó de que el Alcalde de Salinas, en
unión del maestro nacional de la población y de algunos otros colaboradores efectuaron numerosas rebuscas en el yacimiento y encontraron abundantes materiales que nunca nos fue dable contemplar.
51
[page-n-62]
J.M. SOLER GARCfA
Son suficiente.s ocho o diez minutos de ascensión
por los primeros repechos de la sierra para alcanzar
una pequeña meseta de aproximadamente 15 metros
de longitud por 8 de anchura, meseta utllUada por los
habitantes del poblado para el emplazamie1.1to de su
necrópolis.
Prosiguiendo la ascensión por el contrafuerte
montañoso, a unos 50 metros de la necrópolis, aparecen los primeros vestigios de la muralla, que ya no dejan de observarse en una longitud de unos 140 metros,
siempre a lo largo de la arista septentrional del espolón. Thrmina éste en otro llano más amplio que el de
la necrópolis, cortado bruscamente al Oeste por una
vaguada y prolongado casi en ángulo recto hacia el Sur
unos 50 metros, basta terminar en un promontorio rocoso sobre un ancho barranco que se interna hacia el
corazón de la sierra.
Las viviendas del poblado se agrupan en el interior de este ángulo montañoso, adosadas muchas de
ellas a la m.u ralla exterior y construidas otras al amparo de las desigualdades del terreno. En lo que llamamos l.a acrópolis, al extremo occidental de la llanda superior y en el vértice del ángulo, subsisten los cimientos
de un posible torreón con más de 16 metros de longitud. La defensa natural que proporcionaban las rocas
del extremo Sur fue reforzada con espesos murallones,
según se observa a trechos, y el sistema defensivo se
completaba por medio de otros torreones cuadrados,
bien visibles a lo largo de la muralla Norte.
Ya percatados de la extraordinaria jmportancia de
aquel desconocido poblado ibérico, solicitamos del Alcalde de Salinas, don Joaquín Calatayud Sanjuán, nos
facilitase medios de locomoción para trasladarnos durante algún tiempo desde la estación de Sax hasta el
yacimiento, petición que fue denegada por dificultades
de orden económico. Y como la comunicación desde
Villena era excesivamente costosa para nuestras posibilidades, .hubimos de aplazar la exploración del yacimiento en espera de mejor coyuntura, la cual se presentó en febrero de 1955 con la renovación del
Ayuntamiento de Villena y el ingreso como Teniente
de Alcalde y Presidente de la Comisión de Hacienda
de nuestro buen amigo Alfonso Arenas García, a quien
ya hemos tenido ocasión de referirnos en diversas ocasiones y al q'Ue tanto debe la Arqueología villenense.
rrunecliatamente puso a nuestra disposició~ medios sobrados para efectuar la deseada exploración del Puntal
de Salinas.
Tan pronto tomó posesión de su cargo indagó
cuantos acuerdos había tomado el Ayuntamiento dimitido sobre el tema arqueológico, y se pudo comprobar
que el anterior Alcalde, don J osé Rocher Tallada, se
había mostrado siempre bien dispuesto para una entusiasta ayuda, que no fue, sin embargo, todo lo efectiva
que pudiera haber sido, porque se dio el caso insólito
de que en los presupuestos de los años 1953 y 1954 se
52
habían consignado cantidades importantecS para trabajos de excavación, que no pudieron utilizarse porque
nadie se tomó la molestia de comunjcarnos, en nuestra
calidad de Delegado Local del Servicio Nacional de
Excavaciones, aquellos acuerdos y aquellas consignaciones. Gracias a las gestiones de Arenas, pudo ya utilizarse la suma consignada para 1955, y así pudimos comenzar, con cierta holgura, las excavaciones en el
Puntal iniciadas en 1955 y proseguidas semanalmente
hasta el mes de julio de aquel mismo año.
EL POBLADO
Ofrecemos aq\Jí el croquis del poblado en toda su
extensión, con las 15 viviendas exploradas en aquella
ocasión. Son generalmente rectangulares, con muros
de piedra en seco y suelos de tierra apisonada, a veces
pavimentados con cantos rodados. No vamos a realizar
aquí el estudio detallado de cada vivienda ni de cada
sepultura, labor que habrá de ser realizada en otra oca sión. Nos limitaremos a señalar los aspectos más significativos del material recogido y de su encuadramiento
cultural, como ligera ampliación de la nota que dedicamos al yacimiento en nuestra «Guía de los yacimientos
y del Museo de Villena».
La cerámica es abundantfsima, con grandes ánforas de las llamadas de tipo púnico (lám. 6); ollas grises
y pardas sin decoración, si descartamos la gran vasija
gris del Departamento 12, con grafitos en el cuello
(lám. 8); vasijas pintadas con motivos geométricos y en
raros casos vegetales (láms. 10, 11 y 12). Es muy abundante la cerámica de importac~ón, entre la que hay que
señalar la ..campaniense• de las series A y B (lám. 13),
y la ática de figuras rojas. Según el dictamen del Dr.
Rouillard, hay fragmentos pintados por Fat Boy (lám.
14); por el «pintor Q», o «pintor de lena» (lám. 15), y
por el •pintor de Vienna 0/146,. (lám. 15), todos los
cuales florecieron en el último tercio del siglo rv a. de
J.C. E l yacimiento entra, pues, en los poblados ibéricos
de época antigua. Como piezas singulares habría que
señalar la cantimplora circular con dos departamentos
separados (lám. 9); la crátera del Depart. l (lám. 9) la
vasija con verteder o del Depart. 8 (lám. 10), y una numerosa colección de ánforas esparcidas por todo el yacimiento¡ abundan también los pequeños vasos bicónícos y las cop-as diminutas de pasta gris (lám. 7). Ni en
el poblado ni en la necrópolis se encontró un solo tiesto
de cerámica •sigillatta», que abunda por las villas romanas de los alrededores.
Como dato curiosos señalaremos que en el Depart. XV había un pequeño taller dedicado a la perforación de caracoles, que se encontraban en dos grupos
separados: uno con las cáscaras enteras y el otro con
numerosos ejemplares, todos con una perfecta perforación circular cerca del borde (lám. 20).
[page-n-63]
EL POBLADO IBÉRI CO DEL PUNTAL DE SALINAS
Abundan tambi~n las pesas de telar de barro,
troncopiramidales, con uno o dos orificios (lám. 7, C),
las fusayolas y los tejos circulares de cerámica, que
en una ocasión se presentaron en grupo de nueve
ejemplares colocados de mayor a menor. Aparecieron
tambi~n soportes circulares de vasijas con perforaciones triangulares o rectangulares en las paredes
(lám. 7, A).
No podemos omitir que sobre el empedrado del
Depart. 12 apareció una punta de bronce tipo «Palmella., que hemos de considerar como intrusión de alguno de los yacimientos eneoUticos de la comarca
(lám. 19, 17).
LA NECRÓPOLIS
Es, como ya dijimos, una pequeña meseta de
15 metros de longitud por 8 de anchura, que se alcanza
a poco de ascender desde la carretera de Pinoso. Se excavaron 37 sepulturas de incineración, en fosas rectangulares de unos 80 centímetros de longitud por 60 de
anchura y 30 de profundidad. Estaban cavadas en Ja
roca y, a veces, reforzadas con lechos y muretes de cantos rodados. Verdaderos t\Ílnulos eran las señaladas
con los n\Ílneros 21, 24, 29 y 30, algunas de cuyas piedras alcanzaban más de medio metro de longitud y
otro medio metro de anchura. Una fosa de
1x O' 70 >< 0'30 metros, cavada en la roca y remontada
con murete de pequeñas piedras era la señalada con el
n. 0 33 (lám. 5).
Entre las ofrendas metálicas cabe destacar una pequeña csferilla y dos pendientes de oro ccamorcillados»
(lám. 20, 1), de los que dimos cuenta detallada, con sus
correspondientes análisis, en nuestro trabajo sobre «El
oro de los tesoros de Villena» (Valencia, 1969). Como
objetos suntuarios podemos considerar tambi~n dos
chatones de sortijas de bronce, uno de ellos con figurilla humana muy estilizada (lám. 19, 15)¡ una manecilla
y un asa de un •braserillo,. (lám. 19, J4 y 19)¡ abundantes fibulas hispánicas (lám. 19, 1 a 9), y una, excepcional, de La Tene (lám. 19, 10). Se recogieron tambi~n
diversos ponderales con orificio central, anillas
(lám. 19, 11 y 13), roblones, placas (lám. 19, 12), brazaletes y unas pinzas de depilar (lám. 19, 17).
De hierro había falcat.as, enteras o fraccionadas;
manillas de escudos; espadas puntiagudas; regatones
de lanzas; soliferreum¡ cuchillos afalcatados (lám. 18),
placas con roblones; y de vidrio, frascos de pasta verde
o azulada. algunos con incrustaciones de Uneas amarinas (lám. 20, 16 a 24) y cuentas globulares o gallonadas
de vidrio azul (lám. 20, 3 a 15).
Todo ello, como se ve, normal en yacimientos ibé·
ricos del siglo •v a. de C.
ENVÍO
Este trabajo, que, como ya se dijo, no es más que
una ampliación de la nota que acerca del Puntal publicamos en la «Guía de los yacimientos y del Museo de
Villena», se escribe en memoria de Enrique Pla, antiguo amigo y compañero en las tareas de la Comisión
para la Defensa del Patrimonio Artístico y Cultural durante varios años. Los materiales aquí mencionados se
conservan en el Museo Arqueológico de Villena desde
su creación en 1957, pero Enrique Plano tuvo la oportunidad de contemplarlos directamente. Consid&ese,
pues, la publicación de estas notas como homenaje al
gran iberista que fue Pla, y también como un adelanto
más a la publicaci6n detallada de este importante yacimiento que está todavía por realizar.
53
[page-n-64]
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PUNTAL DE SALINAS
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EL POBLADO máRrCO DEL PUNTAL DE SALINAS
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[page-n-77]
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por ti pintor de Vierma 146 (375-350 a.C.)
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[page-n-78]
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[page-n-80]
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[page-n-82]
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25 a 30, caraeoús perforados
72
[page-n-83]
M ar ALFARO ARREGm* y Santiago BRONCANo*
EL SISTEMA DEFENSIVO DE LA PUERTA DE ENTRADA
"'
A LA CIUDAD IBERICA DE «EL CASTELLAR DE MECA))
(AYORA, VALENCIA)
En el año 1986 salla a la luz la primera publicación sobre el yacimiento arqueológico de M eca. En ella
nos centramos en hacer una descripción general del
mismo y, principalmente, una recopilación de todos los
textos conocidos que de él hicieran mención, realizándose un breve estudio sobre el posible nombre de la antigua ciudad y su cronología (BRONCANO, 1976).
Posteriotmente, nos hemos acercado a un tema
que, no por desconocido resulta menos importante, sobre todo, teniendo en cuenta que viene a ser uno de
los pilares de desarrollo de toda sociedad. Nos referimos a los caminos, vías o calzadas que se hicieron y
utilizaron en época prerromana para la eirculaci6o rodada, medio indispensable para establecer una relación comer cial con otros pueblos q ue, com o hemos podido comprobar, ya e.x isúa en M eca en época remota.
En nuestro último trabajo (BRONCANO y ALrARo, 1990)
hemos realizado un meticuloso y detallado estudio del
impresionante camino de ruedas o de carros que recorre la ciudad, al que nos remitimos para resolver cualquier cuestión que no quede suficientemente aclarada
• lnuituto de Conservación y Restauración de B.ienes Cuhur-.les, Mini11erio de Cultura. Madrid.
en el presente artículo, así como para obtener una visión general del recorrido del mismo.
No vamos pues a centramos en las características
de éste, sino en una serie de vestigios ar queológicos
que nos han permitido, por un lado, la datación del camino, y por otro, documentar un sistema defen sivo de
la ciudad realmente interesante, tanto por su complejidad, como por el hecho de no haber encontrado, basta
el momento, ningún otro paralelo de características similares. Nos referimos al sistema de defensa de la
puerta de entrada a la ciudad.
Para su reconstrucción nos hemos basado en gran
parte, en la interpretación de las señales rupestres que
se conservan en este tramo del camino (BP.oNCANO y
ALFARO, 1990: 170·186), prácticamente los únicos restos conservados de época ibérica.
Tras numerosos análisis hemos podido constatar la
existencia de una antigua puena de entrada situada en
el denominado Camino Hondo o Gran Corva (BRON·
CANO y Al.FARO, 1990: H0-151) que, posteriormente
debió trasladarse unos 200 m. más abajo, al lugar donde se encuentra la •actual•, debido seguramente al
aumento de población y por tanto, a la expansión de
la ciudad. Este traslado provocó un cambio del sistema
defensivo, ya que anteriormente se debió centrar en
73
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M . ALFARO ARR.EGUJ Y S. BRONCANO
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base al camino, excavado en la roca hasta más de cuatro metros de profundidad en algunos tramos, lo que
facilitarla au probable uso como foso.
Con la nueva puerta, quedaba fácilmente accesible una zona comprendida entre ~sta y el espolón
oriental. Para resolverlo, se trazó una línea de muralla
realizada con sillares ciclópeos de gran tamaño entre
ambos puntos y se dotó al espolón de una torre de la
que tan a6lo se conserva un lienzo y, desde la que fácilmente ae do.oUnaba la zona de entrada (BRONOANO y
Au.-.Ro, 1990: 201-206).
74
Sin embargo, como es bien sabido, el punto de más
defensa en caso de ataque es siempre la puerta de
acceso. En el caso de Meca, ~sto se acentúa ya que el perímetro de la ciudad está, en general, rodeada de grandes cortados rocosos, excepto en el extremo oriental,
puerta peatonal fortificada con una impresionante torre
(BRO"Nc...No, 1986: 136-139) y en la zona de entrada del
tráfico rodado, la zona más accesible y vulnerable, donde lógicamente se centró el sistema defensivo.
La puerta de entrada estaba defendida por dos torres situadas a ambos lados de ella, as{ como otra, en
d~bil
[page-n-85]
SISTEMA DEFENSIVO DEL CASTELLAR DE MECA
SECCIOH A-A'
Fig. 2.- &aión
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la puerta
la cima del cerro situada en su vertical, sobre el camiNo ~e han encontrado restos «in situ» de las dos primeras, raz6n por la cual han sido las señales rupestres
las que nos han dado la pauta para su reconstrucción.
Estas señales consisten en las entalladuras realizadas
en la roca base para asentar los sillares, sistema conlltructivo de una gran seguridad y 1irmeza ya que impide el desplazamiento de éstos en caso de golpes con
máquinas de guerra y, al mismo tiempo, evita las obras
de zapadores en los cimientos al estar asentados directame.n te sobre la roca base. Este tipo de construcción
destinado en general para la realización de las cimentaciones de obras defensivas, fue recomendado siempre
que fuera posible, en tratados escritos en época posterior por expertos en poliorcética como Philón de Bizancio o Vitrubio.
De acuerdo con los restos hallados, la torre de
la izquierda, situándose de frente a la puerta, es de
planta en forma de trapecio rectángulo. Su lado oblicuo une el lado menor, que queda al borde del camino, con el lado paralelo mayor (fig. 1). A pesar de
la blandura de la roca, lo que hace que apenas se
aprecien señales, hemos establecido que el lado paralelo menor mediría 4 m., el mayor unos 5' 20 m., el
oblicuo unos 4'60 m. y el ancho 3m. Como podemos
apreciar en la figura 1, la disposición de esta torre
daba Jugar a una especie de embudo entre su lienzo
nQ.
tÚ
emrada a la &iud44
frontal y el cortado rocoso situado al otro Lado del
camino.
La otra torre, situada a la derecha de la puerta
(fig. 1) presenta una planta rectangular apoyándose directamente sobre el lateral rocoso, donde se conservan
las entalladuras para los sillares. Esto nos ha permitido
conocer aproximadamente la altura de esta torre y,
consecuentemente de la anterior, ya que La entalladura
más alta se halla a unos 4'30 m. por encima de la base
del camino y, por tanto ser ía ésta la altura mínima.
Considerando que, muy posiblemente los Lienzos de la
torre se elevarían un metro más a partir de ésta, estableceríamos en unos 5'30 m. la altura total de ambas
torres. Hemos realizado una reconstrucción ideal de lo
que seña la puerta de entrada vista desde el interior
con las dos torres que la flanquearían (fig. 3).
Pero, además de estas dos torres, se situ6 otra más
pequeña, ya que su situación impedía un ataque directo sobre ella, en la parte alta del cerro, a unos 26 m.
por delante de la puerta, de manera que se d ominaba
perfectamente ésta pudiendo atacarse al enemigo desde
su espalda al estar en la vertical del camino, a unos
8 m . de altura sobre él, en el cortado rocoso.
En la figura 4 podemos apreciar perfectamente el
sistema constructivo de esta torre, habiéndose realizado como en el reato de las defensas su cimentación a
base de entalladuras en la roca. Los liezos, de los que
75
[page-n-86]
M. ALFARO ARREGUI Y S. BRONCANO
se conservan los laterales, están construídos mediante
sillares de menor tamaño que los del resto de construcciones, bien escuadrados y tallados, trabados en seco
y con alguna que otra cuña de pequeñas piedras para
que asentaran perfectamente.
La combinación de esta torre con la situada a la
izquierda de la puerta que quedaba de forma oblicua
al camino, daba como resultado, un fácil ataque al enemigo ya que ~te no tenia posibilidad de resguardarse
de los proyectiles lanzados por detrás desde la primera.
Sin embargo, a pesar de la efectividad de este sistema, los habitantes de la ciudad no dudaron, ante un
enemigo de gran envergadura como era el romano, en
· acentuar las defensas hasta el pu.n to de llegar al •amu rallamiento» de la propia puerta.
La puerta de entrada para carros estaba situada
a unos 900 m. del inicio del camino en el interior
de la ciudad. En esta zona, en un tramo de unos
5 m. de largo, se encontraban tanto la puerta propiamente dicha como las torres que la defendian y que
anteriormente hemos descrito. Los laterales rocosos
fueron trabajados de manera escalonada para poder
a. entar las torres anteriormente descritas, única evis
dencia que conservamos de su presencia (figs. l y
2). Serán igualmente las señales rupestres, las únicas
que nos darán la pauta para poder reconstruir los
distintos componentes de dicha entrada ya que no
76
se ha conservado prácticamente ningún elemento de
la Puerta.
Como es natural, el camino presenta a lo largo de
todo su recorrido, profundas carriladas realizadas por
Las ruedas de los carros, quedando entre ambas un
realce central que, en esta ocasión, fue rebajado hasta
dejar el suelo horizontal para poder moverse en la zona
con facilidad, quedando un escalón transversal en el
punto en que se inici6 el rebaje. Este escalón, como podemos ver en la figura 1, se realizó a la misma altura
que otros rebajes laterales que, dan lugar a una entrada con planta rectangular y que, evidentemente sirvió
para encajar en ellos las puertas una vez que se encontraban abiertas y permitir el acceso del tráfico rodado.
Las dimensiones medias de sus lados son de 3'52 m.
y 1'80 m . Este hueco (fig. 1), cuyo fondo es horizontal
y las paredes sensiblemente verticales, está completamente excavado en La r oca, llegando los laterales a una
altura de 0'75 m. y 1'30 m. para el derecho e izquierdo
respectivamente (figs. 1 y 2). Thnto sobre estos laterales
como sobre los de los primeros metros del camino que
están por delante de donde se situaban las hojas de la
puerta, se instalaron las dos torres que la flanqueaban
(fig. 3).
La puerta utilizada para cerrar la entrada consistra en un portón de dos hojas o puerta carretera según
hemos podido comprobar por las señales rupestres.
[page-n-87]
SISTEMA DEFENSIVO DEL CASTELLAR DE MECA
Fig. 4. - LimM dt !.J
Como hemos d icho, estaba formada por dos hojas,
cada una de las cuales estaba fijada, formando un úni·
co cuerpo, a un fuerte pie derecho giratorio o quicionera que podía rotar dentro de los huecos circulares o bo·
toneras realizados tanto en la base rocosa como en el
correspondiente sillar opuesto en su vertical. Como hemos visto en la figura 1, se encontraron en la roca sen·
dos huecos circulares, tanto en la parte izquierda como
en la d erecha, a unos 0'80 m. y 0'50 m . de las rodadas
respectivamente que parecen corresponder a las boto·
neras en el interior de unas de las cuales pudimos aún
constatar la presencia de restos de hierro que facilita·
rían el giro de las hojas. Por otra parte, sobre la base
d el camino aparecieron varios grandes sillares caídos
que muy posiblemente formarían parte de la arquitec·
tura de la puerta. Uno de ellos, en forma de «L•, terúa
IMrt
siluoJa Jobrt tl camiM
tambi~n
un agujero circular que suponemos serviría
para encajar en él los goznes metálicos de una de las
puertas. Otro sil1ar (lám. 1) tambi~n presentaba una
oquedad circular en cuyo interior apareció un bloque
prismático cuadrangular bastante plano, de hierro, colocado para que el gozne apoyara en él. El ce.n tro de
este bloque metálico tenía un leve desgaste circular que
sin duda fue realizado por el giro del extremo apunta·
do de aqu~l que, seguramente remataría en un pivote
metálico.
Tambi~n poseemos datos para establecer tanto el
ancho como el grosor de las hojas de la puerta aunque
no su altura.
En la figura 1 podemos observar que en el lugar
donse se ubican ambas botoneras y horizontalmente al
camino, aparecen unas ranuras que, evidentemente,
77
[page-n-88]
M. ALFARO ARREOUI Y S. BRONCANO
sirvieron para encajar ambas hojas cuando la puerta
estuviera cerrada y que nos permiten conocer el grosor
máximo de ésta que, no sobrepasaba los 0'10 m. Igualmente podemos decir que, los anchos de las hojas no
eran exactamente iguales, ya que el derecho oscila alre·
dedor de los 1'50 m. y el izquierdo llegaba a 1'58 m.
Un detalle dificil de establecer es el relativo a la
forma de cierre de las puertas aunque se han conservado algunas huellas que nos permiten intuirlo. Es evidente que éste se realizaba mediante un pasador ya
que, en la figura 1 podemos observar el hueco realizado en la base rocosa para introducirlo pero, en contra
de lo normal, teóricamente éste quedaría en la parte
de fuera en lugar de en el interior.
Podemos observar en la misma figura que, si bien
tanto la oquedad del pasador como las de las botoneras
de las hojas se sitúan en linea recta, los rebajes realizados para que quedaran empotradas éstas en el suelo,
son ligeramente divergentes, de forma que, si prolongamos sus trayectorias, el extremo de la hoja derecha
llegaría justamente a dar en el hueco del pasador,
mientras que el extremo de la izquierda quedaría situado en el interior respecto al pasado.r.
De acuerdo con el hueco dejado en la roca, el pasador tendría en su extremo inferior una sección en
forma de «L» (fig. 1), y debió ser metálico. La barra o
eje debió tener un diámetro cercano a los 0'10 m., en
cl caso de que fuera circular. El gancho de su extremo
(si pensamos que su tipología debía ser similar a los ac·
tuales cierres por ejemplo, de nuestros balcones), pudo
variar entre los 0'13 m. y los 0'18 m.
Más adelante volveremos a tratar sobre el posible
sistema de cierre de la puerta y el funcionamiento de
dicho pasador ya que se encuentra en relación con
otros elementos que pasamos a describir.
Pero el detalle más interesante e importante aportado por la excavación fue el descubrimiento «in situ»
de dos grandes sillaJ:es colocados horizontalmente y
atravesando perpendicularmente el camino justo delante del punto donde se sitúa la puerta (fig. 1, lám. 2).
El sillar derecho tiene unas dimensiones de 1'14 m . de
largo, por 0'40 m. de ancho y 0'25 m. de alto. El izquierdo mide 1'25 m. de largo, 0'54 m. de ancho y
0'30 m. de alto.
Un dato curioso es el hecho de que en la parte central del primero ele ellos se practicó un hueco, de forma
que, al introducir en él un pequeño sillar, quedaran
ambos trabados por sus extremos adyacentes. Ambos
sillares apoyan directamente sobre la parte central y laterales del camino, quedando, obviamente, por encima
de la base de las carrlladas.
U no de los extremos del sillar derecho queda embutido en un hueco practicado en el lateral rocoso
(fig. 1). La totalidad del extremo izquierdo queda tam·
bién incrustado en su correspondiente lateral, penetrando 0' 16 m . dentro de él, para lo cual se practicó
78
un hueco en la roca que justamente coincidía con el
ancho y alto del sillar. La presión ejercida por las tierras ha provocado que los sillares se hallen desplazados
unos 0'08 m. en la parte central.
As{ mismo, se hallaron también colocados otros
dos sillares, dispuestos en !mea y en perpendicular a
los anteriores (fig. 1, lám. 2). El situado aliado de éstos
es de pequeño tamaño, el otro es plano y de dimensiones regulares.
Es evidente que, tanto unos sillares como otros, al
estar colocados intencionadamente, impedían el tráfico
rodado por el camino ya que es imposible salvar la altura de éstos en relación con las rodadas que, era de
casi un metro. Queda pues establecer qué función desarrollaban cuando, aparentemente, era una contradicción con el normal desarrollo de la circulación de la
cual dependía la vida en la ciudad.
La única explicación lógica y coherente es que nos
encontramos ante el amurallamiento de la propia entrada a la ciudad. Cerramiento que, como es lógico,
tan sólo debía realizarse ante un inminente ataque por
parte de un poderoso ejército como el romano, dificil
de vencer debido al desarrollo de sus técnicas y tácticas
bélicas. Aunque pudiera resultar incomprensible el
«autoconfmamiento» de los habitantes iberos en su
propia ciudad, sometiéndose así voluntariamente a un
asedio, hay que tener en cuenta que, la enorme cantidad de algibes y almacenes existentes en el interior de
la población permitirían mantener éste durante un
tiempo indefinido.
Según los datos obtenidos parece claro que se opt6
pues por «tapiar» la puerta, enlazando de esta manera
con el lienzo de muralla ya existente ( B RONCAN0 1
1986), protegiendo así junto con las diversas torres, el
punto más vulnerable a un ataque.
Se han encontrado dispersos los sillares que formarían la muralla de la puerta. Sin embargo, parece
ser que, según los entalles que podemos observar en los
laterales rocosos situados a 0 ' 80 m. por delante de los
sillares anteriormente descritos, existiría otra línea de
sillares que hemos reconstruído hipottticamente (fig. 1,
lám. 2), con lo cual el portón de madera quedó protegido con un doble muro de grandes sillares con un espacio interior posiblemente relleno de piedras. Restos de
eJlte .relleno pueden ser los citados sillares colocados en
el centro del camino perpendicularmente a los dos des·
critos en primer lugar, aunque nos inclinamos a pensar
que correspondorfan a la primera hilada de un muro
que uniera a los otros dos por su centro para dar a la
estructura mayor fortaleza.
Si seguimos observando los sillares atravesados en
la puerta, veremos que el izquierdo tiene en el peñtl
de su lateral interior dos rebajes consecutivos a modo
de escalones que se relacionan con el contorno del agujero realizado en la roca para introducir el pasador de
la puena (fig. 1). El contorno del agujero coincidiría
[page-n-89]
SISTEMA OEFElSSIVO DEL CASTELLAR DE MECA
perfectamente con lo11 rebajes del sillar ya que hay que
tener en cuenta que, debido a la presión ejercida por
las tierras, existe un ligero desplazamiento del muro en
su parte central como ya dijimos.
Volvic.ndo pues al sistema de cierre, era obvio pensar que el pasador debía qued ar al exterior, ya que no
hay espacio para las hojas de la puerta entre él y los
sillares. Además, como ya dijimos, las prolongaciones
de las ranuras practicadas en Ja roca pa.r a encajar las
hojas nos ofrecen la misma solución, especialmente la
boja izquieda.
Es posible que el pasador qued ara situado al interior de la puerta, pero, solamente cuando no se realizara el .. tapiado» de ella, es decir, en situa.ción normal.
El ángulo que presenta el lateral rocoso izquierdo p ermitiría el deslizamiento de la hoja de la puerta hasta
girar justo hasta el punto exacto situado delante del pasador.
Esto nos llevaría a que el pasador no sería t.al y
como los conocemos actualmente, fijo a una de las hojas, sino una gruesa barra, seguramente de hierro, que
desde la zona superior del dintel podría ser bajada hasta encajar en el h ueco cuando se cerrara. A esto hay
que añadir que, muy seguramente y utilizando el escalón realizado al allanar el realce central en la zona de
entrada que describimos con anterioridad así como las
diferentes alturas dejadas en una especie de •escalones»
que presenta el later al rocoso izquierdo así como la
parte baja del lateral derecho, se apoyarían una serie
de trancas de madera que sujetanan ambas hojas reforzando el cierre.
La documentación obtenida es pues realmente in·
teresantísima, ya que se constata la existencia de un
sistema defensivo muy complejo. El amurallamiento de
la puerta junto con las diversas torres daban lugar a una
defen sa prácticamente perfecta de la entrada de la ciudad, lo que unido al resto d e elementos como es la muralla semicircular, la hacían casi inexpugnable (lám. 3).
Pero, evidentemente, la inexpugnabilidad cedió
ante el empuje del impresionante ataque a que debió
ser sometida por el ejér cito romano, fmalizando de esta
manera el esplendor que durante siglos debió desarrollarse en la ciudad.
1bda actividad de la población q uedó mermada
posiblemente, debiendo quedar reducidos sus habitantes a una fuerte guarnición militar romana y a unas pocas familias iberas, al producirse el cierre del camino,
único medio de supervivencia de la ciudad. Como hemos podido ver, los sillares que quedaron «in situ» lo
clausuraron definitivamente. Este dato nos ha permitido confirmar su cronología, pudiendo establecerlo
como prácticamente la única vía prerromana conocida
hasta el momento, puesto que, tras el amurallamiento
de la puerta y, por tanto, destrucción de la ciudad, no
volvió a ser utilizado como vía de paso.
BIBLIOGRAFÍA
BaoNCANO, S. (1986): «El Castellar de Meca, Ayora (ValencÜI). TextoS». Excavaciones Arqueológicas en España,
147, Madrid.
BRONCANo, S. y At.PARO M. (1990): Los Caminos de RUldas
de l4 Ciudad Iblrica de ttEl Castellar de Meca» (Ayora, VaknCÜJ). Excavaciones Arqueológicas en España, 162,
Madrid.
79
[page-n-90]
M . ALfARO ARRECUI Y S. BRONCANO
Lám. l . - Sillar con orificio ClfculaT y bloque dt hierro. Posihli! demmw tk su;u del goz11t fk tma dt las hojas fk la puula
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80
[page-n-91]
Lóm. 3.-
Visto gmrml dt lo puerta dt tntrodn y tkfollsas rlt la riudad
81
[page-n-92]
[page-n-93]
. Emilio CoRTELL P tREz*, Jordi J uAN MoLT6*,
Enrique A. LLOBREGAT CoNESA • •, C ristina R.mG SEaut•,
Feliciana SALA SELLts* y José M. a SEGURA MARTf*
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA:
RESUMEN DE LA CAMPAÑA DE 1987
INTRODUCCIÓN
El yacimiento i b~rico de La Serreta viene apare·
ciendo en la bibliografía desde 1921 sin que baya sido
todavía objeto de un estudio de conjunto. El benemEri·
to Director del Museo de Alcoy, don Camilo Visedo
Moltó publicó tres campañas de excavaciones corres·
pondientes a los años 1921·1923 y proporcionó docu·
mentación adicional en un artículo, publicado en 1953,
añadiendo algunos datos en su libro A~. GtowgfiJy Pre·
historiiJ, aparecido en 1959. Posteriormente el nuevo Di·
rector, don Vicente Pascual Pérez, llevó a cabo, cuando
dispotúa de algunos fondos, diferentes campañas en la
Serreta, de las que se COllServan Jos diarios pero que
pennanecen, por el momento, inéditas. Lo mismo ocu·
rre con la campaña que se llevó a cabo bajo la dirección
del profesor M. Tarradell, a la sazón catedrático de Ar·
queología en la Universidad de Valencia, de las que lo
único publicado son los dos planos parciales de la exca·
vación, levantados por E. Uobregat. El truJado del
profe10r Ta.JTadell a ]a Universidad de Barcelona el fa·
Uecimiento de don V icente Pascual, y otros av~tares,
• Museu Arqucolbsic: d'AicoL
•• Museo Arqucol~sic Provitlcial d'Aiacant,
suspendieron los trabajos, aunque no impidieron inves·
ligaciones sobre el yacimiento. Por suerte el Centre Al·
coil d'Estudis Histories i Arqucologics propició la lim·
pieza y desescombro del yacimiento, asf como la
confección de un plano topográfico completo, el prime·
ro realizado de este yacimiento. Thnto la limpieza
como el plano fueron un motor para nuevas activida·
des, contando con el contigente de un grupo de arqueó·
lagos alcoyanos que se habían ido formando en la U ni·
versidad de Alicante. Todo esto, y la presunción de la
posible existencia de una necrópolis contigua al poblado, algo que siempre se habfa planteado pero nunca
prospectado, al menos en lo que se conoce del yaci·
m iento, condujo al acuerdo entre el Museo de AJcoy
y el director del Museo Provincial de Alicante, de solí·
citar a la Dirección General del Patrimonio, de la Con·
sellerla de Cultura, el reglamentario permiso de exca·
vaciones para intentar hallar la necrópolis. Esto
ocurría en 1987 y la cosecha fue lo suficientemente
atractiva como para seguir con la tarea a lo largo de
los siguientes años hasta 1990, inclusive, que ha traído
grandes novedades en lo que se refiere a arquitectura
militar y a la topograffa de las defensas del poblado.
En este estudio trataremos tan sólo de la primera cam·
paña de excavaciones (1987) y las demás campañas
83
[page-n-94]
E. CORTELL, J. JUAN, E.A. LLOBREGAT, C. R.EIC, F. SALA Y J .M. SECURA
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[page-n-95]
LA NECRÓPOLIS IBÉRlCA DE LA SERRETA
quedan a la espera de la reconstrucción total de los
ajuares y de todas las tareas propias del caso. La oportunidad del homenaje científico a don Enrique Pla Ballcster, Director que fuera del SIP y mentor de todos
nosotros, ha hecho surgir este trabajo. Vaya en honor
de él, que siempre fue devoto de la arqueología alcoyana.
Los materiales arqueológicos hallados en esta
campaña, así como los de las siguientes caJDpañas, han
sido despositados en el Museo de Alcoy, donde se ha
llevado a cabo la ímproba tarea de limpieza, lavado,
consolidación, dibujo y restauración de las piezas de
esta primer a campaña, y donde se trabaja en las siguientes de forma que en un prudencial plazo de tiempo se pueda poner en las manos del público interesado
la riqueza e interés de esta necrópolis. El yacimiento
de La Serreta conserva todavía una gran cantidad de
incógnitas que poco a poco van a ir siendo desveladas
en sucesivas campañas de excavaciones. Lo que por
hoy conocemos permite augurar unos resultados espléndidos que ayudarán en gra.n modo a conocer el
mundo ibérico en el área del gran macizo montañoso
que se extiende desde el Júcar al Vinalopó y desde el
corredor de Montesa al litoral entre Cullera y Guardamar. Un área que aún nos guarda infinitas novedades
que ni siquiera podemos sospechar.
CIRCUNSTANCIAS DEL HALLAZGO
Entre 1985 y 1986, el yacimiento de La Serreta fue
objeto de una limpieza en sus diferentes sectores excavados de 1917 a 1969, necesada para el levantamiento
topográfico de todo el poblado.
Dichos trabajos permitieron delimitar la muralla
de cierre det poblado por su parte .Este, el cual presenta
un mejor acceso al mismo, situándose en la cota 993
mts. s/n/m (la cumbre alcanza una altitud de 1.051
mts.).
.El conocimiento de la topografía del yacimiento,
con abruptos desniveles, as[ como la delimitación de su
extensión, hizo que nos llamara la atención una amplia
zona no excavada, extr amuros del poblado y de escaso
desnivel, que nos sugirió la posibiüdad de la ubicación
de una necrópolis.
A1 objeto de prospectar las áreas circundantes al
yacimiento, se proyectó realizar una serie de sondeos
cuyo inicio tuvo lugar en el mes de junio de 1987, escogiendo un pequeño sector de esta zona (situada próxima a la muralla, por la parte Este), que no tardó en
revelar la existencia de una sepultura (Lám. 1, 1).
Una ampliación del citado sondeo detectó la presencia de otras sepulturas, que reafirmaban la magnitud del hallazgo, y qu~ aconsejaron preparar una posterior campaña de excavaciones durante el mes de
Septiembre del mismo año (Lám. I, 2).
LAS SEPULTURAS: DISPERSIÓN Y
CARACTERÍSTICAS
Las diecisiete sepulturas exhumadas aparecen
próximas entre sí, como lo demuestra la densidad alcanzada en los 38 metros cuadrados excavados en la
campaña objeto de este avance (fig. 1).
Dada la escasa potencia del estrato (entre 20 y 40
cms.), por efecto de la erosión que ha afectado constantemente el área de la necrópolis por su proximidad a
la carena del monte, algunos hallazgos aparecen casi
superficialmente, así como parte de los restos de la cremación, que generalmente se depositan en contacto directo sobre la roca, siendo frencuente que ésta presente
de.slascados ·ntencionados pa.r a el acomodo de los
mtsmos.
.Esta circunstancia se da tanto en sepulturas que
tienen urna cineraria como en aquellos caso.s en que
no está presente. Hasta el momento no se han detectado superposiciones de sepulturas.
De lo excavado hasta la fecha, se desprende que
las cremaciones no se realizan en el mismo lugar en
que aparecen depositadas, desconociendo la ubicación
del ustrinum.
Hemos observado la existencia de cuatro posibles
estructuras, asociadas a las Sepulturas +·6, U, 1+ y 15,
formadas por piedras irregulares grandes y de mediano
tamaño, que en el caso de las Sepulturas 4-6 llegan a
rodear los dos ajuares. En las Sepulturas U y 15 prote·
gen los restos de la cremación, dado que las piedras los
limitan en parte (Lám. ll, 2). Las tres urnas cinerarias
de la Sepultura 14 aparecían cubiertas por un amontonamiento de piedras, que no llegaba a aflorar en superficie (Lám. lli).
Se observa una gran diversidad en cuanto al con·
tenido de las sepulturas, que inicialmente nos ha per·
mitido distinguir varias categorí'as de sepulturas_
:
-Con urna cineraria y ajuar cerámico (Sepulturas 5b, 9, 13 y 14).
-Con urna cineraria, ajuar cerámico y armamento (Sepulturas 1 y 6).
-Con restos óseos acompañados de ajuar ccrá.mi·
co (Sepultura 8).
-Con restos 6seos acompañados de armamento y
ajuar cerámico (Sepulturas 4 y 15).
- Con restos óseos acompañados de armas (Sepulturas 5a y 11).
Las Sepulturas 2, 3, 7, 10, 12 y 16 no pudieron excavarse en su totalidad, dado que la excavación en estas
áreas sufrió una incursión clandestina, con eJ consiguiente expolio de parte del contenido de los ajuares,
que imposibilita el estudio de su conjunto. No obstan·
te, y a j uzgar por lo conservado, la Sepultura 7 presentada armamento (.recuperamos restos de herrajes de
suspensión de la vaina de una falcata y dos pasadores
de bronce del tahall), y para eJ resto, su conte.n ido se
85
[page-n-96]
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3cm.
Fig. 2. - Kylú dr f r
guras ro;as. Sepultura 6
86
[page-n-97]
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA
reduce a un escaso ajuar cerámico que acompaña los
restos óseos y cen1zas de la cremación.
REGISTRO DE MATERIALES
A. CERÁMICA DE IMPORTACIÓN
El registro formal que ofrece la campaña de 1987,
en cuanto a los vasos de importanción se refiere, es representativo de todo el conjunto exhumado durante los
trabajos de campo posteriores. Por lo tanto, el resultado de este estudio puede considerarse válido en líneas
generales, sj bien no descartamos que nuevos hallazgos
puedan completar la información que ahora adelanta·
mos. El conjunto se caracteriza por su homogeneidad,
por una repetición de formas que hallamos respresentadas en otros poblados y necrópolis de la misma época
como veremos más adelante. La necrópolis de La Serreta y su poblado se insertan así en la dinámica cultural y económica del momento Pleno de la Cultura
Ibérica.
Lo primero que destacamos de este conjunto es la
uniformidad en cuanto a la categorfa de los vasos. La
gran mayoría es de producción ática, aunque se aprecia en eUos una notable diferencia de calidades. En segundo lugar, documentamos otras producciones rep~e
sentadas por ejemplos únicos: una pequeña pátera de
la forma Lamb. 27 adscribible posiblemente a los talleres de Rosas, un cuenco de la forma Lamb. 27 perteneciente a las producciones púrucas de barniz negro, una
pátera de la forma Lamb. 26 que por sus rasgos forma·
les y técnicos podemos considerar un producto proto·
campaniense, un bolsa) de la forma Lamb. 4-2-C procedente de un «taller» no localizado, además de un
pequeño número de fragmentos no áticos de dificil clasificación.
Dentro de las áticas, que como vemos poseen una
mayor representación, encontramos algunos vasos de
estilo de figuras rojas, y, sobre todo, vasos de barniz
negro.
De figuras roj as existen un fragmento de bo.rde y
un fragmento sin forma y decorado, perteneciente a
una cráJera de campana, y tres lcyliJces de la forma Lamb.
42-A , más unos fragmentos que podrían corresponder
a un cuarto lcyli.x. Entre ellos destaca el ejemplar hallado en la sepultura 6 (fig. 2); este vaso presenta en el
medallón central un joven atleta envuelto en su himation, que Ueva en la mano derecha un disco, y se encuentra en actitud oferente frente a un altar. En el exterior, dos grupos de dos jóvenes, enfrentados, uno de
ellos con un disco y los dos restantes con un ertrygilos;
entre dos jóvenes se ha respresentado un aryóaios; unas
palmetas bajo las asas completan la decoración en el
exterior, mientras que en el interior, una orla de hojas
enmarca el medallón central. Estos rasgos decorativos
definen la variante 1 de los kyliks del Grupo del Pintor
de Viena 116, tan abundantes en Andalucía y Sureste
durante la primera mitad del s. IV a.C. (RoOII.L.A.Rn,
1975). Sin embargo, la excelente factura del ejemplar
de La Serreta lo aleja de la tosquedad de acabado que
caracteriza a este grupo, y en cambio lo reladona con
algunos kyliJ;es de factura algo más cuidada como el lote
del taller de jena aparecido en Archena (B&AZLEY,
1948: 4-7-48, fig. 2, n.0 6 y 7), los ejemplares de La Bastida y la propia Serreta (TRIAs, 1967/68: 329-330,
n.0 18, lám. CLX, 8; 350, n.0 2 y 3, Jám. CLXV, 3 y
4-), y otros de UUastret (PrGAZo, J977: 54-56, n .0 137,
14-2 bis y 145, lám. XIV, 2 y XV, 3).
Por lo que respecta a la cerámica ática de barniz
negro, las formas más abundantes son las páteras de
la forma Lamb. 21 y los pequeños cuencos de la forma
Lamb. 21/ 25 b.
Completan el registro tipológico dos fragmentos
de borde de la forma Lamb. 22, dos lr.tlrdhtuoi Lamb. 40
de borde no moldurado, y al menos, tres piezas de la
forma Lamb. 42-B, a las que hay que sumar una base
de esta forma que Sanmartí llama del octaller- de los
/cyliJres de la forma Lamb. 42-C de Covalta (fig. 3, 1)
(SANMAJtT!, 1979: 168-169), y que, seg\Ín afirma, debió
fabricarse en el área mastiena o contestana.
Nos encontramos cambién con una imitación de
barniz negro púnico de la forma Lamb. 27 (fig. 3, 2)
perteneciente a la producción de baja caJjdad By.rsa
401, con un barniz amarronado, ftno, mate y d~ tacto
rugoso (M olll!l., 1986: 29-30); un bol de la forma
Larnb. 27 decorado con una roseta central de siete pétalos con botón central y sendos pistilos entre ellos,
procedente quizá de los talleres de Rosas, aunque por
hallarse la pieza totalmente alterada por el fuego no
podemos afirmarlo con seguridad; y por último, una
pátera de la forma Lamb. 26 (fig. 3, 3), decorada con
cuatro palmetas radiales inscritas en cinco líneas de
ruedecilla, con uña en la superficie de apoyo, que encontramos en Ampurias defmida como un producto
protocampaniense de la primera mitad del S. m a.C.
o muy a finales del s. fV a.C. (SANMARI:I, 1979:
n.0 159, láms. 103 y 108).
El contexto que nos definen ellcyli.x de figuras rojas
y los demis vasos áticos de barniz negro permiten fechar la necrópolis de La Serreta en la primera mitad
del siglo IV a.C., exceptuando la Sepultura 2 (bolsal
Lamb. 42 C), la Sepultura 9 (pátera Lamb. 26 y bol
Lamb. 27), y la Sepultura 16 (imitación púnica Lamb.
27), que podemos encuadrar entre fines del s. IV a.C.
y la primera mitad del s. ITI a.C. La Sepultura 13, en
la que aparece un ktJntharos Lamb. 40 de borde no moldurado, se fecha.rfa en Ja segunda mitad del s. IV a.C.
por paralelos en la necrópolis de El Cjgarralejo (CUA·
OllADO, 1987: T. 45, T. 95, T . 331).
Por último, es conveniente destacar que la casi totalidad de los vasos se hallan muy alterados por el fue87
[page-n-98]
E. CORTELL, J. JUAN, E.A. LLOBREGAT, C. REIC, F. SALA Y J .M. SEGURA
3
Fig. 3.- 1, SepuJJura 2; 2, &pultura 16; 3, SepulJura 9
88
[page-n-99]
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA
2
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89
[page-n-100]
E. CORTBLL, J. JUAN, E.A. LLOBREGAT, C. REIG, F. SALA Y J.M. SEGURA
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Fig. 5.- 1, 4 y 5, &pu1Jur11 U ; 2, Sepullur11 6; 3, &pu1Jur11 9; 6, &pu1Jur11 5b
90
3cm.
1
[page-n-101]
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA
go, factor que dificulta notablemente su identificación;
profundizar en este hecho, que se repite en todas las
necrópolis, resultaría de gran interés para establecer el
proceso ritual del enterramiento.
El tráfico y las rutas comerciales que se infieren
de la llegada de estos prod~ctos a los poblados ibéricos,
y entre ellos La Serreta, es un aspecto importante a
tratar que excede del marco de este trabajo. Sin embargo, podemos avanzar que la Serreta participa en la evolución de los contactos comerciales apuntados ya por
Garc(a Cano para el Sureste (G.uofA C.u.:o, 1985:
67-69), que curiosamente son las mismas fases que se
establecen para las importaciones áticas de Ibiza (SAN·
cmz Fl!.RNÁNDE?., 1981: 303-309): aumento de las importaciones a partir de la segunda mitad del s. V a.C.,
aunque es en la primera mitad del s. IV a.C. cuando
se alcanza el verdadero apogeo de dichos contactos. En
este sentido es obligado hacer referencia al pecio del
Sec, que naufragó en el segundo cuarto del s. IV a.C.
y cuyo cargamento de cerámicas áticas es el mismo que
Juego encontramos en los yacimientos ibéricos y en La
Serreta {ARRIBAS eT ALII, 1987).
B. CERÁMICA IBÉRICA
l. Cerámica Ibérica fina
La mayor parte de la cerámica procedente de esta
primera campaña de excavaciones de La Serreta es, sin
duda, la cerámica ibérica fina. Sw formas cerámicas
poseen en general, unas pastas bien depuradas, de tonos anaranjados o rojizos. La decoración es siempre de
estilo geométrico, sencillo en su mayor parte, a excepción de un recipiente con decoración al parecer ve·
getal.
Los motivos más frecuentes se reducen a bandas
y filetes bien aislados, o bien sirviendo de marco para
otros motivos tales como circunferencias, semicircunferencias o segmentos de circunferencias concéntricas, 1(neas onduladas (cabelleras) y rombos.
Atendiendo a las distintas formas de los vasos, pasaremos a continuación a describirlas.
1.1. Urrw.s (fig. 4 y 5)
La importancia de este tipo de vasos cerámicos
radica, efectivamente, en la función a la que han sido
destinados. Sirven, casi siempre como recipientes donde se contienen los huesos de la cremación y también,
en algunos casos, guardan parte de los ajuares. Sus
pastas se caracterizan por hallarse bien depuradas.
Presentan, a su vez, una tonalidad anaranjada o tenuamente rojiza. Algunas de ellas poseen restos de
~ engobe superficial claro sobre el que se aplica la
decoración pintada en color rojo vinoso o, en su caso,
marrón.
Por lo que se refiere a la decoración, ésta es casi
totalmente geométrica, y adopta los clásicos elementos
de bandas y metes, círculos, semicírculos y arcos de
círculos concéntricos y líneas onduladas. En un único
caso, como decíamos arriba, presenta un motivo vegetal.
Entre las formas má$ caracterí11ticas, predominan
las urnas bitroncocónicas, de borde exvasado -a veces
de hombro marcado-, y base cóncava. Este mismo
tipo se repite en las urnas de menos tamaño o en vasos
de ofrendas, que acompañan, en ocasiones en ciertas
sepulturas, a las anteriores de mayor tamaño.
Todas ellas aparecen ampliamente recogidas por
la bibliografia actual con la denominación pithislr.oi
(NoRDSTROM, 1973: 171·173) tinajillas, o vasos de perfil
quebrado (ARAN&om-PLA, 1980: 81) de cuerpos bitroncocónicos (o, en su caso, tritroncocónicos) con el borde
exvasado y la base cóncava con o sin umbo y, a veces,
con el pie indicado o anillado.
Este tipo de urna aquf descrito, es una forma que
aparece profusamente en el área levantina y sudeste
peninsular (forma 19a de Cuadrado) (1972: 131). Algunos de sus modelos más característicos aparecieron en
el mismo recinto habitado de La Serreta, cercano al lugar que ahora nos ocupa. Su cronología se enmarcaría
entrt los siglos V y IV a.C. (BRON
múnmente conocida como urna de orejetas perforadas,
representada aquí por tan sólo un único ejemplar que
apareció en el entorno de la Sepultura 14-.
Presenta, en su aspecto exterior, un cuerpo esferoide y apareció desprovista de su tapadera característica. En su lugar, fue cubierta por un plato-tapadera,
que más adelante pasaremos a describir. Su altura es
de 16 cms. y el diámetro de su boca, de 12 cms. Según.
la tipología expuesta por J.J. J ully UuLLv-No~toSTROM,
1966: 99) debería ser adscrita a su tipo e, forma esta
similar a otras tantas urnas recogidas en necrópolis tales como La Solivella (Fum:HRR, 1985: tig. 13, 6),
Hoya de Santa Ana, El Molar y Altea la Vella U uu.vNoRDsTROM, 1966) con una cronología que empieza en
tomo al si~lo V (FLETCHER, 1985: 317).
Por último, en la Sepultura 5b, apareció un !r414tlws
de cuello estrangulado, que sirvió también como urna
cinel'aria.
!.2. Platos (fig. 6)
Es, sin duda, este grupo el que aparece con mayor
profusión alrededor y en el interior de las sepulturas
de esta necrópolis.
Para su estudio hemos tenido en cuenta el trabajo
y análisis efectuado por la Dra. Carmen Aranegui,
91
[page-n-102]
E. CORTELL, J . JUAN, E.A. LLOBR.EGAT, C. REIG, F. SALA Y J .M. SEGURA
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[page-n-103]
LA NECRÓPOLIS IBWCA DE LA SERRETA
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93
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Fig. 8.- 1, &puilr.ua 8; 2, &puJJr.ua 10
94
2
[page-n-105]
LA NECRÓPOUS IBWCA DE LA SERRETA
cuando en su dia estableció la tipologfa de los platos
del poblado de La Serreta (ARANECUl, 1970: 107-121).
Entre todos ellos predominan aquellas formas de
perfU curvo y borde reentrante. La deración en éstos,
o bien está ausente, o bien se limita a bandas y fJ..letes.
A un segundo tipo, le corresponden los platos de
borde exvasado y perfil curvo o carenado. Uno de los
ejemplares de este modelo fue utilizado como tapadera
de la urna cineraria de la Sepultura l . La decoración
geomttrica aqu( ya es más variada, abundando las bandas y fl.letes que, en ocasiones, sirven para encuadrar
otros motivos geométricos más complejos: círculos, semicfrculos o cuartos de círculos concéntricos, series de
rombos, líneas onduladas y verticales.
Una tercera variante parece destacarse en el total
de las piezas observadas, al contemplar el eje~plar
aparecido en la Sepultura 13. Al parecer se tratarla
más bien de una especie de cuenco que imita con seguridad a un vaso de importación itálica (forma Lamb.
22). Posee un borde recto con el labio saliente y un pie
destacado con estrías.
De igual modo resaltamos del conjunto un platotapadera, que por su forma externa y caracterfsticas de
la arcilla en la que se ha modelado -tosca y con
impurezas- deberla ser aceptada como de importación púnica. Lo inclufmos en este apartado por las circunstancias en que tste apareció. En efecto, colocado
inversamente a lo que su función injciaJ hubiera previsto, sirvió para cubrir la boca de la urna cineraria de
orejetas de la Sepultura 14. El borde de este plato es
saliente, ligeramente obHcuo, y su pomo es macizo.
Cercano de aquel borde, presenta dos orificios, posiblemente de suspensión.
En cuanto al aspecto cronológico, siempre impo~
tante en este tipo de yacimientos, es dillcil de determjnar con precisión. Esto es debido sobre todo, a la aparente homogeneidad de las formas observadas, por un
lado, y por otro, al tipo de deco,-ación, reducida aquí
a motivos ge.o métricos que perduran durante un gran
lapso de tiempo. Por lo que respecta al análisis de los
tipos aparecidos en La Serreta, cabe concluir que son
de sobra conocidos en casi toda el área levantina.
1.3. Otras ]ortn4S (fig. 7)
Además de los tipos cerámicos anteriormente descritos, han aparecido fragmentos de otras formas cerá·
mjcas que se reducen a los sigujentes: borde de un ungüentar io al parecer fusiforme; u.na pequeña botellita
piriforme completa de borde cxvasado y base cóncava;
un vasito de ofrendas de borde igualmente exvasado y
base con pie anular indicado; por último, un pequeño
vaso decorado, fragmentado en su base.
Constatamos además, la aparición de al menos
cinco fusayolas, en el contexto mismo del enterramjen-
to, o en ocasiones, fuera de él. Dos tipos de ellas de la
Sepultura 11, otra de la Sepultura 12, y la cuarta, de
la Sepultura 5b. La última, que apareció fuera del contexto, posee una forma esférica. Todas las demás presentan un cuerpo bitroncocónko regular. Una de ellas,
de pasta anaranjada, muestra una decoración incisa,
por su mitad superior, a base de líneas que conforman
triángulos rellenos a su vez de pun~os. Las otras fusayolas, de pasta clara gris, fueron hallada.s en un e.s tado
de conservación inferior.
ll. Cerámica
lb~rica
de cocina
A continuación pasamos a analizar un tipo de cerámica cuya principal característica reside en aglutinar
a unos recipientes de upecto exterior sencillo, de superficies rugosu y ásperas y de arcillas con tonalidades
oscuras, marrones o negras. Su pasta, poco depurada,
posee unos desgrasantes gruesos, de calcita o de cuarzo
y su función principal sería la de cocinar o ser expuestos al fuego.
Todos los restos conservados han aparecido fragmentados y no se conserva ninguna forma completa.
Así el ejemplar de la Sepultura 1, configura una base
cóncava indicada de una urna de cuerpo globul ar. El
fragmento de la Sepultura 6, corresponde al borde y
parte del cuerpo de una olla de borde exvasado. Por último, una serie de fragmentos ruslados de bordes exvasados completar{an la visión total de este conjunto de
cerámjca tosca de cocina .
111. Cerámica a man o (fig. 8)
I ncluimos en este apartado dos formas cerámicas que
aparecieron íntegras y que poseen la particularidad de
haber sido elaboradas mediante modelado manual.
El primer tipo, representa una pequeña olla de
cuerpo globular, borde reentrante y base plana con el
talón indicado. Cerca del borde posee aplicado un cordón decorado con digitaciones. Su pasta es parda oscura y su superficie rugosa.
La segunda pieza responde a una forma cerámjca
dificil de clasificar. Pertenece a una especie de recipiente hueco, de tendencia elipsoidal, que termina por sus
extremos en forma agallonada. Aparece compuesta por
dos mitades casi simttricas.
IV. Coroplastia (fig. 9)
El arte de modelar figuras de arcilla cocida también se encuentra representado e.n esta exposición de
materiales cerámjcos más intersantes exhumados en la
necrópolis de La Serreta.
95
[page-n-106]
E. CORTELL, J. JUAN, B.A. LLOBREOAT, C. REIO, F. SALA Y J .M. SEGURA
~3 ~
2
Fig. 9.- 1, 2 y 3, &pu./Jura 15
96
[page-n-107]
LA NECRÓPOLIS IB!RICA DE LA SBRllETA
Resalta, entre los escaaos fragmentos de terracotas aparecidos, una figura femenina de pie, de cuerpo
en.tero, que lleva sobre su hombro izquierdo otra figurilla más pequeña de un niño, la cabeza del cual se
halla ataviada con un alto tocado en forma de lr.tUa.tos.
Ambas figuras present~ la cabeza y la espalda cubiertas por un velo que se despliega en forma de concha o alas.
Mide este ejemplar 16'5 c:ms. de altura. Está fabricada sobre UD molde, de peñu semicircular y su arcilla
tiene una coloración ocre-amarillenta. Su superficie,
en apariencia grosera, se encuentra bastante desgastada y no permite detallar con mayor profundidad los detalles de los rostros y de su conjunto en general. Por
su reverso, se abre un orificio vertical de forma len ticular.
El modelo iconográfico aquf observado parece
identificar la figura de mayor altura como la diosa Dem~ter portando, sobre su hombro izquierdo a su hija
Kore-Pers~fone, señora de los infiernos y del mundo de
ultratumba (A..i.MAow GoR.Ju., 1980: Lám. XIV). Este
tipo de imagen aparece bien representado en la cercana isla de Ibiza, a donde apuntan, de id~ntica forma
algunos de los materiales encontrados en La Serreta.
En otros casos aparecidos en la isla, dicha figura femenina se representa portando ofrendas u otros objetos
(lbid., 1980: 53 y ss.). La importancia de este ejemplar
resalta más aún, al no haber sido hallada ninguna otra
pieza similar dentro del conjunto votivo aparecido en
el entorno del Santuario de este yacimiento
MoLT6, 1987-88: 295-331).
Un segundo ejemplar de terracota fue localizado,
a escasos cendmetros del anterior, dentro del contexto
de la misma Sepultura 15. Se trata de un fragmento
de la parte inferior de un rostro, al parecer femenino,
cuya lfnea de fractura se localiza en la base de su nariz.
Sus labios son gruesos y las mejillas y el mentón se haJian bien defmidos. La longitud conservada es de 4'+
cms. x 4' 5 cms. La pasta es de tonalidad ocre y su superficie se observa oscurecida a causa de la acción posterior del fuego.
Por último, otros dos fragmentos muy pequeños de
diiTcil clasificación -posiblemente partes de otros tantos rostros- , completan este pequeño conjunto coroplástico.
aUAN
C. ARMAMENTO
De un total de diecisiete sepulturas excavadas durante la campaña, seis proporcionaron armas en su
ajuar (las Seps. 1, 4, 5a, 6, 11 y 15).
Analizados en conjunto, Jos lotes de armas varían
desde la completa panoplia que porporciona la Sepultura 1, hasta el más modesto que aparece en la Sepultura 5a.
El caso de la Sepultura 1 es único hasta la fecha
en la necrópolis por la cantidad de armas aportadas
(Lám. n, 1):
A. ofensiva corta ....... ... . . 1 falcata
2 soliferrea
A. ofensiva larga a.Irojadiza
1 pilum
empuñada .. 2 lanzas
.. 1 regatón
A. defensiva empuñada ....... 1 manilla de escudo
Elementos de jinete .......... 2 acicates
La falcata es la única con cabeza de caballo en esta
campaña, as{ como la de mayor longitud.
Acompaña a esta falcata, además de los herrajes
de suspensión al tahalí, una guarnición decorativa de
hierro, formada por una espiga central decorada en
sentido longitudinal por dos bandas paralelas de roleos
enlazados, de la que parten tres abrazaderas a diferente altura, decoradas con los mismos motivos, que rodean La vaina. La última de ellas, la que corresponde
a la zona de la punta, es de menor anchura que las dos
anteriores. La longitud total de esta guarnición decorativa es de unos 28 cms. aproximadamente (fig. ll, 2).
Sorprende la cantidad de armas ofensivas largas,
que en este caso quedan claramente diferenciadas:
-Las arrojadizas, con UD n.0 elevado, tres: dos de
ellas son solifmea, de 2 mts. aproximadamente, de longitud, que aparecen fragmentados, enrrollados sobre s(
mismos alrededor de la urna cineraria. Las puntas son
triangulares con aletas y los extremos inferiores apuntados. Aunque no se aprecia una zona defmida de posible empuñadura, s( se observa en los distintos fragmentos un aumento del diámetro que podría corresponder
a ésta¡ y un pihlm, de 36'5 cms. de longitud con la punta pequeña lanceolada y leve arista entre las mesas.
- Las supuestamente empuñadas: dos lanzas de
distinta longitud. Junto a ~stas se encuentra un regatón, que convierte a una de ellas en un arma posiblemente empuñada. No creemos que la ausencia de un
segundo regatón indique que la otra lanza tenga carácter arrojadizo, puesto que esta categorfa de armas está
suficientemente reprensentada en el ajuar.
La manilla de escudo, de 70 c. s. de lon gitud es
m
de aletas triangulares, con cuatro remaches de sujeción
al cuerpo en cada una de ellas, y con sistema de suspensión d e gusanillo.
Esta longitud nos proporciona el diámetro real del
escudo al que perteneció, pues los v~rtices de las aletas
están doblados hacia la cara exterior, pellizcando el
borde del cuerpo.
Los acicates, únicos hasta ahora por sus caracteñsticaa, son asimétricos, con el cuerpo rectangular de
bronoe, con los bordes engrosados y una anilla puente
rectangular en cada uno de los extremos por donde pasaría la correa de sujeción. La punta es de hierro, de
97
[page-n-108]
E. CORTEI..L, J. JUAN, B.A. LLOBRBCAT, C. REIC, F. SALA Y J.M. SECURA
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2
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3cm.
Fil. JO.- 1, &pukurtJ 54; 2, &¡nJJura 1
98
[page-n-109]
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SER RETA
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2
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o
3cm .
III::::Jii
Fit . 11.-
1, &pu/Jura ll,· 2, &pullura 1
99
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B. CORTELL, J . JUAN, E.A. LLOBREOAT, C. RBIO, P. SALA Y J .M. SEGURA
Os
o
1
2
o
o
3
4
O
3cm .
........
Fit. 12. - 1, 2, 3 y 7, &pu/Jura 1,· 4 y 5, &pultu.ra 4,· 6, Slpu/Ju.ra 6
lOO
[page-n-111]
LA NECRÓPOLIS IdRICA DE LA SERRETA
6'8 cms. de longitud, está moldurado, con sección circular (lig. 10, 2).
La Sepultura 5a proporciona únicamente dos armas: ~na lanza y un puñal.
Este último, por sus características, hace que esta
sepultura, si bien opobre.. en cantidad de armas, destaque por el interés que ofrece el ejemplar en esta zona
(fig. 10, 1): se trata de un p~ñal de hoja trianglliar estrecha, con un haz central de finas acanaladuras enmarcadas por otras más profundas, paralelas a los bordes del arma. Conserva adherida la embocadura de la
vaina, ligeramente desplazada de su correcta posición,
con un a~ndice convexo que encaja en la muesca en
arco practicada en la parte inferior de la base de la empuñadura.
La embocadura tiene un remache transversal en
cada extremo interior que ajusta la hoja.
Los gavilanes muestran una ligera muesca.
La empuñadura conserva tres remaches para la
sujeción de las cachas. El peñll de ésta se ensancha en
la zona central, donde se unen las dos mitades c6ncavas, para despu6a abrirse en dos antenas separadas por
una escotadura en V. Éstas se rematan en un tope
plano.
Reóne las características de los puñales del tipo
Alcacer do Sal, que Cabré (CAallt y MoRAN CAsú,
1979: 763-774) y c~adrado (1963: 17-27), describen
con paralelos en Almedinilla, La Osera y Cigarralejo,
respectivamente.
Nuestro puñal tiene el pomo y las antenas divergentes reducidas a un alma laminar, semejante a la cm·
puñadura de la pieza de Almedinilla perteneciente a
este tipo.
Se diferencia de la empuñadura del arma del Cigarralejo (aparecida en la T 20+ y cuya cronología,
según Cuadrado, se remonta a mediados del siglo IV
a.C.) y de La Osera, en que éstas son de sección hexagonal. Sin embargo creemos posible que el recubrimiento de la empuñadura de nuestro puñal pudiera
conferirle esta sección, sirviendo de remate los topes
que a tal efecto conseTVan las antenas, sin los dos
botones del pomo que presenta el arma del Cigarralejo.
Lo acompañan los dos herrajes de suspensión al
tahalí.
La longitud total es de 33'5 cm. de los cuales 24
cm. corresponden a la longitud de la boja y 9' 5 a la
longitud de la empuñadura.
Descripci6n de lu arma1
Fakatas.- Aparecen en cinco de las seis sepulturas
y sólo una falcata en cada ajuar. Unicamente en un
caso tenemos fragmentos de una posible 2.1 falcata en
el mismo ajuar (Sep. 15).
En la única sepultura en que no aparece la falcata
(Sep. 5a), queda sustituida esta categoría de armas por
el puñal ya descrito.
La mayoría de ellas, tres, son de cabeza de ave;
sólo en un caso es de c.a beza de caballo, y en otro es
indeterminada.
Las acanaladuras de las hojas son paralelas en los
cuatro casos en que es posible identificarlas.
La asociación de estas dos circunstancias parece
ser indicio de antigüedad dentro del armamento ibérico, pues no se conocen ejemplares que retlnan estas características en Baja Época (Qu!ISADA, 1988: 285).
Las longitudes varían desde los 64 cms. (Sep. 1),
a los 55 cms. (Sep. U) {fig. 11, 1).
Armas ofensivas /argo.s
Dentro de éstas podemos señalar como claramente
arrojadizas los dos so/jfoTTm y el piium ya descritos de la
Sepultura 1, y uoajabalina que aparecen en la Sepultura 6, que aunque se asocia a un regatón , creemos que
es un arma específicamente arrojadiza por su característica punta corta y maciza y su cubo relativamente
largo en relación a la boja.
En cuanto a las lanzas, no siempre es posible determinar su función.
Aparecen en cuatro sepulturas, en dos de las cuales (Seps. 1 y 4) hay 2 ejemplares, siempre una más larga que la otra y asociadas, en ambos casos, a un sólo
regatón, lo que parece indicar que una es empuñada
y otra arrojadiza.
En las otras sepulturas en cambio, aparece sólo
una lanza, en su caso sin regatón y en otro con dos regatones.
Las longitudes varían entre 45 cms. máximo
(Sep. 4), y 16 cms. mínimo (Sep. 11) (fig. 12).
Armas dejrn.siuas
Hemos comprobado que éstas siempre se asocian
a una faleata y su presencia en una sepultura siempre
es indicadora de la existencia de una falcata .
No sucede sin embargo la opción contraria: la presen cia de una falcata no siempre ea garanúa de que
haya un arma defensiva en el ajuar.
Esto revela la coherencia de los ajuares, que reflejan la realidad del armamento utilizado y reafirma el
protagonismo de la faleata como arma a la que se subordinan, en contextos funerarios, las defensivas.
EmpuMdas. - Las manillas de escudo aparecen en
cuatro sepulturas, y sus longitudes oscilan entre los 70
101
[page-n-112]
E. CORT.ELL,
J. JUAN,
E.A. LLOBitEGAT, C. REIG, F. SAL.A Y J.M. SECURA
2
3
1
o
3cm.
-=-
Fig. 13.-
102
1, &pu/Jura 1¡ 2, &pultura 11¡ 3, &puJJura 6
[page-n-113]
LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA SERRETA
cms. de la pieza descrita de la Sepultura 1, y los 31
cm_s. de la que aparece en la Sepultura 11 que está casi
completa (fig. 13).
Todas elJas presentan un peñll plano, salvo la de
la Sepultura 6 que es claramente cóncava.
En este apanado es necesario describir uno de
los halJazgos más espectaculares de los obtenidos hast
cual presenta una perforación centrada en su pane superior.
La decoración está distribujda en franjas concéntricas que se disponen de dentro hacia fuera de la siguiente forma: dos series de aspas o equis incisas alter·
nao con una secuencia de parejas de triángulos incisos
urudos por sus v~rtices, dispuestos sin que lleguen a
ucirse, de mayor tamaño que los motivos exteriores,
dejando dos espacios sin decoración entre las tres franjas; la banda exterior, de 3 cms. de ancho, presenta un
calado con motivos de eses enfrentadas y ligadas entre
sí, silueteadas por una lfnea incisa. Alternan con motivos de flor de loto entre palmetas, que aparecen de tres
en tres (fig. H).
En la misma sepultura apareció una manilla de e$cudo, con los remaches de sujeción en posición original. Cabrla pensar que pertenece a la misma pieza que
el umbo de no ser porque ~ste no presenta perforación
alguna por la que pudieran pasar los remaches (que
quedarían a la altura de la franja sin decoración), ni
roturas que indicaran que la manilla y el umbo hab(an
sido separadas. De tratarse de dos panes de la pieza,
y puesto que los remaches aparecen en su lugar, ambas, umbo y manilla, hubieran aparecido unidas por
éstos. Creemos pues que se trata de dos piezas distintas.
No hemos podido observar huellas de golpes producidos por armas, nj cortantes ni aplastantes, y la
perforación cenital no presenta desgaste. (Conversación personal mantenida con Fernando Quesada.)
MEDIDAS
diámetro total: 2-4'5 cms.
diámetro casquete: 11 cms.
grosor lámina bronce: 0'1 cm.
altura casquete: ~ cms.
CoTporaks.- Sólo en un caso, Sepultura 4, aparece
este tipo de armas defensivas.
En esta sepultura se da la circunstancia de que a
una manilla de escudo se asocian 2 discos coraza (fig.
15).
Se trata de 2 discos de bronce, de 25 cms. de diámetro, con un reborde exterior de hierro. En cuatro
puntos de éste, el hierro conforma una abrazadera que
encierra una anilla, por las que pasaría el correaje de
suspensión.
No presenta decoración.
Uno de estos discos cubría los huesos de La cremación, y el otro se encontraba doblado sobre sf mismo
y retorcido.
En la sepultura 400 de la Necrópolis Ibérica de ocEI
Cabecieo del 'n:soro.. , Murcia, aparecen un par de discos coraza de hierro, con una cronología de la primera
mitad del siglo IV a.C., fecha que para Quesada (1989:
23) es algo más tardfa que la atribuible a la de Las piezas fabr icadas en bronce.
Complemen to6 del armam ento: cucbillos
afalu tados y correajes
Incluimos los cuchillos afalcatados dentro del
apa.rtado de complementos del armamento puesto que
creemos que ~sta es au función, sin las implicaciones
militares que tiene el resto de la panoplia, además de
su función como utensilio doméstico.
En la necrópolis aparecen en dos sepulturas:
mientras en la 5a se asocia a armamento (puñal y lanza), en la 13 no hay nada en el ajuar que indique que
se trata de una sepultura de guerrero, por lo que a pesa.r de la presencia del cuchillo no la hemos incluido
entre las sepulturas con armas (fig. 16).
Otro de los complementos seña el tahalí, o las piezas que quedan de ~1: los pasadores de bronce, que
siempre se hallan en las sepulturas en que las armas
están representadas. En unos casos aparece un sólo
ejemplar (Seps. 5a, 6, 11), mientras que en otros son
dos (Seps. 1 y 4).
Aunque no hemos incluído a la Sepultura 7 entre
las sepulturas con armas, puesto que apenas proporciona fragmentos de herraje de suspensión, ahora debemos mencionarla al aparecer en ella un pasador y un
fragmento de otro.
Los tipos más frecuentes son dos: de cabeza circular plana, o plano·eonvc:xa, en algunos casos con aplique central (Sep. 1), y de cabeza e.n forma de hoja de
hiedra (Sep. 4) (fig. 16).
Aunque las hebillas puedan ser incluidas en la categoría de adorno personal, preferimos mencionarlas
en este apartado pues todas ellas han aparecido en sepulturas con armas, Jo que nos lleva a plantear que podría tratarse de elementos de correajes de guerrero, por
lo menos en los casos que aquf exponemos.
Contamos con ejemplares, tanto en hierro como
en bronce, en las siguientes sepulturas:
-La Sepultura l proporciona tres de hierro, dos
de los cuales son rectangulares grandes y dos de bronce, una de ellas pequeñísima, que por su forma y dimensiones podría tratarse de la hebilla de sujeción de
una de las espueJas_
103
[page-n-114]
E. CORTBLL, J. JUAN, E.A. LLOBREOAT, C. REIG, P. SALA Y J .M. SEGURA
104
[page-n-115]
LA NEC RÓPOLIS ffiÉR1CA DE LA SERRETA
.......
Fit. 15. - Sepultura 1
105
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E. COR.TELL, J. JUAN, E.A. LLOBRE
9
o
3cm.
Fig. 16. - 1, &puhuro 13¡ 2, Sepuhtno 5o¡ 9 y 11, &puhuro 4; 4, 6, 7, 8 y 9, &pulluro 1; 5, Sepultura 11; 10, Sepultura 15
106
[page-n-117]
LA NECRÓPOUS mtluCA DB LA SERRETA
-Las Sepulturas 4 y 15 ofrecen una hebilla circular de bronce en cada caso (fig. 16).
D. ELEMENTOS DE ADORNO Y USO
PERSONAL
Ffbulas
Situaci6n de las armas en las sepulturas
En los casos en que existe urna cineraria, las armas se disponen rodeándola, como en la Sepultura L
o junto a ciJa, Sepultura 6.
Si no hay urna cineraria, a menudo una de las armas tiene una •posición destacada» respecto a las demás: en el caso de la Sepultura 4 el disco coraza cubre
los restos de la cremación, y en el caso de la Sepultura
11, el umbo cumple la misma función, estando el resto
de las armas algo separadas de la pieza destacada (fig.
1).
No hemos podido observar una orientación de las
armas que sirva de patrón en rodas las sepulturas. En
cada caso adoptan una orientación particular.
Sí se aprecia, en cambio, una intencionalidad en
la deposición de las armas en el espacio de la sepultura,
por ejemplo en la ll, en que la manilla del escudo está
perpendicular a la falcata, y paralela a ésta la lanza y
los regatones. El umbo estaba centrado en el área de
la sepultura. Es la única que presenta una clara orientación de sus elementos NE-SW (fig. 1) (Lám. U , 2).
Aparecen en siete sepulturas {3, 4, 5a, 6, 12, 14
y 15), que cuent.a n con un ejemplar, excepto en las Sepulturas 14 y 15 que registran dos. Todas las flbulas corresponden al tipo anular hispánico, con diferentes variantes de puente, y dominando el tipo rectangular con
extremos lobulados (en las Sepulturas 5a, 6, y una de
la 15). Las restantes presentan el puente de cazoleta y
romboidal.
Destaca por su gran tamaño la fibula de la Sepultura 6 (con 8 cms. de diámetro) y el fragmento de anilla de la localizada en la Sepultura 15 (con 12 cms.
aproximadamente de diámetro).
Dentro de este apartado haremos mención de las
fibulas sin contexto dentro de las sepulturas: dos flbulas del tipo La Tene y dos anulares hispánicas, una de
ellas con puente rectangular y extremos lobulados, y
otra con puente de timbal (fig. 17).
Salvo la trbula de la Sepultura 3, que es de hierro,
los restantes son de bronce.
Colgante•
Inutiliaación de armas
.En algunos casos resulta evidente la inutilización
de las armas, como por ejemplo en los dos soliftrrtJJ en rroiJados alrededor de la urna, algo que es habitual en
este tipo de armas.
Las Sepulturas 4 y 6 presentan sus correspondientes falcatas dobladas sobre sf mismas.
Entre las lanzas, sólo una (Sep. 4), aparece doblada, y es precisamente la más larga de las dos que aparecen en la sepultura.
Entre las manillas de escudo sólo la de la Sepultura 1 aparece retorcida en sentido longitudinal y doblad a junto a los solij tJJ.
m
Y por último, en La Sepultura 4, ya hemos mencionado que el disco coraza que no cubría los restos óseos,
estaba doblado sobre sf mismo.
Salvo en el caso de los soliftrrea, de gran longitud,
no creemos que el motivo de la inutilización sea el espacio disponible, sobre todo tratándose de piezas de
corta longitud, habiendo constatado que existía espacio suficiente para la deposición de las armas sin dobleces en el área de las distintas sepulturas.
Se incluyen en esta categoría de elementos de
adorno personal las cuentas de collar de pasta vftrea
y una serie de apliques, igualmente de pasta, de silueta
oval y sección plano-convexa (representados por un
sólo ejemplar en las Sepulturas 6, 9 y 10), que en algún
caso presentan un canal longitudinal q ue permitirfa la
suspensión (mediante hilos) del colgante, como ocurre
en cuatro ejemplares: uno de la Sepultura 9 y tres de
la JO, uno de los cuales conserva dos fm os hilillos de
plata (fig. 18).
Otro tipo de cuentas son las esféricas agaJJonadas,
de pasta azul y turquesa (tres de ellas en la Sepultura
JO y tres en la 15) (fig. 18).
Fuera de contexto de las sepulturas aparecen 3
ejemplares de este tipo.
Asimismo contamos con dos ejemplares de cuentas esféricas de las denominadas de ~
de silueta anular agalloJJada, pero que presentan mayor fragilidad, están presentes en las Sepulturas 9, 10
y 15, que registran un sólo ejemplar en cada ajuar (fig.
18).
Otro tipo de colgante que proporciona la necr6poLis son los amuletos ibicencos de tipo egipcio, hallados
en Las Sepulturas 9 y 10 (fig. 18).
El encontrado en la Sepultura 10 representa, posiblemente, un enano pateco panteo (FB"li.NÁHDJ!~·PAoltÓ,
107
[page-n-118]
E. CORTELL, J . JUAN, E.A. LI..OBREGAT, C. REIG, F. SALA Y J .M. SEGURA
2
8
..
~·
l O Ol
4
10
11
O
3cm .
Fig. 17.- 1, Slpu/Jura 5a; 2, &pubura 6; 3, Sqndtura 14; 4 J JO, &pullur11 11¡ 5, &puJJura 12;
&pu/Jura 15; 12, Stpullura 9,· 13, &pullura 1
108
6. 7.
8 J 9, Juna t11 s•pu/JurtJ; 11,
[page-n-119]
LA NECRÓPOLIS IBIDCA DE LA SERRETA
1986: Fig. 1, 5¡ Láms. 1 y U). Conservado en su mitad
superior, se halla fragmentado a la altura del arranque
de ambas piernas.
Los detalles de su rostro y cuerpo, tanto en el anverso como en el reverso, se encuentran en muy malas
condiciones de conservación, no obstante, resalta de
entre éstos una cabeza enorme y desproporcionada, en
cuya base se abre un orificio de suspensión. Por su parte frontal, a la altura del vientre, convergen sus dos
brazos doblados. En el dorso aparece representada una
figura de perfil con ambos brazos también doblados,
que discurren en direcciones opuestas,
.El desgaste de la pieza y su fractura, no permiten
detallar otros rasgos complementarios. Su longitud
conservada es de 27 mm.xl9 mm.
El ejemplar que ofrece la Sepultura 9, del mismo
tipo que el anterior, de pasta vidriada verde, representa un enano pateco (!bid., 1986: 15; Fig. 1, 2; Lám I,
1). Conservado íntegro a excepción de la cabeza, presenta un desgaste superior al del ejemplar anterior.
Este tipo de amuletos son conocidos según Fernández y Padró no sólo en Egipto, sino que son muy numerosos en Cartago, as( como en Cerdeña. En la Península Ibérica, han aparecido ejemplares en Villaricos,
Gorham's Cave, Cádiz y Puente de Noy, Almuñecar,
con una cronología dentro de La primera .m itad del
s. IV a.C. (!bid., 1986: 17¡ notas 1-8).
Por último, un colgante de plata, hallado en la Sepultura 1, con silueta oval y una pequeña anilla de suspensión, presenta engarzada en su interior un aplique
d.e materia anacarada (fig. 18).
Pendientes
La orfebrería ibérica, en oro y plata, únicamente
aparece representada en las Sepulturas 1, 14: y 15.
Las arracadas de oro muestran diversa tipología;
-De aro torceado y tres granos dispuestos en
triángulo invertido (pieza de la Sepultura 1) que inclu~
ye una pequeiia cuenta de pasta - esférica achatadaatravesada por el aro.
-Arete amorcillado de cordones torceados (ejem·
plar del ajuar de la Sepultura 1).
-Arete amorcillado de sección hexagonal, con
hilo de oro en espiral en ambos lados (pertenece a la
Sepultura 14).
-Arete amorcillado de sección plana (proporcionado también en la Sepultura 14) (Lám. IV, 2).
En los dos primeros casos los extremos del aro se
presentan cerrados, e.nrrollado cada extremo sobre el
opuesto. Las dos arracadas de la Sepultura 14: mantienen sus extremos sobrepuestos sin arrollar.
Un pendiente de plata de sección circular y extremos apuntados, formaba parte del ajuar de la Sepultura 1 (fig. 17). La Sepultura 15 proporcionó una pareja
de pequeños pendientes, igualmente de plata, de forma
anular, pero que no conserva los extremos.
Sortijaa
Dentro del grupo de anillos de sección p lana o
plano-convexa, se constata la presencia de este tipo de
anillos de bronce en las Sepulturas 3, 6, 12 y 14.
Las sortijas con chatón forman parte de los ajuares de tres sepulturas: una de bronce, con chatón liso,
en la 9¡ una de plata con grabado en hueco de un ave,
en la Sepultura U (fig. 17); otra más de plata que presenta un motivo indeterminado igualmente grabado en
hueco, en la Sepultura 15.
Pulaera11
Un único tipo de pulsera, consistente en un delgado hilo de bronce de sección circular o cuadrada, y de
diámetro nunca super ior al milúnetro, se constata en
las Sepulturas, 1, 9, 11 y 13, y en todos los casos se reduce a pequeiios fragmentos que no permiten conocer
la longitud y características de las mismas.
Elem entos d e hueso
La urna cineraria de orejetas de la Sepultura 14:,
contenía en su interior, junto con los restos óseos de
la cremación, una placa de hueso decorada, de silueta
rectangular y sección plano-convexa, que reproduce un
motivo en bajorrelieve, en el que se aprecian ]as siluetas de dos bóvidos postrados sobre sus cuartos delanteros, de manera que uno de ellos se sobrepone al que
ocupa el extremo izquierdo de la placa (fig. 18).
El borde aparece liger amente engrosado, delimitado por una línea sobre la que se disponen unas perforaciones circulares que rodean el motivo, incompleto en
su extremo derecho.
La 1ongitud es de 52 mm., la anchura es de 17
mm. y el grosor de la placa de 2 mm.
Al respecto de esta placa., conocemos una pieza semejante del ajuar del riliurnium de la '1\.unba 25 de los
Villares (Albacete) fechada aproximadamente a mediados del s. V a.C. (BLÁNQ.UE~, 1990¡ fig. 68, n.0 6540-l).
La Sepultura 15 proporciona un agujón de hueso,
incompleto en su parte central, decorado en la zona superior con tres series de líneas incisas, que forman un
motivo de dientes de sierra, deliiP.Ítados por líneas incisas horizontales, que conforman dos bandas intermedias sin decorar (fig. 18).
La longitud conservada, en los dos fragmentos, es
de 10 cms. aproximadamente y la sección, circular,
máxima es de 6 mm.
109
[page-n-120]
E. CORTELL, J..JUAN, E.A. LLOBREOAT, C. R.ElG, F. SALA Y J .M . SEGURA
1
2
~
5
3
•
7
6
10
o
.
8
o
11
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12
14
Fig. 18.-
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o~
13
1, SeprJJura 1¡ 2 y 3, &prJJura 9¡ 1, 5, 6 y 7, &pu/Jwoa 10; 8, &puliura U; 9, 10, 11 y 13, &pulJJJ.Ta 15; 12, Sepultura
12; 14, fi-a di s1pu1Jura
[page-n-121]
LA NECRÓPOLtS IBÉRICA 08 LA SERRETA
Entre el ajuar de la Sepultura 11 aparecen unas
pinzas de bronce con los brazos o palas rectangulares,
decoradas con motivos calados: círculos con cuatro radios curvados y perforación central, segmentos curvos
y dos hojas estilizadas. Estos motivos están silueteados
por un puntillado (fig. 17).
La cabeza o puente de unión, que conserva una
anilla estrangulada de suspensión, está decorada con
tres bandas que inscriben un aspa cada una.
La longitud total es de 11'3 cms. y la anchura de
2'2 cms.
CONCLUSIONES
Este estudio preliminar de la necrópolis confirma,
en principio, la cronología general inicialmente atribuida al poblado de La Serreta (Lt.O&UCAT, 1972: 56).
Dicha cronología y el registro documental coincide con
Los contextos que presentan Jos poblados de Covalta
(V AI.L o& PLA, 1971) y Bastida (LAM»ocLIA, 1954-), situados ambos en la misma área geográfica donde se ubica
La Serreta.
Viene configurado asf un horizonte cultural cuya
pauta nos la marca, en primer lugar, las ccr&micas áticas. Dichas importaciones podríamos encuadrarlas entre principios del s. IV a.C. y la primera mitad del
s. lll a.C.
ldéntico margen cronológico viene representado
también por la cerámica ibérica, tanto en sus formas
- urnas de orejetas, vasos bitroncoc6nicos-, como en
general por los motivos decorativos que se inscriben
dentro del estilo geométrico sencillo.
En cuanto al a rmamento, posiblemente el predominio de las falcatas con cabeza de ave y a canaladuras
paralelas, el puñal de antenas del tipo Alcacer do Sal,
los discos coraza de bronce y la aparición de fibulas del
tipo La Tene antiguas (CUADJW)(), 1987), nos remiten
igualmente a una datación antigua.
Es bastante representativo, sin duda, que en tan
sólo diecisiete sepulturas excavadas, los límites cronológicos sean más amplios de lo esperado en principio.
Seguramente nos encontremos -y futuras campañas
nos lo podrán confUJ'Ilar- ante un ejemplo más de es·
tratigrafía horizontal.
Por lo que respecta al tipo de sepulturas, pocas
variantes -cosa lógica por otra parte- hemos podido observar hasta el momento. Y más si tenemos
en cuenta la escasa potencia estratigráfica del terreno
excavado que nunca excede de los 50 ems. de profundidad . .En general. son frencuentes los depósitos cinerarios formados por pequeñas fosas que suelen guardar las cenizas y carbones con restos de los ajuares.
En tan sólo cuatro casos los enterramientos p resenta·
ban, al parecer, una especie de estructuras de
piedras.
En cuanto al rito fune rario, únicamente se halla
representado el de la cremación del cadáver. Hasta el
momento, las manchas de cenizas que se han encontrado no permiten considerarlas, en ning(m caso como ustrimun. Por otra parte, el lugar de las cremaciones no
debió, al parecer, estar muy alejado del sitio d onde se
depositaban los restos calcinados, si tenemos en cuenta
los restos de carbones aparecidos en más de un enterramiento.
La escasa extensión excavada de la necrópolis, asf
como el corto número de sepulturas exhu madas, no
nos permiten, por el momento, señalar otro tipo de
conclusiones que esperamos, con el tiempo y el rigor
necesario, ir progresivamente aumentando.
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LA KECRÓPOLIS IB I~RLCA DE I..A SERRETA
1
2
Lóm. 1. - 1, vista dt la cara sur tk Lo Smeta: Situación tk lo ruerópolis; 2, Órta e.uouaci'ón /987
113
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J.
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LA N I~C RÓ I'O I .Il:i I BÉRI CA DE L A St:RR ETA
Lám. 111.-
Cub1rrta di la Sepultura N
115
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Consuelo M ATA P ARREÑo * y Helena B oNET R oSADO* •
LA CERÁMICA IBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
.
"
Desde que Bosch, en 1915, tratara por primera vez
de la cerámica ibérica desde un punto de vista cienúfico, los datos sobre ésta han aumentado considerablemente gracias a las imp ortantes excavaciones que se
han r ealizado desde entonces. En la actualidad, el conocimiento sobre este aspecto de la cultura material
ibérica es muy importante y se puede apreciar bastante
unanimidad a la hora de tratar temas que fueron polémicos en los inicios, tales como el origen, cronología
y evolución. A pesar de ello, son pocos los trabajos de
síntesis que se han dedicado a la cerámica, destacando
entre ellos el de Tarradell y Sanmartf d e 1980 por su
voluntad globalizadora y ser el más reciente dedicado
a este tema. Otro de los aspectos escasamente tratados
es la realización de una sistematización tipológica de
la cerámica ibérica en su conjunto, aunque no faltan
ensayos basados en un yacimiento (CuADJWX>, 1972;
GoN1.Ál.8Z PRATS 1983; PIUUIDlA SI1!.SO 1979; Ros SALA,
1989b; V AQUUJZo, 1988: 200-254-), región (.Ail.ANEOUI y
Pu, 1981; BEI.tN y PERI!IRA SIESO, 1985; NoRDST:ROM,
1969 y 1973; Plll.lci!R, 1962; PI!REIRA SIESo, 1988 y
• Dep. de Prehistbria i Arqueologia. Univenitat de Val~cia.
•• Servicio de Investigact6n Prehietórica. Diputación de Valencia.
1989), clases y calidades (AAANwuJ, 1969 y 1975; B....
I,.LI!STBR, 194-7; CoADRADO, 1952; GoNZÁLI!Z PRArs, 1981) o
formas cerámicas (ARANEOUJ, 1970; C oNOP. 1 Bl!JU)Ós,
1987 y 1990; FUITCKI!R, 1952-1953, 1953, 1957 y 1964-;
F LORIDO, 1984; j OLLV y NoRDSTROM, 1966 y 1972; Lru.o,
1979; PeiUilllA SIESO y Ronuo, 1983; R.mBRA, 1982).
Este ensayo de tipologfa se ha realizado con una
intención globalizadora que permita superar los particularismos d e una región o yacimiento y con un criterio abierto que facilite su ratificación, modificación o
ampliación a medida que el avance de la investigación
así lo requiera. Por otro lado, se ha pretendido hacer
un instrumento de trabajo que permita llegar a una
comprensión más completa de la Cultura Ibérica, al
considerar en las cerámicas, además de los criterios tipológico y cronológico, el funcional. Aunque conscientes de la dificultad que entraña la adopción de este último criterio, el estado actual de los estudios ibéricos
reclama avanzar y profundizar en aspectos económicos, politicos, sociales y culturales, a los cuales se pued en hacer aproximaciones tratando el registro arqueológico con criterios diferentes a los tradicionalmente
utilizados. En este sentido, este ensayo de tipología n.o
es sino el primer paso para realizar estudios integrales
sobre el Mundo Ibérico y acercarse a los usos cotidia-
117
[page-n-128]
C. MATA PARREÑO Y ft . .
BONET ROSADO
nos tal y como recientemente se ha hecho con la vajilla
de Olbia (BATS, 1988).
1. CRITERIOS UTILIZADOS
Los criterios utilizados en la elaboración de la tipologfa han sido los siguientes:
1.1. TECNOLOGÍA
En primer lugar, se ha tenido en cuenta la tecnología cerámica qu e, a grandes rasgos, va a determinar su
utilidad. Se han diferenciado dos grandes clases: la cerámica fina o clase A y la tosca o clase B.
1.2. MORFOLOGÍA
La morfología de los reetptentes se ha utilizado
tanto en base a criterios objetivos mensurables (altura,
diámetro boca e índices de profundidad y de abertura),
como a atributos morfológicos de carácter general (perfu simple o compuesto, presencia/ausencia de pie y elementos de prensi6n).
1.3. FUNCIONALIDAD
A los datos obtenidos anteriormente, se ha añadido un criterio de funcionalidad, criterio que puede
ser discutible, pero que a pesar de ello puede ayudar
a interpretar la Cultura fbérica más allá de u na mera
seriación y catalogación de los materiales hallados en
las excavaciones que, en el estado actual del conocimiento, están abocadas a un callejón sin salida. Este
criterio de funcionalidad debe tomarse como punto de
partida para avanzar en el conocimiento de las sociedades pre y protohistóricas, nunca como algo definitivamente establecido, excluyente o determinante y
constrastarlo siempre que ello sea posible, puesto que
el contexto en el que aparece la pieza proporcionará
datos de gran importancia en relación a la funcionalidad (Rurz RooJdGI1EZ, M ot.INos y H oJtNos, 1986: 58).
En este sentido, algu~ de las contrastaciones realizadas mediante comparación COJl el mundo clásico
(BATS, 1988; j oNES, GRARAM y SACu·rr, 1973) y el islámico (Rossu.t.ó BollDOY, 1991), el análisis microespacial (C ioLEX-ToltltELLO, 1984-; BEJtNABJm, BoNl!'I', G uútN
y M..m., 1986) y la comparación etnográfica (CARN&.
RO y RenoNOO, 1986; GRBGoJU, Cucó, LLOP y CABJU!.RA,
1985; JuAN DoMtmcH, 1990-1991, entre otros) han revelado la utilidad de la funcionalidad a la hora de
aproximarse al estudio de la vida cotidiana de Jas sociedades protohistóricas.
UB
1.4. TERMINOLOGÍA
Los problemas que se han planteado a la hora de
abordar el léxico utilizado en este ensayo de tipología
se han resuelto del siguiente modo:
-Por un lado, se ha evitado introducir términos
nuevos que complicasen más el panorama existente,
ma.Jltenjéndose vocablos ampliamente difundidos en la
bibliografía ibérica siempre y cuando no exista un
equivalente castellano adecuado. Así, se ha mantenido:
kalathos, urna de orejetas, vaso «a chardon .., etc.
-Se han evitado vocablos como vaso, vasija o
urna, que por demasiado genéricos, no sirven para describir tipos cerámicos, máxime si se tiene en cuenta
que, por ejemplo, la palabra urna se utiliza preferentemente en contextos funerarios pero no existe una forma exclusiva para tales fines (urna de orejetas, tinajillas, platos y tapaderas, ollas de cocina, etc.).
-Se utilizan, ante todo, términos de la alfarería
actu.al peninsular (tinaja, o11a, cuenco, jarro, etc.),
manteniéndose la transcripción griega sólo para aquellos casos que no tienen traducción al castellano o paralelos t:ipológicos evidentes, por tratarse de formas inexistentes en la actualidad o copiar vasijas griegas
(kantharos, krateriskos, skyphos, kylix, etc.). En este
sentido, se están haciendo esfuerzos por llegar a una
normalización terminológica bien mediante léxicos en
diferentes lenguas (.BAver, FAVVET y M oNzóN, 1988),
bien mediante la transcripción desde otras Lenguas
(BAoEN~ y ÚJ..">tos, 1988¡ R osse.LLÓ Boaoov, 1991).
- A pesar de todo, se ha tenido que introducir algún término nuevo preferenteme. te en castellano
n
(orza, cubilete, tarro, etc.), pero si.n descartar la utilización de palabras griegas que defman mucho mejor
algún recipiente (lebes, frente a copa de pie bajo, caldero, fuente, oUa o palangana, por sólo recoger alguno
de los mtíltiples calificativos utilizados para este tipo
tan frecuente en el repertorio ibérico).
-Finalmente, se utiliza una nomenclatura doble:
numérica y funcional, con el fm de facilitar su uso en
tablas de inventario, registro informático, etc. puesto
que son totalmente equivalentes.
1.5. CRONOLOGÍA
El aspecto cronológico no puede olvidarse si se
preten de llega:r a comprender el nacimiento y evolución de una cultura, y más contando con un conjunto
numeroso de yacimientos que cubre, con algunas lagunas, toda la secuencia evolutiva. De este modo la evolución cronológica de los diferentes tipos puede seguirse
con relativa facilidad a lo largo del Ibérico Pleno (ss.
V-III a .C.), aunque son escasos los yacimientos publicados con niveles del s. V a.C.; el Ibérico Antiguo
(s. VI a .C.) empieza a documentarse, sobre todo, en
[page-n-129]
LA CERÁMICA rliÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
Andalucía sin que falten yacimientos de esta cronologfa en otras áreas ibéricas; sin embargo, el Ibérico Final (ss. ll-1 a.C.) carece de una muestra lo suficientemente extendida como para poder contrastar los datos
ofrecidos por los pocos yacimientos conocidos de esta
época (R os SALA, l989a).
1.6. TIPOLOGÍA ABIERTA
Se ha querido elaborar una tipología abierta, en la
que quepan las posibles variantes locales y regionales y
que, por lo tanto, superara unos límites geográficos concretos. Para ello, se han tenido en cuenta la mayoría de
los repertorios publicados a la hora de contrastar si los
upos propuestos tenían su correspondencia en las distintas regiones ibéricas. Es evidente que una labor exhaustiva en este sentido es difrcil, sobre todo porque importantes conjuntos permanecen todavfa inéditos. Con el rm
de facilitar la contrastaci6n de los tipos propuestos aquf
y las diferentes tipologías realizadas basta el momento,
se señalarán también los tipos equivalentes de otros repertorios: ARANP..OUt-PLA, 1981; CUADilAOO, 1972; GoNZÁLU
PllA'rs, 1983; NoP.DSTRóM, 1973; .Pr.JU>.JilA SIE$0, 1988; Ros
SALA, 1989b y V AQ.U'BRJZO, 1988: 200-254-, independientemente, de las referencias que se baga a otras tipologías
más concretas.
1.7. DOCUMENTACIÓN GRÁFICA
A la hma de ilustrar los diferentes tipos se ha tra·
bajado, sobre todo, con materiales procedentes de yacimientos ibéricos valencianos. Sólo en los casos en que
determinados tipos o subtipos no están bien representados o no existen en esta zona, se ha recurrido a ejemplares de otras áreas geográficas.
Evidentemente, abordar una tipología de estas características no está exenta de problemas: funcionalidad real de los recipientes, información deaigual, variaciones regionales muchas veces supuestas pero sin
posibilidad de comprobación, etc.; a todos eUos, se han
intentado darles solución de la manera más razonable
y objetiva posible. La aceptación expUcita de la impor·
tancia de las lagunas y de unas conclusiones, perfectamente, discutibles, permite poner en manoJI de los iberistas una base sobre la que seguir trabajando para, en
el futuro, completarla, enmendarla o confirmarla.
2. ATRIBUTOS UTILIZADOS PARA
LA CLASIFICACIÓN TIPOLÓGICA
La clasificación tipológica propuesta se basa en
una jerarquización de atributos (tecnológicos, funcio-
nales, métricos y morfológicos), teniendo en cuenta las
categorías propuestas por C larke (1984-: 182 y ss.), que
se definen a continuación.
2.1. ATRIBUTOS TECNOLÓGICOS
La tecnología con que está elabor ada la cerámica,
y que a grandes rasgos va a determinar su funcionalidad, ba servido para defioir dos clases:
-Clase A o Cerámica Fina
Recoge todas aquellas cerámicas con una serie de
caracterlsticas bien definidas tanto a nivel visual como
ana.litico (ANT6N, 1973 y 1980; R rncóN, 1985). Se caracterizan por tener una pasta compacta, dura, de sorudo metálico, sin impurezas visibles y tener una sola
coloración en la pasta, aunque en ocasiones pueden tener dos o más, constituyendo lo que se ha venido llamando pasta de •sandwich- o de cocción alternante.
Son cerámicas cocidas, siempre, a altas temperaturas
y con las superficies tratadas con engobes, bruñidos o
alisados, que eliminan todas las impurezas. Dentro de
esta clase pueden diferenciarse diversas calidades o
producciones, aunque estas características se han atribuido tradicionalmente a las cerámicas con decoración
pintada (MxrA, 1991: cap. ID.1.3.). Estas calidades y
producciones presentan, en general, unos tipos totalmente asimilables entre a{ que impiden tratarlas de
manera diferenciada. Existen dos calidades básicas
dentro de la cerámica ibérica:
-Cocción oxidante, con decoración o sin ella.
-Cocción reductora, con decoración o sin eUa.
-Clase B o Cerámica Tosca
Se caracteriza por su terminación poco cuidada,
a pesar de estar hecha a tomo, por lo que se conoce
en la bibliografia como cerámica tosca o basta, recordando por su aspecto a la cerámica hecha a mano. Las
arcillas presentan gran cantidad de desgra.sante visible
tanto en la pasta como en las superficies, proporcionándole un aspecto poroso. Este grupo contrasta claramente con las cerámicas iMricas fmas. Pero, su calidad
tiene una explicación t~cnica en razón al uso habitual
que se daba a estas cerámicas. Análisis de tecnología
cerámica han venido a demostrar la existencia de dos
grandes clases (GALLA.RT, 1980a: 63-65; 1980b: 167-172;
MATA, MJ.LJ...(N, BoNST y ALONSO, 1990):
-Una con desgrasante visible que, en algunos casos, puede ser añadido voluntariamente, sin decorar y
sin tratamiento de las superficies, que la hace apta
para ser colocada directamente en el fuego.
119
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C. MATA PARREÑO Y R. BONET :ROSADO
-Grupo I
-Y otra, con desgrasantc: poco visible, superficies
cuidadas y muchas veces decorada.
A nivel técnico, pues, las cerámicas incluidas aquf
corresponden a la primera clase diferenciada, es decir,
una serie de vasijas con unas características de fabricación que las bacen válidas, para ser puestas clirectamente en el fuego, algo imposible de hacer con las cerámicas finas (Clase A).
El resto de elementos peculiares de estas cerámicas no viene sino a confirmar la funcionalidad propuesta:
-Tratamiento simple de las superficies que no llega a impermeabilizarlas.
-Tonos oscuros dominantes (gris y negro).
-Tipos poco variados y con tendencia a la estandarización.
-Decoración escasa y simplificada: líneas incisas,
cordones aplicados decorados o lisos.
Ello no es óbice para que, como los demás recipientes, puedan utilizarse para usos diferentes a los
que inicialmente estarfan asignados. As{, por ejemplo,
se conocen ollas (tipo B l.), utilizadas como urnas para
enterramientos infantiles (GutluN y MARTfNBz VALLE,
1987-1988).
Estas cerámicas, aunque con un repertorio mucho
más reducido y con fuertes influencias formales de la
cerámica a mano, pueden encontrarse desde el lbérico
Antiguo conviviendo con la cerámica hecha a mano
(MATA, 1991: cap ID.2.) o sustituyéndola por completo
(R11rz Roollfc'Ol!Z, MouNos, LóP.sz ROZAS, OIU!sPO, Oso.
CLÁN y HoRNos, 1983: 266). Sin embargo, en otras zonas ibéricas la cerámica de cocina sigue elaborándose
a mano basta épocas muy avanzadas (RuutA, 1980).
Este conjunto de cerámicas ha sido, tradicionalmente, relegado de los estudios sobre cerámica ibérica,
a pesar de los tempranos trabajos realizados, sobre algunas de ellas, por Ballestcr (194 7) y Cuadrado (1952).
Recientemente, han sido objeto de un ensayo tipológico por parte de Goozález Prats (1981).
Este grupo de la tipolog{a incluye una serie de objetos hechos de cerámica, considerados o bien como
auxiliares de algunos recipientes o bien relacionados
directamente con tareas domésticas y artesanales bien
determinadas.
2.2. ATRIBUTOS FUNCIONALES
-Grupo VI
Una vez dtfinida la cerámica de Clase B como cerámica de cocina, los demás criterios funcionales van
a referirse a los recipientes de la Clase A. Cuando se
les supone una funcionalidad semejante en base a determinados atributos (métricos, morfológicos o de otro
tipo) se clasifican dentro del mi.smo Grupo. Se h a establecido una excepción con un conjunto de cerámicas
que se agrup arán como· imitaciones de cerámicas importadas. Se hao diferenciado los siguiente.s grupos:
Aquí se recogen piezas que imitan más o menos
fielmente otras procedentes de diferentes ámbitos extrapeninsulares. En este grupo no se siguen los criterios de clasificación por tipos y subtipos pues todas las
piezas se pueden identificar con las formas elaboradas
en sus respectivas tipologías.
Incluye Jos recipientes de mayor tamaño que se
pueden encontrar en los yacimientos ibéricos, estando
destinados al almacén o transporte.
- Grupo 11
Se han incluido dentro de este grupo una serie de
recipientes de diferente mo.rfolog{a, cuya funcionalidad
es dificil de determinar, pudiéndose tratar en la mayoría de los casos de vasijas multifuocionales, relacionadas con la despensa o diferentes actividades domésticas
y artesanales.
- Grupo 111
Constituido por todos aquellos recipientes que forman parte de un posible servicio o vajilla de mesa.
-Grupo IV
Recipientes caracterizados, básicamente, por su
pequeño tamaño, por lo que también se conocen con
el nombre de microvasos. Se trata de un conjunto, posiblemente, reJacionado con actividades de aseo personal, religiosas y funerarias, etc.
- Grupo V
2.3. ATRIBUTOS MÉTRICOS Y
MORFOLÓGICOS
Dentro de cada grupo, los recipientes se han clasificado teniendo en cuenta una serie de criterios métri-
120
[page-n-131]
LA CERÁMICA lBÉ.RJCA: ENSAYO DE TIPOLOGiA
cos (altura, índice de profundidad - I.P.-, diámetro
boca, índice de abertura -I.A.-) y morfológicos (per·
CiJ, base, labio), siguiendo el orden jerárquico indicado, dando lugar a diferentes tipos, subtipos y variantes.
En los atributos morfológicos no se ha con siderado la
multiplicidad de variables existentes pues ello hubiera
impedido llevar a cabo esta tipología. esta variabilidad
deberá tenerse en cuenta en el momento de realizar estudios parciales que o bien desarrollen los diferentes tipos, o bien se circunscriban a un ámbito regional concreto.
-Atributos mitricos
Se han considerado los siguientes, sin que el orden
de enumeración tenga carácter jerárquico:
- Para determinar el tamaño de los recipientes se
ha tenido en cuenta:
-la altura del recipiente:
Grandes . . . . . . . . . . . . > 40 cm.
Medianos .. . entre JO y 40 cm.
Pequeños .......... , . < 10 cm.
si se trata de recipientes profundos, y:
-el diaimetro de la boca:
Grandes . . . . . . . . . . . . > 25 cm.
Medianos ... entre 10 y 25 cm.
Pequeños . . . . . . . . . . . . < 10 cm.
si se trata de recipientes de profundidad media.
-El índice d e profundidad (I.P.) se ha determinado dividiendo la altura por el diámetro de la boca
y multiplicando el resultado por lOO:
Planos ...... ......... l. P. <50
Medios .... I.P. entre 50 y 100
Profundos ........ . . I.P. > 100
-El índice de abertura (I.A.) se ha determinado
dividiendo el diámetro del cuello por el diámetro máximo y multiplicando el resultado por 100:
Abiertos .......... I.A.- ó >80
Cerrados ... .. .... LA. < 80-50
Muy cerrados . . . . . . . I.A. <50
- diferenciado o con ruptura con respecto al
cuello o pcrfli.
- Cuello: zon.a de unión entre el cuerpo y el labio:
- sin diferenciar o sin presentar ruptura en
relación con el cuerpo;
- diferenciado o presentando ruptura con
respecto al galbo:
Indicado
Destacado
- Baae: zona de apoyo o sustentación de la vasija:
- sin pie o base que no representa una rup~
tura con el perfil del recipiente: Cóncava
Convexa
Indicada
Plana
- con pie o base que introduce una ruptura
con el perfil del recipiente: Anillado
Alto
Destacado
Pivote
- Cuerpo o galbo: parte intermedia de la vasija,
entre la base y el cuello:
- aimple o sin fuertes rupturas de perfll, ex·
cepto en el cuello y la base.
- compuesto o con fuertes rupturas: hombro,
carena, diámetro máximo fuertemente diferenciado.
-Aaa: parte saliente de la vasija, en algunos casos
arqueada, y que sirve como elemento de prensión o
suspensión; en algunos casos, esta función puede estar
representada por dos pequeños orificios, en el borde o
en el pie, hechos antes de la cocción¡ puede adoptar diferentes posiciones y secciones.
3. CLASIFICACIÓN TIPOLÓGICA
En base a los criterios y atributos ya explicados se
propone la siguiente clasificación tipológica:
CLASE A: CERÁMICA FINA
GRUPO I
-Atributos morfológicos
Estos han servido, en algunos casos, para la diferenciación de Subtipos y Variantes y sirven, en todos
los casos, para señalar las distintas variables que se
puedan encontrar en los Tipos documentados y a cuyo
nivel no se ha descendido por quedar fuera del objetivo
de esta tipología. Para la denominación utilizada en las
diferentes variantes se ha seguido, en parte, la clasificación de Nordstriim (1973: figs. 12 a y b, 13 y 14):
-Labio o borde: parte superior del recipiente:
-ain diferenciar o sin ruptura con el cuello
o perfil;
Tipo 1: Ánfora
Subtipo 1: Con hombro carenado
Subtipo 2: Con hombro redondeado
Variante 1: Sinuosa
Variante 2: Odrifonne
Variante 3: Fusiforme
Variante 4: Cilíndrica
Tipo 2: Tinaja
Subtipo 1: Con hombro
Variante 1: Bitroncoc6nica
Variante 2: C ilfndrica
Variante 3: G lobular u Ovoide
121
[page-n-132]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
Subtipo 2: Sin hombro
Variante 1: Con cuello indicado
Variante 2: Con cuello destacado
Tipo 3: Tinaja con pitorro vertedor
Subtipo 1: Con hombro
Subtipo 2: Sin hombro
Tipo 4: Tinaja o Urna de orejetas
Tipo 5: Orza
Tipo 8: Cantimplora
Subtipo 1: Lenticular
Subtipo 2: Thbular
Tipo 9: Tonel
Subtipo 1: Con boca central
Subtipo 2: Con boca descentrada
Tipo 10: Tarro
Subtipo 1: Cil{ndrico
Subtipo 2: 'froncoc6nico
Subtipo 3: Abombado
Tipo 11: Sftula o Cesto
GRUPOll
Tipo 1: Recipiente con resalte
Subtipo 1: Con resalte en el cuello
Subtipo 2: Con resalte en el galbo
Tipo 2: Tinajilla
Subtipo 1: Con hombro
Variante 1: Bitroncoc6nica
Variante 2: Cilíndrica
Variante 3: Globular u Ovoide
Subtipo 2: Sin hombro
Variante 1: Con cuello indicado
Variante 2: Con cuello destacado
Tipo 3: Tinajilla con pitorro vertedor
Subtipo 1: Con hombro
Subtipo 2: Sin h ombro
Tipo 4: Recipiente con cierre herm~tico
Subtipo 1: Urna de orejeta:s
Variante 1: Globular
Variante 2: Ovoide
Variante 3: Bitroncoc6nica o
Quebrada
Subtipo 2: Tinajilla o Pyxis de borde
dentado
Subtipo 3: Tinajilla de borde biselado
simple
Variante 1: Globular
Variante 2: Bitroncoc6nica o
Quebrada
Tipo 5: Orza pequeña
Tipo 6: Lebes
Subtipo 1: Con pie
Variante 1: Grande
Variante 2: Mediano
Subtipo 2: Sin pie
Variante 1: Grande
Variante 2: Mediano
Tipo 7: K.alathos
Subtipo 1: Cilíndrico
Variante 1: Grande
Variante 2: Mediano
Subtipo 2: 'froncoc6nico
Variante 1: Grande
Variante 2: Mediano
122
GRUPOIII
Tipo 1: Botella
Subtipo 1: Tendencia bitroncoc6nica, globular u ovoide
Subtipo 2: Tendencia troncocónica o cilíndrica
Tipo 2: Jarro
Subtipo 1: De boca trilobulada u
Oinochoe
Variante 1: Cilíndrico
Variante 2: 'Ironcoc6nico
Variante 3: Piriforme
Variante 4: Globular
Subtipo 2: De boca circular u 01pe
Variante 1: Con labio saliente
Variante 2: Con labio recto
Tipo 3: Jarra
Tipo 4: Caliciforme
Subtipo 1: Cuerpo globular
Variante 1: Grande
Variante 2: Pequeño
Subtipo 2: Perfil en S
Subtipo 3: Carenado
Tipo 5: Vaso •a Chardon»
Tipo 6: Copa
Tipo 7: Thza
Tipo 8: Plato
Subtipo 1: Con borde exvasado
Variante 1: Grande
Variante 2: Pequeño
Subtipo 2: Con borde reentrante o Pátera
Variante 1: Grande
Variante 2: Pequeño
Subtipo 3: Con borde sin diferenciar o Escudilla
Variante 1: En casquete
Variante 2: Carenado
Variante 3: 'Il-oncoc6nico
Tipo 9: Cuenco
[page-n-133]
LA CERÁ.MICA IBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
GRUPO IV
T ipo 1: Botellita
Subtipo 1: Perfl.l de tendencia globular
Variante 1: Con cuello destacado
Variante 2: Con cuello indicado
Subtipo 2: Perfil quebrado
Variante 1: Con cuello destacado
Variante 2: Con cuello indicado
Tipo 2: Ungüentario
Subtipo J: Globular
Subtipo 2: Fusiforme
Tipo 3: Copita
Tipo 4: Cubilete
Tipo 5: Diversos
Subtipo 1: Vaso Geminado
Subtipo 2: Tarrito
Subtipo 3: Miniatura
GRUPO V
Tjpo 1: Tapadera
Subtipo 1: Con pomo discoidal
Subtipo 2: Con pomo anillado
Subtipo 3: Con pomo macizo
Subtipo 4: Con pomo cónico
Subtipo 5: Con asa en el pomo
Tipo 2: Soporte
Subtipo 1: Tubular
Variante J: Calado
Variante 2: CiUndrico
Subtipo 2: Moldurado
Subtipo 3: Anular
Subtipo 4: De carrete
Subtipo 5: Semilunar
Tipo 3: Colmena
Tipo 4: Mortero
Tipo 5: Mano de Mortero
Subtipo 1: Acodada
Subtipo 2: Con Dos Apéndices
Variante 1: Con Apéndices
Cortos
Variante 2: Con Apéndices
Largos
Variante 3: Con Apéndices Astíformes
Subtipo 3: De 'fres Apéndices Radiales
Tipo 6: Diversos
Subtipo 1: Embudo
Subtipo 2: Morillo
Subtipo 3: Tejuelo
Subtipo 4: Cazo
Subtipo 5: Caja
Subtipo 6: Colador
Subtipo 7: Lucerna
Subtipo 8: Biberón
Subtipo 9: Diábolo
Tipo 7: Pondus
Subtipo 1: 'froncopiramidal
Subtipo 2: Cuadrangular
Subtipo 3: Paralelepipédico
Subtipo 4: Discoidal
Subtipo 5: Piramidal o Cónico
Tipo 8: Fusayola
Subtipo 1: Acéfala
Variante 1: Esférica
Variante 2: Discoidal
Variante 3: Cilfndrica
Variante 4: 'froncocónica
Variante 5: :Bitroncocónica
Variante 6: Moldurada
Subtipo 2: Con Cabeza
Variante 1: HemicHala
Variante 2: 'froncocónica
Variante 3: :Bitroncocónica
Variante 4: Moldurada
GRUPO VI
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
Tipo
1: Kyfuc
2: Kylix-Skyphos
3: Skyphos y Skyphoide
4: Kantharos y Kantharoide/Krateriskos
5: Crátera
6: Plato
7: Vaso plástico
8: Otras imitaciones
CLASE B: CERÁMICA TOSCA
Tipo 1: Olla
Subtipo 1: Grande
Subtipo 2: Mediana
Tipo 2: Cazuela
Tipo 3: Braserillo
Tipo 4: Jarra
Subtipo 1: De boca trilobulada
Subtipo 2: De boca circular
Tipo 5: Botella
Tipo 6: Tapadera
Subtipo 1: Con pomo discoidal
Subtipo 2: Con pomo anillado
Subtipo 3: Con pomo macizo
Tipo 7: Diversos
Subtipo 1: Cuenquecito/Escudilla
Subtipo 2: Taza
Subtipo 3: Plato/Tapadera
123
[page-n-134]
C. MATA PARREÑO Y H . BONET ROSADO
Subtipo
Subtipo
Subtipo
Subtipo
Subtipo
4: Tonel
5: Cubilete
6: Recipiente con resalte
7: Ánfora
8: Tobera
CLASE A: CERÁMICA FINA
GRUPO 1
Se incluyen en este grupo los recipientes de mayor
tamaño. Los atributos métricos indispensables que
debe r eunir una vasija para ser incluida en este Grupo I son:
- Altura > 40 cm.
- I.P. >100.
Por su gran tamaño, son recipientes que, o bien
permanecían inmóviles en algún lugar de la vivienda
o poblado, o bien se transportaban en contadas ocasiones. Servidan para eJ almacenamiento y transporte de
líquidos o sólidos. El contenido de ánforas (I.l.) y tinajas (1.2.) podía ser indistinto pues aunque, tradicionalmente, se consideran contenedores de aceite o vino, en
muchos lugares de habitación podrfan desempeñar la
función de silos, y por tanto, para el almacén de sólidos
(BERNABBU, BomT, Gut&rN y M.la:A, 1986: 330 y 332,
Cuadro 1; DuPllt y hNAUU'-MlsKovSKv, 1981: 184).
Los tipos identificados, hasta el momento, dentro
de este grupo son cinco.
un dato poco seguro a la hora de establecer líneas comerciales pues se desconoce si cada subtipo o variante
corresponde a un producto determinado, así como su
lugar de procedencia (no se pueden atribuir a alfares),
con pocas excepciones al respecto. Las recientes excavaciones que se están llevando a cabo en L'A lt de Benimaquia (Dénia, Alicante) (GóMEZ BRLLARD, Gu:tRJN y
DlBs, 1990; G óM..e.z BIILLARD y GutiuN, 1991) han aportado nuevos datos sobre este tema al asociar ánforas
con hombro carenado (!.1.1.) con la producción de
vino.
Subtipo 1: Con hombro carenado (FLORIDO r y IV; GoNZÁI..EZ PRATS A-1 y A-3; RrBBRA F-1 y F-2).
Su perfil puede ser odriforme y también ciHndrico
o globular, aunque existen pocos ejemplares completos
como para proponer una clasificación de variantes.
Son ánforas claramente derivadas de las feniciooccidentales, con las que, en algunos casos, se pueden
confundir. Sólo recientemente se ha hecho hincapié en
la diferenciación entre los tipos fenicios y locales
(GotJZÁLEZ PRA1:S, 1983: 155-156; GoNZÁI.E.Z PRATS y PINA,
1983: 1~1 y 124), habiéndose localizado hornos en asentamientos indígenas que producían ánforas de este
subtipo (CoNTRERAS, CARillÓN y jABALOY, 1983; Ros SALA
1989b: 362).
Su cronología oscila entre el s. VI hasta el IV a.C.,
siendo Andalucía la región donde más perdura (FL()IlJ.
oo, 1984: 424).
Tipo 1: Ánfora
Subtipo 2: Con lwmbro redoruleM.o
Las ánforas son recipientes profundos, cerrados,
sin pie -ni ningún otro tipo de base que permita su
estabilidad a no ser con la ayuda de soportes o hincadas en el suelo- y dos asas de sección circular.
La clasificación por subtipos y variantes se ha realizado de acuerdo con las sistematizaciones de Ribera
(1982), González Prats (1983) y Flor ido (1984), indicando al lado de los m ismos su correspondencia con dichas
clasificaciones. El problema fundamental para la cata1ogaci6n de las ánforas radica en que la parte más identificable y mejor d ocúmentada de las mismas es su
boca, pero dada la variedad de bordes es prácticamente
imposible atribuirlos, en el estado actual de la cuestión, a un subtipo y variante determinados (FL()RIDO,
1985: 490; Ra.BllA, 1982: 12).
Su función como recipiente de almacén y transpone permite suponer que llevasen tapaderas de piedra, cerámica (BolíllT y Mxl-A, 1981: 72, 109 y 136) o
de cualquier otro material perecedero (corcho, resina,
etc.).
Se trata además de un recipiente con algunas variantes de escasa significación cronol6gica, asf como de
124
Las ánforas de este subtipo son propias del Ibérico
Pleno, aunque también pueden encontrarse, tanto de
importación como de imitación, en niveles anteriores
(PELLIOtlt, 1978: 377, fig. 13, B y C).
r.&riante 1: Sinuosa (Ral!llA I -3). Su característico
perfil sinuoso viene dado por dos inflexione.s en el
galbo.
Se trata de ánforas propias de la p rimera fase del
Ibérico Pleno, siendo además la única variante de este
horizonte que se encuentra ampliamente en hallazgos
submarinos, lo que ha hecho dudar sobre su posible
origen ibérico (Rui!!RA, 1982: 105 y 122-123).
Vilriantt 2: Odrifomu ( RIBERA I·6A; VAQUElU20
2n .B). Se trata de una variante escasamente representada en el Ibérico Pleno (RaRJtA, 1982: figs. 7, 3; 9, 2,
3 y 5; 13, 4 y 14, 1), pero que hunde claramente sus
rafees en el horizonte anterior, pudiendo ser considerada como una derivación de tipos fenicios o del Subtipo 1 (PRJ.uceR, 1978: 377, fig. 13, B y C; ARTBAGA y
S ERNA, 1975: láms XXXVI, 265
271).
Cronología centrada en los ss. VI-V a.C.
y xxxvn.
[page-n-135]
LA CERÁMICA IBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
~riante 3: Fusijorm4 {RIBBRA I-5; FLORIDO XI). Conocidas también con el nombre de «Ánforas de la costa
catalana.., aunque según Pellicer también es común en
Andalucía Occidental (P11wcu, 1982: 390-392, fig. 12
D-1).
Su cronología es amplia: del finales del s. V al IT
a .C.
lftriantt 4: CiUndtit:a {Rlllttv. 1-2, [-6, I-7 e I-8; VA·
QUI!JUZO 1.X.). Es el ánfora más extendida dentro de la
geografia ibérica. Su fondo es redondeado pero existen
ejemplares cuya base acaba en pivote (Rlllt!RA 1-8), característica que se ha considerado típica de una producción anfódca procedente de Sagunt, extremo éste
pendiente de coniumación arqueológica (Rta11tv.,
1982: 38-39 y 107). Dentro de esta variante se conocen,
excepcionalmente, piezas de pequeño tamaño (RmERA
I -7) que, por el momento, carecen de entidad suficiente
como para clasificarlas en otro grupo.
Su cronología abarca todo el per(odo ibérico llegando hasta época iberorromana.
ración pintada y asas que arrancan del hombro. Muchas de ellas se han conservado con su tapadera de
pomo discoidal y perfil troncocónico (Tipo A V.1.1. ).
Los paralelos conocidos apuntan hacia una cronología avanzada dentro del Ibérico Pleno (s. IU a.C. en
adelante).
T-&riantt 2: Ciilndri&a (PEIU!IRA SIESO 11). De caracte·
rfsticas y cronología semejantes a las bitroncocónicas,
siempre están decoradas y llevan asas.
Variante 3: Ovoide {Atv.NSCUL-PLA F. 1 d - Vasija con
dos asas-; BBLéN y PBRIIIR.A SLKSO, 1985: Tipo rr
2.C.b.l.; ÜUAORADO, F.la, l".2a y bl, F.4 y F.5; NoR!).
STROM FG. 4 -Pithos cilindroide o con estrangulamiento central-). El labio puede ser recto y engrosado
-como en la Variante 1- o saliente y ligeramente
moldurado; están decoradas y pueden llevar asas o no.
Los ejemplares más antiguos pueden tener un perftl
odriforme, imitando a las ánforas de la misma cronología.
La más antiguas se datan a lo largo del s. VI a.C.
y perdura durante el Ibérico Pleno.
Tipo 2: Tinaja
Subtipo 2: Sin lwmbro
Las tinajas son recipientes profundos y cerrados
aunque no tanto como las ánforas, con 'l a base cóncava
o indicada: suelen llevar dos asas compuestas (gemiDadas, trigeminadas, etc.) -sobre todo, los ejemplares
más evolucionados- y la mayoría llevan decoración
pintada.
Aunque la existencia de una base permite que se
mantengan en equilibrio sobre el suelo, su gran tamaño y el escaso diámetro de su base requieren, para ser
mucho más estables, el uso de soportes, as( como -por
razón de su contenido- tapaderas, al igual que sucedía con las ánforas ( Bt!RNABBU, BoN~rr, GutRIN y MATA,
1986: 329, cuadros 1 y 2).
Su amplia boca las hace más apropiadas para el
trasiego y almacenamiento de Hquidos o sólidos que
para el transporte.
Se han diferenciado los siguientes subtipos y va·
riantes:
Suhtipo 1: Con hombro (Ros SAv. F.-T.XV)
Se caracteriza por tener una inflexi6n más o menos marcada en el tercio superior del recipiente.
T-&riante 1: Bitroncocónica (ARAN.sout-PLA l". 25
-Urnas tritroncoc6nicas con tapadera-; CuADRADO
F. 6; NolU>mt.OM FF 2 B - Pithos bitroncocónico B- ).
Es la variante de perfll más clásico dentro del Ibérico
Pleno, conocida en la bibliografía con el genérico de
Pithos. El Jabio suele ser recto y ligeramente engrosado
por el interior, aunque caben otras muchas variables
sobre todo en los ejemplares más antiguos; llevan deco-
Suelen tener el perfil de tendencia globular u ovoide, y el labio puede ptesentar muchas variables según
la época y la variante de qu.e se trate. La decoración
y las asas son elementos bastante característicos, aunque no por ello deja de haber ejemplos sin uno de estos
dos atributos.
1/&riante 1: Con cueJJo indicado (ARANBOm-Pu. F. la
- Vasija de perfil ovoide- y F.23 -Gran vasija de
cuerpo globular con borde exvasado y dos asas-;
CuADRADO F.3. y F.7.; GomÁLEZ PRATS E-17; juu.Y y
NoRDSTROM, 1972: Tinaja Bitroncocónica; NoRDS1'ROM,
FF. 2.A -Pithos Bitroncocónico A-). Recipiente de
tendencia globular u ovoide con un ligero estrangulamiento que separa el borde del galbo; los labios son variados en el Ibérico Antiguo (salientes, subtriangularcs, moldurados), mientras que en el Ibérico Pleno se
hacen mayoritariamente moldurados; la decoración y
dos asas en el tercio superior suelen ser habituales,
aunque las hay documentadas sin uno o dos de estos
últimos elementos.
Aparecen en el Ibérico Antiguo y perdura hasta
el Horizonte Iberorromano.
~riantt 2: Con CULIJD dnttu:ado (.Atv.mom-Pu FF. 18
y 19 -Vasijas bitroncoc6nicas con cuello y dos asas-;
BBLtN" y PERBIRA StMO, 1985: Tipo II.2.B. b. 1 y 2;
GoNZÁLBZ PRATS E-11 y 13; NoJtDSTRóM FF. 12
-ánfora-). Esta Variante se caracteriza por tener un
cuello cillndrico o troncocónico, claramente diferenciado del cuerpo. Los labios suelen ser salientes y subtriangulares; la decoración pintada -monócroma o
polfcroma- también es habitual. Cuando llevan asas,
125
[page-n-136]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
éstas, geminadas o simples, parten del labio o de la
parte central del cueUo y se apoyan sobre el tercio superior de la panza.
Son recipientes que imitan, en sus tipos más antiguos, a las formas fenicias y, por lo tanto, son típicos
de niveles protoibérioos o ibéricos antiguos (ARANKOUJ,
1980; Auur, 1976-1978; BaúN y PsuiRA SII!So, 1985:
313-326; GONZÁLEZ PRATS, 1983; 218-224; J ut.Lv, 1975:
31-36; Souu, 1976-1978: 245). En cualquier caso, se
trata de una variante poco documentada dentro de este
Grupo I, mientras que es más abundante en e.l
Grupo TI.
Cronología centrada en el s. VI a.C., con escasas
perduraciones en época posterior.
Tipo 3: Tinaj a con pitorro vertedor (ARANr.ouJPu. F.2 - Vasijas con p itorro vertedor-)
El atributo indispensable de este tipo, y que le sirve de rasgo diferenciador con las demás tinajas, es la
existencia de un pitorro vertedor en el tercio inferior
de la vasija. Los perfiles pueden ser variados desde los
más o menos globulares hasta el bitroncoc6nico, pero
el gran tamaño de estas vasijas hace en muchos casos
dificil decantarse por una u otra variante; la ausencia
de asas y decoración -o una decoración muy
sencilla- también son atributos caracteristicos, aunque no indispensables.
Este tipo de recipiente llamó la atención, desde el
principio, por su característico pitorro, lo que propició
el estudio de su posible funcionalidad. La propuesta de
Giró (1958: 21, 22 y 24) como vaso decantador de cerveza ha sido ampliamente aceptado por la bibliograffa
posterior, pasando a convertirse en uno de los pocos recipientes con funcionalidad cspecrfica del Mundo Ibérico. Otras posibles aplicaciones fueron sugeridas en su
día por el mismo Giró (1958): decaotador de vino; o
más recientemente por Lillo (1981: 377): decantador de
agua con partículas en suspensión, blanqueado y desinfección de ropas GUAN DmdNF~H, 1990-1991); pero
siempre teniendo como punto en común la decantación
de tfquidoa (Cotma 1 BBRDÓs, 1987). Otros usos se do·
cumentao por ejemplo en Grecia, donde un recipiente
similar se utilizaba para emitir señales entre dos pun·
tos distantes (Oau, 1985: 7, 197-198); o en el norte de
África donde, en La actualidad, se utilizan para guardar cereal y el pitorro en la parte inferior permite con·
sumir el grano más viejo (CAST!!t., 1984-: 184-149).
Recientemente, han sido objeto de un estudio tipológico qu e, a grandes rasgos, se recoge aquf, añadiendo las variaciones que se han podido documentar
mediante un registro más amplio (CotmE 1 B!JlD6s,
1987).
126
Suhtipo 1: Con hombro
Sólo se conocen ejemplares en el Horizonte ~ri
co Pleno de Los Villares (MATA, 1991: fig. 29, 5).
Subtipo 2: Sin hombro
Son las más comunes. Se datan desde finales del
s. VI a.C. hasta el Horizonte Iberorromano (Cotm& 1
BBJU)ÓS,
1987: 37-38).
Tipo 4: Tinaja o Urn.a de oreje tas (GoNZÁt».
PRATS E-15; .Juu.Y, 1975: Grupo B-II -Megalopyxis con orejetas perforadas-, 56-61; So.
UER, 1976-1978: Grupo
24-0-2+4)
n.
Este recipiente profundo se caracteriza por tener
dos protuberancias perforadas -«orcjetas»- cerca del
labio, que es b iselado; este labio encaja perfectamente
con la tapadera, también provista de orejetas, pues ambas piezas han sido modeladas juntas y separadas cortando el barro antes de la cocción; las orejetas perforadas permiten cerrar el recipiente herméticamente,
pasando una cuerda o alambre a través de las perfora·
ciones (FLt'l'Cur.tt, 1964: 305). El perfil es ovoide o bitroncocónico.
El hallazgo frecuente de este recipiente en necrópolis ha hecho que se le identifique como urna cineraria, aunque se encuentra cada vez más en lugares de
habitación. Por otro lado, el gran tamaño de la tinaja
de este grupo no parece que apunte hacia una funcionalidad, estrictamente, cineraria.
Las de gran tamaño son escasas y los ejemplares
más completos se conocen en Penya Negra II (GoNz.(.
Ltz PRATS, 1983: tipo E-15).
Tipo 5: Onea (GoNZÁLEZ PRATS E-18; PBR&RA S1sso
5 A I)
Se trata de recipientes profundos y, a diferencia de
las tinajas, abiertos (I.A. igual o mayor de 80); cuello
indicado; peñu ovoide o bitroncocónico; pueden ir con
o sin decoración; labio saliente, engrosado o subtriangular; base c6ncava o indicada; algunos llevan asas verticales, desde el labio, u horizontales sobre el diámetro
máximo.
Tipo poco abundante, pero con los ejemplares más
característicos fechados en el IMrico Antiguo (s. VI
a.C.).
[page-n-137]
l.A CERÁMICA IBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
GRUPO 11
Se incluyen en este grupo una serie de recipientes
de variada morfología, cuya funcionalidad es diffcil de
precisar, tratándose en la mayoría de los casos de vasijas
multifuncionales. De cualquier modo, tienen que estar
relacionados con actividades domésticas de despensa.
preparación de alimentos o, incluso, de caricter ritual o
funerario. Por su tamaño, son ficilmente transportables. Este grupo es el de mayor complejidad, por lo que,
en el futuro, puede resultar el que más cambios sufra
bien aumentando, bien disminu yendo los tipos .incluid os en él, a medida que se definan funcionalidades concretas que permitan su fusión o traslado a otros grupos.
La única característica común que presentan todos ellos es su tamaño:
-entre 40 y 10 cm. de altura para los recipientes
profundos y
-entre 4() y 10 cm. d e diámetro boca para los recipientes planos o de profundidad media.
Tipo 1: RecipieDte con res.Ute
Recipientes, generalmente profundos; mayores de
10 cm. de altura; de perfiles va.riados, cuya única característica común es p resentar un resalte pronunciado
en el cuerpo o cerca del borde, dejando un espacio estrecho pero profundo entre el resalte y cl recipiente.
La escasez de ejemplares impide cierta precisión
cronológica, ubicándose en el Ibérico Pleno en sentido
amplio, con algunos ejemplares fechados en el Ibérico
Antiguo.
Se d istinguen dos subtipos:
Subtipo 1: Con rtsaJ/8 en el cuello
( N oRDSTROM
cóncava o indicada, con o sin asas y decorados o no.
Aunque la altura máxima para este Grupo son los 40
cm., pocas tinajillas superan los 30 cm .
Dado que todos los subtipos y variantes del
tipo I.2. se encuentran representados aqur, se seguirá
una denominación igual a la utilizada en aquel caso
para facilitar su utilización.
Subtipo 1: Con lwmbro (Pu.EtRA SrESO 11 B)
Caracterizadas por una fuerte inflexión, situada
en el tercio superior que separa el cuerpo del borde.
J.&riante 1: Bitroncoeónica (ARAN!OUJ-PLA F. 6a
-Vasos de perfu quebrado con pie indicado- y F. 25
- Urnas tritroncocónicas con tapadera-; CuADRADO
F. lb, F. 2c y d y P. 31; j ULLv, 1975: Grupo A III
-Tinaja tritroncocónica de tipo púnico- , 47-48;
NollDSTROM FG. 3 -Pithiskos tritroncocónica con asas
verócales-; Ros SALA F.-T. XVI a; V AQ.UUtZo l.l.F,
J.V.A/2 y B/1 y 2.II.A. y C.). Se trata de una forma
tfpica del Ibérico Pleno con características semejantes
a las de su homónima en el Grupo l.
JfJnan/4 2: Cilíndrica (ARANBOuJ-Pl.A F.21 - Albarello
o Bote de farmacia-; NoRDSTROM FF. 30 -Vaso cilíndrico troncocónico de tipo bote de farmacia o
albarello-; Pe~tl!lRA Smso 10). Característica del Ibérico Pleno y con mis ejemplares conocidos que en el
Grupo I.
Varianü 3: Gú>bular u Ovoüú {BI!.LtN y Pl!lUUllA Suso,
1985: Tipo ll.2.C.b.l.; CUADRADO F.2 b 2 y 3; 0oNZÁU7.
Purs E-12; NoRD8TROM FG. 4 - Pithiskos eilindrobitroncoc6nico con a sas verticales; R os SA!.A F.-T. XVI
b). Suelen tener el labio recto o ligeramente saliente y
no son demasiado abundantes, aunque su cronologfa
es amplia.
FF. 21
-Vasos de doble borde-)
Su cercaofa al borde parece indicar que, en muchos casos, serviría de apoyo a una tapadera.
Subtipo 2: Con resaJ/8 en el galbo (ARANEGm-Pl.A F.3
- Vasijas con resalte e n el cuerpo-)
Este subtipo fue objeto de un estudio por parte de
Fletcher (1953: 191) en el cual se hipotetizaba sobre la
posible funcionalidad del resalte con fines aislantes o
refri gerantes.
Tipo 2: Tinajilla
Al igual que Jas tinajas del Grupo I (A 1.2.), son
recipientes p rofundos, más o menos cerrados, con base
Subtipo 2: Sin lwmhro
Al igual que en el caso anterior, siguen una evolución semejante a las tinajas sln hombro (A.l.2.2.).
J.fuiante 1: Con cudiJJ indictuJq ( AJw.rwur-PLA F.l b
- Vasos de perfil en S-; CuADRADO P. 8 b 1, F. + F.
7,
48 y F. 49; GoNZÁl.I!Z P RATS E-17; Jm.LY y NoRDSTROM
1972: -Tinaja Bitroncoc6nica-; NoRDSTRO FF. 2
M
-Tinaja pithoide- y FF.3 -Tinaja-; Ros SA!.A F..:r
XIX; V AQ.UEIUZO l.I.A.E., l.V.A/1 y B/2 y l .VII.). Recipiente de tendencia globular o suavemente bitroncoc6nico, cerrado; generalmente sin asas, aunque algunos ejemplares presentan unas asitas que parten del
labio; su pequeño tamaño permite suponer que se trate
más bien de elementos d e suspensión que de prensión.
Aparec.en desde el I bérico Antiguo y perduran
basta el Iberorromano.
Variante 2: Con eueJIIJ dtsta«JdJJ (ARANBOlTJ-P l.A FF. 18
127
[page-n-138]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
y 19 - Vasijas bitroncocónicas oon cuello y asas-; Be.
y Pe~WAA StESO, 1985: Tipo ll.2.B.b.l y 2.; GoNú.
LEZ PuTS E-U y 13; NoRDSTR.óM, FF. 12 -Ánfora-;
Ros SALA F..!f VI a; VAQUEJu:zo 1.U.A/1.2y B y l.V.O.).
Tinajillas oon asas que salen del labio o desde el cuello.
Se conocen más ejemplares de este grupo que del anterior.
Como ya se indicaba con anterioridad (Tipo
AI.2.2.2.), se trata de una forma típica del s. VI a.C.,
con prototipos fenicios.
ú .N
Tipo 3: Tinajilla con pitorro vertedor
(ARAN&GU1-PLA F.2 -Vasijas con pitorro
A I.4·.). Es precisamente d pequeño tamaño lo que
permite suponer una función más especlfi_camente cineraria para estos recipientes, aunque no son raros los
hallazgos en poblados.
Son más abundantes que las anteriores y, por lo
tanto, los perfiles documentados pertniten una subdivisión en Variantes. Esta clasificación no parece tener,
por el momento, una significación cronológica, pues
aparecen en yacimientos ibéricos antiguos y perduran
con escasos ejemplares hasta los ss. IV-ITI a.C.
Wzrümlll: Globuim-.
MlniznJe 2: Ovoide.
Vani:JnJe 3: BúroMocmúca o Q:]ubrada.
vertedor-)
De id~nticas características a las tinajas con pitorro vertedor (Tipo AI.3.), se han separado en razón
de su tamaño. La menor capacidad de ~stas hace pensar, si no en una funcionalidad distinta (decantación
de líquidos u otros), s{ en un uso más doméstico o
bien para la preparación de algún líquido de carácter
especial o de lujo (Gm.ó, 1958: 10)¡ mientras que,
las de mayor tamaño tendrían un uso más •industrial».
Como en el caso anterior los perfiles y subtipos siguen las pautas del Tipo Al.3.
Subtipo 1: Con lwmhro
Como en el Grupo 1, se conocen pocos ejemplares.
Subtipo 2: TinajilJa o Pyxis con borde dentado
(AllANBGm-PLA F.22 a -Píxides de borde
dentado-; N oRDSTitOM FF.18 - Pyxis con borde dentado-; PEllEOlA SrE.So 3 B)
Recipiente profundo que se caracteriza por su t{pico borde dentado, sobre el que se acopla, perfectamente, una tapadera troncocónica. No lleva asas y todos los ejemplares conocidos tienen decoración
pintada. Su perfil es de tendencia ovoide aunque no
faltan ejemplos bitroncocónicos o ciHndricos.
Su característico borde llamó la atención tempranamente, siendo objeto de un estudio monográfico por
parte de Fletcher (1952-1953), cuyas conclusiones sigQen siendo válidas en la actualidad.
En cuanto a $U cronología, como ya apuntó Fletcber (1952-1953: 8) y los últimos hallazgos confu-man,
parece ser de finales del s. 111 e inicios del S. 11 a.C.
Subtipo 2: Sin lwmhro
Son menos abundantes que las del Grupo I.
Tipo 4: Recipiente con cierre bermético (PERBI·
ItA StESO 3)
Vasijas profundas que se caracterizan por tener un
labio biselado que encaja herméticamente con su correspondiente tapadera. El recipiente y la tapadera se
modelan juntos y, antes de la cocción, se separan cortando la arcilla todavía blanda.
Subtipo 1: Urna o TiMjilla con orejetas perforadas (GoNZÁLEZ PP.ATS E-15; juLt.Y, 1975: Grupo B n,
56-61; Sowu, 1976-1978: Grupo II, 240-244;
PsuJRA Swo 3 A)
Ya se han señalado, con anterioridad, las características más importantes de este Subtipo (ver Tipo
128
Suhtipo 3: Tinajillas con laln"o biselado simple (BillXBÁN
L.oRJs, 1976: Vasos Cilíndricos)
Forma característica del valle medio del Ebxo. Por
su perft.l se pueden distinguir dos variantes de cronolo·
gía similar (s.s. 11-1 a.C.). Tipos semejantes se encuentran e.n otras zonas con una cronología anterior (V A·
QIJ1Ul1Z0 1 1988: 232, fig. 201).
lini:Jnte 1: Globular.
Wzni:Jnte 2: BiJron&Ocónica o Que/wada
Tipo 5: Orza pequeña
Q.UEJuzo I.Vl.A)
(PERRJM SIESO
S.A.!;
VA-
Son recipientes profu.ndos, muy abiertos (LA.- ó
con cuello ligeramente indicado; galbo de tendencia ovoide, aunque Jos escasos ejemplares conocidos
no pertniten mayores precisiones; base cóncava o indicada~ sin asas; pueden llevar decoración o no.
Se conocen ejemplares del Ibérico Pleno.
> 80),
[page-n-139]
LA CERÁMICA IBáRJCA: ENSAYO DE TIPOLOGíA
Tipo 6: Lebe6
T. lila)
(P~~~WAA
Sl!.SO 5.A.Il; Ros SALA F.-
El Jebes es un recipiente abierto; de profundidad
media (I.P. 30-90, con escasos ejemplares que sobrepasen los 90 y que desciendan de 40); perfJ..l de tendencia
globular, con labio diferenciado y, en general, sin asas;
puede estar decorado o no.
En razón de su tamaiio se pueden diferenciar dos
variantes en cada subtipo:
-Grande, 0 boca> 25 cm. y
- Mediano, 0boca entre 25 y 10 cm.
Los ejemplares con diámetro de boca superior a
40 cm. son excepcionales, por lo que no se ha conside·
rado oportuno clasificarlos en el Grupo 1 en base, ex·
clusivamente, a esa excepcionalidad.
Su amplia boca los hace apropiados para el trasiego de líquidos, incluso los de pequeño tamaño cuyo la·
bio impide su uso para beber.
Ha sido dificil la elección de esta denominación
para un recipiente de estas caracterfsticas; pero de entre todos los términos empleados para su descripción
(copas de pie bajo, cráteras, vasijas, calderos, cazuelas
o fuentes) es, hoy por hoy, la más adecuada. En el
mundo griego se utiliza la palabra Jebes para calderos
metálicos cuya descripción se adapta perfectamente a
estos recipientes (DMI'.MIIUO y SAOuo, 1900: T. m,
vol ll, 1000; Gllliló, OLMos y SANcH.U, 1984: 289). El
término Jebeta (de lebes,·etis) se utiliza para describir
el recipiente metálico que servía para recoger el agua
que se vertía en las ceremonias sagradas aunque tam·
bién puede tener otros usos, sobre todo cuando se trata
de vasijas cerimicas (AA.VV., 1990: 4-9; B.IANCRI BANDI·
Nuu, 1961: vol. IV, 519-521; R ossP.Lt.ó BoR.DOY, 1991:
198).
Subtipo 1: Cm pie (ARANBOUl-Pl-<' FA -Grandes vasijas de diámetro superior a la altura-¡ CUADRADO F.18; NouorROM FF. 13 IV -Crátera sin
cuello con o sin asas y base anular- y FF. 14
-Bol con reborde anguloso y base anular-)
Su característica fundamental es tener un pie diferenciado alto; el labio puede ser de ala plana o moldurado, siendo éste último mayoritario en los Jebes grandes; suelen estar decorados y no llevar asas.
Son propios del Ibérico Pleno, sobre todo a partir
del s. m a.C.
Subtipo 2: Sin pie (ARANEGut-PLA F. 4 -Ollas bajas
y anchas-; C uADRADO F.10 y F.14¡ GoNzALEz
PRATS B-7, B-8, E-7, E-8 y E-18; NoRDSTROM
FF.13 IV -Crátera sin cudlo, sin asas y con
base cóncava-; PUUUR.A Sll!SO 5.A.Il;
zo l .I.G. y H . y LlX).
VAQt1Elll·
Se diferencia del anterior por no tener pie diferenciado, siendo sustituido por una base cóncava o indicada; los labios son muy variados -salientes, en ala plana, subtriangulares y moldurados- aunque, en época
avanzada, acaban dominando los moldurados y en ala;
pueden llevar decoración o no, aunque abundan más
Jos que carecen de ella o llevan una sencilla decoración
de bandas y filete.s; los ejemplos más clásicos no suelen
llevar asas, aunque algunos ejemplares puedan llevar
asas de espuerta (GONZÁLBZ PkATS, 1983: Tipos B y
E-7, 196 y 215-216) o pegadas al galbo en posición horizontal.
Su difusión cronológica y geográfica es mucho
más amplia que la del Subtipo anterior, por lo que podrfa suponerse una producción más regional para los
lebes con pie (A ll.6.1.).
Tipo 7: Kalatbo1
Recipiente abierto; de profundidad media (I.P.
entre 60 y 100; escasos ejemplares superan apenas el
I.P. 100, siendo la mayoría de grandes dimensiones);
perfil simple; labio moldurado o en ala plana y, en
menor medida, saliente y triangular; base cóncava,
aunque se conocen algunos ejemplares con pie alto
(Puntal deis Llops, inédito, y El Amarejo) (BRONCA·
NO, 1989: fig. 146, 238, lám. CXll); llevan casi
siempre decoración pintada, sin asas, excepto una
producción especrfica procedente de Cataluña y algunos ejemplares de gran tamaño (CoLOMINAS y Ptno J
CADAYALCH, 1923: 605, fig. 385; Gutam, 1987; TARRA·
DELL y SAI'NARTÍ, 1980: 312).
Se pueden distinguir dos tamaños, constituyendo
sendas Variantes en los dos Subtipos diferenciados:
-Grande, 0boca>25 cm.;
- Mediano, 0boca<25 cm., siendo muy pocos
los menores de 10 cm.
Es uno de los pocos tipos ibéricos que se exporta
fuera del ámbito propio de la Cultura Ibérica y, también, uno de los que más perduró de,puú de la conquista romana, lo que ba permitido especular sobre su
posible contenido -miel, garum, p6rpura, etc.(Alwttcul y PLA, 1981: 78-79; GAJ.CfA v BIU.lJDO, 1957:
92; RtuRA, 1983: fig. 12, 1; SANTOS Vsl.Asco,
1982-1983: 147-148). En relación con su posible funcionalidad. existen en Grecia unos recipientes cerámicos
de igual forma que los kalathoi, pero sin decorar y con
la superficie interior estriada que se utilizaban en apicultura QoNJ.S, GRAHAM y SAcKm, 1973: 397-413, fig.
13); aunque lo más probable es que se trata de un recipiente multifuncional (DAJUIMBERG y SAOuo, 1900: t. I,
vol. 11, 812 y ss.).
129
[page-n-140]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
Suhtipo 1: Cil{ndrico (Aiv.Nscm-Pu F. 17 a y b
-Sombrero de copa típico de cuerpo cilíndrico, con borde pendiente o en ala plana-;
CuADllADO F. 13; NoRDSIROM FF. 6 -Kalathos
cilindroide-¡ PsREJRA SIESO 8 D; Ros SALA F.~.
1 a y e, I1 a y b)
Se trata del perfil más común entre los Kalathoi,
conociéndose con todas las modalidades de labios
apuntadas - moldurado, ala, saliente y triangular-, y
en los dos tamaños.
Se datan a partir del s. UI a.C.
Suhtipo 2: Troncocónico (AMNrom-Pu F. 17 e y d
-Sombrero de copa típico de cuerpo troncoc6nico y borde pendiente o de ala plana-; NoaosnOM FF. 6 -Kalathos 'froncoc6nico-¡ Ros
SALA F.-T. 1 b, d y e, II e y e)
Tjpo 9: 'lbnel (NoRosTROM FF.32 Toneletes)
Recipiente profundo de forma cilíndrica con el
eje de revoluci6n horizontal, cuello estrecho; boea
de forma similar a la de las cantimploras
(Tipo A TI.8.) pero situada en el eje de revolución;
algunos ejemplares tienen dos acanaladuras laterales
por las que sujetar unas cuerdas que permitirían
llevarlos colgando en los flancos de un animal de
carga o sobre la espalda. Puede llevar asas o no.
No suele estar decorado.
Su función podría ser la de transportar líquidos en
mayores cantidades que las cantimploras; aunque en el
none de Africa se utilizan recipientes similares para la
elaboración de mantequilla.
Son más abundantes que las cantimploras y tienen
una cronología y distríbución geográfica similares.
Los toneles han sido objeto de dos estudios que siguen totalmente vigentes y de los que hemos entresacado los subtipos diferenciados (Fun:ci:Olll, 1957; Lw.o,
1979 y 1981: 367-371):
Subtipo, al parecer, de cronología avanzada
-s. ll a.C.-, de labio moldurado o en ala.
Suhtipo 1: Con boca central (Fum::Hn, Tipos 1-5; Ltu.o, Tipos 1-4)
Tjpo 8: Cantimplora
Recipiente profundo, de forma esferoide o lenticular, con cuello estrecho en el eje mayor y boca algo más
amplia; puede llevar un par de asas a ambos lados de
la bocaJ así como una acanaladura alrededor del perímetro, para facilitar, mediante una cuerda su transporte y suspensión. No suele llevar decoración.
Se trata de un utensilio personal para el transporte
de pequeñas cantidades de lfquidos (LILLO, l979: 26;
1981: 363-365).
Tanto este Tipo eom.o el siguiente (A IT.9), tienen
una distribución geográfica concentrada en las provincias de Murcia, Albacete y Valencia.
Teniendo en cuenta la clasificación hecha por Lillo
(1981: 364), se han diferenciado los siguientes subtipos:
Suhtipo 1: Lenticular
Es la más com'lln, fechada en el Ibérico Pleno.
Suhtipo 2: Tuhuúu
Sólo se conoce un ejemplar procedente del Tossal
de Sant Miquel (Llfria). A modo de curiosidad, simplemente citar una cantimplora semejante procedente
de La Galia con una inscripción en la que se especifica
que su contenido era la cerveza (DAIU!MBUC y SAouo,
1900: t.I, vol. II, fig. 1138).
130
Cuando llevan elementos de prensi6n, éstos pueden ser asas o pestañas, situadas a ambos lados de la
boca.
Suhtipo 2: Con boca descentrada (FLETCHER, Tipo 6;
L tLLO, Tipo 5)
Los ejemplos conocidos llevan asas.
Tjpo 10: Th.rro (ARANEOUt-Pu F.16 -Kalathos de
cuello estrangulado-¡ CuAollADO F.12 a, b y e;
NoRDSTROM FF. 5 B -Sítula sin a sas-; P ERBJRA
Su~so 8 A , B y C; VhQ.omuzo 2.1.)
Recipiente profundo y, con escasas excepciones,
con un I.P. entre 70 y 100; peñu de tendencia cillndrica y cuello estrangulado, con labio saliente; a pesar del
estrangulamiento del cuello no llega a ser un ~cipiente
cerrado sino abierto; la base suele ser cóncava; sin
asas; puede llevar decoración impresa, pintada o engobe rojo (PilESllDO, 1982: 291 y 295).
'fradicionalmente, se le ha consjderado como un
kalathos (Tipo A IL7.) de cronología antigua (ARANE.
cut y PI.A, 1981: 77-78). Sin embargo, si bien puede
considerarse como precedente del kalathos, existen suficientes datos como para considerarlo un tipo distinto,
con u:na evolución cronológica y difusión geográfica diferentes a la del kalathos; por ejemplo:
[page-n-141]
LA CERÁM:ICA I:BÉJUCA; ENSAYO DE TIPOLOGÍA
-El perfu simple del kalathos sufre aqur una ruptura para convertirse en un perfil compuesto: galbo,
hombro, cuello, borde.
-Algunos tarros tienen un cuello bastante marca·
do y/o destacado, que hace que el recipiente no sea tan
abierto como un kalathos.
-El I.P. var{a sensiblemente, pues si pocos kalathoi sobrepasan el índice 100, en el caso de los tarros
la relación se invierte.
-Los tamaños oscilan entre 10 y 30 cm. de altura,
con un diámetro inferior a 25 cm. -sólo un tarro procedente de Toya (Peal de Becerro, Jaén) mide 53 cm.
de altura y 40 cm de 0 (FI!IlNÁND&Z MAnu, 1985:
382); mientras que los kalathoi muestran una gran variedad de tamaños.
- Al tratarse de un recipiente que aparece en un
primer momento del Ibérico Pleno, los ejemplares más
tardíos eran considerados como perduraciones; ahora
bien, la aparición de conjuntos importantes de tarros
conviviendo con los kalathoi (B~toNCANO y BwQ.tTBZ,
1985: 277-278; Ruato, 1986: figs. 11, NA-5823; 32,
NA-5806; 45, NA-5817; 50, NA-5820; 86: 90, NA-5826;
110, NA-5805¡ 117, NA-5718; 118, NA-5768 y 119,
Na-5785), hace imposible seguir manteniendo ese tipo
como una perduración.
-Por último, la distribución geográfica de este
tipo es bastante homogénea, pues de los tarros recogidos por Fernández Mateo en su estudio (1985:
309-310), cuarenta y tres proceden de Andalucía, catorce de Murcia, tres de Albacete (a los que habrla que
añadir los encontrados en El Amarejo), veinticuatro de
Alicante y cuatro de Valencia.
Aparecen desde mediados del s. VI hasta inicios
del S. n a.C.
De acuerdo con el perfü, se conocen los siguientes
subtipos:
Subtipo 1: Cillndrico
Subtipo 2: Tron&Ocónü:o
Subtipo 3: Abomhaác
Tipo 11t Sftala o Ce1to (AuNEOui·Pv. F.20 -Vasijas
con asa de cesto-; CuA.DIW)() F.lO y F.58; NoROSTROM
FF.S.A -Sítula con asa de cesto-; Pe~tl!lRA St!!SO 9 E)
Recipiente profundo que se caracteriza, esencialmente, por au asa horizontal que cruza, diametralmen.
te, la boca. Ésta suele ser circular y puede llevar un
pitorro vertedor junto a uno de los extremos del asa,
con lo que su funcionalidad relacionada con la contención de líquidos parece clara (PAGs, 1983: 95·100).
La variedad de perfiles que puede adoptar este recipiente, así como su amplia cronología (ss. V-II a.C.),
hace que no pueda incluirse con propiedad dentro del
grupo de las imitaciones (Grupo VI) (PAOs, 1984:
95-100).
GRUPO 111
A pesar de las dificultades que entraña, incluso en
el mundo griego y latino {DAIUIIRIIRO y SACuo, 1900:
t.V, 663-664), identificar la funcionalidad concreta de
los recipientes, sobre todo teniendo en cuenta su posible multifuncionalidad, se intenta reconstruir aquí un
hipotético servicio de mesa. Para ello, es evidente que
las referencias al mundo clásico hao sido casi obligadas, incluso con el peligro que supone hacer este tipo
de extrapolaciones culturales.
Para poder llegar a la identificación de las vasijas
que compondrlan la vajilla de mesa i~rica, se han tenido en cuenta, básicamente, cuatro criterios:
-Tamaño: dada su función debe tratane de recipientes de tamaño medio.
-Recipientes para contenido de líquidos y que, a
su vez, alguno de ellos sirva para verterlos sin esfuerzo.
- Recipientes aptos para beber.
- Y, recipientes útiles para servir alimentos líquidos o sólidos, así como para consumirlos.
Tipo 1: Botena (.AMmcUI-PLA F.l e -Vasija de
perfil bitroncoc6nico con boca de tro mpetay F.5 -Botellas-; CuADJW)() F.8 a y b 2, F.9,
F.53; GoNZÁLBZ PJVJS B-13, 14 y 15, y E-9;
NoR.DSTROM FF.16 -Aryballos- y FF.22
-Formas de cuello ccfongiforme»-; VAQ.UElll·
zo, l.II.A.).
Recipiente profundo y muy cerrado (LA.< 50);
con cuello más o menos destacado; boca, generalmente, más ancha que el cuello; sin asas; pueden llevar decoración o no; el tamaño oscila entre los 10 y 25 cm.
de altura. Sus peñues son muy variados, pero con tendencia bitroncocónica.
Su funcionalidad, teniendo en cuenta su cuello estrecho, está claramente relacionada con los lfquidos. Se
ha incluido dentro de un hipotético servicio de mesa
por las siguientes razones:
-Su tamaño medio las hace manejables y aptas
para el contenido de líquidos no de almacenaje sino
para consumir en breve tiempo.
-Su boca ancha impide que puedan tapane con
el rm de preservar el contenido.
-Su escasa estandarización las hace un recipiente
fuera de lo común y, por lo tanto, para no ser usado en
tareas dom~sticas cotidianas, aunque, como ya se ha indicado en repetidas ocasiones, no se puede excluir lamultifuncionalidad de ~ste ni de ningún otro recipiente.
131
[page-n-142]
C. ~ PARREÑO Y H. BONET ROSADO
-Finalmente señalar que vasijas semejantes con
el nombre de ,.J.agena~> eran utilizadas en el mundo antiguo para el seTVicio de mesa (DAREMBERC y SAOuo,
1900: t.III, vol.II, 907 -908).
La cronología es amplia pues aparecen desde el
Ibérico Antiguo y perdura.n basta el Horizonte Iberorromano.
Al tratarse de una producción poco estandarizada,
se hace muy dificil una clasificación. Se puede sugerir
la existencia do los siguientes subtipos de acuerdo con
el perm:
Subtipo 1: Ttnáenda bitroncocónica, giiJbular u ovoide
Subtipo 2: TendencitJ troncocónica o &ilindrica
Tipo 2: Jarra
Es un recipiente profundo y muy cerrado
(I.A. <50); con cuello más o menos destacado y un asa
desde la boca hasta el diámetro máximo; puede estar
decorado o no; la boca es amplia, trilobulada o circular. El tamaño oscila entre 30 y 9 cm. de altura, considerándose grandes aquéllos que tienen más de 15 cm.
y pequeños los restantes.
Su función está directamente relacionada con el
contenido y consumo de Hquidos -vino
preferentemente-. El hecho de que aparezcan jarros
con contenido diferente a )os líquidos (BuRtu..o y DE
Sus, 1986: 233) se debe a un uso ocasional de los mismos para otras actividades·, algo que es válido para
todo tipo de recipiente, incluso en la actualidad.
corados y su cronología es similar a la variante anterior.
J.&riantt 3: Pirif rme (AllANEOOI-PLA F.9 d
o
-Oinocboes de perfil piriforme con el diámetro máximo en el tercio inferior-; CUAO.RA.oo F. 28; NoRDSTROM
FF.ll -Oenochoe de perfil ovoide o piriforme-). Se
caracterizan por tener el diámetro máximo en el tercio
inferior. Se conocen ejemplares del Ibérico Pleno, con
o sin decoración, sobre todo de gran tamaño.
fánante 4:
Globular (ARANBGUI-PLA F.9 b
-Oinochoe de cuerpo globular-; CuADlV.DO F.29).
Este perfil es el que más se acerca al modelo ático. Variante poco documentada, se encuentra, sobre todo, en
yacimientos del s. IV a.C.
Subtipo 2: De boca circular u Olpe (AltAN.EGut-PLA F.9 e 1
y 9 d -Oinochoes de boca circular con cuerpo cilíndrico y con perfil piriforme-; NowSTROM
FF.23 -Oenochoe con boca circular)
Forma menos frecuente que el anterior subtipo, se
caracteriza por su amplia boca circular. Thdos los
ejemplares conocidos tienen perm de tendencia globular.
Las dos variantes diferenciadas son de cronología
similar: Ibérico Pleno con perduraciones en el Iberorromano.
J&riante 1: Con labio saliente (Ros SALA F.-T. VI b y
xm b).
fáriante 2: Con labio uclo.
Tipo 3: Jarra (CuADRADO F.30; NollDSTJlOM, FFJ
Subtipo 1: Con boca trilobultuúl u Oinochoe (Ros SALA
F.-T. XIII a; VAQ.UEIUZO, l..Xlli)
Cuando llevan decoración pintada, pueden presentar los llamados «ojos prortlácticos» (NoRDSTI\OM,
1973: 211), que aparecen también en el cerámica púnica (CJNTAS, !950: lám. Xill, 170 y 171). Teniendo en
cuenta el peñtl, se distinguen las siguientes variantes:
lizrianlt 1: Cilfndrico (ARANEGUI-Pt.A F.9 c2
-Oinochoc con boca trilobulada; CuADRADO F.27;
NoRDSTllOM FF. 11 - Oenochoe con boca trilobulada).
Abarca, básicamente, el Ibérico Pleno y es abundante,
sobre todo, en yacimientos de finales del s. III a.C.
Siempre están decorados.
VarúJnle 2: Trtmcotónicc (ARANEOUT-PLA F.9 a, e y r
-Oinochoes de cuerpo bitroncocónico, perfil quebrado de tendencia cillndrica y de tendencia romboidal-;
NoRnSTROM FF.ll -Oinochoe de perfil bitroncocóni·
co-). Esta variante puede tener el di.á metro máximo
en el tercio superior o en el inedio, pudiéndose considerar también como bitroncocónico. Siempre están de132
-Oinochoe de boca trilobulada, troncoc6nico
invertido)
Recipiente profundo con cuello indicado, no tan
cerrado como el jarro (I.A. 80-50)¡ boca trilobulada o
circular; con un asa, generalmente, sobreelevada y sin
decoración. Se trata de un tipo poco numeroso, de per·
ftles y tamaños lo suficientemente variados como para
impedir una clasificación por subtipos.
Los ejemplares con asa sobreelevada apuntan dos
posibilidades de uso: poderlo sumergir cómodamente
en un recipiente mayor y guardarlo colgado o relacionado con activjdades cultuales (Bo~ET, MATA y GutJUN..
1990: 191).
La cronología de los ejemplares conocidos abarca
todo el Ibérico Pleno.
Tipo 4: Callciforme
Recipiente abierto, de profundidad media (I.P. entre 50 y 100, con escasas excepciones sobrepasan el ín-
[page-n-143]
LA CERÁMICA mÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
dice 100); caracterizado por un cuello destacado separado del cuerpo, de tendencia globular; el labio más común es el saliente, aunque también se documentan
otras variantes (moldurado, triangular, ala plana); diámetro de boca igual o ligeramente superior al de la
panza; puede llevar pie diferenciado (anular o alto) o,
en contadas ocasiones, no llevar pie; no suele estar decorado, aunque se conocen algunos con decoración
pintada, e incluso, impresa y aplicada (BRONCANO y
BLÁNQ.OU, 1985: 279; MAn, 1991: fig. 15, 1, 4, 7-9, U,
16 y 17).
De acuerdo con el perfil del cuerpo, se pueden distinguir tres subtipos:
Subtipo 1: Cuerpo Globular ( ARAmoUJ-PLA F.8
-Caliciforme con pie anular-; CuADllADO F.
11; NoRDsnOM, FF.9 b - Krateriskos sin
asas- y FF. 10 -Bol con borde saliente-;
PEJWRA S1ESO 12 A; R os SALA F.-T. IV y V; V"·
Q.UUIZO
l.ill).
Se clasifican aquí los vasos conocidos, tradicionalmente, como caliciformes; se caracterizan por un cuello cilfndrico separado claramente del cuerpo por un
hombro redondeado, bien marcado. Los tamaños so.n
variados, desde 5 a casi 20 cms. de diámetro de boca.
En numerosas ocasiones, se ha venido considerando a
este Subtipo como una imitación de recipientes met.álicos (AV8Ll.Á y RooRlcuu R us, 1986: lám. II), de vajilla
de barniz negro ática (PAca, 1984: 142-lH} o, incluso,
de ..vasos 1 chardon•; pero, por su amplia representación en el repertorio ibérico se clasifica aquf y no en
el Grupo VI.
Aparecen en el Ibérico Antiguo y perduran hasta
época Lberorromana.
J.iarian/4 1: Grande. El diámetro de boca oscila entre
los 10 y 20 cms., sobrepasando los 20 cm. con escasas
excepciones; suelen estar decorados y llevar pie alto.
Son comunes en el s. DI a.C., aunque también existen
en otras épocas.
VariaiiU 2: Pequeño. Son los más abundantes. Su tamaño oscila entre 5 y 10 cm . de diámetro; pie anillado,
aunque no faltan con pie alto y base cóncava; cuando
llevan deco ración, ésta puede ser aplicada, impresa o
pintada, pero es bastante habitual encontrarlos sin ningún tipo de decoración, dominando los tonos de pasta
oscura, tal vez en relación con los modelos metálicos.
Se encuentran desde el s. VI a.O.
Subtipo 2: Perfil en S (CUADRADO F.11 e y F.22)
Se caracterizan por no tener el cuello tan desarrollado como en el subtipo anterior y su ruptura con el
~uerpo no es tan clara. Son escasos y de amplia crono-
logía. El actual registro no permite una división en variantes como en el Subtipo 1.
Suhtipo 3: Ca.refii:UÚJ (CvADRAOO F.23)
Cuello destacado, separado del cuerpo por una
fuerte inflexión en ángulo o carena. Como en el caso
anterior, el registro actual no permite una subdivisión
en variantes.
Conocidos en la bibliografia francesa como •Gobelets gris carénés» (Gut.Y, j uLLY, Souall, 1967), parecen propios de un Horizonte Ibérico Antiguo (MAATI
BoNAFt, 1990) aunque también, se conocen ejemplos
dentro del Ibérico Pleno.
Tipo 5:
~•o «a
cbardon» ( BBLtN y PEllEIRA SLE-
so, 1985: Tipo II.2.B.a.l.; jULLv, 1975: 31-36,
Grupo A II-1; SOUER, 1976-1978: 245, Grupo IV-1; PEUDlA SIESO 2A).
Vaso de tamaño mediano, profundo; diámetro de
la boca igual o mayor al de la panza; cuello destacado
de tendencia cilíndrica, con una altura mayor que la
del cuerpo; sin asas; ruelen estar decorados; pueden
llevar pie o tener la base cóncava.
Recipiente que imita formas fenicias y, por lo tanto, propio de un Horizonte Ibérico Antiguo, aunque
pueden existir formas evolucionadas durante el Ibérico
Pleno.
Tipo 6: Copa (CuADRADO F. 24 y 25; PE.B.ErRA SLEso 15)
Recipiente abierto de profundidad media, cuya ca racterística esencial es poseer un pie destacado. Peñlles
variados, con o sin decoración. No suelen llevar asas.
Pieza poco abundante en el repertorio ibérico,
pues su posible función era desempeñada por los caliciformes (T ipo A ill.-l.), copas de importación y sus
imitaciones (Grupo VI).
Se conocen ejemplares del lb~rico Pleno.
Tipo 7: la..ea (NoRDn-ROM FF.29 -Gran taza
tipo •pot de chambre»-; R os SALJ>. F.-T .XI y
XVIII)
Recipiente abierto, con una o dos asas, de profundidad media; con decoración o sin ella.
Tipo poco frecuente eo el repertorio ibúico, con
lo que es imposible intentar una clasificación más detallada por el momento, así como una aproximación cronológica fiable.
133
[page-n-144]
C. MATA PARR.EÑO Y R. llONET ROSADO
Tipo 8: Plato (Pt:RJURA SrESO 17)
Recipiente abierto y plano (l. P. entre 10 y 50); casi
siempre lleva decoración interior y/o exterior, &obre
todo, en el Ibérico Pleno¡ el pie puede ser indicado,
anillado o alto.
De acuerdo con el borde, se distinguen los &iguientes subtipos.
Subtipo 1: Con borde exvasado (AAANEGI.TJ·PLA F.lO e y
f -Platos de borde exvasado y hondos-; BsLtN y PERRJRA S1sso, 1985: Tipo I.1.A.1.1.; CoA·
oRA.Oo FF.Pl, P2, P4, Pll y Pl2; GomALBz PuTS
B-1 y 5, D-1 y 3 y E-1, 2 y 5; J uLLY, 1975:
29-31, F.A.1.2.; NoROSTR.OM FF.7 -Escudilla
con borde convexo- y FF.19 -Plato-; So.
uu., 1976-1978: 246, Grupo VI, F.l; VAQ.uuuzo
3.I.B/D, 3.VI. y 3.VII.
Su perftl puede variar de acuerdo con el borde,
que adoptará diversas formas: abombado, ala, pendiente, sin diferenciar.
Su cronología abarca toda la Cultura Ibérica y se
puede precisar combinando los siguientes atributos y
sus variables: borde/base/decoración. Una característica habitual, sobre todo en los platos grandes del Ibhico Pleno, es llevar en el borde, y mú raramente en el
pie, dos orificios hechos antes de la cocción, lo que pa·
rece indicar que se guardaban colgados.
Se pueden diferenciar varios tamaños:
W!n4nte 1:
W!rianú 2: PtqutfW. Diámetro de la boca entre 9 y
15 cm.
Subtipo 2: Con horde rtenl.f'ante o Pátna (ARAmcUI-PLA
F.lO.b - Platos de borde reentrante grandes-;
CuADRADO F.P.5.a, e y e, P7, P8 y PH; GoNZ.(.
LEZ
PMTS
Tipo D-2; NoRosTROM FF.7
-Escudilla- y FF 34 -Salero-; PsR&RA Sm.
so 16B; V AQI12RJZO 3.1V.)
Se han considerado imitaciones de la vajilla de
barniz negro (PAoB, 1984: 103-108 y 117-123), sin em·
bargo existen recipientes semejantes con decoración
pintada, barniz rojo o cerámica gris desde el 700 a.C.
o antes (Pswcu, 1969: 4 y 8, figs. 1, 869 y 2, 870¡
ScKVBART, NI..Bl\I..BYE.R y PBLUC!Jl, 1969: 95, 121, 122 y
1+6, láms. 1, 869, IV, 870 y Xlll), con lo que debe considerarse esta doble corriente de influencias a la hora
de valorar dicho tipo. En cualquier caso, son formas
muy imitadas desde antiguo y su asimilación al repertorio ibérico es completa. Pueden llevar decoración,
134
generalmente muy sencilla, o no llevarla. Aparecen
desde el Ibérico Antiguo hasta época lberorromana,
con pocas varjables.
Como en los platos de borde e.xvasado, se pueden
distinguir dos tamaños.
Variante 1: Grand8.
Varianle 2: PequtfW.
Subtipo 3: Con borde sin dijmn&iar o Escudilla
(ARANBcm-PLA F.lO a - Platos de borde
recto-; CUADRADO F.P.3 .; GoNZÁLEZ PRATS B-4,
C-4, D-1 y E-4).
Pueden llevar decoración o no. De acuerdo con el
registro arqueológico no se pueden hacer subdivisiones
en cuanto al tamaño, pues el diámetro de boca oscila
entre 12 y 20 cm., con escasos ejemplares mayores¡ en
cambio sí que existen variantes relacionadas con el
peñtl:
Mzn4nú 1: En ta.sqiUú (Ros SALA F.- .IX¡ V AQ.OI!lW.O
T
3.11. y 3.III.). Paredes ligeramente convexas. Es la variante con difusión cronológica más amplia.
W!rianú 2: Carmadc (Ros SALA F..!T.X; V AQ.UBRtzo
3.III.A.). Suave ruptura del perfll cerca del borde. Se
conocen pocos ejemplares y casi todos fechados en el
Ibérico Pleno.
Varianú 3: Trtmlo&ónico (VAQ.ITIIJUZO, 3.1.A. y 3.Ill.).
Paredes rectas, divergentes. Se conocen algunos ejemplares fechados en el Ibérico Antiguo, con escasas perduraciones.
Tipo 9: Cuenco (ARAN20Ut·Pt.A F.lO g - Boles o
cuencos-; CuADRAPO F.P.5 .d; PERBIRA StBSO
16.C.Ill.)
Recipiente de tamaño mediano cuyo l.P. es mayor
de 50 y ninguno de los conocidos hasta ahora sobrepa·
sa el Cndice 75; su borde suele ser sin diferenciar y el
perfil es de tendencia hemiesférica o troncocónica.
Existen pocos ejemplares y casi todos ellos de época Ibérica Plena avanzada o del Ibérico Final.
GRUPO IV
Recipientes de formas muy diversas caracterizados, básicamente, por su pequeño tamaño ( < 10 cm.),
por lo que también se conocen con el nombre de microvasos. De fonna excepcional, pueden incluirse vasijas
algo mayores que, por su forma y posible funcionalidad, se asimilen a este Grupo.
Funcionalmente, se trata de un conjunto relacionado con actividades de aseo personal, religiosas o funerarias (perfumes, ungüentos, colorantes, libaciones,
[page-n-145]
LA CERÁMICA lB~RICA: ENSAYO DE T IPOLOGÍA
etc.), servicio de mesa (pequeños recipientes para sal
u otras especias), juguetes o exvotos.
~rico
Tipo 1: Botellita (PER.E1RA Smso 13)
Subtipo 1: Globular (ALMAGRO
Recipiente profundo (l. P.> 100, y cerrado, sin
asas¡ pueden llevar decoraci6n o no. Como las botellas
(Tipo A ffi.l.), presentan formas poco estandarizadas.
Por el momento, no se conoce este tipo en el Ibérico Antiguo.
Se distinguen dos subtipos:
Subtipo 2: Fusi..frm'M (AL.'MGRO BASCH FF. 18· 35 y 35-4-0;
Suhtipo 1: Perfil d4
tt~ia
Los dos subtipos diferenciados son propios del
Pleno.
BASC H FF. 1-7;
ARANtGut-PLA F.26a -Ungüentarios bajos y
panzudos-; ÜUADRA.DO Grupo A).
AAAN.I!GUJ-PLA F.26b -Ungüentarios fusiformes-¡
Grupo B).
CUADRADO
Tipo 3: Copita (Alv.N.Eou•-Pv. F.7 e y d -Copas y
platos de pie alto-¡ CuAoRAOO FF. 36-38, 50-52 y
P 15¡ VAQ.uuno 3.V.)
giJJhui4T.
Se incluyen en este subtipo los peñl.les piriformes
y ovoides.
~nante I : Con (Ut/Jo óesta&alitJ (VAQ.I12~ t.VIII.B).
Se caracteriza por tener un cuello más o menos destacado, bien por ser alto y estrecho, bien por tener una
boca amplia.
~TÜJnú 2: Con «Ullo indicado (CuADRADO F.19.b,
F.20.a.3, b, el, c2, c3 y d, F.34; NotwSTROM FF.16
-Aryballos-). Se caracteriza por tener un cuello simplemente indicado y labio saliente.
Recipientes abiertos, con un diámetro de boca menor de 8 cm.¡ labio sin diferenciar o ligeramente saliente¡ su característica esencial es tener un pie alto o destacado; no suelen tener asas ni decoración.
Sus variados perfiles hacen difícil una clasificaci6n, aunque podr(an agruparse as(: hemiesféricos, en
casquete y carenados.
Los primeros ejemplares se fechan ya en el Ibérico
Antiguo.
Subtipo 2: Perfil quebrado (AAANEOUJ-PLA F.7
Tipo 4: Cubilete (CuAORADO FF.26, 4-1, 44 y 57;
V AQ.UERIZO l.IV.)
a y e
-Pequ eñas vasijas bitroncoc6nicas y pequeñas
botellas- y F.6 .b -Vasos de perftl quebrado
con pie anular-; C uADRADO F.12 . d, F.l9 a y e,
F.20 a 1, a 2 y C 4, F.21, F.32, F.33, F.42 y F.45;
NowSTRoM FF.16 -Aryballos-, FF.30 -Vaso
c ilíndrico troncoc6nico d el tipo bote de farmacia o albarello-).
Se incluyen en este Subtipo todas aquellas botellitas que tengan un hombro más o menos marcado y, por
lo tanto, el galbo es de tendencia cilíndrica o troncocónica. Pueden recogerse las mismas variantes que en el
Subtipo anterior.
Varüznte 1: Con eu.tllo ties14eado.
Ulriante 2: Con crullo
~.
Tipo 2: Ungüentario
Recipiente profundo y cerrado con cuello destacado y pie macizo, más o menos alto. Puede llevar una
sencilla decoración pintada.
En 1953, fueron objeto de una primera clasificaci6n
por parte de Almagro Basch (1953: 396-397), simplificada más adelante por Cuadrado (1977-1978: 38~4), y en
la cual se basa esta clasificación atendiendo a los tipo$ que
pueden ser considerados propiamente ib~ricos.
Recipientes profundos y abiertos, con labio salien·
te y cuello indicado¡ suelen tener base c6ncava o plana¡
pueden llevar decoración o no. No son muy abundantes y parecen propios del lb~rico Pleno.
Tipo 5: Diveno1
Se recogen aquí recipientes poco abundantes o de
difícil clasificación, como por ejemplo:
Suhtipo 1: Vaso Geminado (CoADRA.DO F.43).
Recipiente formado por dos pequeños vasitos de
tendencia globular y labio saliente, con un asa vertical
entre ambos.
Suhtipo 2: Tarriw (CuADRADO F.46)
Recipiente de profundidad media (I.P. 50-100); altura inferior a 4 cms.¡ abierto, labio saliente y cuello
indicado; base indicada o pie anillado¡ perfu de ten·
dencia globular o carenado¡ sin asas, y generalmente,
sin decoración.
135
[page-n-146]
C. MATA PARREÑO Y H. BONRT ROSADO
Suhtipo 3: Miniaturas
Subtipo 4: Con pQTTU) cónico
Se trata de piezas de pequeño tamaño que reproducen bastante fielmente un recipiente bien definido
en grupos anteriores: jarro de boca trilobulada
(Tipo A lll.2.1.), kalathos (Tipo A II.7.), ánfora
(Tipo A 1.1.2.), etc.
Este grupo de la tipología incluye una serie de piezas cerámicas consideradas o bien como auxiliares de
los recipientes vistos en los grupos anteriores, o bien
relacionadas directamente con tareas dom~sticas y artesanales d iversas.
Tapadera
Suhtipo 5: Con asa en el p01111J
Suelen pertenecer a grandes recipientes y su perfil
es troncoc6nico.
GRUPO V
Tipo 1:
Suelen corresponder a urnas de oz:ejetas (Tipo
A 11.4.1.).
(AB.AN&out-PL.-.
F.15
b
Tipo 2: Soporte
Se trata de objetos de tendencia cilíndrica, abiertos por los extremos; algunos pueden llevar una sencilla decoración a base de bandas y filetes pintados.
Su funci6n es la de dar estabilidad a recipientes
cuya base es muy estrecha o inexistente.
-Tapaderas diversas-)
Subtipo 1: Tubular
Piezas con perfil de tendencia hemie.sférica o troncoc6nica con un asidero o pomo en Ja parte superior,
que puede est.a r perforado. Pueden llevar decoración
pintada o no.
Están destinadas a cubrir algunos recipientes y
as(, preservar su contenido. Aunque todas ellas pueden
tapar cualquier vasija, incluso de cocina, hay algunas
realizadas expresamente: tapaderas para recipientes de
cierre hermético (Tipo A 1.4. 6 A 11.4.) o las de gran
tamaño y perfil bitroncoc6nico para las tinajas con
hombro (Tipo A 1.2.1.).
Su cronolog(a viene dada por el tipo de recipiente
que tapan. Se distinguen los siguientes subtipos:
Suelen ser de grandes dimensiones (altura > 20
cm.). Existen dos variantes básicas:
·
Wzrüznte 1: OúadJJ (ARANEOm-PLA FJ4a) -Soportes
de vasijas altos y calados- ). Los escasos ejemplares conocidos pertenecen al Ibérico Pleno.
Varüznte 2: Cilúulri&o (VAQUERJZO 4.1.0.). Son más
comunes que los anteriores y de cronología similar. En
esta variante se han incluido, tradicionalmente, las piezas que aquí se han clasificado como colmenas
(Tipo A V.3.).
Subtipo 1: Con pQTTU) discoúlaJ. (PeRRIRA SrESO 14 A.)
Subtipo 2: M oldurado (ARANBGm-PLA F.H b
-Soportes de vasijas bic6nicos-; V AQ.trEJUzo
4-.I.A. y B).
El pomo puede estar perforado o no. Cuando son
de gran tamaño pueden corresponder a tinajas con
hombro (Tipo A 1.2.1.).
Es· el subtipo más común, fechado en el Ibérico
Pleno.
Suhtípo 2: Con /JQTTU) anilltuk (CUADilAOO F.P 16)
Subtipo 3: Anular (GoNzALEz
el Ibérico Antiguo.
(PER.EIRA
Saso 14 B)
Puede estar perforado o no y, generalmente, no
llevan decoración.
136
B-18).
De perfil simple, macizo o h ueco, aparece ya en
Son las más comunes.
Suhtipo 3: Con pQTTU) macizo
P~TS
Suhtipo 4: De ctJTTete (GoNúuz PRATS B-17).
Formado por dos troncos de cono unidos por el
vértice. Propio del Ibérico Antiguo, pero se conoce algún ejemplar del Horizonte Pleno.
[page-n-147]
LA CERÁMICA IBÉRICA: ENSAYO DE TI POLOGÍA
Suhtipo 5: Semilunar.
Son piezas macizas de forma semilunar y sección
triangular, poco conocidos, y por lo tanto, de cronología imprecisa.
Tipo 3: Colmena
Son piezaa cilfndricaa de gran tamaño (altura
sin decoración y con la superficie interior
estriada.
Tradicionalmente se han identificado como soportes, pero el estriado interior les confiere una especificidad que hace pensar en un uso diferente. Piezas cerámicas similares se utilizaban y utilizan como colmenas
en el Ática OoNES, GRABAM y SACIU!TT, 1973: 397-4-13,
pi. 79 d, BOa y 85); también en Mallorca y Andalucía
existen ejemplos semejantes con la misma funcionalidad (MA!m11 MOAALES, 1981: 57, fig. 97; RosSIILLÓ Bot.DCN, 1966: 34 y 74-, sala VI). En el País Valenciano se
encuentran, con la misma forma, pero de corcho, esparto o madera (GRECORt, Cucó, Lr.oP y CAB
URA,
1985: 56-59). Las colmenas de cerámica, dispuestas horizontalmente sobre el suelo y apiladas, se tapaban con
tapones de corcho.
Es un tipo de amplia difusión en todos los yacimientos del Ib&ico Pleno e iberorromanos del Camp
de Túria (Valencia).
> 20 cms. ),
sos, pueden llevar decoración incisa o impresa. Los tamaños oscilan entre los 5 y 15 cm. de altura.
Ya en 19~5, BaJJester a puntó su posible uso ~mo
machacador para la molturación de alimentos y otros
productos artesanales e inició su estudio tipológico. Recientemente, Lillo (1981: 395-396) ha puesto en duda
su carácter funcional al relacionarlas con figurillas de
diosas. Sin pretender entrar en la polémica de la funcionalidad, creemos que no se puede negar el uso evidente como machacadores de alguna de estas piezas
q ue viene avalado tanto por la aparición de piedrecillas
en la base, como por señales de uso en la misma. Por
otro lado, sus formas son bastante homogéneas y suelen carecer de decoración, lo que parece apuntar hacia
un uso más cotidiano, algo que tambi6n se confirma
con al aplicación de técnicas microespaciales (BEMA·
uv, BoNET, GutRIN y MATA, 1986: 330, factor 3). Son
más abundantes que los morteros (Tipo A V.4.).
Subtipo 1: Atoda.da.
Se caracterizan por tener la parte superior acoda·
da y adelgazada. En ocasiones, la decoración de estas
piezas consiste en una corta incisión longitudinal en el
extremo que, junto al orificio de suspensión, le da un
aspecto zoomorfo.
Aparecen desde el Ibérico Antiguo.
Suhtipo 2: Con dos Apéndices.
Tipo 4: Mortero
Recipiente plano y abierto, labio diferenciado y
base, generalmente, anillada; Ueva el fondo interno re·
forzado con piedrecillas incrustadas y/o estrfas hechas
al torno. Tipo de gran amplitud cronológica, pero esca·
samente documentado en cerámica; aunque podrían
existir morteros de piedra (Puntal dels Llops, inédito)
o madera.
Su función como recipiente para moler está fuera
de toda duda, ya sean alimentos u otros productos destinados a actividades artesanales o rituales (pigmentos,
desgrasante, hierbas, etc.). La aparición de morteros
con pitorro vertedor los pone en relación con algún
tipo de preparado líquido o semiHquido.
Tipo 5: Mano de Mortero
Pieza maciza de arcilla; sección circular o poligonal, con la base má& amplia y achatada; cerca del extremo superior puede haber una perforación que permite tenerla colgada; en algunos casos, el vástago
central se divide en dos brazos; la base puede llevar
piedrecillas incrustadas o líneas incisas. En algunos ca-
Se caracterizan por los dos apéndices que se separan del vástago central en forma de cruz. Como en el
caso anterior, los apéndices pueden adoptar, en funci6n de su decoración, aspecto zoomorfo. Son abundantes, sobre todo, las variantes 1 y 2. Se distinguen
tres variantes.
Varianle 1: Con aphulias ccriiJs.
Varianle 2: Con aphulias largos.
Varianle 3: Con aphulias astfformes. Los apéndices,
originalmente largos, se enrollan en forma de asta. No
son muy abundantes.
Suhtipo 3: De tres Apéndices Rad.iaks.
Se caracterizan porque los tres apéndices adoptan
una posición radial; en este caao, el orificio de suspensión, cuando lo hay, está en el centro.
Son abundantes en el Ibérico Pleno, aunque apa·
recen ya en el Horizonte Antiguo.
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[page-n-148]
C. MATA PARltEÑO Y H . BONET ROSADO
Tipo 6: Diversos
Suhtipo 6: Colt:uiDr.
Al igual que en el g,rupo funcional anterior, se in- .
cluyen en este Tipo una serie de objetos escasamente
documentados o de dificil clasificación. Tales como:
Objeto abierto por los dos extremos, uno de los
cuales ha sido totalmente perforado antes de la
cocción.
Suhtipo 1: EmhudtJ.
Suhti'po 7: Lut:fflUJ..
Objeto hueco de forma cónica y rematado por un
apéndice estrecho más o menos largo.
Su utilización más común es la de trasvasar líquidos, pero existen algunos relacionados con la apicultura (MoUNA G.ucfA, 1989).
Recipiente abierto y plano, con un pico vertedor.
Podrían ser lucernas debido a su pequeño tamaño
y presentar zonas quemadas.
Suhtipo 8: Br"berón.
Suhtipo 2: Morillb .
Pieza en forma de prisma triangular con el vértice,
e.n general, dentado; puede llevar decoración incisa o
impresa.
Se le supone una función relacionada con el hogar
(MAwo.uu, 1963: 29 y 32; 1983), aunque, r ecientemente, ha sido puesto en duda su cará.c ter utilitario
dada la escasez de su hallazgo en las viviendas (RUJz
ZAJ>A111RO, 1981: 61-62).
Se encuentran pocos en época ibérica.
Recipiente pequeño o mediano, con boca estrecha,
caracterizado por la presencia de un pitorro estrecho
y alargado. Semejante a la F.8131 bl de More] y a algunas formas del repertorio pú.nico (CrNTAs, 1950: lám.
LXIV, 40).
Suhtipo 9: Diábolo.
Pieza formada por dos conos o páteras unidos/as
por los vénices/bases, de utilidad desconocida.
Suhtípo 3: Tejuew.
Tipo 7: Pondos
Piezas diseoidales hechas con fragmentos de cerámica recortados intencionadamente, en algunos casos
perforadas. Se encue.n tran sueltas o formando series,
con el diámetro en disminución, en casi todos los yacimientos ibéricos desde época antigua.
Se les ha supuesto múltiples usos (CAST'RO CuiUIL1
1978).
Con ellas se podrlan relacionar algunas bases de
barniz negro o figuras rojas recortadas, también, intencionadamente.
Los pondera son objetos macizos de arcilla, más
raramente de piedra, con uno o dos orificios de suspensión, secados al sol, aunque también los hay cocidos;
algunos pueden llevar decoración impresa o incisa.
Considerados, tradicionalmente, cQmo pesas de
telar hasta que, recientemente, ha sido puesta en duda
dicha funcionalidad, pero sin que exista un alternativa
válida (CASTRO, CvuL, 1978: 188; 1983-1984: 96;
1985a: 138-140; 1985b¡ 1986: 184). En cualquier caso,
se tratar{a de contrapesos y no debe perderse de vista
la posibilidad de su cadcter m~tifuncional , dato que
parece eonfll'II)arse cuando se tiene la posibilidad de
analizar un asentamiento completamente excavado
(BER.NABEu, BoNn, Gvtlu:N y M.w., 1986: 331-332).
A grandes rasgos y siguiendo, en parte, la clasificación hecha por Fatás (1967), se pueden diferenciar
los siguientes subtipos.
Suhtipo 4: Cazo.
Recipiente hemiesférico con un mango largo.
Suhtipo 5: Caja.
Suhtipo 1: 1Joncopiramidal.
Conocida también como pyxis, tiene forma paralelepipédica y lleva tapadera; suele llevar cuatro pequeños pies en los extremos y estar decorada.
138
La cara superior es más pequeña que la inferior.
Puede llevar dos orificios en la cara mayor.
Son abundantes desde el Ibérico Antiguo.
[page-n-149]
LA CERÁMICA lBÉRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
Subtipo 2: Cuadrangular.
Las caru inferior y superior son cuadrados del
mismo tamaño. Son tambi~n abundantes.
VCU"Íaaúe 3: CilfndriuJ.
VCU"Íaaúe 4: TroncoeÓf'lw.
VCU"Íaaúe 5: Bilron&oc6nica. Es la que más variables
admite, pues los troncos de cono pueden unirse de diferentes formas y combinar tambi~n tamaños distintos.
VaritJnte 6: Motdl.lradtJ.
Subtipo 3: Paralelepipldico.
Las caras inferior y superior son rectángulos del
mismo tamaño. Puede presentar la perforación de suspensión tanto en el lateral ancho como en el estrecho,
aunque son más abundantes los primeros que Jos segundos.
Subtipo 4: Discoidal.
Parece estar relacionado con yacimientos de cronología antigua pero también aparecen algunos en el
Ibérico Pleno.
Subtipo 2: Fusayolo. con ca!Jeza.
Se caracteriza por tener una pequeña esfera en
uno de los extremos, protegi6ndolo de posibles golpes.
Wlriante 1: fWrúcljo.Ja.
VaritJnte 2: Tron&ocóni&a.
VdritJnte 3: Bitron&ocóni&a. Su variabilidad es grande
por lu mismas razones que las bitroncoc6nicas a~fa
las (A V.8.1.5.).
Variante 4: MDlduradtJ .
GRUPO VI
Subtipo 5: Piramidal o Cdnico.
De sección circular o cuadrangular, se caracteriza
por tener el extremo superior apuntado. No son muy
abundantes.
Tipo 8: Fusayola
Pequeños objetos de arcilla con perforación longitudinal utilizados para equilibrar el huso, función exclusiva que también empieza a ser puesta en duda
(BuRILLO y ot Sus, 1986: 232). Pueden adoptar multitud de formas y decoraciones, sin que tanta variedad
tenga, por el momento, significado cronológico.
Se recogen dentro de la C lase A, aunque recientemente se han encontrado algunu fusayolas hechas de
cerámica tosca, lo que a la larga provocará su inclusión
también en esta última clase cerámica.
Una primera clasificación de las fusayolas del Tossal de Sant Miquel fue hecha, en 1952, por Vidal y L6pez; tema que no fue retomado haata 1980 por Castro
Curel. Siguiendo a ambos autores, se han distinguido
los siguientes subtipos y variantes, independientemente de La multiplicidad de variables que cada uno puede
adoptar:
En este grupo se recogen piezas que imitan más
o menos fielmente otras procedentes de diferentes ámbitos extrapeninsulares. Aquí no se siguen los criterios
de clasificación por tipos y subtipos pues todas las piezas se pueden identificar con laa formas elaboradas en
sus respectivas tipologías. El número de imitaciones es
muy variado por lo que no se recogerán aquí todas las
posibilidades sino que se citarán algunas de las formas
más imitadas, remitiendo al lector a los repertorios publicados recientemente (PAOs, 1984; BoNllT y MATA,
1988).
Se trata de imitaciones relacionadas, ante todo,
con el servicio de mesa por lo que habrá que contar
con ellas a la hora de completar la vajilla ib~rica.
Se incluyen sólo las imitaciones de cerámicas de
barniz negro, ante la dificultad, en el estado actual de
la cuestión, para discernir con seguridad entre productos semitas importados, locales y sus imitaciones. Así,
dentro del mundo griego se imitan los Kylikes,
Skyphoi, Kantharoi, Phialai, Cráteras y platos de diversos tipos; del mundo itálico las cerámicas campanienses; y del ámbito púnico, los vasos plásticos y
kernoi.
Por razones prácticas y de homogeneidad, se ha
mantenido la denominación por tipos y subtipos, cuya
denominación corresponderá a los repertorios de las
piezas originales.
Subtipo 1: Acl.foia
Tipo 1: Kylú (ARANEGua-PLA F.llb -Copas de
Son las más extendidas en todas sus variantes desde el IMrico Antiguo.
VdritJnte 1: &flri&a.
pie bajo imitando el Kylix ático-)
Pieza bastante común, con y sin decoración.
VaritJnte 2: DiscoúW.
139
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C. MATA P
ARREÑO Y H . BONET ROSADO
Tipo 2: Kyli:r-Slcyp.boa (AR.w.scor-P u F.11a
-Copas de pie bajo hondas-; C uADRADO
F.40)
glia, las formas 5, 6, 22, 23, 28, 36 y 63. Todos ellos
pu eden aparecer sin decoración o llevarla p intada o
impresa.
Copa abundante en el repertorio ibérko; con decoración o sin ella.
Tipo 7: l-áso plástico
Tipo 3: Skyp.boa y Slcyp.boide
Vasijas de pequeño tamaño relacionadas con las
producciones púnicas de barniz negro. Las imitaciones
más abundantes son los kemoi, gutti en forma de pie
y palomas.
El Skyphos no es una pieza muy imitada, pero en
cambio es más común la que se ha denominado
Skyphoide. Se trata de un recipiente abierto; de profundidad media (entre 70 y 100 de I.P., con raras excepciones); perfil en S, cuya característica indispensable es tener un asa horizontal ondulada, sobre el
hombro; siempre decorado; la base puede ser cóncava,
anillada o destacada; suele medir entre 7 y 12 cm. de
diámetro de boca, pero se conocen ejemplares algo mayores, pero siempre inferiores a los 20 cm. Parece tratarse de una imitación tardía de los Skyphoi, pues son
típicos de u na segunda fase del Ibérico Pleno.
Tipo 4: Kant.baroa y KrateriskosiKJUJ.tlaroide
(A RANEGl11-PLA F.13 -Cántaros-)
Forma poco imitada pero se puede encontrar tanto
en la variante con cuerpo gallonado como liso.
Se incluye aqu{ una forma de cronología tardía
m uy común en el valle del Ebro: cuello estrangulado
y dos asas que parten del labio.
Tipo 5: Crátera (A ilANEOuJ-PLA F.12 -Cráteras-; CUADRADO F.16, 17 y 55; PBRlltRA SrBSO 9A
y B; VAQ_t1&1UZO l.VI.B. y l.X.)
Las cráteras son formas imitadas, ante todo, en
Andalucía y Murcia. Casi siempre presentan decoración pintada. En mayor o menor medida, los iberos copian todos los subtipos de cráteras existe.otes: de cáliz,
campana, columnas y volutas. Las imitaciones p ueden
ser fieles o libres, manteniendo en éste último supuesto
los elementos más característicos del original (asas o
galbo).
Tipo 8: Otra!l imitacio.nes
Se clasifican aquí las piezas de pequeño tamaño
y formas diversas diffciles de agrupar bajo los ep(grafes
anteriores y que constituyen, en muchos casos, imitaciones casi únicas.
E ntre ellas podemos citar las formas de Lamboglia
1/8, 2, 3 y 45; la copa forma 68 de M orel, los gutti
(8180 More)) y las formas de More! 811~ b 1 y 9321 at
CLASE B: CERÁMICA TOSCA
Tipo 1: Olla (GoN7.ÁLl!Z PRATS T ipo I -Orza globular con cuello estrangulado y borde vuelto- y
tipo V -Escudilla-)
Recipientes con u.n LP. entr e 70 y 130; con cuello
indicado y labio saliente; sin asas y, generalmente, sin
pie diferenciado - plano, cóncavo o indicado-; peñl.l
de tendencia globular. Decoración escasa y estandarizada: Uneas incisas y baquetones en la base del cuéllo;
a veces, en los ejemplares más antiguos, cordones lisos,
incisos o impresos (B.ALLBSTER, 1947; CuADRADo, 1952).
Los primeros ejemplares aparecen en el s. VI a.C.,
conviviendo con la cerámica tosca hecha a mano, y
perduran hasta época Iberorromana. En algunas regiones (Cataluña y valle del Ebro), la cerámica tosca con~
tinuó haciéndose a mano !lasta su sustitución por la cerámica común romana.
De acu erdo con el tamaño, p odemos considerar
dos subtipos:
Subtipo 1: Grande.
Tipo 6: Plato (ARAmom-Pu F.lOa -Platos de
pescado-; CuADR
ADO F.P 3 y 6; V AQ.tJERrzo
3.I.E.)
Bajo este epígrafe gen~rico se recogen todos los
platos, tanto áticos como campanien.ses, imitados fielmente por los alfareros ibéricos. Entre los más frecuentes se encuentran, siguiendo la clasificación de Lambo140
Mayores de 20 cms. de altuTa.
Subtipo 2: Mediana.
Inferiores a 20 eros. de altura.
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LA CERÁMICA ffi~R!CA: ENSAYO DB TIPOLOOÍA
ca~uela (GONZÁLEZ PRATS Tipo IV
-Cazuela de paredes simples rectas o
reentrantes-¡ VAQ.UEJUZO 3.VIII.)
Tipo 2:
ejemplares, por su pequeño tamaño, presentan un I.P.
inferior a 100.
Recipiente plano (I.P. menor de 25), generalmente, con labio sin diferenciar y paredes venicales; base
aplanada; puede llevar asas horizontales o cualquier
otro elemento de prensión, así como pitorro vertedor;
oscilan entre 20 y 30 cm. de diámetro de boca.
Los ejemplares conocidos pertenecen al Ibérico
Pleno, sobre todo a la primera fase.
Suhtipo 2: Con boca cireular.
Tipo 3: Bra1ermo
Recipiente con perfLI de tendencia globular, cuya
característica indispensable es tener, en el cuerpo, una
serie de perforaciones geom~tricas, hechas antes de la
cocción; es abierto, con labio saliente; profundidad media (I.P. entre 80 y 100): generalmente, oon un asa y
pie alto o destacado; los tamaños oscilan entre 10 y 15
cm. de diámetro de boca.
Su fun ción parece que están relacionada con el
manteninüento y transporte de brasas encendidas, sin
que se pueda olvidar la posibilidad de asar algún alimento (CARNW> y RmoHDO, 1986: 20, 21, 27 y 29) o
mantenerlos calientes durante algún tiempo, puesto
que su boca abierta permite el reposo en ella de las
ollas.
Aunque no son abundantes, se encuentran presentes en gran número de yacimientos ibéricos. La cronología abarca el Ibérico Pleno, sobre todo, la segunda
fase.
Tipo~:
Jarra
Se pueden encontrar tanto con cuello indicado,
como con cuello estrecho.
Tipo 5: Botella
Recipiente prof11ndo (I.P. > 100) y cerrado; con
cuello estrecho, más o menos diferenciado; puede tener
la boca ancha o no; sin asas.
Las pocas piezas que se conocen se fechan en el
Ib~rico Pleno.
Tipo 6: Tapadera
Objeto de forma aproximadamente troncocónica y
asociado, básicamente, al Tipo B l . Carece de decoración.
Los subtipos diferenciados son:
Suhtipo 1: Con pomq discoidal.
Subtipo 2:
Qm
pomo anilliulo.
Al igual que las de cerámica fLDa (Tipo A V.1.2.)
pueden estar perforadas o no. Son las más abundantes.
Subtipo 3: Con pomq macizo.
Tipo 7: Diver101
Recipiente profundo (I.P. mayor de 100); cuello
más o menos estrecho, pero con boca ancha; perfil de
tendencia globular; un asa desde el labio hasta la
panza.
Los pocos ejemplares que se conocen están. fechados en el Ibérico Pleno. Por este mismo motivo no se
puede hacer una diferencia de tipos en base al I.A.
como se ha hecho en al cerámica fma (A Ill.2. y
A III.3.).
.Los paralelos conocidos de ambos subtipos apuntan hacia una cronología del s. m a.C. en adelante.
Se pueden distinguir dos subtipos en relación con
la forma de la boca:
Pequeño recipiente plano, hecho a mano o a tomo,
con o sin pico vertedor. Algunos ejemplares con el pico
vertedor quemado podrían ser lucernas.
Suhtipo 1: De boca trilobulada..
Suhtipo 2: Tazo..
Semejante al tipo A l1.2.1. -Jarro de boca
trilobulada-; suele tener el cuello est.recho. Algunos
Recipiente abierto y de profundidad media (LP.
entre 50 y 100), con un asa; boca circular.
Incluimos en este Tipo todas aquellas cerámicas
de cocina de las que se conocen pocos ejemplares y, por
tanto, diffciles de definir tipológica y funcionalmente.
Como por ejemplo:
Suhtipo 1: Ouenqu«ikJ 1 Escud.iJI4.
141
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C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
Suhtipo 3: PlaW 1 Tapadera .
Pieza muy plana, con el labio engrosado.
Su funcionaJidad es diffcil de determinar. Algunos
ejemplares con perforación centraJ debieron ser tapaderas, aunque no se descarta la posibilidad de su utilización como soportes.
Suhtipo
~:
Tonel.
Semejante a los de cerámica Ílna (Tipo A 11.9.).
Subtipo 5: Cuhilete.
De características morfométricas semejantes a los
de la cerámica fina (Tipo A IVA·.), aunque los tamaños
suelen ser mayores.
Subtipo 6: &cipienl.e con resalte cerca de kz boca.
Se conoce un sólo ejemplar de grandes dimensiones que, además, presenta unas orejetas. Atributos ambos poco frecuentes entre la cerámic~ tosca.
Suhtipo 7: cÍn.fora.
La única diferencia formaJ que presenta con las
ánforas de cerámica fma (Tipo A [.1.2.), es la presencia de un pie indicado.
SuhJipo 8: Tobera
Pieza formada por dos tubos cónicos cuyo vértice
es común. Se utilizaba para permitir la entrada de aire
en los hornos
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145
[page-n-156]
LA CERÁMICA IBéRICA: ENSAYO DE TIPOLOGÍA
GRUPO!
CLASE A
TIPO 1: ANFORA
Subtipo l. 1.: Con hombro carenado
Subtipo l. 2.: Con hombro redondeado
•
6
4
1. 2. l .
Fig. L- J. Pri4 Ntgra; 2. Carambolo¡ 3. &nim411uf4;
146
l. 2. 3.
l. 2. 2.
~.
l. 2. 4.
Bastida; 5. PunJ4J rú SaliM.s; 6. Ampu.ri¡J.s; l &rrtta.
[page-n-157]
GRUPO!
CLASE A
TIPO 2: TINAJA
Subtipo 2. 1.: Con hombro
2. l. l.
2. l. 2.
2. l. 3.
Subtipo 2. 2.: Sin hombro
2. 2. l.
2. 2. 2.
F1 2. - 1. El &laig; 2, 9 y 11.
'g.
~~·
3. Cánulo¡ 4. Cigarrllkjo; 5 . .hnM,_jc¡ 6. CaJtiUi&o rü las hiitls; 7. Pma Negra¡ 8. Solivelia¡ JO.
ús V'tllaru.
147
[page-n-158]
GRUPO 1
TIPO 3: TINAJA CON PITORRO VERTEDOR
CLASE A
Subtipo 3. 1.: Con hombro ·
...
o
2
Subtipo 3. 2.: Sin hombro
GRUPO!
TIPO 4: URNA DE ORFJETAS
. .
GRUPOI
TIPOS: ORZA
Fig. 3. - J. lAs VilJ4.Tes,· 2. Margaltj¡ 3. Bastida; l . Castillico tú /tu Ptñtu; 5. Pma Negra; 6. Cazalilla.
148
[page-n-159]
GRUPO TI
Subtipo l. 1.: Con resalte en el cuello
GRUPO JI
CLASE A
TIPO 1: RECIPIENTE CON RES ALTE
Subtipo . 1. 2.: Con resalte en el galbo
TIPO 2: TINAJILLA
Subtipo 2. 1.: Con hombro
.2. 1. l.
2. 1. 2.
2. 1. 3.
Fig.
~.-
J. SnYtla,· 2. &lbiVt,' 3 y 6. ToiSal de Sant Miq111l,· ~. .Aibtrftrtla; 5. &utida; 7 y 9. ToJNJ,' 8. CigtJrl~'o.
149
[page-n-160]
GRUPOll
TIPO 2: TINA.TILLA
CLASE A
Subtipo 2. 2.: Sin hombro
2. 2. 1.
3
2. 2. 2.
Fig. 5.- 1 y 11. Cirarro4fl; 2. 10ssal de Sanl Miquel; 3, 4 J 12. SoliD•II4; 5. Bastida; 6 y 10. L4s PeM.s; 7. 'IOrrt de FoiM; 8 y 9.
150
~a.
[page-n-161]
GRUPOll
TIPO 3: TJNAJTLLA CON PITORRO VERTEDOR
Subtipo 3. 1.: Con hombro
GRUPO II
CLASE A
Subtipo 3. 2.: Sin hombro
TIPO 4: RECIPIENTE CON CIERRE HERMETICO
Subtipo 4. 1.: Urna de orcjclas
4. l. t.
4. t. 2.
4. 1: 3.
Subtipo 4. 2.: Tinajilla con borde dentado
Subtipo 4. 3.: Tinajilla con borde biselado simple
4. 3. 1.
4. 3. 2.
Fig. 6.- 1. Mol/ d'Espigol¡ 2. BastiJa¡ 3. Vi/Jaru; l . Con Bas¡ 5. ScliDella¡ 6. El MDIM¡ 7. Mitnut,· 8. 'J#ssaJ de S4tl1 Miqwl¡ 9. Escuna;
10. CigatTaújo,· 11. baila.
151
[page-n-162]
GRUPO TI
GRUPOD
CLASE A
TIPO S: ORZA PEQUEÑA
TIPO 6: LEBES
Subtipo 6. 1.: Con pie
6. l. 2.
6. l. l.
Subtipo 6. 2.: Sin pie
7
Fig. 7.- 1. lAs Vi/Jaru; 2, 6 y 9. Amoujo; 3. 'IDyd,·
152
~.
Torsal tú SanJ MlqlUI,· 5. PunJo/ deis LIJ>ps; 7. Battida; 8 y 10. Albujm/4.
[page-n-163]
GRUPO II
Subtipo 7. 1.: Cilíndrico
7. 1. l.
GRUPO TI
Subtipo 7. 2.: Troncocónico
7. l. 2.
7. 2. 2.
Subtipo 8. 2.: Tubular
TIPO 9: TONEL
Subtipo 9. 1.: Con boca central
Fig. 8.-
7. 2. 1.
TIPO 8: CANTIMPLORA
Subtipo 8. l.: Lenticular
GRUPOII
CLASE A
TIPO 7: KALATHOS
Subtipo 9. 2.: Con boca descentrada
1. Pun/41 dtú LIJJps; 2. ~; 3. Ám/Jurias; 4. Tossd dt 14 Cola; 5. &stid4; 6. 1Jssal dt SanJ Mit¡rul; 7. Ca.sti/Jia> dt las
Pmas; 8. Coua Ft1Ta4DIJ4.
153
[page-n-164]
GRUPO TI
CLASE A
TIPO 10: TARRO
Subtipo 10. 1.: Cilíndrico
Subtipo 10. 2.: Troncocónico
)
~
, . , • •_!'
~} ··~·~t· 4 .
........ "'t'"'O
Subtipo 10. 3.: Abombado
GRUPO U
Fig. 9.-
154
TIPO 11: SITULA
l . /Jlbu.jmiiJ; 2. ~· 3. A.rnarljo; 4. BolbtJX," 5. Las Cabtzr~~las,· 6. &..u; l &rrti/J; 8. OigamJ!tjo.
[page-n-165]
GRUPOIII
TIPO 1: BOTELLA
CLASE A
Sobtipo l. 1.: Tendencia bitroncocónica, globular u ovoide
Subtipo l. 2.: Tendencia Lroncocónka o cilíndrica
Fig. 10.-
l . Los Tli/Jaru; 2, 1, 6, 7 y 8. Bastidtz; 3 y 9. Alhu.forda; 5. P¡¡nJiJl dlls LJJJps; 10.
EsCU~ra.
155
[page-n-166]
GRUPO
m
CLASE A
TIPO 2: JARRO
Subtipo 2. 1.: Boca
trilob~lada
u Oinochoc
2. l. 2.
2. J. l.
2. l. 3 . .
2. l. 4.
Subtipo 2. 2.: Boca circular u Olpc
2. 2. l.
GRUPO
11
m
2. 2. 2.
TIPO 3: JARRA
12
13
Fig. 11.- 1, 3, 7 y 8. &stidll; 2 y JI. Punl4l ikls LIJJps; 4 J 13. 10sstd ik &tu Miqull; 5. Aswy; 6. Casulut ik &niiJbl; 9:1 JO.
12. Alhufmta.
156
Es&~~Ma;
[page-n-167]
GRUPO m
CLASE A
TIPO 4: CALICIFORME
Subtipo 4. 1.: Cuerpo globular
4. l. 2.
4. l. l.
Subtipo 4. 2.: Perfil en S
Subtipo 4. 3.: Carenado
-~
Fig. 12. - 1 y 5. Tossal de San M il¡rul,· 2, 4 y 6. Los Vilúuu¡ 3. PunJa/ dJs LJqps; 7 y 8. Cigll1Ta/tjo¡ 9 y 10. Bastú/4; 11. Cartil/i.c"
di las Prio.s; 12. Albu.forna.
157
[page-n-168]
GRUPO
m
TIPO S: VASO A CHARDON
GRUPO
m
TIP06: COPA
GRUPO
m
TIP07: TAZA
CLASE A
Fig. 13.- J. 7aya; 2. PumJe dtl Obispo; 3. PUIIIal dtls LltJps; 4. Los rrúJa,-es; 5. Cigmalljo; 6. San ÁIIWtuO dt Calactile; 7 y 8 .Aui/4.
158
[page-n-169]
GRUPO ill
CLASE A
TIPO 8: PLATO
Subtipo 8.1.: Con borde exvasado
~,f;S\\
00 ·
~5
8. l. l.
7
e
~)
8. l. 2.
Subtipo 8. 2.: Con borde reentrante o Pátcra
8. 2. l.
8. 2. 2.
Fig. U .-
J. SoliDe/la; 2. C4sttlút tú &mabl; 3, 4, 9, 11, 14 y 15. PunJald& L/IJfJs,· 5. Azai1a; 6. Mortos; 7. Bastid4; 8 .J 16. V'úlara;
JO. 'llJssol d4 Salll MiqiUl; 12 .1 13. Albuftreta.
159
[page-n-170]
LA CERÁMICA ffiÉ.RICA: ENSAYO DE TlPOLOCfA
GRUPO
m
TIPO 8: PLATO
CLASE A
Subtipo 8. 3.: Con borde sin diferenciar o Escudilla
\~
8. 3. l.
'
8. 3. 2.
8. 3. 3.
GRUPO
m
Fig. 15.-
160
TIPO 9: CUENCO
1, 2 y 8. Los V'úlar11; 3. Amartrjo; #. PunkJJ tkls L/4ps; 5 y 6. Bostida; 7. Cdttu/o; 9. Baza.
[page-n-171]
GRUPO IV
CLASE A
T1PO 1: BOTELLITA
Subtipo l. 1.: Perfil de tendencia globular
~
m
1.1.1.
dS. m
l. l. 2.
Subtipo l. 2.: Perfil quebrado
l. 2. 1.
GRUPO IV
l. 2. 2.
TIPO 2: UNGÜENTARIO
Subtipo 2. 1.: Globular
Subtipo 2. 2 .: Fusiforme
Fif. 16. - 1, 2, 5, 7, 8 y 9. &stiJJz; 3. 7l>ssal rü Sant Mü¡utl; ~y 12. Cigtmaújo; 6 y 13. Alhujrrt14; 10 y 11. lAs ViiJ.tnu,· 14. PU1IJoJ
rüls Llops.
161
[page-n-172]
GRUPO IV
GRUPO IV
TIPO 4: CUBll..ETE
GRUPO IV
CLASE A
TIPO 3: COPITA
TIPO 5: DIVERSOS
Subtipo 5. 1.: Vaso gcminado
Subtipo ' S. 2.: Tarrito
Subtipo S. 3.: Miniatura
Fig. 17.-
162
1, 2, 9, JO J 12. Cigarra4}o; 3, 5 y 11. Bastida; 4, 7, 8, 13, U , 15 y 16. 'IOssa/ fk SanJ Mü¡tUI¡ 6. Los Víll4ru.
[page-n-173]
GRUPO V
CLASE A
TIPO 1: TAPADERA
Subtipo l. 1.: Con pomo discoidal
Subtipo l. 2.: Con pomo anillado
Subtipo l. 3.: Con pomo macizo
Subtipo l. 4.: Con pomo cónico
Subtipo l. 5.: Con asa en el pomo
GRUPO V
TIPO 2: SOPORTE
Subtipo 2. J.: Tubular
Subtipo 2. _ Moldurado
2.:
)
l
..
9
(
)
2. l. 2.
2. l. l.
Subtipo 2. 3.: Anular
1
Subtipo 2. 4.: De carrete
Subtipo 2. 5.: Semilunar
\
Fig. 18. - 1, 7, 8, 12 :J 13. Tossol tÚ San.t Mú¡u.el,· 2 :J 3. lAs Villmu; 4. Castúlet tÚ &rnDhl,· 5, JO y 11. Pwual úls Ll4ps; 6. El M olm;
9. Rtcu.ato dt CUiqill.
163
[page-n-174]
GRUPO V
CLASE A
TIPO 3: COLMENA
1
GRUPO V
TIPO 4: MORTERO
GRUPO V
TIPO 5: MANO DE MORTERO
Subtipo 5. 1.: Acodada
Subtipo 5. 2.: Con dos apéndices
5. 2. l.
5. 2. 2.
5. 2. 3.
Subtipo 5. 3.: De tres apéndices radiales
Fig. 19. - 1 y 2. PunJa/ dtls LIDps; 3 y 8. Los Villaru,· 4 aJ 7. 10sraJ dt SanJ Miqrul.
164
[page-n-175]
GRUPO V
CLASE A
TIPO 6: DIVERSOS
Subtipo 6. 1.: Embudo
Subtipo 6. 2.: Morillo
Subtipo 6. 3.: Tejuelo
Subtipo 6. 4.: Cazo
-r ==l
_
(-~
~
Subtipo 6. 6.: Colador
Subtipo 6. 5.: Caja
6
Subtipo 6. 8.: Biberón
Subtipo 6. 7.: Lucerna
Subtipo 6._ 9.: Diábolo
Fig. 20.-
1, 4, 5 y 7. Tossol
tÚ
Satrt Mü¡u.d; 2. &.stid4; 3 y 6. Amll'lljo; 8. Punllli tÚÚ Llops; 9.
~lbu.foreta.
165
[page-n-176]
GRUPO V
CLASE A
TIPO 7: PONDUS
Subtipo 7. 1.: Troncopiramidal
Subtipo 7. 2.: Cuadrangular
Subtipo 7. 4.: Discoidal
Subtipo 7. 5.:
GRUPO V
~iramidal
Subtipo 7. 3.: Paralclcpipédico
o Cónico
TIPO 8: FUSAYOLA
Subtipo 8. l.: Acéfala
ID
8. l. 1.
8. 1. 2.
.r7.1
.r&
8. 1. 3.
8. ·t. 4.
8. 2. .3.
8. 2. 4.
Subtipo 8. 2.: Con cabeza
8. 2. l.
8. 2. 2 ..
Fig. 21.
166
8. l. 5.
8. l. 6.
[page-n-177]
C. MATA PARREÑO Y H. BONET ROSADO
CLASE A
GRUPO VI
TIPO 1: KYLIX
, ,~
i
TrPO 2: KYUX- SKYPHOS
TIPO 3: SKYPHOS Y SKYPHOIDE
Fig. 22.-
J.
Punlal d6ls lÁ/JS; 2 y #. &stúll.l; 3.
~IJJ~~. ~r~ta;
j
5. lAs Yill4ru; 6. CGttt!kt d6 BmuJJI.
167
[page-n-178]
GRUPO VI
TIPO 4: KANTHAROS Y CRATERISKOS
GRUPO VI
CLASE A
TIPO S: CRATERA
Fig. 23.- 1 y 5. A/Jm.foreiiJ; 2. San .4Nonio ¿, Caloaiú; 3. Auila¡ 1 y 7. CigOTroltjo,· 6.
168
Casti~ tJ, las
Ptii4s.
[page-n-179]
C. MATA PARREÑO Y H. BONBT ROSADO
GRUPO VI
TIPO 6: PLATO
CLASE A
L ..._... - __,......,
.....
,~· 7~~ ~
Fig. 24.-
1. 10ssal cü Sam Miq¡u/; 2, 5. Cigo.mll#Jo; 3. Bastida; 4 y 6. Snuta; 7. .4/npJio.; 8. Lor Villaru .
169
[page-n-180]
GRUPO VI
TIPO 7: VASO PLASTICO
GRUPO VI
CLASE A
TIPO 8: OTRAS JMITAClONES
-«#:a, qTU'(~~
,)
.......
>;si r
Fig. 25. - 1 y tÚ/ 7 al 10. Pun.tal tkls Llops¡ 2 :J 11. Amarejo¡ 3. Los Yillarts¡ 4 y 5. 10ssal tk S4rtt Mit¡JUI; 6. ~kudia .
170
[page-n-181]
TIPO 1: OLLA
CLASEB
Subtipo l. 1.: Grande
Subtipo l. 2.: Mediana
TIPO 2: CAZUELA .
Fig. 26. - 1, 2, 3, 5 y 1. &utida; 1, 8 y 9. Los JljiJa,u; 6. PU!114i dels Llbps; 10. 'nssal de San/ Miq!Ul.
171
[page-n-182]
CLASEB
TIPO 3: BRASERILLO
TIPO 4: JARRA
Subtipo 4. 1.: De boca trilobulada
Subtipo 4. 2.: DG . boca circular
TIPO 5: BOTELLA
TIPO 6: TAPADERA
Su.btipo 6. 1.: Con pomo discoidal Subtipo 6. 2.: Con pomo anillado Subtipo 6. 3.:Con pomo macizo
·~
Fig. 2l - 1 y .3. A.martjo; 2 y 1.3. 1lissal tÜ &mJ Mü¡wl; 5, 6 y 12. ÚJs JTdlarts,· 4 y del 7
172
tÚ
10. Pun141 deis Llops; 11. Bastida.
[page-n-183]
CLASEB
TIPO 7: DIVERSOS
Subtipo 7. 1.: Cucnquccito/ Escudilla
ill
1
Subtipo 7. 3.: Plato/ Tapadera
_..;;;.,.__"'\____
Subtipo 7. 2.: Taza
(
6
Subtipo 7. 4.: Tonel
¡ '
Subtipo 7. 5.: Cubilete
Subtipo 7. 6.: Recipiente con resalte
Subtipo 7. 1.: Anfóra
Subtipo 7. 8.: Tobera
Fig. 28.-
1, 3 y 5. 1bsal
~y
10. Los Vi/lares; 6 y 9. Casullet
[page-n-184]
[page-n-185]
R afael R AMos
FERNÁNUEZ •
LA CRÁTERA IBERORROMANA DE LA ALCUDIA
El hallazgo de la crátera estudiada en este trabajo,
que remito al recuerdo del amigo Enrique Pla, tuvo lugar durante el desarrollo de la LIV Campaña de Excavaciones en La Alcudia de Elche (RAMos, 1989a:
236-240), en el estrato iberorromano (R.wos, 1983:
147-172) de los sondeos 8.9-A.B del Sector 5-F del yacimiento, que se encontraba cubierto por un pavimento
de mortero de cal perteneciente a la «domus• romana
que lo cubre. La estancia en la que se localizó la pieza
tiene un pavimento de cal sobre adobes y una planta
de 4x2'25x3 mts. de superficie, con paredes de mamposterfa enlucidas de cal y pintadas de rojo.
Esta crátera parece responder al posible desarrollo
ansado de una forma de la cerámica ibérica arcaica con
perfil de pixis existente en La Alcudia (Ru.«os, 1941:
287-299; RAMos, 1987b: 43) y en otros yacimientos de
su área (RAMos, 1962: 90-95). Supone pues la recreación de un tipo antiguo al que se le incorporaron asas
verticales dobles al tiempo que se diferenció su base.
Su altura es de 17'5 cma. al igual que el diámetro de
su boca (Figuras 1 y 2).
Ofrece una decoración que, entre bandas de tres
Hneas y en función de sus dos asas dobles, se centra
•
Mu•eo Monográfico de la Alcudia, Elx.
en dos caras del vaso. La primera de ellas, que debe
considerarse como principal, contiene un rostro de mujer alado que se enmarca en los dos ángulos superiores
de su zona con dos aves que pican en su alas, en actitud
simétrica, simulando el gesto de libar, y que queda fijado a la línea de su base por una alusión vegetal de la
que brota ese rostro femenino como una flor de su cáliz. Es una representación más de las manifestaciones
divinas que caracterizan a la cerámica de Elche, tanto
en este período iherorromano como en el anterior iberohelenfstico, que se presentan siempre asociados a un
mundo vegetal y animal como referencia al sagrado dominio de la diosa (Láminas 1 y 11).
Esta representación hace referencia al nacimiento
del capullo floral que se metamorfosea en cabeza de
mujer. Es la germinación vegetal que se manifiesta en
un rostro divino, el rostro que nace pero que todavía
en su tallo es una flor (Ou.cos, 1987: 26), con lo que
se expone un pensamiento universal del munto antiguo
que expresa la idea de tránsito entre la muerte y la
vida. Esta cabeza supone la plasmación del momento
en que la divinidad, en su aparición frontal, brota de
la tierra para presentarse ante los hombres. Significa
por lo tanto una imagen de vida, de tránsito. Expresión
que indica la evidencia de que los iberos participaron
175
[page-n-186]
R. RAMOSFBRNÁNOEZ
Fifs. 1 y 2.- CrákTa de La A.ler.uiia.
176
[page-n-187]
LA CRÁTERA IBERORROMANA DE LA ALCUDIA
de la koiné ideológica griega, púnica y suritálica sobre
la muerte.
La representación frontal del rostro (VUNANT,
1986: 49 y 104) es índice de una iconogralra simbólica,
ya que su frontalidad logra que su mirada se enfrente
siempre a quien lo contempla y obliga a que sólo se
pueda visualizar de frente, en un careo directo que exige la entrada en el área de su atracción, aventurándose
a quedar atrapado en ella y a dejar de ser un ser vivo
para convertirse en una potencia de muerte. Es, pues,
la imagen que surge de los campos infernales, es una
manifestación de la divinidad plasmada como máscara
para expresar su personalidad de soberana del seno de
la tierra, de las sombras, y su condición de regreso a
la luz. Precisamente por ello ese rostro luce unos círculos en sus mejillas que tal vez sea exponente de «algo
demonfaco» (Ktr~KN, 1974: 113), de su ascenso
averna!.
La decoración de la cara principal de esta crátera
puede vincularse a la correspondiente al ánfora que,
p rocedente de La Alcudia (FaNÁNDt:Z Avu.ts, 1946;
GAllCIA Bw.roo, 1954: 623 y 633), se conserva en el
Museo Arqueológico Nacional. Se trata de una pieza
incompleta, de 46 cms. de altura y 21 cms. de diámetro
de boca, de dos asas verticales, pintada con una faja
de semicfrculos concéntricos en su zona baja, una banda de temática vegetal estilizada como elemento de separación y dos zonas centrales delimitadas por los espacios comprendidos entre las asas. En parte de una
de las zonas principales de su decoración, asociada a
representaciones animales y vegetales en cuanto a exposición del dominio espacial de la diosa, se muestra
una cabeza femenina alada, de rostro frontal, engalanada con pendientes en forma de granada com o alusión a la fecundidad que simbolizan, que se manifiesta
como el divino brotar a la vida. t1 na comparación entre los rasgos estilisticos del gran vaso del Museo Arqueológico de Madrid y los de la crátera ahora descubierta, ya expuesta en el Museo Mongráfico de La
Alcudia, indica que probablemente son obras de un
mismo taller y de una mano no muy diferente: la nariz
del ejemplar conservado en Madrid es muy similar a
la de la pieza aquf estudiada y debe reoonstruirse en
posición frontal y no de peñll como erróneamente figura en la fotograffa (Lámina III). Esta decoración, tanto
por la técnica pict6rica empleada como por la estilización de Jos motivos vegetales realizados y por el tipo
de la banda de separación de zonas, pertenece a una
obra de época iberorromana, sincrónica a la crátera
aquí descrita y similar al llamado «Vaso de la Bailarina.., tambiw de La Alcudia y de su ettrato D (RAMos,
1970: 25-27; RAMos, 1975: 167), en el q ue una figura
femenina en actitud de d anza parece ser el reflejo ibero
de las representaciones de las Ménades, pintadas en la
cerámica griega, que se muestran asociadas a rituales
dionia{acos.
La cara de esta crátera opuesta a la ya detallada
contiene la representación pintada de dos cabezas mas·
culinas barbadas, diferenciadas en el tocado de su ca·
bello, de perfil y con posición similar, que flanquean
el motivo subterráneo, ctonio, que supone la presencia
de dos serpientes. Estas imágenes antropomorfas podrían ser también cabezas que brotan de la tierra, que
florecen. Sin embargo hay una clara diferencia entre
el personaje de la izquierda y su compañero: en el primero tenemos un rostro descubierto en el que se indica
la oreja y los rizos del peinado; en el segundo, un trazo
grueso recoge el pelo, al modo de un gorro. Es significativo que en esta figura queda oculta la oreja. El primero de estos dos varones se vincula a un tallo vegetal
que brota de su cuello y este rasgo relaciona'estas cabezas a la frontal del anverso, la femenina . ¿Se trata de
dos personajes ctonios -de alú su asociación con las
serpientes- que contemplan el surgimiento de la diosa? Es arriesgado realizar un intento de interpretación
de esas cabezas ante la ausencia de documentación ibérica sobre el tema, pero lo sugestivo del asunto induce
a ciertas suposiciones: ¿Se trata de la representación de
dos personajes heroificados o responden tal vez a una
única divinidad masculina cuyos rostros reflejan la
vida y la muerte, puesto que el pintado en la parte izquierda de la escena surge jun to a un tallo vegetal, exponente de su nacimiento en el sentido preciso de vuelta a la vida, de su llegada a este mundo, de su regreso,
mientras que el de la parte derecha, separado del primero por las serpientes, carece de il? 'Th1 vez se trate
de la doble imagen del propietario de la crátera que se
hizo representar en ella para invocar en su ritos que,
igual que la diosa pintada en la cara princiapl del vaso
vuelve a la vida, él, tras su muerte, representada por
el personaje cubierto, retorne a la luz, a lo que aludirla
la cabeza descubierta y ligada a un tallo vegetal que
brota con ella, pues la cabeza cubierta, velada, puede
considerarse oomo la figuraci6n de un personaje iniciado en la liturgia de la divinidad y para la que realizó
un determinado ceremonial, puesto que el velo que le
cubre la cabeza es un atributo iniciático usual. As{, el
representado sería un penonaje iniciado en los cultos
mistéricos que, ayudado por la diosa, espera por sus
méritos, el renacer tras la muerte (Láminas IV y V).
Este rostro femenino y estas cabezas de varón son
ánodos, representaciones de subidas, instantáneas ascensionales del regreso a1 mundo de los vivos de divinidades
y personajes que proceden de los campos subterráneos.
El término ánodos, que fue empleado por los autores órficos en oposición a cátodos, ha sido utilizado en
arqueología para designar las escenas plásticas que representan personajes que emergen del suelo, de la tierra, y que responden a un tránsito ctonio, a un viaje
fúnebre, a un regreso tenebroso, a una ascensión de
tipo revivificador procedente del estadio infernal (BIIRARD, 1974: 22). Al cátodos, o descenso al interior de
177
[page-n-188]
R. RAMOS FERNÁNDEZ
la tierra, sigue el ánodos, o ascensión al reino de la luz
desde las tinieblas. Ambos viajes están documentados
literariamente en relación con ceremonias en los santuarios de la diosa (Pausanias, 1 XXVII 3), si bien el
uso convencional del término ánodos es utilizado aquí
exclusivamente para aludir a las representacione.s figu radas de los tránsitos fúnebres. Puede aplicarse tanto
a las divinidades y a los personajes heroificados como
a cualquier humano, en un orden de ritos de tránsito
por los que simulan retornar del espacio subterráneo,
del dominio de la sombra.
Sin embargo, para poder identificar un rostro, una
cabez-a o un busto con la idea del ánodos es necesario
que aquellos estén en contacto con la base de la zona
decorada, puesto que brotan precisamente del friso ornamental que limita la parte baja de la esoena, porque
vienen del exterior con relación a nuestro mundo.
Además el ánodos implica, por su sentido asce.nsional, una noción de verticalidad que se corresponde
con la plasmación que los pintores de los vasos chipriotas, griegos, suritálicos e iberos hicieron. de los tránsitos ctonios y que se vincula a la intuición de la existencia del universo en niveles relatado en las eosmografias
míticas, el universo de Homero (La níada, 8, 13 s.s.;
9, 568 s.s.; La Odisea, 11, 625) y de Hesíodo (La Teo·
gonía, 720 s.s.), constituido por tres países c6smicos superpttestos: infierno, tierra y cielo. Países que respon·
deo a pisos cerrados e infranqueables que no obstante,
ocasionalmente, pueden comunicarse gracias a un lugar sagrado en el que es posible la ruptura momentánea de los suelos ideales y, consecuentemente, allí y en
aquél trance es posible la manifestación. de la divinidad
a los humanos (VPJlNANT, 1965: 149) y el retomo de
los muertos.
Por ello estos rostros que se nos muestran pintados
en esta crátera no pueden considerarse y valorarse simplemente como tales, ya que sólo son la parte superior
de un cuerpo en movimiento vertical y constituyen una
representación simbólica en la que lo realmente importante es el significado y no la figuración en sí. En las
imágenes de la crátera que ahora estudiamos, las cabezas que se presentan simbólicamente cortadas del resto
de su cuerpo no lo estarían en el pensamiento ibero
más que temporalmente, dur~nte un instante, dw:ante
su tránsito. Pues las gentes conocedoras del ritual sabían que el personaje salía de la tierra, subía a la luz
y que inmediatamente se mostraría en su integridad
corporal (BERAR.D, 1974: 27). La característica de estos
rostros reside en su tránsito a un nivQ} superior gracias
a una subida vertical. Po.r ello el interpretarlos como
ánodos exige imaginar que el resto de su cuerpo está
a punto de aparecer.
Recordemos que Pausanias (1 XIX 2) describfa la
estatua de Afrodita como una cabeza femenina sobre
un pilar «que tiene forma cuadrada como los hermas•,
y, aunque también sería posible que las representado-
178
nes bermaicas en sí no estuvieran en relación con las
ideas de la imaginería del ánodos, parece evidente que
su concepción, al .menos inicialmente, corresponde plenamente a ellas. Asimismo, las abundantes terracotas
con representaciones de cabezas o bustos, estatuillas
truncadas en suma, de Deméter-Coré, Tanit o Mrodita
responden a formas simbólicas, imágenes de dioses,
que evocan su ascensión por medio de magias infernales, ya que p roceden de la esfera sepulcral.
La particularidad del tránsito en su plasmación
reside pues en la noción de verticalidad, por lo que en
las escenas con representaciones de ánodos el personaje
surge elevado por una fuerza misteriosa, porque esa
idea de verticalidad es consecuncia a su vez de la creencia en que el reino vegetal constituye el modelo de la
vida humana.
Parece posible que los iberos participaran de un
mundo religioso, de tipo mistérico, integrado en los
cultos agrarios y basado en los ciclos vegetativos de las
plantas, en el milagro de las cosechas, en la renovación
de la vida en general. Las doctrinas agrarias indican
que los sucesos y las actividades de la vida humana
coinciden con los ciclos de la vegetación y con los trabajos de los campos, e incluso con los grandes r itmos
del universo. Asf, el nacimiento y la muerte de los
hombres no es otra cosa que un reflejo de aquellos, un
reflejo de la periódica aparición y desaparición de las
plantas. El simbolismo vegetal, transmitido por los mitos y sus consecuentes Iitos, originó el dC~Jarrollo de los
llamados viajes fúnebres, de los tránsitos ctonios, de los
regre8os tenebrosos. Pues la flot, con relación a la semilla enterrada, representa un tránsito entre dos niveles
cósmicos. La tierra madre abriga en su seno y rige a
las geAeraciones humanas. por lo que los tránsitos ctonios tienen lugar en un tiempo sag,-ado renovado perpetuamente. D e ah{ el que la presencia de elementos
vegetales sea una característica fundamental que se
sume a las representaciones antropomorfas en este tipo
de cerámica ibérica.
La idea del ánodos y su plasmación figurativa por
los iberos implica también la existencia de una divinidad local autóctona, puesto que aquella brota precisamente de su tierra, del pafs en el que ellos habitan. Por
lo q\.le este tipo de representaciones es sintomático de
pueblos que vinculan sus orígenes a los lugares en que
viven, pueblos que expresan de ese modo su autoctonía, pues en este sistema religioso agrario cada divinidad encarna una hipóstasis de la tierra madre que se
origina en cada una de las culturas en que se la encuentra.
Así, como ejemplo, ese deseo de indigenismo se refleja en el mundo helénico relatado de esta forma: •Bello y puro es nuestro nacimiento puesto que de la tierra
salimos, la hemos ocupado sin interrupción, hijos del
suelo somos, podemos llamar a nuestra ciudad con los
mismos nombres que damos a los más próximos pa-
[page-n-189]
LA CRÁTERA mERORROMANA DE LA ALCUDIA
rientes. A nosotros nos corresponde llamarla a la vez
nodriza, patria y madre.. (Isócrates, «Pane"gfrico,.,
24-29). Por ello «todo !nodos representa la realización
de una aspiración a la autoctonía; todo ánodos concretiza la idea fascinante y tranquilizante de una comunión entre la tierra y el pueblo que de ella ~cibe la
vida y abriga a sus difuntos» (BsR.ABD, 1974: 38).
La religiosidad de los iberos, su concepto de lo sagrado y lo sobrenatural, debió tener una destacada importancia en su vida social y, por ello, pudo suponer
una significativa expresipon en sus actividades plásticas. Para la comprensión de este fenómeno deben valorarse las manifiestas relaciones de sus gentes con griegos, suritálicos y púnicos, así como las connotaciones
que aquellas relaciones debieron motivar en los comportamientos referentes a los momentos cruciales de la
vida, considerada tanto individual como socialmente,
y en especial destacar las evidentes conductas cultuales
ofrecidas a los difuntos, conocidas por la información
que proporcionan los estudios de las necrópolis excavadas, que expresan la existencia de creencias religiosas
y que reflejan un afán por conseguir una situación privilegiada de cará.c ter ultraterreno. De ello podría dar
testimonio e) hecho de que realizaran representaciones
como la del rostro de la cara principal de esta crátera
que, caracterizado por una fuerte autonomía expresiva, alude al fundamento de una visión infernal, demoníaca, de la divinidad (Bomm, 1988: 55).
El desarrollo de un universo religioso genérico extendido por buena parte de los pueblos del Mediterráneo Occidental no pudo realizarse sobre culturas carentes de religiosidad propia, sino que incidió en ellas,
y se adoptó, especialmente gracias a su contenido
orientalizante, básicamente ya existente en todas, tamizado por la continuidad minoico-micénica como cimiento directo de los cultos, que en suma, aquí, no
ofrecen más que una renovación de las ideas originarias vivas desde los momentos iniciales de la cultura
ibérica, al igual que en las de los pueblos itálicos, lo
que podría explicar el carácter arcaico que caracteriza
a la imaginería de los dioses y a la concepción del mundo y de la vida terrena y ultraterrena de aquellas gentes (MADOOU, 1988: 116).
Tal vez por ello fue por lo que los iberos, ya en
un período avanzado del helenismo, pudieron contribuir a la religiosidad occidental mediterrá.nca con formalismos de símbolos y valores ampliamente reconocidos por la koiné ideológica a la que pertenecían.
Pues los griegos, que habían tomado del Próximo
Oriente a sus divinidades y que con ellas reelaboraron
su piedad, sin embargo habían transmitido a occidente, quizás por el condicionante del substrato receptivo,
)a forma originaria y la concepción arcaica de )a Gran
Diosa.
El motivo principal pintado en esta crátera expresa la plasmación del surgimiento de la vida asociado
a ]a representación de una divinidad femenina que se
muestra como rostro que brota de la tierra.
Esta representación puede aludir a una divinidad
local subterránea, ctonia, que si se la relaciona con
imágenes de diosaa del ámbito griego puede identificarse con .figuraciones del círculo de Deméter y a-i se
la vincula al mundo púnico, que pudo ser quien a través del comercio difundiera la iconograffa en sus áreas
de influencia, debería jdentificarse con Tanit; aunque
esas identificaciones no implican más que relaciones de
tipo formal que tal vez provocaran el revestimiento de
una idea preexitente asociada a un culto autóctono de
carácter ctonio, imbricado a las corrientes religiosas
imperantes en el Mediterrá.neo Occidental. DeméterKoré-Afrodita o Tanit, de cualquier forma una versión
local de una divinidad de origen oriental que debió
asumir la representación de G ran Diosa, de Señora de
los iberos.
Con relación a la iconograffa de esta diosa alada
parece claro que lo griego sólo matizó la expresión
plástica de su representación, puesto que esta divinidad está presente en Elche desde época arcaica (!U.
MOS, 1987a: 681-699; 1988a: 19-27; 1988b: 65-75;
1988c: 92·100; 1989b: 367·386; 1990: 26-34), por lo que
la innovación de las épocas helenística e iberorromana
consistió en aplicar a la cerámica una temática decorativa con imágenes que en el mundo ibérico, hasta entonces, sólo se habían plasmado en modelos escultóricos.
No obstante, en cualquier caso, no se trata de establecer un paralelo con las formas de mito y de rito griegas que esta cerámica sugiere en función de su temática, sino de precisar que los iberos pudieron dar un
mismo sentido a su expresión religiosa.
Con respecto a las representaciones figuradas de
cabezas, sin más relación que una posible unidad de
pensamiento, parece oportuno recordar que los prótomos femeninos fueron también un motivo frecuente en
las produccions plásticas de Etruria. Ejemplo de ello
pueden ser los tres rostros pintados sobre las dos puertas laterales del vestíbulo y sobre la central del tablino
en la llamada '1\Jmba Fran~ois (Catrn>l?At'lt, 1967: 194;
R oNCAu, 1987: 106), que se muestran integrados en
una decoración vegetal.
Esta íntima unión entre los prótomos antropomorfos y los temas vegetales encuentra igualmente su aplicación monumental en los capiteles figurados, en los
que la cabeza de la divinidad surge de un ramo de hojas de acanto, como en el caso suritálico concreto del
procedente del templo de Minerva en Canusium (Lám.
VI) que, al igual que los ejemplos etruscos, como el de
la. Tumba Campanari en Vulci, ofrecen una datación
que los sitúa en los siglos lll y U a ,J.C.; y que también,
arquitectónicamente, fue tema de frisos, como el que
procedente de Caere se conserva en el Museo Etrusco
Gregoriano del Vaticano, que, datado en el siglo IJ
.179
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R. RAMOS FERNÁNDEZ
a.J.C., es la última expresión de la corop1astia etrusca
(ToiUlBLU, 1985: 237). Si bien, el posible punto de difusión mediterránea de estas representaciones arquitectónicas pudo constituirlo el área chipriota de Kition
y Amatonte, yacimientos de los que proceden lo$ lla~dos capiteles hathóricos, de los que el último ejemplar fue localizado en las inmediaciones del Santuario
de Afrodita (HERMAv-Psm~SaHMm, 1987: 862 y 865)
en Amatonte (Lám. VIT). Capiteles sobre los que considero oportuno aclarar que si las figuraciones llamadas hathóricas, tá.Inbién asf designadas en las pinturas
cerámicas, reproducen la imagen ctonia de AfroditaAstarté, son realmente represent.aciones de la divinidad femenina de Chipre, cuyo modelo iconológico se
inspira, lógicamente dada su situación geográfica y sus
relaciones human·as, en el mundo egipcio pero que, en
suma, constituye una designación equívoca, debida al
empleo de un té.rmino que ha pasado a ser tradicional
en los estudios arqueológicos, pero que no por ello
debe ser utilizado sin determinar su origen.
Además, los prótomos también decoraron determinados tipos cerámicos de Volterra y de Chiusi en los
que se dibujó una cabeza de mujer, en la base del asa,
de la que brotaba un friso vegetal que se desarrollaba
en tomo a la escena figurada. Asimismo, fue tema ornamental de algunos vasos de bu.cchero, como el de la
copa conservada en el Museo de Chiusi que presenta
dos plaquetas con cabezas femenina.s encuadradas por
alas (Lav1, 1935: 109), o como la poode de Pienza,
conservada en su Museo, en la que, entre otros, contiene un prótomo femenino alado {DoNATt, 1968: 336), al
igual que el fragmento de asa que conserva un rostro
alado que, entre aves, brota en un elemento vegetal
(CR1STOPANJ-PB1LI..IPs, 1971: 413).
Este motivo también está presente en la ceramografía apulia, en la que cabezas femeninas, insertas en
una banda con representación de temas vegetales, decoran los cuellos de las grandes cráteras de volutas o
las zonas centrales de las ánforas¡ y también es el que
caracteriza a las cerámicas de Canosa, al mismo tiempo que se mantuvo tanto en la cerámica de VoJsinii
como en las terracotas arquitectónicas etruscas
(Ku.us, 1953: 26-34) y en las de la Campania (KocH,
1912: 85). Figuraciones todas (Lám. VIII) que pueden
relacionarse con la temática de las Jecitos áticas del siglo IV a.J.C. (OLMOS, 1987: 26) en las que se sustituyó
el motivo decorativo y simbólico de la palmeta frontal
por su expresión de teofanía antropomorfa: por un rostro de mujer con una flor (Lám. lX). Estas decoraciones griegas pudieron ser a su vez el eco de temas pintados en cerámicas chipriotas (KuKAHN, 1962: 83) con el
motivo del rostro de mujer que brota de un elemento
vegetal (Lám. Xa, by e), tema que, provisto de funcionalidad, pudo dar ori~en a los timiaterios de terracota
en forma de cabeza femenina, cabeza de una diosa de
la fecundidad coronada de espigas y frutos, extendidos
180
por las á.reas ibérica y púnica, y referentes a divinidades ctonias en ritos de tránsito. Y aunque creo que no
debemos pretender buscar el origen de estos temas a
lo largo del entorno mediterráneo porque en el trabajo
que nos ocupa sólo debe interes~os llegar a conocer
qué expresan estos motivos decorativos y cómo podemos interpretar la idea que subyace en ellos, sí parece
evidente que en el aspecto de las decoraciones cerámicas pudo ser el área del GoUo de Tarento, y especialmente el pensamiento funerario plasmado en la cerámica canosina, quien pudo hilvanar la idea ctonia
imperante en estas representaciones pintadas de La Alcudia de Elche.
Tal vez la pieza más significativa de la cerámica
canosina, en este caso, sea el llamado Askos CatarineUa (Lám. XI) que, procedente de la necrópolis de Lavello, se conserva en Reggio Calabria. Contiene una
decoración que representa un funeral, de forma realista, y en el que se pintaron, sobre sus asas, sendos
rostros femeninos que deben identificarse como imágenes de ultratumba encargadas de guiar al düunto
en so viaje al más allá. E.stos rostros se muestran unidos por cadenas a símbolos funerarios como el ciprés,
el gallo y la guirnalda, en una clara referencia al Hades ratificada con la plasmación de un cielo estrellado.
El conjunto de la escena pintada sobre estos askos
documenta la existencia de posibles vínculos con las
doctrinas mistéricas difundidas desde Tarento
(Barrmr-TAGUI!NTE, 1986: 74), relación probable expresada con representaciones que continuaron produciéndose durante el siglo TI a.J.C. y que se mantuvieron hasta el siglo I de nuestra Era, que reflejaban
todavfa un cierto ascendiente heleno.
La relación expresiva entre cie.n os tema. decoratis
vos de la cerámica canosina y la ilicitana se ve reforzada además por el hecho de la presencia relativamente
abundante de cerámica de Gnatia, localidad próxim_a
a Canosa, en La Alcudia de Elche, testimonio probable
de vínculos comerciale.s, que implican relaciones humanas, entre ambas áreas geográficas y culturales.
Además, también en un ambiente dcl que participó
Canosa, en el Golfo de Tarento, en Thurioi, fueron localizadas unas tablillas funerarias cuya contenido literario es rclacionable con los temas pintados en la cerámica aludida. Bn una de estas tablillas se escribió: «Yo
he descendido a la cámara de la diosa». Pero sólo los
iniciados tienen derecho a penetrar en la cámara de la
diosa (Apuleyo, «Metamorfosis», XI-17 y Pausanias,
«Piriegesis•, X-32, 13 y 17), por lo que aquél que ha
descendido a la cripta de la diosa se presenta, por ese
mismo hecho, como iniciado. Au.nque si ha descendido
al seno de la Soberana es porque está muerto y espera
su recompensa. Por ello, es en un rito en lo que el iniciado funda su seguro de inmortalidad, rito que debe
relacion.a rse con prácticas dedicadas a la diosa ctonia
(F,ESTI.JolU.I!, 1972: 51).
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LA CRÁTE.RA LBERORROMANA D.E LA ALCUDIA
La fórmula de Thurioi se refiere a un rito, por lo
que estas tablillas reflejan un probable culto a la divinidad de los muertos y es normal, en su ambiente, que
este rito haya tomado el sentido de un viaje infernal.
un descenso al país de las tinieblas y un retorno a la
luz. El cumplimiento de este rito garantiza al iniciado
su felicidad póstuma y su realización consiste en descender a un megarón, a una cámara, de la diosa. Ese
descenso simbolizó ~n viaje a los infiernos donde reina
la Soberana de los muertos y ese viaje lleva una enseñanza referente a las rutas que ae deben seguir en el
Tártaro, enseñanza que se encuentra mencionada tanto en estas tablillas como en las doctrinas pitagóricas.
As(, la atribución de los temas que decoran esta
crátera de La Alcudia, al igual que los del askos de Lavello, a un Culto local de la diosa ctonia parece evidente.
Estas imágenes pintadas en la crátera de La Alcudia, al igual que los rostros del aalcos Catarinella o los
de las cerámicas de Amatoote, pueden aludir tanto al
surgir de la divinidad como. consecuentemente, a su
inmersión previa en el Hades, pues e.s preciso descender al seno de la tierra, y celebrar con un ritual esa
bajada a los infiernos, para que ella recoja en su interor
a los muertos que, como la semilla enterrada, florecerán en su dfa para alcanzar el más allá, ya que la tierra
es el regazo materno en el que germina la fertilidad de
las plantas que permiten la vida en general.
Ese descenso a las entrañas de la tierra se relaciona
con evidencia con la ubicación de las cuevas sagradas
(Gn.-MASCAu:u., 1975: 282 y 303; LLOBJlEOAT, 1981: 16~)
en las que los iberos practicaron acciones cultuales de
carácter ctonio en los recintos más profundos de ellas, lo
que en cierta forma es relacionable con las cámaras subterráneas de la diosa que citan. textos relativos a este tipo
de ritos en áreas geográficas comunicadas con la ibérica, que además ofrecen representaciones plásticas que
enlazan con las ilicitanas.
La localización de criptas subterráneas en varios
santuarios de divinidades ctonias en Sicilia, consagrados a Deméter y Coré, que están precedidas de un vestfbulo alargado, abovedado, bajo el cual fue tallada la
cámara en la roca, manifiestan la existencia de estos
lugares sagrados. Los hipogeos recientemente localizados en el muoto itálico aportan documentación que
confirma la evidencja de los rituales de descenso dados
a la divinidad por su condición de Señora de Jo subterráneo. Thnto el existente en la zona del promontorio
Gargano, dedicado a Dem~ter, como el del monte Papalucio, consagrado a Cor~ dan testimonio de ello
(BarnNt, 1988: 56). Y tambi~n igual que en Chipre,
en Amatonte, en donde se ha localizado una gruta sagrada bajo el Santuario de Afrodita (H.mu.s.uY- PBTITScHMID, 1988: 85 7).
As{ pue.s, en el entoiJlo mediterráneo, los santuarios de las diosas contienen un megarón, una cripta
subterránea, morada original de la Reina de los muertos. As{ también, los testimonios literarios conocidos al
respecto muestran que no se puede ser admitido en estaa cámaras sagradas sin haber participado en una iniciación (FBSTUGJ.RRE, 1972: 53).
Si, como parece evidente, la temática decorativa
de la cerámica pintada canosina, reflejo de otros tipos
ya mencionados, se muestra como la representación
plástica de una idea, de un pensamiento religioso y funerario imperante en su ~poca en el área del Golfo de
Tarento, pensamiento posiblemente vinculado a las expresiones existentes en las tablillas de Thurioi, es verosímil sugerir la hipótesis alusiva a que los temas de iconograffa similar de la cerámica ib~rica de tipo Elche,
realizados con la espontaneidad y personalidad de unos
decoradores que relatan algo cotidiano o normalizado
en la vida espiritual de su sociedad, respondan a un
pensamiento indfgena que participó de unas creencias
propias y vinculables a la lcoiné mediterránea.
Por todo lo expuesto, parece posible que en esta
crátera de La Alcudia se encuentren representados el
rostro de la diosa que vela por los muertos y de un personaje iniciado en los ritos a ella debidos.
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LA CRÁTERA IS.ERORROMANA DE LA ALCUDIA
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I..A CRÁTERA II~ERORROMANA DE I.A ALGUUIA
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189
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J osé B ARBERA FARR.As*
EL TRÁFICO COMERCIAL DE LA VAJILLA FINA
DE IMPORTACIÓN EN LA LAYETANIA
La vajilla fma no es más que un complemento
dentro del conjunto de mercaderlas que son objeto del
tráfico comercial. Ocurre sin embargo que por la vistosidad y por la influencia deformadora de lo que se ha
venido en llamar la «Historia del Arte», se han recogido preferentemente los fragmentos de vajilla fina, despreciándose y tirando los pedazos de ánfora y de otros
vasos comunes.
En el conjunto sobre el cual se trabaja aquí, no hemos negligido la posibilidad de que una porción importante de fragmentos baya ido a parar a colecciones o
coleccionistas, gracias a la impunidad de que disfrutan
en nuestro país los excavadores clandestinos. Sin embargo, si se tiene e.n cuenta que lo mismo ocurre (y todavla en mayor proporción) con los hallazgos numismáticos, sin que tan lamentable servidumbre parezca
afectar al resultado de su estudio, suponemos que ello
no ha de perjudicar mayormente nuestros resultados.
Nos proponemos hacer el análisis de la vajilla fina
hallada y publicada (o estudiada aunque inédita), correspondiente a un conjunto de poblados ibéricos del
área layetana, agrupando los vasos según su cronología, talleres y perflles, con la finalidad de llegar a saber
• C/. CarloJ I, 198, 5.0 t.•. 080)3 Barcelona.
cuál fue la presencia de cada clase en cada yacimiento,
tanto en cuanto se refiere a la cantidad de piezas como
a la duración de la recepción de cada producto. Es posible que, además, se pueda configurar una eventual
red de distribución y quizá a lo largo de Ja in..-estigación, vayan apareciendo otros aspectos a tener en
cuenta.
Otro objetivo consiste en verificar si el reemplazo
de las cerámicas áticas (las •precampa.nienses" de N.
Larnboglia) por los productos de los talleres occidentales (las cerámicas ocprotocampanienses..) fue un fenómeno brusco o bien si se produjo paulatinamente,
comprobando en qué momento se inicia, su alcance
cuantitativo y su difusión, así como también cómo se
relacionó con la introducción de los artículos de algunos alfares itálicos que preceden a la llegada de la cerámica carnpaniense del tipo A.
METODOLOGÍA
Aun cuando para mayor claridad y comprensión
del texto, hayamos incluido un mapa esquemático indicando la situación de los yacimientos y consiguiente·
mente la extensión del territorio de la Layetania, consi191
[page-n-202]
J. 'BARBERA FARRAs
)
A. UOBREQAT
........ ... ....·'
.
30 101
Fi¡. 1.-
SitutUión dlllJ Laye14nia ibl ri&a.
deramos necesaria su descripción aunque de forma somera. La región consiste o se divi.de en tres zonas de
función divesa: una costa o fachada m.arítixna que se
extiende desde el macizo del Garraf al sur hasta el río
Tordera al none; una depresión prelitoral que transcure por el centro de una llanura ligeramente ondulada,
desde el Congosto de ManoreU basta las cercanías de
Hostalric, que se ha utilizado siempre como v{a de comunicación que evitaba las marismas costeras y, finalmente, el curso inferior del rlo Llobregat que hace fácilmente asequibles las tierras del interior y cuya
desembocadura (hoy ocupada por un delta), sirvió de
fondeadero desde el siglo IV a.C. basta el V d.C.
El presente estudio se basa principalmente en el
impresionante inventario de material arqueológico de
la Layetania contenido en la tesis doctoral de J. Sanmartí (SANMA&Tf, 1986) a quien agradecemos la autorización para utilizarla. Esta fuente se complementa con
datos extraídos de la obra de 'IHas (TRiAS, 1967), un
estudio bastante reciente de Rouillard (RoulLLAllD,
1981: 7-14) sobre los vasos áticos de Burriac, la revisión
de la cronolog(a de nuestra publicación de la necrópolis de Can Rodon (BARlla.l., 1970) que hemos realizado siguiendo la obra de More) (MouL, 1981) sobre las
formas de la cerámica campaniense, métod.o que también hemos aplicado al estudio de Granados (GR.ANAoos, 1977) sobre el Tur ó de la Rovira. Finalmente hemos añadido los hallazgos de la Penya del Moro de San
Just Desvern, tanto los publicados (BA.UIUV., 1979 y
1982) como los inéditos.
A pesar de reconocer que hay algún hueco importante, como son la ausencia de los resultados de excava192
Fig. 2.- Yll&imientos citados m el tex/4: J. Puig CasúlJ, Vallgorguina.
2. MMttpolau, PÍIUIÚJ dt.MaT. 3. &t tú/ Camp, Sant Vicmf d4 Mrm·
taU. l . 'lme deJs En&antats, Art'!}'S d4 Mar. 5. 1b.ró r/41 Vt!U, Llinars.
6. Ca.rl&lúJell, LliNUS. 7. 'ILrd Gros d4 Cilkes, omus. 8. Muntanyo
d4 Burria&, C4hrera d4 Mar. 9. Can Rot.lrm d4 I'Borl, C4hrera dt Mar.
10. Mulllat!ra d4 Sant Mf4rul, Vo.littmUJrriS·Mo'/IJ'Qrnh. 11. La Cadira
dtl Bislu, Sant Pere d4 PremiO.. 12. Cata Llinar, Akll.a. 13. 'ILrd de
Mqr¡tgal, MMttgal. JI. 'Iluó dt Mas &sea, B~. 15. Puig Castellar; Santa Colom4 dt GTatMnet. 16. LA Mirmu!a, .IJa¡J¡W,a. 17. .Ba·
dalrm.a. 18. 'Ib.rd d4 14 Rouira, Bareeúma. 19. Mimtjuü, Barceúma.
20. Turd dt Cata 0/iver, Certla.nyollJ. 21. Can MiaM, Sant Feliu de
Llobregat. 22. Pmya dtl Moro, Santjusl De$oem. 23. La 10m &ja,
CaMts dt Mtmlbui. 21. Twtl Gros dt Cata Camp, CaMts dt Mcntbui.
25. Pwg AlJ d't!t Vwer, Bigu.u. 26. FrmJ dt Bril, Santa Eu/4.lia dt
Rcn&ana. 27. Can Fatjd, Rubf.
ciones inéditas correspondientes a yacimientos situados
en la fachada litoral, hemos confeccionado unos gráficos relativos a la evolución del tráfico de la vajilla fina
de importación en la Layetania y dentro del período
comprendido entre el 500 y el 200 a.C.
En el primer gráfico hemos utilizado ónicamente
los yacimientos que aportan la suficiente información
como para conseguir una imagen aproximada de las
proporciones entre las diversas clases cerámicas y segón la época, mientras que en los gráfico segundo y
tercero, relativos a las formas de los vasos y a la cantidad en que se han encontrado, hemos añadido los sitios
que ofrecen pocos vasos (a veces t.an sólo uno), ya que
consideramos que la inclusión de esta información
puede facilitar la noción de la distribución.
Creemos que si la cantidad de vasos está en relación con la extensión excavada de un yacimiento, el
conjunto del total de los sitios excavados parcialmente
debiera reflejar un resultado parecido al de una excavación en extensión.
[page-n-203]
VAJ1LLA FINA DE IMPORTACIÓN EN LA LAYETANtA
Con el propósito de obtener una visión clara y rápida d e los grificos, hemos reunido en dos grupos, subdivididos a su vez en dos subgrupos, los siguientes talleres o producciones:
Cenmica ática, dentro de la cual se hace la distinción entre los vasos del estilo de figuras rojas y los
de barniz negro.
Cerámicu protocampanieruu, que dividimos
en:
Ta/Jnes oceidnúales, entendiendo por ello las producciones de Rosas (entre otras la de las tres palmetas radiales y la de las palmetas sobre faja de estrías) y el
taller de la estampilla crucüorme NilcUl.
'JlJlleres tiálicos, donde se recogen principalmente los
vasos del taller de las Pequeñas Estampillas y los primer os ejemplares llegados a nueatras costas de la cerámica campaniense A.
Para los nombres de los vasos áticos hemos utilizado la nomenclatura propuesta por Pedro Bádenas de
la Peña en una comunicación que lamentamos no se
recogiera en la publicación de la Mesa Redonda sobre
cerámicas griegas y helenísticas, que tuvo lugar en
Ampurias en el mes de marzo de 1983.
Hemos aceptado la cronología dada por los autores de los trabajos citados, con las excepciones ya señaJadas de la necrópolis de Can Rodon y el poblado del
Tur6 de la Rovira, cuyos materiales hemos fechado siguiendo el trabajo de More!, lo que ha proporcionado
una cronología más afinada, como es visible en el primer gráfico. Es evidente que para apurar una datación
se precisa contar con la pieza entera o con un fragmento lo suficientemente expUcito, lo que no ocurre muy
a menudo. Sin embargo, observamos que, aun contando con la pieza entera, se tiende hacia las fechas amplias, p.e. «siglo IV a.c....
VOLUMEN DE LAS
IMPORTACIONES Y SU
REPARTO EN EL TIEMPO
El gráfico primero se ha confeccionado para mos·
trar la cantidad de vasos (grueso vertical) pertenecie.n te a cad a grupo de talleres (blanco con los áticos, negro para los occidentales y punteado para los itálicos)
representados en los yacim ientos layetanos, haciéndolo
de manera que sea posible visualizar a la vez su extensión en el tiempo (longitud horizontal) que hemos
dividido en tramos de cuarto de siglo, desde 500 al
200 a.C.
Valga como ejemplo el poblado de la Cadira del
Bisbc de Sant Pere de PremiA, del cual se tienen:
2 vasos áticos fechables ... . ..... . 475-425 a.C.
2 vasos áticos fechables .... . .... . 375-350 a.C.
4 vasos áticos fechables .... . .... . 350-300 a.C.
. Pu• . c astell
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Vallgorguina
· Burríac
Cabre ra de Mar
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.can Rodon
Cabrera d e Mar
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·To rre deis Encantacs
Arenys de Mar
.La Cadira d e l
Bísbe. Pre mia
. Puig Caste llar
Sta. Coloma de
Gramene t
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4 vasos de talleres occidentales
fechables .... ... .. ... ..... . ... 300-250 a.C.
4 vasos de talleres itálicos
fechables . .... . .... . .... .. . . .. 300-275 a.C.
Como ya hemos apuntado anteriormente, las da·
tacionea amplias pueden proporcionar en este gráfico
una visión err6nea del volum en, lo que se hace evidente en el caso del Puig Castell de VaJlgorguina, donde
se cuenta con diecisiete vasos áticos que se sitúan en tre
el 400 y el 300 a.C. Para atenuar este defecto se ha el a·
borado el segundo gráfico, en el cual se hace figurar
el número exacto de piezas de cada taller y en cada uno
de los sitios.
De buen principio se observa que hay muy pocos
vasos en la primera mitad del siglo V a.C. (trece vasos
para el período 475-450 a.C.) y que en la segunda mitad de aquella centuria se nota u n aumento paulatino,
pasando a cuaren ta y cuatro vasos entre 425-400 a.C.
Alrededor del 400 a.C. se produce u n salto b rusco, alcanzándose los noventa y un vasos entre el 400 a.C. y
193
[page-n-204]
375 a.C., pasándose luego a un decrecimiento pausado
a medida que transcurre el siglo IV a.C., llegándose a
los setenta y seis vasos entre 325-300 a.C. Súbitamente,
alrededor del 300 a.C. las importaciones áticas se sustituyen por los productos de los talleres occidentales e
itálicos, llegando e incluso superando ligeramente el techo alcanzado por las producciones áticas (noventa y
cinco vasos para 300-275 a.C.), e igual que ocurrió con
éstas, al ápice le sucede un perfodo de suave descenso
(sesenta y ocho piezas para la etapa 250-225 a.C.), para
bajar luego hasta los dieciocho vasos del tramo 225-200
a .C.
Veamos ahora si puede haber una explicación para
estas fluctuaciones y cambios.
La falta de importaciones durante el siglo V a.C.,
en panicular en sus tres primeros cuartos, en los poblados ibéricos ya ha sido señalada por varios autores.
'!Has, por ejemplo (TRIAs, 1967: p. XXXVI), se extraña que este vacío no se refleje en Ampurias .....que ofrece una gran abundada de cerámica ática de figuras negras y de figuras rojas a partir del 480 a.C...», mientras
que Sanmartí (SANMARTf, 1986) comenta que si e8tO en
cierto, hay que concluir que la función económica de
Emporion en esta época no fue principalmente y a pesar del mismo nombre de la ciudad, la de intermediaria de un com ercio colonial en gran escala con el mundo indfgena.
Creemos que ya va siendo hora de contemplar el
fenómeno de Ampurias librándonos del cliché (por
otra parte tan comprensible) creado por el entorno cultural (no sólo el arqueológico) del momento en que se
empezaron las excavaciones. Hay que reconocer que
sabemos muy poco sobre la vida y actividad de los tres
primeros siglos del establecimiento foceo y que, por
consiguiente, cualquier hipótesis que se formule sobre
su posible influencia sobre el mundo ibérico puede pecar de arriesgada. No se puede negar la posibilidad de
que el tráfico comercial discurriera, además, por otras
v[as, y no se debe olvidar la existencia de otros centros
que -pudieron ser igualmente activos, unos poco conocidos, como Rosas, y otros poco valorados, como Ibiza.
Es muy sugerente lo que sobre este perfodo dice
Moscati (Mosc.m, 1983: 54-55): «El vado o enigma
del siglo V, de que se habla frecuentemente con respecto a Cartago, es más bien, en realidad, un periodo de
pausa en las guerras con los griegos en Sicilia, con la
consiguiente pausa en la documentación de las fuentes
clásicas que sobre ellas se centran. No se trata en realidad de un siglo, sino de los setenta años que transcurren del 480 al 409, cuando se reanudan. las hostilidades. Se trata de un conjunto de transformaciones cuyo
denominador común es el repliegue de la potencia africana en s( misma, como una reconquista de su propia
identidad. De esto tmemos adnnár una corifirmación extrln.suo.
pero no menos tfou: la drásti&a redue&Wn de las importtJ&ilmes
del ~ gmgo que alesligua pumualmenu la arqueolog/a».
194
El subrayado es nuestro y sirve para recalcar e] curioso paralelismo entre lo que se observa en los poblados ibéricos y lo que ocurre en Cartago. Si recordamos
que en dichos oppúla no se encuentran más que contadas ánforas masaliotas en contraste con la masa de
contenedores que venimos despachando con la fluctuante etiqueta de •paleo-ibéricas», uibero-púnicas» o
simplemente «púnicas.., y si convenimos en el hecho de
que el grueso de las mercancías consistió en el contenido de las ánforas, siendo la vajilla fma un mero com·
plemento del cargamento principal, hemos de llegar a
la conclusión de que hay que replantear la imagen vigente y rutinaria sobre las vfas por las que discurrfa
el comercio colonial.
Hay que tener en cuenta, además, que las manufacturas cerámicas atenienses no sufrieron ni un alza
de precios ni una recesión de la producción, sino muy
al contrario, como explica Villard (Vu.uRD, 1970:
230): «De hecho se constata una rápida cafda en su valor comercial: alguos vasos áticos que antes del 480
a .C. se vendían por muchas dracmas, no costaban en
el siglo V a.C., más que la cuarta o la quinta parte de
su precio anterior, ahora los vasos áticos no se exportan
para satisfacer la demanda de una rica clientela, sino
que constituyen una producción que mantiene un co·
mercio que satisface las necesidades materiales de una
población urbana en pleno crecimiento>~.
Resumiento lo que se ha dicho sobre este vacío en
las importaciones de vajilla fina, se confirma que existe
en Ja Layetania durante los tres primeros cuartos del
siglo V a.C., mientras que no ocurre lo mismo en Ampurias, siendo evidente por el contrario en Cartago. El
flujo comercial parece reanudarse a partir del 425 a.C.
y alcan2a su máximo a principios del siglo IV a.C. La
mayor parte de los poblados layetanos (veinte del total
de veintisiete sitios que se utilizan en este estudio) recibe productos áli.cos en cantidad constante y de manera
ininterrumpida en esta centuria.
Quizá lo más sorprendente del primer gráfico sea
la clara separación cronológica entre los bloques de la
cerámica álica y el r esto de talleres, a caballo del 300
a.C. Por una parte ello se puede atribuir a la cómoda
rutina con la que hemos aplicado la información facili·
tada por el trabajo de Sparkcs sobre la cerámica encon·
trada en los pozos del Agora ateniense (SPAilKl!s,
1970), sin tener en cuenta que hace ya algunos años,
Rayes (HA-as, 1984: 21) recomendó que se rebajara en
el espacio de una generación las fechas atribuidas por
aquel autor a la cerámica ática de barniz negro posterior al 350 a.C., ya que las formas clásicas tardías si·
guieron fabricándose hasta muy entrado el siglo m
a .C. Por otra parte, no hay que olvidar que la investiga·
ción de los alfares occidentales que tuvo su auge en los
años 60 y 70, se interrumpe al inicio de la década de
los 80, a causa de haber pasado de moda los temas ce·
ramológicos, arrin.c onados y postergados por otros de
[page-n-205]
VAJ I LLA FINA DE IMPORTACIÓN EN LA LAYRTANlA
denominación más trascendental, con lo cual el conocimiento de dichas producciones es somero y poco elaborado.
Como se entrc;vé por los materiales proporcionados por el poblado de Tur6 de la Rovira y la necrópolis
de Can Rodon, hay un período de transición que se insin\Ja hacia el 325 y que se prolonga hasta el 275 a.C.
De todas formas, el proceso de cambio au~ no
siendo brusco es innegable y debemos preguntarnos
cuáles pudieron ser sus causas.
Según Sanmartí (SANMAATf, 1986: 2493-2494) uno
de los motivos podría residir en el desarroJlo, hacia finales del siglo IV a.C., de los pequeños talleres situados
en la península itálica y otras zonas del mediterráneo
occidental. A ello, y según nuestro parecer, habría que
añadir otras circunstancias, tanto propias del foco productor como del territorio receptor, tales como la consoHdación de los alfares ~ricos (con la formación del
staJur del alfarero y la fijación de la distribución de los
vasos mediante la asistencia, directa o indirecta, a los
mercados). Estos talleres obraron piezas de calidad excelente, como la cerámica gris monocroma tan bien representada en la necrópolis de Can Rodon y en unos
silos de Bellaterra (GRANADOS, 1988). Además, no se
tiene en cuenta que es justamente en esta época en la
que el comercio griego se vuelca hacia Oriente como
consecuencia de las conquistas de Alejandro, giro que
se ha llegado a comparar con lo que significó el descubrimiento de América para algunos países europeos
(RoSl'OVTLUY, 1976: 133-135). Creemos que al producirce una contracción de las importaciones hubo una
reacción por parte de la población colonial que creó sus
alfares al mismo tiempo que los indígenas suplran ¡;>arte de la escasez con sus productos.
Hay que llamar la atención sobre el hecho de que
con posterioridad al per(odo 325-275 a.C., el catálogo
de perfiles de la vajilla fina se reduce, limitándose casi
exclusivamente a platos y copas, con Ja excepción de
algún cántaro pequeño y otros perfiles como la epfquisis (lwtur), el rit6n o el lagino, cuya atribución a los
talleres occidentales consideramos precipitada dado eJ
estado de la investigación. O sea que para ponderar el
volumen de las aportaciones de los talleres occidentales
e itálicos, habría que aplicar un coeficiente de reducción puesto que sus vasos se limitan a un n\Jmero inferior de oportunidades de demanda.
Además del aspecto puramente comercial, el cambio pudo tambi~n significar o imponer una evolución
de los hábitos. ¿Cuáles serán las muestras de prestigio
o de diferenciación social en el siglo ill a.C.?
Hay que señalar que la actividad de los tallere8 occidentales parece coincidir con la llegada a Iberia de
las primeras producciones itálicas y que su distribución es análoga a la de la cerámica ática tardía, con
las excepciones de los poblados de Puig Castell de Vallgorguina y de la Penya del Moro de SantJust Desvern,
en.
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precisamente dos de los yacimientos que tienen un inicio más antiguo de entre los que son objeto de este estudio. Por el contracio, el tur6 de la Rovira de Barcelona no ofrece productos áticos, si bien ello puede
deberse al pésimo estado en que han llegado los reftos
del poblado hasta nuestro tiempo.
Como se puede ver, la distribución abarca la faja
costera, el curso inferior del río Uobregat y su afluente
la Riera de Rub{. Hay un foco relativamente excéntrico alrededor de Caldes de Montbui que podría estar
relacionado con las aguas termales o con una vía hacia
las comarcas del interior.
Como observación fmal a estos comentarios sobre
la actividad de los talleres occidentales y la Llegada de
los primeros vasos itálicos de barniz negro, hemos de
citar a Morel (MoRP.L 1980: 75), el cual, refrriéndose
al taller de las Pequeñas Estampillas, dice que fuera de
la península itálica sólo exportó al Languedoc. RoseU6n, Cataluña, Córcega y Cartago y también a La Sicilia púnica, lo que posiblemente se relacione y sea consecuencia más de la distribución que de la fabricación.
La sóbita flexión 6nal que se constata en el primer
gráfico, hacia 225-200 a.C., debe atribuirse a la crisis
bélica de la Segunda Guerra PtJnica y a las rebeHones
que siguieron a la ocupación romana.
195
[page-n-206]
J. BARBERA FARRAs
cerbic a á tica
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Hontpalau , Pineda de Mar
Sot del C.Wjl , San t Vicenc de Hon tal t
To=e del s En c an t a ts , Arenys de Mar
Tur6 dol Vent, Llinar.s
Cas tellvell , Lli nars
1\lr6 Gros de ClH l ecs , Orrius
MUntanya de ~iac , Cabrera de Mar.
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10 .Hu.nt anya de Sant Mi qu.cl, Vallromanes - Hon tornés
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22. La P~ya del Moro , SaDt JUst Desvern
23. La Torre Roj a, Cald es de Hon tbui
24 • TUr6 Gros de Can Camp, Cal de s d e M tbu i
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CANTIDAD DE VASOS DE CADA
GRUPO DE TALLERES, EN CADA
YACIMIENTO
Como ya se ha anunciado, el segundo gráfico complementa al anterior dando la cantidad de vasos cuyo
perfll se puede identificar con seguridad, que han servido para la ilustración cronológica.
A pesar de que el número total de piezas áticas sea
superior al de los talleres occidentales (más el añadido
de los itálicos), no debe olvidarse que las primeras
abarcan dos siglos (V y IV a.C.), mientras que las otras
corresponden grosso moáD al siglo lii a.C. tan s6Jo. Adem,s, como ya se ha hecho observar, la cantidad de perftles &ticos es superior al de las demás producciones
que casi se limitan a platos y copas. Por ejemplo, a partir del 300-275 a.C. desaparecen las grandes cráteras,
las lécanes y las enócoes, que hay que suponer que fueron reemplazadas por vasos a tomo de fabricación in196
dfgena que no imitaron los perflles sustituídos sino que
siguieron con su repertorio autóctono.
Hay un aspecto que llama la atención de inmediato y es el escaso número de vasos si se tiene en
cuenta el lapso de tiempo que cubren. Véase como
en un poblado como el de Puig Castellar de Santa
Coloma de Gramenet, sólo hay 36 vasos para una duración de tres siglos. A pesar de que multipliquemos
esta cifra por cien para corregir el efecto de ]a desaparición material, defectos de excavación y la parte que
se esconde en las coleccioncitas, tendríamos unas mil
doscientas piezas por siglo, aproximadamente cuatrocientas por cada generación lo que, suponiendo una
población de cien familias, nos daría cuatro vasos por
generación y familia, es decir, una presencia escasa
y casi testimonial.
Aqur cabe hacer constar que, según las excavaciones que conocemos directamente, los restos de la vajilla
fma se hallan en toda la extensión del poblado, sin. nin-
[page-n-207]
VAJILLA J"INA DE IMPORTAClÓN EN LA LAYETANIA
guna concentración significativa que permita sospechar qu~ su usd se limitó a unas pocas familias.
En la Penya del Moro de Sant Just Desvern, po·
blado que ha padecido de pocas excavaciones incontroladas si se compara con otros de la misma área, para
el período 4:25-300 a.C. se señala un porcentaje de 4,2
vasos importados, tomando como base de cálculo el to·
tal de fragmentos de vasos a tomo, con exclusión de las
ánforas y las grandes jarras.
A pesar que reconocemos la fragilidad de las deducciones ,levantadas sobre unos datos tan fragmentarios como son los que hemos podido reu.nir, opinamos
que dan una orientación útil, y nos lo confirma el hecho que, limitándonos a la cerámica ática, las conclu·
siones que avanzamos son muy parecidas a las que se
podían conseguir para el mismo período y aplicando
el mismo método, partiendo de la información proporcionada por la obra de 'frías (TR!As, 1967) publicada
hace más de veinte años.
PERFILES REPRESENTADOS EN
CADA YACIMIENTO
Para montar el tercer gráfico, hemos tenido que
afrontar, en primer lugar, el problema de la denominación de los vasos. En cuanto concierne a la cerámica
ática no habí¡¡ .mayores dificultades (salvo la cuestión
fllológica ya apuntada), pero para el resto de prod1,1<;tos
se nos planteaba el inconveniente de las múltiples va·
riantes de cuencos y platos (y de la frontera entre ambos), que hemos intentado soslayar siguiendo, en lo
que cabe, la pauta dada por Morel para clasificar la
cerámica campaniense.
Como hemos sugerido en la introducción, esperábamos que este gráfico nos sirviera para detectar una
posible incidencia de hábitos forasteros que distinguiera algunos poblados. Nuestra esperanza no se ha visto
totalmente confirmada puesto que, aparte del c.onjunto
de Can Rodon (que se puede explicar porque se trata
de una necrópolis), sólo se distingue la Penya del Moro
que contabiliza todo el catálogo de formas.
Lo que sí puede ser significativo es la presencia de
cráteras áticas en once de los veinte poblados con cerámicas griegas, y quizá ta.mbién valga la pena de anotar
que en sólo cuatro de los veintisiete yacimientos, haya,
después del 300 a.C., otros vasos que no sean cuencos
o platos, lo que puede indicar el pleno dominio de la
cerámica a torno indígena.
Como ya se dijo al empezar, no había un objetivo único para este trabajo sino el propósito de contemplar e intentar esclarecer algunas facetas de la
importación de la vajilla de lujo, a través del análisis
de un conjunto de materiales provenientes de una
serie de yacimientos situados dentro
ríodo ibérico pleno como lo fue la Layetania. Sería
pues superfluo y repetitivo exponer de nuevo las conclusiones que ya han ido apareciendo a medida que
se iba discutiendo cada una de las facetas debatidas
en el estudio.
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Francisco CisNERos FRAILE*
FÍBULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
(VALDEGANGA, ALBACETE)
l. LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA
CASA DEL MONTE
Hace ya más de setenta años que D. Isidoro Ballester 'Thrmo, realizó los primeros reconocimientos del
terreno en que se ubicaban los restos del poblado y necrópofu i~rica de ocLa Casa del Monte», en el confin
meridional del término municipal de Valdeganga, Albacete. Precisamente en un paraje muy pr6rimo a la
confluencia de tres términos municipales: el ya citado
de Valdeganga y los de Albacete y Chinchilla.
El propio Ballester Tormo describió' minuciosamente la situación de Jos restos arqueológicos en una
publicación que años más tarde vio la luz y que pretendía ser un avance de un estudio posterior sobre la necrópolis de La Casa del Monte1 • Citamos aquf algunos párrafos de su descripción: ( ...) en un pequeño
altozano, en aquellos años •espacio yermo•, perteneciente a la aldea Casa del Monte se encontraban localizados el poblado ibérico, cuyos restos se esparcían •al
Sur y N.O. del yermo(...) casi tocando las sepulturap
y la necrópolis, en el «extremo norte del erial• y en el
-.-Servicio de lnveatigaei6a Prehiat6riea, Diputac:i6n de Valencia.
punto donde se iniciaba suavemente la pendiente ~el
cerrillo; muy cerca de la casa de labor, entre el cammo
de la Felipa y las eras y junto a la «profunda trinchera»
formada al cortar •por poniente el altozano el camino
de Valdeganga a la Carretera Albacete-Ayora...
En el mapa 1, reproducimos la situación del yacimiento en una extensa llanura bordeada por el río Jócar, al norte y contiguo a una posibl~ vía de comunicación prerromana, que enlazaría la dilatada área de_ los
llanos albaceteños, jalonada de restos arqueo16g¡cos
ibéricos en torno a la denominada vía Heracleia, con
.
zonas al norte del Júcar desde la actual provmCJa de
Cuenca hacia los te.r dtorios hoy dfa aragoneses de Albarrad o y hacia el rfo Ebro a través de los afluentes
de la derecha de su curso.
Además de la citada publicación que sobre el yacimiento realizó en 1930 D. Isidro Ballester Tormo, años
más tarde, D. Fletcher y E. Pla efectuaron una valiosa
descripción, igualmente minuciosa, de los ajuares de la
necrópolis agrupados por sepulturas' cuyo encabeza·
miento reproducimos: •(...) D. Isidro Ballester Thrmo
excavó a lgunas habitaciones del poblado y
38 sepulturas de incineración de diferentes tipos: de
fosa cubierta por túmulo de piedra y tierra, de fosa
simple y de urna ( ...)» 4 •
.
.
199
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F. CISNEROS FRAILE
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FÍBULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
En el presente trabajo exponemos un estudio tipológico de las ffbulas anulares pertenecientes a la necrópolis de La Casa del Monte, inventariadas en el Museo
de Prehistoria de Valencia. Con él participamos en el
merecido homenaje a la memoria de E. Pla Ballester
que incluso tiempo atrás tenfa la intet;~..ci6n de abordar
el estudio de los materiales de este yacimiento. Nos
honra s-obremanera la invjtación que nos hizo D. Ber·
nardo Mart( Oliver, Director del Museo de Prehistoria
de Valencia para participar en este homenaje, reconociendo la ayuda no s6lo cientffica también humana q ue
D. Enrique, j unto con D. Domingo Fletcher, nos aportó en nuestros comienzos arqueológicos.
11. DESCRIPCIÓN DE LAS FÍBULAS
ANULARES DE LA CASA DEL
MONTE INVENTARIADAS EN EL
MUSEO DE PREHISTORIA DE
VALENCIA
T IPO 1: Ffbulas de tres piezu y resorte de charnela de
bisagra.
SUBTIPO 1 A: Puente de navecilla normal.
Varian/4 lA 1: Puente macizo, tamaño normal (Sepultura XIX) (Fig. J, ,o. 0 1).
Ffbula de bronce de tamaño m_ dio rea.l.izada en tres piee
zas. El puente es de navecilla maciza con peñLI próximo al
medio punto; el resorte es de charnela de bisagra con aguja
de .sección circular y recta, unida a ella; la charnela se a pro·
xima a la forma Vlll de A. Iniesta'. El pie es de forma rectangular y se curva ligeramente ensanchándose en su extremo para recibir el anillo, de sección circular. La mortaJa es
de media caña aunque por el deterioro de la pieza no se aprecia ni su forma ni su longitud.
Posee las medidas siguientes:
IAt!t·
máx.
38mm
Di4m. tllÜJJo
All.
18mm
3mm
Posee la3 medidas siguientes:
~·
llltÚ.
56 mm
Dilm. 52 mm
.4/t.
31mm
Grosvr ll1lill4 AMA. trú. p..
4mm
20 mm
(Pieza n. 0 29 del Inventario del M.P. de Valencia.)
SUBTIPO I B: Puente de navecilla aquillada.
Variante l B 2: Aquillada transversalmente con resaltes
(Sepultura IX) (Fig. 1, n. 0 3).
Fíbulá de brohce de tamaño medio formada por la agregación de tres piezas: el puente es macizo de forma de navecilla aquillada longitudinalmente co.n dos resaltes angulares en
sus extremos (los vértices miran hacia el interior). El pie es
rectangular de mortaja larga y profunda; la charnela es de
bisagra de un tipo aproximado a la forma VI de lniesta' y
a la forma I1 de Cuadrado'. Va unida a una aguj a de sec·
ción ci.rcular y ligeramente curvada en la un.ión con la charnela.; el anillo es de sección cir cular.
Posee las siguientes medidas:
Lon,. mJx.
34 mm
Di4m. d
31 mm
A/1.
21 mm
a-r tJ11i1JD
Ald. mú. flll.
2,5-3 mm
11 mm
(Pieza n.0 48 del Inventario del M .P. de Valencia.)
Varian/4 1 B 3: Aquillada longitudinalmente con resaltes
(Sepultura XXI U) (Fig. 1, n. • 4).
Gran fibula anular de bronce confeccionada en tres piezas. El puente es macizo y tiene forma de n.avecilla con sección aquillada y longitudinalmente está recorrido por una especie de arista donal con decoración cordiforme. Posee dos
resaltes foliáceos bilobulados en el extremos del puente. El
píe es rectangular con el ensanchamiento en su extremo para
recibir al anillo. La mortaja es larga y profunda. Aguja y resorte van wtidos. Aquélla es de trazado recto de sección circular y el resorte de charnela de bisagra se aproxima al
tipo V de lniesta. El anillo es de sección igualmente circular.
Posee las medidas siguientes:
9mm
Úftl·
(Pieza n.• 50 del Invenlario del Museo de Prehistoria
de Valencia.)
IIIIÚ.
53 mm
Di4m. 41liJ/4
52 mm
Ail.
27 mm
flll.
Grosor 411iJ14 ANA. mú.
3mm
Hmm
(Pieza n. 0 72 del Inventario del M.P. de Valencia.)
Varianle 1 .d 2: Puente buceo y ancho (Sepultura IX)
(Fíg. J, n.• 2).
Gran flbu!a anular hispánica de bronce .realizada en tres
piezaa; el puente tiene forma de navecilla hueca y se ensan·
cha considerablemente en el centro. El pie es de forma rectangular y lleva alojada una monaja larga de media caña. Se
corresponde a los ejemplares denominados por Cuadrado de
•navecilla de perftl normaL.', tipo 4- b; la charnela de bisagra ea muy semejante a la forma X de lniesta'; va unida a
la aguja y ésta, de sección circular, se curva ligeramente.
También el anillo es de sección circular.
Varíanle 1 B 4: Aquillada transvenalmente y chaflanada
en los extremos del puente (forma romboidal) (Sepultura X)
{Fig. 2, n.0 1).
Fragmento de gran ffbula anular hispánica realizada en
bronce. Consta de tres piezas. El puente, incompleto, seguramente estaría aquillado en su parte central (extraemos esta
deducción por el cotejo de fTbulas de caractcrísticaa semejantes), es de sección maciza aunque lleva una oquedad a modo
de cazoleta caai hemiesférica en su parte interior. El pie es
rectangular con mortaja de media caña larga y profunda. En
201
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F. CISNEROS FRAILE
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'
Fig. 1. -Flblllas d4 la
202
n~crdpolis
i'birúa d4 la Qua #1 M011U.
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FÍBULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
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Fig. 2. -Fihu/Ju
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la ~o/U ihlriea tÚ la Casa dll Monú
203
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F. CISNE.ROS FRAILE
1
2
4
5
Fig. 3. -Fíbultu M la JUt:rdpoüs ihlriu. M la Casa tlll MMIIe
204
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FÍBULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
den extremen, el puente está duúlanado y estos duúlanes
laterales acaban, en la anión con la parte central, en formas
redondeadas.
La aguja es de sección circular y va unida al resorte de
charnela de bisagra. Ésta se aproxima a la forma X de Iniesta. EJ anillo es tambi~n de sección circular y presenta adornos a modo de falsos resortes que diacontinuamente, en grupos de 2, 3, + ó 5 se extienden por todo ~1.
Posee las medidas siguientes:
(Pieza n.0 56 del Inventario del M .P. de Valencia.)
5\lS
Úlllf. • .
6lmm
Di4m. tmiJJo
57 mm
All.
35 mm
S mm
23mm
(Pieza n. 0 63 del Inventario del M.P. de Valencia.)
Varian/41 B 5: Aquillada con resaltes bífidos en los extremen del puente (Poblado Casa del M onte) (Fig. 2, n.0 2).
Fíbula anular hdpánica de tam.a ñ.o medio realizada en bron.ce. Consta de tres piezas y se halla actualmente en muy buen
estado de conservación. EJ puente, de sección maciza, es de
navecilla estrecha y está aquillado longitudinalmente. Tanto
la quilla como el cuerpo del puente se deforman describiendo
una incurvación. En Jos extremos aparecen. dos resalte• bífidos de Jorma angular con las aberturas hacia el interior.
La aguja, de sección circular, va unida a la charnela
y se curva ligeramente. La charnela de bisagra es del tipo l
de Inierta.
El pie es largo y rectangular, ensanchándose en el extremo para recibir al anillo. La mortaja es igualme. tc larga,
n
profunda y de media caña. El anillo es de sección circular.
Posee las medidas siguientes:
Úlll· • .
33mm
Di4m. tmiJJo
33mm
AJI.
17 mm
2,5mm
9mm
(Pieza n .0 46 del lnventario del M.P. de Valencia.)
SUBTIPO 1 C: Puente de navecilla con formas especiales.
r;&riantt 1
e 1: Ondulado (Sepultura XV) (Fig. 2, n.
3).
Puente de ffbula de bron ce de tamaño medio confeccionada en tres piezas. El puente tiene forma de navecilla de
tipo ondulado de sección hueca. Este tipo de perfiles se "quiebran- en seis lados aunque ajustándose, el conjunto del perro, a la forma aemi<:ircular. E. Cuadrad o'0 opina que este
tipo de puentes fibulares se l'elacionan con los de quilla quebrada, ..en realidad son produ ctos del mismo estilo•, dice textualmente este miamo autor. Aguja y resorte de charnela van
unidos y el pie es de forma trapezoidal con el lado exterior
recto, lleva el t.{pico abombamiento en su. extremo para la penetración del anillo. La mo~a es ancha, corta y profunda.
Posee laa medidas siguientes:
iMt· 111/Ú,
20mm
3·5mm
~Al·
mh.
37 mm
Di4m. ~
Allu111
33mm
20m.m
Grmr tmiiJo bd!. lllh. f*·
2-3 mm
9 mm
(Pieza n.0 53 del Inventario del M .P. de Valencia.)
SUBTIPO I D: Puente de Tú:nbal.
Varianle 1 D 1: Hemiesí~rico (Sepultura XV) (Fig. 3,
D. 0
1).
Fíbula anular hi.apánica de bronce de tamaño m.e dio
conJeccionada en tres piezas. El puente es hueco y tien e forma de timbal hemicsférico. L leva en los extremen resaltes foliáceos aunque geometrizados, rematados en ángulo apunt. a
do con Los v&ticcs dirigido, hacia el interior del puente. Los
resaltes montan sobre el timbal.
El pie es recto y de forma trapezoidal; acaba en su parte
exterior en ángulo disim~trico y lleva el típico agujero para
el paso del anillo de sección circular. Posee mortaja corta y
profunda. La aguja está incompleta y va unida al resorte que
es de charnela de bisagra, próximo al tipo X de A. Iniesta.
Posee las siguientes medidas:
0
.üara
42mm
~ 1 e 2: Con estrangulamiento longitudinal a ambos lados (Sepultura XXXI) (Fig. 2, n.0 4).
Fíbula anular hi.apánica de bronce muy semejante a la
pieza anterior; fue confeccionada igualmente en tres piezas:
el puente es de navecilla ondulada y hueca cuyo perfil se
adapta a un semidrculo pero quebrándose en seis lados.
Longitudinalmente, en su parte central, el puente se estrangula a ambos lados de forma curvilínea. El pie es posiblemente recto (no se aprecia por el deterioro actual de la pieza)
con un abombamiento en su extremo para la penetración del
anillo de sección circular. La mortaja es posiblemente corta
y de media caña.
EJ resorte es de charnela de bisagra del tipo IX de Inies·
ta y va unido a la aguja de aeccióD citeular.
Posee las siguientes medidas;
lO mm
L«og. l!IÚ.
!7 mm
DiJm. •rW/JJ
33 mm
AllatiJ
20mm
2-3 mm
16 mm
(Pieza n.0 55 del Inventario del M.P. de Valencia.)
Suhuarian/4 1 D 1 (1): Timbal bemiesfmco sin cazoleta
(Sepultura XXXI) (Fig. 3, n.0 2).
Pequeña fíbula anular de bronce muy deteriorada por
la cremación. El puente es de timbal hemiesf6rico de sección
maciza y está formado por la agregación de tres piezas: el
timbal propiamente dicho y las dos prolongaciones del puente unidas a a. En esta pieza, las prolongaciones del puente
no montan sobre el timbal; más bien, estas uniones son hendiduras, por ello diferenciamos esta pieza de la anterior. El
perfil, no es el típico de las fibulas de timbal hemiesfmco.
Lo normal es que a la «cazoleta» del timbal, vista lateralmen-
205
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F. CISNEROS FRAILE
te, se le aprecie un perfil de medio punto en su parte superior
y otro recto en la inferior. En esta fibula, Las dos líneas son
de medio pwlto.
El pie ea rectangular, acabado en una forma triangular
de lados desiguales. Lleva mortaja de media caña y profunda. La aguja, de sección circular, va unida a la charnela de
bisagra; ~t.a se aproxima a la forma VI de Iniesta, aunque
con algunas diferencias en el arranque de la aguja, que en
el caso de la fibula de la Necrópolis de La Casa del Monte,
describe una suave incurvación y en el tipo VI de Iniesta,
la aguja arranca de forma recta. El anillo también es de sección circular.
Posee las medidas siguientes:
úmt,. lliiÚ.
26 mm
Di41a. -
22 mm
Altwtl
15 mm
El puente tiene forma de timbal elipsoidal hueco; la aguja es recta, de sección circular con la típica cabeza de forma
oscilante. El anillo es también de sección circular. El pie es
recto con el ensanchamiento para la penetración del anillo
y lleva un larga mortaja de media caiia.
Este tipo se correponde con los tipos 2a y 2b de Cuadrado y con los 2b y 2e, variante I, de lniesta.
Posee las medidas siguientes:
Ltmg. mh.
Di4nt. ll!lillo
3~mm
32 mm
TIPO IV: Fíbulas de dos piezas y .resorte de
muelle.
JO mm
(Pieza n. 0 54 del Inventario del M .P. de Valencia.)
TIPO ITI: Fíbula de tres piezaa y resorte de tope osculador (Sepultura XXXII) (Fig. 3, n.0 3).
Fíbula de tamaño medio, con la cabeza muy deteriorada
por la cremación. Pertenece a las del tipo de resorte de tope
osculador. El puente y el anillo forman una sola pieza y la
cabeza del puente tiene forma de horquilla entre la que se
sitúa la aguja. Ésta y las dos partes de la norquilla del puente
están taladradas por orificio• atraveaados por un pasador.
Gtosor aiJ/¡¡ AIIÚ!. mú. Jill.
2,5 mm
U mm
(Pieza n.0 51 del lnve.n tario del M.P. de Valencia.)
Gmor anJlo AIICI\. mú. f*.
2,5mm
All11ra
19 mm
SUBTIPO IV A: Puente de navecilla (Sepultura V)
(Fig. 3, n.0 4-).
Pequeña 6bula de dos piezas: puente-anillo unidos por
una parte y resane de muelle unido a la aguja, por otra.
El puente es macizo y tiene forma de navc:cilJa con tres
nervios que lo recorren longitudinalmente; de ellos el central
está decorado con incisiones. El pie se ensancha en su parte
externa y lleva mortaja de media caña.
El resonc de muelle se enrolla al anillo co.n tres vueltas
en cad a "Uno de los lados del arranque del puente. El Lipo de
TIPOS
SUBTIPOS
VARIANTES
N.• EJEMPLARES
N.• SEPULTURA
PORCEN'L\JE
I A 1
1
XIX
16,66% (Del subtipo 1 A)
.........l. ~.~ .... . ........ . ........l....... . ............... ~~....... . . ..... ... .... ..... . .... .. . ... . .
I B 2
IX
I B3
XXIII
33,33% (Del subtipo 1 B)
1B4X
. •.• • ••. } ~ .~ . ••. . • ••• •••••••• • ••• •1 . ... •• .... ••••.••• ~~~l.a.d.o). .... ...... ............ ...... ... ... .
..
I C 1
XV
16,66% (Del subtipo I C)
........•~~ . ~ ...•. . ....... .. . .••.•.1
..•.•.•....•...•..•.• ~ .................................... .
1D 1
1
XV
_____L!U__{!)_____________ _ _ __________________?Qgg______________
t
16,66%
(De~!I..~~J
D) ----
83,4Cfo (Del tipo I)
11
(no existen ejemplares)
m
XXXII
8,33% (Del tipo lli)
-------IV A__________________ _____ _ _______--ª'.33J!_~!_!uby_p_o_!Y_~-J
y
8,33% (Del tipo IV)
'IOTAL EJEMPLARES
INVENTARIADOS
U (necrópolis)
1 (poblado)
Cr.uuko 1. - Fibu/JJ.s anu14res de 14 necrópolis iblrica de 14 Casa fhl Monte,
d4 Valmcia.
206
irwentariada.r tn el Musto
fÚ
Prehistoria
[page-n-217]
PfBULAS ANULAR.ES DB LA CASA DEL MONTE
enrollamiento no se asemeja a los tipos deacritos por
E. Cuadrado" y A. Iniesta11 • La aguja a la que va unido,
tiene forma ligeramente curvada y es de sección circula¡-.
Posee las medidas siguientes:
LM¡. mú.
Di4m. lllfilil
27 mm
Álhlr4
15mm
GnS« ,.¡¡¡,
2 mm
ÁliCA. IIIÚ. fM.
JO mm
(Pitu n.• i5 dd Invenwio dd M.P. de Valencia.)
111. APORTACIÓN TIPOLÓGICA AL
ESTUDIO DE LAS FÍBULAS
ANULARES
Nuestra clasificación tipológica sobre la flbula
anular hispánica, eatá realizada atendiendo a su funcionamiento y composición esencial. En ella. también
hemos tenido en cuenta las variaciones morfológicas;
éstas nos han dado pie para establecer subtipos y variantes encuadrados dentro de los cuatro tipos fundamentales:
TlPO 1: Fíbulas de tres piezas y resorte de
charnela de bisagra.
TIPO II: Fíbulas de tres piezas y resorte de
muelle.
TIPO lli: Fíbulas de tres piezas y resorte de
tope oscilador.
TIPO IV: Fíbulas de dos piezas y resorte de
muelle.
E. Cuadrado en un importante trabajo estableció
por vez primera una clasificación tipológica sobre la ffbula anular bispánica13 • Señaló, además, la existencia
en la Península Ibérica de dos úeas en cuanto a la
aportación de ejemplares de la fíbula anular
hispánica••. En la primera de ellas se desarrolla fundamentalmente la ffbula anular de resorte de charnela
de bisagra. A la segunda corresponde esencialmente la
de resorte de muelle.
Según C uadrado, la zona I comprende territorios
de las actuales provincias de Valencia, Alicante, Murcia, Almerfa, Albacete y Baroelona. Dentro de la
zona I, este mismo autor integra, asimismo, la subzona la que se desarrolla, de sur a norte, por las provincias de Málaga, Granada, Córdoba y J aén, reconociendo, sin embargo, que en esta áltima existen ffbulas con
ambos tipos de resorte, aunque con un predominio mayor de las de charnela de bisagra.
Dentro de esta zona 1 existe un islote de fibulas
de tope osculador que abarca esencialmente yacimientos limítrofes a la vía de penetración de la costa valenciana hacia la submeseta sur: Serreta, Bastida, Covalta, Hoya de Santa Ana, etc., en las provincias de
Valencia, Alicante y Albacete.
La zona U, siguiendo con la opinión de E. Cuadrado, aporta fundamentalmente ejemplares de resorte
de muelle y se difunde por las submesetas norte y sur
(en esta 111tima excepto la provincia de Albacete) e
igualmente por las provincias de Sevilla, Huelva y
Cádiz.
El resto de la Pen(nsula !Mrica, o sea la zona norte el territorio de los •gallaeci», astures, cántabros, vascones e •illergetes», no aport.a tibulas.
C uadrado incluso ve en esta división un compo·
nente diferenciador de tipo étnico: a grosso modo, reseña que la zona I corresponderra a los pueblos iberos
propiamente dichos, j unto con los bastetanos, en la
subzona la, y la zona II a los celtíberos junto con los
pueblos tartésicos.
Pueden hacerse hoy ciertas puntualizaciones a esta
división. Por ejemplo, en Cataluña la dispersión de las
fTbulas anulares de charnela de bisagra tiene un ámbito
algo mayoru, incluso por la Cataluña interior y por la
provincia de Tarragona. Asimismo es necesario resaltar
más la existencia en Cataluña de ffbulas anulares hispánicas de resorte de muelle (algunas de pie con botón), tanto en la Provincia de Gerona, Ampurias y
Ullastret, como en la de Tarragona, en L'Oriola y Mas
de Mussols (La Palma), en el bajo curso del Ebro; tambi~n de aguja libre con tope de charnela, por ejemplo
las fibulas de Ca o'Olivé, Cerdanyola (Barcelona) y de
la Cova de la Font Major, Esplugues de Francolí, Vilavert (Thrragona), debido a que posiblemente todo este
conjunto de ffbulas anulares, con estas caracterfsticas,
representen los ejemplares más antiguos, entre los basta hoy hallados, de la fibula anular en la Península
Ibérica.
En relación con la zona ll, es necesario concretizar el área del resorte de muelle en la Meseta al territorio situado al norte del río Tajo, sobre todo en la franja
que de Este a Oeste ocupa las actuales provincias de
Guadalajara, Madrid y Ávila. Al sur de este rfo los yacimientos conquenses aportan mayoritariamente flbulas de resorte de charnela de bisagra••. Ello quiere decir que la provincia de Cuenca, basándonos en la
tipología de las fibulas anulares, se relaciona esencialmente con la que· hemos denominado zona I y no sólo
en lo concerniente a las ffbulas, también sus materiales
denotan una mayor relación e identidad cultural con
los deJ úea valenciana y con eJ S.E. de la Meseta.
M . Almagro señala esta correspondencia marcando las
relaciones e identidades que en cuanto a materiales se
producen entre estas últimas áreas citadas y Jas que el
mismo autor denomina «Área delj6car'lo, «Área de Carrascosa>t y «Área de la Serranía de Cuenca>t, todas en
la provincia de Cuenca, al delimitar los n6cleos de ibe-
207
[page-n-218]
P. CISNEROS FRAILE
'l'Il'O 1: .fíbulu de trca pic.aaa y reaortc de c:hunda de bingra: puente de fo.I'Ulll variable, aguja fundid a con la charnela d e bisagra
y anillo.
SUBTIPO 1 A: puente de navecilla normal.
Variantea:
l A 1: puente madzo, tamaño normal.
1 A 2: pue.nte hueco y ancho.
SUBTIPO I B: puente de navecilla aquillada.
Varia.otca:
I B 1: aquillada longitudinalmente, ain rc:.altes.
1 B 2: aquillada t.ran•versalmcnte c~n retaltes.
1 l! 3: aq1.1illada longitudinalmente: con resaltes (bilobwade»).
1 l! 4: aqumada transversalmente y chaflanada en los exuemos del puente (forma romboidal).
1 B 5: aqllillada transver.almente con resaltes b(fidos en los extremos del puente.
SUB'l'lPO I e: puente d e navecilla con formas especiales.
Varlantee:
1 e 1: ondulado.
1 e 2: estrangulado longitudinalm.e nte a ambos lados.
SUBTIPO 1 D : p1.1ente de timbal.
V
ari&n.tet~:
1 D 1: bemie•f~rico (incluye subvariedad 1 D 1 (1): sin cazoleta).
1 D 2: elipsoidal.
TIPO II: Fíbula• de trea piesa1 y reaortc de m uelle: puente, aguja unida al resone de mueUe y anillo.
TIPO liT: Fíbulas de trc:1 p ien • y r~rte de tope oeculador: puente (siempre de timbal clip10idal) unido al anillo, aguja unida
a la charnela de tope oscl.llador y paaador.
TIPO IV: l'íbulu de dos pieau y rc:eortc de muelle: puente y anillo unidos por una pane; aguja y resone de muelle, igualmente
unidos, por otra.
SUBTIPO IV A: ouente de navedtla.
Cumiro 2. - Ensa_Jo tÚ clasifoaaón tipológiea para las j(hu/4s anulares.
TIPOS DE C.
MONTE
TIPOS DE CUADRADO
INI.ESTA
1 A .............................................. 4b . .. ............. .. ........... .
lB 2
4b
4h ............................. .
(variante Il)
I B 3 ............................................ 4c ...... , ...............•.............. 4c
(variante la)
l B 4 .............. (encontramos n:laci6n con el tipo 5 de Cuadrado e Iniesta catalogados romboidales;
tambi~ con algún ejemplar de quilla quebrad a con chaflanes).
IB5 ................................ ............ 4c ..................................... 4c
(en Cuadrado este grupo es más amplio)
(variante lila)
1 e . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4d ................................... 4d-4h
(variante l)
1 D 1 ........................................... 2a-2b . ............................... 2a-2b
(sólo ejemplares de charnela de bisagra)
1 D 2 . ..... . ..................................... 2e ..................................... 2e
(variantes I y 11)
O .......................................... .fb-10 a-10 b ................... , ............ -'b
(variantes IIl y IV)
lli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2a-2b • • • •• • • • •• • • • •• • .••• • . • •••....... 2b-2e
(sólo ejemplares de tope osculador)
(variante 1)
IV ..............................................
208
.. ................................. ..
[page-n-219]
FÍBULAS ANULARES DE I..A CASA DEL MONTE
rización de las zonas orientales de la Meseta•t.
Podrlan hacerse otras observaciones, aunque nos
desviaríamos de la fmalidad fundamental de este trabajo que trata sólo de exponer un nuevo camino tipológico basado en caracteres funcionales y de estructura
de las flbulas anulares hispánicas.
Como hemos reseñado anteriormente, la tipología
creada por E. Cuadrado" ha sido fundamental y ha
servido de base para trabajos posteriores sobre la ffbula
anular hispánica. Este mismo autor ha completado su
aportación sobre este tipo de ffbulas en otros estudios
de gran interés••; sin embargo, aunque, como antes
señalamos, a él también se debe la división de la Perun·
sula Ibérica en dos zonas según la dispersión de la fíbula anular basándose en el tipo de resorte, bien de .muelle o bien de charnela, lo que daría paso a la realización
de tipos basados en un principio en la funcionalidad
del resorte o en la estructura y composición fundamental de las flbulas, su tipología se apoya esencialmente
en los caracteres morfológicos del puente. A partir de
ellos establece subtipos y variaciones concretas que
también tienen en cuenta la forma de los pies, de las
charnelas de bisagra y del enrollamiento de los resortes. Entre otras aportaciones tipológicas sobre la ffbula
anular hispánica, es necesario citar la realizada por
R. Navarro" a propósito del estudio de las ffbulas
anulares catalanas de gran interés y basada fundamentalmente en la forma del puente (•de navecilla•, «de
cinta•, «de hoja de olivo•) con subdivisiones según la
forma del pie o del tipo de resorte y la tipología realizada por A. lniesta11 también de gran interés al añadir
nuevas variantes a los tipos iniciales de E. Cuadrado
a la vez que cataloga las ffbulas de los yacimientos ibéricos murcianos.
TIPO 1: Fíbulas de tres piezas y resorte de charnela de bisagra:
a) puente de formas variables con sendos agujeros
en el pie y en la cabeza para la penetración del anillo;
b) anillo de sección generalmente circular y e) resorte
de charnela de bisagra igualmente de formas variables.
Dentro de este grupo de llbulas en el SUBTIPO I
A encuadramos las de puente de navecilla normal, con
formas y tamaños variables; incluso los ejemplares de
la necrópolis de la Casa del Monte tienen caracteres
diferenciados. Los dos ejemplares hallados presentan
tamaños y formas del puente diversos: la fibula de la
sepultura XIX tiene el puente macizo y de tamaño memo (Variante 1 A 1) (Fig. 1, n.0 1); la hallada en la sepultura IX es de gran tamaño y lleva el puente hueco y
muy ancho (Varianú 1 .A 2) (Fig. l, n.o 2).
Este tipo de fibulas con puente de navecilla es muy
abundante en los yacimientos ibéricos peninsulares.
Aparece bien con resorte de muelle, bien con resorte
de charnela de bisagra. De entre sus numerosos ejem-
p iares citamos los hallados en la oecróplis de ..El Cigarralejo», Mula, Murcia22 ; el del poblado de ..Coimbra
del Barranco Ancho», Jumilla, Murcian; los ejemplares de la necrópolis de ..El Molar-, S. Fulgencio,
Alicante'+, excepto uno, todos con resorte de muelle;
los aparecidos en el poblado de cLa Bastida de les Aleuses,., Mogente, Valencia, de entre los que reseñamos
el hallado en el dpto. 57 22 •
Además de la necrópolis de cLa Casa del Monte•,
también aparece en otros yacimientos albacetenses
como ...El Cerro de los Santos»tt, «El Amarejon y
«Meca•.,. Asimismo en otros conquenses, como en la
necrópolis de «Las Madrigueras.., Carrascosa del
Campoilf e incluso en la necrópolis de «Aguilar de
Anguita», Guadalajaratt, con ambos tipos de resorte y
en la de «La Mercadera», Rioseco de Catalañazor,
Soriaso que aportó varios ejemplares de resorte de
muelle y uno de charnela de bisagra.
Dos ejemplares de este tipo de fibulas, ambos de
charnela de bisagra, se hallaron en la necrópolis de
«Cabrera de Mataró», provincia de Barcelona". También ha aparecido en la necrópolis de «Baños de la
Muela-n, y en la de •El Molino de Caldona.n, ambas próximas a Cástulo.
El SUBTIPO 1 B, con el puente de navecilla aquíDada transversal o longitudinalmente, es el más abundante en la necrópolis de la Casa del Monte (33,33%).
Dentro de este subtipo düerenciamos 5 variantes:
la 1 B 1, no hallada en esta necrópolis, carece de resaltes en los extremos del puente que está aquillado longitudinalmente. Ejemplares de esta forma se encuentran,
por ejemplo, en la sepultura o. 0 151 de la necrópolis
de •El Cigarralcjo•, Mula (Murcia)'•. La J B 2
(Fig. 1, n. 0 3), está aquillada transversalmente y lleva
~esaltes en los extremos del puente; son de un solo
cuerpo, angulosos y con el vértice mirando hacia el interior.
La Varianu 1 B 3 (Fig. 1, o.0 4), está aquillada longitudinalmente e igualmente lleva resaltes, aunque bilobulados y redondeados recordando motivos foliáceos.
Este tipo de resaltes suelen ir generalmente con ejemplares de navecilla longitudinalmente aquillada como
en la ffbula de la sepultura X.Xill de la Casa del Monte. Son frecuentes en algunas necrópolis murcianas
como las de ·El Cabecico del Tesoro• en Verdolay" o
de «El Cabecico del Tío Pfo•, en Archena,., entre
otras. También aparece en yacimientos valencianos,
por ejemplo en el poblado de "La Bastida de les Aleuses..", e incluso en necrópolis andaluzas como Tútugi
(Galera)".
La Varianú 1 B 1 (Fig. 2, n. 0 1), posee también el
puente aquillado en sentido transversal pero no lleva
resaltes. Los extremos del puente se cortan a bisel, cha·
flanáodose a ambos lados. Este tipo de fibulas ha sido
catalogado por E. Cuadrado como del tipo 4 h (•de navecilla con quilla quebrada")". Igualmente ciertas ff-
209
[page-n-220]
F. ClSNEROS FRAILE
TIPOS FIBULAS
N. o SEPULTURAS
RESORTE
CORRESPONDENCIA
INIESTA-CUADRADO
vm
Variante IA1
(Iniesta)
SEP. XIX
Variante IA2
X (Iniesta)
SEP. IX
Variante IB2
li (Cuadrado)
SEP. IX
VI (Iniesta)
Variante IB3
V 6 IX (Iniesta)
SEP. XXIll
Variante IB4
X (lniesta)
SEP. X
Variante IB5
1 (lniesta)
POBLADO
1 (Cuadrado)
Variante IC1
(sólo puente)
SEP. XV
Variante IC2
IX (Iniesta)
SEP. XXXI
X (Iniesta)
Variante IDl
SEP. XV
Variante IDl(l)
VI (lniesta)
SEP. XXXI
TIPO 111
(de tope osculador irreconocible)
SEP. XXXXll
SUBTIPO IV A
11 (Iniesta)
SEP. V
Cuadro 1.-
210
TiptJs ti4 resD1U. E. 111.
[page-n-221]
F.f»ULAS ANULARES DE LA CASA DEL MONTE
bulas que este mism.o autor cataloga, en el grupo 5,
como de puente romboidal, pensamos que también son
relacionables con nuestro tipo 1 B 4, en concreto, el
ejemplar de la sepultura 107 de ..El Cigarralejo»40 •
Se hallan ejemplares semejantes en •La Bastida..•1, en la necrópolis de «Las Peñas de Zarra»,
Valencia41 y también en tierras andaluzas: necrópoüs
de «La llora», (Granada)". Incluso pueden relacionarse con la variante 1 B 4, los ejemplares de los yacimientos valencianos «La Carencia» de Turís y •El Corral de Saus», Mogente. Iniesta cataloga a la fíbula de
La Carencia como del tipo 5.. y por lo que respecta
al ejemplar de El Corral de Saus, E. Pla lo catalogó,
igualmente como del tipo 5 de Cuadrado".
La Jí&rümte 1 B 5 (Fig. 2, n.0 2), se caracteriza por
estar aquillada longitudinalmente-y presentar montantes bffidos en los extrem.os del puente. En el. ejemplar
de la Casa del Monte su puente es estrecho y describe
una suave incurvación. Los terminales bffidos se abren
hacia el interior y la pieza puede relacionarse con los
ejemplares encuadrados en el tipo 4 e de E. Cuadrado,
aunque este grupo es mucho más genérico; igualmente
se relacionan con el tipo 4 e (variante m a) de
A. Iniesta.
La variante I B 5, es típica de la que hemos denominado Zona I, aunque también se da esporádicamente en enclaves meseteños, por ejemplo en la sepultura
n. 0 350 de la necrópolis de «La Osera» (Chama.r ttn de
la Sierra, Ávila)'6 o en la necrópolis de «La Olmeda»
(Guadalajara)<~ . También aparecen fThulas de este
tipo en la necrópolis de .Aguilar de Anguita». Un
ejemplar y un puente aislado de esta necrópolis guardan gran parecido con la J'Ibula de •La Casa del
Monte,.''·
El SUBTIPO I B, es típico de la Zona I, según
terminología de E. Cuadrado; aparece en yacimientos
donde también se halla la fíbula de timbal hemiesférico; por ejemplo en El Cigarralejo, Cabecico del Tesoro,
etc. Incluso también se halla en otros donde igualmente aparece la de tope osculador como La Bastida, Serreta, Covalta, Hoya de Santa Ana, etc.
En general los resaltes van sobre puentes de ffbulas de navecilla aquillada. Son muy escasos los ejemplares de navecilla normal que llevan resaltes. Entre éstos puede citarse el que procede del santuario de •La
Fuente del Recuesto•, Ceheg{nu, y el de la necrópolis
de «El Cabecico del Teso.ro» en Verdolay, éste con montantes casi rectos o ligeramente angulosos y el vértice
mirando hacia afuera sobre puente de forma casi
rectangulaf'O.
Las ffbulas que hemos catalogado como del SUBTIPO I B, llevan en general resorte de charnela de bisagra. Existen, sin embargo algunas excepciones con
resorte de muelle, por ejemplo una flbula de la necrópolis de •Aguilar de Anguita>t, semejante a las incluídas en nuestra variante I B 5"; también algunos
eje.m plares de la necrópolis de ocLa Olmeda», parecidos
a los incluídos e.n la variante citada52 •
Hemos individualizado el SUBTIPO I C con la
catalogación de ejemplares de «puente de navecilla con
formas especiale.s... En este su btipo introducimos dos
variantes: la 1 e 1 (Fig. 2, n.o 3), de puente ondulado,
y la 1 e 2 (Fig. 2, n.0 4), con el puente estrangulado
longitudinalmente a ambos lados. Algún ejemplar semejante se halla tanto en la que hemos denominado
Zona I (por ejemplo en la necr6polis de ceLa lllora»,
Granada~, en el poblado de ceLa Bastida de les Alcuses,., Valencias., etc.) como en la Zona 11 (necrópolis
de ..La Osera», ÁviJa!l, etc.).
Los ejemplares que aparecen en la necrópolis de
«La Casa del Monte.. , en las sepulturas XV y XXXI
respectivamente, van siempre asociados a fibulas de
timbal hemiesférico, con charnela de bisagra.
En nuestro SUBTIPO I D, encuadramos las ffbulas de tres piezas y resorte de charnela de bisagra cuyo
puente es de timbal hemiesférico, Varianu 1 D 1 (Fig. 3,
n. 0 l) o elipsoidal, Variante 1 D 2. Consideramos mucho
más frecuente la fibu la de timbal hemiesférico como
asociada al resorte de charnela de bisagra, pieza muy
frecuente en yacimientos de la que hemos denominado
Zona I, por ejemplo: en el santuario y en la necrópolis
de «El Cigarralejo»,., en la necrópolis de ..ru Cabecico del Tesoro>~ , en ..El Santuario de la Fuente del Recuesto,., etc., todos en la actual Comunidad Murciana;
también aparece en el poblado de «La Bastida de les
Alcuses,.n o en la necrópolis de ..La Albufereta..~, por
citar algunos yacimientos de la actual Comunidad Valenciana.
Incluso entre este tipo de fíbulas, de timbal hemiesférico, se encuentran los tres ejemplares hallados
en la necrópolis de «Las Madrigueras.., Carrascosa del
Campo, Cuenca".
En relación con estas fíbulas del SUBTIPO I D 1
que en la necrópolis de La Casa del Monte se hallan
(asociadas a los ejemplares del SUBTIPO l C, como
ya hemos señalado) en las sepulturas XV y XXXI, hemos realizado una matización basándonos en el hecho
de que el puente de los dos ejemplares no presenta la
misma morfología. En el caso de la ffbula de la sepultura XV, es de cazoleta y es resultado del procedimiento técnico de unir tres piezas: la cazoleta y los dos extremos laterales¡ éstos se sueldan a aquélla
Huperponiéndose (t~cnica de superposición) y resultando la ffbula de puente en cazoleta hemiesférica con
montantes angulares (con el vértice hacia dentro) a
ambos lados.
La trbula de la sepultura XXXI (Fig. 3, n. 0 2),
aunque es de timbal bemiesférico, no tiene cazoleta y
aunque está realizada con el mismo procedimiento que
la anterior, los dos extremos laterales del puente no
montan sobre él, más bien se un.e n (técnica de agrega·
ción) dejando una especie de hendiduras. Por otra par-
2ll
[page-n-222]
F. CiSN.EROS FRAILE
te, el puente es macizo y no hueco como es típico en
el timbal hemiesférico de cazoleta. Por todo ello, hemos
catalogado a ese ejemplar como perteneciente a la Suh-
varúdad 1 D 1 (1).
Ejemplares de la que hemos c~talogado com.o lfa.
rianl4 ID 2, de timbal elipsoidal, con charnela de bisagra no se hallan en Ja necrópolis de La Casa del Monte. Sin embargo, existen fibulas de este tipo en ambas
zonas: «El Cigarralejo», «Serreta de Alcoy», «Bastida»,
«Hoya de Santa Ana», «Vado de la Lámpara» (GuadaJajara), etc. De todas formas , el timbal elipsoidal, creemos que está más en relación con las ffbulas de tope
osculador.
TIPO Il: Ffbulas de tres piezas y resorte de
muelle:
a) puente con sendos agujeros e.n el pie y en la cabeza para la penetración del anillo, b) aguja unida al
resorte de muelle y e) anillo.
Del TIPO ll, no existen ejemplares en la nec.r ópolis de «La Casa del Monte". Como dijimos anteriormente, el área del resorte de muelle, esencialmente se
circunscribe al territorio situado al norte del rfo Thjo,
sobre todo al área ocupada por las provincias actuales
de Guadalajara, Madrid y Avila. También en Andalucía a las de Sevilla, Huelva y Cádiz.
TIPO ill: Fíbulas de tres piezas y resorte de tope
oscuJador:
a) puente, siempre de timbal elipsoidal, unido al
anillo y provisto de agujero para la penetración del pasador; b) aguja unida a la charnela de tope osculador,
provista igualmente de agujero para la penetración del
pasador y e) pasador.
En el TlPO UI (Fig. 3, n.o 3), catalogamos a las flbulas de tres piezas y resorte de tope osculador. El puente es siempre de timbal elipsoidal y va unido al anillo; la
aguja va unida a la charnela, de tope osculador. Un pequeño pasador realiza la unión de ambas piezas.
Los ejemplares que nosotros conocemos llevan
siempre timbal elipsoidal, sin embargo existen ffbulas
de timbal elipsoidal con otro tipo de resorte, el de charnela de bisagra. De ellas ya hablamos anteriormente.
Incluso otras ffbulas del mismo tipo de timbal constan
de dos piezas: aro y puente unidos y la aguja ligada
al resorte de muelle. Un ejemplar de estas características apareció en •El Castro de las Cogotas..60 , donde
estaba asociado a otro ejemplar de tope osculador.
Este tipo de fibula supu.so seguramente un perfeccionamiento de las de charnela de bisagra con intermediarios tipológicos inciertos, posiblemente a través de
la fibula de dos piezas (con puente y anillo unidos) y
resorte de muelle y que en algunas necrópolis meseteiias se presenta en fo.rma de bellos ejemplares.
Sin embargo la mayor abundancia de esta fíbula
en yacimientos alrededor del ramal de la denominada
212
vfa Heracleia que en territorios valencianos penetraría
hacia J átiva, enlazando por el curso del no Canyoles
con Mogente introduciéndose en la submeseta sur bien
por Fuente la Higuera o bien por Meca y a través de
los llanos albaceteños se dirigiría a Cástulo, parece indicarnos que este tipo de fibulas es originario de estos
yacimientos alrededor de la vía descrita. Entre estos
yacimientos pueden citarse el poblado de «La Bastida
de les Alcuses"", «El Puig»8' y ..La Serreta» de Alcoy,
la necrópolis de «La Hoya de Santa Ana»", ya en territorio de la provincia de Albacete, etc.
También aparece este tipo de flbulas en yacimientos próximos a ramales de la citada v(a Heracleia. Por
ejemplo en la necrópolis de Las Peñas, en Zarra, provincia de Valencia... De manera muchó más esporádica se halla en yacimientos junto a las posibles vfas de
comunicación prerromanas que enlazarían la meseta
albaceteña con territorios de la actual provincia de
Cuenca. Es el caso de algún ejemplar aparecido en la
Val ería prerromana".
Aparece, también muy esporádicamente, en enclaves de la actual zona de Madrid: poblado de •El Cerro Redondo», junto a Fuente el Sanz, provincia de
Madrid" e incluso más al norte, en el Castro de «Las
Cogotas.., Ávila, como hemos reseñado anteriormente.
También ha aparecido una fibula de estas características en el poblado prerromano de Ca n'Olive, Cerdanyola (Barcelona)67 •
TIPO IV: Fíbulas de dos piezas y resorte de
muelle:
a) puente de formas variables, generalmente bellamente decorado, unido al anillo; b) aguja unida al resorte de muelle que se enrolla. a la cabeza del puente
y al anillo.
La fibula de la necrópolis de «La Gasa del Monte,., la catalogamos como dcl SUBTIPO IV A (Fig. 3,
n. 0 4), con el puente de forma d e navecilla.
La gran mayoría de estas fibulas de dos piezas se
hallan en yacimientos de Ja submeseta norte, esto es
dentro de la que hemos denominado Zona II, sobre
todo en su parte oriental coincidiendo con la franja
norte de la provincia de Guadalajara, muy cerca del
límite con la provincia de Soria. B. Cabré y J. Morán
reconocen la correspondencia de éstas con la zona
citada".
Ejemplares pare.c idos han sido hallados en necrópolis meseteñas como las de Valdenovillos, Hijes y Carabias, todas en el norte de la provincia de Guadalajara, muy cerca ya del llinitc de la provincia de Soria.
El ejemplar de Valdenovillos es también de puente
de navecilla, aunque estrecha y lisa. El enrollamiento
del resorte es distinto al del ejemplar de la necr6polis
de la Casa del Monte".
La fibula de Hijes, es también de puente en navecilla aunque estrecha y como la anterior, lisa. Su resor-
[page-n-223]
FÍBULAS A.NUI..ARES DE LA CASA DEL MONTE
te es asimismo de muelle con un tipo de cnrollanUento
muy parecido a la de la C¡ua del Monte, e incluso con
el mismo o6mero de vueltas en tomo al anillo70 •
La de Carabias es muy semejante al ejemplar de
Hijes y por ello, con resorte parecido al ejemplar de la
Cua del Monte. Su originalidad reside en el anillo
adornado con dos pares de agujeros situados en dos zonas opuestas de aquéln.
En el Castro de las Cogotas, aparecieron varias fíbulas con el puente y anillo fundidos y resortes de muelle. Los puentes son de navecilla ancha, estrecha y de
forma de cinta, respectivamente".
NOTAS
1 Sus rcfen:Acias geogrUiua IC ajuna.o fielmente a Jo rdle·
jado en la hoja n. • 766 del M.T. del Instituto Ceogr!lico y Ca·
tutral.
t
l . B............. : ..Avance del eatudio de la n~rópolia ib&ica de
la Casa del M onte (Albaccte)-. Tirada Aparte de loa CWIIinwtls m ·IY
dtJ Oalftl di Cr.Jivrlt ~ Valencia, 1930.
J
o. FIATOHU.. y E. Pu:
di .a~ tltl S./. P.
(1927-1977). Trabajos Varios del S.LP., n.• 57, Valencia, 1977,
pág¡. 17J.175.
•
FLIO'I'éHU y Pt.A: Op.
nota 3, pág. 171.
, A. J,.,UTA! lAJ ftbr.itu di la Rlzidtt Mur&itwl. Murcia, 1983,
16m. Xlll-5.
• E. CUAoiWIO: •La Jlbula anular hisp6nica y sus problemas•.
2Apltpus, 8, Salama.oea, 1957, pág. 14.
' oocm: Op. ciJ. nota 5, lám. XJD -5.
• ¡,.,..,.: Op. áJ. nota 5, lim. XIJ1 ·5.
t
CUAniWIO: Op. cit. nota 6, pág. 1+.
• Cu.
1t lHtUTA: Op. di. nota 5, pág. 226, lám. XIV.
1>
CllloJIAADO: Op. m. nota 6, págs. 6· 76.
" CUA:OaADO: Op. cit. nota 6, págs. 27·30 y mapa pág. 62.
•• Noa basamos en la reseña de R . NAv..uo: lAJ j(/Jr.ltu n C414luM.. 1onituto de Arqueologia y Prchutoria, Universidad de Barcelona, Publicaciones Eventuales, 16, Barcelona, 1970, Fig. 18.
" 'Thmamoa laa referencias de: M . Au.cAOso CouBA: •La ne•
cr6polis de lar Madrigueras. Carrascosa del Campo, Cuenca.. &u·
~ Arqwollziuu m Espw, Madrid , 196:!, p,gs, 69-70. De 1aa siete Jlbulu anulares de esta necr6polia, ~eia son de rcso"e d e charnela
de bisagra. 'llunbitn de E . Lou.o.: lA ttmdpolis tú/ Hinro di B~
di Alart6rt, Cvnru. 'trabajos de PrchiJtoria del Seminario de H• Pri·
mitiva del Hombre, XX, Madrid, 1966, 71 pág¡. En cate yacimiento
todas las fTbuw mulares son de charnela de bisagra. Igualmente
de P. SUAY: •Los hallazgos arqueol6giCOOJ de Valeria, 1952·1957•.
V CMJtrm Nod#Ml di JJrt¡WD/Dz{«, Zaragoza, 19:!7, p'ga. 2H-2+6 y
láms. lln. Lu flbulas anulares de la Valeria prcrromana reseñadas
en esta publicación son todas de charnela de bisagra.
" M. AJ.....oao: •La iberi%aci6n de las zonaa orientales de la
Meseta.. Simpnri Jote.maciooal EJs orlglfiS tltl mili iblri&, Ba.r celooa.Bmpúriea, 1977, p,g¡. 138·1«·150. Tambi6o laa flbuw de la oecr6·
polia de cOimediUa de Alucón•, Cuenu, denotan semejanzas en
cuanto al típo de resorte y configuración de loa puentea con las de
la Zona J. Se renejan en la pig. 1+2, fig. 25, de esta publicación que
citamo1.
.. CUAD&ADO! Op.
nota 6.
" De entre ellos citamos: E. CUADIWIO: •Precedentes y prototipo• de la Jlbula anular hiapániea.o. Trdtljos di~. VD, M a·
drid, 1963; .B. CUAOIWIO: FflltJiu ~ M ~ oseui.JM. Publieaciones del Seminario de H• y Arqueologia de Albacete, Albacete,
1962, p,g¡. 15·89.
,. N.wAUO: Op. áJ. nota 15, p'g•. 98·101.
11 b•..,..: Op.
nota 5.
cw- _,
m.
m.
m.
m.
E. CJJADAAoo: .1..4 ,.,mp.lis iblriu di El CtiiJ1TII4jo, Mr./4, Mar·
Bibliotheca Prachiatorica Hispana, Madrid, 1987¡ por ej. el
ejemplar de la sep. 249, pág. 455, fig. 190·6.
" J . M01.11 jos Varios S.l.P., 52, Valencia, 1976, pág. 67, fig. +3-2H.
t• J. SlKJHT: •La necrópolis de El M olar, Allc:ante•. JuN4 Su·
pni.tw di ~ ~ Altl~, 107, Madrid, 1930, lún. Xl-3.
n 0 . F~tlll, E. PLA, E. At.o.~ou: Lo &stü/4 di Lu Alnt.su
(Moltú, ~). '11-abajos varios del S.I.P., 2+, Valencia, 1965,
dpto. 57. p,g. 28, lig. u.
• P. PAJU•: EssC svr L!4.rt d l'hflbutril di L'~ PrinUJirM. h·
rla, 1903, Vol. 1-11, pág. 266, fig. 4000.
" PA&II! Op.
nota 26, pág. 266.
1t ALwAOao: Op. 'it. nota 16, 1ep. XXXI, p'g•. 55·5+,
fig. 3+-+.
tt J .L . Aoo~HTC: •Lu Jlbuw de la necrópolis celtibhica de
Aguílar de Anguit..,.. Tftlhfljol di Prlllulllri4, 31, Madrid, 1974-,
P'S· 181, fig. 11, 3·7, para los doa ejemplos de charnela de biugra.
• D.B. TAJW:IJIA: •Excavaciones en la provincia de Soria. La
necrópolla de La Mercader&•. JIUÚ(j Supfflqt- J, E.xcuoeiDMS J AJIIifW.
tiM.Is, 119, Madrid, 1932, tep. 59, lám. Xl-~9.
n NAvAuo: Op. cit. nota 15, págs. 99 y lOO.
u J .M. B~: •Cútulo 1•. Ad4l Arr¡wt~IJ
gictJ H'~, 8,
Madrid, 1975, citamos el ej. de la aep. V, P'l'· 146·1+7, fig. 78-17.
u A. Ahii.AI y F. MOUAA: ..La n~polis ib~rica del Molino
de Caldolla.. Ort1411i4, 28·!13, Linares, 1969, aep. 1, pág. 168,
fig. XVID·J.
Jt
bnam.: Op. ti~. nota 5, pág. 136, l(m. XVIII, fig. 164.
U
lH1.un.: Op. cit. DOta 5, sep. 400, p,g. 149, lim. xxn,
fig. 196.
JO
lwovrA: Op. áJ. nota 5, sin sep. determinada, pág1. 154-155,
lám. XXV(, fig. 212.
JI
Fa.rn:HRa, PLA, Au:Acu.: Op. cit. nota 25, dpto. 53, pág. 20,
fig. 11.
u J . CAad y F. Moros: •La necr6pnlí1 ib6rica de Tútugi (Ga·
lera)•. Juld S~' di ~ilnvs J Alllifil~Jdd~s, Madrid, 1920,
aep. 11, pág. 25. (Situamos en esra sepultura la Jlbula, con muchas
dudu, bwndonoa en los datos de esta publicación.)
, CUADaADO: Op. ti~. nota 6, pág. 14.
.. CUADLU>O: Op. ti~. nota 6, pág. 13, lig. 5·3.
.. Fa.rn:H&a, Pt.., A.t.clcaa : Op.
nota 25, dpto. 36, pág. 179.
lig. 16.
" J .M. MMrt..n: •La necrópolis de lu Peñaa de Zana, Va·
lcncia.. A .P.L. , XIX, Valencia, 1989, sep. 2, pág. 8, fig¡. 12·13.
u CJJAoiWIO: Op. ti~. nota 6, pág. 29, fig. 18,6.
" IHo&rrA: Op. cit. nota 5, pág. 168.
" E. P ... : oLa necrópolis ib6rica de empedrado tumula:r de
Corral de Saus, Mogente, Valencia•. XfJI Congruo NII&ÜtMJ dt Arqv.tt~·
lotl4, Viloria, 1975, pig. 729.
.. CUADIWIO: Op. ti~. nota 6, pig. 33, fig. +2· 4.
" R. G.r.toetA: .La necrópolis de Olmeda, Guada.lajara-. m.J.
AI·HtJ)IU•, 7, Gu~jua, 1980, p,g. 23, fig. 4,6.
.. Aaoatn: Op. m. nota 29, pág. 189, íig. 12·4 y p'g. 191,
fig. 12·5.
.. IHWTA: Op. di. nota 5, pág1. 157-158, lim. XXlfl. fig. 220.
,. l1
" Aaoawn: Op. m. nota 29, pág. 187, fig. 12·!1.
n 0Aoo.l•: Op. ciL nota +7, pág. 23, fig. +-+.
JJ
Cu.oMoo: Op. cil. nota 6, pág. 29, fig. 18,5 .
>< F...'I'CHM, Pr.A, Au:Acn: Op. di. nota 25, dpto. 14, pág. 84,
íig. 9.
» J . C..aú, E. C...u, A. M01.11
HisptJM, 5, Madrid , 1950, pág. 148, Uro. XIX. (De esta Jlbula des·
conoeemoa el tipo de reaone, posiblemente IC& de chamcla de bisagra.)
.. CuADUDO! Op. m. nota 22, aep. 79, págs. 202·205,
fig. 9~7.
tf
FL~~"J~:~Ua, Pu, Al.c.
,. F• .R111oo: .La n~poliJ ib&ica de la AlbuCereta.. Arllll#mU. J, Cu/Jun ~. U, Valencia, 1986, aep. L-45, pág. 174,
fig. 173.
u
rÚI.
m.
m.
213
[page-n-224]
P. CISNEROS FRAILE
u At.w.AOao Gouu.: Op. eiJ. nota 16, sep. X, pig. 33·34,
fig. 19-10 y 11 (2 ejemploa)¡ sep. XXII, P'IP· +3-H, fig. 28-4
{1 ejemplo).
oo J. C ..ao.t: .Exea..,aciones de lu Cogotu, Cardeñoaa (Ávila).
I, ElCastro•.JW114SuptTiDrdtExetw~;¡~, UO, Madrid,
1930, lim. LVW.
., Ft.rrema, p._., ALC.
306, 307.
•• V. PAotCUAL: •El poblado i~rico de El Puig de Alcoy». b·
cllitxJ di Prtllistorüt LIDIPiliM, 01, Valencia, 1952, p,g. 9, fig. 7.
os Loi ejemplares de esta nec::r6polis proceden de las 1epultu·
ru O y 113: F. C~Jr
.1+ y pig. 51, lám. XXXVI I-O.
214
., M.um"a: 0/J. eil. nota 4-2; de esta nec::r6polis proceden dos
ejemplarea hallados en lu sepulturas 9 y 16: pág. 10, Ú81. 22-23 y
pá.g s. 12 y 13 figa. 32-33 reapectivamente.
., Su..Y: Op. eil. nota 16, IIbula no descrita en el texto aunque
aparece en lám. sin.
11
C. BLA100 y M .A. SAtocHn: •Informe preliminar sobre el ya·
cimiento de Cerro Redondo (Fuente el Sanz, Madrid)•. Noti&i4ritJ Ar·
qwoMti&o Hisp411i&o, 20, 1985, pág. 34, lám. 7-·U .
., N ..v..u o: Op. eil. nota 15, págs. 99·100.
.. E. CAao.t y J. Mow.: •Fíbulas en lu mú antiguu necrópolis de la Meseta Oriental Hispánica-. &oista dt 14 ~ Comp~a~ms,, ~" C..r&J &llitl4, nr, Madrid, 1977, P's· 1as.
" CA&d y M oM11: Op. cit. nota 68, pág. 135, fig. 11.8.
"' C..allt y MoJL111: Op. cit. nota 68, pág. 35, fig. 15.6.
" C"ad y MoMN: Op. eil. m~ta 68, pág. 135, fig. 16.9.U .
n c ...aa: Op. &il. nota 60, p6g. 90, húns. LXVII, LXVIU.
[page-n-225]
R afael PtREz M tNGuEz*
ACICATES IBÉRICOS DEL MUSEO DE PREHISTORIA
DE VALENCIA
I. INTRODUCCIÓN
No se sabe a ciencia cierta el momento en que empieza a usarse la espuela., pero es presumible que ello
sucediera tan pronto como el hombre empleó el caballo
como montura. Conviene advertir que el caballo como
animal doméstico, se conoce desde periodos ant:riores,
cuando menos desde la Edad del Bronce, y algunos investigadores sospechan que se pudiera haber utilizado
como montura, tiro y arrastre, por lo que algún tipo
de acicate se pudo utilizar, aunque, por el momento,
no exista constancia documental. En este sentido sf
conviene destacar el reciente hallazgo de parte de un
freno de caballo hecho de asta en el poblado de Fuente
Álamo (ScHUIART y Alm!ACA, 1980: 273, fig. 12) o la interpretación dada a los Uamados silbatos celtibéricos
(EscuDuo y BA.LADO, 1990).
. El ~bjeto de la espuela es estimular al animal y al
m tsmo tJempo que las manos del jinete queden libres.
Es de suponer que antes de emplearse las espuelas de
metal, se fabricaran con materiales como la madera o
el hueso, pero hasta la fecha no se han encontrado res·
: Servicio de Inveatip ci6n Prehiat6rica, Diputaei6n de Va·
!enea.
tos. La espuela se ceñía al talón por medio de una co·
rrea que puaba por dos orificios situados en cada extremo de aquella.
Entre las modalidades de espuela, el acicate (espuela provista de una punta aguzada) es el que aparece
en los yacimientos ibéricos y el objeto de nuestro estudio.
Tanto los griegos como los romanos usaban única~ente la espuela en un pie, cosa que no ocurre, por
eJemplo, con el pueblo ibero, como lo demuestra la se·
rie de dibujos de jinetes procedentes del Tossal de Sant
Miquel de U(ria (BALLilSTER. et alii, 1954: 110, figs. 385
a 393).
Sabemos la gran estima del pueblo ibero por el caballo {FL!TCKn, 1968: 49) y por lo tanto es común en
excavaciones realizadas en poblados la aparición debo·
cados, acicates, etc. (GRANo!IL y ESTA
W., 1990: 219,
fig. 4 y ~. 1989, vol U, pág. 25 y 160). Nuestro
propósito es analizar algunos acicates procedentes de
los poblados de la Baatida de les Alcuses de Moixent,
del Thssal de Sant Miquel de LHria y del Puntal dels
U ops, as{ como los otros dos del yacimiento in~dito de
La Atalayuela de Chelva.
Los acicates de La Atalayuela se han estudiado
gracias a la colaboraci6n del arque6logo Jos~ Manuel
215
[page-n-226]
R. PtREz MÍNCUEZ
1
-~
-
..
.
2
3
4
Fig. 1
216
o
&iiiiiil~!!!!!!!!liiiii~3 cm.
[page-n-227]
ACICATES IBÉRICOS DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
Martínez Garda. Colaboración q ue también agradecemos a H elena Bonet Rosado por los del Tossal de Sant
Miquel de Llíria y los del Puntal dels Llops de OJocau,
estos 6ltimos procedentes de las excavaciones de H elena Bonet y Consuelo Mata (BoNET y MATA, 1981).
Las medidas son:
longitud:
anchura:
grosor:
5'8 CID
2'4cm
0'3 cm
dimeru. orificios:
abertura para el talón:
lontitud del espig6n:
1'1x0'4: cm
cm
••s
2' 3 cm
II. LOS ACICATES ESTUDIADOS
B. TOSSAL DE SANT MIQUEL (LLÍRIA,
VALENCIA)
A. BASTIDA DE LES ALCUSES
(MOIXENT, VALENCIA)
l .-Acicate de hierro procedente del Departamento 236 y aparecido en las excavaciones realizadas durante la 4.• campaña que tuvo su inicio el 26 de junio
de 1931 y que finalizó el 28 de julio del mismo año.
Está completo aunque bastante oxidado. Los orificios o varrileras son cuadrados. Cronologfa del siglo v-rv a. de C. Número de Catálogo: 1037.
Las medidas son:
longitud:
anchura:
grosor:
6'5 cm
2'5 cm
cm
o
••
dimensione. de los orificios:
0'8 cm
abertura para el talón:
longitud del espig6n:
2'2 cm
5' 0 cm
2.-Acícate de hierro aparecido en la Calle W durante las excavacion es realizadas entre 1928 y 1931. Las
planchas que rodean al talón casi han desaparecido y
están formadas por dos láminas unidas. El espigón está
completo y presenta la base moldurada. Crooologfa,
siglo v-w a. de C.
Las medidas son:
lo,ngitud:
3'5 cm
anchura: 0'8·1' 2 cm
grosor:
0' 7 cm
abertura para el talón:
longitud del apigón:
1'9 cm
2'6 cm
3.-Acicate de hierro aparecido en las excavaciones realizadas en 1931. Las planchas están en perfecto
estado¡ el espigón se encuentra bastante deteriorado
por oxidación e inclinado con respecto a la plancha.
Los orificios son circulares. Cronología siglo v.1v a. de
C. Número de Catálogo: 1558.
Las medidas 11on:
longitud:
anchura:
grosor:
4'0 cm
2' 3 cm
0'3 cm
5.-Acicate con ramas de bronce y esprgóo de hierro. Las ramas están en bastante buen estado, sien do
su sección semicircular. El espigón, aunque completo,
padece un grave proceso de oxidación y sufre un desplazamiento con respecto a la parte media de las ramas. Los orificios son circulares pero no perforan completamente a las ramas, sino que tienen comunicación
con otros orificios que están situados en la base del inicio de las ramas. N6mero de Catálogo: 2796.
Las medidas son:
diámetro de los orificios:
abertura para el tal6n:
longitud del espig6n:
0'4 cm
3'3 cm
1'6 cm
4.-Acica:te de hierro procedente de las excavaciones realizadas desde 1927 a 1931, encontrándose al
Oeste de los Departamentos 47, 48 y 58. La plancha
está fracturada a la altura del orificio. El espigón, aunque bastante deteriorado por oxidación, parece completo. Los orificios son rectangulares. Cronologta siglo v.rv a . de C. Número de Catálogo: 1570.
longitud:
anchura;
grosor:
10' 5 cm
0' 7 cm
0' 5 cm
diámetro de los orificios:
abertura para el tal6n:
longitud del espig6n:
0'4 cm
5'9 cm
2'5 cm
C. PUNTAL DELS LLOPS (OLOCAU,
VALENCIA)
6.-Acicate de bronce, procedente del Departamento 4, Capa 3. Está formado por una grue.s a y ancha plancha de bordes en resalte exterior, con un buen
estado de conservación y extremos provistos de dos re·
saltes a modo de asas rectangulares para el enganche
de la correa. En la parte cóncava intema existe un fragmento informe de hierro que se encuentra fuertemente
adherido a l a . isma. El espigón hoy suelto y anterior·
m
mente adherido, es grueso y robusto con molduras y
alma de hierro que posiblemente constituirla el extremo acuminado del mismo y que seguramente perforaba la plancha y lo fijaba a la misma. Cronología desde
finales del siglo rn a inicios del n a. de C.
Las medidas son:
longitud:
anchura:
grosor:
9'3 cm
3'0 tm
0'3 cm
dimcns. orificios:
abertura para el talón:
longitud del e.pigón:
0 ' 7 x0' 3 cm
4'8 cm
1'7 cm
7.-Acicate de bronce, que hace pareja con el anterior, procedente del mismo departame.n to y capa. El
espigón también está suelto, faltándole la parte fmal.
Las medidas son:
217
[page-n-228]
R. PÉRBZ MÍNGUEZ
6
3 e: m.
9
8
218
Fig. 2
[page-n-229]
ACICATES JBtRICOS DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
longitud:
anchura:
groaor:
9'2 cm
dimcna. orificios:
3'0cm
0'3 cm
abertura para el talón:
longitud del capigón:
0'7x0'3 cm
5'3 cm
2'1 cm
D. LA ATALAYUELA (CHELVA,
VALENCIA)
Los próximos acicatea provienen del yacmuento
de la Atalayuela, situado en el término municipal de Chelva (Valencia) y cu yaa coordenadas son:
39° 40' - 39° 41' lat. N.
2° 36' - 2° 37' long. E.
D e d ificil acceso, se ubica en la cima del monte
Ayalayuela. Visitado por clandestinos que han dejado
buellaa de excavaciones fraudulentas.
Es un asentamiento con evidencias cerámicas de
la Edad del Bronce, 1 Edad del Hierro, Época Ibérica
y Romana Republicana e Imperial.
Hay restos de muros y habitaciones; se ha hallado
cerámica estampillada, a torno, ibérica y romana.
También han aparecido ffbolas del tipo Aucissa.
Pudiera tratarse, en lo que a Época Romana se re·
fiere, de un asenta.m iento de tipo militar-defensivo,
que controlaba el paso de las tierras de Aragón a la
Plana de Utiel. De hecho, este yacimiento está muy
próximo al antiguo camino de Utiel a Cbelva.
Los dos acicates, objeto del estuclio, se encuentran
en colecciones particulares.
in~dito
8.-Este acicate tiene las ramas de bronce, bien
conservadas; el espigón está remachado y es de hierro,
habiéndose perdido pane de él por oxidación. Los orificios son circulares.
La parte próxima a los orificios sufre un ligero ensanchamiento.
Las medidas son:
longitud:
anchura:
grosor:
10'3 em diállletro de los orificios:
0'7 cm abertura para el talón:
0'3~'4 cm
longitud del espigón:
0'7-0'9 cm
10'8 cm
grosor:
0'3·0'+ cm
dimcns. orificiO$:
abertura para el talón:
longitud del espigón:
Del análisis del material estudiado se desprende l a
existencia, tipológicamente hablando, de tres tipos de
acicates:
Tipo 1: El de ancha plancha de bronce o hierro
con las variantes siguientes:
a: Con orificios en la propia plancha.
b: Con resaltes a modo de aaas.
Tipo D : El de ramas, también de hierro o de bronce, con orificios en los extremos de ambas.
Ambos corresponden al Tipo 1 de Cuadr ado
(CuAoRADO, 1979) desdobl1,1.do aquí por las particulares
y distintas características que obligan a su diferenciación.
Tipo Ill: Corresponde al 11 de Cuadrado, únicamente conocido en El Cigarralejo, hasta el momento.
IV. CONCLUSIONES
Nos encontramos ante un objeto singular que nos
proporciona inestimables datos para conocer la avanzada tecnología tanto en la factura del bronce como en
la del hierro y la introducción de un elemento como
es el arte del diseño y su evolución, que nos sugiere,
a través de la cronología ap licada a los acicates estudiados, una evolución desde los tipos más antiguos de La
Bastida, basta los más refinados del Tossal de Sant M.iquel o de La Atalayuela ya rozando la Romanización.
Al mismo tiempo nos hablan de un complemento
para una de las actividades más caras dentro del mundo ibérico, la hípica, de donde el gran aprecio al cabaUo, no como animal de carga sino como un animal de
lujo y de ostentación, tal como se representa en los va·
sos de Ll(ria.
0'3 cm
V. BIBLIOGRAFÍA
6'1 cm
0'3 cm
BALU!STEil
9.-Todo el acicate es de bronce. La rama está
fragmentada en la unión con el espigón; se ha perdido
parte de él, teniendo dos acanaladuras que lo rodean.
Los orificios son rectangulares.
Las medidas son:
longitud:
anchura:
III. TIPOLOGÍA
O'+x0'2 cm
6' 4 cm
0'5 cm
Cronológicamente los podríamos situar entre el si·
glo en y 11 a. de C.
ToRMO, l. et aJii (1954): Orrpus Vasorum HispafiiJrUm. Cmímúa tkJ Cerro d8 San Miguñ d8 Liritl.
C.S.I.C.-Diputaci6n de Valencia, Madrid.
BoNl!'l', H. y MATA, C. (1981): Poblado ibbiaJ dLJ Putrlal
d8ls Llops (El Colmenar), (Olocau-Valm&ia). Serie de 'Irabajos Varios del Servicio de Investigación Prehistórica, n. 0 71, Valencia.
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Madrid, págs. 235-250.
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219
[page-n-230]
R. PáREz MÍNGUEZ
Fun'CHJ!R, D. et alii (1969): La Bastida de lis Alcu.ru (Mo-
g111Ü, Vaiencia), /1. Serie de 'lrabajos Varios del Servicio de Investigación Prehistórica, n. 0 25, Valencia.
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d'Uix6, Castell6n)•. Cu.tJJkrtw de Pr~ J Arqu4oiog(a Ca.stlllon.en.su, 13, 1987-1988, CasteD6n.
GRAN"OBL
220
SAHz, F. (1989): Armamento, Guerra y &cialt.ul
en la Ntcrópolis lbbica de «El Cahecüo del ']}s(l'(o» (Murcia, España). BAR International Sedes 502,
Oxford.
ScHUBART, H. y AxniAcA MATvrz, O. (1980): «Fuente
Álamo• .Excavaciones de 1977 ... Noti&iario ArqwokJ~o
Hispti.tri&o, 9, Madrid.
Qu~
[page-n-231]
Emeterio CuADRADo•
DOS NUEVOS VASOS RITUALES DE BRONCE
DE «EL CIGARRALEJO,,
Una tumba de las excavaciones de 1983, la n.0 247,
aporta extraordinarios materiales metálicos que permiten ampliar el estudio de los vasos de bronce hasta ah.ora encontrados en esta necrópolis ibérica murciana.
Se trata de la tumba de un guerrero de categoría,
con armas de hierro de gran calidad, en tre las que destacan las armas corrientes (falcata, lanza, manilla de
escudo) y un casco especial de ceñir a la cabeza con
guardanuca, publicado en el Homenaje al Prof. Schule
de la Universidad de Friburgo.
Pero además también contenía dos vasos de bronce, destruidísimos, y una sftula del mismo metal (también a punto de publicarse en eJ Homenaje aJ P rof.
Maluquer de Motes).
Los citados vasos de br once son un cuenco y un
vaso ritual de los llamados •de asas de manos», de los
que publicamos un repertorio b astante completo en
1966'.
El cuenco es un recipiente poco p rofundo y circular, de fondo plano y borde regrosado con un cordón
fmo. El diámetro es de 24 cm. y la profundidad de 5'3
cm. (fig. 1, 3).
• Cl. Alcali, 108. 28009 Madrid.
El recipiente con asas de manos (fig. 1, 1) tiene
entre 26 y 27 cm. de diámetro: borde formado por
un doblez de chapa del cuerpo que forma una superficie plana de 2'6 cm. de anchura y 0'4 de grosor. El
doblez por el exterior tiene 1'4 cm. de ancho, de modo
que queda por dentro una pestaña de 0'4 cm. de saliente.
El soporte de las dos asas está formado por
un cuerpo macizo, plano por dentro y curvo por
el exterior terminado en sendas manos de cinco dedos de igual longitud a excepción del pulgar, que
es aguzado. La longitud de estas manos e11 de 8
cm. Entre mano y cuerpo un anillo con rebajes en
los extremos, junto a las manos, sirve para soportar
y permitir el giro de las asas. El soporte (dos opuestos) se une aJ cuerpo del vaso por tres remacheB:
uno en el centro y dos en los dorsos de las m.anos,
que sobresalen por dentro. El total de su longitud
es de 33' 8 cm.
Las asas son de varillas de sección circular o cuadrada, de 0'6 cm. de diámetro 6 0 ' 5 cm. de lado del
cuadrado. Son de las llamadas «de omega. con los extremos en forma de bellota, de 4'4 cm. de longitud. La
parte qu e gira dentro de las anillas es siempre de sección cir cular y el resto cuadrado o circular.
221
[page-n-232]
E. CUADRADO
-.
o
222
[page-n-233]
VASOS RITUALES DE BRONCE DEL CIGARRALEJO
El fondo plano del vaso se une al borde por una
zona curva de la chapa, y se obtiene una profundidad
aproximada de 4'7 ci;D.
E l cuenco no tiene nada de particular en la forma,
pero el vaso ritual es una pieza análoga a la de la tumba n.0 57, ya publicada'. Comparando ambas piezas
podemos considerarlas idénticas, y por tanto estimarla
como perteneciente al tipo 2 o ibérico de nuestra tipologra. Posiblemente ambas piezas son de la misma procedencia.
Como en otros muchos casos, la pieza de la T. 478,
se acompaña en el ajuar de la s{tula ya mencionada,
por lo que el destino de ambas piezas nos afll1Da en
el oficio de una ablución ritual, o de una Libación sagrada.
La datación de los vasos es la de la T. 57, puestodos los demás elementos del ajuar tiene la misma datación, es decir, fines del siglo V, o siglo IV antes de
Cristo.
Salvador Rovira ha realizado ensayos de espectrometl'{a por fluorescencia de rayos X de la superficie.
Los resultados para las tres piezas, expresados como
tanto por ciento de su peso, son los siguientes:
T.
87
m
Ft
0'1~8
0'671
+78 O'SlS
m o·2os
m 0'371
H8 0'370
m 0'229
t78 0'290
m 0'879
m 0'319
Ni
0'067
0'322
o·.a
0'139
0'271
o·1s9
0'077
O'l5i
0'154
Cu
81'65
83'20
57'08
91'75
89'71
89
88'~
Zn
-
87'75 S7'H 87'39 -
As Ag
0'218
0'053
0'04.1
0'100 9'00+
0'100 0'009
0'006
0'100 0
'00+
0'088
0'003
0'006
Su Sb
8'275 0'339
1~'84 0'281
12'85 0'248
7 0'015
'41
9'697 0'013
10'17 0'033
10'96 0'014
9'522 0'020
10'85 O'OH
10'63 0'0~3
Au
-
-
Pb
9'128 8
0'503 B
29'18 B
0'017 A
0'022 A
0'043 A
1'323 B
0'630 B
1'373 B
La cantidad de estaño tanto en el braserillo como
en el cuen co, es de alrededor de 10, mientras que de
plomo en el borde es de 0 16 a 1'37. En cuanto al arsénico, el cuenco tiene de 0'2 a 0'4. El cobre var{a de 87
a 89. El material ha perdido casi totalmente el metal
puro, y queda casi exclusivamente el óxido.
La fabricación de los objetos se ha hecho con una
chapa o palaatre, acabando las partes planas (laterales
y fondo) con un trabajo de martillo. Los bordes de
los braaerillos también se rematan con un doblado a
martillo, y las piezas de soporte de las asas son fundidas.
Hay que observar principalmente las cantidades
de plomo, estaño y antimonio para sacar conclusiones.
En nuestro caso, se acumula el plomo en los bordes y
piezas fundidas (asas y bordes) y lo mismo ocurre con
el estaño, en cambio el cobre sigue siendo el de mayor
porcentaje.
En cuanto a la semejanza de los dos braserillos, es
tal que pueden suponerse del mismo taller, y empieza
por sus dime.nsiones. El análisis da también caracterlsticas parecidas, por lo que la pieza hay que fecharla en
la misma e}Soca que la del braserillo de la tumba 57,
del 410 al 375 antes de Cristo.
Las razones que expusimos al describir la tumba
57 se repiten ahora. El ajuar va acompañado por una
sítula de bronce, para verter líquidos en algún ritual,
pero con un ajuar de guerrero importante. Pensamos
en un guerrero con elevada clase y un nivel, en la sociedad de su tiempo, de tipo sacerdotal.
NOTAS
• E. CuAOa..oo: •Repertorio de los recipiClltes rituales merá.licos con 'asas de manos' d e la Península Ibérica». 'na.h,Yos tk PrelústotÍ4, XXI, Madrid, 1966.
a E. CUAI>IWlO: •Una in teresaJlte tumba ibérica•. Ardtivq tk
Prthiswi4 LtoanJiNJ, . , Valencia, 1952, pág. tl7.
m
E. Cw.oat.oo: La n«rdpolis iblri«A tk El Ci¡arrakjo. Madrid, 1987.
223
[page-n-234]
[page-n-235]
Lorenzo ABAD
C ASAL*
,
TERRACOTAS IBERICAS DEL CASTILLO DE GUARDAMAR
1. DESCRIPCIÓN DE LA
EXCAVACIÓN
Entre los días 2 y 7 de septiembre de 1981, y al
tiempo que comellZaban las excavaciones en El Oral,
un equipo codirigido por Manuel Bendala y por quien
esto suscribe, y compuesto por Miguel Ángel Elvira y
Gloria Mora, de la Universidad Complutense, Socorro
Viada, María Luisa Ramos y José Ignacio Pellón, de
la Universidad Autónoma de Madrid, y M.• Dolores
Sánchez de Prado, de la de Alicante, llevó a cabo varios
sondeos arqueol6gicos en la parte suroccidental de la
meseta superior del Castillo de Guardamar (fi g. 1) y
una exploración de la ladera correspondiente; en esta
última intervinieron también otros alumnos de la Universidad de Alicante.
El planteamiento de la excavación estuvo motivado por el hallazgo en esta parte del caatillo de variaa
terracotas ibéricas en forma de cabeza femenina, que
pudimos conocer a través de Antonio Garda Menárguez y Manuel de Gea Calatayud, miembros del Gru• Dpto. de Prehistoria y Arqueología, Univenidad de Ali·
cante.
po Arqueológico de Rojales y alumnos de Historia de
la Universjdad de Alicante. El estudio preliminar del
terreno nos proporcionó cerámica muy variada, desde
época ibérica hasta el siglo XIX, lo que parecía presagiar la existencia de njvelcs bastante revueltos. Sabíamos además por los planos antiguos, y en concreto por
uno de 1757 que nos proporcionó el vecino de Guardamar D. José Garda Amorós, que en esta zona se hab(a
ubicado llD cuartel de caballería destruído como el resto del pueblo tras el terremoto de 1829. Sin embargo,
la existencia en este área de llDa superficie bastante llana, y los muchos restos cerámicos visibles en superficie,
nos decidió a realizar unos sondeos arqueo16gicos con
la intención de reco11ocer el posible lugar de procedencia de las terracotas y comprobar si merecerla la pena
planear, con este objetivo, una campaña de excavación.
más larga y ambiciosa.
Para ello se despejó un sector de doce por ocho
metros j unto al borde suroccidental de la muralla, en
el que se trazaron seis cuadros de cuatro por cuatro
metros (Al, A2, Bl, B2, Cl y C2), ruspuestos dos a dos
y subdividido cada uno en dos sectores, identificados
con las letras a y b (fig. 2). Se comenzó a excavar en
Alb, A2b, B1a, B2a y C1b, y muy pronto quedó con.s ta·
tado en todos ellos un nivel superficial de reJJeno mo-
225
[page-n-236]
L. ABAD CASAL
~·
,.-·--~ !
!
1
226
•
- ·- --r
[page-n-237]
TERRACOTAS lBÉRlCAS DEL CASTILLO DE GUARDAMAR
derno, con numerosos fragmentos cerámicos antiguos
y modernos.
En Alb se detectó un muro de mampostería recibida con cal, que correspondía a un nivel 1 con una gran
mezcolanza cerámica, desde la helenística de barniz
negro hasta la del siglo xxx, junto con un sextercio de
Alejandro Severo datado entre los años 231 y 235 1•
Bajo este nivel apareció ya la roca.
A2b nos proporcionó por debajo del nivel superficial una amplia capa de cal que buzaba en dirección
oeste. Correspondía a la bóveda de una cisterna, parcialmente rota, que se continuaba en B2a. D. José Garda Amorós nos informó de que esta zona era conocida
años atrás como «campo de las cisternas», y que entonces aún era posible descender a ellas, que se encontraban parcialmente colmatadas, hasta que el propietario
del terreno decidió taparlas para evitar un accidente.
Por un resquicio abierto en la parte de ]a b6veda descubierta en este cuadro se pudo comprobar que aún hoy
la cisterna se encuentra colmatada sólo en parte.
B2a: por debajo del nivel superficial característico
apareció el nivel 1, con muchos restos de cal y piedra,
que cubría la bóveda de la cisterna observada en A2b.
Bla y Cla: niveles superficial y 1 y, por debajo, la
roca. En Bla, vestigios de un muro muy destruído.
Parece evidente, por tanto, que los estratos antiguos habían sido barridos muchos años atrás, ya que
sobre la roca virgen se asentaban niveles de relleno moderno con materiales muy revueltos. Donde no se encuentra la roca virgen tropezamos con la bóveda de los
aljibes, que deben estar reconados en la propia roca.
El resultado arqueológico fue, por tanto, completamente nulo.
Para completar la excavación, realizamos un pequeño sondeo de uno por dos metros en la ladera inmediata, de forma perpendicular a la muralla. El material
arqueológico aparece también revuelto, en una capa
superficial de unos 20-30 cm, y desaparece a medida
que se profundiza, hasta llegar a ser totalmente estéril.
Parece evidente, por tanto, que, al menos en este área,
el material arqueológico exist ente en ]a ladera (cerámica ibérica y un fragmento de pebetero) proviene de la
meseta superior y se ha depositado por encima de la
superficie antigua. De ello hay que deducir que su remoción se ha producido en una fecha no muy lejana,
probablemente en relación con la construcción de los
aljibes y del cuartel conocido en el siglo xvm.
Se prospectaron asimismo las laderas del castillo, recogiendo numerosos fragmentos de pebeteros y cerámica diversa, desde la época ibérica a la contemporánea.
2. MATERIALES
No es nuestra intención realizar aquf un estudio
exhaustivo de la cerámica, ya que se encuentra bastan-
te fragmentada y resulta muy poco significativa para
el objeto que pretendemos. Ademú, cualquier in tento
de estudio de conjunto del yacimiento quedarfa minusvalorado de inmediato por las nuevas excavaciones realizadas en los últimos años por la Escuela-Taller de
Guardamar. Por todo ello, nos limitaremos a proporcionar un registro esquemático y una tabla indicativa
de los tipos y del número de ejemplares encontrados en
cada uno de los cortes; para estos efectos sólo se han
contabiUzado los fragmentos que presentaban forma o
decoración; únicamente en el caso de los pebeteros se
han tenido en cuenta todos los fragmentos. Llama la
atención la ausencia de cerámicas altomedievales, ya ·
que, salvo alguna excepción, se pasa directa.m ente de
la tardorromana a la bajomedieval.
La cerámica encontrada en los distintos cortes y
niveles es la siguiente:
Alb: Superficial: romana, medieval lisa, medieval
pintada, verde-morado de Paterna, reflejo metálico y
azul. Nivel 1: ibérica común y geométrica; un fragmento de pebetero; romana de borde ahumado, com6n, lucerna de canal abieno; pintada de los ss. xn.
xm, verde morado de Paterna y otras del siglo xrv.
A2b: Superficial; Estampilladas de los siglos xnxw, pintadas del siglo xn1, verde-morado de Paterna,
vidriadas de los siglos xm.xrv; peinadas del siglo XIV,
azul de Paterna, reflejo metálico y azul, azul italiano.
Moderna: bacln siglo xv1 y varios, siglos xvm-XIX.
Bla: Superficial: asa de barniz negro, ibérica pintada y común, siglos xn-x:rv. Nivell: ibérica común y
pintada, romana.
B2a: ibéricas y romanas comunes, medievales árabes pintadas (ss. xn-xJV); fraglDento de una pulsera de
vidrio. Paterna de los siglos xu1 y x1v, marmitas, fondos y recipientes varios de los siglos x1v y xv; azul de
Paterna, reflejo metálico, azul italiano del siglo xvt,
esmaltadas del siglo xvm; Biar, siglo XIX.
Cla: Superficial: ibéricas pintadas, marmitu medievales, reflejo metálico del siglo xv; Biar, siglo XIX.
Clb: Superficial: ibérica pintada, peinadu, pintadu e
impresu de los siglos xu.xm; altomedievales, marmitas, arcaduces, candiles y lebrillos del siglo XIV. Azul de Paterna y
reflejo metálico de los siglos XIV, xv y XIXj comunes y esmaltadas de los siglos xv.xvm.
Zl (Zanja en la ladera): Fragmento de pebetero, cerámica ib~rica pintada.
Laderas: cerámicas de barniza negro, ib~ricas variadas:
comunes, pintadas, ánforu; romanu de paredes finas, borde
ahumado, sigillatas y lucernas; peinadas tardorromanas o altomedievales; comunes y pintadas de los siglos x.xm; azul
de Paterna y siglos XIv.xv; reflejo metálico, siglo xv y grandes recipientes siglos XIV·XVl .
Del cotejo de todos estos datos no son muchu las conclusiones que pueden obtenerse. En el nivel superficial apareció
cerámica de barniz negro, ibérica, romana, medieval y moderna, alcanzando hasta el siglo xrx, sin que pueda est:imar227
[page-n-238]
L . ABAD CASAL
Tipo
Ro m
6-U
o
2
1
8
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
13
1
2
0,93
15
o
42
6,98
o
19,53
o
19
o
o
o
o
o
1
1
lbcr
Terr
o
U-14
12-13
JH5
15-16
17-20
Total
1
18
Cort
A.2BS
o
o
o
BlAS
1
BlAt
o
o
o
o
A
lBS
AJBt
B2AS
ClAS
ClBS
19
o
8
6
3
5
1
Z1
o
8
Subtot
1
50
Sub%
0,~6
Z3,26
LD-B
LD-I
LD-C
LD-M
Subtot
Sub 1o
Total
Tot %
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
93
1
43
o
o
o
o
93
32,18
143
0,20
o
o
28,37
143
o
3
1
o
o
o
o
~9.~8
19
6,57
145
28,11
34
6,75
6
6
2
2
o
0,20
9
o
10
o
3
3
o
o
o
26
18
7
1
4
3
o
o
o
o
14
o
o
5
1
1
9
7
5
o
o
27
12,56
o
o
o
o
o
o
o
28
28
9,69
o
o
o
o
o
o
4
4
1,38
1
1
10
13,89
48
9,52
31
6,15
o
19
8,8~
0,35
20
3,97
8,37
18,60
12,10
8,38
3,25
20,46
3,72
20,94
40
o
o
48
22,32
se significativo, dada la pequeñez de los sondeo realizados y la proximidad de Jos mismos, el hecho de que en
uno de ellos sólo aparecieran materiales medievales y
modernos (A2b). La zanja de la ladera, asimismo de
pequeñas dimensiones, proporcionó cerámicas de barnjz negro, ibéricas -incluyendo un trozo de
pebetero- y romanas, entre ellas algunos fragmentos
de lucernas. Este hecho podrfa tomarse como indicio
de una mayor antigüedad de los depósitos de la ladera
con respecto al nivel superficial de la meseta del castillo, pero no es algo constatado, ya que por la superficie
de la ladera, en una prospección superficial, se t:ecogieron también numerosos fragmentos de cerámica ibérica, romana y medieval.
En cl cuadro 1 puede observarse cómo los porcentajes de cerámica varían entre lo encontrado en la parte superio.r y las laderas. En el primer caso, la i~rica
resulta la más abundante, seguida por la de los siglos xu-.xv, en tanto que en la ladera el dominio de la
cerámica ibérica se hace abrumador, seguida ya muy
de lejos por la de los siglos XU·Xlll y por la romana'.
De ello no pueden obtenerse conclusiones fll'IDe.s, pero
resulta significativo si tenemos en cuenta que la casi totalidad de los fragmentos de terracota -excepto uno
de los ejemplares en contrados durante las
excavaciones- aparecieron en la ladera, precisamente
donde el predominio de la cerámica ib~rica se hace
abrumador.
228
o
2
o
1
4
u
o
0,35
3
6
16
11
5,12
o
o
o
o
o
o
u
~4
8
45
~,18
9
215
100,00
100,00
6,57
81,67
0,00
11,76
100,00
100,00
19
236
o
34
289
504
2,18
100,00
168
118
1
128
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3. LAS TERRACOTAS
3.1. GENERALIDADES
En los sondeos se recuperaron sólo dos fragmentos
de pebeteros, uno en el corte Alb y otro en la zanja
de la ladera (Zl), mientras que en las prospecciones de
la propia ladera, tanto en las realizadas por nosotros
mismos como en las que llevó a cabo el Grupo Arqueológico de Rojales, se recogieron 145 fragmentos, un total algo superior al de las cerámicas ibéricas con forma
[page-n-239]
TEJUtACOTAS lBtRICAS DEL CASTILLO DE CUARDAMAR.
o decoración recuperadas durante nuestras excavacione. y prospecciones en las laderas (143).
Estas cantidades no son absolutamente parangonable&, porque incluyen todos los fragmentos de pebeteros y sólo los trozos cerámicos que presentan forma
o decoración, pero incluso si exluímos aquellos fragmentos de pebeteros que no tienen forma identificable
-16 ejemplares-, su número -129- resulta altamente ejemplificador; constituyen un 47,43% del conjunto de materiales ibéricos y un 26,43% del total de
los recuperados durante nuestros trabajos. Son cifras
que permiten atestiguar que la relación entre los pebeteros y el resto de las cerámicas resulta bastante favorable a los primeros, y constatar la ausencia casi absoluta
de otros materiales que podríamos considerar propios
de necrópolis: hierros, vasos de barniz negro, etc.; no
parece, por tanto, que los pebeteros procedan de un establecimiento de este tipo.
Durante nuestros trabajos no apareció ninguna
pieza completa; las dos que se reproducen (fig. 4 y
fig. 5, n.0 1) se encontraron en prospecciones anteriores realizadas por los miembros del Grupo Arqueológico de Rojales y se conservan actualmente, al igual que
la mayoría de las piezas, en el Museo Arqueológico de
Guardamar; las procedentes de nuestras excavaciones
están depositadas en el Museo Arqueológico Provincial
de Alicante.
El total de los fragmentos conocidos en el momento de realizar nuestro trabajo -1981- era, como ya se
ha indicado, de 145, número que se habrá incrementado con los trabajos de prospección y excavación realizados en los llltimos años, incluyendo una nueva pieza
casi completa. Los que entonces conocíamos se agrupaban de la siguiente manera:
1. Fragmentos no adscribibles a ningún tipo concreto (105 ejemplares):
16 sin decoración ni forma reconocibles.
36 con forma, pero irreconocibles.
10 de bordes superiores con parte del «platito quemadot».
39 de bordes superiores indeterminados.
4 de bordes inferiores.
2. Piezas completas y fragmentos adjudicables a
diversas formas y tipos (2 y 36 ejemplares, respectivamente):
1 al tipo A de A.M. Muñoz.
7 al tipo B de A.M. Muñoz.
30 a Jos tipos que podemos denominar propios de
Guardamar (cf. irifra).
3.2. LAS TERRACOTAS DE TIPO
«GUARDAMAR»
La publicación de la excavación se ha ido demorando por lo pobre de sus resultados -sólo dos de los
mis de cien pebeteros fueron encontrados en excavación, y en lugares de nula confianza estratigráfica-,
y en segundo lugar porque La reanudación de los trabajos, a cargo de la Escuela Taller de Guardamar y de
A. Garda Menárguez, hada prever la obtención de datos que permitieran explicar mejor el conjunto de terracotas y su entorno'. No obstante, las breves noticias que en au día dimos en algunos trabajos (Aa.u>,
1985; 1986: 152; 1987: 157 ss, espe.cialmente 163 ss)
han despertado la atención de varios estudiosos de estas representaciones y de la iconografla antigua, que
se han referido a eUas en diversas ocasiones, al tiempo
que nos solicitaban datos y precisiones en torno a su
lugar de aparición y contexto arqueológico.
Por todo ello, quiero aprovechar la ocasión que me
brinda el Homenaje a quien fue un maestro y amigo
entrañable como Enrique Pla para exponer con más
detalle los resultados principales de aquella breve campaña y arropar estas terracotas hasta ahora descontcxtualizadas, así como plasmar por escrito las observaciones que sobre estas figuras realizamos en su
momento•. No es ahora nuestra intención, sin embargo, ni realizar un estudio sobre las terracotas antiguas
ni publicar de forma exhaustiva el conjunto de terracotas de Guardamar.
Entre los 30 ejemplares atribuíbles al tipo •Guardamar» pueden individualizarse varios grupos:
1. Grupo al que corresponden varios fragmentos y
dos ejemplares casi completos. Poseen un rostro de forma aproximadamente circular, con rasgos en general
bastante difuminados; la nariz es triangular, prominente y recta; el mentón, corto y saliente; la boca está
formada por dos labios paralelos que no Uegan a unirse
en la comisura y los ojos por dos ligeros rebundimientos que apenas llegan a representarse plásticamente. El
rostro descansa sobre un fuerte cuello, cuyo Hrnite inferior viene determinado por el borde del vestido, en ocasiones recto y en ocasiones en forma de v. El pelo se
representa mediante una especie de casquete que cae
a los lados de la frente en dos aladares que cubrir{an
Jos parietales e irían a recogerse a la nuca; de ellos cuelgan sendos mechones torsos que delimitan el cuello y
Uegan basta el borde del vestido. Sobre el pelo, un pequeño disco central flanqueado por dos palomas muy
estilizadas. Una simple estría o un baquetón constituye
la solución de continuidad con un M.IIJtlw de forma cilíndrica.
De los dos pebeteros conservados casi completamente, uno es más alargado (fig. 3; lám. 1, A) con los
rasgos muy difuminados y un relieve poco acusado,
pero conserva completa la tapa superior -lo que tradicionalmente se ha venido considerando el •platillo• del
quemador-, sin que existan en a orificios ni restos de
combustión de ningún tipo. La otra figura, muy similar a ~sta (fig. 4; lám. l, B), es de menor altura y de
diámetro más alto, aunque dentro de las características
229
[page-n-240]
L. ABAD CASAL
O....___...__.. 3 cm
Fit. 3.- 1Jmuo/4 tÚ ID ltJámz. Grupo 1
O.__...___,.___, 3c m
230
[page-n-241]
TERRACOTAS IBÉRICAS DEL CASTILLO DE GUARDAMAR
generales propias del grupo (lám. II, A); conservaba
restos de pintura color castaño en el frontal del kálatlws.
Ambos pebeteros proceden de matrices diferentes,
pero responden al mismo tipo. En él se incluyen también Ull tercer pebetero, s61o parcialmente conservado,
de dimensiones más pequeñas, pasta grisácea muy basta y rasgos apenas indicados (lám. U, B), y un fragmento encontrado en el nivel l del sondeo Alb, muy
rodado y dificil de identificar (fig. 5, n. 0 1), aunque
los vestigios que se observan en la cavidad del ojo lo
relacionan también con algunas del grupo que estudiamos a continuaci6n.
Estructuralmente, estas terracotas son un cilindro
hueco, con la base superior complet.a mente cerrada y
un orificio triangular abierto en la parte opuesta al rostro. El proceso de fabricación es bastante simple; sobre
una matriz con la parte figurada en negativo se aplic6
una placa de arcilla cuyos laterales se curvaron hacia
el interior hasta obtener una forma aproximadamente
cillndrica. La pieza resultante se cerró en su parte superior por medio de una capa de arcilla, del mismo
grosor que las paredes del recipiente, que se presionó
con los dedos contra los bordes interiores de éste, dando como resultado una especie de tapadera con la zona
central a una altura algo inferior a la de los bordes. La
parte figurada aparece delimitada por una estrfa o un
baquetón, que reflejan los bordes superior e inferior de
la matriz original.
2. Grupo formado por piezas no muy diferentes de
las del anterior, pero que presentan como rasgo más
significativo unas lfneas generales mejor definidas y,
sobre todo, una representación más realista del ojo,
que muestra ahora el párpado superior en forma de un
reborde que se curva basta alcanzar el lacrimal (fig. 5,
n.o 2; láms. ll, C y III). El globo ocular queda bastante visible, y en so centro se abre un amplio rehuodimiento, totalmente descubierto, que conforma la pupila. La nariz es algo menos triangular que en las piezas
anteriores, los labios siguen siendo dos resaltes paralelos, que no se unen en las comisuras, y sobre la frente
se aprecia el grueso y característico reborde del pelo,
d~de cuyo punto central surgen sendas líneas oblicuas, en dirección a los ángulos exteriores de los ojos,
que deben corresponder a dos crcnchas que no existen
en el grupo anterior. Hay también algunos fragmentos
con ojos de otro tipo, con rebordes que indican los párpados superior e inferior y sin indicación rehundida
para la pupila (lám. ill)
3. Otros fragmentos de rostros se encuentran a
medio camino entre los de los grupos anteriores. Los
caracteres generales son los mismos del grupo 1 (.nariz
y boca), pero presentan las crenchas del grupo anterior, que llegan a cubrir la oreja y se encuentran ahora
delimitadas por un reborde a modo de cordón (fig. 5,
n.o 3; lám. IV, A); éste no es otra cosa que el resultado de las incisiones que en la matriz delimitaron las
distintas partes del rostro, con lo que quizás se intentó
suplir la flllta de modelado. El mismo reborde contornea la mata de pelo que alcanza el borde del vestido
y que está separada de la superior por un elemento intermedio, que en un caso arranca de un botón y en otro
termina en una especie de corazón; esta última podfa
interpretarse como un pendiente o adorno aunque,
examinado en su conjunto, parece que se trata de una
interpretación caligráfica y desprovista ya de sentido
de una forma real, la de la mata de pelo que cae a los
lados de la cabeza de los pebeteros que hemos denomi·
nado del grupo 1.
Varios fragmentos, entre ellos uno encontrado en
la zanja de la ladera (fig. 6; lám. IV, B), presentan aves
afrontadas bastante más realistas que las de las piezas
anteriores, aunque siempre dentro de un cierto esquematismo, y tres resaltes de forma aproximadamente semiesférica entre ellas. No pueden relacionarse con ninguno de los tipos anteriormente descritos, ya que, al
menos en los fragmentos que conocemos, no se COJlserva la unión con la parte principal de la figura.
3.3. LAS TERRACOTAS DE TIPO
ccGUARDAMAR»: ALGUNAS
OBSERVACIONES EN TORNO A SU
BIBLIOGRAFÍA Y PARALELOS
Cuando aparecieron las primeras ter.-racotas de
Guardam.ar, su tipo resultó bastante sorprendente, ya
que ni coincidfa con los identificados en su día por
A.M. Muñoz ni se asemejaba a los que exisúan en La
Albufereta y otros yacitnieotos conocidos. Tiempo después observamos que en el Museo de Alcoy se conservaban piezas similares a algunas de las de Guardamar,
por Jo que nos planteamos si no se trataría de un tipo
de figura de carácter «popular» correspondiente al
mundo ibérico y más extendida de lo que en un primer
momento habíamos supuesto. Sin embargo~ la contin.uación de los trabajos en el Castillo de Guardamar y
la previsible aparición de nuevas piezas completas nos
hizo desistir de nuestra primera intención de realizar
un estudio exhaustivo de estas piezas. A ello contribuyó también el conocimiento de que varios expertos en
terracotas y religiosidad ibéricas las tenían en estudio,
y que un alumno de la Universidad de Valencia, ].
Juan Molt6, preparab¡¡ 8U Memoria de Licenciatura
sobre las terracotas de Alcoy, incluyéndolas en un contexto más amplio que contemplaba también las de
Guardamar.
A los diez años de su descubrimiento, algunas de
las terracotas de Guardamar han sido incluidas ya en
los estudios de terracotas ibéricas y púnicas del Medí-
231
[page-n-242]
L. ABAD CASAL
,1
1
2
O.._____...____, 2 e m
3
O..____......___ _. 2 cm
Fig. 5.- N.•J: Fragmert/11 del sondto ,A.lh. Grupo l. N.• 2:
FragrMfllb de ÚJ ladera. Grupo 2. N. • 3: Fragmmms de ÚJ ladera. Grupo 3
232
[page-n-243]
TBRRACO'fAS IBÉRICAS DEL CASTILLO DE GUARDAMAR.
terráneo Occidental; los estudios de Marfa Jos6 Pena
y Marra Cruz Marfn, principalmente, han contribu!do
a su conocimiento y difusión. M.J. Pena las interpreta
como ~el Hmite de la imitación-degeneración del tipo
[pebeteros en forma de cabeza femen ina] en ambiente
indfgena; su característica má.s destacada es su sencillez y tosquedad... • (1988), en tanto que M.C. Marín
considera que •tuvo que haber un cierto número de talleres en la propia Península(...) y parece evidente que
hubo también talle.res indígenas de imitación•; hace
ver que estas imitacione.s locales aparecen con frecuencia en las laderas de pequeñas elevaciones, sin restos
constructivos aparentes, que debieron ser santuarios
(MAR!N, 1987: 52 y 73). J. Juan Moltó, por su parte,
y tras desarrollar algunos de los argumentos que en su
momento expusimos, relaciona las terracotas de Guardamar con los tipos I, ll y liT de su grupo Vm de La
Serreta de Alcoy (1987-88: 314 ss, lárns. Vll-Vm;
1990: 139 ss; cf. ABAD, 1987: 164). En efecto, entre
ellos existe una similitud bastante considerable, simili·
rud que se acrecienta por la aparición, tanto en Guardamar como en Alcoy, de algunos fragmentos con un
aire más «helenfstico• -grupo V de Alcoy- que los
demás, plasmados, por ejemplo, en la perforación de
los orificios nasales en el caso de Guardamar, aunque
lo conservado no sea suficiente como para poder estu·
diar el resto del rostro.
En los últimos años, figuras de este tipo se han encontrado también en otros lugares; as{ por ejemplo en
los niveles ibéricos bajo la basOica tardorromana de La
Alcudia de Elche, y en un ambiente de los siglos n-1
a.C., encontramos un fragmento de uno de estos pebeteros, correspondiente a un rostro de nuestro gru·
po 2'; resulta significativo que lo único conservado
sea precisamente el fragmento del ro11tro, que parece
haber sido recortado del conjunto de la figura, lo que
nos hace preguntarnos si estas caras no pudieron llegar
a tener en sí mismas, y en determinadas ocasiones, un
sentido religioso o votivo propio, similar al de la pieza
completa; no hay que olvidar que en este mismo momento los rostros femeninos de frente son bastante frecuentes en la cerámica de Elche; su propuesta asocia·
ción con Tanit permitirla validar la hipótesis de que
también. buena parte de estos pebeteros sean repr~sen
taciones de Tanit o, mejor dicho, de la diosa indígena
asimilada a ella.
Hace pocos años tuvo lugar el descubrimiento de
un nuevo santuario ibérico en las inmediaciones del
poblado de Coimbra del Barranco Ancho, en J umilla
(Murcia). Aquí se identificaron también un conjunto
de terracotas que incluye, junto a algunas de los ti·
pos A y B de A.M . Muñoz, otras similares a las de
Guardamar; concretamente el grupo I de García
Cano, Iniesta y Page (en prensa; cf. MowNA, 1991:
154 ss, fig. 59) recuerda a algunas de nuestras figuras
del grupo 2, como también la aparición de múcaras
OL - - L - - - ' 2 cm
Fig. 6. - Fragmenlll t:úl tontko ZJ (laáera)
de rasgos más helenfsticos; no obstante, la mayor parte
de las terracotas de Jumilla presentan un mejor acabado que las de Guardamar, con una mejor plasmaci6n
de los rasgos básicos del rostro (cejas, ojos, nariz, pelo,
ment6n), por lo que parece que nos encontramos ante
otra producción local, que abasteció casi exclusivamen·
te a este santuario en un momento que puede datarse
entre los siglos rv y u a.C.
4. CONCLUSIONES
El conjunto de terracotas del Castillo de Gua.r da·
mar se incluye en un grupo de monumentos similares
que abarca, en lo que sabemos, la antigua Contestanía, con una prolongación hacia eJ este Oumilla) en
una zona estrechamente relacionada con ella, como
hemos expuesto en otra ocasión (ABAD, 1988, en
prensa). Es propia de santuarios, como se atestigua
en Alcoy y Jumilla, y como muy posiblemente es también el caso de Guardamar. Ya en su momento indicamos que1 por la distribuci6n de las terracotas y
por los materiales a los que se encontraban asociadas,
el yacimiento de Guardamar parec{a corresponder a
un santuario más que a una necr6poJis, aunque podía
esperarse que, a la manera del de La Se.rreta de Al·
coy, existiera tambi6n un poblado en sus proximidades (Aw>, 1985; 1986: 152). Las recientes investigaciones, tanto en el propio yacimiento como en otros
similares (La Serreta, Coimbra) parecen confirmar
nuestra idea.
233
[page-n-244]
L. ABAD CASAL
. En cu~to a las terracotas, se trata de un tipo muy
sunple, atestiguado en varios yacimientos de la Contestania y en su prolongación occidental; en un mismo yacimiento se detecta la existencia de varias matrices,
que no se atestiguan en los demás, por lo que supone~os que deben tratarse de producciones locales; es poSJble que las matrices originales procedieran de un solo
lugar o, más bien. que la difusión se haya hecho a partir de los propios pebeteros, que se han transformado
en moldes para obtener a su vez nuevas matrices. De
todas formas, tan sólo un detenido estudio de todas las
~erracotas conocidas en los diferentes yacimientos, que
mcluya también análisis de pastas, podrá. darnos precisiones al respecto.
En cuanto a la cronología, resulta muy dificil proponer una datación concreta, ya que la mayor parte de
los testimonios corresponde a piezas descontextualizadas; no obstante, casi todas ellas encajan en ambientes
de los siglos m.n a.C.; es la fecha a la que apuntan la
mayor parte de la cerámica ibérica de Guardamar, los
materiales del edificio subyacente a la basflica de Dici,
los nuevos estudios de La Serreta de Alcoy y el santuario de Coimbra.
Resulta tentador, aunque problemático, intentar
establecer una evolución tipológica de nuestras terracotas. De existir, tendríamos que partir de los tipos
más desarrollados -nuestro grupo 2-, del que se derivarían aquellos mb simples -grupo 1-, con muchos de sus rasgos fisionómicos ya perdidos, y fmalmente el grupo 3, cuyos componentes faciales están al
menos tan difuminados como los del anterior, pero en
los que la disolución formal ha avanzado considerablemente; el pelo llega a invadir la zona donde debería estar representado el ojo, y el propio pelo ha perdido ya
su función, convirtiéndose en algo meramente decorativo y ornamental. No obstante, este criterio evolutivo
tipológico debería ser contrastado con materiales convenientemente estratificados, ya que Jos diferentes grupos podrían corresponder también a desarrollos paralelos. Y no hay que olvidar que la presencia de restos de
pintura en al menos una de las piezas puede hacemos
sospechar que algunos elementos faciales hoy inexistentes - pensamos sobre todo en los ojos del grupo ! pudieron estar pintados, con lo cual el grado de sencillez y .esquematismo que hoy presentan estas figuras se
reduc~r{a bastante en su estado original.
N OTAS
' Sexte.rcio de Alejandro Severo. Peso J7,U gr.; módulo,
31,10 gr. Anvcno: busto del emperador a derecha, con corona de
laurel y hombros cubienos; leyenda lMP ALBXANDER PIVS
AVG. Reveno: figura femenina hacia la ixquierda, que lleva flore~
Cll uru m11.11o y « recoge el vutido con la otna; leyenda SPES
PVBLICA S C. Fec:ha: ~31-23~. Cf. RJC, IV, 2, 121, nóm. 6+8.
t • En la utilización. de los porcentajes de dittribuci6.n de l.
a
cerimaca en las laderu del caatillo hay que tener en cuenta que ae
234
P.rospectarOn ~i exclusivamente lu laderu oriental y meridional,
atn que ae tuvaeran en cuenta los depósitos de La occidental precisamente donde estuvo situada la población de ~poca modero~· un rastre? por etUl zona habría arrojado un mayor número de ~tos mú
rec¡entct, lo que no era .n uestro objetivo en aquellos momentos.
' Algunaa de cttae auposicioncs ya ae han cumplido, como la
coDJIAtaci6o de la cxirtencia de niveles ib&icos <:orrectamcnte cstratigrafiados en alguna.a partea del CuriUo.
. • Algunu de las obaervacionca que realisa.remos a eootinuaca6n ~o producto ~el trabajo conjunto del equipo de excava<:i6o
mencaonado al comaen~ del artfculo, y deben muc:ho e.pc<:ialmcnte
a Manuel Bc:ndala, qwen ca autor uimiamo dd dibujo de laa piczu
n:prcaentadas en lu fig.. 3, 4 y S (o.• 2 y 3); la n.•t de la lig. S
y la fig. 6 lo son de M .D. SA.nchez de Prado.
' Agradecemoa a R. Ramos el habernos mostrado ctta pieza
acm in~dita.
•
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ABAn
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T ERRACO!i\S IIIÉ. R! Ct\ S DL l C;\ STI LLO DE GUARDAMAR
235
[page-n-246]
L. ABAD CASAL
A
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8
Lóm. 11.-
236
A y B: Gmpo l. Ladtra. C: Grupo 2. Latkra
[page-n-247]
T ERRACOT
AS IB ~ RI CAS DEL CASTI LLO DE GUARDAM A R
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237
[page-n-248]
L. ABAD CASAL
A
8
Lám. IV.- A. Grupo 3.
238
úz~ra.
IJ: 1-ragmmws uarios.
l~adero.
[page-n-249]
Francesc Gust r
J ENER *
NUEVAS PERSPECTIVAS EN EL CONOCIMIENTO ,DE LOS
,
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE EPOCA IBERICA
Según una leyenda nórdica marinera, cuando un
niño moría su alma se introducfa dentro de un árbol.
Po.r ello en los astilleros de Flandes al esculpir los mascarones de los barcos, la madera era cuidadosamente escogida y preparada, y la más apreciada para ello era la
de los árboles que tuvieran dentro el alma de un niño
muerto. 'Una vez colocado el mascarón de proa, el espíritu se convertía en protector del barco, prevenía los
naufragios, alejaba toda enfermedad y ayudaba a los
marineros.
(Leyenda del folklore flamenco)
PREÁMBULO
Al plantearnos la elaboración de este trabajo, lo
hemos realizado exactamente con el mismo espÚ'itu y
escrúpulos que nuestro buen amigo y colega,
J .L. Maya elaboró un tema semejante, y por tanto nos
• Se.rvci, d'fnvenigacio,N
Oiputació de CasteUó.
Arqueol~giqucs
i
Prchiet~riques,
hacemos partícipes de sus aseve.raciones y matizaciones
al respecto de la problemática que presentan los enterramientos infantiles (MAYA, 1986). Ello representa, a
su entender, y estamos totalme.n te de acuerdo, una labor arriesgada e ingrata a causa de la insuficiencia de
datos y a las bjpótesis y especulaciones acientfficas en
que uno se arriesga a caer, y también por la fácil d escalificación ajena y a la propia limitación de los resultados; pero a la vez es imprescindible penetrar en. tan peligroso terreno, si se pretende desde el punto de vista
del arqueólogo, dar consistencia y a la vez superar visiones superficiales a un marco histórico concreto.
El tema de por sf, presenta como ya hemos apuntado grandes lagunas de conocimiento y compre.n sión,
u.nas veces por causa de la metodología empleada, únicamente a nivel empmco-arqueol6gico, otras por falta
de documentación y a la marginación que han sufrido
a nivel bibliográfico los hallazgos referidos a los enterramientos infantiles; ausencia de publicaciones que
describan con el máximo de detalle las características
del descubrimiento funerario en vez de los hasta ahora
incompletos (en el mejor de los casos) informes explicativos paleoantropológicos y que por suerte en la actualidad empiezan a ser elaborados concienzudamente.
La segunda gran dificultad, estriba en la imposibilidad
239
[page-n-250]
F. GUSl 1 JENER
conceptual de abarcar en toda su complejidad una simbología religioso-funeraria, acompañada de una profunda ritualización de unos inaprensibles conceptos escatológicos basados en una visión de la muerte,
compleja y rica en mitogramas y sacralizaciones divinas. En una palabra, para el Hombre a lo largo de su
existencia, la vida, como diría M . Eliade, no ha dejado
nunca de ser una hierofanía histórica; de ahí la gran
dificultad de interpretar con nuestra moderna mentalidad, la dialéctica vida-muerte de unas sociedades desaparecidas, pero aún a pesar de todo ello, los intentos
prosiguen ...
INTRODUCCIÓN
No fue sino en el año 1965, cuando se dio la primera noticia de la presencia sistemática de enterramientos infantiles de inhumación en yacimientos de
época ibérica y cuya existencia presuponía un ritual establecido (TARRADBl.l., 1965). Ya anteriormente
en 1961, se publicaron los primeros datos de la presencia de inhumaciones de niños en unas viviendas de un
poblado laietano (BMllm, P ASCUAL, C Al!Aw, Rov(lt.A,
1961). Aun a pesar de que en yacimientos como La Serreta o El Thratrato, se babfa señalado con anterioridad la presencia de niños de corta edad enterrados en
viviendas, nadie les atribuyó importancia alguna como
rasgo distintivo funerario del mundo ibérico (T~
otro ambiente de tipo continental o indoeuropeo, en el
valle medio del Ebro, en el asentamiento «hallstáttico»
navarro de El Cerro de la Cruz, en Cortes, se habfa
constatado la presencia de inhumaciones semejantes
(MAt.UQtrt:R, I, 1954: 184; II, 1958: 79, 80, 143).
En r~alidad nadie había analizado en profundidad
y con detalle, las circunstancias de tales hallazgos, inclusive el significado último que pudieran representar
dichas inhumaciones.
Las campañas de excavaciones que se llevaron a
cabo en los años 1968 y 1969 en los yacimientos situados en el interior montañoso de Castellón, denominados La Escudilla y Los Cabañiles (GoSI, 1971), vinie-
ron a engrosar la escasa lista de yacimientos con
enterramientos infantiles pertenecientes al área de la
cultura ibérica, y a plantear las causas y orígenes probables de los mismos. U nos años más tarde, ya
en 1977, se ensayó un primer intento de sistematización, conjuntamente con una tipología de tales inhumaciones y su área geográfica de extensión en la Península (BP.I:I'RÁN, 1977).
A partir de este momento, los hallazgos han. ido
sucediéndose de manera paulatina en diversas regiones
del mundo ibérico, y como resultado de ello se ha podi·
do reunir en 1989 a un grupo de investigadores del
tema, a fin de que colaborasen conjuntamente en una
240
puesta al d(a en una importante recopilación de casi
toda la documentación existente sobre dicho tema, sistematizándose por vez primera en un trabajo monográfico colectivo, cuya virtud ha sido aglutinar a diversos
autores en un proyecto común de planteamientos diversos a n ivel metodológico y aunar los diferentes teóricos encaminados a plantear, siquiera parcialmente, la
compleja problemática que representa esta modalidad
funeraria-ritual entre los numerosos grupos sociales indfgenas ibéricos (GuSI m- AL, 1989).
La llegada de Las primeras influencias de la llamada «Nueva Arqueología~> a nuestro país durante los últimos años de la década de los 70, revitalizó el panora·
ma de la arqueología española, la cual se encontraba
anclada en unos presupuestos metodológicos teñidos de
un fuerte empirismo acrítico. La -renovación epistemo·
lógica originada, ha dado lugar a diversas controversias teóricas y ha abierto nuevas perspectivas en la investigación arqueológica en general.
En lo que respecta a nuestro tema, la aparición de
diversos estudios de investigación puntual referidos a
los rituales funerarios dentro de lo que ha venido a llamarse «Arqueología de la Muerte» y la emergencia de
la llamada Arqueología contextua!, cuyos presupuestos
se basan fundamentalmente en el significado y la función simbólica y sus causas ideológicas a la hora de establecer sus teorizaciones, han proporcionado nuevos
instrumentos de investigación que facilitan una aproximación a la comprensión de realidades sociales y religiosas hasta el momento no planteadas en la arqueología tradicional (CKAPMAN, KINNES, lV.:mSJIORc , 1981).
Sin embargo y en lo que a nuestro propósito concierne, el estado actu al de la investigación sobre los enterramientos infantiles dentro del contexto de la llamada Cultura ibérica, podemos aflOllar que inicia sus
primeros intentos a partir de la actual década. Todavía
falta por recopilar mayor información emp(rica y tambibl quizás, acumular ciertas experiencias metodol6gicas para poder interpretar los datos actualmente conocidos, a fin de intentar establecer unas bases
hipotéticas iniciales de trabajo, las cuales permitan formular las primeras teorizaciones respecto a los mecanismos que han dado lugar en una sociedad plural y
compleja como la ibérica, y a la vez establecer unos sistemas de enterramie.n tos diferenciadores según el status
de edad de los individuos, mediante ritos singulares y
en Jugares en un principio, no dedicados estrictamente
como. emplazamientos funerarios.
Sin duda alguna, la etnoarqueología y un profundo conocimiento de la dinámica religiosa de las sociedades p rimitivas, habrán de jugar un decisivo rol a la
hora de establecer una base de conocimiento y, desde
luego la etnograffa sacra! y tanática, podrá mostrar aspectos que muchas veces desde perspectivas únicamente arqueológicas se llegan a intuir muy vagamente. Por
supuesto que los arqueólogos escépticos negarán la po-
[page-n-251]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE ÉPOCA IBÉRICA
síbilidad de establecer un nexo de comprensión hacia
los componentes ideológicos y religiosos de cualquier
comunidad pre o proto-histórica, aducie.n do que, si dificil es comprender la cultura material de una •sociedad arqueol6gica¡o, todavía lo es más llegar a discernir
los presupuestos religioso-funerarios y sus p rácticas rituales. Ello no nos ha de importar bajo ningún aspecto,
la muerte se puede «socializar» y jerarquizar y ello no
es sino reflejo directo de la estructura misma de los vivos; la complejidad de conocimiento es la misma en
ambos casos; si alguien niega lo uno, deberá negar lo
opuesto y viceversa. Si el objetivo es conocer en lo posible el •mundo de los vivos» de una sociedad arqueológica, también podremos llegar a discernir su antítesis,
el «mundo de los muerto&».
Así pues, aunque por el momento existen escasos
datos cuantitativos y cualitativos referentes a la práctica de la inhumación infantil en el ámbito ibérico, no
s6lo en recintos (
entre diversas poblaciones iberas (CUADRADO, 1987;
GRAciA, Murm.u, ~rr AL., 1989).
A nuestro modo de ver, el problema de la muerte
entre los seres humanos ha sido constante a lo largo de
cualquier cultura y periodo temporal. En el caso concreto del tratamiento funerario de los recién nacidos y
niños de corta edad, siempre se ha diferenciado con relación al sistema de enterramiento de los jóvenes y
adultos en general. Desde luego, no vamos a describir
en este trabajo todos los hallazgos, por otra parte numéricamente escasos, referidos a inhumaciones prehistóricas infantiles, ni a enumerar las distintas teorías
provenientes del campo de la Etnograffa, ni de la Antropología Cultural y ni mucho menos de la Ciencia de
las Religiones, sino únicamente pretendemos tratar el
tema de la constatación de la existencia de ciertos hallazgos funerarios de niños recién nacidos, fetos perinatales e incluso de criaturas de hasta medio año de vida,
enterrados de manera «singular» y pertenecientes a un
ámbito cultural determinado, el ibérico, y en una región geográficamente determinable, la franja oriental
mediterránea peninsular, bajo la perspectiva de una visión arqueológica.
El hecho diferencial del fallecimiento de un neonato o de una criatura en etapa lactante, y no digamos
de un recién nacido muerto o el nacimiento prematuro
de un feto perinatal, es de suponer causaría cierto impacto psicológico social y con ello se propiciaría la elaboración nútica de creencias y supersticiones alrededor
de las causas y motivos por las cuales un ser humano
no llegaba a acceder al grupo familiar y social. Nacer
muerto o vivir escasas semanas, induso días u horas,
da pie a especulaciones y a la creación de un cuerpo
de creencia!! religiosas y metaffsicas especiales. De ahí
quizás, el impulso de aislar a los individuos que no han
accedido al desarrollo fisiológico natural de La mayoría
de la población. La interrupción de la vida antes de su
plenitud en el ciclo normal vital, sería un hecho anómalo, al cual se le debe conjurar y en algunas circunstancias "sacarle provecho.. para el bien común o familiar. Incluso en la muerte intencional o preparada, caso
de los sacrificios rituales infantiles, presupone un hecho excepcional y por ello susceptible de un trato distintivo. El infanticidio sacral o ritual es un acto propiciatorio a ciertas divinidades por el valor intrínseco y
la propia excepcionalidad del sacrificado u ofrecido.
Por otra parte, la muerte natural, aun siendo un hecho
involuntario al grupo social, no por eUo deja do poseer
un valor excepcional, la existencia de una voluntad superior externa que frustra una vida y que es devuelta
a su lugar de origen, el más allá cosmogónico.
Ciertas teori2aciones sostienen que la criatura
muerta antes de su integración al ámbito familiar, y
por tanto a la sociedad, no posee derecho alguno a ser
enterrado según los cánones funerarios establecidos
por la comunidad de creyentes, y ello obligaría a un
sepelio al fallecido s.i n ningún ceremonial determinado,
bajo el piso de la vivienda. Si ello fuera cierto, se habrían descubierto innumerables enterramientos infantiles en los numerosos poblados ibéricos excavados basta el presente. Y esto no es asr, pues el número de
inhumaciones localizadas con ser cada voz más importante, no parece constituir un indicativo de la mortalidad natural infantil real, la cual hubo de ser porcentualmente alta, sino que en nuestra opinión, detrás de
la existencia de todos estos enterramientos constatados
arqueológicamente, parece existir la presencia de un
complejo ritual necrolátri.co, muy diversificado, altamente sistemati~ado y organizado, y que en algunos
casos es evidente y en otros presumible. La complejidad de la mayoría de hallazgos funerarios, no permite
sieJD.pre conocer con certe~a las causas de la presencia
de las inhumaciones infantiles con sus peculiares características, con o sin ajuar, en urnas o en fosas, bajo piso
del recinto, o en el interior de bancos corridos, escaleras, etc.
El hecho de que el margen de edad de las criaturas
inhumadas abarque desde fetos a término o perinatales, hasta los seis meses de vida, delimita el ámbito del
ritual. Por otro lado, en las necrópolis de incineración
al parecer son depositados los restos de niños mayores
de medio año (después de haber sufrido la cremación
correspondiente), aunque la falta de estudios antropológicos detallados al respecto, no permite por el momento conocer con certeza el margen de edad de las
criaturas fallecidas, así como las posibles causas de su
muerte, y con ello po!ibilitar el estudio de la correspondiente tasa de mortalidad infantil. Sin embargo, la
línea de investigación actual empieza a ser conocida
241
[page-n-252]
F. CUSI 1 JENER
mediante las publicaciones completas y detalladas desde unas perspectivas arqueológicas y anatómicoantropológicas, ensayan la manera de establecer el contexto, las causas y la edad de las criaturas fallecidas
(CuADRADO, 1987; SANTOP
lactantes no fueron incinerados, tal y como atestiguan
Jos enterramientos T-104, T-162, T-177 y T-201. En la
necrópolis de Pozo Moro, la mayor parte de la presencia infantil se atribuye a niños mayores de un año, ex·
cepto en la tumba PM 34: 8E-2, donde al parecer se
hallaron unos escasos restos incinerados de una criatura menor de un año de vida (Rilv&RTB, 1985: 270), lo
que vendría a corraborar nuestra creencia de que a
partir del medio año, los infantes eran en su mayor
parte incinerados. Thdo ello refuerza nuestra hipótesis
de que tanto los neonatos como Jos lactantes en determinados períodos anuales pudieron ser sacrificados ritualmente, y como consecuencia de ello eran enterrados de diversas maneras, tales como bajo el pavimento
en fosas, o en urnas en ciertas estancias •domésticas•
e incluso en edificios cultuales.
¿Entonces qu~ sucedía con los recién nacidos y
criatura5 cuya edad no sobrepasaba el medio año de
edad y que falledan de manera natural? Y ello ocurriría muy a menudo. Hasta el momento no lo sabemos
con certeza, algunos autores creen que eran enterrados en el interior de las viviendas, pero entonces habremos de pensar que dicha mortalidad e.r a escasa.
Quizás los neonatos muertos por cau sas naturales en
ciertas ~pocas del afio agrícola o durante algun acontecimiento religioso singular, también fueron ofrecidos
en sacrificio ritual (lo cual indicaría que no siempre
era forzoso una inmolación intencional) y fuesen
«aprovechados" para ser ofrecidos a ciertos cultos
agrarios estacionales, y luego inhumados con mayor
o menor prestancia, a modo de recuerdo y agradecimiento a la divinidad y de esta manera ser con ello
vehículo de propiación de unos bienes sociales o familiares; ello explicaría en parte, los enterramientos co·
lectivos de La Escudilla y Los Cabañiles, entre otros.
En algunos casos, la muerte del niño ser(a «utilizada.
para reestructurar viviendas o ámbitos de producción
económica artesanal doméstica, etc., y de esta manera
honrarían y protegerían con su presencia citualizada
y sacralizada, a modo de ofrendas votivas, las nuevas
actividades cotidianas. En el caso que la muerte sucediese en un per{odo no significativo dentro del ciclo
agrícola, o incluso que no fuese coincidente con una
reestructuración de la casa o de las actividades económicas, quizás entonces el niño fallecido no adquiriera
valor de espíritu lar y fuese expuesto al aire libre en
algún lugar sagrado, a modo de cementerio abierto,
y sus restos se convirtiesen en pasto de animales salvajes y a la acción climática, y por tanto fuesen devuel-
242
tos nuevamente a la Madre Naturaleza o al esp1ritu
del más allá.
ESTADO DE LA CUESTIÓN
A modo de premisa, hemos de advertir que no
pretendemos en este trabajo describir, siquiera parcialmente, la problemática de las prácticas funerarias infantiles mediterráneas n.i tampoco los rituale.s de sacrificios de primogénitos, ni en el mundo griego ni del
fenicio-pónico, cuya extensa bibJiografla hace innec,esario su planteamiento, sino (micamente centrar el
tema de manera periférica, circunscribiéndolo estricta·
mente a los límites del mundo ib~rico peninsular y
como extensión obligada a la región insular balear de
manera más sucinta.
Los grupos sociales ibéricos asentados a lo largo
de las tierr as costeras y su retropaís continental montañoso, asimilaron a lo largo del tiempo con mayor o menor fuerza, no sólo la convergencia de complejas influencias del expansivo mundo colonial mediterráneo
desde el siglo vm, sino también los procesos de romanización como colofón cultural en los albores del cam·
bio de Era, incorporándolos a su propio bagaje cultural, el cual no era sino producto reelaborado de dichos
fenómenos civilizadores. Sin embargo, no hemos de ol·
vidar su propio sustrato como un factor fundamental
más de sincretismo culturizador.
Actualmente, el panorama que se posee referido a
los enterramientos infantiles, no presenta unas mismas
caracterlsticas comunes en las distintas áreas o zonas
donde se ban localizado; por ejemplo el área meridional presenta por ahora un vacío de información; la
zona valenciano-catalana y región bajoaragonesa, así
como el valle medio del Ebro, van proporcionando
cada vez más mayor documentación arqueológica, e incluso se posee una inicial presencia de inhumaciones
infantiles en yacimientos claramente preibéricos, databies en su mayor parte en un momento deJ Bronce final
e incluso algunos adscribibles a una fase del Bronce
tardío, como por ejemplo La Pedrera de Vallíogona
(Lérida), fechable en un momento previo a la implantación de las gentes de los Campos de Urnas, a fines
del siglo XJD y comienzos del xu; la Peña de la Due.ña
(CasteUón), también adscribiblc al mismo período ero·
nológico que el anterior; el poblado de Carretelá (Lérida), datable a inicios de la aparición de los Campos de
U mas, a comienzos del siglo XJ; asentamiento del
Tossal de les Tenalles (Urida), encuadrable en un mo·
mento del Bronce final, siglos vm-vn, al igual que el
yacimiento de Los Azafranales (Huesca). Todos estos
yacimientos parecen indicarnos que en un momento
anterior a la aparición de los influjos coloniales medite·
rráneos, el mundo iod(gena del Bronce tardío y final
-éste ültimo ya dentro del periodo de los C. de U.-,
[page-n-253]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE .ÉPOCA Il3ÉRICA
inhumaba de manera diferenciada los cuerpos de niños
fallecidos temp.ranamente, lo cual añade mucha más
complejidad a esta modalidad de enterramiento, agudizando la problemática de su significación 11ltima. Vemos pues que e1 sustrato preibérico, también pudo influir en determinadas regiones respecto a la posterior
adopción de esa práctica funeraria infantil Los componentes del sistema pueden pues provenir del propio
mundo del bronce terminal local, arraigadas en costumbres funerarias propias y deJas gentes de los Campos de Urnas; a la vez la influencia del mundo griego
y la acción de la esfera fenicio-púnica. En qué medida
y de qué manera algunos de estos factores han origina·
do fenómenos religiosos y culturales, es por donde ha·
brá de encaminarse la investigación arqueológica en
este campo concreto de la práctica funeraria, en el
futuro.
Ahora bien, si centramos la problemática dentro
del amplio complejo geográfico del mundo cultural ple·
namente ibérico, vemos tres amplias zonas o áreas donde se detectan con mayor o menor precisión la práctica
de las inhumaciones infantiles: zona costera levantina
(Languedoc-Rosellón, comarcas litorales catalanas y
valencianas); zona continental (tierras interiores occi·
dentales catalanas, valle del Ebro, Bajo Aragón y zona
montañosa valenciana); y zona del sudeste y meridio·
nal (valle del Segura, región murciana, Albacete y re·
gión andaluza). El llamado mundo celtibérico y castre·
ño, en este caso queda fuera de nuestra revisi6n, dada
su complejidad y también por no formar parte del
tema inicial de este trabajo, referido exclusivamente al
mundo cultural propiamente ibérico.
Con respecto a los distintos sistemas de enterra·
miento infantil, fundamentalmente se inhuma median·
te la utilización de urnas o directamente en el suelo con
o sin fosa, y con enterramiento primario (restos esque·
!éticos completos) o secundario (restos anatómicos par·
ci.ales y/o dispersos). A su vez, pueden tambi.én adoptar
diversas variantes en ambas modalidades (primaria o
secundaria), como puede ser los enterramientos indivi·
duales, en pareja, colectivos, y con sepulturas no visibles bajo pavimentos, escal.e ras, bancos corridos, etc.,
o visibles mediante una señalización intencional <*ter·
n!l; todos ellos con o sin ajuar funerario, a veces con
la presencia de restos óseos de animales jóvenes, no
siempre directamente complementados o relacionados
directamente con los enterramientos infantiles. Los lu·
gares de uso necrolátrico son los ambientes aparentemente domésticos, recintos singulares y/o cultuales, e
incluso espacios de producción económica especia·
!izada.
Las causas de la singularización de dichos enterramientos en sus distintas variantes, sin estar claramente
establecidas o determ.iQadas, se las podría, en nuestra
opinión, relacionar con r itos del principio y el fin, fun·
dacionaJ, agrícolas estacionales de fertilidad, restitu-
ción, admisión/filiación (en caso de su presencia en necrópolis de incineración), e incluso de no identidad.
Otro sistema de enterramiento infantil utilizado,
quizás esporádicamente, y que debe corresponder quizás a otros presupuestos ideológicos y religiosos, o in·
cluso a planteamientos sociales, es el relacionado con
la incineración infantil perinatal o de recién nacidos
enterrados en necrópolis convencionales de adultos,
aunque como veremos más adelante, algunos investigadores presentan sus dudas y objeciones a la existencia
real de esta supuesta ]>ráctica funeraria.
Actualmente, la cuestión referida a la problemáti·
ca de los enterramientos infantiles, no presenta una
unanimidad de criterios en lo que respecta tanto a sus
odgenes, como a las causas y f'malidad de los mismos.
Algunos autores como Lillo Carpio, sostienen que al
igual que en Jos enterramientos aparecidos en el recin·
to del poblado murciano de Coimbra, no provienen de
la práctica de sacrificios rituales, y dan como única razón la alta mortalidad infantil de la época (LtLLO,
1981: 54; MALuQ.UER, 1958: 143; MfNGUEz, 1988). Para
el mencionado autor, la diferencia entre el uso de la in·
cineración y la inhumación radica únicamente en el
hecho de que el individuo fallecido posea el rango de
miembro de pleno derecho o de que no lo sea; por tan·
to, si es incinerado es un miembro social, por el contra·
rio la inhumación es una práctica privada doméstica o
familiar, sin ninguna relación con la comunidad (LtLLO, 1981: 54). Al respecto, hemos de subrayar que dicho investigador no da explicaci6n alguna referente al
hecho de la existencia de enterramientos cuidados con
ajuar funerario y de la presencia de otros efectuados
en fosas colectivas, sin ofrendas ni ajuares, ¿sería ello
debido de diferenciaciones sociales, o simples ausencias de afecto familiar, o a distintas prácticas rituales
y religiosas?
Para Guérin y colaboradores, el panorama es algo
más complejo, ya que según su opinión, existen tres
modalidades pt'incipales de enterramientos, aunque no
descarta la posible existencia de otras más: inhumaciones múltiples sistemáticas e.n vivienda; inhumaciones
excepcionales en edificios domésticos; e inhumaciones
en edificios no domésticos (templos). Por otro lado cree
que todos estos sistemas o modos de enterramientos
son variables en cada caso particular, como la utilización de urnas, aunque no siempre; la inhumación de
ciertas partes del cuerpo, etc.
Este investigador hace especial hincapié en la propia importancia que posee cada lugar en donde se na
realizado el enterramiento, ya que ello indicaría la
existencia de diversos ritos como por ejemplo, entre
otros, los de admisión o afiliación. También Guérin
apunta la posibilidad de que en algunos casos, los niños inhumados fuesen considerados como posibles di·
vinidades protectoras de las distintas actividades prac·
ticadas en las estancias donde se ubican los
243
[page-n-254]
F. GUSI J JEN.ER
enterramientos, coJ]lo sucede por ejemplo en la vivienda 7 del poblado valenciano del Castellet de Bernabé,
donde apareció un pebetero, as{ como otros dos recogidos en el departamento 1 del asentamiento del Puntal
dels Uops. A su ve~ no descarta, aunque según dicho
autor no existen pruebas fehacientes para afumarlo
con certeza, la posible práctica de sacrificios fundacionales y su commemoración periódica.
Respecto a dichas costumbres funerarias, encuentra paralelos, aunque parcialmente, con otras prácticas
mediterráneas similares, pero no llega a pronunciarse
respecto a la valoración de cuáles fueron los factores
principales de la posible aculturación ibérica, y si la
procedencia se transmite por la influencia del mundo
griego, o por el contrario proviene del área de influen·
cia sem{tica (Gutam, M.utiNu, 1987-1988: 231-265).
Posteriormente, a tenor de los numerosos hallazgos de
enterramientos infantiles localizados en el yacimiento
de El Castellet de Bemabé, cifrados en más de diez inhumaciones, rechaza la idea suya inicial referida a la
existencia de un culto funerario vinculado a cada inhumado. Tampoco sostiene ya la teoda de la homogeneidad de la edad natal de los enterrados, ni el concepto
preexistente de unidad de .. contenido», ya que fueron
hallados niños de mayor edad a la perinatal y también
una tumba de ovicaprido, por lo que establece la posibilidad de un trato funerario en función de la edad de
los fallecidos. Se manifie.s ta igualmente en contra de la
idea general de que el origen de las inhumaciones viene determinado por la alta mortalidad infantil de la
época, ya que el contexto de ciertos enterramientos
comporta la práctica de otros muy complejos ritos funerarios. A su vez, sostiene la hipótesis de la existencia
de un rito de paso. El niño al que se le proporcionaba
un nombre quedaba vinculado, aun después de muerto, a los vmculos de lazo familiar y como consecuencia
de ello, se le proporcionaba un ajuar funerario.
El autor establece, a p artir de los últimos hallazgos
en El Castellet de Bemabé, una ordenación. binaria
r~pecto a los modos de enterramiento infantil. A: enterramiento en urna, subdividido de la siguiente m.a nera, A 1: inhumación total o parcial de recién nacido,
sin ajuar; A 2: inhumación total o parcial de niño de
varios meses, con ajuar. B: inhumaciones directamente
en tierra, distribuido como sigue, B 1: recién nacidos
o fetos, enterrados sin ajuar; B 2: animales enterrados
en su totalidad o parcialmente, sin ajuar. Al parecer,
también existe una diferenciación cualitativa entre los
niños de varios meses de edad, enterrados con ajuar,
y los fetos a término o recién nacidos, inhumados en
tierra, los cuales a su ve.z, no tienen ningún trato dis·
tinto a los enterramientos de animales. Para Guérin es
imposible conocer con exactitud la c.ronolog{a puntual
de cada inhumación, ya que ésta pervive durante todo
el tiempo de ocupación del asentamiento. Deduce la
posibilidad de existencia de lugares preferentes desti-
244
nados a los enterramientos, como por ejemplo los muros orientados al este, bajo las escaleras, etc. Así pues,
pon.e en relación estrecha, el emplazamiento de las distintas inhumaciones con la construcción, o incluso la
destrucción de las estructuras arquitectónicas que albergan dichos enterramientos, y establece la hipótesis
de la existencia al respecto de los ritos de inicio y fmal
de las actividades ocupacionales de los recintos. Los ritos de iniciación obligarían a depósitos y sacrificios
fundacionales; por el contrario, el rito final o de abandono, señalaría el cambio en las actividades o la clausura del recinto (rito de cambio), tal y como parece suceder en los departamentos 1 y 6 de El Castellet de
Bemabé.
En opinión de Guérin, se practicaban en ciertas
ocasiones, ritos de sustitución d e animales jóvenes, eS'pecialmente ovicápridos, en lugar de niños, lo cual indicada el carácter sacrificial de las inhumaciones infantiles.
La presencia de enterramientos efectuados bajo
los pisos de los recintos y sin ninguna relación con el
resto de la construcción, muy posiblemente se la pueda
considerar como ejemplos de fallecimientos por muerte
natural; por el contrario, los enterramientos enmascarados por las estructuras de la propia construcción, se
han de relacionar con sacrificios cruentos, por tanto no
todas las inhumaciones, se efectuarían por motivos rituales (GutluN, CALVO, GRAu, Guu.t.1N, 1989).
Otro investigador que en su momento ensayó sistematizar el tema en cuestión, Beltrán Lloris, intentó
establecer mediante una tipología, las distintas modalidades de enterramientos que en el momento de su pu·
blicación, creía podían clasificarse, y que en su opinión
ser, en necrópolis, en recintos domésticos y sacrificios
de tipo ritual. No diferenciaba este autor, las distintas
prácticas del m undo fenicio-púnico, ibérico y campos
de urnas, aunque el origen de esta costumbre funeraria
infantil, habfa de considerársela como de inequívoca
inOuenCia semita, y hace constar también su presencia
en el mundo indoeuropeo peninsular.
Este autor cree a su vez que la mortalidad natural
infantil era la "causa inmediata», aunque también afirma que el sacrificio ritual, era una práctica a tener en
cuenta (BEcrRJ.N, 1977).
Por su parte, y en otro orden de cosas, Gracia
Alonso discrepa de la opinión de Cuadrado con respecto a la presencia o no de inhumaciones infantiles en necrópolis convencionales de incineración, puesto que
aquél cree que únicamente tienen d erecho a ser enterrados junto a los adultos, los niños de cierta edad, ya
integrados y aceptados dentro del seno del grupo social
y familiar que le corresponda por derecho paterno, y
por ello este autor niega rotundamente que las inhumaciones de recién nacidos se practiquen en cualquier
necrópolis cineraria. Para Gracia Alonso, los niños son
incinerados a partir de los siete meses de vida y sus res·
[page-n-255]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE ÉPOCA mÉRICA
tos se depositan en los cementerios de incineración o
campos de urnas, y la causa puede deberse por motivos
religiosos y cultuaJes distintos, una de las influencias
quizáJ pudiera provenir del área del mundo griego e
incluso de la esfera púnica. A su vez, sostiene, en contra de la mayorla de los investigadores, la ausencia de
pruebas de orden arqueológico y literario que demuestren que hubiesen existido en la Península, sacrificios
rituales infantiles de tipo semita, y por tanto, según su
opinión, no se puede llegar a verificar dicha influencia
en las prácticas religioso-funerarias ibéricas.
Gracia Alonso distingue las siguientes modalidades
de enterramientos infantiles: 1. Enterramientos en hoyo,
directamente en tierr a (Puntal deis Llops), y también
aprovechando los desniveles de la roca natural del asentamiento, acondionándolo con revoque (Thró de Can Olivé), cubriéndolo mediante losas (Moleta del Remei), o
incluso en tierra cribada (Penya del Moro). La ubicación
de estas tumbas se encuentra frecuentemente en los ángulos de las estancias, al pie de los muros, y/o bajo escaleras (TossaJ de Les Tenalles, El Taratrato, La Romana,
Coimbra del Barranco Ancho, La Serreta, La Cayla, Darró y El Puig de La Nau). 2. Enterramientos colectivos en
fosa, mediante acondicionamiento del terreno y delimitación con bloques pétreos (Moleta del Remei), o mediante zanjas incluso sin acondicionamiento previo (Coimbra del Barrancho Ancho). 3. Enterramientos en
urnalanfora, como influencia del endrJtrismo griego, y que
pueden ser individuales (ThssaJ de Les Forques, La Escucülla, Los Cabañiles, El Castellet de BernaM, Los Villares), o múltiples (Los Cabañiles, La Seña [2] y La Escudilla (5]).
También se encuentra, según Gracia Alonso, una
variedad de prácticas en distintas áreas geográficas, así
como la utilización de diversos tipos de contenedores
cerámicos funerarios . No existe, por otra parte, ninguna preparación espacial en la colocación de aquellos.
A su vez, no considera como enterramientos las cuarenta urnas asentadas en sus respectivos orificios, descubiertas en el departamento A del poblado de San
Antonio de CaJaceite.
Este investigador pretende establecer una distribución de todas estas prácticas funerarias, según el
tipo de construcción, ya que cree exista una relación
entre ambas: l. Construcciones tipo vivienda con un
número reducido de inhumaciones infantiles, y por
tanto se puede hallar una relación con una mortandad
natural dentro de unos grupos familiares .
2. Construcciones consideradas como lugares de claro
significado cultual; en este caso, un rasgo funerario a
tener en cuenta es la presencia de elementos que acompañan las inhumaciones infantiles (a modo de sencillos
ajuares), como por ejemplo muestras de cereales, huesos de animales jóvenes - ovejas, cabras, suidos y
conejos-, los cuaJes no guardan ninguna relación con
el banquete fúnebre.
Existen por otra parte, las prácticas de ofrendas
fundacionales, las cuaJes no tienen relación alguna con
las inhumaciones infantiles, tal y como sucede en los
yacimientos de La Penya del Moro y en el Turó de Can
Olivé. Por ello, Gracia Alonso no está de acuerdo con
la tesis, por la cual, se sostiene que ciertos enterra·
mientos tengan el carácter de rito fundacional. Para
este autor, los ritos fundacionales acompañados de sacrificios de ovicápridos u ofrendas de huevos, se han
de considerar aparte del ritual funerario, puesto que de
no ser así, no tendrían sentido los enterramientos múltiples acondicionados, y la inhumación de más de un
cadáver bajo el pavimento perteneciente al momento
ocupacional de la estancia.
Todas estas prácticas las sitúa cronológicamente,
según los enterramientos constat~dos hasta el momento, dentro del siglo IV con una perduración que llega
de manera ininterrumpida hasta ~poca romana tardía.
La influencia de todo este ritual funerario infantil
constatable en el mundo ibérico, se debe a dos coriien·
tes fundamentales, la de ascendencia griega y la de origen indoeuropeo, cuyas prácticas según dicho investigador, se diferencian sin lugar a dudas de los rituales
de sacrificios infantiles del mundo semítico feniciopúnico (GRACv., M uNit.LA, ~L, CA.MJ'ru.o, 1989).
Nuestra particular postura aJ respecto de la problemática en cuestión, ha sido hasta hace poco, hemos
de reconocerlo, dubitativa. En una primera etapa de
nuestros trabajos sobre el tema publicados entre 1970
y 1971, sosten{amos con cierta reserva que todas las inhumaciones infantiles constituían unos ritos funerarios
de tipo religioso de inmolación, cuyo origen provenfa
del mundo púnico, y practicados en viviendas, aunque
reelaborados y adaptados a las propias tradiciones cultuales ibéricas (influencias de los C. de U. en el uso de
las urnas como recipientes funerarios) . Tambi~n sosteníamos la opinión referida a la existencia de un alto
índice de mortalidad infantil entre la población indígena. En resumen, constatábamos un sincretismo de ritos
provenientes de las influencias púnicas y del mundo indoeuropeizante de los campos de ornas, aunque no en·
trábamos en valoraciones más puntuales (GvSJ, 1970;
Gus1, 1971).
Posterionnente, en unos artículos escritos en 1989,
seguíamos sosteniendo que las inhumaciones en vivien·
das, se efectuaron dentro de espacios dom~sticos pero
considerados también como lugares de culto ritual·
simbólico. Los recién nacidos, fallecidos de manera intencional o no, carece.r ían de un status social, por tanto
se lea entierra dentro de su propia área doméstica, a
fin de estar protegidos en su propio ámbito y a la vez
ejercer una acción propia benéfica y protectora en el
entorno del grupo familiar.
A pesar de que el uso funerario de las urnas como
depósitos de los restos infantiles pensábamos provenía
de una influencia fenicio-púnica, aceptábamos que su
24-5
[page-n-256]
F. GUSI I JBNER
introducción en el mundo ibérico se veía facilitada por
la existe.n cia previa de la costumbre funeraria de los
campos de urnas, aunque no llegamos a disociar en
profundidad la contradicción
inhumaci6nincine~ación. Por otra parte, manteníamos con dudas
y reservas, la idea del sacrificio intencional de criaturas
recién nacidas o de escasa edad como resultado de la
influencia exclusiva del mundo semítico. Por otro lado,
las inhumaciones infantiles sin urnas, bajo Jos pisos de
las estancias, podían provenir de la tradición cultual y
religiosa de la anterior etapa del Bronce local y rechazábamos las opiniones de quienes sostenían la preponderancia de una influencia funeraria procedente de la
esfera del mundo griego. A su vez, las inhumaciones
en urnas podían señalar la presencia de influjos púnicos y con mayores reservas, también las del mundo de
los campos de urnas. En realidad pensábamos que existían unas posibilidades lógicas de que se hubiese establecido un sincretismo o una confluencia de distintos
ritos funerarios convergentes, incluso en la propia for·
ma y manifestación externas en la inhumación de criaturas de corta edad, aunque sus orfgenes y cronología
fuesen distintos, y cuyo significado último se asemejase, todo lo cual permitió a los grupos indígenas reelaborar determinados ritos propios. Sin em bargo, sosteníamos un escepticismo relativo, ya que por otro lado
creíamos imposible llegar a conocer en profundidad el
origen de las ideas religiosas y simbolismo de este rito
de la inhumación infantil de recién nacidos.
Con respecto a Jos yacimiento¡¡ de Zucaina (OasteU6n), les atribuimos en razón de un nuevo análisis de
lo\! materjales arqueológicos, una mayor antigüedad,
situándolos en el cambio de los siglos v1-v. En cuanto
al recinto H-2 de La Escudilla, no estábamos de acuerdo con otros autores (Guérin y colaboradores) respecto
el que dicha estancia fuese una cccasa-templo .., aunque
tampoco rechazamos la idea de que en realidad fuese
un lugar necrolátrico, ya que constatábamos Ja existencia de enterramientos secundarios en dicho recinto,
tambié.n negábamos la posibilidad de que el recinto
H -3 fuese un templo (GuSJ, 1989a).
En otro trabajo elaborado posteriormente, pero publicado con mayor rapidez (Gus1, 1989b), sinteti2ábamos nuestro actual'IJlodo de entender el problema y sos·
tenfamos que todos estos supuestos ritos, sin descartar
las influencias mediterráneas -mundo fenicio-pú.nico
y con menor posibilidad del área griega-, p rovienen
fundamentalmente del arraigado tradicionalismo religioso autóctono del mundo preindoeuropeo y adscribible al Bronce fi.n al, aunque tampoco negamos que hubiera habido a su vez un aporte de las tradiciones
funerarias d e las gentes de los campos de urnas. Asf
pues, con todas estas convergencias se estableció a nues·
tro modo de ver un sincretismo religioso y funerario.
Con respecto al yacimiento de La Escudilla, el
conjunto constructivo constituía para nosotros un lu246
gar necrolátrico en donde se celebraron unos rituales
funerarios infantiles, y uno de los edificios, el H-3, lo
considerábamos como muy probablemente un "recinto
singular», quizás con ciertas funciones cultuales, a
modo de sencillo templo y con una finalidad a la de
los otros dos recintos. Como se verá m ás adelante en
este trabajo, esta indecisión permanente que ha presidido todas nuestras opiniones sobre el tema, la hemos
resuelto calificando la H-3 como un templo y los recintos H-1 y H-2 como dos áreas anexas con función ne·
crolátrica infantil.
En los tr abajos de 1989 calificábamos a la habitación A del yacimiento de Los Oabañiles como un espacio ccsingular.. de tipo funerario y descartábamos la
idea de un recinto o vivienda doméstica común. También considerábamos que la finalidad de tales rituales
sacrificantes, se encontraba orientada con los ciclos
agrícolas cerealfsticos y pastoriles, a modo de culto a
la fertilidad (presencia de cereales y de ofrendas de ani·
males jóvenes), creencia que seguimos actualmente
manteniendo. En cuanto a la cronología de los conjuntos constructivos, lo r ebajaríamos a una primera mitad
del siglo v, ya que creemos algo forzada nuestra datación de fines del vt-inicios del v a.E.
También seguimos de acuerdo con nuestra afirmación de que cada zona geográfica local o regional dentro del mundo ibérico, posee sus propios mecanismos
cultuales y rituales, siempre en función de sus necesidades socio~económicas y del aporte de las influencias
externas recibidas, según suceda en cada periodo temporal, dada la larga perduración de las inhumaciones
infantiles de neonatos y lactantes (entendiendo los pri·
meros como recién nacidos basta un mes de vida y los
segundos, hasta los seis meses de edad), aunque ello no
niegue que hubiese cierta estructuración global de
ideas y creencias comunes entre las distintas poblaciones del mundo ibérico, as( como quizás ciertas divinidades compartidas dentto de una misma cosmovisi6n
(Gost, 1989 a-b).
EL MODELO NECROLÁTRICO DE
LA ESCUDILLA-LOS CABAÑILES
La existencia de dos conjuntos arquitectónicos
próximos entre s{ y con una anormal presencia cuantitativa de enterramientos infantiles en urna, nos hace
pensar que sobrepasa su aparente fmalidad ccdoméstica», a modo de simples asentamientos poblacionales.
En especial destaca, el conjunto de La Escudilla, con
sus tres grandes estancias, cuyo ambiente formal e incluso el propio material recogido, nos indujo a creer en
un primer análisis (Gusr, 1970) que constituían unas
viviendas corrientes. Sin embargo, tanto la distribución de los propios enterramientos, como su excesiva
cantidad de inhumaciones, nos ha obligado posterior·
[page-n-257]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE ÉPOCA IBÉRICA
- .. -.. . -
- ........ ............. ........... _
--· - -- ----- .. ____ -- ---·-· ·· - .
...
..,
•
//
<;)
H-2
.
--
Fig. 1.- Planta dJ conjunlo di La Escudilla
mente a reconsiderar todas estas evidencias bajo un en·
foque teórico distinto. Efectivamente, si analizamos
cada uno de los tres espacios que constituyen todo el
conjunto de La Escudilla. y luego lo enfocamos de manera global, vemos que constituye un todo homogéneo
con unas peculiares caracterfsticas estructurales que
proporcionan una singular función funeraria y cultual.
En primer lugar, la propia ubicación topográfica de
ambos yacimientos, nos muestra una estrecha relación
complementaria entre ellos, máxime cuando los mate·
riales recogidos son semejantes y adscribibles a una
misma etapa crono-cultural; en segundo lugar, en Los
Cabañiles, la presencia del mismo ritual de inhuma·
ción infantil, aunque en menor cantidad y con una distribución distinta que en La Escudilla. con la salvedad
a mencionar de que únicamente se excavaron dos re·
cintos, lo cual nos impide por ahora poseer una visión
exacta de la funcionalidad del yacimiento. Finalmente,
y en tercer lugar, el yacimiento de La Escudilla consti·
tuye un singular emplazamiento, en campo abierto y
en pleno llano, a escasa distancia. medio kilómetro en
linea recta del cerrillo donde se ubica el yacimiento de
Los Cabañiles, formando un conjunto de tres unidades
constructivas independientes entre sí, pero relacionados espacialmente, dado que forman un mismo bloque
arquitectónico, al poseer muros medianeros comunes
cada uno de los recintos.
Si observamos la planta del conjunto (Fig. 1), vemos que las estancias H·l y H-2, constituyen dos ambientes semejantes; por el contrario, el recinto H-3,
además de poseer una planta totalmente distinta y
unas dimensiones poco corrientes, añade una orienta·
ción de la puerta de entrada .totalmente opuesta a las
otras dos. En un trabajo nuestro anterior, describimos
con detalle cada una de las principales características
diferenciadas de estas construcciones, por lo que no insistiremos en ello (Gus1, 1989a).
A continuación y muy brevemente, vamos a enumerar las principales particularidades funerarias de estos recintos nccrolátricos.
l. Presencia de un probable silicernio con restos
parciales de restos óseos animales entremezclados con
tierras carbonosas (H-1, La Escudilla).
2. Presencia en la cara superior del muro medianero de los recintos H-1 y H-3 de un fragmento de pata
de una oveja en conexión anatómica y de una bemimandfbula de cordero, embutida en una concavidad de
la pared interna del recinto H-1, cerca del suelo y del
ángulo de la puerta exterior del recinto (La Escudilla).
3. Todas las urnas se hallaban depositadas por debajo del piso de la estancia, excepto en el recinto H-3,
donde aparecieron situadas bajo el piso exterior de en·
trada (La Escudill a y LoB Cabañiles); las urnas se encontraban asentadas cada una en un lo&ulus excavado
en la roca natural, excepto dos de ellas superpuestas
(U-2bis y U-3bis de la estancia H-1 de La Escudilla).
4. Las bocas.de las urnas fueron cubiertas mediante
fosetas de piedra (La Escudilla y Los Cabañiles).
5. La disposición de las urnas se concentraban
siempre en dos gn1pos, distribuidos de manera diferen·
ciada (estancia H-1, La Escudilla y habitación H -A,
Los Cabañiles, véase Fig. 2).
6. De los tres recintos medianeros entre sí, el central (H-1) tenía mayor concentración de enterramientos
247
[page-n-258]
P. GUS1 J JENBR
en su interior, diez urnas con veintidós inhumaciones.
Aun a pesar de que el recinto H-2 estaba en parte desaparecido, únicamente apareció un sólo enterramiento;
el recinto H-3, no tenía ninguno en su interior, pero
sí dos enterramientos en el exterior del u.m bral de entrada (La Escudilla). En los recintos H -A y H-B, ambos adosados mediante una pared común (Los Cabañiles), únicamente en el primero de ellos aparecieron
cinco enterramientos.
7. La presencia de piedras Labradas hincadas~
ticalmente frente a la puerta de acceso a Jos recintos;
una de ellas de 0'70 m. de altura y 0'30 m. de anchura, situada entre la entrada y el hogar central (H-1, La
Escudilla); otra de situación parecida. aunque más pequeña y caída, de 0'40 m. de altura y 0'30 de anchura
(H-2, La Escudilla); y otras seis en el interior del recinto H -3, de dimensiones sensiblemente más reducidas,
entre 0'20 y 0'40 m . de alto y unos 0'25 m. de ancho,
alineadas unas detrás de otras, no parecen tener ninguna función constructiva.
8. Dos de los recintos tenían la puerta de acceso
orientada al oeste (H-1 y H-2, La Escudilla); el tercero
estaba abierto al este (H-3, La Escudilla). Los recintos
de Los Cabañiles no poseían acceso directo al exterior,
excepto el H-B que pose[a una pequeña puerta angular
de comunicación con otro recinto no excavado. Tanto
la estancia H-A como la H-B ten{an el muro este
arrasado.
9. Los recintos H-1 y H-2 de La Escudilla se encontraban enlosados con piedras planas de regular tamaño y trabadas e.n seco.
10. La funcionalidad de los t.res recintos de La Es·
cudilla, aunque hasta ahora ha quedado algo incierta,
creemos presenta unas características estructurales, así
como de contenido como para considerarlos •edificios
singulares», en especial el denominado edificio H-3, el
cual podrfamos calificarlo como un templo de tipo me·
diterráneo de planta tripartita rectangular alargada y
de tosca fábrica, con un eje longitudinal de 15 m. y una
anchura que no sobrepasa Jos 3 m. La puerta de entrada posee un umbral formado por una gran losa plana
y dos basamentos laterales también en piedra, cuya finalidad podría haber sido el sostener dos maderos a
modo de columnas. Así pues la disposición general de
este recinto permite pensar que se tratase de un templo
indígena, simple en su arquitectura, pero que aun asf
su disposición constructiva permite asimilarlo a un edificio cultual, a modo de adoratorio. Los recintos laterales H-1 y H -2, que en nuestra opinión quizás no estuviesen cubiertos, corresponderían a unos anexos al
templo y su misión estaría relacionada con una función
sacral necrolátrica infantil. Hemos de remarcar que la
e.n trada del supuesto templo se abrla a levante y los ·recintos funerarios anexos se orientaban a poniente.
También cabe señalar que el recinto próximo al templo
(H-1) albergaba mayor cantidad de inhumaciones, en
248
tanto que el segundo (H-2) todavía no alcanzaba el índice de enterramientos realizados en la estancia vecina.
El recinto H-A de Los Cabañiles queda por el momento fuera de toda interpretación, ya que la falta de
datos arqueológicos del resto del yacimiento invalida
toda consideración al respecto, aunque pensamos que
quizás fuera uno más de los espacios domésticos donde
se inhumaban recién nacidos en los poblados ind(genas.
Así pues, el yacimiento de La Escudilla Jo consideramos como un conjunto sacral funerario, compuesto
por un templo simple y dos recintos anexos, cuyos espacios ambientales falsamente •domésticos" estaban
relacionados con prácticas necrolátricas infantiles.
CONCLUSIONES
En defmitiva, y a modo de hipótesis muy plausible, consideramos a los yacimientos de La EscudillaLos Cabañiles, como un conjunto interrelacionado y
constituido, el primero de ellos por un templo (H -3)
con dos anexos cultualel! funerarios (H-1 y H -2), construido en un llano de fácil cultivo, y un asentamiento
poblacional en un pequeño cerro de escasa elevación
sobre las tierras circundantes, y en donde se detectó un
recinto neerolátrico (H -A). Vemos por tanto que el
conjunto de La Escudilla adquiere sentido frente a lo
que ha sido hasta ahora como un hallazgo extraño y
atípico.
Ahora bien, el hecho que en el recinto H-2, se hallase un molino completo (solera y volandera) a un lado
del hogar y cerca del silicernio y frente al ángulo sudeste de la habitación, en donde se detectó una mayor presencia de inhumaciones infantiles, nos hizo creer erróneamente desde un principio que se trataba de una
vivienda doméstica. Sin embargo, si consideramos estas estructuras como edificios cultuales necrolátricos,
hemos de interpretar la presencia de dicho molino
como un elemento simbólico relacionado con el ciclo
agrkola del grano. Hemos de mencionar que también
se han descubierto enterramientos infantiles en espacios dom~sticos, donde aparecen molinos, tal es el caso
por ejemplo del poblado de El Castellet de Bernabé
(Recinto ?) y en el yacimiento de San Antonio de Calaceite (Habitación 19 y Departamento «a»). Parece pues
que existiese una relación, en estos casos, con unos rituales funerarios infantiles destinados a propiciar la
fertilidad de campos con cultivos de explotación cerealfsti.ca, lo cual exige unos sacrificios anuales de siembra, destinados a propiciar el •espmtu del cereal» en
el inicio de su ciclo vegetal esta.cional (FRAZn, 1922).
Como ya anteriormente hemos descrito, esta valoración hipotética que explicarla la numerosa presencia
de niños recién nacidos inhumados, no siempre adquirirla un carácter sacrificial cruento, y muy bien po-
[page-n-259]
ENTERRAMIENTOS INFANTILES DE ÉPOCA IBÉRICA
Fig. 2.-
P/4nJa del &onjun/4 de Los Cahaíiiw
dr(an ser sustituidos por animales jóvenes, no nos extenderemos en estos aspectos (GuSI, 1989a).
Otras explicaciones alternAtivas pueden darse, y
de hecho así ha sido, con referencia a otros yacimientos
con enterramientos infantiles. No podemos generalizar
ni trasponer a otros ambientes culturales los mismos
presupuestos simbólico-religiosos. La compleja trama
de la significación de la.s inhumaciones de niños de corta edad, ha de basarse en análisis puntuales de cada
lugar y según su época. La existencia de otros diversos
ritos de inhumación infantil, como por ejemplo bajo los
pisos de las casas e incluso en otros puntos de las mismas (escaleras, bancos, etc.), permiten diversas interpretaciones e. circunstancias análogas y que ya han
n
sido tra~adas por otros autores, como Guérin, Gracia
Alonso, L6pez Muller, etc., y exigen planteamientos
distintos a los nuestros. Muy poco sabemos por el momento respecto al culto funerario humano y animal
de.ntro del ámbito religioso ibérico, y sin lugar a dudas
para conocerlo con cierto detalle, se habrán de desarro-
llar y explicar diversas interpretaciones de las prácticas
simbólico-rituales que se utilizarían a lo largo de la etapa ibérica, tanto en sus orígenes ligados al mundo religioso del bronce final, como a sus distintas fases de
evolución crono-cultural plena, y sus pervivencias ya
dentro de la etapa de la romanización en los ámbitos
ibéricos tardíos e incluso postibéricos.
Por el momento parece pues.• que los enterramientos en recintos domésticos se pueden l'elacionar con actividades de tipo económico, agrfcolas, pastoriles (?),
metalúrgico, y otro grupo quizás esté más ligado a posibles ritos fundacionales, en tanto que se constata
también el ritual de protección de la casa, y enterramientos que por su especial atipismo resultan de difícil
interpretación,, tal es el caso del yacimiento de Coimbra del Barranco Ancho.
Por otro lado, no hemos relacionado en este trabajo, los distintos tipos de ajuares funerarios que acompañan a muchas de Jas inhumaciones infantilell, ya que
habría comportado un análisis detallado y puntual de
249
[page-n-260]
F. GUSI 1 JENER
cada uno de ellos. Sin embargo no nos resistimos a
mencionar la reiterada presencia de ofrendas consistentes en granos de cereales, cáscaras de huevos, restos
óseos parciales de ovicáprid os jóvenes e incluso piezas
dentarias sueltas, huesos de crías de ratones de campo
e incluso de musarañas, páj aros y restos esqueléticos
de peces, valvas de con chas diversas, asr como pequeños adornos personales, piezas cerámicas o elementos
de significado desconocido. La mayor parte de estas
ofrendas poseen un carácter aimb6lico -en muchos
casos se encuentran asociadas a hogares rituales-, dirigido a la fertilidad o fecundidad y que muy bien podría estar vincuJado a la Gran Madre o Diosa Tierra.
Pero todo ello es tema que aquf por razones obvias no
podemos desarrollar. Valgan pues estas líneas finales
como una apostilla para reafirmar nuestra convicción
que los enterramientos infantiles de inhumación, no
son sino ofrendas simbólicas a una divinidad ctónica
nutrida y protectora de personas y bienes.
ÁREAS GEOGRÁFICAS Y
EXTENSIÓN DE LOS
ENTERRAMIENTOS INFANTILES
A modo de breve resumen y sin pretensión alguna
de cxhausúvidad, indicaremos a continuación de manera sucinta, los principales yacimientos del Bronce final, etapa ibérica plena y período ibero-romano, en los
cuales se tiene la constancia de hallazgos de enterramientos de inhumación infantiles; para ello, hemos dividido convencionalmente la relación en seis áreas geográficas político-administrativas actuales, más como
recurso práctico que basado en complejas y discutibles
divisiones fisiográficas naturales. Respecto a las etapas
preibérica e ibero-romana, únicamente se mencionan
el nombre de los yacimientos y su principal referencia
bibliográfica, pues tan sólo referenciaremos con detalle
los enterramientos plenamente de época ibérica.
ÁREA DEL LE NGUADOC
Le Cay la (Mailbac, Audc)
-Una inhumación de un reci~n nacido con un collar
como ajuar, enterrado bajo el piso de la Casa D (Nivel ill).
-Una inhumación de un reci~n nacido baj o el piso de
la Habitación F.
La cronología de ambos enterramientos se situa entre loa
siglos IV y m. Ademá.s se recogieron numerosas inhumaciones de recibl nacidos en el interior de viviendas de las diferente. fuea de ocupación del yacimiento: Cayla ll (600-500);
Cayla m (500-250); Cayla IV (250-75); y Cayla V (75
a.E.-200 d.E.), sin má.s referencias (LoUis, TAFI'.um., 1955:
121-1 TAFF..uw., 1976: 228).
25;
250
H abitat de Marduel (Saint-Bonn.ct-du-Gard)
-Un reci~n nacido actfalo, inhumado en dec1lbito ventral y las piernas encogidas, bajo el piso 16 del Nivel 17 de
la Habitación 122 (Fase nA), fechable a inicios del siglo u.
-Un hemicránea de un recién nacido, inhumado entre
tierras carbonosas y con restos de hogares, en el Nivel 15. El
lugar del enterramiento al parecer fue utilizado para una actividad metaltí.rgica de tipo dom~tico. La cronología del mismo se fecha en el primer cuarto del siglo u. Ambos enterramientos se hallaban próximos a hogares en el centro de la
estancia (Pv, LuuuPlN, 1986: 19-21 y 71-75).
Oppidum du Plan de la Tour (Gailban, Gard)
- Un reci~n nacido de alrededor una semana de edad,
inhumado en un e.spacio doméstico (Espacio 15, Nivel 5). El
cuerpo estaba adosado contra una placa caliza, enterrado en
una fosa de pequeñas dimensiones y poco profunda; el crineo apareció fragmentado y el cuerpo depositado en dec1lbito
lateral, con las piernas encogidas y mirando al noreste. La
cronología corresponde a la segunda mitad del siglo v (Du.
DAY,
Own, 1985).
ÁREA CATALANA
Poblad o del M olf d 'E1p lgol ( Tornab ou1,
Llcida)
-Un recién nacido de una semana y media de edad, enterrado en el ángulo NE, bajo el pavimento.
-Un rec.ibl nacido de tn:s o cuatro semanas de edad,
enterrado bajo el piso, en una oquedad del suelo y en posic.ión fetal.
Los hallazgos aparecieron en el Recinto H-4c5, eo el interior del llamado •edilicio singular». Ambos enterramientos
carecían de ajuares funerarios. En el mirmo recinto y bajo
el pavimento, se encontraron restos óseos de caballo. La cronología de las inhumaciones se aitóa a finales de la primera
mitad del siglo m (CUilA, 1989; MI!IICAD.U, 1989).
Yacimiento de la Illa d 'en Beúac (Ullastret,
Giro na)
-Un feto a t~rmino o reci~n nacido. Apareció muy de·
gradado, recubierto por el piso y situado en el ángulo SO de
los muros M-6 y M-27 de la Habitación E-32 del Sector 1
de la Zona 7.
- Un niño menor de un año. Se hallaba colocado en el
interior de un rea::ptáculo formado por numerosos fragmentos cerimicoa del fondo de una gran vasija, situad.a en el ángulo SE de los muros M-5 y M-26 de la Habitación E-28 del
Sector 7 de la Zona 7.
[page-n-261]
ENTERRAMlENTOS INFANTILES DE ÉPOCA 111ÉRICA
-Un reci~n nacido o feto a túmino, enterrado junto al
muro medianero M-34 orientado al W, y perteneciente a la
Habitación E-81 del Sector 2 de la Zona 4.
-Un feto a t~rmino o recim nacido y restos del cráneo
de un niño menor de medio año de edad, ambos situados
en el ángulo formado por los muros M -U y M-12 de la HabitaCión E~55 del Sector 6 de la Zona 5. Fue depoaitado en ~
sicióo fetal, encarado al S, ain fosa ni ajuar alguno.
-Un reci~n n acido menor de un mes de vida, se encontraba colocado en postura decúbito supino, bajo el piso de
la Habitación E-77 del Sector 4 de la zona 5.
Las C)Ccavaciones que se Uevan a cabo en el yacimiento
desde 1987 bajo la dirección de M .• Au rora Martín, han
puesto al descubierto un coqjunto urbanístico formado por
varias agrupaciones de vivi endas y calles, todo ello fechado
en el siglo IV. Los enterramientos de laa Habitaciones ~55
y E-77 corresponden a diat.intos momentos cronológicos. 'lbdas las inhumaciones se descubrieron en el interior de recintos dom~ticos, dos de ellos se situaban junto a los mura.. y
los tres restantes en los ángulos de las estanciaa. En el Sector 6 de la Zona 5, junto al ángulo SW del área C)Ccavada,
apareció una fosa circular excavada en el suelo y que contenía los restos de un cordero. Posteriormente a la campana
de 1987, aparecieron tres enterramientos más, todavía in~di
tos (Aoum, LLoum, Lon.z, MARTtN, MAT.uo, Tor..mo, 1989).
Poblado de Sant Andreu (Ulla1trct1 Girona)
-Un nlño de escasos meses de edad, colocado en el inte·
rior d.c una cubeta.
-Un reci~n nacido de pocos días de vida, igualmente
inhumado en eJ interior de una cubeta.
Estos enterramientos se descubrieron en la zona SW del
yacimiento, formando parte de la cu arta ocupación; además
se hallar on otras tres cubctaa con restos de siete ovicápridos,
seis de ellos jóvenes. Thdos los enterramientos aparecieron en
los alrededores del basamento de un hogar ritual, en el interior de un espacio dividido en dos estancias y junto a la mu·
ralla meridional. El hecho d e encontrarse restos de cereales,
tipo cebada, avena y mijo, ademS.s de una urna a mano, en
cuyo interior se recogieron varios restos de placas de bronce,
y además quince guijarros de río en c1 interior de una casa
de planta rectangular, correspondiente a la segunda ocupación, se atribuyó a un acto ritual de tipo fundacional . La cronologfa de catos últ.imos hallazgos se sitúa en tomo a la primera mitad del siglo v, por lo menos. Respecto a los
enterramientos infantiles, se fechan entre la segunda mitad
del siglo IV y principios del m. El hecho que en las estancias
donde se colocaron las inhumaciones, estuvie.sen empedradas
y existiese un basamento de columna troncocónica (ocupa·
clon es quinta y sexta, fechadas en la primera mitad del si·
glo ru), hace creer que fuese cate lugar un área de utiliza·
ción ritual (MAAT!N, 1989).
Pobúado dd 1bró de Can Olivé (Cerdanyola,
Barcelona)
-Un feto inhumado bajo el pilo de la &tancia H -4, en
su ángulo NE.
-Un feto, quiús de siete mese., tambi~ inhumado en
las mismas condiciones y utancia que el anterior.
-Dos fetos inbumados en la Estancia H-7, al norte del
muro medianero, cerca del ángulo NE. Q.uid.a pudieran co·
rresponder, con reservas, a mellizos.
-Un feto inhumado en la Estancia H -8, al norte del
muro medianero, cerca del ángulo NE.
La cronología de todos catos enterramientos, se sitúa entre mediados del siglo JU y finales del u (B.uaw, PASCUAL,
ÜAliALLt, Rovm11, 1961; BAut.llA, CAMPTU..O, Mum, M ousr,
1989).
Poblado de La PeDya del Moro (Sant]ust DesverD, Barcelona)
-Un feto, enterrado bajo el pavimento del Ámbito B·E,
al pie del muro oeste.
-Un feto, inbumado bajo el suelo del Ámbito Y-UE 26.
-Un feto con una edad de gestación entre seis y siete
meses, enterrado bajo el piso del Ámbito L.
-Un feto, probablemente femenino, hallado en el inte·
rior de un hueco recortado en la roca del Ámbito X .
Thmbi~n hay que destacar la numerosa presencia de inhumaciones de ovicápridos bajo los pisos de las viviendas del
yacimiento, 1umando un total de veintidós enterramientos,
desgla..ados de la siguiente manera: once ovejas, seis cabras
y cinco ovicápridos. Estos enterramientos, aunque se hallan
en el interior de los recintos domt!sticos, no se distribuyen
significativamente, únicamente se ha determinado que en JC.
neas generales, se inhuman bajo el piso de la fase más moderna del poblado y se colocan cerca o incluso por debajo de
los muros. Hay que destacar el que los cuerpos de las cabraa
jóvenes poseen el esqueleto, excepto el cráneo y las patas; por
el contrario en laa oveju adultas, los rest os esqueléticos e.tán
representados por la presencia del cráneo y las patas. La cronología de todos los enterramientos se s.itáa en tom o al últi·
mo tercio del siglo v huta la primera mitad del siglo IV
(B...uw, C.u.cPn~..o, MIR6, Mourr, 1989).
Poblado de Darr6 (La Vüanova i )a Geltrú,
Barcdona)
-Una inhumación de feto terminal o neooato, bajo el
hogar, cerca del ángulo NE de la habitación H de la Vivienda 3 y perteneciente a la cuarta ocupación, cuando la estancia adquiere una función domhtica.
-Una inhumación de feto terminal o neonato, bajo el
bogar de la habitación H, durante la quinta fase de ocupa~
ción, cerca del ángulo SE. Esta habitación sigue siendo de
251
[page-n-262]
F. GUSI 1 JENEll
uso dom~ico y queda anexionada a otra estancia de la vi·
vienda 3.
Los excavadores no coruideran estos enterramientos como
sacrificios fundacionales, aunque sean consecuencia de un caro·
bio de compartimentación de la vivienda, puesto que son fe·
tos, y se inclinan por la teoría que dichaa inhumaciones esta·
ban rclacionadaa con prácticas rcligiosaa propiciatoriaa y
tendrían un carácter domtnico y arteaa.nal dom&tico. Crono·
lógicamente se siman entre el primer tercio del siglo u y la pri·
mera mitad del siglo 1 a. E. (Lorn M ul.I.U, Fli!.UO, 1988).
Poblado de Camp Maurf (La Valldan-Berga,
Barcelona)
- Un niño, sin más referencias, inhumado bajo el empe·
drado deJ piso de la Habitación 2, correspondiente al nivel IIU. Se recogió un cráneo fragmentado y un revoltijo de
huesos; como posible ajuar se encontró un diente de lobo con
una perforación central
- Un niño, ain mú referenciu, inhumado por debajo
del enterramiento anterior; ae recogió un cráneo seccionado
longitudinalmente junto con huesos revueltos (Nivel 111).
-Un niño, sin mú referenciaa, perteneciente al ni·
ve1
m.
La cronología aun siendo incierta, parece corresponder alrededor de finales del siglo m-inicios del n (CASmLO, Rro, 1962).
Poblado de La Molet11 del Remei (Alcanu, '111rragona)
-Un feto de ocho meses y una semana.
-Dos fetos de ocho meses y media semana.
- Un recién nacido de dos semanas de vida.
- Un recién nacido de dos semanas de vida.
- Un recién nacido de un mes de edad.
Estas cinco inhumaciones secundarias colectivas, sin
ajuar, se hallaron en una fosa común excavada bajo el piso
de la Vivienda H-1 7 en su ángulo NW, rodeada de piedras,
formando una especie de cista.
- Un recito nacido cuya edad se sitúa entre quince y treinta
días, sin ajuar, inhumado en una cubeta excavada en tierra.
Este enterramiento apareció en la zona denominada ZAP,
en su área exterior (GilAOIA, MuNi u.A, MuCADI\1., CAMPILLO,
1989).
ÁREA ARAGONESA
Pobl~do
del Cutillejo de
bla de Hijar, Terucl)
1~ Roman~
(La Pue-
-Un recito nacido de escasos meses de edad, inhumado
bajo el piso de la vivienda, j unto al muro norte. Los huesos
craneales estaban depositados encima de una capa de yeso.
252
Se ba de destacar que únicamente apareció el cráneo con la
parte occipital .hacia arriba, flanqueado por dos pequeñas la·
jas calizas, hincadas verticalmente. Bajo el parietal se halló
un canto de río, a modo de apoyo. El conjunto funerario se
hallaba encajado dentro de la primera hilada del muro, y
constituye el enterramiento l2H.
-Un niño de unos siete meses de edad del cual tambito
se recogió el cráneo, cuyo occipital se apoyaba sobre una piedra. Esta inhumación apareció en el exterior del recinto, en
una zona enlosada escalonada, y que formaba parte del acce·
so al mismo, estaba depoaitada encima de una gran piedra
caliza, a la cual se le superpuso una gruesa capa de yeso. El
enterramiento estaba recubierto por varias piedras colocadas
en desorden, y se le denomina 10j,50.
-Un niño de un año de edad, el cual conservaba todo
el esqueleto. Esuba situado por debajo de la losa caliza que
aervfa de uiento al anterramiento 10J,50. Poseía un ajuar fu·
nerario simple (una pulaerita de bronce). En la base de la
inhumación se recogieron pequeños carlxmes, la cual fue denominada 10],50.2.
- U n niño con el esqueleto incompleto y sólo una parte
del cráneo, cuya edad no fue determinada. La inhumación
se orientaba al oeste. La base de la misma habfa sido prepa·
rada. Y estaba rodeada por una capa de arcilla roja y en su
alrededor se hallaban colocadaa irrcgularmeiUe cuatro pe·
queñaa piedras que tapaban el hueco. Junto al enterramiento
aparecieron restos de ovicáprido y conejo, y fue denominado 2M.
Estas cuatro inhumaciones aparecieron en una vivienda
de planta rectangular, cuyo piso se encontraba empedrado
mediante losas calizas, y la cronología se fecha en un momento indeterminado entre el siglo w e inicios del t (BI!I;
TllÁN LLOII.IS , 1977).
Poblado de Los c~stellazos (Mediana de Arag6n, Zaragoz11)
-Un niño, sin más precisiones, inhumado en una fosa
que peñoraba un pavimento de yeso, el cual se hallaba en
posición fetal y la cabeza orientada al este, junto al muro oes·
te de la Caaa 2. Cronológicamente se (echa entre rt.nales del
siglo DI y siglo IJ {MINCUltZ1 1988).
Poblado de Piur6 del Buranco Fondo (Mazale6n, Te.ruel)
-Un feto, sin más datos, cubierto por un molino, en el
interior de una vivienda. La cronología según Boseh Gimpera puede situarse en la segunda mitad del siglo v, por el
contrario para Beltrán Ma.rtínex corresponde a nnes del si·
glo IV.
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ENTERRAMlENTOS lNFANTILES DE tPOCA rBttiCA
Poblado de El Palomar (Oliete, Ttruel)
-Veinte inhumacione. infantiles, sin m6.a detalles, res
partidas en varias viviendas, de la siguiente manera: un a en
la Vivienda l, siete en la Vivienda 3, tres en La Vivienda 4,
cinco en La Vivienda 6, tres en la Vivienda 7, y una en la
Vivienda 11. Todos los enterramientos se encontraron bajo el
piso de ocupación, debajo de escaleras, o en pequeños pozos
en las esquinas de los muros, en espacios enmarcados por lajas; algunos contienen ajuares (cuencos cer6.micos, cuentas
de collar y pequeños animales). Algún autor menciona vein·
titr61 inhumaciones {BAUIAL, 1989). Thmbibl en las vivien·
das aparecieron enterramientos de animales, especialmente
cerdos y ovejas, h asta u n total de diecisiete inhumaciones:
uno en la Vivienda 1, d os en la Vivienda 3, dos en La Vivienda 4, dos en la vivien da 6, uno en el Almacén a3, cuatro en
la Vivienda 7, y cinco en la Vivienda 8. La cronología del
yac.i miento se sitóa desde el siglo m a la primera mitad del
siglo 1 a.E. (VIC~l'I'R, &Q.ODM, Eso.JOllll, 1990; VJcvrn:,
1981; V1cmn, 1982).
Poblado de El larratrato (Alcaiü%1 Teruel)
-Un n.i ño inhumado, sin más referencias, enterrado
dentro de una cubeta excavada en el suelo de la Vivienda 6,
detrú de un ~6calo de piedras, en un ángulo de la estancia.
Cerca del mismo, apareció una pequeña fosa en donde se depositaron los restos de diversos pájaros. La vivienda se fechó
en el siglo JV (P.ws, BAitA\Vru, 1926).
Poblado del Alto Cbac6n (Teruel)
-Una inhumación infantil, sin más referencias, única·
men te apareció el cráneo junto con otros restos óseos. El ya·
cimiento se fecha desde fines del siglo v hasta el siglo t d.E.,
aunque el momento álgido del poblado fueron los aiglos m
y 11 (An.IÁN, VIO&I'ITII, BucE, 1980: 132).
Poblado de San Antonio (Calaceite, Tcruel)
-Dos inhumaciones infantiles, sin mú referencias, una
de ellas ac encontró desordenada en el ángulo oeste de La estancia, dentro de un hoyo excavado en el suelo y por debajo
de una muela de mol.ino. A 1 m. de distancia y a lo largo del
muro norte, ae halló la segunda inhumación, tampoco sin referencias anatómicas. Estos hallazgos aparecieron en el interior de la Habitación 19.
-Una inhumación de un niño, ain mis referencias,
constituida por un cráneo, situado cer ca del ángulo NW del
Departamento ....,, entre la torre y la Habitación •O•; cerca
del enterramiento, en el ángulo opuesto NE del recinto, se
hallaba una muela de molino.
- Una inhumación de un niño, sin más referencias, cu-
yos restos se encontraban esparcidos en el ángulo NE del Departamento 81 (PALLAús, 1965).
ÁREA DEL PAiS VALENCIANO
Poblado dd Puig de la Nau (Benicar16, Ca.tcU6n)
-Un feto o reciál nacido prematuro; los huesos ae hallaron esparcidos por debajo del piao de ocupación de la Habitación 5.
-Un feto o reci~n nacido, hallado en iguales condiciones que el anterior; encontrado en la H abitación 3.
Ambos enten:amientos se pueden fechar como correa·
pondientes al aiglo v.
-Un reci~ nacido o feto a t~rmino, colocado en posición fetal y protegido por pequeñas piedras que rodeaban el
enterramiento, junto a &t e se recogió un hueso de cordero
de un año de edad, todo ello se halló en la Habitación 28.
Fechado en el siglo VI.
-Dos reci~n nacidos, cuyos huesos se hallaron entre·
m~clados; uno de ellos con una edad alrededor de las dos
o trea semanas, y el otro de un mes de vida aproximadamente. Los restos óseos estaban incompletos, y además faltaban
los huesos craneales y aparecieron todos amontonados. depositados j unto a un muro, bajo el piso de ocupación de la H abitación 33. La cronoJogfa se centra en la segunda mitad del
aiglo v (Ou~,., 1989).
Yácimiento del Puig de La Mi1ericordú (ViDarOl, Ca1tcll6n)
-Un feto, cuyos huesos se encontraron esparcidos por
debajo del piso (Nivel U) de la H abitación A. Fechablc dentro del primer tercio del siglo v1
.
-Dos reci~n nacidos cuya edad oscila entre varios meses
y medio año de vida. Los huesos se hallaron revueltos j unto
a la pared de la vivienda, bajo el piso de la aegunda ocupación. Junto a laa inhumaciones se recogieron restos óseos de
una cr(a de conejo. La cronología de los enterramientos se
sitúa en la segunda mitad del siglo v1 (Ouvu, 1989).
Poblado de Sant Josep (La Vall d'Uiz6, CasteU6n)
-Un recibl naddo o feto a t~rmino, inhumado en el interior de u na urna, colocada bajo el piso de ocupación de la
H abitación C-17.
-Una inhumación de edad no determinada, situada
bajo el pavimento y j unto a un muro de la Habitación C-13,
junto a la mial!la, se recogieron algunos restos de un oviáprido joven. Cronológicamente pueden corresponder a un
m omento del siglo v (Ouvu, 1989).
253
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F. GUSI 1 JENER
Poblado de Les Forques (Borriol, Castellón)
-Una inhumación infantil, sin mayores precisiones, hallada en el interior de una urna globular. El hallazgo procede
de ulla remoción clandestina. La campaña de excavación reaLizada bajo la supervisión del Servicio de Investigaciones Arqueológicas y Prehistóricas de la Diputación de Castellón durante el año 1981, proporcionó una cronología del yacimiento
desde el siglo m hasta inicios del siglo 1 (OLTvllll, 1981; F AJ..O.
MIR, SALVADO!l, 1981).
Poblado de Montmira (VAJ.cora, Castellón)
-Un recién nacido de alrededor de un mes de edad, inhumado en el interior de una estructura constructiva de paredes no rectilíneas y que quizás constituya una estructura
defensiva (torre?). El esqueJeto apareció completo en posición fetal, con las piernas flexionadas y los brazos recogidos
sobre el tórax; el cuerpo se hallaba recostado en su lado derecho -decúbito lateral- y con la cabeza dislocada hacia
atrás, en gran parte desaparecida, mirando hacia el oeste, y
a la ve.z hacia el p equeño hogar subcircular que se encontraba a unos 0'40 m. del enterramiento. El cadáver se había depositado entre la pared rocosa de un afloramiento natural y
unos bloques pétreos, colocados intencionalmente en el lado
opue.s to del aflo¡-amiento, con el fin d e delimitar el cuerpo.
No se recogió ajuar funerario alguno, ni tampoco material
arqueológico en todo el nivel del hallazgo. Por el contrario
la cerámica aparecida en el nivel superior, correspondiente
a la base de un muro posterior adosado a la citada estructura,
se fecha hacia finales del ~iglo m y comienzos del 11. El hallazgo inédito procede de la campaña de excavaciones realizadas en el verano de 1990, dirigida por D. Eladio G¡;angel, a
qwén agradecemos la información facilitada.
Yacimiento de La Escudilla (Zucaina, Castellón)
-Dos lactantes y un feto, inhumados en la urna 1; en
su interior también se recogieron restos óseos de un bóvido
y un ovicáprido lechal y un vasito cerámico.
-Cuatro neonatos y un feto, inhumados en la urna 2;
én el interior se recogió un hueso de animal indeterminado.
-Un neonato y dos fetos, inhumados en la urna 2bis;
en el interiór se recogieron huesos de un ovicáprido lechal
y de crías de ratón de campo, ádem ás de un puñado de granos de cereal sin determinar.
- Tres lactantes, inhumados en la urna 3; en su interior
aparecieron huesos de ovicáprido, cerdo/jabalí y cría de ratón de campo.
-Un neonato, inhumado en la urna 3bis; sin ajuar
alguno.
-Un lactante, inhumado en la urna 4; en su interior se
recogieron h~:~esos de un ovicáprido lechal.
254
-Un lactante, inhumado en la urna 5; en su interior se
hallaron huesos de cría de ratón de campo y musaraña, además de una pieza troncocónica de arcilla.
-Un lactante, inhumado en la urna 6; en su interior se
recogieron restos óseos de conejo, ovicáprido lechal y de cría
de r atón de campo.
-Un neonato, inhumado en la urna 7; en su interior se
encontraron restos de ovicáprido lechal.
-Dos lactantes y un feto, inhumados en la urna 8; sin
ajuar.
En el Recinto H-1, la$ uma:s aparecidas bajo el pavimento y empotradas en u n agujero excavado en el sustrato, natu.r:al, se dividíah en dos subgrupos, en los cuales la primera
agrupación se situaba en el ángulo SE del recinto, y constituida por cinco urnas con quince inhumaciones infantiles
(urnas 1, 2 bis, 3, 3 bis); la segunda agrupación se situaba
a lo largo del muro N y la formaban otras cinco urnas con
siete inhumaciones (urnas 4, 5, 6, 7, 8), dentro de esta concentración, §e distinguió una subagrupación, situada entre el
muro N y el hogar central (urnas 4 y 7).
-'U-es neonatos, inhumados en la urna 9; en su i.n terior
se recogieron unos fragmentos indeterminables de bronce y
una cuenta de pasta vítrea.
Esta es la única urna aparecida en el interior del Recinto H"2, junto al umbral de la entrada, cerca de un pequeño
bloque de piedra caído de 0'40 m. de alto.
-Dos neonatos, inhumados en 1a urna 10; sin aju ar.
-Un neonato, inh1.JIJlado en la urna 1,1; sin ajuar.
En el exterior del umbral del Recinto H -3, se hallaron
estas dos urnas descritas. La cronología de estos recintos, la
situamos dentro de la pr imera mitad del siglo v (Gus1, 1971
y 1989a, b).
Poblado de Los Cabañiles (Zucaina, Castellón)
-Dos neonatos, inhumados en la urna 1; sin ajuar.
-Un _
neonato, inhumado en la urna 2; sin ajuar.
- Un neonato, inhumado en la urna 3; sin ajuar.
-Un neonato, inhumado en la urna 4; sin ajuar.
- Un neonato, inhumado en la urna 5; se recogió en su
interior una valva de un pequeño molusco competidor de la
os·tra.
En eJ Departamento H -A aparecieron cinco urnas con
se'is inhumaciones, formando dos agrupaciones. La primera
situada a todo lo largo del muro meridional, formada por
cuatro urnas (1, 2, 3, 4) con cinco inhumaciones, y dividida
en dos subagrupaciones, la primera en el ángulo SE, con d os
urnas (1, 2) y la segunda con otras dos umas (3, 4) en el ángulo SO. La segunda agrupacíón la formaba una única urna
(5) con una inhumación y se situaba cerca del muro septentrional del recinto.
La cronología de todos estos enterramientos es la misma
atribuida al yacimiento de La Escudilla, primera mitad del
siglo v (Gus1, 1971 y 1989 a, b).
Utilizamos el tér mino neonato como un r ecié.n nacido
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ENTERRAMIENTOS lNPANTILES DE tPOCA IBéRICA
basta un mes de edad, y lactante como un niño mayor de
un mes y menor de medio año.
Poblado del Ca1tellet de Bemabl (Llfria, Valencia)
-Un reci~n nacido de algunos meaea de edad, depositado en una urna rota con escasos restos óseos muy removidos¡
ajuar compuesto de una pequeña pulsera de bronce.
-Un recim nacido, completo, depositado en una urna
colocada en un lowlus; cerca del enterramiento se hallaron
los reatos de un bogar y una balsa en cuyo interior apareció
una piedra utmuda como yunque. En el recinto se reali:taron actividades metalúrgicas.
Estos enterramientos aparecieron en el Depa.r ta.mento 1,
formado por tres estancias, el primero de ellos, cerca del
muro meridional y su ángulo SE, y el segundo bajo un banco
corrido adosado al muro meridional citado.
-Un lactante de sexo masculino, cuya edad oscila entre
los 5 y Los 7 meses de vida, inhumado en el interior de una
urna; contenía u.n ajuar funerario compuesto por un aro de
bronce (encima de la clavícula derecha), una tobillera de hierro (pie derecho), una pulsera de material perecedero, en la
cual babfa una concha de caracol marino, una campanita de
bronce y una herramienta tambitn en bronce de miniatura
y representando una alcotana (muñeca derecha), as( como un
objeto de broooe y madera indeterminable (b11mero izquierdo). Por encima del esqueleto y quizás proveniente de un
plato-t.a pade.r a, se recogieron restos carbonizados de huesos
de erra de ratón, cáscara de huevo, escamas de pescado y un
hueso de ratón bajo el omoplato izquierdo, y tambi~n de una
musaraña.
- Un recién nacido incompleto (un ilión, una costilla y
un hueso largo fragmentado), inhumado en el interior de una
vasija de cocina recortada en su base, y situada en la esquina
norte, colocada sobre un bloque calizo y en clara relación de
dependencia con la anterior inhumación.
Estos enterramientos aparecieron en el Departamento 3,
en el ángulo norte j unto a la muralla y la pared este, y cubiertos por dos bloques de piedra caliza que sobresalían del
piso de ocupación y que formaban un espacio delimitado por
el muro este de la casa y por tres parament03 formados por
bloques irregulares caliz03. El hallazgo se fecha en Ja primera
mitad del siglo IV.
-Cuatro inhumaciones infantiles, sin más datos.
Estos enterramientos aparecieron en el Departamento 6,
Bajo unas escalera., en el ángulo norte y bajo el empedrado,
cerca del muro oeste, dentro de una fosa rectangular con las
paredes enlucidas¡ una de las inhumaciones estaba constituída por una urna asentada por encima de la fosa, y correspondía a un nivel posterior de ocupación del recinto, en donde
se realizaron actividades de tipo metalúrgico.
- Un reci~n na.cido de uno o dos d(as de edad, inhumado en una urna con plato-tapadera; el esqueleto completo,
estaba en p03ición decúbito lateral izquierdo y con el cráneo
aplastado; en el interior apareció un ajuar compuesto por
una piedra pequeña y un incisivo de ovicáprido y un fragmento de h11mero de conejo. La uma ocupaba una oquedad
de la roca basal y estaba sellada mediante un adobe q ue sobresalía del piso de ocupación.
Esta inhumación se halló en el interior del Departamento 7, en el ángulo none, fechada en la primera mitad del siglo IV. Se recogieron tres molinos y restos de trigo y cebada. Hemos de señalar que en el momento de redactar nuestro
trabajo, ónicamente se han publicado cinco inhumaciones de
un total de m's de 10 enterramientos aparecid03 basta el momento en el yacimiento, seg1lo sus excavadores (GutlltN,
M ART1Nilz V ALLII, 1987-1988: 231-265; CuútN, CALVO, GRAu,
GuiLLtH, 1989).
Poblado de La Seña ( Villar del .Arzobispo, Vá lcncia.)
-Un nconato menor de dos mea:es de edad; sin ajuar
funerario. Aparecido en el Recinto 3, en el interior de una
urna situada en el ángulo sur de la habitación junto a la
puerta de entrada..
- Dos reci~n nacidos de uno o dos días de edad; se recogió un molar de conejo. Se recogió en el Recinto 4, en el interior de una urna adosada a la muralla y junto al muro divisorio del recinto y bajo el piso de ocupación. Fechado a inicios
del siglo IV (GutaJN, MARTfNU VAU.B, 1987-1988).
Poblado del Puntal de16 Llop1 (Olocau, Vá lcncia)
-Un reci~o nacido de unos quince días de edad, sus restos no tenían conexión anatómi ca, inhumado bajo el piso de
la Vivienda H-1. Cronología sin detallar, ya que \inicamcnte
se cita la fecha de ocupación del yacimiento, siglos v al u
(Go#.RIN, MART1Nr.z V ALI.M, 1987-1988).
Poblado de Los Vi11ares (Caudcte de las Fuente•, Valencia)
-Un feto a t~rm ino o neooato, inhumado en una urna
colocada bajo un banco corrido, en el ángulo este de la estancia H lb-83. La cronología se situa en la segunda mitad del
siglo v y finales del rv.
-Un recién nacido, sin más referencias, hallado en malas condiciones en el poblado (GutarN, M..Jn1h'l!Z V.u.u,
1987-1988).
Poblado de La Serreta (Alcoy, Alicante)
-Dos cráneos infantiles de con a edad, sin más referencias, hallados en loa ángulos del interior de dos habitaciones
255
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F. CUSI 1 JBNER
y por debajo del piso; sin ajuar. La cronología quizás se pueda situar a lo largo d~ siglo 1 (TARRAD!LL, 1965: 175).
ÁREA ANDALUZA
Necr6poli.a de 'Ibtugi (Galera, Granada)
Poblado de La Alcudia (Elche, Alicante)
En el interior de divenas viviendas, aparecieron ocho
urnas, en cuyo interior se constató la presencia de inhumaciones infantiles. Una de las urnas se hall6 junto a un ara
de piedra con hornacina superior y flanqueada por dos ánforas. Sin más referencias (R.-.Mos, 1989).
ÁREA MURCIANA
Necr6polis de El Cigarralejo
-Un lactante menor de cinco meses, inhumado en
urna. Enterramiento 1.!162. Fechable en el siglo 1v.
-Un lactante cuya edad se sitúa entre Jos cinco y siete
meses, inhumado en urna y con ajuar funerario (anillo cobre,
cuenta pasta). Enterramiento 1.!201. Cronología, segunda
mitad del siglo v.
-Un recién nacido de pocos días, inhumado en urna;
ajuar funerario (cuentas coUar, colgante pasta, anillos). Enterramiento 1.!104. Fechable a fines del siglo v y primera mitad deltv.
-Un lactante, ain más datos, inhumado en urna; sin
.Yuar. Enterramiento T-17?. Cronología., sin especificar (¿siglos m-u?) (ClJA.OB.AOO, 1987: 323, 328, 334, 374; SANTONJA,
1985-1986: 29-30).
Pobhdo de Coimbra del Barranco .Ancho aumüla, Murcia)
-Cuatro niños de corta edad, inhumados en el interior
de una zanja paralela al muro este, bajo las losas de la escalera de la entrada, y depositados desordenadamente en posición fetal y sin ajuar alguno.
-Un niño de corta edad, orientado al oeste, inhumado
en una fosa excavada cerca del ángulo sudeste. Sin más referencias.
-Un niño, ain más referenciaa, inhumado en posición
fetal dentro de una pequeña fosa y orientado al este¡ sin
ajuar.
-Un niño, ain más Teferen cias, inhumado cerca del ángulo sudoeste, al lado de una muela de molino y orientado
al este.
Todos estos enterramientos aparecieron en el interior de
una de las viviendas, en el estrato 11, fechado. a fi.nes del siglo IV e inicios del ru (Ln.w , 1981).
- Un niño de varios meses de edad. sin más referencias, inhumado bajo una estancia, al pie del t<ímulo funerario 88.
- Un niño de corta edad, sin más referencias, inhumado en el interior de una vasija cilíndrica cortada, y decorada
con semicfrculos pintados. Esta inhumación apareció cerca
de una vivienda romana, la cual a su vez tenía un e.n terramiento bajo el 'Piso.
-Un niño de poca edad, sin más referencias, inhumado
en el interior de una urna globular, partida en dos, y con
plato-tapadera¡ apareció en la ladera este de la cañada de
los Metros (CAIIU, nr; MOTOs, 1918: 44, 45, 54, 55, 62).
OTROS ENTERRAMIENTOS
Como complemento a la recopilación de los yacimientos ibéricos, hemos recopilado una lista muy breve y forzosaroente incompleta de otros yacimientos de
distintas épocas, Bronce y etapa romana, así como del
periodo colonizador, e incluso de la cultura talay6tica
mallorquina, como una simple referencia de estas
prácticas funerarias infantiles en la región mediterránea de nuestro país durante la Antigüedad a lo largo
de más de un milenio.
Enterramientos infantiles dentro del área de la
posterior Cultura Ibérica, pertenecientes al periodo del
Bronce tmal.
ÁREA CATALANA
Poblado de La Pedrera (VallfogoDa de
Balaguer-TermeDB, Lleida)
-Cuatro inhumaciones en distintos estratos del yacimiento, fechados desde el 1200/UOO hasta el siglo vn (G ....
L LAlrr, }UNYI!NT,
1989).
Poblado del To11al de Les TeDalles (SidamoD,
Lleida)
-Una inhumación de recién oacido, fechable en tomo
al siglo vm (GARCás, MARI, Soa.IUIII!S).
Poblado de Carretelá (Lleida)
-Doa inhumaciones, una de recién nacido y otra de uo
256
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ENTERRAMIENTOS INl'ANTJLES DE ÉPOCA IBÉRICA
año de edad, fec:hablea por C-14 entre 1090 y 1070 B.C.
(MAYA, 1986: 45).
Cova de Son Boronat (Calvii, Mallorca)
-Nueve inhumacione1 infantiles. Cronología, siglos
al o (Gunano, 1979).
IV
ÁREA DEL PAÍS VALENCIANO
Poblado de La Peña de la Dueña (Teresa, Castell6n)
Cova de Soo Maim6 (Petra, M.allorca)
-Una inhumación de niño, sin m.ás detalles. Fec:hable
presumiblemente en el Bronce tardío, quids entre los siglos xn y x (Ar..cAoi!R, 1945).
( AMORÓS,
- Posibles enterramientos infantiles, sin más referenci as
1974: 1
Cova Monja (SenceUe1, Mallorca)
ÁREA ARAGONESA
- Posibles enterramientos infantiles, sin más referencias
(Gtll!ltlll!RO, 1989).
Poblado de Los .tbafra.Dalu (Fraga, Hueaca)
-Una inhumación infantil, sin más referencias, enterrada en un boyo revestido parcialmente de piedras. La cronología se ait6a en un momento del Bronce final, sin más datos (MAYA, 1986: 45).
Dentro del área de influencia del mundo feniciopúnico, poseemos por el momento conocimiento de varios núcleos de enterramientos infantiles en la zona de
las Baleares (Cultura Talay6tica) y en la zona andaluza.
Necc6polis del Paig des Molins (Eivis•a)
-'D-es inhumaciones infantiles de 5/6 meses, 2/3 años y
5 años. Cronologra, siglos rv·m.
- Un niño, sin más referencias, con ajuar {Cilentas de
coUar), encontrado en el hipogeo 52.
- Dos niños inhumados en el interior de ánforas, sin
más referencias.
- Diversas inhumaciones infantiles dentro de ánforas,
sin más referencias (RoMÁN, 1924: 22; RoWÁH, 1927: 5; Gó.
M U, Gó&oti!Z, 1989).
ÁREA BALEAR
Necr6polia de Ca's Sant.amarier (Son Oma, Palma de M.allorca)
- I nhumaciones de niños de corta edad, aunque no apa·
rccicron recién nacidos, sin ajuares excepto en un sólo caso;
se hallaron enterrados en el interior de urnas cerámicas, de
arenisca y en cistas. C ronología, Talayótico final, primera
mitad del siglo n a mediados del siglo 1 (Ross!LL6, GOEllRJP..
.O, 1983).
Cala d'Hort (Eivi11a)
- Posibles enterramjentos infantiles, sin más referencias
(RoMÁN, 1918: 5).
Necr6polis de Ca n'Unul (Sant]o1ep, Eivissa)
- Una inhumación infantil en ánfora y con ajuar fune·
rario, sin más referencias ( Ro M.(.N, 1918: 5).
Necr6poli1 de Marina Gran (Se1 Saline1, Mallorca)
Necr6poli1 de Ca Na Joodala (Sant Josep,
Eivissa)
- Divena.s inhumaciones infantiles de neonatos y niños
de muy corta edad, enterrados en urnas de arenisca (RO$szu..ó, 1963).
- Diversos enterramientos infantiles en el interior de
ánforas y urnas, con ajuares funerarios, sin más referencias
(Row.
Santuario de Alm.alluti
(Esco~.a,
M.allorca)
-Una mandíbula infantil hallada en el interior de un
vaso y junto con dos inb.umacionea de adultos jóvenes
(PnwÁND.az-MJ:RANDA, ENSENAT, ENs!RAT, 1971: 13-14).
ÁREA ANDALUZA
Necrópoli1 de Baria (Villaricos, Almerfa)
- Once inhumaciones infantiles enterradas en fosas cu-
257
[page-n-268]
P. GUSJ J JENER.
biertu por media ánfora (n."" 226, 239, 314-, 316, 318, 338,
538, 5t2, 576, 612, 1108).
-Dieciocho inhumaciones infantiles en el inter ior de ánforu, sin más referencias (n. 00 8, 17, 19, 320, 323, 3+7, 365,
386, 401, 518, 883, 987, 996, 1016, 1028, 1063, 1106, 1698).
Algunas pose.e n ajuar funerario (SmE'r, 1908: 29; Asl:Ruo,
1951: 52-54).
ÁREA ARAGONESA
Colonia Victrix Iulia Lepida/Celsa (Velilla de
Ebro, Zaragoza)
-'D::einta y seis inhumaciones infantiles halladas en. el
interior de varias vivi.endaB, bien referenciadas. Cronologfa,
ÍlDeS del siglo 1 (M INOUIIZ, 1988).
En cuanto al área de influencia griega, única.m ente conocemos un sólo yacimiento claramente determinable.
Villa romana(?) (Torres de Albarracin, Terael)
ÁREA CATALANA
-Varias inhumaciones infantiles, sin más referencias,
fechadas en el siglo u d.E. (MtNc;ou, 1988).
Necrópolis de Empúries (L'Escala, Girona)
Zona Inhumación Muralla NE:
-Das enterramientos infantiles. Cronolog(a fines del siglo vr y siglo I V (n. 01 1, 2). Sin más referenciu.
Zona Inhumación Martí:
- Cuarenta y dos enterramientos infantiles, sin más referenciu. Cronología, siglo IV (n.01 9, 12, 13, 15, 18, 22, 23,
29, 35, 59, 56, 57, 66, 69-69bis, 74, 75, 77, 85, 88, 89, 93,
96, 100, 104, 106, 112, 113, 115, 116, 117, 118, 123, 124, 125,
130, 131, 134, 135, 136, 137, 138).
Zona Inhumación Bonjoan:
-Cinco enterramientos infantiles, sin más referencias
(n. 00 49, 68, 73, 7t, 80).
Zona Inhumación Granada:
-'fres enten:amientos infantiles, sin más rcferenc.ia4
(n."" 11, 13, 14-).
L as inhumaciones por lo general se entierran en fosas
o en ánforas, algunas con ajuares funerarios (A LMAGRO,
1953-1955: 47-113, 189-213, 242-245 (J); 398-399 (IJ)).
En lo q ue respecta al perfodo r omano, son escaso s
todavía los datos referidos a inhumacion es infantiles.
Hasta el momento se han registrado halJazgos en cuatro áreas.
ÁREA CATALANA
Edificio Imperial de Magdalena
- D iez inhumaciones infantiles, bien referenciadas.
Cronología, primera mitad del siglo t d.E. a mitad del siglo n d.E. (LoRIINCto, PuJO, Juul., 1987¡ VIVes, 1987).
ÁREA DEL PAÍS VALENCIANO
Edificios «Horreum» y «Occidental» de Dia niam (Dénia, Alicante)
-Seis inhumaciones infantiles con edades comprendidas desde 6/7 meses de gestación, fetos a término, hasta un
niño de 5/6 años. :Bien referenciado. Cronología, primera
mitad d el siglo r d.E. al primer tercio del siglo u d.E. (Gts.
aER.T, SeNTf, 1989).
ÁREA ANDALUZA
Necrópolis de Gades (Cádiz)
-Veintidós inhumacion.es infantiles de niños cuyas edades oscilan de los 2 a los 7 años. Todas tenían el cráneo fra.cturado. Cronología, mediados del siglo r d.E. (CoRzo,
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J osé Vicente
M ARTÍNBZ P ERONA •
,
EL SANTUARIO IBERICO DE LA CUEVA MERINEL
(BUGARRA). EN TORNO A LA FUNCIÓN
DEL VASO CALICIFORME
A Entit¡u¿ P/4 y a Domingo Flltchtr
SITUACIÓN Y DESCRIPCIÓN
La Cueva Mcrinel, según la nombran los vecinos
de Pedralba, o Miriguel, según la versión de los de Bugarra, se encuentra situada precisamente dentro del
término municipal de esta segunda población valenciana, en una bifu rcación de la derecha del barranco de
las Hoces en el macizo calcáreo del Jurásico denominado Loma Larga, escasamente a un kilómetro del río
Turia, en su margen derecha, a 300 metros de altitud.
Longitud: 2° 55' 22", latidud: 39° 35' 47" (lNSTITtJ·
ro, 1951).
Se trata de una gran cavidad a la que se p uede acceder por tres bocas a pie llano que forman un pequeño
circo que mira hacia el Nordeste. La de la derecha,
protegida del Norte por un abrico rocoso, da paso a
una sala de trazado tortuoso, bastante amplia, que desciende rápidamente hacia una pequeña salita de techo
baj o sin continuidad. Se halla comunicada, en su lado
izquierdo, con la sala que podemos llamar principal,
pO.f ser la de d imensiones más grandes, mediante una
oquedad que queda a gran desnivel por encima. La
boca siguiente, que ocupa una posición central con res•
Opto. de Historia Antigua, Unive111itat de
Val~ncia.
pecto a las otras dos, y a un nivel mucho más elevado
que la anterior, tiene forma cuadrangular y parece hecha o acondicionada por mano humana. Da acceso a
u n pequeño vestíbulo, separado de la gran sala por un
conjunto laberíntico de gruesas estalactitas. Finalmente, la tercera, muy próxima a la anterior, presenta un
aspecto triangular, con un gran bloque calizo delante
de ella que, aunq ue dificulta la entrada di recta a la
gran sala, no la impide.
Los tres accesos a la cueva descritos se encuentran
en una ladera de fuenes pendientes, sobre el cauce del
barranco que allí es muy angosto. A nivel de la boca
de la derecha, hay un rellano artificial, posible plataforma de una antigua carbonera, protegido por un
muro de contención de piedra en seco.
La sala principal, a la que se entra, como hemos
dicho, por las dos pu ertas de la izquierda, es de grandes proporciones y de aspecto majestuoso, con ligera
caída hacia la derecha, acen tuándose la pendiente conforme nos acercamos al boquete que la comunica con
la cavidad accesible por la boca de la derech a. El techo,
ennegrecido, está situado a gran altura, sobre todo en
el cen tro de la sala, tachonado de má.ltiples estalactitas.
Abundan en ella las formaciones cársticas que le d an
un impresionante aspecto, destacando varias grandes
261
[page-n-272]
3
<
1
Smts.
·~
C.
MERINEL-su~rr~
:·:-:-:-: S~ntu~rio 1beri~o
262
Fig. 1
[page-n-273]
SANTUARIO IBÉRICO DE LA CUEVA MERINEL
columnas que se levantan en el centro y hacia el interior. Una barrera calcárea dlvjde la sala en dos partes
bien diferenciadas. La primera, la correspondiente a la
entrada, con suelo de tierras pulverulentas oscuras que
denotan una gran potencia de sedimentos. La segunda,
hacia el interior, forma una complicada estructura por
la presencia de estalactitas y estalagmitas que constituyen verdaderos muros de separación que delimitan dos
salitas cuyas paredes y techos, estos bajos, se hallan decorados con coladas y formaciones grumosas calcáreas.
Justo en este lugar es donde se encuentran los sedimentos contenedores de los materiales arqueológicos calificados como ofrendas y exvotos. Esta zona, aunque con
exclusividad, se mantiene activa en cuanto a las formaciones cársticas, produciéndose un constante goteo del
techo y paredes, los cuales aparecen menos ahumados
que los de la sala principal (fig. J).
Hacia la izquierda y el fondo, el n ivel del suelo
desciende contra la pared, encontrándose allf una gatera que conduce a otra sala inferior de muy dificil acceso y sin resto arqueológico alguno (fig. 2; lám. 1, 1 y
2). (Para más información al respecto véase V AIUOs
AU'TQrw, 1982: 193-191; DoNAT, 1967: 40).
Los asentamientos ibéricos e iberorromanos que
pudieron caer dentro del radio de acción de la cueva
Merinel como santurario son varios. Entre los primeros, el más cercano e importante, es el de «La Loma
de la Tia Soldá.., próximo al que se encuentra el de la
..Balsa de Torralba.. y un poco más alejados los del
«Castillejo•, ..La Torzuela., todos en el término de Bugarra; el •Pico de los Serranos• y el •Corral de Ajau.»,
en el de C buJilla; ·El Remolino• y el ..cerro Partido,
en término de Pcdralba (MArriNu, 1975: 180-181), a
los que cabría añadir el del «Alto de la Presa Vieja»,
«Cerro del C uervo• y ..casa de la Andenia», situados
en la margen derecha del río Turia, dentro del término
municipal de Gestalgar (APARICIO I!T Al.ll, 1979:
246-259). De los segundos tenemos «El Hortct, y el
aCerrito Royo.., en Pedralba, y los de «El Quemado,.,
..Villaricos•, •La M ezqu_ita.. y el •Yesar de Masero», en
Bugarra, este a muy poca distancia de la Cueva M erinel (MARTINEZ, 1975: 182-186). No obstante, resulta
completamente imposible el dilucidar si la cueva fue
frecuentada por los habitantes de uno de estos poblados o por los de todos, e incluso por los asentados en
lugares más lejanos, del Camp de Tária y de Los Serranos.
INTERVENCIONES
ARQUEOLÓGICAS
La primera actuación en la Cueva Merinel que
iba a poner de manifiesto su carácter de yacimiento arqueológico y más concretamente de cueva-santuario,
fue protagonizada por una serie de miembros del Cen-
tro Excursionista de Valencia, el 28 de julio de 1953
(VARIOS AUTOJUS, 1982: 194), entre los que figuraba
Rafael Cebrián Gimeno y como gufa el vecino de Pedralba, Vicente Andrés Muedra que nos han informado verbalmente de aquella actuación, comentándonos
que en una salita situada al fondo de la principal, a
muy poca profundidad y entre tierras oscuras repletas
de carbones, cenizas y huesos de animales, extrajeron
entre quince y veinte vasitos grises y negros. Dos de
estos quedaron en propiedad de Vicente Andrés (fig.
2, 3 y 4), y el resto en poder de los otros miembros de
la expedición sin que hayamos podido localizar ninguno de ellos, salvo dos que se encuentran en el Museo
Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias, «González
Martf,. de Valencia (fig. 2, 1 y 2) que debieron ser donados por alguno de aquellos y que nosotros mismos
pudimos ver años atrás, cuando enaban expuestos en
una vitrina. En el interior de uno de ellos, una nota
decía: •Cueva Merinel. Pedralba•.
Posteriormente, la cueva es catalogada como sagrada de época ibérica, aunque con el nombre incorrecto de Meriñel, como aparece en el catálogo de Donat {DoNAT, 1967: 4-0), indicándose el hallazgo de
cerámicas ibéricas de pasta gris y forma caliciforme
(Gu.·MASOAREI.I.1 1975: 305).
Por entonces, era publicada nuestra Carta A~
qucol6gica de Pedralba y Bugarra y en ella incluíamos
la mencionada cueva, señalando la presencia de materiales del Bronce Valenciano y los ya mentados vasitos
caliciformes (MAATfmz, 1975: 177 y 181-182).
Sucesivamente, en 1981 y 1982, el Departamemo
de Historia Antigua de la Facultad de Geografia e Historia de la Uruversidad de Valencia, realizó sendas
prospecciones que, en relación con el santuario ibérico,
consistieron en localizar el lugar exacto donde se había
producido el hallazgo, encontrándonos con gran parte
de la sedimentación removida de la que se recogieron
algunos fragmentos pertenecientes a caliciformes de
pasta negra. Se tropezó con un pequeño espacio delimitado por formaciones cársticas que no presentaba remociones recientes, procediéndose a su excavación que
permitió localizar algunos vasos caliciformes (fig. 2, 5,
6, 7, 8, 9, 10 y ll) y un cuenco y parte de una tapadera,
ibéricos (fig. 3, 12 y 15) que, aunque fragmentados e
incompletos, se pudieron reconstruir en su mayor parte. Este material se encontraba entre tierras negruzcas
con carbones, coprolitos de ovicápridos y restos óseos,
en su inmensa mayoría, mandíbulas de cabras de corta
edad y algún lechón. Las cerámicas aparecían en un
completo desorden, de lado y boca abajo. Todo, en algunas partes, fuertemente concrecionado por la actividad cárstica del lugar, en muchas ocasiones por encima
de los restos arqueológicos. Thmbién se recogieron algunos fragmentos de cerámica a mano pertenecientes
a un cuenco pequeño y una cuenta de collar discoidal
( ArAAICIO liT ALll1 1983: 375-378).
263
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J.V. MARTÍNEZ PERONA
illllllt=::il•lt:= illllllt= ::il•t:::::J•.t=::ietnts.
9
Fig. 2
264
[page-n-275]
SANTUARIO rBÉ.RICO DE LA CUEVA MER.INEL
Finalmente, tras obtener el corresp ondiente permiso de salvamento y con el objeto de evitar q ue actuaciones clandestinas terminasen con los restos arqueol6gocos todavía existentes y estud iar posibles zonas sin
tocar, llevamos a cabo una intervención que nos ha
permitido recuperar muchos materiales y, especialmente, aclarar ciertos aspectos en cuanto a la formación del
depósito sagrado de la cueva Merinel. En efecto, nuestros trabajos se centraron en la limpieza de Jos sedimentos removidos y la recogida de los materiales que
contenfan, consistentes en su mayorfa en fragmentos
de caliciformes de pastas reductoras, algunos fragmentos de otr1>s vasos ibéricos y unos pocos de cerámica a
mano, asr como abundantes restos de fauna, etc. Además, se localizó una peq ueña superficie inalterada a1
estar sellada por capas calcáreaa y estalagmitas, formadas sobre el depósito de materiales arqueológicos del
santuario y que, en origen debieron cubrirlo por entero. Inmediatamente debajo, aparecían vetas negruzcas
conteniendo carbones, pero, sobre todo, coprolitos de
ovidpridos; a continuación los sedimentos con los
fragmentos de caliciformes y los restos de fauna., en su
mayoría mandrbulas de especímenes jóvenes de cabra
y cerdo; y finalmente, tierras más rojizas sin materiales.
INVENTARIO Y DESCRIPCIÓN
DE LOS MATERIALES
Una vez relatadas las actuaciones arqueológicas,
de l'.ndole divena, pasamos a dar relación de los materiales estudiados, señalando previamente que, los restos faunísticos aparecen inventariados, descritos y estudiados en trabajo adjun to a cargo de Francisco Blay.
En lo referente a las cerámicas a torno, tanto en los caliciformes como en e] r esto de los vasos, en sus pastas
se aprecia un desgrasante muy fino brillante de natur aleza no conocida, mientras que tambi~n , las superficies
externas de dichas cerámicas han sido cuidadosamente
espatuladas, apareciendo las mismas facetadas, con
surcos rmos a1 arrastrar partículas duras con la espátula, y bandas irregulares abrillantadas. Las medidas se
expresan en centímetros.
A) CERÁMICAS MODELADAS CON
TORNO
l. Vaso caliciforme de pasta negra. Cuello acampanado
y panza poco desarrollada. Pie anular bajo. Umbo externo
central. Doa agujeritos cercanos al borde. Diámetro boca:
8 '3, de la panza: 7, del pie: 4. Altura: 5'3. Se conserva en
el Muaeo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias, .-González Mai'tÍJo de Valencia. N° inventario general 3.l53. (Fig. 2;
Lám. I, 3).
2. Vaso caliciforme de pasta negra. Cuello corto y panza
muy de.aarroUada y alta. Pie anular bajo. Umbo i.nte.r no central. Diámetro boca: 9'6, de la panza: 8'9, del pie: 3'9. Altura: 6'3. Se conseNa en el Mweo Nacional de Cerámica y
Artes Suntuarias, ..Conzález Martí• de Valencia. N° inventario general: 3.156. (Fig. 2; Lám, I, 4).
3. Vaso caliciforme de pasta gris oscura. Cuello recto
con borde ligeramente acampanado. Pie anular delgado.
Umbo central interior. Diámetro boca: 8'7, de la panza: 8,
del pie: 4'3. Altura: 6. En posesión de don Vicente Andrés
Muedra de Pedralba. (Fig. 2; Lám. Il, J).
4. Vaso caliciforme de pasta negra. Cuello recto con borde con ala pequeña. Pie anular grande aristado. Umbo interior central poco marcado. Diámetro boca: 8'7, de la panza:
7'4, del pie anular: 4'9. Altura: 5'8. En posesión de don Vicente Andrés Muedra de Pedralba. (Fig. 2¡ Lám. II, 2).
5. Vaso caliciforme de pasta gris-negra. Reconstruido
parcialmente con cinco fragmentos. Cuello acampanado y
pan:ta b~a aquillada. Pie anular pequeño. Umbo central interior. Diámetro boca: 10'5, de la panza: 9'2, del pie: 4. Altura: 6' 7. (Fig. 2; Lám. n, 3).
6. Vaso caliciforme de pasta gris. Reconstruido parcialmente con doce fragmentos. Cuello corto y panza alta muy
desarrollada. Pie anular grande muy deteriorado. Umbo central interior. Diámetro boca: 9'1, de la panza: 9'1, del p ie:
••5. AJtura: 6'9. (Fig. 2; Lám. Il, 4).
7. Vaso caliciforme de puta negra. Reconstruido parcialmente con diez fragmentos. C uello y panza proporcionados con fuene aquillamiento. Pie anular muy pequeño. Diámetro boca: 8, de la panza: 7'5, del pie: 3'3. Altura: 5'3.
(Fig. 2; Um. m, 1).
8. Vaso caliciforme de pasta negra. Recorutruido parcialmente con catorce fragmentos. Cuello acampanado y
pan:~;a aquillada. Pie anular con aristas. Umbo cen~ral exterior. Diámetro boca: 8'3, de la panza: 7'4, del pie: 3'7. Altura: 6'4. (Fig. 2; Lám. m, 2).
9. Vaso caliciforme de past.a negra. Muy incompleto, le
falta la base y se ha reconstruido con seis fragmentos. Cudlo
cóncavo con borde hacia afuera; panza desarrollada. Diámetro boca: 8'5, de la panza: 8' 3. Altura de lo conservado: 6.
(Fig. 2; Lám. m, 3).
JO. Vasito en forma de tulipa de pasta gris y superficies
negras. Borde hacia afuera. Muy incompleto. Reconstruido con
siete fragmentos. Pie de anillo ancho. Di~metro boca: 6'5, de
la pan:~;a: 6' 7, del pie: 5. Altura: 6'5. (Fig. 2; Lám. III, 4).
11. Vaso caliciforme de pasta anaranjada veteada en gris.
Muy incompleto se ha reconstruido con nueve fragmentos,
conservándose otros once que no enclijan con lo montado.
Superficies del mismo color que la pasta. Cuello muy desarroUado acampanado, con un baquetón en au mitad con dos
series de incisiones oblícuas hacia la izquierda paralelas. Umbo
central interior pequeño. Pie anular muy pequeño y esbelto.
Diámetro boca: 9'4, de la panza: 7'8, del pie: 3'5. Altura:
8' 5. (Fig. 2; Um. IV, 1).
12. BoJ o cuenco pequeño de pasta gris en el interior
y beige en lu superficies. Reconstruido parcialmente con ocho
265
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J .V. M.ARTÍNE.Z PERONA
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•
Fig. 3
266
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SANTUARIO X:BÉRICO DE LA CUEVA MERJNEL
fragmentos. Superficies muy alteradas. Pie anular aristado
y umho central interior Diámetro boca: 12'2, del pie: i '8.
Altura: 5'2. (Fig. 3; Lám. IV, 2).
13. Fragmento de cuenco pequeño con ala horizontal en
el borde, de pasta gris~ .reconstruido con tres trozos. Va decorado con pintura roja oscura, en el interior con dos bandas
estrechas y el ala con dientes de sierra hacia el interior muy
irregulares. Posiblemente tuvo más decoración. Diámetro del
ala: 11'2, del interior de la boca: 8, de la paru:a: 9'1. Altura
de lo conservado: 2'5. (Fig. 3; Lám. IV, 3).
l i. Fragmento que coincide con la base de un plato
de pasta rojiza y superficies bciges, la interior con decoraci6n pintada en rojo muy perdida, alrededor del umho central, a base de los siguientes motivos: serie de 14 sectores
de dos círculos concéntricos pegados a una banda, alrededor
de la cual se desárrolla otra serie de cuatro drculos conc6ntricos completos, tangentes y secantes entre si y a su vez
secados por una banda exterior. La ~terior tambi6n decorada con pintura roja muy desvaída a base de bandas concéntricas muy irregulares que afectan al anillo del pie que,
en un m omento de su trayectoria, se desvían hacia el borde.
Se aprecia tambi6n una incisión muy fl1la que circun
5'7. (Fig. 3; L.á m. [V, 4).
15. Fragmento de tapadera de cerámica de cocina, reconstruido con dos trozos, de pasta n.e gra con abundante desgrasan te grueso de calcita. Superficies negras bastas. Diámetro pomo: 5'5, máximo de lo conservado: 13. Altura de lo
conservado: 4'5. (Fig. 3).
16. Fragmento del borde y cuello de un vaso caliciforme
de pasta y superficies grises. Cuello corto ligeramente acam·
panado con borde un poco vuelto. Panza alta desarrollada
Diámetro boca: 9'2, de la panza: 9'2. Altura de ]o conservado: 3'5. (Fjg, 3).
17. Fragmento del borde y cuello de un vaso caliciforme
de pasta y superficies negras. Cuello acampanado con borde
ligeramente vuelto. Diámetro boca: 8. Altura de lo conservado: 3'6. (Fig. 3).
18. ldcm. Diámetro boca: 8'8. Altura de lo conservado:
3'4. (Fig. 3).
19. Idem. Diámetro boca: 7'6. Altura de lo conservado:
2'5. (Fig. 3).
20. ldern. Diámetro boca: 6. Altura de lo co.n servado:
2'09. (Fig. 3).
21. ldcm . Diámetro boca: 9'2. Altura de lo conservado:
3'5. (Fig. 3).
22. ldem. Diámetro boca: 8'4. Altura de lo consevado:
3. (Fig. 3).
23. ldem. Diámetro boca: 8. Altura de lo conscvado: 2'6
(Fig. 3).
24. ldem. Diámetro boca: 8'8. Altura de lo conservado:
2'6. (Fig. 3).
25. Idem. Diámetro boca: 6'8. Altura de lo conservado:
3'5. (Fig. 3).
26. Idem. Diámetro boca: 8; de la panza: 6' 7. Altura
de lo conservado: !'6. (Fig. 3).
27. ldem. Diámetro boca: 9. Altura de Jo conservado:
2'8 (Fig. 3).
28. Fragmento del borde, cuello y puta del cuerpo de
un vaso caliciforme de pasta anaranajada clara y superficies
del mismo color alteradas. Cuello acampanado y borde vuelto. Diámetro boca: 9 ' 6, de la panza: 8'3. Altura de lo conservado: 4. (Fig. 4).
29. Fragmento del borde de un bol o cuenco pequeño
de pasta rojjza. Superficie exterior decorada con pintura roja
con m.otivo de series de tres círculos conc6.ntricos, cercanos
al borde, tangentes entre si y secantes a una banda que se
ent.rev6 por debajo. ¡..a superficie interior apárece con un engobe anaranjado y sobre ¿ate una banda pintada en rojo muy
defectuosa. Bo.r de muy 6no vuelto. Diámetro boca: 10. Altura de lo conservado: 2. (Fig. 4).
30. Fragmento del borde de un p lato pequeño oe pasta
rojiza y superficies muy alteradas lo que impide conocer su
estado original Presenta restos de espatulado con trazos aristados. Diámetro boca: 10, máximo del cuerpo: 10'5. Altura
de lo conservado: l'9. (Fig. 4).
31. Fragmento del borde de un plato de eocina de pasta
negra con abundante desgrasante de calcita grueso y superficies también negras alisadas. Diámetro boca: 17. Altura de
lo conservado: 3'4. (Fig. 4).
32. Pie anulár y parte del cuerpo de un vaso caliciforme
de pasta y superficies grises. Umbo central interior. DiámetrO máximo panza: 9'5, del pie: ! '6. Altura de lo conserw.do:
4. (Fig. 4).
33. Pie anular pequeño y parte del cuerpo de un vaso
caliciforme de pasta y superficies negras. Umho central interior deteriorado. Diámetro de lo conservado: 7 '1, del pie: 3' 5.
Altura de lo conservado: 2. (Fig. 4).
- 116 fragm.entos del borde de caliciformes de pastas gri·
ses pero mayoritariamente negras.
-6 fragmentos del borde de caliciformes de pastas rojizas.
-122 fragmenros del cuerpo de caliciformes de pastas
negras y algunas grises.
-28 fragmentos del cuerpo de calciformes de pastas roj izas.
-24 fragmentos de bases de caliciformes de pastas negras.
-4 fragmentos de bases de caliciformes de pastas rojizas.
-1 fragm. nto de borde .reentrante de plato ibérico de
e
pasta rojiza.
-'1.7 fragmentos del cuerpo de cerámica de cocina ibérica, de past.a s negras con abundante desgrasante grueso de
calcita.
- 1 fragmento del cuerpo de posible caliciforme o cuenco ibúieo de pasta roja. La superficie exterior está espatulada con facetas, surcos de arrastr~ de partículas y, en Wla zona
cercana a la base se inicia Wl engobc rojo-anaraojado.
-1 fragmenrito del cuerpo de pasta roja con la superficie exterior afacctada y recu.bierta por un cngobc rojoanaranjado muy próximo, si es que no lo es, al de la «terra
sigillata.. Dicha superlicie presenta tambi6n las facetas y finos surcos del arrastre de partfeulas que el resto de las cerámicas a torno.
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SANTUARIO IBÉRICO DE LA CUEVA MEUNEL
B) CERÁMICAS MODELADAS A MANO
-1 fragmento del borde decorado con incisiones, de
pasta marrón con desgrasante grue&o de calcita.
-1 fragmento del borde decorado con serie de pequeños
mamelones a su alrededor, de pasta negra can desgrasante
grueso de calcita.
-1 un fragmento del cuerpo con un mame. ón en forma
l
de pomo, de pasta grisácea con desgrasan te grueso de calcita
y superficie exterior espatulada, marrón clara.
-6 fragmentos del borde de cuencos, con pastas iguales
a las anteriores.
-7 fragmentos del cuerpo de similares caracteristicu a
loa anteriores.
-4 fragmentos del borde y 3 del cuerpo de grandes recipientes de muy tosca hechura.
C) SÍLEX
-3 lascas de snex ro.elado.
D) OBJETOS METÁLICOS
-Una fina barrita de cobre de sección oval, enrollada,
formando a modo de un anillo o un pendiente. (Lám. IV, 5).
-Un resorte de !Tbula de forma no precisablo.
E) OTROS ADORNOS NO METÁLICOS
- Dos ejemplares de ~
F) FAUNA
Véase el trabajo adjunto de
Fran~sco
Blay.
G) CARBONES
Se han recogido muchos de los aparecidos en las zonas
intactas.
H)
Muchos excrementas de ovicápridos.
VALORACIÓN
No cabe la menor duda que nos encontramos ante
un. santuario ibérico localizado en una cueva natural,
presentando todas las características señaladas en los
trabajos que definieron este tipo de lugar arqueológico
(TAJUtAD.B.LL, 1974; Gn.-MAsCAllKLL, 1975; APARICIO,
1975).
Las ofrendas y exvotos se localizan en unas intrincadas salitas del fondo de la gran sala, delimitadas por
infinidad de formaciones cársticas (fig. 1). El Lugar en
si no ofrece dificultades de acceso, pero no deja de ser
recóndito. Es posible que en su elección para lugar de
culto pesara el conjunto estalagmftico·estalactítico pre·
sente aqui con gran complejidad, por otra parte hecho
muy común en toda la cueva, o la presencia de cierta
humedad más intensa que en otras zonas, o se buscase
un lugar oscuro, {actores todos señalados en el caso de
las cuevas sagradas de Creta (FAURE, 1964: 187,
195-196; 1969: 204).
Cabría alguna posibilidad, además, de que, en
otras zonas de la cueva no prospectadas en este sentido,
se localizase la presencia de cultos antiguos, del mismo
periodo cultural que el que nos ocupa o de otras
épocas.
Mediante la prospección realizada en 1982, sabemos que la cueva fue utilizada, al menos desde el Eneo·
Htico y hasta la Edad Moderna, como lugar de refugio
para rebaños de ovicápridos, reflejado en la abundancia, constante en toda la potencia estudiada, de excrementos de cüchos animales domésticos (Ñ>ARIOJO ET
AWl, 1983: J78-180).
Del análisis de las escasas y reducidas zonas que
hemos encontrado no alteradas, podemos deducir que
los materiales originalmente depositados, han sufrido
la agresión de la continua utilización de la cavidad
para los fines antes incücados, lo que supondrfa la rup·
tura de gran parte de las cerámicas y osamentas y, posiblemente, la adición de restos carbonosos y, sin lugar
a dudas, de excrementos de ovicápridos. A ello hay que
añadir la acción debida a las fases de alta humedad,
posteriormente a la utilización del lugar como santuario que supondría aportes de agua considerables, incluso suficientes para arrastrar y depositar, en zonas so·
meras, el conjunto de materiales que después, incluso
quedaron sellados y atrapados por fuertes concreciones
calcáreas, lo cual también ha contribuido al deterioro
y exfoliación que muchos vasos cerámicos presentan,
asf como a la variación de las características primitivas
de las superficies cerámicas. Cabe preguntarse al respecto sobre la originalidad de los restos carbonosos allf
localizados; pero ante la falta de análisis de CH solamente es posible la conjetura.
Asimismo, conviene tener presente que la inmensa
mayoría de los restos de fauna localizados, no presentan signos de haber sido quemados. De todos modos,
hay algunos que sf que lo están, pudiéndose haber
dado dos modalidades de actuación, una con ofrendas
de animales domésticos sin quemar y otra en la que s{
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[page-n-280]
J.V. MARTÍNBZ P.ERONA
hubo cremación, de donde podían proceder parte de
los carbonos encontrados. Estos, sin embargo, también
pudieron ser el fruto de haber sido introducidos en algunos de los r ecipientes cerámicos utilizados como braseros para quemar perfumes (Musso, 1971: 97; FAuRE,
1964: 185) o finalmente, procedentes de una posible
iluminación cultual a base de antorchas o teas.
Del trabajo adjunto de Francisco Blay sobre los
restos faunísticos depositados en el santuario ibérico, se
desprende que hay una abrumadora preponderancia
de cráneos de cabritos o corderos cuya edad está en tor•
no al año, sin la presencia del resto del cuerpo y sin
huellas de manipulación de ningún tipo. Junto a éstos,
y también muy significativo, es la presencia de cráneos
de cerdos muy jóvenes, de tan sólo meses. La mención
de _restos óseos de animales en nuestras cuevassantuario es una constante, aunque todavía no han
sido objeto de análisis (Gn.-MASOAR.F.LL, 1975: 303-320;
~RICIO, 1975: 13-20). Depósitos similares de tipo cultual se han localizado en la región véneta (BATTAOWA,
1955: 30) y en muchas de las cuevas sagradas de Creta
(FAtJRE, 1964: 104, 109), lo que, unido a la presencia
de objetos que reproducen formas cie animales, ha conducido a que se considere que estos cultos fueron practicados por pastores y dirigidos a divinidades tales
como Pan, Hermes o las Ninfas, protectoras de los rebaños (FAilltE, 1964: 150).
Si relacionamos este tipo de evidencias con el hecho de que La cavidad ha sido utilizada intensamente
para guardar ganados, se podrfa argumentar que el
culto ibérico presente en esta cueva, era practicado por
pastores, posiblemente por los mismos que encerraban
allf sus rebaños.
La presencia de un resorte de fibula en el depósito
dt:l santuario, de tipo impreciso pero seguro perteneciente
a la Cultura Ibérica, puede llevarnos a pensar en la posibilidad de que se realizasen ofrendas de vestidos, hecho
que así interpreta Blázquez en otro santuario (BúzQ.U"EZ,
1983: 108), apoyándose en un texto clásico que menciona las ofrendas de mantos y vestidos en la religión grecolatina (AnüJ{()gfa Palo.tina VI, 200, 274, 286).
El anillo o barrita de cobre enrollada, puede ser
interpretada como un objeto propio deJ sexo femenino
y por lo tanto ofrecido como exvoto por una mujer. Su
tipo es poco significativo y solamente diremos al respecto que en el poblado de La Bastida apareció uno
similar (FuroHU, PLA, AI.ctou, 1969: 248).
Los dos ejemplares de acardiulll» con el natis per·
forado pueden corresponder a cualquiera de los pedo·
dos culturales presentes en la cueva Si los relacionamos con algunos fragmentos cerámicos que más
adelante comentaremos, podría sugerirnos que el santuario inició su actividad durante el Eneolítico o el
Bronce Valenciano, con continuidad o no en la Cultura
Ibérica; pero en La Bastida, la presencia de conchas
de esta especie marina es algo corriente, aunque sin el
270
natis horadado (Fwn'CHER, PLA, At.e.l.cu, 1965: 46, 121,
125, 131, 143, 148, 194, 214; 1969: 175 y 334).
Dentro del conjunto de las cerámicas a mano recogidas en los sedimentos del santuario, se pueden establecer dos grupos. Uno, compuesto por fragmentos
pertenecientes a un gran recipiente de factura descuidada, cuya fmalidad en este preciso lugar y dada la
mayor abundancia de agua, podrfa haber sido la de recogerla para satisfacción de los pastores o de otros frecuentadores de la cavidad. Otro, integrado por los
fragmentos de cerámicas de factura muchos más cuida·
da, incluso con algún atisbo de decoración, pertenecientes a cuencos pequeños, que pueden ser relacionados tanto con el gran recipiente, recogedor de agua,
como con la función cultual. Pero al respecto hay que
tener muy presente la cantidad pequeña de materiales
cerámicos anteriores a la Cultura Ibérica por lo que cabrfa mejor la primera interpretación.
La cerámica a torno es, sin lugar a dudas, junto
con los restos de fauna, el material más abundante; entre ésta, abrumadoramcnte, los caliciformes de pastas
negras-grises y tipología muy variada. Los hay también de pastas obtenidas en atmósferas oxidantes, pero
en un porcentaje ínfimo (dos o tres ejemplares), destacando el n° 11 de proporciones esbeltas y pasta beige
pero con mezcla de gris, decorado con un baquetón
con doble serie de cortecitos oblicuos. Uno de los caliciformes (n° 1), lleva dos agujeritos cerca del borde. Se
trata de un fenómeno couic:mes en la cerámica gris,
apareciendo en otros yacimientos (ARANEGUI, 1975:
354; Ai.."~UGRo, 1969: 81, lám. XXII, 6), siendo frecuentes en Ja cueva-santuario de Villargordo del Gabriel (GtL-MASCAuu., 1977: 711, 712), evidentemente
con la finalidad de poder suspenderlos de las paredes
o techos, lo cual puede ser puesto en relación con nuestra interpretación, analizada más adelante, de que los
caliciformes realizasen funciones de iluminación como
lámparas.
El resto de cerámicas queda constituido por platitos, boles, cuencos pequeños o pátcras, que no contradice lo que sabemos referente a otros santuarios similares (GIL-MASCARP.LL, 1975: 321, APARICIO, 1975). Al
respecto, se ha indicado una posible asociación entre
<;1 caliciforme y las páteras en contextos cultuales, entre
los siglos IV y II a.C., en el ámbito territorial ibérico,
afirmándose también, que el caliciferme no debe proceder de la forma 41 de Lamboglia (7.411 de Morel)
sino de la crátera o forma 40D de Lamboglia (3.521 de
More!), por simplificación de aquélla, desapareciendo
las asas y reduciéndose el pie (ABAD, 1983: 193-194).
Otra forma cerámica ibérica presente es la tapadera,
sin que podamos columbrar si se utilizaría en el santuario ibérico como tal, o como portadora de ofrendas.
La mayor parte de la cerámica a torno fina, muestra unas características de hechura uniformes, tanto se
trate de los caliciformes de pastas negras o rojizas
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SANTUARIO IBÉRICO DE LA CUEVA MERINEL
como de las otras formas. La superficie exterior ha sido
cu_idadosamente espatuJada, afaeetándola a bandas y
dejando surquitos por el arrastre de partículas duras
ante el movimiento giratorio del vaso, transmitido por
el torno. Unas pastas muy depuradas con un fmo desgrasante brillante. Thdo indica una producción homogénea que afectaría a toda la zona de acción del santuario o bien que todas las ofrendas cerámicas
proceden de un único poblado.
En dos diminutos fragmentos nos encontramos
con una especie de engobe, por no Damarlo de otra manera, anaranjado que, en un principio y en uno de
ellos, nos pareció reconocer Kterra sigillata..; pero un
examen m's detenido nos lo desminti6. Uno puede
pertenecer a la panza de un caliciforme y el otro al
arranque del cuerpo de una pátera. .Desgraciadamente
son tan pequeños que nos impide el hacer mayores precisiones.
También está presente la cerámica a tomo ibérica
llamada de cocina o basta, a la que pertenece la tapadera (n° 15), un plato (n° 31) y varios fragmentos informes más.
Dejando a un lado los materiales adscribibles a
momentos culturales anteriores, el resto no desdice en
nada dentro de la Cultura Ibérica. Otra cosa es precisar el momento concreto. No parece que el santuario
tuviese una larga pervivencia al echar en falta las cerámicas de barniz negro campaniense y las romanas, a
no ser que se continuara el culto en otras zonas de la
cueva no localizadas. La duda solamente se plantea
ante los dos fragmentos de <•engobe anaranjado» que,
en el caso de ser un error en la fabricación de campanienses, se podría llevar el fmal de la utilización del
santuario hasta el s. I a.C., aunque el conjunto puede
abarcar muy bien desde finales del s. V a.C. hasta bien
entr<;ldo el III a.C.
EN TORNO A LAS POSIBLES
FUNCIONES DE LOS
CALICIFORMES
La interpretación más difundida, en estos momentos sobro la funci6n de los caliciformes en contextos
cultuales, es la de que eran utilizados para realizar libaciones. Sin embargo, en los trabajos específicos sobre
el tema no encontramos una explicitación elaTa y contundente al respecto, sino más bien, evocaciones de lo
que sucede en otras culturas del momento y del Mediterráneo (GrL-MA.ScARY.LL, 1975: 321) o indicaciones a
la presencia de agua en los santuarios como condición
indispensable para su existencia (TARP.A.DELL , 1974) a
la que pronto se la hace responsable de ser objeto de
culto con fmes terapéuticos o salutíferos (APAlncto,
1975: 23-25). En un trabajo de divulgación, se da por
sentado que la presencia de vasos caliciformes en nues-
tras cuevas-santuario, obedece a su función como vasos
de libaciones (PL 1980: 270). Para Blázquez, los vaA,
sos caliciformes que se encuentran en las cuevassantuario ibéricas pudieron servir o bien para hacer li~
baciones o como portadores de frutos (BLÁZQUEZ, 1983:
206), diciéndose poco después que entre los ritos que
se llevar(an a cabo en las cuevas-santuario estaría el de
las libaciones (LuCAS, 1984-: 239). Para Marco Simón
(1984: 75-76) la presencia de caliciformes y páteras en
la Cueva del Coscojar de Mora de Rubielos, es signo
inequívoco de la realización de rituales de libación.
Esta idea tomó consistencia al considerar un trabajo (SH.EP1'0N, 1971: 109) en que se hace derivar cierta
forma de cuenco griego de cerámica de barniz negro,
muy similar a nuestros caliciformes, de unos vasos de
plata. utilizados entre los persas para las libaciones y
ofrendas, los cuales se generalizan a mediados del s. IV
a.C. (GtL-MAscARilLL, 1975: 321), indicándose también,
que estos vasitos griegos pudieron ser uno de los prototipos que dieron lugar a la aparición del caliciforme
ibérico (MANEGUJ 1 1975: 354 y AlwaGOI 1 Pr.A, 1984:
81-82). No obstante hay que tener presente que estos
prototipos griegos no aparecen en La Bastida, cuya
vida fmaliza en un mometo comprendido entre finales
del s. IV a.C. y los inicios de la siguiente centuria
(Fu:"I'CKER, PL.A, ALcAcER 1964-1969) y son muy excepcionales en el resto de la franja .mediterránea de la Península Ibérica, conociéndose tan sólo dos posibles
ejemplares procedentes de Ampurias (TRiAs, 1967: 56;
n° 83 y 84; lam. XVIII, 4 y 5) y otro encontrado en
el pecio de «El Sccn que responde a la forma 41 de
LambogHa que se explica como una evoluci6n de la
phiale griega, vaso propio para las libaciones (CaRoÁ,
1989: 54).
Creemos por nuestra parte que el origen de los caliciformes hay que buscarlo más en las formas cerámicas halstátticas y de los Campos de Urnas, muy arraigadas en Cataluña (AilANEGUT, 1975: 351, 356). Al
respecto, son muy sugerentes ciertas cerámicas grises
a torno de la necrópolis de Las Madrigueras de Carrascosa del Campo (ALMAGRO, 1969: 39, 50, 51, 62,
64, 81; lam. XXII, 4, 5, 6; lam. XXIV, 3), cuyas formas son equiparables a los caliciformes aunque un
poco mayores, empleándose como urnas cinerarias,
además de la presencia de un cuenco con cuatro agujeritos cercanos al borde, dispuestos dos a dos, para su
suspensión, algo frecuente en las cerámicas grises y en
nuestros caliciformes (Grt.-MAsCARBLL, 1977: 711-712; y
el n° l de este estudio).
También podría encontrarse un argumento a favor
de la función de los caliciformes de las cuevassantuario como vaso de libaciones, en la interpretación
que se nace de algunas representaciones escultóricas
ibéricas. Nos referimos, en un principio, a las damas
oferentes del Cerro de Los Santos (GARD1A v BRt.Lmo,
1954: 4-75, 480, 482, 485, 486, 487' 488, 490 y 4591),
271
[page-n-282]
J .V. MARTÍNEZ PERONA
portadoras de vasos que, a pesar de la libertad artística
del escultor en su realización, pueden ser considerados
como caliciformes. El problema, sin embargo, queda
sin resolver mientras no sepamos ]o que Uevan dentro,
si es que llevaban algo. Para Blázquez, estas estatuas
prueban claramente la existencia del rito de Ja libación
en la religión ibérica, el cual sería de origen fenicio"
(Bwo;.ui!Z, 1983: 98, 111, 188 y 191). Estas libaciones
eran a base de vino, leche, hidromiel o agua (Bt.Az.
QUU, 1975: 148-149; 1977: 327 y ss.). Muy próxima a
esta interpretación está una más reciente que ve en estas representaciones, al ponerlas en relación con la presencia de aguas mineromedicinales próximas al santuario, una práctica purificadora consistente en la
ingestión o ablución de tales aguas, cuya cercanía determinaron la ubicación- del santuario del O erro de los
Santos (R uu, 1989: 195).
Asimismo, Blázquez interpreta como rito de libación lo representado en uno de los relieves de Osuna,
donde se ven dos damas: Una de ellas podando una
antorcha y un vaso, para él caliciforme (BLÁZQ.uEZ,
1983: 98) pero si el artista no nos miente, de tamaño
mucho mayor y de los de cuello alto, de cronología más
tardía (ARANwoJ, Pu, 1983: 81-82). La otra dama solamente se la ve llevando un gran vaso de características similares (GAACIA v Bat.t.IDO, 1954: 546-5+7; fig.
4 74). Según aquél, se trata de partes de un monumento
funerario, en el que se representaría los ritos funerarios
debidos a personajes importantes (BI.ÁzQou, 1983:
162). Es evidente que estamos ante un caso muy diferente al que nos encontramos en nuestras cuevassantuario, empleándose vasos que posiblemente nada
tengan que ver con nuestros caliciformes, al menos con
los de pastas negras y cuello poco desarrollado.
En las cuevas-santuario de la isla de Creta, entre
otros motivos, también se ha señalado el de la presencia de agua como motor del culto en algunas cuevas
(FAuu, 1964: 187, 195), y la atribución de la práctica
de libaciones a ciertos vasitos y copas encontrados en
las cuevas de S\otino y Kamarés (FAuRE, 1964: 172,
181) junto con la presencia inequívoca de sacrificios de
animale.s.
Los latinos entendían con los términos /ihare, lihamina y /ihatimu:r tttodas las ofrendas no sangrientas que
se derraman o en las que se derrama una parte en las
llamas ence.n didas sobre el altar, pudiendo ser este altar el hogar doméstico o un altar propiamente dicho,
colocado en un santuario consagrado» (TouTAJN, S/F,
IV, 2a, 973). Las ofrendas suceptibles de ser consideradas como lihamina o liha, eran de índole muy diversa:
Líquidos de u so corriente, hierbas y plantas odorantes,
perfumes orientales, productos agdcolas considerados
como primiciales, miel, alimentos corrientes, sal y ciertos pasteles especialmente preparados para las ceremonias religiosas (Tot:rrJJN, S/F, IV, 2-, 973).
Entre los griegos, las libaciones se designaban por
272
el término qwo'YO
con exclusividad para estas últimas. Acompañaban
normalmente a los sacrificas y ellas mismas constituían
un sacrificio. También se llevaban a cabo, en época clásica, al inicio de los banquetes. La bebida más frecuente era el vino mezclado con agua y a veces también
puro (LscRAND, SIF, IV, 2•, 963). El agua era empleada en el caso de que se desease purificar a una persona
o a un santuario. Pero la forma más exten dida era una
bebida denominada /o'fAÍXPWO'Y, consistente en una
mezcla de leche y miel que era empleada como alimento reconstituyente de niños y enfermos, de aquí que
también se le ofreciera a los muertos. Esta mezcla tenía
un papel importante en el culto a las divinidades infernale·s, ofreciéndoselas asimismo a las Ninfas y a las Divinidades del campo. El aceite, fmalmente, era empleado como libación tan sólo en el culto a los m uertos,
pues en Jos sacrificios sólo se utilizaba para reavivar la
llama que consumía las carnes de las víctimas (LJ!..
CRA.ND, S/F, IV, 2a, 964).
Respecto del rito de la libación en el mundo clásico, nos interesa destacar que el recipiente mayormente
utilizado entre los griegos es la Phia/4 o escudilla o copa
plana sin pie (Parnu, S/F, IV, la, 434-435), conocida
por los romanos que también la empleaban en los mismos ritos con el nombre de Patera (PO'M't8k, S/F, IV,
la, 341), forma, pues, muy düerente al calicüorme ibérico, pero que también está presente en los depósitos
cultuales de las cuevas-santurario ibéricas (TARAAOY.t.L,
1974:; ÜIL-MASCAREt.L, 1975; ArAAICto, 1975; y en este
mismo estudio). Se podría admitir, por lo tanto, que
las posibles libaciones efectuadas en las cuevassantuario ibéricas se realizarían con las páteras y no
con los caliciformes, cuyo destino pudo ser muy bien
otro.
Esta otra función del caliciforme en el culto en
cuevas ibéricas, podría se la de servir com.o recipientes
portadores de ofrendas sólidas, supuesto que ya hemos
visto se indicaba junto con el de las libaciones (BtJ.z.
Q.uez, 1983: 206). Desde luego, difícilmente podían h aber contenido como ofrendas las abundant{simas cabezas de cabrito y de lechones en la Cueva Merinel No
estará de más señalar la similitud de formas existente
entre Jos caliciformes ibéricos y los pequeños vasitos o
Kotylcsko{ de los lrernoi. AdeD1M, la presencia de un fragmento de Iremos en el santuario del Castellar de Santisteban, relaciona este tipo cerámico con un lugar de culto ibérico (LANTtER, 1917: 102; Jam. XXXIV, 3). En
las cuevas-santuario ibéricas, los caliciformes podrían
haber cumplido la misma función que los Kotylcskol del
Iremos, pero ya independientes entre si. Según el testimonio de Atheneo (IX, 476-478), basado en Ammonios y Polémon, el Kemos consiste en un vaso cerámico
sobre el que se colocan gran cantidad de pe,q ueños koryliskol, siendo un accesorio insustituible del culto practi·
[page-n-283]
SANTUARIO rBÉRICO DE LA CUEVA MERINEL
cado en la ciudad ática de Eleusis. En efecto, en determinadas ")'EAE')'CXÍ solemnes, estos kerrwí eran llevados en
procesión sobre la cabeza. Los /cotylislw{ se destinaban
a contener una pequeña cantidad de los principales
productos de la tierra, ofrenda sagrada de los fieles a
la divinidad. Consistían esencialmente en miel, aceite,
vino, leche, trigo, cebada, sangre, adormidera, guisantes, lentejas, ~\abas, espelta, avena, lana sin lavar y pastel de frutas. El recipiente iba provisto de ana tapadera
con agujeros que ha dado muchos quebraderos de cabeza en cuanto a su interpretación. En las fiestas de
Eleusis, el kerrws se utilizaba para transportar y ofrecer
solemnemente las primicias de los frutos de la tierra.
El nombre de kerrws solamente puede ser aplicado con
propiedad a estos recip ientes eleusinos (CouvE, 1900:
III, 1a, 822-825).
En Creta, en la cueva sagrada de Kamarés, se localizaron vasitos, tacitas, vasos de frutas, jarritas con
tapadera, todos con traza de haber contenido harina y
granos, siendo de época micéncia (FAuu, 1964: 179).
Sin embargo, el testimonio escrito indicado sobre
la funcionalidad del Kerrws, no es el único. También se
nos dice que «Se llama XEpooyop6pos a la sacerdotisa que
lleva la cráteras, XÉpuos es, en efecto, el nombre de las
cráteras místicas sobre o en las que se colocan las lámparas,. (SoRoL. NrOANDR. At.EXli'H. , 217). Además, en algunas representaciones en las que aparecen kerrwi, se
ven surgir del interior del vaso pequeños bastones que
no pueden ser otra cosa que bujías (Couve, 1900: m.
18 , 823). Así, pues, otra posible interpretación de la
función de los calicifol"mes en las cuevas-santuario ibéricas es la que se refiere a servir de portadores de luz,
es decir, de ser ofrendas lumínicas.
Partamos del hecho significativo en todas las
cuevas-santuario ibéricas, de la abrumadora abundancia sobre los demás tipos cerámicos de los caliciformes
y más concretamente de los de pastas grises o negras
(TARRADBLL, 1974¡ GrL-MAsoAREr..L, i975¡ Armero ,
1975). Esta característica solamente es parangonable
con la abundancia de lám.paras en los santuarios de influencia oriental, fenicio-púnicos, y en los de época helenística y romana. En efecto, encontramos muchas lucernas de tipo fenicio en el santuario c}l¡priota de
Limassol (IV.RAcEOROHis, 1977: 62 y ss.). En C reta, la
presencia de lucernas se documenta en muchas cuevas,
correspondiendo a los periodos Micénico, Arcaico,
Clásico, Helenístico, pero sobre todo al Romano (FAV·
RB, 1964-: 83, 93, 104, 135, 139, 140, 147, 164 y 177).
En el santuario galo de Chíltelud-des-Lardiers, aparecieron muchas lucernas de época romana (BENorT,
1969: 73). En tiempos más recientes, en la región argelina de la Gran Kabilia, la mayoría de L ofrendas deas
posjtadas en los santuarios son lámparas o cerámicas
destinadas a porta.r una ll_ama, bien de aceite o de cera
(Musso, 1971: 97). En el santuario del Collado de Los
Jardines, también se docu.m entan muchas lucernas ro-
manas como ofre.ndas u objetos de culto (CAt..VO, CA·
eú, 1918: 57¡ 1919: 25). En nuestras cuevas-santuario,
cuando se ha mantenido o iniciado el culto en momentos posteriores, lo normal es encontrar cerámicas destinadas a proporcionar una llama. Así tenemos la Sima
de l'Aigua en Carcaixent, en la que se han documentado varios fragmentos de lucernas romanas (ArARIClO,
1975: H )¡ la Cueva Santa de Enguera, con abundantes
lamparitas de aceite de tipos diversos, de época medieval, llegando hasta el momento de la expulsión de los
moriscos (ArARJmo, 1975: 18-19); pero sobre todo es la
Cova de Les Meravelles de Gand{a la que proporciona
un testimonio más directo, documentándose 6 lucernas
bastante completas y muchísimos fragmentos de otras,
fechables entre la 28 mitad del S. 11 y principios del ffi
(Pt.A, 194-6: 19?).
En los mundos clásico y semita antiguos, no se
comprendía ninguna ceremonia religiosa sin la presencia de la llama (SAGuo, 1918: {, 24 , 869) ya que los antiguos no utilizaban únicamente las lucernas para
alumbrarse sino que también les atribuían un papel re-ligioso o de ritual (TouTAIN, 1918: III, 28 , 1336). Los
griegos preferían para su amplísima gama de ceremonias religiosas la luz procedente de la madera, siendo
los términos más usuales para estos artefactos los de
oaí~ y och (PornER, 1918: ll, 2 8 , 1025). Utilizaban
preferentemente el pino resinoso o tea para confeccionar sus antorchas, pero también recurrían a los sarmientos, a la coscoja y al roble o encina. Su fuego era
considerado como el elemento purificador p or exc-elencia (POTTI.Ell, 1918: II, 24 , 1026, 1027). Etruscos y romanos, aunque también empl eaban antorchas en sus
ceremonias, de antiguo disponían asimismo, prefiriéndolas, velas de sebo o cera (Pornu, 1918: IT, 2•, 1028;
S...ouo, 1918: [, 2*, 1020). La lucerna, por su parte,
fue empleada fundamentalmente por las culturas del
Próximo Oriente (FoRBBS, 1966: VI, 142-151). Los fenicios se· servían de unas lucernas muy funcionales,
consistentes en simples platitos de borde vuelto hacia
adentro y pellizcado para formar el pico por donde
emergfa la mecha. Se documentan a fmales del mu
milenio en Palestina, todavía sin el borde indicado y
con un solo pico (At.cnv.N, 1969: lam. 14.24). Los primeros ejemplares con borde diferenciado aparecen en
Tiro hacia 1.400 a.C. (BIKAI, 1978: lam. 47A, 18). En
Occidente se Jes agrega otro pico, por lo que aparecen
con dos, aunque, en el s. VII a.C., sólo presentan uno
(hl.Mss-LnroEMANN 1 1986: 233).
E n ámbito griego, minoicos y micénicos emplearon lucernas de cuenco simple abierto. Posiblemente
eran de mecha flotante y procedJan de Egipto (Foa.
BBS, 1966: VI, 151-152). Con la desaparición de la cultura micénica dejan de verse las lucernas, reapareciendo en los templos griegos a partir del s. VIII a.C.
(Foui!S, 1966: VI, 158). En ámbito romano, empiezan
a utilizarse a partir del s. lll a.C. (FORBBS, 1966: 156),
273
[page-n-284]
J.V. MARTÍNEZ PERONA
por influjo indudable griego ya que se las denomina
J.;¡dtnus y lucerna, del griego >.úxvos (T oOTAIN, 1918:
111, 2•, 13 20). Sin embargo, no debernos olvidar que
la utilización de lámparas es muy antigua en :Europa,
remontándose al paleolítico, empleándose cazoletaa de
piedra que no se han identificado muchas veces como
tales, al ser interpretadas como morteros. La luz era
producida por una mecha alimentada por aceite o sebo
(FoJUIJ:S, 1966: Vl, 126·128).
No hace falta insistir mucho en el hecho de que
todos estos sistemas de producir luz, eran empleados
tambi~n para iluminar los bogares y las travesías por
las vías públicas por las noches, sin que fueran exclusi·
vos de los ritos religiosos y funerarios.
El combustible empleado en las lucernas era el
aceite de oliva al que se le añadfa sal para evitar, posiblemente el que se calentase en exceso (Four.s, 1966:
VI, 156; Tol.riAIN, 1918: m, 2•, 1322). Este sistema era
muy empleado en Egipto donde se u tilizaban lámparas
de mecha flotante (H noooro, n, 62; PUNTo, NDt. Hist.
XUI, 1.2).
La.s candelas romanas eran fabricadas con cera de
abeja, pez o sebo, empleando como mecha estopa, m~
dula de j unco, de papiro u otra fibra vegetal, simple·
mente retorcida y recubierta por capas de los materia·
les antes señalados (SACUO, 1918:
2 8 , 869; Fouss,
1966: VI, 134). Se preferfa la cera y entre ésta la d eno·
minada púnica, más blanca, que posiblemente proce·
d!a de Hispania donde los cartagineses habián perfec·
cionado su elaboración (SAcuo, 1918: I, 2•, 1019);
pero se emplean sobre todo las de sebo por res ultar
más económicas (FoRJSES, 1966: VI, 140).
Las astillas de pino o tea y las antorchas en gene·
~;al, empleadas preferentemente por los griegos, eran
objeto, en algunas ocasiones, de un tratamiento consis·
tente en impregnarlas con materiales altamente combustibles para acentuar su potencia luaúnica (FoRses,
1966: VI, 125). Pero como es obvio, la forma más anti·
gua de iluminarse era mediante la luz procedente del
fuego del bogar (FoRBr.s, 1966: VI, 131).
En definitiva, la C ultura fb~rica pudo conocer va·
rios de estos sistemas y entre ellos el de utilizar los va·
sos caliciformes como medio para sostener una mecha
flotante en aceite con o sin sal, al modo egipcio, o quizá
tam bién empleando la cera o el sebo.
Hemos visto la significativa abundancia de caliciformes en las cuevas-santuario ib~ricas y cómo, en ~po·
ca romana, esta preponderancia se trueca en favor de
las lucernas. De ahf el que hayamos propuesto la hipótesis de que el caliciforme fue utilizado como lámpara
portadora de luz sagrada. Para completar el panorama
al respecto, veamos lo que sucede en las n ecrópolis y
muy especialmente en los poblados.
En el caso de las necrópolis, el vaso caliciforme no
debió cumplir ese papel preponderante ni tampoco las
lucernas. Los calicifo~;mes, sin que estén totalmente
r.
274
ausentes, son, en general, raros, sino mejor excepcio·
nalca. En la necrópolis de La Solivclla no encontramos
ninguno (Furn:m11., 1965), ni tampoco en la de Orleyl
(lJ.?.ARo trr ALll, 1981), ni en la de la Mina (AMNrotn,
1979: 269-286). En general no se documentan en las
necrópolis castellonenses {ÜLIV.BR, 1981: 189-256).
Tampoco aparecen en la de Las Peñas de Zarra (MAll·
TiNBZ G...lldA, 1989). Sin embargo, sf que aparece algu·
no en las necrópolis alicantinas, albaceteñas y murcianu. En la necrópolis de Cabezo Lucero se indica su
presencia (Aa..+.mou1 liT ALll, 1982: 4-32), asf como en la
de •El 'Thsorico» de Hellfn, donde se inventarían dos
caliciformes de pastas grises pero con la salvedad de
haberse recogido fuera de cualquiera de las tumbas
( BRONCANO &T ALll, 1985: 140). En el Cigarralcjo, los ca·
Liciformes son escasos. Solamente contabilizamos 6
ejemplares (CUADRADO, 1987: 165, 313, 351, 379, 44-1 y
452). Uno de ellos parece haber sido utilizado corno
urna para contener los restos de un niño (CUADuoo,
1987: 313-314, tumba 154). De todos ellos, solamente
hay un o de pasta negra (tumba 204, p. 379). Nos parece tambi~ interesante un vaso descrito por Cuadrado
como •copa de pie calado», forma 24, decorada con fa·
jas, de la tumba 96 (CuADRADO, 1987: 227-228, n° 3)
cuya forma es plenamente caliciforme y creemos que
se trata de un brasero. Desde luego no hay ninguna lucerna de lo que se extraña Cuadrado y le da pie para
argumentar que, o bien estaban excluídas de los ritos
funerarios «O que se utilizaban para el alumbrado los
abundantfsimos platillos de pequeño tamaño que apa·
recen en gran número de tumbas• (CuADRADO, 1987:
63), argumento en total consonancia con el nuestro so·
b re los caliciformes de las cuevas-santuario ibéricas.
En la necrópolis de La Albufereta, están más presen·
tes. .En principio se puede decir que hay un total de
53; pero, de éstos, tan sóJo 18 se han localidzado en las
sepulturas y todos son de pastas rojas y decoración pin·
tada (R ua1o, 1986: 359-360, 362). Algo similar su cede
en Cataluñ a con los vasos bitroncocónicos de pasta gris
con pie anular y dos agujeritos en el reborde de la
boca, fechados en la primera mitad del s. V a.C., ya
que no son frecuentes en las necrópolis de Ampurias
y af en los poblados tales como la Muntanya de Sant
Miqucl, en Valromancs-Montomes y El Cogulló, en
Sallent (A.Jv.r.reGm, 1975: 354). Y también nos parece
significativo al respecto, el que en las necróp olis de incineración de O ccidente, estén ausentes las lucernas fcniciaa, señalándose tan sól o dos piezas en las 14 tumbu
de la de Almuñecar (M.wls-LnmEMANN, 1986: 233).
Para Abad, el caliciforme viene a su stituir las funciones rituales encomendadas en un primer momento al
olpe, en los contextos ibéricos avanzados ya que ambos
recipientes aparecen asociados a páteru (A.aAD, 1988:
341); pero, en todo caso, habría que restringir este su·
puesto al Sudeste peninsular ya que el olpe es un recipiente eminentemente necrológico, m ientras que el ca·
·r
[page-n-285]
SANTUARI O LBtR1CO DE LA CUEVA MERINEL
liciforme y sobre todo el tipo antiguo, es más propio
de los santuarios.
En cuanto a los lugares de hábitat, el caliciforme
es una forma cerámica bastante usual, aunque no tan
predominante como en las cuevas sagradas, si exceptuamos un caso que más adelante veremos. Por su parte, las lucernas son muy raras. En todos los poblados
ibéricos valencianos, el caliciforme es corriente. Los
encontramos en el poblado de Los Villares (Pu.,
1980). En Coimbra del Barranco Ancho se ban inventariado 16 de Jos que, 8 corresponden a pastas negras
o grises y 8 a pastas rojas y superficies decoradas
(MoUNA 8'T AUI, 1976: 40-43). En la Bastida de Les Alcoses, de lo publicado se contabilizan 22 caliciformes,
de Jos que 11 presentan pastas grises o negras, 9 rojas
·y 2 indeterminada (FLtreH.tx, Pu., Al.cJ.cBR, 1965: 35,
40, 67, 79, 91, 182, 219, 223, 242; 1969: 31, 92, 151, 170,
204, 239 y 307), reconociéndose tan sólo una lucerna
ática de barniz negro ( l büinn, 1969: 103). En Sant M ique) de Llíria, se localizaron 42 ejemplares, de los que
se describen solamente 20, de los que sólo 5 son de pasta gris/negra {BAL1.1!.S1'U BT AUI, 1954: 17-18, lam. X y
tabla IV) y un par de lucernas campanienses tardías,
al menos una (lbidem, 13-l+). En el Puntal dels Llops
se describen 8 en un primer trabajo, de los que 5 son
de pastas grises, a unque alguno tiene también mezcla
de marrón, y 7 rojaa (BoNBT1 MA». ET AUI, 1981: 28,
42, 43, 58, 63, 65, 74, 102 y 104), y dos lucernas de
Campaniense A (lbüinn, 78). Pero en un trabajo poster ior, en el que se hace un análisis m icroespacial del poblado, se enumeran nada menos que 157 caliciformes,
dándose una fortísima concentración en los depanamentos 4, 3 y 2, en este orden y ya menor en los 1,
8, 12 y 14 {BUNAJIMU MT A1Jl 1 1986: 326). El departa·
mento número 4 es considerado como ccmultifuncional»
y el 2 y 3 como de «actividades domésticas». En el n°
1 se localiza la mayor cantidad de objetos cultuales (Ibidnn , 332-333). Es una verdadera lástima que, en este
trabajo no se haga una distinción entre los de pastas
negras y los de rojas, lo que nos permitiría ver si la tal
es o no significativa. Lo que sf que parece evidente, a
no ser que se deba a diferencias de método, es que hay
una mayor concentración de caliciformes en el Puntal
deis U ops que en La Bastida e incluso Sant Miquel.
En estos dos últimos, además de su corto número como
hemos visto, nunca se registran concentraciones de
más de cuatro vasos por departamento.
Cabe, pues, la posibilidad de que los caliciformes
realizasen la función de lámparas con mecha flotante,
en los poblados, con fines de iluminación o de cultos
domésticos. Por extensión, este serla el vaso empleado
mayoritariamente con esta función, en las cuevassantuario. Puede tener relación con lo dicho, el hallazgo en la cueva de Skotino de Creta, de un fragmento
de un vaso gris con restos secos de aceite, datado en
el Minoico Medio (FAtiU, 1964: 164). El combustible
más idóneo para este tipo de lámparas sería el aceite,
funcionando al modo egipcio, muy presente en el mundo griego, como ya hemos visto; pero también podían
babene empleado el sebo o la cera, materiales de los
que tampoco carecían los iberos, bien llenando el vaso
con la mecha en el centro, bien sosteniendo alguna
candela al modo romano. Entre los hallazgos de la
Sima de l'Aigua, se habla de un caliciforme que contenía una substancia blancuzca cuyo análisis se anunciaba pero del que todavía nada sabemos (.APARJcto,
1975: 14). Ser(a muy esclarecedor para el tema que nos
ocupa no solamente el que se analizase este caso sino,
incluso, que se intentara reconocer la presencia de
substancias en las microgri.etas de los caliciformes y demás formas cerámicas halladas en las cuevas-santuario
ibéricas.
Es muy tentador, por todo lo expuesto, conti.nuar
investigando en la lfnea de que estas funciones de tipo
cultual estaban encomendadas con exclusividad a los
caliciformes de pastas grises/negras, como parece sugerirlo su abrumadora preponderancia en los depósitos
sagrados ibéricos valencianos y su posible vinculación
a un origen indoeuropeo a través de las cerámicas grises halstátticas.
Sin menoscabo de lo apuntado hasta ahora en
torno a las posibles funciones de los caliciformes, sobre todo en las cuevas-santuario ibéricas, cabe señalar
también y como última, la de que fueran simplemente objetos votivos. Asr sucedía con numerosas lucernas depositadas en muchos santuarios grecorromanos,
en las que se ha visto que el orificio de salida de
la mecha no presenta signos de que ésta haya ardido
jamás (ToUTAJN, 1918: III, 2a, 1337), fenómeno documentado también en los santuarios actuales con depósitos de cerámicas, sobre todo para producir llama,
en la región arge)jn.a de la Gran Kabilia (M usso,
1971¡ 97).
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281
[page-n-292]
[page-n-293]
Francisco
BtAY GARcfA *
,
CUEVA MERINEL (BUGARRA). ANALISIS DE LA FAUNA
El presente trabajo es el resultado del estudio de
los materiales óseos procedentes de la excavación arqueológica de urgencia realizada en la Cueva Merinel
(Bugarra) en el año 1986. Los restos óseos aparecieron
asociados a fragmentos de vasos ibéricos de tipo caliciforme principalmente y a algunos otros materiales que
son objeto de estudio en esta misma publicación.
El estudio arqueológico de las llamadas •cuevas
santuario•, o utilizando la terminología acuñada por
Gil-Mascarell •cuevas rituales• (Gn.-MASCAJW.L, 1975),
se ha abordado siempre a partir de la descripción pormenorizada de los materiales cerámicos y ocasionalmente metalúrgicos presentes en el depósito, cuando
no se trata de la mera noticia del descubrimiento y una
somera descripción de lo más espectacular de los objetos recuperados. El intento de sistematización llevado
a cabo por Gil-Mascarell plantea muchos aspectos inéditos sobre la problemática de los depósitos ibéricos en
cuevas, entre otros sobre la posible presencia de restos
óseos (G•L- MASCAIU!LL, 1975: 330). Sin embargo, un repaso a la bibliografl'a publicada desde entonces, deja la
impresión de que nos encontramos en la misma situa• Servicio de Invenigaci6n Prehiat6rica, Diputación de Valencia.
ción que bace quince años, si exceptuamos algunos trabajos publicados por l. Sarrión.
Del amplio conjunto de cuevas en las que se documentan materiales arqueológicos ibéricos, son muy esporádicas las referencias a la presencia de restos faunísticos, y aó.n en estos casos es difl'cil decir si existe
una vinculación entre los restos óseos y el material ibérico, como ocurre con la Cova del Castell en Vallada
(LA LAao11. ... , 1972: 104), la Cova del Barranc Fondo
de Xitiva (Gu.-MAsc.um.t., 1975: 291) o la Cova del
VeU de Xeraco (GuRn.A y PwAL&A, 1952: 51), cuando
no se pone directamente en duda su relación, caso de
los comentarios de Blizquez en torno a la Cova de les
Dones, en Millares (BLÁZQ.Usz, 1962: 205), tanto más
cuando es muy frecuente q ue se trate de cuevas de habitación utilizadas a lo largo de diferentes períodos.
En contraste con este panorama, la literatura arqueológica referida a otros aspectos de la religiosidad
ibtrica -algunos ritos funerarios, representaciones
iconográficas y otros-, contienen a vecea referencias
a la presencia de restos animales bien documentados
formando parte del rito. Se cita la presencia de huesos
de cerdo, oveja, cabra y perro, en los enterramientos
infantiles estudiados por F. Gusi en la provincia de
Castel16n (Gus1, 1970: 68), y en el yacimiento barcelo283
[page-n-294]
F. BLAY GARCfA
nés de Penya del Moro se interpretan como ofrendas
fundacionales las formadas por el cráneo y las extremi·
dades anteriores de un cabrito (Mmó ErAL., 1982). Sin
embargo, los escasos restos animales asociados a las in·
humaciones infantiles estudiadas por P. Guérin y R.
Mart(nez tienen caráCter claramente intrusivo (GuhuN
y MARTINEZ, 1988: 258).
No es rara la p resencia de figuras animales en re·
presentaciones iconográficas interpretadas como escenas de carácter religioso o sobre objetos rituales. Es
clásica la descripción de la escena representada en la
pátera de Tivisa, interpretada como la representación
del sacrificio ritual de animales, o la de un bronce orctano que contiene el sacrificio de un cerdo o cordero
y que se interpreta como el mango de un puñal votivo
(BWQ.UU, 1983: 112).
La lista de referencias de este tipo puede ser muy
larga. 'S in embargo, utilizar estos datos para sacar consecuencias de carácter arqueozoológico nos parece
muy arriesgado: además del estado de conservación de
la pieza y de la habilidad o del estilo del artista, que
pueden dificultar la interpretación, estas representa·
ciones iconográficas distan muchos de tener la menor
pretensión de descripción taxonómica.
En cuanto a las fuentes documentales clásicas se
refiere, no conocemos referencias directas sobre estas
prácticas en relación con cl mundo ibérico, aunque podemos extrapolar los datos que conocemos para otros
pueblos mediterráneos, siempre muy generales. Así
por ejemplo, la voz «Sacrificium» del «Dictionnaire des
antiqu.ites grecques et romaines» (LEO.RANXl ET .u.., 1918:
956-973), hace referencia al cabrito, cerdo y oveja en
rclaci6n con las prácticas de sacrificio, en asociBción
con otros animales domésticos.
Ya en términos estrictamente arqueozoológicos,
d ebemos referirnos a los estudios realizados por I. Sarrión sobre materiales relacionados con depósitos de
carácter ritual, aunque corresponden a tres yacimien·
tos de caracterfsticas muy diferentes entre sí, como son
la necrópol is de El Molar en la que la presencia de fauna se interpreta como los restos de un banquete
(MoNRAVAL y LóPllz, 1984: 150) y ofrendas, o la Cueva
deJ Sapo, con un 60'91% de restos de Ciervo y 27'33%
de ovicaprinos, que cabe interpretar en conjunto como
restos de alimentación en una cueva de habitación
(PLA BALI. ESTER, 1985), si no fuera por la extraña topografla del yacimiento. Las mismas especies se citan en
el caso del Puntal del Horno Ciego, aunque con menor
importancia relativa, que comparten con especies que
el autor excluye del conjunto ritual (SARAJON, 1990:
180). Aun siendo éste el yacimiento a priori de características más parecidas al que estudiamos, el carácter de
la fauna identificada, en su mayoría correspondiente a
poblaciones naturales o, en el caso de las e¡¡pecies do·
mésticas o venatorias, la dificultad de asociarlas claramente al depósito ofrendatorio, hace que no podamos
284
extraer datos útiles para la interpretación del material
que nos ocupa.
LA FAUNA DE LA CUEVA
MERINEL
Los huesos estudiados corresponden sobre todo a
restos de cabras y cerdos, aunque también se recogie·
ron algunos de conejo, otros restos de microroedores y
quirópteros, parte del cráneo y del tibiotarso de un ave
-probablemente un córvido- y un fragmento del
dentario de un lagarto (Lacerta upida). Excluyendo a las
cabras y los cerdos, los 35 fragmentos que restan corresponden a animales cuya presencia en el conjunto
faunístico es una especiac de ruido de fondo en cual·
quier depósito procedente de una cueva, incorporados
al depósito por animales predadores, carroñeros o
muertos dentro de la cavidad.
La mayor parte d e los materiales aparecen incluidos en una tierra muy oscura, mezclados con los frag·
mentos cerámicos y a veces forman costras espesas e.n durecidas por un cemento calcáreo. La limpieza de
estas costras en el laboratorio dio como resultado la
aparición de numerosos fragment9s prácticamente re·
ducidos a polvo y de algunos fragmentos de huesos
quemados, todo ello de imposible cuantificación ni
mucho menos determinación específica.
No publicamos los escasos datos biométricos obte·
nidos por considerar que no aportan mayor informa·
ción al objeto de este trab:yo.
ESTUDIO DE LAS ESPECIES
Del Cerdo (Sus dinrusticus) se han identificado 219
r estos (14'2%) que representan un mínimo de 10 individuos (17%). La discriminación entre los h uesos pro·
cedentes de ganado porcino y los d el j abaU es un problema difícil en cualqu,ier conj11nto arqueozoológico,
pero si a la dificultad normal añadimos que en cl presente caso se trata exclusivamente de animales muy j6·
NR
¡¡
NMI
~
J7'9
1'8
8'6
76'7
10
1
21
57'~
24
42'9
63'7
S6
SOBRE NJU
Sus domerticus ..
Oviuriea . .....
C~pra hi.rcus ....
Ovis o Capn ...
NRl ....... ....
NRNI ..........
NR ............
219
4
131
1.168
1
.522
867
2.389
Fig. J.- NIÍ.m4TO y
14'4
()''
36'3
dislrih~
de los ratos u iUilUJdos.
[page-n-295]
FAUNA DE LA CUEVA MERINBL
venes, cualquier discriminación de orden biométrico
-casi la única aplicable al material de época pre y
protohistórica- resulta del todo improcedente. La decisión de agrupar el material bajo la especie doméstica
se debe al hecho de que en todos los ejemplares estudiados el estado de la dentición es prácticamente idéntico y corresponde a una edad inferior a seis meses
(Buu y PAY~"E, 1982), más un caso de un ejemplar
neonato (PRUNMJU., 1987 y 1987 bis), lo que denota
una pauta de selección de edades dificil de admitir
como práctica cinegética a no ser que estemos en presencia de individuos de la misma camada, extremo que
tampoco podemos descartar con los datos de que disponemos. El consumo de animales domésticos excesivamente jóvenes puede responder a condicionamientos
sociales, pero no es frecuente en términos de explotación ganadera, puesto que los animales no han alcanzado el óptimo de producción de carne en función de
su edad. El cerdo ha sido citado en poblados ibéricos
como Covalta (Albaida) donde parece constituir la
principal fuente alimentaria de orlgen animal (SAUJóN, 1979: 98-99), es relativamente abundante también en El Puntal deis Llops {St.tuuóN, 1981) y aparece
en fm representado en diversas proporciones en todos
los niveles de Los Villares y en el de El Castellet de
Bemabé (MARTfNzz, 1988), Peña Negra (Ptuz RlroLL,
1983) Vinarragell (ARTEAGA y MJSSAoo, 1971) y Los Saladares (DIUESCH, 1975), así como en La Muela {MoN&AvAL y l..oPilZ, 1984) y Horno Ciego (SARRJóN, 1990).
En cuanto a la edad a la que fueron sacrificados estos
animales, sólo podemos compararla con los datos publicados por R . Martínez en el artículo citado, con un
espectrO de edades ampüo en Jos diferentes niveles y
yacimientos que estudia, sin citar n ingún caso de individuos muertos antes de los seis meses, que como ya
hemos dicho son los únicos presentes aquí.
Cerdos y jabalíes aparecen con frecuencia citados
en relación a actividades de tipo ritual o religioso y en
representaciones del mismo signo, casi siempre asociado a la oveja y la cabra, y más ocasionalmente en compañía del perro, siendo siempre muy dificil afl.rma.r con
seguridad su pertenencia a la especie silvestre o al cCJ'"
do ibérico, y sin que nada impida descartar a priori la
participación de ambas.
La figura 2 representa la relación entre partes del
esqueleto; ha sido elaborada agrupando todos los fragmentos de cráneo, maxilares y mandíbulas y los del
resto del esqueleto -no se han tenido encuenta los
dientes aislados-. Comparados con los restos posteranealcs, los craneales dominan en una proporción de
casi 8 a 1; esta proporción se aleja de los resultados más
frecuentes en conjuntos procedentes de poblados, frecuentemente más equilibrada o de tendencia decididamente opuesta. Esto no es sorprendente si tenemos en
cuenta que, descontando los dientes y mandíbulas, el
resto del esqueleto craneal es muy vulnerable a la des·
9,02%
MANDIBULA
Fig. 2. - Sus,
distrib~
PIIT partu del esqutúlc.
trucción por fenómenos postdeposicionales, que de alguna manera promocionan la conservación de las piezas más densas y duras del esqueleto postcraneal frente
a los restos de origen craneal.
Sin embargo en los materiales estudiados procedentes de la Cueva MerineJ, la proporción de restos
craneales hace pen~ar que, por lo menos en el caso del
cerdo, se han depositado en la cavidad un cierto número de cráneos aislados, posiblemente enteros, y los esqueletos postcraoeales correspondientes bao recibido
un tratamiento distinto y seguramente han sido depositados en otro lugar.
Las cabras (C4pra lrircus) dominan en número de
restos y número mínimo de individuos el conjunto faunístico. La oveja está representada por 4 restos postcraneales, con señales de fuego y posiblemente del mismo
individuo. La figura 3 es elocuente en cuanto a las diferencias numéricas entre ambas e.species. Hemos identificado 131 restos, muchos de ellos dientes mandibulares. El resto, 1.168 restos (77% del NRI) han sido
indenúficados como correspondientes a Oois arier o C4-
pra lu'rcus.
Hay que hacer una acotación de orden metodológico: la distinción osteológica entre los restos de oveja
y cabra es siempre delicada, aunque hay métodos clásicos (Bor.ssNwK, 1969) que permiten la clasificación fiable de partes del esqueleto frecuentes en contexto arqueológico. Sin embargo, el material procedente de la
Cueva Mcrinel corresponde a individuos relativamente
jóvenes por un lado, y por otro predominan en él los
restos dentarios, aspectos ambos que no se adaptan
bien a los m~todos citados. La distinción la hemos basado en los criterios apuntados por Payne (1985), más
próximos a las condiciones que impone nuestro material y que se cumplen bien en nuestra colección de
referencia' . Los datos en cuanto a número de restos y
número mfnimo de individuos que se indican en el
cuadro, corresponden a la aplicación directa de los métodos referidos, mientras que aqueJJos en los que no
285
[page-n-296]
F. BLAY GARCfA
10
POSTCRANEAL
8
40,00%
CRANEO
6
4
2
MANDIBULA
Fig. 3.-
o
3-6
9
9-15 15-24
GRUPOS DE EDAD
<3
Ovis o Capra, dislrihtui6n por parlo del uqutlelo.
Fig. 4.-
cabe la atribución segura a ninguna de las dos especies,
han sido clasificados como "Ovejas o Cabras•, como es
habitual Puesto que el NMI para una especie en concreto se elabora a partir de la unidad anatómica más
frecuente, descontados los elementos pares y en función de las edades de muerte, en el caso de las cabras
el NMI se calcula sobre UD elemento identificado especrficamen.te, mientras que en. el caso del grupo "ovejas
o cabras» el NMI part.irá de otro elemento distinto, en
el que la identificación a n.ivel de especie no es posible.
En el caso que nos ocupa, los 24 individuos identificados como O·C podrían incluir a los 21 de cabra, al estar calculados uno y otro a partir de huesos diferentes.
Por otro lado, cl resultado de reelaborar el NMJ a par·
tir de todos los restos, tanto de 0 -C como de cabra,
refuerza la idea de que existe una alta probabilidad de
que se trate de un único conjunto formado por restos
de Capra hircut identificados como tales o o o por problemas de método o por su grado de fragmentación .
Las fuentes históricas se refieren a la oveja con
cierta frecuencia y más raramente a la cabra, también
existen algunas referencias iconográficas de las mismas
pero su interpretación taxonómica no es siempre clara.
La oveja y la cabra aparecen citadas en todos
los yacimiento de época ibérica que han sido objeto
do estudios zooarqueológicos, como la principal o una
de las más importantes fuentes de carne. Las proporciones relativas entre ambas especies se deben más
bien a factores de orden ambiental dominantes en el
á.rea de los yacimientos que a factores culturales, y
posiblemente así haya que entender el predominio absoluto de la cabra frente a la oveja en Cueva Merinel
y las diferencias entre los yacimientos estudiados por
I. Sarrión.
La edad de sacrificio de las cabras la hemos calculado siguiendo el método propuesto por J. Altuna
(1980). El resultado es la presencia de por lo menos UD
ejemplar por cada clase de edad, con una concentra-
286
O~is
o Capra, tdAd
t11 'I'IWU
>24
y NMI.
ci6n clara en los 9-15 meses y algunos animales sacrificados despu~s de los dos años de vida (Fig. 4-).
Los resultados obtenidos a partir del estudio de
la fauna del yacimiento ibérico de la Cueva Merinel
permiten afirmar que la presencia de restos óseos en
asoclaci6n con cerá.micas ibéricas de tipo caliciforme
en dicho yacimiento, podría estar en relaci6n con el
uso ritual que normalmente se atribuye a estos tipos
cerámicos, sobre todo a partir de la selección de la
parte craneal del e.squeleto, lo que parece exclu_ que
ir
el conjunto proceda de simples restos de com1da de
moradores de la cavidad, o del abandono de reses
muertas por causas naturales. Por los datos de que
disponemos sólo podemos apuntar la hipótesis de que
el rito comprendiera la decapitación de cerdos muy
jóvenes y de cabras, cuyos restos cefá.lieos e~an dep_ sio
tados en el mismo sitio que los vasos ccrá.micos, m1en·
tras que las demás panes del cuerpo eran objeto de
un tratamiento ditinto que implicaba su deposición
en otro lugar.
NOTAS
Hay que exceptuar cl primer molar inferior, ~· q~e apare1
cieron numeroaot casos dudo101 cuando no contradactonos en cl
material arqueológico. Los M 1 figuran por tanto c:n el grupo O·C
y su número no afecta al cJilculo del NMI.
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SAI.lJUÓN, l. (1981): «Estudio de la fauna dol poblado ibérico del Puntal deis Llops (El Colmenar)...
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pp. 163-180.
SARillóN, I. (1990): «Apéndice 1: Estudio de la fauna
de la Cueva n ... En : M .A. MARrl (1990): ·Las cuevas del Puntal del Horno Ciego, Villargordo dd Gabriel. Valencia... Saguntum, 23, pp. 180-182.
287
[page-n-298]
[page-n-299]
J osé P tREz B ALLESTER •
EL ABRIGO DE REINÁ (ALCALÁ DEL JÚCAR).
ENSAYO SOBRE UN NUEVO MODELO DE LUGAR DE CULTO
EN EPOCA IBERICA
;
Exponemos aquf los resultados de tipo teórico ob·
tenidos a partir del comienzo del estudio de un abrigo
con inscripciones ib~ricas situado en el t~nníno muni·
cipal de Alcalá del Júcar, y su comparación con otros
lugares similares, también con inscripciones rupestres
del mismo tipo. Expondremos primero las caracte.dsti·
cas del Abrigo de ReinA, a continuación los datos co·
rrespoodientes a Jos otros sitios estudiados, con los distintos atributos que nos han permitido diseñar el
modelo, que expondremos por último. No entraremos
en el estudio de las inscripciones en s!, trabajo que
abordaremos en otro lugar, aunque las transcribiremos
en su apartado, tal y como vienen en la bibliograffa
consultada.
EL ABRIGO DE REINÁ (Fig. 1, a)
Situado en la margen derecha del rfo Júcar, entre
Alcalá del Júcar y La Recueja, está a unos 40 mts. de
altura sobre el nivel del rfo y al pie de una cresta caliza
ubicada en la parte más alta y estrecha de una lengua
•
l~ncia .
Opto. de Prehistoria y Arqueología, Univcrailat de Va-
;
rocosa amesetada que penetra profundamente en la
hoz del ño, dando lugar a dos pronunciados meandros.
En e.l mismo entorno se encuentra el complejo de hornos ibéricos de La Casa Grande'; y en la estrecha
cima amesetada donde se encuentra el abrigo, y a unos
lOO mts. de éste, un asentamiento de la Edad del Bronce muy arrasado por la erosión, donde se reconocen al·
gunas alineaciones de muros y al menos un fondo de
cabaña, actualmente en estudio'.
El abrigo, orientado al norte, consta de una cova·
cha de 4 mts. de boca, otros tantos de profundidad y
una altura que oscila entre 2 y 1'40 mts. Está horadada arti.ficialmente por el fondo sur, a trav~s de una
abertura cuadrangular de 1'6 mts. de altura por
0'60 mts. de ancho, que se abre de nuevo al río por ese
lado, donde la roca aparece cortada casi a pico sobre
aquél (Fig. 1, e). El lado norte (Fig. 1, b) es más accesible, con una pendiente abrupta pero practicable repo·
blada de pinos; o más fácilmente aún, por la divisoria
del promontorio amesetado donde se asienta, cuyo extremo noroeste presenta una pendiente suave hasta el
ño. Es en este lado norte donde el abrigo se abre dando
lugar a una visera de unos 4 rota. de altura y entre 0'5
y 1' 5 mts. de saledizo, producida por la erosión de un
estrato de materiales margosos, entre otros calizos más
289
[page-n-300]
a
b
/
e
Ftg 1 -
290
RLiná a) eruta rocosa al p!t dt la cual st stlún ti ohngo, h) mrto ¿, lo covacha (al fondo)) lo usero (m pnmer tirrmno), t) la
cowcho, oista dude la tnlrnda Al foudn, lo abertura Sur
[page-n-301]
EL ABRIGO DE REINÁ
resistentes, y que se extiende unos 25 mts. hacia el noroeste. Delante de la visera existe una estrecha plataforma con una anchura que varía entre 2 y 1 m.
Es precisamente en esa capa más blanda, blanquecina, que hemos mencionado, donde se grabaron los
distintos signos figurados, geométricos o alfabéticos
que estamos ahora estudiando y que ocupan el interior
de la covacha y la pared resguardada por la visera
(Fig. 2, a y b). Estos se localizan a alturas muy variables, entre 3 mts. y 0'20 m. de altura con respecto al
suelo actual, y cronológicamente ocupan un arco tem·
poral muy amplio: desde una inscripción de cuatro lí·
neas fechada en 1880, al grupo de inscripciones con
signos ibéricos. El abrigo no era conocido más que por
pastores ocasionales, y los únjcos signos muy recientes
(dos grupos de tres iniciales) hallados en nuestra última visita -octubre de 1990- no existían seis meses
aotea.
Podemos resumir así los hallazgos de Reiná:
-1 cruz de Malta.
-1 cruz de Caravaca.
-1 inscripción en cuatro !meas, fechada en 1880.
Estos dueños, más algún signo geométrico o trazos sueltos no determinados, se encuentran al pctcrior
de la boca sur de la covacha, dando al cortado sobre
el r(o.
-18 cruciformes, a menudo en grupos de tres o
cuatro, a veces con los extremos de los brazos marcados
por puntos, y repartidos por el interior de la covacha
y los distintos paneles bajo la visera norte, más escasos
cuanto mayor es la distancia a la covacha.
- 4 antropomorfos esquemáticos, tres de ellos formados por una cruz de brazo horizontal corto y alto,
y un brazo vertical muy largo, del que nacen en su mitad inferior otros dos trazos obJfcuos, a modo de pier·
nas. El cuarto, de pequeño tamaño, con un arco que
sobre la cabeza une las extremidades superiores, re·
cuerda a un indalo. Se encuentran dispersos, en.tre la
covacha y los paneles de la visera.
-2 signos solares o estelares.
-2 signos rectangulares.
-2 signos circulares.
- 1 posible vulva.
-1 triángulo relleno de puntos.
-12 signos geom~tricos indeterminados.
Todos estos elementos se hallan repartidos igualmente por la covacha y los paneles de la visera.
- 1 posible arado, del tipo •de cama. o f
paneles distintos, pero siempre fuera de la covacha,
bajo la visera. De éstos, dos constan de signos de mayor
tamaño, entre 12 y 14 cms. de largo cada uno, rastreándose además en éstos dos lfneas horizontales o
guías, que en el letrero B permiten adivinar una cane-
la rectangular. Los otros cuatro son de signos más pequeños, de entre 4- y 5 ems. de longitud. La transcripción provisional que ofrecemos como primjcia sería
como sigue, a la espera de los resultados de la documentación fotográfica realizada recientemente:
Letrero A :
-M 1 rl ~ !1 '1'< l_ M 1'Cl)
.útrno B: _ _ ~
.1.1 11J .LJ j_ .1 ~ 1_
Letrero C:~ N'Qlf'l__y_ _ ).
.útmo
D: ~
.útmo
E: ~ N A
.ÚlmoF:
_ti..fd V _ t_/\
f!. ~
/! .1\
4~
Además, y para terminar de situar el entorno inmediato del yacimiento, diremos que se conserva un
acceso por el lado norte, frontal al pasillo o estrecha
plataforma junto a la visera, formado por tres escalones t.allados en la roca; y por el noroeste, hemos identi·
6cado algunos tramos de un ancho sendero antiguo
que sube desde la margen derecha del rfo al extremo
más alejado pero también más accesible del farallón
amesetado que constituye el asiento del hábitat del
Bronce, y a sólo 100 mts. del abrigo de Reiná.
Paradójicamente, no está clara la relación de este
abrigo, que creemos poder identificar como lugar de
culto, con algúo asentamiento antiguo próximo o inmediato. Los propios excavadores del complejo de hornos de La Casa Grande, no lo encontraron tampoco al
prospectar el área en su momento. El más cercano se
encuentra a 7 kms. por la carretera que bordea el río,
en el lugar de Las Eras, sobre la propia villa de Alcalá
del Júcar. Se trata de un yacimiento de varias hectáreas, de época ibero-romana, con abundantes restos cerámicos en superficie, muchos de ellos con decoraciones pintadas con motivos fitomorfos, y restos de
estructuras a la vista. Las otras posibilidades que se
nos ofrecen son: el cerro al pie del cual está la ermita
de San Lorenzo, a 3 kms. de Reiná y a 4 kms. de Alcalá de la cual es patrón, donde por noticias recogidas
en el pueblo, sabemos que aparecieron algunas cerámicas pintadas ibéricas. Por último, mencionaremos la
posible existencia, ya desde ~poca i~rica, de un hábitat rupestre en la zona, que aún puede rastrearse en
la actualidad: varios centenares de cuevas artificiales
excavadas en las paredes del estrecho valle -luego
hoz- delJúcar, en las inmediaciones de Alc.alá. Al pie
del mismo promontorio rocoso de Reiná encontramos
4 de ellas en su lado Norte, y una veintena en el lado
sur, junto al r(o. No se conocen s.in embargo hasta el
momento, evidencias de restos materiales de esa época
en cueva alguna de la zona, quizás por falta de una
prospección adecuada, o por la constante reutilización
de las mismas a través del tiempo.
291
[page-n-302]
J
PÉREZ llALLESTER
b
Fig. 2.- Rtiná. a) inscriptiófl A y anlropomarjo, b) mscrÍ/JCIÓII 8 )' par/( tú ltz C.
292
[page-n-303]
EL ABRIGO DE REINÁ
Fíg. 3.- Abrigos con 1'nsmpdonet ibéricos.
En cuanto a la naturaleza del abrigo, estamos ante
un modelo de lugar habitado que no tiene nada que
ver con las cuevas refugio o las cuevas santuario que
nuestra colega Milagros Gil-Mascarell• estudió en el
País Valenciano. Frente al lugar abierto y destacado de
Reiná, aquellas son en su mayoría simas y cuevas propiamente dichas; frente a la ausencia de materiales cerámicos que contextualizasen a Reiná, encontramos
siempre ~stos en las del trabajo de Gil-Mascarell, y
siempre con ejemplares de factura ibérica y tipología
bien precisa y repetitiva en las distintas cuevas abrigo
o cuevas santuario, que demuestran su utilización en
esa ~poca. También, la inexistencia de inscripciones
ibéricas en esas simas y cuevas, contrasta con la presencia de ellas en Reiná, que igualmente nos hacen
vincular la utilización del abrigo a la misma época
ibérica.
LOS ABRIGOS CON INSCRIPCIONES IBÉRICAS (Fig. 3)
Hemos localizado en la bibliogralla una decena de
lugares de caracterfsticas semejantes a Reiná. Ocho de
ellos son propiamente abrigos; otros dos son prácticamente petroglifos grabados sobre piedras al aire libre.
Hemos inclufdo estos últimos (n. 0 9 y 10) a propósito,
porque sus diferencias con los anteriores facilitan la visión de homogeneidad de aquellos.
En cuanto a la situación geográfica, uno de ellos
está en la provincia de Albacete (n. 0 1} a unos
100 km.s. de Reiná; tres en el País Valenciano (o. 0 2,
3 y 4), uno en 'lerud (o. 0 5), dos en Cataluña (n. 0 6
y 7), otro en Extremadura (n. 0 8) y los dos últimos
(n. 0 9 y 10) en el sur de Francia.
Hemos aplicado una ficha tanto a estos yacimientos como a Reiná, contemplando básicamente tres
campos:
293
[page-n-304]
J. PWZ BALLESTER
A. Las características del Jugar y su entorno.
B. La existencia o no de contextO arqueológico en
el sitio o en los alrededores.
C. Las inscripciones propiamente dichas, desde
un doble enfoque: C6mo están hechas, dónde se en·
cuentran y con qué, y por otro lado datos relativos a
los signos, su número, disposición y transcripción.
N. o 1. LA CAMARETA (HELLÍN,
ALBACETE)'
D. L u inscripciones.
Car~cteres
epigráficos
0 .1. Disposición: Dos Uneas, quizás de un sólo vocablo. Según los autores, es posible que existan más
inscripciones.
0.2. Medidas: Panel de 31 cms. de longitud; letras
de 5 cms. de altura.
0.3 . Transcripción:
~c~LM
K
_ el))' fV
!1. 1. 0-t.l.
A. El lugar
A.l. T ipo: Abrigo agrandado.
A.2. Ubicación: Cortada o barranco sobre el anti·
guo nivel del río, hoy pantano de Camarillas.
A.3. Proximidad a: Río, río Camarillas.
A.4. Altura sobre nivel del mar: 500/600 mts.
aprox.
A.5. Altura sobre área circunstante: 60/70 mts.
sobre el antiguo nivel del rfo.
A.6. Accesibilidad: Casi inaccesible. Se necesita·
rfan cuerdas o una escalera.
A.7. Visibilidad: desde el lugar, de 1 a 5 kms.
A.8. Medidas: No se recogen.
N. 0 2. EL BURGAL (SIETE AGUAS,
VALENCIA)'
A. El lugar
A.l. Tipo: Abrigo visera.
A.2. Ubicación: Barranco.
A.3. Proximidad a: Rfo y camino antiguo.
A.+. Altura sobre nivel del mar: 930 mts.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad: Oiffcil.
A.7. Visibilidad: Desde el lugar: aprox. 1 a 5 kms.
SemiocuJtO a la vista.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contato arqueol6gico
B.l. En cllugar: Inscripciones posteriores, latinas,
árabes, castellan as y hasta del riglo xoc.
B.2. Inmediato: No existe.
B.3. Próximo: El poblado ibérico correspondiente
a la necrópolis de El 'Thsorico, en la parte superior del
cortado donde se abre el abrigo.
C. Las inscripciones. Caracteres .morfo16gicos
y topográficos
C.l. Tipo: Grafitada.s/grabadas.
C.2. Ubicación: Zona media (a 1'20 mts. de la pa·
red externa).
C.3. Situación relativa: Asociados a multitud de
grafitos y otras inscripciones, siempre posteriores: latinos, árabes, castellanos, basta del siglo XIX . Figuras
más frecuentes: cabalJos. En el mismo panel de los signos i~ricos: letreros árabes, cabalJos, cápridos y cánidos, todos posteriorea. También signos geométricos.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista, a unos
dos mts. de altura.
C.5. Conservación: Buena, pero delicada.
294
B. Conta to arqueo16gico
B.l. En el lugar: No.
B.2. I nmediato: útiles de silex, anteriores.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. Laa in1cripciones. Caracteres morfo16gicos y
topográficos
C.l. Tipo: Grabados/grafitados.
C.2. Ubicación: Zona media, en un panel de
70 x 30 cms., a 1'50 mts. de altura sobre el suelo.
C.3. Situaci6n relativa: Aislados; no hay o no se
indica asociación con otras pinturas o grabados.
C.+. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.5. Conservación: Precaria.
D. Las inacripciones. Caracteres epigráfico1
D. l. Presentación: 1res Jfueas con 35 signos conservados, y otros desaparecidos.
0.2. Medidas: No se recogen.
D.3. 'fransccipci6n:
[page-n-305]
BL ABRIGO DE REINÁ
..L p ~ (.l..) .X 1' X. (l) (:.i) ~ .l..f
2.•: .ll E :t \fJ ..P ~ .1?.1. ~A ~_r
N. o 4. MAS DEL CINGLE (ARES DEL
MAESTRE, CASTELLÓN)'
3.•: ~
A. El lugar
l. •:
1'!. ~ p_.x__ ~c:L ....... t.JL/{_>_P__¿1
N. o 3. EL TARRAGÓN (VILLAR DEL
ARZOBISPO)'
A. El lugar
A.l. T ipo: Abrigo.
A.2. Ubicación: Barranco.
A.3. P roximidad a: No se recoge.
A.4. Altura sobre el nivel del mar: 500/600 mts.
aprox.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad: No se recoge.
A.7. Visibilidad: No se recoge.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contexto arqueo16gico
B.l . En el lugar: Otros grabados geométricos, jjgu·
rados, zoomorfos, y arcos con flechas. Coetáneos o anteriores.
B.2. fumediato: No se recoge.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. La1 in1cripcione1. Caractere1 morfo16gico!l y
topográficos
C.l. Tipo: Grafitadas o grabadas.
C.2. Ubicación: No se recoge.
C.3. Situad6n relativa; Asociadas a grabados coetáneos o anteriores.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a simple vista.
C.5. Conservación: Aceptable.
D. La1 i.nscripcionea. Caractere1 epigráficos
D.l. Disposición: Varias Jfneas o frases repetidas,
hasta un total de 12; otras líneas o frases.
D.2. Medidas: No se recogen.
D.3. 'franscripción: No se recoge. Actualmente en
estudio por D. Fletcber y L. Silgo.
A.l. Tipo: Abrigo con poca visera.
A.2. Ubicación: Barranco.
A.3. Proximidad a: Arroyo (Rambla Carbonera).
A.4·. Altura sobre nivel del mar: 900/JOO mts.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad; ¿Difícil?
A.7. Visibilidad: 1 a 5 kms. aprox.
A.8. Medidas: 70 mts. de largo.
B. Contexto arqueo16gico
B.l. En el lugar: Pinturas de estilo levantino y es·
quemático, anteriores y coetáneas.
B.2. Inmediato: No se recoge.
8.3. Próximo: No se recoge.
C. La!l inscripciones. Caracteres morfo16gico!l y
topográficos
C.l. Tipo: Pintadas, con pintura roja.
C.2. Ubicación: Zona media, dentro de una concavidad.
C.3. Situación relativa: Junto a una serie de figuras: cuadr6pedo, pequeño animal, figura humana esquemática, figura femenina y otros animales. También: un tectiforme, un ancoriforme, etc. Un jinete;
junto a la cabeza del caballo se aitóa la inscripción. En
general todas las figuras esquemáticas, salvo la dama
con faldas y el jinete.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.5. Conservación: Precaria.
D. La11 inscripciones. Caracteres epigráficos
D.l. Disposición: Letrero de cuatrO letr¡s.
D.2. Medidas: 2 cms. de longitud cada letra o signo, aproximadamente.
D.3. 'Jranscripci6n: (Dudosa).
1 (.sl:) ..t
295
[page-n-306]
J. P!REZ BALLF.STER
N. o 5. CANTERA PEÑALBA
(VILLASTAR, TERUEL)'
N. o 6. LES GRAUS (RODA DE TER,
PLANA DE VIC, GIRONA)10
A . El Jugar
A. El lugar
A.l.
A.2.
la cima.
A.3.
A.4.
A.5.
A.6.
A. 7.
A.8.
Tipo: Visera.
Ubicació.n: Cortada o barranco, pero cerca de
Proximidad a: Río 'furia.
Altura sobre nivel del mar: 700 mts. aprox.
Altura sobre área circunstante: No se recoge.
Accesibilidad: Diflcil.
Visibilidad: 1 a 5 kms.
M edidas: No se recoge.
A.J. Tipo: Abrigo.
A.2. Ubicación: Cortada o barranco.
A.3. Proximidad a: R fo 'Ier.
A.4. Altura sobre nivel del mar: 500/ 600 mts.
aprox.
A.5. Altura sobre área circunstante: 60/70 mts.
sobre el río.
A.6. Accesibilidad: Difl'cil.
A.?. Visibilidad: No se recoge.
A.8. M edidas: No se recogen.
B. Contexto arqueo16gico
B. Contezto arqueo16gico
B.l. En el lugar: Con seguridad, grafitos posteriores o coetáneos, latinos, chasta una veintena de textos-.
B.2. Inmediato: No.
B.3. Próximo: Yacimiento celtibérico.
B.l. En el lugar: No existe.
B.2. Inmediato: A unos 400 mts., un hábitat ibérico (siglos u y 1 a.C.), una iglesia románica y una necrópolis medieval.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. Las :i.nscripc:iones. Caracteres morfo16gicos y
topográficos.
C.l. Tipo: Grafitadas/Grabadas.
C.2. Ubicación: Parte externa, ya que no hay
cueva.
C.3. Situación relativa: a.aociada a grafitos latinos
coetáneos o posteriores, y abundantes grabados geométricos, zoomorfos y figurados.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.S. Conservación: Precar~a.
D. L as ÚJScripc:iones. Carac:tercs epigráficos
0.1. Disposición: Variu líneas (al menos cuatro)
con un vocablo en cada una de ellas.
0.2. Medidu: No se recogen.
D.3. uanscripción:
1. •:
l. 2 _t. y 4- ...( .J. ~
2.•: ~~j_XY
3.•: ~
.!t X y
l.~i l .li..{
5.•: .& ~.m Ll
4.•:
C. La• inscripcione•. Caracterf•tica.s morfol6gical y topográfica•
C.l. Tipo: Grabadas/Grafitadas.
C.2. Ubicación: Zona Externa. Bn dos paneles, a
escasos metros uno de otro.
C.3. Situación relativa: En esa zona, aislados; posiblemente en otros paneles menos accesibles, inscripciones medievales, claramente posteriores.
C.+. Visibilidad: Un panel accesible a la vista; el
otro no.
0.5. Conservación: Precaria.
D. Lu Ílllcripc:ionel . Caracterílticu
epigráfica•
D.l. Disposición: Dos Hneas, con varios vocablos
en ca da una de ellas. En la primera, sólo 7 u 8 signos,
y otr os muy perdidos; en la segunda, 12 signos seguros.
D.2. M edidas: Altura de las letras de la primera
lfnea: entre + y 4'5 cms.
0.3. 1Ianscripci6n:
1.-: (.l...!..
y J.. .L)
! !e ~i' ~ i.
(..1 ..L ..l..)
2.•: j_ ~A.~ 1J .A~
296
~~
/"' !1! ~ j_ j_
[page-n-307]
EL ABRIGO DE REINÁ
N. o 7. ROCA DELS MOROS (COGUL,
LÉRIDA)11
A.
3.•: (X)
4-.-:
L1 :Y ..t ¿
~ ..C
..L ...( .t6. .J_ .ó
Ell~gar
A.L Tip o: Abrigo.
A.2. Ubicación: Barranco.
A.3. Proximidad a: Arroyo.
A.4. Altura sobre nivel de) mar: 300 mts. aprox.
A.5. Altura sobre el área circunstante: No se
recoge.
A.6. Accesibilidad: Fácil.
A. 7. Visibilidad: 1 a 5 kms.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contato arqueol6gico
B.l. En el lugar: Pinturas post-paleoHticas, e inscripciones latinas.
B.2. Inmediato: L ascas y hojitas trabajadas de
sOex.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. Las inscripciones. Caracteres morfol6gicos y
topográficos
0.1. Tipo: Grafitadas.
0.2. Ubicación: Zona media/interna.
0.3. Situación relativa. Asociadas a pinturas de
:
tipo levantino y esquemáticas, siendo las más próximas
fisicamente estas últimas. Las inscripciones no se superponen a las pinturas, sino que se graban al mar gen
de ellas. L as inscripciones latinas: con claro sentido de
ofrenda o voto.
0.4. Accesibilidad: Accesibles a simple vista.
0.5. Conservación: Aceptable.
D. Las inscripciones. Caracteres epigráficos
N.o 8. COVACHA DE MONTFRAGUE
(TORREJÓN EL RUBIO, CÁCERESY2
A. El lugar
AJ. Tipo: Abrigo.
A.2. U bicación: Ladera/solana.
A.3. Proximidad a: Río o arroyo, algo alejado.
A.4. Altura sobre nivel del mar: 400/500 mts.
aprox.
A.5. Altura sobr-e área circun stante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad: Fácil.
A.7. Visibilidad: No se recoge.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contexto arqueol6gico
B.l. En el lugar: Pinturas esquemáticas, anteriores
o coetáneas.
B.2. Inmed iato: Ermita de la Virgen de Montfrague.
B.3. P róximo: Poblado indígena, en la cima de la
ladera, al menos con niveles de las épocas del Bronce
y del Hierro ¿?
C. Las inscripcionea. Caracteres morfol6gicos y
topográficos
C.L Tipo: Pintada.
0.2. Ubicación: Zona exteriot:, al aire libre, en la
pared derecha de la covacha.
0 .3. Situación relativa: Asociada a una serie de figuritas en negro, que n o corta, anteriores o coetáneas.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.5. Conservación: Precaria.
D.l. Disposición: Sobre un panel de 2 mts. de lon-
gitud, dos líneas, algunos vocablos aislados y otros signos dudosos.
0.2. Medidas: Altura de las letras, 8/10 cms.; longitud de la línea más larga : 1'40 mts..
D.3. 'franscripci6n:
P:
~ }9 (.fL ~) fl.IP .i 1:! {))! 11 E_{ ~ ()
~ti K X~
2.•: c.t,)~ 1l ~.Ni <~ A~ a ID .ti .A 2 ~
~~b:._j¿~J?~J::IEP
D. Las inscripciones. Caracteres epigráficos
D.L Disposición: Una línea con varios vocablos
muy deterio.rados, y algunas letras sueltas.
D.2. Medidas: No se recogen.
0.3. Transcripción:
~ M .X ~_o _.D .1; o bien: ~ A
A :.i. LL.Jl
11~
C>diA~IQ~
297
[page-n-308]
J.
PÉREZ BALLESTER
N. o 9. REPLA DEL GINEBRf (OSSEJA,
ROUSSILLON)"
A. El lugar
A.t. Tipo: Rocas al aire libre, con inscripcionCJ en
su cara vertical.
A.2. Ubicación: Ladera suave.
A.3. Proximidad a: Ni a fuentes o CUI:liOS de agua
ni a caminos antiguos. Zona montañosa.
A.4. Altura sobr e nivel del mar: Más de
1.000 mts.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A.6. Accesibilidad: Fácil.
A 7. Visibilidad: Posiblemente 1 a 5 kms, o má.s.
A.8. Medidas: No se recogen.
A.3. Proximidad a: Camino antiguo.
A.4. Alrura sobre nivel del mar: Más de
1.000 mts.
A.5. Altura sobre área circunstante: No se recoge.
A .6. Accesibilidad: Fácil.
A.7. Visibilidad: Se supone buena, como el anterior.
A.8. Medidas: No se recogen.
B. Contexto arqueo16gico
B.l. En el lugar: Inscripciones figuradas (cruces,
signos solares, cruz de Malta, restos de una escena de
caza) y un monograma jl-IS, posteriores o coetáneos;
quizás alguno anterior.
B.2. Inmediato: Lasca de sOex.
B.3. Próximo: No se recoge.
B. Contexto arqueo16gico
B.l. En el lugar: Grabados coetáneos o posteriores.
B.2. Inmediato: No se recoge.
B.3. Próximo: No se recoge.
C. Las inscripcione1. Caracteres morlo16gicos y
topográfico•
C.l. Tipo: Grafitadas/Grabadas. Trazos finos, sobre esquistos.
C.2. Ubicación: Zona externa, al aire libre.
C.3. Situación relativa: Asociadas a otros grabad os esquemáticos (ciervo, signos solares) coetáneos o
anteriores.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.S. Conservación: Buena.
D. Las inscripciones. Caractere1 epigráficos
C. Las inscripciones. Caracteres morfo16gicos
y topográficos
0 .1. Tipo: Grafitadas/G rabadas. Trazos finos, so·
bre esquistos.
C.2. Ubicación: Zona externa, al aire libre.
C.3. Situación relatjva: Asociados a otros grabados ya mencionados, anteriores, posteriores y/o coetáneos, entre ellos una inscripción latina.
C.4. Accesibilidad: Accesibles a la vista.
C.5. Conservación: Deficiente.
D. Las inscripciones. Caracteres epigráficos
D.l. Disposición: «Signos alfabetiformes, posiblemente ibéricos» en tres letreros mal conservados.
D.2. Medidas: No se recogen.
0 .3. 'franscripción:
~ A
0 .1. Disposición: Un solo vocablo.
0 .2. Medidas: No se recogen.
0 .3. lranscripción:
2.0 : (_l
~ .t f
N. 0 10. PLA DE VALLELLES (PRUNET,
ROUSSILLONr•
A. El lugar
AJ. Tipo: Rocas al aire libre; inscripciones en las
caras verticales de las mismas.
A.2. Ubicación: Ladera suave.
298
E_.& _.¿1 _g_ A1(11) __
3.0: ¿?
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1.0:
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CONCLUSIONES
De la atenta lectura d e estas fichas, y a pesar de
lo fragme ntario de la información en algunos yacim ientos, podemos elaborar unas a modo de conclusiones que nos ayuden a esbozar el perfu de este tipo de
lugares asociados indudablemente al mundo ibérico.
Considerando los datos disponibles, estimamos
como elementos caracteñsticos aquellos que se repiten
[page-n-309]
EL ABRJGO DE REINÁ
en más de 6 lugares, sobre los 1J (incluída Reiná) estudiados. Por falta de datos, no consideraremos las entradas A.S. y A.8. (Altura sobre área circunstante y Medidas); y tomaremos con precaución la información
relativa a las entradas A.7. (Visibilidad) y en general
la correspondiente al campo B (Contexto Arqueológico), debido igualmente a la falta de precisión de muchos de los trabajos consultados en este sentido.
EL LUGAR
Viene definido como un abrigo, a veces agrandado
artificialmente, situado en una ladera abrupta o barranco, de acceso diffcil, siempre situado en tierras interiores de altura media-alta: siete de Jos yacimientos
por encima de los 500 mts., los otros cuatro entre 200
y 4{)0 mts., siendo estos últimos precisamente Jos más
alejados del área levantina. La relación de e!tos lugares
con el agua, se expresa por la inmediata proximidad
de cursos corrientes que discurren por el fondo de los
barrancos o laderas abruptas donde se sitúan los abrigos; en ningún caso se ha constatado relación con fuentes o manantiales. Sólo en dos casos se ba podido determinar una proximidad a camjno antiguo o vía de paso.
Allí donde se ha podido comprobar, los abrigos se
sitúan bastante por encima del nivel del río, entre 30
y 60 mts. Permiten una visibilidad desde el lugar y
tambi~n desde el entorno teóricamente aceptable, pero
ésta se ve a menudo modificada por lo accidentado del
pajsaje y la situación no preeminente del lugar, no excediendo en ningún caso los 5 kms.
Las dos únicas excepciones las constituyen los soportes de las inscripciones grabadas sobre roca localizadu en el RoussiUon, que como iremos viendo se desvfan claramente del modelo propuesto, siendo el único
lazo que las une a las dem ás precisamente el hecho de
tratarse de signos ibéricos sobre roca.
Todos se encuentran situados dentro de un marco
geográfico que podemos denominar •Ibérico peninsulan, con la excepción de los dos lugares franceses y el
de Montfrague en Cáceres.
EL CONTEXTO ARQUEOLÓGICO
No se trata, al contrario de lo que ocurre en muchas cuevas refugio o cuevas santuario, de lugares de
habitat, ni coetáneos ni anteriore!; s( estamos sin embargo ante un lugar visitado, y a veces de antiguo,
como lo demuestran las pinturas y grabados anteriores
o coetineas que en algunas de ellas aparecen. Con la
cautela establecida al comienzo de estas conclusione!,
es posible decir que en las inmediaciones (en un radio
menor a 5 kms.) suelen encontrarse babit.ats de época
ib~rica o ibero-romana -se mencionan en cuatro de
ellos-, además de otros posteriore!. Estos últimos
también hay que ponerlos en relación con la utilización
tardía de los abrigos, como demuestran los grabado:s e
inscripciones dejadas en al menos cinco de los sitios.
Esta continuación de uso durante la dominación romana, especialmente claro en La Camareta, Roca deis
Moros de Cogul o Peñalba, y la muy probable cronología tardía de los epígrafes de al menos los abrigos catalanes y del Roussillon", donde se expresan fórmulas
de votos o similares, avalan el carácter cultural de los
abrigos que estudiamos, así como su vinculación a una
época avanzada dentro de la cultura ibérica, aunque
esto último debe ser confirmado con el estudio epigráfico que próximamente nos proponemos realizar.
LAS INSCRIPCIONES
Los signos Ibéricos que aparecen en estos lugares
estin en su mayoría grabados o grafitados, entendiendo por esto último cuando la incisión producida por un
objeto rlgido puntiagudo sobre una superficie más o
menos dura, deja un surco fino de anchura inferior a
3 mm. en superficie.
Se han realizado allí para ser leídos fácilmente, en
paneles accesibles a la vista, a una altura que oscila entre los 1 y 3 mts. sobre el suelo actual, pero al resguardo del abrigo; rara vez en el exterior del mismo, y nunca en zonas escondidas o rebuscadas. Son excepciones
de nuevo las dos inscripciones francesas, al ajre libre,
sobre rocas duras, aunque hechas con incisión fma,
junto a otros grabados que podrían clasificarse mejor
como petroglifos.
Aparecen prácticamente siempre asociados a otros
motivos, in cisos o pintados sobre la roca, de los que,
como siempre, ha sido más fácil distinguir aquellos
posteriores que los coetáneos o anteriores, aunque estos últimos existen con seguridad en 4 de ellos.
Esta asociación, en especial con pinturas rupestres
naturalistas •levantinas• o esquemáticas es interesante,
pues ha sido también constatada en otros lugares de
culto ib~ricos, aunque sin duda de otro carácter: los
santuarios de Collado de los Jardines, Castillar de Santisteban o el mis pr6xilno del Cerro de los Santos'', y
son ot.r o argumento a favor de una pervivencía del lugar de culto a través de) tiempo en una misma comarca.
No debemos sin embargo dejarnos llevar por esta
asociación: estamos ante lugares de pequeña entidad,
donde lo extraordinario es la presencia de más de cinco
letreros por abrigo -en Rciná creemos observar a pesar de ello dos estilos, ~pocas. o autores distintos-, y
que por tanto debieron tener una importancia muy local, debiendo ser apenas conocidos por los habitantes
del hábitat más pr6ximo solamente. En este sentido,
debemos decir que estamos seguros de que una pros-
299
[page-n-310]
J.
P~REZ BALLESTER
pección atenta y detallada nos ofrecería un número
mucho mayor de estos yacimientos, aunque la d~bil
marca de los grafitos, y su situación poco protegida y
accesible ha podido hacer desaparecer muchos de ellos.
El estudio coordinado de los epfgrafes aparecidos hasta
hoy en este tipo de abrigos que pensamos llevar a cabo
dentro del estudio del conjunto de ReinA. será el otro
camino que nos ayude a completar la visión de estos
lugares como posibles sitios de culto, un culto que estarfa relacionado con alguna divinidad asociada a la naturaleza, seguramente no colectivo, y al que de momento es arriesgado asociar imágenes de las aparecidas
pintadas o grafitadas en los mismos abrigos.
NOI'AS
1 8 JONc.o.JOO, S. y Cou., J.: •Horno de cerámica d. la Oasa
e
Crande (Alc.al' del Júcar, Albaccte)•. Not. Arq. ffisp. , 30, 1988,
pp. 187u.
t
En oetu bre del presente ailo 1990, y a raí:& de la intervención en el abrigo Uevada a cabo por nosotros con autorización de
la CoJUejería de Cultura de la Junta de Comunidades de CastillaLa M ancha, vimos necesaria la excavación urgente de al mcooa un
(ondo de cabaña en peligro de deuparicióo. Estos trabajos, en colaboración con Javier Lópe:& PreciO:&O y Joae Luis Serna, se llevan a
cabo al tiempo que se escriben estu lineas.
• CAllO BAfiCIA, J.: ~~r. Poptd4r EsptrM/4. Ed. Nacional,
Madrid, 1983, pp. 510·516.
• Gn.·MA~CAil&U., M.: •Sobre laa cucvu ibúicu del Paía Valenciano. MaterialCI y Problemas• . P.L.A .Y., U, Valencia 1975,
pp. 281 a 332.
s Go..u1.u 8t.AIOCO, A. 11 IÚii: •La cueva de " La Camareta",
refugio !~rico, eremitorio criitiano y rincón misterioso para áraba
y foráneoa baata el d(a de boy. Sus graffitia. XVI C.N.4 ., Zaragoza,
1983, pp. 1023 a 1040. Unemo1 noticia de la preparación de un e•tudio exbauativo tanto de la cueva como de todoa los grafitos, por
loa miamoa autores.
• Citado en AA.VV.: Lo W11r dd Slroido tÜ lnHStifodln flttllis14moysu Mus111, Memoria de 1981, Valencia. 1982, pág. 110: ·El Bur•
300
pi, Siete Aguas•, proapectado por J. Aparicio. Se ha con.Wt.ado
tambi6n la ficha correspondiente existente en el Fichero de Yacimiento. dd S.LP.
, Citado en AA.VV.: lA Wor túl ~... , Memoria
de 1978, Valencia, 1979, p,g. 66: •Comarca de Eh Scrrans. El Tarragón•, proapectado por J . Aparicio y otroa. Se ha coll.fultado la
ficha correspondiente cziatcnte en el Fichero de Yacimientos del
S.I.P.
, VaRAs, R. y SA&JUO, B.: .una i.oacripcióo i~rica en pintura
roja en el abrigo del Mas del Cioglc. Ana del Maestre, Castelló.o
de la Plan.... e-l. Prlla . Art. ~u. 5, 1978, Cutell6n, 1981,
pp. 375 a 383; Va
fl..a, R. y Comn, M.J .: •Elementos ib«icos en el
arte rupestre del M&Citra.zgo (Castellón)• XIX C. N.A . , Zarago•
2:a, 1989, pp. 285 a 295. No incluúnos en el presente trabajo los aignos procedente~ de la Covassa de C uUa recogida en Gom.
S.l.P., n.• 6!1, Valencia, 1969, pág. 18, Fig. 7. Tambi~n mencionada por loa autorct anteriormente citados como ib6rica, bip6tCiis que
juzgamos bastante dudoaa.
• Gów-.z MokMHD, M.: MúulárwtU. Húlilri4, Aru y Arv-f4gf4.
Madrid, 1949, p'g. 309. Ver también en SJU.S, J.: .lixi&o tÜ íump·
titJMr íblriau. Epigraffa Hispánica, 2, Ministerio de Cultura, Ma·
drid, 1985, pág.. 39, 41, 42, 102 y 159, laa inacripcione. propiamcn·
te dichas y una bibliograffa más completa. 'lambi~n M AIICO S1w011,
P.: •El dio• dltico Luq y elaantuario de Peñalba de Villastaro. Ettu~s tll Hommtljt IÚ Dr. ..411/on~ &llrb Mmlt~a . Univenidad de Zaragoza, 1986, pp. 731 ••·
• M.Al.uQUu. o• Mora, J.: •Nucvu inacri'PCione~~ i~ricaa en
Catalun,.... l'yrntM, 12, Barcelona, 1976, pp. 186 a 189.
u Aüu.oao B.«>c, M .: El "PGQ\o cM /iNIITOS ,..putru tÜ (Apl.
LJrilú . C.S.LC., Urida, 1952, pp. 43u. Y especialmente: •Sobre la•
inscripciones rupe~trCI dd ClOvacho con pinruras de Cogul (Urida)o. C..U11111MtiU14, 1·8, Zaragoza, 1957, pp. 67 ss.
n Ranao oc LA H10VDA, M .C.: o.La ioscripci6n iW.rica de
Mont(rague (1brrej6n el Rubio, Caccres)•. Xm C.N. A. , Zaragoza,
1975, PP• 687 a 692.
u ......_.J
diJ c.ul4u, 5, Perpioyl, 1990, pp. 139 aa.
" Aa~J.Ar
u M..wo.uPl o1 M oru : Op. til. nota 10, pág. 189.; Aai!LAI<~rr:
Op. cil. nota 13, •Les rochCI gray¿es du Capcir...•, pár. 81.
" LUCA& M.R .: .Santu arioa y Dioses en la Baja Époea lbúica•. Actaa de' la Meaa Redonda lA Baja Époco m 14 CulturtJ lblrial .
Asoc. Eap. Amigos de la Arqueología, Madrid, 1981, PP• 233 as.
[page-n-311]
D.
FLETCHER
VALLS *
,
COMENTARIOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA IBERICAS
Con estos Comentarios volvemos a fijar nuestra
atención sobre las escrituras y hablas ibéricas, comple·
tanda y ampliando algunos de los datos y observaciones que hiciéramos en anteri.ores ocasiones, con el propósito de dar una visión de conjunto actualizada.
En las lfneas que siguen exponemos la problemática de los alfabetos prerromanos hispánicos, su origen,
cronologfa, valoración de sus signos, área de expansión
de la lengua y teorías sobre su filiación, acompañando
amplia bibliogr affa incrementando con ella la que diéramos en nuestros trabajos de 1985'.
1. LOS ALFABETOS PRERROMANOS
HISPÁNICOS
Cinco son los alfabetos p rerromanos conocidos
basta la fecha en la península Ibérica.
a) A!foheto del S. O. , también llamado del Algarve y
tartésico, que se extiende por el Algarve, Alentejo hasta
la desembocadura del río Sado, en Portugal, y Extre• Sorvicio de loveatigaci6o PTebiat6rica, Diputación de Va·
leocia.
madura y Andalucla occidental, con las comarcas bajas
de los dos Guadiana y Guadalquivir, en territorio español.
b) A!fahero dJ S.E. o meridional, que ocupa Andalucía oriental, desde las proximidades de Córdoba, las
provincias de Murcia y Albacete hasta la altur a de
Abengibre, y tierras valencianas meridionales.
e) A{foheto ~. mal llamado del norte, que se extiende por el litor al mediterráneo, desde la cuenca del
Segura, hasta llegar, en tierras francesas, al no Herault; por el tierradentro, se halla en Aragón basta la
zona de H uesca-Navarra y alcanza, ya en tiempos romanos y con algunas pequeñas variaciones gráficas, la
Celtiberia.
d) A!fahero libiojmidtJ, de reducida difusión, limitándose a la zona gaditana.
e) A!fahellJ jónia o gr«o ihérieo, q ue se utilizó para
plasmar la lengua ibérica en las comarcas de Mula, Alcoy y parte de la costa alicantina.
En la presente ocasión, de estos alfabetos nos interesan los más ligados a las tierras valencianas, es decir,
el del S.E., el oriental y el jónico. En cuanto al del S.O.,
tanto por su alejamiento en el espacio como por las dudas que ofrece su lectura, que parece reflejar una lengua diferente a la hablada por los iberos2 , y el libio·
301
[page-n-312]
D. FLETCHE.R. VALLS
fenicio, por parecidas razones, quedan al margen de las
presente líneas, si bien a lo largo de estos comentarios
volveremos a referirnos al del 8.0. con la debida amplitud.
2. EL ORIGEN DE LOS ALFABETOS
IBÉRICOS
Resumimos las más importantes opiniones sobre
el origen de los alfabetos considerados como propiamente ibéricos.
En 1773, el valenciano Pérez Bayer, escribía al
también valenciano Gregorio Mayans que la lengua fenicia llegó por Andalucía hasta Alicante, mientras que
la griega lo hacía por Marsella, Rosas, Ampurias, Sagunto, Denia, llegando a su vez a Alicante donde «se
juntan ambas literaturas».
Otro valenciano, el marqués de Algorfa, a comicn·
zos del s. JOX, expresaba su creencia de que la clave
para la lectura de los epígrafes monetales era el alfabeto fenicio, criterio que aún sigue manteniéndose por algunos estucüosos del presente siglo, como veremos más
adelante.
Ya en el s. xx., Gómez-Morcno afirmaba que la
escritura del 8.0. o del Algarve, nace en el Mecütcrráneo oriental y llega a nuestra pen1nsula con anterioridad al alfabeto fenicio. De aquella primitiva escritura
se originarla Ja ibérica oriental que recibirla también
influencias arcaicas griegas. Para este autor «concierta
con formas egeas y con la primitiva chipriow, sin olvidar el influjo fenicio que tal vez saliera de un alfabeto
semítico del s. xv a.C. con 22 signos. Años más tarde,
opina que la escritura nos llegó organizada a fines del
II milenio A.C., trafda por gentes de la cultura del Ar·
gar; su apego al silabismo parece deberse al rechace de
sonidos oclusivos y continuos dentro de La misma sOaba, característica de nuestras lenguas primitivas «incluso el vascuence». Seis signos silábicos de este alfabe·
to se corresponden con signos fenicios y griegos; los
demás pueden venir del «silabario cretense». Sobre esta
cuestión, el profesor Guiter tiene pendiente de publicación un estucüo sobre el Lineal A, de cuya interpretaci6n espera interesantes resultados. También en esta
trayectoria, el profesor Zamanillo' sugiere que el feni·
cio es una variante del ugarft.ico, que se perpetúa en
las colonias; el alfabeto ibérico procede del micénico siLábico (Lineal B), traído por lo griegos después de entrar el alfabeto fenicio en Micenas y antes de que el
anterior silabario hubiera percüdo su vigencia.
Tovar' suponía relacionados parte de los signos
no silábicos del S.O. con signos fenicios y griegos,
mientras que los silábicos correponderian a una escritura tartesia primitiva, de carácter plenamente silábico. Este nuevo alfabeto serfa sistematizado en Andalucía hacia el 700 a.C. por alguien familiarizado con
302
ambas escrituras, la si:labica y la alfabética. El propio
Tovar, e.n 1958, apuntaba la posibilidad de que el alfabeto ibérico hubiera sido traído por un pueblo colonizador, opinión compartida, en parte, por el profe.sor
Untermann'.
Según Fevrier' el alfabeto del 8.0. fue creado de
una sola vez. Por su parte Lejeune' no acepta que el
silabario fuera importado por invasores procedentes
del Egeo en la Edad del Bronce1 siendo lo más posible
que los sistemas gráficos del 8.0. y S.E. se formaran
en nuestra península al entrar en contacto con Jas faetonas fenicias y griegas, no remontándose su cronología más allá del primer cuarto de primer milenio.
Para M_ luque.r, la escritura fue inventada en el
a
S.E. por un gramático que conocía los alfabetos fenicio
y griego y el silabario chipriota, aunque no descarta Ja
posibilidad de una importación por parte de los pueblos colonizadores.
Rechaza De Hoz la creación por alguien que co·
nociera el alfabeto y silabario chipriota. A partir del
1700 a .C. podrlamos considerar a los orientales como
importadores de este hipotético silabario, que luego se
convertiría en escritura ibérica, trafda ya conformada
en su carácter mixto por un grupo de emigrantes que
han debido preceder a los fenicios. Más tarde matiza
esta opinión, suponiendo que la escritura debió nacer
como adaptación local de los estfmulos aportados por
colonos y mercaderes del otro extremo del Mediterráneo. El semisilabismo no sería anterior al s. v o rv
a.C., y afirma en otra oportunidad que el silabismo
ibérico se creó en Hispania para expresar lenguas his·
pánicas, haciéndolo en el S.O. la primera escritura ba·
sada en la fenicia, atestiguada ya en el s. vn a.C. o
poco antes; algunos s~gnos quedarían sin sufrir cam·
bios ni en su forma ni en su valor; otros pasarían de
alfabéticos a silábicos y otros ser{an inventados para
completar la escritura hispánica, destinada a reproducir la lengua indígena caracterizándose esta adaptación
por la duplicidad de la vocal en las sflabas iniciadas
con oclusiva, vocal que posteriormente se elimina,
siendo esta variante La que conocemos en inscripciones
meridionales y sirvió de base a la ibérica oriental. En
un reciente trabajo, el profesor De Hoz, señala Andalucía como probable lugar de origen de la más antigua
escritura bipánica, creada por la influencia de una lengua no ibérica y considerada como posible origen de
la escritura ibérica de la Contestania1 •
En criterio del p.rofesor Pérez Rojas, los alfabetos
hispánicos responden a un sistema unitario de procedencia extra-peninsular formado con el chipriota como
simplifación del Lineal B, que llega a la Penfnsula antes del año 1000 a.C. y se reestructura entre los s. vm
y VI, formándose el silabario a la vista de los alfabetos
fenicio y griego arcaico. Es el alfabeto denominado
«Hispánico 1» o semi-silábico del sur; el «Hispánico ll»
correspondería al oriental que es una reelaboración a
[page-n-313]
COMENTARIOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA IBÉRICAS
La que se incorporan los signos numerales del alfabeto
greco-ib6rico de origen púnico. El ·Hispánico IU• o
libio-fenicio, conservó variantes arcaicas.
La escritura ibérica, en opinion del profesor Siles,
nace de un proceso de aculturación que se inicia con
la helenización de la franja costera y fmaliza al llegar
la latinización a su plenitud. Sería un desarrollo deJ alfabeto greco-ibérico, en el que se redactan los plomos
de La Serreta y El Cigarralejo, pero expuesto a UD proceso de desvirtuación que provoca la reducción del signario modelo, desembocando en lo que el autor llama
•escritura meridional» o •de transición», a la que correspondería el plomo de La Bastida, que califica como
el primer testimonio de escritura indígena; finalmente,
aparecería ol •alfabeto ibérico clásico~·. coetáneo con
los inicios de la romanización con la que ésta, al alcanzar su plenitud, elim.i na la escritura ibérica•.
El profesor Correa admite que la escritura hispánica procede de la fenicia destacando que en Ja piedra
de Castro Verde aparecen seguidos 13 signos del alfabeto fenicio, sigui6ndoles otros que serían ideados por
el adaptador (~,
.~) 10 •
Por nuestra parte, no creemos que los alfabetos indígenas llegaran a nuestras costas formados y con un
valor determinado para cada signo, puesto que aú.n no
se ha señalado en el Mediterráneo ningún alfabeto con
signos y valores fonéticos idénticos en su totalidad a los
hispánicos. Tampoco aceptamos la tesis de que fuera
un invento por en.cargo y que se nos importara en exclusiva, pues los testimonios conocidos no avalan tal hipótesis. Vemos como más lógico que nos llegaron los
signos a través de fenicios y griegos, aceptándose aquí
unos con su valor de origen, otros modificándose éste,
creándose nuevos signos a los que se les aplican valores
fonéticos con independencia, en la mayorfa de los casos, del que pudieran tener en otros lugares del Mediterráneo, todo ello de acuerdo con las características
lingüísticas de cada territorio hispánico. Ello explicada, posiblemente, las discrepancias que en la actualidad se nos presentan aJ atribuir un mismo valor a un
mismo signo en los alfabetos del S.O. y S.E., sin tener
en cuenta las posibles diferencias de lectura de una a
otra zona.
Con respecto aJ lugar en que pudo tener su nacimiento el signar.io ib~r.ico en tierras hispánicas, es de
difrcil determinación ya que la arqueologfa no nos ofrece tajante preferencia cronológica de ninguno de nue~
tros alfabetos prerromanos, como veremos a continuación.
1,, (]
3. CRONOLOGÍA DE LOS
ALFABETOS
La datación de los alfabetos hispánicos es del mayor interés para poder establecer un posible orden de
prelaci6n en la fecha de su formación, por lo que, aun
de forma resumida, reseñamos las cronologías que vienen atribuyéndose a cada uno de eJioa.
a) Alfabeto del S.O. Gómez-Moreno atribuye a este
alfabeto .da paternidad» de los otros dos, el del S.E. y
el oriental. Lo data en el segundo milenio a.C., pero
en la actualidad se le atribuyen fechas más bajas. Asf,
Tovar11 opina que la formaci6n del alfabeto del Algarve habría que llevarla hacia el 700 a .C; entre esta fecha
y el 350 a.C. lo encuadra Coelho, para quien, a partir
de esta fecha ya no hay actividad epigráfica y subdivide
este amplio período en tres etapas: ]a primera, hasta
el s. v a .C.; Ja segunda, se desarrollaría dentro de di·
cho siglo, y la tercera, desde fines del mismo al rv a.C.
EJ profesor Correa 11 considera la escritura del S.O.
como la más antigua de las hispánicas; el fragmento de
la estela de Villamanrique de la Condesa se dataría alrededor del 600 a.C. y, en general, en el S.O. se utiliza
la escr itura entre los siglos vu a.C. y v a.C., siendo de
fmes de ~ste, la inscripción de Neves; en cuanto al plomo de Mogente lo data de mediados de s. 1v a.C. y los
grafitos de Ullastret de fines del v a.C., datación que,
como veremos seguidamente, no es aceptada por todos
los autores. Incluye el profesor De Hoz en el s. VI a.C.
las lápidas d el Algarve, y considera que la escritura del
S.O. desaparece a partir del s. tv a.C. De una cronología cercana a mediados del primer milenio nos habla
Berrocal ~. pero aún encontramos m!s bajas fechas en
Biihr, qujen sitúa la escritura del S.O. en el s. 1v a.C.;
en Maluquer, quien no la hace anterior a este siglo, llevándola aJ w o acaso al n a.C. y Untermann" para
quien •las lápidas sepulcrales no pueden representar el
uso primitivo de esta escritura sino que pertenecen a
una fase tardía de la erudición literaria del S.O. hispánico.. , puesto que «el alfabeto tartésico no se form6
donde se encuentra la mayoría de sus monumentos» ya
que " su presencia en el sur de Portugal se debe motivar por una expansión secundaria, tal vez una retirada
a apartados territorios, causada por un cambio de poder en las ciudades que lo usaban desde sus orígenes¡
ello significaría que los epígrafes en el oeste no representan la cumbre o un estadio temprano sino que documentan una fecha decadente de una gran cultura.., no
siendo "fácil creer que entre las monedas (de SaJacia)
y los demás testimonios de la misma tradici6n epigráfica baya un vado de 600 a 400 años...
b) Aifaheto greeo-ihbúo. Para 61 propuso GómezMoreno el s. v a.C. Maluquer situó el plomo Serreta I alrededor del 450 a.C. , as{ como Untermann y Pérez Rojas. De Hoz, en el segundo cuarto del s. V a.C.
por el influjo de los focenses de Ampurias'). En realidad este alfabeto está determinado en su datación por
el plomo de El Cigarralejo, procedente del enterramiento 21 de dicha necrópolis, que fue datado por su
excavador, Emeterio Cuadrado, en la segunda mitad
del s. tv a.C; en posterior publicación••, sitú.a dicha
303
[page-n-314]
D. FLETCHER VALLS
sepultura entre el 375 y 350 a.C. También los grafitos
de El CampeUo nos Uevan al s. rv a.C., siendo posible
que se utilizara esta escritura hasta el s. n a.C., según
Llobregat11 •
e) A!fohe/JJ Jel S.E. Su inicio quedaría establecido
por la cronologra que se asigna al plomo de La Bastida
de les Alcuses (Mogente), es decir, primera mitad del
s. rv a .C. El fm de su utilización podrla situarse a comienzos del s. m a.C.
d) A{foht/JJ orimltJJ. Para Gómez-Moreno no era anterior al s. m a.C., y lo hacra finalizar en tiempos de
Augusto. Pero los plomos de Orleyl V, VI y Vll, hallados conjuntamente en una sepultura datable de fmes
del rv a comienzos deJ ru a .C., así como Jos grafitos
ibéricos sobre terra sigillata hispánica, no coinciden
con los trmites fijados por Gómez-Moreno. De acuerdo
con nuestros puntos de vista, también Maluquer aboga
por una mayor perduración de esta escritura, llevándola huta tiempos de Tiberio y, en cuanto a su inicio,
aunque no encuentra texto alguno datable antes del
s. 1v a.C., supone que habrla de admitirse su comienzo a partir de mediados del s. v a.C. Rechaza que sea
ibérico eJ grafito sobre lekythos de Ampurias, catalogándolo como griego y sobre el de Ullastret tiene fundadas dudas de que fuera ibérico, pero aun en supuesto
de que Jo fuera, no tendrra por qué ser contemporáneo
de la fabricación de la vasija sobre la que se grabó. Finalmente, considera los textos de Ense.rune, Ampurias,
Ullastret y La Bastida, del s. rv a.C., siendo este último el más antiguo texto en alfabeto deJ S. E. Llobregat,
de acuerdo con la cronología que puede atribulrse a los
citados plomos de O rleyl, es decir fmes del s. rv a.C.,
sit6a los comienzos de la escritura oriental a fines del
citado siglo y la hace terminar a mediados del • después de C. Supone De Hoz que los primeros escritos
de este alfabeto son los grafitos de UUastret sobre cerámica griega del s. v a.C., opinión no coincidente con
la de Maluquer, como acabamos de ver. Y volvemos
ahora a referirnos a las cronologías dadas por Siles, de
las que hemos hecho mención líneas más arriba, ampliándolas ahora para completar la panorámica de las
principales opiniones sobre la datación del alfabeto
oriental. Para este autor, los ind(genas conoclan el alfabeto jónico hacia fmes del s. v a.C. o comienzos del
IV, sirviendo el alfabeto meridional como transición al
oriental que se iniciarla con los comienzos de la romanización para terminar al desarrollarse ésta plenamente.
En cuanto a nuestro punto de vista, eJ alfabeto
greco-ibérico tiene clara datación para sus comienzos
en el plomo de El Cigarralejo y para su fin en los grafitos de El CampeUo, es decir que ocupa un periodo de
mediados del rv al ll a.C.
El alfabeto del S.E. queda fechado por el plomo
de La Bastida, en la primera mitad del s. rv a.C. y
deja de utilizarse en eJ s. m a.C.
30+
El oriental tiene la datación de su comienzo en los
plomos de Orleyl y su fmal con los grafitos sobre terra
sigiUata hispánica, abarcando de mediados del rv a.C.
al 1 después de C.
Con respecto al alfabeto del S.O., al que siempre
se le ha venido atribuyendo alta cronología, hemos visto cómo los mú recientes trabajos tienden a situarlo
entre los s. v y mm a.C.
Con todos estos datos, es muy dificil hablar de
ttpaternidades• y •descendencias• entre Jos alfabetos
prerromanos hispánicos.
4. IDENTIFICACIÓN DE LOS
SIGNOS
El interés por descifrar los letreros de las monedas
indígenas arranca, por lo menos del s. XV1 11, en el que
Nicolás MahndeJ comparó los signos ibéricos con los
del alfabeto griego, y de ese mismo siglo, de 1587, son
los estudios de D. Antonio Agustín.
En el x.vu tratan eJ tema algunos eruditos extranjeros, pero con escaso provecho.
Bn el xvm, Josep Luís de Velázquez identificaba algunos signos y clasifica los alfabetos en celtibérico, turdetano y libio-fenicio, com:spondiendo el primero de ellos
al que más tarde será denominado •alfabeto monetal» y
también •oriental... Todav(a en dicho siglo, Gregario Mayans, por carta del lJ de agosto de 1759, aconsejaba a su
discípulo Pérez Baycr que •no se canse de interpretar las
monedas antiguas españolas porque esa gloria la tiene
Dios reservada para mi quando quiera emplear en ese estudio tres o cuatro meses.., pero no debi6 disponer de esos
meses, puesto que dejó sin resolver el problema. Diez y
seis años más tarde Pérez Bayer informaba a su maestro
tambi6n por carta del 10 de marzo de 1775, que •habia
interpretado asta (sic) veinte moneda& celtibéricas como
de Empurias, Rosas, Osicerda, Bilbilis, llerda, Saetabi,
Ventino, Clunia, Sisapo y otros•.
En eJ s. xnc, Delgado, en 1871, logra un gran
avance, estableciendo tablas de equivalencias entre los
alfabetos ind(genas y el fenicio; a fines de siglo, Zóbel
de Zangroniz, notificaba a Fidel Fita" la identificación de las cin co vocales, de las consonantes L, M , N,
R, R, S y ~. de las oclusivas B y D y de las oclusivas
CA, CE, CO, TU, aquellos identificados por otros estudiosos y estas cuatro últimas por el propio Z6bel;
también de fines de siglo son los interesantes estudios
de Pujo! y Camps. En 1893 se publica la ingente obra
de Hübner, ..Monumenta Linguae Ibericae• en la que
se recoge todo lo escrito sobre el tema basta el momento de la edición del libro, con el que se inicia una nueva
etapa que fmalizará con la aparición de los trabajos de
Gómez-Moreno ya en el s. xx.
Este autor da a conocer en 1922 su alfabeto, ampliando la información en 1925 y mereciendo la acepta-
[page-n-315]
COMENTAJUOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA IBÉRICAS
ción de sus conclusiones por los estudiosos españoles,
siendo el catedrático Ferrandis Torres20 el primero en
utilizar el alfabeto Gómez-.Moreno en sus clases de numismática en la Universidad de Madrid, y sólo después
de reiteradas publicaciones de Tovar en defensa de este
alfabeto, fue aceptado por los especialistas extranjeros,
no sin que hayan sido mantenidas otras lecturas, tanto
por españoles2 ' como por extranjeros22 • No obstante
estas discrepancias es el llamado •alfabeto G6mezMoreno» el que goza de las preferencias de los estu·
diosos.
Pero si bien es cierto que Gómez-Moreno tiene el
indiscutible mérito de haber estructurado el alfabeto
ibérico oriental, haciendo posible la lectura de los textos, no todas las identificaciones se deben a él Como
hemos visto más arriba, con anterioridad a 1922 ya estaban identificadas las cinco vocales, las siete consonantes L , M, N, R, R., S, S, ocho silábicos: BA, BI,
CA, CE, CI, CO, TO, TU, y dos valores consonánti·
cos, todo lo cual unido a los signos identificados por
el propio Gómez-Moreno, nos permite establecer el siguiente cuadro resumen:
AUTOR
AÑO
SIGNOS IDENTIFICADOS
1587
Agwstí.o
f (S)
1752
Velizquez
J> CA)
1772
Pérez Bayer
M(S)
lV
(N)
~(E) / '(L) Q (R)
/(/(I)
~(U) Q (R) ../"(Kl)
1844
Grotefend
1870
Heiss
1871
Delgado
1880
Zóbel
,.<\(KA)
1890
Pujo! y Crunps
W C1U)
1922
Gómez-Moren o
J (BA) r (BI)
H
é (KE)
X
(TU)
~ (BE) ~(BO) fi<
BU) 0 (K U) X
® (primero leído TÚ y rectificado
1935
Beltrán Villagrasa
TE)
Variante de T (M) y rectificación de ®
En estos últimos años hemos identificado dos nuevas variantes, una la del silábico .[(KE), aparecido por
primera vez en los letreros de Los Villares (Caudete de
las Fuentes) y el otro, ~(TA) conocido por vez primera
en el plomo de Palamós. Y queda pendjente de valoración defi.ntiva el signo
que, no obstante las múltiples
soluciones propuestas, la más reciente la de Valeri21 ,
sigue la duda en cuanto a su pronunciación ya que ninguna de las que se le atribuyen puede aplicarse a todas
las lecturas en que aparece.
Otra dificultad sin resolver a gusto de todos es la
distinción de las sfiabas oclusivas en sordas y sonoras.
Para algunos autores, los aditam.cntos que aparecen en
ocasiones en diversos signos, servirían para diferenciar
sordas y sonoras, pero como ejemplos contradictorios,
citamos la opinión de Maluquer ctla mayor riqueza del
signo indica la calidad de soJ"da>o, y la de Bergua ccun
tilde más sonoriza más». Siles y De Hoz han estudiado
con amplitud esta cuestión y encuentran la distinción
en los trazos adicionales «sonorizantes•. Independientemente de las discrepancias que podamos señalar, hacemos la observación de la imposibilidad de distinguir
si 1 {BA) es sorda o sonora. en primer lugar porque
este signo no lleva tildes adicionales y en segunda y
principal razón porque el sonido P no existe en ibérico
(no entramos en su posíble existencia en la lengua que
Y
et1
de TU a TE
refleja el alfabeto del S.O. y en celtibérico) según los
especialistas (Gómez-Moreno: ccla P se desvanece en
ibérico y vascuence» y Michelena: «la P es un rasgo
nada ibérico») y en cuanto a otras síJabas oclusivas
comprobamos como la misma palabra aparece unas ve·
ces con «adorno" y otras sin él".
Para resolver esta dificultad sugirió Tovar que la
matización pudo acomodarse a una fonética sintáctica
en la que la oclusiva sería sorda o sonora según su posición en la palabra, particularidad que se encuentra en
el llamado «fenómeno de permutación» vasco, por el
que la sorda puede convertirse en sonora y viceversa.
Pero, en defmitiva, no parece que hubo intención de
distingujr entre sordas y sonoras, máxime si nos encontramos con un mismo vocablo escrito con variantes
del mismo signo oclusivo.
Lo anteriormente expuesto se refiere al alfabeto
oriental, ya que el del S.E. presenta signos de dificil
identificación. En nuestro estudio sobre el plomo de La
Bastida, dimos un cuadro de equivalencias de este alfabeto, del que hay unanimidad en 18 signos:
X
TA,
LJ1
'l
81,
o
BU,
~
I,
A
110,
TI,
TU,
"L,
A
V\
N,
~
KA,
K.E,
~.
305
[page-n-316]
D. FLETCHER. VALLS
y discrepancia en otros 9:
~ "" 1- '!<. Q (\) .Q ~ ~
a los que se les atribuye más de 30 soluciones distintas,
no sólo de uno a otro autor, sino también en un mismo
autor, como nos muestra Silgo en su mencionado estu·
dio donde se cotejan los alfabetos del S.O., S.E. y oriental, con resultados altamente interesantes para la identificación delsignario oriental y se señalan las discrepancias
de interpretación en diversos signos del meridional.
En cuanto a las dificultades de lectura del alfabeto
jónicQ son prácticamente nulas, habiéndole servido a
G6mez-Moreno para confirmar su valoración de signos del oriental.
En el Cuadro I exponemos las equivalencias de los
tres alfabetos preromanos utilizados en tierras valencianas.
5. ALGUNAS NOTAS SOBRE
FONOLOGIA IBERICA
~
~
Ya en líneas anteriores hemos hechos referencia a
algunas características fonológicas ibéricas. Destacamos a co{ltinuación otras varias que presentan claros
paralelismos con la fonolog(a del vascuence, tan estrechamente relacionadas que se llega a considerar el ~is
tema fonológico ibérico «muy similar al que puede -Te·
construirse para el vasco primitivo.. en opinión del
profesor De Hoz.
Del recuento que hemos llevado a cabo sobre un
total de 1.017. palabras pertenecientes a textos ibéricos
valencianos en alfabeto oriental, comprobamos que de
los 5.644 signos computados, es elf<,'(I) el más utilizado, con un total de 593 veces ( =10,50% ); le sigue el
_/v(N), con 472 ( =8,40% ), por lo que no es de extrañar
que pudieran producirse er rores por parte de los escri·
bas al utilizar estos dos signos, ya que por diferenciarse
solamente por un tilde, éste pudo ser omitido o equivocadamente puesto, o~:asionando confusiones de lectura
de N por 1 o de ésta por aquella (BAmEN/BANBEN,
BAINWBAR/BANIWBAR).
Entre lo~ signos silábicos, los más utilizados son
los de base T/D (726 veces= 12,80% ), le siguen K/G
(594- 10,50%) y fmalmcnte B (568 = 10% ), siendo el
menos utilizado cl BU (0,05% ).
Asimismo es de reducido uso y aparición tardía el
signo
'\t'(M) (0,17%).
Respecto a los signos silábicos, opina el profesor
De Hoz que el inventor de la escritura hispánica, ante
la ausencia de vocales en el alfabeto fenicio, se encontró con la necesidad de atribuir un valor diferenciado
a cada signo lacingal, utilizando un tipo de signo cuando la consonante iba seguida del sonido A, otro para
el E, etc., empleando todos los tipos fenicios que representaban oclusivas, completando la laguna del sistema
306
fenicio con signos inventados. Cuando se eH:min61a vocal se originan los signos silábicos, asf, una T ante A
pasaría a ser TA al desaparecer la vocal acompañante
y as{ sucesivamente con las demás oclusivas. Esta explicación la basa el profesor De Hoz exclusivamente en
el alfabeto fenicio, ya que excluye otras influencias en
la formación del alfabeto hispánico del S.O., en especial la griega.
Otro es el punto de vista del profesor Siles para
quien la escritura ibérica no es semisüábica ni una inteligente conjunción de silabario y alfabeto, sino un sis·
tema de escritura imponado, en cl qoe la serie oclusiva
funciona con el nombre que en signario reciben sus correspondientes letras y que los iberos pudieron modificar o alterar.
Para Tovar el elemento silábico no puede ser de
tipo secundario, formado sobre la base de letras alfabéticas; el silabismo se mantiene obedeciendo a conveniencias fonológicas de la lengua par a la que se inventó.
Pero con todo eUo, no queda clara. la existencia de
signos alfabéticos y silábicos en un mismo sistema que
llega hasta entrada la época romana, que es cuando estos últimos tienden a dejar su carácter silábico para
transformarse en alfabéticos, con pérdida de su vocal
quedando tan solo el valor consonántico como se comprueba en algunos textos ibéricos.
No se identifican en ibérico los signos que pudie·
ran haber correspondido a los sonidos OH, F, J, P, LL,
Ñ, V (labiodental), X y Z. ThJ vez algunos de estos dos
últimos cupiera ser identificado conM (S), pero desconocemos las normas de utilización y valor fonético de
~(S) y M (S), ya que en ocasiones se intercambian o
c4>arecen juntas en una misma palabra; parece, no obstante que hay una cierta tendencia a utilizar S tras L
y R (BELS) y S tras E (BELES), aunque en la lápida
romana de Tarrasa se transcribe el nombre indígena
NEITINBELES, con S y en otra ocasión, encontramos
BONBELEX con X, siendo as( que \UIO y otro nombre
se escribieron en ibérico con S. Los amplios estudios
de Tovar, Siles y Untcrmann sobre el p roblema no dejaron resuelta la cuestión, sobre la que vuelve, recientemente, Villar5 con un exhaustivo examen del uso
de S y S entre los celtíberos, considerando S como sorda y S como sonora.
Los sonidos F y P, son desconocidos en ibérico y
en vasco. Ninguna palabra comienza en ambas lenguas
por R. Este signo y el R se intercambian en ibérico,
aunque parece que existen ciertas preferencias en su
uso.
Escasean las palabras terminadas en -L; posiblemente, las que puedan señalarse, no sean propiamente
ibéricas.
No aparece ninguna palabra ibérica terminada en
·M; las que as( Jo hacen corresponden a voces celtibéricas en alfabeto ibérico. En ocasión hay vacilación entre
[page-n-317]
COMENTARIOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA IBÉRICAS
CUADRO 1
TABLA DE EQUIVALENCIAS DE LOS ALFABETOS IB~R ICOS
Jónico
Levantino
Andaluz onental
N.•
Sonido
1
2
3
.4
A
E
A
H
4
A
D l>
~
~
~ ~
1
1
~
~
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A
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1
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~
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0 ®
Gol
lfJ
w
.6 &
.
y
l
En este Cuadro quedan sin valorar, en el alfabeto meridional, los signos (BA):'f'
307
[page-n-318]
D. FLETCHBR VALLS
M y N dentro del mismo vocablo, llegándose, en ocasiones a suprimirse la nasal (lUMsTIRJIUNSTIIU
IUSTIR).
Es frecuente la alternancia vocálica (URKE/
ORKE), tema sobre el que ha fijado su atención
Quintanilla~•, aportando buen número de ejemplos
que amplían el de los que habíamos señalado en nues·
tros anteriores trabajos.
La secuencia .. muta cum liquida» (BR , BL, KR,
etc.) no se da en ibérico, y .cparece haber sido desconocida tanto en la lengua ibérica como en el vasco de la
misma época>•, según M ichelena.
Otros paralelos entre ibérico y vasco son la caída
de la D tras L (lLDUN/ ILUN); el cambio de N a R,
con la desaparición a veces de ésta (ILDUN/ILDUR/
ILDU); la alternancia UR (lLLIBERr/IRIBElÍ.I), altern.ancia que se da en el ámbito peninsular no céltico,
as{ como en todo el mundo mediterráneo preindoeuropco y continúa todavía en algunas partes de España
(ALMA/ARMA, BELTRAN/BERTRAN, etc.). Algunos de estos cambios podrían deberse, según el profesor Mariner al influjo romano.
Dos consonantes cuyo grado de cierre es el mismo,
no van juntas; ello nos ayuda en la lectura de palabras
dudosas, tales como sucede con el TURLBAl de Serreta I, en realidad TURABAI, o en el BURLTIR de La
Bastida, cuya lectura correcta es BURILTIR, de
acuerdo con De Hoz.
Hemos hecho mención de unos pocos aspectos fonológicos ibéricos y quedan todavía otros muchos, pero
nuestro propósito ha sido comentar aquellos que ofrecen paralelos con el vascuence, por «ser coincidencias
profundas y reveladoras» en palabras del profesor
Thvar.
6. LA LENGUA
Dispares son las opiniones sobre los orígenes de
la lengua ibérica, pero pocas son las que han merecido especial atención de los estudiosos. Comentar to·
das las tesis sobre el particular nos llevaría a una
extensión desmesurada del presente trabajo y, además, algunas de ellas carecen de toda posibilidad
científica. Nos referiremos, exclu~ivamcnte, a aqueJlas que má.s han interesado a los investigadores del
tema.
La solución semítica, ya mantenida de antiguo,
ha renovado su interés en estos últimos años gracias
a los estudios de Gorostiaga'l, Solá Solé,
Buchanan21 , López Serranott y Tou chet30, entre
otros. El arameo h a servido -a estos dos últimos investigadore~ para la interpretación de los textos ibéricos.
Sus meritorios trabajos, con interesantes sugerencias,
han restado credibilidad a esta solución. antes las dis·
crepancias de sus respectivas traducciones as{ como
308
el haber utilizado alfabetos de propia elaboración,
pero no podemos olvidar que el largo contacto con
fenicios y cartagineses pudo influir en el habla y escritura de los iberos'1 •
El origen caucásico para la lengua vasca y, correlativamente, para la ibérica, ha tenido destacados valedores. Ya en el siglo pasado se plantean las posibles relaciones de la lengua vasca con las uralianas,
turanienses, uralo-altaicas, siguiendo en este siglo estas
orientaciones con los estudios de Uhlenbeck3 \
Karst'', Bouda,. y Lafon, quien rechaza toda relación
del vasco con el camítico·semftico. Lahovary" destaca
que el dravídico, lengua originariamente del Mediterráneo oriental presenta fuertes relaciones con el
hamítico-semítico y ofrece má.s semejanzas que el caucásico, con el vasco. Apuntaba Tovar, en 1954, la posibilidad de relaciones con el georgiano y el avar, basándose en que uen las mal conocidas y variadfsimas
lenguas del Caúcaso se han encontrado coincidencias
lexicales, pero el parentesco, si existe, nos lleva a un
mundo preindoeur opeo anterior a las edades de los metales. Cabe pensar en el vascuence como un resto dejado por aquellos primitivos pobladores, que, siguiendo
al reno, se acusa en el Báltico y quizá perviva en los
pueblos paleosiberianos» y en 198-P' concreta •no nos
atrevemos a sacar consecuencias pero sf llamar la atención sobre la coherencia de los resultados»; a pesar de
ello, el profesor Michelena se mostr ó siempre excéptico
respecto a la tesis caucásica.
La ascendencia céltica (indoeuropea) ha tenido
siempre defensores. Ya a comienzos de siglo se sustentaba esta tesis que má.s tarde hicieron suya entre otros
Thayer Ojeda'7 , Castro Guisasola, Montenegro,., Almagro~ etc. Para este autor «Jos pueblos iberos de Levante y valle del Ebro hablaban dialectos célticos, es
decir, indoeur opeos••. .En esta misma linea están las
más recientes opiniones de Pericay, Coclho, Fruy"
(quien lo coteja con el umbrío), Pérez Rojas,
Buchanan40 (quien años antes traducía por el semítico
y con posterioridad por ellatfn primitivo) y las aportaciones del profesor Zamanillo 41 quien interpreta el
lenguaje ibérico por el griego arcaico. Las graves diferencias en las interpretaciones dadas por unos y otros
celtistas, han impedido llegar a conclusiones satisfacto·
rias lo que ha permitido a Tovar ser tajante en esta
cuestión al afumar que ..Ja lengua jbérica es prein·
doeuropea».
El problema del posible parentesco con el vascuence, que ha suscitado tanta polémica, ha sido ampliamente tratado por nosotros en los dos estudios mencio·
nados al comienzo de estos comentarios, razón por la
cual y por ser tema muy complejo, lo dejamos de lado
en esta ocasión para en ~a próxima oportunidad volver sobre el mismo con la atención debida, lo que no
podemos hacer aquí dada la extensión de este trabajo.
Y por la misma brevedad, omitimos otras hipóte-
[page-n-319]
COMENTARIOS SOBRE ESCRITORA Y LENGUA IBWCAS
CUADRO Il
CLASIFICACIÓN DE LOS SIGNOS UTILIZADOS EN LOS TEXTOS IBÉRICOS VALENCIANOS
YACIMIENIOS CONSULTADO S
56
VOCABLOS (o fragmentos) COMPUTADOS . . ...... 1.017
SIGNOS CLASIFICADOS ........................ 5.644
••••••••••••••
1•.-
Orr4n 41
A
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10,52
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33,40
7~-RuutMt
Signos vocálicos .........
Signos aíli bicos ..........
Signos consonú ticoa .....
TOTALES ······ ········
1.753
1.888
2.003
5.64+
31,05%
33,40
35,55
100,00
309
[page-n-320]
D. FLETCHER VALLS
sis, finalizando este apartado destacando que aunque
puedan hallarse paralelos entre la lengua ibérica y
otras más o menos afmes, ello no nos resuelve el problema de su origen ya que «desde el punto de vista genético no puede compararse con ninguna ot.ra», en opinión del profesor Untermann, lo que confirma la
personalidad de la lengua ibérica que, en nuestro criterio, debe considerársela formando parte de una gran
unidad lingüística preindoeuropea mediterránea, unidad que se fraccionó a mediados del segundo milenio
a.C. con la aparición de los pueblos indoeurpeos en las
costas del Mediterráneo. Con la ruptura, cada región
adqujere su personalidad propia, sin perderse los parentescos lingüísticos de toda el área mediterránea, según opinión de destacados especialistas que han tratado la cuestión.
7. ÁREA DE LA LENGUA
El área de la lengua ibérica no se corresponde
exactamente con la del empleo de su graiia. AqueJla se
extiende, por e. litoral, desde el Segura al H érault, ya
l
en territorio francés, y por el interior hasta tierras de
Arag6n y Murcia, con variantes locales o comarcales,
siendo el territorio más típicamente ibérico el situado
entre los río~ Segura y Ebro, límites que persisten a través de los tiempos, como nos prueba el testimollio de
Al Razzi quien, en el año 955, extiende la Cora de Valencia desde las tierras de Tudmir, al sur, hasta Tortosa, al norte.
En cuanto a los hallazgos epigráficos ibéricos no
siempre se corresponden con el ámbito de la lengua,
ya que los celtiberos utilizan la grafia ibérica para plasmar su habla, y los testimonios procedentes de Andalucía oriental se justificarían, según De H oz, por expansión y no p or ser originariamente de habla ibérica.
Los anteriores comentarios, expuestos con la mayor brevedad posible, se prestan a más extensas consideraciones, algunas de las cuáles ya bicierámos en anteriores publicaciones y de las que las presentes líneas
deben entenderse como complemento. Quedan, pues,
muchas cosas por decir y problem as por resolver al
gusto de todos, pero ésta es tarea que debe quedar para
las nuevas gener aciones de iberistas quienes, con toda
certe.za, darán m ás cumplidas r espuestas que las alcanzadas hasta el presente. Con nuestra colaboración, que
hemos intentado actualizar, cumplimos con el deseo de
participar en cl homenaje que, con toda justicia, dedican al que fuera su Director, Enrique Pla, el S.I.P. y
cuantos tuvieron la suerte de gozar de su amistad y, en
mi caso particular, la de contar con su correspondido
afecto y de su colaboración sincera y eficiente en la.s
310
tareas que durante tantos años compartimos en nuestro querido S.I.P.
NOTAS
t La bibliografra que tiguc es complemento d e la mencionada en los siguientes trabajos:
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D. FUTCHU VALU: •Estado actual d e la Epigraf'la y Lengua
l ~ricas». HmMMfo 4 D. Aújatrdro R4111Ds (Elche 26/UI985). (En
prens.a).
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la PenúuuLa Ibérica». Aetas VI ~rt
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tanesia (o del S.O.) hallada en Neves (CastrO Verde, Baixo Alemtej o) y su contexto arqueológico•. Húi.J, 16, Sevilla, 1985.
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Bisp4nie4 tk /#«~ ,__ repuJii«
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EstuJi.Js soJm Uno, Sevilla, 1.989.
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hispánico en época prerromana.o. !), 7Uti#M 4 ~. Viena,
~85.
D . .B. BuoHAMAN: 1M Dtcipllmnntl 11.1 Sowhwut lb"". Vi.c nna, Va.
[page-n-321]
COMENTARIOS SOBRE ESCRITURA Y LENGUA rBÉRlCAS
1991. Considera las inscripciones del S.O. ponugEs entre el 100 y
200 A.C .
Hoz: Op. r:it. nota 2.
E. CUAoiWlO: La rvcrdpolis iblriea d4 El CigamJija (Mul4, Murci4). Bibliotbeca Praehistori.ca Bispana XXIU, Madrid, 1987.
u
"
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nica de La UleUt dclJ Banyets, fll Campcllo (Alicante)•. ArclWJo d4
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no de Luup, partido judicial de Sigüenzao. B.R.A . Rír~Mi4, n, 35,
Madrid, 1882, donde transcribe la c:arta d o Zóbcl de Zangroniz con
la valoración de los signos ibéricos.
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1'• XLlll, Firen%e, 195+.
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N. LA-.,..,.: La tfijfasitm dtJ laJ!Irus GNinuw th Protltam Ori.ttc.l.
úvrs rt/41i411S tWtt ú basqtu, k dravúliDc tt lts parlts ittdopl.ncs primiJ.ifs. Berbe, 1957.
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,. L. THAYr.a OJ"""' &s90 M trad.-j¿" .úl p/4mo M AW,. Valpa·
ralao, 1926.
.. A. M oe.'"l'fJ'<'tCitO! .vsuco c.lcarri y derivados, prestamos celtas".
B. R. Sor. VastolflaM dt ..!m;,os dd Pals, 111, 3, San Scbastián, 19H.
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3U
[page-n-322]
[page-n-323]
H enri
G mTER
*
...
IBERE ET MINOEN
Depuis assez longtemps, nous avions préparé artisanalement un index alphabétique des formes qu'il
était possible d'cxtraire des inscriptions ibériques. Notre document de base avait été le lexique dressé par A.
Tovar, Jcxique que nous avions cu soin d'enrichir au
fur et a mesure des nouvelles découvertes d'inscriptions ibériques, dues particuüeremcnt a l'activité du
&ruido de lrwestigacüín Prelúst4ric4 de Valencia, dont les
trb nombreuses publidltions se succedent a un rytbme
rapide•.
Nous comptions utiliser cct indcx pour diverses
études, lorsque nous en aurions le loisir. Mais la publication d'un index du lin~aire A', concu de la meme
fa~on, bien que réalisé par ordinatcur, nous a donné
l'idée de confronter les deux listes.
Celte confrontation ne semble pas absurde, si l'on
se réfere au cootexte historique. Vcnant de la Méditerranée orientale, les Iberes ont atteint le sud de l'Espagne vers le xvc siec.le•. C'est aussi l'époque ou la
vague achéenne ateignait la Cr~te, et elle a pu provoquer un déplacement de population . .En ce qui concerne l'écriture, A. Tovar avait déja envisagé cette hypothese: .. Nous savons que les écritures appelées ibériques
• Univertit6 de Montpellier.
descendent du systeme syllabique qui se flXa en Crete
durant le [Jc milléoaire, mais nous savons aussi que
bonne part des signes ibériques, la m ajorité d'entre
eux, procMent de formes graphiqucs grccques et phéniciennes, telles qu'eUes s'employaient durant le vrr~
siecle au plus tard").
La comparaison des deux systcmcs graphiques pose
quelques problemes, qu'il faudra essayer de résoudre.
1.0 Le systeme ibériquc n'cst syllabique qu'en ce
qui concerne les occlusives. Mais il ne retient que l'opposition de point d'articulation des occlusives. et non
l'opposition de sonorité. Nous avons done 15 signes corrcspondant ~: ha, be, bi, bo, bu; la, te, ti, IIJ, tu; lal, kt,
ki, /ro, ku . On translittere généralement la labiale par
la graphie de la sonore; la dentale et la vélaire, par des
graphies de sourdes et de sonores, le plus souvent saos
motü particulier de choix.
En minoen, la labiale est seulement notée comme
sourde. La dentale distingue l'opposition de sonorité t
et d. la vélaire n'a pas de notation de sonore, mais dewc
notations de sourdes le et q.
La confrontation des deux syst~mes ne pourra évidemment se réaliser que par la seule distinction des
points d'articulation, c'est-a-dire en adaptant le systeme minoen au systeme ibere.
313
[page-n-324]
H. GUITER
Vocalisme
Consonantisme
a
e
i
m
o
289/160
243/ 86
108/226
126/148
58/126
2/ 98
28/120
217/ 18
83/ o
1021102
140/ 63
56/ 57
0/ 40
34/4-7
259/120
93/ 56
152/179
85/ 99
291114
3/ 81
39/ 60
Thtaux
854/964
632/327
32/ 38
25/ 13
0
occl. labiale
occl. dentale
occl. vélaire
spirantes
Pourcentages
u
Totaux
Pourcentages
87/16
441 8
23/37
42/14
26/ 7
0/ o
3J14.
1111 54
6/ 34
57/136
62/114
14/ 56
0/ 11
2/ 41
963/368
469/184
442/680
455/438
183/360
5/230
106/282
371
18/
17/
17/
7/
0/
4d
660/709
225/96
252/446
2.623/2.542
25/ 28
9/ 4
10/ 17
100/100
2.0 Les fricatives et sonantes, s, m, n, l, r, w ont
en ibere une graphie alphabétique ct non syllabique.
Elles pourront done se trouver en position implosive,
et nous aurons des syllabes fermées.
En minoen, au contr~, les fricatives et sonantes
n'ont qu' une graphie syllabique, si bien qu'una syllabe
ph.onétiquement fermée apparaitra ouvene, l'élément
implosif étant obligatoirement affecté d'une voyelle paragogique. La présence d'une telle voyelle ne doit done
pas emp~cher la comparaison.
3.0 On admct que le r ne peut jamais 8tre initial
de mot en ibere. D en est ainsi en basque, et, par
ailleurs, les phrases iberes ne commenceot jamais par
ce phoneme. Nous avons done évité toutes les coupures
de groupes, qui auraient abouti A un r en posidon initiale.
En revanche, le minoen ne possMe pas de l . D
se pourrait que ce ph.oneme eut fait l'objet de rllotacisme, colil.Jne cela s'est produit en hasque pour le
l intérieur (ili>ira) ou en roumain (gula>gura); mais
nous ne nous aventurerons pas dans ce type de reconstruction.
4.0 L'ibere note deux sortes des, no.n saos confusions fréquéntes6 • n semble qu' il s'agisse des deux sifflantes sourdes norées s et z par le basque, !'une apicoalvéolai.re (s de l'espagnol et du catalan), l'autre
dorsoal~olaire (s du francais).
Le minoen a deux sifflantes notées s et z. Nous
groupero.ns ensemble toutes les sifila.ntes, faute de conn:Utre exactement les caracteres de chacune.
5.0 On note souvent w le signe ibérique ayant la
forme d'un Y majuscule, mais sa val.eur est inconnue
et fon discutée'. Nous ne le ferons done pas intervenir; et nous ne ferons intervenir que les phonemes du
minoen ayant correspondance en ibere. Et, bien entendu, nous sommes amenés a laisser de caté les termes
minoens de phonétisme non identifié.
Ges réserves nous amenent a ne retenir que 2.542
entrées sur les 3.048 de la liste minoenne, et 2.623 entrée~ sur les 2.803 de la liste ibere. Les effectifs étudiés
sont sensiblement équivalents.
314
o
15
7
27
17
14
9
u
100/100
Nous pouvons rassembler en un tableau les effectifs correspondant aux diverses syllabes initiales. Nous
les indiquons daos l'ordre ibere 1 minoen.
Ce tableau appelle quelques observations.
D'abord au point de vue du consonantisme. La fréquence relative des occlusives vélaires est la meme daos
les deux langues.
Celle des occlusives labiales est beaucoup plus élevée en ibere qu'en minoen; mais nous constatons que
m est presque absent en iberc, tandis qu'il est assez
bien représeoté en minoen. Or les emprunts latins ou
romans du basque nous montrent une confusion fréquentc des occlusives labiales nasale et orale•: beaza
(minada), beduin (medicinu), bolu (1TWlinu), magiq. (uagiM),
mañu (baño), etc...
Si pour chacune des langues nous faisons la somme des fréquences relatives de p, b et m, oous tombons
sur des nombres, sinon égaux, du moins d'un ordre de
grandeur analogue.
Pour les occlusivcs dentales la fréquen..ce relative
du minoen présente une écrasante supériorité sur celle
de l'ibere. Ici, l'adjonction des éléments relatifs a la
nasale dentale, ou mbne aux spirantes alvéolaires,
n'apporte aucune correction, mais, au contraire, creuse encore le fossé: 52% des syllabes minoennes débutent par une dentale ou une alvéolaire, contre 28% des
syllabes iberes. Cette énorme différence est a peu pres
inversée si nous considérons le consonantisme 0, c'est
a dire la
présence d'une voyelle
a ]'initiale
absolue:
37% en ibere contre 15% en minoe.n. Elle pourrait
s'expliquer par un amuissement de dentales initiales en
ibere. Si nous comparons au consonantisme basque, «il
est notable, d'autre pan, que 1- et d- n'apparaissent
presque pas daos le lexique basque, si ce n'est daos des
emprunts, des termes expressifs, et des formes verbales
définies»'. Par ailleurs, le n intervocalique de.s emprunts latino-romans est caduc en basque, ce qui diminue sa fréquence initiale lorsqu'on pratique une segmentation.
Au point de vue du vocalisme, nous constatons
que e et o soot plus fréquents en ibere qu'en minoen;
[page-n-325]
I'BERE ET MJNOBN
au contraire, a, i, et, surtour, u sont beaucoup plus favoris~s par le minoen.
Si nous calculons pour les deux langues nos param~tres vocaliques•~, nous treuvons les valeurs:
60.r - 24) • IOz
2.S82
L818
l
'
-3
- 7
i!Xn:
minoen
19
21
Le paramhre x, relatif ~ J'avancement du point
moyen d'articulatioo (oous lui connaissoos des valeurs
dispers~es de - 28 A 60) est assez ~lev6 daos les deux
cas, mais surtout pour l'ib~re. Ce qui abaisse sa valeur
pour le minoen, c'est l'é16vation de la fr~quence relati·
ve de u. Or, il appara.lt que dans les termes qu'il a en
commun avec le 1in6aire B, le lin6aire A présente souveot u au lieu de o": diáeru/did4ro, Jw.sarulkasaro,
k4rulkzro, etc... Cette tendaoce ~ la fermeture de o, ou
peut-etre seulement ~ la notation par u d'un o saos
doute ferm6, peut expliquer la difl'érence.
Les parametres y et z, respectivement rclatifs ~
l'accumulation des réalisations vera le milieu de la bouche, et ~ la Jabialisation, différent trop peu pour etre
significatifs.
Les valeurs du trinome 60x - 24y - 10z, sur lcsquclles est basée la répartition des langues en trois groupes, placcnt l'ibere et le mínocn dans le groupe A (valeurs supérieures A 1.770), en compagnie des laogues
germaoiques et celtiques, du turc, du chinois, du frao~ais, etc. .. , alors que le basque et les langues romanes
méridionales se situeot daos le groupe B.
baitt(lo)
bulbw
bm
han
bari
bwr
bua
bui
-O(H)
lict
lip
lida
biro
bix
boa
bu ti
batJq¡Dt
püt
cea
linai
ijsa
pisa
láu
dua
púe
pa
1m
&m
taac
lae
111
qu
lela
ttti
adu
-¡j (12 L)
-di p()
daba
-!t(IH) -«<-It (l8 f.)
dDa
Ita
dutJ
~
du
~
le
-t1l (4 f.)
Cllt.l
pla
a
da
brui
-dal-ú(4H)
Usa
-1b (10 l)
dlla
bit
-hl-qt(!!f.
t.di
IJ¡ii
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qcpi
daca
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di«
daqtJtaktJtJqe
up
daki
qdu
dadaldatu
leda
dadu
die
hri/qdi
dae
•
pW
-PPl)
piki
pit1
pite
pitiat
piu
bite
bidia
&OC
OJia
le
~
-li (22 f.)
IW
kh
d&1
tuAu
-GIHI par.
.,.
tuldart
irt
izo
-is (H)
-ii ~f.)
-o&(H)
-ua (~t)
!Ji
cbiiUi
tl.uw\w
~
irt
izo
toqe
uha
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IICct
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o
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-DÍ (!ll)
bDa
Passons maintenant a l'énumération des coincidences lexicales coostatées entre les deux listes.
tdt
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-ri(IH)
• ••
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m
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m
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killl
swb
m
ai
-si(H)
kiDe
bu
kili
-lo (H
IU
sart
IIIÍ
•
-«(H.)
-.(ll l)
ICU
tuWmqa
ICtt
IWIÍ
ui
aiia
niri
DiDa
nirt
-coQt)
upi
o
OC1
ob
Gtl
011
ICt
uqe
UQII
mua
1111
•
.w.u
ltaro
acle
ut
ICii
•tia
adiluli
ICfimi
waia
un
- un
315
[page-n-326]
H. GOlTER
En conséquence, sur 2.623 formes de l'ibere et
2.542 formes du minoen que nous avons confrontées,
222 présentent d'étroites analogies, ou m~me sont
identiques. Le jeu du hasard suffit-il a expliquer ces
coincide.nces?
Pou.r essayer de répondre a cette question, nous
avons fait l 'expérience suivante. Dans les
diotionnaires12 de trois langues ad:ministratives dont
les juridictions confwent avec celle du francais, J'espagnol, l'italien et l'allemand, nous avons choisi des
pages au moyen d'une table de nombres a u basard, jusqu'a ce que le total des entrées rencontrées dépasse
deux mille pour chaque langue. Parmi ces entrées,
nous avons noté celles quí étaient homograpbes d ' un
mot francais; par cxemple, le substantif francais .. ver~t
est homograpbe de l 'inrmitif espagnol oer • voir»; l'infinitif francais francais «donner» est homograpbe du
substantif allemand Donner «tonnerre», etc...
Nous avons ainsi trouvé 34- homograpbes
espagnols11 sur 2.087 entúes; 37 italiens" sur 2.006;
28 allemands', sur 2.070.
Ces nombres d'homographes sont du mSme ordre
de grandeur; nous pouvons cependant vérifier par le
test de Pearson si leurs écarts sont significatifs ou ne
le sont pas.
&rtJgrapl¡ts
Ntm /mrqgapkr
2.053 (2.053)
1.969 Q.97-i)
2.0+2 (2.037)
6.064
2.087
2.006
2.070
6.163
Espagnol
Italien
Allemand
Totaux
2
X
-
fran~aise.
Si nous confrontons des homographes de l'anglais
aceux de l'espagnol, de l'italien et de l'allemand, nous
trouverons ccrtainement une incompatibilité totale des
mécanismes d'apparition.
r1.
Ta~~w
3+ (3+
)
37 (32)
28 (33)
99
Uhypothese nulle supposcrait un X 2 inférieur a
3,841 (1 degré de liberté). La tres grande valeur que
nous trouvons, signifie que le mécanisme d 'apparition
d 'homographes entre fran~ais, d 'une part, et espagnol,
italie.n ou allemand, d'autrc part, ne pcut en aucune
fayon servir de modele pour expliquer l'apparition des
h omographes beaucoup plus nombreux entre ibere et
minoen.
Dans les langues voisines confrontées avec le francais, nous n'avons pas envisagé l'anglais. Nous y venons maintenant . Toujours avec une table de nombres
au h asard, nous examinons des pages d'un dictionnaire
anglais 16 ; ici notte conecte d'homographes du francais
devient surabondante: 264- homographes sur 2.002 entrées. Nous en donnons une liste partielle11, mais suffisante pou.r manifester que les homographies dues aux
caprices du hasard, comme if, IU, etc ... , sont noyées
daos une masse de mots francais, imponés en Angleterre dans des circonstances historiques bien connues, en
m~me temps qu'une population normandc de langue
-jt + -H- +
*
+
2ir . o,78+0,76+0,0I+O,ot-1,56
11 suffirait que le X 2 rut inférieur a 5,991 (2 degrés
de liberté) pour que la distribution ne fllt pas significati·
ve. Done les nombres d 'homographes ont cet ordre de
grandeur moyen entre des langues géograpbiquement
voisines et de parentés plus ou moins lointaines.
On voit immédiatement que le nombre d'homographes est relativement beaucoup plus élevé entre ibere et
minoen. Comparons·le cependant par la méthode du X 2
aux homographes entre francais et langues voisines.
Anglais
Esp.ntal.IAilem.
Thtaux
xt
a
NM -
~
lrmi!Jgr~
Fran~s/voisÍJU
lbere/minoe:n
Totai!X'
x2 t5.B76
_
99 (225)
2.22 (96)
321
6.064 (5.938)
2.401 (2.527)
U65
15.876 15.876 15.976 ..
242
225 + 96 + 5.938 + 2.527
316
6.163
2.623
8.786
'JQ(Qu
2.002
6.163
8.165
30.m + 30.625 + 30.625 + 30.625 -m
sr 21r
lJif
mr
Cette valeur est encore beaucoup plus grande que
celle trouvée en confrontant les convergences ibérominoennes a celles du fran~ais et de ses voisms continentaux.
On peut avoir la curiosité de comparer les convergences ibéro-minoennes aux convergences anglofrancaises.
HDfMgrafil¡es
IhCre/Minoen
&rtrJgra#tes
264 (89)
99 (274)
363
Non ÑlrNJgap/la
1.738 (1.913)
6.064 (5.889)
7.802
Anglaia/Fran~ais
Totaux
222 (276)
26~ (2!0)
i86
&. lrnwJgr.plvs
2.401 (2.347)
1.738 (1.792)
U39
1b/4w:
2.623
2.002
U25
2.916
2.91
6 2.916
2.916
X2 a"110 + 2JO +"'f.ID" + T.'1gf • 28
Les deux d istributions sont assurément incompatibles. Mais la valeur 28 du X 2 est bien loin des va·
leurs 24-2 ou 477, que nous avons précédemment trou-
[page-n-327]
mERE ET MINOEN
vées. n ne faut pas perdre de vue que les inscriptions
ibériques ét(udiées sont postérieures de pr~s d'un mi·
llénaire a l'arrivée des Iberes en Occident, tandis que
le fran~ais a gardé en Angletcrre le caractcre de langue
officielle jusq' a la fin du xrv· siecle; «toute une littérature, dite anglo-normandc, done de langue fran~aise,
se développa sur le sol anglais. Elle atteignit son apogée a u X ni• siecle.".
Une possibilité d 'apprécier la valeur de cette derniere explication s'offre a nous. Le coefficient de conservation du vocabulaire fran~ais par l'anglais est proportionnel a 26412.002; le coefficient de conservation
du minoen par l'ibere sarait proportionnel a
222/2.623. Le rapport de ces deux coefficients est de
(264 X 2.623)/(2.002 X 222) -455.
Or nos recherches sur la glottochronologie19 nous
ont amené a faire correspondre a chaque date un coefficient K représentant le pourcentage de vocabulaire
conservé en commun par deux langues depuis cette
date jusqu'a 1900. Ce pourcentage ne s'applique qu'a
une liste de cent mots fondamentaux; aussi ne
rechercherons-nous que des rapports de coefficients.
Pour 1400 (Av. J.C.), K ... 0,38; pour 500 (Av. J.C.),
k-0,60. Entre ces deux dates, une langue conserve
done 0,38/0,6-0,633.
Pour 1400, K - 0,975; pour 1900, K - 1. Entre ces
deux dates, 0,975/1-0,975.
Or, le rapport des dcux cocfficients de conserva·
tion 0,975/0,633 =1,54. Malgré l'hétérogénéité des matériaux mis en jeu, la concordance est bonne; c'est
peut-~tre l'effet du hasard, m ais le résultat est tout de
m&e curieux.
Aussi bien l'ibere et le minoen que l'anglais et le
fran~ais, ont un. quantité d'homographes communs,
e
qui dépasse tres largement et de facon significative ceBe que l'on recontre entre des langues géographiquement voisines et de meme origine, mais ayant eu des
évolutions autonomes. Nous savons que le fran~is a
s
été introduit en Angleterre par une arrivée d'élémentfrancophones; il est tentant d'attribuer une action du
meme ordre A l'arrivéc des éléments iberes en
Espagne20 •
D nc s'agit la que d'une hypothcse que nous
n'aurions pas envisagée, sans la translittération du linéaire A par J. Raison et M . Pope; elle nous a fait apparaitre immédiatement trop d'analogies avec l'index
de l'ibere que nous avions dress-é, pour ne pas éveillcr
l'idée d' une comparaison des deux listes.
z Servicio de 1Dvntiguci6o PrehUt6rica, C/. Corona 36, Valencia +6003.
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1939. P. RovtD& et A. l.Acolfn: N11VDt4u di&titmrunrt íJ4iint4'r~ou. Pa·
ria, 1936. A. Praouwu: Delllsch-FmmJsis~hu Mrlnbudt. Bordeawc,
s.d.
u Durable, duramen, puasol, cortical, anenal, arsenical,
amovible, mu, imaginable, iman, imberbe, imitable, impalpable,
grande, capital, caporal, capote, cendal, forcep11, forcir, fonnable,
formol, C
orte, palí, estoque, ventral, ver, canapE, ca.odi, candiotc,
contralto, m~dium, Sépttntrional, pectoral.
,. Tropicale, t:rust, tu, elle, natale, consolantc, consolc, consonante, arrogante, uipulante, cannibale, cale, calice, calmante,
conc.iliante, conclave, concomitante, ~odiacale, :r.ona, curule, cuspide, cu.rode, llominale, non, nord, noria, normale, longitudinale, loquacc, lord, loto, bava, vendetta, militante, imprudente, impudente, rude.
., Ersatz, di.k tat, dom, donncr, don, dose, bart, hase, halle,
ballast, bande, bar, base, je, pute, quartier, queDe, quitt.e, quotc,
friseur, stand, leitmotiv, loch, loa, lot, meue, met, mette.
" Tb. M.Act.AGAJ~: The Royal Englis/1 Diaünoary. London, s.d .
" Stagnant, stagnation, stalagtite, stalagmite, stancc, ir, ignition, ignoble, ignore, .ignoran!, ignorance, illative, harangue,
hare, harem, haricot, brunette, brute, brutal, budget, avcnue, averse, avenion, titan, titillation. tocain, ossifícation, ostensible, o!tentation, ottoman, oublierte, bey, hible, mastic, manication, mat, matador, match, mate, oí(ensive, ogre, Jibertine, licence, lichep, líe,
curable, cunive, journal, jovial, jubilant, jubilatian, j udicature,
portion, ponrait, pose, poser, position, positive, possesaioo, posses·
sivc, possible, injlln:, injustice, innavigable, innoccnt, innocencc,
innovation, tabernacle, table, tablature, tableau, tabouret, tact, tactile, crescendo, a:est, a:c:vasse, crime, crinoline, etc...
11
F. Moo!lt: Esguisst J'un~ loi.swir• df 14 1411g!U a11gltUst. Lyon,
1947, p. H .
" H. Gurru.: ·Glottochronologie et hngues occidentalea..
CoAins M l'lnsliJuJ ü Li11gvistigru df Lou1111ill, 1977, 2, p. l. •A propos
de glottochronologie•. CoAins df l'lnstillll M Lit~guiniqw M LoiUIIÚII,
¡977, 3-~, p. 3. •Encore la glottochronolo~e-. Ca/Uns M l'ltaStiJut ú
Linguutit¡IU tl4 r-~~~~;,. 1979, 5- ~. p. 3.
29 La comparaison de eéqucnce. de pbon~mes, qui ne sont
pas forcEment de• mota au tonomes, favoriserait l'ibere et le minoen;
maia le fait de comparer le. langues modernes A la totaJit¿ du voca·
bulairc: francais joue Evidemmcnt en sc:ns invene.
NOTES
1
A. Tov.... : •L6Uco de las inscripciones iMricas•. ln Es1u.c&s
d#di&IJIIM a Ml'tliruUz Pitlal. Madrid, 1951, li, p. 287.
317
[page-n-328]
[page-n-329]
Carmen
ARANEGUI
GAseó*
,
~
UNA FALCATA DECORADA CON INSCRIPCION IBERICA.
JUEGOS GLADIATORIOS Y VENATIONES1 •
Javier DE Hoz**
,
ESTUDIO EPIGRAFICO
En su investigación sobre la cultura ibérica Enrique Pla realizó una aportación fundamental al describir e interpretar el instrumental de trabajo (Pu,
1968: 143-190; 1969: 306-337) y tengo constancia de
que su intención fue la de abrir una Línea de estuclio
tendente a la valoración de la economía ibérica que
compensara la excesiva consideración de los iberos
como guerreros derivada del estudio de sus armas
(SANI>Atts, 1913: 27-54; CABRt, 1934a: 5-11, y J934b:
2-18; Coo~u..~~r..n, 1956-57: 167; GA.RcfA DE u CHtcA,
1957: 309-321). Las circunstancias han querido que
con ocasión del homcn.aje que le dispensa el S.LP. pre-
seme unas piezas de armamento sobre las que trataré
de incidir desde un punto de vista ajeno a la táctica bélica, en memoria de un gran maestro y buen amigo.
En 1986 la Dirección General del Patrimonio de
la Gcncr alitat Valenciana adquirjó a Diia. Amalia Giménez un lote de armamento ibérico compuesto por
una falcata doblada y por un mango de caetra, presentado como un hallazgo casual ocurrido en la vertiente
del Castcll de Sagunt, según el expediente. Averigua-
• Opto. de l'rehi1toria y Arqueología, Universitat de Val~ncia.
•• Opto. de Filología Cl¡úiea, Univel"'lidad Co..mplutense.
ciones realizadas en 1988 y 19891 plantean serias dudas acerca de la exactitud respecto al lugar de hallazgo
de estas armas cuya autenticidad, si,n embargo, no puede ponerse en C\lestión. Por ello el conjunto, ingresado
en un primer momento en el Museo Arqueológico de
Sagunt, ha pasado a ser depositado en el Museo de
Prehistoria de la Diputación de Valencia, contribuyendo a enriquecer sus valiosos fondos de arqueología
ibérica.
Previamente la falcata había sido objeto de limpieza y consolidación parcial por parte del restaurador M.
Peinado q1,1ien confli'llló verbalmente la dificultad de
estabilizar la falcata y la necesidad de ejercer un control constante para corregir cualquier proceso de oxidación que, con seguridad, iría presentándose dado el
estado en que Ja pieza había llegado a manos del especialista. En relación con el mango de escudo (1ám. I),
no fue posible realizar ningán trabajo de restauración.
La falcata es s.i n reservas un ejemplar excepcional
(lám. Il) que conviene documentar y exponer a la con·
sideraci6n científica.
Presenta una empuñadura cerrada de una altura
máxima de 11,5 cm. por una anchura máxima de
5,5 cm. en la que se observa un orificio para la sujeción
de las cachas, con el hueco central de unas dimensiones
319
[page-n-330]
C. ARAN EGUI GASCÓ
. ·
-------
~-
Fig. 1. - Fakala fÚCQrado.. S.l .P.
320
[page-n-331]
FALCA'tt\ DECORADA CON !NSCRIPCION mÉRICA
máximas de 6 por 3 cm.; la base de esta e!llpuñadura
está reforzada p or un pieza en ángulo recto que confiere resistencia al sector recayente hacia el contraf!lo
donde se apoyaba el pulgar. La hoja tiene una longitud
de 60 cm. con una anchura máxima de 6,8 cm. en su
inicio, de 3,5 cm. en el estrechamiento de la primera
c.urva, de 6 cm. en el ensanche de la segunda curva y
de 3 cm. por encima deJa punta, cortante por todo su
perímetro. El grosor del contrafilo oscila entre 1 cm en
la parte superior, 0,8 cm. en el punto de inicio de la
curva y 0,3 cm. en la parte central. La hoja muestra
acanaladuras del tipo 2 de Quesada (1988: 275-299),
de sección redondeada cuando son estrechas y cuadrangular cuando son más anchas, que arrancan de la
parte superior de la hoja con un diseño en V, recorren
toda la parte gnresa de la misma ensanchándo~e en el
tercer ~uarto donde la hoja es más amplia; el óltimo
cuarto de la hoja está libre de ellas. El contrafilo ostenta, asimismo, dos fmas acanaladuras en su mitad superior.
La hoja conserva su decoración (fig. 1), lograda
mediante troquel y embutido de plata (Nmro y EscAL&RA, 1970: 5-29) y dispuesta de manera idéntica en su s
caras anterior y posterior, si bien se aprecia mejor en
una de e1las dado que la falcata está doblada. En paralelo a la base de la empuñadura (lám. Ill) se ve una banda
decorada de 3x1,5 cm. compuesta por un tallo en zigzag con hojas de hiedra simples encontradas enmarcado
por un m ete limitado por trazos perpendiculares, una
banda y un segundo filete como el primero. Fuera de
este esquema, hacia el fJ.Jo, se observan restos de una
hoja de hiedra acorazonada y un tridente. En sentido
vertical (lám. IV), subrayando el diseño de las acanaladuras, aparece una banda de roleos simples seguida por
otra de triángulos encontrados a ambos lados de una línea en zig-zag, con los pequeñísimos trazos perpendiculares como lúnite. En el ensanche de la boja, una nueva
banda se sitúa del lado del dorso de la espada, consistente en u:n tallo en zig-zag con dos hojas de hiedra en posición divergente partiendo de los vértices, y las dos teorías se cierran mediante un trián.g ulo isósceles con hojas
de hiedra en su interior y tridentes divergentes hacia el
exterior (lám. V). El contraftlo, en su sector de perfil
plano, estuvo también decorado con una cenefa de roleos limitada por filete con trazos, que deja libre el tramo en donde se sitúa la inscripción ibérica que está grabada a buril (lám. VI).
·
El emblema decorativo principal se encuentra en
el inicio de la hoja y consiste en la representación de
un león en posición de ataque enfrentado a un jabalí
agazapado sobre los que se posan cuatro aves con la cabeza vuelta, una sobre la melena del león, dos contrapuestas entre ambos animales y la cuarta tras la grupa
del jabalí.
Este tipo de vtnlltw idealizada entre dos animales
salvajes, tiene un posible antecedente en las decoracio-
nes de peine.s de marfil y cajas de hueso hallados, por
ejemplo, en La Cruz del Negro o Acebuchal (BLANco,
1956: 3-51), aunque su estilo y composición sean, lógicamente, distintos. Un jabalí es devorado por un león
en una secuencia de la pátera más decorada de Tivissa
(GARofA y Bauoo, 1953: 229 y ss.), pero donde el enfrentamiento entre dos animales, tal vez león y ciertamente j abalí, queda más patente es en el bronce de
Máquiz (Menjíbar, Jaén) (AwAORO, 1979: 176-184-,
fig. 1, lám. IV). sobre las piezas que corresponden al
recubrimiento del extremo de las lanzas de un carro,
en actitud similar a la que se aprecia en la falcata. El
más fuerte de los carnfvoros y el herbívoro más fuerte,
súnbolos indiscutibles de invulnerabilidad en todo el
Mediterráneo', tuvieron, pues, una significación e.n el
mundo de las imágenes ibéricas. El enfrentamiento entre león y jabalí se utiliza, por otra parte, en la decoración de sarcófagos etruscos del taller de Tarquinia en
el período del siglo IV al 11 a.C. (BIANORI-BANDINllLLI y
ToRReLu, 1986: núm. 130), con un significado evidentemente agonístico. El motivo de la hoja de hiedra formando un tallo serpenteante está bien documentado en
las decoraciones cerámicas ibéricas a partir del si·
glo m a.C., as{ como el de Jos roleos; las aves sobrevolando el emblema, recuerdan las que se observan en un
kalatlws del Cabezo de Alcalá de Azaila (CABRa, 1944:
67-68, figs. 4-7 y 52, lám. 33), si bien, como los tridentes, constituyen un tema presente en una de las secuencias del monumento funerario de Pozo Moro, cuya decoración se interpreta como la plasmadón de escenas
de carácter mitológico (At.M.AC::RO GoR.BEA, 1978: 255 y
ss.).
Lcnerz de Wilde (1986: 273-280) considera la decoración de las falcatas ibéricas céltica en su estilo, si
bien sería preciso disponer de cronolog!as ajustadas
para poder determinar la prioridad cronológica de las
armas decoradas, y ampliar las nociones de los recursos ornamentales ibéricos y célticos, respectivamente,
para contrastar su opinión. En lo referente a la Península Ibérica, la falcata se presenla primero en ambientes ibéricos, aunque el caso de las piezas decoradas carezca, por el momento, de una estricta fechacióo . Para
eJ arma que e.s tudiamos, el complemento de la inscripción ibérica asegura que su artffice1 o bien su destinatario, fue un ibero.
La profusa decoración confiere a esta falcata un
valor por encima del estrictamente funcional que se
une al de ser un objeto de ajuar funerario, deducción
derivada del hecho de presentarse doblada, constatado
exclusivamente en necrópoHs (SANDARs, 1913: 4-8; SoHOLR, 1969: láms. 73 y 75; VAQ.VliRizo, 1989: 233-235;
QuESADA, 1989: sep. 27, sep. 260; LoLUNI 1 1979: 55-79
para la necrópolis de Camerano, en el Piceno, etc.,
etc.). A pesar de que la ornamentación de las falcatas
ha debido perderse en un alto porcentaje de casos por·
que salta al exfoliarse el hierro por corrosión, los datos
321
[page-n-332]
C . .ARAN.EGUl GASCÓ
Fig. 2.-
•l'&.so diiDs gunnros•, Lllria. S.I.P.
Fig. 3. - &mbrtro áe eopa dll CabUA áel Tlo No (Are/una), M .A.N.
322
[page-n-333]
FALCATA DECORADA CON INSCRJPClON mÉRJCA
disponibles apuntan hacia la ausencia de elementos de
adorno en las piezas procedentes de yacimientos ubicados en el área ibérica comprendida al N. del Júcar
(fig. 9).
Hasta el momento, falcatas con decoración de damasquinado de plata sólo han sido examinadas en La
Albufereta (LENE.Rz DE W n.oE, 1986; 276, fig. 3), El Cigarralejo (CuADROO, 1989: 21), El Cabecico del Tesoro
(Qul!SADA, 1989: seps. 260, 332, 350, 373 y 409), lllora
(L!!Nnz Dl! W ILDE, 1986: fig. 3) y Los Collados de Al- ·
medinilla (NtBm y ESCALEilA, 1970: fig. 3), en donde
los adornos se conservan, sobre todo, en las piezas de
las empuñaduras y afectan a un 15% de ]as falcatas.
Predominan los enmangues en forma de cabeza de caballo cerrada, con acanaladuras divergentes en el
arranque de la hoja. La similitud técnica y la identidad
de algunos elementos ornamentales, induce a plantear
la atribución de todas ellas a un mismo taller. Obsérvese, por ejemplo, la empuñadura 4- de las falcatas de la
serie B de Cabré (1934b: 8-12); la delimitación de trazos paralelos de la falcata de lllora (Qu~, 1988:
lám. 11); las falcatas de la.s tumbas 1, 98 ó 115 del Cigarralejo (CuADRADO, 1987: 106, 231 y 251) o el jabalf de
la empuñadura de la falcata de la sepultura 260 del
Cabccico (icl Tesoro (Qu!ISADA, 1989: 174, lám. X), en
apoyo de esta propuesta. La cronologfa se revela, sin
embargo, amplia, iniciándose entre el 375-340 a.C. (sepultura 409 del Cabecico del Tesoro), con proyección
hasta las inmediaciones del 100 a.C (sepulturas 332 y
373 del Cabecico del Tesoro), en contradicción con la
uniformidad técnica de las decoraciones, lo que hace
sospechar bien sea de la datación de alguno de los contextos o la perduración de las espadas durante varias
generaciones hasta ser depositadas en las tumbas. Lo
que no puede ponerse en duda es su existencia desde
el siglo 1v puesto que se presentan en conjuntos cerrados de esta ~poca, como bien se ve en EJ Cigarralejo.
Articulando resultados de hallazgos antiguos y de
investigaciones recientes, se puede establecer el uso de
la falcata entre los iberos a partir del fmal (¿mediados?) del siglo v a.C., con un buen exponente en la
costumbre de depositar la panoplia entre las ofrendas
funerarias (MALUQ.UE.P. o.B M arES, 1987: 33-110 y 115-170
con ejemplos de fecha alta, sin falcatas), ajena a los há·
bitos de las sociedades de colonizadores que influyeron
sobre aquéllos. El vestigio que, por su ambiente, sugiere una mayor antigüedad es el de La Solivella (FLET·
oHRR, 1965: lim. XVI), fragmentario, aislado y único
en el contexto de esta necrópolis del S. de la Contestanía, proveen buenos ejemplos dentro del marco cronológico del rv a.C. Asf, la comparación entre dos yacimientos distantes escasos kilómetros como son la
necrópolis de El Molar (LLOJR.ECAT, 1972: 88-92) y la
de Cabezo Lucero (RoUI!.LAR.O y otros, 1990: 538-55 7),
revelan ajuares sin y con falcatas en un periodo en parte coincidente, algo más antiguo en la primera que en
la segunda, lo que plantea la atribución inicial de este
arma de origen greco-itálico a determinados grupos de
iberos y esclarece la evidencia de la diferente frecuencia de falcatas en las necrópolis ibéricas. En Cabezo
Lucero son los ajuares del 400 en adelante los que contienen falcatas, estando presentes en los del siglo v los
cuchillo afalcatados, que perduran. La representación
escultórica de un guerrero con falcata en L'AJc6dia
d'EUC (G.ucfA Y Bau.mo, 1943: 65-66, lám. VIll) confiere soHdez a La propuesta de la importancia de este
arma en la sociedad ibérica del sur contestano, al tiempo que se representación en los relieves del Cerrillo
Blanco de Porcuna (BLANco, 1987: 405-455; 1988: 1-27
y 205-234) en algunas unidades atribufdas a la facción
de los vencedores (NwuBRU&LA, 1990), no se revela, a
nuestro juicio, como un hecho meramente casual.
La aplicación de decoración a Las falcatas atañe
exclusivamente a las de la Penfnsula Ibérica (ZEvt,
1990: 166-170, n. 0 139/12), sobre todo a partir de la
mitad del siglo rv, aunque escasean los contextos cronológicos realmente claros referidos a las centurias
posteriores.
Al llegar al siglo m son las necrópolis murcianas
del Cigarralejo y del Cabecico del Tesoro las que po·
drlan dar mayor información aunque el conjunto más
claro es el de la .tumba O• de La Hoya de Santa Ana,
con falcata y sombrero de copa (BúNQUEZ, 1990:
275-276) si bien, a partir de esta época, hay documentación plástica complementaria para evaluar el significado de la falcata entre los iberos.
Dentro de la cerámica con decoración figurada del
estilo narrativo de Llfria (B11u.uru y otros, 1954-;
ARANllCUI, 1986: 123-128, y 1987: ll7-122), dos son los
géneros de escenas en los que la falcata está representada: las que se refieren a enfrentamientos guerreros y
las relativas a juegos gladiatorios y venatorios. Entre
las primeras ocupa un lugar privilegiado la del friso decorado del ocvaso de los guerreros» (fig. 2) que, con su
doble formación de seis jinetes precedidos de dos infantes -con falcaia, lanza y cinturón- enfrentados a
cuatro infantes en retirada con scrdum y soliferreum, ofrece un esquema táctico bastante ajustado al que se desprende de la lectura de los autores clásicos'; en él el
personaje principal es el •hoplita» con caaco rematado
en cimera, cinturón, lanza y falcata.
El sombrero de copa de cuello estrangulado del
Cabezo del Tío Pío (Archena) (fig. 3), recientemente
interpretado por Olmos (1987: 21), tiene una ilustración más compleja que entendemos corresponde a lo
que hemos llamado juegos gladiatorios y venatorios; en
él se yuxtaponen un enfrentamiento entre guerreros a
pie con scutum,lanza y falcata; un jinete lancero precedido de dos jabalfes y una lucha entre infante y jinete,
ambos con lanzas, es decir, tres modalidades de combate tal vez celebradas con motivo de las exequias de un
difunto; es una decoración en parte coincidente con la
323
[page-n-334]
C. AR.ANEGUl GA.SCÓ
Fig. 4.-
Fig. 5.-
324-
•Vaso d.t los e4btzOIIJs-, Lllria. S.l .P.
• Vaso dll eombau riJU41-, LUria. S.f. P.
[page-n-335]
PALGATA DECORADA CON INSCR.IPClON lBÉRlCA
del •vaso de los cabezotas• de Llíria (fig. 4). Indeterminada es la composición a la que pertenece el j inete con
escudo y falcata (Jám. VTI) que aparece debajo del borde de una pieza crateriforme procedente del Castro de
La Coraja en la pl."ovincia de Cáceres (Rtvuu1.o, 1974:
358-359, fig. 1, lám. 2, 1), aunque su plasmación en un
lugar secundario del vaso no parece apropiada para la
representación de una composición amplia.
Cuando la escenificación se acompaña de la presencia de músicos, el argumento en favor de su lectura
como juego competitivo cobra fuerza. La urna de boca
ancha de Llíria que fue denominada •combate rituaL.
en el que dos personajes se baten -con scutum y solift"~ y con falcata, respectivamente- al son de la tuba
y la doble flauta (fig. 5), mientras un caballo atiende
al lancero y otros parten, constituye la obra maestra ele
este género. La repre.s entación parece similar a la de
uno de los monumentos funerarios parcialmente recuperados bajo la muralla de Osuna (lám. VIII) (LwN,
1981: 190-193; ATENciA y B ELTllÁN, 1989: 155-167). Estos
juegos tienen también una manifestación interesante
en otro lebes de Llíria llamada de la «danza de guerrero
con falcata.. (MAESTRo, 1989: ñg. 52) en atención al
personaje que encabeza un desfiJe de hombres y mujeres cogidos de la mano (fig. 6) que no es más que una
parte de una .representación más copiosa eo la que no
falta un tuhicen y un guerrero que pona u na sítula ante
un individuo que aparece sen tado.
Los juegos venatorios tienen un buen exponente
en un vaso de La Serreta (fig. 7) en el que se alternan
animales heridos y jinetes coo dos infantes que se enfrentan con escudos, falcata y jabalina, mien tras una
aulista tañe la doble Oauta.
Son testimonios puntuales que hacen lamentable
la pérdida de las pinturas que vio Cabré en Galera
(CABRt, 1920; ABAD, 1987: 213), con escenas cinegéticas.
llustrado el gusto por plasmar estos juegos sobre
vasos cerámicos de los siglos m y u y la dudosa calidad doméstica de muchos de ellos, de capacidad considerable, observamos varias modalidades de lucha: entre hombre con sculum y soliferreum contra hombre con
falcata; entre hombre y animales, o entre jinete lancero
e infante con lanza. En ninguno de estos casos se puede
asegurar que los combatientes lleven casco metálico.
La confrontación entre dos animales, al mod o en que
se presenta en la falcata, sólo puede aventurarse a partir de un fragmento cerámico de plato procedente de
Elx (fig. 8), con j abalf y ganso (¿ave?), aunque tiene
buenos ejemplos en piezas metálicas. La hipótesis de
queJas urnas y vasos que aluden a enfrentamientos hayan sido piezas encargadas• para premiar a los vencedores o para formar parte del ajuar funerario del personaje en cuyo honor se celebraron los juegos -que, en
la lfnea de Jo expuesto, debieron tener una sede importante en &lefa-, sugiere la idea de que las falcatas d e-
coradas de las que tenemos noticia, siempre frágiles,
entren en la categoría del trofeo conseguido tras la demostración de la maestría en su uso, no estrictamente
en el campo de batalla sino en la confrontación entre
individuos adiestrados en su manejo como im mérito
educativo, reconocido especialmente por algunos grupos de la sociedad ibérica de Andalucía y Levante. En
este sentido es indicativo apreciar la dualidad entre caballeros e infantes con falcata, deducible de las decoraciones cerámicas ibéricas y presumible a partir de los
ajuares funerarios, anteriores a éstas, y, por otra parte,
observar cómo la falcata pasa a ser un elemento de
prestigio en manos de personajes con indumentaria civil, como ocurre en el caso de algunos exvotos en bronce procedentes del Santuario do la Luz, en Murcia
{Ml!IIGet.rNA, 1926), en tanto que el caballo se convierte
en un símbolo prestigiado por los exvotos del Cigarraleja o llurco (CuAvRAOO, 1952: 430 y ss.; R oolÚomz
01..1vA y otros, 1983: 751-768), si bien, con e1 paso del
tiempo, esta antigua falcata, ya extendida ampliamente
entre los pueblos celtibéricos -cuyas cerámicas también revelan el tema de enfrentamiento entre guerreros
(AA.VV., 1988: 100)- acaba estando presente en el
campamento de Cácer es e.l Viejo (BBLTRÁN, 1973)
(lám. IX) y siendo un emblema de la pacificación de
Hispania en el reverso de la emisión de P. Carisio, del
25 a.C. (lám. X), aquí con un claro sentido militar.
La asociación de falcatas con sus contextos ergológicos y artísticos nos sitúa ante la evidencia de que es
uno de los elementos de la Cultura Ibérica de más prolongada utilización puesto que aparece en manos de los
iberos durante alrededor de cinco siglos. Atribuir un
significado particular a esta espada no parece que sea
pertinente sin tener en cuenta la evolución de la sociedad ibérica. En esta línea se puede esbozar, para la fase
inicial, el ambiente heróico de su presencia en grandes
frisos escultóricos como los de Obulco (GoNZÁl.eZ NAVA·
RR&Tll, 1987) o, probablemente, Elx; puede seguirse su
estudio en la fase posterior a la destrucción de las construcciones monumentales, pue.sto que abunda en los
ajuares funerarios de todo el siglo tv, en las mismas
necrópolis que sufrieron la eliminación de sus signos
escultóricos, como propios de una sociedad contraria
a aquellas ostentaciones (RoUILLARD, 1988: 331-350) y,
consecuentemente, poco inclinada a los monumentos
figurativos, y, rmalmente, reaparece en la decoración
de estilo narrativo, especialmente ilustrada en Edeta,
con un sentido referencial, por una parte, cuando se
trata de composiciones como la del ocvaso de los guerreros.. y novedoso, por otra, cuando forma parte de escenas de juegos, semejantes a las del monumento de Osuna. Parece que esta fase aglutina temas del antiguo
fondo her6ico y crea nuevas composiciones a la vez
que, en algún caso -Osuna-, recupera .la tradición
de los grandes mausoleo_s. No es sencillo calificar estos
tres estadios consecutivos en términos d e organización
325
[page-n-336]
C. ARANEOU1 OASCÓ
A
e
Fig. 6.-
•Ya.ro
tÚ la
danztl del guerrero 'on faltaJa,, L/lriJJ. S. l. P.
social, aunque es sugestivo pensar en el paso desde una
peculiar realeza con entronque mítico, al estilo de la
descrita para Tartessos (CARO BAROJA, 1971: 55-159),
hacia una hegemonía de castas guerreraa, bien representada en necrópolis como El Cigarralejo o Baza
(Pus1!oo, 1982), en las que las esculturas - muy
escasas- hao desaparecido del paisaje funerario para
refugiarse en el interior de las tumbas. Esta segunda
etapa podría coincidir con la preponderancia de las tribus, cuyos nombres conocemos por los textos clásicos,
(oretanos, bastetanos, contestanos ...), que traducen un
sistema de territorialización y jerarquías autónomo.
Hacia el siglo m se puede presumir que exista un sis·
tema de asambleas de principaúr, hasta cierto punto
acorde con los relatos de la Segunda Guerra Púnica
que hacen referencia al secuestro de rehenes de hijos
de familias notables como medio de presión (Polibio m , 97-99). Entre las fases. primera y segunda hay
una ruptura violenta (destrucción de las esculturas),
326
mientras que entre la segunda y la tercera se da una
evolución gradual.
A partir del segundo momento situamos el desa·
rroUo de j uegos gladiatorios y de M&ationes entre los iberos (VJLLE, 1981: 49·50), lo que supone proponer un
rasgo cultural equiparable al documentado e.n ambientes itálicos, singularmente entre los etruscos, samnitas
y oscos, y adentrarse en el conocimiento de una cultura
que desde el siglo v a.C. experimentó diversos cambios y alcanzó logros visibles en sus creaciones artísticas, sólo comparables a las ocurridas en escasos ámbitos influfdos por la civil.ización clásica. Supone,
asimismo, ampliar las bases de interpretación del ritual
funerario ibérico dejando entrever un nuevo sentido
para juzgar la duplicidad de juegos de armamento en
tumbas, con expresión plástica en ciertos temas figurativos del arte ibérico de baja época, distanciándolos de
la relación con los episodios de la conquista militar romana para interpretarlos como reflejo de acontcci-
[page-n-337]
FALCATA DECORADA CON INSCRIPCION IBÉRICA
Fig. 7.-
Vaso tú La Smt/4 (.4.koi). Museo C. Vistdi>, .4./coi.
Fig. 8. - Fragmnt.IIJ ihlrico tú Ebt (Un:ioersidad tú Burdeos)
327
[page-n-338]
C. ARANBGUI CASCÓ
• ta~
* má.rdl 5
1. - NUJ#olis di ~ Coru (Empúriu)
2.- N«r4polis di Cobma (M/Jlard)
3. - Pobl41k ;k La Prdrrra di Vall.fogoM (&J4cwr)
~.- Nw-4polis di La Sqliwlla (Aiaa/4 di Xiom)
5.- Nm4polis di ús Sitgu ('lbrn En I»miNc1l)
6.- N«rdpolis di OtkJI (La Viill tl'Uixb)
l - Poblado dll l'WII41 dds LJqps (Olocau)
8. - {?) FinuJ di La Jimnrll (SiMTt41')
9.- Neerdpolis di E1s Eboú (AÚIÚii4 di Oari4t)
JO. - Pobl41k di L4 CfiDa.IJ4 (A/haida)
11.- Nw4polis di EL G4Stdlar (Oii~Ja)
12.- Nmójlfilis di La HDJil di Stwa Au (CIIindliJJA)
13.- Pohl41k IÚ El A.mtu;fo (.&twl#)
U . - N«r4po/is de El~ (Hdlltt)
15.- Ntmpolis di CoimhrtJ dll .Ban~J~~UJ ..{1!Úll) (J11111iJIA)
16.- Ntetópolis di La SnTt/4 (11/&qi)
Tl- PoblaM di FJ. Xarpolar (Martarit/4)
18.- (?) NooJJa
19.- Nmdpolis dt La AIJJujm/4 (A/Í&I»JJl)
20.- Nterdjlfilis tÚ ~ LMuro (G114rtkzmar tÚi Stf•m)
21.- N~olis dt El Cigti1'1D4)'q (M111tia)
22.- N«r4poois tÚ El Csbtz0 tltJ. TitJ PitJ (Arehl114)
23. - Nmójlfilis di El Cab~ tltJ. 7botiJ (Muma)
2~.- NmófJD/is tÚ Los N idiJt {MJmia)
25. - Nmójlfilis de Vi!Jari&or (Alnurfl1)
26.- Neerdpolis di Cástula (LiMm)
2l- Nw4polis tÚ 73ya (Pral di Bamo)
28.- N«rdpolis di 7J¡gia (CaskiJ4tVS di CAtJ)
29.- Nmópolis di L4 GU4Ttli4 (Gtdlrd)
30. - Nmópqlis t1el Cmo dll &uúllfJrio (lJIJZfJ)
31.- Ntcrdpolis tltJ. MiraJM di Rrila'NÜJ (GraruJt!a)
32.- N«t6polis tú /1/Qra
33. - Ntetópolis di ws Co//4dt¡s (J.brutliniJIA)
31.- Ntetópfilis ú Cdrbula (AI&a/4 dll R/IJ)
35.- GmrtpfJ11IIIIJIJ di GJartt ti Vúio
36.- M 111m ProDiMi41 di Lu¡o
3l- l'obúJtiD dll Afio C/uJdft ('lirutl)
38. - N«rdpolis di Q,tillloNu di Go1'71l/U (Sori4)
39.- Nmdpolis di Tdl:.ar (J0114Dz)
~0.- N«rdpolis di A.l&dtn JtJ Sal (S.Iríbal)
~l.- N«rdpolis di FUIIIú Tqjar (C4rdoba)
~2.- Nurdpolis ú Al&a/4 la RttJ1 (JIJ/n)
~3.- Ntt,¿polis ú Tkar (Modln)
14. - Nempolis di A«i (Guo.!Jjx)
4.5.- Poblado t4 La B4Stitla t4 kt Aleusu (Moiunt)
!6.- (?) Bo/IJaik
n - (?) Buñd
18. - (?)Partida !U Eú 7hrm (44ddia tÚ CrupíttS)
19.- Nw4polis dtl CArral dt &111 (MDÜtnll)
50.- (?) Büorp
51.- Poblado di SaJt ÁIIIIJrrÍIJ di CU.V:tíU
.52.- Nmdpolis de J.scóbriga (Monual tÚ Atita)
.53.- Neerdpolis di Car®w (~a)
51.- N«rdpolis t4 Lix4mtJ ($Mj4)
5.5. - Nmdpolis !U La
(ÁDil4)
56. - J'ob/4dt¡ di llÁÚIÚii4 tl'Ebc
57.- Nttrdpoli.s dtJ hNal dt Salinas (Vilúna)
58.- Cmrtinr141 (7lruli)
o-a
Fig. 9.- Distrihudón tú Mllugos tú fokaiM m la Pminru.la l hirüo.
328
[page-n-339]
FALCATA DECORADA CON lNSCRlPClON IBtRICA
mientoa propios de la vida colectiva de las comunidades ibéricas. En esta fase helenística es casi inevitable
la alusión comparativa a las informaciones derivadas
de la literatura latina, o de las artes figurativas de los
pueblos itálicos, ya que son o bien las únicas o las más
abundantes de que disponemos. Al leer la descripción
del munus que Publio Escipión dispuso en Cartagena en
honor de su padre y de su tfo en el 206 (Liv. XXVITI,
21; Sil. Itálico, Pun XVI, 527-5+8; Zonaras IX, 1) en
el que dos hermanos se jugaron d4 jnin&ipaJu r:WilaJis,
como recoge Ville, o al conocer, por otra parte, la exis·
tencia de aqueUos ..hermanos Arvales» (Sc~am, 1975)
que, siendo también soldados, entonaban un himno indescifrable en las fiestas de Ceres, se encuentra un ambiente transponible a las composiciones figurativas de
la cerámica de LHria, aunque esa comparación deje espacio para una manera ibérica de hacer y representar,
original en el contexto mediterráneo.
ADDENDA
Finalizado este estudio, hemos tenido ocasión de
examinar las falcatas halladas en la necrópolis ibérica
de La Serreta (Alcoi), conservadas en el Museo Camilo
Visedo, apreciando el hallazgo de varios ejemplares
con decoración argéntea y, especialmente, una pieza
procedente de las excavaciones de 1990 cuya decoración, de nuevo, presenta rasgos idénticos a los de la pieza objeto de publicación. El contexto cronológico de
esta nueva falcata es del siglo rv a.C. Agradecemos a
los conservadores del Museo de Alcoi la gentileza de
habemos mostrado la pieza.
NOTAS
o
Estudio reali~do dentro del proyecto lmtJPII, M iltJ y &eü-
da,d m 14 Cubum 16/rW, subvencionado por la C lCYT.
• La vendedora uegura haber hallado ca..u&lmente estu arma.s en El Rabolero de 1brres-Thm:., pero la c:onlirmacióo por parte de: la directora del Museo de Teruc:l de ha~rsc:le ofert1ldo las mis·
mas pieua en 1985 atribuyendo entonces el ballugo ala provincia
de Soria, dc:sc:arta la posibilidad de confirmar su procedencia, 16lo
deducible de tu tipo.log{a y área de ditpenión general.
s Homero, llf4.tl4 V, 782-3: •Cuando llepron al sitio donde
estAba el fuerte Diomc:des, domador de caballos, c:on los mb y mejores de loa adaHdc:a, que: pareclan &4Ttl~ros ~MS ojG!Jtúit.s, cuya fuc:n:a
ea grande, se: deruvieroOJo.
• Esta pieza, hallada en 1899 en el sector en que se encontró
la Dama d'Elx dos añot antes, fue publicada por Sandan quien la
atribuye, err6neunc:nte, a Osuna. Se conserva en el M .A.N . desde
au regreso a España en 194t
• E1tr. 111, 4, 15: •.. .los íberos en 1u1 guerras, han combatido,
puditnmoa decir, como guerrilleros, porque, luchando al modo debandoleros, iban armados a la ligera y llevaban 16lo, c:omo hemos dicho
de: los lusitanos, jabalina, honda y capada. La iolantc:ría llevaba tambi~n meuladu fuerzas de caballerla.o. Eltr. IV, 4, 2: • .. .los fberm admininran y dctmc:nw:an la guerra, atacando unos por u o lado y OtrOs
por otro, a l.a DWlc:ra de bandoiCl'OI>I. (Venión de Garc:la y Bellido).
• .El hecho de que varias •c:opu grandes con pie: indicado•
de Lllria y algunos eombreros de c:opa airvan de soporte al arte
figurativo, con composiciones narrativu, confiere a la cerámica
la categoría de: vehículo de: un lenguaje: intencionado, c:ompn:naiblc:
en el contexto de la sociedad ib~ric:a que los real~ó. tal vez, como
elementos propios de laa celebra ciones a que aludimos.
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LA INSCRIPCIÓN DE LA FALCATA
Sobre el canto posterior de la hoja de la falcata,
a unos 7'5 cm. por debajo de la empuñadura, está grabada una inscripción ibérica, es decir en escritw;a ibérica del tipo levantino, de c. 6 cm. y formada por nueve
caracteres de 5 a 7 mm. de altura, el último de ellos
muy borroso (fig. 1, lám. VI)1• La lectura no presenta
excesivas dificultades, aunque sí un par de puntos dudosos. Los dos primeros slgnos podrían hipotéticamente ser dos parejas de signos solapados, lo que implicarla
una lectura kellu:l, o tal vez kenkel o keikel, pero me
parece más atendible la interpretación que voy a mantener. En principio propongo kekebeateekiarte, supo·
niendo que el tercer signo, para el que no existen paralelos realmente indiscutibles pero s{ aproximados, sea
330
el grafema bt, y admitiendo la lectura te para signo fi.
nal que parece segura aunque esté dañado, y suponiendo también, lo que no es en absoluto seguro ni siquiera
probable, que la inscripción legible hoy día sea la totalidad de lo en su día grabado por el escriba ibérico, y
que la degradación superficial del hierro no haya hecho
desaparecer por completo algunos signos. De hecho
desde el comienzo del canto de la hoja -el mango es
demasiado estrecho para haber estado inscrito- hasta
el comienzo de la inscripción hay c. 10'7 cm. en los que
se ha perdido el material superficial que sí pudo estar
inscrito, incluso puede considerane muy probable que
hayan existido al menos algunos signos previos a lo hoy
conservado, ya que se ve el final inferior de un trazo
[page-n-341]
FALCATA DECORADA CON INSCRIPCION ffiÉRlCA
vertical que precede inmediatamente al prime.r signo.
En cuanto a la parte final no ser(a imposible, aunque
tampoco se advierten restos, que hubiesen existido uno
o dos signos más. En cualquier caso la inscripción contaría con un sintagma nuclear que es el que se nos conserva, y que como veremos tiene abundantes paralelos
en la epigrafía ibérica. La única modificación de importancia que podría aportar al análisis propuesto una
mejor conservación del texto afectaría al N(ombre de)
P(ersona), que podría ser otro del aqu{ considerado.
Hay que subrayar en cualquier caso que desde el
punto de vista paleográfico se trata de una inscripción
bastante peculiar. Los paralelos que he podido recoger,
prescindiendo de los signos ki, a y r , cuyas formas son
demasiado banales y por lo tanto poco significativas,
son los siguientes:
ke: aparece dos veces en la falcata ambas con la
misma forma; de las distintas variantes en que está
atestiguado este signo en la escritura ibérica' hay una
muy próxima a la que encontramos en la falcata
-Epigrajfa 41, n.0 26.5, atestiguada en Ensérune
B.l.13', Liria, inscripciones cerámicas 7 y 70, y
plomos•, Orleyl 5', Enguera•, y tal vez Serreta 61- ;
en ella ambos extremos de un semicírculo se prolongan
más allá de la línea vertical que le cierra, mientras que
en la falcata el extremo inferior no traspasa la linea
vertical y el superior se dobla ligeramente hacia abajo,
pero la estrecha relación de ambos tipos es evidente.
be: se trata de un signo único, y su lectura no puede considerarse segura. Las variantes de ót
-Epigroj(a 37- que se le aproximan, y que me llevan
a adoptar esa interpretación son la n. 0 18.2 y 18.11, variantes respectivamente redondeada y angulosa de un
signo que aparece no sólo en diversas formas intermedias sino también en distintos grados de alargamiento,
de las cuales las más próximas al signo de La falcata se
encuentran en Pech-Maho -B.7.5' y el segundo de
los plomos'-, y Ruscino - B.8.20-. Una forma próxima, pero con sólo dos ap~dices superiores en vez de
tres, está atestiguada en la versión redondeada en la
inscripción cerámica Liria 62, y en dos variantes de la
angular, en el plomo de Las Corts10 -Epigrafta 37,
n .0 18.12-, y en la estela de Beoasaltt y dudosamente
en un grafito de Azaila 1~ -n.0 18.13-. Es curioso que
en Villares, inscripciones 4, 6 y 7°, está atestiguado
un extraño signo muy próximo al que ahora comentamos, pero como allí tiene claramente el valor h, que
en la falcata está con seguridad representado por otro
signo, hay que atribuir el parecido formal a simple
coincidencia.
1: este signo corresponde a una de las variantes
más comunes en ibérico -Epigrafta 36, n.0 14.1-3 y
10-, con la única salvedad de que normalmente aparece en realizaciones angulosas. El tipo eurvil.íneo que
encontramos aquí está también atestiguado en Liria,
inscripciones cerámicas 3, 18, 21, 52, 57, 75 y plomo,
en Villarea 6, en Pech-Maho, plomos 3a y 4 14, en
Ullastret -Epigrafo pp. 130-131, n. 0 226, plomo-, en
CasteU de Palamósl) y en El Solaig 1' .
te: un caso seguro y otro casi seguro. Pertenecen
a la variante menos común - Epigrafo H , n. 0 32.4 y
5-, en la ql.le el círculo o rombo está atravesado por
un solo trazo y vertical. Este signo está atestiguado en
el plomo 3b de Pecb-Maho, en donde sin embargo se
trata de un rombo a diferencia de la falcata, y en forma
plenamente coincidente con la que nos ocupa, es decir
círculo con trazo central vertical, en Liria, inscripciones cerámicas 53, 70 y 75, y Orleyl, plomo 8n.
e: los paralelos exactos habría que buscarlos fuera
del área propiamente ibérica, por ejemplo entre los celtíberos, pero ateniéndonos a ésta se pueden señalar formas cercanas a la de la falcata, aunque no idénticas.
Las variables del signo afee.t an al número de trazos horizontales, a su inclinación hacia arriba o hacia abajo,
y a la prolongación o no del trazo vertical más allá de
los horizontales superior y/o inferior. En la falcata tenemos cuatro trazos horizontales, con inclinación hacia abajo, y sin prolongación del tallo vertical; las formas ibéricas más próximas tienen tres trazos
horizontales sin prolongación del vertical e inclinados
hacia a.rriba -Epigrafw 28, n.0 2.2: Liria, inscripciones cerámicas 11, 40, 55, 75 y 90, plomos de Ullastret
(Epigrafo 28, n.0 225 y 226), Castell de Palamós y estela
de Caspe1' - , cinco trazos horizontales inclinados bada abajo y sin prolongación del vertical -vaso de
Ullastret, n.0 2576 del inventario del Museo-, y tres
trazos horizontales inclinados hacia abajo con prolongación inferior del vertical -grafito de la colección
Angosto Garda-Vaso en el Museo de Cartagena1• - .
Los resultados de la comparación paleográfica no
arrojan resul tados claros; no existe ninguna inscripción, y menos un grupo defmible y con unidad cronológica o de origen, que presente una combinación de
signos semejantes a los de la falcata, y los paralelos aislados de cada signo proceden de lugares diversos y tie~
neo fechas también variadas. En realidad esto no debe
sorprendemos porque cuando salimos de ciertos grupos relativamente coherentes, en especial las monedas,
la paleografla de las inscripciones ibéricas muestra tan-
ta diversidad como la de las meridionales. Debieron
existir variantes locales y cronológicas bien defmidas,
aparte de estilos puramente individuales, pero a falta
de información suficiente y de estudios de los textos
que poseemos desde este punto de vista, no podemos
sacar conclusiones significativas, y habitualmente no
estamos en condiciones de adscribir un texto a una
zona o a unas fechas partiendo del estudio paleográfico. Éste es desde luego el caso de la íalcata.
La interpretación del texto resulta por el contrario
menos desesperada de lo habitual en las inscripciones
ibéricas. Propongo una segmentación klktóts· ü-eldar-te,
basada sobre todo en el vocablo bie.n conocido tkiar, y
331
[page-n-342]
J. DE HOZ
que implicaría un N(ombre de) P(ersona) lukebes, seguido de un sufijo -le, del vocablo mencio.n ado y de un
nuevo sufijo.
La existencia de un NP ibérico keltebes no resulta
evidente; no est~ atestiguado en el repertorio de NNP
ibéricosto, y no es seguro que pueda ser descompuesto
en elementos aproximables a los que se combinan en
ese repertorio, pero a la vista de los contextos en que
aparece tkiM, y que veremos enseguida, y dada labrevedad del texto, me resulta dificil de aceptar cualquier
otra interpretación.
De tratarse efectivamente de un NP cabrfan d iversos análisis sin salirnos, por obvia cautela, del esquema
ibérico usual, es decir nombre comp uesto de dos ele·
mentas, habitualmente bisOabos. Podríamos pensar en
un primer elemento no atestiguado hasta la fecha, kelte,
seguido de un segundo, (i)bes, que serfa una variante
del n. 0 58 del repertorio de Untermann (ibti.r, ibef).
Una s.e gunda p osibiUdad algo más aventurada nos proporcionaría dos elementos ya atestiguados, el n.o 50
del citado repertorio, atestiguado exclusivamente a través de la latinización ENNEGES d el NP de un soldado
de la lurmiJ saliuiJGna, cuyo segundo elemento corresponderfa en escritura ibérica a •ekes o posiblemente •t~u, y
el n.o 74, atestiguado en escritura latina como GIBAS
y en ibérica como kibas y kiboJ. El problema de esta segunda interpretación es que debemos suponer una haplografia, o incluso una haplología, • -tlu-kihes > elrlsbes,
y que nos deja un residuo no analizable como parte del
NP, que tendríamos que interpretar como un p refijo
k(e)- de función absolutamente desconocida pero paralelizable al menos en casos como el k-bailes de
Yátova 12'.
Poco problemático es por el contrario el sufijo -tt,
que está bien atestiguado con NNP~, y que como veremos al hablar de los contextos de ekúJr es frecuente
en las cercanías de ese vocablo.
La clave de la interpretación reside precisamente
en tkiar". Se trata de una de las secu encias más repetidas e.n la epigrafia ibérica, y lo que es más significativo, de una secuencia atestiguada sobre documentos de muy diversa mdole, lo que multiplica las
posibilidades del análisis comparativo. Recientemente
Fletcher ha recogido los testimonios en un trabajo
muy cuidadoso'., en el que se contiene también la
historia de la ~terpretación del términou. De todas
formas, y para mayor seguridad en los resultad os, he
reunido mi propia colección de testimonios que contrastada con la de Fletcher ofrece muy pocas diferencias; de un lado añado la inscripción de
Caminreal", aún no publicada cuando Fletcher realizó su trabajo, y de otro suprimo algunos ejemplos
de Fletcher, en concreto las inscripciones de Sinarcas,
del rhyton de Ullastret, de Aubagnan, y los n. 01 56
y 90 de Liria, que no me parecen suficientemente
seguras, en la mayor parte de Jos casos por tratarse
332
de secuencias incompletas, en Sinarcas por dificultades de lectura, y en Ullastret porque en vez de r encontramos f.
Aun con esas supresiones contamos con dieciocho
ejemplos de textos en que figura tkiar, en algunos de
los cuales veremos que se repite el vocablo. En cuanto
a la inscripción n. 0 40 de Liria, que está evidentemente constituida por varios textos independientes, la incluyo tres veces en la cuenta.
Atendiendo a los soportes las incripciones se distribuyen de la forma siguiente: inscripción sobre falcata que aqu{ comentamos, inscripción sobre punzón de
hueso de Peña de las Majadas, es decir dos inscripciones sobre objetos de uso, inscripción sobre plomo de
El Solaig, leyenda monetal d e am, inscripción musivaria de Caminreal, y trece inscripciones cerámicas de
las que una procede de Los Villares y las restantes de
Liria, y que con la excepción del o. o 34 + 80 de Liria,
incisa, son inscripcione.s pintadas.
La carpeta de tkiar comprende, aparte la falcata
aqu{ presentada, los sigu ientes textos:
Punzón de hueso de la Peña de las Majadas con
inscripción incisa que podrfa no estar completa27:
nefsetikaotekiarYi [.
Moneda de arse (Sagunto), leyenda en reverso
A.33-2: corresponde a las series en plata más antiguas
de la ceca (Villaronga) o más probablemente a las que
siguen tras la primera acuñación (Un termann, y vid.
infra)8 :
arsakiskuekiar/arseetar.
Mosaico de opus signinum que cubre la totalidad
del suelo de una estancia, abierta al atrio, en una casa
d,e estilo helenístico del yacimiento celtibérico de Caminreal (Teruel), fechado por los excavadores entre la
segunda mitad del siglo n a.C. y el primer tercio del
siguiente, con inscripción tambi~n musivaria, situada
de forma que fuese legible desde la entrada de la estancia, y enmarcando por un lado el medallón central del
mosaico29:
.likinete:ekiar :uske.fteku.
Plomo procedente de El Solaig (vid. n_0 15), línea
2. • de la cara A:
iunstir:ekiartone:bele < s> tar:senYfun:etesilif.
Inscripciones sobre cerámicas de Liria, todas ellas
pintadas excepto un grafito que se señalará en su mo·
mento, y todas ellas sobre vasijas del llamado e.stilo de
LiriaJO:
Liria 1: sobre el ala de un kalathos:
]ban:unskeltekiar:ban:[.
Liria 8: sobre el borde de una copa de pie bajo:
[page-n-343]
FALCATA DECORADA CON INSCRlPClON mÉRICA
ebifkiáaleikukitekia[ r .]fkeiabaf : ketin(?)ofakafkuta.kefeki (?)ulkersibertekitete.
Liria 9: sobre el ala de un kalathos:
]bankufs:kafesbanite:ekiar:saltutibalte:iumstif:toli[ rbi ]tane:bassumitatinife.
Liria 16: en la parte superior de una tinaja, inscripción horizontal bajo decoración de dientes de lobo
y sobre escena figurada:
tuse[?]tia:ka(?)kuekiar[ Jkemiekiar.
9q.)lkarte: ekiar[ ..
Algunos de esos textos se prestan más que otros
a un primer análisis, pero en casi todos ellos se puede
llevar la segmentación un poco más lejos de lo que indica la mera ortografía ibérica, como se deduce de los
análisis que siguen:
falcata
Peña Majadas
arse
Liria 18: en la parte superior de una copa de pie
bajo, bajo bandas y sobre escena figurada:
]Ybankusekiar:biuftite[ ]besuminkuekiar motivo decorativo en forma de espiral- YbafkusbanYbafkuá.
Liria 24: en el borde de un kalathos:
~] ~ekon:ekiar(?)[ (realmente se lee ekiaku, pero dado
el parecido de ambos signos podría tratarse de ekiM).
Liria 34+80: grafito inciso en el borde de un kalathos que contiene otro grafito (Liria 79), más superficial y al parecer de otra mano, invertido con relación
al 34+80:
.. ]rbante[ "Q.-(-) ~]arbaniYbafe.
Cam.i nreal
El Solaig
Liria 1
Liria 8
ZM
Liria 9
Liria 16
Liria 18
Liria 40.1: en la parte superior de una tinaja, bajo
bandas y sobre escena figurada:
. ]baserte: bonan ti te:Ybafte:bortebara:kafesirteek:iar:banite:kaf[(?).
Liria 40.3: en la misma tinaja, con desarrollo perpendicular a partir de la base de 40.1, entre dos figuras
de jinete:
ebifteekiar.
Liria 40.9: en la misma tinaja, desarrollo vertical
entre las patas de un caballo, con ekiar escrito por falta
de espacio en lo que llamaríamos •sobre bilcin. si la inscripción fuese horizontal:
kafesbobikir/ekiar.
Liria 70: inscripción integrada en la decoración
fito y zoomorfa de un fragmento :
] yniske(? )ltekiar:kins_i[.
Liria 76: siguiendo el borde de la tapadera de una
tinajilla dentada:
](?)k i skef:e ~j~f: bankebefe j Yl.>~f [- ](?):
baltu§er:ban:
[nscripción pintada sobre el borde de una tinaja
pequeña de Los Villares (Caudete de las Fuentes, Valencia) (vid. n.0 12):
NP-te-ekiar-te
NP"-te-(e)kiar-Yi[
arsakisku -ekiar/N (ombre
de) L(ugar)-etar(arsakisku
es problemático; podría
tratarse del NL ars(e) seguido de sufijos diversos,
o de un NP solo o seguido del sufijo -.tun).
NP-te:ekiar:NL-ku"
X :iunstir:ekiartone:NP:Z '•
]han: NP-( e)kiar: han:['$
ebif-kisaleikuki -te-(e)kiar-
Liria 24
Liria 34+80
Liria 40.1
Liria 40.3
Liria 40.9
Liria 70
Liria 76
Villares 1
X:kafes-ban-ite:ekiar:NPite:Z37
X :kaku-ekiar-[ ]kemiekia.r"
)Yban-kus-ekiar:biuf-tite[
]besumin-ku-ekiar Ybafkuá-ban-Ybaf-kus"
e]kiekon:ekiar[..
X-[e]kiar-ban-i-Ybaf-e..
X :kafes-irteekiar:ban-ite:Z•1
ebif-te-ekiar"
kafes- NP-ekia~
]NP-(e)kiar:Z"
]kiskef:ekiar: Z 46
-ba]lkar-te:ekiar41
De los análisis que preceden se deducen ciertas
observaciones generales sobre el comportamiento de
ekiar. En primer lugar que la forma propia del vocablo
ibérico es ekiar, y que la variante úkíar resulta siempre
de la fusión gráfica de un elemento terminado en -14,
normalmente en el sufijo de esa forma, y ekiar; dado
lo poco que sabemos de las reglas que justificaban la
separación o contracción de elementos lingüísticos en
ibérico, y las incoherencias que en ese terreno parecen
observarse, no podemos sacar conclusiones de estos hechos, pero s{ conviene subrayar la coexistencia de casos
como unskeilekiar, ebifteelciar y Weshanile:ekiar.
En segundo lugar es significativa la frecuencia de
los casos en los que elciar se encuentra junto a un NP,
al que normalmente sigue.
333
[page-n-344]
J. DE HOZ
Hay ciertos sufijos que se añaden a palabras próximas a tlcw o al propio tkio.r. -Yi acompaña a tlcUJr en
Peña de las Majadas; -ku figura en Caminreal, posiblemente en la leyenda monetal, tal vez en Liria 18, y muy
improbablemente en Liria 1641 • Pero mucho más significativo es el caso de -u, que aparece en la falcata,
en Caminreal, en Peña de las Majadas, en Villares, y
en Liria 8, 9 (?, forma -iU?), 40.3 y tal vez 40.1 49 •
Tanto en la falcata como en Caminreal, Peña de las
Majadas, Villares, y quizá Liria 8 -te se une a un NP
que precede a ekiar, y en la falcata retorna una segunda
vez al parecer unido a ese vocablo. En los restantes casos observamos un cierto paralelismo con e1 esquema
NP-te tkUJr, y también entre sí; el tbif-u-tkiar de Liria 40.3 recuerda el tbif·kilaltikuki-te·(t)kiar de Liria 8,
en el que como vimos no hay seguridad de qut: kiJaltilcuki corresponda a un NP, y ko.fes-bo.n·iU:tkiar de Liria 9
recuerda a ko.fes-irte-ekio.r:ban~ite de Liria 40.1, aunque
no sabemos sí seda correcta una segmentación -ir-u.
Por último hay ciertas secue.ncias que pueden pertenecer al léxico o al repertorio de palabras gramaticales ibéricas, que aparecen también reiteradamente en
las proximidades de tkiar; es el caso de ebif y ko.fes ya
citados, y de han y hanite, el segunto tal vez ampliación
del primero. ehif es término sólo atestiguado en nuest ros ejemplares de Liria; respecto a ko.fes hay que añadir
de entre los materiales que aquí estudiamos el kafesbohikifekio.r de Liria 40.9, y además ko.festo.reai del plomo de
Orleyl ?AMJ, que se puede segmentu en kares-to.r-eo.r•.
El análisis combinatorio no permite avanzar gran
cosa en la interpretación de los textos tkiar, pero la variedad de los soportes sobre los que aparecen abre ciertas esperanzas de que el estudio comparativo de inscripciones comprensible.s de similares características
arqueológicas, a menudo denominado con excesivo optimismo método de los casibilingües, aporte algún progreso a la investigación.
Como ya he dicho contamos con textos sobre objetos de uso, sobre plomo, sobre mosatco, sobre cerámica,
y con una leyenda monetal. Podemos precisar un poco
más e indicar que los objetos de uso poseen ciertas pretensiones artísticas y pueden ser considerados suntuarios en el Cll$0 de la falcata o semisuntuarios en el del
punzón, y que con raras excepciones las inscripciones
cerámicas están pintadas en vasos decorados, y ocupan
una posición característica, bien sea en el borde o ala,
bien por encima de las escenas pintadas y bajo bandas
o dientes de lobo que decoran la parte Sl.\perior del vaso;
aun teniendo en cue.n ta el mayor número de inscripciones en esas posiciones mencionadas que intercaladas en
tas escenas, puede ser significativo el escasísimo número
de inscripciones tkiM de este último tipo.
Un primer paralelo que resulta evidente para un
tipo de inscripción que aparece a la vez sobre objetos
artesanales de valor, sobre mosaicos y sobre cerámica
decorada con pinturas son las fumas de artista de la
334
epigraffa clásica, y la habitual presencia de u,n NP junto a elciar hace particularmente tentadora esta
interpretación51• Es cierto que los paralelos corresponden a fechas diversas, y que una influencia directa del
uso clásico no parece probable más que en el caso del
mosaico, pero también lo es que se podrían citar para·
lelos de muchas otras culturas, y que más que pensar
en términos de imitación debemos hacerlo en términos
de respuestas similares a situaciones similares. Es significativo en ese sentido el que todo el complejo de las
cerámicas pintadas de Liria, con sus escenas y sus letreros, tenga su mejor paralelo en la cerámica griega
arcaica sin que exista por supuesto ninguna relación
directa.
De aceptar el paJ:alelo de las firmas de artista ten·
drúunos que atribuir a ekiar el sentido de «hizo» -o
«autor» o similar- o «hecho». En el primer caso sería
necesario que el vocablo fuese acompañado normalmente por un NP que expresase el agente de la acción;
en el segundo, según las marcas gramaticales que in·
terviniesen, un NP presente en el contexto podría indicar el agente -«hecho por»- o el beneficiario ••hecho para»-, no tratándose por lo tanto de una
auténtica fuma de artista si sólo apareda esta segunda
formulación. En ambos habría que suponer que en
aquellas inscripciones en las que no hemos podido
identificar un NP, éste debe figurar en el contexto t:n
forma pua nosotros irreconocible o se ha perdido por
desperfectos de la inscripción.
Hay sin embargo algunas objeciones que se pu.eden plantear a la hipótesis de la firma de artista. Como
he dicho tkUJr aparece en los vasos de Liria en inscripciones que ocupan una posición peculiar y en cierto
modo destacada, como referencia a la totalidad del recipiente, lo cual podría ser un indicio en favor de la
hipótesis que ahora consideramos, pero en la tinaja de
las inscripciones n. 0 40, además de la 40.1 que responde al tipo normal, apuecen otras dos inscripciones tkiar
(4-0.3 y 40.9) integradas en las escenas pintadas, y que
por lo tanto esperaríamos, a la vista de los mismos paralelos griegos, que correspondiesen a títulos aclaratorios de las ilustraciones. Además, aun suponiendo que
pucüésemos llegar a interpretar como NNP los segmentos que preceden a ek.W.r en esas inscripciones, nos encontr ariamos con tres artistas diferentes en un mismo
vaso, lo que sin ser imposible no parece nada probable,
o en el mejor de los casos con dos artistas y el beneficiario. Una objeción simiJar viene dada por la existencia
de inscripciones en las que en el mismo contexto se repite la palabra ekiar.
Una tercera objeción se deriva de la no repetición
de NP en ninguna de las inscripciones de Liria que nos
interesan,'. Se admite comúnmente que la cerámica
de Liria er a un producto especializado de algunos talleres, y que tenía una amplia comercialización; se admite también que su arco cronológico no abarca un
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FALCATA DECORADA CON INSCRlPCION lBÉRICA
gran número de generaciones. Serfa de esperar por lo
tanto que el número de pintores y cerao:üstas ac~vos
no fuese muy alto, y q:ue el azar de la excavación nos
hubiese proporcionado alguna .,firma.. repetida. Naturalmente este argumento no es decisivo, entre otras cosas porque la variedad d e estilos paleográficos que encontramos en las inscripciones es considerable.
En cuanto a los soportes de las inscripciones, sólo
dos no apoyan directamente la hipótesis en consideración, el plomo de El Solaig y la moneda de Ane. En
cuanto al plomo, dado su carácter de mero soporte de
escritura, su contenido p uede ser de lo más variado desde el punto de vista tanto gramatical como léxico, y no
es en absoluto improbable que en él figu rase una expresión que significase tc1lecho11 o «hizo,. o algo similar.
El caso de la moneda parece más difícil a primera
vista, y sin embargo en él nos encontramos con un
inesperado apoyo a nuestra hipótesis. Partiendo de argumentos puramente numismáticos y con anterioridad
aJ conocimiento de la falcata, aunque tomando ya en
consideración el mosaico de C aminreal y la cerámica
de Liria, María Paz Garcfa-BeUido ha propuesto recientemente una interpretación de la leyenda monetal
arsalciskuúciar como «Obra de Arse,. o similar" , aunque
advirtiendo de nuestro desconocimiento del valor gramatical de los elementos intercalados entre la base -ars
y el vocablo ekiar que podría obligarnos a matizar ligeramente el senúdo. Los argumentos numismáticos son
· los siguientes. La serie en cuestión pertenece según la
autora citada al periodo de dominio p6nico en Sagunto, es pues una emisión en lengua indígena pero bajo
administración p6nica, lo que explicaría ciertas pecuUaridades como la existencia de divisores en bronce y
la metrología de éstos, y el que la escritura de la leyenda, a diferencia de las restantes saguntinrus, sea en ciertos casos levógira. Existen abundantes tesúmonios en
cecas p6nicas hispanas -Gadir, Sexi, Asido-, africanas y sicilianas de la leyenda p'l acompafiada por el
nombre de la ceca emisora, lo que se traduce por ..hecho/acción (acuñación) de (los ciudadanos de)...», y
que reaparece en Bailo en fecha posterior en escritura
laúna bajo la forma FAI..T. La ingerencia púnica en las
acuñaciones de Arse durante ese periodo implicar(a la
utilización de una fórmúla ajena a la tradición indígena y propia de la numismáúca púnica, pero traducida
al ib~ rico por medio de ekiar. Conviene subrayar que,
de ser cierta esta atracúva hipótesis, dificflmente podría ser analcis(ku) un NP de persona como he sugerido
antes, ya que no hay ningún paralelo de La fórmula púnica con un nombre de magistrado.
En todo caso la leyenda saguntina no constituye
ningún impedimento a la hipótesis sobre tkiar que venimos considerando, y que resulta en conjunto bastante
ve.rosfmil, aunque desde luego no demostrada. Sus dificultades mayores son las ya mencionadas a propósito
d e las vasos de Liria,
Esas o:üsmas dificultades se d arían, e incluso más
severamente, en el caso de dos hipótesis alternativas,
la traducción de tkiar como «dedicó, donó/dedicado, donado .. o como «propiedad de... Ambas impJicarfan además la dificultad adicional de que, tratándose de inscripciones cerámic.as pintadas y no de grafitos, habrla
que suponer que todos los casos tkiar impücan obras de
encargo previo a la fabricación del vaso, lo que no es
imposible pero sí muy poco verosímilu. Y en la primera alternaúva -«dedicó/dedicado•- esperaríamos
un cierto número de casos con dos NNP, el d el donante
y el del receptor, aunque por el lugar de los hallazgos
o por sus caracterfsticas se puede contar con inscripciones votivas, en las que n o es infrecuente la sola mención del dedicante cuando el contexto hace obvia la
idenúdad de la divinidad, o la sola mención de esta última. Por otro lado la leyenda saguoúna constituye un
obstáculo diffcilmente superable para cualquiera de estas dos hipótesis.
Hay sin embargo todavfa otra alternaüva contra
la que según creo no se puede plantear ninguna objeción insuperable; tkiaT p odría ser un título)', es decir
un nombre común que frecuentemente aparecería
acompañando a un NP pero que también podría ser
utilizado por sí solo. Esta hipótesis alternativa elimina
las dificultades planteadas por las inscripciones 40.3 y
40.9 de Liria que podrían ser puestas en relación con
las figuras de jinetes q ue ilustran el vaso, pero encaja
peor con las restantes inscripciones ceráo:ücas, ya que,
n o siendo esperable que el título en cuesú ón fuese
apropiado para humildes ceramistas o pintores, habrla
que pensar en NNP de propietarios, y por lo tanto una
vez más en encargos previos a la fabricación, a no ser
que se tratase de textos genéricos con menciones de
personajes legendarios.
Con las restantes inscripciones la hipótesis del ú tulo no plantea grave.s problemas. En el caso del punzón, de la falcata y del mosaico estar íamos ante inscripcion es de propiedad en las que el NP del
propietario irfa acompañado de su título; el hecho de
que en el punzón tfciar vaya seguido del morfema -Yi,
para cuya función existen indicios importantes de que
puede expresar la noción de propiedadn, serviría de
apoyo a esta última hipótesis. En contrapartida n o se
ve ninguna explicación por el momento para la presencia del sufijo -te en las tres inscripciones mencionadas,
ya que en niog6n caso con independencia de ellas o:üsmas se advierten indicios de que pueda tener un valor
posesivo.
En cuanto a la leyenda monetal, la única forma de
integrarla en la hipótesis que ahora consideramos pasa
por aceptar la interpretación de anakis(ku) como un
NP, un magistrado monetal lógicamente, responsable
de las emisiones en cuestión.
En con clusión no podemos llegar a una interpretación definitiva de las inscripciones ekiar. Los sufijos o
335
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J. DB
HOZ
elementos gramaticales que aparecen en eUas son todavía demasiado oscuros como para que puedan ayudarnos a clarificar la cuestión -ya he mencionado el caso
más claro, es decir -Yi-, y lo mismo cabe decir de los
elementos posiblemente léxicos como ka/es. Pu.eden
descanarse algunas hipótesis, pero existen dos alternativas contra las que no se puede esgrimir u.na objeción
definitiva pero sí diñcu.ltades de cierto peso, que no
sólo son distintu en cada caso sino que pueden servir
de apoyo a una de las hipótesis a la vez que contradicen
la alternativa. Debemos por lo tanto esperar el hallazgo
de nuevos datos antes de decidir si ekiar se traduce
aproximadamente por •hizo/hecho• o por un título.
NOTAS
• Inicialmente conod esta irw:ripeión gracias a un dibujo
proporcionado por Carmen Aranegui, a la que ag,radezco cordialmente au amabilidad, y no en 6ltimo lugar porque ello me pe.r mite
contribuir a recordar a Enrique PI a; posteriormente, cll de octubre
de 1990, tuve ocasión de examinar con toda calma el original en
el MuiCO de Prehi1toria de Vale11cia gracia& a los buenos oficios de
Berna! Mart! Oliver, al que quedo igualme.n te agradecido.
' M..~~. 1968: ~1. Para comodidad del lector reenvlo a
esta obra, utilizando la abreviatura EpV,rlljúJ, como repertorio de variantes palcográlicaa, pero la bllsqueda de paralelos la be efectuado
directamente en las fotograllaa de iDKripciones ibtric:as de que puedo diaponer y que coiTCipondcn a la casi totalidad del material publicado.
• La.s reíerenciu de: este tipo reenvían a UHTuw•HN 1 1975
(inacripeiones monetales, nómcros precedidoa de A.), y 1980 (inlcripcione~ del Sur de Francia, níimeroJ precedidoa de B.).
• Para la• insctipc:iones de J~.iria aigo el texto de F&.rn:Jtu,
1985.
' Fum:RD, 1981¡ .
• Fum::....., 1984.
' Últim.a lectura con nuevo dibujo en u~ANN. 1985: 40-3.
• Pero en el cuadro de: formu de MLH Il ae atribuye a
B.7.31.
• S01n.a, 1979: 66 y 78.
,. 1968 n.• 223 y lAmina VI; Oó. n.• 118.
u Gówa Moanoo, 1949 1: n.• 41.
12
N. • 249 de C ..aa&, 1943, sin que se pueda preciaar a cuil
de lu iniCripc:ione,l con el miamo texto que cita el autor corrc:apondc:
su dibujo; tampoco se puede deducir de BI!I.TMH, 1976, que parece
rcferine a la miama inscripción en p. 303, n. 0 180. En todo caso es
p~ctic:amente aeguro que debemos leer bt c:n poaición invertida res·
pecto a loa ouw dos aignot del dibujo, con lo que se encuadrada
en la forma común e.n A%aila y perderla toda relación con la que
aqu! JIOS interesa.
u P~.m~uu, 1978: 191-206¡ 1979: 191-2M; 19812: 463-H .
,. Vid. n. 9, pp. 67, 69, 79 y 87.
.. Rwaó, 1982: 123-31.
,. F&.nCKP y Mu.no, 1967: 42-54.
11 Ouvu. el alii, 1982/83: 243·8.
.- M.u:rtN Bu1>10 y PI.WCl&ll, 1979·80: 403-5 y lim. 17; c:l paralelo c:s dudoso, pero a juzgar por la limina podría aer mú coherente
de lo que el dibujo aparen ta, porque los dos signo• ' prcJc:ntes en
la lápida correapoñderlan al tipo que aquJ nos interesa.
ct alii, 198../85: 91 y 100, n .• 33.
to El iJlventario mú completo es u...........,.,., MLH m, capítulo 7, en prcJlta¡ agradezco muy cordialmente aj. Uotermann el
envio de una copia de ese trabajo aán in6dito. Provisionalmente
puede vcne del mismo autor 1987.
11
Fum!Jfaa, 1980. Para b.ilu vid. UrtT......,.,., op. cit. en nota
siguiente. 47-8.
" ''"U'l'A
336
a U~rtVWAHN, 19872 : 39-40, aunque su interpretación del valor del aufijo me parece prematura.
u Prescindo en la diseu1ión de los intentos para interpretar
la palabra por medio del vasco, porque enoy totalmente de acuerdo
con el juicio negativo de Micbelena (1979: 36). La sugerencia partió, de fonna un tanto marginal, de Beltrán (19,.2: 51), y Gómez
Moreno insistió en la idea (19492: 279), aunque sugiriendo a la vez
contradictoriamente una relación con lat. qi -contradictoriamente
a no aer que con eUo propusiese una etimología para la palabra vas·
ca, pero en eae cuo no se ve la posición del iMrico en esas
relaciones-; varios autores mú ac han expresado en la mJtma J(nea
-vid. n. 55 10bre Pattiaon-; Caro Baroja (195~: 795) intentó por
primera ve% dar u_oa interpretación morfológica, aunque no satis·
faetona; la morfología es de hecho el mayor obstáculo para la aproximación de la forma ihtrica al euslten, como ya reconoci6 lbvar
(1959: 44). Por aupueato no tenemos ningún motivo para lec:r/egiar/
la forma 1btrlca, como pretenden los partidarioa del vaaco-ibcrimlo,
y no /elciar/, ya que no la tenemos atestiguada en escritura greco·
ib«ica o en transcripción a alguna de lu eacrituras cU.sicaa; ea cierto que Beltrán, loe. cit., pTopuao altel"nativamente a eti" una rcla·
ción con dtW.tJ, pero como en principio ambu relaciones se ex.duycn
esto no hace sino moatranma vc:c múJo ficil e inútil que es encontTliJ' aemejanau de sonido entre vuco e ibtr:ico.
,. Fl.ll1C1 u Op. cit., 535-8.
M
V~eiHnl et alii, 1986: 9-10.
u Vid. n. 3L
to MLB 1 22~232.
., Vid. n. 26.
• La numeración empleada ea la de Fa.rrouu, 1985.
ll
Formado por loa elementos n.• 91 y n. • 125 del repertorio
de Untermann citado en n. 20. La interpretación que propongo
coincide con la que &Cl deduc:c dc:l uso de la inscripción en ese rc:per·
torio, y parcialmente con la de Pletcber (op. cit. 539 y 543·5). No
con la de Sn.a, 1980: 171-89.
n El mejor testimonio de la elriatencia de un •ufijo -á en la
lengua ibtric:a lo proporciona la inac:ripclón de Caminrcal
u El NP es el latino Liciniua o Licinu1 en la forma likiu ea·
perable en una transcripción ib~rica, vid. UN'Tl!JlwAHI<, 1979: 109
ClOn n. 37. El NL cor:ruponde a Oaiccrda cuya forma ib«ica está
bien atestiguada en tu leyendu monctalea, A.26. En cuanto al sufijo -.bl, su cx.istcocia viene demostrada por la segmentación que im·
pone el NL, ya que tratindose de una inscripción claramente ihtric:a -adaptación de la declinación latina, uao de tkW- no cabe ver
en ella una forma abreviada del gen. de pi. ccltihtrico en -kum.
•• irnu1ir es un t~rmino ibtrico bien conocido -cf. Ur
no excluyo la posibilidad de que se trate de un